


Con este capítulo finalizo mi serie más leída. Gracias a todos por esas 500.000 lecturas.
Esa noche al escuchar a mi tía narrarme como había emputecido a la madre de Belén comprendí que, habiéndose despojado de todos sus complejos, había llegado la hora para que volase ella sola.
Elena todavía no se había dado cuenta pero me dejó claro que estaba obsesionada con su nueva faceta dominante al decirme:
―Nunca pensé que esa puta se plegara tan rápido a mi autoridad y menos que sería tan excitante.
Con esa frase, dio por finalizado nuestro idilio porque involuntariamente olvidó que en teoría éramos cuatro: Aurora, su hija, ella y yo.
Supuse que acabado el verano tomaríamos rumbos diferentes, por eso decidí colaborar con ella en la completa sumisión de la madura, asumiendo que una vez rota nuestra sociedad nos repartiríamos nuestros activos:
«Mi tía se quedará con la madre mientras que yo tendré a la hija», pensé disgustado porque, no en vano, junto a ella había descubierto que la sexualidad no tenía límites.
A la mañana siguiente, Elena confirmó mis sospechas cuando me despertó sin mi acostumbrada mamada. Cabreado porque no me hubiese regalado con ella, me quejé y entonces, esa zorra me soltó:
―Tienes que ahorrar fuerzas para esta tarde.
―¿Qué tienes planeado?― pregunté todavía molesto.
Muerta de risa, contestó mientras me sacaba a rastras de la cama:
―Vas a llamar a tu sumisa para que venga a casa y antes que llegue quiero tenerlo todo preparado.
Que me diera la propiedad exclusiva de Belén era otro síntoma porque hasta ese momento, en teoría, éramos los dos los dueños de mi novia, por eso no queriendo profundizar en el tema únicamente insistí en que me contara cual era el plan completo:
―He pensado que Aurora y yo os espiemos mientras te la follas sin que lo sepa. Con ello espero incrementar en su madre el deseo de ver cumplida su fantasía.
Dando por sentado que mi tía aprovecharía el momento para emputecer aún más a esa zorra, le pedí que me contara como tenía previsto hacerlo.
Soltando una carcajada, me explicó:
―He pensado en ir a un sex―shop y comprar una serie de artilugios con los jugar. Habrá algunos para que tú los uses con la cría y otros que me reservaré para su madre.
La imagen me quedó clara. Elena quería que Aurora fuera testigo de la sumisión de su retoño para poder reforzar su entrega. Lo que no sabía exactamente era las herramientas que me iba a brindar para experimentar con la sumisión de Belén.
No queriendo anticipar acontecimientos, ayudé a mi tía a mover una de las camas al salón para que les resultara más fácil el observarnos sin que notáramos su presencia, tras lo cual y mientras ella salía de compras, me puse a pensar que era lo que realmente me convenía.
«Como nuestros caminos se separarán hoy, tengo que decidir qué es lo que voy a hacer con la morena», sentencié al percatarme que el único interés de Elena era el poner bruta a Aurora antes de emputecerla.
Asumiendo que debía velar por mis intereses, decidí ir por libre y modificar los planes de mi tía. Por eso nada más quedarme solo, llamé a Belén y quedé con ella en vernos en un café.
Mientras iba adonde habíamos quedado, repasé mi relación con ella, como habíamos empezado a salir, como lo habíamos dejado pero sobre todo en nuestro reencuentro gracias a Elena y que gracias a él, había descubierto su exacerbada sexualidad y su inclinación por la sumisión y el exhibicionismo.
«Me gusta mucho esta Belén», mascullé.
La certeza de mis sentimientos quedó patente en cuanto la vi y me encontré babeando totalmente embobado con ella. Vestida con un traje de cuero, esa morena era todo lo que un hombre podía desear de una mujer. Su lento caminar hacía de ella, una hembra sensual y excitante.
«Es el sumun del erotismo», decidí al percatarme del efecto que producía en mí.
Bajo mi pantalón, la erección que lucía mi sexo era una prueba irrebatible de lo que sentía por ella. La naturaleza de esa atracción me quedó clara cuando al saludarme, pegó su cuerpo al mío, mientras me decía:
―Tengo ganas que me hagas el amor.
La expresión de deseo de su rostro era tan genuina que no me cupo duda que estaba excitada.
―Yo también― contesté al tiempo que le confirmaba esa afirmación dando un suave magreo a su culo.
Belén al sentir mis manos en su trasero, no pudo reprimir un suspiro. Inmediatamente afloraron en su camisa dos reveladores botones y restregando su sexo contra mi bragueta, me rogó que nos fuéramos a mi casa.
―No podemos, mi tía te está preparando una encerrona― confesé.
―¿Qué tipo de encerrona?― preguntó sorprendida.
Tomándola del brazo, la obligué a sentarse y llamando al camarero, pedí dos cervezas. Aproveché el tiempo que tardó en traerlas para que ordenar mis ideas y cómo de nada servía andar con paños calienta, una vez solos, le solté:
―Quiere que tu madre vea como te domino para así conseguir emputecerla aún más― dije dando por sentado que sabía que tanto Elena como yo nos andábamos tirando a su vieja.
Al enterarse de esa forma tan poco sutil del desliz de su progenitora, se cabreó y me exigió que le explicara cómo había sido. Por ello, no me quedó otra que narrarle que se me había insinuado en la playa y que a raíz de eso, no solo nos la habíamos follado entre los dos sino también le conté como las había sorprendido en mi casa.
―¡No me jodas! Sabía que mi madre es una puta, pero nunca me imaginé que lo fuera de esa manera― exclamó tras conocer los escabrosos detalles de la escena en la que hallé a su madre atada y a mi tía sodomizándola mientras la grababa.
Intentando tranquilizarla, le comenté quitando hierro al asunto que ella había heredado los mismos gustos.
―No exageres. A ti también te gusta ser sumisa.
Mi respuesta lejos de tranquilizarla, la exasperó y de muy mala leche, me exigió que quería ver esa película. Aunque traté de escaquearme, ella se mantuvo en sus trece y dando mi brazo a torcer, le reconocí que Elena me la había mandado al móvil.
―¿La tienes aquí?― al comprender por mi cara que era así, insistió en que se la mostrase.
―Tú misma― respondí y creyendo que había jodido nuestra relación para siempre, le di mi teléfono.
Nada más tenerlo en su poder, buscó el video y le dio al play. Durante unos minutos, fui testigo de su reacción al comprobar que no le metía. Si al principio mi novia estaba escandalizada al observar lo mucho que su madre disfrutaba con los latigazos de Elena, poco a poco su indignación fue menguando siendo sustituida por una extraña determinación.
La gota que colmó su paciencia fue cuando la oyó decirle a mi tía que su fantasía secreta consistía en comerle el coño a su retoño. Invadida por una ira sin límite, apagó el móvil y me dijo:
―Quiero hacerlo.
―¿El qué?― pregunté francamente preocupado al observar el brillo intenso de sus ojos.
Soltando una gélida carcajada, contestó:
―Si esa puta quiere ver cómo mi amo me domina, no podemos negarle ese capricho…
La encerrona.
Al llegar a casa estaba nervioso. No en vano había traicionado a mi tía al revelarle a Belén sus planes pero, como teoría había conseguido sacar a esa morena su compromiso para actuar como si no supiera nada, decidí ser hipócrita. Por eso cuando me la encontré en mitad del salón, le pregunté por sus compras.
―Te van a encantar― muerta de risa contestó y sacando una bolsa con diferentes aditamentos de dominación, me los fue enseñando uno a uno.
A ese arsenal, no le faltaba de nada. Había esposas, látigos, cuerdas, cadenas e incluso una docena de pinzas para pezones.
―¡Cómo te pasas!― descojonado solté al hallar un arnés al que estaba adosado un descomunal falo más propio de un burro que de un humano.
La desmesura de su tamaño hacía imposible que la anatomía de una mujer pudiera absorberlo. Al hacerle ver ese detalle, Elena con una pícara sonrisa respondió:
―Yo haré que le quepa.
No queriendo siquiera conocer cual eran sus planes, me metí a duchar mientras ella terminaba de organizar la velada. Bajo el chorro, os he de confesar que estaba nervioso por el resultado de esa noche y por ello sin casi secarme, me vestí y bajé a ver lo que con tanto sigilo había preparado mi tía.
Ni que decir tiene que me quedé alucinado al encontrar en mitad del salón un poste de tortura.
«Joder, nunca había visto algo parecido», pensé y recorriendo la superficie de ese mástil tan usado en dominación, descubrí unas esposas adheridas a la altura de mis ojos.
Solo imaginarme a Belén atada a esa madera, me puso verraco. Gracias a ello y aún sin tenerlas todas conmigo, esperanzado deseé que al entrar en esa habitación pudiesen más sus inclinaciones sumisas que el cabreo que tenía y que me dejara hacer uso de ese medieval instrumento de tortura con ella de protagonista.
Estaba todavía admirando esa artilugio, cuando entrando en la habitación, mi tía preguntó:
―¿A qué hora has quedado con la putita?
No sé si fue por la sorpresa o por la vergüenza de ser pillado espiando sus preparativos, pero solo pude contestar que mi novia llegaría sobre las siete.
―Estupendo, así tendremos tiempo para que me ayudes con su madre.
―¿Cuál es tu plan?
Elena me anticipó que era bastante perverso y soltando una carcajada, me explicó:
―Pienso estrenar esto con Aurora y dependiendo de cómo se comporte, dejaré que vea como tú lo usas con su hija.
No estaba muy seguro de querer participar porque no en vano, el sado me iba poco. Una cosa era dar unos azotes y otra cosa bien distinta era ser parte activa de un cruel suplicio. Conociendo el temperamento de Elena, no me cupo duda alguna que esa tarde iba a castigar duramente a su sumisa.
―¿Cómo quieres que te ayude?― insistí.
―Quiero que esa guarra sepa quién es su dueña. Para ello necesito que vea que está a mi merced.
―No me has contestado. ¿Cuál será mi función?
Muerta de risa, contestó:
―Yo daré las órdenes y tú serás mi verdugo.
―¿Me estás pidiendo qué sea yo quien la torture?
―Esa es la idea― con tono tranquilo, contestó.
El papel que me tenía reservado me escandalizó. Ni me gustaba ser quien provocara dolor y menos me apetecía ser un perrito faldero que se limitara a obedecer. Por ello, alzando la voz, me negué en rotundo.
―¡Lo haré yo!― escuché que alguien decía desde la puerta.
Al girarme me encontré a Belén mirándonos. Tras la sorpresa inicial de verla ahí, noté que seguía enfadada. Sus ojos, la expresión de su cara, todo su ser radiaba odio. La propuesta aun así me pareció una locura y por ello, cogiéndola del brazo me la llevé a otra habitación. Una vez solos, le prohibí participar pero entonces con lágrimas en los ojos, la morena expuso los motivos que tenía para hacerlo diciendo:
―No te enfades pero si llegué antes fue únicamente para pedirte que me ayudaras a vengarme de esas dos zorras. Se lo merecen: mi madre por puta y tu tía por cabrona.
Supe que tenía razón, tanto Aurora como Elena eran acreedoras a un escarmiento pero lo que no tenía tan claro era que participar en ese juego, le sirviera de venganza. Al exponerle mis reparos, me contestó:
―¡Me lo debes! Yo te he prometido ser totalmente tuya y tú juraste protegerme. ¿Qué clase de amo serías si no me defiendes?
El brillo de sus ojos y esa respuesta me desarmaron. Tras pensármelo durante unos segundos, accedí y de su brazo, volví donde mi tía nos esperaba. Una vez allí, le dije:
―Seremos los dos quienes te echemos un capote.
Elena, que desconocía por completo nuestra conversación, aceptó de inmediato y detallando los pormenores de su plan, nos dio una serie de instrucciones antes de irse a prepararse para la sesión.
Nada más verla desaparecer, mi novia y mientras empezaba a acariciar mi entrepierna, susurró en mi oído:
―No sé cómo agradecerte lo que vas a hacer por mí― su expresión enamorada y la sensualidad de sus caricias despertaron mi sexo y antes de darle tiempo de bajar mi bragueta, este ya estaba totalmente erecto.
Belén sonrió satisfecha al sacar mi erección y demostrando lo mucho que había aprendido desde que nos habíamos reencontrado, me pidió que me sentara en el sillón.
―Mi dueño necesita relajarse― murmuró.
Sin más prolegómenos, se arrodilló y acercó sexo hasta sus labios. La urgencia con la que se puso a devorar mi extensión, me informó de su entrega. Belén obviando que en menos de media hora a buen seguro tendría que usar esa herramienta, se la fue introduciendo lentamente en la boca hasta que sus labios tocaron su base.
―Me vas a dejar seco― mascullé divertido mientras presionaba su cabeza con mis manos, forzándola a proseguir su mamada.
Sin quejarse, se entregó a cumplir mis deseos y no pasó mucho tiempo para que gruñera admirado al disfrutar de la forma en la que mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron el resto y excitado por sus maniobras, todo mi cuerpo comenzó a sentir las primeras trazas de placer que poco a poco lo iban dominando.
Saber que Belén me estaba ordeñando por propia iniciativa y sentir que ponía todo su interés en ello, hizo que me corriera brutalmente en sus labios. Mi novia, recalcando su obsesión, no le hizo ascos a mi semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su traje.
El deseo que descubrí en su rostro al terminar, me calentó nuevamente y levantándome de mi asiento, la obligué a apoyar su pecho sobre el sofá. Al hacerlo, su culo en pompa se convirtió en una tentación lo suficientemente atractiva para que nadie en su sano juicio, pudiera no caer en ella. Por eso bajándole las bragas, usé mis manos para separar esas dos duras nalgas y con la música de sus gemidos en mi mente, comencé a recorrer con mi glande los pliegues de su sexo.
―Me vuelves loca― aulló la morena al sentirlo. A punto de correrse, sin mediar palabra, extendió su mano hacia atrás y agarrando mi pene, lo colocó en su entrada.
Belén dejó clara su necesidad de ser tomada cuando usando un lento movimiento de caderas comenzó a introducírselo en su interior. Al escuchar sus gemidos, supe que era el momento y de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―¡Fóllame! ¡Lo necesito!― gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces y usándola como una lanza con la que machacar su coño, mi extensión se hizo su dueña mientras esa morena hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Me encanta― exclamó a sentir como todo su ser hervía con cada penetración.
Su calentura se me contagió y con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
―¡Dios! ¡No pares!― chilló descompuesta.
Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y mientras asaltaba su cuerpo con mi verga, seguí azotando su trasero con nalgadas. Disfrutando de esas rudas caricias, esa muchacha se las ingenió para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.
―¡Disfruta de tu sierva!― pidió dando un aullido.
Fue entonces cuando comprendí que necesitaba sentir mi dominio y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Al experimentar el modo en que mis huevos estaban rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Me corro― chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el sofá.
Al correrse, la humedad de su coño facilitó mis incursiones y azuzado con sus gritos, seguí cogiéndomela sin descanso. La entrega que demostró, aceleró mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo e incapaz de retener más mi orgasmo, me dejé llevar derramando mi simiente en su interior.
Una vez saciada nuestra sed de placer, durante unos minutos nos estuvimos besando como si esa hubiese sido nuestra primera vez. Viendo que se acercaba la hora en la que teóricamente Aurora iba a hacer su aparición, nos acomodamos la ropa y subimos a la planta superior porque tal y como habíamos quedado con mi tía, no debía vernos hasta que, ya atada, nos avisara.
Curiosamente al llegar a mi habitación, el rostro de mi novia mostraba una extraña desazón. Al preguntarle que ocurría, contestó:
―Quiero hacerte una pregunta pero me da miedo tu respuesta.
Intuyendo a lo que se refería, la besé y le dije:
―Pase lo que pase, nada podrá separarnos.
La sonrisa y la cara de alegría con la que recibió mis palabras, me informaron que había acertado pero aún así, esa morena no pudo dejar de insistir diciendo:
―Sé que es tu tía pero… ¿dejarás que sea yo quien la castigue?
Si saber a qué atenerme, contesté imitando su pregunta:
―Sé que es tu madre pero… ¿no te molestara ver cómo la enculo?
Soltando una carcajada, respondió:
―Al contrario, estoy deseando que sodomices a esa puta en mi presencia…
Aurora llega a la casa.
Ignorando que iba a ser la protagonista principal de esa velada, la madre de Belén aterrizó puntual en el chalet. Mientras subía por las escaleras de la entrada, no pudo dejar de sentir un escalofrío al recordar su entrega el día anterior. Todavía no se lo podía creer:
“Se había comportado como una obediente sumisa en manos de una mujer y lo que menos le cabía en la cabeza, ¡le había gustado!”
Sabía que bajo esa fachada de esposa fiel, se escondía una sexualidad desacerbada pero aun así le resultaba complicado reconocer no solo que tenía inclinaciones lésbicas sino también que su mayor fantasía siempre había consistido en ser dominada.
Por ello cuando Elena la abordó, no pudo reaccionar ya que en lo más hondo de su mente, siempre había deseado que alguien la violara.
«¿Cómo pudo descubrir esa faceta en mí?», se había repetido desde entonces. Si ya de por si eso fue grave, lo peor era que cada vez que recordaba la forma en que había abusado de ella, no conseguía evitar excitarse.
Incluso en ese momento, le costaba reconocer que tenía los pezones duros como piedras y que bajo las bragas de negro satén que Elena le había ordenado portar su sexo estaba húmedo. Por eso dudó un segundo antes de tocar el timbre de esa puerta y solo el saber que tras ella, iba a obtener una nueva dosis de placer, le dio los ánimos suficientes para llamar.
Mi tía estaba esperándola desde hacía rato. Llevaba toda la tarde preparando ese momento y por eso al abrir, Aurora se quedó con la boca abierta al verla vestida con un corsé negro y una fusta en su mano.
―¿A qué esperas? Lame mis botas― ordenó con tono duro.
La madre de Belén no se esperaba ese recibimiento pero tras un instante de vacilación, se agachó frente a ella y sacando su lengua se puso a relamer el brillante cuero de sus zapatos.
Desde nuestro puesto de observación, no me cupo duda de la excitación de esa cuarentona al hacerlo porque bajo su blusa, dos enormes bultos fueron la prueba incontestable de su calentura.
―Mira lo zorra que es mi vieja― susurró mi novia en mi oído –se nota que viene dispuesta a todo.
No pude contradecirle porque era verdad. La pasión con la que se entregó a tan humillante papel, revelaba su predilección por lo sumiso. Tampoco le comenté que ella había heredado esa misma vocación, lo que en cambio sí hice fue acercarla con mi brazo y mientras espiaba a esas dos, comenzar a acariciarle el trasero.
―No seas malo― me dijo en voz baja sin rechazar mi magreo.
Entretanto, Elena había colocado en el cuello de su esclava un collar y obligándola a ir a gatas, la llevó hasta el salón. Una vez allí, le ordenó que se desvistiera diciendo:
―Las perras no llevan ropa.
La que algún día pudiera terminar siendo mi suegra, obedeció al instante e iniciando un lento striptease, fue desabrochando uno a uno los botones de su camisa mientras su dueña la miraba embelesada. Esa mirada de deseo no pasó desapercibida a Belén y pegando sus pechos a mi cuerpo, murmuró:
―Fíjate, tu tía también está bruta.
Era cierto. Para entonces Aurora se había despojado de la blusa y sensualmente estaba poniendo sus tetas al alcance de su ama. Para Elena, eso resultó una tentación imposible de repeler y olvidando su papel, comenzó a mamar de ellos en plan golosa.
―¡Será puta!― gruñó enfadada mi novia al ser testigo de la cara de placer que ponía su madre mientras la otra mujer le chupaba las negras areolas― Estoy deseando darles un buen escarmiento a esas dos.
No me expliquéis el por qué pero en ese instante comprendí que gran parte de su cabreo era porque interiormente esa escena la estaba excitando. Aprovechándome de ello, levanté su falda y comencé a manosear su culo desnudo mientras ella no dejaba de espiar lo que ocurría en el otro cuarto. Obviando mis caricias mi novia, al ver que su madre se había desprendido de sus bragas, comentó:
―¡Tiene el coño totalmente depilado!
Sonreí al saber la razón de esa desforestación, ¡mi tía le había obligado a rasurárselo! Estuve a punto de contárselo, pero justo cuando lo iba a hacer, Elena la puso a cuatro patas y ante la mirada escandalizada de su hija, le incrustó un dildo por el culo mientras le decía:
―Si te portas bien, esta noche tendrás un premio que no te esperas.
Lejos de quejarse por la profanación de la que estaba siendo objeto, la cuarentona gimió descompuesta de placer y aún más cuando mi tía comenzó a descargar sonoros azotes en cada una de sus nalgas. Entre tanto, mis dedos se habían hecho fuertes en el coño de Belén y sin ningún disimulo, la estaban masturbando mientras ella no perdía de vista lo que ocurría en la otra habitación.
«Está jodidamente cachonda», sentencié al advertir lo encharcado de su coño.
Intentando retrasar lo inevitable, mi novia juntó sus rodillas sin darse cuenta que eso iba a acelerar las cosas. Por ello y mientras los pezones de su vieja eran objeto de pellizcos, no pudo contener más la excitación y con lentos movimientos de su pubis, se corrió entre mis dedos.
―¡Dios!― susurró al ver que mi tía se volvía a sentar y que separando las piernas, ordenaba a la otra que le comiera el chocho ― ¡Necesito que me folles!
Mientras Aurora hundía su cara entre los muslos de su dueña, me desabroché el pantalón y saqué mi extensión de su encierro. Tras lo cual, coloqué a Belén ligeramente hacia delante y me dediqué a juguetear con mi glande en los pliegues de su sexo sin metérsela.
―Se nota que no es su primer coño― protestó al ver la maestría con la que su madre daba los primeros lengüetazos en la vulva de mi tía.
Para mí, lo que ocurriera a pocos metros ya me traía al pairo y concentrándome en la mujer que tenía entre mis piernas, fui sumergiendo mi verga lentamente en su interior. A pesar de la cantidad de flujo que anegaba el coño de mi novia, me pareció gratamente estrecho. Hoy sé que cuando Belén está sumamente excitada, sus labios vaginales se le hinchan de tanto que reducen el diámetro de su conducto y se incrementa así la presión sobre mi pene.
Lo cierto es que fue ella la que forzó la penetración con un movimiento de caderas de forma que al mismo tiempo que la lengua de su vieja se follaba a mi tía, Belén sintió mi verga chocando contra la pared de su vagina.
―Eres una mamadora excelente― rugió Elena al sentir la cercanía de su orgasmo y presionando la cabeza de la sumisa contra su coño, forzó aún más el contacto.
Las palabras de esa mujer lejos de humillar a Aurora, la azuzaron a seguir mamando con mayor ansía y mientras su duela se retorcía de placer, aprovechó para comenzarse a masturbar ella misma.
―Es todavía más puta de lo que me decías― rugió su hija al verlo y comportándose de un modo parecido a su progenitora, incrementó el ritmo con el que sus caderas estaban ordeñando mi miembro.
―De tal palo, tal astilla― comenté divertido en su oreja.
Que la comparara con ella, encabronó a mi novia y tratando de zafarse de mi ataque, intentó darme una patada pero apoyando mi mano sobre sus hombros, no solo evité que se largara sino que aceleré el compás de mi follada. Mis duras penetraciones sí consiguieron su objetivo y pegando un chillido, se volvió a correr mientras oía que en el otro cuarto, su madre preguntaba quien estaba ahí.
―Tu premio, querida esclava― respondió Elena obligando a la mujer a reanudar lo que estaba haciendo y llamándonos a su lado, me dejó insatisfecho y con la polla tiesa.
Al entrar en el salón, fuimos testigos del modo en que Aurora se corría mientras era descubierta por su hija.
―¡Menuda guarra tengo por madre!― le espetó mi novia al ver a su ascendiente retorcerse en el suelo cual vil fulana y sin esperar a que mi tía le diera la orden, agarró a mi futura suegra del pelo y la ató al poste mientras le decía:―He visto el video donde reconoces que te gustaría follarme. Tendrá que ser otro día, porque hoy será otro el que te encule.
Belén no se apiadó de las lágrimas de la mujer y quitando la fusta de las manos de Elena, soltó un primer golpe sobre las nalgas desnudas de su vieja. La cuarentona intentó liberarse pero las esposas de sus muñecas se lo impidieron y viendo que era inútil, buscó que fuera la propia muchacha quien la desatara, diciendo:
―Quítame estos grilletes, ¡soy tu madre!
El tono imperioso con el que dio esa orden consiguió el efecto contrario, cabreada, su retoño le soltó una serie de mandobles sobre sus cachetes mientras a su lado, mi tía observaba satisfecha.
―Sigue, dale duro. ¡Qué aprenda!― ordenó creyendo todavía que la cría estaba siguiendo sus instrucciones. La mirada de desprecio que le dirigió mi novia debió de ponerle de sobre aviso pero Elena estaba tan absorta en su papel de ama que solo tenía ojos para el adolorido culo de Aurora.
Ya lanzada, Belén siguió castigando ese trasero con gran violencia. Su intento de descargar todo su resentimiento fracasó porque al cabo de un buen número de golpes, el dolor que sentía su víctima se transformó en placer y disfrutando como la perra que era, le pidió que no parara.
Al comprobar mi tía el estado febril de su sumisa, sacó de una bolsa un arnés que llevaba adosado un enorme pene y mirando a mi novia, le preguntó si quería ser ella quien lo usara.
―Me encantaría― contestó la muchacha y quitándoselo de las manos, se lo empezó a ajustar a la cintura.
Os reconozco que la imagen de esa cría con semejante aparato entre las piernas, me impactó. A quien también sorprendió pero de otro modo fue a Elena, que acercándose a Belén y mientras acariciaba uno de sus pechos, le dijo:
―Estás preciosa.
Mi novia vio en esa caricia la oportunidad de vengarse y llevando su boca hasta los labios de mi tía, la besó. Elena, en ese momento, creyó acertado demostrar a su sumisa quien mandaba y restregando su culo contra ese enorme falo, se lo fue introduciendo en su sexo mientras observaba la reacción de la que estaba atada:
―Zorra, mira cómo me folla tu hija.
Aurora se vio abrumada por el deseo y retorciéndose en el poste, rogó a su dueña que me ordenara hacer uso de ella. No hizo falta que me dijera nada, azuzado por tanto estímulo, ya estaba bruto. Por eso, arrimándome a mi suegra, usé mis manos para separar sus duras nalgas y cogiendo mi falo, se lo incrusté de un solo golpe.
La cuarentona al experimentar la brutal manera con la que la estaba rompiendo el culo, comenzó a chillar rogando que me apiadara de ella.
―Disfruta zorra― respondió Elena― una esclava está hecha para sufrir― y recalcando su dominio, arrimándose hasta el poste, pellizcó duramente una de sus areolas.
Ese acto fue su perdición porque al ver lo cerca que estaba de las otras esposas, Belén se aprovechó de ello y con un movimiento rápido, consiguió cerrarlas alrededor de las muñecas de mi tía.
―¿Qué coño haces?― protestó su víctima.
Mi novia, soltando una carcajada, le respondió:
―Tengo ganas de romperte ese culito maduro.
Acto seguido recogiendo del suelo la fusta, descargó toda su ira sobre ella mientras Elena no paraba de gritar que la dejara. Belén, lejos de obedecer, reaccionó incrementando la dureza de sus golpes mientras, a su lado, yo seguía sodomizando a su madre.
―Sobrino, ¡haz algo!― dijo pidiendo mi ayuda.
Muerto de risa, contesté:
―Ya lo hago, ¿no me ves enculando a tu zorra?
Mi respuesta la paralizó al comprender que estaba indefensa. Sin darse cuenta, se había quedado quieta y fue entonces cuando Belén consiguió hundir el enorme pene que llevaba adosado en su culo.
―¡Aaahhhh!― gritó al sentir su ojete desgarrarse.
―Ama, ¡me corro!― aulló mi víctima y sintiendo que estaba traicionando la confianza de su dueña, buscó el consuelo de sus labios.
Mi tía que estaba siendo objeto de un sufrimiento atroz, vio en ese beso una forma de olvidar su ignominia y respondió con pasión mientras a su espalda, Belén seguía metiendo y sacando ese enorme instrumento de plástico de su culo.
―Relájate y disfruta― la comenté, sonriendo, al ver ese lésbico beso con el que nuestras cautivas nos regalaron.
Queriendo incrementar la humillación a la que la tenía sometida, Belén llevó las manos a los pechos de Elena y cogiendo esos negros pezones entre sus dedos, los comenzó a retorcer con saña.
―Ummmm― gimió mi familiar al notar que esa caricia era de su agrado y contra todo pronóstico, notó cómo su coño se le encharcaba.
