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Relato erótico: “MI DON: Marta – LA QUE IBA PARA MONJA (13)” (POR SAULILLO77)

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Hola, este es mi 11º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Mi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor, mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue lo normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellas, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno,  de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, “las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta”, solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a ls escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro. Pase los últimos meses de institulo tirándome a todo lo que veía.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Inicio una serie de relatos que detallan los últimos 5 meses de instituto, debido a la cantidad de información y a que muchas de las relaciones relatadas se sobreponen unas con otras en el tiempo, y pueden cambiar de género, los divido, con aclaraciones previas de su contenido.

 Bien , una vez relatado todo lo que merecía la pena respecto a las alumnas,  y  aunque pueda quedar un poco pesado en el tiempo y no avancemos, los siguientes 2-3 relatos serán de relaciones en el instituto,  en ese marco temporal de los últimos 5 meses de instituto, pero con profesoras o mujeres no alumnas, al menos no como tema central,  me estoy planteando si hacer  3,  si hacer 2    poniendo la guinda con el relato de mi graduación al final de curso como 3º, o si hacer 3 y aparte el de la graduación, aquello no se si guardármelo para mi disfrute personal. Os informare.

Vamos a jugar con el marco temporal un poco, entre otras cosas por que ya ni recuerdo en que orden ocurrió.

Si, con las alumnas era una casanova, y gane mucha experiencia y lo pase bien, pero me llego a resultar demasiado fácil, era  un depredador al que le ponían la carne despedazada y deshuesada en la cara, y yo quería cazar piezas vivas. Eli me enseño a hacerlo, echaba de menos la emoción, así que en determinados momentos fije objetivos de mayor edad, mas complejos. Obviamente no fue tan fácil ni logre, por mucho,  el numero de alumnas, pero ellas eran hamburguesas industriales,  yo quería restaurantes de 5 tenedores, y allí solo se va cuando la ocasión lo merece. Puedo mencionar que fueron 4 las que me folle, antes de la graduación, de las cuales extraigo las mejores, y otras 3 con las que tuve sexo sin penetración, y por miedo a represalias, no encontrareis el relato de mi directora de 62 años, que hacia el final de curso,  me chantajeo, y para no avisar a mis padres de mis andanzas mujeriegas me obligo a dejarme hacer una mamada y se quito la dentadura postiza para ello. Asqueroso, si,  pero una de las mamadas mas memorables, o el de la profesora de ciencias sociales, una feminista de por con la que había discutido durante años por su intención de reeducar en la superioridad de la mujer sobre el hombre, y me la termine zumbando solo por hacerla rabiar.

Esta es la historia de algunas de esas damas.

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Avancemos unos meses en el tiempo, a estas alturas mi fama ya era notoria, y paso en paralelo con los días de quedar con Karin en los descansos. Unos días antes de que la sueca se me tirara encima, y a 2 meses del final del curso. Yo estaba un poco hastiado ya de las relaciones sencillas con mujeres jóvenes, no me cansaba de follar pero si de lo fácil que era, necesitaba un reto, un objetivo difícil, algo que en mi cabeza supusiera un logro, y gracias a una de las profesoras mas mayores, la oportunidad se presento ante mi. Nos aviso que en unos días, vendría a vernos una ex alumna del colegio, Marta,  que estaba de misionera en Sierra Leona, que hacia 4 años que estaba allí, antes  estuvo casi 5  en el Congo, donde había ido con 21 años,  ya tenia 30 y se había dedicado esos 9 años a ayudar y cuidar a enfermos y niños. Nos contó algunas historias bastante feas de sus experiencias y que estaba encantada con que viniera a descansar unos meses, la habían contratado hasta final de curso para explicarnos teología y la vida en Africa. La sorpresa fue el día que nos la presentaron, no era una misionera sin más.

La monja, Marta.

Si, aquella joven que llevaba casi una década por Africa era una monja, con su hábito  y su cofia, solo se le veía la cara y las manos,  ni el pelo ni un triste pie. Al principio no me fije en ella, y estuvimos una hora oyéndola,, historias de superación y ayuda, de cómo los militares y las facciones armadas del gobierno violaban derechos humanos y oprimían al pueblo, de su trabajo, realmente incomible, pasada casi la hora, aquella monja estaba empapada en sudor, iba con toda la ropa de monja a finales de mayo, y en Madrid ya apretaba el calor pero no estaba el aire acondicionado puesto.

-MARTA: chicos, me vais a disculpar pero me tengo que quitar la cofia, o me muero aquí jajajajaja

Al hacerlo su pelo cayo de golpe, era rubia y largo, tardo una eternidad en deshacer el nudo del moño, y le cayo hasta por debajo de su cintura,  con una coleta. Ya con el conjunto de su cara y el pelo, advertí que el sol y el trabajo de África no la habían afectado, era realmente atractiva, de ojos negros, guapa, con una boca diminuta y hoyuelos en las mejillas, el pelo tan tirante por al coleta le estilizaba mas aun. Siguió hasta el final de hora contándonos algunas cosas mas de su trabajo y que estaba encantada por darnos algunas clases hasta final de curso, salió de clase con la profesora y charlaron un buen rato en la puerta, quise adivinar el resto del cuerpo de aquella mujer, pero la ropa era demasiado amplia y la disimulaba la figura,  aparte de un chaquetilla, iba con un jersey de lana enorme, se notaba una camiseta o camisa blanca debajo y una falda enorme desde su cintura hasta los tobillos, todo azul marino.

Me quede con ganas de saber mas de aquella mujer, y por alguna razón la imagen de  su pelo cayendo se paso por mi cabeza mientras una de las alumnas me la chupaba, mi mente hecho a volar intentado imaginarme su vida, ¿por que a los 21 decidió irse a África?, ¿que había pasado antes? ¿y que habría pasado después?, una chica tan guapa y delicada en una zona tan difícil. Llego el día siguiente, y fue clase por clase, dando charlas, daba la misma a todas las clases durante unos días y luego pasaba a otra.

La 1º fue su vida hasta los 21 años, por lo que nos dijo, fue una alumna ejemplar hasta los 15-16 años, una chica normal, sin problemas,  ni nada raro, pero al llegar a esa edad, sus padres se separaron,  quiso llamar la atención,  empezó a salir con chicos, de fiesta, a beber y pronto a drogarse, malas compañías, al principio eran porros o marihuana, pero fue subiendo el nivel, con 18 años era una “yonqui” que no acabó el instituto, se quedaba en casa de un amigo a vivir y allí se metían cocaína o cristal, inhalada o inyectada, la detuvieron un par de veces por escándalo publico y tenencia de drogas, el remate fue a los 19, la detuvieron por agresión con arma blanca, estaba con un noviete intentado robarle a un camello y ante su negativa le apuñalo, paso 4 meses entre un centro de desintoxicación y los juzgados, la condenaron a 2 años y 3 meses de cárcel, fue allí donde conoció a las monjas de un convento cercano a la cárcel, que se pasaban por allí a prestar ayuda y apoyo, charlando, haciendo de puente con las familias, tratándolas bien,   a ella, ese gesto le pareció tan bonito, que cuidaran de ellas pese a sus fechorías, que decidió rehacer su vida. No se metió a monja, si no que según salió se acogió a un programa de misioneros y se fue. Era ahora, cuando al volver de África se metió en el seminario para coger los hábitos, y se le notaba, no hablaba ni actuaba como una monja, si no como un mujer directa, atrevida, con palabras que no usaría una seguidora de Jesús y hablando de temas poco convencionales, como cuando se rogaba como se sentía, o de cómo predio la virginidad de mala manera medio ida por las drogas, y en esa misma noche de fiesta paso pro varias manos. Eso generaba risas en los compañeros, pero ello lo hablaba como medio, para llegar a un fin, no como centro de la trama.

La 2º charla fue sobre sus  primeros años en el Congo, de su adaptación a su nueva vida, de cómo la llenaba de gozo ayudar, termino haciéndose muy amiga de un tribu, que era en parte degradada por el resto del país, no se adaptaban a la era moderna pero eran felices, y ella se erigió como su defensora y como enfermera casi. Sin titulación, pero se aseguraba de que les llegaran su parte de ayudas, alimentos  y medicinas. Era desesperante como a los pocos días, u horas,  de recibir la ayuda, venia el ejercito y le quitaba casi todo, para luego venir facciones armadas, revolucionarios,  para quitarles lo que les dejaban, de cómo maquinaba y engañaba para que eso no ocurriera jugándose la vida en muchos casos. Cada lección terminaba a con una moraleja, con un sonoro aplauso y con una prenda menos, iba apretando el calor, ya no solo se quito la cofia, si no la chaquetilla, luego el jersey, y ya,  en camisa blanca,  se abría algún botón de arriba del todo, y se remangaba.

-MARTA: dios mío, como no ponga en aire pronto lo voy a pasar peor aquí que en África jajajaja.

La 3º y la 4º nos explico la ideología y la teología de aquella zona, nada relevante, salvo verla hacer un ”striptease laico”. Ya de forma inconsciente se levantaba la falda un poco,  dejando ver sus pies.

Para ayudar a ubicarnos durante esas primeras semanas ocurrió mi tórrido romance con Karin, la sueca de tetas enormes, relación que se corto casi de raíz cuando se asusto al ver a alguien mirándonos, según me dijo, yo no vi a nadie.

La 5º charla se puso seria, era ya la 3º semana, nos hablo del ultimo año en el Congo, de cómo estallo una guerra civil,  de cómo la gente se volvía loca, no daban basto para ayudar a todos, de noches en hospitales eternas, llegando gente herida, su cara se fue torciendo, triste, abrumada recordando. El final hizo salir a vomitar a varias chicas y otras salir de allí llorando, algún chico también, (si sois sensible podéis saltar esta parte hasta el final del párrafo, suponer lo peor), los últimos meses decidió refugiarse en la apabile aldea de la tribu amiga, allí no había guerra, estaba al margen de todo, pero el resto del país ardía en llamas, nos relato con un lujo de detalles algo que no debía ser así contado, de cómo un noche se enteraron de que facciones armadas rebeldes iban a ir a masacrar a esa tribu, les culpaban del mal  del país, pero aun así decidieron no huir y quedarse, era su tierra, ella logro sacar a los niños de allí, escondidos en los arboles, vio como aquel poblado fue quemado, como los hombres eran asesinados y descuartizados, no siempre por ese orden, de cómo interrogaban a las mujeres sobre los niños, de cómo las violaban en grupos para luego mutilarlas cortándoles los pechos para que no pudieran alimentar a los hijos, o  los brazos para que no pudieran sobrevivir,  luego a algunas las mataban igual o seguían violándolas después, de cómo la imagen de aquellos machetes se grabo en su retina mientras calmaba  a los niños para que no salieran en auxilio de sus padres o se les oyera llorar y fueran descubiertos. Para cuando llego el ejercito no quedo nadie vivo,  o sin mutilar, la tribu había sido borrada de la faz de la tierra, solo quedaron los niños que fueron rescatados, pero ante el horror de su mirada, fueron reclutados como niños soldado para el ejercito, a ella la encerraron 4 meses en un zulo, “por su seguridad”, puesto que los rebeldes andaban persiguiendo, secuestrando y matando a extranjeros, nos contó que una noche un soldado entro a darla la comida, pero no se la daba, se sacaba el miembro, ella se negó y durante 1 semana no la dieron anda de comer pro que no aceptaba venderse, pero le pudo el hambre, cayo, al inicio solo con el , luego con los guardias pero se resistia, al final los soldados del ejercito la violaron tantas veces que ya no se resistía,  cuando ya deseaba morir, soldados de la ONU  la sacaron de allí,  estuvo 6 meses en un hospital de campaña.  Nos contó todo aquello serena, sin que le temblara la voz, pero con lagrimas cayendo por sus ojos, durante al narración busco con la mirada seguridad para continuar pese a que la profesora le pedía que no hacia falta que continuara, sus ojos se clavaron en mi, que era de los pocos que aun aguantaba entero.

Aquella escena se repitió por cada clase donde lo fue contando, chicas que salían llorando o iban al baño a vomitar, chicos que ante aquello salían despedidos de las clases con las caras desencajadas, si ibas por un pasillo notabas que clase salía de esa charla en la mirada de los alumnos, fue una de semana jodida para mucha gente, al final decidieron que aquellas clases no fueran para todos, y si opcionales, 1 hora después de acabar las clases los que quisieran podían quedarse con ella a escucharla. Entre  todos los cursos, solo unos 20 aceptamos seguir, y después de la siguiente charla donde nos explico sus 6 meses en el hospital y las historias que le llegaban,  se lego a reducir casi a la mitad. A la siguiente clase solo acudimos 4-5, todos chicos, era una falsedad, luego los demás compañeros te rogaban que le contaras lo que te había relatado. En esa última clase al final nos quedamos solos ella y yo, como me gustaba,  la aguantaba la mirada, pero ya no era sexual, sentía que era tierra firme para ella,  y que  necesitaba contárselo a alguien. La cosa se suavizo cuando me contó que se recupero, y que en sierra leona le fue mucho mejor, como antes de la guerra civil en el Congo, difícil pero aguantable, que soporto todo aquello por el amor de aquellas monjas, que si no se habría vuelto loca o se hubiera suicidado con el machete de alguno de  los guardias mientras la violaba. Terminó de relatar su historia, hastiada del mundo  decidido regresar y tomar el camino de los hábitos, había visto suficiente dolor para varias vidas.

-MARTA: te agradezco que te hayas quedado, necesitaba sacarlo de mi- lo dijo secándose las lagrimas, me puse en pie y la aplaudí.

-YO: eres un heroína, no se como lograste aguantar todo aquello.

-MARTA: al final te acostumbras a todo, quiero decir,  que ojalá fuera mi amor a  dios o a la humanidad lo que me dio fuerzas, pero solo quería sobrevivir, para contar mi vida, por que se supiera lo que paso.

-YO: es una pena que tengas que ir dando charlas a alumnos en clases, esto tendría que salir en tv.

-MARTA: es verdad, pero ya ves como ha reaccionado el publico, no puedes salir por la tv diciendo esto, la gente lo rechaza.

-YO: me parece una hipocresía mayúscula, un adoctrinamiento social, ¿esta bien que ocurra pero no que se cuente? Se castiga que te den el  conocimiento del hecho, no el hecho en si, mientras ocurra  y no te enteres seguirás en tu burbuja de felicidad, es el gran logro de la humanidad, deshumanizarse.- me miro sorprendida, no esperaba una reacción  moralista en un chico tan joven.

-MARTA: se puede decir mas alto peor no mas claro.- se levanto a abrazarme, hasta ese momento no había sentido nada por ella, salvo admirar como se quitaba alguna prendas sin enseñar nada, pero al tenerla entre mis brazos,  sabiendo lo que sufrió, lo dolida que estaba, la sentí frágil, necesitada de cariño, vulnerable, y aun siendo una vergüenza reconocerlo, un objetivo deseable, así que se convirtió en mi próxima víctima.

Al oler su pelo en  mi cara apreté mas contra mi y sin darme cuenta tuve una erección, quise disimular doblando la cadera y volviéndome a sentar rápido, ella hizo lo mismo,  habiendo quedado colgada del abrazo, como si aun faltaran un par de segundos por protocolo, o como si quisiera haberse quedado así unos segundos mas, desee que no se hubiera dado cuenta, no tenia ninguna plan ni tenia nada planeado, pero fue tarde, mientras me preguntaba mi nombre y me pedía que la contara un poco de mi vida, note como sus ojos bajaban a mi entrepierna un par de veces, en  la 3º se relamió los labios, podía ser que tuviera la boca seca, pero después se mordió el labio, ya lo sabia, pero juraría que no la había tocado con ella. Trate de ganar tiempo hablándola de mi operación y de mis cambios en la escuela.

-MARTA: algo he iodo por ahí de ti- ¿a que se refería?

-YO: bueno, siempre he sido bastante conocido, soy bastante páyasete y me gusta llamar la atención, pero desde la operación no se que pasa que soy como un faraón, la gente me trata como si hubiera hecho algo, y solo he salido bien parado de una operación , no como tu, una super-heroína jajajajjaa – por 1º vez en las charlas, se rió, habia alejado su cabeza los suficiente de África, su risa , valga el recurso literario, me pareció divina, se llevaba una mano a la boca, medio cerrada y con el dorso de la mano se sujetaba la nariz.

-MARTA: pues no me queda nada para poder volar o levantar coches.- seguía riéndose, pero yo tenía  que pasar al ataque – anda ayúdame a recoger las sillas, lo hacíamos sin parar de charlar, centrados en recoger.

-YO: pocas mujeres hubieran aguantado como tu en aquel zulo, créeme, se de lo que hablo.- se le corto de golpe a risa y me miro intrigada.

-MARTA: ¿Por qué dices que sabes de lo que hablas?

-YO: pues veras, no se si…. sabes, tengo cierta fama en el instituto………..

-MARTA: ya me han dicho……..que vas de galán con las chicas.- ya sabia como conocía mi polla, las charlas de chicas en el foro oficial,  el baño.- y mas te vale tratarlas bien o me enfadare contigo.

-YO: ey, una cosa es que vaya de galán y otra que las trate mal, solo le doy lo que vienen a buscar de mi.- esa frase se me escapo, no estaba bien pensada, fruto de mi orgullo herido.

-MARTA: ya lo vi…….- ¿que? si la mía estaba mal pensada la suya fue un monumental error. Se le noto en la cara y en la voz, corto la frase de golpe, pero no la iba dejar escapar, su lenguaje corporal era claro para mi, sentía vergüenza por lo que estaba rondando por su cabeza.

-YO: ¿como que ya lo viste?- insistí parando de recoger.

-MARTA: nada, ………que te vi con una chica,,,,,,, hace poco ………..por los pasillos, si, muy acaramelados.- sonó a tangente, como si acabará de encontrar esa respuesta en su cabeza.

-YO: ¿si? Y quien era – realmente podían ser varias las candidatas, pero quise saber cuando se había fijado en mi.

-MARTA: pues no se, un alta rubia, con unas…………enormes….tetas- hizo el gesto de grandilocuencia sobre su pecho, Tenia que ser Karin.

-YO: si, la sueca, es muy “cariñosa”.- me extraño, salvo en los descansos donde foliábamos no solía acercarme a ella.

-MARTA: ya te digo, no veas como el botaban ante tus caricias. – se dio cuenta de que aquella frase no era apropiada en una monja, le salió la misionera, o quizá la adolescente rebelde, pero entonces caí, nunca la había acariciado en publico, era muy mojigata en cuento a que se supiera, de golpe pense , y mientras ella seguía recogiendo, yo estaba parado, mirándola,  intentando leerla la mente, apoyado en una silla, ¿seria ella la famosa sombra que vio Karin y aparto sus enormes tetas norteñas de mi?.

Quise indagar más, pero pense que era apretar demasiado, ella me huía la mirada,  así que lo deje correr por ahora, la ayude y terminamos de recoger las sillas.

-MARTA: esta bien, ya hemos  terminado las charlas, no creo que nadie mas quiera venia a oírme.

-YO: ¿y ahora que harás?, por que aun queda 1 mes de clases.

-MARTA: pues tenia pensado algo, pero siendo ya solo tu no se si salara adelante.

-YO: ¿que es?, quizá pueda ayudar.

-MARTA: pues tenía pensado montar una actuación de los alumnos, un día en el patio en el descanso,  como tribus,  hacer cantes y bailes rituales,  vestidos con las ropas típicas, pero solo estas tú.- vi frustración.

-YO: ¿y tu?

-MARTA: yo no puedo, me moriría de vergüenza y además soy la profesora.- muy resuelta ella

-YO: tu déjame a mi, ¿cuanta gente necesitas?

-MARTA: pues unos 6, sobretodo que sean parejas  de chico y chica.

-YO: y si te los traigo, ¿lo arrias con nosotros? eres la que lo vio hacerlo en vivo, nadie los conoce mejor.- argumento valido y lógico pero buscaba otra cosa.

-MARTA: si nos falta alguna chica, si.- sonrío al ver una ventana abierta, una posibilidad.

-YO: mañana después de clase ven aquí.- la di un abrazo rápido y salí corriendo.

Me fui contento, un plan se erigía en mi mente, tenia que tener cuidado, no solo era, o iba a ser monja, si no que podría meter la pata hasta el fondo si no tenia los pies de plomo, aquella chica lo había pasado muy mal en África. Al día siguiente empece el casting, no lograba a ningún chico así que me centre en las mujeres, sin rodeos, fueron Marina, a la que convencí de que aquello subiría nota, y Rocío, para ayudarla en la mejoría de su personalidad usando de ejemplo a Marta. Una vez logrado, al 1º panoli seguidor incondicional de Rocío que pille,  le metí diciéndole que así le metería mano, y me costo un vídeo juego de los buenos meter a un buen amigo mío, me dio igual,  ya no los usaba. Estoy convencido de que si me hubiera puesto, hubiera logrado meter a alguna de las alumnas que me trajinaba en el lote, pero no quería, teníamos que ser impares para que Marta se  pusiera conmigo de pareja. Al aparecer Marta por el aula a ultima hora, se le ilumino la cara al ver mi logro, me recordó que faltaba una, pero la dije que ella supliera su puesto mientras buscaba a otra, ni loco lo iba ha hacer, es mas, pensaba tirar para atrás a aquella que se atreviera, pero no hizo falta, ninguna en su sano juicio,  sin manipulaciones,  acepto. Decidimos quedar un par de martes para ensayar, ya que a nadie le venia mal, siempre nos quedábamos un rato mas todos charlando y riéndonos, ella dirigía la obra, pero el teatro era mío, eran muñecos a mis ordenes sin saberlo,  ella se daba cuenta.

En esas charlas note como ella se acercaba mas a mi, y yo a ella, no en lo físico, aunque también note ciertos roces fuera de lugar, si no en la compenetración, la forma de pensar y actuar, incluso después de salir del ensayo,  íbamos a un café cercano y tomábamos algo mientras charlábamos de su vida y de la mía, la gente alucinaba al verla con al cofia y a un chico joven con ella, pensarían que seria un fanático de la religión un mojigato adoctrinado, ni mucho menso intuían que mi intención era ganarme el coño de esa monja. Descubrí en aquellas charlas posteriores a una mujer divertida, graciosa y con una fuerte intuición, cada intento de mi parte por llevar el tema a algo mas subido de tono,  era desviado rápidamente, aun así logre sonsacarla de su vida de adolescente, de cómo se había echado a perder por un mal chico, de que ciertas cosas malas que nos había contado, no le aprecian tan mal aun hoy en día, y que sin bien no le gustaba hablar de ello, disfruto aquella época de sexo, pero que desde lo del Congo ya no deseaba  nada mas de todo eso, su tono sonó reafirmado en su idea, como si necesitara creérselo ella,  mas que decírmelo a mi.

El 1º ensaño fue divertido, ella nos enseño con el ordenador fotos de las tribus y un vídeo sobre una danza de la lluvia y prosperidad de la tierra, nos comento su idea de la función y como llevarla acabo. Me cogió como su ayudante y en paralelo me hacia poner las poses iniciales, yo la seguía mientras el resto reía y ella mas al verme haciendo el tonto. En la 2º ya nos puso por parejas y ensayábamos movimientos tribales, por separado, luego algunos mas pegados, en los videos se veían realmente gente fuera de si, con mujeres subidas encima de hombres, no llegamos a imitarles pero si para que Rocío se riera del empalme de su compañero pelele, los bailes eran lentos pero sin parar de moverse, así que sudábamos bastante, nosotros nos quitábamos ropa, pero ella no, se queda con la camiseta casi totalmente abrochada,  sudaba igual y  se le pegaba a la piel, por 1º vez puede adivinar su torso, y su pecho, tenia una cintura diminuta, la presión de la falda alta ayudaba a verlo, y debía tener buenas tetas, por que la camisa se el metía todo el rato por debajo de ellas,  se la tenia que sacar de allí todo el tiempo, igual que despegaba de su piel por el vientre los costados o la espalda, se le marcaba el sujetador claramente. Al cavara la clase como de costumbre nos quedamos un rato charlando, para tomar aire, pero tirando de labia los saque a todos de allí para quedarnos solos a recoger.

-MARTA: ya te ha desecho de todos, vaya líder estas hecho jajajaja.

-YO: es que no quiero que esto se “alargue” mas de lo necesario – metía palabras así en las conversaciones todo el tiempo.- además estabamos sudando mucho y aquí ya huele un poco mal jajajaja.

-MARTA: ya te digo, estoy empapada, esta ropa no es muy transpirable, ¿verdad?

-YO: tú sabrás que eres la que la llevas, podrías venir más cómoda.

-MARTA: si me voy a pasar así el resto de mi vida tender que acostumbrarme,  que por cierto, no sudaría si tuviéremos a otra chica ¿como va la búsqueda de mi suplente?

-YO: nada, no se atreven, son todas unas señoritas muy recatadas y no pueden jugarse su “estatus” social por hacer esto, por más que lo intento – me lo inventaba a cada palabra.

-MARTA: ¿Qué hay de tu “estatus”?

-YO: tengo el “estatus” tan grande que podría hacer esto el resto de mi vida y seguiría siendo el más popular, es mas,  hasta puede que lo ponga de  moda. – la frase iba hilada muy fina.

-MARTA: pues me va a tocar hacer a mí el baile final contigo.

-YO: será que al final tendrás que bailar conmigo.

-MARTA: no, si eso esta claro ya, hablo de que al final de esta danza tribal, el jefe y al jefa hacen una ofrenda final, un baile que complazca a los dioses, pero no se si hacerlo.- no se por que, pero la vi venir de lejos, quizá ella también metía palabras ambiguas.

-YO: no queremos ofender a los dioses africanos, o lo hacemos bien o no se hace.- sonrío como logrando su objetivo.

-MARTA: pues podemos ensayarlo ahora, si no te importa, no quiero que los demás lo vean, prefiero ver como queda antes.

Me puso un vídeo que tenia bien guardado en el PC, efectivamente se veía ya el final de la danza general, y llegando un momento, se separaban para dejar paso a un hombre y una mujer engalanados, serian los lideres de la tribu, al principio bailaban como el resto, pero en un momento, se saludaban, y  la mujer entraba en un estado de trance, se le blanqueaban los ojos, y temblaba, convulsionaba mas bien, mientras era agarrada por el líder, giraba sobre si misma,  casi se caía hacia adelante y hacia atrás de los gestos que hacia, en el momento culmen el hombre se agachaba y cogiéndola de las piernas la levantaba como ofreciéndola al cielo, apoyando su hombro en su trasero,  aguantaba así lo que pudiera, el negro se tiro mas de  30 minutos con los brazos extendidos, entrando en trance también, hasta que los brazos le fallaban y dejaba caer a la mujer de espaldas a el,  por delante.

-YO: ¿y quieres que yo haga eso?, joder si casi se le paren los brazos al mamón.

-MARTA: oye, no uses es lenguaje, es un momento divino para ellos y tienes que tener respeto.

-YO: lo siento, pero no creo que sin muchos ensayos eso vaya a salir así de bien.

-MARTA: no intento que salga así, pero si una muestra, un ejemplo, podemos hacerlo en menos tiempo,  solo como final.

-YO: este bien, si es lo que quieres.

Vimos el vídeo un par de veces mas, rebobinando y adelantando, hasta que se nos quedo grabado, ella analizaba las posiciones, y yo en que posiciones podía aprovecharme. Nos pusimos en posición, clavamos la presentación, los saludos iniciales y mientras yo hacia el ritmo y las palmadas ella se iba tomando el papel, botaba y convulsionaba y se reía parando cada vez que me veía la cara riéndome, ella creía que por sus movimientos, pero yo reía por que sus tetas,  con la tela de la camisa pegada por el sudor,  le botaban que era gloria bendita.

-MARTA: no te rías y ven a sujetarme que ahora tengo que hacer los giros del cuerpo y no quiero caerme.

Me acerque con la polla algo morcillona, y la rodee con los brazos tal y como hacia el del vídeo, ella seguía girando y saltando, con mi para cerca de ella, podía divisar parte de su sujetador asomándose por  la camisa, se le había desabrochado un botón del movimiento, ¿o lo había hecho ella?, me daba igual, solo disfrutaba, ella ya tenia el tren inferior quieto y giraba el torso como en el vídeo, casi se caía,  para la tenia agarrada de los brazos, completado el ritual hasta el momento, solo quedaba elevarla a los cielos, se paro para coger aire.

-MARTA: bien, ya esta todo, solo falta que me ofrezcas a los dioses.- clave mi mirada a  una gota de sudor que caía por su cuello, perdiéndose debajo de la camisa,  entre sus pechos, disimule.

-YO: tu tranquila, no te vas a  caer, no se como pero te agarrare antes, como sea, pero tengo mis reticencias.

-MARTA: tranquilo, lo probamos un par de veces, si no sale,  pues nada.- asentí deseoso.

Se puso de espaldas a mi, y yo me agache tal como hacían en el vídeo, lleve mis manos a las zonas donde el líder sujetaba, una a la pierna y otra a la cintura,  metí el hombro en su  muslo y empuje para arriba,  del 1º intento su falda hizo que se resbalara mi hombro y cayo de pie a un metro de mi, yo sin soltarla, se acerco a mi de nuevo, volé a intentarlo, mismo resultado, pero ahora cayo resbalando sobre mi, contento por ello se lo dije.

-YO:   no es posible, no al menos así, la ropa resbala y no te apoyas bien.

-MARTA: jo, venga a ver si sale.- yo encantado, la estaba metiendo mano y con cada resbalón mi hombro se restregaba por todo su muslo y trasero, un par de veces mas y nada, pero a la 4º, esa vez la cogí fuere con la manos, y la levante solo con ellas- ¿ves? , ¡¡¡si sale!!!- pero en cuento la recosté sobre el hombro resbalo de nuevo cayendo hacia atrás pegada a mi, debió notar mi polla seme erecta en su trasero, pero todavía no estaba listo así que desvíe.

-YO: ¿ves?, la tela no deja, míralo en el vídeo –   me fui al PC, y mientras buscaba la parte del vídeo, de reojo veía como se ponía roja y se abanicaba la cara con la mano mientras despegaba a camisa de sus pechos, del calor, seguro…- mira, ves, ella esta solo con el traje tribal, tiene las piernas desnudas,  y así,  al ponerse en el hombro no resbala.

-MARTA: y que quieres que haga, ¿que me ponga desnuda?- la mire sin saber si lo decía en serio o si era una broma, no atine a distinguir, estaba pensativa- espérate,  ahora vengo.

No se a donde fue, pero regreso igual, se aseguro de que nadie quedaba ya por allí y cerro la puerta.

-MARTA: venga vamos a probar otra vez.- lo hice pero asegurándome del mismo resultado y de que mi polla ya erecta fuera notada, en la ultima,  ya al bajarla lentamente, su falda se pillo con mi polla y se le levanto, no se veía nada al ser tan grande la tela pero tirando de ella claramente, la desenganche rápidamente.

-YO: perdona, se ha enganchado con el cinturón- tonto de mí, ni llevaba cinturón, pero ella se aparto un par de pasos con los brazos en jarra sin darse cuenta.

-MARTA: este bien, si ha de ser, que sea, vamos otra vez pero esta vez al agacharte no empujes.

Así lo hice, cuando me agache ella levanto su falda,  sin dejarme mas que intuir entre sombras sus piernas,  apoyo la piel de su muslo en mi hombro, así empuje  así subió perfecta, ella reía y aplaudía de felicidad por el logro, mientras yo la mantenía fácilmente en esa posición,  girando sobre mi mismo y moviéndome por el aula. Temiéndome que se acabara la diversión, maniobre para que la tela volviera a resbalar, y tanto lo hice que se cayo sin control, logre de chiripa agarrarla al caer quedando en mis brazos, la pose era de cuento de hadas, cuando el príncipe recuesta a la princesa sobre el aire después de un baile y la besa, tirando de fuerza de brazos la di la vuelta y la puse en pie, pero sin separarla de mi.

-MARTA: uff que susto, ¡¡¡pero nos ha salido!!!

-YO: no, casi te matas, no pienso seguir así, hemos tenido suerte, si te llegas a dar con la cabeza no me lo perdonaría nunca, o te quitas la falda o no sigo.- mis palabras eran furiosas, tenían que serlo para que mi petición no pareciera sexual.

-MARTA: esta bien peor no se lo digas a nadie, ya he ido a prepararme por si pasaba.- se aparto de mi unos pasos y abriendo la cremallera de la falda la dejo caer al suelo.

Vaya pedazo de piernas, me quede atónito, formadas y torneadas, parecían las de Eli, pero ella no hacia gimnasia, supuse que de tanto andar por África, llevaba unos mini shorts de deporte, de tela, de los que se ponían las crías para hacer deporte en verano, los llevaba de sobra, que muslos, normalmente llevan una abertura lateral para dejar pasar el aire, pero ella los llenaba también, no eran de su talla, los habría encontrado por el almacén al salir antes, dios, le marcaban el pliegue de sus piernas con la pelvis, estaba por reventar la tela.

-MARTA: señor mío, que gusto sentir aire por mis piernas, yo no voy a aguantar esa falda el resto de mi vida, anda ven y vamos a probar así.

-YO: encantado.- sonreí de forma boba.

-MARTA: anda calla, y no se lo digas a nadie- la camisa en una situación normal le tapiara mas, pero estando empapada en sudor y pegada a su cuerpo dejaba adivinar la línea del vientre y los riñones, entre las telas de la camisa y el mini shorts, hasta me pareció ver tinta en su piel, ¿un tatuaje?

No me dio tiempo a ver mas, se puso de espaldas, y de refilón pude ver como la tela de su trasero estaba tensa, le quedaban de cine pero debían de cortarle la circulación, nos pusimos en posición, agarré con una mano su muslo,  piel con piel, luego una m ano a su cadera, sujetadora de la cintura y metiendo el hombro, y la levante sin ningún problema esta ves si, la tenia bien agarrada, no había peligro, o eso creía, la tela del hombro de mi camiseta se movió, así que la baje de inmediato temiéndome un golpe, pero dando gracias  a dios por aquel regalo.

-YO: espera que ahora soy yo- y me quite la camiseta, aparentando que se me atascaba en al cabeza, poniendo el estomago duro, deleitándola,  como os he dicho alguna vez, mi cuerpo era normal, no marcaba tableta aunque si buenos pectorales,  estaba tonificado para que con el brillo de la luz y mi sudor,  fuera atractivo, acere de pleno,  por que al quitármela de la cara, vi sus ojos de pasión y como se mordía el labio con su mirada clavada en mi – ahora si, ven aquí.

Acudió encantada cuando la extendí el brazo, tan energéticamente que al darse la vuelta choco contra mi su espalda, empapando de sudor toda su camisa, cogimos posiciones, y la alce, ya sin impedimento alguno,  era sencillo, y no me pareció tanto esfuerzo la media hora de aquel líder tribal, ella ya gritaba de emoción dando palmas y bromeando con que los dioses la cogieran, hasta daba pequeños saltos que hacían que su culo rebotara en mi hombro y cuello.

-MARTA: dios esta va a quedar genial al final, anda bájame.

-YO: espérate ahí, quiero probarme a ver cuanto duro,  jajajaja pero piensa, esto no lo puedo hacer con otra, tienes que ser tu, ya lo hemos ensayado y no podemos hacerlo con ropa.- me miro entendiendo que era cierto.

-MARTA: pues va  ser divertido, una monja con las piernas al aire encima de un joven alumno con el torso desnudo, como se sepa en mi seminario me echan.

-YO: podemos no hacerlo, pero es una lastima, mírate en el reflejo de la ventana, queda precioso.

Seguimos debatiendo mientras yo la paseaba, a los 7-8 minutos mis brazos empezaron a flaquear, y entendí que realmente era un esfuerzo muy grande.

-MARTA: anda bájame ya que te noto los brazos débiles, pero ya que estamos, hazlo como en el vídeo.- me encanto la idea de restregar su trasero embutido en aquellos shorts diminutos,  apunto de reventar por la presión de su carne,  por mi pecho hasta que mi polla chocara con el, teniendo que agarrarla del torso para seguir bajándola lentamente, aquellos de la tribu sabían como disfrutar y encima que pareciera una ofrenda a los dioses.

Colocándome la polla bien saliente con una mano la avise y la fui bajando según lo comentado, notaba como su trasero hacia de freno, al inicio en mi barbilla, luego por mi pecho,  bajando por el estomago, allí la tuve que meter la mano en su vientre para mantenerla en el aire, y la seguí bajando hasta que mi polla se hundió entre sus nalgas y mi brazo hico tope con sus tetas, dejándola de puntillas en el duelo, y quedándome así unos segundos.

-YO: ¿y dices que esta ofrenda es para la lluvia y la fertilidad de la tierra?- ella no se movía y tardo algo en responder.

-MARTA: bueno…(ummm la oía suspirar)…..en realidad eso era el baile inicial, lo de los lideres…..(ufff), era una petición de fertilidad a la mujer, ofreciéndolaaaaa…..a los dioses para que la bendigan….(dios)….y así en la noche quedar embarazada de su líder…(madre de Jesucristo)…cuando entran  en su cabaña el pueblo entera queda en silencio……. (ahhhh)……solo se oye a la líder gritar………¿puedes ……soltarme ya?

-YO: anda que son tontos, eso cuadra mucho mas, si, si,  anda descansa.- la solté el brazo lentamente dejando que su cuerpo bajara, sus pechos cayeran rozándomelo, y su culo se hundiera un poco mas en mi polla, no veía su cara pero me la imaginaba, se quedo así ella sola una par de segundos.- ¿recogemos ya? Tengo ganas locas de salir de aquí.- vale esta frase no fue tan sutil.

-MARTA: si, si, vistámonos y ya hablamos mañana- yo me moví pero no hacia atrás, sino de forma lateral, tirando de una de sus nalgas con mi bulto hasta que me separe del todo y la deje allí,  rebotando,   debajo del short.

-YO: estoy desando ensayar esto más a profundidad, hasta el martes que viene. – Y me fui de allí con un empalme de narices.

Llame a Rocío para desahogarme, lo necesitaba, pero no me cogió el teléfono, a si que decidí que el universo me hablaba, llame a mi Leona, su macho iba para allá con ganas de hacerla desfallecer, ella ni contesto,  rugió por el teléfono. Como no es su relato no lo describiré, aunque lo mereciera,  pero llame a casa para decir que esa noche no iba, y entube 7 horas follándome a mi Leona, al inicio con la imagen de Marta quitándose la ropa de monja, sus shorts y con la camisa empapada,  en la cabeza, pero después mi Leona  ocupo su lugar en , como no, la lleve a desmayarse  y yo caí rendido, pensando en si todo aquello serviría para que Marta fuera mía, no sin darle su ración de semen y mordidas a mi felina acompañante.

Al día siguiente me cruce con ella y me abrazo encantada, había pensado en ello y decidió que nos quedáramos después del ensayo a perfeccionar la ofrenda final, puesto que iba  hacerla, le daba igual lo que dijeran. No recuerdo una semana mas larga en mi vida, y mira que me tire a Rocío, a la aprendiz y el fin de semana a mi Leona, peor no había manera de  calmar el fuego que aquella monja me producía, no podía ser ni por físico ni por sexo, la Leona cubrió todos esos aspectos, era el morbo, el haber la llevado a ese punto en un mes, de quedarse empalaba por el culo por mi polla,  solo separada por unos mini shorts, y no moverse hasta que fui yo quien al saco de allí, era el morbo, y si ella estaba pensando en aquello la mitad que yo durante esos 6 días, seria imposible que no me zumbara es martes. El ensayo salió a la perfección, y ya solo nos dio unas fotos de las ropas a imitar para que el jueves lo hiciéramos en el descanso. Saque de mala manera a los demás al acabar, para quedarnos a solas, estaba de nuevo empapada en sudor, con la camiseta pegada, yo creo que aun mas ceñida, y abanicándose con unos papeles.

-YO: ya puedes quitarte la falda y respirar un poco que estas roja de congestión- fui directo al grano.

-MARTA: esta bien, pero asegura cerrar la puerta.- era una tontería cerrarla, si solo íbamos a ensayar lo que íbamos ha hacer lo vería todo el mundo, igual que su vestimenta,  en unos días.

-YO: pues si lo vamos ha hacer en publico, ¿que temes?.

-MARTA: es que vamos a probar mas danzas tribales, y esas no quiero que se vean todavía, no son muy……decorosas.- diciendo esto dejo caer la falda dejando de nuevo a la vista los shorts del día anterior, me acerque a ella quitándome al camiseta,  estaba tan empapada en sudor que se me pegaba a la piel, y la pedí ayuda, encantaba metió las manso en mi vientre y fue subiendo por mi torso,  separando la camisa de la piel, embadurnándose de mi sudor los dedos, cuando me la quite la tenia recostada sobre mi con sus manos en mi pecho, sin separarlas.

-YO: pues vamos a ver esas ofrendas tan secretas.- ella reacciono riendo mientras se mordía el labio, estaba punto de caramelo, y yo sabía que posturas me iba a enseñar, o al menos lo intuía.

Nos pusimos de rodillas delante del PC, y me mostró varias danzas de varias tribus distintas, a cada cual mas provocativa que la anterior, en algunas hasta me parecía que había penetración pero la grabación no era muy buena, lo notaba mas pro como se movían y las caras de trance,  ella me iba explicando que todas eran danzas para la fertilidad y los hijos, no hacia falta que lo jurara, practicamos en frío alguna muy suaves, pero fui de listo.

-YO: mira, a mi no m importa probarlas, pero esto no se puede hacer el jueves, nos echan.

-MARTA: a lo se tonto, solo quiero revivir un poco aquellas experiencias.

-YO: pero tú solo gravabas.

-MARTA: que va, le enseñe a unos niños a gravar mira.- me enseño un vídeo donde era ella quien hacia una de las danzas, de las mas sensuales.

-YO: mira a la misionera,  que alegre esta.

-MARTA: calla tonta, solo participaba  las danzas.

-YO: ¿y es cierto?

-MARTA: ¿el que?

-YO: ya sabes, que los negros….la tienen enrome.- estaba en zona de peligro pero no aguantaría otra semana sin tirármela o intentarlo.

-MARTA: que bestia eres, jajaja ya sabes que no me gusta tocar ese tema, pero……- hizo un gesto de distancia grande entre sus dedos índices mientras jugaba con su lengua en la boca.

-YO: vaya con los africanos, con razón son tan felices jajajjajjaa

-MARTA: anda deja de pensar así …..- se cayo algo- ….. y vamos a practicar las mas difíciles.- ponía un vídeo de una,  y lo hacíamos.

Sobra decir que en al mayoría había un frote continuo de nuestros cuerpos, la realidad era que en muchas ocasiones estabamos follando con la ropa puesta, en unas yo arremetía contra ella y en otras era ella la que se restregaba contra mi, siempre evitando el contacto directo con mi polla empalmada, pero no siempre lográndolo, de tanto votar le debió doler algo, o clavarse,   con habilidad se saco el sujetador, dejándose solo con la camisa, y puso una en que ella tenia que quedar de espaldas a mi, yo la sostenía en el aire y ella me rodeaba con la piernas hacia atrás, quedado colgando, como las figuras  de las puntas de los barcos.

-YO: así no me atrevo.

-MARTA: venga,  pero si es muy sencilla, ya me has cargado encima antes.

-YO: no es cuestión de fuerza, mira como la tiene agarrada, no puedo asegurar tu cuerpo, no con la camisa puesta – siendo cierto que podía existir cierto riesgo, me importaba una mierda la seguridad, quería verle las tetas de una vez, ya se le calcaban a través de la camisa empapada, unas buenas tetas con los pezones duros, y le hacia una figura en su espalda de pecado, terminaba en una cintura muy estrecha, en cada moviendo era una delicia ver como , ya sin intentar sepárasela de la piel, su camisa era una 2º piel.

-MARTA: pero no puedo, si me pongo el sujetador…- no la deje acabar.

-YO: mira bien el vídeo, ella no lleva sujetador, es mas,  el la agarra de un pecho para evitar que se le escape, no quiero que te caigas como el otro día.- era una burda mentira y se me notaba, pero dio igual.

-MARTA: este bien- se llevo las manos a los botones.

-YO: así no va a salir, tiene mucho sudor,  déjame que te ayude- me coloque detrás de ella, pegando mi polla a su trasero de forma firme, inclinado léventeme su cuerpo hacia adelante, pero sin rechistar,  se dejo hacer.

Pase mis brazos por debajo de los suyos y la hice levantarlos, dios, que visión de su escote desde arriba por detrás, estaba lleno de gotas de sudor, cogí la parte mas baja, me costo separa de la pile, y cogiendo con fuerza fui subido, metiendo mis dedos como separadores desde sus riñones a su ombligo y de nuevo atrás, de forma circular,  levantando la camisa, se despegaba como el papel de una Magdalena o un bollo aceitoso de la bolsa de papel, notaba su calor corporal y la humedad del sudor en mis dedos, con cada movimiento su cuerpo se balanceaba de adelante a atrás, hundiendo mas o menos mi polla en sus shorts, pero sin decir palabra, cuando llegue a su pecho ella termino de estirar los brazos, y note cada milímetro de tela separándose de la piel de su senos, para cuando ya estuvieran  fuera,  dar el tirón final, dejando su coleta rubia moviéndose en mi cara, oliendo su pelo.

