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“EDUCANDO A UNA MALCRIADA. LA HIJA DE UN AMIGO” libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:

El destino quiso que la hija de un amigo se metiera en problemas en Houston y que tuviera que ser yo quien la auxiliara. Su padre cansado de esa malcriada me pide que la eduque. Al intentarlo, esa pelirroja decide intentar seducirme sin saber adónde nos iba a llevar esa fijación.
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 13 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1

Toda mi vida he tenido fama de hombre serio y responsable. Celoso de mi vida privada, nunca se me ha conocido un desliz y menos algo escandaloso. Soltero empedernido, nunca he necesitado de la presencia de una mujer fija en mi casa para ser feliz. Aunque eso no quiere decir que no haya novias y parejas, soy y siempre seré heterosexual activo pero no un petimetre que babea ante las primeras faldas que se le cruzan.
Escojo con cuidado con quien me acuesto y por eso puedo vanagloriarme de haber disfrutado de los mejores culos de las distintas ciudades donde he vivido. A través de los años, han pasado por mi cama mujeres de distintas razas y condición. Blancas y negras, morenas y rubias, ricas y pobres pero todas de mi edad. Nunca me habían gustado las crías, es más, siempre me había repelido ver en una reunión al clásico ricachón con la jovencita de turno. Para mí, una mujer debe ser ante todo mujer y por eso nunca cuando veía a una monada recién salida de la adolescencia, podía opinar que la niña era preciosa pero no me sentía atraído.
Desgraciadamente eso cambió por culpa de Manolo, ¡Mi mejor amigo!.
Con cuarenta y cinco años, llevaba tres años viviendo en Houston cuando me llamó para decirme que su hija Isabel iba a pasar un año estudiando en esa ciudad. Reconozco que en un principio pensé que el motivo de esa llamada era que me iba a pedir que viviera conmigo pero me sacó de mi error al explicar que la universidad le pedía un contacto en los Estados Unidos y preguntarme si podía dar mi teléfono.
Cómo en teoría eso no me comprometía en absoluto, acepté desconociendo las consecuencias que esa decisión iba a tener en mi futuro y comportándome como un buen amigo, también me comprometí en irla a recoger al aeropuerto para acompañarla hasta la residencia donde se iba a quedar.
Ese día estaba en la zona de llegadas esperándola cuando la vi salir por lo puerta. Enseguida la reconocí porque era una versión en guapa y joven de su madre. Flaca, pelirroja y llena de pecas era una chavala muy atractiva pero en cuanto la examiné más de cerca, su poco pecho me recordó sus dieciochos años recién cumplidos y perdió cualquier tipo de interés sexual.
Isabel al verme, se acercó a mí y dándome un beso en la mejilla, agradeció que la llevara. No queriendo eternizar nuestra estancia en ese lugar, cogí su equipaje y lo metí en mi coche. La chavala al comprobar el enorme tamaño del vehículo, se quedó admirada y con naturalidad dijo riéndose:
―Este todoterreno es un típico ejemplo de los gustos masculinos― y olvidándose que era el amigo de su viejo, me soltó: ―Os gusta todo grande. Las tetas grandes, los culos enormes y las tías gordas.
Indignado por esa generalización, no pude contener mi lengua y contesté:
―Pues tú no debes comerte una rosca. Pecho enano, trasero diminuto y flaca como un suspiro.
Mi respuesta le sorprendió quizás porque no estaba acostumbrada a que nadie y menos un viejo le llevara la contraria. Durante unos segundos se quedó callada y tras reponerse del golpe a su autoestima, con todo el descaro del mundo, preguntó:
―Ya que crees que me hace falta unos kilos, ¿dónde me vas a llevar a comer?
Os confieso que si llego a saber el martirio que pasaría con ella ese restaurante, en vez de a uno de lujo, le hubiese llevado a un tugurio de carretera porque allí, entre moteros y camioneros, hubiera pasado desapercibida. Pero como era la hija de Manolo creí conveniente enseñarle Morson´s, uno de los locales más famosos de la ciudad.
¡Menudo desastre!
La maldita pecosa se comportó como una malcriada rechazando hasta tres veces los platos que el pobre maître le recomendaba diciendo lindezas como: ¿Me has visto cara de conejo?, ¿Al ser hispanos nos recomiendas los más baratos de la carta porque temes que no paguemos? , pero fue peor cuando al final acertó con un plato de su gusto, entonces con ganas de molestar tanto al empleado como a mí, le dijo:
―Haber empezado por ahí, mi acompañante piensa que estoy en los huesos y un grasiento filetón al estilo tejano me hará ponerme como una vaca para ser de su gusto.
“Esta tía es idiota”, pensé y asumiendo que no volvería a verla durante su estancia, me mordí un huevo y pedí mi comanda.
El resto de la comida fue de mar en peor. Isabel se dedicó a beber vino como si fuera agua hasta que bastante “alegre” empezó a meterse con los presentes en el lugar. Molesto y sobre todo alucinado de lo mal que había mi amigo educado a su hija, di por concluida la comida.
Al dejarla en la residencia, respiré aliviado y deseando no volver a estar a menos de un kilómetro de ella, le ofrecí hipócritamente mi ayuda durante su estancia en la capital del estado. La mujercita, segura de que nunca la iba a necesitar, me respondió:
―Gracias pero tendría que estar muy desesperada para llamar a un anciano.
Para mi desgracia los hechos posteriores la sacaron de su error….

Capítulo 2.

Llevaba un mes sin recibir noticias suyas cuando me despertó el teléfono de mi mesilla sonando. Todavía medio dormido, escuché al contestar que mi interlocutor me preguntaba si estaba hablando con Javier Coronado.
―Sí― respondí.
Tras lo cual se presentó como el sargento Ramirez de la policía metropolitana de Houston y me informó que tenían detenida a Isabel Sílbela.
―¿Qué ha hecho esa cretina? – comenté ya totalmente despierto.
―La hemos detenido por alteración del orden público, consumo de drogas y resistencia a la autoridad.
Os juro que no me extrañó porque esa niñata era perfecta irresponsable y asumiendo su culpabilidad, quise saber cuál era su actual estatus y cuánto tiempo tenía que pasar en el calabozo. El agente revisando el dossier me comunicó que habían fijado el juicio para dentro de un mes y que como era su primer delito el juez había fijado la primera audiencia para en unas horas.
Una vez colgué, estuve a un tris de volverme a la cama pero el jodido enano que todos tenemos como conciencia no me dejó hacerlo y por eso vistiéndome fui llamé a un abogado y me fui a la comisaria.
“¡Menuda pieza!”, pensé mientras conducía hacía allí, “Lo que le debe haber hecho sufrir a su padre esta malcriada”.
Al presentarme ante el sargento en cuestión y ver este que yo era un hombre respetable, amablemente me informó de lo sucedido. Por lo visto, Isabel y unas amigas habían montado una fiestecita con alcohol y algún que otra gramo de coca que se les había ido de la mano. Totalmente borracha cuando llegó la patrulla del campus, se enfrentó a ellos y trató de resistirse.
“Será tonta, ¡No sabe que la policía de este país no se anda con bromas!”, exclamé mentalmente mientras pedía perdón al sujeto en nombre de su padre.
Fue entonces cuando Ramirez me comunicó que tenía que esperar a las ocho de la mañana para tener la audiencia preliminar con el juez donde tendría la oportunidad de pagar una fianza. Viendo que todavía eran las cinco y que no podía hacer nada en tres horas, me dirigí a un 24 horas a desayunar. Allí, sentado en la barra, llamé a Manolo para informarle de lo sucedido.
Como no podía ser de otra forma, mi amigo se cogió un rebote enorme y llamando de todo a su querida hija, me pidió que en cuanto pudiera la metiera en un avión y se la mandara.
―No te preocupes eso haré― respondí convencido de que esa misma tarde llevaría a Isabel al aeropuerto y la empaquetaría hacía España.
Pero como bien ha enunciado Murphy, “Cualquier situación por mala que sea es susceptible de empeorar y así fue. La maldita niñata al ser presentada ante el juez, se comportó como una irresponsable y tras llamarle fascista, se negó a declarar. El abogado que le conseguí había pactado con el fiscal que si aceptaba su culpabilidad, quedaría en una multa pero como no había cumplido con su parte, el letrado pidió prisión con fianza hasta que tuviese lugar el juicio. El juez no solo impuso una fianza de cinco mil dólares sino que en caso de aportarla, exigió que alguien se responsabilizara que la chavala no volviera a cometer ningún delito.
¿Os imagináis quien fue al idiota que le tocó?
Cabreado porque encima le había quitado el pasaporte, pagué la fianza y me comprometí a tenerla durante un mes bajo mi supervisión hasta que se celebrara el puñetero juicio.
Ya en el coche, empecé a echarle la bronca mientras la cría me miraba todavía en plan perdonavidas. Indignado por su actitud, le estaba recriminando su falta de cerebro cuando de pronto comenzó a vomitar manchando toda la tapicería. Todavía hoy no sé qué me enfadó más, si la peste o que al terminar Isabel tras limpiarse las babas, me dijera:
―Viejo, ¡Corta el rollo!
Aunque todo mi cuerpo me pedía darle un bofetón, me contuve y concentrándome en la conducción, fui directo a su residencia a recoger sus cosas porque tal y como había ordenado el magistrado, esa mujercita quedaba bajo mi supervisión y por lo tanto debía de vivir conmigo. El colmo fue cuando vi que al hacer la maleta, esa chavala metía entre sus ropas una bolsa con marihuana.
―¿Qué coño haces?― pregunté y sin darle tiempo a reaccionar, se la quité de la mano y arrojándolo en el wáter, tiré de la cadena.
―¡Te odio!― fueron las últimas palabras que pronunció hasta que ya en mi casa, se metió en la cama a dormir.
Aprovechando que esa boba estaba durmiendo la mona, llamé a su padre y de muy mala leche, le expliqué que gracias a la idiotez de su hija el juicio había ido de culo y que no solo le habían prohibido salir del país, sino que encima me había tenido que comprometer con el juez a que me hacía responsable de ella.
Manuel que hasta entonces se había mantenido entero, se desmoronó y mientras me pedía perdón, me explicó que desde que se había separado de su esposa, su retoño no había parado de darle problemas. Destrozado, me confesó que se veía incapaz de reeducarla porque en cuanto lo intentaba, su ex se ponía de parte de su hija, mandando al traste sus buenas intenciones.
―A mí, esa rebeldía me dura tres días. Si fuera su padre, sacaría mi mala leche y la pondría firme― comenté sin percatarme que mi amigo se agarraría a mis palabras como a un clavo ardiendo.
Fue entonces cuando llorando me pidió:
―¿Me harías ese favor?― y cogiéndome con el paso cambiado, me dijo:―Te ruego que lo intentes, es más, no quiero saber cómo lo abordas. Si tienes que encerrarla, ¡Hazlo!.
Aunque mi propuesta había sido retórica, la desesperación de Manolo me hizo compadecerme de él y por eso acepté el reto de convertir a esa niña malcriada en una persona de bien.
Hablo con Isabel.
Sin conocer las dificultades con las que me encontraría, había prometido a mi amigo que durante el mes en que esa deslenguada iba a permanecer en mi casa iba a reformar su actitud y por eso esperé a que se despertara para dejarle las cosas claras.
Sobre las seis de la tarde, Isabel hizo su aparición convencida de que nada había cambiado y que podría seguir comportándose como la niña caprichosa y conflictiva que llevaba tres años siendo. Desconociendo las órdenes de su padre había quedado con unos amigos para salir de copas y ya estaba cogiendo la puerta cuando escuchó que la decía:
―¿Dónde crees que vas?
―Con mis colegas― contestó y enfrentándose a mí, recalcó sus intenciones diciendo: ―¿Algún problema?
―Dos. Primero que vas vestida como una puta. Segundo y más importante, ¡No tienes permiso!
La pelirroja me miró atónita y creyendo que sería incapaz de obligarla a quedarse en casa, lanzó una carcajada antes de soltarme:
―¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme a la cama?
Con tono tranquilo, respondí:
―Si me obligas, no dudaré en hacerlo pero preferiría que no tomar esa medida― y pidiéndole que se sentara, proseguí diciendo: ―He hablado con tu padre y me ha autorizado a usar inclusive la violencia para conseguir educarte de un puñetera vez.
―No te creo― contestó y cogiendo el teléfono, llamó a su viejo.
No me hizo falta oír la conversación porque con satisfacción observé que su rostro iba perdiendo el color mientras crecía su indignación. Al colgar, cabreadísima, me gritó que no pensaba obedecer y que iba jodido si pensaba que se comportaría como una niña buena. Lo que Isabel no se esperaba fue que al terminar de soltar su perorata, me levantara de mi asiento y sin hablar le soltara un tremendo tortazo.
Fue tanta la fuerza que imprimí a la bofetada que la chavala dio con sus huesos en el suelo. Entonces y sin compadecerme de ella, le solté:
―A partir de hoy, tienes prohibido el alcohol y cualquier tipo de drogas. Me pedirás permiso para todo. Si quieres salir, comer, ver la tele o dormir primero tendrás que pedir mi autorización.
Acostumbrada a hacer de su capa un sayo, por primera vez en su vida, tuvo que enfrentarse a alguien con más carácter y con los últimos restos de coraje, me lanzó una andanada diciendo:
―¿Y si quiero masturbarme? ¿También tendré que pedirte permiso?
Muerto de risa, le contesté:
―No soy un tirano y aunque tienes estrictamente prohibido el acostarte con alguien, comprendo que eres joven― y actuando como un rey magnánimo, cedí en ese extremo, diciendo: ―Si quieres masturbarte veinte veces al día, tienes mi palabra que nunca te diré nada.
Os confieso que en ese momento no supe interpretar el brillo de sus ojos cuando oyó mis palabras, de haber supuesto que esa arpía utilizaría mi promesa contra mí, jamás le hubiera otorgado tal permiso.
Habiendo dejado las cosas claras, permití que volviera a su habitación…

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Relato erótico:” La ex esposa de un amigo nos folló en un congreso”. (POR GOLFO Y PAULINA)

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Segunda parte de La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso y como el anterior ha sido escrito con la ayuda de Paulina O.
A la mañana siguiente, me desperté con Paulina en mis brazos y al sentir sus pechos presionando el mío, comprendí que había sido real y no un sueño.
«¡Me he tirado a la ex de Alberto!», pensé mientras con la mirada recorría su cuerpo desnudo.
Con la luz del día sus nalgas eran todavía más atractivas. Duras y firmes eran un paraíso terrenal solo al alcance de unos pocos. Recordando su promesa de convertirse en mi amante, decidí comprobar si era una mujer de palabra y sin copas mantenía esa decisión. Para ello lentamente retiré su brazo y posándola sobre el colchón, durante un  instante, me quedé admirando su belleza mientras entre mis piernas mi pene se acababa de despertar.
«¡Qué buena está!», exclamé mentalmente ya con una erección brutal.
Sabiendo que corría el riesgo que al abrir los ojos, esa mujer se diera cuenta de lo que había hecho y se arrepintiera, acerqué mi cara a su trasero y sacando la lengua, comencé a lamer el canalillo formado por sus cachetes.
«¡Menudo culo tiene!», sentencié al acercarme poco a poco a mi objetivo.
Comprendí que Paulina se había despertado al escuchar un primer gemido cuando sintió mi húmeda caricia recorriendo los pliegues de su rosado ano.
―Eres malo― susurró con voz sensual al notar mi respiración entre sus nalgas.
―Y tú, una putita muy cerda a la que le encanta que la use― contesté dotando a mi voz de un tono morboso no carente de autoridad.
Al escuchar ese cariñoso insulto Paulina sonrió y separando sus rodillas, me informó en silencio que  deseaba que renovara con ella los votos de la noche anterior, por eso y mientras le separaba las dos partes de su trasero con mis manos, azucé su calentura mientras introducía la punta de mi apéndice en su ojete diciendo:
―Recuerda que juraste que durante todo este fin de semana serías mía y que me pediste que te usara como la guarra que eres.
―Sí― respondió casi llorando de placer.
Al recibir un permiso que no necesitaba  y sin esperar un rechazo de su parte, introduje la punta de mi apéndice en su ojete mientras le echaba mi aliento.
―Sí, ¿Qué?― pregunté hundiendo mi lengua como si de mi pene se tratara en su trasero.
La amiga de mi mujer, berreó como cierva en celo al experimentar esa intrusión en su interior y pegando un grito, confirmó su disposición diciendo:
―¡Quiero que me comas el culo!
La total entrega de Paulina me permitió ir acariciando por dentro los músculos que pensaba hoyar y que con ello, poco a poco se fuera relajando. Su respiración entrecortada ratificó que le estaba gustando y por eso, añadiendo un dedo a mi ataque seguí profundizando mi ataque.
―¡Me vuelve loca!―chilló al sentir esa segunda intrusión en sus intestinos y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó una mano a su sexo para comenzarse a masturbar.
Al comprobar su calentura y mientras introducía una segunda falange en su entrada trasera, mordiendo su oreja le susurré:
―Disfruta mientras puedas, porque pienso romperte ese culito tierno que tienes.
Añadiendo más picante a esa escena, recorrí con mi lengua su oído al tiempo que metía y sacaba cada vez más rápido mis dedos de su trasero. Al experimentar esas desconocidas sensaciones, Paulina se giró y mirándome con su boca abierta y babeando lujuria, me rogó:
―Hazme tuya.
La necesidad que lucía en su rostro me hizo gracia al recordar que Alberto la había dejado por poco fogosa y recreándome en ese recuerdo, le metí un tercer dedo mientras ordenaba a la que ya consideraba mi puta:
―Usa tu otra mano para pellizcarte los pezones.
Cumpliendo mi orden de inmediato, agarró su areola entre sus dedos y presionando duramente aceptó gustosa mi dominio sobre ella.  Al escuchar sus aullidos de placer, decidí dar mi siguiente paso y dejé que fuera ella quien con un pequeño movimiento de sus caderas se lo introdujera unos centímetros.
―¡Me duele!― gritó con su culo adolorido.
En ese instante supe que no podía dar marcha atrás porque de hacerlo esa muñeca nunca me daría una segunda oportunidad y por ello la agarré firmemente mientras presionaba mi verga. Lentamente el culo de Paulina absorbió toda mi extensión hasta que con ella rellenando su conducto por entero, decidí darme el gustazo de sodomizarla en mitad de la ducha.
Cogiéndola entre mis brazos y sin sacar mi pene de sus intestinos, la llevé al baño. Una vez allí abrí la ducha y mientras se caldeaba el agua, la besé forzando sus labios para que no se enfriara al sentir mi lengua fornicando con la suya mientras su ojete se terminaba de acostumbrar a tener mi verga insertada.
―¡Eres un cerdo!― protestó sonriendo ya más tranquila.

 

Metiéndola en la ducha, la obligué a apoyarse con sus brazos en la pared antes de comenzar a moverme. Con cuidado en un principio fui extrayendo mi verga de su hasta unos minutos virginal agujero para acto seguido volver a metérsela. Paulina que hasta entonces soportaba con resignación el dolor que surgía de sus entrañas, respiró aliviada al percatarse que iba desapareciendo y que era sustituido por placer.
Su relajación me permitió presionar su cuerpo contra los azulejos e inmovilizarla para que sintiera el frio de ese material sobre sus excitados pezones. Una vez allí y sin dejar de horadar su culito, acerqué mi boca  y mordí su oreja al tiempo que le susurraba:
―El idiota de tu marido no sabe lo perra que eres.
Mi nueva ofensa la hizo gemir de lujuria y reflejando lo puta que era en su rostro, me pidió que siguiera diciéndole guarradas al oído.
―Ves lo que te digo, eres una perrita que solo necesitaba de un dueño para renacer― y forzando mi dominio, ordené: ―Ládrame mientras te enculo.
Increíblemente la ex de Alberto me hizo caso y de su garganta salió un ladrido que fue el banderazo de salida para que la sodomizara en plan salvaje. Asiéndome a sus tetas con las manos incrementé el ritmo de mis penetraciones, provocando que con cada meneo la cara de Paulina se golpeara contra la pared. Estaba ya desbocado cuando mi móvil empezó a sonar y conociendo lo celosa y malpensada que era mi esposa, decidí para e ir a contestar dejando a la zorrita despatarrada y caliente bajo la ducha.
―Es tu marido― grité y cabreado por la interrupción tomé tres decisiones cruciales. La primera fue no contestar, la segunda que terminaría lo empezado y la tercera y más importante que lo grabaría para que ese capullo se jodiera.
Pero entonces su mujer me alcanzó en la habitación y tirándome en la cama, me rogó que descolgara porque le ponía brutísima saber que Alberto estaba al otro lado del teléfono.  Su descaro me hizo reír y contestando saludé al cornudo que nada más oírme me preguntó si ya había visto a su mujer.
―No jodas, no son las ocho de la mañana― y entonces con toda la intención, le pregunté: ―¿No creerás que soy yo el amante de tu esposa y que ella ha dormido en mi cama?
―No, ¡Cómo crees! –protestó― ¡Eres mi amigo!
Tras lo cual me explicó que no había conseguido dormir y que se había pasado la noche viendo el video en el que Paulina se la comía a un desconocido una y otra vez. Descojonado en mi interior pero con voz seria, respondí mientras la aludida se ponía mi verga entre sus tetas y aprovechando que las seguía teniendo mojadas, me empezaba a regalar una cubana:
―¡No es sano que te comas el tarro mirando a esa puta mamando verga!
Su ex no pudo reprimir una risita al escuchar que Alberto estaba sufriendo y incrementando sus maniobras, agachó su cabeza para que cada vez que mi pene se acercaba a su boca lanzarme lametazo.
―Te juro que lo sé pero no puedo dejar de verlo. Esa guarra nunca puso conmigo tanto énfasis.
No queriendo seguir con esa conversación, me despedí de él asegurándole que iba a investigar quién era el capullo que se estaba tirando a Paulina. Ya sin él, cogí a la zorra de su mujer de la melena y acercando sus labios a los míos, metí mi lengua hasta su garganta antes de decirle:
―Alberto se lo ha buscado. Pienso grabar cómo te sodomizo.
Colocando mi móvil de forma que no se me viera la cara, lo encendí y poniendo a cuatro patas a mi amante, le grité antes de ensartarla con fiereza:
―Respira hondo, ¡Qué te voy a romper el culo!
No se esperaba la violencia de mi ataque y sus brazos cedieron ante él de forma que su cara se hundió en la almohada. Sin respetar su dolor, azucé a mi montura con un severo azote en sus nalgas diciendo:
―Puta, ¡Muévete!
No hizo falta que repitiera la orden, Paulina superó mis expectativas aullando de placer y pidiéndome que no parara de usar su trasero mientras me decía con voz de santa:
―¿Soy una buena puta?
Ni que decir tiene que su pregunta me permitió seguir montándola con mayor ardor mientras ella mordía con sus dientes la almohada para no gritar y que desde la habitación  de al lado supieran lo zorra que era.
Usando a mi antojo a esa mujer, mordí su cuello, azoté sus nalgas y pellizqué sus pezones sin parar hasta que por primera vez en sus treinta y tres años de vida, Paulina disfrutó de un orgasmo total y como si fuera su coño una fuente eyaculó sin parar mientras ella era la primera sorprendida.
―¡Parece un geiser!― me reí al observar el chorro que por oleada salía de su chocho y jalando de su pelo, llevé su boca a la mía y dando un leve mordisco en sus labios, la besé preguntando: ¿De quién eres?
Mi pregunta la hizo comprender quien era su dueño y respondiendo con una pasión sin igual, sintió que todo su cuerpo se licuaba mientras me decía:
―Soy tuya. ¡Eternamente tuya!
Su confesión me dejó claro que a nuestra vuelta a Madrid esa zorra seguiría siendo mía y por eso sacando mi pene de su culo, le di la vuelta y dejándome ir, eyaculé sobre sus tetas mientras le decía:
―Úntate mi semen por tu cuerpo.
Nadie había eyaculado sobre ella y por eso le sorprendió sentir la calidez de mis explosiones recorriendo sus pezones pero una vez repuesta, comprendió que le encantaba al sentir que desde dentro de su vulva renacía con fuerza su orgasmo y pegando un gemido de placer, esparció mi simiente por sus pechos mientras entre sus piernas nuevamente brotaba su flujo con una fuerza inusual.
Al  ver esa maravilla, hundí mi cara entre sus muslos y sacando mi lengua, me puse a secar ese arroyo. El sabor agridulce de su coño invadió por completo mi mente y como un ser sin voluntad seguí agarrado a sus nalgas bebiendo su néctar mientras Paulina gemía sin parar presa del placer. Desconozco cuanto tiempo estuve comiendo, mordiendo y lamiendo ese manjar ni cuantas veces su dueña disfrutó del éxtasis de un orgasmo pero lo cierto fue que en un momento dado y casi llorando, esa zorrita me pidió que parara diciendo:
―¡No puedo más! ¡Estoy agotada!
Al saber que aunque no fuera plenamente consciente esa mujer era mía y que tendría muchas más oportunidades de deleitarme con su cuerpo, cedí y tumbándome junto a ella, descansé entre sus brazos. Durante diez minutos, nos quedamos en esa posición hasta que mirando el reloj de la mesilla, me di cuenta que llegábamos tarde a la primera conferencia y por eso, acariciando una de sus nalgas le dije que era hora de levantarnos.
Paulina frunció su ceño pero asumiendo que tenía yo razón, me dijo:
―De acuerdo pero a la hora de comer, quiero que me hagas nuevamente tuya.
Partiéndome de risa, contesté:
―¿No decía tu marido que eras poco fogosa? ¡Lo que eres es una ninfómana!
Al recoger su ropa del suelo, riendo respondió:
―Para él, yo era su mujer. Para ti, ¡Soy tu puta!….
El doctorcito sexy.
Como la ropa de Paulina seguía en su habitación, se despidió de mí y quedamos en vernos en el buffet del hotel. Por eso una vez me había vestido, bajé a desayunar y allí me encontré con el doctorcito sexy.
Alonso estaba tomándose un café y nada más verme, me llamó para que compartiera con él su mesa. Al sentarme, mi compinche en tantas aventuras, poniendo un tono pícaro,  preguntó:
―Raúl, ¿Cómo está este año el ganado?
Poniendo cara triste, contesté que había tenido poco tiempo de comprobar su calidad porque había tenido el férreo marcaje de una amiga de mi mujer. El muy cabrón soltó una carcajada al escuchar de mis labios que se habían chafado mis planes y con lágrimas en los ojos, se rio de mí diciendo:
―¡Qué putada! Tendré que ocuparme yo de todas esas pobres mujeres necesitadas de caricias.    
Haciéndome el apenado, le expliqué que era Paulina era una arpía frígida y chismosa a la que mi mujer le había ordenado traerme bien corto. Mi amigo sin apiadarse de mí, dijo fingiendo una indignación que no sentía:
―¡Al menos estará buena!
―¡Qué va!― respondí: ¡Es una gorda asquerosa con un trasero lleno de grasa y las tetas caídas!
Alonso me estaba diciendo que lo sentía por mí  y que en compensación él se tiraría a las que me tocaban cuando la aludida me preguntó:
―¿No me vas a presentar a tu amigo?
Muerto de risa, me levanté para acercarle la silla mientras respondía:
―Paulina te presento a Alonso.
El doctorcito sexy miró alucinado al bombón que supuestamente era un adefesio y devolviendo la andanada, comentó en plan ligón:
―Encantado de saber que Dios existe y que nos ha mandado uno de sus ángeles.
El descarado piropo surtió el efecto que deseaba su autor y la recién divorciada le regaló una sonrisa sin poder evitar que el rubor coloreara sus mejillas.
«Será cabrón», pensé más celoso de lo que nunca reconocería, «no pierde el tiempo andándose por las ramas».
Como experimentado Don Juan, Alonso usó toda su simpatía para hacer de ese desayuno una fiesta en honor de Paulina mientras desde mi sitio, me estaba poniendo malo al comprobar las risas de mi nueva amante ante las bromas y galanteos de mi amigo. Paulatinamente mi cabreo fue in crescendo hasta que ya claramente enfadado, levantándome les informé que llegábamos tarde a la primera conferencia.
Por mi tono, la ex de Alberto comprendió que estaba rojo de celos y disfrutando de la sensación de poder que le hacía sentir el ponerme de los nervios, susurró en mi oído:
―No seas tonto. ¿No ves que estoy disimulando?― para acto seguido y sin preguntar mi opinión, colgarse del brazo del doctorcito sexy camino del auditorio.
« ¡Será  puta!», maldije asumiendo que esa mujer estaba jugando conmigo y que estaba ganando.
En ese momento, hubiese estrangulado a Alonso aunque fuese inocente y a pesar que sabía que no tenía motivos para quejarme puesto que entre Paulina y yo no existía contrato alguno. Os reconozco que de haberme parado a pensar un poco, hubiese comprendido que tanto esa mujer como el doctorcito eran libres y que el único de los tres que estaba casado era yo. La lógica decía que me tenía que callar y disfrutar de las migajas que dejara caer esa mujer pero no pude y por eso cuando al llegar al auditorio me senté en la última fila y Paulina se puso entre los dos.
El cabronazo del doctor que desconocía que ya había hecho mía a la ex de Alberto, no perdió comba y en cuanto colocó sus posaderas en el asiento, reinició su ataque a base de bromas y chascarrillos que mas de una vez provocaron la risa de la mujer. Para entonces estaba encabronadísimo pero como no me convenía descubrir mi infidelidad ni dejar en mal lugar a Paulina, me mordí un huevo cuando lo que realmente me apetecía era soltarle un guantazo.
El colmo fue ver que ese don juan de tres al cuarto, asumiendo que ella era una presa fácil, comenzaba a acariciar disimuladamente la pierna de mi amiga y que ella aunque se puso colorada como un tomate, no opuso ningún tipo de resistencia.
«Será cabrón», pensé y conociendo la fama de ligón que se había granjeado durante años, temí por vez primera que me la levantara al ver que sin retirar su mano se acercaba a Paulina y en voz baja le susurraba algo al oído.
La sonrisa de oreja a oreja que apareció en el rostro de la mujer y el hecho que no se alejara de él, agrandó mis celos por lo que aprovechando que tenía hambre, les pregunté si nos íbamos a comer.
Ambos aceptaron de inmediato, Alonso porque así podía culminar su conquista y mi amiga creí para librarse del acoso del doctorcito. Los deseos del tipo me quedaron claros cuando aprovechando que Paulina se había ido al baño me preguntó si,  al terminar de comer, podía hacerme el desaparecido para que así se quedara un par de horas a solas con la que él suponía que era la espía que me había mandado mi mujer.
―No hay problema― contesté tragándome el orgullo.
La pericia en las artes amatorias de Alonso quedaron plenamente ratificadas con la elección del restaurant ya que no solo era coqueto y romántico sino que permanecía en una penumbra ideal para una primera cita.
Ni a mi peor enemigo le deseo la comida que ese capullo me dio porque nada más sentarse frente a ella, empezó a tontear con Paulina sin que pudiese hacer nada por evitarlo ya que corría el riesgo que en mi hospital se corriera la voz que tenía una amante y que además era la mejor amiga de mi esposa.  Por eso tuve que reírle las gracias cuando me percaté que por debajo de la mesa, Alonso se había quitado el zapato y descaradamente acariciaba los tobillos de Paulina. Mirando de reojo al objeto de tal ataque descubrí que. Aunque tenía las mejillas rojas, sonreía.
«Será zorrón, ¡le está gustando!», dije entre dientes más que molesto.
Habiendo terminado el segundo plato, al llegar el camarero y preguntarnos qué queríamos de postre, Alonso se quedó mirando fijo a Paulina, insinuando que ella era los que deseaba. La ex de Alberto al comprender la indirecta, se ruborizó aún más y bajando la cara, intentó que yo no me diera cuenta que a ella también le apetecía ser su golosina.
«Aquí sobro», maldije mentalmente y haciendo como si se me hubiera olvidado que había quedado con otro asistente del congreso, los dejé solos mientras me llevaban los demonios.
Absolutamente derrotado, salí del restaurant y me fui a aligerar mis penas con un copazo. En el bar en que entré, intenté infructuosamente ligar con una rubia pero tras media hora de cháchara, tuve que rendirme e irme a mi habitación con la cola entre las patas.
Esa tarde me sentía fatal, no solo había perdido a una amante sino que para colmo había sido en manos de un amigo. Hundido en la miseria, pasé por una tienda y compré una botella de whisky que beberme a solas en mi cuarto, maldiciendo mi suerte. Llevaba dos copas cuando reconocí la voz de los dos riendo en el pasillo.
―No puede ser― exclamé al comprobar que el destino había querido que la habitación de Alonso fuera la contigua a la mía.
Todavía hoy me avergüenzo de lo que os voy a contar pero en ese momento, era tal el odio que sentía que solo se me ocurrió salir al balcón y al descubrir que podía pasar al otro lado,   cruzar hasta el de Alonso. Nada más hacerlo, me encontré con  que esos dos se estaban besando apasionadamente.
«Menuda puta. ¡Qué rápido ha cambiado de macho!», pensé y queriendo vengar su afrenta saqué el móvil y me puse a grabarlos mientras me decía: «Veras la cara de Alberto cuando vea a su recatada esposa follando con otro».
Dentro en el cuarto, el doctorcito estaba intentando desabrochar la blusa de Paulina pero entonces le retiró sus manos y dijo:
―Júrame que Raúl no se enteraré de lo que ocurra aquí. No quiero que piense que me acuesto con el primero que pasa por la calle.
Alonso al oírla, la besó hundiendo su lengua dentro de la boca de ella y mientras le agarraba el culo, contestó:
―Te lo juro, pero ahora enséñame las tetonas.
Os confieso que me dolió ver como Paulina le sonreía y como mientras se quitaba la camisa, le miraba con cara de vicio. Alonso enmudeció al ver ese robusto par de tetas apenas cubierto por un brassiere negro y tras unos instantes en que solo pudo observar embelesado, se agachó y hundió su cara en el canalillo que discurría entre esas maravillas.
―Ahhh― escuché gemir a mi amiga mientras con sus manos presionaba la cabeza de Alonso contra su pecho.
Ese gemido fue el acicate que necesitaba el doctorcito para usando sus dedos irle bajando los tirantes del sujetador mientras no paraba de lamer la tersa piel de la mujer.
―Tienes unas tetas preciosas― soltó ya claramente excitado mi conocido al admirar los pezones rosados que decoraban sus senos.
Sintiéndome un voyeur por la excitación que empezaba a dominarme, pegué mi cara al cristal para ver mejor como Alonso la iba desnudando.
«Dios, ¡Qué culo tiene!», pensé apesadumbrado al ver como caía su falda y sus bragas al suelo por la acción de unas manos que no eran las mías.
El ardor de esos dos iba en aumento y los jadeos se iban incrementando mientras yo me tenía que conformar con ver y grabar sin ser partícipe de esa escena. Justo cuando Paulina cogía entre sus manos la verga del doctorcito, este le dijo:
―Quiero tomarte la temperatura― y acto seguido se chupó uno de sus dedos y girándola contra la mesa, se lo metió en el ojete.
El aullido de placer que salió de la garganta de Paulina al sentir su entrada trasera hoyada de ese modo tan pícaro, me recordó sus gritos cuando hacía unas pocas horas era yo quien la sodomizaba.
―Vamos a la cama― rogó la mujer deseando ser tomada.
Lo que no ella ni yo nos esperábamos fue que Alonso aprovechara su caminar para ir metiendo y sacando su dedo del culo de la mujer mientras le decía:
―Pienso follarte ese culito tan duro que no te vas a poder sentar en una semana.
La vulgaridad de sus palabras lejos de cortar o disminuir la calentura de Paulina pareció incrementarla porque tirándose sobre el colchón, se puso a cuatro patas diciendo:
―¿Me prometes que vas a montarme el culo hasta que no me pueda ni sentar?
―Sí. ¡Tu trasero no te va a servir ni para cagar!― respondió a la vez que le soltaba un azote y se colocaba en su espalda.
―Ay― soltó mi amiga al notar el escozor de esa ruda caricia, tras lo cual se dejó caer con los brazos hacia adelante y respingando el trasero, giró su cabeza y le dijo: ―Fóllame como una puta. Soy tu guarra.
Alonso al escuchar que esa mujer le pedía caña, no se lo pensó dos veces y colocando su glande a la altura de su entrada trasera, de un solo golpe la ensartó haciéndola gritar por la violencia de ese asalto. Una vez con toda su verga rellenando los intestinos de Paulina ni siquiera la dejó asimilarla y por medio de una serie de duras nalgadas, le fue marcando el ritmo mientras ella no paraba de chillar de placer y de dolor.
―Sigue, no pares― la oí decir mientras no dejaba de mover su culo en círculos como queriendo ordeñar la verga que la estaba en ese momento empalando contra la cama.
Para entonces, el sudor había hecho su aparición en Paulina y desde el balcón tuve que retenerme para no entrar y ser yo quien se la follara al ver como con el pelo pegado sobre su frente, esa mujer que había sido mi amante disfrutaba del sexo como nunca.
«Necesito que vuelva a ser mía», reconocí mientras me colocaba el paquete bajo mi pantalón.
Paulina ajena a que la estaba observando, se giró sobre las sabanas y sacándose la verga del doctorcito del trasero, se abrió de piernas y señalando su vulva, ordenó a mi sorprendido amigo:
―¡Fóllame por el coño!…¡Mi coño necesita una verga ahora!
Alonso no tardó en saltar sobre ella y usando su pene como ariete, comenzó a tumbar una a una las defensas de esa mujer mientras se asía con rudeza a sus pechos. La ex de Alberto disfrutó como una perra de ese ataque y relamiéndose los labios, gritó:
Ahhh sigue…. ¡Trátame como tu puta!
La entrega del bellezón rubio hizo despertar el lado  morboso del doctorcito y dando un doloroso pellizco a uno de sus pezones, le soltó:
―Y el pobre de Raúl que creía que eras una dama, cuando en realidad eres una sucia guarra.
Paulina recibió ese insulto con mayor excitación y con todas sus neuronas trabajando a mil por hora, contestó mientras no dejaba de retorcerse buscando mas placer:
―Me has jurado que no le ibas a decir nada.
―No hará falta― rio el puñetero.―Cuando te vea la cara de zorra sabrá que te he follado.
La tensión acumulada por el continuado martilleo contra la pared de su vagina, hizo que el cuerpo de Paulina colapsara y pegando un grito, se corriera sobre el colchón. Alonso viendo su orgasmo, siguió torpedeando sin parar los bajos fondos de la mujer provocando que esta uniera un clímax con el siguiente hasta que sintiendo que le llegaba el momento a él, se la sacó del coño  y metiéndosela en la boca, le ordenó que se la mamara. La zorra de la ex de Alberto, esa mujer que en teoría era una pazguata, no tuvo reparos en embutirse el miembro del doctorcito hasta el fondo de su garganta mientras este le presionaba su cabeza con las manos.
Al verlo, supe que estaban a punto de terminar y no queriendo que descubrieran mi presencia en el balcón, volví a mi habitación totalmente deshecho.
«Mierda», pensé, «¡he perdido a Paulina!».
Ya en mi cuarto, mi desesperación me llevó a realizar un acto del que todavía hoy me arrepiento porque cabreado hasta la médula, agarré mi móvil y mandé al otro cornudo la evidencia de su cornamenta.
«¡Qué sepa lo puta que es su mujer!», exclamé mientras apretaba el botón culminando mi venganza.
Sin saber qué hacer, me serví otra copa al tiempo que intentaba sacarme de la mente a Paulina porque, lo quisiera o no reconocer, esa mujer me tenía subyugado. Su belleza, su cuerpo y sobre todo su habilidad entre las sábanas habían conseguido conquistarme. Al darme cuenta que estaba enamorado de ella, me eché a llorar como un crio.
Durante una hora, alterné el whisky con las lágrimas hasta que alguien tocó la puerta. Medio borracho me levanté y fui a ver quién llamaba.
―Paulina, ¿qué haces aquí?― Pregunté al verla con una sonrisa de pie en el pasillo.
Muerta de risa, saltó en mis brazos mientras respondía:
―Venir a que me expliques porqué me has dejado tan sola.
Su alegría diluyó mi cabreo y mientras cerraba la puerta, supe que no podía vivir sin sus besos aunque eso supusiera el tener que llevar con la mayor entereza posible los cuernos.
«¡Seré un cornudo pero la tendré a ella!».
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Relato erótico: “El regalo de reyes de mi mujer.” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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A mis cuarenta y ocho años supe entender los deseos más profundos de mi mujer. Sus cuarenta y dos están llevados de forma magistral. Es una auténtica morenaza, con el pelo ondulado, ojos negros como tizones. Alta, 175 cm, y alrededor de los setenta quilogramos. Sus pechos no son grandes, tiene una noventa, pero tienen grandes pezones y bastante sensibilidad en ellos. El simple hecho de que alguien se los coma la vuelve loca y provoca un chorreo en el coño que solo puede saciarse con un polvazo.
Entro tan a saco porque esta historia lo es. En la nochevieja de 2009 se lo propuse después de una de nuestras noches locas de sexo desenfrenado. Ella me miró con cara incrédula, pero con un brillo en la mirada.
Mi propuesta era provocar que no follase nada durante un año. Tenía que estar intacta, salvo algún que otro desliz con su consolador. El objetivo era hacerle el mejor regalo de reyes posible en el 2011. Le conseguiría tres hombres para ella sola. El estilo de cada hombre lo elegiría ella a su gusto. La única condición era que se grabara en video, solo para mí; indirectamente era mi regalo también. Yo no estaría presente, para no interrumpir nada de lo que pudiera suceder en esa sesión.
Llegamos al acuerdo de que yo solo follaría con putas en este tiempo. Una o dos veces al mes. Y tengo que decir que ha sido un año muy bien aprovechado. Negras, nórdicas, jovencitas, maduras, tríos. Todo tipo de producto, nacional y extranjero. Me he convertido en un colosal putero de bandera. Ahora no puedo dejarlas y ya se lo he dicho a mi mujer. Ella de momento me lo perdona, por el regalo que tuvo el pasado 6 de enero. Pero creo que no le hace demasiada gracia.
Fue en el mes de marzo del 2010 cuando me pasó su escrito con las características de los tres afortunados.
Pedía un joven de unos veinte. Rubio, alto y deportista. El aparato no era muy importante en este personaje. Bastaría con que fuera potente, fuerte y resistente. Después de mucho buscar lo encontré tomando una copa en un bar. Se lo propuse y le pareció bien. Es estudiante de arquitectura y juega al baloncesto. No es muy alto pero sí guapo y fuerte. Tiene 22 años y está soltero. Con gusto por las maduras, la foto que le mostré de mi mujer en camisón le convenció definitivamente. Nos intercambiamos móviles y quedamos en llamarle cuando ella diera su visto bueno.
Para el segundo quería a un negraco pollón. Lo busqué por los semáforos de la ciudad. Hablé con cada uno de ellos. Finalmente me quedé con un nigeriano de 29 años. A todos los candidatos les exigíamos análisis médico. Todos limpios y dispuestos.
Me quedé con él por su musculoso tórax y su enorme tranco. Se lo medí en erección: 26 cms. Ese día acabé chupándosela, me encantó. A veces quedaba con él para darle una buena mamada, me deleitaba dejando correr mi lengua por toda su polla, desde el capullo hasta los huevos. Siempre me llamaron la atención las pollas y esa era golosa y resistente. Mi mujer iba a estar encantada con él. Le pagué 1000 euros, única condición que él ponía. Y 500 más para las veces que quedamos en mi coche para irnos al campo a comérsela. De esto último mi mujer no sabe nada.
El tercero era el más difícil. Se trataba de un latin king. Le ponía que tuviera muchos tatuajes y aspecto sudamericano. Me fue difícil encontrarlo pero lo hice por Internet. Este vino de otra ciudad, previo pago de 5.000 euros y la más extricta discreción. Se alojó en un hotel de 5 estrellas, también por petición suya. Se trata del jefe de una de las bandas más peligrosas de Madrid. Tiene 34 años y está bastante gordo y musculoso a la vez, es difícil de explicar su cuerpo. La polla no es muy grande y está lleno de tatuajes y cicatrices. Mi mujer se mostró entusiasmada cuando le di sus referencias y mostré sus fotos.
Ya solo quedaba esperar al día 6 de enero.
Para tal fecha preparamos nuestra habitación. Escondimos cámaras en diferentes lugares, de modo que daban una batida de 360 º a la cama. Alguna de ellas con zoom activado para pillar los mejores primeros planos posibles. Finalmente haríamos un montaje como si de una película porno se tratara, que guardaré como un tesoro junto a mi colección de porno.
Citamos a los tres a las cuatro de la tarde. Cuando llegaran yo ya no estaría en casa. Les recibiría sola mi mujer. Solo cuando ella me llamara volvería a casa, podría pasar hasta uno o dos días. Así que me llevé a dos de mis putas preferidas a la casa de la playa para pasar el día y la noche si fuese necesario. A cada una le di un cheque en blanco, que firmaríamos en la despedida. Me llevé a una madurita de 44 años rubia, y a una chica de 18, ambas españolas. Les pedí que se hicieran pasar por madre e hija, y lo pasamos en grande.
Ajeno a mí, la puerta de mi hogar se abrió dando la bienvenida al chico rubio, el moreno pollón y el delincuente tatuado. Mi mujer los recibió con su camisón más corto. Color rojo semitransparente, con las nalgas al aire. Debajo, un juego de sostén y tanga color azul.
Se movía provocativa mientras avanzaba por el pasillo delante de los tres desconocidos. Bebieron bastante alcohol durante un rato en el salón, mientras hablaban para conocerse un poco mejor. Allí mismo ella beso a los tres mientras les acariciaba el paquete. Ellos empezaron a sobarle el culo y las tetas sobre el camisón. Ella se dejó desnudar hasta quedarse en tanga. Le comieron las tetas y le azotaban las nalgas y los muslos. Estas bailaban como gelatina tras cada azote. Mi mujer solo besaba a uno tras de otro con lengua, mientras acariciaba las pollas, cada vez más crecidas, sobre los pantalones. Entonces pidió un poco de calma. Se tomó una copa a pecho y se llevó al chico rubio a su habitación. Los otros tendrían que esperar un poco.
Hablaron poco. Mi mujer le tumbó boca arriba y se echo sobre él como una gata salvaje. Le desnudo poco a poco y le lamió desde la lengua hasta los dedos de los pies. El chico respiraba agitado.
“¿te gustan las mujeres maduritas?” Le preguntó mi mujer con la voz más guarra que pudo.
“mucho, y las morenas las que más, me recuerdan a una vecina”.
“yo soy mejor que tu vecina, disfruta de mí, nene, ahora me tienes para ti sola”.
Le bajó los calzoncillos y los retiró. La polla quedó al aire, no era tan chica como imaginaba. Le gustó ese chico, guapo, fuertecito y bien armado. Se la agarró y le empezó a masturbar semi-incorporada para poder seguir charlando con él.
“¿te gusta así?. Quiero tenerte enterito, ¿mejor lentito no?”
“Así, muy bien”.
El chico resoplaba. Mi mujer le sonreía mientras le masturbaba lentamente.
“Dime nene, estás nervioso. ¿te han gustado los otros dos?. También serán para ti.”
“Nunca he estado con ningún hombre, pero tu mandas. Solo con poder follar a una mujer como tú, me merece la pena, eres una Diosa.”
“Así me gusta, te lo has merecido, me vas a estrenar tú, te elijo para empezar la fiesta. Espero que estés a la altura, me sentiría muy defraudada si no fuese así”.
El chico tragó saliva sin decir nada. Mi mujer se acomodó y se dispuso a mamársela. La agarró hasta sacarle el capullo entero. Se la sujetó abajo junto a los huevos y pasó su lengua por la punta. La recorrió lentamente mientras le miraba. Le dio besos y se la metió en la boca moviendo la lengua justo en la rajita de la punta. Luego la deslizó por todo el tallo hasta acabar metiéndose los huevos en la boca.
El chico no daba crédito y gozaba cada segundo de esa descomunal mamada. Luego vuelta a subir lamiéndole el tronco. Los ojos morenos maduros que le miraban le hacían estallar de ardor. La mamada se prolongó más de lo que él hubiera deseado y le comunicó que si seguía se correría, pues estaba demasiado excitado. Mi mujer entonces se levantó y se desnudó por completo ante él, dejándole respirar un poco. La polla del joven palpitaba como si tuviera vida propia. Mi mujer se fue hacia él y le lamió los pechos y el cuello. Le besó y dejó que el chico le probara las tetas. Al cabo del rato se subió y le cabalgó. Se acoplaron muy bien, como si llevaran toda la vida haciéndolo pero el chico duró poco. Ante la nueva señal de corrida ella se levantó resoplando y lo puso de pié al lado de la cama.
Intentando disimular la decepción se la comió de rodillas mirándole de la forma más guarra posible. El chico se corrió de inmediato y mi mujer se lo tragó todo. Luego se levantó y le pidió que saliese de la habitación.
“al fondo del pasillo hay una habitación. Ve a recuperarte. De momento no has dado la talla; espero que más tarde me demuestres que esto solo ha sido una casualidad”.
El joven se fue visiblemente contrariado.
Sin lavarse y sin vestirse, mi mujer se dirigió al salón donde llamó al negro. Quedándose el delincuente sudamericano solo.
Con el negro a penas hubo conversación. Lo desnudó rápido y se quedó impresionada por el tamaño de su polla. Feliz, mi mujer lo sentó en los pies de la cama. Se puso de rodillas echando el culo hacia atrás. La masturbó moviendo el culito como una perrita en celo. El negro sonreía y lanzaba frases en su idioma natal. Mi mujer la empezó a lamer. Le dio la impresión de estar lamiendo una polla quilométrica. Un juguete de cuero oscuro que nunca terminaba. Notaba las venas marcadas. La polla, además de larga tenía un diámetro descomunal. Cuando inició la mamada a penas abarcaba poco más del capullo. Se le llenaba toda boca rápido y tuvo que esforzarse para avanzar hasta poco más de la mitad. De ahí no pudo pasar. La comió gustosa y luego se tumbó abierta de patas sobre la cama.
“vamos negro cabrón, cómeme”.
El negro le trabajó el coño durante largo rato. Mi mujer acariciaba su calva negra entusiasmada. Estaba muy necesitada de sexo y un hombre así era lo que quería para ese regalo. Se corrió varias veces. Al finalizar le pidió que se la clavase. El negro se la folló durante largo rato y en todas las posturas, su interminable polla parecía no tener fin a la hora de correrse. Le aguantó todo lo que mi mujer le pidió con creces.
Cuando la penetró a 4 patas los berridos de mi mujer fueron salvajes. Le insultaba a voces pidiendo más y el negro cada vez la follaba más fuerte. Mi mujer dejó caer su espalda manteniendo el culo lo más accesible posible. El negro se volcó sobre ella y se la clavó entera una y otra vez. Mi mujer gritaba y mordía la almohada. No se podía creer la follada que le estaban dando.
Al cabo del rato se obligó a cambiar de postura pues le dolía todo el cuerpo. Tenía el coño muy rojo. Tumbó al negro y se la mamó largo rato. El negro hacía gestos de sufrimiento, posiblemente aguantando la corrida, que no acababa de llegar.
Mi mujer se la clavó en cuclillas y empezó a saltar. Sudaba mucho y el negro la tenía bien agarrada desde abajo. Parecía increíble que se pudiera clavar en ese pollón con tanta facilidad. Es buena puta mi mujer, sin duda.
Entonces, empezó a encadenar un orgasmo detrás de otro, se empezaba a sentir agotada.
Se levantó y se propuso masturbar y comérsela hasta que se corriera. Se tumbó a su lado y le empezó a masturbar fuerte mientras su lengua recorría el oscuro y sudoroso pecho del nigeriano. A veces se agachaba y se la mamaba, luego volvía y le lamía el abdomen musculazo y los pechos. No paraba de masturbarle, el negro se encontraba muy a gusto y empezó a gemir fuerte. Entonces mi mujer se preparó para la inminente corrida. Aligeró la paja con la boca abierta hasta que empezó a salir leche a borbotones. Parte le cayó en la boca, en la cara, en los pelos. Acabó escurriéndosela a chupadas.
Tras un rato de descanso en el la cama, mi mujer estaba lista para seguir con la fiesta.
“eres divino. Un amor. El mejor amante que nunca he tenido. Me has dado el sexo que necesitaba y por el que el bueno de mi marido tanto ha pagado. Ve a recuperarte. Haz lo que quieras, estás en tu casa. Mi coño te lo agradece todo. Dentro de un rato volveré a necesitarte. Eres divino, amor.”
Ahora sí se dio una ducha de agua caliente. Le escocía el coño y estaba llenísima de leche.
Entonces se vistió con la ropa de colegiala de cuando su hija tenía quince años y salió a por el delincuente.
Cuando el delincuente la vio llegar se le quedaron los ojos como platos. Una madura hembra metida en ropaje de adolescente. La falda le quedaba muy corta. Las medias le recorrían todo el cuerpo hasta unos zapatos de tacón. La camisa blanca abotonada y el chaleco, a juego con la falda, amarrado sobre el pecho a modo de capa. Llevaba sendas coletas a cada lado de la cabeza. Tenía las gafas de leer puestas y chupaba una piruleta.
“soy mi hija con 18 años a la salida del instituto. Quiero que me violes”.
Tras decir eso le dio una navaja enorme y se fue andando confiada hasta la cocina. El delincuente, tras dudar un instante, se fue tras ella y le abordó en la puerta. Se colocó justo detrás y le pegó la navaja al cuello mientras le tapaba la boca.
“no te muevas ni hagas nada. Si quieres seguir siendo el sol de mamá y papá, obedecerás en todo. Si no te portas bien no tendré problemas en degollarte. No serías la primera”.
Bajo la firme mano que le tapaba la boca, los labios de mi mujer dibujaron una sonrisa diabólica, lacónica, guarra, divina, divertida y ausente.
A punta de navaja entraron en la cocina. El delincuente despejó la mesa y le quitó las medias rasgándoselas con la navaja.
“No tengas miedo en hacerme algo de sangre. De hecho estaría bien que lo hicieras, sería más real”. Dijo la puta de mi mujer.
La colocó tumbada sobre la mesa de la cocina. Con el culo empinado, de forma que solo el tronco estaba sobre la mesa. Le desgarró la ropa con la navaja, sin miedo a hacerle daño. Le hizo cortes en los muslos y espalda. No eran demasiado profundos y a penas sangraba, pero a mi mujer les pareció el fin del mundo. Se mordió la lengua para aguantar la extraña mezcla de dolor y placer.
El delincuente le separó las piernas sin cambiar su postura. Le pasó la fría navaja por el coño y culo, dejándole la hoja de forma que no le hiciera daño. La hembra notó un escalofrío recorriéndole toda la espalda. Toda su piel se puso de gallina, lo cual hizo que le escocieran un poco más los leves y superficiales cortes.
Sacó la polla y la folló. Sin más, a saco. Fue una mala follada pero mi mujer, metida en su papel, lo pasó en grande.
El sudamericano se corrió pronto. Mi mujer se sentó en una mesa de la cocina y le pidió que se colocara totalmente desnudo ante ella. Estuvo un rato lamiéndole la amplia barriga y los hinchados músculos del pecho. Pasó su lengua por todos sus tatuajes y se entretuvo lamiendo sus numerosas cicatrices. Le ponía mucho estar lamiendo el curtito, pero a la vez descuidado y marcado cuerpo de un delincuente peligroso.
“Tal vez alguna vez me escape a Madrid para que me trates como una puta”. Le dijo.
El sudamericano le dio su número de teléfono. Ella lo guardó a buen recaudo.
Desnudos, se dirigieron a la habitación de matrimonio. Ella le pidió que buscara a los otros dos para el fin de fiesta en su amplia cama. Mientras esperaba que llegasen miró la hora, las 12:00 de la noche. Se le había pasado el tiempo volando. Se preguntó qué estaría haciendo su marido. Empezaba a sentirse un poco mal por todo aquello y se arrepintió de pedirle al sudamericano que la hiriera. No obstante quería darle un buen final a aquello. Se sentía con ganas y fuerzas. Quería pasarlo bien y apurar hasta el último instante aquel maravilloso regalo de reyes.
Los tres se presentaron. Ella les pidió que estuvieran completamente desnudos.
Una vez todos en pelotas, se acercó y se besó con los tres mientras sus manos iban masajeando paquetes y masturbando pollas en creciente erección.
La del negro fue la primera en ponerse tiesa. Así que se dejó caer hasta ella, lamiéndole el cuerpo mientras bajaba. Una vez de rodillas la masturbó mirándole, los demás seguían rodeándola. Se la metió en la boca y empezó una mamada estándar. Enseguida le llegaron las otras dos. Las cuales masturbó con cada mano, mientras su boca seguía envolviendo la polla del negro hasta poco más del capullo. La soltó y se comió la del delincuente por primera vez. Le supo mal, ese no se había lavado, pero le gustó. Se esmeró en esa mamada. Luego se la comió al joven estudiante de arquitectura.
En todo momento se sintió manoseada por las seis manos. Usada, a pesar de estar intentando llevar la iniciativa.
Cuando se había trabajado, más o menos bien, las tres pollas. Se levantó y se colocó a 4 patas. Quería ser follada, no pidió a nadie en particular. Se la clavó el sudamericano. Ella recibió de muy buen grado su pequeña polla. El negro y el joven fueron al encuentro de su boca. Ella ignoró la del rubio y pidió mamar el pene de cuero. Él se tumbó frente a ella, dejándole vía libre. La comió aprovechando los impulsos que le daba el follador que tenía detrás. El joven se sintió algo desplazado, sin duda era el que peor había pasado la primera prueba. Se sentó y se masturbó mirando la escena.
Al rato ella se desclavó y le pidió al negro que la follara desde abajo, señalándole al delincuente que él se la metería por el culo a la vez. El negro se acomodó y ella quedó sentada sobre su polla. Se echó muy hacia delante hasta dejar sus tetas en la cara del nigeriano, el cual aprovechó para lamerlas a placer. Entonces dejó mejor camino hacia su culo. El sudamericano se encalamó sobre su espalda, como un perro en celo, y se la clavó en el culo. Esa situación derivó en una fantástica follada. El buen estado de forma de ambos facilitó que pudiera ser prolongada durante largo rato Ella se sentía atrapada entre dos machos. Prisionera y feliz. Gemía con una voz salida desde lo más profundo, mientras movía el torso para que sus dos pechos recorrieran toda la cara del nigeriano.
Cuando finalizaron esa postura ella se levantó y se dirigió al rubio.
“ya que no vales para follar, veamos qué tal se te da comer polla y ser follado”
El rubio tuvo miedo pues el delincuente rió de forma desmesurada. Ella le hizo comer la polla al negro. Y luego le hizo que este se la metiera poco a poco por el culo. Mientras tanto ella se tumbó de piernas dejando al otro que se la follara un rato, a la vez.
Las lágrimas sumisas del joven le enternecieron. Le pidió al negro que parase y le dijo al joven que esperase en el salón.
Quedó sola con los otros dos. Se la follaron de muchas posturas. El primero que cayó fue el sudamericano. El cual se corrió en sus nalgas mientras la penetraba en la postura del arco.
Ella pidió al negro que la follara hasta correrse, pero que le avisara. Se dejó hacer. La manejó como una muñeca de trapo. Dándole vueltas a su antojo y penetrando donde y como quiso. Gran puta mi mujer.
Cuando le quedó poco la avisó. Ella se tumbó boca arriba y abrió la boca.
“lléname el depósito, hijo de puta”.
El negro se colocó sobre su boca abierta y se la enchufó como una manguera. Se masturbó con el capullo un poco metido en su boca. Al correrse todo cayó dentro. Mi mujer no dejó nada. Tal fue la corrida que le dieron ganas de vomitar.
Se quedó un rato lamiendo las pollas morcillotas y los cuerpos musculosos, y dejando que ellos saborearan sus pechos, coño y culo. Luego les pidió que se fueran, que eso había sido todo.
Cuando se fueron se fue con el chico, que esperaba obediente en el salón. Le hizo algo de cenar y le dijo que la acompañara a dormir.
Antes de dormir le sedujo. Le dejó jugar con su cuerpo y tuvo paciencia con el joven inexperto. Se la mamó sin prisas y le cabalgó con dulzura. Tras la última corrida se durmieron, eran las 3:30 de la madrugada. Mi mujer cayó rendida tras casi doce horas de sexo desenfrenado.
Por la mañana le regaló otro polvo y un rico desayuno. Cuando el joven se fue ella le pidió su teléfono.
“follas bien amor. Solo era parte de mi fantasía el decir que no lo hacías, para ver como el negro te rompía. Perdona si te has sentido mal. Tal vez te llame algún día, sin que lo sepa mi marido.”
Lo despidió con un beso en la frente. Puso a lavar las sábanas y se dio un baño de una hora. Al acabar me llamó y me dio las gracias por el mejor regalo de su vida. Me pidió que regresara pronto que me echaba de menos,
Cuando colgué, yo yacía resacoso en la cama de matrimonio de nuestra casa de la playa. Con una puta madura a un lado y otra jovencita al otro. Los tres desnudos y agotados tras una tarde-noche de sexo desenfrenado, sucio y bien pagado.
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Relato erótico: “Historias de la B. La heroína” (POR ALEX BLAME)

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Había llegado el momento. Para eso nos habían adiestrado, desde los cuatro años habíamos sido entrenadas, primero en el baile, luego en la guerra encubierta usando todas las armas disponibles.
Ahora estábamos ante el que podía ser el reto de nuestras vidas, una misión por la que una de nosotras pasaría a la historia. Sus descendientes escribirían libros sobre ella y sería recordada como la heroína que liberó a su pueblo del yugo de sus opresores.
-Seré la elegida –pensaba mientras hacía estiramientos con el resto de mis compañeras, -y disfrutaré de ello cada segundo aunque muera en el intento.
A una señal del jefe, entramos en el círculo del banquete y con un paso grácil y ligero, nos paramos en el centro formando un semicírculo entorno al fuego y frente al invitado.
-Como muestra de respeto ante nuestro Juez y conquistador, las seis muchachas más bellas de la ciudad bailaran esta noche para él, -gritó para que  los asistentes  dejaran sus conversaciones y le hicieran caso –Elegidas desde pequeñas por su belleza y adiestradas, primero en el arte de la danza y luego en su adolescencia, en el del amor, nuestro insigne invitado podrá disfrutar de ellas como más guste, de una, de varias, o de todas ellas.
Con unas palmadas de nuestro jefe comenzó la música, y con ella comenzamos a movernos al son de los instrumentos. Sin separar los ojos de mi odiado enemigo y con una sonrisa que mostraba mis dientes jóvenes y blancos retorcí mis brazos y agite mis caderas al ritmo de la música, dulce e hipnótica. Por mi piel morena y brillante por los afeites que nos habían  aplicado, resbalaban las gotas de sudor confluyendo en el interior de mis muslos y haciéndome deliciosas cosquillas.
Al principio el hombre movía sus ojos preñados de lujuria de un cuerpo cimbreante a otro, sin pararse demasiado en ninguno en particular, pero al cabo de unos minutos empezó a fijarse especialmente en mí. Cada vez que notaba su mirada sobre mí, agitaba mi cuerpo con toda la sensualidad y frenesí del que mi cuerpo era capaz.
De las seis, yo no era la más alta, tampoco la más exótica, pero mi pelo negro mis ojos grandes y azules y mi figura voluptuosa me daban ventaja. Sin  quitar mis ojos de los suyos, me acerqué a él y al ritmo de la música y moviendo los brazos empecé a retrasar mi tronco hasta que note que empezaba a perder el equilibrio. Cuando volví  a erguirme, él estaba mirando el relieve que marcaba mi sexo en el diminuto taparrabos que llevaba puesto. Con la punta de la lengua entre mis dientes me incline sobre él y cogí una uva del racimo que tenía en sus manos. El Juez se limitó a mirar como la empujaba dentro de mi boca y la estrujaba con mis dientes dejando que su jugo resbalase por la comisura de mis labios.
A partir de ese momento, ese necio sólo tuvo ojos para mí. Al final iba a tener la oportunidad, ahora tenía que quedarme a solas con él y descubrir su secreto.
La música terminó y nos quedamos quietas, jadeando entorno al fuego, esperando expectantes la decisión del invitado.
El hombre, con un gesto de cortesía por su parte, se levantó un poco borracho y se acercó a nosotras. Una a una nos preguntó nuestros nombres, nos felicitó por nuestra actuación y repartió algunas caricias. Cuando me tocó, simulé un ligero temblor.  El bajo la vista y la paso por mis pechos grandes y turgentes y por mis incitantes caderas cubiertas por un minúsculo taparrabos.
Unos segundos después estaba sentada en su regazo comiendo uvas y bebiendo un poco de vino para adquirir un poco de valor. Mientras tanto las manos ásperas de aquel hombre recorrían mi cuerpo sudoroso provocándome escalofríos de miedo y de placer.
La velada termino con un interminable y rastrero discurso de nuestro jefe alabando todas las cualidades de las que nuestro invitado carecía. Nos levantamos y cogiéndole de la mano con suavidad le llevé hasta una pequeña cabaña en el jardín del pequeño palacio del jefe.
La habitación era pequeña pero había sido preparada especialmente para alojar discretamente al Juez y un alegre fuego la caldeaba y la inundaba con una suave luz dorada. En el centro había una cama con sábanas del más fino lino y varios cojines. Con aparente impaciencia le quite la capa y no pude por menos que admirar aquel cuerpo musculoso y duro como una roca. Su nariz aquilina y sus ojos penetrantes, junto con su melena negra le daban el aspecto de los legendarios leones del Atlas.
Luego me desnudé yo. Las dos pequeñas bandas de tela cayeron a sus pies como años antes habían caído las armas de mis ascendientes tras la cruenta batalla que había acabado en nuestra esclavitud.
Con un ademán fingí que iba a taparme los pechos pero lo que hice fue agarrármelos y juntarlos apuntando mis pezones erectos contra su cara. El invitado sonrió con malicia y admiro mi cuerpo juvenil y elástico, mi vientre liso y mis piernas finas.
Con otro gesto malévolo se quitó el taparrabos mostrándome una tremenda erección. El tamaño de su miembro me intimidó en un principio pero me tranquilicé sabiendo que había sido entrenada durante años para seducir a aquel animal.
El hombre se acercó y sacándome de mis pensamientos me cogió como si fuese una pluma y me beso los pechos.
-Mmm que fuerte, -dije mientras me agarraba a él y le acariciaba la melena. -¿Cuál es el secreto de tu fuerza?
-Comer carne de ternera asada todos los días –respondió el Juez obviamente mintiendo.
Sin hacer caso de su mentira, abracé su cintura entre mis piernas con más fuerza. La punta de su pene rozaba mi sexo excitándome hasta convertirme en puro fuego. Él magreaba mi cuerpo y chupaba mis pezones con tal fuerza que creí  que me los iba a arrancar.
Me soltó y yo quedé de rodillas frente a aquel enorme falo. Lo cogí entre mis manos y lo acaricie mientras introducía su glande en mi boca. Sabía a sudor y a vino. Chupé con fuerza y me retiré dejando su pene oscilando húmedo y congestionado. Lo volví a coger y lo lamí, primero en la base y luego en la punta, mordisqueando ligeramente su glande. El Juez se tensó y soltó un resoplido.
Me metí de nuevo su miembro en la boca y chupé de nuevo con fuerza, subiendo y bajando todo lo que podía por su pene duro como una estaca mientras con mis manos acariciaba sus huevos. El, empezó a gemir con fuerza y a acompañar mis chupetones con el movimiento de sus caderas. Ayudada por sus manos, mis movimientos se hicieron más superficiales y rápidos hasta que  sin previo aviso y empujando con fuerza su pene hasta el fondo de mi garganta eyaculó con un gemido bronco.
Retiro su pene mirándome como tosía y escupía semen y saliva.
-¿Eso es todo? –pregunté desafiante.
-Sólo acabo de empezar –respondió el invitado tirándome en la cama con la erección aún intacta.
Se tumbó encima de mí y me beso. Su lengua se introdujo en mi boca con apremio, llenándola con el sabor del vino y el cordero especiado de la cena al tiempo que frotaba su pene contra la parte inferior de mi pubis. Sus labios fueron bajando primero por mi cuello y luego por mis pechos provocando un primer gemido por mi parte, cuando bajó hasta mi ombligo sus manos ya estaban acariciando mi bajo vientre con una habilidad que no esperaba de alguien acostumbrado a tomar lo que desea. Finalmente sus labios se cerraron en torno a mi sexo haciéndome gritar y temblar. Agarré su melena y empujé su cabeza en el interior de mis piernas.  
-Tómame –dije anhelante –te quiero ya entre mis piernas, mi señor.
Obediente cogió su pene, lo acerco a mi sexo, acaricio mi clítoris inflamado con su glande y lo golpeó con suavidad arrancándome nuevos gemidos. Finalmente me penetro, su polla se abrió paso poco a poco en mi vagina. La angostura de mi sexo abrazaba estrechamente su pene haciéndonos gemir a ambos. Me apreté contra él y le abracé con fuerza clavando mis uñas en su espalda mientras empezaba a moverse dentro de mí, primero lentamente, luego al ver que no me disgustaba más rápido y más profundo.
Hirviendo de lujuria levantó mi piernas y las puso sobre sus hombros penetrándome aún más profundamente metiendo su polla hasta que su pubis hacia tope contra mi clítoris con una especie de húmeda palmada. El ritmo del aplauso se convirtió en una ovación justo antes de que volviese a correrse, yo asustada comprobé como después de depositar su carga, su polla seguía dura y firme palpitando dentro de mí. Sabiendo que yo estaba a punto de correrme agarró con fuerza mis muñecas y me propinó repetidos y profundos empujones provocándome un violento orgasmo. Yo gritaba y mi cuerpo se arqueaba con todas las sensaciones que atravesaban y arrasaban todos mis nervios mientras él me inmovilizaba y seguía penetrándome sin piedad.
-¿Vas a seguir eternamente? –pregunté yo.
-Sólo hasta que te rindas –Respondió el con una sonrisa.
-Antes me dirás cuál es el secreto de tu fuerza. –le dije yo desafiante, provocando una nueva carcajada por su parte.
El invitado sacó su polla y cogiéndome por las caderas me dio la vuelta poniéndome a cuatro patas sobre la cama. Yo agaché la cabeza y con las piernas separadas levanté mis caderas expectante. Él se limitó a mirar mi cuerpo jadeante y brillante de sudor esperando abierta y sumisa cumplir sus deseos. Aún estremecida noté como sus dedos acariciaban mi sexo tenso y vibrante como las cuerdas de un violín. Yo gemí y separe aún más las piernas esperando su polla, sin embargo no lo hizo inmediatamente sino que se limitó a penetrar con sus dedos en mi interior haciéndome olvidar el reciente orgasmo y preparando mi sexo para el siguiente.
Se puso en pie y cogiéndome por las caderas tiro de mí hasta poner mi culo en el borde de la cama. Su pene volvió a entrar de nuevo, igual de duro y caliente que antes. Me estiré y clave mis dedos en la ropa de la cama para estabilizarme. Mi coño, lubricado por su eyaculación admitió su polla con más facilidad y él aprovecho para realizar una serie de salvajes embestidas que casi me cortaron la respiración. Sin darme tregua me cogió el pelo y arqueando mi cuerpo con un fuerte estirón siguió entrando y saliendo a un ritmo frenético. El dolor de mi pelo hacía que se me saltasen las lágrimas pero no era nada comparado con el frenético placer que aquel hombre me estaba proporcionando. Esta vez yo me corrí primero. Aun estremecida y con mi vagina contrayéndose espasmódicamente gire mi cabeza intentando ver como aquella polla bombeaba dentro de mí.
-Ya se tu secreto, no te lavas nunca. –dije yo entre jadeos fijándome en su torso cubierto de sudor y polvo del viaje…
-Muy bueno. -dijo  él sin parar de embestirme y quitando sus manos de mis caderas para apartar aquella brillante melena de su cara justo antes de correrse… otra vez.
El semen resbalaba por mis piernas procedente de mi vagina ya rebosante. Una fugaz mirada me permitió asegurarme de que él seguía empalmado.
El cansancio no mermo mi determinación. Salí de la cama y lo tumbé con un empujón. Me quedé parada ante el cogiendo aire con fuerza y dejando que admirase mi cuerpo moreno y sinuoso.
-Sé que me has mentido pero me da igual. Yo si te voy a enseñar mi secreto. –Dije poniéndome a horcajadas sobre él.
-Seguro que ninguna de tus novias judías te ha hecho esto nunca. –dije cogiendo su verga e introduciendo la punta en mi ano.
El Juez se puso rígido pero no intentó rechazarme. Yo con un gemido de dolor lo fui introduciendo pulgada a pulgada, tratando de respirar lentamente como me habían enseñado y así poder relajar mi cuerpo. Finalmente la tenía entera dentro de mí. Empecé a moverme lentamente, mientras me concentraba en la respiración  mi ano se contraía furiosamente intentando expulsar aquel cuerpo extraño. El dolor se atenuó permitiéndome aumentar el ritmo con el que subía y bajaba por aquella polla dura y candente. Comenzaba a divertirme, soltando quedos gemidos empecé a acariciarme el clítoris y lo que empezó con mucha precaución se convirtió en una cabalgada salvaje. El Juez gemía anonadado  y recorría mi cuerpo  con sus manos.   Sus manos sobaban mi cuerpo, sus dedos  entraban en mi boca, acariciaban mi vulva totalmente abierta para él y retorcían y tironeaban de los pezones haciéndome hervir la sangre de deseo.
Me incliné para besarle y al apartar su pelo un denso olor a mirra se quedó prendido a mis manos. Un nuevo orgasmo tenso mi cuerpo y me hizo olvidarme por unos segundos. Pero una vez repuesta lo recordé y agarre un mechón con una sonrisa traviesa en mi cara:
-¡El pelo! ¡Es tu melena! –dije aumentando aún más el ritmo de mis caderas.
-Sí, sí… -respondió el intentando parecer lo más falso posible, pero con una inequívoca mirada de fastidio en la cara.
-Esta vez estoy segura, -dije mientras el comenzaba a correrse otra vez – ¿Puedo cogerla?
Sin esperar su respuesta cogí su melena con una mano y tire de ella, el eyaculando con violencia en mi interior no hizo nada por evitarlo. Metiendo mi mano libre entre los cojines, con un movimiento fulminante, saque una daga y se la corte de un sólo tajo llevándome con ella un trozo de cuero cabelludo.
Sorprendido, se quedó quieto mientras la sangre resbalaba por su frente y su erección desaparecía  aliviando mi culo ardiente.
Finalmente reaccionó y me dio un blando empujón al mismo tiempo que yo gritaba con todas mis fuerzas llamando a  la guardia.
Se levantó dispuesto a atacarme y yo retrocedí al fondo de la habitación con la cabellera aún en mi mano.
En ese momento entraron en la habitación los guardias aún temerosos de la fuerza de aquel superhombre. Sin embargo dos porrazos en el vientre bastaron para convencerles de que había perdido toda su energía.
Al fin, Sansón, el hombre que había esclavizado a mi pueblo estaba atado ante mí como un fardo recibiendo una paliza y llorando, no de dolor, sino de frustración.
-Yo, Dalila de los Filisteos, te he vencido –dije limpiándome los restos de semen del interior de mis piernas con  su melena para luego tirarla al suelo.
 
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relato erótico: “la puta de mi maestro” (POR VALERIA313 Y GOLFO)

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El día que agarré el vuelo que me llevaría a vivir a San Diego no podía imaginarme como cambiaría mi vida en pocos meses. Mis padres desaparecieron en una tormenta en alta mar y no han encontrado sus restos. Por lo tanto al no tener más familia me tuve que ir a vivir a EUA con mi tía Angélica, la hermana pequeña de mi papá. A pesar de que no era la mejor de las tías, me aceptó muy a regañadientes. Tras muchas discusiones, entre quién se quedaría con las ganancias y la empresa de mi padre, se optó por tomar la decisión de que yo me haría cargo de todo una vez que cumpliera 22 años. Me mudé con ella, su marido y su hijo de 6 años para además seguir con mis estudios.
San Diego me gustó desde que puse mis pies allí. Cosmopolita y poblada por gente de muchos países, se parece a mí, que entre mis genes podéis encontrar los aquellos españoles, portugueses e italianos que buscaron en el nuevo mundo otra oportunidad para hacer dinero. Según mi padre, mi pelo rubio oscuro se lo debo a mi abuela Luciana una mujerona del norte de Provenza, mi cuerpo pequeño y proporcionado a su marido, Antonio, un diminuto brasileño nacido en Río pero de padres lisboetas y lo que nunca me ha dicho pero sé bien es que mi pecho grande y duro que tantas miradas provoca en los hombres viene de mi abuela Amara, una gallega cuyos exuberantes senos eran legendarios en mi familia.
Gracias a esa mezcolanza, hablo inglés, español y brasileiro y por eso no me costó adaptarme al instituto donde estudio el último año antes de entrar a la universidad aunque llegué ya empezado el semestre.
El instituto donde estudio, no se parece en nada en el que estaba antes; gracias a la buena posición de mi padre y sus ganancias estudiaba en un colegio privado y nunca me hacía falta nada, sin embargo, al querer ingresar ya iniciado el ciclo, muchos colegios no me aceptaron por lo que tuve que ingresar en una escuela pública y ésta está muy descuidada.
El primer día me presenté y muchos se me quedaban viendo, todos mis compañeros y compañeras eran de piel morena y cabello oscuro, siendo yo la única rubia del salón. Me sentí un poco incómoda mientras todos me miraban pero el maestro de matemáticas les pidió que me trataran bien y que me hicieran sentir como en casa.
Los días pasaban y me fui adaptando bien a mi nueva escuela, rápido hice amigas y amigos y todos me trataban bien. En cuanto a los maestros algunos eran a todo dar y otros no tanto. Tal es el caso de mi maestro de Biología III, Carlos. Un tipo de 53 años, de anatomía robusta y gran panza, cabello oscuro grasoso y con barba descuidada. Sentía que era un viejo asqueroso y lascivo, ya que siempre en clase me pedía que me pusiera de pie para leer un texto y mientras lo hacía podía sentir como me miraba de forma pervertida. Sin cortarse, ese cerdo recorría mis piernas, mi culito y para terminar recreándose en mis senos sabiendo que eso me hacía morir de vergüenza.
Lo único bueno era que después de su clase teníamos clase de deporte y era la clase que más me gustaba. Siempre me han gustado los deportes y en esta clase destacaba mucho en Voleibol, tanto así que el maestro de deporte me pidió que me integrara al equipo femenil.
Antes de empezar la clase mis amigas y yo nos fuimos a cambiar los vestidores. Como hacia algo de calor me hice una cola en el cabello y me puse un top azul junto con un short corto de color rojo y unos tenis para deporte. Me estaba mirando en el espejo y podía notar como mis pechos resaltaban por el top azul, así que decidí ponerme una camiseta holgada que los cubriera un poco y parte de mi vientre y mi tatoo.

Cuando salimos el maestro de deporte nos puso a calentar y después dijo que haríamos un partido de futbol entre hombres y mujeres, muchas renegaron de la decisión del maestro pero no quedaba de otra. El partido empezó y a pesar de la diferencia del sexo en este deporte, nos defendíamos bien y yo al ser de un país donde se nace con futbol en la sangre me destacaba más que los chicos en las entradas, jugadas y los goles. Al final el encuentro quedo 8 a 5, ganando los chicos, pero esos 5 goles fueron míos.
Mientras recogíamos todo, pude ver que el maestro de deporte platicaba con el maestro de Biología, pero no le di importancia y seguí con lo mío. Antes de entrar a las regaderas, el maestro me habló y me dijo:
–Celia, quiero verte mañana en el campo de arena de voleibol a las 17:00 hrs para que empieces a entrenar con el equipo. Yo emocionada le contesté que me parecía bien y que ahí nos veríamos.
El resto del día transcurrió bien; en casa mis tíos trabajan todo el día por lo que mi primo y yo estamos solos en casa, mientras él jugaba sus videojuegos yo buscaba en internet trabajo en alguna tienda ya que no contaba con tanto dinero como antes y mi tía me exigía que ayudara en los gasto de la casa.
Al día siguiente me quedé después de clases para el entrenamiento. Como esta ocasión seríamos puras chicas, no me contuve y me puse otro top de color azul, un mini short negro, unas zapatillas de color azul y esta vez me hice un pequeño chongo en el cabello. Esta vez me sentía un poco más libre y mis tatuajes se podían ver mejor.
Eran las 17:00 hrs cuando llegué al campo pero no había nadie aun, así que decidí esperar. Alrededor no se veía ninguna persona, ya que era viernes y nadie se queda en la escuela, el tiempo pasaba y no llegaba nadie, traté de entrar a internet desde mi iPhone pero no tenía red. Cuando me dieron las cinco y cuarto pensé que había equivocado de día y decidí regresar a los vestidores para cambiarme y regresar a casa cuando de pronto veo al maestro Carlos con Lucy saliendo de uno de los salones. Me extrañó ver a esa negrita con ese cerdo y más a esas horas. Y no queriendo que me viera, me escondí:
«¿Qué hará con ella?» pensé y sin pensar las consecuencias, los seguí por los pasillos.
A buen seguro si el director me pillaba allí, me ganaría una buena regañina pero la curiosidad de saber que iban a hacer, me llevó a perseguirlos hasta su despacho.
«¡Qué raro!», me dije viendo la expresión de la pobre niña.
La morenita parecía feliz pero curiosamente no paraba de temblar mientras seguía al maestro por el colegio. Su nerviosismo se incrementó cuando Don Carlos abriendo la puerta de su oficina, le ordenó con voz seria que pasara. Mi compañera bajó la cabeza y entró obedeciendo a esa habitación. Os confieso que creía que iba a recibir una amonestación por algo que había hecho pero al pasar por frente del maestro, ese gordo le dio un azote en el trasero mientras le decía:
-Te quiero como a mí me gusta, apoyada contra la mesa.
Si ya me sorprendió ese castigo corporal al estar prohibido en todo Estados Unidos, mas fue ver antes de cerrarse la puerta la postura de mi compañera. Con su pecho apoyado sobre el despacho de madera, tenía su falda levantada la falda, dejando al aire sus negras nalgas sin ni siquiera un tanga que lo cubriera.
El ruido de la puerta al cerrarse, me sacó de mi parálisis y actuando como una idiota, quise observar lo que iba a pasar en ese cubículo. Por ello, acerqué una silla y desde un ventanuco, obtuve una vista razonablemente buena de todo.
« ¡No puede ser!», exclamé mentalmente al ver con mis ojos al maestro de Biología bajándose los pantalones mientras escuchaba a Lucy pedirle que la castigara muy duro.
Alucinada, le vi sacar su pene de su calzón y cogiéndolo entre sus manos, apuntar a la entrada trasera de la negrita para acto seguido, de un solo golpe, metérsela hasta el fondo. Los chillidos de Lucy se debieron escuchar por los pasillos pero al no hacer nadie en ellos, solo fui yo la testigo de la angustia de la pobre y de la cruel risa de don Carlos mientras la sodomizaba.

Estuve a un tris de intervenir pero cuando ya había tomado la determinación de estrellar la silla contra la ventana, la morenita le gritó que siguiera castigándola porque se había portado mal.
« ¡Está loca!» sentencié al percatarme que su voz no solo translucía aceptación sino lujuria. « ¡Pero si es un cerdo panzón!», me dije sabiendo que esa monada podía tener al chico que deseara.
Fue entonces cuando Lucy terminó de trastocar mi mente al recibir con gozo y pidiendo más, una serie de duras nalgadas. Asustada tanto por la violencia de los golpes como por los gemidos de placer que salieron de la garganta de la morena al ver forzado su trasero y sus cachetes, me bajé de la silla y salí huyendo de allí, deseando olvidar lo que había visto.
Ya estaba fuera del edificio cuando al cruzar el parque, me encontré de frente con el equipo de futbol que venía de dar una vuelta corriendo al estadio de Béisbol. El entrenador al verme me echó la bronca por llegar tarde e incapaz de contarle lo que acababa de ver, me uní a esas muchachas en silencio pero con mi mente todavía recordando el despacho de mi profesor de Biología.
« ¿Cómo es posible que le guste que la traten así?», me pregunté sin saber que en mi rápida huida había dejado mi estuche tirado junto a su puerta.
El duro entrenamiento me hizo olvidar momentáneamente lo ocurrido. Una hora después y totalmente sudada llegué junto a mi nuevo equipo al vestuario. Con ganas de pegarme una ducha, abrí el grifo y mientras el agua se calentaba, me desnudé. No llevaba ni dos minutos bajo el chorro cuando de pronto el ruido de la puerta de la ducha me hizo abrir los ojos y escandalizada ver a Lucy entrando donde yo estaba.
Antes que pudiese quejarme esa negrita me jaló del pelo y empujándome contra los azulejos, me amenazó diciendo:
-Sé que nos has visto. Si se te ocurre decírselo a alguien, ¡Te mato!
-¡No sé de qué hablas!- protesté aterrorizada.
Sin importarle el que se estuviera empapando su ropa Lucy presionó mi cara contra la pared y acercando su boca a mi oído, me soltó:
-Lo sabes bien. Si me entero que te has ido de la lengua, sufrirás las consecuencias.
E incrementando mi miedo me acarició el trasero para acto seguido darme un doloroso azote como anticipo a lo que me ocurriría si iba con el chisme. El miedo que sentí por su violencia aumentó cuando saliendo de ese estrecho cubículo, la negrita gritó al resto de las muchachas que estaban en el vestuario:
-Si alguien os pregunta, ¡No me habéis visto!
Ninguna de las presentes osó rebatirla ni tampoco ninguna se atrevió a consolarme cuando tirada bajo la ducha me quedé llorando durante un rato….
Tras un periodo de tranquilidad, meto la pata.
Durante dos semanas cada vez que llegaba a clase temía que Lucia volviera a agredirme pero no fue así, parecía que se había olvidado de mí y por eso mis miedos fueron pasando a un segundo plano. En cambio con Don Carlos, la situación fue otra. En sus clases, ese panzón se dedicó a acosarme a través del estudio. Raro era el día que no me sacaba a la pizarra para ponerme en ridículo frente a mis compañeras mientras sentía como me desnudaba con su mirada.
Creyendo que era un tipo ruin pero inofensivo, no podía comprender que esa negrita hubiese accedido a acostarse con un cerdo como aquel:
«Vomitaría si me tocara», me decía al observar su papada.
Harta de su maneras decidí coger el toro por los cuernos y enfrentarme con ese maestro. Aprovechando el final de una de sus clases, me acerqué y le informé que quería hablar con él.
«¡Qué asco!», maldije al sentir el repaso que hizo a mi anatomía, mirándome de arriba abajo sin cortarse.
Sé que Don Carlos se percató de la repulsión que me provocaba pero en vez de enfadarse, me preguntó qué era lo que quería comentarle:
-Usted lo sabe- contesté envalentonada por su tono suave.
Captó mi indirecta a la primera porque no pudo evitar mirar a Lucia que en ese momento salía del aula buscando su ayuda. En ese momento concluí que sin el auxilio de mi compañera, ese maduro era un pobre hombrecillo que temía a las mujeres. Por eso cuando me dijo que no podía atenderme porque tenía prisa, le solté:
-Si quiere puedo irle a ver a su casa.
Don Carlos se negó en un principio a recibirme en su hogar por lo que insistí hasta que dando su brazo a torcer, accedió a verme esa misma tarde al salir del instituto. Satisfecha por haberle obligado a verme y asumiendo que iba a obligarle a cambiar su actitud hacía mí, quedé con él que llegaría sobre las seis porque antes tenía entrenamiento con mi equipo.
Mi plan era chantajearle con lo que sabía para que dejara de meterse conmigo. Tan convencida estaba del éxito que no queriendo que se me escapara, esa tarde ni siquiera me duché al acabar de entrenar y todavía vestida de deporte, fui a verle a su oficina. Mi profesor ni siquiera levantó su mirada cuando entré y eso me hizo creer en que lo tenía en mis manos.
-Estoy harta de cómo me trata- dije en voz alta tratando que me hiciera caso.
Fue entonces cuando poniéndose en pie, cerró la puerta con pestillo y acercándose a mí, me preguntó a qué me refería. Sin ser consciente del embolado en el que me metía, respondí:
-Desde que le vi tirándose a su putita, no ha dejado de meterse conmigo en público.
-Y ¿qué quieres?- Insistió con su cuerpo excesivamente pegado al mío.
Molesta con su cercanía, retiré mi silla y contesté en plan altanero:
-Si no quiere que le denuncie, me tratará con respeto.
Carlos, soltando una carcajada y mientras pellizcaba uno de mis pezoncitos, me refutó:
-Te equivocas zorrita. En primer lugar, nadie te creería y en segundo lugar, estoy pensando en cambiar de puta.
-Quíteme sus sucias manos de encima – le grité. Y sin avisarme el sr. Carlos me dio una bofetada que me tiró al piso y me quedé paralizada del mismo golpe.
En eso el Sr. Carlos comenzó a desabrocharse el pantalón.
–Ahora vas a saber quién soy hija de perra, con qué crees que puedes venir a mi cubículo y chantajearme, ya verás cómo te garcho hasta que llores.
Al verlo acercarse hacia mí lo único que podía hacer era arrastrarme hacia atrás para alejarme de él, pero todo terminó cuando choqué con un estante de libros.
El Sr Carlos me tomó de mi cabello y me hizo ponerme de pie para seguidamente lanzarme a su sillón. Sin darme tiempo de levantarme se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme el cuello y manosearme toda.
-Auxiiiliiooo…. Ayudenmeee… -gritaba desesperada.
– No gastes tus fuerzas putita, a esta hora no hay nadie cerca que pueda escucharnos- me estaba contestando cuando de pronto sentí que metía su mano debajo de mi top y comenzaba a apretarme uno de mis pechos. -Mmmm… qué ricas tetas tienes zorrita… cómo me moría por sentirlas en mi mano.
Poco a poco fue levantando mi top hasta que mis pechos quedaron al aire y el sr. Carlos pudo contemplarlos de manera más libre.
-Eres una Diosa Celia, mira que tener ese par de tetas a tu edad y con unos pezones pequeños y rosados, eres perfecta.
Impidiéndome que me levantara y tomándome de mis muñecas, el asqueroso profesor comenzó a succionar y morder mis pezones. La sensación de placer comenzó a expandirse desde mis pechos a todo mi cuerpo, víctima de las depravaciones que estaba haciendo en mí. De pronto el sr. Carlos se puso de pie y rápidamente se sacó el cinturón. Sin dejarme reaccionar me tomó de ambas muñecas con su cinturón y me amarró para impedir que lo golpeara con mis manos.

-Ahora si te tengo como quiero preciosa- susurró con su voz cargada de lujuria.
Tomándome de los bordes de mi calza comenzó a sacármela lentamente, al llegar a mi conchita se detuvo y mirándome a los ojos me dijo:
–No sabes las ganas que tengo de probar tu rajita putita. –y sin decir más continuó bajando hasta que me dejó completamente desnuda en el sillón.
Trataba de patearlo pero el miedo y la desesperación no me dejaban reaccionar. Tomándome de los muslos, el sr. Carlos fue abriéndome lentamente hasta que mi conchita quedó expuesta completamente a su mirada lasciva y depravada.
Con lágrimas en los ojos le rogaba que me dejara, que no lo acusaría. Pero no me escuchaba, ni siquiera volteaba a verme. Y sin más hundió su cara en mi sexo y comenzó a devorarlo frenéticamente.
El placer que sentí fue instantáneo y explosivo. Podía sentir como su lengua recorría cada parte de mí y de vez en cuando me penetraba con ella, sus mordidas en mis labios, ocasionaba ligeros espasmos y cada vez oponía menos resistencia. Aunque no lo quisiera, el placer me estaba venciendo y de vez en cuando dejaba escapar inconscientemente algún gemido, cosa que a mi maestro parecía gustarle.
-Ves lo puta que eres- dijo al tiempo que con su lengua penetraba una y otra vez en mi conchita. -¡Estás disfrutando!
Para entonces mi mente daba vueltas. Aunque me resistía a reconocerlo, el tratamiento que me estaba dando ese cerdo me estaba gustando y solo mordiendo mis labios pude evitar gritar de placer al notar sus sucios dedos pellizcando mis tetitas mientras continuaba devorando mi coño.
-Tu chochito es tan dulce como me imaginaba- masculló entre dientes al notar el sabor del flujo que ya encharcaba mi cueva.
Me sentía humillada e indefensa. Con mis manos atadas y echadas hacia atrás, mi profesor me tenía a su entera disposición sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Recreándose en el dominio que ejercía sobre mí, me obligó a separar aún más mis muslos y mientras me empezaba a follar con uno de sus dedos, susurró en mi oído:
-Pídeme que te folle como la guarrilla que eres.
Su tono lascivo me asqueó y sacando las pocas fuerzas que me quedaban, respondí:
-¡Nunca! Antes prefiero morir.
Mi aullido le divirtió y acercando su boca, se puso a lamer mi cara dejando un rastro de su saliva sobre mis mejillas, mis ojos y mi boca. Aunque sus lametazos tenían la intención clara de denigrarme, en realidad tuvieron un efecto no previsto porque al sentir su lengua recorriendo mi piel me excitó y sin poder retenerlo sentí un orgasmo que nacía de mi entrepierna y que me dominaba por completo.
-¡Por favor!- chillé descompuesta -¡Déjeme!
Don Carlos al notar que mi vulva se encharcaba y que mi cuerpo temblaba de placer, se rio y llevando una de sus manos hasta mis tetitas, me dijo acercando su boca a un pezón:
-Nunca te dejaré mientras sigas teniendo estos pechos tan apetecibles.
Tras lo cual empezó a mamar de mi seno al mismo tiempo que seguía masturbándome con sus dedos. Ese asalto doble consiguió prolongar mi gozo durante largo rato, rato que mi agresor aprovechó para ir demoliendo mis defensas contándome lo mucho que iba a disfrutar cuando él me poseyera. Susurrando en mi oído, Don Carlos me explicó que todo lo que estaba ocurriendo estaba siendo grabado y que si no quería que fuera de dominio público tendría que ser su zorrita lo que quedaba de curso.
Pensar en que mis compañeros vieran como ese cabrón abusaba de mí me aterrorizó y casi llorando le rogué que no lo publicara y qué yo haría lo que él quisiera. Mi entrega le satisfizo y colocándose entre mis piernas, ese cerdo jugó con su glande en los pliegues de mi sexo mientras me ordenaba:
-Ruégame que te folle.
Todavía hoy no comprendo como pude humillarme de esa forma pero lo cierto es que obedeciendo, rogué a mi captor que me tomara. El capullo de mi profesor se destornilló de risa antes de poseerme y retorciendo uno de mis pezoncitos entre sus dedos, lentamente fue metiendo su asqueroso trabuco dentro de mí.
«Me va a romper por la mitad», pensé extrañamente satisfecha al notar su extensión forzando los pliegues casi virginales de mi sexo, «¡Qué delicia!».
Lo quisiera o no, disfruté como una perra al experimentar por primera vez de ese pene haciéndome suya e involuntariamente comencé a gemir en voz alta sin importarme que él lo escuchara. Por su parte mi coñito colaboró con él al anegarse de flujo, de forma que las penetraciones se hicieron más profundas y largas. Al sentir la cabeza de su polla chocando contra la pared de mi vagina, me creí morir y solo el hecho de estar atada de manos evitó que las usara para obligar a ese viejo a incrementar el ritmo con el que me follaba. Ya dominada por mi calentura, di otro paso hacia mi denigración al chillarle que me tomara.
Don Carlos sonrió al oírme e imprimiendo a sus caderas un movimiento brutal consiguió que me corriera mientras gruesos lagrimones caían por mis mejillas al saberme y sentirme su puta. Mi total emputecimiento llegó cuando enardecido por el dominio que tenía sobre mí, ese profesor sacó su verga de mi coñito y rozó con ella mis labios. Lo creáis o no, supe que se esperaba de mí y como una posesa abrí mi boca y comencé a engullir ese miembro deseando con todo mi corazón saborear su semen.
Por la pasión con la que devoré su instrumento, ese cerdo supo que ya era mi dueño y presionando con sus manos mi cabeza, me lo metió hasta el fondo de la garganta. Os juro que aunque tuve que reprimir las arcadas que sentí cuando su glande rozó mi campanilla, algo en mi interior se transformó y disfruté de su agresión como si fuera una sucia sumisa. Retorciéndome de placer, me corrí al saborear la explosión de semen que golpeó mi paladar y como si me fuera la vida en ello, usé mi lengua para evitar que ni una sola gota de ese manjar se desperdiciara.
Mi profesor esperó a que terminara de limpiar su verga y entonces, sonriendo, hundió su lengua dentro de mi boca mientras estrujaba mi trasero. Confieso que al sentirlo, me derretí y colaboré con él, jugando con la mía mientras deseaba que ese cabrón me volviera a hacer suya. Lo humillante para mí fue que separándome, ese cabrón me obligara a vestirlo y que ya con toda su ropa puesta, me dejará desnuda en su despacho diciendo:
-Limpia toda tu porquería y mañana te quiero aquí antes de entrar a clase.
Os confieso que lloré al cerrar la puerta y comenzar a secar el sillón donde él me poseyó. Pero no por estar recogiendo mi flujo sino porque sabía que al día siguiente y siempre que ese maldito quisiera, ahí estaría yo para ser SU PUTA.