Qué estuviera gozando, desarboló a mi novia al no conseguir humillarla sino hacerla disfrutar y tratando de evitarlo, recomenzó los azotes sobre el culo de su montura.
―¡Muérdeme los pechos!― ordenó a su sumisa y dejando claro que estaba saboreando cada uno de esos golpes, en cuanto notó la boca de Aurora en sus pezones se corrió.
―¡Será puta!― rugió Belén todavía más cabreada al comprobar que, retorciéndose agarrada al poste, mi tía no paraba de gritar presa de la lujuria mientras la cuarentona mamaba de sus pechos y la hija de esta martilleaba su trasero.
Viendo que ya había sido un castigo suficiente y que todavía no había conseguido correrme, liberé a ambas y acercándome a mi novia, le quité el arnés mientras se quejaba amargamente de su fracaso.
―Vámonos a mi cama― le pedí al tiempo que la agarraba en mis brazos.
Belén apoyando su cara en mi pecho, comenzó a llorar desconsoladamente al ver que en el suelo, mi tía y su madre olvidaban lo sufrido y entrelazando sus piernas, se buscaban una a la otra…
Epílogo
De esta historia han pasado ya diez años. Durante un tiempo, Belén y yo fuimos novios y disfrutamos del sexo en todas sus variantes pero al final cada uno se fue por su lado y aunque seguimos siendo amigos, nuestra relación quedó en el olvido.
En cambio, Aurora dejó a su marido y junto con Elena, formó un nuevo hogar. Autoproclamadas lesbianas buscaron afianzar su unión con un retoño y por medio de la inseminación, se convirtieron en madres.
Un par de veces al año, me reúno con las tres y recordamos ese verano con añoranza.
Sinopsis:
Tirarse a una secretaria es uno de las fantasías mas concurrentes en la mente de todo hombre. GOLFO como autor erótico nos ha descrito muchas veces el amor o el desamor entre un jefe y una secretaria. Aquí encontrareis los mejores relatos escritos por el teniendo a ese oscuro objeto de deseo como protagonista.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Capítulo uno.
Descubrí a mi secretaria en mi jardín.
Eran las once de la noche de un viernes cuando escuché a Sultán. El perro iba a despertar a toda la urbanización con sus ladridos. “Seguramente debe de haber pillado a un gato”, pensé al levantarme del sofá donde estaba viendo la televisión. Al abrir la puerta, el frío de la noche me golpeó la cara, y para colmo, llovía a mares, por lo que volví a entrar para ponerme un abrigo.
Enfundado en el anorak empecé a buscar al animal por el jardín, disgustado por salir a esas horas y encima tener que empaparme. Al irme acercando me di cuenta que tenía algo acorralado, pero por el tamaño de la sombra no era un gato, debía de ser un perro, por lo que agarré un tubo por si tenía que defenderme. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que su presa consistía en una mujer totalmente empapada, por lo que para evitar que le hiciera daño tuve que atar al perro, antes de preguntarle que narices hacían en mi jardín. Con Sultán a buen recaudo, me aproximé a la mujer, que resultó ser Carmen, mi secretaria.
―¿Qué coño haces aquí?―, le pregunté hecho una furia, mientras la levantaba del suelo.
No me contestó, por lo que decidí que lo mejor era entrar en la casa, la mujer estaba aterrada, y no me extrañaba después de pasar al menos cinco minutos acorralada sin saber si alguien la iba a oír.
Estaba hecha un desastre, el barro la cubría por completo, pelo, cara y ropa era todo uno, debió de tropezarse al huir del animal y rodar por el suelo. Ella siempre tan formal, tan bien conjuntada, tan discreta, debía de estar fatal para ni siquiera quejarse.
―No puedes estar así―, le dije mientras sacaba de un armario una toalla, para que se bañara.
Al extenderle la toalla, seguía con la mirada ausente.
―Carmen, despierta.
Nada, era como un mueble, seguía de pie en el mismo sitio que la había dejado.
―Tienes que tomar una ducha, sino te vas a enfermar.
Me empecé a preocupar, no reaccionaba. Estaba en estado de shock, por lo que tuve que obligarla a acompañarme al baño y abriéndole la ducha, la metí vestida debajo del agua caliente. No me lo podía creer, ni siquiera al sentir como el chorro golpeaba en su cara, se reanimaba, era una muñeca que se quedaba quieta en la posición que su dueño la dejaba. “Necesitará ropa seca”, por lo que temiendo que se cayera, la senté en la bañera, dejándola sola en el baño.
Rápidamente busqué en mi armario algo que pudiera servirle, cosa difícil ya que yo era mucho más alto que ella, por lo que me decidí por una camiseta y un pantalón de deporte. Al volver, al baño, no se había movido. Si no fuera por el hecho de que tenía los ojos abiertos, hubiera pensado que se había desmayado. “Joder, y ahora qué hago”, nunca en mi vida me había enfrentado con una situación semejante, lo único que tenía claro es que tenía que terminar de quitarle el barro, esperando que para entonces hubiera recuperado la cordura.
Cortado por la situación, con el teléfono de la ducha le fui retirando la tierra tanto del pelo como de la ropa, no me entraba en la cabeza que ni siquiera reaccionara al notar como le retiraba los restos de césped de sus piernas. Sin saber cómo actuar, la puse en pie para terminar de bañarla, como una autómata me obedecía, se dejaba limpiar sin oponer resistencia. Al cerrar el grifo, ya mi preocupación era máxima, tenía que secarla y cambiarla, pero para ello había que desnudarla, y no me sentía con ganas de hacerlo, no fuera a pensar mal de mí cuando se recuperara. Decidí que tenía que reanimarla de alguna manera, por lo que volví a sentarla y corriendo fui a por un café.
Suerte que en mi cocina siempre hay una cafetera lista, por lo que entre que saqué una taza y lo serví, no debí de abandonarla más de un minuto. “Madre mía, que broncón”, pensé al retornar a su lado, y descubrir que todo seguía igual. Me senté en el suelo, para que me fuera más fácil dárselo, pero descubrí lo complicado que era intentar obligar a beber a alguien que no responde. Tuve que usar mis dos manos para hacerlo, mientras que con una, le abría la boca, con la otra le vertía el café dentro. Tardé una eternidad en que se lo terminara, constantemente se atragantaba y vomitaba encima de mí.
Todo seguía igual, aunque no me gustara, tenía que quitarle la ropa, por lo que la saqué de la bañera, dejándola en medio del baño. Estaba totalmente descolocado, indeciso de cómo empezar. Traté de pensar como sería más sencillo, si debía de empezar por arriba con la camisa, o por abajo con la falda. Muchas veces había desnudado a una mujer, pero jamás me había visto en algo parecido. Decidí quitarle primero la falda, por lo que bajándole el cierre, esta cayó al suelo. El agacharme a retirársela de los pies, me dio la oportunidad de verla sus piernas, la blancura de su piel resaltaba con el tanga rojo que llevaba puesto. La situación se estaba empezando a convertir en morbosa, nunca hubiera supuesto que una mojigata como ella, usara una prenda tan sexi. Le tocaba el turno a la blusa, por lo que me puse en frente de ella, y botón a botón fui desabrochándola. Cada vez que abría uno, el escote crecía dejándome entrever más porción de su pecho. “Me estoy poniendo bruto”, reconocí molesto conmigo mismo, por lo que me di prisa en terminar.
Al quitarle la camisa, Carmen se quedó en ropa interior, su sujetador más que esconder, exhibía la perfección de sus pechos, nunca me había fijado pero la señorita tenía un par dignos de museo. Tuve que rodearla con mis brazos para alcanzar el broche, lo que provocó que me tuviera que pegar a ella, la ducha no había conseguido acabar con su perfume, por lo que me llegó el olor a mujer en su totalidad. Me costó un poco pero conseguí abrir el corchete, y ya sin disimulo, la despojé con cuidado disfrutando de la visión de sus pezones. “Está buena la cabrona”, sentencié al verla desnuda. Durante dos años había tenido a mi lado a un cañón y no me percaté de ello.
No solo tenía buen cuerpo, al quitarle el maquillaje resultaba que era guapa, hay mujeres que lejos de mejorar pintadas, lo único que hacen es estropearse. Secarla fue otra cosa, al no tener ninguna prenda que la tapara, pude disfrutar y mucho de ella, cualquiera que me hubiese visto, no podría quejarse de la forma profesional en que la sequé, pero yo sí sé, que sentí al recorrer con la toalla todo su cuerpo, que noté al levantarle los pechos para secarle sus pliegues, rozándole el borde de sus pezones, cómo me encantó el abrirle las piernas y descubrir un sexo perfectamente depilado, que tuve que secar concienzudamente, quedando impregnado su olor en mi mano.
Totalmente excitado le puse mi camiseta, y viendo lo bien que le quedaba con sus pitones marcándose sobre la tela, me olvidé de colocarle los pantalones, dejando su sexo al aire.
Llevándola de la mano, fuimos hasta salón, dejándola en el sofá de enfrente de la tele, mientras revisaba su bolso, tratando de descubrir algo de ella. Solo sabía que vivía por Móstoles y que su familia era de un pueblo de Burgos. En el bolso llevaba de todo pero nada que me sirviera para localizar a nadie amigo suyo, por lo que contrariado volví a la habitación. Me había dejado puesta la película porno, y Carmen absorta seguía las escenas que se estaban desarrollando. Me senté a su lado observándola, mientras en la tele una rubia le bajaba la bragueta al protagonista, cuando de pronto la muchacha se levanta e imitando a la actriz empieza a copiar sus movimientos. “No estoy abusando de ella”, me repetía, intentándome de auto convencer que no estaba haciendo nada malo, al notar como se introducía mi pene en su boca, y empezaba a realizarme una exquisita mamada.
Seguía al pie de la letra, a la protagonista. Acelerando sus maniobras cuando la rubia incrementaba las suyas, mordisqueándome los testículos cuando la mujer lo hacía, y lo más importante, tragándose todo mi semen como ocurría en la película.
Éramos parte de elenco, sin haber rodado ni un solo segundo de celuloide. Estaba siendo participe de la imaginación degenerada del guionista, por lo que esperé que nos deparaba la siguiente escena. Lo supe en cuanto se puso a cuatro piernas, iba a ser una escena de sexo anal, por lo que imitando en este caso al actor, me mojé las manos con el flujo de su sexo e introduciendo dos dedos relajé su esfínter, a la vez que le colocaba la punta de mi glande en su agujero. Fueron dos penetraciones brutales, una ficticia y una real, cabalgando sobre nuestras monturas en una carrera en la que los dos jinetes íbamos a resultar vencedores, golpeábamos sus lomos mientras tirábamos de las riendas de su pelo. Mi yegua relinchó desbocada al sentir como mi simiente le regaba el interior, y desplomada cayó sobre el sofá.
Desgraciadamente, la película terminó en ese momento y de igual forma Carmen recuperó en ese instante su pose distraída. Incrédulo esperé unos minutos a ver si la muchacha respondía pero fue una espera infructuosa, seguía en otra galaxia sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Entre tanto, mi mente trabajaba a mil, el sentimiento de culpabilidad que sentía me obligo a vestirla y esta vez sí le puse los pantalones, llevándola a la cama de invitados.
“Me he pasado dos pueblos”, era todo lo que me machaconamente pensaba mientras metía la ropa de mi secretaria en la secadora, “mañana como se acuerde de algo, me va a acusar de haberla violado”. Sin tener ni idea de cómo se lo iba a explicar, me acerqué al cuarto donde la había depositado, encontrándomela totalmente dormida, por lo que tomé la decisión de hacer lo mismo.
Dormí realmente mal, me pasé toda la noche imaginando que me metían en la cárcel y que un negrazo me usaba en la celda, por lo que a las ocho de la mañana ya estaba en pie desayunando, cuando apareció medio dormida en la cocina.
―Don Manuel, ¿qué ha pasado?, solo me acuerdo de venir a su casa a traerle unos papeles―, me preguntó totalmente ajena a lo que realmente había ocurrido.
―Carmen, anoche te encontré en estado de shock en mi jardín, , por lo que te metí en la casa, estabas empapada y helada por lo que tuve que cambiarte ―, el rubor apareció en su cara al oír que yo la había desvestido,―como no me sabía ningún teléfono de tus amigos, te dejé durmiendo aquí.
―Gracias, no sé qué me ocurrió. Perdone, ¿y mi ropa?
―Arrugada pero seca, disculpa que no sepa planchar―, le respondí más tranquilo, sacando la ropa de la secadora.
Mientras se vestía en otra habitación, me senté a terminar de desayunar, respirando tranquilo, no se acordaba de nada, por lo que mis problemas habían terminado. Al volver la muchacha le ofrecí un café, pero me dijo que tenía prisa, por lo que la acompañe a la verja del jardín. Ya se iba cuando se dio la vuelta y mirándome me dijo:
―Don Manuel, siempre he pensado de usted que era un GOLFO…, pero cuando quiera puede invitarme a ver otra película―
Cerró la puerta, dejándome solo.
.
Ese día todo me había salido mal. El trabajo agobiante, el calor insoportable y encima una antigua novia que no dejó de llamarme, insistiendo en que quería que conociera a una amiga recién llegada de Panamá. Cansado por su insistencia, no me quedó más remedio que aceptar y quedé con esa desconocida en el Goizeko, un lujoso restaurante vasco ubicado en la zona más cara de Madrid.
Cansado y estresado hasta decir basta, al salir de trabajar, me tomé una ducha para relajarme. El chorro del agua cayendo por mi cuerpo consiguió lavar el sudor pero no consiguió expulsar el cabreo en el que estaba instalado por culpa de los negocios.
«Necesito una copa», pensé mientras me enjabonaba, «espero que mi cita sea divertida porque si no, no pienso quedarme a terminar la cena». Con mis cuarenta y nueve años ya no estaba para perder el tiempo con una pareja aburrida y menos malgastar una noche con ella. Acostumbrado a alternar y con bastante éxito con las mujeres, últimamente tuve que reconocer, me aburría fácilmente. «Espero que no sea una niñata de veinte años», mascullé entre dientes ya escamado con el hecho que mi amiga no me hubiese querido contar como era esa tal Maite.
-No te preocupes, te gustará- me dijo al ver mi insistencia en que al menos me dijera qué edad tenía.
La seguridad de Ana contrastaba con mis pasadas experiencias con las citas a ciegas. «La que no era gorda, era insoportable», protesté mientras pensaba en mis gustos: «Soy fácil de complacer, me gustan más jóvenes pero no tanto para ir por ellas a la universidad. Altas, delgadas y con unas piernas largas que acariciar al terminar la noche».
-Joder como ella pero sin mala leche- exclamé cabreado al recordar cómo había terminado con esa morena por sus celos enfermizos.
El recuerdo del acoso al que me sometió durante tres meses pidiendo que regresara con ella, me alertó que quizás su conocida fuera también una celosa compulsiva. «Espero que no», maldiciendo temí, «otra más, ¡No!».
Enfadado sin motivo, salí de la ducha y ya desnudo sobre los azulejos del baño, dudé si afeitarme o no porque a muchas mujeres le gusta la barba de dos días que llevaba.
-Mejor me afeito.
Mirándome al espejo, la imagen del hombre maduro que me devolvió no me gustó porque a pesar de hacer ejercicio y mantenerme bien para mis cuarenta y nueve años, no podía negar que no era un niño.
«¡Qué jodido es cumplir años!», pensé mientras me enjabonaba la cara. La inseguridad de irme haciendo viejo sin tener a una mujer a mi lado, era un tema que empezaba a ser renuente en mi mente. «A este paso terminaré mis días en un asilo persiguiendo a las enfermeras».
Sabiendo que necesitaba no solo una compañera sino a una amante que me hiciera feliz dentro y fuera de la cama, me terminé de vestir dudando que esa tal Maite fuera la que el destino me designara.
«Eso solo ocurre en las películas».
Cita a ciegas en Gozeko Kabi
Al estacionar mi todoterreno, el aparcacoches vino raudo a por las llaves y por su propina mientras yo miraba alrededor buscando a esa panameña con la que había quedado y de la que no sabía nada. Para no saber, desconocía incluso su raza pero conociendo que el porcentaje de raza caucásica en ese país era de apenas un 11%, lo más seguro es que fuera de color. Personalmente, no me importaba su etnia. Una mujer puede ser guapa independientemente de su piel.
Al no ver a nadie esperando en la puerta, entré directamente al local. El maître, un conocido de años, me informó que todavía no había llegado nadie preguntando por mí y por eso le pedí una cerveza mientras esperaba.
«¿Cómo será?», me estaba preguntando cuando vi entrar por la puerta un espectáculo de mujer.
Con casi un metro setenta y unas piernas largas que no parecían tener final, la recién llegada era preciosa. Vestido con un pantalón negro y una camisa con lentejuelas doradas, parecía una niña bien del barrio de Salamanca.
«Está buena», sentencié mirando su melena castaña.
La llegada de esa niña hizo que todo el respetable se girara a verla. Su boca pintada de rojo llamaba a ser besada y su trasero era perfecto a pesar que era delgada.
«No debe de pesar más de cincuenta y cinco kilos», calculé mientras observaba que esa mujer echaba un vistazo a la sala como si buscara a alguien.
Creyendo que era una española más y por lo tanto no era mi cita, me puse a leer la carta de vinos olvidándome de ella.
-Hola guapo- escuché que me decían desde mi derecha.
Al levantar la mirada, me encontré a esa muchacha sonriendo a mi lado. Abochornado por mi falta de educación, me levanté a saludarla con un beso en su mejilla. Al acercarme, un aroma fresco invadió mis papilas:
«Miss Dior », adiviné.
Ese perfume era mi preferido y por eso me la quedé mirando, al imaginarme que mi amiga se lo había contado pero no queriendo empezar con mal pie, le pregunté cómo me había reconocido:
Con un desparpajo que solo las centroamericanas tienen, me contestó:
-Eras el único que cuadraba con la descripción- y entornando los ojos, me soltó: -Un madurito enorme con cara de golfo.
Que nada más empezar hiciera referencia a mi edad, no me hizo ni puñetera gracia y por eso calculando que no debía tener ni treinta años, le solté:
-En cambio, a mí me mintieron. Me dijeron que eras una mujer y no una niña.
Mis palabras podían ser tomadas como un piropo o como un insulto. A la castaña no le pasó inadvertido mi contraataque y poniendo cara de buena, bajo su mirada mientras decía:
-Gracias, pero tengo treinta y ocho.
La actitud de la mujer cambió y de ser una bomba sexual que dejaba boquiabiertos a los hombres a su paso, en ese momento parecía una cachorrita abandonada que invitaba a abrazarla. Sabiendo que había adoptado un papel y que en realidad esa muchacha seguía siendo la mujer segura y rompedora que entró por la puerta del restaurante, me quedé pensando:
«Cuidado que esta niña sabe lo que quiere».
La confirmación que Maite era consciente de su atractivo me quedó clara cuando al sentarse en la silla que le había acercado, lo hizo de forma tal que permitió que mis ojos recorrieran su trasero en forma de corazón.
«Tiene un culo estupendo la condenada», sentencié sin darme cuenta que esa mujer me estaba empezando a interesar. Curiosamente al percatarse del exhaustivo examen que había hecho a su anatomía, bajo la blusa de la panameña dos pequeños bultos la traicionaron al sentirse excitada. «La gusta sentirse observada», pensé dejando mi copa en la mesa y mirando con descaro su pecho.
Maite al sentir la caricia de mi mirada, se puso roja como un tomate y cambiando de postura, evitó que siguiera admirando sus senos pero algo en ella me aviso que también se sentía alagada de que la viera sexi a pesar de nuestra diferencia de edad.
-Cuéntame, ¿a qué has venido a España?
Muerta de risa, llamó al camarero y le pidió que nos trajera una botella de Merlot, antes de contestar:
-Podría decirte que de vacaciones pero en realidad, ¡he venido por ti!
-¿Por mí?- pregunté extrañado ya que esa criatura no me conocía.
-Sí. Tanto me ha hablado María de ti, que supe que si todo lo que decía era cierto, debías de ser mío.
Confieso que en ese momento me estaba empezando a cabrear el que directamente diera por sentado que si le gustaba lo que descubría, yo caería sin más en sus brazos. Por eso decidido a darle un corte, posé mi mano sobre su pierna mientras le decía:
-No crees que a lo mejor no me atraes.
Sin importarle que mis dedos estuviesen en ese momento acariciando su muslo, la castaña luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:
-Ningún hombre ha resistido mis encantos. Si me gustas, serás mío- recalcó mientras imitándome ponía su mano en mi entrepierna y al sentir como mi pene se ponía duro al contacto, susurrando en mi oído, se alzó con la victoria mientras me decía: -Lo ves, ya estás bruto.
Su desfachatez incrementó mi enfado pero para mi desgracia cuando estaba a punto de soltarle una fresca, oí que me saludaban. Al mirar quien había llegado, descubrí que era Manuel, uno de mis mejores clientes y amigos, con su mujer. No pudiendo contestar como se merecía a esa castaña, me levanté a saludar a la pareja sin presentar a mi acompañante pero entonces, esa manipuladora se levantó diciendo:
-Ya que mi novio es tan maleducado de no presentarme, me llamo Maite.
Mi cara debió de ser un poema al verme asaltado de esa forma porque no en vano Beatriz era también una buena amiga.
«¿De qué va esta tía?», pensé sintiéndome contra la pared porque aunque esa arpía no lo sabía, ese matrimonio llevaba mucho tiempo insistiendo en que me buscara novia y tratando de librarme de su acoso, me había inventado que tenía una.
Mis peores temores se hicieron realidad cuando la mujer se auto invitó a nuestra mesa diciendo:
-¿No me extraña que Fernando te hubiese tenido escondida? ¡Eres monísima!
El piropo de Beatriz me supo a cuerno quemado pero en cambio para la aludida fue el inicio de una agradable conversación en la que descaradamente se inventó que llevábamos casi seis meses juntos.
«¡Será zorra!», mascullé al saber que si la descubría quedaría como un mujeriego ante la esposa de mi cliente y por eso tuve que aceptar a regañadientes su versión.
Queriendo vengar de algún modo la afrenta, volví a posar mi mano sobre su pierna y mientras mis dedos iban subiendo por su muslo rumbo a su sexo, siguiendo su mentira pregunté a Manuel a qué hora era al día siguiente la montería.
-Tienes que estar en la finca a las ocho porque a esa hora sorteamos los puestos.
La sorpresa que leí en la cara de la panameña me dio el valor necesario para incrementar su turbación al recorrer las distancias que me separaba de mi meta mientras confirmaba mi presencia a esa hora. Acababa de llegar hasta el tanga que tapaba su sexo cuando noté que separaba un poco sus rodillas mientras le decía a la esposa de mi amigo:
-¿Vas tú también? Me gustaría acompañar a Fernando.
Beatriz que no sabía que en ese momento mis dedos estaban acariciando por encima de la tela el sexo de esa criatura, contestó que por supuesto que estaba invitada. Alucinado por su descaro, castigué su osadía rozando su clítoris con una de mis yemas. Maite al experimentar mi toqueteo y queriendo reprimir un gemido, cerró sus piernas dejando mi mano presa entre ellas. Su indefensión me indujo a incrementar mi ataque deslizando mi yema por debajo del tanga.
-¿Te ocurre algo?- pregunté en plan irónico a verla sufrir.
-Cariño, me pone bruta que me metas mano frente a tus amigos- contestó con sorna.
Me quedé paralizado al creer que me habían descubierto pero entonces soltando una carcajada aclaró a Beatriz que era broma. Esa rubia que al igual que se había escandalizado se unió a sus risas creyendo que era broma y recalcando el tema, me tomó el pelo diciendo:
-Ya era hora que te encontraras una que te pusiera en tu lugar.
Humillado iba a quitar mi mano de su entrepierna pero reteniéndola entre ellas, esa casi desconocida susurró en mi oído:
-¿Quiero verte chupando tus dedos llenos de mi flujo?
La calentura que descubrí en su voz me hizo obedecerla y recreándome frente a mis amigos, me los metí en la boca mientras decía en voz alta que estaba riquísimo su coñito.
-¡Mira que eres bruto!- chilló muerta de risa Beatriz. –Menos mal que sé que es mentira.
En cambio, Maite me miró descompuesta mientras sus pezones se alzaban tan orgullosos de haber vencido como excitados porque por primera vez ese maduro probara el tesoro que escondía entre los pliegues de su sexo. Por mi parte, tengo que reconocer que me pareció un manjar su sabor y que desde ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera hundir mi cara entre sus muslos y recorrer sus pliegues en busca de más.
Me consta que la muchacha también deseaba que lo hiciera porque pasando sus dedos por mi entrepierna, me preguntó murmurando que si nos íbamos. Ni que decir tiene que la perspectiva de hacer realidad mi sueño fue suficiente para acelerar la cena y en menos de diez minutos, salir de ese restaurante no sin antes confirmar que al día siguiente estaríamos a la hora concertada en la montería.
La panameña ni siquiera esperó a que encendiera el coche para con sus ojos entornados y en silencio, bajarme la cremallera. La rapidez con la que discurría todo me hizo temer que esa lindura fuera en realidad una puta que hubiese contratado María para abochornarme pero estaba ya tan caliente y mi polla estaba tan dura que no pude más que aceptar cuando Maite sacándola de su encierro, agachó su cabeza y abriendo su boca, se la puso a mamar sin decir nada.
«Dios, ¡Qué boca!», exclamé mentalmente al sentir el sensual modo en que esa castaña se apoderaba de mi miembro.
Con una lentitud exasperante, recorrió mi glande con su lengua y embadurnándolo con su saliva, me miró dulcemente antes de írselo metiendo centímetro a centímetro en su interior al tiempo que usando sus manos, acariciaba mis huevos cómo sondeando cuanto semen contenía dentro de ellos. Desgraciadamente la excitación acumulada y la pericia que demostró mamándola, hizo que antes de tiempo descargara mi cargamento contra su paladar. Maite lejos de mostrarse contrariada, se puso a ordeñar mi simiente con un ansia tal que creí que tardaría días en que se me volviera a poner dura.
Solazándose con su lengua recogió mi semen y se lo tragó todo mientras seguía con su masturbación en busca de dejarme seco y no contenta con ello cuando notó que ya no había más explosiones, busco cualquier rastro de mi leche para bebérsela. De manera que en menos de cinco minutos después de haber salido del local, había conseguido el postre que tanto deseaba desde que le metiera mano contra su voluntad.
Al terminar, levantó su mirada y sonriendo, me soltó:
-Déjame en mi hotel. Estoy cansada pero te espero mañana a las seis para que me lleves con tus amigos.
Os juro que no me creí que fuera cierto y que después de lo que había hecho, esa zorrita me apartara de su lado y por eso cuando me despedí de ella en la puerta de su habitación hice un intento por pasar la noche con ella. Pero manteniéndose firme, Maite me soltó:
-No sería apropiado acostarnos juntos la primera noche que nos conocemos.
Viendo que era verdad y que me pasaría la noche solo, intenté hacerla cambiar de opinión diciendo:
-Tú misma has dicho que llevamos seis meses saliendo.
Muerta de risa, me besó y sin despedirse, cerró su puerta en mis narices…..
El camino hacia la montería
Durante toda la noche fui incapaz de conciliar el sueño. Cada vez que lo intentaba, volvían a mi mente esos labios carnosos que me habían brindado tan gran pero efímero placer. En mi imaginación la vi llegando a mi cama pero cada vez que intentaba cogerla entre mis brazos, riendo desaparecía dejándome todavía más cachondo y desesperado.
Por eso llegué a recogerla de muy mala leche a su hotel. Al salir por la puerta descubrí que no se había vestido para pasar el día en el campo y que en vez de ponerse unos pantalones gruesos que la protegieran de las zarzas, la muy incauta se había colocado unos leggins azules que para colmo marcaban con rotundidad los labios de su sexo. Su indumentaria poco propicia para la caza se completa con una camiseta de tirantes negra que dejaba entrever que llevaba un brassier rojo.
Nada más sentarse junto a mí, hice ver a Maite que se había equivocado diciendo mientras llevaba mis dedos a la suculenta rajita que tan ufana mostraba:
-Imagínate que vas entre árboles y una rama te araña aquí. No creo que te gustara.
La idea no le gustó pero la caricia sí y pegando un gemido me dejó claro que permitiría que la fuera poniendo a tono durante el viaje pero aun así me dijo que si quería iba a cambiarse pero negándome por la falta de tiempo, le dije que en el camino pararíamos en una gasolinera que frecuentan los cazadores y allí le compraría algo más apropiado.
Nunca le dije que iba aprovechar esa parada para meterme con ella en el probador y arrancando el todoterreno, salimos rumbo a la finca de Manuel. Ya de camino, el sol de la mañana nos pegaba de frente y el habitáculo del todoterreno se empezó a calentar.
-¿Me podrías dar una botella de agua?-preguntó acuciada por la sed.