-YO: ya esta, así si puedo agarrar bien, aunque estas muy sudada.- lleve mi mano a su vientre y me moje la mano con su sudor.

-MARTA: si,  ahora podemos hacerlo sin peligro- respiraba profundamente, si tuviera 10 millones los apostaría a que tenia el coño empapado de flujos, que estaba excitada como una perra en celo, se mordía el labio sin parar, se frotaba las piernas una contra otra y tenia uno pezones bien erectos, duros y grandes, cuando bajo los brazos cayeron un poco, pero sin duda tenia unas buenas tetas, pasaría de la talla 90 por poco.

La cogí de una mano, y di una vuelta a su alrededor para admirarla y jugar un poco.

-YO: así al menos vistes como  una mujer africana.- sonrío sin terminar de mirarme a los ojos.

-MARTA: venga empieza ya, antes de que alguien nos vea.- no podía ser,  estaba la puerta cerrada en un aula sin ventanas.

Me puse detrás de ella, la cogí por la cintura y la levante, para con la inercia de bajar soltarla un poco y que pasara sus piernas por detrás, no lo logro  a la 1º ni a la 2º, pero me estaba restregando toda mi polla por su culo, me daba igual,  a la 5º logro firmeza, y ya me rodeó con las piernas entrelazando los pies, mirando la pose del vídeo, agarra de su vientre con firmeza y de su hombro con la otra, y comencé a balancearla, al inicio la postura solo rozaba mi polla cuando la bajaba, pero ella echo los  brazos hacia atrás y me dijo que la cogiera por ellos, cuando lo hice quedo colgada totalmente, con los brazos hacia atrás, el pecho saliendo en dirección al suelo y la espalda arqueada, ahora ya mi polla estaba en contacto permanente con su culo o coño en todo momento, subía y bajaba frotándolo claramente, pero ella solo gemía, al inicio de la posición,  pero ya vi que por donde mi polla pasaba, al apretar al tela contra su vagina, el short se oscurecía debido a la humedad.

-YO: parece que dominamos la posición.

-MARTA: si………que bien…….- respiraba jadeando.

-YO: si quieres paramos a descansar.

-MARTA: !!NO¡¡ …….dios……..que…..bien………uffff……no pares..….es como…… cuando que tiraste……… a la sueca.- pare de golpe. ¡¡lo sabia, la sombra que vio Karin era ella!!, La separe las piernas y la deje caer de rodillas.

-YO: ¿que has dicho?

-MARTA: nada, que se me han cruzado las palabras- se tapaba la cara.

-YO: de eso nada, fuiste tu ¿verdad? La que vio en las sombras, ¿que pasa? ¿te gusto mirar mientras me la follaba?- la daba con un dedo en al cabeza.

-MARTA: basta, no es eso, solo oí de ti en el baño, de cómo hablaban de ti y de tu polla, de cómo las hacías vibrar, yo solo……quería verlo….llevo mucho sin desahogarme, lo pase mal, no se….por favor no se los digas a nadie, pueden echare.

-YO: y que pasa con o que ocurre aquí ahora, tampoco se puede saber que estas aquí casi desnuca frotándote como una osa en celo contra un alumno al que sacas 11 años.

-MARTA: no lo se, yo solo…..quería comprobar, quería ver, lo siento de verdad- rompió a llorar

-YO: pues por tu indiscreción ella ya casi no quiere que la toque, me has jodido a una diosa nórdica que me estaba tirando, y ahora me traes aquí, me dejas que te sobe y te monte como un yegua dejándomela tiesa como una estaca y te crees que pendiendo perdón me vas  a calmar, joder si el otro día casi parto a una en dos del calentón que me diste. – sus ojos eran rojos caían lagrimas de ella, y vi que aquello no llevaba  a nada, cambie de táctica.

Me senté a su lado en el suelo, y la acariciaba la espalda mientras terminaba de llorar, se fue clamando, retomando el control de su serenidad.

-MARTA: oye lo siento de verdad, se que no estuvo bien, y si me dejas te compensare, te haré el amor siempre que quieras, todas las veces que te parezcan, por las veces que no puedas con la sueca.- me miro rogando que aceptara, la muy puritana quería pedirme perdón y para ello ofreció que me la tirara, justo lo que ella quería, no se lo pondría tal fácil.

-YO: no es cuestión de que ahora nos  follémos, eres monja.

-MARTA: aun no, no cojo los hábitos hasta el año que viene, el seminario es largo.- se erigió por la espalda acercándose a mi.

-YO: ya,  pero lo serás, te debes a dios.

-MARTA: no le debo nada a dios,  se lo debo a las monjas, fue su cariño lo que me saco de la cárcel y me llevo a una vida mejor, no el dios que permitió aquella matanza ni el que dejo que me violaran 100 hombres durante 4 meses, me lo debe el a mi. – dio otro paso de rodillas para besarme la mejilla.

-YO: pero ellas tiene un código, y no aceptarían esto.

-MARTA: tampoco querían que os contara mi historia entera, y solo tu me regalaste el placer de oírla entera.- volvió a besarme pero ahora en los labios, yo no me movía, me hacia el duro y resentido cuando estaba deseando calzármela.

-YO: ¿y como nos viste a Krin y a mi?- me hacia de rogar.

-MARTA: os vi en la escalera, vi como se te tiro encima, vi como os quedasteis así un rato, desde entonces en los descansos os seguí, hasta que vi donde os metíais, y ese día fui directa al aula, para entrar antes que vosotros.- todo esto lo decía besándome en los labios cada pocas palabras.

-YO: ¿y que viste?

-MARTA: vi como la besabas, como os desnudabais, como la tratabas, como la acariciabas, como la excitabas, dios, vi como la partías con tu polla, como la abrías el coño y como gritaba de placer – ya no solo me besaba, si no que contoneaba su cuerpo, y se llevaba la mano a sus shorts, frotando por encima.

-YO: ¿y que te pareció?- estaba por arrancarle la poca ropa que la quedaba.

-MARTA: me excitó, note como me mojaba, como hacia mucho que no pasaba, me recordó a mi época en el instituto, cuando aquel mal chico me hacia vibrar, me masturbe tan fuerte que ella me vio, me escondí detrás de un mueble para que no me vieras, me quede allí hasta que acabasteis y os marchasteis, tuve que masturbarme hasta correrme, el sonido de tu polla abriéndola lo tengo grabado en la cabeza.

-YO: ¿y que te gustaría que hiciera ahora?- empece a mover mi boca con ella, acariciándola la espalda.

-MARTA: quiero que me trates igual, con amor, con cariño, quiero que me hagas el amor de forma calmada y con pasión.- ya metía su lengua en mi boca.

-YO: solo si esta segura, no quiero hacerte daño.

-MARTA: ya nada puede hacerme daño.- se me hecho encima tumbándome boca arriba, con ella encima, eso me mato, sentir su cuerpo sudoroso encima del mío,  con mi polla aplastada por sus shorts.

Sin dejar de besarnos, ya los 2 con lengua, ella acariciaba mi pecho y yo su espalda, desde luego seria monja o misionera, pero sabia moverse, encogía su cuerpo para luego estirarlo, de forma lenta, así lograba frotar ni bulto y restregar su tetas contra mi, con su coleta cayendo sobre nuestras caras, aquella posición me sacaba de mis casillas. Me la saque de encima,  la senté en el suelo y la di la vuelta metiendo su culo entre mis piernas hasta hundir mi polla en su trasero, mi pecho contra su espalda,  como una muñeca de trapo, besando su espalda y su cuello, lleve mis manos a su vientre y fui subiendo mis caricias hasta llegar a sus pechos, estaba realmente excitada, arqueaba su espalda para volver a ponerla recta, repasando mi polla con sus nalgas, sus pezones estaban duro y los masajeaba, con cuidado, pero sin dejar de acariciarlos, ella se agarraba las rodillas, así que solo tuve que torcer el cuerpo hacia atrás para tener vía libre, baje mi mano por todo su vientre hasta llegar al shorts, me costo un mundo levantar la tela, estaba realmente tirante, pero una vez dentro,  baje mi mano a su coño, no lleva  bragas ni nada, note bello, pero muy corto y bien cuidado, no esperaba eso, aun así mis dedos se mojaron rápidamente cuando comencé a masturbarla lentamente, pro encima, jugando con las yemas de los dedos, abriendo y cerrando sus labios mayores, con ella gimiendo claramente, metí mi dedo corazón en su interior, no me costo nada, pero ella echo su culo hacia atrás, apretando mas contra mi, lo sacaba , jugueteaba y lo volví a meter, y de nuevo se echaba hacia mi, lo hice tanta veces que ya había ritmo de penetración, mientras mi dedo la penetraba por delante, ella me masturbaba con su culo por encima de la ropa, aguantando un poco logre que se corriera de forma brutal, mancho los shorts y mi mano, gritando de placer, seguí haciéndolo a menos ritmo, besando su cuello.

-MARTA: eres una maravilla, déjame que te compense.- se tiro para atrás hasta tumbarme  para luego incorporarse y andando a gatas hacia atrás, para ponerse haciendo un 69 pero estriados, sin pensarlo mucho besaba y apretaba con la boca mi polla,  por encima de la ropa, mientras yo besaba sus muslos y apretaba por su culo contra mi.

Si a ella le costo sacarme el pantalón y los calzoncillos por la erección que tenia no os cuento el sufrimiento de sacarle los shorts en esa posición, al tirar ella se deslizaba por mi cuerpo pero la ropa no se movía, al final, medio metiendo mi cara entre sus piernas y que ella se agarraba a mi polla con las manos, ya liberada en su cara, usándolo de barra firme, logre que la tela cediera hasta los muslos, de allí ya fue fácil seguir tirando hasta quedar totalmente desnudos, ella encima de mi pero invertidos, para cuando fui a abrirla las piernas y acercar su cadera a mi cabeza, ella ya masturbaba y chupaba mi miembro con gran habilidad, le abrí las nalgas separando su coño y hundí mi lengua en ella,  besando como su fuera una boca,  tirando con mis labios de sus pliegues mayores, estaba empapada, casi goteaba sobre mi cara, y cuando jugueteaba con la lengua en su interior arqueaba la espalda sin dejar de pajearme gritando alabanzas al señor, para después seguir engullendo media polla, era jodidamente hábil, y su forma de mover la lengua no era normal, casi logra que me corra antes que ella, pero notando ya que se acercaban mi semen, metí mis dedos en posición, rozando su punto G, en 2 minutos se volvió a correr, casi coincidiendo con mi corrida en su boca, para mi sorpresa se lo trago y siguió chupando una vez flácida, hasta volver a ponerla dura, ¿quería mas fiesta? se la iba a dar.

-YO: levántate, te la voy a meter hasta donde te entre.- le di una cachetada en el culo.

-MARTA: no tengo condones, ¡dime que tu si!

-YO: me hice la vasectomía a inicio de año, no habrá problemas de mi parte, pero tú……hasta pasado mucho en África.- se puso en pie para sentarse en una mesa mirando hacia mi, y abriéndose de piernas, con cara de lujuria, y se separo los labios mayores.

-MARTA: me hice unos análisis al volver, estoy limpia, así que fóllame de una puta vez.

-YO: a sus órdenes.

Me levante y me puse entre sus piernas, dirigiendo mi glande a su entrada,  mientras ella me agarraba por el cuello con una mano y con la otra se apoyaba para mantenerse erguida, jugué frotando la punta de mi polla en su exterior, hasta que vi suplica en sus ojos, entonces la empale de un fuerte golpe de cadera, entro casi  ¾ del tirón, y no note demasiada dificultad así que aceleré rápido apoyándome sobre la mesa, ella me abrazaba ya sin sujetarse a la mesa, yo era su apoyo y a la vez la fuerza que la hacia moverse, me rodeo con las piernas como una profesional y movía su cadera facilitando mas la penetración, llevando así 10 minutos ya la penetraba totalmente, golpeando pelvis con pelvis, mis huevos rebotaban en su culo mientras mi polla la abría sin parar, cuando me harte de su aguante 10 minutos después, la cogí del culo y la levantaba de la mesa con cada embestida dando golpes con sus nalgas al caer en la mesa,  peor sin dejarla reposar en ella, nuestras frentes estaban pegadas, no nos besábamos, solo nos mirábamos a los ojos, así no aguanto mas y llegó su corrida, la 3º, pero yo no estaba listo aun, así que pase una de sus piernas por en medio, y la deje de espaldas a mi, sin sacarla de ella, y agradeciendo de nuevo por que al arquitecto se le ocurriera atornillar todas las mesas al suelo,  la agarre de las tetas y acelere al máximo mis movimientos hasta correrme, por el camino ella lo hizo otro par de veces, gritando que era como lo había soñado y como me vio con la sueca, que no parara. Debo reconocer que  sin llegar a ser mi leona, me costo mas de hora y media que rogara que parara, y otros 10 minutos al correrme, no había sido buena idea haberme hecho eyacular antes con la mamada, eso alargaba mi 2º corrida bastante.

Para cuando acabe y saque mi polla flácida de ella, se quedo colgada de  la mesa, con las piernas flaqueando y el culo totalmente rojo de los golpes que mi pelvis habían  dado allí. Me senté en el suelo algo agotado admirando mi obra.

-YO: vaya con la monja, me has dejado seco.

-MARTA: dios de mi vida, – se santiguó- pero que bien follas, me has dejado rota, eres un regalo del cielo – me hacia gracia aquella mezcla de alabanzas divinas y palabras sucias – ¡¡¡como no vas tener al instituto entero detrás de ti!!!

-YO: el mundo no sabe lo que se pierde contigo en un convento, tienes mas capacidad y aguante que casi todas con las que he estado.- ella torció el gesto, y dejándose caer al suelo de rodillas, echo a llorar.- perdona, no quería ser insensible…….

-MARTA: no es culpa tuya, es que tienes razón, y lloro por ese motivo, hasta que atacaron el poblado era un mujer sexualmente normal, llegué a hacer el amor con algún chico de África o algún jefe tribal para que me dejara quedarme, y   aunque disfrutara con ello, pero después, después de que me violaran………..no os he contado toda la verdad, al principio si, sufría y me resistía pero era por comida, luego ya me violaban sin nada a cambio y llego un punto en que…….mi mente cambio……pensaba en que no estaba mal, en que podía aprovecharme, en que si era participe me darían cosas………que yo era parte de ellos y ellos de mi.

-YO: ¿Síndrome de Estocolmo?

-MARTA: algo así me diagnosticaron en el hospital,  se dieron cuenta, me resiste a que me sacaran de aquella celda, y las primeras semanas pedía que me devolvieran allí, me tuvieron que sedar y atar cuando trate de escapar, después recibí ayuda, entre psicólogos, sacerdotes   y monjas me hicieron ver que estaba equivocada, que aquello no estaba bien, y me disidí apartar de esa vida cogiendo los hábitos,  pero……al oír de ti, al verte con la sueca, al ver como aguantaste mi historia y como me acariciabas en los bailes, se me ha ido la cabeza, he vuelto a aquella celda.- me di cuenta de que aquella mujer estaba mas jodida de la cabeza de lo que había supuesto.

-YO: te pido disculpas, no pense que fuera tan grave, si quieres me visto y me……

-MARTA: no, fóllame otra vez, eres lo único que me ha hecho sentir algo desde aquella vez- se me tiro encima masturbándome – la tienes mas grande que ellos, me lo abrieron tanto que apenas siento nada, pero a ti si, noto como me llenas.- me la quite de encima, estaba medio poseída, me dio mal rollo.

-YO: mira, vamos a dejarlo aquí, mañana con más clama charlamos.- me vestí y salí pitando de allí.

La tarde y noche pase  lenta, mi cabeza le daba vueltas, ¿que había hecho?, ¿me estaba aprovechando?, ¿no era justo?, decidí cortar de raíz, al día siguiente en cuanto la viera la pediría disculpas y no volveríamos a vernos en esa situación. El problema fue que el descanso la buscarla, me encontró a ella a mi y me metió en un cuarto a solas, se levanto la falda y me llevo su mano a su coño, sin bragas y  encharcado.

-MARTA: hoy después de clase ven a verme al aula.- se bajo la falda y se fue de allí.- sopese si ir o no, pero tenia algo de miedo a que se fuera de la lengua.

Al acabar las clases me asegure de que nadie me siguiera y entre en el aula, allí estaba Marta con el conjunto de monja puesto de arriba a bajo, cofia y rosario en las manos incluidas, de rodillas,  rezando.

-YO: hola ya estoy aquí- salude revisando que no huera nadie mas.

-MARTA: pasa  déjame acabar.- así lo hice, acabó y se sentó a mi  lado en una silla – mira siento si te asuste ayer, como te dije, has sido el 1º que m ha hecho sentir algo, me volví un poco loca.

-YO: un poco, si pero no pasa nada, podemos considerarlo tu despedida de soltera, jajaja ahora te casaras con dios.- aliviado por que parecía mas clamada y serena.

-MARTA: pues la verdad es que me lo estoy replanteando, no solo por ti, si no que puedo seguir ayudando a la gente sin ser monja, pero se que es el camino que quiera seguir hasta conocerte.

-YO: por mi no tomes decisiones, esto has sido un erro………….- me corto para sentase encima mía.

-MARTA: yo no voy a tomar la decisión, no se que hacer,  así que decidirá  dios y tu me vas a ayudar.- me temí lo peor – veras, quiero que me folles aquí y ahora- se levanto la falda y su culo desnudo se apretó contra mi polla- yo rezare a dios mientras me la hundes, y si el me quiere a su lado, no me correré, y si lo hago,  sabré que el quiere que siga con mi vida sin coger los hábitos.

Joder, estaba loca de verdad, pero no un poco,  si no ida de la cabeza, aquello no era un pensamiento racional, pense en sacármela de encima como loco que era, pero os voy a ser sinceros, todos mis reparos morales eran pocos, una pedazo de mujer restregaba su culo desnudo en mi paquete,  vestida de monja,  pidiendo que me la ensartara para entablar un disputa con dios por su futuro mientras ella rezaba, mi mente era adolescente, y le pareció perfecto.

La levante,  me desnude,  masturbándome para coger tono,  mientras ella me miraba juntando las palmas de sus manos rezando, se dio la vuelta y se sentó sobre mi levantando la falda de nuevo, palpando dirigí mi polla, y se la metí, ella muy digna, se dejo meter hasta el fondo mi polla aun morcillona, y sin cambiar el rictus ni separar las palmas de sus manos empezó a subir y bajar follándome ella sola, murmurando cánticos a dios, yo ni me movía, era ella quien hacia todo, pero ver a esa mujer de punta en blanco de monja rezando y ensartándose mi polla me la puso dura, su cara era de congestión, disfrutándolo pero hacia esfuerzos en hacer ver que no, de vez en cuando cambiaba le ritmo y la velocidad gimiendo mientras pedía a dios que la concediera su sabiduría, una hora estuvimos así, cualquier intento de mi parte por cambiar de postura o acariciarla fue en balde, aquello era entre dios y ella, yo solo era una barra de carne, me sorprendí a mi mismo pensando en Rocío o mi Leona, hasta pense en el clásico de fútbol que vendría en unos días, mientras aquella hembra se metía mi falo sin parar, la física no dejo que pasara pero si hubiera parado de moverse seguro que se me hubiera bajado la erección. Media hora mas tarde pasó lo inevitable y con ella botando salvajemente,  se corrió gritando como una posesa, quedo rendida hacia delante aun sin salir de mí.

-MARTA: esta bien señor, si es lo que quieres, así será, ayudare a la gente pero no cogeré los hábitos.- se puso en pie,  se desnudo completamente y es volvió a empalar,  esta vez de cara a mi, besándome, llego la fiesta.

Probamos todas las posturas africanas de danza pero sin ropa y penetrándola, con ella en brazos colgando de mi, estando de pie, ella se alejaba de mi balanceándose y se empalaba, como el péndulo que me enseño Eli, pero sin separar las piernas, cogida carrerilla, se corrió mas de 5 veces en la  siguiente hora, y yo 2, la 2º fue al darla por el culo, si, los soldados también le habían destrozado el ano, y mi polla gozo con su trabajo, después de cada corrida ella me la chupaba de nuevo hasta volver a ponerla dura y volvíamos a follar, a las 3 horas terminamos muertos, ella rememorando aquella celda y yo las sesiones con mi Leona.

-MARTA: venga una ultima vez, ofréceme a los dioses y cuando me bajes métemela por el culo, no me dejes tocar el suelo hasta que te corras.- así lo hice, bajando su culo sudoroso por todo mi pecho y mi vientre y dejándola allí suspendida mientras se la metía por el culo, agarrándola de los brazos,  la inclina hacia adelante apoyándola contra mi y me la tire así mas de 30 minutos hasta correrme, tuve agujetas en los brazos 2 semanas por aquello.

Al día siguiente hicimos la presentación, los chicos con las ropa africanas encima de las suya, pero ella y yo solo con las ropas africanas solo,  o casi, ella se dejo la ropa interior, y yo me tuve que dejar los slips, mientras me vestía,  por que en cuanto me movía,  se me salía la polla, ella al verla colgando  me la chupo sin parar hasta correrme, a 10 minutos de la actuación. La actuación quedo de cine y el ofrecimiento final arranco los aplausos de todos, al bajarla noto mi empalme de nuevo y al ir a cambiarnos me la tuve que volver a tirar, casi delante de los compañeros, y casi contra mi voluntad, al principio.

Después de aquello la vi un par de veces mas por el edificio, no volvimos  a follar,  y antes de acabar el curso nos informaron de que había dejado el seminario y se volvió a África, dijo que a buscar a dios, yo pensaba que a buscar una buena polla que le llenara.

CONTINUARA………


Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 5” (POR GOLFO)

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Había decidido que esa noche no pasara sin castigar la insolencia de Azucena. Por ello, dejé a María descansando y me acerqué al cuarto donde en teoría, su madre debía de estar durmiendo sin esperar mi llegada.
¿Dormida? ¡Mis huevos!
En cuanto crucé la puerta, supe que esa zorra sin escrúpulos estaba más que lista para recibir mi visita, al encontrármela en mitad de la habitación, atada a unas cadenas que colgaban del techo y con una venda que le tapaba sus ojos.
A pesar que debía saber que había llegado, la cuarentona no hizo ningún movimiento que la delatara sino que se mantuvo inmóvil, mientras con todo detenimiento me ponía a juzgar el tipo de hembra que la casualidad había querido que cayera entre mis manos.
«Hay que reconocer que sabe cómo poner bruto a un hombre», me dije al valorar la escena y no era para menos porque además de la postura en que la encontré, esa mujer se había puesto un camisón de encaje transparente que realzaba el erotismo de su indefensión.
Durante un par de minutos, me abstuve de hacer ruido mientras recreaba mi mirada en el estupendo culo con el que la naturaleza había dotado a esa puta.
«Tiene unas nalgas dignas de un mordisco», sentencié ya excitado y sin que nada ni nadie me lo impidiera, me agaché ante ese monumento y acercando mi boca, con mis dientes le hice saber que estaba en presencia de su amo.
Azucena ni siquiera se quejó al sentir el duro bocado con el que la regalé sino que luciendo una sonrisa de oreja a oreja, alzó su trasero dando muestra que estaba encantada con ese tratamiento.
La entereza de esa mujer me permitió mordisquear a placer los recios cachetes que formaban su trasero hasta que con mis ganas de venganza ya apaciguadas, renació en mí el dominante que llevaba oculto tantos años y es que las señales de mis dentelladas sobre su blanca piel aguijonearon mi lado perverso, haciéndome disfrutar como nunca de la sumisión de una mujer.
Más tranquilo, me puse a inspeccionar el artilugio al que voluntariamente se había atado. Fue entonces cuando me percaté que esas cadenas estaban unidas a una polea y que si hacía girar una manivela, la morena se vería suspendida en el aire.
El deseo se acumuló en su rostro en cuanto oyó que me acercaba a la pared y aun antes de notar que sus brazos se alzaban por efecto de ese aparato, sus pezones se contrajeron y se me mostraron listos para ser usados.
-Te gusta el juego duro, ¿verdad?- pregunté sin dejar de izar a mi sumisa.
Azucena, con total entrega y mientras sus pies dejaban de estar en contacto con el suelo, contestó:
-Mi amo informó a su puta que iba a castigarla y quise que supiera qué clase de juguetes tenía a su disposición en esta casa.
Su cara reflejaba una lujuria sin par y por ello, esperé a tenerla totalmente suspendida en el aire para examinar la mercancía de la que era propietario. Haciéndola girar como una peonza, disfruté de su sorpresa y sin esperar a que dejara de balancearse, desgarré su picardías dejando a la vista las preciosas tetas que iba a torturar.
-Pareces una vaca lista para ser sacrificada- comenté al tiempo que pellizcaba con ambas manos sus rosados pezones.
La dureza de mis caricias la hicieron boquear pero en vez de quejarse y haciendo gala de un exquisito entrenamiento, replicó:
-Mi destino es servirle, el de usted usarme.
De esa sencilla pero inapelable forma, la morena entregó su vida en mis manos con una rotundidad que por mucho que le pusiera mil collares podía igualar. Alucinado pero satisfecho, la volví a hacer girar mientras revisaba a conciencia los diferentes artilugios que permanecía perfectamente ordenados sobre la cama para que hiciera uso de ellos.
Tras hacer un recuento, comprendí que había muchos cuya función desconocía y no queriendo preguntar para no parecer demasiado novato, elegí entre otras una fusta que me pareció lo suficientemente elástica para estrenar con ella el culo de esa mujer.
Parándola nuevamente y sin dejarla que se habituara, descargué sobre su culo un par de duros zurriagazos que esta vez la hicieron gritar.
-¿Te duele?- pregunté casi arrepentido.
-Sí pero me gusta- respondió en voz baja.
Sus palabras avivaron el morbo que sentía y repitiendo ese doloroso castigo conseguí que su garganta enronqueciera de tantos gemidos que dio. Al revisar la adolorida piel de su trasero comprendí que me había pasado y recordando lo que me había hecho hacer con su hija, comencé a untar con crema las rojas señales que mi perversión había dejado sobre sus cachetes.
Ni siquiera había terminado de esparcirla cuando pegando un berrido, esa cuarentona se corrió ante mi incrédula mirada y tras asimilar esa información comprendí que había estado reteniendo su calentura para no hacerme saber que en su extraño modo de amar, cada latigazo era una muestra de cariño y que al dejar de atormentarla, no había podido aguantar dejando brotar su orgasmo.
«¡Es alucinante!», pensé sin conocer en profundidad las motivaciones de esa cuarentona pero entonces Azucena me sorprendió nuevamente al lanzarse sobre mi pene con una voracidad a la que no estaba habituado, diciendo:
-Necesito el pene de mi amo.
Tras lo cual, engulló mi extensión todavía morcillona. Ni que decir tiene que en pocos segundos y gracias a la experiencia de esa morena, una erección sin par creció entre sus labios y ella al notarlo, se la incrustó hasta el fondo de su garganta mientras con sus manos masajeaba mis testículos.
Aunque la mamada era escandalosa, decidí darla por terminada y tumbándome en la cama, sonriendo, señalé:
-Quiero ver tu cara de puta mientras te empalas.
Azucena comprendió la orden y ronroneando se acercó a mí con la felicidad reflejada en su rostro. Todo en ella era dicha y recreándose en la satisfacción de su dueño, usó mi ariete para apuñalar su sexo mientras decía:
-¿Desea que su guarra se pellizque los pitones?- tras lo cual y sin esperar mi permiso, comenzó a mover sus caderas con mi pito en su interior al tiempo que cruelmente retorcía sus pezones.
Tal y como le había pedido, su rostro fue un caro reflejo de la excitación que sentía al usar mi verga como montura e imprimiendo una lenta cadencia a sus movimientos, martilleó sin pausa su vagina.
-¡Dios! ¡Cuánto necesitaba un amo!- gimió descompuesta al notar que su coño se anegaba.
Complacido con su obediencia, aguijoneé su amor propio al decirle muerto de risa:
-O aceleras o tendré que llamar a tu hija para que te enseñe como hacerlo.
Mi evidente escarnio cumplió su objetivo ya que incrementando la velocidad con la que su vulva era apuñalada por mi ariete, convirtió su suave trote en un galope desenfrenado.
-¿Así le gusta a mi amo?- chilló con la respiración entrecortada producto del esfuerzo y del placer que sentía.
No queriendo dar mi brazo a torcer, con rítmicos azotes sobre su pandero, azucé a esa morena a saltar una y otra vez sobre mi pene sin importarle que chocara dolorosamente contra la pared de su vagina.
-¡Más rápido!- insistí al adivinar que en breve Azucena no iba a poder soportar tanto castigo y que se iba a correr.
Tal y como había previsto, su cuerpo colapsó y derramando su placer sobre mis muslos, la madre de María aulló presa de la lujuria. Momento que aproveché para coger uno de sus pechos entre mis dientes y mientras su flujo empapaba las sábanas, con severidad lo mordisqueé.
Ese nuevo correctivo elevó su excitación a límites pocas veces experimentados y demostrando el gozo que la tenía subyugada, me rogó que me derramara dentro de ella. Su petición fue el incentivo que mi cuerpo necesitaba y abriendo la espita de mi propio placer sembré su cuerpo todavía fértil con mi simiente.
Azucena al sentir las detonaciones de mi verga en su interior, buscó aprovechar cada gota convirtiendo sus caderas en un torbellino de lujuria que sin pausa y mientras unía un climax con el siguiente, ordeñó mis huevos hasta dejarlos completamente vacíos.
Solo cuando se aseguró de haberlo conseguido, se dejó caer sobre mí, llorando de alegría. Si para entonces me creía vacunado a nuevas sorpresas, esa mujer me sacó de mi error al decirme mientras seguía convulsionando sobre mí:
-¿Puedo llamar a Maria para que sea testigo de mi entrega?
-No te entiendo- respondí al no saber a qué se refería.
Entonces, soltando una carcajada, abrió un cajón y sacó un collar igual al que esa misma noche había cerrado en torno al cuello de su hija y mostrándomelo, me soltó:
-Tengo reservado este para mí.
Descojonado, la besé y pegando un cariñoso azote en su trasero, acepté su sugerencia diciendo:
-Llámala… a ver si después, ¡me dejáis dormir en paz!
Irradiando alegría, salió en busca de María mientras en la comodidad de esa cama, me estiraba a mis anchas sabiendo que entre esas paredes ¡había encontrado el paraíso!

Relato erótico: “Viviana” (POR ERNESTO LOPEZ)

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Viviana

Todo ocurrió hace bastante tiempo, yo tenía 23 años, vivía solo y me dedicaba a hacer trabajos de electrónica en forma independiente para ganarme la vida mientras estudiaba.

Una vecina del edificio, que tendría unos 10 años más que yo siempre me saludaba muy amable y sonriente. Un día me comenta que se le estropeó el televisor, si yo se lo podía ver.

Fui una tarde un par de días después, arreglé el aparato: era una pavada y me fui, no le quise cobrar. Me dijo: ¿Por qué no venís esta noche a tomar algo, así charlamos cuando el nene duerme? Tenía un pibe de 4 años que molestaba bastante.

Esa noche como a las 10 caí en lo de Viviana y me estaba esperando muy linda con una mini y un sueter apretado, me había comprado una camisa y unas medias como agradecimiento por la tele,
me preguntó que quería tomar, whisky contesté y no tenía, solo bebidas sin alcohol, tome un cortado.

Le pregunté por el nene y me dijo que ya hacía rato que dormía; me aclaró que una vez dormido nunca se despertaba, me contó cosas de su vida. Yo creía que estaba separada ya que siempre la veía sola, pero dijo que el marido era marino mercante y pasaba estaba varias semanas embarcado, así que venía a tierra una semana por mes en promedio.

Seguimos hablando amablemente de cualquier cosa cuando ella se paró para buscar algo creo y al pasar al lado mío me da un terrible chupón en la boca y se ríe con cara de pícara.

Está de más decir que a los cinco minutos estábamos cogiendo como dos perros calientes en el sofá del living, creo que ni nos terminamos de sacar toda la ropa, realmente mucho no me acuerdo de ese polvo porque fue mucha la calentura.

Cuando me había invitado yo ya había imaginado que esto podía pasar, pero al darme un regalo pensé que era solo agradecimiento por el trabajo, así que cuando se dio estuvo muy bueno.

Ya era bastante tarde, así que me lavé un poco en el baño, le di un beso y me fui a mi casa; le dije que a la noche siguiente la llamaba.

A la mañana siguiente, temprano, suena el timbre del departamento, totalmente dormido abro la puerta y me encuentro a Viviana con un paquete de facturas, me dice que viene a desayunar conmigo.

Ella volvía de dejar al hijo en el jardín, pasó por la panadería y me vino a ver; la hice pasar al living y puse la cafetera eléctrica en la cocina.

Cuando volví al living se había quitado el tapado que traía (era invierno), estaba de pie, desnuda, sólo con medias, portaligas y un broche de la ropa en cada pezón.

No podía creerlo, se me puso la pija como fierro instantáneamente y me le fui al humo; ella me dijo: “soy una chica muy mala, lo que hice está mal y me tenés que castigar”

Me la quise coger allí mismo pero me paró e insistió en que se merecía una paliza; yo con tal de cogérmela era capaz de matarla, así que hice lo que me salió: me senté en una silla, la puse con el culo para arriba y le pegué algunos chirlos.

Ella me pedía a los gritos que le diera más fuerte y yo le daba cada vez más hasta que el orto se le puso bien rojo.

Ya me dolía la mano de tanto pegarle y me parecía que me iba a estallar la verga, me la quise coger de una buena vez, pero me volvió a parar, me dijo que si me la cogía se me pasaba la calentura y no le iba a seguir pegando (algo de cierto había porque si no hubiera estado tan caliente no creo que me hubiera animado).

Le dije que no, que seguiría caliente y le seguiría dando pero me pidió que me aguante y le pegue un poco más, que le de con un cinto.

Yo estaba sacadísimo, así que fui al dormitorio, agarré un cinturón de cuero grueso, cuando volvía estaba en cuatro, con la cara sobre el piso y el culo rojo al aire aun enmarcado en las medias negras y el portaligas.

Tenía la piel muy blanca, era rubia natural, algo gordita pero el culo era una belleza,
Me quede parado detrás de ella y le empecé a dar con el cinto bien fuerte, quedaban marcas más oscuras que el resto a cada golpe y ella disfrutaba como una yegua.

En eso se dio vuelta, se abrió bien de gambas y me exigió que le siga dando en la concha y en las tetas. Por supuesto que así lo hice hasta que empezó a los gritos y tuvo una acabada espectacular sin que nadie la tocara.

Entendí que ya había llegado el momento, me le tire encima, me eché dos polvos sin sacarla y ella seguía orgasmando sin parar.

Al separarme pude ver que le habían quedado muy marcadas las tetas y la concha rubia con poquitos pelos, era un espectáculo.

Me agarraron unas ganas de mear infernales, no había meado desde que me levanté y con la poronga todo el tiempo al palo no me había dado cuenta.

Me fui al baño, empiezo a mear y en eso Viviana entra, se arrodilla al lado del inodoro y mete la cabeza abajo del chorro de pis, con la boca abierta.

Cuando terminé de mear (como pude porque se me volvió a parar) se puso a chupar el borde del inodoro y lo que había caído para afuera, ahí nomás la agarré del pelo y se la hice chupar.

Se deleitaba y me la escupía bien, en pocos minutos le acabé en la boca y se lo tragó con mucho placer, desde el piso me dijo que todo lo que saliera de mi pija era muy rico y tenía que ser solo para ella.

Me dio hambre después de este agitado despertar, serví dos tazas de café y lo lleve al living para tomar con la factura que ella trajo.

Mientras desayunábamos me contó que casi no durmió, estuvo toda la noche caliente y se hizo varias pajas esperando que amaneciera y poder venir a verme, le pregunté si había pasado por su casa antes de venir y me dijo que no, se vistió así y así llevo al nene al jardín, para no perder tiempo, el saber que estaba en bolas debajo del tapado la calentaba más.

Mientras me contaba esto agarró un churro y se lo empezó a meter en la concha, lo metía un poco y lo sacaba, al rato se comió ese pedazo y volvió a hacer lo mismo hasta que lo terminó todo.

Por supuesto que ese espectáculo me motivó nuevamente y otra vez tenía la pija como piedra, me agradeció mucho y dijo que mi pija le encantaba, tenía buen tamaño pero sobre todo siempre estaba bien dura.

La hice ponerse en cuatro y le empecé a lubricar el orto con un dedo y saliva, me grito que no, que se la meta de una sin tanta vuelta, se la clave casi en seco, pego un grito pero creo que fue más de placer que de dolor.

La culié un buen rato mientras le seguía pegando en el culo, aunque más suave que antes, cuando acabé y se la saqué estaba un poco sucia de mierda como suele pasar, me la chupó hasta dejarla reluciente y me pidió perdón por no haberse hecho un enema antes de venir por el apuro.

Yo estaba en el mejor de los mundos, la miré y le dije : te quiero; jamás me voy a olvidar su respuesta: “no me quieras, soy toda tuya, podés hacerme o pedirme cualquier cosa, pero no me quieras, soy una cosa, quiero que me uses.”

Era la primera vez que escuchaba algo así, pero entendí la idea.

Ya casi era la hora que salía el pibe del jardín, me dijo que iba a su casa a darse un baño, cambiarse y a buscarlo. Se lo prohibí, la obligué a que se quede hasta la hora de salida y que fuera como estaba, con el tapado por supuesto pero sin lavarse ni cambiarse.

Se puso roja y creí que iba a mandar a la mierda pero no, no era eso, se volvió a excitar por el morbo y me dijo: “si mi macho, mientras espero que sea la hora ¿me puedo hacer una paja?”

Cuando se fue todavía estaba toda roja, con el pelo mojado por la meada, seguro que andar así por la calle la calentaría aun más. En la puerta me hizo jurarle que a la noche iría a la casa.

Esa tarde fui al centro, a la calle Corrientes donde hay muchas librerías y busque material sobre sadomasoquismo, en esa época no existía internet y yo no sabía casi nada al respecto.

Conseguí algunos libros sobre perversiones sexuales del punto de vista sicológico y médico y algunas revistas especializadas con fotos muy reveladoras, estuve hasta la noche devorando ese material y aprendí bastante.

A la noche, bastante más tarde que la noche anterior fui al departamento de Viviana, estaba ansiosa, temía que no fuera; por supuesto lo hice apropósito.

Tenía la calefacción bien fuerte y estaba con un vestidito corto de tela fina, no tenía corpiño y se notaban sus pezones, al abrazarla para darle un beso le toque el culo y verifiqué que tampoco tenía bombacha.

Sin preguntarme me trajo un vaso con hielo y una botella de whisky importado, me gusto el gesto, me serví una buena cantidad, lo probé y le di a ella, me dijo que no tomaba, hoy vas a empezar le dije serio, tomó un buen trago.

Me besó con mucha lengua y me empezó a tocar la pija por arriba del pantalón, como respuesta le apreté bien fuerte los pezones sobre el vestido, ahogó un grito un poco por el dolor y otro poco por la sorpresa, pero fue casi un gemido.

No quería gritar para no despertar al nene, esto me gustó, iba a tener que sufrir en silencio obligado, aunque le hiciera lo que fuera.

Le saqué el vestido y me sorprendí por las marcas que le habían quedado de los cintazos de la mañana, sobre su piel tan blanca eran muy llamativos, los toque y le pregunté si aun dolían, me dijo: “no, al contrario, verme así me excita y me da placer, querría que alguna vez me dejes marcas permanentes.”

¿Y tu marido que va a decir? le pregunté, “me chupa un huevo, ni mi marido, ni mis padres, ni nadie, sólo me importa mi hijo a quien amo y respeto. El resto del mundo me importa tres carajos mientras nosotros la pasemos bien.”

Quería que me la cogiera ya mismo pero yo estaba dispuesto a hacerla desear todo lo que pudiera, sabía que así el goce sería mayor.

Me serví más whisky y le hice tomar a ella, traje hielo de más y le metí dos cubitos en la concha, “para que te enfríes un poco” le dije, por supuesto ella no sólo no se enfrió, sino que cada vez estaba más caliente y me pedía abiertamente que me la garche.

Parece que no te enfriaste lo suficiente, dije, vamos a hacer algo mejor, anda al balcón así como estás, en pelotas y te quedás hasta que yo te llamé. Si te aburrís mucho te podés hacer la paja pero sin acabar.

Dudó un instante, nuestro edificio quedaba en una calle angosta y enfrente había otros departamentos de donde podrían verla facilmente, pero la perversión y el deseo fueron más fuertes; salió sin chistar.

La dejé allí una media hora, era tarde y hacía mucho frio, era poco probable que alguien la viera pero nunca se sabe…

Cuando la entré estaba helada, su piel era aun más blanca, pero toque su concha y ardía como una hoguera. Se había estado masturbando todo el tiempo, yo la miraba de reojo, era un bonito espectáculo, apoyó su culo en la baranda y mirando hacia adentro se metía los dedos despacito de a ratos se daba vuelta y miraba hacia enfrente, supongo que tratando de ver si alguien la estaba mirando.

Al sentir su argolla tan caliente y mojada le recriminé: “te dije que no podías acabar y no me obedeciste”, su boca temblaba, “no por favor, no es cierto me aguanté aunque me costó un montón, cada vez que estaba por llegar paraba y pensaba en cualquier cosa.”

“Está bien, te creo” dije, yo ya no podía aguantar más, me saqué el pantalón y saltó mi verga como un resorte, me acosté en el piso y ella se puso encima mío, se la clavó de una hasta los huevos y empezó un sube y baja infernal, yo la ayudaba apretándole las tetas hasta dejar mis dedos marcados y pellizcando sus pezones.

Acabamos rápido por supuesto, se bajó y se puso a chupármela con pasión, quería seguir cogiendo pero mi intención era otra, quería saber todo lo posible sobre ella y su original manera de gozar.

Le dije, si querés más pija me vas a tener que contar como empezaste con esto del sexo duro, mientras le daba más whisky.