 

Relato erótico “El cura” (POR SARAGOZAXXX)

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El cura.
Hacía tiempo que sospechaba que mi marido tenía una amante. Seguramente la nueva secretaría, una chica joven con ganas de trepar. Terminé dándome cuenta el día que ví el extracto de su visa y había un cargo por parte de una joyería, pensé que sería mi regalo de cumpleaños pues estaba cercana la fecha. Pero llegó mi cumpleaños y mi regalo fue un cd y un libro. Nada de joyas ni nada por el estilo. Desde ese día, sus camisas olían a otro perfume, y llegaba tarde alegando trabajo. ¿Trabajo?, ¿con esta crisis?. Infeliz de mí, ¿Qué más necesitaba para darme cuenta?.
Las vacaciones en familia estaban cerca, sabía que yo no podía cambiar las fechas, me era imposible dado el ambiente de trabajo crispado en mi empresa, y una tarde vino a casa diciendo que no podría cogerse vacaciones en esas mismas fechas. Me dio lástima, pues me hacía especial ilusión estar los tres en la playa según lo planeado: mi marido, mi hijo y yo. Seguro que una temporada a mi lado y olvidaba a esa buscona. Luego pensando y dándole vueltas, deduje que lo que pretendía el muy hijo de ***** , era quedarse sólo en casa toda la quincena, seguramente para traerse esa pelandrusca a casa. Lo de la infidelidad sabría sobrellevarlo, todo fuese por mi hijo. Seguramente la niña, en que obtuviese su buscado ascenso lo dejaría y todo pasaría, y mi marido de nuevo se refugiaría entre mis piernas, pero lo que no soportaba era que lo hiciesen en mi casa, en mi cama matrimonial. Que se buscasen hoteles  o lo quisiesen, pero en mi casa, eso sí era superior a mis fuerzas.
Así que me pasaba lo días rezando para que un milagro diese al traste con las intenciones de mi marido, y sus maquiavélicas vacaciones resultasen fallidas. Las vacaciones estaban cerca, y de no impedirlo se saldría con la suya.
Para los que no me conocéis decir que me llamo Sara, y podéis saber más sobre mí si consultáis mi blog, cosa que me haría muchísima ilusión:
Tenéis alguna foto mía colgada en el blog.
Aquel día me encontraba caminando por la calle, con tiempo de sobra para ver alguna tienda e ir de compras antes de que mi marido y mi hijo llegasen a casa. He de confesar que lo recuerdo porque esa tarde me compré un bikini pensando en las vacaciones. Lo cierto es que era bastante atrevido, la braguita apenas era un triángulo para cubrir mis intimidades, lo mismo decir del trozo del tela que debía cubrir mi culete, la parte posterior casi era un tanga, ambas partes unidas por finas cuerdecillas a los laterales. El top también eran un par de triángulos que apenas tapaban mis pezones unidos por finas tiras, y para colmo el bikini era color carne, por lo que puesto y de lejos frente al espejo daba la impresión de estar desnuda. Pensé en ponérmelo siempre que me acordase del sinvergüenza y estúpido de mi marido cuando estuviese en la playa. Seguro que más de un hombre clavaba sus ojos en mí y me hacía sentir deseada. Quien sabe, tal vez pudiese pasar algo, al menos dejaría volar mi imaginación pensando que yo también podría tener una aventura. A fin de cuentas no me conservo tan mal.
Recuerdo que paseaba por el centro comercial cuando ví a lo lejos a mi amiga Patricia. Ella también me vió, al principio costó reconocernos porque hacía muchísimo tiempo que no nos veíamos. Decir que Patricia era amiga mía desde el colegio, ambas estudiamos en la misma clase. Nos educamos juntas en un colegio de monjitas, y continuamos viéndonos por la universidad. Su facultad quedaba cercana a la mía en el campus.
El caso es que hacía ya unos años que no nos veíamos. Patricia estudió medicina y en cuanto terminó sus estudios viajó por todo el mundo en busca de causas perdidas.  Nos fundimos en un abrazo nada más vernos e intercambiamos un par de besos con mucho entusiasmo.
.-“Pero chica… ¿Cuánto tiempo?” nos preguntamos la una a la otra.
Me invitó a tomar un café, realmente me apetecía haberme reencontrado con ella. Así pude saber que estuvo unos años colaborando con una ONG por varios pueblos de África. Hasta que conoció a un chico con el que hizo planes de bodas, regresaron a España hará un par de años con la intención de casarse, pero el tipo en qué consiguió la nacionalidad, la dejó casi plantada a pocos meses de la boda.
Yo por mi parte le dije que mi vida era muy simple, me casé con el mismo hombre que ella conocía de tiempos de la universidad, tuve un hijo, y cambié varias veces de curro.
Ella me contó que colaboraba en la parroquia de su barrio en temas de pastoral juvenil y todas esas cosas. Siempre le fue bastante ese tipo de historias. Y que estaba plenamente involucrada en el proyecto de hermanamiento con un pueblecito africano. Intercambiábamos preguntas y respuestas. Yo le dije que mi mayor preocupación en esos momentos era qué hacer en el verano, mis planes se habían ido al carajo, y fue ella quien dio respuesta a mis oraciones…
.-“¿Por qué no te vienes conmigo?. Así podremos recuperar el tiempo perdido de todos estos años” me dijo.
.-“Yoooh, ¿a dónde?” pregunté asombrada pensando en que me proponía acompañarla a algún sitio perdido por Africa.
.-“¿Si no recuerdo mal tu también te sacaste el título de monitora de tiempo libre?” me preguntó como dudando.
.-“Ufh, a saber dónde estará” respondí yo.
.-“Ooh Sara, tienes que ayudarme” me suplicó con la mirada.
.-“¿Cómo?” dije sin entender a lo que se refería, y comenzó a explicarse.
.-“Como te dije antes colaboro con la parroquia del barrio, de hecho soy la responsable del hermanamiento de la parroquia con un pueblecito en el que pasé un largo periodo como médica en la ONG. Todos los años organizamos unos campamentos donde intentamos integrar chicos de entorno conflictivos con otros de familias normales…” y antes de que terminase la interrumpí:
.-“¿Y qué pinto yo en todo esto?” dije sin acabar de entender su propósito.
.-“El caso es que de esos campamentos recaudamos el dinero suficiente para la construcción de un pozo de agua en la aldea, como entenderás es muy importante” dijo esperando mi reacción.
.-“Sigo sin entender” dije.
.-“Mira, son unos campamentos subvencionados por el departamento de acción social del ayuntamiento, cuya aportación económica es fundamental. Por el contrario exigen unas condiciones particulares para donar el dinero, entre los requisitos exigen un número determinado de monitores por chavales inscritos, y es ahí dónde puedes ayudarme. Según los chavales apuntados necesitamos más monitores de los previstos inicialmente, de lo contrario el ayuntamiento amenaza con retirar la subvención” terminó por explicarse.
.-“No sé, no sé” le dije. Desde luego no me apetecía nada en absoluto pasarme las vacaciones en plena naturaleza sin ningún tipo de comodidades.
.-“Por fá” me suplicó poniendo carita de niña buena a la vez que juntaba las manos tipo oración. Yo negaba con la cabeza.
.-“Piensa en todos estos niños sin un pozo de agua” dijo enseñándome algunas fotos que llevaba en el móvil de cuando estuvo en la aldea. Lo cierto es que me conmovieron las imágenes que me enseñaba.
.-“¿No era tu madre quien te animaba siempre a dar catequesis en el cole y colaborar en las diferentes campañas?” me dijo recordando viejos tiempos en la escuela.
¡¡¡Bingo!!!. Patricia había dado en el clavo. Tenía razón, a mi madre siempre le gustó que participase de este tipo de actos. Para ella Patricia era el ejemplo a seguir, siempre me animaba a que hiciese lo mismo. Seguro que si le pedía que se hiciese cargo esos días de mi hijo no le importaría, máxime si era por una buena causa como esta. De esta forma mi marido tendría que regresar a casa temprano a cuidar de nuestro hijo, siempre habría alguien en casa, dificultando que esa zorra entrase en mi cama. Ya me imaginaba la cara de mi marido cuando se enterase del cambio de planes. Decidí aprovechar la ocasión. Le dije a Patricia que si lograba convencer a mi madre para que interrumpiese sus vacaciones y  cuidase de mi hijo esos días la ayudaba encantada. Así que en caliente llamé a mi madre, si ponía alguna resistencia Patricia terminaría por convencerla.
.-“Hola mamá. ¿A que no sabes con quien estoy en estos momentos?” comencé la conversación. Se alegró mucho de poder saludar a Patricia. Yo continuaba a lo mío…
.-“¿Te importaría hacerte cargo unos días de tu nieto?” la pregunté. Por el tono de voz deduje que no le hacía mucha gracia, hasta que la puse a hablar con Patricia y enseguida cambió de opinión aceptando cuidar de su nieto por unos días.
Al final, quedé con Patricia en vernos otro día en la parroquia donde tenían lugar las reuniones de preparación de los campamentos, conocería al resto de monitores y a Fernando, el cura. Intercambiamos teléfonos y direcciones, y nos despedimos hasta el día señalado.
Al llegar a casa no le dije nada aún a mi esposo. Quise ver la cara que ponía mi marido al domingo siguiente, cuando comimos en casa de mis padres y era mi madre quien le daba la noticia. Disfruté viendo como su semblante cambiaba a medida que su suegra le explicaba no sé que de los niños de una aldea, según el lió que mi madre llevaba en su cabeza de lo que le había contado Patricia.
El caso es que llegó el día de la reunión de preparación en la parroquia, donde pude conocer al resto de monitores y monitoras. Al primero en presentarme Patricia fue a Fernando, el cura de la parroquia. Llevaba puesto un pantalón negro y una camisa gris en la que destacaba el típico alzacuellos. La verdad es que me sorprendió gratamente Fernando, era un tipo atractivo pese a ser cura, y tenía cierto puntazo vestido de negro con el alzacuellos. Luego conocí a Ángel, un profesor alrededor de los cincuenta y tantos años, y que sería legalmente frente a las organizaciones el jefe de campamentos. Luego estaban Alberto y Jorge, dos chavales de veintipocos años, junto con Patricia, mi amiga, Paloma, Ana y Ester que también tendrían alrededor de los veintipocos años.
De alguna forma se estableció un vínculo por edades, por las conversaciones, inquietudes y experiencias. Ángel, Fernando, Patricia y yo de un grupito, y luego los chavales más jóvenes de otro. Más tarde supe que Fernando tenía treinta y cuatro años, esto es, unos pocos más que nosotras. Comenzamos a organizarnos y quedamos en vernos regularme más días hasta la fecha de los campamentos.
Recuerdo que al salir de esa primera reunión, Patricia me acompañó un rato de camino a mi casa.
.-“¿A qué es una pena?” me dijo cogiéndome por el brazo mientras caminábamos por la calle.
.-“Si, pobrecitos todos esos niños sin agua” dije sin entender a lo que se refería.
.-“No, tonta. Me refiero a Fernando. ¿A qué es una pena que hombres así se hagan curas?” dijo confesándome que a ella también le resultaba atractivo.
.-“No sé” dije tratando de disimular que efectivamente a mí también me había llamado la atención. Era la primera vez que hablamos del tema.
.-“Está para hacerle un favor” dijo mordiéndose el labio inferior.
.-“Vamos mujer, no es para tanto” pero mentí. No sé porqué no quería que Patricia supiese de mi impresión acerca del cureta. Tal vez porque quería aparentar ante ella que había triunfado en mi matrimonio, a pesar de que este hiciese aguas por todas partes.
.-“Sabes….” Acercó su cuerpo al mío dando a entender que me contaba un secreto.
.-“Dime” dije ansiosa por conocer su secreto.
.-“Dicen que Fernando es muy mujeriego, que lo han visto frecuentar casas de citas” dijo bajando el tono de voz como si lo que acababa de decirme fuese un secreto de estado.
.-“Y los que lo han visto en esos sitios ¿qué hacían alli?. No puede ser”. Dije dudando de sus palabras.
.-“Dicen que va muy a menudo” dijo susurrándome de nuevo.
.-“Hay chica, será que las ayuda o algo por el estilo. La gente es muy mal pensada” dije defendiendo a Fernando argumentando una razón lógica a todo eso. Después la conversación desvió por otros derroteros, hasta que nos separamos cada una a su casa.
Al fín llegó el día de partida. Ya os podéis imaginar los grupitos antes de subir al autocar, las canciones de guitarra, las despedidas a píe de autobús de los familiares… hasta que llegamos a las instalaciones.
Se trataba de un campamento en plena montaña. Las instalaciones constaban de varios edificios. En uno de ellos, era una construcción de dos plantas, donde la parte de abajo era un comedor enorme con mesas, sillas y bancos de madera, junto con una cocina industrial. La planta de arriba eran dos habitaciones, un baño y un cuarto enorme que hacía de almacén de las tiendas de campaña y demás muebles de jardín. El otro edificio eran los baños, aseos y duchas comunitarios. No estaba nada mal, la verdad es que yo recodaba mucho peor de mis tiempos más jóvenes de campamentos las temidas letrinas.
Nada más llegar levantamos una gran tienda de campaña central tipo militar que haría las labores de centro de reunión y de actividades. Alrededor de esta gran tienda plantamos el resto de tiendas distribuidas por equipos. Los chavales tenían edades comprendidas entre los diez y los dieciocho años. Los agrupamos más o menos por edad y por sexos en las tiendas, hasta que llegó el momento de repartirnos las habitaciones del edificio de las dos plantas y las tiendas de campaña entre los monitores.
Ángel, el señor mayor y con espíritu eternamente joven, dijo el primero que no le importaba dormir en tienda de campaña. Se sumaron el resto de chicos a su propuesta. Patricia insinuó que tal vez deberíamos dejar a Fernando una de las habitaciones, por el tema de organizarse mejor sus sotanas y enseres. Enseguida comprobé que el resto de féminas apoyaban esta decisión, y el siguiente paso fue rifarnos entre las chicas la otra habitación. Me percaté que casualmente sólo éramos nosotras las que  estábamos interesadas en dormir en la habitación junto al cura. Tuve suerte y me tocó a mí. La verdad agradecí no tener que dormir en el suelo durante quince días, además de disponer de un baño con ciertos privilegios.
El día transcurrió rápido entre tanto preparativo. Por la noche acordamos tener reunión de monitores tras dormir al resto del campamento. Como siempre en estos casos hablamos de mucho y de nada, terminando yéndonos por las ramas. Los chavales más jóvenes, Jorge y Alberto, enseguida se animaron a sacar algo de whisky, ron y tequilas, pues llevaban un par de mochilas cargadas. Acordamos dejar bajo llave el alcohol para que solo los monitores tuviésemos acceso. Evitando tentaciones entre los acampados más mayores próximos a los dieciocho años. En especial un tal Javier, un chico de diecisiete años algo conflictivo, y que ya había tenido algún que otro encontronazo con otros muchachos por hacerse el chulito. Propusimos que lo mejor sería que Ángel fuese el monitor de su grupo. A mí me tocó otro grupo de chicos entorno a los catorce – quince años, repartiéndonos el resto de gente.
Lo único que recuerdo de esa noche es que me acosté en mi habitación bastante cansada, y que para colmo hacía un calor sofocante que impedía conciliar el sueño. Para mi sorpresa comprobé que me dejé los pijamas en casa, no los debí meter en la mochila. Así que decidí dormir en braguita y camiseta. En alguna ocasión dormía así en casa. Las noches de calor insoportable, solía dormir con braguitas de esas con dos triángulos adelante y atrás, unidos por finas tiras laterales. Y en la parte superior una camiseta fina también de tirantes. Esa noche serían a juego de color negro.
La mañana siguiente sería un calco de cómo transcurrirían el resto de días. Una oración al desayunar, luego alguna actividad, y hacía el mediodía un baño en las pozas del río, el que quisiese. Como las orillas más accesibles estaban a un par de kilómetros del campamento, comíamos algo tarde. El que quería se quedaba en el campamento, había duchas para combatir el calor. Luego una buena siesta, algo de pastoral juvenil y a preparar la cena. Algunas canciones con las guitarras  antes de acostar el campamento, y luego reunión de monitores.
Después de la reunión todo el mundo se retiraba a dormir. A mi me costaba conciliar el sueño debido al calor, así que hacía algo de tiempo hasta que desaparecía todo el mundo, momento en el que bajaba a la cocina, con la intención de prepararme un cola cao con leche antes de retirarme verdaderamente a dormir.
Recuerdo esa segunda noche porque bajé con mis braguitas y camiseta puestas a tomar el vasito de cola cao. Creí estar sola. Me senté en el salón, en uno de los bancos de madera próximos a las escaleras y la cocina, dispuesta a degustar mi vasito de leche, cuando por los ruidos pude ver como bajaba Fernando por las escaleras. Todavía llevaba su típica camisa gris y el alzacuellos.
.-“Veo que tú tampoco puedes dormir” dijo nada más verme. Yo me sentí algo incómoda ante su presencia, al estar prácticamente en ropa interior. Pude comprobar que también se preparaba un vaso de leche, salvo que sin cacao y con mucho azúcar.
.-“¿Te importa?” dijo pidiendo permiso para sentarse a mi lado. Pude apreciar como su mirada se clavaba en mis piernas al sentarse en el mismo banco en el que estaba yo.
.-“No claro” dije haciéndole algo de sitio y sentándome correctamente.
Lo cierto es que era la primera vez desde que lo conocí que me quedaba a solas con Fernando. Me pareció un tipo de conversación agradable y fluida, bastante simpático además de atractivo. “Lástima de alzacuellos” pensé. Aunque bien mirado le daba un morbo que no veas.
Estuvimos hablando un buen rato acerca de muchas cosas. Conforme Fernando bebía su vaso de leche, un fino bigotillo blanco se le formaba encima de los labios. Para mi era algo hipnotizador, no podía dejar de mirar y mirar ese blanco bigotillo que se le formaba. No sabría decir si no podía dejar de mirarlo porque estaba gracioso y ridículo, o porque lo hacía aún más atractivo. El caso es que no pude evitar la tentación de limpiarle los labios con una servilleta de papel. Interrumpí lo que estaba contándome para acercarme a limpiarlo, por descuido mis pechos rozaron con su antebrazo, casi con sus manos.
Lo que nunca olvidaré fue la forma en que me miró cuando me separé después de limpiarlo. Sentí que me desnudaba con la mirada, y por la poca ropa que llevaba no le sería difícil adivinar mi cuerpo de mujer. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Para colmo mis pezones se pusieron de punta, y permanecieron así el resto de la conversación. Fernando no les quitaba ojo de encima. Por otra parte la conversación transcurría relajada y amena. Me hizo reír en varias ocasiones contándome alguna anécdota suya.
.-“¿Tienes frío?” preguntó de repente interrumpiendo la conversación.
.-“No ¿porqué?” respondí inocentemente.
.-“Por nada, por nada” pronunció sin dejar de mirar mis pezones que se marcaban a través de la camiseta, y dicho esto retomó la charla dónde la dejamos. Yo no quise darle mayor importancia, al fin y al cabo Fernando era sólo algo mayor que yo, y a todas todas, yo debía parecerle una mujer atractiva.
El caso es que esa noche entre unas cosas y otras nos retiramos a dormir bastante tarde.
A la mañana siguiente más de lo mismo, oración con el desayuno, alguna dinámica y luego baño en el río. Recuerdo ese día porque fue la primera vez que Fernando vino a las pozas con todos. Pudimos verlo en bañador, y para sorpresa de todas usaba uno de esos bañadores tipo slip, que le marcaban un paquete de lo más apetecible. Además resaltaban sus abdominales, se notaba que se cuidaba. Una de las muchachas más atrevidas incluso hizo algún comentario nada más verlo, Fernando lo escuchó y tratando de restar importancia dijo:
.-“Men sana in corpore sano” dijo “ hay que cultivar cuerpo y mente”. Luego explicó que le gustaba practicar ejercicio, en especial acudía un par de días a la semana a nadar, de ahí el bañador.
Mientras el cura se explicaba, pude darme cuenta que estaba rodeado de féminas, y creo que era consciente y disfrutaba de su magnetismo para con las mujeres. ¿Sería verdad el rumor que me dijo Patricia acerca de las debilidades del cura?.
Al terminar la jornada, y de camino de regreso al campamento, mi amiga Patricia corrió a mi lado para cuchichear un rato. Me cogió de nuevo por el brazo y bajando el tono de voz me dijo:
.-“Qué, ¿a qué está bueno el cura?” susurró dándome un codazo.
.-“Chica, que quieres que te diga” traté de fingir indiferencia.
.-“Pues que está para hacerle un favor” dijo medio riéndose. Yo también me reí siguiéndole el juego. Luego continuó hablándome:
.-“Si, el y tú habéis sido la comidilla de todo el campamento” dijo agarrándome fuerte del antebrazo.
.-“¿Yooo?” pregunté sorprendida.
.-“Si tu, ¿no me dirás que no te has dado cuenta?” se reafirmó en sus palabras.
.-“¿De qué?” dije totalmente despistada.
.-“Caray chica, es que no te enteras de nada. Con ese modelito de bikini que te gastas ningún chaval te quitaba la vista de encima. ¡¡Si incluso Fernando se fijaba en ti!!” dijo Patricia para mi sorpresa.
.-“Es el bikini que me había comprado para ir a la playa” traté de justificarme frente a mi amiga.
.-“Tu di que sí mujer” dijo mi amiga defendiéndome por ponerme lo que me diese la gana. Y continuó explicándose…
.-“El caso es que Alberto ha sorprendido al tal Javier grabándote con el móvil y haciendo comentarios obscenos ante otros chicos, y claro, lo ha castigado a limpiar los baños. Me ha dicho Alberto que entre otras cosas te has ganado el título de “eme, cu eme, efe” o algo así entre los chavales” dijo llamándome la atención.
.-“¿Qué es eso de “eme, cu, eme, efe”?” pregunté atónita por cuanto me estaba contando.
.-“Al parecer son las siglas con las que Javier quiere decir “madre que me follaría”, y claro, ha calado entre el resto de chiquillos que le siguen la corriente.
.-“Pues no veo porqué” respondí perpleja por sus palabras.
.-“No me dirás que con ese modelito de bikini no te has ganado el título de supermaciza del campamento” respondió mi amiga con cierta envidia.
Mientras Patricia continuaba hablándome, yo repasé mentalmente al resto de monitoras. Lo cierto es que Paloma y Ester, estaban algo rellenitas, e incluso utilizaban bañador de una sola pieza para disimular sus celulitis. Ana, a pesar de tener buen tipillo, no era muy agraciada de cara, y pese a su edad aún tenía el rostro con acné. Por otra parte Patricia siempre daba el aspecto de monja pese a no serlo, pero a la vista de los chavales era mucho más seria y con mucha mala leche. Así que supuse que efectivamente sería la top model del campamento sin quererlo. Me hizo gracia pensar que todo un grupo de chavalillos con las hormonas aceleradas se fijasen en mi, mientras que el imbécil de mi marido se fijaba en otra. Luego mis pensamientos se detuvieron en las palabras de mi amiga: “Si incluso Fernando se ha fijado en ti”, frase que se repetía una y otra vez como un mantra en mi cabeza.
El resto del día transcurrió con total normalidad, casi incluso aburrido. Hasta que llegó la noche. De nuevo un calor sofocante impedía conciliar el sueño. Esa noche llevaba puesto un conjunto de braguita y camiseta blancos cuando bajé a prepararme mi cola cao. Al poco tiempo Fernando apareció por las escaleras. De nuevo con su impecable pantalón negro, camisa gris y alzacuellos. Contrastaba con la persona que esta mañana se bañaba en el rio. Lo observé mientras se preparaba su vaso de leche en la cocina, al terminar de nuevo me pidió permiso para sentarse a mi lado. Así lo deseaba, y lo invité a charlar.
No sé porque quise interesarme más por su trabajo. E incluso insinúe el comentario de Patricia acerca de sus visitas a casas de citas. El me explicó que entre otras cosas colaboraba con los centros sociales de ayuda a la mujer para intentar apoyar a este colectivo. Poco a poco me fue comentado algún por menor acerca de su día a día. Me llamó la atención alguna de sus palabras sobre el tema. Incluso me contó alguna situación dramática acerca de mujeres con las que había tratado.
Ambos estábamos sentados en el mismo banco uno frente al otro a cierta distancia. Fernando con una pierna a cada lado del banco, y yo inconscientemente, me encontraba sentada con las piernas totalmente flexionadas y los pies encima del banco, con los brazos rodeando mis piernas a la altura de las rodillas, y sosteniendo la taza de leche con una mano.
Me percaté de mi postura porqué en un momento dado la mirada de Fernando se fijó en mis intimidades. Seguramente se fijaba en el triangulo de tela blanca que se adivinaba entre mis piernas y que destacaba en la oscuridad. Mis piernas se  mostraban totalmente desnudas de la forma en que estaba sentada. Una y otra vez no dejaba de mirar mis labios vaginales que yo misma notaba marcarse a través de la fina tela de mis braguitas. Me gustó seguirle la mirada, pues se fijaba inconscientemente casi interrumpiendo sus palabras. En esos momentos me agradó juguetear con el pobrecillo. Debía estar mucho más necesitado que incluso yo misma. Cuando se vio sorprendido se ruborizó notablemente y trató de disimular como pudo continuando con la conversación.
He de reconocer que en esos momentos mi ego de mujer estaba por la nubes, ¡¡estaba siendo el objeto de atracción de un cura!!. Uhhhm, la situación era tan tentadora. Separando un poco las piernas para que pudiera verme mejor le pregunté…
.-“¿Alguna vez se te han insinuado esas mujeres?… no sé, ¿han tratado de ofrecerte sus servicios? o cosas por el estilo…” pregunté mirándolo fijamente a los ojos. El me sostuvo la mirada un tiempo que se me hizo eterno. Se percató del doble sentido de mi pregunta y de mi jueguecito de insinuación .Luego mordiéndose el labio inferior dijo:
.-“En la viña del Señor, hay mujeres para todo” pronunció al tiempo que se acercó a mi sin dejar de mirarme a los ojos y con cierto tono desafiante. No sé porque me sentí mal en esos momentos, y bajé la cabeza.  Tal vez había sido demasiado tentadora. Fernando me dio una palmada en mi muslo muy cerca ya de mis cachetes, y cogiendo mi taza de leche con la otra mano, en un tono muy jovial que nada tenía que ver con el de antes, levantándose dijo:
.-“Es tarde, deberíamos acostarnos” y dicho esto se incorporó a dejar los vasos en la cocina y subió a dormir.
Yo me quedé un rato más en el comedor tratando de restar importancia al momento relativamente tenso que habíamos tenido, hasta que también me retiré a dormir.
El resto de días transcurrieron con mayor o menor normalidad. Las actividades matutinas, el baño en la poza y las miradas de todos los chiquillos clavadas en mi cuerpo, la siesta, los juegos de la tarde, la reunión de monitores y el vaso de leche junto al cura antes de acostarnos. He de decir que tal vez fuese ese el mejor momento del día. La charla con Fernando mientras tomábamos el vaso de leche. Así pasaron algunos días más en el campamento.
Hasta que llegó un día clave que nunca olvidaré. Aquel día realizamos una excursión hasta Peña Alta. Una caminata ascendente de gran desnivel y que me dejó verdaderamente cansada. Al llegar la noche y tras la reunión de monitores, me retiré a mi cama a descansar un rato hasta que se hiciese la hora de tomar mi consagrado vasito de cola cao. Pero me quedé adormilada sobre la cubierta. Cuando desperté pude comprobar que era muy tarde, me asomé por la ventana para ver que todo el campamento estaba completamente apagado, no había ninguna luz, ninguna linterna, y todo estaba en silencio.
Traté de dormir de nuevo, pero mi cabeza daba vueltas y vueltas. Me preguntaba que estaría haciendo en ese mismo momento mi marido. Si estaría con su amante o no. Sentí rabia. Como no lograba parar mi cabeza, decidí darme una ducha. Estaba cansada, empapada en sudor y una ducha seguramente ayudaría a mis propósitos. Al cruzar el pasillo desde mi cuarto al baño pude comprobar que la luz del cuarto del cura también estaba apagada.
Me encerré en el baño, colgué sobre el manillar de la puerta mi braguita y mi camiseta y dejé sobre el lavabo la toalla de baño para secarme. Uhhm era agradable sentir el agua fresca sobre mi piel. Al salir de la ducha, mientras me miraba en el espejo del lavabo, me percaté de que mi pubis estaba algo descuidado. Normalmente me gusta lucir una fina tira de pelillos que indiquen el camino hacia mi zona más sensible. Supongo que debido a la falta últimamente de apetito sexual, a los preparativos del campamento y varios días fuera de casa, que había descuidado mi jardincito. Decidí arreglármelo.
Cogí mi cuchilla y traté de marcar esa fina tira que habitualmente decora esa zona. La luz era muy débil en el baño, no me veía bien. El caso es que no lograba dibujar una línea recta, ni de compensarla, supongo que debido a la escasa luz. No sé porqué lo hice, pero fue como un impulso instintivo que no pude parar. ¡Ris!, ¡ras!, mi pubis estaba completamente rasurado. Me miré en el espejo, aunque ya lo había llevado así en alguna ocasión me gustó verlo desnudito. Me fijé que algunos de los pelillos habían caído al suelo. Decidí terminar mi obra de arte antes de recogerlos y repasar bien toda la zona.
Recuerdo que estaba dando los últimos retoques a mis pliegues más íntimos cuando la puerta se abrió de par en par. Fernando abrió la puerta por completo y se quedó de piedra al verme totalmente desnuda en el baño. Fue todo muy rápido. Cerró la puerta tras reaccionar, y se disculpó diciendo:
.-“Lo siento tenía ganas de orinar y creí que te habías dejado la luz encendida” dijo del otro lado de la puerta. Yo me enrosqué como pude con la toalla.
.-“Ahora salgo” dije al tiempo que abría la puerta y salía corriendo dispuesta a encerrarme en mi cuarto. Creo que fue el momento de mi vida que más vergüenza he pasado. Tras cerrar la puerta de mi cuarto pude percatarme de que mi braguita, y mi camiseta se habían quedado tras la puerta del baño. ¡Dios mío!, y también había dejado el rastro de ciertos pelillos en el suelo cuando Fernando me sorprendió cuchilla en mano. Decidí esperar a que el cura terminase en el baño para volver a limpiarlo.
Pude escuchar el sonido de la cisterna y la puerta del cuarto de Fernando cerrarse tras finalizar. Cuando regresé al baño, para mi sorpresa el suelo estaba limpio. Deduje que Fernando debió limpiar el suelo con un poco de papel higiénico, pues había restos de mis pelos en el inodoro, y para colmo mi braguita y camiseta yacían en el suelo en un rincón junto a la bañera. Seguramente Fernando las abría dejado así pensando en que estaban sucias. ¡Dios mío que vergüenza!. ¡Qué se pensaría ese hombre de mi!. Para mayor estupor, pude comprobar cuando recogí mis prendas, que había evidencias de mis fluidos vaginales en la parte central de la braguita. ¿Se habría percatado el cura de ese detalle?. Recogí todo como pude y marché corriendo a la cama con ganas de que llegase un nuevo día.
Al día siguiente casi no me atrevía a mirar a la cara del cura. Estaba muerta de vergüenza. No sabría que decirle ni como excusarme. Para colmo nos quedamos por casualidad de los últimos en el río antes de subir al campamento. Recuerdo que yo aún estaba nadando en el agua y el me observaba mientras se secaba desde la orilla, creí advertir que un inicio de erección se dibujaba en su bañador de slip mientras me admiraba con el bikini puesto. Por suerte no me hizo ningún comentario al respecto en ningún momento del día. Así que poco a poco fue transcurriendo la jornada. En la más absoluta normalidad, hasta que llegó la noche. Tras la habitual reunión de monitores decidí dar un paseo por los alrededores y hacer tiempo esperando el momento de tomar mi vasito de leche.
Por suerte había luna llena y no hacía falta linterna para caminar. Llevaba puesto tan sólo mis botas de montaña, un short del coronel tapioca sobre mis braguitas, y la camiseta de tirantes con la que dormiría esa noche.
Tras pasear un rato y disfrutar de la visión de las estrellas en el cielo, me entraron ganas de orinar. Decidí acercarme a los barracones comunitarios pues estos se encontraban más cerca.
Al llegar a los baños escuché unas voces de chicos. Reconocí entre otras la voz del tal Javier y de uno de mis muchachos de aproximadamente quince años. Me llamaron la atención sus comentarios. Decidí acercarme con sigilo. Pude escuchar su conversación tras uno de los muros cercanos sin que me viesen. Me asome con cautela. Javier estaba fumando mientras todos los chiquillos miraban el móvil de Javier. Me escondí para escuchar sus comentarios…
.-“Joder, menudos melones tiene” dijo uno de ellos.
.-“Si tío, tiene que hacer unas cubanas de infarto” dijo otro mientras se codeaban entre ellos.
.-“Esta muy buena” escuché que decía el chaval de mi grupo. Yo me preguntaba mientras los oía, de quién podían estar hablando de esa manera. En principio pensé que se trataría de alguna modelo de Internet o algo así, pero me llevé una sorpresa…
.-“Lo cierto es que tu monitora tiene un polvo que no veas” le dijo otro de ellos al chaval de mi equipo. No podía creer lo que acababa de escuchar.
.-“¿Sabéis que le haría yo a la puta de Sara?” dijo Javier creando cierta expectación entre el resto de chavales. Se notaba que era el líder.
.-“Se la enchufaba por el culo a ese pedazo de zorra” concluyó Javier para sorpresa de todos.
.-“Seguro que chilla como una guarra” se animó a decir otro. Yo no podía creer lo que estaba oyendo.
.-“Pero…, Sara esta casada” dijo el chavalín de mi grupo.
.-“Esas son las peores” interrumpió Javier, “seguro que con su marido se hace la estrecha, y luego le encanta chupar pollas. Tengo que verla desnuda como sea” terminó por decir.
.-“Seguro que se la folla el cura, ¿de qué si no duermen juntos?” espetó otro.
.-“El otro día a poco se cae de morros el cura en la orilla del río por mirarla” añadió otro.
.-“Cuanto os apostáis a que me la follo” dijo Javier de nuevo para expectación de sus seguidores.
Justo en ese momento sonó el móvil en mi bolsillo del pantalón. El timbre puso en alerta a los chicos. Yo salí corriendo en dirección a mi habitación con el fin de saber quien había sido tan inoportuno. Seguramente los chiquillos me habrían visto salir corriendo de los barracones, y yo misma me habría delatado espiándolos.
Una vez en la habitación pude contestar al teléfono. Era mi marido. Llamaba para saber que tal estaba y decirme que me echaba mucho de menos. ¡Hipócrita!.  Después de colgarle recordé los comentarios tan soeces que escuché de mi persona. Sobretodo de Javier. No me gustaban sus intenciones, reconozco que tuve cierto temor a que me hiciese algo. Por lo que sabía su madre estaba en prisión y él había sido internado en varias ocasiones. No me podía fiar, debía subir la guardia.
Por lo demás nada destacable. Luego en la noche pude hablar con el cura acerca de Javier y su situación. Fernando me contó que conocía a la madre de Javier, la visitaba junto a otras reclusas con frecuencia en prisión, estaba encerrada por prostitución. Me estuvo contando un montón de cosas hasta que se hizo la hora de dormir.
Tal vez no le hubiese dado mayor importancia a lo que aconteció al día siguiente en el rato de baño en el río, pero dado lo que escuché la noche anterior me puso en alerta.
Ese día, varios chavales de mi grupo comenzaron a jugar conmigo en el agua a hacernos aguadillas y empujarnos unos a otros. Lo cierto es que nos hacíamos aguadillas entre nosotros en un tono bastante jovial y divertido. Todo transcurría con relativa inocencia, hasta que Javier entró a formar parte del juego. Aprovechaba cualquier ocasión de contacto para meterme mano por debajo del agua. Incluso noté un par de pellizcos suyos en mis pechos encubierto por el agua del río. No me agradó su forma de jugar y decidí salir del agua.
Recuerdo que caminaba en dirección a la orilla cuando pude notar un fuerte tirón en las cuerdas anudadas a mi espalda. Era Javier que trataba de deshacer el nudo que sujetaba mi top. Y de hecho consiguió deshacerse del nudo. Los triángulos que cubrían mis pechos salieron de su sitio. Menos mal que logré cubrirme mis pechos con las manos antes de que nadie pudiese ver nada. Todo el campamento vió la maniobra, pude ver muchas bocas abiertas babeando tratando de vislumbrar alguno de mis pezones. Incluidos Fernando y Ángel, quienes castigaron de nuevo a Javier con limpiar los baños y amenazaron severamente con expulsarlo.
De regreso al campamento decidí que lo mejor sería no acompañar a los chavales en unos días al río para que se calmasen los ánimos. Normalmente aclaraba mi bikini en el baño de mi planta y lo dejaba secar junto a la ventana en mi cuarto, pero dadas las circunstancias de ese día, lo lavé minuciosamente en los lavaderos comunitarios y lo tendí en las cuerdas comunes junto al resto de prendas, con la intención de que se secase mejor al sol por unos días. El resto del día transcurrió de lo más normal.
De nuevo a la noche decidí a dar un paseo tras la reunión de monitores. Todavía había luna seminueva y se veía bien en el campo. Caminaba sola en mitad de la noche cuando unos ruidos me llamaron la atención. Parecían unos gemidos, junto a alguna frase que no lograba entender con claridad. Provenían de detrás de unos arbustos y matorrales. Pude acercarme sigilosamente a ver lo que ocurría.
Para mi sorpresa pude ver a Javier de espaldas, con el bañador a media pierna y la camiseta puesta, que estaba embistiendo por detrás a una de las chiquillas del campamento. Ella estaba también en pie contra un árbol, agachada, con las manos apoyadas en sus piernas, aguantando el equilibrio y los empujes de su amante. Pero lo que más me llamó la atención es que ¡¡¡¡llevaba puesto mi bikini!!!!!. ¡¡Cómo era posible!!. Aquello si que no lograba entenderlo.
En ese momento Javier le propinó una cachetada a la muchacha en el culo que resonó en todo el bosque y le dijo:
.-“Vamos, muévete, tienes que hacerlo como lo haría la puta de Sara” escuché que le decía Javier. Mi sorpresa no acababa ahí, fue entonces cuando pude ver que Javier lo estaba grabando con el móvil. La chica por su parte no paraba de gemir y gemir.
.-“oooh, si, siih” se le escapaba a la chiquilla.
.-“Vamos puta, tiene que parecer que es el culo de Sara, que me lo estoy haciendo con ella. Quiero hacerles creer a todos que me la he follado por el culo” dijo Javier con rabia.
.-“No, por el culo no. No habíamos quedado en nada de eso” apuntó a decir la muchacha entre gemidos. Javier le propinó otra cachetada en el culo, dejándoselo a la pobre enrojecido.
.-“Harás lo que yo te diga si no quieres que tu padre se enteré de lo de tu madre con el cura” pronunció Javier chantajeando a la chica.
.-“No por favor” gimoteo ella.
.-“Abre bien tu culo que quiero grabarlo, y recuerda que tienes que parecer Sara” ordenó Javier. La muchacha llevó sus manos atrás, y una a cada lado abrió sus nalgas para que Javier pudiera verle bien su agujero negro.
.-“Menudo culito tienes” dijo Javier, y al tiempo escupió en el esfínter de la niña.
.-“No por favor, por ahí no” suplicó ella. Yo no podía creer lo que veía. En ese momento Javier dejó de penetrar a la chica sacando su miembro del interior de la muchacha. Pude contemplarlo en todo su esplendor. Lo cierto es que el chaval estaba muy bien dotado. ¡¡Si parecía un burro!!. Poco a poco fue acerando su miembro a la entrada del ano de la chica e hizo fuerza para sodomizarla. Yo contemplaba la escena hipnotizada.
Pude adivinar que había logrado introducirle la punta por el gesto de dolor de la chiquilla, la cual hacía un esfuerzo tremendo para no chillar. Yo me tapé la boca para no hacer ruido. Me percaté de que sin querer había comenzado a acariciarme por encima del pantalón y a manosearme los pechos. Nunca creí que observar a otros en momentos íntimos pudiera excitarme tanto, y mucho menos contemplar como la muchacha era sometida sin piedad por un tipo tan maquiavélico como Javier. La escena me estaba poniendo cachonda sin poderlo remediar. De repente se la introdujo hasta el fondo de un solo golpe de riñón por parte de Javier. La chica debió ver las estrellas de dolor…
.-“AAAAaaaaagggghh” un grito desgarrador salió de la garganta de la chiquilla. Javier aprovechó para darle otro manotazo en las nalgas a la chica.
.-“Eso es Sara, así me gusta que chilles” dijo al tiempo que comenzó a moverse frenéticamente y grababa con su móvil, enfocando únicamente la zona en que se podía apreciar mi bikini, y su pollón entrando y saliendo del ano de la chica. Me imaginaba el montaje de video que ese cabrón haría para mostrárselo a sus amigotes.
Estuvieron varios minutos en que la chica interpretaba a la perfección mi papel y Javier no paraba de mencionar mi nombre una y otra vez. Yo sin poder evitarlo me había desabrochado el botón de mi short y mis dedos jugueteaban ya en el interior de mis braguitas. De vez en cuando me pellizcaba yo misma los pezones por debajo de la camiseta contemplando la escena tras los matorrales. Para mi sorpresa pude ver como Javier extraía su miembro de las entrañas de la chica y se corría sobre la tela de mi bikini que cubría el culillo de la muchacha.
Ambos procedieron a vestirse y acomodarse sus prendas, momento en el que yo salí corriendo evitando ser descubierta. Me dirigí a mi habitación tratando de asimilar lo que había presenciado. Al pasar junto a los barracones quise comprobar si mi bikini continuaba en el tendedero. No lo ví, me cercioné en mi convicción de que efectivamente el bikini que llevaba puesto la muchacha era el mío.
Subí a mi cuarto y me encerré. En mi mente se proyectaba una y otra vez la imagen de Javier y su herramienta enculando a la chiquilla. Me tumbé sobre la cama. El botón de mi short continuaba desabrochado. De nuevo introduje mi mano en mis braguitas. Uuufh, estaba empapada.
Mis dedos comenzaron a juguetear con mis pliegues más íntimos. La otra mano acariciaba mis pechos por encima de la camiseta. En mi mente visualizaba una y otra vez el momento en el que Javier sodomizaba a la chiquilla. Me identifiqué con los gestos de dolor de la muchacha en el momento en el que me introducía un dedito en mi interior. Caray, estoy empapada, me sorprendí a mi misma. Necesitaba más y más fuerte. Así que comencé a pellizcarme los pezones y a introducir un segundo y hasta un tercer dedo en mi interior. Alternaba el penetrarme con acariciarme el clítoris. ¡¡¡Dios que gusto de imaginarme que era yo a la que sodomizaban!!!
.-“UUuuhhmm” no pude evitar gemir. En esos momentos era totalmente ajena a las circunstancias que pudieran acontecer a mi alrededor. Sólo tenía consciencia de mi cuerpo, el cual me pedía más y más. Me deshice de mi short con urgencia para continuar mis maniobras. Hasta me lastimaba ligeramente a mí misma pellizcándome despiadadamente los pezones.
Juro que nunca lo había hecho anteriormente, pero sentí una necesidad inexplicable por introducirme un dedo en mi ano a la vez que me masturbaba. ¡¡¡Dios, que gusto!!!. Tuve que girarme y tumbarme boca abajo para ahogar mis gemidos con la almohada.
.-“Uuuhhhmmm” no pude evitar ronronear de placer. Era una gata en celo.
Por primera vez en mi vida pude sentir como mis dedos se podían acariciar a través de mis entrañas. El dedo que me había introducido en el ano estimulaba de sobremanera mi punto “g” a través de las membranas y paredes vaginales. Sin duda estaba a punto de correrme en uno de los mejores orgasmos de mi vida.
.-“Oooh, sih” tuve que chillar contra la almohada. Mi cuerpo comenzó a temblar en espasmos de placer.
.-“Oh, si, siiii, ooouugh” gemía en cada sacudida de mi cuerpo.
¡¡¡Mierda!!!. Unos nudillos golpearon en la puerta….
.-“Sara ¿estas bien?” escuché la voz de Fernando del otro lado de la puerta. Mi orgasmo se vio interrumpido  muerta de vergüenza.
.-“Si, todo bien. Algo cansada” dije para disimular, al tiempo que me cubría mi cuerpo ridículamente con mis manos, temiendo que el cura entrase en mi habitación y me sorprendiese medio desnuda y masturbándome.
.-“Bajo a tomar un vaso de leche. ¿Vienes?” me preguntó.
.-“Enseguida bajo, termino mis estiramientos y enseguida bajo” dije tratando de inventar una ridícula excusa que pudiera justificar mis gemidos. Por suerte escuché el sonido de Fernando bajando por las escaleras en dirección a la cocina. Respiré aliviada por que no hubiese abierto la puerta. Luego me di cuenta de que la excusa del yoga era bastante absurda. Por unos instantes no supe que hacer. Me sentía como una niña que acababa de romper un plato. Recogí mis braguitas del suelo, me las puse de nuevo, y decidí que lo mejor sería bajar y dar la cara, y dejar que todo sucediese como si de un día normal se tratase. Si preguntaba le diría que estaba haciendo yoga y ejercicios, y que tiendo a quejarme cuando me duele y me estiro. Así lo hice.
Bajé como todos los días a tomar mi vasito de cola cao y a conversar un rato con el cura. Por suerte Fernando no preguntó nada y no tuve porque darle ninguna explicación. Se notaba que era bastante correcto y discreto en ese sentido. La conversación transcurrió como en veces anteriores en un tono bastante jovial y divertido. A veces me contaba experiencias que me ponía los pelos de punta, y otras me hacía reír.
El caso es que en una de las veces pude observar como su mirada se fijaba en mis braguitas. En ese momento me percaté de que la zona central de mi braguita estaba manchada de mis propios fluidos. Su mirada se clavaba en mis labios mayores que podían adivinarse marcados en la tela de mis braguitas. Me puse nerviosa de nuevo por la situación, pero decidí continuar como si nada. Por suerte sugirió que nos retirásemos pronto a dormir pues al día siguiente nos esperaba una dura jornada. Esa noche caí rendida en la cama.
Para colmo tuve algún que otro sueño más bien erótico, aunque algo raro. Soñaba que estaba tumbada en la orilla del rio, cuando de repente aparece Fernando de detrás unos arbustos y se abalanza sobre mi con verdadera pasión. Me besa, me acaricia, hace de mi cuerpo lo que quiere hasta que situándose encima mío, a lo misionero, comienza a penetrarme. Yo soñaba que me moría de gusto. Podía visualizar con todo detalle su cara justo enfrente de la mía, disfrutando de mi cuerpo. Poco a poco su rostro se va transformando, comienza a penetrarme con furia, con rabia, y con cada golpe de riñón su rostro se va transformando en el de Javier. Yo trato de deshacerme de él, pero me es imposible. Me está violando en mis propios sueños.
Me desperté justo en ese momento empapada en sudor. Supongo que mi orgasmo interrumpido me estaba jugando una mala pasada. Decidí quedarme con la parte positiva, con la primera parte del sueño en el que era penetrada por el cura. Me quedé de nuevo dormida imaginando que ojala llegara a suceder. Reconozco que el sueño había sido de lo más real y lo había disfrutado hasta que se convirtió en pesadilla.
Pasaron algunos días más. He de reconocer que los mayores alicientes para matar el aburrimiento, era provocar las miraditas de los chicos y de Fernando en bikini en el río. Estimulaban mi imaginación, y  al llegar el momento de acostarme, disfrutaba de mi cuerpo, sobretodo tratando de no pensar en el imbécil de mi esposo. Cada noche me masturbaba pensando en Fernando, incluso me gustó provocarlo y jugar con él en cada momento y en especial cuando llegaba el momento de tomar nuestro vasito de leche juntos.
Hasta que una noche mientras me tomaba el vasito de leche con el cura, este dedujo que algo no marchaba bien. Esa noche estaba especialmente sensible y triste al pensar en mi matrimonio. Recuerdo que en un momento dado Fernando me cogió de la mano y mirando hacía mi dedo anular preguntó:
.-“¿Estas casada?” preguntó acariciando mi mano con la suya.
.-“Si” dije agachando la cabeza. Fue fácil deducir que no me iba bien.
.-“¿Quieres hablar del tema?” me preguntó como invitándome a confesar.
.-“Creo que tiene una amante” dije con los ojos sonrojados y lacrimosos.
.-“¡¡Nooo!!. No puede ser” dijo poniendo cara de asombro.
.-“Pues créetelo” dije a punto de llorar. Justo en ese momento escuchamos un ruido desde una de las ventanas. Sospechamos que alguien nos estaba escuchando.
.-“¿Quieres que sigamos hablando?” dijo invitándome a subir a las habitaciones a confesarme y a salvo de cualquier fisgón.
.-“Si por favor, necesito desahogarme” dije acompañándolo a subir a su cuarto.
.-“Espera” dijo, y se desvió hacia la cocina cogiendo dos copas en la mano. Yo no entendí porque cogió las copas hasta que entré en su cuarto. Permanecí un tiempo en píe en medio de su habitación sin saber qué hacer ni que decir, momentos que Fernando aprovechó para sacar una botella de vino de entre sus enseres. Pude fijarme que era una botella de denominación de origen de Toro. La descorchó delante de mí y me tendió una copa, que procedió a rellenar enseguida hasta la mitad con el vino.
Luego chocando su copa con la mía dijo…
.-“El vino ayuda a confesarse, la sangre de Cristo saca lo mejor de nosotros” pronunció mientras me invitaba a sentarme junto a su lado en el borde de la cama. Yo  me senté a su lado y dí un primer trago a la copa que efectivamente me ayudó a responder a su pregunta.
.-“¿Por qué piensas que te engaña?” quiso saber.
Yo le conté cuanto sabía. Lo cierto es que el ambiente creado ayudaba a confesarme. Fernando por su parte se dedicaba a escucharme y a rellenar mi copa de vino conforme apuraba los tragos. Casi sin darnos cuenta terminamos la primera botella de vino. Coincidió casi con el final de mi relato.
Fernando abrió otra botella. Rellenó lo que sería mi quinta o sexta copa, y se sentó en el suelo mirando frente a la ventana y con la espalda apoyada en la cama. Yo dí un trago y lo imité, sentándome a su lado. Intuí que quería decirme algo.
.-“¿Has tratado de hablar con tu marido?” preguntó. Yo negué con la cabeza, desechando su sugerencia.
.-“No creo que dé resultado” dije negando taxativamente.
.-“¿Por qué crees que lo ha hecho?” me preguntó.
.-“No tengo ni idea” dije dando otro trago a mi copa.
.-“¿Piensas que busca en esa otra persona algo que tu no puedes darle?” dijo mirándome a los ojos.
.-“La verdad es que no lo entiendo. De acuerdo que ella es mucho más joven que yo, pero siempre he estado dispuesta para él. Incluso ha habido noches en las que el quería sexo y yo sin tener muchas ganas, he hecho un esfuerzo y me he abierto de piernas para él. Ahora me siento como una imbécil”, dije agachando la cabeza entre mis piernas.
.-“Dicen que la confesión siempre causa daño al otro, pero mucho me temo que tu marido no siente ningún arrepentimiento” dijo acariciando mi nuca con su mano.
.-“¿Qué puedo hacer?” pregunté desesperada.
.-“¿Has probado a resarcirte?” preguntó apartando mi pelo de mi cuello y desnudando mi nuca, mientras me acariciaba en esa zona.
.-“¡Me estas sugiriendo que le sea infiel!” exclamé sorprendida por las palabras del cura.
.-“No he dicho tal cosa, sólo te digo que a veces nos sentimos aliviados imitando conductas. Algo así como ojo por ojo y diente por diente” dijo observándome detenidamente mis reacciones.
.-“No entiendo” dije mirándolo a los ojos. Un silencio se hizo entre ambos. Fue ahora el cura quien bajando la cabeza dijo:
.-“Sara, eres una mujer joven y hermosa, deberías disfrutar de tu cuerpo” dijo mientras acariciaba mi cuello desnudo, sin dejar de apartar mis cabellos una y otra vez.
.-“Sigo sin  entender” dije de nuevo algo aturdida por sus palabras y apurando el vaso de vino.
.-“Sabes…, antes de ordenarme sacerdote estaba tremendamente enamorado de una chica que se llamaba Maribel. Éramos novios, ambos descubrimos muchas cosas juntos acerca del amor, hasta que un buen día se presentó mi padre en casa con un tío mío cura, y me dijo que me ordenaban sacerdote…” interrumpió su relato para dar un trago a su copa de vino.
.-“¿Qué ocurrió?” había despertado mi interés por su relato.
.-“El caso es que me ordené sacerdote tal y como había dispuesto mi padre” en esta ocasión ambos dimos un sorbito a las copas de vino.
.-“¿Por qué no te negaste?” pregunté por curiosidad.
.-“Cualquiera le llevaba la contraria a mi padre, además a mi madre también le hacía ilusión. No, no tenía otra alternativa” pronunció con resignación.
.-“¿Y Maribel?,¿qué fue de ella?” quise saber.
.-“El caso es que seguimos viéndonos durante un tiempo, hasta que a mí me destinaron a la India. Y claro, con la distancia la relación se fue deteriorando. Además Maribel me contó por carta que conoció a un tipo, ingeniero, bien posicionado y que terminó por casarse con él”.
.-“¿Me quieres decir que estando de novicio mantenías relaciones con esa chica?. Joder, eso si que no me lo esperaba” dije sin meditar mis palabras algo desinhibida por los efectos del vino.
.-“Efectivamente así fue. Nunca me arrepiento de ello. El caso es que un buen día de regreso a España me la encontré por la calle, quedamos en vernos a tomar un café y todas esas cosas, hasta que un día ambos confesamos que seguíamos enamorados el uno del otro. Ella me confesó que no mantenía una relación plena con su marido, y que sólo yo había logrado satisfacerla. El caso es que al principio nos veíamos en hoteles, en su coche, y sitios así, hasta que terminamos haciéndolo en su casa…” no pude dejarlo escapar y se me escapó el inoportuno comentario.
.-“Joder con el cura” se escapó de mis labios. “¿Y cómo acabó la historia?” quise saber al mismo tiempo.
.-“Un día nos pilló su marido in fraganti” dijo poniendo su mano en mi rodilla para continuar narrando su historia.
.-” Lejos de pedir el divorcio y montar el numerito, lo llevó con resignación. Aceptó nuestra relación a tres, hasta que poco a poco su relación entre Maribel y él se fue fortaleciendo. Un buen día me dijo Maribel que lo nuestro tenía que acabar, que gracias a mí había podido conocer mejor a su marido, y su marido mejor a ella. Incluso me propusieron participar en orgías y cosas que ni te imaginas al nivel en el que se movían. Yo poco a poco me dí cuenta de que la Maribel que yo conocí poco tenía que ver con la mujer en que se había convertido, y poco a poco fuimos cerrando la relación” me comentaba a la vez que su mano en mi rodilla comenzaba a subir y bajar por mi pierna.
.-“No me lo puedo creer” dije mientras miraba su mano deslizarse por mi muslo más cercano a su posición. El color de su camisa gris contrastaba entre mis blanquecinos muslos.
.-“A veces la inclusión de un tercero enriquece a la pareja” pronunciaba Fernando mientras una de sus manos subía y bajaba por mi pierna ante mi impasibilidad, y con la otra me apartaba el pelo desnudando mi nuca. Mi indiferencia ante sus caricias se debía en parte a mi incredulidad en su relato.
.-¿Qué sabes ahora de Maribel?” pregunté intentando averiguar si lo que me contaba era cierto o inventado.
.-“Se que atravesaron dificultades económicas graves. La última vez que ví a Maribel se prostituía para pagar las deudas contraídas por su marido. Negocios y juegos en su mayoría. Y de ahí que me interesase colaborar y ayudar a este tipo de mujeres. La sigo viendo a menudo” dijo sin dejar de acariciar mi muslo muy cerca ya de mis intimidades.
.-“¿Por qué lo haces?” pregunté sin poder apartar mi vista de su mano. Ambos continuábamos sentados en el suelo con la espalda apoyada contra la cama.
.-“Me gusta ayudar a mujeres necesitadas” y nada más decir esto me dio un tímido beso en mi cuello. Fernando estaba algo ladeado hacía mi, y se dedicaba a acariciar mi pierna más cercana a su posición con una mano, mientras con la otra desnudaba mi cuello apartando mi pelo de mi nuca. Un segundo beso en mi piel en la zona entre mi cuello y mi hombro me puso la piel de gallina. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaban claras sus intenciones. Yo no sabía que hacer, por un lado lo deseaba, pero por otro algo me decía que aquello no estaba bien. Mis dudas hacían que permaneciese inmóvil ante sus caricias.
.-“Yoo, esto, no debería…” musité al tiempo que ladeaba mi cuello para facilitarle la labor y abría un poco más mis piernas para que pudiera acariciarlas sin ninguna dificultad, traicionándome por los gestos a mi misma.
.-“Ssscht” me susurró el cura en la nuca al tiempo que acariciaba la piel desnuda de mi hombro con sus labios, en tímidos besitos que lograban electrizar mi piel por todo el cuerpo.
.-“Esto, yo, nooo…” trataba de negarme por segunda vez, al mismo tiempo que permanecía impasible.
Por su parte deslizó el tirante de mis camiseta sobre el hombro dejándolo caer a un lado, mientras me agarraba con su mano fuertemente por el antebrazo a la altura de mis pechos inmovilizándome, y continuaba dándome besitos por la piel desnuda de mi hombro y de mi cuello, hasta por detrás de la orejas. Mis pechos reaccionaron a sus estímulos y mis pezones comenzaron a marcarse a través de la fina tela de mi camiseta.
.-“Eres tan hermosa” pronunció de su boca al tiempo que su mano que recorría mi pierna se posaba sobre mis intimidades por encima de la tela de mis braguitas. En esos momentos me sentía la mujer más atractiva del paraíso, como Eva invitando a pecar a su Adán.
.-“Yo, estooo, no debería….” negué por tercera y última vez.
.-“Fíjate, estas empapada” dijo nada más poner su mano en mi entrepierna por encima de mis braguitas.
.-“Ummhhh” un tímido suspiro se escapó de mi boca evidenciando mi estado. Fernando aprovechó para colar un dedito por debajo de la tela de mis braguitas. Pudo comprobar que llevaba el pubis rasurado. Se sonrió. Yo cerré los ojos y me abandoné a sus caricias.
La mano que agarraba mi antebrazo se posó encima de mi pecho. Fernando comenzó a sobarme los pechos a la vez que continuaba dándome besitos en el hombro.
.-“Déjate llevar” me susurró en la oreja. Yo eché mi cabeza atrás recostándola sobre la cama, apoyando mi espalda contra la cama acomodándome para dejarme acariciar por el cura. El, adivinando mis intenciones aprovechó para colar un segundo dedo por debajo de la tela de mis braguitas y acariciar mis labios vaginales.
.-“Mírate, lo necesitas” dijo al comprobar mi estado de excitación y humedad en sus manos. Yo cerré mis piernas aprisionando su mano entre mis muslos, pero el se las apañó para separarlas aún más que antes si cabe y apartar a un lado la tela de mis braguitas. Mis intimidades quedaron expuestas ante su vista. Entreabrí los ojos para comprobar que se deleitaba con el momento. Luego recorrió mis labios vaginales arriba y abajo con sus dedos, esparciendo mis propios fluidos. Una vez estuvo todo empapado me introdujo uno de sus dedos.
.-“UUhhm” no pude evitar gemir al notar como su dedo se abría camino en mi interior. Estuvo un rato en el que alternaba estimularme el clítoris con meter y sacar su dedo de mi interior. Yo permanecía con los ojos cerrados dejándome manosear.
En un momento dado giró mi cabeza y me besó en la boca. Fue entonces cuando abrí los ojos para disfrutar del momento. Por fín estaba ocurriendo cuanto había deseado durante todo este tiempo y me negaba a mi misma.
La lengua de Fernando exploraba cada rincón de mi boca. Me besaba con pasión. Se me comía enterita.
Casi a la vez que introducía un segundo dedo en mi interior me bajó la camiseta del todo para poder contemplar mis pechos desnudos. Comenzó a acariciarlos. Los palpaba con una mano como si de amasar pan se tratase.
.-“¿Te gusta?” preguntó haciendo referencia a sus caricias.
.-“Ssiiih” gimoteé con los ojos entrecerrados abandonada a sus toqueteos.
.-“¿Lo estabas deseando?” le gustaba verme sometida a su tortura de placer.
.-“Oh, siih” le respondía gimiendo.
.-“¿Te gustaba provocarme, eh?” preguntó al tiempo que sus dedos se movían en mi interior a un ritmo frenético. Me hizo algo de daño su brusquedad.
.-“Aaah, siiih” chillé próxima a alcanzar un orgasmo.
En ese momento se detuvo. Cesó instantáneamente todas sus maniobras para ponerse en pie. Yo permanecía sentada en el suelo contemplando atónita lo que ocurría. No me explicaba porque se había detenido. ¿Se habría arrepentido?. Unos instantes de tensión se crearon en el ambiente.
Una vez en píe, me miró a los ojos y me dijo:
.-“Ya sabes lo que tienes que hacer” dijo al tiempo que se bajaba la cremallera de su pantalón negro. Lo entendí perfectamente por sus gestos.
¡Quería que se la mamara!!!. Bueno si eso era lo que quería el cura por mi parte no había ningún problema. No es que me apasione el sexo oral, pero tampoco se me da nada mal. Disfruté mirándolo a los ojos mientras le desabrochaba el cinturón del pantalón. Se notaba que estaba esperando ese momento desde hacía mucho tiempo. Me gustó recrearme en deshacerme del botón de su pantalón y bajarle los pantalones. Ahora era yo quien no podía apartar mi vista del bulto que se adivinaba bajo su slip. Me quedé perpleja observando su erección bajo sus calzoncillos.
.-“Vamos, Sara, chúpamela, lo estás deseando” ordenó con su voz.
Reaccioné de mi ensoñación y tiré de su slip hacia abajo a lo largo de sus piernas. Su polla se bamboleó a la altura de mi cara. Me llamó la atención su tamaño, parecía algo mayor que la de mi esposo. La cogí con una mano, me pareció graciosa y bien descapillada, me gustó su taco, pero sobre todo su olor. Hacía tiempo que no me penetraba por la nariz el olor a macho en celo. Quise saborearla. La recorrí de abajo arriba con mi lengua a lo largo de toda su longitud. El cura me cogió de la cabeza por el pelo y me animó a que continuase. Repetí mi gesto una segunda y tercera vez, hasta que no tuve más remedio que introducírmela en la boca. Al principio solo la puntita, aprisionando su prepucio entre mis labios, recorriendo con mi lengua sus pliegues y recovecos, y luego introduciéndomela hasta el fondo, estimulándolo al máximo de placer.
Fernando por su parte me agarraba fuerte del pelo, mientras marcaba el ritmo de mi sube y baja. Hubo un momento en que dejó de mirarme para cerrar los ojos y echar su cabeza hacía atrás, concentrándose en mis estímulos. Decidí rozar mis pechos por sus piernas, momento en que pronunció…
.-“Oh, para Sara, me corroooh” realmente comencé a sentir los pálpitos de su polla en mi boca. No quería que eso terminase de esa manera, así que paré. Saqué su miembro de mi boca y traté de ponerme de pie.
.-“¿Qué haces?” dijo el ahora estupefacto. Yo estaba en pie enfrente de él. Lo empujé sobre la cama. No me fue nada difícil lograr que cayese tumbado boca a arriba sobre la cama, debido en parte a que sus pantalones anudados en los tobillos le impidieron conservar el equilibrio.
Una vez lo tuve como quería tumbado sobe la cama le quité los zapatos y me deshice de su pantalón negro. El permanecía algo ridículo con su notable erección tumbado sobre la cama aún con la camisa puesta y su morboso alzacuellos. Yo de píe junto a la cama me desnudé por completo sin dejar de mirarlo a los ojos, me gustó observar como se relamía contemplando mi cuerpo. Completamente desnuda me senté a horcajadas encima suyo, acomodé con mis propias manos su miembro entre mis piernas y comencé a moverme como una amazona aprisionando su miembro entre mis labios vaginales sin llegar aún a penetrarme.
El cura por su parte se dedicaba a acariciarme las piernas desde las pantorrillas hasta las caderas, a ambos lados de mi culo. De vez en cuando me acariciaba algún pecho. Yo mientras tanto le desabrochaba los botones de su camisa gris, con alguna dificultad debido a la excitación. Cuando finalicé de desabrocharle todos lo botones hizo el ademán de quitarse el mismo la camisa, pero se lo impedí al tiempo que le decía:
.-“Me dá mas morbo así” le dije, y casi al mismo tiempo su miembro se abría paso el sólo sin ayuda penetrándome sin esfuerzo.
.-“Uuuhm” gemí al notar la punta de su polla abriéndose camino en mi interior. Apoyé mis manos sobre su torso y comencé a moverme. El permanecía sin decir nada, se dejaba hacer. Disfrutaba viéndome como me movía. A mi me provocaba mucho gusto.
Me recliné sobre su torso, clavé mis uñas en su espalda al tiempo que mis tetas se rozaban contra su torso buscando más estímulos. Yo estaba próxima al orgasmo. El permanecía impasible viendo como me restregaba contra él y me movía buscando mi propio placer autopenetrándome yo misma con su polla. Le mordí el hombro mientras me corría.
.-“Oooh, si, siiih” ahogaba mis gritos contra su hombro mientras mi cuerpo daba los últimos espasmos  por el orgasmo provocado. Caí agotada contra su cuerpo.
Antes de que pudiera hacer nada me volteó tumbándome boca a bajo sobre la cama. El se puso encima mío, y abriendo mis piernas con las suyas, al mismo tiempo que me sujetaba por las muñecas con una sola mano por encima de mi cabeza, me dijo:
.-“Es mi turno” dijo al tiempo que con su mano libre dirigía su miembro hacía la entrada de mi ano.
No sé porqué en esos momentos me vinieron a la mente las imágenes de Javier enculando a la chiquilla en el bosque. Traté de relajarme y disfrutar.
.-“Seguro que eres virgen por el culo” pronunció el cura como con rabia.
Mi instinto de mujer me hizo pensar que lo que realmente le excitaba era pensar que era virgen por ahí. Traté de seguirle el juego, así que fingí resistirme un poquito:
.-“Noooh, por ahí no” dije al tiempo que una maquiavélica sonrisa se dibujaba en mi cara oculta por el pelo contra el colchón de la cama.
.-“Ya verás te gustará” pronunciaba mi amante con cierta ira.
Lo cierto es que temía que con tanta brusquedad efectivamente me dolería. Es cierto que había practicado con anterioridad el sexo anal, pero siempre con mimo y con cariño, evitando el dolor en la medida posible.
.-“Aaaagh” un grito desgarrador salió de mi boca y se ahogó contra el colchón al notar como su polla se abría paso a través de mi esfínter.
El cura por su parte procedió a moverse con total brusquedad, golpeando sin compasión su pelvis contra mi culo, podía notar el contacto de sus huevos entre mis piernas con cada embestida que me daba. Aquello me excitaba. A pesar de su falta de delicadeza comenzaba a relajarme, sabía que tras el dolor inicial pronto llegaría el placer.
.-“Menudo culito tienes, se nota que eres virgen” pronunció Fernando en mi espalda. Me gustó hacerle creer que estaba logrando su fantasía.
.-“Ohh, siih, nunca me lo han hecho por detrás. Me gustaah, me gusta” gritaba yo para provocarlo.
Arremetió un par de embestidas más, luego su polla comenzó a palpitar en mi interior.  Puede notar como una corriente de líquido caliente resbalaba en mi interior. Mi ano estaba dolorido. Unos bufidos de placer del macho a mi espalda me alertaron de que se daba por terminada la faena.
Antes de que pudiera reaccionar Fernando se puso en pie y dijo:
.-“Te ruego que salgas de mi cuarto. Esto nunca debería haber pasado” pronunció mientras recomponía sus ropas.
Yo no daba crédito a lo que acababa de escuchar, me esperaba algún beso cariñoso y algún cumplido en plan “ha estado genial” y cosas por el estilo. Lo miré airadamente, se debió de dar cuenta.
.-“Te pido por favor me dejes a solas” repitió mientras acomodaba su camisa en el interior de sus pantalones.
Yo recogí mis prendas que yacían en el suelo sin mirarlo siquiera a la cara, y salí de su cuarto lo antes posible encerrándome en mi habitación.
Recuerdo que me tumbé sobre la cama y estuve llorando un rato. Estaba decepcionada, no me esperaba que fuese así, lo había imaginado todo de una manera tan distinta, que era frustrante recordar como había terminado.
Cuando amanecí al día siguiente Fernando ya no estaba. Patricia me contó que lo llamaron de la diócesis y tuvo que salir a uno de los pueblos cercanos a sustituir a un párroco ingresado gravemente de repente y necesitaban la presencia de Fernando. Por suerte quedaban pocos días para terminar los campamentos y regresar a casa.
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Relato erótico: “El pueblo de los placeres 1” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Cuando a sus treinta y cuatro años Luís ganó quince millones de euros en un juego de loterías a nivel europeo, tuvo claro que dejaría su aburrido y mal pagado trabajo de comercial.
Nunca se acostumbró a vivir en la gran ciudad. No estaba hecho para los atascos, ni las muchedumbres del metro, ni los codazos en el autobús. No soportaba ser atracado una media de tres veces al año, y sus pulmones no aguantaban más la contaminación de centenares de miles de coches.
El pueblo de su madre. Siempre lo tuvo en mente y nunca se planteó volver. Sobre la mesa fotografías del pueblo. Encalado en la serranía de Aracena, en la provincia de Huelva. Sus raíces seguían allí, arraigadas como los bellos alcornoques de la dehesa onubense a su tierra.
“comprar una parcela, criar cochinos, construirme una confortable casa en el pueblo. Respirar cada mañana el aire puro. Vivir la vida.”
Su mente volaba, quería emigrar antes que el cuerpo. Hasta le pareció sentir el frescor de la brisa de una mañana de otoño, cuando la sierra de Huelva se inunda de colores rojos, amarillos, dorados y verdes. Compartiendo con la humanidad el escenario de un cuento de hadas.
Dio un golpe en la mesa con el puño cerrado, desordenando las fotos. Luís sonreía, estaba feliz, acababa de tomar la decisión que cambiaría su vida para siempre.
Cuando llegó al pueblo, éste estaba tal y como lo recordaba de niño. Como si se hubiera detenido en el tiempo. Pequeño, unos dos mil habitantes, acogedor. Con cuestas retorcidas que suben a la iglesia; como ramas de árboles ascienden al cielo. Suelo de piedra, siempre humedecido, y casas blancas.
Eligió un viejo caserón en las afueras. Un pequeño sendero le llevaba al pueblo en diez minutos andando. Sin vecinos, o casi, pues tras una curva se levantaba una humilde hilera de cinco casas, una tras otra, más metidas en el bosque.
Ofreció al dueño, que no vivía en ella, una suma razonable de dinero por su vieja y abandonada casa. Contrató un arquitecto que la cambiaría por completo. Por fuera tendría el mismo aspecto rural. Por dentro, se distribuirían trescientos metros cuadrados de hogar, divididos en dos plantas conectadas por ascensor y escaleras de caracol. Parqué de primera calidad, chimenea, bodega en el sótano. Con una amplia terraza desde la que se podía ver la mayor parte del pueblo.
Allí viviría solo y envejecería como siempre quiso hacerlo.
Estuvo un año viviendo en Huelva capital, mientras se construía su casa y contrataba en el pueblo a las personas que necesitaría para sacar adelante su nuevo negocio ganadero. Criaría cochinos y haría jamones de bellota pura. Se compró una enorme parcela llena de alcornoques, encinas, olivos, castaños y jara. Un riachuelo la atravesaba en su parte sur. Y una bella y solemne montaña separaba la zona de criado de ganado, de la fábrica de jamones recién construida y las casas de los trabajadores.
Una vez se hubo instalado y el negocio de la dehesa hubo iniciado su fructífero camino, Luís decidió ir a visitar a su tía abuela Leonor. La cual estaba emocionada por la llegada al pueblo, por todo lo alto, del nieto de su hermana.
Sobre la mesa de una humilde casa de pueblo café y pastas. Leonor y Luís charlando.

¿Y tu madre no se viene al pueblo?
– No, ella de momento sigue en Madrid. Aunque creo que vendrá de vez en cuando, en este pueblo está ahora toda su familia. ¿La tita Ana sigue en Aracena verdad?. ¿conserva su hotel?.
Hotel por llamarlo de alguna manera hijo mío. Nunca tuvo iniciativa empresarial. Se conforma con la estrella de mala muerte que luce en la fachada. Solo cinco habitaciones y baratas. Aunque se les llena, siempre tiene clientes la muy afortunada. Y casi nunca viene a verme, ni siquiera viene al pueblo, este pueblo está muy perdido Luís, me ha alegrado mucho que te hayas venido aquí.

La tita ana es la única hermana de la madre de Luís. Dos años menor que su madre, a sus cincuenta y cuatro años, Ana vivía en el más puro respeto por su difunto marido. El pequeño hotel le ayudaba a tirar adelante en el pueblo de Aracena, situado a una decena de quilómetros del pequeño pueblo donde se narra esta historia. Sola, desde que su última hija, Inés, se fue a hacer las américas con un ingeniero uruguayo.
Luís vio como empezó a caer un pequeño pero continuo chirimiri, a través de la puerta que separaba la sala de estar con el descuidado patio de la casa de su tía-abuela Leonor.
Vaya, parece que otra vez se va a poner a llover. DijoTendrás que acostumbrarte, en esta época del año lo normal es que los días sean así. Peor será cuando el mes que viene entre el invierno, lleva años nevando. Prepárate.

Unos nudillos aporrearon la puerta entreabierta de la casa.

Esa debe ser Tomasa. Dijo Leonor. Le dije que vendrías a verme y tenía ganas de conocerte.

Tomasa entró y dio dos besos a la anciana Leonor. Luego le dio dos besos fuertes a Luís. Luís pensó que Tomasa tendría unos cuarenta y cinco años aproximadamente. Aunque aparentaba alguno más. Era alta y entrada en carnes. Morena y con un bello rostro que empezaba a arrugar por los ojos, frente y labios. No obstante conservaba una mirada lúcida y sana. Tenía los cachetes enrojecidos. Del mismo color del abrigado chaleco que vestía.
A luís le impresionaron los inmensos pechos que ese chaleco albergaba. Como dos ubres de vaca, como dos cántaros como los que había visto en la cocina de su tía. Le gustó esa mujer. Se sintió cómodo con ella durante la charla. Era guapa, divertida y dicharachera. Su cuerpo de hembra regordeta y pechugona, la belleza de su rostro y lo agradable de su compañía; recordó a Luís que aun no había tenido sexo desde que decidió cambiar de vida. De repente deseó probar a aquella mujer, pero el pudor y la prudencia le hacían estar tranquilo.
Pero los planes de Tomasa empezaban a ser diferentes a la prudencia.
– Dime chico, ¿Vinistes al pueblo con tu mujer?
– No, no tengo mujer. Vine solo.
– Vaya, chico. Yo estoy divorciada y sola. Mi marido se largó con una turista alemana, la muy puta vino buscando gente con dinero, y mis hijos están los tres en Sevilla. Pero me va bien. Tengo mi casa y mi tienda. Cuando quieras comprar algo ya sabes, la tienda de Tomasa, la mejor y única tienda del pueblo. Pan, verduras, dulces, carnes, todo para ti cuando quieras. Jajajajajajaja
Su risa sonó exagerada y forzada. Luís le dio las gracias y empezó a barajar la opción de irse antes de que se hiciera de noche y lloviera con más intensidad. Pero Tomasa se adelantó.

En casa tengo una buena morcilla, de pura cepa. Ven que te doy un trozo para que cenes esta noche.

Su casa colindaba con la de Leonor. “Vecinas de toda la vida, aunque en el pueblo todos nos conocemos, todos somos vecinos al fin y al cabo”. Le dijo mientras abría la puerta.
La casa parecía estar anclada en el pasado. Techo de madera y el salón lleno de trofeos de caza disecados. “recuerdos de mi marido, ojalá su cabeza fuera una de esas:” Dijo chillando. Luís se preguntó por qué tenía que chillar.

Tómala mírala que rica. Huele, huele.

Luís se acercó a olerla y se quedó mirando sus pechos sin darse cuenta.

Que pasa joven, te gustan los pechos de la Tomasa eh. Cuando era joven todos los chicos del pueblo y de los pueblos vecinos morían por catarlos. Pero ya ves, el tiempo pasa. Jajajajaja

De nuevo voces y aquella risa desorbitada. Luís se esforzó por soltar una frase amable, quería irse.

Aun estás bien, Tomasa. Y seguro que todavía muchos jóvenes estarían encantados de catarte.
Jajajaja. ¿Tu querrías pasar un buen rato con la Tomasa?.

Esto último lo dijo meneando las tetas con las manos. Lo dijo con tanta facilidad y naturalidad, que Luís sospechó de que se ganara la vida con algo más que la tienda.
Se sintió tentado pero incómodo. Se mostró dudoso e hizo un movimiento de despedida.
Pero Tomasa le tomó por las manos y tiró de él.

Tómalo como un regalo de bienvenida. En este pueblo la vida es muy aburrida. Nadie tiene por qué saberlo y yo no me voy a molestar si no repites. Jajajajajaja.

Luís no sabía que decir, así que no dijo nada. Estaba fuera de juego, se dejó llevar.
Le llevó a una habitación que se encontraba al fondo de otra habitación mayor. “Alcoba, le dijo ella que se llamaba a esa estancia”. La cama era grande y las paredes frías. Encendió una pequeña luz con un sistema de encendido que le pareció primitivo. Lo sentó en la cama y se desvistió de cintura para arriba.
Dos enormes pechos se mostraron ante Luís. Grandes de solemnidad, no como las falsas operaciones de las chicas de ciudad. Grandes, naturales y con unos pezones que no parecían humanos.
Los acarició sin decir nada. Estaba fascinado. Eran cálidos y suaves al tacto. Confortables. Esa mujer le inspiraba una extraña confianza, a pesar de sus voces y sus risas escandalosas.
Tomasa se levantó y se quedó en bragas. Amplias, pero a penas guardaban su gran culo, ni su coño peludo. Luego se sentó a su lado de nuevo agarrándole los pechos.

Vamos nene, cómele los pechos a la tomasa. Prueba el producto de este pueblo.

Luís se acomodó y los lamió. Ella le trataba con cariño, acariciándole el pelo, cada vez más caliente. Él se centró en disfrutar de esos melones. Sabían dulces y seguían siendo suaves a pesar de la dureza formidable que acababan de ganar sendos pezones.
Luís se levantó y se desnudó deprisa. Tomasa se tumbó y se cogió el pelo con una orquilla mientras Luís se desnudaba. Se bajó las bragas y se abrió de piernas, mostrando su peludo coño.
Luís se masturbó un poco para que se le pusiera más dura. Tomasa se incorporó y le ayudó metiéndosela en la boca y haciéndole una mamada estándar. Estaba demasiado caliente, quería que ese chico la follara cuanto antes, llevaba meses sin sexo, hacía meses que no veía una cara nueva por el pueblo.
Cuando se le puso la polla dura Tomasa volvió a tumbarse boca arriba y se abrió mucho de piernas. Luís se colocó sobre ella y le clavó la punta. Ella le rodeó con sus piernas para que no se escapara.
Cuando la metió, Tomasa se estremeció. Notó un agradable calor húmedo envolviendo su pene. Entró con suma facilidad. Pronto empezó a follar con fuerza. Tomasa resistía las envestidas con gemidos constantes y los ojos casi cerrados. “fóllate a la tomasa chico de Madrid”. “Dale placer a la tomasa, cabrón.”. “vamos, folla puto perro, folla fuerte, así eso es, eso es.”
Le mantenía a ralla. Sus piernas no le dejaban escapar y ella cada vez pedía más. Solo se le escuchaba a ella exigir cada vez más y gemir.
Al cabo del rato se pudo librar y se incorporó visiblemente excitado y sudoroso. Masturbándose, para no perder el ritmo, se tumbó a su lado y la abrió de piernas. Ella se ladeó hacía el lado contrario y le dejó accesibilidad levantando mucho la pierna que quedaba encima. Luís se enchufó y empezó a follar de nuevo. A penas metía medio pene en esa postura, pero sentía que el capullo rozaba mejor en ese amplio coño. Le quedaban las nalgas a mano, así que las azotó constantemente.
Bailonas y coloradas nalgas de tomasa.
Cuando sentía que iba a correrse se incorporó de nuevo y se puso de pié en la cama. Señaló su boca.

Quiero correrme ahí. Dijo con voz excitada
Estos chicos de ciudad, que gustos más raros tenéis. JAJAJAJAJAJ.

Ella abrió la boca y luís se la metió. Ella cerró los labios, él empezó a meterla y sacarla. Ella le tenía agarrado fuerte por los huevos, como exprimiendo un fruto que estaba a punto de soltar su zumo. Luís sintió mucho dolor, pero le gustaba.
Tuvo una corrida brutal, tomasa sintió como un flujo pegajoso, caliente y espeso le inundaba la boca. Tragó cuanto pudo, pero no pudo evitar que algo se le cayera por la comisura de sus labios.
Como si no hubiera pasado nada se levantaron y vistieron. Tomasa le dio la morcilla y le despidió en la puerta de su casa. Fuera seguía la constante lluvia fina y era de noche.

Adiós chico de ciudad. Ya sabes donde estoy. Cuando quieras Tomasa, ven y te daré Tomasa.

Luís asintió sin decir nada y se despidió inclinando la cabeza. Se colocó el gorro del chaquetón, se metió las manos en el bolsillo, y se fue pegado a la pared de esa pequeña calle. Camino de su casa en las afueras del pueblo.
Se tomó lo ocurrido como una necesaria canita al aire. Le sentó bien ese polvillo con esa curiosa mujer.
Los días siguientes los dedicó a mover hilos por la zona. Visitó empresas de turismo para incluir su dehesa en un paquete de visitas organizadas. También habló con el alcalde del pueblo para que su negocio, el mejor que tendría esa villa en muchos años, fuera completamente respaldado y apoyado por los que mandaban.
Paseó por toda la zona para conocerla bien y todas las mañanas salía a correr temprano por un sendero de tierra que se adentraba mucho en el bosque, regresando al pueblo por una carretera comarcal mal cuidada.
Poco a poco se fue sintiendo más cómodo y fue conociendo mejor al pueblo. Sus gentes eran reservadas ante los forasteros y tuvo problemas de adaptación pues su presencia siempre resultaba incómoda. A sus espaldas había gente que le defendía por traer dinero al pueblo, en cambio otros avisaban de que no iba a traer nada bueno, poniendo a los vecinos con más prejuicios en contra de Luís.
Para comprar iba a la tienda de Tomasa, la única del pueblo. Ella le despachaba con alegría y a gritos, como en ella era habitual. Siempre le guiñaba un ojo cuando salía de la tienda, y Luís pudo notar que estaba empezando a vestir prendas escotadas para despacharle.
Los días pasaban y su negocio empezaba a tener beneficios. Su capital crecía mientras él apenas salía de su confortable hogar. El Invierno había entrado muy duro, de forma que siempre que no estaba liado con trabajo, o supervisando el trabajo de los empleados en la dehesa, estaba en casa. Navegando por Internet, viendo películas, leyendo, cocinando…..
Cada día pensaba más en Tomasa. El recuerdo de su cama le venía a la mente con calidez. Le apetecía repetir.
Una noche de lluvia, cuando no había un alma en las calles del pueblo, se puso el abrigo y salió caminando hacia su casa.
Las chimeneas del pueblo daban un aroma a leña quemada y el viento frío se llevaba con rapidez el humo de los tejados. El piso estaba muy mojado y, a pesar del chubasquero, llegó empapado a la puerta de la casa de tomasa. ´
Con precaución llamó secamente a la puerta. Miró la puerta de su tía abuela, estaba cerrada. Dio un vistazo alrededor. Todas las casas estaban cerradas y no había nadie.
Llamo otra vez, un poco más fuerte. Miró de nuevo alrededor. Pudo ver una figura quieta tras una ventana de una de las casas de la acera de enfrente. Era una silueta de mujer, pero no podría verle bien la cara. Esa extraña figura le miraba en silencio, ocultada tras la oscuridad de la noche. Su sombra resaltaba sobre la sombra del fondo de su casa.
En ese instante Tomasa abrió la puerta. Cuando vio a Luis sonrió con picardía; sin duda se alegraba de que hubiera ido a repetir.

Hola Luís, pasa chico, que te estás poniendo perdido. ¡Todos repiten con Tomasa!.

Luís entró. Antes de dar el último paso de entrada se giró buscando encontrar de nuevo esa misteriosa figura femenina, pero al mirar de nuevo, ya no estaba.
Una vez dentro se quitó la ropa mojada. Y se arrimó a la chispeante chimenea que Tomasa había encendido poco tiempo antes.

¿A qué se debe el honor de tu visita?. Dijo Tomasa, que vestía un camisón largo y grueso.
Me gustó esa morcilla que me distes. No la tienes en la tienda y he pensado que tal vez pudiera comprarte un buen trozo, si aun te queda.
Por supuesto que me queda, ven conmigo.

Atravesaron el patio interior y llegaron a una caseta llena de jamones, chorizos, morcillas y demás embutidos y quesos. Luís se quedó maravillado.

Aquí tienes todo cuanto quieras. Coge, no te cortes.

Luís se fue hacia ella y le metió mano. Le agarró el culo y las tetas. Ella se dejaba hacer sonriente.

¿uy como has venido no chico?
Quiero un poco más de tomasa.
JAJAJAJAJAJAJA. No hace falta que lo jures cabronazo.

Tras la escandalosa risa y la descomunal voz, dejó caer el camisón, quedándose completamente desnuda. Alta, pechugona, entrada en carnes, y el coño bien peludo. Tremendo cuerpo maduro. Exquisita hembra. Diosa de la serranía.
Luís se desnudó deprisa, estaba ya bien armado. Ella se puso de rodillas y le dio una mamada que a Luís se le antojó excelente. Tras ella, se tumbó sobre una pila de jamones que había en una esquina y se abrió de patas como pudo.

Ven a casa, Luís. Bienvenido, ven con mami.

Follaron como locos. Retozando sobre la pila de jamones. Sus cuerpos acabaron impregnados de grasa.
Probaron muchas posturas. Luís tuvo la suerte de verla pedir polla a cuatro patas. El inmenso culo se abrió mientras ella mordía una pata de jamón para no chillar de dolor.
Tras la gran follada de los jamones, ella preparó un baño de agua caliente en una amplia bañera. Entraron los dos. Tomasa aprovechó la situación para cabalgar un rato sobre Luís. El agua salpicaba por todos lados tras cada sentada de la Tomasa. Y sus pechos bailaban desordenadamente sobre la cara de Luís, el cual aprovechó para comerlos y lamerlos mientras ella se movía con torpeza por la falta de espacio donde dejar caer sus dos inmensos muslos.
Cuando se despidió, Luis recordó la silueta misteriosa que vió en la casa de enfrente justo antes de entrar a ver a Tomasa.

Una pregunta. ¿Quién vive ahí?. Le preguntó señalándole la casa en cuestión.
¿Por qué lo preguntas?. Tomasa parecía incómoda.
Es que antes me pareció ver a alguien mirándome tras la ventana.
Se llama Alba. Tendrá tu edad la chica. Todos dicen que mató a su madre para quedarse con esa casa. Lo cierto es que ella dice que está en una residencia de Cádiz, pero en el pueblo todos saben que hasta que no la mató no paró. Hay quien dice que escondió su cadáver en un pozo que tiene en el patio, y después lo selló con cemento. Ahora vive sola y a penas sale a la calle. A veces se oyen lamentos tras sus paredes. Algunos dicen que es el espíritu de su madre, que la tiene atemorizada. Es una loca, no le hagas caso.

Luís se despidió y se fue camino de su casa, mientras un escalofrío le recorría toda la espalda. ¿Sería el espíritu de la madre quien lo observaba tras la ventana?
Estuvo unos días fuera del pueblo promocionando las oportunidades empresariales y turísticas de su dehesa. Al regresar visitó a sus trabajadores y les dio las buenas noticias que traía. Varias tiendas charcuteras de la capital onubense se habían comprometido a vender sus productos. Desde Sevilla trajo un acuerdo con la junta de Andalucía en la que paquetes de turistas descubrirían cómo viven los cerdos en la dehesa y todo el proceso de elaboración del jamón ibérico de bellota. Además, había invertido una buena suma de dinero en la construcción de cabañas en el extremo norte de la finca, tras la montaña, que iría destinada a turismo rural.
Un día fue a Aracena a ver a su tía Ana y a proponerle negocios.

Vende el hotel y vente a la dehesa. Estoy construyendo una casa y varias cabañas de madera, ideal para el turismo. Tú serás la encargada de llevar esas cabañas. Necesito tu experiencia en hospedaje y nunca te faltará de nada. Te pagaré el 50 % de lo que ganemos con las cabañas, más un sueldo base de mil euros mensuales. Podrás irte cuando quieras si no estás a gusto. En ese caso te ayudaría económicamente para que fueras donde quieras.

Su tía Ana se quedó pensativa. Estaba muy cambiada, pensó Luís. Los años le habían ensanchado las caderas y arrugado un poco el rostro y las manos. Siempre fue una mujer muy guapa y eso es algo que nunca se pierde. Luís valoró mucho su pelo teñido de negro. Su tía Ana se seguía cuidando exactamente igual como la recordaba; cuando pasaba los veranos en el pueblo. Muchas veces fue protagonista de sus pajas adolescentes. Y, en cierto modo, una gran parte de aquella mujer estaba ahí delante de él, bebiendo pensativa el café que acababa de servir. Con el castillo de Aracena al fondo, tras una amplia ventana, con las cortinas corridas.

No me gusta el pueblo. No suelo ir.
No tendrías que ir para casi nada, vivirías en la dehesa. Tendrás una casa llena de comodidades. Mañana mismo la ordenaré construir, a tu gusto.

Se levantó y se asomó a la ventana. De espaldas parecía una mujer mucho más joven. A pesar de las caderas amplias, su cuerpo era delgado y bien cuidado. Luís recordó sus reiteradas pajas pensando en ella. Las recientes experiencias con la extraña Tomasa le habían despertado el apetito sexual que un día tuvo, y que tenía escondido en algún lugar de su interior. Tomasa se lo había despertado y ahora Luís volvía a desear disfrutar de las mujeres; de cuantas más mujeres mejor.
Se levantó y se situó detrás de su tía. Ella sintió su presencia y no se movió, seguía pensativa. Luís se pegó hasta casi posar su paquete en su agrandado y bello trasero. Reposó su mano derecha sobre el hombro derecho de su tía Ana.

Ven conmigo. Me siento solo en el pueblo. Creo que casi todo el mundo me odia. Y no sé por qué.
Yo sí se por qué. Es un pueblo envidioso que odia a los forasteros. Confórmate con que no te hagan la vida imposible.

Luís se acercó un poco más. Percibió la soledad de su tía. Supo entender a aquella mujer, entendió que se conformara con lo poco que le dejaba su negocio. Entendió el aburrimiento de una vida que solo espera que llegue la muerte. Todos los días tendrían que ser iguales, viendo atardecer tras ese castillo. Se preguntó cuanto tiempo hacía que no estaba con un hombre.
Le agarró por la cintura y ahora sí pegó su paquete al trasero. No sabía por qué hacía eso, una fuerza que no controlaba le impulsaba a hacerlo. Como si su alma estuviera dominada por otra alma diferente a la suya.
Su tía suspiro y echó un poco el culo hacia atrás. Luís se lo agarró por las nalgas, restregando su polla crecida bajo el pantalón. Su tía notaba el bulto y se movía para restregar todo su culo por ella. De repente se giró.
Miró lacónica y triste a su sobrino. Le acarició la mejilla.

No me has dicho como está mi hermana. ¿Mamá está bien?. ¿Participará de tu negocio?.
Ella no quiere saber nada de aquí. Solo vendrá de vez en cuando.
Entonces necesitas una madre, alguien que se encargue de ti.

Lo miró con ternura. Y se arrodilló. Llevaba unas faldas marrones largas, con una blusa azul marino. Clásica, como su entorno, como su vida. Acarició el paquete y desabrochó los botones de la bragueta del pantalón vaquero de Luís.
Sacó su polla y la masajeo. Miró a Luís con una mueca inexpresiva. La polla estaba muy erguida. La lamió lentamente mientras la masturbaba.
Luís estaba muy excitado, no lograba entender nada de aquello, pero se dejó llevar.
Ana estuvo un largo rato lamiendo y engullendo la polla del hijo de su hermana, recreándose en cada momento. Al cabo del rato se incorporó y susurró un convincente “fóllame” al oído de su sobrino.
A continuación luís le arrancó la ropa. Le destrozó la camisa y le sacó la falda. Ana se quedó en medias negras y braga y sostén blanco. Le arrancó el sujetador y lelamió las pequeñas y aun elegantes tetas. Ella le empujó sobre el sofá y se quitó las bragas, dejándose las medias puestas; las cuales acababan en la mitad de sus muslos. Bellos muslos, veinteañeros muslos.
Ana se acomodó sobre él. Quedando sus cuerpos muy unidos. El calor del cuerpo femenino que tenía encima, proporcionó a Luís un calor familiar agradable. Ella empezó a moverse y a gemir silenciosamente. Solo se oían los choques de las carnes en cada bajada. La polla entraba y salía del coño de Ana al buen ritmo que ella daba en su movimiento.
Luís se llenó de sus muslos y de su trasero. Lo agarró con firmeza mientras ella aumentaba el ritmo.
Ana se incorporó y se colocó en el sofá como una perrita. Luís se acomodó detrás. Le pasó la mano por el culo y el coño tras haberse escupido en ella. Le pidió la polla con un movimiento insistente de caderas. Él le dio lo que quiso y se la clavo en una follada bestial.
Ana se sentía taladrada por su sobrino. Ahora gemía como una perrilla, medio llorando. Su cuerpo empezaba a desencajarse sobre el sofá mientras Luís la follaba cada vez más encima de ella.
Cuando eyaculó sobre su espalda y culo, Luís se sentó a descansar sobre el sofá. Su tía se levantó y fue a cambiarse. Al volver se sentó al lado de Luís.

Acepto tu propuesta. Trabajaré para ti. Solamente una cosa, me gustaría vivir contigo. Llevo mucho tiempo viviendo sola. Si esperamos a que construyas mi casa puede pasar demasiado tiempo. No aguanto más el ver como se pone el sol tras ese castillo.
Conforme. Te prepararé una habitación. Vendré a recogerte la semana que viene. Pon en venta el hotel. Jamás te verás más atrapada por él.
Gracias sobrino.
Adiós.

Cuando llegó a su casa había una carta sobre la alfombrilla de la puerta de entrada. La abrió y quedó algo estupefacto:
“Cuidado con Tomasa. No es de fiar”.
Miró alrededor, todo estaba en silencio, no había nadie por ningún lado. Meneó la cabeza quitándole importancia. Sería alguien que le habría visto bromear con ella en la tienda. Ya le ha avisado su tía de que intentarían hacerle la vida imposible. Arrugó y tiró el papel; no pensaba hacer caso a una nota cobarde.
Pasaron unos días tranquilos mientras Luís preparaba el traslado de su tía Ana. Se dedicó a intentar ganar simpatías en el pueblo, y alguna consiguió al pagar de forma íntegra la remodelación de una antigua ermita de las afueras. Lo cual permitiría al pueblo retomarse tradicional romería del mes de abril.
En un par de ocasiones hizo uso de Tomasa. Siempre al caer la noche y siempre tomando las suficientes precauciones para no ser descubierto. Se lo pasaba bien con ella y follaban con una agradable compenetración. Los polvos de Tomasa eran directos; no era una mujer que se andase por las ramas. No se entretenía mucho en prolegómenos y no le gustaba alargar mucho la despedida tras saciarse. Era la mejor de las putas. Directa, honesta, precavida, discreta, buena folladora, y gratis. Muchas mujeres deberían aprender de hembras como Tomasa.
Cuando su tía Ana se trasladó Luís estuvo un tiempo sin aparecer por el pueblo. No volvieron a acostarse, ni a hablar del tema. Su única preocupación era que su tía estuviera cómoda y comprobar que tenía las suficientes herramientas para llevar con éxito el negocio de las cabañas de la dehesa. La vida de Ana era ir a la dehesa por la mañana y volver a la casa de Luís al caer la tarde.
Luís le había preparado una habitación en la planta baja de la casa. Ella estaba a gusto y se mostraba ilusionada con su ocupación.
Al cabo de unos días Ana se despertó en mitad de la madrugada, merced a la excitación de un sueño húmedo. Fue a la cocina a beber un poco de agua. Al volver a su habitación se detuvo ante unas de las escaleras que subían a la parte superior de la lujosa vivienda.
“Soy una mujer. Tengo mis necesidades. Necesito Un hombre. No aguanto más.”
Dejó caer el camisón y subió las escaleras desnuda. Entró en la habitación de su sobrino y encendió la luz de la mesilla de noche. El resplandor hizo que Luís despertara. Cuando logró enfocar la vista pudo contemplar a su tía desnuda. Le miraba deseosa.