Mientras se le daba una idea perversa se me ocurrió y por eso en cuanto intentó beber, di un frenazo y se empapó por entera.
-Lo has hecho a propósito- dijo con mal genio al saberse burlada.
Riendo pasé mis dedos por su pecho mojado haciendo una breve parada en uno de sus pezones. Maite se contagió de mi risa y levantándose la camiseta, dejó que mi mano se hiciera con uno de sus pechos todavía cubierto por el sujetador mientras me decía:
-¿Te gustan? Uso talla noventa.
Su descaro me indujo a retirar un poco tan incómoda prenda, dejando al descubierto una aureola rosada y grande que me hizo babear solo pensando en que pronto la tendría entre mis labios.
Ella, descojonada, me dijo al notar que lo cogía entre mis dedos
-Me captas de inmediato. Llevo toda la noche soñando con sentir tus dedos en mis pechos.
Sus palabras despertaron la bestia que había en mí y pegando u suave pellizco en su pezón, le pedí que se quitara los leggins.
-¿Aquí y ahora? ¡Podrían verme!- trastornada protestó por mi petición.
-Sí, quiero ver el coñito que me voy a comer.
-Eso será si yo te dejo- contestó en absoluto mosqueada.
-Lo harás princesa- repliqué – y antes de lo que te imaginas.
Con una sonrisa de oreja a oreja y mientras me obedecía, insistió:
-Vas a hacer que me ponga húmeda y entonces querré que me tomes.
-Ese es tu problema- dije azuzándola a obedecer.
Usando toda la sensualidad que solo las mujeres de su país poseen, la panameña fue dejando caer lentamente esas medias a sus pies al tiempo que miraba de reojo como mi pene se iba sintiendo afectado por su exhibición. Al comprobar que se iba formando una dura erección bajo mi pantalón, Maite aceleró sus maniobras y ya sin los leggins, preguntó si seguía con el tanga rojo que llevaba a juego del sujetador.
-Hazlo princesa- fue mi escueta respuesta.
Esta vez ni siquiera protestó y quitándose las bragas, feliz separó sus rodillas mientras me decía:
-Mira, lo tengo encharcado con solo saber que tú lo estás viendo.
Mirando con un hambre atroz entre sus muslos, me quedé embelesado al comprobar que esa muchacha lo llevaba exquisitamente recortado y que solo un pequeño triangulo de vellos decoraba ese manjar.
-Tienes unas piernas preciosas- dije minusvalorando el bellezón de coño que tenía esa mujer.
Maite captó mi voluntaria omisión y mirando directamente a mis ojos, me dijo con tono pícaro:
-Y mi tesorito ¿no te gusta?
Reteniendo las ganas de parar a un lado de la carretera y forzar a esa mujer a entregar lo que ya consideraba mío, contesté:
-No puedo verlo bien. Usa tus dedos para enseñármelo.
Con una extraña felicidad en su rostro, esa muchacha que parecía no haber roto un plato, separó los pliegues de su sexo para cogiendo mi mano, fuera esta quien notara la tersura húmeda de su piel. Durante unos minutos recorrí con mis dedos esa dulce abertura mientras su dueña no paraba de gemir pidiendo que parara el todoterreno. Sus gritos y su respiración entrecortada me avisaron que estaba a punto de correrse y queriendo que obtuviera el primer orgasmos de los muchos que pensaba brindarle durante el día, incrusté mi dedo dentro de su almeja y como si fuera un pene pequeño empecé a follármela mientras le decía que era un poco zorra.
Mi insulto multiplicó la excitación de la mujer y colapsando en mitad del asiento, llegó al clímax mientras a nuestro alrededor los coches pasaban mirando al interior que ocurría extrañados que fuera tan lento en una autopista. Sabiendo que al menos un par de ellos se habían dado cuenta de la escena que ocurría en mi automóvil creí más prudente salirme de la carretera y aparcar bajo un árbol.
Ya con el coche apagado, me recreé mirando mientras Maite buscaba más placer forzando mi mano con las suyas. Su entrega me supo a victoria y bajándome los pantalones, le ordené que usara mi pene para empalarse.
Con lujuria en su rostro, la castaña no puso objeción y pasando una de sus piernas sobre mí, se sentó a orcajadas. Nada más sentir mi dureza en plenitud, la puso en la entrada de su sexo y dejándose caer, buscó rellenar su conducto con ella. La parsimonia con la que se embutió mi miembro me permitió observar como en cámara lenta el modo en que sus labios se abrían para dejar paso a mi incursión.
-Dime zorrita, ¿soy lo que esperabas?- pregunté aludiendo a los comentarios que su amiga había hecho de mí.
Exagerando su tono panameño y mientras terminaba de embutirse mi pene, contestó gritando:
-Si mi amorrrrr. Eres lo que esperaba y me quedaré todo el tiempo que quieras en España para estar contigo. ¡María no se equivocó contigo al contarme que encontraría mi hombre en ti!
Su entrega me permitió usar las manos para izarla sobre mi verga para acto seguido dejarla caer, de forma que el continuo empalamiento prolongó su orgasmo sobre todo cuando teniendo sus pechos a la altura de mi boca los cogí entre mis dientes y los mordí buscando sacar una leche que no tenía.
-Mama todo lo que quieras pero sigue follándome- gritó casi aullando por el placer que recorría su cuerpo.
Dejando caer mi asiento para atrás, la obligué a ponerse a cuatro patas sobre él y de un solo golpe le volví a ensartar mi tallo en su interior. Fue entonces cuando hecha una energúmena trato de zafarse pero reteniéndola con mis brazos, lo evité mientras le decía:
-Ahora no te hagas la estrecha.
Sin dejar de debatirse, la muchacha me señaló que un pastor nos observaba con la cara pegada a los cristales.
Reconozco que debí hacer caso a sus súplicas pero era tanta mi calentura que me dio igual el tener público y acelerando el ritmo con el que acuchillaba ese coño, fui en busca de mi placer mientras murmuraba en su oreja:
-Deja que disfrute de una zorra como tú, seguro que solo ha visto una tan buena en las películas.
Espantada y excitada por igual, Maite dejó de luchar y se relajó al ver que el tipo era inofensivo y que se conformaba con ver cómo era poseída por mí, de forma que no tardó en contagiarse de mi pasión y abriendo la ventana, me gritó para que lo oyera ese inesperado voyeur:
-Demuéstrale lo macho que es mi hombre.
Desnuda y con sus pechos bamboleándose al compás con el que la hacía mía, el placer volvió a ella con renovados bríos y aullando como la perra en celo que era en ese momento, Maite sintió que su cuerpo se licuaba por enésima vez.
-¡Por dios! ¡No pares!- chilló sintiendo que el fuego la consumía desde dentro.
Con su coño convertido en un manantial, la muchacha fue objeto de un renovado ataque. Mi pene al entrar y salir de su interior, salpicó con su flujo tanto mis piernas como la tapicería mientras Maite se desgañitaba pidiendo más. Agarrándola de los hombros, incrementé la profundidad de mis penetraciones sabiendo que desde fuera el paisano se estaba pajeando viéndonos.
La excitación acumulada y los gritos de placer de esa zorrita, hicieron que como si fuera un volcán mi pene explosionara lanzando su ardiente lava contra las paredes de su vagina. La panameña al sentirlo, se dejó caer sobre el sillón totalmente agotada con su cara reflejando una total relajación.
Satisfecho por haber domado a esa mujer, me estaba acomodando la ropa cuando el pastor me preguntó si aceptaba que me cambiara una de sus ovejas por un polvo con ella. Maite al oir tan extraña propuesta se quedó petrificada al advertir que me lo estaba pensando.
Tras analizar los pros y los contras de ese negocio, soltando una carcajada, respondí:
-Aunque es una oferta tentadora, tengo que rechazarla. ¡Una oveja es demasiado valiosa!
Y encendiendo el vehículo, salí rumbo a la finca de mi amigo, sabiendo que esa castaña me seguiría dando mucho placer….
ME VOY A FOLLAR A TU MUJER!
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
Me llamo Eloy, tengo 35 años y estoy casado desde hace diez con Olga, una mujer preciosa de 32 años, morena, de pelo bastante largo, ojos castaños y boca grande y de labios bastante carnosos: su cara es realmente bonita; mide cerca de 1,70 y tiene un cuerpo muy sensual, sus pechos son grandes de pezones oscuros. Llama mucho la atención de los hombres que se la comen con la mirada.
Olga es una mujer extrovertida y que difícilmente es capaz de contrariar a alguien sacrificándose ella con frecuencia con tal de no tener que dar una negativa en cualquier aspecto de su vida cotidiana. Esta forma de ser también es aplicable al sexo en el que aun comportándose de manera muy pasiva, prefiriendo dejarse hacer que participar activamente, no rechaza casi nunca lo que yo pueda hacerle; no he conseguido sin embargo que me chupe la polla pues la primera vez que se lo propuse me dijo que le daba asco el agüilla del capullo cuando está en erección, de modo que nunca volví a insistir en ello.
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
Tal y como os comenté en el capítulo anterior, una cita a ciegas me permitió conocer a un monumento de origen panameño que se desveló como una amante sin par. Su dulzura solo era equivalente al fuego que recorría su interior cada vez que hacíamos el amor.
Esa mañana llegamos puntualmente a la finca de mi amigo y eso que durante el trayecto habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión en mitad del campo.
Beatriz, su mujer, nos esperaba en la entrada y cogiendo del brazo a mi acompañante, empezó a presentárselas a todos los presentes como mi novia. Curiosamente al contrario que la noche anterior, ya no me molestaba que se refirieran a Maite con ese apelativo porque aunque por entonces no me daba cuenta, esa castaña me estaba conquistando con su modo de ser.
Estaban repartiendo los puestos cuando Manuel se me acercó un tanto inseguro porque se había presentado sin avisar una antigua amiga y no sabiendo donde meterla había pensado en colocarla con nosotros.
-No hay problema- contesté sin medir las consecuencias que tendría tener a esas dos mujeres juntas durante tres horas.
Reconozco que no se me pasó por la cabeza que Maite viera en Alicia una contrincante ni que Alicia asumiera que Maite era una caza fortunas sin escrúpulos que quería mi dinero. Lo cierto es que al explicarle el anfitrión que iba a estar en el mismo puesto que yo, esa rubia de pelo corto y ojos claros se acercó a agradecerme el detalle.
Desde que la vi acercarse a mí con esa delantera tan enorme supe que no era algo natural sino producto de la cirugía porque antes tenía unos pechos pequeños. Sé que a ella tampoco le pasó inadvertido el repaso que di a sus melones porque poniendo cara de putón desorejado, me los modeló diciendo:
-¿Te gusta la nueva Alicia?
Aunque esas dimensiones era exageradas para lo flaca que era, tengo que confesaros que se me hizo la boca agua pensando en que se sentiría estrujando esa silicona mientras oía gritar de placer a su dueña.
Desgraciadamente, Maite llegó justo en el momento en que con la mirada estaba repasando esas bellezas y por eso desde un principio, catalogó a Alicia como una guarra que quería quitarle su hombre.
-¿Me presentas?- preguntó la panameña mirando fijamente a la rubia.
-Alicia, Maite. Maite, Alicia- respondí percatándome que entre ellas saltaban chispas.
Como si fuera un combate de sumo, las dos mujeres se retaron con la mirada antes de educadamente darse dos besos en la mejilla. La hipocresía de ambas era evidente pero no queriendo echar más leña al fuego, me abstuve de hacer ningún comentario. Su enemistad quedó de manifiesto cuando la panameña pasó su mano por mi espalda mientras susurraba en mi oído:
-¿Quién es esta puta?
«¡Está celosa!» pensé al advertir su enfado y queriendo provocar a esa castaña, contesté:
-Alicia y yo fuimos novios.
Al enterarse que entre nosotros había existido algo más que amistad, se puso tensa y ya con un cabreo del diez, me preguntó si nos íbamos a nuestro puesto. Asumiendo que se iba a enfadar, le expliqué que teníamos que esperar a que el anfitrión nos avisara. Fue entonces cuando se enteró que Alicia iba a compartir la espera con nosotros. Sus ojos reflejaron la ira que consumía su cuerpo y tratando de cambiar la distribución fue en busca de Beatriz.
Para terminar de empeorar la situación, la rubia aprovechando su ausencia me pidió que la acompañara a su coche porque se le había olvidado el bolso dentro. Confieso que no vi nada extraño en ello y por eso tontamente la seguí rumbo al aparcamiento.
Ni siguiéramos habíamos llegado al mismo cuando Alicia pegándose a mí, me dijo que estaba muy guapo con la cabeza rapada y antes de que me diera cuenta, me estaba besando mientras pasaba su mano por mi entrepierna.
Si bien en un momento rechacé su contacto, al sentir esas dos ubres presionando mi pecho al tiempo que mi verga era liberada de su prisión fue más de lo que pude aguantar y levantándola entre mis brazos, la apoyé contra un árbol y usando un matorral como parapeto, de un solo golpe se la ensarté hasta el fondo.
-Sigue cabrón, ¡echaba de menos lo cerdo que eres!- chilló la rubia descompuesta al notarse llena mientras mis dientes se apoderaban de sus pezones.
Los gemidos de Alicia me impidieron oír el sonido de mi móvil cuando Maite viendo que no estaba dentro de la casa, me llamó. Os juro que no lo escuché aunque a buen seguro si lo hubiera hecho, tampoco lo hubiese contestado porque en ese preciso instante estaba ocupado dándome un banquete con esas tetas de plástico.
Usando mi verga como ariete, golpeé su coño repetidamente sin parar cada vez más caliente al sentir la cálida humedad que envolvía mi miembro al penetrarla.
-¡Me encanta! – aulló descompuesta mi presa sin impórtale que a cada empujón su pelo se llenara de las hojas que caían del árbol contra el que la tenía apoyada.
El destino quiso que fuera tanta la calentura de ambos que conseguimos corrernos rápidamente y por eso cuando ya satisfechos, salimos de detrás de ese matorral y nos topamos con la celosa panameña, esta no pudo echarme en cara que me la hubiese tirado aunque por sus ojos supe que lo sospechaba.
-¿Qué estabas haciendo?- preguntó echa una fiera al ver la melena despeinada de mi acompañante.
-Alicia había perdido su móvil –contesté aun sabiendo que no me iba a creer.
Maite que no era ninguna tonta, se mordió los labios para no gritar lo que opinaba de mi amiga y anotándolo en su libreta de agravios, decidió esperar a un mejor momento para vengarse tanto de esa rubia como de mí por haberla traicionado. A punto de darme una cachetada, prefirió darse la vuelta y acudir ante Beatriz, buscando su amparo.