Me fue contando su historia entre polvo y polvo y seguimos hasta la madrugada muy entrada,

Continuará

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 6

Ese viernes, me desperté abrazado por María y por su madre. Con una a cada lado, el calor de sus cuerpos desnudos terminó de avivar los rescoldos de la lujuria que me había dominado esa noche. Cada una a su estilo era una mujer bellísima por lo que mientras las admiraba no pude decidir cuál me parecía más atractiva. La madurez de Azucena era tan apabullante como sus pechos y no tenía nada que envidiar a la juventud de su chavala. Viéndolas dormidas ya resultaba complicado entender que ese par hubieran voluntariamente accedido a entregarse a un hombre sin exigir nada a cambio pero me resultaba todavía un misterio que además lo hicieran en condición de sumisas.
«De desearlo, podrían esclavizar al que les apeteciera», medité preocupado por si realmente esa era su intención última conmigo.
Recordando la noche anterior en la que se habían entregado a mí, rechacé ese pensamiento y viendo que tenía una hora antes de ir a trabajar, decidí comprobar si después de tantas horas de pasión todavía les quedaba fuerzas.
Usando ambas manos, comencé a acariciarlas el trasero para irlas sacando del sueño lentamente. El tacto de sus pieles era también diferente: mientras la de María era tenía la delicadeza del terciopelo y la elasticidad del cuero, la de su madre te dejaba impresionado por su suavidad.
«Tienen unos culos preciosos», pensé para mí mientras las estudiaba con la mirada.
La primera en despertar fue Azucena que abriendo los ojos me miró sonriendo al comprobar que eran mis yemas las que estaban recorriendo sus nalgas.
-¿Desea algo mi amo?
El cariño de su tono azuzó mi calentura y mordiendo sus labios, respondí:
– ¿Todavía no sabes lo que me gusta?
Satisfecha, la cuarentona deslizó su boca por mi cuerpo y al llegar a su meta ronroneó diciendo mientras tomaba mi pene entre sus manos:
-Su gatita tiene sed.
Interpretando a una dulce felina, olisqueó a su alrededor como si buscara su sustento y ya a escasos centímetros de mi entrepierna, susurró:
-¿Mi dueño me regalaría su leche?
Muerto de risa, contesté que sí pero Azucena se quejó que estaba fría y con un brillo pícaro en sus ojos, me soltó.
-¡Voy a calentarla!
Sabía que estaba usando sus mejores armas para ponerme bruto y aunque tengo que confesar que para aquel entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad, decidí no ponérselo fácil:
-Me apetece un baño, ¡prepáramelo!
-¿Yo sola o despierto a esta dormilona?- contestó señalando a su hija que seguía dormida.
«Quiere jugar con su retoño», me dije y accediendo a sus deseos, repliqué:
-Despiértala e ir juntas.
Reconozco que me dio morbo ver que aceptando mi mandato, la rubia empezó a restregarse contra la espalda de su hija mientras le decía:
-Putita, necesito tu ayuda.
La chavala tardó en reaccionar y eso permitió a su vieja adelantar su despertar con sendos pellizcos sobre sus tetas.
-¡Me haces daño!- protestó María todavía medio dormida.
Sin compadecerse, aumentó la presión de sus dedos, diciendo:
-Nuestro dueño está despierto y debemos ocuparnos de él.
-Ya voy, ¡joder!- contestó bastante enfadada.
La morenita no se esperaba que su madre respondiera a su insolencia con un bofetón que la hizo caer de la cama.
-¿A ti qué te pasa?- chilló llena de ira desde el suelo.
Obviando su cabreo, Azucena me dijo:
-Siento no haber sabido educar a esta zorra, ¿cómo puedo subsanar mi error?
Asumiendo que a esas horas, no me apetecía dar personalmente el correctivo que mi joven sumisa necesitaba pero tampoco contemplarlo, respondí:
-Prefiero compensarte a ti mientras ella se ocupa de todo.
La rubia sonrió y olvidando a María, me ofreció sus pechos como ofrenda. Aunque había disfrutado de sus cantaros con anterioridad, a la luz del día me parecieron aún más maravillosos. Grandes y de color oscuro estaban claramente excitados cuando, forzando mi calentura, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus areolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo.
Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.
-Esta gatita está bruta- maulló en mi oreja.
Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y la terminara de desnudar pero antes de hacerlo decidí azuzar a María a obedecer diciendo:
-Si sigues en esa actitud rebelde y no cumples mis deseos, me quedaré solo con tu madre.
El terror que leí en sus ojos me confirmó que esa cría aborrecía la posibilidad de quedarse sin dueño y por ello no me extrañó que se levantara corriendo a prepararme el baño.
Para entonces Azucena llevaba un tiempo frotando su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.
-¡Me encanta despertar junto a mi amo!- me exclamó y mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad creciente.
Lo que en un inicio consistió en un juego se fue convirtiendo en una necesidad y sus débiles gemidos con los que quería provocarme rápidamente dieron paso a aullidos de pasión. Mi antiguo yo no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión follándosela pero imbuido en mi papel me mantuve impertérrito y con cara de póker, observé su excitación.
-Puedes correrte- murmuré al ver que era inevitable.
-¡Dios mío!- gritó al sentir que convulsionando sobre mis muslos su sexo vibraba incapaz de retener más el placer. No me hizo que me informase de su orgasmo porque chillando de gozo la cuarentona empapó con su flujo mis muslos.
Durante un minuto que me pareció eterno, siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un caos, por una parte estaba orgulloso de haber mantenido el tipo pero por otra estaba contrariado pensando que me había comportado como un novato.
Menos mal que Azucena me sacó del error, diciendo con una sonrisa:
-No puedes negar que has nacido para dominarme, permites a tu zorra unas migajas de placer sabiendo que ella deberá compensarte.
Sus palabras adquirieron su verdadero significado cuando se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi paquete y alegremente soltar:
-¡No hay nada mejor para una mujer como yo que el pene erecto de su amo.
Al oírla pensé que se estaba exagerando pero aun así no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Es más, separando mis rodillas mientras me acomodaba sobre el colchón, la dejé hacer. La viuda al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios, pero ella haciendo caso omiso a mi sugerencia, incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar mi miembro, me dijo:
-Tengo sed, dame de beber.
Estaba a punto de satisfacer su deseo cuando de pronto comprobé hasta donde llegaba su necesidad al ver que bajando la mano que le sobraba entre sus piernas, mi sumisa cogía su clítoris entre sus dedos y lo empezaba a torturar.
-Mi anciana zorra está cachonda- concluí al admirar el modo en que nos masturbaba a ambos pero viendo que estaba a punto de alcanzar un segundo clímax se lo prohibí: -pero ahora es mi turno de gozar.
Dando la vuelta a esa mujer, comencé a jugar con mi glande en su sexo. La rubia estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, apoyó su cabeza sobre la almohada mientras intentaba no correrse.
Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso coloqué sin más mi glande en su entrada. No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Azucena moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
-Fóllese a su puta- gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces, poco a poco, mi pene se hizo su dueño mientras la cuarentona hacía verdaderos esfuerzos para no gritar.
-Me encanta- resopló con la respiración entrecortada al sentir como su coño empezaba a segregar gran cantidad de flujo.
Contra mi idea preconcebida de que esa mujer era capaz de controlar sus orgasmos, adiviné que estaba fuera de sí y queriendo hacerla fallar con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
-Ni se te ocurra correrte.
-No lo haré- chilló descompuesta
Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y ya asaltando su cuerpo con brutales penetraciones, seguí azotando su trasero con nalgadas. La rubia al sentir mis rudas caricias anticipó que la iba a pifiar pero aun así me gritó que no parara mientras no paraba de decirme lo mucho que le gustaba el sexo duro.
Asumiendo que tras años de obligada dieta esa viuda necesitaba que le dieran caña, aceleré mis caderas convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Azucena al experimentar los golpes de mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
-¡Lo siento!- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el colchón.
Al correrse, en vez de avergonzarse, con voz necesitada me rogó que continuara cogiéndomela sin descanso aunque luego la castigara. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y sin la urgencia de satisfacer a esa madura, derramé mi simiente en su interior.
-¡Gracias!- aulló al comprobar que su conducto se llenaba con mi semen y moviendo sus caderas, consiguió ordeñar hasta la última gota de mis huevos.
Tras unos minutos durante los cuales descansé, miré el reloj y comenté que iba a bañarme. Azucena me regaló una sonrisa mientras me decía:
-Creo que suficiente castigo ha tenido mi hija al no poder disfrutar como yo- y señalando a María que había estado observándonos desde la puerta, me pidió que fuera ella la que me enjabonara.
-No se lo merece. Debe aprender a levantarse de mejor humor.
-Le juro que he aprendido la lección- protestó entre dientes al ver su esperanza truncada.
Sin dar mi brazo a torcer, me levanté y ya desde la ducha, informé a mis sumisas que debían pensar en que castigo tendría la otra afrontar por haberme fallado…

Relato erótico: “La fábrica 19” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FABRICA 19

Y entonces, por primera vez, Luis me cogió.  Lo hizo sin el menor cuidado de que fuera a entrar alguien ya que estábamos junto a los lavatorios y no en un privado.  Lo primero que hizo fue tomarme por las caderas y quitarme mis bragas, ésas mismas que yo reservaba para que me las quitara Daniel después de la fiesta.  Palpó mi carne y recorrió luego con detenimiento cada centímetro cuadrado de la tela de mi vestido blanco, el cual, según propias palabras, era uno de sus fetiches preferidos.  Luego pareció tomar conciencia de que urgía la prisa y, tras ensartarme, comenzó a bombearme a la vez que, pasando las manos por delante de mi tórax, me aprisionaba las tetas que, en ese momento, se balanceaban sobre el lavabo.  Lo más increíble del asunto era que a mí tampoco parecía importarme mucho el ser vista en esa situación; más aún: hasta me gustaba la idea de que alguien le fuera a Daniel con el cuento pues se lo tenía merecido.  Creo que allí radicó la clave para sentir placer en ese momento; no era tanto que Luis fuera un gran cogedor: lo que me excitaba sobremanera era el saber que yo me estaba vengando de mi flamante esposo y, en ese momento, poco me importaban las infidelidades por mí antes cometidas o, bien quizás, conformaba a mi conciencia el que él hubiera terminado por no portarse demasiado bien conmigo.  Y, de hecho, me había sido infiel sin saber que yo lo había sido con él.  El razonamiento, desde ya, me venía como anillo al dedo; las mujeres solemos hacer eso: buscamos encontrar en el otro la falta que, de algún modo, nos sirva de excusa para justificar nuestro comportamiento, aun cuando dicho comportamiento sea cronológicamente anterior a la supuesta falta.

El bombeo fue en aumento y mi calentura también: chorros de saliva me caían por las comisuras y parecían ser más propios de una loba rabiosa que de una perra en celo.  Lo sentí acabar dentro de mí y, una vez más, el tibio semen me invadió por dentro.  Luis se dejó caer sobre mí, exhausto y, en cuanto recuperó un poco el aliento, se dedicó a morder y lamer mi vestido blanco, ése que tanto le excitaba.

Ninguno de los dos agregó más palabra.  El, simplemente, se acomodó la ropa y se retiró; viéndolo en el espejo, pude advertirle una amplia sonrisa de satisfacción.  Yo quedé un rato acodada sobre el lavabo y con mis bragas en los tobillos: el peligro de que alguien entrara de un momento a otro volvió a cobrar fuerza y, aun cuando, como ya dije, se trataba de una sensación paradójica, me acomodé la ropa, para luego, recomponer un poco mi cabello y maquillaje.  Volví a la fiesta; estaba furiosa y se me notaba: cualquiera podía darse cuenta con sólo verme caminar.  Pensé en encarar directamente a Daniel en el parque pero me abstuve: deambulé entre las mesas sin rumbo, nerviosa, sin saber qué hacer.  En cada mesa que me detuve, bebí alguna copa de vino que se hallaba sobre el mantel y lo hice, en todos los casos, de un solo trago.  Sólo el alcohol podía, en ese momento, servir como refugio para mi furia y, de hecho, pregunté a una de las camareras cuánto faltaba para que trajeran el champagne.

En una de mis tantas pasadas por las mesas, volví a pasar junto a Hugo, quien ya para ese entonces casi no podía tenerse en la silla y no paraba de decir pavadas y carcajear a todo volumen.  Una vez más, me arrojó un manotazo a la pasada pero no logró capturarme; no obstante ello, me giré hacia él mirándolo fijamente.  Avancé dos pasos hacia su silla y le puse mis tetas prácticamente a la altura de su rostro, lo cual no sólo se notó que lo dejó perplejo sino que además hizo levantar vítores y risas a coro de entre quienes alrededor se hallaban.  Lo tomé por la camisa y lo atraje hacia mí, estampándole en la boca un largo y profundo beso mientras él, absolutamente descolocado, se agitaba como un pez repentinamente fuera del agua; no había esperado jamás tal actitud de mi parte, como tampoco la habían esperado los invitados, cuyo festejo de la situación se volvió aun más ruidoso. 

Contrariamente a lo que podría suponerse, en ese momento disfruté del hecho de captar la atención de todos, pues estaba segura que, en un santiamén, la noticia recorrería el salón y llegaría hasta el parque, donde Daniel platicaba con sus amigos.  Siempre mirándolo a la cara, recogí mi vestido y me senté sobre el regazo de Hugo colocando una pierna a cada lado de él, a la vez que echaba mis brazos en torno a su cuello y llevaba mi lengua bien adentro de su boca, lo cual, con lo borracho que él se hallaba, puedo decir que fue otra experiencia alcohólica, además de desagradable; pero nada me importaba…

Cuando separé mis labios de los suyos, seguí mirándolo a los ojos con una mirada provocadora y hambrienta.

“Luis ya me cogió – le dije, en un tono desafiante desconocido para mí misma -.  ¿Y vos?  ¿O será que sos puto?”

No sé si mis palabras fueron oídas por quienes nos rodeaban, pero lo que sí sé es que el rostro de Hugo lucía totalmente transfigurado; los ojos se le escapaban de las órbitas y saltaba a la vista que no sabía en dónde meter tanta perplejidad.  Bajo el monte de mi sexo podía sentir claramente cómo se le iba poniendo duro el miembro mientras él seguía sin decir palabra alguna y ya no se mostraba tan alegre y jocos como hasta hacía unos minutos.  Hasta parecía que se le hubiera ido la borrachera, no por el olor sino por la actitud…

Poniéndome en pie y, tironeando de su camisa, lo hice levantar de la silla y, prácticamente, lo arrastré conmigo, ante la atónita pero también festiva mirada de los presentes.  Lo llevé en dirección al toilette y varias veces perdió el equilibrio en el camino, ante lo cual yo, en cada oportunidad, lo levanté, simplemente y sin delicadeza alguna, tirándole de la camisa e incluso hasta haciéndole perder un par de botones.  Yo ya no miraba atrás pero, aun así, podía imaginar los rostros desencajados y azorados de quienes, seguramente, no podían creer el vernos entrando en el baño de damas.  Entorné la puerta, no sé por qué… Quizás porque, de todas formas, ya era suficientemente público y conocido que mi jefe estaba a punto de darme una buena cogida.

Volví a adoptar la misma posición que con Luis, es decir, me incliné sobre el lavatorio; la elección de tal postura no era caprichosa ni azarosa: en realidad, era la mejor que podía adoptar para no tener que ver cuán poco atractivo era el tipo que estaba a punto de montarme.  Él estaba tan borracho que se le hizo complicado conseguir una buena erección; se le había comenzado a poner dura en el salón pero le costó llegar a envararla por completo: jugueteó un poco con su pene humedeciéndome por entre las piernas, pero después volcó su atención a mi entrada anal.  No me sorprendió: era el padre de Luciano, después de todo.  Ya para esa altura me quedaba lo suficientemente claro que el puerco quería entrarme por allí y, en lugar de indignarme y ponerlo en su lugar, lo dejé hacer.  Se hizo un poco larga la ceremonia previa puesto que, si ya la erección de por sí se le complicaba, él estaba eligiendo la entrada más difícil en tal contexto.  No obstante y luego de mucho juego previo, lo consiguió y entró en mi culo torpemente: no se parecía mínimamente a la penetración de su hijo.  Podía ser en parte culpa del alcohol, pero la realidad era que Hugo Di Leo no me daba la impresión de ser tipo muy ducho en tal menester; lo suyo más bien, era el “juego sucio” más que el sexo propiamente dicho: las cochinadas de oficina tales como lamidas de culo, mamadas de verga, cosas por el estilo, pero nada que diera muestras de ser un experto en empalar a una mujer.  De todos modos, su rítmico bombeo se fue incrementando poco a poco y, si bien me dolía, yo apretaba los dientes y me la aguantaba.  Para concentrarme, sólo pensaba en Daniel y en Floriana: sólo el odio y la rabia podían ayudarme a mantenerme más o menos íntegra en una situación como ésa.  Más aún: ese odio me excitaba y, por lo que podía sentir, me llevaba hacia el orgasmo.

Y la acabada llegó: su semen caliente invadió mi culo casi al tiempo en que yo también explotaba; en cuanto retiró su verga, pude sentir el líquido viscoso bajándome por las piernas.  Si Luis había terminado extenuado, Hugo estaba casi muerto: no paraba de jadear y no parecía capaz de pronunciar palabra alguna ni aunque se lo propusiese.  Se dejó caer a un costado y quedó allí, de pantalones bajos y sentado en el piso al pie de los lavatorios.  Yo, por mi parte, me acomodé una vez más la ropa y volví a la fiesta; como no podía ser de otra forma, bastó con trasponer la puerta para descubrir una constelación de ojos clavados sobre mí: los había curiosos, otros azorados, otros gozosos, otros divertidos, otros perversos, pero todos me miraban a mí.  ¿Y qué esperaba después de todo?  Hice una recorrida con la vista en busca de Daniel, pues deseaba, por todo y por todo, que estuviese allí, pero no: no se lo veía por el salón, de lo cual inferí que aún seguía en el parque.  Lástima…  A quienes sí pude distinguir fue a sus padres y pude, de hecho, sentir la gélida mirada de la madre sobre mí; no supe, en ese momento, si era debido a ya estar anoticiada de lo ocurrido en el baño de damas o a que, simplemente, no me perdonara, tal vez, el haberme (según ella) prestado a los papelones de Hugo durante la ceremonia de las ligas.  Hice caso omiso y, simplemente, desvié la vista, no con temor o vergüenza sino con desinterés: antes que recriminarme nada, no le vendría mal enterarse algunas cosas acerca de la “conducta ejemplar” de su querido hijo…

Recogiendo los pliegues de mi vestido, retomé mi marcha por entre las mesas y me senté a la primera en que vi una silla libre.  Un rato después se anunciaban la torta y el champagne, y fue entonces cuando apareció Daniel: no se lo veía furioso como yo hubiera esperado, sino más bien compungido; era como si aún no le hubieran dicho.  Ya le llegaría de todas formas: no había posibilidad alguna de que fuera de otra forma.  Hizo un recorrido con la vista como si me buscara pero no me encontró: me hallaba bastante camuflada, sentada a una mesa en la cual él no esperaba verme. 

Un rato después me dirigí hacia el lugar en que se hallaba la enorme torta de la cual pendían un sinfín de cintas mientras las camareras iban haciendo llegar baldes con botellas de champagne.  Recién entonces Daniel recaló en mi presencia y me clavó una mirada de hielo que, interpreté, no tenía nada que ver con que se hubiera anoticiado de lo ocurrido en el baño de damas sino que más bien era una secuela de lo ocurrido con las ligas: bastaba con ver su semblante para darse cuenta que era eso lo que me seguía recriminado.  Pobre idiota… ¿Cómo iría a sentirse en cuanto supiera que, después de semejante bochorno, mi jefe había terminado por cogerme en el baño y que allí todo el mundo lo sabía?  Todo el mundo, claro, menos él, tal como desde hacía rato venía ocurriendo…

Nos sirvieron el champagne y tuvimos que hacer la clásica ceremonia de brindar y beber cruzando mutuamente nuestras copas.  En ese momento nos encontramos cara a cara… y si la mirada de él era del más cortante hielo, la mía, puedo asegurarlo, era puro fuego.

Demás está decir que cuando salimos del salón, ni siquiera lo hicimos tomados de la mano; él no hizo amago en tal sentido y yo tampoco: recién cuando estábamos ya a punto de subir al vehículo le tomé la suya, aun con resistencia, y me giré hacia los invitados tratando de poner la mejor sonrisa.  Las caras lo decían todo: los que lucían más escandalizados permanecían algo por detrás, como guardando distancia al no poder dar crédito a su incredulidad por lo que habían presenciado en la fiesta.  Los que estaban más cerca de nosotros no lucían menos incrédulos, pero sí mucho más divertidos y sacándole, seguramente, el jugo a la situación, ya que no era difícil de suponer que se hablaría por semanas de mi casamiento.  Daniel intentó soltarse de mi mano pero no se lo permití hasta que nos hallamos en el auto y el chofer puso en marcha el motor.

Esta vez fui yo quien lo miró fijamente, aun cuando él pretendió actuar como si me ignorase aunque, claro, deliberadamente.  De talante ofendido, mantenía la vista en el camino como tratando de dejarme bien claro que, al menos de momento, no quería verme.

“Me cogí a Hugo…” – le espeté, de sopetón.

Fue como lanzarle una bofetada en pleno rostro.  Visiblemente sacudido y atónito por lo que acaba de oír, dio un salto en la butaca y se giró hacia mí arrugando la frente al tiempo que el chofer, no menos perplejo, escudriñaba por el espejo con ojos estupefactos.  No me importó.

“¿Qué??? – exclamó Daniel llevando, en un respingo, los hombros a la altura de sus orejas.  Juro que, en medio del odio que yo sentía, me divertía verlo así…

“Lo que oíste – le dije, tratando de que mi voz sonara lo más fría posible -.  Hugo: mi jefe, ¿lo ubicás?  Ese mismo que me sacó la media, ¿te acordás?  Mirá, sigo sin ella…”

Abrí el vestido un poco para mostrarle mi pierna, que aún seguía desnuda tras el episodio de la ceremonia de las ligas.  El rostro de Daniel lucía desencajado; las sienes se le marcaban como si fuesen a punto a estallar de un momento a otro.

“Estás borracha…” – dijo, con tono de dictamen.

“Sí, es cierto: lo estoy, pero también es cierto que Hugo me cogió, jeje… Lo siento.  Bah, lo siento por vos: yo lo disfruté mucho”

Daniel, sin poder salir de su azoramiento, echó un vistazo hacia el chofer; se notaba su vergüenza por la actitud que exhibía su flamante esposa.  El conductor, que desde hacía algún momento, no paraba de mirarnos por el espejo, pareció sentirse pillado en falta, por lo cual, haciéndose el distraído, regresó la vista al camino.

“Estás borracha – insistió Daniel, hablando entre dientes y por lo bajo -.  Ya… vamos a hablar esto en casa”

“¿Qué vamos a hablar?  ¿Qué mi jefe me hizo el orto bien hecho?”

“¡Sole… por favor!” – farfulló mientras abría cada vez más grandes los ojos y me hacía gesto de que me callara.

“¿O preferís que te cuente que Luis me cogió antes?  Te acordás de Luis, ¿no?  El jefe de Floriana, Flo-ria-na: ¿te suena?”

No pareció captar el sentido irónico con el que le remarqué y silabeé el nombre o, al menos, no dio visos de hacerlo: tal vez, superado como estaba por el hecho de que yo estuviera escupiendo todo en presencia de un tercero, simplemente disimulaba.

“Y en la fiesta se dieron cuenta todos, ¿sabías? – continué yo, sin piedad alguna -. ¿No te diste cuenta que te miraban como a un pobre cornudito?  ¿Que se reían todos de vos?”

“Soledad: basta” – remarcó con fuerza la última palabra mientras su rojo se iba tiñendo de rojo.

“¿Nadie te dijo nada? – pregunté, con sorna y adoptando una expresión falsamente ingenua -.  Mirá vos: quién diría… Tal vez tus amigos me vieron fácil y estarían a la espera de una oportunidad para cogerme también ellos, ¿no te parece?”

“Basta…” – su tono era de súplica, pero destilaba veneno.

“Porque si es por enterarse, seguro que se enteraron, como todos en esa fiesta, jeje.  Menos vos, pobrecito, pero bueno, podés estar contento porque ahora también te estás enterando”

“Basta…”

“¿Basta qué?  No es lógico que sólo lo sepas vos; ya todos saben que al cornudito de Daniel lo engañaron… y que su esposa es una…”

Una bofetada me cruzó el rostro.  Dudo que Daniel hubiera visto alguna vez “Gilda” o que reconociera la línea de diálogo, pero descargó su mano sobre mi rostro en el preciso momento en que Glenn Ford lo hacía sobre el de Rita Hayworth.  Sentí un hilillo de sangre correrme por la comisura del labio y lloré, lloré, con más rabia que dolor…

Pronto llegamos a la casa de Daniel, la cual, a partir de ahora, se convertía en teoría en nuestra vivienda conyugal.  Él, tras saludar al chofer haciendo un esfuerzo sobrehumano por verse y sonar cortés, me tomó por la mano y prácticamente me arrastró hacia la acera: era tarde y no había ya transeúntes en la zona pero, aun así, alcancé a distinguir que, en el vecindario, algún que otro cortinado se corría tras los visillos de las ventanas.  Daniel estaba tan alterado que tuvo que hacer varios intentos hasta, finalmente, lograr introducir la llave en el cerrojo; cuando, finalmente, lo logró, abrió la puerta con furia y, una vez que ambos estuvimos dentro, la cerró con un violento portazo que debió haber resonado por todo el vecindario.  Tras ello, me llevó hasta el cuarto y me arrojó de espaldas sobre la cama.

“¿Qué es toda esa mierda que estás diciendo? – preguntó, contraída su frente en una única y gran arruga -.  ¿Por qué hacés esto?  ¿Estás borracha o drogada?”

“Una lástima que nos hayamos ido tan temprano de la fiesta – protesté quedamente y con expresión de tristeza -; tenía ganas de chuparle el pito a alguno de tus amigos.  ¡Hay un par que están bastante buenos, eh!  ¡Y me miraban con ganas!  ¡Y me pareció que tu papá también!”

Daniel permanecía de pie, ante la cama; temblaba por los nervios y parecía una fiera agazapada a punto de saltarme encima.

“Sole, no… te conzco; ¿por qué estás actuando así?  ¿Qué es lo que te pasa?  No entiendo: nunca antes…”

“Nunca antes mi novio había cogido con otra” – le espeté, a bocajarro.

Acusó recibo; hasta pareció retroceder un paso por el impacto.

“P… pero, q… qué estás diciendo?”

“¿Te gustó cogerte a Floriana?”

Su rostro se tiñó de blanco; las manos se le aflojaron como si hubieran perdido fuerzas.

“Sole… ¡Estás totalmente loca!”

“Qué mal gusto que tenés, eh – continué adelante con mi tono irónico sin oír, prácticamente, lo que me decía -.  Igual, qué sé yo: me alegro por Flori, pobre.  Con lo fea que es, jamás se la iba a montar un tipo un tipo en toda  su vida”

Quedó mudo, con el labio inferior cayéndole estúpidamente.  Aproveché la oportunidad para sacarle aun más filo a mi lengua y recrudecer el ataque:

“¿Qué pasó?  ¿Te dio lástima o te gusta de verdad?  Mirá que, si es así, yo no tengo problema en apartarme para dejarlos ser felices, eh”

“Es lo que querrías, ¿no?” – soltó, de repente.

“¿Perdón?”

“Es lo que querrías: que yo saliera de en medio de alguna forma para así poder coger tranquila con quien se te cante”

Su contraofensiva, a decir verdad, me tomó desprevenida y, de algún modo, me tocó.  Yo sabía bien que en mi virulento ataque hacia él por la infidelidad cometida había una fuerte intención de descargar culpas por mis actos.  Permanecí vacilando un momento; luego decidí que no le iba a permitir poner las cartas de su lado:

“Pensá lo que quieras” – dije, con un encogimiento de hombros, a la vez que me ladeaba y me arrebujaba en la cama.

“Entonces… – farfulló -: ¿es… verdad que te dejaste coger por tus jefes en la fiesta?  ¿Una venganza?  ¿Eso fue?”

“Hmm, no… – mentí -: simplemente tuve ganas de pasarla bien porque sabía que con ese pitito tuyo no iba a tener demasiada satisfacción esta noche”

No lograba entender cómo aún no me saltaba encima hecho una furia.  Yo no paraba de darle un motivo tras otro para que lo hiciera y hasta admiré, en ese momento, su entereza para no hacerlo.

“¿Te lo contó Floriana?” – preguntó.

“¿Importa?”

“Sí – asintió -: te lo contó Floriana”

“Nunca pensaste que iba a hacerlo, ¿no?  Pero es mi amiga, no te olvides…”

“Para ser tu amiga no guardó muy bien tus secretos”

Me giré hacia él con los ojos desorbitados; de pronto el estupor se apoderó de mí.  ¿Le había entonces Floriana contado detalles de la despedida?  ¿O bien alguna anécdota de las de la fábrica de ésas de las que, tal vez, fingía ante mí no enterarse?  Lo más lógico de mi parte hubiera sido, en ese momento, no contestar a Daniel y dejarlo que siguiera con su discurso si era que estaba iniciando uno; cuanto más me dejase turbar por sus palabras, más en culpa me mostraría.  Volví a ladearme, con expresión aburrida.  Mi súbita y poco real entereza, sin embargo, me duró muy poco:

“¿Qué secretos?” – pregunté y me arrepentí apenas lo hice.

“¿Necesito decirlos?” – me repreguntó.

Era una jugada sucia de su parte.  Estaba, desde ya, en todo el derecho de hacerla pues yo misma había jugado sucio: su intención era que yo hablase y así, tal vez, mi lengua soltara más de lo que él en realidad sabría o de lo que Floriana le habría informado.

Yo no iba a decirle palabra alguna, desde ya.  En ese momento resonó en la casa un portazo que claramente provenía de la puerta de calle.  Mi rostro se tiñó de preocupación y hasta de terror pues recordé entonces que Daniel, alterado como estaba, no le había echado llave; de hecho, él mismo se mostró sorprendido e inquieto al oír el portazo.  Un instante después, dos siluetas se recortaban contra la puerta de la habitación y pude reconocerlas de inmediato: eran los padres de Daniel…

La expresión severa de la madre lo decía todo; sus ojos se clavaban en mí como dos dagas.  Su esposo, un paso más atrás, también lucía serio, aunque no tanto como ella.

“¿Qué… hacen acá?” – preguntó Daniel, sin poder salir de su sorpresa por lo inesperado y abrupto de la visita.

“La puerta estaba abierta y…” – comenzó a explicar su padre.

“Daniel… – interrumpió su madre -.  ¡Esta mujer es… una puta!”

El mismo veneno que arrojaba su mirada era el que destilaban sus palabras; nunca la había visto en tal estado en mi presencia ni mucho menos referirse a mí de un modo tan peyorativo: no obstante, las fichas se acomodaron rápidamente en mi cabeza y comprendí que, seguramente, se habría ya enterado de lo ocurrido en la fiesta mientras ella hablaba con su hijo en el parque.

“Mamá… – intervino Daniel, tratando de sonar apaciguador -; creo que…no deberías estar aquí.  Por favor, te pido que nos… dejes resolver esto solos”

“¡Se dejó coger en el baño de damas!” – barbotó la mujer, cuyos ojos, llenos de desprecio, parecían hincharse a ojos vista.

“Daniel tiene razón – intervino el padre -: no es algo que nos incumba a nosotros.  Lo mejor sería dejar que ellos…”

“¿No te das cuenta que esta puta insultó a nuestra familia con lo que hizo? – atronó la mujer, aun con los ojos clavados sobre mí -.  ¡Por años se va a hablar de esta boda y sólo para que se rían de nosotros!”

Era tanta la rabia que rezumaba por los poros que, incluso, parecía a punto del llanto.

“Eso lo entiendo – volvió a intervenir el padre de Daniel, con tono contemporizador -, pero…”

“Dame tu cinto” – le espetó ella al tiempo que, sin dejar de mirarme, le extendía su mano abierta.

El terror me invadió y la perplejidad se apoderó tanto de Daniel como de su padre, quienes miraban a la mujer con gesto incrédulo.

“¿Qué… vas a hacer?” – preguntó el hombre.

“Mamá, por favor…” – comenzó a decir Daniel en tono suplicante.

“¡Dame tu cinto!” – volvió a repetir la madre de Daniel girando la vista hacia su esposo para arrojarle una mirada de fuego ; las palabras le brotaban cada vez más cargadas de odio.

Para mi estupor, el hombre, sumisamente, se quitó el cinturón de su pantalón y lo extendió a su mujer, tal como ella reclamaba.  Atónita y aterrada, eché una mirada a Daniel; esperaba en mi ingenuidad que hubiera alguna reacción o resistencia de su parte: por muy disgustado que estuviese conmigo, no me entraba en la cabeza que fuera capaz de avalarle a su madre una atrocidad semejante a la que parecía estar a punto de hacer.  Sin embargo, él no me miró; se mantuvo estático y boquiabierto, con la vista fija en su madre.

Ella tomó el cinto y lo dobló sobre su mano; no fue difícil adivinar en su gesto que estaba a punto de golpearme con él.  Dada la pasividad que demostraban tanto su hijo como su esposo, decidí  que ése era el momento en el cual yo debía escabullirme de aquella casa para no regresar nunca más, pero la maldita bruja adivinó rápidamente mi intención:

“Sosténganla” – ordenó.

Ambos la miraron azorados, lo cual enfureció aún más a la mujer.

“¡Dije que la sostengan! – insistió, mostrando sus dientes -.  ¿Es que no se entiende?”

Remató sus palabras golpeando con el cinto sobre la cama, a escasos centímetros de mi pierna.  Yo me removí aterrada y tuve como impulso hacerme un ovillo, pero la virulenta reacción de la mujer no sólo tuvo efecto sobre mí, sino también sobre Daniel y su padre, quienes, de inmediato, se abocaron a la tarea de tomarme por las muñecas y los tobillos de tal modo de estirarme sobre la cama y, por supuesto, impedirme escapar.  Presa de un pánico indescriptible, proferí un alarido: quizás tenía suerte y algunos de esos vecinos que habían estado fisgoneando tras las ventanas, pudieran oírme y así yo esperar algún tipo de ayuda de su parte.  Mi grito enfureció aun más a la madre de Daniel, quien, acercándose por el costado de la cama, me estrelló una dura bofetada en el rostro.

“¡Silencio, puta!” – me ordenó y pude sentir las gotas de saliva caer sobre mi rostro al gritarme la orden.

Llegó el momento en que el cinto cayó nuevamente, pero esta vez sobre mi humanidad: lo hizo en primer lugar sobre mis muslos para después seguir con mi vientre y luego con mis tetas; no pude evitar que mis alaridos recrudecieran pues el dolor era insoportable hasta cuando golpeaba por sobre la tela del vestido.  Además cada grito mío sólo servía para que ella golpease aun más fuerte a la siguiente oportunidad.

“¡Dije: silencio!” – bramó, mientras arrojaba sobre mí una nueva andanada de golpes.

De pronto dejó de golpear; el dolor me partía en dos, pero tuve la esperanza de que aquella demencial locura hubiese terminado.  Entreabrí el ojo para mirarla y puedo asegurar que lo que vi era un animal: una bestia rabiosa; el pecho le subía y bajaba agitadamente mientras sus incisivos mordían el labio superior.  Incluso se pasó la mano por la comisura para secar algún hilillo de baba.

“Desnúdenla” – dijo, ásperamente.

La incredulidad retornó a los rostros de Daniel y de su padre además de, obviamente, al mío.  Ellos giraron velozmente sus cabezas hacia ella y la miraron con absoluta incomprensión; parecía haber en sus ojos un desesperado llamado a terminar con aquel delirio.

“¡Dije que la desnuden!” – volvió a ordenar la mujer al tiempo que dejaba caer un golpe de cinturón a la altura de mi sexo.

Mi alarido cortó el aire pero ello no disuadió ni a Daniel ni a su padre, quienes, en cambio, se mostraron temerosos de la ira de ella.  Rápidamente se dedicaron a irme quitando todas las prendas aun a pesar de los esfuerzos que yo hacía para liberarme de sus manos y huir de allí; el cinturón, de hecho, cayó un par de veces más sobre mí a efectos de que me quedara quieta.  Cuando me dejaron desnuda por completo, la mujer les ordenó que me dieran la vuelta y ellos, naturalmente, obedecieron tan sumisamente como lo venían haciendo.  Alzándome en vilo como si fuera una bolsa de papas, me invirtieron como a un bifje y me arrojaron boca abajo sobre la cama para, luego, volver a tomarme por muñeca y tobillos.  El cinto volvió a caer sobre mí: comenzó azotándome entre los omóplatos pero luego dedicó su atención a mis nalgas y se emperró con ellas. 

Un golpe… y otro… y otro… Yo no sabía ya cuántos iban y no encontraba forma de reprimir los gritos que salían de mi garganta; tampoco había visos de que ella fuera a cesar el castigo sino que, por el contrario, la violencia del mismo parecía verse incrementada cada vez que yo gritaba.  De pronto, en una de las tantas veces en que el cinto se levantó, cerré mis ojos y quedé a la espera de que cayera nuevamente… pero no lo hizo: pareció, por el contrario, producirse una larga pausa y, casi de inmediato, escuché a la madre de Daniel lanzar una serie de insultos e interjecciones ininteligibles.  Súbitamente, padre e hijo aflojaron la presión sobre mis miembros y, de hecho, me liberaron por completo: la sensación fue que lo hicieron con premura, como si algo más urgente demandase, de repente, su atención.  Apoyándome sobre los codos,  me incorporé un poco y giré mi cabeza para tratar de ver qué era lo que estaba ocurriendo: la situación con la que me encontré fue de lo más inesperada, más aún que el haberse encontrado con los padres de Daniel dentro de la casa…

La razón por la cual el cinto no había terminado de caer nunca sobre mí era porque alguien había atrapado y detenido el brazo de la mujer en el  aire; ese alguien, de hecho, estaba ahora forcejeando con ella, quien era auxiliada por su esposo y su hijo, los cuales hacían ingentes esfuerzos por sacar al intruso de encima de ella. 

¿Quién más estaba allí?  ¿Cuántas visitas inesperadas habría en mi noche de bodas?  El particular cuarteto en lucha se movía tan frenéticamente que yo no podía precisar el rostro de quien forcejeaba con la madre de Daniel, ya que se movía todo el tiempo y, de hecho, su imagen se veía cada tanto eclipsada por Daniel o por su padre.  A pesar de ser, en principio, una lucha desigual, parecía no haber forma de contener al recién llegado, quien no retrocedía un solo centímetro ni soltaba el antebrazo de la mujer; la presión que ejercía debía ser muy fuerte, ya que en determinado momento ella dejó caer el cinto y, recién entonces,  él aflojó.

Se echó un paso hacia atrás y, en ese momento, la luz que venía del corredor le dio en pleno rostro y logré determinar que quien había acudido en mi ayuda era… Milo, el despedido sereno de la fábrica.

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Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 7” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7

Mientras me duchaba, traté de asimilar el hecho innegable que me sentía cómodo siendo el dueño de mi secretaria y de su madre. Pero esa certeza me llevó a analizar sobre la dificultad de mantener dos mujeres bajo el mismo techo sin que terminara siendo una pesadilla.
Rumiando aún el tema, me vestí y bajé a desayunar. Al entrar en la cocina, percibí el mal rollo que había entre ellas y eso confirmó mis temores. No queriendo hurgar en ello, me tomé el café mientras observaba de reojo las miradas de odio que se echaban entre ellas.
-¿Qué coño os pasa?- pregunté molesto.
Tomando la palabra, Azucena protestó:
-¿Recuerdas que nos has pedido que pensemos en que castigo se merece la otra?
-Sí- lacónicamente contesté.
-Pues esta zorra me ha dicho que ha decidido que me pase todo el día con un consolador metido en el coño para según sus palabras, mi dueño pueda comprobar si a mi edad soy capaz de soportar esa tortura.
Descojonado por dentro, solo quise saber que era lo que ella había planeado para su hija.
-La anciana ha decidido que vaya a la oficina vestida de colegiala y sin bragas para que todo el mundo pueda comprobar lo puta que es la secretaria del jefe- respondió de muy mala leche María.
-Ya veo- contesté.
Tras pensar durante un minutó, tomé una decisión salomónica. Ambas irían vestidas de colegialas, las dos llevaría incrustado en sus cochos sendos consoladores y ninguna de las dos podría llevar bragas durante todo el día.
-No es justo mientras yo tendré que soportar las miradas de toda la oficina, esta vieja se quedará en casa sin que nadie la vea.
-Tienes razón- razoné. Y cambiando mi decisión las informé que liberaba a Azucena del castigo mientras debido a su insubordinación incrementaba el de su hija.
Asustada por las consecuencias de su acto, María intentó que también la perdonara a ella, echándose a llorar pero aleccionado del poco resultado que había tenido el ser prudente con ella, la ordené que se fuera a vestir y que no bajara sin parecer una quinceañera. Ya solo con Azucena, le pedí que sacara del armario donde tenía todo el instrumental un consolador con mando a distancia.
La cuarentona sonrió y desapareciendo de mi vista fue por ellos mientras terminaba de desayunar. Mi sorpresa fue que a los cinco minutos vi a mis dos sumisas bajando por las escaleras con el mismo uniforme.
Riendo comprendí que pasaba al ver que ambas llevaban camisa blanca, falda escocesa y su pelo recogido en dos coletas.
-Amo, lo que me ha pedido- solemnemente declaró la mayor al darme los aparatos.
Ya en mi mano comprobé que además del que había pedido había otro que llevaba temporizador y sin hacer mención alguna a ese cambio, obligué a la madre a ponerse a cuatro patas sobre la mesa.
-Se pondrán a vibrar cada media hora- señalé antes de meterlo en el coño de la madura- ¡tienes prohibido correrte en todo el día!
A María no hizo falta que le dijera nada e imitando a “la vieja” puso su sexo a mi disposición.
-En cambio, tú cada vez que sientas que se pone en funcionamiento, deberás correrte y si no lo consigues por medio del consolador, quiero que te masturbes sin importar el lugar donde te encuentres.
-Así lo haré, mi dueño- comentó ilusionada la cría sin saber lo que se le avecinaba.
Azucena más experimentada en esas lides, esperó a que su hija no pudiese oírla para decirme:
-No te pases mucho con ella. Sé que tiene que aprender pero piensa que para ella todo es nuevo.
Soltando una carcajada, besé a la rubia y cogiendo a la morena del brazo, salimos a tomar un taxi que nos llevara a la oficina. Acababa de dar la dirección de la oficina y María apenas había aposentado su trasero en el asiento cuando puse en funcionamiento el consolador de su coño.
La cría ilusamente sonrió al sentir esa vibración y cerrando los ojos, se puso a disfrutar convencida que le daría tiempo para conseguir el orgasmo pero entonces dando por suficiente ese breve estímulo, me la quedé mirando.
Su cara reflejó la sorpresa y viendo la sonrisa de mis labios, comprendió el alcance de su condena. Totalmente colorada, miró a su alrededor y tapando sus maniobras del taxista, se abrió y se puso a masturbar temiendo en cada momento que algún transeúnte la viera.
-Mi dueño es un cabrón- susurró en mi oreja mientras con sus dedos buscaba su placer.
Confieso que estuve tentado en ayudarla pero manteniéndome al margen, me quedé observando como poco a poco la temperatura y el ritmo de sus caricias iban subiendo mientras el conductor se quejaba del tráfico de esa mañana en la ciudad.
«Dudo que le dé tiempo a correrse antes de llegar», pensé al comprobar que al menos exteriormente el coño de María seguía seco.
Ella debió pensar lo mismo porque dando un salto salvaje en su educación como sumisa empezó a sacar y a meter el huevo que tenía alojado en su interior mientras torturaba sin pausa su ya hinchado clítoris entre sus dedos. Esa decisión fructificó casi de inmediato y con la respiración entrecortada, bajo su culo desnudo, no tardó en formarse un pequeño charco.
Compadeciéndome de ella, metí mi mano entre la tapicería y su piel para acto seguido recoger un poco del flujo que brotaba de su sexo. Maria pegó un gemido al ver que, llevándome los dedos impregnados a la boca, sacaba la lengua y me los ponía a chupar.
-Córrete putita mía- ordené en voz alta sin importarme que el taxista pudiese oírme.
El morbo que sintió al comprobar que el conductor usaba el retrovisor para entender mis palabras y el tono autoritario de mis palabras hicieron el resto y dando un aullido se corrió justo en el momento que parábamos frente a la oficina.
-Bien hecho- comenté mordiendo el lóbulo de su oreja mientras se acomodaba la ropa.
Tras pagar al alucinado tipo, entré en la empresa con mi secretaria que completamente avergonzada era incapaz de levantar su mirada al saber que en ese momento su flujo caía libremente por sus muslos.
Ya en mi despacho, me puse un café mientras María desaparecía corriendo rumbo al baño. Al verla, mi única duda fue si esa guarrilla iba a secarse o a volverse a masturbar porque le había parecido poco.
Tardó en salir por lo que supuse que había optado por lo segundo y satisfecho me sumergí en el día a día olvidando momentáneamente que en bolsillo de mi pantalón descansaba ese mando.
Media hora después la vi sentada en su silla conversando relajada con dos compañeras. Su cara ya había recuperado su color natural y nada en su actitud podía hacer suponer que llevaba un instrumento entre sus piernas. Observándola a través del cristal, encendí el vibrador a la máxima potencia y esperé.
Al experimentar la acción del mismo, María no pudo evitar mirarme ni ponerse roja al comprobar que no le quitaba el ojo de encima. Es más disimulando siguió charlando mientras sentía que su sexo se iba anegando paulatinamente sin que pudiera hacer algo por evitarlo.
El primer signo de calentura que pude advertir fue su nerviosismo pero lo que me dejó claro que estaba a punto de caramelo fue comprobar que era incapaz de mantener sus piernas quietas. Muerto de risa, esperé a su segundo orgasmo de la mañana para llamar por medio del interfono a la muchacha y pedirle que se acercara a mi despacho.
Alisándose la falda, se levantó y vino a verme luciendo una sonrisa en su cara.
-¿Qué desea?
Llamándola a mi lado, comprobé que se había corrido metiendo mi mano entre sus piernas al sacarla totalmente empapada. Descojonado, le pregunté cuántas veces se creía capaz de correrse en un mismo día.
-Las que mi querido amo me permita – contestó alegremente.
Su respuesta me satisfizo y permitiéndome una muestra de cariño, di un suave azote sobre su trasero desnudo mientras le decía:
-Si te portas bien a lo mejor a la hora de comer te permito descansar.
Con una picardía poco habitual en ella, María contestó:
-Prefiero que si mi dueño está contento conmigo, me permita hacerle una mamada.
Su descaro me hizo gracia y poniendo en funcionamiento el vibrador, le pedí que me trajera un café. Mordiéndose los labios, salió corriendo rumbo a la cocina con mi carcajada retumbando en sus oídos.
Fue entonces cuando me acordé de Azucena cuyo castigo, siendo diferente, era igual de duro porque al contrario que María, ella tenía prohibido correrse y deseando conocer de primera mano su estado, la llamé. Cuando me contestó, supe por el ruido de ambiente que no estaba en casa y al preguntar, la rubia me contestó que estaba en el mercado.
-¿Irás sin bragas?- quise saber.
-La duda ofende querido amo… su perrita lleva el coño al aire como usted ordenó.
-¿Y te has corrido?
-Todavía no pero no le aseguro que consiga no hacerlo porque el aire pegando en mis labios mojados me tiene como una moto.
-¡Solo eso?- insistí.
Poniendo voz de puta, replicó:
-No, lo peor es sentir que las miradas de los dueños de los puestos y pensar que saben que voy a pelo. Eso me tiene como una cerda en celo.
-Perfecto- respondí mientras cortaba la comunicación.
Justo en ese momento María apareció por la puerta y por su color de sus mejillas, supuse que acababa de disfrutar del tercer orgasmo de la jornada pero lo que nunca me imaginé fue que acercándose se diese la vuelta y levantando su minifalda, me mostrara orgullosa que así había sido.
La belleza de su trasero y el brillo de su coño azuzaron mi lujuria y totalmente dominado por el deseo, me dirigí a la puerta y tras cerrarla con llave, me giré diciendo:
-Voy a follarte.
Obedeciendo se agachó sobre la mesa dejando su culo en pompa. Al llegar a su lado, sustituí el artefacto por mi glande entre sus lubricados labios y de un solo golpe, le clave todos sus centímetros en su interior. María gimió descompuesta al experimentar como ese maromo entraba en sus entrañas llenándolas por completo. Nunca en su vida había sentido una invasión tan masiva de sus genitales y aun así no se quejó.
-¡Qué gusto!- sollozó al ser penetrada por mi estoque y temiendo que alguien en la oficina escuchara sus gritos, le tapé la boca mientras ella comenzaba a berrear como una loca.
Podía doblarla en edad pero esa mañana le demostré que podía someter su fogosidad juvenil acuchillando con mi verga una y otra vez las paredes de su vagina. Su sobre estimulado sexo no estaba preparado para ese asalto y con cada estocada noté que a esa muchacha le faltaba el aire. No sé las veces que se corrió ante mis ojos, de lo único que soy consciente es que se comportó como una perra deseosa de ser montada cuando viendo que se aproximaba mi propio orgasmo, la cogí de las tetas mientras la alzaba entre mis brazos.
Dominada por el placer, me rogó que no dejara de empalarla y mientras mi miembro llenaba con su semen el interior de su vagina, mordí su cuello dejando la marca de mis dientes sobre su piel. El dolor multiplicó su gozo y reteniendo las ganas de chillar a los cuatro vientos que su dueño la había tomado, se desplomó sobre la mesa con su sexo anegado de leche.
Viendo su cansancio, la dejé reposar unos segundos antes de volver a introducir el vibrador dentro de ella. María se abstuvo de protestar al sentir la nueva invasión y acomodándose la ropa, me soltó mientras salía por la puerta:
-Estoy deseando que llegue la hora de comer.
Soltando una carcajada, encendí el aparato y olvidándome de ella, me puse a trabajar pensando que todavía no habían dado las doce…

Relato erótico: “Apocalipsis 5” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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APOCALIPISIS 5

El coche se deslizó lentamente por el camino que circulaba alrededor de la ladera,  dejando atrás la casa. María se giró para verla por última vez. La contempló solitaria en la cima de aquella colina, le pareció que estaba encantada, como sacada de una película de terror. Pero las películas que tenía en mente no eran tan crueles ni terroríficas como la experiencia que estaban viviendo.

“No tenemos donde ir, probaremos suerte yendo a la casa de tus padres Sara”

Jaime había metido en el coche un poco de todo lo indispensable. Tenía intención de volver a por más en cuanto se acomodasen en un lugar seguro, y esperaba que la casa de los padres de Sara lo fuese.

Ella le miró con una mezcla entre emoción y sorpresa.

“Gracias, Jaime, será segura ya lo verás”.

“Más nos vale”

Jaime se centró en conducir, intentando relajarse para poder pensar mejor. En la mente las palabras de Sara justo después de que el rehén del helicóptero yaciera con la cabeza destrozada y las manos amarradas a la espalda, bajo la cristalera de madera del salón.

“La casa de mis padres está a las afueras, es una mansión de una sola planta y un gran sótano-garaje. Vivíamos en un complejo privado, un campo privatizado solo para los más ricos de la ciudad, algo apartado, no justo encima de ella…..”

Jaime sabía a qué lugar se refería. Una carretera pequeña y bien cuidada se apartaba de una salida de la autovía de circunvalación y se adentraba, tras un puesto de control con guardas de seguridad, en una amplia porción de campo, justo a los pies de la cordillera. Jardines, parques, campos de golf, bosques, mucha arboleda. Y todo salpicado con mansiones de lujo cómodamente espaciadas. Por lo visto el tren de vida de Sara y su familia era de los más altos de la ciudad. Lógico que eligieran a esa chica para el secuestro.

La cabeza de Jaime no cesaba de bullir. A modo de flash vinieron imágenes de la actitud no reprobatoria de su madre cuando decidió matar al hombre del helicóptero.

“No te reconozco cariño, esa chica te ha cambiado. Déjame que sepa guiarte amor….”

Apartó su mano de la bragueta y le abofeteó.

“Sigues viviendo en el pasado mamá. Ese hombre solo nos traería problemas. Y no me creo nada de lo que ha dicho”

Entre lágrimas, aquel hombre les relató de la existencia de un pueblo en el mar, bien protegido por murallas medievales, donde vivían unas doscientas personas. Habían logrado crear una comunidad productiva y segura. Con abundante pesca y huertos permanentemente custodiados en las afueras. Además contaban con un arsenal digno del ejército, como aquel helicóptero en el que hacían batidas para buscar supervivientes.

La mirada de María se iluminó con aquel relato, a todas luces entusiasmada por la posibilidad de una vida mejor. Pero el disparo de su hijo atajó el asunto de una forma cruel e inesperada. Algo murió dentro de ella con aquel disparo, y Jaime lo supo.

Su madre comenzaba a ser un problema.

Sara le besó y le llevó al baño para calmarle con una larga, cálida y gustosa mamada.

“Relájate amor, estás muy tenso…”

Y lo estaba. Una vez descargado pudo pensar mejor. Tendrían que irse antes de que viniesen con refuerzos. Jaime intentaría volver a por lo demás no obstante.

El coche circulaba por la carretera de servicio, paralelo a la autovía. Atrás habían dejado  la gran ciudad, la cual habían bordeado durante doscientos setenta grados para poder llegar a ese lugar. Al final de una suave cuesta estaba el desvío, que les llevaría, pasando por delante del puesto de control, a la zona privada.

Pero el coche se detuvo  en mitad de la carretera.

Sara, sentada en la zona trasera, se echó hacia delante con la boca abierta, con una mueca entre sorpresa y estupor. María, sentada en el asiento del copiloto, tardó algo más en percatarse.  Jaime observaba con calma el contratiempo.

Decenas de caminantes se agolpaban en los alrededores del puesto de control, por el que deberían pasar para acceder a la urbanización privada. Desde la distancia en la que se encontraban, unos doscientos metros, Jaime pudo ver como la valla estaba destrozada, con lo que podrían pasar sin problemas. Pero aquellos muertos vivientes eran demasiados. No pasarían por allí en aquellas circunstancias.

Necesitaba pensar algo rápido. La noche no estaba muy lejos y no podía sorprenderles allí tirados.

Volver no era una opción en ese momento y no se fiaba de la ciudad, y ni mucho menos buscarían un peligroso lugar en mitad del campo.

Su piel se erizó al darse cuenta de la realidad. Se lo estaba jugando todo a una carta, solo cabía la opción de ir a la casa de Sara y cruzar los dedos para que al menos pudieran pasar allí la noche.. Así que había que sacarse un as de la manga.

Pero, ¿Cuál?.

Jaime los observó con la mente fría. Hacía tiempo que no sentía miedo. Lo había superado a base de estrujar cerebros vacíos y atravesar blandos cráneos. Había visto tantas veces la muerte de cerca que ya no temía morir. De hecho supondría una liberación de aquella cárcel que era la vida para los pocos humanos vivos que deberían quedar en el planeta.

Algunos caminantes parecían querer avanzar carretera abajo, otros se dirigían hacia la autovía aledaña, otros emprendían el camino hacia el campo, otros llegaban al puesto de control, otros simplemente no se movían. Calculó mentalmente que podría haber unos cien, acumulados sobre todo en el entorno del antiguo puesto de control que da acceso a la lujosa zona.

Jaime tuvo una idea, una certeza. Ya sabía lo que hacer. Algo le recorrió la espalda, un escalofrío nunca antes experimentado.

No era miedo, era una sensación cercana a la tentación y a la excitación. Se sintió miserable, le gustó.

“Mamá, acompáñame, quiero comentarte una idea que he tenido para salir de esta”.

Sacó las llaves y se las guardó, cogió su mejor escopeta y se asomó a la ventanilla, dirigiéndose a Sara, sentada en la parte de atrás.

“Espera aquí, si te rodean sal. No te muevas ni hagas ruido. Esto está lleno de coches abandonados, este no les parecerá especial”

Sara asintió. Sintió temor, toda aquella lucha por ser la hembra de Jaime le parecía absurda en ese momento. Todo lo que hizo, todo lo realizado por María, a pesar de ser su propia madre, de ofrecerse como una compañera leal, digna, guarra, putita de sus deseos; eso solo lo hacían para sobrevivir. El estómago se le encogió, algo le decía que no era buena señal que Jaime y su madre hablasen privado sobre qué hacer.

Jaime cogió a su madre por el antebrazo y la dirigió a la cuneta, entre el coche y los caminantes. Haciéndole señas para que no se moviese mucho ni hablase alto, con el fin de permanecer invisibles para los muertos.

“Por ahí no podemos pasar. Tenemos que hacer que ellos centren su atención en algo durante el tiempo suficiente para poder salir”

“Cariño, lo que decidas estará bien. Pero tal vez nos expongamos demasiado si intentamos algo. Será mejor buscar un lugar seguro donde pasar la noche…….”

“No, iremos a la casa de Sara, o eso o morir. Vivimos la desgracia de poner todo a cara o cruz. Cruz supondría morir y no sufrir más. Cara sería seguir sufriendo para acabar muertos no sabemos cuándo ni cómo”.

Jaime se sintió aterrado de estar disfrutando de ese momento.

“Verás mamá. Has sido una buena mujer conmigo. Una madre ejemplar antes del suceso. Una buena hembra, servicial y complaciente, cuando todo acabó”

“Gracias mi corazón. Me encantaría que estuviésemos ahora en tu cama, sentir tu polla detrás, ummmmmmm”

Jaime sintió un gran ardor en la entrepierna. La agarró por los pelos, ella giró la cabeza en un inicial gesto de dolor que acabó en una sonrisa dulce y servicial.

Sin soltarla se bajó la bragueta con la otra mano y sacó la polla. Enorme, parecía haber hecho un pacto con el diablo. Mientras más tiempo seguía vivo más maldad sentía, más ganas de follar tenía y más dura y grande se le ponía siempre la polla.

“Guau”

Ladró la madre, sin esperar que eso estuviera así en ese momento de vida o muerte.

Jaime tiró de sus pelos hasta colocarla de rodillas. Luego la dejó hacer.

La tenía sucia, hacía más de dos días que no se lavaba. Le sabía a pis reconcentrado y a sudor podrido. Pero lejos de repudiarle, eso motivó a María.

La sacó entera, todo menos los huevos, que no cabían por la bragueta del pantalón  gastado y sucio. Se recreó con la vista de ese enorme pene saliendo de aquel pantalón. Parecía aun más grande así. La pajeó un rato mientras le miraba sonriente, encontrando una fría expresión como repuesta.

Sara miraba celosa, colorada por la ira. No podía creer lo que estaba viendo. Ella era más joven, más guapa, con mejor cuerpo y sin límites en la cama. Pero en cambio había preferido a la vieja para charlar sobre qué hacer y pedirle algo de relax. Tal vez jamás podría sustituir a María mientras ella pudiera. Pero el tiempo pasaba y jugaba a su favor; por supuesto que esperaría, que no tiraría la toalla. Lucharía, porque no tenía otra cosa que hacer. O con Jaime o la muerte. Aquel hombre, a pesar de su enorme polla y ser tan bueno en la cama, jamás habría soñado ni con rozarle en la vida anterior. Ella estaba muy por encima de él; solo las mujeres mediocres serían sus amantes y novias. Pero en aquella situación la mediocre era ella y él su protector. No tenía otras opciones.

Su madre se la lamió entera, inundando su boca de malos sabores, que se espesaron al entrar en contacto con su saliva. Cuando la tuvo bien mojadita echó todo el pellejo para atrás, dejando el descomunal capullo rojo al aire.

Una suave brisa llegó desde las próximas montañas, trayendo el ruido constante de los muertos vivientes hacia sus oídos.  

La mamada abarcaba hasta la mitad del pene, delimitando la zona tragada con una pequeña sombra húmeda. Ella tenía la sensación de estar tragándola entera. Ello hizo brotar de sus entrañas los más primitivos sentimientos de hembra. Su coño se humedeció de sobremanera, y sintió deseos de ser taladrada por aquel cimbrel descomunal, por aquel macho con mayúsculas.

Se levantó y se subió el vestido por encima de la cintura, se bajó las bragas y se arrodilló sobre el asfalto, clavando sus rodillas y posando su mejilla derecha en él.

Jaime pudo contemplar el culo y el coño de su madre, perfectamente depilados, dispuestos para ser usados, que para eso los hizo Dios, y así lo supo entender el Diablo.

Se agachó un poco por detrás hasta montarla como a una perra.

Sara los miraba fijamente. Sentía odio y temor.

Sara se abrió de piernas y echó el tanga hacia un lado. Empezó a tocarse.

Los caminantes seguían al margen de todo.

El taladro fue constante, de arriba abajo, rompiendo el coño de María. Ella fue venciéndose cada vez más abajo. Clavando sus rodillas sobre el duro asfalto. Éstas comenzaron a sangrar.

El viento cambió de dirección.

Pam pam pam pam pam pam Follada monumental de Jaime a su madre. Un pequeño reguero de sangre corría asfalto abajo. La mezcla de dolor en las rodillas y placer elevaron espiritualmente a María, la cual comprendió que iría al cielo al morir; pues ese era el papel que le había sido asignado al nacer. Ser el respaldo y la fuente de relajación del ser humano que lucha contra el Diablo.

El olor a sangre llegó a los caminantes. Todos se giraron en torno al olor y  comenzaron a andar torpemente en la dirección desde la que les llegaba.

Sara se corrió justo en el momento en el que se dio cuenta de que decenas de caminantes se aproximaban lentamente hacia ellos, carretera abajo.

Se bajó la minifalda putera que vestía y tocó el claxon

Jaime estaba a punto de correrse cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Su madre gemía y gemía. Jaime apuró hasta correrse dentro de ella y luego llevó a cabo su plan.

Se vistió rápido. Su madre no se había aun percatado y seguía a cuatro patas contorneando la cintura en señal de agradecimiento por la follada.

Jaime sacó su escopeta y la cogió en brazos llevándola hasta la cuneta de nuevo, allí la tiró al suelo. Su madre miró arriba y el pánico cruzó su rostro.

“Mamá. Lo siento. Pero ya no me sirves”

Antes de que ella pudiera articular palabra le disparó en ambas piernas y salió corriendo.

Los ojos de Sara parecieron salirse de los huecos oculares. Jamás hubiera imaginado que Jaime hiciera eso.

Los aullidos de dolor y el enorme llanto hizo que los caminantes se dirigieran a la cuneta donde estaba María, dejando libre la carretera. María los vio venir sin poder moverse por el dolor y el pánico.

Cuando los caminantes despejaron la carretera Jaime arrancó el coche y tomó, a toda velocidad, el camino de la lujosa zona residencial. Sara estaba eufórica, gritaba de alegría y emoción. Se sentía la persona más afortunada del mundo por el giro de los acontecimientos.  Jaime no decía nada, solo conducía, mientras se adentraban entre lujosas mansiones, bosque bien cuidado y campos de golf.

María los tenía encima. Miró al cielo y pidió perdón por todos sus pecados. Cerró los ojos y se entregó.

La pequeña y bien cuidada carretera circulaba por la ladera de una pequeña montaña, dejando a la derecha un valle repleto de mansiones espaciadas. Todas con piscinas descomunales y pistas deportivas privadas. El bosque de la izquierda era realmente un parque perfectamente cuidado. Aparentemente el fin del mundo no había llegado allí. Ni rastro de caminantes, tampoco de vida humana. Era como si aquel lugar de lujo se hubiese quedado detenido en el tiempo.

Jaime seguía sin hablar, solo conducía despacio intentando concentrarse en sobrevivir. Sara lo miraba de soslayo, aun sentada en la zona trasera del coche. La casa de sus padres era de las últimas y aun tardarían un rato en llegar a ese ritmo. Sabía que Jaime no conocía el lugar así que sintió que le vendría bien alguna indicación.

“Jaime……”

“¡No hables de lo que ha pasado!. Nunca lo comentaremos, no ha existido.”

Sara se sorprendió de la fuerza agresiva de su voz, sintió que escapaba de una cárcel con su carcelero.

“Como desees amor. Sólo quería comentarte que siguieras conduciendo, te avisaré cuando estemos llegando”.

“Así mejor, Sarita”

La carretera giró a la izquierda e inició un prolongado y suave descenso. Más a la izquierda se divisaban las primeras montañas de la sierra, y más allá las altas cimas; entre las que estaba su antigua casa y todo su pasado apocalíptico. Delante de él más mansiones de lujo desperdigadas.

Una vez abajo la carretera era una larga recta. Un amplio campo de golf delimitaba el transcurrir en la parte izquierda. Al llegar al final volvía una suave pendiente de otra montaña. Arriba del todo de nuevo otro campo de golf y otro bosque cuidado y algunas casas más tras descender.

Jaime empleó el trayecto en simplificar. O simplificaba o moría. Se sentía débil, y no podía permitírselo. Le dolía imaginar a su madre devorada viva por aquellas decenas de caminantes hambrientos; pero había que simplificar, lo hizo para sobrevivir. En aquella vida no hizo de madre, solo fue su compañera, su hembra, su pareja. Ahora ese papel lo desempeñaría Sara, más guapa, joven y fuerte. Infinitamente mejor compañera que su madre en aquellos tiempos del diablo.

Sacudió la cabeza y se concentró en no pensar más que en seguir hacia adelante. Pobre del hombre que se detuviera para mirar atrás.

“Al final de esta recta la carretera tuerce a la derecha, ahí acaba la urbanización. En esa pequeña calle hay tres mansiones a la derecha y otras dos a la izquierda. La segunda de la derecha es la de mis padres”.

Concisa y discreta. Se sintió orgulloso de Sara. Anotó mentalmente darle una follada bestial como agradecimiento.

Llegaron. Aparcó el coche en la puerta de la casa. Jaime observó los alrededores. Lo mismo que desde entraron, soledad, sin presencia de vida o muerte, todo en orden y bien cuidado, como si se hubiese congelado en el tiempo. Miró a Sara a través del espejo retrovisor central, ella le devolvió la mirada con sus bellos y cautivadores ojos negros.

“En cuanto bajemos del coche nada de hablar ni hacer ruido. Nos comunicaremos por gestos. Te daré una pistola cargada, yo llevaré mi escopeta y dos pistolas más preparadas en la cintura. No dispares a no ser que sea absolutamente necesario. No debemos hacernos notar en el caso de que alguien pudiera percatarse de nuestra presencia”

Ella asintió segura de sí misma. A sus dieciséis años aquella joven empezaba a estar preparada para la no vida.

Bajaron del coche. Jaime se armó hasta los dientes y dejó a la joven la pistola más fácil de usar y con más carga de balas, la que mejor había aprendido a manejar. Echó un último vistazo a la mansión con ojos analíticos.

Era amplia y de una sola planta, con un gran sótano según le había contado Sara. En un extremo estaba la entrada del garaje, cuya puerta estaba cerrada y sin abolladuras. Toda la verja exterior estaba en perfecto estado y la casa les devolvía la mirada elegante. Ventanas y puerta principal en condiciones inmejorables.

Entraron trepando.

La casa parecía estar perfectamente cuidada, en contraposición, los setos de la entrada, plantas y árboles estaban descuidados y las malas hierbas se acumulaban en el pequeño jardín delantero. Jaime hizo señas para que le siguiera. Con los oídos afilados caminaron despacio y firmes dando la vuelta a la mansión. Era extremadamente larga. Por el lateral que iban apenas había un pequeño espacio enlosado entre la fachada y una pared que la separaba de la mansión aledaña; la cual se levantaba en tres plantas, imperiosa y silenciosa.

Llegaron a la zona trasera. Sara le comentó que detrás había una amplia parcela usada para jardín, piscina y un hoyo de golf par 3, el gran capricho de su padre. Tras una zona amplia con barbacoa de obra y una pequeña cancha de baloncesto estaba la piscina. Llena de agua verdosa y putrefacta. Más allá un amplio y descuidado jardín y al fondo un enorme terreno en el que las hierbas verdes altas y la maleza dejaban entrever un amplio green de golf, con la bandera medio rota y agitada con el viento. Al fondo, a unos cien metros una elevación que debía ser el tee.

Jaime sonrió para sus adentros. Putos caprichos de ricos, desaprovechar un espacio tan amplio en eso, teniendo tantos campos de golf en los alrededores. Él hubiera puesto un huerto.

Volvieron a la zona delantera de nuevo, pasando por el otro lateral. Más amplio y repleto de setos donde todo tipo de árboles crecían de cualquier manera, desquebrajando el cielo en un primitivo compás de ramas retorcidas que parecían luchar por escapar de allí.

Una cosa estaba clara, pensó Jaime, lo descuidado de la zona exterior no conjuga bien con lo pulcramente cuidada que estaba la casa. Todas las ventanas bajadas, perfectamente limpias las persianas y barrotes. La puerta de entrada principal, la trasera y la del garaje estaban limpias y libres de óxido. Era como si aquella casa estuviese habitada. Pensó que tal vez tuvieran suerte y encontrasen a los padres de Sara, o tal vez habría otro tipo de gente. Ni para ilusionarle, ni para preocuparla quiso decirle nada a la joven; ella parecía ajena a todo, sin duda pensaba que todo estaba abandonado y no debía albergar, a merced de su torcido gesto de preocupación, demasiadas esperanzas de reencontrarse con sus progenitores.

Jaime le hizo señas y Sara fue en busca de la llave mientras él le cubría. Según le había contado guardaban una copia de seguridad debajo de uno de los árboles del margen izquierdo, bien enterrada dentro de una bolsa.

Allí estaba.

Jaime abrió la puerta.

El hogar les recibió limpio y acogedor. Con olor a comida recién hecha.

Sonrieron, se miraron, Jaime le hizo señas para que no hablase y siguiera en guardia.

Había que bajar dos escalones para entrar del todo. Un salón amplio abarcaba unos doscientos metros cuadrados ante sus narices. Al fondo dos anchos pasillos, uno a la izquierda y otro a la derecha. Según le había comentado Sara, el pasillo de la derecha daba a la cocina, primera puerta a la derecha. A un baño, primera puerta a la izquierda. A una cómoda sala de estar, segunda puerta a la derecha. Y al fondo una escalera de caracol que bajaba a la zona inferior; protegida por una puerta de acero de máxima seguridad.

El pasillo de la izquierda daba a las cuatro habitaciones, dos y dos de izquierda a derecha. La primera de la derecha era un gimnasio, la segunda de la derecha la habitación de matrimonio, la primera de la izquierda una biblioteca y la segunda de la izquierda la habitación de la joven, hija única del acomodado matrimonio.

A la altura de los pasillos, en la zona central del salón, una puerta corredera comunicaba con un jardín interior, con una pequeña fuente, bancos y macetas de plantas autóctonas de Australia. Al que daban las ventanas de las habitaciones situadas hacia él.

Jaime quiso comprobar algo. Pidió a Sara que le protegiese y con mucho cuidado se deslizó sobre el impecable parqué del salón, esquivando sofás, jarrones chinos y mesas de lujo. Con sumo cuidado de no hacer ruido abrió la puerta corredera y su sospecha se hizo realidad, el pequeño jardín interior estaba perfectamente cuidado, las plantas podadas con gusto y elegancia y la fuerte del centro otorgaba un ambiente de paz y espiritualidad al entorno como si de un convento franciscano se tratase; y todo eso en mitad de la casa.

Sintió asco y admiración por tanto lujo.

Jaime regresó hasta la puerta principal con suma cautela. Sara permanecía paralizada, agarrada a la pistola y apoyada contra la puerta principal, la cual había cerrado lentamente y aguantando la respiración.

Jaime se dirigió a ella susurrante.

“Está bien, está claro que en la casa vive alguien, alguien vivo. Desconozco si son tus padres, desconozco si son otras personas. Lo cierto es que no hay rastro de puertas forzadas ni ventanas rotas…..”

Hizo una pausa mientras observaba enigmáticamente las salidas de ambos corredores al fondo del amplio salón.

“quien quiera que viva se ha debido de esconder al vernos llegar. Huele a comida recién hecha. Ahora quiero que me sigas despacio, sin hablar ni hacer ruido. Quiero que no dispares a no ser que sea totalmente necesario y que no te hagas ilusiones. Una cosa está clara, alguien nos está esperando agazapado y probablemente armado en algún rincón de esta casa”

“El sótano”

“¿Sí?, dime Sara, qué ocurre con el sótano”

“Recuerda lo que te dije, está separado de la casa por una puerta de acero, hay otra puerta igual que lo separa abajo del garaje. Mi padre lo creó así a modo de habitación del pánico. Abajo hay camas y una gran despensa, similar al que teníais en tu casa de campo……”

Hizo una pausa dramática, melancólica.

“Con lo cual……”

Le animó a continuar.

“Con lo cual de haber alguien encerrado ahí abajo tienen que ser mis padres, nadie conoce la combinación que abre la puerta salvo nosotros”

“O alguien que se lo haya sonsacado bajo amenaza”

Sara tragó saliva y asintió sin palabras mientras los ojos le lagrimearon con facilidad. De repente era solo una joven, ahora no parecía aquella chica independiente que tan claro lo tenía todo.

Tomaron el pasillo de la derecha. Era amplio y estaba exquisitamente decorado con cuadros y jarrones de incalculable valor. A la derecha una amplia puerta corredera conectaba con la cocina, entraron. Grande, limpia y ordenada; parecía de película. Adosada a ella un pequeño lavadero, igualmente ordenado, limpio y vacío.

Volvieron al corredor, en mitad de él, encontraron la puerta del baño principal. Jaime suspiró al entrar, aquello era tan grande como el apartamento en el que vivía en la ciudad. Un descomunal Jacuzzi vestía el centro del baño, con un lujoso y dorado wc y un lavabo donde podrían bañarse tranquilamente. Comunicado al patio interior por una hermosa ventana desde la que no puede verse nada desde el otro lado; como la de las salas de interrogatorios de la policía.

Todo igual de ordenado y limpio. Hasta le pareció ver rastro de vaho en el espejo.

Tampoco nadie en la sala de estar contigua a la cocina. Al fondo la escalera de caracol les esperaba siniestra en penumbra. Bajaron con cautela hasta topar de bruces con la puerta de acero, ya en el nivel del sótano.

Cerrada a cal y canto, con una serie de botones con letras y números, a modo de caja fuerte, en uno de los laterales.

Jaime la observó al detalle, pasando los dedos por las bisagras y los filos.

“Según mi padre está a prueba de bombas”

Jaime silbó con tono de sorpresa irónica.

“Imagino que sabes la clave”

“Sí”.

“Métela”

Respiró profundamente. Finalmente tecleó, sin importarle que Jaime la viese.

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Tras un click metálico la puerta cedió un  par de dedos.

Un disparo rebotó en el filo de la puerta justo cuando Jaime se disponía a abrirla un poco más.

“’¡En guardia!”

Sara retrocedió y Jaime asomó una de sus pistolas por el hueco descargando cuatro balas. Como respuesta llegaron dos disparos más.

Desde el interior una voz femenina gritó.

“¡Seas quien seas no te conviene seguir ahí, somos muchos y estamos armados, pronto llegarán más. Te convendrá, u os convendrá, estar muy lejos cuando eso suceda”

Sara gritó entre sollozos.

“¿¡Mamá!?”

El silencio se apoderó del lugar durante unos segundos.

Una voz ahogada, no tan segura como la anterior brotó del interior del oscuro sótano.

“¿Sara, Sarita, mi vida?”

Sara irrumpió en el sótano. Desde detrás de una columna central salió una mujer morena, guapa, armada con una pistola de primer nivel, vistiendo con pantalones y chaqueta de cuero ceñida. Ambas se fundieron en un abrazo. El culo de aquella mujer, la madre de Sara, se marcaba imperial bajo aquellos pantalones y una figura esbelta y voluptuosa llenó la mirada de Jaime.

Para cuando ambas fueron hacia él cogidas de la mano, Jaime, que observó todo desde la escalera de caracol, ya disponía de una de sus erecciones del diablo.

Las presentaciones fueron frías. Rosa, la madre de Sara, desconfiaba de aquel extraño. Pero no cabía en sí de felicidad. No solo tenía delante suya  a su hija, viva, en aquel mundo apocalíptico en el que tantas personas yacían con sus cabezas estrujadas o morían en vida. No tenía noticias de ella desde antes del suceso, había estado noches sin dormir temerosa por el paradero. Con una única nota que les llegó pidiendo una alta cantidad de dinero con ella; se quedaron esperando el mensaje del día de la entrega y el lugar pues todo acabó el día antes de recibir aquella llamada, ya con la policía preparada en casa para identificar la procedencia de la llamada.

“De repente nos levantamos y ofrecí café a los polis que se esmeraban en tener todo preparado. Mientras lo preparaba vi al vecino asomado a su terraza. Noté que algo raro le pasaba cuando me miró a los ojos. Los suyos proyectaban sangre y empezó a moverse de forma muy rara. Se lo comenté a la policía. Dos agentes fueron a su casa. Regresaron moribundos. Los demás pidieron refuerzos, pero la radio no funcionaba, tampoco la tele ni internet; ni había luz….”

Estaban sentados sobre los reconfortantes sofás de tres plazas del salón. Sara y su madre en uno, cogidas de la mano. Jaime en el otro, en mitad de él, escuchando y observando. La belleza de Sara no era exactamente la de su madre, debió parecerse al padre. Pero Rosa guardaba un encanto difícil de explicar. Ojos negros, de gesto más coqueto y menos profundo que el de su hija, pero igual de grandes. Pelo moreno teñido, lacio y bello con una caída muy natural sobre la primera parte de la espalda. Los rasgos faciales eran más humanos, bastos, que los de su hija; otorgándole un toque más terrenal, bien defendido por las ligeras arrugas que su cuarentena regalaban a los extremos de sus ojos. Bien cuidada no obstante, sin duda amante de sesiones de belleza en la vida anterior, conservaba casi a la perfección la belleza engañada de los treinta que sin duda buscó cuando existía el mundo.

Las piernas cruzadas marcaban líneas bellas con el cuero negro apretado. La chaqueta de cuero reposaba en el sofá a su lado y una blusa roja, ceñida y escotada marcaba un delicioso canalillo. Ahí podía verse otra diferencia con su hija, y es que sus pechos no eran tan grandes. Apretados con el sujetador sugerían más que lo que seguramente ofrecían al desnudo; se manejaría en torno a la talla noventa.

Era una bellísima mujer, guapa sin exagerar y con un cuerpo bien cuidado, delgado a la vez que maduro, con caderas y trasero algo amplios sin llegar a la categoría de gordos ni mucho menos. Curvas y cuerpo cuidado.

La polla de Jaime se la seguía pidiendo. Una cosa estaba clara, aunque Rosa aun no lo supiera, para poder estar con ellos y sobrevivir tendría que ofrecer su cuerpo y demostrar ser una buena hembra en todos los aspectos; no solo en la apariencia.

“…. Pronto descubrimos cómo podían morir, dándoles en la cabeza. Aquí nos reunimos mi marido, dos policías y cuatro vecinos……. Todos los demás cayeron. Hicimos batidas durante meses para traer todo lo necesario de las casas vecinas. Cuando hubimos matado a centenares de muertos andantes tuvimos la sensación de habernos quedado solos. No encontrábamos vida humana, ni no humana, en ninguna casa, ni en el bosque, ni en las zonas comunes. Un día uno de los policías enfermó y murió, despertando muerto al poco tiempo, atacó a su compañero y a dos de los vecinos. Mi marido les atacó a todos y los destrozó. Fue a tirar sus cadáveres al bosque. Uno de los vecinos le acompañó, jamás volvieron. Desde entonces viví sola con otro de los vecinos, el cual fue hace una semana a buscar más munición, para acumular toda la posible. Pero tampoco ha regresado. Llevo aquí sola, encerrada, desde entonces. Tengo miedo a salir. Intento mantener la calma y todo en orden y he hecho estudio de cuánto pueden durarme las reservas. Muy dispuesta a sobrevivir hasta que os oí llegar en el coche. Sin pensarlo me fui al sótano y esperé. Gracias a Dios que sois ustedes, gracias al diablo por mantener a mi pequeñita con vida”

Le apretó la mano sonriente, Sara le abrazó y besó sus mejillas.

Jaime tomó la palabra. Contó con pelos y señales todo lo que había vivido. Excluyendo el rehén que mató y el final de su madre, en el que dijo que había sido atacada por dos muertos que la sorprendieron mientras iba a por algo de leña para hacer de comer.

La noche se les echó encima, sobre la mesa una pregunta. ¿Qué hacemos?. Rosa trajo algo de comer y cervezas, Jaime lo celebró por todo lo alto, no recordaba cuando tomó la última. Luz de velas iluminaba el centro de la mesa entre sofás.

Jaime hizo recuento de las provisiones que tenía en el coche y dijo que al día siguiente iría en busca de más.

“Con un poco de suerte ni habrán vuelto los del helicóptero”

Mintió sobre ellos, dijo que dispararon al verles y no les quedó más remedio que atrincherarse y defenderse. Ellos, sorprendidos por la respuesta, huyeron. Pero sin duda tendrían la intención de volver con refuerzos.

“Sé donde dejar el coche para no ser descubierto. Iré con cuidado y bien armado, cogeré lo que pueda”

La idea principal, en la que los tres estuvieron conforme, era seguir en aquella casa, al menos durante un tiempo. Jaime la comparó con la fría casa de campo en la que habían sobrevivido meses en las montañas. Su única duda era que aquel lugar no estaba perdido. Pero si ella podía haber sobrevivido un tiempo tal vez pudieran seguir haciéndolo. No obstante manifestó sus claras dudas de que fuera un buen lugar para pensar a largo plazo, algo que pareció molestar a la madre de Sara.

Jaime se explicó tras apurar el fondo de su segunda cerveza.

“La casa es lujosa, amplia y confortable. Tienes bastantes reservas y  armas, juntándola a las nuestras y sabiendo racionalizar tendremos para bastante tiempo. Además el sótano está fortificado; aunque sería un error meternos ahí para huir de los muertos, nos condenaríamos en vida. Creo que podremos continuar los tres aquí la supervivencia, pero no debemos acomodarnos del todo. Tenemos que estar preparados para salir corriendo”

Rosa le abrió la puerta del garaje para que metiese el coche. Sacó todo lo que habían cogido antes de la huída:

Latas de conserva, botellas de whisky, maletas con ropa, armas, toda la amplia munición con la que contaban, dos bidones de gasolina.

Rosa aplaudió que aportaran tantas cosas.

“Es genial Jaime. Ahora debemos dormir, te prepararé la cama de mi hija; es confortable y amplia. Ella y yo dormiremos en la cama de matrimonio”

Sara y Jaime se miraron.

“Verás mamá…… es que a Jaime le gusta……..”

Jaime miraba satisfecho a su nueva compañera, la que había ganado la batalla a su madre.

Rosa enrojeció.

“Ah, ¿sois pareja?, entiendo, entiendo…. Dormiréis en la cama de matrimonio entonces……”

Rosa sintió morir, aquel hombre doblaba en edad a su hija adolescente. Tendría que aprender a convivir con ello, su pequeña siempre fue su protegida pero las cosas habían cambiado demasiado en los últimos tiempos.

Sara decidió seguir ganando puntos con el macho dominante. Sabía que aquello no era como la vida real. Sabía que no era momento de tener pareja, la vida al filo del abismo, el mundo muerto que les rodeaba, marcaba un ritmo más imperialista y Jaime había demostrado ser un emperador ejemplar. Al cual no le temblaba la mano para decidir siempre por el bien del grupo. Y el grupo volvía a ser de tres personas. Sabía que ella ocupaba, desde la muerte de María, el hueco de perra primera del amo. Sabía lo que buscaba en una mujer y en sus compañeras. No le defraudaría y sería la mejor mujer de confianza que jamás soñó tener.

“Verás mamá. A Jaime no le gusta tener solo una mujer. Su madre y yo le servimos en las montañas lo mejor que pudimos. Él es valiente, fuerte y decidido. Siempre buscará la supervivencia, por encima de todas las cosas, de su grupo; y ahora el grupo somos nosotras y él. Ten por seguro que dará todo para mantenernos con vida. Jaime entiende a la perfección cómo es el mundo actual, conoce los peligros y sabe cómo combatir a muertos y vivos que puedan entrañar un peligro. Ten por segura que nos mantendrá con vida. Nosotras solo debemos ser buenas mujeres. Tener todo limpio y en orden, y……..”

Hizo una pausa, miró a Jaime, el cual la escuchaba orgulloso y satisfecho.

“….y satisfacer todos sus deseos”

Rosa se sentó en el sofá, algo aturdida. Realmente llevaba más de una semana sin follar, su último polvo lo echó con el vecino que nunca regresó. Siempre fue una mujer muy activa y los cuernos de su marido fueron la comidilla de las reuniones femeninas del club de golf.

“Pero…”

“No hay peros mamá. Jaime ordenará en todo momento qué hacer. Él manda, si no estás de acuerdo nos iremos; pero me temo que serás saqueada y no te dejará con vida, pues supondrías una amenaza para nosotros”

Rosa rompió a llorar.

“Hija mía, no te reconozcco……..”

Jaime tomó la palabra.

“Rosa, tu hija es sensata, lista y muy valiente. Sé que tú también lo eres. Formaremos un gran equipo”

“Mañana mismo Jaime se jugará la vida por nuestro bienestar; regresando a por más provisiones. Yo supe cambiar el chip mamá, por favor, te necesito, hazlo tú también”

Se secó las lágrimas y clavó la mirada en los ojos de Jaime, profundamente y de forma sostenida.  Jaime no la aguantó y cambió la mirada.

“Está bien. Seamos un equipo. Esta noche dormirás conmigo en mi cama de matrimonio Jaime. Mi hija seguro que desea volver a su cama tanto tiempo después”

Sara miró con urgencia a su macho. Contempló decepcionada como él aceptaba. Moría de ganas por follar aquella noche con él. Tal vez había hablado más de la cuenta. Tal vez la mejor perra preferida sea la que más calla y más hace. Su madre había pasado del llanto a la acción casi sin darse cuenta. Notaba como de repente el clima de competición regresaba. Y sintió la misma desagradable punzada que tantas veces vivió  con María.

Sus ases se convertían en malas cartas y no podía hacer nada para evitarlo.

Rosa admitió que su hija era la putita de aquel joven treintañero. No se imaginaba a su pequeña siendo objeto de todo lo que aquel peligroso hombre le quisiese hacer. Desconfiaba de él, su mirada no era limpia y escondía secretos; era buena detectando esas cosas. Por eso se propuso ser la mayor de las putas, darle la cama que jamás habría soñado tener. Dejarle tan exhausto y satisfecho que no tuviese más  ganas de mirar a su hija de aquella forma.

Mientras, buscaría pacientemente el momento de acabar con él y que pareciese un accidente.

Jaime estaba tumbado, en mitad de la amplia cama de matrimonio, la más cómoda en la que jamás se había tumbado. Miraba con curiosidad todo lo que le rodeaba. Frente a la cama la puerta de entrada, de madera noble; como todas las de la casa. En la pared de la izquierda un vestidor, con su puerta para entrar. Amplio, pues ocupaba una tercera parte de la superficie de la habitación. La cama reposaba entre dos mesitas de noche de estilo barroco;  recargadas y con pequeños estantes adosados para dejar libros. Una ventana fortificada ocupaba casi toda la pared derecha, dando a la zona trasera, vestida con agradables estores de color dorado y pardo. Con vistas al jardín, piscina y más allá la amplia parcela dedicada al golf. Una puerta daba entrada a un pequeño pero lujoso cuarto de baño, que ocupaba la zona que quedaba justo tras el falso muro sobre el que reposaba la cama.

Rosa entró con un vaso de agua en la mano. Acumulaba centenares de botellas de agua mineral, almacenadas por el grupo de supervivencia durante los primeros días tras el desastre. Según la madre de Sara llegaron a saquear centenares de supermercados en doscientos quilómetros a la redonda; y el panorama de todos los lugares era absolutamente desolador. Jaime cayó en la cuenta de que el pozo era probablemente lo que más echaría de menos. Por primera vez desde el suceso tendría problemas con la sed.

Vestía muy sexy. Camisón de color rojo con redecilla, que transparentaba insinuantemente. Bajo él podía verse una diminuta braguita roja. Los pechos al aire; con los pezones tapados y confundidos por la forma de red del conjunto. Las piernas a la vista, con caída detrás y subido casi hasta la altura de la braguita en la zona delantera, mostrando mucho muslo. Andaba descalza y tenía el pelo suelto, cayendo negro sobre los más negros ojos.

Estaba radiante.

“Sara se ha metido en su habitación dando un portazo, creo que no está de humor”

Jaime se encogió de hombros. Se acababa de duchar con aquella agua fría no potable en la que se habían convertidos sus vidas. Posaba desnudo sobre la cama, parcialmente tapado con una sábana. Los músculos del pecho y el vientre tableteado a la vista, insinuándose los primeros pelos. Bajo la sábana un bulto crecía de forma exponencial desde la entrada de la cuarentona madre de su putita adolescente.

“Creo que en el fondo  pensaba dormir aquí conmigo. Hemos vivido demasiadas aventuras. El llegar aquí nos ha supuesto demasiada tensión. Imagino que no contaba con dormir sola esta noche”

Rosa dejó el vaso sobre una de las mesillas de noche, la más cercana a la ventana. Miró a Jaime. Imaginó a su hija cabalgando sobre aquellos músculos, besando aquella calva para evitar chillar más de la cuenta al correrse. La visualizó lamiendo todo el cuerpo, otorgando descanso y relax al guerrero que la mantenía con vida.

Por primera vez comprendió a su hija. Supo visualizar que su edad no importaba pues ya era toda una mujer.

Se excitó mucho, demasiado. Necesitaba follar, sentirse mujer. Hacía tiempo que no se sentía usada, hembra; mucho más del tiempo que llevaba sin follar con su vecino de polla pequeña y poco aguante.

Comprendió a su hija, pero su hija siempre sería su pequeña protegida. Deseaba acabar con Jaime, matarlo, disfrutar del momento y hacerle saber que era ella justo antes de cerrar los ojos para siempre, aparentando un accidente.

Pero en aquel momento su condición de hembra en celo tenía más peso que el de madre preocupada. Su sexo era un manantial de deseos, la humedad de la cueva del placer necesitaba ser profanada por un falo desconocido.

Se sentó en la cama, justo a la altura del bello torso de Jaime, mordiendo su labio inferior con las paletas superiores; muy  blancas. Habló en voz baja.

“Bueno, creo que yo podré relajarte un poco, Jaime”

Perfume de rosas inundó la pituitaria del joven. Combinación perfecta con el color de su ropa sexy de cama. Su boca aterrizó suave, como un rojizo pétalo vencido al viento de la primavera, en el vientre del hombre. El sedoso cabello negro, planchado y lujoso, suave y delicado se deslizó por su pecho mientras su ombligo era besado con un final húmedo a modo de lengua deslizándose por el bajo vientre.

Se incorporó para poder cruzar la mirada con él.

“¿Todo bien, guerrero?”

“No está mal, dama”

Apartó la sábana y un pene gigantesco le golpeó en la barbilla, sin duda no lo esperaba tan descomunalmente grande.

“¡Guau!, ya veo que tienes un buen sable para defendernos”

Jaime rió mientras ella miraba su polla sosteniéndola a la altura de los huevos para mantenerla bien vertical; con el pellejo siendo vencido por el capullo rojo.

“¿De este arma se ha beneficiado mi pequeña?”

“Algunas veces, ya sabes la soledad de la montaña…..”

Soltó una risita profesional, como la secretaria que recibe un cumplido a modo de chiste fácil de su jefe. La agarró entera, en mitad del tronco, con su mano derecha y la masturbó muy lentamente hasta dejar al capullo entero fuera.

“También vivías con tu madre, ¿no?”

“A ella también le daba lo suyo”.

Le miró con una mirada morbosa, la ausencia de sorpresa en sus pupilas sorprendió a Jaime.

“Guarrete……….”

Solo dijo eso, acto seguido se agachó de nuevo y paseo la lengua por todo el capullo, para después bajar y lamer hasta los huevos echando la polla contra el ombligo para tener más acceso a ellos.

“Uffffff estás muy cargado. Déjame ayudarte, mi guerrero valiente……”

Abrió la boca y la engulló. Fue una mamada muy viva e intensa. Su boca se acopló perfectamente y en sus largas batidas llegaba casi hasta el final. Lejos de sufrir las constantes fatigas que solía provocar lo extremadamente larga y ancha que era en las mujeres, Rosa emitía un continuo “ummmmmm” de placer que acompañaba toda la mamada.

No tardó en correrse. Justo antes de hacerlo la avisó con golpecitos en la cabeza. Entonces se levantó con el pene a punto de estallar en blanco. Rosa se colocó a gatas sobre la cama y anduvo a cuatro patas hasta llegar a la altura de la polla de Jaime, que esperaba de rodillas. Mientras él se daba fuerte ella lamió los huevos y el inicio de la polla para luego abrir la boca muy cerca del capullo. Con expresión risueña, los dientes muy blancos y la mirada clavada en los ojos de Jaime.

Apuntó a la boca. Gran parte de la corrida cayó directamente sobre ella, pero no pudo evitar mancharle la cara, el bello pelo, parte del camisón, hasta las sábanas y en el suelo de moqueta llegaron algunas salpicaduras.

El ohhhhhhhhhhhhhh inmenso de placer al correrse tan necesitadamente llegó a los oídos de Sara. La cual reaccionó tapando sus oídos con la almohada; como el niño que teme a la tormenta y espera así a que pase lo antes posible.

Cuando Rosa regresó de lavarse el semen Jaime ya la esperaba otra vez empalmado. Sentado en la cama con ganas de meterla en caliente y de catar los pechos de aquella bella milf.

“Ven acá Rosa, veamos a qué sabes”

Ella dejó caer sensualmente la bata roja de redecillas, mostrando sus pechos y una diminuta y coqueta braguita. Los senos parecían delicados, eran pequeños pero lo suficientemente abultados para defenderse honrosamente de miradas lascivas. Con la aureola pequeña y los pezones muy empinados. El cuerpo de aquella mujer era equilibrado y maduro. Vientre plano y caderas anchas y estilosas. Muslos de Diosa. Bonitos pies.

Ella se arrodilló sobre sus regazos, quedando su cuerpo vencido ante su cara en infinita verticalidad. Él la agarró por las nalgas y ella, para no caerse, colocó sus manos sobre los fuertes hombros de Jaime.

Los pechos de Rosa fueron lamidos, besados y mordisqueados a placer. Ella dejaba hacer todo cuanto quisiera, le ofrecía su cuerpo y se sentía muy excitada por ello.

Ninguno podía esperar más.

Sin cambiar de postura, Rosa se apoyó más fuerte contra los hombros y trajo hacia atrás las piernas, situándose en cuclillas sobre el joven. Luego le agarró la polla, apartó la poca tela que le cubría el coño y se clavó la punta. No tardó en acoplarse y empezar a botar sobre el fuerte y musculoso guerrero.

Los gemidos y chillidos de su madre taladraban los oídos de Sara, a la que ya no le valía el taparse con la almohada.

Jaime se agarraba fuerte a sus nalgas y a sus caderas, dando desde abajo en cada embestida. El pene penetraba a la perfección y ambos se fundieron entre sudores y placer. Ella intercambiaba gemidos de dama, chillidos de cerda y bufidos de perra. Él se sentía pletórico, potente y fuerte, dominando la situación pese al buen hacer de aquella gran hembra que le cubría.

La vida, al fin y al cabo, no era tan mala. Allí estaba Jaime, en una confortable y lujosa habitación de una mansión ubicada en la mejor zona del área metropolitana de la gran ciudad. Follándose a una mujer como las de las películas pornográficas que veía antes del suceso. Y su espectacular hija adolescente deseosa de estar allí siendo ella la follada. Jamás habría soñado con algo así en su anterior vida. Podría dar gracias al fin del mundo.

Ahora Jaime rompía el culo de su madre, con ella tumbada boca abajo y el trasero muy empinado hacia atrás, cuando Sara quedó vencida al sueño. Se durmió oyendo los gemidos de su madre y los berridos de oso que emitía Jaime para intentar retrasar todo lo posible la segunda corrida.

Entraba desde arriba, taladrándola con sus zarpas posadas sobre su espalda. Se quitó por miedo a acabar en ese momento. Rosa se quedó gimiendo en voz baja y sensual, empinando más el culo y meciéndolo de lado a lado. Se sentía llena, mujer, como nunca antes se había sentido en su vida.

Jaime la contempló. Elegante figura, morena de piel; debería tomar el sol un rato al día; presumida a pesar de las circunstancias. El trasero se lo pedía, así que dio un azote. El cual se correspondió con un gemido gustoso y aliviado de su sorprendente amante. Dio otro más fuerte, ella enloqueció.

“Ummmmm sihhhh, mi guerrero. Vamos ven a follarme. Soy Rosa, tu putita, ummmmm ¡¡¡ven a darme fuerte, cabrón!!!”

Jaime se situó otra vez detrás, colocándose de rodillas. La levantó por el vientre hasta que ella quedó a cuatro patas acoplada delante suya.  El pollón se clavó en el coño, rozando las paredes, imprimiendo un extra de gusto. Ella la sentía más cálida e hinchada. Puso las manos por debajo hasta tocar sus huevos cuando la tenía metida entera. Los acarició y les hizo cosquillas con sus largas uñas.

“Ummmmmmmm Jaime, estás cargadísimo. Y eso que antes descargastes mucho”

Jaime no respondió. Se dedicó a clavarla con fuerza buscando correrse.

“Ummmm eso , eso mi macho valiente. Córrete dentro, inúndame”

Como si la lava fuera blanca y espesa; el interior de Rosa quedó abrasado por el fruto del sexo sin amor.

Quedaron dormidos desnudos, tapados con el edredón nórdico. Aquellas paredes jamás habían rebotado gemidos tan placenteros y verdaderos; ni antes del fin del mundo ni después.

Unos ojos se abrieron borrosos. Una luz arriba y dos cabezas asomándose. Las cabezas hablaban, no acababa de enfocar bien para ver sus fracciones. No entendía lo que le decían. Pestañeó fuerte y nada, de nuevo otra vez.

“Tranquila estás bien, ahora todo pasó, estás a salvo”

Por fin pudo ver. Una joven de unos treinta años miraba con dulzura, a su lado un hombre de más o menos la misma edad mantenía el ceño fruncido.

“No te asustes; ellos iban a devorarte. Te hemos operado, volverás a andar en menos de lo que imaginas”

Miró alrededor asustada hasta verse reflejada en un espejo situado ante una ventana. María quiso preguntar pero no pudo articular palabra, tenía la boca demasiado seca. Sabía dónde estaba, la marca del hotel más lujoso de la ciudad, situado en todo el centro histórico, no dejaba lugar a dudas.

“Hotel Primicia” Logró decir.

“Eso es”, dijo la joven. “Yo soy Olivia, la médico que te ha curado las piernas. Él es Juan, uno de los que te salvaron de haber acabado como la merienda de un grupo de muertos”

María sonrió. Si ese era el cielo Dios debía ser un puto bromista.

Relato erótico: La cazadora IV” ( POR XELLA)

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Habían pasado cuatro meses desde que Tamiko reconociese a Diana como una verdadera cazadora, y cuatro meses había pasado ésta deseando su venganza. Durante este tiempo estuvo perfeccionando sus habilidades, tanto sus nuevos poderes como su comportamiento y destreza como fémina, ya era capaz de andar perfectamente sobre unos tacones altísimos, lo que le había conllevado bastantes caídas y esguinces. Sabía maquillarse perfectamente dependiendo de la ocasión y de la ropa que llevase, ahora era capaz de prepararse completamente en menos de una hora, cuando al principio podía estar toda la mañana y con desastroso resultado.  

 

Y allí estaba.  

 

Se había recogido el pelo en una alta coleta, una falda de tubo negra, una blusa blanca, una chaqueta que remarcaba el escote, medias de cristal y por supuesto, unos altísimos tacones, la daban una imagen a la que nadie podría resistirse. Ni siquiera su antigua jefa…  

 

Al situarse frente a la puerta del edificio, los recuerdos se le echaron encima. Había trabajado mucho tiempo y muy duro en aquel lugar. Y allí estaba ahora, dispuesta a vengarse de una de las zorras causantes de su situación…  

 

Atravesó la puerta y se dirigió a recepción. Una atractiva joven la observaba tras el mostrador.  

 

– Buenos días. – Saludó amablemente. – ¿En que puedo ayudarla?  

 

– Tenía una cita con la señorita Eva Jiménez. A las 10.  

 

La recepcionista empezó a mirar en el ordenador. Había sido fácil conseguir esa cita. Sus nuevos contactos en Xella Corp la habían hecho pasar por una consultora experta que venía a hacer una auditoría.  

 

– Aquí esta. Diana Querol. La señorita Jiménez la está esperando ya, su despacho esta en la planta 9. 

 

– Muchas gracias.  

 

Mientras caminaba, podía notar como todas las miradas se dirigían hacia ella. Le llegaban los pensamientos de los hombres, babeando por su cuerpo, pensando todo lo que la harían si la pudieran. Las mujeres tampoco dejaban de mirarla, unas con envidia, otras con admiración. Eso la hacia sentirse poderosa.  

 

Entró al ascensor con el señor de la limpieza. Le recordaba, un hombre mayor, de color… Henry… Creía recordar. Las puertas del ascensor se cerraron mientras Diana comenzaba a trazar su plan de ataque.  

 

—————- 

 

Eva estaba esperando en su despacho. Estaba molesta. No sabia por que tenía que aguantar la visita de una consultora para hacer una auditoría en ese momento… Hacia pocos meses que habían pasado todas las certificaciones correctamente, pero el director de la empresa había insistido mucho y no podía contrariarle.  

 

Toc Toc.  

 

– Adelante. – Dijo Eva.  

 

La puerta se abrió y la atravesó una mujer joven e impecablemente vestida. Eva no tenía nada que envidiarle. Aunque era algo más mayor, tenía 45 años, mantenía un cuerpo que más de una jovencita quisiera, pelo negro y liso, ojos marrón clarito y una figura exuberante, grandes pechos… Aun así, sintió una punzada de celos de aquella impresionante joven.  

 

– Buenos días, señorita Jiménez. – Saludó la joven.  

 

Una desagradable sensación de desasosiego recorrió la espalda de Eva.  

 

– Buenos días, señorita…  

 

– Querol, Diana Querol.  

 

– Encantada, y por favor, llámeme Eva. – Eva señaló a su invitada La silla que había frente a su mesa, invitándola a sentarse.  

 

– De acuerdo, Eva.  

 

Mientras se sentaba, la directiva se fijó por primera vez en sus ojos. ¿Cómo no los había visto nada más entrar? Unos enormes ojos de un verde tan vívido que destacaban sobre todo lo demás.  

 

– ¿Le pasa algo? – Preguntó Diana.  

 

Eva se dió cuenta que llevaba varios segundos callada, observando aquellos preciosos ojos.  

 

– Eh… No. No se preocupe. Eh… ¿Quiere que comencemos?  

 

– Por supuesto.  

 

Diana colocó su maletín en la mesa y extrajo algunos papeles. Durante el proceso, no dejaba de mirar a la altiva directiva a los ojos. Eva no podía soportar esa mirada, le daba la sensación de que la estaba atravesando con ella. Apartó la mirada y agachó la cabeza.  

 

Diana sonreía.  

 

– ¿Por donde quiere que comencemos? – Preguntó la joven.  

 

– Usted dirá. Realmente no se que buscan con esta auditoría. – La directiva recuperó algo de su tono altivo, remarcando su oposición a esta reunión.  

 

– Sí le parece podemos empezar por los últimos movimientos en la cúpula de la empresa.  

 

– ¿Movimientos?  

 

– Si. Movimientos. Hay gente que en los últimos tiempos se ha quejado de la progresión de ciertas personas en la empresa…  

 

De golpe, la mente de Eva se llenó con imágenes suyas, recuerdos de cosas que la avergonzaban. Allí estaba ella, de rodillas, bajo la mesa del director, chupando su polla con entusiasmo. Más imágenes de ella, la falda subida, la camisa desabotonada, sus pechos pegados a la mesa y el director embistiendola desde atrás, ella gemía, pedía más y más aunque realmente no lo disfrutaba. ¿Por qué recordaba esto ahora? Era algo que se había esforzado en olvidar…  

 

-… Y de la marginación injustificada de otras… – Continuó Diana.  

 

La mente de Eva se llenó entonces de recuerdos de su antiguo rival. Diego Lozano. Recordó los años de luchas y rivalidades y como en los últimos tiempos había conseguido adelantarle. Le había costado su dignidad, puesto que para ello había tenido que convencer al director de la empresa de que ella era la más indicada, y los modos de hacerlo no habían sido los más éticos… Pero, ¿Qué más daba? Había logrado su objetivo, había superado a Diego y unos meses después había conseguido despedirle. Después tuvo noticias de que el pobre desgraciado se acabó suicidando… Pero los remordimientos y la culpa la impedían pensar en eso.  

 

El semblante de Diana había cambiado. Ya no sonreía, ahora estaba completamente seria, mirando fijamente a Eva.  

 

“¿Hasta donde sabrá?” Pensó la directiva.  

 

– ¿Marginación injustificada? No se a qué se refiere. – Contestó, haciendo acopio de valor.  

 

– ¿Le suena el nombre de Diego Lozano?  

 

Un mar de remordimientos invadió la mente de Eva. ¿Por qué ahora? Nunca había sentido demasiada culpa por lo sucedido, incluso después de saber lo del suicidio.  

 

– Si, trabajaba aquí hace un tiempo.  

 

– Tengo informes que indican que iba a ser ascendido.  

 

– ¿Ascendido?  

 

– Sí, justo debía estar ocupando este despacho.  

 

– ¿Qué insinúa? – Exclamó, con un arranque de orgullo.  

 

– No insinúo nada. ¿Por qué se ofende tanto? Solo digo lo que pone en mi informe.  

 

– No se de donde ha sacado eso pero…  

 

– ¿Quien la recomendó para el puesto?  

 

– Yo… – Imágenes de lo que tuvo que hacer con el director vinieron a su mente. – El director de la empresa. En persona.  

 

– ¿Y que ventajas esgrimía ante el otro candidato?  

 

Eva se veía de nuevo de rodillas, tragándose la polla de aquél viejo, recibiendo su corrida en la boca, saboreandola ante él antes de tragar…  

 

– Eh… Estaba… Estaba mejor preparada…  

 

– ¿Mejor preparada? ¿Está segura? ¿No hubo ninguna otra razón para ello?  

 

– ¡Claro que no! – Eva hacia acopio de valor, pero los recuerdos de como ese viejo se la follada no se iban de su cabeza.  

 

– Esta bien, y ¿Por qué fue despedido Diego Lozano?  

 

– ¿D-Diego? – Eva recordaba el odio que le tenía, como manipuló a la gente para ponerla en su contra. – N-No daba la talla para el puesto…  

 

– Tenía entendido que hasta que usted fue ascendida, ese hombre había rendido bastante bien…  

 

– N-No se como trabajaba antes de llegar a este puesto…  

 

Eva podía sentir las manos de su jefe recorriendo su cuerpo, sus tetas, pellizcado sus pezones… Recordó el asco que le producía el tener que haberse rebajado tanto… ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no se lo podía quitar de la cabeza? Comenzaba a encontrarse mal.  

 

– ¿Se encuentra bien? – Preguntó Diana.  

 

– No mucho… Estoy algo mareada… No se que me pasa…  

 

– No se preocupe, continuaremos esta tarde.  

 

Eva se alegró de que aquella mujer la dejará sola.  

 

– Sí quiere – Continuó Diana. – Le dejo aquí los papeles de mi informe, por si se encuentra mejor y quiere echarles un vistazo.  

 

La chica dejó una pequeña carpeta sobre la mesa. Se levantó y se dirigió a la puerta.  

 

– Volveré esta tarde, espero que se encuentre mejor.  

 

Eva no contestó, solamente cogió la carpeta y vió los documentos que había en su interior. Se quedó pálida. Las manos le temblaban y las lagrimas comenzaron a acumularse en los ojos. ¿Cómo era posible? No se explicaba como había conseguido eso… Decenas de fotos en las que se veía a ella y al director. Se la veía chupandole la polla, dejándose follar en su despacho, sobre la mesa, contra la puerta… En una foto aparecía un primer plano de su cara llena de la corrida del director… ¡Eran imposible! Allí no había nadie más, y mucho menos sacando fotos…  

 

El resto de documentos eran una serie de e-mails en los que se veía como desprestigiaba a Diego, como le ninguneaba y había planeado su despido…  

 

Estaba perdida…  

 

————- 

 

Diana se dirigió a comer algo a una cafetería. Estaba en un estado mezcla de cabreo y excitacion. Había podido leer en la mente de aquella zorra como le había hundido la vida, como se había follado al director para ganarse el ascenso… Nunca pensó que habría llegado a tanto…  Y estaba excitada… Pensar en realizar su venganza aumentaba su libido al máximo. Esa zorra estaría vendiéndose en un burdel dentro de muy poco tiempo. Podría haberlo hecho en seguida, haber destruido su mente nada más entrar a su despacho, haberla obligado a arrodillarse y suplicar que la convirtiera en una puta barata, pero no quería eso. Encontraba placer en humillarla, llevarla hasta el límite, quería que sufriera.  

 

Ahora mismo Eva estaría contemplando un montón de hojas en blanco, que para su manipulada mente estarían llenas de fotos y documentos incriminatorios… Durante el tiempo que Diana estuviera fuera, la mente de aquella zorra se llenaría de remordimiento y culpa, ya se había encargado de dejarlo todo preparado…  

 

————- 

 

¿Por qué se había metido en ese lio? ¿Cómo había llegado a tanto? Había tirado su dignidad a la basura… Por un ascenso de mierda… La habían follado, la habían humillado…  ¡Un día incluso esperó al director en su despacho, atada y desnuda!  

 

Las lágrimas se escapaban de los ojos de Eva, el sufrimiento que había vivido… ¿Tan ambiciosa y mezquina era?  

 

… Sufrimiento…  

 

¿Realmente había sufrido?  

 

Sabía que no le había gustado, que se arrepentía de ello e incluso había noches que había pasado en vela… Pero… Al recordarlo… ¿Se estaba poniendo cachonda? No… No podía ser… Odiaba como se había vendido a aquella viejo, la asqueaba… Pero al pensar en ello… Había sido usada como un objeto… Ese hombre nunca había buscado proporcionarla placer…  

 

¿Qué le estaba pasando? ¡Nada de eso! Todo lo que había hecho la repugnaba… ¿O no?  

 

Le dolía la cabeza, todo era confuso. Se recostó sobre la mesa y dió una pequeña cabezada.  

 

Soñó con ella dando rienda suelta a sus más bajos instintos. Montones y montones de pollas la rodeaban y ella quería atenderlas a todas. Una tras otra iban entrando en su boca, en su coño, en su culo… Y ella quería más. Nada más descargar, otra polla ocupaba el lugar de la anterior, estaba cubierta de semen, su cara, su pelo, sus tetas… Chorreaba desde sus agujeros, a través de sus muslos, tenía el estomago lleno pero ella quería más.  

 

Toc Toc.  

 

Despertó sobresaltada, sin acordarse de donde estaba. Sólo recordaba su calentura… Quería más…  

 

– A-Adelante. – Dijo, confusa.  

 

Diana entró en la sala, e inmediatamente leyó en los ojos de Eva que su plan había dado resultado. Había conseguido obsesionarla, hacer que el motivo de su treta con el presidente fuese otro distinto a la ambición…  

 

– Buenas tardes, ¿Te encuentras mejor? – Eva no se percató de que la estaba tuteando.  

 

– Sí… Creo… Siéntese, por favor.  

 

Recogió como pudo los papeles y fotos que estaban tirados sobre la mesa, azorada.  

 

– Veo que has estado viendo mi informe.  

 

Eva se sonrojó.  

 

– Sí…  

 

– ¿Tienes algo que objetar?  

 

– Yo… – Eva rompió a llorar. El mundo se le caía encima, los remordimientos por el destino de Diego, pensaba que todo había sido su culpa.  

 

Diana no decía nada, veía como la mente de esa zorra cambiaba bajo sus deseos y sonreía satisfecha de su labor.  

 

– Oh, vamos… – Dijo la cazadora. – ¿Qué ocurre?  

 

– ¡Todo es culpa mía! – Reconoció de golpe la directiva. – ¡Diego se quitó la vida por mi culpa! ¡Por mi ambición, por mi odio!  

 

– ¿Estas reconociendo que todo lo que viene en mi informe es cierto?  

 

– S-Sí… – Contestó, sorbiendose la nariz.  

 

– Un hombre perdió la vida por tu culpa…  

 

– Lo sé… –  Sollozaba. – No debí haber actuado como lo hice… Yo… Yo solo quería…  

 

Calló de golpe. Las imágenes del sueño que había tenido volvían a su cabeza, montones de pollas la rodeaban, las sensaciones, los sabores, los olores… Era increíblemente vívido. Notó como se humedecia.  

 

– ¿Qué querías? – Insistió Diana.  

 

“¿Qué quería?” Pensaba Eva. En un principio creía que buscaba poder, dinero, que había actuado por ambición. Creía que se había sacrificado en un acto asqueroso y denigrante para conseguir un puesto. Pero no era así. Ahora lo veía claro…  

 

– Sexo.  – Susurró, de manera casi inaudible.  

 

– ¿Perdón?  

 

– Sexo. – Repitió algo más alto, con la cabeza gacha.  

 

– ¿Sexo? ¿Arruinaste la vida de un hombre por sexo?  

 

-… No sólo sexo… M-Me gusta sentirme degradada, que abusen de mi… – Diana observaba complacida en lo que estaba convirtiendo a aquella zorra. – Entregarme a mi jefe como una cualquiera era… Excitante…  

 

Eva no sabia por qué, pero en ese momento lo vió todo claro. Siempre había estado engañandose a si misma… Su conducta, su actitud… Todo desembocaba en lo mismo… Le encantaba sentirse inferior, el sexo era lo máximo en la vida. Ascender y ser más poderosa era un precio a pagar, la parte mala del trato. Ella quería estar por debajo de todos…  

 

– Te entiendo… – Añadió Diana. – Pero… ¿Qué quieres que haga? Tengo mi informe, y tu acabas de confesar que todo es cierto. Debo informar y se tomarán acabo las medidas necesarias…  

 

– ¡NO!  

 

Diana se quedó en silencio.  

 

– Por favor, no informe de esto… Todo ha sido una error… Reconozco mi culpa, pero eso me hundirá la vida…  

 

– ¿Cómo se la hundió a Diego Lozano?  

 

Esta vez fue Eva la que permaneció callada.  

 

– Nch… Esta bien. No podría vivir con una muerte a mis espaldas… No todos somos iguales… – La mirada de odio que lanzó a la directiva la hizo temblar de miedo. – No informaré… De momento… Pero debes jurarme que harás todo lo posible por cambiar.  

 

– Yo… Lo haré, lo juro… Pero no se como hacerlo…  

 

Estaba exactamente donde Diana quería.  

 

– Bueno, en eso a lo mejor puedo ayudarte yo. – Eva la miró ilusionada. – Creo saber lo que te pasa…  

 

La directiva se quedó mirando a la mujer que tenía delante, y entonces se dió cuenta de lo magnífica que parecía. Su porte, su estilo, parecía… Una diosa… Haría todo lo que le pidiese si con ello solucionaba su problema, seguro que aquella mujer sabría que hacer… Era maravillosa…  

 

– Tu problema viene de tus ansias de sexo. Necesitas el sexo. Vives por y para el sexo. – Mientras hablaba, iba insertando esos comandos en la mente de la mujer. – Pero no necesitas un sexo normal, no. Tu necesitas que te posean, que te usen. Te encanta sentirte un objeto. Necesitas ser inferior, que te demuestren que lo eres. Tu placer no te importa, tu placer es la humillación.  

 

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Esa mujer estaba describiendo perfectamente sus sentimientos…  

 

– Sí no sacias tus ansias – continuaba -, explotaras y la gente saldrá herida por tu culpa, como le pasó a Diego. Tus ansias de sexo no contemplaron que le iban a destrozar la vida.  

 

– ¿Entonces?  

 

– Debes liberarte. Convertirte en la perra que deseas ser. Sin límites, sin restricciones. Recuerda, por y para el sexo. ¿Qué sientes ahora?  

 

– ¿Ahora?… Vergüenza… Remordimiento… Culpa…  

 

– ¿Ya está? ¿Nada más?  

 

Eva si sentía algo más. Un enorme calor recorría su entrepierna, estaba chorreando,  sus pezones estaban erizados. Mientras más pensaba en ellos, más evidente se le hacía.  

 

– Estoy… Caliente…  

 

– Eso es, el primer paso es aceptarlo. ¿Y que puedes hacer para remediarlo?  

 

Sin pensar en lo que estaba haciendo, su mano se deslizó por su cuerpo. No perdió tiempo y apartó en un momento su falda y su tanga y, en menos de un minuto estaba soltando gemidos de placer. Sus dedos profundizaban en su coño, exploraban todos sus rincones y se deslizaban cada vez más rápido adentro y afuera.  

 

– ¿Con eso te vale? – Preguntó Diana. – No, tu necesitas más. Eres una perra y necesitas que te vean, sentir la vergüenza y la humillación.  

 

 

Eva estaba pensativa. Se levantó y se subió sobre su mesa, se desabrocho la blusa y se bajó el sujetador. Y allí, mientras con una mano acariciaba y pellizcado sus enormes tetas, con la otra se masturbaba ante Diana.  

 

“Eres mía, zorra” Pensaba ésta. “Pagarás caro todo lo que me hiciste.”  

 

Observaba como su ex-jefa penetraba rítmicamente su coño depilado, notaba el olor de su sexo, el dulce aroma a sexo que desprendía. Disfrutaba de la humillación a la que se estaba sometiendo ella sola. Eva comenzó a gritar cuando la sobrevino un poderoso orgasmo, entre espasmos, llevó sus manos empapadas en sus jugos a su boca y se chupo los dedos con cara de satisfacción.  

 

– Muy bien, ¿Te has desahogado?  

 

Eva asintió con la cabeza, con la cara todavía desencajada por el placer.  

 

– Estupendo, entonces ya sabes como tienes que actuar. Ahora… – Diana la miró de arriba a abajo. – Deberías adecentarte un poco. ¿Por qué no vas al servicio y te echas algo de agua en la cara?  

 

Eva obedeció. Cuando se bajó de la mesa le temblaban las piernas, nunca había tenido un orgasmo tan intenso. 

 

Mientras estaba en el servicio se dió cuenta de lo feliz que era en ese momento. Se había liberado. Toda su vida había estado reprimida, pero eso se había acabado. No volvería a dañar a nadie por culpa de su frustración. No se reprimiria jamás.  

 

Mientras salia del baño, se cruzó con Henry, el hombre que se ocupaba de la limpieza. Sabía su nombre, pero nunca se había fijado en el, era un hombre mayor, de color y, además, era solo el hombre de la limpieza. Pero ahora era distinto, ya no tenía que aparentar. Su mirada se detuvo en la entrepierna del hombre, pensando si era verdad la leyenda sobre el tamaño de las pollas negras. Absorta estaba en sus pensamientos cuando se dió cuenta que el hombre ya se había ido, y ella volvía a estar caliente…  

 

Nada más verla, Diana se dió cuenta de cómo había cambiado su manera de pensar y, al igual que hizo con Missy, introdujo en su mente una serie de órdenes y deberes que debía cumplir antes de llegar a casa. Iba a preparar una sorpresa para esa misma noche, en su propia casa, que supondría el final de su acomodada vida y el inicio de su nuevo camino en el sexo y la humillación. 


Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 8” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 8

No sé a ciencia cierta cuantas veces María llegó al orgasmo en la oficina pero he deciros que por la tarde esa morena estaba derrengada, sin fuerzas siquiera para coger el teléfono. Por ello cuando su madre me llamó para ver si pasaba por nosotros, no me importó que fueran antes de las seis y accediendo a su ruego quedé que nos recogiera en la puerta de la empresa. Y cuando digo ruego, es ruego porque tras una jornada durante la cual había sido sometida a una continua estimulación sin poder culminar, Azucena estaba francamente nerviosa y necesitada.
-Prepárate que nos vamos- comenté saliendo de mi despacho.
Mi secretaria y sumisa agradeció el adelanto y cogiendo a duras penas su bolso, me acompañó al ascensor. No tuve que agudizar mucho mis sentidos para certificar su cansancio, todo en ella revelaba su agotamiento.
Con la cara desencajada, le costaba un mundo permanecer de pie a mi lado y por eso al entrar en ese estrechó habitáculo permití que se apoyara en mí aunque eso pudiera crear habladurías entre sus compañeros.
-¿Te apetece que al llegar a casa te eche un polvo?- pregunté con mala leche ya en la calle.
-Siempre estoy dispuesta a satisfacer a mi amo- respondió mientras cerraba los ojos, demostrando que había aprendido la lección. Su respuesta me satisfizo y por ello no me encabroné cuando advertí que se había quedado dormida entre mis brazos.
Afortunadamente, su madre no tardó en llegar. La cual viendo el estado de su retoño, me abrió la puerta para que la pudiera meter más fácilmente en el coche. Una vez con María despanzurrada sobre el asiento de atrás, muerta de risa susurró mientras se ponía al volante:
-¿No le da vergüenza repartir tan mal su cariño? Mientras a ella se le nota que ha tenido una sobredosis, yo estoy que me subo por las paredes.
Su animado reproche me dio alas y nada más sentarme a su lado, me la quedé observando sin decir nada. Ese inocuo examen provocó que bajo su camisa de colegiala emergieran dos bultos que me corroboraron la excitación reprimida de esa mujer.
-Levántate la falda.
No hizo falta que se lo repitiera porque tras tantas horas de masturbación, esa rubia era con lo que soñaba y retirando la tela escocesa, me mostró que una densa y pegajosa humedad envolvía su coño, derramándose por sus muslos.
-¡Estas cachonda!- exclamé escandalizado.
-No es cierto, querido amo. ¡Cachonda es poco! Ahora mismo soy capaz de dejarme follar ¡por un perro!
Asumiendo que era una exageración, una forma de hablar, decidí incrementar la presión sobre ella y con tono serio le pregunté dónde estaba la perrera municipal. Sus ojos mostraron la angustia que esa posibilidad le provocaba pero reponiéndose al instante, contestó:
-Está fuera de la ciudad pero si es lo que quiere, le llevo.
Reconozco que me impactó la fidelidad y obediencia que Azucena mostró en ese momento y aunque por unos instantes dudé si seguir con la broma, la expresión desolada de esa mujer me hizo reír mientras le decía que nos llevara a casa. Mis carcajadas la permitieron respirar y recobrando el buen humor, me preguntó cómo se había comportado su hija durante su castigo.
-María salió igual de puta que tú- contesté mientras dejaba caer mi mano sobre su pierna.
La felicidad que leí en su rostro fue suficiente emotiva para merecerse un premio e iniciando un leve recorrido por sus muslos, decidí dárselo sin esperar a llegar al que ya era mi hogar. Tal y como había previsto, Azucena al notar mis yemas sobre su piel, separó sus rodillas sin afectarle en lo más mínimo que alguien pudiera reparar en su falta de ropa interior.
-Desde ese camión pueden verte- susurré acercando mi boca a su oído.
Mi aliento azuzó su calentura y pegando un gemido, me rogó que la permitiera correrse.
-Todavía no- respondí- quiero que lo hagas mientras te lo como atada a mi cama.
Estuvo a punto de fallarme solo pensando en esa imagen y casi llorando me imploró que dejara de tocarla.
-¿Por qué lo dices?- cruelmente pregunté- ¿Acaso no te gusta que tu amo se recree en su putita?
Temblando por entera, contestó:
-Muchísimo pero lo último que quiero es desobedecerle y sé que si sigue tocándome, me terminaré corriendo.
El sufrimiento que destilaban sus palabras, me convenció y separando mi mano, la ordené que se diera prisa porque tenía ganas de follarme a mi fiel esclava. Que usara el adjetivo de fiel, la derrumbó por completo y sin que yo se lo pidiera, la cuarentona me confesó que jamás había estado tan urgida de ser tomada.
-¿No crees que exageras? Me imagino que con el padre de María alguna vez debes haber estado tan caliente.
Con lágrimas en los ojos y sin soltar la mano del volante, replicó:
-Alberto fue un buen dueño pero nunca consiguió llevarme a este estado.
La seguridad de su tono me hizo saber que no mentía y si no llega a ser porque quería que fuese una ocasión especial, le hubiese pedido que aparcara a un lado para gratificarla con un buen meneo. En vez de ello, le prometí que esa noche no la dejaría dormir. Al escuchar esa promesa, Azucena se estremeció y descubriendo sus sentimientos, me suplicó que si algún día me cansaba de ella no la echara de mi lado, que estaba dispuesta a ser solo mi criada pero que no sería capaz de vivir sin mí. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al oír tamaña revelación y acariciando su rubia melena, le pregunté qué era lo que sentía por mí.
-Sé que una esclava no debería albergar sentimientos pero no puedo evitar amarlo- contestó y reiterando lo dicho, repitió mientras se hundía en llanto: ¡Lo amo! ¡Lo adoro! Sin usted, no soy nadie.
Hasta entonces siempre había sido renuente a demostrar mis afectos pero, al escuchar su dolor, me sentí profundamente conmovido y creí que se merecía saber que yo también las quería:
-Nunca os dejaré. No comprendo cómo es posible porque os conozco desde hace poco pero no concibo mi futuro sin vosotras.
Por fortuna ya habíamos llegado a casa porque obviando cualquier tipo de prudencia, soltó el volante y se lanzó a mis brazos, buscando mis besos. No tengo que decir que no se topó con un rechazo sino todo lo contrario y respondiendo con pasión a su urgencia, la besé como si fuera nuestra primera vez.
-Amo, le prometió a esa zorra atarla y no está bien defraudar a una mujer que le acaba de reconocer su amor- escuchamos que muerta de risa María nos decía desde el asiento de atrás.
El descaro de la chiquilla me hizo gracia y más cuando nos había engañado haciéndose la dormida. Por ello, mientras lamía las lágrimas directamente de las mejillas de su madre, le pregunté desde cuando llevaba despierta.
Con la cara colorada, respondió:
-Desde que le rogó que dejara de tocarla.
«¡Había oído la opinión de Azucena sobre su padre y no está cabreada!», medité extrañado porque no en balde, siempre había supuesto que lo tenía en un altar.
Anotando ese detalle en la libreta de asuntos a tratar, preferí cumplir con mi promesa e involucrando a mi secretaria en ella, le pedí que preparara a mi sumisa.
-¿En qué cama prefiere que la ate?- preguntó con una total disposición.
La contesté que en la mía y mientras se llevaba a su madre escaleras arriba, me puse una copa haciendo tiempo. Aunque no me hacía falta su ayuda y hubiese podido prepararla yo mismo, elegí que fuera ella porque dependiendo del comportamiento de esa muchacha comprendería mejor la relación entre ellas:
«Solo debo preocuparme si es cruel con ella porque sería una muestra de celos que no debo ignorar si quiero mantener la paz en esta casa».
Con mi whisky en la mano, recordé que María me reconoció que desde la muerte de su viejo ella había tenido que suplirlo y que durante dos años había tenido que ejercer de jefa de ese hogar pero no me especificó en qué había consistido ese papel ni hasta qué grado había usado a su temporal sumisa.
«Tendré que averiguarlo», me dije mientras apuraba mi copa e salía rumbo a mi habitación.
Ya por el pasillo me resultó raro no escuchar ruido alguno y eso me hizo suponer que María ya había cumplido con su cometido pero juro que nunca me imaginé que lo hubiese hecho de forma tan eficiente y es que al entrar por la puerta, me encontré con su madre atada al estilo japonés y a ella también desnuda con el collar que le había regalado, sentada en la cama.
Durante un minuto, me quedé admirando la perfección estética de esa soga recorriendo el cuerpo de Azucena y cómo los conjuntos de nudos la mantenían totalmente inmovilizada.
«Joder con la niña», pensé impresionado al comprobar que siguiendo las enseñanzas de ese antiguo arte oriental, había conseguido colocar a mi sumisa en una postura que me daba acceso a cualquiera de sus tres agujeros sin tener que moverla.
-¿Quién te ha enseñado Shibari?- pregunté mientras recorría con mi mano el lomo desnudo de su madre.
-Internet- reconoció: – cuando nos quedamos solas, mi madre cayó en una depresión y tuve que informarme para calmar sus ansias de ser dominada.
Aunque estaba intrigado por saber hasta donde habían sido capaces de llegar, decidí cumplir primero mi promesa y llamando a María, le pedí que me desnudara.
-Amo, no puedo hacerlo sin antes soltarme- susurró mirando al suelo.
Fue entonces cuando caí en la cuenta que del collar de su cuello pendía una cadena que limitaba sus movimientos a lo que era la cama.
«Éstas dos no dejarán nunca de sorprenderme», rumié mientras empezaba a desabrochar mi camisa.
Madre e hija no perdieron detalle de mi striptease pero fue Azucena la que mostró mayor excitación con cada prenda que caía al suelo. La sensación de ser el objeto de deseo de esas dos provocó mi calentura y por ello al dejar caer mis bóxers, regalé a ambas con la visión de mi pene erecto.
Desde las sabanas, escuché el gemido de la rubia al ver que me acercaba. La urgencia que sentía por ser tomada la hizo removerse incómoda pero entonces su retoño la llamó al orden con un duro azote sobre su ancas.
-No te muevas hasta que nuestro dueño te autorice.
Solo con esa caricia, Azucena estuvo a punto de correrse y deseando lo hiciera en mi boca, hundí mi cara entre sus muslos con urgencia. Tal y como había sospechado, en cuanto esa madura sintió mi lengua recorriendo sus pliegues comenzó a gemir como una loca.
-Espera un poco- murmuré con una insólita dulzura en un dominante.
María, que estaba al quite a mi lado, descargó otra nalgada sobre su madre mientras rectificaba mi orden diciendo que ni se le ocurriera correrse hasta que yo diese mi permiso. Curiosamente esa intervención no me molestó y obviándola, concentré mis esfuerzos en el hinchado clítoris de la atada sumisa.
El morbo de estar comiendo ese chumino mientras su hija permanecía atenta azuzó mi lujuria y dominado por el sabor agridulce que manaba de ese botón, lo comencé a mordisquear al tiempo que introducía un par de yemas en su interior.
-¿Cómo estás zorra?- preguntó la morena a nuestra víctima mientras le pellizcaba un pezón.
-¡En la gloria!- chilló descompuesta manifestando el grado de excitación que recorría su cuerpo.
La colaboración de la morena permitió a mi lengua lamer su coño sabiendo que María estaba controlando la excitación de su madre. Con una tranquilidad pasmosa, me apoderé nuevamente de su clítoris mientras lo humedecía con mi saliva. Esta vez, el gemido fue más profundo y surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, me rogó que la dejara correrse.
-Nuestro amo te avisará cuando- insistió su pequeña sin añadir mayor suplicio a la indefensa mujer.
Envalentonado, estaba mordisqueando esa deliciosa fruta con mis dientes cuando en mi boca recibí la primera oleada de su flujo y eso me avisó de la cercanía de su orgasmo. Sabiendo que era imposible que Azucena aguantara mucho más, le pregunté que le apetecía antes de dejarla llegar.
Resolviendo mis dudas acerca de los límites que se habían impuesto mientras estaban solas, respondió:
-Me gustaría comerle la almeja a su otra puta.
Que obviara que eso era incesto con tanta facilidad, me confirmó que no iba a ser la primera vez que lo hiciera y mirando a María descubrí que a ella también le apetecía. Aun así mi secretaria quiso escaquearse inicialmente en cumplir ese deseo, pensando quizás que me escandalizaría y tuve que ordenárselo.
La rapidez con la que apoyándose en el cabecero de la cama esa muchacha puso a merced de su vieja su despoblado coño fue prueba suficiente que no me había equivocado y viendo que mis dos sumisas estaban satisfechas con ese cambio, decidí usar mi verga para terminar de calmar la hambruna de la rubia.
Posando mi glande en su entrada, la liberé diciendo:
-A partir de este momento, puedes correrte tantas veces como quieras.
No esperé su respuesta y de un solo empujón de mis caderas, incrusté hasta el fondo mi herramienta. Azucena regaló a mis oídos con un largo y potente aullido de placer, aullido que percibí como el banderazo de salida para montarla brutalmente mientras ella se atiborraba con el flujo de su retoño.
-¡Fóllese a su guarra como se merece!- gritó María más excitada de lo que el poco tiempo que llevaba la rubia comiéndole el coño hacía suponer.
El entusiasmo de esas dos con el hecho que por primera vez las permitiera compartir conmigo las delicias de ese amor lésbico e incestuoso, me indujo a pensar que debía seguir explorando esa faceta de mis sumisas y por ello exigí a la madre de mi secretaria que la siguiera comiendo el coño mientras aceleraba el compás de mis caderas.
Todavía dudo hoy si me calentó más los gritos de placer de Azucena al ser tomada o la expresión de satisfacción de su hija cuando comprobó que azuzaba el intercambio de caricias entre ellas dos. Lo que sí puedo confirmar es que a partir de ese momento no me medí y tomando a la cuarentona de los hombros, profundicé la amplitud de mis penetraciones mientras María me jaleaba a hacerlo:
-No la deje descansar, esa zorra necesita todo su cariño.
Azuzado por ellas dos, convertí en frenético mi ritmo mientras la rubia se corría una y otra vez al experimentar el martirio de mi glande contra la pared de su vagina y el golpeteo de mis huevos contra su sexo.
-¡Me estás matando!- gimió al sentir la intensidad de mi asalto.
Con su chocho convertido en un manantial, Azucena se corrió nuevamente sin entender cómo era posible que todavía deseara que el pene de su dueño continuara machacando su interior cuando con su marido tras un par de orgasmos se consideraba contenta.
El caudal de gozo que le caía por las piernas potenció mi lujuria y mientras María percibía que no iba a tardar en unirse a su progenitora, intensifiqué mi ataque agarrándome a los pechos de la rubia. Esta al sentir ese nuevo estímulo aulló embriagada por la pasión mientras mordía el clítoris de su retoño.
-¡No puedo más!- chilló la morena al comprobar lo cerca que estaba su clímax.
La confesión de la hija sirvió como excusa a su vieja para echarla en cara lo puta que era y María al escuchar ese reproche, explotó en su boca derramando su placer por las mejillas de su madre. Para entonces, mi propia excitación me tenía fuera de mí y aprovechando que ambas sumisas estaban temblando sobre las sábanas presas del júbilo de sus cuerpos, rellené con mi semen el estrecho conducto de la mujer.
Azucena cerró los ojos al sentir que descargaba la carga de mis testículos en su coño y convirtiendo su sexo en una ordeñadora exprimió mi verga hasta que consiguió que vertiera hasta la última gota de esperma en su interior, entonces y solo entonces, girándose me soltó:
-No sé si hago mal o bien en decírtelo porqué a mi edad es difícil que me quede embarazada, pero llevo años sin tomarme la pastilla.
No tuve que comerme mucho el coco para entender que tras esa disculpa se escondía un deseo y mirándola a los ojos pregunté a la mayor de mis sumisas si le gustaría quedarse preñada por mí. Estaba a punto de responder afirmativamente cuando su retoño se le adelantó diciendo:
-Si ella no quiere o no puede, ¡siempre me tendrá a mí!
La seguridad de María despertó mis suspicacias y con la mosca detrás de la oreja, me di cuenta que mientras la madre era complicado que se preñara, no era el caso con la morena y por eso quise saber si tomaba algún tipo de anticonceptivos. La muchacha con una alegría que me dejó desconcertado contestó:
-No, mi querido amo. ¡Usted no me lo ordenó!…

Relato erótico: “EL LEGADO (16): Despedidas y bienvenidas” (POR JANIS)

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Despedidas y bienvenidas.

 Nota de la autora: Gracias a toodos, por vuestros ánimos y comentarios. De verdad, sin ustedes, los lectores, todo este trabajo no tendría ninguna razón de ser.

Envían sus comentarios más extensos o sus opiniones a: janis.estigma@hotmail.es

Ser esclavo de Katrina no es ningún paseo, no, señor. Es demasiado caprichosa y ansiosa, como para tener paciencia. Quiere las cosas al momento, a la voz de ¡ya! La noto encantada con lo que está pasando. Ha conseguido dos esclavas de cámara, como ella las denomina, y un esclavo que no esperaba, yo mismo.

Creo que todavía se está haciendo a la idea, de cómo utilizarme, y, sobre todo, cuándo. Seguro que ya está lamentando haberme aceptado tan rápidamente. Aunque ella sea mi Ama, su padre es mi patrón, y tendrá más trabajos para mí que me aparten de su lado, que primen sobre su voluntad.

Seguro que le está dando vueltas a todo esto, sentada en su asiento de primera, en el vuelo de regreso. Sasha, Niska y yo viajamos en turista, por supuesto. Me siento en medio de las dos, que visten con ropas deportivas compradas en el mismo aeropuerto. Están nerviosas, lo noto. No saben aún donde se dirigen, ni qué les espera.

―           Tranquilas, solo tenéis que obedecer al Ama, y vuestra vida será fácil – las tranquilizo, hablándoles en esa lengua eslava que ni siquiera reconozco con exactitud.

Me miran, asombradas de que pueda entenderlas.

―           Me llamo Sergio, o Sergei – me presento y ellas, impulsivamente, me aprietan las manos, buscando mi apoyo.

―           ¿Te has hecho esclava de ella? – pregunta Niska, intentando comprender lo que sucedió la tarde anterior.

―           Si.

―           ¿Voluntariamente?

―           Así es.

―           ¿Por qué? – pregunta Sasha. – Eras su guardaespaldas, eras libre…

―           Es difícil de explicar. Solo puedo deciros que, en este momento, necesito alguien que me controle. Ella parece disponer de la autoridad que busco.

―           Yo no comprendo cómo puedes entregarte – musita Niska.

―           Quizás desee experimentar el placer de la sumisión.

―           No hay placer en someterte a los caprichos de una cerda – dice Niska, muy bajito.

―           No hables así de tu ama, pequeña. Un día se te puede escapar y ella oírte. Te mataría a palos, ¿lo sabes, no?

Asiente, tragando saliva.

―           Os pido que guardéis mi secreto. Katrina no debe enterarse de que hablo vuestra lengua. Será nuestro secreto, ¿Si?

―           Nunca hemos hablado contigo – sonríe Sasha.

―           Os ha tocado vivir esto. Es malo, lo sé, pero dentro de lo malvado, no es lo peor. Katrina es una niña caprichosa, y, con tenerla contenta, bastará. Yo os ayudaré en lo que pueda, pero tenéis que someteros a ella, incondicionalmente. Estáis juntas, así que apoyaros en eso. Buscad fuerzas, la una en la otra – les acabo diciendo, y ellas bajan la cabeza.

Las cojo de las manos y las uno a la mía, sobre mi regazo, quedándonos los tres en silencio. Más tranquilas, me miran y me sonríen. Por mi parte, he descubierto cómo mantenerme calmo, cómo soportar las mezquindades que Katrina elabora para mí. Es simple, es como pasar el testigo; debo dejar salir ese despecho que acumulo tras sus humillantes atenciones; debo también hacer daño, buscar un objetivo sobre el que descargar mi rencor.

Antes de salir de Barcelona, encontré un objetivo perfecto. Cuando hoy levanten al señor Alexis de la cama, descubrirán todos los radios de sus ruedas destrozadas. Ya sé que es una niñería, pero me sentí bien al hacerlo.

Y así, llegamos a Madrid.

Katrina no dice mucho, sentada en el asiento del copiloto del Toyota. Mira distraídamente el paisaje. Las chicas esclavas viajan en el asiento trasero. Casi puedo imaginar las directrices que Katrina se está marcando, en su mente, con respecto a mí.

―           ¿Ama, ha pensado cómo lo vamos a hacer? – la sorprendo.

―           ¿A qué te refieres?

―           ¿Tendré que acatar los mandatos de su padre, o negarme en redondo, para servirla a usted?

―           Ah, eso… — suspira. Se nota que es un tema que no es de su gusto. – Lo he estado pensando. Aún no dispongo de la autonomía necesaria para oponerme a mi padre. Estás a su servicio, naturalmente.

―           Si, Ama Katrina.

―           Pero… procurarás venir a la mansión en cuanto acabes con tus obligaciones hacia mi padre, y te presentarás ante mí.

―           Si, mi Ama.

―           Así mismo, tu teléfono siempre estará dispuesto para mí, en cualquier momento.

―           Si, mi Ama. ¿Tendré que dormir cerca de usted?

―           No. De momento… regresarás a tu casa. ¿Vives con tu novia?

―           Si, Ama, y con mi hermana.

―           Bien, deberás seguir así, pero no quiero que te acuestes con…

―           Maby.

―           Si, con esa putilla – gruñe ella. ¿Sabe acaso que Maby y su padre…?

―           Así lo haré, mi Ama.

―           Buen perrito – alarga una mano y me pellizca una mejilla mientras conduzco.

Víctor nos está esperando cuando aparcamos ante la mansión. Besa a su hija y examina a las dos chicas, con parsimonia. Cuando da su beneplácito, Katrina ordena a dos de las criadas que las suban y bañen a fondo, para la visita médica posterior. Después, me deja a solas con mi jefe.

―           ¿Cómo ha ido todo por Barcelona?

―           Si ningún problema, señor Vantia.

―           Bien. ¿Cómo se ha portado Katrina?

―           ¿Cómo debería haberse comportado? – pregunto, mirándole.

―           Eres listo, Sergio – se ríe. – Ahora, vete a casa y descansa. Mañana hablaremos.

―           Gracias, señor Vantia. Debo ver a Katrina antes de irme. Recados de urgencia – me encojo de hombros, entrando en casa.

Tras subir las escaleras, le pregunto a una de las criadas, la cual empuja un carro con ropa de cama para lavar, dónde están los aposentos de la señorita Katrina. No es cosa de ir abriendo puertas, ni llamándola a voces, ¿no?

Llamo con los nudillos a la puerta indicada y su dulce voz me da permiso para entrar. Se sobresalta cuando comprueba que soy yo. Quizás creía que era una de las criadas. Está en ropa interior, sentada ante el gran espejo de un comodín moderno, parecido al que se suele ver en los camerinos de un teatro. Pero Katrina no trata de taparse, se pone en pie y se gira hacia mí.

Está increíble, con esa sensual lencería blanca.

―           Dime, perrito…

―           Regreso a mi casa, Ama. ¿Desea algo de mí? – “Aparte de que te dé por el culo, zorra”.

―           No, está bien – dice, agitando su mano con desgana. – Recuerda, nada de acostarte con tu novia. Pon cualquier excusa.

―           Si, mi Ama. Vendré mañana temprano.

―           No me despiertes si es temprano – y me da de nuevo la espalda.

Tiene los aires de una reina, la muy cabrona. Si hubiese nacido un par de siglos antes, habría sido una mujer imposible de contentar. Mi pene se estremece en su prisión de tela. “Tranquilito. Aún hay que aguantar”, me digo.

Paso delante del boudoir de Anenka. Me tienta la idea de llamar, pero inspiro fuerte y sigo hasta bajar a la planta baja y montarme en mi coche. Desde una de las grandes cristaleras, percibo a Víctor mirándome. ¿Me vigila? Me marcho a casa.

―           ¿Dónde has estado? – me pregunta Patricia, esa misma tarde, mientras la ayudo con sus deberes.

―           En Barcelona. Un viaje de trabajo.

―           ¿Te gustó?

―           He visto poco, solo el puerto. Patricia, presta atención a esa cuenta. Te has equivocado – la recrimino dulcemente.

―           No tengo la cabeza para mates, ahora mismo – dice, apoyando su frente contra mi hombro.

―           ¿Por qué?

―           Porque estás a mi lado y tiemblo de ganas…

―           Ahora no – le digo, pensando en lo que Katrina me ha prohibido.

No pienso hacerle el menor caso, sea con Maby, mi hermana o la madre y la hija. Me follaré a la que me apetezca, cuando quiera… pero, la verdad, no me apetece jugar con Patricia, con su madre viendo la tele un poco más allá.

―           Tienes que acabar tus deberes.

―           ¿Recuerdas que te lo debo?

―           Si. Dijiste que pensarías algo para mí – le respondo.

―           Ya lo he hecho. Creo que te gustará…

―           ¡Que susto me das, madre mía! – me río.

Pone cara de traviesa y saca su viperina lengua.

―           Mi madre tiene visita al dentista, a las seis. Estará fuera al menos hora y media – susurra, con total complicidad.

Toma mi mano y la posa sobre su rodilla desnuda. Su falda escolar está más subida de la cuenta. Coloca una de sus manos en mi nuca, inclinándome hasta su boca, y me mordisquea el labio inferior

―           Te quiero mucho, Sergi…

―           Yo también, canija. Ahora, sigue con tus deberes. Los quiero acabados para las seis, o sino, no habrá recompensa.

―           ¡Malo! – frunce la nariz, al levantarme del puff.

Dena está sentada en el sofá, con los pies recogidos bajo sus nalgas. Me abraza cuando me siento a su lado. En la tele dan uno de esos programas de invitados con problemas, el no se qué de Patricia… Un chico está contando que le perdona todo a su novia, sus infidelidades, el haberse quedado embarazada de otro chico, y que le haya quitado sus ahorros. Solo quiere que ella vuelva a su vida. Llora a moco tendido.

―           Ese tío es un candidato inmediato a que le quiten todos los órganos – comento.

Dena se ríe, acariciándome el hombro.

―           Esa niñata es una perla fina, pero el tío es un calzonazos. Seguro que le meterá el amante en la misma cama, con él y todo, Amo – contesta ella.

―           Me ha dicho Patricia que tienes dentista esta tarde.

―           Si, tiene que repasarme los empastes. Un fastidio. ¡Odio los dentistas!

―           ¿Quieres que me ocupe de la cena si vas a tardar? – me ofrezco.

―           No lo creo, a lo sumo un par de horas. ¿Vas a hacer algo especial para las chicas, Amo?

―           Pensaba en un puré de patatas al queso, acompañado de unas verduras a la plancha.

―           Mmmm… me apunto – se relame.

―           Vale, te bajaré un plato. ¿A Patricia le gusta eso?

―           Nada de nada. Ya le haré yo algo, Amo mío.

Aún no hemos hablado de lo que pasó el otro día, de los azotes que Patricia le dio, o de sus caricias. Ni madre, ni hija, parecen darle importancia. No, no es eso. Más bien, es como si no hubiera ocurrido. Quizás necesitan más tiempo. No haré preguntas, de momento.

Media hora más tarde, Dena se marcha y Patricia sale de su habitación. Yo la miro, desde el sofá. Ella me sonríe y antes de de meterse en el dormitorio de su madre, me dice:

―           Ahora te llamaré. Es una sorpresa.

Cabeceo, con una sonrisa en los labios. A saber lo que ha pensado esa pequeña viciosa. Apenas quince minutos después, su voz me reclama. Apago la tele y me dirijo al dormitorio. Las cortinas están echadas, oscureciendo la habitación. La lamparita de una de las mesitas está encendida, iluminando el gran plástico que Patricia ha colocado sobre la cama. Ella está tumbada en el centro, menuda, esbelta y, totalmente desnuda. Todo su cuerpo brilla con la capa de aceite corporal que se ha dado. Está preciosa, con el rostro inclinado a un lado y los ojos entornados. Tiene una carita de viciosa tal que mi pene responde inmediatamente. Su cuerpo, de pequeños senos inmaduros y estrechas caderas inocentes, me atrae con fuerza. Me sonríe de esa forma en que podría hacerme creer que es un pequeño súcubo brotado de los infiernos.

―           Ven aquí, Sergi… quiero frotarme y frotarme… contra ti – casi gime.

A ver, moralistas, catedráticos de la ética, y seguidores del sendero de la pureza… ¿Qué hubierais hecho todos vosotros? ¿Leerle el código moral de las jóvenes señoritas? ¡Pues no! Os habríais desnudado rápidamente, lo mismo que yo hice, y saltado sobre la cama, en plan tigre.

La beso, lamo toda su piel, que sabe a melocotón por el aceite comestible. Se escurre entre mis brazos cuando intento abrazarla. Es como una sensual anguila. Ella ríe y ríe, da pequeños gritos cuando la oprimo fuertemente. El aceite impregna el gran plástico, formando una pequeña bolsa en el centro, donde se recogen los regueros, y donde, sin querer, nos volvemos a impregnar de ellos, en un ciclo tan ardiente como nuestro deseo.

Patricia me aquieta, dejándome boca arriba; ella tumbada sobre mi pecho.

―           Déjame hacer a mí… por favor – me pide.

Mi polla está tan tiesa que me duele. Su esbelto cuerpo se desliza lentamente sobre mi pecho, mi vientre, y, finalmente, mi pene, una y otra vez. Sube, baja, y se frota en todas las direcciones posibles. Abre sus piernas y le acoge entre el calor de sus muslos. Patalea suavemente sobre él, con esos piececitos encantadores, cuando remonta su boca hasta mis labios. Se desliza como en un tobogán, su espalda contra mi pecho, exponiendo sus efímeras nalgas al suave encontronazo de mi glande, el cual esfuerzo en restregarlo contra toda su entrepierna. La aferro de los tobillos, abriéndola completamente, punteando su vagina con mi polla.

Patricia se queja de lo cabrón que soy. La torturo con eso, ya que no quiero metérsela. Todos estos juegos llevan a la culminación deseada. Me corro largamente sobre su pecho y vientre, exprimido por su cuerpo deslizante.

―           ¿Te ha gusta, vida? – me pregunta, mordiéndome un pezón.

―           Muchísimo, canija. ¿De dónde has sacado la idea?

―           De un relato de Internet. Lo leí y me gustó. Compré el plástico y el aceite, ayer.

―           ¿Y tú? ¿Has gozado?

―           Si, con tanto frote… dos veces…

―           Dos no… tres – digo, atrayéndola.

La siento sobre mi cara, deslizando mi lengua por su chochete tan humedecido como el plástico sobre el que estamos.

―           ¡Sergiiiiiii! – pronto está gritando.

Esa tarde, cuando las chicas regresan de uno de sus posados, me abrazan en grupo y me besan, en una maravillosa bienvenida. Cuando llegué del aeropuerto, ya se habían ido a trabajar, aunque sabían que ya había llegado, puesto que llamé a Maby, al aterrizar. Lo que me extraña es que Elke participe también en el abrazo. Me besa con la misma pasión que mi hermana, aunque, evidentemente, con algo más de timidez.

Pam comenta lo bien que lo pasaron cenando fuera y propone hacer algo de eso ese fin de semana. Creo que podría ser el momento ideal para incluir del todo a la noruega en nuestro pequeño club, ¿no?

Esa noche, mientras sodomizo a la delgadita Maby, casi en silencio, la mano de mi hermana se posa sobre mis nalgas, acariciándolas y haciendo ademán de empujar ella misma. Oigo su suspiro. Me echa de menos y yo a ella.

El pitido del recibo de un mensaje me despierta. Maby alarga la mano y toma el móvil, entregándomelo. Es un mensaje de Víctor. Son apenas las siete y cuarto de la mañana. ¿Qué querrá?

“No estaré en casa hoy. Anenka te dará instrucciones, no la despiertes temprano. V.V.”.

Me doy la vuelta y abrazo la cintura de mi hermana, sobre la propia mano de Elke, quien abre un ojo y me mira. Cuando comprueba que retomo el sueño, abrazado, me sonríe y cierra los ojos.

Una hora más tarde, estoy en el gimnasio, entrenando muy duro, intentando cansarme y desahogar la tensión que me llena. Tras otra hora de levantar pesos, de machacar el saco de arena, y jadear, haciendo flexiones, me ducho y me visto para ir a la mansión.

Son más de las once cuando llego. Pregunto por la señora y me dicen que está esperando en su boudoir. Katrina no ha dado aún señales de vida. No hay que hacer esperar a las señoras…

Ya se nota que Anenka me espera. Está recostada en el diván, tomando una taza de café, y leyendo la prensa financiera. Levanta sus bonitos ojos cuando me da permiso para entrar, y me sonríe, sin mover más que la taza para bajarla sobre la mesita. Vestir es una palabra compuesta para lo que ella lleva sobre su cuerpo. Digamos que una sutil y vaporosa negligée, de un verde casi difuminado por la transparencia, reposa sobre su cuerpo; tan corta y etérea que ni siquiera se puede considerar una prenda. No lleva sujetador y sus braguitas… bueno, digamos que lleva braguitas, punto.

―           ¿Qué tal, Sergei? Ayer esperé que pasaras a saludar.

―           Tenía un poco de prisa, señora – respondo, sin saber cómo actuar.

―           Vamos, vamos, estamos solos. Déjate de formalidades, semental. Acércate y saluda como es debido.

Me inclino sobre el diván y ella alza su boca, atrapando la mía. No me ha dejado elección, ni terreno para besarla en la mejilla. Saboreó esos labios jugosos que saben a café con leche. Me hace un hueco en el diván para que me siente.

―           He recibido un mensaje de tu marido, diciéndome que me darías instrucciones – la informo.

Me da en la nariz que mi ropa pronto va a estar en el suelo.

―           Claro, las instrucciones – sonríe ella, deslizando un dedo de afilada uña por mi muslo. – Las instrucciones son: quítate la ropa que te voy a comer…

¡Que hambre tiene la leona! Toma mi mano y se lleva, con descaro, uno de mis dedos a la boca, succionándolo con mucha suavidad.

―           Vamos, Sergei, quiero verte desnudo delante mía, de pie… Dame ese capricho, macho mío…

Así que lo hago. Lo mío es contentar a las mujeres. Lo que sea por verlas felices. No es que haga un striptease, pero le doy cierto morbo a quitarme la ropa. Mi cuerpo está cada vez más definido, depilado y cuidado. Anenka se relame y alarga la mano, intentando rozar mi pene. La esquivo, riéndome, y ella hace una mueca graciosa.

―           Ven… dame mi desayuno – me pide roncamente.

Así que la dejo juguetear con labios y lengua, incrementando la dureza de mi pene. Ya sabéis que no es inmediato, con el tamaño de mi órgano, la sangre debe afluir para llenarlo, alimentando músculos y venas, pero ella no tiene prisa, por lo que puedo ver. Me recuesta a su lado, apoderándose de mi glande.

Alargo una mano y rasgo su transparente salto de cama, con tanta facilidad que la oigo gemir. “Bruto”. Sonrío. Su cuerpo bronceado y terso me incita a pellizcarla. Lo hago suavemente, en los muslos, sobre el ombligo, los pechos y los pezones. Ella se agita e intenta esquivarme, pero no quiere soltar mi pene, en absoluto. Se queja suavemente del trato que le doy, pero sus ojos brillan, llenos de excitación y promesas.

―           Así, así… bien mojada – susurra al apartar sus labios de mi miembro.

―           ¿Hablas de mi polla o de ti? – bromeó.

―           De las dos – se ríe. — ¿Te acuerdas que te quedaste con las ganas de hacerme algo?

―           Si, de enfundarla en tu culito…

―           Me he estado preparando toda la noche para ti, garañón mío – Anenka se gira, mostrándome su trasero. Tiene algo metido en el ano, que abulta la tira del tanga. – Es un ensanchador. He dormido con él, esperando este momento. Ahora si me la puedes meter por el culito…

―           ¡Joder! ¡Que regalo de buena mañana!

La giro bruscamente y parto el tanga de un tirón. Ella se ríe y menea las nalgas, incitándome. Me está calentando demasiado. No sé si es bueno jugar así conmigo. Siento como el viejo se está desperezando en mi interior, atraído por el tufo del morbo. Con cuidado, tiro del ensanchador hasta sacarlo. Es grueso, casi como mi miembro, pero mucho más corto. “Puede que chilles aún, zorra”.

Le abro bien las nalgas. El esfínter está totalmente abierto y lleno de lubricante. No tengo que esperar a nada más. Apoyó la cabeza de mi ansiosa polla entre sus glúteos. Noto como Anenka respira más fuerte, excitada o asustada, no lo sé. Por un momento, me imagino que es Katrina la que tengo a tiro. Es el culito de esa perra rubia el que voy a traspasar. Una mueca de triunfo aparece en mi rostro. Entonces, empujo, sin piedad.

Anenka tiene que morder la tela del diván para no gritar. El espasmo que sufre su espalda y sus caderas me traen de vuelta. No es Katrina, es su madrastra. Dejo de profundizar con mi miembro, otorgándole tiempo a su intestino a acomodarse a mi medida.

―           ¡Pedazo… de cabrón! – murmura, pero noto como ella misma comienza a empujar.

―           ¿Preparada, Zarina?

―           Si…

Otro empujón, esta vez más comedido y controlado.

―           Joder… joder… me van a poner… puntos…

―           Venga, ánimo, Anenka, otro empujoncito y acabamos. ¿Puedes?

―           ¡HAZLO, HIJO DE PUTA… PERFÓRAME DE UNA VEZ… SACA MIS TRIPAAAASSS!

Menudo carácter saca la señora al darle por el culo. Por supuesto, no le hago caso. Inicio un ritmo suave, llevadero para ella. En un par de minutos, está babeando sobre el diván. Le martirizo el clítoris con una mano, mientras que, con la otra, le marco el ritmo de las caderas, tirándole de los oscuros rizos de su cabellera. Totalmente controlada y dirigida hacia la única meta, reventarla de gusto.

La llevo tres veces a lo más alto, al límite. Me implora correrse e intenta ella misma forzar el orgasmo, pero no la dejo. Mis dedos se detienen, mis caderas bajan el ritmo hasta un suave vaivén, e incremento la presión sobre su cabellera. Todo eso corta su ascensión hacia el goce buscado, dejándola entre jadeos, con los nervios a flor de piel.

Me maldice, me escupe, me amenaza, pero, entonces, incremento de nuevo el ritmo, llevándola al delirio. Grita, injuria, y suplica, con la misma pasión que antes… ¡Es una gozada follarla así!

Ya estoy a punto de llegar… No corto sus estímulos y le lleno el culito de semen, en unas pocas descargas. Un último pellizco en el clítoris casi la hace relinchar. Se muerde el labio con fuerza, apretando el culito y casi cortándome el riego de la polla. Su orgasmo es tan intenso que las lágrimas se escapan de sus ojos. Sin embargo, aún guardo algo para ella, aunque no tengo ni idea de dónde he aprendido eso. Me ha venido de sopetón, como un orgasmo.

Retraigo la polla de un tirón, raspando su intestino. Anenka, que aún está vibrando con los últimos espasmos de placer, abre los ojos y la boca, dolorida y sorprendida. En ese mismo instante, los dedos de mi mano derecha pinzan el nervio obturador, sobre el ramo anterior del mismo muslo, justo por debajo de la entrepierna. Lo hago con fuerza, pasando la mano por delante de su pubis, y produciéndole un calambre que agita sus caderas locamente, sin control. Sujeto a Anenka entre mis brazos, dejando que su cuerpo se agite espasmódicamente, en manos de un orgasmo totalmente nuevo y devastador para ella. Ni siquiera puede gritar, colapsada por la frenética respuesta de su cuerpo.

Reposo su cabeza lentamente sobre el diván, acariciándole las mejillas. Me visto mientras ella recupera el resuello y el control de sus piernas. Se apoya sobre una mano, mirándome.

―           ¿Qué ha… sido eso? ¿Qué… me has… hecho, Sergei…?

―           Creo que la llamaban la Pinza Cosaca. La usaban los verdugos de Catalina la grande para divertirse. El pinzamiento del nervio y del aductor activan una serie de espasmos que te llevan a un doloroso orgasmo.

―           ¿Por… qué?

―           Tú me has hecho un regalo precioso y yo te he hecho otro. Nadie volverá a hacerte experimentar este tremendo goce y dolor, salvo yo.

Me agacho y le doy un suave beso sobre su nariz. Aún respira agitadamente. La miró a los ojos.

―           ¿Cuáles son las instrucciones de tu marido, Anenka?

―           Servir de chofer a Katrina por un tiempo. Tienes que llevarla… a la universidad… privada, todos los días. Víctor volverá en una semana.

Joder. Tiene que ser un castigo divino. Habrá que hacer de tripas corazón… Cuando abro la puerta del boudoir, Anenka levanta la cabeza.

―           Sergei…

―           ¿Si?

―           Gracias – me sonríe.

Katrina no para de hablar mientras la llevo al campus Francisco de Vitoria, en Pozuelo de Alarcón. Está relativamente cerca de la mansión, y no se tarda apenas tomandola M30. Creo que, a pesar de lo bruja que es, está nerviosa y se desahoga, hablándome.

Me cuenta que está muy contenta con sus nuevas perras, lo obedientes y listas que son, lo rápidamente que aprenden, el interés que ponen cuando les habla. A veces, desearía que fueran un poquito más torpes, así podría castigarlas con la fusta. Hace tiempo que no le da una buena paliza a alguien, me dice, riéndose. La miro por el retrovisor.

Está preciosa. Se ha vestido de años 50 para su primer día de uni. Camisola sin botones, amarilla, rebeca roja por la cintura, y falda blanca, con raya escocesa roja, acampanada y de gran tamaño. Un gran bolso, compañero a sus zapatos, complementa el conjunto. Para llevar los libros, se supone, claro.

Pude ver el entusiasmo que demostraba con sus esclavas cuando me pasé a verla el día anterior, justo después de dejar a Anenka. Llamé y esperé su permiso. De nuevo creyó que era una de las doncellas, sin duda. Estaba tumbada en su cama, desnuda, y abierta, dejando que sus dos esclavas, tan desnudas como ella, le lamieran todo su cuerpo.

Cuando se dio cuenta de quien había entrado a su habitación, se tapó con la sábana, me obligó a ponerme de rodillas, y cerrar los ojos. Me golpeó media docena de veces con la fusta, en la espalda, pero no pronuncié ni un solo gemido.

―           ¡Tienes que avisar de tu llegada, gilipollas! ¡No solo llamar con los nudillos! – casi me escupió tras golpearme.

―           Si, Ama Katrina – le respondí, aún arrodillado.

―           ¡Dilo! Avísame… ahora.

―           ¿Puedo entrar, Ama Katrina? – alcé la voz.

―           ¡No! ¡Con más respeto, perro!

―           ¿Me da usted su permiso, Ama Katrina?

―           Mucho mejor. Así me gusta – dijo, apaciguándose algo, y cerrando con una mano su batín de seda. — ¿Lo recordarás?

―           Si, mi Ama.

―           Bien. Ahora, lame los dedos de mi pie, perro – se rió.

Me incliné y lamí sus preciosos y diminutos dedos descalzos, refrenándome para no cortárselos de un bocado. Mi espalda temblaba, aquejada de terribles deseos. Cuantos más deseos de sangre y violencia me asaltaban, más sacaba mi lengua para repasar bien sus pies, entre los dedos, las plantas, y los talones.

Con esos recuerdos en mente, llegamos al campus, pero, antes de entrar en su interior, Katrina me ordena parar debajo de un frondoso árbol, al lado de la carretera.

―           Me está consumiendo la ansiedad. Es un nuevo centro de estudios, de alto nivel. Tengo que enfrentarme a nuevos tutores y, sobre todo, a unas cuantas malas putas que lideraran el campus. Así que tengo que soltar adrenalina – me dice, de repente.

La verdad que no sé por dónde va, y lo nota en mi expresión, sin duda.

―           Vente aquí atrás, perrito mío, y me calmas con tu lengua. Vamos…

¡Puta, pécora, asquerosa meretriz! Pero me bajo del Toyota y me paso a los amplios asientos traseros. Ella ya me espera con la falda remangada y las bragas colgando de una sola pierna. Su expresión es ansiosa y sonriente. Por mucho que la odie, debo reconocer que no he visto mujer más perfecta que ella, hasta el momento. Mantiene su pubis totalmente rasurado, como si fuera aún una niña, pero tiene un diminuto tatuaje en vez del vello. Hasta que no estoy casi sobre él no lo distingo bien. Es el rostro del Demonio de Tasmania, de los toons dela Warner, señalando con un dedo, la vagina de Katrina.

―           Vamos, perrito… No dispongo de mucho tiempo – me anima.

Su vagina es pequeña y estrecha, como si nunca se hubiera acostado con un hombre. No me extrañaría que fuera, al mismo tiempo, puta y virginal. Decido hacérselo bien e intenso, con la lengua gorda, como lo llamo. A los tres minutos ya está gimiendo; a los cinco, grita, incontenible; a los siete, se corre sin remedio, aferrada a mi cabello.

―           ¡Buuuff! – exclama, incorporándose y mirándome a los ojos, mientras me relamo como un gato. – Lo has hecho muy bien, perrito.

Y se inclina para darme un beso en la frente. Arregla su ropa interior y su falda. Luego, abre la puerta y se despide con:

―           Recógeme esta tarde, Sergei.

El sábado, por la tarde, me llevo a las chicas de compras. Vamos a estrenar mi tarjeta. Pero, a mi manera. No saben donde las llevo y no paran de preguntarme. Me hago el sueco. Anenka me ha hablado de cierta tienda, muy especial, en la calle del Doctor Forquet, llamada Los Placeres de Lola.

Llevo a Maby del brazo. Detrás nuestra, Pam y Elke, también del brazo, susurran, entre risitas. Cuando me detengo delante de la tienda, las chicas se me quedan mirando, extrañadas.

―           ¿De compras, aquí? – pregunta Pam.

―           Exacto. El mejor sitio de Madrid para comprar la mejor lencería y los fetiches más idóneos para las féminas – hago de anuncio humano.

―           ¿Nos vas a invitar a lencería? – Elke no se ha recuperado aún del pasmo.

―           Porque vosotras lo valéis – hoy se me dan bien los anuncios. El de Loreal viene perfecto.

―           No se hable más. Necesito unas cosillas, la verdad sea dicha – dice Maby, tirando de mi brazo.

¡Dios! El interior es el paraíso de un fetichista de la femineidad. Hay corsés por todas partes, y ligueros de todos los estilos, medias de todos los colores… Un apartado entero, solo para tangas brasileños. Las chicas chillan de felicidad, lo que atrae, enseguida, la atención de una de las dependientas. Me entretengo mirando camisones y saltos de cama, tan vaporosos que el simple hecho de pasar ante ellos, los agita.

Maby me llama con una imperiosa señal. Han descubierto una sección de calzado femenino, con tacones supergigantes.

―           Estarías monísima con eso – la ánimo.

―           Si, claro, parecería la puta del barrio – rezonga ella, pero no aparta los ojos de una sandalia dorada, con una plataforma de doce centímetros. – Aunque… podría ponérmelos solo para ti…

Me mira, con un delicioso mohín travieso. Abro las manos y miro al techo. ¿Qué puedo decirle? Un poco más allá, Pam y Elke están detenidas ante una sección de juguetes, vibradores, y otros artículos para la felicidad de la mujer. Pam señala ciertas cosas y, a continuación, le comenta algo a su novia, al oído. Ésta se ruboriza y sonríe, tapándose la boca. No parece conocer la mitad de la parafernalia. Pobrecita, ya la irá descubriendo…

Tras saquear la tienda durante un par de horas, me las llevo a merendar a otro de los sitios preferidos de la guapa agente rusa, Le Pain Quotidien, en la calle de Fuencarral. Nos sentamos en una mesita de bistró francés, en la calle. Es una panadería, cafetería y tienda de delicatessen dulces, de origen belga. Nos chupamos los dedos con algunas de las muestras chocolateras que nos sirven, junto con el té y el café. Hemos dejado las compras en el coche, en un parking cercano.

Finalmente, las invito a dar un paseo, a pesar de la fría tarde, por la acera de La Castellana, mirando caros escaparates. Cada centenar de metros, cambio de chica para caminar agarraditos, entre risas. Incluso Elke se presta, encantada. Mirándola a los ojos, creo entender que está preparada y deseosa de cambiar su vida. Volvemos a casa, al anochecer.

Mientras preparo una cena frugal, las chicas no dejan de comentar la tienda de artículos femeninos. Ninguna de ellas la conocía y han quedado encantadas.

―           Bueno, podríais hacerme un pase privado, las tres, con todo lo que os habéis comprado, ¿no? – digo, soltando el primer torpedo, como en broma.

―           Para eso tendrías que pagarnos – se ríe Pam.

―           ¿Encima que yo he acoquinado las compras?

―           Bueno, en eso tiene razón – dice Elke.

―           ¡Aha! Una señorita con alma, he aquí – sonrío mientras aliño la ensalada tibia con nueces, pasas y queso.

―           ¡Eso, tú dale ánimos! – bromea mi hermana, dándole un pellizco a su novia.

―           No sé, yo por mí le haría un pase semanal, siempre que él me comprara cositas de estas – dice Maby, con aire muy serio.

―           ¡Putón! – la regaña Pam, intentando morderle el cuello. Maby se encoge, cosquillosa, y ríe.

Las tres musitan entre sí, sin que pueda escucharlas. Se ríen por lo bajito y se pellizcan, unas a otras. Reconozco cuando traman algo. Llevo las fuentes y los platos a la mesa. Pam abre la nevera y saca el agua fría. Pam coge varios vasos, y Elke, servilletas y cubiertos. Me miran, al preparar la mesa.

―           Está bien, Sergi… te haremos un pase después de la cena – me comunica Maby.

―           ¿Todas? – pregunto ilusionado.

―           Todas.

¡Que se joda Hugh Hefner y su mansión PlayBoy! ¡Yo tengo mi ático y mis chicas!

Me gustaría que mis palabras fueran fotografías instantáneas para poder haceros ver mejor la belleza de estas tres nínfulas, caminando sobre sandalias de vértigo – compré un par a cada una –, y vestidas solo con fina y sensual lencería. Me la ponen tan gorda que tengo que desabrocharme el pantalón para que respire.

Cuando terminan de mostrarme trapitos, se sientan a mi lado, en el sofá, riéndose y haciéndome cosquillas. Aún siguen en braguitas y sostenes, sin pudor, sin malos rollos, completamente desinhibidas.

―           ¡Sois diosas! ¡No hay más palabras para describiros! ¡Vivo con unas diosas! – exclamo.

―           ¡Tenedle envidia, mortales! ¡Vive con las hijas de Zeus! – sigue la broma Pam.

―           ¿Sabéis que podríamos hacer un Gran Hermano en Internet, colocando cámaras en el piso, y ganar una buena pasta? – punteó Maby.

―           Ya te digo. La gente pagaría por ver a este cabrón con suerte, viviendo con tres chicas como nosotras – grita mi hermana, revolviéndome el pelo.

―           Entonces, tendríais que hacer este desfile a diario. Porque, que sepáis, niñas, que esto produciría diez o doce infartos, seguro – las informo.

―           No me importa, siempre que tú estés para rematar – musita Maby antes de hundir su lengua en mi boca.

―           ¡Aaaala! – exclama Pam. Elke, cogida de su mano, se muestra muy atenta al beso.

―           ¿Eso es agradecimiento por los trapitos? – jadeo al separarnos.

―           Una primera entrega, cariño – me sonríe.

―           ¡Mira la enterada! – le dice Pam a su novia. – Se cree que es la única que sabe besar… Ven acá, hermanito, que te voy a dar yo también las gracias…

Me dejo caer en sus brazos y ella se inclina hasta devorar mis labios. Mientras, la mano de Maby no abandona mi muslo.

―           ¡Uuff! – resoplo, sin levantar la cabeza del regazo de mi hermana. – Me falta el aire…

Todas se ríen. Maby mira a Elke.

―           ¡Vamos, Elke! ¡No te cortes… ahora tú!

―           Si, cariño, besa a tu guapo cuñadito – la anima Pamela, empujando su cabeza con una mano.

Me encuentro justo debajo de ella y puedo ver su ansiosa mirada, solo para mí. Creo que lleva deseándolo varios días, incluso soñando con ello. Coloca su mano sobre mi mejilla, con delicadeza, y se inclina totalmente, echando su trasero casi desnudo, hacia atrás, para poder acceder a mi boca, con un beso del revés. Sus labios son muy cálidos y suaves. El beso comienza con pequeños pellizcos labiales, pero deslizo mi lengua rápidamente, y ella la acepta al instante. ¡Dios, como la succiona!

Maby y Pam baten palmas en su honor. Ella se ríe al levantar la cabeza, totalmente arrebolada.

―           ¿Te ha gustado, mi vida? – le pregunta Pam, tomando sus mejillas entre sus palmas y mirándola a los ojos.

―           Si… mucho… — susurra Elke, entre risitas.

―           ¿Quieres hacerlo otra vez? – es ahora Maby quien la incita.

―           Si…

He recuperado mi posición sentada y la estoy mirando a los ojos. Coloco una mano sobre los muslos de mi hermana, que está a mi lado, y me inclino hacia Elke. De repente, antes de tocarnos, se aferra a mi cuello. Su lengua me acaricia el paladar, entrando a toda velocidad. Me ha sorprendido.

―           Creo que se ha decidido – escucho decir a Pam, casi en mi oído. Pam se ríe y me acaricia el costado, como si me felicitara.

Cuando nos separamos, beso las pecas de Elke, con devoción. Ella me mira, sonrojada y emocionada.

―           ¿Jugamos a los “dos minutos”? – nos pregunta Maby, con su característica vivacidad.

―           ¿Dos minutos? – no conozco ese juego.

―           Es muy fácil. Dos de nosotros se besan durante dos minutos. Los otros dos pueden hacerles toda clase de caricias, salvo cosquillas ni pellizcos. Si separan los labios antes de los dos minutos, tienen que realizar una prueba o una orden de los otros. Si superan los dos minutos, hay cambio de pareja, siempre a suertes – explica Pam.

―           Parece divertido – acepto.

―           Muy divertido, ya veras. Te tienes que quitar los pantalones. Tienes ventaja con respecto a nosotras – advierte Maby.

―           No hay problema… — digo, poniéndome en pie y quitándome los pantalones. Una vez hecho, acomodo mi polla en los boxers para que pueda escaparse por el elástico cuando se ponga dura.

Recurro a la misma técnica que cuando sugestioné a Elke. Acerco el sillón de dos plazas hasta formar una cama con los dos muebles.

―           ¿Cómo lo hacemos? – pregunta Pam.

Me pongo de nuevo en pie. El proceso de selección tiene que ser totalmente a suertes, así que saco papel y bolígrafo del cajón bajo la tele y atrapo una de los saquitos de terciopelo donde alguna de la lencería nueva venía metida. Escribo los nombres de los cuatros y doblo los papelitos, introduciéndolos en el saquito. Perfecto. Hay que meter la mano y no se ve nada.

―           Uuuuuy… que nervios – se ríe Elke.

―           Por hablar, saca dos papelitos – le digo.

Mete la mano y saca el primero. Maby. Esta bate palmas. Repite la acción y desdobla el papel.

―           Yo – musita, mirando a Maby.

―           ¡Chachi! – exclama la morenita.

―           Vamos, las dos frente a frente – las empuja Pam.

Maby y Elke quedan a escasos centímetros, una de sus manos unidas, los dedos entrelazados. Sus rodillas dobladas miran en sentidos opuestos, como equilibrando sus cuerpos para compensar el beso, cuando comience. Se miran a los ojos, a la espera que conectemos el cronómetro de algún reloj.

―           ¿Cuál te pides? – me pregunta mi hermana, en un susurro.

―           Elke.

―           Vale.

―           ¡Tiempo! – exclamo, pulsando el cronómetro del móvil.

Las chicas cierran los ojos y unen sus labios. Sus lenguas ondulan, buscando afianzarse más. Me deslizo a la espalda de Elke y desabrocho su pequeño sujetador de nylon morado. Recorro con un dedo su columna vertebral, muy suavemente, y la noto estremecerse. Miro a mi hermana, la cual ha tomado la misma postura que yo. Está besando el cuello de Maby y pellizcándole los pezones.

Uso el dorso de mis dedos para dibujar arabescos en los costados y en el vientre de Elke, lo que le hace realizar como pequeños saltitos, usando solamente que los músculos de sus nalgas. Gime en el interior de la boca de Maby.

―           Son… cosquillas… — murmura, sin despegar los labios.

―           No, son lentas pasadas de mis dedos – le susurro en el oído.

Vuelve a atrapar la lengua de su compañera, como aceptando mi explicación. Recorro toda la longitud de sus largas piernas, con extrema delicadeza, notando su exquisita depilación. Rozo su entrepierna, casi oculta por su posición, notando la pulsación de su sexo…

El pitido de los dos minutos nos sobresalta a los cuatro.

―           ¡Coño! – mascullo.

El juego es genial. Tenéis que probarlo.

―           Venga, Maby, tú sacas nombres – le dice Pam.

Elke vuelve a salir nominada y, esta vez, Pam. Eso me hace mantenerme en mi puesto. Esta vez voy a bajarle las braguitas.

―           ¡Tiempo!

El juego se vuelve más sensual, las caricias más atrevidas. La ropa finalmente cae al suelo. La pareja que se besa ya no se queda estacionaria, sentada y con las manos aferradas, sino que se mueve, adopta nuevas posiciones, permitiendo a los otros tocar y profundizar. Nos ponemos a cuatro patas, o de rodillas, e incluso, en un par de ocasiones, en pie. Dedos que se cuelan, mordiscos cariñosos, lenguas ávidas, intentan realizar febriles fantasías que se nos ocurren en el momento. Dos minutos no dan para mucho, pero después de muchos “dos minutos”, estamos todos al borde del colapso orgásmico.

―           Necesito follar – gime Maby, colgada de mi cuello.

―           Pues corta el beso – le susurra Pam.

Ninguno lo ha hecho hasta el momento, no sé si por tonto orgullo, o porque nos da más morbo así.

―           ¿Nos vamos a la cama? – pregunto, mirándolas.

Elke se pone en pie, y sin decir nada, me tiende su mano. La tomo y ella me conduce al dormitorio.

―           Mira la mosquita muerta – escucho decir a Maby detrás. – Parece que ha perdido el miedo.

―           ¡Ssssshhh! – chista mi hermana.

Elke se recuesta sobre la gran cama, boca arriba. Me mira y abre sus muslos. Contemplo su coñito abierto y muy mojado. Sus ojos brillan en la penumbra.

―           Tómame… — susurra.

Maby y Pam se unen a nosotros. Se colocan una a cada lado de Elke, como sacerdotisas profanas en una inmolación. Pam desliza una almohada bajo los riñones de su novia y la besa en la mejilla.

―           Así estarás mejor, cariño.

―           Gracias, mi vida – le responde Elke, henchida de lujuria.

Mi polla apunta ya a ese coño que deseo con locura. Mi novia y mi hermana se han tumbado de bruces, muy atentas a la seudo desfloración. Me recuerdan a dos vampiresas esperando que su amo se sacie, antes de participar ellas en el banquete. Comienzo tan despacio que se vuelve desesperante. Elke gime y rebulle a cada centímetro que cuelo en su interior. No deja de mirarme y no veo ningún dolor en su expresión, solo ansiedad y placer.

Un poco más.

Es muy estrecha al pasar de los doce o quince centímetros. Me produce un enorme placer abrir ese conducto. Elke se contorsiona, se arquea, sujetada por las manos de sus amigas.

―           Sergio… la noto… dentro… ardeeee… — gime largamente.

Detengo mi penetración y la dejo acostumbrarse, pero no parece molesta, solo se agita, se frota incansablemente.

―           Se está corriendo, Sergi… como una loca – me informa Pam.

―           Joder – se la saco y contemplo como se desmadeja, jadeando.

―           Juguemos nosotros – sugiere mi hermana. – Ella tardará un rato…

Maby es más rápida que mi hermana. Se espatarra en el colchón, atrapa mi miembro y se lo introduce con una habilidad que envidiaría cualquier actriz porno. Pam se ríe y la pellizca, para, después, cabalgar su cara. Puedo escuchar los ansiosos lengüetazos de la morenita. Pam se retuerce y tira de sus pezones, con fuerza. Me abandono al paraíso y culeó con fuerza.

Me he corrido dos veces y he cambiado de pareja unas pocas de veces, cuando noto que me abrazan por detrás y me mordisquean la nuca.

―           Hola, cuñado…

Su mano me acaricia los testículos.

―           Hola, chica de la nieve – le contesto, girando el cuello y mordisqueando su barbilla.

Maby y Pam están comiéndome la polla, arrodilladas, y se apartan cuando ven lo que sucede. Se besan entre ellas y se derrumban, cansadas, dispuesta a ser de nuevo espectadoras.

―           ¿Podemos acabar lo que empezaste? – me dice la noruega al oído.

Ahora empuña mi polla con decisión, desde atrás. Me da un par de meneos, como para sopesarla en toda su magnitud.

―           ¿Ya no te da miedo, Elke?

―           “En todo lo malo, siempre hay algo de bueno” – me responde, aunque no sé si es conciente de que lo ha pronunciado en voz alta.

Tiro de una de sus manos, arrojándola de bruces ante mí. Veo la sonrisa ganadora en sus labios. Está bellísima en esa pose, como una muñeca arrojada a un rincón por una niña furiosa, la mejilla sobre la sábana, mirándome de reojo, los brazos casi fuera de la cama. Posee un culito pequeño y respingón, que pone de manifiesto al abrirse de piernas. La cubro y la penetro. Tengo la polla lo suficientemente mojada como para no dañarla. Entra en su coño hasta la mitad.

Pam se incorpora y le abre las nalgas, para evitar fricción. Maby aprovecha para darle un par de azotes que estremecen totalmente a Elke. Un tremendo gemido brota de sus labios. Pam me mira, sorprendida.

―           Te lo dije – le digo, solo con los labios.

Ella asiente. Sabe lo que tiene que hacer cuando estén a solas. Con otro azote de Maby, le meto más polla, en plan bestia. Su cuerpo casi bota sobre la cama. Se aferra a la cintura de su novia, gruñendo.

―           ¿Falta… mucha…? – pregunta con voz de niña.

―           No, mi vida, está casi toda – le contesta Pam.

―           Fóllame… Sergi… fóllame cuanto quieras – dice, cerrando los ojos.

Le doy caña, primero lento, haciéndome el camino; luego, aumento el ritmo e intento llegar con mis huevos a sus nalgas, pero aún no puedo. Falta un poco de polla por entrar. Maby le ha metido dos dedos en la boca, que Elke succiona como si fuera una goma de oxígeno, sin abrir los ojos.

Jadea y babea sobre esos dedos mientras agito su coñito como si fuera una batidora. Pam le mete un dedo en el culito y, en el momento en que Elke lo nota, tengo que mantenerme quieto porque la noruega toma mi relevo. Sus caderas se mueven tanto, sin control, que ella se folla sola, empalándose contra mi pene. Joder. Nunca he visto una mujer agitar así su pelvis. Es como un terremoto, como una bailarina de la danza del vientre con epilepsia aguda…

―           Se pone así cada vez que le meto un dedo en el culo – se ríe Pam.

―           ¡La ostia! ¿Qué hará cuando le metan una polla por ahí? – respondo.

―           No quiero ni saberlo…

Ese meneo me está volviendo loco. Me aferra, me succiona, me derrite. Los músculos vaginales trabajan a tope, enervados por los movimientos de la pelvis.

―           ¡Joder! ¡La puta que parió…! ¡Me matas, Elkeeee! Me corroooooo… putita… rubia – no puedo dejar de gritar.

Su rostro está crispado. Maby ha retirado sus dedos, por precaución. Sus ojos están fuertemente apretados. De pronto, su cuerpo se relaja.

―           ¡Toma, Pedrín! – exclama Maby, señalando el fuerte chorro de lefa que surge del aún traspasado coño de Elke.

Arrastra el semen que aún estoy deponiendo en su interior, como una riada de primavera. Siento los espasmos de su coño en mi sensible glande. Sus nalgas se estremecen.

―           Ay…Pamelita… Pamelaaaaaaaaa… — gime, aferrada a ella.

―           Goza, cielo. Déjate llevar por él – le acaricia el pelo mi hermana.

Nos quedamos quietos, recuperando la respiración, envueltos en los aromas sexuales que flotan en el dormitorio. Con un pequeño azote, saco lentamente mi polla de su vagina. Elke roza mi pubis con sus dedos, agradecida.

―           Este colchón se va a pudrir como sigamos así – dice Maby, mirando la gran mancha, y todos nos reímos.

Lunes por la tarde. Tengo que recoger a Katrina en el campus. Aparco el coche donde siempre y me bajo a esperar, contemplando las guapas chicas que cruzan de un lado para otro. Katrina aparece, charlando con una amiga, quizás. Hoy viste una minifalda estrecha, en un tono anaranjado, y un jersey Camberry, verde oliva. Unos cuellos de encaje blanco asoman por su cuello, signo de que lleva debajo una camisita. Lleva el rubio pelo recogido con una ancha felpa naranja, y calza manoletinas verdes. Toda una puta pija sonriente que, casi como un favor, me presenta a su amiga, al llegar a mi altura.

―           Sergei, esta es mi amiga Sabrina. Sabrina, mi acompañante Sergei. Hace las funciones de chofer y perro guardián.

―           Hola, Sergei – me dice Sabrina, mirándome de arriba abajo.

―           Hola, señorita – respondo, con la puerta abierta.

La tal Sabrina es una chica muy mona y algo mayor que Katrina. No creo que estén en la misma clase. Es castaña, el pelo en melenita corta, y con unos ojos marrones, algo saltones, que le prestan una mirada tristona. Tiene un buen culo que pone de manifiesto sus jeans al subir al alto Toyota.

―           Da unas vueltas por ahí, Sergei. Sabrina y yo tenemos que poner en claro ciertos asuntos – me ordena Katrina.

―           Si, mi Señora.

―           Bueno, ya puedes empezar – le dice Katrina a su amiga, con un tono netamente autoritario.

―           ¿Aquí? ¿Delante de él?

Aquello me escama. Echo una mirada por el espejo. Katrina se ha levantado la mini y aparta el tanga con un dedo.

―           Por supuesto. Sergei es de la familia, no dirá nada, ni mirará tampoco, ¿verdad, perrito?

―           Como usted diga, Señora.

―           Vamos, vamos, que me enfrío, bonita… cómete mi almejita y yo le hablaré a tu papaíto de nuestras vacaciones… — esa voz infantil de Katrina me carcome entero.

La amiga cede rápidamente e inclina su cabeza, metiendo toda su lengua en aquella vagina controladora. Lame con ganas, con deseo, haciendo que Katrina le revuelva el pelo mientras gime sordamente.

―           Así, así… cerdita mía, hazme gozar… tu papaíto estará muy orgulloso de ti, ya veras…

Sabrina se atarea sobre el clítoris. No es el primer coño que se come, y por su expresión, tampoco será el último. Cuando noto que Katrina está a punto, me dirijo de nuevo al campus.

―           Aaaaah… cerdita… que bien lo has hecho… — dice Katrina tras correrse, con la voz ronca de placer aún. – Déjame el coñito bien limpio, que ya llegamos.

Sabrina coge sus libros y me sonríe, al bajarse. Aún respira agitadamente.

―           Es la hija del decano. La he prometido llevarla de vacaciones a París, en Semana Santa. A cambio, me apoyará con mi ingreso en la fraternidad – me comenta cuando arranco de nuevo.

―           Muy inteligente, mi Ama – “Manipuladora y vanidosa”, eso es lo que es.

A finales de semana, regreso más temprano a casa. No tengo que recoger hoy a Katrina. Pienso comer algo en casa de Dena y pasar la tarde tranquilo.

Cuando abro con mis propias llaves, escucho algo que me hace suponer que el almuerzo se va a retrasar.

―           Tienes que chupármelo sin manos, tal y como lo hace Irene – dice la voz de Patricia.

―           Si, mi vida.

Me acerco a la sala comedor con cuidado. Dena está arrodillada en el suelo, las manos abiertas sobre el parqué, la bata desabrochada y bajada de los hombros, mostrando sus grandes senos. Patricia está ante ella, de pie. Viste su uniforme escolar. Con una mano, sostiene el borde la falda alzada, mostrando su pubis desnudo. Las bragas están bajadas hasta los tobillos. En su otra mano, levanta una gran regla de madera, con la que está azotando los hombros y pechos de su madre.

Esto empieza a ser algo constante. Patricia vuelve del colegio, caliente por lo que hace con Irene, y obliga a su madre a contentarla. Cada día, se muestra más autoritaria y cruel con Dena, lo que a ésta la vuelve aún más loca. Es un círculo vicioso, pero que muy vicioso.

Dena, siguiendo las órdenes de su hija, le toca el clítoris solo con la punta de su lengua, para luego atraparlo contra el filo de los dientes, y sorberlo con fuerza, en inspiraciones largas y profundas.

A las tres o cuatro veces, Patricia tiembla toda, los ojos cerrados. Golpea, sin ton ni son, con la regla, mientras gime como un cachorro.

―           ¡Lo… has aprendi… do…bien… putaaaaaa! ¡Siiigueee! ¡No se te ocurra… pa… rar… mamáááá…!

En silencio, doy media vuelta y vuelvo a salir. Mientras tomo el ascensor hacia el ático, me digo que es el momento de dejar que esta madre e hija emprendan el vuelo, en libertad. Se bastan ellas solas para amarse y atormentarse. Tendré que ir despegándome de ella. Al menos, les he enseñado cual era el camino de la felicidad. Eso no pueden negarlo, ¿no?

                                                 CONTINUARÁ…

Relato erótico: “MI DON: Iris – Orgías con 3 universitarias (14)” (POR SAULILLO77)

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Hola, este es mi 14º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Mi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor, mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue lo normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellas, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno,  de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, “las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta”, solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a ls escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro. Pase los últimos meses de instituto tirándome a todo lo que veía.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.

Cierro una serie de relatos que detallan los últimos 5 meses de instituto, debido a la cantidad de información y a que muchas de las relaciones relatadas se sobreponen unas con otras en el tiempo, y pueden cambiar de género, los divido, con aclaraciones previas de su contenido.

Bien , una vez relatado todo lo que merecía la pena respecto a las alumnas,  y  aunque pueda quedar un poco pesado en el tiempo y no avancemos, los siguientes 2-3 relatos serán de relaciones en el instituto,  en ese marco temporal de los últimos 5 meses de instituto, pero con profesoras o mujeres no alumnas, al menos no como tema central,  me estoy planteando si hacer  3,  si hacer 2    poniendo la guinda con el relato de mi graduación al final de curso como 3º, o si hacer 3 y aparte el de la graduación, aquello no se si guardármelo para mi disfrute personal. Os informare.

Vamos a jugar con el marco temporal un poco, entre otras cosas por que ya ni recuerdo en que orden ocurrió.

Si, con las alumnas era una casanova, y gane mucha experiencia y lo pase bien, pero me llego a resultar demasiado fácil, era  un depredador al que le ponían la carne despedazada y deshuesada en la cara, y yo quería cazar piezas vivas. Eli me enseño a hacerlo, echaba de menos la emoción, así que en determinados momentos fije objetivos de mayor edad, mas complejos. Obviamente no fue tan fácil ni logre, por mucho,  el numero de alumnas, pero ellas eran hamburguesas industriales,  yo quería restaurantes de 5 tenedores, y allí solo se va cuando la ocasión lo merece. Puedo mencionar que fueron 4 las que me folle, antes de la graduación, de las cuales extraigo las mejores, y otras 3 con las que tuve sexo sin penetración, y por miedo a represalias, no encontrareis el relato de mi directora de 62 años, que hacia el final de curso,  me chantajeo, y para no avisar a mis padres de mis andanzas mujeriegas me obligo a dejarme hacer una mamada y se quito la dentadura postiza para ello. Asqueroso, si,  pero una de las mamadas mas memorables, o el de la profesora de ciencias sociales, una feminista de por con la que había discutido durante años por su intención de reeducar en la superioridad de la mujer sobre el hombre, y me la termine zumbando solo por hacerla rabiar.

Esta es la historia de algunas de esas damas.

Como os he comentado, tengo un problema para cerrar el ciclo del instituto, tengo un historia aun por acabar y aparte la graduación, no se muy bien como afrontarlo, la graduación fue algo con lo que me encuentro aun hoy en día recordando con una sonrisa en la cara y no se si perdería su magia al recordarlo. Comenzaremos contando la historia aun pendiente, y luego veremos si cae o no la graduación.

Rebobinemos hasta el principio, hasta la vuelta de vacaciones con Ana, mi “prima” aun en la cabeza después de su vuelta a casa y su promesa de regreso, en esas primeras semanas en que no sabia muy bien que hacer  y todavía no enfile a las alumnas del instituto, os dije que mis padres me dieron un toque por los estudios, era el ultimo curso y pese a que mis notas no eran malas querían que acabara con buena nota, pero entones llego Marina,  Rocío y las demás,  mi cabeza no daba para todo, mas aun al conocer a mi Leona, en casi todas las asignaturas iba de 7 para arriba, en historia casi llegaba al 9, pero las putas matemáticas y las ciencias me bajaban la media, así que mis padres decidieron ponerme un profesor particular, de refuerzo,  una hora los lunes y otra los jueves, buscaron pero muchas era muy caras o ya estaban ocupadas. Al final encontraron a una profesora libre, que no cobrara mucho, quedamos en mi casa, ella se presento, era una universitaria de 24 años, se llamaba Iris.

Iris, la profesora particular.

Mientras ella comentaba sus referencias y su forma d trabajar a mis padres, o lo que cobraba, yo la miraba abstraído, mi mente no estaba allí,  de inicio no me fije en ella, vestía con ropas amplias y era de lo mas normal que te podías echar a la cara, solo me fije al mirarla a la cara al despedirnos, llevaba bufanda y gorro amplio con unas gafa-pastas grandes, pero se adivinaban unos preciosos ojos verdes,  yo tenia la cabeza perdida en unas cuantas mujeres así que no le di mas importancia. Concertamos el horario y los días, yo desestime algunos días que tenia como fijos con algunas chicas, como los viernes con Rocío, así que ella vendría a nuestra casa a ayudarme. Las primeras clases fueron de adaptación y de pruebas, quería ver mi nivel y salvo quitarse el abrigo y el gorro,  se dejaba toda la ropa amplia puesta, y no dejaba nada a la vista, tenia el pelo corto, los suficiente para hacerse una coleta corta,  pero que no le pasaba de los hombros, era morena con el pelo lacio y ondulado. Se sorprendió mucho al ver mi buen nivel, como seguía bien sus explicaciones y aprendía,  se esperaría a un grandullón bobalicón, un cazurro,  y se encontró a un chico listo,  que simplemente era muy vago, hacia los ejercicios  que me enseñaba con su ayuda, luego hacia un par solo y como ya me salían remoloneaba, ella se cabreaba un poco, de buen rollo, por que no seguía haciéndolos hasta que me salían sin equivocarme, ( seriamente, no se vosotros,  pero visto con el tiempo, las ecuaciones de 3º grado o los enlaces químicos no me han servido para una mierda en mi vida, y lo intuía por entonces),   así que no me molestaba demasiado,  y gracias a mi afabilidad lograba terminar casi todas las clases charlando con ella de la universidad. Me comento que necesitaba el dinero para terminar de pagarse la carrera de magisterio, y que venir hasta mi casa se le hacia muy pesado, así que quedamos en que yo fuera a su casa, me pillaba de camino a casa, vivía en un piso de estudiantes con otras 3 chicas, a las que casi no vi, universitarias cachondas que se pasaban la tarde fuera,  de cañas. El primer día que las vi, o mejor dicho ellas me vieron, se presentaron muy atrevidas y juguetonas, apoyando sus manos sobre mis hombros y preguntando quien era aquel “yugurin” a Iris,  mientras se sentaban en al mesa del comedor donde estudiábamos, me las quitaba de encima y las sacaba de allí, como una madre protegiendo a su cachorros de los depredadores,  cada vez que salían de sus cuartos y se agregaban a nosotros, inocentes  ellas, no sabían que el autentico peligro de esa habitación,  era yo. Eran el opuesto una de la otra, una alta, esbelta  y rubia, la otra baja, con curvas  y morena, su actitud me llamo la atención y preguntaba por ellas a Iris, que se mostraba molestaba por que prestaba mas atención a aquel par de lobas que a ella, refiriéndose a los estudios. Durante el primer mes y medio de clases no me fije en ella de manera sexual, no me dio pie, y si sus amigas, pero mas allá del juego, yo estaba mas que colmado.

No fue hasta que me harte de Rocío, y perdí  Karin por culpa de la loca de Marta, la monja entrometida, que mis miradas pasaron de cariño y diversión, como si fuera una hermana que me ayudaba con los deberes, a verla con los ojos de la fiera que llevaba dentro, supongo que fue algo que paso con el roce y el tiempo, realmente me caía bien, era un ángel de mujer, pero yo recuerdo claramente el día en que decidí tirármela. Ya la relación era de amigos, y ella me pedía que la subiera cosas de la calle a su casa, como bolsas de patetas o refrescos, cuando subía me las pagaba pero yo no aceptaba y jugábamos a  que ella me metía el dinero en la ropa  sin darme cuenta, y yo al darme cuenta,  devolvérselo sin que se diera cuenta. El calor ya apretaba en Madrid y era un piso sin aire acondicionado, de forma progresiva ella cada semana iba mas cómoda y fresca, y por lo tanto enseñando mas piel, en mi cabeza ya pasaban imágenes de ella vestida, adivinando antes de que me abriera la puerta como iría hoy, llevaba casi siempre pantalones bombachos anchos y se los remangaba de forma poco erótica pero que me gustaba, y de sus blusas y jerseys kilométricos no volví a saber, camisetas, casi de hombre,  pero recortadas o con agujeros, que el quedaban holgadas, se le veía el sujetador por uno de sus hombros,  o cuando se movía a través de las mangas se adivinan su costillas, llego el día en cuestión, me pidió que subiera algo de beber para ella y para mi, ya que se habían bebido todo en casa debido al calor, era cierto, su casa era un horno, yo iba en camiseta holgada y en pantalón de chándal con cremalleras a los lados, ligeramente abiertas para refrescar las piernas, las 3,  pero no ayudaba y llegando a volver a casa un par de días con escozor por el sudor y la licra, decidí de forma inocente ir sin sujeción, solo en el pantalón. Fue una mala idea, o buena, pero no fue intencionada, lo supe nada mas abrir la puerta, Iris estaba agachada apretando su bolso contra su estomago buscando el monedero para darme el dinero, pero lo que yo vi fueron sus tetas por el agujero de la cabeza de la camiseta, aprisionadas bajo el sujetador, moviéndose con ella, nada exagerado,  pero si bonitas

-IRIS:  no me mires así, no llevas bolso,  no sabes los que cuesta encontrar algo aquí jajajajajaja- debió de darse cuenta de cómo la miraba por que haciéndome pasar, y dejo de hacerlo- luego te lo doy, no me dejaras el dinero en la cazadora como el otro día, hoy no llevo jajajja.

-YO: ya veo, vas muy ligera.

-IRIS: y que quieres, ya sabes el horno que es esto, es como vivir en una estufa, en fin, dame algo de beber antes de dejarlo en la nevera.- bario la bolsa y me miro como todos los días, ella me pedía latas sueltas y yo traía varias botellas grandes- eres incorregible, vivimos de ti, no puedo consentir que nos compras la bebida todas las semanas.- dio un trago largo.

-YO: ya lo compensan tus amigas con sus juegos jajaja, ¿están hoy?- pregunte como casi siempre, pero esta vez no era por jugar con ellas si no por saber si estabamos solos.

-IRIS: mira al tontorrón como le gusta que le adulen, pues no hoy estamos solos, anda bebe un poco- lo dijo ofreciéndome de la botella que acababa de abrir y de la que había separado sus labios hacia nada. Le di un trago queriendo saborear aquella boca. Al devolvérsela la cerro y se puso la botella fría en el cuello para refrescase mientras iba a la cocina a dejarlas, mi cabeza se puso en automático y pensó que aquella botella en su cuello seria un símil a mi polla al lado de su cara.

Nos pusimos a repasar deberes que me mandaban, ya no me enseñaba, solo se aseguraba de que hiciera los deberes bien, y en media hora tenia todo acabado. Ella se sujetaba el pelo con una mano por detrás mientras se abanicaba con mis apuntes, de vez en cuando se incorporaba a mirar como los hacia, yo miraba de reojo su cuerpo, realmente le disimulaba mucho la ropa de invierno, y me di cuenta de golpe, que aquella mujer era guapa y estaba buena, no es que no los supiera, pero no caí en ello hasta ese momento, que tenia un cuello espigado, un hombro suave y una cara preciosa, coronada por 2 ojazos verdes. Me saco el trance ella llamándome por que me había quedado tonto mirándola a los ojos.

-IRIS: ey, donde estas, venga termina.- me daba en el hombro con la mano.

-YO: esto……si……..perdona……me he perdido…………..joder vaya ojazos tienes ¿no?- lo solté sin mas, realmente me lo parecían

-IRIS: jajajajja muchas gracias Raúl, pero adulándome no te vas a librar de acabar las integrales, venga sigue que voy a por algo de beber, ¿quieres algo?

-YO: si anda tráeme algo que me estoy abrasando aquí.- el calor ya no solo era la habitación, era yo y mi polla reaccionando.

Cuando se fue trate de colocármela disimuladamente, por si se deicida despertar del todo, pero sin slips, era como poner diques  al mar,  intente cruzarme de piernas pero nunca lo he logrado así que me puse una pierna encima de otra, de forma disimulada pero incomoda. Ella no ayudo nada, trajo la botella  de refresco apoyada en su cuello, y mientras nos servia en un par de vasos, vi gotas que supuraron de la botella,  caer sobre su cuello, me bebí el vaso del tirón esperando que apagara algo dentro de mi, pero la muy………lista, se había triado un bolsa de guisante congelados y se la ponía en la nuca o en el cuello o llegaba a metérsela en el pecho por debajo de la camiseta. A duras penas me concentraba en los ejercicios, y por ende cometía algún error y ella se pegaba a mi para corregiremos, se ponía en pie detrás de mi señalándome los errores y yo solo podía pensar en la camiseta que me rozaba la espalda y en esos pechos a escasos centímetros, acabe los ejercicios dando gracias a dios,   aquella tortura finalizo , su hubiera sido sepia hacia minutos que hubiera cantado, sudaba de calor y de sofoco,  mi polla estaba medio tiesa y no podía moverme para que no se notara, en una posición incomoda. Se calmo todo al terminar los ejercicios y nos quedamos charlando como siempre, suspire de alivio,  cuando creía que había pasado el peligro llegaron las compañeras de piso con 2 tíos pegados a su culo, gritando y montando fiesta, como habíamos acabado Iris dejo que estuvieran allí y riéramos con sus tonterías, parecían algo borrachas, y las frases que decían eran subidas de tono, un mal menor si no se hubieran puesto a besarse y acariciarse entre ellas,  mientras los 2 tíos las admiraban. Iris las llamaba de guarras para arriba, que solo hacían eso por excitar a aquellos tontos, y siendo cierto, a mi también me la pusieron dura, pero como las miradas iban en dirección a ellas,  estaba tranquilo. Las palabras de Iris las enfadaron, la acusaron de frígida y de que yo también estaba empalmado, yo en silencio reía disimuladamente, como no queriendo formar parte de aquello, pero se me noto demasiado y las compañeras se reían mientras se daban a razón a si mismas, la mas alta se dirigió a mi y me dijo que me pusiera en pie para que lo viéramos todos, yo me negué de plano, si lo hacia se vería la tienda de campaña que gastaba,  la muy zorra me metía mano para aseverarse, pero mi poción incomoda la mantenía oculta, pero en uno de los amagos se me desdoblaron las piernas y quede expuesto a la mirada de ella, su cara se quedo blanca mientras me tapaba con la mochila recogiendo a 1000 por hora, por que lejos de callarse, empezó a gritar que la tenia enorme y que vaya pedazo de polla, ante el silencio de todos, o casi, ya que la otra compañera pedía verla también. Iris estaba roja de risa creyendo que era una broma, y yo de vergüenza, fue la 1º vez desde hacia mucho que me veía vulnerable, que aquello no estaba planificado ni pensado, que se habían dado cuenta sin que yo quisiera, de la furia termine de recoger entre risas y al levantarme di con la polla en la botella abierta,  tirándola sobre la mesa, me dio igual que se hiera el absoluto silencio y la mirada de todos se clavara en mi mástil, incluyendo los ojos verdes de Iris,  salí de allí a la velocidad de la luz.

Recibí un par de mensajes de Iris pidiéndome disculpas y que volviera al siguiente día, lo recibí mientras me estaba follando a mi Leona, lleno de frustración,  le regale una de las mejores folladas que recuerdo, pero mi cabeza estaba clavada en que no quería que eso hubiera pasado, querría rebobinar el tiempo y ponerme unos putos slips, pero no podía, y con el paso de unos días mi cabeza se clamo, y mi Leona lo agradeció, decidí volver, orgulloso de mi, al fin y al cabo, solo sabían que la tenia grande. Durante las siguientes clases ella se quería mostrar amable pero mantuvo una rigidez muy profesional como los primeros días, dejándome claro que sus amigas no se pasarían,  pidiendo disculpas por su comportamiento. Todo parecía normal, pero no lo era, obviamente me puse los slips por seguridad pero su mirada, sus preciosos ojos verdes inocentes y llenos de cariño se desviaban a mi entre pierna. Ya estaba perdida, le picaba la curiosidad, más aun cuando alguna vez al salir de su casa me cruzaba con las compañeras de piso y me decían,  gritando obscenidades,  que tenia a Iris chorreando por las esquinas, y que necesitaba un polvo mío con urgencia. Si tenia que ser, que fuera, ya se había roto la magia, el chaval bueno e inocente que quería ser con ella se difumino, ahora me la quería follar, y si era posible a sus compañeras de piso también, tenia para todas, quería hacerse desmayar a pollazos a aquella rubia que arranco la poca inocencia y bondad que quedaba en mi vida en ese momento.

A la siguiente clase acudí sin mochila, con pantalones cortos y sin slips, cuando abrió la puerta clavo su mirada en mi, y yo en ella, mi mirada era segura y pasional.

-IRIS: ¿y los libros?

-YO: no vengo a que me des  clases, vengo a darte lecciones.- cerré la puerta y la cogí en bolandas llevándola al sofá,  dejando que mi polla creciente fuera percibida por su piel a través de la ropa.

-IRIS: ¿pero que haces?-  lo dijo alucinada.

-YO: te deseo, quiero hacerte el amor aquí y ahora, y se que tu también quieres, dime que no, mírame a los ojos y si me dices que no quieres, me daré la vuelta y me iré, esto no habrá pasado, pero se que no lo harás.

-IRIS: ¿y por que lo sabes?- lo dijo mordiéndose el labio, gesto por el que sonreí,  dejando pasar unos 20 segundos.

-YO: por que estas agarrando mi polla desde que te he cogido – había llevado su mano a mi pene desde el inicio, mas como para frenarme que como admiración, pero no la había soltado en ningún momento, ni cuando movía mi cadera suavemente.

-IRIS: fóllame. – me lance a besarle, y ella correspondió (Fue casi el polvo mas sencillo que me gane).

Ella agarro mi cara mientras cogíamos el ritmo de los besos del otro, mientras yo metía mis manos por debajo de su cuerpo, acariciando su riñones y tirando de ella hacia mi, estaba de espaldas tumbada en el sofá, conmigo entre sus piernas cargando mi peso sobre ella, mi polla dura palpitaba entre nuestros cuerpos, era una maravilla besarle, no por que hiciera nada especial, si no por que lo hacia con los ojos abiertos, y el verde  de sus pupilas me volvía loco, así que fui bajando mis besos por su cuello, allí se retorció de placer, era una chica normal y los besos en el cuello la derretían, así que trabaje esa zona hasta que ella comenzó a acariciar mi miembro por encima de la ropa, ya no solo la sujetaba si no que jugaba con ella, y estaba ya como una estaca. Baje mis manos hasta los pantalones anchos que tenia y levantando con un brazo su cadera, los fui sacando a tirones, sin dejar de jugar como mi boca en su cuello, cuando salieron la levante de la piernas y le saque los pantalones, me quite la camiseta y se la quite a ella, ante mi quedo una belleza de mujer, con unas bragas moradas oscurecidas en la zona de su vagina por la humedad de mis caricias y un sostén a juego, morado con adornos blancos por encima, me lance de nuevo a su cuello mientras mi mano se metía por dentro de las bragas, estaba rasurada al 0, así que sin impedimentos llegue a su coño, y lo acariciaba por encima, mientras ella me abrazaba y apretaba la cabeza por el pelo, tirando de el cuando metí mis dedos en su interior, estaba tan mojada que no hubo impedimento alguno, y colocando los dedos en posición ensayada, acelere el ritmo de mi mano, sus gemidos aparecieron,  acompasados con el compás de mi mano, a los 10 minutos, cuando mi mano ya sonaba  a chapoteo,  rompió en un orgasmo que casi la parte por la mitad, se movió como loca debajo de mi, pero seguí de nuevo en la misma posición, quería sacarla el 2º antes de empezar la fiesta de verdad, se desabrocho el sujetador dejando sus tetas al aire, como me las había imaginado, nada exageradas pero bien colocadas, deje su cuello un rato por trabajar sus pezones con mi lengua, estaba duros y tiraba de ellos como mis labios, cuando no estaba lamiéndolos o chupándolos. A las 5 minutos se volvió a correr cayendo del sofá al suelo de las sacudidas, pudo hacerlo al quitarme yo de encima para bajarme los pantalones y sentarme en el sofá masturbándome,  viendo como aquella universitaria retomaba el aliento, cuando se repuso bastante casi se le salen los ojos verdes al verme la polla, gateo para ponerse a mi altura y cogerla con las manos.

-IRIS: dios mío, mi compañera no mentía, es una bestialidad.- lo dijo mientas masajeaba suavemente.

-YO: pues mas vale que me la chupes hasta que me corra, por que como te folle ahora te rompo por la mitad.- mis palabras era diseccionadas, y ciertas.

Ella se lamió la mano y escupió mi polla, cosa que me sorprendió, eso era de categoría alta, y mientras comenzó a masturbarme lamía mi miembro de la base a la punta, haciendo chancho con la lengua al terminar en mi glande, cuando estaba bien mojada se la metió en la boca, sin dificultadas,  mas de media polla, aquello ya era nivel superior, se lo había pasado bien de mas joven,  di las gracias a dios  dejando mis manos en su cabeza,  la deje chupándomela mas de 40 minutos, de vez en cuando paraba a coger aire, las babas eran abundantes, lamía mi tronco como un posesa y se la volvía a engullir, la trabajo bien hasta lograr mi corrida, la avise y con unas servilletas evito manchar pero no evito que alguna gota de semen fuera a su cara.

-IRIS: casi me desencajo la boca aquí, venga, vamos a mi cuarto, que van a  venir estas y allí tengo condones.- se levantó cogiéndome de la mano, pero yo tire de ella hasta sentarla encima mi,  de espaldas con mi polla sobresaliendo entre las suyas.

-YO: tranquila, me opere de vasectomía, te voy a follar a pelo aquí mismo, quiero que ellas vengan y lo vean.- lo dije mientas volvía a su cuello, quiera tenerla de mi lado

-IRIS: no seas animal, no quiero que me ven así, anda vamos al cuarto.

Me pareció normal pero mi cabeza ya maquinaba, la levanté y sin sacar mi polla de entre sus piernas la seguí hasta su cuarto, la tire en la cama y la abrí de piernas, me tumbe a la altura de su ingle para comerle el coño, dios,  se me deba genial, trabajaba el clítoris de forma segura mientas mis dedos buscaban su punto G, con ella retorciéndose me asegure de que se corriera para tenerla lubricada, y una vez logrado y con mi polla ya tiesa de nuevo, me puse de rodillas y acerque su cadera a la mía, moje la punta del glande con sus fluidos y haciendo presión metí mi polla en ella, note como se iba abierto, llevaría tiempo si follar, pero con un par de embestidas mas se la metía mas de ¾, ella al inicio solo abría la boca agarrando la sabanas de la cama con fuerza, cuando comencé a embestirla con rapidez gritaba de lujuria, la tuve así durante mas de 20 minutos, ya había pasado la hora y sus compañeras estarían por llegar, así que  cogí la postura en que mas soltura tenia, me tumbe y la puse a horcajadas sobre mi, la levanté la cadera y apoyando los pies en la cama, me la folle, de forma bestial, sin deja de acelerar el ritmo, aquella postura me hacia lucirme, podía aguantar mas de 30 minutos sin bajar el ritmo, y eso arrancaba orgasmos seguidos a las mas expertas, a aquella universitaria necesitada le saco 3 en poco tiempo.

Se oyó la puerta de fuera, y a las compañeras berreando, ella se cayo, no quería que lo hiciera así que subí el ritmo aun mas, pero cogió una almohada para taparse la boca, aquello no funcionaba quería que supieran lo que pasaba en esa habitación, la quite la almohada la di la vuelta y seguí percutiendo,  con ella mirando a la puerta dándome la espalda a  mi, cuando ya percibí su siguiente corrida pare en seco.

-IRIS: ¡¡¡por dios, ¿que haces?, sigue, no pares!!!!

-YO: no voy a seguir, quiero que grites.

-IRIS: no puedo gritar mas, me oirán.

-YO: eso  pretendo, o gritas que quieres que te siga follando o no sigo.

-IRIS: no me hagas esto por favor,  muévete, te haré lo que quieras pero sigue.- lo decía moviendo su cadera, le agarre el culo y la pare.

-YO: o gritas o te la saco y me largo.- pasaron unos segundos.

-IRIS: ¡¡¡¡SIGUE FOLLÁNDOME PUTO CABRÓN, ÁBREME EL COÑO CON TU PEDAZO DE POLLA, DESGRACIADO   MAL NACIDO!!!-  sujetándola de la cadera volví a acelerar de 0 a 100.

-YO: sigue gritando o vuelvo a parar.

Lo hizo, durante mas de 5 minutos,  el silencio de fuera contrastaba con las obscenidades que ella gritaba, aveces sin coherencia, se corrió pero no pare, seguí con mi pelvis encharcada de sus emanaciones, con el chapoteo claro, y viendo en un espejo la cara de desesperada lujuria en su rostro, roja, congestionada, cerrando la boca apretando los labios y con cara de estar pariendo, con sus preciosos ojos abiertos sin parpadear, pidiendo clemencia con la mirada. No se la di, el silencio paso a  nuestra habitación,  salvo por los golpes de mi pelvis, ahora oía claramente como las compañeras estaban al otro lado de la puerta.

-YO: podéis entrar a  mirar.

Se hico el silencio, a los pocos segundos se abrió la puerta, lentamente y se cerraba de golpe, como si 2 fuerzas incidieran sobre ella, una quería entrar y la otra no, al final entro de golpe la rubia, y detrás la morena, se quedaron atónitas, al  ver como mi polla enrome salía y entraba de su compañera,  de mis movimientos fuertes y veloces,  de la cara de ella, desencajada,  mirándolas con cara de suplica,  con la tetas sin legar a botar debido a la velocidad que le imprimía, se quedaron allí mirando un minuto, la morena se fue, la rubia se acerco, se desnudo y se puso a la altura de Iris, besando y bajando por su cuello, eso solo acelero el proceso y se corrió de nuevo cayendo agotada a un lado de la cama, hecha una bola, entonces vi el cuerpo de la rubia, era lo que se conoce una tabla, no tenia curvas, mas que tetas, picaduras de avispa y sin cintura, me daba igual, estaba allí para castigarle por arruinarme la magia, me alce, la cogí en volandas y la aplaste contra la pared,  besándonos, la abrí de piernas y metí mi mano allí,  hasta hacerla correrse, entonces la puse colgada del aire abierta y dirigiendo mi polla se la enchufe sin piedad, estaba mucho mas abierta, y dejándola caer contra mi la empale, subiendo y bajándola sin descanso, haciéndola gritar barbaridades mientras Iris se recuperaba a duras penas, a los 20 minutos ya tenia a la rubia de orgasmo en orgasmo, estaba un poco fuera de mi, la baje la di la vuelta y volví a empalar el coño por detrás, con cada golpe la hacia rebotar contra la pared y al volver hacia mi la volvía a empujar, al cabo de una hora, me corrí dentro de ella sin avisar,  queriendo castigar. Al descabalgarla cayo redonda al suelo, ida, al darme la vuelta Iris seguía echa un bola y allí estaba la morena abierta de piernas desnuda metiéndose un consolador por el coño como una posesa, no sabia ni cuando había entrado.

-YO: anda quítate esa mierda,  que te va a follar un hombre de verdad, aquí hay  para todas.- me obedeció.

Me pues entre sus piernas, y admire a aquel retaco con curvas, tenia un par de tetas grandes que agarre, y metiendo mi polla de golpe, la fui embistiendo hasta casi meterla del todo, con cada golpe ella iba elevándose sobre la cama, lo hice hasta que su cabeza daba con la cabecera de  la cama, pero sin parar,  aguanto 30 minutos hasta correrse, allí la di la vuelta y la puse a 4 patas, para volver a hundirme en ella, no aguanto ni 20 minutos hasta  rendirse,  su torso cayo a la cama y seguí penetrándola hasta volver a correrme, de ella perdí la cuenta, la empuje hacia un lado,  me senté recostado sobre la cabecera, roto de sudor y cansancio,  lleno de fluidos que no eran míos  en la pelvis. La imagen era aterradora, había pasado un huracán por allí, Iris seguía hecha un bola tratando de consolar a la morena que estaba llorando,  llevándose la mano al coño, la rubia andaba a gatas por la habitación buscando donde apoyarse, me ofusque de nuevo y fui a por ella, la subí a la cama y mojando mi polla en su boca, la di la vuelta y apreté contra su  ano, sin preguntar, no debía de ser virgen por allí por que mi polla entro sin dificultad pero cuando volvió  mi ritmo infernal,  sacaba gritos ahogados, llevando una de mis manos a su coño, y masturbando a la vez, estuve así otra hora,  hasta volver a correrme dentro de su culo, habiéndola echo desmayarse casi al final.

 Lo había logrado, me fui a la cocina y traje una botella de refresco, que me bebí sentado en una silla, mirando a aquellas 3 universitarias rotas y  llenas, la morena lloraba mientras que Iris la consolaba con gestos torpes y la rubia permanecía inconsciente con el culo en pompa, abierto.

-YO: pues así va a ser todos los lunes y jueves, a la mujer que me encuentre aquí,  recibirá su parte.

Me duche, me vestí y me fui oyendo como la morena lloraba, dios, me había pasado, pero estaba enfadado con lo que me hicieron pasar, casi no llego a 3 horas y hacia “partido” a 3 mujeres, me di cuenta del esfuerzo titánico de mi Leona, ella aguantaba 5, 6 o 7 horas hasta llegar a ese punto, es mas, me llevaba a mi a ese punto. Pensé en que ante tal brutalidad solo una o ninguna volvería a presentaría allí, pero era su casa y yo tenia que ir a “dar clases”, cuando legue vi que solo estaba Iris, me sentó y charlo conmigo.

-IRIS: oye, se que el otro día se nos fue un poco de las manos, te pedimos disculpas.- ¿ellas a mi?- no estabamos preparadas y, dios, eres una animal, follas como una bestia y tienes la polla mas grande que hayamos visto, como yo,  la rubia quiere seguir,  esta en mi cuarto, pero la morena no puede, lleva en trance desde que te la tiraste, ha ido al medico y le han dicho que tiene un leve desgarro vaginal.

-YO: dios, lo siento, me calenté demasiado, ¿esta bien?

-IRIS: si, no es nada grave reposo y un par de días estará bien, pero, entiende que no quiera seguir.

-YO: lo hago- me levante, la cogí de la mano y la lleve a su cuarto, la tire en la cama donde ya estaba la rubia, y me desnude- venga fuera ropa y vamos a follar en serio.

Se les ilumino la cara, la primera media hora me la chuparon entre las dos, que lujuria, los ojos verdes de Iris llamaban la atención sobre todo, estando ya como un piedra me tumbe boca arriba en la cama y me puse a la rubia con el coño en la cara, masturbándola y comiéndoselo como un genio, mientras que Iris se empalo ella sola mi polla, estaban cara con cara y se besaban y acariciaban mientas yo las penetraba con mi polla a una y mi lengua a la otra. A  los 20 minutos, Iris se corrió 1º, al poco,  la rubia lo hico en  mi cara, a esas altura le metía un dedo por el ano mientras chupaba su interior, cayo rendido hacia delante chupándome la polla según se la saco Iris, la deje así chupándomela mientras Iris se dio la vuelta y buscaba mi cara con sus labios, yo atacaba con la boca su cuello mientras una mano buscaba su clítoris, seguimos así un buen rato hasta que las caricias de su lengua me sacaron una corrida fuerte, esta vez no se la saco y se trago mi semen, para darse la vuelta y quedar una mujer a cada lado reposando sobre mi pecho.

-YO: ya hemos calentado, ahora a follar.

Me puse a Iris encima y cogiendo mi pose mas lucida me tire media hora arremetiendo sin parar hasta sacarla 3 orgasmos, el ultimo una fuente que me baño, no fue problema por que la rubia me lamió entero hasta dejarme limpio, la puse a 4 patas y se la metí por el coño, hasta el fondo  con el paso de los minutos, metiendo mis dedos en su ano y con Iris debajo de ella, besando y chupándola por todo el cuerpo, me canse de su gimoteos y volví a castigar su ano, le metí la polla de golpe y la arranque un grito de dolor, pero sin parar,  los fui convirtiendo en placer, para después en silencio,  volver a quedar ida, era un cuerpo inerte así que se la saque, atraje la cadera de Iris y la volví a penetrar, cargando todo mi peso sobre ella y sin dejar de trabajarla el cuello mientas me rodeaba con sus piernas, agarraba su tetas como apoyo, estaba fuera de mi de nuevo, la arranque varios orgasmos mas hasta que volvió su cara de desesperación, me pase la siguientes 2 horas intercambiándolas por turnos  y llegué a montar a una encima de la otra e ir penetrando alternativamente,  de una  a la otra, la rubio volvió en si, así que la perfore el ano de nuevo hasta volver a dejarla ida. Iris aguanto una corrida más y se fue al país de las maravillas con su amiga cuando golpeaba las últimas veces de mi 3º corrida.

Salí a beber algo en pelotas y me encontré a la morena tumbada en el sofá masturbándose, no se cuanto llevaría allí pero debía de haber oído los gritos de los 3 en el cuarto.

-YO: es bueno que hagas eso con lo que te paso.- me miro con lujuria,  se puso de rodillas y me la chupo allí mismo, me controle y deje que siguiera hasta correrme en su boca, no quiera volver a desgarrarla.

Al volver al cuarto estaban las tres ya allí,  desnudas,  retocando unas con otras, me metí en medio, y entre caricias, Iris me rogó que estrenara su culo, lo hice con el cuidado  las enseñanzas que me habían sido concedidas, y sacándola lagrimas al inicio, logre que en una hora se moviera como una gata en celo, mientras la rubia y la morena se daban un festín lésbico a nuestro lado, cuando Iris se rindió, ataque a la rubia por el coño, la daba como toda mi fuerza penetrándola casi toda, mientras ella intentaba seguir chupando el coño de la morena, era difícil con las embestidas que le deba, logre que se fuera al país de nunca jamas, así que la aparte y ocupe su lugar entre la piernas de la morena hasta sacarla varias corridas con mis dedos. Estaba tieso y solo quedaba la morena en condiciones, pero con su desgarro no era una opcion, me puse encima de ella y cogiendo sus buenas tetas me hice una cubana con ellas de campeonato, rozaba mi glande con sus pezones, le golpeaba las tetas con mi rabo mientras ella jugueteaba con ellas, cuando se metía entre sus tetas, aun perdiéndose entre sus pechos,   cuando hacia el vaivén,  mi polla la daba en la boca, así que chupaba el glande cuando pasaba por allí, pasado un tiempo me corrí en su cara y por todo su pecho. Me tumbe rendido y las 3 se me abrazaron, no se muy bien como, nos quedamos así unas horas, antes de irme me volví a tirar a las 2 y masturbé a la 3º hasta lograr una ultima corrida de todas y la final mía,  follándome como un animal salvaje el culo de Iris, pero de cara a mi, con sus ojos verdes abiertos como platos.

Durante las siguientes  clases nuestras orgías fueran iguales, solo cambio que, curada ya, me tiraba a la morena también,  la abrí el culo como a las demás,  y que ellas se compraron una especie de doble polla, un consolador enorme que con un arnés que se ajustaba, una quedaba con un lado de la polla dentro y por el otro como una polla de tío colgando, así podían penetrar entre ellas  mientras yo me centraba en una, lo mejor era que tenia un agujero por detrás, así que hicimos un tren, yo me tiraba a la del arnés por detrás, mientras ella se tiraba a una, y esta le comía el coño a la ultima, con ayuda de otro consolador, las sesiones no era ni cariñosas ni con amor, era follar sin mas, sin detalles, era sexo solo por el placer de hacerlo, me ayudo que generaran cierta resistencia a mi pollazos y no tener que ir intercambiado según se iban a un plano astral diferente.

————————————————

Yo me había convertido en una maquina de follar, los lunes y jueves con estas 3, los martes cayeron Marta la monja  y alguna chiquilla de las que se dejaban follar, lo miércoles se los dedicaba a las que la chupaban,  siempre que no me tocaran Karin o Marina,  los viernes a Rocío y la aprendiz, y los fines de semana me iba con mi Leona. Durante el ultimo mes y medio del curso no deje de follar ni un solo día, y raro era el día que no caían varias mujeres.

Yo  era un cabrón, me daba cuenta, y me encantaba, tenia a todas comiendo de mi mano, hasta como os digo, hice que una profesora feminista convencida de la superioridad de la mujer, me la chupara como una cualquiera solo con decirla que me la ponía dura y llevarla la mano a mi paquete,  después de una discusión en  clase.

Llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mi años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne, a usar, y aquello,  que antes me hubiera parecido genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial.

Termino el curso con la graduación, y siento decir que,  o no se, o no quiero explicarles lo que allí paso, fue una de las noche mas memorables de mi vida y siento que si lo cuento perdería su magia, así que aquí cierro la serie de relatos de mi época del Instituto, quizá mas adelante encuentre el valor y las palabras para definir esa graduación,  pero hoy, no las tengo.

CONTINUARA……………….

Libro para descargar: “Un verano inolvidable” (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.

Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
“Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
“¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».

Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
―He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
―Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
«No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
―¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
―Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
«Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
«¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
“¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
“¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
“Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
“¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
“Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
“Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
“Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…

Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
«¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
«¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino.
«¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
―A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
―¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
―Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
«¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
«Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas.
―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
«Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
«¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
«¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
«¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó:
―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
―Te deseo, Elena― susurré en su oído.
―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
―Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
―¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
―Júrame que no te vas arrepentir de esto.
―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
―Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió:
―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!

Relato erótico: “Mujer por Mujer” (POR AGUEYBANA)

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Hola, me llamo José, lo que les voy a contar me paso ya algún tiempo atrás. Mi esposa Evelyn y yo estamos celebrando junto a unos amigos su cumpleaños. Estaban presente, Carlos y su esposa, ines, Jorge y su esposa Luisa y Pablo y su esposa Carolina, además de algunos familiares y otras amistades. Carlos ha sido amigo de mi esposa Evelyn desde antes de la universidad. Conocí a Jorge y a Pablo por medio de Carlos. Salíamos a muchos sitios y eventos juntos, todos nos llevamos bien.

 

Antes de seguir adelante, me gustaría que sepan algo de mí. Soy lo que se llama un ex-gigolo, pues, antes de casarme, vivía una vida loca, con mucho, mucho sexo y todo lo que conlleva esa vida.

Cuando tenía, 16 años, conocí a Estela una madurita que me miraba mucho siempre que iba a la cancha a jugar con los amigos, hasta que un día hablamos y me invito a su casa. Aunque ya había hecho alguna cositas con las chicas de la escuela, fue con Estela, cuando aprendí a apreciar bien el arte del sexo, pues ella fue mi maestra. Les cuento, la primera vez que tuve sexo con ella, parecía un conejo, pues en tres minutos me vine, aunque por mi juventud ya estaba listo para otro, ella me paró,  y me dijo, ” José, calma, tienes que ser un poco más lento en venirte y debes de buscar darle placer a tu compañera” Así comenzaron mis clases en sexologia 101.

Un día en su casa ella me dice; ” José hoy quiero que me seduzca, como si fuera una chica que as conocido en un antro y quieres llevar a la cama” sentados en el sofá, comenzamos a besarnos, mientras nuestras lenguas libraban una batalla, empeze a tocarle los senos, parece que estuve mucho tiempo envuelto en eso porque ella me retira y me dice; ” Despacito que no son de plastilina, nene” ella se dio cuenta que yo no sabía muy bien que hacer después y me dice; ” Nene, deja mi boca y empieza a besar mi cuello del cuello a las tetas y de ahí sigue despacio por el vientre.” Y asi lo hice, cuando yo intentaba subir a las tetas, ella suavemente me empuja hacia abajo, dándome a entender que siga hacia abajo, yo entendí y seguí besandola hasta llegar al principio de su ya depilado chochito. Yo estaba tan sediento de probar su néctar que me metí de llenó a saborear toda su concha. Ella delicadamente me empujó hacia fuera y me dijo; “no vayas a la concha todavía, antes sigue besando y lamiendo, el área alrededor de la vulva” comprendí el mensaje y hice lo que me dijo. Ella expresaba su beneplácito con suspiros y gemidos, apretandome la cabeza. Pude sentir cuando ella tuvo el orgasmo.

Elena me levanta y me sienta a su lado, entonces me dice; “ahora me toca a mi darte placer” me baja los calzoncillo y agarra mi erecta polla en sus mano, la contempla y me dice mirándome; “tienes una verga, larga, gruesa y bonita, si la sabes usar, vas hacer feliz a muchas mujeres. Dicho esto, se la metió en la boca y me ha dado una mamada de campeonato, cuando intenté sacarlo porque ya me venía, no me dejó, y se tragó toda la leche sin que se le escapará ni una gota. Difícil olvidar esa sensación tan placentera. Después de la felacion, hicimos el amor, esta vez ella me dirigía, y entre gemidos y suspiros, me decía, ” José cuando entres trata que tu pene haga presión en la parte anterior de la vagina, donde se encuentra el punto G, con esa técnica y el grosor de tú pene le vas a brindar a tu compañera un orgasmo de los de verdad, de los que desmayan, de los que la dejarán en las nubes, diciendo esto, ambos llegamos juntos a un orgasmo que nos quedamos sin aliento.

Dos días después, me dijo que el sábado en la noche me tenia una sorpresa, que no me hiciera Muchas pajas, pues debía de estas listo para lo que fuera. Yo le había comentado, que la maestra de biología esta super buena y que siempre me hacía pajas a salud de ella. La noticia de la sorpresa me la dijo el miércoles. El resto de semana me la pase en celibato, ya para el sábado las bolas me dolían.

 

Llegue el sábado en la noche, con cosquilleo en el cuerpo, por la incógnita de lo que iba a pasar.

Sentados en el sofá, bebiendo unos tragos, oímos el timbre de la puerta. Elena se levanta y abre la puerta, entra con una belleza de mujer, me quede embobado,  ambas se echaron a reír. Elena me dice; “José esta es tú sorpresa, y se llama, Susana” Intenté decir algo pero no pude del pasmo que tenia. Estaban cortadas por la misma tijera, la diferencia era que Susana tenía el pelo rubio y largo hasta la cintura, el de Elena era de color azabache. No se si  les mencioné que Elena fue reina de belleza en su pueblo.
Se sentaron una a cada lado de mi, parece que les gustó, mi timidez, porque empezaron a tocarme, yo no lo podía creer. Susana me toca por encima del pantalón, mi verga ya dura y lista y dice; ” Nene que esto que ahí aquí, y se relame el labio, me vira la cara hacia ella para besarnos, mientras Elena me besa el cuello y me acaricia el pecho. Yo estiró los brazos alrededor de ellas y comienzo a sobarlas por la cintura, y las nalgas. Susana me saca la verga, y con las dos manos me empieza a pajear, mientras Elena y yo nos besamos. De momento oigo a Susana decir; “joder que verga bonita y apetecible tienes” acto seguido se la mete en la boca, mientras yo ya le he sacado las tetas a Elena y me estoy dando tremendo banquete.
Susana, se quita lo que trae puesto que no es mucho y se sienta encima de mi, ensartadose ella misma mi verga que  ya pedía guerra. Mientras Elena, se empieza a meter par de dedos en su coño. La situación era morbosa y erótica. Esa noche fue mi primer trio, todos nos chupamos, nos comimos, fue algo increíble.
Seguí tomando lecciones de ambas amazonas. Después de casi un año, teniendo sexo con ella y varías amigas de ellas.

Estaba celebrando el cumpleaños de mi abuelo, cuando mi tía abuela, la hermana de mi abuelo, me dice; ” tu con ése cuerpazo que tienes, podrías estar en la Florida, atendiendo viejas ricas y dándote buena vida” porque lo dice tia, le pregunté. Ella me comenta que su nieto hace eso y que le va bien, que si yo quiero ella lo llama, para que hablemos. Y así fue como por los próximos dos años serví de acompañante a viejas ricas ( como decía la tia) en la Florida. Fue un derroche de toda clase de preciosos chochitos que pasaron por mi verga.

Fue en la Florida donde conocí a Evelyn, ella es enfermera en el mismo hospital donde trabajo como técnico quirúrgico, entablamos una buena amistad y año y medio después nos casamos. A raíz de mi matrimonio, enganche mi vida loca y me dediqué a mi esposa y trabajo.

Días después del cumpleaños de mi esposa, Carlos e Ines nos invitan a una velada en su casa, la cual por mi trabajo no podía ir. Mi esposa fue por los dos.
Cerca de un mes después, noté  ciertas actitudes sospechosas, en Evelyn pero no las considerabas, ni siquiera le preguntaba, ni le revisaba el celular. Ya que en nuestra vida íntima yo me había encargado de mantenerla activa, no consideraba que ella me fuera infiel,  mis dos instructoras, me habían, dicho que en guerra avisada no muere soldados y yo no estaba de pasar por cornudo, así que un día la confronte, y le dije;
Yo– Amor nuestra relación de dos años a sido fomentada en los buenos principio, la rectitud y la honestidad, y sabes que hemos elegido que la honestidad sea incluida en todos nuestros actos.
Evelyn rompió a llorar desconsoladamente, tuve que asegurarle que fuera lo que fuera tendría mi apoyo. Aunque ya pensaba en lo peor. Entre lágrimas y lágrimas, Evelyn me dice;
Evelyn—- Te acuerdas el fin de semana de la velada, que no pudiste ir a casa de Carlos e Ines.
Yo—- Si, siii.
Evelyn— Después que los demás invitados se fueron, nos quedamos sólo, Carlos, Ines y yo, bebimos algo y Ines se quedo dormida en el sillón. Carlos me ofreció un ultimo trago y lo acepté, después de eso no me acuerdo de nada mas.
Una semana después Carlos me llama y me pregunta si puedo pasar por su casa, a lo cual le dije que sí. Cuando llegue a su casa el estaba solo, me dijo que Ines había tenido que salir. Me invito a sentarme en el sofá, el también se sentó, me dijo quiero que veas algo y puso una grabación.
Al decir eso, mi mujer volvió a llorar.
Yo— Sigue amor…
Evelyn— En la grabación aparecemos follando, yo lo miro asombrada. Y me dice, que ya no te acuerdas. En eso empiezo a llorar y ha decirle que no, no entiendo nada. El me agarra por el pelo y me quiere dar un beso, yo lo rechazo y me dice que si no hago lo que el quiere, te manda el vídeo, yo te juró mi amor que estaba aterrada. Nos besamos, me quiere tocar las tetas y no lo dejo, entonces se para saca su pene y me dice que se lo mame, yo no sabía que hacer, quería salir corriendo, entonces el coje el celular, y me dice si no lo hago ahora mismo te llama, mi amor, créeme, no tuve más remedio que hacerlo.
Yo–Y follaron?
No tuvo que decirlo, sus lágrimas me lo comprobaron.
No entiendo porque él, hizo tal infamia. Reconozco que mi mujer de lo buena que esta, a sus 26 años pueda despertar deseos sexuales en otros hombres y hasta algunas mujeres. Mi mujer es tipo JLo. El a sido su amigo, bueno eso pensaba, porque después de esto.  Seguía en mi pensamiento, cuando ella ya un poco calmada, me dice que hay más. Abrí los ojos como platos, ella, me cojio mis manos las besó. Podía ver su angustia en sus ojos.
Yo—- Dime amor, ya sabes, lo que sea.
Ella respira hondo y con lágrimas en sus bellos ojos, comienza.
Evelyn—Después de ese día, él siguió su acoso, me amenazaba con poner el video en la redes sociales, yo no sabía que hacer, me sentía como una víctima del Síndrome de Estocolmo, mi amor. Entonces un día que el sabía que tu estabas haciendo guardia, vino, junto con Jorge y Pablo, me hizo bailar para ellos, y después entre todos me…..
No pudo seguir, yo tampoco quería oír mas. En mi mente lo que había era venganza, yo siempre respeté las mujeres de mis amigos, hasta a los cornudos/ consentidos, les trataba de abrir los ojos.

Evelyn, mi amor, cuantas veces as follando con Carlos?
Evelyn—-queeee!!!!
Yo—Cuantas veces han follando?
Evelyn—- 3
Yo— Y con Jorge y Pablo?
Con su mirada perdida, contesta, “1”
Me acerco a ella, la jaló así mi, ella pone  sus manos  alrededor de mi cuello, nos abrazamos y nos fundimos en un apasionado beso, le acarició su perfecto culo, le meto una mano dentro del pantalón y debajo de su tanga, busco ese orificio que tanto gusto me ha dado, ella gime, de placer y me mete más la lengua en mi boca, confundiendo nuestras salivas, con el dedo aún metido en su culo, la acercó a la cama, ella me quita la camisa y me lame, el pecho. Nos desvestimos entre besos y caricias, la tiro en la cama y comienzo a comermela despacito, metiendo uno, después dos dedo en su rico chochito, ella gime y suspirar, sigo bajando, lentamente saboreando toda su piel, mientras la beso, con los dos dedos en su ya encharcado sexo, con la otra mano le apreto, los parado y duros pezones, mientras esto pasa, ella agarra mi verga con su mano empieza a subir y bajar, hasta que llegó, a su rica almeja, y me deleitó, saboreando su rico néctar, no tarda en tener un orgasmo. Me tira en la cama y se pone frente a mi flamante verga y sin dejar de mirarme, coje la verga con sus dos manos y empieza a pajearme, pasando su lengua y su labios por la cabeza, para después lentamente introducirsela en la boca. Follando me con su boca y con su manos, la dejo que se deleite un buen rato. Aunque ella .ya había mamado, verga antes de estar conmigo, yo le he enseñado como mamarmela a mi gusto. No tardó más en descargar toda mi leche dentro de su boca, ella para un momento para tragarse la mitad y continúa engullendo el resto. La levantó por las axilas y la acuesto en la cama, mientras espero a que se me pare de nuevo, le mamó sus ricas tetas, les digo mi mujer está riquísima, ya con mi verga dura erecta, se la voy metiendo despacito, haciendo que ella la desee mas. Evelyn me mira y con una cara de pura bellaquera me dice metela ya cabrón. Como ud ordené y se la clavo hasta las bolas. El polvo de esa noche fue bestial, nos vinimos juntos par de veces mas, hasta quedar sin aliento.

Al día siguiente, me puse a pensar cómo iba hacer mi revancha, como dice el dicho; La venganza es un plato que se sirve frío. Me puse a reflexionar como hacerlo para que cause más dañó. Ademas esta el asunto de mi esposa, yo la amó, pero se acostó con Carlos tres veces, por como ella me conto, el la chantajea tres veces. Además Lo hizo una vez con Jorge y Pablo . De momento algo en mi despertó, ya se como vengarme, como obtener mi revancha, por algo me llamaban el Terror de los Maridos y Novios.

Esa tarde hablé con mi mujer.
Yo— Amor, gracias por decírmelo.
Evelyn—- Gracias a ti por no juzgarme, amor, José yo te quiero mucho.
Yo—Y yo a ti
Evelyn— Que vamos  hacer ahora?

Yo—Cuando te vuela a llamar y intente, acosarte, dile, que si sigue vas a  notificarlo a la policia y a decirselo a su esposa.                                                                                                                                                                                                                                                                                 

He dejado pasar un mes para hacer mi movida, en ese tiempo, mi querida esposa, no me dijo más nada, de el chantaje de Carlos. Yo tampoco le pregunte.
Quería empezar mi venganza con Carlos
Ojo por ojo en este caso sería, mujer por mujer. Me di a la tarea de averiguar más sobre Ines, ella no estaba tan buena como Evelyn, pero tenía sus encantos, además, como dicen cualquier roto saca leche. Averigüe el gimnasio donde iba y algunos sitios donde frecuentaba. Con mucho cuidado y deliberadamente me encontraba con ella. No quiero levantar sospechas, yo sabía que por mis atributos le gustaba. Un día me la encuentro en el mercado y como hacía calor la invité a tomar algo y acepto. Mientras nos bebíamos los refrescos, hablamos de muchas cosas y salío el tema del baile, le dije que yo fui instructor de baile que le podría enseñar alguno que otro pasó y acordamos de hacerlo. Le dije que me llamará cuando pueda para practicar, y quedamos en eso.

 

Dos días después me llamo para decirme, que al día siguiente nos podíamos ver para las practicas. Le dije que ya tenía un sitio a que hora pasaba por ella, me dijo que le gustaría mejor hacerlo en su casa, le pregunte si a Carlos no le estaría mal, y me respondió que él no iba a estar ya que tenía un compromise.  Pues vale, te veo en la tarde.
Llegue a su casa y me invito a pasar. Tenía puesto unos short bastante apretado y una camiseta holgada, pude notar la diminuta tanga a través de los short, se veía riquísima. Yo tenía una muscolasa ceñida al cuerpo y unos pantalones cortos.
Hablamos un poco para acoplarnos y puse música de salsa. La salsa si se sabe bailar puede ser muy sensual. Entre vuelta y vuelta la tocaba deliberadamente, para la segunda canción ya estaba mas lanzada y nos pegabamos mucho mas, mientras bailamos la preparaba con estimulacion psicológica. Al final de la canción ya nos estamos besando apasionadamente. Le agarre ambas nalgas y se las apreté, ella me comía la boca y me presionaba la verga con su vientre. Así pegados nos movimos hacia el sofá, nos quitamos la ropa a las millas, quede sentado y ella de rodillas frente mi, sin perder tiempo se pone a chupar mi polla como si la vida dependiera en ella. Por el grosor de mi tronco no se la podía chupar completa, la deje que se diera gusto chupando, me pide que me venga en su cara, lo cual hice gustoso. La puse en cuatro y se la metí hasta las bolas, mientras se lo enterraba, le iba metiendo los dedos por el culo, me vine dentro de su coñazo. Me puse a besarla, y a comerle el cuello, cuando sono su mobil,  ya con la verga lista para más acción,  le digo que conteste, era Carlos su esposo, le paso la verga  por sus jugos vaginales mezclados con semen y apuntó para romperle el culo, ella se resiste un poco, y me dice que por favor tenga cuidado que mi verga es muy grande y gorda. Parece que Carlos, le pregunta como esta? Ella le dice que ocupada que lo llama luego, entonces antes que cuelgue, la agarro por las caderas y se lo empujo.
Ese día ella descubrió que era multiorgasmica. Después de bañarnos juntos, donde me dio otra mamada, hablamos un poco y me fui.


Mi venganza iba viento en popa, ahora le tocaba a la mujer de Jorge, Luisa. Luisa era una mujer esbelta, buenas tetas y un buen culo. Pelo rubio hasta sus hombros, bonita y simpática. Al igual que Ines, estuve investigado sus movimientos.
Me costo dos semanas para llevarla a la cama, tremenda amante resultó ser ella.
Por cosas de la vida, y la buena reputación de mis servicios como amante, Carolina, la mujer de Pablo, prácticamente ella me sedujo un día que me llamó a su casa, pasamos toda una tarde follando.
Mi próximo paso en mi venganza es acostarme con las tres a la vez.

Durante todo este tiempo que he satisfecho mi venganza, no he dejado de atender a mi mujer, bien dice el dicho; si tienes tienda la atiendes o te la atienden.
Aunque todavía tengo esa espina que me molesta de su infidelidad forzada. Desde ese día que hablamos no hemos tenido mucha comunicación con los tres cornudos.

Ya van seis meses desde que comenzó mi venganza, y me he follando varias veces a las mujeres de mis adversario. Ya he preparado el ambiente para meterla a las tres juntas a la cama, será un magno evento.


La que me tocó convencer más fue a Ines, la esposa de Carlos. Un día mientras follamos, le hice mención de lo buena que estaban sus amigas. Ella me mira y me pregunta si me gustaría follarmelas. Le conteste, y a quien no, con lo buena que están. Hasta me gustaría hacer una orgia, con ellas y contigo. No me contestó, y seguimos follando. Ese día sembré en su mente la intriga de una orgia.

Con Carolina y Luisa, no fue muy difícil traer el tema de la orgia, aunque aún no quería, mencionar a Ines. Me imagino que Luisa le había comentado a Carolina, las cojida que le daba y lo mucho que gozaba. Ya que no dudó que la primera vez que me follé a Carolina, fue porque Luisa le había dicho el tamaño de mi verga y como había gozado, eso hizo que ése día que Carolina, me llamará y me sedujera, lo hiciera por curiosidad.

Las fui manipulado, hasta quedar en salir los cuatro, las llevé a buen restaurante, y después de llenar la tripa, nos fuimos a bailar y darnos unos tragos. Alternaba entre ellas bailando, manteniendo siempre la estimulacion psicológica, y preparando el camino. Sugerí que mientras yo bailaba con una las otras dos bailaran entre ellas. Ya cuando estaban entonadas por la bebida, le dije que nos íbamos, las llevé a una habitación que había reservado. De nuevo empezamos a bailar. Empeze a bailar primero con Ines, ya que era la más cohibida y dejé a Carolina y a Luisa que rompiera el hielo, ya que cuando me vieron como le tocaba el culo y la besaba , ellas empezaron hacer lo mismo. Cuando ya sabia que Ines, estaba caliente, sugerí cambiar de pareja. Ya no había vuelta atrás, mientras me esta chupando con Luisa, mire y vi como Carolina le apretaba las nalgas a Ines y el morreo que se daban.


Al son de la música, cambiabamos de pareja, era increíble la situación. Nos unimos los cuatro en un besó de lengua, ya no había control, la lujuria llenaba el ambiente. Me hubiera gustado que los cornudos vieran esa escena de sus esposas comiéndose, follandose y a mi clavandolas por el culo, por la boca, por su coñazo.
Me senté en un sillón al lado de la cama y las dejé que sé amarán las tres, mientras me regocijo en mi venganza.

Las tres disfrutaron de mi espléndida verga y de sus sexos. Repetimos la orgia tres veces más esa noche, fue una noche inolvidable.


El incidente de mi esposa, Evelyn, ha quedado atrás y un nuevo comienzo nos espera, solo espero que si vuelve a suceder, las esposas o parejas de los individuos estén tan o  más Buenas que mi esposa. 

 

Relato erótico: “Jane II” (POR ALEX BLAME)

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JANE II

Desayunaron todos juntos  en el porche huevos revueltos, leche de cabra, pan recién hecho y tortitas de maíz. Tanto Henry como su padre estaban poco habladores y no eran capaces de abrir los ojos ante el resplandor matutino debido a la resaca de tabaco y coñac. Gracias a eso, Jane y Patrick pudieron lanzarse todas las miradas cómplices que quisieron conscientes de que la única que se enteraba era la pintada que corría por el jardín. Después de desayunar comenzaron a hacer los preparativos. Jane y Patrick acabaron rápido ya que Henry y su padre se  ocuparon de la mayor parte de la logística del viaje, así que sin nada que hacer cogieron sus rifles y se fueron a hacer prácticas de tiro en la parte de atrás.

-¿No es un rifle un poco pequeño? –preguntó Patrick señalando el arma de Jane y colocando unas latas en los árboles.

-La munición300 del doble Holland es más liviana y tiene menos retroceso pero si eres lo suficientemente preciso, –dijo Jane echándose el arma al hombro y derribando dos de las latas en cinco segundos –puede parar a un elefante en seco.

-Sí, bueno, en parte tienes razón, pero desde mi punto de vista no hay nada como una buena artillería –replicó Patrick haciendo saltar una tercera y una cuarta lata y arrancando de cuajo las ramas en las que estaban colocadas con su Jeffery 500.

Siguieron un rato pegando tiros y charlando,  disfrutando ambos  de la cercanía del otro hasta que el hombro de Jane comenzó a dolerle y se volvieron a la casa para recoger las armas e introducirlas en su equipaje. Al mediodía estaban de nuevo en la estación, listos para partir hacia el sur dónde le esperaba un refugio de caza que tenía Henry en  Ibanda cerca del fin de la vía del tren. Pasarían la noche en el refugio y luego con la ayuda de las mulas y los porteadores se internarían en la sabana en dirección al canal Kazinga y el lago Eduardo en busca de piezas.

El viaje fue un poco más cómodo ya que  sólo lo ocupaban ellos y su impedimenta, además Jane había cambiado la asfixiante vestimenta que había llevado puesta hasta ese momento, quitándose el corpiño y sustituyendo enaguas y faldas por unos cómodos bloomers* que no eran nada favorecedores pero que junto con las botas de montar le permitían moverse con facilidad y evitar arañazos y enganchones. Aun así el viaje fue tedioso debido a la escasa velocidad que desarrollaba la vieja locomotora que hacia aquella línea. Necesitaron casi diez  horas en  recorrer los escasos trescientos kilómetros del trayecto. Cuando entraron en el refugio ya había pasado la medianoche. Aquella noche no pudieron dormir juntos ya que los hombres se vieron obligados a ocupar el gran salón mientras Mili y ella ocupaban un pequeño catre en la única habitación del refugio. La noche, pese a ser corta, pasó con gran lentitud con el cuerpo de Jane hirviendo de deseo  e incapaz de masturbarse con Mili roncando suavemente a su lado.

Se despertó muy pronto, de mal humor y con los ojos inyectados en sangre debido a la falta de sueño. Sólo después de la segunda taza de café empezó de nuevo a sentirse humana. Patrick se acercó a ella y se tuvo que conformar con un casto beso en la mejilla ya que había casi doce personas en la gran sala de la cabaña de caza.

Minutos después el guía nativo los esperaba a la puerta dispuesto para partir.  En cuestión de minutos  partió la expedición al completo. Las primeras tres horas se mantuvieron juntos avanzando en fila india por la planicie. Primero los guías y los cazadores seguidos por las mulas y en la retaguardia los porteadores  llevando enormes bultos sobre su cabeza. Flanqueando la fila iban cuatro hombres armados atentos a posibles amenazas aunque a Jane se le antojó una medida excesiva dada lo consumida que estaba la hierba de la sabana  a esas alturas de la estación seca, impidiendo cualquier emboscada.

Al comenzar a caer la tarde, a unas pocas millas del río, los porteadores eligieron un lugar para acampar bajo la sombra de cuatro grandes acacias mientras los cazadores impacientes hacían su primera salida.

El sol aún estaba alto en el horizonte y una brisa fresca proveniente del lago Eduardo hacia un poco más soportable el calor. Los guías sonrieron satisfechos, se estaban acercando a contraviento. Cuando empezaron a escuchar el rumor de río se desviaron hacia la izquierda buscando un lugar un poco más alto desde donde poder tener una panorámica más amplia de la orilla del río.

El espectáculo era formidable, la orilla del rio bullía de vida. A sus pies se extendía una llanura de tres o cuatro hectáreas  salpicada de acacias aquí y allá. La hierba aquí aún era verde gracias a la humedad del rio y llegaba a la altura de la cintura. Entre varios cientos de cebras, ñus y antílopes, dos jirafas se movían pausadamente. Se acercaron a la orilla y Jane vio fascinada con sus prismáticos como separaban sus patas delanteras hasta que pareció que iban a romperse para poder acercar sus hocicos al agua. Las pequeñas gacelas, nerviosas se acercaban a la orilla daban unos pequeños sorbos y se alejaban con saltos nerviosos ante el más mínimo indicio de peligro. Por encima de ellos, por las copas de las acacias corrían, saltaban y gritaban pequeños grupos cercopitecos verdes.

Los búfalos tardaron casi hora y media en aparecer. Era un pequeño grupo de machos guiados por un viejo ejemplar. Sus cuernos, enormes, cubrían toda la parte superior de la cabeza y se abrían hacia el exterior para luego curvarse hacia dentro y hacia atrás terminando en unas afiladísimas puntas provocando a Jane un escalofrío.

El resto de los animales presentes se apartaron ligeramente dejando un poco de espacio a esos vecinos irascibles. Lo primero que hicieron fue resoplar y dirigir su mirada a los alrededores buscando potenciales amenazas. Los jóvenes fueron los primeros en acercarse al agua, la olfatearon desconfiadamente y finalmente comenzaron a beber. Patrick, impaciente, hizo el gesto de incorporarse para comenzar la caza pero el guía más cercano le sujeto el brazo y por señas le indicó que debía esperar.

Tras calmar su sed se alejaron un poco en dirección a una charca de barro donde esta vez fue el viejo ejemplar el que entró primero. Con sus prismáticos, Jane pudo ver por fin un gesto de placer en los ariscos animales. Fue este el momento en el que los guías les hicieron avanzar. Bajaron del montículo silenciosamente y una vez en la planicie se separaron en dos grupos: uno con Jane su padre y uno de los guías y otro con Henry, Patrick y el  guía restante.

Mientras Jane y su grupo se dirigían casi a rastras directos hacia la charca, Patrick y el suyo dieron un rodeo para acercarse por la izquierda. Los minutos le parecían horas, a cada paso tenían que interrumpir la marcha esquivando un grupo de gacelas o a  un ñu despistado, pero finalmente llegaron sin contratiempos hasta unos noventa metros de la charca. Se acercaron a un termitero que ya habían tomado como puesto de acecho y se ocultaron tras él esperando que Patrick y Henry se pusiesen en posición. La señal para el ataque la daría el viejo búfalo cuando saliese del barro. El animal se demoró un buen rato en el baño mientras los jóvenes, impacientes, probaban sus fuerzas peleando por parejas. Jane veía aquellas gigantescas masas de músculos contraerse y entrelazar sus cornamentas empujando y levantando nubes de polvo a menos de cincuenta metros de la acacia donde se escondía su novio y no pudo evitar un suspiro de nerviosismo.

Finalmente el gran búfalo se levantó con dos pequeños pájaros subidos a su lomo. Jane quitó el seguro a su rifle y se apostó preparada para derribar a su animal. Habían quedado en que Patrick y su padre harían los primeros disparos y Henry y Jane les cubrirían por si había algún problema. Su padre esperó tranquilamente a que Patrick hiciese el primer tiro ya que tenía a los búfalos más cerca y no se hizo esperar. De un  sólo tiro derribó a uno de los jóvenes que tenía más cerca de forma que apenas pudo dar tres pasos antes de caer exánime. El resto levantó inmediatamente la cabeza en dirección al origen del estallido y en ese momento Su padre apuntó al viejo macho y apretó el gatillo. La bala impactó en el tronco en forma de barril del viejo macho pero impactó un poco más arriba de lo que esperaba y el bicho aunque soltando un chorro de sangre salió lanzado a un pequeño bosquecillos de acacias enanas que había a unos quinientos metros de allí. Jane apuntó a otro de los búfalos pero no tuvo oportunidad ya que estos saltaron como resortes y siguieron al ejemplar herido mugiendo con furia.

Cuando salieron de los escondites se reunieron junto al búfalo muerto. Era un ejemplar espléndido pero la cabeza de todos estaba en el gran ejemplar herido, así que uno de los guías se quedó sacando los solomillos y el trofeo del búfalo muerto y el resto recargaron y se dirigieron tras la pista de los otros.

El rastro era fácil de seguir por el chorro de sangre que perdía el ejemplar herido. Iba directo hacia el bosquecillo. Mientras se acercaban a los árboles el guía  les previno de que esto podía pasar debido a que eran animales sumamente fuertes, que podían prolongar la caza incluso horas y tras indicarles que estuviesen atentos a posibles cargas de los jóvenes escoltas para proteger al animal herido se internaron con precaución desplegados en abanico, manteniendo el contacto visual y atentos a cualquier ruido.

Durante veinte minutos se internaron en aquel laberinto de arbolillos espinosos hasta que un sonido ronco a su derecha los alertó. Jane y su padre levantaron el rifle y avanzaron con más precaución aún.  Al fin los encontraron, al viejo ejemplar aún de pie pero con evidentes signos de debilidad y uno de los jóvenes que les miraba amenazador. Lo que pasó después fue un flash, antes de que su padre hubiese terminado de apretar el gatillo para rematar al ejemplar herido, el joven arrancó como una exhalación directo hacia ellos. Jane no dudó  y eligiendo el momento en el que el animal estiraba las patas delanteras, apretó el gatillo, el fusil golpeó su hombro y la bala se introdujo en el pecho del animal atravesando su corazón y derribando al animal de inmediato. Con una sangre fría que a ella misma le sorprendió se apartó un par de pasos para dejar pasar a su lado al enorme animal resbalando por el suelo inerte.

Cargaron de nuevo rápidamente el rifle y esperaron unos momentos  atentos a la aparición de los dos restantes pero se habían ido sin dejar rastro.

Cuando volvieron a la charca arrastrando los trofeos de los dos búfalos el guía que había quedado estaba descuartizando el animal con ayuda de algunos porteadores que habían llegado del campamento para echar una mano.

La cena se retrasó y se prolongó hasta la madrugada recordando cada uno de los lances de la cacería. La gran protagonista fue Jane y Mili casi se cayó de espaldas cuando le contaron los detalles  finales.

Jane sonreía automáticamente distraída e inmersa en los ojos grises y profundos de su novio que se revolvía inquieto en su silla sin dejar de mirarla.

 El banquete terminó tarde, ya entrada la madrugada y los comensales se retiraron a sus tiendas borrachos y felices por el triunfo. Cuando se acostó en su catre, en la tienda que compartía con Mili estaba eufórica. No podía dormir, lo único que hacía era rememorar el momento en que la bestia, herida de muerte, estiraba el cuello intentando alcanzarla con sus cuernos. ¿Sería eso lo que sentían los grandes depredadores cuando derribaban a una pieza? Por un momento en aquel bosquecillo, se sintió como una leona satisfecha al lado de su presa. Recordaba el tacto aún caliente del animal y por un momento mientras examinaba la herida estuvo a punto de coger un poco de sangre y pintarse con ella los labios…

Necesitaba contárselo a alguien, Mili dormía, así que se escabulló y se dirigió a la tienda de Patrick. Esta vez había tenido la precaución de averiguar cuál era su tienda así que no tuvo que inspeccionar los refugios uno por uno.

-Sabía que vendrías –dijo Patrick que la esperaba con un codo apoyado en el catre.

La tienda de Patrick parecía un poco más grande al no tener que compartirla y había sitio para un baúl, un pequeño escritorio plegable y una silla. Apoyado en el poste central de la tienda estaba el rifle abierto y descargado. Patrick se levantó y la abrazo estrechamente.

-Hoy has sido la heroína. Estoy orgulloso de ti, -dijo él –pero júrame por Dios que no volverás a arriesgarte tanto. Me gustaría celebrar una boda, no un funeral.

-¡Oh! No seas tan melodramático –replicó ella intentando quitarle hierro al asunto pero por primera vez consciente que la que yacía en el suelo inerte bien podía haber sido ella misma.

-No soy melodramático –dijo poniéndose serio –lo único que pasa es que no quiero perderte, quiero casarme contigo, acostarme todas las noches a tu lado, hacer el amor todas las mañanas, envejecer juntos…

Jane le interrumpió su discurso con un beso en la barbilla y Patrick deslizó su abrazo para terminar con  sus manos apretando suavemente el culo de Jane. Jane se colgó del cuello de Patrick obligándole a bajar la cabeza y así poder besarle en la boca. El contacto con su lengua le recordó su aventura en la casa de Lord Farquar provocándole un hormigueo de excitación. Sin dejar de besarle voluptuosamente bajo su mano hasta la entrepierna de su hombre para descubrir que él también se había animado, le sopesó los huevos y se los apretó suavemente hasta conseguir que la erección de Patrick fuese completa.

Cansada de estar de puntillas sentó a Patrick en la silla y encaramándose a él, comenzó a comérselo a besos mientras se balanceaba suavemente sobre su erección. Patrick respondió acariciando su espalda y su cuello y estrujando sus pechos hasta casi hacerla gritar.

Jane se levantó y comenzó a abrirse la bata poco a poco con una sonrisa pícara, dejando a la vista un suave camisón de seda. Sus pezones duros como piedras por las caricias y los estrujones de Patrick hacían  relieve en la fina tela. Jane se llevó la mano a la boca, se chupo un dedo y se acarició el pezón con un suspiro de satisfacción. Patrick estaba paralizado observando la escena. Con la bata a sus pies Jane agarró la falda del camisón y comenzó a subirla poco a poco dejando a la vista primero las piernas y luego los muslos suaves hasta que el bajo del camisón le permitió a Patrick atisbar unos pocos pelos del pubis de Jane.

Sin dejar de contonearse sujetándose el camisón con una mano, con la otra se bajó una de las tiras de la prenda que resbaló dejando uno de sus pechos a la vista. Patrick se removía inquieto en la silla, pero temeroso de romper el hechizo no se levantó.

Fue ella la que se acercó y se montó de nuevo encima de él.

-Quiero sentirte dentro de mí. –Le susurró al oído con voz anhelante.

-Pero… -intentó resistirse Patrick.

-He tenido el día más excitante de mi vida y quiero que termine de una manera igual de memorable –replicó ella sacando su polla del calzoncillo.

-No deberíamos. –dijo él en un último y desesperado intento por ser caballeroso.

-Confió en ti, sé que en dos meses seremos marido y mujer, ¿Por qué esperar?

Patrick, sin argumentos, se   rindió y la beso de nuevo. Ella se deshizo del camisón y observo el miembro erecto de Patrick bajo ella estremecida por el contacto. Por un momento le asaltaron las dudas, ¿No sería la polla de él demasiado grande? ¿Le haría daño? ¿Sería más placentero que lo de la otra noche?

El movimiento de Patrick bajo ella y el placer que le asaltó disipó sus dudas y humedeció su sexo. Estaba preparada.

Patrick estaba excitado como un burro, sentía la sangre hervir en su cuerpo y deseaba tomar a aquella mujer y destrozarla a pollazos hasta que pidiese clemencia, pero fascinado por la determinación de ella le dejo hacer. Jane no era la primera mujer que desvirgaba pero nunca había tenido una en sus brazos dispuesta a hacerlo ella misma.

-Si en algún momento quieres parar, lo entenderé –dijo al ver que Jane se incorporaba y asía su polla con nerviosismo.

Jane respondió con una sonrisa y se introdujo el pene en su sexo. Patrick se quedó quieto mientras ella tanteaba su virgo con la punta de su glande. Tras coger aire Jane se dejó caer sobre el pene de Patrick. Notó una sensación de resistencia y luego un tirón y un poco de escozor  pero el miembro de Patrick resbaló con facilidad provocándole una sensación de placer y plenitud que expresó con un laaaargo suspiro de satisfacción. Se incorporó de nuevo y volvió a bajar hasta que toda la polla de Patrick estuvo de nuevo dentro de ella, su vagina se estremecía de placer y el placer irradiaba en todas las direcciones atenazando su cuerpo. Poco a poco comenzó a moverse más rápido disfrutando de la polla de Patrick tanto como de sus caricias y sus besos, hasta que éste incapaz de contenerse eyaculó en su interior. Jane notó como aquel liquido espeso la inundaba con su calor excitándola aún más y se sintió un poco decepcionada al creer que todo había terminado, pero Patrick, aún empalmado la levantó en el aire y empezó a penetrarla salvajemente. Jane se agarraba como podía con todos sus nervios agarrotados por el placer mientras él  la follaba implacablemente y le tapaba la boca para amortiguar sus gritos de placer descontrolado. El orgasmo la paralizó y todo su cuerpo  tembló durante unos segundos mientras él seguía penetrándola más y más rápidamente  hasta correrse de nuevo y derrumbarse sobre la silla con Jane aun empalada gimiendo y besando su pecho lleno de arañazos.

-¡Dios!  -dijo ella jadeando aun con la polla de Patrick dentro–ahora entiendo por qué os gusta esto tanto a los hombres.

-Créeme, mi amor, si en todas las ocasiones fuese así los hombres no haríamos otra cosa –respondió el sonriendo.

-¿Pues sabes qué? –Dijo –jane comenzando a moverse de nuevo –que yo ahora mismo no pienso en otra cosa…

La semana transcurrió en un sueño. Por la tarde cazaba, por la noche follaba y por la mañana dormía satisfecha como una leona.

Al final de la semana, su padre también estaba satisfecho a su manera, habían cazado varios antílopes de enormes cuernos tres leones, un leopardo, e incluso un elefante macho de respetable tamaño.

-Ha sido una semana excelente Henry –dijo Avery –y parece que el tiempo aún va a aguantar unos días más.

-Sí, la verdad es que ha sido una cacería muy satisfactoria Avery, pero ¿Qué tienes en mente viejo zorro?

-Había pensado que como tenemos tiempo podíamos mandar las mulas de vuelta al refugio e ir un poco más al sur, ligeros de equipaje, a por un gorila de montaña.

-Es arriesgado y las lluvias están cerca.

-¿Dices que esto es arriesgado después de lo que pasamos en la India? –Le desafió Avery –Casi nadie en el viejo continente tiene un buen ejemplar de espalda plateada, yo quiero ser uno de ellos.

-De acuerdo –replicó Lord Farquar – pero no te garantizo el éxito y si un montón de problemas.

Cuando les dieron la noticia a los jóvenes, estos insistieron tercamente en acompañarles y no hubo forma de convencerlos para que se volviesen con la impedimenta, así que se rindieron y partieron todos juntos con media docena de porteadores en dirección a las montañas que se perfilaban oscuras y amenazantes a dos o tres días de marcha hacia el sur.

 

*Bloomers: eran una especie de pantalones bombachos predecesores de la falda pantalón fueron creados en la época victoriana para permitir a las mujeres realizar ciertos deportes como la equitación o el ciclismo con más comodidad. Al principio estaban escondidos bajo una falda pero a finales del siglo XIX, ésta termino por desaparecer.

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 9 Y FINAL” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 9

Cuando madre e hija me confirmaron su disposición para quedarse embarazadas, creció en mí la sensación de verme acorralado, manipulado y hasta usado por esas dos. Desde el principio me había parecido sumamente extraño que sin apenas conocerme esas dos mujeres tan guapas me hubiesen nombrado su dueño y acogido en su casa sin pedir nada a cambio. Por eso la seguridad con la que tanto mi secretaria como su progenitora daban por sentado que sus vientres podían y debían engendrar un hijo mío, me perturbó.
«Para ellas soy un mero donante de esperma», sentencié cabreado.
Aunque gran parte de mí no estaba de acuerdo con esa reflexión y sabía que era injusta, no pude quedarme con ellas y salí de allí. Ya en la calle, busqué un bar donde ahogar mis penas sumergiéndolas en alcohol. Tras las primeras copas durante las cuales mantenía todos y cada uno de mis reproches hacia su actitud, me tranquilicé y comencé a ver los aspectos positivos de ese deseo.
«Tengo cuarenta años y si espero más, en vez de padre seré abuelo», recapacité mientras apuraba mi tercer whisky.
Tampoco me pareció una locura la idea de hacerles el amor estando preñadas porque siempre me habían gustado las panzas de las mujeres embarazadas, pero lo que realmente me hizo comprender que no era tan mala decisión fue cuando me las imaginé dando de mamar a un hijo. La imagen de sus pechos cargados de leche se convirtió en definitiva y pagando la cuenta, volví a la casa.
Mi fuga las había preocupado seriamente al temer que se habían extralimitado y por eso cuando me vieron llegar, ambas me pidieron perdón por haberse planteado el hacerme padre. Curiosamente la más preocupada de las dos era Azucena, la cual con lágrimas en los ojos, me rogó que no tomara en cuenta la idiotez que habían planteado y que a partir de ese momento, tanto ella como María iban a tomar la píldora.
Sin revelar mi cambio de opinión, quise saber los motivos que le habían llevado a ella en particular a tantear con la maternidad. Mi pregunta la cogió desprevenida y por ello le costó unos segundos responder con sus mejillas completamente coloradas:
-Me falta poco para la menopausia y como siempre me había quedado con ganas de otro hijo, pensé en que usted me lo diera.
Ignoro el porqué pero algo me decía que siendo verdad su respuesta se había guardado la verdadera razón. Como no estaba seguro preferí interrogar a María por los suyos y ésta con la inconsciencia propia de la edad, contestó:
-Mi madre y yo tememos el día en que te canse de nosotras y conociéndote sabemos que con un hijo nunca nos abandonará.
Me horrorizó escuchar tal insensatez porque además de ser un recurso inútil si terminaba hasta los huevos de ellas, se le podía dar la vuelta y por ello contesté:
-No os habéis dado cuenta que si es al revés y sois vosotras las que os desilusionáis de mí, tendríais que aguantarme por ser el padre de vuestro hijo.
Mirando al suelo, la cuarentona contestó:
-Olvidando el hecho que he jurado servirle de por vida, un hijo suyo sería un regalo y siempre le estaría agradecida.
Supe a ciencia cierta que sería así y respecto a ella, esa respuesta me valía pero no así respecto a su hija porque debido a su juventud tenía años para planteárselo antes que la naturaleza siguiera su cauce y no pudiese tener descendencia.
Mirándola a los ojos, pedí su opinión y tras unos segundos pensando, respondió:
-Eres injusto con nosotras al considerarnos menos por ser tus sumisas. ¿Acaso te cuestionarías mis razones si fuera tu novia?
-Sería lo mismo, es más te llamaría loca porque solo hace unos días que nos conocemos.
Fuera de sí, me soltó:
-¿Y si fuera tu esposa?
Ahí me pilló porque según nuestra educación un hijo es la consecuencia lógica de casarse. Por eso defendiéndome como gato panza arriba, contesté.
-Pero no lo eres, ¡no estamos casados!
Con lágrimas en los ojos y dejándose caer en la alfombra, llorando replicó:
-Para mí, ¡si lo estamos! – y recitando parte del ritual en el que se convirtió en mi sumisa, me soltó: -Desnuda llegué a ti, te reconocí como mi dueño. Te cedí mi corazón y te juré fidelidad de por vida. ¿No es eso suficiente prueba que soy tu mujer?
Su dolor me paralizó y mientras trataba de asimilar sus palabras, mi preciosa secretaria insistió:
-Nunca pensé que se podía querer a alguien como yo te quiero y menos que desearía ser madre tan joven- y haciendo una pausa, me gritó: ¡Joder! ¡Te amo! ¡Soy tuya! ¡Y quiero que me preñes! ¿Te parece tan raro?
Todavía con su grito retumbando en mis oídos, fui a ella y estrechándola entre mis brazos, la besé. María respondió a mis besos con pasión mientras su madre se unía a nosotros reclamando su lugar. Sus bocas y sus cuerpos buscaron mis caricias sin pedirme nada a cambio y de pie en mitad del salón, comprendí que acababa de unir mi destino a ellas.
Nuestras ropas nos sobraban y prenda a prenda, fueron cayendo a la alfombra mientras mis manos, sus manos firmaban la paz acariciando mi pecho, sus pechos. Contagiados por la lujuria, nos sumimos en el placer sin importar a quien pertenecía la piel a la que besábamos, el culo que acariciábamos o el sexo del que nos adueñábamos, convirtiendo ese maremágnum de cuerpos en una danza de fecundidad que no parecía tener fin.
Confirmé mi completa claudicación cuando María separando los pliegues de su madre, cogió mi sexo y con voz dulce pero firme, comentó:
-No solo queremos ser tus sumisas, queremos ser tus mujeres y formar una familia. ¿Estás dispuesto a correr ese riesgo?
-¡Lo estoy!- contesté mientras hundía mi sexo en la vagina de Azucena.
-¡Gracias!¡Amor mío!- gritó la rubia al experimentar mi intrusión y saber lo que significaba.
María no quiso quedarse fuera y poniendo su coño en la boca de su madre-esposa-pareja forzó el contacto presionando con las manos su cabeza. