







¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
Después de esa primera vez, mi tía se quedó abrazada a mí con una expresión en su cara llena de felicidad y eso que cuando intenté usar su maravilloso pandero, el dolor que sintió lo hizo imposible.
Sinopsis.
Rodrigo Legorreta, un distinguido militar de operaciones especiales, es defenestrado por pelearse con un superior. No pudiendo expulsarle del ejército, es sacado de su puesto y enviado a una oscura base de avituallamiento en mitad de la nada. Sin saber que sus jefes le acababan de salvar la vida, el capitán se presenta ante el mando que venía a sustituir mientras al otro lado del mundo se estaba llevando a cabo un experimento que al descontrolarse provocaría el hundimiento de la socie-dad tal y como la conocemos.
El primer indicio de lo que se le venía encima lo recibió mientras veía el telediario y el locutor, ajeno a que estaba dando la noticia mas importante de los últimos milenios, informó de unos problemas que estaban su-friendo en Chile a raíz de unas bacterias que se habían escapado de un laboratorio.
No supo cómo le afectaría esa información hasta que a los pocos días tanto los civiles como los militares presentes en esa instalación fueron confinados dentro de esos muros y conoció de labios de Isabel, una joven bióloga, el alcance del problema.
¡ Su mundo se desmoronaría en pocos días por esas bacterias, bacterias que al nutrirse del cobro omnipresente en todo lo hecho por el hombre, sumirían en el caos y el hambre a toda la humanidad!
Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace: https://www.amazon.es/dp/B08LCGS5GS
Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:
El espesor de la nieve caída dificultaba su marcha. Con el frío entumeciendo sus músculos, temió por su vida y con el corazón encogido, pensó en que nunca iba a poder llegar. Cada paso era una tortura y tras resbalar por la pendiente, tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para levantarse y seguir caminando. A punto rendirse permaneció tumbado esperando la muerte y cuando ya el sopor le empezaba a dominar, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se incorporó al recordar que todavía existían esperanzas si conseguía volver.
Consciente de que no podría sobrevivir una noche más al cielo abierto, buscó un lugar donde guarecerse. Las mismas montañas que durante toda su vida le habían acogido entre sus laderas, esa tarde se mostraron ariscas negándole un cobijo necesario.
Quitándose los copos de sus ojos, oteó a su alrededor tratando de encontrar algún sitio lo suficientemente resguardado donde descansar. El desaliento cundió en su ánimo al ser incapaz de hallarlo y reemprendiendo su escalada, rezó para que cuando la parca le tomara entre sus brazos, fuese piadosa y no sufriera.
Resoplando y mientras intentaba evitar la espiral auto destructiva en la que su mente se había instalado, se puso a recordar los sucesos que le había arrastrado hasta esa situación. Todavía le resultaba imposible asimilar que el mundo que conocía y amaba había desaparecido, dejando atrás una pesadilla de violencia y salvajismo. Obligando a sus piernas a soportar el sufrimiento, avanzó con paso errático por la cuesta. Un nuevo tropiezo le obligó a agarrar con sus manos heladas las ramas de un tronchado pino para evitar caerse.
El dolor, que recorrió sus brazos al lacerarse las palmas, le espoleó a dar otro agónico paso:
«Tengo que continuar», pensó levantando su mirada.
El vaho de su respiración le recordó que era el único que seguía vivo y que era su deber volver. No solo era su propia supervivencia lo que le exigía retornar a la base, debía de informar del aciago destino que habían tenido sus cuatro compañeros.
Además, el reducido grupo de hombres y mujeres que cumpliendo con su obligación habían permanecido allí tenía derecho a conocer que la tierra se había sumido en el caos. Todos ellos tenían una familia y unos amigos a los que difícilmente volverían a ver; si no estaban muertos, pronto lo estarían y en el hipotético caso que hubiesen conseguido sobrevivir, habrían cambiado y serían parte de la misma masa sedienta de sangre que les había atacado.
Sabía que esas hordas de salvajes, que con saña había acabado con todo un escuadrón de sus soldados, no eran más que víctimas inocentes de las circunstancias, pero aun así le resultaba imposible el perdonarles. En su cuadriculada mente no comprendía como en tan poco espacio de tiempo se habían dejado sumir en la desesperación.
Todavía le hervía la sangre al recordar que, bajo su mando, esos pobres jóvenes, recién salidos de la adolescencia, habían caído en una emboscada.
No se echaba la culpa.
Nadie podría prever que una pacífica ciudad como Pamplona se hubiese transformado en una trampa de la que solo él hubiese podido escapar. Estaba seguro de que, si en vez de ser Rodrigo Legorreta, el que hubiera estado al frente hubiese sido otro capitán con más experiencia, hubiera acontecido la misma debacle.
Sin otras armas que sus machetes, esos muchachos se habían tenido que enfrentar a docenas de hombres hambrientos que habían visto en sus rutilantes uniformes una fuente de comida con la que saciar sus vacíos estómagos.
Únicamente se había salvado gracias a la propia desesperación de los asaltantes que, habiendo acabado con sus subalternos, les obligó a buscar en los cuerpos caídos sobre el asfalto la carne con la que sobrevivir un día más a esa anarquía.
Sumidos en su desesperación se habían olvidado de que todavía con el cuchillo en la mano una de sus presas seguía en pie. Y escondido en un edificio que había resultado pasto de las llamas, tuvo la desgracia de observar cómo esos hombres que dos meses atrás debían de haber sido gente de bien con sus empleos y sus ordenadas vidas remataban a los heridos.
Lo más duro le resultó ver que, sin importarle que siguiera vivo, al sargento Aguilar uno de sus agresores le había arrancado un pedazo de su cara y cómo sentado sobre el capó de un coche aparcado, ese maldito se había puesto a comer.
En ese instante, deseó tener un fusil ametrallador. Con él en sus manos hubiera matado a esa escoria y a todos los que le acompañaban. Pero indefenso, tuvo que esperar oculto que acabara la orgía de sangre para al amparo de la noche huir.
Habiendo anochecido, las calles se quedaron vacías al imperar un toque de queda auto impuesto. El terror de los supervivientes a convertirse en la cena de quien estuviese lo suficientemente desesperado para romperlo les forzaba a esconderse en la oscuridad.
Al salir del pueblo, se había alejado de los caminos, asumiendo que todo humano que se encontrara era otra bestia perturbada. Durante los cuatro días que habían transcurrido desde entonces, había sobrevivido gracias a las bayas y a los frutos que el bosque había puesto a su disposición.
Con una herida en el muslo, los ochenta kilómetros campo a través que le separaban del almacén logístico del que había salido, resultaron una prueba brutal que solo había conseguido superar gracias a su formación militar. Sonriendo amargamente, recordó como si hubiese pasado una eternidad que solo unos meses antes había recibido con disgusto su nuevo destino.
Sus jefes, obviando que era el número dos de su promoción y que era el capitán más joven de los grupos de operaciones especiales del ejército, le habían dado el mando de un fortín secreto en lo más profundo de la sierra de Navarra.
Nunca aceptó que, producto de un altercado con un superior, le hubiesen apartado como a un leproso de su regimiento. Reconocía su culpa, pero creía excesivo su castigo.
Él se consideraba un hombre de acción y sin ningún miramiento, esos cabrones le habían relegado a oficinista. Por mucho que le habían hablado de la importancia de los suministros que albergaban esas instalaciones, no se dejó engañar. Ese puesto era el retiro soñado para un chusquero. Una prejubilación ideal para un militar sin formación que gracias a una larga trayectoria hubiese ascendido poco a poco en el escalafón y no para él que, con una brillante hoja de servicio demostrada en Afganistán y el Líbano, soñaba con llegar a general.
«¡Menudos capullos!», escupió mentalmente sobre sus tumbas mientras trataba de orientarse a través de la nevada. «¡Yo sigo vivo!».
Una ráfaga de aire gélido le obligó a cobijarse tras un árbol. Debilitado y enfermo, solo la certeza de saber que, si se quedaba quieto, aunque fuera unos segundos, le sería imposible retomar la senda, forzó al herido a salir y enfrentarse al viento. Sintiendo que le acuchillaba el rostro, paso a paso, respiración a respiración, recuperó su ritmo.
«Mierda», masculló entre dientes al advertir que arrastrando su pierna izquierda dejaba un rastro que cualquier alimaña descubriría sin dificultad y que por tanto era una presa fácil.
Todo había cambiado, nadie podría haber previsto que el día que llegó a su destino, lejos de ser un destierro, le habían otorgado sin saberlo más tiempo de vida. Añorando tiempos pasados, recordó su viaje desde Levante hasta esas tierras. Con un Audi recién comprado, no pudo disfrutar del paisaje que se le mostraba kilómetro a kilómetro porque no podía dejar de lamentar su mala suerte. Militar de vocación, nunca había previsto que su primer mando en plaza fuera una oscura y gris base de aprovisionamiento en mitad de la nada.
Desmoralizado, humillado y con la sensación de que su carrera había terminado, se presentó al comandante que iba a sustituir. El veterano oficial nunca llegó a apreciar que su reemplazo, en vez de estar encantado con ese destino, estaba hecho polvo y por eso sin poder evitar que su rostro reflejara la satisfacción de ceder el puesto, le fue mostrando las instalaciones.
Para su sorpresa, lo que en teoría era un antiguo polvorín casi sin uso, en realidad consistía en una de las principales áreas de abastecimiento del ejército. Sitas en un paraje alejado de la civilización, habían sido ideadas para ser usadas en caso de invasión. Dotada con las más modernas infraestructuras en su interior, no solo escondía parte del armamento y de la munición de la capitanía del norte, sino las raciones y demás provisiones necesarias para alimentar a miles de soldados durante meses.
«Un tesoro en las presentes circunstancias, pero inútil sino consigo llegar hasta sus muros», recapacitó asumiendo que debía concentrarse en su camino.
Un graznido hizo que levantara la cabeza y mirara al cielo donde una parvada de buitres revoloteaba en círculos sobre un viejo roble a menos de doscientos metros de él. Que esos bichos hubiesen fijado su atención sobre ese árbol era señal inequívoca de la presencia de un cadáver bajo sus ramas. Temiendo encontrarse con los restos de un humano pero esperanzado en que no lo fuera, salió corriendo y gritando espantó a esos carroñeros.
Al comprobar que era el cuerpo de un venado recién muerto, sacó el machete que guardaba pegado al pantalón y con rapidez, desgajó un cuarto trasero. Atando la carne a una cuerda, se la colgó y reanudó la marcha para alejarse cuanto antes de allí.
«Si me ha atraído hasta aquí, puede atraer a otros», se dijo mientras jadeaba por el esfuerzo añadido de llevar ese peso sobre los hombros.
La esperanza de poder hincarle el diente a un trozo de carne le dio los bríos necesarios para cruzar dos tupidos manchones de hayas antes que el cansancio volviera a hacer mella en él. El declive del sol le informó de la llegada de la noche por lo que la búsqueda de un cobijo se tornó cada vez más acuciante. Pero por mucho que escudriñó el paisaje, no había nada que le revelara la presencia de una cueva y desanimado, buscó el amparo de un cúmulo de rocas.
«Al menos me protegerán del viento», pensó, mientras recogía ramas tiradas con las que hacer una fogata.
Durante media hora, fue recolectando toda la madera que pudo y cuando decidió que tenía suficiente para que el fuego durara toda la noche, sacó de su macuto una yesca. No tardó en conseguir que, de la hojarasca, una diminuta llama prendiera y mimándola como un hijo, logró añadiendo ramas más gruesas que se convirtiera una hoguera bastante decente. Al estar seca, el denso humo inicial se fue difuminando y con agrado, reparó en que era casi imposible que alguien pudiese distinguir esa escueta humareda desde lejos, gracias a que el aire que azotaba esas lindes la diluía casi de inmediato.
Más tranquilo se sentó al borde de la lumbre y esperando que se consumiera un poco para cocinar el venado sobre las brasas, se puso a recapacitar sobre lo poco que sabía del desastre que había asolado el planeta.
«¡Qué puta mierda!», murmuró para sí recordando que llevaba menos de una semana en su destino, cuando tomando una cerveza en la cantina había escuchado una breve noticia en el telediario que casi le había pasado inadvertida.
Sin darse cuenta de que estaba retrasmitiendo la noticia más importante de la historia, el locutor informó que en una alejada región de Chile se había producido un colapso en las comunicaciones. Nada hacía suponer que esa reseña de quince segundos y que pasó inadvertida para el gran público, se convirtiera a la larga en el principio del fin.
Los siguientes informativos, en cambio, dedicaron gran parte de su programación a explicar que en una mina de cobre se había realizado un experimento que se había salido de control. Para perfeccionar el método que la industria minera llevaba quince años usando, habían probado una nueva variedad de bacterias extremófilas para extraer de las menas los restos del mineral. Su función era oxidar los restos de ese metal presentes en los desechos, de manera que su posterior extracción fuera económicamente viable. El problema había surgido al experimentar con una variante genéticamente modificada que sobrevivía en las condiciones normales.
Fuera de los muros del laboratorio, la nueva bacteria había mutado y con una voracidad no prevista, atacaba cualquier elemento que tuviese cobre en su composición, dejándolo inservible. Los comentaristas trataban de tranquilizar a la población, diciendo que el ejército chileno había establecido un cerco a la epidemia por lo que se consideraba que se podía considerar controlada.
«¿Controlada? ¡Mis cojones!», meditó mientras cortaba un tajo de venado.
Al día siguiente, el comandante Ramírez había recibido una orden de confinamiento de toda la unidad. Los altos mandos que usaron los poderes de emergencia previstos en la legislación militar incluyeron a todo el personal civil de la base.
Las órdenes eran tan claras como rotundas:
¡Nadie podía salir o entrar de las instalaciones hasta nuevo aviso!
Todavía recordaba la tensa reunión con ese inepto. El muy cretino, sin ver las repercusiones de la orden, se quejaba amargamente de que le habían jodido sus vacaciones ya que esa misma tarde debía de haberle cedido el puesto. Su jubilación había quedado cancelada, así como cualquier permiso del personal subalterno.
Lo peor fue que, cabreado, se había abrazado a una botella y tuvo que ser él quien informara de la situación al resto de la gente. Asumiendo su ignorancia y antes de convocarlos, pidió a la bióloga encargada del almacén de víveres que le explicara qué narices eran esos bichos y cómo podían afectarles.
Isabel López era una civil recién salida de la universidad a la que el paro le había forzado a aceptar el empleo de analista en ese remoto lugar. Joven e inexperta, la muchacha era un cerebro. Extrañada que el futuro jefe le llamara a su despacho, tocó la puerta antes de entrar. El capitán Legorreta, nada más verla, le informó a bocajarro de la orden de acuartelamiento y sin esperar que asimilara sus palabras, le preguntó que sabía del asunto.
La cría se puso a temblar al ver sus peores augurios confirmados:
― Capitán. Si han tomado esa decisión, se debe a que no se ha podido cercar su expansión. No comprendo… en teoría esas bacterias no se desplazan por el aire, pero esa medida me hace suponer que estoy equivocada.
― No le sigo ― tuvo que reconocer el oficial: ― ¿Cómo puede afectarnos un suceso ocurrido a doce mil kilómetros?
― Me temo que a estas horas hay otros focos de infección. Piense que el mundo es global y que, si un avión se ha visto afectado, el problema ha podido saltar el charco en cuestión de horas.
― ¿Tan grave es?
― No lo sé, pero si somos invadidos por esa bacteria, en pocos días todo lo que contenga cobre será basura.
― Explíquese ― ordenó bastante alterado por lo que estaba escuchando.
― Aunque poca gente es consciente de ello, nuestra civilización está basada en ese metal. En todo lo que tenga que ver con electricidad sus elementos esenciales están compuestos de una aleación de cobre. Suponga que, de la noche a la mañana, toda la maquinaria, los teléfonos y los ordenadores se estropean.
― ¡El caos!
― Exactamente, por eso no me extraña que hayan acuartelado a los miembros de los cuerpos de seguridad. Solo mediante la fuerza van a poder controlar los desórdenes.
Involuntariamente, el militar se llevó la mano a la pistola. La bióloga, con lágrimas en los ojos, le informó que si era tan grave como se suponía, la gran mayoría de las armas serían inútiles.
― ¡No comprendo! ― exclamó ― Asumo que los misiles e incluso los tanques serán hierros sin valor, pero hay muchas armas que no llevan electricidad. Fusiles, ametralladoras, …
― ¡Deme su cargador! ― respondió la mujer.
El oficial, sin saber a qué se refería, quitó el seguro y desmontándolo, se lo dio.
― Mire ― le mostró sacando una bala de su interior que el casquillo era de latón.
― ¿Y?
― El latón es una aleación de cobre.
No necesitó más explicaciones, había comprendido la gravedad de lo que se avecinaba y dando por terminada la reunión, pidió a su secretario que reuniera en el comedor a todo el personal.
El olor que desprendía la carne le hizo volver a la realidad y sin esperar que se enfriara, se puso a comer. Saboreando cada bocado, el hambriento militar disfrutó de la primera comida decente en días. Su difícil situación pasó a segundo plano cuando se hubo saciado y previendo el frio de esa madrugada, recargó la hoguera con más leña antes que el sopor y el cansancio lo vencieran.
― ¡Puta madre! ¡Qué frio! ― al salir al raso se quejó en voz alta el teniente Alvear. Desde que el capitán partiera en busca de noticias, el joven oficial cada mañana seguía una rutina a todas luces inútil: en cada cambio de guardia y acercándose al puesto de guardia, preguntaba si había habido novedades.
Los centinelas sabían a qué se refería, pero nadie hablaba de ello. En el fortín, se había instalado un mutismo temeroso sobre el tema porque… ¡todos sabían que algo iba mal!
Todos eran conscientes de que Legorreta y los otros cuatro militares ya debían estar de vuelta. Llevaban casi una semana fuera y antes de irse habían previsto que tendrían novedades desde el viernes. A un ritmo normal, cualquiera de esos soldados debería tardar como mucho tres jornadas en llegar a Tolosa y teniendo en cuenta que quién los dirigía era una mala bestia, nadie dudaba que forzando el paso ese militar habría conseguido hacerlo en dos.
«Algo les ha pasado», refunfuñó mientras se acercaba a la garita: «Si hoy no tenemos noticias, tendré que hablar con el comandante».
La idea de dirigirse a ese bueno para nada no le hacía ninguna gracia. Ramírez en vez de ser un puntal en la moral de sus hombres se había convertido en una jodida rémora. Abrazado a su botella, malgastaba los días sin salir de su despacho. Si durante el año que llevaba el teniente destinado allí, su jefe se había comportado siempre con pasotismo, desde que les habían impuesto el acuartelamiento forzoso, su actitud rayaba en la negligencia.
En cambio, la llegada del capitán había supuesto un cambio. La tropa había visto en ese hombre al líder que necesitaban y por eso estaban tan preocupados por su ausencia. Nadie creía que los hubiese dejado tirados. Desde el día que ese militar había puesto sus pies en las instalaciones ¡había dejado huella!
No solo se había ocupado de reforzar la disciplina, sin ser oficialmente el mando había impuesto un modo nuevo de hacer las cosas. Todo el mundo debía de reportar con él. Su puerta estaba siempre abierta y no ponía reparo en hacerse cargo incluso de tareas que requiriesen fuerza física. Dejó a la tropa con la boca abierta, cuando reparando un todoterreno, este perdió una rueda dejando atrapado a un operario y Legorreta sin esperar que pusieran un gato, lo levantó con sus manos liberando al pobre muchacho.
Si físicamente era un portento, la autoridad que manaba de sus poros no se quedaba atrás. Con solo dirigir una mirada, el soldado más indisciplinado se ponía firme y sin tenérselo que repetir, cumplía sus órdenes. Incluso Ramírez cuando estaba en su presencia se sentía inferior y defendiéndose de un ataque imaginario, intentaba denigrarle. El capitán, sin quejarse del trato absurdo al que le tenía sometido su superior, salía airoso y fortalecido de cada enfrentamiento.
El último tuvo lugar el día que se marchó. Él mismo estaba presente cuando Rodrigo Legorreta entró a ver al comandante:
― Señor, tenemos que hablar.
― Dígame capitán, ¿qué es tan urgente para que venga a importunarme? ― soltó Ramírez, dejando claro que le consideraba un puto subordinado.
Sin hacer caso a la ominosa forma en que se había dirigido a él, le explicó que debido a que ya hacía un mes que habían perdido contacto con el exterior el personal de la base se encontraba frustrado y nervioso.
Marcialmente, le informó que la tensión había ido acumulando desde entonces y que esa tarde, mientras estaba revisando los almacenes, el sargento Aguilar le había anticipado que se estaba fraguando una revuelta.
― Por lo visto, esta misma noche, antes de cenar, una delegación va a acercarse a hablar con usted.
― ¿Y qué quieren? ― contestó.
― La inactividad está haciendo mella en la gente y están pensando en abandonar la base. Quieren volver a sus casas.
― Y yo, joder, y yo. No creerá que esté contento dejando a mi esposa y a mis hijos allá fuera. ¿Quién sabe lo que les ha pasado? ― soltó el militar desmoronándose sobre la mesa.
Ver a un hombre, hecho y derecho, llorando como un niño, sacó de las casillas a Legorreta y sin importarle que pudiese llevarle ante un tribunal, le recriminó su falta de hombría:
― ¡Deje de gimotear! ¡Haga algo! Imponga su autoridad.
― Para usted es fácil decirlo, soy yo quien tiene que soportar las presiones. Con gusto le cedería el mando― respondió secándose las lágrimas con la manga del uniforme: ― ¡Qué cojones puedo hacer! ¡Estamos solos!
― Mande a alguien al gobierno militar de Pamplona para contactar con el alto mando y de esa forma matará dos pájaros de un tiro. Por una parte, tranquilizará a la gente y por otra, sabrá que ocurre.
― Tiene razón ― respondió sacando del cajón una botella casi vacía: ― Llévese los hombres que considere necesarios y déjeme en paz.
― Comandante, ¡soy su segundo! ― protestó al temer que ese incompetente no pudiera mantener el orden en su ausencia.
― Obedezca y váyase, tengo muchas cosas que hacer.
Sabiendo que no podía negarse a cumplir una orden directa, el capitán se despidió y en el patio esperó a que el teniente también saliera del despacho.
Al ver Alvear que le estaba esperando en la puerta, se acercó y fue entonces cuando Legorreta cogiéndole de los hombros le dijo:
― Teniente, como habrá oído, salgo de misión. Sin mí, usted va a ser el encargado de mantener la disciplina del personal. No creo que necesite que sea más explícito.
No hizo falta que dijera nada más para comprender que, aunque se quedara el comandante, en la práctica él sería el jefe y por eso, respondió:
― Señor, le agradezco su confianza.
Esa había sido la última vez que lo había visto y aunque solamente llevaba unas semanas bajo sus órdenes, le echaba de menos.
«Malditas bacterias», musitó mientras rememoraba como se habían dado cuenta que el invisible invasor había logrado atravesar el atlántico y llegar hasta esa apartada serranía en los Pirineos.
Lo primero fue la luz eléctrica.
Un miércoles de madrugada, el cabo de guardia le había despertado porque se había perdido el suministro. Siguiendo el protocolo, habían encendido los transformadores devolviendo el flujo a las instalaciones. Si ya eso era grave, más lo fue comprobar la imposibilidad de comunicarse con el gobierno militar en Pamplona.
El aislamiento del exterior fue el segundo indicio, pero lo que determinó claramente que esas puñeteras habían contaminado la base fue cuando todo empezó a fallar. Lo primero en caer fue todo aquello que estaba al aire libre. Las cámaras y los vehículos estacionados en el patio una mañana dijeron basta, negándose a funcionar. Y al cabo de unas horas, la infección se había adueñado de todo y sus efectos fueron devastadores para la moral del grupo.
Sin calefacción y sin luz eléctrica, el personal civil se intentó amotinar y viendo la inactividad del comandante Ramírez, tuvo que ser Legorreta quien pistola en mano lo parara amenazando con arrestar a los alborotadores.
Saliendo de su ensoñación, Alvear se acercó a la garita donde la soldado Jácome hacía guardia. Mirando a la mujer, meditó en cómo había hecho cambiar la emigración al ejército, puesto que en vez de un español de pura cepa era una ecuatoriana de veinte años la que controlaba en ese instante el perímetro.
― Soldado― la saludó mientras se apiadaba de la muchacha por el frio que tenía que haber pasado durante la noche.
― Sin novedad, mi teniente― contestó, esbozando una sonrisa porque su presencia significaba que su reemplazo venía en camino.
Y con una familiaridad impropia de un oficial, le preguntó:
― ¿Qué tal tu turno?
― Helada, Javier. Tengo congeladas hasta las bragas.
― No seas bruta― contestó mientras le robaba un beso: ― Si quieres, te caliento.
― Estaría bien, pero en cuanto me releven me voy a dormir. Estoy agotada― susurró, encantada de la insinuación.
Aunque ninguno de sus compañeros estaba al tanto, llevaban tres meses saliendo. Esa relación no sería bien vista por sus superiores y ambos lo sabían. Por ello y ocultándose del resto, aprovechaban cualquier momento para darse furtivos besos y algún infrecuente revolcón.
― Te quiero, María― dijo el joven teniente acariciando el pecho de la soldado por encima del uniforme.
― Lo sé, pero vete ya. Están a punto de llegar.
Supo que tenía razón y dándose la vuelta, se fue a desayunar. Al llegar al barracón donde habían trasladado la cocina, se percató nuevamente de cómo había cambiado la vida en el cuartel. Racionando el gas, habían construido una enorme barbacoa y usaban leña recolectada en los bosques circundantes para cocinar y calentar la comida.
El cocinero conocía sus gustos y antes que preguntara, le dio un café:
― Disfrútelo, ¡a este ritmo solo nos queda para dos semanas!
El joven militar supo que ese comentario iba a volverse cada día más frecuente porque, aunque no les faltaría comida por disponer de las raciones de campaña acumuladas en los almacenes, había una serie de productos que terminarían desapareciendo de los anaqueles si no recibían nuevos suministros.
No se había acabado la taza, cuando escuchó un grito proveniente del exterior. Dejándola sobre la mesa, salió corriendo hacia la entrada, al haber reconocido que fue María quien había dado la voz de alarma.
La muchacha había gritado al observar que Legorreta aparecía por el recodo de la carretera, cojeando y sangrando de una pierna. Y contraviniendo las estrictas órdenes, fue a ayudarlo dejando su puesto vacío.
El capitán Legorreta agradeció el apoyo recibido y pasando su brazo por el hombro de la mujer, con gesto de dolor se acercó a la alambrada que bordeaba la instalación. Alambrada donde ya se congregaban todos, buscando respuestas.
El teniente Alvear, al comprobar que venía solo, preguntó por el paradero de los demás soldados.
El herido se negó de plano a responder, primero tenía que informar a su superior:
― ¿El comandante? ― exigió.
― Borracho como siempre ― respondió un cabo, cometiendo una falta de disciplina que, si el herido no llega a tener prisa, le hubiese supuesto un buen rapapolvo.
― ¡Llevadme con él! Prometo que contestaré después todo lo que queráis preguntarme.
Relevando a su amante, Alvear ayudó al capitán a llegar hasta las dependencias donde tenía su oficina Ramírez. El teniente esperó a que nadie oyera para decirle:
― No tengo que ser ningún genio para entender que, si usted ha llegado herido, Aguilar y los otros tres soldados están muertos. ¿No es así?
― Así es, teniente. España se ha ido a la mierda, reina el caos. Fuimos atacados y solo yo pude sobrevivir ― respondió el militar.
Y comprendiendo que ese oficial era el tercero en la escala de mandos, le pidió que lo acompañara a la reunión. Como le habían adelantado, el comandante estaba completamente ebrio. Tirado en el sofá de su oficina, intentó ponerse en pie cuando sus dos subordinados se lo encontraron durmiendo la borrachera.
Ver en ese estado lamentable a su jefe, le descompuso e incapaz de contenerse, cogiéndole de las solapas, le abofeteó:
― Es indigno de su uniforme. Mientras sus hombres morían, usted se ha dedicado a beber.
― ¿Quién ha muerto? ― preguntó con los ojos rojos y la garganta tomada.
― Los cuatro valientes que me acompañaban.
Parcialmente despierto por la gravedad de la noticia, el comandante le exigió que le diera el parte de lo ocurrido, pero para entonces el poco respeto que tenía su subordinado por él había desaparecido y en vez de contestarle, le soltó:
― Desde este momento y ante la ausencia de un superior, considérese arrestado. Desde ahora y hasta que alguna autoridad me confirme en el puesto, asumo el mando de la unidad. Si vuelvo a verle borracho, será llevado al calabozo y lo trataré como reo.
Cayendo de rodillas, el hasta ese momento cabeza indiscutible del fortín rogó que le explicara qué es lo que había pasado y echándose a llorar, le pidió que le dijera si sabía si al menos en Madrid, donde estaba su familia, había orden.
Legorreta, sin compadecerse del pobre individuo, contestó:
― No se ha enterado. Fuera de estos muros, la gente se ha vuelto loca. Es la ley del más bestia, los débiles son el sustento de los fuertes. El canibalismo se ha extendido por doquier. Si ha tenido suerte, su familia estará muerta y si no, pronto lo estará.
Tras lo cual, dando un portazo, lo dejó solo. La pierna le dolía horrores y encima, tenía cosas más importantes de que ocuparse antes que consolar a ese tipejo. Estaba pensando en cómo plantearlo al resto de la tropa, cuando escuchó que el teniente le decía:
― Bien hecho, capitán. Cuente conmigo. Si hay un consejo de guerra, declararé a su favor.
Con amargura, Legorreta miró al cielo antes de contestar:
― Tú tampoco entiendes lo que ha ocurrido. No va a haber un juicio. El ejército, la policía y el estado han desaparecido. ¡Estamos jodidamente solos!
Haciendo uso de una cordura y un sentido común impropio de su edad, Alvear asintió y poniéndose firme, replicó:
― Señor, pues si es así, con mayor razón. Esta gente necesita una autoridad en quien confiar. Nuestras vidas las que dependen de ello. Seguiré sus órdenes hasta el final.
Estaba a punto de agradecerle su fidelidad, cuando un tiro resonó en el campamento. Sabiendo que el disparo provenía de la oficina del comandante, ambos salieron corriendo a ver qué había ocurrido. El teniente fue el primero en llegar, al abrir la puerta del despacho, se encontró los sesos desparramados del oficial.
Tras él, Legorreta le preguntó gritando a su subordinado que cómo era posible. Haciendo verdaderos esfuerzos para no vomitar, Alvear contestó:
― Solo ha certificado lo que ya todo el mundo sabía. Era un cobarde.
― ¡Coño! ¡Qué no es eso! Ese hijo de puta me la trae al pario…. ¿de dónde ha sacado la munición? Se supone que toda es inservible.
Poniendo cara de satisfacción, el joven teniente le informó que, durante su misión y revisando el inventario, había descubierto una partida de balas con vaina de aluminio y que, tras realizar unas pruebas, habían determinado que no se habían visto afectadas por la acción de las bacterias.
― No sabía que existían en el arsenal del ejército. Se supone que, debido a su alto coste, fue desestimada su compra.
― Capitán, llevan almacenadas diez años. Algún politiquillo se habrá lucrado con su adquisición.
Sin creer todavía en su suerte, el militar le preguntó:
― ¿De cuantas disponemos?
― De suficientes, hay al menos diez pallets de ellas.
Para aquel entonces, a raíz de la detonación, todo el personal de la base se había acercado a ver lo ocurrido, por lo que haciendo uso de la palabra el recién llegado informó del fallecimiento del comandante, así como del triste destino de sus compañeros.
Todo el mundo había hecho elucubraciones, pero ninguno de los presentes había imaginado la gravedad de la situación y con un temor casi religioso, esperaron que terminara para sin excepción echarse a llorar por la pérdida de su mundo.
Rodrigo Legorreta, con el alma encogida por el dolor que se reflejaba en sus rostros, aguardó a que se calmaran para decir:
― Como máxima autoridad, declaro la ley marcial. Desde ahora cualquier comportamiento contrario al bienestar de la base será considerado lesa traición y llevará acarreado la pena de muerte o lo que es peor, el destierro. Comprendo que muchos de ustedes tienen familias allá fuera, pero desgraciadamente no se puede hacer nada por ellos. Quien lo desee, puede irse. Se les dotará de provisiones, pero no de armas. Eso se debe en primer lugar a que las necesitaremos en el futuro, pero también a que no podemos permitir que caigan en manos del enemigo.
Aizpiri, un soldado con mujer e hijos en el exterior, se levantó y pidiendo permiso para hablar, preguntó:
― ¿Qué enemigo? No hay constancia de ninguno.
El capitán comprendió que de nada servía contemporizar y tomando aire, contestó:
― Te equivocas. El tendero de la esquina de tu casa, tu cartero e incluso la vecina buenorra del sexto…todos deben ser considerados a priori individuos hostiles― y dirigiéndose a todos, prosiguió: ―Pensad que presos de la desesperación y del afán de supervivencia, se han transformado en bestias. Somos unos privilegiados. Tenemos víveres y sin duda, con el paso del tiempo se correrá la voz y mientras algunos vendrán buscando refugio, otros traerán la violencia. Debemos mantenernos preparados. A los primeros le trataremos como hermanos, pero a los segundos deberemos hacerles frente, provocarles el mayor daño y si es posible, matarlos. Debemos pacificar nuestro entorno, si queremos un futuro para nuestros hijos.
― Capitán, con el máximo de los respetos, mis hijos están allí fuera y desde ahora le pido permiso para marchar.