«¡Está que muerde!», sentencié al verla irse enfadada pero contra toda lógica me gustó porque en ese estado Maite era todavía más atractiva.
Ya de vuelta, vi descojonado que la panameña se había agenciado a un incauto alemán para tratar de darme celos, olvidando que gracias a mi tamaño pocos eran los hombres que se atrevían a enfrentarse conmigo. Muerto de risa, me acerqué a ellos y posando mi mano en el trasero de Maite, la acerqué a mí diciendo:
-Cariño, te echo de menos.
La cara del pobre extranjero se transmutó al ver que su conquista era abrazada por un tipo más alto que él y despidiéndose nos dejó solos a esa castaña y a mí.
-Eres un maldito. ¡Te has tirado a esa puta!- me gritó dando por sentado que la gente a nuestro alrededor lo oiría.
En ese momento, solo tenía dos salidas o buscar el enfrentamiento o huir de él y por eso cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé sus labios con mi lengua mientras ella trataba de patearme. Durante cerca de un minuto, Maite intentó zafarse de mi abrazo hasta que viendo la inutilidad de sus actos se relajó vencida. Fue entonces cuando mordiendo su oreja, comenté:
-Zorrita mía, tú eres mi única princesa.
Mi deliberado insulto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de mi acompañante dos pequeños bultos la traicionaron, dejando patente que le excitaba mi dominante modo de ser y sabiéndolo, la cogí de la mano y la llevé rumbo al puesto que nos habían adjudicado.
Con Maite y Alicia en el puesto de caza.
El azar quiso que el lugar donde íbamos a apostarnos para esperar, fuera una pequeña peña donde se divisaba una buena porción de monte bajo.
«Es cojonudo», sentencié que ese sitio era ideal al tener una buena visión de un camino hecho por jabalíes. «Al ser su salida natural, debo estar atento».
Alicia que era una cazadora experta, al revisar el puesto también supo que esa pequeña vereda podía ser por donde salieran las presas y haciéndose la sabionda, me lo dijo en voz alta con el único propósito de molestar a mi acompañante.
-¡Será zorra!- escuché a Maite maldecir en voz baja.
Decidida a no dejarse amilanar por mi amiga, decidió aprovechar su inexperiencia con las armas para pedirme que le enseñara como apuntar. Estaba a punto de levantarme de la roca en la que me había sentado cuando escuché que la rubia me decía:
-¡Déjame a mí! Eres bueno como amante pero pésimo como profesor.
La panameña buscó mi ayuda con los ojos pero con gran disgusto, se dio cuenta que su jugada había salido mal al ver que no me movía y no queriendo descubrir su animadversión por Alicia, tuvo que aceptar que ella le mostrara como hacerlo.
-Lo primero que tienes es que saber cómo encarar el rifle- dijo la mujer al tiempo que pegaba su cuerpo al de la castaña tras lo cual le mostró la forma de colocarse la culata contra el hombro mientras aprovechaba para darle un buen magreo por su pecho.
Maite se quedó petrificada al sentir el descarado manoseo de su contrincante pero creyendo erróneamente que era inocente, dejó que la colocara en la posición correcta. En cambio yo si me di cuenta que ese toqueteo era una forma de venganza pero queriendo ver como salía de ese aprieto, no dije nada.
-Ponte recta y mete el culo- volvió insistir la rubia dando un sonoro azote en las nalgas de la panameña –debes de relajarte antes de apuntar.
«Se está pasando», me dije muerto de risa al ver la expresión de sorpresa de Maite al notar el duro correctivo sobre su trasero. Ya interesado, me quedé mirando como Alicia seguía metiendo mano a mi pareja ante el total asombro de ella pero lo que realmente me dejó pálido fue descubrir en los ojos claros de esa rubia una especie de deseo animal que sintiéndolo mucho, reconozco que me excitaba.
«¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé al observar la ira que se iba acumulando en Maite y esperando que en un momento dado, la panameña explotara.
Por su parte, Alicia aprovechando la inacción de su víctima se dio el lujo de recorrer con sus manos los pechos de Maite con todo lujo de detalle, llegando a pellizcar uno de sus pezones aludiendo a un supuesto bicho que tenía sobre la camisa.
-¡Ya entendí!- protestó la castaña al saber que la otra estaba abusando pero justo cuando ya iba a encararse con la mujer, un ruido proveniente de la espesura le hizo apuntar hacia allí.
La cornamenta de un venado fue lo único que vio antes de cerrar los ojos y presionar el percutor del arma. Contra toda lógica habiendo hecho todo mal, el ciervo cayó en el acto porque la casualidad quiso que el tiro le entrara por el codillo, rompiendo en dos su corazón. La sorpresa de ver que había cazado por primera vez, hizo que Maite dejara caer el arma y se lanzara a mis brazos en busca de mis besos sin saber que Alicia quería su ración y que aprovechando lo feliz que estaba la muchacha, abrazándola la rubia la besara también en la boca. La panameña no hizo ascos a esos labios creyendo que era una muestra de cariño pero al notar la forma en que esa mujer la agarraba del trasero, se percató que era deseo lo que sentía esa mujer.
-¿Qué coño haces so puta? Déjame en paz. ¡No soy lesbiana!- le gritó a la vez que de un empujón la echaba a rodar por la pendiente.
La desgracia hizo que el empujón la hiciera caer entre zarzas y que los pinchos de esas plantas se le clavaran cruelmente en los prominentes pechos operados de la flaca. Maite al escuchar sus chillidos llenos de dolor en vez de compadecerse de su desgracia, desde lo alto de la pena le soltó:
-Zorra, ten cuidado. ¡No vaya a ser que se te exploten!- y con una sonrisa de oreja a oreja se volteó hacia mí diciendo: -Ya sabes lo que le ocurrirá a cualquier putita que mires estando yo presente.
La violencia de sus ojos me impidió siquiera socorrer a la pobre Alicia y tuvo que salir sola de entre las zarzas y volver al puesto no fuera que otro cazador la confundiera con una presa.
Como comprenderéis a partir de ahí, el estar con esas dos encerrado encima de la peña no fue un plato de mi gusto y por eso cuando al cabo de dos horas, escuché el aviso que la montería había acabado recibí con agrado el mismo a pesar que no había disparado un solo tiro…
La comida y el posterior festejo en la finca de Manuel.
La humillación y el cabreo de Alicia le impidieron cruzar palabra mientras volvíamos a la casa donde iba a tener lugar el recuento de las presas y el posterior almuerzo.
«Está planeando como vengarse», pensé al verla con el gesto fruncido.
Los hechos me dieron la razón porque ya en el cobertizo donde estaban acumulando los cuerpos de los venados y jabalíes que se habían cazado esa mañana, la rubia comenzó a extender la noticia que Maite era “novia”.
La panameña al recibir las primeras felicitaciones, me preguntó extrañada que era eso y dando por sentado lo que iba a ocurrir, riendo le dije:
-Se llama así a un cazador que abate su primera presa.
Lo que me callé fue el ritual al que se le sometía al incauto que reconocía en público que era un novato y por eso disfruté malignamente cuando esa mujer empezó a pavonearse de haber matado de un solo tiro a ese venado.
Por eso cuando Manuel actuando como anfitrión juntó a los cuarenta cazadores que habíamos tomado parte en esa montería supe en qué consistiría la venganza que había planeado la rubia. Valiéndose del privilegio de haber estado en el mismo puesto y quejándose que si no se hubiese adelantado la otra ella hubiera abatido a ese ciervo, exigió que le dejaran a ella ser el maestro de ceremonia de ese ancestral ritual.
Maite fue realmente consciente de lo que se le avecinaba cuando Alicia pidió un cuchillo y sajó el estómago del pobre bicho mientras el resto de la concurrencia aplaudía. Al ver los intestinos sangrantes esparciéndose por el suelo, la castaña estuvo a punto de vomitar pero entonces y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, la rubia la agarró de la cabeza y le hundió la cara dentro de las entrañas del animal.
Asqueada y soltando hasta la primera papilla que le había dado de comer su madre, Maite se separó de su agresora mientras todos los presentes se reían de su expresión de desagrado.
-Serás hija de puta- dijo volteándose contra la mujer pero entonces los abrazos de la gente le impidieron dar una respuesta a modo de bofetada sobre la rubia que a carcajada limpia se reía de su desgracia.
Balbuciendo improperios a diestro y siniestro, la castaña llegó hasta mí y de muy malos modos, me pidió que le acompañara a una habitación porque necesitaba quitarse la sangre y los excrementos de encima. Llamando a mi amigo, le pedí me indicara cual era nuestro cuarto.
-El de siempre- respondió escuetamente porque estaba ocupado en reírle las gracias a un potentado que estaba en la fiesta.
Sabiendo que me había escogido una junto a la suya, volví con Maite y viendo sus fachas, no pude más que echarme a reír al comprobar el estado de su melena. El enfado de mi acompañante se magnificó y por eso en cuanto entramos al cuarto, cogió su maleta y se encerró en el baño sin darme opción a disculparme. Temiendo que una vez limpia, esa preciosidad me exigiera que la llevara de vuelta a Madrid, decidí aprovechar el poco tiempo que me quedaba para alternar con los amigos y tomarme una cerveza.
Llevaba al menos dos jarras ingeridas cuando un silbido de admiración me hizo darme la vuelta para encontrarme de frente con Maite. Con su pelo todavía mojado y embutida en un traje negro que magnificaba más si cabe su belleza, me quitó la cerveza de la mano y tomándosela de un trago, sonrió mientras me decía:
-Esa puta no sabe con quién se ha metido.
El rencor que vislumbré en el brillo de sus ojos me informó que pensaba responder con creces al ataque y supe al verlo que tarde o temprano esa panameña se vengaría. Por eso no me resultó raro, observar como miraba a su rival con ojos iracundos durante largo rato y que justo en el momento de tomar asiento, buscara colocarse a su lado.
«La va a putear todo lo que pueda», pensé al verlas juntas.
Sin demasiadas ganas, me senté en la misma mesa para intentar aminorar los daños una vez esas dos se enzarzaran en una pelea. Curiosamente, Maite cambió de actitud durante la comida y se puso a reír las gracias de Alicia con una intensidad que me hizo saber que estaba simulando. Los otros comensales resultaron ser un matrimonio y un conocido del anfitrión cuyo único atractivo era su cuenta bancaria porque además de pesar los ciento cincuenta kilos, Ricardo era el típico putero que acostumbrado a contratar prostitutas creía que todas las mujeres debían de plegarse a sus caprichos.
Tras varios comentarios machistas, la panameña me susurró:
-¿No crees que este idiota es perfecto para ella?
Más que una pregunta era una afirmación y por eso cuando todavía no nos habían retirado el primer plato y estaba charlando con el gordo, comprendí que algo extraño ocurría al ver que el tipo se ponía rojo mientras intentaba disimular.
«¿Qué le pasa a este?», me pregunté al ver que miraba de reojo a las dos mujeres que tenía enfrente totalmente sorprendido.
Al comprobar que Maite sonreía mientras estaba charlando con la rubia, supe que algo estaba haciendo y haciendo que recogía mi servilleta del suelo comprobé que mi acompañante estaba acariciando el paquete del Ricardo con su pie.
«¿Qué se propondrá?», mascullé al tiempo que me incorporaba.
El obeso que había visto mi maniobra, al verme otra vez incorporado me preguntó al oído cuál de las dos era quien estaba cachondeándolo. No queriendo delatar a Maite, contesté:
-La rubia.
Al observar la satisfacción del tipo y a modo de confidencia, le solté:
-Debe de andar caliente. ¡Lleva mucho tiempo sin que nadie se la folle!- la dicha que leí en sus ojos, me hizo seguir diciendo: -Te lo digo de buena fuente, no en vano hace años fuimos novios.
Mis palabras hicieron que como un resorte, su pene se alzara entre sus piernas y ya inmerso en la lujuria, me preguntó si iba en serio.
-Por supuesto. Alicia siempre anda en busca de un hombre que la domine.
Al creer que esa mujer compartía sus gustos sexuales, provocó que se mostrara interesado en ella y adueñándose de la conversación, comenzó un notorio coqueteo. La rubia ajena a los planes de Maite, se dejó tontear sin conocer a donde le llevaría su coquetería. La morena habiendo conseguido su objetivo, dejó al gordo en paz y riendo me dijo en voz baja:
-Esta noche, esa zorra será aplastada por esa tonelada de carne.
Aunque me extrañó su seguridad no pude más que soltar una carcajada al imaginarme a Ricardito echando un polvo a mi ex. Eso sí os reconozco que en ese momento, no creí que eso fuera a ocurrir y olvidándome de ello, me puse a disfrutar de la tarde.
Al terminar de comer, un pequeño grupo nos quedamos tomando copas mientras el resto de los comensales salían rumbo a sus localidades y como no podría ser de otra forma, Alicia y su supuesto galán se quedaron. Mientras la mayoría de los hombres jugábamos al póker, las mujeres se entretuvieron charlando y bebiendo en la sala de estar. Por eso cuando al cabo de una hora, vi a la panameña muerta de risa con la rubia, ratifiqué lo hipócrita que era mi acompañante. Pero lo que realmente me confirmó la mala uva de Maite fue cuando en un inter entre partidas, las dos mujeres se me acercaron y llevándome a un lado, me informaron que habían hecho las paces.
-Me parece bien- contesté sin creerlo.
Fue entonces cuando la morena pegándose a mí y de acuerdo con la otra, dijo mientras pasaba su mano por mi entrepierna:
-No bebas mucho, esta noche tendrás que complacer a dos.
Alicia que para ese momento ya llevaba unas copas, quiso confirmar las palabras de mi acompañante, acariciándome el pecho. El disgusto que se reflejó en la cara de la panameña fortaleció mi impresión que era una trampa y por eso cuando, en plan putón Maite me preguntó si se iban adelantando, supe que no tardaría en saber si era así:
-Perfecto, termino la partida y subo.
Al verlas subir abrazadas por las escaleras, me hizo dudar de sus intenciones y soñé con la posibilidad que esa tarde terminara gozando de un trío con esas bellezas. Por eso durante los siguientes quince minutos, no di con bola en las cartas y habiendo perdido más de doscientos euros, decidí subir a ver que hacían.
Cuando ya estaba abriendo mi habitación, vi salir del cuarto de al lado a la morena. Maite al verme, sonrió y pidiéndome silencio, dejó que entreviera el interior del aposento del que acababa de salir.
