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Relato erótico: “Dos rubias llamaron a mi puerta y les abrí FIN” (POR GOLFO)

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En el coche, me empezaron a surgir nervios al darme cuenta de lo poco acostumbrado que estaba a las citas. No en vano la única que había tenido en los últimos dos años había sido con Agda y el mérito había sido suyo ya que ella había llevado la voz cantante, pero en el caso de Sara y dado su carácter, la responsabilidad de cómo se desarrollaran las cosas iba a ser enteramente mía.

            «No puedo ni debo fallarla», me dije rememorando su cara de angustia cuando descubrió lo mucho que me deseaba tras permitir que Ua la masturbara en mi presencia.

Recapacitando sobre ello y como desde un principio se había abierto a mí en la marisquería, comprendí que debía ser galante sin forzarla en lo más mínimo asumiendo que ese papel sería ejercido por el manipulador ser que había dejado en el hotel. Con ello en la mente llegué frente al hostal donde su gobierno la había alojado, descubriendo que me estaba ya esperando en la puerta. Siguiendo el guion que me había marcado, me bajé con la intención de piropearla. Pero al mirarla y comprobar que parecía una ingenua ninfa recién caída del cielo, me quedé petrificado y solo pude mascullar un “buenas noches” mientras recorría con la mirada las maravillosas curvas que realzaba el vestido de lino blanco que llevaba puesto. Supe que la lujuria de mi mirada no le pasó inadvertida al advertir que se removía incómoda mientras recibía de mis manos los chocolates.

―Estás preciosa― alcancé a decir tras retirar mi ojos de sus pechos y haciendo un esfuerzo.

―Tú estás también muy guapo― murmuró al ver que le abría la puerta.

Su timidez curiosamente me tranquilizó y tras esperar que se acomodara en su asiento, me metí en el Bentley. El lujo británico del automóvil la había impactado de tal forma que se había olvidado de abrocharse el cinturón, detalle que aproveché para ser yo quien lo hiciera. Mi galantería debió de agradarla porque sin venir a cuento observé que sus pezones florecían bajo su ropa.

―Gracias, Miguel― suspiró al advertir lo ocurrido.

Encendiendo el motor, lo hice sonar un poco para ver su reacción y tal y como había anticipado, sintió ese rugido como un anticipo de mi carácter y mordiéndose los labios, involuntariamente cerró sus piernas sin percatarse que al hacerlo la falda la había traicionado revelando gran parte de uno de sus muslos. Sin pedir su permiso, bajé la tela cubriéndola rozando brevemente su piel con mis yemas.

―Perdona, no me había dado cuenta de que mostraba de más― se disculpó abochornada por si pensaba que lo había hecho a propósito.

Mi silencio no hizo más que profundizar su vergüenza y nuevamente intentó justificar su error, pero cortándola dulcemente le dije que cuando quisiera disfrutar de sus piernas se lo diría mientras le hacía una carantoña en la mejilla.

―No seas malo― sollozó al sentir que le costaba hasta respirar.

Sin apiadarme de ella y mostrando siempre una cortesía inapelable, seguí acariciándola al responder:

―Con una gatita tan bella jamás podría ser malo.

El gemido que brotó de sus labios curiosamente se asemejó a un maullido y eso me hizo decidir que la llamaría así el resto de la noche. Abusando de su desliz y mientras me dirigía de vuelta a reunirme con Ía, le comenté que había reservado una suite para que nadie nos molestara mientras cenábamos.

―¿Te parece bien? Gatita.

―Sí― con un hilo de voz respondió, buscando quizás que no me diese cuenta de lo mucho que le ponía ese sobrenombre.

Desgraciadamente el rubor que decoraba su rostro era demasiado evidente para no advertirlo y recordando tanto el mail que habíamos interceptado en el que sus jefes la ordenaban seducirme como la conversación con su amiga, le pregunté si alguien sabía que había quedado conmigo.

―No― me mintió y pasando a la ofensiva quiso saber por qué lo decía.

Cogiendo mi móvil, le ordené que llamara a alguien y se lo dijera porque no me parecía correcto llevarla a un hotel sin que nadie lo supiera.

―No te entiendo― murmuró.

―Quiero que lo hagas para que estés tranquila y que sepas que no te va a pasar nada―comenté.

―No hace falta. 

―Insisto, se una buena gatita y hazlo.

La velada orden provocó que hasta el último vello de su cuerpo se erizara al saber que era la primera, pero no la última que recibiría de mí y totalmente descompuesta llamó a la conocida con la que había conversado de mí. Al no contestar y saltar el buzón de voz, respiró aliviada.

―Mari, te llamo para informarte que he salido a cenar con Miguel Parejo.

Tras lo cual, apagó el móvil y me miró:

―Así me gusta― respondí regalándola otra caricia.

En esa ocasión, no quiso o no pudo disimular su suspiro mientras sus ojos denotaban una creciente adoración.

―¿Falta mucho para llegar? – quiso saber al ver que salíamos de Puerto Jimenez.

―Un par de minutos― contesté: ―Ya estamos cerca.

Acababa de decirlo cuando ante nosotros apareció el cartel del hotel. Al verlo, girándose hacia mí me preguntó si íbamos a Crocodile Bay.

―Así es, es el único a tu altura.

Desencajada al saber que nos dirigíamos al establecimiento más caro de la zona, quiso quitarle hierro diciendo que no me metiera con su tamaño ya que desde hacía muchos años había aceptado que era bajita. Su picara respuesta me hizo reír y le recordé una frase al respecto:

―Gatita, no se debe medir a alguien de la cabeza al suelo, sino de la cabeza al cielo.

―¿Estás seguro? Mi Napoleón― sonriendo respondió haciéndome saber que conocía de sobra a quien se le atribuía dicha frase.

Desternillado al advertir su nuevo error al usar ese posesivo, hurgué en la herida diciendo:

―¿Quieres que sea tu emperador?

La oriental no dudó ni un segundo antes de contestar con otra pregunta:

―¿Quién te ha dicho que no lo seas ya?

El destino quiso que llegáramos justo entonces al hotel y aparcando el coche en la entrada, me giré hacia ella sonriendo:

―¿Qué diría mi gatita si le robara un beso?

En vez de responder se lanzó sobre mí buscando mis labios. La pasión que demostró al recibir mi lengua dentro de su boca fue un preludio que me avisó que no era una dulce damisela la mujer que descubriría esa noche sino una ardiente amante deseosa de caricias. Durante unos momentos me dejé llevar, pero recordando la especial forma que tenía de entender el sexo me separé de ella y salí del Bentley, dejándola insatisfecha. Tal y como esperaba, la oriental se quejó del súbito rechazo haciendo un puchero.

-Deja de maullar y mueve el culo o ¿prefieres que te devuelva a tu hotel?- respondí con una sonrisa mientras le abría la puerta.

 Mi amenaza surtió efecto y aún molesta, se bajó. Incrementé su turbación, entrando al establecimiento sin mirar hacia atrás, sabiendo que me seguía.

-Buenas noches.

El saludo del conserje a cargo de recepción me sirvió para azuzar su carácter cuando pedí disculpas, por anticipado y en plan cabrón, por los gritos que iba a dar mi acompañante cuando me la tirara. Cualquier mujer que no fuera sumisa se hubiera dado la vuelta y huido de mí, pero Sara no dijo nada mientras me perseguía rumbo al ascensor. Esperando que se abriera, observé su nerviosismo con satisfacción al temer ella no poder contener sus ganas de entregarse a mis deseos.

-Pasa, gatita- susurré en su oído metiéndola en el cubículo, donde sin público empecé a sobarle el trasero.

Ese magreo hubiese escandalizado a noventa mujeres de cada cien, pero no fue su caso ya que tras reponerse de la sorpresa se pegó a mí buscando mis besos. Besos que por descontado queda no encontró y se tuvo que conformar con restregarse obsesivamente contra un sujeto que ni siquiera la miraba mientras en su interior se preguntaba qué había hecho mal.

-Acompáñame- ordené ya desde el pasillo al contemplar que se había quedado dentro sin saber qué hacer.

El tono autoritario, pero curiosamente dulce, de esa orden la hizo reaccionar y bajando la cabeza, se deslizó siguiéndome hasta el cuarto. Antes de tocar para que Ía me abriera me fijé en que mi comportamiento, lejos de amortiguar la atracción que sentía por mí, la había maximizado y que estaba a punto de caramelo.

-Espero que te guste la sorpresa que te tengo preparada – comenté tocando con los nudillos en la puerta.

Al abrirse no fue ella sola la que se quedó impresionada. Reconozco que yo también aluciné al ver que la rubia nos recibía vestida con un uniforme de criada que no hubiese destacado en una película porno.

-Amo, su cena está lista- comentó Ía mientras se arrodillaba a mis pies.

Gratificando a mi supuesta sumisa con una breve caricia en su cabeza y sin hacer caso a la cara que lucía al ver la indumentaria de mi ayudante, pedí a Sara que me acompañara. Entrando en la habitación y comportándome como un caballero de los de antes al llegar a la mesa donde cenaría con ella, le acerqué su silla. Era tal la turbación que sentía que en completo silencio se sentó mientras observaba a Ía abriendo el champagne. Tampoco dijo nada cuando rellenó nuestras copas y la chavala rozó con los pechos casi desnudos su cara antes de decir:

-Amo, como usted ordenó, la botella está fría y su sierva caliente.

Disfrutando de la expresión de desamparo de Sara, probé mi bebida y dando mi conformidad, premié a la rubia con un suave azote. La alegría con la que ese bello ser recibió mi caricia incrementó mas si cabe la angustia de mi acompañante, la cual sintió como propio el escozor que la nalgada había provocado en mi “criada”.

-Bebe, gatita- tomando una de sus manos, la ordené suavemente.

La asiática no tuvo valor de contrariarme y llevando la copa a sus labios, dio un sorbo a su copa mientras miraba de reojo el collar que la rubia llevaba al cuello. Percatándome de ello, pedí a Ía que se lo mostrara.

-Lleva tu nombre- tartamudeó consciente de su significado mientras bajo el vestido, sus pezones se erizaban.

No dando demasiada importancia al hecho, comenté que además de mi ayudante y amante se había comprometido a servirme de por vida, tras lo cual, recriminé a Ía que siguiera de pie.

-Perdón, mi señor- murmuró postrándose frente a nosotros adoptando la postura de espera.

Totalmente ruborizada, Sara no perdió detalle de cómo la sensual uniformada se ponía de rodillas, con la espalda erguida y los hombros hacia atrás mirando al suelo, deseando quizás ser ella quien estuviera así esperando la orden de su amo.

            -Sara- llamando su atención y sin mencionar mi sumisa, comenté: -¿Recuerdas que me comprometí en explicar la razón por la cual no había sido honesto contigo?

Mi pregunta la hizo reaccionar y con un hilo de voz, contestó:

-Sí, prometiste que hoy me lo dirías.

Como si estuviéramos solos ella y yo, repliqué:

-No podía ni debía anticiparte que firmaría hoy un acuerdo. Ahora que ya he zanjado con una empresa sueca ese trato, no me importa que se sepa.

-¿Qué clase de acuerdo?- preguntó la burócrata y no la mujer.

-Me he hecho con el control de la tecnológica Alfa Centauro para desarrollar un nuevo sistema de desalinización que me convertirá en uno de los hombres de negocios más importantes del mundo.

Tras lo cual, pedí a Ía que me trajera el dossier resumido de la inversión. Mi ayudante meneando su trasero fue a por él y me lo dio. Nada más tenerlo en mis manos, se lo entregué a Sara.

-¿Por qué me lo das?- musitó impresionada.

Soltando una carcajada, respondí:

-Según mis informadores, tus jefes en la CIA te han ordenado que me seduzcas para sonsacarme información. Si te la doy de antemano, no te hará falta acostarte conmigo.

La norteamericana se puso de todos los colores al verse descubierta, pero aun así se guardó los papeles al saber que era su deber hacerlo.

-Ya que hemos aclarado este punto, ¿sigues interesada en seguir cenando o prefieres que te lleve de vuelta a tu hotel?

-Tengo hambre- alcanzó a balbucear sin sostenerme la mirada.

Al escucharla, ordené a Ía que nos trajera la cena.

-Como usted ordene, amo- contestó trayendo una bandeja.

Al comprobar que le podía en frente unos aperitivos, Sara hizo el intento de coger uno, pero entonces retirando su mano del plato la rubia comentó:

-Señora, usted es la invitada. Deje que yo le de comer.

Tras lo cual y sin esperar su respuesta, cogió un volován y se lo llevó a la boca. La oriental totalmente descolocada abrió sus labios permitiendo que mi supuesta sumisa se lo diera mientras sentía mis ojos fijos en ella.

-Gatita. Sé que quizás no estas habituada, pero esta noche ella está para servirte- dije mientras arrodillada a su lado, Ía acercaba una servilleta para retirar una miga que se le había quedado pegada al lado de la comisura de sus labios.

Su desconcierto alcanzó un nuevo clímax cuando apoyando mis palabras la aludida comentó en su oído que, si no estaba satisfecha con la forma en que la cuidaba, debía de castigarla.

-Ese no es el papel que deseaba al venir aquí- murmuró confundida.

            Obviando el significado de su queja, la rubia acercó otro aperitivo a su boca, diciendo:

            -Mi amo quiere que cuide a la señora y eso haré.

            El mimo con el que se lo daba le impidió rechazarlo mientras se removía incomoda en su asiento. Comprendí el plan que había elaborado cuando oí a mi supuesta sumisa comentar a Sara que yo todavía no había probado bocado:

-Don Miguel está esperando que la señora lo alimente.

No sabiendo cómo actuar, Sara me miró y se dio cuenta que era así.

-¿Puedo?- preguntó cogiendo un trozo de queso que había en mi plato.

Sonriendo, abrí mi boca para recibirlo. Temblando como un flan, Sara me lo acercó sin saber que tras cogerlo iba a lamer los dedos que me alimentaban. Al sentir mi lengua recorriendo sus yemas, no pudo reprimir un sollozo.

-Delicioso, gatita- murmuré deslizando la mano bajo el mantel.

 Al sentir mi palma sobre su muslo, dos lágrimas de alegría hicieron su aparición en el interior de sus ojos y pegando un gemido, permitió que mi supuesta sumisa le diera un pedazo de jamón mientras instintivamente separaba las rodillas. Ese gesto involuntario me informó de lo excitada que estaba y por ello, acaricié sus piernas mientras la dejaba alimentarme.

-Miguel- suspiró al notar mis dedos recorriendo su piel cada vez más cerca de su sexo.

Desde el suelo, la rubia le corrió mientras le embutía otro aperitivo:

-Para nosotras, es amo.

Esa rectificación causó su estupor y tras una breve lucha en su interior, la muñequita masculló aterrorizada:

-Perdón, amo. No quise faltarle al respeto.

Llegando con mis yemas hasta la tela de su tanga, me entretuve unos instantes jugando con sus pliegues antes de contestar:

-Todavía, no puedes llamarme así.

Llorando como una magdalena al sentir mi rechazo, preguntó que debía hacer para poder hacerlo. La entrega que mostraba me impulsó a separar la mano de su entrepierna:

-Eso es algo que tenemos que discutir, ahora cena.

Tras lo cual, me negué a que me siguiera dando de comer y cogiendo los cubiertos empecé a cenar.

-Por favor, deseo ser tuya- sollozó descompuesta creyendo quizás que había perdido la oportunidad.

Acudiendo en su ayuda, Ía le aconsejó al oído que si quería que la aceptara tenía que pedírmelo como una sumisa. La morenita lo comprendió al vuelo y bajándose de la silla, se arrodilló en el suelo dejando caer su cuerpo hacia adelante. Tras lo cual extendió sus brazos apoyando las manos en el suelo mientras su negra melena caía hacia adelante:

-Esta mujer desea entregarse a usted en cuerpo y alma, las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco día del año.

Sin dejar de comer, comenté a Ía que seguía viendo a una mujer. La rubia sonrió y actuando como mensajera, sugirió a la norteamericana que, si quería que su amo la tomara en cuenta, debía antes mostrarse en plenitud.

-Eso quiero, pero ¿cómo lo hago? – protestó desolada.

Sin atisbo de crueldad, le respondió que debía enseñar qué clase de mercancía estaba ofreciendo a su amo.  Captando que debía desnudarse por entero si deseaba captar mi atención, la morenita se levantó y sin levantar su mirada, dejó caer un tirante.

-Hazlo despacio, demostrando que sabes excitar a un macho- ejerciendo de maestra, Ía le aconsejó.

 Siguiendo su sugerencia, Sara deslizó por sus hombros el otro permitiendo que su vestido se fuera deslizando lentamente. Desde mi silla, observé como se iba revelando ante mis ojos la belleza de la oriental sin dar mi aprobación ni mi rechazo.

-Quítate el sujetador, gatita- escuché a la rubia decir.

Que Ía se refiriera a ella con el mote que le había puesto debió de excitarla porque dejando caer esa prenda, sus pezones aparecieron ante mí totalmente erizados. Su maestra dio un paso y tomando los pechos de la oriental, los sobó durante unos segundos antes de decirme que eran suaves y que lucían firmes.

-Está bien- comenté bebiendo un sorbo de mi copa.

Sara sintió que su sexo se anegaba y que sus piernas flaqueaban cuando regalando sendos pellizcos a sus areolas, la rubia exigió que se diera la vuelta. Deseando complacernos, la oriental se giró lentamente al saber que tenía que exhibirnos su espalda. Tal y como había anticipado al hacerlo, mi sumisa recorrió con los dedos su trasero antes de, con las manos, separar sus nalgas.

-Amo, tiene un culo duro y un ojete de color rosa que parece inmaculado- comentó tras un primer examen.

-¿Acaso nunca la han tomado por detrás? – pregunté interesado.

 Intentando responder a mi pregunta, insertó una yema en su apretado hoyuelo. La mercancía sollozó al sentir violada su intimidad trasera mientras su coño se humedecía.

-No estoy segura, pero creo que nunca ha sido usado- me informó.

-¿Pregúntale?- dije todavía masticando.

La rubia se permitió el lujo de volver a introducir dos dedos dentro del trasero de la oriental antes de preguntar:

-Gatita, mi amo quiere saber si has entregado antes el culo a un hombre o lo has reservado para tu dueño.

Haciendo esfuerzos para no chillar de placer al notar esas yemas jugando en su interior, Sara replicó:

-Dile a mi futuro amo, que estoy deseando que me haga el honor desvirgarlo.

Sonreí al escuchar que nadie se lo había roto con anterioridad, pero manteniendo mi mutismo esperé a que Ía me trasmitiera el mensaje y solo cuando oí de sus labios que permanecía intacto, quise saber porque seguía llevando bragas.

-Perdón, amo. No había caído en eso- murmuró la rubia antes de desgarrar con sus manos esa coqueta prenda.

La calentura de Sara se maximizó con esa violenta maniobra y con la respiración entrecortada aguardó inquieta.

-¿Qué me dices de su coño?- pregunté.

Pegándole un sonoro azote, la giró y tras revisarlo visualmente, me informó que lucía lampiño con unos labios que no me desagradaría mordisquear. La asiática al escucharla y sobrepasando mis expectativas, sugirió que mi criada debía comprobar su textura para que me hiciera una idea de su sabor. 

-Hazlo- ordené a mi ayudante.

La inmediatez con la que la rubia obedeció y pegó un lametazo entre sus pliegues me hizo comprender que examinar a la candidata a sumisa la había excitado. Por ello cuando tras el primero se recreó chupando más allá de lo que se requería no me extrañó, como tampoco que llevando una de sus manos a su propio sexo se empezara a masturbar. La fijación y el ansia como la que Ía estaba devorando su femineidad desmoronó la supuesta tranquilidad de la oriental y presa del deseo busco forzar el contacto de esa lengua presionando la cabeza de la rubia contra ella.

-Gatita, tienes prohibido correrte- dije al contemplar los primeros síntomas del orgasmo en ella.

Mi veto incrementó su angustia y más al escuchar que mi ayudante se ponía a gemir entre cada lametazo ya completamente entregada a la lujuria.  Para entonces confieso que solo pensaba en poseerla, pero asumiendo que un buen amo debía quedarse al margen, esperé a que el sudor recorriera la frente de la morenita para preguntar por el resultado del examen. Sara agradeció la interrupción al saber lo cerca que había estado de fallarme dejándose llevar e histérica esperó la opinión de su maestra.

-Es digno de mi amo- sentenció ésta bastante molesta con que hubiera parado su banquete.

-Ven aquí y bésame. Quiero comprobar si no estás exagerando- pedí a la rubia.

Lanzándose sobre mí, esa criatura buscó mi boca exteriorizando su calentura al restregarse contra mí en un intento de calmar el ardor de su entrepierna mientras a un metro escaso, Sara lloraba de envidia. El sabor de la oriental impregnado en los labios de Ía me pareció algo sublime. Por ello, me costó dejar de besarla.

-Tráeme el regalo- le pedí.

Todavía uniformada de criada, la rubia fue por el paquete y me lo dio. Extendiéndoselo a la norteamericana, le pedí que lo abriera. Al hacerlo, se echó a llorar al descubrir que era un collar igual que el que colgaba de su maestra y sabiendo que al dárselo, la estaba aceptando como sumida, se echó a llorar diciendo:

-Mi señor, gracias por compadecerse de mí. Juro que dedicaré mi vida a usted.

Sonriendo, se lo quité de las manos y sin más prolegómeno, lo abroché alrededor de su cuello.

-Acompañadme a la cama- ordené a ambas y sin dignarme siquiera a mirar si me seguían me fui al cuarto.

Las dos mujeres no dudaron en obedecer y por eso, ya frente a la cama al ver el deseo de sus miradas, les pedí que me desnudaran.  La morenita sollozó al oír mi orden y conteniendo las ganas de reír de felicidad, se acercó y comenzó a desabrochar mi camisa.

-¿Qué esperas zorra?- pregunté a Ía.

La rubia se quedó petrificada al escuchar mi tono y con los pezones marcándose bajo su uniforme, ayudó a la oriental. Una vez con el dorso desnudo exigí que me quitaran el pantalón. En esta ocasión fue Ía quien se anticipó y aflojando mi cinturón mientras Sara llevaba su mano al botón.  Intercambiando la voz cantante, la norteamericana fue la encargada de bajarme la bragueta mientras su maestra deslizaba mi pantalón.

-Desnuda a tu igual- ya en calzoncillos pedí a la sumisa que iba a estrenar esa noche.

La joven sin dejar de mirar ansiosa la erección que escondía bajo la ropa interior, rápidamente despojó a Ía de su uniforme y volviendo a mi lado, esperó mis instrucciones.

-Quitadme el calzón- exigí.

Ambas cayeron a mis pies y llevando sus manos a esa última prenda, descubrieron mi pene totalmente inhiesto. Por el brillo de sus ojos supe que era lo que deseaban, pero en vez de permitir cumplir su anhelo pasé de ellas y me tumbé en la cama. Tanto Sara como Ía creyeron que debían acudir a mi lado y por eso al mismo tiempo se abalanzaron sobre mí.

-No os he dado permiso de hacerlo. Antes he de saber cuál va a tener el honor de probar la exquisitez del miembro de su amo.

Mis palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre sus cabezas y con lágrimas en los ojos me preguntaron cómo dirimiría la cuestión.

-La que haga que la otra se corra antes será la encargada de darme el primer lametón- contesté.

Las dos mujeres se miraron entre ellas retándose.

-Seré yo- respondió la morena y abalanzándose sobre la que había sido su maestra, demostró que era una experta en artes marciales inmovilizándola con una llave de judo mientras hundía la cara entre sus muslos.

Incapaz de liberarse, la rubia buscó mi ayuda quejándose que estaba haciendo trampas. Mis risas le hicieron ver que no iba a auxiliarla y por eso intentó lanzar un par de mordiscos sobre la judoca. Desgraciadamente, la postura que la había obligado a adoptar se lo impidió y chillando comenzó a insultarla mientras la lengua de la oriental se sumergía libremente en su coño.

-Maldita zorra, me pienso vengar- aulló al darse cuenta de la calentura que la estaba dominando al estar sometida.

Impulsada por el deseo de ser la primera en disfrutar de su amo, Sara se apoderó del clítoris de su rival y torturándolo con sus dientes, rugió feliz al notar la humedad que desprendía.

-No quiero hacerte daño, pero no dudaré en hacerlo si te resistes- murmuró mientras se lo mordisqueaba con dureza.

 Nada en su vida como humana había preparado a Ía para ello y sentir que cerraba las mandíbulas sobre su botón, experimentó que algo en su interior se rompía y pegando un alarido que debió de oír hasta el conserje, rogó a su agresora que siguiera maltratándola de esa forma. La morena no dudó en profundizar su ataque introduciendo un par de yemas en el coño de su víctima mientras seguía mordiendo con saña su clítoris.   

-¡Puta!- sollozó la rubia mientras dejaba de debatirse al experimentar una nueva, pero no por ello menos gozosa, clase de placer.

Al llenarse su boca del flujo de su antigua maestra, Sara aulló su triunfo prolongando y maximizando el orgasmo de Ía con continuadas incursiones en su sexo, hasta que totalmente vencida la rubia reconoció su derrota licuándose sobre las sábanas.

-Has ganado- murmuró con una expresión de desolación en su rostro: -Lo confieso.

La ganadora la ayudó a incorporarse y luciendo una sonrisa que me dejó totalmente enamorado, me pidió permiso para que la perdedora la ayudara a satisfacerme.

-Es tu derecho- respondí.

Dirigiéndose a la que consideraba su compañera, la oriental le rogó que olvidara lo sucedido y que la acompañara. En vez de acudir entre mis piernas, Ía buscó sus labios. La pasión con la que besó me informó no solo de que la había perdonado, sino que se había entregado sin reservas a la misma forma de amar que tenía Sara.

«Eso sí que no me lo esperaba», pensé encantando viéndolas jugar con sus lenguas, aunque eso supusiera que momentáneamente se olvidaran de mí.

Afortunadamente tras compartir ese beso, entre ambas decidieron que podían dejar ese reconocimiento mutuo para más tarde y girándose, maullaron mientras gateaban sobre el colchón.

-Venid- pedí a las felinas que se acercaban a mí.

-Tu gatita tiene sed- murmuró Sara dando el primer lametazo sobre mi pene.

-Tu minina también- lamiendo mis huevos, comentó su compañera.

La acción coordinada de ese par elevó mi excitación a límites pocas veces alcanzados y satisfecho pensé que curiosamente el papel de amo era un aspecto que debía practicar más mientras con sus bocas envolvían mi tallo.

«¡Qué gozada!», exclamé calladamente al sentir que la oriental besaba mi glande mientras la rubia se dedicaba a lubricar con su saliva el resto de mi extensión.

Tras ese primer escarceo, la vencedora de la lid abrió la boca y lentamente se fue introduciendo su trofeo hasta el fondo al tiempo que Ía se recreaba lamiendo mis testículos. Nuevamente la coordinación que demostraban me dejó impresionado cuando como si lo hubiesen practicado con anterioridad, Sara se puso a mamar metiendo y sacando mi falo de su garganta mientras Ía recorría con la lengua el resto de mi entrepierna.

-Como sigáis así, no tardaré en correrme- les avisé.

Mi alerta lejos de hacerlas menguar aceleró sus caricias e imprimiendo a ellas una velocidad creciente, entre las dos se lanzaron a ordeñarme. La oriental al sentir en su paladar la primera andanada de semen, quiso compartir con su compañera mi simiente y sacándosela de la boca, juntas esperaron la siguiente sin saber que la excitación que llevaba acumulada les iba a explotar en la cara, llenando sus mejillas de mi simiente. Al sentir los blancos chorros sobre su rostro, se echaron a reír y como buenas amigas, ordeñaron mi verga y tras dar buena cuenta de la producción de mis huevos, no satisfechas se lanzaron a chuparse las caras en busca de cualquier rastro de mi leche.

EL erotismo de esa escena no permitió que mi pene se relajara y por ello cuando terminaron de lamerse entre ellas, mi erección seguía presente.

-Toda tuya, gatita mía- riendo Ía cedió el turno a la oriental.

Sara no tuvo inconveniente y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con ella.

-Amo, guarde fuerzas para que después de tomar posesión de su propiedad pueda follarse a su otra sumisa- bufó mientras me empezaba a cabalgar…

19

Cuando abrí los ojos a la mañana siguiente , me encontré a Ía despierta mirándome tiernamente. La dulzura de su mirada me sorprendió y mas cuando cerrando mi boca con un dedo, me empezó a acariciar. Comprendí que con ese gesto me estaba pidiendo no despertar a Sara y por eso atrayéndola hacía mí, respondí a sus caricias con un beso. Durante un par de minutos, nuestros cuerpos se estuvieron rozando lentamente, hasta que sintiendo entre sus muslos la presión de mi erección la joven me rogó que la hiciera el amor. Su belleza a la luz de sol era impresionante y por eso no pude negarme cuando tomando mi virilidad entre sus dedos, se comenzó a empalar. La lentitud con la que se fue introduciendo mi pene en su vagina me permitió disfrutar de la forma en que sus pliegues se iban abriendo a su paso mientras esa criatura buscaba mis besos.

            -Necesito que sentirte dentro de mí, amo- murmuró ensartada.

            La adoración que leí en sus ojos era mayor a la que me tenía acostumbrado y quizás por ello no me percaté de que se había referido a mí como amo y no como Íel.  El ritmo pausado que imprimió a sus caderas no fue óbice para que sus senos empezaran a rebotar lentamente arriba y abajo mientras con la manos recorría mi pecho.

-Te amo- sollozó al sentir mi tallo deambulando en su interior.

Su tono enamorado me alertó de que algo la preocupaba y sin dejar de acariciarla, pregunté qué ocurría. La muchacha no me contestó e incrementando poco a poco el compás de sus caderas, prefirió cerrar los ojos y disfrutar del momento. Por su silencio, sospeché que en su mente se estaba desarrollando una lucha e ingenuamente creí que se debía a lo que había sentido comportándose como sumisa.  

-Sabes que soy tuya, ¿verdad? – en voz baja me preguntó mientras la humedad de su gruta envolvía mi tallo.

-Lo sé, princesa- respondí sin entender qué le pasaba.

Mi cariño tras una noche en la que disfrutó imitando la sexualidad de la oriental que seguía durmiendo a nuestro lado le hizo llorar y sin dejar de mover sus caderas, se abrazó a mí diciendo:

-Hasta anoche te quería, pero ahora te adoro y ya no deseo ser tu sanadora.

Esa última afirmación me dejó descolocado al temer que me estuviera adelantando que por alguna causa se iba a alejar de mí. Sus lágrimas no hicieron mas que confirmar ese extremo e invadido por la angustia, sentí que la perdía.

-No pienso dejarte ir. Eres mía.

Mis palabras acrecentaron sus lloros y juntando sus labios a los míos, buscó mi boca. Sí apenas unas horas antes habíamos compartido una pasión desbordada y hasta violenta, en ese momento la muchacha solo quería dulzura.

-No quiero que te vayas… te necesito a mi lado- insistí admitiendo por primera vez el amor que experimentaba por ella.

-Por favor, Íel no sigas- susurró mientras buscaba quizás por última mi esencia.

Contagiado de su angustia, la atraje hacía mí deseando eternizar ese instante y que todo fuera un mal sueño.

-Te amo y siempre te amaré, princesa- con ganas de gritar, susurré en su oído.

-Eres mi vida, mi pasado y mi futuro. Nada de lo anterior me importa y lo que el destino me repare, me da igual siempre que sea a tu lado- gimió llorando.

-¿Entonces porque no quieres ser mi sanadora y te quieres ir? – pregunté mientras con los brazos impedía que se fuera.

Una triste sonrisa apareció en el rostro de la chavala mientras sin dejar de trotar sobre mí me decía:

-Mi amado Íel, no es eso. Yo nunca te dejaría.

-¿Entonces qué te ocurre?- exclamé sin importar que con mi grito Sara se despertara.

 Supe que la oriental llevaba tiempo observándonos sin intervenir cuando rompiendo su mutismo se abrazó a la chiquilla pidiendo que nos dijera qué le pasaba.

-Siento envidia de ti, de Tomasa y de Agda- sollozó.

-No debes. Eres preciosa, tienes al hombre que quieres y aunque te resulte extraño por lo poco que me conoces, yo también te amo- le dijo mientras la acariciaba la mejilla con sus dedos.

La ternura de Sara azuzó más si cabe sus lamentos y demostrando que a los largo de la noche, le había confesado su naturaleza, gritó:

-¡Quiero ser humana!

-Mi amorcito, lo eres. Da igual que eras antes, ahora eres una mujer maravillosa- insistió la norteamericana.

Entrando de lleno en el tema, apoyé sus palabras diciendo:

-No entendéis, los humanos erais la última esperanza de las hembras de mi especie y siento que las he fallado… porque quiero…

-¿Qué quieres?- pregunté al ver que era incapaz de terminar la frase.

-Quiero… ¡quiero ser madre!- exclamó abrumada mientras se separaba de mí.

El dolor con el que confesó su deseo me dejó anonadado al comprender que en gran parte yo era el responsable de su problema al habérselo pedido y por ello, me vi incapaz de decir nada que pudiese consolarla. Sara, en cambio, no tuvo problema en preguntarla qué era lo que se lo impedía.

-No puedo soportar la idea de que Ua me rechace al saber que he traicionado a las nuestras.

Por un momento estuve a punto de confesar que su hermana estaba gestando un hijo mío, pero al no saber qué pensaría la pelirroja si la descubría me quedé callado mientras escuchaba sus sollozos. Nuevamente la morena demostró ser consciente totalmente de su dilema al decirle que quizás si se embarazaba no estuviera fallándolas sino dándolas una esperanza que antes no tenían.

-No te entiendo, ¿qué clase de esperanza puedo darles teniendo un hijo?-  consiguió balbucear antes de volverse a sumir en el llanto.

A pesar de medir sus palabras, no por ello fue menos dura la bella asíatica al decir:

-Por lo que me has contado, tu especie lleva milenios parasitando a otra hasta llevarla al borde de la desaparición.

-Así es- desolada al recordar a sus antiguos protectores confirmó sin dejar de llorar.

-Vuestro error fue nunca verlos como algo vuestro, fuisteis unas sanguijuelas que exprimisteis hasta la extenuación a esos seres.

-¡Lo sé!- chilló descompuesta: ¡Y no quiero eso para los humanos!

-No es necesario y la prueba puedes ser tú.

Sin saber a donde quería llegar, me mostré interesado y le pedí que continuara. Un tanto molesta por mi interrupción, la inteligente morena me pidió que me callara y prosiguió:

-En la tierra existe un tipo de seres a los que llamamos líquenes, ¿los conoces?- al comprobar que no, continuó diciendo: -Son el resultado de la simbiosis entre un hongo y un alga que se unen para crear una estructura que los hace mas fuertes.

Al enterarse de su existencia, Ía dejó de llorar:

-Piensa en ellos como ejemplo. Si juntos han sido capaces de sobrevivir y colonizar otros medioambientes que les estaba vedados, porque no puede pasar lo mismo con las sanadoras y el ser humano.  Me has contado y realmente lo creo, que según vuestras previsiones el ser humano se dirige hacia la extinción al igual que tu especie.   

-Eso dicen nuestras ancianas- musitó Ía por primera vez ilusionada.

-Un hijo de vosotras puede ser el germen de un futuro en común y pienso que no debes dejarlo pasar por el bien de ambas especies- al darse cuenta de que había dejado de gimotear y que la miraba esperanzada, concluyó: -Cariño, estoy segura de que, cuando pasen los siglos, tu hermana y tú seréis recordadas como las dos “Eva” que dieron origen a nuevo orden.

Limpiándose las lágrimas, la muchacha buscó mi opinión con la mirada.

-No puedo estar mas de acuerdo. Cuando llegasteis a mí, tenía mis dudas. Pero ahora que os conozco, sé que podéis ser nuestra salvación.

-¿Tendrías un hijo conmigo?- preguntó.

-Ya te dije que sí y ahora te lo exijo, mi pequeña diablesa.

Lanzándose sobre mí, me comenzó a besar mientras llorando, esta vez de alegría, pedía que la amara.

-¿Qué esperas? Fóllate a esta pequeña zorra y conviértete en ¡ADAN!- exclamó Sara mientras cogiendo mi falo lo insertaba dentro del coño de la bella y maravillosa criatura.

Epílogo

Hoy hace ya veintidós años que ese par de albinas tocaron a mi puerta. Veintidós años en los que el amor que siento por mis cinco compañeras ha rendido sus frutos y actualmente tengo una extensa parentela que vive a mi lado en un rancho de los Estados Unidos. Mientras las tres humanas me han regalado cada una de ellas cuatro chavales que son mi orgullo, las dos simbiontes se han demostrado mucho menos prolíficas dándome entre las dos solo dos hijas. Pero que son mi rubia debilidad al ser un clon de sus madres. Durante este tiempo, la interacción con ellas y con sus privilegiadas mentes han ejercido en la humanidad un efecto beneficioso. Gracias a sus desalinizadoras agua, se ha acabado el hambre mientras que sus nuevos sistemas de energía solar han reducido a la mitad la contaminación acumulada en nuestro ecosistema. ¡Todo ello sin que los ocho mil millones de humanos sepan de su existencia!

            -Todavía no estáis preparados para saber la verdad- recuerdo que me dijo Ara, la anciana sanadora que mandaron a certificar la información que mis “niñas” habían proporcionado al consejo.

La tal Ara, a pesar de haber vivido casi quinientos años y no contar ya con capacidad de procrear, aparenta ser una treintañera de grandes tetas. Debido a que por su edad era también incapaz de soportar otra metamorfosis que la volviera a su estado original, se ha quedado a vivir con nosotros y ha adoptado como nombre las ultimas tres letras de Sara, dada la buena sintonía que la actual directora de la CIA y ella han demostrado a la hora de ordeñar mi esencia.

Si con la oriental habían acertado en el puesto que iba a desempeñar, con Agda erraron ya que, en vez de convertirse en presidenta de la Unión Europea, la nórdica prefirió optar por dirigir la ONU para así vivir con su verdadero amor, que no soy yo, sino ¡Tomasa! La predilección de la sueca por los cantaros de miel de mi mulata no me preocupa porque para la matriarca de nuestra familia sigo siendo su razón de vivir y su sostén.

Respecto a mis dos particulares Evas poco he de decir excepto que he conseguido retener por ahora sus pretensiones de alargar mi vida otros cien años más, aunque temo que en secreto hayan obviado mis deseos y termine por convertirme en el Matusalén bíblico de nuestros días.  

            -Tus genes son necesarios – no se cansan de decir mientras esperamos la llegada de las primeras seis hembras de su especie que han escogido para los tres primogénitos que he tenido con mis esposas humanas.

            Aunque no me lo han confirmado, sospecho que se han aliado con Erik y que van a aprovechar la fiesta que hoy han organizado para celebrar sus aterrizaje en la tierra para presentárselas a los muchachos. Si digo esto es porque el capullo del gigantón, ejerciendo de padrino, ha regalado a cada uno de sus ahijados una mansión donde en un futuro puedan crear una familia. Por eso, me temo que esta misma noche que Miguel, el hijo que tuve con Tomasa, Erik,  el de Agda y Peter, el de Sara, sean ordeñados por las parejas de simbiontes que sus madres han seleccionado para ellos.

            Mientras espero con tranquilidad su futuro y el de sus hermanos varones, me reconcome la idea de que pronto María y Teresa, mis amadas hijitas, alcancen su madurez y requieran como sus madres nutrirse con la esencia de un varón.

¡Puedo ser el Adán moderno, pero ante todo soy el típico padre que no puede dormir cuando sus niñitas se van de juerga!

Por eso, no me da reparo reconocer que me he comprado dos escopetas y las tengo permanente cargadas para cuando lleguen con sus novios poder llamarlos al orden, si no las hacen felices.

Mis dos maravillosas extraterrestres dicen que soy un cerdo machista, yo en cambio pienso que soy… ¡HUMANO!

FIN


“Doce noches, dos mujeres, una isla desierta” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Tras un naufragio, Manuel se queda varado en una isla desierta con María y con Rocío. La fantasía de todo hombre y de muchas mujeres, es tener a dos bellezas a su entera disposición. Si encima una de ellas es su prima y la otra, la clásica amiga buenorra todavía más. En este relato os cuento eso, como el protagonista hace realidad su sueño y como ese accidente terrible, se convierte a la larga en lo mejor que le ha ocurrido en la vida.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1

La fantasía de todo hombre y de muchas mujeres, es tener a dos bellezas a su entera disposición. Si encima una de ellas es su prima y la otra, la clásica amiga buenorra todavía más. En este relato os cuento eso, como hice realidad mi sueño y como un accidente terrible, se convierte a la larga en lo mejor que me ha ocurrido en la vida.

Esta historia tuvo lugar durante unas vacaciones familiares en Indonesia. Mi tío Enrique es un capullo al que la suerte y el trabajo constante le han hecho millonario. Decidido a hacer gala de su dinero, anualmente invita a mi familia y a otros amigos a acompañarle en un viaje a un lugar exótico. Para lo que no lo sepan, ese país consta de más de 17.000 islas de las cuales apenas unas quinientas están habitadas, el resto o bien nunca han tenido presencia humana o actualmente están desiertas. La historia que os voy a contar trata sobre una de ellas, Woholu un islote de treinta kilómetros cuadrados que estuvo habitado pero que desde hace más de cincuenta años solo viven en ella, monos, cerdos y pájaros.
Ese verano, el caprichoso de mi pariente decidió que fuéramos a Bali y no solo se llevó a mis viejos y a mí, sino que invitó a Rocío, la mejor amiga de mi prima María. El plan era cojonudo, nos pasaríamos un mes navegando entre las islas teniendo como base un hotel alucinante en la capital, Denpasar. El “Four Season” donde nos alojábamos era enorme, además de seis piscinas, no sé cuántos restaurantes y discotecas, tenía embarcadero propio. De allí salían los yates de pesca que los huéspedes alquilaban por horas.
Como el tío quería dejar claro que él era un personaje importante, alquiló, durante todo el mes: ¡Dos! Uno enorme en el que salían los mayores y uno de ocho metros para los jóvenes.
Como podréis comprender, no puse reparo alguno a esa clara marginación porque tanto mi prima como su amiga estaban buenísimas. Reconozco que eran unas pijas insoportables, que se lo tenían creído, pero verlas en bikini hacía que se me olvidaran todos los feos que ese par acostumbraban a hacerme. Para ellas, yo era el primo pobre; el mendigo que recogía las migas que caían de la mesa, pero me daba igual.
María, por ejemplo, era una diosa de veintidós años, rubia teñida y un cuerpo de los que hacen voltear a cualquiera al pasar a tu lado. Daba igual que tuviera poco pecho, su trasero te hacía obviar la falta de glándulas mamarias porque era todo vicio. Al mirarlo, os juro que hacía que me sintiera en el paraíso vikingo, deseando que ella fuera mi valkiria particular.
Rocío, su amiga, no se quedaba atrás. Castaña de pelo y con la piel morena, tenía una cara de morbo que me hacía suspirar cada vez que me pedía que le trajera, aunque fuera un puto refresco. Dotaba por la naturaleza con más pecho, su breve cintura maximizaba no solo este sino el magnífico culo que movía sin parar. En suma, yo, con mis veinte años recién cumplidos, me creía dueño de un harén, aunque realmente mi función fuera la de bufón. Sabía que el hermano de mi padre me invitaba para así no tenerse que ocupar de su hija.
― ¡Ocúpate de qué se lo pase bien! ― me soltó mi tío hace dos veranos y a partir de ahí siempre había sido ese mi cometido.
Daba igual el capricho que se le ocurriera a mi adorada prima, ahí estaba yo para pedirle una copa, echarle crema o incluso conseguirle el teléfono de algún macizo con el que quisiera ligar. Era su sirviente veinticuatro horas al día, siete días a la semana, pero no me quejaba porque también tenía sus recompensas. Por ejemplo, en Suecia durante un crucero la había visto desnuda por un segundo o en Australia le tuve que quitar de un pecho un alacrán y donde me permití el lujo de que mis manos se recrearan en sus tetas buscando otro que pudiera haberse quedado en ellas.
María sabía que me gustaba y por eso no perdía ocasión de excitarme. Continuamente se mostraba casi desnuda con el afán de turbar a su primo “pequeño” y por eso, no sé la cantidad de pajas que me había hecho en su honor. Si intentaba cualquier acercamiento, esa zorra se reía de mí e incluso me chantajeaba con decírselo a sus padres.
Todo eso cambió un feliz y desgraciado día en que los viejos quisieron ir a visitar unos templos, mi prima se negó a ir diciendo que prefería hacer submarinismo a una zona de la que le habían hablado. Lógicamente, su esclavo tuvo que acompañarlas y por eso estaba yo en el yate cuando en mitad de la travesía el capitán, un balinés entrado en años le informó que teníamos que volver porque se anticipaba tormenta. No os podeos imaginar el berrinche de niña malcriada que se cogió cuando el profesional le explicó que era peligroso. Enfurruñada y con el apoyo de su amiga hicieron de todo para ralentizar nuestra huida, de modo que cuando al final partimos de vuelta hacía puerto era demasiado tarde. Supe que estábamos en problemas cuando vi la cara de terror de Wong.
Luchando contra olas de seis metros y un viento huracanado, el marino intentó evitar el tifón, pero no pudo, por lo que en un momento dado decidió que nuestra única esperanza era embarrancar contra la primera isla que nos encontráramos. En un inglés penoso, el indonesio nos pidió que nos pusiéramos los salvavidas e histérico, explicó cuáles eran sus intenciones. María y Rocío fueron tan bobas que no se creyeron el peligro hasta pocos segundos antes que chocáramos con el arrecife.
Entonces y solo entonces se pusieron a gritar muertas de miedo. El choque fue tan brutal que nuestro barco se partió en dos. Yo, por mi parte, me vi lanzado por la borda y durante un instante creí que moría al no poder respirar. Afortunadamente, conseguí salir a flote y nadar hacia los restos del yate.
Me encontré a mi prima con una brecha en la cabeza y a su amiga desmayada. Aterrorizado, conseguí agarrarme a un trozo de quilla que flotaba cerca, lo que me permitió recoger a mis acompañantes, pero cuando intenté ayudar al capitán, lo hallé muerto con un golpe que se le había llevado media cabeza. No comprendo todavía como conseguí llevar a mi prima y a su amiga hasta la orilla. La tempestad era tal que nadamos a ciegas y cuando ya creía que no íbamos a sobrevivir, apareció de la nada la playa. Haciendo un último esfuerzo, toqué la arena y caí agotado sobre ella.
Desconozco cuanto tiempo, me quedé tumbado mientras me recuperaba. Solo sé que mientras trataba de tomar aire, ese par no hacía otra cosa que llorar. Cabreado, me levanté y sin mirar atrás busqué un cobijo donde guarecernos. Cosa que fue fácil porque a pocos metros de la playa se alzaba una iglesia y los restos de un antiguo poblado. Creyendo que estábamos a salvo, llamé a las dos muchachas mientras entraba en el lugar.
Reconozco que se me cayó el alma al suelo al comprobar que estaba en ruinas, pero asumiendo que cuando amainase el temporal encontraríamos ayuda, busqué en la sacristía un sitio donde evitar el seguirnos mojando. Aunque no sea lógico, no llevábamos más de cinco minutos a resguardo cuando la arpía de mi prima me ordenó que saliera en busca de auxilio. Como comprenderéis me la quedé mirando como si estuviese ida y me negué. María, furiosa al comprobar que no le obedecía, me juro que me arrepentiría de ello. Sus reproches en ese momento me entraron por un oído y me salieron por el otro, pero lo que realmente me sacó de quicio fue cuando me exigió de malos modos que hiciera una hoguera porque tenía frio.
―A ver cariño. ¿Cómo cojones quieres que haga fuego? ― repelé con muy mala leche.
Por su cara, comprendió lo inútil de su exigencia y hundiéndose en la desesperación, se echó a llorar. Por suerte, en ese momento, Rocío se buscó en el short que llevaba y con una expresión de alegría en su cara, se sacó el encendedor del bolsillo con el que le había visto encenderse un par de porros.
― ¿Esto servirá? ― dijo con tono tímido.
―Por supuesto― contesté y mirando a mi alrededor, caí en que los asientos de la iglesia, nos podía servir de leña.
Poniéndome de pie, rompí un par de ellos y recogiendo las astillas y unos periódicos, al cabo de un rato, los tres disfrutamos del reconfortante calor de una fogata. Ni siquiera entonces mi primita me dejó en paz porque viendo que había reducido su intensidad la tormenta, quiso que me adentrara en la oscuridad y buscara ayuda.
― ¡Tú estás loca! ― contesté muy cabreado― Si te fijas no hay una jodida luz que confirme que alguien vive por los alrededores. Mañana buscaré una carretera o una casa, pero ahora, ¡me niego!
―Eres un maldito cobarde― respondió –No sé cómo mi padre confió, en un niño, nuestro cuidado.
―Perdona, bonita. Primero no soy un niño y segundo, lo único que me ordenó mi tío fue que os cumpliera todos vuestros caprichos, nunca se imaginó que la idiota de su hija fuera tan irresponsable de hacernos naufragar.
Mi respuesta la indignó y dándose la vuelta, buscó acomodo entre los brazos de su amiga. Rocío, comprendió que estaba entre dos frentes y decidió no optar por ninguno de los bandos. Mientras acogía a su amiga, me lanzó una mirada comprensiva cómo pidiéndome tiempo para que recapacitara. Todavía no lo sabía, pero tiempo era lo único que podríamos obtener de esa jodida isla. Esa noche dormí fatal, porque además de dormir en el suelo cada vez que lo conseguía, me venía a la mente la inútil muerte del capitán.

A la mañana siguiente con el albor del día me desperté. Ya no llovía y tras recargar la hoguera, decidí ir a dar una vuelta por los alrededores. Os tengo que reconocer que fui un idiota porque en vez de recoger de la playa los restos del naufragio, busqué un lugar alto desde donde buscar ayuda. Al ser una isla de coral, no había una maldita montaña desde donde otear el horizonte por lo que decidí continuar por la playa, no fuera a perderme. Al cabo de dos horas, me quedé petrificado porque sin darme cuenta había dado la vuelta al islote sin encontrar más que cocoteros y un pequeño arroyo.
«Estamos jodidos», pensé al ver la torre de la iglesia porque o mucho me equivocaba o en todo ese maldito lugar no había más almas que las tres que ya conocía.
Al entrar en el edificio, me las encontré hablando tranquilamente. Mirándolas no solo me di cuenta de que no estaban asustadas como yo, sino que sus ropas, es decir sus bikinis estaban desgarrados y por eso, lo único que les preocupó al verme fue taparse sus vergüenzas. Haciendo caso omiso al espectáculo que me ofrecían, les expliqué a las dos lo ocurrido. Mientras Rocío comprendió al instante, pero la idiota de María dijo sin ser consciente de nuestras dificultades que no había que preocuparse porque su padre la encontraría.
―Eso espero, pero lo dudo. No tuvimos tiempo de dar la alarma y para colmo estoy seguro de que, aunque supieran cual era nuestro destino, nadie sabe dónde estamos o si hemos sobrevivido.
―No entiendo― replicó todavía muy segura de sí misma.
―María, ¿tienes idea de cuantas islas hay en este archipiélago? Primero buscarán el barco y luego al cabo de los días, empezarán por las grandes y habitadas. ¡Hazte a la idea! ¡Si queremos sobrevivir tenemos que hacerlo solos!
A la princesa se le cayó hechos pedazos el castillo que su mente había construido para evitar enfrentarse con su realidad y llegando a mi lado, me lanzó un tortazo mientras me decía:
― ¡Mentiroso! Nos has mentido para asustarnos.
―Si eso crees, haz lo que yo. Coge la playa y da la vuelta a la isla. Yo te espero aquí, tratando de recuperar algo que nos sirva del barco.
María sin dar su brazo a torcer, cogió a su amiga y enfiló hacía la playa. Por la actitud de Rocío, comprendí que me creía, pero no queriendo contrariarla, decidió acompañarla. Las tres horas que tardaron en regresar, las usé para salvar todo lo que pudiera del naufragio. Afortunadamente, conseguí sacar de los restos, aparejos de pesca, cañas, cuatro mantas e incluso dos ollas con las que el marino pensaba prepararnos la cena. También encontré un par de cuchillos, pero, aunque lo intenté nada del yate nos servía para comunicarnos con el exterior. Al acabar de rescatar todo lo útil que encontré, recargué la fogata y cogiendo las ollas me dirigí hacía el arroyo que había visto esa mañana.
Una vez nuevo en la iglesia, calenté el agua que había traído y sacando las cañas, me puse a pescar. Estaba tranquilamente sentado en la playa esperando que algún pez picara cuando las vi venir en dirección contraria a su marcha. Venían con los ojos rojos, síntoma que habían llorado y por eso las dejé descansar antes de decirles:
―Como habéis comprobado, no he mentido. Estamos en una maldita isla desierta. Si queremos sobrevivir hay varias cosas que tenemos por narices que hacer. Primero, la fogata siempre tiene que estar encendida. No sabemos el tiempo que pasará hasta que nos encuentren y no podemos malgastar el gas del mechero. Segundo, hay que beber agua hervida por lo que todos los días una de vosotras tendrá que ir a por agua. Tercero, mientras yo pesco, la otra debe de buscar cocos o cualquier vegetal consumible ya que no podemos depender de la pesca únicamente. Quinto….
― ¡Pero tú quien te crees para mandarnos! ― respondió hecha una energúmena mi prima –Hay que ahorrar fuerzas y me niego a cumplir tus órdenes.
Como me esperaba esa reacción, la dejé terminar de explayarse y solo cuando ya había acabado, le respondí:
―Tu misma. Hay dos cañas, dos cuchillos, cuatro mantas y un mechero. Yo pienso que es mejor que lo hagamos en común, pero si queréis nos dividimos lo poco que tenemos. Yo quiero una caña, un cuchillo y una manta, lo demás quedároslo vosotras, pero desde ahora te digo que no pienso trabajar para vosotras sin que me prestéis ayuda.
Y cogiendo la parte que me correspondía busqué una choza donde guarecerme mientras Rocía se debatía entre que bando elegir. Viendo que se quedaba con mi prima, apilé un montón de leña y cogiendo un rescoldo de la de ellas, encendí mi propia hoguera. Tras lo cual, agarré mi caña y me puse a pescar. Afortunadamente, se me dio bien y a la hora de comer ya tenía dos jureles en mi poder. Os reconozco que disfruté al ver sus caras hambrientas mientras yo me daba un banquetazo bien regado del agua de un coco que había conseguido partir. Sé que fui un poco cabrón, pero me deleité haciendo ruido al comer, diciendo lo buenos que estaban mientras a cincuenta metros ellas seguían discutiendo sobre como lanzar la caña. Al terminar, esperé que se enfriaran los pescados y ya helados, se los llevé para que comieran. Era una labor de zapa y si las cosas venían mal dadas iba a necesitarlas sanas.
María ni siquiera me miró cuando le acerqué la comida, pero su amiga me lo agradeció con un beso en la mejilla mientras dejaba que su pecho se pegara al mío en agradecimiento. Al percatarme que lo había hecho a propósito, ni corto no perezoso, acaricié uno de sus pezones, diciendo:
―Rocío, si quieres dormir calentito esta noche, ya sabes dónde me encuentro.
Tras lo cual, me fui a dar una vuelta por los alrededores mientras ellas dos se enfrascaban en una agría discusión. Mi prima le echaba en cara el haberse dejado magrear por mí mientras la otra le recriminaba nuestra delicada situación. Sonreí al escucharlas e internándome en el bosque, busqué algo de comer. Tal y como había previsto, aunque la isla estuviera deshabitada, sus antiguos habitantes debían de haber plantado árboles frutales por lo que, a la media hora, volví a mi choza con una cantidad ingente de mangos e incluso una penca de plátanos. Pero lo mejor no fue lo que recogí sino lo que vi en un claro.
Alertado por el ruido, descubrí una piara de cerdos salvajes que, careciendo de enemigos naturales, se habían acercado a mí a curiosear. Si hubiese tenido el cuchillo, podía haber matado a un par de crías, pero como me lo había dejado en el poblado, tuve que conformarme con el mero descubrimiento
De vuelta a la hoguera, la recargué y sentándome en una sombra, me puse a comer fruta. Rocío no tardó en acercarse y pedirme que le compartiera parte de lo recolectado, pero me negué a hacerlo hasta que en compensación me trajera un poco de leña. Ni siquiera protestó y al cabo de diez minutos volvió con lo que le había pedido. María viendo que estábamos comiendo, llegó a nuestro lado y pidió su parte, pero nuevamente me cerré en banda a no ser que trajera agua que calentar. Tal y como había previsto, me mandó a la mierda y dejándonos solos, siguió intentando pescar.
― ¿Crees que no rescatarán? ― preguntó su amiga mientras daba buena cuenta de uno de los mangos.
―Sin duda― contesté – el problema es cuando. Tenemos que mantenernos vivos mientras tanto y la idiota de mi prima no quiere comprenderlo.
―Dale tiempo, ¡se tiene que dar cuenta que te necesitamos! ― murmuró en mi oído mientras se pegaba en plan meloso –Yo confío en ti.
Aunque sabía que esa zorrita se acercaba a mí por conveniencia, me dejé querer y abrazándola, le planté un beso en la boca. Me respondió con pasión y por eso mientras nuestras lenguas jugaban, mis manos recorrieron su cuerpo palpando y disfrutando de cada centímetro de su piel. Descubrí que María nos miraba alucinada cuando mi boca ya había hecho presa en uno de los pezones de su amiga. Con los gemidos de la morena como música ambiente, me puse a lamer y a morder esas dos maravillas mientras mi prima se hacía la digna, pero seguía observando. Ni siquiera hice intento alguno de ocultarnos, a la vista, bajé la parte inferior del bikini de Rocío dejándole claro que a partir de ese instante ella era mía. Al hacerlo me encontré con el sexo que llevaba días soñando y metiendo mi lengua entre sus pliegues, me puse a mordisquear su clítoris mientras ella no paraba de aullar complacida por la mamada que le estaba obsequiando.
No sé si fue la propia desesperación que sentía la muchacha por nuestra desgracia, pero la verdad es que llevaba menos de un minuto enfrascado entre sus piernas cuando escuché los primeros síntomas de su orgasmo. Incrementando su deseo con pequeñas incursiones de mis dedos en su vulva, la llevé hasta el borde del abismo en poco tiempo.
― ¡Me corro! ― gritó sin importarle que su amiga la escuchara.
Mi propia calentura me hizo salirme de su entrepierna y bajándome el traje de baño, saqué mi miembro de su encierro y colocando mi glande en su entrada, lo inserté de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.
― ¡Dios! ― chilló de placer la otrora niña pija y meneando sus caderas en plan goloso, convirtió su sexo en una especie de batidora con la que vapuleó mi pene.
Con mayor intensidad, seguí machacando su cuerpo al notar su excitación. Cada vez que la empalaba de su garganta salía un berrido de hembra en celo y por eso uniendo una descarga de placer con la siguiente, Rocío se entregó por entero a mí. Todavía no había descargado mi simiente en su interior cuando poniéndose enfrente, María le reclamó que se estaba tirando a su primo.
Sin separarse de mí y con sus piernas forzando otra penetración, la morena le contestó:
― ¿Lo querías para ti sola? ¡Pues te jodes! Me ha elegido a mí.
Mi pariente no se debía esperar semejante respuesta porque completamente indignada salió huyendo con el sonido de nuestra pasión rebotando en sus oídos. Absortos en una danza ancestral, seguimos disfrutando de nuestra unión hasta que me derramé en su interior dando gritos. Acababa de sacarla y ni siquiera me había dado tiempo a descansar cuando poniendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me soltó:
―Espero que te acuerdes que yo fui la primera, no quiero que luego me dejes insatisfecha por follarte a esa tonta.
Ni se me había pasado por la cabeza, beneficiarme a mi prima porque siempre había sido un objeto de deseo fuera de mi alcance, pero las palabras de su amiga me hicieron plantearme que era posible y solo imaginármelo, levantó mi alicaído miembro. Ella se rio al advertir que estaba nuevamente dispuesto y mientras bajaba por mi pecho en dirección a mi entrepierna, exclamó:
―Creo que, aunque haya poca comida, ¡no voy a echar de menos el exterior!

CAPÍTULO 2

Aproveché el resto del día para restaurar como pude una cerca donde encerrar a los cerdos que había visto esa mañana. Comportándose como una buena asistente, mi nueva amante colaboró sin protestar y lo más raro sin preguntar para que la necesitaba. María debía de seguir enfadada porque no apareció hasta la hora de cenar. Cuando quiso acercarse a compartir nuestra comida, fue la propia Rocío la que se negó de plano y le exigió que al menos trajese más leña. Sin querer dar su brazo a torcer, la mandó a la mierda y volviendo a la iglesia, nos dejó en paz.
Reconozco que me dio pena y por eso al terminar, me acerqué con un racimo de plátanos y se los di sin exigirle contrapartida alguna. Mi prima me miró con angustia, pero su orgullo le impidió darme las gracias. No me importó, quedaba bien poco para que claudicara y corriera a nuestro lado, implorando ayuda. El resto de la fruta la coloqué dentro de la cerca, pero antes instalé una trampa para que, si algún animal entraba, se cerrara.
Al llegar a mi choza, acababa de empezar a llover y previendo que la noche iba a ser muy larga, me dispuse a recargar la hoguera cuando observé con satisfacción que Rocío lo había hecho en mi ausencia. Al mirarla, me quedé extasiado al comprobar que me esperaba desnuda y que con gestos me pedía que la estrechara entre mis brazos. No me lo tuvo que repetir, cogiendo su barbilla le di un beso mientras mis dedos recorrían esos preciosos pechos que no me cansaría jamás de disfrutar. La morena ni siquiera me dejó tumbarme, cogiendo mi pene entre sus manos, me empezó a besar mi extensión sin dejar de masajear mis huevos.
― ¿No has cenado bien? ― pregunté con recochineo al ver que abriendo su boca se lo metía sin hablar.
Como respuesta, lentamente se fue introduciendo mi falo mientras su lengua jugueteaba con mi extensión. Dotando a sus maniobras de una sensualidad brutal, no cejó hasta que, con el enterrado en su garganta, besó la base de mi miembro con sus labios. Sorprendido por la facilidad que lo hubiera conseguido sin sufrir arcadas, me quedé quieto mientras ella daba un ritmo lento a su mamada.
Poco a poco, fue acelerando el compás con el que se metía y sacaba el pene hasta que ya parecía que en vez de una boca era un sexo el que lo hacía. Sabiendo que estaba al mando y que esa cría seguiría estando al día siguiente, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Rocío disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que, relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen
Mientras ella, sin dejarme descansar, intentaba reanimar mi sexo, le pregunté por su urgencia. Al oírme soltó una carcajada diciéndome:
―No quiero que esa puta disfruté de ti sin habérselo trabajado.
Sin entender a qué se refería, no me importó que se empalara con mi miembro, pero al verla saltando sobre mí, no pude dejar de preguntar porque lo decía:
―Esta noche, ¡tu prima vendrá a por auxilio! No ves que la muy idiota no ha echado leña a su fogata. Cuando lo intente, no encontrará nada seco y por eso empapada pedirá nuestro calor.
Muerto de risa, comprendí que tenía toda la razón, pero advirtiendo que había usado nuestro en vez de tu calor, le pregunté directamente a que se refería. Mientras se pellizcaba un pezón, me respondió:
―Yo he trabajado y no esperarás que le deje entrar en nuestra manta: ¡Sin pedirle una compensación!
El sonido de la lluvia ocultó el sonido de mi risa al asimilar que esa muchacha era bisexual y que compartiría gozosa conmigo el cuerpo de su amiga. Después de hacer el amor, la aguardamos desnudos. Nuestra espera se alargó hasta cerca de las dos de la mañana y por eso cuando María hizo su aparición en la choza, Rocío estaba dormida. Completamente empapada y con los labios amoratados por el frio, me pidió permiso para entrar. Sin hacer ruido se acercó a la hoguera y temblando alargó sus manos al reconfortante calor del fuego.
―Ven, metete entre nosotros para calentarte― dije sin especificar lo que le teníamos preparado.
Totalmente colorada, se percató de nuestra desnudez aun antes de sentir nuestra piel contra su piel. Intentando no forzarla en demasía, la abracé dándole ese calor que tanto necesitaba. Tímidamente apoyó su cabeza en mi pecho y dejó que mi mano se aposentara en su culo sin quejarse. La morena que se había despertado también la abrazó, diciendo:
―Pobrecita, ¡Estás helada!
Tras lo cual, sin pedirle permiso empezó a acariciar su cuerpo, dando a sus caricias un sentido más allá del mero auxilio. Me di cuenta de que mi prima estaba escandalizada por esos mimos no pedidos al mirarme con los ojos abiertos. No dejé que protestara porque cerrando su boca con mis labios la besé mientras mis propias manos empezaban a sobrepasarse con ella. Pálida tuvo que soportar que mis besos fueran bajando por su cuello al estar más preocupada porque las manos de su amiga habían separado sus rodillas y esta se dedicaba a lo mismo que yo, pero en sus muslos.
―Por favor― rogó muerta de miedo cuando sintió que me apoderaba de sus pezones.
Obviando sus protestas, seguí mamando de esos pechos de ensueño mientras de sus ojos brotaban unas lágrimas de vergüenza. Rocío hizo lo propio, recreándose en el cuerpo que la casualidad le había puesto a su disposición, se dedicó a dar pequeños mordiscos en el camino hacia su meta.
―No soy lesbiana― protestó sin éxito al sentir el aliento de su amiga acercándose a su sexo.
Completamente excitado, seguí bebiendo de esos pechos que me encantaban desde niño y que nunca soñé en poseer, mientras la morena separaba los pliegues de nuestra víctima. Entonces, mi prima hizo el último intento de zafarse de nuestras caricias, pero se quedó quieta cuando reteniéndola entre mis brazos, le expliqué con voz suave:
―Somos tres en una isla desierta, si quieres que te cuidemos y te demos de comer, debes compartir con nosotros todo.
Vencida y humillada, esperó tensa y asqueada que la lengua de su amiga llegara hasta su clítoris. Al hacerlo no solo se limitó a lamer ese botón de placer, sino que, incrementando su angustia, le metió dos dedos en el interior.
― ¡Qué rico lo tienes! ― sonriendo le soltó – Llevo años deseando comerme tu coño.
La escena de por si cachonda subió enteros al ver que la morena se empezaba a masturbar mientras daba rienda suelta a deseos de antaño. Por mucho que mi prima intentó mantenerse al margen, nuestros mimos fueron derribando una a una las murallas que se había auto impuesto e inconscientemente, empezó a reaccionar moviendo sus caderas. Rocío al comprobar que ese sexo se empezaba a llenar de flujo, incrementó la acción de su lengua y usándola como si fuera un pene, traspasó con ella esa entrada.
Su primer gemido también venció mis reparos y llevando su mano a mi entrepierna, le exigí que me hiciera una paja. Lentamente como cogiendo confianza, mi prima me empezó a masturbar con los ojos cerrados. Sus dedos se habían cerrado sobre mi extensión mientras su dueña se debatía entre la moralidad de lo que estábamos haciendo y las sensaciones que estaba sintiendo.
Comprendí que la pasión iba ganando cuando acelerando su muñeca me pidió que la besara. Sé que estuvo mal y que fui un egoísta con mi primer amante, pero absorbido por la lujuria, separé a Roció y obligando a mi prima a subirse a horcajadas sobre mí, le exigí que se empalara. Me encantó ver la indecisión en su cara antes de alzarse y cogiendo mi pene, empezárselo a meter. Solo el saber que por mucho que viviera esa imagen iba a quedar en mi retina, hacía que ese naufragio hubiese valido la pena. No sé si fue que, en secreto, me deseaba o que su excitación era fruto de esa cuasi violación, lo cierto es que nada más sentir mi pene abriéndose camino en su vagina, mi prima empezó a aullar como loca y a retorcer su cuerpo sobre el mío.
― ¡Ves que no era tan difícil! ― exclamó su amiga, dándole un beso en los morros.
Esta vez María no le hizo ascos a su boca y devolviendo pasión con más pasión, gritó pidiendo nuestras caricias. La morena no solo respondió mamando de sus pechos, sino que al hacerlo puso su coño en mis labios. Comprendí que era lo que quería y separando los pliegues de su sexo, cogí entre mis dientes su clítoris. Rocío al experimentar el suave mordisco, rogó que continuara torturando su botón. No solo le hice caso y con mis dientes apreté fuertemente, sino que usando mis dedos empecé a acariciar el oscuro objeto de deseo que se escondía entre sus dos nalgas. El orgasmo de mi prima coincidió en el tiempo con la incursión de mis falanges en su ojete y mientras se dedicaba en cuerpo y alma a las tetas de la rubia, gritó de placer.
― ¡Me enloquece que me den por detrás! ― espetó descompuesta sin dejar de mover su culo.
No sé si fueron sus palabras o la sobreexcitación que absorbía a María lo que provocó que esta, uniera un clímax con el siguiente sin dar tregua. Con la cara empapada de los flujos de Rocío y mi pene siendo maltratado por una prima convertida en loba en celo, os tengo que reconocer que me corrí tan brutalmente que dudé que me quedaran fuerzas para el resto de la noche.
Desgraciadamente no tuve oportunidad de comprobarlo, porque en el preciso instante que Rocío y María intentaban recuperar la vitalidad de mi miembro, escuchamos un alboroto en el exterior. Los bufidos y los gruñidos solo podían provenir de una piara que hubiese caído en la trampa, por lo que me levanté de un salto y en pelotas corrí a asegurar la puerta de la cerca con una cuerda. Al volver empapado, las vi sonriendo desde dentro y nada más acercarme, Rocío me agradeció la captura diciendo:
―No te basta con dos cerdas, ¡Que has tenido que capturar más!
Me solté a reír y cogiendo entre mis brazos a mi par de guarras de dos patas, las llevé hasta la manta.

El segundo día, me desperté al alba con una a cada lado. Os juro que si no llega a ser porque tenía que comprobar cuantos cerdos habían caído en la trampa y asegurarme de que estaban bien encerrados, me hubiese quedado con ellas. Sin hacer ruido, me levanté y salí a ver los bichos. Os podréis imaginar la alegría que sentí al ver que eran una cochina con sus cinco lechones, los cautivos.
«Tenemos carne para más de un mes», me dije sin caer en la dificultad de conservarla en un ambiente tan húmedo y caluroso.
Después de revisar la cerca, volví a la choza de un humor inmejorable o eso creía porque nada más entrar, me encontré que mis dos mujercitas se habían despertado y que en ese momento Rocío estaba comiéndose el coño de mi prima. Descojonado por lo rápido que María se había habituado a que su amiga fuera también su amante y aunque me apetecía unirme a esas dos, decidí que era más importante el ponernos en actividad.
― ¡Cacho zorras! ¡Levantaos que tenemos cosas que hacer!
No hice caso ni a sus protestas ni a sus peticiones de que me tumbara con ellas. Enojadas porque les había cortado el placer que buscaban, me obedecieron a regañadientes. Rápidamente, dividí los deberes y mientras María se debía ocupar de ir a por agua, recoger leña y de mantener la hoguera, Rocío y yo debíamos ir a por más fruta tanto para nosotros como para nuestros invitados de cuatro patas. Esta vez no hubo una sola queja y poniéndonos manos a la obra, salí con la amiga de mi prima rumbo a la plantación abandonada. Sin obviar lo delicado de nuestra situación, tengo que confesar que mi estancia en esa isla iba mejor de lo que había supuesto en un principio. Con carne, pescado y fruta a raudales, teníamos asegurado lo básico. El único problema real era saber si algún día nos rescatarían por lo que debíamos actuar como si eso no fuera a suceder.
― ¿En qué piensas? ― preguntó la morena al ver que estaba pensativo.
Cómo de nada servía ocultarle que quizás nos pasáramos mucho tiempo en ese lugar, le expliqué que quería acondicionar la choza y construir una cama donde dormir, lejos de la humedad, de los insectos e incluso de alguna serpiente que decidiera hacernos una visita.
―Por eso no te preocupes, de algo ha tenido que servir mis diez años como boicot. No creo que tener problemas en levantar un sitio decente donde dormir.
― ¿Dormir? ― señalé muerto de risa al comprender que esa cría acababa de resolver uno de nuestros grandes problemas.
―Y follar― respondió encantada – No creas que me conformo con lo de ayer. Pienso explotarte a base de bien.
Anticipando su promesa, se pegó a mí y antes de que pudiera reaccionar ya me estaba besando. Su comportamiento pasado y como se restregaba contra mi sexo, me convenció de que me hallaba frente a una verdadera ninfómana. Sin importarle que estuviéramos en plena selva, me tumbó en el suelo y casi sin ningún prolegómeno, se empaló con mi pene mientras pedía que la tomara en plan salvaje. Su calentura era tal que ya tenía encharcado el coño antes siquiera de coger mi extensión entre sus manos y por eso, mi glande entró en su interior con una facilidad pasmosa.
― ¡Estás cachonda! ― le recriminé de guasa al advertirlo.
Rocío, dotando a su voz de una lujuria inaudita, respondió:
―Sí y ¡la culpa es tuya! Me cortaste cruelmente cuando estaba comiéndome el chochito de María y desde entonces, ando verraca.
Tras lo cual y con una urgencia total, comenzó a saltar sobre mi sexo mientras se pellizcaba los pezones. La velocidad excesiva que imprimió a su cuerpo me obligó a sujetarla, poniendo mis manos en su culo, para evitar que me hiciera daño. La morena al sentir mis garras en sus nalgas, lejos de ralentizar su cabalgar, lo aceleró. Cabreado por su brutalidad, le di un azote mientras le pedía calma. Lo súbito de mi caricia, le hizo parar.
―Sigue, pero tranquila― reclamé mientras le lanzaba otro viaje a su trasero.
Aunque sea difícil de creer, en ese momento, un torrente cálido brotó de su sexo empapando mis piernas por completo. Fue entonces cuando comprendí que le excitaba la rudeza y dándole otra nalgada, le pregunté:
― ¡Te gusta!, ¿Verdad, putita?
― ¡Sí! ― gimió descompuesta.
Su afirmación confirmó lo evidente y por eso, a base de palmadas en su trasero, fui marcando el ritmo mientras ella no paraba de aullar de placer ante cada caricia. El morbo de la situación, pero sobre todo el oír cómo se corría una y otra vez, me obligó a acelerar sus incursiones de modo que, en poco tiempo, Rocío se empalaba aún más rápido que antes. Con sus pechos rebotando arriba y abajo siguiendo el compás de sus caderas, esa zorra buscó mi placer mientras gritaba a los cuatro vientos lo mucho que estaba disfrutando.
Mi excitación, su entrega y ese elevado ritmo hicieron que en pocos minutos estuviera a punto de explotar. Al notar que mi orgasmo era inminente, agarré sus nalgas con fuerza. Roció chilló como posesa al sentir mi glande presionando la pared de su vagina y cayendo sobre mi cuerpo, se corrió sonoramente mientras mi pene expulsaba mi placer a base de blancos proyectiles de semen.
― ¡Dios! ― aulló forzando la penetración.
Completamente exhausta, disfrutó de las ultimas sacudidas de mi miembro, tras lo cual, se desplomó sobre mi pecho. Una vez había saciado mi calentura, la eché a un lado y me incorporé.
―Tenemos cosas que hacer― le dije mientras la levantaba del suelo.
Rocío, con una sonrisa en los labios, me miró satisfecha y saltando de alegría se adelantó. Al ver que se tocaba las nalgas coloradas por los azotes, me reí diciendo:
― Si te duele, espera. Esta noche pienso obligarte a cumplir tu promesa.
― ¿Qué promesa te hice? ― preguntó.
― ¡Qué tu culo sería mío! ― respondí.
Si pensaba que eso la sorprendería, me equivoqué, porque retrocediendo sobre sus pasos, se apoyó en un árbol mientras me decía:
― ¡No tienes que esperar! Mi culo es tuyo.
Solté una carcajada al observar la cara de putón verbenero que puso mientras con sus manos se separaba sus cachetes y sin negar que me apeteciera poseer ese rosado esfínter, decidí no hacerlo en ese momento porque nos habíamos comprometido con María en recoger la fruta.
―Vamos, guapa. ¡Tenemos cosa que hacer!
Hizo un breve intento de amotinarse, pero al ver que me alejaba, corrió tras de mí como si nada hubiese pasado. Ya en la plantación, nos pusimos a recolectar dos bolsones, de forma que, tras una hora de trabajo, decidimos que era suficiente por ese día. Estábamos cerca del poblado cuando de improviso, escuchamos un alarido. Comprendiendo que la única persona que podía haber emitido semejante grito era mi prima, salimos corriendo hacia ella. Esos quinientos metros en plena carrera se me hicieron eternos al pensar que María debía estar en peligro y por eso cuando vi lo que ocurría me eché a reír histéricamente.
― ¡Imbécil! ― me gritó al ver que me descojonaba de ella― ¡Quítamelo!
Reconozco que no pude, tronchado de risa, observé que un macaco se les había subido a los hombros y tal como hacen con otros miembros de su especie, la estaba espulgando el pelo. Rocío en cambio fue mucho más práctica, pues al llegar y ver el “gran problema”, con una sonrisa en su cara, sacó un plátano y llamando al mono se lo dio.
Como si fuera amaestrado, el jodido primate se bajó de mi prima y cogiendo la fruta se la puso a comer mientras su “victima” nos echaba en cara nuestro cachondeo:
― ¡Me podía haber mordido! ― reclamó furiosa.
El problema fue que cuanto más repelaba y más indignada se mostraba, nuestro jolgorio se incrementaba:
― ¡Es un animal salvaje! ― gritó ya hecha una energúmena.
En ese momento, el bicho pareció darse por aludido y acercándose a mi prima, se agarró a su pierna y comenzó a frotarse contra ella como si se estuviera apareando.
― ¡Y en celo! ― recalqué.
Lo grotesco de la escena y nuestras continuas risas, terminaron de contagiar a María que, cogiendo otro plátano, se lo lanzó lejos para que la dejara en paz. Ya más tranquila, peló otro y haciendo como si en vez de una fruta fuera un pene, lo empezó a lamer mientras me decía:
― ¿A ti, primito? ¿No te pongo bruto?
No hizo falta más para que mi polla saliera de su letargo y cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras le decía que era una puta. Mi insulto no solo no la calmo sino azuzó su lujuria y bajando por mi pecho, me empezó a dar pequeños mordiscos. Sus actos que en otro momento me hubiesen parecido imposibles, me recordaron mi papel en esa isla.
“Tenía que complacer a las dos mujeres por igual”
Habiendo retozado esa mañana con Rocío, me pareció lógico hacerlo con mi prima y por eso, la apoyé contra la pared de la choza y separando sus nalgas, me puse a lamer el precioso coño de mi pariente. La postura me permitió también comprobar que su entrada trasera era virgen y tal descubrimiento me determinó a que dejara de serlo. Alternando las lamidas entre sus dos agujeros, fui elevando la temperatura de la cría.
Ya inmersa en el placer, no se quejó cuando introduje mi lengua en su ojete, sino que, pegando un gemido, me dio vía libre para continuar. Al mirar su reacción, me percaté que María tenía sus ojos fijos en algo que sucedía a mis espaldas. Girando la cabeza, comprobé que Rocío, su amiga y amante, se estaba masturbando, viéndonos hacer. Decidido a desflorar esa maravilla, seguí follando su culo con mi lengua mientras mis dedos recogían entre ellos su clítoris.
Su orgasmo no tardó en llegar y recogiendo parte del flujo que salía de su sexo, embadurné dos dedos y con ellos empapados, me dediqué a relajar el culito que me iba a beneficiar. Mi prima, en cuanto sintió mis yemas en su interior, berreó pidiéndome que me la follara.
―Princesa, eso después. Ahora me apetece estrenar tu otro hoyo.
Increíblemente, no había caído en cuales eran mis intenciones hasta que se lo dije y muy nerviosa, me confesó que nunca había hecho el sexo anal.
―Esa enfermedad es fácil de curar― le espeté mientras cogía mi pene entre mis manos y lo acercaba a su trasero.
Temblando, esperó que mi glande forzara su esfínter. Sabiendo que le iba a doler decidí no prolongar su angustia y con un movimiento de caderas, penetré en su interior. El grito que pegó fue muestra del dolor que sintió, pero no se apartó y por eso fui introduciendo lentamente toda mi extensión hasta que rellené por completo sus intestinos. Con lágrimas en los ojos soportó el sufrimiento y cuando esté llegó a hacerla temer que se iba desmayar, sintió que paulatinamente se hacía más soportable. Decidida a no dejarse vencer, empezó a moverse con mi pene dentro de su culo. Rocío, que hasta entonces se había mantenido a la expectativa, se acercó y mientras le daba un beso, bajó la mano a la entrepierna de mi prima. Cogiendo entre sus dedos el botón de María lo empezó a acariciar sin dejar de consolarla al oído.
― ¡Cómo duele! ― murmuró convencida de que el suplicio debía de cesar en algún momento.
Su amiga forzando sus caricias, le dijo que se relajara. Al oírlas, con cuidado empecé a mover mis caderas, sacando y metiendo mi miembro. Los gemidos de dolor se incrementaron momentáneamente pero cuando llegado un momento que se creía morir, el dolor se fue transformando en placer sin darse cuenta.
―Cariño, ¡déjate llevar! ― insistió Rocío al ver que seguía tensa.
Reconozco que, gracias a esa morena, mi prima consiguió relajarse, llegando incluso a ir marcando ella misma el ritmo. Sé que gran parte del mérito se debió a las caricias que su amiga estaba obsequiando a su amiga, pero la realidad es que fui incrementando mi compás hasta que el lento trote de un inicio se convirtió en un galope desenfrenado.
― ¡Me encanta! ― gritó sorprendida de la manera que su cuerpo estaba gozando y ya dominada por la excitación, me rogó que continuara.
Sus palabras fueron el acicate que necesitaba para cogiéndola de los hombros, forzar aún más si cabe la profundidad de mis embistes. Con mi sexo trocado en una maza, seguí golpeando su espléndido culo hasta que, con su cuerpo convertido en una pira ardiente, mi prima logró llegar a un clímax desconocido para ella y pegando un aullido, se corrió ferozmente. Su flujo fue tal que parecía que se estaba meando. Su entrega elevó mi lujuria y uniéndome a ella, exploté en sus intestinos. María al advertir que mi esperma se adueñaba de su culo, chilló de placer y extenuada, se dejó caer sobre la arena.
Rocío haciendo un berrinche ficticio, se quejó de que hubiese estrenado el pandero de María antes que el suyo y mientras descansábamos nos amenazó diciendo:
―Esta noche, espero que los dos, ¡os ocupéis de mí!
― ¿Y si no lo hacemos? ― respondí muerto de risa.
― ¡Llamaré al mono!

Relato erótico: “Reencarnacion 8” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 8

Al despertarme con el sonido de la alarma, aunque he dormido bastante mal pensando en mil cosas a la vez, me levanto con energía. Miro el móvil, donde veo varios mensajes. Algunos de mi hijo, que sigue con su viaje por Londres, junto a su asquerosa novia y la aún más asquerosa Celia. Por lo visto va todo bien, y se lo está pasando genial. Me alegro por él, y porque desde que se marcharon mi casa es un remanso de paz. Luego leo algún otro de David, dándome las gracias por la noche anterior, una gran velada y que espera que podamos profundizar en nuestra relación más adelante. Le contesto amable pero sin florituras, no se da por vencido pese a que anoche tuvo su oportunidad, y le cerré la puerta de golpe. Por último uno de Javier, me resisto a abrirlo, aún estoy molesta con él por dejarme plantada ayer, pero al final lo leo, y me comenta que habló con Celia, que fue algo raro pero que toda va bien, y confirmaba que a las diez estará en mi casa, que está deseando pasar el día conmigo.

Miro la hora y son casi las nueve y media, me levanto de un salto y se me dibuja una sonrisa en la cara mientras me doy una ducha rápida. Estoy recordando la conclusión a la que llegué anoche, Javier y nadie más. Hoy voy a pasar todo el día con él y aún quedan un par de semanas hasta que regresen todos lo que podrían evitar que me divierta con mi particular galán.

Al salir del baño, declino la opción de peinarme mucho y maquillarme, vamos a la piscina y sería perder el tiempo, además tampoco me hace mucha falta para estar preciosa, siendo sincera.

Tardo un rato en escoger el bikini que voy a llevar, por un instante el apuro me hace coger un viejo bañador negro de cuerpo entero del armario, pero se me pasa, y me pongo uno de los nuevos, apenas unos triángulos blancos por delante y por detrás de mi cadera, unidos por cordones finos a los costados, y la sensación de ir enseñando gran parte de mis nalgas me hace sentir traviesa, y me gusta. La parte de arriba no es mucho más grande, mientras que los lazos a mi espalda son igual de pequeños que los de la parte de abajo, en este caso los cordones que recorren mi cuello son más anchos, ya que con mi generoso pecho y el paso de la edad, es mejor llevar mis senos bien sujetos. Me deleito con mi imagen en el espejo, estoy para comerme. Luego me pongo una amplia blusa blanca, de un solo hombro con algún dibujo en la parte delantera, dejando ver por las oberturas casi todo mi torso y que no tapa más allá de mi ombligo, con unos shorts vaqueros marcando mi trasero.

Al ponerme las sandalias, suena el timbre. Son la diez y mi chico llega puntal. Cojo un bolso grande donde meto todo lo del bolso pequeño que usé ayer, y en una bolsa meto crema solar del armario del baño, y un pequeño tanga limpio para cambiarme. Me pongo unas grades y oscuras gafas de sol, busco una toalla amplia, y bajo alegre por las escaleras al portal. Me atuso el pelo rubio a mi gusto, y salgo a la calle.

Javier está allí, de pie, con una enorme sonrisa al verme lanzarme contra su pecho, donde me abraza y me da un montón de besos en la frente. Dios, es como la noche y el día, estar en sus brazos me hace volar. Encima está guapísimo, con unas gafas de sol negras, un polo rojo pegado a su poderoso torso, y un bañador azul marino bastante corto enseñando gran parte de las piernas, y un abultado paquete. Me encana que tenga la seguridad en sí mismo de ir así.

-JAVIER: Hola preciosa mía, me alegro mucho de verte y de que no estés cabreada conmigo por lo de ayer.

-YO: Yo también me alegro de verte, y no te preocupes, al final me lo pase bien con mi jefe.- me alejo un poco y le golpeo en el pecho con uno de mis dedos, acusadora. –pero que no se repita eh, o me enfadaré de verdad. Por esta vez te libras invitándome a un helado.

-JAVIER: Vale, vale, lo capto. Lo siento de veras…y lo del helado está hecho.

Alza las manos en acto de sumisión, sabe que me dolió pero que no lo admitiré. Le miro con algo de desdén, solo para cerrar ese capítulo, y tomándole del brazo, doblamos la esquina para entrar al garaje del bloque de edificios, donde cogemos el coche.

No dejo de notar las miradas subidas de tono de Javier, está coméndame con los ojos, y me fascina que lo haga. Supongo que él no se da cuenta de que yo hago lo mismo.

Llegamos a mi vehículo, meto la toalla en la parte de atrás, y ya estamos listos para salir de camino a la piscina municipal más cercana.

-YO: Bueno, ¿Y qué tal con Celia? – me resigno a preguntar tras unos minutos de trayecto en silencio.

-JAVIER: Bien, la verdad es que la echo de menos, desde que se fue a estado muy desconectada y fue genial hablar por el ordenador un rato.

-YO: Pero me dijiste que había algo raro ¿No?

-JAVIER: Si, es que al principio fue muy fría, luego charlamos un par de horas y mejoró, aunque al final…

-YO: Dime.

-JAVIER: Es que no sé, en mitad de la conversación entraron varios del grupo del viaje, y llegó tu hijo… con la novia, y empezaron a molestarnos, para que luego se la llevaran y me dejara casi sin despedirse. No me gustó.

-YO: Es un feo detalle, pero tampoco me extraña viniendo de Carlos y su novia.

Voy conduciendo pero me doy perfecta cuenta de que está preocupado, no le gusta que Carlos pueda influenciar a su chica, y la verdad es que Celia es buena chica, por mucha envidia que le tenga. Si cambia su forma de ser por encajar en el grupo no creo que a Javier le haga mucha gracia.

-JAVIER: ¿Y tú qué con tu jefe? –cambia de tema no muy sutilmente.

-YO: Muy bien, la verdad, cenamos y nos reímos mucho, fue divertido. Luego me acercó a casa y nos quedamos en el coche un rato, pero luego se marchó, ya era tarde y debía madrugar para verte. – le sonrío.

Puede ser mi imaginación, pero al decirle que no hubo nada, juraría que apretaba los labios y el puño en señal de alegría. Luego me acaricia el brazo con ternura y me mira con fuerza, tanta que me ruboriza.

-JAVIER: Casi que mejor, Laura, vales mucho más que para ser la típica secretaria que se tira al jefe, y aunque eres mayorcita para saber lo que haces, me siento orgulloso de ti.

Me deja blanca esa madurez de su parte. Le sonrío cohibida, mientras trato de mantener la compostura. Puede parecer una bobada, pero que él se sienta orgulloso de mí, me hace notarme genial y me da un bienestar completo. Le copio el truco de anoche a mi jefe y poso mi mano en su rodilla, apretando con cariño.

-YO: Muchas gracias Javier, eres un encanto y te estás convirtiendo en alguien muy importante en mi vida, te aprecio mucho y espero que podamos seguir con nuestra relación mucho tiempo, eres un hombre ya, y me gusta mucho lo que veo en ti.

-JAVIER: Eres la mejor.

Aprovechando un semáforo se vence sobre mí y me abraza lateralmente, dándome varios besos en la mejilla, que correspondo con alegría. Le acaricio el rostro cuando se aleja de nuevo, y la mirada cómplice me dice que él me necesita a mi tanto como yo a él, no creo que tenga el mismo tono romántico que yo, pero está claro que hay un vínculo especial entre ambos.

Pongo el aire a toda potencia cuando salimos a carretera, el sol de finales del verano hace que pasadas las diez de la mañana ya estemos a treinta y dos grados. Siempre he tenido la sensación de que en Madrid el calor es más asfixiante, por el hecho de no tener mar cerca, y de que es una jungla de cemento y asfalto. Pasados unos kilómetros tomamos un desvío y nos encontramos con el acceso al parking de la piscina atascado de vehículos, y gente por las cunetas cambiando cargados con neveras portátiles, bolsas, mochilas y toallas. Es un suplicio pero tras media hora de quejas y recriminaciones, logramos acceder y aparcar casi de milagro. Es un alivio no cargar casi nada ya que la tortura continua, al cruzar el solar que hace de aparcamiento, llegamos a los puestos donde se compran las entradas, y la cola de gente se pierde entre unos árboles que hacen sombra. Lo más increíble es que aún faltan diez minutos para las once, que es cuando abren.

Pasamos un buen rato hablando de cosas banales entre Javier y yo, o alguna señora mayor que no pierde la oportunidad de charlar con alguien mientras se queja del calor. Nos hacemos unas fotos, cada uno al otro y luego juntos, le encanta mi sonrisa en cada instantánea, y me pregunto si es por él o porque soy feliz.

Avanzamos cuando abren las taquillas, por suerte han abierto todas y en poco tiempo sacamos las entradas. Empieza la carrera, la gente sale disparada para cruzar un puente sobre un riachuelo sin casi agua, que antaño era caudaloso y hacía las veces de piscina natural hasta que inauguraron el polideportivo. Luego tomamos una amplia avenida con gente usando las pistas de tenis, pádel, skate, futbol sala y hasta pelota vasca. Al llegar a un restaurante, la gente deja de correr y empieza una segunda cola de acceso al recinto acuático. En una mesa con sombrilla un señor vestido de seguridad, nos va diciendo que pasemos en orden y repasa las normas de la piscina. Pasamos por el lateral de un campo de rugby en fila, donde unos setos nos impiden ver lo que ya se oye y se huele, la piscina.

Llegamos a los vestuarios y en la entrada nos piden los tickets dos trabajadores del recinto. Pasamos a una antesala donde se pueden dejar las mochilas, ropa o bolsas en consigna, donde yo meto mi bolso en la mochila de mi acompañante, y la dejamos allí convenciéndole de que abandonemos los móviles por seguridad, cogiendo las toallas y la crema solar sin más. Javier me da un abrazo de “lo hemos logrado” antes de separarnos unos instantes. Él se marcha por un lado y yo por otro, cada uno a sus vestuarios según su sexo, donde me encuentro a un montón de mujeres medio desnudas. Paso al baño un momento para asearme y poner todo en su sitio, y salgo por la zona opuesta.

La estampa de Javier sólo con las bermudas allí de pie entre el gentío, me deja sin aire, aunque disimulo y me acerco como si nada. Tiene un aspecto increíble con las gafas de sol y la toalla echada al hombro, desprende seguridad, hombría, desparpajo y sobriedad cruzado de brazos por el pecho, con el torso descubierto y las piernas grandes y poderosas.

-JAVIER: ¿Y sales aún vestida? – dice con picardía.

-YO: Claro, me daba un poco de cosa en los vestuarios.

-JAVIER: ¿Por qué? – me pilla descolocada

-YO: Bueno, ya sabes, tanta chica joven luciéndose, y me daba algo de apuro. – se me queda mirando anonadado.

-JAVIER: No te entiendo, Laura, eres la mujer más preciosa del mundo, son ellas las que tendrían que envidiarte.

-YO: ¿De verdad lo crees? Mira que aún no me has visto en biquini.- sé que soy preciosa, pero me gusta ponerle a prueba.

-Javier: Claro que sí, boba…ven aquí.

Extiende su mano hacia mí, que me acerco sin saber qué va a hacer, parece que me va a abrazar, me relaja la sensación hasta que siento que coge de mi blusa y tira de ella por sorpresa sacándomela por la cabeza. Me aseguro de que mi cabello cae como oro líquido ante sus ojos y me cubro un poco avergonzada, pero él casi me exhibe a los demás.

-JAVIER: Mírate, estás para comerte, así que no me vegas con tonterías, que eres una mujer de bandera y lo sabes.

-YO: Vale.

Lo digo como si me hubiera convencido de que soy hermosa, pero es para esconder que me ha calado buscando el halago fácil.

Damos una vuelta buscando sitio, las mesas de jardín que ponen a cada extremo de la piscina, al lado de puestos pequeños del restaurante, están ya llenas, así que nos dirigimos a la zona interior, donde hay un solario con césped, una temeridad por el calor a estas horas. Así que encontramos un hueco en un techado verde alargado que hay al borde de la orilla, que da sombra.

Ponemos las toallas juntas y nos sentamos para relajarnos un rato. Pidiendo permiso, coge el bote de crema y se embadurna el cuerpo entero, no le quito el ojo de encima, y lo mejor es cuando me pide que le eche por la espalda, cosa que hago encantada. Sentir su piel y jugar a darle un masaje me enciende. Tras echarme un poco de crema en las piernas y brazos, decido quitarme los shorts de la forma más sensual que pueda, dejándole boquiabierto, algo que ni disimula. Acude presto a echarme crema y al sentir el frio del ungüento mezclado con sus dedos me calienta aún más. Aparta con una mano mi espesa melena y repasa cada centímetro de mi dermis. Cuando acaba me da un abrazo por detrás y me besa en el cuello de forma tierna.

Doy gracias a que la piscina está cerca, estoy segura de que si sigue tocándome así, pronto echaré fuego.

Nos sentamos unos minutos a esperar que la crema se absorba, y dejando de lado las miradas coquetas ente ambos, dándonos un festín entre nosotros, me percato de algo. Nadie, ni en el aparcamiento, ni las señoras con verborrea, ni en las taquillas, así como la gente del camino, o el vigilante, ni los operarios, ni la chica de la consigna… nadie nos ha mirado con gesto de desagrado. No es que tema que me vean desagradable, es el hecho de ir con alguien casi veinte años menor que yo al lado, pero nadie ha parecido darse cuenta. Asumo que la diferencia de edad está solo en mi cabeza, con treinta y siete puedo pasar por una de treinta por mi buen físico y belleza natural, él, con esa barba, algo de pelo en pecho y piernas, con un físico poderoso, aparenta bastante más que sus diecinueve años. No era algo en lo que hoy hubiera pensado hasta este momento, pero sí que siento un profundo alivio.

-YO: Muchas gracias por traerme.

-JAVIER: Gracias a ti, boba, que si no fuera por ti no hubiera visto el agua en todo el verano. –sin más se tumba y tira de mi para que me acomode a su brazo, usándolo de almohada.

Me rodea por la cintura y me pega a su cuerpo. El besito en la cabeza me saca una sonrisa, y trasteo con una de mis piernas encima de las suyas. Sentir sus dedos recorrer mi hombro me encanta, y al notar cómo se hincha su pecho ante mis ojos me lleva a poner mi mano allí, palpando su respiración, y advirtiendo el fuerte latido de su corazón. Pasa un rato en que no recordaba sentirme tan contenta. Se alza, y me quedo perpleja al verle repasar mi espalda con sus manos, que luego recorren mis brazos mis piernas y mi cintura.

-JAVIER: Creo que ya ha absorbido toda la crema tu piel, así que, yo me muero por entrar al agua.

Asiento cuando se pone en pie, dejamos las gafas de sol escondidas entre las toallas, y él no pierde detalle de cómo me levanto sacando culo, ni él ni varios de alrededor. Yo me fijo más en el abultado paquete de Javier, que o bien la tiene literalmente como un caballo o luce una semi erección bajo el escueto bañador. La realidad es que no muestra ningún tipo de rubor por ello, y me toma de la cintura acompañándome.

Los escasos quince metros hasta las duchas son un infierno. Pese a las sandalias siento las baldosas del suelo arder, y hasta el grifo metálico está ardiendo. El contraste con el agua fría es terrible, así que me mojo las manos primero, para humedecerme la nuca y los brazos. Me rio de los aullidos de sufrimiento de Javier, que se ha metido de golpe bajo el chorro, y se está frotando todo el cuerpo. Luego meto la cabeza mojándome el cabello y echándolo sobre un solo hombro. Mi acompañante intenta abrazarme, está empapado de agua fría y quiero huir entre risas, pero me agarra del brazo, pegándome a su cuerpo de nuevo, y asegurándose de que me moja todo lo que puede. Es algo entre sensual y divertido, y ambas cosas me recuerdan a cuando era feliz, hace ya lo que me parecen siglos.

Como joven que es, se lanza al agua desde el bordillo, salpicando un montón de agua. Yo me acerco al mismo, y me siento dejando que las piernas cuelguen, apoyo los brazos hacia atrás y dejo que el sol me haga brillar, es una sensación peculiar el calor del astro sobre tu piel, y debo estar preciosa ya que Javier me mira anonadado, medio agachado en el agua.

La piscina es muy grande, una “L” con una zona para críos aparte que cubre por las rodillas, y otra grande olímpica paralela, unidas por una abertura. Eso hace que la mayor parte de la profundidad sea la misma, un metro sesenta pelado.

Mi chico se pone en pie y su torso mojado hace que me muerda el labio, se echa el pelo hacia atrás y se acerca con el nivel del agua por el vientre. Me abre de piernas y se mete entre ellas, abrazándome por la cintura y besándome en el cuello. La sensación me eleva y le rodeo con mis brazos.

-JAVIER: Hemos venido a mojarnos ¿No?

Con todo su descaro me coge de los muslos y me carga sobre él, metiéndome en el agua hasta la cintura. Doy unos cortos gritos entre la risa y la sensación de frío, quiero escalar sobre su pecho, notando su nariz en mis senos. Él sonríe pero no me suelta, y de vez en cuando baja un poco para que me vaya mojando entera. Llega un momento que temo sacarle un ojo, mis pezones están duros y la tela del biquini ya los marca con nitidez, pero el roce es demasiado placentero para alejarme, sintiendo con el ajetreo su miembro rozándome el pubis. Es delicioso y sus ojos me miran, me admiran mejor dicho, es tan feliz como yo por la situación.

Me siento liviana entre sus brazos, y tras varios amagos que humedecen mis senos, ya estoy casi totalmente mojada, me falta la cabeza. Me permito el lujo de sujetarme de su nuca, y usando su cintura de eje, me venzo hacia atrás para hundirme del todo, él me ayuda sujetándome de los riñones, y cuando emerjo con todo el cabello pegado a mi cuerpo y los ojos azules brillando pegados en él, siento cómo me desea. Más allá de que tenga novia o yo sea la madre de su mejor amigo, es un adolescente y se lo noto. De algún modo se controla, y por fin me suelta, dejándome posarme en el suelo, donde se evidencia la diferencia de altura, ya que el agua me llega casi al pecho.

Nadamos orbitándonos el uno al otro, agachados para dejar solo la cabeza a flote. Nos salpicamos agua y durante un rato me olvido del juego. Buceamos, hacemos el pino, hablamos de anécdotas de piscina, solo somos dos personas pasándolo bien y disfrutando de un baño en un día caluroso. Luego nos acercamos, hay algún roce leve, pero al ir caminando, llegamos a la rampa de acceso a la olímpica y la profundidad aumenta, hasta el punto en el que a él le llega por los hombros y a mí me cuesta sacar la cabeza al ir de puntillas. Se me acerca con cuidado y me toma en sus brazos de nuevo.

-YO: Gracias, ya no llegaba al suelo.

-JAVIER: Tranquila, yo te llevo.

Y me subo a su pecho, como al principio, sé nadar perfectamente pero no desperdicio la oportunidad. Le rodeo con mis piernas, mientras me agarro a su cabeza con una mano, con la otra hago equilibrios sobre el agua y de vez en cuando coloco el biquini de mi pecho, ofreciéndome a él, que tiene cara de querer devorarme cuando lo hago.

Nos metemos en la zona más profunda, ni él hace pie ya, y tras soltarme, nadamos a uno de los laterales, dónde me agarro al bordillo. Javier acude a mi espalda y se agarra al bordillo también, pero pegando su pecho a mi espalda, protegiéndome o aprovechando para rozarse, me da igual, me gusta cómo me trata. Luego jugamos a tocar el suelo hundiéndonos, a aguantar la respiración y alguna aguadilla inocente.

Me canso un poco de mantenerme a flote y aprovecho que le tengo justo detrás para alzarme sobre el bordillo, mostrándole mi trasero en primer plano, y con un giro hábil, me siento en el borde. Me escurro el pelo hacia un lado y me aprieto los senos para lucirme de nuevo, gesto que es para echar el agua acumulada en la copa del biquini. Javier no tarda en acudir, y pasando sus manos por encima de mis piernas, donde se agarra, apoya su cabeza en mi muslo. Me resulta tan tierno y erótico que le acaricio la cabeza, entrelazando mis dedos con su cabello húmedo. Creo que si no es por el cloro del agua, percibiría el aroma a hembra que sale de mí, su nariz, ligeramente torcida, apunta directamente a mi sexo.

Nos pasamos un buen rato así, noto sus dedos haciendo círculos en la piel de mis muslos, y con el movimiento del oleaje de vez en cuando acomoda la cabeza de nuevo. Le acaricio la cara cuando el sol casi me ha secado por completo, alza la mirada y sonríe al verme observándole con cariño. Durante un instante me tienta besarle sus carnosos labios, pero es él el que se apoya en el borde y se eleva, me besa en la mejilla, un montón de veces, luego por el cuello y ya cayendo, me hace cosquillas al sentir sus labios rozando la piel de mi clavícula.

-YO: ¿A qué viene esto? – consigo decir entre risas.

-JAVIER: A que estás espectacular, ahora mismo es…es como si brillaras, pareces radiante.

-YO: Será el sol. – digo por evitar ruborizarme.

-JAVIER: Puede ser, aunque me gusta pensar que soy yo quien te hace feliz. Verás, es un poco egoísta, pero nunca había sentido una conexión así con nadie, me siento muy cómodo contigo.

– YO: Te entiendo perfectamente, siento… siento lo mismo, desde que falleció mi marido…pues me he sentido sola y tú me has hecho salir del cascarón donde me encontraba. – no me creo la conversación, nos estamos abriendo el uno al otro sin miedo – Además, tú también luces genial ahora mismo.

-JAVIER: Será por el sol.

Reímos, bromeamos para quitarle algo de peso al momento. Javier me mira sonriendo, y se echa a un lado para salir de un tirón del agua, poniéndose en pie, de inmediato se sienta detrás de mí, y me rodea con sus manos por el vientre. Me besa en el hombro, donde pone su barbilla, y yo me apoyo en su pecho, gozando al sentir su nariz haciéndome cosquillas detrás de la oreja, mientras acaricio sus antebrazos, o paso la mano por encima de su cabeza y le aprieto de la nuca sobre mí. Es algo más que disfrutar del momento, tengo la sensación de sentirme querida, por alguien que sabe que le quiero, y aunque no lo digamos con palabras, sé que es una vedad irrefutable.

-JAVIER: Dios, llevo aquí cinco minutos y ya me estoy asando, no sé cómo has aguantado tanto… – se separa un poco.

-YO: ¿Nos damos un chapuzón de vuelta a las toallas?

Asiente, me toma de la cintura, y de un simple tirón me echa sobre el agua. Cuando emerjo riéndome se tira a mi lado, y reímos. Cuando llegamos a la zona menos profunda jugueteamos a agarrarnos y acariciarnos. Todo parece muy normal aunque le quiero ver el lado sensual a todo lo que ocurre.

Una vez que llegamos al bordillo por donde entramos, Javier sale primero, y me ofrece su mano para ayudarme a salir. Lo que hace es que cuando estoy arriba, me empuja de nuevo al agua. Me quejo como una cría alegre, lo que soy en sus manos, y tras no fiarme de él, subo sola la siguiente vez. Pone cara triste pero se despista y haciendo acopio de todas mis fuerzas logro echarle al agua. Sale riéndose a carcajadas, maldiciendo y jurando venganza cuando sale. Pongo mi mejor cara de madre, y con gestos le digo que tenga cuidado, se le pasa el “enfado” y se gira, cosa que aprovecho para lanzarme contra él de nuevo, pero esta vez se da cuenta antes, y sin más opción que caer al agua, se agarra a mi espalda, y una de sus manos termina en mi trasero sujetándolo con fuerza, para que caiga con él.

Una vez en el agua seguimos riéndonos, pero una aguafiestas vestida de socorrista, nos pita con un silbato desde la lejanía, diciéndonos que está prohibido empujar a la gente. Con caritas de niños buenos, salimos del agua vigilándonos por si se nos ocurre intentarlo otra vez, y me fijo que Javier me mira por detrás sin disimulo. Me giro de forma sensual y me doy cuenta de que tengo la parte de abajo del biquini tan metida entre las nalgas que me queda un tanga. Me lo arreglo sin darle demasiada importancia. Le leo en la mirada que me quiere tirar de nuevo, y hasta amaga con hacerlo, pero ni corta ni perezosa le suelto un azote en el culo, señalándole acusadora.

-JAVIER: Que confianzas te tomas eh…

-YO: Anda que tú, que me has tirado al agua cogiéndome del trasero, listo. – caminamos hacia las toallas, y voy con aires de suficiencia para dejar claro que no me ha molestado que lo hiciera.

-JAVIER: Ha sido sin querer mujer – le miro traviesa – aunque debo decir que me ha gustado, lo tienes muy durito, como me gustan.

-YO Mira al otro, si ahora te gusta mi culo.

– JAVIER: Lo dices como si me tuviera que parecer feo.

– YO: ¿Con el pedazo de retaguardia de tu novia te vas a fijar en el mío?…Claro – el juego prosigue, y le tiento a ver por dónde sale.

-JAVIER: Laura, a ver, que el de Celia es muy grande y me gusta, pero el tuyo es… precioso.

-YO: Muchas gracias, mis horas de gimnasio me cuesta mantenerlo así de bonito.

-JAVIER: Cierto, dan ganas de agárralo y no soltarlo. – me da un toquecito con el hombro.

-YO: Pues por mí no te cortes.

Casi ha sido mi subconsciente el que ha hablado, estoy a punto de retractarme cuando me doy cuenta de que no tengo porqué, y me recuerdo que vengo a divertirme todo lo que él me deje. Me he sentido tan cómoda que el juego me ha llevado a esto. Así que me giro al llegar a las toallas, y le ofrezco mi trasero.

Javier pone los brazos en jarra, incrédulo me mira algo dubitativo, y yo, con seguridad contoneo las caderas ante él. Tras unos segundos eternos, posa sus manos en mi culo, y no con suavidad, una mano por nalga y apretando con gusto. Me muerdo el labio desando que no me suelte de verdad.

-JAVIER: Joder Laura, vaya trasero, en serio, es como la pared de pelota vasca de ahí fuera…

-YO: ¿Por qué?

-JAVIER: Porque me dan ganas de estrellas mis pelotas contra él.

Me parto de risa, me ha encantado el chiste, y de remate lo ha cerrado con una buena palmada en mi nalga. A continuación va a tumbarse boca abajo en la toalla, como si nada, pero es evidente, tiene una erección enorme, se lo noto cuando se ladea para acomodársela.

-JAVIER: Perdona la broma, no quiero que te sientas mal. – me siento a su lado boca arriba, poniéndome las gafas entre risas aún, y relajándome un poco.

-YO: Que va Javier, no te preocupes, ojala tuviera alguien que me tocara el culo.

-JAVIER: Ojalá estuviera la que me deja tocárselo…- dice cómplice, y sonreímos.

-YO: ¿A ti te molesta esto? – y le doy una palmada en su trasero, pero esta vez se lo agarro, deleitándome con descaro. – ¿A ti te molesta?

-JAVIER: Para nada.

-YO: Pues a mi menos, solucionado.

Y me tumbo cerrando el tema, deseando que cale la idea en su mente de que puede manosearme el trasero sin reproches.

Al rato noto el sol dándome en las piernas, el astro se mueve, y con él la sombra, así que decido ponerme morena como dios manda. Me estiro boca abajo y deshago el nudo a mi espalda, metiendo la tela de la parte de abajo entre las nalgas de nuevo. Lo hago sin segunda intención pero al fijarme Javier me está devorando con los ojos. Unos minutos después decide seguirme, y se da la vuelta, remangándose las ya de por sí cortas perneras de su bañador, macando un paquete enorme, aunque parece que ya tiene el miembro más tranquilo.

Tardo en decidir si darme la vuelta y hacer top less, nunca la he hecho pero me siento tan traviesa y cómoda con Javier, que pienso en tentarle aún más. No me atrevo y solo me doy la vuelta asegurándome de darle buena línea de visión a él y a nadie más, aunque todo el que pasa me mira, y hasta algunos chulos, con torsos marcados, alardean cerca. Yo no les hago caso, y aprovecho para remangar un poco más el biquini por mi pubis, lo justo, porque si lo bajo más mostraré mi pequeño triángulo de vello púbico.

Veo que Javier se pone en pie, y tras excusarse, regresa con un bote que tenía en su mochila, es un spray bronceador que se echa por el cuerpo. Le ayudo de nuevo, pero no me ato el cordón a mi espalda, solo me sujeto el biquini con una mano en los senos. Cuando termino, me tumbo y le pido que me la extienda por el cuerpo. Suspira con cada pasada por mi espalda y mis piernas, se atreve a bajar tanto que mete sus dedos por dentro del “tanga”, y al acabar, me toma la palabra y me palmea el trasero. Me encanta que lo haga, es la señal de que será una costumbre en nuestra relación.

Tras una hora tostándonos al sol, dando vueltas para igualar el tono de piel por todos lados, arrastramos las toallas hasta la sombra. Con la tontería son casi las tres y los puestos del restaurante están llenos ya de gente. Javier se pone la camiseta y yo le imito poniéndome la blusa y los shorts, aunque no los cierro por comodidad. Vamos a la consigna a coger el monedero, y aguardamos media hora en la cola para pedir la comida. Entre un chorreante bocadillo de panceta que se pide él, y otro de tortilla que elijo yo, compramos un par de botellas de agua fría y nos vamos a comer sentados en las toallas.

Charlamos de la universidad, me cuenta que lo está llevando bien y espera no fallar ninguna asignatura, su familia no puede permitirse que suspenda. Yo le hablo de mi trabajo y de algún que otro cotilleo. No sé como lo hacemos pero la conversación fluye si parar.

Al terminar recojo todo un poco mientras él va al baño. Cuando regresa, lo hace con un par de helados tipo sándwich de galleta con nata. Le como a besos por ello, me encantan, y nos los tenemos que comer a toda prisa, el calor es tal que sólo del trayecto ya se han medio derretido. Javier juega y me mancha la nariz de nata, yo le pringo el brazo, y al final tenemos los dedos tan manchados de galleta derretida que me chupo los dedos para limpiarlos. Él no quiere hacerlo para limpiarse, y sin servilletas, me lanzo a meter sus dedos en mi boca, dejándolos impolutos. No es muy sutil pero me encanta el sabor, y me sonroja la cara de gusto que pone al verme hacerlo, entre risas, mirándole a los ojos.

-JAVIER: Bueno, pues ahora un bañito ¿No? – se pone en pie y se quita la camiseta, lo hace con naturalidad pero ese gesto me enloquece.

-YO: Ahora no, hay que esperar un par de horas.

-JAVIER: Que va, si eso del corte de digestión es mentira.

-YO: Como sea, yo no voy.

-JAVIER: Venga, es solo un chapuzón. – se me acerca, coquetea y trata de desnudarme entre juegos, queriendo convencerme.

–YO: Para, no quiero, me apetece echarme un rato, no he dormido bien.

-JAVIER: ¿Me echabas de menos? – dice burlón.

-YO: Pues un poco si, estos días durmiendo juntos han sido muy buenos para mí, y esta noche no estabas. – me toma del mentón y me hace mirarle.

-JAVIER: Pues aquí me tienes, nos echamos una siesta y luego chapuzón ¿Vale?

Al verme asentir feliz, me besa la mejilla, y nos vamos al solario, ahora mismo hay una sombra en el césped, en una esquina banca, y antes de que se ponga nadie nos hacemos con el mejor sitio. Extendemos las toallas y Javier se sienta apoyando la espalda en el rincón. Es él el que se abre de piernas y tira de mí para que le use de colchón, sentada de medio lado. Me coloca tan pegada a él que noto su miembro en mi cadera. Me rodea por la cintura y apoyo la cabeza en su pecho. Siento sus dedos recorrer mi silueta antes de caer dormida.

Es raro, me despierto por el ruido de la piscina, del ambiente, es como si alguien hubiera subido el volumen de golpe. Me avergüenzo de estar casi babeando sobre el tórax de Javier, que me mantiene sujeta pegada a él. Nos hemos debido de mover ya que él tiene una postura diferente y yo estoy algo girada. Mirando a mí alrededor observo cómo varias familias y parejas se despiertan del mismo modo. La hora de la siesta terminó, y todos acuden a darse un baño.

Dejamos las tollas donde están, según el ángulo del atardecer ya nos toca sombra hasta irnos. Voy a los aseos y al regresar me quito la blusa y los shorts. Noto su mano acariciando mi cintura, los pantaloncitos me han dejado las marcas por dormir con ellos, y las repasa con las yemas de los dedos.

Él se quita la camiseta, y dejamos las chanclas allí. Sentir el césped fresco en los pies es una gloria, pero al llegar a las baldosas siguen ardiendo. Javier camina dando saltitos pero yo no puedo, así que regresa a por mí y me carga a su hombro. Cuando llegamos al bordillo me baja, allí el agua salpicada templa el suelo. Nos damos una ducha rápida y cuando nos acercamos al bordillo le doy una palmadita en el trasero para animarle, y proseguir el juego. El sonríe alegre y me toma de la cintura, haciéndome dar un salto para montarme sobre su cuerpo, esta vez usa sus manos en mi trasero con tranquilidad y me prepara para salta al agua y justo antes de saltar me da una fuerte palmada en el culo. El chico empieza a entender que puede hacerme lo que quiera, no le voy a frenar.

Una vez en la piscina, se repite la rutina de por la mañana, paseo, roces y alguna aguadilla sutil, pero ahora estamos mucho más cerca el uno del otro, agarrándonos y metiéndonos mano con cierto disimulo. Él es tan grande que me maneja como quiere, y le dejo. Para poder jugar con él, aprovecho cuando sale a tomar aire y le salto encima, muchas veces le meto una teta en la boca a posta, y me encanta verle tratar de no chuparla o morderla, lo hago todo el rato porque me vuelve loca el roce, y que sea él más. Luego se deja caer sobre su espalda y nos hundimos juntos, y lo que pasa debajo del agua allí se queda, pero al emerger más de una vez nos tenemos que poner los bañadores en su sitio.

Al llegar a la zona profunda me pego de espaldas a la pared y él se apoya en el bordillo de cara. Le abrazo con piernas y brazos por el torso, como si fuera un koala en una enorme rama. Dejo que sea él quien se acerca y se aleja, hablando de la gente y bromeando del anciano tan moreno que da vueltas a la piscina, de la chica aquella en top less, del grupo de chicos tirándose a la piscina haciendo acrobacias para impresionar al grupo de chicas, de las tetas de aquella o del paquetón de aquel otro.

Me lo paso bien, casi me recuerda a una época feliz con Luis, mi fallecido marido, pero me doy cuenta de que cada vez que noto el miembro de Javier en mi pubis por el oleaje, se aleja un poco. Supongo que es una barrera aún para él.

Regresamos a las tollas en una especie de carrera a nado. Mi buena forma física me hace no quedar descolgada ante su potente brazada. Salimos y nos damos una ducha para quitarnos el cloro, al pasar por detrás de mí, noto una palmadita suya, y se la devuelvo rápida y fuerte. Regresamos a las toallas entre risas, y las extendemos al sol, repitiendo un poco el ciclo de cremas y exponer la piel a los rayos uva, y a los ojos del otro.

Son las siete de la tarde, y aunque aún falta una hora para que cierren, estoy algo cansada y esperar a que salga toda la gente asegura un atasco. Así que vamos a la consiga a recoger todo, luego a los baños, cada uno al suyo. Me quito el biquini y me pongo el tanga minúsculo que llevaba en el bolso. Sopeso al idea de quitarme también la parte de arriba del biquini, pero no llevo sujetador de repuesto y la blusa es tan amplia que en cualquier gesto enseño los pechos por las oberturas de los brazos, así que me dejo la parte de arriba, el pelo aún húmedo ya es suficiente reclamo.

Mientras me visto sopeso al imagen ante mí, muchas mujeres desnudas de nuevo, y me imagino a Javier, rodeado de un montón de hombres también desnudos, y su miembro enorme, deduzco, colgado. Esa idea me excita. Una vez lista salgo por el lateral del campo de rugby. Mi galán ya me espera, con un pantalón corto del mismo color que el bañador, que llevaría en la mochila.

No somos los únicos que tienen la idea de salir antes, mucha gente ya está en camino, pero bastante menos que la que habrá en una hora. Pensando en ello descubro que estoy caminando pegada a Javier, que tiene un brazo por encima de mis hombros, y mi mano está metida en el bolsillo trasero de su pantalón. No tengo ni idea de cómo hemos llegado a esta postura tan de pareja, pero mi mano se da un festín sintiendo su nalga moverse, apretando y soltando alguna que otra vez. Y así se queda hasta que salimos al aparcamiento.

Me da una palmadita cuando nos separamos, y nos metemos en el coche. Durante el trayecto no paran las caricias y carantoñas de ambos, dando las gracias al otro. Javier comenta lo loco que debe esta Thor de estar todo el día solo en casa. Así que nos pasamos por su casa primero para recogerlo, y dar un largo paseo. No se equivocaba, el perro salta como loco al pasar a recogerle, y durante media hora no deja árbol sin marcar. Luego subimos a su casa unos minutos, se ducha mientras juego con el animal.

-YO: Qué solitaria está la casa ¿No? No se oye nada. – le comento abstraída cuando regresa sólo con unos bóxer ajustados puestos

-JAVIER: Ya, es lo que tiene ser una casa de estudiantes en verano, los demás están de vacaciones.

– YO: Te aburrirás aquí.

– JAVIER: Tampoco es que haga mucha vida con ellos, pero sí que se echa algo de menos ruido en casa.

– YO: Lo mismo digo, aunque en mi caso no sé si prefiero una casa vacía o que regrese Carlos…con la otra.- sonreímos ambos.

-JAVIER: Oye, pues no sé, se me ocurre que hasta que regresen del viaje, podría irme a tu casa unos días. – abro la boca ilusionada, no se me había ocurrido pedírselo. – bueno, si no te molesta, es que si nos sentimos algo solos los dos, nos podemos hacer compañía, y si voy a dormir en tu casa es un poco absurdo estar yendo y viniendo, dejando a Thor solo.

-YO: Claro, no hay problema, es más, me encantaría.

Sin más, cogemos una maleta y metemos algo de su ropa y las cosas de Thor. Se viste con el mismo pantalón corto de antes y una camiseta blanca limpia. Bajamos al coche y vamos a mi casa. El animal está encantado de tenernos a ambos en el trayecto, y hociquea mientras conduzco, feliz entre las piernas de Javier, que apenas puede mantenerle quieto.

Al llegar a casa aparcamos y subimos sus cosas, le dejo instalarse mientras voy a darme una ducha para quitarme el sabor a cloro de la piel, y al salir me pongo un tanga pequeño y un camisón blanco de satén nuevo, más largo y más escotado que los viejos. Me hago un moño por el calor, y salgo al salón. Me siento al lado de Javier, y descansamos un rato, mientras jugamos con el perro y vemos la televisión.

Un rato después me voy a la cocina a hacer la cena, y él me sigue, ayudándome con una ensalada y algo para picar. Me preocupa que desde que hemos llegado a casa está un poco más seco que en la piscina, así que cuando pasa por mi lado le doy una palmadita, esperando su reacción, que no se hace esperar y se gira, cogiéndome del culo con fuerza. Es como si se hubiera bloqueado, pero una vez le dejo claro que el juego sigue en casa, me da varias palmaditas en menos de media hora.

Cuando terminamos de cenar, friego los platos y él recoge. Al acabar se pone a secar la vajilla a mi lado. Una vez hemos concluido, me deja pasar primero al salón y esa vez me agarra del culo hasta que llegamos al sofá, donde no se corta y se deja caer, para tirar de mi cintura y sentarme en su regazo.

-YO: Vaya, me has tomado la palabra y no me quitas la mano de encima. – digo con la suficiente serenidad para que sepa que no me incomoda.

-JAVIER: Como para no, tienes un cuerpazo, y ya que no nos molesta a ninguno.

-YO: Me alegra mucho que te sientas cómodo con ello, me gusta.

-JAVIER: Y a mí, creo que a ambos nos falta mucho cariño, y no veo nada malo en dárnoslo. – posa su mano en mi muslo, y me besa por el cuello.

Me recuesto sorbe él, y nos quedamos así un buen rato. Me porto mal y de vez en cuando giro la cadera buscando su miembro, o me levanto a buscar un vaso de agua, pero enseguida vuelvo para sentarme sobre su paquete, luego me levanto de nuevo a por el móvil, y le traigo el suyo.

Tenemos muchos mensajes al estar todo el día desconectados, y los vamos contestando y comentando, enseñando las fotos que nos hemos hecho, haciéndonos otras nuevas muy juntos, o le pregunto sobre aplicaciones que no entiendo. Es casi normal, si no fuera porque noto su pene crecer y decrecer según me mueva. Advierto de nuevo que cuando se siente abrumado, ya que el roce de su paquete con mi cuerpo es evidente, me toma de las piernas y me coloca un poco más lejos de su ingle. Cuando lo hace por tercera vez me conformo con estar así, y no presionarle más.

-JAVIER: Oye, voy a salir con Thor un rato, para que se desahogue.

– YO: Vale, te acompañaría pero no me apetece vestirme, y no creo que pueda salir así. Sonrió al ponerme de pie ante él y lucirme.

-JAVIER: ¿Subo algo de alguna tienda?

-YO: Nada Javier, si tú quieres algo sí, pero hay de todo. – asiente acariciando mis piernas.

Se pone en pie y me abraza, es tan cálido y tan agradable que pasa casi un minuto hasta que me suelta. Thor se pone pie y me lame la mano antes de irse con su dueño, que me señala las llaves antes de cogerlas e irse con el animal.

Yo me tumbo en el sofá, y remoloneo contenta, repasando el día entero, y pensando que Javier se va a quedar en mi casa muchos días, vamos a dormir juntos y que estamos derribando barreras entre nosotros. Si hay algún tipo de impedimento moral, a mi ya no me importan, me gusta la relación que se va formando, y hacia dónde se dirige.

A los veinte minutos regresa con Thor, que me busca para que le acaricie la enorme cabeza, y se va a beberse casi su cuenco entero. Javier entras detrás, y pese a que se le entero, le noto cansado. Se acerca al sofá y se deja caer a plomo sobre mí, que a duras penas puedo colocar mis piernas para recibirle y acoger su cabeza en mi clavícula.

-JAVIER: Dios, estoy agotado, y en la calle hace un calor asfixiante.

– YO: Y aún quedan unas semanas de calor, así que vete acostumbrando. – le acaricio la cabeza, que está ligeramente humedecida de sudor – si estás sudando. – digo preocupada.

– JAVIER: Ya, perdona. Deja que….

Se alza poniéndose de rodillas, con las piernas entremezcladas, y se quita la camiseta algo sudada. Mis manos no pueden evitar subir por su vientre hasta el pecho. Javier sonríe y se acomoda un poco más abajo, para volver a tumbarse sobre mí, y usar uno de mis senos de almohada.

-YO: ¿Mejor?

-JAVIER: Mucho, si peso demasiado me lo dices…

-YO: Tranquilo, estoy en la gloria ahora mismo. – acaricio sus costados con las manos y le doy un besito en la frente.

-JAVIER: Eres la mejor Laura. –dice entre susurros, y haciendo fuerza tira de mi cuerpo para meter su brazos por mi espalda y rodearme con ellos.

Es una sensación colosal, me encanta tener a alguien tan grande sobre mí, y sentir su fuerza protegiéndome, cubriéndome, doblegado ante mí. Quizá no lo sepa, pero me está dando todo lo que quiero, y más.

Mis dedos recorren toda su espalda, desde la nuca hasta sus riñones. Debo hacerle cosquillas en un momento dado porque se revuelve un poco para dejar su cara en mi cuello. Siento sus respiración tan serena que me eriza la piel, y de vez en cuando me da un besito en la zona de la carótida.

-JAVIER: Como sigamos así me voy a queda dormido encima tuya.

-YO: No me importaría, tú me has hecho de colchón ya un par de veces.

-JAVIER: Cierto.

Se acomoda de nuevo, y en el trascurso de unos segundos siento su miembro en mi pierna, y su cadera está friccionando entre mis muslos. Me muerdo el labio para no gemir de placer, aunque me quedo quieta, y dejo que él tome la iniciativa, si quiere. Me decepciona ver que se separa otra vez.

-JAVIER: Será mejor que me vaya a la cama. ¿Te vienes ya o te quedas aquí un rato?

-YO: No, me voy ya contigo.

-JAVIER: Bueno, como quieras, aunque debo darme un agua antes de meterme en la cama…ya sabes…el sudor.

Me coge de la nuca y me da mil besos en la mejilla, para luego levantarse sin poder ocultar una enorme erección en el pantalón. Tampoco lo intenta.

Me pongo en pie, y como hizo él antes, le cojo del trasero hasta la habitación. Pasamos a la puerta del baño y se gira, rodeándome por la cintura y mientras me besa por el cuello, sus manos bajan a mi culo, el cual, amasa sin compasión, y palmea un par de veces. Abro la boca algo sorprendida, y de golpe le entiendo, va a masturbarse y necesita algo con qué hacerlo. Cuando se gira, decido ayudarle.

-YO: Oye ¿Ves que me haya quemado? Noto la piel algo tirante en las piernas – me giro, y casi sacándome el camisón por la cabeza, le muestro toda mi espalda y mi trasero desnudos, salvo por el fino hilo del tanga entre mis glúteos.

-JAVIER: No…bueno…no que yo vea.

-YO: Fíjate bien, mira, toca aquí ¿Lo notas? – le tomo de la mano y la pongo en mis muslos, tan cerca de mi sexo como puedo.

-JAVIER: No, nada. – se asegura tardando un mundo en repasar la zona.

– YO: Vale, gracias. – me giro bajándome el camisón, y le doy un beso enorme en la mejilla, aprovechado para restregarle mis pechos por el torso. – Buena ducha.

El gesto que hace es inequívoco, “Si ya tenía ganas, ahora me voy a masturbar hasta reventar” le leo en los ojos. Sonríe sin más y se mete en el baño. Tentada estoy de meterme por sorpresa en unos minutos, pillarle en mitad del acto, y acabarlo yo. Pero no quiero precipitarme, el problema es que ahora la excitada soy yo. Llevo todo el día bastante caliente, pero saber lo que va a hacer, y por mi culpa, me mata. Pienso varias locuras, entre ellas, masturbarme en la cama, o en el baño, o donde sea, pero todas tienen un fallo de base, debo terminar antes que él, y siendo adolescente, dudo que tenga mucho aguante.

Me voy al sofá, y juego con Thor, que ya anda medo dormido en el suelo del salón, normalmente dormía en mi cama cuando se quedó hace unas semanas, pero es el rincón más fresco de la casa, y tres cuerpos son demasiados ya para mi cama. Es increíble ver al enorme dogo allí tumbado, es casi como una enorme alfombra. Con eso me distraigo un poco, y tras diez minutos, escucho a Javier salir del baño. Como aguante no es mucho, pero todo depende del ritmo que le haya dado. Me ilusiona pensar que se la ha machacado a toda velocidad pensando en mí. Se asoma por la puerta que da al pasillo.

-YO: ¿Ya te has aliviado?

-JAVIER: Dios, que gustazo, necesitaba la ducha. – me aguanto la risa al ver que no capta mi doble sentido.

Dobla su ropa con cuidado y la coloca en una silla, ya con las luces apagadas apenas puedo intuir que ya va en bóxer. Viene hasta mí y me pone en pie, me toma de la cintura y de las piernas y me lleva a la cama como recién casados, ya lo hizo hace tiempo, pero esta vez siento sus manos recorrer mi cuerpo con seguridad. Me saca varias sonrisas verle maniobrar, pero logra dejarme en la cama con cuidado y sin incidentes.

Me da un besito dulce en la frente y se va unos segundos, deduzco que para ver a Thor ya durmiendo y asegurándose que tiene comida y agua. Yo aprovecho para ir al baño, donde salvo las paredes húmedas de la bañera no noto nada, tal vez no se masturbara, o tuvo cuidado de no dejar pistas.

Cuando regresa le estoy esperando con pose casual y sensual, quitándome el moño y dejando la cascada rubia libre. Apaga la luz del cuarto, no sin dejarme deleitarme con su cuerpo, antes de tumbarse boca arriba. Se queda quieto y me hace un gesto para que me acerque. Acudo encantada a su pecho y me abrazo a él, que aprovecha para tantear mi cuerpo y sobarme un poco el trasero. Yo no me quedo corta y acaricio todo su pecho y el vientre bajo.

-JAVIER: Ha sido un día magnifico Laura, en serio.

-YO: ¿Verdad? Ha sido un placer y espero repetirlo todos los días que podamos. – digo ilusionada.

-JAVIER: Claro, lo que tú quieras, tenemos tiempo, vamos a hacer todas las cosas que quieras, y voy a darte todo el cariño que te mereces. – me aprieta contra él y me besa en un ceja, la oscuridad no ayuda, así que lo hace otra vez en la frente. Nos reímos.

-YO: Voy a intenta hacer lo mismo, te lo prometo. – suelto en un suspiro.

La conversación va bajando de nivel, apenas murmullos en la noche, que se van debilitando según nos vamos quedando dormidos. Tras un rato, y algo adormecida ya, noto que me da la vuelta, y se pone detrás de mí, haciendo la cucharita, pone su brazo para que lo use de almohada, el otro me rodea la cintura, y con cuidado, mete la mano por dentro del camisón, que ayudo siendo tan vaporoso, y se queda acariciando con ternura mi vientre.

Pienso en mi marido, en todas las veces que me ponía así cuando le apetecía sexo, recorría mi cuerpo acariciando con esmero, desde mis senos hasta mi pubis, donde ya no había retorno, y me ofrecía a él, y él a mí. Aparto esa idea de mi cabeza, ahora es Javier quien apoya su nariz en mi cabeza, besa mi hombro, y pega su vientre a mi espalda. Le busco con un pie y lo entrelazo con los suyos, antes de aferrarme al antebrazo que me rodea, y quedarme serenamente dormida. Feliz.

Continuará…

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poesiaerestu@outlook.es

Relato erótico: “La nena del 69” (POR ESTHELA)

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La nena del 69
 
 

Hola mi nombre es Esthela, soy una chica de 21 años que estudia la universidad. Soy delgada de piel clara, ojos cafés y tengo el cabello rizado de color café. No soy para nada despampanante, mido 156cm y no tengo muchas pompis; a pesar de ello tengo unos pechitos que si bien no son muy grandes son redondos y muy sexis.
Este año empezare otro semestre mas de mi carrera y necesito un lugar donde hospedarme. Originalmente no soy de esta ciudad, mi familia vive en otra y no puede acompañarme por lo que me toca vivir sola.
A una semana de empezar las clases encontré un departamento que a pesar de ser un poco caro, cuenta con muchas comodidades como: refrigerador, estufa, aire acondicionado, dos cuartos y dos camas. A pesar de que pienso vivir sola uno de los cuartos pienso convertirlo en un estudio para mis trabajos. El lugar es un edificio y el departamento que pienso rentar se encuentra en el quinto piso. Eso me agrada por que al ser el último piso nadie me molestara con ruidos en el techo.
Rápidamente hice el contrato con don Albino y le pague un adelanto con el dinero que había ahorrado de mi trabajo de verano. Al firmarlo me llevo al departamento que seria mi próximo hogar. Mientras subíamos las escaleras don Albino me pregunto que si que estudiaba y por qué una niña tan bonita vive sola. Sentí halagador su comentario y le comente mi situación y de mi familia. De pronto salió un tipo de uno de los departamentos y se nos quedo mirando mientras subíamos las escaleras. Cuando llegamos a donde él le pregunto a dos Albino
-Buenas tarde Albino, ¿Qué tenemos por aquí, nueva vecina?
-Que tal Martin. Si será nuestra nueva vecinita… Mientras lo decía pude notar una sonrisa en Martin y en don Albino pero no le tome importancia.
-Oh ya veo. Pues espero que te sientas como en casa nena. ¿En que cuarto estarás?
Como no sabia el número del cuarto me encogí de hombros, pero don Albino le contesto que mi depa seria el 69.
-Oh. Vaya número que te toco nena, así que serás la nena del 69. Mucho gusto, espero ser un buen vecino para ti. Me extendió la mano y me sonrió. Se la estreche y pude notar que era un poco rasposa.

Cuando por fin terminamos de hablar, subimos dos pisos más y llegamos a mi departamento. Tenía todo lo que el cartel decía, además, era amplio para ser un simple departamento, los cuartos no eran muy grandes pero igual se veían cómodos y el baño tenía una tina, así que cuando estuviera muy estresada ya sabía como me relajaría.
Cuando vimos completamente el depa, don Albino me comento que el cuarto del lavado estaba en el sótano del edificio y el tendedero en la azotea, me entrego las llaves y me dijo que disfrutara de mi estancia en el departamento, le di las gracias y cuando estaba apunto de irse, note que me hecho una mirada discreta pero muy completa sobre mí. Cuando por fin se fue, eche una ultima mirada, cerré la puerta y regrese a mi ciudad por todo lo que traería.
Faltando un día para empezar el semestre, volví a mi nuevo departamento, pero esta vez con toda mi ropa y algunas cosas para decorar. Un amigo de la carrera me ayudo a traerme la televisión, una mesa y todo lo que pudiera ser indispensable para poder vivir cómodamente. Al cabo de 4 horas había limpiado y acomodado todo. El departamento se veía hermoso y muy juvenil, justo como me lo había imaginado. Tome un baño en la tina y me metí a la cama para dormir cómodamente.
El resto de la semana fue agobiante, batallaba con el camión en las mañanas y a veces no llegaba a tiempo a la primera clase. Los maestros nos presionaron demasiado a pesar de ser la primera semana y casi siempre llegaba ya a oscuras a mi casa. No les miento, llegaba súper cansada y tener que subir las escaleras se me hacia un martirio.
El viernes por ejemplo de lo cansada que andaba solo alcance a llegar al segundo piso y me quede ahí sentada un buen rato. Cuando estaba a punto de pararme escuche que alguien subía las escaleras. Ni siquiera me pude parar cuando Martin había llegado hasta donde me encontraba.
-Pero mira nada mas que tenemos aquí. Si es la nena del 69. ¿Qué haces sentada en la oscuridad? –me dijo bromeando
-Hola vecino. Estoy descansando, no pude subir mas escalones, ando muy cansada. –le conteste
-Menos mal que eh pasado justo a tiempo para ayudarte pequeña. Si quieres puedo llevarte cargando.
-no se moleste, yo creo que ya puedo subirlos, pero cuando me disponía a subir uno de los escalones, mi pierna derecha se puso débil y caí de pompis en el escalón.
-ya vez preciosa, mejor te llevo.
-no en serio no se moleste… pero antes de que terminara de decir mi frase, Martin me tomo de las piernas y de la espalda y me llevo hasta el quinto piso. La verdad me daba mucha pena, nunca antes me habían cargado así.
Cuando llegamos, Martin me bajo lentamente y mientras lo hacia sentí como una de sus manos se deslizo hasta mis pompis. Rápidamente sentí un escalofrió y di un pequeño salto, pero trate de disimular como si se debiera a otra cosa. Nos despedimos y rápidamente me metí a mi departamento.
Ya adentro tire mi bolso donde guardo mis cuadernos en el sillón. Lentamente me fui quitando los zapatos, el pantalón y la blusa desde la puerta hasta mi cama, quedando únicamente en ropa interior. Me tire en la cama y rápidamente me quede dormida.
Cuando desperté aun era de noche, mire el reloj que tengo al lado de la cama y este marcaba las 12 de la noche. Trate de volver a mi sueño, pero el calor me espanto el sueño, pensé que seria buena idea darme un baño para refrescarme e intentar dormir después. Tome mi bata y fui al baño, abrí la llave de la regadera, el chorro de agua era frio y salía con presión. Me quite la bata y mi ropa interior de color negro para introducirme debajo del chorro de agua.

El agua estaba exquisita, deje que el agua me mojara toda y que mi pelo se remojara por completo. Me quede unos momentos disfrutando del chorro de agua y después comencé a enjabonarme los brazos, mis pechitos, mi pancita, mi sexo, mi cabello rizado, en fin, todo mi cuerpo.
Abrí de nuevo la llave del agua y esta comenzó a tumbar todo el jabón de mi cuerpo. De repente unos chorros de agua golpearon exactamente mis pezones, instantáneamente sentí un escalofrió en todo mi cuerpo. Rápidamente me quite del chorro de agua y puse mis manos en mis pechos. Instantáneamente pude sentir como mis pezones se ponían duritos.
Me quede quieta un momento en la bañera y me quede pensando que nunca había sentido algo así. Aun a mis 22 años sigo siendo virgen. Nunca eh tenido la necesidad de tener relaciones, ni mucho menos me eh llegado a masturbar. Las únicas sensaciones que eh experimentado es cuando las sabanas rosan mis pezones o cuando a veces roso mi sexo con la toalla o mis dedos. Siempre eh tenido el temor de salir embarazada o contraer una enfermedad por causa del sexo.
Después de un buen rato dentro de la bañera, salí de ella y comencé a secarme con la toalla. Seque un poco mi cabello y mis risos habían desaparecido. Siempre pasa lo mismo después de bañarme, pero ya después se forman solitos. Me puse mi bata de baño y comencé a lavarme la boca para dormir bien a gusto.
De pronto escuche un fuerte golpe proveniente de la puerta de mi casa y en un instante, las luces se apagaron. Todo eso me tomo por sorpresa, pero después pensé que quizás un transformador de la luz exploto y por eso se fue la luz. No le tome mucha importancia, me enjuague la boca y Salí del baño. Cuando Sali al pasillo, se veían las luces de la calle prendidas y cuando empecé a sospechar, sentí que alguien me observaba desde la oscuridad, cuando estaba apunto de meterme a mi cuarto sentí que algo me rodeo la cintura y de pronto me pusieron algo en la cara. Inmediatamente me sentí muy débil y la vista se me oscureció.
Cuando abrí los ojos, me dolía la cabeza, -como si tuviera una resaca de fin de semana- todo estaba oscuro aun, solo un poco de luz de la calle entraba por las cortinas de la ventana. Poco a poco me fui recuperando, estaba acostada en lo que parecía mi cama, pero no recordaba como había llegado a ella. Tenía mis brazos estirados para atrás, cuando quise acomodarlos algo me lo impedía. La desesperación comenzó a apoderarse de mí cuando de pronto escuche que algo se movía.
-Por fin despiertas bombón. Empezaba a creer que quizás me había excedido.
-¿Quien anda ahí? ¿Que esta pasando?
-Oh no te preocupes nena. Pronto sabrás que esta pasando.
De pronto escuche rechinar una silla y pude notar que una sombra oscura se acercaba hacia mi.
-No te acerques. Aléjate de mí. Auxiliooooo… -comencé a gritar.
-jajajajajaja no te molestes en gritar, ya es muy noche y nadie te va a escuchar preciosa.
Se puso a un lado de mí y de inmediato sentí como su mano entraba y se deslizaba por la abertura de mi bata. Comenzó a tocar uno de mis pechos y a masajearlos lentamente.
-OHH… no llevas ropa interior… -me dijo- pero yo no le conteste. Apenas había salido del baño y no tuve tiempo para ponérmela.
De pronto dejo de toca mi pechito y comenzó a frotar mis pezones con la yema de sus dedos. Sentí un leve escalofrió como el de la bañera y comencé a temblar un poco.
Después de ponerme duritos los pezones comenzó a apretarme uno de mis senos. Cuando lo hizo sentí un ligero espasmo en todo mi pecho, como si algún musculo se me contrajera repentinamente.
-NNH… AHH… deje salir unos leves sonidos de mi boca. Estaba sudando y no sabía porque.
Al parecer noto mis ligeros espasmos y temblores. Porque comenzó a frotar mis pezones haciendo círculos con su dedo y después me apretaba otra vez. Mientras lo hacia con su otra mano comenzó a frotar con su dedo mi muslo derecho. Las contracciones de mis músculos cada vez eran mayores. Repentinamente comenzó a deslizar su mano por debajo de mi bata, hasta llegar a mi sexo.
-tampoco traes bragas. Eres una exhibicionista…
Solo… ignóralo… me dije a mi misma.-
-Ummm que rico… no ahí rastro de ningún bellito en tu conchita… eres toda una putita…
Saco su mano de mi conchita para después abrir un poco la abertura de abajo mi bata, saco mis pechitos que se encontraban cubiertos por mí bata y los dejo al aire. Después de haber hecho todo eso coloco su mano en mi pelvis y con su dedo comenzó a presionar mi vulva y con su otra mano mis pechos.
-NN… FU… su dedo comenzó a deslizarse por toda mi conchita y rápidamente comencé a temblar. Al darse cuenta, acerco su rostro al mio, quiso darme un beso pero voltie la cara y lo que hizo fue lamer mi oreja. Me sentía tan asustada y tan débil que no sabia que pensar.
Su dedo cada vez se movía mas rápido… y de la sensación me tome de uno de los tubos del respaldo -woow nena, que rápido te mojas- me dijo con tono de burla. Eres increíble. Para ser tan bajita tienes unos senos deliciosos, ni grandes ni pequeños y redonditos. Cuando los vi por primera vez se me antojaron. De pronto me empezó a apretar mis pezones con sus dedos. –NHH… KH… HAH…- solamente me limitaba a decir. No quería contestarle, no se lo merecía. Pero la sensación que experimentaba me ocasionaba hacer esos sonidos.
-NN… HAAH!!- inmediatamente sentí como su dedo me penetro y mientras lo movía dentro de mi conchita, comenzó a besarme y chuparme mis pechitos.
Los espasmos comenzaron a llegar uno tras otro, comencé a temblar un poco más y las contracciones de mis músculos las sentía en mis piernas y brazos. Cerré por un momento mis ojos y me mordí el labio inferior para evitar escapar un gemido. Era una sensación increíble, nunca la había sentido. A pesar de que yo no quería sentir todas estas sensaciones, mi cuerpo me traicionaba y se entregaba a ellas.
Lentamente empezó a meter y sacar su dedo de mi conchita, sentí como que algo salía de mi cintura y recorría la parte de en medio de mi espalda hasta la cabeza. La piel se me puso chinita e inesperadamente deje salir el gemido más rico del mundo. El extraño gozo de mi gemido por que comenzó a chuparme los pechos demasiado rápido ocasionando que el placer aumentara.
Estaba perdida en ese mar de sensaciones nuevas y deliciosas. A pesar de que sabia que no era la forma en que hubiera querido estaba poco a poco entregándome a sus perversiones.
-Que rica eres perra, estas bien sabrosa, tus tetas saben exquisitas, tus pezones son fabulosos… mmm… ahh… -comenzó a morderme los pezones- ya están duritos putita… ya estas bien caliente… desde el día en que te vi con albino… te empecé… a desear…
Cuando escuche eso, se me vino a la mente mi vecino, ¡MARTIN! Entre la mescla de placer y lo que escuche no podía pensar con claridad, no podía creer que mi vecino, ese viejo cuarentón, me estuviera haciendo todas esas cosas.
-Martin, déjeme por favor, no me haga esto… se lo suplico… le dije. De pronto dejo de chuparme las tetas y de penetrarme con su dedo.
-Así que me escuchaste, Esthela… bien… así por lo menos sabrás quien fue el primero en cogerte de todos.
-espere ¿Qué dijo? Le pregunte incrédula a lo que mis oídos escucharon.
Se quito de encima de mí y con sus manos me tomo de las rodillas. –Ahora llego el momento de que me hagas cosa perrita. Dicho eso me abrió las piernas y haciendo un último esfuerzo por mantener mi dignidad intacta, trate de patearlo. Mis esfuerzos fueron en vano, me sujeto muy bien de las piernas e inmediatamente sentí algo caliente en mi conchita. Me quede paralizada, fue cuando entendí que estaba a punto de penetrarme con su verga.
Cerré mis ojos tratando de pensar en algo agradable cuando de pronto sentí como entraba su verga lentamente en mí.
-Kuh… fue lo que pronuncie en ese momento. En mi mente pensaba en lo que algunas amigas me habían contado de su primera vez, me dijeron que dolía mucho y yo estaba asustada por que me fuera a doler bastante.
Después de un bufido de Martin sentí como me envistió tratando de meter más su verga en mí. –GH UH… deje escapar de mi boca. Rápidamente comencé a temblar y la cama comenzó a crujir.
-así que no eres virgen pequeña Esthela… creí que batallaría para meterte todo mi paquete, pero entro fácil. Creo que fue por lo mojada que estas. No lo podía creer, según yo soy virgen, nunca había tenido relaciones, no sabia como entender eso que me decía. De pronto sentí que empezó a embestirme lentamente y comencé a sentir las mismas sensaciones de cuando me metía y sacaba su dedo pero mucho más fuertes.
-Que rico se siente mi amigo dentro de ti pequeña, esta contento de poder visitarte… escuchaba que Martin me decía, pero yo estaba como en trance, con la mirada perdida. Cuando me penetro me quede muy quieta, como si fuera solo una muñeca.
Poco a poco fui sintiendo más y mas esa sensación de excitación en todo mi cuerpo, mi respiración era rápida, mi cuerpo temblaba un poco más y tenia ganas de gemir para poder dejar salir todas esas sensaciones, pero no quería darle ese gusto. Sin embargo, Martin me tomo de los pezones y comenzó a pellizcármelos, no pude aguantar más y le regale un mejor gemido que el de hace poco.

-HAH!… AHN-eso putita, gime, gime para mi, me excita escuchar tus gemidos me decía él..– AHHHH…NH HN!!

De pronto Martin saco su “amiguito” de mí y se incorporo muy rápido.-Ni modo pequeña, tu tienes la culpa. Te la meteré sin condón.

QUEEE!!! No creía lo que me decía, no sabia que estaba usando protección, pero ahora que sé que no lo utilizara me empiezo a preocupar en serio. En ese instante siento que me pone algo pegajoso y caliente en la cara.

-Mira mi pene bombón, esta lleno de semen, esta a punto de explotar. Imagina lo bien que se sentirá al metértelo.

A pesar de que estábamos a oscuras pude ver por la luz que entraba de la calle el tamaño de si pene. –W..WOW pensé. Y un olor nauseabundo comenzó a llenar el cuarto.

-Que pasa con este sucio olor… me siento… excitada… pensé –no lo quiero… no lo quiero decía en mis pensamientos.-Se nota que ya no aguantas más preciosa. Martin trato de abrirme las piernas, pero esta vez estaba decidida a no abrirlas. Sin embargo, Martin fue mas listo y empujo mis piernas hacia enfrente dejando mi conchita expuesta. Cuando sentí la punta de su “amiguito” en mi conchita fue suficiente para enviar mis escalofríos directo al éxtasis a través de mí.

Pensé –es solo un poco mas de lo anterior, puedes soportarlo. Pero lo que me dijo después me dejo sin esperanza alguna.

-Me correré primero, y lo hare dentro de ti. Pero no te creas que ahí terminara todo, si puedo seguir, seguiremos hasta que YO no pueda más.

-NOO!!… le suplique, pero no me hacia caso, empezó a embestirme mas fuerte que antes y pronto comencé a excitarme.

En mi mente decía. –Esto no es posible!! En este punto, no hay manera de que yo pueda resistir más esto…

De pronto un gran espasmo recorrió todo mi cuerpo y Martin lo noto muy bien.

-Así que aquí es!! Grito con aire de victoria Martin. Este es tu “lugar favorito” Esthelita. Por eso no podías correrte a gusto hace unos momentos. Mientras yo solo gemía y gemía. Sentía que su pene aplastaba algo dentro de mi conchita y hacia que por todo mi cuerpo sintiera un sinfín de escalofríos.

-NOO AHH… NH AH AH solo se escuchaba de parte mía. –pero esta vez, voy a concentrarme en este lugar. Y dicho eso comenzó a embestirme de forma que sintiera toda la fuerza en ese punto que el descubrió en mí.

-HAH HAHN HAH AH AH… Sentía como si me estuvieran abriendo todo mi cuerpo. Imagine que así se a de sentir tener un bebe. De pronto sentí que con su mano tomo uno de mis pechos. Rápidamente comenzó a pellizcar mis pezones y con su boca comenzó a chuparme el pezón de mi otro pecho.

-FWAAAH AHN… Mi mente se quedo en blanco al sentir mis tetas siendo aspiradas con tanta fuerza por Martin.

Y después de todo… me pierdo en el placer y me dejo llevar… escucho a Martin decir –Voy a abrir todo tu útero y voy… a correrme dentro. Pero yo estaba perdida, perdida en el placer y en mis pensamientos. Muy en el fondo de mi mente pienso –No tengo ni el menor interés en él… tampoco quiero terminar adicta al sexo… pero en este momento… solo en este momento… yo…

Pero antes de terminar lo que pensaba comencé a sentir que mi cuerpo comenzaba a vibrar y sentía que los escalofríos salían de mi conchita a cada parte de mi cuerpo y sin saberlo comencé a gemir muy rápido.

– Me corro!  Me corro!  Me corro!  Me corro! comenzó a gritar Martin.

En ese preciso instante comencé a sentir que algo caliente llenaba mi conchita. Escuchaba los gemidos de Martin en mi oreja y sentía como más y más me llenaba de semen. –Ha!!… esto… se siente… tan rico… decía Martin.

Cuando por fin se recupero de su corrida, Martin saco su pene dentro de mí y rápidamente el semen comenzó a brotar de mi vagina. –Vaya, se esta desbordando muy pronto… dijo Martin –Pero maldición, jamás me había corrido tanto de una vez, sentí que me corría el alma. De pronto sentí que puso sus dedos en mi conchita y la abría para examinarla. –Mm… esta es una buena carga. Seria bueno que quedaras embarazada con esto. Y cuando termino de decir eso, cerré mis ojos y me quede profundamente dormida.

 

Relato erótico: “La tormenta perfecta” (POR GOLFO)

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 El fin del mundo. La tormenta solar perfecta.
“¡Malditos hijos de puta!, ¡no me hicieron caso!”, pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!.
 
Cap. 1.- Me alertan de lo que se avecina
Para narrar lo ocurrido, os tengo que explicar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad.
Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Golsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5. Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica.
Las que no compartieron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi. Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.
Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2015, les tildaron de locos de fanáticos.
Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda, vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme, lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.
-Jefe, es una tarea inmensa-, protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.
-Ya me conoces Irene,- le contesté,-no acepto que me vengas con los temas a medias, si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas-.
-De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo, tal y como, hoy lo conocemos-.
Al colgar el teléfono, me sumergí en Internet a enterarme de que coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas. Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.
Volviendo al tema, cuanto más leía, mas acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.
-Entonces ¿me cree?-, preguntó al escuchar mis directrices.
-No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado-.
-No esperaba menos de usted-, contestó dando por terminada la conversación.
—————————-

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com. Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2010 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. Mr Conry me conocía gracias a diversas donaciones, por lo que, no solo contestó la llamada sino que se comprometió a darme, en ese mismo plazo, sus conclusiones.

 
A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.
-Por tu cara, creo que no traes buenas noticias-, dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.
-No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa-.
-De ser cierto, ¿Qué pasaría?-.
-Imagínese dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una ciudad como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus cinco millones de personas?, si los camiones, los trenes, que diariamente les traen la comida, no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos-.
-Se arreglarían-, dije tratando de llevarle la contraria.
-Pero, ¿Cómo?, si las fábricas estarán igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados-.
-Entonces, ¿qué prevés?-.
-Vamos a retroceder a una sociedad pre-industrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente siete mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos y la violencia y el hambre se adueñaran del mundo-.
-¿Cuántas víctimas?-, pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.
-Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte como en el siglo xv de nuestra era, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias…-.
-¿Qué soluciones existen?-.
-Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares-.
-Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones-.
-Y ¿qué haremos?-, dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.
-No dejarnos vencer. Tengo, mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur-.
-No comprendo-, respondió levantando su cara.
-Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para mil doscientas personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que, cuando pase la tormenta, la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!-.
 
Cap. 2.- Los preparativos.
Esa misma semana me había desecho de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño. Y lo hicieron, vaya que lo hicieron. En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalets pero, bajo tierra, a más de cien metros de profundidad, se hallaba el verdadero objeto de mi inversión. Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se vería afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.
Pero mi sueño iba mas allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.
Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.
Y todo ello en menos de dos años.
Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:
-Jefe-, me dijo con su aplomo habitual, -seamos claros: partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población-.
-Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento-, contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes pero respecto a lo otro estaba en la inopia.
-Verá, aunque resulte raro, debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos mas vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres-
-Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable-.
-Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cinco mil personas. En cambio, si llevamos a quinientas difícilmente pasaríamos de las dos mil-.
-Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad-, contesté,-¿pero cómo vas a arreglar ese desajuste inicial?, ¿vas a llenar el pueblo de lesbianas?-.
-No, jefe-, me contestó, -alguna habrá que llevar pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla, sabremos que personas vivirán en cada casa-.
-¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?-.
-Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri-parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de doscientos para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de los mismos debe ser físico y el de las mujeres intelectual -.
-De acuerdo lo dejo en tus manos- respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado, -el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres-.
Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.
-Y por último-, me explicó, – como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…
-Me he perdido-, tuve que reconocer.
La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultra secretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:
-Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes-.
Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:
 

-¿Y como me garantizo yo tu obediencia?. Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado-.

-Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación-, contestó Irene, echándose a llorar. -Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento-.
-Lo haré-, dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.
Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.
La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:
-Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa-.
Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que, además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía y al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.
“Menuda zorra”, pensé mientras repasaba el dossier. No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.
“Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo”
 

Cap. 2.- Mi llegada a la isla del saber.
 
Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2015. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 523 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.
Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.
Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía, el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.
Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.
Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:
-No te das cuenta que en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada-, contesté.
-Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna sino que le he hipotecado de por vida-, respondió con una sonrisa.
-No te alcanzo a entender-, dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.
-Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad, ha existido un valor refugio-.
-Claro. El oro, ¡pero que tiene eso que ver!-.
-Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía-
-¡Serás puta!, me has arruinado-, contesté sin parar de reír, -¿Cuánto has conseguido?-.
-Veinte toneladas-.
Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de setecientos millones de euros. Sabiendo que si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable pero si la tormenta tenía lugar, eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:
-Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte-.
-¿Y no podría darme un anticipo?-, respondió poniendo un puchero, -llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas-.
Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.
-Lo necesitaba-, exclamó pasando su mano por el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.
Encerrado en el estrecho habitáculo, solo con ella, mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido, dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.
-¿Ahora?-, me preguntó confundida.
-Sí y no quiero repetirlo-.
Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual, para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.
-Hueles a zorra-, le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta. –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche-.
-Soy suya-, respondió acalorada, -pero, antes de que lo haga, debo de enseñarle el resto de la Isla-.
Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:
-Akira, ven que quiero presentarte al jefe-.
La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era la ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.
-Encantado de conocerla-, dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.
-Señor, no sabía que usted venía-, dijo tartamudeando, -Siento no haberle recibido como se merece-.
-Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo-.
-Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen-, respondió casi entre lágrimas.
No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella, con otro beso pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.
-¿A esta que le pasa?-, pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.
-No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella-.
-He adivinado que es una de las otras cuatro pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?-.
-Pues quien va a ser, ¡su amo!-, respondió poniendo sus piernas entre la mía, -jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo-.
Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:
-Desabróchate un botón-.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.
-Tócate los pechos para mí-, ordené interesado en forzar sus límites.
Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.
-Tienes unas buenas ubres-, dije con deseo, -Esta noche te prometo que si te portas bien mordisquearé tus pezones-.
Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:
-Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?-.
Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:
-¿Ahora adónde vamos?-.
-Al área de reproducción-, me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.
-¿Alguna sorpresa?-, le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.
-Sí-, respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta,- Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa-.
-Por lo que veo, haz seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia-.
-No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra-.
-Bien pensado-, respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.
El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos, esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:
-Gertud, te presento a nuestro presidente-.
La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:
-¿Dónde está la zorra de tu jefa?-
Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer. Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta que era de mi estatura y que aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes, lucía un culo aún más enorme.
Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:
-Encantado de conocerte, ¡mi amor!. No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas-.
Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.
-No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses-, respondió sonriendo con una dentadura perfecta,- pero pase a mi despacho-.
Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo, se quitó la bata, dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:
-No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen-.
-¡Qué bruta eres!-, repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.
-Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte-.
-No lo has hecho-, respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.
-¡Qué bueno!, por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo-, dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: -Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima, o ¿no?-.
-Calculamos que en menos de dos meses-, explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.
-Recuérdame que te castigue-, dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.
-¡Puta madre!, primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste, me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo, el que salía de sus labios. Además estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo-.
La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que mirando a Adriana a los ojos, le dije:
-Eso quiero verlo-.
-¿Aquí?-, respondió extrañada pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: -Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata-.
Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:
-Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre!. Cachonda y alborotada-.
Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:
-Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca-.
Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa. La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho.
-Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo como-, ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.
 

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenían una dulzura que me cautivaban.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando mi mano, levantando su falda, se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.
-Chupa mis dedos-, ordené a mi asistente. – y comprueba si está lista-.
Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:
-Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte-, dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: -Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana-.
Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.
“Poco le durará la virginidad”, pensé mientras de un solo empujón, clavé mi miembro hasta el fondo de la brasileña.
Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina e metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope, no paraba de intentar que su amiga se corriera.
Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:
-¿Suficiente meneo?-.
-Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla!-, gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.
Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.
No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:
-Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre-.
-Te equivocas-, contesté,-eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama-, respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.
Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:
-Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!-.
Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo: -son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho -.
Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto. Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:
-¿Nos acompañas?-.
-No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento-.
-Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana-, contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.
-A él quizás no pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes-, susurró a mi oído mientras me daba un beso.
Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:
-¿Verdad que es encantadora?-.
-Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres-.
-Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán-.
-Cuéntame quienes son-.
-Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará-.
-¿Y la última?-.
-Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás-.
Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:
-Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito!. Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección-.
Confiado de su buen juicio, determiné que si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.
-No lo has visto bien-, dije acariciando su trasero.
Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:
-Propiedad exclusiva de Lucas Giordano-.
 
Cap. 3.- En la casa, sigo conociendo a la familia.
 
Al llegar a la casa que sería mi hogar lo que me restara de vida, descubrí que era la única diferente de la isla. Pintada en color ladrillo, su tamaño hacía que sobresaliera sobre todas las demás. No me hizo falta preguntar el motivo de la desproporción entre ella y el resto, era la casa del mandamás y debía quedar claro desde el principio. En su interior descubrí nuevamente el buen gusto de Irene, manteniendo la sobriedad, sus estancias rezumaban clase y practicidad por igual. Decorada con un estilo minimalista, no faltaba ninguna comodidad. Una sección de oficinas daba paso a una serie de salones amplios y luminosos.
-Esta es la parte para uso oficial. Espero que la privada también le guste-.
Sin saber adónde ir, seguí a mi asistente por una escalera de mármol y en cuanto traspasé la puerta que daba acceso a nuestras dependencias, comprendí a que se refería. Era una copia de mi piso de Madrid, solo que más grande y que en vez de tener un solo dormitorio, del salón salían al menos una docena. Alucinado porque hubiese recreado hasta el último de los detalles, me dirigí hacia mi cuarto y al entrar descubrí que no solo había hecho traer todos mis muebles sino que todas mis pertenencias y mis fotos estaban ubicadas en el mismo lugar que en el departamento al que ya no volvería.
-Quería que se sintiera en su hogar-, dijo al ver mi desconcierto y señalando la cama, comentó:-Lo único que es diferente es esto. Si va a tener que acoger ocasionalmente a seis personas que menos sea de tres por tres-.
-Eres maravillosa-, le dije con ganas de estrenar tanto la cama como a ella.
La muchacha percatándose de mis siniestras intenciones, se escabulló como pudo y desde la puerta, me informó:
-He dispuesto que tuvieran su baño preparado, luego me dice que le ha parecido-.
Cabreado por quedarme con las ganas de poseerla, me quité la chaqueta y depositándola sobre un sillón me dirigí hacia el baño. Al entrar me quedé paralizado al descubrir que, de espaldas a mí, había un negrazo de más de dos metros totalmente desnudo. Solo me dio tiempo de mirar la tremenda musculatura de su espalda antes que indignado y sin medir las consecuencias, le espetara:
-¡Qué coño hace usted aquí!-.
El sujeto dio un grito por la sorpresa pero, al girarse descubrí, que no era él sino ella quien estaba en cueros sobre las baldosas de mármol. Cortado por mi equivocación, no pude más que pedirle perdón por mi exabrupto y ya tranquilo, le pregunté que quien era. La muchacha, con una dulce voz que chocaba frontalmente con el tamaño de sus antebrazos, ya que, parecía una culturista, me contestó:
-Soy Johana. Irene me ha pedido que le ayude a bañarse porque venía cansado del viaje y necesitaba un masaje, pero si le molesta mi presencia me voy-.
-No hace falta, quédate-, respondí y aunque estaba cabreado con la rubia, la pobre cría no tenía la culpa.
Johana sonrió al escucharme y cuando lo hizo su cara se trasformó, desapareciendo la dureza de sus rasgos y confiriendo a su rostro una ternura que derribó todos mis reparos. Dándose cuenta que no estaba enfadado con ella, la mujer se aproximó a mí. Cuando la tuve cerca, avergonzado, descubrí que mi cara llegaba a la altura de sus pechos, no en vano posteriormente me enteré que la pequeñaja medía dos metros diez.
“Soy un pigmeo a su lado”, pensé asustado por su tamaño.
Si se dio cuenta de mi asombro, no le demostró y llevando sus manos a mi camisa, me empezó a desabrochar los botones sin dejar de mirarme a la cara. Yo mientras tanto no podía dejar de observar lo desarrollado de los músculos de la dama y sin darme cuenta, llevé mi mano a uno de sus pechos. Al posar mi palma sobre su seno, descubrí que, lejos de ser pequeño, era enorme y que lo que me había hecho cometer el error de pensar que era plana, era que al ser ella tan musculosa, parecían a simple vista enanos. Inconscientemente, pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, como si tuviese frío, se encogió poniéndose duro al instante.
Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres, porque con lágrimas en los ojos, dijo sollozando:
-Soy una mujer, no un monstruo-.
Avergonzado por mi falta de sensibilidad, le pedí perdón y alzando mi brazo, cogí su cabeza y bajándola hasta “mi altura”, deposité un suave beso en sus labios. La muchacha al sentir mi caricia, abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y durante un minuto, nos estuvimos besando tiernamente.
Fue una sensación rara sentirme un juguete entre sus brazos. Nunca se me había pasado por la cabeza que una hembra tan alta y musculosa pudiese ser tan dulce y menos que me atrajera, pero lo cierto es que bajo mi pantalón, mi pene medio erecto opinaba lo contrario. Johana, dejándose llevar por la pasión, me terminó de desnudar y después de hacerlo, me abrazó y alzándome, me llevó hasta el jacuzzi. Protesté al sentir que mis pies abandonaban el suelo y que ella como si fuera un niño me hubiese levantado sin ningún esfuerzo.
-Deje que le cuide-, respondió la mujer, haciendo caso omiso a mis protestas y depositándome suavemente dentro de la burbujeante agua, prosiguió diciendo: -aunque ya me lo había dicho Irene, no la creí cuando me contó que el jefe me iba a conquistar con su mirada-.

Acojonado por la profundidad del afecto que leí en sus ojos, no puse reparo cuando acomodándose en la enorme bañera, me cogió con una sola mano y con cariño me colocó entre sus piernas. Sin esperar nada más, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Me retorcí de gusto al sentir sus caricias y ya convencido, apoyé mi cuerpo contra el suyo. Johana lentamente me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos. La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo, hizo que dándome la vuelta, metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara. La negra no pudo reprender un sollozo cuando sintió mis dientes contra su oscuro pecho. Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris. Como el resto de su cuerpo, su botón era enorme y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié, mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque. Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la enorme mujer me confesó:
-Nunca he estado con un hombre-.
-¿Eres lesbiana?- pregunté extrañado porque no me cuadraba con la pasión que hasta entonces había demostrado.
-No, pero nunca me han hecho caso porque les doy miedo-, me respondió llorando.
-A mí, no me das miedo-, le dije dándole un beso mientras mi mano seguía torturando su sexo y señalando mi pene ya totalmente excitado le dije: -Lo ves, está deseando tomarte-.
La mujer se quedó de piedra, tras lo cual, colmándome de besos, me dio las gracias por verla como una mujer. Sabiendo que no podía fallarle, me levanté sobre el jacuzzí y le pedí que me aclarara. Johana no se hizo de rogar, de manera que en pocos segundos ya había quitado cualquier resto de jabón de mi cuerpo. Al comprobar que estaba limpio, le solté:
-Llévame a la cama-.
Johana, sin estar segura de que hacer, se quedó mirando. Comprendí que debía aclararle que quería y por eso, dije:
-Si fueras del tamaño de Akira, te llevaría en brazos hasta la cama-.
Soltando una carcajada, levantó mis ochenta y cinco kilos sin ningún tipo de esfuerzo, de forma que en pocos segundos me depositó sobre las sábanas e indecisa sobre cómo comportarse se quedó de pie, mirándome.
Aprovechando sus dudas, apoyé mi cabeza sobre la almohada y me puse a observarla. Johana estaba enfrascada en una lucha interior, el deseo le pedía tumbarse a mi lado pero el miedo al rechazo la tenía paralizada. Yo, por mi parte, usé esos instantes para evaluarla detenidamente pero sobre todo para pensar en cómo tratarla. Físicamente era impresionante, no solo era cuestión de altura ni siquiera de músculos, lo que verdaderamente me acojonaba era que la mujer de veintiocho años que tenía enfrente solo había sufrido rechazos por parte de los hombres. Si quería que ese pedazo de hembra se integrase en la extraña familia que íbamos a formar, debía de vencer sus miedos y por eso, valiéndome de su pasado militar, le pregunté:
-¿Cuál era tu rango en los Navy?-.
-Comandante-, contestó poniéndose firme.
Verla en esa posición marcial, me dio morbo porque siempre había querido tirarme a una uniformada. Retirando de mi mente la imagen de poseerla vestida con botas y correas, le ordené:
-Comandante, túmbese a mi lado-.
Al escucharme, se le iluminó el rostro porque si entendía ese lenguaje e imprimiendo una dulzura extraña en alguien tan enorme, respondió.
-Sí, señor-.
En cuanto la tuve a mi vera, la besé mientras recorría con mis manos su negra piel. Ella, al no estar acostumbrada a recibir caricias, se mantuvo quieta sin moverse como temiendo que todo fuera un sueño y que ese hombre que recorría sus pechos desapareciera al despertarse. Su pasividad me dio alas y bajando por su cuello, recogí uno de sus pezones entre mis labios mientras el otro disfrutaba de los mimos de mis dedos. Los primeros suspiros llegaron a mis oídos y ya con confianza, descendí por su torso en dirección a su sexo. Cuando estaba a punto de alcanzar mi meta, los miedos de la mujer volvieron y asustada, juntó sus rodillas. Ya sabía cómo manejarla, esa mujer necesitaba ser tratada alternando autoridad y ternura. Por eso, levantándome de su lado, le grité:
-Abra inmediatamente sus piernas-.
Adiestrada a obedecer sin rechistar, Johana separó sus piernas, de manera que, desde mi posición, pude contemplar por primera vez su coño abierto y húmedo. Si en vez de esa virgen, la mujer de mi cama hubiera sido otra, sin dudar, me hubiese lanzado como un kamikaze, pero en vez de ello, bajé hasta sus tobillos y con la lengua fui recorriendo sus pantorrillas con lentitud estudiada.
Trazando un surco de saliva sobre su piel, fui jugando con sus sensaciones.
Cuando sentía que se acaloraba en exceso, retrocedía unos centímetros y en cambio cuando percibía que se relajaba, aceleraba mi ascenso. De esa forma, todavía seguía a mitad de sus muslos, cuando advertí los primeros síntomas de su orgasmo.
-Tiene permitido tocarse-, dije al notar que la mujer luchaba contra sus prejuicios.
Liberada por mis palabras, pellizcó sus pechos y separando sus labios, me pidió permiso para masturbarse.
-Su coño es mío y le advierto que no admito discusión-.
Mi orden causó el efecto esperado y Johana, al escuchar que reclamaba la propiedad de su sexo, se retorció sobre la cama, dominada por un deseo hasta entonces desconocido para ella. Satisfecho, recorté la distancia que me separaba de su pubis. Con la respiración entrecortada y el sudor recorriendo su cuerpo, esperó a que mi lengua rozara sus labios, para correrse ruidosamente.
Acababa de ganar una escaramuza, pero tenía que vencer en esa batalla, asolando todas sus defensas y obligarla a aceptar una rendición sin condiciones, por eso, sin darle tiempo a reponerse, tomé su clítoris entre mis dientes mientras que con un dedo, recorría la entrada a su cueva. Sollozó al notar mis mordiscos y reptando por las sábanas, intentó separarse de mi boca.
-No le he dado permiso de moverse-, solté sabiendo que su huida era producto de un miedo atroz a lo que se avecinaba. Deseaba ser tomada pero le aterraba no estar a la altura y defraudarme.
Al volver a su sitio, directamente la penetré con mi lengua, jugando con su himen aún intacto y saboreando su flujo, conseguí profundizar en su deseo. Su coño ya se había convertido en un pequeño manantial y recogiendo con mi lengua su maná, lo fui bebiendo mientras ella no paraba de gemir como una loca. Su segundo orgasmo cuajó al llevar una mano hasta mi pene y hallarlo completamente erguido. El placer de la mujer fue in crescendo hasta que gritando como posesa de desparramó sobre la cama.
Sin darle tregua, me levanté y poniendo mi glande en su entrada, la miré. En su cara pude adivinar un poco de miedo y mucho deseo. Por eso sin esperar a que recapacitara y que nuevamente se echara atrás, la penetré lentamente rompiendo no solo su himen sino el último de sus complejos. Johana sollozó al sentir su virginidad perdida. En cambio a mí, me sorprendió tanto la calidez como lo estrecho de su conducto.
“Una mujer tan enorme con un coño tan pequeño”, pensé mientras dejaba que se acostumbrara a tenerlo en su interior.
Tumbándome sobre ella, mordisqueé unos de sus pezones hasta sacar de su garganta un gemido. Cuidadosamente empecé a moverme, sacando y metiendo mi extensión de su coño mientras no dejaba de mamar el néctar de sus pechos. Johana que se había mantenido a la espera, lentamente imprimió a sus caderas un ligero ritmo que se fue incrementando a la par que mis penetraciones. Poco a poco la cadencia de nuestros movimientos fue alcanzando una velocidad de crucero, momento en que decidí que forzar su entrega y levantándome sobre ella, convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. Ella chilló descompuesta al notarlo y estrechando mi cuerpo con sus piernas, se clavó hasta el fondo de sus entrañas mi pene erecto.
Asumiendo que no iba a durar mucho y que no tardaría en derramar mi simiente en su interior, la di la vuelta y obligándola a ponerse de rodillas, la volví a tomar pero esta vez sin contemplaciones. La nueva posición le hizo experimentar sensaciones arrinconadas largo tiempo y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre las sábanas. Alargué su clímax, con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer eyaculé rellenando su sexo con mi semen.
Agotado, me tumbé a su lado. Rendida a mis pies, sus ojos me miraron con cariño mientras me decía:
-Me dejaría matar por usted-.
Estaba a punto de besarla cuando oí un ruido en la puerta, al levantar la mirada, me encontré que Irene y Adriana estaban de pie mirándonos.
-Has perdido la apuesta. Ya te dije que Lucas haría que esta estrecha se comportara como un cervatillo-, escuché decir a mi asistente antes de salir corriendo de la habitación con su amiga.
Comprendí que esa sabionda, no solo me había preparado una encerrona sino que conociendo de antemano mi modo de actuar, se había apostado a que yo vencía los miedos de Johana. Mirando a la mujer que yacía a mi lado, cabreado, ordené :
-Abrázame durante unos minutos, me apetece sentirte, pero luego quiero que me traigas Irene. Si se niega, usa la fuerza que consideres oportuna. La quiero aquí-.
La gigantesca mujer se acurrucó posando su cabeza en mi pecho. Se la veía feliz por haber mandado a la basura, en una hora, complejos que la tuvieron subyugada durante toda su vida. Por mi parte, me debatía entre la satisfacción de saber que aunque el mundo se fuera al carajo, esa isla iba a ser un oasis a salvo de la devastación mundial y el cabreo por sentirme una marioneta en manos de Miss Cerebrito.
Habiendo descansado, me di cuenta que era tarde y como quería llegar temprano a la cena, me levanté y me empecé a vestir. Johana protestó al sentir que deshacía nuestro abrazo y remoloneando, me pidió que volviese con ella.
-Comandante, tiene órdenes que cumplir-, le recordé mientras me ponía los pantalones.
La mujer obviando que estaba desnuda, se incorporó ipso facto y saliendo por la puerta, se fue a cumplir con lo que le había mandado. Al cabo de unos minutos, escuché unos gritos provenientes del pasillo, para acto seguido, ver que Johana entraba en la habitación portando en sus hombros a una indefensa Irene. Se notaba que la rubia no estaba muy de acuerdo con el modo tan brusco con el que la negra estaba llevando a cabo su misión.
-Señor, ¿dónde deposito este fardo?-, dijo marcialmente la militar.
La propia Irene había trasladado mis pertenencias y por eso, abriendo el cajón donde en mi antiguo piso tenía mis juguetes, sacando una cuerda y un bozal, contesté:
-Hasta nueva orden es una prisionera, después de inmovilizar al sujeto, amordázalo. No me apetece oír sus gritos-.
Johana, comprendió al instante lo que quería y desgarrando su vestido, se puso a cumplir mi pedido. No teniendo más que hacer allí, me alejé mientras oía las protestas de la que se consideraba mi favorita.
 
Cap. 4.- Akira y Suchín.
Como todavía quedaba media hora para la cena, me dirigí directamente hacia el salón a servirme un copazo. Me apetecía un Whisky para celebrar que había puesto a Irene en su lugar.
“Aunque se lo merece, solo espero que Johana no sea demasiado dura con ella”, pensé sin dejar de sonreír.
Aprovechando ese momento de tranquilidad, me puse a repasar los siguientes pasos que tenía que llevar a cabo. Lo primero era verificar el plan de contingencias si al final se confirmaban los negros augurios., sin olvidarme que tendría al día siguiente que juntar a los habitantes de la isla y comunicarles la inminencia del desastre. Aunque nos habíamos cuidado y mucho que ninguno de ellos dejara atrás familia, debía mentirles respecto a cuándo nos habíamos enterado de lo que iba a ocurrir. Tenía que ser fortuito que coincidiera en el tiempo con la fundación de nuestra colonia. Supe que tarde o temprano todo se sabría, pero cuando tuvieran constancia del engaño, estarían agradecidos de haber sido salvados por nosotros.
Estaba pensando en ello, cuando escuché que se abría la puerta y al mirar quien entraba, me costó reconocer que era Akira la que se acercaba. Vestida y maquillada al estilo de sus abuelos, la mujer venía ataviada como una antigua geisha.
“A esto se refería con lo de recibirme como me merecía-, recapacité sin levantarme del sillón, “en su mentalidad, ella debía servirme y que mejor ejemplo, que vestida como una de las famosas acompañantes japonesas”.
Sabiendo de antemano lo que se esperaba de mí, sonreí cuando se arrodilló a mis pies y besando el suelo que pisaba, dijo:
-Amo, vengo a presentarme a usted. Quiero que sepa que acepto plenamente las condiciones de mi contrato y que desde ahora solo existo para servirle-.
Su aceptación era algo que conocía, por eso, fríamente, rebatí sin darle otra opción:
-Todavía no he decidido si eres digna de mí-.
La oriental, interpretando a la perfección su papel, sumisamente me preguntó qué era lo que su dueño le exigía como prueba.
-¡Cántame!-, ordené, empleando mis profundos conocimientos sobre la mentalidad nipona.
Para los habitantes del Japón, las Geishas eran ante todo damas de compañía con una extensa preparación orientada a satisfacer los requerimientos de sus clientes y el primero de ellos era que valoraban ante todo una amplia educación musical.
Akira, esbozó el inicio de una sonrisa antes de tomar aire y comenzar a entonar una dulce melodía. Subiendo el volumen de su voz, interpretó una tierna canción de amor mientras mantenía sus rodillas juntas, con la cabeza erguida y sus manos extendidas hacia arriba en honor al dueño de su destino. No me costó reconocer su postura, la muchacha había adoptado la posición de alabanza, glorificando las bondades de su superior con su canto. Su prodigiosa voz se hizo dueña de la casa y respondiendo a su llamado, Adriana y Johana se vieron forzadas a entrar en la habitación.
Al verlas, le ordené silencio y los tres, sin quererlo, nos sentimos avasallados por la emoción que emanaba de la garganta de la pequeña oriental. Ni la casquivana brasileña ni la musculosa americana pudieron constreñir su llanto al disfrutar en sus oídos ese canto ancestral y tampoco pudieron evitar aplaudir a la muchacha cuando terminó. Molesto por su demostración, les devolví una dura mirada y dirigiéndome a la intérprete, le recriminé un par de notas fuera de lugar.
Aunque las otras mujeres lo desconocían, mis palabras para Akira fueron un piropo porque, en sí, no había criticado el conjunto sino una ligerísima parte de su canción y por eso, con la reducida alegría que le estaba permitida manifestar una sumisa, me besó la mano y volviendo a su posición, esperó.
-Te has ganado el derecho a darme de comer-, le solté sin demostrar ninguna emoción, -pero todavía no te has hecho merecedora de compartir mi lecho-.
-Ya es suficiente el honor que me hace-, respondió bajando su mirada.
-Tu voz ha complacido mis oídos pero mis ojos han permanecido ciegos. ¡Baila!-.
Siguiendo los acordes sordos de una insonora canción, se levantó del suelo y sin pausa interpretó con armonía los pasos de una antigua danza de unión. No hizo falta que sonara música alguna, todos los presentes nos vimos imbuidos por su danza y siguiendo uno a uno sus sensuales movimientos nos vimos zambullidos en su actuación. Miré de reojo la reacción de mis acompañantes. Adriana seguía con la cabeza el discurrir de la nipona sobre la alfombra mientras Johana babeaba, incapaz de controlar su sensualidad recién adquirida. Yo mismo me estaba viendo afectado pero, disfrazando mi beneplácito, le dije al terminar:
-Sin negar tu armonía, me veo incapaz de valorarte aún. Te doy permiso de poner tu cabeza en mi pierna-.
Akira, asumiendo que había pasado la prueba, se arrodilló y posando su negra cabellera sobre mi muslo, suspiró encantada. Acariciándola, la dejé en segundo plano y dirigiéndome a la militar, dejé caer:
-Me imagino que has cumplido mis órdenes-.
-Señor, no tiene por qué dudarlo. Su prisionera está convenientemente inmovilizada esperando que usted llegue-, respondió con un deje de complicidad que no me pasó inadvertido.
Adriana, al enterarse de que Irene yacía atada en mi habitación, soltó una carcajada diciendo:
-¡Que se joda!. Ya era hora que alguien la pusiera en su lugar-.
-Ten cuidado-, respondí mientras metía mi mano por el escote de la mujer que tenía a mi vera, -cada una de vosotras tiene un papel en esta opereta, pero no tengas creas que vacilaré en cambiar el reparto si me provocas-.
Asustada por mis palabras, se quedó en silencio. Silencio que rompió con un gemido, la oriental al sentir que acariciaba su pezón con fuerza, momento que usé para aclararle de una vez por todas mis intenciones.
-Nuestra familia está compuesta por individuos especiales. Yo soy el nexo, Akira es la sumisa, Johana la protectora, Irene la maquiavélica y tú la divertida. Todos somos complementarios-.
-Patroncito mío, ¿y dónde deja a Suchín?-, respondió con su desparpajo tan característico.
Se me había olvidado la cuarta y reconociendo mi error, respondí:
-Ni puta idea, deja que la conozca para saber cómo catalogarla-.
-Pues eso no puede ser-, exclamó, -acompáñanos que la cena está servida-.
Levantando a la japonesita del suelo, la cogí por la cintura y de la mano de la comandante, seguimos los pasos de una Adriana que, abriendo el camino, ya ha había salido de la habitación. Al llegar al comedor, comprendí a que se refería Irene cuando me dijo que me esperaba una nueva sorpresa porque las viandas que esa noche íbamos a comer estaban cuidadosamente dispuestas sobre el cuerpo desnudo de una preciosa tailandesa.
Con un cuerpo menudo que me recordó al de Akira, en cambio su piel era morena y su cara tenía una expresión libertina que nada tenía que ver con la candidez de la otra oriental. Todo en ella era morbo.
-Espero que la cena sea digna de la vajilla-, respondí mientras me sentaba en la silla.
-No lo dude-, contestó con una carcajada la brasileña, -Esta pervertida es un hacha cocinando-.
-Veremos-, farfullé mientras cogía con mi boca un trozo de sushi de uno de los pezones de la mujer.
-Amo, permítame-, dijo Akira recogiendo un poco de arroz que se había quedado en la rosada aureola, imprimió un duro pellizco al recipiente, antes de llevarlo a mis labios.
Desde mi puesto, tenía un perfecto ángulo de visión del coño de la mujer y con morbo, aprecié que cada vez que una de mis futuras compañeras cogían un pedazo de comida se las arreglaban para ir calentando a su igual con sus caricias. La brasileña, que era la más cuca, se hizo cargo de una deliciosa gamba que estaba depositada entre los rojos labios de la cocinera, dándole a la vez un dulce beso, la mojó en la salsa de soja de su ombligo. Johana, aún inexperta en estas lides, cogió un pedazo de pollo de su escote, mientras le acariciaba la cabeza. Akira, en cambio, fue más directa y removiendo una especie de salchichón encajado en el sexo de la mujer, lo sacó y tras cortar un trozo, lo acercó a mi boca y me lo dio a probar.
-Lleva una salsa tailandesa muy especial-, soltó mientras volvía a incrustarle el sobrante nuevamente.
Al verse penetrada, las piernas de Suchín se tensaron. Sonreí al comprobar que lejos de permanecer inmutable, esa mujer se estaba excitando. Sus ojos desprendían llamaradas de deseo cada vez que una de sus compañeras recogía de su piel una pieza de la estupenda cena que ella había cocinado. Disfrutando del juego, decidí incrementar la apuesta y vaciando el resto de mi copa sobre el pecho de la mujer, ordené a mi sumisa que limpiara mi estropicio.
Akira, con una voracidad inmensa, fue absorbiendo el líquido con su boca mientras confería a su acción una lascivia creciente. La pasión de la japonesita contagió a Adriana, la cual, colocándose a un lado, cogió entre sus manos el embutido encajado en la entrepierna e incrementado la avidez de la mujer, le imprimió un rápido movimiento. Los gemidos de su víctima no se hicieron de rogar e incapaz de aguantar, gimió de placer. Viendo que Johana se mantenía al margen pero que en su gesto se adivinaba que también se estaba viendo afectada, le pregunté:
-¿No tienes hambre?-.
-Sí, pero me da vergüenza-.
Levantándome de mi asiento, cogí del brazo a la enorme mujer y llevándola a los pies de la oriental, separé a Adriana y quitando el embutido, la forcé a bajar su cabeza. Poniendo en contacto sus labios con el sexo de tailandesa, le ordené:
-Come-.
La negra probó el néctar con su lengua y al comprobar que le gustaba, ya completamente convencida, separó los pliegues de Suchín y como posesa se puso a beber de su flujo. La oriental recibió la boca de su compañera con gozo y temblando sobre la mesa, se corrió.
-Sigue hasta que desfallezca-, ordené a la comandante.
Siguiendo mis instrucciones con gran diligencia, la musculosa mujer penetró el interior de la vulva con su lengua mientras pellizcaba con sus dedos los glúteos indefensos que tenía a un lado. Adriana buscando su propio placer, se quitó las bragas y subiéndose a la mesa, puso su sexo en los labios de Suchín.
Viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos y que esas dos hembras bastaban para complacer la sexualidad de la fetichista, llamando a Akira, fui a ver a la mujer que estaba atada en mi cama. La japonesa me siguió sin oponer resistencia y solo cuando estábamos a punto de entrar en mi habitación, bajando su mirada, me preguntó:
-Amo, Irene me dijo que esta noche iba a compartir lecho con ustedes dos en cuanto la desatáramos. ¿Cuál va a ser mi función?-.
-No te entiendo, ¿Cuándo te dijo eso?-.
– Hace una hora la sorprendí cenando en la cocina. Al preguntarle que hacía, Irene me contestó que usted iba a castigarla y por eso estaba comiendo algo-, me aclaró.
-¿Y que más te dijo?-.
Asustada, al darse cuenta que, con su pregunta, había descubierto a la mujer, balbuceando me contestó que mi asistente le había anticipado que esa noche, después de cenar, iba a acompañarme a liberarla.
“Será perra”, pensé. “Conoce tan bien mi forma de pensar y de actuar que para ella soy como un libro abierto”.
Meditando sobre ello, decidí no seguirle el juego y dirigiéndome a la sumisa, pregunté:
-Durante esto tres meses, me imagino que te habrá dicho alguna vez como esperaba que fuera nuestro primer encuentro-.
-Sí-, con rubor en sus mejillas, me respondió, -soñaba con que usted la tomara violentamente-.
“¡Hija de puta!, eso es lo que me apetece realmente pero ¡no es lo que voy a hacer!. Si quiere violencia, no la va a tener”, resolví.
No iba seguir su juego.
Al entrar en el cuarto, descubrí con agrado que Johana se había extralimitado. No solo la había atado sino que dando un buen uso a mis juguetes, le había incrustado un consolador en su sexo y otro en su ano.
-Desátala-, ordené a la oriental.
La muchacha se acercó a la indefensa mujer y quitándole el bozal, se puso a deshacer los nudos que la mantenían inmovilizada. Con atención, me fijé en el estupendo cuerpo de mi asistente. Siendo delgada de complexión, estaba dotada de unas curvas que harían las delicias de cualquier hombre. Lo que más me gustaba de ella eran la firmeza de sus senos y la perfección de su trasero, sin dejar de apreciar que era toda una belleza.
Una vez liberada, me senté junto a ella en la cama y acariciando su pelo, la besé mientras le decía:
-Pobrecita, debes de haber sufrido mucho. Descansa, mientras me ocupo de Akira. Ya tendremos tiempo de disfrutar uno del otro- y dirigiéndome a la oriental, le ordené que se desnudara.
De reojo, observé el desconcierto de Irene. Había supuesto que, todavía enfadado por su afrenta, la tomaría sin contemplaciones y en vez de eso, me había comportado con ternura.
Olvidándome de ella, me concentré en la sumisa que obedeciendo mis órdenes, acababa de soltarse el pelo. Su cuerpo menudo se me fue revelando lentamente. Mientras deshacía el nudo del grueso cinturón que sostenía el vestido, la japonesita mantuvo la cabeza gacha al ser incapaz de mirarnos.
-¡Levanta la cara!, quiero que seas consciente de ser observada-, ordené.
La muchacha se ruborizó al comprobar que eran dos, los pares de ojos que la examinaban. Abriendo el kimono, se lo quitó, quedando en ropa interior en mitad de la habitación. Al verla así, se me hizo agua la boca al comprobar la perfección de sus medidas. Francamente baja, la oriental estaba dotada de unos pechos de ensueño.
Sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador, lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
-Acércate-.
Akira, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies, esperó mis órdenes.
-Quiero ver tu dentadura-.
Avergonzada por el trato que estaba recibiendo frente a su compañera, abrió su boca sin rechistar al comprender que su dueño tenía que inspeccionar la mercancía antes de dar su visto bueno.
-Limpios y perfectos-, determiné después de comprobarlo.
-Gracias amo-, le escuché decir.
-No te he dado permiso de hablar-, recriminé, -date la vuelta y muéstrame si eres digna de ser usada por detrás-.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad como su limpieza, y dándole un azote, le exigí que nos exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a nuestro examen. Completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.
-Separa tus labios-, ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Levantándome de la cama, fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes y sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi esclava que se incorporara. Cumpliendo lo mandado, la muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada. Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé.
-Irene, ven y acaríciala-, dije dirigiéndome a mi asistente que hasta ese momento había permanecido al margen.
Con ello, buscaba un doble objetivo. Privada de la visión, los sentidos de la oriental se agudizarían y por otro, le dejaba claro a la rubia que esa noche no iba a haber violencia. Respondiendo a mi pedido, Irene se acercó y usando sus manos fue recorriendo la suave piel de su compañera, consiguiendo que de la garganta de Akira salieran los primeros suspiros.
-Improvisa-, le pedí, -que no sepa que parte de su cuerpo vas a tocar ni si vas a usar la lengua, los dientes o tus dedos-.
La mujer comprendió mis intenciones, al estar cegada, a su víctima se le incrementaría el deseo al ser incapaz de anticipar los movimientos de su contraparte y sin más dilación, fue tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de la oriental. Con satisfacción, fui testigo de cómo le mordía los pezones, para acto seguido lamer su cuello mientras introducía un dedo en su lubricada cueva.
-Amo, ¿quiere que la fuerce a correrse?-.
-Si-, contesté y dirigiéndome a Akira, en voz baja le susurré al oído: -tienes prohibido hacerlo-.
Viendo que la rubia, arrodillándose, introducía su lengua en el sexo de la pequeña, decidí que era el momento de desnudarme. Irene buscó que su partenaire se corriera torturando su ya inhiesto clítoris. No tardé en observar que de los ojos de Akira brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración, Necesitaba alcanzar el clímax pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, forzó la penetración con un brusco movimiento de su trasero. Mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, pero entonces sacándolo, le pregunté:
-¿Confías en mí?-.
-Sí, amo-, respondió casi llorando.
Solo quedaba confirmar su entrega ciega, por lo que acercando una silla, la puse en pie sobre el asiento, ante la atenta mirada de Irene. Comprendí que Akira estaba aterrorizada al verse en esa posición, ya que, con las manos esposadas a su espalda, si perdía el equilibrio, se golpearía contra el suelo.
-Déjate caer hacia delante-, ordené.
Durante unos instantes, la pequeña oriental se quedó petrificada porque jamás ningún amo le había exigido algo semejante. Asumiendo que si no cumplía mis órdenes, iba a fallarme, pero que si lo hacía, se iba a estrellar contra el suelo, llorando decidió obedecer y lanzándose al vacío, se temió lo peor.
Nunca llegó al suelo porque antes que su cuerpo rebotara contra el parqué, la recogí en mis brazos y besándola, le informé que había superado la prueba y que se merecía un premio. Completamente histérica, me devolvió el beso. El miedo acumulado se transmutó en deseo y como si hubiera abierto un grifo, de su sexo brotó un espeso arrollo mientras sus piernas se enlazaban con la mía.
Decidí que era el momento de cumplir con mi palabra y sentándome en la silla, la senté en mis rodillas.
-Abre las piernas-, le pedí dulcemente y cogiendo la cabeza a mi asistente, la llevé hasta su sexo.
–Tienes permiso de correrte-, le informé mientras la empalaba por detrás.
La oriental al sentir su entrada trasera violentada por mí, mientras su clítoris era lamido por Irene, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual, le quité las esposas y el antifaz. Ella, al sentir libertad de movimientos, cogió a mi empleada del pelo y autoritariamente, le exigió que le comiera los pechos. En cuanto sintió la boca de la mujer sobre sus pezones, reanudó sus movimientos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:
-Soy suya-.
Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su pequeño cuerpo, de manera que mi pene recorriera su interior a cada paso. Nuevamente, escuché sus gemidos, muestra clara que estaba disfrutando por lo que acelerando mis movimientos la llevé otra vez a un orgasmo que coincidió con el mío.
Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, comentó:
-Amo, nunca había sentido algo así. Creí morir cuando me exigió arrojarme al vacío pero se lo agradezco. Ha conseguido que comprenda que es mi dueño y que junto a usted, nada malo me pasará-.
-Esa era mi intención-, respondí y dándole un suave mordisco en el lóbulo, la levanté en mis brazos y depositándola sobre las sabanas, me tumbé a su lado.
Fue entonces cuando caí en que Irene permanecía arrodillada a los pies de la silla. Durante la media hora que llevaba en la habitación, a propósito, le había otorgado un papel secundario y era el momento de explicarle los motivos:
-Ven-, le dije haciendo un hueco en la cama. –Aunque no te lo mereces, no quiero que cojas frio-.
El rostro de mi asistente mostró la alegría de que le permitirá compartir mi lecho y como gata en celo, me abrazó restregando su cuerpo contra el mío.
-Te equivocas si crees que te voy a hacer el amor. Sigo enfadado. No creas que voy a permitir que juegues conmigo. Que sea la última vez que siento que me manipulas. Si vuelves a hacerlo, le pediré a Suchín que te busque acomodo en las pocilgas-, y forzando su boca con mi lengua, pregunté: -¿Has entendido?-.
-Sí… señor-, me respondió posando su cabeza en mi pecho mientras abrazaba con su brazo a su compañera, -No volverá a ocurrir-.
 

No me cupo duda que iba a ser imposible que cumpliera esa promesa. Su naturaleza maquiavélica la traicionaría, pero allí estaría yo para castigarla cuando lo hiciera. Pensando en ella y en las otras cuatro, me dormí sin darme cuenta, al estar convencido de que si el desastre anunciado se terminaba produciendo, al menos, a mí, ¡me encontraría preparado!.

Relato erótico: “LA FÁBRICA (4):”(POR MARTINA LEMMI)

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Al otro día cayó por la fábrica Luciano, el hijo de Hugo.  Para mi desgracia, no vino esta vez con compañía familiar, lo cual le dejaba un mayor margen de maniobra.  Y, de hecho, del modo más obvio posible, prácticamente se abalanzó sobre mi escritorio apenas llegó.  Yo lo saludé cortésmente como también lo hicieron el resto de las chicas pero la realidad era que él tenía los ojos clavados como dagas sólo en mí.  Lo suyo parecía ser una obsesión perversa; ésa era exactamente la sensación que me había dado dos días antes al conocerlo, sólo que en aquel momento la presencia de su esposa actuó como factor de contención.

“La falda sigue corta, ¿no?” – preguntó con una sonrisa ladina y estirando el cuello como para espiar por detrás del escritorio; yo, en un acto reflejo, me cubrí con las manos.

“S… sí, por supuesto – respondí -.  Es la misma de hecho”
Asintió cabeceando y se quedó durante un rato sin agregar palabra aunque siempre con la vista permanentemente clavada en mí, lo cual no podía sino ponerme muy nerviosa.
“Vení para la oficina en cuanto te hagas un momento” – me dijo, con la misma naturalidad que si fuera el jefe allí.
“¿O… oficina?” – pregunté algo confundida.
“Sí, la de Hugo – aclaró -; hoy no está mi viejo”
Se marchó y detecté un brillo malicioso en su semblante al pronunciar esa última frase.  Apenas se fue, volvieron los malditos intercambios de miraditas entre Evelyn y Rocío.  Miré a Floriana.
“¡Bien! – me dijo ella alzando las cejas por encima de sus gafas -.  Me parece que le gustaste a Luchi, jaja… Mientras no tengas problemas con su esposa…”
Volvió a dirigir la vista a su monitor y me quedé pensando si había hablado en broma o en serio y hasta qué punto creía ella que Luciano podía pretender avanzar conmigo.  Dilaté el momento lo más que pude; me dediqué a seguir actualizando cuentas de clientes e incluso contesté un par de llamados telefónicos.  No hubo noticias de Inchausti, por cierto: en parte me alegré porque el día anterior había estado no insolente ni irrespetuoso pero sí bastante osado en el teléfono, pero a la vez en parte lo lamenté porque ésa era una buena venta, superior a cualquier otra y, al parecer, según lo dicho por Flori, superior a muchas de las que podían llegar a estar gestionando el resto de las chicas.  Abstraída en lo mío, fingí olvidarme de la convocatoria de Luciano pero Estela se encargó de recordármelo:
“No olvides que Luchi te está esperando” – me dijo casi al oído, inclinándose hacia mí.
En fin, ya no había escapatoria.  No tenía forma de dilatarlo.  Al pasar junto al escritorio de Evelyn sentí algo así como un pinchazo en la cola por debajo de mi falda.  Me giré hecha una furia; ella, desde su silla, sólo me miraba sonriente.  La muy zorra me había pellizcado.
“¿Qué hacés, imbécil?” – le recriminé.
“Ay, ¿tanto te molesta que te pellizquen el culo? – preguntó ella ampliando su sonrisa burlonamente -.  ¿No es acaso lo que te hacen siempre allá adentro?” – movió el mentón hacia delante en dirección a las oficinas.
Fue más de lo que pude soportar.  Le crucé la cara de una bofetada y me arrepentí al instante: era apenas mi tercer día de trabajo y ya había golpeado a una compañera de trabajo.  ¡Dios!  Acababa de firmar mi telegrama de despido o, al menos, así lo interpreté.  Su rostro enrojeció; se puso en pie convertida en un demonio y dirigió contra mi rostro un golpe a la mano abierta y con las puntas de los dedos extendidas: la intención, obviamente, era enterrar sus uñas en mi cara.  Ladeando mi cabeza, alcancé por muy poco a esquivar el arañazo  que apenas me pasó rozando la oreja.  Luego ella apoyó ambas manos sobre mi pecho y me empujó con fuerza, arrojándome de espaldas contra el escritorio de Milagros, otra de las chicas.  Se lanzó sobre mí como una leona enfurecida mientras yo hacía denodados esfuerzos por quitármela de encima y por frenar cada manotazo que me arrojaba; la saqué bastante barata, ya que ningún arañazo ni golpe me llegó de lleno al rostro, aunque en parte ello se debió a que el resto de las empleadas intervinieron con toda rapidez y la apresaron, inclusive Rocío, su amiga, quien no paraba de repetirle que se calmara.
Estela también apareció rápidamente en el lugar y, entre todas, lograron sacar a Evelyn de encima de mí.  Su respiración jadeaba como la de una bestia furiosa y sus ojos me miraban inyectados en sangre mientras las demás le apresaban los brazos para que no siguiera arrojando manotazos a diestra y siniestra.
“¿Qué está pasando aquí?” – preguntó alguien.
Era la voz de Luis, quien apareció en el lugar súbitamente.  Al incorporarme eché incluso una mirada hacia el final del pasillo y noté que algunos operarios de planta estaban asomados.  Claro, el jaleo que habíamos armado debía haber causado el suficiente revuelo como para llamar la atención de toda la fábrica.  Inclusive vi que la puerta de la oficina de Hugo estaba entreabierta y que Luciano asomaba su rostro con expresión intrigada aunque en ningún momento amagó salir de allí.
“Repito – insistió Luis dando un tono más autoritario a su voz -.  ¿Qué pasa aquí?”
“Esta… zorrita apestosa me golpeó” – farfulló Evelyn casi mordiendo las palabras; sin importarle ni un poco que Luis estuviera allí me arrojó un escupitajo que, por suerte, no llegó a destino.
“¡La golpeé porque ella… me pellizcó!” – repuse enérgica aunque con algo de vergüenza.
“¿La pellizcó? – inqurió Luis frunciendo el ceño -.  ¿Dónde?”
Bajé la cabeza avergonzada.  Un rumor de murmullos y risitas se levantó a mi alrededor.
“En… la cola” – dije.
Luis carcajeó:
“Jaja, bueno, va a ser mejor que las dos pasen ya mismo por mi oficina porque tenemos que hablar algunas cosas seriamente… Estela, acompañe a las muchachas por favor…”
Girando sobre sus talones se marchó.  Nos miramos con Evelyn: sólo había odio en el medio de ambas.  Las demás ya le habían liberado las manos por considerar que habían logrado sosegarla un poco pero yo temía que, de un momento a otro, se arrojara nuevamente sobre mí.  Estela, tal vez previendo eso, se plantó entre ambas.
“Bueno, chicas – dijo, en tono conclusivo -.  Vamos para la oficina de Luis”
Tomándonos a cada una de ambas por la manga de la blusa nos llevó a través del pasillo caminando siempre con ella en el medio.  Una gran angustia se apoderó de mí puesto que sentía temor por mi continuidad en el trabajo.  Al pasar frente a la oficina de Hugo alcancé a ver a Luciano que me miraba; me hizo un gesto como recordándome que me esperaba luego.  ¿Habría “luego”?, me dije a mí misma.
Una vez dentro de la oficina quedamos ambas de pie ante el escritorio de Luis como si fuéramos niñas en penitencia a punto de escuchar una reprimenda.  Él no estaba sentado al otro lado sino por delante del escritorio y con el trasero apoyado sobre el mismo.  No era mi jefe aunque sí el de Evelyn pero se comportaba, de todos modos, como si lo fuera de ambas.  Estela se retiró y, en parte, ello me intranquilizó un poco.
“¿Y bien? – inquirió Luis -.  ¿Tienen algo que decir sobre la conducta tan indecorosa que han mostrado?”
Me apresuré a hablar antes de que Evelyn lo hiciera.  Si la dejaba, podía llegar a sacar partido de esa ventaja y quizás me echaría tierra encima con una sarta de mentiras que yo no podía permitir.
“Ella me odia…- vociferé, sorprendiéndome a mí misma con el tono de mi voz -.  Desde el primer momento en que pisé esta fábrica, me odia y yo nunca le he hecho nada”
Esperé una encendida réplica por parte de Evelyn pero tal cosa no ocurrió; con gesto contrariado, se mantuvo en silencio mirándose las uñas de una mano cerrada en forma de puño.
“¿Algo que decir a eso, Evelyn?” – le preguntó Luis.
“Yo… sigo sin entender por qué despidieron a Mica” – dijo Evelyn siempre con la vista en sus uñas.
“Eso no es un asunto que te concierna, Evelyn – replicó Luis -.  Ni tan siquiera me concierne a mí ya que era empleada de Hugo y es él quien decide quién entra, quién queda o quién sale de su empresa”
“Pero… fue injusto – insistió Evelyn -.  La acusaron de errores que, en realidad, fueron de Floriana”
“Creo que he sido claro, Evelyn.  No estamos aquí para hablar de lo que pasó con Micaela.  Bien sé que es tu amiga y te debe doler que haya sido despedida, pero la cuestión aquí es otra.  Soledad no tiene ninguna culpa de lo que pasó con Mica… Ninguna.  Ella es una empleada nueva y, como tal, merece que se la trate con el mismo respeto y cordialidad que a las demás”
“Se pavonea todo el tiempo caminando sensualmente y mostrando el culo” – repuso Evelyn.
El pecho se me hinchó de la rabia; la miré y estuve a punto de saltar sobre ella.  Luis, en cambio, sólo reía:
“¡Celos entre mujeres!  Jaja, son imposibles, chicas… Bueno, a mí me parece que la forma de que esta empresa funcione es que quienes estamos en ella nos llevemos bien – no dejaba de sorprenderme cómo, según conviniera a su discurso, podía referirse a la empresa como sólo una o bien a dos -.  Y quiero que, a partir del momento en que salgan de esta oficina, ustedes se lleven bien.  De lo contrario, entre Hugo y yo tendremos que tomar las medidas correspondientes…”
Me sentí morir: las “medidas correspondientes”, desde luego, hacían referencia al despido tanto de ella como mío. 
“De mi parte, señor Luis…” – comencé a hablar.
“¡Luis!!
“L… Luis.  De mi parte puede estar seguro de que así va a ser.  Yo… no quiero tener ningún problema con Evelyn”
Él asintió, aparentemente conforme.  Miró interrogativamente a Evelyn como esperando alguna palabra de su parte.  Ella, sin embargo, nada dijo; con la vista en cualquier parte, ahora se dedicaba sólo a mesar sus rojizos cabellos.
“¿Es verdad que le pellizcó la cola a Soledad?” – preguntó Luis.
“Sí… es verdad – respondió ella sin mirarlo a los ojos.
“¿Puedo preguntar por qué lo hizo?”
Evelyn sólo se encogió de hombros.  No había respuesta después de todo.
“Me parece justo – continuó él – que para empezar a llevarse bien a partir de este momento haya que saldar algunas deudas pendientes”
Esta vez Evelyn sí lo miró.  Su rostro era un absoluto interrogante.  El mío, por cierto, también.
“No entiendo” – repuso ella moviendo enérgicamente la cabeza a un lado y a otro.
“Si usted le pellizcó la cola a Soledad, se supone que las cosas deben quedar a mano.  Ella ahora tiene que pellizcarle la suya”
Tanto el rostro de Evelyn como el mío se tiñeron de incredulidad.
“Luis…- farfulló ella -.  Es… estás loco”
“No le hables así a tu jefe – replicó él en tono severo aunque a la vez con el rostro sonriente -.  Además, en todo caso, ustedes no están muy cuerdas para hacer las cosas que se hacen y causar semejante revuelo dentro de la fábrica”
“¡Yo no hice nada”! – repuse enérgicamente.
“¡Me diste una bofetada!” – exclamó airadamente Evelyn girando la vista hacia mí por primera vez desde que ambas entráramos en la oficina.
“Chist, chist, silencio – siseó Luis gesticulando de manera contemporizadora con las manos -.  Haya paz, haya paz… Y tiempo al tiempo.  Estamos hablando del pellizco.  Evelyn, me parece justo que Soledad le pellizque su trasero.  Por favor, dese la vuelta y súbase la falda”
Evelyn miró alternadamente a Luis y a mí.  Sus ojos parecían pugnar por salírsele de las órbitas y sus puños se crisparon.  Clavó un taco con fuerza en el piso; estaba que hervía del odio.  Sin embargo y luego de un rato de vacilación terminó haciendo lo que Luis le decía; girándose para darme la espalda se llevó la falda hacia arriba mostrando su cola cubierta por unas bragas que eran bastante más recatadas que las mías.  Yo estaba paralizada; a decir verdad, mi incredulidad era tanta como la de Evelyn.  Miré a Luis, confundida; él, simplemente me hizo un asentimiento de cabeza.  Volví la vista nuevamente hacia el trasero de Evelyn y, muy despaciosamente, caminé hacia ella.  Me costó llevar la mano hacia la carne pero finalmente lo hice, buscando, obviamente, alguna parte de sus nalgas que no estuviera cubierta por las bragas ya que, después de todo, ella me había pellizcado a mí sobre la propia piel.  No le tuve lástima; me concentré en recordar lo que me había hecho y el incómodo momento vivido en los escritorios.  Así que aprisioné con fuerza la carne y hundí mis uñas hasta arrancarle un grito de dolor y provocar que todo su cuerpo se retorciera.  Se alejó unos pasos de mí y se giró para mirarme.  Su rostro seguía rezumando odio puro; se llevó las manos a la cola, seguramente dolorida.  Bien merecido se lo tenía, perra de mierda.
“¿Es suficiente, Soledad?” – me preguntó Luis.
“S… sí, Luis – respondí sin poder evitar que se me escapara una perversa sonrisa de satisfacción -.  Creo que lo es”
“¿Qué hay de ella? – protestó, airadamente, Evelyn -.  ¡Me golpéo!  ¿No se supone que…?”
“Chist, chist… – la calló Luis -.  Momento, Evelyn, tiempo al tiempo.  En este momento soy yo quien decide cómo deben resolverse las cosas y sé perfectamente lo que tengo que hacer para que las ofensas queden parejas”
El comentario me estremeció.  Ahora ambos me miraban fijamente.
“Soledad, ¿es cierto que usted golpeó a Evelyn?” – me interrogó Luis.
Otra vez me comenzaron a temblar las rodillas; bajé la cabeza.
“S… sí, Luis, yo la golpeé pero fue por…”
“Chist, chist, responda sólo a lo que le pregunto, Soledad… ¿En dónde la golpeó?  ¿En qué parte del cuerpo?”
Ahora los labios también me temblaban y me costaba hablar:
“En… el rostro… – respondí -; fue una bofetada”
“Bien, entonces creo que es justo que Evelyn se cobre la bofetada, ¿verdad?”
Lo miré sin poder creer.  Evelyn, en tanto, volvía a sonreír: y juro que me pareció la sonrisa más perversa del mundo. 
“¿Es justo o no?” – insistió Luis.
“S… sí – musité -, creo q… que… lo es, Luis”
“Entonces levante el rostro y mire a su compañera de trabajo para recibir lo que le corresponde”
A mi pesar cumplí con lo requerido y me encontré cara a cara con Evelyn, quien ahora caminaba lentamente hacia mí con esa sonrisa que ahora parecía no caberle en el rostro.  La miré con ojos angustiados cuando ella se plantó a menos de medio metro de mí.  Y a continuación recibí sobre mi rostro el duro impacto del revés de su mano; el golpe, por cierto, fue propinado con una furia bastante mayor que la bofetada que ella había recibido con anterioridad de mi parte.  Me hizo perder el equilibrio y caí sobre mis rodillas a los pies de Evelyn; lo único bueno del asunto era que al tener yo la vista en el piso, zafaba de tener que ver su más que segura expresión de satisfacción al tenerme de ese modo.
“Bien, ya están a mano con las faltas cometidas mutuamente – voceó Luis del mismo modo que si anunciara una sentencia -.  Ahora es momento de reconciliación”
Poco a poco me fui incorporando y recuperé la vertical.  La cara me dolía horrores y por otra parte me invadía la más absoluta incomprensión al no entender qué era lo que pretendía Luis ahora.  Aparentemente Evelyn tampoco entendió; su expresión era tan desorientada como la mía.
“Bésense” – ordenó Luis con una sonrisa de oreja a oreja.
Ambas quedamos atónitas; nos intercambiamos una mirada. 
“Luis, estás loco” – se quejó Evelyn, achinando los ojos.
Yo no dije palabra.  No sabía tampoco qué decir.
“Vamos, bésense ambas – insistió Luis llevando una palma de su mano contra la otra como imitando un acercamiento -.  Y así ya quedarán definitivamente en paz”
De pronto parecía asumir un tono de predicador o de gurú.  Nos volvimos a mirar entre nosotras y, casi como un acto reflejo, nos desviamos la vista mutuamente de inmediato.   De todos modos, al pensarlo fríamente y aun cuando pareciera una locura que nos termináramos besando a tan poco de habernos tomado a golpes, el pedido de Luis no me sonó tan descabellado: quizás era que me estaba acostumbrando a órdenes locas y perversas y, como tal, había esperado algo infinitamente peor.   Así que no lo pensé más: acerqué mis labios al rostro de Evelyn y la besé en la mejilla; ella, más que besarme, besó el aire y hasta pareció que contraía la cara para reducir al mínimo el contacto: fue casi como si cumpliera con una obligación a desgano; mi caso no era muy diferente, por cierto, pero busqué disimularlo más.
“¿A eso llaman besarse? – se quejó a viva voz Luis; ambas giramos nuestras miradas hacia él con una incomprensión aun mayor que la de antes -.  ¡Bésense!  ¡Con pasión! ¡Con intensidad! ¡Es lo mínimo que merece una reconciliación como ésta!”
Yo no podía creer estar entendiendo lo que creía entender; y me dio la impresión de que Evelyn tampoco.
“Luis… – dijo ella, con cara de asco -.  ¿Te… estás refiriendo a…?”
“Besarse, sí – enfatizó él -.  Abran sus bocas, saquen sus lengüitas – acompañó desagradablemente sus palabras haciendo lo propio con la suya -, introdúzcanlas cada una en la boquita de la otra… Ja, ¿Tengo que ser tan explicativo?”
Definitivamente todo estaba bien claro.  Yo, aun antes que Evelyn, asumí que no había más opción.  Era eso o quedarnos sin trabajo, de acuerdo a cómo yo lo interpretaba.  La miré fijamente a Evelyn y acerqué mi rostro al de ella, quien intentó echarse hacia atrás.  Me impulsé, por lo tanto, con más fuerza hacia adelante y apoyé mis labios sobre los suyos. 
Evelyn se resistía a abrirlos pero ya había entendido que no debía retroceder.  Saqué mi lengua por entre mis labios y los deslicé por sobre los suyos; no sé si decir que el acto le gustó, pero sí se notó que la conmocionó un poco.  A pesar de la resistencia inicial, en algún momento se entregó y permitió que mi lengua entrara por entre sus labios separándolos para, luego, comenzar a juguetear dentro de su boca.
“¡Eso! – exclamaba Luis que era pura felicidad -.  ¡Eso es lo que me gusta!  Vamos, chicas, demuéstrenme que lo saben hacer… y, sobre todo, que se han reconciliado y que se quieren, jaja”
Todo mi cuerpo temblaba porque, claro, era la primera vez en mi vida que besara a una mujer de esa forma y no dejaba de resultar paradójico que en ese sentido debutara con alguien que minutos antes se me había echado encima como una fiera salvaje.  Traté de no pensar; si lo hacía, terminaba enloqueciendo y, ya para esa altura, me veía forzada a aceptar que todo cuanto ocurría adentro de aquella fábrica era una gran locura.  Terminaba siendo yo, de hecho, quien estaba aceptando con más naturalidad tan demencial situación; Evelyn, más bien, parecía pasiva, como dejándome hacer: por momentos trataba de despegarse o cerrar su boca pero cada vez que lo intentaba yo volvía a la carga con mi lengua dentro de ella.  Hasta la tomé por el talle para evitar que se zafara reculando; forcejeó un poco tratando de liberarse, pero cedió… Tanto ella como yo teníamos los ojos cerrados para no vernos mutuamente pero al espiar en un momento por el rabillo alcancé a ver a Luis que se estaba… tocando.  Qué asqueroso…
“¡Muy bien! – exclamó de pronto en tono de felicitación y aplaudiendo -.  Lo han hecho muy bien.  ¡No tengo duda de que a partir de ahora serán buenas amigas!”
Ambas dimos por sentado que las palabras de Luis venían a querer decir que ya era suficiente, razón por la cual dimos por terminado el beso; nuestros labios se separaron y, por supuesto, los de Evelyn fueron los primeros en despegarse; se giró hacia Luis con una mirada que estaba lejos de ser amistosa:
“¿Ya podemos irnos?” – preguntó.
Luis negó con un dedo índice.
“¡No!  De ningún modo – fue su tajante respuesta -.  Falta algo…”
Una vez más un profundo signo de interrogación se dibujó en el rostro de cada una de nosotras. A él, en tanto, parecía divertirle nuestra incertidumbre.
“Ya han quedado devueltas las faltas que cada una de ustedes cometió contra la otra – anunció Luis – y ya se han besado y reconciliado, pero… falta algo…”
Jugaba con el suspenso.  Esperaba que alguna de nosotras preguntara de qué se trataba o simplemente encontraba un placer sádico en nuestra intriga ante lo que sobrevendría.
“Además de portarse mal una con la otra – explicó -, ustedes han también cometido una grave falta ante la empresa.  ¿Creen que eso que han hecho nos puede dar buena reputación?  ¿Qué pasaba si había clientes presentes en ese momento?”
“No los había” – protestó Evelyn.
“No los había, pero no es el caso – repuso él -.  Debemos castigar con severidad ese tipo de faltas para que no se conviertan en un precedente y no vaya a ser cosa que el día de mañana se tomen a golpes en presencia de algún cliente”
“Luis… – dijo Evelyn, con gesto de cansancio -.  Redondea de una vez.  ¿Cuál es el castigo?  ¿Nos van a descontar del sueldo?  ¿Nos suspenderán por una semana?”
“¡No, nada de eso! – respondió él con gesto desdeñoso -.  Tenemos que procurar que a ustedes no se les ocurra volver a hacer algo parecido y, por lo tanto, el castigo tiene que ser algo que realmente duela”
Otra vez silencio.  Otra vez suspenso.  Y miradas interrogativas.
“Algo que DUELA” – repitió Luis, remarcando con especial énfasis la última palabra.
Lo nuestro, por supuesto, era un mar de incomprensión.  Luis pasó al otro lado del escritorio y tomó su silla giratoria, la cual trajo desplazándola sobre sus ruedas.  Una vez que la ubicó frente a nosotras, se sentó.
“Comenzaremos por usted, Soledad – dijo, con tono de sentencia -.  Venga sobre mis rodillas y ponga el culo al aire”
Abrí los ojos tan grandes como fui capaz de hacerlo y se me escapó una interjección de espanto.
“S… señor Luis…”
“Luis”
“S… sí, L… Luis, p… por favor…”
“Venga” – insistió sin siquiera dejarme terminar mi suplicante protesta.
El límite para mi degradación volvía a enfrentarse con una nueva prueba.  El temblequeo se apoderó nuevamente de mis miembros.  No obstante ello, me las arreglé para ir despaciosamente hacia él, quien sentado y sonriente, me hizo una clara señal de que me cruzara boca abajo por encima de sus rodillas.  Levanté mi falda y bajé mi tanga ya que él había dicho precisamente “culo al aire”.  Una vez en tan indigna situación me ubiqué sobre él como si fuera una niña a punto de ser zurrada.
Y los golpes comenzaron a caer.  Uno tras otro fueron castigando duramente mis nalgas, las cuales yo, aun sin verlas, sabía que debían estar enrojeciendo.  Grititos de dolor brotaban de mi garganta y, cada tanto, pataleaba el aire en un acto casi reflejo mientras su mano abierta seguía descargándose pesadamente sobre mi zona trasera.  No sé cuántos golpes habrán sido; no los conté y no sé tampoco si él los contó.  ¿Veinte?  ¿Treinta?  Lo cierto fue que en un momento dio por terminada la paliza y me conminó a ponerme de pie nuevamente aduciendo que mi falta ya estaba debidamente castigada.
Miré a Evelyn.  Suponía que la muy zorra debía estar gozando con el espectáculo que veía pero, aun cuando  eso fuera cierto, su semblante revelaba una sombra de inquietud, lo cual no era extraño si, como era dable suponer, estaba pensando que en instantes más correría ella la misma suerte.  Me puse de pie, acomodándome falda y ropa interior.
“Ahora le toca a usted, Eveyln…” – conminó Luis.
Ella permanecía cruzada de brazos con expresión de contrariedad.  No dio el más mínimo paso para acercarse a Luis; siguió en su lugar moviendo acompasadamente una pierna, como con impaciencia.
“Vamos, Evelyn, su turno” – insistió él.
Una sonrisa dotada de un cierto cinismo se dibujó en el rostro de ella.
“Que tengas buenas tardes, Luis” – dijo, con desprecio, tras lo cual dio media vuelta y se marchó.
Su actitud realmente me impactó: había demostrado tener mucha más dignidad que yo.  Me produjo, incluso, una extraña admiración.  Con gesto de sorpresa, miré a Luis, quien meneaba su cabeza.
“Esa chica acaba de firmar su despido” – sentenció, con absoluta serenidad.
                                                                                                                                                                                  CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

Golfo necesita alguien que hable gallego para una historia.

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Queridos lectores, Estoy escribiendo una historia ambientada en la Galicia profunda y hay un par de personajes que se expresan en ese precioso idioma que siendo el de mis antepasados, reconozco avergonzado que no domino.

Me gustaría que alguien me ayude para no hacer el ridículo cuando escribo los diálogos en galego.

Si alguien quiere y puede ayudarme, mi email es golfoenmadrid@hotmail.es

Gracias a todos.

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 12) FINAL ” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 12 –  capítulo final):

CAPÍTULO 24: EL NUEVO PLAN DE ALICIA:

–          Sí, ahí… así me gusta… sigue por ahí – gemía Alicia.
Yo obedecía sus instrucciones sin dudar, aunque, después de haberle comido el coño al menos 50 veces, sabía perfectamente qué botones pulsar para que mi amante disfrutara al máximo. Sin embargo ella siempre me decía cómo debía hacerlo; le encantaba dar órdenes.
Esa tarde estábamos en su casa, concretamente en el salón. Ella ni siquiera se había desnudado, limitándose simplemente a subirse la falda hasta la cintura, quitarse las bragas y despatarrarse en el sofá.
–          Cómemelo – me dijo simplemente.
Y yo obedecí al instante.
Como siempre, me esforzaba al máximo en darle placer a aquella mujer, en ese momento, su coño era todo mi mundo, ardiente, jugoso, delicioso… mi lengua serpenteaba entre sus labios, recorriendo y lamiendo la trémula carne, haciéndola gimotear de placer.
Sin embargo, mi mente estaba en otra parte.
No sabía qué pasaba conmigo; cuando por fin tenía lo que más había ansiado, tampoco me sentía satisfecho. Me faltaba algo. Y no estaba seguro de qué era.
Tenía en mi vida a dos bellas mujeres, ambas me querían, a su manera y yo las quería a ellas. Vale que una de ellas vivía engañada… y quizás fuera eso lo que me molestaba.
Lo cierto es que estaba cansado de esa situación. En el fondo, sabía que había llegado el momento de tomar una decisión, coger el toro por los cuernos y…
–          Joder, qué puta está hecha Tatiana – dijo en ese momento Alicia – Fíjate, sin tener que decirle nada…
Durante un segundo, saqué la cara de entre los muslos abiertos de mi amante y eché un vistazo a la tele, comprendiendo enseguida a qué se refería Ali.
Alicia estaba visionando el montaje en dvd que yo había realizado de nuestra última aventurilla exhibicionista. Ese era uno de los motivos de nuestro encuentro de esa tarde; que ella pudiera ver por fin el vídeo editado de nuestra última excursión.
Bastó una simple ojeada para comprender el motivo del comentario de Ali, no en vano había visto esas mismas imágenes decenas de veces mientras las manipulaba en mi ordenador. Como no necesitaba verlas para saber qué acontecía en la pantalla de la tele, volví a hundir el rostro entre los acogedores muslos de Alicia, mientras ella, por su parte, me dejaba bien claro quién mandaba allí simplemente presionando mi cabeza con la mano, apretando mi cara contra su coño.
–          Tú a lo tuyo – dijo simplemente.
Y como siempre había hecho desde que la conocía… obedecí.
La verdad es que no me importaba demasiado no poder ver el vídeo. Lo tenía muy visto. Y no sólo eso, también sucedía que no me excitaba demasiado, pues no podía quitarme de la cabeza la impresión de que Tatiana disfrutaba cada vez menos con nuestros juegos y no me gustaba demasiado ver su expresión en la pantalla.
Aunque yo me decía que era únicamente una impresión, pues, de no ser así, el comportamiento de Tati esa tarde hubiera sido más que extraño.
Sin poder evitarlo, me puse a recordar la tarde en que grabamos esas imágenes, unos días atrás en el parque. Nuevamente el plan era idea de Ali y, como casi siempre, la prota de la peli iba a ser Tatiana.
Ella no protestó; se limitó a escuchar lo que Ali proponía (¿ordenaba?) y a mostrarse dispuesta a ello. No sé por qué, pero en ese instante recordé la conversación que había quedado pendiente entre ambos la tarde del asalto a Claudia, pero claro, no era el momento para preguntarle por ello, así que tomé nota mental de hacerlo más tarde (olvidándome por supuesto de hacerlo).
En esa ocasión, el plan no era demasiado elaborado. Se trataba únicamente de alegrarle la tarde a algún afortunado chaval.
Lo preparamos todo conforma a las instrucciones de Ali. Ocultamos un par de cámaras en unos lavabos públicos que había en un lugar discreto del parque, concretamente en uno de los retretes, mientras yo me escondía con el portátil en el de al lado, para poder recibir bien la señal de las cámaras, sirviendo además como eventual guardaespaldas por si la cosa se desmadraba.
Alicia, por su parte, se encargaría de filmar unas cuantas tomas en el exterior, usando una pequeña videocámara que yo le había prestado.
La cosa fue sencillísima. Tati, tal y como habíamos acordado, se vistió bastante sexy, con un vestido estampado de generoso escote, con falda por encima de la rodilla, medias negras (bragas no, gracias) y una gabardina, llevando puestas por supuesto unas gafas espía.
En ese parque y a esas horas de la tarde (sí, sí, horas en las que yo debería haber estado trabajando, lo sé) se juntaban por allí muchos grupos de chavales para charlar un rato con los amigos. Ya sabes a los que me refiero, a esos que se sientan directamente en el respaldo de los bancos y ponen los pies sobre el asiento, supongo que porque no saben muy bien cómo se usa una silla…
Pues bien, tras un rato de observarlos con disimulo, Alicia (obviamente no iba a ser Tatiana) escogió a uno de los grupos de chavales. Según me dijo luego, los eligió porque no tenían mala pinta y, sobre todo, porque no había ninguna chica en el grupo.
Tras recibir la indicación de Alicia, Tati se acercó a los chicos, quienes, según se puede ver en las imágenes, se quedaron mirándola sorprendidos. Aunque esa sorpresa no fue nada comparada con la que recibieron a continuación.
–          Si alguno tiene cinco euros, estoy dispuesta a enseñarle el coño – les dijo sin tapujos mi novia.
No, no hay audio de la conversación, pero basta con ver las caras de asombro de los jóvenes para entender que Tatiana siguió las instrucciones de Ali a pies juntillas.
Tras soltar la bomba, Tati se limitó a darse la vuelta y a caminar sin prisa pero sin pausa hacia los servicios donde yo esperaba escondido. Los chicos, tras unos instantes de duda, se pusieron de repente a cotorrear entre ellos, hablando con visible nerviosismo.
Por fin, uno de ellos se armó de valor y, dando un salto, se bajó del banco y caminó en pos de mi novia. Segundos después le siguieron todos los demás, mientras Ali lo grababa todo a escondidas.
Finalmente llegaron a su destino, los servicios públicos. Habíamos escogido ese lugar porque estaban un tanto apartados y no venía mucha gente. De hecho, en el rato que llevaba yo allí escondido no había entrado ni una sola persona.
Mientras se acercaba, Tati me avisó usando uno de los micros de que ya estaba la cosa en marcha, respondiéndole yo que podía entrar sin problemas, pues no había nadie.
Tatiana, al llegar a la puerta, se detuvo un segundo para mirar atrás, no sólo para asegurarse de que los chicos la seguían (como si hubiera alguna duda sobre eso) sino también para que vieran que entraba en el baño de caballeros, no en el de señoras.
Escuché desde mi escondite cómo se abría la puerta del baño y enseguida se escuchó la voz de Tatiana pronunciando mi nombre, confirmándome que era ella quien acababa de entrar. Segundos después percibí como los chicos entraban también en la sala, aunque en ese momento no pude precisar cuántos eran los acompañantes de mi novia.

Puse las cámaras a grabar y me quedé esperando, en tensión. Pero, cosa rara, más que excitado sexualmente me sentía nervioso, preocupado por si alguno de aquellos niñatos perdía el control e intentaba propasarse.
–          Bien. ¿Quién quiere ser el primero? – escuché que decía Tatiana.
El chico en cuestión debió levantar la mano o algo así, en silencio, pues no escuché respuesta alguna.
Se oyeron unos pasos y, de repente, se abrió la puerta del retrete de al lado, por lo que por fin tuve imágenes en pantalla.
Tati, muy seria, entró la primera y, con un gesto de la mano, invitó al primer adolescente a reunirse con ella. Sin embargo, justo cuando el visiblemente nervioso chico iba a entrar, Tati le puso la mano en el pecho deteniéndole en seco.
–          ¿Y los 5 euros?
Me sorprendió su tono, tan tranquilo y sosegado que no parecía ella. Al parecer, a medida que se sucedían nuestras aventurillas, Tatiana iba ganado en aplomo y confianza.
El joven, todo aturrullado, rebuscó en sus pantalones hasta encontrar un billete arrugado, que entregó a la chica, que dio un paso atrás, permitiéndole reunirse con ella en el estrecho habitáculo, cerrando la puerta tras de sí.
Me costó ahogar una carcajada cuando la cara de acojone del chaval apareció en la pantalla del portátil. Se veía bien a las claras que esa era la primera vez que iba a ver el tesoro que una chica oculta entre las piernas. Y uno de calidad suprema, por cierto.
Escuché cómo Tatiana le decía que estuviera tranquilo, que no iba a pasar nada, mientras yo me reía en silencio pensando que lo que el chico querría era que en realidad pasara algo.
Tatiana, no sé si inspirada por la postura de los chicos en el banco, bajó la tapa del water (que por cierto olía a gloria bendita) y, sacando un paquete de pañuelos del bolsillo de la gabardina, colocó varios encima de la cisterna, para poder usarla de asiento.
Cuando lo tuvo listo, se subió de pie en la tapa del water y, dándose la vuelta con cierta dificultad, se las ingenió para quedar sentada encima de la cisterna, con los pies apoyados en la tapa.
El chico, todo cortado, no se había atrevido a decir ni mú, limitándose a permanecer con la espalda apoyada contra la puerta del retrete, dejando que Tati se encargara de todo. Por si quedaba alguna duda, el ver cómo el chico se echaba todavía más para atrás cuando Tati se subió en el water (poniéndole el culo en pompa frente a la cara) en vez de hacia delante, me confirmó todavía más que el chaval no tenía experiencia alguna en aquellas lides.
–          ¿Estás listo? – escuché que preguntaba Tatiana desde mi escondite, mientras veía como el chico asentía vigorosamente.
Y Tati no se hizo de rogar. Agarrando la falda de su vestido, tiró de ella hacia arriba, revelando ante los ojos del afortunado chaval el impresionante espectáculo que la ropa ocultaba.
Tati se había puesto un sexy liguero negro, con las medias a juego, pero había prescindido obviamente de las bragas, con lo que enseguida el alucinado chico se encontró de bruces con aquello que había venido a ver.
Nuevamente me reí en silencio al ver cómo el chaval se quedaba mirando boquiabierto entre las piernas bien separadas de la chica, que por primera vez desde que había empezado la aventurilla parecía estar ligeramente avergonzada, lo que acentuaba todavía más el morbo de la situación.
El muchacho, completamente sin habla, se quedó mirando extasiado el chochito de mi novia, sin atreverse a respirar siquiera, los ojos como platos, literalmente llorando a fuerza de obligarse a no parpadear.
Tati le dejó recrearse con el espectáculo cuanto quiso, no le metió prisa ni nada, consiguiendo que los cinco euros del muchacho fueran los mejor gastados de toda su vida.
En la toma que filmaban las gafas de Tati podía ver perfectamente adonde apuntaba la mirada de mi chica, lo que me permitió comprobar que el muchacho tenía a esas alturas una empalmada de campeonato.
Lo curioso fue que, el chico, al darse cuenta de su estado, no intentó sacar provecho alguno de la situación. Cuando se dio cuenta de que Tati le estaba mirando con todo el descaro el bulto del pantalón, el pobre se puso coloradísimo, balbuceó unas palabras que no entendí y salió del retrete, poniendo punto y final al show.
Por los ruidos y bromas que le dirigieron sus amigos, comprendí que había abandonado el lugar como alma que lleva el diablo, sin duda en busca de un sitio más solitario donde poder dar alivio a sus ardores.
Mientras tanto, Tati, que se había puesto bien el vestido un segundo antes de que su invitado abandonara el habitáculo, indicó a los que quedaban que el siguiente podía pasar.
Ali, mientras tanto, esperaba en el exterior, según me dijo luego excitadísima por la situación, además de bastante frustrada por estar perdiéndose el espectáculo en directo. Pero claro, su presencia fuera era imprescindible, vigilando por si alguien se acercaba a los servicios, para poder avisarnos y abortar la misión.
El siguiente chaval penetró en el retrete, cerrando tras de sí. Estaba tan acojonado como el otro.
La situación se repitió casi punto por punto, quedándose el chico alucinado admirando el tierno coñito de mi novia, que se sujetaba la falda en alto como si fuera una tímida quinceañera enseñándole el conejito a un chico por primera vez. No sé si ese aire de inocencia era real o fingido, pero lo cierto es que resultaba tremendamente erótico.
Y aún así, yo tenía mis dudas sobre si estaría allí obligada o no.
Sin embargo, esta vez Tati introdujo cambios en el guión. No sé si excitada por las libidinosas miradas de los jóvenes, o quizás compadeciéndose de su evidente falta de experiencia, la muy guarrilla aumentó el premio a recibir a cambio de los 5 euros.
–          Si quieres masturbarte, puedes hacerlo – escuché boquiabierto desde mi escondite.
Esta vez el alucinado fui yo. Me quedé atónito mirando la pantalla donde, tras un par de segundos de duda, pude ver cómo el afortunado chico se sacaba la polla del pantalón en menos de un segundo, comenzando a pajearse con entusiasmo, sin dejar ni un instante de recrearse la vista con el coñito de Tatiana.

Ella, por su parte, le dedicó una deliciosa sonrisa al joven y, sin decir nada, se abrió todavía más de piernas, llevando una mano a su coñito, separándose bien los labios con los dedos, mientras sus lindos ojos miraban con atención la juvenil polla que era masturbada con frenesí.
Al ver aquello, el chaval no pudo más, alcanzando un rápido y devastador orgasmo. Tati, que le vio venir desde lejos, se mostró sumamente habilidosa, pues quitó con rapidez los pies de la tapa del water y la alzó, permitiendo al pobre zagal descargar sus pelotas directamente en la taza.
–          Buen chico – le dijo Tati cuando su polla dejó de vomitar semen, supongo que agradeciéndole que no hubiera tomado la iniciativa de dirigirle un par de buenos disparos.
Pero claro, si yo había escuchado perfectamente a Tatiana ofreciéndole al chico la posibilidad de hacerse una paja a su salud, lo mismo habían hecho los que esperaban fuera, por lo que el siguiente visitante entró en el retrete con 5 euros en una mano… y una tremenda erección en la otra.
Pero Tati no se inmutó, limitándose a esperar que la puerta se cerrara para enseñarle el coño al chaval. Éste duró todavía menos, corriéndose como un animal en menos de un minuto.
Como ves, no le faltaba razón a Ali al decir que Tatiana estaba hecha una puta mientras veía el vídeo en su salón. Un poco golfa sí que era. Y yo, la verdad, estaba más cabreado que caliente a esas alturas. Casi estaba deseando que alguno intentara propasarse para hacerle pagar el pato.
El siguiente fue un visto y no visto. Pagó, entró, le echó un vistazo entre las piernas a mi novia y salió escopetado de allí. Ni un minuto. Tati miró directamente a la cámara, sabiendo que yo la estaba viendo y se encogió de hombros haciendo un delicioso mohín que me hizo sonreír. Me sentí un poco mejor.
Aunque no lo supe hasta después, el siguiente era el último de la pandilla. Escuché como los chicos hablaron algo entre ellos, pero no alcancé a entenderles. Lo que sí quedó claro es que, poco después, todos abandonaron el lugar.
Todos menos el último.
En cuanto se reunió con Tati, pude percibir perfectamente que aquel sí que tenía experiencia con mujeres. Y no era de extrañar, pues he de reconocer que era un tipo atractivo.
El aplomo con que se comportaba mostraba a las claras que no iba a alucinar como sus amigos únicamente por ver un coño, así que inmediatamente me puse en tensión, pues, de todos ellos, si alguno iba a dar problemas iba a ser sin duda aquel chico.
Sin embargo, no fue exactamente así.
El chico, como todos, pagó religiosamente los 5 euros a Tatiana, con lo que ella inmediatamente volvió a subirse la falda y a enseñar el coño.
Sin embargo, tras un rápido vistazo, el joven volvió a clavar sus ojos directamente en los de Tati, mirándola con fijeza. En la pantalla aparecía un primer plano de su rostro, con lo que parecía que en realidad estaba mirándome a mí.
–          Ay, ay, ay… – pensé en silencio, dispuesto a ponerme en marcha a la menor indicación por parte de Tati.
Pero no pasó nada, pues se limitó a mirarla simplemente, en silencio, hasta que noté que ella empezaba a ponerse un poquito nerviosa.
–          Eres guapísima – escuché como le decía el chaval a mi novia.
–          Gracias – respondió ella tratando de mantener la compostura.
–          No entiendo como una chica tan guapa como tú se dedica a estas cosas.
–          No soy puta, si es a eso a lo que te refieres – dijo Tati con un ligero brillo de furia en la mirada – Esto no es más que un juego. Lo hago porque me excita.
–          ¿Te excita enseñarle el coño a la gente?
Tatiana tardó unos instantes en contestar.
–          Sí. ¿Y qué pasa? – dijo poniéndose a la defensiva.
–          Nada. Me parece perfecto. Pero entonces deduzco que ahora mismo estás muy excitada, pues se lo has enseñado a cinco tíos.
Nuevo silencio de mi novia. Yo estaba en tensión, dispuesto a saltar como una víbora sobre el inquietante chaval.
–          Sí. Estoy excitada – reconoció ella alzando la cabeza, orgullosa.
–          Me alegro.
Y entonces lo hizo. Con un elegante gesto, el chico llevó la mano hacia delante, metiéndola entre los muslos abiertos de mi novia.
Ella dio un respingo por la sorpresa, mirando anonadada al tío que acababa de meterle mano en el coño y le acariciaba entre las piernas con toda la parsimonia del mundo, como si aquello fuera algo de lo más corriente y moliente.
Yo ya me disponía a salir de mi escondite y a meter la cabeza del cabrito aquel directamente en el desagüe, cuando escuché la voz de Tatiana con tono sorprendentemente firme.
–          Vaya, no se te da nada mal. Se ve que no es el primer coño que tocas. Me gustan los hombres con experiencia.

Lo supe. Aquellas palabras estaban dirigidas a mí. Me estaba diciendo que me estuviera quieto. Que dejara que aquel mamón le tocara el coño.
Y lo hice. Sabía que a Alicia aquello iba a encantarle.
Así, durante los siguientes minutos, tuve que tragarme la rabia mientras veía en la pantalla del portátil cómo un chico de 17 o 18 años le hacía una paja a mi novia encerrados en un sórdido retrete, mientras la ira y los remordimientos hacían presa en mi alma.
Por fortuna, el chico se conformó con masturbarla. Cuando Tati se corrió por fin, hizo un ligero intento de acercamiento, pero ella le dejó bien a las claras que el show había terminado y él, muy educadamente, le dio las gracias y se marchó.
Alicia estaba que se moría por saber los detalles y ver el vídeo, pero, argumentando que me dolía la cabeza (lo que era verdad) logré que nos dejara irnos a casa, prometiéndole que en un par de días podría verlo ya montado.
El trayecto a casa fue bastante silencioso. No fue hasta que llegamos a nuestra calle que me animé a dirigirle por fin la palabra a mi novia.
–          Te lo has pasado bien, ¿eh? – le dije en tono apagado.
–          ¿Tú no? – respondió ella si hacerme mucho caso.
–          Parecías una puta, dejando que el tío ese te sobara el coño – le espeté tratando de herirla.
–          Y tanto. Mira, si hasta he cobrado y todo.
Mientras decía eso, Tati se metió la mano en el sostén y sacó de allí un puñado de billetes arrugados, devolviéndolos enseguida a su sitio tras enseñármelos.
Aquel gesto, unido al frío tono de sus palabras me dolieron mucho más que lo que había pasado en el retrete.
Por eso no disfruté mucho mientras montaba el vídeo. Por eso mi cabeza estaba en otro sitio mientras le comía el coño a Alicia.
……………………..
A pesar de todo, logré que Alicia se corriera. Se lo pasó de lujo aquella tarde, disfrutando del sexo oral mientras se calentaba viendo el vídeo de su última ocurrencia.
Después follamos; era inevitable, pues si no, las pelotas me hubieran estallado sin duda, pues una cosa era estar pensando en otra cosa y otra muy distinta no excitarse mientras se explora entre los muslos de una diosa terrenal.
–          Ali, tenemos que hablar.
Decidí echarle huevos al asunto. Teníamos que aclarar las cosas de una vez. Así que, una vez estuvimos tumbados desnudos en su cama, todavía recuperándonos de la tórrida sesión de que habíamos disfrutado, reuní los suficientes arrestos para ponerle fin a aquella historia.
–          Claro, Víctor. ¿De qué quieres hablar? – me dijo incorporándose.
Respiré hondo y se lo solté. Mis dudas, mis frustraciones, se lo dije todo. Que no me parecía bien lo que estábamos haciendo con Tatiana, que no me parecía que aquella relación nos estuviese llevando a ninguna parte, que a veces me sentía más como su esclavo que como su amante…
Y una vez más, mis palabras no parecieron pillar por sorpresa a Ali, que, como había hecho anteriormente, se apresuró a reconocer su culpa, desarmándome.
–          Lo sé – dijo sentándose en la cama – Tienes razón. Me descontrolo con todo este asunto y al final, la que siempre acaba pagando los platos rotos es Tatiana. Te juro que no me doy cuenta, me propongo cortarme un poco con ella… pero poco a poco voy pidiéndole cada vez más…
–          No. En realidad lo que haces es pedírmelo a mí, sabiendo que Tati no va a decirme que no a nada.
Un ligero brillo de furia refulgió en su mirada, pero desapareció inmediatamente, por lo que no le di importancia.
–          Sí. Es verdad – concedió – Pero yo… no te creas que no en pensado en todo esto…
–          Lo sé, Ali – asentí – Pero no creo que pueda seguir así mucho más. Me siento mal por lo que estoy haciéndole a Tati, me siento mal por lo que le hacemos cuando estamos los tres juntos… y me siento mal porque comprendo que esta relación no lleva a ninguna parte…
Joder. No estaba mintiendo. Me sentía como una mierda. Estaba a punto de cortar con ella. Pero bastaba con alzar un poco la mirada y verla, allí desnuda y sudorosa, sentada en su cama, mostrándose ante mí sin el menor asomo de rubor o vergüenza, para que todas mis convicciones se tambalearan.
Entonces llegó su inesperada respuesta.
–          En eso te equivocas – dijo simplemente.
–          ¿A qué te refieres? – pregunté sin entender.
–          A lo de que esta relación no lleva a ninguna parte. Eso no es verdad.
El corazón me dio un salto en el pecho. No acababa de creerme lo que Ali había dicho. O quizás era que se refería a otra cosa.
–          Lo he pensado mucho, Víctor – dijo tomando mis manos con las suyas – Y me he dado cuenta de que es contigo con quien quiero estar. Voy a romper mi compromiso.
No podía creerlo. Allí estaba. Lo que había deseado tanto. Pero entonces, ¿por qué me sentía tan inquieto?
–          Me da igual el dinero. Sé que contigo seré feliz. Si tú estás dispuesto, podemos estar juntos.
–          ¡Alicia! – exclamé abrazándola con fuerza.
Y follamos otra vez.

……………………………………….
–          Estás muy serio – me dijo Ali un par de horas más tarde, después de una ducha reparadora.
–          Que va – mentí – Te aseguro que me siento muy feliz.
–          No me mientas. Estás pensando en Tatiana.
Miré a Ali fijamente. Tenía razón, estaba pensando en ella.
–          Lo siento. No puedo evitarlo – concedí – Estoy imaginándome cómo decírselo. Todavía me acuerdo de la otra vez. Lo pasó fatal. Y esta vez es definitivo. No quiero hacerle daño.
–          Lo comprendo. Aunque, creo que esta vez no la vas a pillar tan de sorpresa.
–          ¿Cómo? ¡Bah! No creo que Tati sospeche nada de lo nuestro. Piensa en todo lo que ha luchado por mantener nuestra relación a flote. Te considera algo así como una amiga con ciertos “derechos” pero…
–          Ja, ja, ja – se rió Ali – Madre mía Víctor, no puedo creer que seas tan inocentón.
–          No te sigo – contesté un poco molesto.
–          A ver, hijo. Creo que hay un par de cosas que aclararte.
–          Dime – dije con seriedad.
–          Primero, tienes que comprender que Tati no es ni mucho menos tan tonta como tú te crees.
–          Yo no creo que… – dije indignado.
–          No, no, no lo niegues – dijo ella interrumpiéndome – Te aseguro que, por muy discretos que te creas que hemos sido…
–          Te digo que Tatiana no sospecha nada…
–          Y yo no te estoy diciendo que sospeche – dijo Ali con una sonrisa enigmática en los labios – Te digo que ella SABE perfectamente lo nuestro.
Me quedé callado. Mirándola. No podía creerlo, pero pensándolo bien… la frialdad, el distanciamiento de Tati… ¿Sería verdad? ¿Sabría que, a pesar de lo mucho que había hecho por seguir a mi lado yo había terminado traicionándola? Aquello explicaría muchas cosas…
–          ¿Y cómo estás tan segura? – pregunté.
–          Porque lo sabe… gracias a mí.
Me quedé atónito, sin habla. No podía creer lo que acababa de escuchar.
–          ¿Cómo? Se… ¿Se lo has contado?
–          No exactamente – dijo ella con tranquilidad – Decirle… no le he dicho nada. Pero lo sabe desde el primer día, de eso no me cabe ninguna duda…
–          ¿Qué? ¿Cómo?
–          Ay, hijo, no seas tonto. ¿Recuerdas nuestra primera vez, en el sex-shop?
Asentí muy lentamente, sin ser capaz de articular palabra.
–          Esa noche… Yo llevaba el micro. Y ella uno de los auriculares.
La comprensión se abatió sobre mí de forma devastadora. Todo lo que había pasado en las últimas semanas, todas las mentiras, todas las precauciones… para nada. Lo único que había logrado era hacerle cada vez más daño a Tatiana…
–          Pero, ¿cómo has podido…? ¿Por qué…?
–          Venga, Víctor. No te hagas el ofendido. No dirás que no lo has pasado bien últimamente. Estabas deseando meterte en mi cama y yo simplemente…
–          Entonces, ¿a qué vino todo el cuento de que mantuviéramos el secreto? ¿De que no le dijera nada a Tati?
–          Pues, si te soy sincera… No quería que ella dejara de participar en nuestros juegos. Disfruto mucho con ella y, digas lo que digas, a ti te pasa lo mismo. Y te aseguro que ella también lo pasa muy bien y si no…
–          No. Ella participaba en esto porque pensaba que así me quedaría a su lado. Ella…
–          Ella se metió en un retrete con un chaval y dejó que le metiera mano en el coño. Y te aseguro que yo no le dije que lo hiciera. Ella ha participado en todos nuestros juegos y se ha puesto cachonda como una perra. Ella no terminó follándose al chico del probador simplemente porque no se lo pedí. No te equivoques, Víctor. Tatiana es una mujer hecha y derecha a la que le gusta mucho el sexo. No es la pastorcilla inocente que tú te crees que es. Esa es la imagen que ella da cuando está contigo, porque sabe que eso es lo que esperas. Lo que a ti te gusta.
–          Yo no…
–          Y por eso a veces tienes dudas cuando estás conmigo. Yo no soy fácil, me gusta dominar y ser la que lleve la voz cantante, no voy a comportarme jamás distinta de como soy. Y piénsatelo bien, amiguito, si quieres estar conmigo es lo que va a tocar a partir de ahora. Después podrás decir de mí que soy muy puta, te lo concedo, pero no que te pillara por sorpresa cómo soy.
No sabía qué decir ni cómo responder. No me importaba que Ali pretendiera estar al mando de la relación, ya la conocía lo suficiente para saber cómo era. Pero, que me hubiera engañado y, sobre todo, que le hubiera hecho daño a Tatiana…
–          No tengo dudas – sentencié – De verdad deseo estar contigo. Nunca he querido una pareja que se muestre sumisa, ya sabes que, precisamente eso es lo que menos me gusta de Tati. Pero creo que has hecho mal en engañarme y lo único que has logrado es hacerla sufrir.

–          ¡No digas más tonterías! – me soltó un poco enfadada – Te repito que ella no es como crees. Ya me has oído decir mil veces que es una golfa de cuidado. ¡Y puedo demostrártelo!
–          ¿Cómo? Te has vuelto loca.
–          En absoluto. Me he acordado de algo que me dijo Iván.
–          ¿Iván? ¿El del sex-shop?
–          No. El Terrible – dijo Ali haciendo gala de su exquisita paciencia – Pues claro que el del sex-shop.
–          ¿Qué te dijo?
–          Que si nos apetecía participar en un gangbang amateur.
–          ¿En un qué? – el término me sonaba, pero no estaba muy seguro.
–          Un gangbang. Una especie de orgía, sólo que hay una sola mujer y un montón de hombres. Unos miran y los otros… follan.
–          ¿Quieres que Tatiana…? – exclamé atónito.
–          ¿Por qué no? Te apuesto lo que quieras a que, una vez en situación, participará encantada. Mira, si tú te encargas de llevarla al local el próximo sábado, yo lo organizo todo con Iván.
–          ¿Estás hablando en serio?
–          Pues claro. Tú no le digas nada de que vas a romper con ella todavía. Simplemente dile que vamos a hacer alguna cosa en el sex-shop el sábado por la noche. Verás como, en cuanto esté en faena, no podrá resistirse y follará como una loca. Así te darás cuenta por fin de qué clase de chica es.
–          Alicia, no creo que…
–          Además, Iván me dijo que, si participábamos, nos llevaríamos una buena comisión. Los tíos que participan en estas cosas pagan una pasta y luego Iván se encargará de vender el vídeo. Por lo visto se pagan auténticas burradas por estas cosas si son auténticas. Y piensa en lo que disfrutaremos después, viéndolo nosotros…
–          Pero todo esto es una locura. ¿Y si ella no quiere? Sería prácticamente una violación. Hacer que un montón de tíos se la follen…
–          No seas estúpido. Ya verás como participa con gusto. Y además, si por algún asomo la cosa se complicara, piensa que tenemos un montón de vídeos comprometedores de ella. ¿Qué va a hacer?
No me salían las palabras.
–          Vamos, Víctor. Cuando veas cómo es en realidad no dudarás tanto en cortar con ella. Y luego podremos estar juntos…
–          Sí. Supongo que tienes razón – asentí.
–          Una última vez. Te prometo que, después de esto, seremos una pareja normal. Bueno, normal no, una pareja de exhibicionistas… pero solos… tú y yo.
Alicia me besó y yo le devolví el beso, con furia, con pasión. Ella tenía razón, teníamos que hacerlo una vez más y luego podría por fin disfrutar de la vida en pareja. Sin más mentiras, sin más manipulaciones.
Ya tenía claro lo que tenía que hacer…
Y me decidí.
…………………………
Los siguientes días fueron frenéticos. Me dediqué en cuerpo y alma a cumplir las instrucciones de Alicia casi al pie de la letra. Sólo hice unos pequeños cambios para mejorar el conjunto.
Tal y como me sugirió, no le dije ni pío a Tatiana, tratando de comportarme como siempre para que no sospechara nada. Ella seguía mostrándose un poco fría conmigo, pero ahora ya no me preocupaba pues conocía el motivo.
Lo único que le comenté fue que íbamos a quedar el sábado por la noche con Alicia, que tenía una nueva idea en mente que le iba a encantar. Ella asintió sin mucho entusiasmo, pero no me importó en absoluto.
La verdad es que la idea del gangbang me atraía. Podía comprobar por fin si la chica era tan puta como había ido descubriendo poco a poco o si todo serían imaginaciones mías. Sería muy excitante verla follando con otros tíos, mientras otros muchos (yo incluido) miraban. Me parecía super morboso.
Estaba más que decidido. Lo tenía todo clarísimo.
Me pasé un par de veces por el sex-shop, para ultimar detalles con Iván. Allí descubrí (cosa que no me sorprendió lo más mínimo) que Ali venía maquinando todo aquello desde algún tiempo atrás; no fue para nada fruto de la improvisación de la otra tarde.
Iván me tranquilizó bastante, diluyendo las pocas dudas que yo aún pudiera tener. Me aseguró que era requisito imprescindible que todos los hombres que iban a participar en aquello presentaran un informe médico impoluto, en cuanto a que no padecían ningún tipo de enfermedad infecto contagiosa ni ETS, lo que me serenó muchísimo.
Yo, por mi parte, le expuse mis ideas, introduciendo un par de cambios que esperaba fueran una sorpresa para Alicia, para que disfrutáramos todavía más.
Algo de dinero cambió de manos, pues lo que yo proponía suponía una ligera subida del presupuesto, pero lo pagué con gusto, convencido de que a Ali le iba a encantar.
Iván, que al parecer no era la primera vez que participaba en algo como aquello, me aseguró que todo estaba bajo control y que sin duda mis deseos se verían plenamente satisfechos.
Así que nos citamos el sábado por la noche. Todo estaba listo.
…………………………..

Y llegó el sábado. Yo estaba deseando que sucediera, que saliera todo como lo había planeado. Y después estaría por fin con la chica de mis sueños, mi pareja ideal.
Ali estaba ya en el local cuando llegué, esperándome tomando una copa tranquilamente con Iván, con el que intercambié un discreto saludo.
Ella me recibió con un beso, profundo, húmedo, sin importarle la presencia de Iván, que nos miraba divertido.
–          ¿Está todo dispuesto? – le pregunté al hombre cuando los ardientes labios de Ali liberaron los míos.
–          Por supuesto – asintió él – La duda ofende. Soy un profesional. Todo listo. Cámaras, audio… todo preparado. Y los clientes están todos aquí ya. ¿No te has fijado que la tienda está bastante concurrida?
–          Perfecto.
–          ¿Y Tatiana? ¿Has hablado con ella? – preguntó Ali tratando de disimular su ansia.
–          Tranquila preciosa – dije guiñándole un ojo – Te aseguro que nuestra víctima estará aquí justo a tiempo.
Seguimos charlando unos minutos con tranquilidad; al menos Iván y yo, pues Ali no conseguía ocultar su impaciencia, mirando continuamente su reloj y moviendo una pierna con nerviosismo.
Nos tomamos otra ronda de copas, que Iván preparó personalmente en la sala anexa. Ali se bebió la suya casi de un tirón.
Justo entonces miré a Iván y entonces él echó un vistazo a su móvil, que estaba sobre el escritorio y dijo:
–          Creo que nuestra “víctima” está ya preparada.
–          ¿Ya ha llegado Tatiana? – exclamó Ali levantándose de su asiento de un salto.
–          Vamos – dijo Iván señalando hacia la puerta.
Ali sonrió, entusiasmada y me abrazó con fuerza, besándome.
Con una sonrisa de oreja a oreja, la chica salió del despacho, deseando ver cómo un montón de tíos se follaban a Tatiana, demostrándome así que ella tenía razón y mi novia era en realidad una golfa.
–          Estoy cachondísima – me susurró al oído mientras caminábamos por el pasillo de regreso a la tienda.
Entramos en la habitación y esta vez sí que me fijé en que la tienda estaba llena de gente. Debía haber allí 10 o doce tíos sin contar con los empleados del local. Y todos se comían con los ojos a la chica, cachondos y excitados, muertos de ganas de que la cosa se pusiera por finen marcha.
Las puertas del local estaban cerradas, aislándonos por completo del exterior. Ya no había marcha atrás, ahora sólo quedaba comprobar si me había equivocado o no. Si la mujer era tan puta como sospechaba o estaba en un error…
Todo salió a pedir de boca.
Que nosotros tres entráramos en la habitación fue algo así como el botón de encendido de la acción. De pronto, vi cómo uno de los tipos, que sin duda estaba ya que no podía más, se sacó la polla de la bragueta y empezó a pajearse lentamente, acercándose a la chica que todavía no le había visto.
Enseguida, un segundo y un tercero le imitaron y por fin nuestra pobre víctima se percató de lo que estaba sucediendo. Rápidamente, la chica volvió el rostro hacia mí, mirándome a los ojos con una expresión de sorpresa tal que creo la recordaré toda mi vida.
Pero, cosa extraña, no me conmoví en absoluto. No me importó leer la traición en su mirada, la decepción. Habíamos pasado tantas cosas juntos… y todo para terminar de aquella manera.
La joven se volvió, asustada por primera vez, consciente por fin de que de allí no salía sin que se la follaran. Por fin el primer macho llegó hasta ella y, sin pensárselo dos veces, le agarró una teta por encima de la blusa.
La chica trató de zafarse, dándole un empellón, pero sólo logró que el tío se pegara todavía más, estrujando la tremenda erección contra su muslo.
–          No… déjame. Aparta tu asquerosa cosa…
Trató de empujarle nuevamente, pero no logró nada, pues un segundo tipo la agarró por los brazos y, atrayéndola hacia sí, le hundió la lengua hasta la tráquea, ahogando de esa forma sus protestas.
Poco a poco, todos los hombres la rodearon. Uno se envalentonó y, mientras el otro seguía comiéndole la boca a la chica, él aferró una de sus muñecas y, tirando de ella, logró que la cálida manita se cerrara sobre su erecta polla, obligándole a masturbarle. Ni un segundo pasó antes de que otro le imitara usando la otra mano.
Yo estaba muy excitado. Alicia tenía razón, aquello era fantástico.
–          Víctor – logró balbucear la chica logrando librarse por un segundo de los insidiosos labios que la besaban – No…
Ni caso le hice. Alicia tenía razón. Era una puta.
El tipo volvió a apoderarse de sus labios, devorándole de nuevo la boca. Un par de manos atrevidas se colaron rápidamente bajo la falda, levantándosela hasta la cintura, permitiéndonos a los que sólo mirábamos deleitarnos con las torneadas piernas adornadas con medias y liguero.
Una mano, más insidiosa que las demás, se coló rápidamente dentro de las bragas de la chica, empezando a acariciarle vigorosamente el coño. Y no debía de hacerlo del todo mal, pues pronto noté que los muslos empezaban a separarse poco a poco, dejándole franco el acceso.
Enseguida la liberaron de las bragas. Uno de los tíos las deslizó hasta los tobillos y sus compañeros, para facilitar la tarea, literalmente levantaron en vilo el cuerpo de la chica para que pudiera quitárselas.
Aprovechando que ya la tenían levantada, la tumbaron y, muy despacio y sin dejar de sobarla por todas partes, la depositaron de espaldas sobre el suelo. Entonces se abalanzaron como lobos. Los botones de la blusa salieron despedidos en todas direcciones y el sostén no tardó en reunirse con ellos, arrancado literalmente de cuajo.
Sólo pude vislumbrar sus pechos un segundo, pues enseguida se apropiaron de ellos, chupándolos y estrujándolos con frenesí, pero me bastó para constatar que tenía los pezones duros como rocas. Ali tenía razón. Era una puta.
En ese momento me di cuenta de que apenas podía ver el cuerpo de la chica, pues estaba completamente tapado por los hombres que literalmente se la estaban comiendo. Lo único que podía verse era un pie, que había perdido el zapato y asomaba entre la maraña de cuerpos y las manos, que eran mantenidas en alto por dos tipos que las obligaban a empuñar sus pollas como si se tratara de remos.
Tras unos minutos de caricias y chupeteos, los hombres decidieron subir las apuestas. De no ser porque Iván me había explicado que el orden estaba decidido previamente (previo pago de suculentas cantidades) no habría creído posible que aquella jauría humana no se peleara por el honor de ser el primero.
De hecho, fue precisamente al tipo que primero se había sacado la polla a quien correspondía el honor. De rodillas en el suelo, se situó justo entre las piernas de la chica, que eran mantenidas bien abiertas por dos voluntariosos colaboradores. Sin más preámbulos, sujetó las esculpidas caderas de la joven y, obligándola a levantar un poco el trasero, la empitonó de un viaje, provocándole un gritito de sorpresa y placer.
Sin embargo, no tuvo tiempo de quejarse demasiado, pues rápidamente el hombre que más había pujado por obtener los favores de sus cálidos labios hizo uso de su prerrogativa y, sin perder un segundo, le hundió la polla hasta la garganta, provocando que a la chica se le saltaran las lágrimas y empezó a follarle la boca con gran entusiasmo.
Mientras tanto, los otros dos afortunados seguían usando las manos de la mujer para masturbarse, resoplando y disfrutando como locos.
El turno era riguroso y los hombres, con experiencia en aquellas cuestiones, se repartieron el botín como buenos hermanos. Cuando los primeros se hubieron corrido (el primero pegándole unos cuantos buenos lechazos en las tetas, mientras que el otro se vaciaba a conciencia directamente en su garganta), le tocó el turno al que había comprado su culo.
Entre todos le dieron la vuelta a la chica, colocándola a cuatro patas. El tipo se colocó en posición y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, la mujer se encontró con una buena dosis de rabo insertada por donde nunca brilla el sol.
La pobre boqueó sorprendida, abriendo muchísimo los ojos y dibujando una “o” perfecta con sus carnosos labios. Grave error. Pues la circunstancia fue aprovechada por otro de los rabos que revoloteaban por allí para colarse entre ellos y meterse hasta su tráquea.
Qué espectáculo, follada a la vez por delante y por detrás. De repente me moría de ganas por disfrutar del vídeo con mi novia.
Siguieron así durante un buen rato. Probaron mil posturas, sandwich incluido, con una polla en el coño y otra simultáneamente en el culo. Hasta cinco pollas a la vez se las apañó para manejar la muy golfa. Culo, coño, manos y boca fueron usados a placer. Incluso alguno llegó a colocarla en su sobaco y usarlo para masturbarse, aunque yo, personalmente, no acabo de encontrarle la gracia a eso.
A uno se le ocurrió la idea de meterle a la vez dos pollas en el coño, pero tuvieron que desistir, pues ya era demasiado exigirle a la muchacha.
¿Y ella? Tal vez no me creas, pero te juro que es verdad (además, está en vídeo y puedes comprobarlo). Tras resistirse unos minutos, en cuanto empezaron a juguetear dentro de sus bragas se puso cachonda como una perra y colaboró en todo aquello con gran entusiasmo.
No sé si fue que, cuando comprendió que de allí no escapaba sin que se la follaran, pensó que lo mejor era aprovechar para pasar un buen rato o simplemente fue que poco a poco fue cogiéndole el gusto a la cosa. No sé. Lo cierto es que Alicia tenía razón: era una puta del carajo.
Y yo, por mi parte, te prometo que tuve que hacer bastantes esfuerzos para resistir y no acabar echándole un buen polvo de despedida. Pero no lo hice. No sé, no me pareció bien. Total, si ya había decidido cortar con ella y no volver a verla nunca más, me pareció que follármela iba a ser como aprovecharme de ella. Tonterías mías.
Iván tampoco participó. Aunque se veía que ganas no le faltaban. Creo que, si no lo hizo, fue porque en el fondo al tío le daba un poco de asco tanto semen empapando el cuerpo de la chica. Y total, ella iba a estar disponible a partir de ese momento y con todo lo que él sabía de sus gustos… no le iba a costar nada llevársela al catre.
El espectáculo siguió bastante rato. Tanto que al final me cansé y decidí marcharme. Ali en cambio estaba extasiada y no quería irse aún. No me importó, la dejé allí divirtiéndose.
Para no tener que abrir la puerta de la tienda salí por la de atrás, que el propio Iván me enseñó. Nos despedimos con un apretón de manos y él me aseguró que, en cuanto tuviera listo el vídeo, me llamaría para darme mi copia.
Conduje tranquilamente hasta casa. A partir de ese momento, mi vida tendría sentido.
CAPÍTULO 25: FINAL:
Entré tranquilamente a casa, tarareando una canción que había estado escuchando en la radio.
Dejé las llaves en la mesita del recibidor y colgué la chaqueta. Respiré hondo y, con paso firme, entré en el salón.
–          Hola cari – saludé a Tatiana, que estaba sentada en el salón, viendo la tele sin mucho interés.
–          Hola – respondió ella sin mirarme siquiera.
Aquella frialdad. Me dolió. Había que ponerle remedio.
–          Tatiana. Tenemos que hablar – dije sentándome a su lado.
Ella alzó la mirada, mirándome con tristeza.
–          Vale. Por fin te has decidido – dijo incorporándose un poco.
La miré con ternura. Dios, ¿cómo había podido estar tan ciego?
Bruscamente, me arrodillé en el suelo frente a ella. La pillé de sorpresa, provocando que diera un respingo. Se quedó mirándome boquiabierta, sin saber qué decir.
–          Tatiana. Lo siento. He venido esta noche a pedirte perdón. No sabes cuánto me arrepiento de cómo te he tratado. Entenderé perfectamente que no quieras saber nada más de mí, he sido un mierda, pero, si estás dispuesta a perdonarme, te juro que a partir de hoy empezaré a tratarte como mereces.
Tatiana me miraba alucinada, sin atinar a cerrar siquiera la boca. Desde luego, aquello no era ni por asomo lo que Tati esperaba que iba a suceder.
–          ¿Có… cómo? ¿Qué quieres decir? – balbuceó.
–          Te pido perdón, Tati. Sé que sabes lo mío con Alicia. El otro día me confesó lo del micrófono la noche del sex-shop. Te juro que no lo sabía. Pero eso no es excusa. Dejé que creyeras que, mientras participaras en nuestros juegos, seguiríamos juntos. Y en ese momento no era así. Yo quería tener lo que no podía, sin darme que cuenta de que, lo que ya tenía… era lo que siempre había deseado.
–          Víctor…
La tomé por las manos y, para mi infinito goce, Tati no las retiró, permitiéndome estrecharlas con las mías.
–          He comprendido por fin quien es Alicia. Es un mal bicho, una puta dominante y manipuladora, que nos ha estado usando a ambos para su disfrute. Ella sólo ama a una persona… a sí misma y no se detiene ante nada para obtener lo que quiere.
Tatiana me miraba en silencio.
–          Pero no me arrepiento de haberla conocido. La verdad es que le estoy muy agradecido, pues gracias a ella he comprendido cuales eran en realidad mis sentimientos. Bastó con que ella te amenazara para que yo…
–          ¿Amenazarme? – preguntó Tati extrañada.
–          Sí. Tengo mucho que contarte.
Y lo hice. Se lo conté todo. Sin omisiones. Estuvimos hablando toda la noche sin parar. Al final le conté lo que había preparado Alicia esa noche para ella en el sex-shop.
–          Cuando me lo propuso, se me cayó por fin la venda de los ojos y pude ver por fin cómo era ella. Es un monstruo. No sé cómo se le ocurrió. Supongo que pensaba que me tenía tan hechizado que no me importaría hacerte daño. Pero no, en cuanto me sugirió esa locura, me di cuenta de que antes la mataría que permitirle que te hiciera más daño. Entonces se me ocurrió que era mejor idea todavía convertirla en la víctima de su propio plan.
–          ¿Y lo has hecho? – exclamó Tatiana alucinada.
–          Y tanto que lo he hecho. Espero que no me odies por haber caído tan bajo. Pero es que sentía que tenía que hacérselo pagar. Intentar hacerte eso a ti…
Tatiana me besó. Y yo sentí que me moría de felicidad.
–          Hablé con Iván y le expuse mi idea. Me costó una pasta convencerle, además de renunciar a todos los beneficios que el numerito del sex-shop iba a generar. Total, no había mucho riesgo, pues como muy bien me dijo Ali refiriéndose a ti, tenemos “un montón de vídeos comprometedores de ella”, así que poco iba a poder hacer. Y la hicimos caer en su propia trampa.
–          ¿En serio?
–          Y tan en serio. Aunque, para asegurarnos un poco más, Iván se encargó de echar una buena dosis de afrodisíaco en las bebidas que le sirvió esta noche. Para que estuviera bien a tono.
–          ¿Y ha follado con todos?
–          Bueno… ha follado con todos y, hasta donde yo sé, es posible que todavía siga follando – dije, aunque eran ya más de las seis de la mañana.
–          Increíble.
–          Y tanto. Ya te he dicho que no me arrepiento de haberla conocido, pues me ha permitido comprender mis verdaderos sentimientos por ti. Pero, si llego a saber la clase de zorra manipuladora que era…
–          Y eso que hay cosas que no sabes – me dijo Tati – El otro día me confesó que había usado el vídeo que grabamos con su jefa para obtener un “sustancioso aumento” y un puesto de trabajo mucho mejor. Por lo visto, le comentó a Claudia que sabía lo de Saúl y le enseñó el vídeo…
–          Me imagino el resto. Aunque la verdad no me pilla de sorpresa. Siempre pensé que haría algo así.
Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos.
–          Pero todo eso es secundario ahora. Para mí es historia. Un capítulo de mi vida que se cierra. Lo que quiero saber… no, lo que necesito saber… es qué tengo que hacer para que me perdones, para compensar lo mal que te lo he hecho pasar y todo el daño que te he hecho…
Tatiana posó uno de sus encantadores dedos en mis labios, obligándome a callar.
–          Shiist. No sigas. No es necesario. Desde que conocí a Alicia comprendí que iba a ser mi rival por ti y me decidí a luchar. La verdad es que creía que te había perdido y por eso es cierto que lo he pasado muy mal.
–          Tati, yo…
–          No. Déjame hablar. Quise hablarlo contigo, pero me faltó el valor. No sé, no quería dejar de estar a tu lado y tenía miedo de que, si te decía que sabía la verdad, se acabara definitivamente y la eligieras a ella en vez de a mí.
Comprendí que tenía toda la razón.
–          Me has sido infiel y me ha dolido. Pero tú y yo no somos para nada una pareja típica y, sabiendo lo que sabemos el uno del otro, somos conscientes de que nunca va a ser así. Lo que lamento es que, si te hubieras atrevido a confesarme antes las cosas que te atraían, te aseguro que habría participado con gusto en ellas.
–          Pero Tati. Ni en mil años habría imaginado que tú estarías dispuesta. Que tendría tanta suerte como…
–          Pues la tienes. He de confesarte que, superada la vergüenza del principio, lo he pasado bastante bien con estas aventurillas. Y, ahora que vamos a estar los dos solos… disfrutaré mucho más.
Me sentí feliz. La besé con entusiasmo.
–          Y ahora, si quieres que te perdone… – dijo.
–          Lo que quieras.
Tatiana no dijo nada. Se puso en pié y, aferrando mi mano, tiró de mí conduciéndome al dormitorio.
Gracias Alicia. Me has descubierto el camino a la felicidad.
CAPÍTULO 26: EPÍLOGO:
–          Bueno. Y esa es la historia – sentencié tumbado en el diván – A partir de ese punto ya sabes qué pasó perfectamente. Los jefes se reunieron conmigo y tuve la suerte de que se creyeron mi cuento de que estaba con depresión, así que, en vez de despedirme como me merecía, me permitieron conservar mi trabajo a cambio de recibir terapia.
Alcé la vista hacia Martina, mi psiquiatra, con la que llevaba celebrando sesiones más de un mes. Al principio, me había mostrado comedido, un poco avergonzado de estar allí, pero, como no sabía muy bien cómo fingir depresión, acabé por contarle la verdad con pelos y señales.
–          Espero que todo esto quede entre nosotros, ya sabes, lo de la confidencialidad entre médico y paciente…
–          Que sí, pesado. Ya hemos hablado de eso veinte veces. No puedo revelar el contenido de las sesiones a nadie…
–          Me alegro.
–          El problema no es ése. Tu empresa me ha contratado para tratarte de una depresión. Y tú de deprimido, nada de nada.
–          ¿Y dónde está el problema? Tú simplemente escribe un informe diciendo que he superado mis traumas y que estoy oficialmente curado. Se lo tragarán sin problemas. De hecho, el último mes no he faltado ni una vez al trabajo y mis cifras han vuelto a ser las de antes. Los jefes están ahora muy contentos conmigo… y contigo, por ser tan buena terapeuta.
Le guiñé un ojo a Martina, dedicándole una cálida sonrisa. Me deleité unos segundos admirándola, la verdad es que estaba muy buena. Morena, pelo liso siempre eficientemente recogido, buenas tetas, piernas esbeltas… y cuando se levantaba de su asiento y me permitía echarle un vistazo a su culito… ufff.
–          Ya. Si al final está claro que voy a tener que hacer eso – dijo ella mirándome por encima de sus gafas – total, no creo que seas una “amenaza para ti ni para nadie de tu empresa”. Y estás más que listo para hacer tu trabajo…
–          ¡Bien! – exclamé interiormente sin decir ni mú.
–          ¿Y Alicia? ¿Supiste algo de ella?
–          A través de Iván. A ella no he vuelto a verla. Sé que sigue con sus planes de boda con el político gay y en su trabajo. No tengo el menor interés en volver a verla.
–          ¿Detecto ira reprimida?
–          No. Profundo desinterés. Iván me contó que, cuando se recuperó del gangbang montó un poco de escándalo, pero bastó con recordarle los vídeos que teníamos de ella exhibiéndose en el metro, en el cine, en el parque… para que dejara de dar el coñazo. Eso sí, tuvo que pagarle su parte de los beneficios del vídeo.
Martina se quedó callada un momento, calibrando lo que acababa de decirle.
–          Y hablando de otra cosa. ¿Qué tal te va con tu novia?
–          Con mi prometida en realidad – respondí sonriendo.
–          Vaya. Felicidades.
–          Gracias. Considérate invitada a la boda.
–          No has respondido a mi pregunta.
Volví a sonreírle.
–          Me va genial. Ahora que no hay secretos entre nosotros, he comprendido que ella es en verdad mi media naranja. Mi mujer perfecta.
–          ¿En serio? No sé, por lo que me cuentas, Tatiana se muestra demasiado sumisa, demasiado ansiosa por complacerte…
–          Eso se acabó – dije – Bueno, no se acabó. Sólo que ahora es mutuo. Ahora ella propone cosas y las hacemos (no me refiero sólo al plano sexual) ahora sí que siento que tengo pareja y no una criada.
–          Me alegra oír eso. ¿Y el sexo?
–          Abiertos a todo. Estamos probando mogollón de cosas nuevas. Hemos seguido con el exhibicionismo, claro, pero ahora probamos con todo. ¿Te acuerdas de la pareja que conocí con Alicia en el restaurante?
Martina consultó unos segundos su libreta.
–          Saúl y Gemma – dijo cuando localizó el dato.
–          ¡Eso! Pues hemos probado el intercambio de parejas. Les mandé al mail una foto de Tatiana y te aseguro que el tal Saúl no puso pegas al cambio de chica. Nos juntamos un fin de semana en una casa rural. Qué hartón de follar.
–          Te veo muy motivado.
–          ¡Pues claro!
Martina se removió inquieta en su asiento. No era la primera vez que sorprendía en ella esa actitud. Ya había notado que, cuando me interrogaba en cuestiones de sexo, me sonsacaba tantos detalles como podía.
La verdad es que me encantaban las sesiones de terapia. Al principio pasaba un poco de vergüenza, pues cuando empezaba a narrar mis aventuras exhibicionistas, lo normal era que acabara teniendo una erección.
Durante las primeras sesiones me esforzaba por disimular, sentándome y cruzando las piernas, pero un día sorprendí la mirada curiosa de mi guapa terapeuta escrutando mi paquete y a partir de ese momento no hice esfuerzo alguno por esconder mis empalmadas.
Y también noté, con gran regocijo, que pasadas las primeras sesiones, mi atractiva psiquiatra empezó a usar falda en lugar de pantalón, lo que encontré… muy sugerente.
–          Ahora somos una pareja liberal – continué – La verdad es que temo el día en que Tati me diga que le apetece follarse al guarda de seguridad, pero qué le voy a hacer.
–          Claro, al fin y al cabo tú te follaste a Alicia durante semanas – soltó Martina sin poder contenerse.
Enseguida se calló, ruborizándose, plenamente consciente de que su comentario había rebasado la línea de lo políticamente correcto.
–          Bueno… – dijo ruborizada, clavando la vista en su cuaderno y pasando las hojas con nerviosismo – En realidad, no hemos atacado para nada el origen de tus problemas. No hemos buscado donde están las raíces de tus tendencias exhibicionistas…
–          Ni falta que hace. Yo soy muy feliz dando rienda suelta a mis impulsos. No necesito que me “cures” de ellos.
–          No… Lo que quiero decir… Bueno…
–          Dígame, doctora, que hay confianza.
Ella me miró un segundo antes de continuar.
–          Verás, Víctor. Durante las últimas semanas me has ofrecido un relato… permíteme que te diga que un tanto inverosímil.
–          ¿Inverosímil?
–          Sí. No sé, a veces me ha dado la impresión de que… era una historia inventada. Que me estabas contando una trola para pasar el trámite de la terapia a que te obliga la empresa y que, en el fondo, todo eso no es verdad…
No pude evitar sonreír. Sabía perfectamente a donde quería ir a parar mi querida doctora.
–          Vaya. O sea que, en realidad, no te has creído que yo sea exhibicionista. Que todo ha sido un rollo para mantenerte entretenida…
–          Bueno…
–          Por fortuna existen pruebas en vídeo. Y estaré encantado de enseñártelos cuando quieras…
–          Claro – dijo ella coloradísima – Po… podrían ser de interés desde el punto de vista médico…
–          Podría traer alguno a la próxima sesión. Aquí tienes DVD ¿verdad?
–          Sí. Por supuesto.
–          Aunque, pensándolo bien, tampoco hace falta esperar tanto… Podría enseñarte algo ahora mismo…
–          ¿Llevas algún vídeo en el móvil? – exclamó ella estirando el cuello mirándome con avidez.
–          No. Lo cierto es que no. Pero tampoco hace falta.
Lentamente, llevé la mano a la bragueta y la abrí muy despacio, mientras los bonitos ojos de la terapeuta se abrían como platos y me miraban sin pestañear mientras mordisqueaba sin darse cuenta su bolígrafo…
Gracias Alicia. Ahora sí que soy feliz.
FIN

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Relato erótico: “Descubro que mi madre es tan puta como yo” (POR GOLFO)

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Mi historia con ese maduro comenzó de la forma más imprevista y para mi desgracia, cambió mi vida. Hasta que le conocí era una mujer preocupada solo por mi profesión y sin tiempo de buscarme una pareja.  No penséis por ello que era un bicho raro, al contrario siempre me he considerado bastante normal.
Antes de nada quiero  presentarme, me llamo Martha tengo 28 años y soy de la ciudad de Monterrey. Físicamente atractiva,  cuando ando por la calle soy objeto de las lisonjas subida de tono de los babosos. Especialmente atraigo a los albañiles y por eso cuando paso por una obra, es raro que no escuchar una serie de piropos. Sé que mi cabello negro junto con mi apariencia elegante despierta en esa gente sus bajos instintos y por eso, llego hasta cruzarme de acera para pasar por enfrente de esos pazguatos. Nunca he comprendido porque lo hago pero reconozco que me resulta reconfortante recibir sus alabanzas quizás porque como estoy soltera y sin novio no tengo quien me las diga.
Muchas veces mis compañeras de la clínica donde trabajo como odontóloga me han recriminado este comportamiento. No les parece sensato ni moral que una bonita flaca  disfrute alegrando la vista a esos trabajadores.   Siempre les había contestado:
-¿Qué hay de malo?
De tanto tentar a la suerte, un día que iba a trabajar un grupo de seis tipos decidió pasar un buen rato divirtiéndose a mi costa. Totalmente despistada no los vi llegar y cuando quise darme cuenta, los tenía encima.
-¿Dónde vas con tanta prisa?- preguntó el líder de esa panda cerrándome el paso.
Por su tono comprendí que estaba en problemas e intenté huir pero sus amigotes me lo impidieron. Muertos de risa, me rodearon mientras me manoseaban de arriba abajo, de modo que en solo unos segundos mi trasero y mis pechos recibieron más “caricias” que durante un par de años.
-¡Dejadme!- lloré sabiendo que si no conseguía que se apiadaran de mí, lo menos que me podía pasar era que esos cabrones me violaran.
El que me cortó el paso me agarró de la cintura y me obligó a pegarme a su cuerpo. Os juro que no sé qué fue más desagradable si su olor fétido o sentir su pene erecto rozando contra mi entrepierna. 
Cuando ya me daba por perdida, apareció un hombretón grande y maduro e interponiéndose entre ellos y yo, me protegió diciendo:
-¿Por qué no os metéis con alguien de vuestro tamaño?
La seguridad que manaba de su voz hizo que el grupo retrocediera, momento que él aprovechó para llevarme en volandas hasta su auto. La facilidad con la que cargó mis casi cincuenta kilos me hizo comprender que estaba ante un gigante y en vez de aterrarme, hundí mi cabeza en su pecho y me puse a llorar.
El moreno me acunó entre sus brazos sin importarle el hecho de no conocerme y durante unos minutos dejó que me desahogara sollozando. Poco a poco, fui tranquilizándome al saberme segura pero al mismo tiempo al oler su fragancia masculina me percaté de lo rara que era esa situación y por eso, le pedí que me dejara en el suelo.
Soltando una carcajada, obvió mis deseos y en vez de dejarme donde yo quería, me depositó en el asiento del copiloto de su carrazo.  Tras lo cual cerrando la puerta, se puso en el lado del volante.
-Niña, ¿Dónde te llevo?- preguntó mientras me ayudaba a abrocharme el cinturón de seguridad.
-Tengo que ir a trabajar- respondí muerta de vergüenza al notar que los botones de mi blusa estaban sueltos y que ese hombre podía ver en su totalidad el brasier de encaje que llevaba.
Muerto de risa, comentó:
-Tapate y dime dónde vives. Así no puedes aparecer en la oficina.
Comprendí que tenía razón y por eso le di la dirección de la casa donde vivía con mis padres. El enorme y guapo sujeto asintió y sin preguntar me llevó hasta allá. Me estaba bajando cuando caí en la cuenta que no sabía nada de mi salvador y por eso dándome la vuelta, le agradecí el favor y le pregunté su nombre.
-Fernando- contestó mientras dejaba en mis manos una de sus tarjetas de visita, tras lo cual me dio un beso en la mejilla y despareció entre el tráfico.
Todavía con los nervios a flor de piel, subí en el elevador y abrí la puerta. Pensando que no habría nadie en casa, directamente me fui a mi habitación mientras no dejaba de pensar en ese hombre que me había salvado. Tuve que reconocer que la virilidad que me transmitió, me había puesto cachonda y por eso abriendo mi armario, saqué de él una minifalda y un top color melón que sabía que me sentaba de maravilla.
Satisfecha me miré en el espejo. Allí descubrí que el pensar en ese moreno me había alterado y que la muchachita delgada  que devolvía ese cristal, tenía mis pechitos en punta. En ese momento decidí que iba a llamarle esa misma tarde y que intentaría quedar a cenar con él.
Fue entonces   cuando de pronto un ruido me hizo comprender que no estaba sola y fui a ver quién estaba a esas horas en mi casa. Imaginaros mi sorpresa cuando al llegar a la cocina me encontré a  mi madre con  Mario, el hijo del portero. Si por si eso no fuera poco, me quedé lívida  al comprobar que esa mujer educada a la antigua y de la que nadie nunca ha murmurado siquiera un chisme, estaba besando a ese chaval. Paralizada, me escondí y desde el quicio de la puerta, me quedé espiando la escena. Pegando mi cuerpo a la pared, saqué la cabeza para mirar sin ser vista.
En la habitación y vestida con un traje negro, mi madre llevaba su blusa medio abierta y lo sé porque pude ver como Mario metía su mano bajo la tela y cogía entre sus manos los enormes pechos con los que la naturaleza la había dotado. Dándole lo mismo,   no puso reparo a sus toqueteos y con un extraño fulgor en sus negros ojos, dejó que se los sacara dejándome admirar que la edad había hecho poco daño en ellos y que venciendo la gravedad, se mantenían duros u firmes.
Justo cuando el hijo del portero se estaba metiendo un negro pezón en su boca, mi madre buscó sus besos diciendo:
-¿No prefieres que te la chupe?.
La lujuria sin límite que proyectaba mi vieja convenció al muchacho el cual bajándose los pantalones, sacó su miembro del encierro y  le dijo:
-Cómetela, ¡Puta!.
Creí que mi madre iba a responder con una cachetada a semejante insulto pero completamente ruborizada, se arrodilló frente a él y obedeciendo, lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base. Satisfecho su amante le presionó la cabeza con sus manos forzándola a proseguir su mamada. No pude evitar quedarme petrificada al comprobar que ese pene se acomodaba perfectamente en la garganta de mi mamá.
-Eres una vieja mamona- alegremente Mario le gritó al sentir la humedad de su boca.
Su madura pareja incrementó la velocidad de la maniobra buscando como loca el conseguir el anhelado alimento  y no contenta con ello, con sus dedos comenzó a acariciar los huevazos del muchacho. Para entonces, mi sorpresa había menguado y viendo la maestría con la que estaba mamando esa verga, me empecé a calentar.
Todavía no estoy muy orgullosa, pero  la cachondez con la que mi amada madre la comía provocó que llevara una mano bajo mis propias pantaletas y sin perder ojo, me pusiera a masturbarme. Acariciando con delicadeza mi clítoris, disfruté de ese incestuoso espectáculo cada vez más alterada. Mi pubis me recibió lleno de flujo al admirar a la que siempre había considerado una mojigata mamando sin parar. Descubrir que era al menos tan caliente como yo, me excitó e introduciendo un dedo en mi coñito, gemí calladamente.
Para entonces, los mimos de esa felación había llevado a Mario al borde del orgasmo por lo que gritando le informó que se iba a correr. Mi madre sorprendiéndome nuevamente le pidió que lo hiciera en su boca y acelerara el  compás de su boca hasta que el hijo del portero explotó en su interior. Ella no le hizo ascos a ese semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda la blanca simiente del chaval sin que por ello ni una gota manchara su inmaculado traje.
La cara de deseo que descubrí en mi madre me llevó a un nada filial clímax y con mi entrepierna empapada, hui de allí mientras Mario la colocaba a cuatro patas y cogiéndole de su cintura, le levantaba la falda aireando un culo prieto y bien puesto. Solo me dio tiempo de observar su glande recorriendo los pliegues de mi vieja antes oír que le decía:
-Fóllame, por favor.
No me podía creer que mi madre le estuviese poniendo los cuernos a mi padre.
-Dame lo que mi marido no me da- insistió olvidando que era una señora casi de cincuenta años y que al menos le llevaba treinta al crio,
Cumpliendo sus deseos, Mario cogiéndole su lisa melena negra, la usó como riendas y metiéndosela de un golpe, empezó a cabalgarla. El modo tan brutal con la que apuñaló su sexo la hizo gemir y comportándose como si estuviera en celo, le rogó que no parara.
Ya no pude oír más porque salí del apartamento, incapaz de soportar la calentura que me producía el saber que mi padre tenía una cornamenta descomunal.
Ya en la calle, agarré un taxi que me llevara hasta la clínica odontológica en la que trabajo. Durante el trayecto, la imagen de la zorra de mi  madre y la de mi moreno salvador hicieron que me fuera poniendo aún más cachonda. Por eso al llegar a mi destino tras pedir perdón por mi retraso, entré directamente en el baño.
Sofocada y con mi respiración entrecortada, me senté  y bajándome el tanga, llevé mi mano hasta mi sexo.
“¡Que bruta estoy!”, me dije al recorrer los pliegues de mi vulva y descubrir que estaban húmedos y calientes.
Dejándome llevar, traté de visualizar que se escondía debajo de los pantalones de Fernando y a tenor de su tamaño, me imaginé que ese hombre tenía entre las piernas una hermosa verga coronada con un enorme glande.
No sé si fueron las extrañas circunstancias que me habían pasado pero en cuanto  puse forma a ese aparato deseé hundir mi cara en él y abriendo mis labios, dejar que me entrara hasta la garganta. Os reconozco que sentí como me licuaba con solo pensarlo y dando uso a mis deditos, intenté complacer mi calentura.
Muchas mujeres se niegan a mamar una buena herramienta pero a mí, os confieso que me pone burrísima. Hay pocas cosas que me gusten más que sentir una polla en mi boca mientras mi pareja me dice burradas al oído. Por eso me imaginé que al recogerme a la salida de mi trabajo, ese moreno iba conduciendo cuando sin más prolegómeno aprovechaba un semáforo para bajarle el cierre de su pantalón.
Y que al hacerlo, ese desconocido sonreía y sin dejar de conducir, me cogía de mi negra melena y llevando mi cabeza hasta su entrepierna, me decía:
-Flaca, ¿A qué estas esperando?
Su permiso me dio alas y retirando mi cabello, me permití contemplar su atrayente aparato. El aroma a macho que desprendía me hizo relamerme mis labios anticipando el banquete que me iba a dar en su honor y sacando la lengua me puse a lamer con sensual lentitud cada centímetro de su verga.
En mi imaginación, Fernando comportándose como un exigente amo, me ordenó que separara las piernas y que usara una de mis manos para masturbarme. Ni que decir tiene que fue el modo en que mi mente buscó una explicación para el par de dedos que ya tenía clavados hasta el fondo de mi sexo y por eso, todavía con más ardor, seguí pajeándome.
Cada vez más cachonda, me vi lamiendo dos sabrosos huevos antes de abriendo los labios, introducirme toda su extensión hasta el fondo de mi garganta. Ya sentía la acción de su pene contra mis mofletes cuando escuché que una compañera entraba en el baño. Con disgusto comprendí que debía dejarlo para otro momento y bastante acalorada, me vestí y salí del cubículo.
-Martha, ¿Te sientes bien?- preguntó mi amiga al ver mi cara totalmente colorada.
-¿Creo que me voy a poner enferma?- respondí buscando una exclusa creíble para el color de mis mejillas-
Lupe creyó mi versión y sin darle mayor importancia, me dijo que tenía que cuidarme y siguió maquillándose. Roja de vergüenza fui a mi  despacho, deseando que con el trabajo se me pasara el sofoco.
Desgraciadamente, durante toda la mañana, dejé que mi imaginación volara con cada uno de mis clientes. Si era una mujer la paciente a la que tenía que arreglar los dientes, me inventaba que era la zorra de mi madre la mujer que se sentaba en mi consulta y que los instrumentos de dentista con los que trasteaba en su boca, eran la verga de mi salvador. Si por el contrario era un hombre, le cambiaba de cara y me imaginaba que era ese moreno, quien descansaba esperando mis caricias.
De esa forma, al llegar la hora de comer, lejos de tranquilizarme estaba dominada por una brutal lujuria y sin tomar en cuenta las consecuencias, agarré la tarjeta de visita de ese desconocido y le llamé.
Reconocí su voz en cuanto descolgó y temiendo que no se acordara de mí, le dije:
-Fernando, Soy Martha. La boba que esta mañana salvaste.
-Sé quién eres- respondió y muerto de risa, me soltó: -No todos los días están a punto de partirme la cara y menos por culpa de una preciosa flaquita de largas piernas.
El piropo me encantó y más segura de mi misma, comenté:
-Quiero agradecerte el favor y he pensado en invitarte a cenar esta noche.
Mi petición le hizo gracia pero haciéndose el caballero, me respondió:
-Acepto si me dejas elegir el restaurante y pagar la cena.
Su respuesta me satisfizo y con mi coñito rebosando de humedad, le pregunté únicamente como debía ir vestida.  El maduro tonteando descaradamente conmigo, contestó:
– Quiero que esta noche te esmeres y cuando te recoja en tu casa, la mujer que entre en mi coche sea una diosa.
Como imaginareis,  prometí sorprenderle y colgando el teléfono, me puse a planear la forma en que me llevaría a ese gigante a la cama….
La cena donde realmente le conozco.
Tal y como habíamos quedado, Fernando pasó a por mí, lo que nunca me esperé fue que respetando unas costumbres que creía ya anquilosadas, tocara al timbre y se plantara en mi casa. No os podéis imaginar la cara de mi madre cuando vio que esa masa de músculos de más de uno noventa era mi pareja de esa noche. Alucinada por la diferencia de edad, me fue a buscar a mi habitación diciendo:
-Hija, abajo hay un tipo que dice que viene a buscarte.
Por su tono comprendí que estaba molesta pero recordando la postura en que la había pillado esa mañana, decidí castigar su maternal preocupación diciendo:
-Verdad que es impresionante. ¡Está buenísimo!
Cabreada por mi descaro, me exigió que guardase al menos la compostura frente a él y que no notara lo mucho que me atraía. Muerta de risa por su hipocresía, seguí profundizando en una nada inocua rebelión diciendo:
-No me esperes. Si todo sale como espero, ¡Mañana despertaré en sus brazos!
Ni se dignó a contestar mi impertinencia y dejándome sola en mi cuarto, bajó a hacer compañía a Fernando. Creyendo que había ganado esa batalla, tranquilamente terminé de arreglarme. Como deseaba conquistarle, me vestí con un escueto traje de negro bastante sensual y muy escotado que  dejaba también al aire la mayor parte de mis piernas. Encantada por la imagen sexi y elegante del espejo, me eché perfume y bajé a encontrarme con mi cita.
El guapetón que me esperaba recorrió con sus ojos mi cuerpo mientras me deslizaba por las escaleras meneando mi pandero. En su rostro descubrí que había acertado con la vestimenta pero cuando realmente confirmé que le atraía, fue cuando me dijo:
-Nunca creí que con mis años vería a un ángel recién caído del cielo.
Ese educado piropo tan diferente a los que estaba habituada, consiguió sonrojarme y devolviendo su lisonja, le respondí:
-Si yo soy ese ángel, tú eres mi Zeus.
Fernando soltó una carcajada y asiéndome de la cintura, me dio un suave beso en los labios mientras me decía:
-Me podías haber avisado que tu madre nos acompañaría.
La tersura de sus labios y el aroma a macho que desprendía no me dejó asimilar su queja hasta que vi en la puerta a mi vieja lista para salir. La muy pérfida con una sonrisa en su cara, comentó:
-Como tu padre está de viaje, me he auto invitado. ¿Verdad que no te importa?
“¡Será zorra!”, pensé, “¡No le basta con ponerle los cuernos a su marido que encima quiere chafarme los planes!”
Disgustada por partida doble con la mujer que me había traído al mundo, tomé mi bolso y abracé a mi pareja mientras mi madre nos seguía unos pasos atrás. Fernando debió notar mi encabronamiento porque susurrando me preguntó:
-¿Por qué estás tan enfadada con ella?
No pude confesarle la verdad y en vez de ello, pegándome a su cuerpo, respondí:
-Deseaba divertirme contigo esta noche.
Os juro que mi respuesta no tenía un sentido sexual pero mi  pareja de esa noche, me malinterpretó y rozando uno de mis pechos, me dijo al oído:
-No te preocupes, tu madre no tiene por qué enterarse.
Esa robada caricia hizo que mis dos pezones se pusieran como piedras y mi coñito se empapara mientras galantemente Fernando me abría la puerta del copiloto. Rápidamente me subí, no fuera a ser que mi vieja quisiera ocupar el lugar que por derecho tenía reservado. Al ver su gesto de disgusto, comprendí que esa había sido su intención y por ello, sonreí mientras se sentaba en la parte trasera.
Ajeno a ello, el enorme maduro cogió el volante y como si fuera algo normal en él, nos informó que había reservado una mesa en el mejor restaurante de la ciudad.
-¿Cómo has conseguido mesa?- pregunté porque era famoso por estar siempre lleno y que si querías ir al él tenías que pedirlo con dos semanas de anticipación.
Muerto de risa, contestó:
-Es mío.
Fue entonces cuando caí en el apellido de su tarjeta y descubrí que estaba con un afamadísimo millonario que no solo era dueño de una cadena de restaurantes sino que era el propietario del casino de mi ciudad.
“¡Dios!, es Fernando Legorreta.
Saber que muchas mujeres hubiesen dado la mitad de su vida por disfrutar de su compañía, me dejó alelada al no comprender que había visto ese hombre en mí. Mientras mi mente rulaba a mil por hora, ese don Juan charlaba animadamente con mi madre.
Un pelín envidiosa de las atenciones con las que trataba a esa zorra, agarré una de sus manos y la puse sobre mi muslo. El maduro no se mostró sorprendido por mi acción y antes de que me diera cuenta me estaba acariciando sin importarle que la mujer que tenía detrás fuera mi madre.
Azuzada por sus caricias, separé mis piernas y levantando mi falda, le dejé clara mi disposición. Él al percatarse de mi entrega, disimulando fue subiendo por mis muslos desnudos acercándose poco a poco a mi sexo. La sensación de estar siendo acariciada con ese público tan selecto, me terminó de excitar y moviendo mis caderas hacia delante busqué el contacto con su mano.
-Señora, ¿sabía que su hija en un poco aventada?- preguntó mientras uno de sus dedos se abría camino bajo mi tanga.
-¿Por qué lo dice don Fernando? – preguntó mi vieja sin saber que en ese momento su hijita estaba siendo gratamente recompensada.
Y mientras le narraba la difícil situación en la que me había conocido, se apoderó de mi clítoris con una de sus yemas. Os reconozco que me creí morir al sentir su dedo hurgando en mi sexo y mordiéndome los labios deje que ese casi desconocido me masturbara mientras a pocos centímetros mi madre conversaba con él, cómodamente aposentada en el sillón trasero.
“¡No puedo ser tan zorra!” pensé mientras todas las células de mi cuerpo ardían por la lujuria.
Mi calentura era máxima cuando sentí que como si fuera un pene, su yema se introducía en mi interior y comenzaba un delicioso vaivén de fuera a adentro y viceversa.
“Me voy a correr”, adiviné al notar que una maravillosa corriente eléctrica asolaba mi anatomía.
Reteniendo las ganas de gritar, sufrí un gigantesco orgasmo mientras mi madre me recriminaba el haberme puesto en riesgo con esos albañiles.
Al maduro no le resultó indiferente comprobar que sus dedos se impregnaban de la pringosa prueba de mi placer e incrementando sus toqueteos, me llevó a la locura mientras su propio pene se alzaba bajo su pantalón. No os tengo que decir que si no llegamos a tener compañía me hubiera lanzado golosa contra su verga porque en ese momento, lo que me hubiese apetecido hubiera sido incrustar ese manjar entre mis mofletes.

En vez de ello, me tuve que conformar con ver que Fernando retiraba su mano de mi entrepierna y llevándosela a su boca, lamía con gusto el flujo que había quedado entre sus dedos. Al verlo, casi me vuelvo a correr y fue entonces cuando decidí que de esa noche no pasaba que yo catara la simiente de ese macho.
Cinco minutos después llegamos a nuestro destino, como el caballero que es, ese maduro nos abrió la puerta y nos llevó a un elegante apartado dentro del restaurante. Al no estar habituada a tanto lujo, tanto mi vieja como yo nos quedamos impresionadas con el detalle de reservar la mejor mesa para nosotros.
Educadamente, nos hizo sentar a cada lado, de forma que yo quedé a su izquierda mientras mi madre se sentaba a su derecha. Comportándose como el perfecto anfitrión, nos preguntó que queríamos beber y en vista que tanto las dos queríamos vino, llamó a su sumiller y le pidió uno de los caldos de su bodega personal.
Al oír que su elección era un Petrus, me quedé nuevamente impresionada porque una botella de ese tinto francés bien podía costar los tres mil quinientos pesos. Al protestar porque me parecía muy caro, Fernando contestó:
-Los buenos vinos están para las grandes ocasiones y qué mejor que estar acompañado de dos bellezas.
La puta de mi vieja quedó encantada con el piropo y luciendo conocimientos, se puso a comentar con él las virtudes de los vinos de Francia contra los de origen español. No sabiendo nada sobre ese tema, me tuve que quedar en silencio y dándole vueltas al placer que ese hombre me había dado, despertó mi lado salvaje y por eso llevé mi mano bajo el mantel.
Mientras mamá y Fernando charlaban posé mis dedos sobre su musculoso muslo y viendo que no repelaba, fui recorriendo la tela de su pantalón hasta llegar a su bragueta. Al hurgar en su entrepierna, me encontré con una enorme verga que confirmó mis previsiones: ¡Fernando estaba magníficamente dotado!. Por eso importándome un carajo que mi vieja estuviera hablando con el, comencé a jalar de ese maravilloso instrumento, devolviendo parte de la vergüenza que me hizo pasar.
Mi maduro estaba aguantando estoicamente el tipo sin quejarse cuando mi madre afortunadamente preguntó dónde estaba el baño y tras recibir las indicaciones se levantó y salió del reservado. Ya solos, Fernando acomodándose en su silla, me preguntó si no prefería mamársela.
¡No me lo tuvo que pedir dos veces!
Cumpliendo mi sueño, me arrodillé bajo la mesa y al amparo del mantel, desabroché su pantalón y saqué de su encierro su aparato.
-¡Es enorme!- exclamé al coger por primera vez esa belleza entre mis dedos.
Larga, gorda y con un capuchón a modo de champiñón  me dejó extasiada y disfrutando como una perra, acerqué mi lengua a esa maravilla. La fuerza de su virilidad era evidente y no solo por los más que llenos huevos que con gozo absorbí sino por el tamaño de las venas que decoraban esa extensión.
Recreándome en la mamada, embadurné con mi saliva todo su pene antes de abriendo mis labios, meterlo hasta el fondo de mi garganta. Fernando al sentirlo, presionó mi cabeza con sus manos forzando aún más esa profunda felación e increíblemente noté que no solo era capaz de absorberla por completo sino que mis labios entraban en contacto con la base de su sexo.
-Supe en cuanto te vi que eras una putita y que te tendría en esta postura- satisfecho, mi maduro me informó.
Ese insulto lejos de cortarme, me azuzó y con más ímpetu, fui metiendo y sacando su miembro de mi boca a la vez que con mis dedos acariciaba la bolsa de sus gordos testículos. Los golpes de su verga contra mis mofletes y garganta, me indujeron un trance lujurioso donde el mundo desapareció y solo existía para mí,  esa polla que rellenaba todo mi ser. Necesitada de hacer la mamada de mi vida, cumplí sus deseos fielmente hasta que el placer se acumuló en sus huevos y pegando un grito, se derramó explosionando en mi boca.
Fue increíble, golpeando mi paladar ese semen se me antojó un manjar solo al alcance de los dioses y no sabiendo si tendría otra oportunidad, devoré su semen como si me fuera la vida en ello, no fuera a ser que nunca beber de ese alucinante manantial y por eso no desperdicié ni una gota. Recorriendo su piel con mi lengua limpié su falo hasta que quedó inmaculado y solo entonces, escuché que mi madre había vuelto y que preguntaba a Fernando por mí:
-Se encontró con un amigo y ahora vuelve- respondió salvaguardando mi honor pero sobretodo evitando el escándalo de que mi vieja se enterara que su hija era una zorrita mamona.
Increíblemente, la mujer que me había dado a luz aprovechando mi teórica ausencia, empezó a tontear con el maduro de una forma tal que apenas tuve tiempo de meter su verga dentro del pantalón y cerrar su bragueta antes que esa guarra pusiera su mano sobre el muslo de mi adorado mientras le decía:
– Don Fernando, ¿Qué ha visto en mi hija?, no le parece que es demasiado joven para usted.
“¡Maldita hija de perra!”, pensé al ver que con todo descaro los dedos de esa puta se acercaban a la virilidad del tipo. No me podía creer el marrón en el que estaba. Despatarrada y con mi coño encharcado bajo la mesa mientras mi madre manoseaba al hombre que me volvía loca.
Disfrutando del momento, el maduro le contestó:
-Piense que su hija es igual que usted pero con veinte años menos. Y viendo como de guapa es usted, me garantizó que con los años no pierda atractivo.
Mi vieja cogiendo ya su instrumento, contestó:
-¿Y no prefiere alguien con más experiencia?
La escena curiosamente me empezó a calentar pero temiendo que esa mujer quisiera también meterse bajo la mesa, pellizqué uno de los gemelos de Fernando para que buscara el modo de que pudiera salir de ese problemazo. Mi maduro comprendió el dilema y soltando una carcajada, le soltó:
-Me encantaría- y haciendo como si buscaba un anticipo, acarició uno de sus pechos, derramando “involuntariamente” la copa de vino sobre su vestido.
Pidiendo disculpas Fernando la ayudó a secarse. Mi madre un tanto molesta, le dijo que no importaba pero que tenía que limpiar esa mancha si no quería que le quedara un cerco y por eso, desapareció rumbo al baño.
Nada más irse, salí de  debajo del mantel mientras muerto de risa, ese Don Juan  se reía de mí diciendo:
-¡Menudo par de putas están hechas la madre y la hija!
Su vulgar exclamación me hizo gracia y siguiéndole la corriente, respondí:
-¿Te imaginas tirarte a la mamá mientras su hija os mira?
Mis palabras cayeron como un obús en su mente y tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-Paso, tu vieja no me gusta. Pero te propongo otra cosa: ¿Qué opinas de que te encule mientras observas como otro tipo se la folla?
La idea me resultó cautivante y por eso no dudé en aceptar, diciendo:
-Me gustaría pero dudo que pueda ser. ¿Cómo vas a conseguirlo?
Descojonado, me respondió:
-Fácil, tu vieja va a creer que soy yo quien la folla cuando realmente mi verga estará incrustada en tu  culo- y recalcando sus palabras, me pellizcó un pezón diciendo: -Mientras cenamos la voy a poner tan cachonda que no va a poder negarse a que me la tire con una venda en sus ojos.
De esa forma y mientras mi coñito se anegaba de flujo, anticipando el placer que ese millonario me iba a dar esa noche, esperamos a que mi madre volviera del baño.
 
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

 

Relato erótico: ¿Harías un trio con un par de putas como nosotras? (POR GOLFO)

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Una de las fantasías que más se repite entre los hombres es la de realizar un trio con dos mujeres pero, si las candidatas son encima dos compañeras de trabajo, se convierte en una obsesión. Aunque suene a sueño masturbatorio de un adolescente y sea difícil de creer: ¡A mí me ocurrió!
Antes de explicaros cómo llegué a realizar esa fantasía, debo presentarme. Soy Manuel Astorga, un tipo normal. Cuando digo que soy normal, quiero decir que no soy un modelo de revista ni un culturista lleno de músculos y  tampoco puedo vanagloriarme de poseer un miembro de veinticinco centímetros. Con dos o tres kilos de más, mi cintura tiene algún que otro Michelin  pero como nunca he podido ni querido vivir de mi cuerpo, eso es algo que me la trae al pairo.  Ni siquiera puedo deciros que poseo una melena cojonuda porque la realidad es que estoy bastante calvo. De lo único que si puedo estar orgulloso es de tener una mente sucia y lujurienta que unida a una profusa labia, me ha permitido acostarme con la gran mayoría de las mujeres que me han interesado.
Llevo dos años trabajando para una empresa y es justamente entre las paredes de sus oficinas donde me he encontrado con dos mujeres que rivalizan conmigo respecto al sexo.  Lidia y Patricia son lo que usualmente llamamos los hombres un par de ninfómanas. Abiertas a experimentar con el sexo, no dudan en traspasar los límites de la moral si ello les reporta placer. Tampoco tienen tabú alguno, con gracia y maestría practican todo tipo de sexo ya sea en solitario, en pareja o en cualquier otra modalidad. Desde que las conozco me han demostrado que nada les está vedado.
¡Le entran a todo!
Pero volviendo al tema que nos atañe, ya me había acostado con ambas con anterioridad a esa pregunta. Para que os hagáis una idea del tipo de mujer que son, os voy a contar mi primera vez con cada una:
Primera vez con Lidia:
Descubrí que esta rubia es una fiera en la cama, un día que la invité a cenar en mi casa. Aunque hasta ese momento nunca nos habíamos enrollado,  esperaba que tras la cena el hacerlo porque no en vano era clara la química que había entre los dos. Lo que no me esperaba fue que una vez vencida la timidez inicial y quizás gracias al vino, Lidia empezara a contarme las distintas anécdotas que le habían ocurrido en su vida desde el punto de vista sexual.
Sin cortarse un pelo y muerta de risa, me explicó sus gustos por el sexo salvaje y las buenas pollas. Aunque no la tenía por una mojigata, hasta ese momento no supe el tipo de zorrón desorejado que era y por eso, a la vez que ella se iba revelando como una rapaz sexual, la empecé a catalogar como francamente apetecible. Es decir, a los pocos minutos de estar charlando, ya tenía ganas de echarla un buen polvo.
Medio en serio y medio en broma, tanteé que de verdad había en lo que me estaba contando, diciendo mientras pasaba sin disimulo una mano por su culo:
-La verdad es que cualquiera que te vea, desearía ponerte mirando a Cuenca.
Sin quejarse por esa caricia no pedida, me respondió:
-¡Ten cuidado! ¡Me caliento rápido!
Su respuesta me dio alas y subiendo por su cuerpo empecé a acariciar uno de sus pechos con mis dedos.
 
Lidia me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mío, dejó que siguiera tocándola. Habiendo recibido su permiso, no tardé en descubrir que debajo de esa falda larga, había un culo duro y bien formado. Los gemidos con los que contestó a mis avances, me dieron la razón y cogiéndola en mis brazos, la llevé hasta mi cuarto. Sin  darle opción a negarse, desabroché su blusa. Bajo un sujetador de encaje rojo, sus pezones me esperaban completamente erguidos. Como un obseso, la despojé del resto de la ropa y separando sus rodillas, pasé mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y sin más prolegómenos, me terminé de desnudar.
 
Desde la cama, la rubia, pellizcándose los pechos, me dijo que esa no era forma de tratar a una dama. Al ver la cara de deseo que tenía, comprendí que era lo que esa mujer necesitaba y olvidándome que era su compañero de trabajo, le ordené:
-Ponte a cuatro patas-
Lidia se quedó pálida e intentó protestar pero, obviando sus reparos, llegué hasta ella y dándole la vuelta, le espeté:
-Has venido a follar, ¿No es así?-.
-Sí- contestó, en absoluto avergonzada.
-Pues entonces relájate y disfruta- le dije mientras jugueteaba con mi glande en la entrada de su sexo.
La humedad de sus labios me indujeron a forzar su vulva de un solo empujón. La rubia gritó de dolor por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión.
-Eres una guarra-, susurré a su oído, penetrándola una y otra vez.
Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y sin ningún reparo, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.
-Sigue, ¡que me encanta!-, chilló al sentir la dura caricia.
El flujo, que manando de su interior, recorría mis muslos, anticipó su orgasmo y acelerando aún más si caben mis movimientos, no tardé en escuchar como la mujer se corría. Con los cachetes colorados y gritando ordinarieces, me dio a entender que no tenía bastante. Eso fue la gota que colmó el vaso, y cogiendo su espesa cabellera como si de riendas se tratara,  forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió perpetuar su clímax y totalmente desbocada, mi montura me exigió que continuara.
Su calentura era tanta, que no se quejó cuando cogiendo parte del líquido que anegaba su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, introduje en él mi extensión.
-¡Qué cabrón!-, aulló de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por las sabanas intentó separarse.
No la dejé y atrayéndola hacia mí, rellené con mi sexo el interior de la mujer. El sufrimiento  de su culo se convirtió en desenfreno y bramando sin parar, se dejó caer sobre la cama. Nuevamente, la incorporé y metí mi pene hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con mis testículos rebotando en su sexo, no paré hasta que sacándole un nuevo orgasmo, me derramé rellenando con mi simiente sus intestinos.
Agotado, me tumbé a su lado. Lidia al ver mi estado, me abrazó y pasando su pierna sobre las mías, me dijo:
-¿No estarás cansado? ¡Para mí esto solo ha sido el aperitivo!-.
-No-, le confesé sonriendo.
La cría me miró muerta de risa y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó reanimarlo, mientras me soltaba:

-¡Te voy a dejar seco!-.

Primera vez con Patricia:
Si la forma en que me follé a Lidia, da una idea de lo caliente que es, esperad a leer mi vez primera con Patricia. Esta compañera es morena y gordita. Dotada por la naturaleza de unas curvas generosas, para colmo, está permanentemente en celo. Como ambos estábamos en el mismo departamento, solíamos comer juntos pero no fue hasta que un día se me ocurrió contarle que ese fin de semana había triunfado y me había tirado a una negrita, cuando descubrí el furor uterino que escondía.
-¿En serio?- me preguntó y antes que pudiese contestarla, me pidió que le contara como me había ido.
Recreándome en mi conquista, le expliqué que la había conocido en una discoteca y que tras media hora tonteando en mitad de la pista, nos habíamos dejado llevar por la lujuria en los baños del lugar. Sin ahorrar ningún punto y con todo lujo de detalles, le narré nuestro encuentro en ese habitáculo.
-¡Dios! ¡Cómo me gustaría hacerlo algún día!- respondió sin darse cuenta mientras sus pezones la traicionaban bajo la tela de su blusa.
Descojonado y sin saber a ciencia cierta si me iba a llevar una bofetada, la cogí de la cintura y mientras la pegaba a mi cuerpo, le susurré en su oído:
-Vamos al baño-
Al principio creyó que estaba bromeando pero al darse cuenta que no era así, sus reservas iniciales trasformaron en gozo en gozo al percatarse que, si la llevaba al servicio, era para que cumplir su fantasía. Mientras íbamos hacia allí, todavía no sabía lo hambrienta que estaba esa mujer. Os juro que no me esperaba que esa gordita pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres y que nada más cerrar la puerta, se arrodillara a mis pies.
Actuando como una posesa, me abrió la bragueta y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
 

El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Patricia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.

Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose frente al espejo, se levantó las faldas y bajándose las bragas, me miró mientras me decía:
-¿A qué esperas? ¡Necesito que me folles!
Levantandome del wáter, me puse a su espalda y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La gordita chilló al disfrutar de mi miembro abriéndose camino por su sexo y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en espejo, se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
 
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Joder!- aulló y encantada con mi brutalidad, me dijo: -¡Fóllame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí pensando que esa gordita estaría saciada.
Patricia no tardó en sacarme de mi error. Al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una ninfomana” sentencié cuando de un empujón, me obligó a sentarme nuevamente en el wáter y poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. La morena, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Dame duro!-
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su morbo, le solté:
-Esta tarde al salir de la oficina, ¡me darás todos tus agujeros!-
La gordita al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Cómo me gusta!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Cómo me gusta!- suspiró al sentir a  mi extensión rellenado su conducto.
 
No me lo podía creer lo puta que era. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose en el estrecho baño, me rogó que no tuviera cuidado:
-¡Rómpeme el culo!
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi compañera, que de por sí era una mujer calientea, se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el lavabo, gritó vociferando lo mucho que le gustaba el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando Patricia se corrió pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“Es incansable” pensé al saber que con mucho menos la mayoría de las mujeres se hubiese rendido agotada y en cambio esa gorda seguía exigiendo más. Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve tu puto culo!-
La gorda, completamente dominada por el placer, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi estocada forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Primero quiero correrme!-
Que no la hiciera caso y siguiese a lo mío, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando mis piernas.
-¡Córrete! ¡Por favor!- gritó.
Aunque deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi semilla en su interior, eyacule en su interior mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer sobre mí.
Satisfecho y exhausto, la senté en mis rodillas y abrazándola, la besé mientras con una sonrisa en los labios, la invitaba esa misma tarde a continuar con nuestro asunto al salir de la oficina. Muerta de risa, me soltó:
-¡Espero que tengas en casa viagra! ¡No soy fácil de contentar!
 
Como comprenderéis, el hecho de que me estuviera acostando con las dos fue algo difícil de mantener en secreto. Lo curioso fue que una vez se enteraron que mi relación con cada una de ellas no era la única, ninguna de esas dos mujeres se enfadó sino que empezaron a competir entre ellas, para ver cuál de las dos era más fogosa en la cama.
Tanto Lidia como Patricia tomaron como un juego el explorar los límites de su sexualidad para luego durante las comidas, reírse entre ellas, contando lo que habían experimentado. Lo creáis o no, ese par sin darse cuenta se fueron introduciendo en un camino sin retorno que llegó a su culmen un día en que al salir de la oficina, estábamos tomándonos unas cañas en un bar.
La rubia estaba contando a la morena que el día anterior, habíamos follado en un cine mientras veíamos una película. Lo erótico de la escena, sacó de quicio a la gordita que excitada por las palabras de su compañera y sin pedirle permiso, me preguntó:
-¿Harías un trio con un par de putas como nosotras?
Os juro que estuve a punto de dejar caer mi copa al oírla pero más aún cuando soltando una carcajada, Lidia insistiendo en la idea soltó:
-Aunque no lo había pensado, me encantaría probarlo.
Más excitado de lo que me gustaría reconocer, creí que me estaban tomando el pelo y por eso en plan de broma, contesté:
-Si queréis, podemos ir a mi casa.
Contra todo pronóstico, pidieron la cuenta de forma que en menos de diez minutos, estábamos entrando por la puerta de mi piso. Aunque ambas sabían a qué íbamos y lo deseaban, se mostraron cortadas en un principio. Mientras les servía una copa, me fijé en mis dos amantes.
Rubia y morena, delgada y gordita, ambas eran dos ejemplares diferentes de mujer y no sabía cuál me gustaba más.
Al comprobar mis sentimientos y descubrir que esa era mi fantasía más que las de ellas, sonreí. Mi sonrisa fue el detonante, acercándose a mí, Lidia empezó a acariciarme la entrepierna. Mi pene respondió a sus maniobras y ya totalmente excitado, las llamé diciendo:
-Venid aquí.
Mis dos niñas respondieron pegándose a mí. Con sus dos coños rozando sensualmente mis piernas, las muchachas empezaron a tocarme con sus manos. Las risas se sucedían, las bromas, los recuerdos de cuando nos conocimos y el calor del alcohol en nuestros cuerpos, terminaron de caldear caldearon el ambiente y acariciando sus traseros, me recreé en ellas mientras les decía:
Que suerte que tengo!, ¡Dos pedazos de mujeres para mí solo!
 
La mirada pícara de Lidia me avisó que había llegado la hora, por eso no me extraño, que poniendo música la oyera decir:
-¿Quieres vernos bailar?-.
No dejó que contestara y dándole la mano a Patricia,  la sacó a mitad del saló que se convirtió en improvisada pista de baile.
Observé como con su mano, la obligaba a pegarse a ella. Su cuerpo soldándose con el de la gordita, inició una sensual danza. Sus pechos se clavaron en los  de la morena mientras sin ningún pudor recorría su trasero. Excitado por la escena, la ví besarla en los labios antes de quitarle los tirantes que sostenían su vestido mientras, coquetamente me miraba al desprenderse los corchetes que mantenía el suyo. Piel contra piel bailaron mientras con su pierna tomaba posiciones en la encharcada cueva de su compañera. Sabiéndome convidado de piedra no intervine cuando bajando por el cuello, vi la lengua de mi amiga acercándose a la rosada aureola de la morena. Patricia no pudo reprimir un gemido cuando sintió unos dedos colaborando con la boca de la rubia, pellizcar su pezón, e impertérrita aguantó sus ganas al experimentar  que Lidia seguía bajando por su cuerpo, dejando un húmedo rastro sobre su estómago al irse acercando al tanga que lucía entre sus piernas.
Arrodillándose, le quitó la tela mojada y obligándola a abrir las piernas se apoderó de ese sexo que tenía a su disposición. Con suavidad, la vi retirar los hinchados labios del sexo de la morena, para concentrarse en su botón. Fue entonces cuando con los dientes y a base de pequeños mordiscos, la llevó a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos en su larga cabellera, mirándome un tanto cortada , se corrió en la boca de la rubia. Lidia, al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo y profundizando en su tortura, introdujo dos dedos en la vagina. Sin importarle que pensara, gritó su deseo y olvidándose de su papel, levantó a la mujer que le estaba comiendo el coño mientras le decía:
-Eres preciosa.
Desde mi sitio, no pude mas que darle la razón. La piel blanca de Lidia resaltaba su belleza y dominada por la pasión lésbica, su boca disfrutó de un pecho de mujer por primera vez. Aunque para ella  era una sensación rara el sentir en sus labios la curvatura de un seno,  lejos de asquearle le encantó y ya envalentonada, siguió bajando por el cuerpo de su compañera. La rubia dejo que le abriese las piernas y al hacerlo, pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que me indicara el camino.
Nuevamente el sabor agridulce de su coño, era una novedad, pero en este caso fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara sus dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. La rubia recibió húmeda las caricias de la lengua de la gordita sobre su clítoris, y sin pedirle su opinión me exigió que la follase, diciendo:

anuel, ¡Quiero ver como penetras a Patricia!.
Los primeros gemidos de Lidia coincidieron en el tiempo con mi llegada a su lado. Mientras la gordita seguía chupando el clítoris de mi amiga, abrí sus nalgas y satisfecho al escuchar un aullido de deseo, le solté un duro azote. Excitada por mi duro trato, pegando un grito, me exigió:
-¡Tómame! ¡Quiero sentir tu verga en mi interior!
Su lenguaje soez espoleó mi lujuria y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, fuí forzándola de forma que pude sentir el paso de toda la piel de mi miembro, abriéndose paso por los labios de su sexo mientras la llenaba.

Lidia exigiendo su parte, tiró del pelo de Patricia y acercando su cara a su pubis obligó que su lengua volviera a introducirse en el interior de su vagina, al mismo tiempo que mi pene chocaba con la pared de la de la gordita. Patricia gimió desesperada al sentir mis huevos rebotando contra su culo. Dotando a mis embestidas de un ritmo brutal, empecé a cabalgarla mientras su boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de la rubia.
Éramos un engranaje perfecto, mi embestidas obligaban a la lengua de Patricia a penetrar más hondo en el interior de su amante y los gritos de Lidia al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque por mi parte. La rubia fue la primera en correrse retorciéndose sobre la mesa y mientras se pellizcaba sus pezones, nos pidió que la acompañáramos. Al oírla, aceleré y cayendo sobre la espalda de la otra mujer, me derramé regando el interior de su vientre con mi semilla. Lo de Patricia fue algo brutal, desgarrador, al sentir mi semen en su interior mientras seguía penetrándola sin parar, hizo que licuándose al sentirlo, chillara y llorara a los cuatro vientos su placer.
Durante unos minutos, nos mantuvimos en la misma posición hasta que ya descansado me levanté y tomándolas de la cinturas, las llevé entre sus fuertes hasta mi cama.
-Lo teníais preparado, ¿no es verdad?- afirmé mientras las depositaba sobre el colchón.
No, ¡Cómo crees!-, rio descaradamente Lidia mientras besaba los labios de la morena.
Sabiendo que era mentira y que antes de ir esa tarde al bar, ese par de zorras ya lo tenían planeado, les solté:
-¡Sois un par de zorras ninfómanas!.

Muertas de risa, no me contestaron y cambiando de posición, las dos mujeres, se pusieron a hacer un delicioso sesenta y nueve.

 

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (7)” (POR ALFASCORPII)

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7

Mi nueva vida estaba resultando de lo más satisfactoria. En sólo una semana ya había tomado completamente las riendas, y aunque mi nueva condición había propiciado algunos cambios en mí, seguía siendo la misma persona, sólo que con algunos objetivos y gustos diferentes debidos a las circunstancias.

Pasé un par de días tranquilos en los que me centré en hacer bien mi trabajo, aportando nuevas ideas que mi jefe, Gerardo, alabó por resultarle refrescantes y cuya puesta en práctica obtuvo su visto bueno. Eso sí, en ningún momento omitió los piropos no centrados únicamente en mi ingenio. Acepté sus zalameras palabras alabando mi belleza con una sonrisa y dando capotazos como los que Lucía siempre había dado utilizando respuestas como: “Qué cosas dices”, “Tú que me miras con buenos ojos”, etc. Respuestas tontas y prefabricadas con las que dar el asunto por zanjado para cambiar inmediatamente de tema encauzándole nuevamente en la faceta profesional.

Con el paso de los días, las “compañeras” con las que tomaba el café de media mañana, fueron mostrándose menos reticentes conmigo. Poco a poco conseguí que dejasen de verme únicamente como “La jefa”, para empezar a verme como una más de ellas. Esto se convirtió en algo realmente importante para mí, puesto que debido a la ajetreada vida laboral, no tenía más tiempo para relacionarme con otras mujeres. A María, mi hermana, era casi imposible verla entre semana, y Raquel, mi única amiga, estaba a cientos de kilómetros y aún faltaba una semana para que volviese a la ciudad. Necesitaba hacer nuevas amigas, porque aunque ya me sentía una mujer con sensaciones y gustos propios, tenía mucho que aprender sobre la forma de sentir y pensar de las mujeres, a pesar de que ya tenía todos los recuerdos vividos por la Lucía original. Aunque mi masculinidad había sido recluida a un profundo rincón de mi interior, aún seguía pensando como un hombre en muchos aspectos, lo que a la larga podría causarme conflictos con mi entorno, por lo que el hacer nuevas amigas en las que reflejarme podría ser una cuestión de supervivencia. Sabía que la mayoría de mujeres de la empresa me consideraban asquerosamente perfecta: joven, guapa, inteligente y con éxito, pero no podía culparlas por ello, porque era la impresión que Lucía siempre había dado. Tenía que esforzarme para suavizar esa percepción que tenían de mí y que fuesen más tolerantes para conocerme como persona.

El jueves al salir de trabajar, volví a acercarme al hospital. Esa vez sí que pude estar a solas con Antonio, y aunque realmente ya no tenía angustiosos sentimientos que necesitara exteriorizar, resultó gratificante contarle todas mis experiencias a aquella persona tumbada en la cama cuya interlocución era inexistente. El hecho de confesarle a alguien la pequeña aventura con mi cuñado, me sirvió para relativizar el sentimiento de traición a mi hermana. Como le dije al yacente cuerpo de Antonio, al fin y al cabo sólo había sido sexo, esporádico e instintivo, sin sentimiento alguno, por lo que no habría que darle mayor importancia y no debería considerarse una traición hacia María.

Una vez liberada por completo del sentimiento de culpa, no dudé en relatar los detalles de lo ocurrido, haciendo especial énfasis en las maravillosas sensaciones experimentadas, recordándolo todo con una sonrisa en los labios y una humedad en mi tanguita que me obligó a quitarme la chaqueta por el calentón. También le relaté lo vivido con “nuestro” antiguo amigo el mismo día que nos encontramos en ese mismo lugar, consiguiendo que los recuerdos aumentasen mi excitación hasta el punto de que, cuando quise darme cuenta, ya estaba acariciando mi entrepierna por encima del ligero pantalón de traje que llevaba. Tuve que contenerme para no meterme en el cuarto de baño y masturbarme a gusto, a lo que ayudó la súbita entrada de una enfermera para cambiar la bolsa de suero. Al volver a salir, vi su media sonrisa al darse cuenta de cómo mis pezones se marcaban en mi blusa, y el sentimiento de vergüenza consiguió apagar definitivamente mi fuego.

Más sosegada, seguí hablándole al inmóvil cuerpo, cambiando completamente de tema para explicarle mis sensaciones en el trabajo y mis impresiones con el puesto que ahora desempeñaba. Incluso, una vez cogida carrerilla, le relaté las pequeñas cosas del día a día que iba descubriendo en mi proceso de aprendizaje siendo Lucía. Fue una tarde genial para mi salud mental.

Al día siguiente, durante la pausa del café, dos de las compañeras con las que ya asiduamente bajaba a la cafetería, empezaron a hablar de salir esa noche, puesto que era viernes. Eran las dos más jóvenes del grupito, rondarían ambas en torno a los 28-30 años. Me apeteció muchísimo la idea de salir de copas y a bailar (acababa de descubrir que me gustaba bailar) con mujeres de mi edad. La experiencia sería muy enriquecedora, además de divertida, y tampoco tenía ningún otro plan. Estuve tentada de auto-invitarme, pero lo pensé mejor. Estaban empezando a conocerme, pero yo aún seguía siendo su jefa y ciertas reticencias son difíciles de disipar, y si ellas no me lo proponían, debería darles más tiempo para ganarme su confianza y que ellas mismas tuvieran ganas de quedar conmigo fuera del entorno laboral.

Al volver a encerrarme en mi despacho, el sentimiento de soledad me abrumó, era el mismo sentimiento que encontré en los recuerdos Lucía, una soledad que en mi vida anterior nunca había sentido. La imagen de una persona no se podía cambiar de un día para otro, por lo que debía ser paciente y ya conseguiría hacer amigas destruyendo el cascarón en el que mi antecesora se había encerrado.

Un mensaje en mi móvil me sacó de mis pensamientos. No tenía almacenado el número en la agenda, aunque me era conocido:

– Hola, Lucía, soy Pedro. Supongo que te acordarás de mí, porque yo sí que me acuerdo mucho de ti.

– Hola, Pedro. ¿Hay novedades sobre Antonio? – le contesté inmediatamente sintiendo un vuelco en el corazón.

– Tranquila, no hay nada nuevo. Te escribo por si te gustaría quedar esta noche.

Era de esperar, el chico aún estaba en una nube por lo que había pasado entre nosotros. Él era un caramelito para mí pero, dejando a un lado falsas modestias, yo era un auténtico festival de alta repostería para él, y su valentía natural y las hormonas le habían lanzado a intentar la quimera de tenerme una segunda vez.

– Pedro, eres un encanto, pero no te di mi número para esto – le contesté-. Comprenderás que entre tú y yo hay una gran distancia en casi todo, y hay cosas que sólo pasan una vez en la vida.

– Ya, ya, cuento con ello. En realidad, como tenemos un amigo en común, y charlamos tan a gusto el otro día, quería proponerte venir a pasar un rato conmigo y mis amigos y echarnos unas risas…

Sentí curiosidad, la verdad es que me había quedado con ganas de hacer algo de vida social para aquella noche, y puesto que había dejado para más adelante la opción de quedar con las compañeras del café, tal vez tendría la oportunidad de relacionarme con otras personas, aunque sólo fuera un rato para no sentirme tan sola. Pedro me caía muy bien, y el crear una nueva amistad con él siendo Lucía, me podría servir para no desconectarme completamente de mi vida anterior. A través de él podría saber sobre mis padres sin tener que fingir ante ellos.

– Explícate – le contesté.

– Alicia (mi madre) no estará este fin de semana, así que he quedado con dos colegas para que se vengan a tomar algo tranquilamente a mi casa. Sé que podemos parecerte unos críos, y seguro que tendrás otros planes, pero si quisieras venirte, seguro que lo pasas bien.

– Ya veo…

– Venga, Lucía, di que sí. Me encantaría conocer mejor a una amiga de Antonio, y seguro que les caes genial a mis colegas y ellos te caerán bien.

Me estaba convenciendo, aunque la compañía de unos chicos casi adolescentes no era precisamente la que buscaba, podría ser divertido. Sin embargo, una duda asaltó mi cabeza:

– No les habrás contado nada del otro día, ¿no? – le pregunté.

– No, no, claro que no. Eso es para mí, y ya me has dejado claro que en eso se quedará. Sólo les he dicho que conocí a la amiga de un amigo y que me gustaría invitarte. Por ellos, encantados, y además también se vendrá la novia de uno.

Sabía que Pedro era un chico sincero, así que no dudé de su palabra. Finalmente acepté su invitación, y tras darme la dirección de su casa, que por supuesto yo conocía perfectamente, quedamos para las 10 de la noche.

Al salir del trabajo pasé por una tienda, no podía presentarme en casa de Pedro con las manos vacías, y puesto que sabía perfectamente que la velada consistiría en tomar copas en su casa, decidí comprar una botella de buen whisky de malta para los chicos (estaba casi segura de que beberían whisky barato igual que yo había hecho a su edad), y una botella de un buen y dulce ron añejo para poder tomarme yo una copa sin que me destrozase el estómago.

Tras una hora de ejercicio en mi gimnasio particular y una rápida cena, me duché y arreglé para acudir a casa de Pedro. Al abrir el armario de los vestidos de verano, el primero que vi era uno de los que me había comprado con María, el que no había estrenado, y me pareció una buena ocasión para hacerlo. Al ponérmelo, no recordaba que fuera tan ajustado, era como una segunda piel de color negro que envolvía mi silueta desde mis pechos, con un generoso escote recto, hasta casi la mitad de mis muslos. Tuve, incluso, que cambiarme la ropa interior, puesto que las dos prendas se marcaban en la tela dando una fea impresión. Uno de los cambios en mi forma de pensar desde que era Lucía se me hizo patente en aquel momento: como hombre, nunca me habría dado cuenta de ese detalle, sin embargo, ahora me parecía importantísimo el estar siempre perfecta, fuese cual fuese la ocasión; por lo que me puse un mínimo tanga negro y preferí prescindir del uso de sujetador. El vestido proporcionaba la sujeción justa para que mis pechos se mantuvieran en su sitio formando un bonito y generoso busto sin parecer que rebosaba por encima de la tela. Me calcé un par de zapatos con un buen tacón y miré el resultado en el espejo. Me vi, simplemente, espectacular. Demasiado espectacular para el plan que tenía por delante, pero lo cierto es que me apetecía estrenar el vestido y no tenía ninguna otra ocasión en mente para hacerlo. Estaba increíblemente sexy, con mis curvas envueltas en la fina tela para dibujar con precisión mi silueta. El escote formaba un balcón al que cualquiera querría asomarse, con un bonito canalillo entre ambos pechos. Mis glúteos se veían firmes, redondeados y duros, y la corta falda junto con los tacones me hacían unas piernas kilométricas. El negro del vestido y los zapatos contrastaba con mi piel, y al ser mi cabello del mismo color, hacía que mis azules ojos destacasen confiriéndome una penetrante y felina mirada. A pesar de la explosividad de la prenda elegida, y su sensualidad, esta me quedaba elegante, no haciéndome parecer una puta mostrando carnaza. Mostraba, pero sugería más que mostrar, y en parte por eso me había costado el dineral que había pagado por él.

A pesar de que la casa de Pedro sólo estaba a una parada de metro de mi casa, pedí un taxi. Aunque mi intención era la de quedarme allí sólo el tiempo de tomarme una copa, preferí no coger el coche, y para volver pediría otro taxi, puesto que no era aconsejable que una mujer como yo tomase el metro sola a partir de ciertas horas.

Pedro me abrió la puerta de su casa con una sonrisa de oreja a oreja. Me dio dos besos y no trató de ocultar cómo me miraba de arriba abajo con un resoplido:

– Estás de infarto – me dijo.

– Gracias. He traído un par de cosas – le contesté cambiando de tema.

– Genial, pasa, ya han llegado los demás – dijo cogiendo las dos botellas.

Al entrar en aquella casa los recuerdos de mi vida anterior invadieron mi mente. Recuerdos de juegos de niños, de películas, de partidas de videojuegos, de explicaciones de matemáticas…. Pero sobre todos ellos, el recuerdo de Alicia, aquella guapa madre soltera que me había dado el mayor regalo de mi vida.

Cuando entramos en el salón, los dos chicos que estaban allí sentados se levantaron como un resorte, y en sus rostros vi el reflejo de la impresión que les produje, se quedaron ojipláticos. Tenían la misma edad que Pedro, y no esperaban encontrarse con una mujer como yo más que en las fotografías que solían mirar en sus ordenadores. Mi amigo me los presentó como Luis y Carlos, compañeros suyos en el primer curso de la universidad.

– ¿No iba a venir una chica también? – pregunté al ver que la única presencia femenina era la mía.

– Sí – contestó Carlos-, mi novia. Pero al final le ha tocado ir a trabajar esta noche.

– Vaya, ¿en qué trabaja?.

– Es camarera, y aunque tiene turno de mañana, algunas noches de fin de semana le toca hacer unas horas.

– Pues ya lo siento, me hubiese gustado conocerla a ella también.

Luis y Carlos ocuparon los sillones, y yo me senté en el sofá junto a Pedro y frente a ellos, de tal modo que tuve que cruzar pudorosamente las piernas dándoles una buena vista del firme muslo que quedaba por encima. Qué recuerdos me traía ese sofá…

Mi amigo les enseñó las botellas que había llevado, y con una ovación hacia mí, dejaron las copas que acababan de servirse para ponerse “mi” whisky mientras Pedro me servía galantemente el ron tras preguntarme qué me apetecía.

Como era de esperar por la novedad, fui el centro de la conversación, de tal modo que relaté cómo había conocido a Pedro y la historia de nuestro amigo común. Percibí cómo escuchaban cada una de mis palabras como si estuviese entonando una bella melodía, extasiados contemplando y siguiendo cada uno de mis gestos como si quisieran memorizar cada detalle de mí. Estaba empezando a acostumbrarme a producir ese comportamiento en cuantos hombres me rodeaban, pero en aquellos chicos, debido a su juventud, era especialmente marcado.

Supe que eran compañeros de clase estudiando la misma carrera que yo había hecho (Pedro había decidido estudiar la carrera aconsejado por mí), por lo que la conversación fue muy fluida con continuas preguntas sobre mi trabajo que no me importó contestar. Entre trago y trago, la timidez inicial se fue disipando, y poco a poco la conversación fue tornándose más amena con bromas y anécdotas que me hicieron reír. También supe algo más sobre aquellos chicos, como que Luis era una especie de genio informático (aunque estuviese estudiando otra cosa), y que Carlos, a pesar de llevar tan sólo un mes saliendo con su novia, estaba totalmente colado por ella.

La verdad es que me sentí cómoda con aquellos chicos. Con una copa delante, apenas se notaba la diferencia de edad, y yo conocía perfectamente su forma de pensar y sus inquietudes, pues eran las mismas que yo había tenido cuando era un chico de su edad. Pero cuando terminé mi copa, decidí que era el momento de marcharme. Ya había hecho la suficiente vida social, había afianzado un principio de amistad con Pedro, y me había divertido.

– Venga, quédate un rato más, Lucía – me dijo mi amigo cuando me levanté-. Es muy pronto y lo estamos pasando bien.

– No te vayas – dijeron los otros dos a coro.

– Podríamos jugar a “Yo nunca” – añadió Luis iluminándosele el rostro.

– ¿“Yo nunca”? – pregunté picándome la curiosidad.

– ¡Buena idea! – exclamó Pedro.

Me explicó que se trataba de un juego para beber, y sobre todo, para conocer mejor a quienes participaban. La dinámica era sencilla: todos teníamos nuestra bebida, pero no se nos permitía beber hasta que el juego dictase que debíamos hacerlo. Para beber, y por turnos, cada uno debía hacer una afirmación real que empezase con “Yo nunca…”. Si el resto de participantes sí que habían realizado esa acción, debían beber. El juego se basaba en la sinceridad, en las ganas de ingerir alcohol, y en tratar de averiguar cosas sobre los compañeros.

Me pareció divertido, y puesto que viviendo como Lucía sólo tenía algo más de una semana de experiencias, pensé que saldría airosa consiguiendo emborrachar a esos tres muchachos para marcharme serena a casa habiéndome reído con ellos. Me senté y Pedro me sirvió otra copa.

– Empiezo yo con algo suave – dijo Carlos-: Yo nunca he montado en globo.

Luis fue el único que levantó su copa y dio un trago.

– Suave, pero ya has ido a pillar – le dijo a su compañero-. Los dos sabíais que el verano pasado me regalaron un viaje. Me toca: Yo nunca he matado un pájaro con el coche.

– ¡Qué cabrón eres! – exclamó sonriendo Carlos mientras levantaba su copa.

– Yo nunca he trabajado en una oficina – dijo Pedro guiñándome un ojo.

– Has ido a tiro fijo, ¿eh? – le dije sonriéndole para dar un trago.

Era mi turno. Por un momento estuve tentada de decir algo que sabía de él, pero como se suponía que no podía conocerlo, preferí lanzar una afirmación que pudiese implicarles a los tres y que fuera real teniendo sólo en cuenta mi nueva vida:

– Yo nunca he jugado con la Play Station.

Los tres bebieron de sus copas, y me reí un rato mientras trataban de convencerme que debía probarlo.

El juego prosiguió, turno por turno, lanzándose pequeñas puyas entre ellos hasta que Luis se dio cuenta de que yo no había vuelto a beber más que con la afirmación de la oficina.

– Yo nunca he tenido un coche propio – dijo tanteándome.

Fui la única que bebió, y los chicos intercambiaron miradas con las que acordaron sin palabras ir a por mí. Con afirmaciones sobre el piso, el trabajo, o incluso prendas femeninas, consiguieron hacerme beber todas las veces. Empecé a sentir los efectos del alcohol, había olvidado por completo que mi resistencia a la bebida se había mermado considerablemente desde que era Lucía, y entré en un estado de alegría desinhibida con el que me uní a las carcajadas del resto cuando Carlos bebió ante la afirmación: “Yo nunca me he puesto unas bragas”, lo que tuvo que explicar contándonos la loca historia de cómo cuando era pequeño su madre le puso un día unas braguitas de su hermana como castigo por haber estado escondiendo los calzoncillos usados en un cajón.

Al ver que llevaba varios turnos sin dejar de beber, se “apiadaron” de mí, y el tema de la ropa interior acabó derivando en el terreno sexual.

– Yo nunca me he hecho una paja pensando en la novia de un colega – dijo Carlos.

Los otros dos bebieron, y ante la mirada inquisitiva de Carlos, ambos se encogieron de hombros. El atisbo de tensión desapareció cuando Pedro afirmó: “Tío, tu novia está buena”, con lo que acabamos riéndonos los cuatro.

– Yo nunca me he hecho una paja pensando en una profesora – dijo Luis.

Pedro y Carlos bebieron y explicaron que en sus respectivos institutos habían tenido alguna profesora que, a pesar de no ser especialmente atractiva, les había puesto hasta llegar a ese punto.

– Yo nunca me he hecho una paja pensando en la madre de un colega – dijo Pedro.

Luis y Carlos se miraron y ambos bebieron.

– ¡Joder, lo sabía! – exclamó Pedro con indignación-. Sois unos cabrones.

Los aludidos se encogieron de hombros y con un: “Tío, tu madre está buena” que soltó Carlos imitándole, acabamos riéndonos los cuatro nuevamente.

– Si vosotros supierais – pensé moviendo el culito sobre el mismo asiento en el que ocho años atrás Antonio había probado los encantos de Alicia.

Tal vez fuera por el efecto del alcohol, o por tanto mencionar sus masturbaciones, o por la evocación al recuerdo de mi estreno con la madre de Pedro, pero empecé a sentirme excitada.

– Así que os gustan las mujeres mayores, ¿eh? – les dije.

– Joder, es que si son como la madre de Pedro… – contestó Carlos.

– Dejemos ya el tema de Alicia – dijo el aludido contrariado.

En aquel momento me resultó curioso que Pedro se refiriese a su madre por su nombre, en lugar de por “mamá” o “madre”, pero entonces recordé que desde que el chico entró en la adolescencia, siempre la había llamado así, supuse que era una especie de acto de rebeldía que había mantenido en el tiempo.

– O mejor – intervino Luis-, si esas mujeres mayores son como tú, ya ni te cuento – añadió mirándome.

Los otros dos resoplaron al unísono sonriéndome, y entonces me di cuenta de que a los tres se les marcaba ligeramente la entrepierna. Ellos también estaban excitados, y no era por hablar de masturbaciones o de Alicia, era por mí y yo lo sabía. ¡Cómo me gustaba provocar eso!.

– Sois encantadores – les dije con una sonrisa haciendo un cambio de postura y cruce de piernas del que no perdió detalle ninguno de los tres.

Me sentí tan bien siendo el centro de sus deseos, que quise seguir jugando con ellos.

– Yo nunca he follado con una chica borracha – les solté.

Los tres levantaron sus copas y bebieron.

– ¡Vaya! – dije-, ¿es que las chicas de vuestra edad no saben mantener las piernas cerradas cuando beben?.

Los cuatro nos reímos, y acabaron confesándome que los tres se habían estrenado así en fiestas de pueblos. Pensé que tenían un curioso denominador común, y así fue como me enteré de que Pedro sólo había tenido dos precipitadas experiencias antes de conocerme a mí.

– Tendré que tener cuidado de no emborracharme… – dejé caer mirándoles seductoramente.

Los tres rieron con nerviosismo, sabía que eso les había terminado de poner las pollas como barras de acero, y ese pensamiento consiguió acalorarme.

– Yo nunca le he comido el coño a una tía – prosiguió Carlos con el juego tratando de sacarles información a sus amigos.

Fui la única que bebió, y los tres chicos se quedaron atónitos mirándome.

– Bueno – dije entre risas-, hay que probar de todo en esta vida…

En aquel momento, los paquetes en las entrepiernas de los tres se me hicieron tan evidentes, que sentí cómo mis pezones se endurecían en respuesta.

– Joder, Lucía – dijo Carlos-, ¡eres la bomba!.

Le sonreí, le guiñé un ojo y le pregunté:

– ¿Y tú no se lo has comido a tu novia?, ¡pobrecita!.

Los otros dos se partieron de risa.

– Bueno, es que aún no he tenido la oportunidad… – contestó avergonzado y arrepintiéndose de haber sacado el tema llevado por la euforia etílica.

Luis acudió en su rescate, y para que su amigo no se sintiera tan mal, afirmó de repente:

– Yo nunca he tenido la polla dentro de la boca de una tía.

Pedro fue el único que bebió de su copa mirándome de reojo, lo que los otros no percibieron exclamando un: “¡Qué cabrón!” al unísono. En cuanto a mí, esa evocación aumentó mi excitación, haciéndome sentir los pezones tan duros como para atravesar mi bonito vestido mientras mi tanguita se humedecía. Sabía que en ese momento estaba marcando pezones y que los tres chicos se estaban dando un festín mirándome las tetas, lo cual aceleraba mis pulsaciones.

– ¿Tampoco te la ha chupado tu novia? – le pregunté nuevamente a Carlos con sorpresa.

– Es que… – contestó volviéndole la vergüenza- Sólo llevamos un mes… Aún no hemos hecho nada más que enrollarnos… y no quiero presionarla…

– Es que está buena y no quiere que se le escape – intervino Luis entre risas.

– Él también está bueno – contesté yo confesando sin querer mis pensamientos-. Seguro que ella también lo está deseando… Yo lo desearía…

En ese momento me di cuenta de que me estaba dejando llevar por el alcohol y la excitación. Ninguno de los tres chicos estaba nada mal, siendo Pedro el más atractivo. Aun así, en cualquier otra circunstancia me habrían parecido unos pre-adultos sin más, en los que no habría centrado mi atención; sin embargo, en aquel momento de ligera embriaguez, las duras pollas que adivinaba bajo sus pantalones me estaban incendiando.

– A lo mejor tendría que tener yo una charla con tu novia – le dije a Carlos catapultada por los efectos del alcohol-. ¿Cómo se llama?, ¿en qué bar trabaja?,

– Se llama Irina – me contestó atropellado por mi ímpetu.

– ¿Irina? – le pregunté resultándome familiar tan particular nombre.

– Sí, es que es rusa. Trabaja en un pub del centro llamado “El Dandy”.

¡No me lo podía creer!, aquello era el colmo de la casualidad. “El Dandy” era el pub de aquel tipo que había conocido y con el que había tenido mi primera experiencia sexual con un hombre desde que era Lucía. Al instante supe por qué me resultaba familiar el nombre de la novia de Carlos:

– “Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca rusa de 18 años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas. Es adicta a desayunar mi leche calentita… Jejeje, ya sabes…”- resonó en mi cabeza la voz del dueño del pub.

Parecía que el destino hubiese cerrado otro círculo entorno a mí, y lo tomé como una especie de señal. Sentí lástima de Carlos, llevaba un mes saliendo con una chica que le gustaba de verdad y aún no había tenido sexo con ella por no querer forzar la marcha, y resultaba que yo sabía que esa chica tenía la afición de practicarle una felación a su jefe todos los días. De hecho, sospeché que aquella noche la “famosa” Irina no estaba trabajando en el pub, sino más bien estaba trabajándose a su jefe, lo que avivó aún más la hoguera de mi lujuria.

– Ya que Irina está trabajando – le dije a Carlos poniéndome en pie ante él-, a lo mejor necesitas liberarte un poco.

El chico me miró de arriba abajo con los ojos como platos y la entrepierna a punto de reventarle el pantalón. Los otros dos estaban igual.

– ¿A qué te refieres? – preguntó casi en un susurro.

Le sonreí, y me mordí instintivamente el labio como si quisiera refrenar mi deseo, pero este ya era irrefrenable. Estaba cachonda, y me sentía justiciera. Me apetecía comerme la polla de ese chico, como su novia hacía cada mañana con su jefe, y darle la satisfacción de engañarla como ella hacía con él.

Me arrodillé ante él, y acaricié sus piernas y el duro paquete que yo había provocado.

– Joder, Lucía – me dijo resoplando-, no juegues conmigo…

– No estoy jugando – le susurré-, quiero comerme tu polla… – añadí desabrochándole el pantalón.

Oí cómo los otros dos resoplaban. Pedro sabía lo que era encontrarse en esa situación, y ahora no perdía detalle. Luis, en el sillón contiguo al de Carlos, tenía una privilegiada vista de cuanto ocurría, y sonreía incrédulo sujetándose la entrepierna. Yo le devolví la sonrisa guiñándole uno de mis azules ojos, y por la expresión de su cara, vi que casi consigo que se corra.

Bajé un poco el pantalón de Carlos y el calzoncillo, lo justo para ver la rosada cabeza de su verga y parte del tronco. Se veía tan apetitosa, que me relamí los labios y la besé suavemente.

– Por favor, Lucía – suplicó el muchacho-. Tengo novia… no quiero ponerle los cuernos… – añadió poniéndome las manos sobre los hombros.

– ¿No quieres que te la chupe un poquito? – le pregunté en tono meloso.

– Me pones malísimo… pero no puedo…

– Joder, Carlos – le dijo Luis poniéndose en pie indignado-. Tienes a la tía más buena que he visto nunca dispuesta a hacerte una mamada… ¿y lo vas a rechazar?. Ojalá yo tuviera tu suerte…

Vi el rostro de Carlos enrojecido de excitación y vergüenza, y aunque sabía que su novia se la estaba dando con queso, yo no era quién para decírselo. Y tampoco le iba a forzar a hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, por lo que me eché un poco hacia atrás dispuesta a levantarme. Pero al girar mi cara hacia la izquierda, me encontré con el exagerado paquete de Luis ante mí. Tenía otra joven verga a mi alcance, para mí sola, y tenía tanta hambre de degustar una, que no dudé en girarme sobre las rodillas, y desabrochar ese otro pantalón para tirar de él y de la ropa interior dejándoselo en los tobillos. El falo de Luis se presentó ante mí como una estaca, tieso y duro, con su punta humedecida por la excitación. No era especialmente impresionante en tamaño, pero su aspecto era tan apetecible que me la metí en la boca deslizándola por mis húmedos labios hasta que llegó a mi garganta.

– ¡Oooohhhhhh! – gimió Luis sin salir de su asombro.

Sentí cómo el músculo latía contra mi lengua, y me di cuenta de que el chico estaba tan excitado que los latidos se estaban convirtiendo en espasmos. La calidez, humedad y suavidad de mi boca le impresionaron tanto, que la joven próstata se disparó como un arma cargada sin seguro. Apenas tuve tiempo de retirar el glande de mi garganta cuando se corrió. Invadió el fondo de mi boca con ardiente y densa leche que tuve que tragar inmediatamente para no ahogarme. Conseguí sacármela un poco más para ponerla sobre mi lengua, y siguió eyaculando borbotones de lefa que me llenaron con su sabor. Luis gruñía, y su polla seguía vaciándose en mi boca. Era una corrida abundante y espesa, deliciosamente abundante y espesa. Su gusto, aunque muy parecido al que dos días antes había paladeado de Pedro, era ligeramente distinto, y también me gustaba. Tragué cuanto pude, pero fue inevitable que parte rezumara por la comisura de mis labios y resbalase hasta mi barbilla. Aquel muchacho se estaba corriendo como un caballo, y en sus últimos espasmos pude disfrutar de su elixir durante unos segundos antes de tragarlo.

Le solté, y limpiándome los labios y la barbilla con los dedos para relamerlos deleitándome con el sabor y la textura de ese exclusivo néctar, vi cómo el chico se desplomaba sobre el sillón.

– Eres más rápido que el rayo – le dije con una pícara sonrisa.

– Yo… – dijo avergonzado pero resoplando de satisfacción.- Tu boca… Ha sido lo mejor de mi vida…

Sentí mi tanguita empapado con mis jugos. Estaba claro que me excitaba sobremanera el que se me corrieran en la boca. Así que miré a Carlos con cara de zorra hambrienta. Este tenía los ojos fuera de las órbitas. Su glande, desnudo por mí, ahora brillaba húmedo por la excitación de lo que acababa de presenciar.

– Ahora sí que quieres, ¿verdad? – le dije girándome nuevamente hacia él.

No pudo articular palabra, sólo asentir con la cabeza. Agarré su duro músculo para liberarlo de la presión de la ropa, y lo succioné hasta la mitad. Ya tenía suficiente experiencia como para saber que los tentadores jovencitos apenas aguantaban unas pocas chupaditas antes de explotar. Y así fue, que tras un par de succiones arriba y abajo con mis labios deslizándose por su tronco, sentí cómo Carlos se derramaba sobre mi lengua. Su semen también tenía un último y sutil gusto distinto al del anterior, con lo que descubrí que cada hombre tenía un sabor característico, tal vez debido a la alimentación. Pero el sabor predominante era el agridulce y salado sabor a leche de hombre al que estaba empezando a hacerme tan adicta como parecía serlo Irina, la novia rusa de aquel chico. Con la boca nuevamente llena de polla y candente y denso esperma, saboreé sin poder evitar que una de mis manos se colara bajo mi falda para acariciarme el húmedo tanga.

Me tragué toda la corrida dando más chupadas con las que obtuve cálidos chorros del delicioso elixir de aquel chico, mamando de la verga para extraer la última gota, momento en el que sentí cómo una mano acariciaba mi culo. Dejé mi golosina con su dueño extasiado, y al girar la cabeza vi que la mano que acariciaba mi culo era la de Pedro.

– ¿Te has olvidado de mí?- me dijo sonriéndome.

-¿Tú también quieres correrte en mi boquita? – le pregunté poniendo cara inocente situando el dedo índice sobre mi labio inferior.

– Si no estás llena ya…

– Aún tengo hambre, y he dejado el postre para el final – le contesté agarrando su paquete.

Se quitó todas las prendas inferiores, y me ofreció ese magnífico músculo que ya había probado dos días atrás. Tenía la esperanza de que esta vez me durase un poco más el caramelo, así que preferí tener una postura más cómoda para realizar la felación a conciencia. Le pedí a Carlos que se levantara, y este me dejó su sitio para que me sentase en el sillón mientras Pedro se situaba delante de mí poniendo nuevamente su mástil a la altura de mi boca.

Luis y Carlos observaron cómo el rosado glande de su amigo se posaba en mis labios y estos lo recibían acogiéndolo y haciéndolo entrar entre ellos.

– Esto es mejor que ver a una actriz porno en una peli – oí que decía Luis.

– Lucía está más buena y es mucho más elegante que esas actrices – le contestó Carlos.

Oír aquello me encantó, y quise darles un buen espectáculo a ambos haciéndole una mamada a Pedro que resultase muy visual, para lo cual succioné lentamente la polla tirando de ella hacia mi boca y hasta que tocó mi garganta. Mi amigo suspiró, y por el tono supe que esta vez sí que iba a aguantar un poco más. Me la saqué lentamente, chupando con suavidad hasta que la punta apareció nuevamente de entre mis labios.

– Jooodeeeeer… – dijeron los tres chicos al unísono alimentando mi lascivia.

Tomé nuevamente el glande, y le propicié unas chupadas cortas utilizando únicamente los labios, haciéndolo entrar y salir repetidamente entre ellos para que su punta incidiese contra mi lengua con suaves toquecitos que acariciaban la rosada piel, como si estuviese probando un polo de hielo demasiado frío para comerlo entero. Después, hice que aquella herramienta de placer penetrase en mi boca absorbiendo cuanta longitud de duro músculo cupo en mí. Lo envolví con mi paladar, lengua y carrillos, y lo succioné mientras me lo sacaba dejándolo impregnado de mi saliva.

– Lucía – me dijo Pedro resoplando-, si lo haces así vas a hacer que me corra tan rápido como estos dos…

– Quiero que tu leche me llene la boca como ya lo ha hecho la suya – le contesté viendo por el rabillo del ojo cómo los otros dos no perdían detalle con sus miembros nuevamente erectos.

Volví a comerme el duro rabo de Pedro, y sabiendo que los otros dos miraban con atención, ladeé ligeramente la cabeza, coloqué mi negro cabello tras la oreja para despejarme el rostro, y empecé a chupar haciendo que el glande incidiese contra el interior de mi carrillo derecho; de tal modo que los tres chicos podían ver cómo cada vez que esa lanza perforaba mis labios, su punta se adivinaba en mi perfil mientras mi azulada mirada se clavaba en los ojos de los dos espectadores. Se me hacía la boca agua, y puesto que así no podía tragar mi propia saliva, esta salía de entre mis labios embadurnando el ariete que los penetraba produciendo un característico sonido: “Slurp, slurp, slurp…”

Estaba tan cachonda, que ya iba a por todas. Mientras chupaba la dureza de Pedro, mi mente no dejaba de darle vueltas a la idea de que ya no tenía suficiente con hacerles una mamada a cada uno. Tenía a tres apetecibles jovencitos con sus instrumentos tiesos por mí y para mí, y quería follármelos, necesitaba follármelos. El ver a los otros dos chicos observándome con sus inhiestas vergas, no hacía más que hacer más apremiante ese deseo. Así que volví a la posición de engullir, y succioné esa rica polla con fuerza, oprimiéndola con mi boca, penetrándome hasta casi tocar la garganta, mamando con movimientos de mi cabeza hacia delante y hacia atrás como si me fuera la vida en ello, ejerciendo toda la presión de la que mis carnosos labios eran capaces, imprimiendo una velocidad que me convirtió en la más voraz de las felatrices.

– Aaah, Lucía, aaaah, aaaaahhhh, aaaaaaaaaaahhhhhhh, Lucíaaaaaahhh… – gimió el beneficiario de mi glotonería.

Sentí las palpitaciones, ya le tenía a punto, pero no me detuve.

– También se va a correr dentro – oí que decía Luis.

– Esta tía es increíble – comentó Carlos.

– ¡¡¡Y se lo va a tragar todoooooooohhhhhhh!!! – gritó Pedro explotando.

Mi boca volvió a inundarse de leche hirviendo, el delicioso semen de Pedro que se estrelló contra mi paladar mientras su glande lo empujaba hacia mi garganta. Tragué la primera y más generosa eyaculación, y seguí autofollándome la boca con esa pétrea polla mientras convulsionaba escupiendo lechazos dentro de la cavidad, sintiendo cómo el denso y cálido fluido estimulaba mis papilas gustativas resbalando por mi lengua para, finalmente, verterse a través de mi garganta. Fue la menos abundante de las tres corridas que acababa de tomarme (seguramente ese mismo día se había pajeado pensando en mí), pero me resultó la más deliciosa siendo la de sabor más dulce de las que había probado. Decidí dejarles un imborrable recuerdo a los tres sacándome la verga de la boca para que su último estertor y eyaculación fuese sobre mis enrojecidos labios recibiendo el esperma con un beso. El blanco néctar se derramó sobre mis labios, impregnándolos con su brillo, recorrió el carnoso labio inferior, y fluyó por las comisuras de mi boca. Me separé de la fuente del lechoso manjar, y miré a los tres chicos que me contemplaban maravillados. Me relamí la corrida con la punta de la lengua, y me llevé hacia la boca con un dedo lo que había resbalado hasta mi barbilla:

– Uuummmmm – gemí degustando.

– Uuuufffff – resoplaron los tres.

Me puse en pie, y con una sonrisa miré a los tres chicos con sus prendas inferiores en los tobillos. Las pollas de Luis y Carlos me apuntaban, mientras la de Pedro languidecía. No dejaban de estar cómicos, pero mi lujuria de incontrolables hormonas femeninas recorriendo mis venas, no me permitía más que verlos como objetos de deseo.

Estaba sedienta, así que le di un último trago a mi copa, y poniéndome con las manos sobre las caderas, dije:

– Bueno, chicos, ahora ya no podéis decir: “Yo nunca he tenido la polla en la boca de una tía”… – ¿Ahora qué queréis hacer?.

– “Zorra revienta-braguetas” – dijo en mi cabeza el vestigio masculino que me quedaba-. Y lo que me gusta serlo – le contesté.

– Podríamos ir a la cama de Alicia… – sugirió Pedro con Luis asintiendo con la cabeza.

Estaba en plena combustión interna, empapada, con los pezones como pitones de morlaco, con tres yogurines para mí sola, el regusto de sus corridas en mi paladar, y el morbo de utilizar la cama de aquella que me había desvirgado cuando yo era un chico como aquellos tres… Estaba dispuesta a todo cuanto surgiese.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “EL LEGADO (9): Navidad, navidad, dulce navidad.” (POR JANIS)

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Navidad, Navidad, dulce Navidad.
El viaje a Salamanca es un tanto silencioso. Hemos salido de Madrid casi al mediodía, decidiendo parar en algún punto del camino para almorzar. Las chicas están meditabundas, reservadas, incluso algo tristes. No solo piensan en cuanto ha sucedido en estos días, sino que, a pesar de que nos queda una semana, más o menos, para estar juntos, regreso a la granja.
De repente, Pam empieza a hablar.
―           He visto, mientras hacía la maleta, que solo hay un cinturón con vibrador en el cajón. ¿Alguno de vosotros ha cogido el otro?
―           No, yo no – contesta Maby.
―           Lo he cogido yo – digo, mirando la carretera.
―           Ah – ese simple sonido expresa todas las preguntas del mundo. ¿Sumisas? ¡Una mierda!
―           Se lo he dejado a una vecina – murmuro.
―           ¿Una vecina? – Maby me mira, totalmente sorprendida.
―           Si, Almudena, del tercero B.
―           Pero… pero… — Maby no consigue acabar la frase.
Pam, que también me mira, parece más serena, y eso no me gusta demasiado.
―           ¿Puedes explicarnos por qué? – pregunta calmadamente.
Asiento y relato cómo conocí a Dena, y cómo congeniamos enseguida. Mi primera amiga en Madrid.
―           ¿Así que quieres ingresarla en el círculo también? – la pregunta de Maby es áspera, la verdad.
―           Maby, recuerda que ya no hay círculo – la corta Pam, callándola.
―           No, os lo juro. Nunca he pensado en unirla a vosotras. No siento lo mismo, ni parecido siquiera.
―           ¿Entonces? – Pam parece querer comprender.
―           Ha sido mi primera sumisa, antes que vosotras incluso. Es una forma de experimentar hasta donde puedo llegar.
―           ¿Tendremos que confraternizar? – pregunta Maby, con un mohín de enfado.
―           Eso depende exclusivamente de vosotras – intento zanjar el tema.
―           Es vieja – a Maby le bastan dos palabras para definir todo el asunto.
―           No es vieja. Tiene treinta y tres años. Tiene una hija de catorce. Esta divorciada y trabaja en casa, haciendo algo en Internet, no sé…
―           Te la has follado, ¿verdad? – Pam es más directa con sus preguntas.
―           Si. Ahora se está entrenando para la sodomía, con uno de los cinturones.
―           Está bien. Ya la conoceremos cuando volvamos – murmura Pam, antes de cerrarse en un tenso silencio.
Hacemos un buen centenar de kilómetros, en medio de un silencio opresivo, y ya empiezo a buscar un sitio para parar cuando Maby hace la pregunta:
―           Oye, Pam… ¿La del tercero B es esa que tiene un culo estupendo?
No tengo más remedio que soltar una carcajada. Pam mira a Maby y luego a mí. Se echa a reír también. Acabamos riéndonos tanto, los tres, que tengo que parar a un lado de la carretera. Me seco las lágrimas antes de regresar a la calzada, mientras Pam besa a Maby, llamándola “tontina”.
Los nubarrones de celos se han alejado, por el momento.
Llegamos a Fuente del Tejo justo para el momento del café. Si, somos como los ingleses. No tomamos té, pero si café, aunque no a las cinco, sino a las cuatro, y con dulces de Navidad, por cierto.
Como ya habíamos avisado antes, está toda la familia esperándonos. Desde el más pequeño al más grande. Madre nos abraza con fuerza y cariño, padre besa a las chicas y, mirándome atentamente, me ofrece, por primera vez, su mano. Después, mi madre me toma por los brazos y también me mira, con ojos asombrados.
―           ¿Qué habéis hecho con mi niño grande? – pregunta, tocando mis mollas.
―           He adelgazado, madre – le digo.
―           Ya lo veo, Sergio, pero… ¡has perdido mucho! ¡En solo una semana!
―           No tanto, madre, es la ropa.
―           Y llevas un nuevo peinado… y esos pantalones… ¡Estás muy guapo! – se ríe. — ¿Ha sido cosa vuestra, chicas?
Ellas asienten, también sonrientes. Saúl se acerca y me golpea un hombro, un gesto muy suyo. Le palmeo la espalda. Así son los gestos cariñosos de mi hermano. Gaby, como siempre que puede, está subido a los brazos de Pam. Tonto no es el niño.
Mientras tomamos el café, padre me pone al corriente de lo que ha sucedido en la semana. Como yo había previsto, no mucho. Las cosas están tranquilas. Los pedidos de Navidad están casi todos preparados, y Saúl está ayudando bastante. Me giro hacia él, con una muda pregunta en los ojos.
Saúl nunca ha gustado demasiado de la granja, y se ha quitado del medio cada vez que ha podido. Últimamente, con su trabajo en el taller de su suegro, ni siquiera se planteaba echarnos una mano en las cosechas.
Se encoje de hombros.
―           Mi suegro ha vendido el taller mecánico. Van a construir un centro comercial o algo de eso.
―           Vaya, lo siento – le digo. Es un palo para él, pues estaba esperanzado a tener esa salida.
―           Bueno, ya buscaré algo.
―           Deberías echar el forraje de las vacas, antes de que se haga más tarde – le dice padre.
―           Si, voy.
―           Te acompaño y te ayudo, Saúl – me mira, extrañado. Nunca hemos tenido demasiado compañerismo.
Pero estoy dispuesto a dorarle la píldora si me salgo con la mía. Una pequeña idea está rondando mi cabeza. Bueno, al menos, creo que es mía.
Llenamos los pesebres de las vacas y controlamos el nivel del agua que tienen para beber. Al menos, están servidas para dos días. A padre le gusta tenerlas siempre así. Saúl se apoya contra la cerca, fuera, y enciende un cigarrillo.
―           Estás muy cambiado, Sergio. Es como si te hubieras arrancado la grasa… ¿No habrás ido a una de esas clínicas…?
―           Ssshhh… no quiero que madre se entere – le chisto, dejándole creer lo que él quiera.
―           ¡Ya decía yo! Es imposible perder tanto peso así de rápido. Se te ve bien, hombre. Más fuerte y más hombre, y ese corte de pelo es muy chulo.
―           Gracias.
―           ¿Qué tal Madrid?
―           Otro mundo, Saúl. Tremendamente activo y diferente a esto.
―           Si, eso dicen.
―           ¿Qué perspectivas tienes ahora? – le pregunto.
―           No sé nada seguro. Le he pedido a varios colegas que me avisen si surge algo, pero no creo que vaya a encontrar nada con futuro en Fuente del Tejo – me confiesa. – Tendré que ir a Salamanca, o Valladolid, y no quiero alejarme de mi novia.
―           Entiendo. Es una pena que nunca te haya gustado trabajar en la granja.
―           ¿Por qué lo dices?
―           Pues porque podrías quedarte con padre y madre, en mi lugar.
―           ¿Y tú? – se asombra.
―           Quiero volver a Madrid. Tengo ciertas oportunidades a la vista.
―           ¿Lo saben papá y mamá?
―           No, aún no. Por eso te lo decía. Ya que tengo que hablar con ellos, si tengo a alguien que me sustituirá, será más fácil.
―           No sé…
―           Bueno, conoces las tareas y manejas bien toda la maquinaria, además de saber repararlas. Eres perfecto.
―           La verdad es que la faena no es pesada y estaría en casa – le estoy obligando a reconsiderarlo y no he tenido que clavarle la mirada.
―           Lo que padre me da al mes será para ti y creo que puedo conseguirte algo más.
―           Hace años, las tareas de la granja me parecían pesadas e ingratas, ¿sabes? – me confiesa. – Pero, comparado con los trabajos que tienen algunos de mis amigos, e incluso con el que hacía en el taller de mi suegro, ya no me lo parecen.
―           Una vez que te acostumbras al horario, se está bien. Tienes muchos días libres cuando llega el invierno fuerte, e incluso en verano.
―           Nunca habíamos hablado de esto, tú y yo. Te tenía por un crío…
―           Si, un crío que te saca dos palmos – bromeo.
―           Jeje. Si – tira el cigarrillo a un charco. — ¿Sabes, Carla y yo hemos empezado a buscar un pisito. A ella le va bien en su trabajo y queremos vivir juntos. Si puedo aportar algo a eso, sería un buen comienzo.
―           Puedes hacer más que eso, tonto.
―           ¿A qué te refieres, Sergio?
―           Padre siempre nos ha dicho que cedería un pedazo de terreno a cualquiera de nosotros que quisiera hacerse una casa aquí. Dispones de buena madera propia y de amigos emprendedores. Puedes hacerte una bonita cabaña detrás de los bosquecillos o en otro lugar que te guste, por poco dinero. Espacio hay de sobra.
―           Tienes razón – dice, mirando el horizonte. – Ahorraríamos comprar el terreno y puedo tener una cabaña en pie, de lo más moderna y cómoda, en cuarenta días. Los costes municipales no son demasiados…
Saúl se estaba emocionando con las ideas que le doy. Le planteo la posibilidad de criar setas en la zona umbría del norte de la finca, o volver a abrir el viejo aserradero de Berno. Solo tendría que arrendar la finca al ayuntamiento y plantar más árboles.
Al final, se decide y me da incluso las gracias. Esto de la manipulación, mola.
Esa misma noche, cuando las chicas suben al desván, les cuento lo que Saúl y yo hemos hablado. Pienso hablar con mis padres al día siguiente y decirles que quiero volver a Madrid con ellas, y buscar un empleo. Ellas se alegran muchísimo y me lo demuestran fervorosamente. Dejo sus culitos en paz, por el momento. Aún es pronto para volverlas a sodomizar, pero tienen otros agujeros para jugar y llenar. Ni siquiera nos importa que mis padres nos descubran.
Al día siguiente, lunes, reúno a padre en el taller de madre, y allí les expongo mis ideas. Al principio, madre llora un poco, diciendo que su hijito se marcha de casa, pero a padre le parece bien. Dice, poniéndome una áspera mano sobre el hombro, que Madrid me ha sentado bien, que me ha espabilado. Madre se preocupa por cómo me voy a ganar la vida. Les hablo de la gente que Pam y Maby conocen, en algunos sectores. Que no se preocupen, que algo encontraré.
Hablamos y hablamos, como nunca hemos hecho. Madre se da cuenta que su niño ha crecido. Ha hecho falta que me fuera una semana para que lo aceptara. Sigue llorando, pero noto que está orgullosa. Comentamos la necesidad que tiene Saúl de disponer de un sueldo, ya que él y Carla están buscando casa. Mis padres son cabales y reconocen que lo que me daban a mí como estipendio era una miseria, pero, como yo no tenía apenas gastos y no pedía más, pues se acomodaron a ello. Serán mucho más generosos con Saúl.
También comentamos la posibilidad de construir una casita para la pareja en la finca y eso los anima más que nada. Están muy contentos con la idea de que Saúl acepte quedarse a vivir a su lado. Les dejo haciendo planes sobre la mejor ubicación de la nueva casa.
Uno de dos.
Con esto, me refiero a los asuntos que pretendo dejar solucionados en Fuente del Tejo, antes de marcharme. La verdad es que he tenido mucha suerte de encontrarme con Saúl parado y dispuesto a asumir responsabilidades. En apenas, dos días, el asunto que más me molesta, ha quedado solucionado.
El otro asunto trata sobre una satisfacción personal y puede ser un poco más complicado. Por la noche, solo Pam sube al desván. Al parecer, Gaby está pasando mala noche y madre no hace más que dar vuelta a su habitación. Maby se ha quedado cubriéndonos.
―           Pero me ha dicho que nunca ha hecho el amor en un granero, sobre la paja – me dice, besando mi cuello, los dos desnudos bajo las mantas.
―           Mañana la llevaré al granero y tú nos cubres.
―           Claro, peque.
Es un buen momento para hacerle los dos agujeros a mi hermana, el delantero y el trasero. Le dejo tanta leche dentro, que tiene que sentarse en el pequeño lavabo que tengo en el desván y sacársela, antes de bajar a acostarse con Maby.
Martes. Me levanto temprano y salgo a correr, como todos los días. Ya no me cuesta ningún esfuerzo recorrer diez o doce kilómetros. Mi cuerpo pide más esfuerzo, quizás ejercicio violento. Tendré que ir al gimnasio y escoger algo nuevo.
Ayudo a Saúl con las tareas y le informo de todos los pequeños trucos que siempre he utilizado. Me lo agradece sinceramente.
Después de comer, Pam convence a padre para que la lleve a Parrada, un pueblo cercano, a escoger unas velas y unos centros de mesa para la cena de Noche Buena. Padre farfulla sobre las aparentes locuras que les da a las mujeres.
Que buenas ideas se le ocurren a Pam. Tomo de la mano a Maby y la llevo al viejo granero. El amplio altillo está lleno de alpacas de paja. Tiendo una vieja manta y nos desnudamos. Le lleno sus tres hoyitos, una descarga para cada uno. Nos pasamos más de dos horas follando. Maby pide una tregua al final, riéndose, el pelo lleno de briznas secas.
―           ¡Que la que quiere quedarse preñada es tu hermana! – exclama.
Esa noche no sube nadie, me han enviado un mensaje que si las dejo jugar solas. ¿Qué voy a hacer? Soy un Amo demasiado bueno…
Miércoles. Día de compras. Navidad es el viernes y la cena de Noche Buena, mañana.
Llevo a madre y a las chicas a Salamanca. Tenemos que comprar los mariscos, la bebida, y todo lo necesario para organizar una magnífica comilona. Madre me dice que, como todos los años, van a venir mis tíos de Málaga. No hay forma de escapar a eso, por mucho que uno quiera. Son un peñazo total. ¡Verdaderos beatos!
Padre se encargará de matar al lechón que han reservado en la granja mientras estamos fuera. Le he dicho que Maby es casi vegetariana – la única carne que come es pescado –, y pretendo que no se entere de ese “crimen”. Durante toda la mañana, madre y las chicas me tienen de mulo de carga, recorriendo, primero, el mercado de abastos, y después un gran supermercado Mercadona. ¡Por Dios! ¿Cuántos vamos a comer? ¿El Tercio de Melilla?
Me escapo una hora con las chicas, justo después de almorzar, y las llevo a la laguna Abel. Conozco un par de agujeros en la valla de tela metálica que nos permite acceder al interior de la comuna. No se ve a nadie en la laguna, así que nos tumbamos en la orilla, sobre la suave hierba, tomando los oblicuos rayos de sol de diciembre.
Maby nos pregunta por los hippies, pero sabemos poco sobre ellos. Viven en las grandes barracas de más abajo, y andan desnudos si el tiempo es bueno. La jovencita me mira y me dice que le encantaría estar en una colonia nudista conmigo, y disfrutar viendo como todas las mujeres desean mi badajo.
Esta niña está totalmente salida. El caso es que, entre las dos, me hacen una maravillosa felatio, con lo cual debo devolverles el favor, masturbándolas largamente, una con cada mano, para tenerlas contentas. ¡Después, cuando se mosquean, me echan a la cara que yo soy su Amo! ¡No te jode!
Esta noche, hay tema con las dos. Se arriesgan y suben las dos al desván. En previsión a estas sesiones, he engrasado bien mi dura cama, y apretado todos los tornillos. Apenas hace ruido. No creo que tengamos ocasión durante las fiestas para estar juntos. Deberé compartir el desván sin duda. Así que hay que aprovechar esta noche.
Pam me suplica que la tome analmente, nada más meterse en la cama. Viene ardiendo. Han estado jugando entre ellas mientras todos se acostaban en casa. Le digo a Maby que le lubrique el culito y lo hace muy bien, con saliva y jugos del propio coño de Pam. Mientras, mi hermana me chapa el miembro con real maestría, dejándolo lo suficientemente mojado para intentar la sodomía.
Estas perras ya son maestras en el arte. Pronto podrán meterse lo que sea por el culo, sin hacer figuras raras con la cara. Me prometo visitar de nuevo el sexshop del barrio. Aquella deliciosa dependienta seudo gótica tenía muy buenas ideas…
Penetro a mi hermana por el culo. La tengo tumbada bajo mi cuerpo, sus piernas apoyadas en mis hombros, su ano traspasado. Maby se sienta sobre su cara para ahogar, con su coñito, sus gritos. Nos pasamos jugando buena parte de la noche. Descargo por quinta vez, esta vez, en sus bocas, mientras Maby me mete uno de sus deditos en el culo.
Jueves. Noche Buena. Madre y yo nos pasamos gran parte del día en la cocina. Pam y Maby nos echan una mano, cortando, pelando, emplatando, montando canapés… hay tareas para todos, incluso para Gaby, que es el encargado de colocar las servilletas de tela en los aros. Las chicas juegan a atormentarme. Cada vez que pasan cerca de mí, me pellizcan o me soban, procurando que madre no se de cuenta, pero no estoy yo muy seguro de que madre sea tan despistada.
Nos escapamos en muchas ocasiones, para besarnos unos a otros, fuera, en el porche, o bien en el patio del pozo. Besos fugaces, ávidos lengüetazos, salivas calientes… ¡Delirio navideño! Jajaja…
Mi tía Nati llega, con su familia, a media tarde. Le explico a Maby la historia de tal personaje.
Natividad es la hermana menor de madre. Menor en apenas dos años, hay que puntualizar. En su juventud, fue la oveja negra de la familia. Cuando madre se quedó en estado de Saúl, tenía diecisiete años y no le quedó más remedio que casarse con padre, dejando sola ante sus estrictos padres a Nati. Durante dos años, las cosas fueron muy mal entre ella y sus padres, los cuales estaban muy pendientes de sus andanzas. La coartaban completamente, llegando a encerrarla en varias ocasiones. Finalmente, Nati se fugó y acabó enla Costadel Sol. Allí conoció a Valerian, un joven pastor metodista francés, que estaba construyendo su iglesia. Estaba a cargo de una pequeña comunidad gala e inglesa, en Estepona.
Según Nati, Val – como llama a su ahora esposo – supo ver en ella la angustia que sufría su alma. Más bien creo que le impactó el tremendo cuerpazo que tenía mi tía y que aún mantiene. Hay que reconocer que mi madre es aún atractiva a sus cuarenta años, un tanto ajada por las duras faenas, pero su hermana es incuestionablemente mucho más hermosa que ella, más joven, y mucho mejor cuidada, ya que no le pega ni un palo al agua.
Mi tía Nati es una de esas mujeres atemporales. Con veinte años tenía el mismo cuerpo y el mismo rostro que ahora, dieciocho años más tarde. Y, por cierto, que lo deja en evidencia en el mismo momento en que me abraza. Un poco más y sus pezones me perforan un pulmón. ¡Que pedazos de senos!
Bueno, que me voy por los cerros de Úbeda. Retomando lo que estaba diciendo. El pastor metodista franchute la tomó bajo sus alas, se enamoraron y se casaron. Tía Nati pasó de ser una activista revolucionaria a la perfecta esposa del pastor de una comunidad casi cerrada. Aprendió buenas maneras, dos idiomas, a cocinar, a ayudar a su esposo con su iglesia, a dirigir los asuntos femeninos y sociales de la comunidad, y, sobre todo, a criar hijos.
El matrimonio tiene seis criaturas y ninguna de ellas es ciertamente suya. Tía Nati no puede tener hijos, así que los adoptan. Si, como el que compra ovejas. Por el momento, acogen dos asiáticos, niño y niña, un negrito, una niña saharauis, un jovencito rubio, autóctono y digno de un póster, y otra chiquilla sudamericana. Ni idea de los nombres, en este momento, pero ninguno pasa de los diez años. Es como tener un colegio permanente en casa.
Pero nada de eso es el verdadero problema. No, señor. Aún me acuerdo de la pasada Navidad… Donde los señores Gueran sitúan sus pies, tiene que florecer el espíritu metodista por narices. Durante cinco días, hubo que aprender a rezar según el evangelio metodista, a repetir sus sagradas consignas, y llevar una vida recta y digna. Las chicas se encogen de hombros. Habrá que aguantarse. Solo vamos a quedarnos hasta el domingo.
Pero creo que aún hay una oportunidad de diversión. Cuando mi tía Nati se bajó de la gran furgoneta Espace, que tío Val conduce como si fuera un portaaviones escorado, noté un par de miradas que no me esperaba. ¿Asombro? ¿Interés? ¿Admiración? ¿Morbo? No estoy seguro, pero creo que oscila entre estos cuatro estados. Quizás el gran abrazo que me dio, aplastando sus tetas contra mi pecho, pretendiera decir algo más. Me tironeó de las mejillas, palpó mis brazos e hizo un comentario sobre los kilos que había perdido, mientras pasaba su mano por mi cada vez más plano vientre.
Si mi olfato no me falla, diría que mi tía me ha metido mano.
El que si estuvo muy contento con la llegada de mis tíos, fue Gaby. De pronto, tenía seis amiguitos con los que jugar y perseguir por toda la granja. Pam les presenta a Maby, y ambas reciben una pequeña charla de advertencia sobre los pecados de la soberbia y de la lujuria, por parte del cada vez más calvo tío Val, cuando este averigua que las dos son modelos. Tía Nati está a su lado, asintiendo con la cabeza, pero noto sus ojos clavados en mí.
Si. Cada vez estoy más seguro de su interés. El tabú del incesto ya no me asusta. Me convierto en la sombra de mi tía. Cada vez que se vuelve, estoy ahí, mis penetrantes ojos clavados en ella. Pero no solo eso. Procuro rozarme contra ella, en la cocina, en el pasillo, ante la chimenea, dándole pistas sobre lo que hay escondido en mis pantalones. Creo que la tengo medianamente cachonda a la hora de la cena. Entonces, me siento a su lado. Mis chicas, sentadas frente a mí, no dejan de sonreír maliciosamente. Se han dado perfectamente cuenta de mi juego y se muestran totalmente de acuerdo con la idea de pervertir a una dama hipócrita.
La cena resulta ser tan típica como una estampa navideña. Brindis y buenos deseos, sonrisas que, sin ser falsas, no resultan del todo creíbles. Saúl es el que no bebe de todos los adultos, pues debe conducir tras la cena. Sin embargo, tío Val parece que se ha aficionado bien al vino de la sacra misa, porque ya es la tercera botella que abre y reparte.
En una de esas espontáneas celebraciones, tía Nati se inclina sobre mí y me da un beso en la mejilla, colocando una de sus manos sobre mi muslo, algo perfectamente natural. Lo que no es natural, es que mi polla descansa en la pernera y reacciona al roce de sus dedos. Tía Nati abre la boca, con sorpresa. Sus ojos me miran, como queriendo asegurarse que lo que ha tocado no es el bote de Ketchup. Sonrío débilmente, haciéndome el tímido, pero tía Nati ya ha mordido el anzuelo.
A veces busco comprender el conmutador que la mayoría de las mujeres tienen en el cerebro. Todas dicen que el tamaño no importa, que no gustan de musculosos tipos de gimnasio, que los ligones de playa son una especie a extinguir, pero, en el momento, en que tienen a uno de estos especímenes al alcance, hay como un chispazo en su mente, una liberación de carga positiva o negativa, que genera una inusual sensualidad y libertinaje y las convierte en lobas.
En el caso de mi tía, es un tic, un espasmo muscular que activa su brazo, lanzándolo hacia mi pierna, una y otra vez, apretando tanto la pierna como mi pene, entre risas flojas que trata que coincidan con cualquier comentario jocoso que se diga en la mesa. En uno de esos “incontrolados” movimientos, atrapo su muñeca, metiendo la mano debajo de mi servilleta, justo sobre mi paquete sorpresa. Casi se atraganta con el vino que está a punto de ingerir. Sonrío a mis chicas, las cuales están muy divertidas con nuestro juego, y prendo mi mirada en los ojos de tía Nati, que me mira por encima del borde de su copa.
Mi miembro está cada vez más hinchado y duro, casi no cabe en la pernera. “Jesús divino”, la oigo murmurar. Parte del vino que debe llegar a sus labios, se derrama sobre su pechera. Reacciona malamente, retrayendo su mano y volcando aún más la copa.
―           Ay, ¡que torpe soy! – exclama, intentando secar el vino que empapa sus senos.
―           Pamela, ve con tu tía y ayúdale a ponerse algo mío – dice madre, haciéndome pensar sobre la extraña disponibilidad del destino. Pam me sonríe, al levantarse.
A los tres minutos exactos, también me levanto y murmuro una excusa, fingiendo un retortijón de estómago que me ayuda a esconder el tremendo bulto. Escucho a Pam en su dormitorio.
―           Creo que este sujetador te estará bien. Los de mamá son más pequeños. Sécate bien, tía.
Pam la deja cambiarse y sale al pasillo. “Toda tuya”, marcan sus labios, Regresa al salón y, entonces, me deslizo en busca de mi impresionada tía Nati. Se gira cuando me ve reflejado en el espejo del armario de Pam. Se está abrochando un sujetador de copa suelta, blanco, el único que le puede servir, ya que tiene mucho más pecho que mi hermana. Intenta taparse con los brazos.
―           No deberías estar aquí, Sergio.
―           Yo creo que si – susurro, desabrochando mi pantalón.
Tía Nati contiene la respiración mientras me saco el miembro. Suelta el aire de golpe cuando lo contempla en toda su magnitud.
―           Es un regalo de Dios, tía – le digo.
―           ¿No te duele? – se olvida de su senos casi desnudos, alargando una de sus manos hacia mi polla. Se detiene a unos centímetros.
―           Solo si la muerdes, tía Nati – bromeo. – Tócala, verás que suave y caliente está…
―           No… no… puedo…
―           Vamos, la has estado tocando por encima de mi pantalón toda la cena. Ahora tienes la oportunidad – digo muy suavemente, tomando su mano y depositándola sobre mi polla.
―           Dios bendito…
No dice nada más. Su mano acaricia muy suavemente mi pene, como si quisiera asegurarse de su realidad. Acerca su otra mano, cubriendo más piel. La dejo que manipule, que explore, que experimente cuanto quiera. Noto que respira agitadamente, concentrada en repartir el líquido preseminal que surge del meato. Yergue mi pene contra mi estómago y ella se pega más a mi. La abrazo y ella alza sus ojos oscuros para clavarlos en los míos. Le acaricio los grandes senos con la otra mano. Entreabre la boca, buscando más aire. La siento estremecerse, pero continúa con la paja.
―           No hay tiempo. No tenemos tiempo – musita.
―           Quizás más tarde, tras la cena – le digo.
―           Si, si, mejor – pero no suelta mi polla.
―           Acaba de vestirte, tía Nati – alzo su barbilla y paso mi lengua por sus labios.
Se queda desencantada cuando me marcho. En toda la velada, no volvemos a tener una oportunidad clara. Los niños son enviados a la cama tras los turrones. Gaby comparte su habitación con Jerome, su primito rubio. Todos los demás dormirán en las camas plegables que hemos instalado en el desván. También he colocado dos viejos biombos que teníamos en el cobertizo, para separar los niños de mi espacio, ya que el desván está diáfano. No me preguntéis, cosas de mis tíos. Espero que no armen mucho escándalo.
La velada se alarga, se cuentan anécdotas divertidas, se comparten recuerdos, y se habla de nuevos proyectos. Tía Nati no deja de lanzarme miradas intensas. Maby no deja de poner ojitos, burlándose. Sobre las cuatro de la madrugada, empezamos a rendirnos y retirarnos. Mañana será otro día.
En efecto, la brumosa mañana trae sus propias sorpresas. El reloj digital de mi mesita marca las 7:45, cuando un ruido me despierta. Al principio, creo que es uno de los niños rebullendo, pero acabo dándome cuenta que es el peso de un cuerpo adulto pisando las tablas. El susurro de una mujer tranquiliza a uno de los niños, haciéndole dormir de nuevo. Mi tía ha subido al desván, a echar un vistazo a sus retoños, ¿o a algo más?
Echo para atrás la manta, mostrando mi desnudez, antes de que ella pase entre los biombos de tela. Viste un corto camisón, blanco y semitransparente, de esos que las beatas no suelen llevar. ¿Es en mi honor? Se detiene a los pies de la cama, contemplándome. Yo hago lo mismo. Esas tetas inmensas me hacen salivar, apenas contenidas por el escote del frágil camisón.
―           ¿Tienes tiempo ahora? – le pregunto bajito.
―           Cállate, Satanás – gime, subiéndose a la cama y avanzando a gatas hasta mí.
Cae en mis brazos y la estrujo. Muerdo sus labios y lamo su cuello. Tía Nati acopla su pelvis justo sobre mi polla y empieza a frotarse con ansias. Parece poseída por una extraña fiebre, presa de una compulsión que no puede refrenar. ¿Podría clasificarse esto como caso de posesión?
Al menos, eso es lo que pretende, poseerme.
―           Oh, Dulce Jesús, no me dejes caer en esta tentación… — musita, apartándose y mirándome a los ojos. Deslizo con facilidad su camisón, por encima de su cabeza.
La dejo con sus dudas mientras, con dos dedos, bajo sus braguitas a lo largo de sus potentes piernas. Tampoco es lencería propia de la esposa de un pastor metodista.
―           Sergio, por el amor de Dios, en silencio, por favor… que no despierten mis niños…
―           Claro, tía, pero… a lo mejor tengo que meter tus bragas en tu boca, para que no grites cuando te la meta – susurro en su oído, haciendo que sus caderas se estremezcan.
Llevo una mano a su coño. Joder, es como una fuente, debe de estar goteando sobre la cama. Le meto dos dedos con facilidad, de lo mojada que está. Me come la boca con ferocidad, gimiendo en el interior de ella. Basta de juegos, está más que preparada para recibirme. Coloco a mi tía debajo, y ella se abre de muslos para recibirme. Se aferra a mi cuello y empuja, nada más sentir el glande abrirse paso entre sus labios mayores.
―           ¡Dios! Joder… coño… ¡Puto niñato de mierda! ¡Vas a hacer que… me corra… sin metérmela completamente… — su boca se descontrola; parece un camionero irritado.
Empujo sin demasiados miramientos. Le cuelo más de media polla. Su cuerpo se envara, sus piernas se estiran.
―           ¡Sergi… Sergiiii! ¡Para… para… por Dios! ¡Es como si me estuvieran desvirgando otra vezzz!
Alargo una mano y cojo sus braguitas, haciéndolas una bola. Se las meto en la boca, cortando sus exclamaciones. Quiero follar, no escuchar plegarias marianas. No empujo más, pero si me muevo rápido, dentro de ella. Sus ojos se desorbitan, clavados en mí. Su pelvis empuja instintivamente, tragando más polla de la que puede soportar. Es lo que suele pasar cuando te corres… que no piensas.
Ni se la saco. Ruedo en la cama, dejándola a horcajadas sobre mí. Ella misma se saca las bragas de la boca. Ya está más calmada. La muy puta sonríe, inclinándose para comerme la boca. Ahí tienen una hembra satisfecha. Inicia un ritmo lento y adecuado, estrujando mi polla con los músculos de su coño.
Poso mis manos sobre esos senos desafiantes y mórbidos. Los tiene aún durísimos, la cabrona, con unos pezones grandes y oscuros. Eleva el rostro, cerrando sus oscuros ojos, captando la esencia del goce que obtiene con la penetración. En ese instante, con aquella luz, y con su espléndida cabellera azabache arremolinada sobre parte de su rostro, me recuerda a aquella tentación llamada Sofía Loren, en sus mejores años.
Sus poderosas caderas se agitan, sin perder el ritmo, buscando arrancar el objeto que las enloquece y, quizás, guardarlo en si interior como trofeo. Son caderas de hembra acostumbrada a follar, de una mujer que sabe usar su sexualidad, y, la verdad, me cuesta mucho trabajo unir, en mi imaginación, a tío Val sobre ella.
Me aferro a ellas, hundiendo mis dedos en las prietas carnes. Se queja, pero no hace nada por apartarlas; solo sigue botando sobre mí, agitándose cada vez más. Deja de apoyarse en mi pecho para tomar sus pezones con los dedos, estirazándolos cuanto puede. Está a punto de gritar cuando le meto tres dedos en la boca, acallándola. Su lengua los relame. Babea sobre ellos. Se inclina para besarme. Aprovecha para susurrarme.
―           Sergio… me estoy corriendo… otra vez… niñato…
―           Lo sé, tía, y vas a hacerlo otra vez más, dentro de un ratito – le digo, sonriendo.
―           Cabronazo – jadea. – Quiero que vengas a visitarnos este veranoooo…
―           ¿De verás?
―           En julio… Val organiza una convivencia… en colonia… se lleva a los niños… podríamos follar todo el día… — plantea ella, aún febril por el orgasmo.
―           Pero tú dispones de tus propios amantes allí – me arriesgo a decirle.
Me mira muy atentamente, totalmente quieta.
―           ¿Cómo sabes…?
―           Mi querida tía Nati. No follas como un ama de casa, y menos como la esposa de un pastor como Val. Eres una zorra follando. Eso significa práctica y mucha…
―           Eres un joven muy experto – sonríe. – Pertenezco a un pequeño… club de amigos y conocidos… organizamos amenas veladas culturales…
―           Ya veo. Y ahora, ¿qué prefieres boca o culo? – la sorprendo.
―           ¡Dios! Boca, por supuesto. ¡Esa cosa no va a entrar entre mis nalgas!
Entrar no entró, pero solo porque no insisto. A final, mi tía está más que dispuesta a dejarse hacer. Pero yo quiero dormir un poco más. Tía Nati la chupa como los ángeles, hay que reconocerlo. Hace que me corra en su boca, y luego, me la follo de nuevo, largamente, arrancándole otros dos orgasmos que la dejan para el arrastre.
Cuando se aleja para bajar en silencio las empinadas escaleras, camina con las piernas muy abiertas, el coño irritado. Me duermo con una sonrisa.
―           ¡Navidad, Navidad! ¡Blanca Navidad! ¡Lalala…la la la…!
El villancico berreado me despierta tanto como los saltos en la cama de mis dos chicas y de Gaby. Los barro a los tres con un brazo, derribándoles sobre mí. Miro el reloj. Han pasado tres horas desde que mi tía se ha marchado. Las chicas y mi hermanito, los tres en pijama, juegan a aprisionarme contra la cama. Las niñas tienen más mala leche, porque me aferran la polla con disimulo.
―           ¡Sergi, Sergi! Saúl nos ha dicho que los chicos de último curso de Bachiller organizan un baile, esta noche, en el pabellón municipal – exclama Pam, exaltada.
―           ¿Nos llevarás, cariño? – pregunta, a su vez, Maby.
―           ¡Eso, eso! ¡A mí también! – se apunta Gaby.
Todos nos reímos con el renacuajo.
―           ¿Un baile del Insti? ¿En Navidad? – pregunto, abrazando a Maby.
―           Si, por lo visto es para su viaje de graduación.
―           Vaya, estamos ya como los yankees. ¡Un puto viaje de graduación!
―           Uuuy… Sergio ha dicho un tacoooo – ríe Gaby, señalándome con el dedo.
―           Sea para lo que sea, el caso es que han tenido la idea de organizarlo en Navidad, aprovechando que cae en viernes – explica Pam. – Es una buena idea, ¿no?
―           Está bien, está bien. Iremos a ver a mis antiguos compañeros de clase. ¿Hay que ir de etiqueta? – pregunto cínicamente.
―           Tú tendrías que ir desnudo – me dice Maby, dándome un pico.
―           Uuuuyyy… ¡Maby ha besado a Sergio! ¡Maby ha besado a Sergio! – cacarea Gaby, hasta que Pam le hace cosquillas.
Las chicas van a vestirse y se llevan a Gaby. Yo me pongo el chándal, pienso hacer algo de ejercicio antes de almorzar. Bajo antes de que las chicas estén listas. Madre me sirve algo de café. Tía Nati me mira, sonriente. Se muestra relajada y feliz.
―           Hace frío para correr, Sergio – me dice madre.
―           No importa, ya me calentaré – respondo, sorbiendo el café y mirando, con toda intención, a mi tía, la cual enrojece levemente.
Aparco la camioneta en la puerta de la ferretería del señor Serros. Las chicas, al bajarse, estiran sus falditas y recolocan sus medias. Están de muerte, las dos. Pam viste de rosa y verde, rosa la blusita y verde la faldita, con mucho énfasis en el “ita”, y unas sandalias de alto tacón, a juego con su blusa. Porta unas medias transparentes con reflejos plateados, y un enorme collar de filigranas metálicas al cuello. Maby ha optado por un vestido rojísimo, con hombros al descubierto y escote redondo. La falda se ensancha al pasar de las caderas, cubriendo unas cortitas enaguas plisadas, que dejan al descubierto todas sus endiabladas piernas, enfundadas, a su vez, en unas oscuras medias. Porta unos largos guantes, a juego con su vestido, que terminan por encima de sus codos, sobre los que muestra varios juegos de pulseras. Los zapatos, también a juego, poseen unos vertiginosos tacones de diez centímetros.
Yo aún me pregunto por qué llevaban esos trapitos en la maleta. ¿Es que ya sabían lo del baile o esperaban que las llevara a algún sitio en particular? Creo que aún no he captado lo de la mente previsora de las mujeres. El caso es que, cubiertas con dos largos abrigos de paño oscuro y cuello de cuero, se pegan a mis costados, en cuanto cierro la camioneta.
Yo voy más normalito. Vuelvo a repetir la indumentaria de mi noche en Kapital. De todas formas, no tengo otra… jejeje.
―           En esta ferretería trabajaba, de forma temporal – le digo a Maby.
―           Oooh, ¿mi nene vendía tornillos? – se ríe.
―           No, descargaba en el almacén. Asustaba a los clientes.
―           ¡Gggrrrr! – gruñe, antes de besarme.
La verdad es que, aunque las dos estén para comérselas, Maby está espectacular, digna de una revista de modas. Pam había insistido en ello. Yo debo dar la nota en el baile con mi novia.
Son las diez de la noche y ya hay bastante gente en el pabellón municipal. El aparcamiento y las calles de los alrededores están abarrotados de coches. Hay mucha gente joven, pero también de mediana edad. Matrimonios jóvenes, padres, e incluso abuelos. Es por una buena causa, claro.
―           A ver, Pam, ¿me puedes explicar por qué coño me saluda la gente cuando antes ni sabían que existía? – pregunto, después de responder con varias inclinaciones de cabeza a los atentos saludos de mucha gente.
―           Fácil, tonto. Primero, ya no pareces el palurdo que ellos recuerdan. Ahora eres… interesante, digamos.
―           Segundo, nos llevas a nosotras del brazo – acaba la explicación Maby.
―           Sobre todo a ella… “tu novia”, ¿recuerdas?
―           Si… si, lo sé. No me gusta llamar la atención.
―           Tarde para eso, cariño. Creo que vas a ser el centro de atención – se ríe Maby.
Pago la entrada de los tres. Los dos chavales que están a ambos lado de la gran puerta, no dejan de mirar las piernas de mis chicas. Las dos jóvenes que me venden las entradas, sentadas en dos sillas de jardín ante una mesa, sacada seguramente de la oficina del pabellón, me examinan, de arriba abajo. Conozco a una de ellas. Estaba conmigo en Segundo de ESO.
Pam y Maby reaccionan de inmediato, cuando se lo susurro, componiendo esa sonrisa encantadora, que irradia suficiencia y superioridad, a partes iguales, y que todas las modelos aprenden a mostrar lo primero. A un paso detrás de mí, mis chicas esperan que me guarde la cartera, enfundadas en sus abrigos, para cogerse de nuevo a mis brazos.
Los chicos porteros deben abrir las dos puertas para que podamos pasar, ya que las chicas se niegan a soltarme, ni a entrar, ninguna de ellas, de segundona. Es una entrada en toda regla, envuelta en los murmullos y comentarios de quien está cerca de nosotros.
Dos de dos.
Creo que he cubierto esa satisfacción personal que buscaba. Un pequeño reconocimiento — ¿venganza? – con el que siempre he soñado. Restregar lo que puedo llegar a ser sobre aquellos estupefactos rostros.
¡Ah, me siento genial!
El público que asiste va bien vestido. Para eso es Navidad, pero nadie se puede comparar al porte que saben adoptar mis niñas. Llaman la atención como rosas entre cardos. Algunos chicos intentan acercarse a ellas, ya que conocen a Pam, cuando las dejo solas para ir a por unas copas. Ellas les despiden con una sonrisa y un movimiento de mano. Pura fashion. Bailamos, bebemos, charlamos con conocidos y vecinos. Incluso varias antiguas compañeras de instituto tratan de entablar conversación conmigo.
Ya he visto que Luis Madeiro me mira con malos ojos. Está en uno de los laterales de la pista de parqué, rodeado de Pedro y sus imbéciles amigos. Varias chicas conforman la reunión, sentadas en sillas. Por el momento, ninguno de ellos se ha acercado y lo prefiero. No creo que sea capaz de soportar nada más de ellos.
Dudo que Luis se haya olvidado del conato de la estación, pero nunca se sabe. Dejo de pensar en todo eso y me dedico a divertirme con mis chicas. Pam pretende quedarse en segundo plano. No puede besarme ni tocarme como quisiera, porque todo el mundo sabe que somos hermanos, pero disfruta viendo la representación de Maby, la novia perfecta.
Al cabo de un rato, me doy cuenta de que la pandilla de Luis Madeiro ha formado un extraño círculo cerrado. Gracias a mi estatura, puedo ver que encierran en el interior a dos hombres menudos y muy morenos. Son latinos, de unos treinta años, y parecen acobardados. Los chicos bailan, se ríen, y, disimuladamente les empujan, quizás le insultan, aunque no puedo escucharles. Pienso que los sudamericanos son trabajadores de la zona, inmigrantes, que tan solo quieren pasarla Navidadsintiendo un poco de calor humano. Mala suerte para ellos, han ido a caer en toda una pira de ocio e incomprensión, me parece.
Me muevo, intentando acercarme con disimulo. Pam le indica a Maby que me acompañe y esta se cuelga de mi brazo. No puedo dejarla atrás. Sin embargo, me topo con quienes no me esperaba, antes de llegar más cerca del círculo de chicos.
Loli Guzmán e Indiana. La novia de Luis y, posiblemente, la de Pedro.
―           Hola, Sergio – me sonríe Loli.
Viste elegante, con una camisa blanca, con encajes en puños y pechera; el tejido muy tenso sobre sus imponentes senos. Una larga falda de cuero, de un tono vino tinto, con una gran apertura lateral por la que asoma su pierna izquierda, enfundada en una media de rejilla, complementa su indumentaria.
―           Hola, Loli. Hola, Indiana.
―           Hello – contesta la simpática rubia, que lleva unos shorts de liviana pana marrón, y un suéter cortito, con escote en pico, y nada más debajo, al parecer. Altas botas, tan blancas como su suéter, cubren sus piernas.
―           Nos habían dicho que te habías marchado a la ciudad.
―           Si, estoy en Madrid, con mi hermana y mi novia – les presento a Maby, quien no se separa de mi brazo, ni para darles un beso en la mejilla. Escucha, posa con su hermoso cuerpo, sonríe, y bebe con una delicadeza digna de la realeza. Creo que todas las chicas del baile la envidian rabiosamente, estas dos incluidas.
―           ¿Modelo también? – pregunta Loli, sabiendo que mi hermana lo es.
Asiento. Maby no se digna contestar, mirando altivamente a su alrededor. Su expresión indica, sin lugar a dudas, que está allí solo por mí, que no está acostumbrada a reuniones tan vulgares. ¡Magnífica actriz!
―           Así que has conseguido dejar la granja – Loli intenta un tono despectivo. Se le habrá pegado de su novio.
―           Si, se estaba quedando un poco pequeña – sonrío.
―           Te habrá sorprendido la capital. Mucha gente – me dice, como si ella fuera muy experta, vamos.
―           Si, claro. Pero tengo una magnífica mentora, ¿verdad, cariño?
Maby gira la cabeza hacia nosotros, prestándonos atención. Asiente y sonríe maravillosamente, sin necesidad de contestar.
―           No habla demasiado, ¿no? – dice suavemente Indiana, señalando a Maby, quien ahora mira hacia Pam.
―           Ya se sabe… Modelos… — se ríe Loli.
Suficiente. El círculo se está abriendo. Los chicos tienen a los dos hombres cogidos por los brazos. Intuyo que se va a liar.
―           Ya sé lo que se dice sobre las modelos, Loli, sobre todo de las rubias. Que apenas tienen amueblado el cerebro – digo, mirándola fijamente.
―           Hombre… — intenta retraerse.
―           Si, salgo con una modelo y tengo amistad con varias. Sé lo que son… Sin embargo, por muy tontas y superficiales que sean – ahora Maby si nos está prestando toda su atención –, ninguna de ellas estaría más de un minuto junto a unos subnormales profundos como esos.
Señalo el círculo, que se ha convertido en una especie de procesión, llevando a los dos hombres, posiblemente muy asustados, hacia la calle.
―           Podrían ser compatriotas tuyos, incluso familiares, ¿no, Loli?
Ella se muerde el labio y aparta la mirada, avergonzada.
―           Lo sé… lo sé – suspira.
―           Entonces, discúlpame, debo impedir que esos capullos lleguen más lejos, porque, al parecer, a vosotros os va eso del racismo.
Me doy la vuelta y envío a Maby con Pam. Intenta decir algo, pero no tengo tiempo de hacerle caso. Sigo al grupo de chicos y veo, como al pasar por delante de la mesa que hace de taquilla, Pedro pide a las chicas encargadas un par de billetes, que mete en los bolsillos de los hombres latinos. Estos ni siquiera se quejan, admitiendo cualquier humillación que los jóvenes quieren causarle. Sin duda, no disponen de documentación legal, por lo que no quieren atraer la atención sobre ellos. Tampoco es que les quede otra opción. Han sido expulsados del baile por ocho tíos o más.
Luis, Pedro y tres amigos más, son los encargados de empujarles fuera, riéndose de ellos.
―           Este es un baile para recaudar fondos para organizar un viaje, no para traer a pelados aquí – se ríe Pedro, tan bocazas como siempre.
―           Esos señores han pagado su entrada como cualquiera de los que estamos aquí, Pedro. Apostaría que eso es algo que tú no has hecho. Tienen todo el derecho de entrar y divertirse. No hay ningún cartel que indique un derecho de admisión, ni un motivo para esta discriminación social – expreso en voz alta, detrás de ellos.
Se giran hacia mí, molestos. Soy consciente que puedo tener a más de ellos detrás de mí, pero también ha salido más gente, entre ella, Maby y Pam, para ver lo que ocurre. Si hay problemas, vendrán de cara, me digo.
―           ¡Estaban metiéndose con las chicas! – me grita uno de ellos, llamado Santiago.
―           No me tomes por tonto, Santiago Corberón. No me trago los cuentos. Yo no fui el que se la meneó a sus compañeros en el campamento de Hinojosa, para que no le dejaran solo en el bosque. ¿Qué tenías? ¿Trece años?
Se queda blanco, sus amigos atónitos. Detrás de mí, escucho los murmullos elevarse. Es el momento en que todo puede liarse. Veamos, si puedo controlar todo esto.
―           Señores – me dirijo a los dos hombres, que me miran con agradecimiento –, yo de ustedes, optaría por marcharme de aquí, ahora que pueden.
―           Si, señor – cabecean a la vez. – Gracias. Es usted un caballero.
Todos les miramos alejarse. Apunto a mi siguiente víctima.
―           Eres muy dado a expresar tu opinión por encima de los demás, Pedro, siempre y cuando estés rodeado y protegido por tus amigos.
Sus ojos relampaguean, furioso, al igual que lo están sus compañeros. Pero les estoy increpando en público; deben tener cuidado con lo que contestan. Además, son muy conscientes de mis dos metros y de que ya no parezco un muñeco Michelín.
―           ¿Quieres expresar ahora lo que piensas sobre mí? Creo recordar que siempre lo has hecho. Cuanto más hiriente, mejor, ¿verdad?
―           ¿Qué quieres, Sergio? – pregunta suavemente Luis, con los puños apretados.
―           ¡Vayaaaa! ¡Si sabes como me llamo y todo! Yo creía que no, Luis. Me había acostumbrado a que me conocieras solo como el Chico Masa o Goliat… pero, ya ves… Solo quiero que nos dejéis en paz, que os llevéis vuestras estúpidas bromas de quinceañeros retrasados a otra parte… no sois los amos de este pueblo, aunque vuestros papis os hayan dicho lo contrario.
―           Te estás pasando, Sergio – me advierte Luis.
―           ¿Si? ¿De veras? ¿Cómo tú te has pasado tantos años, conmigo y con otros muchos? ¿Qué diferencia hay, idiota?
―           ¡Cállate! – grita Pedro, dando un paso.
―           Ven aquí, muñequito y me callas tú. Podéis venir todos juntos, si os da miedo. Me pienso quedar aquí y garantizo que, al menos, dos de vosotros, capullos engreídos, pasarán el resto dela Navidaden una cálida cama de hospital – mi voz sube una octava, dura, precisa, casi indiferente. Todo el mundo ha podido oír mi advertencia.
Inclinan la cabeza, derrotados por mi actitud, sin necesidad de violencia. No les he dejado espacio para enfurecerse, para buscar una digna salida. ¡Pum, pum ¡ Machacados desde el principio, con pública retribución. Así se hace, Sergio, me digo, aunque me gustaría que alguno intentara tocarme…
Cuando estoy seguro que ninguno va a responder, me doy la vuelta y entro de nuevo en el pabellón. Maby se cuelga de mi brazo, como si no estuviera preocupada lo más mínimo por mí, aunque yo noto que está temblando.
La gente me mira y cuchichea. Creo que hablaran de esto al menos hasta Año Nuevo.
Al pasar por delante, Loli e Indiana apartan sus miradas, las mejillas rojas.
                                                                            CONTINUARÁ.
Si queréis comentar más en profundidad sobre cualquiera de mis relatos, podéis contactar en:  janis.estigma@hotmail.es
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

 

Relato erótico: “Preñé a mi madrastra durante una noche de verano” (POR GOLFO).

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Si habéis entrado  en este relato por el título esperando un relato de infidelidad, buscando a un hijo maltratado por su padre o a una mujer parecida a la madrastra de Blanca Nieves, os habéis equivocado.
Para empezar no tengo queja de mi viejo. Viudo desde que yo era un niño, se dedicó en cuerpo y alma a cuidarme. Padre cariñoso y atento usó todo su tiempo libre para que, yo, su hijo fuera un hombre de provecho. Nada era suficiente para él; si creía que para mi futuro era necesario un verano en Inglaterra, me lo pagaba aunque eso supusiera que en su vida personal tuviese que aguantar estrecheces. Si por el contrario, veía que me estaba descarriando, no dudaba en llamarme al orden. Fue un padre con mayúsculas y un ser humano todavía mejor. Solo y sin pareja durante la mitad de su vida, esperó a que cumpliera dieciocho años para empezarla a buscar. Si ya de por sí eso es raro, ¡Primero me pidió permiso!
Creo necesario contaros la conversación que tuvimos para que os hagáis una idea del tipo de persona que fue.  Recuerdo que ni siquiera fue él quien sacó el tema, sino yo…
Estábamos tirados en una playa de La Manga cuando en un momento dado me percaté que mi padre no perdía ojo a una rubia que estaba tomando el sol en topless. La mujer en cuestión estaba buenísima y encima lo sabía. Acostumbrada a las miradas de todos los hombres de su alrededor, no solo no le molestaban sino que las buscaba. Por eso,  sintiéndose observada por mi viejo, con gran descaro empezó a tontear con él con las típicas sonrisitas. Fue entonces cuando viendo que progenitor reaccionaba a su ataque bajando la cabeza y poniéndose rojo, le solté:
-¿Porque no vas a hablar con ella? Se nota que le gustas.
Don Raúl, poco acostumbrado a ese tipo de conversación, contestó:
-No me parece apropiado. Soy viudo.
-Papá, ¡No jodas!- reaccioné diciendo- Mamá murió hace mucho tiempo y sigues siendo joven. Tienes que rehacer tu vida porque en pocos años ya no viviré contigo.
Durante un buen rato, se quedó callado. Comprendí que aunque sabía que llevaba toda la razón, estaba tan oxidado que no se atrevía a dar el primer paso y por eso, lo di yo. Levantándome de mi tumbona, me acerqué a ese monumento y le pregunté si quería acompañarnos a tomar el aperitivo. Contra todo pronóstico, la rubia aceptó y cogida de mi brazo, fuimos hasta mi padre, el cual viendo mi jugada solo pudo sonreír y acompañarnos hasta el chiringuito. Ya en ese local, me tomé una cerveza con ellos y viendo que sobraba, los dejé solos y me largué con mis amigos. Esa noche, mi padre triunfó y por primera vez en mi vida, llegó más tarde que yo al hotel.
A partir de ese verano, nuestra vida en común cambió para bien. Mi viejo aunque siguió siendo el padre ideal, empezó a salir con amigos y a alternar. Fui yo también el que viendo como a los dos años que derrochaba buen humor, el que directamente preguntó:
-Papa, ¿Tienes novia?
Colorado como un tomate y tartamudeando, me respondió que sí. Al oírlo, sinceramente me alegré por él y sin pensármelo dos veces, le pedí que me la presentara.
-Es demasiado pronto- contestó- solo llevo saliendo con Carmen un par de meses.
Descojonado porque lo hubiese mantenido en secreto, me cachondeé de su timidez y forzando al extremo su confianza, le espeté:
-No me la presentas porque es un cardo.
Herido en su orgullo, mi viejo respondió:
-Al contrario, es una belleza.
Su respuesta me divirtió y en plan de guasa, le dije que era imposible que siendo así se hubiera fijado en él.
-No soy tan mal partido- protestó muy enfadado y para demostrármelo, prometió que al día siguiente la conocería…
Papá me presenta a su novia.
Tal y como había prometido me la presentó ese día. Mi viejo eligió un restaurante de lujo para hacerlo. Como había quedado  en pasar por ella, fui directamente desde la universidad. Al llegar antes, pregunté por la mesa y pidiendo una cerveza al camarero, me senté a esperarlos. Llevaba menos de cinco minutos en ese local cuando vi entrar a una morenaza unos cinco años mayor que yo.
Confieso que me fijé en ella pero en mi descargo, el cien por cien de los hombres presentes hicieron lo mismo, cautivados por el espectáculo que suponía verla andar.  Embutida en un pegado vestido azul, los dones que la naturaleza le había otorgado se veían magnificados y por eso no pude mas que sorprenderme cuando llegando hasta mí,  se sentó frente a mí.
-Perdona, estoy esperando a mi padre- solté totalmente cortado.
Ese pibón sonriendo contestó:
-Lo sé, vengo con él.
Cayendo en la cuenta que era la novia de mi viejo, tuve que pedirle perdón y metiendo la pata nuevamente, me excusé diciendo:
-Disculpa pero me esperaba otra cosa.
Soltando una carcajada, contestó:
-Te comprendo, a mi misma me sorprende haberme  enamorado de un hombre veinte años mayor que yo.
Me agradó que fuera ella la que sacara el tema y medio mosqueado, le dije:
-Sinceramente, me parece imposible.  
La muchacha con una naturalidad que me dejó alelado aceptó mis dudas diciendo:
-Por eso le pedí a Raúl que llegara media hora tarde. Creo que debía exponerte sola mi versión sobre lo nuestro.
Tras lo cual, me narró que le había conocido hacía más de un año en un congreso de la empresa donde ambos trabajaban. Al escucharlo, creí erróneamente que esa belleza sería una secretaria pero ella me sacó del error cuando me dijo:
-Pero fue hace seis meses cuando me nombraron directora de su departamento cuando realmente empecé a conocer a tu padre y me enamoré de él.
-¿Me estás diciendo que eres su jefa?
Muerta de risa al ver mi cara, respondió justo cuando entraba el aludido:
-Sí, ¡Tu padre tiene buen gusto! ¿O no?
Como comprenderéis no quedé satisfecho pero  comportándome como persona educada  nunca volví a sacar ese tema en su presencia, sobre todo porque los hechos posteriores me terminaron de convencer de la sinceridad de esa mujer.
Curiosamente  mi padre que se había mantenido célibe durante dos décadas, cayó rendido ante Carmen y en menos de tres meses, le pidió que se casara con él. Esa morena le rogó que le dejara pensárselo durante unos días.
¿Os imagináis la razón?
¡A buen seguro os equivocáis!
Nada de inseguridades de última hora, ni la presencia de un tipo mas joven. Lo que retuvo a esa mujer fui yo. Pero no porque secretamente estuviera colada por mí sino porque antes de contestar quería conocer mi opinión.   Ella sabía que debía contar con mi aprobación si quería que mi viejo fuera feliz y por eso quedó en secreto conmigo.
Para entonces, mi aversión a esa unión contra natura había menguado y creyendo que si me oponía eso iba a distanciarme de mi padre, accedí. Mi “permiso” aceleró las cosas y justo el día que hacían un año de novios, se casaron.
A partir de esa fecha, mi vida cambió y no porque esa muchacha se convirtiera en una arpía sino porque con el trascurso del tiempo, la madrastra mala de los cuentos nunca apareció y en cambio gracias al roce diario, la comencé a considerar  una buena amiga que además hacía inmensamente feliz a mi padre.
Paralelamente, su gran sueldo sumado al de mi viejo nos permitió vivir mejor. Nos trasladamos a un chalet de las afueras, cambiamos de coche e incluso entre los dos se compraron una casita de veraneo donde años después ocurriría algo que nos uniría aún más.
Mi  padre fallece.
Cinco años estuvieron juntos, cinco años durante los cuales, terminé mi carrera, conseguí trabajo y me independicé. Su idilio no parecía tener fin, enamorados uno del otro, parecían unos quinceañeros haciéndose continuas carantoñas en público y en privado.
Solo puedo manifestar que fueron felices hasta el día que desgraciadamente un ataque al corazón, separó ese matrimonio. Fue algo imprevisto, mi padre era un hombre sano que se cuidaba y aun así, sufrió un infarto masivo del que no pudo salir.   
Al morir, Carmen estaba deshecha. Según ella, su vida no tenía sentido sin mi viejo y por eso se hundió en una brutal depresión. Viendo cómo se dejaba ir por la tristeza no me quedó más remedio que apoyarla y actuando más como un amigo que como un hijastro, hablaba con ella todos los días y al menos una vez a la semana, quedábamos a comer.
Poco a poco, su destino quedó en mis manos. Con treinta y tres años y siendo una ejecutiva de prestigio, mi madrastra dependía de mí para todo. Yo era quien la llevaba de compras, quien la sacaba a comer e incluso con el tiempo, dejó de frecuentar a sus conocidos y  mis amigos se convirtieron en los suyos.
No pocas veces, tuve que soportar estoicamente los recochineos de mis colegas que, sin faltarles razón, se reían de nosotros diciendo que parecíamos novios. Pero os juro que aunque era consciente de su belleza, nunca se me pasó por la cabeza tener un rollo con ella.
Carmen, era mi amiga y ¡Nada más!
Confiaba en ella y ella en mí. Nuestra extraña relación cada día se hacía más fuerte. Compartía con ella el día a día, las cosas nimias y las importantes pero cuando realmente me demostraba su cariño era  cuando tenía problemas. Entonces esa mujer lo dejaba todo  y acudía rauda en mi ayuda. Daba igual el motivo, ante cualquier flaqueza por mi parte, Carmen se ponía al timón y me rescataba.
Reconozco que también tuvo que mucho que ver el hecho que solo nos lleváramos seis años porque al ser de la misma generación, teníamos puntos de vistas parecidos.
Todo cambió un día del mes de junio que mientras tomábamos unas copas en un bar, mi madrastra me preguntó que iba a hacer ese verano.
-No lo tengo todavía pensado- respondí.
Mi respuesta le dio la oportunidad para decirme:
-Necesito que me hagas un favor. Desde que murió Raúl, no me atrevo a ir a Marbella. ¿Te importaría acompañarme?
Me quedé alucinado al escucharlo ya que hacía dos años que mi padre había fallecido y realmente pensaba que Carmen ya lo había superado. Por eso sin pensar en las consecuencias, prometí acompañarla…
El viaje a Marbella.
Dos meses más tarde, exactamente el primero de agosto, pasé por ella a su casa.  Mi madrastra me esperaba en la puerta con tres enormes maletas. Nuestra relación era tan asexual que en un primer momento no me fijé en ella sino en su equipaje.
-¡Dónde vas! ¿Te mudas?- protesté al temer que no cupieran en el maletero.
Carmen, muerta de risa, respondió a mi exabrupto con una sonrisa mientras me decía:
-Después de los años que me conoces, ¿Te sorprende que sea coqueta?- y dándose la vuelta, me modeló su vestido- ¡Es nuevo!
Fue entonces cuando al contemplarla, cuando realmente empezaron mis problemas porque por mucho que fuera la viuda de mi padre no pude dejar de admirarla. Enfundado en un vaporoso tul, su cuerpo era una tentación para cualquier hombre. Por eso aunque de reojo, me quedé maravillado con su escote. El profundo canalillo de sus pechos no dejaba lugar a dudas:
“Carmen  tenía un par de tetas de ensueño”.
Para mi desgracia, cuando todavía no me había recuperado de la impresión de descubrir que mi madrastra me atraía, entramos en el coche y mientras se ponía el cinturón, observé que la falda se le había subido mostrando con descaro la casi totalidad de sus muslos.
Medio cortado, intenté retirar mi mirada pero era tanta la atracción que producía en mí que continuamente volvía una y otra vez a  deleitarme con sus jamones.
-¿Qué te ocurre?- un tanto extrañada me preguntó al percatarse que estaba en silencio.
Luchando con todas mis fuerzas contra ese descubrimiento, molesto  le solté:
-¡Tápate! ¡Que no soy de piedra!
La morena creyendo que era broma, sonrió y siguiendo la teórica guasa, me contestó mientras incrementaba mi turbación dejando más porción de sus piernas al aire:
-¿No fastidies que te molesta que las enseñe? ¿Acaso no las tengo bonitas?
Hoy comprendo que nunca se hubiera atrevido a tontear de esa forma si hubiera sabido lo que su acción provocaría porque al contemplar el principio de su tanga, mi pene reaccionó con una gran erección. Fue algo tan imprevisto y evidente que mi madrastra no pudo más que cubrirse. A partir de ese instante, se formó una barrera entre nosotros que unos segundos antes no existía. Sé que tanto yo como ella, fuimos por primera vez conscientes que el otro existía, cayendo el velo que nos había mantenido tan alejados como unidos.
En completo silencio, recorrimos los primeros trescientos kilómetros. Silencio que tuve que romper para recordarle que habíamos quedado en visitar a mi abuela aprovechando que pasábamos por cerca de Linares. Creo que mi madrastra agradeció esa parada porque recordando el cariño que su suegra siempre le había mostrado, me preguntó:
-¿Cómo sigue la viejita?
-Un poco ida pero bien. A veces confunde las cosas pero gracias a Dios mantiene su buen humor.
Siguiendo lo planeado, salimos de la autopista y entramos en el pueblo del que salió mi padre siendo un niño. Al llegar a la casa familiar, Doña Mercedes nos estaba esperando sentada en el salón. Nada más vernos me saludó diciendo:
-Ya te vale, ¿Hace cuánto tiempo que no vienes a ver a tu madre?
Me quedé de piedra al comprender que me había confundido con su hijo y no deseando hacer que recordara su muerte, lo dejé estar y con cariño la besé mientras le decía:
-¿Te acuerdas de Carmen?
La anciana sonriendo, respondió:
-Por supuesto que recuerdo a tu novia.
Mi madrastra haciendo caso omiso a la confusión, la abrazó como si nada sin saber que durante la comida, el principio de demencia senil que sufría la viejita nos volvería a poner en un aprieto.
Tal y  como era costumbre en ella, Doña Mercedes se mostró afable y divertida durante toda nuestra visita pero cuando ya estábamos en el postre, de improviso empezó a quejarse del peso de los años y a tenor de ello, comentó:
-¿Sabes Carmen lo único que me mantiene con vida?- la aludida contestó que no, cogiendo la mano de la anciana entre las suyas. Fue entonces cuando mi abuela le soltó: -Me gustaría conocer a mi nieto antes de morir.
Interviniendo exclamé:
-¿Qué nieto?
Muerta de risa, la viejita respondió:
-¡Cual va a ser! ¡El vuestro! Estaré chocha pero no me creo que estéis tan anticuados que no os hayáis ya acostado y dirigiéndose a la viuda prosiguió diciendo: -Cariño, sé lo mucho que le quieres así que olvídate de lo que piense la gente  y ten un niño.
Con una sonrisa, mi madrastra prometió pensarlo aunque interiormente estaba pasando un mal rato. Mal rato que se incrementó cuando mi abuela le pidió que le acompañara a su cuarto dejándome solo en el comedor. Aproveché la ausencia de las dos mujeres para recoger los platos y llevarlos a la cocina. Aun así tuve que esperar cinco minutos a que volvieran. Cuando lo hicieron, Carmen tenía los ojos rojos, señal de que había llorado.
-¿Qué ha pasado? – pregunté extrañado.
Aunque la pregunta iba dirigida a Carmen, fue mi abuela la que contestó:
-Se ha puesto tierna cuando le regalé el broche de mi madre.
Confieso que la creí y tratando de evitarle otro disgusto, cogí a Carmen de la cintura y nos despedimos de ella. En ese momento, me pareció natural ese gesto pero mientras nos dirigíamos hacía el coche fue cuando comprendí aterrorizado que nos estábamos comportando como si fuéramos pareja y que curiosamente, me alegraba que mi madrastra no pusiera ningún impedimento.
Tres horas más tarde, llegamos a la coqueta casa que había compartido con mi padre. Al aparcar, empezaron sus nervios y comprendiendo su angustia, no dije nada mientras bajaba las maletas. Cómo conocía el chalet, directamente llevé su equipaje hasta su habitación dejando el mío en la habitación de invitados. Al terminar, la busqué y me la encontré muy triste en el salón.
“Pobre”, pensé al comprobar su dolor y con ganas de consolarla,  me senté a su lado y la abracé.
Carmen me recibió entre sus brazos y apoyando su cabeza en mi pecho, se desmoronó llorando a moco tendido. Sin moverse y entre mis brazos, esa morena se desahogó durante largo rato hasta que ya más tranquila, limpiándose las lágrimas me rogó que la sacara a cenar.
-¿Estas segura? – pregunté un tanto extrañado.
Con una determinación que no supe interpretar en ese momento, respondió:
-Tu abuela tiene razón, tengo que seguir adelante- y saliendo de la habitación, me informó que iba a cambiarse.
Os confieso que me sorprendieron sus palabras y tratando de asimilarlas, me fui a arreglar:
“¿Qué coño habrá querido decir?”, continuamente me repetí al recordar que de lo único que había sido testigo había sido de la confusión senil de la viejita y suponiendo que debía referirse a algo que le había dicho en su habitación.
El galimatías de mi mente se incrementó al verla bajar por las escaleras ya que la mujer triste había desaparecido dando paso a una versión espectacular de mi madrastra.
-¡Dios!- exclamé admirado.
Carmen sonrió al escucharme y llegando ante mí, se recreó modelando su vestido. Reconozco que babeé mientras daba un buen repaso a su anatomía.
-¡Estás preciosa!- tartamudeando mascullé al admirar el erotismo que manaba esa mujer embutida en ese negro vestido.
Prendado y confundido, me quedé mirando tanto sus pechos como su culo. Mi desconcierto no le pasó inadvertido y soltando una carcajada, me espetó mientras cogía mi mano entre las suyas:
-¡Vámonos de farra!
Su alegría contrastó con el caos de mi cerebro porque al sentir la caricia de sus dedos, mi corazón empezó a palpitar con rapidez mientras bajo mi pantalón, mi pene traicionándome se alzaba dispuesto para la acción.
“Es la viuda de mi padre”, indignado conmigo mismo porfié en un vano intento de espantar la atracción que sentía por esa morena.
Como su restaurante favorito estaba a cinco minutos, dejamos el coche en el chalet y nos fuimos caminando. Carmen comportándose como una chiquilla se pegó a mí durante ese trayecto, acrecentando mi desasosiego al llegar hasta mis papilas su aroma.
“Tío, ¡Tranquilízate!”, rumié entre dientes mientras entrabamos en el local.
Una vez allí, mi madrastra impelida por un renovado fervor no paró de bromear y beber mientras cenábamos. Sus risas consiguieron poco a poco diluir mi turbación y al terminar, nuevamente éramos los dos amigos de siempre, o eso creí, porque ya en la calle, Carmen insinuó que le apetecía ir a bailar.
Aceptando su sugerencia, la llevé a una discoteca donde sin esperar que nos dieran mesa, se puso a bailar. El camarero viendo que mi pareja estaba  en la pista, nos acomodó justo al lado de forma que al sentarme, pude contemplar el baile de mi madrastra sin impedimento alguno.
La sensualidad con la que se movía reavivó los rescoldos nunca apagados de la atracción que ejercía en mí y por eso en cuanto llegó el empleado con las copas, me bebí medio whisky de golpe. Mi exceso no le pasó inadvertido a Carmen, la cual  llegó a mi lado y con una enigmática sonrisa, me soltó:
-Yo también lo necesito- y ratificando lo dicho, vació su vaso sin  respirar.
Tras lo cual, llamó al camarero y pidió otra ronda. Confieso que malinterpreté su deseo de emborracharse y asumiendo que quería ahogar sus penas, permití que  en una hora, diera buena cuenta de otras cinco copas.
Ya evidentemente alcoholizada, me sacó a la pista y mientras ella se dedicaba a mover su trasero con desenfreno, para mi desgracia una rubia se fijó en mí y comenzó a tontear conmigo acercando su cuerpo al mío. Mi madrastra al reparar en las intenciones de la muchacha, se cabreó y pegándole un empujón, la sustituyó  pasando una de sus piernas entre las mías.
-¡Qué haces!- exclamé al sentir sus pechos mientras sus pubis rozaba mi entrepierna
-No digas nada y déjate llevar- me susurró al oído sin para de moverse con descaro.
Como comprenderéis y aceptareis, mi pene reaccionó a sus caricias con una erección. Asustado por que se diera cuenta, traté zafarme pero entonces Carmen con un brillo desconocido en mis ojos, me soltó:
-Por favor, ¡Lo necesito!
Anonadado por su actitud, me quedé paralizado al comprobar que notando mi dureza, lejos de cortarla, la azuzó a seguir frotando sensualmente su sexo contra el mío. Os juro que si no llega a ser ella, la mujer que con descaro estaba calentándome de esa forma, la hubiese llevado al baño y me la hubiese tirado, pero con la poca cordura que me quedaba rechacé esa idea y sacándola de la pista, la llevé  a casa.
Al llegar y al amparo de la intimidad que nos ofrecían esas paredes, mi madrastra incrementó su acoso mordiendo mi oreja mientras con voz suave me decía:
-¿Adivina que fue lo que me dijo tu abuela en la habitación?
No contesté porque era incapaz de articular palabra.
-La astuta vieja me confesó que sabía que no eras tu padre y que nos había soltado lo del nieto para obligarme a reconocer lo que para ella era evidente.
-¿El qué? – pregunté escandalizado.
Cambiando de actitud, se puso a llorar y con lágrimas en los ojos, respondió:
-¡Que estoy enamorada de mi hijastro!
Por si no fuera poca esa confesión, buscó con sus labios los míos. No sabiendo a qué atenerme, respondí con pasión a su beso y olvidando nuestro parentesco, mis manos recorrieron la tela que cubría sus pechos. Carmen al sentir mi caricia, dejó caer los tirantes de su vestido, permitiendo por primera vez que observara su torso desnudo.
La belleza de sus negros pezones me obligaron a acariciarlos, los cuales como si estuvieran asustados se contrajeron mientras su dueña emitía un dulce gemido.
-¡Hazme el amor! – me imploró levantándose del sofá y llevándome hasta su cuarto.
Aturdido por la profundidad de los sentimientos que descubrí al seguirla por el pasillo, no pude reaccionar cuando al llegar a su habitación dejó caer su vestido, dejándome contemplar por entero la belleza de mi madrastra. Tal y como me había imaginado, Carmen tenía un cuerpo espectacular. Sus pechos daban paso a una estrecha cintura, bello anticipo del maravilloso culo con forma de corazón que lucía la treintañera.
Viendo mi indecisión, tomó ella la iniciativa y arrodillándose a mis pies, comenzó a desabrochar mi cinturón. Sentir sus manos abriendo mi bragueta fue el acicate que necesitaba mi verga para conseguir su longitud máxima y por eso cuando mi madrastra la liberó, se topó con una dura erección.
-¡Que bella!- suspiró justo antes de besarla, para acto seguido, sacar su lengua y usándola como un pincel, comenzar a embadurnar mi extensión con su saliva.
El morbo que sentía en ese momento al tener a esa morena a mis pies, fue tal que no dije nada cuando observe a Carmen relamiéndose los labios antes de antes de metérsela en la boca. De rodillas y sin parar de gemir, se fue introdujo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
Deseando esa mamada, observé como la viuda de mi viejo abría su boca y  engullía la mitad de mi rabo. No satisfecha con ello, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande,  se lo volvió a enterrar en su garganta.
-Joder- gruñí de satisfacción al sentir dicha caricia  y olvidando quien era, presioné su cabeza con mis manos y le ordené que se la tragara por completo.
La morena obedeció y sín ningún recato, tomó en su interior toda mi verga. Entonces mi dulce y bellísima madrastra apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene en el fondo de su garganta.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Dejándose llevar por la calentura que la domina, Carmen separó sus piernas y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡No sabía lo mucho que te necesitaba!- berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que la tomara.
Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso llevándola hasta la cama, la dejé tumbada mientras terminaba de desvestirme. Desde el colchón, la morena no perdió detalle de mi rápido striptease y viendo que ya estaba desnudo, me llamó a su lado diciendo:
-Quiero ser tu mujer.
Al llegar a su lado, empezó a besarme mientras intentaba que la penetrara pero entonces, le susurré que se quedara quieta. La mujer se quejó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que bajando por su cuerpo iba besando cada centímetro de su piel, cumplió mi capricho. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias mientras me acercaba lentamente hasta su sexo. El aroma de una hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo y disfrutando del momento,  pasé de largo descendiendo por sus piernas.
-No- refunfuño al notar que me concentraba en sus piernas y que mi lengua recorría  sus muslos hasta sus pies.
Sus gemidos me confirmaron que estaba en mis manos y antes de subir por sus tobillos hacia mi verdadero objetivo, alcé la mirada para comprobar que Carmen había separado con sus dedos los labios de su sexo y sin disimulo se masturbaba presa de la pasión. Esa erótica escena había sido suficiente para que con otra mujer me hubiese lanzado contra su clítoris, pero Carmen no era cualquiera y por eso y en contra de lo que me reclamaba mi entrepierna, seguí lentamente  incrementando su calentura. La que había sido durante años  había sido primero  la esposa de mi padre y luego mi mejor amiga no pudo aguantar más y en cuanto notó que mi lengua reiniciaba su caminar por sus piernas, se corrió sonoramente.
-Te amo- soltó gritando.
Su afirmación lejos de acelerar mis pasos, los ralentizó. Habiendo dejado mis prejuicios, todo mi ser deseaba poseerla  pero comprendí que si no quería que a la mañana siguiente se arrepintiera y me echara en cara el haber abusado de su borrachera, debía esa noche usar todas mis artes.
Al aproximarme a su sexo, la excitación de Carmen era más que evidente. Desde el interior de su vulva brotaba un riachuelo mojando las sábanas mientras  su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, implorando a base de gritos que la tomara. Haciendo caso omiso de sus ruegos, separé sus labios para descubrir su clítoris completamente erizado.
-No aguanto más- berreó en cuanto posé mi lengua en ese botón.
Sabiendo que estaba ganando la batalla pero deseando ganar la guerra, me concentré en conseguirlo y por vez primera probé con la lengua su néctar. Su sabor agridulce me cautivó y usando mi húmedo apéndice como si de un micro pene se tratara, penetré con él su interior.
-Me corro- gritó descompuesta.
Durante unos minutos, disfruté de su entrega y solo cuando mi madrastra ya había encadenado un par de orgasmos, me levanté y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su sexo. La lentitud con la que lo hice, me permitió sentir como mi extensión forzaba cada uno de sus pliegues hasta que  chocó contra la pared de su vagina. Carmen al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera.
Obedeciendo,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo como con pereza, hasta el fondo de su cueva. La morena totalmente entregada, me rogaba que acelerara a base de gritos. Pero no fue hasta que noté su flujo recorriendo  mis piernas cuando decidí  incrementar el ritmo.
Desplomándose sobre las sábanas, mi madrastra clamó su derrota y capitulando, nuevamente obtuvo su dosis de placer. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse dándome la espalda. Teniéndola a cuatro patas, volví a meter mi pene en su interior y y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla. La nueva postura magnificó su gozo y le permitió disfrutar de sensaciones hasta entonces desconocidas.
-Soy tuya- aulló asolada por un nuevo clímax.
Sus chillidos fueron el estímulo que necesitaba y dejándome llevar, me uní a ella explotando y regando su interior con mi simiente. Carmen al sentir mi semen rellenado su cueva, buscó con sus caderas ordeñar hasta mi última gota y solo paró cuando habiéndome dejado totalmente seco, se dejó caer exhausta sobre las sábanas. 
Agotado yo también, la abracé y juntos en esa posición nos quedamos dormidos…
A la mañana siguiente descubro que fui víctima de un engaño.
Aunque nos habíamos acostado tarde, acababan de dar las nueve cuando me desperté todavía abrazado a mi madrastra. Con la luz del día, lo ocurrido la noche anterior me parecía despreciable porque en cierta medida me había aprovechado de una mujer borracha. Acomplejado por mis remordimientos, no pude moverme porque temía que al despertar Carmen descubriera haber sido objeto de la lujuria de su hijastro y que por ello, me echara de su lado. El imaginar mi vida sin ella fue tan doloroso, que involuntariamente un par de lágrimas brotaron de mis ojos. Al darme cuenta de mis verdaderos sentimientos decidí que llegado el caso no dudaría en humillarme para evitar que me dejara.
Estaba todavía pensando en ella cuando de pronto, sonó su teléfono y abriendo los ojos, Carmen me miró con ternura diciendo:
-Buenos días cariño.
Tras lo cual contestó la llamada. Su interlocutor debió de preguntarle algo porque soltando una carcajada, esa morena contestó:
-No te preocupes, te hice caso y todo ha salido perfecto. Tengo a Miguel desnudo en mi cama.
Como podréis imaginar, me quedé pálido y por eso en cuanto colgó, le pregunté con quien hablaba. Muerta de risa, mi madrastra, contestó:
-¡Con tu abuela! Quería preguntarme si había seguido su consejo.
Sus palabras me dejaron alucinado y por eso tuve que preguntar cual era. Carmen poniendo cara de puta mientras aprovechaba a subirse encima de mí, respondió:
-Lo mismo que voy a hacer ahora, ¡Violarte!
 
 
Esa mañana y todos los días durante ese mes, mi madrastra me violó cuantas veces quiso. Por supuesto que no solo me dejé sino que colaboré con ella y  nueve meses después, otra vez en Linares fuimos a ver a mi abuela con nuestro hijo entre los brazos.
Nada más depositar al crío en sus brazos, la que hoy es mi esposa dándole un beso, susurró en su oído:
-Gracias por todo pero ¡No hace falta que te mueras!
 
 
 
 

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“El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!

Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.

Relato erótico “V de Venganza” (POR ROGER DAVID)

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V de Venganza… 20 Años Después.
Esta historia comienza en un remoto y empobrecido pueblo ubicado en una alejada región montañosa, lugar predilecto para algunos narco traficantes para mantener escondidas sus plantaciones de drogas, y como así mismo otros pocos laboratorios para la producción de la misma.
Los habitantes del lugar de por si gentes sumamente humildes y trabajadores vivían aterrados por esa horda de mal vivientes que habían llegado a convivir con ellos solo hace algunos años, estos casi se habían adueñado de la región sembrando violencia, asesinándose entre ellos y haciendo que los originarios de la zona vivieran día y noche asustados e intimidados.
El joven Her con 31 años de edad, vivía solitario en una pequeña casa habitación la cual había heredado de sus abuelos, los cuales ya habían fallecido desde hace ya unos buenos años.
Su vivienda se encontraba a la orilla de un sombreado camino rural poco transitado, a los pies de uno de los muchos cerros que adornaban aquel bellísimo paisaje, contaba con unas cuantas hectáreas de terreno en donde reinaban inmensos árboles ancestrales, y riachuelos que bajaban serpenteantes de las colinas que les antecedían.
Debido a la humildad de su familia, nunca se le prestó atención al valor de los terrenos que ellos poseían, que si bien no eran una cantidad incalculable, no dejaban de tener un buen valor comercial si alguien estuviese interesado en comprarlos, pero para la familia contar con aquellos paradisiacos paisajes era lo más normal del mundo, nunca le dieron real importancia, ya que ellos los habían heredado de sus padres y ellos de los padres de sus padres, y así sucesivamente.
A su progenitor nunca lo había conocido y de su madre lo único que sabía de ella es que una vez de haberlo dado a luz había viajado hasta capital a trabajar de empleada doméstica.
Solo fueron los primeros meses de ausencia en que la madre de Her había enviado dinero a sus padres para la mantención del pequeño que había dejado a sus cuidados, hasta en que en un momento dado las escasas cantidades de dinero simplemente ya no llegaron, como así mismo nunca más se supo de su vida.
Su educación había sido escasa, ya que por necesidades de la vida su abuelo había tenido que retirarlo del colegio y ponerlo a trabajar junto con él en la única empresa maderera que funcionaba por aquella lejana región montañosa en la cual ellos vivían.
En sus días de pago era común que él niño debía volver solo a su casa, ya que una vez de hacer la larga fila para recibir su salario, este le era arrebatado por su abuelo quien se largaba a beber por las cantinas del lugar con sus amigos, dejándole solo lo necesario para algunas compras de golosinas o algún juguete barato.
Pero tampoco se puede decir que su infancia haya sido del todo mala, al chico le encantaban los días en que don Queno, su abuelo, lo sacaba de madrugada, y juntos se internaban montaña adentro buscando en diversos riachuelos el mejor pozón para pescar truchas, y volver por las tardes al calor de su hogar en donde su abuela los esperaba a ambos con la sartén lista para freír el pescado fresco recién salido del agua.
Su mejor navidad fue en la ocasión en que mientras cenaba junto a su abuela, vio llegar a don Queno casi cayéndose de borracho cargando una vieja y destartalada bicicleta que a los días fue el mismo Her quien la reparo. Este fue su único y mejor regalo que recibió en su solitaria infancia, pero que hicieron de esta navidad la más feliz y la más recordada hasta los años que cambiaron el rumbo de su existencia.
Ya con 17 años y convertido en todo un jovenzuelo, con su abuelo habían creado un fuerte lazo de amistad que iban más allá del cariño filial, alternaban sus salidas a pescar con la caza, se pasaban días enteros recorriendo los cerros en busca de jabalíes salvajes.
Su primer trofeo de caza le salió caro, pues fue en la ocasión que después de un certero tiro de escopeta por parte de su abuelo, Her sigilosamente se acercó al cuerpo del animal, que aún se mantenía respirando pesadamente, no supo en que momento fue que el marrano sacando sus últimas fuerzas y guiado por su instinto de supervivencia se abalanzo sobre el cuerpo del chico.
El impacto acompañado del miedo tomaron por sorpresa al pobre muchacho iniciándose un verdadero combate cuerpo a cuerpo entre el joven y el animal que luchaba por su vida, su abuelo asustado y temiendo por la vida de su único nieto no se atrevía a disparar el arma temiendo no darle al jabalí y despacharse al otro mundo a su muchacho. Her sintió en las carnes de su propia cara la feroz mordida del animal, la cual le dejaría una horrenda cicatriz que lo acompañaría por el resto de su vida, como pudo se las fue arreglando para sacar de entre sus ropas la afilada cuchilla que solía cargar los días en que se internaba en los cerros con su abuelo, el viejo por su parte le gritaba con todo su vozarrón…
–En el corazón Herrrr!!! En el corazonnnn!!!
Her como pudo en forma temblorosa y desesperada enterró la cuchilla en las carnes del animal, que a pesar de estar siendo acuchillado en el mismo corazón no dejaba de jadear y embestir al aplastado cuerpo de Her, este a su vez con la navaja y mano enterradas ambas dentro del cuerpo del salvaje marrano no dejaba de acuchillar y revolver lo que hubiera dentro de aquel pesado y hediondo cuerpo de jabalí, hasta que este lentamente comenzó a cesar en los movimientos hasta caer muerto junto al cuerpo del ensangrentado muchacho.
Fueron a los pocos meses de esta trágica experiencia en que en un furtivo viaje de sus abuelos a la ciudad más cercana, el bus en cual viajaban se desbarranco, dejando al pobre jovenzuelo solo en esta vida.
Her no era un chico de malos sentimientos, era moreno, de gruesas y toscas facciones en su rostro marcado por la llamativa cicatriz, de ojos negros y bien cejudos. De anchas espaldas y brazos fuertes, 1.80 mts. de estatura por lo menos, en esos tiempos había desarrollado una llamativa musculatura debido al esforzado trabajo en la empresa maderera.
Después de la muerte de sus abuelos, el joven dejo el trabajo en la empresa y monto afuera de su casa, aprovechando que esta se encontraba a orillas del frondoso camino, un improvisado taller de bicicletas que a los dos años y con mucho esfuerzo lo transformo en un consolidado taller mecánico (para variar).
Se dio el lujo hasta de contratar a tres jóvenes ayudantes que residían en el pueblo, este se encontraba a solo unos cuantos kilómetros de donde él vivía, con los cuales no tuvo ningún tipo de problemas, uno de ellos era el flaco Petronilo, un joven mecánico de 21 años, era su mejor ayudante y mano derecha en el taller, de temperamento lujurioso y desequilibrado, este aprovechaba cualquier momento del día para ver revistas pornográficas y masturbarse a espaldas de Her, sus revistas favoritas eran de BDSM o Humillaciones, le encantaba ver este tipo de material.
Lamentablemente el flaco Petronilo no tenía suerte en el amor, era extremadamente delgado, su mandíbula superior sobresalía de las facciones de su cara, mostrando a la vista de quien tuviera al frente una ensalada de dientes amarillentos y de todos los portes posibles, unos montados arriba de los otros, en donde también se veía claramente restos de comida que ya estaban petrificados a ellos debido a la casi nula higiene bucal, de ojos pequeños que hasta costaba saber si los tenia abiertos o cerrados, y a pesar de tener una caliente mirada de degenerado que no se le quitaba a ninguna hora del día, el pobre daba el aspecto de estar enfermo de Sida.
Muchas mujeres del pueblo con solo verlo cambiaban de dirección asustadas, ya que era una lluvia de leperadas que este les mandaba en forma desvergonzada, de hecho era el mismo quien se encargaba de la decoración del taller de Her, tapizándolo con fotografías de mujeres desnudas, esto A Her le causaba un poco de gracia, por lo tanto no le decía nada, el hombre hacia muy bien su trabajo, y además ellos trabajaban en un taller, así que era normal lo de las fotos de mujeres hermosas y sin nada de ropa.
Her poco a poco se había ganado el respeto y cariño de las gentes del lugar, ya que habían pocos hombres que hasta el momento no se dejaban llevar ni intimidar, por las numerosas bandas de traficantes que ya se creían los únicos dueños de aquellas tierras.
Por las tardes después de cerrar el taller se iba a juntar con su novia, una hermosa chica de 17 años llamada Odette que era las más deseada por todos los hombres de la zona, a pesar de su edad esta poseía un tremendo cuerpazo de Diosa, llevaban solo 5 meses de noviazgo y se juntaban a escondidas de todo el mundo en un apartado riachuelo que se encontraba dentro de los terrenos que el joven mecánico había heredado, en donde pasaban por lo menos tres tardes a la semana, Her ni siquiera se lo había contado al Petronilo su único y fiel amigo.
La nena estaba segura y así se lo había hecho saber a Her que su familia, una de las más acomodadas de la zona, jamás aprobarían el noviazgo de ella con un hombre tan humilde y trabajador como lo era él, y sumado por la notoria diferencia de edad.
Odette de mejor condición social que Her, le había presentado a su hermano mayor Julián que vivía en el mismo pueblo, este le enviaba varios vehículos a Her para su reparación ya que poseía una pequeña empresa de transporte de documentación que prestaban servicio en las escasas industrias madereras que estaban instaladas en los bosques aledaños al pueblo.
Ambos jóvenes hacían planes de casarse, de tener hijos y quizás algún día marcharse juntos y empezar una nueva vida lejos de todo, en donde nadie se interpusiera a los sentimientos de ellos, todo era romántico e idílico para Her,
–Deseo tanto que reúnas el dinero que me has dicho para que nos vayamos de este pueblo que detesto, le decía la joven mientras miraba como el viento mecía los árboles que estaban frente a ellos,
–Dame un año y nos largaremos, te aseguro que mientras estemos juntos nada te faltara, le decía Her, con sus negros ojos de romántico enamorado y que con una de sus manos intentaba disimuladamente cubrir su cicatriz, a la vez que la veía hermosa, con sus lacios cabellos castaños claros que caían desordenadamente sobre sus hombros y su carita de niña buena, de nariz respingona y labios rojos carmesí, con una figura tremenda llena de curvas que invitaban al pecado carnal y que ella escondía tímidamente bajo sus ropas, con unas hermosas rodillas dobladas, al estar sentada sobre el pasto, que daban paso a unos enloquecedores y apetitosos muslos torneaos y bien dibujados por debajo del vestido.
Her debido a su solitaria infancia, era un hombre muy tímido con las mujeres, solo en muy pocas ocasiones e inducido por el Petronilo, había intimado con unas cuantas prostitutas del pueblo, su tosquedad y su notoria cicatriz en el rostro le hacían cohibirse delante de cualquier chica, por eso se sintió perdido de amor cuando conoció a la bella y candorosa Odette en una oportunidad en que ella le llevo una pequeña motocicleta para su reparación.
Con una casi nula experiencia en el plano sexual y de cómo seducir íntimamente a una mujer, sentía en su pene una fuerte erección en las oportunidades en que ambos se juntaban para hacerse cariño y hablar de sus cosas, las ganas que le tenía el joven a la muchacha eran tremendas, a estas alturas y a pesar del candor que irradiaba la nena la veía como a una verdadera hembra, Odette como ya se dijo se gastaba un físico de infarto, pero Her sabía de la nobleza de la chica, además que ella en estos casi 5 meses de noviazgo no le había dado pie para que lo de ellos llegara más allá en lo que se refiere a intimidad, por ello Her la respetaba, estaba seguro de su amor, y además que sabía que ella estaba decidida a fugarse con el cuándo lo estimaran conveniente.
Fue una soleada tarde en que Her se encontraba reparando una de las tres camionetas del hermano de Odette, que debían viajar para esa misma tarde hacia la capital, cuando se fijó en una extraña protuberancia en la carrocería, con sus expertas manos tanteo los latones dándose cuenta al instante que la pintura no era la original del vehículo, agudizo su vista y vio la tapa sobrepuesta en aquella superficie de lata, con un atornillador dibujo y carcomió el cuadrado de la lata hasta que por fin pudo quitarla, sus ojos no lo creían cuando con una de sus manos retiro del interior de la especie de cajón, un pesado paquete cuadrado que daba el aspecto de ser un queso envuelto en bolsas, su estupefacción se terminó de golpe cuando cayó en cuenta de que lo que tenía en sus manos era un paquete de droga de alta pureza.
Como pudo llego a la oficina del taller y tomo el teléfono, llamo nerviosamente a Odette para decirle lo que había encontrado en uno de los vehículos de su hermano,
–Her!! Estas seguro de lo que me estás diciendo!?,
–Claro que estoy seguro!… si en este mismo momento tengo un paquete de droga en mis manos, y por lo menos deben haber unos 10 en el compartimento de la camioneta, tu hermano sabe algo de esto?
–Ehhh…no! no lo creo…Her por favor no toques nada más, yo voy para tu taller enseguida, y yo misma llamare a Julián para que nos explique, por favor no llames a nadie hasta que yo llegue, le pedía Odette a Her, en su voz se notaba la congoja y preocupación por lo que estaba sucediendo.
Una vez que Odette le cortó la llamada a Her, se dispuso inmediatamente a llamar a Julián para ponerle en conocimiento de lo que estaba sucediendo.
–Que pasa Ode?…aún estoy reponiéndome de las folladas que te pegue anoche mamacita… de verdad que te movías rico mi vida, le consultaba y decía Julián a su chica…
–Se ha dado cuenta!, tenemos que hacer algo rápido, antes que se le ocurra llamar a la policía, mira que ahí sí que mi viejo me mata!!
–Que se ha dado cuenta de que?…quién? de que mierda me hablas!?
–De la coca Julián!! Her la encontró en una de tus camionetas!! Ya has ganado bastante dinero para que nos casemos y nadie nos diga nada, así que vamos a la policía tal como la habíamos acordado…
–No mamessss y como la encontró!?…
–No lo sé… no lo sé!!!, le pedí que dejara todo tal cual, así que hagamos algo rápido antes de que se despabile…además que ya estoy aburrida de tener que dármelas de su novia y besarme con él, para mantener escondidos tus vehículos! … ese tipo me da asco… si hasta se parece al cuajinais con esa horrible cicatriz en su cara… además que es moreno y hediondo a grasas y aceites mecánicos…
–Está bien amor no te preocupes!!…me levanto y te paso a buscar en 5 minutos…
Her esperaba la llegada de Odette, sumamente nervioso paseándose entre el taller y la casa, buscaba una respuesta al hallazgo, francamente no creía que el hermano de su novia estuviera involucrado en una cosa como esa,
–Porque tan nervioso jefe, le pregunto el Petronilo, moviendo sus notorias mandíbulas a la vez que se comía un chicle y limpiaba con sus aceitados dedos un repuesto,
–Nada, le dijo Her, lo que pasa es que estoy esperando a una chica del pueblo llamada Odette, que viene para acá…
–Odette?… pero si ella no es la hija de don Ambrosio, el viejo ese que es dueño de casi todos los locales que hay en el pueblo?
–Si ella misma…
–Y a que se supone que viene?… esa chica es muy problemática y altanera, fue compañera mía en el colegio, (el Petronilo había repetido muchos cursos, además que tenía serios problemas de aprendizaje) eso sí que está muy rebuenota, se gasta un culo como para los Dioses, jejeje… pero siempre se mete en problemas para que luego su papi tenga que arreglárselos… le decía el Petronilo a Her, desconociendo la relación que su jefe tenía con la hija de uno de los hombres más pudientes y reconocidos del lugar…
Her más preocupado por lo que había encontrado no le dio importancia a como el Petronilo se refería a su novia, además que él ni se lo imaginaba,
–Es que hay un problema con uno de los vehículos de su hermano, yo la llame para…
–Y de que hermano me hablas?, le interrumpió Petronilo, –Si ella no tiene hermanos…
–Pero esos vehículos son del hermano de ella!, le decía el incrédulo Her a su joven ayudante…
–Esas camionetas son del Julián, ese es otro patán que le gusta la vida fácil y vive a costillas de sus padres, de hecho fue el padre de Julián quien le compro los vehículos para que este los trabajara en algo productivo… además que este último tiempo he visto a esos dos muy acaramelados, se juntan casi todas las tardes a beber cervezas en una de las fondas…
Her no creía en todo lo que le decía el más joven de sus ayudantes, las sirenas de los autos policiales lo sacaron del estado de embobamiento en cual se encontraba, vio a Odette bajar de la mano junto a Julián de uno de los carros, la escena era muy extraña…
–Ahí está!! Es el!!, le decía Odette a uno de los policías de civil que llego junto al llamativo operativo policial, mientras apuntaba con su dedo índice a Her…
El joven mecánico no se dio cuenta de nada, en el momento en que se preparaba para informarle a la policía de su hallazgo fue tomado y arrojado con violencia al suelo, mientras rápidamente era esposado.
Desde la tierra en donde estaba tirado muy sorprendido vio como a sus tres ayudantes también los estaban esposando, mientras Odette y Julián hablaban con la policía señalando los tres vehículos en que seguramente el traficaba la droga.
Los minutos se le hicieron eternos, un obeso policía lo tenía inmovilizado con una de sus rodillas ejerciendo fuerza en sus espaldas, Her sabía que todo era un error, apenas pudiera les iba a decir la verdad y todo iba a quedar claro, hasta que una vez que lo hicieron ponerse de pie, le notificaron que quedaba en calidad de detenido por falta grave a la ley de drogas.
La denuncia había sido hecha por la joven, declarando que esa misma tarde en el momento en que ella llego a esperar a su novio a que llegara al taller para retirar uno de los vehículos, y al haber llegado un poco más temprano, vio como el delincuente mecánico guardaba quesos de droga en uno de los vehículos, y que lo escucho hablar con alguien de que la mercancía ya iba en camino, y que había sido tanto su estupor que huyo a la casa de su novio temiendo por su propia vida, si es que los traficantes se llegaban a dar cuenta de su presencia.
–Este es un error!…yo solo soy mecánico!, no sé nada de esas cosas!!, iba diciendo Her totalmente conmocionado mientras lo arrastraban al carro policial, miraba a todos con sus ojos asustados, vio la imagen de Odette quien se mantenía abrazada por Julián quien lo miraba con una burlona sonrisa, este la abrazaba como si la estuviera protegiendo de aquel lugar en donde supuestamente se almacenaba el alucinógeno para ser enviado a la ciudad para su comercialización. –Por favor yo no he hecho nada!… Odette por favor explícales!!
Un viejo policía que en una ocasión le había llevado la bicicleta de su propio hijo para que Her la reparase, se compadeció del asustado y joven mecánico,
–Porque dice Ud. que esta joven nos puede explicar… si ella misma es la denunciante? le consulto a Her antes de que lo metieran en el calabozo del vehículo, refiriéndose a Odette,
–Ella es mi novia!…vamos Odette diles la verdad!!
–Y que dice Ud. jovencita? aquí el hombre dice que la conoce y que son novios…
Odette se desenredo del abrazo en que la mantenían, para acercarse desafiante al lugar en donde se encontraba el policía y el esposado Her,
–Escúcheme bien sargento!, le decía la rica pero calculadora jovencita de 17 años, –Yo misma fui quien les entrego a este delincuente… Usted bien conoce a mi padre y a mi familia, y ahora le pregunto yo a Usted… Como se le puede ocurrir que una chica como yo podría alguna vez involucrarse con semejante tipejo!?… solo mírelo!!!… es ordinario y feo, y el solo verle esa cicatriz en su cara me producen repulsiones que me harían hasta vomitar en cualquier momento!!, si no tiene ni familia, todos en el pueblo dicen que su madre fue una prostituta y que la mataron por drogadicta en la ciudad, solo piense en eso y se va a dar la respuesta Ud. mismo…
Con la seguridad en que hablaba la curvilínea chica, ya no se habló nada más del tema, Her fue apresado y trasladado hasta la comisaria del pueblo junto con sus ayudantes, su casa y taller fueron acordonados y clausurados para reunir más evidencias para la investigación.
Pasaron 20 largos y lúgubres días en los cuales Her espero en la fría celda de la comisaria para que se hiciera justicia y lo pusieran en libertad, pensaba en Odette aún no creía que ella se hubiera burlado de el de aquella forma, supo que a sus tres ayudantes lo dejaron libres en la misma noche del día de la detención por falta de méritos, pero sus pensamientos seguían puestos en la persona de su chica, seguramente la habían obligado, en esas confusas cavilaciones se encontraba cuando llego el fatídico día, un viejo policía fue quien lo notifico,
–De espaldas muchacho, que te vas para la ciudad, le dijo a la vez que le ponía las grilletas que lo privaban de libertad,
–Qué?, adonde me llevan!?…todo esto es un error!!… esa droga no era mía…
–jajajaja!! Eso es lo mismo que dicen todos los pelafustanes como tú, todos son inocentes… así que le tendrás que rogar al juez de la ciudad, aquí no te queremos… te sometieron a proceso, y lo más seguro es que estarás unos buenos años tras la sombra, a ver si así se te quitan las malas costumbres, andando!!, le dijo esto último dándole un fuerte empujón para que se moviera más rápido.
Her en la oscuridad del viejo vehículo estatal hiso el viaje de 7 horas hasta la ciudad meditabundo, pensaba en cómo había llegado a esta situación, poco a poco llegaba a la conclusión de que lo habían utilizado, Odette la nena más linda que había conocido en su solitaria vida solo hace algunos meses lo había traicionado, humillado y utilizado para incriminarlo, no entendía que razones pudo haber tenido ella para hacer una cosa como tal, un grueso nudo se le formo en su garganta, sus ojos se le nublaron por las lágrimas, recordó su niñez, los felices días de pesca y caza con su abuelo, la navidad en que le habían regalado una bicicleta, extrañamente vio el rostro desconocido de su madre a quien siempre amo en silencio, y simplemente rompió a llorar amargamente por su desgracia, mientras el transporte policial seguía rumbo a la penitenciaría de la ciudad.
La condena fue de 6 años por el hecho de ser primerizo, todo en la cárcel era sencillamente asqueroso, el ambiente carcelario lentamente comenzaba a absorber al joven provinciano que había caído por tráfico de drogas.
Los primeros meses Her intento mantenerse al margen de todas las atrocidades que ahí ocurrían, estaba preso en una galería de reos de alta peligrosidad, siendo que debería estar con otros de su misma condición, pero todo dentro del recinto carcelario era un desorden administrativo con letras mayúsculas, el caos imperante era de toda índole, hasta los guardias tenían aspecto de maleantes, según era lo que apreciaba el incauto y provinciano recluso.
No faltaron los reos que quisieron sacar ventaja de Her. Existían en la cárcel diversas bandas de delincuentes que hacían de las suyas molestando y aprovechándose de los reos que eran más tranquilos y solitarios, y Her era uno de ellos, su carácter tímido y solitario ya había sido advertido por la banda del “Cara de Caballo”, este era uno de los más temidos reclusos del penal.
En varias oportunidades el Cara de Caballo hostigaba a Her para tenerlo para sus mandados así como ya tenía a una docena de primerizos. Pero el rudo muchacho de campo sencillamente no mostraba ninguna intención en caer en esa condición, en varias oportunidades le robaron pertenencias, como también le habían ordenado que les lavara la ropa, situación que el muchacho se negó rotundamente, situación que llevo a que lo golpearan en grupo y en forma infame en muchas ocasiones.
La banda del Cara de Caballo también ya había advertido que nadie concurría a visitarlo, solo era un desgarbado y joven campesino con cara de deficiente mental quien lo venía a visitar una vez al mes, así que decidieron que tenían que actuar rápido.
Fue una lluviosa y estruendosa noche de invierno en que los continuos relámpagos iluminaban las altas murallas y las torres de vigilancia, mientras el joven provinciano se encontraba en su litera traspuesto tras un agotador día en la lavandería del penal, en que en la oscuridad imperante y al son de los ronquidos de sus compañeros de reclusión en los camarotes contiguos, sintió una pesada humanidad que se echaba sobre sus espaldas, la frialdad del estoque en su cuello lo dejaron aterrorizado, hasta que la pastosa voz del Cara de Caballo le ponía en antecedente de lo que ahora le iba a ocurrir,
–Hola Hercito, sientes el filo de mi cuchillo en tu cuello?, Her no podía hablar del miedo que sentía por su vida, –He intentado de hacerte ver que tú me perteneces en esta cárcel, pero eres tan pendejo para tus cosas, que tendré que tomar otra medida para hacerte entender, así que tranquilito que o si no te mando para el otro mundo…ahora prepárate que te voy a convertir en mi maricon personal…
Her sintió la dura verga del Cara de Caballo en sus glúteos, al instante se percató de la asquerosidad que pretendían hacerle, mientras el veterano delincuente intentaba bajarle los pantalones, en la mente de Her pasaban mil ideas por minuto, hasta que cayó en cuenta que si no hacía algo rápido, su hombría se vería mancillada, luego de tras muchos forcejeos como un rayo recordó la vez en que tubo encima de su cuerpo un hediondo jabalí, saco fuerzas de las mismas que hacía cuando trabajaba cargando troncos en la empresa maderera, pero el cara de equino también tenía lo suyo, prácticamente lo tenía inmovilizado, ya varios reos se habían despertado y miraban lo que sucedía en la litera de Her.
La lucha de cuerpos continuaba hasta que Her tomando fuerzas con su cabeza le planto un certero cabezazo en las mismas narices de su adversario, la sangre del cara de caballo manaba como un grifo, situación que el provinciano aprovecho para girar su cuerpo y tomar la mano que oprimía el cuchillo en su cuello, ambos hombres ejercían fuerzas descomunales, a estas alturas el reo más antiguo lo único que quería era despacharse al más nuevo, si no era así su autoridad en la cárcel se vería alterada, su error había sido no tomar en cuenta el buen estado físico que tenía su víctima.
Her por fin logro retirar la mano con el cuchillo, con fuerzas se la fue dando vuelta hasta ponerla a la altura del pecho del Cara de Caballo, hasta que en sus oídos escucho claramente la voz de su abuelo “–En el corazón Herrrr!!! En el corazonnnn!!!”, la cara del muchacho se transformó en la de un tigre enardecido, y con las mismas fuerzas que en una oportunidad había matado un animal hundió la cuchilla en el corazón de su adversario…
–No lo hagas por favor Her!!, rogaba el Cara de Caballo, con su cara descongestionada por el pánico…–Her no lo hag…
El alienado e iracundo muchacho, con su cara desfigurada por la ira, le dijo… 
–Her era para mi familia hijo de puta!!… Escúchame bien pedazo de cabron… me llamo Herculano… pendejoooo!!, me llamo Herculano Pincheira Pincheira!!!… y te estoy despachando por mariconnnn!!!!, termino diciéndole cuando ya estaba revolviéndole la cuchilla enterrada en pleno corazón del infeliz del Cara de Caballo.
El joven Herculano se percató de otro cuerpo que se abalanzaba a socorrer a su mal herido jefe, pero el exaltado y joven recluso que estaba todo bañado en sangre sin pensarla fue al encuentro del otro maleante, tres certeras estocadas le propino sin darle tiempo a nada, destripándolo y mandándolo al otro mundo.
Las escasas luces de la galería se encendieron dejando la escena en semi oscuridad, a los guardias ya les habían dado aviso que en el módulo 16 se estaba produciendo una riña, cuando llegaron al lugar de la pelea encontraron a Herculano Pincheira de pie y al lado de los dos cuerpos sin vida, todo ensangrentado con el estoque aun goteando la sangre de sus dos atacantes, en ese mismo momento la luz celeste de un sonoro relámpago ilumino la cara y cuerpo de Herculano Pincheira, quien con sable en mano respiraba aceleradamente, su rostro era la de un verdadero demonio enardecido, así lo vieron todos.
Frente a las sórdidas miradas de los que fueron testigos de la osadía del muchacho que se había despachado el solo a dos de los más temidos reclusos del penal, y al ver llegar a los guardias arrojo el cuchillo al suelo, lentamente puso sus manos detrás de la cabeza en señal de que ya todo había pasado, de su cara se apodero una malévola sonrisa de triunfo, el muy maricon del cara de caballo se creía muy vivo y ni siquiera le había alcanzado a bajar los pantalones reía para sus adentros.
Dos meses se la paso Herculano en la oscuridad de una celda de castigo, odiando a la mujer causante de sus desgracias y sin ver la luz del día, sumado a que por el doble homicidio le chantaron 14 años más de presidio, ya que a los dos que se había despachado más les hacía un favor a la sociedad que un crimen mismo, opinaron las autoridades carcelarias y de justicia.
El reconocido presidario de Don Herculano como lo llamaban después de la ferocidad en que se había despachado al Cara de Caballo con uno de sus amigos, recibió por algunos años las visitas del Petronilo, su desalineado ayudante que tuvo en los tiempos en que había tenido un taller, este le dio conocimiento de lo que había sucedido con su amada Odette, después de la tragedia, Herculano ya había cumplido 37 años de edad, y aun le faltaba mucho por cumplir de su condena.
–Her porque no me dijiste que andabas con esa pendeja?, yo bien la conocía y te hubiera dicho lo muy zorra que era para sus cosas…
–Porque en esos entonces yo era todo un pendejo romántico, jajaja!!, así que la muy puta se casó con ese tal Julián?
–Así mismito como te acabo de contar Her…, Su amigo Petronilo se sentía cohibido por aquel sórdido ambiente carcelario, un tremendo negro casi azulado con cara de africano, de gruesos labios carnosos, no le quitaba la vista de encima, sus musculosos brazos daban la impresión que este podría triturar hasta el acero, si debía medir por lo menos 2 metros de altura calculaba el asustado flaco Petronilo, don Herculano se percató de esto,
–Jejejeje, no te preocupes Petronio (así le decía Her por cariño a su amigo), este es el negro Filomeno y es inofensivo, está aquí porque descuartizo a su mujer después de pillarla culiando en pelotas con su compadre, jajajaja, antes era un hombre decente y trabajador pero también se lo jodieron, me costó mucho trabajo hacer que dejara de lloriquear cuando recién cayo en la cana, jejeje, y por favor flaco de mierda dime Herculano, ese siempre fue mi nombre, solo mis abuelos que en paz descansen me llamaban Her, jejeje!!
–Y dime Herculano, te la alcanzaste a tirar… aunque sea solo una vez a la pendeja esa, le decía el Petronilo sin dejar de mirar de reojo al negro Filomeno que no le quitaba la vista de encima…
–Nooo!!, la muy zorra me decía no quería acostarse conmigo hasta después que nos casáramos…jajajaja!!!… y yo le creía a la gran puta de mierda…
–Uffff que puta esa y te digo ahora que ya está casada está más buenota que nunca, y se las da de toda una señora…
–Ya no empieces con tus webadas mira que me caliento tanto que capaz que me fugue esta misma noche para ir a culearla, jajajaja!!!, luego que hablaron de cosas sin sentido, Her le hiso la solicitud a su leal Petronilo, –Te voy a pedir un favor Petronio, le dijo don Herculano a su amigo poniéndose un poco más serio…
–Pues dime no más Her, si para eso estamos los amigos…
–De verdad agradezco que me vengas a visitar…pero aquí es donde vivo desde hace años, este es mi mundo, y te digo que por ahora no me falta nada, así que ya no te molestes en venir a visitarme, si algún día logro salir de aquí te llamare…para que me vengas a buscar y nos vayamos de putas para celebrar, jejeje …pero mientras tanto vuelve a tu hogar y hace una vida normal, solo te pido una cosa… quiero que vigiles o estés al pendiente de todo lo que haga y deje de hacer esa zorra mal parida que me destruyo la vida, porque apenas salga le voy a ir a cobrar la factura, termino diciéndole con su cara llena del más profundo odio y rencor…
–No mames Herculano y que le piensas hacer!?
–Me la voy a violar!… me la voy a culiar bien culiada!!, por perra para sus cosas!!!, le decía con sus ojos enrojecidos por un iracundo aborrecimiento, para luego continuar, –No me importa caer en cana de nuevo…le voy a romper el culo a vergazos para que aprenda a ser gente! y para que no se crea que me olvide del asuntito que tenía conmigo, con la diferencia que ahora sí que sabrá quién es don Herculano, jajajaja!!!!!, el negro Filomeno ahora se sonreía y asentía con su cabeza, aprobando todas las palabras que decía su amigo-jefe.
–Uffff que afortunado serias si lograras hacer eso Her… esa mamacita está hecha para recibir verga por todos sus orificios, ahora se las da de remilgada y elegante, ya nadie se acuerda de lo que paso, pero si yo tuviera tus cojones ya de hace rato se lo hubiera mandado a guardar, jejeje, pero es casi imposible, vez que me la topo por ahí me mira como si yo le diera asco, jajaja!!!…
–Pues si me cumples con lo que te estoy diciendo veré la forma que tú también te la culies, jejeje y que no salgas mal parado en todo este asuntito…jejeje…
–Pero y si nos denuncia, como lo hiso contigo…
–No me importaaaaa!!, vocifero don Herculano, ya lo he decidido… la vamos a culiar hasta cansarnos!!!, exclamaba a la vez que se ponía de pie abrazando al negro Filomeno, al Petronilo le dio la impresión que esos dos ya habían hablado del tema con anterioridad, –Ya verás lo bien que la vas a pasar flaquito amigo mío, a don Herculano se lo joden una sola vez en la vida, jajajaja, aún me faltan como 15 años, pero la haremos, te lo aseguro, y si caemos en la cana no te preocupes serán como las vacaciones de tu vida, jajaja!!!…
–Está bien amigo…pero como la harás con tus cosas quien te traerá lo que te haga falta,
–Observa Petronio!. Don Herculano chispeo suavemente su dedo pulgar con el índice, y de la nada y de entre medio de toda la gente que visitaban a los reclusos aparecieron tres maleantes dispuestos a todo lo que les ordenara su jefe, –Oye cara de zapatilla, le dijo a uno de ellos, –Aquí mi amigo el flaquito dientudo necesita un dinerito para poder irse a su pueblo, apenas termino de decir lo último el cara de zapatilla rápidamente desapareció volviendo a los pocos minutos con una cantidad de dinero no exorbitante pero si como para darse unos buenos gustos por un mes entero.
El Petronilo quedo sorprendido, pero más petrificado quedo cuando don Herculano le dijo a otro de sus compinches, –Ve a buscar a la nueva…
El maleante llego con una sonriente joven de quizás unos 18 años de edad, de pelo y ojos negros, no era bonita pero tampoco era fea, tenía una cara de viciosa y buena para la cama que no se la quitaban ni a palos, se gastaba un culo de concurso, andaba vestida con una cortísima minifalda negra, –Esta es la Candy, te la puedes llevar hasta mañana, jejejeje es mi regalo de despedida, y no te preocupes… porque si te roba algo mañana mismo mandamos a que se la despachen, pero no lo hará ella sabe que se tiene que portar bien, jejejeje.
–Ohhh Her de verdad que me sorprendes, y que honda?…como haces todo esto?…
–Mejor ni te cuento…, jejejeje es un negocio que me dejo un amigo a los pocos meses que llegue a esta cárcel, el pobrecito se tuvo que morir por maricon, veras aquí en la cárcel se puede hacer de todo, solo debes saber hacerla y tener los contactos precisos, jejeje…
Esa fue la última vez que Her vio a su amigo y antiguo ayudante, quien se marchó feliz con un buen dinero y con una fémina de campeonato, después de eso volvió a su pueblo y se dedicó a trabajar, pero siempre al pendiente de la hembra causante de la desgracia de un pobre hombre inocente.
El tiempo paso y don Herculano era toda una autoridad en la penitenciaría capitalina, se despachó a unos cuantos más a parte del cara de caballo, y ponía en su lugar a los que pretendían aprovecharse de los primerizos que caían presos, pero no a todos, se encargaba de saber los motivos, y cuando se enteraba de que estos eran nuevos, o que caían por haber tenido enredos con mujeres despechadas, él se encargaba de que estos tuvieran un pasar más o menos decente dentro de la cárcel, a veces hasta tenía que palmeteárselos para que se avivaran, y aprendieran a hacer caso.
(15 años después)
Aquel día lunes don Herculano ya con 51 años a cuestas bajo del bus inter provincial que lo traslado desde la capital hasta su montañoso pueblo natal, junto a él bajo el negro Filomeno, quien cargaba los únicos dos bolsos que llevaban de equipaje, estaban solo a 2 kilómetros del lugar que había sido el hogar del ex mecánico, hubiesen podido tomar un taxi, o llamar al viejo amigo Petronilo, pero don Herculano prefirió que se fueran de a pie, quería ver con sus propios ojos el estado en que se encontraba su tan añorado pueblo natal.
Nadie de las personas que se cruzaron por sus caminos pusieron atención en aquel viejo moreno, gordo y grandote con cara de delincuente que caminaba fumando y observándolo todo, acompañado por un negro que media casi 2 metros de altura.
La cicatriz de su cara iba disimuladamente escondida bajo los gruesos y tupidos pelos semi canosos de su barba sin afeitar, cruzaron el pueblo y tomaron el camino que los guio hasta la que había sido su casa, al llegar a ella tuvieron que hacer grandes esfuerzos para saltear las altas matas de zarzamora que habían tapado el ingreso a esta, del taller no quedaba nada, se lo habían robado todo, caminaron hasta la puerta de la vieja casa de madera y basto con solo empujarla para que esta se abriera completamente, al ingresar el viejo ex presidario vio que en su interior estaba todo deteriorado, y que las paredes estaban todas pintarrajeadas por sendos grafitis que él nunca en su vida había visto antes.
Luego de las primeras impresiones don Herculano de muy malas ganas se dio a ordenar un poco aquel desastre, su ordenamiento consistió solo en despejar la basura hacia los rincones de la casa, está en comparación a la celda en que estuvo por 20 años era todo un paraíso, mientras el negro Filomeno ubicaba una silla cerca de la ventana y se sentaba a mirar hacia afuera, como si estuviese vigilando.
El viejo encontró latas de cervezas y muchas colillas de cigarro, y uno que otro papelillo de marihuana, pensó que su casa estaba siendo usada por drogadictos, pero ya verían esos pendejos si se les ocurría volver a poner un solo pie en su vivienda, se juramentaba mientras recorría su casa que a pesar de la inmundicia reinante le encontró encantadoramente acogedora.
La habitación de sus abuelos estaba prácticamente vacía, solo quedaba en pie el gran camastro de fierro con un mugriento colchón que se encontraba todo cubierto por pulgas y con notorias manchas de meados de perros que llegaban a dormir por las noches, don Herculano sabiéndose ya en libertad sintió el pesado cansancio de todo aquel tiempo de reclusión, dedujo que ahora si podría dormir tranquilo, simplemente el vejete se acomodó en el suelo y acomodando un pequeño bolso que traía cruzado en su gruesa humanidad a modo de cabecera, se durmió.
Durmió y durmió todo lo que no había dormido en aquellos 20 años en que estuvo preso por culpa de una vil mujer que le había hecho una mala jugada.
Se despertó al mediodía del martes, por la ventana vio que el negro Filomeno estaba desmalezando el lugar que en su niñez había sido el patio de su casa, se estiro todo lo que pudo y bajo al riachuelo donde se lavó la cara e hizo gárgaras, una vez en condiciones que según el eran más presentables, decidió agarrar un azadón y se puso a despejar la entrada a su casa, en compañía de su buen amigo el negro.
Todos traspirados terminaron la labor. En casi un solo día habían parado todos los postes que cercaban su propiedad, ya en la tarde se dirigió al municipio para actualizar la documentación que certificaban que él era el dueño de aquellos terrenos abandonados, y una vez que termino con todo el trámite se fue a buscar a su amigo el Petronilo, para que lo acompañara a comprar cervezas y cigarros para celebrar su llegada.
Ya en la noche y una vez que con el viejo Petronilo terminaron de entrar las bolsas con las compras se dedicaron a beber cervezas y a recordar los viejos tiempos, narrándole los pormenores de la detención al negro Filomeno quien escuchaba la historia de como si se tratase de un verdadero cuento de hadas, como también hablaron de la vida de Odette, luego que su amigo le dio todos los detalles de la odiosa mujer, se le ocurrió una brillante idea,
–Como ya te dije Herculano, esa hembra esta dibujada a mano, tiene un cuerpazo que ni te lo imaginas, jejeje… si quieres le vamos a echar una miradita, aún es temprano y casi todas las noches va a cenar con el estúpido de su marido al único restorán que les va quedando, jejeje…
–Cómo? Y ellos no eran los dueños de casi todos los locales del pueblo?,
–Tú lo dijiste… “eran”. Ese Julián se encargó de despilfarrar casi todo el dinero que les dejo el padre de Odette, el pobre viejo se murió de un paro cardiaco, aún les quedan unas pocas propiedades, pero el hombre está más que endeudado, y aun así se siguen dando la gran vida de ricachones, y casi todos en el pueblo saben de sus serios problemas bancarios, don Herculano al escuchar todo lo que le decía el Petronilo en cuanto a los problemas de aquel matrimonio causantes de sus desdichas solo miraba al negro Filomeno quien parecía tomar nota mentalmente de todo lo que decía el amigo de su jefe.
–Jejeje…gran idea la tuya amigo Petronio… me encantaría echarle una miradita a la puta, aun no sé cómo la voy a hacer pero hace 15 años te jure que me las pagaría, y aun estoy dispuesto a cumplir con mi palabra, jejeje…
–Oye Herculano, no es que yo sea cobrador ni nada parecido…pero recuerdas que también te comprometiste con otra cosa?, jejeje…
–Jajajaja!!! Tú sí que eres caliente viejo dientudo hijo de puta!… Para tu suerte si, aun lo recuerdo y tu tranquilo que también probaras de ese manjar que se ha conservado tan bueno según como tú mismo me lo has dicho…jejeje…
Ya en el pueblo los dos viejos más el negro, que se veía mucho más joven que ellos, se dirigieron al restorán que según don Petronilo debía estar Odette, y efectivamente así fue.
Don Herculano quedo impactado con lo que veía desde los ventanales del local, era la misma tremenda hembra con la que en su lejana Juventud se habían besado a orillas de un riachuelo, le vio su misma hermosa cara de niña mal criada, llevaba su pelo castaño alisado, sus labios exquisitamente retocados con brillo labial que le daban un aspecto lujurioso para sus propios sentidos, se preguntaba… como se vería ella chupando una verga?.
Continuando con sus apreciaciones determino que Odette ya con 37 años de edad, estaba hecha todo un monumento de mujer, la veía fresca y radiante, su corto vestido primaveral dejaban ver sus bellas piernas y muslos que estaban para devorárselos, en esos momentos ella platicaba con su marido con una sonrisa ampliamente deslumbrante, a Julián solo podía verle las espaldas.
A don Herculano le dieron unas salvajes ganas de ingresar al local y despacharse el mismo y con sus propias manos al babosiento de Julián, para luego tomar el femenino cuerpo que desde ahora el declaraba que pasaba a ser de su propiedad, para arrancarle a la fuerza sus ropas hasta desnudarla, y nalguearla hasta pelarle el culo y sacarle sangre por haber sido tan zorra, tan puta y perra para sus cosas, y para que aprendiera a no andar haciéndole tantas mamadas a la gente.
Sus sentimientos eran encontrados, si bien la había odiado y aborrecido en el transcurso de todo ese tiempo, muy extrañamente también la deseaba, aun quería poseerla, violársela hasta preñarla, y volvérsela a violar hasta cansarse, y aun así pensaba que eso era poco, pero cuando vio la rabiosa mirada de calentura mal sana con que la miraba su leal amigo del Petronilo recordó las palabras de este mismo cuando le dijo del profundo asco que ella sentía con tal solo mirarlo, como así también recordó las nítidas palabras que le dijo ella a un policía en el mismo día de su detención: “Usted bien conoce a mi padre y a mi familia, y ahora le pregunto yo a Usted… Como se le puede ocurrir que una chica como yo podría alguna vez involucrarse con semejante tipejo!?… solo mírelo!!!… es ordinario y feo, y el solo verle esa cicatriz en su cara me producen repulsiones que me harían hasta vomitar en cualquier momento!!, si no tiene ni familia, todos en el pueblo dicen que su madre fue una prostituta y que la mataron por drogadicta en la ciudad, solo piense en eso y se va a dar la respuesta Ud. mismo…”.
Estaba decidido!!
Tenía todo el tiempo del mundo para planearlo, buscaría la instancia y la ocasión para hacerla pagar por su burlesca traición. Después de violársela el mismo, sería el negro Filomeno quien entraría en acción, el descendiente de africanos ya sabía cuál era su misión perforadora con tan suculenta hembra, y ahora su nuevo instrumento de venganza se encontraba justo parado al lado de el con su pronunciada mandíbula superior salida hacia adelante, masajeándose la verga con cara de degenerado, y perdido en la calentura por poseer el cuerpo de tan distinguida dama, se empeñaría y se encargaría el mismo de que su amigo el Petronilo preñase a tan apetitosa hembra, ese sería su mejor desquite para aquella altanera y mal criada mujer casada que durante 20 años se había dado una vida llena de lujos, mientras él se podría en una infernal cárcel capitalina.
–Suficiente… ya he visto demasiado… tenías razón Petronio la putilla esa está bien buena, veré la forma de que nos la podamos culear hasta cansarnos y que no nos pueda denunciar, jejejeje, ya se me ocurrió algo, así que junta semen Petronio, que ahí adentro de ese local está la futura madre de tus dos hijos, jajajajaja!!!…
Esa noche en que Her después de 20 años y convertido en todo un don Herculano volvió a ver a Odette en toda su magnificencia de hembra seria y felizmente casada, renacieron y se abrieron en él todas las heridas del pasado, quería venganza a bajo cualquier precio, pero esta vez no quería que nuevamente lo humillaran y lo volvieran a meter preso, por lo tanto sería cuidadoso, y como si ahora el destino estuviese de su parte y como si los planetas se alinearan de pleno en su favor, en pocos días ocurriría el acontecimiento que daría el comienzo para su tan esperado desquite.
Fueron casi 4 días de parranda en los que anduvo el ex presidiario con sus amigos, hasta que rendidos por el cansancio de las seguidas y escandalosas borracheras que se mandaron, cayeron en total estado de semi inconciencia, a duras penas pasaron a dejar a don Petronilo a su humilde morada, para luego pasar a dejar al negro a su nueva vivienda que arrendo en el pueblo, en la cual se dedicaría a realizar sus nuevas labores ahora que estaba en libertad.
Don Herculano totalmente borracho se las arregló para poder llegar hasta su casa, una vez que ya estuvo en ella solo se hecho en el viejo catre lleno de pulgas que había sido de sus abuelos y cayo profundamente dormido, en la semana tenía que ver unos asuntos con el negro Filomeno.
Aquellas juveniles voces de hembras eran como una dulce melodía que llegaban a sus oídos, el viejo Herculano creía estar en unos de sus más idílicos sueños, pero poco a poco las voces y las risas femeninas se fueron combinando con otras no tanto, estas cada vez se fueron haciendo más reales, hasta que se despertó, sumamente confundido y con un enloquecedor dolor de cabeza debido a la resaca, como pudo se paró de la cama y silenciosamente fue para la puerta de la habitación y se asomó para ver qué pasaba en la sala de estar de su casa, y fue cuando la vio por primera vez.
Su primera impresión fue de infarto, si hace 20 años había conocido a la nena más linda del mundo, esta que estaba viendo ahora en su misma casa estaba tres veces mejor. Lo malo de todo el asunto era que las chicas estaban acompañadas de dos pelafustanes que seguramente las habían llevado hasta su casa supuestamente abandonada para servírselas, los dos jóvenes bebían de sus cervezas y estaban fumando hierba, conminando a las nenas para que ellas también fumaran. Quiso escuchar más de lo que ahí pasaba:
–Vamos Ángela, convence a Jazmín para que fume con nosotros…
–Déjenla tranquila, ella ya les dijo que no quería fumar… sus padres son muy estrictos y son capaces de internarla si la llegasen a sorprender que ha fumado hierba, les contestaba Ángela a la vez que le mandaba una senda fumada al cigarrillo de marihuana…
Don Herculano seguía observándolo todo desde la puerta entre abierta de su habitación, ya caía en cuenta de que eran estos los chicuelos que tenían su humilde morada como su casa club para hacer de las suyas, estudio a la tal Ángela, se dio cuenta que la nena debía tener unos 17 o 18 años, estimo que la hembrita no era fea, pero esas raras vestimentas no lo dejaban ver nada más y eso lo confundían, la chica andaba vestida toda de negro, su pelo era azul oscuro y con chasquillas, muy blanca de cutis, y una serie de cruces y cadenas colgando que no le decían nada.
Pero ahí estaba Jazmín, una mocosa con un espeluznante cuerpo de hembra hecha y derecha, con un vestido negro que se le entallaba exquisitamente en las bondadosas y curvilíneas formas de su fina y delicada anatomía, con unos potentes y torneados muslos bien ponderados a su estatura y femenina contextura que estaban hechos para ser lamidos y besados hasta la locura, sus tetas medianamente grandes, firmes y paraditas de tamaño preciso hacían un perfecto juego con el resto de su cuerpo.
De pelo castaño claro, y de ojos entre verdosos y azulados, le daban un aspecto celestial, pero su cara, esa familiar carita de niña buena le recordaba a alguien, hasta que poco a poco se fue dando cuenta, era la misma Odette en persona, pero había algo que la diferenciaba, esta nena estaba mucho más jovial de la que él había visto solo hace 4 días, y esta era un poco más alta que la otra, era más delicada, más rica y más potente, sus marcadas y diabólicas formas en su cintura la hacían ver más antojable, más hembra, mas buenota, verdaderamente la nena estaba para comérsela así mismito y tal como estaba, decretaba finalmente don Herculano.
El viejo por un momento pensó en que se estaba volviendo loco, o sea si a Odette la había declarado una Diosa hace 20 años, esta niña de tiernos 18 añitos recién cumplidos, era un verdadero ángel en el cuerpo de una Diosa de diosas.
Mientras tanto el viejo cavilaba en su casual descubrimiento, en la sala de su vivienda los jóvenes continuaban en sus insistencia para que la bella Jazmín, probara por primera vez el estímulo de la marihuana,
–Ángela tú no te metas…es Jazmín quien debe decidir, decía un imberbe muchacho que tenía su cara poblada de espinillas… –Vamos Jazmín pruébala, yo sé que te va a gustar…
–Ay Nico…es que me da penita…yo nunca lo he hecho, y no se de los efectos que me podrían ocasionar…
Don Herculano estaba atento a todo lo que sucedía en la habitación, ya sabía que aquella endemoniada pendeja se llamaba Jazmín, pero la idea ya estaba casi clara en su mente solo tenía que confirmarlo.
La insólita situación lo tenían entre caliente y entretenido, vio que la nena finalmente se negó a fumar la droga, situación que extrañamente le agrado, esas mamadas estaban hechas para otro tipo de gentuza pero no para ella, no para “su Jazmín”, se decía inconscientemente a la vez que no dejaba de mirarla y recorrerla con su calentona mirada, aquella juvenil y curvilínea chica lo tenían en un agradable estado de excitación.
Luego de unos minutos de mantenerse observando lo que ocurría en su misma casa, vio como Ángela se comenzaba a besar con uno de los jóvenes, mientras el otro pendejo de las espinillas intentaba por todos los medios seducir a Jazmín, para hacerle cualquier tipo de cochinada, poco a poco unos extraños celos se comenzaron a apoderar de su temperamento y cuando vio que la chica se abrazaba al feliz muchacho para darse un beso en la boca, el viejo salió de su lugar para darle el susto de sus vidas,
–Y quien les ha dado permiso para entrar en mi casa!!!, les grito con su tremendo vozarrón, una vez que dejo ver su gruesa y tosca humanidad.
Uno de los jóvenes aunque temeroso de aquel obeso hombre con cara de delincuente que osaba interrumpirlos en su jarana, quiso quedar bien ante las asustadas chicas,
–Y quien eres tu vagabundo de mierda…agradece que no te vimos antes porque o si no…
El pobre muchacho no alcanzo a terminar lo que estaba diciendo, cuando fue agarrado por el pescuezo y arrimado contra una de las murallas pintadas con grafitis,
–Pues yo soy el dueño de casa pelmazo de mierda… y me llamo Herculano, te queda claro pendejo bueno para la paja…, le decía en forma amenazante y con su mano peluda rodeando todo el cuello de casi asfixiado chico, en su defensa salto el que tenía la cara con espinillas, quien no alcanzo a hacer nada ya que un rápido y certero guantazo en el rostro lo dejo fuera de combate y lloriqueando como una niña, a su lado callo su amigo recién tomando las primeras bocanadas de aire, las aterrorizadas hembras estaban agachadas y abrazadas en un rincón aun no eran conscientes de lo que estaba ocurriendo, ellas jugaban en esa casa desde que eran niñas, y nunca habían escuchado que aquellas tierras tuvieran algún dueño…
El viejo se acercó a los espantados chicos con sus manos empuñadas, como si les fuera a dar la zurra de sus vidas estos trastabillando y casi gateando se arrastraron hacia la puerta de salida y apenas pudieron salieron corriendo como si hubieran visto al demonio, las jóvenes hembritas quedaron desamparadas,
–Jajajaja!!! Y ustedes dos…a ese par de maricones tienen por novios?…jajaja, son incapaces de ni defenderlas de un pobre viejo como yo, jajajaja, y que harían ustedes si yo me las violara, las espantadas chicas estaban mudas sobre todo con esto último que estaba diciendo ese obeso monstruo que había aparecido desde la otra habitación de la casa, el viejo inspeccionaba los bolsos de las chicas, en donde encontró unos diminutos bikinis de baño…
–Y que mamadas son estos? Les pregunto mientras los olía…
Ángela que era un poco más valiente que Jazmín, se atrevió contestar,
–Son trajes de baños…señor…
–Así está mejor…pero dime don Herculano… así me llamo, te queda claro cara de Morticia!?, jajaja!!! Y donde se supone que van a bañar?, seguía interrogando a la vez que se abría una lata de cerveza y se la bebía…
–Pensábamos bajar al rio…después de fumarnos unos cuantos…
–Y quien les dio permiso para bañarse en mi propiedad!?
–Discúlpenos señor no sabíamos que Usted era el dueño…
–Pues ahora lo saben!… así que me deben!!…a parte que los muy frescos se estaban bebiendo mis cervezas…
–Señor le juro que se las pagaremos, pero por favor no nos haga daño, intervino Jazmín con sus ojos y voz suplicantes…
El viejo quedo hechizado con solo saber que la exquisita muchacha se estaba dirigiendo a él…
–Y a ti quien te dio permiso para hablar? pendeja caliente!…te vi cómo te estabas besando con aquel maricon que te acaba de dejar botada…
–Yo no me estaba besando señor…lo que pasa es que él me estaba pidiendo ser su novia, snifffs…
–Pues no tienes mi permiso para ser su novia!!! Le rugió como un oso en la misma cara de Jazmín, quien fuertemente cerró sus ojos y recibió en su rostro todas las babas que botaba el iracundo vejete,
–Usted no puede prohibirme nada…mis padres son…
El viejo se la jugo de todo a nada….
–Yo puedo prohibirte lo que quiera pendeja!… conozco muy bien a tus padres… tu eres la hija de Odette y Julián verdad?
–Ehhh siii, y como los conoce?
–Soy muy amigo de ellos pendejita rica… y estoy pensando en estos mismos momentos de ir a contarles que su hijita se viene a drogar a mi casa con su amiga la Morticia, y que crees tú que opinaran ellos?…vamos ricura dímelo…
–Yo no soy la Morticia viejo asqueroso…y para que Usted sepa soy gótica…ayyyy!! Suéltemeee!,
Don Herculano al ser interrumpido por Ángela, la tomo de las mechas e hiso que ella se pusiera de pie, para asestarle un fuerte tortazo en rostro que la dejaron paralizada y sin ganas de seguir opinando…
–Plaffff!!! Le sonó en el rostro el fiero guantazo que le propinaron por insolente, –Cuando don Herculano está hablando nadie le interrumpe!!! , Te queda claro pendeja con cara de vampira!!!, jajajaja, –Y para que tu sepas también conozco a tus padres, le mintió don Herculano, –Así que desde ahora me empiezan a respetar el par de pendejas mal paridas, jajaja!!!, o quieren que me las zurre ahorita mismo por mal criadas y por no portarse bien?!!!, les dijo a la vez que se comenzaba a sacar su grueso cinturón de cuero,
–Es usted un viejo aprovechador!!… y no le creo nada eso que usted conoce a mis padres, ellos no se mezclan con gente de su clase…le iba diciendo Jazmín al vejete mientras se ponía de pie y en forma altanera seguía con su afrenta, –Si me toca un solo pelo sabrá quien es mi familia… la gente como Usted da asco y no deber… Plafffff!!!, la chamaca fue acallada de un solo charchazo en la boca, el más fuerte y con más odio dado por el vejete en el transcurso de esa tarde, don Herculano vio en ella a Odette la misma tarde en que lo metió preso injustamente, Jazmín cayó al suelo, y se dio cuenta que el fiero vejete no le habían importado para nada sus amenazas, ahora sí que estaba más asustada que nunca, y cuando el viejo se proponía en descargar su odio ahora contra el inocente cuerpo de Ángela, esta comenzó a suplicar…
–Noooo… por favor don Herculano!!… no nos pegue plisss…nos portaremos biennnn…snifff, ahora era Ángela quien rogaba y comenzaba a llorar de miedo, el viejo al verlas a las dos hembras llorando y humilladas se calmó un poco, odio haber tenido que golpear a su Jazmín, pero su madre tenía la culpa de todo, así que tomo un poco de aire,
–Jejeje así está mejor Morticita rica…, escúchenme bien par de trolas de mierda, que les quede claro que desde hoy me pertenecen, jejeje… ahora las voy a dejar para que sigan en lo que estaban… desde hoy mi casa la pueden usar para venir a fumar sus porquerías y beber cervezas a su antojo, yo no las acusare, como también están autorizadas para bañarse en el rio, pero solo ustedes dos solas, no quiero que me traigan pelafustanes, porque les juro que si lo hacen les voy a pelar el culo a correazos a las dos, o acaso no sienten miedo a que se las culien, jajajaja!!!, y cuidadito con ir a contarle a sus padres, porque ahí las únicas que perderán son ustedes, pues a ellos no les gustara saber en las condiciones que las pille con esos dos patanes amariconados, así que ahora partieron a bañarse, que yo tengo que ir ver un negocio en el pueblo, jejeje, junto que decir lo último el vejete se retiró dando un certero portazo.
El viejo se fue pensando en que si él se las hubiese querido violar a las dos juntas lo hubiera hecho, pero lo de andar violando a pendejas calientes no era lo de él, ahora sabía que a Jazmín tendría que poseerla si o si, de la Morticia se daba cuenta que caería solita, pero la hija de Odette era altanera y orgullosa por lo tanto decidía que ella pasaba a ser su plato de fondo y este se debía ir cocinando a fuego lento para que cuando la pendeja se tuviera que acostar con el todo fuera aún más delicioso, ya tenía la receta en sus manos, y con la puta de su madre otra seria la historia.
–Estas bien?, le consulto Ángela a Jazmín, una vez que se limpió las lágrimas…
–Si…ese hombre me da miedo, y quién es? De donde apareció?
–Pero si el mismo lo dijo…es don Herculano…
–Te dolió cuando te pego?,
–Sí, pero no importa, yo tuve la culpa no debí haberle contestado…
–Como que no importa?, le consulto una escandalizada Jazmín a su amiga, –Si se atrevió a golpearte!?
–No seas tonta mira, de verdad que el Nico con el Rene ya me aburrían, y don Herculano nos tiene un refri lleno de cervezas, ya no será necesario recurrir a ellos para que nos compren, y la hierba, por aquí crece sola, jijiji…
–Tu sí que estás loca Ángela!…a ese hombre ni siquiera le conocemos, tiene una mirada extraña, y cuando me hablo cerca de mi cara le vi una horrenda cicatriz en su rostro, de seguro que es un delincuente…
–Pero dijo que conocía a nuestros padres…
–Solo lo dijo para asustarnos…mira si tú quieres venir a bañarte y a fumar es asunto tuyo…lo que es yo me largo…
–Está bien amiga, pero no te sulfures…y donde nos bañaremos ahora?, si esta era la mejor parte y nadie nos molestaba?, le iba diciendo Ángela a Jazmín cuando ya se retiraban…
–Ahí veremos pero yo no entro más a esta casa…
–Entonces prométeme que nos vendremos a bañar igual…
–No lo sé… no lo sé… quizás pero cuando ese hombre ya no lo veamos por aquí…
Ángela se apuró un poco y se interpuso en el andar de su amiga,
–Jazmín!… recuerda lo que nos dijo, que si no nos portábamos bien nos iba a zurrar…quieres eso?, quieres que él vaya y te acuse a tus padres que estábamos fumando hierba, porque aunque les jures que no lo hiciste no te lo creerán, además que don Herculano ya nos dijo que podíamos usar su casa cuando quisiéramos. Ángela noto que su amiga se lo estaba pensando, –Ves si después de todo no debe ser tan malo, solo se enojó porque le estábamos usando su casa…
–Lo pensare pero no te prometo nada, ese viejo me da asco… le contesto la asustada Jazmín a su amiga, mientras apuraba su paso para llegar lo más pronto posible a su casa.
Pasaron algunas semanas después de lo sucedido, fueron incontables las veces en que Ángela intento convencer a Jazmín para que fueran a bañarse a los terrenos de don Herculano, pero la nena se negaba rotundamente a volver por esos lugares, hasta que una tarde la joven gótica por fin la pudo convencer,
–Solo iremos a bañarnos…yo no pienso poner un solo pie en aquella miserable vivienda, le dijo Jazmín a su amiga…
–No te preocupes Jazz, solo será un ratito, nos damos unos buenos chapuzones y nos venimos de regreso, además que al viejo ese ni siquiera lo he vuelto a ver, se me hace que eso de que él era el dueño de la casa solo fueron mentiras para asustarnos.
Cuando pudieron pasar por debajo de la alambrada, bajaron por un sombreado sendero, ya casi se escuchaba el estruendo de la corriente del agua, las nenas ya iban más confiadas, y cuando ya se disponían a sacarse la ropa para quedar en sus diminutos bikinis, lo que vieron fue espeluznante y a la vez desquiciantes para sus juveniles temperamentos.
(30 minutos antes)
Don Herculano esperaba noticias del negro Filomeno, este le había pedido que le diera solo unas semanas para tener todo listo, en la ansiosa espera el vejete se lo pasaba bebiendo en el desorden de su mugrosa vivienda, pero aquella tarde era de una angustiante calor, recordó al par de pendejas que había asustado hace algún tiempo, sabía que aparecerían en cualquier momento, pensando en ello decidió que bajaría al rio a darse unos buenos chapuzones, tal como lo hacía cuando era pendejo (así pensaba ahora)…
Nado unos buenos minutos, el pozón que se formaba era perfecto para ello, intentaba quitársela de la mente pero no podía, la impresión que le había dejado la hija de Odette habían hecho que el solitario viejo deseara ahora con más ímpetu aun concretar su venganza con la familia de la pendeja con cuerpo de Diosa, y pensar que el podría haber tenido una hija o un hijo de esa misma edad, eso lo entristecía, pensando en esto se salió del agua y se fue a tirar en una sombra, estaba desnudo y no le importaba quien le iba a decir algo si todo a su alrededor le pertenecía, de pronto cayo en cuenta en que estaba sentado en la misma parte en donde hace ya más de 20 años había estado con su amada Odette, la recordó como era ella en aquellos tiempos, sus dulces 17 años, sus piernas y cuerpo perfecto, ahora se maldecía por ni siquiera haberla manoseado, la recordó tal como estaba ahora toda una dama de alta alcurnia, y lo mejor de todo… con deudas.
Extrañamente se comenzó a excitar, se maldijo por aun desearla, se maldecía por odiarla con todas sus fuerzas, pero sabía que el ya no podía ser bueno y confiado, esa mujer lo había cambiado, llevo su mano a su verga y se la comenzó a frotar imaginando a Odette desnuda y a su lado…y bueno también muchas cosas más…
Ángela y Jazmín se quedaron sin habla, ahí estaba el viejo Herculano masturbándose al aire libre, por lo que se agacharon rápidamente y aunque ellas querían no podían dejar de mirarle la verga, hasta que Jazmín más asqueada que excitada le dijo a su amiga que ella se retiraba,
–Ese viejo degenerado se está tocando su cosa, le decía bajito a su amiga…
Ángela miraba la función con sus ojos vidriosos…
–Shhh…silencio que no nos vea…
–Ángela!, no me vas a decir que te gusta lo que estás viendo…
–Es solo un pobre viejo masturbándose, anda no seas boba y miremos un ratito…
Las nenas siguieron mirando por un rato, lo veían con su rostro descongestionado por la calentura, moviendo su mano rápidamente de arriba y hacia abajo, su gruesa verga llena de pelos encrespados desde la base y los testículos apuntaba directamente hacia los cielos, su panza y pecho también estaban poblados de gruesos pelos entre canosos y negros, en definitiva don Herculano era peludo por todos lados.
–Ángela creo que me voy para mi casa, ver eso me repugna… no entiendo cómo te puede gustar mirarlo…
–Solo le veo la verga tonta…como se te ocurre que me va a gustar semejante vejestorio, si ni siquiera tiene dientes, la gótica con su vestido negro y sus cruces colgando se mordía el labio inferior mirando la caliente escena. Y en efecto en la cárcel don Herculano había perdido toda su dentadura a la falta de dentistas al interior del penal, solo habían sacamuelas como les llamaban a los reos que se ofrecían a socorrer a los adoloridos pacientes al interior de la cárcel.
El viejo quien se mantenía el plena paja, advirtió los cuchicheos que provenían desde muy cerca de donde él estaba, simplemente fue bajando su ritmo, hasta que las pudo ver parapetadas en un arbusto y mirando como él se masturbaba, situación que lo calentaron aún más, estuvo a punto de derramar sus lecherazos en el aire, pero decidió darse un descanso a ver qué pasaba con aquellas pendejas mironas.
–Ángela yo me voy…si tú quieres…
–Vete yo te sigo en un instante, le decía Ángela frotándose una pierna con su manita llena de anillos raros…–Solo esperare a que termine… Ufff que grande la tiene…mira esas venas hinchadas Jaz dime que no te gustaría pasar tu lengua por ellas…Jaz te estoy hablando mujer…Jazmín!…Jazmín!…
Ángela recién se dio cuenta que su amiga se había ido y cuando volvió su excitada mirada hacia donde el viejo obeso se corría una paja de campeonato, lo vio que este ya se había puesto sus pantalones y venia hacia donde estaba ella, la calentura sele paso en el acto y su cuerpo empezó a temblar de miedo por lo que el vejete pudiera hacerle si es que este se había dado cuenta de que lo había estado espiando.
–Hola Morticia, jejeje y que haces por aquí lindura, le dijo el viejo, y mirando hacia todas direcciones le pregunto, –Y tu amiga no vino contigo…
–Ehhh no, yo acabo de llegar…solo quería darme un baño don Herculano, como usted nos había dado permiso pensé que…
–Pues báñate pendeja, y dime desde hace cuánto rato que estas aquí…
–Como le dije… recién llegue, no me había dado cuenta que Ud. Andaba por aquí… y gracias de todas maneras pero creo que mejor me voy, no quería molestar…
–Que te bañes te dijeee!!, le grito el viejo que a estas alturas ansiaba ver el cuerpo semi desnudo de la chica gótica…
Ángela solo le contesto,
–Está bien…está bien…me bañare un ratito pero luego me voy ehhh…
–Claro que si lindura solo un ratito, jejeje…
La chica comenzó sacarse sus cruces y todos los artilugios que antecedían a su extraña vestimenta, luego muy nerviosamente continuo con sus negros botines, el vejete estaba expectante, ahora que la veía a plena luz del día se daba cuenta que Ángela también era una joven de por si exquisita, un poco rara para vestirse pero totalmente encamable, y con ese pelo azul y su extraño maquillaje vampiresco le daban una misteriosa belleza que el desconocía.
La nena desabotono su vestido con parsimonia mirando de reojo al viejo ese que deseaba verla bañándose, notaba la calentona mirada de sus ojos en su cuerpo, se estaba poniendo más nerviosa de lo que ya estaba, en el momento en que Ángela retiro su vestido hacia arriba, dejando a la vista su esplendorosa figura de adolescente amazona solo vestida con un diminuto bikini rojo, el viejo estuvo a punto de violársela así mismo como estaba de pie.
A don Herculano casi se le salieron los ojos, habían sido 20 largos años, en que ni se había imaginado un cuerpo como aquel, ninguna de las putas que por años trabajaron para el al interior de la cárcel, se gastaba un cuerpazo como el que estaba viendo solo aun metro de él, la vio con su pelo azul oscuro, la sombra de sus ojos la hacían ver coma una real y verdadera hembra vampiresa, era la verdad se decía para sus adentros, ahora no se estaba burlando, sus uñas pintadas de negro realzaban el albo color de su piel, esta no era una Diosa, era un verdadero y exquisito demonio hecho para dar placer a los pecadores, y él estaba dispuesto a probar ahora mismo lo que la tal Ángela poseía al medio de sus hermosos muslos,
–Creo que me daré una bañadita, jijiji la chica se había dado cuenta que el viejo ese no podría tener buenas intenciones con ella…
–Espera aun no!, mira ahí en aquella sombrita tengo algunas cervecitas… que tal si vamos a beber, jejeje…
La gótica sabía que no debía, pero también sabía que más peligroso seria negarse, ya que aún recordaba cuando el viejo se la había tostado por insolente…
–Está bien…pero solo una…yo no estoy acostumbrada a beber, don Herculano sabía que la pendeja mentía, pero no le importaba…
Una vez que llegaron al mismo lugar en donde el viejo se había estado masturbando y ya sentados en el pasto, le paso una lata a la nena, y abrió otra para él, se la bebía sin dejar de comérsela con la mirada, Ángela estaba arrepentida de no haberse marchado con Jazmín, la pobre chamaca a pesar de ser una nena de moda alternativa y sin perjuicios se encontraba viviendo una pesadilla, don Herculano solo hace algunos minutos que la estaba tocando en sus piernas sin dejar de mirarla.
La gótica siempre se había jactado de ser una chica liberal, hasta le había mentido a su mejor amiga contándole que ella ya había tenido relaciones con algunos chicos, y la verdad era que la pobre Ángela era virgen, era totalmente inexperta en el sexo.
El viejo que también estaba nervioso de calentura y ganas de abalanzarse sobre aquel cuerpo de 18 años, encendió un cigarrillo para darle tiempo a la hembra de que asimilara en su mente lo que en pocos minutos le iba a suceder, a la vez que notaba su piel como se erizaba al estar en contacto con sus dedos.
La chica no estaba clara de lo que realmente quería el vejete de ella, o sea sabía que corría un riesgo inminente a que se la violaran, pero extrañamente al recordar la verga que se gastaba le hacían sentirse confundida, pero en el momento en que el vejete fue acercando su mano por sus blancos muslos y en dirección a la tela que protegía su vagina, le vio sus ojos que parecían los de un lobo hambriento de carne fresca, mientras también lo veía que se lamia asquerosamente sus gruesos labios.
Automáticamente la gótica llevo su mirada a la verga del vejete y vio como esta lentamente se empezaba a parar por debajo del pantalón, don Herculano se percató de lo miraba Ángela…
–Tócala!!, le ordeno con su gruesa y grave voz,
La nena lo quedo mirando con ojos expectantes, moviendo su cabeza en forma negativa, las palabras no le salían y la boca se le había secado, su lata de cerveza aún estaba llena…
–Que la toques mierdaaaa!!!, le volvió a gritar tomando el mismo la mano de la chica y haciendo que se la agarrara de lleno, la gótica ahí supo que lo que don Herculano ordenaba esto se tenía que cumplir…–Siéntela pendeja porque ahora sí que vas a saber lo que es recibir verga de verdad, jajajaja!!!
Ángela temblaba de miedo, el viejo prácticamente le estaba confirmando sus temores, se la iban a violar en un descampado, sus ojos se llenaron de lágrimas de pánico, ya no era la nena valiente que no le temía a las reacciones de los hombres, ella sabía manejarse con chamacos de su edad y nunca imagino estar en tales condiciones con un vulgar viejo carente de dientes y cincuentón, que su ansiosa mirada de lujurioso deseo más la aterraban.
El viejo bebiéndose su último trago de cerveza arrojó ambas latas hacia un lado a la vez que él se tumbaba de espaldas en el pasto, tomo a la asustada chica de los brazos y la atrajo hacia su ancho pecho poblado de gruesos pelos canosos, clavándole su herramienta en el vientre de ella, mientras le retiraba el sujetador le consulto mirándola a sus asustados ojos,
–Te han metido alguna vez una buena verga de verdad pendeja?
Ángela sintió en sus narices el hediondo aliento a boca desaseada, a la vez que se percataba que el viejo solo tenía sus dos colmillos por dentadura.
–Noooo!!!, le pudo contestar al fin…
–No me mientas Morticia…te vi la cara de puta con la que me mirabas cuando me estaba pajeando, jejejeje… eso me dice que eres buena para la verga…así que dime la verdad!!!!, a don Herculano mas se le paro cuando sintió las desnudas y juveniles tetas de Ángela comprimirse contra su pecho.
–De verdad don Herculano…sniffs…nunca me lo han hecho…por favor no me viole…
–Jajajaja, claro que no te voy a violar pendeja buscona, vamos a culiar que es distinto, le decía mientras que con una mano la sujetaba de su cintura con la otra se sacaba los pantalones, para seguir diciéndole muy cerca de su cara,
–No te darás ni cuenta cuando tu solita te estarás clavando en mi verga, jajaja!!, arrojándola hacia un lado de su obeso cuerpo le dijo, –Miraaaa!!!, lo que vieron los asustados ojos de la antojable nena gótica fue un miembro enorme y muy gordo lleno de venas multicolores que pulsaban rápidamente producto del aceleramiento de la presión sanguínea. Desde donde había estado mirando anteriormente no había dimensionado su tamaño y grosor, noto que esa verga gruesa y nervuda mas se parecía a la de un caballo que a la de los hombres que ella había visto en algunas películas pornográficas, por lo menos esta debía medir unos 23 centímetros le calculaba la asustada pendejita, nunca en su vida había imaginado una herramienta de carne tan descomunal.
La nena al estar tan cerca de aquel monstruoso falo, cayó en un verdadero estado de pánico, sus tímidas lágrimas se transformaron en llanto,
–Buuaaaaa…no don Herculano…sniffsss con esa cosa me va a destrozar…buaaaahhh!!!! Sniffsss sniffsss….
–No llores mierdaaaaa!!!! que ni siquiera te la he empezado a meter, deja tu estúpido llanto cuando verdaderamente la estés sintiendo en la zorraaa!!! Jajajaja!!!!
–No me lo haga…por favor…sniffssss, seré buenita y me vestiré normal…pero no me la vaya a meter buaaaaa!! Snifffsss… sniffssss…
–Déjate de estupideces y tócamela estúpida!!! ya verás que te va a gustar!!!, le ordenaba el vejete con su voz ronca, mientras el mismo le limpiaba la cara con sus toscas manos, esto hiso que la desafortunada joven se sintiera un poco más segura, volvió a poner su mirada en la cosota que le estaban solicitando que ella atendiera, el vejete ya le estaba sobando una teta.
Tímidamente acerco sus manos temblorosas, ahora que la tenía cerca le daba miedo tocarla, cerro sus ojos y se dio fuerzas hasta que al fin se
la agarro, la sintió caliente, húmeda y durísima como si estuviera agarrando el palo de un hacha, miro al vejete y lo vio con sus ojos enrojecidos, este la miraba como si verdaderamente se la quisiera comer, la pobrecita y asustada chica solo se quedó agarrada a la estaca de carne sin saber qué hacer.
–Y qué esperas pendeja!?, empieza a pajearme!, con semejante tranca que me gasto te tienes que acostumbrar a ella!!, jajaja, vamos… hazlo!! yo sé que tú puedes!!, jajaja… diciéndole esto último a la avergonzada chiquilla puso sus manazas sobre las de ella y le obligo a que comenzara a subirlas y bajarlas, Ángela quien se encontraba de rodillas masturbando la estaca de don Herculano, y ya pasado unos buenos minutos, no supo en que momento el vejete había retirado sus manos, y ahí se encontraba practicándole ella solita una desvergonzada masturbación a un viejo que podía ser su abuelo y que para rematarla ni siquiera conocía, la paja continuaba frenéticamente.
A la curvilínea y portentosa joven gótica al parecer ya se le había pasado el miedo, la masturbación que le estaba propinando a don Herculano era de campeonato, pero aun así le daba algo de asco cuando le veía a la punta bajarle el pellejo, dando paso a que sus ojos miraran el glande azulado, ya notaba que sus manos y la cosa del vejete olían fuertemente a meados y otro tipo de sustancia que no pudo definir, y que sin que ella se diera cuenta esos prolíficos olores le atraían, ahora gracias a sus fuertes y rítmicos movimientos manuales se la sentía más dura y más recia que antes, cada vez que miraba al vejete como queriendo preguntarle con su mirada si es que lo estaba haciendo bien ,veía a este sonreírle en forma desvergonzada mostrándole solamente sus dos únicas piezas dentales amarillentas, hasta que escucho nuevamente lo que le tocaba hacer,
–Ahora… chúpamela Morticia!!, límpiame la verga con tu lengüita!!!,
–Me llamo Ángela… escucho!!?, la gótica ya estaba entrando en confianza con el vejete, además que no le gustaba que le tratara de Morticia.
La nena acerco su cara a la verga, en esos momentos tenia toda la intención de chupársela, pero al ver la verga con algunos gruesos y encrespados pelos pegados en el glande, y ese desagradable y fuerte olor a orina, le dieron una profundas arcadas, el vejete al percatarse de esto se semi inclino para decirle en forma aireada,
–Y que te pasa ahora zorraaaaaa!?, acaso no me la quieres chuparrrrrr!!?
–Es que me da asco… su cosa esta muy hedionda, por favor ya déjeme ir…
El viejo automáticamente se puso de pie con cara de estar muy enojado, la arrojo sobre el pasto, Ángela se contorsionaba y retorcía pataleando en todas direcciones en señal de proteger su cosita de la ansiosa mirada de degenerado que tenía ese tal don Herculano, prácticamente a puros tirones le arranco la parte de abajo del bikini, dejando a la gótica totalmente desnuda, quiso pegarle para que aprendiera a obedecer, pero cuando su tosca mirada tropezó con aquel sedoso triangulo de tiernos pelitos negros y brillosos quedo íntegramente hechizado, como pudo le tomo las piernas abriéndoselas de par en par, sin importarle el dolor que le causaba a Ángela, para luego ir acercándose a la apretada y virgen zorrita y proceder a olerla, el aroma que desprendía la tierna panocha de la joven gótica era para enloquecer a cualquier hombre, la oloroso hasta el cansancio, una vez que sus narices estuvieron impregnadas de aroma a hembra solo dijo,
–Ahhhh… que rico hueles aquí abajo lindura, de verdad que huele a hembra caliente y sedienta de verga, jejeje, diciendo esto último abrió su bocota babeante y lentamente se fue acercando a esa apetitosa y frágil panochita para comenzar a devorársela a su total antojo, se dio a lamerle el tajo hasta el cansancio, el viejo estaba fascinado nunca en su vida había chupado una zorra, esta era como su primera vez, se la chupaba, se la lamia y se la escupía, para luego explorársela con sus gruesos dedos de campesino, todo era mágico para don Herculano, por primera vez iba disfrutar de una mujer que no fuese puta, y lo más importante: estaba solo a minutos de ser él… Herculano Pincheira quien iba a descartuchar a una joven hembra gótica que tuvo la mala suerte de cruzarse por su camino, estaba en un sueño del cual no quería despertar nunca jamás.
Ángela sentía repulsión por todo lo que le hacían ahí abajo, solo a unas cuartas de donde estaba su ombligo, hiso un esfuerzo por controlar sus nauseas,
pero lo que no sabía la pobre jovencita era que lo peor estaba por llegar.
Cuando don Herculano por fin se cansó de sorber jugos, chupar, lamer y
jugar con su nunca antes penetrada zorrita le alzó las piernas doblándoselas y haciendo que se quedara con ellas abiertas, para empezar a montarse sobre su curvilínea anatomía con claras intenciones de meterle aquella monstruosidad de verga que ahora la tenía más tiesa y parada que nunca.
La gótica al notar que el vejete se le estaba montando para convertirla en su mujer instintivamente comenzó una frenética lucha para defender su virginidad, pero más que eso era el tremendo pánico que sentía al solo imaginarse estar siendo penetrada por semejante animal, el vejete que ya estaba caliente al máximo no iba a dejar pasar esa oportunidad y ya estando montado cómodamente sobre su blanco y curvilíneo cuerpo, le aplico dos severas cachetadas en el rostro, estas fueron tan bestiales y dolorosas que la nena automáticamente se quedó paralizada y shokeada esperando sin saber lo que iba a suceder…
–Ahora vas a saber lo que es culear con un verdadero macho caliente pendeja con cara de muerta!!!, jejejeje, así que déjate de pendejadas, ya estás en edad de ser gozada por un hombre de verdad putaaaa!!!,
–No… por favor don Herculanooo no me violeeeee… snifssss…
–Yo no te estoy violando pendejaaaa!…fuiste tú solita la que se vino a meter a mi propiedad, nadie te forzooo!… y vi como tú y la otra putaaa me miraban la verga escondidas detrás de un arbusto, así que no seas zorra para tus cosas, jajaja!!…viniste por verga…y verga tendrasss!!, jajajajaja!!!!!
Ángela noto como el viejo una vez que dijo esto último ubico la cabeza amoratada de su herramienta justo en la entrada de su virginal panochita, este sin esperar nada más solo comenzó a empujar con fuerzas y sin consideraciones.
A cada a empujón su enorme tranca parecía destrozarla por dentro, pero de pronto sintió que el dolor se hacía cada vez más intenso e insoportable, la dolorosa sensación en su vagina era que la estaban rompiendo por dentro, el vejete hacia fuerzas desmesuradas por meter su herramienta lo que más pudiera adentro de esa apretada panocha que se negaba a recibirlo por completo, ambos cuerpos sudaban, el suplicio para Ángela ni siquiera comenzaba aun, don Herculano volvió a acomodarse en los abiertos y blancos muslo de la gótica, le miro sus ojos negros y su cabellera azulada, el rímel ya se le había corrido y se desparramaba por la asustada lozanía de su cara, hasta que ella lo vio cerrar sus ojos como si este viejo asqueroso se concentrara en algo, y fue cuando lo sintió entrar,
–Nooooooooooooooooooooooo!!!!!, fue el primer desgarrador grito que se sintió a las orillas del rio, el viejo empujo firme y en forma salvaje alojándole su verga al interior de su cuerpo en toda su extensión, su virgen vagina ya no lo era, se lo había comido todo, –Ahhhhhhhhhhhhyyyyyyyyyyyy…que me doliooooooo!!!! Saqueloooooo!!! Buahhhhhhhh!!!! Buaaahhhhhh!!!! Ayyyyyyyyyyy!! Ayyyyyyyyyy!! No por favorrrrrrr!!!! Sniffsssssssssss! Snifsssssssssssssss!!!.
Ángela lloraba con su carita desencajada por el inmenso dolor que le causaba el sentir su coñito abierto y ensartado por una verga que le llegaba hasta la misma altura de su cintura.
–Cállate zorraaaaa!! Y acepta el dolor de la vergaaaaa!!! Jajajaja!!! Eres mía pendeja, te cabo de convertir en mi mujer, jejejeje… Te juro que desde ahora te encantara que te meta mi tranca…, el viejo le decía esto con todo su cuerpo echado hacia adelante, sintiendo en su verga la exquisita sensación en que el joven coño de Ángela le abrazaba su herramienta, –Ohhhhhh… era verdad lo que me decías pendejaaa!… tu coño me aprieta la verga en forma exquisita Mmmmmm… , el viejo lentamente empezaba a hacer unas especies de círculos con su cintura pero siempre empujando hacia adentro, para luego seguir envileciendo a la asustada chamaca, –Ahora acostúmbrate cosita que luego nos comenzaremos a mover fuerte, Ohhhh! Ahhhhhh!! Que delicia es estar adentro de tu cuerpo mi reinaaaa, le decía el salvaje de don Herculano, quien ya se había comenzado a mover lentamente, para ir agarrando ritmo y fuerzas a medida que metía y sacaba.
El viento mecía la copa de los árboles, el paisaje de por si era paradisiaco, la corriente del rio seguía por su cauce y a orillas de este una joven de 18 años estaba culiando con un viejo de 51, ella debajo de él, y el montado sobre ella dando su vida por aquella desquiciante cacha que se estaba pegando con una exquisita chica gótica.
El vejete seguía penetrándola con todas sus fuerzas, y el dolor no desaparecía del cuerpo de Ángela, a estas alturas su vagina se le había dormido de tantos feroces espolonazos, la nena solo se dejaba hacer, llorando en silencio y con su manita y deditos semi doblados en su boca no daba crédito a lo que le estaba sucediendo, sentía sobre su figura el pesado cuerpo de don Herculano que no cesaba en sus furiosas arremetidas, se quedó quieta intentando controlar su respiración, deseaba que aquel doloroso martirio terminara cuanto antes, aunque a estas alturas el vejete estaba tan metido dentro de su cuerpo que sentía los latidos de la verga al interior de su estómago, como también sentía sus testículos como le rozaban su apretado esfínter, la nena estaba clara que la habían abierto por completo.
Don Herculano aserruchaba firme, sentía el aroma de su pelo y de su piel, por ningún motivo pensaba en parar la faena copuladora, la pendeja estaba realmente exquisita, y él se había prometido que nunca más tendría consideraciones antes de poseer a alguna mujer, ya que si se les trataba bien estas se comportaban como una verdaderas zorras, y les daba por hacerles pendejadas a los hombres, así que determinaba que estaba muy bien lo que le estaba haciendo a Ángela, con esto último redoblo las fuerzas y los empujes hacia el afiebrado cuerpo de la nena.
De pronto el viejo se tomó un descanso pero se la dejo totalmente envainada, Ángela al saberse ensartada a cabalidad se sintió extraña, sentía la verga del viejo como si fuese un animal con vida propia que se movía dentro de su cuerpo, al estar totalmente ensartada por su vagina, de pronto imagino que la verga se hinchaba cada vez más y más, el vejete nuevamente había vuelto a sus enloquecedores movimientos de mete y saca, haciéndolo una y otra vez, así estuvieron por largos minutos, lo que sentía la gótica en esos momentos era algo totalmente nuevo para ella, ya no sentía dolor, sentía que mientras más fuertes fuesen los vergazos que le daban, más gustillo sentía al interior de su zorrita, Ángela no quería reconocerlo pero era su propio cuerpo quien en esos momentos le decía lo muy rico que se la estaba culiando un viejo que apenas conocía.
Don Herculano se la estuvo culiando por un buen rato, la follada ya iba como para los 45 minutos por lo menos, y Ángela ya se movía al mismo ritmo con que le empujaban la verga para adentro, mientras más firme ella empujara contra la verga más rico y delicioso era el placer que le otorgaba su sistema nervioso, de pronto sintió una sensación de como si se le fuera a parar el corazón, era algo desconocido, como una poseída empezó a menear su cuerpo en forma acelerada jadeando y gimiendo como una vulgar puta, el vejete babeaba de gusto y calentura, la pendeja ya culeaba como una verdadera mujer y él era el causante de ello y quien le había enseñado, junto su bocota de depredador junto a los morados labios de la chamaca, quien lo recibió con un exquisito beso con lengua, don Herculano no era un besador innato, pero viendo la desesperada forma en que Ángela metía su lengua dentro de la boca de él solo comenzó a hacer lo mismo, aquella juvenil boquita de 18 años sabia a menta, y era verdad.
Ambos amantes no se daban cuenta de la forma salvaje en que se estaban dando, don Herculano como pudo fue dando vuelta el cuerpo de la muchacha, hasta que quedo ella montada sobre la redonda y prominente panza peluda del vejete,
–Lo ves putaaaaa! Yo sabía que te iba a encantar la vergaaaa!!!, la gótica casi no lo escuchaba solo estaba concentrada en moverse y refregarse bien refregada la verga del viejo en su ensangrentada conchita, sus tetas saltaban exquisitamente al mismo ritmo en que la nena hacia sus movimientos de placer haciendo enloquecedores círculos, su cintura se movía desquiciantemente como una acordeón, combinando con firmes subidas y bajadas de caderas para luego hacer unas diabólicas ondulaciones como queriendo sacarse aquella deliciosa estaca de carne por la boca.
El viejo comenzó a darle unas fuertes estocadas hacia arriba, ensartándola con ferocidad…
–Mmmmfssss, gesticulaba a duras penas la diabólica muchacha…
–Te gusta zorraaaaaa!!! Te gusta que te lo hagannnnn!!!
–Siiiiiii… es muy…ri cooooooo…que a una se la cu…liennnn!!!…, le confirmaba la transpirada gótica sin dejar de menearse.
–Jejejeje…yo sabía que te iba a gustar mi vida…desde hoy eres mi hembra…quiero que vengas día por medio a acostarte conmigo…lo harás ricura?
–Siiii don Herculanoooo… Usted me culia muy ricoooooo… yo vendré todos los días a acostarme con Ustedddd…Ohhhhhh auchhhhh..que ricoooo mi amorrrrrr…le decía la caliente chamaca sin ni siquiera saber lo que estaba diciendo…
–Jajajaja con eso ultimo te sacaste el premiado lindura, jejeje…desde hoy serás mi putita… y no pienso compartirte con nadie, jejejeje solo serás miaaaaa!!!, le dijo a la vez que le mandaba una salvaje estocada, que Ángela recibió con cara de degenerada, desde hace rato que era inconsciente que se la caían las babas de su dulce boquita…
Don Herculano la atrajo hacia el abrazándola con sus peludas manazas, a la vez que le daba sendas chupadas a las duras tetas que se gastaba Ángela, ella ya lo disfrutaba todo, su mente estaba en blanco, solo sentía oleadas de placer por todo lo que le hacía don Herculano, y se lo demostraba con exquisitos movimientos de su cuerpo para el beneplácito de aquella grandiosa verga que se la tenían ensartada en lo más recóndito de su espléndida anatomía.
El vejete solo dejaba que Ángela se moviera como quisiera, hasta que al verla en el total estado de calentura en que se encontraba se la desclavo como si ella fuese una muñeca y la puso en 4 patas como a las perras, la sangre virginal corría por los potentes muslos de la hembra, pero a ella ya no le importaba nada, el viejo comenzó a chuparle el culo como si este fuese un helado, la nena sentía muy rico, la sensación de la lengua del vejete en su esfínter casi la enloquecieron, le encantaba sentir las babas de don Herculano chorrear por sus muslos, pero cuando noto la verga acomodarse en la misma entrada de su culo, nuevamente cayo en pánico…
–Nooooo!!!, noooo!!, noooo!, por favor don Herculano eso nooooo!!! Otra vez nooooo!, decía con su vocecita entre caliente y asustada.
El viejo no tubo compasión por la tierna chamaca, una vez que acomodo la tranca en el cerrado orificio posterior de Ángela no se lo metió, sencillamente fue el quien agarrando a la joven de sus muy marcadas caderas, con fuerzas la atrajo hacia el y la empujo contra su apéndice vergal enterrándose por completo el culo de la nena contra su verga.
La gótica recibió el salvaje empalamiento con un ahogado grito de tortuoso horror, sus dedos se crisparon y se enterraban en el pasto, con su cara congestionada y su boca totalmente abierta, recibía por el orto los tormentosos apuntalamientos de verga, su vista se le nublo cuando su cuerpo no fue capaz ya de resistir el desgarrador sufrimiento al cual estaba siendo sometido y la pobre sencillamente se desmayó.
Don Herculano quien no estaba al tanto de lo que le ocurría a su joven víctima y a posterior de aquel bestial enculamiento le empezó a dar con rabia, como si ella hubiese sido la culpable de todas sus desgracias, pasaban los minutos y ante las salvajes arremetidas y producto del incesante y doloroso suplicio la gótica poco a poco volvió en sí, sentía que en cualquier momento la iban a matar a vergazos por el culo, acompañado de que mientras más profundo le daban, más se le revolvía el estómago, y sabiéndose imposibilitada de cualquier tipo de escape simplemente comenzó a vomitar mientras implacablemente le seguían rompiendo el culo bestialmente,
–Jajajaja!!! Que cerda me saliste para tus cosas Mamasota, por cochinona te voy a seguir rompiendo el orto para que no puedas cagar en dos meses, jajajaja!!!!,
El vejete la seguía enculando sin piedad, la gótica una vez que se pudo limpiar la amarga bilis de la boca, y temiendo por su vida saco un poco de fuerzas y le comenzó a solicitar al vejete,
–Ayyyyyyy!!! Ohhhhhhh!!!! Don Herculano….no tan fuerte por favor!!…. que me va a matarrrrrrrrr por el culoooooooooo!!!!! Gritaba la nuevamente adolorida Ángela una vez recuperada de sus regurgitaciones…
Pero el vejete que estaba bañado en sudor solo seguía enculandola como un poseído,
–Plafff!… plafff!!… plaffff!!!… retumbaban las redondas y antojables nalgotas da la gótica ante el enardecido ataque del caliente y eufórico vejete, Ángela ahora aguantaba el brutal ataque mordiéndose el labio inferior con una verdadera expresión de doloroso pánico, sus ojos se mantenían abiertos como si estuviesen presenciando un milagro, pero ante cada brutal enterrada de verga del lujurioso vejete, de sus labios morados ya brotaban gemidos que más parecían de placer que de dolor, así lo confirmaba también su respiración agitada y excitada, el intenso dolor anal y el saberse puesta en cuatro patas le hacían sentirse más mujer, más hembra y más perra, pensaba en lo extraño que era todo esto ya que ella nunca en su vida se había sentido así.
El viejo Herculano estaba culeandosela como enloquecido, miraba ese portentoso y tremendo cuerpazo que la gótica comúnmente escondía debajo de sus oscuras ropas, le miraba ese glorioso par de nalgotas que le sorbían sus 23 centímetros de verga casi en su totalidad,
–Ayyyyyy don Herculano… más despacio por favor…que me va a rajar por el culo, el cuerpo y las tetas de la gótica se movían en forma escandalosa, al mismo ritmo en que le perforaban el culazo.
–Ya te dije que tenías que aceptar el dolor de la vergaaa!!, jajajaja!!, aguanta mi Morticia que después de unas cuantas folladas por el ano te harás una adicta a que te den por el culo!!, jajajaja!!! Tomaaaa!!!, el viejo seguía arremetiendo y la gótica continuaba recibiendo verga, –Muéveme el culo pendeja recuerda que desde hoy eres mi mujerrrr!!!, don Herculano se estaba pegando la follada de su vida, y Ángela lo secundaba en sus viles abominaciones.
La hermosa joven de pelo azul y blanca piel ya gozaba desde hace rato con lo que ahora le hacía don Herculano, estaba casi enloquecida de calentura al escuchar ese lenguaje soez y vulgar con que la trataba el miserable vejete, las estocadas que le daban por el culo cada vez eran más recias y profundas, haciendo que su delineado cuerpo le regalaran oleadas de placer anal, sensaciones que la obligaban a retorcerse de gusto intentando de atornillar por el culo a aquella gruesa verga que tan deliciosamente la perforaba, la gótica ya no podía más de tanto placer que le estaban otorgando, por su parte don Herculano al notar de lo bien que se lo estaba pasando la chiquilla, la tomo violentamente de su azulado cabello intentando tratarla como a una yegua, para luego comenzar a darle más duro por el culo, esto fue demasiado para la pobre y caliente Ángela, simplemente la nena se llegó a mear de tanto placer…
–Ayyy don Herc… siento algo raroooo!! Ayyyyyy que ric….Ohhhh que esto Diosssss!!! Ohhhhh que ricoooooo!!! Ufffffff!!, hasta que la nena exploto en un muy extraño pero enloquecedor orgasmo, –Ayyyyyy que meooooo!!! Ayyyy que me meooooooo!!!! Asiiiiiiii!! Deme más durooooo!!! Don Herculano no aguanto masssss, me voy a me…… Ayyyyyy me mieeeeeeeeeee!!!!! Ohhhhhhhh que ricooooooooo!!!
Ángela corcoveaba de auténtico placer, sus muslos y piernas chorreaban de su propia orina, el vejete estaba encantado no sabía de ninguna puta que se hubiera llegado a mear de tanta calentura, y él lo había logrado con una linda chiquilla de pelo azul y de 18 añitos, sabía que Ángela le traería buena suerte, si hasta ya le estaba empezando a tomar cariño a la pendejilla caliente esa, que seguía retorciéndose de placer con su vergota metida en lo más profundo de sus intestinos.
El viejo ex recluso que aun aguantaba sus fuerzas la desclavo de una, Ángela sintió su orificio posterior vacío en el mismo momento en que se le lleno de aire, su cuerpo estaba electrizado, aun se sentía dependiente de aquella monstruosa verga que la había convertido en mujer a orillas de un rio, con cara de viciosa se puso de espaldas y abrió sus muslos todo lo que pudo, para demandar lo que a ella le correspondía,
–Don Her…cu…la…no… síga…me cu…liando!!…
–Jejejeje, mira que eres puta y viciosa pendeja endemoniada… te he estado follando por más de una hora y todavía quieres más!!?, jajajaja!!! ni las putas profesionales piden verga con tanta ansiedad como lo estás haciendo zorraaa!!!, jajajajaja!!!!…
–Por favor don Herculano solo otro ratito, le pedía en forma suplicante y con sus ojos llorosos de calentura moviendo sus caderas ondulatoriamente, la nena ya no aguantaba más de tanta excitación al estar mirando la verga del vejete como amenazaba de lo tiesa y parada que aun la tenía, la jovencita estaba totalmente fuera de sí, mientras le abría las piernas ofreciéndose y acomodándose esperando a recibir nuevamente la tranca al interior de su cuerpo…–Por favor don Herculanoooo!… violemeeee!!…. culiemeee!!… culiemeeee una última vez y acabemos con esto!!!, empezaba a sollozar extasiada y desesperada porque el viejo le metiera la verga,
–Jajajajaja!!! Jamás me imagine lo buena que me saldrías para la verga, jajaja!!!, a ver? grita más fuerte pendeja porque no te creo mucho lo que me estas pidiendo, jejeje…
–Follemeeeeeeee!!! Culiemeeee de una buena vezzzzzzzzzz!!!!, gritaba Ángela con sus piernas totalmente abiertas…–Soy su putaaaa!!! Soy una putaaaaa y puede culiarme todo lo que quieraaaaaaaaaaaaaa!!, gritaba histérica y con voz ronca, la nena lloraba de calentura aun no saciada.
El viejo ya no aguantando más se abalanzo sobre su cuerpo y comenzó a besarla frenética y asquerosamente, le metía su inmunda lengua en la inmaculada boca con sabor a menta, Ángela recibía sus salivas y recorría con su lengüita sus rosadas encías como así mismo los dos únicos dientes que el viejo poseía, prácticamente se los estaba chupando, la gótica le lamia la cara, su sabor salado y su olor a macho la tenían cautivada, quería todo lo de él, su tranca ya estaba nuevamente en su máxima erección, don Herculano nunca en su vida imagino que aquella niña de tan solo 18 años virgen y sin usar por nadie, se iba a calentar tanto después de haber probado su verga, si eran 33 años de diferencia entre ellos.
Don Herculano totalmente enardecido recorría con sus peludas y grotescas manos el suave y curvilíneo cuerpazo de Ángela, que a puros gemidos seguía rogando por que la ensartaran nuevamente, el viejo se subió a su desesperado cuerpo sediento de verga, y ubico su gruesa tranca en el recién estrenado reducto de amor de la nena, poco a poco se la fue metiendo mientras le decía a sus perfumados oídos,
–Que rica tienes la zorra pendeja caliente…esto es lo que querías? …pues ahí la tienes, el viejo se la fue metiendo de a poco, sintiendo la estreches de la muchacha, –Aun la tienes apretadita mi vida, le decía el viejo verde con sus ojos cerrados, y con cara de gozador, la gótica sentía que el vejete nuevamente la estaba llenando de verga, sus gemidos comenzaban a aumentar,
–Mmmmmm…, la nena se imaginaba que don Herculano jamás acabaría de meterle verga, y le encantaba sentirlo así, sus jadeos no demoraron en hacerse notar…
–Jejeje…que zorrita más rica es a la que me estoy culeando, le decía mientras empujaba profundo sobre el acalorado cuerpo de la joven el cual también jadeaba en forma exquisita, –Lo ves pendeja como te encanta la verga? Te mueves rico para culear… eres una verdadera putita, jejeje…
Don Herculano empezó con los rudos movimientos de mete y saca, ya estaba casi por llegar al tan ansiado orgasmo…
–Ahhhhh don Herculanooooo masssss!….masssss!!…..masssssssss!!!!, le imploraba Ángela quien se movía totalmente aferrada de las anchas y peludas espaldas de su amante…
–Tomaaaa!! Tomaaaaa!! Le decía el vejete apuntalándola con bestialidad, –Eres mi perraaa calienteeeee!!
–Siiiiiii yo soy su perraaaaaaaaaa!!!!, le confirmaba la nena con sus ojitos cerrados y presa por la calentura que le causaba al sentirse penetrada por aquel ordinario vejestorio…
La panochita de la gótica nuevamente chorreaba cuantiosas cantidades de líquidos vaginales, la verga de don Herculano entraba y salía sin ningún impedimento de la resbalosa entrada intima de la nena, ella también empujaba sus caderas hacia adelante en busca de verga, el viejo prácticamente la estaba matando de placer, hasta que las tibiezas de sus carnes le ganaron a la estaca penetradora,
–Ohhhh que rico estoy sintiendo pendeja te lo voy a dar…
–Demelooooooo lo quieroooooooo…echemeloooo todoooooooo!!!
Ambos se pusieron a culiar rápidamente, con sus respiraciones totalmente agitadas y entre mezcladas, –Ah ha! Ah ha!! Ah ha!! Ah ha!!! Ah ha!!!! Se escuchaba alrededor de ellos como si estuviesen dándose desesperados, hasta que el vejete sintió como si lo estuviesen noqueando…
–Arrrrrggggggggggggg!!! Tomaaaaaa pendejaaaaaaaa… ojala te quedes bien preñadaaaaaa….ahhhhhhh…que rico me comes la vergaaaaaa!….mamitaaaaaaa!! mmmmmfsssss…
Ángela al sentir por primera vez en su vida como una inmensa verga escupía cuantiosas cantidades de un líquido espeso y caliente al interior de su cuerpo, nuevamente no se aguantó y volvió a mearse de una verdadera y genuina calentura, a la vez que solo meneaba muy despacito su cintura para que aquel falo al cual ella estaba bañando con sus calientes líquidos, y que tan exquisitamente la estaba fertilizando no se le saliera ningún centímetro de su interior, solo sintió que su cuerpo se desintegraba, mordiéndose su labio inferior gozo atenazada al cuerpo de su macho, hasta que sintió que este dejo de hacer fuerzas con su verga, ambos quedaron pegados por unos buenos minutos.
El viejo Herculano la desclavo y se quedó tirado un rato junto al inmóvil cuerpo de la gótica,
–Eres toda una hembra Ángela, y me gustaría que te quedaras conmigo, pero ya está anocheciendo, toma tus ropas y lárgateee, tus papis se podrían preocupar, jejejeje, le dijo medio en serio y medio burlándose…
Mientras la avergonzada y agotada hembrita se vestía, el desnudo vejete la contemplaba, y una vez que ya estuvo completamente vestida, le dijo…
–Cuando volverás para que repitamos?, jejeje…
–No lo sé… le respondió la nena con un hilillo de voz…
–Pues yo quiero que vengas el próximo viernes, te daré una semana para que descanses… invéntate algo en tu casa para que nos acostemos en mi vivienda… quiero que pasemos un fin de semana entero encerrados y culiando, jejejeje…
–No sé si mis padres me dejaran salir…
–No me importaaaa lo que digan tus padres!!…, le vocifero en sus mismas narices, y tomándola violentamente de sus cabellos le puso en conocimiento, –Desde hoy eres mi mujerrr!!!..o acaso no recuerdas lo rico que te meneabas solo hace unos minutos… y quiero que te sigas vistiendo de la misma forma en que lo has hecho hasta hoy…te queda claro putillaaaaa!!!!
–Siiii,
–Si queeee!!
–Si don Herculano me queda claroooo…
–Así está mejor pendeja!…y no quiero enterarme que andas enredada con algún chamaco del pueblo, porque soy capaz de matarte a patadas, y de paso me despacho al pendejo que desde hoy se atreva a tocarte o molestarte…necesitas dinero!?, la nena totalmente sorprendida por la insólitas aclaraciones que le hacia el vejete, solo negó con su cabeza…–Bien! si necesitas algo solo vienes y me dices, ahora lárgate que ya es tarde… y te estaré esperando el próximo viernes en la tardecita, jejejeje…
A los dos días de ocurrida la violación de Ángela, en la casa de Odette y Julián se vivía otra situación.
Era de noche y mientras Jazmín se encontraba en su habitación, retocando su cutis y piel corporal con finas cremas y lociones, en la habitación de sus padres reinaba la preocupación,
–De verdad que no sé qué hacer Odette, los bancos ya no quieren dar más plazos, todas las propiedades están casi embargadas, y ahora les dio por encapricharse con nuestra casa…de verdad que no sé qué hacer amor, ya ni los pocos narcos que van quedando en la región quieren hacer negocios conmigo…
Odette quien vestía una fina bata de seda que le llegaba hasta un poquito más arriba de la mitad de su tonificados muslos, miraba al único hombre de su vida y a quien amaba con todas las fuerzas de su corazón, pensaba en que de alguna forma saldrían de esa situación, a ella no le importaba que él se haya despilfarrado la fortuna que ella había heredado de su familia, total lo habían hecho juntos, el pobre nunca había sido bueno para los negocios.
Ella en su juventud se la había jugado entera por estar junto a Julián, y había jurado ante Dios estar en las buenas y en las malas junto a él, a veces pensaba en lo que habían hecho producto de la inmadurez, y cuando en algunas ocasiones recordaba al pobre infeliz que habían utilizado para salirse con las suyas, prefería no pensar en el tema, estaba segura que a Her lo habían matado en la cárcel o vivía de vagabundo en la ciudad.
–Tranquilo cariño ya verás que en la reunión de mañana sabrás encontrar una solución,
–Mi vida…los del banco dijeron que ya no había más plazo, y te están citando a ti a la reunión, me han dicho que las únicas propiedades que nos quedan están a tu nombre, por lo tanto yo ya no tengo ninguna potestad ni injerencia sobre las decisiones que de ahora en adelante se tomaran, y la verdad amor yo ya estoy harto de dar explicaciones…
–No te atormentes Julián, ya has hecho suficiente… yo iré a la reunión con esa gentuza, ellos solo son empleados, con mi nombre y buen apellido sabré como dar vuelta la situación, así que tranquilo…
Julián veía lo hermosa que era ella, y tenía razón siempre en el pueblo se había hecho lo que la familia de Odette determinaba, aunque ya no estaba don Ambrosio, sabía que el nombre de su mujer aun prevalecía entre los más acomodados de la región, seguramente que a ella si le darían esperanzas se aferraba el pobre a una señal de esperanza a la delicada situación financiera en la cual estaban.
La tremenda hembra se recostó en el lecho matrimonial como queriendo tener sexo, pero su marido no estaba de ánimos para nada, la mujer entendió su reacción, así que se relajó y se prepararía para la reunión del día siguiente, ella pondría en su lugar a esa chusma que ni siquiera gozaban de un buen apellido como el de ella, y que se atrevían a tomar decisiones con el dinero que no era de ellos.
Odette iba vestida con un elegante traje color crema, al ingresar al banco fue el blanco de casi todas las miradas de los ahí presentes casi todas masculinas, prácticamente se la estaban comiendo, le miraban sus rotundas curvas provocativas haciéndola ver como una mujer totalmente apetecible, con sus piernas enfundadas en medias de seda que invitaban a cualquier macho a sobárselas. Su bello rostro de rasgos apacibles y con su cuerpo tentador despertaban las ansias carnales de todos los ahí presentes, la señora estaba hecha para el deseo sexual, con un culo impresionante y redondo daban lugar a una hembra imponente, sexy y tentadora, que estaba hecha para la cama, un hombrecillo pequeño y regordete con lentes de gruesos cristales salió a recibirla,
–Señora Odette…buenos días la estábamos esperando…
–Buenos días… vengo hablar con el gerente, le contesto a aquel tipejo con la característica altanería con los que ella trataba a los que consideraba de más baja clase social que la de ella…
–Pues el Gerente del banco no está, ha viajado a la capital… su reunión es con el abogado del banco y con los principales acreedores…
–Entonces me voy… yo no acostumbro a hablar con los empleados… así que dígame cuando puedo volver?,,,
–Señora… le repito su reunión es con los abogados, el gerente no tiene nada que ver en esto, Odette puso una cara de fastidio al tener que forzosamente entenderse con aquel hombre con cara de roedor, –Solo serán unos minutos… el principal acreedor quiere llegar a un acuerdo, pero eso depende de Usted… si se retira ya no habrán posibilidades y darán la orden de embargo para hoy mismo…, el viejo tomo un poco de aire y continuo, –Señora su situación financiera es bastante delicada le recomiendo que ingrese a la reunión…
–Está bien pero que sea rápido, dijo finalmente la elegante señora…
–Por petición de nuestro cliente y principal acreedor de sus deudas este a solicitado que la reunión sea en su residencia, vera la documentación está en poder de los abogados del banco, ellos ya han revisado todo, y si Ud. no llega a un acuerdo con el acreedor ya no habrá más que hacer…
–Y adonde es la reunión entonces?…
–No es muy lejos, por solicitud del señor Pincheira el banco ha puesto un vehículo a su disposición, le acompañara su abogado… este le está esperando afuera…
Odette fue acompañada por el hombre del banco hasta el vehículo que la llevaría hasta la residencia del señor Pincheira, principal acreedor que había comprado las deudas del feliz y respetable matrimonio.
Odette no puso atención que el abogado del señor Pincheira era un negro alto y de labios carnosos, solamente y con extrema elegancia se subió al vehículo dispuesto por el banco para que la trasladaran hasta las dependencias en donde seguramente ella llegaría a un acuerdo comercial para salir de su difícil situación financiera. El vehículo se puso en marcha y tomo rumbo hacia la casa de don Herculano.
(Continuara)
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Mi madre y el negro I: Descubrimiento” (POR XELLA)

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Alicia bajó a desayunar harta de oír a su madre. 
– Ya es hora de despertarse, ¿No crees? – Le dijo ésta cuando llegó a la cocina. 
Alicia se llevó la mano a la cabeza, la noche anterior había sido muy dura y tenía una resaca de caballo, lo último que necesitaba oír eran los sermones de su madre. Se sentó al lado de su hermana y comenzó a marear los cereales con la cuchara. 
– ¿Demasiada fiesta ayer? – La chinchaba Claudia, en voz baja, para que su madre no la oyera – ¿O también te sentó mal la cena? 
– Oh, cállate. – Dijo, dando un manotazo a su hermana en el hombro. 
– ¿Cuantos cayeron anoche? – Seguía la chica. – Cubatas, digo, chicos ya se que ninguno. 
Alicia, cansada, volvió a lanzar un manotazo a su hermana, esta vez dirigido a su cara pero ésta, más fresca y espabilada, lo detuvo con rapidez. 
– ¡Chicas! ¿No podéis estar un minuto tranquilas? – Las reprendió su madre. – Venga, acabad el desayuno que tenemos muchas cosas que hacer. 
La chica mandó una mirada de reproche a su hermana y siguió dando vueltas a su tazón, esperando que desapareciera mágicamente. No entraba nada en su estómago. 
Alicia se llevaba bien con su hermana, pero eso no evitaba que siempre se estuvieran peleando.  Claudia era unos años más pequeña que ella pero siempre se las daba de marisabidilla, siempre tenía que quedar por encima de Alicia. Realmente se parecían bastante, físicamente Claudia era una fotocopia de su hermana, muchas veces las confundían, lo que exasperaba a la mayor. Ambas morenas, castañas, ojos marrones y estatura media, algo más bajita Claudia. Tenían un cuerpo bien formado pero no exuberante. En cuanto a su forma de ser, a ojos de Alicia su hermana era bastante irritante a veces, y muy inmadura. A ojos de los demás (su madre, por ejemplo) eran tan parecidas cómo en el físico. 
La madre de ambas, Elena, no se parecía demasiado a ellas, salvo en su bien formado cuerpo que mantenía a base de dieta permanente y gimnasio. Elena era rubia, blanca de piel, unos ojos verdes preciosos y más alta que sus hijas. Estaba claro que habían salido a su padre. 
Su padre… Su padre era un cabrón. O había sido un cabrón, por lo menos. Las abandonó cuando las chicas eran pequeñas, dejándolas sin un duro y sin nadie que las pudiese mantener. Elena tuvo que doblar turnos en el trabajo para poder dar de comer a las niñas. Pero la situación  mejoró. Un día, el padre apareció muerto, parece ser que fue un infarto. Ni siquiera fueron al funeral de ese infeliz pero, al estar todavía casados, el dinero y la pensión que correspondía gracias al seguro de vida que poseía el hombre, recayó por completo en Elena y sus hijas, lo que las permitió vivir de manera desahogada.
– ¿Por qué tuve que salir ayer? – Se dijo a si misma Alicia, cuando llegó a su cuarto. 
Sabía perfectamente que hoy iba a ser un día duro, venía el último camión de mudanza y tenían que colocar todas las cajas. Si ya de por sí no era una tarea agradable, con la resaca que llevaba encima se convertía en un pequeño infierno. 
– Pues por que quieres comerte un buen rabo por fin. – Dijo Claudia. No se había dado cuenta que había subido tras ella. 
Alicia nuevamente intentó golpear a su hermana pero, igual que antes, esta consiguió esquivarla. 
– Admitelo, cometiste un error al dejar a Gonzalo. – Continuaba la pequeña, a una distancia prudencial. – Te comieron la cabeza, creíste que ibas a ser la reina de la noche y ahora no te comes un colín. 
– No tienes ni idea de lo que hago o dejo de hacer. 
– ¿Ah, no? Entonces, ¿Mojaste anoche? ¿Te quitaron las telarañas? 
Alicia se puso roja cómo un tomate. No, no “le quitaron las telarañas” pero no lo quería admitir ante su hermana. Realmente pensaba que haber dejado a Gonzalo fue un error, al menos visto desde la distancia. Era su novio desde los 15 años, y había descubierto todo con el, la trataba genial pero… 
Pero sus amigas le comían la cabeza. Que si se habían ligado a uno, se habían tirado a otro, que “¡Que sosa eres, Alicia! Solo has probado un hombre”. Le decían que a poco que se soltarse y dejase al chico, le iban a llover los amantes. Y allí estaba. Llevaba 6 meses de sequía. 
– ¿A ti que te importa? Vete a jugar con las muñecas, ¡Niñata! 
Salió tras ella y Claudia saltó por encima de la cama para evitarla. Cuando estaba en la puerta de la habitación dijo:
– A lo mejor necesitas que te presente algún amigo… Creo que Manolo te caería bien. 
Y salió de la habitación. 
Alicia, harta de las burlas de su hermana y del dolor de cabeza, se dio una ducha. Cuando salió, había una camita encima de su cama con una nota. 
Este es mi amigo Manolo, cuídalo bien 😉 
Decía. Al abrir la caja y ver el interior no pudo evitar sonrojarse. Dentro había un consolador rosa, de buen tamaño. Desde que lo había dejado con Gonzalo no había tenido sexo, pero tampoco se había masturbado. Le parecía que el sexo era algo para compartir con alguien y que masturbarse era rebajarse de alguna manera. 
Levantó a Manolo y vio que tenia un pequeño botón en la base. Lo pulsó y el aparato comenzó a vibrar. Una fugaz escena de ella usando aquel juguetito hizo que un escalofrío fruto de la excitacion recorriera su espalda. ¿Lo habría usado mucho su hermana? Y parecía tonta… 
– ¡Chicas! ¡Ya está aquí el camión! – Gritó su madre desde la planta de abajo. 
Del susto Alicia dejó caer el vibrador. Rápidamente lo recogió y lo guardo en un cajón de su mesita. 
– Lo siento Manolo, creo que no eres mi tipo. – Dijo, se vistió rápidamente y bajo con su madre. 
Cuando vio la cantidad de cajas que había se desanimó. Habia pensado tener la tarde libre y parecía que se iban a tirar allí una eternidad. 
– ¿Quieres que recojamos todo esto en una mañana? – Le preguntó a su madre. 
– ¿Que esperabas? Venga anda, deja de quejarte y empieza a subir cosas. 
Alicia resopló y cogió una caja. Casi se le cae cuando le vio entrar. 
Un chico negro de su edad acababa de entrar por la puerta de casa cargando una caja. 
– Buenos días, Ali. ¿Fue muy dura la noche de ayer? – Apuntó, después de ver la cara de resaca que llevaba. Después se echó a reír, dejo la caja y volvió a salir hacia el camión. 
– ¿Que hace EL aquí? – Preguntó furiosa a su madre. – Sabes que no le soporto. 
– No digas tonterías, ¡Si le conoces desde que erais críos! Además, si es majisimo. 
– ¿Que tiene que ver desde cuando le conozca? ¡Es insoportable! Siempre se está metiendo conmigo. 
– Te lo tomas todo muy a pecho, está de broma. Sabes que ha tenido una infancia difícil, siempre ha estado sólo… Y también siempre nos ha echado una mano cuando se lo hemos pedido. Además, ¿No te quejabas de que era mucho para nosotras solas? Con el aquí tardaremos menos. 
– Preferiría tirarme todo el día cargando cajas pero no tener que verle la cara… – Rezongó la chica. 
– Deja de refunfuñar y comienza a coger cajas, ¡Venga! 
Alicia obedeció de mala gana, estaba siendo un día estupendo. 
Frank, el chico negro que las estaba ayudando, había ido a clase de Alicia desde que eran pequeños. Siempre se habían llevado mal. Frank se metía con la chica a la mínima posibilidad y, lo que más rabia le daba era que parecía que el resto del mundo no se daba cuenta de lo imbécil que era. 
Era verdad que había tenido una infancia difícil, había perdido a sus padres muy temprano y había ido siempre de una casa a otra. Ya de muy joven comenzó a hacer algo más que trastadas pero, debido a su situación, la gente parecía pasarlo por alto. 
En cuanto llegó a la edad de dieciséis años, en los que no es obligatorio asistir a clase, dejo el colegio. Empezó a hacer trabajos de mantenimiento a conocidos y de esa forma había salido adelante. La madre de Alicia siempre se había comparecido de él así que, para desgracia de la chica, siempre que surgía la ocasión le llamaba, e incluso a veces le había invitado a comer. 
Esas cosas hacían que Alicia le odiara todavía más, puesto que, a diferencia de con ella, con su familia era un santo. 
Pero había algo más que molestaba a la chica. Con el paso de los años y el despertar de sus hormonas, no se le pasaba por alto las miradas que Frank dedicaba tanto a su madre como a su hermana. Y seguro que a ella, cuando no se daba cuenta, también. Aprovechaba la mínima excusa para tener un roce, un contacto más íntimo… 
Solo de pensarlo le entraban ganas de vomitar. 
– ¿Que haces aquí? ¿Intentas escaquearse? – Le dijo a Claudia cuando la vio zanganeando en la habitación. 
– Estoy colocando las cosas, estúpida. ¿O es que la resaca no te deja ver bien? 
– Pues aquí tienes otra caja más. – Dejó la caja en el suelo. – ¿Has visto que mamá ha llamado al imbécil de Frank? 
– No se que problema tienes con el chico… Siempre que puede nos echa una mano. 
– ¡Ahhggg! Tu también con lo mismo no, por favor. 
– ¿Que os ocurre, chicas? – Preguntó Frank, entrando por la puerta. – ¿Me echabais de menos? 
– ¡Hola Frank! – Saludó Claudia. – Gracias por venir a echarnos una mano. 
– Siempre es un placer estar rodeado de chicas guapas. – Replicó, guiñando un ojo. – Y… De ti. – Dijo, mirando a Alicia. 
Claudia se echó a reír ante la ocurrencia del chico. 
– Pffff… No estoy para discutir. – Contestó Alicia. – Por lo menos estando tu aquí acabaremos antes, necesito echarme a dormir un rato. 
– Que pasa, ¿Ya te has olvidado? – Claudia miraba con cara de reproche a su hermana y, ante su falta de entendimiento añadió. – ¡Hoy venías conmigo al cine! Nadie quiere ver la nueva de American Pie conmigo y tu te ofreciste a acompañarme. 
Era verdad, maldita sea su buena voluntad. Por lo menos se podría dormir en la sala… 
Una vez acabaron con todo, Alicia llevó a su hermana al centro comercial. 
– ¡María! ¿Que haces aquí? – Gritó su hermana al llegar a la cola. – ¿No decías que no querías venir? 
– Ya lo se, tía, pero Adrián se ha empeñado en invitarme. – Dijo la chica, señalando a un chico que estaba un poco más adelante en la cola. – Menos mal que has venido, no sabia como decirle que no… No me apetece quedarme sola con el, pero ha insistido tanto… Si estáis aquí se cortará un poco. 
– Si está. – Cortó Alicia. – Si ya tienes con quien ver la película yo me voy a dormir. Te espero en casa. 
Dio un beso a su hermana y se fue, sin oportunidad de dejarla replicar y con su cómoda y confortable cama en mente. 
Llegó rápidamente a su casa. Esperaba poder descansar tranquila puesto que su madre había dicho que iba a ir a comprar, y Frank, aunque se iba a quedar a mirar un grifo que goteaba, ya debería haber acabado. 
Subió las escaleras directa a su cuarto, pero a mitad de camino se detuvo. Había oído algo. Llegaban ruidos desde el salón. ¿No se había ido Frank todavía?
Se acercó a la sala con la intención de decirle que se diese prisa o, por lo menos, que no hiciese ruido, pero nada mas verle se quedó muda.
El chico estaba de pie, sin camiseta. Tenía tanto odio hacia su persona que nunca se había dado cuenta del cuerpo tan definido que tenía el chico. Estaba tras el sofá y Alicia no veía mucho más pero, tras situarse para ver mejor, la chica casi se cae al suelo de la impresión, ¡Estaba completamente desnudo! Y no solo eso, ¡No estaba sólo!
En un primer momento no se había fijado en la cara de Frank, pero no había duda. Los ojos cerrados, la cara alzada, como mirando al cielo, la boca entreabierta, respiración agitada… Estaba claro lo que le estaba haciendo su acompañante… Alicia no la veía bien, solamente la coronilla por encima del sofá, pero le debía estar haciendo una mamada de campeonato.
Frank acompañaba los vaivenes de su amante con la mano sobre su nuca, marcándole el ritmo.
– Eso es, zorrita… Trágatela entera… – Farfullaba el chico.
¡Ese cabrón se había traído a una zorra a casa! Aprovechando que iban a estar todas fuera… Cuando su madre se enterase iba a poner el grito en el cielo,por lo menos no volvería a ver a ese infeliz. Alicia estuvo a punto de entrar y ponerse a gritarle pero en el último momento se detuvo, aunque le costase admitirlo, la situación era muy morbosa lo que, unido a sus meses de abstinencia, la estaba poniendo muy cachonda.
Podía escuchar la respiración agitada de Frank, así como el húmedo sonido de roce producido entre la polla de él y la garganta de ella. De vez en cuando parecía que la chica se atragantaba, hacía un sonido como de arcada ahogada y continuaba con la faena.
– Has mejorado mucho desde la última vez. – Decía él. – Ahora te cabe entera.
Al decir eso empujó la cabeza de su “zorra” contra su polla y la obligó a mantenerla hasta dentro durante varios segundos. La chica se agitó un poco, debía costarle respirar y, cuando Frank la soltó, tragó una enorme bocanada de aire.
– Esa es mi zorrita, estás hecha una verdadera traga-pollas. Me has echado de menos, ¿Verdad?
Como respuesta, la chica volvió a meterse el rabo de Frank en la boca y, por como sonaba, lo hacía con ansia. Estuvieron unos minutos más, hasta que Frank la ordenó que parara.
– Para un poco, zorra. Antes de correrme quiero follarte como la puta que eres. Tiéndete aquí.
Cuando comenzaron a moverse, Alicia se apartó de la puerta con miedo a que la descubrieran. 
– Veo que has sido obediente y te has depilado el coño como te ordené. Ahora prepárate que vas a recibir tu premio.
Alicia volvió a asomarse, con cuidado, intentando no dejarse ver. Por suerte, Frank estaba de lado, y su pareja estaba con los pies en el suelo y el cuerpo sobre el brazo del sofá, lo que dejaba su sexo expuesto e imposibilitaba que viera a Alicia.
Pero la chica no se fijó en eso, no podía apartar la mirada del monstruo que tenia delante. La polla de Frank se mostraba enhiesta entre el y su víctima, era de un tamaño descomunal. “¿Piensa meterle eso? ¡La va a partir en dos!” Pensaba Alicia. Su novio (EX-novio, tuvo que recordarse) la tenía de buen tamaño, pero era una miniatura en comparación de aquella monstruosidad.
Frank se la agarraba, agitándola, golpeando con ella las nalgas de la chica. Ésta, como obedeciendo una orden, se las separó con sus manos, dejando a la vista del chico su coño y su culo. Alicia pudo comprobar que no tenía un sólo pelo en su entrepierna.
Mientras veía como el chico iba introduciendo centímetro a centímetro su enorme polla en el coño de su amante, Alicia comenzó a restregar sus muslos uno contra otro. La excitación que le producía esa situación iba en aumento, y no pudo evitar que una de sus manos descendiera a su entrepierna.
El chico comenzó a bombear, primero lentamente, dejando que el coño su acompañante se adaptara a su polla. Después comenzó a aumentar el ritmo. 
Un rítmico PLAS PLAS PLAS al chocar los dos cuerpos llegaba a oídos de Alicia, acompañado de los gemidos de la chica, que parecía disfrutar de la enorme polla que la penetraba. Alicia acompasó también los movimientos de sus dedos al ritmo de los amantes, imaginando que estaba participando en la acción.
El contraste del negro cuerpo del joven con la pálida piel de la chica era impresionante, su polla, negra y enorme desaparecía una y otra vez en un movimiento hipnótico que tenía atrapada a Alicia. Sus dedos se movían rápidamente en su sexo, acelerando su respiración, trasladándola a un inevitable y ansiado orgasmo.
La zorra que se estaba follando Frank comenzó a gritar, las piernas le temblaban y pedía más. Estaba al borde del orgasmo. Cuando Alicia oyó sus gritos notó como un escalofrío le recorría la espalda, pero pensó que era debido a la excitación del momento. Ella también estaba al borde del orgasmo.
– Ven aquí, puta. – Dijo Frank. – Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.
La chica, obediente, se dio la vuelta y se colocó de rodillas ante Frank, agarró la enorme polla con las dos manos, abrió la boca y comenzó a pajear al chico poniendo una cara de lascivia que Alicia nunca había visto antes.
Alicia se había quedado petrificada. Aún tenía un par de dedos dentro de su coño, pero ya inmóviles. La boca estaba entreabierta, pero no para dejar escapar los silenciosos gemidos de placer de hace unos segundos, si no de pura estupefacción.
La “zorrita” de Frank… Era su madre.
Contempló impertérrita como el chico derramaba su semen sobre la cara de su madre, que lo recibía con deleite, intentando atrapar con su boca la mayor cantidad posible.
Una vez acabó, Elena limpió con sonoros lametones el enorme miembro que tenía ante ella, y comenzó a recoger con sus dedos los chorretones que se habían escapado hacia su cara o sus tetas. Después, mirando con lascivia al chico, se llevó los dedos a la boca.
Alicia, tras ver a su madre de una manera que jamás había pensado, se dio la vuelta e intentó salir de la casa sin que la oyeran. No se podían enterar de que los había visto, debía parecer que llegaba ahora.
Esperó en la calle unos minutos y después llamó al timbre, se negaba a volver a entrar de improviso.
Frank abrió la puerta. Estaba sin camiseta todavía.
– Hola, ¿Ya habéis salido del cine? 
Alicia se quedó clavada en el sitio. Aquél cabrón acababa de follarse a su madre. A su “zorrita” como la llamaba él. Inconscientemente, la mirada la chica se detuvo en su entrepierna, estaba algo abultada. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo levantó la vista, azorada, sólo para encontrarse la mirada fija de Frank, adornada con una ligera sonrisa.
– ¿Que pasa? ¿Tengo monos en la cara? – Dijo, con sorna.
– Quítate de en medio.
Alicia subió a su cuarto, esta vez sin interrupciones ni sorpresas, cerró la puerta y se tiró en la cama. Necesitaba descansar, había sido un día demasiado agitado.
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Relato erótico: “La casa de campo” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Sonó el teléfono mientras salía del baño con el recién colocado albornoz. Tras descolgar con el clásico “dígame” escuché su voz.

Hola, Víctor. ¿Qué tal?.
Hola Isa. Muy bien ¿y tú qué tal?
Bien pero necesito un favor. Es acerca de lo de mañana. Mi marido trabaja y Ángel no me coge el móvil. El problema es que aun no hemos comprado la comida ni la bebida; y necesito que me acompañes a comprar para luego acercarme al campo. ¿Me recoges a las 18:00?, ¡por favor!
Perfecto. No tenía nada que hacer. Hasta las seis.

Es probable que haya iniciado este relato de una forma que haga despistar al lector. Imagino que agradecerán unas pequeñas explicaciones que los sitúen lo mejor posible. Intentaré hacerlo breve y claro, para poder volver a lo que quiero compartir con todos ustedes cuanto antes:
Mi nombre es Víctor y tengo 29 años. Estoy casado con Ana. Ana tiene dos hermanas, Isa y María, y un hermano, Ángel. Mi mujer es la menor de los hermanos. María es la mayor con 48. Isa tiene 45 y Ángel tiene 38.
El día en el que ocurrió lo que voy a contar fue el sábado 24 de enero de 2009. El lugar no es importante. Pero si debéis saber que al día siguiente tuvimos una comida familiar en la casa de campo del marido de Isa. Dicha casita se encuentra a algo menos de 1 hora en coche de la ciudad. Tiene en propiedad una pequeña finca. La casa es discreta pero lo suficientemente confortable y amplia. De vez en cuando hacemos comidas familiares allí, y aquel domingo teníamos una a lo grande; pues no solíamos coincidir todos muy a menudo.
Isa estaba muy ilusionada y se había llevado toda la semana recaudando el dinero que habíamos estipulado pagar cada uno. Pero necesitaba a su marido para que le acompañara a comprar y llevar las cosas, pues no tiene carné de conducir. Al marido no poder, y estar el hermano Ángel desaparecido; yo fui el primer cuñado en el que pensó. Lo cual me llenó de orgullo en aquel instante, y en estos momentos me llena de erecciones cada vez que lo recuerdo.
Salimos del supermercado más tarde de lo esperado, ya era noche cerrada. Cargamos el coche de bebidas y comida en abundancia y nos dirigimos a la casa de campo. A mitad del camino se puso a llover después de todo un día de amenazantes nubes negras.

Pues vaya tela, al final vamos a tener que prepararlo todo en el salón en lugar de en el porche. –Dijo Isa-
Bueno, así encendemos la chimenea ¿no?. Queda todo como más familiar y calentito.
Jajajaja. Tu todo lo ves positivo, hijo.

Al llegar a la finca ya llovía a mares, y serpientes de plata partían el cielo en dos a cada poco. Me cubrí la cabeza con el abrigo para abrir la cancela. El camino de tierra que separa la cancela de la finca de la puerta de la casa estaba embarrado. Dejé el coche justo ante la puerta y nos bajamos corriendo, cargados de bolsas. Al entrar en la casa ambos resoplamos al unísono.

Uff, Isa, a esto se le llama llover ¿eh?
Madre mía. Voy a ponerme cómoda. Cuanto antes acabemos aquí antes nos vamos. No está la noche para bromas.

Llevé las bolsas a la cocina, aledaña al salón donde se suponía que íbamos a almorzar todos al día siguiente. Al poco apareció Isa. Se había puesto el pantalón de un viejo chándal azul marino de andar por casa, y un chaleco, de cuello alto, color negro.

– ¡Manos a la obra!

Metimos el hielo en el congelador, las bebidas en el frigorífico y despensa. Guardamos la comida, y colocamos las mesas con manteles y las sillas. Todo listo para el día siguiente. Isa cocinó algunas cosas para guardarlas hechas en el frigorífico. Finalmente limpiamos un poco la casa y dejamos lista la chimenea, con la madera a su lado a salvo del agua.
Cuando terminamos todo eran las 22:00 horas. Fuera no paraba de llover y la tormenta era más intensa.

La tenemos encima.
Sí. Venga cámbiate, que mientras antes nos vayamos mejor; no tiene pinta de parar

Isa abrió la puerta de entrada y se asomó al porche. Hacía mucho frío y viento. El agua iba en todas direcciones. La solitaria finca dejaba ver sus olivos, encinas y naranjos cada vez que el brillo de un relámpago derramaba su luz muerta. De nuevo cerramos la puerta y entramos. Isa se dirigió a mí.

El fango del camino es muy peligroso, no sería la primera vez que un coche se queda ahí. Ahora mismo no podemos salir.
Esperemos un poco. Dije yo intentando calmar su evidente falta de tranquilidad ante la situación.

A las 23:15 se fue la luz. La lluvia, incesante, parecía anunciar el fin del mundo. Y los relámpagos atravesaban la casa como un fantasma. Ayudada por la luz del móvil, Isa sacó velas de un cajón del viejo mueble de la televisión, encendiendo algunas con un mechero que sacó del mismo cajón. Las colocó distribuidas por el salón. La noté más temerosa, así que tomé la iniciativa de la situación.

Viendo la hora que es lo mejor es que nos quedemos aquí a dormir. Así mañana ya estamos cuando vengan todos. Llamemos a nuestras casas y comentemos la situación, seguro que lo entenderán.
Pero………
No te preocupes, yo duermo en la habitación de tu hija y no necesitaré ropa. Con que me dejes una manta me bastó. Cenemos algo de lo que hemos comprado y a dormir. Mañana amanecerá un buen día.
Llevas razón, es lo más lógico. No se puede salir. Llamemos.

Tras la comprensión de su marido y su hermana, mi mujer, nos relajamos un poco al ver que ya no teníamos que enfrentarnos al temporal con el coche.
Cenamos algo de la comida fría que compramos y abrimos un par de cervezas. Tras la cena decidimos abrir una de las tres botellas de ron que habíamos comprado para el día siguiente.

¡Por qué no, leñe!. Que para eso nos hemos currado toda la comida de mañana. –Recuerdo que dijo ella cuando se lo propuse-.

Bebimos en el sofá, ante la mesita de diseño rústico, a un lado de la gran mesa en la que íbamos a comer al día siguiente, y frente a la chimenea. La luz de las velas nos daba un ambiente lúgubre a la par que cálido. Habíamos encendido unos troncos en la chimenea. De vez en cuando todo se iluminaba por la tormenta. Mientras más bebíamos más se adentraba dentro de mí la luz de flash que llegaba a través de la ventana. Hablábamos sin parar. Primero sobre las pasadas navidades, luego sobre su nuevo trabajo como limpiadora, luego sobre política local….. En algún momento de la conversación me detuve a observarla mientras hablaba.
Pensé en que siempre nos habíamos llevado bien, le tenía cariño y estaba seguro que ese cariño era mutuo. No sentía ese afecto por los demás hermanos de Ana.
No voy a decir que nunca había pensado cómo sería acostarme con ella, pues mentiría. Pero algo me hizo clic en mi interior tras un flash de tormenta, me quedé callado y la observé mientras ella hablaba y hablaba.
Saboreando mi tercera copa pensé en que no era una mujer espectacular, ni falta que le hacía. Ahí, sentada a mi lado en el sofá de tres plazas, con el pantalón de chándal y el chaleco abrigado, supe entender el valor de sus piernas, algo gruesas en los muslos, pero bellas. Adoré imaginar el calor maduro de sus anchas caderas; no demasiado anchas, solo lo justo para una mujer de 45 años. Mi vista iba desde sus ojos, a los que asentía para que supiera que quería seguirla en su conversación, a su cuerpo.
Quizá me detuve demasiado en sus pechos. No por ser grandes, que no parecían serlo; más bien porque trataba de imaginarlos comparándolos con los de su hermana. Se veían más gorditos pero más o menos igual de grandes, una 90; de todos modos debía tenerlos bien sujetos porque eran dos bolas perfectas bajo la abrigada prenda. Cuando volví la vista a sus ojos ella ya no hablaba. ¿Llevaría callada mucho rato?. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándole los pechos?….

Oye, guapo, ¡que estoy aquí!.

Es posible que una de las razones por la que Isa me caía tan bien es porque le gustaba tomar cubatas de vez en cuando y pasarlo bien. Cuando cenábamos en su casa, o ellos con nosotros, siempre acabábamos tomando una copita de más y pasándolo en grande jugando al trivial o a las cartas.

– Perdona cuñada. Es que las copas me tienen ya medio dormido.-Dije intentando esforzar una sonrisa inocente-.

Bueno, oye venga vamos a tomarnos otra y a jugar a algo ¿no?.

Si no llega a ser por la naturalidad con la que hablaba, hubiera jurado que la forma en la que se echaba la nueva copa era diferente a las anteriores. Lo único que vi seguro es que se la llenaba más de la cuenta.

Oye que casi nos hemos acabado ya la botella Isa. Mejor decir que solo hemos comprado dos y tirar esta.- Miré el reloj, eran las 2:42 horas.

Estábamos bastante bebidos, pero nos encontrábamos bien. Teníamos esa sensación de euforia cuerda que da el alcohol, pero que siempre deja en herencia dolor de cabeza al día siguiente. Sobre la mesa se desperdigaba una baraja de cartas a las que ya no teníamos más ganas de dar juego.
Con la quinta copa de cada uno vaciamos la botella. Nos echamos hacia atrás en el sofá. Se estaba muy agradable a la luz de las velas, y el calor que manaba de la chimenea había creado un clima cálido en todo el salón. Por primera vez estábamos ajenos al temporal de fuera. La luz, eso sí, seguía sin volver.

Bueno a ver cuñado, cuéntame.¿qué tal te va con mi hermana?
Muy bien, ya sabes…..
No me refiero a lo feliz que se os ve, jajaja. Es que como antes me mirabas los pechos pues es posible que no vaya la cosa muy bien.
No seas mala, no te miraba los pechos, solo….
Si, sí- Me interrumpió, en tono bromista- Ahora dime que estabas quedándote dormido o que solo mirabas al vacío, justo aquí- Se las señalo.
Desde luego como eres Isa. ¿Qué quieres que te diga que me va mal y que estoy necesitado? Jajaja, no es tu día de suerte lo siento.

Las risas desembocaron en un silencio que se hizo incómodo por alargarse demasiado. Ella apuró la copa y se levantó diciendo que iba a mear. La observé hasta que desapareció por la puerta que comunica el salón con el pasillo del baño y las dos habitaciones. Se tambaleaba ligeramente por el alcohol y su voz sonó estropajosa cuando dijo “voy al baño”.
Cuando regresó le propuse irnos ya a dormir, pero ella se sentó y me dijo que todavía no. Propuso un juego y sacó una botellita de licor de bellota. Intenté rechazarlo pues ya estaba mareado, pero dijo que solo un poco mientras jugábamos a algo. Le pregunté que a qué le apetecía jugar.

A verdad o prenda.
Jajaja, Isa que no tenemos 15 años.
Bueno pues juega, me gusta ese juego y nunca juego.

Finalmente accedí a jugar. Tiramos un dado y me tocó preguntar a mí. Me eche hacia atrás con el chupito de licor de bellota y pensé.

Veamos, ¿Eres alcohólica? Jajajaja
Plas -me azotó en el antebrazo-
Pues claro que no, un día es un día, he tenido una semana muy dura. Ya verás como tampoco es para tanto mañana, tonto. Voy yo….. ¿desde cuando no te la mama mi hermana?.

La rapidez y la sorpresa de la pregunta me hizo escupir el licor que bebía en ese momento. La miré sorprendido y ella me respondió con una mueca cómica.

¿¿¿A que viene esa pregunta????
No estás obligado, puedes pagar una prenda.
¡Que te lo crees tu!. Pues hace tiempo que no, ea ya está me toca a mí….
¿Cómo?- me interrumpió- ¡No me lo creo!, que mi hermanita no te la chupa?
Ya ves, imagino que eso es algo que no le gusta demasiado y con el tiempo lo ha dejado de hacer. Pero nos va bien en la cama eh.
Que clasiquita es la pobre.
Bueno me toca venga, no te vas a librar. ¿cómo es tu vida sexual?
¿Qué te has creído?, ¡prenda!
Anda, eres tu la que haces esas preguntas, yo ni quería jugar. Está bien te tienes que quitar…….. el pantalón.
Como me resfríe es tu culpa. -dijo con voz de dibujos animados-

Se levantó y se quitó el pantalón del chándal. Solo tenía una braguita, más pequeña de lo que esperaba, de color blanco. Se dio la vuelta para dejar el pantalón sobre una silla que estaba al lado de la chimenea. Las braguitas le llegaban hasta poco más de la mitad de cada nalga. Sus nalgas eran blanquecinas y bailonas, un poco celulíticas. Sus muslos gorditos y brillantes por la luz de la chimenea. Se le veía bastante depiladita. El conjunto era bello de ver, me gustó. Sin querer mi pene despertó. Cuando se sentó de nuevo, como siempre sonriente, el alcohol había provocado una erección enorme y descontrolada. Intenté disimularla, pero el pene me palpitaba bajo el pantalón vaquero.

– Me toca. ¡Que eres un peligro!. ¿alguna vez has sido infiel a mi hermana?.

Pensé en Rocío y me quedé en blanco. Aquel desliz repetido durante una semana. Intenté disimular diciendo prenda en tono de broma, pero me salio fatal

Prenda jajajaja.
Muy bonito. ¡Eres un capullo!. Ya hablaremos de eso. Quítate el pantalón, golfo.

El dulce recuerdo de Rocío había reanimado la erección. Si me quitaba el pantalón se iba a notar muchísimo. Quise resistirme, me daba mucha vergüenza.

Me voy a la cama…. Creo que ya sí es hora de dormir.
Oye que me tienes en bragas nene. ¡Vamos!.

Pude haberme negado en redondo pero me lo quité. El pene apretaba el calzoncillo hacia arriba dejando parte de los huevos fuera. Me senté de nuevo intentando que no se me viera mucho. La miré. Ella estaba cortada, rápidamente se le fue la gallardía con la que afrontó el juego.

Llevas razón Victor, es hora de irnos ya a la cama. Son las 3:30 y mañana hay que estar listos a las 12:00. Duerme en la cama de mi hija, ya te he dejado una manta. Hasta mañana.
Hasta mañana.

Se levantó y se fue. Yo me quedé un rato sentado apurando lo que me quedaba de licor. Después me fui también.
Antes de entrar en la habitación donde iba a dormir miré la puerta cerrada de la habitación de matrimonio. Suspiré y decidí no darle más vueltas, no debía sentirme abochornado; solo había sido un juego inocente, en el que no había pasado nada.
Al entrar en la habitación me alegré, no recordaba que la cama de su hija era grande y cómoda. Me desnudé y me metí en ella. La manta abrigaba lo suficiente. Puse el despertador del móvil a las 11:00 y apagué la luz.
No supe cuanto tiempo había pasado, pero me despertó el ruido de un trueno, volvía la tormenta. Cuando me movía para cambiar de postura un relámpago iluminó la habitación. Como una aparición, vi a mi cuñada a los pies de la cama justo en el momento en el que dejaba caer el camisón que se había puesto para dormir.
Nuestros ojos se cruzaron en ese instante pero ninguno dijimos nada. Aparté la manta para facilitarle el acceso. Se echó encima mía sin llegar a tumbarse. Puso una de sus manos sobre mi pene. Éste descansaba sobre mi ombligo. Al sentir el calor de sus manos me estremecí y sentí que aun estaba un poco larga. Esto, unido al mareo que tenía, me indicaba que no había pasado mucho tiempo desde que me quedé dormido. Empezó a masturbarme lentamente, la sentía de lado, apoyada en la almohada, su cara estaba cerca de la mía. Solo pronunció una frase, que aun hoy en día despierta mis deseos más salvajes y primitivos:

Esto queda aquí, solo es un sueño.

El calor de su cuerpo calentaba el mío más que la manta, que ya reposaba en el suelo. Mi pene no tardó en llegar a su máximo tamaño, ella siguió masturbándome un poco más; ahora besándome. Nuestras lenguas se entrecruzaban como las de dos adolescentes enamorados.
Sentí su lengua recorriendo mis pechos y abdomen. La sentía húmeda y se movía traviesa. Noté como poco a poco bajaba a la par que ella se acomodaba más hacia los pies de la cama. Me agarró el paquete por los huevos, dejando la polla muy erguida. Notaba el capullo muy vivo; de repente, sentí un baño húmedo que recorrió la polla lentamente desde el capullo hasta abajo del todo. Lentamente sentí como el calor húmedo subía y luego vuelta a bajar. En unas de las subidas la lengua se quedó dando vueltas por el capullo. Apenas se veía nada, solo su sombra. Otro flash de relámpago volvió a iluminarnos. Pude ver sus ojos posados sobre los míos, como si ella sí pudiera verme en la oscuridad de la noche, mientras movía la lengua en torno a mi punta enrojecida. La imagen de su cara viciosa se me quedó grabada en la mente como una foto, hecha por la naturaleza con ese flash de tormenta.
Mi excitación se multiplicó. Ella se levantó y se sentó sobre mi vientre. Con una mano me levanto un poco la cabeza y me la metió entre sus pechos. Sentí la dureza de los pezones. Los lamí ávido, recorriendo con la lengua lo que intuí como aureola en cada uno de ellos.
-Eso es nene, cómeselos a Isa. Eso es cariño, así muy bien. Ahora son tuyas. Ummmmm.
Al poco tiempo se levanto un poco, quitándome los pechos del alcance de mi boca. Me agarró la polla y la clavó en su cueva húmeda. Se acomodó un poco y empezó a moverse. Notaba su aliento cerca de la nariz. Así que supuse que estaba con cada codo apoyado sobre la almohada, a ambos lados de mi cara. Se empezó a mover como nunca una mujer ha sabido moverse encima mía. Planté las manos sobre sus nalgas y apreté. Noté como sus caderas subían y bajaban con destreza. Ella gimoteaba casi en silencio, yo dejaba escapar algún gemido entre los de ella. De repente cambió la posición y se quedó erguida sobre mí. Ahora se movía arrastrando el coño sobre mi pene hacia delante y hacia detrás. Sus manos reposaban en mi vientre. De nuevo un rayo. Ahora pude verla con los ojos cerrados y los pechos, ni pequeños ni grandes, bailando al compás que se marcaba en la follada. Continuamos a oscuras, ahora agarraba sus pechos
Y empecé a empujar desde abajo con fuerza, acompañando su movimiento. Ella empezó a gemir con fuerza y yo a jadear como un pobre perro. Solo se le oía a ella. Sus gemidos debían estar retumbando por toda la casa, en mitad de la tormenta, en mitad, del campo, en mitad de la soledad del invierno.
Se levantó y nos movimos con sincronización. Como si todo estuviera ensayado. Se coloco de rodillas. Noté, tocando su espalda, que se arqueaba hacia abajo, dejando la cara sobre la almohada y solamente el culo levantado para ser follada. Me situé detrás, busque su coño con las manos y lo lamí un rato. Trabajé su botoncito durante un rato, tragué todo lo que salió. Acompañando un gemido atronador noté un poco de pis en mi paladar.
Luego me situe detrás. Y se la metí. Entró como un cuchillo en mantequilla. Un nuevo relámpago me la descubrió en todo su esplendor. Una buena hembra se me presentaba como en bandeja. La cabeza sobre la almohada y la espalda curvada hasta dejar a mi alcance un amplio culo y un sexo hambriento. Sobreexcitado por esa última fotografía que me brindaba la tormenta, empujé y empujé con todas mis fuerzas. Entregué el resto en esa follada. Alternaba azotes con el mayor ritmo de follada que podía. Ella gemía a voces y pedía más. Yo también empecé a gemir como un oso.

Me….. me viene…… me viene Isa…… – Logré decir-
Espera.

Se libró y me hizo ponerme de pie al pie de la cama. Se acomodó apresuradamente y tanteó hasta localizar mi pene. Noté como lo masturbaba con una humedad constante. Justo en ese momento sonó un ruido electrónico acompañado de luz. La luz había vuelto y la del pasillo estaba encendida, colándose por la puerta entreabierta.
La miré, ella estaba de lado, apoyada sobre la almohada. Con una mano sosteniéndome la polla mientras me masturbaba fuerte, dejando el capullo entero dentro de su boca, donde lo golpeaba con la lengua a la vez que masturbaba. La otra mano se la refregaba por el sexo con una rapidez casi violenta. Me miró y continuó mirándome hasta que me corrí. Toda el semen cayo en su boca, cuando lo sintió la soltó y la abarcó entera con la boca. La chupó hasta tragarse la última gota.
Me tumbé en la cama, no hablamos durante un rato. Ella miró la hora en mi móvil. Eran las 5:02 de la madrugada.

Es hora de dormir, Víctor. Recuerda, eso ha sido solo un sueño.

Me besó, pasándome un poco de semen que aun conservaba en la boca. Después se fue con una naturalidad, que hasta me hizo dudar de si todo había sido un sueño.
Esto es lo que ocurrió en una casa de campo de España la madrugada del sábado 24 de enero al domingo 25 del 2009. No pensaba contarlo. Todo quedó ahí. Tanto en aquella comida como después. Nuestra relación era la de siempre.
Pero hoy he recibido un correo electrónico de ella. La única forma de superar la excitación que me ha producido el leerlo ha sido escribir esto, y compartirlo anónimamente con quien quiera leerlo.
 
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Relato erótico: “EL LEGADO (11): Elke la noruega.” (POR JANIS)

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Elke, la noruega.
 
Aspiro con fruición el aire de Madrid, antes de meterme en el portal del inmueble. Regreso de correr diez kilómetros y el frío casi congela el sudor sobre mi rostro. Hace tanto que hasta yo lo noto. Pero estoy contento de estar de nuevo aquí.
Le mando un mensaje a Dena. “Estoy ahí en ½ hora. Quítatelo todo.”
Mis maletas están en medio del vestidor, donde las solté anoche, antes de meternos los tres en la cama. Tengo que acabar el vestidor y así poder dejar la poca ropa que he traído. Tengo que renovar vestuario, pero no quiero hacerlo demasiado pronto. ¿Qué pasa si aún pierdo diez kilos? He traído conmigo lo que he creído que echaría de menos. Esta semana ha sido como una despedida. Me da en la nariz que no volveré por la granja en una buena temporada.
Prometo solemnemente que hoy haré tres cosas esenciales. Romperle el culo a Dena, la primera. Acabar el vestidor, la segunda, y pasarme por el gimnasio Stetonic, para ver que puedo escoger como actividad desgastadora. Me meto en la ducha y, después, cuando me estoy quitando tres pelos de la barbilla, Pam aparece reflejada en el espejo.
Lleva una de las mantas echada sobre los hombros, pues está desnuda.
―           Vas a bajar a follártela, ¿no? – pregunta suavemente.
La miro un buen rato a través del espejo. Ella baja la mirada. Entonces contesto:
―           Si, Pam. Prometí que la encularía a mi regreso.
―           Quiero conocerla.
Lo dice tan bajito que no estoy seguro de haberlo escuchado realmente. Me giro y la abrazo. Yo también estoy desnudo.
―           No es como nuestro amor. Es amistad, simplemente, pero quiero dominarla.
Pam asiente. Lo sabe, pero aún así, le duele. No se le puede poner fronteras al amor… ¿o era puertas al campo? No importa.
―           Vuelve a la cama, amor mío. Pronto estaré de vuelta, para preparar el desayuno.
Me besa y se mete en el dormitorio. Me visto en un santiamén. Hoy no habrá desayuno en casa de Dena, solo sexo.
La puerta se abre al primer golpe de nudillo. No he querido llamar al timbre, seguramente Patricia está durmiendo. Dena aparece, totalmente desnuda y las mejillas encendidas. Mira a los lados por si algún vecino apareciera. Es raro, porque el matrimonio octogenario que comparte la planta con ella, no salen jamás de casa. Pero, aún así, lo comprueba.
Tiene los pezones tan erectos que creo que van a despegar de las aureolas. Su sexo está pulcramente rasurado. Ha debido hacerlo ayer mismo, por si me pasaba a mi llegada.
Pellizco sus pezones mientras la beso suavemente en los labios.
―           Muy bien, esclava. Me alegro de verte tan obediente.
―           Gracias, Amo Sergio. Te he echado mucho de menos…
Le doy una palmada en las nalgas y cierro la puerta detrás de mí.
―           ¿Patricia duerme?
―           Si, mi Dueño. En vacaciones se acuesta tarde y se levanta aún más tarde.
―           Está bien. A partir de mañana, vendré más tarde, para hacerle el desayuno a ella.
―           Como desees, Señor.
―           ¿Has usado el cinturón todos los días?
Sonríe, como si recordara algo gracioso.
―           Si, Amo, todas las noches. Me cabe el puño en el culo…
―           Veo que te ha gustado el cinturón.
―           Mucho, mi Señor, muchísimas gracias por hacerme descubrir todas estas maravillas – me dice, echándome los brazos al cuello y llenándome el rostro de besitos.
―           Compórtate, zorra – le doy otra palmada en los glúteos.
Estamos los dos de pie, en mitad del comedor cocina, ella desnuda, sin importarle lo más mínimo. Ella sonríe, más pícara aún, y agita sus nalgas, como incitándome a golpearla más fuerte. La ignoro, no estoy de humor para causar daño.
―           ¡A la cama! ¡De rodillas, cara sobre el colchón! – le digo, en un duro tono.
Ella sale corriendo, bamboleando sus senos y ese culazo. No estoy seguro pero creo que ha soltado una risita. ¡Ay, que cruz! Saco de mi bolsillo las dos esposas que he hecho con dos pedazos de cuerda del tenderete de la azotea. Otra cosa que tengo que arreglar…
Examino el esfínter de Dena al reunirme con ella en el dormitorio. Tiene razón, lo tiene muy blandito. Creo que ha jugado demasiadas horas con él. Mejor para ella. Se sorprende cuando paso los lazos por sus muñecas, apretándolos. Llevo sus manos hasta los tobillos, y paso el lazo del otro extremo por sus pies, apretándolos igualmente por encima del talón.
―           ¿Amo Sergio…?
―           Es para que no te muevas de ese sitio.
―           No me moveré, Señor.
Veo la crema lubricante sobre una de las mesitas de noche. Le pongo un poco en el culo, haciendo entrar fácilmente mi dedo y luego otro más. Me arrodillo sobre la pequeña alfombra que tiene al lado de la cama y meto mi lengua en el coño. Ella suspira y relaja su cuerpo. No tarda mucho en correrse; parece que me echaba de menos.
La dejo recuperar el aliento. Mientras, me quito la ropa. Dedico un buen rato a masajearle el ano, abriendo todo lo que puedo el agujero. Dena ya está babeando sobre la cama, y, de vez en cuando, tironea de las cuerdas, como si no se acordara de que están ahí.
Restriego mi glande contra su hinchado clítoris. Solo puede mover sus nalgas que, en ese momento, son totalmente mías, aplastadas por mis grandes manos.
―           Amo… — suplica.
Le meto una parte del manubrio en el coño, justo la suficiente para abrirla, pero no para dañarla. Gime, las nalgas temblorosas. Culeo rápido, dos, tres, cinco veces, y se la saco como si tuviera avispas en su interior. Inmediatamente, sin pausa, le meto todo el glande en el culo, de una sola vez. Ahoga el grito contra el colchón. Se la saco y el esfínter palpita, como reclamando más de ese cuerpo invasor.
Vuelvo a empezar. Se la meto en el coño, otros cinco embistes, quizás un poco más profundos, y se la saco. Esta vez gruñe, como regañándome por sacarla, pero, a continuación, le meto algo más que el glande en el culo.
―           ¡Diosss! – emite desde el colchón.
Realizo esta operación hasta seis veces, ahondando más en cada una de ellas, hasta que consigo meterla entera, tanto por la vagina como por el ano. Mi perra doblemente taladrada.
Dena jadea tras un fuerte orgasmo que la ha tomado por sorpresa, al llegar la polla a su cerviz. Siente calambres en las ingles por la posición. Lo sé porque intenta incorporarse para aliviar la tensión, pero no brota ni una sola queja de sus labios. ¡Que bien las conoce Rasputín! Echo de menos las palabras del viejo monje…
Ahora que la he desfondado, es hora de follarme su culazo. Le quito las esposas de cuerda y dejo que se estirase sobre la cama. Suspira cuando lo hace. Le meto un dedo en la boca, que succiona con cariño y gratitud.
―           ¿Estás preparada, zorra mía, para que te folle el culo?
―           Es tuyo, mi Dueño.
Trato ese culo como si no existieran más partes de su cuerpo, solo esas nalgas prietas, esa mojada entrepierna, el rojizo agujero de su ano, y el remonte de la espalda para apoyarme. Me apodero de las nalgas, apretándolas con saña, arañándolas, pellizcándolas, y golpeándolas, mientras mi polla la penetra y profundiza en sus tripas, cada vez más lejos de la luz.
Bombeo fuerte al meter más de la mitad de mi miembro. Con cada embate, hundo un poco más de carne, mientras sigo apretando sus nalgas. Dena empieza a gemir fuerte, los ojos cerrados, las aletas de la nariz vibrando. Llevo los dedos de mi mano izquierda a su clítoris, pasando por delante de su pubis. Lo pellizco con rabia y ella aúlla, corriéndose una vez más. Cae sobre la cama, incapaz de soportar ni mi peso, ni mi empuje.
No la dejo descansar. Me sitúo sobre ella, hundiendo más mi polla, mis dos manos como garras sobre sus nalgas, izándome sobre ella, imponiendo un ritmo infernal. No es más que un pedazo de carne abierto para mí, donde clavo mi polla como una espada de matador.
Estoy por acabar. Le levanto la cabeza, asiéndola por el pelo. Vuelve a apoyarse sobre sus manos, quedando a cuatro patas. Mantiene un gemido constante, algo entrecortado. Los dos nos movemos con urgencia, buscando ese orgasmo intenso que no deja de anunciarse. Ni ella, ni yo nos acordamos de Patricia, inmersos en nuestra lujuria.
Entonces, ella descubre, en un vistazo relampagueante, el rostro de su hija reflejado en el espejo del comodín, espiando nuestro acto.
―           Amo… ¡Amo! ¡Está… mirando… Sergiooo…! – intenta decir.
Pero yo no la escucho. No escucharía ni la casa cayéndose, atrapado por el placer que me recorre.
―           Mi hija… Patri… aaah… ¡Patricia! Aaaaahh… ¡Jodeeer! ¡PATRICIAAAAAA!
Dena se corre en cuando mi semen riega su culo ardiente, con el nombre de su hija en la boca, como el augurio de un oráculo. La jovencita ha debido correr a su cuarto porque, cuando miro, no hay rastro de ella.
Mientras desayunamos, les cuento a mis chicas lo que ha ocurrido con Dena. Pam, a pesar de su celoso malestar, se preocupa por Patricia. “¿Y si se ha traumatizado?”. La tranquilizo, solo es curiosidad. Les cuento que lo que Dena desea es compartir su hija conmigo, pero que aún no sé como tomarme eso. “Sin prisas”, es el consejo de Maby, siempre más práctica, y creo que está en lo cierto.
Mi morenita me comunica que tiene que hacer unas cuantas llamadas para buscarme un trabajo digno. A media mañana, se marcha, diciéndonos que no volverá para almorzar.
Me pongo con el vestidor. Pam me ayuda. Me alarga herramientas, sujeta las tablas que tengo que aserrar, y recoge el polvo que cae al hacer los agujeros. Entre faena, me da besitos y achuchones cariñosos. Es una buena manera de trabajar… ¡Que aprendan los patronos!
Termino el vestidor después de almorzar. Contemplo mi pequeña obra y Pam bate palmas. Ha quedado genial. He dividido la habitación en dos, mitad para cada chica, con el gran espejo de pared en el centro y otro más pequeño en la pared contraria, para que puedan verse por detrás y por delante. Hay colgadores para los trajes, repisas para camisetas y suéteres, y barras bajeras para zapatos, en ambas mitades del vestidor. Dos pequeños muebles con cajones – aún sin pintar – contienen ropa interior y calcetines. La tapa superior de estos muebles se alza, revelando pulseras, pendientes, anillos y collares de mis niñas. Guantes, gorros y bufandas, tienen un sitio propio en el altillo del vestidor. Bueno, al menos, así lo ha diseñado Pam. Ahora queda colocar todo, pero de eso, se ocupan ellas.
Mi ropa ocupa un ínfimo espacio a la derecha, según se entra, en territorio de mi hermana. No necesito más.
A las cinco, me pongo ropa deportiva y busco el gimnasio Stetonic. No es difícil de encontrar y está cerquita. Hay una chica de tetas masivas en recepción. Tiene unos ojos muy bonitos, pero seguro que nadie se los mira. Parece decepcionada cuando pregunto por Pepi. Tarda cinco minutos en aparecer, sudorosa y moviendo su saltarina trenza.
―           Hola – me saluda, una ceja enarcada. – ¿Me recuerdas?
Creo que reconoce mi voz, sobre todo.
―           El chico del aerobic del parque, ¿no?
―           Exacto. Sergio.
―           ¿Has adelgazado?
―           Si, un poco – me río.
―           ¿Un poco? ¿Estás de coña? Has entrado en quirófano, ¿no?
―           Si. – es una explicación como otra cualquiera.
―           Menudo cambio, tío. ¿Y ahora qué?
―           Busco fortalecer músculos, definir y endurecer. Corro cada día y hago flexiones, pero ya no consigo nada. Espero que no te haya interrumpido en algo.
―           Oh, no te preocupes, solo estaba calentando en una clase de spinning.
―           ¿Spi qué?
―           Jajaja… bicicletas estáticas, con música inspiradora.
―           Ah, yo es que soy de pueblo, ¿sabes?
Se vuelve a reír. Me coge del brazo y palpa el músculo.
―           Pues muy débil no está, que digamos. ¿Te enseño el gimnasio?
―           Vale, guapa.
―           Aiiins, eso de lo dirás a todas, seguro – dice, arrastrándome del brazo.
Son unas buenas instalaciones, grandes y bien acondicionadas. Buenas duchas, muchos espejos, buena climatización, aparatos modernos y, sobre todo, buenos monitores. Según Pepi, en los meses fuertes, o sea, antes y después del verano, suelen tener hasta trescientos socios, que luego se quedan en la mitad.
Me complace, sobre todo, los aparatos de musculación. Uno de los monitores, que debe de tener sobre los cincuenta años, un curtido veterano de los circuitos de fitness, me dice que tengo mucho potencial por mi estatura y mi peso. Habrá que hacerle caso. Le pregunto a Pepi sobre los horarios. Por lo visto, el gimnasio abre a las ocho y cierra a las diez. Los cursos tienen un horario reducido, buscando el compendio general, pero van rotando para que no acaparen una franja horaria permanente.
En un tablón de anuncios leo que comienza un nuevo curso de karate rinoshukan, un arte marcial típicamente japonesa. Pienso que eso si debe ser todo lo dinámico que busco. Pregunto por ello a Pepi.
―           Bien. Puedo apuntarte a esa clase. Se da tres veces en semana, en clases de dos horas. Empezará el día dos de enero. El dojo está en la parte de atrás del gimnasio, al pasar las duchas. Hay entrada también por el otro lado. Necesitaras un karategi blanco, de algodón. Si no tienes, puedes comprar uno de tu talla en nuestra tienda.
―           Je, tenéis de todo, ¿no?
―           Por supuesto, hasta vitaminas, esteroides legales, y cositas para desayunar – se ríe ella.
―           Está bien. Apúntame. También me pasaré otros días para hacer bancos de pesas
He ojeado el periódico. Las ofertas de trabajo que vienen en su interior son pésimas. La mayoría busca comerciales a comisión, o bien putas en todos los formatos. Por el momento, paso de buscar puerta a puerta. Tengo esperanza en las amistades de Maby que, aunque no sean muy legales, manejan dinero contante y sonante.
Según ella, ha dejado todo su terreno sembrado y abonado, ahora hay que esperar. Se ha puesto tan contenta con el vestidor que me ha echado un polvo sobre la moqueta con la que he revestido el suelo del mismo. Pam nos ha estado mirando mientras vigilaba la cena.
Son las diez de la mañana cuando llamo a la puerta de Dena. Viste una larga bata de seda, roja, con dos grandes rosas negras en la espalda. Como siempre, tiene bien alta la calefacción del apartamento para poder estar desnuda. Inclinándose, me besa las manos, me da los buenos días, y, a continuación, me besa en la boca.
Le pregunto sobre Patricia.
―           Estuvo todo el día encerrada en su habitación. No quise presionarla. Le deje la comida fuera, en una bandeja. Estoy muy preocupada, Amo… — puedo notar la congoja en su voz.
―           Creo que podría hablar con ella – la tranquilizo. — ¿Cuál es su desayuno favorito?
―           Crèpes con mermelada.
―           Pues nada… enséñame a hacer crèpes, putona mía.
Dena se ríe bajito, colgándose de mi brazo.
Cuando entro en el dormitorio de Patricia, bandeja en mano, sé que se está haciendo la dormida. No tengo prisa. Dejo la bandeja sobre el escritorio y me siento en el filo de la cama, mirándola. Está de costado, con las manos metidas bajo la almohada. Se le ve un hombro, recubierto de los pequeños unicornios, de diferentes colores, que plagan su infantil pijama. Su pelo forma una aureola sobre la almohada. Está surgiendo con fuerza de sus formas de niña y apunta a convertirse en una bella señorita.
―           Patricia… sé que no duermes – susurro, sin apartar mi vista de ella.
Al minuto, abre los ojos, buscando mi rostro sin girar el suyo.
―           Te he hecho el desayuno que más te gusta. ¿Quieres comer en la cama?
Se encoge de hombros, pero incorpora su torso. Meto la mano debajo de ella, subiendo y ahuecando la almohada. Después, pongo la bandeja sobre la cama. Ella le hace sitio, recogiendo sus cubiertas piernas.
―           Crèpes – musita, relamiéndose.
―           Si, y un buen cacao. Come.
La observo como unta mermelada en una de las finas tortillas, la lía como un cigarro, y la devora en un abrir y cerrar de ojos. Hace lo mismo con otra, antes de dar un sorbo a la tibia taza.
―           Tenemos que hablar, Patricia – le digo, muy suave. Ella me mira y le suben los colores.
―           No quiero hablar – me dice, sin mirarme.
―           Yo tampoco, pero tenemos que hacerlo. Eso que sientes, ahí dentro – señalo su pecho –, no puedes guardártelo. Te hará daño más tarde.
―           Os vi… a mamá y a ti – murmura, mirándome.
―           Lo sé. Yo también te vi, y en otra ocasión también, ¿verdad?
Baja la vista y asiente.
―           Sientes curiosidad, lo comprendo.
Un nuevo asentimiento.
―           Y puede que aún no comprendas nuestros juegos. ¿Te sientes molesta por eso? – aventuro.
Niega esta vez. Suspira y se come un tercer crépe. La dejo terminar de beberse el cacao y retiro la bandeja.
―           He leído sobre sexo, con mis amigas. Sé lo que estabais haciendo – no me mira, avergonzada. – Estabais follando…
―           Si, eso es. Tu madre y yo somos amigos y nos divertimos. ¿Sabes que mamá tiene derecho a divertirse también, no?
―           Si. Hacía tiempo que no la veía reírse así.
―           Entonces, ¿por qué este berrinche?
Se encoge de hombros y baja de nuevo la vista. Buff, va a ser difícil. Le alzo la barbilla con un dedo. Tiene una mancha de mermelada en el mentón. Se la quito con el dedo. De repente, Patrica aprisiona mi mano y, sin mirarme siempre, se lleva el dedo con el que la he limpiado a la boca, succionando la mermelada. Su lengua es cálida y muy suave. Acaba tan rápidamente como ha empezado. Tiene el rostro encendido.
Comprendo lo que siente. Son celos, aunque no puede, ni se atreve a explicarlo.
Patricia se tumba de nuevo en la cama. Me da la espalda y se tapa con las mantas. Es una forma de despedirme, con la excusa de dormirse de nuevo. Me pongo en pie y sonrío.
―           Está bien, pequeñaja. Finge dormir y despídeme. Excusas de crías. Mañana volveré y te volveré a hacer un buen desayuno, solo para ti, pero, si no estás levantada y vestida, esperándome, me marcharé y no volveré. De ti depende, Patricia.
No da muestras de haberme escuchado, pero sé que lo ha hecho. Salgo de su habitación y aferro a su madre por el cabello. Me está esperando, con mirada ansiosa. La apoyo sobre el pequeño mostrador de la cocina y le meto caña en el culo, mientras le cuento lo que he hablado con su hija.
Sonríe y me pide permiso para llevarse una mano al coño.
Sin embargo, los planes cambian, de la noche a la mañana. Dena me envía un mensaje. Se marcha a Sevilla, con Patricia, al día siguiente. Su padre ha sufrido una angina de pecho y piensa pasar el Año Nuevo con su familia. No volverá hasta Reyes. Puede que sea lo mejor para hacerse entender por Patricia. Ya lo veremos cuando vuelvan.
Empiezo a entrenar en el gimnasio. Simón, el monitor cincuentón, cree que le engaño y que ya he levantado pesas anteriormente. Después de negarlo varias veces, le dejo creer lo que quiera. Me gusta esa actividad, noto como mis músculos se desperezan bajo la piel, como si despertaran tras un largo sueño. Me doy cuenta que Pepi pasa demasiadas veces por delante de mí…
Las chicas me obligan a acompañarlas de compras. Hay que vestirse para la fiesta de Año Nuevo. Ni siquiera sé lo que vamos a hacer, pero, sin duda, ellas si.
Finalmente, me entero que Begoña ha conseguido que su amante le deje usar su casa de campo en las sierras de Madrid, para celebrar una fiesta de fin de año.
―           Básicamente amigos – me dice Pam.
―           Si… una treintena de modelos, sus novios o amantes, y algunos compromisos – se ríe Maby al ver mi cara.
―           Joder… habrá que engalanarse – digo.
―           ¿Por qué te crees que estamos de compras?
Como mucha otra gente de Madrid, en veladas comola Noche Vieja, debemos reunirnos con amigos más o menos íntimos, ya que nuestras familias están lejos. Este es el primer Año Nuevo que voy a pasar sin mis padres… Al menos, tengo a Pam y ella me tiene a mí. Maby está acostumbrada a estar sola, bueno, todo lo sola que ella puede estar, claro.
Así que Begoña nos ha invitado a cenar con ella en el chalé, junto con Elke. Al parecer, Sara ha decidido visitar a su gran familia gitana, a Barcelona, y Zaíma vendrá más tarde, con un nuevo novio que se ha agenciado. La casa de campo es grandiosa y enorme, con magníficos jardines formando pequeñas terrazas. Claro que nadie va a salir a esos jardines con la temperatura que hace, pero lucen elegantes desde los ventanales del gran salón.
Cuando hablo de un gran salón, es un salón enorme, como para meter cien invitados, junto con los muebles. Ya está todo decorado y preparado. Bego ha trabajo en ello toda la semana, con la ayuda de Elke. La bella noruega nos comenta que, por el momento, no se lleva demasiado bien con su padre, sobre todo después de su nueva y última boda. Así que prefiere pasar estos días en España, con sus amigas, y, con estas palabras, abraza impulsivamente a Pam.
Verlas a las dos juntas, es una delicia. Una, pelirroja, y la otra, con ese rubio tan intenso, que solo los escandinavos pueden tener. Elke es algo más alta que mi hermana, pero más esbelta. El mini vestido de lamé que viste deja patente sus perfectas y larguísimas piernas. Lleva el pelo recogido en un alto moño, del que brotan rizadas guedejas rubias, que se reparten graciosamente en su expuesta nuca y en sus sienes. Sus ojos se parecen bastante a los míos, algo menos grises, y más azules, pero igualmente claros. Elke es una de esas personas que tienen una mirada franca y sincera, incapaz de ocultar malos sentimientos. Eso, unido a la simetría perfecta de sus facciones, la convierte en una de las modelos más contratadas de la agencia. Es como una bella estatua que hubiera cobrado vida.
Cenamos los cinco entre buenos deseos, continuados brindis y suaves besos. Tomamos las uvas en el momento indicado y reparto piquitos en los labios de todas. La verdad es que las chicas me han vestido que me salgo esta noche. Camisa de seda, roja y negra, un pantalón de fina mezclilla, gris perla, con una caída perfecta que el sastre de Massimo Dutti arregló personalmente. Cinturón y zapatos a juego, imitación a charol. Vamos, pa comerme…
Bego se cuelga del brazo que Maby deja libre, y nos lleva al salón. Hay que celebrarlo con más champán. Pam llama a la granja para desear un feliz año a toda la familia, y me pasa el móvil para que haga lo mismo. Maby consigue contactar con su madre en Maui y charla con ella unos minutos. Bego, que no tiene familia a quien llamar, manifiesta con alegría, que su jefe se va a escapar pronto de su esposa e hijos, y vendrá al chalé.
―           Hay que empezar el año follando, ¿no? – dice, con una carcajada.
―           Claro que sí. Pienso hacer lo mismo, al final de la noche – itero alzando mi copa de champán.
―           Cuidado con el alcohol, peque. No estás acostumbrado – me sopla Pam, sobre mi hombro.
Es cierto. No he bebido nunca, pero me siento especialmente sediento esta noche. Empiezan a llegar los primeros invitados. Elke no se separa de Pam. Supone que, siendo las dos chicas que están solas, es lo más propio. Maby, embutida en su vestido tubular y blanco inmaculado, se cuelga de mi brazo, repitiendo el numerito del baile de Navidad. Me siento orgulloso de mi chica. Pam me sonríe, también aferrada a uno de los marfileños brazos de Elke, y me anima a seguir la velada. Mi hermana viste un flotante y nebuloso traje negro, que destaca poderosamente su pálida piel y el color de su cabello.
Zaíma llega con su novio, un tipo de más de treinta años, cuyo pelo rubio está en franca retirada. Está algo bebido y se cree el más gracioso del mundo mundial. ¡Pobrecito! Zaíma nos besa a todos, deseándonos un buen año, aunque ella, particularmente, no tenga esa creencia. Es musulmana.
En un impulso, que aún no he conseguido descifrar, atrapo una botella de vodka “Absolut”, sin empezar. Maby me mira, con el ceño fruncido.
―           ¡Hoy me siento ruso! – le digo, guiándole un ojo. Me mira con asombro, cuando me bebo el transparente licor sin mezclar y sin hielo.
En menos de una hora, me ventilo la botella, yo solo. Me hace adoptar una sonrisa floja y algo cínica, y, al contemplarme en uno de los espejos, tomo nota que mis ojos brillan con algo a caballo entre la lujuria y la travesura. Sin embargo, no me siento borracho, solo relajado.
Me paso buena parte de la velada en pie, apoyado en el respaldo de un alto sillón orejero, en el que se sienta Maby. Apoyo mis codos en lo más alto, y dejo caer una de mis manos hacia delante, jugando con la oscura cabellera de mi “novia”, la cual no deja de llevarse uno de mis dedos a la boca. Desde esa percha, me dedico a observar a cuanto pasa ante mí.
Muchas de sus amigas y conocidas, todas compañeras de profesión, se detienen ante nosotros. La saludan, se interesan por mí, acaban besándome las mejillas y sugiriendo los más dispares temas de conversación, mientras noto sus ojos analizarme y catalogarme. Algunas van más allá, y, en cuanto se quedan a solas, deslizan su número de móvil en mi bolsillo, o se insinúan descaradamente, olvidando su mano sobre mi brazo. Me hubiera gustado llevarme a alguna de ellas a los dormitorios del piso superior y haberlas follado a gusto, pero no es el momento.
―           ¡Putitas descaradas! – masculla Maby, aferrando mi mano.
―           No las muerdas aún – me río.
Contemplo a mi hermana. Está sentada en otro sillón, hermano del que nos sostiene, pero ella sujeta a Elke sobre sus rodillas. Parecen muy animadas, charlando con los rostros muy pegados. La noruega muestra su ropa interior, sin pudor alguno, la cortísima falda arremangada casi del todo.
―           Voy a buscar algo más de beber – le digo a Maby, besándole la parte superior de la cabeza. — ¿Te traigo algo?
―           No deberías beber más, amorcito.
―           No me siento raro, aún.
―           Está bien, mi dueño, ¿Me podrías traer unos pocos bombones de esos tan ricos?
Me sirvo otro “Absolut” bien generoso, en la mesa de las bebidas, y entro en la cocina, buscando los bombones. Bego está dentro, de espaldas a la puerta, las manos apoyadas en la encimera, ante la ventana. Se seca los ojos cuando me escucha.
―           ¿Estás llorando? – le pregunto.
No quiere girarse y sigue intentando contener sus lágrimas. Dejo el vaso a su lado, y la abrazo, desde atrás. Ella reclina su cabeza hacia atrás, apoyándola en mi pecho, y cruza sus brazos sobre mis manos. La escucho suspirar.
―           Deja que adivine… Tu jefe no ha podido darle esquinazo a su familia…
Begoña asiente y se ríe flojito.
―           ¿Tenías un número de telepatía en la granja?
―           Si, así pasamos las veladas cuando se pone el sol – sigo con la broma.
―           Tenía ilusión por empezar el año sintiéndome algo más que la “otra” – se seca las lágrimas, con dos dedos.
―           Bueno, la “otra” recibe las ingratitudes del secretismo, pero, en compensación, recibe los mejores trabajitos de su amante, ¿o no?
―           ¡Jajaja! ¡Tienes razón, Sergio! ¡Su esposa no se puede imaginar las sesiones de Viagra que su Antoñito me regala! – Bego se gira en mis brazos y me echa los suyos al cuello.
―           Para animarte, no puedo ofrecerte más que la posibilidad de reunirte dentro de un rato con nosotros, en una de las habitaciones – le ofrezco, con toda sinceridad.
―           ¿Contigo y con Maby? – se asombra ella.
―           Si.
―           Te lo agradezco, de veras…
―           Pero… — la animo a continuar la frase.
―           Pero lo preferiría sin Maby.
Asiento y la beso en la frente.
―           Eso es algo que no debo ofrecerte – le digo.
―           Lo sé y te admiro por ello, Sergio. No creí que quedaran hombres como tú y menos con tu edad – me devuelve el beso, pero en una mejilla. – Anda, vuelve con Maby.
―           Si… oye, ¿quedan bombones?
Queda poco para que amanezca cuando Maby y yo subimos las escaleras, entre risitas.
―           ¿Qué dijo Pam, primera a la derecha? – le pregunto.
―           No, amorcito, a la izquierda – me responde, señalando una de las puertas.
―           Sssshhh… sin ruidos – tengo la voz un tanto estropajosa por el vodka, pero mi mente está clara. O el “Absolut” es muy flojo, o yo he bebido, anteriormente, más vodka del que recuerdo. — ¿Estarán liadas?
―           Seguramente. No han subido aquí a jugar al parchis – susurra Maby, empujando la puerta.
Tanto el dormitorio como la cama son grandes, y las paredes, empapeladas con curiosos motivos egipcios, están decoradas con arte africano, en su mayoría. Puedo ver todo eso a la luz de las lamparitas de las mesitas de noche. Elke está tumbada boca arriba, desnuda y con las manos aferrando la almohada. Tiembla bajo la lengua de Pamela, quien le está comiendo todo el coño, con voracidad.
Maby sofoca una risita y tira de mi mano, hacia la cama. La noruega no se ha dado cuenta de nuestra presencia, inmersa en lo que siente más debajo de su ombligo. Ondula su cintura como una bailarina exótica, al compás de la lengua de Pam. Maby, tan traviesa como siempre, se inclina lentamente sobre la rubia y lame sus labios.
Elke abre los ojos, con lógica sorpresa, y contempla, sin comprender, a su joven compañera. De repente, me ve y baja sus manos para tocar, con urgencia, la cabeza de Pam.
―           Hola, hermanito – me sonríe, al levantar la cabeza.
―           Vaya, os lo teníais muy calladito – comenta Maby, irónicamente.
―           Ha surgido esta noche – se encoge de hombros Pam.
―           ¿Podemos unirnos? – pregunto, desabrochando el pantalón.
―           Yo… no sé… hay más habitaciones – murmura Elke, muy cortada.
―           Es que estamos acostumbradas a compartir, querida – le dice Maby, tumbándose a su lado y besándola de nuevo.
Con los ojos muy abiertos, Elke observa, a pesar de que Maby la esté besando, como me bajo los boxers y enseño mi gran miembro.
―           ¡Waaoo! – exclama, realmente impresionada, despegándose de la morena. Pero vuelve a callarse cuando ve como Pam atrapa mi polla con una mano, para llevársela a la boca.
Pam se atarea con alegría sobre su preciado tesoro, buscando que alcance una dureza ideal.
―           ¡Son… son hermanos! – musita Elke.
―           Así es. Se aman muchísimo, tanto que no pueden dejar de follar juntos – le susurra Maby, metiéndole la lengua en la oreja. – Nos amamos los tres y compartimos piso…
―           Entonces, ¿no es novio tuyo?
―           Es el novio de las dos, pero, ante la gente que les conoce, que saben que son hermanos, deben disimular. Entonces, yo soy su novia… una tapadera, jijiji… ¿Te molesta?
―           ¡Brutal! ¡No, es un amor lindo!
―           ¿Te gusta Pamela? – le pregunto, en pie, mientras mi hermana sigue atareada.
―           Es buena amiga y hoy me ha hecho feliz. No me ha dejado sola – dice, tras asentir con la cabeza. se la nota confusa, abrumada por cuanto está sucediendo tan deprisa.
―           ¿Y yo? ¿No te gusto? – le dice Maby, aferrándole un pecho, un poco mayor que los suyos propios, pero no mucho más.
―           Siempre, Maby, siempre gustarme. Eres muy, muy guapa. Pero eras pequeña y no me atrevo a decirte nada – contesta Elke, mirándola a los ojos.
―           ¿Eres lesbiana? – le pregunto, gateando sobre la cama mientras que Pam me sigue con la boca, como puede.
Elke se encoge de hombros, como si no supiera la respuesta.
―           Me gustan amigas modelos… — y se abandona a la presión de la lengua de Maby, que no deja de buscar sus labios.
Pam pasa mi polla de su boca a su coño, casi sin interrupción. Quiere follar ya. La tumbo al lado de Elke y ésta no deja de mirar de reojo la potencia y tamaño del manubrio hundiéndose en el coñito de mi hermana. Creo que eso es lo que la pone muy caliente, el morbo de pensar que somos hermanos. El incesto es un poderoso incentivo. Empuja la cabecita de Maby hacia su rubio coño, muy recortado, y se estremece cuando se lo empieza a chupar.
―           ¿Te gusta… el pollón… de mi hermano? – jadea Pam, girando el rostro y mirándola.
―           Muy grande…
―           Enorme, Elke… me abre toda… ahora después, la probaras tú…
―           No sé… da miedo… ooooooh… ¡Maby… Maby! – casi grita, apartando la cabeza de la morena de su coño.
―           ¿Si, qué? – pregunta Maby, creyendo que ha hecho algo mal.
―           Casi correrme…
―           De eso se trata, tonta, de que te corras una y otra vez…
―           No sé… nunca hecho más de una vez… — sus ojos me miran, casi con vergüenza.
Paro de embestir a Pam, que se queja bajito. Maby y yo nos miramos.
―           ¿Estás diciendo que solo te corres una sola vez y ya está? – le pregunto y ella asiente.
―           No serás virgen, ¿verdad? – le insta Maby.
―           No.
―           ¿Entonces?
Se encoge de nuevo de hombros. Veo miedo y pena en sus ojos. ¿Qué secreto oculta la noruega? Se muerde un labio y decide contestar.
―           Una mujer mayor me enseñó. Antigua jefa. Ella solo hacía correrme una vez. Después a dormir.
―           Así que tenías que refrenarte para no acabar enseguida, ¿no? – comprende Maby.
―           Si.
―           ¿Y no has estado con nadie más desde entonces? – indago.
―           No. Hoy primera vez en España – dice, apartando la mirada.
―           Uff, que triste – dice mi hermana, haciendo que me salga de ella. Se impulsa hasta su amiga para besarla en la mejilla.
Al otro lado, Maby le pellizca suavemente un pezón, y yo me inclino para besarla, muy suavemente en los labios. Algo me dice que Elke no se lleva demasiado bien con los hombres. Sin embargo, sus labios responden a mi caricia, con suaves besitos; sus dedos acarician mi pecho, mi vientre, y acaban descendiendo hasta mi verga, con cierta curiosidad. Palpan y recorren toda su longitud, pero no es suficiente. Quiere verla.
Las tres chicas se rehacen en la cama para permitirme tumbarme en el centro de la cama. Entonces, colocando mis manos tras la nuca, me dejo explorar. Las chicas animan constantemente a Elke, diciendo donde debe tocar, cómo debe hacerlo, y cuando debe parar. La noruega no parece haber visto muchas pollas, ni de este, ni de otro tamaño. Juega con el glande mucho tiempo, pasa sus dedos por el escroto, y frota fuertemente mi pene. Su tez casi albina se ha puesto roja, por la emoción. Sonríe como una tonta, cada vez que mis chicas la animan.
―           ¿Quieres que mi hermano te la meta, cariño? No te hará daño, ya lo verás…
Elke se niega cada vez que se lo preguntan. Acepta palparla, menearla, y hasta succionarla, pero no quiere ir más allá. Cuando empiezo a culear a Maby, se tumba a nuestro lado, mirando muy atentamente como se la meto por detrás, en el coño. Abre sus piernas y deja que Pam la masturbe largamente, corriéndose en silencio. Le digo a Pam que no la deje, que la haga excitarse de nuevo. Esta vez, mi hermana lame tanto su culito como su sexo. Maby me hace girarme para poder besar la boca de la noruega.
Se corren casi a la vez. Las dejo abrazadas y me ocupo de mi hermana, que tiene un calentón de órdago. Más tarde, al sodomizar a mis chicas, Elke vuelve a interesarse por la técnica. Bueno, más que interesarse, a asombrarse. Estoy seguro que no lo ha visto nunca de cerca. Pregunta muchas veces si les duele. Mis chicas se ufanan de su entrenamiento y de su capacidad. Pam le hace probar con un dedito. No tenemos crema y solo podemos utilizar saliva, por lo que Pam la ensaliva muchísimo, pero, finalmente, le introduce todo su dedo índice.
Observo como toda la columna vertebral de Elke se ondula por la sensación que recibe, cuando el dedo hurga en su interior.
Finalmente, los cuatro nos quedamos dormidos, con el día ya bien avanzado, después de múltiples orgasmos. Elke no se ha atrevido a que la penetrara, pero ha descubierto que el sexo llega mucho más allá de lo que pensaba. ¡Que belleza desperdiciada! ¡Es un crimen limitar a una mujer de esa forma!
Año Nuevo ha pasado sin que nos demos cuenta. Nos hemos levantado muy tarde y vuelto a la ciudad, tras un somero almuerzo. Las chicas están destrozadas y se acuestan pronto.
Al día siguiente, empiezo mis clases de karate. El estilo rinoshukan parece hecho para mí, artes marciales basadas en la fortaleza y en la resistencia. Nada de pataditas voladoras y poses sin pies ni cabeza. El sensei es un brasileño de unos sesenta años, pequeño y compacto. Nunca alza la voz hablando, solo cuando da órdenes. Nos cuenta que este estilo, en particular, fue desarrollado para entrenar a samuráis durante las largas campañas. Entrenaban su cuerpo para soportar la carga de un enemigo y poder devolver un solo golpe, contundente y letal, en el caso de que se quedaran sin armas.
Al principio, no es más que un largo calentamiento, que permite al sensei observarnos y comprobar en qué condiciones se encuentra nuestros cuerpos. Pero tengo la sensación que he llamado su atención, ya veremos.
Dena regresa el día cuatro de enero. Su padre se ha recuperado bien, me cuenta, arrodillada desnuda ante mí. Parece que ha hecho las paces con Patricia, aunque la cosa sigue aún algo tensa y suele cambiar de rumbo a la mínima ocasión. Su hija le ha preguntado por nuestros planes, si vamos a vivir juntos, si pensamos consolidar nuestra relación, o si vamos a seguir más tiempo con el juego de dominación. Dena no sabe qué responderle, pues ella misma no acaba de decidirse.
Me cuenta que fantasea son Patricia, que se excita con ella, que sueña con ella, pero no se atreve a dar el paso definitivo. Por mi parte, no pienso influir en ninguna de ellas. Pongo mucho cuidado en no manipularlas. No es que sea moralista en esto, pero no quiero que haya remordimientos, ni acusaciones, una vez que sus cabezas se enfríen.
Dena tiene razón. Patricia ha encontrado una forma de volverla loca: las preguntas. Al principio, Dena creía que era mera curiosidad, el impulso de comprender lo que sucedía en su entorno, pero esa niña es mucho más astuta de lo que parece y, ahora, me integra a mí también en el juego. Nos hace preguntas de todo tipo, unas veces a solas, otras veces cuando estamos juntos. Preguntas sobre nosotros, sobre lo que hacemos, sobre lo que pretendemos… Preguntas que rodean, una y otra vez, lo que en verdad anhela, lo que le importa, y eso es algo que sigo esperando a que suelte.
Al día siguiente, es Patricia quien me abre la puerta, como recordándome lo último que le dije, antes de marcharse. Me recibe peinada y vestida, y con una bella sonrisa, me hace pasar. Su madre me espera detrás de ella, las manos unidas sobre su vientre, los ojos bajos, y su desnudez cubierta solo por una bata, que no deja de entreabrirse.
Patricia no parece darle importancia a que su madre vista así. Cuando escucha, de los labios de su madre, el título de Amo, enarca las cejas y pregunta, tratando de entender.
―           Es un juego de obediencia entre tu madre y yo – le respondo sencillamente.
―           ¿Puedo jugar también? – pregunta, tras pensarlo un rato.
―           No, lo siento, Patricia. Para participar, hay que aceptar todas las condiciones, y tú, por ahora, no puedes cumplir ese requisito. Quizás, dentro de poco, lo consigas.
Se encoge de hombros, como si comprendiera la escueta respuesta. Queda poco para acabar con esta situación. En un par de días empezará el colegio y tendré que cambiar los desayunos quizás por meriendas.
En la mañana de Reyes, mis chicas me dan una sorpresa. Se levantan antes que yo para hacerme el desayuno y entregarme mi regalo. Es un precioso reloj de esfera blindada en titanio, muy deportivo y elegante. Bajo la esfera, una inscripción: “De tus zorras, con sumisión”.
Todo un detalle. Las beso profusamente.
Les entrego los suyos. Dos cajitas iguales, pequeñas y forradas en paño de terciopelo rojo. Las abren con expectación, y se quedan algo confusas.
―           ¿Un solo pendiente para cada una? – pregunta Pam, al comprobar que dentro de las cajitas descansa un pequeño objeto de oro, con una forma que recuerda a un zarcillo.
―           No son pendientes. Son piercings de oro, para vuestro pezón derecho.
―           ¡Ooooh! – exclama, a la vez.
―           Tenéis cita mañana, en la tienda de tatuajes, el Gato Negro, en el paseo Suárez. ¿Os gusta?
Maby se cuelga de mi cuello enseguida, y me mete la lengua hasta la campanilla.
―           Gracias, Sergi. Siempre quise uno, pero no me decidía – me abraza Pam por el costado.
Al día siguiente, nada más entrar en casa, se quitan los suéteres y las blusas para enseñarme, con orgullo, los piercings quirúrgicos que les taladran el pezón derecho. Tardaran unos días en colocarse los que le he regalado, pero ya lucen geniales.
Una llamada de la agencia, al día siguiente, incorpora a mis chicas a sus trabajos. Se acabaron las vacaciones. Pamela debe salir de viaje, en un par de días. Empieza una gira de presentación de la colección de pieles auténticas de una famosa peletera. La idea es realizar los pases en las mejores estaciones de esquí de Europa. Elke es la otra chica escogida de la agencia. Estarán un mes fuera, al menos. La noche antes de la partida, la despedimos como se merece, Maby con lágrimas y yo con dos imponentes corridas.
Maby, por su parte, es llamada para otro asunto que no es exactamente trabajo. Los socios propietarios han decidido dinamizar a sus chicas y aquellas que, por el momento, están desocupadas, deben ponerse en manos de un preparador físico, que las entrenaran a diario. Dos horas por la mañana y dos por la tarde.
Esto hace que Maby regrese a casa bastante exaltada, cada día, y ha tomado la costumbre de enloquecerme. Está todo el día buscando nuevas formas de excitarme, de insinuarse, de calentarme, para que acabe follándomela en cualquier rincón del piso. Por las noches, se duerme, abrazada a mí con fuerza.
Sin embargo, todo eso no me parece una reacción lógica por quedarse a solas conmigo, sino, más bien, una forma de compensar que Pam no está con nosotros. No se muestra sumisa, sino más bien desafiante, provocativa, como pretendiendo irritarme para que la castigue. Es lo que creo, pues ha conseguido que la azote en dos ocasiones.
La primera vez por desobedecerme. Se empeñó en conocer a Dena, y, aprovechando una de mis ausencias, bajó a su piso para pedirle una bandeja para hornear. Cuando Dena me dijo que había estado allí, me cabreé y subí. Mientras la pregonaba, Maby mantenía los ojos bajos, pero sonreía. Me irritó tanto que le dí una buena azotaína sobre mis rodillas, con mi mano.
La dejé sobre la cama, de bruces, tras aplicarle crema. No le permití masturbarse, pero yo tuve que bajar a toda prisa y desahogarme con Dena.
La segunda vez, una semana después, fue ella la que trajo una fusta. La compró en el sexshop y, tras entregarmela, me confesó que había sentido la tentación de follarse a su entrenador, así que debía castigarla.
Yo no quería. Le expliqué que las tentaciones son algo humano, que ella también debía sentirlas. Que tenía suficiente con que me lo hubiera confesado. Que había sabido reprimirse.
No me hizo caso. Maby argumentó que me pertenecía, que no debía sentir nada por otra persona que no fuera yo, o quien le designara. Era deber mío, como Amo, castigarla, demostrarle cuanto la quería procurándole dolor.
Una parte de mí, le daba la razón. Sabía que tenía hacerlo… pero al inocente y enamorado Sergio aún le cuesta trabajo hacer sufrir a quien más ama. Finalmente, la instalé de bruces sobre la mesa del comedor, desnuda, y le puse el móvil en la mano. Pam nos llama todas las noches y nos cuenta todo sobre su trabajo, sus compañeras, y los sitios que visita. Ordené a Maby que llamara a Pam y le confesara su pecado mientras la azotaba con la fusta.
Acabó llorando y masturbándose como una loca, compartiendo su orgasmo con Pam, casi a tres mil kilómetros.
No sé como analizar la mente de Maby. Debería ser una adolescente alocada y vanidosa, dada su educación, su despego familiar, y su trabajo. Una chiquilla que solo debería pensar en si misma, en divertirse, en los chicos que la pueden adorar, y en fiestas fastuosas. Sin embargo, se ha olvidado de todo eso, y solo está entregada a mi persona. Me ronda, me acecha, me vigila; está atenta a cualquiera de mis necesidades, para satisfacerlas de alguna forma. Yo no la llamaría una esclava, más bien una joven y hermosísima vestal, entregada a mi culto y adoración.
Eso es. Exactamente eso.
He tomado la costumbre, cada tarde, de bajar y preparar la merienda que Patricia elige. Un día crèpes, otro, tostadas americanas, o bien tortilla al gusto, o un simple bol de cereales. Me siento a su lado, viéndola comer, hablando del colegio, de sus amigas, o de lo que ella prefiera. Su madre lo hace frente a ella. Según su humor, permite que su madre comparta su merienda.
A veces, se ha negado, en esos días malos en que la odia. Me pide que ordene que su madre se arrodille a su lado, y le tira galletas al suelo, o pedazos de su propio plato, para que su madre se los coma, sin usar las manos. Es terriblemente excitante.
En esos momentos, le pregunto por qué actúa así, por qué castiga a su madre, que solo hace quererla. Patricia me mira, con esa mirada huidiza, preñada de fantasiosos deseos. Solo susurra, “por ti” y sigue atormentando a su madre.
En el fondo, sé que me desea, que le gustaría entregarse como su madre, pero se niega a que yo la venza en ese juego. Creo que para su edad, para esos catorce años que ya ha dejado atrás, es demasiado madura, o puede que demasiado orgullosa.
Después de merendar y charlar, suelo llevarme a Dena al dormitorio, y no cerramos la puerta. ¿Para qué? Patricia ya nos ha espiado en todas las posturas. Así mismo, cuando la jovencita se encierra en su habitación, tomo a su madre en la sala, sin ocultarme. Dena ya no sofoca sus gemidos, ni sus gritos. Noto su tremenda excitación, después de que su hija la haya humillado, y, habitualmente, me pide que la haga sufrir, sea con azotes, sea penetrándola.
A mediados de mes, Pamela nos visita por sorpresa, todo un fin de semana. Tiene el rostro aún más moteado de pecas, debido al sol que se refleja en las cumbres nevadas.
―           Bronceado de rica – le dice Maby, sobándole el trasero, tras abrazarla.
Tomando un café en la cocina, nos explica que el lunes parten para Austria; que la campaña va muy bien y que se está hablando de hacer una parecida en Estados Unidos y Canadá. Aún está por ver si utilizaran modelos europeas o americanas.
Me alegro mucho por ella, pero Pam no quiere felicitaciones. La noto titubeante, desde que ha abierto la puerta. Se muerde insistentemente el labio, y sus ojos evitan cruzarse con los míos. Finalmente, se decide.
―           Hermanito… mi dueño y señor… tengo algo que confesar. A ti también, cariño – le dice a Maby.
―           Uy, suena a algo serio – sonríe Maby.
―           ¡Alto! Confesar es un acto serio y responsable. Se merece un pequeño ritual propio – propongo, divertido en el fondo.
―           Amo, ¿usamos la mesa? – Maby se refiere a la posición que le hice asumir en su último castigo.
―           Está bien. Prepárala tú.
Maby pone mano a la obra con energía. Desnuda completamente a Pam, que está temblando, totalmente entregada. Parece demasiado pensativa y, entonces, me preocupo verdaderamente por lo que puede ser eso que quiere confesarnos. No ha traído maleta, salvo una liviana bolsa de mano.
Su recia parka multicolor queda en el suelo, junto con un grueso suéter de lana marrón y azul. Al quitarle la camiseta térmica, vemos que no lleva sujetador. Finalmente, Maby le quita las botas de montaña y la ajusta malla de esquí, rosa y celeste, que cubre sus preciosas piernas.
Pamela queda de bruces sobre la gran mesa, vistiendo, tan solo, unas estrechas braguitas de talle alto, color salmón. Mantenemos la temperatura del piso alta para poder hacer eso mismo. Maby le indica que se agarre a los bordes de la mesa con las manos, y que separe las piernas.
―           A ver, mi zorra hermana, ¿qué tienes que confesarnos?
―           Me acuso de haber… quebrantado la confianza de mi Amo y Señor, durante mi ausencia…
―           ¿De qué forma, guarra? – le pregunta Maby.
―           Elke y yo… nos hemos… enamorado – musita, temblando. – Hemos estado durmiendo juntas, durante todo el viaje.
Nos quedamos todos callados. Eso es serio. Puede significar el fin de todo.
―           ¿Puedo? – me pregunta Maby, alzando su mano.
Asiento y su mano abierta baja velozmente para golpear fuertemente una de las nalgas de Pam. Contiene el grito, apretando los labios, pero el glúteo enrojece rápidamente.
―           ¡Traidora! – la reprende y Pam solo asiente, sin palabras.
―           ¿Qué pretendes hacer ahora? – le pregunto.
―           No lo sé… ¡lo juro! No pretendía que esto ocurriera. Estaba muy a gusto con nuestra vida. Empezó como un juego, ya sabéis, en Noche Vieja, pero Elke es tan… tan…
―           Oh, claro. También decías eso de mí. ¡Clac! – resuena el nuevo cachetazo. Esta vez, Pam se queja.
―           Deja que se explique, Maby – le digo.
―           ¿Para qué? ¡Ya ha confesado que nos ha puesto los cuernos!
―           Sé que te duele, Maby – contesto, mientras inclino mi cabeza para atrapar la mirada de mi hermana. – A mí también me jode, pero es importante que nos diga por qué.
―           ¡Es diferente a lo que siento por ti, Sergi! O incluso por ti, Maby… Con vosotros es como un pacto, un misterio vital, algo que perdura en el alma… ¡como una comunión! Pero con Elke siento otras cosas, quizás más mundanas, pero igual de vitales.
―           Sentimientos que no tienen porque ser escondidos, ¿verdad? – digo, comprendiendo su propia tentación.
―           Si. No tengo que ocultarme…
―           ¡Conmigo tampoco tenías que esconderte! – exclama Maby.
―           No, pero si con Sergio, y eso me mata – sollozó Pam – pero ya no importa. Os he fallado…
Maby la golpea nuevamente, un par de veces.
―           ¡Basta! – la reprendo. – Pam no merece más azotes. Ha confesado por remordimiento. Ha sido débil, lejos de nosotros, pero también es valiente y ha demostrado que nos ama aún.
―           Pero…
―           ¡Ni pero, ni ostias! ¿Qué clase de amo sería si no supiera mantener a mis sumisas? No es más doloroso el castigo, sino la falta de él. Pamela ha venido en busca de perdón, lo necesita y lo tendrá. Ya habrá tiempo para recriminarle su falta.
―           Eres más sabio que yo, mi amor – agacha la cabeza Maby, dando un paso atrás.
Ayudo a mi hermana a sentarse en la mesa. Se abraza a mí e inunda mi pecho de besitos, humedeciendo la camisa con sus lágrimas. Acaricio sus adorados rizos rojizos.
―           Sergi, te juro que, cada día, al levantarme, pensaba llamarte y decírtelo… pero iba perdiendo voluntad al pasar las horas. Al anochecer, solo quería que Elke me abrazara, y volvía a caer. Maby, te juro que pensaba en todo eso cuando me confesaste lo de tu preparador, solo que tú resististe.
―           Yo amo realmente a tu hermano, Pamela. No son solo palabras. Jamás amaré a otra persona.
―           Bueno, ahora solo importa lo que piensas hacer – corto la escenita.
―           Lo he estado hablando con ella. Al final, solo le vemos una salida sensata. Elke conoce parte de nuestra relación. Comprende nuestro incesto, y nuestra unión a tres bandas. Le he ofrecido vivir con nosotros… pero no se atreve…
―           ¿Por qué? – Maby no comprende.
―           Elke es técnicamente lesbiana, algo le sucedió en su adolescencia, que le hace tener miedo de los hombres. Se dejó llevar en Noche Vieja, porque confiaba en nosotras, había bebido y estaba muy impresionada por lo que estaba descubriendo. Reconoce que Sergio fue muy atento y amable con ella, y que tocó y palpó su pene a conciencia, pero, ahora, en frío, no se atreve a vivir en una especie de comuna gallinero. Le he prometido que nadie la presionará. Que hará lo que le plazca, que separaríamos las camas…
―           Me parece perfecto – digo. — ¿Qué ha contestado?
―           Me ha pedido un tiempo para pensarlo. Su compañera de piso deja el país en tres meses. Mientras saldremos como pareja, como novias, y veremos qué pasa…
―           ¿Qué pasará con nosotros? – pregunta sutilmente Maby.
―           No lo sé. No quiero dejaros tampoco. Sergio es mi dueño y tú eres mi cariñito – Pam abre sus brazos para que su joven amante la abrace. – Lo siento muchísimo, Maby… mucho… mucho…
―           Lo sé. Ya te hemos perdonado, tranquila – Maby intenta besar cada linda peca de su rostro.
Las abarco a las dos con mis brazos. Pam me mira, esperando una respuesta.
―           Pam, aunque te declaraste mi sumisa, no soy nadie para interponerme en tu corazón. Mejor que cualquiera, sé que es perfectamente posible que el corazón se divida entre diversos amores, aunque nunca son iguales. Te quiero a ti como hermana y como amante, a Maby como mi primera novia, y posiblemente, querré a otras más adelante, por otros motivos, que pueden ser más o menos tan válidos como los primeros.
―           ¿Entonces? – me pregunta, esperanzada.
―           No tengo las respuestas, pero creo que lo más sensato sería, como bien has dicho, pasar un tiempo de prueba. Yo tampoco quiero perderte, aunque deberemos frenar un poco para dejarte espacio para esa nueva relación. Sal con tu novia, Pam, experimenta y disfruta. No la mientas sobre lo que sucede aquí, cuéntaselo todo, desde el principio; que entienda nuestro amor. Ella decidirá por sí sola, y lo que decida será bienvenido.
Maby asiente.
―           Pero quiero que seas mía y de Maby, al menos una vez a la semana. Le dirás a Elke que puede poner las reglas que ella desee, si se quiere quedar con nosotros, sea por una noche, o para siempre. La respetaré por lo que es, tu pareja, pero también puedes decirle que le ofrezco el mismo amor que comparto contigo y con Maby, y creo que hablo también por ti, ¿no? – miro a mi morenita, quien tiene las lágrimas saltadas, escuchándome.
―           Si, Amo, por supuesto. ¡Joder, que labia tienes…!
Mi hermana salta sobre mí, abrazándome muy fuerte. Es una noche para la emoción. Tengo que esforzarme al máximo para contentarlas a las dos. Pamela lleva unas semanas sin ser sodomizada y no puedo permitir que ese culazo se cierre lo más mínimo. Maby, por otra parte, se enardece con nuestra pasión y relata las guarrerías que hemos estado haciendo a solas, mientras Pam y yo follamos como conejos. El morbo está asegurado.
―           He bajado a conocer a Dena – le cuenta Maby, tumbada sobre ella, en la cama. Por mi parte, alterno mis embistes entre sus vaginas cada tres o cuatro minutos.
―           ¿Si? Cuenta… — Pam le echa los brazos al cuello y mordisquea su barbilla.
―           Me gané unos buenos azotes, pero debo decir que así, de cerca, está muy buena. No es tan vieja como creía – dice Maby, con una sonrisa.
―           ¿Te dio unos azotes? – se asombra Pam.
―           No, tonta, Sergi me atizó en el culo por desobedecerle.
―           Como los que tú me has dado… — saca de nuevo la lengua.
―           Creo que te gustaron demasiado… así no es castigo… — Maby intenta atrapar la esquiva lengua.
Asisto a esa excitante conversación, mientras sigo follando uno y otro coñito. Espero que la solución que hemos buscado a este nuevo problema, dé sus frutos cuanto antes. ¿Se convertirá el trío en una doble pareja? Lo espero y lo deseo. Elke me cae bien, aunque no siento por ella nada definido por ahora. Sin embargo, si mi hermana es feliz, yo lo seré también. No quiero perder a Pam y no soy tan hijo de puta para obligarla a terminar con alguien a quien ama, aunque pueda hacerlo.
¿Qué hubiera hecho Rasputín?
                                       CONTINUARÁ
Comentarios extensos a: janis.estigma@hotmail.es
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

Relato erótico: “El pueblo de los placeres 4” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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“Hola Luís, soy mamá. Esto que voy a contarte es algo que jamás te tendría que haber contado. Pero me veo en la obligación, pues llevo días muy preocupada por ti y mi hermanita.
Se trata del pueblo. Estoy convencida que a estas alturas ya te habrás dado cuenta que ocurre algo anormal. También estoy segura que estás acostándote con la tita Ana. Ella se pone muy enferma en ese pueblo. Tenéis que salir de allí cuanto antes.
Cuando me comentases que ibas a vivirte allí, tuve que controlar el impulso de explicarte por qué estabas en un error. Tal vez guardaba la esperanza de que el pueblo hubiese cambiado. Pero cuando fui al entierro de mi tía Leonor, supe que esto no era así. Sentí en mis venas el fuego, al solo bajarme del coche, y me tuve que ir para no quedar atrapada de nuevo en él.
Hace siglos que el pueblo está maldito. La herencia se ha ido transmitiendo de generación en generación. Todos allí son conscientes de lo que ocurre. Solo le afecta a las mujeres, y no a todas; pero sí a la mayoría. Viven en una excitación constante. Como si el Diablo hubiera elegido nuestra pequeña villa, como sucursal para que el ser humano cometa el pecado carnal, sin censura.
Es como si la tierra fuera parte del infierno y se manifestara a través del sexo de las mujeres que Lucifer ha seleccionado. Sé que suena a ciencia ficción, pero es tal y como te lo cuento. Lamentablemente es así.
La sed de sexo hace que muchas mujeres acaben quitándose la vida, al no ser capaces de saciarse jamás. Habrás comprobado que la gente es reservada y a penas sale de casa. Viven en una lujuria sin desenfreno. Constantemente hay relaciones sexuales entre madres e hijos, abuelas y nietos, entre vecinos. Hay hombres que tienen a sus mujeres amarradas a la cama para que no puedan ver a otros hombres.
En ocasiones las mujeres organizan orgías clandestinas, y las llevan a cabo en la iglesia. Te habrás fijado que la campana de la iglesia nunca llama a misa. No hay ningún sacerdote en el pueblo. Utilizan la casa del señor para llevar a cabo sus brutales orgías donde participan varias mujeres y decenas de hombres. Siempre ante el altar. Como una especie de rito preparado por el diablo, y que las gentes del pueblo llevan a cabo sin saber muy bien por qué.
Hay hombres que son felices con la situación, pero otros viven atormentados. Todos están amenazados de muerte para que jamás le cuenten a nadie lo que ocurre. Por eso odian a los forasteros, no quieren que se descubra su secreto para poder seguir actuando a sus anchas, para que el diablo pueda seguir manejando el pueblo a su antojo.
No hay un patrón claro. Hay mujeres a las que nunca les ocurre. Mujeres a las que les ocurre tardíamente. Y mujeres que caen en el instante. Lo único claro es que solo son infectadas aquellas mujeres nacidas en él, o con antepasados nacidos allí.
Cuando una mujer siente el magnetismo del pueblo, se le enrojecen los ojos y se le transforma la expresión. Mientras más folle más lo necesitará, hasta acabar matándose. Las más afortunadas se esfuerzan y logran huir del pueblo. Muchas somos las que conseguimos huir de aquella pesadilla; entre ellas estamos tu tía Ana y yo. Pero Ana ha vuelto y mucho me temo que ha recaído por completo.
Estoy segura de que mi tía Leonor se quitó la vida por temor al diablo cuando se refleja en Ana. Hubo un tiempo en el que Ana se dejó llevar demasiado, es débil ante la carne y ese pueblo magnifica su frecuente apetito sexual. Se comportaba de forma errática y violenta. Leonor la pilló con dos hombres en un callejón oscuro, una noche de verano. A partir de ahí Ana le hizo la vida imposible. Quiso seducirla varias veces pero la vieja no se dejó. El diablo, a través del cuerpo de Ana, juró que algún día la mataría; pues a Leonor nunca le sucedió. El miedo hizo tomar ese bote de pastillas a esa pobre mujer, no te quepa la menor duda.
Pero mi hermana es una mujer buena, te ruego que la salves, te ruego que la saques del pueblo. Ten en cuenta que no es ella la que se acuesta contigo, es el diablo a través de ella.
Para que entiendas lo duro que ha sido contarte esto, te revelaré un secreto con el que lleva viviendo nuestra familia toda la vida. Mi madre, tu abuela, no murió de infarto como siempre hemos contado.
A sus sesenta años, tras décadas de enfermedad, acabó yéndose con veinte hombres del pueblo hasta la vieja ermita. Se encerraron y ella empezó a follar con todos. Se llevaron dos días encerrados; hicieron con ella lo que quisieron. La tomaron como una mártil de la cruz que los hombres del pueblo siempre han vivido, dejándose convencer para ir todos ellos con ella sola. La follaron y todos se corrieron dentro. A medida que se iban recuperando iban volviendo a follársela. La muy desgraciada estaba feliz. Se llevo muchas horas seguidas chupando pollas, recibiendo por todos lados y tragando semen. Acabaron matándola. Murió de tanto follar. Su cuerpo desnudo lo clavaron en la entrada de la ermita como trofeo de guerra. El mensaje fue claro. “Si no podemos huir del diablo, le mandaremos a sus putas de vuelta”.
Duró poco la rebelión. Se escucharon casos de hombres asesinados. En un mes los veinte que participaron habían muerto en extrañas circunstancias. Eso calmó a los hombres para siempre, aceptando su destino. Prisioneros del pueblo.
Una noche mi hermana y yo decidimos huir. Saciamos nuestra sed con unos amigos de la infancia. Y luego corrimos antes de que los ojos volvieran a enrojecerse. Corrimos como nunca lo habíamos hecho. Pudimos salir del área de influencia, solo necesitamos atravesar el bosque. Jamás nos volvió a pasar. Ella se instaló en Aracena y yo me fui a Huelva, donde conocí a tu padre.
Ahora entenderás por qué los veranos los hemos pasado siempre en Aracena, y a penas hemos pisado el pueblo; a pesar de que éramos de allí y a ti te encantaba.
Sálvate. Salva a mi hermana. Os espero en Madrid. Y recuerda, solo tenéis que atravesar el bosque.
Borra este correo.”
Pulsó el botón de borrar. Siguió un rato pensativo. Escuchó ruido en la puerta de entrada. Salió y había otra nota. Corrió para ver si veía a alguien en los alrededores, pero no hubo suerte.
Regresó y abrió la nota. Que tenía la misma letra y estaba escrito en el mismo tipo de papel que las anteriores.
“Si sabes quien soy ven a mi casa. Esta madrugada, entre las dos y las dos y media, dejaré la puerta de entrada abierta. Solo tienes que empujar. Por favor, trata de que no te vea nadie.”
Luís pensó en Alba. Rompió y quemó el papel. Permaneció todo el día nervioso, su mente empezó a urdir un plan de fuga. Por la noche Ana regresó, pero no vino sola.
Luís escuchó el ruido de la puerta y fue al encuentro de Ana. Pero al llegar al recibidor se quedó de piedra. Ana estaba acompañada de Sara, la joven cocinera de las cabañas. Ambas le miraban sonrientes, pero sus ojos no eran humanos. Estaban encharcados de sangre y a penas movían sus pupilas negras y muy dilatadas.
Sara vestía una minifalda que enseñaba todo. No llevaba nada debajo. Y arriba solo tenía una camiseta muy escotada, sin sujetador. Marcando mucho los dos pezones. Sus pechos eran muy amplios.
Ana vestía con la elegante ropa con la que va al trabajo.

 

 

Hola Ana. Debías haberme avisado que teníamos visita y habría preparado algo.
No te preocupes sobrinito. Le he hablado a Sara de ti y quería conocerte. Le he dicho lo bueno que eres en la cama. Esta noche dormirá con nosotros.

 

 

Luís sintió miedo. Temió por su vida. No se veía capaz de satisfacer a las dos. Un sexto sentido le decía que Ana le había preparado una especie de prueba.
Ana se retiró y Sara se sentó en el sofá del salón. Luís le ofreció algo para beber y ella lo negó moviendo solos los ojos de lado a lado. Había algo de prohibido en ella. Ana regresó completamente desnuda.
Levantó a Luís y lo desnudó. Luego se sentó en el sofá al lado de Sara. La fue desnudando poco a poco. La chica se dejaba hacer. Engulló sus melones y la abrió de piernas sobre el sofá, para comerle el coño. La chica se retorcía como una serpiente ante la humedad de la lengua de la tía de Luís.

 

 

Vamos a la habitación.

 

 

Luís se sentía excitado. Avanzaron cada una a un lado suyo. Él las agarró de los culos. Duros y deliciosos, mientras avanzaban.
Luís empezó a sentirse extrañamente cómodo y con ganas de esa sesión que iban a tener. Durante un instante sintió miedo y se miró en un espejo del pasillo. Suspiró aliviado al ver sus ojos normales.
Una vez en la cama, Sara comenzó a cabalgar a Luís. Sus cuerpos se acoplaron perfectamente y se dejó llevar por la follada de aquella deliciosa chica. Su piel era blanca y aterciopelada. Su flaqueza recorría todo el cuerpo hasta desembocar en unos pechos grandes y dulces. Como un pequeño río que desemboca en una preciosa cascada.
Sintió que tocaba el cielo con las manos al dejarse llevar por los movimientos, mientras agarraba sus pechos como si fuera lo último que iba a hacer en su vida. A su lado, Ana le animaba con comentarios dulces y cariñosos a su oído.
Sara empezó a cabalgar ahora más erguida. Formando noventa grados con el cuerpo horizontal de Luís. Ana se levantó y se dejó caer, sin sentarse del todo, sobre su cara. Bajó un poco más hasta posar su coño en la boca de su sobrino. Luís lo comió con avidez, moviendo mucho la lengua, casi sin poder respirar. Ana se echó un poco hacia delante para dejarle respirar, quedando a la altura de Sara, la cual no paraba de botar. Le agarró los melones y los lamió despacio. Dejando su lengua recorrerlos lentamente, sintiendo cada poro.
Luís se sentía prisionero. Solo podía dejarse follar y mover la lengua. Se tragó todos los flujos que iba soltando el coño de su tía.
Se corrió un rato más tarde, mientras se follaba a su tía a cuatro patas, Sara estaba abierta ante ella, dejándole comer su exquisito y pequeño, aunque tragón, coño.
Se tomó un respiro. Fue al baño. Al regresar, Ana y Sara seguían con la faena. Ahora estaban acostadas de lado, con el coño en la boca de la otra. Se comían con muchas ganas y tuvieron varios orgasmos a la vez. Siguieron besándose y Ana estuvo amamantando un rato a Sara como si fuera un bebé.

 

 

Ea ea, mi niña tiene más tetas que mamá. Pero mamá le da la teta a mi niña.

 

 

 
Luís las observaba sentado en una butaca situada ante la cama. Empezó a calentarse de nuevo. Regresó a la cama masturbándose. Al verlo, las dos se tumbaron boca abajo en la cama, una al lado del otro. Levantando solo el culo. Lo movían pidiendo polla. Luís empezó por la que más le gustaba, Sara. Follaba el culo de cada una durante unos dos minutos y luego cambiaba. Así estuvo largo rato.
Ambas se dieron la vuelta y se abrieron de piernas. Ahora hizo lo mismo con sendos coños. Dos minutos con uno y otros dos minutos con otro. La que estaba sin polla, se pasaba los dos minutos refregándose salvajemente con la mano y gimiendo desproporcionadamente.
Tardó muchísimo en correrse. Se sentía orgulloso de su aguante. Cuando por fin le vino les ordenó que lo quería distribuir entre sus caras. Las dos se pusieron de rodillas en el suelo y juntaron sus mejillas con las bocas abiertas. Luís comprobó feliz que el rojo de sus ojos había desaparecido y ahora eran ellas. Ana y Sara esperaban su corrida, las de verdad. Ello le llenó de morbo y disminuyó la paja. Las mujeres se empezaron a besar viendo que la cosa se retrasaba, sacaban mucho la lengua para poderse besar bien. Luís les acarició las mejillas y metió la polla un poco en cada boca. Cuando por fin le vino, la tía Ana y la jovencita Sara se prepararon de nuevo juntando las mejillas y abriendo mucho las bocas con las caras hacia arriba.
La corrida les salpicó en los ojos, el pelo, la frente y la nariz. Lo poco que cayó en sus bocas lo intercambiaron con un beso largo. Se quedaron besándose en el frío suelo. Luís les orinó encima.

 

 

Para que estéis calentitas.

 

 

Siguieron un rato liándose, mezcladas con el semen y el pis de Luís.
A la mañana siguiente se despertó en la cama junto a las dos. Estaban todos desnudos. Se metió en la ducha, lo recordaba todo como un sueño. De repente se acordó.
“¡ No he ido a casa de Alba!.”
Los días pasaron en aparente tranquilidad. Luís seguía urdiendo el plan de fuga. Mientras tanto, intentaba portarse bien con Ana. Repitieron varias veces más con Sara hasta que Luís le propuso que se fuera a vivir con ellos.
“también salvaría a esa chica”.
Con Sara en casa, Ana se mostró muy interesada en ella. Se acostaban a menudo solas y tenían largas noches de sexo entre ellas. Luís podía escucharlas cada madrugada. Otras veces dormían los tres en la cama de Luís. Y a diario tenía sexo con las dos por separado. Vivían en un desenfreno de sexo oral, anal, follada tradicional y orgasmos. Luís disfrutaba entusiasmado; aunque sin olvidar que el tenerlas contentas formaba parte del plan. Aunque el peligro de que quisieran cada vez más y más, le hacía tener cierta prisa en acelerar la marcha. No iba a ser nada fácil.
Buscó comprador para su negocio, encontrándolo en un multimillonario holandés. Al cual le pareció una ganga el precio que Luís le había puesto a todo. Pero no dijo nada a nadie. No iba a estropear el plan. No hasta que no estuvieran lejos los tres.
Empezó a dar paseos por el pueblo de madrugada. En todos ellos empujaba la puerta de la casa de Alba por si estuviera abierta, nunca hubo suerte. Paseando en la soledad de la madrugada pudo oír respirar al pueblo, como si tuviera vida propia. Era un gemido constante que inundaba cada calle. En cada esquina un chillido. En cada callejón un lamento. Tras cada puerta un océano profundo de secretos, placer y sufrimiento.
Siempre aprovechaba cuando Sara y Ana dormían juntas para dar esos paseos. En los que no sabía muy bien qué esperaba encontrar.
Un día, mientras regresaba con la compra de Aracena, se topó con otra de las notas. Apresurado, dejó caer las bolsas y la abrió con ansia.
“Ven esta tarde. A las cuatro. No te dejes ver, tápate la cara. De madrugada es más peligroso. He oído que andas solo por las calles de madrugada. Planean matarte, nadie me lo ha dicho pero sé que lo planean; no serás el primero. Entra en mi casa a las cuatro en punto. Te espero.”
Sara estaba trabajando y Ana se quedó viendo un rato la televisión. Luís se disculpó, iría un rato a correr.
A las cuatro en punto Luís empujó la puerta de la casa de Alba, la cual cedió. A la misma hora Tomasa observaba a Ana ver una película, a través del ventanal del salón de la casa de Luís.
La casa estaba a oscuras. Todas las persianas estaban bajadas. Luís avanzó hacia la parte trasera de la casa. De repente escuchó como la puerta de la calle se cerraba con llave. Cuando quiso reaccionar, una chica le tapó la boca con la palma de la mano.
“tssssssssssssssssssssssssssss. Ven”.
Le guió hasta la habitación más interior de la casa. Encendió la luz. Luís miró a esa chica. Era más o menos de su edad y muy guapa. Pelo castaño rizado. vestía como si fuera una mujer de los años treinta, aunque llevaba un peinado moderno y tenía un piercing en la nariz.

 

 

¿eres Alba?

 

 

La chica se puso a la defensiva.

 

 

Joder, ¿cómo sabes mi nombre?.
Me lo dijo Tomasa.

 

 

Alba se relajó.

 

 

No debiste acostarte con ella, no debiste hablar con ella. No debiste venir al pueblo.

 

 

Mientras tanto, Tomasa llamó al timbre. Ana bajó el volumen de la tele y acudió a la puerta.
Luís se sentó en una silla. Su respiración era acelerada. Alba se sentó frente a él.

 

 

No tienes ni idea de lo que es este pueblo.
Algo sí sé. Mi madre es del pueblo…… me lo ha contado.
¿Y cómo es que sigues aquí?.
Planeo fugarme con mi tía. Ella está infectada. También me llevaré a una chica.

 

 

Luís se fijó en los ojos de Alba, eran azules y muy bellos. Ni rastro de color rojo.

 

 

¿Tú estás bien?
Sí, a mí nunca me ha pasado.
¿Y por qué sigues aquí?
Porque Tomasa ha jurado matarme si alguna vez me ve fuera de esta casa.

 

 

Ana abrió la puerta y se encontró a una mujer de unos cuarenta y cinco años. Alta y entrada en carnes, guapa. La miró de arriba abajo. Notó como el coño se le abría como una flor.

 

 

Hola. Soy Tomasa. Vivo en el pueblo. Vengo a ver si el señor Luís me da trabajo en su dehesa.
Pasa cariño. El señor Luís no está. Pero yo pudiera ofrecerte algo,….. aunque está muy difícil pues no tenemos nada libre.

 

 

Tomasa se sentó en el sofá mientras Ana preparaba algo de café. Antes de prepararlo se cambió y se puso un fino camisón blanco, que dejaba todas sus piernas al aire, y bajo las alas de la parte de arriba una camiseta blanca ajustada y escotada.

 

 

No te importará que me haya puesto cómoda ¿Verdad?.
Para nada, está en su casa. ¿Es usted la señora de Luís?.
Soy su tía. Encargada del negocio. He enseñado a Luís todo cuanto sabe en negocios…. Y en otros asuntos.

 

 

Tomasa seguía su plan a la perfección. Debía aparentar que no sabía nada de la infección, Ana no se acordaría de ella. Cuando se fue del pueblo solo era una niña.

 

 

Verá usted. Yo no tengo marido, pues mis gustos son diferentes al del resto de las mujeres. Vivo de lo poco que me quedó de la herencia de mis padres. Necesito trabajo como sea. Haré cualquier cosa para conseguirlo.

 

 

Vestía una falda larga y un chaleco algo escotado. Conocedora de sus encantos, se había agarrado bien los pechos para que pareciesen más grandes aún, y se abultaran bastante en el escote. La falda era de corte clásico pero al cruzarse de piernas dejó uno de sus muslos al aire.
Ana la miró con vicio y sus ojos se enrojecieron. Había picado en la trampa y Tomasa lo sabía.
Alba sirvió una jarra de vino dulce con dos vasos. Tomó aire y comenzó a hablar.

 

 

No sé que te habrá contado Tomasa de mí, pero seguro que es falso. Lo cierto es que ella sufre esa extraña infección, aunque es muy lista y sabe disimularlo. Sabe más que el diablo, que se supone que las controla.

 

 

Luís bebió el vino de un tirón y se echó más. Se mareó levemente, todo aquello era una mala pesadilla.

 

 

Cuando yo era niña, Tomasa empezó a follar con mi padre. Siempre supo elegir una víctima para sus calentones. Intenta disimularlo. Se echa una especie de colirio que ella misma fabrica, el cual le quita la rojez. Además, suele ir a calmarse con un caballo robado, que tiene amarrado en algún lugar del bosque.

 

 

Eso le sonó familiar a Luís. Rió irónicamente cuando yo tenía dieciséis años mi madre los descubrió. La pobre nunca se dio cuenta. Pensaba que Tomasa era una no infectada, como ella. Ambas hablaban a menudo de cómo poder combatir al pueblo sin tener que abandonar sus raíces. Se hicieron muy amigas. Pero no se enteraba que su marido follaba a Tomasa una vez al día durante años y años. Hasta que los pilló.
 
Sigue.
 
Mi madre se puso histérica y amenazó con matar a los dos. Tomasa no aceptó que aquella mujer se pusiera así. “no atiendes a tu marido como es debido y te enfadas con una mujer que le da lo que necesita”. Es lo que le dijo, recuerdo esas palabras porque presencié las escena escondida. Tomasa cayó presa de una furia inhumana. Estranguló a mi padre y acuchilló a mi madre con un cuchillo jamonero. Los enterró en su patio.
 
¿Tu dónde estabas?.
 
Mi madre me pidió que la acompañara a casa de Tomasa para pedirle un poco de pan. A esa hora la tienda estaba cerrada y se suponía que mi padre andaba de cacería. Cuando entramos, oímos gemidos que provenían de la caseta del patio. Estaban follando sobre una pila de jamones. Mi madre enloqueció y yo me escondí tras una amplia butaca situada en una esquina, al lado de la puerta de entrada.
¿lo presenciaste todo?
Sí. Cuando intenté huir ella me gritó. Me quedé paralizada en mitad del patio. Me dijo que si no decía nada perdonaría mi vida, y que si se me ocurría abandonar el pueblo no pararía hasta matarme. Cuando me lo dijo sus ojos no eran normales. Es como si me lo dijera una especie de diablo a través de ella. La creí. Durante todos estos años ha estado viniendo a acostarse conmigo cada vez que le ha apetecido. Se sacia conmigo y con el caballo. Y disimula con el colirio para el resto del pueblo. Solo yo sé que está infectada. Eres la primera persona a la que se lo cuento.
¿Y por qué lo has hecho?
Cuando vi que te estabas viendo con ella temí que su infección se disparara. Llevaba años sin acostarse con un hombre. En las últimas semanas ha venido a verme más a menudo. Cada vez me pide más, temo que acabe matándome. Tenemos que huir como sea. Los dos estamos en peligro.

 

 

Ana se sentó al lado de Tomasa con una respiración muy agitada.

 

 

No te voy a engañar. No hay trabajo. Pero si eres una buena mujer conmigo, yo te buscaré algo.

 

 

Le acarició los pechos sobre el chaleco, pasando su mano por el abultado escote.

 

 

Tienes unas tetas excesivamente grandes. ¿Son naturales?.
Sí. Todo es de la Tomasa.
Nunca he visto unas así en mi vida. Las mías son pequeñitas mira.

 

 

Ana se levantó y se despojó del camisón; quedándose solo con unas estrechas bragas blancas. Sus pechos pequeños quedaron al alcance de tomasa.

 

 

Me encantaría que fueran como las tuyas. ¿me dejas verlas?.
No se. ¿encontraría trabajo?
Sin duda. Estás en tu día de suerte.

 

 

Tomasa se levantó y dejo caer su falda. Se quedó en tanga. Luego se despojó del chaleco y sus pechos bailaron por todo el salón. Permaneció de pié junto a Ana, que flipaba sentada en el sofá.
El espectáculo era morbosamente grotesco, como Tomasa. Unos pechos descomunales y debajo, un coño peludo mal tapado por un pequeño tanga, el cual desaparecía dentro de la raja de su amplio culo flácido.
Sin decir nada se arrodilló sobre el sofá delante de Ana. Plantándole los pechos en la cara.

 

 

¿No te parecen demasiado grandes?.
Para nada. Son el cielo para mí.

 

 

Refregó su cara entre ellos. Los lamió, escupió, masajeó y mordió a placer. Luego la sentó y la abrió de piernas. Aguantó la respiración y se sumergió en el mar de pelos de su coño. Lo lamió con avidez y se dejó embriagar con el aroma que soltaban los flujos que de él manaban. Como si fuera la entrada al infierno. La entrada a una eternidad de sexo y lujuria.
Se la llevó a su cama. Ana estaba perdida en sus pechos y Tomasa empezó a gemir, y a gemir, y a gemir. Las voces eran atronadoras. Juntaron sus coños haciendo la tijera. Ambas se movieron con destreza, poseídas por el diablo.
Tras un largo rato se follaron con los consoladores que guardaba Ana. Tomasa le llenó el culo y el coño. Y ana pudo meter los dos más grandes que tenía, a la vez, en el chocho de la Tomasa.
Ana estaba entregada y feliz. El rojo de sus ojos iba desapareciendo poco a poco. Tomasa llevaba el ritmo de la sesión, realmente lo llevó desde el principio.

 

 

Túmbate boca arriba, abre la boca y no te muevas.

 

 

Ana obedeció. Tomasa se puso en cuclillas sobre su pecho y le orino en las tetas. El pis le resbaló por el abdomen mojando su sexo, y recorrió las piernas hasta las rodillas. Luego se movió hasta dejar su ano a la altura de la boca.

 

 

Abre bien la boca, puerca.

 

 

 
Hizo fuerzas. Tras varios pedos, salió un mojón alargado. El cual entró en la boca de Ana con la misma lentitud con la que salían del culo de la Tomasa.
Ana lo masticó y tragó. No sin vomitar varias veces seguidas. Tomasa se tumbó a su lado y la besó. Ana llenó de vómitos y mierda las inmensas tetas y luego las lamió.
Tomasa empezó a mirarla con asco. Ana la miraba feliz.

 

 

Gracias por darme tu mierda. Soy feliz. Tendrás el mejor trabajo.
Eres una asquerosa puerca de mierda.
Ummm sí. Seré tu puerca si lo deseas.
Eres una puerca quita novios, y voy a matarte.

 

 

La cara de terror de Ana desapareció bajo la almohada que Tomasa sostenía. La apretó con fuerza hasta que dejó de patalear. Luego, tras comprobar que estaba muerta, se dio una ducha, se vistió y se fue sin la más mínima señal de arrepentimiento.
Luís pidió más vino. Su cabeza bullía.

 

 

Escúchame Alba, tenemos que salir de aquí. Ahora voy a irme. Me inventaré una historia relacionada con el trabajo, para que Ana acceda a acompañarme. Antes la follaré fuerte para que no este muy infectada en el momento de irnos. Haré lo mismo con Sara. Les pediré un trío y luego las montaré en el coche. Eso será esta madrugada. Estate preparada sobre las cuatro. Pararé el coche junto a tu puerta con la puerta del copiloto abierta. Ana y Sara estarán detrás, amordazadas si fuese necesario. Móntate rápido y nos iremos a toda prisa.
Es peligroso, no nos dejarán ir tan fácilmente.
Correremos ese riesgo. Estate lista a las cuatro de la madrugada. No te cargues de equipaje. Yo te ayudaré económicamente en tu nueva vida. Estoy forrado.

 

 

Alba le pidió con las manos que se callase. Luís se quedó en silencio, no escuchaba nada.

 

 

¿Qué pasa?

 

 

Le susurró.

 

 

Es Tomasa, está entrando en su casa. Vamos, en cuanto entre tendrás que irte corriendo, si te ve estamos perdidos.

 

 

¿Cómo pudo oír el ruido de una llave en una cerradura?. Luís comprendió que aquella chica había desarrollado un sentido del oído sobrenatural. Atormentada por su diabólica vecina de enfrente.
Alba se asomó tímidamente a la ventana desde la que había observado a Luís aquella madrugada. Luís estaba en la puerta preparado para salir.

 

 

¡Ahora!

 

 

Luís se enfundó en su discreto chándal y salió andando calle arriba a paso ligero. Camino de su casa.
Al llegar a casa le extrañó el completo silencio. Llamó dos veces a su tía, sin obtener respuesta.
Subió por las escaleras. Imaginaba que se lo estaba montando con Sara sobre su cama. Pero al entrar en su habitación se le desencajó la cara y se le partió el alma.
“Por Dios tita, ¿quién te ha hecho esto?”.
Una inmensa pena cayó sobre él como la niebla sobre el bosque. Lavó el cadáver con mimo y le vistió. Lo maquilló y lo peinó. Lo enterró en mitad del bosque.
“En este pueblo no hay culpables ni asesinos”. “Los vivos han de abandonarlo”.
Lloró un rato la tierra removida en la que se había convertido su tía. No tenía ganas de investigar ni denunciar. Las pocas fuerzas que le quedaban las pensaba emplear en fugarse con Sara y Alba.
Cuando Sara llegó tras la agotadora jornada laboral, preguntó a Luís por Ana con los ojos enrojecidos.
“Pobre desgraciada”.

 

 

Ana fue a las cabañas. Un cliente quiso algo de ella. Vendrá mañana.
Ummm sí ¿eh?. Pues no me ha dicho nada, la muy perra.
¿Cómo dices?.
Nada, nada. Cosas nuestras. Seguro que hasta mañana no vuelve. Pues estamos solos tú y yo, Luís.

 

 

Luís no cenó. Solo bebió vino. Sara comió con mucha hambre. Tras la cena se desnudó y buscó a Luís.

 

 

Vamos cabronazo, dame caña, no aguanto más.

 

 

Luís la folló con vigor. Sin ganas pero con intensidad. Hasta que no le desapareció el rojo de los ojos, no se detuvo. Se obligó a eyacular tres veces sobre su blanquecino, flaco, joven y pechugón cuerpo. Toda una bella chica si no estuviera infectada.
Cuando acabaron de follar Luís miró el reloj. Eran las tres y media de la madrugada.

 

 

Sara. Vístete y coge algo de equipaje. Nos espera un avión en Sevilla a las siete de la mañana. Vamos a promocionar nuestro negocio en una feria de turismo de Florencia.

 

 

Sara puso cara de extrañeza.

 

 

Ana no me ha comentado nada, y nos hemos llevado toda la mañana follando.

 

 

Luís no tenía ganas de dar explicaciones. Buscó un objeto contundente y se lo estrelló contra la cabeza. Sara perdió el conocimiento.
La amarró hasta inmovilizarla y metió en una maleta algo de su ropa. A continuación la introdujo en el asiento trasero del coche.
A las cuatro menos cinco minutos de la madrugada arrancó el coche con cuidado. Avanzó con los faros apagados por las desiertas y siempre mojadas calles de piedra del pueblo. Tuvo cuidado de no acelerar más de la cuenta, tenía que pasar desapercibido. Cuando llegó a la calle de Alba, suspiró.
“joder, que todo salga bien”.
Se detuvo justo en la puerta. Alba no salía. Luís se puso nervioso. Miró en la parte de atrás, Sara seguía inconsciente, le tomó el pulso, estaba viva. Sobreviviría.
Miró la casa de Tomasa y le pareció ver moverse algo tras las cortinas.
“Vamos Alba, sal de una vez”.
De repente escucho el rugir de una puerta abriéndose despacio. Contento, miró hacia la casa de Alba, pero permanecía cerrada. Asustado, se giró hacia la puerta de la casa de Tomasa, estaba entreabierta.
Se bajó del coche y lo cerró con llave para que Sara no pudiese salir. A continuación entró muy despacio, y en silencio, en casa de Tomasa.
Un olor a velas perfumadas le embriagó. Muy despacio, avanzó hasta la alcoba donde estuvo la primera vez con Tomasa, siguiendo un tenue resplandor. Allí encontró a Tomasa totalmente desnuda. Embadurnada de aceite, y masajeando el cuerpo desnudo de Alba, la cual también estaba embadurnada de ese aceite perfumado.
Luís tuvo una erección incontrolable. Ambos cuerpos eran majestuosos. El cuerpo de Alba era verdaderamente bello. El brillo de las velas reflejado en los cuerpos llenos de aceite, y el olor embriagador, le provocaron una excitación mayúscula.
Alba también tenía un busto bastante grande. Más bello que el de Tomasa. Y su sexo estaba muy depilado. Ambas miraron a Luís con cara de deseo.

 

 

¿Buscabas a alguien?

 

 

Dijo Tomasa.

 

 

Pasaba por aquí y vi la puerta abierta.

 

 

Luís no acababa de entender la situación. Miró a Alba. Sonreía dulcemente pero movía levemente los labios. A Luís le parecido entender “sigue la corriente”.

 

 

Ven con nosotras.

 

 

Dijo Alba con voz aterciopelada y dulce. Tras decirlo se metió los pechos de Tomasa en la boca y los lamió como un sediento lame una sandía en mitad del desierto. A continuación mojó sus manos en una cuba de aceite, que tenían sobre una mesita al lado de la cama, y lo expandió sobre los brillantes y brillosos pechos de la cuarentona.
Luís se desnudó y se unió. Guiado por una fuerza sobrenatural que tiraba de su polla. Más enorme que nunca. Con el capullo muy rojo.
Tomasa y Alba lo acogieron con dulzura. Le besaron y le hicieron un sexo oral relajado y de altísima calidad, tras haberle llenado todo el pene de aceite. Se alternaron en cabalgarle y le llenaron de aceite todo el cuerpo. Para después lamérselo de arriba abajo, hasta los dedos de los pies. Las dos lenguas recorrieron traviesas todo su cuerpo y a Luís le pareció ver las estrellas en el techo mal pintado de esa vieja habitación.
Ahora Luís se centraba en trabajar el culo de Tomasa, la cual recibía las embestidas posada como si fuera una inmensa perra. Alba acarició sus cuerpos con las manos llenas de aquel aceite mágico y de rico aroma.
Alba abrió un pequeño bolso y sacó unos cigarrillos. Encendió uno y lo fumó un poco. Se lo dio a probar a Luís y a Tomasa. Fumaron y fumaron. Poco a poco Luís sintió que su mente volaba. Se hicieron sexo oral los unos a los otros. Luís intentó darle otra calada pero Alba se lo impidió agarrándole la muñeca y diciendo que no con un ligero movimiento de cabeza.
Tomasa estaba tumbada boca arriba, con los ojos cerrados y sonriente. Alba inició otra mamada a Luís, animó a Tomasa a que le acompañara. Ambas mujeres recorrieron la polla con sus lenguas y se besaron constantemente dejando la polla en medio. Ahora Alba se subió a cabalgar a Luís. Acarició y lamió sus hermosos pechos. Amplios y bien puestos. Tomasa miraba agachada como el coño de Alba engullía la polla de Luís en un movimiento lento pero continuo. Tenía el cigarrillo en las manos. Le daba una calada y le lamía los testículos, dejando emanar el humo en torno al paquete y el coño de Alba, la cual seguía follando con parsimonia.

 

 

No fumes nada del cigarrillo que voy a sacar dentro de un rato.

 

 

Alba se lo susurró muy bajo a Luís. Estaba mareado y alucinaba un poco. Alba le folló más fuerte y le dio dos bofetadas para intentar espabilarle un poco. Se incorporó y dejó a Tomasa follar un rato.
Tomasa botaba y botaba, con sus cántaros recorriendo el cuello, el pecho y la cara de Luís. Alba llegó con un nuevo cigarrillo y se lo dio a Tomasa. La mujer lo cogió con ganas y le dio dos profundas caladas mientras seguía moviéndose sobre Luís.
Apretó fuerte y siguió fumando. Mientras más fumaba más fuerte le follaba. Cuando Luís empezó a correrse, ella puso los ojos en blanco. Luís la agarró fuerte por las nalgas y empujó hacia arriba clavándosela profundamente mientras se corría dentro.
Cuando terminó, Tomasa cayó desplomada sobre Luís. Alba la apartó. Estaba profundamente dormida.

 

 

Vámonos, corre. ¡Vístete!.
¿Qué le pasa?
Puse veneno en ese cigarrillo. Tardará en despertarse, si lo hace. Vámonos por favor, antes que amanezca.

 

 

Miró el reloj, estaba a punto de amanecer.
Se vistieron y salieron en silencio de la casa. El coche seguía en mitad de la calle y Sara seguía en el asiento de atrás, aturdida.
Arrancó el coche con sumo cuidado y lo dejó rodar en primera. El pueblo seguía en silencio y no había nadie en la calle. Parecía un pueblo fantasma.
Luís y Alba aguantaban la respiración a medida que el coche avanzaba despacio. Sara seguía despertándose muy lentamente.
Encararon la última calle del pueblo. Era cuesta abajo. Al fondo el bosque, con la vieja carretera comarcal adentrándose en él como una serpiente. Dejó el coche en punto, para no hacer ruido, y lo dejó rodar calle abajo.

 

 

¡Cuidado!.

 

 

Gritó susurrando Alba. Al final de la calle se dibujaron tres figuras blancas borrosas y difusas.
Luís puso en marcha el motor y encendió las luces para poder ver. Ante ellos aparecieron tres mujeres jóvenes. Vestidas únicamente con una bata blanca y larga, hasta los pies. Con la cuenca de los ojos vacías, de las que brotaba un pequeño hilo de sangre, que derramaba por sus mejillas.
Era como si estuvieran ante las guardianas del infierno.
Luís cerró con seguro todas las puertas del coche.

 

 

Ni se te ocurra bajarte.

 

 

Avanzó muy lentamente. Las tres misteriosas figuras femeninas levantaron sus manos pidiendo que se detuviesen.
Se detuvo justo antes de llegar a ellas.
Rodearon el coche, como analizándolo. Una de ellas empezó a dar gritos cuando vio a Sara. En seguida las otras dos empezaron a chillar también. Luís miró por el espejo retrovisor y pudo ver a una muchedumbre que avanzaba corriendo calle abajo. Con antorchas.

 

 

¡Arranca, por lo que más quieras!. ¡Vámonos de aquí!.

 

 

Luís aceleró con fuerza dejando a las tres mujeres atrás. Cuando se adentraron en el bosque, volvió a mirar por el espejo retrovisor. No había nadie.
El coche seguía avanzando rápido a través de la tortuosa carretera que atravesaba el bosque. De repente miró por el espejo retrovisor central, dándose un susto de muerte.
Sara se había incorporado y ahora era como una de esas tres mujeres. Sus ojos estaban huecos y chorros de sangre salían a borbotones de ellos. Gritaba amargamente. Intentando que Luís detuviese el coche. Alba cerró los ojos y se tapó los oídos. Luís ignoró en la medida de lo posible a la chica.
“El objetivo es atravesar el bosque”.
Sara, o el demonio a través de ella, aumentó los decibelios de sus chillidos y empezó a intentar librarse de las cuerdas que la amordazaban. La sangre no paraba de brotar de la cuenca de sus ojos vacíos, ahora lo hacía a chorros, pringando todo el coche.
Tras una pronunciada curva hacia la derecha, Luís pudo ver como la hilera de árboles terminaba al final de una larga recta.
“Ahí termina el bosque, y nuestra pesadilla.”
Cerró los ojos y pisó a fondo el acelerador. Sara empezó a librarse de las cuerdas, mientras sus chillidos empezaban a romper los cristales del vehículo.
El coche alcanzó su objetivo.
Pasaron unas horas cuando sara sintió como un radiante sol calentaba su cara. Abrió los ojos. Pudo ver un cielo azul, limpio. No recordaba la última vez que pudo ver un cielo así. El coche en el que se encontraba no tenía ventanas¿Dónde estaba?.
Se incorporó. El coche avanzaba lentamente por una carretera bien asfaltada. Luís lo conducía. En el asiento de copiloto dormía una mujer que no conocía.

 

 

No temas Sara. Estás en buenas manos. Todo pasó. Somos libres.

 

 

La voz amable de Luís le hizo sentir felicidad.

 

 

En unas horas llegaremos a Madrid. Duerme un poco más si lo deseas.
Gracias.

 

 

Y de nuevo se quedó dormida. Todo había sido una pesadilla.
Cuando llegaron a Madrid Luís llevó a su casa a las chicas.

 

 

A dormir, mañana iniciamos una nueva vida.

 

 

Telefoneó a su madre, la cual se mostró muy feliz de la noticia. Aunque se quedó preocupada por el “ya te contaré” que le soltó su hijo cuando le preguntó por su hermana.
Luís cenó algo y tomó una copa de ron. Pronto se fue a dormir, preso del más puro agotamiento.
En mitad de la madrugada sintió un movimiento en su cama. Se despertó de un brinco y encendió la luz de la mesita de noche. Alba estaba sentada a su lado.

 

 

Ah, eres tú.
No podía dormir, me preguntaba si tienes hueco para mí en tu cama.

 

 

Luís sonrió y le hizo hueco en la cama.
Pero su sonrisa se heló cuando Alba se acostó y lo miró de frente.
FIN.
 
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Relato erótico: “Mi madre y el negro II: Asimilación” (POR XELLA)

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Daba vueltas de un lado a otro. No podía dormir.
Aun era de día y la luz se filtraba por las rendijas de las persianas, pero no era eso lo que la impedía dormir.
“Ven aquí, puta. Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.”
Oía la voz de Frank en su cabeza, y veía la imagen de su madre, arrodillada ante su enorme polla, esperando su “merienda”.
¿Como había podido pasar eso? Ni en sus peores pesadillas se habría podido imaginar algo así. ¿Su madre estaba loca? Y encima con ese… ese…
La imagen de la enorme polla del chico, justo antes de penetrar a su madre la asaltó y un escalofrío la recorrió de arriba a abajo. El contraste de aquel enorme falo negro y la pálida piel de su madre se le había quedado grabado a fuego en las retinas. Recordó como antes de ver quien era en realidad la “zorrita” la escena la había calentado, incluso se había comenzado a tocar… Incluso ahora, notaba como movía inconscientemente sus muslos, intentando aplacar las sensaciones que la invadían.
Se sentía horrible. ¿Como podía calentarla eso? Así era imposible dormir. Se levantó y fue directa a su móvil.
– Hola. Se que es algo repentino pero… Tengo que hablar contigo.
—————–
Todavía faltaban 10 minutos para que llegase pero no había podido esperar, las paredes de su habitación la aprisionaban y no podía quitarse lo que había visto de la cabeza. Ni eso ni la calentura que la abordaba.
Muchas veces había pensado en hacer lo que estaba haciendo en ese momento pero siempre se echaba atrás. Cuando alguien toma una decisión, debe atenerse a las consecuencias. A todas.
Vio como el coche se acercaba y sentimientos enfrentados abordaron su mente.
– Hola Alicia.
– Hola, Gonzalo.
Fue extraño darle dos besos a su ex. No se veían desde que Alicia le había dejado.
– ¿Que tal estás? – Preguntó el chico. – Parecías preocupada cuando me llamaste.
– No es nada. – Alicia apartó la mirada, todavía no estaba convencida de estar haciendo lo correcto. – Sólo… Tenía ganas de verte… ¿Quieres que cenemos algo?
– Esta bien, yo invito.
Se dirigieron a un restaurante cercano. No había mucha mas gente en el sitio.
– ¿Que tal te va todo? No se nada de ti desde… – Alicia no acabó la frase. “Desde que te dejé tirado” era lo único que venia a su cabeza.
– No te voy a mentir, al principio lo pasé muy mal… – La chica notaba el resentimiento en las palabras de Gonzalo. La hizo sentir muy culpable. – Pero después lo superé. Ahora estoy con otra persona. Se llama Rebeca. Me ayudó mucho.
Alicia no se esperaba eso, fue un duro golpe, creía que iba a seguir sólo, al igual que ella. Que tonta había sido, era un chico magnifico, ¿Como iba a seguir sólo?
 
– Me alegro. – Se obligó a decir. – Quería verte para ver si podíamos ser amigos al menos. Has sido una parte importante de mi vida y no querría perderte. – Alargó la mano y acarició suavemente la del chico. Éste, después de un momento de duda, la retiró.
– Alicia…
– Lo siento… No quería incomodarte…
La cena transcurrió entre comentarios anodinos  e intrascendentes. Alicia había pensado en volver a intentar algo con Gonzalo, pero ya no estaba libre, así que se tragó su orgullo y puso su mejor cara ante él. Debería buscar otra manera de aplacar su libido.
– Me alegra que podamos ser amigos al menos. – Dijo el chico. – Realmente lo he pasado muy mal pero, te echaba de menos. – Una sonrisa afloró en la cara de Alicia. A lo mejor… – Me gustaría que conocieras a Rebeca, seguro que os caeis bien.
Un jarro de agua fría cayó sobre la chica, le había malinterpretado. La idea de conocer a su novia era lo mas lejano a pasar un rato agradable que se le pudiese pasar por la mente.
– Voy al servicio y te llevo a casa, ¿De acuerdo?
La chica asintió mientras veía como se alejaba, maldiciendose por lo estupida que había sido.
 “Ya tienes la merienda”
Se estremeció. Las imágenes volvían a su mente después de la decepción de la cena. Tenia que hacerlo, era ahora o nunca.
– Pero, ¿Que…? – Exclamó Gonzalo. No le había dado tiempo ni a subirse la bragueta.
Alicia irrumpió en el baño de hombres y, asegurándose de que estaba vacío se abalanzó sobre su ex, comiéndole la boca.
– ¡Alicia! ¿Que estás haciendo? No podemos…
– ¡Calla! No me digas que tú no lo deseas. – Su mano se dirigió rauda al rabo del chico, agarrándolo con firmeza y notando como se ponía duro enseguida.
– Pero yo… ¡No puedo! Rebeca…
– Olvídate de ella, aunque sea por un instante. No tiene por que enterarse de nada, no hay nadie más por aquí. – Alicia, que recordaba cuanto le gustaba eso, comenzó a recorrer con su lengua la oreja de Gonzalo mientras le susurraba. – Hazme tuya una vez más, por los viejos tiempos.
El chico estaba confuso. Confuso y cachondo. Realmente había soñado durante mucho tiempo con la posibilidad de estar de nuevo con Alicia, pero nunca se lo había imaginado de esa forma…
La chica bajó de golpe los pantalones y los calzoncillos y se arrodilló ante el miembro del chico. Cuando lo tuvo entre las manos, soltó un pequeño gemido de placer, estaba realmente caliente y por fin tenia una polla que la saciara, aunque…
La imagen de la enorme polla de Frank antes de penetrar a su madre volvió a ella. A su lado, la de Gonzalo parecía un juguete…
Desechó esos pensamientos y comenzó a lamer el rabo que tenía delante, lentamente, disfrutando del olor y el sabor que casi tenia olvidado.
Se entretuvo jugando con el glande, arrancando suspiros de la boca de Gonzalo.
– Oh, Dios… Estás loca… – Decía éste. – ¿Como hemos llegado a est… ¡Ah!
Un pequeño mordisco le hizo dar un gritito, él entendió la advertencia: No continúes por ahí.
Engulló la polla de golpe, manteniéndola en el fondo de su garganta unos segundos, paró para coger aire y vuelta a empezar. Las manos de Gonzalo se situaron en la nuca de su ex, acompañando con ellas sus movimientos.
– Alicia… Si sigues así… Bufff…
La chica se levantó, agarró a Gonzalo de la pechera y le sentó sobre un retrete. Se quitó el top que llevaba, arrojándolo a un lado, levantó su falda y se quitó el tanga, que quedó enganchado en uno de los tobillos solamente.
Se sentó a horcajadas, introduciéndose la polla de golpe. Estaba tan empapada que no le costó nada hacerlo.
Sus tetas estaban a la altura de la boca de Gonzalo, que no dudo en bajar el sujetador y empezar a lamer los erectos pezones de la chica.
Un incauto cliente del restaurante entró en el servicio. Se quedó anonadado cuando vio a la chica cabalgando como si no hubiera un mañana.
– P-Perdon… – Se excusó, saliendo de nuevo.
Esto no interrumpió a los fogosos amantes que siguieron con su faena.
– Oh dios… Alicia..
– Aquí me tienes… Fóllame… Haz que me corra…
El chico estaba a 100, aunque el sexo con Rebeca era genial, Alicia…
– ¡Me voy! ¡Alicia!
La chica rápidamente desmontó y se arrodilló entre las piernas de su ex.
– ¿Que haces? – Preguntó este. Alicia nunca había hecho nada parecido, se la había chupado, pero nunca después de follar, y mucho menos con esa cara de vicio. – ¿No iras a…?
La chica le masturbaba con vehemencia, con el glande metido en su boca y mirándole con ojos de deseo. Ante esa imagen, Gonzalo no pudo mas que correrse de inmediato.
 
Alicia recibió el semen de su ex por primera vez.  ¿Que coño estaba haciendo? ¿Por que se había comportado así? No parecía ella, pero estaba tan caliente… 
“Tu también has tomado tu merienda…”
La imagen de su madre arrodillada acudió a su mente. Rápidamente escupió la corrida de Gonzalo a un lado y se levantó.
– Yo… Yo… Esto está mal… – Balbuceó.
– No… Realmente había estado esperándolo mucho tiempo… Yo… – Gonzalo la miraba a los ojos. – Te quiero, Alicia. Volvamos a intentarlo.
Alicia entró en un estado de pánico. ¿Por que había llamado a Gonzalo? Se vistió apresuradamente y salio murmurando una disculpa.
Tuvo que volver en metro. Notaba las miradas de la gente sobre ella aunque, suponía, sólo eran imaginaciones suyas.
Lo único que estaba claro es que era una imbécil. Había actuado de manera impetuosa y había hecho una estupidez. Eso y que todavía seguía caliente…
No sabía por qué, el sexo con Gonzalo siempre había sido muy satisfactorio… Pero… Esta vez se había quedado a medias…
Llegó a su casa y volvió a subir a su habitación sin dirigirle la palabra a nadie. Se arrebuñó entre las sabanas y se echó a llorar.
“¿Por que me está pasando esto?” Alicia no lo entendía. Solo tenia clara una cosa: Todo había sido por culpa de Frank. El haberse encontrado a ese hijo de puta con su madre había dinamitado su mente. ¿Como se atrevía? ¡Era su madre!
Todavía veía a aquel cabrón ante ella. “Toma tu merienda, zorrita.”
¿Por que su madre había caído tan bajo?
No se dio cuenta de lo que estaba pasando hasta que los gemidos se escapaban sonoramente de su boca. Entonces reaccionó y vio que estaba masturbándose. Necesitaba correrse, necesitaba desahogarse. Abrió el cajón de la mesilla. Ahí estaba.
Manolo.
Cogió el vibrador rosa que le había dado su hermana. Rápidamente lo dirigió hacia su coño y, de un solo empujón lo introdujo hasta el fondo. Se encogió al sentirse penetrada de aquella extraña manera por primera vez pero, en pocos segundos, se tumbó boca arriba y se abrió completamente de piernas. Nunca había pensado que un simple trozo de plástico le podría dar tanto placer. Su hermana era mas lista de lo que pensaba…
Entonces se acordó de algo. Buscó un poco con sus dedos hasta encontrarlo y pulso el botón que conectaba la vibración.
– Mmmmmpppfpfff.
Intentó ahogar el gemido que salió de su boca, pero tuvo que ponerse boca abajo y morder la almohada para no despertar a toda la casa. Aquél aparato era maravilloso. La vibración la recorría entera desde lo mas hondo de sus entrañas.
Una pequeña idea apareció en su mente de manera inesperada, sin que ella lo buscase, al menos de forma consciente. Comenzó a pensar que Manolo no era de color rosa, si no que era negro. Negro y enorme. Llevó una mano a sus pezones y comenzó a pellizcar los mientras pensaba como una enorme tranca negra la follaba desde atrás. Podía notar los huevos golpeando contra su coño, las manos de su amante agarrando sus caderas, usándolas para meter su rabo mas adentro en cada embestida.
“Aquí tienes tu merienda, zorrita” Oyó en su cabeza la voz de Frank mientras su cuerpo estallaba en un tremendo orgasmo. Alicia se retorcía en estertores de placer mientras intentaba o impedir que loa gemidos escapasen de su boca y despertasen a todo el vecindario.
Se mantuvo unos minutos en la misma posición, con el vibrador todavía encendido entre sus manos temblorosas hasta que algo la sobresaltó: le dio la impresión de que l puerta se había movido. Un ligero e imperceptible crujido y, con el rabillo del ojo, le pareció haber visto una sombra alejarse. 
¿La habían visto?
El rubor acudió a su cara mientras apagaba y guardaba a Manolo. ¿Su madre? ¿Su hermana? … ¿Frank? 
No… No podía ser él… No se habría quedado a dormir… Aunque a lo mejor… Se había quedado con su madre…
Incluso con esos pensamientos en la cabeza se durmió rápidamente.
Había sido un día agotador.
 
 
 
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