Hola luís. Había pensado que a penas hemos charlado desde que me mudé. Las obligaciones nos tienen muy separados. Vine aquí a cuidar de ti. Se lo he prometido a tu madre. ¿Puedo entrar en tu cama?

Luís notó como una salvaje erección se acercaba acelerada. Siempre dormía desnudo. Una tremenda verga esperaba a la tía Ana bajo las sábanas, a modo de regalo.

Por supuesto tita Ana, adelante.
Gracias pequeñín.

Ana echó mano al paquete de manera inmediata. Llevándose la agradable sorpresa de sentir la polla enorme de su sobrino, Le sonrío.

Guau, se te ve muy estresado. Y se nota dónde se acumula el estrés. Ahora tu tita va a darte una sesión de relax. Quiero que estés sin estrés, será bueno para nuestro negocio. Tómalo como un servicio extra, en agradecimiento por haberme contratado.

Tras la charla empezó a masturbar a Luís. Mientras su mano se movía de arriba abajo, y de abajo arriba, Ana le dio besitos por el cuello y pechos. Deslizó su lengua de pezón a pezón y de nuevo al cuello.
Continuó masturbándole un poco más. Al cabo del rato se dejo caer hasta los pies de la cama donde inició una mamada a su sobrino. Su lengua recorrió los huevos y las venas marcada del pene de Luís. Ana estaba sedienta, necesitaba más y más. Sentía a esa polla como una especie de tótem. Era más mujer lamiéndola. Sería más mujer clavándosela.
Así que se incorporó y comenzó a cabalgar.

Ummmmmm eso es mi semental. Eres todo un semental. Ummm sí, eso es. ¿Te gusta como te monta tu amazona?
Síii, síiii, eres la mejor amazona.

Pam, pam, pam, pam. Choques de carne, golpes en el culo de Ana, gemidos desproporcionados.
Mientras en la puerta de la casa, una joven de unos treinta años, está sentada abierta de piernas. Tocándose. Excitada por los gemidos de Ana.
Tras tener varios orgasmos, la chica escribe una nota y la deja sobre la alfombrilla de la entrada. A continuación se dirige apresurada a su casa; frente por frente de la casa de Tomasa.
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Café con Sabor a Placer”(POR LEONNELA)

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_Lo siento, murmuré avergonzada
El mesero hizo una venia y se inclinó a recoger los vidrios de la copa, que gracias a mi distraimiento se había estrellado  contra el porcelanato del selecto restaurant Palace.  Juan Carlos, mi esposo, pasó sus dedos por mi mejilla  tratando de restar importancia al incidente; le sonreí y mientras  desdoblaba el periódico, eché un vistazo por encima de su hombro, alcanzando a percibir la discreta seña que me hizo el empleado antes de retirarse.
_Discúlpame un segundo querido, voy…voy a retocarme un poco, mentí
_Como gustes linda, aunque  luces preciosa.
Le di un rápido beso en la mejilla y con cierta curiosidad por la  actitud sigilosa  del camarero me dirigí a los sanitarios; el mesero me alcanzó en el pasillo  y de forma discreta me entregó una nota que guardaba en su camisa.
_Para usted señora, me pidieron que se la entregara con discreción
_Gracias respondí algo extrañada
_Con su permiso.
Una vez que el muchacho se retiró leí la nota, eran unas breves líneas que por lo inesperadas  me arrancaron una sonrisa
“Colega, las circunstancias se ensañan en hacernos coincidir…empiezo a creer  que es obra del destino.
 Antonio Ordoñez.
Instintivamente alcé la vista percatándome que el autor de la misiva se encontraba a escasos pasos pendiente de  mis reacciones, con similar interés al que noté en su mirada cuando coincidimos en el estacionamiento del restaurante.
Me sonrió y se acercó lentamente, con esa peculiar forma de caminar ocultando las manos dentro de  los bolsillos; lucía un atuendo informal que iba de maravilla con su rostro a medio afeitar y el cabello húmedo peinado hacia atrás. Su fisonomía era la un tipo cuaretón de lo más  común, pero su presencia netamente masculina me resultaba atrayente, sobre todo sus ojos negros que se clavaban profundamente en los míos.
_Al menos logré hacerle sonreír murmuró estrechando afectuosamente mi mano.
_Digamos que me causó gracia su curiosa forma de referirse al destino, respondí devolviéndole la sonrisa.
_Honestamente era escéptico con respecto a esos temas, pero usted licenciada, está cambiando mis percepciones; por cierto, hay una historia curiosa tras mis conjeturas añadió en tono místico _ me encantaría contársela mientras tomamos un café.
_Hummm así  que la intención de esta charla es invitarme un café?
_Considerando lo creativo que intento ser debería aceptar mi invitación, sugirió con un guiño de ojo_prometo no defraudarla
_Buen punto, pero me acompaña  mi esposo y no sé si le plazca invitarnos a los dos murmuré con sarcasmo
_Por supuesto, señaló con firmeza_aunque preferiría que el próximo café sea a solas, temo que a su esposo no le agrade charlar sobre …sobre el destino, aclaró con media sonrisa
_Antonio, por lo visto  usted está obsesionado con los temas místicos o  me equivoco?
-Mmmm yo diría más bien  que obsesionado con tomar un café en su compañía
Le regalé otra  sonrisa y una respuesta  que abría una  vaga posibilidad:
_Quizá, quizá en algún momento…
_Perfecto, le parece si nos ponemos de acuerdo y…
_Estem…ya que me ha hablado tanto del destino, sería  justo  dejarlo en sus manos, ya veremos si está en sus designios el tomarnos un café, concluí con cierta coquetería
_Jajaja buena jugada de evasión mi querida Camila, siempre lo hace, pero estoy seguro que el cosmos confabulará a mi favor, así que sigue en pie mi invitación
Le guiñé un ojo por respuesta y opté por despedirme,  Antonio rompió la poca distancia  que nos separaba y se  inclinó a besar mi mejilla, sus labios se posaron cerca de la comisura de mi boca, a su contacto un par de mariposas aletearon en mi estómago, un par de mariposas que pese a mis 38 años, me hicieron despedir nerviosa, nerviosa como una adolescente
Con paso torpe regresé al salón principal, Juan Carlos continuaba leyendo la prensa y dando uno que otro sorbo a su bebida, me senté a su lado intentando disimular la inexplicable emoción que me produjo el encuentro con Antonio
_Demoraste un poco cariño,  sucedió algo?
_No querido, solo saludaba con…con un colega
_De la oficina?
_N-no, en realidad alguien que conocí en el seminario municipal, señalé intentando ser honesta
_ Ahh entiendo, respondió sin darle importancia al asunto y volviendo la vista al periódico continuó_escucha linda esto te va a sorprender…
Mientras Juanca comentaba un par de noticias de la prensa, no pude evitar distraerme pensando en mi colega, reviviendo la sensación de aquellos labios prohibidos  cerca de los míos, el picor de su fina barba, el olor de su cuello; sé que hubiera bastado un sutil movimiento para sentir la carnosidad de su boca, su tibieza, su humedad. Dos segundos más hubieran sido suficientes para romper los pocos centímetros que nos separaban, lo anhelaba, lo deseaba, pero me contuve ante  un camino que quizá por haber sido siempre  fiel, me atemorizaba explorar.
Con Juan Carlos, mi esposo, llevaba una vida estable. Le conocí en mi época universitaria, cuando cursaba licenciatura contable, en ese entonces él  gerenciaba una empresa productora con la que mi facultad  mantenía un convenio de prácticas estudiantiles, por lo que me desempeñé como asistente en su departamento contable.
 Además de atractivo siempre fue un tipo fascinante, un hombre  maduro capaz de cautivar con sus atenciones, mientras que yo era una chiquilla ansiosa de comerme el mundo. Nos relacionamos y más pronto que tarde terminamos enamorándonos. Contra todo pronóstico, una relación que aparentemente no pasaría de una aventura, terminó formalizándose bajo la ley.
 Formamos un matrimonio, procreamos un hijo cimentando una relación sólida. Es cierto que con los años  la pasión se nos fue esfumando, pero a cambio había germinado un amor genuino basado en el cariño y el compañerismo. Honestamente durante mucho tiempo no creí necesitar nada más para ser feliz.
  Lastimosamente mis conceptos poco a poco fueron resquebrajándose, las rutinas se instalaron en casa, las ocupaciones tomaron posesión de nuestro tiempo, nuestras vidas se volvieron grises  y empecé a cuestionar el verdadero sentido de ser mujer. Pese al cariño algo había cambiado, algo intangible nos distanciaba; reconocía en mí  una necesidad profunda de sentirme viva…de quemar…de experimentar….
 Creo que el error fue no hablar de eso con mi pareja, intuyo que a él le sucedía lo mismo pero ninguno dio pie a abordar el tema, supongo que como la mayoría de parejas asumíamos que eran etapas normales del matrimonio,  sin darnos cuenta que estábamos boicoteando nuestra intimidad.
 Precisamente en aquella época de cuestionamientos conocí a Antonio, un hombre de mundo, cautivante a rabiar pese a no ser tan atractivo; compartimos un seminario de proyectos comunales por espacio de un par de meses en los que tuvimos la oportunidad de relacionarnos. Al término de la pasantía coincidimos en uno que otro lugar, pero de alguna forma siempre procuré mantener la distancia  porque estaba consiente que era un hombre peligroso, peligroso para mis emociones ya que encarnaba la tentación de todo lo prohibido.
 Siendo casi un extraño estremecía mi vida, despertaba sensaciones en mi cuerpo, deseo entre mis muslos y aunque la infidelidad física no se había consumado me sentía confundida, incluso culpable porque mi esposo era un  gran hombre, que confiaba en mi a todas luces y no quería lastimarle, pero igual que la insensata mariposa que se siente fascinada por el fuego, disfrutaba el riesgo, creyendo que fácilmente podría  huir sin quemarme las alas…craso error.
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La centenaria avenida Mireli  lucía bullanguera, el parque histórico otrora desolado albergaba decenas de personas que pululaban por las carpas instaladas para la feria del libro. Aquella mañana salí de casa, con el ánimo de zambullirme en mi mundo de obras; había pasado un par de horas entre estantes curioseando portadas, deambulando de un lado a otro hasta que el cansancio empezó a hacer mella y decidí  aventurarme a buscar un refugio donde tomar un café.
Caminé un par de cuadras sin encontrar un lugar disponible, pues los locales estaban a reventar debido a la magnitud del evento. Con la idea de descansar un poco para luego continuar curioseando, opté por cruzar la avenida hacia la plaza donde silletas a la sombra de arbustos permitían tomar un respiro.
Apenas me había encaminado, cuando escuché a mis espaldas una voz familiar:
_Confirmado!! el cosmos está de mi lado
Un brincoteo de mi corazón me hizo voltear intuyendo de quien se trataba .No me equivocaba, a un par de metros con paso firme y semblante risueño se aproximaba Antonio, traía como de costumbre la barba a medio afeitar, el cabello húmedo y las manos dentro de los bolsillos.
Nuestras miradas como siempre se engancharon, pero intentando disimular mi emoción con cierta indiferencia comenté:
_La ciudad es chica colega, no resulta  difícil coincidir
_Nada de coincidencias mi estimada Camila, entérese que he movido unas cuantas fichas y el destino me ha ayudado con otras respondió con su acostumbrado tono intrigante
_Hummm así que ahora pretende despertar mi curiosidad
_Entre otras cosas, señaló desviando la mirada a la cadenilla de plata que caía en el discreto escote de mi blusa. Instantáneamente sentí el poder de su mirada sobre mis senos y para su satisfacción se abultaron mis pezones. Sonrió notando mi descontrol,  pero discretamente  retiró la vista y continúo comentando
 _Permítame le explico. La verdad es que vine con la absoluta intención de encontrarla. Sé que ama los libros, así que era muy probable que usted visitara la Feria, lo que ni remotamente podía intuir es la hora de su llegada y para sorpresa mía le vi cruzar la avenida  breves momentos después que yo aparcara mi automóvil y optara por tomar esta ruta, así que considero que hice mi parte visitando la feria y el destino la suya permitiéndome encontrarla
_Mmmm veo que le gusta sacar conjeturas algo extrañas respondí sonriente
_En realidad lo que me gusta es verla sonreír murmuró bajando la vista a mi boca_sus labios roban absolutamente la atención cuando lo hace
Volví a sonreí esta vez con  nerviosísimo. Sin mayor esfuerzo lograba confundirme, debilitarme, desarmarme; él lo sabía y tomaba ventaja de ello.
Sí, justamente así Camila… como lo hace ahora… usted… me vuelve tan vulnerable…
Me mordí el labio excitada  quería que la sangre fluyera para calmar mi ansiedad o al menos tener fuerzas para evitar su cercanía. Con torpeza retrocedí un paso y casi sin saber que decir pregunté:
_ A..Antonio,  conoce una cafetería por aquí? es que…buscaba una, pero en esta cuadra todo está a reventar
_ Usted me invita un café???? Preguntó exagerando graciosamente los gestos_ definitivamente el cosmos está de mi lado
_Jaja hombre no sea exagerado, la mañana está fresca y se me apetece uno
_Camila hace cuanto no toma un café de chuspa? pero ojo, el tradicional de las abuelas
_Hace mucho, casi solo se lo encuentra en provincia
_Pues en mi cocina nunca falta el grano recién molido, la chuspa, y hasta las tortillas de tiesto; ventajas de visitar con frecuencia la finca del abuelo añadió con un guiño
_Pues por mi parte ya casi he olvidado las campiñas, el aroma del café invadiendo las cocinas de barro, las charlas familiares junto a la fogata..
_Quizá algún fin de semana pueda acompañarme al campo Camila, creo que lo disfrutaría mucho. Por ahora le invito un café de chuspa, seria delicioso tomarlo mientras revisamos las obras que ha comprado, incluso quizá le interese curiosear en mi biblioteca o simplemente charlar…
. Estaba consciente que aquella  invitación implicaba un riesgo, el riesgo de estar a solas; el café era una excusa, los libros también; aun así, como la insensata mariposa que disfruta el peligro quise volver a aletear cerca del fuego…
&&&&&
El café recién preparado aromaba la biblioteca. Dos tacitas en una mesa de centro, unos cuantos libros regados en el tapete, mi cartera en el sofá y mis tacones junto a sus zapatos…
Nunca habíamos compartido tan íntimamente, mis dudas las dejé en las escalinatas del departamento permitiéndome disfrutar del momento sin cuestionarme nada, lo necesitaba, lo merecía.  Las risas y confidencias poco a poco se redujeron a un encuentro de miradas  donde nada quedaba oculto, el deseo estaba a flor de piel y parecía no haber escapatoria posible.
Me enfrentaba a dos caminos, agarrar mi cartera y  huir  o dejarme llevar y terminar en su cama, así de simple, así de real. Lastimosamente yo continuaba indecisa, no tenía fuerzas para escapar ni la suficiente decisión para  desatar mis instintos, nada estaba dicho, todo o nada podía suceder.
Me recliné en el sofá consciente de que la falda de gasa ocre, subiría unos cuantos centímetros por encima de mis rodillas, dejando que mis muslos morenos con distraídos movimientos captaran su atención.  Su mirada inquieta deambulaba, de mis pupilas a su taza de café y de su café a la abertura de mi falda haciéndome disfrutar del poder de sentirme deseada, un poder que en mi casa y en mi cama hace mucho había pasado a segundo plano.
Mientras revisábamos uno de los  libros  me incliné ligeramente hacia adelante, dando lugar a una perspectiva más profunda de mi escote, el dije de la cadenilla de plata bamboleaba entre mis senos, logrando que su vista se distrajera en la marcada redondez de unos pechos que aún se conservaban bonitos.
La fina  tela de la blusa  permitía  ver la sombra del encaje del brasier que a su vez transparentaba mis inquietos pezones, prueba irrefutable de mi propia debilidad  ante su juego de miradas. Quizá solo era cuestión de tiempo o de tacto, para que aquel broche  del corpiño se abriera o el cierra de la falda bajara…
 Un inquietante calorcito me tenía con las mejillas sonrosadas, con los labios trémulos y las mariposas aleteando ya no solo en mi estómago sino también entre mis muslos. Sé que la reacción de otro hombre al intuir mi excitación probablemente hubiera sido  abalanzarse sobre mí,  pero Antonio parecía ser del tipo de hombre que hacía de la paciencia su mayor fortaleza; después de todo, las cosas caen por su propio peso y la piel se desnuda por sus propias ganas.
Su presencia tampoco me resultaba indiferente, más de una vez, abandoné las hojas del libro que curioseaba, para posar mis ojos  en sus labios carnosos,  en sus manos grandes cálidas al contacto,  en el vello oscuro  que asomaba entre la abertura de su camisa y en un par de ocasiones casi sin darme cuenta,  terminé con la mirada  fija en el bulto que se formaba en su entrepierna, una erección que sin duda era yo quien la  provocaba.
Hubo un momento en que al retirar la vista de aquel sexo endurecido me encontré de lleno con sus ojazos negros, cobardemente intenté rehuí su mirada, pero él me sujetó de la barbilla impidiéndolo y contrario a todo lo esperado tomó mi mano colocándola en su bragueta
Usted la pone así…dura….dura,  sin necesidad de hacer nada…
Aquellas palabras terminaron de encenderme; dejé mi mano sobre su miembro  sintiendo su palpitar, su calor, su necesidad de refugio;  con un pequeño apretón le transmití todas mis ganas de hacerla mía, de saborearla, de hundírmela hasta lo más profundo pero presa aún de mis inseguridades  titubeando pregunté
A-Antonio quiere  m-más.. mas….café?
La pregunta era realmente estúpida en un momento como ese, imperdonable hasta para una colegiala,  pero lejos de contrariarse, sonrió divertido
Café ahora? Jajaja dudo que pudiera ser más oportuna, hasta me parece una idea estupenda acotó graciosamente
Me sonrojé un poco por mi idiotez y con cierto nerviosismo me dirigí a la cocina
Ok, se..se lo traigo ahora mismo…
No huía o tal vez sí, lo cierto es que necesitaba un minuto de aire y  un momento de lucidez que me permitiera recobrar el control; no era fácil para mi estando casada tener cerca a un hombre que despertaba toda mi carnalidad, tampoco era fácil traicionar a un esposo bueno,  ni  ceder  a  mis ganas  aunque tuviera el sexo inundado…
_Mierda!!! Debe estar riéndose de mí, proferí  mientras servía un par de tazas de café. Aún no las había endulzado cuando escuché los pasos de Antonio a mi espalda
_Nunca me reiría de usted Camila, todo tiene su momento y quizá este no era el nuestro murmuró abrazándome por la espalda
 _Es que usted no entiende…
_Entiendo más de lo que cree,  me desea pero aún se siente insegura
_No sé qué  demonios le hace pensar que  yo…
_No meta a los demonios en esto Camila, esto es cosa de los dos, susurró subiendo las manos por mi abdomen hasta rozar mis senos disimuladamente
La suave caricia me estremeció de pies a cabeza, sentir la tibieza de sus palmas y el calor que emanaban nuestros cuerpos me debilitaba; hace mucho no me estremecía otra piel, ni deseaba tanto las caricias de nadie…
Mis luchas internas de pronto se vieron avasalladas por sensaciones que me empujaban al placer, a una búsqueda por  satisfacer mis instintos, por gozar…por aullar …por follar…
_Ahhhh …u-usted es un… ahhh..
_ Lo que quieras Camila… soy lo que quieras, mientras me dejes gozar de tus senos… los tienes deliciosos, me pasaría horas acariciándolos
_Ahhh Antonio…
Sus yemas estimulaban mis pezones hasta hacerlos crecer desmesuradamente, intercalando movimientos suaves con tirones enérgicos; excitada  le di más libertad para  que introdujera sus manos dentro de la ropa. y en breves momentos con pasmosa  habilidad zafó los botones de la blusa y los broches del sujetador. El placer era inigualable, sus manos ascendían desde mi abdomen hasta mis senos arrancándome gemidos que se confundían con sus susurros entrecortados…
_Camila…que tetas mujer!!! que tetas….
_Sigue Antonio sigue…
_Ahhh Cami al fin son mías, que  ganas que tenía de manoseártelas…
Ya no pensaba en nada, solo disfrutaba de sus caricias, del deseo encerrado en sus palabras, de sus labios sobre mis hombros, de su pelvis restregándose en mi trasero, de su miembro punteando mis nalgas…
Me di vuelta y le abracé del cuello,  Antonio respondió acariciando mi cabello y buscando mis labios  con desesperación; los besos eran intensos, cargados de deseo, de ganas reprimidas; con el ardor propio de los amantes que se permiten disfrutar de caricias prohibidas,  de cuerpos ajenos,  de fluidos distintos…
Nos comimos a besos permitiendo que nuestras lenguas exploraran nuestras cavidades, dejando que la saliva suavizara los labios  y fluyera de boca a boca como preludio del momento al que ambos queríamos llegar. Recorrió sin prisas desde mi clavícula hasta mi ombligo para volver a ascender en busca de mis pechos….
Con suavidad  me tomó de la cintura sentándome en el filo del mesón, ansiosa separé los muslos para que tuviera acceso a mi cuerpo y arqueando la espada hacia atrás le ofrecí mis senos; era deliciosa la sensación de aquellos labios carnosos succionándome, aquella boca abriéndose para chupar sin cansancio y aquellas manos que sabían muy bien que hacer para excitarme más.
En cuestión de minutos mi falda  quedo enrollada en mi cintura  quedándome  prácticamente  desnuda ,solo con un biquini que trasparentaba las escasas pelusas que solía dejar en mi pubis; me sentía húmeda y sabía lo que venía, pues Antonio parecía disfrutar anticipándomelo :
_Hummm Cami…mira nada más como has mojado la tanguita…me provoca hacértela a un lado y darte lengua
_Ahhh Antonio…uffff
_Lo quieres o no? Vamos mujer ábrete y demuéstrame lo que quieres
_Antonio Ordoñez deja de jugar conmigo y cómeme de una vez  que me muero de ganas!!!
_Mmmm así me gusta verte amor, caliente y pidiendo tranca
Colocó su cabeza entre mis piernas aspirando el olor a coño mojado, estremeciéndome con la sensación de su lengua entre mis ingles, y haciéndome gemir cada vez que  me apretaba el trasero. Me arrebató la tanguita y sin compasión se abalanzó sobre mi sexo saboreando mis fluidos. La suavidad de mis labios depilados me permitían sentir la frescura de su saliva, los soplidos tibios sobre mi clítoris y la inminente entrada y salida de sus dedos en mi orificio, todas eran sensaciones nuevas porque estaban cargadas del morbo de lo prohibido.
Gemido tras gemido, sacudida tras sacudida, me hacían ir del cielo al infierno al ritmo de las embestidas de sus dedos, ya no resistía más, en el centro de mi cuerpo se formaba un remolino de sensaciones que amenazaban con la imperiosa  llegada de un orgasmo,  levanté mis caderas empujándolas contra su boca  pero él se apartó y abriéndose el pantalón susurró:
_No se te antoja correrte con esto dentro? Ven, ven Cami para que te la midas completa
_Salté de la mesón y me apretujé contra su cuerpo buscando una posición que permitiera la penetración, pero tomándome de la mano me condujo hacia su habitación…
_Ves esa cama Camila? Preguntó acariciándome las nalgas_Ahí es donde he fantaseado infinidad de veces contigo, me la he jalado duro pensando en ti…
_También yo Antonio también yo he fantaseado contigo
_Como me imaginabas amor? Dándote tranca?
_Cogiéndome Antonio, cogiéndome  duro..muy duro…
_Qué rico amor, que rico, muero por hundírtela, susurró mordiendo mi oreja
_ La quiero toda!!! Gemí apretando sus testículos la quiero completa!!
_Ponte en cuatro Camila así es como te soñaba, quiero deleitarme mirándote antes de clavártela..
Le empujé contra la pared, di  vuelta y  sensualmente me solté la  melena, despacio muy despacio bajé los últimos centímetros del cierre de la falda que aún estaba atrapada en mi cintura quedándome en total desnudez…
_Esto es lo que querías ver Antonio? Pregunté inclinándome en el filo de la cama
_Ohhhh Camila….
_Así está mejor? Volví a preguntar ubicando las rodillas en el colchón, de forma que mi cuerpo al tomar la posición en cuatro mostraba todo mi sexo
_Camila carajo!!! Eres una verdadera delicia…
_O quizá así?  Pregunté elevando el cuerpo de forma provocativa
_Ohhhh cosita, mira como me la pones!!!  La vas  a hacer reventar…
Satisfecha al oír sus gemidos giré; sus pupilas brillaban de deseo y su sexo pedía guerra;  inmediatamente se abrió los botones de la camisa y se bajó los pantalones…
Caímos en la cama fundiéndonos en un beso desesperado, chupándonos, explorándonos a conciencia; ya no había vuelta atrás, el deseo se imponía a la razón. Decidida a tomar la iniciativa me deslicé por su cuello, dejado rastros de mi saliva en su pecho que extendí hasta la profundidad de su vientre. donde airosa se levantaba su tranca.
Sin prisas me introduje su glande y con un constante jugueteo en la extensión de su miembro le arranqué varios gemidos; subía y bajaba aumentando y disminuyendo el ritmo, lo que provocaba que su sexo se endureciera a tope. La insistencia con la que me desplazaba ocasionaba que algunos hilillos de saliva se desparramaran por mis comisuras suavizando la chupada. A momentos por el cansancio de mis maxilares  tomaba un respiro, pero lejos de retirarme embestía con más fuerza.
Luchado contra su propia naturaleza o más bien con su necesidad de correrse en mi boca, me sujetó de la cabeza en un intento vano de recobrar el aliento, sin embargo, a los pocos segundos con movimientos rápidos de cadera  hundió  su miembro en mi boca con verdadera saña
Continué con el oral, a cada lamida propiciada respondía con un jadeo y a cada succión con un gemido, era cuestión de breves  instantes para que su blanca esencia terminara en mi garganta, pero negándose a su propio placer ,me dio vuelta quedando sobre mí
Esta vez sus labios se concentraron en mi cuerpo, siguiendo la ruta de los hombros hacia los pechos, de los pezones hacia el ombligo y del vientre en caída limpia hacia mi sexo, un sexo cuya humedad permitía que jugueteara con los dedos. Hábilmente succionó  mis pliegues, a la vez que estimulaba con ritmo el capuchón de mi clítoris, con constancia, con sabiduría, y cuando estuve a punto de alcanzar u orgasmo levantó mis muslos por encima de sus hombros  enterrándome a profundidad su armamento.
El contraste de las sensaciones en mi piel, la promiscuidad de los besos y lo certero de la clavada desencadenó un orgasmo intenso que me robó gran parte del aliento. Abierta de piernas a más no poder, recibí estocada tras estocada sin poder más que gemir  entregándome completamente al placer
Un hábil movimiento de mis piernas engarfiándose en sus caderas permitió un acoplamiento rítmico que facilitaba la entrada y salida de su miembro en mis entrañas, sin descaso, sin compasión; ya no hacíamos el amor, follábamos, con palabras duras, duras como su verga y calientes, calientes como mi coño.
Su rostro era la viva imagen del placer, los ojos entrecerrados, los maxilares apretados, esperado tan solo el desenlace, pero yo no estaba dispuesta a dar término de forma pasiva, así que le empujé contra la cama y me senté sobre él. Co ritmo lento me la introduje, balaceado las caderas, subiendo y  bajando, aflojado y ajustado, en total sintonía con mis ganas. En cuestión de segundos acelere los movimientos volviéndolos profundos y precisos mientras que  Antonio levantó las caderas con violencia; no necesitábamos más, los espasmos y los gemidos eran prueba de casi simultáneamente habíamos alcanzado la gloria…
Terminamos envueltos entre sábanas,  ya no olía a café ni se respiraba a ganas, nuestros cuerpos hambrientos se habían saciado y el inmenso placer era reemplazado por besos dulces. Todo era casi perfecto,  pero las sombras de la culpa no tardaron en llegar y en el m momento menos esperado  me trajeron la imagen de mi esposo,  su cabello gris, su rostro sereno y sus ojos dulces; aquellos ojos dulces que aunque ya no despertaban una pasión arrolladora, era los que veía en cada amanecer…
Antonio ajeno a mis pensamientos, me abrazó con ternura como si quisiera alargar el momento
_Eres preciosa Camila, este es el mejor café que he compartido en mi vida
 _Y probablemente… el último conmigo  respondí con melancolía
-No mi niña, no digas eso, murmuró besando mi frente,   conseguiré que el destino juegue mi favor.. .
Sonreí con tristeza. Antonio no se dio cuenta que voltee el rostro para que no viera un par de lágrima que  rodaron por mis mejillas, ni comprendió porqué  pese a la llovizna, precipitadamente tomé mi ropa para marcharme; no  podía  explicarle que irónicamente me sentía  triste y  feliz, mucho menos confiarle, que el hombre con el que había compartido  mi vida durante años, aquel al que nunca hubiera querido  herir, después de hacer el amor también solía decirme : mi niña…
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Relato erótico: “El pueblo de los placeres 2” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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El cantar de los pájaros y los primeros rayos de sol despertaron a Luís. Se giró, a su lado dormía su tía. Se levantó con cuidado y la dejó tapada con el abrigado edredón nórdico. Estaba desnuda y el frío crecía por días en ese recién estrenado invierno.
Mientras desayunaba conectó su portátil. Consultó la meteorología: mínimas de menos cuatro grados y máximas de diez en toda la sierra de Huelva. Despejado.
Apuró el desayuno y se preparó para ir a correr. Al salir topó con una nueva nota sobre la alfombrilla exterior de la entrada a su casa. La cogió y la leyó. Tras leerla la sopesó. “mismo papel y mismo tipo de letra que la nota anterior”. Volvió a leerla.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo.”
Esta vez se la guardó en el bolsillo del chándal. Cerró la cremallera, se ajustó el gorro, se colocó los auriculares y encendió su mp4.
Se adentró en el bosque oyendo su ópera favorita, “La flauta mágica”, de Mozart.. Los árboles iban quedando atrás con la misma elegancia con que la música deleitaba sus oídos. Todo era paz y armonía.
Al finalizar la sinfonía, Luís inició el camino de vuelta. Pero antes de colocarla de nuevo oyó el relinchar de un caballo justo antes de apretar el botón.
Se quitó los cascos y miró alrededor. No había ningún caballo. Solo el bosque y los húmedos matorrales. Con el cantar de mil pájaros como hilo musical. Cuando volvió a colocarse los auriculares, de nuevo un relincho. En esta ocasión pudo orientarse y se dirigió al lugar desde el que entendía que llegaba el sonido.
Avanzó a través de unos matorrales y pudo verlo. En un pequeño claro, protegido por rocas, matorrales y la espesa arboleda, estaba el animal. Se trataba de un precioso caballo andaluz color marrón oscuro, con una elegante melena negra, del mismo color que su amplia cola.
Cuando se empezaba a preguntar qué hacía ese caballo ahí solo, éste volvió a relinchar y se puso de lado. Entonces pudo verla.
Arrodillada en el suelo una mujer agarraba la tranca del animal, meneándosela de arriba abajo. La otra mano le acariciaba el lomo, pretendiendo calmarlo. Luís se fijó en la enorme polla. Descolgaba hasta casi rozar el suelo y tenía un diámetro más que respetable. Aquella mujer le resultaba familiar, a pesar que el caballo se interponía en su visión.
En un momento dado, la mujer se agachó más colocándose justo bajo el caballo; en un momento en el que el animal aguardaba quieto el siguiente paso. “Buen chico”. La voz no le dejó ninguna duda. Cuando esa mujer agachó la cabeza y se metió la tranca del caballo en la boca Luís por fin pudo verla. Era Tomasa.
Tuvo la tentación de correr, pero una morbosa curiosidad hizo que se escondiera un poco más para ver aquella escena.
Tomasa lamía y masturbaba con una viciosa velocidad. Al cabo del rato se levantó y acarició con calma el pelaje del precioso caballo. Luego miró alrededor para comprobar que seguían solos. Luís se tuvo que agachar más para no ser descubierto. De nuevo se levantó un poco para poder ver. Ahora Tomasa estaba desnuda de cintura para abajo. De pié con las piernas abiertas, dándole la espalda al caballo. Se giró y le agarró la tranca; sin soltarla volvió a darse la vuelta y la colocó en su coño. Luís frunció el ceño en señal de dolor. “su coño es grande, pero no tanto”.
A Luís le sorprendió la facilidad con la que el caballo se dejaba hacer. Tomasa se lamió las manos y se frotó el sexo, sin soltar el rabo. Luego se echó un poco hacia delante sin llegar a agacharse del todo. Puso una mano en el suelo para no perder el equilibrio y dejó la polla del animal en la entrada de su coño. Se la mantenía agarrada mientras se movía como pidiéndole que pusiera un poco de su parte. Hasta que el animal, en un movimiento cuidadoso, la metió un poco.
El grito de Tomasa fue desgarrador, pero su cara reflejaba todo el vicio que podría reflejar cualquier rostro humano. Aunque Luís empezaba a dudar que aquella hembra grande y chillona fuera verdaderamente humana.
Tomasa soltó la tranca, y esta se quedó clavada. Y empezó a moverse hacia atrás y hacia delante. El caballo no se movía, se dejaba hacer. Luís contemplo atónito como la mujer, en sus movimientos enculadores, cada vez abarcaba más rabo dentro de su coño. Hasta casi la mitad logró meterse una y otra vez.
Sus gemidos eran atronadores y Luís no pudo soportar ver aquella escena durante más tiempo. Con indignación, y sobre todo con una alta excitación, retrocedió con cuidado para volver al camino que le llevaba a su casa.
Pero pisó una rama seca. El crujido hizo que se quedara paralizado. Tomasa se detuvo en seco, avergonzada y alarmada.
-¿Quién anda ahí?
No lograba ver a nadie. En ese momento Luís salió corriendo. Tomasa pudo ver la figura de una persona corriendo. No pudo verle la cara pues se la tapaba el gorro de un chándal.
Avergonzada se levantó y se vistió apresuradamente. Corrió por el camino hacia el pueblo. Medio lloriqueaba y estaba acalorada. Se sentía cachonda y aturdida. Aun conservaba en su boca el sabor del caballo. Y bajo sus bragas su coño palpitaba escocido, muy abierto, cerrándose poco a poco.
Luís entró en su casa y se fue directamente a la ventana de su despacho, en la planta superior. Por el camino se cruzó con la tía Ana, a la cual saludó sin echar cuenta a algo que le dijo.
Se encerró y miró el pueblo a través de la ventana de su despacho, la cual permitía su vista parcial.
“Qué clase de pueblo es este”. “qué clase de gente vive aquí”. “Está maldito”.
Este último pensamiento lo tuvo mirando a un cuervo sobrevolar un pequeño peral, antes de posarse en una de sus ramas más altas, cara al pueblo.
El pueblo le devolvía la mirada en silencio. Había algo que atraía a Luís en aquellas casas y no sabía el qué. Tal vez se habría encaprichado de Tomasa, aunque no estaba del todo seguro de ser eso lo que sintiese. La escena del caballo le había repugnado tanto como excitado. Pero se obligó a intentar olvidarla; se obligó a hacer prevalecer en su cerebro la mitad de repugnancia, olvidando la otra mitad de excitación. Le iba a costar olvidarse de aquella enigmática mujer.
Por otra parte están las notas. Una de ellas recomendándole precaución con Tomasa. Debe ser alguien del pueblo que sabe que se han acostado, no habría más solución. Por primera vez tomó en consideración esa primera nota. ¿Quién le podría haber avisado?, y lo que es más importante, ¿Por qué lo habría hecho?. Sin duda era alguien que intentaba advertirle de algo; o en cambio podría ser alguien que intentaba que se alejara de ella, por celos o lo que fuese. O alguien que solo quería tocarles las narices. Se acordó del la advertencia de su tía.
Sacó la segunda nota y la releyó.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo”.
La letra parecía de mujer. ¿Podría haber sido su tía abuela Leonor?. En seguida se quitó esa idea de la cabeza; la pobre vieja es demasiado mayor como para salir de casa. Además cree recordar que es medio analfabeta y casi no sabe escribir. Y menos aun esas letras tan grandes y bien definidas.
Entonces pensó en la sombra que le espió desde la ventana frente a la casa de Tomasa. Alba, ese nombre le había dado. Es la única persona que le había visto entrar en casa de su enigmática amante. Recordó la incomodidad que adoptó Tomasa cuando le preguntó por ella. Recordó la historia de su madre muerta y del fantasma que le hacía la vida imposible.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo”.
Sin duda debía ser ella. Pero, ¿por qué?, ¿Quién era realmente esa mujer?. ¿Por qué le ha advertido sobre Tomasa?.
Sumido en sus pensamientos se le fue media mañana. Salió para hacer café, Ana ya no estaba; ni siquiera la había escuchado despedirse.
Al acabar el café concluyó que necesitaba desconectar un poco. Decidió irse unos días a Madrid a visitar a su madre, con la idea de ampliar clientela en la capital de España. Preparó la maleta y arrancó su BMW azul de última generación.
Antes se pasó por la dehesa para comunicárselo a Ana y a los demás encargados.

¿Cuándo volverás?.

Dijo Ana casi sin voz y con mala cara.

Serán solo unos días. Te llamaré. Te quedarás a cargo de la casa y el negocio.
No me hace gracia quedarme sola. Es por el pueblo…..
¿Qué le ocurre al pueblo?.

Ana vaciló un instante. Luego se acercó y abrazó a su sobrino. Ladeó un poco su cabeza y le susurró al oído:

Me da miedo.

Luís se separó y rió nervioso.

Tonterías. Volveré en unos días. Hasta pronto.

No hubo más palabras. Ana pudo oír al coche de Luís rugir entre los árboles del bosque, sintiendo como se alejaba. A medida que el motor sonaba más lejano, más crecía el miedo en su interior. El vacío se apoderaba de su alma, y como si el diablo mandase en ella, una excitación sobrenatural la hizo presa. La misma excitación incomprensible que la obligó a abandonar el pueblo. Su coño empezó a palpitar como si fuera el corazón de la tierra que pisaba.
Se sentó y se obligó a serenarse. No podría controlar qué pasaría en esos días. No podía creer que otra vez sintiese eso. “Otra vez no, por favor. Tan pronto no”.
Al caer la tarde Ana se dirigió a su despacho en una de las cabañas. Allí rebuscó en el listado de trabajadores y encontró a la chica que le había parecido ver días antes saliendo de la cocina. Cogió el teléfono y la llamó.

¿Sara?. Eres Sara Sánchez, ¿la hija de Silvia Sánchez?.
Sí señora,…. ¿Pero quién es usted?.
Soy Ana, jefa de cabañas y propietaria al mando de todo el complejo. Ahora que el señor Luís acaba de salir unos días para buscar negocios en Madrid.
Hola señora Ana. A sus pies, no he tenido el gusto de conocerla.
Yo a ti sí te conozco. Estoy en la cabaña despacho. Necesito que vengas.
Señora Ana, perdóneme pero tengo mucho trabajo, estoy preparando la cena a los trabajadores y clientes.
Seguro que el cocinero para el que trabajas lo entenderá. Es una orden superior. Te espero aquí, no tardes.

Colgó sin esperar respuesta y encendió un cigarrillo. Se acomodó en el sillón del despacho haciéndolo correr un poco hacia atrás. Se cruzó de piernas, sus faldas blancas cedieron dejando sus muslos a la vista, oscuros por las medias negras que llevaba. Un río de nervios acudieron a sus pies en forma de movimiento intermitente, aleteando sus tacones. El humo del cigarro envolvía su ambiente. Se le colaba por el recién ajustado canalillo escotado. Sus ojos se enrojecieron por el humo, más diabólicos que humanos, inyectados en sangre. No parecía ella.
Al rato un sonido débil aporreó la puerta de la cabaña.

Adelante. Está abierta.

Ante Ana se presentó Sara. Aspecto juvenil. Linda de cara y muy delgada, aunque con voluminosos pechos. Vestía humildemente con una chaquetilla de cremallera medio deshilachada y unos pantalones grises viejos.
Ana la miró de arriba abajo.

Das pena. Siéntate.

Sara obedeció. Ana se levantó y anduvo paseando por la cabaña, detrás de Ana. Fumando, taconeando despacio, moviendo gustosa sus caderas maduras.

Te vi el otro día y pensé que eras tú. Te sienta mejor el traje de cocinera. ¿No tienes dinero para ropa?
Gano poco señora, al trabajo vengo cómoda pues aquí tengo uniforme de trabajo, como usted bien ha señalado.
Un empleado ha de cuidar su imagen. Cambie la ropa, anótelo.
El señor Luís..
¡El señor Luís no manda ahora mismo!. Está en Madrid, yo me encargo del negocio cuando él está fuera.
Sí, señora.

Sara miró a Ana. Sus ojos parecían los de un gato en la oscuridad. Se asustó un poco.
Ana se sentó y sonrió amistosamente.

¿Sabes?, yo fui amiga de tu madre.
¿Ah sí?. ¡que bien!.
No tan bien, era una buena puta. Me quitó dos novios. Y al final para qué, ¿para hacerse lesbiana?. ¿Sigue viva?.
Claro. Vive en Málaga con su ……
Con su mujer. Jajajajaja. No tengas miedo Ana. Es una pena que siga viva, merece morir. Este pueblo la transformó. Está infectada, como yo.
No sé de que habla señora.
Ya lo sabrás. Si sigues aquí lo acabarás sabiendo. Dime Ana, ¿qué edad tienes?.
Dieciocho.
Pareces más joven.
Eso dicen.
¿vives sola?
Sí. En la calle del agua, en la antigua casa de mis abuelos.
Esta noche te espero a las diez en la casa del señor Luís. Ven cenada pero no comas demasiado.

Sara sintió un extraño escalofrío.

¿Puedo preguntar para qué?.
Revisión de tu contrato. No entiendo por qué, pero Luís quiere pagarte más. Me ha encargado que lo resuelva hoy. Ahora estoy muy ocupada así que tendremos que hacerlo allí. No tardes.
Gracias señora, gracias.

Sara se levantó sonriente y abandonó la cabaña haciendo reverencias.
Ana quedó con una maléfica sonrisa. Entonces cogió el teléfono e hizo otra llamada.
Bebió mucho alcohol. Le sentaba bien y no se le notaba bebida. Solo se le manifestaba en la creciente excitación. No veía la hora de que dieran las diez.
Vestía en camisón rosa transparente. Desnuda debajo. Dejaba ver en un rosa artificial sus pequeñas tetas y ancha cadera. Con un leve color negro en su cuidado coño, y una bella raja por culo.
Ante ella estaban Mario y Roberto, sentados en el sofá del amplio y lujoso salón de Luís. Treinta y cinco y cuarenta y seis años respectivamente. Con músculos de gimnasio y tatuados. Bien armados. Ex presidiarios. Violación y violación repetida. Ambos de un pueblo cercano. Violaron a Ana un día en el que ella volvía andando a su casa cuando tenía quince años menos y aun vivía en el pueblo. Ese día, Ana tenía la misma excitación que ahora, con el mismo color rojo en los ojos. Estaba infectada, como le gustaba llamarlo a ella.
Quedó tan agradecida por aquella gratuita y brutal follada, que les pidió que volviesen cada mismo día de la semana a la misma hora, en el mismo lugar. En total fueron cincuenta y seis polvos con aquellos dos energúmenos, en mitad del bosque. Antes de obligarse a cambiar de vida y huir a Aracena.
Las órdenes eran claras. Ellos violarían a la joven y ella lo observaría desde una cómoda butaca situada frente a la cama. Nada de sangre. Luego la dejarían desnuda sobre la cama y se irían. Nada de preguntas. Jamás han estado ahí. Había extendido un sobre con mil euros para cada uno; toda una fortuna para ellos.
Sonó el timbre. Ana se preparó. Se abrió la bata y cogió una de sus pollas goma. Se acomodó en el butacón, con un posa-pies para poder abrirse cómodamente de piernas.
Ana pudo oír el grito de espanto de la chica, acompañado de forcejeo. Oyó los apresurados pasos acercándose a la habitación de Luís. Hasta que de repente irrumpieron.
Los dos hombres desnudaron a Sara frente a Ana. Sara la miraba incrédula. Le imploró, le suplicó, le lloró. Todo ello provocó un exceso de excitación en Ana. La cual miraba impasible a la chica. Aunque sus pezones estaban duros y su coño empezaba a chorrear un flujo que salía directamente de las entrañas de la tierra, a través de su sexo.
El cuerpo desnudo de Sara era algo contradictorio. Por una parte era un cuerpo débil y flacucho. Por la otra, tenía sendos pechos grandes y estaba bien depilada; se cuidaba.
Sus pechos bailaban flácidos, fuera de la más mínima excitación. Los chicos se sacaron las pollas y la obligaron a chupar. Sara las chupó de rodillas en el suelo. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas hasta depositarse en ambos penes. Lo cual hizo que le supieran salados, disfrazando algo el mal sabor a pis seco que tenían.
A pesar de verse obligada, Sara comió aquellas pollas sin hacer la más mínima intención de resistencia. Solo las lágrimas cayendo hacían ver que se trataba de algo obligado. Su lengua relamió cada capullo y su boca engullía ambos penes alternativamente; con un buen ritmo, masturbando el que no tenía en la boca en cada ocasión.
Y así estuvo hasta que recibió la siguiente orden.
Seria, con la esperanza perdida, se dejaba hacer. Ahora el más joven le follaba a cuatro patas. Sara miraba a Ana fijamente, con la mirada vacía, como si tuviera los ojos huecos. Ni la más mínima expresión, ni el más mínimo gemido, parecía no respirar. Las embestidas le hacían tener que agarrarse algunas veces a la cama para no caerse, y en cada momento se esforzaba en mantener el culo bien alto, para facilitar la labor al violador.
Ana experimentó un primer gran orgasmo, follándose duro el coño con su polla de goma.
Ahora Sara estaba cabalgando al más viejo; o menor dicho, el más viejo la follaba desde abajo. Mientras, el más joven se la clavaba en el culo. La polla del más joven era la mayor. Pero ni aun metiéndosela velozmente y fuerte por el culo Sara hizo el menor gesto.
Ana empezó a mirarla con devoción. Su cuerpo se amoldaba a la perfección entre los dos violadores. Dejando caer dos hermosos y amplios pechos en la cara del que empujaba desde abajo. Resistía estoicamente cada embestida, que ahora le llegaban de dos lados diferentes. Su forma de apoyarse en la cama, a la altura del tatuado pecho del que tenía debajo, era de una clase descomunal. Folladora experimentada a pesar de la edad. Ana se follaba fuerte con la polla de goma mientras acariciaba sus pechos, cada vez con más necesidad.
Los dos mantuvieron esa follada. Ana estaba hipnotizada con la mirada profunda y perdida que le dedicaba la chica. Entonces, sin esperárselo, Sara sacó la lengua y se la pasó por los labios. Ana juraría que los ojos cambiaron de color en ese instante. Ahora su mirada era profunda y viciosa. Sara, agachó un poco la cabeza y lamió el torso desnudo y tatuado de Roberto. Pasando su lengua lentamente por una inmensa cicatriz que le atravesaba el pecho en diagonal.

¿Eso es todo lo que sabéis hacer?. Vaya mierda de violadores.

Tras decir eso, Sara se liberó, y tumbó en la cama al más Joven. Le mamó fuerte la polla y se sentó encima, dándole la espalda a él; y siempre sin dejar de mirar a Ana. Se la clavó entera y comenzó a botar con gran soltura. Sus jóvenes carnes se mantenían tersas, y sus pechos ahora estaban muy duros. Pidió polla. El otro se tumbó frente a ella, con lo que empezó a darle una bestial mamada, mientras botaba como la mayor de las putas.
Ana ahora no se tocaba, se dedicaba a disfrutar de cada segundo de la escena que veía. La imagen de esa joven chica pudiendo con esos dos maromos, la calentó como jamás se había calentado, a sus cincuenta y cuatro años.
Tal follada y tal mamada hizo que apenas le duraran. Ambos se corrieron casi a la vez. Sara se vio obligada a cesar en la follada para evitar que el otro se corriera dentro. Los sentó en la cabeza de la cama, uno al lado del otro. Empezó por el más viejo. Se arrodilló levantando mucho las caderas, para que Ana pudiese ver su bello culo completamente depilado, y su coño pequeño y enrojecido.
Mamó la polla mientras la masturbaba, hasta que le salio el semen. Lo tragó todo. A continuación hizo lo mismo con el otro. En esta ocasión lo guardó en su boca.
Se levantó y se fue en busca de Ana. La cual la recibió con los brazos abiertos. La rodeó y sintió el suave calor de su piel madura. La besó, pasándole todo el semen, el cual Ana tragó hasta la última gota. Luego se levantó.
Ana hizo un gesto a los fallidos violadores para que se fueran.
Sara se tumbó en la cama, Ana permaneció en la butaca.

¿Puede explicarme que ha pasado?.
Has superado la prueba y me alegro mucho. Pensaba matarte. Pensaba vengarme de lo que me hizo tu madre. Pero me has demostrado que mereces vivir. A partir de ahora serás mi puta y harás todo lo que te diga.
¿Y si no acepto?.
Perderás tu trabajo.
Podría permitírmelo….
Perderás tu trabajo porque morirás. Si no obedeces, te mataré.

Sara tragó saliva. Ana había resultado muy convincente. De repente volvió a tener miedo.
Al día siguiente Leonor volvía a casa después de comprar algo de pan. Justo antes de entrar en su casa se encontró a una antigua amiga de su misma edad.

Hola Leonor, te veo muy bien. Me he encontrado a Antonio el mecánico. Me ha dicho que tu sobrina Ana ha vuelto al pueblo. Parece ser que vive con Luís y que trabaja para él.

Leonor no dijo nada. Se metió corriendo en casa y se santiguó.
Se llevó toda la tarde rezando. Al irse a dormir, tomó un bote de pastillas para el sueño y durmió eternamente.
En Madrid , a Luís le sonó el móvil cuando iba camino de la casa de su madre para darle una sorpresa.
Descolgó, le cambió el rostro, y colgó. Se quedó apesadumbrado y triste. Continuó caminando despacio, hacia el piso de su madre en Madrid.
 
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Relato erótico: “La suegra de mi hijo me entregó su culo” (POR GOLFO)

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Reconozco que la primera vez que vi a esa señora no me llamó la atención. Para entonces y recién divorciado, mis intereses iban por alguien más joven. A raíz que mi mujer me dejara por un antiguo novio, llevaba la vida de soltero maduro y era rara la semana que no conseguía levantar a una treintañera en busca de pareja.
Quizás por eso no me fijé en la suegra de mi hijo. Cuando me la presentó pocos días antes de la boda, Helga me pareció la típica noruega de cincuenta años. Con su metro ochenta era demasiado alta para mí y a pesar de tener un buen par de pechos, solo le eché un par de miradas. Todavía recuerdo que pensé al ver su tamaño:
« ¡Menuda yegua!».
Aunque era el prototipo de nórdica, rubia con ojos azules, nada en ella me atrajo y más cuando mi chaval me comentó que se había quedado viuda hacía diez años y que desde entonces no había tenido pareja alguna. Hoy sé que me equivoqué al juzgar precipitadamente a esa mujer y que me dejé llevar por su apariencia sin valorar que detrás de esa envergadura se escondía una dama divertida y coqueta.
No enmendé mi error hasta que con la excusa de celebrar su segundo aniversario, José y Britta nos invitaron a los dos a pasar el verano con ellos en el chalet que habían alquilado en Haugenes, un pequeño pueblo de Noruega. También os reconozco que en un primer momento, el pasar mi mes de vacaciones enterrado en mitad de un fiordo no me atraía para nada, sobretodo porque temía el frio clima de esas tierras. Fue mi hijo el que me convenció al comentarme que la temperatura iba rondar los veinticinco grados.
Por eso el primero de agosto me vi cogiendo un avión hacia ese remoto lugar sin prever que, durante mi estancia allí, mi vida daría un giro de ciento ochenta grados…
Mi húmeda llegada a Haugenes
El día que llegué a esa aldea de pescadores estaba lloviendo. Sin ser una lluvia torrencial, fue lo suficiente para que me empapara esperando al taxi que me llevaría hasta la casa donde iba a pasar ese mes.
«¡Mierda de clima!», en silencio maldije al sentir ateridos hasta el último de mis huesos.
Para colmo el puñetero taxista, al ver que me estaba muriendo de frio, se rio de mí preguntándome en inglés qué narices hacía allí cuando me podía estar tostando en cualquier playa del litoral español.
-El imbécil- contesté de muy mala leche.
Al llegar a mi destino y aunque era un paraje de ensueño, mi cabreo se incrementó hasta niveles insoportables al comprobar que ese chalet con su embarcadero estaba alejado de la civilización.
«¿Dónde me he metido?», pensé mirando  el espectacular fiordo donde estaba construido, «¡no hay nada más que montañas y agua!
Con un mosqueo evidente, pregunté al conductor donde podía tomarme una copa. La respuesta del sujeto no pudo ser más esclarecedora, soltando una carcajada me soltó:
-El bar más cercano  está en el pueblo, a cinco kilómetros.
Mi cara debió de ser un poema.  Ya estaba meditando seriamente dar la vuelta y volver a mi amada España, cuando mi chaval y su mujer salieron a darme la bienvenida.
«Aguantaré un par de días y luego buscaré cualquier excusa para huir de aquí», decidí mientras los saludaba con una alegría que no sentía y mentalmente me cagaba en sus muertos.
Tras los saludos iniciales entré con ellos en la casa, si es que se puede llamar así a esa cabaña de madera. Aun teniendo tres habitaciones, su pequeño tamaño me pareció minúsculo sobre todo si como en teoría iba a compartirlo con otras tres personas.
«Voy a terminar hasta los cojones de ellos», me dije al observar  que los elementos comunes se limitaban a un salón de poco más quince metros cuadrados.
Acostumbrado a mi piso de soltero, comprendí que esa “choza” me resultaría una ratonera a los pocos días. Afortunadamente al entrar en la que iba a ser mi habitación, comprobé que al menos la cama era grande y que tenía un baño para uso exclusivo mío.
«Menos mal», refunfuñé al deshacer mi maleta, «hubiese sido horrible el encontrarme las bragas usadas de la elefanta».
Fue entonces cuando me percaté que no había visto a la suegra de mi hijo. Por eso cuando salí y me encontré con mi nuera cocinando, pregunté dónde estaba su madre:
-Ha salido a pescar y todavía no ha vuelto- Britta respondió tranquilamente.
-¿Pero si está lloviendo?- alucinado contesté.
La chavala riendo me comentó que su vieja estaba habituada a salir con el barco en mitad de las tormentas y que esa llovizna no era nada para ella. Parafraseando a Obelix, pensé: « ¡Están locos estos noruegos!». En mi mentalidad mediterránea me parecía absurdo salir de casa un día como ese. Con ese clima yo no saldría ni a la esquina sino mediara una urgencia.
Hundido en la miseria y sin nada qué hacer, sacando un libro, me senté en el sofá a leer mientras mi nuera terminaba la cena. No llevaba ni diez minutos enfrascado en la lectura cuando el ruido de la puerta abriéndose me hizo levantar la mirada. Era Helga que llegaba enfundada en el típico traje de hule amarillo que usan los pescadores y que tantas veces había visto en los reportajes del National Geografic pero nunca me había puesto.
«Ya llegó el cachalote», rumié en silencio mientras me levantaba a saludar.
La mujer al verme, se acercó a mí y sin importarle el hecho que estaba  empapada, me abrazó efusivamente. Al hacerlo sentí sus pechos presionando el mío y por primera vez supe que esa giganta era una mujer.  Ella con las botas que llevaba puestas y yo con mi metro setenta y seis, me sentí ridículamente enano al percatarme que mis ojos quedaban a la altura de su boca.
«¡Es enorme!», exclamé en silencio mientras intentaba recuperar el resuello, «¡Y sus tetas todavía más!
Helga, o no se dio cuenta de mi cara de asombro, o quiso evitarme el sonrojo de darse por aludida y dirigiéndose a su hija, le dio una bolsa con lo que había pescado durante el día. Tras lo cual, se marchó a su habitación a cambiarse.
A los pocos minutos, escuché el ruido de la ducha y curiosamente me pregunté cómo estaría esa mujer en pelotas. Mi imaginación me jugó una mala pasada al visualizar a la noruega enjabonando esas dos ubres, ya que producto de esa imagen en mi cerebro entre mis piernas sentí a mi pene creciendo sin control. Asustado por que mi nuera se diese cuenta, volví a mi sofá esperando que la lectura terminara de espantar el recuerdo de su madre desnuda.
Media hora más tarde, ya estaba tranquilo cuando de pronto vi a Helga saliendo de su cuarto enfundada en un traje de terciopelo negro muy corto. Hasta ese momento, siempre había pensado que mi consuegra debía de tener dos gruesas moles, en vez de las dos maravillosas piernas que gracias a la poca tela de ese vestido estaba admirando.  Babeando descaradamente, me quedé absorto contemplando a la madre de mi nuera mientras ella charlaba en noruego con su hija.
Fue mi propio chaval quien me devolvió a la realidad cuando en voz baja me soltó:
-Papá, ¿le estás mirando el culo a mi suegra?
Al girarme hacia él, descubrí que José estaba descojonado y que lejos de cabrearle el asunto, le hacía gracia. Al saberme descubierto, mi rostro se tornó colorado y buscando una excusa, dije:
-Estaba intentando entender su idioma pero es totalmente inteligible.
Por supuesto, mi hijo no me creyó y recreándose en mi vergüenza, me soltó:
-Helga no es tu tipo. Es toda una señora y no una zorrita con las que andas.
Que José me diera clases de moral, me cabreó pero sabiendo que tenía razón y que todas mis amiguitas eran bastante casquivanas, preferí como dicen en Madrid “hacer mutis por el foro” y no contestar.
Mientras esto ocurría, mi nuera había sacado una botella de aquavit y unos arenques escabechados como aperitivo. No habiendo probado nunca esa bebida, tomé precauciones antes de apurar mi copa y dándole un sorbo, comprobé que era fuerte y que su sabor no me desagradaba.
-Está bueno- comenté mientras alzaba mi vaso y brindaba con Helga.
-Skal- sonriendo contestó la nórdica bebiéndoselo de un trago.
Al imitarla, los cuarenta grados de alcohol de ese mejunje abrasaron mi garganta.
«Coño, ¡Está fuerte!», mentalmente protesté mientras veía que esa cincuentona volvía a rellenar nuestras copas.
No me quedó duda que esa mujer estaba más que habituada al aquavit cuando en español con un fuerte acento brindó por el joven matrimonio para acto seguido volver a vaciar su copa.
«A este paso me voy a emborrachar», sentencié mientras observaba de reojo los enormes pechos que el escote de su vestido dejaba entrever.
Producto del alcohol el ambiente se fue relajando y  por eso al sentarnos a cenar, las risas y las bromas eran constantes. La gran mayoría aludían a las diferencias culturales entre España y Noruega, y mientras las dos mujeres se metían con el estereotipo del latino desorganizado, nosotros bromeábamos con el carácter frio y cuadriculado de los habitantes de ese país.
En un momento dado,  Britta, queriéndose defenderse de una burrada que había soltado su marido, dijo muerta de risa:
-Es falso que las noruegas seamos frígidas. Piensa que en invierno, con el frio que hace, nos pasamos seis meses sin salir de la cama.
Fue entonces cuando interviniendo a favor de su hija, Helga comentó:
-Ningún hombre que ha probado mis besos se ha quejado.
Sin darme cuenta de lo duro que sonaría al ser viuda, respondí:
-Con las tetas que calzas, ¡han muerto de sobredosis!
Durante unos instantes, se hizo el silencio en la habitación hasta que, soltando una carcajada, mi consuegra  me rellenó por enésima vez la copa y demostrando que no se había ofendido por mi comentario, contestó mientras adornaba sus palabras agarrándose los pechos:
-Aunque según dicen tienes una vasta experiencia, no te aconsejo probarlos, llevo tanto tiempo sin que nadie lo haya intentado que podría dejarte agotado.
La barbaridad de su comentario hizo que su hija la reprendiera diciendo que se comportara, pero entonces su madre se defendió diciendo:
-Él ha empezado.
Mediando entre las dos, comenté:
-Helga tiene razón. No debía haberlo dicho.
La cincuentona me miró con una sonrisa en los labios y cambiando de tema, preguntó a José que tenían pensado para nosotros al día siguiente. Mi chaval se disculpó diciendo que iban a visitar a un amigo y que por lo tanto, íbamos a quedarnos solos Helga y yo. Curiosamente, mi consuegra se tomó con alegría esa circunstancia y como si fuéramos amigos de toda la vida, me preguntó si quería acompañarla a la playa.
-Por supuesto que iré – comenté – ¡siempre que Dios y el clima nos lo permitan!…
Con Helga en la playa.
Al día siguiente me levanté cansado debido a que mi hijo y su flamante esposa no cayendo en que estábamos en una cabaña, se pasaron toda la noche haciendo el amor y por sus gritos supe que mi nuera había disfrutado aunque a mí no me dejaron dormir. Por eso cuando vi entrar a Helga sonriendo en la cocina mientras desayunaba, me extrañó verla tan descansada porque si a mí me habían despertado las voces de su hija, a ella que su habitación estaba pegada a la de los muchachos debió de resultarle  insoportable.
Si estaba enfadada no lo demostró. Es más, comportándose con una energía desbocada, me contó que la playa que íbamos a ir estaba a dos kilómetros de la casa y que había que ir allí en bicicleta. Al quejarme, Helga se destornilló de risa al oír mis lamentos y acercándose a mí, me pasó una taza con café mientras me decía que el ejercicio era bueno para mantenerse joven.
En ese momento al tenerla tan cerca pude admirar el profundo canalillo que se formaba entre sus tetas, por eso el único deporte en que mi mente podía pensar era el de sumergirme entre sus pechos. La cincuentona se debió de percatar de cómo la miraba porque vi crecer entusiasmado sus pezones.
-Voy a cambiarme- comentó totalmente colorada  dejándome solo en la cocina.
«¡Menos mal que se fue!», sentencié agradecido al notar que bajo mi bragueta mi apetito crecía sin control, « esa nórdica me pone bruto».
Como yo ya iba vestido para la playa, terminé de desayunar tranquilamente mientras trataba de alejar de mi mente la imagen de esa madura de grandes tetas desnuda poniéndose el traje de baño.
«Debe de estar estupenda en bikini», pensé dejando en el olvido que esa mujer era más alta que yo.
Cuando al cabo de cinco minutos, Helga apareció sonriendo y luciendo un escueto conjunto morado, creí estar contemplando una diosa mitológica.
-¡Estás impresionante!- exclamé casi gritando al verificar que me había quedado corto y que en carne y hueso, esa mujer era todavía mas atractiva.
Dotada de un culo grande y sin apenas celulitis, mi consuegra parecía sacada de un cuadro vikingo y solo le faltaba un hacha en la mano para representar con realismo la imagen que tenemos todos de una guerrera escandinava.
Muerta de vergüenza pero alagada a la vez, bajó la mirada mientras me daba las gracias por las lisonjas que salían de mi boca. Su timidez me permitió recorrer su cuerpo con la mirada. De esa forma, verifiqué que ella, al sentir la caricia de mis ojos acariciando sus muslos, se ponía más nerviosa y que involuntariamente dos pequeños montículos crecían bajo la parte de arriba de su bikini. Al comprender que me estaba pasando y que de enfadarse conmigo podía tener problemas con mi hijo, dejé de examinarla y pregunté si nos íbamos a la playa.
Todavía con el rubor coloreando su rostro, la cincuentona agarró el bolso con sus cosas y señalando una de las bicis, me dijo que la cogiera. Os confieso que obedecí como un zombie porque en ese instante al subirse en la suya, me imaginé que era mi pene en vez del sillín el que se acomodaba entre sus nalgas.
«¡Quién se la follara!», rumié entre dientes al saber que era algo prohibido al ser la madre de mi nuera y nuevamente intenté olvidarme de ella.
Desgraciadamente, al pedalear, el vaivén de sus pechos lo hicieron imposible y lo que debía de ser un tranquilo paseo hasta la playa se convirtió en un infierno. No pude dejar de observarla aunque ello supuso que al bajarme de la bici, bajo mi traje de baño, luciera una tremenda erección que no le pasó inadvertida.
«¡Joder! ¡Parezco un crío!», me quejé en silencio, abochornado por la falta de sensatez que estaba demostrando.
A la noruega, o no le molestó comprobar el efecto que ella causaba en mí, o lo que es más seguro su timidez le impidió comentar nada. Lo cierto es que abriendo el camino, me guio a través de un prado hasta una coqueta cala. Os juro que no me esperaba encontrarme en ese recóndito y frio lugar un arenal blanco, al que las montañas cercanas protegían del viento creando un entorno casi paradisiaco y borrando de mi mente momentáneamente a mi consuegra, con la boca abierta me puse a admirar el paisaje.
-¿Es precioso verdad?- Helga comentó mientras me imitaba.
El verde casi fosforito de la hierba que llegaba hasta el borde de la playa, el blanco de la arena y el azul de esas aguas cristalinas dotaban a ese paisaje de una belleza sin igual.
-Sí que lo es- respondí y señalando una poza en un extremo de esa playa sin darme cuenta que había pasado mi brazo por la cintura de esa mujer, dije en plan de broma: -Seguro que ahí, el agua estará más caliente: ¡puede que hasta me bañe!
A Helga se le iluminó su cara al escuchar mi broma y cogiéndome de la mano, corrió hasta la orilla para una vez allí salpicarme con el pie mientras me decía:
-Está buena, lo que pasa es que eres un friolero.
Muerto de risa, la abracé para evitar que siguiera mojándome con esa gélida agua con tal mala suerte que trastabilló y caímos sobre la arena. El contacto de su piel contra mi pecho fue el acicate que necesitaba para besarla aprovechando que la tenía totalmente pegada. La cincuentona al sentir quizás por primera vez en años una lengua forzando sus labios, respondió con pasión y dejó que esta jugara con la suya mientras presionaba mi entrepierna con su sexo.
La pasión que demostró me permitió incrementar el ardor con el que la besaba y llevar una de mis manos hasta su pecho. Helga al sentir la caricia de mis dedos sobre la parte de arriba de su bikini, gimió de placer. Si ya había dejado clara su calentura, cuando retirando la tela toqueteé con mis yemas su pezón berreó como una cierva en celo.
Todavía sin saber dónde me metía, usé mi lengua para deslizándome por su cuello irme aproximando hasta su pecho. La noruega, al experimentar esa húmeda caricia, clavó sus uñas en mi trasero denotando una excitación que creía olvidada. Su entrega azuzó mi lujuria y me puse a mamar de esas dos ubres mientras su dueña se estremecía de gozo.
-¡Me enloquece que comas de mis tetas!- aulló como loca mientras se despojaba de su bikini y ponía la otra en mi boca.
Al comprobar que sin el sostén del sujetador seguían firmes, me volví loco y alternando de un seno al otro, mordisqueé sus pezones sin parar. Mi consuegra al sentir la presión de mis dientes sobre sus erectos botones, pegó un chillido y llevando sus manos a mi pantalón, me trató de desnudar.
La urgencia de esa rubia me demostró que en su interior existía una mujer ardiente que las circunstancias de la vida no habían dejado aflorar y por ello tras ayudar a despojarme de mi traje de baño, hice lo propio con la braguita de su bikini.
Durante unos segundos me quedé embelesado mirando a mi consuegra desnuda. No fue hasta que fijé mi mirada en su sexo, cuando descubrí que al contrario de las mujeres de su edad Helga llevaba su pubis totalmente depilado.
-¡Que belleza!- exclamé pero como estaba lanzado no pude evitar recorrer con mi mano su entrepierna.
Os juro que no sé qué me resultó más excitante, si oír su gemido o descubrir que tenía su coño empapado.
-No seas malo, llevo mucho tiempo sin que un hombre me toque-  protestó con los ojos inyectados de lujuria.
Sabiendo que no había marcha atrás,  mis dedos se apoderaron de su clítoris y recreándome con una caricia circular sobre ese botón, observé a Helga apretando sus mandíbulas para no gritar. Totalmente indefensa, sufrió en silencio la tortura de su botón mientras observaba de reojo mi pene totalmente tieso. Por mi parte, estaba alucinado de mi valentía al estar masturbando a la madre de mi nuera pero al comprobar que poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo, no paré hasta que mis oídos escucharon su brutal orgasmo.
-¡Eres un cabrón!- me dijo con una sonrisa al recuperar el resuello y arrodillándose frente a mí, me soltó al tiempo que sus manos agarraban mi pene: -Ahora, ¡me toca a mí!
Aunque parezca raro, esa viuda no se lo pensó dos veces al tener mi pene entre sus dedos y sin esperar mi permiso, se lo introdujo  en la boca. Os juro que creí morir al comprobar que no se le había olvidado como se mama y esperanzado pensé que al final ese verano en esas gélidas tierras no sería tan mala idea al acreditar que era tanta su necesidad que esa rubia no iba a parar hasta que recuperara los años perdidos. Ajena a lo que estaba pasando por mi cabeza, Helga me demostró su maestría,  cogiendo entre sus yemas mis testículos e imprimiendo un suave masaje mientras su lengua recorría los pliegues de mi glande.
-¡Cèst magnifique!- exclamó en francés al comprobar la longitud que había alcanzado mi verga y abriendo sus labios, la fue devorando lentamente hasta que acomodó toda mi extensión en su garganta.
El elogio me supo doblemente dulce porque en ese instante y usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó a meter y a sacar mi polla de su interior con un ritmo endiablado. Deslumbrado por su mamada todo mi ser reaccionó incrementando la presión sobre mis genitales. Estos explotaron en continuas explosiones  de placer mientras mi consuegra, arrodillada sobre la arena, no  dejaba que se desperdiciara nada y golosamente fue tragándose mi semen a la par que mi pene lo expulsaba.
Acababa de ordeñarme cuando las risas de unos críos nos avisó de su llegada. Muertos de risa, apresuradamente nos vestimos para que no nos pillaran en pelotas. Una vez vestida, me dijo sonriendo antes de salir corriendo hacia las bicis:
-¡Volvamos a casa! ¡El primero se ducha primero!
Al ver esas dos tetonas rebotando mientras trotaba de salida, reavivó mi deseo y aunque traté de alcanzarla antes que cogiera la suya al llegar donde las habíamos dejado, Helga ya pedaleaba de vuelta. Montándome en la bicicleta, salí tras ella pero nuevamente el mejor estado físico de esa cincuentona provocó que ella entrara primero a la cabaña.
Medio minuto después y con la lengua fuera, llegué a la casa. Una vez allí, dejé tirado el rudimentario vehículo en el porche y me senté a recuperar el aliento, mientras me decía que tenía que dejar de fumar.
«Estoy hecho una pena».
Ya descansado, pasé dentro y el ruido del agua cayendo me informó que mi consuegra se estaba duchando. Con nuevo ánimos, abrí la puerta para encontrarme a esa mujer apoyada contra los azulejos mientras me miraba. Si me quedaba alguna duda que intentaba provocarme, esta desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a mientras sonreía. Era una invitación imposible de rehusar y por eso a toda prisa, me desnudé sin dejar de mirar a esa zorra.
-¡Me encantan tus tetas!- dije mientras pasaba dentro de la ducha.
Descojonada y alagada por mi exabrupto, se pellizcó los pezones diciendo:
-¿No los tengo muy caídos?
-Para nada- respondí. –Me pasaría la vida comiéndotelos.
Helga soltó una carcajada al ver que mi pene ya estaba tieso y  dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me  volvió a preguntar:
-¿Y mi culo no te gusta?
-Es maravilloso- admití babeando al observar que se separaba ambas nalgas con las manos y me regalaba con la visión de un ojete casi virginal.
Mi respuesta le agradó y tirando de mí, me metió junto a ella bajo el grifo. Al sentir su piel mojada sobre la mía, mi miembro alcanzó de golpe toda su extensión. Hecho que no le pasó desapercibido y partiéndose de risa, me soltó:
-¡Parece que te pone cachondo esta vieja!
Al escucharla me reí y mientras llevaba mis manos hasta sus pechos, contesté:
-No eres una vieja, ¡tienes mi edad! Y sí, me pones bruto pero tú también tienes los pezones duros -mientras agachaba mi cabeza y cogía al primero entre mis dientes.
Disfrutando con el tratamiento que estaban recibiendo sus pechos,  pegó un gemido de placer, cuando masajeé su otra teta mientras con la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo. Mi consuegra separó sus rodillas al sentir mi caricia cerca de su entrepiernas.  
-¡Te necesito!- exclamó con su respiración entrecortada por la excitación que la dominaba.
-Para ser casi abuela, eres un poco puta–solté riendo mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras.
-¡Y tú para ser un abuelo eres muy pervertido! – gritó ya totalmente dominada por la lujuria.
Incrementando su calentura, me arrodillé frente a ella y usando mis dedos, separé sus labios para acto seguido quedarme embobado con su inmaculado sexo mientras pasaba una de mis yemas por la raja de  su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El chillido que pegó a notar como la súbita penetración, me informó que Helga estaba disfrutando y por eso me atreví a preguntarle:
-¿Hace cuánto que no  te lo han comido?
Apoyándose en la pared, me explicó que desde que había muerto su marido nadie se había ocupado de ello.
-¿Diez años? ¡Ahora lo soluciono!– respondí mientras sacando mi lengua le daba un primer lametazo.
Viéndome arrodillado a sus pies y con mi boca en su sexo, mi consuegra aulló como loca. Al escuchar su gemido, aumenté la velocidad con la que mi dedo se estaba follando su coño mientras con mis dientes mordisqueaba su clítoris Helga al sentir la doble caricia se estremeció bajo la ducha. Sabiendo que su entrega era total, metí un segundo dedo en su interior alargando  los preparativos.
Lo que no había previsto era que mi consuegra, buscando aliviar la calentura que la consumía,  pegara su sexo a mi cara mientras movía rítmicamente sus caderas restregándome su sexo por la cara. Satisfecho, sacando la lengua le pegué un segundo lametazo.
-¡Cómelo ya!, ¡Lo estoy deseando!
Muerto de risa, la chantajeé diciendo:
-Te lo como ya, si luego me dejas follarte.
Me respondió separando sus rodillas. Siguiendo el plan previsto, la penetré añadiendo otro dedo. La rubia en vez de quejarse, no paró de sacudir las caderas restregando su sexo contra mi boca. Su cuerpo tiritando de placer me permitió meter el  cuarto.
-¡Me duele pero me gusta!- berreó la mujer al experimentar que tantos dedos forzaban su entrada.
Mi lado perverso me indujo a mordisquear el botón que escondía entre sus pliegues con tanta fuerza que la noruega mientras daba un tuvo que apoyarse contra los azulejos al notar que estaba perdiendo fuerza en sus piernas.
-¡No pares! ¡Sígue comiendo! – aulló al tiempo que con sus manos presionaba mi cabeza contra su coño.
Alternando penetraciones con lametazos, hice que la rubia alcanzara una excitación desconocida. Al comprender que estaba a punto de correrse, seguí sacando y metiendo mis dedos cada vez más rápido.
-¡Dios! ¡Me corro!– aulló casi llorando de placer gimoteó mientras la seguía masturbando.
Ya que hacía tantos años que no se lo comían, decidí que era hora que  esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño y por eso,  continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe pero en ese instante, rocé su ojete con una de mis yemas.
-¡Ese es mi culo!- protestó pero contra toda lógica, llevó su mano a la mía y me obligó a seguir acariciando su esfínter mientras mi boca se llenaba con su flujo.
Su orgasmo fue brutal y con su flujo por mis mejillas, usé mi lengua para beber del riachuelo en que se convirtió su chocho, al tiempo que relajaba los músculos  de su entrada trasera. Helga, con un dedo ya dentro de su culo, convulsionó en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos.
Tras su clímax, se dejó caer  sobre el plato de la ducha y sonriendo, me soltó:
-¡Nunca nadie me había nadie comido mientras me metía un dedo por el ojete!
-¿Te ha gustado?- pregunté tanteando el terreno.
La suegra de mi chaval agachando su cabeza avergonzada contestó que sí, momento que aproveché para darle la vuelta y separando sus dos cachetes, volver a juguetear con una de mis yemas en su entrada trasera:
-¡Tienes un culo precioso!- susurré en su oído mientras hurgaba sensualmente con mi dedo su interior: -¿Te gustaría que te lo rompiera?
Al oír su suspiro, comprendí que mi fantasía era compartida por esa cincuentona y por eso relajando poco a poco su ano, decidí usar toda mi experiencia para hacerla realidad. Para entonces la noruega estaba cachonda de nuevo y sin poder soportar la excitación que le nacía de dentro, me rogó que la tomara. Dudé unos instantes porque también me apetecía follarla al modo tradicional y mientras decidía qué hacer,  seguí masajeando su esfínter mientras con la otra mano le empezaba a frotar su clítoris.
-¡Me vuelves loca! – chilló mordiéndose los labios y sin dejar de su culo contra mi dedo.
Aunque estaba ya bruta, comprendí  que debía de relajarlo antes de dar otro paso, pero entonces Helga comportándose como una perra en celo, lanzó su mano hacia atrás y cogiendo mi pene, intentó ensartarse con él.  Al percatarme de sus prisas, le solté un sonoro azote mientras le decía;
 -Tranquila, putilla mía. No quiero destrozarte el ojete.
Mi consuegra gimió descompuesta al sentir mi dura caricia y poniendo cara de puta, me rogó que le diera otra nalgada.  Sorprendido por su pedido, en un principio hice oídos sordos a us petición y seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado. Fue entonces cuando Helga presionando sus nalgas contra mi pene, me mostró su aprobación. Como no deseaba provocarle más daño del necesario, introduje suavemente la cabeza de mi miembro en su interior. Ella al sentir mi glande forzando su entrada trasera, no hizo ningún intento de separarse y esperó pacientemente a que se diluyera su dolor para con un breve movimiento de sus caderas, írselo introduciendo lentamente en su interior. La pausada forma en que se fue empalando, me hizo disfrutar de cómo mi extensión iba constriñendo los pliegues de su ano al hacerlo. Curiosamente, ese castigo azuzó su lujuria  y echándose hacia atrás, consiguió embutírselo por completo.
-¡Duele!- gritó pero, pasados unos segundos,  retomó con mayor frenesí el zarandeo de sus caderas.
El compás  parsimonioso que marcó permitió que mi sexo deambulara libremente por el interior de sus intestinos mientras esa rubia me rogaba una y otra vez que la poseyera. Obedeciendo sus deseos, me agarré de  sus pechos e incrementando el ritmo con el que tomaba posesión de su culo, cabalgué sobre mi consuegra usado mi pene como ariete. Helga, con lujuria en sus ojos, gimió su placer mientras me pedía la follara sin contemplaciones.
Me parecía imposible que esa mujer, que parecía tan dulce y recatada, se estuviera comportando como una zorra. Su calentura era tal que a voz en grito me repitió que necesitaba ser usada.  Su confidencia extinguió todas mis dudas y forzando su culo al máximo, decidí recrearme ferozmente en la entrada trasera de esa mujer y mientras ella no paraba de berrear,  usé, gocé y exploté su ojete con largas y profundas cuchilladas. La noruega, absolutamente poseída por una olvidada pasión,  se apoyó en los azulejos de la ducha y gritando, me imploró que siguiera machacando su esfínter con mi polla.
-Me corro- escuché que decía al usar sus pechos como apoyo para incrementar el ritmo de mi follada.
Aullando como una loba a la que le está montando su macho, Helga me reclamó que siguiera porque todavía no estaba satisfecha. Deseando complacerla, comprendí que podía dejar atrás todas mis precauciones y usarla de un modo más salvaje. Por eso descargando un mandoble sobre una de sus nalgas, solté una carcajada y mordiéndole la oreja, le solté:
-¡Puta! ¡Mueve el culo y demuéstrame lo zorras que son las noruegas!
Al oir Merceditas a su vecino reclamándole su poca pasión, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de gemir con  cada penetración con la que forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cara a la pared, hasta que aprisionada tuvo que soportar que el frio de las baldosas contra la su piel de sus mejillas mientras se derretía por el duro trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Puta! ¿Primero me provocas y ahora me pides que pare? ¡No pienso hacerlo!
Azuzada por mi orden y no queriendo dejar en mal lugar a sus compatriotas, mi consuegra se abrió los cachetes con sus manos y me dijo gritando:
-¡Rómpele el culo a tu guarra!
En ese instante, era tal la cantidad de flujo que brotaba de entre sus piernas que con cada cuchillada sobre sus grandes nalgas, este salpicaba  mis piernas y aromatizaba con su olor a hembra excitada el ambiente
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- ladró mientras chillaba de placer.
La excitación que llevaba acumulando durante el día provocó que no pudiese aguantar mas sin descargar mi simiente y por ello cogiéndola de los hombros, profundicé mi ataque mientras castigaba sus cuartos traseros con mi polla. No tardé en correrme esparciendo mi semilla en el interior de sus intestinos y Helga al notar como rellenaba su conducto con mi semen, convirtió su culo en una ordeñadora y moviéndolo con desenfreno buscó sacar hasta la última gota depositada en mis testículos. Satisfecho y exhausto, cuando sentí que mi verga iba ya perdiendo fuelle, di la vuelta a esa mujer y la besé.
Mi beso fue el de un amante agradecido pero el de Helga al responder lo fue aún más y con una ternura brutal, dejó que mi lengua jugueteara con la suya hasta que con una sonrisa en sus labios, me preguntó:
-¿Qué van a decir los muchachos cuando sepan lo nuestro?
-No lo sé- respondí- pero piensa una excusa porque acabo de escuchar la puerta.
En un principio, Helga pensó que le estaba tomando el pelo pero abriendo la puerta un poco comprobó que su hija y mi chaval no solo habían llegado sino que estaban sentados en el salón esperando que saliéramos.
-¿Qué hacemos?
Estaba abochornada, sabiendo que la había escuchado gritar mientras la poseía, Se sentía incapaz de enfrentarse con Britta y por eso me imploró a que una vez vestido, fuera yo quien saliera del baño. Aunque tampoco era un plato de mi gusto, decidí hacerla caso y ser yo quien diera la cara.
Con ganas de fugarme a España por el corte de enfrentarme con mi nuera después de haberme follado a su madre, salí del baño. Pensaba que Britta estaría encabronada pero al verme salió corriendo a mis brazos y tras darme un beso en la mejilla, me dio las gracias. Si la actitud de ella era de por sí extraña, mas lo fue ver llegar a mi hijo y después de darme un abrazo que con una sonrisa, me dijera:
-Gracias Papá, sabía que podía confiar en ti pero tengo que reconocer que me ha sorprendido la prisa que te has dado.
Os juro que estaba tan nervioso y confundido que no comprendí sus palabras y por eso le pregunté a qué se refería. José muerto de risa me respondió:
-Mi esposa estaba preocupada por madre porque llevaba mucho tiempo sin pareja y conociéndote, le dije que bastaba con invitaros a pasar una temporada juntos para solucionar ese tema.

Cabreado por  el modo que nos habían manipulado, quise cerciorarme de sus intenciones y por eso dirigiéndome a su esposa le pregunté:
-¿Planeaste esto con mi hijo?
Muerta de risa, la chavala contestó:
-Al principio no estaba segura pero,  sabiendo que eres un buen hombre, no tenía nada que perder si probábamos.
Al evidenciar que habíamos sido unas marionetas en manos de los muchachos  me divirtió y aprovechando que Helga estaba saliendo en ese momento del baño, la agarré de la cintura y dándola un beso de tornillo en la boca, susurré en su oído:
-Todo va bien, tu hija y mi hijo nos han invitado a este viaje esperando que nos acostáramos.
-No te creo- respondió pero al ver el rubor que coloreaba las mejillas de Britta, supo que era verdad.
Entonces soltando una carcajada, la llevé rumbo a mi habitación mientras decía a la intrigante pareja:
-Espero que os hayais traído tapones para las orejas porque esta noche no os pensamos dejar dormir- y dando  un azote en el trasero a mi consuegra, le pregunté: -Cariño, ¿estás de acuerdo?
Mirando a su retoño, contestó:
-Por supuesto, vamos a enseñar a estos dos cómo con nuestra edad, ¡se puede follar sin parar!
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Mi madre y el negro V: Aprendizaje” (POR XELLA)

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Alicia durmió plácidamente. Tanto como no lo había hecho en las ultimas semanas. Cuando se despertó, en cambio, se dio cuenta de que estaba reventada: le dolía la cabeza, las piernas y el coño. Realmente la polla de Frank era MUY grande.
Se levantó y se miró al espejo, una pequeña mancha de sangre en su nariz la intranquilizó. ¿Como había sido capaz de meterse una raya? Estaba claro que ayer había estado fuera de sí…
Bajó a desayunar y se tomó una aspirina para aliviarse.
Durante el día, comenzó a fijarse en su hermana pensando en las palabras de Frank, ¿Deberia hablar con ella? Pero… ¿Que le diría?
“Oye, que este chico que se folla a tu madre y además a tu hermana, me ha dicho una cosa sobre ti que me ha preocupado”
Era ridículo…
También observó a su madre. ¿Que diría si se enterase de todo? ¿Se sentiría avergonzada ante su hija? ¿Se sentiría celosa? ¿Se enfadaría con ella? Ni lo sabía ni lo quería saber…
Bip Bip.
Su móvil. Otro mensaje de Gonzalo. Se arrepentía mucho de lo que hizo el fin de semana anterior, había sido un error terrible. Solo había servido para hacerle daño a ella y a él. No le contestó, pensó que lo mejor era alejarse definitivamente de él.
Pasó el sábado entero descansando, tirada en el sofá, recordando la noche anterior. El domingo solamente salió a correr para que la diese un poco el aire y cuando llegó a casa tenia un nuevo mensaje.
“Que pesado es Gonzalo” Pensó. Pero cuando vio lo que ponía se puso pálida.
Hija de la gran puta, cuando te encuentre te voy a matar. Eres una zorra de mierda.
Era un número desconocido. Se intentó tranquilizar pensando que se habrían equivocado.
Creo que te has confundido. – Escribió.
¿Acaso no eres Alicia?
Ahora sí. Dejó caer el móvil al suelo de la impresión. ¿Que cojones estaba pasando?
No contestó más. Dejó el móvil en la habitación y pasó el resto del día encerrada allí, preocupada.
El lunes fue a la universidad nerviosa, desconcertada. Al principio estaba atenta a todo el mundo pero a lo largo del día se fue calmando. Todo parecía normal, no veía nada ni nadie raro… Seguro que había sido algún tipo de broma.
El martes, a mitad de la mañana sonó su móvil y soltó un pequeño gritito de miedo debido al sobresalto. Cuando el profesor y los compañeros dejaron de observarla se atrevió a mirar el mensaje. Una indescriptible sensación de alivio la embargó cuando vio que no era el número desconocido, sino Frank.
Ven a tu casa ahora mismo. Me da igual lo que estés haciendo. No entres, acercate por la ventana de atrás y espera. Voy a estrenar algo y quiero que lo veas.
¿Queria que saliese de clase así por que si? No… No podía… Aunque…
—————–
Tardó menos de lo que pensaba, a esas horas no había tráfico. Rodeó silenciosamente la casa y se situó donde el chico le había dicho.
Ahí estaba.
A través de la ventana podía ver el salón perfectamente y Frank estaba sentado en el sofá. Cuando la vio, le hizo un ligero movimiento de cabeza y le guiñó un ojo.
Alicia estuvo observando unos minutos en los que no pasaba nada hasta que vio como el chico sacaba el móvil.
Bip Bip.
La había escrito a ella.
¿Has sido una chica buena? ¿Has aprendido la lección? ¿O te has puesto unas putas bragas de nuevo?
Se puso roja como un tomate, por un lado por lo que iba a hacer ahora mismo, por otro por haber cometido el mismo error dos veces. Por suerte llevaba una minifalda vaquera, lo que facilitaría la tarea. Se apartó de la ventana y se quitó las bragas enseguida. Blancas, de algodón… de Hello Kitty… Se avergonzó un poco más…
Volvió a mirar por la ventana y enseño un segundo a Frank las bragas en su mano, antes de guardarlas en su mochila. Todo seguía igual excepto….
Excepto que su madre estaba entrando por la puerta.
Alicia se asustó por si la veía, intentó esconderse lo más posible pero le resultó imposible dejar de mirar. Nunca había visto así a su madre…
Llevaba puesto un conjunto de lencería negro, con ribetes rojos, a juego con el color de su pintalabios. Llevaba una mezcla de sujetador y corpiño de encaje, que la cubría hasta un poco por encima del ombligo, un liguero sujetando unas medias negras a medio muslo, un tanga diminuto y unos tacones de aguja de vértigo. El pelo suelto le caía sobre los hombros.
Llevaba en las manos un bote de cerveza y otro bote que Alicia no sabia bien lo que era. Se sentó al lado de Frank dándole la cerveza y dejó el otro bote a un lado. El chico la besó, abrió la lata y se acomodó. Estuvieron hablando unos minutos mientras Elena le acariciaba melosa.
“¿Que estarán hablando?” Se preguntaba Alicia. Aunque ya había visto a Frank con su madre, no dejaba de resultar impactante. Sabia perfectamente lo que iba a pasar, pero esa certeza no rebajó la extraña sensación que recorrió su cuerpo cuando vio como su madre bajaba los pantalones del chico y cogía su enorme polla entre sus manos. Se sentía rara… Era una mezcla de humillación, vergüenza, excitación y… celos… Se imaginaba a ella en el lugar de su madre.
Elena estaba reclinada sobre el regazo de Frank, comenzando a masturbarle lentamente mientras con la lengua recorría el glande del chico. Su culo estaba a la altura y distancia perfecta para que el negro tuviese total acceso a él, cosa que no desaprovecho. Agarraba sus nalgas con ansia, con pasión, de vez en cuando soltaba algún azote que Alicia escuchaba ahogado a través de la ventana.
La chica, hipnotizada ya ante la depravación de la escena que estaba contemplando, se comenzó a fijar en la maestría de su madre. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, comenzó a introducir la tranca en su boca hasta que la tuvo completamente dentro. Aguantó unos segundos y comenzó un movimiento de vaivén, arriba y abajo. La sacaba entera, lamía el glande y volvía a tragársela hasta el fondo.
Frank miraba de vez en cuando hacia la ventana y sonreía viendo como la chica no perdía ojo del espectáculo que tenia delante. Apartó un poco el tanga de Elena y comenzó a acariciar su coño, notando complacido que estaba empapado. A los pocos segundos las caderas de la mujer empezaron a acompañar el movimiento de su mano, acompasando la mamada, manteniendo el ritmo.
Alicia no se lo podía creer, su madre se movía como una gata en celo, cada vez más agitada mientras ese cabrón bebía tranquilamente de la lata de cerveza.
Pasaron unos minutos en los que su madre no despegó los labios ni un segundo del rabo de Frank, hasta que el chico tirándola ligeramente del pelo hacia arriba, la indicó que parase.
Elena esperó arrodillada en el sofá mientras su amante rebuscaba algo.
“No puede ser… Eso no… Mi madre no…” Pensó Alicia cuando veía como el chico sacaba el espejito y preparaba un par de rayas.
Elena esnifó la suya sin dudar un segundo, lo que hizo pensar a su hija que no era la primera vez…
Frank se levantó, acarició la cabeza de Elena como si fuera la de su mascota y ésta inmediatamente se apoyó sobre el respaldo del sofá, lo que dejaba su culo en pompa y a disposición del chico.
El negro cogió el bote que había traído la mujer y comenzó a manipularlo, pero Alicia había visto algo raro y no podía apartar la mirada.
Su madre tenia un tatuaje en la nalga izquierda. No lo sabía, nunca se lo había visto ni se lo había oído mencionar. Parecía una pica, como las de la baraja de poker, pero no lo veía bien. Entonces Frank la sacó de sus pensamientos. Se situó tras su madre y, después de darle un fuerte azote que incluso la dejó marca, comenzó a untarle el contenido del bote en… en… en el culo…
¡Ese cerdo iba a sodomizar a su madre! ¡Y la había llamado para que lo viera! Voy a estrenar algo, le había dicho… Alicia estaba roja de rabia, pero la situación era tan depravada y morbosa que no podía apartar la mirada… Estaba cachondísima…
Elena se separó ella misma las nalgas, mostrando a su hombre el camino que debía seguir, mostrando su rosado y cerrado ojete, preparado para que esa enorme polla lo reventara.
Frank se embadurnó el rabo con el lubricante y después metió un par de dedos en el culo de Elena. Ésta estaba inmóvil, esperando pacientemente su desvirgación anal. Alicia vio perfectamente como el hombre apoyaba la punta de su polla y, lentamente, muy lentamente, comenzaba a introducirla. Su madre se tensó, Frank se detuvo unos segundos, la acarició la espalda para tranquilizarla y después continuó.
Centímetro a centímetro desaparecía en las entrañas de Elena. Alicia se fijó en su cara, tenía los ojos fuertemente cerrados y mordía la tela del sofa, pero no se quejaba, aguantaba estoicamente la brutal invasión en su recto. Cuando la pelvis de Frank chocó contra Elena, ésta soltó un gemido mezcla de dolor y alivio: ya había entrado entera.
El negro sacó lentamente la tranca y la volvió a introducir. Cada repetición aumentaba el ritmo ligeramente, estando al poco tiempo sodomizando a Elena violentamente. Esta se había soltado las nalgas para agarrarse con fuerza al respaldo del sofá, Alicia pensó que lo iba a arrancar.
Pero la expresión de su cara estaba cambiando. Mantenía la boca ligeramente abierta, dejando escapar pequeños suspiros y miraba hacia el fondo de la sala sin enfocar. Sus tetas se bamboleaban de un lado a otro y al poco los suspiros se convirtieron en sonoros gemidos que incluso Alicia podía oir.
No podía creer que estuviese viendo impasible como un chaval rompía el culo de su madre y ésta lo permitía y lo disfrutaba, pero era un hecho, y lo peor de todo es que la escena la excitaba. Sus manos levantaron la falda y rápidamente encontraron su coño empapado. Se movió veloz, buscando su clítoris, sin andarse con rodeos y rápidamente tubo un orgasmo en el que se tuvo que tapar la boca para no hacer ruido, mientras veía como Frank gritaba como un animal mientras derramaba todo su semen dentro del culo de su madre.
El negro sacó el móvil, la polla e hizo una foto para recordar el momento.
Bip Bip.
El móvil de Alicia.
Lo cogió con la mano todavía pringada de su flujo y vio que aquel cabrón le había enviado la foto que acababa de hacer.
Se veía la polla de Frank sobre el ojete completamente abierto y enrojecido de su madre. Un hilo de semen colgaba desde el glande hasta el interior de aquel pozo sin fondo. Y se veía la cara de su madre, deshecha y deslavazada, pero satisfecha.
Ahora pudo contemplar el tatuaje con claridad, efectivamente era una pica negra, pero dentro tenía pintada un F mayúscula.
¿Ese cabrón le ha tatuado su inicial a su madre? ¿En el culo? ¡Como si fuera de su propiedad! ¡Como a una vulgar zorra!
La ira la embargaba.
“Pues claro que es de su propiedad, imbécil” Decía una voz en su cabeza. “No hay mas que verla… Y tu estás deseando seguir el mismo camino…” Ese pensamiento había salido de lo mas hondo de su mente, dando forma a una idea que sabia cierta pero que (todavía) no aceptaba.
La ira se convirtió en vergüenza, miró a su madre, todavía tirada en la misma postura. Su ojete esta recuperando su tamaño normal y parte de la corrida del negro comenzaba a resbalar por sus muslos. Entonces sonó el timbre.
Alicia se sobresaltó, pero Elena no mostró ningún tipo de inquietud por estar como estaba. Frank fue a abrir la puerta. La chica rodeó la casa para ver quien era. Casi se cae de culo alnver que era Gonzalo.
Frank salió de la casa y cerró la puerta tras él, Alicia no era capaz de escuchar lo que estaban hablando, pero veía que Frank negaba con la cabeza.
Verles uno al lado del otro le hizo conpararles inevitablemente, Gonzalo era guapo, delgado y atlético, no le sobraba ni pizca de grasa. Frank era un poco mas alto y tampoco le sobraba un gramo. La diferencia estaba en que Frank era mucho más musculoso, tenía mas espaldas que su ex novio.
“Es mucho más hombre…” Pensó.
Gonzalo parecía decepcionado, dio media vuelta y se fue.
Alicia le dejó alejarse unos segundos y después salió tras él.
– ¡Gonzalo!
– A-Alicia. Frank me dijo que no estabas.
– Estaba llegando y vi como te marchabas… ¿Que quieres?
– Hablar contigo, no me coges el teléfono, ni contestas mis mensajes… No se nada de ti desde…
– No te molestes. – Cortó la chica. – Fue un error. Me equivoqué y además te metí en un lío. Ahora tienes novia y yo… He sido una imbécil. No debí llamarte…
– Yo ya… Ya no tengo novia. Lo he dejado con Rebeca.
– ¿Qué? ¿Por qué has hecho eso?
– ¡Por ti! Joder, ¿Que esperabas? Hace meses me dejaste en la estacada y ahora, cuando por fin estaba rehaciendo mi vida, cuando empezaba a levantar el vuelo, vuelves. ¿Que querías que hiciera?
– Yo… L-Lo siento…
– Después de lo del otro día me di cuenta de que estaba viviendo un engaño. Y estaba arrastrando a Rebeca a él. Ella no se merecía esto, así que lo hablé con ella. Todo ha terminado, ahora lo único que quiero es estar contigo.
Alicia estaba asustada y arrepentida, ¿En qué momento se le ocurrió llamar a su ex? Había cometido un error horrible.
– Gonzalo, yo… Lo siento… De verdad que lo siento, pero…
– No me digas pero. Por favor. Te quiero Alicia. Nunca he dejado de quererte, y se que tu también sientes algo por mí.
– No… Yo no… Gonzalo por favor, no sigas…
– La semana pasada viniste a mí, me buscaste y me hiciste ver la realidad. No intentes ocultarlo, yo te quiero y tu me quieres, volvamos a lo que teníamos antes, volvamos a intentarlo.
– Gonzalo… No puedo… Hay…
– ¿Hay que? – El chico la miró y entonces comprendió. – ¿Otro? ¿Hay otro? ¿Y lo del otro día? ¿Ya estabas con él? ¿O empezaste con él justo después de chuparmela?
Alicia se puso roja. Gonzalo estaba poniéndose furioso.
– No lo entiendes. No es tan fácil.
– ¿Que no es tan fácil? ¿Por que me buscaste el otro día? ¿Para comparar? ¿O por que llevabas tanto tiempo sin follar que querías calentar? – Alicia bajó la mirada. – Eres una jodida zorra. Y pensar que he dejado a Rebeca por ti…
Alicia se fijó en el chico. Estaba cabreado pero sus ojos estaban enrojecidos y humedos.
– Solo una pregunta – continuó. – ¿Que tiene el que no tenga yo?
A la cabeza de Alicia vinieron los orgasmos y la excitación que le había provocado Frank, la sensación de sentirse protegida por un verdadero hombre, de sentirse… sometida a él…
“¿Por donde empiezo?” pensó. Pero no dijo nada y se dio la vuelta, dejando al chico sólo en mitad de la calle.
Claudia llegó a casa después de ver como su hermana discutía con su ex en mitad de la calle. No se había acercado a ellos, no quería entrometerse. Cuando fue a abrir la puerta, Frank la abrió desde el otro lado.
– ¡Ah! Hola Frank. No sabía que estabas en casa. ¿Ya te vas?
– Si, ya he acabado con lo que tenía que hacer. ¿Has hecho novillos para ir de compras? – Preguntó, señalando una pequeña bolsa negra que llevaba la chica.
– Si, necesitaba algunas cosillas nuevas. – Contestó, guiñando un ojo al negro. – ¿Esta mi madre en casa?
– Si, pero no te preocupes, está un poco cansada, no creo que se fije mucho.
– Perfecto… Bueno, pues ya nos veremos.
– Si, sale recuerdos a tu hermana de mi parte.
Claudia entró y vio a su madre andando hacia la cocina. Caminaba de manera extraña, como si le molestase algo.
– Hola mamá. – Saludó escondiendo un poco la bolsa. – ¿Te pasa algo? Andas de forma extraña…
– No te preocupes hija, me he hecho daño haciendo unos ejercicios de yoga…
– Yoga… Claro… No se como no se me había ocurrido. – Claudia mostró una sonrisa mientras hablaba. – Subo a mi habitación, ¿De acuerdo?
– Vale hija, voy a preparar la comida.
Claudia subió a su cuarto y escondió la bolsa en el fondo del armario mientras oía como su hermana llegaba a casa.
Sacó el móvil y escribió un mensaje.
– ¿Habeis tenido una mañana dura mi madre y tu? La has reventado, no podía ni andar.
Como única respuesta le llegó una foto. Una foto con su madre arrodillada, con el ojete obscenamente abierto y lleno de semen en primer plano.
Claudia se rió ligeramente, echó el móvil a un lado de la cama y se puso el pijama.
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Relato erótico “Por su culpa” (POR SARAGOZAXXX)

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Por su culpa.
Nos tomamos el viernes de fiesta para disfrutar de unos días de vacaciones por delante. Mi marido y yo lo planeamos todo para dejar al chico con los abuelos durante el fin de semana y retomar así un poco nuestra abandonada vida conyugal. Hacía un tiempo que no teníamos relaciones y ambos pensábamos que nos vendría bien cambiar de aires.
Reservamos una habitación de hotel en primera línea de playa. Lo cierto es que era ideal, la habitación la había reservado mi marido y había logrado sorprenderme. Era como un mini apartamento, tenía una amplia terraza, una especie de recibidor donde había una tele y un sillón, disponía también de una especie de coocking corner, y hasta jacuzzi en el baño.
.-“Cariño, esto te habrá costado un ojo de la cara” le dije al ver la habitación.
.-“Bueno…, pensaba aprovechar bien la estancia” me respondió con cara de salido.
Lo mejor del hotel es que tenía acceso directo a una pequeña calita, y aunque no era la mejor playa del mundo, era más que suficiente. Había algún que otro árbol, y entre las dunas brotaban luchando con la arena alguna que otra hierba y matorral. Se notaba que como aún no era temporada alta, estaba algo descuidada por parte del ayuntamiento. Como digo no era la mejor playa del mundo, pero era más que suficiente para tomar el sol, que el hombre del tiempo prometía para esos días.
Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara, y tengo treinta y un años. Si queréis saber más sobre mí podéis visitar mi blog, cosa que me haría muchísima ilusión.
Habrás podido comprobar pinchando en el enlace que hay alguna foto mía colgada en el blog. Espero que te gusten. Pero a lo nuestro…
Como iba diciendo llegamos un jueves a la noche, teníamos aún todo el viernes, sábado y el domingo de regreso. Un botones llevó nuestras maletas hasta la habitación y nos explicó algunas de las comodidades de las que disponía la mini suite.
Recuerdo que tras marchar el muchacho decidí darme una ducha, lo necesitaba después del largo viaje. Cuando salí del baño mi marido estaba dormido, todavía vestido con la ropa de viaje sobre la colcha de la cama. Si hay algo que no soporto nunca de esa escena, es la imagen de sus pies con calcetines negros sobre la cama. ¿Tanto cuesta quitarse los calcetines?. Sabe que lo odio, y aún así sigue sin hacerme caso.
Quise excusarlo pensando que él estaría más cansado que yo de conducir durante todo el viaje, y de haber trabajado hasta el último momento. Así que tras el codazo pertinente ambos caímos dormidos rendidos enseguida.
A la mañana siguiente del viernes un sol espléndido iluminó el dormitorio. Me levanté como de costumbre en nuestro hogar, a preparar los desayunos en el coocking corner. En noches de primavera agradables, suelo dormir con braguitas de esas con tiras a los laterales y en camiseta de tirantes finos. No sé porqué me encontraba especialmente eufórica esa mañana. Era de esos días en los que tienes el presentimiento de que todo va a salir bien. Desperté a mi marido con un par de besos y pese a sus gruñidos habituales, no dejé que decayera mi buen estado de ánimo. Cuando vino a desayunar yo ya había terminado.
.-“¿Sabes que me apetece?” le pregunté risueña.
.-“Sorpréndeme” dijo rascándose su entrepierna por encima del pantalón del pijama mientras bostezaba. Realmente que siempre que se despierta así, me parece un oso desperezándose.
.-“Me apetece ir a la playa a tomar el sol” dije mientras le daba un pico en la boca y me disponía a ir al dormitorio a deshacer la maleta en busca de mis bikinis.
.-“No sé porqué me lo suponía” escuché que musitaba desde la cocina.
Recuerdo que fui colgando mis vestidos y los polos de mi marido, así como recogiendo y repartiendo el resto de la ropa. Hasta que le tocó el turno a mi ropa interior y entre ella mis bikinis. Me sorprendió que no fuesen las prendas que aparté y dejé a última hora sobre la cama de nuestro dormitorio para que mi marido terminase por hacer la maleta, antes de que yo regresase a casa y partiésemos inmediatamente. Prácticamente toda la lencería que había escogido y cambiado mi marido en el último momento, eran bragas tipo brasileñas y tangas de lycra a juego con los sujetadores todos push-up.
.-“Adiós a la comodidad de mis braguitas de algodón y sujetadores sin aros”, pensé para mí mientras deshacía la maleta. En cierto modo me hizo gracia y me alegré, al parecer mi marido venía con ganas de verme sexy y esa era su peculiar forma de decírmelo. Todo hacía indicar que ambos estábamos deseosos por cumplir con nuestras olvidadas obligaciones conyugales.
Lo que me sorprendió tras deshacer toda la maleta, es que no encontré los tops de mis bikinis, tan solo hallé la parte inferior correspondiente a mis braguitas.
.-“¡¡Cariño!!, ¡recuerdas donde pusiste mis bikinis en la maleta. No encuentro los sujetadores!” le grité desde el dormitorio de espaldas a la puerta.
.-“Tal vez los olvidé” dijo mi marido sorprendiéndome por detrás mientras me abrazaba y me hacía algunas cosquillas en plan  mimoso.
.-“No en serio, ¿dónde los has puesto?” dije mientras trataba de zafarme de él.
A lo que él me impedía darme la vuelta, y durante el forcejeo del jueguecito, aprovechaba para refrotarme su miembro entre mis nalgas, y al mismo tiempo para sobarme las tetas por debajo de la camiseta que llevaba.
.-“Los dejé en casa” dijo como si no hubiese hecho nada malo, y continuaba metiéndome mano.
.-“Eres un pulpo” dije apartándolo de un culetazo. Pude notar que la tenía medio morcillona.
Esta vez mirándolo muy seria a los ojos frente a frente le pregunté de nuevo:
.-“¿D ó n d e   e s t a n   m i s   t o p s?” deletreé muy despacito, alto y claro, dando a entender mi cabreo.
.-“Vamos cariño, no te enfades, era una pequeña sorpresa” dijo poniendo carita de cordero degollado. “Sabía que querrías tomar el sol, y a mí me apetecía verte en top less. Por eso olvidé intencionadamente tus sujetadores en casa. Hace tiempo que no tomas el sol como cuando éramos novios. Entonces te gustaba incitarme. Recuerdas el efecto que provocabas en mi.” Y nada más decir esto, se dirigió hacia el armario, rebuscó entre un bolsillo de su chaqueta, y sacando un pequeño sobre como en papel de regalo me lo dió y dijo:
.-“Ten, lo compré pensando en ti” y dejó en mis manos el inesperado regalo. Yo en esos momentos me lo hubiese comido a besos. Me encanta cuando se pone adulador.
Abrí el regalo ilusionada. Nada más quitar un par de celos pude comprobar que se trataba de la braguita de un bikini. Terminé por desenvolver el paquete.
Me quedé de piedra cuando pude comprobar que se trataba de un tanga de esos de hilo tanto por los laterales, como por la parte posterior. La parte que debía cubrir mi pubis apenas era un minúsculo triangulo de tela. Me quedé de piedra. No supe que decir. Desde luego mi marido estaba loco si pensaba que me iba a poner “eso”. Sólo a un cretino se le ocurriría semejante disparate. Yo ya no tenía edad ni cuerpo para según qué cosas. Me ofendí pensando que me había confundido con una cualquiera.
.-“¿Qué te parece?” su pregunta interrumpió mis pensamientos.
Yo no supe que decirle en ese momento. Realmente lo que me apetecía era tirárselo a la cara y decirle cuatro cosas. Como hacerle entender que yo era una señora, ¡su señora!, y que ese tipo de prendas son para otro tipo de situaciones en las que yo ya no pintaba nada.
.-“Seguro que estas estupenda” dijo rompiendo el silencio que se había creado por unos instantes.
.-“¿Estás seguro que quieres que me ponga esto?” dije mirándolo perpleja por sus intenciones.
.-“Que pasa… ¿ya no te atreves?” dijo con cierta sonrisa burlona que sabe que me revienta. En esos momentos le hubiese dado un guantazo y le hubiese partido la cara, pero entonces adiós a nuestro planeado fin de semana. Además, si hay algo que no soporto es que nadie me diga ¿a qué no…?”. Necesitaba ganar tiempo para poder pensar con claridad, traté de poner algo de mi parte, así que le dije:
.-“Ohps, gracias cariño por verme con tan bueno ojos” le sonreí de oreja a oreja, “porque no te cambias y me dejas un ratito sola en el baño para que pueda probármelo a ver qué tal me queda” y dicho esto le di un pico en la boca, acto seguido recogiendo alguna de mis prendas me encerré en el baño.
Una vez sola en el aseo pude pensar con más calma.
Estaba claro que mi marido había venido con ganas echar un polvo, y me estaba gritando a voces que lo provocase. Desde luego no era la forma en que yo había pensado que pudiéramos terminar en la cama. Me esperaba algo más romántico, en plan que me preparase la cena, velitas, champagne, bombones, algún collar, pendientes o pulsera de regalo, y no esa prenda tan soez y descarada. Pero en fin, quise centrarme en lo positivo y pensar que una cosa teníamos en común, ambos queríamos hacer el amor después de tanto tiempo.
Pensé que algo tendría que poner de mi parte, y que de alguna manera tendría que seguirle el juego a mi marido si no quería ofenderlo. Pensándolo bien, me reí tratando de imaginar el momento en el que mi marido compró esa prenda. Me lo imaginaba tan serio, con su traje y corbata, dándole explicaciones absurdas a la dependienta. Seguro que el muy panoli tartamudeaba a la hora de pagar. Al fin y al cabo supongo que le costaría tragarse la vergüenza, y que su esfuerzo merecía una recompensa.
Así que armándome de valor me dispuse a desnudarme frente al espejo y probarme la minúscula prenda de baño.
¡Dios mío!, ¡que espanto!. A pesar de que me había hecho las ingles a lo brasileñas días antes, todavía asomaba algún pelillo por los laterales de la fina tela que debía cubrir mi pubis. Además apenas tapaba nada de mi culo. Yo me lo veía todo caído. Me sentía como desnuda. Hacía años y años que no practicaba top less, y la verdad no me sentía nada cómoda. Aunque armándome de valor supongo que podría superarlo, pero por lo que no estaba dispuesta a pasar era por ponerme esa prenda en público. Desde luego si quería ponérmela antes debería arreglar mis pelitos.
.-“Ya está”, pensé,  “si me rasuro el pubis seguro que le doy una sorpresa a mi marido, y cuando pregunté por el tanga le diré que tengo algo mejor reservado para él” ya me las arreglaría para hacerle olvidar.
Dicho y hecho, me enjaboné bien la zona y cuchilla en mano me afeité poco a poco los pelillos de la zona. Lo cierto es que tenía olvidada la sensación tan placentera de ir tan “desnudita”, y no sé si de tocarme yo misma o de apartarme los labios para no cortarme, que he de reconocer que me puse a tono. Mientras me rasuraba, imaginaba a mi marido cuando lo descubriese,  seguro que se ponía como un burro en celo. Me devoraría los pechos, cosa que siempre me vuelve loquita, e incluso puede que se animase a hacerme un cunnilingus. Suspiré pensando que por fin esta vez lograría darme placer, cosa que siempre esperaba deseosa que sucediese y que nunca ocurría debido a su falta de habilidad en dichos menesteres.
Elegí una braguita de bikini de esas que tienen cuerdecillas que se anudan a los laterales, y cuyas partes centrales son un par de triángulos. Me puse un vestido playero por encima, mis sandalias también brasileñas, y metiendo las toallas en la bolsa le indiqué a mi marido que ya estaba preparada.
Salimos por la puerta del hotel que daba a la playa. Mi marido se retrasó un poco dejando la llave en el hall. Así que yo mientras ojeé el panorama. Gracias a dios no había mucha gente en la playa. Pude ver un matrimonio con un par de hijos, alguna pareja de ancianos, alguna que otra chica sola, y algún grupillo de adolescentes. Por suerte había una zona algo oculta tras unas dunas, algo menos poblada, seguramente porque hacía más sol. El resto de la gente buscaba sobretodo el cobijo de los árboles. Yo en cambio prefería el sol. Me dirigí hacia allí mientras mi marido trataba de alcanzarme y me seguía.
Nada más llegar a la orilla de la playa extendí las toallas y me quité el vestido veraniego. Por suerte no había gente cerca y no me sentí muy incómoda por no llevar la parte superior de mi bikini. Mi marido me miró las tetas. Me gustó sentirme deseada por su mirada. Hacía tiempo que no le veía ese brillo en los ojos. Luego preguntó:
.-“¿Y la prenda que te compré?” dijo mirándome el culo.
.-“Tengo una sorpresa para esta noche” le dije poniendo cara de picarona. Mi marido se sonrió.
.-“¿Qué es?” preguntó poniendo carita de niño bueno.
.-“Ahh, las sorpresas no se dicen” dije tumbándome sobre la toalla. Mi marido se tumbó a mi lado.
.-“¿Te pondrás el tanguita?” preguntó al tiempo que se tumbaba a mi lado.
.-“Si te portas bien” le respondí creando cierto suspense. Ambos estábamos tumbados boca abajo. Luego, durante un tiempo se hizo el silencio.
.-“Ya está” interrumpió mi marido, “seguro que tienes pensado que por la noche nos bañaremos a la luz de la luna con el tanguita puesto”. A mi me entró la risa al escuchar sus palabras tras el silencio en la toalla, fruto de su calenturienta mente.
.-“Uhmm, puede ser” le dije con cara de niña mala.
.-“¿Qué es entonces?” insistió.
.-“Anda dame cremita por la espalda y te doy alguna pista” le dije tendiéndole el bote de crema solar.
Mi marido procedió a sentarse a mi lado y embadúrname la espalda de crema. Tan torpe como siempre vertió medio bote de crema sobre mi espalda que luego le costaba extender. Al menos por unos momentos estuvo callado sin decir barbaridades.
.-“Sabes…” dijo como si fuese a hacerme una confesión y tratando de extender la crema por la parte posterior de mis piernas.
.-“Uhm, uhm” musité yo medio adormilada sin abrir siquiera los ojos.
.-“Hace tiempo que sueño con este culito tan rico que tienes” dijo sobándome descaradamente mis nalgas con el pretexto de ponerme factor solar.
.-“Hay que ver lo salido que estas” me costó pronunciar debido a la soñera en la que estaba entrando.
.-“Sabes…” volvió a decir como en un susurro, “nunca lo hemos hecho por el culito y me apetece probar” dijo al tiempo que recogía la tela de mi bikini como si de un tanga se tratase. Yo en esos momentos no tenía ni ganas de moverme, por lo que lo dejé jugar con la tela de mi braguita. Mi marido se entretenía en recogerla y apartarla para que le mostrase mis cachetes.
.-“Uhm, uhm, por el culito ni lo sueñes” le dije totalmente adormilada.
.-“Tienes un culo precioso” me dijo esta vez sin dejar de sobarme las nalgas. Por suerte no había gente cerca y lo dejaba hacer.
.-“A ti te lo parece” le decía yo.
.-“En serio, tengo ganas de probar por el culito” insistía.
.-“Ya te he dicho que no”, la conversación comenzaba a ser un tanto estúpida, además a mi me sobrevenía el sueño por momentos. Por lo que poco a poco empecé a contestar con monosílabos. Hasta que mi marido me dijo:
.-“Voy a ver qué tal está el agua” y recuerdo mientras lo sentía marchar de mi lado, que yo caí dormida tumbada boca abajo en la toalla.
Había perdido la noción del tiempo cuando desperté. Me costó un tiempo recuperarme. Todavía estaba boca abajo despertando, cuando me percaté de que la tela de mi braguita que debía cubrir mi culo estaba toda enrollada en la parte central enseñando mis nalgas. Mis cachetes empezaban casi casi a enrojecerse por el sol. Además hacía un rato que ni escuchaba, ni notaba la presencia de mi marido al lado. Así que decidí voltearme para comprobar dónde podía estar.
Para mi sorpresa estaba hablando con los pies en el agua a unos metros de distancia de dónde yo me encontraba. Estaba con otro hombre y ambos parecían que llevaban observándome desde hacía un tiempo. Traté de fijarme bien en el hombre con el que hablaba.
.-“¡Qué vergüenza de ser algún conocido, y yo aquí con las domingas al aire!” pensé mientras me apoyaba sobre los codos boca arriba y me cubría los ojos con una mano a modo de visera para tratar de ver de quien podría tratarse aquel tipo.
Respiré algo aliviada cuando pude comprobar que no lo conocía. Pero me pregunté de quien podría tratarse para llevar tanto tiempo hablando con mi marido.
Se trataba de un señor bastante mayor, entorno a los cincuenta y tantos diría yo. Calvo en su cabeza, contrastaba con la enorme mata de pelo en su pecho, mejor dicho en su barriga. Me llamó la atención la cadena gruesa de oro que llevaba al cuello y un par de anillos, de esos tipo sello en sus dedos de la mano. Desde luego el tipo no se cortaba ni un pelo, y no dejaba de mirarme mientras mi marido no paraba de hablarle.
Me preguntaba una y otra vez de quien podría tratarse. Aquel hombre empezaba a ser algo descarado en la forma de mirarme. Babeaba con sus ojos clavados en mis pechos. Estaba claro que me devoraba con la vista.
Yo me preguntaba si el imbécil de mi marido no se daba cuenta de la forma en que su interlocutor miraba lascivamente a su esposa. Pero entusiasmado con su particular monólogo no paraba de hablarle al otro tipo que se dedicaba a mirarme y darle coba a mi marido para seguir disfrutando de la visión de mi cuerpo.
Quise llamar la atención de mi marido. Decidí aprovechar la situación y jugar a ponerlo celoso. Era imposible que no se diese cuenta de cómo me miraba su acompañante. Yo quería sobretodo que dejase de hablar con ese desconocido que comenzaba a ser molesto para mí, y le prestase a su mujercita la atención que necesitaba.
Así que apoyada en la toalla boca arriba sobre mis codos, y con los pechos desnudos, flexioné una de piernas y comencé a abrirla y cerrarla exhibiendo además el triángulo de tela que cubría mi pubis en una sugerente pose.
Mi marido parecía no enterarse de nada mientras que el viejo que lo acompañaba no perdía detalle de mis maniobras. Al fin pude ver como aquel tipo le decía algo a mi esposo y acto seguido este me hizo señas como para que me acercase. Yo no me lo podía creer, y tratando de no montarle un numerito a mi marido, obedecí a sus indicaciones y me incorporé para acercarme a lo que seguro era una presentación.
.-“Ven Sara, quiero presentarte a Ernesto” dijo mi marido, “Ernesto esta es mi mujer, Sara” ya estaban hechos los honores.
Yo quise darle la mano al tal Ernesto, el cual se adelantó a mis intenciones y pasando su mano por mi espalda me arrimó a él para intercambiar dos besos, con tal mala fortuna por mi parte que al aproximarnos mis pechos entraron en contacto con su barriga. Algunos de sus pelos se pegaron por mi escote por culpa del sudor y las cremas. Antes de que pudiera hacer nada por deshacerme de sus pelillos mi marido dijo:
.-“Ernesto es sin duda mi mejor cliente” dijo mi marido con una sonrisa de oreja a oreja.
.-“Encantada” dije yo también forzando una sonrisa a la vez que pensaba: “¡Imbécil!, mi marido es un auténtico imbécil, sólo él podía estar pensando en trabajo en nuestro fin de semana” pensé mientras me abstraía de la conversación entre los dos hombres. Luego recordé que mi marido me había hablado alguna vez de un tal Ernesto como cliente suyo, que encajaba perfectamente con la descripción de ese tipo.
Según mi marido el tal Ernesto ese estaba forrao de pasta, debía ser empresario o algo así. Gracias a él mi marido obtenía importantes comisiones de venta en su empresa, por lo que mi marido le estaba enormemente agradecido. Recuerdo que me confesó en alguna ocasión la fama de putero que tenía el tal Ernesto. Incluso que aceptaba algún que otro regalito bajo mano para cerrar las ventas.
El tipo desde luego no dejaba de mirarme a las tetas. Durante ese tiempo traté de taparme de la devoradora mirada del tal Ernesto. Abrazaba a mi marido aplastando mis pechos contra su brazo o su espalda. La situación comenzaba a ser incómoda para mí, aunque supongo que me lo tenía bien merecido por darle alguna esperanza con mis posturitas desde la arena.
Me alegré cuando por fín escuché las palabras de despedida de mi marido.
.-“Espero que nos veamos más veces”, dijo mi esposo con cierta alegría.
.-“Ha sido un verdadero placer conocerla” dijo Ernesto mientras me acercó a él para darme dos nuevos besos, sólo que esta vez al pasar su mano por detrás de mi espalda para despedirnos, aprovechó para tocarme el culo con cierto descaro.
.-“Lo mismo digo” dije con cierto recochineo a ver si mi marido se enteraba de que ese hombre me devoraba con la vista y me había tocado el culo.
El hombre se fué y mi marido ni se había enterado de que  le habían sobado el culo a su mujer delante de sus narices, y de algún modo por qué no, también las tetas. Yo por mi parte, no quise darle mayor importancia, total, tampoco sería la primera vez que un hombre de esas características me lanza los tejos tan descaradamente. Ya había lidiado en otras ocasiones con ese tipo de situaciones. Debido a mi trabajo son  muchos los hombres que me realizan insinuaciones para que me acueste con ellos, y con los que me gusta jugar. Me gusta dejarlos que traten de seducirme, para luego decirles orgullosa que no, que no tienen nada que hacer. Pero nunca lo había intentado nadie tan descaradamente delante de mi esposo
.-“¿A qué es un tipo majo?” me preguntó mi marido mientras nos tumbábamos de nuevo sobre las toallas.
“Y tú un imbécil que no te enteras de nada” pensé para mis adentros, y sin embargo le dije:
.-“Si, parece un tipo majo”, le mentí, pues en realidad me pareció un baboso asqueroso.
El resto del día transcurrió de lo más normal. Regresamos al apartahotel, preparé la comida mientras mi marido veía la tele, y después una buena siesta.
Cuando nos levantamos de la siesta era ya tarde, así que decidimos arreglarnos para salir a cenar por el pueblo.
Recuerdo que hacía mejor noche de lo que había previsto cuando pensé  la maleta. Había escogido tan sólo un par de vestidos de verano. Me pareció el más apropiado un vestido blanco tipo ibicenco. Era uno de esos con escote en uve, y cuyos tirantes terminan en un par de finas tiras que se anudan a la nuca. Lo malo es que entre los sujetadores que metió en el último momento mi marido en la maleta, no había ninguno que pudiera combinar con el vestido.
Decidí que tendría que ponérmelo como en otras ocasiones sin sujetador. Pero lo que peor llevé es que tampoco había ninguna braguita que se disimulase a través del vestido. Normalmente llevo alguna braguita color carne pare este tipo de situaciones, pero claro eran de algodón y mi marido decidió sin consultar no meterlas en la maleta. Así que no me quedó más remedio que elegir entre lo que había. Tras muchas dudas me decanté por un tanga de lycra en la parte trasera. Sin duda era el más disimulado, aunque también el más incómodo, pues hacía tiempo que no usaba este tipo de prendas. Me consolé pensando que a mi marido le gustaría bastante verme con él, e imaginé que después de cenar, regresaríamos al hotel, entre el vino, los licores y las ganas que ambos teníamos, seguro que me hacía el amor tal y como yo esperaba. Además, sería el momento adecuado para que descubriese la sorpresa que le tenía preparada desde que me arreglé el pubis a la mañana.
Salimos y estuvimos paseando por las calles más comerciales mirando alguna tienda antes de elegir el restaurante en el que cenar. Mi marido insistió en cenar en un italiano, pues le apetecía pasta. Yo en cambio había pensado en algún restaurante algo más sofisticado. Con buen vino, unas velas, y esas cosas. Al final terminamos cenando en una tratoría, como se le antojaba a mi esposo.
No estuvo mal, cenamos una pizza, algo de lambrusco, y unos chupitos para terminar. A mí el alcohol me animó lo suficiente como para ir a algún sitio a bailar, máxime cuando al salir a la calle se podía ver algo de ambiente. Mi marido en cambio decía que ya habíamos tenido bastante por hoy, y que mejor ir a la habitación a descansar.
.-“Tú has elegido el restaurante, ahora me toca elegir a mí” le dije tratando de evitar el regreso al hotel.
Así que estuvimos ojeando algunos garitos antes de entrar en uno de ellos. Me llamó la atención una especie de disco-pub que la verdad estaba muy bien decorado. Sonaban ritmos latinos en su interior, lo que terminó por decidirme frente al resto de locales donde predominaba música disco y “chumba, chumba”.
 La zona de entrada era alargada, y había una barra en paralelo para pedir las consumiciones. Al fondo había una pista de baile con bastante espacio, luces, dj, e incluso alguna gogo sobre los pedestales. La música era animada y había gente bailando. Me gustó el sitio, arrastré de la mano a mi marido directamente hasta la zona de baile, y una vez allí comencé a moverme al son de la música.
Al pasmao de mi esposo no le gusta bailar, y nada más ver mis intenciones dijo que se iba a la barra a pedir alguna consumición.
.-“¿Quieres tomar algo?” me preguntó casi a grito en mi oreja debido al volumen de la música.
.-“No gracias” le dije, “prefiero bailar”. Y acto seguido me abandonó en medio de la pista de baile.
Nada más irse mi esposo, cuando todavía trataba de abrirse camino entre la gente dirección a la barra, me rodearon un grupo de chavales extranjeros. Alemanes diría yo por el acento. Se les veía algo más jóvenes que yo. Poco les importó que llegase acompañada, enseguida me abordaron tratando de bailar a mi lado. Incluso alguno de ellos algo más descarado aprovechaba el gentío y la multitud para rozarse conmigo con la excusa del merengue, la bachata y otros ritmos calientes.
Yo la verdad hacía tiempo que no me veía abordada de esa manera. Sólo tenía vagos recuerdos de este tipo de situaciones de cuando era más joven. Desde que me casé apenas frecuentábamos discotecas. Era todo más en plan cenas, tertulias y veladores con otras parejas de amigos. Incluso en cierto modo he de confesar que me agradó ser el objeto de atención de ese grupo de muchachos, algo borrachos.
Así que mientras otras chicas de alrededor los rechazaban descaradamente, a mí no me importaba su presencia. Yo me dedicaba a bailar, era lo que más me apetecía en ese momento, hacía tiempo que no disfrutaba bailando y desde luego no iba a dejar de hacerlo por un puñado de guiris salidos.
Pronto me percaté en que las miradas de los chicos de alrededor se fijaban sobretodo en mis tetas. Era innegable que no llevaba sujetador, y que mis pechos botaban con el ritmo de la música. Con el paso del tiempo sus miradas se hacían cada vez más evidentes. Incluso se daban codazos entre ellos en plan machito cuando alguno perdía la atención. Al principio me sentí un poco molesta por ello, pero he de confesar que poco a poco fue haciéndome gracia ver sus caras de salidos. Pobrecillos, como suele decirse, seguro que en su país no veían hoja verde.
Pude ver a lo lejos entre la gente, como mi marido alcanzaba la barra para pedir su consumición. Sabía perfectamente que habiendo dos camareros y una camarera tras la barra, a quién le pediría la copa mi marido. Sobretodo cuando la camarera lucía un hermoso escote y unas largas y bonitas piernas que terminaban en un short. Pude contemplar cómo la chica le ponía su habitual gin tonic, y mi esposo aprovechaba para tratar de entablar conversación con ella.
.-“Será estúpido el tío” pensaba,  “él fijándose en otras mientras otros babean por su esposa”. Pensé que se volvería a mirarme, anhelaba que dejase de mirar a la camarera y que por una vez en su vida hiciese lo correcto, y se girase al menos para observar a su esposa. Ya no esperaba siquiera que me dedicase una mirada de deseo, sino que al menos me siguiera con la mirada movido por los celos. Si se mostraba celoso, eso quería decir que todavía sentía algo por mí.
Justo en ese momento mis pensamientos se vieron interrumpidos súbitamente. Alguien me tocó el culo descaradamente. En otras circunstancias me hubiese girado para tratar de arrear un bofetón al osado. Pero no sé porqué no hice nada al respecto. Supongo que era superior la rabia que sentía en esos momentos de ver a mi esposo flirteando con la camarera, que responder efusivamente a la descarada maniobra de quien quiera que se hubiese atrevido a tocarme el culo.
De nuevo pude notar una mano en mi culo. Esta vez no fue una leve palmada ni nada por el estilo, sino que ahora la mano me acariciaba suavemente, deleitándose sobre la tela de mi vestido, hasta que pude notar como presionaba con sus dedos en una de mis nalgas.
Hubiese bastado una simple mirada por parte de mi esposo para parar aquello, pero esta no llegó. Yo permanecí impasible, bailando con la mirada perdida en la barra del bar, contemplando como mi marido trataba de hacerse el interesante con la primera que tenía oportunidad, mientras un desconocido me manoseaba el culo en medio de la pista.
No sé por cuánto tiempo se prolongaría ese momento, era como si el tiempo se hubiese detenido para mí mientras bailaba, esperando un gesto por parte de mi esposo que nunca llegaba.
Desperté de mi ensoñación cuando mi acosador osó a deslizar su mano por debajo de la tela del vestido hasta alcanzar los cachetes de mi culo, y se atrevió a manosearme notando la suavidad de mi piel en esa zona. Yo me volteé muy enfadada con la intención de darle un bofetón al osado para que lo recordase durante toda su vida, pero me contuve cuando tras girarme, me dí de frente contra el torso descubierto de un monstruo rubio de cerca de dos metros, con una sonrisa de borracho de oreja a oreja, y que gritó ante sus amigos algo así como:
.-“ Diese Schlampe nicht tragen Höschen” que en mi escaso nivel de alemán, sé que quiere decir algo por el estilo como “esta guarra no lleva bragas”, lo cual aún me enfadó más.
Vale que no soy muy alta, y juro que le hubiese propinado el ostión de su vida, pero qué podía hacer si aquel hombre me sacaba más de tres palmos, y apenas le llegaba a los pectorales. Al darme la vuelta en mi airada estratagema, mi cara quedó a escasos dos centímetros del cuerpo del germano, y que al no llevar camiseta me llamó la atención el piercing que lucía orgulloso en una de sus tetillas entre multitud de tatuajes. Me quedé como paralizada contemplando su piercing. Además, los músculos de sus brazos estaban tan desarrollados como lo serían mis piernas.
Me asusté, por unos momentos quedé paralizada presa del pánico frente aquel energúmeno. Durante los instantes en los que permanecí confundida, alguno de sus amigos aprovechó para pellizcarme el culo por mi espalda. Me hizo bastante daño, y de nuevo me volteé a mi posición inicial airadamente tratando de averiguar con la mirada encendida quién se había atrevido esta vez a pellizcarme el culo. Sólo pude ver que estaba rodeada por un grupo de guiris borrachos riéndose por mi enfado, cuando de nuevo a mi espalda algún otro borracho del grupo aprovechó la confusión para darme otra palmada en el culo.
Me estaban toreando descaradamente.
Pensé que la situación empezaba a ponerse peligrosa, y decidí salir del medio de aquel círculo en el que me encontraba rodeada cómo fuera. Trate de zafarme a empujones del chaval que tenía justo enfrente, pero este me retuvo el tiempo suficiente como para que algún valiente me levantase el vestido por detrás y mostrase mi culo ante las carcajadas y risotadas de los presentes, y de entre los que pude apreciar el contacto de varias manos.
Juro que nunca entenderé esa forma de divertirse de los extranjeros, deberían estar todos metidos en la cárcel. Pero…¿qué podía hacer?.  Me sentí muy humillada ante la situación y corrí en busca de mi marido.
Nada más llegar a la barra lo sorprendí abrazándolo por la espalda.
.-“¡Qué sorpresa!” dijo “¿ya te has cansado de bailar?” preguntó extrañado por mi presencia. Aún tuve que contemplar como la camarera se despedía con una mueca de desaprobación, mientras intercambiaba una última miradita con mi marido.
.-“Bésame” le dije rodeando a mi esposo con los brazos en su nuca, mientras él me abrazaba, y nuestras bocas se fundían en un beso.
 Me gustó sentirme protegida y rodeada entre sus brazos. Tal vez no fuese el beso más apasionado del mundo, pero bastó para reconfortarme. En esos momentos me alegré mucho de que estuviese allí, me alegré mucho por estar casada con un hombre que al menos me respetaba, y que siempre había sido un caballero conmigo. Aunque fuese un idiota en según qué ocasiones, aunque no fuese el mejor amante del mundo en la cama, aunque a veces me sacase de quicio, reconocí en esos momentos que se trataba de un hombre de los píes a la cabeza, y que a su particular modo, velaba por su familia. Debía recuperar a mi marido cuanto antes.
Mi esposo dedujo que me pasaba algo.
.-“¿Qué ocurre?” me preguntó atónito por mi reacción.
.-“Vámonos a la cama” le susurré en la oreja. Sabía lo que me pretendía, y me abrazó aceptando mi proposición con una sonrisa de satisfacción en su cara. Pude adivinar por su rostro, que el muy idiota seguro que pensaba que era porque estaba celosa. Pero me dio igual, en esos momentos solo quería regresar a la habitación envuelta en su abrazo.
Antes de abandonar la barra abrazada a mi esposo, me llamó la atención el griterío proveniente de la zona de baile. El grupo de alemanes rodeaban a otra chica mientras gritaban. Mi mirada se cruzó en la distancia con la del energúmeno que me sobó el culo, quien al verme me dedicó unos cuernos con una mano y con la otra movía lascivamente su lengua entre los dedos imitando  un asqueroso cunnilingus. Pude dedicarle una peineta mientras abandonaba el local agarrada a la cintura de mi esposo.
Recuerdo que una vez más calmada, durante el camino a casa, quise besar varias veces a mi esposo, tal y como hacíamos cuando éramos novios. Por suerte era ya tarde, apenas había gente por la calle, y los que todavía paseaban a esas horas estaban bastante borrachos.
Nosotros seguíamos a lo nuestro, nos detuvimos debajo de una farola para besarnos, en el portal de una casa, contra un coche,…etc.. Transcurrió todo el camino sin mediar palabra prácticamente entre los dos, todo eran caricias  y besos. Ambos sabíamos que al llegar a la habitación tendríamos nuestro esperado momento. Cada beso era más apasionado que el anterior y las caricias de mi marido cada vez más atrevidas. En los últimos besos llegó incluso a tocarme los pezones y meterme mano bajo el vestido. Pude comprobar su evidente erección en su entrepierna. Yo al menos estaba como una moto, siempre me ha gustado meterle mano a un tío, ver como se dejan, sentir como tan machos y tan hombres se derriten al acariciarlos.
Por fin llegamos a la casa. Yo esperaba ansiosa el momento. Le sugerí a mi marido que abriese una botella de vino mientras yo me acicalaba en el baño. Me encerré en el lavabo y me cepillé el pelo para evitar los enredones. Me retoqué un poco el maquillaje, me perfumé, e incluso me puse uno de los conjuntos de lencería que había seleccionado mi marido. Me miré por última vez frente al espejo antes de darme el visto bueno. Uffh!!, que calentita estaba, qué ganas tenía de que mi marido me acariciase y me hiciese el amor, lenta, pausadamente, diciéndome cosas bonitas al oído. Había esperado tanto ese momento.
Abrí la puerta del baño y me dirigí directamente al dormitorio. Me alegré a la espera de ver la sorpresa con la que me aguardaba mi esposo.
Y desde luego que me llevé una gran sorpresa…
El muy imbécil se había quedado dormido vestido encima de la colcha. Para mi estupefacción no solo estaba dormido sino que además roncaba como un toro en celo. No pude evitar que mi mirada se detuviese en sus calcetines negros sobre la colcha. Todo el sex appeal se había ido al traste en unos segundos.
Retiré a un lado las sábanas de mi lado y me introduje en la cama decepcionada por cómo había terminado la noche.
Un sol radiante se coló por la ventana al día siguiente, sábado a la mañana. Mi marido todavía dormía cuando me levanté. Recuerdo que preparé un par de desayunos esperando que se levantase y desayunase conmigo. Pero al parecer continuaba durmiendo cuando terminé de desayunar. Decidí ducharme y arreglarme con calma para ir a la playa. Ya sabéis, cremitas por todo el cuerpo, revisión de piernas, axilas e ingles, y bien de crema solar, sobretodo por los pechos.
Había pasado ya media mañana,  y harta de hacer tiempo y de esperar, desperté sacudiendo a mi marido entre las sábanas.
.-“Cariño, salgo a la playa a tomar el sol un rato. Hace una mañana estupenda” le informé de mis intenciones.
.-“Me duele mucho la cabeza” dijo desperezándose con una evidente resaca en su cuerpo. “Creo que anoche me pasé con los gin tonics. No volveré a beber más” musitó mientras volvía a caer rendido sobre la cama.
Temí que no se levantase en toda la mañana, así que traté de incitarlo un poco.
.-“Será mejor que te levantes, pienso ponerme tu regalo” le dije con la intención de que saliese de las sábanas loco por verme tan solo con la prenda puesta, pero para mi mayor desilusión no me hizo ni caso.
Me encerré en el baño dispuesta a  ponerme su tanguita. Dado el caso que me hizo, dudé entre ponerme su regalito u otros tangas más discretos. Desde luego su tanguita me pareció muy osado, me lo probé un par de veces en comparación con otros antes de decidirme. La verdad es que de frente no encontraba mucha diferencia bien mirada frente al espejo del baño, pero era evidente que por detrás se me veía todo el culo. Aún lo llevaba puesto cuando armada de valor y en parte algo enfada, le grité a mi marido que aún yacía en la cama:
.-“Cari, llevo puesto tu regalo, no tardes en venir a la playa o te lo pierdes” le grité por última vez antes de salir de la habitación.
.-“Vale, vale” es todo cuanto escuché, aunque sin ningún entusiasmo por su parte. Algo me hizo presagiar que tomaría el sol sola en la playa.
Me dirigí hacia el mismo sitio que el día anterior a, todavía con la esperanza de que mi marido se levantase y pudiera encontrarme. Por suerte no había nadie alrededor, por lo que no me importó quitarme el vestido y tener que tomar forzosamente el sol gracias a mi esposo, tan solo con ese minúsculo tanga.
Al principio me tumbé boca abajo sobre la toalla con la idea de acostumbrarme poco a poco a las sensaciones.  Al rato un matrimonio más o menos de nuestra edad y con dos niños, se acomodó a pocos metros cerca de donde yo estaba tumbada. Al principio quise pensar que eran imaginaciones mías, pero con el paso del tiempo las miradas del hombre se hacían más evidentes. Hasta tal punto que su esposa tuvo que llamarle la atención y decirle que dejase de mirarme.
“Qué situación tan ridícula” pensé cuando ví que la mujer le daba un par de codazos a su marido para que se cortase un poco “otros hombres mirando por mi cuerpo, y mi marido pasando de mi. Que mal repartido esta el mundo”.
El sol alcanzó el punto más alto cuando me llamó la atención un grupo de cinco jóvenes que se aproximaban desde la zona del parking. Tenían los rostros cubiertos con gafas de sol, y con sus toallas únicamente como atuendo playero. Parecía un grupo de universitarios con resaca, que buscaban un lugar dónde descansar de la juerga de la noche anterior, y no escogieron mejor sitio que al lado de una chica hermosa que toma el sol con una prenda tan provocativa.
Por suerte guardaron una distancia prudencial entre sus toallas y la mía, pero era evidente que tampoco me quitaban ojo de encima. A decir verdad yo era la única chica en top less de toda la playa, y allí estaba, rodeada por un grupo de jóvenes y un marido voyeur.
He de reconocer que por un momento me gustó sentirme el centro de atracción de todas las miradas masculinas presentes en ese momento en la playa. ¡Pero mira que es estúpido mi marido!, pensé mientras apreciaba los ojos de los presentes clavados en mi cuerpo. Incluso los de algún que otro abuelete que paseaba por la orilla de la playa y que aprovechaban para mirarme.
No sé si el sol o qué, pero empezaba a ponerme calentita. Así que decidí darme un baño en el mar. El agua estaba fría, helada, y claro que logró calmar mi calentura, pero a cambio mis pezones se pusieron de punta a la salida. Siempre recordaré las miradas lascivas de los muchachos al contemplar mis pezones duros  al salir del agua.  Además, al caminar podía notar el bamboleo de mis nalgas en cada paso, y que seguramente provocaba la delicia de todos los presentes. No sé porqué me sentí admirada y deseada. Hacía tiempo que no me sentía así. Claro que siempre estaba rodeada del niño o la familia, que disuadían cualquier intento porque otro hombre se fijase en mí como mujer, y no como esposa o mamá.
Recordé los tiempos en la adolescencia en que me gustaba que los chicos se fijasen en mi. Siempre competía con las amigas en parecer la más atractiva. Entonces me gustaba llevar prendas provocativas, y atraer las miradas de los chicos.
 Así que recordando los viejos tiempos, quise darles un espectáculo a los muchachos de la playa que nunca olvidarían. Me sequé con la toalla de espaldas a ellos, cada vez que me agachaba para secarme las piernas les proporcionaba una visión espectacular de mi trasero. Me gustó exhibirme, en cierto modo porque también pensaba que en cualquier momento aparecería mi marido y se pondría celoso. Se lo tenía más que merecido. Me había tenido toda la mañana desatendida.
Para colmo decidí acercarme a pedirles un cigarrillo. No fumo, pero quería ver la reacción de los muchachos al acercarme. Nada más pedir el cigarrillo uno de ellos se apresuró a rebuscar entre sus enseres para proporcionarme uno. Pude apreciar las miradas de todos ellos clavadas en cada una de las partes de mi cuerpo. Me arrancaban con la vista la diminuta prenda que me cubría.
.-“Gracias” dije tras encender el cigarrillo, y regresé a mi toalla dispuesta a seguir tomando el sol. A partir de ese momento, los muchachos no dejaron de mirarme y mirarme. Me devoraban con la vista.
La mañana pasó y mi marido no llegó, y se hizo la hora de regresar a la habitación. Recogí mi toalla y pasé tratando de provocarles justo al lado del grupo de muchachos.
.-“¿Quieres otro cigarro?” me preguntó uno de ellos haciéndose el graciosillo del grupo.
.-“No gracias, no fumo” le respondí dejándolos a todos con la boca abierta, mientras me alejaba moviendo mi culito ante sus miradas atónitas.
Al regresar a la habitación mi marido estaba ya despierto. Se encontraba medio vestido tumbado sobre el sillón de la entrada viendo la clasificación de la fórmula uno.
.-“¿Ya estás aquí?” me preguntó al verme entrar. “Alonso ha hecho un buen tiempo” me informó de algo que a mí me era totalmente indiferente. Lo único que me importaba en esos momentos es que no hubiera venido a buscarme. Había preferido ver la tele a venir conmigo a la playa. No me hizo gracia la verdad. Así que sin dirigirle mucho la palabra me encerré en el baño dispuesta a arreglarme para salir a comer.
Me puse un petit black dress de esos con tirantes que se anudan a la espalda como top, y que marcan un pronunciado escote en “v”, que había escogido mi marido, total tampoco tenía mucho más dónde poder elegir en la maleta. Al igual que la noche anterior, no pude ponerme sujetador, comprobé de nuevo que todos se marcaban demasiado. Menos más que por debajo me pude poner una braguita más o menos cómoda. Opté por una de lycra y transparencias con blondas muy sexy, de color negro a juego con el vestido.
Esta vez elegí yo el restaurante. Pedimos a la carta. Mi marido eligió un reserva Ribera de Duero que acompañaba bastante bien con lo que habíamos pedido. El caso es que como teníamos sed la primera botella la bebimos relativamente deprisa, y claro está, la segunda hubo que apurarla para no dejar ni gota dado su precio. Era demasiado vino para dos.
He de decir que mi marido estuvo muy agradable durante toda la comida, como en sus mejores tiempos, me hacía reír y estaba bastante elocuente. Siempre me gustaba cuando se ponía así, y me hizo recordar las dotes por las cuales me conquistó.
Entre las dos botellas de vino, los licores y el chupito yo estaba ya medio borracha, y eso que apenas serían las seis de la tarde cuando abandonábamos el restaurante. Dada la hora decidimos no regresar al hotel y continuar paseando, tomar alguna copa más para mantener la alegría de nuestros cuerpos, y cenar de tapas o algo por el estilo.
El caso es que entre tapa y tapa, y picoteo y picoteo, el vino se nos subió a la cabeza. No sería muy tarde, apenas las diez de la noche cuando le propuse a mi marido ir a bailar a alguna discoteca.
.-“Tú has elegido el restaurante, me toca elegir a mí la discoteca” dijo mientras dábamos algún traspiés caminando por las calles abrazados de la mano, y algo más que ebrios.
.-“A sí…, ¿y dónde quieres llevarme?” le pregunté algo entusiasmada con la idea de que medio borracho como estábamos mi marido se animaría a bailar conmigo.
.-“¿Por qué no vamos al garito de ayer?. Había buen ambiente, ¿no te parece?” pronunció rompiendo el buen rollito entre ambos hasta el momento.
.-“¿Por qué quieres ir allí?” le pregunté algo malhumorada y celosa porque sabía que estaba deseando volver a encontrarse con la camarera.
.-“Marta, una de las camareras me dió un par de vales por consumiciones si regresábamos” me dijo como si nada.
“Marta, ¡si sabe hasta su nombre!” pensé cabreándome aún más por la situación.
.-“Esta bien” le dije a mi marido cogiéndolo de la mano mientras tramaba como fastidiarle el plan.
Seguro que el muy cerdo estaba esperando que me fuese a bailar, para tratar de flirtear con la tal Marta. Pues estaba equivocado, pensé que me quedaría a su lado en la barra achuchándolo sin parar y besuqueándolo para que esa guarra supiese que no tenía nada que hacer con mi esposo.
Dicho y hecho, llegamos al bar. Mi marido buscó en la barra a la tal Marta, está vez la camarera tenía asignada la zona de la barra más cercana a la pista de baile, mientras que los camareros se ocupaban de la entrada.
.-“Bien” me alegré al advertir esta circunstancia, porque de esta forma podría bailar mientras estaba en la barra junto a mi marido sin desentonar. Las cosas me empezaban a salir bien.
Durante un tiempo todo transcurrió según lo planeado. Mi marido se acercó a la barra y le pidió un par de gin tonics a la chica. Esta no puso buena cara al tener que invitarme a mí también, y peor cuando comprobaba con el paso del tiempo que yo no me despegaba de mi marido. De vez en cuando intercambiaban entre ellos alguna frase,  sobretodo en los espacios de tiempo en los que ella no estaba sirviendo copas. Yo en cambio podía bailar sin despegarme de mi marido al estar cerca de la pista de baile. Pude comprobar cómo el rostro de mi marido se tornaba serio al observar que me conformaba con bailar tímidamente a su lado, y de cómo su “amiga” Marta, cada vez le dirigía menos la palabra. Fue mi marido quien me sorprendió y me dijo apurando su gin tonic:
.-“¿Te apetece bailar?” me preguntó cogiéndome por la cintura y empujándome hacia la pista de baile.
“Victoria” pensé mientras me dejaba arrastrar por mi marido entre la gente. Al fin las cosas sucedían como tenían que ser.
Me agradó mucho bailar con mi esposo. Es algo torpe con los ritmos latinos, pero al menos lo intentaba. Yo aprovechaba el baile para desplegar mis armas de mujer, lo provocaba, lo rozaba, lo besaba,… por fin lo tenía rendido de nuevo a mis encantos.
.-“¿Te apetece otra copa?” me preguntó al cabo de un rato.
.-“¿Por qué no?” pensé, pues habíamos sudado bailando y tenía sed de nuevo.
A mi marido le faltó tiempo para ir a la barra y entablar conversación con la tal Marta mientras de nuevo le pedía los gin tonics. Podía comprobar en la distancia como pasaba el tiempo y mi marido no regresaba con las copas. De hecho pensé que los hielos se estarían derritiendo, pues hacía un rato que los gin tonics estaban servidos sobre la barra.
Me acerqué a él toda indignada. Estaba bastante enfadada por su falta de delicadeza y torpeza. ¡Acaso no se daba cuenta de que esa pendona se estaba saliendo con la suya!.
Me abrí camino entre la gente bastante airada, y justo antes de alcanzar a mi esposo alguien me tocó el culo descaradamente entre el gentío.
.-“Tiene gracia la cosa” pensé sin darle la más mínima importancia esta vez al hecho de que me tocasen el culo, supongo que incluso lo echaba en falta, o lo necesitaba en ese momento. Me vino como una inyección de autoestima.
.-“Buenas” dije algo cabreada al llegar a la barra. Pero ni mi marido ni su interlocutora me prestaron atención.
.-“¿Es esta mi copa?” le pregunté a mi marido tratando de interrumpir su conversación.
Esperaba una respuesta, o un gesto de atención, pero mi marido tan sólo retiró a un lado una copa dándome a entender que esa era la mía, sin decir ni una sola palabra, pues no quería interrumpir su conversación con la camarera.
Le dí un buen trago al gin tonic presa de la rabia y de la sed. A decir verdad a poco me lo bebo de un trago. Mientras bebía perdí mi mirada entre el gentío. Pude advertir que los ojos de un chico  algo más joven que yo se clavaban en mí. El chico se encontraba en la misma dirección por la que llegué a la barra. Por su situación bien podía tratarse de la persona que me tocó el culo entre la gente, aunque no me parecía que fuese de esa clase de chicos . Se alegró al comprobar que nuestras miradas se cruzaban en la distancia. Incluso alzó su copa en señal de brindis mientras me miraba fijamente. Yo me giré estúpidamente pensando que el brindis se lo ofrecía a alguna otra chica a mi espalda, pero como una tonta pude comprobar que tras de mí solo había un trozo vacío de la barra del bar. Así que volteándome de nuevo le dí otro trago a mi copa mientras miraba al muchacho. Había algo en él que me resultó familiar.
Me había acabado la copa en tan solo dos tragos prácticamente seguidos. ¡Madre mía! Se me había subido todo el alcohol ingerido de golpe. De repente estaba mareada. Apenas me tenía en píe. Decidí ir a los baños a refrescarme un poco la cara y acicalarme.
Pude comprobar cómo el muchacho abandonaba el grupo de amigos con el que estaba y me seguía tras de mí entre la gente en dirección a los baños.
Le dí con la puerta del aseo de señoras en la nariz.
“¿Qué pretendía ese chico siguiéndome?” pensé mientras aguardaba mi turno a que algún reservado quedase libre para tratar de aliviar mi vejiga.
Por suerte los lavabos se veían limpios y pude refrescarme un poco la cara con agua.
Al fin pude acceder a un reservado. Tuve que apoyarme bien para no caer, entonces me di cuenta de lo borracha que estaba. “¡Qué pena!, mal empleado” pensé mientras limpiaba contemplando mi rasurado pubis tras hacer mis necesidades.
Me defraudo no toparme con mi seguidor a la salida de los baños, incluso me detuve a mirar a mi alrededor. Esperaba que me abordase y me dijese algo, pero al menos en ese momento no lo ví.
Fue al dirigirme de nuevo hacia la barra cuando pude advertir la presencia del muchacho a  mi espalda. No sé que se proponía ese chico jugando conmigo de esa manera, pero desde luego había logrado captar mi atención.
Oh!, no. Al llegar a la barra pude ver como mi esposo estaba hablando con el tal Ernesto y un par de tipos más. Mi marido le pasaba la mano por encima del hombro al tal Ernesto en plan colegueo, mientras presumían entre todos de no sé qué historias ante la camarera, que dicho sea de paso estaba en su salsa abrumada por tanto gallito.
La situación me pareció patética. Unos viejos evidentemente bebidos, presumiendo ante una camarera veinte años más joven que ellos.
.-“Hola” dije nada más incorporarme al grupo. Solo Ernesto me prestó atención.
.-“Holaaaaaaah” dijo alegrándose de verme. La mirada de Ernesto se perdió en mi escote. ¡Dios! Que tío más baboso. Su mirada lasciva tratando de verme las tetas no me gustó en absoluto. Para colmo tuve que aguantar las presentaciones.
.-“Carlos, Juan, os presento a Sara, su mujer” dijo mirando a mi marido. Ernesto aprovechó la situación para pasar su mano por mi espalda, y empujarme hacia su amigo Carlos para intercambiar los dos besos de rigor, tocándome descaradamente el culo ante la atenta mirada de su otro amigo Juan, el cual no se perdió detalle de la caricia, e intercambió una maliciosa sonrisa con Ernesto.
.-“Encantada” dije mientras daba dos besos de presentación a Carlos y comprobaba que mi marido estaba totalmente borracho sin enterarse de nada de lo que acababa de pasar.
.-“Y este es Juan” dijo de nuevo Ernesto para aprovechar de nuevo a pasar la mano por mi espalda y tocarme de nuevo el culo mientras me empujaba hasta su amigo Juan. Esta vez me tocó aún más descaradamente el culo. No me hizo ni pizca de gracia, pero… ¿qué podía hacer si el imbécil de mi esposo no se enteraba de nada?.
Para colmo tuve que contemplar como mi esposo pedía a gritos cuatro gin tonics más con la intención de invitar a sus amigotes. Le temblaba la voz de lo borracho que estaba.
.-“¿Tu qué quieres tomar?” me preguntó mi marido trabándose la lengua.
.-“Nada, ¿por qué no nos vamos ya?” le pregunté tratando de huir de las nuevas compañías que nada bueno me hacían presagiar.
.-“No seas aguafiestas” me respondió mi marido tambaleándose.
.-“Cariño, por favor, vámonos” le imploré a mi esposo tratando de evitar que hiciese más el ridículo ante quien consideraba sus amigotes.
.-“Pero si nos lo estamos pasando de puta madre” dijo totalmente borracho y fuera de si.
.-“Esta es tu copa” dijo Carlos tendiendo la copa a mi esposo e interrumpiendo intencionadamente la conversación entre nosotros, a la vez que cogía del hombro a mi esposo y lo apartaba de mi con no sé qué pretexto.
El caso es que la maniobra de Carlos estaba totalmente sincronizada para dejar vía libre al tal Ernesto quien se acercó para preguntarme:
.-“Hizo buen día hoy, ¿bajasteis a la playa?” me preguntó sin dejar de mirarme el escote.
.-“Si” dije secamente.
.-“Qué pena que no nos vimos” dijo relamiéndose descaradamente mientras me miraba las tetas. No me gustó el tono en el que lo dijo. Opté por permanecer en silencio.
.-“Me hubiera gustado verte de nuevo en la playa. Estabas muy linda ayer mientras tomabas el sol” pronunció en un tono de voz mucho más profundo, mientras se arrimaba aún más a mi, traspasando claramente el espacio interpersonal entre ambos.
.-“Me lo imagino” le respondí tratando de retirarme un poco de su extrema cercanía.
En ese momento pude ver que el muchacho que antes me siguió hasta los baños estaba ahora detrás de Ernesto observándolo todo. Posiblemente llevaba un rato allí sin que yo me hubiese dado cuenta. Tenía que deshacerme de Ernesto, pero…¿cómo?.
.-“Me apetece bailar un rato, ¿vienes?” pregunté a Ernesto mientras miraba al muchacho que entendió perfectamente mi pregunta.
.-“No gracias, bailar no es lo mío” dijo batiéndose en retirada ante el ridículo que podía protagonizar.
“Me lo suponía” me dije a mi misma triunfadora por saber deshacerme de semejante pelmazo. Me acerqué a hasta mi esposo que reía a carcajadas con Juan y Carlos, frente a la camarera. Sé perfectamente que solo se ríe así cuando está borracho.
.-“Cari, voy a bailar un rato” le informé sin estar segura de que se hubiese enterado.
En cierto modo me daba igual ya que se enterase o no. Nuestro idílico fin de semana se había pasado. Mi marido iba a terminar borracho sobre la cama, seguramente volvería a quedarse dormido con sus calcetines negros puestos y que tanto odio. Mañana me tocaría recoger, pagar la cuenta y si te descuidas incluso conducir de regreso a casa. Estaba enojada por su infantil comportamiento.
Cuando llegué a la pista de baile pude apreciar que el muchacho con el que antes intercambié alguna mirada, estaba ya moviéndose al ritmo de la música con algún amigo más. Me alegré por encontrármelo en la pista de baile cuando me incorporé. Escogí bailar a una distancia prudencial suya, aunque reconozco que no le perdía la vista.
De vez en cuando dejaba de mover la cabeza al son de la música para mirarlo, preguntándome un ciento de cosas acerca de él, y siempre lo pillaba observándome. Por su parte me sonreía cada vez que lo sorprendía mirándome.
Comencé a fijarme en él. Calculo que tendría entorno a veinticinco o veintiséis años. Relativamente más joven que yo. No había anillo de compromiso en sus manos, lo que corroboraba el hecho de que aún era relativamente joven. Vestía bien, unos tejanos de Levi´s y una camiseta de Tommy Hilfiger. La ropa le sentaba bastante bien. Mediría cerca de uno noventa, y sin ser un cachitas de gimnasio se le veía fuerte. A decir verdad estaba bastante bueno. Me preguntaba porque se habría fijado en mí un chico tan joven. Era guapete, resultón más bien, seguro que podría conquistar a chicas de su edad, con mejor tipo que yo. Y sin embargo, estaba claro que estaba tonteando conmigo. Me fijé en su paquete. Uuuhhm, no estaba nada mal para ser un yogurin.
Recuerdo que estaba ensimismada en mis pensamientos contemplándolo mientras bailaba, cuando su mirada me sorprendió observándolo absorta en la distancia. Esta vez esbozo una sonrisa especial. Hasta se le cambió el brillo en los ojos. Sabía que había logrado que me fijase en él, y eso le hizo pensar que tenía alguna posibilidad para conmigo.
Nuestras miradas se vieron interrumpidas por la presencia de Ernesto, quien se acercó para cogerme del brazo, y decirme de lado en mi oreja:
.-“Nos vamos. Cambiamos de garito. Tu marido se viene con nosotros. Estaremos en el Fly, aquí al lado. ¿Venís o te quedas?” preguntó casi a voz en grito debido al volumen de la música. Yo miré al muchacho que me observaba ahora expectante ante los acontecimientos.
.-“Me quedo un rato bailando, dile a mi marido que enseguida salgo” le dije a Ernesto quien se debía esperar que le dijese que me iba con ellos, y se quedó algo sorprendido por mi respuesta.
Nada más marcharse Ernesto mi mirada se volvió a cruzar con la del muchacho que resoplaba aliviado al contemplar que me quedaba en la pista.
Supongo que el alcohol ingerido me llevó a pensar en aprovechar al máximo el poco tiempo que me quedaba de fin de semana sin niños. Así que, me puse a bailar de la forma más sexy y sensual que sabía. En parte porque quería exhibirme un poco ante el muchacho que no dejaba de mirarme, con la clara intención de que se decidiese de una vez a acercarse y decirme algo.
Llevaba ya el tiempo suficiente bailando como para dejar claro que estaba sola en la pista, cuando fueron dos hombres algo mayores que yo, entorno a los cuarenta y tantos, los que se acercaron hasta mi simulando bailar y me preguntaron:
.-“¿Te podemos invitar a una copa?” me preguntó uno de ellos muy amablemente.
.-“No gracias” les respondí dándome la media vuelta y continuando bailando.
Ellos continuaron mirándome como bailaba disfrutando del movimiento de mis curvas, mientras yo movía mi cuerpo de lo más sexy.
.-“¿Cómo te llamas?” me preguntó el otro de los dos señores .
.-“¿Para qué lo quieres saber?” le respondí casi a voz en grito.
.-“Para invitarte a una copa” me respondió tratando de salirse con la suya.
.-“No gracias” le respondí dándome de nuevo la media vuelta y continuando con mi baile.
En mi maniobra de giro, me sorprendió verme de frente contra el muchacho que antes me observaba en la distancia. Ambos nos sonreímos y continuamos bailando uno frente al otro, mirándonos a los ojos, y sin mediar palabra.
“¿A que espera para decirme algo?” me preguntaba para mi desesperación mientras bailábamos, pero el muchacho tan sólo me sonreía.
“¿Y qué haría si me dijese algo?” pensaba para mi, ”muy a mi pesar debería rechazarlo también, soy una mujer casada” me dictaba mi conciencia.
Sin embargo, no sé muy bien porqué, mi corazón anhelaba que aquel muchacho tratase de seducirme. No había explicación lógica por la que aceptaría coquetear con ese chico en particular y sin embargo hubiese rechazado a otros hombres que trataban de ligar conmigo. “Bueno, por dejarme invitar y charlar con él no hay nada malo” me decía a mis misma pensando en lo que haría si me dijese algo.
Alguien me cogió del brazo y prácticamente me volteó para girarme mientras bailaba. Era uno de los dos tipos, el que parecía más machito y me dijo:
 .-“¿Por qué no quieres que te invitemos a una copa, nena?”  me dijo en un tono un poco arrogante.
.-“¡Por qué no me apetece tomar nada con vosotros!” le grité haciendo evidente mi enfado por molestarme. En esos momentos la música cambió de canción, y comenzó a sonar una conga.
.-“¡¡Oye eres una calientapollas de mierda!!, que  te crees, que puedes ponerte a bailar provocando a todo el personal en medio de la pista, para luego no hacer ni puto caso a un par de tipos con un par de huevos que te quieren invitar.¡¡Anda y que te follen!!” gritó el individuo en medio de la pista faltándome al respeto.
Juro que le hubiese partido la cara en ese mismo momento a semejante gilipollas. Si hay algo que no soporto es que me falten al respeto y menos un chulo playa de tres al cuarto. Aquel tipo había despertado en cuestión de segundos mi lado más barriobajero, le hubiese propinado un rodillazo en sus partes que se hubiera acordado de mí en varios días. Estaba a punto de propinarle el puntapié, cuando alguien me sorprendió cogiéndome de las caderas, y me guió de la cintura hasta la última persona que formaba parte de la cadena de gente, que con la excusa de bailar la conga recorría todo el local. Me alegré al saber que quien me cogía por detrás de la cintura para bailar la conga, era el muchacho con quien intercalaba las miraditas.
Seguramente había visto toda la escena y me había rescatado de la situación con la excusa del baile en cadena. Era todo un gesto por su parte. Cuando terminó la música fue él quien se apresuró a decirme:
.-“Espero que no te molestasen esos dos tipos” me dijo moviendo el puño de su mano y señalándolos con el pulgar.
.-“No, no, son sólo un par de borrachos” le dije algo más calmada y tratando de restarle importancia al asunto. Comenzó a sonar una especie de bachata bastante animada por los altavoces.
.-“Puedo bailar  contigo, así nadie te molestará” se ofreció caballerosamente.
A mí me hizo gracia el pretexto que puso para tratar de entablar relación conmigo, pero en cierto modo tenía razón, si bailaba al lado de un chico alto y fuerte como él ningún pesado me molestaría, además, si había alguien en todo el bar con el que me apetecía estar, indudablemente ese era él.
.-“Por qué no” le dije.
.-“Gracias, es un verdadero placer bailar con una chica tan guapa como tú” dijo al tiempo que ambos nos movíamos tratando de coordinarnos. A mí me gustó escuchar su piropo, aunque seguramente estaba calculando mal mi edad.
Al principio se mostró un poco patosillo, lo que me arrancó alguna que otra sonrisa. El muchacho trataba de seguirme el ritmo y no atinaba una, hasta que algo molesto por reírme de él tomó la iniciativa, me agarró de la cintura y me cogió de la mano, dirigiendo los pasos y marcando el ritmo. Me gustó dejarme llevar. Lo cierto es que no bailaba del todo mal, y me dejé guiar. Después de esa canción bailamos otra, y otra.
De vez en cuando me cogía de la mano para indicarme que girase y me voltease delante de él, y otras en cambio se agarraba a mi cintura para bailar pegaditos con las piernas entrecruzadas.  Lo estábamos pasando bien y eso que apenas mediamos palabras durante ese tiempo.
De repente sonó una lambada. El muchacho comenzó a bailar conmigo, pero algo tímido y comedido por su parte. Esta vez fui yo quien quiso demostrarle como se baila verdaderamente ese tipo de música. Me pegué al chaval cuanto pude. Nuestras caderas estaban muy pegaditas, y yo prácticamente baila sobre su pierna.
Recuerdo que por primera vez me percaté de su olor corporal. Estábamos tan pegaditos que era inevitable. Me agradó su aroma, fresco y alegre como él. Yo por mi parte me movía todo lo más sexy que podía. Me gustó provocarlo, incluso busqué intencionadamente el roce de nuestras partes más íntimas.  El muchacho me miró como dándome a entender que era consciente del contacto físico entre nuestros cuerpos. Sus ojos se le iluminaron. Yo le sonreía.
Pero la música terminó. Un breve silencio se hizo en la pista de baile. Hasta que volvió a sonar algún otro ritmo latino por los altavoces. Ambos nos mirábamos frente a frente a los ojos tratando de recuperarnos del bailecito que nos habíamos pegado juntos. Fue el muchacho quien me dijo:
.-“Bailas muy bien” dijo al tiempo que se acercó a mí para no tener que gritar.
.-“Gracias”, le dije “tú también” le respondí.
.-“Puedo saber cómo te llamas” se aproximó más aún a mí para preguntarme.
.-“Soy Sara, ¿y tú?” le dije, al tiempo que le propinaba dos besos, uno en cada mejilla.
.-“Me llamo Esteban” pronunció prácticamente en mi oreja mientras su mano se posaba sutilmente por mi cintura.
.-“¿Sara, puedo invitarte a una copa?” me preguntó mirándome a los ojos.
Yo dudé por unos momentos. Por un lado, lo que más me apetecía era bailar, pero por otro he de reconocer que me apetecía conocer mejor a ese muchacho.
.-“Soy de los que admite un no por respuesta” interrumpió el chico mis pensamientos. Me pareció original en sus palabras.
.-“En ese caso acepto” le respondí, y ambos nos reímos sin mucho sentido.
Nos acercamos a la barra cogidos de la mano. Tuve que soportar las miraditas de la camarera al verme con Esteban. Era como si esa buscona  tuviese algún derecho a meterse en mi vida y me preguntase con la mirada: “¿Qué haces que no estás con tú maridito?”. Eso me envalentonó aún más. ¿Qué derecho tenía a juzgarme?, y mucho menos ella. Así que quise mostrarme algo cariñosa con Esteban.
Me agarré de la mano de mi acompañante y quise tener un gesto mimoso con él mientras aguardaba a pedir las consumiciones. He de reconocer que disfruté viendo los prejuicios de la camarera en su cara. No sé por qué me agradó la idea de que pensase que tenía una aventura con ese muchacho.
El chico puso un nuevo gin tonic en mis manos. Dios mío estaba algo más que mareada. No sé si podría terminarlo. Sin embargo Esteban chocó su copa contra la mía brindando y dijo:
.-“Por la mujer más hermosa que he conocido nunca” pronunció de sus labios sin dejar de mirarme. A mí me hicieron gracia sus palabras, e inevitablemente me reí.
.-“A sí, ¿y quién es?” le dije riéndome aún más por su comentario.
.-“Está justo enfrente mío” dijo esbozando una sonrisa de oreja a oreja mientras clavaba sus ojos en los míos.
Dios mío, hacía mucho tiempo que no me decían algo tan bonito. En esos momentos su sonrisa me pareció la sonrisa más hermosa del mundo. Desde luego aquel muchacho sí que sabía cómo tratar a una dama.
.-“Baah, eso se lo dirás a todas” le respondí mientras daba un primer trago al gin tonic para evitar que me mirase de nuevo a los ojos. Su mirada comenzaba a provocar sensaciones olvidadas en mí. Hacía tiempo que un hombre no me hacía sentir de esa manera.
.-“No que va, te lo digo en serio, he conocido muchas chicas lindas, chicas cariñosas, hermosas, guapísimas pero sobre todo a ti” respondió dando otro trago a su copa.
Huy, huy, huy, unas mariposas comenzaban a revolotear en mi estómago al escucharlo. Sus palabras me estaban provocando sentimientos olvidados. Me estaba haciendo sentir deseada, atractiva, me hacía sentir hermosa, seductora, pero sobretodo mujer, me hacía sentir muy mujer, me gustaba que me dijese que era una mujer hermosa, y que me volviese a recodar que era capaz de amar de otra manera muy distinta a como venía haciéndolo últimamente.
.-“No entiendo como un muchacho como tú, puede haberse fijado en una mujer como yo. ¡Hay decenas de chicas más guapas que yo en el bar!” le dije tratando de desenmascararlo.
Al final todos los tíos buscan lo mismo. Así que supongo que de algún modo esperaba que se evidenciase. Que dejase claro de una vez por todas que lo que quería era acostarse conmigo. Así me sentiría mejor conmigo misma cuando lo rechazase, y me consolase pensando que era mi obligación regresar con mi marido.
.-“Sabes…”dijo como confesándose “cuando te ví por primera vez tenía miedo de mirarte. Sentía algo contradictorio, por un parte no podía dejar de mirarte, y por otra sabía que no tenía nada que hacer contigo”. El muchacho dio un nuevo trago a su copa algo nervioso. Yo también bebí como animándolo a que continuase hablando, me tenía intrigada. Una vez terminó de dar su trago continuó como envalentonado….
.-“Después tuve miedo de conocerte, y ahora que te conozco tengo miedo a perderte” dijo esta vez mirándome de nuevo a los ojos.
Oooh! dios mío. Eso que había dicho me parecía de lo más hermoso que me habían dicho en mi vida. Hacía tiempo que nadie me decía cosas tan bonitas, yo estaba tan,… tan…, no supe que decir, y dije lo primero que se me vino a la cabeza.
.-“¿Por qué dices eso?” le pregunté sin entender muy bien lo que me había dicho.
A mí me había sonado como una declaración, aunque no estaba segura del todo, supongo que el alcohol no me dejaba entender con lucidez.
.-“No sé, simplemente me gustaría conocerte más. Es como si desde la primera vez que te ví hubiera podido visionar en mi mente un futuro plagado de buenos momentos entre los dos” dijo agachando la cabeza como si lo que acababa de decir fuese una tontería.
Me pareció un chico tierno y sensible, muy sensible. Caray!, ese muchacho me parecía perfecto, ¿o no?, ¿por qué no iba a serlo?, tenía una sonrisa encantadora, era alto, incluso bien mirado tenía cierto atractivo, pero sobre todo en esos momentos me pareció como un príncipe azul que viene a rescatar a su princesa de lo alto de la torre del malvado ogro.
Hablando del malvado ogro… no me dí cuenta hasta ese momento que me había bebido del todo el gin tonic. Recordé que tenía un marido con el que debía regresar, y aunque la conversación con Esteban fuese de lo más agradable, debía cumplir con mi obligación. Muy a mi pesar debía ir en busca de mi esposo.
.-“Creo que será mejor que vaya a buscar a mi esposo” le dije dejando mi copa sobre el mostrador dándole a entender que debía abandonar el local. Por mi parte consideré que era el momento apropiado de dejar de soñar con príncipes encantadores, o de lo contrario no respondería de mis actos.
.-“¿Sabes dónde está el fly, o algo asi?” le pregunté con la intención de que me hiciese indicaciones de cómo llegar hasta allí, y de paso desanimarlo un poco.
.-“No está lejos” me respondió “¿si quieres puedo acompañarte’” me preguntó en un último intento por no dar por finalizado nuestro encuentro. Me dejó sorprendida, no esperaba que me acompañase. Dudé, aunque al final me sinceré y le dije:
.-“Esta bien” comenté impulsada por el deseo de prolongar un rato más su compañía.
Salimos cogidos de la mano en dirección a la salida. Esteban marchaba delante abriendo paso caballerosamente entre la gente. Yo me dejaba llevar. No sé por qué me recordó las escenas de la película el guardaespaldas, en la que Kevin Costner saca en brazos a la Whitney Houston, y que tanto me gustaba ver una vez tras otra mientras soñaba con un romance parecido.
Una vez en la calle hacía algo de frío. Era ya de madrugada y comenzaba a refrescar. Sobre todo debido al contraste entre el calor de dentro y la brisa del mar. Además yo estaba todavía empapada en sudor. Esteban se percató de ello nada más salir por la puerta y me dijo:
.-“Hace algo de fresco para llevar un vestido así de tirantes, si quieres puedes ponerte mi jersey por encima del hombro, algo te abrigará”. Yo acepté que me prestase su prenda. Pude apreciar su olor envolviéndome y me resultó agradable. Apenas dimos unos pasos cuando el chico me preguntó:
.-“No hay que ser un experto para adivinar que no te van bien las cosas con tu marido, ¿verdad?”. Sus palabras sonaron como una invitación a confesarme. El fresco de la noche despejó por unos momentos mi cabeza, y opté por permanecer en silencio.
.-“Ophs, lo siento, no sé porqué te lo pregunto, no tienes por qué darme ninguna explicación” dijo disculpándose por el atrevimiento de su pregunta.
.-“No, no, tienes razón, las cosas no marchan nada bien entre mi marido y yo” me sinceré con él.
.-“Se nota” dijo informándome de lo evidente.
Yo comencé a confesarme con ese muchacho al que apenas conocía. Le dije que ya no me sentía deseada, ni que hubiese atracción entre los dos, que la rutina se había instalado en nuestras vidas y un montón de cosas e intimidades más.
Lo hice movida por un extraño sentimiento. Porque si había algo que no quería en ese momento, es que el chico se sintiera incómodo conmigo. Me agradaba su compañía, quería conocerlo un poco más, y supongo que debía mantener algún tipo de plática con él. Además la conversación extrañamente me hizo sentir algo más segura respecto de sus intenciones para conmigo. Era como si al hablar de mi marido alejase la posibilidad de que intentase nada conmigo. De esta forma no me sentiría mal teniéndolo que rechazar.
¿Qué es lo que acababa de pensar?. ¡Que no me sentiría mal rechazándolo! Pero Sara, si tu eres experta en rechazar hombres que te proponen acostarse contigo. Sí, debía reconocerlo, en el fondo añoraba que aquel muchacho se me declarase. Esperaba un gesto por su parte, otras palabras bonitas como las que me dijo en el bar y posiblemente me entregaría a sus brazos.
No, por dios, Sara, ¿qué estás diciendo?.  Reza para que ese chico acepte lo inevitable y no haga nada por impedir que regreses de nuevo con tu marido.
Casi sin darme cuenta habíamos alcanzado la puerta del tal “Fly”. Se hizo un silencio entre ambos mientras leía el cartel en lo alto de la puerta y esperaba a que nuestro destino al fin nos separaba.
Le devolví el jersey prestado a Esteban, y con cara de cordero que va al matadero le dije:
.-“Ten, gracias por acompañarme” musité en voz baja algo resignada.
.-“¿Seguro que quieres entrar’” me preguntó el muchacho tratando de prolongar lo inevitable. Yo lo miré en silencio.
.-“No tienes porque hacerlo” dijo tratando de convencerme.
.-“Y ¿qué  quieres que haga?, acaso pretendes que abandone todo cuanto tengo, para tener una aventura contigo. Es eso lo que quieres ¿no?, acostarte conmigo.” Sin duda mis palabras debieron de ofenderlo, porque me miró fijamente a los ojos y luego decepcionado dijo:
.-“Nadie a dicho tal cosa. Lo siento si llegaste a pensar que sólo quería acostarme contigo. Tan solo quería ayudarte. Pensé que te vendría bien un poco de compañía. Pero si lo prefieres, puedes entrar ahí y pasar por la bochornosa situación de ver como unos tipos que babean por acostarse contigo emborrachan a tu marido” dijo sin respirar ni un segundo y algo desilusionado por mis palabras anteriores.
Sus palabras me hicieron abrir los ojos. Tenía razón, lo que me esperaba dentro era una situación denigrante. Desde luego no quería pasar por ello.
.-“Lo siento,  pero… ¿qué otra cosa puedo hacer?” le dije en tono de disculpa.
.-“Por lo pronto no entrar ahí. Yo que tú me iría hasta vuestra casa andando, dando un paseo, te vendrá bien despejarte un poco. Mañana le diría algo así como que no lo viste y decidiste marcharte a casa, total, no creo que tu marido recuerde mucho tal y como iba ya cuando lo dejaste” me aconsejó con mucho acierto. Tenía razón.
.-“Sabes…” le dije “estaría encantada de que me acompañases dando ese paseo hasta el hotel” y acto seguido lo cogí por debajo del brazo para comenzar a caminar.
Los primeros pasos los dimos sin articular palabra, fui yo quien quiso romper el silencio.
.-“Eres muy bueno Esteban, ¿por qué haces esto conmigo?” le pregunté sin entender que no intentase ligar conmigo.
.-“No sé, ya te lo dije. Es como si desde la primera vez que te ví supiese que íbamos a ser buenos amigos. No tiene ningún sentido, lo sé, pero ¿quién sabe?” dijo. Sus palabras me sonaron a música celestial. Me pareció un encanto de chico. Guapo, sincero, honesto, amable,… no sé cuantos adjetivos más se pasaron por mi mente en ese momento mientras lo escuchaba. A cual mejor. Ya no quedan personas como él.
.-“¿Tú crees en el destino?” me preguntó.
No pude evitar reírme por su pregunta tan metafísica a esas horas de la madrugada y medio borracha como estaba.
.-“¿De qué te ríes?” me preguntó también entre risas contagiado de verme reír.
.-“Te aseguro que si cuando planeé este fin de semana en la playa, alguien me dice que terminaría la noche del sábado de regreso al hotel abrazada a un desconocido y hablando de metafísica, lo tildaría de loco en adelante o algo más” le dije riéndome por la situación. El también se rió conmigo de verse en situación.
.-“Tienes razón” me dijo entre risas “ si alguien me llega a decir ayer cuando te dí el cigarro en la playa que hoy llegaría a conocerte no me lo creería” dijo como si nada entre carcajadas.
Yo lo miré sorprendida.
.-“¿Tú estabas ayer en la playa?” le pregunté sorprendida por lo que acababa de decirme.
.-“Si claro” dijo deteniendo su risa y mirándome a los ojos esta vez sin entender en que me andaba pensando.
En esos momentos sentí algo de vergüenza. Mi comportamiento de esa mañana no era algo de lo que me sintiera especialmente orgullosa. Aquel muchacho me había visto medio desnuda. Maldije no haberme dado cuenta antes, ahora entendía porque su rostro se me hacía familiar.
.-“¿Qué pasa?” me preguntó extrañado.
.-“No, nada, sólo que me dá cosa que me vieses ayer a la mañana con ese bikini. Yo no…, no suelo llevar esa clase de prendas. Esto yooo, es que …me la regaló mi marido e insistió en que me la pusiese…” titubeaba muerta de vergüenza sin atreverme a mirarlo a los ojos. Bajé la cabeza mientras le hablaba.
.-“No tienes nada de lo que arrepentirte” me dijo alzando mi rostro por la barbilla para mirarme directamente a los ojos.“Si yo tuviese un cuerpo como el tuyo también lo luciría” me dijo tratando de consolarme. Esta vez pude advertir un brillo especial en sus ojos mientras me hablaba.
.-“Además, el imbécil es tu marido por comprarte ese tipo de prendas y exhibirte como, como…” no quiso terminar la frase. Era como si a él mismo le ofendiese pronunciar la palabra que faltaba.
.-“Como una puta ibas a decir” terminé yo la frase por él.
.-“No, no digas eso nunca de ti. Tu eres una mujer estupenda” pronunció con ese brillo tan especial en sus ojos.
En esos momentos lo entendí todo. Realmente ese chaval se había enamorado de mí, era como un amor a primera vista, me respetaba incluso más que yo a mi misma.
Tras el muchacho, justo en la dirección en la que se perdía mi mirada, una conocida marca de material deportivo anunciaba su slogan en un cartel tras el rostro de mi acompañante: “Just do it”, ponía. Y como si fuese el destino quien me hablase me decidí a hacerlo.
Lo besé. Lo besé en la boca. No pude evitarlo, fue algo instintivo, lo besé como nunca he besado a nadie antes, con todo el fuego de mi cuerpo.
Fue como un impulso irrefrenable al entender que me amaba. Necesitaba probar la ternura de sus labios. Se quedó sorprendido al besarlo.
.-“¿Por qué has hecho eso?” me preguntó algo temeroso.
.-“Por qué quiero” le dije al tiempo que lo sujetaba por el cuello y le daba otro beso en la boca.
.-“Sara, por favor no siguas…” pero antes de que pudiera terminar la frase le propiné otro beso en la boca. Esta vez abrió de pleno sus labios y nuestras lenguas se entrelazaron por primera vez.
A mí me temblaban las piernas. Fue él ahora quien me abrazaba entre sus brazos con fuerza y me besaba apasionadamente en la boca. Nuestras lenguas continuaban  jugueteando en el interior de nuestras bocas. Apenas nos separábamos. Besaba muy bien. En esos momentos me hizo sentir la mujer más afortunada del mundo.
Después de ese beso vino otro, y otro. A cual más intenso y apasionado. No nos decíamos ninguna palabra, tan solo besos y miradas.
Necesitaba apoyarme en algún sitio, recuerdo que me flaqueaban las fuerzas y me temblaban las piernas mientras me besaba. Arrastré a Esteban hasta un coche en la acera y continuamos besándonos. Nuestras bocas unidas en un beso eterno.
Dios mío que me estaba pasando, unas mariposas revoloteaban en mi estómago, mi cabeza daba vueltas de felicidad, mi corazón latía al mil por hora, y mis piernas tiritaban de los nervios. Me estaban besando, me estaba besando con otro tipo que no era mi marido. ¿Le estaba poniendo los cuernos?. De ser así era todo por su culpa. Se lo tenía bien merecido, sólo sé que en esos momentos yo estaba en la gloria.
.-“Oh, Sara, eres tan hermosa” interrumpió por primera vez Esteban nuestro beso para decirme cosas tan bellas, mirándome a los ojos con una pasión y un fuego en su mirada que hacía tiempo no veía en otro hombre.
Un calor me vino de repente por todo el cuerpo. Incluso creo que me sonrojé al escuchar sus palabras de amor.
.-“Eres la mujer más guapa del mundo” me dijo mientras yo lo agarraba del pelo por la nuca y le ofrecía mi cuello para que me besase en él.
Esteban enseguida lo entendió y comenzó a besarme por el cuello y el hombro, recorriendo cada centímetro de mi piel, hasta jugar con mi pequeño pendiente en el lóbulo de mi oreja. Si hay algo que me vuelve loca es que me besen detrás de los orejas.
.-“Uuuhhmm” comencé a gemir cuando el muchacho aprisionó mi lóbulo entre sus labios. Esteban se dió cuenta de que eso me excitaba e insistió.
.-“¡Qué bien sabes!” me dijo de nuevo entre mordisquito y mordisquito. Me gustaba escuchar sus piropos. Yo le ofrecía el cuello para que continuase besándome allí donde él había descubierto que me estimulaba de sobremanera.
Era todo tan confuso para mí, el alcohol, el cansancio de  la madrugada, aquellos besos que no eran los de mi marido,…y a pesar de todo me sentía maravillosamente bien.
Andamos unos pasos más, siempre cogidos de la cintura, entre arrumacos y caricias de complicidad. Riéndonos sin motivo, y sin dejar de reír por ello. Nos besábamos en cada coche del paseo como dos enamorados.
Recuerdo que en una de las veces yo estaba apoyada de espaldas a un coche, besándonos apasionadamente, cuando Esteban se atrevió por primera vez a deslizar su mano desde mi cintura hasta el culo.
Guauuu!!,un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo cuando noté su mano en mi trasero.
.-“Uuuuhhhm” no pude evitar gemir en el interior de su boca mientras nos besábamos. Al escucharme aprisionó uno de mis mofletes entre sus dedos.
Esteban se dio cuenta de mi estado de excitación y me encerró con fuerza con sus caderas  contra la puerta del coche. Inevitablemente tuve que abrir mis piernas para facilitarle la labor. Por primera vez pude apreciar el bulto de su entrepierna rozándose contra mi pubis.
Dios mio!. ¿Todo eso era suyo?. Tuve que dejar de besarlo para mirarlo a los ojos y hacerle entender que estaba apreciando como su miembro se clavaba en mi zona más íntima.
Esteban respondió besándome con mucha  más pasión, aprisionándome aún más contra el coche con todo su ímpetu, y logrando mayor contacto aún entre nuestras partes.
Yo por mi parte comencé a moverme en pequeños círculos tratando de lograr el máximo contacto entre ambos, hice evidente que me gustaba sentir su polla clavada en  mi cuerpo, aunque fuese a través de las telas de nuestras vestiduras.
Esteban comenzó a moverse moviendo el culo como si estuviese haciéndome el amor allí mismo en medio de la calle. Yo a esas alturas estaba muy calentita. Ya no respondía de mis actos. Sólo quería sentir su miembro rozándose contra mi cuerpo mientras me besaba de la forma más apasionada que me habían besado nunca.
Incluso rodeé a Esteban con una pierna tratando de facilitar el contacto entre nuestras intimidades. Yo no podía evitar gemir tímidamente mientras mi eventual amante trataba de ahogar mis sonidos más personales de placer tapando mi boca con la suya. Aquello se me estaba yendo de las manos, definitivamente estaba perdiendo el control, de seguir así no respondería de mis actos.
Al tener mi pierna levantada rodeando su cintura, Esteban deslizó su mano por debajo de la tela del vestido, que quedaba ya de por sí un poco alta por mi postura, para acariciarme el culo ahora sí con total descaro. Introdujo su mano por debajo de mis braguitas, y pudo apreciar la suavidad de mi piel en esa zona. Siempre sin dejar de besarnos, y de que nuestras lenguas juguetearan en el interior de nuestras bocas.
Nuestros cuerpos estaban tan pegados que pude apreciar como su polla dió un respingo en el interior de su pantalón al comprobar el tacto de mi piel. Mi pasividad ante su maniobra lo envalentonó a sobarme el culo descaradamente. Su respiración se aceleró al explorar con su mano parte tan íntima de mi cuerpo.
.-“¡¡Dale fuerte!!”, gritó un grupito de muchachos que pasaban por el paseo en ese momento interrumpiendo nuestros arrumacos.
Sus burlas nos despertaron de nuestra ensoñación. Ambos nos dimos cuenta del espectáculo que estábamos dando en la madrugada en medio del paseo marítimo de aquella localidad. Era como si de repente nos hubiesen sorprendido cometiendo un pequeño pecado.
.-“Ven “, dijo Esteban al tiempo que me cogía de la mano y tiraba de mi hacia no sé dónde.
Sólo recuerdo que corrimos unos metros a toda prisa hasta doblar una esquina, adentrarnos en una calle algo oscura, y cobijarnos en el rellano en forma de túnel del escaparate de una tienda.
Esta vez Esteban me aprisionó contra la puerta de cristal al final del escaparate, buscando de nuevo el máximo contacto entre nuestros cuerpos, mientras retomaba apasionadamente como si nada nos hubiese interrumpido un nuevo beso en la boca.
Uhff!!, yo estaba como una moto. Enseguida pude notar como la mano de Esteban se deslizaba de nuevo por debajo de la tela de mi vestido para adentrarse entre la tela de mis braguitas y acariciar la suave piel de mis nalgas. Estaba claro que quería seguir dónde lo había dejado, sólo que esta vez al no rodearlo con mi pierna se levantó la tela de mi vestido y yo podía notar además de su mano, el frío del cristal contra el que me aprisionaba.
No sé como describir lo que sentía en esos momentos, pero estaba en el mismísimo cielo. Me encantaba ser devorada en la boca por aquel muchacho. Estaba excitadísima, sus manos recorriendo mi cuerpo me transportaban a un mundo de sensaciones inexploradas antes para mí.
Quería más, quería que Esteban no se conformase con tocarme el culo. Si le iba a ponerlos cuernos a mi marido que fuese bien merecido. En esos momentos deseé que además me acariciase las tetas. Si hay algo que me excita y me vuelve loca es que me estimulen los pechos. Y yo en esos momentos estaba dispuesta a cometer una locura.
Dejé de besar al muchacho, lo miré fijamente a los ojos, el me contempló impaciente por saber a qué se debía la interrupción. Luego me llevé las manos detrás de la nuca y deshice el lazo que anudaba los tirantes del vestido. Los dejé caer a ambos lados, los dejé caer desnudando mis pechos ante la atenta mirada del chico que no dejaba de contemplarlos y de creerse su suerte. Pude recordar en un dejá vou esa misma mirada del otro día en la playa.
.-“¿Te gustan?” le pregunté en un susurro.
.-“Son preciosos” me dijo, y antes de que pudiese decir nada más, lo cogí por detrás de la nuca entre mis brazos y guié la cabeza del chico hasta aprisionarla contra mi pecho.
Enseguida pude notar un primer lengüetazo del chaval tratando de comprobar la sensibilidad de mis pezones.
.-“Uuuuhhmmm”, mi gemido resonó entre aquellos escaparates.
 Luego pude apreciar cómo se dedicaba a besarme por todo el escote, recorría mi  cuerpo con su lengua, saboreando cada centímetro de mi piel por esa zona.
De vez en cuando me besaba con la boca abierta tratando de abarcar la aureola de mis pezones. Otras en cambio me daba pequeños mordisquitos aprisionando mis pezones entre sus labios y tirando de ellos para arrancarme gemidos de placer.
A esas alturas yo no podía evitar ronronear de gusto cada vez que trataba de introducirse mi pecho en su boca. No respondía ya de mis actos, reconozco que estaba totalmente entregada, por eso no me importó que la mano de Esteban que exploraba mi piel por debajo de mi falda, se atreviese a acariciar la zona más húmeda de mi braguita.
Ambos supimos en esos momentos que mi prenda más íntima estaba ya empapado por mis fluidos.
.-“Hay que ver cómo me tienes” le susurré mientras revolvía el pelo de su cabeza entre mis pechos.
Fue escuchar estas palabras, y con una habilidad que me sorprendió gratamente, el chico se atrevió a desplazar a un lado la tela que debía cubrir mi rasurado pubis, para comenzar a mover a un lado y a otro un dedo suyo entre mis labios más íntimos. Pudo comprobar que estaba empapadísima. Todo sin dejar de devorarme a besos por todo el escote, el cuello, la boca, de nuevo los pechos, mi lóbulo, la boca, el cuello, los pechos, y así indefinidamente. Yo no podía hacer otra cosa que dejarme llevar por sus caricias.
Interrumpió sus besos y sus mimos para mirarme fijamente a los ojos. No quiso perderse ni un detalle de mi rostro cuando me penetró con su dedo, lenta, pausadamente, saboreándolo.
.-“Uuummmhh” gemí esta vez desde lo más profundo de mi ser cerrando los ojos y entreabriendo los labios, dejándome llevar por la extraña sensación de apreciar como aquel dedo invasor se abría paso en mi interior.
Abrí mis ojos cuando su dedo termino de acomodarse en mi interior. Los ojos de Esteban permanecían clavados en mi rostro, me había estado observando detenidamente durante toda su maniobra. Una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro, como si fuera plenamente consciente de la barrera que acaba de sobrepasar. Comenzó a mover su dedo dentro de mí, adelante y atrás, arriba y abajo, deleitándose con cada mueca de placer en mi cara.
Dios mío me estaba matando de placer. De seguir así me correría en breves instantes en su mano. No quería que todo terminase entre nosotros de esa manera. No era justo. Debía evitarlo a toda costa, debía prolongar un momento tan maravilloso.
Quise corresponderle, opté por acariciar su polla por encima del pantalón. Me pareció bastante grande, al menos más grande que la de mi marido. Tuve curiosidad por comprobar su tamaño recorriéndola en toda su longitud con mis propias manos. Quise tocarla, comprobar su tacto, su dureza, así que le bajé la cremallera de sus jeans para rebuscar entre su ropa interior, justo al mismo tiempo en el que pude comprobar cómo un segundo dedo suyo se abría camino en mi interior.
.-“Uuuhmmm” de nuevo me arrancó otro gemido. De seguir así me correría en sus manos. Aquello no era equitativo. Quería al menos ver su miembro, necesitaba tocarlo, acariciarlo.
Extraje su miembro de entre su ropa. Guauuu, me pareció maravillosa. Tenía la cabeza gordota, estaba bien descapullada, y me parecía bastante grande.
Tuve ganas de saborearla. Nunca me ha gustado practicar el sexo oral con mi marido, pero en cambio en esos momentos tenía verdadera curiosidad por  averiguar cómo sabría ese pedazo de carne que palpitaba entre mis manos.
Por eso me arrodillé a los pies de Esteban, sus maniobras de exploración por mi interior se vieron necesariamente interrumpidas, sus dedos abandonaron mi cuerpo, y sin embargo el chaval me miraba ansioso por que comenzase con lo que suponía iba a hacer al arrodillarme.
No me demoré, agarré su miembro con mi mano y procedí a recorrer con mi lengua toda la longitud de su polla. Un sabor intenso y salado inundó mi boca. Decidí introducírmela en la boca, al principio rodeé su capullo entre mis labios, jugando con mi lengua entre sus pliegues. Poco a poco fui introduciéndomela más en mi boca, hasta que alcanzó mi campanilla al final de la garganta.
Me sorprendió que todavía quedaba parte de su miembro fuera de mi boca como para abarcarla con dos manos. Quise comprobarlo una segunda vez tratando de introducírmela de nuevo desde el principio, sólo que esta vez traté de engullirla un poco más.
.-“Uuff, Sara que bien la chupas” dijo el muchacho que me miraba atentamente abandonado a mis caricias. Sus palabras me animaron a esforzarme.
Rodeé su verga con mi mano y comencé a moverla de arriba abajo tratando de  sincronizar el movimiento de la mano con el de mi boca. Ahora podía apreciar el sabor de mi propia saliva por toda su polla.
Quise mirarlo a los ojos desde mi posición. Un destello proveniente de la alianza en mi mano con el que pajeaba aquel mozo, me hizo acordarme de mi esposo. Pobrecito, mi marido siempre me pedía que lo mirase cuando se la chupaba, y yo siempre le respondía que me daba vergüenza y cerraba los ojos, porque me desagradaba.
¡Cornudo!. Se lo tenía bien merecido. Nunca pensé que sería capaz de ponerle los cuernos, pero lo cierto es que lo  estaba disfrutando.
.-“Tienes unos ojos preciosos” pronunció el chico interrumpiendo mis pensamientos a la vez que revolvía mi pelo y me sujetaba por la cabeza arrodillada a sus pies.
Sus palabras me alentaron a hacerlo todo lo mejor que sabía, quería hacerle a ese muchacho la mejor mamada de su vida. Yo desde luego nunca lo olvidaría, era la primera vez que disfrutaba haciendo una felación, y esperaba que el chico tampoco lo olvidase.
Tiré de sus pantalones hacia abajo, le bajé el slip, y liberé por completo su polla ante mis ojos. La luz de los focos de un coche girando la esquina nos alumbró por unos segundos, los suficientes como para apreciar el deseo reflejado en el rostro de mi amante.
Le agarré el pene de nuevo entre mis manos. Esta vez quise empaparme de su olor, acerqué mi rostro cuanto pude y esnifé profundamente por mi nariz su aroma de macho. Le lamí un testículo. Le gustó.
.-“Sara, si sigues me voy a correr, me corrooooh…” escuché entre gemidos de su boca.  No hice caso a sus palabras, es más, aplasté mis tetas contra sus piernas para excitarlo aún más, mientras lo miraba a los ojos arrodillada a sus pies. Todo sin dejar de acompasar el movimiento de mi mano con el de mi boca, que le aprisionaba su miembro entre mis labios. Era como comer un cucurucho en verano.
.-“Para, para Sara o me corro” comprobé que realmente estaba a punto de venirse, pues pude apreciar los palpitos de su miembro en mi boca. Que delicadeza la suya avisándome, mi marido nunca lo hace.
No me hubiese importado tragarme su semen, lo hubiese lamido y relamido, pero interrumpí mi felación. No quería que todo terminase en una simple mamada. Quería más, deseaba más, mi cuerpo necesitaba más. Así que sin saber ni cómo ni porque, arrodillada a sus píes le dije:
.-“Quiero que me folles” pronuncié a media voz aún de rodillas sin apartar mis ojos de los suyos
.-“¡¿Qué?!” preguntó el chaval sin creerse su suerte.
.-“Quiero que me folles” le repetí más fuerte como autoconvenciéndome a mi misma de lo que decía mientras me incorporaba en pie.
Esteban se aproximó a mí sin dejar de mirarme a los ojos, hasta quedar aplastada entre el cristal del escaparate y su cuerpo. Luego me rodeó con su brazo tratando de alcanzar mi culo con una mano, mientras con la otra levantó una de mis piernas  para facilitar la maniobra. Se aseguró de retirar a un lado la parte central de mis braguitas, y con el camino despejado comenzó a mover sus caderas. Su pene se rozaba ahora intencionadamente a lo largo de mis labios vaginales.
Estaba claro lo que pretendía. Esperaba que fuese yo misma quien guiase su polla hasta penetrarme. El tenía sus manos ocupadas en sujetarme, una por el culo y la otra en sujetar mi pierna levantada. No lo hice esperar. Yo también lo deseaba, estaba necesitada de él. Me moría de ganas por qué ese chaval me follase de una vez como es debido.
.-“Métemela” pronuncié en un susurro mientras me agarraba a su cuello con una mano y acomodaba su polla entre mis labios vaginales.
Pero aún con todo, y a pesar de mi disposición, el muchacho trataba de retrasar el momento.
.-“Vamos métemela” le repetí mientras me refrotaba la punta de su polla por mi clítoris aumentando la excitación.
.-“Pídemelo” pronunció el chico disfrutando del momento haciéndome sufrir.
.-“Fóllame por favor, necesito que me folles ” le dije fuera de mí sin control, y sin cesar de refrotar su miembro por mi clítoris. El muchacho me miró fijamente a los ojos y de un solo golpe certero me introdujo de una estocada su polla en lo más profundo de mi interior.
.-“Sssiiiiihhh” chillé al verme ensartada por semejante pedazo de polla.
Esteban me miraba fijamente a la cara sin perderse ni un solo detalle de mis gestos de placer.
.-“Oh vamos, muévete, muévete” necesitaba que el muchacho dejase de mirarme y comenzase a moverse. Me estaba desesperando, menos mal que me hizo caso a la primera. Comenzó a moverse como un toro enfurecido. Desde luego su ritmo era superior al que venía acostumbrada.
.-“Eso es fóllame, así, sigue, quiero que me folles bien duro” en cierto modo me excitaba escucharme a mi misma pronunciando semejante barbaridades. En esos momentos deslice mi mano entre su cuerpo y el mío para acariciarme, estaba próxima al orgasmo. El también.
.-“Que bien follas chaval, así, si, dame duro” le decía mientras le mordía en el hombro para incitarlo.
.-“Me corrooooh” susurró en mi oreja con su rostro pegado al mío. Me sorprendió que pudiese venirse tan pronto.
Además, no podía correrse dentro, no estábamos usando preservativo, podía quedar embarzada, pero…¿qué podía hacer?. Debía impedirlo.
Le arañé en la espalda, le clavé las uñas, quería retrasar el momento, pero aún con todo podía notar los espasmos de su polla en mi interior. Estaba a punto de correrse dentro a pesar de mis esfuerzos por evitarlo.
.-“Meteméla por el culito”, le dije para sorpresa de los dos.
¡¡Cómo se me podía haber ocurrido tal cosa!!, nunca lo había hecho anteriormente, seguro que me dolía, pero ¿que otra cosa podía hacer  para detenerlo?, ¿acaso el chaval no se lo merecía?. Estaba dispuesta a aguantar el dolor porque el muchacho se llevase su parte.
Esteban por su parte se detuvo de repente y me miró fijamente a los ojos sin creerse lo que había escuchado.
.-“Quiero que me lo hagas por el culito, ¿quieres?” le repetí de nuevo para que no hubiera dudas, con mi mano en su mejilla desprendiendo toda la ternura de la que podía hacerlo partícipe. Además era como si al decirlo repetidamente yo estuviera más segura de que lo quería hacer.
El chico sacó su polla de mi interior, dejó de sujetarme por las caderas, y una vez estuve apoyada en suelo sobre los dos pies me giró de cara al escaparate. Me situó apoyando la palma de mis manos contra el cristal por encima de mi cabeza. Pude notar el frío del vidrio contra mis pechos desnudos y aplastados. Yo cerré los ojos envuelta en un manojo de nervios expectante a la maniobra del muchacho.
.-“No me hagas daño” le supliqué desde mi posición.
.-“Tranquila, no te dolerá” me dijo al tiempo que escuché como escupía. Acto seguido pude notar como su mano exploraba la zona alrededor de mi ano, y comprobar como un dedo invasor trataba de abrirse camino en mi esfínter. Escuché como volvía a escupir y repetir la maniobra alrededor de mi ano varias veces, hasta que al fín la yema de uno de sus dedos se abrió paso. Retuvo la punta de su dedo en mi interior hasta permitirme dilatar. Se notaba que lo había hecho en anteriores ocasiones y estaba siendo delicado. Aún con todo yo estaba tensa frente a lo desconocido.
Gracias a dios no me dolió, pero de los nervios contraje los músculos de mis glúteos aprisionando con fuerza el dedo que me dilataba. Esteban me dio una nalgada que resonó entre los cristales de aquel túnel de escaparate. Creo que en esos momentos se dió cuenta de que no lo había hecho nunca por ahí, y trato de inspirarme confianza.
.-“Tranquila, relájate y disfruta” me susurró en la oreja mientras su dedo se insertaba en mi interior todo cuanto pudo. Mi mueca de dolor fue evidente, aún con todo me mordí los labios tratando de no gritar. Quería que continuase, lo estaba haciendo muy bien por el momento.
.-“Ves, lo peor ya ha pasado. No duele” me dijo dándome seguridad, al tiempo que comenzaba a mover su dedo en el interior de mi ano. Lo sacaba y lo introducía al ritmo propicio y controlado para que mi esfínter se acomodara a su tamaño.
El cuerpo del muchacho me aplastaba contra el cristal, yo sabía perfectamente sin necesidad de abrir los ojos, que el chico disfrutaba contemplando mi rostro y mis gestos de dolor contenida desde su posición en mi espalda.
Abrí unos ojos como platos cuando pude comprobar que un segundo dedo se abría camino en mis entrañas. Pude ver el rostro de satisfacción del muchacho reflejado en el cristal. Aquello dolía un poco cuando comenzó a mover los dedos, pero aún con todo seguía siendo soportable.
.-“Apuesto a que nunca te lo han hecho por el culito” me dijo apartándome con su mano libre mi propio pelo detrás de mi oreja.
.-“Nooh” pronuncié yo muerta de miedo ante lo que estaba aconteciendo. Esteban comenzó a darme tímidos besitos en mi hombro mientras disfrutaba dilatando mi culito.
.-“Ves ya lo sabía yo. Tranquila te gustará” dijo mientras sus dedos jugueteaban en mi interior. Yo continuaba tensa, con mi cara, mis manos y mis pechos aplastados contra el escaparate de aquella floristería. Me dí cuenta que se trataba de una floristería. “Qué romántico” pensé “voy a perder mi virginidad anal rodeada de flores”.
.-“Sabes… tienes un culito muy rico” pronunció Esteban en mi espalda interrumpiendo mis pensamientos. Su  mano libre se deslizó ahora por delante de mi cuerpo hasta acariciar mi pubis. Una de sus manos jugaba con mis labios vaginales mientras la otra trataba de abrirse camino con un nuevo dedo en mis entrañas.
.-“Aaaahy!!” grité de dolor al comprobar que su tercer dedo se abría camino en mi esfínter, y justo al mismo tiempo, otro dedo de distinta mano me penetraba por la vagina.
Ooh, dios mio!!, aquello era indescriptible. ¡Qué gozada!.¡Qué explosión de sensaciones nuevas en mi cuerpo!  Si hasta podía notar como sus dedos llegaban a tocarse a través de mis tejidos internos. Inconscientemente agarré la mano de Esteban que me penetraba por la vagina temiendo que me lastimase, mientras le suplicaba que parase.
.-“Para…, para por favor., o me corro…, que gusto…, para por favor…” le suplicaba mientras trataba de detener el movimiento de su mano en mi vagina. Pero estaba claro que el muchacho disfrutaba viéndome tan cachonda. De hecho incrementó el ritmo de sus movimientos.
.-“Aaah…, siiih…, siiiiih…,me corro…,me corrooooh…” grité ante la atenta mirada del muchacho que observaba las sacudidas de mi cuerpo convulsionándose por el orgasmo tan brutal que estaba experimentando.
Se detuvo. Definitivamente me había corrido en sus manos. Trataba de recuperar la respiración cuando escuché como el chico a mi espalda decía:
.-“Creo que ya estás preparada” y acto seguido comprobaba como empujaba con su polla contra mi esfínter, ayudándose de sus manos, hasta que a base de insistir logró introducir la punta de su capullo en mi ano.
Yo me quedé paralizada, mi respiración se cortó de golpe, no podía concentrarme en otra cosa que no fuese mitigar el dolor que su polla producía al abrir mi esfínter.
Ahora si me estaba doliendo, una cosa eran sus dedos y otra muy distinta tener su polla clavada en mi culo. El chico disfrutaba con mi sufrimiento y mi lucha interna ante lo acontecido. Sabía perfectamente que aquello me estaba doliendo y que yo hacía todo lo posible por soportarlo como buenamente podía.
Justo cuando el dolor inicial remitió un poco, entonces comenzó a moverse.
.-“Despacito por favor, despacito, me duele” le supliqué con un hilo de voz en mi garganta a la vez que me temblaba todo el cuerpo
.-“Lo sé” pronunció con total seguridad en lo que se hacía. Se entretuvo en arrugar mi vestido por la cintura, me acarició los pechos desde atrás, incluso recogió mi pelo en una coleta, tratando de darme tiempo, hasta que me agarró con fuerza con las dos manos por la cintura y comenzó a moverse.
Al principio se movía lenta y pausadamente, deleitándose sobretodo en la sensación que le producía  golpear con sus testículos contra mi piel, sabedor de que en esos momentos me la estaba metiendo hasta el fondo. Yo no me lo podía creer: me estaban follando por el culo.
Por primera vez en mi vida me estaban sodomizando, y lo mejor de todo es que no era tan doloroso como pensaba. Es más, creo se apoderaba el morbo y la satisfacción mental al dolor físico real.
El dolor iba mitigando poco a poco, ya no era tan insoportable, sin embargo una sensación de ardor fluía desde mi esfínter por todo mi cuerpo cada vez que el chico con su movimiento llegaba hasta el fondo. Entonces se movía dando pequeños círculos con su cadera, comprobando con sus huevos la suavidad de mi piel.
El chaval siempre atento a mis sensaciones comenzó a moverse más deprisa. Yo trataba de abrirme con mis manos todo cuanto podía las nalgas de mi culo, facilitándole la sodomización, y como si eso absurdamente fuese a calmar mi picor.
El chico aumento el ritmo, y yo solo podía pensar en una cosa:
.-“Me están follando el culo, me están follando el culo” me repetía una y otra vez en mi cabeza.
No sé en qué momento exacto desapareció el dolor, de repente podía sentir como su polla estimulaba partes de mi cuerpo que nunca habían sido alcanzadas.
¡Que gozo!. Aquello era mejor incluso que el sexo vaginal. No acertaba a comprender de donde provenía tanto gustico. Me dí cuenta que necesitaba acariciarme de nuevo, necesitaba provocarme otro orgasmo con toda esa explosión de nuevas sensaciones.
¿Qué ocurre?. El chico estaba bajando el ritmo debido al cansancio.
.-“Noooh, no pares ahora, vamos muévete, muévete, por favor, muévete, por lo que más quieras, por favor muévete” le suplicaba con la voz entrecortada. El muchacho puso empeño y trató de incrementar el ritmo.
.-“Eso es así, dame fuerte, vamos, dame fuerte, ¿no sabes follar mejor?” mis palabras cada vez eran más sueltas, más soeces. Pude apreciar por sus embestidas que lo incitaban y lo provocaban como un trapo rojo a un toro. Al parecer le estaba costando. Por mi parte, las caricias castigándome  mi clítoris desesperada, junto con las nuevas sensaciones en mi interior, estaban logrando que alcanzase un nuevo climax.
.-“Uuuhm, que rico, mi vida, dame fuerte mi amor, que bien, que polla tan grande, vamos nene, reviéntale el culo a esta putita” yo estaba ya totalmente fuera de mí próxima al orgasmo, no era consciente ni de lo que decía.
.-“Si, siii…, siiiiihhh…, aaaah…, siii…, siiiiiiiiih” grité al explotar en un nuevo orgasmo.
Un relámpago recorrió toda mi espina dorsal, desde mi vientre hasta la última punta de mi pelo. Unas sacudidas convulsionaron mi cuerpo. Me agitaba de un lado a otro mientras gritaba presa de espasmos y espasmos seguidos uno tras otro.
Mi amante al verme se movió como con rabia, como si ese orgasmo le perteneciese, y en cambio le estaba costando alcanzar el suyo. No puedo decir que lo sintiese. Me alegré porque continuara moviéndose. Me tenía bien cogida por las caderas y se movía con rabia.
Pronto comencé a experimentar las sacudidas en mi cuerpo antesala de otro orgasmo. ¿cómo podía ser?. Nunca me había corrido dos veces tan seguidas, y estaba a punto de alcanzar un tercer orgasmo. Aquello no tenía explicación para mí, pero sin saber ni cómo ni porque, una nueva descarga eléctrica recorrió mi espalda produciendo un gozo indescriptible y sacudiendo mi cuerpo en una nueva explosión de placer.
Todavía no me había recuperado del último orgasmo cuando enlace uno nuevo, y luego otro, y otro. No podía evitar chillar, no había forma de contenerme.
.-“Aaaah siih…, siiiiiih, aaaaaaahy…, siiiih” gritaba como una posesa de placer.
 Había perdido la cuenta de dónde empezaba uno y terminaba otro, era todo tan distinto. Solo recuerdo que me encontraba como en una nube presa de los estímulos, hasta que pude apreciar los espasmos de la polla del muchacho en mi interior, para sentir entre sacudida y sacudida un calor agradable que inundaba mi interior.
.-“Sara…, Saraaa…, Saraaaaahhh…” al muchacho le gustó pronunciar mi nombre mientras se corría.
Sentí alivio cuando se salió de mi. De repente se habían ido los estímulos placenteros, para envolverme en una mezcla de sensaciones entre picor y escozor. Incluso pude sentir su leche resbalar por mis muslos al incorporarme.
Ya está, eso era todo, y todo había terminado. Un silencio se apoderó de los dos. Tan solo se escuchaban nuestras respiraciones tratando de recuperar el esfuerzo de nuestros cuerpos. Cuando me giré el chico estaba subiéndose sus pantalones y abrochándoselos. Ni una mirada, ni un gesto por su parte, nada.
En esos momentos sentí una vergüenza tremenda. Todo había cambiado de repente. Fui consciente de acababa de cometer una insensatez, me había dejado follar por un desconocido. Pensé que pese a todo mi marido no se merecía eso. Para colmo tuve que contemplar mis braguitas tiradas en el suelo en medio de aquella floristería. Me sentí mal por lo que acababa de pasar. Quise cubrirme cuanto antes. Traté de recolocar mi vestido, y de anudarme los tirantes del top a la nuca. Estaba torpe, temblaba y no lograba anudarlos. Fue el muchacho quien apartándome las manos a mi espalda procedió a anudar los tirantes en mi nuca.
.-“Ha sido estupendo, ¿no crees?” me dijo mientras ataba las tiras del vestido.
.-“Si, lo sé” le dije muerta de vergüenza.
En ese momento el chico recogió las braguitas del suelo en su mano, y tendiendo su puño hacia mí, me dijo:
.-“Ten, se te olvidaban” pronunció mirándome a los ojos.
.-“Quédatelas, no las quiero” le dije con una sonrisa forzada en mi rostro. En realidad no me atrevía a ponérmelas.
¿En qué clase de mujer me había convertido?, ¿qué es lo que había hecho?. En esos momentos era toda un mar de dudas. Un manojo de nervios. No me atrevía a mirar a ese chico a la cara. Me sentía sucia, arrepentida por mi comportamiento tan avergonzante. Me había dejado follar como una cualquiera, ya vés, en medio de la calle. Y lo peor de todo: le había entregado mi culito a un desconocido.
Mi acompañante tampoco articuló palabra alguna. Se dedicó a abrazarme y acompañarme andando hasta el hotel. No entendía a que se debía mi cambio de comportamiento. Supongo que hizo lo que le pareció correcto.
Por suerte el hotel no quedaba muy lejos. Intentó despedirse con un beso en la boca, pero le retiré la cara en el último momento.
.-“¿Nos volveremos a ver?” me preguntó en las escaleras de la entrada a la recepción del hotel, mientras me tendía la mano para darme un trozo de papel en el que había escrito un número de teléfono.
.-“Yo…, no debería” le dije cogiéndole el papelito por educación y cortesía más que por ganas en ese momento.
.-“No te olvidaré” escuché que decía mientras le daba la vuelta para alejarme.
Nunca lo he pasado tan mal como cuando llegué a la habitación y pude ver a mi marido durmiendo. Por suerte estaba vestido sobre la colcha con sus calcetines negros y todo, que en esos momentos me resultaron tan familiar. Roncaba plácidamente. Pobrecito, si supiera.
Me encerré en el baño con la intención de ducharme. Al quitarme el vestido pude ver una mezcla de fluidos escurrir por mis piernas. Traté de secarlo con algo de papel higiénico. Me duché con prisas y tratando de no hacer ruido, cepillándome por todo el cuerpo con la piedra pómez para eliminar cualquier  resto o marca de los sucedido.
Al salir de la ducha todavía me escocía el culo, y eso que buena parte del tiempo dirigí el chorro del agua hacia mi esfínter, tratando de aliviar mi picor. Tuve que embadurnármelo con crema hidratante para aliviar un poco la sensación, que por cierto me duró varios días.
Por suerte al regresar a la cama mi marido todavía dormía la mona, y al parecer no se había enterado de nada.
Bien entrada la mañana siguiente me preguntó que dónde me había metido, y opté por decirle que se me fue el tiempo bailando, hasta que salí a buscarlos, y que como nos los ví dónde me dijo Ernesto, me vine dando un paseo hasta el hotel. Nunca preguntó nada más ni sospecha de lo ocurrido.
Muchísimas gracias por haber leído mi relato.
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Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (1 de 2)” (POR GOLFO)

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La historia que os voy a contar puede parecer una fantasía de dolescente pero me ocurrió y aunque resulte un tanto hipócrita, no me siento culpable de lo que pasó porque fue Alicia no solo la que propició ese traslado sino la única responsable que yo hundiera mi cara entre sus muslos.

Antes de nada tengo que presentarme, me llamo Alejandro y soy un hombre maduro y del montón. Con casi cuarenta y cinco años, no tengo un cuerpo de modelo y aunque he perdido más pelo de lo que me gustaría, lo que no ha menguado con los años son mis ganas de follar.   Reconozco que estoy bruto todo el tiempo. Cuando no estoy mirando las piernas de las mujeres que pasan a mi lado es porque estoy mirándolas el culo. Me confieso un salido y mi mujer que lo sabe me tiene vigilado y a la menor sospecha, me monta un escándalo para que vuelva al redil. Por eso no comprendo cómo durante unas vacaciones cometió el error de no advertir las maniobras de su caprichosa hermana.

Mi querida cuñada es una de las personas más volubles que conozco. Con  treinta y cinco tacos y a pesar de estar bastante buena, no ha conseguido una pareja estable por su carácter.  Pasa de un estado de euforia a la mayor de las tristezas sin motivo aparente y lo mismo le ocurre con los hombres, un día está enamorada por un tipo y al día siguiente, ese amor se convierte en odio feroz. Siempre he opinado que estaba un poco loca pero no por ello dejaba de reconocer que esa morena tenía un par de pechos dignos de ser mordisqueados.

Por todo ello, no creáis que me hizo mucha gracia cuando María me contó que ese verano Alicia iba a acompañarnos a Gandía. Pensé que esa pesada iba a resultar un estorbo sin saber que su presencia iba a cambiar mi vida, dándole un giro de ciento ochenta grados.

El viaje en coche.

Para los que no lo sepáis Gandía es la típica ciudad de veraneo del mediterráneo español que multiplica su población en agosto gracias a los miles de turistas que recibe.  A principios de ese mes, tal y como mi esposa y su hermanita habían planeado, toda la familia salimos rumbo a esa ciudad y cuando digo toda la familia en ella incluyo a mi esposa, mi hijo de ocho años, el puto perro, mi cuñada y por supuesto a mí.

Ya desde el inicio del viaje, la bruja de Alicia se tuvo que hacer notar al negarse a viajar en la parte trasera, alegando que le daba miedo el chucho.

« ¡Será puta!», pensé al oírla porque mi perro lo que daba era lástima. Ejemplar de pura raza callejera, el pobre bicho además de escuálido y enano, era un pedazo de marica que tenía miedo hasta de su sombra. Sabiendo que era una mera excusa para ir delante, no dije nada cuando mi mujer se pasó atrás por no discutir con su hermana.

Sé que esa zorra se dio cuenta de mi cabreo porque al sentarse en el asiento del copiloto, me soltó:

― No te enfades de verdad tengo miedo de ese dinosaurio.

« Encima con recochineo», mascullé al oír el apelativo con el que se dirigía mi pobre “Fortachón” antes de percatarme que yo mismo al ponerle el nombre me había reído de su tamaño.

Durante todo el trayecto el sol nos dio de frente, de modo que el habitáculo no tardó en calentarse por mucho que teníamos el aire acondicionado a tope. Mi esposa, mi hijo y la advenediza de mi cuñada no pararon de quejarse pero fue la puta de Alicia la que aprovechando que había parado a repostar en una gasolinera, la que aprovechó para ponerse un bikini con el que ir el resto del viaje.

Os juro que al verla sentarse de esa forma en su asiento tuve que hacer un esfuerzo para no babear:

« ¡Menudas tetas!», exclamé mentalmente al observar de reojo esos dos enormes melones apenas cubiertos por dos trozos de tela negra.

Lo peor fue que al encender el coche y ponerse en funcionamiento el aire, este pegaba directamente sobre sus pechos e inconscientemente sus pezones se le pusieron duros como piedras. Fue entonces cuando aprovechando que mi mujer no había llegado con el crío, decidí soltarle una andanada diciendo de broma mientras señalaba sus pitones:

― Cuñadita, ¿te pongo cachonda?

Tras la sorpresa inicial, esa zorra me sonrió soltando:

― Ya te gustaría a ti. Tú eres el último hombre con el que me acostaría.

Muerto de risa al ver el color que habían adquirido sus mejillas, contesté sin dejar de mirar los dos bultos que pedían a gritos ser tocados bajo su bikini:

― En eso tienes razón, preferiría ser eunuco a acostarme contigo. ¡Con tu hermana tengo suficiente!

La expresión de cabreo con la que me miró me tenía que haber puesto en preaviso. Sin duda fue entonces cuando al herir su amor propio, esa guarra decidió hacerme ver cuán equivocado estaba  y solo la llegada de María impidió que esa caprichosa mujer iniciara su ataque sobre mí en ese instante.

Tampoco tardó mucho porque una vez habíamos reiniciado la marcha, ese engendro del demonio aludiendo a la temperatura que hacía se dedicó a remojarse el escote con el propósito de ponerme verraco. Ni que decir tiene ¡que lo consiguió! Ningún heterosexual hubiera permanecido indiferente a la calenturienta escena de ver a esa monada acariciándose los pechos mojados una y otra vez mientras observaba de  reojo mi reacción.

Espero que sepáis comprender que mi sobre estimulado pene reaccionara alzándose nervioso bajo mi pantalón mientras yo intentaba infructuosamente prestar atención a la carretera en vez de a ella. Pero por mucho que lo intenté mi ojos volvían inapelablemente a fijarse en el modo que Alicia se pellizcaba los pezones a pesar de saber que lo hacía para joderme.

El colmo fue que casi llegando a nuestro destino y aprovechando que su hermana mayor se había quedado dormida,  me soltó mientras rozaba con su mano mi inflada entrepierna:

― Pues va a ser que no eres eunuco.

Si mi verga ya estaba intranquila por su exhibicionismo, al sentir su leve roce alcanzó de golpe una brutal erección sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Alicia, descojonada al percatarse de mi erección, acercó su boca a mi oído y me susurró:

― Nunca debías haberme retado. De Gandía no me voy sin haberte follado.

Su amenaza me dejó paralizado porque conocía de sobra su carácter caprichoso y que cuando se proponía algo, esa zorra no paraba hasta que lo conseguía…

El apartamento tampoco ayuda.

Ya en nuestro destino, mi querida cuñadita volvió a montarla gorda al descubrir que el piso que habíamos alquilado y que en teoría era para seis adultos, en realidad era un pequeño apartamento con dos habitaciones y que cada una de ellas solo contaba con una cama de matrimonio.

― ¿No esperareis que duerma con Alejandrito?― soltó quejándose no tanto por no disponer ni de un cuarto para ella sola como por el hecho de tener que compartir colchón con su sobrino.

Maria, mi mujer, que había sido la quien se había ocupado de rentarlo, se trató de disculpar enseñándole el folleto donde se veía que había al menos tres camas. Fue entonces cuando mi cuñadita cayó en la cuenta que una de las camas que aparecían era un sofá y creyendo que se había librado de dormir con el chaval, intentó abrirlo y descubrió que estaba roto.

― Mierda― exclamó de muy mala leche― ¡mañana mismo vamos a la agencia y que nos cambien de piso!

Su cabreo era tal que me abstuve de hacer ningún comentario y huyendo de la quema, cogí a mi crio y me lo llevé a nadar a la piscina. Al cabo de unos quince minutos, las cosas se debían haber  calmado un poco porque vi entrar a María con Alicia. Mi esposa venía apesadumbrada por lo que no me costó entender que la bronca había sido total pero en cambio mi querida cuñadita venía feliz y contenta, como si nada hubiese ocurrido. Si había sospechado que era bipolar, el comportamiento de ese día me lo confirmó; una vez se había desahogado con su hermana, la morena había pasado página y se puso a jugar con Alejandrito con una alegría tal que nadie hubiera podido afirmar que minutos antes esa mujer estaba hecha un basilisco.

Tratando de calmar a mi mujer me acerqué a ella y le pregunté si quería que le pusiera bronceador. María me lo agradeció el detalle y olvidándome de su hermanita, comencé a untar la crema por su cuerpo, desconociendo que desde el agua Alicia no perdía detalle y que esa pérfida mujer querría que lo repitiera con ella.

La paz duró una media hora hasta que cansada de jugar con mi hijo, volvió a donde estaban nuestras tumbonas y comenzó a discutir con mi esposa por un motivo que la verdad ni recuerdo. Lo que si me consta es que María se levantó y hecha una furia se subió al piso sin despedirse. La sonrisa que descubrí en la cara de Alicia me alertó que se avecinaban problemas y dicho y hecho, en cuanto comprobó que su hermana había desaparecido, se acomodó en la tumbona y llamando mi atención me pidió que le pusiera protector tal y como había hecho antes con mi esposa.

Medio cortado pero ante todo alertado del peligro, me acerqué a regañadientes y comencé a echarle crema en la espalda mientras ella me provocaba con gemidos de placer cada vez que sentía mis manos recorriendo su piel.

  • No te pases― susurré en su oído, temiendo que sus suspiros llegaran a los oídos de los vecinos y creyeran estos que entre Alicia y yo había una relación que no existía.

La muy guarra, lejos de cerrar la boca y dejar de abochornarme,  siguió mostrando su satisfacción con mugidos más propios de una vaca que de una mujer decente. Viendo su actitud, di por terminado lo que estaba haciendo con un azote en su culo diciendo:

  • Pareces una cría. ¡No sé a qué juegas!

Alicia al sentir mi indoloro manotazo sobre sus nalgas, me regaló una sonrisa mientras decía:

  • ¡Qué rico! ¿Te he dicho alguna vez que me encanta que los hombres me premien con una buena azotaina después de hacer el amor?

Las palabras de mi cuñada consiguieron sonrojarme al imaginarme por primera vez haciendo uso de su espléndido cuerpo pero rápidamente me sobrepuse y en voz baja le contesté que se quedaría con las ganas porque entre ella y yo nunca pasaría nada.  Muerta de risa, la muy cretina respondió mientras se daba la vuelta y se quitaba la parte de arriba del bikini:

  • Sabes perfectamente que te haré caer y que antes de que te des cuentas estarás mamando de mis peras mientras me follas.

Sorprendido por su descaro no pude más que deleitarme mirando esas tetazas casi perfectas mientras ella las terminaba de untar con bronceador.

« ¡Con esas pechugas tendré que andarme con cuidado si no quiero caer en sus garras!», pensé al tiempo que retenía en mi retina la belleza de los pezones negros y duros que decoraban su pecho.

Sumido en una especie de trancé permanecí como un pazguato viendo como mi cuñada embadurnaba esas dos maravillas hasta que mi hijo me pidió que le acompañara a nadar a la piscina. Al levantarme, el bulto de mi entrepierna dejó claro a mi acosadora que sus maniobras habían tenido éxito y decidida a no dejar de pasar la oportunidad de restregármelo, al pasar a su lado, me dijo:

― Tu pajarito necesitan que le den de comer, si me necesitas ya sabes dónde encontrarme.

Esa nada velada invitación a desfogarme con ella, me terminó de excitar y queriendo disminuir mi calentura, me tiré al agua esperando que eso me calmara. Desgraciadamente la imagen de esa maldita y de sus peras ya se había quedado grabada en mi cerebro y por mucho que intenté borrarla jugando con mi chaval, al salir de la piscina seguía allí reconcomiéndome. Por fortuna, para entonces mi cuñadita había vuelto al apartamento.

« Alicia es peligrosa, ¡debo andar con cuidado!”, recapacité a mi pesar al  percatarme del disgusto con el que había descubierto su ausencia, « ¡Está loca!».

Alicia sigue cerrando la soga alrededor de mi cuello.

Dos horas más tarde y asumiendo que era la hora de cenar y que no podía postergar mi vuelta, agarré a mi chaval y subí con él al piso alquilado.  Al entrar todo parecía haber vuelto a la normalidad porque María y Alicia estaban charlando animadamente en el salón sin que nada revelara tirantez alguna entre ellas dos. La concordia de las hermanas me hizo temer que mi cuñada había solo aplazado su ataque y que debía de permanecer atento sino quería que mi matrimonio fuera directo al precipicio.

Por eso directamente me metí a duchar, deseando que al salir esa zumbada se hubiese olvidado de su capricho. Para mi desgracia, al sentir el chorro de agua caliente cayendo por mi cuerpo me relajé y me puse a recordar los pitones de Alicia:

« Estará loca pero también está buena», mascullé entre dientes mientras por acto reflejo mi miembro se despertaba entre mis piernas.  Todavía hoy me arrepiento de haberme dejado llevar por la imaginación pero reconozco que, al notar mi erección, cogí mi pene y mientras me imaginaba mordisqueando los pechos de la hermana de mi mujer, no pude evitar el pajearme visualizando en mi mente a ella ofreciéndome sus tetas como anticipo al resto de su cuerpo.

Mi estado febril hizo que acelerara el movimiento de mis manos al verme mordisqueando las areolas de sus senos mientras ella no paraba de ronronear como un cachorrito. En mi cabeza, mi cuñada ya no era esa mujer caprichosa y bipolar sino una hembra ardiente que reaccionaba con lujuria a mis caricias. Estaba a punto de correrme cuando un ruido me hizo despertar y al girarme hacia la puerta, pillé a esa morena observándome desde la puerta. Asustado traté de taparme pero entonces soltando una carcajada esa arpía me soltó:

― Veo que estabas pensando en mí.

El bochorno que sentía al haber sido cazado de esa forma, no me permitió responderle una fresca y por eso me sentí todavía más avergonzado cuando me dijo antes de irse:

― Por cierto, tienes un pene apetitoso.

Si de por sí eso era embarazoso más lo fue que me lo dijera relamiéndose los labios. La ausencia de moral de mi cuñada consiguió desmoronarme y de muy mala leche, salí de la ducha sabiendo que esa puta no iba a dejar de acosarme. Por su carácter, tenía claro que Alicia no iba a cejar hasta meterme en problemas. Hundido en la miseria, terminé de vestirme y salí al salón.

Supe que mis problemas no habían hecho nada más que empezar, cuando mi niño me informó que después de cenar les iba a llevar a su tía y a él al cine. Tratando de escaquearme, pregunté a mi mujer si ella no prefería ir por mí pero entonces María me contestó que se encontraba muy cansada y que prefería quedarse leyendo un libro.

« ¡Mierda!», exclamé para mis adentros sin demostrar mi disgusto, no fuera a ser que con ello mi esposa se mosqueara y empezara a sospechar. Si ya era incómodo el acoso de Alicia, no quería empeorarlo con los celos de María.

Entre tanto y desde el sofá, mi cuñadita sonreía satisfecha previendo que, sin la presencia de su hermana, yo sería una presa fácil. Confieso que en ese instante me sentía como cordero que va hacia el matadero y por eso hice el último intento que María nos acompañara.

― Te prometo que estoy muy cansada― respondió la aludida dando por zanjado el tema.

El tono cansino que usó al contestarme no me dio más alternativa que aceptar, creyendo que la presencia de su sobrino haría que esa arpía se contuviera y retrasara sus planes. Desgraciadamente nada más terminar de cenar y salir hacia el coche rumbo al cine, Alicia me sacó de mi error porque sin importarle que Alejandrito pudiera oírla, susurró en mi oído:

― Te voy a poner como una moto.

Su amenaza consiguió hacerme anticipar el suplicio que esa noche iba a tener que soportar pero simulando una tranquilidad que no tenía, me abstuve de contestarla y sin más me subí al vehículo. De camino al centro comercial, mi cuñadita se entretuvo subiéndose la minifalda que llevaba para obligarme, aunque fuera de reojo, a mirarle sus piernas y no contenta con ello, aprovechando que mi hijo llevaba cascos, me preguntó si me gustaba la ropa interior que llevaba puesta.  Girando mi cabeza, descubrí que:

 ¡La muy puta no se había puesto bragas!

Su sexo completamente depilado se mostraba en plenitud. Confieso que me sorprendió su exhibicionismo y supe que de haber estado solo con ella hubiese hundido mi cara entre sus piernas aunque me hubiese costado mi matrimonio.

― Tápate― murmuré separando mi vista de sus muslos, – ¡te puede ver el crio!

A pesar que sabía que esa maldita estaba jugando conmigo, la visión de su coño me excitó de sobremanera y temí por primera vez que si Alicia seguía jugando conmigo, tarde o temprano caería en la tentación y terminaría follándomela. En ese momento, deseé estar a mil kilómetros de mi cuñada y así estar a salvo de sus manejos. En cambio por su sonrisa, se notaba que ella estaba feliz haciéndome sufrir y más cuando se fijó que bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control. Al percatarse de ello, incrementó mi turbación pasando su mano por encima de mi bragueta mientras me decía:

― No sabes las ganas que tiene mi conejo de comerse tu zanahoria.

Sudando la gota gorda, conseguí  de alguna manera llegar a nuestro destino sin lanzarme sobre esa puta y enseñarle que conmigo no se jugaba. Mi cabreo era tal que había decidido que devolverle con creces mi angustia. Curiosamente el tomar esa decisión me tranquilizó y por ello ya no me escandalizó su forma de abrazarme al bajarme del coche ni que se pegara a mí mientras hacíamos la cola para entrar en el cine.

Una vez dentro de la sala, como teníamos tiempo, compré palomitas y refrescos para los tres porque con mi chaval entretenido, le pasaría inadvertido lo que pasara a su lado. Cuando me senté entre los dos, mi queridísima cuñada se mostró encantada pensando que así, con su sobrino alejado, iba a poder seguir con su acoso una vez se hubiesen apagado las luces.

Tal y como había previsto, al hacerse la oscuridad, la muy ramera ni siquiera esperó a que empezara la película para posar su mano sobre mi pierna. Disimulando mis planes, no reaccioné a su contacto y ella, saboreando su triunfo, fue subiendo sus dedos lentamente hasta mi entrepierna. Mi falta de rechazo le dio alas y no tardé en sentir su palma agarrando mi pene mientras con los ojos fijos en la pantalla, veía los primeros compases de la película.

« Tú sigue que luego te arrepentirás», rumié interiormente satisfecho cuando esa zorrita metió su mano en mi bragueta y comenzó a pajearme.

Reconozco que para entonces el morbo de disfrutar de una paja hecha por la hermana pequeña de mi mujer ya me tenía dominado y por eso esperé a que incrementara la velocidad con la que me estaba masturbando para dejar caer mi mano entre sus muslos. Mi cuñada pegó un grito al sentir que directamente mis dedos separaban los labios de su sexo y comenzaban a acariciarle el clítoris. Tras el susto inicial, intentó sin éxito que parara pero afianzándome en mi ataque, me dediqué a masajear con mayor énfasis ese botón.

Al notarlo, nuevamente buscó rechazarme usando las dos manos pero solo consiguió que metiera una de mis falanges en el fondo de su coño.

― Por favor, ¡para! – susurró en mi oído al comprender que el cazador se había convertido en presa.

Su nerviosismo pero sobretodo la humedad que manaba de entre sus piernas fueron el aliciente que necesitaba para comenzar a follármela con los dedos mientras tenía a mi derecha a mi hijo absorto con la película. Sin darle tiempo a acostumbrarse comencé a meter y a sacar mi dedo de su interior mientras seguía masturbándola.

Para entonces mi victima ya había comprendido que nada podía hacer por evitar mis caricias porque para ello tendría que montar un escándalo. Poco a poco se fue relajando,  al notar que su cuerpo empezaba a reaccionar e involuntariamente colaboró conmigo separando sus rodillas. Su nueva postura y el hecho de no llevar bragas me permitieron irla calentando lentamente de manera que al cabo de unos minutos, cada vez que metía mi yema dentro de su chocho, este chapoteaba encharcado. Al advertirlo, decidí dar un paso más y sacando un hielo de mi refresco, lo llevé hasta su sexo y sin pedirle opinión se lo introduje dentro de su vagina.

― ¡Dios!― escuché que gemía descompuesta antes que el contraste de temperatura la hiciera llegar a un placentero pero silencioso orgasmo.

Seguí jugando con el hielo en su interior hasta que su propia calentura lo derritió y entonces le incrusté otro para así seguir con mi maniobra. Para entonces Alicia estaba disfrutando como una loca y sin importarle que la señora de al lado pudiese verla, llevó sus manos hasta los pechos y comenzó a pellizcarse los pezones. Uno tras otro, su chocho absorbió diez hielos que se disolvieron al tiempo que ella unía un orgasmo con el siguiente, completamente entregada a mí, su cuñado.

Desconozco cuantas veces se corrió sobre la butaca de ese cine, solo puedo deciros que ya estaba terminando el coñazo de película que habíamos ido a ver cuándo acercando mi boca a su oído, le mordí la oreja mientras le susurraba:

― No debiste jugar con fuego. Ahora lo comprendes, ¿verdad putita?

Mis palabras la llevaron por enésima vez al orgasmo y sacando mi mano de entre sus piernas, la dejé convulsionando de placer sobre su asiento. Habiéndome vengado, presté atención a lo que sucedía en la gran pantalla y me olvidé de ella porque sabía que había recibido su merecido.

Al encenderse las luces, mi cuñada estaba colorada y sudorosa pero ante todo avergonzada porque era incapaz de levantarse al tener la falda empapada. Comprendiendo su problema, le cedí mi rebeca para que se tapara y que así mi chaval no se diera cuenta que su tía parecía haberse meado encima. Ella me agradeció el detalle y tras anudársela a la cintura, sonriendo se acercó a mí y me dijo:

― Eres un cabrón. Ten por seguro que me vengaré.

El tono meloso y en absoluto enfadado con el que imprimió a su amenaza, me informó que no estaba cabreada pero también que tendría que estar en alerta para cuando esa guarrilla quisiera devolverme la afrenta con creces.

A la salida, la arpía se había vuelto una corderita y se mantuvo callada todo el viaje  de vuelta. Ya en la casa, se despidió de mí meneando su trasero con descaro y aprovechando que Alejandrito iba adelante, se levantó la falda para que pudiera contemplar en toda su plenitud sus desnudas nalgas. La visión de ese culo elevó la temperatura de mi cuerpo de manera tal que nada más entrar en mi habitación me pegué a mi mujer que dormía plácidamente en su cama.

María al notar mi presencia se acurrucó contra mí, permitiendo que mis manos recorrieran su pecho. Por mi parte, comencé a acariciar sus pezones buscando despertarla. Sabía que mi mujer no se iba a oponer y deseando hacerle el amor, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón me tenía subyugado desde que la conocí pero como en ese momento lo que realmente me apetecía era una sesión de sexo tranquila, pegándome a su espalda, le acaricié el estómago. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, Siendo delgada, lo mejor de María eran sus senos. Grandes pero suaves al tacto, a pesar de sus cuarenta años se mantenían en su sitio y aunque parezca una exageración seguían pareciendo los de una veinteañera.

Al pasar mis dedos por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Mi esposa  que se había mantenido quieta, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.

― ¿Estás bruto cariño?― preguntó desperezándose.

Al escuchar su pregunta, no dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Ella, moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sin palabras su aceptación.  Cuando deslicé mi mano hasta su sexo, curiosamente me lo encontré empapado.

― Por lo que veo, tú también― respondí acariciando su clítoris.

No llevaba ni medio minuto cuando mi esposa me sorprendió levantando una de sus piernas e incrustándose mi verga en su interior. Me sentí feliz al comprobar que su sexo recibió al mío con facilidad, de forma que pude disfrutar de como mi glande iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella.  Fue entonces cuando cogí un pezón entre mis dedos y se lo apreté. María al sentirlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó nuestro mutuo placer mientras su vagina recibía golosa mi pene.

― ¿Qué tal la película?― susurró en mi oído mientras  forzaba mi penetración con sus caderas.

Separando su pelo, besé su cuello y respondiendo con un leve mordisco, le dije:

― Hasta los cojones de tu hermana. Estaba deseando volver contigo.

Mis palabras la alegraron y con su respiración entrecortada, comenzó a gemir  mientras el interior de su pubis hervía de excitación. Sus jadeos se  incrementaron a la par que el movimiento con el que respondía a cada uno de mis ataques:

―Fóllame Cabrón― chilló al notar que se corría.

Descojonado por su entrega, le di la vuelta y forzando su boca con mi  lengua, llevé mis manos hasta su culo.

― Eres un poco calentorra, putita mía, ¿lo sabías?

― Sí― me contestó al tiempo que sin esperar mi aceptación  se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.

María aulló al sentirse llena y notar mi glande chocando con la pared de su vagina justo cuando un ruido me hizo levantar la mirada y descubrir a su hermana espiando desde la puerta entre abierta. Os reconozco que me calentó ver a esa zorrita en plan voyeur e incrementando el morbo que sentía al follarme a mi mujer con ella espiando, solté a María para que lo oyera Alicia:

― No se te ocurra gritar, no vaya a ser que esa loca se despierte y quiera unirse a nosotros.

Mi mujer ajena a estar siendo observada, muerta de risa, contestó:

― Por eso no te preocupes, estoy segura que mi hermana además de medio sorda es frígida.

Sonreí al observar el gesto de cabreo con el que la aludida escuchó la burrada y disfrutando del momento, incrementé la velocidad de mis cuchilladas mientras me afianzaba cogiendo sus tetas con mis manos. El nuevo ritmo hizo que el cuerpo de Maria mostrara los primeros síntomas del orgasmo y por eso seguí machacando su interior sin dejar de mirar de reojo a mi cuñada. Justo en ese momento, me percaté de un detalle que hasta entonces me había pasado desapercibido:

“¡Alicia se estaba masturbando de pie en el pasillo!

Sin llegarme a creer lo que estaba viendo, no dije nada y mirando fijamente a esa espía, cambié de posición para que María no pudiese verla y poniéndola a cuatro patas, le pedí que se agarrara del cabecero. Mi mujer pegó un aullido al hundir mi verga de un solo golpe en su interior pero rápidamente se rehízo y con lujuria, me rogó que no parara de tomarla. Como comprenderéis lo le hice ascos a sus deseos y con mayor énfasis, seguí acuchillando su coño al tiempo que sonreía a su hermanita. Alicia, desde su privilegiado lugar, estaba desbocada y hundiendo sus dedos en su coño, no paraba de torturar el botón que escondían los pliegues de su sexo, siendo consciente de su pecado y sabiendo que yo la estaba retando al dejarla ser testigo de cómo me tiraba a mi mujer.

Fue entonces cuando María comenzó a agitarse gritando de placer presa de un gigantesco orgasmo. Deseando que mi cuñada se muriera de envidia y se diera cuenta que con mi esposa tenía suficiente, aceleré aún más el compás de mis caderas. Producto de ello, mi mujer unió un clímax con el siguiente mientras su cuerpo convulsionaba entre mis piernas. Con mi insistencia la llevé al límite y ya totalmente agotada, me rogó que me corriera diciendo:

― Lléname de tu leche.

Su ruego junto con el cúmulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi interior desde que masturbé a la zorrita de mi cuñada, hicieron que pegando un gemido descargara mis huevos, regando con mi semen su conducto. María al sentir su conducto anegado, se desplomó sobre la cama dando tiempo a Alicia a huir rumbo a su cuarto. Satisfecho, me tumbé junto a ella abrazándola deseando que con esa demostración esa perturbada se diese por enterada, pero con el convencimiento que al día siguiente tendría que seguir lidiando con su caprichoso carácter.

 

 

“LA HEREDERA NO TIENE QUIEN LA MIME” Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:

En este libro, el autor nos narra la historia de la extraña relación entre una rica heredera de origen asiático y una pareja especialista en seguridad . Recién llegada a Nueva York, Mei Ouyangy contrata para su protección personal a Walter Lynch y a su gente sin saber que esa decisión cambiaría su destino irremediablemente.
Su padre le había preparado para hacerse cargo de su emporio pero no para el sexo y a los veinticinco años, su mundo se vuelve del revés al verse atraída tanto por Linch como por su novia, Elizabeth Lancaster, una ex militar que colabora con él.
Acostumbrada al éxito, la joven ejecutiva no comprende las señales que le manda su cuerpo cuando está con la pareja y tras una lucha interior, decide enfrentar todos los tabúes y miedos aprendidos desde niña y explorar esas nuevas sensaciones…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:  

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO primeros capítulos:

1

La vida de Walter Lynch cambió diametralmente una mañana que se suponía que iba a ser tranquila. Como consultor en seguridad personal, su mayor carga de trabajo era durante la temporada de conciertos de Nueva York. Temporada en la cual su trabajo protegiendo la vida de las estrellas que llegaban a la ciudad le ocupaba todo el día. Pasados esos meses de actividad frenética, todo se relajaba y ocupaba su tiempo practicando artes marciales y ejercitándose en el gimnasio, pero sobre todo estudiando las nuevas herramientas de vigilancia que salían al mercado para seguir estando a la vanguardia en esos temas. Acababa de llegar a su oficina, cuando una de sus ayudantes le informó que tenía visita. Tras dos semanas de sequía en lo que respecta a trabajo, vio en ello una oportunidad y ni siquiera preguntó quién requería de sus servicios.

        Debido a ello, no supo reaccionar cuando por su puerta apareció Mei Ouyang. Aunque nadie se la había presentado, Walter sabía de ella por las revistas y es que esa joven era la hija un famoso magnate chino que al fallecer le había dejado una lluvia de millones que la había catapultado en la clasificación de las mujeres más ricas de Forbes.

       ―Señorita Ouyang, ¿en qué le puedo servir? – tartamudeó más nervioso de lo que le hubiera gustado parecer al verse afectado por el sensual exotismo que esa muñequita oriental destilaba por todos sus poros.

       La dueña del setenta por ciento de un emporio inmobiliario que había irrumpido con fuerza en el mercado estadunidense en el último año sonrió al saber que la había reconocido y sin importarle que el hombre que había venido a ver no hubiera tenido la delicadeza de pedirle que se sentara, tomó asiento antes de contestar:

       ―Como usted sabe, tengo muchos intereses en este país. Para gestionarlos, he abierto una oficina en Nueva York y he trasladado mi casa aquí. Todavía estoy en plena mudanza y quiero reunir a mi lado a los mejores.

La voz grave pero dulce de esa mujer no engañó a Lynch y comprendió que era alguien acostumbrada a mandar:

―Alabo su decisión, pero… ¿qué tengo que ver yo en ello?― descolocado replicó al percatarse que contra su voluntad sus hormonas le estaban traicionando.

La oriental entrecerró sus ojos y luciendo una sonrisa que terminó de excitar a su contertulio, comentó:

―Debido a mis responsabilidades requiero de protección y mis asesores me han hablado de usted. He revisado su perfil y quiero hacerle una oferta que confío no pueda rechazar.

Acostumbrado a las excentricidades de sus adinerados clientes, Walter Lynch se quedó esperando a que la mujer le hiciese llegar su propuesta pensando que ésta consistiría en una colaboración puntual para instaurar un sistema de seguridad en sus oficinas. Lo que nunca sospechó fue que esa monada de pelo liso le soltara a bocajarro que le deseaba contratar a tiempo completo en calidad de guardaespaldas personal.

―Disculpe, señorita. Eso es imposible. Tengo un equipo, otros clientes y una carrera― musitó sin alzar la voz para que no se le notase que estaba indignado al confundir su habilidades. Él era un experto en seguridad y no un mero empleado.

«Si quiere una niñera, ¡qué contrate a otro!», pensó mientras intentaba plantear un salida honrosa que no ofendiese a esa ricachona.

Ésta, sin perder la sonrisa, abrió su bolso y sacando unos papeles, se los extendió diciendo:

―Antes de decir que no, lea el contrato que le ofrezco.

Con la única intención de rechazar educadamente ese ofrecimiento, Lynch cogió el documento y comenzó a leerlo.  Su rostro fue perdiendo el color a medida que pasaba las páginas porque era un acuerdo en el que, además de contratar a toda su gente, le pedía una exclusividad que bordeaba la explotación.

«Está loca», farfulló en silencio al leer que no solo le exigía dedicación plena sino incluso que cambiara de domicilio y se fuera a vivir a una casa anexa a la de ella.

«¿Quién se cree esta zorra?», maldijo para sí y solo por mera educación, siguió leyendo mientras miraba de reojo las curvas de la joven que tenía frente a él.

Fue entonces cuando llegó al apartado de sus emolumentos y tuvo que releerlo un par de veces porque   excedía y con mucho los ingresos actuales de su pequeña empresa.

«Ganaría en cuatro años dinero suficiente para jubilarme», sentenció.

Asumiendo su derrota y que estaba vendiendo su alma al diablo, levantó la mirada y preguntó:

―¿Cuándo quiere que empecemos?

       Mei Ouyang se levantó y con una cálida sonrisa que nada tenía que ver con la tiburón de los negocios que acababa de ganar una batalla, respondió:

       ―Tengo una cita en Wall Street en una hora con unos inversores y me vendría bien dejar claro desde ahora que hay un nuevo jugador en la plaza.

       Sintiéndose la última adquisición de esa arpía, Walter Lynch recogió su pistola y siguió a su nueva jefa. La asiática dejó de manifiesto que iba a ejercer y mucho el recién adquirido poder sobre ese enorme hombre nada más salir de su despacho, cuando al llegar al ascensor esperó que Lynch tocara el botón de bajada. Este estaba tan habituado a su ofició que no advirtió ese pequeño gesto, así como tampoco que la heredera lo aprovechara para dar un repaso a la anatomía de su nuevo encargado.

«¡Fuerte está!», exclamó para sí impresionada por el tamaño de los bíceps mientras inconscientemente se relamía los labios pensando en qué se sentiría al ser abrazada por esas dos moles.

Nunca aceptaría ante un tercero que en el último momento se decidió por él frente a otro de sus competidores por la virilidad que desprendía en las fotos.

«No hay nada de malo en que además de eficiente mi guardaespaldas esté bueno», se repitió a sí misma mientras admiraba las brutales espaldas y el musculoso trasero del sujeto que la precedía al salir al hall.

Como no era idiota, esa mentira no pudo ocultar la atracción que le provocaba esa masa de músculos perfectamente adiestrados y con pesar comprendió que de vivir su padre nunca hubiese aceptado que su hijita hubiera elegido un adonis de casi dos metros para cuidarla.

«Papá estaba chapado a la antigua y no he cometido nada inmoral al contratarlo», musitó entre dientes mientras se subía a su limusina por la puerta que Walter acababa de abrir para ella.

Para desgracia de la joven, el olor de ese hombre impregnó sus papilas y se aferró a cada una de sus neuronas provocando que un pequeño incendio creciera sin control entre sus piernas.

«¿Qué me ocurre?», mentalmente gritó al darse cuenta de que quizás había cometido un error al subestimar el encanto animal de su nuevo empleado y es que por su educación ese tipo de sentimientos le estaban vedados.

Asustada como pocas veces se intentó concentrar en la reunión a la que iba, pero continuamente su mirada se iba a su acompañante y al bulto que lucía bajo el pantalón mientras el objeto de sus pesquisas realizaba su trabajo buscando en el exterior del coche una posible amenaza.

«No me reconozco», entre dientes maldijo la fijación que sentía mientras hacía un último intento para olvidar a su subordinado y fijar su atención en los papeles de la presentación que tenía que realizar.

Finalmente, sus esfuerzos tuvieron éxito y consiguió abstraerse al repasar los datos de las inversiones que tenía que hacer públicos esa mañana, ya que eran tan osadas que causarían un pequeño terremoto en las anquilosadas estructuras del sector inmobiliario del país. Jamás una empresa china había tenido la temeridad de hacerse con la mayoría de unas de las compañías más reputadas de Estados Unidos.

 «He llegado para quedarme y triunfar aquí donde mi viejo no pudo», sentenció mientras recitaba en voz baja su discurso…

2

Mientras su nueva jefa entraba en la reunión, Walter Lynch usó ese tiempo para poner al corriente al equipo de su nuevo destino y planificar los primeros pasos para hacerse con el control de la seguridad del cliente. Lo primero que hizo fue mandar a Elizabeth Lancaster, una ex SEAL que ejercía de su segundo en la organización, a revisar el sistema de vigilancia de la finca donde se alojaba la heredera para certificar que, tal y como le había anticipado, contaba con la más moderna tecnología de protección.

Hora y media después seguía esperando a las puertas del número 11 de Wall Street cuando recibió la mala noticia:

―Walter, aunque se han gastado una fortuna en aparatos y en hardware, el sistema de seguridad hace aguas por todos lados. Las cámaras están mal colocadas, hay multitud de puntos ciegos, los sensores de presencia no son compatibles con los programas adquiridos por lo que no hacen más que dar falsos positivos― con su acostumbrado tono seco y profesional le comunicó su ayudante.

Conociendo el afán de protagonismo de la rubia, se tomó con tranquilidad el informe y únicamente le preguntó cuánto tardaría en arreglarlo.

―En tres horas habré conseguido cegar las áreas sin control, pero por lo menos hasta mañana nuestros técnicos no terminarán de instalar el software necesario para que no haya errores. Pero el coste inicial es de unos noventa mil dólares solo en programas.

―Por la pasta, no hay problema. Nuestra cliente se ha comprometido en sufragar todos los gastos― replicó y asumiendo que mientras el sistema no estuviera activo tendría que reforzar el grupo de gente que velara por la oriental, le pidió que llevara a otros tres elementos a la mansión para así evitar problemas.

―Ni que fuera el presidente― protestó la antigua militar, pero aceptando la sugerencia de su superior le prometió que así lo haría.

―Eres una zorra― riéndose la replicó: ―Estoy seguro de que ya lo habías tomado en cuenta. ¿Cuántos has pedido a la central?

―Soy precavida― respondió, para acto seguido, soltando una carcajada, informarle que había acertado y que había ya llamado a cuatro especialistas.

―Recuérdame que te tire de las orejas― en plan de broma, comentó a su segunda.

Ésta abusando de la confianza que Lynch sentía por ella y poniendo voz suave, le rogó si en vez de un tirón de orejas, le podía dar una serie de azotes.

―Definitivamente, lo que tienes de eficaz lo tienes de puta― y desternillado de risa, le prometió que en la primera ocasión que tuviera le pondría el culo rojo.

La respuesta del hombretón debió azuzar la calentura de Elizabeth porque, a modo de recordatorio, le mandó una foto de su trasero desnudo con un mensaje anexo:

― Siempre fiel, siempre dispuesto.

Walter leyó el texto con una sonrisa y por unos instantes, recreó su mirada en las posaderas de su asistente y amiga. Tras lo cual, apagando el móvil, se puso a repasar mentalmente lo que había planeado para la seguridad de su adinerada clienta.

«Por cada kilo de chinita, esa monada tiene mil millones de dólares y siempre habrá alguien queriendo darle un mordisco», meditó en silencio cuando de improviso se abrió paso en su mente la imagen de él dando un bocado al culete de la magnate.

La fuerza de ese pensamiento le puso nervioso porque no en vano sabía que, si quería cumplir con su cometido, debía de abstenerse de intimar con esa preciosidad y por ello sacando nuevamente su teléfono, tecleó en la pantalla:

―Beth, espérame en casa de la cliente.

No hizo falta escribir más,  supo que la destinataria había captado sus intenciones al leer que esa mujer de casi uno ochenta le respondía:

―Siempre fiel, siempre dispuesta…

3

La presentación se alargó más tiempo del que Mei había previsto por las continuas preguntas de los periodistas presentes y es que para un sector de ellos, era casi un sacrilegio que una empresa extranjera se hubiese hecho con el control de Washington Union Investments por el peso y la historia de esa compañía en el sector.

«No sé qué les fastidia más, si mi nacionalidad o que sea mujer», meditó molesta, aunque exteriormente nada revelaba su cabreo mientras recogía sus cosas. Ya en la puerta le esperaba Walter, el cual sin preguntar cómo le había ido le abrió paso entre la nutrida concurrencia.

 Gracias al tamaño del guardaespaldas, rápidamente llegaron al garaje donde aguardaba su limusina. Al acercarse a ella, la heredera se percató que a su lado había un Cadillac blindado y que del mismo salía una joven de origen asiático muy parecida a ella.

―¿Y esto?― preguntó al ver que la muchacha se metía en su lugar dentro del vehículo y que Walter la llevaba hasta el otro.

―Es preferible que no se sepa dónde va, ni en qué coche se mueve― respondió el segurata.

Incómoda porque hubiese tomado esa decisión sin consultarle, le hizo caso al comprender no solo que tenía razón, sino que el experto en esos temas era él. Aun así, no pudo dejar de manifestar su enfado y con el tono suave que tanto le caracterizaba, le dio la primera reprimenda diciendo:

―La próxima vez, exijo que me avise. No me gustan las sorpresas.

―Si quiere que forme parte de su equipo, deberá acostumbrarse porque ese es exactamente mi cometido. Que nadie pueda prever sus movimientos, ni siquiera usted― educadamente, pero con voz firme, replicó Walter mientras cerraba la puerta en las narices de su jefa.

«¡Menudo cretino!», exclamó mentalmente mientras una sonrisa aparecía en su rostro al sentirse gratamente sorprendida de que uno de sus asalariados fuera capaz de llevarle la contraria.

Ya sentado en el asiento del copiloto, Walter le presentó al conductor y le preguntó dónde quería ir.

―Tengo hambre.

Esa respuesta no aclaró el destino y por ello, el asesor en seguridad le insistió si tenía alguna preferencia.

―Quiero sentirme una neoyorquina más.

La sequedad de la muchacha no consiguió sacarle de las casillas y queriendo hacerle ver que con él no se jugaba, decidió darle una sorpresa.

―Llévanos a Columbus Park― ordenó a John, el miembro de su equipo que estaba frente al volante.

Éste, que conocía sobradamente los gustos del jefe, enfiló hacia la puerta de ese parque que había tras el City Clerk Office, mientras la limusina volvía directamente a la casa de la magnate.

Los escasos cinco minutos que tardaron en recorrer la milla que les separaba de ese lugar le sirvieron a Mei para recapitular sobre la reunión y admitir que, a pesar del machismo de los presentes, había sido un éxito.

«Lo quieran aceptar o no, ya saben que soy una jugadora que tomar en cuenta», se dijo mientras observaba las riadas de ejecutivos que salían de los edificios de esa parte de la ciudad.

Seguía meditando sobre ello, cuando el chófer paró frente a un puesto de comida ambulante.

―¿Vamos a comer aquí?― preguntó al ver que Walter se bajaba del Cadillac.

Luciendo toda su dentadura, el enorme sujeto contestó:

―Son los mejores perritos de todo Nueva York.

Nuevamente la actitud de Walter la descolocó,  ya que nunca se había planteado que la llevara a comer en la calle. Por un momento, dudó entre rectificar y pedirle que la llevara a un restaurante de lujo o experimentar ese tipo de alimento del que tanto había oído hablar, pero nunca había probado.

―Me parece estupendo― dijo tratando de parecer segura.

El guardaespaldas sonrió y explicando a John que no los perdiera de vista, la llevó frente al carrito. Al llegar, le preguntó que quería.

―Lo mismo que usted― respondió la magnate.

―Dos Dodgers, Peter.

El dueño del puesto sonrió mientras le preparaba el pedido añadiendo a la consabida salchicha mostaza, salsa de queso para nachos, jalapeños encurtidos y salsa picante. La asiática se quedó de piedra al ver la mezcla y por ello cuando Walter se le puso en sus manos el perrito, tardó en atreverse a dar el primer bocado.

―Nunca ha probado una delicia semejante― le azuzó el estadounidense.

«Seguro que no», musitó Mei mientras se hacía con el valor necesario para hincarle el diente. Para su sorpresa el revoltijo de sabores y texturas le resultó una delicia y cerrando los ojos degustó lentamente esa novedad culinaria mientras su acompañante hacía desaparecer su perrito con dos mordiscos.

 ―¿Quiere otro?― en plan educado, Walter preguntó antes de pedir uno para él.

―No, gracias― replicó la oriental absorta todavía en la experiencia sensorial que para ella era esa primicia.

Desde niña la comida había sido uno de los pocos placeres que su padre le permitía y por eso cuando disfrutaba de un plato lo hacía a conciencia. Se podía decir que era tanto su disfrute que bien uno lo podría confundir con una excitación física.

¡Eso fue exactamente lo que le pasó al gigantón!

Al volver con el segundo perrito, reparó en que a la chinita se le marcaban claramente los pezones bajo la blusa. En un principio creyó que era por el frio,  pero al momento comprendió que por ridículo que sonara, esos dos pequeños y traicioneros montículos eran producto del gozo que esa mujer sentía al probar una comida de su gusto.

«A ésta no la invito a comer a casa de mamá, con lo bien que cocina, sería capaz de correrse en la mesa», despelotado de risa,   sentenció sin perder ojo del espectáculo que Mei involuntariamente le estaba brindando: «Pero no me importaría dar un buen lametazo a esos meloncitos».

  Ajena al escrutinio al que estaba siendo sometida, la joven no tenía prisa en comer y se tomó su tiempo en masticar cada uno de los bocados antes de deglutir. Alargando con ello,  el exhaustivo examen que Walter estaba haciendo a su anatomía.

«Definitivamente, debo tener cuidado. Esta zorrita tiene algo que me vuelve loco»,  meditó preocupado al advertir que era incapaz de dejar de pensar si ese culito en forma de corazón le cabría en una mano o bien tendría que usar las dos si algún día le daba una cariñosa zurra.

4

Tras toda una mañana trasteando con el sistema, Elizabeth acababa de ajustar las diferentes cámaras repartidas por el entornó de la mansión, para que nadie pudiese llegar a ella sin que su gente se percatara de ello. Mas tranquila, sacó una chocolatina de su bolso y poniendo los pies sobre la mesa, se la empezó a comer.

No había dado cuenta de ella cuando, en el monitor que mostraba la entrada, vio llegar el Cadillac de su jefe. Sabiendo que Walter venía acompañado de la cliente, fue a conocerla.

«Por las fotos, es una mierdecilla de mujer. No debe superar el metro sesenta», se dijo mientras salía de la garita desde donde se gobernaba la seguridad de la finca.

El tamaño gigantesco jardín permitió que la ex SEAL llegara a la plazoleta que daba acceso a la casa antes que el coche del jefe y sabiendo de su función, fue ella quien abrió la puerta a la dueña del lugar.

―La señorita Lancaster, supongo – fue el saludo de la magnate.

Que supiera quien era descolocó a la rubia y por eso tuvo que ser la propia Mei Ouyang quien se lo aclarara.

―Al igual que ustedes estudian a sus clientes, mi departamento de recursos humanos estudia minuciosamente a los candidatos que vamos a contratar y por ello, sé quién es.

Picada en su amor propio, miró a su nueva jefa y la retó preguntando que aparte de su nombre que más sabía de ella. La asiática sonriendo encendió su iPad y seleccionando un documento, se lo pasó diciendo:

―Léalo usted misma. Aquí encontrara un completo dossier suyo― y disfrutando del cabreo de la atlética mujer decidió dejar claro tanto a ella como a Walter con quien se enfrentaban al añadir: ― Pero si lo que me pregunta es si soy consciente de que se acuesta con su superior, ¡lo soy!

La cara de ambos reflejó estupefacción porque nunca hubiesen supuesto que su relación sexual había traspasado los límites de su círculo más íntimo. Por eso, tuvo que ser la propia Mei la que rompiera el gélido silencio que se había instalado entre ellos diciendo que se iba a echar una siesta, para acto seguido desaparecer rumbo a la casa.

Beth esperó a que desapareciera por el pasillo, para murmurar a su amante y jefe:

―¿Vamos a tener que soportar mucho tiempo a esta puta?

―Mientras pague, lo haremos― y molesto con el tema, lo cambió pidiendo a su ayudante que le mostrara las instalaciones.

La rubia no creyó conveniente insistir y sin que se notara que seguía furiosa, le fue explicando las características del sistema de seguridad, haciendo mención expresa de la ubicación de las cámaras mientras pasaban por ellas. La majestuosidad y el lujo de la mansión no le impidió a Walter el advertir que también tenía un marcado sentido práctico.

«No está mal la choza», pensó para sí en el preciso instante en el que la rubia abría una puerta y pedía al vigilante que estaba a cargo de la garita que saliera.

―Pasa y te muestro el gran hermano que he montado.

Un neófito se hubiese apabullado con el número de monitores que había en las paredes, pero para Walter y su ojo experto lo importante no eran esos aparatos sino las imágenes que recogían y tomando asiento, pidió que se lo describiera con detalle.

―Como supondrás hemos diseñado el sistema con diversos niveles de autorización y he dejado la plena operatividad solo para nosotros, cerrando el acceso de determinadas áreas al resto de nuestra gente.

―¿Exactamente a qué te refieres?

Entornando los ojos y en plan pícaro, replicó:

―Hazme el favor de introducir tu dedo índice en el lector.

Walter jamás sospechó que Beth hubiera tecleado antes una instrucciones para que, al leer su huella dactilar, las imágenes del exterior de la casa desaparecieran y fueran sustituidas en los monitores por diferentes tomas del área privada que ocupaba la oriental.

―¿Te apetece ver que está haciendo nuestra odiosa jefa?― en plan hipócrita le preguntó porque antes de tener la oportunidad de contestar, Mei Ouyang apareció semi desnuda en mitad de su baño.

―Fíjate, la chinita se va a dar un baño― comentó la rubia y no contenta con invadir la privacidad de la magnate, se recreó acercando la imagen de forma que ambos pudieron recrearse en ella. Tras lo cual y sin apagar el indiscreto sistema, en plan de guasa, prosiguió: ― Reconozco que tiene buen tipo, aunque yo tengo muchas más tetas.

Traicionando sus principios, al ver a la heredera en lencería, acercó la silla a la mesa para ver mejor.

―Tienes razón, tú tienes mejores tetas― reconoció sin quitar la mirada de los meloncitos de la mujer a través del monitor.

―Y mejor culo― insistió su ayudante poniendo en pompa esa parte de su anatomía.

Al mirarla de reojo, el hombretón descubrió anonadado que no era el único que se había visto afectado por ese juego y que, bajo la ropa de Beth, dos pequeños bultos dejaban de manifiesto su calentura.

«¿Estará cachonda?», se preguntó y poniéndose de pie, la abrazó sin caer en que bajo el pantalón su pene lucía erecto.

La ex militar al notar el bulto de su jefe presionando contra su culo, sonrió y llevando hacia atrás una de sus manos hacia atrás, le acarició el trasero mientras susurraba:

―Siempre fiel, siempre dispuesta.

Walter no supo que le puso más caliente, si ese magreo o que coincidiera en el tiempo con el momento en que la heredera se desprendía del sujetador.

―Dios, qué bruto me tienes― sin dejar de mirar el monitor susurró al oído de la rubia mientras le agarraba los pechos.

Beth al sentir las manos de su amante, no pudo ni quiso evitar el incrustarse la erección en la raja de su culo con un breve movimiento de sus caderas.

―Fóllame― gimió descompuesta mientras en las pantallas la chinita se quedaba desnuda.

Excitado por su tono y por la escena que ambos estaban contemplando, Walter inmovilizó a su ayudante contra la mesa y sin darle opción de arrepentirse, le bajó las bragas.

―Fóllame― insistió Beth al sentir que un sonoro azote hacía estremecer una de sus nalgas.

El entusiasmo con el que recibió esa nalgada permitió a su jefe incrementar la temperatura del furtivo encuentro al soltarle una segunda. Ese nuevo castigo desbordó todas sus previsiones de la dura militar y sus defensas se desmoronaron como un castillo de naipes.

― Ya sabes lo feliz que me siento al ser tuya.

Mientras imploraba a su lado con las nalgas coloradas, en los monitores, la oriental se miraba al espejo ya desnuda. La conjunción de ambas imágenes a la vez demolió cualquier reparo y recochineándose de la calentura de su segunda, recorrió los rojos cachetes con una de sus yemas hasta llegar al coño de la rubia.

Al hallarlo totalmente anegado, le susurró al oído:

―Mi putita está hirviendo.

La calentura de la mujer quedó todavía más patente cuando comenzó a frotarse contra su pene diciendo:

― ¡Siempre fiel! ¡Siempre dispuesta!

La certeza de su deseo y contagiado de su lujuria, el gigantón la ensartó violentamente. Beth chilló al experimentar que era tomada por su amado jefe para acto seguido mover las caderas mientras gemía de placer. La humedad que inundaba su sexo permitió que Walter se recreara en ese estrecho conducto mientras ella se derretía a base de pollazos.

Apoyada sobre la mesa, se dejó follar sin dejar de gemir de placer hasta que chillando como su la estuviese degollando, se corrió.

―Zorra, no acabo más que empezar― protestó su hombre, el cual sabiendo por experiencia que su amante iba a encadenar un orgasmo tras otro, se olvidó de ella y buscó su propio placer mientras recordaba la primera vez que había estado con ella.

«Menuda sorpresa me pegué», pensó rememorando esa noche y como descubrió la facilidad con la que alcanzaba los continuos clímax, «nunca había estado con una mujer multiorgásmica».

Mientras su mente volaba a tiempos pasados, su cuerpo seguía en el presente y cogiendo los pechos de la rubia entre sus manos, forzó el ritmo de las embestidas sobre el encharcado coño de su amante.

― ¡Me vuelves loca! ― aulló ésta al sentir la humedad que rebosaba por sus piernas: ― ¡Fóllame a lo bestia!

Deseando liberar la tensión sexual acumulada desde la mañana, Lynch la siguió penetrando con más intensidad hasta que ya con las defensas asoladas Beth se desplomó convulsionando de placer.  

El volumen de los aullidos y el miedo a que el empleado que habían echado de la garita los oyera fueron el empujón que le faltaba para dejarse llevar y sembrar con su simiente en el interior de su ayudante.

Beth sollozó al sentir esas descargas y uniéndose a él, se corrió por segunda vez. Viendo que ambos habían disfrutado, Walter se sentó en la silla. Fue entonces cuando al mirar hacía las pantallas observó que Mei había desaparecido.

«Fue bueno mientras duró y más vale pájaro en mano, que ciento volando», sonriendo sentenció mientras acariciaba a la mujer que tenía a su lado, olvidando momentáneamente a su bella clienta.

Relato erótico: “Obsesión por mi cuñado (Parte 1 de 2) ” (POR TALIBOS)

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OBSESIÓN POR MI CUÑADO (PARTE 1 DE 2)
23 de junio. 3 de la mañana.
Supongo que la mayor parte de las personas son incapaces de precisar el momento exacto en que su existencia da un vuelco. No es mi caso, yo sí puedo afirmar que fue en ese día y a esa hora cuando mi vida cambió. Bueno, no es exacto. Ese fue el instante en que mi vida empezó a cambiar.
Como es normal, a esas horas de la madrugada yo estaba profundamente dormida, compartiendo el lecho con Juanjo, mi marido, cuando el teléfono empezó a sonar, despertándonos sobresaltados.
Aunque segundos antes ambos estábamos fritos, el insistente timbre bastó para despabilarnos de golpe, mirándonos el uno al otro con un nudo en la garganta, asustados, pues, obviamente, nadie te llama a las 3 de la mañana para darte buenas noticias.
–          Có… cógelo, anda – animé con voz temblorosa a Juanjo, que no acababa de decidirse a descolgar, la vista clavada en el teléfono como si fuera una bomba a punto de explotar.
–          ¿Dígame? – dijo por fin mi marido – Sí, soy yo…
La expresión que se dibujó en su rostro bastó para confirmarme que algo terrible había pasado. Aunque esté feo el decirlo, lo cierto es que, interiormente, experimenté cierto alivio, pues comprendí que, si la mala noticia estuviera relacionada con mi familia, habrían preguntado por mí y no por él.
Juanjo alzó la vista, sin dejar de atender al teléfono y leí en su mirada que algo horrible había pasado. ¿Sería su hermano, Iván? No, no podía ser, ese chico jamás se metía en líos y, además, estaba interno en el colegio hasta final de mes.
Entonces… sus padres. Los adinerados señores Moraga. Estaban de viaje en Costa Rica, pues Manuel tenía que dar un par de conferencias… pero no podía ser, si habíamos hablado con ellos el día anterior…
Pero sí que eran ellos.
Minutos después, le servía a mi marido un café bien cargado, rociado con una generosa dosis de coñac, tratando de devolver el color a sus mejillas.
–          Joder – decía Juanjo sin despegar los ojos del suelo – No puedo creerlo. Accidente de coche. No puede ser…
Abracé a mi esposo con fuerza, estrechándole contra mi pecho, tratando de consolarle. Pobrecito, huérfano a los 30 años, sólo de pensar que algo así les pasara a mis padres…
–          Y el pobre Iván… ¿Qué va a hacer ahora? Joder, Nieves, todavía no puedo creerlo… ¿Me traes una aspirina? La cabeza me va a estallar.
Mientras buscaba las pastillas en el baño, me puse a pensar en Iván, el hermano pequeño de Juanjo. A sus 17 años, se pasaba la vida interno en el colegio de Zaragoza, pues sus padres, que estaban siempre de viaje, no podían dedicar tiempo a su educación.
Yo, en realidad, no estaba demasiado afectada por la muerte de mis suegros, pues realmente no les tenía especial aprecio. Siempre me parecieron unos snobs, que miraban a la gente a la que consideraban inferior (yo, por ejemplo) por encima del hombro. Nunca tuvieron tiempo para sus hijos, aunque, por fortuna, Juanjo salió bastante independiente y no acusó en exceso la falta de cariño paterno. En cambio Iván, el sensible Iván, era harina de otro costal.
……………………………………..
Los siguientes días los pasé separada de mi marido, que tuvo que tomar el primer vuelo disponible a San José para hacerse cargo de los trámites de repatriación de los cadáveres, para lo que tuvo que ponerse en contacto con la embajada.
Aunque, antes de irse, se vio obligado a pasar por el mal trago de darle la noticia a Iván. Por fortuna, en aquel entonces vivíamos en Soria, relativamente cerca de Zaragoza (un par de horas), por lo que le dio tiempo a pasar a recogerle al internado.
–          Me lo llevo conmigo Nieves – me comunicó Juanjo por teléfono – Ya sé que no es muy buena idea hacerle pasar por esto, pero creo que sería peor dejarle solo.
Así que los dos hermanos cruzaron el océano para traer de vuelta a España a sus padres y poder así enterrarlos en Madrid, de donde eran ambos, en el pequeño panteón que la familia poseía.
Todos los días Juanjo me llamaba para tenerme al tanto de todo y yo siempre aprovechaba para pedirle que me pasara con Iván, para charlar un poco. Juanjo me contaba que le veía bastante deprimido y apagado, como si no acabara de creerse que aquello hubiera sucedido y lo cierto era que yo también percibía en nuestras conversaciones que su estado de ánimo no era muy bueno.
Iván siempre se había mostrado muy amable y cariñoso conmigo, un encanto de chico y ahora, cuando hablaba con él, lo único que obtenía eran respuestas monosilábicas. Me daba muchísima pena.
–          Cariño – le dije a Juanjo cuatro días después de su marcha – He estado pensando mucho en Iván.
–          Sí, yo también lo he hecho – me respondió mi marido.
–          Oye, ¿qué te parecería… que se viniera a vivir con nosotros? Ese internado tiene que ser un lugar horrible. Y total, ya le queda sólo un año para ir a la universidad…
–          ¿En serio nena? – me respondió mi marido con voz animada – ¡No sabes el peso que me quitas de encima! Yo había pensado lo mismo, pero no sabía qué pensarías tú y no se me ocurría cómo proponértelo…
–          Pero mira que eres tonto. Sabes que quiero mucho a Iván. Me hará muy feliz que se venga con nosotros.
Y así quedó sellado mi destino.
………………………….
A Iván la idea le pareció maravillosa. Casi se echa a llorar por teléfono, dándome las gracias con tanta efusividad que hasta me hizo sentir incómoda. Pobrecito, qué mala suerte había tenido con unos padres así. No es que me alegrara de que hubieran muerto, pero al pobre chico le iría mucho mejor sin ellos, de eso estaba segura.
Por lo menos logramos que se animara un poco. Al parecer, la incertidumbre sobre su futuro era uno de los motivos por los que estaba tan taciturno.
Un par de días después, los hermanos regresaron a España. Yo les esperé en Barajas, recibiéndolos a ambos con un buen beso y un fuerte abrazo, tratando de transmitirles mi cariño y mi apoyo.
Los de pompas fúnebres se hicieron cargo de los señores Moraga, mientras yo llevaba a los hermanos al hotel donde había reservado dos habitaciones contiguas. Tras almorzar, nos reunimos en la que compartía con mi marido y les puse al día de lo acontecido en su ausencia.
Los abogados de sus padres se habían puesto en contacto conmigo, pero tan sólo habíamos podido concertar una cita, pues era con Juanjo y con Iván con quienes tenían que tratar.
Yo me había encargado además de transmitir la dolorosa noticia a los parientes y amigos de sus padres, utilizando para ello una agenda que Juanjo me dio. La verdad es que no fue plato de gusto tener que encargarme de eso, pero no dije nada, pues mucho peor era lo de ellos.
El entierro era a las doce de la mañana siguiente, así que, tras levantarnos, tuvimos tiempo de desayunar sin prisas, aunque charlamos poco, sumidos en nuestros propios pensamientos.
Lo cierto era que ninguno de los dos parecía estar destrozado por el dolor, cosa que no me sorprendió demasiado, pues era plenamente consciente de que no había mucho amor entre ellos y sus padres.
Después de desayunar, volvimos a los cuartos a cambiarnos. Juanjo, como siempre, se vistió como un rayo y bajó a recepción, pues había quedado allí con unos familiares que venían de fuera.
Yo, sabiendo que íbamos bien de hora, me di una ducha rápida para refrescarme, poniendo buen cuidado en no mojarme mi rubio cabello. Me puse la ropa interior y las medias, todo de color negro y una falda oscura.
Salí del baño vestida únicamente con la falda y el sostén, dirigiéndome al armario para sacar la blusa negra que había escogido. Me la puse sin abrochar y me dirigí a la cama, pues tenía la molesta sensación de que no había fijado bien el liguero.
Me senté en el colchón y me subí la falda, afanándome en colocar correctamente la media rebelde para poder cerrar bien el broche. Cuando estuvo bien colocada, estiré la pierna, deslizando mis manos sobre la sedosa tela, mientras experimentaba un ramalazo de orgullo al admirar mis bien torneadas piernas.
–          Tienes buenas cachas, nena – dije para mí sin poder evitar sonreír.
Justo en ese momento, algo me hizo levantar la mirada, encontrándome con Iván, que me miraba subrepticiamente desde su cuarto a través de la puerta de comunicación, que estaba entreabierta.
–          Yo… lo… lo siento – balbuceó poniéndose coloradísimo – Quería ver si estabas lista. Yo… Perdona…
En un acto reflejo (sintiéndome también un poquito avergonzada porque me hubieran pillado en plena sesión narcisista) bajé la pierna con rapidez, poniéndome bien la falda.
Iván seguía mirándome fijamente, lo que me hizo notar que aún llevaba la blusa abierta, brindándole al muchacho un buen primer plano de mis senos embutidos en lencería fina.
Abochornada, cerré la blusa con la mano mientras el joven, aturrullado, apartaba la vista clavándola en el suelo.
–          Te… te pido mil perdones. Yo no pretendía…
–          Tranquilo, no pasa nada – respondí un poco más serena – Pero la próxima vez acuérdate de llamar.
–          Sí, sí, claro – dijo el chico alzando la vista de nuevo hacia mí – Te ruego que me disculpes. Yo…
–          Que no pasa nada, tonto – le interrumpí – Anda, espérame en tu habitación, que en cinco minutos estoy lista. Yo te aviso.
–          Vale – asintió Iván, cerrando la puerta sin atreverse a mirarme directamente.
Sin darle mayor importancia al suceso (era algo normal a su edad), me puse en pié frente al espejo y empecé a arreglarme, observando con satisfacción mi propio reflejo. La verdad es que aquella ropa me sentaba muy bien, de hecho, de haber sido la falda un poco más corta hubiera sido un conjunto más que apropiado para salir por ahí de marcha.
Pobre Iván, seguro que había alucinado viendo a su cuñadita en paños menores. ¡Qué mono! Ahora que había pasado el mal trago encontré el suceso bastante gracioso. Pobrecito, seguro que en el internado de chicos no había visto nunca a una chica tan ligera de ropa…
–          Y menos a una tan guapa – me dije sonriéndome a mí misma en el espejo – No me extrañaría mucho que ahora mismo estuviera dándole a la zambomba en su cuarto…
Entonces me acordé de que ese día era el funeral de sus padres, con lo que la sonrisa se me borró de golpe. No sé en qué estaría pensando.
Un poquito avergonzada, terminé de arreglarme, me maquillé muy ligeramente y me reuní con Iván, que aún se veía bastante azorado.
………………………………..
Luego la misa, el funeral, Juanjo e Iván ayudados por unos familiares portando los ataúdes y metiéndolos en el coche fúnebre… Un día duro.
Me sorprendió la cantidad de gente que vino al sepelio, aunque no vi a nadie que pareciera estar verdaderamente apesadumbrado. Muchas caras serias y eso, pero no pude evitar preguntarme cuantas de aquellas personas estarían allí por compromiso y cuantas porque lo sintieran de verdad. Soy un poco mala, lo sé.
Por fin todo terminó y dejamos a los pobres señores Moraga reposando en el panteón. Me pregunté si algún día yo también acabaría allí dentro como miembro de la familia. Poco me imaginaba entonces que no iba a ser así.
Fuimos los últimos en marcharnos, pues, lógicamente, todo el mundo quería darnos el pésame. Aguanté el tirón lo mejor que pude, poniendo cara de pena y dando las respuestas adecuadas a las expresiones de condolencia, aunque mi mente vagaba lejos de allí, preguntándome qué íbamos a hacer a partir de entonces.
Juanjo y yo habíamos hablado un poco, pero aún no teníamos nada claro lo que íbamos a hacer. Aún había que hablar con los abogados, ver el testamento y, sobre todo, hablar con Iván. Ahora era más que nunca parte de la familia y tanto Juanjo como yo queríamos que su opinión contara.
Finalmente, los últimos asistentes se marcharon, exceptuando al tío Carlos y su esposa, un hermano septuagenario del difunto Manuel, que permanecían con nosotros, pues Juanjo se había ofrecido a llevarlos a su hotel en coche, ya que estaban muy mayores y no se fiaba de dejarlos tomar un taxi.
Caminamos lentamente hacia donde estaba aparcado el coche. Yo llevaba cogido del brazo a Iván, pegadita a él, intentando no sólo trasmitirle mi afecto, sino también demostrarle que el incidente del hotel estaba más que olvidado.
El pobre caminaba a mi lado sin decir ni mu, mirando únicamente donde ponía los pies. Juanjo iba un poco adelantado, junto a los ancianos, escuchando con paciencia cómo su tío rememoraba anécdotas de la niñez junto a su hermano.
En cierto momento, me pareció sentir cómo el brazo de Iván se apretaba contra mí, presionando ligeramente contra mi seno, pero la sensación pasó enseguida, así que pensé que lo había imaginado.
Tío Carlos se sentó en el asiento del pasajero, junto a Juanjo y los demás nos ubicamos detrás, sentándome yo entre la anciana y mi cuñado.
La verdad es que el pobre me daba mucha pena, pues me había parecido que realmente era el único sinceramente triste en el funeral.
Sin pensarlo, rodeé sus hombros con un brazo, atrayéndole hacia mí y dándole un cariñoso beso en el pelo. No sé, me sentía conmovida y el instinto maternal se despertó en mí, supongo.
Él no se resistió, ni protestó porque le estuviera tratando como a un crío, limitándose a dejarse abrazar y a reposar la cabeza en mi hombro. Alcé la vista y me encontré con la mirada aprobadora de Juanjo, que me sonreía desde el espejo retrovisor.
Al poco rato empecé a sentirme un poquito agobiada por ir tan pegada al chico, pero me faltó valor para apartarme, así que no dije ni pío. Por fortuna, Juanjo subió el aire acondicionado, con lo que el ambiente se refrescó.
Fue justo entonces cuando, al mirar hacia abajo, me di cuenta de que llevaba un botón de la blusa desabrochado y por el hueco se podía ver perfectamente el borde de encaje del sujetador.
Comprendí que Iván, con la cabeza apoyada en mi hombro, disponía de un magnífico primer plano de mi teta izquierda, lo que provocó que un ramalazo de vergüenza me azotara.
Durante un segundo, estuve a punto de apartarle para poder abrochar correctamente el descarado botón, pero entonces pensé en lo triste que estaba el pobre y el día tan duro que llevaba y me dije:
–          ¡Qué demonios! Déjale que mire, que no se van a gastar. Y si así consigo que deje un poco de pensar en su padres… pues perfecto.
Así hice como que no me había dado cuenta, por lo que seguí el resto del trayecto permitiéndole a mi cuñado que se recreara la vista espiando mi escote.
……………………….
Esa misma tarde tuvimos la reunión con los abogados. No hubo sorpresas. Quitando algunos legados menores, toda la fortuna de los Moraga pasaba a sus hijos en partes iguales, aunque Iván no podría entrar en posesión de lo suya hasta cumplir los 18. De todas formas, el chico no se mostró muy interesado en ese tema.
Juanjo  aprovechó para indicarles a los abogados que tramitaran la custodia de Iván, que pasaría a nosotros hasta su mayoría de edad. Eso sí que alegró al joven, que veía confirmada su esperanza de vivir bajo nuestro techo.
Y conseguimos hacerle realmente feliz cuando, esa misma noche durante la cena, le anunciamos que no tenía por qué volver al internado el curso siguiente si no quería y que podía matricularse en el instituto que le diera la gana.
–          Cuando decidamos donde vamos a vivir, claro – sentenció mi marido.
Y es que ese era otro tema.
Juanjo y yo residíamos en Soria por motivos de trabajo. Yo era traductora en una pequeña editorial, por lo que trabajaba casi siempre desde casa. Juanjo, en cambio, que era arquitecto, trabajaba en un estudio de la ciudad.
Pero ahora, con los fondos obtenidos con la herencia, se abría ante él la oportunidad de hacer realidad su sueño: abrir su propio estudio.
–          Piénsalo, Nieves. Podríamos venirnos a Madrid, nos mudamos a casa de mis padres… bueno, ahora es nuestra casa. Yo puedo alquilar una oficina, dinero no me falta, contratar unos ayudantes…
Para qué entrar en detalles. Teníamos la oportunidad, teníamos los medios y teníamos las ganas. A Iván le pareció fantástico, pues los pocos amigos que tenía fuera del internado eran de Madrid.
Yo, por mi parte, no tenía problemas con el trabajo, podía hacerlo igual en Madrid que en Soria, pues casi todo era vía internet. Y total, si tenía que pasarme por las oficinas, en un día podía ir y volver, o como mucho quedarme una noche.
Así que nos trasladamos a Madrid, a la antigua casa de mis suegros. Era un bonito chalet situado fuera de la ciudad, en un paraje muy tranquilo, pero bastante bien comunicado.
La casa tenía dos plantas, dos amplios salones, una cocina en la que cabría el piso entero de mis padres, varios cuartos de baño… y un jardín espectacular, con un bungalow de auténtico lujo y una piscina de impresión.
Así que la jovencita Nieves Santiago, que tres años antes se casaba con el apuesto Juan José Moraga, pasó en un visto y no visto a vivir en un pisito de 100men Soria, a hacerlo en un chalet de cinco estrellas en la capital. No estaba mal para una joven soriana.
………………………………..
Los siguientes días fueron frenéticos. Juanjo estaba hasta el cuello con lo del estudio nuevo. Ya tenía el local y había decidido asociarse con un antiguo compañero de facultad, pero, aún así, tenía mil cosas que resolver.
Así que Iván y yo nos encargamos de acondicionar la casa.
Tampoco es que hubiera mucho que cambiar, pues mis suegros tenían muy buen gusto y todo estaba muy bien amueblado, pero yo quería dejar mi huella allí, convirtiendo aquel lugar en mi verdadero hogar, transmitiéndole mi impronta.
Los Moraga tenían contratado un servicio de limpieza (jardinero incluido) que venía tres veces por semana y no vimos ninguna razón para cambiar. Además, mantuvimos también a Manoli, la cocinera, que venía de lunes a sábado un par de horas por la mañana, para preparar el almuerzo y la cena (que dejaba ya lista al marcharse).
No me costó nada aclimatarme a aquellos lujos con los que poco antes no hubiera soñado y enseguida me acostumbré al ritmo de la casa.
Iván, por su parte, se mostraba mucho más animado y nuestra relación se hizo más estrecha. Como quiera que aquella era su casa, no tuvo mucho trabajo en colocar las cosas que había traído del internado en su propio cuarto, así que, muy amablemente, me echó una mano con las literalmente cientos de cajas con cosas de Juanjo y mías (sobre todo mías) que trajeron los de la mudanza desde Soria.
Es realmente increíble la cantidad de trastos que puede llegar una a meter en un piso; cuando los colocas todos juntos, te parece imposible que todo eso quepa en algo más pequeño que un hangar.
Y así empezó todo.
……………………
Llevábamos ya instalados en la casa tres días y yo aún no había desempacado ni una tercera parte de las cajas que habíamos traído.
Me lo tomaba con calma, pues no había prisa ninguna una vez abiertas las que traían la ropa de verano. Ayudada por Iván, abría con calma una caja, por ejemplo de libros, les quitábamos el polvo y los colocábamos en estanterías.
Pero claro, yo no iba a conformarme con simplemente ordenar mis cosas, así que se me ocurrió que no estaría mal darle una manita de pintura a los dormitorios y, ya que estábamos en ello, le propuse a Iván que lo hiciéramos nosotros mismos, para divertirnos.
Dicho y hecho; obligué al pobre chico a ayudarme a sacar todos los trastos que ya habíamos ordenado y a pintar las paredes y techos. Usaba al pobre chaval como ayudante, ya que no podía disponer de Juanjo ni un minuto. Me ayudó a escoger los colores (de entre cientos de muestras), me acompañó a comprar la pintura, a escoger las cortinas…
–          Todo esto lo hago para que aprendas para cuando tengas novia – le dije medio en broma tras pasarnos dos horas viendo catálogos – Ahora ya sabes lo que te va a tocar aguantar… Ésta es la parte mala.
–          ¿Y cuál es la buena? – preguntó.
–          El sexo, por supuesto – respondí con picardía.
El pobre se puso coloradísimo, justo como yo pretendía. Me encantaba burlarme un poquito de él, en parte para vengarme del incidente del hotel.
Bueno, de aquello y de todo lo que pasó después, ya que el chico no paraba de lanzarme miraditas disimuladas siempre que podía. Más de una vez le pillé mirándome el culo o asomándose por el cuello de una camiseta a ver qué lograba ver.
Yo no le daba la menor importancia, pues era perfectamente normal en un chico de su edad el sentirse atraído por una mujer pocos años mayor que él. Y además, es justo reconocer que su atracción me halagaba e inflamaba bastante mi ego. Me gustaba sentirme deseada.
Ojalá Juanjo hubiera mostrado el mismo interés. Quizás así no habría pasado lo que pasó. Bueno, sólo quizás…
…………………………
Recuerdo que había sido un día de muchísimo calor y había acabado derrengada de ordenar trastos. Había almorzado con Iván, charlando tranquilamente de las cosas que aún nos quedaban por hacer.
Como siempre, el hacendoso chico se encargó de recoger la mesa mientras yo le mandaba un mensaje por el móvil a Juanjo. Cuando acabó, se sirvió un zumo de la nevera y me preguntó si quería, a lo que respondí afirmativamente.
Nos sentamos a reposar la comida en el salón, bebiéndonos tranquilamente el zumo. Cansada como estaba, me entró una morriña que te mueres, así que acabé tumbándome en el sofá, donde me quedé frita.
Cuando desperté, un par de horas después, me sentí bastante aturdida, aunque pasó tras un par de minutos. Me sentía un poco incómoda, pues el sujetador se me había movido mientras dormía. Me lo puse bien y llamé a Iván con un grito, respondiéndome él desde el piso de arriba.
Tras pasar por la cocina para beber agua (tenía la boca muy seca), subí a reunirme con él. Mi cuñado, tan apañadito como siempre, había seguido pintando él solito, dejándome descansar.
Sonriendo, le abracé el cuello desde atrás y, poniéndome de puntillas, le di un beso en la mejilla por encima de su hombro. Al hacerlo, apreté bien las tetas contra su espalda, procurando que las sintiera perfectamente.
–          Un regalito por ser tan apañado – pensé para mí.
–          Eres un encanto, me dejas dormir tranquilamente y mientras sigues trabajando – dije, apartándome de él para inspeccionar su trabajo de pintura.
–          No… no es nada – respondió él todo aturrullado, supuse que por el abrazo – Parecías muy cansada y yo no tenía nada que hacer…
–          Ay, hijo – le dije sonriendo con picardía – Algún día harás muy feliz a alguna afortunada. Eres tan atento… A ver si tu hermano toma nota.
Se puso otra vez colorado, lo que me hizo sonreír. Me encantaba avergonzarle de aquel modo.
…………………………
El día siguiente pasó sin incidentes. Tocaba visita de las limpiadoras, que como siempre, le dieron un buen lavado de cara a toda la casa, mientras nosotros seguíamos ensuciando todo lo que podíamos con la pintura, logrando que en el suelo hubiera al menos tanta cantidad como en las paredes.
Un día después la escena se repitió. Iván y yo solos en casa trabajando, almuerzo en agradable compañía… Y luego siesta profunda en el sofá del salón.
Volví a despertarme a las dos horas, con la cabeza bastante obnubilada. Estaba un poquito mareada, pero, como la vez anterior, pasó pronto.
Me senté en el sofá, despejándome, las manos apoyadas en el asiento. Estiré el cuello a los lados, tratando de librarme del aturdimiento y, al mirar hacia abajo, me di cuenta de una cosa que me heló la sangre en las venas: llevaba la blusa mal abrochada.
No, no me refiero a que se hubiese abierto un botón, sino a que los botones estaban mal cerrados, de forma que sobraba un ojal al final, quedando uno de los botones sin abrochar. Y yo estaba segura de que antes no estaban así.
La comprensión de lo que podía haber sucedido se abatió como una ola sobre mí, estremeciéndome. No, no podía ser… ¿Iván?
En ese instante fui consciente de todas las miradas, todos los roces involuntarios… ¿Sería verdad? ¿Habría aprovechado mi cuñado para meterme mano mientras dormía? El otro día el sostén, hoy la camisa… Pero, ¿cómo era posible? ¿Cómo no me había despertado?
Y la respuesta apareció como un fogonazo en mi cerebro. La boca pastosa. Otra vez. ¿Me habría drogado? No, no podía ser… El zumo… Ese día había vuelto a ofrecerme un vaso… Imposible.
Revisé mi ropa, los shorts vaqueros, la camisa, la ropa interior, en busca de algo que delatase las maniobras de Iván, pero no hallé nada. Cada vez más nerviosa, miré a mi alrededor, buscando no sé qué y entonces la vi… una pequeña manchita brillante y pringosa en el suelo, junto al sofá.
Me agaché y la recogí con la yema del dedo, acercándomela a la nariz para olerla. Conocía aquel olor… lo conocía bien.
El resto de la tarde fue un infierno. No sabía qué hacer. ¿Se lo contaba a Juanjo? ¿Cómo hacerlo? Tampoco estaba segura al 100% ¿Y si me equivocaba?
Joder, mierda… ¿Qué hacer? Bien pensado, tampoco era tan grave… Estaba en la edad… Pero, ¡coño, que me había drogado! De no ser por eso, lo habría dejado pasar, poniendo más cuidado en no provocarle. Pero las drogas… la madre que lo parió, a saber qué me había dado.
Como Iván seguía pintando en un dormitorio, me colé subrepticiamente en su cuarto, revisando sus cajones. No tardé nada en encontrar una caja de somníferos. Faltaban varias pastillas. Me sentí un poco mejor, al menos no me había administrado ninguna droga rara, escopolamina de esa o como se diga. Era una estupidez, pero me sentí un aliviada.
Esa noche no pegué ojo, dándole vueltas y vueltas a qué hacer. Decidí no contárselo a Juanjo, al menos hasta estar segura. Y eso era lo que tenía que hacer, asegurarme, averiguar si había pasado de verdad o eran imaginaciones mías.
Y me decidí a atraparle. Dos días después (cuando no venían las limpiadoras) puse mi plan en marcha.
…………………………….
Sin embargo, nada pasó. Comimos tranquilamente, me ofreció un zumo como siempre, pero nada. No me entró sueño, así que seguimos ordenado cajas el resto de la tarde.
Me sentía confusa. ¿Lo habría imaginado todo? No, no podía ser. ¿Me estaría montando la película?
Decidí que había que subir las apuestas, tentarle para que entrara en acción, así que la siguiente tarde que nos quedamos solos, dije que no tenía ganas de trabajar, que me apetecía pasar el día en la piscina.
Estaba claro que él (fuera cierto o no que había abusado de mí) no iba a poner pega alguna a mis planes. Jovencito de 17 años pasando la tarde en la piscina con su guapa cuñada en bikini.
La verdad es que fue una mañana bastante divertida, lo pasamos bien tonteando en la terraza. En realidad fui yo la que tomó la iniciativa, pues él se mostraba bastante tímido, supongo que por sentirse intimidado por estar en compañía de una chica en bañador por la que se sentía atraído.
Me sentía extrañamente inquieta, nerviosa por si todo aquel asunto acababa por ser fruto de mi imaginación, así que quizás puse demasiado interés en tentarle. Me decía a mí misma que mi intención era salir de dudas de una vez por todas, aunque ahora, con la perspectiva que da la lejanía en el tiempo, tengo que admitir que quizás la falta de sexo que últimamente padecía jugó un papel determinante en mi comportamiento de ese día.
Y es que, desde el fallecimiento de sus padres, mis encuentros con Juanjo habían sido bastante esporádicos. Obviamente, al principio no le dije nada, pues no estaba bien presionarle para que me echara un polvo con sus padres recién enterrados, pero claro, fueron pasando los días…
Y no es que no hubiéramos hecho nada, pero desde que estábamos en Madrid, Juanjo regresaba siempre tan tarde y tan cansado… Cuando yo me insinuaba, él me contestaba que estaba agotado, que estaba siendo muy duro poner el negocio en marcha… joder, creía que éramos nosotras las del dolor de cabeza…
Leo estas líneas y me doy cuenta de lo que intento es excusarme a mí misma, convencerme de que lo que pasó no fue culpa mía, que tenía motivos…
En definitiva y retomando el relato de los hechos, he de admitir que esa mañana en la piscina traté de “calentar” un poco a mi cuñado, buscando que pusiera en marcha sus planes y así poder pillarle in fraganti.
Usé todo el arsenal de técnicas que tenía y algunas nuevas que me fui inventando sobre la marcha.
Le hacía ahogadillas cuando estábamos en el agua, procurando que mis tetas se apretaran bien contra él, llegando incluso un par de veces a frotárselas por la cara; me salía de la piscina por el borde, sin usar la escalera, asegurándome de que la braguita del bikini estuviera bien hundida entre mis nalgas; me agachaba frente a él, de forma que tuviera un buen primer plano de mis pechos embutidos en el bikini…
El pobre parecía a punto de estallar, se pasó toda la mañana colorado como un tomate. Yo me sonreía interiormente, divertida por el aturrullamiento del pobre Iván. Y los esfuerzos que hacía para que no me diera cuenta del bulto en su bañador… ja, ja, me lo estaba pasando en grande riéndome a su costa, aunque he de reconocer que, en el fondo, me sentía halagada y un poquito excitada por la situación.
Pensé en pedirle que me untara aceite solar cuando me tumbé en la hamaca para tomar el sol, pero decidí no hacerlo, pues, si permitía que el chico me pusiera la mano encima, parecía capaz de correrse sólo con eso, con lo que quizás (una vez satisfecho, ja, ja), acabarían por arruinarse mis planes.
A eso de las dos entramos en la casa para almorzar. Yo me quedé en bikini, liándome únicamente un pareo a la cintura a modo de falda. El pobre no podía evitar mirarme las tetas con disimulo, cosa que me encantaba.
Sí, ya lo sé, debo de parecer loca sintiéndome tan relajada con un chico que con toda probabilidad había abusado de mí después de drogarme, pero no sé, supongo que en el fondo le creía inofensivo y que todo aquello había pasado debido a su inexperiencia en tratar con chicas.
Pensaba que, una vez descubierto el pastel, podría ayudarle a superar sus problemas y conseguir así que fuera capaz de mantener una relación normal con una mujer. Me sentía casi como una madre tratando de ayudar a su hijo.
Una madre 8 años mayor que su vástago y que además se sentía más que halagada por las miraditas que el chico le echaba…
Para acabar de rematar la faena, no se me ocurrió otra cosa que tomar vino con el almuerzo. Creo que fue una forma para armarme de valor ante lo que venía, aunque creo que resultó contraproducente, pues el alcohol me desinhibe.
No sé, quizás lo hice aposta.
Por fin llegó el momento. Acabamos de comer, recogimos los platos entre ambos y entonces Iván, visiblemente nervioso, me ofreció un zumo, que yo acepté tranquilamente con una sonrisa, aunque en realidad el corazón me iba a mil.
Intenté espiarle con disimulo, a ver si le pillaba en el proceso de echar el somnífero en el vaso, pero no vi nada raro, con lo que la duda persistía.
–          Allá vamos – pensé para mí.
Como quien no quiere la cosa, me llevé el zumo tranquilamente de vuelta a la piscina, tumbándome de nuevo en la hamaca tras quitarme el pareo. Me puse las gafas de sol y me tumbé, tratando de aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir.
Por la mañana, previsoramente, había ubicado la hamaca justo al lado de uno de los desagües que había en el patio para recoger el agua de lluvia, con idea de vaciar el vaso en cuanto Iván se despistara un segundo.
Sin embargo, no hicieron falta tantas precauciones, pues el chico dijo que se iba un rato a su cuarto, dejándome sola en la terraza.
Las dudas me atormentaban, amenazando con volverme loca. Pero estaba decidida a no echarme atrás. El plan estaba en marcha.
Tras asegurarme que Iván estaba efectivamente en su cuarto, vacié con mucho cuidado el vaso en el desagüe, sin llegar a probarlo, a pesar de no estar segura de si estaba “aderezado” o no. Volví a tumbarme en la hamaca, fingiendo quedarme dormida mientras tomaba el sol, con lo que únicamente me quedaba esperar.
Pero aquello, que parecía ser lo más fácil de todo, resultó ser realmente duro. Permanecer allí quieta, sin mover un músculo, fingiendo estar bajo los efectos de la droga y esperando que mi cuñado me asaltara para atraparle…
Y lo peor era que no paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Y si no había puesto nada en el zumo? ¿Y si no venía? ¿Y si me lo había imaginado todo?
Aún así, me las apañé para quedarme quietecita en la hamaca, aparentando estar profundamente dormida, pero con el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar.
Estaba ansiosa, deseando que Iván viniera para poder ponerle fin a todo aquello. Casi tenía miedo de que no hubiera puesto nada raro en el vaso y no pasara nada en absoluto, pues eso dejaría todas mis dudas sin resolver, así que esperaba que pasara algo por fin, lo que fuera.
¿Y qué iba a hacerme? Si finalmente venía… ¿Qué haría Iván? Estaba claro que las otras veces me había dejado las tetas al aire, no atinando luego  a ponerme bien la ropa. ¿Se limitaría a exponer mis pechos y a masturbarse mirándolos? ¿Intentaría tocarme? ¿Se conformaría con las tetas o intentaría algo… más íntimo?
Mi cabeza era un torbellino de imágenes, imaginando las cosas que Iván podía llegar a hacerme… quería que todo acabase de una vez, que viniera y me sacara por fin de dudas…
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no escuché la puerta corredera de la terraza, así que Iván pudo aproximarse sin que me diera cuenta.
–          Hey, Nieves, ¿estás dormida?
Su voz me provocó un gran sobresalto, no sé cómo me las ingenié para permanecer inmóvil, fingiendo dormir. El corazón se me desbocó en el pecho y me costó horrores no salir corriendo de allí.
Y es que, en el fondo, me moría por saber qué iba a pasar…
De pronto, su mano en mi hombro… bueno, su mano no, sólo un dedo, que usó para zarandearme suavemente, tratando de asegurarse de si estaba dormida.
Con disimulo y aprovechando que llevaba puestas las gafas de sol, abrí los ojos una minúscula rendija, lo que me permitió observar a Iván, de pie junto a la hamaca, mirándome fijamente.
Vi entonces como se inclinaba hacia un lado, sobresaltándome, pero su intención no era acercarse a mí, sino asegurarse de que el vaso estaba vacío. Una vez satisfecho, se sentó en su hamaca, que estaba próxima a la mía y siguió mirándome un rato más.
Yo estaba nerviosísima, expectante porque hiciera algo inapropiado para poder pillarle, pero él seguía quieto, contemplándome. Entonces hizo algo muy extraño: se puso a canturrear con toda la pachorra del mundo.
Comprendí que lo que estaba haciendo era meter ruido para asegurarse de que yo dormía, así que no moví ni un músculo, sintiéndome cada vez más nerviosa. Creo que, de haber tardado un minuto más en ponerse en marcha, habría simulado despertarme, poniéndole fin a aquella locura, pero, justo entonces, Iván se calló y se puso en pie sin hacer ni un ruido.
Con mucho cuidado, levantó su hamaca a pulso y la acercó hasta dejarla muy cerca de la mía, volviendo a sentarse de nuevo.
–          Joder, hazlo ya – pensaba para mí – ¡Méteme mano de una vez, puñetero!
A esas alturas la cabeza no me regía demasiado bien, lo reconozco.
Y por fin lo hizo. Con mucho cuidado, con delicadeza incluso, alargó una mano hacia mí y apoyó un dedo en uno de mis pechos, dejándolo allí unos segundos. Me puse en tensión, el contacto de su yema sobre mi seno me sacudió, sentía un inexplicable ardor que empezaba a brotar de mis entrañas.
–          Quieta, tranquila Nieves – me repetía en silencio – Esto no es suficiente, si sólo te roza una teta no es para tanto…
Pero el dedo no se estuvo quieto. Lentamente, sentí cómo deslizaba la yema con extremo cuidado por el pecho, describiendo con suma delicadeza el contorno del bikini, paseando lentamente el dedo por encima de la tela.
Aquella caricia me hizo estremecer, sentía cómo su dedo se movía sutilmente sobre mi piel, recorriéndola casi con cariño.
Más confiado al ver que yo no daba muestras de enterarme de nada, Iván movió el insidioso dedito hasta localizar mi pezón por encima del bikini, reanudando la delicada caricia, describiendo esta vez enloquecedores movimientos circulares, excitando y enervando el delicado fresón que, poco a poco, iba adquiriendo volumen y dureza.
–          Venga, Iván , no te cortes – pensaba para mí – ¡Échale narices! ¡Que estoy frita!
Pero el chico seguía acariciándome con enorme cuidado, excitando mi pezón, endureciéndolo, pero claro, aquello no era suficiente para pillarle, no era tan grave que un adolescente le tocara una teta a su cuñada dormida. Tenía que atreverse a algo más.
Pero que va, lo único que hizo fue cambiar de pecho cuando tuvo el primero ya totalmente duro y excitado. Así que, durante un rato, se dedicó a repetir el proceso sobre mi otro seno, poniéndolos pronto a los dos como rocas.
–          Mierda, pues si con esto te conformas, vas a resultar…
El siguiente ataque fue inesperado; yo casi pensaba que el chaval, tímido como pocos, iba a conformarse con aquella temerosa caricia, pero olvidé que ya tenía experiencias previas en el tema.
Bruscamente, Iván deslizó los dedos bajo el bikini, justo en el punto en que las dos copas se unen y, con un brusco tirón, desplazó la prenda hacia arriba, dejando por fin expuestas mis enardecidas mamas. El contacto directo del aire sobre mis sobreexcitados pezones provocó que un leve quejido escapara de mis labios, pero el chico, loco de calentura, no se dio cuenta de ello.
Ese era el momento que estaba esperando, ahora sólo tenía que “despertarme” y pillarle con las manos en la masa, pero entonces Iván, bruscamente, se arrodilló junto a mi hamaca y, sin pensárselo dos veces, hundió el rostro entre mis tetas apoderándose con sus lujuriosos labios de uno de mis pezones, comenzando a chuparlo y mordisquearlo con voluptuosidad.
Mientras lo hacía, su lengua, juguetona, empezó a lamer la sensible piel, a la vez que una de sus manos se apoderaba del pecho libre, amasándolo y estrujándolo con torpeza, pero con una ansia y un deseo que me sobrecogieron.
No pude evitarlo, un ramalazo de placer azotó mi cuerpo y de pronto sentí cómo me ardían las entrañas. En un acto reflejo, apreté con fuerza los muslos, oprimiendo mi vagina, dándome cuenta por fin de que había empezado a mojarme…
–          Joder con el cabrito éste – pensé – Me va a arrancar las tetas…
Y era verdad. Iván estaba bastante descontrolado. Me estrujaba y me acariciaba las tetas con tantas ganas que sin duda iba a dejarme marca. No era consciente de que, aunque yo hubiera estado realmente dormida, no me habría costado nada adivinar lo sucedido al despertarme. O quizás fuera que le daba igual.
Repentinamente, sus labios cambiaron de pezón, echándose un poco sobre mí, haciéndome sentir su peso. Abrí los ojos, mirando excitada cómo aquel chico literalmente devoraba mis pechos, dejándome asombrada, pues nunca le habría creído capaz de tanta lujuria.
Entonces, percibí cómo una de sus manos se deslizaba por mi estómago, hacia abajo, dejando perfectamente claras sus intenciones. Durante un segundo, pensé en levantarme, darle un bofetón y poner fin a aquella locura, pero en el tiempo que tardé en decidirme, su mano se deslizó bajo la cinturilla del bikini y uno de sus inquietos deditos se introdujo sin miramientos entre mis labios vaginales, provocando que un espasmo de placer me sacudiera.
Iván, sin embargo, poseído por la lascivia, no se dio cuenta de nada. Tenía el cuerpo serrano de una bella joven a su disposición y en ese momento no era consciente de nada más. Con torpeza, sus dedos empezaron a sobar mi vulva, separando los labios con cierta rudeza, lo que hizo que tuviera que morderme los labios para ahogar un gritito a medias de dolor, a medias de placer.
No sé por qué lo hice. No sé por qué no le paré los pies…
Qué mentirosa. Sí que lo sé.
A esas alturas, yo estaba cachonda perdida, sentía cómo la humedad desbordaba entre mis piernas, los pechos duros como piedras, el corazón a mil por hora… pero aún mantenía el control de mí misma, aún hubiera sido capaz de detener todo aquello.
Hasta que Iván continuó.
De repente y como activado por un resorte, el chico se incorporó, quedando de rodillas junto a la hamaca, contemplándome jadeante.
Durante un loco instante, pensé que se había dado cuenta de que estaba despierta, lo que me acojonó muchísimo, porque a ver cómo justificaba yo el haber permanecido quieta mientras un niñato me metía mano hasta los ovarios.
Pero no era eso, simplemente quería cambiar de juego.
–          Dios mío, qué buena está, no puedo más – siseaba el chico, consiguiendo con sus palabras enardecerme todavía más.
Levantándose, el chico volvió a sentarse en su hamaca y empezó a forcejear con la cuerdecilla del bañador, haciéndome comprender que iba a echar mano de su herramienta.
–          Coño, ¿y ahora qué hago? – pregunté para mí sintiendo una profunda inquietud.
Al apartar Iván sus manos de mí, dejando de excitar mi cuerpo, conseguí recuperar parcialmente el control, así que empecé a sopesar las opciones que tenía.
Podía simular despertarme en ese momento, pero resultaría un poco sospechoso hacerlo en ese preciso instante , pues no quería que él se diese cuenta de que le había dejado meterme mano. La otra opción era aguantar el chaparrón, dejarle que se la machacara a gusto admirando mi cuerpo y aguantar quizás algún sobeteo más. No creía que fuera a ser capaz de follarme, no le veía capaz de atreverse a tanto, así que lo mejor sería dejar que hiciera conmigo lo que quisiera.
Sí, eso era lo mejor, la oportunidad de pillarle había pasado, no había contado con que disfrutaría con que me metieran mano. Menuda golfa había resultado ser, aunque, realmente, no me arrepentía para nada de que aquello hubiera pasado. La Nieves falta de sexo, caliente y excitada, había tomado el control de las operaciones.
–          Ya le trincaré otro día – me dije, tratando de justificar lo injustificable – Hoy le dejaremos disfrutar un rato. Otro día, después de que Juanjo me haya echado un buen polvo, le pillaré bien y me las pagará todas juntas. Así que, venga, Ivancito, sácate la pichita y hazte una buena paja a mi salud.
Casi me eché a reír mientras pensaba esto, aunque, en el fondo, estaba que me moría de ganas por averiguar qué escondía mi cuñadito entre las piernas.
Por fin, Iván consiguió deshacer el nudo del bañador, bajándoselo con prontitud hasta los tobillos, enarbolando frente a mí una tremenda erección.
–          Vaya, no está mal armado el chico – pensé en silencio.
Era verdad. La polla de Iván, durísima y rezumante, aparecía entre sus piernas apuntando con descaro al frente, hacia mí, permitiéndome observarla con disimulo desde detrás de los cristales oscuros. Tenía una buena polla el chaval, nada monstruoso o desmesurado, pero, desde luego, algo de lo que estar orgulloso.
Volví a estremecerme.
–          Venga, chico, dale un poco a la manivela y acabemos con esto, que estoy empezando a quedarme entumecida – me dije en silencio.
No era cierto. En realidad estaba que me moría por ver qué pasaba a continuación, sólo que me resistía a admitirlo.
Tal y como esperaba, Iván se dejó caer en la hamaca y, empuñando su manubrio, empezó a meneársela con frenesí. Para aprovechar a fondo la circunstancia, alargó su mano libre y la llevó a mis tetas, que fueron estrujadas nuevamente mientras el chico daba rienda suelta a sus impulsos.
–          Umm, la madre que lo parió – pensé mientras ahogaba un gemido cuando sus dedos pellizcaron un enardecido pezón – Espero que no tengas en mente correrte encima mío.
Pero, en realidad, me seducía la idea de sentir su semen caliente deslizándose por mi piel. No lo entendía, normalmente yo no era tan… guarra.
Sin embargo, Iván tenía otros planes. De repente, su mano abandonó mis tetas y me agarró un brazo por la muñeca, atrayéndome hacia su entrepierna. Sus intenciones eran cristalinas, pero, a esas alturas, la oportunidad de escape se había esfumado, así que sólo me quedaba dejarme hacer. O al menos eso me dije a mí misma mientras permitía que Iván cerrara mi propia mano sobre su polla y reanudara la masturbación usando la mía en vez de la suya.
Y justo entonces pasó. En cuanto mis dedos se cerraron sobre la verga del muchacho, todo cambió, el tiempo pareció detenerse.
No podía creerlo, era imposible. Tuve que abrir un poco más los ojos, para asegurarme de que, efectivamente, Iván me había obligado a agarrarle la polla y no un hierro al rojo…
Estaba caliente, sí, increíblemente caliente, pero eso no era lo espectacular… Su dureza, oh, Dios, bendita dureza… No podía ser. Parecía esculpida en roca, en acero… No podía entender cómo algo hecho de piel y músculo podía ponerse tan duro… Por favor, si me metía aquello me iba a destrozar, era imposible, increíble…
Sin poder evitarlo, mis dedos apretaron levemente sobre aquella barra de hierro, tratando de comprobar si era real, pero Iván no pareció darse cuenta de nada, limitándose a seguir deslizando mi propia mano sobre su hombría.
La cabeza me daba vueltas, me acordé estúpidamente de una antiguo novio que tuve en el instituto, Pablo, un musculitos de gimnasio y en cómo le gustaba alardear de lo duros que tenía los bíceps…
–          Pablo, querido, si mi cuñadito te diera un pollazo, te aseguro que te partía el brazo por tres sitios, esto sí que es un músculo duro…
Creo que, durante un momento, llegué incluso a perder la razón; todo mi mundo era aquella POLLA.
–          Joder, qué dura está, qué dura está – repetía en mi cabeza una y otra vez, incapaz de procesar el cúmulo de sensaciones que me estaban devastando.
E Iván, ignorante de la locura a la que estaba arrastrando a su cuñada, seguía dale que dale a la zambomba usando mi mano, que apretaba con incredulidad aquella barra de carne.
Dando un gruñido de placer, el chico decidió entonces mejorar la sesión, volviendo a sobarme las tetas sin interrumpir en ningún momento la paja.
Eso me hizo desvariar de nuevo, soñando en qué se sentiría con semejante tranca de acero deslizándose entre mis pechos… ¿le gustaría que le hiciera una cubana? ¿Y chupársela? ¿Qué sentiría con semejante dureza hundiéndose entre mis labios?
Entonces Iván, cada vez más cachondo, volvió a llevar su otra mano a mi entrepierna, zambulléndola de nuevo en el mar de humedad que allí había, animándose esta vez a hundir un dedo hasta el fondo de mi intimidad, echando aún más leña al fuego que devastaba mis entrañas.
Noté que iba a correrme, mis tetas y mi coño, acariciados a la vez, aquella polla divina, celestial, siendo pajeada demencialmente por mi mano, la admiración y el deseo que sentía por mí aquel jovencito… eran demasiado.
Entonces me quedé helada, había perdido la cabeza por completo. Totalmente entregada a la lujuria, no me había dado cuenta de que las manos de Iván habían liberado la mía y yo había seguido masturbándole con todo el entusiasmo y la entrega del mundo. Fue un acto reflejo. Aterrorizada, detuve el movimiento de mi mano, aunque en ningún momento solté el tieso juguete.
Y justo entonces la comprensión de lo que sucedía penetró en el obnubilado cerebro de Iván. Su cuñada estaba despierta y había estado meneándole la polla.
Bruscamente, el chico se apartó de mí dando un grito de sorpresa. Con la cabeza medio ida, me resistí a soltar mi presa, con lo que el pobre se llevó un buen tirón en salva sea la parte. Por desgracia, sus propios jugos actuaron como lubricante y literalmente se me escurrió de entre los dedos, provocándome un gruñido de decepción.
Iván se derrumbó sobre su hamaca, aterrorizado, estando a punto de romperse la crisma cayéndose por el otro lado, con el bañador enrollado en los tobillos.
Yo, por mi parte, empecé a recobrar el juicio, dándome cuenta de las cataclísmicas consecuencias que se derivaban de lo que acababa de suceder. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran a ese extremo? ¿Es que estaba enferma?
Me quité las gafas y miré directamente a Iván, que me observaba con pavor, completamente acojonado.
–          Iván, yo… – traté de decir.
Pero mi recién descubierta e inagotable lascivia intervino y, sin poder evitarlo, mis ojos se desviaron del rostro del chico hacia su polla, que seguía al aire, refulgente y dura como una roca, provocándome una íntima ansiedad.
Al ver la dirección de mi mirada, el pobre se sobresaltó todavía más, y, levantándose con torpeza, salió disparado de la terraza, sin darme tiempo a decir ni pío, dejándome allí sola, con las tetas al aire, la braguita del bikini medio bajada y tan caliente como jamás antes había estado en toda mi vida.
–          Pero ¿qué he hecho? – exclamé mientras la realidad de lo sucedido se abatía sobre mí.
Permanecí allí tirada unos minutos, tratando de serenarme y de centrar mis pensamientos, pero el formidable calentón que llevaba encima me impedía pensar en nada más.
Estuve a punto a de arrojarme a la piscina, para que el agua fría bajara unos grados mi temperatura, pero decidí que no, que lo único que podía paliar, aunque fuera parcialmente, aquella situación, era pegarme una buena corrida. Alcanzar el orgasmo de una maldita vez.
Me metí mano en el bañador, constatando que estaba literalmente chorreando entre los muslos, mucho más mojada que nunca antes en mi vida. Estaba a punto de masturbarme, cuando un pequeño rayo de luz penetró en mi mente, haciéndome notar que no era muy buena idea que Iván se asomara por la ventana y descubriera a su cuñada haciéndose una paja.
Con un bufido de frustración, me levanté de la hamaca y entré en la casa, poniéndome medio en condiciones el bikini mientras lo hacía, no fuera a tropezarme con el chico.
Subí las escaleras en dirección a mi dormitorio, comprobando que la puerta del fondo, la del dormitorio de Iván, estaba cerrada a cal y canto. Sabía que tenía que solventar ese problema enseguida, pero lo primero era lo primero…
Me precipité en mi cuarto como una exhalación, sintiendo una ansiedad, una necesidad de obtener por fin alivio, que eran casi un malestar físico. Prácticamente entré a la carrera en el baño del dormitorio, cerrando con rapidez la puerta y metiéndome en la ducha, abriendo el grifo del agua fría.
El helado líquido literalmente siseó al entrar en contacto con mi ardiente piel, procurándome un gran alivio, aunque mis entrañas siguieran en llamas. Con brusquedad, me bajé las braguitas del bikini y, dando una patada, las arrojé volando contra la puerta cerrada, donde se estrellaron con un chapoteo antes de caer al suelo.
Empecé a masturbarme con frenesí, frotando mi vulva con la mano, sintiendo los labios hinchados y trémulos. Usé dos dedos para estimularme el clítoris, obligándome a apretar los dientes para ahogar el grito de placer que pugnaba por escapar de mi garganta.
No tardé ni un minuto, qué digo, ni treinta segundos en estallar en un violento orgasmo que provocó que mis piernas fueran incapaces de sostenerme. Arrasada por el placer, caí de rodillas bajo el chorro de agua, mientras mis caderas se agitaban en pequeños espasmos y todo lo que me rodeaba desaparecía literalmente de mi mente, ocupada únicamente por el goce.
Jadeante y agotada, permanecí allí unos minutos más, dejando que el agua fría calmara mis ardores, tratando de recuperar el control para poder afrontar la tarea que se presentaba frente a mí: solucionar el problema con Iván.
Iván, joder, qué coño iba a hacer yo ahora. Tenía que hablar con él, pedirle disculpas… ¿Disculpas? ¡Si había sido él quien me había metido mano! Sí, y yo le había dejado hacerlo. ¡Me había echado droga en la bebida! Y no podía demostrarlo… ¡me había chupado las tetas! ¡y un dedo en el coño! Y yo me había vuelto loca sólo por acariciar su durísima verga…
Oh, Dios, aquella verga… Sólo de pensar en ella…
Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. Me puse en pié, librándome del sostén del bikini, que aún llevaba medio puesto. Empapé la esponja con jabón y froté hasta el último centímetro de mi piel, borrando el olor a sudor, a sexo, a excitación que me impregnaba por todas partes.
Más relajada, regresé al cuarto y me vestí, poniéndome una camiseta y un pantalón vaquero cortado encima de la ropa interior, armándome de valor para enfrentarme con Iván. No podía posponerlo más.
–          ¿Iván? – exclamé minutos después, de pie al otro lado de la puerta del dormitorio del muchacho – Sé que estás ahí…
No hubo respuesta.
–          Iván, tenemos que hablar. Tengo que explicarte…
–          Vete – respondió su voz desde el otro lado – Te lo suplico, Nieves, vete por favor. Tengo tanta vergüenza que no puedo ni mirarte a la cara…
Bien. Eso era bueno. Se sentía culpable por lo sucedido. Le parecía más grave lo que había hecho él que lo que había hecho yo.
–          Cariño, no podemos dejar esto así. Tenemos que hablar – dije sin obtener respuesta – Mira, voy a entrar…
Armándome de valor, giré el picaporte y abrí la puerta. Iván, sorprendido, se incorporaba en ese momento de la cama, supongo que para intentar impedirme la entrada. Sin embargo, al ver que ya era tarde, volvió a dejarse caer sobre el colchón, apartando la ojos para no mirarme directamente. Estaba avergonzadísimo.
Seguía vestido únicamente con el bañador, lo que provocó en mí un agradable hormigueo que traté de ignorar.
–          Iván, tenemos que hablar. Quiero que comprendas que lo que ha pasado antes…
–          No, por favor Nieves. No sigas, que bastante vergüenza siento ya. Mañana recogeré mis cosas y me iré a un hotel. A partir de mediados de Agosto puedo volver al internado, pero te suplicaría que no le contaras nada a mi hermano – me dijo con ojos llorosos.
Ahí podría haber terminado todo. Podría haber consentido que él cargara con toda la culpa y haberle condenado a regresar al internado. Pero me daba pena el chico, comprendía sus motivos para hacer lo que había hecho y además, no todo era culpa suya…
Pero, sobre todo y aunque en ese momento no lo habría reconocido ni en el potro de tortura, las llamas que ardían en mis entrañas distaban mucho de estar apagadas…
–          Iván, lo que ha pasado antes – dije mientras me sentaba a los pies del colchón, provocando que él se encogiera en el otro extremo de la cama – Entiendo que estás en una edad difícil, pero lo que ha pasado…
Entonces me vino la inspiración.
–          Me he despertado sintiendo… bueno, ya sabes, que me acariciaban. Yo creía que era Juanjo. No me di cuenta… – mentí, tratando de esquivar la culpa.
El pobre chico seguía sin mirarme, mientras yo le contaba un guión de cine en el que yo aparecía como la inocente princesita que no se enteraba de nada (como la de verdad). Sin embargo, la malvada pécora que habitaba dentro de mí empezó a aderezar la historia, sólo por divertirse un poco, claro…
–          Y a ver, qué quieres que te diga… Cuando sentí tu polla en la mano, creía que era la de tu hermano, aunque no sé, debería haberme dado cuenta, porque la tenías durísima… en serio Iván, más dura que ninguna otra que yo haya visto en mi vida…
Pero ¿qué me pasaba? ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué decía aquellas guarradas, es que pretendía volver a excitarle?
–          No sé, la verdad es que perdí un poco el control – admití – Para ser sincera, te diré que me di cuenta de que eras tú un instante antes de parar, pero seguí acariciándote unos segundos, no sabía lo que hacía…
Iván sí que me miraba ahora, completamente alucinado. No podía creerse que yo estuviera hablándole así, reconociendo que le había sobado la polla y sin mostrarme enfadada porque me hubiera metido mano. Y por haberme drogado, aunque claro, él no sabía que yo sabía…
–          Pero Iván, lo que no comprendo es cómo se te ocurrió… Sé que tengo el sueño pesado, pero era imposible que no me despertara…
Se quedó callado un segundo, antes de aprovechar la salida que yo le ofrecía. El chico pensó que, al menos, yo no sospechaba que me había echado nada raro en la bebida.
–          Yo, no sé… no sé qué me pasó. Estabas allí, tan hermosa…
–          Vaya, ¿me encuentras atractiva? – exclamé fingiendo (un poco) sentirme halagada.
–          ¡Claro que sí! – profirió él con gran entusiasmo – ¡Siempre he pensado que eras bellísima! ¡No sabes cuánto envidio a Juanjo!
Me quedé un poco sorprendida por tan vehemente arrebato, no parecía propio de Iván. Y, francamente, me aduló muchísimo que dijera de mí que era bellísima y hermosa, no es algo que le digan a una todos los días.
–          ¿En serio? ¿Y qué es lo que más te gusta de mí? – pregunté con picardía.
–          ¿Cómo? No sé, todo…
–          ¿Todo? No me lo creo. Yo habría apostado por las tetas, como me las magreaste con tanta energía…
El pobre se puso coloradísimo otra vez, haciéndome sonreír.  Volvió a recostarse en la pared, permaneciendo sentado en la cama con las piernas encogidas, procurando que su entrepierna no quedara expuesta.
Me pregunté si habría conseguido aliviarse a pesar del disgusto, mientras yo me duchaba y un disimulado vistazo a la papelera que había junto a su mesa de estudio me permitió constatar la presencia de unos reveladores kleenex arrugados, que dejaban muy claro que no había sido yo la única en aprovechar el tiempo.
Además, ahora que lo pensaba, me di cuenta de que en el cuarto se percibía un olorcillo, la mar de característico… No sé, quizás aquel olor a feromonas contribuyó a que mi ánimo se mantuviera juguetón.
O quizás era que, a esas alturas, ya me había convertido en una puta del carajo. No lo sé.
–          Iván, mira, fuera de bromas – dije tratando de ponerme seria – Lo que ha pasado es muy grave y ninguno de los dos ha actuado como debía.
–          Persóname, Nieves… – trató de decir nuevamente compungido.
–          No, cállate y escucha. Entiendo que te sientes atraído por mí, estás en una edad complicada y seguro que, metido en el internado, tendrás poca experiencia…
–          Ninguna – dijo él con un hilo de voz.
–          O sea, que eres virgen ¿no?
Él asintió con la cabeza, avergonzado.
–          No pasa absolutamente nada. Todo llegará. Lo que no está bien es que andes metiéndole mano a tu cuñada (ni a ninguna otra mujer, claro), mientras duerme.
–          Lo sé.
–          Sabes que te quiero mucho, Iván, eres como mi hermanito y tienes que saber que haré siempre cualquier cosa para ayudarte. Puedes hablarme de lo que quieras, deseo que tengas confianza conmigo, pero espero que algo así no vuelva a repetirse.
–          ¡Claro! ¡Te lo prometo! – exclamó entusiasmado, pues empezaba a vislumbrar que yo no iba montar ningún escándalo por lo sucedido.
–          No voy a contarle nada a tu hermano, es mejor que no se entere…
–          ¡Gracias! – exclamó Iván inmensamente feliz.
Incorporándose, se abalanzó sobre mí, se arrodilló sobre la cama y me abrazó, tratando de agradecerme lo comprensiva que me mostraba. Lo que no entraba en sus cálculos (ni en los míos) fue que, al hacerlo, su erección quedó aplastada contra mi cuerpo, permitiéndome comprobar que, a pesar del rato transcurrido desde nuestra aventurilla (y después de al menos una buena paja, quizás dos) la polla de mi cuñado seguía como el acero, clavándose en mi costado, provocando que mi cuerpo temblara de excitación entre sus brazos.
–          Vaya, no puedo creerme que todavía sigas así – le susurré presionando ligeramente su erección con mi cuerpo.
Fue como si le hubieran dado un calambrazo, se apartó de mí como un rayo, recuperando su posición con la espalda contra la pared, de nuevo con el miedo dibujado en su rostro.
–          Tranquilo, no seas tonto, es normal que sigas un poquito excitado – dije tratando de tranquilizarle – Si te digo la verdad, yo también estoy un poquito… inquieta.
Y era más que cierto. De no ser porque la camiseta me quedaba holgada, de seguro que mis pezones habrían aparecido bien marcados en la tela. A esas alturas yo tenía el ánimo mucho más que juguetón. Decidí divertirme un poco más a costa del chico, para hacerle pagar el mal rato que me había hecho pasar…
Soy experta en mentirme a mí misma…
–          Pero no creas que vas a escapar sin castigo – le dije – Vas a tener que hacer lo que te diga si quieres que te perdone…
–          Haré lo que quieras – respondió él muy serio.
–          Eso está bien. Mira, quiero que confíes en mí siempre que tengas un problema y que comprendas que puedes contarme cualquier cosa. Y yo, por mi parte, me comprometo a hacer lo mismo y tratar de ayudarte todo lo que pueda.
–          De acuerdo – asintió – te lo agradezco mucho.
–          Y vamos a empezar ahora mismo. Entiendo que, en temas de sexo, no tienes mucha experiencia, ¿verdad?
Se quedó callado un momento, dudando si contestar.
–          Ya te he dicho que soy virgen – dijo por fin.
–          Ya, ya. Pero se pueden hacer muchas cosas sin perder la virginidad.
–          Lo sé, pero no, no he hecho nada. Nunca he estado con una chica.
–          ¿Y nunca antes habías hecho nada parecido?
–          N… no – mintió él tras una pequeña vacilación.
–          ¿Nunca habías tocado a una chica? ¿Alguna amiga?
–          No, nunca. Hoy ha sido la primera vez – mintió con mayor aplomo – Y no sabes cuánto me arrepiento.
–          Vamos Iván, no seas tan melodramático. Tampoco vamos a provocarte un trauma. Se trata de todo lo contrario…
Él me miró con desconcierto. No comprendía a donde conducía todo aquello. Y no era de extrañar, porque ni siquiera yo lo tenía del todo claro.
–          ¿Y cómo se te ocurrió hacerlo? – dije entrando en materia.
–          No sé… – respondió sin mirarme directamente – Te vi allí, tan sexy, dormida… Como no te despertabas, te acaricié un poco y, como no te dabas cuenta de nada…
–          ¿Dónde me tocaste? – pregunté sintiéndome un poquito más cachonda.
–          El pecho… – dijo él ruborizándose.
–          Ya. Las tetas. Todos los tíos sois iguales. Pero, cuando me desperté, me estabas tocando también ahí abajo…
Iván no respondió, terriblemente avergonzado.
–          Y por eso sé que no tienes experiencia. Me hiciste daño, desde luego no sabes cómo acariciar a una mujer…
–          Lo siento – dijo él, sin aclarar si sentía el haberme tocado o el haberlo hecho mal.
Me quedé callada un momento, mirándole en silencio. Había que reconocer que era guapo, más que Juanjo y tenía una polla… Joder, estaba cada vez más caliente. Sabía que tenía que salir de aquel cuarto de una maldita vez, pero estaba disfrutando de cada segundo de aquella conversación… ¿Sería capaz de llevarle un poco más allá?
–          Y dime. ¿Sigues excitado? – le solté de sopetón.
El pobre se quedó atónito.
–          ¿Có… cómo dices?
–          Te pregunto si sigues cachondo. Dime la verdad.
Iván asintió levemente con la cabeza.
–          Ya he notado que sigues teniéndola muy dura – ataqué haciéndole enrojecer – Lo que no entiendo es cómo es posible si acabas de masturbarte.
–          ¿Cómo?
–          Venga, no te hagas el tonto. Sé que, por muy asustado que estuvieras tras lo que ha pasado en la piscina, te has metido aquí dentro a terminarte la paja.
El chico me miraba con la boca abierta, sin acabar de creerse lo que había escuchado (como yo no me creía que hubiera sido capaz de decirlo).
–          Dime, ¿te has masturbado o no?
–          Sí.
–          Yo también lo he hecho – admití de sopetón, antes de detenerme a meditar lo que decía.
Iván me miró muy serio, sin acabar de creerse mis palabras.
–          Te digo la verdad. Qué quieres, soy una mujer, tengo mis necesidades. Y últimamente tu hermano anda tan liado con el trabajo… que no tiene tiempo para mí.
–          Mi hermano es idiota – sentenció Iván mirándome muy fijamente.
–          No digas eso. El pobre trabaja mucho y llega tan cansado…
–          Si fueras mi mujer lo haríamos todos los días… – exclamó, dejándome sorprendidísima por su inesperado descaro.
–          ¿El qué me harías? – pregunté más que nada por oírselo decir.
–          Follarte.
Un escalofrío me atravesó de parte a parte. Decidí echarme a reír para disimular mi turbación.
–          ¡Ja, ja, ja! ¡Menos lobos Caperucita! – exclamé apartando esta vez yo la mirada un poquito azorada – ¡Anda, que no te queda nada todavía! A tu edad lo que tienes que hacer es pelártela por lo menos tres veces todos los días hasta que te eches novia… ¡Y luego, cuando la tengas, empezarás a pelártela cuatro veces en vez de tres!
Me levanté de la cama, temblorosa, decidida a marcharme de allí, pero realmente deseando no hacerlo.
–          Bueno, te dejo tranquilo. Hagamos borrón y cuenta nueva y olvidemos lo que ha pasado. Además, si las cuentas no me fallan, hoy todavía te faltan dos veces…
El pobre chico apartó la vista, avergonzado. Me conmovió un poco, pero también me excitó…
–          Oye, Iván, ahora que lo pienso…
–          Dime.
–          Según dices, me has encontrado atractiva desde siempre…
–          Desde el día que te conocí.
–          Y, alguna vez… ¿te has masturbado pensando en mí?
El chico tardó unos segundos en armarse de valor para responder.
–          Sí… claro. Alguna vez…
–          ¿Y qué haces? ¿Cierras los ojos y me imaginas en bikini? No, supongo que desnuda, ¿verdad?
–          No…bueno… A veces…
–          ¿A veces? ¿Cómo que a veces? ¿Y las otras?
–          Tengo… tengo fotos en el ordenador…
–          ¿Cómo? ¿Qué fotos? – exclamé un poquito escandalizada.
–          No… nada malo. Ya sabes, las del año pasado en Mallorca…
Sabía a qué fotos se refería, de las vacaciones el año anterior. Claro, en muchas de ellas salía en bikini.
–          Enséñamelas – dije sintiendo un nudo en la garganta por la excitación.
Consciente de que no servía de nada negarse, Iván se levantó de la cama (lo que aproveché para constatar que seguía empalmado con un disimulado vistazo) y cogió su portátil, que me entregó.
Yo lo encendí inmediatamente, sentándome de nuevo en el colchón, mientras él permanecía de pie.
–          ¿Cuál es la clave de acceso? – pregunté cuando el ordenador me preguntó el dato.
–          Nieves – respondió él con un hilo de voz.
Me sentí muy halagada con aquel simple detalle, así que, dedicándole una cálida sonrisa, le invité a sentarse a mi lado dando unas palmaditas en el colchón. El chico se sentó con cuidado, procurando disimular lo mejor posible el bulto de su bañador.
–          A ver, ¿dónde están las fotos?
Siguiendo las instrucciones de Iván, navegué por las carpetas hasta localizar una serie de álbumes de imágenes. Las fotos estaban muy ordenaditas, con nombres y fechas. Enseguida localizó la correspondiente al verano anterior y me mostró varias imágenes en las que, efectivamente, yo aparecía en bañador.
–          Ya veo – asentí – Y te masturbas mientras miras estas fotos, ¿eh?
–          Sí. Perdóname – dijo muy avergonzado.
–          Ya te he dicho que no es para tanto. Lo que sí lo es que me metas mano mientras hago la siesta.
–          Lo siento.
Estaba monísimo, tan compungido y con esa carita de niño bueno… uno con una cosa dentro de los pantalones que…
–          ¿Y las fotos porno? – pregunté.
–          ¿Cómo? – exclamó él alucinado – No sé…
–          Venga, no te hagas el tonto. Un chico de tu edad, sin novia, con el ordenador para ti solito… seguro que tienes porno a montones…
–          Yo no…
–          Venga. Hemos quedado en que serías sincero…
El pobre estaba atrapado. No le quedaba otra que claudicar.
–          Nieves, por favor…
Su resistencia sólo servía para incrementar mi interés. Sus excusas eran inútiles.
–          Vamos… ¿Dónde están?
Mientras le insistía, yo seguía manipulando el portátil. No me costó mucho encontrarlas, pues el chico era muy organizadito.
–          ¡Ah! – exclame triunfante – ¡Aquí están! ¡Ahora veremos qué más usa mi cuñadito para machacársela!
Había un montón de carpetas bien ordenadas… morenas, rubias, mamadas, tríos, anal… Entonces vi una que me llamó la atención: montajes.
Me decidí a revisarla, pero, en cuanto acerqué el puntero del ratón a la carpeta. Iván dio un grito y trató de arrebatarme el portátil.
–          ¡NO! – exclamó con los ojos como platos.
–          Estate quieto, Iván – dije dándole la espalda para evitar que me quitara el aparato – Voy a ver esto digas lo que digas.
Abrí la carpeta y me encontré justo lo que esperaba. Un montón de fotos manipuladas, en las que, usando fotos pornográficas, había sustituido el rostro de la actriz porno de turno por el de alguna famosa de buen ver. Allí habían un buen puñado de actrices, modelos y cantantes, haciendo cosas que…
Justo entonces vi la subcarpeta que llevaba mi nombre. Y la abrí con el corazón atronando en el pecho…
Joder, me quedé estupefacta. La verdad es que el chico era un as del montaje fotográfico. Me vi a mi misma en la pantalla recibiendo polla por delante, por detrás, chupando nabos y a veces haciéndolo todo a la vez…
Alcé los ojos hacia Iván, que derrotado, se refugiaba en un rincón de la cama, el rostro tapado con las manos, sollozando. Me acerqué hacia él y, agarrando sus manos, las aparté obligándole a mirarme a los ojos.
–          En realidad son éstas las que usas para masturbarte, ¿verdad? – dije con voz insinuante.
El agobiado chico no dijo nada, mirándome aterrado, pero como el que calla otorga…
–          Quiero verlo – dije por fin, derribando las últimas barreras de sentido común que me quedaban.
–          ¿Qué? – exclamó él atónito, los ojos como platos.
–          Ya me has oído. Si no quieres que Juanjo se entere de lo que ha pasado, tienes que masturbarte delante de mí. Quiero verlo.
Me aparté de él, sentándome un poco retirada en el colchón, mientras él me miraba alucinado. Sin decir nada, le alargué el portátil, que el agarró con manos temblorosas, a punto de dejarlo caer.
–          ¿Y bien? – le espeté – ¿A qué esperas? Empieza de una vez.
–          Nieves, yo…
–          Te dije que no ibas a escapar sin castigo. Pues bien, éste es tu castigo. Tienes que masturbarte frente a mí.
El chico aún dudó unos instantes, mirándome a los ojos en un último intento de adivinar si aquella locura era en el fondo una broma. Pero yo, terriblemente excitada, me mostré inflexible, haciéndole un gesto con la barbilla de que se bajara de una vez el bañador y empezara el show.
Resignado, aunque sin duda deseando hacerlo, Iván se puso en pie y se bajó el bañador hasta los tobillos, permitiéndome contemplar de nuevo su extraordinaria erección, esta vez sin obstáculos por en medio. Fue sólo verla, y un nuevo estremecimiento sacudió mi ser.
–          Venga, empieza – dije  con voz estrangulada.
El chico se sentó de nuevo, apoyando la espalda en la pared y con la polla apuntando al techo. Giró levemente el portátil, que estaba a un lado sobre el colchón, para poder ver bien la pantalla. Por fin, con cierta rigidez en sus movimientos, se agarró la erecta polla y deslizó la mano de arriba a abajo, descubriendo el brillante glande por completo y provocando un nuevo ramalazo de electricidad en mis entrañas.
Pero entonces, en vez de seguir, se levantó de nuevo del colchón, con su hermosa cosota bamboleando entre las piernas. Por un loco segundo pensé que iba a abalanzarse sobre mí, lo que me llenó de júbilo, pero en realidad el chico sólo iba a coger unos pañuelos de papel, que colocó bien estiraditos, sobre la cama, dejando el paquete justo al lado.
–          Mira tú que apañado – dije sonriendo – Así me gusta, preparado para no manchar nada.
Él me devolvió la sonrisa, demostrándome que estaba cada vez más relajado y metido en el juego.
Retornando a su posición sobre la cama, el chico empezó a masturbarse lánguidamente, deslizando su mano sobre su nabo con lentitud, sin duda deseando alargar todo aquello lo máximo posible. El pobre, todavía avergonzado, no despegaba los ojos de la pantalla, sin atreverse a mirarme, mientras yo, por mi parte, tenía la vista clavada en su erección, preguntándome si estaría tan dura como antes o estaría más calmada.
Seguimos así un par de minutos, en silencio, sintiéndome cada vez más cachonda y con las llamas de mis entrañas a punto de desbordarse. No pudiendo más, me acerqué a él, para verle más de cerca, pero también para poder mirar también la pantalla del portátil, cosa que antes no podía hacer por el ángulo.
–          Vaya, vaya – dije mirando la foto que en ese momento servía de inspiración a mi cuñado – Ignoraba que me cupieran dos pollas a la vez en el culo.
–          Uf, uf – resoplaba Iván, más enardecido por mi proximidad.
–          Aunque ahí te has pasado, porque la verdad es que nunca he practicado el sexo anal.
–          ¿E… en serio? – preguntó él, jadeante.
–          Y tan en serio. Más de una vez me lo han propuesto. Pero nunca he querido hacerlo. No entiendo esa fijación de los tíos en metértela por el culo. Que se busquen un maromo…
–          ¿Mi… mi hermano también?
–          Pues claro. Pero él es muy comprensivo y tras mi negativa no insistió. Una vez salí con un tío que cortó conmigo porque no dejé que me enculara – mentí con todo el descaro.
–          Imbécil – resolló Iván sin dejar de meneársela – Yo no te dejaría por nada del mundo.
Sus palabras agitaron algo en el fondo de mi alma. Me encantó que dijera aquello.
–          ¿De veras? – dije tratando de ocultar mi turbación – ¿Aunque no te dejara metérmela en el culito?
–          Ya… ya te convencería… – jadeó.
Aquello me hizo reír.
–          Ja, ja, ja, mira tú el picha brava – exclamé – ¿Todavía no has estado con una mujer y ya estás planeando cómo sodomizarme?
–          Bueno… Ahora estoy con una mujer – dijo él mirándome fijamente.
La boca se me quedó seca. Sus palabras volvían a turbarme.
–          ¿Y qué? ¿Disfrutas? ¿Te gustan las fotos? – dije cambiando burdamente de tema.
–          Sí. Me gustan. Aunque las fotos no son nada comparado con sentir cómo me miras.
–          ¿Te gusta que te mire? – dije azorada.
–          Sí. Aunque me gusta más mirarte.
–          ¿Eso quieres? ¿Mirarme?
–          Sí.
–          Vale.
Las pupilas de Iván se dilataron por la sorpresa. No se esperaba que yo claudicara tan fácilmente. Su falta de experiencia era acojonante, porque, a esas alturas, yo ya no tenía ninguna duda de cómo iba a terminar todo aquello.
Ahora sólo quedaba disfrutar del juego lo máximo posible.
–          ¿Te vale así? – inquirí mientras me quitaba la camiseta dejando mis tetas al aire embutidas en el sostén.
Iván dio un respingo, los ojos como platos al verme de medio desnuda. Su mano incrementó el ritmo sobre su erección.
–          Venga ya, Iván, que no es para tanto. Ya me has visto en bikini ¿no?
–          E… esto es mejor.
–          ¿En serio? ¿Y esto?
Mientras decía estas palabras solté con habilidad el broche del sujetador, que saltó como un resorte dejando mis tetas al aire. El pobre chico dio un gemido, sin parpadear, devorando literalmente mis pechos con la mirada, la mano deslizándose vertiginosamente sobre su masculinidad. Pero yo no quería que acabara tan rápido.
–          Vamos, vamos, Iván, más despacio… Relájate y disfruta…
Entonces cometí un error. Tratando de que el chico serenara el ritmo, coloqué mi propia mano sobre la suya, tratando de ralentizar el movimiento. Sin embargo, al hacerlo, no pude resistir las ganas de darle un pequeño apretón en el miembro, para comprobar si estaba realmente tan duro como antes. Y sucedió lo inevitable.
El contacto de mi mano en su excitadísimo miembro actuó como detonante y el pobre chico estalló como un volcán. Con un gorgoteo ininteligible, el afortunado chaval se corrió como un animal, disparando un tremendo pegote de semen que, volando como un cometa fue a estrellarse directamente en una de mis tetas.
Con rapidez y tratando de evitar el desastre, agarré los kleenex y envolví la vomitante polla con ellos, tratando de recoger toda la lefa que fuera posible, lográndolo solo a medias.
El ardiente jugo resbalaba entre mis dedos, pringándolos, quemándolos, mientras yo, un  poco obnubilada, empuñaba su verga y le daba unas cuantas sacudidas para ayudarla a descargar por completo.
–          Joder, Dios mío, sigue igual de dura, sigue igual de dura… – pensaba en silencio mientras mi entrepierna se hacía literalmente agua.
Por fin, Iván fue serenándose, recuperando el resuello, mientras yo seguía aferrada a su polla como un náufrago a un flotador. Las entrañas se me derretían
–          Jo, chico, vaya corrida te has pegado. Mira, me has pringado una teta.
Él alzó la vista, jadeando y la clavó en mi pringoso seno. El semen se había deslizado sobre mi piel, trazando un sendero que acababa justo en el pezón, donde la corrida se había acumulado, pareciendo estar a punto de gotear de un momento a otro.
–          Límpiame – le ordené arrojándole el paquete de pañuelos, que impactó en su pecho sin que él hiciera ademán alguno de cogerlo.
Sin decir nada, Iván sacó un par de pañuelos e, incorporándose un poco, estiró la mano para, con toda la delicadeza del mundo, limpiarme el pringoso seno con cuidado. Bastó ese ligero contacto en el pezón para sentir una nueva oleada de placer recorriéndome de la cabeza a los pies. Me mordí los labios para no gritar.
–          ¿Te ha gustado? – pregunté una vez terminó de asearme.
–          Sí – respondió él con voz un poco más firme – Ha sido increíble.
Me encantó que dijera aquello, provocando una nueva oleada de calor en mi cuerpo. Intentaba mirarle a los ojos, pero, involuntariamente, mi mirada se desviaba hacia su polla, que incomprensiblemente, seguía como el asta de la bandera.
–          Veo que no se te baja, ¿eh? – dije tratando de relajar un poco el ambiente.
–          Imposible.  A tu lado no se bajará nunca.
Un nuevo escalofrío. Aquel chico iba a acabar conmigo.
–          ¿Y qué quieres hacer ahora? – pregunté.
–          Lo que tú quieras – dijo él.
–          ¡No! ¡Coño! – grité en mi interior sin proferir ni un sonido – ¡Vamos, idiota! ¡Si me tienes entregada! ¡Pídemelo!
Pero Iván, sin experiencia ninguna, no se atrevía a dar el paso, así que comprendí que tenía que llevar yo  la iniciativa hasta el final.
–          ¿Quieres que me masturbe yo ahora? – pregunté sintiendo una infinita vergüenza – Tú lo has hecho para mí, así que…
–          Me encantaría – respondió él con ojos brillantes.
Caliente como una perra y habiendo admitido ya que me moría porque aquella durísima barra se hundiera en mí sin compasión, me puse en pie con excesiva rapidez, revelando el ansia que sentía y que yo me esforzaba por disimular.
Desabroché el botón de los pantalones, única prenda que me cubría, pero entonces se me ocurrió un jueguecito.
–          ¿Quieres quitármelos tú? – pregunté.
Iván, con rapidez, se deslizó sobre la cama hasta sentarse en el borde, los pies en el suelo y la polla mirando al cielo. Con menos timidez de la esperada, llevó sus manos a la cintura del pantalón y, muy lentamente, fue bajándolos, deslizándolos poco a poco por mis piernas, recreando su mirada con mi piel desnuda, haciéndome sentir su deseo y su admiración y excitándome con ello.
–          Eres preciosa – me dijo mientras se deleitaba con mi cuerpo, vestido únicamente con unas cómodas braguitas.
Yo ya no podía más. Cada palabra suya se clavaba en mi alma, enardeciéndome más y más.
–          Tócame – le supliqué con voz temblorosa.
Sin decir nada, Iván metió una mano dentro de mis bragas, hundiéndola en el mar que había entre mis muslos. Al sentir su contacto, un placer indescriptible se apoderó de mí y me obligó a encogerme, atrapando con fuerza su mano entre mis piernas, con intención de no dejarla escapar jamás.
–          Dime qué he de hacer – me dijo de repente.
–          ¿Có… cómo? – pregunté sin comprender.
–          Antes me dijiste que lo había hecho mal. Enséñame. Quiero que disfrutes.
Me conmovió y me excitó a partes iguales su actitud. Me encantaba que se mostrara tan considerado.
–          Espera. Deja que me tumbe.
Con cierta reluctancia, Iván sacó la mano su acogedor encierro, permitiendo que me quitara las bragas por completo. Una vez desnuda, me tumbé en la cama, colocando la almohada a mi espalda para mantener el torso un poco levantado y, apoyando la planta de los pies en el colchón, mantuve las piernas recogidas y bien abiertas, para brindarle a mi cuñado un perfecto primer plano de mi coño rezumante.
Iván, ni corto ni perezoso, se situó con rapidez a mis pies, justo entre mis piernas y se quedó mirándome el coño como quien mira una obra maestra en un museo.
–          Eres preciosa – susurró.
–          Ay, hijo, qué suerte tengo – bromeé tratando de esconder mi turbación – Hasta el coño lo tengo hermoso.
–          Es la verdad.
–          No has visto muchos para comparar – dije aún avergonzada.
–          Cientos. En fotos.
–          Ya, ya veo.
–          El tuyo es el más bonito. ¿Te depilas tú?
Miré mi coñito perfectamente depilado y sin el menor rastro de vello. Me había depilado esa misma mañana, consciente de que íbamos a pasar el día en la piscina.
–          No, contrato a un jardinero que…
–          Venga, Nieves, que no estoy de broma… Me refiero a si lo haces tú misma o vas a algún sitio…
–          Las dos cosas. Aunque aquí en Madrid aún no sé donde ir a que me lo hagan. Tiene que ser un sitio de confianza…
–          ¿Y a Juanjo le gusta? – preguntó muy serio.
–          Le encanta – respondí sintiéndome traviesa – No le gusta encontrarse pelos cuando me lo come…
Iván me miró un instante a los ojos, en silencio, lo que me puso un poquito nerviosa.
–          ¿Y bien? – preguntó por fin – ¿Qué tengo que hacer?
–          ¿Cómo?
–          ¿Qué hago? ¿Cómo te acaricio?
Joder. Estaba a punto de follarme a mi cuñado. No había vuelta atrás. Ni yo quería que la hubiera. No me acordé de Juanjo para nada, ni siquiera mientras hacía la broma del sexo oral pensé para nada en mi marido. Como si estuviera a 10000 kilómetros.
–          Tienes que ser delicado. Esa zona es muy sensible. Pero sobre todo, lo más importante es que esté muy lubricado. Ni se te ocurra tocar a una chica ahí abajo con los dedos secos. Si por un casual le tocas el clítoris con el dedo seco, la piel puede adherirse y es super doloroso despegarla.
–          ¿Te ha pasado alguna vez?
–          Pues claro, hijo, todas hemos estado alguna vez con un tío torpe que no sabe cómo acariciar a una mujer.
–          Yo no quiero ser de esos. Enséñame.
Y empezamos la lección.
Iván era un alumno aplicado, sin tener que decírselo se chupó los dedos, ensalivándolos bien  y empezó a acariciar con mucho cuidado los labios vaginales, describiendo el contorno con una suavidad y un cariño simplemente estremecedores.
Siguiendo mis instrucciones, empezó a mimar cuidadosamente la vulva, entreteniéndose en los puntos donde yo le decía y aprendiendo rápidamente a identificar el tipo de caricias que más me gustaban.
Minutos después, el chico estaba masturbándome de una forma sencillamente deliciosa, sobando con cuidado mi clítoris con dos dedos , mientras otros se hundían en mi interior, explorando y horadando de una forma que me enloquecía.
–          Está brotando mucho líquido – dijo él con aire experto.
–          ¿Y qué quieres? Me tienes cachonda perdida – respondí sin pensar.
–          ¿A qué sabe?
–          ¿Cómo?
Sin esperar respuesta, Iván incrustó la cabeza entre mis muslos y su boca se apoderó prontamente de mi vagina, permitiéndome sentir cómo su lengua se hundía en mi interior, haciéndome alcanzar las estrellas, chupándolo y absorbiéndolo todo.
Sin poder evitarlo, mis manos se engarfiaron en sus cabellos acariciando su cabeza, atrayéndole hacia mí, mientras aprendía cómo comerse un coño.
No sé qué me pasó, normalmente no bastaba con el sexo oral para llevarme al orgasmo, pero ese día me provocó la madre de todas las corridas.
Aullando de placer, alcancé un clímax brutal, mientras Iván deleitándose con mi sabor, no dejaba ni un instante de chuparme y lamerme por todas partes.
–          Joder, no puedo creerlo, no puedo creerlo – jadeaba yo – ¡Esto es la hostia! ¡AAAAAAAAAAH!
Por fin, mi cuerpo se relajó, satisfecho, los últimos ramalazos de placer recorriéndolo de arriba a abajo. Iván, con el rostro brillante de mis jugos, salió de entre mis piernas y se puso de rodillas en la cama, mostrando que su erección no había menguado un ápice.
–          ¿Puedo meterla? – preguntó colocando una mano en cada una de mis rodillas, manteniendo mis muslos separados como si fuera un conquistador.
–          E… espera – jadeé – Acabo de correrme… deja que me recupere…
–          Pero no puedo más… Nieves, siento que voy a estallar…
–          No… si la metes… si la metes ahora me vas a matar, te lo juro. Espera un poco.
Pero el chico no estaba para esperar y supongo que pensó que lo de la muerte era sin duda una exageración mía.
Avanzando de rodillas entre mis muslos, enarbolando la erección en ristre, acercó la formidable barra de acero y la apoyó en mi excitada vulva, tratando de meterla por fin.
–          No quieto, espera – jadeaba yo sin fuerzas para detenerle – No lo hagas, me harás daño…
Aquello bastó para convencerle. No quería hacerme daño por nada del mundo. Me encantó su forma de comportarse.
–          Sin quieres, frótala un poco en la vulva, sin llegar a meterla. Verás cómo te gusta….
Entendiendo a la primera a qué me refería, Iván colocó su durísima verga entre mis hinchados labios y empezó un suave vaivén con las caderas, provocando que su rígida barra se frotara con mi trémula carne de forma harto placentera.
El chico gemía y gruñía de placer, mientras yo me excitaba cada vez más y me recuperaba con rapidez, deseando cada vez más averiguar qué se sentía con aquel trozo de mármol enterrado en las entrañas.
–          Espera, Iván, para – gimoteé – Métemela ya… Hazlo ya…
Mientras decía esto, llevé una mano hasta mi coño y separé bien los labios, ofreciéndole mi vagina por completo. Guiándole con cuidado, logré que el chico colocara la punta justo en la entrada y, con un gesto, le indiqué que fuera metiéndola poco a poco.
No tengo palabras para describir lo que sentí cuando aquella estaca invadió mi interior. El calor, el ardor eran increíbles, pero la rigidez, la dureza… jamás había sentido nada igual. Mi cuerpo le recibió con entusiasmo, amoldando mi carne a su hombría, rodeándole y acariciándole con mi calor.
Me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba en tensión, como temiendo que aquella cosa me fuera a desgraciar, pero no, sólo había placer y deleite.
Por fin, Iván llegó hasta el fondo, clavándomela por completo. Sentir aquella rígida forma en mi interior era alucinante, pero el placer se vio pronto superado por el que sentí cuando el chico, sin aguardar instrucciones, empezó a bombear lentamente, empitonándome cada vez con más entusiasmo, haciendo rebotar sus pelotas una y otra vez en la entrada de mi coño.
–          ¡Oh, Dios, Iván! ¡Sí, cariño, así! ¡Muy bien, ahí, justo ahí, más fuerte, muévete un poco más rápido! – gemía yo cada vez más entregada.
–          Madre mía, Nieves, no puedo creerlo, cómo arde tu interior, no puedo creer que esté tan caliente, no, no… – gemía él aumentando mi gozo.
Seguimos follando en esa posición varios minutos más. Iván, cada vez más enfebrecido, bombeaba cada vez más fuerza y con más ganas, haciéndome literalmente gritar de placer.
–          ¡SÍ, ASÍ, IVÁN! ¡FÓLLAME! ¡MÁS, MÁS FUERTE! ¡JODER, CARIÑO, CLÁVAMELA HASTA EL FONDO!
Puedo jurar que jamás en mi vida me habían follado tan bien que me hicieran perder el control, pero he de reconocer que esa tarde lo perdí por completo. Le gritaba obscenidades a Iván, porque percibía que le excitaban todavía más, con lo que el ritmo de la follada me hizo prácticamente enloquecer.
Me corrí no sé cuantas veces más, jamás había experimentado nada semejante. Iván, en cambio, aguantó de forma increíble, follándome un buen rato sin sacarla, arrastrándome a desconocidos paraísos de placer.
Por fin, el chico al que con seguridad le habían venido de vicio las dos corridas que ya llevaba a sus espaldas, alcanzó por fin el clímax, aunque, muy caballerosamente, se retiró justo a tiempo de evitar rellenarme el útero hasta arriba.
Sin duda que, influenciado por todo el porno que se había tragado, Iván se arrodilló entre mis piernas y, agarrándose la polla, la usó a modo de manguera para rociarme de ardiente semen por todas partes.
Puedo jurar que, de habérmelo hecho cualquier otro tío (Juanjo incluido), le habría pegado tal patada que habría salido volando de la cama, pero, en ese momento y en ese lugar, me pareció lo más morboso y excitante del mundo el sentir aquella tremenda lechada impactando sobre mi piel.
Agotados, nos derrumbamos el uno al lado del otro, tratando de recuperar el aliento. Ni en mil años me hubiera imaginado esa mañana que el día iba a ser uno de los más placenteros de mi existencia. Me había despertado compungida por tener que darle una lección a mi cuñado y había terminado echando el polvo de mi vida y embadurnada de semen.
–          Ha sido increíble, increíble – dijo Iván cuando logró calmarse un poco, haciéndome sonreír.
–          No ha estado mal – respondí en broma – Para ser la primera vez, lo has hecho bastante bien. Has aguantado como un campeón.
–          Pues verás la segunda, seguro que lo hago todavía mejor.
Divertida, me incorporé en la cama y vi, con asombro infinito, que la polla de Iván seguía tiesa como un palo.
–          No puede ser – dije atónita – ¿Sigues empalmado? Pero, niño, ¿de qué la tienes hecha?
–          Ya te dije que, contigo al lado, es imposible que esto se baje.
–          No me lo creo – dije tratando de negar la realidad que me mostraban mis ojos.
–          ¿Lo hacemos otra vez? Enséñame otra postura…
–          ¿En serio?
–          ¡Pues claro! ¡Hacerlo contigo es lo mejor del mundo! ¡Podría estar días haciéndotelo!
–          Ya, claro, y nos morimos deshidratados.
–          ¿Tienes sed? ¡Te traigo un refresco!
–          Vale – respondí – Pero que no sea un zumo.
Se quedó parado en seco en la puerta, como si lo hubiera fulminado un rayo.
–          Lo sabes, ¿verdad? – preguntó apesadumbrado.
–          Pues claro que lo sé. No soy imbécil. Tráeme una lata de bebida isotónica, anda.
Tardó un par de minutos en regresar. La erección se le había bajado bastante.
–          Vaya, veo que estabas exagerando. Ya se está ablandando la cosa…
–          Nieves, yo… perdóname. No tengo excusa para lo que he hecho, yo…
–          ¿Cuántas veces lo has hecho? – le pregunté cortándole.
–          Tres – admitió sin atreverse a mirarme.
–          Bien. Ya lo sospechaba.
Y le conté toda la verdad. Mi plan para pillarle in fraganti y cómo había acabado poniéndome cachonda. No me callé nada.
–          Aunque te juro que, cuando vine a este cuarto, no tenía intención de que esto pasara. Pero así han salido las cosas – terminé.
–          Pues, ahora que todo ha pasado, me alegro de cómo se ha desarrollado la historia. Hoy es el día más feliz de mi vida – dijo él.
–          Pues apúntatelo bien, porque hoy se acabó lo que se daba. Como vuelva a ocurrírsete echarme algo en la bebida, te juro que…
–          ¿Cómo que se acabó? – preguntó el chico espantado – ¡Yo quiero estar contigo!
Me conmovió su inocencia y me halagó profundamente, todo hay que decirlo.
–          Iván, cariño – dije acariciándole la mejilla – Lo de hoy ha sido una locura, un error al que nos han llevado las circunstancias. Yo quiero mucho a tu hermano y jamás imaginé que acabaría siéndole infiel (y menos contigo), así que tengo la intención de hacer borrón y cuenta nueva y dejar atrás todo lo que ha pasado hoy.
Iván me miraba en silencio, apesadumbrado.
–          No te digo que lo olvides; yo, desde luego, no voy a poder olvidarlo, pero sí que lo dejes estar. Eres consciente de que bastaría una palabra tuya para arruinar mi matrimonio, pero estoy segura de que tú nunca…
–          ¡Por supuesto que no! – exclamó él lleno de santa indignación – ¡Yo nunca te haría daño!
–          Lo sé, cariño – dije volviendo a acariciarle el rostro – Guardaremos el secreto para siempre y siempre nos quedará el bonito recuerdo de la tarde que hemos pasado…
En su rostro se adivinaba que Iván no estaba muy conforme con la idea, pero al menos no se negó en redondo a hacerme caso.
–          Recuerdos – dijo simplemente.
–          ¿Cómo?
–          Has dicho ” bonito recuerdo”, como si fuera sólo uno.
–          No te entiendo – dije realmente confusa.
–          Que al menos tendremos “recuerdos”, más de uno. Si va a ser tan sólo esta tarde… no quiero que se acabe todavía.
Comprendiéndole al fin, reí divertida. Me di cuenta entonces de que, efectivamente, su miembro estaba empezando a recuperar su vigor.
–          Vaya, vaya, el pequeño Iván empieza a despertar – dije sintiéndome juguetona otra vez.
–          Sí. Y si le das un besito, seguro que se despierta antes.
Me quedé sorprendida por su descaro, pero, al mirarle al rostro, colorado como un tomate, comprendí que había tenido que reunir muchos arrestos para decidirse a decirme tal cosa.
–          O sea, que te apetece que te la bese un poquito – dije sonriéndole con picardía.
–          Sí, por favor.
–          Quieres que tu cuñadita te haga las cositas sucias que hacía en las fotos ¿eh?
No iba a hacer falta besársela, su polla estaba recobrando su esplendor ella solita.
–          ¿Tu pollita mala quiere que la besen? – le dije insinuante mientras mi mano aferraba el cada vez más duro instrumento.
–          Sí – gimió el pobre chico al sentir el contacto sobre su hombría.
–          Vaaaaaaale – concedí arrodillándome sobre el colchón.
Bastó el primer lametón para que el chico diera un respingo sobre el colchón que casi le hace llegar al techo, haciéndome sonreír.
De rodillas sobre la cama, hundí el rostro en su entrepierna y, suavemente, empecé a lamer y a chupar el cada vez más enardecido miembro. Ni un minuto tardó en recuperar su anterior vigor y dureza, por lo que pronto me encontré descubriendo qué se sentía al introducir semejante barra de hierro entre los labios.
–          Ughhh – gimoteaba Iván, acariciando mi pelo con delicadeza.
–          Como te corras en mi boca, te juro que te la corto – dije apartando un instante mis labios de su estaca.
–          No… no quiero correrme… Quiero meterla…
–          Vaya con el chico – reí – Y parecía tonto. ¿Quieres meterla otra vez en mi coñito?
–          Por… por favor, Nieves…
–          ¿Probamos otra postura? ¿Cual quieres?
–          A cuatro patas.
Su rápida respuesta me sorprendió. Pero no me pareció mala idea.
–          De acuerdo – dije moviéndome sobre el colchón y adoptando la postura requerida.
Para que voy a insistir en el tema. Está perfectamente claro qué pasó a continuación. Iván bromeó un poco sobre metérmela por el culo, pero, como yo amenacé con romperle la crisma, se dejó guiar para aprender la postura más convencional.
Luego echamos otro polvo conmigo sobre él, otro de pié apoyados en su mesa, otro…
Estaba anonadada. No creía que existiera un amante igual. Era inagotable.
Aquella noche, mientras cenábamos los tres juntos, los muslos apretados bajo la mesa para aliviar el intenso escozor que sentía, no paraba de darle vueltas a todo lo sucedido. No acababa de creérmelo.
De vez en cuando, nuestras miradas se encontraban, compartiendo una complicidad que excluía a Juanjo, mientras el pobre se esforzaba en narrarnos lo duro que estaba siendo empezar con la empresa. Menos mal que no nos hizo ninguna pregunta, porque no me enteré de nada de lo que decía.
Por lo menos esa noche el pobre Juanjo no tuvo que soportar que su calenturienta esposa le pidiera un buen repaso. La pobre se acostó más que satisfecha.
Pero bueno, en definitiva, Iván y yo estábamos decididos a que nuestra vida siguiera igual, ninguno quería hacerle daño a Juanjo, así que pusimos punto y final a nuestra aventura.
Siempre nos quedaría el hermoso recuerdo de aquella mágica y lujuriosa tarde. Bueno, recuerdo no… recuerdos.
Sin embargo, las cosas nunca salen como se planean.
CONTINUARÁ
 
 
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Relato erótico “Paris” (POR SARAGOZAXXX)