«¡Qué hija de puta eres!», descojonado, murmuré al ver a la rubia atada a los barrotes de la cama. La cosa no quedaba ahí porque no solo estaba totalmente desnuda y con un antifaz, sino que la había amordazado para evitar que gritara.
Sacándome de allí, Maite esperó a que estuviéramos en el piso de abajo para decirme:
-Esa zorra se creyó mis mentiras y está esperando a que te lleve hasta ella para que te la cojas.
Tras lo cual, sin darme tiempo a reaccionar, se acercó a Ricardo trayéndolo donde yo estaba, le dijo que Alicia le estaba esperando atada a la cama.
-¿Qué has dicho?- exclamó alucinado el susodicho.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Maite contestó:
-Mi amiga lleva años soñando con que alguien la viole y me ha pedido que la atara para ti.
El gordo se puso a sudar con solo oírlo y dejando su copa en la mesa, acudió raudo a cumplir el supuesto sueño de esa rubia. La panameña decidió que no podía perderse el observar como culminaba su venganza y cogiéndome de la mano, fuimos tras el tipo. Ya arriba, descubrimos que fueron tantas las prisas de Ricardo que ni siquiera cerró la puerta antes de bajarse los pantalones y por eso fuimos testigos de cómo saltaba con el pito tieso entre las piernas de su víctima.
Esta se dio cuenta de inmediato que no era yo quien se la estaba follando y retorciéndose sobre las sabanas intentó zafarse del acoso de su agresor. El obeso por su parte creyó ver en esa reacción parte de su fantasía y sin dejar de penetrarla, llevó sus manos hasta los pechos de la indefensa mujer y comenzó a morderle los pezones.
-Te gusta, ¿verdad puta?- escuchamos que decía al tiempo que machacaba el sexo de Alicia con su pene.
Mientras tanto y bastante más motivado de lo que debiera, pegué mi verga al culo de la panameña. Maite al sentir mi dureza contra sus nalgas, me rogó que la llevara a nuestra habitación pero entonces y para su desgracia ya estaba suficientemente excitado y por eso sin hacer caso a sus ruegos, le bajé las bragas mientras con la otra mano me afianzaba en sus tetas.
-¿No iras a follarme en mitad del pasillo?- protestó al ver mis intenciones.
Sin dirigirle la palabra, saqué mi instrumento y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, se lo hundí hasta el fondo de su vagina.
-¡Serás cabrón!- aulló molesta.
La facilidad con la que mi verga se introdujo en su interior me confirmó que estaba cachonda aunque no lo quisiese reconocer y por eso sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé a meterlo y a sacarlo con rapidez.
-Llévame a la cama- rogó al sentir mi ataque.
Obviando sus deseos y mientras en la alcoba Ricardo seguía violando sin saberlo a Alicia, incrementé mi ritmo. Era tan brutal el compás de mis penetraciones que Maite tuvo que apoyarse con los brazos en la pared para no caer al suelo.
-Cabronazo, ¡me encanta!- gritó por fin asumiendo que le gustaba ser usada por mí.
Su entrega facilitó el contacto y ya inmerso en la lujuria, me agarré de sus pechos para seguir follando. La panameña al sentir mis manos apretando sus tetas, bramó como loca y moviendo sus caderas, colaboró conmigo buscando su placer.
-¡Así me gusta! ¡Muévete!- ordené al notarlo.
Mi acompañante supo que no pararía hasta descargar mi simiente en su interior y queriendo acelerar mi orgasmo, comenzó a chillar como loca que la embarazara. Lo creáis o no al escuchar de sus labios que quería quedarse preñada de mí, me dio morbo y cogiéndola de la cintura, llevé al límite mi ritmo.
La nueva postura provocó que mi verga chocara contra la pared de su vagina justo en el momento en que desde la habitación escuchamos a Alicia gritarle al obeso que no parara. No sé si los gritos de esa rubia contribuyeron pero en ese preciso instante, Maite empezó a convulsionar presa de un gigantesco orgasmo.
-¡Lléname con tu leche!- aulló descompuesta mientras brotaba de su sexo un torrente de cálido flujo que salpicaba mis piernas con cada penetración.
La idea que esa tarde podía inseminar a esa preciosidad me obligó a cogerla en brazos y sin sacar mi verga de su interior, la alcé y la llevé hasta el cuarto que nos tenían reservado. Una vez allí, la tumbé en la cama y reanudando mi asalto, le pregunté si era cierto que quería que la embarazara.
-¡Si quiero!- contestó con un ardor que no dejó lugar a equívoco… ¡Esa mujer deseaba ser preñada por mí!
Sabiendo que era más que una fantasía, aceleré y fui descargando mis cargados huevos dentro de esa mujer mientras ésta gritaba satisfecha de placer al tiempo que intentaba ordeñar hasta la última gota de mi cuerpo.
Agotado me dejé caer sobre ella y Maite lejos de incomodarle mi abrazo, se dio la vuelta y comenzó a besarme con pasión renovada mientras me decía:
-¡Júrame que me vas a hacer un hijo! Desde que me hablaron de ti, supe que el destino nos uniría….
Reconozco que lejos de molestarme, su fijación me alegró al percatarme que lo único que me faltaba para ser feliz en mi vida era un hijo, pero no queriendo perder la ventaja que me confería le dije:
-Si quieres un hijo, ¡lo tendrás! Pero antes, ¡me darás tu culito!- y sin esperar a que se lo pensara otra vez, le di la vuelta y pegando un largo lametazo en su ojete, me dispuse a tomar posesión de la última frontera que me quedaba por sortear.
Increíblemente, Maite sonrió y separando con sus manos sus dos blancas nalgas, me soltó:
-¡Es todo tuyo!
Al por oírla, comprendí que no dejaría a esa mujer volver a su país porque la quería junto a mí el resto de la vida….
Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer
Faltaría a la verdad si os dijera que nunca había soñado con tirarme a una de mis primas porque el capullo de mi tío Miguel había tenido no una sino tres preciosidades a cada cual más buena. Pero mis fantasías se hicieron realidad con la que jamás había ocupado las frías noches que pasé en el pueblo y del modo más inesperado.
Muy a mi pesar, he de reconocer que al igual que todos los chavales de mi pandilla durante años había fantaseado con María, la mayor de esa estirpe. Morenaza impresionante de grandes tetas y mayor culo, no solo era de mi edad sino que era de mi pandilla y por eso fue la primera en la que me fijé nada mas salir de la adolescencia.
Pero nuestro parentesco y la férrea vigilancia que ejercen los mayores en las poblaciones pequeñas hicieron imposible que ni siquiera pensara en hacer realidad mis sueños y por eso me tuve que conformar con pajearme en la soledad de mi habitación mientras mi mente volaba imaginando que ella y yo éramos algo más que primos.
A los veinte años, mi fijación cambió de objetivo y fue la segunda, Alicia la que se convirtió en parte de mis ilusiones. Morena como su hermana mayor, la naturaleza la había dotado de unos pechos todavía más enormes y aunque la llevaba tres años, tengo que confesar que con ella tuve un par de escarceos antes de que se buscara un novio serio. Cuando digo escarceos fueron escarceos porque no pasé de un par de besos y unos cuantos tientos a esas dos ubres que me traían loco pero nada más.
En cambio nunca y cuando digo nunca es nunca, posé mis ojos de un modo que no fuera fraterno en Irene, la pequeña. Con una cara dulce y bonita, mi primita era una flacucha sosa y remilgada que además de nuestra diferencia de edad era la mejor amiga de mi hermanita.
Si a eso le añadimos que al igual que una gran parte de los jóvenes del pueblo, salí a la capital a estudiar y ya inmerso en la vorágine de la gran ciudad, nunca me volvió a apetecer volver al pueblo de mis padres, mis visitas se fueron reduciendo poco a poco, hasta terminar por no pisar esas calles de mi infancia más que el día de Navidad.
Con los años, terminé la carrera. Me puse a trabajar en una multinacional donde ascendí como la espuma y con treinta años, me convertí en el director para Costa Rica. Ese país me enamoró y por eso cuando a los dos años de estar ahí me propusieron darme todo Centroamérica solo puse como condición no moverme de San Jose.
Con el apoyo de los jefes de Nueva York convertí esa ciudad en mi base de operaciones y en mi particular trozo de cielo que mi abultada cuenta corriente me permitió. Vivía solo en un chalet enorme al que solo accedían mis conquistas para follar porque escamado que alguna quisiera quedarse a compartir conmigo algo más, al día siguiente las echaba con buenas palabras aduciendo trabajo.
Trabajo, viajes y mujeres era mi orden de prioridades. Por muy buena que estuviera la tipa en cuestión si sucedía un imprevisto, la dejaba colgada y acudía a resolver sin mirar atrás. Lo mismo ocurría si me venían con un destino apetecible, lo primero que hacía era despedir a la susodicha no fuera a intentar pegarse a la excursión.
Por suerte o por desgracia, esa idílica existencia terminó un día que recibí la llamada de mi hermanita pidiéndome un favor. Por lo visto Irene se acababa de separar de un maltratador y el tipejo le estaba haciendo la vida imposible. Huyendo de él, había dejado el pueblo pero la había seguido a Madrid y allí la había amenazado con matarla si no volvía con él.
-¿Qué quieres que haga? pregunté apenado por el destino de la flacucha.
-Necesito que la acojas en Costa Rica hasta que su marido acepte que nunca va a volver- contestó con un tono tierno que me puso los pelos de punta.
-¡Tú estás loca!- protesté viendo mi remanso de paz en peligro.
Sin dejarse vencer por mi resistencia inicial, mi hermana pequeña usó el poder que tenía sobre mí al ser mi preferida para sacarme un acuerdo de mínimos y muy a mi pesar acordé con ella que Irene podría esconderse de ese mal nacido durante un mes en mi casa.
-Pero recuerda: ¡Solo un mes! ¡Ni un día más!- exclamé ya vencido.
La enana de mi familia soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo:
-Verás que no será tan malo. ¡A lo mejor te acostumbras a tenerla allí! ¡Te quiero hermanito!
-¡Vete a la mierda!- contesté y de muy mala leche, le colgué el teléfono.
Ni siquiera había pasado dos minutos cuando recibí un mail de mi manipuladora hermanita en mi teléfono, avisándome que esa misma tarde mi prima aterrizaba en el aeropuerto de San José.
-¡Será cabrona! ¡Ya estaba cruzando el charco mientras hablábamos!- sentencié mirando el reloj y calculando que me quedaban dos horas para recogerla.
Sabiéndome usado apenas tuve tiempo de avisar a mi criada para que preparara la habitación de invitados antes de salir rumbo a la terminal internacional…
Mi prima Irene llega echa un guiñapo.
Tal y como me había contado eran tales los hematomas y la hinchazón que lucía mi pobre prima en su rostro que me costó reconocerla al salir de la aduana y por eso tuvo que ser ella la que corriendo hacia mí, me abrazara hundiéndose en llanto mientras a mi alrededor la gente nos miraba con pena pero también escandalizada por el estado en el que llegaba.
«¡Dios mío!», pensé al ver su maltrato, «¡No me extraña que haya querido poner kilómetros de por medio!».
Alucinado por la paliza que había recibido, en vez de ir a casa y mientras Irene no paraba de llorar que no hacía falta, llamé a un amigo médico para que la reconociera y me asegurara que no tenía nada que no se curara con el paso del tiempo. Afortunadamente después de un extenso chequeo, mi conocido me confirmó que los golpes siendo duros eran superficiales y que no le habían afectado a ningún órgano interno.
Lo que no hizo falta que me contara fue que lo verdaderamente preocupante era su estado anímico porque durante todo el tiempo tuve que permanecer cogido de su mano dándole mi apoyo mientras por sus mejillas no dejaban de caer lágrimas. Solo me separé de ella cuando la enfermera me avisó que tenía que desnudarla. Aprovechando el momento salí al pasillo y una vez en solo no pude reprimir un grito:
-¡Menudo hijo de puta! ¡Cómo se le ocurra venir lo mato!
No me considero un hombre violento pero en ese momento de haber pillado a ese maldito le hubiese pegado la paliza de su vida. Hecho una furia, cogí el teléfono y desperté a mi hermana, quien todavía dormida tuvo que soportar mi bronca y mis preguntas sobre cómo era posible que nadie hubiese tomado antes cartas en el asunto. Su respuesta no pudo ser más concisa:
-Le tienen miedo. Manuel es un matón y todo el mundo lo sabe.
Indignado hasta la medula, le espeté que no me podía creer que el tío Miguel se hubiese quedado con los brazos cruzados mientras apaleaban a su hija pequeña.
-Es un viejo y nadie se lo ha contado. Los únicos hombres de la familia son los maridos de las primas y están acojonados.
-¡Vaya par de maricones! ¡Les debería dar vergüenza!..
Cortando mi perorata, mi hermana me contestó:
-¿Ahora comprendes porque te la he mandado? ¡Necesita de alguien que la proteja!
Os confieso que en ese instante asumí mi papel de macho de la manada y ya que nadie en la familia tenía los arrestos suficientes para enfrentársele, supe que debía ser yo quien lo hiciera y por eso antes de colgar, me dije a mi mismo que mi próximo viaje iba a ser al pueblo a ajustar las cuentas con ese cobarde.
Dos horas después y con Irene bien asida de mi brazo, la llevé a casa. Una vez allí, llamé a la criada y presentándola como mi prima, le dije que se iba a quedar indefinidamente. Acostumbrada a mi esquivo ritmo de vida sobre todo en materia de faldas, no me costó reconocer en su rostro la sorpresa que le producía que una mujer se quedara más de una noche en ella pero luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la cuarentona la acogió entre sus brazos y separándola de mí, la llevó escaleras arriba dejándome solo en mitad del salón mascullando barbaridades sobre lo que haría si el causante de tanto dolor caía en mis manos…
Poco a poco Irene se va recuperando.
Durante los siguientes días, mi prima hizo poca cosa más que vegetar. Hundida en una profunda depresión, deambulaba por el chalet de un sillón a otro, donde se sumía en un prolongado silencio del que solo salía para llorar. Sin llegar a imaginar el infierno que había sufrido en compañía del perro sarnoso que había escogido como pareja, dejé mi ajetreada agenda y me ocupé en cuerpo y alma en hacerle compañía.
Mi rutina se convirtió en ir temprano al trabajo y al terminar acudir a su encuentro para que sintiera que conmigo estaba a salvo sin darme cuenta que mientras se curaban las heridas de su cuerpo, con esa actitud iba creando una dependencia hacia mí de la que no fui consciente hasta que fue demasiado tarde.
También os he de confesar que una vez superada parcialmente su depresión, su propio carácter dulce y cariñoso hizo que yo me sintiera a gusto en su compañía por lo que las más que evidentes pruebas que Irene se estaba encaprichando conmigo, me pasaron totalmente desapercibidas.
De lo que fui consciente fue que la rubia flacucha de mi infancia había desaparecido dejando en su lugar a un espléndido ejemplar de mujer que de no ser por su delicada situación me hubiera intentado ligar sin dudar lo más mínimo. Os lo digo porque apenas llevaba dos semanas en casa cuando al volver del trabajo la descubrí nadando y sin saber con lo que me encontraría fui a su encuentro con las defensas bajas.
Al llegar hasta la piscina, quién salió del agua no fue mi primita sino una diosa griega de la belleza hecha mujer. Casi boqueando por la sorpresa, me quedé con la boca abierta al observar la perfección de ese cuerpo que hasta entonces había pasado oculto a mis ojos.
«¡No puede ser!», exclamé mentalmente valorando el innegable alboroto que se produjo en mis hormonas al verla salir con ese escueto bikini. «¡Es preciosa!».
Los maravillosos pechos de sus dos hermanas no solo quedaban eclipsados por los de ella sino que la belleza de ambas quedaba en ridículo cuando a la cara de Irene se le sumaba un trasero de ensueño. Incapaz de retirar mi mirada de su piel mojada, mis ojos recorrieron su cuerpo con un insano y nada fraternal interés.
«¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta que es un bombón?», me dije al contemplar sus contorneadas piernas ya sin rastro de moratones, «¡Está buenísima!».
Mi examen fue tan poco discreto que Irene no pudo evitar el ponerse como un tomate al sentir la manera con la que me deleité observándola y completamente avergonzada, cogió una toalla con la que taparse antes de decirme como me había ido en el trabajo y de preguntarme que quería que me preparara de cenar.
Esa pregunta que en otro momento y hecha por otra mujer me hubiese puesto los pelos de punta al ser la típica que se le hace a un marido, me pareció natural y saliendo de mi parálisis, recordé que esa noche tenía una fiesta. Sin pensármelo le propuse que me acompañara y aunque en un inicio se negó aduciendo que no estaba preparada, tras mi insistencia aceptó a regañadientes.
Pidiéndome permiso para irse a su cuarto, Irene salió del jardín mientras me quedaba mirando descaradamente el contoneo de ese culo de campeonato. Sus nalgas duras y bien formadas eran una tentación irresistible de la que no me pude o no me quise abstraer y siguiéndola en su huida, disfruté como un enano de la manera en que lo movía.
«¡Menudo culo!», suspiré tratando de alejar de mi cerebro las ideas pecaminosas que se iban amontonando con cada uno de sus pasos. «¡Es tu prima pequeña y está desvalida!», inútilmente intenté pensar mientras entre mis piernas se despertaba un apetito insano.
Cabreado conmigo mismo, me tomé una ducha fría que calmara o apaciguara la calentura que asolaba mi cuerpo pero por mucho que intenté olvidar esos dos cachetes me resultó imposible y viendo que mi sexo me pedía cometer una locura, busqué la solución menos mala y me puse a imaginar que castigaba a los cobardes de sus cuñados tirándome a sus hermanas. Por ello y mientras el agua caía por mi piel, visualicé a María y a Alicia ronroneando en mi cama mientras sus maridos esperaban avergonzados que terminara desde el pasillo.
Muy a mi pesar y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, cada vez que una de esas dos dejaba sus quehaceres entre mis muslos era la cara de Irene la que me besaba y aunque fueron sus nombres los que grité cuando llegando al orgasmo derramé mi semen sobre la ducha, la realidad que era en la flacucha en la que estaba pensando.
«¡Soy un cerdo degenerado!», maldije abochornado por mi acto y jurando que no dejaría que mi pito se inmiscuyera entre ella y yo, salí a secarme.
Ya frente al espejo, malgaste más de media hora tratando de auto convencerme que no iba a permitir tener ese tipo de pensamientos sobre ella pero todos mis intentos fueron directo a la basura cuando la vi bajando por las escaleras.
«¡Es la tentación en estado puro!», protesté totalmente perturbado al reconocer que me resultaba imposible retirar mi mirada del profundo escote de Irene y que de forma tan magnífica realzaba el vestido rojo que portaba.
Al contrario que en la piscina, mi prima no solo no se cortó al ver el resultado de las dos horas que se había pasado arreglando sino que comportándose como una cría, en plan coqueta me preguntó:
-¿Estoy guapa?
Varias burradas se agolparon en mi garganta pero evitando decir algo que me resultara luego incómodo, tuve el buen sentido de únicamente decir:
-Voy a ser el más envidiado de la fiesta.
Ese sutil piropo la alegró y entornando sus ojos, sonriendo contestó:
-Eres tonto- y olvidando por un momento era de mi familia, me soltó: – Seguro que se lo dices a todas.
Que se equiparara al resto de las mortales me dejó helado y reteniendo mis ganas de salir corriendo sin rumbo fijo huyendo de esa trampa para humanos con piernas, hipócritamente sonreí mientras la llevaba hacía el coche. Durante el trayecto hacia el festejo no pude dejar de mirar de reojo la impresionante perfección de sus tobillos y pantorrillas.
«¡Hasta sus pies son increíbles!», murmuré buscando concentrarme en el camino.
No sé si lo hizo a propósito pero justo en ese instante la abertura de su falda se abrió dejando vislumbrar el edén de cualquier hombre y me quedé tan impresionado con semejante muslamen que estuve a punto de salirme de la carretera.
Muerta de risa, cerró su falda diciendo:
-Deja de mirarme las piernas y conduce.
Que fuera consciente de la atracción que sentía por ella me aterrorizó, no fuera a ser que considerara que mi ayuda era interesada y por ello, haciéndome el gracioso le solté:
-La culpa es tuya por ser tan descocada. No soy de piedra.
Mis palabras lejos de cortarla, la impulsaron a hacer algo que me desconcertó porque acercando su cuerpo hacia mi asiento, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-Siempre has sido mi primo preferido.
El tono con el que imprimió a su voz terminó de asustarme por el significado oculto que escondía. Afortunadamente no tuvimos ocasión de continuar esa conversación porque justo en ese instante llegamos a la fiesta y más afectado de lo que me gusta reconocer, me bajé del coche con un bulto de consideración que a duras penas el pantalón que llevaba conseguía esconder.
Mi erección era tan manifiesta que no le pasó desapercibida pero cuando ya creía que se iba a indignar, pasando su mano por mi cintura Irene me susurró:
-Eres un encanto. ¿Pasamos adentro?
La felicidad de su mirada me debió puesto de sobre aviso pero más preocupado por disimular el estado de mi sexo, no le di mayor importancia al hecho que pegándose a mí, Irene entrara apoyando su cabeza en mi hombro donde nos esperaban mis amigos.
Como no podía ser de otra forma, en cuanto los asistentes al evento nos vieron entrar de ese modo supusieron erróneamente que esa rubia en vez de ser mi adorada primita era la última de mi conquistas. Para ellos debió de ser tan claro el tema que la anfitriona, una antigua compañera de sábanas se acercó y luciendo la mejor de sus sonrisas, me pidió que le presentara a mi novia. Antes que pudiera intervenir, Irene aceptó el papel diciendo al tiempo que se acaramelaba más a mi lado:
-Soy algo más que su novia. Vivo en su casa. Me llamo Irene.
Mi ex amante se quedó de piedra porque sabía de mis reservas a perder la intimidad y asumiendo que lo nuestro iba en serio, solo pudo felicitarla por conseguir cazar al soltero inexpugnable. Su respuesta provocó la carcajada de mi prima y sin sacarla de su error, aprovechó para sin disimulo acariciar mi trasero mientras le decía:
-Edu lleva años queriéndome pero no fue hasta una semana cuando me di cuenta que yo también le amaba.
Cortado y confundido solo pude sonreír mientras ese engendro del demonio se pavoneaba ante mis amistades de tenerme bien atado. Mi falta de respuesta exacerbó su osadía y mordiendo mi oreja, me soltó con voz suficientemente baja para nadie lo oyera
-Lo que he dicho es verdad. Te quiero primito.
Reconozco que esa confesión me terminó de perturbar y como vil cobarde busqué el cobijo de la barra mientras mi familiar se reía de mi huida.
«¿Qué coño le pasa a esta loca?», me pregunté al tiempo que pedía mi copa: «¿No se da cuenta que está jugando con fuego?».
Aun sabiendo que podía ser cierto ese supuesto afecto no por ello me hacía feliz al comprender que debía ser producto de su propia situación afectiva y no queriendo ser segundo plato de nadie, me bebí de un solo trago el whisky que me puso el camarero mientras el objeto de esa desazón tonteaba con mis amigos. Lo que no me esperaba fue que mi corazón se encogiera lleno de celos al observar ese coqueteo y ya francamente preocupado por lo que suponía, me dejé caer hundido en un sofá mirando cada vez más cabreado que uno de los donjuanes de la fiesta posaba sus ojos sobre mi prima.
«Se lo tiene ganado a pulso», sonreí al ver su cara de angustia cuando el desprevenido ligón creyendo que era una presa fácil, le agarraba de la cintura.
El sujeto desconociendo que esa maniobra había avivado el recuerdo de sufrimientos pasados se vio empujado violentamente mientras Irene se echaba a llorar presa de la histeria. Obligado por las circunstancias me levanté de mi asiento al comprobar los malos modos con los que el costarricense se había tomado tanta brusquedad. Mi prima al verme me buscó y hundiendo su cara en mi pecho, me rogó hecha un manojo de nervios que la sacara de ahí.
-Tranquila, ya nos vamos- susurré en su oído al mismo tiempo que la alzaba entre mis brazos y ante el silencio de todos los presentes, la sacaba al exterior.
Durante la vuelta a casa y mientras Irene no paraba de llorar como una loca, me eché la culpa de haberla forzado antes de tiempo y por mucho que intenté consolarla, todos mis intentos resultaron inútiles. Ya en mi chalet, al aparcar el coche Irene seguía sumida en su dolor por lo que nuevamente tuve que cogerla y cargando delicadamente con ella la llevé hasta su cama.
Al depositarla sobre el colchón, creí más prudente retirarme pero entonces con renovadas lágrimas mi prima me pidió:
-No te vayas. Necesito sentirte cerca.
Conmovido por su dolor, me coloqué a su lado. Momento que esa rubia aprovechó para abrazarme con una desesperación total mientras posaba su cara sobre mi pecho sin darse cuenta que al hacerlo podía sentir como estos se clavaban contra mi cuerpo avivando la atracción incestuosa que sentía por ella. Sin moverme para que mi pene inhiesto no revelara mi estado, esperé que se quedara dormida pero para mi desgracia el cansancio hizo mella en mí e involuntariamente me quedé transpuesto antes que ella.
Tres horas después me desperté todavía abrazado a ella aunque durante el sueño algo había cambiado, una de mis manos agarraba firmemente el generoso pecho de Irene. Sorprendido y excitado por igual sopesé su volumen delicadamente temiendo que si hacía algo brusco mi prima se diera cuenta y me montara un escándalo.
«¡Es impresionante!», sentencié tras valorar su dureza y su tamaño.
El saber que era el seno más perfecto que había tenido en mi poder me hizo palidecer al saber que era un fruto prohibido y no solo por anticuados reparos sino porque sabía que me iba a arrepentir si daba otro paso.
«No soy un cabrón que se aprovecha de una mujer indefensa», me dije levantando mi brazo lentamente liberé mi mano y me marché sin hacer ruido.
Ya en mi cama, el recuerdo de Irene volvió con mayor fuerza y rememorando las sensaciones que experimenté al tener entre mis dedos su pecho y contra mis deseos, mi sexo se levantó con tal fuerza que no me quedó otra que dejarme llevar por mi memoria e imprimiendo un lento vaivén a mi mano comencé a pajearme mientras soñaba que esa criatura venía hasta mi cama ronroneando que la hiciera mía.
En mi mente, mi prima se acercaba mientras dejaba caer los tirantes de su camisón mientras se contorneaba dotando a sus meneos de una sensual lentitud. Para entonces Irene se había convertido en una depredadora cuya presa era yo y mirándome a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia que le separaba de su objetivo mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar.
«¡Qué belleza!», maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de sus pechos y que mi pene había adquirido una considerable dureza solo con esos preliminares.
Lo siguiente fue indescriptible, esa chavala agachó la cabeza y como si fuera una gatita se puso a olisquear como si fuera en busca de su sustento y frunciendo la nariz, llegó a escasos centímetros de mi entrepierna tras lo cual metió su mano bajo mi pijama y me soltó con una seguridad que me dejó desconcertado:
-He venido por lo que ya es mío.
Para entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad e impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras esa monada frotaba su cuerpo contra el mío.
-¡Chúpame los pechos! ¡Sé que lo estas deseando!- exclamó poniendo esos manjares a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, rozó con ellos mis labios.
Aunque sabía que era producto de mi imaginación, boqueé al verlos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer forzó mi derrota presionando mi boca sin dejar de ronronear. Forzando mi voluntad retuve las ganas de abrir mis labios y con los dientes apoderarme de sus areolas. Mi falta de respuesta azuzó su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir mientras me decía:
-¡Te he ordenado que me comas las tetas!
Ese exabrupto me sacó de las casillas y aprovechando que mi pene había salido de su letargo, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta bajo el pijama.
-¡No te hagas el duro! ¡Sé que eres un perro que lleva babeando con follarse a una de nosotras desde hace años!- soltó mientras con su mano sacaba mi miembro de su encierro.
Mi subconsciente me había traicionado dejando al descubierto mi fijación por esas hermanas mientras en mi imaginación esa rubia se estaba empalando usando mi verga como su instrumento de tortura. La veracidad de esa acusación no aminoró mi excitación al sentir los pliegues de su sexo presionando sobre mi tallo mientras se hundía en su interior.
-¡Cumple tu sueño cabrón y úsame!- chilló descompuesta.
Su aullido coincidió con mi orgasmo y derramando mi simiente sobre las sábanas, lloré de vergüenza al saber que lo quisiera o no todo lo ocurrido era una premonición de lo que me iba a pasar si no hacía algo para ponerle remedio…
Sinopsis:
Selección de los mejores relatos de Golfo sobre una jefa. 120 páginas en las que disfrutarás leyendo diferentes historias de ellas disfrutando o sufriendo con el sexo.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.
Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.
El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.
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