― No es mi deseo el que lo hagas, pero he prometido a quien quiera dejar la base que se vaya. Piensa que desgraciadamente los viejos, las mujeres y los niños habrán sido los primeros en morir. Fuera de estos muros, hay anarquía. Dentro, hay futuro. Somos casi cien personas y aunque hay una clara desproporción de hombres, desde este momento, somos un pueblo soberano y como tal, defenderemos nuestra vida.
Dando por terminada la asamblea, llamó a un lado al teniente y en voz baja, le ordenó que después de limpiar los restos del comandante le diese sepultura sin honores.
Alvear, poniéndose manos a la obra, mandó a unos soldados que todavía no habían vuelto a sus puestos a hacerlo y volviendo junto a su superior, le dijo:
― Mi capitán, tiene que ir a la enfermería. Su pierna necesita cuidados. No podemos permitirnos perderle.
― Tienes razón― y apoyándose en sus brazos, dejó que le llevase hasta los servicios médicos.
La doctora del campamento al comprender hacia donde se dirigían, se les unió. Abriéndoles camino, ayudó a Alvear y demostrando una profesionalidad extraña en ese caos, limpió y cosió la herida del capitán sin mostrar la procesión que sin duda llevaba en el interior.
Observando el desempeño de la mujer, el capitán, decidió que tenía que evitar que se fuera, su puesto era vital y por eso al terminar, le preguntó:
― ¿Cómo se llama usted?
― Blanca, mi capitán.
― ¿Me permite tutearle? ― al asentir con la cabeza, envalentonado, prosiguió con el peculiar interrogatorio: ― ¿Estás casada?
La pregunta le pilló desprevenida. Sin saber a qué atenerse y con el rubor decorando sus mejillas, le contestó que divorciada.
― ¿Hijos?
Irritada al ser objeto de un cuestionario tan íntimo, mirándole a los ojos, la mujer contestó todavía no se lo había planteado y que le parecía una vergüenza que, viendo la situación, se tomara esas libertades.
Rodrigo Legorreta soltó una carcajada al advertir que le había malinterpretado y que había creído que tenía un interés personal en ella. Mascullando una disculpa, se explicó tuteándola por primera vez:
― Perdona, no era mi intención molestarte. Como podrás comprender debo velar por el bien de la base y quiero asegurarme de que te quedas. Necesito un médico, no una mujer, a mi lado ― creyó vislumbrar un reproche en los ojos de la sanitaria, pero obviando su significado, insistió: ― ¿Tienes pensado marcharte?
― ¡No estoy loca! Sé por su expediente que formaba parte de un cuerpo de operaciones especiales y si un miembro de élite del ejército las ha pasado canutas para sobrevivir, sería una insensatez pensar que yo podría hacerlo.
― Bien, pues no se hable más. Necesito para esta misma tarde un completo inventario de las medicinas y demás equipo del que dispones.
― Ya lo tengo― respondió la mujer: ― Si quiere puedo darle una copia inmediatamente. Soy médico, pero ante todo militar y por eso nada más contarme Isabel la conversación que mantuvo con usted, comprendí que iban a necesitarlo. Es mi deber decirle que intenté exponerle al comandante las necesidades, pero nunca tuvo tiempo de recibirme.
― Yo si tengo, así que empieza― contestó acomodándose en la silla…
Esa tarde, entre mi tía y yo dimos buena cuenta de Belén. Nuestra recién estrenada amante se comportó como una hembra ansiosa de sexo y no paro de exigirnos más hasta que tuvo sus dos agujeros casi descarnados. No sé la cantidad de veces que o bien Elena, bien yo o bien los dos juntos hicimos uso de ellos. Ya era bien entrada la tarde cuando viendo lo agotada que estaba, decidimos volver a casa.
―¿Os tenéis que ir?― preguntó mi exnovia al ver que recogíamos nuestras cosas.
Fue entonces cuando mi tía acercándose a ella y tras darle un beso tierno en la boca, dijo en su oído:
―Descansa ahora pero mañana te quiero ver en nuestro chalet. Los tres tenemos mucho que aprender y disfrutar.
La muchacha sonrió al escuchar de sus labios que quería prolongar ese trío durante el resto del verano y levantándose de la cama, nos acompañó hasta la puerta. Al salir, Elena me lanzó las llaves y a carcajada limpia me soltó:
―Tenemos que ir de compras.
Al mostrarle mi extrañeza por ese súbito deseo consumista, la hermana de mi madre, pasando su mano por mi entrepierna, contestó:
―Quiero darle una sorpresa a esa putita.
Por su tono supe que estaba pensando en una maldad y al interrogarle por sus motivos, me explicó que tenía muchas fantasías que cumplir y que Belén iba a ser nuestra conejilla de laboratorio. No tuve que ser un genio para comprender que deseaba usar a la morena de todas las maneras posibles y que si jugaba bien mis cartas, ese mes de agosto pasaría a la eternidad. Por ello, únicamente pregunté donde quería que la llevara:
―A un sex―shop ― respondió entre risas….
Tal y como se había comprometido, a la mañana siguiente Belén apareció por mi casa. Curiosamente, al abrirle la puerta, descubrí que estaba nerviosa y avergonzada. Al tratar de encontrar un motivo a esa actitud, comprendí que no habíamos tenido ocasión de hablar de lo que había pasado el día anterior y de cómo se había entregado a los dos en plan putón.
«No sabe cómo actuar después de lo de ayer», pensé, «tiene ganas de seguir pero no se atreve a plantearlo».
Dando tiempo al tiempo, la hice pasar a la cocina donde Elena estaba todavía desayunando. Mi tía nada más verla, la llamó a su lado y forzándole la boca con su lengua, le dio la bienvenida. La cría al sentir ese beso posesivo, se derritió como un azucarillo y casi llorando, le reconoció que tenía miedo que lo ocurrido hubiese sido un sueño y que no se volviese a repetir.
―Cariño, por eso no te preocupes― dijo mientras acariciaba los pechos de la recién llegada― en estas vacaciones, te vas a hartar de comer su polla y mi coño.
El gemido que surgió de su garganta fue una muestra clara que aceptaba el papel que le estaba encomendando y al saberse dueña de los destinos de la muchacha, la cuarentona forzó su entrega diciendo:
―¿Te parece que hoy juguemos un rato fuera de casa?
Al no saber que se proponía, Belén bajó la cabeza y sin mirarla a los ojos, muerta de miedo, respondió:
―Haré lo que me mandes.
Su respuesta, satisfizo a mi tía que cogiéndola del brazo se la llevó a la planta superior mientras yo daba buena cuenta del segundo café de la mañana. Sabiendo el jueguecito que tenía planeado, no me importó quedarme plantado en la cocina mientras ella preparaba a mi ex para lo que iba a acontecer. La media hora que tardaron en bajar y el rubor en sus mejillas me hicieron sospechar que Elena había aprovechado para darse un revolcón con Belén entre tanto.
―¿Listas?― pregunté haciéndome el despistado.
Mi tía supo que la había descubierto y pegando su cuerpo al mío, me pasó unos mandos mientras me decía:
―¿Te gustaría ver cómo funcionan?― tras lo cual, se puso al lado de la morena y levantando las dos faldas, prosiguió diciendo:―No ha sido fácil esconder los dos vibradores en nuestras bragas.
Descojonado, me acerqué a comprobar que ambas tenían incrustados sendos aparatos en el coño pero entonces obligando a que Belén se diera la vuelta, abrió sus nalgas y me enseñó que también le había colocado uno dentro del culo.
―¡Lleváis cada una dos!― sorprendido exclamé.
Muerta de risa, la hermana de mi madre contestó:
―Es hora que los pruebes.
Francamente interesado, sin saber cuál era, agarré el primer mando y tanteando los botones, encendí el que mi tía tenía inmerso en el ojete. El gemido de Elena me hizo saber que era el suyo y poniéndolo a plena potencia, probé el siguiente. Mi ex al sentir que su chocho y su culito se ponían a vibrar a la vez, aulló calladamente mientras se relamía sus labios con la lengua. Durante cerca de un minuto, jugueteé subiendo y bajando la fuerza de los aparatos hasta que la cuarentona con la respiración entrecortada, me pidió que los apagara:
―Si sigues así, ¡no esperaré a que nos lleves fuera de casa!
Comprendiendo que quería cumplir una de sus fantasías, accedí y silencié los suyos, dejando los de Belén funcionando aunque a un ritmo más bajo. Todavía no habíamos llegado al coche cuando percibí de reojo que mi ex estaba empezando a sufrir las consecuencias de esa estimulación dual:
«Está tan cachonda que hasta le cuesta caminar», pensé mientras incrementaba a propósito la velocidad del vibrador de su culo. La morena al experimentarlo, se tuvo que agarrar a la puerta para no caer. El orgasmo que sacudía su cuerpo era tal que tanto mi tía como yo pudimos observar cómo se estremecía y cómo partiendo de sus braguitas, brotaba un riachuelo que manchaba con flujo sus muslos.
―No seas capullo, déjala descansar― me advirtió sonriendo mi tía al ver la tortura a la que tenía sometida a la muchacha.
Sabiendo que tenía razón y antes de apagar los instrumentos, los puse a toda potencia durante unos segundos. El chillido de Belén nos hizo reír y abriendo la puerta del coche, susurré en su oído:
―¿Te ha gustado putita?
Antes de responder, cogió mi mano y la restregó contra su encharcado sexo y mordiéndose los labios, me contestó:
―Me has puesto como una moto. Te aseguro que me vengaré.
Por el tono, más que amenaza, era una promesa y por ello, mi pene reaccionó irguiéndose bajo mi pantalón deseando que hiciera efectivas sus palabras, me instalé en el asiento del conductor. Elena nada más ajustarse el cinturón de seguridad, me pidió que las llevara hacía el centro. Al preguntarle si quería algún sitio en especial, muerta de risa, me confesó:
―Llévanos a uno con mucha gente y a poder ser seria.
Su deseo no era sencillo de cumplir en una ciudad turística pero justo cuando ya me daba por vencido, recordé que había leído un cartel donde se anunciaban unas conferencias sobre historia. Imaginando que podría manipular la excitación de ese par en una sala casi en silencio donde no podrían mostrar los signos de su calentura, decidí dirigirme hacía allá. Al preguntar mi tía donde íbamos, me reí sin aclararle nada. En cuanto aparqué frente a la casa de la cultura, descojonada musitó entre dientes:
―Eres un pervertido. Aquí no podremos gritar.
Sus risas me confirmaron que le gustaba mi elección y por eso cogiéndolas de la cintura, entramos en ese local. La sala estaba casi repleta de público y por eso creí que no íbamos a poder sentarnos juntos cuando desde una esquina escuché que llamaban a Belén.
―¡Mis padres!― nos informó avergonzada.
Nos estábamos acercando a saludar al matrimonio cuando decidí aprovechar la circunstancia para putear a las mujeres y encendiendo los vibradores, les di un par de toques en el coño para que supieran cuales iban a ser mis intenciones.
―Ahora no― suplicó mi ex temiendo que sus viejos se percataran que algo ocurría.
En cambio mi tía no dijo nada y eso que producto de los mismos, sus pezones estaban como piedras bajo su blusa. Para desgracia de ambas, la presencia de los padres de Belén lejos de hacerme parar, incrementó el morbo que sentía y aprovechando que Elena estaba saludando a Don Nicolás, puse a toda potencia tanto el vibrador de su chocho como el de su culo. Para su desgracia, mi tía no pudo evitar gemir calladamente al notar la vibración y para colmo, el tipo creyó que algo le dolía e interesándose por ella, preguntó si le dolía algo.
―Estoy un poco mareada― comentó queriendo pasar el mal trago.
Lo que no había previsto fue que el padre de Belén al ayudarla a sentarse, le mirara el escote dando un buen repaso al canalillo formado entre sus dos peras. El brillo de sus ojos del cincuentón lo delató y ese descubrimiento incrementó su calentura, encharcando sin remedio el tanga que llevaba puesto. La humedad de su coño era tanta que Elena temió que traspasara su falda y que al levantarse todo el mundo pensara que se había meado y por eso se quedó sentada mientras el resto seguíamos charlando de pie. Muerto de risa le ataqué su sexo con una serie de sensuales vibraciones que la hicieron palidecer aún más.
―¿Seguro que te sientes bien?― insistió Don Nicolás al ver que las piernas de mi tía temblaban sobre su asiento.
La mujer se sentía incapaz de dejar de moverse aunque lo intentaba y por eso le contestó que tenía un poco de frio por el aire acondicionado. El hombretón asintió y sin saber que era lo que le ocurría a Elena, caballerosamente le preguntó si quería salir de esa sala tan gélida.
«¡Si supiera que lo que tiene esa zorra es calor!», pensé y sin inmutarme, programé los dos aparatos para que empezaran a vibrar acompasadamente. Cuando uno paraba, el otro comenzaba de forma que en ningún momento mi tía se sentía liberada.
El incremento de mi ataque la hizo retorcerse y creyendo que al salir de la sala, iba a perder la frecuencia y que con eso se pararía la tortura a la que la tenía sometida, nos pidió perdón y levantándose salió del acto. Lo que ninguno de los tres esperábamos fue que Don Nicolás creyendo que realmente mi tía se sentía mal, decidiera acompañarla.
En ese momento, quise acompañarles pero el padre de Belén, me dijo:
―Quédate con tu novia, yo me ocupo.
Que se refiriera a su hija como mi novia, me dejó anclado en mi sitio ya que entre ella y yo ya no había nada más que sexo. Fue entonces cuando su esposa interviniendo, nos preguntó que cuando habíamos vuelto a salir. Estaba a punto de negar esa relación cuando escuché a la aludida decir:
―Llevamos casi un mes.
La sonrisa de su madre me informó que me veía con buenos ojos y no queriendo defraudarla, pasé mi mano por la cintura de su hija mientras accionaba el mando para que sufriera un ataque igual al que había lanzado sobre mi tía. Pero entonces y al contrario de lo que hizo mi familiar, esa zorrita pegando su cuerpo al mío, susurró en mi oído:
―Me encanta que seas tan malo.
Su ronroneo fue una declaración de guerra y aprovechando que el acto empezaba me senté entre ella y su madre para así poder actuar más libremente. La fortuna se alió conmigo cuando al poco de empezar a hablar, el conferenciante apagó las luces de la sala para que viéramos mejor las diapositivas de su charla. La exigua iluminación me dio ánimos para mientras ponía sus consoladores a plena potencia, posar mi mano sobre uno de sus muslos.
Doña Aurora, su madre, ajena al placer que estaba demoliendo las defensas de su hija, me estaba preguntando cuando llegaban mis viejos, justo en el instante que su retoño cogía mi mano y se la llevaba a su entrepierna.
―Este año dudo que vengan. Mi padre está a tope de trabajo― contesté al tiempo que con un dedo separaba la braga de Belén y me ponía a pajearla.
La guarrilla de mi ex al experimentar esa caricia, separó sus rodillas de par en par para facilitar mis maniobras mientras su progenitora charlaba animadamente con el que consideraba su yerno. El morbo de estar masturbando a su hija frente a esa señora me hizo hundir una yema en el interior de su vulva hasta tocar el aparato que llevaba incrustado. Al hacerlo decidí sacarlo y usando dos de mis dedos lo extraje de su interior para acto seguido empezar a usarlo como estoque con el que acuchillar su chocho.
Belén no pudo acallar un gemido cuando notó que la estaba follando con ese dildo pero reponiéndose al momento, siseó en mi oreja:
―Fóllame como tú sabes.
Aunque no me hacía falta su permiso, su entrega facilitó las cosas y al tiempo que contestaba una nueva pregunta de Doña Aurora, comencé a meter y a sacar ese falo de plástico de su coño. LA velocidad que imprimí a esa acción provocó el orgasmo de la morena que sin poderlo evitar se corrió calladamente mientras yo disimulaba mi erección con el folleto de la conferencia.
―Sabes hijo, me encanta que hayáis vuelto a salir― me confesó su madre: ―Últimamente, no me gustaban las compañías de Belén.
Esa confesión me interesó y dejando momentáneamente el sexo de la morena en paz, pregunté a su madre a qué se refería. La señora se dio cuenta que había sido imprudente y por eso tuve que insistir para que exteriorizara sus dudas:
―Las amigas de universidad de mi hija creo que son lesbianas.
Soltando una carcajada, reinicié mi ataque contra el coño de la aludida mientras calmaba a su madre diciendo:
―Le puedo asegurar que su hija no se comporta como tal conmigo.
Esa media verdad tranquilizó a la señora y digo media verdad porque no en vano la noche anterior había sido testigo de cómo Belén hundía su cara entre las piernas de mi tía. Para entonces la morena estaba nuevamente a punto de correrse y llevando mi mano hasta su pecho, di un duro pellizco en uno de sus pezones mientras oía como Doña Aurora me contestaba:
―No sabes cómo me alegra el oírte. No tengo nada contra esas niñas pero prefiero que salga contigo aunque seas un poco golfo.
Al escuchar esa frase me fijé que sin cortarse esa cuarentona estaba señalando el bulto de mi entrepierna y completamente colorado, intenté disculparme pero entonces esa cuarentona murmuro en mi oído:
―No te preocupes. Para mí es un alivio verte calentar a mi hija y que ella disfrute.
«¡Joder con la vieja!», exclamé mentalmente al saber que no había conseguido engañarla pero que en vez de enfadarse alentaba esa actuación. Mi ex novia que ya se había corrido al menos dos veces y que no sabía que su madre se había dado cuenta, llevó su mano hasta mi bragueta y sin cortarse un pelo, la bajó introduciendo su mano dentro de mi pantalón. Doña Aurora al observar que su retoño me empezaba a pajear, no dijo nada y retirando su mirada, se concentró en la charla aunque bajo su camisa, dos pequeños bultos la traicionaron mostrando su propia calentura.
Cortado y excitado por igual, estaba perplejo tanto por la actitud permisiva de esa señora como por la lujuria de su cría y sin poder hacer nada más que dejar que siguiera su curso, me acomodé en mi silla para disfrutar del modo en que la mano de Belén ordeñaba mi miembro. La morena imbuida por la lujuria que sentía, aceleró la velocidad con la que me pajeaba mientras al otro lado su vieja miraba de reojo sus maniobras. La sonrisa de sus labios al notar que me corría incrementó todavía más mi morbo y dejándome llevar alcancé un brutal orgasmo mientras el conferencista terminaba su exposición. Os juro que solo me dio tiempo de acomodarme la ropa antes que encendieran las luces.
Todavía caliente y avergonzado me tocó acompañar a esa señora fuera del local para encontrar a su marido y a mi tía hablando animadamente en una terraza. Don Nicolás al vernos salir, se acercó a su esposa y dando un beso en su mejilla, se disculpó diciendo que se había perdido la charla por la indisposición de Elena. Su señora estaba tan contenta de que su niña no fuera de la otra acera que no advirtió la mancha blanca que su marido lucía en sus pantalones. Mancha de semen que yo sí vi y aprovechando que mi ex novia estaba despidiéndose de ellos, me acerqué a mi tía y haciéndome el celoso, le pregunté:
―¿Te has tirado al padre de Belén?
La muy puta sonriendo, contestó:
―Dos veces.
Su desparpajo al reconocerlo, me hizo reír y aunque resulté extraño de creer, me alegré porque de esa forma la hermana pequeña de mi madre me acababa de demostrar que había conseguido borrar todos sus problemas con los hombres y haciéndole una confidencia, le conté lo ocurrido dentro del salón de actos y cómo Doña Aurora se había sentido encantada de que su hija estuviera con un hombre en vez de con una mujer.
Al terminar de contárselo, Elena soltó una carcajada y cogiéndome de la cintura me llevó hasta Belén. Ya con sus dos amantes bajo el brazo, nos preguntó:
―¿A dónde os apetece ir?
Ni que decir que los dos respondimos al unísono que a follar a casa.
————————————-
Ya en el chalet, Belén me asaltó y en connivencia con Elena, ni siquiera había cerrado la puerta cuando se lanzó sobre mí. Sin esperar a que mi tía entrara, izándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo empujón la penetré hasta el fondo.
La morena chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro y deseando ese castigo, apoyó sus manos en mis hombros para profundizar la penetración. Mi glande chocó contra la pared de su vagina al conseguir que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior. Casi sin lubricar, su estrecho conducto presionó fuertemente mi verga al entrar y sin esperar a acostumbrarse, comenzó a empalarse una y otra vez, olvidado el dolor que le provocaba esa cruel penetración.
Las lágrimas de sus ojos me hicieron saber que estaba desgarrándola y fue entonces cuando mi tía me pidió que esperara a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Pero Belén contrariando las órdenes de Elena me gritó como posesa que la tomara y que no tuviera piedad.
―Me tienes hirviendo― soltó mientras usaba mi sexo como ariete con el que demoler sus defensas.
Los gemidos y los aullidos de mi ex se incrementaron al ritmo con el que hoyaba su interior y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas. Mi tía colaboró conmigo mamando de los pechos de la cría mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo caliente que se había puesto la muchacha y lo mojada que estaba. La enorme facilidad con la que mi pene salía y entraba de su sexo, me hizo saber pensar que no tardaría en correrse.
Deseando dar cabida a Elena, le pedí que se sentara en la mesa y dando la vuelta a Belén, puse su cara en contacto con el chocho de mi pariente. Mi ex al ver los pliegues de mi tía a escasos centímetros de sus labiós, sacó su lengua y empezó a recorrerlos mientras yo la volvía a penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo con el que me follaba a la morena.
Elena aulló como una loba cuando sintió como los dientes de mi ex torturando su clítoris y totalmente fuera de si, clavó las uñas en la espalda de la muchacha como buscando aliviarse la calentura. Ese arañazo consiguió que se incrementara la lujuria de nosotros dos y mientras Belén chillaba como una loca, cogí sus tetas como agarre y comencé a galopar desenfrenadamente sobre ella.
―Dale duro. ¡Que sienta que es nuestra!― pidió mi tía al verme.
Olvidando toda precaución, forcé su coño con mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. Ella al sentir la forma en que eso la desgarraba aulló de dolor y de gozo. Sus lamentos me hicieron explotar y cuando rellené su cueva con mi semen, ambas mujeres se unieron a mí, azotadas por el placer.
Agotado me desplomé sobre Belén sin sacársela y mi victima hizo lo propio sobre Elena mientras sufría los últimos estertores de su clímax.
―Vamos a la cama― nos pidió la cuarentona en cuanto comprobó que nos habíamos recuperado un poco.
De la mano de ellas dos, fuimos a mi habitación donde comprobé que mi pariente no nos iba a dejar descansar porque nada más llegar, abrió un cajón y sacando un arnés, se dirigió a Belén diciendo:
―¿Cómo quieres que te follemos tus dos agujeros?…
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
Descubrí a mi tía viendo una película porno 4
Después de años de abstinencia, producto de unos complejos absurdos que le habían hecho vivir una existencia sin sexo, mi tía se sentía liberada y feliz al ir descubriendo las distintas facetas de su sexualidad conmigo. Desde que la descubrí viendo una película porno, ha dado rienda suelta a sus fantasías y no solo se ha acostado conmigo sino con Belén y con el padre de esta última.
Decidida a recuperar el tiempo perdido, estaba acurrucada a mi lado cuando al pensar en cómo había cambiado su existencia, supo que jamás volvería a ser la mojigata de antes y sonriendo me empezó a acariciar. Aún dormido, mi pene reaccionó a sus mimos y poco a poco fue poniéndose erecto ante la mirada satisfecha de esa mujer. Al alcanzar el tamaño deseado, se puso a horcajadas sobre mí y colocando mi glande entre los pliegues de su sexo, se fue empalando lentamente.
Al sentirlo me desperté y me quedé pasmado al comprobar la mirada de lujuria con la que la zorra de mi tía me recibió. Como estaba medio dormido, me dejé usar durante un par de minutos hasta que ya espabilado, cogiendo sus nalgas entre mis manos, colaboré con ella metiendo hasta el fondo el resto de mi miembro. Elena al sentir que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina, pegó un aullido de placer y como si fuera yo su montura, comenzó a cabalgar sobre mí buscando que su cuerpo disfrutara nuevamente del placer de ser mujer.
-La zorrita se ha despertado con ganas de juerga- comenté jocosamente al comprobar el volumen de sus berridos.
-¡No lo sabes bien!- fue lo único que alcanzó a decir la hermana de mi madre antes de empezar a sentir que un orgasmo le atenazaba la garganta.
Con su chocho convertido en grifo antes de tiempo, la mujer que durante años se había comportado como una monja, comprendió que en solo dos días se había vuelto adicta a mí y mientras se corría, comenzó a reír a carcajadas.
Sus risas me hicieron saber que disfrutaba con mi pene inserto en su cuerpo y que era feliz sintiéndose mía. Sabiendo que esperaba de mí, cogí sus pechos entre mis manos y llevándolos hasta mi boca, me puse a mamar de ellos mientras le decía que tenía unas tetas queme volvían loco.
Mi comentario incrementó su lujuria y ya sin pausa, se puso a saltar usando mi verga como el extintor con el que apagar el incendio que sufría y moviendo sus caderas se echó hacia atrás para darme sus pechos como ofrenda. La visión de sus pezones, contraídos por la excitación, fueron el acicate que necesitaba y usando una de mis manos, puse uno de sus senos en mi boca.
Elena gritó al notar que mis dientes se cerraban cruelmente sobre su pezón y agarrando mi cabeza, me exigió que siguiera diciendo:
-¡Muérdeme más!
Su entrega era total y viendo que había aminorado el ritmo con el que se empalaba, tuve que ser yo quien, asiéndola de su culo, la ayudara a sacar y meter mi sexo dentro del suyo. Al percatarse que ya no le era tan cansada esa postura, se puso como loca y acelerando sus maniobras, explotó derramando su flujo sobre mis piernas. Los gemidos de placer de esa mujer me espolearon y como un joven garañón, galopé en busca de mi orgasmo.
En mi mente, ella no era mi tía sino mi hembra y yo, su semental. Siguiendo el dictado de mi instinto busqué esparcir mi simiente en su campo. Con el coño completamente mojado, Elena disfrutó cada vez que mi pene rozaba los labios de su vulva y rellenaba su vagina. Su orgasmo estaba siendo sensualmente prolongado por mis maniobras, llevándola del placer al éxtasis y vuelta a empezar. Clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que me corriera, que necesitaba sentir mi eyaculación en su interior.
Ese arañazo derribó mis defensas y pegando un grito, deje que mi tallo explotara dentro de su vagina. Mi tía al sentir los cañonazos de semen en su conducto, chilló de placer riendo.
-¡Cómo me gusta ser tan zorra!- comentó satisfecha dejándose caer a mi lado.
Una vez había desahogado sus ganas, se quedó dormida en la cama. Aprovechando su descanso, me puse a observarla. Su melena morena cayendo sobre la almohada, dotaba a esa madura de una sensualidad difícil de describir pero para colmo esos enormes pechos eran tan duros que aunque estaba acostada boca arriba, seguían como por arte de magia apuntando al techo.
«La vieja tiene un polvo», pensé mientras recordaba en que habíamos quedado con Belén para ir a la playa a tomarnos fotos que inmortalizara nuestra extraña relación…
El book erótico con la persona no esperada.
Dos horas más tarde, me senté a su lado y la empecé a acariciar con el propósito de despertarla. Mi tía al sentir mis manos por su cuello, se despertó y viendo que estaba vestido, me pidió que me desnudara y que volviera a la cama.
-Levántate, hemos quedado- comenté mientras mis yemas se apoderaban de uno de sus pezones.
Su areola, se contrajo dando muestra clara de su excitación y tratando de forzar su calentura para que fuese bien calentita la playa, llevé mi boca hasta su pezón. Elena creyendo que quería hacerle el amor, intentó llevarme nuevamente entre sus brazos pero dando un suave mordisco, le reiteré que se levantara.
-Todavía tenemos tiempo para otro polvo – dijo con voz sensual al tiempo que cogía mi polla entre sus dedos -¿No te apetece volver a tirarte a la zorra de tu tía?
Muerto de risa al ver el monstruo en que se había convertido, la cogí entre mis brazos y llevándola hasta la ducha, le dije:
-No debemos hacer esperar a Belén.
Diez minutos después, Elena salió del baño todavía enfadada por no haber cedido a sus deseos y sin dirigirme la palabra se puso a vestir. Cuando hubo terminado, comprobé que el resultado no podía ser más satisfactorio. Aprovechando que íbamos ir a una cala casi desierta, mi tía se puso un bikini tan escueto y sensual que tuve que reconocer que resaltaba la perfección de sus formas.
«Será una puta pero está buena», sentencié mentalmente al admirar su cuerpo maduro.
La hermana de mi madre se percató de mi mirada y sonriendo me dijo que ya estaba lista por lo que con la cámara de fotos colgada en mi cuello, la llevé hasta su coche y ya en él, me dirigí hacía la playa donde habíamos quedado con mi ex novia.
-Me has dejado cachonda- protestó rompiendo el silencio..
-Más te vas a poner- respondí señalando la cámara.
Debió de comprender que tenía planeado porque poniendo una expresión pícara, me soltó:
-Mi sobrino es un pervertido.
Al mirarla, me fijé en que sus pezones se le habían erizado. Su reacción me sorprendió. Aunque sabía de su facilidad para calentarse pero aun así el que la perspectiva de ser fotografiada la pusiera cachonda, me pilló desprevenido. Intentando confirmar su calentura, dije:
-Aprovechando que estaremos solos, os voy a hacer a Belén y a tí un book erótico.
Mi tía al oír mis intenciones sonrió con la idea de tomarles fotos de carácter porno y con tono divertido me preguntó si mi ex novia lo sabía.
-Claro- respondí- esa zorrita fue la que me dio la idea. Quiere tener un recuerdo de este verano.
Sin ocultarle nada, le conté que había aceptado hacer ese reportaje porque al tenerlo grabado, tendríamos bien atada a esa morena para que no se le ocurriera contar nada de nuestra relación incestuosa. Mi plan le hizo gracia y queriendo formar parte de ello al llegar a nuestro destino, me preguntó:
-¿Qué quieres que haga?
-Follártela mientras yo tomo las fotos.
-¿Nada más?- insistió poniendo cara de perra en celo.
La expresión de cara me informó que quería incluirme en dicho reportaje, Descojonado no contesté y me puse a bajar las cosas del coche. La playa y tal y como había previsto estaba desierta y viendo que Belén todavía no había llegado, extendimos nuestras toallas cerca de unas rocas.
Más de media hora después, creí que mis planes se habían ido al garete cuando vi que no era Belén, la que se acercaba a nosotros sino su madre. Tratando que no se me notara la decepción, me levanté a saludarla.
-Buenos días, Doña Aurora. ¿Dónde ha dejado a su hija?- pregunté marcando las distancias.
-Llámame Aurora, el doña me hace sentir vieja- comentó dejando caer su bolso al lado de nuestras toallas y mientras extendía la suya, contestó a mi pregunta diciendo: -Belén se ha tenido que ir con su padre y como aquí no hay cobertura, he decidido venir personalmente para no dejaros plantados.
Tras lo cual, se despojó del vestido que llevaba puesto, dejando comprobar tanto a mi tía como a mí que tenía un cuerpo al menos tan apetecible como el de su retoño. Embutida en un sugerente bikini, esa cuarentona estaba de lo más apetitosa.
«¡Coño! ¡Menudos melones!», valoré al revisar de reojo el tamaño de sus pechos. Eran tan enormes que involuntariamente mi miembro se endureció solo con pensar en que se sentiría teniéndolos en la boca.
Esas ubres tampoco pasaron desapercibidas a mi tía que comiéndola con los ojos, les dio un buen repaso antes de preguntar si alguien la acompañaba a darse un chapuzón. La erección que sufría me impidió acompañarla y por eso me tuve que quedar tumbado boca abajo mientras salía corriendo rumbo a la orilla.
Para mi mayor confusión la cuarentona al ver que nos quedábamos solos y mientras se echaba crema en ese par de monumentos, soltó:
-Por cierto, me divirtió comprobar que mi hija no es lesbiana. Aunque te reconozco que nunca me esperé de ti que fueras capaz de ponerla cachonda en mi presencia.
Rojo como un tómate, me la quedé mirando totalmente avergonzado. Estaba a punto de pedirle perdón cuando esa señorona bajando la voz me confesó que llegando a su casa, había interrogado a su niña por nuestra relación.
-¿Y qué te dijo?- pregunté.
Aurora, incrementando mi turbación, soltó una carcajada mientras respondía:
-Según esa zorrita, es solo sexo lo que os une.
Os juro que en ese momento no sabía dónde meterme e incapaz de contestarle, me quedé callado mientras ella seguía comentándome que Belén le había reconocido que conmigo disfrutaba en la cama como nunca antes.
«No me jodas, ¡le ha contado todo!», mascullé entre dientes al verme cazado y sin vías de escape. Temiendo interiormente que esa mujer le fuera con el cuento a mi madre y que así se enterara de lo que hacía con su hermana, decidí entrar al trapo diciendo:
-Tu hija es muy exagerada. No soy para tanto.
Aurora percatándose del mal trago que estaba pasando, juzgó que todavía no era suficiente y lanzándome el bote de la crema, me soltó:
-Ponme bronceador, ¿no querrás que tu suegrita se queme?
Reconozco que no me esperaba ni el tono meloso con el que lo pidió y menos que tumbándose boca abajo sobre la toalla, se quitara la parte de arriba del bikini, de forma que tuvo que ser también Aurora la que me sacara de la parálisis en la que me había instalado al decirme con los ojos cerrados.
-¿Qué esperas?
Viéndome abocado al desastre, me eché un buen chorro en la mano y tanteando el terreno, comencé a esparcirla por sus hombros. La actitud de esa cuarentona me tenía desconcertado porque parecía estar tonteando conmigo pero el saber que era la madre de Belén me cohibía.
-Me encanta- susurró al sentir mis dedos dando un suave masaje a los músculos de su cuello.
Para entonces, mi mente era un torbellino. Esa mujer era amiga de mi vieja y por tanto inalcanzable pero su proceder era el de un zorrón desorejado. No sabiendo a qué atenerme, decidí seguir untando la crema y que fuera ella quien diera el siguiente paso, si es que quería darlo. Actuando como si nada, dejé sus hombros y bajando por su cuerpo, cogí el bote y directamente eché bronceador por su espalda, formando un camino.
Aurora suspiró al notar el frescor sobre su piel pero no dijo nada por lo que me puse a esparcirlo, valorando en su justa medida el buen estado físico en que se conservaba.
«¡Tiene un par de polvos!», me dije mientras mis yemas recorrían su anatomía.
Habiendo embadurnado con suficiente crema su espalda, creí que mi función había acabado y me separé de ella, bastante más afectado de lo que me gustaría reconocer porque no en vano, esa mujer estaba buena. Al percatarse que me alejaba, protestó diciendo:
-Me falta el trasero, ¿no pretenderás que se me queme con tanto sol?
Muerto de vergüenza, volví a su lado y antes de empezar me quedé mirando el culo que tenía que untar. Mordiéndome los labios, comprendí que me iba a resultar imposible no ponerme bruto si tenía que echar crema a esos dos cachetes porque a pesar de sus años, esa mujer lo tenía espléndido. No queriendo parecer ansioso por tocárselo, comencé a embadurnarlo solamente con las yemas sin apoyar la palma, no fuera a ser que se sintiera molesta pero entonces con tono duro, Aurora me exigió que usara toda la mano para que no le quedara marca.
«¿De qué va esta tía?», me pregunté al saber que estaba haciéndome pasar un mal rato apropósito.
Obedeciendo me puse a untar su trasero sin cortarme, esperando que fuera ella quien se turbara al notar la friega descontrolada que hice sobre sus nalgas. Lo que no me esperaba fue que separando sus rodillas, me pidiera que recogiera la tela de su bikini para no mancharla.
«No te cortes, si es lo que quiere ¡hazlo!», sentencié mientras retiraba la parte de debajo de su bañador.
Al hacerlo, me permití recorrer los bordes de su ojete y fue entonces cuando sorprendiéndome por enésima vez, Aurora se incorporó y sacándolo por los pies, me dijo al tumbarse nuevamente:
-Mejor así. Sigue que me gusta lo pillo que eres.
Sus palabras fueron la confirmación que era una zorra y que deseaba que le diese el mismo trato que a su hija y por eso derramando suficiente crema por la raja de su culo, me puse ya sin reparos a disfrutar de ese trasero. Magreando con descaro sus nalgas, las abrí para contemplar por vez primera el inmaculado ojete de la mujer.
«Nunca se lo han roto», pensé ya excitado y queriendo verificar los límites de esa mujer, crucé la frontera de lo moralmente aceptable, hundiendo una de mis yemas en él.
El gemido de placer que surgió de su garganta me confirmó que esa mujer había venido a la playa a que me la tirara y por eso no solo no se lo saqué sino que usé mi otra mano para tomar posesión de su clítoris. Relajando su culo al tiempo que empezaba a masturbarla, busqué a mi tía. Fue entonces cuando descubrí que desde las rocas, Elena estaba inmortalizando el momento con mi cámara. «Ha debido cogerla sin que nos diéramos cuenta», medité mientras hundía un segundo dedo en el rosado esfínter de la mujer.
-Dios, ¡cómo me gusta!- aulló la cuarentona ya totalmente cachonda por el doble estímulo al que la estaba sometiendo.
Sabiendo que no tardaría en correrse, incrementé la velocidad de mis incursiones mientras me acomodaba de forma que Elena pudiera obtener las mejores instantáneas de lo que iba a suceder. Quitándome el bañador, separé las piernas de la mujer y cogiendo mi pene, me puse a juguetear con el sexo de la madre de Belén al mismo tiempo que introducía un segundo dedo en su culo.
-Tómame- imploró con su rostro transformado por la lujuria al experimenta el modo en que mi glande se iba abriendo paso entre sus pliegues.
El morbo de saber que nos estaban fotografiando me puso a mil y con un duro movimiento de caderas hundí mi verga en el coño de Aurora. Al tenerlo encharcado, entró con facilidad hasta chocar con la pared de su vagina.
-¡Dame polla! ¡Hazme gritar como a una puta!- rugió la cuarentona al notarse invadida. Tras lo cual moviendo su trasero se empezó a meter y a sacar mi pene de su interior a una velocidad inusitada.
La velocidad que esa zorra imprimió a sus movimientos me dejó clarísimo que su marido la tenía desatendida pero su afán por ser tomada era tan grande que buscando su placer, me hizo daño.
-Tranquila, ¡coño!- grité al sentir que si seguía a ese ritmo me iba a romper mi pene. Al ver que no respondía y seguía descontrolada, le di un duro azote en su culo diciéndole: -¡Te he dicho que más despacio!
Aurora relinchó al sentir el azote y chillando me pidió que no parara. Al comprobar su entrega, decidí ir en busca de mi placer y cambiando de postura, agarré la melena de la rubia y renovando mis azotes, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la enervó y todavía con más ardor me exigió que siguiera castigando sus nalgas.
-¡Fóllame duro como a mi hija!- aulló con su respiración entrecortada por el placer.
Riéndome de ella y susurrando en su oído lo puta que era seguí cabalgando su cuerpo mientras desde las rocas Elena dejaba para la posteridad grabado en la memoria de la cámara.
Como todavía no quería correrme, incrementé el ritmo de mis cuchilladas para conseguir sacar de su cuerpo un orgasmo que recordara en el futuro. Ejerciendo una autoridad que nadie me había dado exigí a Aurora que se masturbara al mismo tiempo. La cuarentona no se hizo de rogar y cumpliendo mi mandato, llevó su mano hasta su clítoris y lo empezó a pellizcar al compás de la follada.
El doble maltrato llevó a la mujer hasta el límite y obteniendo un placer descomunal, se corrió empapando mis piernas con su flujo. Sus chillidos fueron la gota que azuzó a mi tía, que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, a acercarse. Al verla llegar con haciendo una foto tras otra la sonreí y levantando la cabeza de mi presa, le señale la presencia de Elena, diciendo:
-Todavía no hemos acabado, zorrita.
Al percatarme que la recién llegada estaba dejando constancia de su infidelidad, intentó separarse pero reteniéndola con mis brazos, cambié de objetivo y de un solo arreón le metí mi pene hasta el fondo de su culo.
-¡Sácamela!- gritó al experimentar por primera vez su ojete invadido. -¡Me duele!
Sus lamentos lejos de acerme retroceder, me dieron alas para forzando hasta lo indecible ese rosado esfínter, comenzar a machacar sus intestinos con mi verga.
-Te aconsejo que te relajes- murmuró mi tía mientras enfocaba para tomar un primer plano del momento.
Los pezones de Elena marcándose bajo el bikini me confirmaron que se estaba viendo excitada por la escena. Al fijarme en su parte de abajo, una mancha oscura ratificó su calentura y aunque me apetecía que participara, bastante tenía con mantener aferrada a la madre de Belén mientras seguía solazándome en su culo.
Paulatinamente, Aurora fue aceptando su derrota y gracias a ello, dejó de debatirse y sin darse cuenta empezó a disfrutar. Al irse diluyendo el dolor y ser sustituido por el place hizo que la cuarentona se viera inmersa en un mar de sensaciones nuevas hasta que admitiendo su destino, me confeso con lágrimas sus ojos que le estaba gustando.
-Lo sé. De tal madre tal hija. A Belén tampoco le apetecía que le rompiera su culo pero al final gozó como una perra- contesté viendo su entrega.
La mención a su retoño incrementó la temperatura de su cuerpo y ya sin ningún tipo de recato, me rogó que la tratara como a ella.
-¿Eso quieres? ¿Estás segura?- pregunté muerto de risa- ¡Te aviso que tu hija es muy zorra!
Desbocada, me respondió:
-¡Yo lo soy más!
Al escucharla, solté una carcajada y llamando a mi tía a participar, mordí la oreja de Aurora mientras le decía:
-Tu niña es bisexual y le encanta comerse el coño de Elena mientras la tomo.
Elena sin esperar la respuesta de la mujer, se acercó a ella y agachándose en la toalla, puso los pechos de la cuarentona en su boca y los empezó a mamar. Os confieso que me alucinó la reacción de la señora porque sin importarle que fuera una fémina quien estuviera mordiendo sus pezones, gimió de placer al tiempo que me insistía en que reanudara el asalto sobre su culo.
-¡Sigue!- suplicó al sentir los dientes de mi familiar mordisqueando sus areolas.
Durante un rato, use su trasero como frontón mientras Elena se conformó con los pechos de nuestra víctima pero viendo que había conseguido vencer sus reparos iniciales y que Aurora estaba disfrutando, tumbándose en la toalla, siguió bajando por su cuerpo y llegando hasta su sexo separó los labios de su vulva, tras lo cual, se apoderó de su sexo con la boca.
-¡Me encanta!- suspiró aliviada al asimilar que la boca de esa mujer le gustaba.
Esa confesión dio a mi tía el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla hasta su enésimo orgasmo. De rodillas, sobre la toalla y con la arena pegada a su piel, Aurora se corrió con mi pene incrustado en su culo y con la lengua de una mujer, recorriendo su sexo.
-¡Malditos! ¡No aguanto más!- chilló descompuesta.
La derrota de la madre de Belén fustigó mi pasión y llevando mi ritmo a unos extremos brutales, acuchillé su interior sin parar. El colmo fue ver que mi tía usaba sus manos para satisfacer su propia lujuria e incapaz ya de parar, busqué liberar mi tensión vía placer. La explosión con la que sembré sus intestinos, se derramó y saliendo por los bordes de su ano, empapó con su blanca simiente no solo las piernas de Aurora sino las mejillas de mi familiar.
Esta al advertir que había terminado, usó la fuerza bruta para abrirle los dos cachetes y con verdadera sed, se puso a beber mi semen.
-La leche de mi sobrino es mía- chiiló al tiempo que la recolectaba con la lengua.
Aurora disfrutó como una perra de los lengüetazos en su culo y prolongando su orgasmo, le imploró que no dejara de lamerla. Elena la hizo caso y se mantuvo recorriendo el ano de la cuarentona hasta que confirmó que no quedaba ningún rastro de lefa en él.
Por mi parte, tumbado sobre la arena, vi como al terminar, esas dos mujeres se quedaban abrazadas entre ellas mientras se reponían del esfuerzo. Durante unos minutos fui testigo de sus carantoñas hasta que con ganas de reiniciar las hostilidades, Aurora sonrió y nos dijo:
-Tengo que confesaros un secreto.
Por su tono, comprendí que no me iba a cabrear por ello pero en cambio a Elena le pudo la curiosidad y por eso le preguntó cuál era. Aurora, la madre de Belén y amiga de mi propia madre, se acurrucó entre nuestros brazos antes de decirnos:
-¡Fui yo quien insistió que mi hija acompañara a su padre porque quería que esto ocurriera!
Aniversario
Hola chicos y chicas, tengo 2 relatos en el tintero, uno casi a punto de terminar pero esto lo escribo de rápido por qué me sucedió el viernes 25 de Octubre, casi casi aún puedo sentir el olor en mí.
¡¡¡¡¡No sé qué hacer!!!!!
Para contactar con Paulina, la autora, mandadla un email a:
Esa tarde entendí en qué zorra en que se había convertido realmente mi tía cuando en la tranquilidad de nuestra casa y mientras veíamos la tele, me preguntó:
-¿Cuándo terminen estas vacaciones seguiremos viéndonos?
Creí que lo que realmente estaba queriendo saber es si ya en Madrid nuestra incestuosa relación continuaría. Por ello, cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, apreté el pezón mientras contestaba:
-¿No te apetece ya joder con tu sobrino?
Pegando un gemido, se pegó a mí y bajando mi bragueta, sacó el miembro que se escondía en su interior mientras insistía:
-Sabes que moriría antes de dejar de follar contigo, pero me refería si seguiremos en contacto con ese par de putas.
-Eso depende de ti- respondí sintiendo que aferraba mi pene entre sus dedos y comenzaba a pajearme.
Durante un minuto se concentró en conseguir que me excitara con el lento vaivén de su muñeca hasta que viendo que me tenía ya en plan verraco, me confesó:
-Creo que sí. Es más estaba pensando en juntarlas y obligarlas a ser putas a nuestro servicio.
Al escucharla, visualicé en mi mente a la madre y a la hija comiéndose entre ellas. Esa escena me provocó una total erección que usó mi tía para soltarme el bombazo:
-Quiero convertirlas en nuestras sumisas para comprobar sus límites y hasta donde están dispuestas a llegar.
Dejé que diera un primer lengüetazo a mi glande antes de preguntar como pensaba vencer su natural reluctancia a dar ese paso. Muerta de risa, contestó:
-Por medio del chantaje. Tenemos suficiente material gráfico para destrozar sus vidas si se niegan.
Tras lo cual, zanjó el tema separó sus labios e introdujo mi verga hasta el fondo de su garganta…
Nuestra primera víctima se suponía que iba a ser Aurora
Tras mucho discutirlo, decidimos que la más vulnerable de las dos era la madre porque era la que tenía más que perder si se revelaba su infidelidad. Acostumbrada a un alto nivel de vida, su marido la echaría de su lado si descubría que no solo se había tirado al novio de su hija sino que también había yacido con una mujer.
-Te lo aseguro, ¡esa puta haría lo impensable por que no saliera todo a la luz!- recalcó Elena- ¡Imagínate que pensaría de ella sus amistades viendo como me come el coño!
Asumiendo que tenía razón, no estaba del todo convencido porque de alguna manera su marido también había estado con mi tía y eso era un punto a tomar en cuenta. Al insistir en ello, quedamos en que debíamos profundizar en su emputecimiento antes de intentar chantajearla.
-Déjame que piense cómo hacerlo- dijo quedándose en silencio.
Al cabo de media hora, sonrió y me dijo:
-Ya lo tengo pero para ello, deberás dejarme sola con Aurora esta tarde.
-¿Quieres que me vaya?- pregunté ya interesado y antes que contestara, insistí diciendo: -¿Qué has pensado?
Descojonada se negó a anticiparme sus planes y echándome de la casa, me prohibió que retornara hasta que ella me avisara. Picado por la curiosidad, no me quedó más remedio que obedecer y no teniendo otra cosa que hacer decidí invitar al cine a Belén para así dejarle campo libre con su madre.
Mi exnovia desconociendo mis intenciones aceptó de inmediato y por ello, tres cuartos de hora después estábamos haciendo cola a las puertas del local donde echaban la película que íbamos a ver.
Mientras esperábamos que las personas que nos precedían en la fila compraran sus entradas, Belén me confesó que su vieja le había interrogado acerca de nuestra relación y que para evitar que sospechara que también se acostaba con Elena, le había tenido que reconocer parte de nuestros encuentros.
-¿A qué te refieres?- quise saber.
Avergonzada me explicó que le había contado que no me conformaba con el sexo normal sino que me volvía loco follármela analmente.
-O sea, me echaste la culpa a mí de la zorra en qué te has convertido.
Bajando la mirada y con el rubor cubriendo sus mejillas, contestó afirmativamente con la cabeza.
-¿Qué más le dijiste?- susurré en su oído mientras tocaba descaradamente su culo.
Reteniendo un gemido por la excitación que le producía que la magreara en mitad de tanta gente, ronroneó antes de desembuchar que Aurora se había dado cuenta que la había masturbado en público y que al decírselo, también le había sacado que la ponía bruta el ser exhibicionista.
Aunque sabía de ese pecado, el oírlo de sus labios me indujo a incrementar su calentura tomando un pecho entre mis manos ante la reprobación de nuestro entorno. Las miradas duras de los padres y madres de familia lejos de cohibirla, azuzaron su lujuria y ya sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
-Eres la más cerda que conozco- respondí al tiempo que cumplía sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que los cuchicheos se convirtieron en insultos y no queriendo que la situación empeorara, preferí perderme la película a llegar a las manos. Ya nos íbamos pero entonces Belén comportándose como una perra en celo, me pidió que la acompañara y me llevó al parking de ese centro comercial para que la tomara sin compasión.
Recordando lo sucedido, busqué un lugar discreto pero donde las personas que se fijaran pudieran vernos follando. Una vez allí, usando un tono duro la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un coche.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó claramente excitada al comprobar que aunque lejos estábamos frente a la escalera mecánica por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y descubrí que no llevaba ropa interior. Aprovechando su ausencia, recorrí sus pliegues con mis dedos, encontrándome con su coño ya encharcado.