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Gracias a Marie Pape y a este vídeo que encontré en internet, tuve una de las experiencias más excitantes de mi vida. Me gustaría que lo vieses para entender mejor lo que me sucedió. Te adjunto el enlace para verlo en mi blog, cosa que me haría muchísima ilusión que lo visitases. De paso, también podrás conocerme un poco mejor y ver algunas fotos mías que espero que te gusten. Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara y tengo treinta y un años.  Estoy casada, aunque no satisfactoriamente, al menos no como a mí me gustaría.
Como ya os dije anteriormente he estado un tiempo fuera de casa por motivos de trabajo. Durante una temporada me alojaron en un modesto apartamento en Saint Germain en Laye a las afueras de Paris (Francia), aunque relativamente cercano a mi lugar de trabajo en esos días. Mi empresa sabía que debía pasar  una temporada larga allí, y pensaron que para tantos días me encontraría más cómoda alojada en un apartamento que no en un hotel. Ya en el aeropuerto pude alquilar también un coche reservado a mi nombre en el mostrador de AVIS, para mis desplazamientos. Lo cierto es que el apartamento tenía lo justo e imprescindible, carecía de ciertas cosas, pero se encontraba muy bien situado. Se trataba de un edificio típico del siglo pasado con unos pocos vecinos, cercano a una parada de metro, próximo al centro de trabajo, en una zona residencial rodeada de espacios verdes, y a un paseo andando de un modesto centro comercial para mis compras.
Aquella tarde pude regresar pronto del trabajo a mi nueva casa, y me encontraba con ganas de dedicar un tiempo especial a cuidar y disfrutar de mi cuerpo. Llevaba ya unos días sola y estaba más que aburrida de tanta formación y reuniones. En esos momentos, me encontraba tumbada sobre la cama de la habitación, y acababa de salir de la ducha.
Cremitas por todo el cuerpo, especialmente en mi recién rasurado pubis para aliviar el picor. Me gusta llevarlo así a temporadas, otras en cambio me dá por decorarlo con alguna forma, o bien con una fina tira de pelillos. El caso es que  allí tantos días solita me apeteció arreglármelo, no sé porque me apetecía cuidarme. Me acababa de hacer la manicura, francesa claro está, y una vez con el albornoz puesto me tumbé sobre la colcha a esperar que se secasen las uñas, y ojear por mi portátil alguna página interesante por internet. Tenía la televisión puesta, aunque apenas le prestaba atención, tan sólo la enchufaba para familiarizarme con el idioma. Hasta que me llamó la atención un trailer en la TV5 que anunciaba la proyección de la película de la actriz Marie Pape.
Podéis ver el vídeo en el blog.
Cautivó mi atención al instante, me excité pensando que podía ser yo la protagonista y vivir una experiencia de ese tipo. Quise saber más sobre la película y así di con el trailer que os he colgado. Ya sabéis que una página lleva a la otra, y poco a poco me encontraba navegando por páginas de contenido adulto, sobretodo dedicadas a temas de exhibicionismo.
No pude evitar comenzar a acariciarme. Mi mano se perdió por debajo de la lycra de mis braguitas. Cada imagen y cada vídeo que visionaba hacían que mi mente comenzase a imaginarse fantasías al respecto, a cual más morbosa y excitante. Recuerdo que mis dedos jugueteaban con mi clítoris por el interior de mi prenda más íntima mientras navegaba por internet. Sin quererlo comencé a masturbarme, acariciaba mis pliegues lentamente dejando volar mi imaginación. Siempre me gusta comprobar cómo me voy humedeciendo poco a poco.
Mi mente comenzaba a fantasear visualizándome a mi misma paseando desnuda en medio de las calles de Paris. Llegué a un punto en que ya no podía remediarlo, tuve que recostarme sobre la cama para dejar de acariciar el exterior de mis labios más íntimos, y comenzar a introducirme mis propios dedos. Uno no era suficiente, necesitaba más, mis dedos corazón e índice se removían en mi interior a la vez que machacaba mi clítoris presionándolo con furia, con urgencia. El sonido característico de mi frenético movimiento resonaba en el silencio de la habitación. Me acaricié los pechos, e incluso me pellizqué en un pezón. Siempre me ha gustado que mis amantes me estrujen los senos y los amasen como si de pan se tratase. A mí en cambio me gustaba estirarme de la puntita de mis pezones hasta hacerme daño. No lo pude evitar…
.-“Uuuuhmm” un primer gemido se escapó de mi boca. Estaba aconteciendo lo irremediable. Mi olor a hembra en celo impregnaba desde mis manos todo el cuarto.
.-“Uuuummmhhh” de nuevo otro gemido, esta vez  tuve que ahogar mi desesperación contra la almohada, temerosa de que algún vecino pudiera escucharme, de lo contrario comenzaría a gritar presa del placer que yo misma proporcionaba a mi cuerpo.
.-“Oooh, si, sihh, siiiihhh” grité definitivamente mientras mi cuerpo se convulsionaba gozoso. Las sacudidas de mi cuerpo fueron remitiendo.
Poco a poco me fui recuperando del orgasmo, aunque mi mente continuaba dándole vueltas a la idea de pasear desnuda por las calles de Paris.
Recuerdo que me incorporé de la cama de un salto y me desnudé por completo. Sin pensarlo. Como empujada por un extraño impulso. Recuerdo a cámara lenta en mi cabeza el momento en el que me deshice de mis braguitas. Las dejé caer sobre la moqueta del dormitorio. Me dirigí al vestidor del pasillo, abrí el armario y comprobé los abrigos que había en su interior. A decir verdad eran todos más bien cortitos, salvo una levita de cuero que compré recientemente y que me llegaba a medio muslo. Decidí probármela, así, desnuda, tal como estaba. ¡Cuánta excitación!.
Quise sentir el contacto directo del cuero sobre mi piel. Me miré en el mismo espejo de la puerta del vestidor. Realmente me pareció muy agradable, incluso pude percibir como el olor a cuero me penetraba por cada poro de mi piel. Pensé que con unas botas de piel estaría más que espectacular. Lo cierto es que con el abrigo abrochado y las botas, no parecía que debajo estuviese completamente desnuda, sin absolutamente nada de ropa. Bien podía llevar una minifalda o short. Las botas me daban un aire de bdsm que todavía me agradaba más. Como si fuese la sumisa de un amo imaginario.
Me miré de nuevo en el espejo, esta vez examinando meticulosamente si podría salir así a la calle,  comprobando una vez más que con la levita abrochada no podía verse nada. Llegué a la conclusión de que no tenía porque levantar sospecha, y comencé a preguntarme si sería capaz de salir sólo con la levita, y las botas a la calle. ¡Dios mío!, creo que me estaba obsesionando con la idea.
Me gustó contemplarme frente al espejo posando en diferentes posturas, como si fuesen las ordenes de ese amo que solo existía en mi calenturienta imaginación.
.-“Te ordeno que te desabroches la levita” imaginaba mi mente, y yo procedía como si fuese la protagonista de una película de Andrew Blake.
Recuerdo que por primera vez sopesé de verdad la posibilidad de salir de esa forma a la calle. Nunca creí que el hecho de exhibirme paseando media desnuda por las calles me estuviese poniendo tan dispuesta a cometer semejante locura.
Quise comprobar por última vez que realmente la levita me cubría el cuerpo lo suficiente como para no llamar la atención, así que me hice unas fotos a mi misma posando frente al espejo del vestidor en medio del pasillo. Como queriendo autoconvencerme. Quise disfrutar del momento. En plan selfie de celebrity. Me gustaba contemplarme a mi misma frente al espejo. Opté por utilizar el temporizador de mi cámara de fotos. Así me daba tiempo a posar entre foto y foto. Tuve que bajar la persiana de la ventana que había enfrente y que daba a un viejo patio, o de lo contrario algún vecino podría sorprenderme. Imaginaba que algún viejo verde me observaba, y a mí me gustaba exhibirme, fantaseando con que alguien me espiaba, imaginaba alguna que otra perversión particular, y un montón de cosas más.
(Podéis ver algunas de las fotos en el blog).
Con cada flash de la cámara me entraban más ganas de salir así vestida a la calle. De nuevo mi imaginación me estaba gastando una mala jugada. Ese amo imaginario me ordenaba una y otra vez que me atreviese a salir así a la calle. Me gustó adquirir el roll de ser mi propia sumisa. A las ordenes de mi imaginación y mi necesidad. Incluso pude notar mis propios fluidos empapando de nuevo mi rasurado coñito. ¡¡Caray que caliente estaba!!.
.-“Lo que pasa es que no te atreves, eres tan puritana y recatada como todas tus amigas del colegio de monjas en el que te educaste. ¡Mojigata!, ¡santurrona! ” me gritaba a mi misma en mi loca cabeza. Ese tipo de adjetivos siempre me han sublevado, aunque fuese yo en persona quien se los repetía una y otra vez mentalmente.
¡¡Ya está!!. Estaba decidida, debía atreverme a salir a la calle. Necesitaba intentarlo. Necesitaba correr el riesgo, acabar con esa obsesión.
.-“Una vuelta a la manzana y regreso” me repetía una y otra vez en la cabeza, al tiempo que me miraba en el espejo.
.-“¿Qué puede pasar?, estás en una ciudad que nadie te conoce” me preguntaba repetidamente. El temor a ser descubierta aún me excitaba más.
.-“Sal a la calle así” me ordenaba mi propio yo más maquiavélico.
Me miré por última vez en el espejo de la habitación justo antes de salir, y armándome de valor me atreví a abrir la puerta del apartamento. Recuerdo que me temblaban las piernas cuando llamé al viejo ascensor del edificio. Por suerte no se oían ruidos de vecinos, y cuando llegó el elevador no había nadie dentro. Pude bajar sola desde mi tercer piso. El olor a madera rancia impregnaba mis sensaciones, mientras mi cabeza no paraba de repetir una y otra vez que eso era una locura. Todos mis temores se cruzaban por mi cabeza sin cesar.
Al salir, nada más abrirse las puertas del ascensor, con los nervios, las prisas,  y la excitación, tuve un encontronazo con Alain, un vecino bastante mayor, jubilado, alrededor los setenta años, y que trataba de entrar en ese momento al elevador. Siempre que me cruzaba con él intercambiaba alguna palabra. Manteníamos pequeñas conversaciones insulsas. Las típicas charlas de ascensor. Le hacía gracia mi acento de española, y siempre me recordaba que le encantaba la costa del sol. Siempre lo sorprendía mirándome el culo o el escote. Esta vez choqué de frente contra él muerta de miedo.
“Pardon, madame” dijo el Sr. Alain sorprendido por mis prisas, mientras se giraba y contemplaba como yo salía despavorida por la puerta del portal sin decirle ni palabra. Seguramente aprovechó para mirarme el culo una vez más.
No me lo podía creer pero estaba en plena calle medio desnuda protegida únicamente por la levita de cuero. Acababa de hacerlo.
.- “Esto es una locura” pensé, pero lo más difícil ya estaba conseguido, y comencé a caminar llena de vergüenza.
Tenía la sensación de que todo el mundo me miraba y deseaba que la tierra se abriese y me tragase allí mismo. Caminaba mirando fijamente al suelo, sin levantar la cabeza para nada. Comencé a sentir frío, mis pezones reaccionaron poniéndose de punta y totalmente sensibles a cualquier roce con el cuero de mi levita, provocando que incluso llegasen a dolerme. No sé cuantos pasos llevaba ya. El frío y la humedad hicieron que al fin me atreviese a levantar la cabeza y mirar a mi alrededor.
Me tranquilicé cuando pude observar que no había nadie en la calle, y me sentí mejor conmigo misma, felicitándome porque había sido capaz de atreverme a cometer semejante disparate. Era como lograr una pequeña victoria. Aminoré el paso y traté de disfrutar el momento. Podía notar el contraste de temperatura en mi piel, entre el frío de la calle y la calentura de mi cuerpo.
A lo que quise darme cuenta había dado la vuelta a la manzana y me encontraba de nuevo en el portal del apartamento. Recordé mi encontronazo con Monsieur Alain al entrar en el ascensor de casa, y una pícara sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro frente al espejo del elevador. Estaba ansiosa por llegar a mi apartamento, necesitaba masturbarme de nuevo.
Nada más entrar al apartamento, me recosté sobre el sofá del cuarto de estar, abrí mi levita de cuero, y observé mis botas de piel enfundando mis piernas. Me acaricié con verdadera urgencia, y enseguida tuve un primer orgasmo, casi antes incluso de penetrarme con mis propios dedos.
No me detuve, continué. Ese primer orgasmo no era suficiente, sabía a poco, muy poco,  quise demorar el momento, esta vez introduciéndome yo misma varios dedos a la vez, y enseguida experimenté otro maravilloso orgasmo. Nunca antes había tenido dos orgasmos tan seguidos. El segundo algo más intenso que el primero. Tras relajarme un poco, continúe acariciándome, casi por acto reflejo, la exigencia corporal estaba remitiendo, al mismo tiempo que aumentaba la necesidad mental.
Mi cabeza no podía dejar de darle vueltas a los sucedido e imaginaba una situación tras otra, a cual más excitante. De repente me sobrevino un brutal orgasmo, y luego otro, y otro, seguidos, encadenando uno tras otro. Era maravilloso, de una intensidad que no recordaba en mi vida. No sé cuánto tiempo estuve gritando y convulsionándome de placer. Al final, caí rendida al instante. Me quedé dormida desnuda sobre el sillón…
Al día siguiente no pude dejar de pensar durante todo el día en el trabajo en lo sucedido en la tarde anterior. Me costó concentrarme. Incluso llegué a imaginarme a mis compañeros franceses desnudos por la oficina y cosas por el estilo. La experiencia de la tarde anterior había sido de lo más excitante, acompañada de lo que posiblemente habría sido mi mejor orgasmo en los últimos meses.
 Con mi marido hacía ya más de un año que no hacía el amor, creo que ni siquiera se fija en mí. Así que necesitaba de nuevas experiencias. Me dije que aquello tenía que repetirlo.
Dicho y hecho, nada más llegar a casa esa tarde me desnudé por completo con la intención de volver a dar un paseo únicamente con mi levita como prenda de vestir. Aún recuerdo la sensación tan excitante de ver caer de nuevo la ropa que llevaba puesta sobre la moqueta del dormitorio. La última prenda de la que me desprendí fueron mis braguitas. Me temblaba todo el cuerpo de los nervios mientras las deslizaba por mis muslos al igual que la tarde anterior. Pude ver que estaban ya manchadas en su parte central de mis propios fluidos. ¡Hay que ver lo caliente que estaba!. Incluso repasé mi pubis rasurado de la tarde anterior. Quería sentirme bien desnudita.
Esta vez, bajo la levita, me puse tan solo unos zapatos de tacón antes de abandonar el apartamento. Necesitaba sentir mis piernas desnudas. Necesitaba exponerme algo más al peligro.
Una vez en el ascensor me aseguré varías veces de que todos los botones de mi abrigo estaban bien abrochados. Pude comprobar en el espejo del elevador que mi respiración era agitada fruto de mi excitación. Estaba temblando hecha un manojo de nervios. No sé porqué me sentía algo más insegura que la otra vez, y eso me excitaba aún más. Tal vez el hecho de no llevar ni tan siquiera medias. Por suerte no me topé con nadie al salir esta vez del ascensor. De ser así, creo que hubiese abandonado.
Me paré por unos momentos en el interior del portal de la casa antes de salir. Miré pegada a la puerta, y advertí que algo de vaho se produjo en los cristales. Estaba ardiendo por dentro, y mi calor empañaba los cristales del portalón. Me felicité porque gracias a dios no se veía gente en la calle. Algo más o menos normal en las afueras de Paris a esas horas. Abrí la puerta y comencé a andar sin rumbo fijo.
No sabía a dónde ir, sólo sabía que esta vez estaba dispuesta a prolongar algo más mi paseo que la tarde anterior, y disfrutar de las sensaciones por más tiempo. Necesitaba demostrarme a mi misma que dominaba mis miedos. De nuevo el frío hizo que mi sangre circulase más deprisa, mis pezones estaban hipersensibles a cualquier roce, y los muslos de mis piernas comenzaban a enrojecerse por el frío. Pensé en regresar al apartamento, cuando me dí cuenta de que había andado verdaderamente despistada, totalmente concentrada en mis pensamientos, no me había dado cuenta de por dónde había comenzado a caminar, y no sabía exactamente dónde me encontraba.
El caso es que estaba en una especie de parque, con zonas ajardinadas y algún que otro banco repartido por los senderos que hacían de paseo. No recordaba haber pasado por esa zona en días anteriores. Tan sólo pude divisar a lo lejos un hombre que paseaba a su perro en una zona con césped.
Por unos momentos no supe que hacer, sopesé la idea de regresar al apartamento, pero por otra parte tenía ganas de continuar con esa locura. De hacerlo realidad, de atreverme y lograr la satisfacción por haber sido capaz de superar mis dudas. Lo cierto es que nunca me había sentido así, tan temerosa y tan caliente al mismo tiempo. Decidí continuar un poco más con mi propio juego.
Caminé despacio hacia el tipo que paseaba el perro sin dejar de mirarlo. El señor estaba en medio del césped mientras el perro deambulaba dando vueltas a su alrededor oliendo el suelo todo el rato. Por la forma de reconocer el terreno y de levantar la pierna para mear en los árboles cercanos, pude ver que se trataba de un pastor alemán macho. El dueño no pareció advertir mi presencia, miraba fijamente como se consumía su cigarrillo bastante pensativo, absorto tal vez en sus problemas cotidianos.
Parecía un señor de unos cincuenta y muchos años, con buena presencia, elegantemente vestido, lo que me relajó un poco. Me gustó observarlo sin que advirtiera mi presencia. ¡Qué pensaría el pobrecillo si supiera que estoy desnuda bajo mi levita!. Me excitaban hasta mis propios pensamientos.
Justo enfrente de él, al otro lado del sendero junto a la hierba, había un banco. Decidí sentarme a observarlo, estaría a unos veinticinco o treinta metros del individuo. El tipo continuaba ensimismado en sus pensamientos con la mirada perdida en su cigarrillo, sin advertir mi presencia.
Llegué a plantearme la posibilidad de exhibirme ante aquel desconocido. La idea de mostrarle mi cuerpo comenzaba a excitarme. Pero… ¿cómo?. Tampoco quería parecer una cualquiera, y mucho menos que avisase a la policía o algo por el estilo.  Aún con todo dudaba de que yo misma fuese capaz de mostrarle alguna parte de mí. Una nueva lucha en mi interior entre la razón y la excitación. De momento me conformaba con permanecer sentada a observar al dueño del perro a unos metros de distancia, y disfrutar de mis pensamientos.
Debió de transcurrir un tiempo en silencio observándolo, preguntándome cosas como si estaría casado, tendría hijos, cómo lo haría con su mujer, si parecía imaginativo, cariñoso, si le gustaba a lo misionero o prefería a lo perrito, si sería fogoso…, y cosas por el estilo, hasta que un mensaje sonó en mi móvil.
El característico sonido del whatssap resonó en medio de aquel  parque, y por primera vez el tipo del perro miró hacia donde yo estaba advirtiendo mi presencia.
.-“Hola cariño. Qué tal estas?” ponía en la pantalla de mi móvil. Era mi marido. Alcé la vista antes de contestar para asegurarme de que el hombre me miraba. Pude comprobar que había fijado su mirada en mí mientras apuraba su cigarrillo.
.-“Estoy bien gracias” escribí en mi móvil, al tiempo que cruzaba las piernas a lo Sharon Stone en instinto básico. Siempre quise hacer lo mismo y esta vez me salió instantáneo, sin pensarlo. Después del cruce de piernas, dejaba ver gran parte de mis desnudos muslos mientras me acomodaba de nuevo en el banco. Además, fue como si el mero hecho de chatear con mi esposo me animase instintivamente a provocar al tipo del perro.
Simulé mirar la pantalla del móvil, pero lo que realmente miraba era la reacción del hombre a lo lejos mostrándole mis piernas de manera tan indecorosa. Creo que el tipo no se creía del todo lo que veía. Incluso se restregó varias veces los ojos no dando crédito a lo que yo le estaba mostrando. Seguramente pensaba que debía llevar medias color carne o algo que él no lograba divisar. Me gustó observar su reacción, me estaba excitando el hecho de exhibirme de esa manera ante ese desconocido mientras chateaba con mi esposo. La situación parecía controlada. Abrí y cerré varias veces las piernas, insinuándole a la vista mi cuidado pubis. El tipo me miraba a intervalos entre calada y calada de su cigarro, como no dando crédito a lo que veía, cosa que me excitaba aún más a mí.
Dios!!, pese al frío de la noche mi cuerpo estaba ardiendo. Hacía un rato que no sonaba el whatssap.
.-“Te hecho mucho de menos” pude leer en la pantalla. Desperté de mi ensimismamiento.
.-“Yo también te echo mucho de menos” me costó teclearle a mi esposo.
Al entretenerme en escribir un mensaje tan largo en la pantalla, no advertí que el tipo, apurando del todo su cigarrillo y pisándolo contra el suelo, comenzó a caminar en la dirección en la que yo me encontraba. Probablemente en dirección a su casa, pero pasando por mi lado, como queriendo comprobar lo que le pareció ver y no acababa de creerse. El perro lo precedía corriendo unos metros delante suyo.
Al ver aquel  pedazo de perro dirigirse en mi dirección a toda prisa, no se me ocurrió otra cosa que cruzar bruscamente las piernas y tratar de cubrirme cuanto pude con la levita. Mi reacción alertó aún más al pastor alemán que corrió hasta donde yo estaba, anunciando mi presencia a su dueño con algún que otro sonoro ladrido. Seguramente reaccionó alertado por la brusquedad de mis movimientos.
El maldito perro comenzó a husmearme nada más alcanzar mi posición, creo que incluso pudo diferenciar el olor de mis fluidos corporales más íntimos. Se le veía algo excitado. Yo trataba de ocultarme agarrada con los brazos cruzados a mi levita. El perro se acercó a olerme varias veces y comenzó a jadear nervioso sacando la lengua.
.-“Calme, ne mordez pas. Est un bon chien” escuché la voz del dueño que se encontraba ahora en píe justo enfrente mío. Su mirada se clavó en mis desnudas piernas, todavía quedaba más de medio muslo sin cubrir por la levita. Yo lo miré en silencio, rezando porque cogiese el maldito chucho y se fuese de allí. Estaba paralizada presa del pánico. La situación se había tornado del todo inesperada. Nunca pensé cuando me senté en el banco, que pudiera entablar contacto con el dueño del perro.
El tipo al ver que no reaccionaba se sentó a mi lado, con su mirada fija en mis piernas desnudas. Yo sólo podía preguntarme una y otra vez en mi mente si se estaría dando cuenta de algo.
.- “Dios mío que se vaya, que se vaya” repetía como un mantra mentalmente en mi cabeza, a la vez que me impedía que pudiese pensar y reaccionar con claridad.
.-“ Est-ce que je peux vous aider? (¿Le puedo ayudar en algo?)” preguntó el tipo pensando que me ocurría algo. Yo cruzando los brazos y mirando hacia otro lado sólo pude decir…
.-“Non, merci” mi acento delató que no era francesa, además al cruzar los brazos por debajo de mis pechos en señal de rechazo, la levita se abrió a la altura de la cintura desnudando aún más si cabe mis piernas ante su atenta mirada. Tapando sólo lo justo, y destacando gran parte de mi muslo en la pierna cruzada de por encima. Antes de que pudiera cubrirme de nuevo, el tipo puso una de sus manos sobre la rodilla de mi pierna cruzada superiormente.
.-“Vous êtes très belle (eres muy hermosa)”  dijo acariciándome la pierna sobre mi piel desnuda. Yo quedé paralizada sin saber cómo reaccionar. Aquello no estaba en mis planes, mientras continuaba bloqueada repitiendo una y otra vez en mi cabeza “que se vaya, por favor dios mío, que se vaya”.
.-“Oh, merci” pronuncié como una chiquilla muerta de miedo. De repente mi particular voyeur había pasado a acosarme, antes de que mi cerebro lograse asimilar el cambio de roll en el juego.
.-“ Je peux vous aider si vous ovules (Yo puedo ayudarte si quieres)” ahora lo miré como asustada a los ojos sin entender lo que quería decir.
.-“ Il peut vous donner de l’argent si vous avez besoin (Te puedo dar dinero si es lo que necesitas) “ fue entonces cuando tuve claras sus intenciones, ¡no me lo podía creer!, ¡me estaba confundiendo con una puta!.
Me quedé aún más perpleja totalmente incrédula a sus palabras. Boquiabierta, y con cara de tonta. El tipo por el contrario aprovechó mi pasividad para deslizar su mano a lo largo de mi pierna tratando de alcanzar mi zona más íntima. Por suerte pude detener su mano aprisionándola entre mis muslos.
Pero para mi desgracia, por el movimiento de mis piernas, la levita se abrió del todo a ambos lados, evidenciando que estaba desnuda, y exhibiendo mi rasurado pubis ante la atenta mirada de ese desconocido. El tipo quedó sorprendido, se le salían los ojos de sus órbitas.
Ahora fui yo quien aprovechó su pasividad para incorporarme, ponerme de pie enfrente suyo y decirle mientras me cubría con la levita lo siguiente:
.-“ Je pense qu’il a error (creo que se equivoca)” pronuncié en mi francés, a la vez que le daba la espalda airada y salía de allí corriendo en dirección a mi apartamento.
.-“Pute, chienne (puta, zorra)” pude escuchar que murmullaba el tipo al tiempo que yo me alejaba.
Corrí cuanto pude directamente a casa colorada por el bochorno que acababa de pasar, muerta de vergüenza, gracias a dios no había nadie más por la calle.
 Llegué con la respiración totalmente entrecortada al portal, recuerdo que abrí la puerta echa un manojo de nervios, me temblaba todo el cuerpo y me costaba atinar con la llave en la cerradura. Una vez crucé el umbral de mi casa cerré de portazo y me apoyé de espaldas contra la puerta respirando aliviada. Dos cosas se repetían una y otra vez en mi mente, una era la palabra “pute”, y la otra la visión de la mano de aquel tipo aprisionada entre mis piernas desnudas mientras sus ojos se clavaban en mi entrepierna. No sé muy bien porqué, pero una vez a salvo, aquellos dos pensamientos repitiéndose una y otra vez en mi mente me mantenían excitadísima al máximo. Dejé caer mi levita al suelo en la misma entrada del apartamento y corrí aún con los zapatos de tacón a tumbarme sobre la cama, dispuesta a acariciarme pensando en cuanto había ocurrido. Nada más explorar mis intimidades pude advertir que estaba ya muy mojadita.
Pronto comencé a acariciarme mi pierna recordando tal y como lo hiciese ese desconocido. Quise recordar cada pequeño detalle. El tacto de su mano en mi piel, el olor a cigarrillo, su mirada profunda y penetrante clavada en mis piernas, pero sobretodo el momento en el que mi levita se abrió de par en par y mi conejito quedó desnudo ante su vista. Estaba claro que durante ese instante el tipo me penetró con la mirada.
.-“Uuuhmm” comencé a gemir a la vez que me acariciaba sin piedad mi clítoris.
Pronto introduje uno de mis dedos en mi interior. ¡¡Dios mío estaba totalmente empapada!!.
Necesitaba más, y más, y mucho más, me urgía de nuevo alcanzar el orgasmo, así que comencé a pellizcarme los pezones. Me dolían debido todavía al frío sobre mi piel, y a la vez era de lo más placentero. Me imaginaba que hubiera podido pasar de permitir que ese hombre continuase acariciándome. Me excitó fantasear con la idea de que me hubiese podido contemplar completamente desnuda en medio de aquel parque. Trataba de recordar una y otra vez el tacto de su mano en mi pierna. Una palabra resonaba en mi mente, que me repetía al mismo ritmo con el que mis propios dedos entraban y salían de mi cuerpo chapoteando:
.-“Pute, pute, puteeeehhhh” me repetí mentalmente a la vez que alcanzaba mi esperado orgasmo, y mi cuerpo se convulsionaba de placer.
Permanecí rendida sobre la cama durante un buen rato tan solo con los zapatos de tacón puestos tratando de recuperarme. Cuando pude tranquilizarme y calmar mis pensamientos, me dí una buena ducha. Al fin y al cabo al día siguiente debía madrugar para acudir al trabajo.
El día se pasó volando, anhelaba todo el rato que llegase la tarde para cometer alguna nueva locura. Era obsesivo, un pensamiento único se repetía en mi mente una y otra vez, y era la idea de pasear medio desnuda por las calles de una ciudad en la que apenas nadie me conocía.
Nada más llegar al apartamento se repitió el ritual de siempre. Llevaba todo el día esperando el momento en el que desnudarme frente al espejo, y observarme tan sólo con la levita de cuero puesta. Esta vez abrí una botella de vino para acompañar el momento. Las escenas de Jean Marie Pape se repetían en mi cabeza. Quise probarme otros abrigos.
.-“Huy no, este no, que es muy corto”, y enseguida me volvía a poner mi levita de cuero. Aprovechaba cada vez que cambiaba de abrigo para dar un largo trago a mi copa de vino.
Había logrado dar grandes pasos, me había atrevido a hacer mucho más de lo que nunca hubiera imaginado, y sin duda había sido lo más excitante en toda mi vida. Me adornaba con algún complemento, tipo pañuelos en el cuello, collares, pulseras, y cosas por el estilo, pero siempre con mis medias y las botas puestas. No sé cuánto tiempo había podido transcurrir contemplándome frente al espejo, el necesario para que terminase la botella de Burdeos.
En medio de mi alegría, me percaté de que todo comenzó por culpa del video de Jean Marie Pape, y que lo que realmente me excitó la primera vez, fué imaginarme al igual que ella medio desnuda en el metro de Paris. Fué como un deja vou en mi mente. Me senté en el viejo butacón y apuré las últimas gotas de mi botella de vino. Recordar las imágenes del video, en que la protagonista viajaba sin ropa por el metro, lograban que me excitase de manera irracional.
Supongo que sería por culpa del vino francés…
.-“Que carajo” me dije a mi misma, y sin pensarlo dos veces cogí las llaves del apartamento, las introduje en mi bolso, y salí de allí dispuesta a hacer realidad mis fantasías. Así que salí prácticamente como estaba, con las medias y las botas, en dirección a la boca del metro más cercana.
Caminé decidida, totalmente envalentonada, seguramente a causa del vino y el exceso. Apenas note frío esta vez, todo lo contrario. Me costó mucho menos de lo imaginado. Una vez en las compuertas de acceso al metro me percaté de que había salido tan deprisa de casa que no había cogido nada más que las llaves. Dentro del bolso apenas llevaba unos pañuelos de papel, un pintalabios que llevaba allí desde no sé cuánto tiempo, unos salva slip, y pocas cosas más.
Por suerte recordé que en uno de los bolsillos de la levita llevaba también un bono del metro que utilicé en los primeros días de visitas por Paris. No llevaba ni cartera ni documentación. Total, no lo necesitaba. Una vez superada la barrera, me dirigí nerviosa al andén sin fijarme muy bien en la línea que cogía.
El tren llegó enseguida, había poca gente, aún estábamos distantes del centro de la ciudad. Me fijé en las personas que estaban dentro del vagón y de cómo estaban situadas. Decidí sentarme en el asiento más cercano a las puertas de acceso. Se trataba de una fila de asientos en dirección paralela a la marcha y me situé en el asiento más pegado a la puerta, dejando el asiento de al lado libre. Al frente, en el otro lado del vagón, había otra hilera de asientos. Estos estaban ocupados por un par de matrimonios de ancianos que se notaba iban todos juntos, por lo que respiré aliviada al comprobar que estaban distraídos hablando de sus cosas entre los cuatro componentes.
Al sentarme mis piernas quedaron al descubierto peligrosamente, y decidí cruzarlas. Por unos momentos recordé la situación en el parque, no podía evitar excitarme al recordar las manos de aquel desconocido del perro manoseando mi pierna. Los pensamientos y el vino me estaban jugando una mala pasada y comenzaba a ponerme caliente. Conforme avanzábamos en paradas hacía el centro de la ciudad subía más gente al vagón. En una de ellas subió un grupo numeroso de jóvenes que ocupó la parte central. Eran adolescentes, y deduje que serían del mismo instituto por la forma de hablar, y porque prefirieron permanecer en pie y hablar entre sí todos con todos que ocupar los asientos.
En la siguiente parada subió un joven con rasgos argelinos que se sentó a mi lado. Olía a sudor. Era un olor fuerte y penetrante. Se notaba que salía de trabajar. Se sentó con las piernas abiertas y las manos apoyadas sobre sus rodillas. Apenas me dedicó una mirada. Luego se ocupó observando a las chiquillas del instituto que chillaban mientras hablaban con sus compañeros. Pero sobretodo se fijaba, en las que llevaban minifalda.
Lo cierto es que mientras permanecía sentada en el trayecto me sentía más segura de mi misma. Hubiese permanecido todo el trayecto ensimismada en mis fantasías, de no ser porque el olor a macho sudado del argelino distraía mis pensamientos. No pude evitar fijarme en el chaval y en sus peculiares rasgos como moro. Bien mirado tenía cierto atractivo. Por un momento me indignó que ni siquiera se hubiese fijado en mi, y que sólo tuviese miradas para las piernas de las jovencitas que ocupaban el pasillo central del vagón.
De vez en cuando se acomodaba el paquete bajo sus jeans mientras repasaba visualmente de arriba abajo a las chiquillas con sus minifaldas. Sus vastos modales se hacían evidentes. Incluso se relamía inconscientemente imaginando yo qué sé que perversión. Advertí como aumentaba el bulto de su entrepierna. Me dió rabia. Me fijé en su mano. Era grande y fuerte. Me pregunté si su miembro sería igual de grande. Los moritos siempre han llevado su fama. Comencé a imaginármelo mientras trataba de adivinar cómo sería su miembro entre los pliegues de su pantalón. Ese era un juego con el que siempre me gustaba distraerme.
Pero su olor. Su olor a sudor me estaba penetrando por cada uno de los poros de mi piel. Lo cierto es que comenzaba a excitarme la situación. Me imaginaba esas firmes y grandes manos del argelino recorriendo mi cuerpo. Una vez más recordé la imagen de la mano del tipo del perro acariciando mi pierna, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordar su tacto en mi piel….uhhhmm, pero que cachonda me ponía al imaginar y recordar que un desconocido acariciase mi pierna.
Decidí descruzar mis piernas buscando el máximo contacto con la pierna más cercana del argelino. Junte mis rodillas y dispuse mi bolso sobre mi regazo, tratando de ocultarme por si pudiera verse algo. En la maniobra, la mano del muchacho que estaba sobre su rodilla próxima a mi posición, quedó atrapada entre su pierna y la mía. Esta vez me miró como comprobando si yo era consciente del contacto que acababa de producirse, y le esquivé la mirada intencionadamente, como haciendo entender que no me daba cuenta de que su mano estaba ahí, en pleno contacto con mi media. Disimulé mirando al infinito.
El muchacho me observó de reojo y movió su dedo meñique buscando acariciar mi pierna sutilmente, como si nada. Uuuffhh!!, como me estaba poniendo.
Yo continué impertérrita mirando al infinito, fingiendo no darme cuenta de sus movimientos. Pero en mi interior trataba de grabar a fuego en mi mente el recuerdo del tacto de su mano sobre mi pierna. Me tuve que contener para no moverme al son de sus caricias, pues estaba como una moto.
El chaval comenzó a ser algo más descarado y simulando masajearse los músculos de su pierna, movió sus manos enérgicamente de abajo arriba a lo largo de su pierna, aunque lo que realmente buscó desde un principio, era el roce del torso de su mano con mi pierna.
Poco a poco sus movimientos se volvieron más suaves, hasta que fue subiendo sus manos lentamente desde su rodilla hasta alcanzar los bolsillos de sus jeans. Concentrándose al igual que yo, en el roce entre el torso de su mano en mis piernas. Una vez con su mano en el bolsillo, y a esa altura, mis medias terminaban desnudando mis muslos bajo la levita. El torso de su mano sobrepaso el límite del borde elástico de lycra entrando en contacto directo con mi piel.
 Se quedó sorprendido y esta vez me miró descaradamente. El tipo sabía que era imposible que yo no me diese cuenta de nuestro roce. Yo disimulaba agarrándome con las dos manos al bolso que reposaba encima de mi regazo, y que ocultaba la maniobra del muchacho en mi pierna del resto de pasajeros. Siempre con la mirada en el infinito, sin dar importancia al contacto entre nuestros cuerpos.
El argelino no tenía intención de retirar su mano para nada, simulaba posar con su pulgar por dentro del bolsillo de su vaquero, mientras buscaba el roce de su piel con la mía. Se notaba que le gustaba lo que acariciaba en la parte alta de mis muslos, incluso buscó descaradamente el final de mis medias para cercionarse de que había sobrepasado el límite de lo decente.
Ahora me miraba fijamente. Me sentí observada, debió apreciar que mi respiración era más agitada de lo que el rostro reflejaba, además yo debía realizar verdaderos esfuerzos para no reflejar el estado de mi calentura. Esta vez buscó osadamente el contacto de su mano con la piel más fina de mis muslos. Deslizó su mano por debajo de la levita acariciándome descaradamente la piel desnuda de mis muslos. Solo pude morderme el labio inferior levemente rezando porque esa tortura tan satisfactoria terminase cuanto antes.
El chico de origen argelino debió percatarse de mi estado, y ante mi impasibilidad movió su mano por debajo de mi levita acariciándome sin pudor ni reparo. Su maniobra continuaba oculta por mi bolso al resto de pasajeros que ocupaban el vagón.
Guauuuh, me hubiese corrido allí mismo de gusto de no ser porque el tren estaba lleno de gente que no se daba ni cuenta de nuestra pequeña aventura. El chaval presionó un par de veces mi pierna entre sus dedos pulgar e índice como cerciorándose definitivamente que era imposible que no me diese cuenta, y asegurándose de que mi mirada al infinito era tan sólo una coartada frente al resto de pasajeros.
Se entretuvo jugando con el borde elástico de lycra de las medias durante un tiempo, y luego subió y bajo levemente un par de veces su mano sobre mi trozo de muslo desnudo entre el final de la media y el comienzo de lo indecente. Creo que descubrió que no llevaba ropa interior siquiera, y de que yo misma era una fuente que no paraba de chorrear. Lo miré de reojo y pude apreciar como con la otra mano se acomodaba su paquete entre la tela de sus jeans. Por fin su erección se debía a mi culpa. Me encontré como más satisfecha conmigo misma.
De repente la voz característica del metro alertó de que estábamos llegando a la parada en Strasbourg. Decidí que era el momento preciso de detener el avance del argelino en sus caricias. Yo ya tenía demasiado que recordar y con lo que fantasear.
Me incorporé súbitamente y me dirigí hacia la puerta con la intención de abandonar el vagón cuanto antes. Le costó tiempo frenar al metro. El tiempo suficiente para que el muchacho se levantase también y se situase justo detrás de mí ante la puerta. Con el frenazo final el argelino aprovechó para refrotarme su miembro por todo mi culo.
¡¡¡Dios mío!!  pude notar su polla clavada entre mis cachetes, desde luego el argelino llevaba un empalme considerable, se la había puesto bien dura. Me pareció dotado de enormes proporciones mientras notaba su miembro aplastado contra mi trasero.
Las puertas se abrieron, todo el mundo salió y entró. Todo el mundo excepto yo y el muchacho argelino, de hecho hice el ademán de comenzar a caminar pero me frené en seco. Todo con la intención de que inevitablemente el muchacho argelino me envistiese por detrás y sentir como su miembro se clavaba una vez más en mi culo. Incluso puse mi culo en pompa para notarle mejor. El moro enseguida se dió cuenta de mis intenciones. Sabía perfectamente que yo era una hembra en celo en esos momentos. Ahora fue él quien permanecía quieto, y era yo la que buscaba refrotar mi culo por todo su miembro, en una actitud totalmente vergonzante para mí en otras circunstancias  Su mano se agarraba por encima de nuestras cabezas a la barra del vagón rozándose con la mía, y tenía su aliento clavado en mi nuca. La gente terminó de entrar al vagón.
Ambos estábamos aprisionados entre el resto de pasajeros. Yo cerraba los ojos tratando de concentrarme en su olor a sudor y en comprobar  el tamaño de su miembro con mi culo. Era yo quien le daba pequeñas nalgadas hacia tras provocándole  tremendísima erección que podía sentir entre mis cachetes. Incluso el tipo se apartó levemente hacia atrás en varias ocasiones relamiéndose y regocijándose por mi estado de emputecimiento.
De repente pude notar su mano apretando con fuerza una de mis nalgas por encima de la levita. Quise voltearme pero la aglomeración de gente en el vagón me lo impedía. Tan solo pude girar la cabeza por encima del hombro para lanzarle una mirada recriminándole su osadía. Su maniobra me parecía demasiado descarada. Pero a pesar de mi enfado, el chico me devolvió una sonrisa al tiempo que me apretaba aún más mi culo con su mano.
Volví a darle la espalda, esta vez con la intención de salir en la próxima parada. Durante medio minuto estuvo tocándome el culo a su antojo mientras yo perdía la mirada por la ventanilla del tren tratando de disimular. Su mano se dirigió lenta y firmemente hasta el final de mi levita. Una vez alcanzó el extremo de mi abrigo, introdujo su mano en el interior y comenzó un ascenso  rápido, acariciando la parte trasera de mis muslos, directo hasta alcanzar su único propósito: mi culo. En su maniobra mi levita subió arrugándose y desnudando mis cachetes en medio de la gente. Yo trataba de bajarla disimuladamente para que no se pudiese ver nada. Pero las caricias del morito manoseándome el culo apretujados entre la gente lo impedía. Miré a uno y otro lado, y para mi suerte la gente parecía no darse cuenta de nuestro juego. Le gustó acariciar sobretodo la zona donde terminan las piernas y comienzan las nalgas.
Me dió un tímido pellizco que me hizo daño. Dí un respingo por el dolor. De nuevo me giré para recriminarle con la mirada su acción, y de nuevo me devolvió una sonrisa impermutable en su rostro. Pude apreciar que se estaba acariciando el paquete con la otra mano. No se conformó con manosear a su antojo mi culo, quiso explorar otras zonas. Sin dejar de acariciar la piel de mi culo, deslizó su mano hacia delante queriendo alcanzar mi entrepierna. Logró deslizar su mano desde mi vientre hasta el interior de mis muslos, acariciándome de pasada por encima de mi pubis, y comprobando que no llevaba ropa interior, ni había apreciado pelo alguno en su recorrido. Creo que estaba tan encelado que tenía la clara intención de hacerme un dedo allí mismo.
Por suerte el tren llegó a su parada y las puertas se abrieron de golpe, logré aprovechar la confusión y el barullo de gente para tratar de perderlo de vista. Subí a toda prisa por las escaleras mecánicas, una vez en lo alto pude girarme y ver que trataba de seguirme, aunque el tumulto de gente se lo dificultaba.
 La situación ya no me gustaba, debería saber que nuestro jueguecito había terminado, decidí perderlo en el nudo de líneas, intencionadamente volví a bajar a la misma línea y en la misma dirección en la que me había salido. Ahora no había nadie en el andén. Me dirigí lo más al fondo posible tratando de esconderme, pues había una columna al final del andén tras la que me sentí relativamente protegida.
Para mi sorpresa pude ver como al otro lado de las vías, en el andén de enfrente, bajaba por las escaleras mi acosador.  Se quedó totalmente perplejo al verme del otro lado. Miró a ambos lados buscando una forma de saltar las vías, pero era imposible, no había manera. Yo respiré aliviada. Una voz avisó por los altavoces que el metro de mi andén llegaría en dos minutos. Decidí cometer una última locura, y sin dejar de mirar al muchacho de rasgos argelinos al otro lado de la vía, comencé a desabrocharme los botones de mi levita. El chico me miraba expectante. En un abrir y cerrar de ojos separé las solapas de mi levita de par en par mostrándole al muchacho mi cuerpo totalmente desnudo. Me dió tiempo de lanzarle un besito desde la palma de mi mano, mientras mi levita permanecía abierta de par en par exhibiéndole mi cuerpo. Pude comprobar cómo se acariciaba el paquete por encima del pantalón al otro lado de las vías y me hacía gestos obscenos. Luego le dediqué una peineta, y me cubrí de nuevo con la levita justo antes de que el gentío procedente de otra línea, comenzase a llegar al final del andén y sobrepasar el espacio tras la columna que me ocultaba.
Enseguida llegó mi metro. Bajé en la próxima parada y repasé la combinación de líneas que tenía para regresar a mi apartamento. Podía volver sin tener que pasar de nuevo por la estación anterior, lo malo es que la ruta alternativa era por otra línea que me dejaba relativamente distante de mi apartamento. Preferí esta segunda opción de retornar dando un paseo andando, que volver a pasar por dónde había venido, y enfrentarme a tener que topar de nuevo con el muchacho argelino. Así que poco a poco las paradas y los intercambios de línea se fueron sucediendo.
Siempre miraba a uno y otro lado temerosa de que el argelino hubiera podido seguirme. Tenía un no sé qué metido en el cuerpo que me hacía presagiar que el muchacho no se habría dado por vencido tan fácilmente. De esta forma, parada a parada, el tiempo se me pasó volando. Por suerte, conforme me alejaba del centro de la ciudad, el número de gente en el interior de los vagones era menor, y por algún extraño motivo me sentía más segura.
Al fin alcancé la parada objeto de mi destino. Respiré aliviada mientras subía las escaleras del metro. Me volteé en una última mirada para asegurarme de que definitivamente  nadie me seguía. Gracias a dios que me giré guiada por mi sexto sentido, o por mi  instinto de mujer. El caso es que pude divisar a lo lejos como mi perseguidor saltaba los controles de acceso con una agilidad espantosa y corría en mi dirección.
.-“Oh!!!, nooOOO!!!, mier…, no puede ser cierto” pensé al tiempo que corría hacia la calle.
Nada más salir despavorida de la boca del metro, me llamó la atención una jovencita que se encontraba abandonando un taxi en medio de la calle. Pensé que podía ser mi salvación, y antes de que la chiquilla cerrase la puerta del coche me introduje en el interior del vehículo, cerrando desesperadamente tras ocupar el asiento trasero y dando un portazo. Mi maniobra sorprendió al conductor, que me miró extrañado por el retrovisor mientras trataba de contar y ordenar los cambios que le había dado su clienta anterior. Me desesperó su lentitud. Luego me preguntó en un riguroso francés a dónde íbamos.
.-“Rapide, a Avenue a Saint Fiacre, de Saint Germain en Laye,  s’il vous plait” dije nada más subir al taxi. Y nada más pronunciar la dirección de mi apartamento, giré la cabeza para mirar por la ventanilla y comprobar cómo el muchacho argelino lograba alcanzar el vehículo. Justo en el momento en el que el taxi se puso en marcha, mi perseguidor golpeó un par de veces contra el cristal de mi ventanilla mientras gritaba:
.-“Salope, salope” (puta, puta) dijo un par de veces antes de que el taxi se alejase definitivamente.
.-“ Est quelque chose de mal? (¿Ocurre algo?)” preguntó el chófer al tiempo que me miraba de nuevo a través del retrovisor.
.-“ Non, je ne sais pas si vous pouvez aller à cet homme.( No, no sé que le podía pasar a ese hombre.)” mi pronunciación no fué nada correcta dado mi estado de nerviosismo por la situación, lo que provocó una mueca de desaprobación en el rostro del conductor.
El taxista frunció el ceño mientras me observaba detenidamente por el retrovisor. Probablemente pensó que le estaba mintiendo. Lo que estaba claro es que me estaba juzgando. Seguramente mi acento de extranjera, y mis explicaciones con tono jadeante de la carrerita, no debieron convencerlo. Era evidente que me miraba todo el rato por el retrovisor mientras trataba de adivinar de dónde provenía, y a qué venía todo ese jaleo.
.-“ Ne soyez pas l’espagnol?? (¿No será usted española?)” preguntó el taxista a través del espejo.
.-“Ouais, pourquoi ne demandez-vous?Sí, ¿por qué lo pregunta?)” dije cruzando nuestras miradas a través del retrovisor.
Por su cara y sus gestos manifestó claramente que no le agradaba en absoluto la situación.
.-“ Je parle un peu de leur langue  (Yo hablo un poco su idioma)” dijo captando mi atención.
.-“Me alegro mucho. ¿Cómo lo aprendió?” le pregunté en español pensando que quería practicar el idioma.
.-“Estuve un tiempo trabajando en la España” dijo con su peculiar acento francés. Yo lo miré preguntándome que podía haber sucedido.
.-“Incluso me casé” dijo en un tono ciertamente desconcertante para mí. No sabía si estaba enfadado por algo o simplemente es que era así. El caso es que me llamaron la atención sus palabras.
.-“¿Qué paso?” le pregunté movida por la curiosidad.
.-“Un día regresé antes a casa del trabajo porque me encontraba mal, y al regresar sorprendí a mi mujer en la cama con otro” pronunció con su particular entonación, y mirándome muy serio por el retrovisor.
.-“Ohps, lo siento” pronuncié con cierta lástima por mi parte.
Yo no supe que decir. Sin duda entendía su malestar y prejuicio para conmigo. Opté por guardar silencio y mirar a mi alrededor. Pude fijarme entonces en los detalles del taxi y su conductor.
El chófer se trataba de un señor mayor, a punto de jubilarse diría yo, entorno a los sesenta y tantos años de edad. Tenía algo de calva en su coronilla, el pelo canoso a los lados, las cejas pobladas, y muchas arrugas en su rostro. Su barriga era prominente, se notaba que pasaba muchas horas en el taxi. El vehículo estaba tan desordenado como el aspecto de su dueño. Olía a una mezcla entre tabaco y polvo. No pude ver ningún ambientador por ninguna parte. Desde luego, no me extrañó que su ex mujer lo dejase por otro más ordenado y limpio. Cautivo mi atención el palillo que mordisqueaba entre sus amarillentos dientes. Era todo una malabarista, su visión moviéndolo a un lado y a otro de su boca  llegó a ser algo hipnótica para mí. Traté de desviar mi atención y tratar de fijarme en otros puntos. Estuve un rato mirando por la ventanilla, en silencio, sin decir nada.
Hasta un momento en el que no sé porqué me fijé en sus manos. Seguramente me llamaron la atención en algún cambio de marcha. Eran unas manos fuertes, grandes y algo callosas, justo como a mí me gustan. Tal vez porque estábamos llegando a casa y me sentía más tranquila conmigo misma, comencé a imaginarme esas manos acariciando mis piernas. Y es que mi loca cabecita no tiene remedio, ya estaba fantaseando otra vez. Si ese malhumorado y despechado hombretón supiese que voy desnuda bajo mi levita, seguramente se abalanzaría a devorarme.
Por un momento imaginé la posibilidad de que sus dedazos recorriesen mis piernas. Los dedos de sus manos eran tan regordetes como su cuerpo. Se veían unas manos fuertes y peludas. Uhfff, me estaba poniendo otra vez como una moto, creo que lo que necesitaba era llegar a mi apartamento y aliviar mi tensión acumulada de una vez por todas.
Durante mis pensamientos tuve que cruzar y descruzar un par de veces mis piernas presa de mi calentura, y claro está, el conductor no se perdió detalle alguno vigilante siempre a mis movimientos. La última vez que cruzamos nuestras miradas por el espejo retrovisor lo sorprendí tratando de apreciar algún detalle más allá de mis piernas. Así que volví a perder mi vista por la ventanilla.
A través del cristal se sucedieron las calles y luces de la ciudad, reconocí la salida de la periférica del centro de Paris por Le Port Marly, y contemplé cómo subía la cuesta que rodeaba el Château de Monte Cristo. Me alegré porque estábamos llegando a nuestro destino.
.-“ Quel numéro je pars, mademoiselle?( ¿En qué número la dejo, señorita?)” el taxista interrumpió  el silencio reinante entre ambos . A mí me pilló distraída en mis pensamientos y algo sorprendida.
.-“ Oh, es junto a la Rue de la Justice” Respondí en una mezcla entre español y francés. Un nuevo carraspeo de desaprobación se escuchó de la garganta del conductor. Traté de desviar la mirada del espejo intimidada una vez más por su repaso visual.
Enseguida llegamos a nuestro destino. El taxista detuvo el vehículo antes de que le hiciese ninguna indicación. Se ladeó en una zona de grava bajo unos árboles, se trataba de un espacio reservado para los contenedores de basura de los vecinos. Era la única zona dónde podía detener el coche sin entorpecer la circulación a otros vehículos en medio de la calzada.
.-“ Nous sommes venus (Hemos llegado)” dijo al tiempo que paraba el contador dando por finalizada la carrera y me observaba de nuevo a través del retrovisor.
En esos momentos recordé que había salido sin efectivo de casa, y traté de encontrar las palabras  adecuadas con las que explicarle a ese hombre que debía esperar mientras subía a casa por dinero.
.-“ Ils sont  cinquante-cinq ans avec trente-sept cents (Son 55 euros con 37 céntimos)” indicó señalando el contador con nerviosismo dada mi pasividad, y observando atentamente mi reacción.
Supe por su gesticulación que había algo por lo que ansiaba cobrar con prisa. Sentí desilusionarlo, y traté de contrarrestarlo siendo muy amable con él.
.-“Je crains que je n’ai pas assez d’argent. Je vous prie de bien vouloir attendre pour moi de venir jusqu’à mon appartement et le dos de l’argent. ( Me temo que no llevo el dinero suficiente encima. Le ruego que sea tan amable de esperarme a que suba a mi apartamento y regrese con el efectivo)” dije al tiempo que trataba de salir del vehículo.
Pero el sonido del cierre centralizado impidió que pudiese ni tan siquiera abrir la puerta.
.-“¿Qué ocurre?” pregunté algo sorprendida al verme de repente con las puertas bloqueadas y sin poder bajar del coche.
.-“ Ainsi personne ne bouge jusqu’à ce que j’ai payé pour le voyage. (De aquí no se mueve nadie hasta que me hayas pagado el viaje)” dijo el taxista algo malhumorado alzando el cuello para mirarme a través del retrovisor.
.-“Ya se lo he dicho, no llevo dinero encima” dije algo nerviosa por su comportamiento.
.-“ Malédiction, est la troisième course, je ne fais pas cette semaine (Maldición, es la tercera carrera que no me pagan en esta semana)” murmuró enfadado maldiciendo su mala suerte, y me miró nuevamente por el retrovisor con cara de pocos amigos. Tras observarme detenidamente por unos instantes dijo:
.-“Está bien, sube a tu casa por mi dinero, pero déjame esa levita de cuero que llevas en prenda para asegurarme de que regresas, seguro que cuesta algo más de lo que me debes” dijo sin apartar la mirada ni un segundo del retrovisor.
Pudo comprobar que me ponía nerviosa tras escuchar sus palabras. Yo no encontraba los argumentos con que explicarle toda aquella locura. Mi demora en cumplir la petición, lograron poner aún más nervioso al taxista.
.-“¿Qué ocurre?” preguntó alzando la voz.
Yo continuaba callada sin saber por dónde comenzar a exponerle la situación, lo único que tenía claro es que no podía dejarle mi levita como señal, me quedaría totalmente desnuda.
.-“No tienes ninguna intención de pagarme, ¿eh?” dijo al tiempo que se agachaba a coger no sé que de debajo de su asiento con gestos algo intimidatorios para mí.
.-“No, no es eso, el caso es que yo…” no encontraba la forma de explicárselo.
.-“Vamos, dime” ordenó el abuelo quitándose el palillo de su boca.
.-“No puedo prestarle mi levita porque debajo no llevo nada de ropa” pronuncié avergonzada con la cabeza baja y la mirada perdida en la moqueta del suelo del coche.
.-“¿Cómo?” preguntó incrédulo el taxista. Yo no sabía qué más podía decir, ni qué tipo de explicaciones podía darle a aquel hombre que me observaba atónito al otro lado del retrovisor.
.-“Por favor, déjeme subir a casa por dinero y regreso enseguida, se lo prometo” le dije esta vez en tono suplicante, totalmente desesperada.
.-“Es la excusa más ridícula que he escuchado nunca, si no me pagas llamaré a la gendarmería” pronunció al tiempo que estiraba la mano para alcanzar la emisora de radio.
.-“No por favor, no haga eso, es verdad, ¡¡se lo juro!!” dije esta vez totalmente desesperada y prácticamente entre sollozos. El tipo me miró incisivamente de nuevo a través del espejo retrovisor.
.- “Demuéstrame que es verdad lo que dices” dijo expectante a mi reacción alzando la cabeza para verme mejor a través del espejo.
Sentí rabia al escuchar sus palabras. Estaba claro que aquel tipo no me iba a dejar marchar. Por alguna razón que no lograba entender se mostraba totalmente desconfiado de que regresase con su dinero. No daba la impresión de que se creyese ninguna de mis palabras, y de creérselas, estaba claro que tenía la intención de aprovecharse.
Llegados a ese punto supongo que no tenía otra alternativa para convencerlo que mostrarle mi desnudez. Dudé. Por supuesto que dudé, y mucho. Dudaba si debía hacerlo o no.
Pensaba en si podía haber otra salida, otra solución, pero si la había, yo no la encontraba. Aquel señor mayor, calvo, gordinflón, y dejado, se estaba aprovechando. Pero… ¿cómo podía salir del lio en el que me había metido?.
Quise pensar que si me atrevía de algún modo a mostrarle mis pechos, se daría cuenta de que le decía la verdad y me dejaría subir a casa a por el maldito dinero. Era la única esperanza que tenía. Ese pensamiento era mi único consuelo. Me aferré a esa idea para armarme de valor y plantearme seriamente la posibilidad de mostrarle mi cuerpo.
Resoplé. Me atreví a mirarlo desafiante a través del espejo retrovisor, al mismo tiempo que comenzaba a desabrocharme los botones de mi levita por la parte superior.  Desde luego que me veía capaz de salir airosa de esa situación, y acepté el desafío.
A partir de ese momento, fue como si el tiempo transcurriese a cámara lenta. Nuestras miradas se cruzaban por el retrovisor en un duelo entre mi orgullo y su deseo. Tuve que contemplar como el tipo se mojaba expectante los labios con la lengua. Las manos me temblaban, entorpeciendo mis movimientos y retrasando el momento. De alguna forma alentaba la expectación del taxista que comenzaba a creerse su suerte.
Una vez  desabotoné los cuatro botones superiores de mi levita, retiré las solapas y le mostré mis pechos desnudos ante su atenta mirada. Sus ojos se abrieron como platos y la boca se le abrió cayéndosele la baba de la sorpresa. Casi se le sale la dentadura postiza.
.-“Vé, ya se lo dije, no llevo nada de ropa debajo”, dije al tiempo que me cubría de nuevo los pechos avergonzada ante su atenta mirada.
Un silencio se hizo dentro del coche…
.-“Joder, es verdad” musitó el anciano sorprendido.
.-“Por favor, abra el coche, déjeme marchar” le supliqué mientras trataba de abotonarme de nuevo la levita.
.-“No te cubras aún, quiero verlos otra vez” ordenó haciendo caso omiso a mis súplicas.
.-“No por favor, no me pida eso, me da mucha vergüenza, le prometo que regresaré con su dinero” dije tratando de convencerlo.
.-“Vamos mujer, no seas así. Si ya los he visto, ¿por qué no me los enseñas otra vez?” dijo poniendo carita de niño bueno ansioso porque accediese de nuevo a su petición.
.-“No por favor” le repetí al tiempo que comprobaba que me encontraba encerrada en el coche, tratando de abrir repetidas veces la manivela de la puerta.
.-“Vamos, sólo un poquito más. Hace tiempo que no veo unos pechos así. Sabes…, me han parecido muy bonitos. Venga mujer, una vez más y te dejo salir” dijo el taxista tratando de mostrar confianza entre ambos.
Dejé de tratar de abrir inútilmente la puerta del coche y me detuve a mirarlo sopesando sus últimas palabras. De nuevo un duelo de miradas a través del retrovisor. No sé porqué lo hice, sabía que no estaba siendo sincero conmigo y que trataba de engañarme, pero en cierto modo me dio lástima.
.-“¿Luego me dejará marchar?” le pregunté a pesar de que temía que me mintiese en su respuesta.
.-“Pues claro mujer” dijo tratando de aparentar ser un honorable ancianito.
Yo procedí a tirar de nuevo de las solapas de mi levita hacia los lados, mostrándole mis pechos por segunda vez. De nuevo bajé la mirada al suelo, y  conté mentalmente el tiempo que transcurría tratando de no pensar en otra cosa para pasar de forma tan absurda el mal rato.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… pero el tipo no decía nada.
Doce, trece, catorce, quince… ¿hasta cuando pretendía que estuviese así?, me preguntaba inquieta sin apartar la mirada de la moqueta del suelo.
.-“¿Dijiste antes que no llevabas nada de ropa debajo?” interrumpió el anciano el  silencio entre ambos.
.-“¿Cómo?” le pregunté sorprendida por sus palabras alzando la vista para retarlo de nuevo con la mirada a través del retrovisor. Quise pensar que mi fulminante mirada sería lo suficientemente disuasoria, como para que no se atreviese a proponerme ninguna barbaridad.
.-“Quiero saber a qué te referías con eso de nada de ropa debajo” dijo ahora algo más claro y en tono desafiante, para que lo entendiese bien.
.-“No me lo puedo creer, ¿qué es lo que quiere saber?” gesticulé exagerando mis movimientos malhumorada por sus intenciones.
.-“Pues no sé…”, dijo ahora algo titubeante “¿me preguntaba por el tipo de braguitas que podías llevar puestas, por ejemplo” dijo con ganas por salirse con la suya.
Yo lo miré airada. No daba crédito a lo que me estaba proponiendo, el tío quería verme desnuda. Seguramente estaba excitado tan sólo de ver mis pechos y quería más. Por un momento me auto culpé al pensar que mis cruces de piernas durante el trayecto alentaron su curiosidad.
.-“No llevo bragas” solté por mi boca sin pensarlo dos veces presa de mi mal humor.
.-“ Oh, mon dieu!” musitó el ancianito, “no me lo creo” dijo esta vez en español con su peculiar acento francés.
Ahora era yo quien lo miraba alucinada, negando a un lado y a otro con la cabeza, y tratando de resignarme al hecho de que aquel viejo gordinflón, no me dejaría salir de su taxi hasta que le mostrase mi cuerpo desnudo.
.-“Vamos mujer, alegra la noche a este viejo taxista” trató de convencerme otra vez, poniendo carita de niño bueno.
.-“Si lo hago, …,¿me dejará marchar?” le pregunté tratando de creer que esta vez sí decía la verdad y se quedaría conforme definitivamente.
El asintió con la cabeza un par de veces.
Desde luego, debía hacer algo para salir de allí, y por más que trataba de encontrar una salida, no se me ocurría otra forma que no fuese cumplir con sus malditos deseos.
.-“Vamos Sara” pensé, “lo que tengas que hacer hazlo rápido. Total es un anciano, ¿no lo ves?, ¿qué puede pasar?” pensaba para mis adentros, y comencé a desabotonarme la levita por completo.
No pude evitar fijar de nuevo la mirada en el suelo, mientras abría mi levita de par en par en el asiento trasero, para que ese desconocido conductor pudiese contemplarme completamente desnuda. Incluso me incorporé del asiento levantándome levemente para retirar mi levita y arrugarla a mi espalda.
Una vez expuesta a sus miradas, casi por acto reflejo me tapé mi depilado pubis con las manos, mientras juntaba mis rodillas todo lo que podía muerta de vergüenza. Un calor sofocante en mi cuerpo hizo que mi cara comenzase a enrojecerse.
.-“Caray, era verdad, vas desnuda” dijo el taxista al tiempo que comenzaba a acariciarse disimuladamente por encima del pantalón mientras me miraba por el retrovisor.
Yo permanecía inmóvil muerta de vergüenza. Lo que estaba sucediendo no entraba en mis planes, ni tan siquiera hubiera imaginado nada por el estilo. Durante esos momentos, alzaba mi vista el tiempo justo para verificar como aumentaba el bulto de su pantalón, y luego volvía a fijar mi mirada en la moqueta del suelo del coche. Dios mío aquello era…, no sabía que pensar.
Por una parte me parecía repugnante que aquel anciano se estuviese acariciando sus partes mientras me observaba desnuda, aunque fuese por encima del pantalón. Y por otra parte….tenía que reconocer que había algo de morbo en todo eso. No quería admitirlo. No quería ni pensar en la idea de que la situación pudiera agradarme lo más mínimo, aunque…, aunque mi cuerpo reaccionara de forma distinta a mis pensamientos.
Aquello era repugnante y ya está. No sé cuánto tiempo transcurriría, me pareció una eternidad, hasta que escuché al abuelo decir:
.-“¿Porqué no abres un poquito más las piernas para que pueda verte mejor?” dijo al tiempo que se volteaba sobre su asiento, y trataba de separar mis rodillas con sus manos, a través del reposabrazos que separa los asientos delanteros. Lo intentaba pero yo me resistía.
.-“No por favor se lo ruego, me da mucha vergüenza. Ya es suficiente, por favor déjeme marchar” le supliqué mientras apartaba su mano de mis piernas, y juntaba con toda la fuerza con la que podía mis rodillas.
.-“Vamos mujer, si ya te he visto que vas desnuda, tan sólo quiero verte mejor y lo dejamos” dijo tratando de separar de nuevo mis rodillas con sus manos por el hueco de entre los asientos delanteros. El pequeño forcejeo que nos traíamos entre manos no me agradaba en absoluto.
.-“Esta bien” le dije “pero a condición de que no me toque” le propuse tratando de evitar el contacto de sus manos. El tipo detuvo su maniobra y acomodándose de nuevo sobre su asiento dijo:
.-“Très bien” pronunció al tiempo que reajustaba el espejo retrovisor para verme mejor las piernas y mi zona más íntima.
Yo separé mis piernas, obedeciendo a su petición. Tampoco mucho. Pero lo que sí es que mi rasurado pubis quedó suficientemente expuesto ante sus miradas lascivas. Continuaba muerta de vergüenza, por lo que inevitablemente cerré los ojos tratando de ausentarme mentalmente de aquella situación tan embarazosa. Lo último que pude ver del taxista era como se relamía los labios con su asquerosa lengua, mientras se acariciaba su miembro con total descaro. Era como si mi recato aún lo excitase más. Mientras tenía los ojos cerrados solo podía pensar en dos cosas, que aquel tipo se estaba acariciando su miembro mientras me observaba por el retrovisor, y en que todo eso acabase cuanto antes.
.-“¿Por qué no te acaricias los pechos un poco para mí?” propuso como si fuese la cosa más natural del mundo. De nuevo lo miré airada por su osadía.
“¡Acaso no tenía suficiente con verme desnuda!” pensé para mi, “¿Acaso pretende que le dé un espectáculo?”,me preguntaba yo misma.
Opté por no llevarle la contraria, ni hacer ninguna pregunta. Me concentré en la forma de conseguir que todo eso terminase de una maldita vez. Así que torpemente, me pasé las manos por encima de mis pechos. Más con la intención de cubrirme, que de montarle un espectáculo al viejo baboso. Trataba de evadirme cerrando los ojos con fuerza, tratando de pasar como fuese el bochorno y la vergüenza a la que estaba siendo sometida.
De repente pude escuchar cómo se abría la puerta del conductor y se cerraba en tan solo  un instante, prácticamente a la vez que se abría la puerta de mi izquierda y se acomodaba el taxista a mi lado en el asiento trasero. Yo lo miré aterrorizada.
.-“¿Pero qué hace?” le espeté indignada por su maniobra cubriéndome el cuerpo con mis propias manos.
.-“Sssscht” el taxista me hizo gestos para que no me alarmase y me tranquilizase.
.-“Tan solo quería verte más de cerca” dijo sin darme ninguna otra opción, “por qué no continuas, lo estabas haciendo muy bien” pronunció mientras terminaba de acomodarse a mi lado.
.-“Yoooo…, estooo, creo que deberíamos dejarlo. Debería subir por su dinero.” dije temerosa por su presencia a mi lado.
.-“Olvídate del dinero, yo estaba pensando en otra forma de solucionar esto ahora” dijo haciendo caso omiso a mis palabras, y posando su mano en mi rodilla.
Yo me quedé paralizada al notar el contacto de su mano en mi pierna. Era tal y como había imaginado en tantas ocasiones en los últimos días. En mis fantasías visionaba continuamente la imagen de unas manos grandes, fuertes, y callosas recorriendo mis suaves piernas. En esos momentos temí porque mi cuerpo se descontrolase. Mi respiración comenzó a agitarse notablemente. Mis pechos subían y bajaban al mismo ritmo con el que el aire penetraba en mi cuerpo. Y lo peor es que cada vez necesitaba tomar más y más aire, por lo que el movimiento de mis pechos comenzó a ser más que evidente. El tipo se dio perfectamente cuenta de mi reacción. Una sonrisa saboreando su particular victoria se dibujó en su cara.
Yo permanecí impertérrita a sus caricias. El viejo taxista observándome se atrevió a subir su mano acariciando mi pierna, aventurándose a comprobar la suavidad de mis muslos.
.-“¿Era verdad, no?, lo que dijo ese chaval al subirte al coche, ¿era verdad?” preguntó al tiempo que me miraba a los ojos.
Yo tuve que apartar mi mirada de su mano deslizándose por mi pierna para contestarle mirándolo a la cara.
.-“¿El qué?”pregunté como una tonta sin saber a qué se refería.
.-“¿Era cierto, verdad?, ¿eres una puta?” preguntó mirándome a los ojos mientras su mano trataba de alcanzar lo indecente. Tuve que aprisionar su mano entre mis muslos para detener su avance.
.-“¡Noooh!” exclamé sorprendida por sus conclusiones mientras la palabra “puta” resonaba desde su boca en mi mente una y otra vez.
.-“Vamos, no trates de engañarme” dijo el anciano ahora con cierto tono paternalista, “¿cuánto le cobraste al morito?” preguntó haciendo referencia al muchacho que golpeó los cristales del taxi.
.-“Yooo, no…, no….no es lo que cree” trataba de encontrar la manera de convencerlo de lo contrario, pero tan solo lograba titubear.
.-“¡Vé!, soy una mujer casada” dije alzando mi mano entre ambos para mostrarle la alianza que relucía sobre mi dedo anular de la mano izquierda.
El hombre se quedó pensativo mirando por unos instantes mi anillo de compromiso que brillaba entre mis dedos. Aquello no le había encajado. Me alegré al suponer que podría hacerlo entrar en razón.
Pero para mi sorpresa el viejo cogió mi mano con la suya y la guió hasta posarla sobre su regazo, a la altura de su miembro por encima del pantalón.
.-“Mira como me tienes” pronunció el muy cerdo.
Yo  retiré mi mano nada más notar el contacto, haciendo evidente mi repulsa por lo que acaba de hacer.
.-“Oiga yo no…” dije tratando de recuperar el roll de una mujer decentemente casada.
Pero el viejo, sin ningún tipo de reparo mientras yo trataba de excusarme, se incorporó un poco sobre el asiento trasero a mi lado, y procedió a bajarse la cremallera del pantalón. Rebuscó con su mano entre su ropa interior  hasta extraer su miembro, que lució orgulloso para mi total sorpresa.
.-“¿Por qué no la acaricias un poco?” dijo sacudiéndose su miembro ante mi incrédula mirada por lo que acababa de hacer.
.-“¡Pero que hace, guarde eso!, se confunde,  ¡ya se lo dije!, soy una mujer casada” dije haciéndome la recatada sin dejar de mirar estupefacta como el anciano se meneaba su verga ante mis ojos.
Pude fijarme bien. Mostró un miembro semiflácido, rodeado de un pelo blanquecino descuidado. Pero sobretodo un olor nauseabundo que enseguida inundó todo el aire del coche. Para mí era algo totalmente esperpéntico, y sin embargo por alguna extraña razón no podía evitar fijarme en su miembro.
.-“¿Te gusta, eh?” dijo acompañando mis ojos al tiempo que se la sacudía nuevamente ante mi atenta mirada. Esta vez lo observaba como hipnotizada. Estaba totalmente desconcertada por lo que estaba pasando.
.-“Vamos, no irás a decirme ahora que no quieres trabajar para mí” dijo sin hacer ningún tipo de caso a mis explicaciones, al tiempo que acariciaba de nuevo mi pierna a la altura de la rodilla.
Me dio reparo al pensar  que la misma mano con la que se había sacudido hacía unos instantes su sucia polla, me estaba acariciando ahora mi pierna. Aunque por otra parte…, por otra parte debía reconocer que llevaba fantaseando con algo como eso desde hacía unos días.
.-“Estoooh…, es que se confunde señor, yo no soy una cualquiera” dije al tiempo que trataba de apartarle su sucia mano de mi pierna y fingir de nuevo mi papel de esposa recatada.
.-“Ya, eso lo dicen todas para subir el precio” dijo haciendo caso omiso a mis palabras y avanzando en las caricias de su mano por mis piernas.
 .-“¡Es usted un pervertido!” le dije ofendida por sus palabras y tratando de arrearle un bofetón. Pero el anciano estuvo más rápido que yo esta vez, y reteniendo mi mano por la muñeca, la guió de nuevo hasta su miembro, obligándome ahora por la fuerza a tener que rozarla con mi propia mano.
.-“Mira preciosa, tú me haces un servicio y yo me olvido de la carrera, ¿qué te parece?” dijo reteniendo mi mano por la fuerza,  mientras me obligaba a acariciarlo sin remedio. Por una parte me hacía verdadero daño, y de otra no podía apartar mi mirada de su miembro.
En esas condiciones era incapaz de pensar con claridad. Si hay algo que temo, es el dolor. Así que absurdamente pensé que si lograba que se corriese de una maldita vez, todo aquello habría terminado.
Pensé que después de todo, la situación no parecía tan mala. Dadas las circunstancias, si se conformaba con una simple paja, me daba por satisfecha, habría salido más o menos triunfante de la situación. Así que no me quedó más remedio que rodear su polla con mis dedos y comenzar a meneársela.
Era la primera vez en mucho tiempo que acariciaba otra polla que no fuese la de mi marido. Me pareció algo más gorda, y eso que todavía estaba algo flácida. Estaba bien descapullada, con un prepucio algo más recio que el resto del tronco. Al contacto de mi mano pude apreciar como su polla daba un respingo y comenzaba a bombear sangre entre sacudidas.
.-“Tienes las manos frías” dijo en viejote al tiempo que guiaba mi mano rodeándola con la suya en sus movimientos de arriba y abajo a lo largo de su miembro, marcándome el ritmo.
Yo no sabía qué hacer, el anciano llevaba toda la iniciativa. Me cubrí los pechos tímidamente, mientras juntaba mis rodillas de nuevo. Sólo pensaba en que todo eso terminase, tratando de ganar tiempo.
.-“Déjame que te acaricie un poquito” pronunció el anciano al percatarse de mi pudor mientras su mano se posaba en mi pierna de nuevo, y se deslizaba por mi muslo desde mi rodilla hasta mi zona más íntima.
Logró separar mis piernas de nuevo. No ofrecí resistencia y las deje abiertas a su antojo, obedecía como una tonta a sus indicaciones, rezando por qué sucediese algo que terminase con esa locura.
Lo único que pensaba es que tenía que ganar tiempo. Debía ganar tiempo y hacer que terminase cuanto antes.
“¿Qué puedo hacer?, ¿qué es lo que puedo hacer?” me repetía una y otra vez mientras dejaba que aquel desconocido, viejo y dejado me manosease.
En medio de mis pensamientos y sus caricias no podía evitar fijarme en sus atributos. Desde luego el abuelete estaba bastante bien dotado, y eso que su polla todavía no estaba del todo dura, se encontraba en un estado de semierección pese a mis caricias. Me llamó la atención la abundante mata de pelo que la rodeaba, era de color gris, todo canas. Nunca había visto una polla así de canosa. Pero sin duda, lo que más me llamó la atención fue el tamaño de sus pelotas. Cada una sería del volumen de mis puños. Eran enormes. Era como si con el paso del tiempo los atributos de ese hombre hubieran continuado creciendo mientras el resto de su cuerpo menguaba.
Durante un buen rato de tiempo, me quedé ensimismada contemplando como su miembro crecía entre los dedos de mi mano, alcanzando lentamente un tamaño más que considerable. El taxista liberó mi mano de su opresión por primera vez en todo el rato, y procedió a retirarme el pelo de la cara para acariciar mi rostro.
Yo alternaba entre mirarlo a los ojos, y contemplar incrédula como pajeaba con mis manos a ese desconocido. No podía creérmelo ni yo misma. ¡Le estaba haciendo una paja a un desconocido!, y lo peor es que no me estaba resultando tan desagradable como había pensado. El por su parte tenía sus ojos clavados en los míos y su mano recorría mi cuerpo.
Sopesó el tamaño de mis pechos varias veces, apretujó entre su mano uno de ellos, y me pellizcó en el otro. Mis muecas de dolor y repulsa fueron de su agrado. Así que volvió a estrujarlos y amasarlos como si fuesen pan, siempre atento a mis gestos de sumisión. De alguna forma le hice evidente que me gustaba que me tocasen de esa manera tan tosca, y el muy cerdo trató de aprovecharse cuanto pudo. Todo esto sin dejar de masturbarlo por mi parte.
Cuando se cansó de sobarme los pechos deslizó su mano por mi vientre hasta alcanzar mi zona más íntima. Me acariciaba de una pierna a otra pasando siempre su mano con la palma bien abierta por todo mi pubis rasurado, haciéndome indicaciones para que abriese bien las piernas. Sin duda le llamó la atención la suavidad de esa zona al no haber ningún pelo.
Yo lo miraba totalmente sometida a sus caricias. Por mi boca entreabierta se escapaban tímidos gemidos, y mis caderas se movían en pequeños círculos acompasando las caricias del viejo taxista, haciendo evidente mi grado de excitación. Mis movimientos de sube y baja a lo largo de su polla ya no eran acompasados, eran torpes y carecían de sincronización, era como si no tuviera fuerzas para masturbarlo mientras me derretía por dentro.
Se detuvo por un momento a juguetear con sus dedos y los pliegues de mis labios vaginales. Se regocijó comprobando el calor que desprendía mi cuerpo en esa zona. Se dedicó a abrir y cerrar mis labios mayores con sus dedos, mientras la yema de otro de ellos trataba de abrirse camino entre ellos. Me restregaba frenéticamente la palma de su mano de un lado a otro, repitiendo varias veces las mismas maniobras. Hasta que…
.-“Uuuuhm” gemí al notar cómo me penetraba el viejecito con uno de sus rechonchos dedos.
Cerré los ojos abandonada a sus caricias, y dejé de masturbarlo. En esos momentos estaba totalmente abandonada a que ese viejecito aliviase con sus caricias mi urgente necesidad.
El tipo se entretuvo en sacar y meter un par de veces su dedo en mi interior, observando mis demostraciones de placer y comprobando que me encontraba sumisa a sus caricias.
Dejó de masturbarme para besarme en la boca. Aquello sí que no me lo esperaba. Me pilló por sorpresa. Me cogió por el cuello, aprisionando mi garganta, mientras su lengua exploraba cada rincón de mi boca. Era inútil resistirme. Me ahogaba. Yo trataba de separar con mis dos manos y todas mis fuerzas, su mano que oprimía mi garganta.
Cuando al fin dejó de besarme, sin mediar palabra, me agarró esta vez del cuello por la nuca, y me obligó a reclinarme hasta que mi cara quedó a la altura de su entrepierna. De repente todo se tornó algo violento.
Yo intentaba resistirme y tratar de recuperar mi posición, trataba sentarme de nuevo correctamente, pero me era imposible. El taxista era bastante más fuerte que yo.
.-“ Venez me sucer la bite. (Vamos chúpamela)” repitió al tiempo que aumentaba su fuerza en mi nuca, y me forzaba a que mi cara se restregase por toda su polla.
Su olor, su olor me penetraba por cada poro de mi cuerpo sin dejarme pensar. Era una mezcla de orina y sudor reconcentrado. Al principio me pareció nauseabundo.  Yo me resistía como podía a sus intenciones. Cerraba mis labios con fuerza, mientras el anciano me obligaba a restregar mi cara por todo su miembro. Mis labios se cerraban tratando de impedir lo inevitable. El por su parte me aprisionaba contra su regazo. Prácticamente me ahogaba contra su bragueta.
.-“mmmmmmhh” era el sonido que se escuchaba mientras sellaba mis labios con todas mis fuerzas. Me faltaba el aire.
El viejo, hizo todavía más fuerza con las dos manos obligándome a hundir completamente mi rostro entre  sus piernas, sin hacer ningún caso a mis súplicas. Desde luego era más fuerte que mi ineficaz resistencia. Me costaba incluso respirar, y lo único que conseguía era que su repugnante aroma se impregnase por cada poro de mi rostro.
.-“ Ok, je suis d’accord, mais laissez-moi mal (Está bien, acepto, pero no me haga más daño)” le supliqué para que me dejase respirar tranquilamente. El taxista dejó de sujetarme y pude incorporarme de nuevo sobre el asiento. Volvía a estar sentada, y al fin respiraba aliviada. Lo miré tratando de encontrar una explicación a su cambio de comportamiento.
Mentalmente traté de encontrar la manera en que ese hombre se corriese enseguida. Pensé en desnudarme para aumentar  su excitación. Así que me deshice de mi única prenda de vestir, de mi levita, tratando de ganar algo de tiempo. Lo hice despacio, siempre ante su atenta mirada mientras él mismo se acariciaba su polla. Trataba de excitarlo al máximo con mi particular striptease.
.-“No tenías más que habérmelo pedido” le dije tratando de tranquilizarlo mientras me quitaba la levita. Pero el viejo empezaba a impacientarse deseoso por que cumpliese mi parte del trato.
Luego me recogí el pelo enredándolo a un lado, para desesperación del anciano que observaba mis preliminares algo nervioso. Nunca me ha gustado comerme mis propios pelos. Además, no quería que mi media melena se enredase por todo el miembro de ese cabrón y se impregnase de su olor. Me puse de rodillas sobre el asiento trasero del taxi para estar más cómoda, y armándome de valor me recliné de nuevo sobre el regazo del abuelete.
Recuerdo que me apoyé sobre una mano mientras con la otra procedí a agarrar de nuevo el miembro del viejo taxista. Pude notar como nada más rodearla con mis dedos su polla daba otro respingo y adquiría algo más de dureza. Subí y bajé unas cuantas veces mi mano a lo largo de su polla, comprobando que esta se endurecía ahora sí con cada maniobra. En ese momento no me quedó ninguna duda: aquella polla era de lo más grande que había visto en mi vida.
No tuve más remedio que proceder resignada a lo acordado. Le dí un primer  lametazo de abajo a arriba con cierto pudor. Pude notar como la sangre corría a través de las hinchadas venas de su miembro. Luego le dí un segundo, y un tercer lametazo en toda su longitud, desde la base hasta la punta.
“Bueno no ha sido para tanto” pensé, y procedí a introducirme su capullo entre mis labios. Fue una sensación extraña, pues a diferencia de otras ocasiones, tan sólo su prepucio me llenaba la boca por completo.
.-“Uuuhmm, très bien (Uhm, qué bien)” suspiró el anciano.
Me agradó escuchar su gemido de satisfacción, pensé que si me esforzaba en proporcionarle verdadero placer, todo aquello terminaría pronto de una maldita vez. Así que me esforcé por hacerlo lo mejor que sabía.
Procedí a introducirme cuanto pude de su miembro en mi boca, hasta que su polla alcanzó mi campanilla al final de mi garganta. Me produjo algunas arcadas, pero a pesar de mis nauseas continué con mi felación. Me concentré en mi maniobra de sube y baja. Traté de acompasarlo con el movimiento de mi mano. Traté de aprisionar su cabezota entre mis labios, buscando siempre estimularlo al máximo y que se corriese cuanto antes.
Al poco, su polla dejó de tener el sabor salado de su sudor y comenzó a saber a mi propia saliva. Ya no me resultaba tan desagradable. Pude pensar, y decidí que debía esforzarme  por proporcionarle algo más de placer, mi obsesión era que terminase cuanto antes y se corriese.
.-“Menuda zorra estas hecha” pensé en mi interior, mientras extrañamente para mí, lo más importante en ese momento fuese  tratar de demostrar mis habilidades.
Para mi sorpresa pude notar como el anciano comenzaba a acariciar mi culo en pompa con su mano. En un principio lo dejé hacer. Seguramente se excitaría más al apreciar la suavidad de mi piel en esa zona, y se correría de una vez por todas. Su mano me acariciaba desde la espalda hasta mis nalgas, y se recreaba en ellas comprobando su tacto.
.-“ Cul incroyable doux vous avez (Menudo culito más suave que tienes)” dijo al tiempo que sobaba de lado a lado mi culo con su mano. Yo por mi parte me concentraba en hacer mi felación lo mejor posible para que eyaculase cuanto antes. Supongo que mi pasividad ante sus provocaciones lo envalentonó a avanzar un poco más en sus caricias, e hizo intención de jugar con sus dedos y mi esfínter.
Me incorporé como un resorte al notar sus dedos acariciar mi anillo más sagrado. Interrumpí súbitamente la felación, necesitaba incorporarme para quitarme algún pelo suyo que me molestaba en la boca, y de paso recriminarle con la mirada su atrevida maniobra mientras recogía mi melena a un lado de mi cuello.
.-“ Ces très humide (Estas muy mojadita)” dijo al tiempo que se llevaba los dedos con los que se había atrevido a explorar la entrada de mi ano a su nariz.
Me pareció un cínico en sus comentarios.
.-“Oui, sucer très bien (Y la chupas muy bien)” dijo el taxista reclinando su cuerpo hacia detrás, y cogiendo de nuevo mi cabeza por los pelos con sus dos manos hizo fuerza para que continuase.
No me quedó más remedio que comenzar a recorrer de nuevo la longitud de su polla con mi lengua. Esta vez pude reconocer claramente el sabor de mi propia saliva. Empezaba a gustarme a mi misma verme así, tan puta, tan sometida,… tan necesitada. Llegados a ese punto el sabor era ya el de mis propios fluidos.
Después de tanta saliva resultaba lo mismo chupársela a ese anciano que a mi esposo.
El viejo taxista se dedicó a recogerme el pelo en una coleta, y a marcarme el ritmo con el que debía subir y bajar mientras chupaba su polla. Usaba las dos manos para forzarme a un ritmo más rápido. Comencé a distinguir el sabor a líquido preseminal. Creo que estaba a punto de venirse en mi boca. Yo en esos momentos me concentraba por apartarme en el momento preciso.
Fue entonces cuando tiró de mi coleta hacia arriba, obligándome a incorporarme, y mientras yo trataba de recuperarme por el tirón de pelo, el tipo se abalanzó sobre mí, tirándome de espaldas contra la parte del asiento trasero que quedaba detrás de mí. No tuve tiempo a reaccionar.
El viejo gordinflón pesaba lo suyo, traté de apartarlo de encima, pero era inútil mi esfuerzo por zafarme de él. Por su parte aprovechó que era capaz de inmovilizarme con su propio peso para bajarse a una mano los pantalones y calzoncillos incluidos, mientras con la otra separaba mis piernas una a cada lado de su cintura. Luego pude notar como acomodaba su miembro entre nuestros cuerpos
Pude sentir su polla completamente dura aprisionada entre su barriga y mi vientre. ¡Dios mio!, pude apreciar como su polla apoyada desde mi pubis contra mi cuerpo alcanzaba a superar mi ombligo. Aquello me asustó, máxime cuando pude comprobar cómo cogía su propia polla con la mano y la dirigía a la entrada de mis labios vaginales. ¡Aquel tipo se había propuesto penetrarme!
.-“No” dije al tiempo que me revolvía como podía en el asiento, debajo de su peso. Lo golpeaba con todas mis fuerzas con los puños cerrados en su espalda, pero tan solo eran caricias que excitaban aún más a ese macho fuera de sí.
Para su suerte y mi desgracia mis labios estaban lo suficientemente hidratados como para facilitarle la penetración.
.-“AAaaaaahhhyy!!!!!” tuve que gritar cuando me penetró de un solo golpe y hasta el fondo. Se movió un par de veces más tratando de alcanzar la máxima penetración. Luego se detuvo a contemplar mi rostro dolorido y saborear las sensaciones que mi cuerpo le proporcionaba.
Sentí como me abría por dentro al borde del desgarro. Menos mal que se detuvo, durante esos instantes pude comprobar cómo mis paredes vaginales dilataban lo suficiente como para albergar todo eso dentro de mí.
.-“Puta española. No sé a coño estás jugando, pero estoy seguro que te gusta que te follen como a una puta” pronunció con cierto desprecio antes de empezar a moverse de nuevo.
Mi respuesta fue un arañazo a dos manos en su peluda espalda y un mordisco en su hombro. Pensé que desistiría, pero mi maniobra no hizo más que envalentonar a esa fiera. Me sujetó fuerte con las dos manos por mis caderas, y comenzó a moverse con rabia, me embestía con todas sus fuerzas. Con cada golpe de riñón se regocijaba en el movimiento de mis pechos bamboleándose al ritmo que él marcaba.
Se abalanzó sobre mí para chuparme los pechos. Al principio se dedicó a juguetear con la punta de su lengua y mis pezones. Luego comenzó a babearlos. Recorría cada poro de mi piel con su lengua, pringándome toda con su saliva.
Yo todavía no acababa de asimilar lo que estaba sucediendo. No me podía creer que estuviese siendo follada por un desconocido en el asiento trasero de su coche. Solo sé que mi cuerpo reaccionaba a los estímulos que le sobrevenían.
En esos momentos debía aceptarlo muy a mi pesar, siempre me ha gustado eso que llaman sexo duro. Estaba harta de los mimos y carantoñas de mi esposo. Necesitaba más pasión, más fuego, más entrega…, y ese viejo taxista sabía satisfacer mi urgencia. Llegados a ese punto lo único que podía hacer era abrirme cuanto pudiera de piernas para que ese cabrón terminase cuanto antes y tratar de disfrutarlo por mi parte.
Una vez se cansó de babear por todo mi escote, recorrió mi cuello con su lengua, hasta alcanzar el lóbulo de mi oreja. Chupeteó mi pendiente, y jugó con él en el interior de su boca. Lo sacaba y lo metía en su boca al tiempo que me lamía por el cuello con su lengua.
.-“¿De verdad estás casada?” me preguntó en un susurro al oído.
.-“Siiiih” le respondí entre gemidos.
.-“Nunca te han follado como te mereces, ¿eh?” susurró de nuevo en mi oreja.
Esta vez no le respondí. El tipo aceleró sus embestidas como queriendo demostrarse a sí mismo que era un auténtico macho. En esos momentos me dí cuenta  de que todo se trataba para él, como si estuviese teniendo su particular revancha con su ex mujer. Pues bien, si lo que le ponía era saber que le estaba poniendo los cuernos a mi marido, no sería yo quien lo defraudase.
.-“¿No sabes follar mejor?” lo provoqué  mientras lo rodeaba con mis piernas por su cintura y le marcaba un ritmo más rápido con mis manos en su culo. El taxista hizo un esfuerzo por aumentar el ritmo de sus embestidas.
.-“Vamos, eso es, fóllame duro cabrón. Fóllame como se follaron a tu mujer” lo incitaba al tiempo que deslicé una de mis manos hasta estimular mi clítoris buscando alcanzar  mi esperado orgasmo. Mis palabras lograron enfadarlo. Arremetió con más ímpetu.
.-“Putain, no eres más que otra puta española” bufaba el anciano con todo su peso encima mío, mientras se movía con toda la rabia del mundo.
.-“Oh, siii, siiih,” gemía yo próxima al orgasmo.
El viejo taxista dio un par de golpes de riñón más, luego tuvo la sutileza de salirse de mi interior para correrse sobre mi vientre. Yo aproveché sus últimas gotas de semen salpicando mi cuerpo para correrme mientras torturaba mi clítoris.
.-“Sssssiiiih” grité al correrme y alcanzar un maravilloso orgasmo entre sacudidas y espasmos, abierta de piernas ante su atenta mirada.
Todo terminó.
Ambos nos miramos sin cruzar palabra mientras nos recuperábamos. Era más que evidente lo que acababa de pasar.
El taxista se acomodó de nuevo sobre el asiento trasero a mi lado mientras se subía los pantalones. Luego estiró su mano para desbloquear las puertas presionando el botón del cierre centralizado, y abriendo la puerta sobre la que yo apoyaba parte de mi cuerpo dijo:
.-“Ya puedes irte” pronunció al tiempo que me empujaba a mí, y a mi levita fuera del coche.
Yo caí sobre la mezcla de grava y asfalto que conformaban el suelo, lastimada por el empujón, pero más aún por el trato recibido. La caída ocasionó algún raspón en mi piel. Me sentí humillada.
Supongo que me incorporé del suelo y me puse la levita al mismo tiempo que el taxista pasaba a los asientos delanteros, pues nada más terminar de abrocharme mi abrigo el vehículo se puso en marcha abandonándome por la espalda.
Ni un adiós, ni un hasta luego, ni nada de ha estado genial ni sutilezas por el estilo. Se fue, y ya está.
Me costó caminar hasta el apartamento. Estaba dolorida por todas partes. Nada más llegar me puse una bañera. Necesitaba hacer desaparecer los restos de fluidos de ese hombre, del que ni siquiera sabía su nombre, de mi cuerpo. Sus restos de semen, sus babas, su sudor…. Al mirarme frente al espejo me percaté de los moratones en mi cadera, los raspones en mi piel, sentí mi vagina desgarrada, y sobretodo mi orgullo herido.
Pero a pesar de todo, una maléfica sonrisa se dibujó en mi cara. Al fín me habían follado como me merecía.
Besos,
Sara.
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Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (2 de 2)” (POR GOLFO)

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 Al día siguiente, la mano de mi esposa acariciando mi pene me despertó. Todavía medio dormido abrí los ojos y observé a María a mis pies, lamiendo mi glande mientras me agarraba la verga entre sus dedos. Me quedó claro que mi mujer no había tenido bastante con la sesión de sexo que habíamos compartido la noche anterior a pesar de los múltiples orgasmos que consiguió antes de caer dormida. En silencio, recordé el acoso al que me tenía sometido su hermana y como esa zorrita nos había estado espiando mientras hacíamos el amor. Ese recuerdo y sus lametazos hicieron que mi extensión se alzara y recibiera sus caricias con una gran erección.
“¡Sigue con ganas!”, satisfecho me dije al verla ponerse en cuclillas y sin hablar, recorrer con su lengua mi extensión.
Su maestría mamando quedó confirmada al notar como se recreaba en mi glande con suaves besos y largos lengüetazos al tiempo que con sus manos acariciaba suavemente mis testículos. La calentura que la embargaba era tal que ni siquiera tuve que tocarla para que mi mujer pusiera como una moto ya que dominada por un impulso extraño a esas horas, se estaba masturbando. Su lujuria la hizo jadear aún antes que consiguiera despertarme por completo y frotando su coño contra mi pierna, movió sus caderas en busca del placer hasta que fui espectador de su orgasmo.
Sorprendido pero encantado a la vez, presioné su cabeza contra mi miembro diciendo:
― Cómetela putita antes que tu hermana se despierte.
Mi permiso y la alusión a Alicia, hizo que María se introdujera mi pene en la boca sin mayor prolegómeno. Para entonces, mi esposa parecía estar poseída por un espíritu lascivo que le exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Con mi verga hasta el fondo de su garganta, le costaba respirar pero era tal su necesidad que no le importó y por eso abriendo sus labios, dio cobijo a mi extensión en el interior de su boca. Justo cuando sus labios rozaron la base de mi falo, sentí como todo su cuerpo volvía a temblar.
Totalmente excitada, me miró directamente a los ojos e incorporándose sobre el colchón, disfruté del modo que se empalaba. Su aullido al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina me terminó de despertar y antes que cambiar de opinión, me aferré a sus tetas y comencé un galope desenfrenado mientras acuchillaba con mi instrumento su interior.
― Me encanta― susurró descompuesta.
Aullando calladamente cada vez que mi verga recorría su conducto, me rogó que no parara. Su entrega se maximizó al experimentar un duro pellizco en ambos pezones.
― ¡Sigue mi amor! ¡Dame duro antes que se despierten!
Al oírla comprendí la razón de sus prisas, quería disfrutar lo más posible antes que la presencia de mi hijo y de mi cuñada lo hicieran imposible. Por eso y sin mediar palabra, la di la vuelta y poniéndola de rodillas sobre el colchón, la volví a penetrar de un solo empujón. La nueva postura le hizo gritar por lo que momentáneamente me quedé parado. Viendo mi interrupción y deseando más, mordió su almohada mientras movía sus caderas, informándome así que estaba dispuesta.
Contagiado ya de su calentura, la cogí de la melena y usando su pelo como riendas, galopé sobre ella a un ritmo infernal. Su coño totalmente encharcado facilitó mi salvaje monta y dando un sonoro azote sobre su culo, le exigí que se moviera. Mi ruda caricia la volvió loca y convirtiendo su sexo en una batidora, zarandeó mi pene con sus orgasmos como música de fondo.
―¡ Dios! ¡Cómo me gusta!― chilló sin dejar de menear su trasero.
Desgraciadamente en ese momento, escuchamos que Alejandrito se había despertado y no queriendo que nos descubriera follando, se separó de mí dejándome con el pito tieso e insatisfecho.
« ¡Mierda con el niño!», protesté al quedarme con las ganas de correrme y cabreado, me comencé a vestir mientras veía a mi esposa salir atándose la bata a poner el desayuno a nuestro hijo.
Al salir de la habitación me topé de frente con mi cuñada, la cual sonriendo se acercó a mí y aprovechando que María estaba en la cocina, murmuró en mi oído:
―Toda tu leche es para mí. He tenido que despertar al niño para evitar que siguieras tirándote a mi hermana.
Os juro que si no hubiese estado mi familia en ese piso, en ese momento hubiera cogido a esa guarra y la hubiese abofeteado para castigarla por esa jugarreta pero, en vez de ello, me tuve que tragar mi resentimiento y poniendo buena cara, ir a desayunar mientras escuchaba en mi espalda la carcajada de Alicia.
« Tengo que darle una lección o no me dejará en paz», mascullé más decidido que nunca a vengar esa afrenta.
Declaro la guerra a mi cuñadita.


Mientras me tomaba el café, resolví que tenía que pasar al contraataque cuando Alicia se sentó frente a mí y se puso a comer una tostada simulando que estaba mamando una verga. Su cara de puta y el modo en que me exhibía los pechos cada vez que María se daba la vuelta fueron la gota que derramó mi paciencia.
Hecho una furia dejé a las dos hermanas charlando animadamente y me fui a mi cuarto. Al pasar por la habitación que ocupaban mi hijo y mi cuñada decidí entrar a ver si hallaba una forma de vengarme. Al rebuscar entre sus cosas encontré un enorme consolador. Nada más verlo, se iluminó mi cara y retrocediendo mis pasos, volví a la cocina donde disimuladamente robé un bote lleno de chile cayena sin que ninguna de las dos se diera cuenta Ya de vuelta a su habitación, embadurné ese falo artificial con el picante sabiendo que si se le ocurría usarlo sin lavarlo previamente, Alicia vería las estrellas. Muerto de risa al anticipar su castigo, guardé el aparato dejando las cosas como estaban y esperé acontecimientos mientras me ponía a leer un libro en el salón.
Ajena a ese sabotaje, mi cuñada terminó de desayunar y se encerró en su cuarto. Os juro que al hacerlo nunca pensé que veía culminada mi venganza tan pronto. Sorprendiéndome por lo temprano que recibió su merecido, escuché un grito justo antes de ver saliendo a Alicia medio empelotas en dirección a baño. Sus chillidos de dolor alertaron a su hermana que preocupada comenzó a golpear la puerta mientras le preguntaba si le pasaba algo. Desde dentro, respondió que le había dado un tirón, sin ser capaz de reconocer que había sido objeto de una broma porque de hacerlo le tendía que reconocer que se había estado masturbando. Disfrutando cada uno de esos berridos, no me atreví a levantar mi cara de la novela para que mi esposa no se percatara que tenía algo que ver y por eso cómodamente sentado en ese sofá, me divirtió escuchar durante casi media hora correr el agua de la ducha, sabiendo que en esos instantes esa putilla estaría tratando de apaciguar el incendio provocado en su coño.
« ¡Qué se joda!», pensé y no deseando estar en ese apartamento cuando saliera, cogí a mi hijo y me fui con él a la playa mientras mi esposa esperaba a ver que le pasaba a su hermanita.

Como el edificio estaba en primera línea, en menos de cinco minutos ya había instalado mi sombrilla y extendiendo las toallas junto a ella, nos fuimos a nadar mientras me reconcomían los remordimientos al comprender que me había pasado. No en vano, sabía que en esos momentos Alicia estaría hecha una furia al saber que si tenía el chocho descarnado se debía a que yo había puesto algo en su consolador.
Bastante intrigado y preocupado por su reacción, desde la orilla continuamente me daba la vuelta para ver su llegada. A la hora de estar con mi chaval, observé que María y Alicia acababan de llegar a la playa. Curiosamente desde mi puesto de observación, las vi bromeando y cansado de estar solo, decidí aventurarme de vuelta.
Tanteando el terreno, pregunté a mi cuñada como seguía y entonces esa hipócrita luciendo la mejor de sus sonrisas, comentó que acalorada. Mi esposa que desconocía lo ocurrido no comprendió la indirecta y mirando en su teléfono la temperatura, comentó que no fuera exagerada que solo hacían veintiocho grados. Por mi parte, yo sí la cogí al vuelo pero no dije nada y haciéndome el despistado, me tumbé a tomar el sol mientras las dos mujeres se iban a dar un chapuzón.
Ni siquiera me había dado tiempo de cerrar los ojos cuando escuché que Alicia volvía de muy mala lecha. Al preguntarle que ocurría, indignada me contestó:
― Lo sabes muy bien, ¡maldito! En cuanto he entrado al agua, la sal me ha empezado a picar y he tenido que irme corriendo hasta las duchas― tras lo cual recogió sus cosas y casi gritando me informó que eso no se iba a quedar así, mientras volvía al apartamento.
Viéndola marchar, no pude contener una carcajada al percatarme que, con su chumino irritado, tenía que andar con las piernas abiertas. Mi cuñada al escuchar mi risa, se dio la vuelta y llegando ante mí, me soltó:
― Te odio pero no por lo que crees― y separando con sus dedos un poco su braguita, me enseño su sexo mientras me decía: ―Mira, lo tengo tan inflamado que cada vez que rozan lo pliegues contra mi clítoris, creo que me voy a correr. Tú ríete pero lo único que has conseguido es ponerme más cachonda.
Desde la toalla, me quedé callado sin ser capaz de retirar la vista de esos labios gruesos y colorados que me estaba mostrando. No comprendo aún como me atreví a soltar en ese momento:
― No me importaría darles un par de lametazos.
Alicia al escuchar mi burrada, se indignó pero justo cuando iba a responderme con otra fresca, se lo pensó y cambiando su tono altanero por uno totalmente sumiso, contestó:
― Nada me gustaría más que te comportaras como mi dueño. Si al final decides hacerlo, ¡te espero en el piso!
Su propuesta me calentó de sobremanera pero temiendo las consecuencias, me excusé recordándole que era su cuñado. Mis palabras le hicieron gracia y pegándose a mí me respondió que eso no me había importado en el cine mientras disimuladamente acariciaba mi verga por encima del pantalón.
― Nos pueden ver― protesté más excitado de lo que me hubiese gustado estar.
Entonces con una alegría desbordante, me recordó su oferta y despidiéndose de mí abandonó la playa, dejando mi pene mirando al infinito y a mí valorando por primera vez su proposición, debido a cambio que intuí en ella cuando se refirió a como su dueño.
« ¿Será sumisa?», me pregunté dejando mi imaginación volar.
Unos diez minutos más tarde, Alicia y Alejandrito volvieron del agua. Mi esposa al no ver a mi cuñada, me preguntó si había discutido con ella. Disimulando, le contesté que no y que su hermana había regresado por que no se sentía bien. Más tranquila, fue cuando me pidió si podía ir a ver como estaba, diciendo:
― No te importaría ir con ella por si necesita algo mientras le doy de comer al niño.
― Me dijo que se iba a acostar― mentí no queriendo cumplir su deseo porque eso significaría quedarme a solas con ella.
Mi respuesta no le satisfizo y fue tanta su insistencia que no me quedó más remedio que obedecer no fuera a ser que se oliera lo que realmente ocurría. De vuelta al apartamento, estaba intrigado pero también interesado por saber si realmente mi cuñadita andaba en busca de alguien que la dominara y que al verme me obligara de alguna forma a cumplir su capricho. Por eso al entrar lo hice en silencio. Al ver que no estaba en el salón, estaba a punto de marcharme cuando la vi salir de mi cuarto portando entre sus manos los calzoncillos que había usado el día anterior.
Su expresión de vergüenza al verse descubierta oliendo mis gayumbos me hizo reír y recreándome en su bochorno, decidí comprobar ese extremo. Sin tenerlas todas conmigo, me acerqué a ella diciendo:
― Eres más puta de lo que creía― para acto seguido coger uno de sus pezones entre mis dedos.
Alicia no pudo reprimir un gemido al notar el suave pellizco con el que regalé a su areola. El rostro de mi cuñadita se iluminó de felicidad por ese rudo tratamiento y antes de que me diera cuenta, se arrodilló a mis pies mientras bajaba mi traje de baño.
― ¡Quiero mi ración de leche!― tras lo cual acercando su cara, frotó mi sexo contra ella mientras me decía que iba a dejarme seco.
Viendo que no me oponía, la hermana de mi mujer abrió sus labios y mientras acariciaba mi extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Como comprenderéis, mi erección fue inmediata y ella, una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, se puso a lamer con desesperación mi glande, hasta que viendo que ya estaba listo, me sonrió diciendo:
― ¿Si te la mamo, luego me vas a follar?
Comprendí que iba a ser objeto de una mamada que le iba a dar igual lo que dijera y por eso, separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Mi cuñadita ya se había incrustado mi verga hasta el fondo de su garganta cuando mi móvil empezó a sonar dentro de mi bolsillo.
Al sacarlo, vi que era mi mujer y antes de contestar, le dije:
― Es tu hermana.
Alicia no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo. Estaba contestando justo cuando esa zorrita, decidió recoger en su boca mis testículos. Confieso que me dio morbo experimentar la calidez de su boca mientras hablaba con su hermana por teléfono.
« ¡Será Puta!», me dije mientras le explicaba a María que Alicia ya se sentía mejor pero que me había pedido que le preparara un té.
Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, me rogó que esperara a que se lo tomara no fuera a sentarle mal.
― No te preocupes, esperaré a que se lo haya bebido― respondí mientras la morena intentaba absorber la mayor superficie posible de mi miembro en su interior.
Antes de colgar, me dio las gracias por ocuparme de Alicia. Entre tanto su hermana se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé alucinado por la destreza con la que estaba ordeñando mi pene.
― Eres una puta mamona― susurré mientras le acariciaba el pelo, satisfecho.
― Lo sé― respondió reanudando esa felación con mayor intensidad aún.
Usando su boca, su lengua y su garganta, mi cuñada buscó mi placer con un ansia que me dejó perplejo. Alternando lametazos con profundas succiones, elevó mi temperatura hasta que viendo que no podría contener más mi eyaculación le avisé que me corría. Entonces y solo entonces, se la sacó y mientras permanecía con la boca abierta, chilló diciendo:
― Llena mi cara con tu semen.
La lascivia de su deseo terminó de derrumbar mis defensas y explotando de placer, embadurné su rostro con mi lefa mientras ella lo intentaba recoger con su lengua. Ya con todas sus mejillas llenas de mi leche, se volvió a embutir mi miembro buscando ordeñar hasta la última gota. El morbo de su acción me impelió a agarrar su cabeza y olvidando cualquier rastro de cordura, follarle la garganta una y otra vez hasta que mis huevos quedaron secos.
Satisfecho, saqué mi verga de su interior y fue entonces cuando sentándose en el suelo, Alicia volvió a sorprenderme al coger los restos de mi placer y separando sus piernas, empezar a untarse sus adoloridos labios mientras me decía:
― Ya que fuiste el causante de mi escozor, será tu leche la que me calme.
Tras lo cual se empezó a masturbar, teniéndome a mí como mero espectador. Su cara de lujuria me estaba volviendo a excitar cuando recordé que debía volver junto a mi esposa para que no se mosqueara. Por eso, acercándome a esa putilla, la obligué a levantarse y forzando sus labios con mi lengua, la besé al tiempo que dando un repaso con mis manos sobre su trasero, le decía:
― Me tengo que ir pero este culo será mío.
Alicia comportándose como una niña enamorada, se pegó a mí y contestó:
― Ya es tuyo, solo tienes que tomar posesión de él.
La sinceridad con la que proclamó que era mía, me asustó y saliendo del piso, retorné junto a mi familia sabiendo que tarde o temprano, reclamaría mi propiedad…
Un hecho fortuito acelera todo. 


Ya estaba entrando a la playa cuando mi móvil empezó a sonar. Era María, quien bastante nerviosa me informó que estaba en el puesto de la cruz roja. Al preguntarle qué hacía allí, me respondió que un pez escorpión le había clavado su aguijón a Alejandrito y que le estaban curando. Como comprenderéis directamente me fui a ver a mi chaval porque aunque esa picadura no era grave, la había sufrido en mi propia carne y sabía que era muy dolorosa.
Tal y como me imaginaba, mi crio estaba llorando desconsoladamente cuando hice mi aparición en la tienda de campaña donde estaba instalado el puesto de socorro.
― Tranquilo cariño, sé que duele― le dije viendo que su madre no podía calmarle.
El muchacho no dejó de berrear mientras el enfermero de guardia limpiaba su herida, de forma que al terminar y todavía con lágrimas en los ojos tuve que llevarlo en mis brazos hasta la casa. Una vez allí, le tumbamos con el píe en alto en el salón para que al menos pudiese ver la tele mientras los tres adultos nos alternábamos para que nunca estuviera solo.
Curiosamente, su tía fue sumamente cariñosa con él y sin que ni su hermana ni yo se lo tuviésemos que pedir, se desvivió en satisfacer hasta el último de sus caprichos. Le dio igual el tenerse que levantar un montón de veces bien por agua, bien por un dulce. Olvidándose de su carácter voluble, Alicia se comportó como si ella fuese su madre. Su transformación fue tan total que no le pasó desapercibida a María que llevándome a un rincón, me comentó en voz baja:
― ¿Qué le pasa a esta? ¡Parece hasta buena persona!
Muerto de risa, contesté:
― Le debe haber cabreado que le picara a él en vez de a mí.
Mi esposa sonrió al oírme pero rápidamente me amonestó por meterme con su hermana diciendo:
― Alicia te quiere mucho, lo que pasa es que no sabe demostrarlo.
Sus palabras me hicieron temer que estuviera con la mosca detrás de la oreja y que empezara a sospechar que entre mi cuñada y yo existiera un lío. No queriendo que discurriera la conversación por esos términos, insistí medio en guasa:
― Claro que me quiere. ¡Me quiere bien lejos!
Temiendo que en parte tuviera razón y Alicia me odiara, María dio por cancelada la discusión al decirme:
― No seas malo, ¡es mi hermana!
Durante el resto de la tarde no hubo nada que destacar de no ser lo meloso y necesitado de cariño que se comportó Alejandrito. El problema fue tras la cena cuando el niño insistió en dormir con su madre. Al principio mi mujer se negó recordando que no estábamos en casa y que solo había dos camas pero cuando la hermana pequeña de mi mujer intervino diciendo:
― De eso nada, tu niño te necesita. No me pasará nada por compartir mi cama con tu marido.
Os juro que me sorprendió su ofrecimiento pero temiendo la reacción de María, rápidamente dije:
― No te preocupes, puedo dormir en el sofá.
Increíblemente, mi esposa dio la razón a mi cuñada recordándome que ese sillón estaba roto. La puntilla la dio Alicia al soltar medio en broma:
― ¿Temes acaso que intente violarte?
La carcajada de María terminó con mis reticencias y a regañadientes acepté dormir en la habitación de su hermana, aunque en mi interior lo deseaba. El problema era que sabía a ciencia cierta que me la iba a follar y temía que alertada por el ruido, María nos descubriera…
Por fin hago mía a esa putilla.
Nervioso pero simulando una tranquilidad que no tenía, tras la cena me puse a ver la tele abrazado a mi esposa mientras mi cuñada se sentaba en el suelo. Durante las dos horas que tardó la película, por mi mente pasaron multitud de imágenes anticipando lo que iba a suceder en cuanto me fuera a la cama en compañía de Alicia. Algunas eran agradables como cuando la imaginaba con mi verga incrustada en su culo pero también os tengo que reconocer que tuve otras francamente preocupantes, en las que mi mujer nos pillaba jodiendo y nos montaba una bronca sin par.
Mis temores se fueron incrementando con el transcurso del tiempo al advertir que Alicia se removía continuamente en su asiento, muestra clara que a ella también le estaba afectando la espera. Su histerismo era tan patente que no me extrañó que faltando cinco minutos se levantara y saliera rumbo a la cocina. Lo que no me esperaba fue que volviera con una bandeja con un vaso de leche y unas galletas, los cuales ofreció a su hermana.
Mi mujer que siempre acostumbraba beber una taza antes de acostarse, le dio las gracias y sin dejar de mirar la tele, dio buena cuenta de lo que había traído. La sonrisa que descubrí en mi cuñada mientras su hermana bebía, me alertó que algo le había puesto en su bebida.
« ¡Le ha dado un somnífero!», supuse recordando su carácter manipulador.
La confirmación de ello vino a modo de bostezo cuando sin que hubiese acabado la película, María se despidió de mí aduciendo que estaba cansada. Lo curioso es que junto con ella también se marchó mi cuñada dejándome solo en la tele.
Confieso que desde ese momento me empecé a poner cachondo porque sabía que en pocos minutos iba a compartir sábanas con Alicia. Solo imaginar sus tetas dentro de mi boca hizo que mi verga se despertara bajo mi pantalón y meditara el irme a por ella. Pero la cautela hizo que esperara un rato antes de levantarme e ir a su habitación.
Al apagar la tele, primero fui al cuarto de mi esposa para darle un beso culpable de buenas noches pero María no me respondió porque estaba dormida. Ya tranquilo al saber que estaba noqueada, fui a encontrarme con mi cuñada. Nada más abrir su puerta y gracias a que tenía la luz encendida, supe que seguía en el baño por lo que tranquilamente me puse el pijama y esperé a que llegara.
Alicia todavía tardó unos cinco minutos en aparecer y cuando lo hizo me dejó totalmente desilusionado porque venía vestida con un camisón de franela que parecía una coraza. Su vestimenta me hizo creer que no iba a ser tan fácil el tirármela y más cuando se metió entre las sábanas sin siquiera dirigirme la palabra.
« ¿Esta tía de qué va?», me pregunté al ver su actitud distante y conociendo su carácter voluble, decidí apagar la luz y ponerme a dormir. 

Llevábamos un cuarto de hora acostados cuando esa zorrita decidió dar el primer paso y acercando su cuerpo al mío, comenzó a restregar su culo contra mi sexo. Cómo os imaginareis dejé que siguiera rozándose contra mí durante un rato antes de responder a sus arrumacos. Viendo que ya estaba excitada, posé mi mano en una de sus piernas y comencé a subir por ella rumbo a su culo. Mi cuñada al sentir mis dedos bajo su horroroso camisón, gimió calladamente mientras incrementaba el movimiento de sus caderas.
― ¿Estás bruta?― susurré en su oído justo al descubrir que no llevaba bragas.
Alicia no contestó pero con sus duras nalgas a mi entera disposición, eso no me importó y seguí recorriendo con mis yemas sus dos cachetes mientras ella seguía suspirando cada vez más.
«¡Menudo culo tiene la condenada! », me dije al acariciar esa maravilla.
Para entonces, tengo que confesar que estaba verraco y con mi pene tieso, por eso olvidando toda prudencia lo saqué de mi pijama y lo alojé entre sus piernas sin meterlo mientras llevaba mis manos hasta sus pechos. Mi cuñada al sentir el roce de mi glande entre los pliegues de su coño protestó intentando que se lo incrustara.
― ¡Quieta!― le exigí― ¡Te follaré cuando yo decida!
Mi tono paró de golpe sus maniobras pero no consiguió acallar los sonidos que salieron de su garganta al experimentar el pellizco que solté en uno de sus pezones, como tampoco evitó que su sexo se inundara. La humedad de su vulva abrazó mi verga, facilitando el roce con el que estaba estimulando su lujuria.
― ¡Tómame ya! ¡Lo necesito!― aulló sin percatarse que aunque mi esposa estaba sedada, mi hijo podía despertarse con su gemido.
Su imprudencia me encabronó y levantándome de la cama, busqué el cajón de su ropa interior. Una vez lo había localizado, cogí una de sus bragas y volviendo a la cama, se la metí en la boca diciendo:
― Así no podrás gritar mientras te follo.
Su cara de sorpresa se incrementó cuando al volver al colchón, la puse a cuatro patas y sin darle opción a quejarse, le clavé mi extensión en su interior de un solo golpe.
―…ummmm..― rugió calladamente satisfecha de haber cumplido su capricho y posando la cabeza contra la almohada, levantó su trasero facilitando mis maniobras.
La entrega de mi cuñada me permitió ir lentamente acelerando el vaivén con el que con mi polla la iba acuchillando hasta que el lento cabalgar de un inicio se transformó en un alocado galope. Usando a Alicia como montura, cabalgué sobre ella una y otra vez mientras ella se retorcía de placer entre mis piernas al sentirse llena. Entonces y solo entonces, empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta y comportándose como una yegua, relinchó calladamente al notar que usaba sus dos ubres como agarre. El tenerla amordazada con sus bragas, evitó escuchara sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina pero increíblemente al no poder chillar, mi cuñada se lanzó como posesa en busca de su placer.
― ¡Te gusta!― le grité al escuchar el chapoteo que producían mi verga cada vez que entraba y salía de su encharcado coño.
Ya lanzado, agarré su melena a modo de riendas y azotando sin hacer ruido su trasero, le ordené que se moviera. Esos azotes impensables dos días antes, la excitaron aún más y por gestos, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, decidí putearla y sacando mi polla de su interior, me tumbé sobre la cama diciendo:
― Quiero que te empales como la puta que eres.
Con su respiración entrecortada obedeciendo, se puso a horcajadas sobre mí y se empaló con mi miembro, reiniciando nuestro salvaje cabalgar. Sus pechos botando arriba y abajo siguiendo el compás con el que se ensartaba hizo nacer mi lado ruin y pegando otro pellizco en una de sus areolas, le ordené:
― Muéstrame lo zorra que eres. ¡Bésate los pezones!
Mi sumisa cuñada nuevamente me obedeció y cogiendo sus tetas las estiró hasta llevar los pezones hasta su boca. Una vez allí, se sacó las bragas que le había colocado y sonriendo comenzó a lamerlos mientras seguía saltando como loca sobre mi pene. La lujuria que descubrí en su cara fue el detonante para que creciendo desde el fondo de mi ser, un brutal orgasmo se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su sexo.
Alicia, al sentir que mi semen encharcaba su ya de por sí húmedo conducto, incrementó sus embestidas. Todavía seguía ordeñando mi verga cuando esa guarra empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se dejó caer sobre mí y acercando su boca a mi oído, me susurró:
― Gracias, mi amor. Llevaba años deseando ser tuya.
Su confesión me dejó paralizado porque siempre había supuesto que me detestaba y jamás supuse que era una forma de evitar el demostrar su atracción por mí. No creyendo sus palabras, le exigí que se explicase:
― Siempre había envidiado a María por ser tu mujer pero lo sufría en silencio. No fue hasta hace un mes que le confesé a mi hermana que estaba enamorada de ti.
Saber que mi esposa lo sabía y aun así permitió que me acostara con ella, me hizo comprender que entres esas dos me habían manipulado. Mosqueado, le solté:
― ¡Entonces no la has drogado!
Soltando una carcajada, me respondió:
― ¡Por supuesto que no! – y levantándose de la cama, sonrió al decirme: ― Voy a buscarla. ¡Está esperando que le avise que ya puede entrar!

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “La ingenua alumna que resultó muy puta “(POR GOLFO)

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La piscina.
Todavía recuerdo el día que vi por primera vez a Celia. Estaba en la piscina de la universidad donde doy clases cuando la vi jugando con uno de sus compañeros de primer curso.  Tonteando y disfrutando del modo en que el muchacho babeaba por ella, esa cría se dedicó a lucir su bikini negro mientras le sacaba la lengua retándolo.
Reconozco que me impresionó ver el descaro con el que meneaba su trasero mientras calentaba a su víctima. Su cuerpo bien formado me pareció aún más apetecible al admirar ese culito con forma de corazón formado por dos nalgas duras y prietas.
“¡Está buena!”, tuve que reconocer y ya interesado, me fijé en sus pechos.
Pechos de adolescente, recién salidos de la niñez, que despertaron al maduro perverso que tanto me costaba esconder. Su forma y tamaño me parecieron ideales y por eso me vi mordisqueando sus pezones mientras los sostenía entre mis manos.
“Seguro que son rosados”, pensé más excitado de lo que me gustaría reconocer.
Su cara de pícara y su sonrisa insolente solo hicieron incrementar mi turbación al saber que si seguía observándola, terminaría deseando hacerla mía aunque fuera usando la violencia. La cría era espectacular y soñando despierto, imaginé lo que sentiría al abrirla de piernas y mientras ella intentaba librarse de mi ataque, jugar con mi glande en su entrada.
“¡No dejaría de gritar!», me dije visualizando en mi mente como la desfloraba de un solo golpe mientras agarraba sus nalgas para hundir mi miembro dentro de su cuerpo.
Los chillidos de Celia en mi cerebro se confundían con las risas de la muchacha en la realidad provocando que, bajo mi traje de baño, mi apetito creciera mientras observaba sus juegos adolescentes. Absorto mientras me deleitaba con su vientre plano y el enorme tatuaje que lucía en su dorso, la lujuria hizo que me viera desgarrando su bikini y mordiendo sus tetas.
Al  comprobar la erección entre mis muslos decidí irme de allí, no fuera a ser que alguien se percatara y fuera con la noticia al decano que en el claustro tenía a un degenerado…
A partir de ese día, todas las tardes, convertí en una morbosa rutina el sentarme  en esa mesa a espiarla mientras Celia nadaba. Curiosamente la cría al verme llegar vestido de traje y con mi corbata, siempre me devolvía una sonrisa como si se alegrara con mi presencia.
Memorizando sus movimientos en mi recuerdo, al salir de la alberca y volver a mi despacho, me encerraba en el baño para una vez en la seguridad de ese cubículo, dejar volar mi imaginación y masturbarme mientras los recordaba.
Poco a poco, mis diarias visitas tuvieron un efecto no previsto cuando esa rubita empezó a colocar su bolso y su toalla en una silla de mi mesa. Como si fuera un acuerdo tácito entre esa niña y yo, le cuidaba sus pertenencias y ella me pagaba secándose junto a mí al salir de la piscina. Obviando la diferencia de edad y el hecho que nunca habíamos cruzado más palabra que un hola y un adiós, Celia se exhibía ante mí recorriendo con la franela las diferentes partes de su anatomía.
«¿A qué juega?», me preguntaba mientras buscaba el descuido que me dejara admirar uno de sus pezones o la postura que permitiera a mis ojos contemplar los labios que se escondían bajo el tanga de su bikini.
Mi necesidad y su descaro fueron creciendo con el tiempo y antes de dos meses, esa criatura se permitía el lujo de acariciarse los pechos mientras mantenía fijos sus ojos en los míos. Día tras día, antes de ir a nuestra cita luchaba con todas las fuerzas para entrar en razón y dejarla plantada. Pero todos mis esfuerzos eran inútiles y al final siempre acudía a contemplar su belleza.
Por su parte, Celia también se convirtió en adicta a las caricias de mis miradas y si algún día por algo me retrasaba, me recibía con un reproche en sus ojos y castigándome reducía al mínimo la duración con la que hacía alarde de su cuerpo.
Aún recuerdo una tarde cuando aprovechando que no había nadie más en ese lugar, ese engendro del demonio se plantó frente a mí y desplazando la tela que tapaba sus pechos, me regaló con la visión celestial que para mí suponían sus pezones.
-Son maravillosos- me atreví a decir dirigiéndome a ella.
Luciendo una sonrisa, llevó un par de dedos a su boca e impregnándolos con su saliva,  sin dejarme de mirar se puso a recorrer las rosadas areolas con sus yemas. El brillo de sus ojos al descubrir el bulto que rellenaba mi bragueta fue tan intenso que creí durante unos segundos que le había excitado pero entonces escuché que murmurando me decía:
-¡Maldito viejo verde! ¡Te excita mirarme!
Mi decepción fue enorme y comportándome como un cobarde, hui de ahí con el rabo entre las piernas. Con mi autoestima por los suelos y mi corazón roto, decidí que jamás volvería a dejar que mis hormonas me llevaran de vuelta a ese lugar….
Mi despacho
Durante dos semanas, al llegar la hora, me encerraba en mi despacho y me obligaba a mantenerme sentado, cuando todo mi ser lloraba por no estar disfrutando de su belleza. Como si fuera un  peculiar síndrome de abstinencia, todo mi cuerpo sudaba y se contraía al imaginarse que alguien me hubiese sustituido en la mesa y que en vez de ser yo quien admirase el exhibicionismo de de Celia, fuese otro.
Lo que nunca me imaginé fue que a ella le pasara algo semejante y que cuando al día siguiente de insultarme comprobó mi ausencia, se  había encerrado en su vestidor y llorando se había echado en   cara su error. Tampoco supe ni nadie me dijo que día tras día la rubita acudía a la cita esperando que de algún modo la perdonara y pudiese volver a sentir la calidez de mi mirada acariciando su cuerpo casi desnudo.
Un martes estaba hundido en el sillón de mi oficina sufriendo los embates de mi  depresión cuando escuché que alguien tocaba la puerta. Sin saber quién era el molesto incordio que venía a perturbar mi auto encierro estuve a un tris de mandarle a la mierda pero un último asomo de cordura, me hizo decir:
-Pase.
Reconozco que no supe reaccionar cuando descubrí que mi visita era mi musa, la cual, sonriendo cerró la puerta con pestillo y en silencio se empezó a desnudar sin que yo hiciera nada por evitarlo. Usando sus deditos, desabrochó uno a uno los botones de su camisa para acto seguido, doblándola con cuidado dejarla sobre la silla de confidente que había frente a la mesa de mi cubículo.
-¡Que bella eres!- exclamé impresionado por sus pechos todavía cubiertos por el coqueto sujetador azul que llevaba puesto.
Mi piropo dibujó una sonrisa en sus labios y siguiendo un plan previamente elaborado, se acercó hasta mí para cerrar con uno de sus dedos mi boca mientras me decía:
-No hables.
Su orden fue clara y reteniendo las ganas que tenía de decirle lo mucho que la había echado  de menos, la muchacha se dio la vuelta dejando que su falda se deslizara hasta sus pies. Centímetro a centímetro, fue descubriendo las nalgas que me tenían obsesionado.  Por mucho que habían sido objeto de mi adoración durante meses, al verlas a un escaso palmo de mi cara me parecieron aún más preciosas y solo el miedo a que saliera huyendo, evitó que alargara las manos para tocarlas. 
Celia disfrutando del morbo de exhibirse ante un maduro como yo, se dio la vuelta y mirándome a los ojos, dejó caer los tirantes de su sujetador mientras se mordía el labio inferior de su boca. Sujetando con sus manos ambas copas, se deshizo del broche y retirando lentamente la tela que aún cubría sus pechos, gimió de deseo. La hermosura de sus pezones erectos me dejó paralizado.
«¡Son perfectos!», sentencié mientras mi respiración se aceleraba al comprobar que los tatuajes que lucía esa damisela, los hacía todavía más atrayentes.
La muchacha no pudo evitar que del fondo de su garganta surgiera un callado sollozo de placer al contemplar el efecto que estaba teniendo su sensual striptease bajo mi pantalón. Curiosamente al ver mi erección, sintió miedo y vistiéndose con rapidez desapareció sin más, dejándome solo en mi despacho.
Sin llegar a asimilar completamente lo que había sucedido cerré la puerta y sacando mi pene de su encierro, comencé a rememorar la tersura de su piel mientras mi mano restregaba arriba y abajo su recuerdo.
Esa noche me costó dormir. Me reconcomía la idea que Celia nunca volviera a brindarme la hermosura de su cuerpo pero también el saber que a los ojos de la sociedad era un maldito pervertido. Además de los veinte años que la llevaba, estaba el hecho que yo era un profesor y ella una alumna.  Si nuestra rara relación llegaba a los oídos de los demás docentes, de nada serviría que no le diera clase. Para todos mis colegas sería un paria al que había que echar de la universidad.
Aun sabiendo el riesgo que corría al día siguiente, cancelé un par de tutorías para que llegado el caso y ese ángel volviera a mi despacho, nada ni nadie nos molestara. Tal y como había hecho veinticuatro horas antes, Celia esperó mi permiso antes de entrar  pero esa vez, al pasar a mi cubículo, se sentó en mis rodillas y mirando fijamente a mis ojos, me soltó:
-Sé que te pone el mirarme pero yo quiero algo más. ¡Quiero que me toques!
Al oírla quise corresponder a sus deseos acariciando sus pezones con mis dedos pero entonces esa jovencita mostró  su disgusto y retirando mis manos, susurró en mi oído:
-Todavía no te he dado permiso.
Para acto seguido comenzar a desabrochar su camisa mientras restregaba su sexo contra el mío. La expresión de lujuria de Celia era total pero temiendo su reacción, me quedé quieto mientras se terminaba de abrir  de par en par la blusa.
-¿Te gusta el sujetador que me he comprado?- preguntó al sentir mi mirada recorriendo por el canalillo que se formaba entre sus senos.
-Sí- reconocí maravillado.
-Desabróchalo- me ordenó a la vez que sonreía al notar mi erección presionando entre sus piernas.
Como un autómata obedecí llevando mis manos a su espalda y abriendo el corchete. Celia gimió descompuesta en cuanto notó que había liberado sus pechos y poniendo  cara de puta fue dejando caer los tirantes que lo sujetaban mientras me miraba fijamente a los ojos. La sensualidad con la que esa cría se quitó esa prenda fue tal que no pude aguantar y sin pedirle permiso, hundí mi cara entre sus tetas.
La condenada muchacha al sentirlo soltó una carcajada y ofreciéndome como ofrenda sus pechos, llevó uno de sus pezones a mi boca y riendo me pidió:
-¡Chúpalo!
Ni que decir tiene que abriendo los labios me apoderé de su rosada areola mientras su dueña gemía al notar esa húmeda caricia. La calentura de Celia la hizo incrementar el roce de su sexo contra mi pantalón al experimentar como mi lengua recorría sus senos. Sus gemidos  me dieron la confianza que necesitaba para forzar el contacto de su coño contra mi pene poniendo mis manos sobre su culo. La cría aulló como una loca al notar mis palmas presionando sus nalgas y moviendo sus caderas, buscó su placer con mayor énfasis.
Os juro que para entonces solo podía pensar en follármela pero temiendo romper el encanto y que Celia saliera huyendo de mi despacho como Cenicienta, tuve que conformarme con seguir mamando de sus pechos mientras ella se masturbaba usando mi verga como instrumento. El continuo roce de mis labios sobre sus pechos hizo que el sexo de esa jovencita se encharcara y su flujo rebasara la tela de su tanga mojando mi pantalón. Al notar la humedad que brotaba de su vulva y escuchar los berridos de placer con los que la cría amenizaba mi despacho,  supe que no tardaría en correrse. Lo que no me esperaba es que al llegar al orgasmo, Celia se levantara de mis rodillas y acomodándose la ropa, saliera de mi oficina.
«¡Menuda zorra!», maldije al comprobar que había desaparecido sin despedirse y dejándome con un enorme dolor de huevos e insatisfecho.
Seguía todavía torturándome cuando de pronto volvió a entrar y con una seguridad que no tenía nada que ver con su edad, me preguntó dónde vivía.  Abrumado por esa pregunta se la di y fue entonces cuando me soltó riendo:
-A las nueve estaré ahí para que me invites a cenar- tras lo cual se largó definitivamente…
Mi casa.
Como os podréis imaginar, me pasé el resto de la tarde pensando en ella y nada más terminar de dar mi última clase, salí corriendo a comprar algo de cena porque entre mis virtudes no está la de saber cocinar. Asumiendo que siendo tan joven no valoraría la comida gourmet, decidí ir a lo seguro y encargué en un restaurante cercano unas pizzas.
No viendo que llegara la hora, deambulé nervioso por mi casa y mientras la esperaba, en mi mente se acumulaban la imagen de sus pechos desnudos y el sabor de sus pezones. Afortunadamente, Celia fue puntual  y exactamente a la hora pactada, escuché que tocaba el timbre. Nervioso abrí la puerta y cuando lo hice, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de colegiala.
-Buenas noches. señor profesor. Necesito unas clases particulares, ¿puedo pasar?
Sonreí al comprender a qué quería jugar y dejándola entrar, le pregunté qué necesitaba que le explicase. Celia puso cara de rubia tonta y mientras se quitaba el jersey azul que llevaba puesto, me contestó:
-No entiendo porque mi cuerpo se altera cuando usted me mira.
Tras lo cual, me preguntó dónde la iba a dar clase.  Dudé en ese instante entre mi dormitorio o el salón y no queriendo ser demasiado descarado para que ella no supiera lo ansioso que estaba de disfrutar de su cuerpo, señalando a este último, dije:
-Todo recto.
Cumpliendo mi orden, Celia se encaminó hacia el salón. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar la exquisita forma de sus nalgas.
«Son perfectas», pensé ya excitado al comprobar que con esa minifalda y con esos tacones, sus piernas se veían aún mas impresionantes que en bikini.
Una vez allí, Celia se sentó en el sofá y separando sus rodillas, me preguntó:
-Profesor, ¿es normal lo que siento aquí abajo al sentirme observada por un maduro?
Dotando a mi voz de un tono exigente, respondí sin dejar de mirar entre sus piernas al descubrir que llevaba unas anticuadas bragas de perlé:
-¿Cualquier maduro o solo yo?
Bajando su mirada,  aprovechó a desabrocharse un par de botones de su camisa antes de contestar:
-No lo sé porque solo usted es tan cerdo de mirarme así.
Reconozco que me impactó una respuesta tan directa y asumiendo que debía interpretar mi papel de estricto profesor, le dije:
-Señorita, cuide su lenguaje o tendré que darle un escarmiento.
Mi amenaza la afectó y con un extraño brillo en sus ojos, se disculpó diciendo:
-Lo siento pero es que cuando usted me acaricia con la mirada siento que mis pezones se ponen duros como escarpias- y terminándose de abrir la blusa blanca de su disfraz de colegiala, me mostró uno de sus pechos diciendo:-¡Fíjese cómo me los pone!
Me quedé perplejo al comprobar que no mentía y que tenía sus areolas erectas. Conociendo que era un juego lento el que quería interpretar, acercando  mi cara a sus tetas, respondí:
-No sé, no sé. No los veo suficientemente  duros- y con la típica voz de maestro, sugerí: Quizás si se los pellizca, podamos conseguir la dureza necesaria para proseguir con este experimento.
Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos primero un poco, cogiendo entre sus yemas los rosados pezones que decoraban cada uno de sus pechos, lo pellizcó mientras su garganta emitía un gemido de placer.
-Sigue, todavía pueden endurecerse más-  comenté profesionalmente, sabiendo que debajo de mi bragueta mi miembro también se había visto afectado.
La cría siguió torturando sus areolas con mayor intensidad mientras se mordía los labios para no gritar. Entretanto había acercado una silla a sofá para no perderme nada de su extraño striptease. Mi cercanía aceleró su calentura y con lujuria en sus ojos, preguntó a la vez que se terminaba de despojar de su camisa:
-Profesor, ¿está seguro que mis tetitas son normales?
Y poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando mi respuesta. Asumiendo que era una insinuación, cogí uno de sus pechos y sacando la lengua recorrí la aureola como si estuviera probando un manjar mientras su dueña suspiraba llena de deseo.
-Esta tetita está sana, veamos si la otra también- comenté mientras repetía la operación con el otro pecho.
 Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Celia gimió como  en celo al sentir mis dientes mordisqueando su pezón y sentándose sobre mis rodillas como esa mañana, me informó tácitamente que estaba dispuesta a seguir pero que debía ser yo quien diera el siguiente paso. Asumiendo mi papel llevé mis manos hasta su trasero y tras acariciarle las nalgas, comenté:
-Señorita, tengo que revisar el resto de su cuerpo para certificar cuál es su problema.
La cría no pudo reprimir una alarido al notar que mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo. La sorpresa de sentir que las caricias de esa noche incluían esa parte de su cuerpo, la dejó paralizada. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su inexperiencia, metí una de mis yemas en su entrada trasera.  
-¿Qué hace?- indignada protestó.
Como no había intentado separarse de mí, seguí acariciando los bordes de su esfínter mientras contestaba:
-Comprobar si su problema es anal- y con una sonrisa en mis labios, proseguí diciendo: -Enséñeme su coño.
Al escuchar mi orden, se despojó de sus bragas y quizás producto de la vergüenza que sentía, cerró los ojos mientras con sus dedos separaba los labios de su sexo para mostrármelo sin que nada obstaculizara mi visión.
-Parece tenerlo sano pero para estar seguro tendré que probarlo. Señorita, túmbese sobre la mesa.
La alegría con la que se tomó mi sugerencia fue tal que no  me quedó duda que le comiera el coño era una de sus fantasías. Gimiendo descaradamente, Celia separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Es todo suyo.
Mi valoración preliminar consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Durante dos minutos recorrí su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi supuesto objeto de estudio se quejó preguntando cuando iba a comprobar si todo era normal entre sus piernas.
Deseando complacerla, acomedé la silla frente a la mesa donde tenía aposentado su trasero y obligándola a que separara sus rodillas, tanteé con mi lengua cerca de su sexo. Celia suspiró ya descompuesta y dio un respingo al sentir que me iba acercando a su meta.  Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo los bordes de su vulva sin hablar. Mi sensual examen se prolongó durante unos segundos mientras la cría se estremecía al sentir mi cálido aliento tan cerca de su coño. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que estaba sintiendo.
-¡Me arde todo!- exclamó al experimentar por primera vez la humeda caricia de mi lengua sobre su vulva y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión.
Para entonces era yo quien necesitaba probar el dulce sabor que se escondía a escasos centímetros de mi cara y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado.  Sin pérdida de tiempo, lamí con decisión su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, resolví mordisquearlo.
Celia, al sentir la presión  de mis dientes sobre su erecto botón, se retorció sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Aprovechando su entrega y sin permitir ningún tipo de descanso, le metí un par de dedos en el interior de su vulva y  con un lento mete-saca, conseguí prolongar su orgasmo.
Para entonces, la alumna estaba desbordada por el cúmulo de sensaciones que se amontonaban en sus neuronas y aullando como una loca, me preguntó si el problema no necesitaba una inyección. Al comprender que me estaba pidiendo que la tomara, me bajé los pantalones y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.
-¡Mi coñito necesita su medicina!- Chilló al tiempo que llevando sus manos hasta sus pechos se pellizcaba los pezones.
Deseando que esa criatura ardiera, incrementé su calentura jugueteando con su sexo durante unos segundos antes de meter parcialmente mi glande dentro de ella. Tanto sus ojos como sus gritos me pedían que la hiciera mujer pero haciendo oídos sordos a sus ruegos, permanecí sin profundizar en mi penetración. El morbo de sentirse a punto de ser follada, hizo que se corriera. Momento que aproveché para de una sólo empujón, introducir mi miembro al completo en su interior.
Acto seguido y sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé un lento galope. Metiendo y sacando mi pene de su cueva, la usé como montura. Para entonces esa mujercita estaba totalmente dominada por la lujuria y clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que acelerara. Pero obviando sus deseos, seguí penetrándola al mismo ritmo.
-¿No crees que ya es suficiente medicina?- Pregunté siguiendo su juego.
-No- gimió desesperada al creer que iba a sacársela y abrazándome con sus piernas, buscó no perder el contacto mientras se retorcía llorando de placer.
Para entonces todo mi ser anhelaba dejarme llevar y colocando sus piernas sobre mis hombros, forcé su entrada con mi pene. La nueva posición hizo que mi glande chocara con dureza contra la pared de su vagina, Celia, al sentir mis huevos rebotando contra su diminuto cuerpo, se puso a gritar como si la estuviese matando. Olvidando que estaba actuando como una inocente colegiala, permitió que su pasión se desbordara y a voz en grito, me rogó que siguiera follándomela diciendo:
-Dame duro, cabrón.
Su insulto despertó la bestia que siempre había permanecido dormida en mi interior y bajándola de la mesa, giré su cuerpo para poder hacer uso de ella de un modo más brutal. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas con mis manos para tantear con una de mis yemas su ojete. La resistencia de su ano me confirmo que se había usado poco y eso hizo que le incrustara un segundo dedo. El aullido de placer con el que esa cría contestó a mi maniobra, me dejó claro que no se iba a quejar en demasía y olvidando toda precaución, cogí mi pene en la mano y tras unos segundos, forcé ese estrecho agujero con mi miembro.
Celia, con lágrimas en los ojos, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se quejó diciendo.
-¡Me duele!
Intentando no incrementar su castigo, empecé a que se acostumbrara mientras me aferraba a sus pechos. Con ella más tranquila, empecé a deslizar mi verga dentro y fuera de su ano hasta que la presión que sentía en su esfínter se fue diluyendo.  Al asumir que el dolor iba a desaparecer poco a poco y que sería sustituido por  placer, aceleré mis penetraciones.
La cría se quejó nuevamente pero esta vez, sin compadecerme de ella, le solté:
-¡Cállate y disfruta!
Que no le obedeciera, le cabreó y tratando de zafarse de mi ataque, intentó sacársela mientras me exigía que parara. Por segunda vez obvié sus deseos, dando inicio a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Me haces daño!- Gritó al notar que le estaba rompiendo el culo.
-¡Te jodes! ¡Puta! –grité soltando a la vez un duro azote en una de sus nalgas.
El insulto produjo un efecto no  previsto y sin llegar a comprenderlo en su plenitud, Celia comenzó a gozar entre gemidos. Cuanto más castigaba su trasero, esa cría se mostraba más excitada. Asumiendo que le gustaba la rudeza, descargué una serie de mandobles sobre sus nalgas. Al sentirlos, esa chavala me imploró que la siguiera empalando y sin esperar mi respuesta llevó  su mano a su clítoris y se empezó a masturbar a la par que me informaba que se corría. Cuando escuché que chillando me rogaba que descargara mi simiente en el interior de su culo, no aguanté más y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotado, me dejé caer sobre el sofá dejando a la muchacha despatarrada sobre la mesa.  No llevaba ni un minuto sentado, cuando oí que se levantaba y sentándose a mi lado, me miró con una sonrisa mientras me decía:
-Ahora comprendo porque me excitabas. ¡Eres un maldito pervertido!- Y sin darme tiempo a reaccionar, se agachó entre mis piernas intentando reanimar  mi maltrecho pene. Al comprobar que poco a poco recuperaba su erección, levantando su mirada, me soltó: -Por cierto, le he dicho a mis padres que dormiré con unas amigas y que no me esperen hasta el lunes.
Solté una carcajada al comprender que, siendo viernes, esa zorrita había asumido que se podía quedar en mi casa todo el fin de semana. 

 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “La difícil decisión de la rica Erika Garza de Treviño ” (POR RAYO MC STONE)

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LA DIFICIL DECISIÓN DE LA RICA ERIKA GARZA DE TREVIÑO
  1. 1.       Introducción
Esta es la historia real de una bella mujer “normal” de la clase alta mexicana que me fue contada por una amiga entrañable de la ciudad de Monterrey, Nuevo León y con quien en algún momento de mi vida tuve cierto contacto. La segunda ciudad en tamaño de México. Centro neural de negocios y empresas de alto nivel del país. Orgullo de sus habitantes por los logros económicos y sociales que han logrado. Rival eterno de la Capital del país, el Distrito Federal (DF). Actualmente es una de las ciudades más peligrosas de la nación mexicana por las constantes balaceras entre elementos del narcotráfico, el ejército, la policía, además de los constantes accidentes de tráfico que se dan por la manera desquiciada en que la mayoría transita en sus autos y sobre todo, sus camionetas. Monterrey, junto con otras ciudades del norte mexicano como Tijuana, Ciudad Juárez, Torreón, Durango, Chihuahua, Tampico y otras se han hecho más conocidas por las noticias de muertos, descabezados, desmembrados, secuestros y robos que han llegado incluso a nivel nacional y mundial. Es la historia de una serie de decisiones que en su recién juventud madura iniciada tuvo y que tendrá que ir tomando a manera de mantener la imagen sobria y sí decirlo que genera admiración, pero también mucha envidia
  1. 2.       Contexto
Erika Garza de Treviño la rica señora de sociedad regiomontana es una mujer rubia muy hermosa  con 32 años. Con dos bellos hijos, el primogénito de nombre José Carlos Treviño Garza de 12 años y la menor, una preciosa niña llamada Lizbeth Treviño Garza de 10 años. Su afamado marido es el gran empresario, prototipo del hombre mexicano del norte, del joven hombre de negocios Carlos Treviño Fernández, ganador del ejecutivo en los 30´s que otorgan diversos organismos de empresas de México e incluso de Estados Unidos. Con un poco más de 12 años de matrimonio, representan una de las parejas más sólidas y reconocidas del jet set de Monterrey, Nuevo León. En diversas ocasiones han sido portada de conocidas revistas de sociales de dicha ciudad ya sea en familia o de manera individual. Son muy reconocidos en las altas esferas de la sociedad del municipio más rico de todo México: San Pedro Garza García, Nuevo León aledaño al de Monterrey.
Erika es Licenciada en Diseño Industrial egresada del prestigiado Tecnológico de Monterrey desde hace prácticamente 13 años. Obtuvo mención honorífica, ya que se trata de una mujer muy inteligente y muy dedicada a lo que hace. Con solo un año de haber salido de la carrera contrajo nupcias con Pablo Treviño Garza, Ingeniero Mecatrónico de la misma institución educativa con tan solo dos años más que ella y de quien se hizo novia desde que estaban en los inicios de la preparatoria, mucho a instancias de su propia familia que fue creando el contexto necesario para que de forma muy “natural” se diera el mencionado noviazgo para posteriormente llegar a concretarse en boda. En otras palabras, sin que ellos se dieran cabal cuenta, se trató de un matrimonio “arreglado” por las familias de ambos, situación que es muy común en dicho estrato social, aunque ahora manejado de una manera muy sutil, para que no se haga tan evidente e incluso como para que ni los mismos involucrados estén a plenitud sabedores de ello. Si en algo se parecen la clase alta y la baja (o más bien “rural”) de México es que aún hoy en el siglo XXI existen matrimonios de conveniencia.
Pues bien, Erika era una amazona rubia de aproximadamente 1.72 mts. (Estatura no normal para una mexicana común y corriente, pero si usual entre las que pertenecen a la clase pudiente). Su rostro era más bien parecido a la de una sueca de esas que salen en las postales, su cuerpo es escultural, muy bien formado, por naturaleza Dios le dio una belleza de cuerpo inusual, es decir de campeonato, de concurso de belleza para ser más precisos…Solo tenía que hacer ejercicio de manera moderada para reforzar aún más su espléndido cuerpo…situación que por supuesto no era así, porque como se ya se dijo, ella era muy “intensa” en todo lo que hacía…por lo que ella le dedicaba dos horas cada día a ejercitare a conciencia, por lo que estos dones otorgados por la diosa naturaleza no hacían más que convertirla a ella en toda una diosa de carne y hueso. Sus ojos son de color miel, lo cual hace un juego perfecto con su caballera de un cuidado y esmerado largo. Sus labios son rojos con un color intenso, los afamados labios de Angelina Jolie se quedan cortos ante este, que decir de sus partes nobles…sus pechos son como decía la vieja canción nicaragüense: “ son como cantaros de miel…”, sus nalgas son llamativas indudablemente, totalmente paradas, bien formadas, haciendo una sinergia completa con el resto del cuerpo, que son unas piernas que cualquier jugadora profesional de tenis envidiaría y que cualquier actricita “operada” quisiera que su cirujano le diera. En conjunto era una mujer que siempre llamaba la atención en el lugar en donde estuviera. Tal vez lo que más resaltaba ere ese aire como ausente de este mundo que por lo general tenía. Aunque sonreía y con frecuencia, normalmente estaba seria, como distante, como alejada de la realidad. A algunos hasta les podría parecer fría y altiva. Más cuando arqueaba una de su cejas, por lo que si daba la impresión de ser una mujer presumida. Pero no nos equivoquemos, es común en las mujeres hermosas y sobre todo en las de vidas resueltas desde la óptica económica, ver esa clase de desplantes, pareciéndolas  a otras personas que estaban con un témpano de hielo, con alguien muy orgulloso y que los veía de “arriba abajo” (que es una posición muy asumida por las clases más humildes del país). En realidad, Erika no era presumida, pero si estaba muy distante de las problemáticas ajenas a su círculo de referencia y si contaba con una serie de prejuicios, paradigmas e ideas que veremos cómo en su vida se irán derrumbando, dando pie a una persona más sensible a las enormes diferencias que existen en esta canija y a veces difícil vida.
Erika estudio en los colegios más caros y exclusivos de la capital nuevoleonesa. Su círculo de amistades siempre fue muy cuidado por sus padres. Su padre, el reconocido empresario José Garza de la Rimada, hombre ahora ya retirado de los negocios de 72 años y su madre, la noble impulsora del arte y la cultura, la bella Señora Lilian Murra de Garza ahora de 62 años habían esmerado su “educación”, amén de que sus otros dos hermanos eran hombres, uno el mayor y el otro el menor, siendo ella la de en medio y que resultaron fieles guardianes del honor y la reputación de la niña de la familia.
  1. 3.       Formación de Erika: explicaciones
¿Cómo puede una familia en la actualidad blindar de la realidad a sus hijos? Es muy difícil lograrlo, pero Don José y Doña Lilian procuraron darle fuertes principios morales, religiosos (todos los colegios, excepto la Universidad, fueron católicos), y de trabajo a su familia…cuidando con quien convivían, cuidando que siempre estuvieran activos, ya sea en la escuela, en la clase de música, en la clase de deporte, o en alguna actividad social para que el ocio…a ese terrible enemigo, causa de muchos males de la sociedad entrará en sus vidas…el ocio…si lo podían controlar, lo que no pudieron prever fue un tanto el aburrimiento, el hastío y la ignorancia de otras cosas que le ponen la sal y la pimienta a la vida de cualquier ser humano en el planeta. Evidentemente que para lograr esto, se tiene que tener mucho dinero, control y poder, dinero del cual disponían los padres de Erika con facilidad y poder que si llegaron a tener. ¿Han conocido personas así? Estoy seguro que sí…personas que transitan por este mundo, a diferencia de otros muchos (incluyéndome yo mismo) que no sufren percance alguno, no ven perturbada su vida color de rosa, como de película americana con final feliz. Afortunadamente para Erika, no así tal vez para los “puritanos” o “falsos recatados” (entre los que podrían estar su propios padres, familiares y ciertas amistades) este final de película no se vería, sino al contrario nacería una nueva mujer, claro no antes, de llevar a cabo una difícil decisión que trastocaría por completo el giro de esta posible y predecible realidad.
¿Cómo en la actualidad alguien puede crecer con el desconocimiento  de pecados, maldades, vicisitudes? Pues viviendo en esa burbuja rosa, teniendo la mente y el cuerpo ocupados en actividades nobles como lo son el estudio, y el trabajo social, por ello Erika desde niña ocupaba su tiempo en estudiar, aprender a tocar piano, bailar danza clásica, hacer deporte…ya jovencita, pues el estudio la absorbía más, además tiene talento para la pintura. Cuando su noviazgo, ya que su futuro marido Carlos Treviño tuvo una educación prácticamente igual a la de ella, eran muy parecidos, muy similares en sus ideas y puntos de vista…a veces su preocupación en que restaurante de lujo irían a comer o cenar, que traje o vestido se pondrían en tal o cual fiesta, que tipo de ayuda darían en el club o en la sociedad civil en la que colaboraban. Aunque todo esto lo hacían con gusto, en realidad no lo hacían con plena conciencia de las desventajas que los “otros” tenían, más bien lo hacían porque era parte de su formación, parte de si educación, parte de sus vidas ya estructuradas.
También contribuye a ello el hecho de que  trabajar para ganarse el pan  nuestro de cada día no es una necesidad, en donde esforzarse para estar bien, no es detalle alguno y no es una crítica a la clase alta, ya que desafortunadamente este tipo de vidas también se dan en la clase media y baja, en donde los padres procuran que sus hijos vivan de alguna manera “aislados” de la realidad de los “otros”. En México son famosos los “ninis” (ni trabajan, ni estudian) y la mayoría de ellos son de la clase media y baja.
Erika por ello normalmente era muy seca con los demás, casi siempre de grandes gafas de sol y en su camioneta extranjera de último modelo si parecía distante, y aunque sus amigas eran de una cara frente a ella, a sus espaldas sobre todo envidiaban esa naturalidad con la que llevaba su vida sin contratiempos. No tenía problemas con el marido, mucho menos con sus hijos que aún eran pequeños y en su educación ayudaban bastante los suegros y sus propios papás. Al parecer era una mujer ajena a los avatares y sinsabores del sexo, a ese tremendo ingrediente en la vida de hombres y  mujeres, causa de felicidad para unos y de infelicidad para otros.
  1. 4.       La vida actual de Erika
Erika tenía una pandilla de 6 amigas (todas ellas ricas, sin necesidad de trabajar en forma seria, aunque algunas si lo hacían, mas por pasatiempo que por otra cosa, todas ellas profesionales y guapas, aunque la que sobresalía notoriamente era nuestra Erika) que se reunían de dos a tres veces por semana, casi nadie faltaba a dichas reuniones, ya sea a desayunar, a tomar café, al cine, a intercambiar noticias, a “comer” gente, a chismear , a perder “sanamente” el tiempo…eran unas dos horas por reunión, por lo general. En las pláticas entre las mencionadas amigas, claro que había dos de ellas: Susana y Clara que sin ambigüedades comentaban o más bien intentaban comentar con las otras: Marisa, Cecilia, Ana y Amanda acerca de sexo…de que tenían “amantes” ocasionales (además de que era sabido por el resto de mujeres, de que habían sido muy “novieras”), pero el resto del grupo ya sea por guardar las apariencias, ya sea por mojigatería (sobre todo, Amanda)  evitaban el tema, no sin dejar de “regañar amistosamente” como decir “fresamente” a las otras dos niñas de que eran unas pérdidas, unas “locas” por hacerles eso a sus maridos…aunque, en el grupo también tenían sus quereres “ocultos” la misma Marisa, Cecilia y Ana…es decir, en la realidad solo Amanda y Erika no engañaban ni pensaban hacerlo, ni les preocupaba en realidad en lo más mínimo el tema del sexo.
Sin embargo, no podían evitar que estas Susana y Clara hicieran comentarios, tales como: “ay manitas, si supieran lo rico que es sentir la verga de ese hombrazo de allá” “tuve un orgasmo que casi me desmayo” “Sabían que el entrenador de tenis, la tiene bien chiquita, jajaja” “El viejo jardinero de la Sra. Rosales si tiene una que te hace ver la luna y las estrellas, jajaja”, “Dicen que en la Colonia Country Norte hay una casa de citas de lujo, donde van todos los hombres de dinero de Monterrey…dizque que son mujeres extranjeras, uff…de lo que se pierden, de verdadera carne norteña, jajaja”
…Ante dichos comentarios Erika, solo reía y lo veía como algo lejano, como una tontera de sus amigas, como una pérdida de tiempo, ya que estas aunque de buen ver y mucho mejor tocar, habían descuidado la educación de sus hijos, sus entrenamientos y rutinas diarias,,, ”ay…que pérdida de tiempo, se decía”…
Las otras en el fondo envidiaban a estas dos, ya que se habían liberado y al parecer si gozaban de ese anhelado y a veces desconocido fenómeno erótico y sexual llamado orgasmo femenino…Lo cierto, es que los maridos de estas mujeres tienen lo que suele llamarse “workalcoholismo” o síndrome de trabajar en demasía, en palabras más mundanas, viven para trabajar y no trabajan para vivir, por lo que tienen descuidado a sus bellas señoras.
Así mismo, todas, excepto Amanda envidiaban a Erika, ya por su belleza sobresaliente, o por su notoria inteligencia y eso que estas mujeres también tenían lo suyo…pero más bien por su indiferencia ante este tema, que a ellas les inquietaba, y les inquietaba porque no todas estaban satisfechas con su vida sexual…algunas veces habían rozado el cielo y la plenitud en ese terreno, pero no con sus esposos como lo hubieran querido y lo dictan las buenas costumbres y sus prejuicios y eso sí un tanto de discriminación hacia los “otros” las hacía sufrir de más en ello, pero cuidaban de no hacérselo evidente a la dulce, fría y hasta altiva belleza rubia de la norteña, de la regiomontana Erika.
¿Cómo había logrado mantenerse ajena a este tema, el del sexo, la belleza de Erika? Si es lo más lógico hoy en día, ante los mensajes masivos de los medios de comunicación, si es uno de los principales temas de los mexicanos, si es una cuestión de la que casi todo el mundo habla…pues si es complejo de explicar, pero es lógico y totalmente creíble…miren, si la niña siempre estuvo resguardada por los canes de sus hermanos, los padres le procuraron un ambiente idílico y luego si el novio que se cargó que era de mucho más dinero que su familia, de mucho mayor poderío político que la suya, pues “asustaba” y alejaba a los más atrevidos, que si los hubo, sobre todo en la Universidad, hubo dos que tres chavos de clase media que la pretendieron, pero se tuvieron que alejar al ver el peligro que corrían de meterse en broncas con familias de prestigio y poderío en la ciudad.
Claro que cuando estaba en el gimnasio, en el club deportivo, incluso en la Iglesia, en un mall, en cualquier espacio público no faltaban las lisonjas, los piropos o incluso el atrevimiento de abordarla, pero el mujerón simplemente estaba indiferente a este tema, ya que no lo consideraba importante…le daba risa y más bien le sacaba provecho al indudable atractivo que sabía ejercía en el sexo opuesto e incluso en otras mujeres para de una manera muy desarrollada, en un estilo muy provocativo, pero sutil, casi sensual, sin que ella lo supiera, ya que en esta clase de hembras, es un proceso innato, natural y que se da como flores en un jardín del edén. Usaba ese poderío para lograr pequeños caprichitos que se daba y de hecho le gustaba usarlo para su beneficio y el de quien le cayera bien.
¿Cómo fue que con su novio y ahora marido no se despertó esa fuerza avasalladora del sexo? Pues el pobre hombre también recibió una educación muy especial como la que se ha explicado, lo enfocaron más al trabajo y a la búsqueda de la riqueza económica, y así fue como Carlos se desarrolló en el concepto de que el sexo es solo un medio para procrear y formar una familia…su noviazgo fue muy limpio, de manita sudada como se dice, a él más bien le interesaba que se dijera de la hermosa mujer que tenía como novia y ahora como esposa y de los bellos hijos que tenía…le dedicaba grandes horas al trabajo…aunque si había hecho deporte y se había cuidado en su juventud temprana…ahora era un calvo incipiente aún a sus escasos 34 años…y tenía una pequeña panza, la llamada “panza de la felicidad” que no viene del sexo, sino del bien comer y de una vida de oficina y de viajes constantes. Tampoco sabía lo que era el verdadero sexo y como tal pues nunca le enseño, ni mucho menos pretendió junto con su novia, ahora esposa aprender juntos…era muy respetuoso en la cama y eso si la halagaba a cada rato y le hacía regalos simbólicos porque sabía que de esa manera siempre podía tener contenta a su mujer…no le interesaban otras, sino más bien el manejo de sus empresas…incluso a sus hijos tampoco les dedicaba gran tiempo o importancia…solo le interesaba la imagen bonita que de ellos tenía la sociedad en que se desenvolvía..
Sus encuentros de novios se concretaban a besos muy cándidos, a masajes suaves casi tímidos en las nalgas y senos de la mujer, ya de casados casi siempre el encuentro duraba pocos minutos, sin que supiera se trataba de un eyaculador precoz…solo en una ocasión, que se había pasado un poco de tragos, logro que la rubia se excitará un poquito más, logrando sacarle pequeños gemidos que le dieron miedo bajándole de inmediato la briaga y detenerse, contenerse, en esa ocasión, tardo un poco más en masajear, acariciar, a veces rudo a veces tierno en las protuberancias perfectas de su mujer, le recorrió las piernas, el vientre, el nalgatorio, los senos a plenitud, con calma, pero en cuanto  su mujer empezó a convulsionarse, le dio miedo y se detuvo, penetrándola ipso facto para venirse después de unos cuatro o cinco empellones…en esa vez, la diosa rubia, sintió por primera vez en su vida lo más cercano que estuvo a un orgasmo, le gusto, pero al ver el miedo en los ojos de su marido se quedó con la idea de que eso no era adecuado, ni bueno…lo único cierto, es que de esa follada fugaz nació su hija…
Como Erika se movió con un círculo muy cerrado de amistades desde su niñez hasta la fecha, pues no tenía contacto con otras experiencias, en la Universidad a pesar de la diversidad de alumnos y compañeros, no se llevó en demasía, más que con sus compañeras. Además, Amanda siempre fue su amiga fiel y estudio lo mismo que ella, así que no la dejaba para que pudiera convivir con otros…su grupo de amigas es desde niñas.
Sus contactos actuales en gimnasio, clubes, Iglesia, escuela no dejaban de ser lo que las reglas sociales de civilidad permitían, era muy difícil acercarse, por ello ella lucia más bien como una reina nórdica.
Claro que había lobos hambrientos de carne humana cercanos a ella, mucho más cercanos de lo que ella misma se hubiera podido imaginar aún en sus más recónditos pensamientos, pero que por el momento y por no meterse en problemas sobre todo familiares y hasta económicos, no dejaban ver sus más oscuros propósitos, solo se contentaban con verla, con convivir con ella, con estar cerca de ella, verla sonreír de vez en vez y bailar de vez en vez con ella…claro, siempre el peligro está durmiendo cerca de ti…se trata de familiares políticos, de familiares de su esposo, quienes la deseaban, ¿quiénes? Poco a poco se irá explicando la vida de esta impresionante beldad, de esta amazona espacial.
¿Cómo era la vida de esta exquisitez de mujer? Pues era llevar y traer hijos, asistir a juntas escolares, ir al gimnasio del club todos los días, misa los domingos, daba tres veces a la semana clases de pintura y de diseño en una pequeña academia de lujo de la colonia a niños y niñas de sociedad…lo hacía más como pasatiempo que otra cosa…también cada semana asistía a diversas empresas de carácter social de su marido, suegro y de sus papás a ofrecer diversos tipos de servicio y ayuda, que veía como parte de su vida más que por una real necesidad de solidaridad con los demás, con los “otros”…así transcurría la vida de esta buenísima mujer, hasta que un viaje detonaría un proceso de aprendizaje que la llevaría a tomas de decisiones  que nunca pensó se tendrían que llevar a cabo en su cálida y tranquila vida.
Empecemos…
  1. 5.       El proceso de reaprendizaje en la vida de Erika
Carlos: Querida, creo que ahora si tendremos que ir a la reunión anual de generación, esta vez no podremos zafarnos … (y es que aunque salieron del Tec de Monterrey, no se llevaban con toda la generación, ya que es bien sabido que en dicha institución educativa también asisten y egresan jóvenes que no son necesariamente de su nivel, de su estrato social, ya que han algunos que son becados o apoyados con préstamos en su carrera y no todos son grandes empresarios, más bien existe de todo: ejecutivos, pequeños empresarios, empleados, y hasta algunos que no logran hacerla ya en la realidad)
Erika: ¿Por qué amor?
Carlos: Se trata de que me van a dar a un premio por ser el empresario del año, además de que será ahora en el DF donde afortunadamente se liga con un Congreso al que quiero asistir, así que estaremos cerca de semana y media en el DF…será en quince días
Erika: Bueno, a lo mejor ya nos hace falta ese tiempo para nosotros dos, ¿no crees, querido? Y a lo mejor mis amigas también podrían asistir, me voy a poner de acuerdo con ellas para los días en que estarás en tus conferencias….
Carlos: Así es…es un Congreso de negocios, no creo que te guste asistir, ¿verdad?
Erika: Claro, déjame ponerme de acuerdo con Amanda y las chicas…
Días después…
Erika: solo Amanda y Clara podrán asistir y solo a los festejos de la generación, después se tienen que regresar a Monterrey, que lastima, ya teníamos planes para ir de compras y a turistear por ahí…está el Concierto de Luis Miguel en el Auditorio Nacional…no me gustaría ir sola, ¿me acompañas?
Carlos: Veremos, tengo la agenda muy apretada, que lastima, pero así podrías estar solita y hacer lo que quisieras…a lo mejor te está muy bien, unos días sin hacer nada en concreto, sin plan alguno…
Ya en el festejo de la generación 1998- 2002 del Tec de Monterrey de todos sus campus a lo largo y ancho de México en un prestigioso y lujoso hotel de la mejor zona del DF con cerca de doscientos hombres y mujeres de alrededor de 32 a 36 años con cierto y relativo éxito en sus vidas convivían en la comida de cierre del evento, Erika (su marido no podía estar ya que estaba en otro hotel en una reunión de negocios con otros empresarios del DF), Amanda, Clara y a invitación de esta última un matrimonio muy divertido. La mujer de nombre Elsa era Arquitecta, habiendo tomado algunas clases con Clarita…si eran amigas de esa época, aunque ahora ya no convivían para nada, si estaban recordando viejos momentos… era oriunda de Villahermosa, Tabasco. Su marido, Ricardo era Licenciado en Administración de Empresas, de Córdoba, Veracruz…Ambos vivían en la ciudad de Veracruz, en donde tenían un pequeño negocio…él era ejecutivo importante de Ventas de una empresa de dulces y ella daba clases a nivel universitario. Tenían dos hijos, y como buenos sureños, eran más liberales, más divertidos, menos serios, menos “intensos” que los del norte (esto no es un prototipo o perfil generalizado, más bien es un patrón cultural que más o menos se da entre Norte y Sur en México, no es bueno ni malo, simplemente existen diferencias que si no se acentúan no se perciben o causan ningún mal a nadie).
La principal diferencia entre este matrimonio y las otras mujeres…es que ellos eran morenos, siendo ella ya casi una morena oscura como buena tabasqueña…Ella es más baja, 1.68 mts., él de 1.74 mts. Ella muy pero muy exuberante de curvas, de una cara muy tropical, casi de rasgos similares a los de las brasileñas…muy bella, en su peculiar estilo, pensaba la rubia y divertida Erika, que se maravillaba de como un matrimonio de su edad pudiera llevarse tan bien, tan natural, sin estiramientos que se daban con sus conocidos.
Él muy atlético, pero muy natural, en su ciudad se da mucho el que los hombres se llenan de bolas enormes exagerando sus músculos, cosa que para nada gustaba a la bella rubia…su cara aunque no fea, no le agradaba, ya que ella estaba acostumbrada a otro tipo de rostro, pero no podía dejar de reconocer que el hombre que alegremente albureaba (término que después entendería Erika, ya que en algunas ocasiones no sabía de qué se reían y tuvieron que explicárselo y fue cuando comprendió) hasta a su mujer, tenía muy buen cuerpo. Vale explicar que la rubia por su inclinación al diseño y a lo estético, a lo bello, si reconocía cuando alguien era bien parecido…este no lo era, pero su cuerpo sí…En Monterrey quien tenía buen tipo, tenía una alta probabilidad de ser gay, ya que si algo tenía la capital de los negocios es una clasificación masculina más o menos en esta proporción, según había leído en alguna ocasión en un artículo de una revista de circulación local: 80 % de los hombres jóvenes en edad de casarse son gays, del 20 % restante, 15 % tienen sobrepeso, otro 5 % se mete anabólicos para parecer fisicoculturista y el otro 5 % es indefinido….Y ya en el total de los masculinos la cifra de homosexuales alcanza hasta un 45 %, lo que deja un 55 % de los cuales casi el 70 % son obesos…es decir, es la capital de los gordos, es la reina de las operaciones para disminuirlo, es la reina de las aseguradoras ya que los ejecutivos y empresarios tienen que operarse para poder dar el peso que exigen dichas empresas para poder hacer válidas las pólizas de seguros, jajaja
Eso a Erika le chocaba de su ciudad, la ciudad de mayor consumo de refresco y de comida chatarra, la primera en obesidad infantil…por eso, ella era muy cuidadosa con su cuerpo…eso pensaba la rubia distanciando otra vez de la conversación…cuando
Elsa: Pues Ricardo y yo vamos mañana a ver al tal Luis Miguel…ya ven es de nuestra época, jajaja que lástima que mañana te vas temprano Clarita…
Erika que si había comprado un par de boletos con la esperanza de asistir con su marido, se apresto y se apuntó para ir con el matrimonio al evento, ya que en definitiva Carlos, su esposo no podría ir…
Ricardo: Pues ya está, mañana te esperamos en el lobby desde temprano ya que tenemos todo un tour por la ciudad…
Así transcurrió la velada, Amanda se tuvo que disculpar ya que empezó a sentirse un tanto mal, quedándose Clara, Elsa y su marido Ricardo y nuestra belleza, por lo que los comentarios subidos de tono entre Clara y Elsa empezaron a correr…nunca en su vida, por increíble que parezca Erika había escuchado una conversación tan larga de contenido sexual y al no tener apoyos en otros iguales a ella, no le quedó más que escuchar todo, varias cosas no las entendía y mucho menos entendía cómo es que se reían con tantas ganas, también le gusto como bailaron la pareja de sureños, se veían tan felices, tan espontáneos, tan naturales…no sabía cómo explicarlo…también se maravilló como Clara se estaba ligando a un hombre que estaba solo en la mesa cercana y como en el baile ya de plano se abrazaban con todo…riéndose y murmurando entre sí..de verdad que Clara no se mide, pensaba y que diría Cesar, su esposo si supiera que su mujer era toda una vampiresa…A Erika, la sacaron a bailar, pero con ninguno bailo, porque no quería dar pie a murmuraciones a sus nuevos conocidos.
Ya en su cuarto, Erika pensaba que sería raro convivir con sus nuevos conocidos ya que eran de otro mundo, muy diferentes a ella, cuando se percató de que no había traído una crema limpiadora extra y no se había dado cuenta de que la que usaba ya se terminaba. Carlos le había hablado de que la reunión todavía estaba como para dos horas más y que ya no lo esperara, que descansará…Bueno, iré a ver a Clara a sus cuarto para que me preste su crema, se dijo a sí misma la beldad, sin saber que presenciaría una de las escenas que más la marcarían de allí en adelante en un nuevo camino sin retorno alguno ya.
Toc, toc, toc tocaba la rubia en el cuarto de su amiga Clara sin recibir respuesta alguna y es que eran un toques muy discretos, como no queriendo molestar, cuando la mujer se sobresaltó al empezar a escuchar con bastante claridad unos gemidos que le pusieron la piel de gallina, empujo levemente la puerta y oh…esta se abrió…hay un pequeño recibidor en estos lujosos cuartos que dan un pequeño espacio entre la puerta de acceso, la del baño y el cuarto mismo, por lo que los sonidos, gemidos y palabras ya fueron bastante evidentes y claros para la hermosa mujer como para dejarla paralizada haciéndola retroceder antes de entrar a la estancia propia del cuarto, su primer intención fue salirse de inmediato, pero pensó que si se salía rápido tal vez se dieran cuenta y la pena no la hubiera podido aguantarse, por lo que no le quedó otra que quedarse sin asomarse a la recamara para escuchar en toda plenitud:
Papiii…dale fuerte, asíiii, asiiii que ricccoooo…
Nadie contesto ante esos gemidos de espanto que emitía su amiga Clara, solo se escuchaba una especie de glog, glog, glog….
La curiosidad se despertó en la rubia y es que ni siquiera en películas se había acercado este mujerón de 32 años a vivir esta experiencia totalmente desconocida, totalmente nueva…se asomó para ver como una fuerte espalda morena se veía con las dos piernas blancas y bellísimas de su amiga sobre sus hombros, de hecho solo veía los pies de Clara, estando oculta la cabeza del hombre en la entrepierna de la mujer y haciendo ese ruido tan raro de glog, glog, glog y los gemiditos que emitía la mujer…¿Qué era eso?, ¿que veía? El hombre estaba tal vez besando con su boca las partes de su amiga…que asco, pensó, ella no sabía que eso pudiera pasar….lo que si la inquietaba es que su amiga parecía estar gozando mucho ya que alcanza a decir entre gemido y gemido…riccooo, commeemmee, mi machoooo, mi hombreeee..ahiiiiii, asiiii, seguiiiii sin llegar a terminar exhalar muy fuerte y sacudirse como convulsionándose….ayyyyyyy
Erika volvió a retroceder toda asustada, cuando de pronto escucho la voz del hombre que reconoció era la del tipo con la que Clara había estado bailando en la velada, supo que era un tipo casado del mismo DF que asistió sin pareja al evento y que al parecer era abogado de la misma generación (aunque ella nunca se acordó de haberlo visto o conocido, y como no, si su círculo de amigos era muy cerrado y no prestaba atención en los demás, en los “otros”), porque por momentos el susodicho se había sentado en su mesa…
Ahora si putita….a mamar verga que es a lo que venías, ¿verdad zorrita?
Volvió a asomarse para ver al tipo totalmente desnudo y con un cuerpo moreno ya brilloso por el sudor que resaltaba sin duda el trabajo de gimnasio que hacía, no era exagerado, al contrario era armonioso, atlético, no pudo dejar de abrir los ojos la rubia al ver la parte masculina del hombre ya que tenía claramente un pene mucho más largo y grueso que el de su marido y como su amiga también casi en cueros, solo tenía un liguero y una pequeña tanga que se veía toda desmadejada ya, sin estar en su lugar, como que la habían estirado rompiendo su elástico hincada empezando a besar ese aparato reproductor del hombre…quedo paralizada, nunca en su vida había visto algo semejante…el hombre empezó a hacer una caras de gozo, luego como de sufrimiento, luego como que se reía y también emitía pequeños gemidos, aunque ciertamente muy masculinos….vio cómo su amiga totalmente arrodillada ante el hombre empezaba a meter y sacar con cierto ritmo agarrando con sus manos los costados de la cadera del hombre y empezando incluso a amasar y masajear el cuerpo del mismo, alternando el costado con incluso las nalgas del hombre que no dejaba de decir: asssíi….ahiii reiniitta….no sabes cuantas   me hiceee de joveeen en el Tecc,,,,te teníiaaa unas ganassss,,,pinchheee putitita…estas biennn buennaaa…
A lo que en un momento, Clara se detuvo y hablándole con una calma pasmosa al hombre decirle, pues aquí me tienes, nunca es tarde para ponerse al corriente, aprovechemos esta noche, con una voz y tono que no le reconoció a su amiga….continuando con la actividad de succionar, chupar, no supo definir la hermosa voyeur (después aprendería que eso era una felación).
Casi a punto de desmayar, la rubia Erika se volvió a colocar en el pasillo-recibidor para decidir que tendría que hacer para salir de esta horrible situación, cuando volvió a escuchar ahora otro nuevo ruido…la cama empezó a hacer un pequeño ruidito como si la estuvieran moviendo de su lugar…
Hummmm, hummm, humm empezó a escucharse, el ruidito empezó a despertar otra vez la natural curiosidad de toda hembra, para volverse a asomar al cuarto y ver como ahora la rubia estaba colocada sobre la cama en una de sus orillas con sus dos brazos estirados sobre la misma y las piernas abiertas  y el hombre por atrás de ella empujándole su pene…como si fueran perros, solo que ella en la cama y él de pie…ella ya había visto que los perros hacen el sexo de esa manera, pero nunca hubiera creído que las personas lo hacían así…ya que ella no lo hacía de esa manera con su Carlos.
Ahiiii. Ahiii , ayyyyy escuchaba que su amiga emitía y veía como sus senos se movían al ritmo que el hombre imprimía en sus embistes…no dejo de reconocer que su amiga tenía un muy buen cuerpo, muy trabajado, muy blanco y que contrastaba con el moreno del hombre que le estaba haciendo el amor…¿amor? Pensó la mujer, ese hombre no es su marido, lo acaba de conocer, al parecer se conocían de la Universidad, pero como era posible que hiciera esto…
Dioosss que gozooooo, estooo es cogeeer y no chingaderas, se asustó la  niña-mujer inocente de Erika, que en una sola exhibición real estaba viviendo hasta ahora algo desconocido para ella
Se asustó aún más cuando el hombre se detuvo para subirse a la cama y darle una vuelta completa a la mujer para acostarse él y subirse encima a su amiga con una agilidad y rapidez pasmosa, para decirle: a cabalgar se ha dicho, potranquita norteña….a lo que su amiga con una de sus manos agarrar el pene del hombre e introducírselo en la punta de la vagina dándose un sentón ella misma, exhalando ajuaaa….este si es un potro…ahhhhh, mi potrrorooo rabiosososoo….ahiiii….y empezar a moverse como una licuadora sobre del hombre
Duraron así un rato largo, mucho más largo que lo que ella con su marido Carlos empleaba para estos actos…De pronto, su amiga se viró para quedar sobre el hombre pero ahora dándole la espalda y seguirse moviendo a un ritmo acelerado, en esta posición Erika pudo ver el rostro todo desmadejado de su amiga, pero evidentemente un rostro lleno de felicidad…Así mismo, la joven casada empezó a sentir mucho calor en su cuerpo, los senos se le habían erectado sin siquiera haberse tocado, sintió cosquillas en su entrepierna y en un momento fugaz se dijo a si misma:¡Que se sentirá estar así? Mi amiga se ve muy feliz…y yo siento ahora muchas cosas raras en mí…
….ahhhh alcanzo a decir la pecadora infiel…..y empezó un movimiento frenético hasta que el hombre exhalando…ahiii te voyyyy…ahiiiii con lo que la amiga también gimió más y más cayendo sobre el varón, para voltearse a  abrazarse a su amante recostando su cabeza en el pecho de él y aparentemente dormidos lo que hizo que Erika decidiera ya salir de ese cuarto de pecadores infieles…para irse casi corriendo a su cuarto, donde su marido aún no llegaba…vio el reloj abriendo más los ojos para calcular que el sexo que su amiga había estado haciendo había durado cerca de la hora, no pudiendo evitar comparar que con su esposo eso duraba cerca de diez minutos…se acostó de inmediato para tratar de calmarse por lo que había visto y escuchado…
Fue una noche muy intranquila, sintió a su marido llegar tal y como había dicho en un lapso de dos horas desde que le había hablado antes de ir al cuarto de Clara.
Al día siguiente, su marido a su Congreso, sus amigas Amanda y Clara desde más temprano ya se habían trasladado al aeropuerto…y ella esperando en el lobby a la pareja de Ricardo y Elsa…le habían comentado que en el día se vistiera cómoda ya que caminarían bastante, por lo que se había vestido con un pantalón de mezclilla corte clásico, ya que no le agradaban los que se ponían a la cintura por considerarlos incomodos y muy pecaminosos, por lo que el pantalón cubría por completo su maravilloso nalgatorio, pero sin dejar de resaltarlo, de dejarlo expuesto y atractivo, ya que se puso una blusa ligera también de mezclilla, pero más ligera y metida en el pantalón por lo que su cinturita, sus nalgas y portentosas piernas lucían en todo su esplendor, en las manos llevaba colgada un pequeño bolso en donde tenía una chamarra ligera…el pelo se lo había recogido en una coqueta melena, por lo que realmente lucía mucho más joven, casi no tenía maquillaje, ya que no lo requería, sus gafas de sol no podían faltar y ocultaban las pequeñas ojeras que si se le habían formado ya que no había podido dormir después de los cerca de 60 minutos que estuvo en el cuarto de Clara…uff…mi amiga es tremenda, pero se ve que gozaba como un animal, pensaba la rubia cuando vio llegar muy abrazados y sonrientes a sus nuevos compañeros de un nuevo día en su vida…día que tampoco podría olvidar en mucho tiempo…
Elsa: ahora si amigocha…a vivir un poco, a darse un “baño de pueblo”…jajajaja
Erika no entendió esto último pero estaba decidida a pasársela bien con ellos para olvidar el trauma de la noche anterior.
Lo primero que hicieron fue salir a caminar por la calle Reforma y desayunar al aire libre en una de las callecitas cercanas a esta gran avenida en un puesto de comida informal, cosa que por primera vez hacía en su vida la bella casada sola…se dijo la rubia: otra primera vez, ohhh diosss que más me puede pasar hoy….no dejando de ver las miradas muy distintas que le lanzaban los hombres que estaban en el puesto, miradas que no veía en sus ocasionales encuentros con otros hombres como maestros, directores de escuela, o en su academia, en donde los dos que había de plano eran gays declarados. Si acaso en ocasiones, se decía se lo había descubierto a su suegro, el poderosos y omiprescente Don José, el papa de su Carlos…y al Tío Alberto…hermano de la mama de su marido…miradas que en su momento atribuyo a que como todo hombre sabía les gustaba su belleza, que a cada rato le recordaban todos, sobre todo su mismo esposo, que siempre le andaba halagando.
Después  la sorprendieron diciéndolo que subirían al metro de la ciudad, transporte que ni de chiste Erika había abordado ahí en el DF o en el de Monterrey…como ellos estaban en pareja no se quisieron separar en los vagones en donde separan a hombres y mujeres, decidiéndose subir al de hombres (es bien sabido que en las principales estaciones del metro de la ciudad de México separan a hombres y mujeres para evitar los posibles manoseos y molestias sobre todo de varones a las féminas). Además a esa hora en esa estación no había casi usuarios. Dicho y hecho, se subieron, ella se sentía totalmente fuera de lugar…observaba a los pocos que había y solo veía rostros cansados, algunos durmiendo, rostros que no se atrevían a mirar directamente a los ojos…por otro lado, la pareja de compañeros parecía estar en lo suyo, como si estuvieran de novios, es más eso parecían, un par de novios y una pareja de casados ya con tiempo y con dos hijos…siempre se estaban abrazando y besando, en más de una ocasión pillo como él le daba una nalgada a ella o como esta de plano también le sobaba el trasero a su marido. Ni en los más remotos pensamientos, ella hubiera tenido ese comportamiento con su esposo Carlos.
La incomodidad fue cuando en dos estaciones más, el vagón se llenó a la exageración…y todos en su mayoría eran hombres, identifico de inmediato  a dos gays que por su escultural figura y exagerado trasero, aunque realmente bien puesto, no pudo dejar de reconocer.. Le llamo la atención una jovencita que también entro, era blanca sin llegar a ser rubia, evidentemente el pelo lo tenía tiñado de ese color, tenía una minifalda de mezclilla que resaltaba unas bonitas piernas y un buen trasero. También ingreso una mujer muy maquillada y con curvas muy pronunciadas…se ve que fue bella, ahora era evidente su madurez, traía un vestido un poco arriba de la rodilla muy entallado y con un escote muy pronunciado…también vio como acto seguido dos hombres se colocaron de inmediato atrás de dichas mujeres que estaban separadas entre sí para empezar a moverse rítmicamente pero lento sin que fuera evidente para otros que se estaban restregando sobre los nalgatorios de las mujeres que evidentemente se empezaban también a repegar, eso mismo lo vio con los dos gays cuando vio que otros dos hombres se ponían atrás de ellos para empezar a simular lo que la noche anterior vio entre el hombre abogado y Clara, es decir, como si estuvieran cogiéndose unos perros. La mujer después supo que eso se llamaba “perreo”. Todo esto lo podía ver ya que ella era más alta que la mayoría de los presentes. Sus amigos se colocaron delante de ella, aunque un hombre se interpuso entre la espalda de Ricardo que también empezó hacer lo mismo con Elsa, por lo que está por ser  chaparrita y estar de espaldas a ella no la podía ver a ella, mucho menos Ricardo que solo atino a medio voltear para decirle que faltaban como cinco estaciones para llegar a su destino, que no era otro que el Palacio de Bellas Artes. Que él le avisaría cuando bajar por lo que a la rubia no le quedo más que volver a ver como ellos, la pareja de gays, la joven y la madura empezaron un sutil meneo y alcanzo a ver rostros de felicidad y gozo como los que Clara tenía la noche anterior.
En eso estaba, cuando sintió como el hombre de enfrente se aplasto contra ella…como era más bajo podía casi sentir el aliento de su boca por encima de sus senos, situación que le incomodo por lo que en un acto reflejo hacerse hacia atrás y sentir como su nalgatorio se enterraba sin querer en las ingles de otro hombre que estaba detrás de ella y que poco a poco ya pensaba empezar a puntear las mejores y más grandes nalgas que había visto en su vida entera…este hombre era casi de la misma estatura que el de la rubia por lo que el encuentro entre verga ya totalmente parada y ranura de nalgas fue totalmente válido, totalmente exacto, como si se estuvieran esperando de toda la vida. La rubia casi brinca al sentir en su trasero con plena conciencia un pene muy duro y grande, nunca su marido le había pedido o insinuado siquiera poner su aparato en esa parte de su anatomía…lo sintió totalmente, sintió como se acomodaba en su trasero, como se aplastaba en sus nalgas que por ser grandes y muy paradas acojinaron y de alguna manera acogieron el miembro masculino, es más hasta sintió como palpitaba, del susto solo atino a exhalar un ayyyy…que le arranco una malévola sonrisa al puntillador de atrás, la rubia se hecho rápidamente para adelante para ver como la cara del otro sujeto casi se entierra en la canalura de sus pechos…el puntillador de adelante ya había visto que había otro sujeto dándole un perreo al mujerón que le puso por suerte Diosito en su trayecto diario a vender al centro de la ciudad sus humildes productos…era un vendedor de chucherías cualquiera, por lo que sin reparo alguno poso sus labios sobre la textura de la camisola de mezclilla y de plano se empujó hacia adelante…el de atrás al ver que la rubia había gemido interpreto que era una de esas busconas que le encanta subirse al metro a buscar que las cachondeen, que las manoseen, que las calienten, así que con valentía inusitada se restregó por completo flexionando sus piernas para impulsar su verga que sintió coincidía exactamente con las nalgas de esa diosa caída del cielo…Gracias virgencita pensaba el individuo que en su trinche vida había tenido ante si unas nalgas tan divinas como estas, empezando así un empuje fuerte y vigoroso por dos desconocidos a la portentosa rubia que ya sonrojada ante la situación no sabía si gritar y pedir auxilio a sus amigos que veía estaban en lo suyo…
La hermosa hembra pensaba que si gritaba se armaría un escándalo de primera, que todos se burlarían de ella, ya que prácticamente se percató de que otros hombres se estaban dando un agasajo visual con las arrimadas a ella misma y a los gays, sus amigos, y las otras dos mujeres, casi todos los que estaban en el vagón eran conscientes de lo que estaba pasando, pudo ver como un joven desaliñado veía con enorme satisfacción como los otros hombres la estaban empujando entre sí…sin más decidió guardar silencio y agachar su cabeza para dejar que esto ya terminara…paso una estación larga, oscura, como de cinco minutos en donde los besos sutiles del hombre de enfrente a parte de sus senos eran más que claros, sentía además el pene también grande y durísimo del sujeto en sus muslos que el mencionado se alternaba para acariciarlos por encima de la ropa con su aparato. También, sentía como el pene del de atrás estaba ya encajado entre sus nalgas haciendo un movimiento oscilatorio de atrás hacia adelante, de un lado a otro…inició otra estación como de otros cinco minutos para de pronto detenerse por completo y estar a oscuras (esto es común en algunas partes del metro del DF), con lo cual sintió como de plano el hombre de atrás con sus dos manos empezaba a masajear, a palpar, a acariciar y toquetear sus nalgas, sus piernas, su cintura….empezó despacio, como pidiendo permiso, al ver que la rubia solo tenía la cabeza agachada pensó que era un consentimiento a sus avances, de pronto el joven de al lado también con una de sus manos empezó a rozar sus manos, él si más tímidamente…el de adelante al ver esto, también inició un manoseo con sus dos manos a la cintura y nalgas de la joven hembra…parecía que los tres hombres se coordinaban, se ponían de acuerdo para no tener sus manos juntas o estorbarse…la mujer pensó que solo sus masajistas (una mujer muy grande y un gay muy suave) habían tocado así su cuerpo, ni su marido, solo en esa ocasión en que empezó a sentir un hormigueo, un calor raro que le recorría el cuerpo al tener un poco más de tiempo de preámbulo, antes de penetrarla…situación que empezaba a sentir…al ser un toqueteo no tan exagerado para guardar las apariencias, esa situación de suavidad, le empezaron a ser gratificantes, al grado que con los ojos semi cerrados no pudo evitar exhalar el gemido más sensual, más erótico que los tres pobres infelices habían escuchado en sus vidas, a ella le pareció como un desahogo ante tantas experiencias y esta situación tan anormal en su vida, a ellos fue una invitación a  continuar con el magreo, siguieron y siguieron, aun cuando el vagón volvió a iniciar su trayectoria, paso otra estación, la mujer alcanzo a calcular que llevaban así como veinte minutos, alzando su rostro para con una sorpresa inaudita ver como los dos gays tenían bajado sus pantalones apenas cubriendo con manos de los sujetos que los punteaban y de ellos mismos las partes de carne humana que dejaban ver dos glúteos más parecidos a los de una mujer que a los de un varón, también vio que la joven de mezclilla y la otra mujer dejaban ver parte de sus nalgas, con sus respectivas prendas subidas a la cintura, era ¡evidente, se las estaban cogiendo ahí mismo! Diosss, no pudo dejar de mencionar, con lo que ya liberadas las barreras de los hombres de delante y del de  detrás empezaron a meter su  mano en su entrepierna de manera alternada, casi se cae, si no es porque los mismos hombres la detenían al tenerla prácticamente empalada, como si fuera el relleno de un sándwich…ante este nuevo ataque, la rubia sintió un escalofrío que la recorrió por completo, ya llevaba así cerca de media hora, diooss que calor sentía la hembra, sin querer pretenderlo, como en un acto natural este bello ejemplar femenino empezó a moverse al compás de sus agresores, su mente ágil e inteligente no podía evitar a que su cuerpo entero empezará a sudar finamente, a ponerse con la carne chinita, chinita, a que empezará a temblar sin control alguno y lo peor, oh diosss a moverse al ritmo de la fenomenal metida de mano y sobajeo a sus nalgas, piernas, senos, entrepierna ya al 100 % de los dos hombres de cuyos nombres desconocía y que al de frente ni siquiera se atrevía a mirar hacia abajo, alcanzo a escuchar a Ricardo que le casi grito: ¡ Faltan dos estaciones más!, mensaje que fue captado de inmediato por los astutos y sagaces varones que redoblaron el magreo, la mujer ya no pensaba , ya se meneaba al ritmo que le dictaban los hombres, sentía a plenitud las vergas de los mismos y en un acto que la sorprendió a ella misma, con una de sus bellas y cuidadas manos, la izquierda atrapo el miembro del chico que al lado también la manoseaba sintiendo un largo, aunque delgado aparato masculino, aunque mucho más largo y ancho que el de su esposo, se viro para ver al joven y este solo alcanzo a sonreírle como agradecido con un ojos que se clavaron en la mente de la fémina, el meneo de los cuatro continuo, se llegó a una estación en donde más gente subía y bajaba…ufff…ya solo falta una más para acabar esto, exhalando un sensual gemido..humm, que prendió a los tres hombres que continuaron con su ardua y sencilla tarea, al grado que el primero en estallar y hacer sentir su humedad a través de la tela delgada del pants que llevaba fue el joven que Erika de inmediato sintió en su mano izquierda, después el hombre de enfrente se paró casi de puntas para venirse convulsionando y ya prácticamente abrazado por las nalgas de la portentosa diosa rubia con la cual se perreo, la rubia sintió como el miembro palpitaba haciéndose como más duro y más grande, claro que lo sintió en uno de sus exquisitos muslos, finalmente  el de atrás apuro los movimientos de restregarse en el nalgatorio y la rubia paraba más su culo apoyándose para ello en los fuertes antebrazos de su agresor delantero al cual por primera vez, descubriendo un rostro de rasgos claramente indígenas con arrugas notorias en la frente pero con unos ojos de gratitud que nunca había visto en su vida, al tiempo que sentía en su parte trasera como ese pene le palpitaba haciendo que su orificio anal palpitará de una forma que no conocía en su cuerpo y que ya el hormigueo, el calor, el sudor ya notorio en su frente le inundarán de una sensación en todo el cuerpo como de liberación, sobre todo en su vagina que también palpitaba, sentía algo dentro de ella, algo duro que le hizo reprimir ya un gemido más notorio, sintiendo que estallaba algo dentro de ella, dejándole una sensación super agradable, se sintió relajada, feliz, plena al tiempo que el de atrás la puntillaba más fuerte y también sentía como se agrandaba como lanzando algunos latigazos que sintió como pequeños picazones similares a los de las agujas de acupuntura que luego utilizaba en sus múltiples tratamientos de cuidado.
Ahí en el vagón de un metro de la ciudad de México a manos de tres desconocidos que nunca volvería a ver seguramente en su acomodada vida había tenido el primer orgasmo (aunque no el último) de sus 32 años…fue una sensación nueva e increíble…solo se necesitó cerca de 40 minutos para tener una sensación mucho mejor a hacer ejercicio que era lo que más se le acercaba a ello y sin tener sexo en realidad. La rubia estaba maravillada.
Se llegó al final de la estación en donde bajarían, en ese instante casi brinco de su posición para alcanzar la salida no sin antes voltear para ver que su agresor trasero era un hombre casi de su estatura con el pelo gris, de un rostro moreno también de rasgos indígenas que sonriendo le lanzo un beso con sus labios no pudiendo ver los ojos extasiados del hombre  y sin dejar de escuchar como una señora sentada en unos de los asientos cercanos al espacio del magreo alcanzaba a decirle en voz baja: Pinche putita que buen faje te pusieron esos pinches cabrones, jajaja se ve que te encarga la verga mijita…pues gózale mientras puedas, eso es vida mijita no como un regaño sino al contrario guiñarle sonriéndole de que eso estaba bien….¡Vieja caliente y alcahuete, pensó asustada la rubia! Que se llegó a la salida para alcanzar a sus compañeros de día.
Las primeras dos horas siguientes fueron normales para la rubia ya que visitaron el Palacio de Bellas Artes y un museo cercano, aunque no pudo evitar estar como apenada y otra vez distante con la pareja de acaramelados sureños. En un momento Elsa solicito ir al baño del museo en que estaban, a lo cual se quedó un rato a solas con el hombre Ricardo que empezó a mirarla con atención para decirle: ¡Pues yo también tengo ganas de ir al baño, así que si me disculpas!, quedándose así a solas otro rato…se empezó a extrañar de que no llegarán sus nuevos conocidos cuando decidió ir al baño de mujeres a buscar a Elsa…entró y no vio a nadie, pero sí pudo escuchar con claridad la voz de Elsa que decía: Ricardooo…estas como burro en primavera…lo de ayer no fue suficiente…so cabrocinto..a lo que Ricardo decía: ¡Sabes que me tienes loquito, estas bien buena cabrona…ya quiero que llegue la noche para volverte a dar otras cogidas como bien te mereces!…a lo que su esposa respondió: claro amorcito…claro, para que quiero carne, si tengo la carnicería completa en casa, ya vez la puta de Clara aventándote los canes y al que se dejara, de seguro se cogió al tipo con el que estuvo bailando…Seguramente así fue, pero ya sabes mientras yo te cumpla y sea tu señor en la cama, no tienes porqué andar de buscona por ahí.. aquí tienes macho pa toda la vida, mi negra santa….dejándose oír unos sonidos que evidenciaban que se estaban besando con todo….
La rubia sonriendo salió discretamente del baño pensando que esa pareja era el ideal de pareja ya que al parecer se entendían en todos los terrenos, cosa que ella empezaba a descubrir desconocía ya que el tema del sexo era un tema muy superficial, ,muy ligero en su vida marital, de hecho en su vida misma.
La siguiente hora fue otro rompimiento en los paradigmas de la casada apetecible, ya que ellos la invitaron a un centro de comercios pequeños que indudablemente eran de  “piratería” cercano al Palacio de Bellas Artes en donde le explicaron comprarían unas películas eróticas que le recomendaban para alentar la vida marital y que era difícil encontrar en internet o a precios que ellos no estaban dispuestos a pagar, ya que su pequeño negocio y las deudas típicas de la clase media alta como casa, colegiaturas, seguros y pequeñas diversiones no permiten ese tipo de inversiones y gastos. Su sorpresa fue por la compra ilegal de productos piratas y por la compra en sí de películas que en su vida había soñado acercarse a ver…ella, por no querer quedar mal y por un interés compro “La dama del autobús” de la afamada actriz brasileña Sonia Braga que fue la que le llamó la atención de un conjunto como de cerca de 30 películas.
Comieron en un buen restaurante, regresaron al hotel ya en taxi a cambiarse para prepararse al concierto de la noche. El concierto estuvo sensacional…el cantante prendía a las mujeres con sus frenéticos movimientos y la rubia no entendía como algunas de ellas parecían estar extasiadas con ello. El regreso ya fue normal, se despidió de sus amigos que le cayeron tan bien, sobre todo, porque el tal Ricardo nunca se le insinúo, ni le lanzaba miradas que ya descubría la mayoría de los hombres le hacía, era como si le hubieran quitado de sus ojos esas eternas gafas de sol que tenía o una venda. Ellos ya se regresaban a su ciudad y ella tendría otros dos días para ella sola, ya que Carlos todavía seguía en su Congreso.
Al día siguiente, martes, su día empezó con dos horas de estudio en internet del tema sexual. La noche anterior se dijo a sí misma la rubia que no era posible que estuviera a ciegas en el tema. Intento tener sexo con su marido sin tener éxito ya que el hombre no quiso alegando que estaba muy cansado. Reaprendió términos vistos desde la preparatoria, pero como en esa época todavía se manejaban con poca profundidad no les había hecho mucho caso al no tener interés alguno en ello. Recordemos que esta mujer es muy intensa en lo que hace y que cuando se decide a estudiar algo, lo hace a fondo…así que se quedó en su cuarto a analizar el tema…después vio la película de la Braga que le causo una fuerte impresión de como la protagonista se buscaba los hombres para que la satisfacieran. De alguna manera ella vivió algo parecido en el metro.
Por la tarde siguió su exploración en internet el cual manejaba a la perfección, llegando en una de sus lecturas a la página de “todorelatos” en donde descubrió los diversos géneros de sexo, llamándole la atención la sección de heterosexual y de infidelidad. Se leyó bastantes relatos (ya que tenía una habilidad para leer bien y rápido, su estándar era de 3 o 4 libros por semana, aunque siempre de otros géneros)…le llamaron la atención despertando su deseo sexual los relatos de Gabriela escritos por Ragnas1 y la continuación de Rayo Mc Stone, también el de Una Familia Decente de Roger David ya que eran situaciones de alguna manera parecidas a la que ella empezaba a descubrir. Fue un día intenso, solo se detuvo para comer en el mismo cuarto.
En la noche volvió a intentar tener sexo con su amado Carlos, quería poner en práctica algo de lo estudiado. No pensaba serle infiel, ni andar buscando hombres por ahí…eso lo tenía super claro más bien pensaba que con sus artes y con lo analizado podría llevar a su esposo por el camino de la sexualidad bien practicada. De cierta forma quería parecerse a Elsa y Ricardo…desafortunadamente, solo logro que Carlos le dijera: Guuauu que bien te ves en ese conjunto, ¿es nuevo? Erika solo bajo a la recepción a la tienda de regalos a comprarse un conjunto un tanto discreto pero diferente a los que usaba para ver si así despertaba algo más en el esposo. No se frustro, hace falta mucho más para que la mujer se dé por vencida, pensó que le faltaba analizar más el tema.
El día siguiente, miércoles sería el último completo en el DF, ya que el jueves marcharían temprano a Monterrey…así que decidió que se auto exploraría ella misma en la soledad de su habitación…le impresiono la escena narrada por Roger David en el primer capítulo de Una Familia Decente en donde la protagonista iniciaba su aprendizaje sexual al masturbarse de una manera natural.
Después de estar una hora en el gimnasio del Hotel, se dispuso a su primera masturbación, dios, a sus 32 años en la habitación. Se bañó lentamente, haciendo énfasis en la limpieza de su vagina y de su orificio anal…se introdujo sus finos dedos empezando a friccionarse en su clítoris que fácilmente detecto donde y cual era…el toqueteo fue como una descarga eléctrica que casi hace que se resbale de la regadera…por lo cual así húmeda como estaba se sentó en la taza del baño estirando sus largas y bellísimas piernas haciéndose un toqueteo y un friccionamiento más intenso…se escuchó lanzar gemidos, que decir, casi bramidos que una nueva voz ronca que nunca se había percatado a si misma podría llegar a tener…con su otra mano se pellizcaba suavemente sus senos en sus aureolas rosaditas…así estuvo con los ojos semi cerrados y gimiendo como vio hacían las actrices de los videos sexuales que había visto en su PC el día anterior, hasta que todo su cuerpo se estiro cuan largo era para emitir un gemido animal…ayyyyy….y ver como salían fluídos abundantes de su vagina…había descubierto por sí misma como masturbarse, había tenido así su segundo orgasmo…
Se vio al espejo, era otra mujer, se había comprado una falda corta que sin llegar a ser minifalda si descubría parte de sus piernas de portento, unas sandalias deportivas y una blusa tipo polo, claro de marca…todo el conjunto era de Chemise Lacoste y se lo había comprado en una de las boutiques cercanas al hotel…había decidido ver su poder sexual volviendo al metro de la ciudad de México y al centro en donde estuvo con sus amigos del Sur…su decisión era indudable, quería saber más, quería poner en práctica cosas estudiadas…quería vivir…quería saber, aprender y ver su grado de control…tenía claro que no se metería con nadie…le escandalizaban las historias en donde la protagonista fácilmente caía en manos de otro (s) hombre (s)…ella conquistaría a su hombre y le enseñaría que era una mujer en toda la extensión de la palabra…tomando su bolso se apresto a salir a conquistar el monstruo de ciudad que era la ciudad de México…
¡Hombres allá va una mujer que nunca tendrán…una real hembra…pensó audazmente la rubia ya dirigiéndose al elevador del Hotel…!
Continuará…
 
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Relato erótico: “Mi madre y el negro VI : Venganza” (POR XELLA)

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Alicia pasó la tarde en casa sin ser capaz de mirar a su madre a la cara. Se fijó que caminaba con dificultad y, al sentarse, lo hacía con el máximo cuidado.

 
“No me extraña” pensó “Con el rabo que gasta Frank ha debido romperla por dentro…”
 
En cambio Claudia soltaba de vez en cuando algún comentario sarcástico sobre el estado de su madre, al parecer le había dicho que había sido haciendo yoga…
 
“Si, claro… La postura del perrito…”
 
Pero al parecer Claudia se lo había creído… Realmente no tenia motivos para no hacerlo.
 
Esa noche, mientras Alicia jugaba con Manolo, no podía dejar de pensar en lo que había visto por la mañana. Su madre había sufrido. Al menos al principio, por que después no había dudas de que lo había disfrutado. ¿Frank le pediría lo mismo a ella?
 
Se estremeció de arriba a abajo, se le puso la carne de gallina al imaginar aquella enorme polla forzando su culo, abriéndose paso por un lugar que nadie había tenido permiso a investigar y, aunque le daba pánico que eso sucediera, una parte de ella estaba deseando saber que se sentía. Extrajo el consolador empapado de su coño, separó y levantó sus piernas para abrirse paso y situó la punta sobre su ano. Cerró los ojos, respiró hondo y empujó suavemente. El consolador era grande y al vencer la resistencia inicial de su culo, se le escapó un gritito de dolor. Rápidamente se tapó la boca con una mano. Intentó introducirlo un poco más, despacito y con calma, pero era como si su culo se estuviese desgarrando al paso de Manolo.
 
Sacó el juguete de su culo e intentó calmarse. ¿Por que no podía? Si Frank quería… Si Frank intentaba… Sería imposible… La polla de Frank era más grande que el consolador, ¿Como había sido capaz su madre?
 
Lo intentó de nuevo embadurnando el consolador con un poco de crema hidratante que tenía en la mesilla, esperando que actuase de lubricante. Cambió de posición, se puso a cuatro patas y con el culo en pompa apuntó de nuevo a su ojete. Apretó los dientes cuando vio su culo forzado de nuevo, pero no paró esta vez, aguantando el dolor comenzó a introducir el juguete casi hasta la mitad, una vez había vencido la primera resistencia, el resto entraba con mas facilidad, aunque el dolor no disminuyó. Cuando notó que había introducido por completo el aparato, lo sacó y se quedó tendida en la cama. No quería moverse. Le dolía horrores, ¿Se suponía que tenia que disfrutar con eso?
 
“Tu madre ha disfrutado” Se dijo a si misma. 
 
Nuevamente la envidia y los celos la atacaron. Miró el consolador y vio que tenía algo de sangre. No era mucha, pero eso la convenció de no volver a intentar nada esa noche.
 
 
 
—————–
 
Al día siguiente, casi al final de la mañana mientras estaba en clase,  su móvil vibró  de nuevo. Era Frank otra vez. 
 
– Hola Ali. ¿Te gustó lo de ayer? 
 
– ¿Ahora que quieres? ¿Otra vez quieres que vuelva a ver como enculas a mi madre? 
 
– No, no,  no te preocupes por eso. Hoy no quería espectadores 😉 
 
A Alicia le llegó una foto. Miró alrededor por si alguien le prestaba atención y, notando un ligero cosquilleo en el coño,  la abrió. 
 
Se veía la espalda y el culo de su madre en primer plano.  Al parecer Frank estaba sentado en el sofá y Elena estaba sentándose sobre él, empalándose ella sola con la enorme polla del chico. 
 
– Eres un cerdo… ¿Por qué  nos haces esto? – La cara de la chica se había puesto roja. 
 
– ¿Que por qué? Como si no lo disfrutaseis… Ha sido tu madre la que me ha pedido repetir, parece que ayer le gustó mucho que la diera por el culo y creía que hoy lo podía hacer mejor aún. 
 
A la chica le daban ganas de tirar el móvil al suelo. 
 
– ¿Y que coño la has obligado a tatuarse? ¡A mi madre! 
 
– ¿Obligado? Yo no la he obligado a nada, es un pequeño símbolo que representa que es mi zorrita,  y que le encanta serlo. Ahora estábamos planteandonos  que tal sería anillarle los pezones. Está  encantada con la idea… 
 
– ¡Deja a mi madre en paz! 
 
– ¿Tienes celos de ella? ¿Te habría gustado que ayer fuese tu culito el que hubiese estrenado? No te preocupes ricura, tendremos tiempo para todo… 
 
La chica recordó cómo la noche anterior había insertado a Manolo en su culo…  Solo por…  Solo por ver que se sentía… Por si acaso en algún momento ella lo hacía… No lo había hecho para prepararse para Frank,  o eso quería pensar… Aunque no quería admitirlo,  si que había comparado el tamaño del juguete con el de la polla del chico.
 
– Tengo ganas de ver si tu culo tiene tanta hambre cómo el de tu madre… – Seguía escribiendo el chico. 
 
– ¡Señorita Alicia! – Se escuchó a voz en grito. Era el profesor. – ¿Sería tan amable de leer eso tan interesante que tiene en su móvil? 
 
– ¿Q-qué…? ¡No! – Toda la clase la miraba ahora. 
 
– Así todos podremos saber que tiene ahí que es más importante que el temario que estoy explicando. – Alicia guardó el móvil rápidamente en el bolsillo, negando con la cabeza. – Por favor, deme el móvil y continuemos con la clase. Al final de la hora se lo devolveré después de tener una charla con usted. 
 
– N-No…  No le voy a dar mi móvil. 
 
– Entonces haga el favor de irse de la clase y dejar de molestar. 
 
Alicia recogió sus cosas y salió, roja de la vergüenza. 
 
– ¡Imbécil! – Escribió al chico. – Por tu culpa me han echado de clase. 
 
– Yo no he hecho nada, pero gracias a eso tienes algo de tiempo libre… ¿Que te parece si pasamos un buen rato?
 
Alicia se dio cuenta de que aunque no quería admitirlo, aunque le asqueaba lo que ese chico estaba haciendo con su madre y con ella, en el fondo lo estaba deseando. La sola idea de dejarse poseer por Frank la comenzó a excitar. 
 
– Pero antes quiero saber si has sido una buena zorrita. No quiero perder el tiempo. 
 
Alicia sabia perfectamente a lo que se refería, después de las dos últimas veces,  esta vez si se había puesto tanga. 
 
– Hoy si. – Contestó de manera escueta. 
 
– ¿Hoy si, qué? 
 
– Hoy si que me he puesto tanga. – Estaba deseando que se la tragara la tierra. 
 
– Así me gusta, que vayas aprendiendo. Pero no me fío. Mandame una foto. 
 
– ¿Cómo? 
 
– ¿No sabes leer? Mandame una foto tuya en la que vea que llevas tanga. Si no, ni te molestes en venir por aquí. 
 
– ¿Estás loco? 
 
Frank no volvió a contestar. Le daba igual, no pensaba hacerlo. 
 
Se dirigió al servicio a lavarse un poco la cara y se quedó mirándose en el espejo. 
 
“¿A quien quieres engañar? Sabes perfectamente que lo vas a hacer…” 
 
Debía estar volviéndose loca, ese chico ejercía una fuerte influencia sobre ella. Miró a los lados para asegurarse de estar sola, bajó sus shorts negros hasta la mitad del muslo y, dándose la vuelta para que se le viera el culo a través del espejo, se sacó una foto. 
 
– ¡Oh! ¡Perdona! No sabía que… 
 
Una chica había entrado en el baño y salió de allí azorada, al ver la tarea de Alicia. Ésta rápidamente subió sus pantalones de nuevo y salió de allí. Cuando estuvo fuera del edificio envió  la foto. 
 
– Buena chica. – Contestó Frank. – Ahora ven a mi casa, que tienes la comida preparada. 
 
Recibió una foto de la enorme polla de Frank a continuación. Estaba completamente empalmada, apuntando al cielo. Su entrepierna se humedeció aún más. 

Había aparcado en el fondo del parking, que ahora estaba lleno de coches pero no había nadie. Nadie excepto una oportuna chica apoyada en la puerta de su coche, fumando. 

 
– Perdona, – Dijo Alicia, impaciente. – ¿Me permites? 
 
La chica del coche la miró con desdén mientras echaba el humo del cigarro hacia su cara. 
 
– Hola, ¿Eres Alicia? – Preguntó mientras la examinaba de arriba a abajo. 
 
Alicia no la conocía. Era una chica guapísima, alta y delgada, ¿Era de su facultad? No recordaba haberla visto… Tenía el pelo largo y liso cayendo sobre sus hombros, una nariz respingona y rodeada de pequeñas pecas que la daban una apariencia algo aniñada. Llevaba una camisa que dejaba entrever unas tetas no demasiado grandes y unos vaqueros de pitillo que realzaban su culo y sus piernas. Unas cuñas de 10 centímetros hacían que esto ultimo destacase todavía más.
 
– Si… Soy Alicia… ¿Quien eres tu?
 
La chica sonrió, echó el cigarro al suelo y lo apagó, separándose del coche y acercándose a Alicia.
 
– Encantada de conocerte. Yo soy Rebeca.
 
Acompañó su nombre de una fuerte bofetada que hizo perder el equilibrio a Alicia.
 
“¿Rebeca la exnovia de Gonzalo?”
 
Sin darle tiempo a reaccionar Rebecca se tiró encima suya y comenzó a golpearla, gritandola.
 
– ¡Eres una zorra! ¡Te has tirado a mi novio! ¡Te voy a matar, puta!
 
Alicia a duras penas podía defenderse, la sorpresa le había dado demasiada ventaja a su contrincante, y además, Alicia no es que se hubiese pegado muchas veces en su vida…
 
– ¡D-Dejame! ¡Te lo puedo explicar!
 
– ¡Me ha dejado! ¡Por tu culpa me ha dejado! ¡Me las vas a pagar!
 
Los golpes llovían sobre la cara de Alicia. ¿Como  esa chica tan delgada podía tener tanta fuerza? Se limitó a intentar cubrirse la cara para evitar mas golpes, y entonces alguien gritó a lo lejos.
 
– ¡Eh! ¿Que está pasando ahí?
 
Rebeca paró de golpear y levantó la cabeza.
 
– Como vuelva a ver que te acercas a Gonzalo, lo de hoy te va a parecer un juego de niños.
 
Y diciendo eso salió corriendo.
 
Alicia fue vagamente consciente de que el que había gritado llegaba a su lado y pedía una ambulancia. Después cayó inconsciente.
 
———-
 
Cuando despertó, estaba en una cama de hospital. Frank estaba sentado en un pequeño sofá a un lado de la cama, al sentir que la chica se movía se levantó rápidamente.
 
– ¡Alicia! ¿Que ha pasado? – Nunca le había visto así, estaba compungido y mostraba abiertamente su preocupación. – ¿Me oyes? ¿Te encuentras bien?
 
– Eh… Creo que si… – La chica hizo una mueca de dolor al incorporarse. – ¿Estas tu sólo?
 
– Si. Tu madre se quedó toda la noche, le dije que se fuera a descansar. Ahora en un poco viene tu hermana. El chico que llamó a la ambulancia dijo que había una chica dándote una paliza… ¿Que pasó?
 
– Si… Era… Era Rebeca… La ex novia de Gonzalo. – Apuntilló al ver que el chico no tenía ni idea de quién hablaba. – Decía que por mi culpa le había dejado.. Y yo… Yo…
 
Alicia rompió a llorar y Frank la acogió entre sus brazos.
 
– Sshhh, tranquila – Susurró a su oído. – Ya ha acabado todo. Sólo te tienes que preocupar de recuperarte rápido, ¿Eh? – La chica nunca había visto ese lado tierno de Frank, y era… reconfortante. – Voy a ocuparme de todo. – Estaba completamente serio y no había sombra de duda o burla en sus palabras.
 
Mientras hablaba llegó Claudia.
– ¿Por fin te has despertado? ¡Todos aquí preocupados por ti y tu durmiendo! Anda que…
 
Claudia dio un cariñoso achuchón a su hermana, hacía mucho tiempo que no se daban una muestra de cariño tan evidente. “Debía haber estado muy preocupada por mí.” Pensó Alicia.
 
– Puedes ir a descansar Frank, ya me quedo yo con ella. 
 
El chico echó una última mirada a las dos jóvenes y se fue dejándolas a solas.
 
– Gracias por venir, hermanita.
 
– No digas tonterías, ¿Quien más te iba a aguantar a parte de mí? – Alicia sonrió a su hermana. – Y que… ¿Que pasó? ¿Por qué alguien querría hacerte esto? No te han robado nada…
 
Alicia tragó saliva y le contó todo lo que había pasado con Gonzalo y cómo éste había dejado a su novia por ella. Omitió todo lo relacionado con Frank y, por supuesto, con su madre.
 
—————-
 
Claudia despertó en su cama bastante cansada, hacia dos días que su hermana había despertado y desde que estaba ingresada había dormido bastante poco. Por suerte no había tenido ninguna lesión grave y sólo querían mantenerla en observacion, por si acaso.
 
Cuando apartó las sábanas cayó al suelo el consolador con el que había estado masturbándose la noche anterior. Una sonrisa apareció en sus labios al pensar en lo que estaba a punto de hacer, desde que había empezado a pensar en ello vivía en un estado de excitación constante.
 
“Ahora solo falta que me avise Frank” Pensó.
 
El chico había estado durmiendo en su casa desde que su hermana estaba ingresada, para que ella o su madre no estuviesen solas en casa. Pero hacía un tiempo que había salido.
 
Como si estuviese programado y no fuese casualidad, su móvil sonó. Era un mensaje de Frank.
 
– El conejo ha entrado en la madriguera.
 
La sonrisa de Claudia se hizo mas pronunciada aún.
 
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