-¿Te pone bruta esto?- susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su naturaleza innata, me rogó que la tomara pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. Sin cortarse un pelo, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y necesitada de acción, me imploró nuevamente que rompiera su culo.
-¿No decías que yo te obligaba a ello?
-Lo siento- sollozó viendo mi enfado.-Desde que lo descubrí, desespero cuando no siento tu polla dentro de mi trasero.
-¿Eres adicta a mi verga en tu culo? ¡Verdad! ¡Zorra!- pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
-¡Sí!- aulló en voz alta llamando la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Metiendo y sacando esa yema de su interior, provoqué que gimiera como descosida mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que Belén estaba en dificultades. La actitud agresiva que traían cambió de pronto en cuanto se dieron cuenta que estábamos follando y comportándose como unos voyeurs, se quedaron mirando a escasos metros de nosotros.
Su presencia exacerbó más si cabe la temperatura de la morena y con auténtica angustia en su voz, me rogó que la tomara. Pero entonces la sorprendí preguntando a los recién llegados si les apetecía ser ellos quien le echasen el polvo. Ni que decir tiene que tras la sorpresa inicial, los dos adolescentes dijeron que sí y bajándose sus sendas braguetas se acercaron a Belén.
Esta que hasta entonces se había mantenido callada, en cuanto tuvo la primera polla a su alcance, se arrodilló frente a ella y de un solo golpe se la metió en la boca mientras el menos afortunado tomaba sitio tras de ella.
-¿Seguro que no te importa?- me preguntó indeciso el chaval.
-Para nada- respondí mientras sacaba el móvil e inmortalizaba la escena.
El muchacho no debía tener mucha experiencia porque teniendo un ano relajado a su disposición prefirió horadar su coño mientras Belén le mamaba la verga a su amigo. La satisfacción que sintió mi exnovia al experimentar sus dos agujeros invadidos a la vez fue tal que no tardó en correrse por segunda vez.
-Dadle duro- ordené a los críos al ver que bajaban el ritmo asustados quizás por los berridos de mi amiga.
Azuzado por mis palabras, el que se la estaba follando incrementó la velocidad de la follada haciendo que cada vez que la penetraba hacía que la pobre Belén se tragara hasta el fondo de su garganta la polla del otro chico La felicidad que descubrí en los ojos de esa puta era tal que me hizo comprender que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, espoloneé a los muchachos para que machacaran sin pausa el orificio del que estaban a cargo, de forma que zarandearon hacia adelante y atrás a mi amiga con una energía que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
Por eso no tardé en ser testigo pasivo de cómo esa morena se corría una y otra vez al no poder controlar su excitación por el ataque coordinado de esos dos desconocidos.
«Está descontrolada», me dije al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, enfoqué su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como la guarra en que se había convertido, Belén exprimió la verga que tenía en su boca con una eficacia que incluso despertó mi envidia y por eso no me extrañó que ese muchacho fuera el primero en correrse. Al hacerlo, mi amiga se ocupó que no se desperdiciara ni una gota y usando su garganta como receptáculo, absorbió las explosiones del crio llevándolas directamente a su estómago.
El orgasmo de su colega estimuló al que estaba machacando el coño y llevando al límite la profundidad de sus embestidas, las convirtió en un continuo traqueteo que más que una follada parecía la doma de una potrilla.
«El chaval es bueno», sentencié al ver cómo se agarraba a los pechos de mi amiga para forzar su sexo.
Belén debía de pensar lo mismo porque ya sin la mordaza que suponía la verga del primero, berreó como si la estuvieran matando mientras se le caía la baba por el placer al que estaba sometida.
-Cabrón- chilló al sentir que las manos del muchacho agarraban su melena y usándolas como riendas tiraba de ellas hacia atrás- ¡me haces daño!
Las quejas de la morena no afectaron al ritmo del crío, muy al contrario fue el acicate que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a su montura hasta que la suma de tantos estímulos le llevaron a descargar sus huevos en el húmedo conducto de Belén. La habilidad que le suponía quedó certificada cuando en vez de parar, obligó a la morena a seguir exprimiendo su miembro con sonoras nalgadas. Nalgadas que sorprendieron tanto a mí como a Belén pero, en el caso de esta última, la rudeza de esas caricias le regalaron un postrer orgasmo antes de caer agotada sobre el pavimento.
Todavía mi amiga seguía recuperándose cuando ese puñetero crío se acercó a mí y con tono serio, me dijo:
-Gracias. ¿Cuánto le debemos?
Muerto de risa porque creyeran que Belén además de puta era de pago, les pregunté cuanto costaba una hamburguesa en el McDonald´s. Al decirme el precio, contesté:
-Entonces cinco euros.
Los muchachos no pusieron ninguna objeción y reuniendo entre los dos unas monedas, me hicieron entrega de lo acordado mientras mi amiga alucinaba con lo que estaba ocurriendo. Tras lo cual, educadamente, se despidieron dejándonos solos.
-¡Me has vendido!- murmuró todavía impresionada al verme guardar el dinero.
Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que esa transacción la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
-Te has ganado la merienda- y cogiéndola de la cintura, volvimos al centro comercial a gastar su recompensa.
El sensual movimiento que imprimió a sus caderas mientras recorríamos los pasillos en busca del restaurante fueron una prueba que le había gustado pero lo que realmente confirmó que esa experiencia había sobrepasado sus expectativas, fue cuando al sentarse me soltó:
-¡Ha sido alucinante!
Al escuchar de sus labios su satisfacción, quise ahondar en sus sentimientos para sacar a la luz su verdadera naturaleza. Belén estaba tan emocionada que no puso reparos en explicarme que le había encantado sentirse usada pero lo que realmente me sorprendió fue cuando ya lanzada, me reconoció que mientras esos dos se la tiraban lo que realmente le ponía bruta era que yo estuviese presente.
-Explícate- ordené interesado.
Tomando aire, la morena me confesó:
-Desde que hemos vuelto, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas. No solo he conocido que se siente con otra mujer sino que me has enseñado otras facetas del sexo con las que nunca soñé.
-¿A qué te refieres?- Insistí.
Roja como un tomate, respondió:
-Por favor, no te rías pero cuando no estoy contigo, no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
-¿Y eso te gusta?
El fulgor de sus ojos anticipó su respuesta:
-¡Me encanta!- y recalcando sus palabras, llevó una de mis manos hasta su chocho para que comprobara que no estaba mintiendo cuando dijo: -Solo verte me pone cien y no puedo pensar en nada que no sea complacerte.
-¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
-Aunque me cuesta comprenderlo, sí- contestó mientras su almeja volvía a babear: -Me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Descaradamente Belén se estaba auto proclamando como mi sumisa y buscando ratificarlo, le solté:
-¿Quién es tu dueño?
Con auténtica alegría al saber que con esa pregunta la estaba aceptando como era, respondió:
-Usted, mi amo.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras pensaba en cómo aprovecharlo. La morena no solo permitió que la tocara de ese modo en mitad del local sino que separando sus rodillas, colaboró conmigo hasta que totalmente entregada se corrió sobre su asiento.
Ni siquiera había terminado de hacerlo, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
-¿Cómo le gustaría a mi amo que su esclava le complaciera?
Fue entonces cuando arriesgando lo conseguido, le solté:
-Si te dijera que te tiraras a una zorra, ¿lo harías?
-Sin dudarlo-muy segura respondió.
-¿Fuera quien fuera?- insistí.
La morena no advirtiendo el lazo que estaba anudando alrededor de su cuello afirmó con rotundidad:
-Una sumisa obedece siempre a su amo.
Forcé los términos de nuestro acuerdo al decirla:
-¿Y si la zorra que te elijo resulta ser tu madre?,
En esta ocasión su respuesta no fue tan rápida. Se notaba que en su interior se estaba desarrollando una cruel lucha entre su moral y la adicción que sentía por mí. Afortunadamente para mis intereses, al cabo de unos segundos y con lágrimas en los ojos, contestó:
-Si mi amo lo desea, ¿quién soy yo para oponerme?
Gratificando su renuncia con un beso, decidí no seguir incrementando su tensión y por eso no volví a tocar el tema durante toda la tarde y solo cuando ya cerca de las nueve la dejé en casa, me permití recordarle nuestro pacto diciendo:
-Tu amo quiere una mamada.
Mi amiga firmó su sentencia cuando eufórica me bajó la bragueta mientras me decía:
-Gracias, lo estaba deseando…
Sinopsis:
El pastor de la secta descubre que una de sus esposas le es infiel y en secreto la repudia. Para mantener las apariencias obliga a su hijo, nuestro protagonista, a casarse con ella. Aunque en un principio se niega, la amenaza de ser desheredado le obliga a consentir esa unión CON SU MADRASTRA….
TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.
ALTO CONTENIDO ERÓTICO
Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
https://www.amazon.es/dp/B01HINH28Y
Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Introducción
A raíz de mi llegada a Madrid mi vida cambió. Tres meses antes era solo un joven estudiante de provincias, cuyo único interés era vivir la vida y al que su madre había instalado contra su voluntad en una casa de huéspedes regentada por Doña Consuelo, una viuda que acababa de perder a su marido. La intención de mi jefa había sido buscar un sitio donde tuvieran a su hijo controlado. Lo que nunca previó fue que esa mujer y su hija vieran en mi presencia una señal de Dios y a mí, en particular, al hombre que había venido a sustituir al difunto.
Tardé poco en descubrir que la dueña del hostal era una fanática religiosa de una secta fundada por un tal Pedro, que veía en el sexo una forma de combatir los demonios que la consumían por dentro y qué desde que me vio poner los pies en su casa, asumió que mi misión en este mundo era exorcizarla a base de polvos. Por eso solo tuvieron que pasar un par de días para que esa cuarentona se convirtiera en una asidua visitante de mi cama.
Laura, su hija, fue un caso diferente. Tratada como criada, era incapaz de llevarle la contraria a su madre y aunque no era tan creyente, compartía con su progenitora una sexualidad desbordada, producto de los continuos abusos que había sufrido de manos de su padre muerto. En un principio, reconozco que quise convertir a esa rubia en otra putilla a mi servicio pero sus traumas y la manía que tenía de considerarme su padre, despertaron al hombre bueno que hay en mí y me negué a participar en sus juegos, deseando cortar tantos años de explotación paterna.
Esa buena acción llevó a la cría al borde de la depresión y fue entonces cuando su vieja pidió mi ayuda. A pesar de sus rarezas, Consuelo era una buena mujer y como su amante, me vi obligado a explicarle el siniestro comportamiento con el que su esposo había tratado a su propia hija.
La viuda al enterarse, escandalizada pero sobre todo avergonzada por no haberse percatado de lo que ocurría antes sus narices, fue a hablar con su retoño para pedirle perdón y buscar una solución a sus males. Fue al volver cuando me informó que las dos juntas habían llegado a una solución y que como la Iglesia en la que creían permitía la poligamia, habían decidido que lo mejor era que yo me casara con las dos.
Cómo podréis comprender, me negué a tamaño disparate pero ante su insistencia, esa viuda consiguió que me lo pensara. Todavía hoy desconozco si hubiese aceptado finalmente, si no llego a recibir la visita de D. Pedro y de sus tres esposas. Tras una breve discusión teológica, ese pastor me mostró los aspectos prácticos que tendría esa hipotética boda: Además de tener a mi disposición a dos hermosas mujeres, sería el administrador de una fortuna valorada en más de quince millones de euros.
Si la belleza madura de Consuelo y el inocente atractivo de Laura eran motivos suficientes, tener mi futuro asegurado con ese dinero fue el empujoncito que necesitaba para aceptar. Por ello con un apretón de manos, cerré el pacto con ese sacerdote y comprometí mi asistencia al enlace que tendría lugar esa misma noche.
Al llegar a la iglesia de esa secta me quedé impresionado con el lujo de esa construcción pero lo que realmente me dejó anonadado fue la veneración con las que sus fieles trataban al anciano. Lo creáis o no, lo consideraban un profeta casi a la altura de Jesucristo. Como no podía ser de otra forma, decidí obviar el fanatismo de esa gente y concentrarme que a partir de esa noche sería rico y tendría a dos estupendos ejemplares de mujer a mi servicio.
La boda en sí fue parecida a las católicas que tantas veces había asistido por lo que en un principio nada me alteró hasta que en mitad del sermón, Don Pedro anunció que estaba enfermo ante ese gentío y que desde ese momento me nombraba a mí como su sucesor. Imaginaros mi cara cuando lo escuché pero la cosa no quedó ahí y micrófono en mano, insinuó que yo era su hijo bien amado. Como nunca había conocido a mi progenitor, me quedé pensando en si era verdad y por ello al terminar la ceremonia, lo busqué.
Ese tipo, sin perder la compostura, me reconoció que él me había engendrado y que si había caído en esa casa de huéspedes había sido cosa suya en colaboración con mi madre, la cual me había prometido siendo niño que con la mayoría de edad conocería a mi padre.
Esa revelación me dejó perplejo y me sentí una puta marioneta en sus manos. Tras unos segundos en los que dudé si salir corriendo de ahí, le comenté que me resultaba imposible aceptar ser su sustituto porque entre otras cosas era agnóstico.
Fue entonces cuando soltó una carcajada y bajando la voz, susurró en mi oído que me lo pensara ya que además de disponer de cientos de mujeres entre las que elegir para que formaran parte de mi harén, con ese “peculiar” oficio mis ingresos anuales superarían el medio millón de euros. Soy joven pero no tonto y por ello no tuve que pensármelo mucho para olvidarme de cursar Ingeniería Industrial y convertirme en un estudioso de Teología.
Despidiendo a mi padre, el pastor de esa iglesia y mi futuro profesor, fui a cumplir con mis deberes conyugales pero Consuelo, que sabía que esa noche era primordial para su hija, me pidió que la dejara quedarse en el banquete que había montado en nuestro honor.
Una vez con Laura y en la que ya era por derecho mi casa, descubrí dos cosas que marcarían el rumbo de mi vida en un futuro: la primera es que tras esa fachada de zorra manipuladora, se escondía una tierna amante necesitada de cariño y la segunda que reconozco me puso los pelos de punta, que esa secta creía en el levirato por lo que si finalmente moría don Pedro, como su heredero tendría que adoptar a sus esposas como mías…
Capítulo 1
Esa mañana seguía dormido cuando entre sueños, sentí que una dulce humedad se apropiaba de mi pene. Rápidamente vino a mi mente, el recuerdo de la noche anterior y el modo tan pleno con el que Laura se había entregado a mí. Asumiendo que era ella, deseé comprobar hasta donde llegaba su calentura y por ello, mantuve mis ojos cerrados como si no fuera consciente que mi joven esposa me estaba haciendo una mamada.
Sus manos todavía indecisas comenzaron a recorrer mi cuerpo desnudo mientras su pene cada vez más duro era absorbido una y otra vez por su boca. La maestría de sus labios era tal que parecían conocer cada centímetro de mi piel.
«Es toda una experta», pensé poniendo en duda su afirmación que mi miembro era el primero que había visto y es que la lengua de esa novicia se concentró en lamer los puntos sensibles de mi verga como si realmente lo hubiese hecho multitud de veces.
Durante un par de minutos y a pesar que entre mis piernas crecía una brutal erección, seguí disimulando hasta que sacándosela del fondo de la garganta, comenzó a mordisquear mi capullo con sus dientes. Esa caricia la conocía y por ello supe de mi error aun antes de oír a Laura saludar a su madre, muerta de risa:
― Se nota que has llegado con ganas de follarte a mi marido.
Doña Consuelo, la mayor de mis esposas, recriminó la procacidad de su hija diciendo:
―No seas vulgar. Jaime es también mío y debo complacerlo. Cuando una esposa cumple con su deber, es una forma de agradecer a nuestro señor por habernos mandado alguien que nos cuide y tú deberías hacer lo mismo.
Ni siquiera abrí los ojos, era una discusión entre ellas dos y no debía intervenir, no fuera a ser que saliera escaldado. Lo que no me esperaba fue que tomando sus palabras literalmente, la menor de mis mujeres se incorporara sobre el colchón y dijera:
―Tienes razón, échate a un lado que yo también quiero santificar mi matrimonio.
Defendiendo cada una sus derechos, mi pobre pene, mis huevos y la totalidad de mi cuerpo se vieron zarandeados por esas dos gatas. Cada una quería su porción de terreno y no se ponían de acuerdo. Aguanté estoicamente hasta que una de las dos me arañó involuntariamente con sus uñas cerca de la entrepierna y temiendo por mis partes nobles, decidí intervenir y de muy mala leche les grité:
―¿Se puede saber qué coño hacéis?
Madre e hija dejaron de discutir al momento, aunque no por ello dejaron de mostrar su cabreo con sendas miradas cargadas de reproche. Supe que debía de cortar por lo sano esa actitud y por ello, recordando las enseñanzas de él que era mi padre, les pregunté cuál era el problema.
La cuarentona de inmediato comenzó a protestar diciendo que ella se había autoexcluido para que Laura tuviera su noche de bodas y que por lo tanto, le tocaba a ella disfrutar de mis caricias.
«Tiene lógica», asumí en silencio.
Pero entonces la más joven de mis esposas echa una furia rebatió sus argumentos diciendo que entre ellas habían acordado que si un día era una, la primera en satisfacer a su marido, al día siguiente el turno era para la otra.
Dando por sentado que ambas tenían parte de razón, comprendí que debía de imponer unas reglas que las dos se vieran obligadas a cumplir en un futuro o mi vida sería un desastre y abusando de sus irracionales creencias, me inspiré en las Sagradas Escrituras para decir:
―Tal y como planteáis el asunto, decidir de quien tiene más derecho es complicado por lo que no me queda otra que adoptar una decisión salomónica y como no pienso ni quiero partir mi pene en dos, como vuestro marido, he resuelto no tocaros ni dejaros que os acerquéis a mí hasta que lleguéis a un acuerdo que se mantenga en el tiempo.
Consuelo me replicó, casi llorando, que el deber de una buena sierva del señor era cuidar de su marido. Su hija uniéndose a su madre, la secundó recitando unos versículos de la biblia:
―Está escrito: “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración”.
Reconozco que me pasé dos pueblos pero no me pude contener al oír esa cita y soltando una carcajada, repliqué:
―Vosotras rezad porque si me entran las ganas, no os preocupéis por mí, me haré una paja.
Mi falta de devoción las indignó y creyendo que era una prueba que les ponía, nuevamente se pusieron a discutir entre ellas mientras se achacaban la una a la otra la culpa que llegado el caso me tuviera que masturbar teniendo dos mujeres obligadas a hacerlo. Dándolas por imposibles, me levanté de la cama y me fui a desayunar.
Veinte minutos después, volví al cuarto y no encontrando a ninguna, comprendí que todavía no habían llegado a un pacto.
«Mientras no se maten entre ellas, debo dejarlas que entre ellas lo arreglen», pensé y por eso, me vestí y me fui a ver a don Pedro.
Mi padre vivía en una mansión dentro de los terrenos de la iglesia y por eso no me extrañó que al llegar me pararan un par de sus feligreses y me pidieran que les bendijera. Aunque me sentí ridículo haciéndolo, no me quedó más remedio que imitar lo que le había visto hacer a mi viejo y posando mis manos sobre sus cabezas, recité en silencio una plegaria. Habiendo cumplido con mi papel de heredero del “profeta”, toqué en su puerta.
Quien me abrió fue Judith, la segunda esposa que tenía la edad de Consuelo.
―¿El Pastor?
Con su gracejo caribeño, me informó que don Pedro todavía no se había levantado. Interesándome por él, preocupado le pregunté si había recaído. La cubana, muerta de risa, contestó que no pero que tras mi boda, estaba tan contento que se empeñó a cumplir con todas sus esposas.
«Joder con el anciano, todavía funciona», dije para mí.
La mulata me debió de leer los pensamientos porque, con una sonrisa de oreja a oreja, comentó:
―Debimos decirle que no pero insistió tanto que una tras otra nos satisfizo a las tres― y siguiendo con la guasa, se dio una palmada en el trasero mientras me decía: ― A su edad no es bueno tantos esfuerzos.
Descojonado por cómo esa cuarentona me había insinuado que la había tomado por detrás, no pude dejar de curiosear en la vida privada de mi progenitor y directamente la pregunté cada cuanto “santificaba” su matrimonio.
―Menos de lo que me gustaría… dos o tres veces por semana.
Haciendo cuentas, si multiplicaba esa cantidad por las mujeres de mi padre, eso suponía que el setentón era capaz de echar ¡más de un polvo diario! Pero no fue eso lo que me perturbó sino saber que una vez que faltase, yo al menos debía mantener su ritmo y si a esas tres le sumaba las mías, mi pobre pene se vería en problemas para follar a tantas y tan frecuentemente. La expresión de mi cara debió de ser tan evidente que adivinó mi problema y muerta de risa, me dijo:
―Cada una somos diferentes, ahí donde la ve, Raquel sufre de insomnio y cuando no puede dormir le ruega a nuestro esposo que le regale un poco de su néctar. En esas noches da igual a quien le toque, es la primera en… “comulgar”.
―¿Y es frecuente que le pase?
Descojonada, respondió:
― Todas las noches pero Don Pedro solo acede a complacerla noche sí, noche no.
«¡Qué caradura!», pensé. Aunque me hacía gracia el eufemismo que usaba para no decir “hacerle una mamada”, no pude más que alucinar al comprender que solo entre ellas dos le exigían eyacular casi a diario y ya escandalizado, tuve que averiguar cuantas veces Sara, la veinteañera, requería las atenciones de mi pobre viejo.
―¡Esa es la más devota! Ora con don Pedro en cuanto puede. Al menos una por día y si el Pastor no está en condiciones, viene a mi habitación y reza conmigo.
«¡La madre que las parió! Aunque se alivien entre ellas, tienen al anciano consumido. ¡Son tres putas de lo peor!», sentencié preocupado porque me veía incapaz de mantener esa frecuencia.
Como mi padre estaba indispuesto, estaba a punto de volverme a casa pero entonces Raquel apareció y me pidió que la acompañara. Dado que esa rubia era la favorita de mi padre y su primera mujer, la obedecí y junto ella, entré en un despacho. De inmediato, encendió un ordenador y mirándome a los ojos, me explicó que su marido le había ordenado mostrarme los números de la “iglesia” para que me fuera familiarizando con su obra. Aunque mi viejo me había anticipado los enormes beneficios que daba, nada me contó sobre la labor con los desfavorecidos que realizaban y por eso cuando su mujer me fue detallando lo que habían gastado en alimentos y demás ayudas, reconozco que no supe que decir.
«Han repartido más de dos millones y eso solo durante lo que va de año», recapitulé y por vez primera admití que además de un buen negocio, ese tinglado cumplía una labor social.
Durante más de dos horas, actuando como una financiera de primer nivel, Raquel desmenuzó todos y cada una de las fuentes de ingresos, recalcando también los fines a los que se dedicaban los fondos. Por ello mi idea preconcebida que mi viejo era un golfo y un estafador cambió y comprendí que a pesar de ser un putero, había fundado una gran ONG bajo el paraguas de unas creencias.
Al terminar su exposición, Raquel cerró el portátil y me miró. Por su rostro supe que iba a decirme algo importante y por eso esperé que empezara. Os juro que por mi mente habían pasado muchas cosas pero jamás me imaginé que esa mujer me dijera.
―Tu padre es un santo y debemos intentar que nos dure muchos años. Es demasiado orgulloso para decírselo personalmente por lo que me ha pedido que le diga que necesita su ayuda.
Como no podía ser de rápidamente me ofrecí a arrimar el hombro en lo que fuera. Fue entonces cuando ese supuesto modelo de rectitud me dijo sin ningún tipo de rubor que tendría que hacerme cargo de algunas labores. Creyendo que se refería a algo relacionado con su labor pastoral, accedí sin pensármelo, diciendo:
―Cuenta conmigo. Aunque necesito unas cuantas lecciones, me puedo ocupar de parte de su trabajo con los creyentes.
Ni siquiera pestañeó cuando quiso sacarme de mi error diciendo:
―Lo que su padre necesita es algo más personal. Como usted sabe anda delicado de salud y aunque quiera ya no puede aguantar el ritmo de actividad al que nos tenía acostumbradas.
Lo creáis o no, todavía seguía pensando que hablaba de temas de administrativos y por ello, no tuve reparo en insistir que no tenía inconveniente en cumplir con lo que él quisiera aunque eso supusiera quedarme hasta tarde.
Al darse cuenta que no había sabido como plantear el problema para que yo me enterara, esa cincuentona decidió que no podía seguir perdiendo el tiempo y entrando al trapo, me soltó:
―No sé si sabes que cuando él muera, tú ocuparás su lugar con nosotras, sus tres esposas…
―Lo sé― intervine cortándola al temer el rumbo que estaba tomando la conversación.
Molesta pero sabiendo que no había marcha atrás, me miró con ira y sin darme tiempo a huir, reveló a lo que había venido, diciendo:
―El pastor quiere que te anticipes y que le liberes, asumiendo desde ya la mayor parte de sus responsabilidades como marido.
Alucinado por lo que me acababa de decir, quise defenderme recordando a esa mujer que el adulterio estaba prohibido pero entonces y sin alterarse, contestó:
―Don Pedro sabía que eso iba a contestar y por eso me pidió que le recitara parte “Eclesiástico 3” ― tras lo cual sacando una biblia, leyó: ―La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados.
No sabiendo donde meterme, contesté francamente aterrorizado:
―Haber si lo entiendo, ¿me está diciendo que si me acuesto con cualquiera de vosotras cometo un pecado pero como lo hago para ayudar a mi padre, mis errores serán perdonados?
―Así es. Sé que es difícil de comprender pero si alguien tan santo como su padre afirma que sería licito, ¿quién somos sus esposas para opinar lo contrario? ―la expresión expectante de esa madura me hizo dudar si era realmente una petición de su marido o era en realidad su propia necesidad la que hablaba.
No sabiendo a qué atenerme, comprendí que al final de cuantas solo estaba acelerando lo inevitable y que si me negaba quien iba a sufrir las consecuencias era el corazón maltrecho del padre que acababa de conocer. Al no verme capaz de soportar la culpa de sentirme responsable de su muerte antes de tiempo, pregunté:
―¿Quiénes sois las que necesitáis comulgar más a menudo?
Que directamente le preguntara si ella también necesitaba saciar su lujuria, la hizo sonrojar y totalmente colorada, evitó mi mirada al contestar:
―Las tres
Se notaba que estaba pasando un mal trago con esa conversación pero cuando estaba a punto de dejar de insistir para no incrementar su vergüenza, descubrí que bajo su camisa habían aparecido como por arte de magia dos relevadores bultos. El tamaño de los mismos fue prueba suficiente para vislumbrar hasta donde llegaba la urgencia de esa mujer y olvidando que era mi madrastra, resolví comprobar los límites de su lujuria diciendo:
―¿Te apetece que te dé de comulgar ahora mismo?
Raquel no se esperaba esa pregunta por lo que tardó unos segundos en comprender a qué me refería. Cuando lo hizo, sus pezones crecieron todavía más y completamente aterrada quiso evitar ser ella la primera en convertirse en adúltera, diciendo:
―¿No sería mejor que consolara a Sara? Ella es más joven y por tanto más necesitada.
―No― contesté disfrutando de su nerviosismo― eres la favorita de mi padre y por tanto debes de ser tú quien peque antes que ninguna.
Se quedó paralizada al asumir que nada podía hacer para convencerme. En su retorcida mente había supuesto que dedicaría mis esfuerzos a las más jóvenes, dejando para ella sola las menguadas fuerzas de su marido. Al percatarme de sus planes, decidí chafárselos desde el principio. Acercándome a su silla, me puse detrás ella y metiendo mis manos por dentro de su escote, me apoderé de sus pechos mientras le comentaba que aún no había descargado esa mañana.
Raquel no pudo evitar que un suspiro se le escapara al sentir la caricia de mis dedos en sus gruesos pezones pero al escuchar que mis huevos estaban llenos, fue cuando realmente se puso cachonda y comenzó a gemir como una loca.
Por mi parte, os tengo que reconocer que me sorprendió la dureza de esas dos ubres ya que erróneamente había supuesto que debido a su edad, esa madura debía de tenerlos caídos. Por ello y queriendo confirmar mis sospechas, los saqué de su encierro ante el espanto de esa mujer.
―¡Están operadas!― exclamé al comprobar que la firmeza que demostraban solo era posible si habían pasado por las manos de un cirujano.
Raquel asintió avergonzada y me reconoció que mi padre había insistido en que la remozaran por completo. Sus palabras me hicieron intuir que la operación había ido más allá de colocarle las tetas y francamente interesado, le exigí que se desnudara ante mí:
―Soy la mujer de tu padre― protestó ante mi exigencia.
Mi carcajada resonó en sus oídos e imprimiendo un suave pellizco en sus areolas, le dije:
―Eso no te importó cuando me informaste que era mi deber el compensar con mi carne vuestras carencias.
El tono duro que usé y la certeza que de no obedecer se autoexcluiría del trato, forzó la sumisión de Raquel. Temblando como si fuera una primeriza, se puso en pie y con la cabeza gacha, comenzó a desabrochar su falda mientras la observaba.
En cuanto dejó caer esa prenda, acredité el buen trabajo que el médico había realizado también en su trasero y llamándola a mi lado, usé mis yemas para testar la dureza de esas nalgas.
―Tienes un culo de jovencita― sentencié.
La estricta rubia me agradeció el piropo sin moverse, lo que me dio la oportunidad de profundizar en ese examen, separando sus dos cachetes. Ante mí apareció un rosado agujero al que de inmediato quise comprobar si estaba acostumbrado a ser usado sometí y sin pedir su opinión, introduje un dedo en su interior.
―No seas malo― murmuró con patente deseo al experimentar que comenzaba a jugar con su entrada trasera.
Que no solo no se opusiera sino que en cierto modo aprobara mis métodos, azuzó el morbo que me daba estar jugando con mi madrastra e incrementando la presión sobre ella, llevé mi otra mano hasta su entrepierna donde descubrí un poblado bosque pero también que su coño rezumaba una densa humedad.
«Esta zorra está caliente», me dije mientras insistía en estimular ambos agujeros con mayor intensidad.
En un principio los suspiros de la madura eran casi inaudibles pero con el paso de tiempo, se fueron incrementando siguiendo el compás con el que mis dedos la estaban masturbando.
―Ummm― sollozó al sufrir en sus carnes los embates del placer al que le estaba sometiendo su teórico hijastro.
Mi pene se contagió de la calentura de esa madura y como si tuviese vida propia, con una brutal erección presionó las costuras de mi pantalón. Sin nada que me retuviera, me bajé la bragueta liberando al cautivo. Raquel que había seguido mis maniobras, se quedó embelesada al verlo aparecer. Y refrendando con hechos lo que me había dicho Judith respecto a su obsesión por el semen, me rogó si podía recibir mi bendición. No tuve problema en interpretar que estaba usando una figura retórica y que lo que realmente quería preguntarme era si podía mamármela.
―Toda tuya― reí al tiempo que ponía mi verga a su disposición al sentarme con las piernas abiertas en una silla.
Los ojos de esa cincuentona brillaron al obtener mi permiso y puesta de rodillas, fue gateando hasta donde yo me encontraba sin dejar de ronronear. A pesar de sus años Raquel tenía, además de un par de apetitosos melones, un par de viajes y por ello cuando acercó su mano a mi entrepierna, todo mi ser estaba deseando comprobar in situ que es lo que sabía hacer.
―¡No tendrás queja de esta vieja! ¡Te lo juro!― exclamó en voz baja al coger mi pene entre sus dedos.
Al oírla estuve tentado de humillarla pero con mis hormonas a plena actividad, me quedé callado cuando, acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Para facilitar sus maniobras, separé mis rodillas y acomodándome en mi asiento, la dejé hacer. La madura al advertir que no ponía ninguna pega, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces esa rubia incrementó la velocidad de su paja, desbaratando mis recelos. Para entonces me daba igual que parte de su cuerpo usara, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
―¡Dame tu néctar y yo me ocuparé de ordenar los turnos de tus otras siervas!
Su promesa me tranquilizó porque de seguro en cuanto Sara y la mulata se enteraran, vendrían a por su ración de leche. Demostrando la puta que en realidad era, llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris con los dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que me quedé impresionado por la forma en que esa alegremente nos masturbaba a ambos. Debía llevar tanta la calentura acumulada que no tardé en observar que estaba a punto de alcanzar el orgasmo sin necesidad de que yo interviniera.
Supe que mi viejo la tenía bien educada al comprobar que el placer la estaba rondando y que era inevitable, esa guarra me pidió permiso para correrse.
―Hazlo.
Nada más escuchar que daba mi autorización, la madura se entregó a lo que dictaba su cuerpo y dando gritos colapsó ante mi atenta mirada. Ni que decir tiene que al verla estremecerse, me terminé de excitar y sin esperar a que terminara el clímax que la tenía dominada, cogiendo su cabeza, la obligué a embutirse mi miembro hasta el fondo de su garganta mientras le decía:
―¡Adúltera! ¡Comulga de una puta vez!
Mi improperio lejos de apaciguar su lujuria, la exacerbó y poseída por la necesidad de catar su pecado, buscó mi placer con ahínco, usando su boca como si de su sexo se tratara. La maestría con la que se metía y se sacaba mi pene de sus labios, me informó sin lugar a equívocos que era una mamadora experta por lo que aceptando que ella iba a ser la encargada de hacérmelas cuando viviera bajo mando, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando.
El morbo que fuera mi madrastra la mujer que me estaba regalando esa felación provocó que mi espera fuese corta. Al sentir que estaba a punto de explotar y que no iba a aguantar más, le dije:
―Bébetelo todo ¡Puta!
La favorita de mi viejo recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi semen con desesperación. No os podéis hacer una idea de la alegría que sintió al sentir la primera descarga sobre su paladar. Solo deciros que pegó un grito relamiéndose, para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro hasta que consiguió ordeñar por entero mis huevos. Una vez comprobó que no salía más, usó su lengua para asear mi extensión a base de largos y sensuales lametazos que además de dejar mi polla inmaculada, tuvo como efecto no deseado que se me volviera a poner dura como una piedra.
Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su habilidad y le insinué que iba a follármela, esa cincuentona sintió nuevamente que su cuerpo era sacudido por el placer y de improviso se vio sacudida por un segundo orgasmo todavía más brutal que el anterior. Al verla berrear como una cierva en celo, creí que era el momento de tomar lo que tarde o temprano sería mío. Por eso levantándome de la silla, puse mi erección entre los pliegues de su sexo pero cuando ya iba a hundir mi estoque en su interior, la rubia se separó bruscamente y casi llorando, me rogó que no lo hiciera.
―¿Qué diferencia hay con lo que acabamos de hacer?― susurré en su oído tratando de convencerla.
Fue entonces cuando con lágrimas en sus ojos, la favorita del pastor me soltó:
―Ya he tropezado en demasía. Por favor no incrementes mi pena, sumando a la lujuria el pecado del egoísmo.
―No te comprendo― insistí.
Completamente deshecha, la rubia comenzó a vestirse sin darme una contestación a su actitud y solo cuando ya estaba junto a la puerta, se dio la vuelta y me dijo con tristeza:
―Me encantaría sentirte pero no es posible, antes que pueda repetir, es el turno de las otras mujeres de tu padre.
Tras lo cual, me dejó solo, insatisfecho y con mi verga pidiendo guerra. Juro que estuve a un tris de llamar a la mulata para que me ayudara pero con el último rastro de cordura decidí que era mejor volver a casa y que de ese problema se ocupara cualquiera de mis dos esposas…
Pasaron los días sin que Cat tomase ninguna decisión. Finalmente lo dejo pasar y se juró a sí misma que no volvería a cometer ninguna locura parecida en su vida…
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
Con Belén en mi poder, no podía esperar a tener noticias sobre cómo le había ido a mi tía con su madre y aunque había acordado con Elena que no podía volver a casa antes que ella me avisara, decidí desobedecer sus instrucciones y volver.
Como no quería que se percataran de mi llegada, dejé mi coche aparcado fuera del chalet y en plan ladrón, en silencio, crucé el jardín. En un principio, creí que no estaban porque mientras subía las escaleras rumbo a su cuarto, no escuché ningún ruido que descubriera su presencia. No fue hasta que estando frente a la puerta de su habitación y escuché un gemido, cuando comprendí que esas dos mujeres seguían en la casa.
Intrigado, accioné el asa y lentamente la abrí con la intención de espiarlas. Al hacerlo, me quedé impresionado al pillar a Aurora atada a la cama y con dos consoladores incrustados mientras mi tía, látigo en mano, la azotaba. Se notaba a la legua, que ambas estaban disfrutando. Elena castigando y la madre de Belén recibiendo.
«Joder con la tía», pensé al advertir el sudor recorriendo sus pechos desnudos y la erección que mostraban sus pezones.
Asumiendo que el rol de domina la tenía subyugada, no por ello dejó de asombrarme la rudeza que mostró al pellizcar los pezones de su víctima. Pero también me dejó perplejo, escuchar de los labios de esta última sus ruegos para que continuara torturando sus areolas.
«Ya sé de quién ha heredado Belén su naturaleza», sentencié recordando que esa misma tarde mi exnovia había reconocido ante mí su carácter de sumisa.
No queriendo intervenir, iba a cerrar la puerta cuando Elena se percató que estaba observando y pidiendo con un dedo en su boca silencio, señaló una silla donde supuse que quería que me sentara a observar.
Obedeciendo, me acomodé donde decía y adoptando por segunda vez en ese día una actitud pasiva, resolví ser testigo mudo de lo que pasara entre esas cuatro paredes. Fue en ese instante cuando acerté a ver que Aurora portaba una máscara y que esa era la razón por la que no se daba cuenta que ya no estaban solas las dos.
Recreándose en el su papel, mi tía se puso un arnés dotado con un enorme pene de plástico y retirando el consolador que la otra mujer tenía instalado en su coño, la penetró sin miramientos mientras le decía:
-¡Habla puta! ¡Dile a la cámara quien es tu maestra!
La madre de Belén pegó un sollozo antes de contestar:
-Domina Aurora es mi maestra.
No contenta con ello, Elena comenzó a follársela lentamente al tiempo que insistía:
-¿Te gusta ser la esclava de la mujer que se folla a tu marido?
Avasallada por el placer que estaba notando en sus entrañas, chilló a los cuatro vientos que sí. Mirándome a los ojos y con una sonrisa en los labios, mi tía volvió a preguntar:
-¿Sabes que también me acuesto con tu hija?
-Ama, lo sé- rugió sollozando como una Magdalena por el dolor que esa confesión le producía- y lo acepto.
Aumentando el compás de las penetraciones, fui espectador mudo del sensual vaivén de las tetas de Aurora al recibir la visita del tronco que llevaba Elena entre las piernas. En ese momento, tuve que tomar una decisión: o me quedaba y entraba en escena, o desaparecía dejando que mi tía culminara el emputecimiento de esa mujer ella sola.
Viendo lo bien que marchaban las cosas, decidí esto último y sin emitir ningún ruido que revelara mi estancia ahí, desaparecí escaleras abajo.
O bien no le resultó tan fácil esa tarea o lo que es más seguro, el placer que obtuvo ejerciendo de severa ama la entretuvo más de lo que me imaginaba pero lo cierto es que hasta pasadas dos horas, ninguna de las dos hizo su aparición.
La primera en bajar fue Aurora. Al ver la alegría de su rostro, comprendí que al igual que su hija había tomado conciencia de su carácter sumiso y eso la hacía feliz. Tras ella, llegó mi tía. Nada más ver su cara, asumí que estaba deseando narrarme lo ocurrido y no me equivoqué porque despidiendo rápidamente a su nueva adquisición, me pidió que le sirviera una copa.
Con toda intención, ralenticé mis movimientos llevando al límite la lentitud al echar los hielos en el vaso hasta que mi tía ya cabreada, me soltó que me diera prisa que tenía algo que contarme.
Muerto de risa, acabé de servir los dos whiskies y dando uno a Elena, me senté a su lado para que me informara de sus avances sabiendo que la iba a sorprender cuando le dijera que me había adelantado.
La cuarentona ni siquiera esperó a que acomodara mi trasero para empezar:
-Todo ha ido de maravilla. Como suponía, esa zorra estaba deseando que alguien la hiciera reconocer que tiene alma de esclava.
Sabiendo que necesitaba explayarse en su conquista, le pedí que me contara cómo lo había conseguido.
-Ya sabes que me cité con Aurora para hablar pero lo que no se esperaba es que nada más entrar, la amordazara y la atara contra su voluntad a la cama.
-¿No se resistió?- pregunté.
-Un poco- dijo riendo- pero tras un par de bofetadas, se comportó como un manso corderito.
-¿Qué más?- insistí destornillándome al imaginarme la cara de esa supuestamente decente ama de casa al ser tratada de una forma tan brusca.
Orgullosa de sus actos, Elena se recreó narrando el modo en que la había obligado a desnudarse antes de inmovilizarla con las cuerdas que tenía preparada y puso especial énfasis en explicarme que lo duros que tenía los pezones mientras todo eso ocurría.
Un tanto desconcertado pregunté:
-¿Tú o ella?
Soltando una carcajada, me aclaró que era Aurora la que estaba bruta y con todo lujo de detalles describió la humedad con la que se encontró al embutirle el primero de los consoladores en su coño.
-Ya sabíamos lo puta que era- contesté bajando sus humos.
Mis palabras la cabrearon y ofendida porque no le diera la importancia que se merecía, me espetó:
-¿Te imaginabas que se iba a correr solo con ponerle la máscara?
Reconocí que no y mi confesión la indujo a exponerme que no se acaba ahí sino que berreando como una cerda, le había preguntado si no tenía otro para su culo.
-¡No jodas!- exclamé al chocar en mi mente con la imagen altiva que tenia de esa mujer, no en vano cara a la galería la madre de belén era una esposa fiel – ¿Y qué hiciste?
Mi pregunta era retorica pero aun así mi tía me explicó que había tenido que ir a su cuarto por el consolador de reserva y que al volver, Aurora la esperaba con su trasero en pompa para que ella se lo metiera.
Para entonces dos pequeños bultos bajo su blusa me advirtieron que mi tía se estaba poniendo cachonda al recordarlo y por eso incrementando su calentura, le pedí que me contara si le había costado romper el culo de la otra.
-¡Qué va! Su ano todavía se mantenía dilatado después del tratamiento que le distes ayer- contestó recordando que yo mismo había sodomizado a esa cuarentona en la playa. –Resultó muy sencillo y aunque el dildo era enorme, su ojete lo absorbió con facilidad.
Tras lo cual, me explicó que había puesto ambos instrumentos a plena potencia y que la había dejado sola.
-¿Para qué?-pregunté.
-Tú debes saberlo o no te acuerdas de cómo me dejaste una hora en esa misma posición mientras te tomabas una cerveza.
Increíblemente no recordaba que al día siguiente de sorprenderla viendo una película porno, había hecho que la violaba cumpliendo así su fantasía.
-Es diferente, estabas pidiendo a gritos ser forzada y yo solo complací tus deseos.
-Es lo mismo, Aurora necesitaba sentirse un objeto sexual y por eso la dejé con esas dos pollas en su interior durante ciento veinte minutos.
-¡Estaría ardiendo a tu vuelta!- comenté al asumir que después de tanta estimulación, la madre de Belén debía de estar agotada.
Con un tono satisfecho, me confirmó que era enorme el charco de flujo con el que se encontró al volver a su lado.
-¡Cuéntame más!- imploré afectado por el relato.
Mi petición obtuvo respuesta y mientras posaba una de sus manos sobre mi pierna, rememoró feliz que viéndola tan caliente, la había premiado poniendo su coño en la cara de la mujer.
-Me imagino que le obligaste a comerlo.
-Para nada, Aurora en cuanto sintió mi chocho contra sus labios sacó su lengua y me dio una lección del modo que se debe de comer el sexo de una mujer- respondió al tiempo que subía por mi muslo y comenzaba a rozar mi entrepierna.
Os reconozco que para entonces estaba más interesado en las maniobras de mi tía que en sus palabras pero, dándole su lugar, le rogué que me explicara qué había ocurrido a continuación. Bajando mi bragueta y sacando el miembro erecto que ya pedía su liberación, Aurora prosiguió:
-Dejé que disfrutara dando lengüetazos sobre mi coño hasta que llené sus mejillas con su flujo antes de usar los consoladores para follármela….
-Esperaste a correrte, ¿no es asÍ?- interrumpí.
-Sí- alegremente reconoció: -la boca de esa mujer es maravillosa. No tienes idea de qué forma la usa. ¡Me hizo ver el cielo a base de mordiscos en mi clítoris!
Con mi verga entre sus dedos y viendo que se estaba emocionando y que con ello empezaba a masturbarme excesivamente rápido, le pedí que se tranquilizara.
-Perdón- dijo adoptando un ritmo suave antes de seguir diciendo: -Te juro que me hubiese quedado horas gozando de esa lengua pero recordé el propósito de su visita y decidí que fuera ella la que se corriera otra vez porque quería emputecerla.
-¿Y resultó?
Me respondió con una carcajada y un beso sobre mi glande:
-Mejor de lo que esperaba. La muy cerda sacó su verdadero carácter al pedirme que la azotara y como esa sugerencia iba acorde con mis planes, saqué el látigo que me había comprado y le solté un par de mandobles sobre sus tetas.
-¿Qué ocurrió? ¿Se corrió?- pregunté nuevamente interesado a pesar del movimiento de muñecas con el que me estaba regalando entre mis piernas.
Disfrutando del dominio que había ejercido con esa mujer, Elena se extendió largamente narrando el brutal orgasmo que había sufrido la madre de Belén y cómo había usado su claudicación para informarla que se había tirado a su marido.
-¿Que dijo? ¿Se cabreó?-quise saber.
-Al contrario, cuando le comenté que ese Don Juan me había follado en el baño del auditorio, se calentó aún más y me preguntó si también su hija había participado de la faena.
-¡No me lo puedo creer! ¿En serio te preguntó si Belén había follado con su padre?
-Así es. Esa zorra estaba tan fuera de sí que me reconoció que esa idea la perturbaba.
-¿Para bien o para mal?- inquirí.
Descojonada, mi tía se introdujo mi polla en la boca durante unos instantes y creyendo que iba a ver una pausa en el relato, me relajé a disfrutar de ese inicio de mamada. Pero tras un par de ordeños, Elena se la sacó y prosiguió diciendo:
-Estás obtuso. ¿No te he dicho que es una zorra? La madre de esa criatura deseaba saber si su hija había cometido incesto porque era algo que ella misma secretamente deseaba,
-¿Se quiere tirar a su bebé?- tan escandalizado como excitado pregunté.
-Sí y cuando me lo confesó, le dije que yo podía hacer realidad ese sueño.
-¡No te creo!
-¿Por qué crees que permitió que la grabara mientras me reconocía que deseaba ser mi esclava aunque sabía que me tiraba a su marido y a su hija?- haciendo un inciso, dejó de hablar mientras se sentaba a horcajadas sobre mí y encajaba mi verga dentro de ella- ¡Esa fue la condición que le puse para ponerle en bandeja el coño de Belén!
No sé qué me puso más bruto, si sentir la tibieza de su coño encharcado o escuchar que nuestros planes se estaban cumpliendo de una forma tan satisfactoria. Lo cierto es que cerrando con mi lengua, la boca de mi tía la obligué a callarse y a empezar a mover sus caderas.
Elena nuevamente me sorprendió al chillar:
-Gracias, después de tanto coño, ¡necesitaba una buena polla que me recordara que soy mujer!
Sobre estimulado después de esa historia, decidí complacerla y azuzando su deseo con un par de nalgadas, le exigí que se empalara mientras me apoderaba de uno de sus pezones con mis dientes.
-¡Me encanta que me muerdas las tetas!- aulló al notar el mordisco y con gran diligencia, usó mi verga para acuchillar su sexo pidiendo al mismo tiempo que usara de igual forma su otro pecho.
Accediendo a sus deseos, llevé mi boca al otro pezón y lo mordisqueé tal y como me había pedido. Mi querida tía al experimentar la ruda presión sobre su areola, pegó un grito y se corrió dejando a su paso mi pantalón empapado con su flujo.
Aleccionado por pasadas experiencias que a Elena le gustaba tanto o más que ser dominante, el hecho que la tratara como una puta, decidí castigar su osadía de mancharme la ropa con una serie de rudos azotes sobre sus posaderas mientras le ordenaba que al terminar, tendría que lavarlos.
-Sí, mi dulce sobrino. Castiga a la zorra de tu tía. ¡Me he portado mal y me lo merezco!
La lujuria que mostró fue el latigazo con el que me incitó a cambiarle de postura y sin más prolegómeno, horadar su culo de un solo empujón. Al no tenerlo dilatado, sufrió como nunca la embestida pero lejos de intentarse retirar, con lágrimas en los ojos, me rogó que continuara sodomizándola.
Ni que decir tiene que a esas alturas, no cabía en mi cabeza otra cosa que liberar la tensión de mis huevos sobre el culo de esa cuarentona y por ello, la satisfice con brutales penetraciones mientras sus gritos eran música en mis oídos.
-¡Cabrón! ¡Me estás matando!- rugió sin dejar de mover sus caderas al ritmo que mis nalgadas imprimían sobre su trasero.
Muy a mi pesar y aunque quería seguir martilleando ese culo, la presión que ejerció su ojete en toda mi extensión terminó por colapsar mis neuronas y un brutal calambrazo recorrió mis entrañas antes de derramar mi simiente en esos amados intestinos. Mi tía al sentir la explosión de semen rellenando su adolorido conducto, se unió a mí en el orgasmo y aceleró sus movimientos con el objetivo de exprimir hasta mi última gota.
-Así me gusta, ¡Puta mía!- chillé satisfecho al conocer sus intenciones.
Contenta con mi reconocimiento, Elena convirtió su culo en una ordeñadora hasta que ya segura de haberlo conseguido, se dejó caer exhausta sobre el sofá. Tan agotado como ella, saqué mi polla de su enrojecido ojete y me tumbé a su lado, sabiendo que en cuanto se repusiera mi tía me preguntaría como me había ido con Belén…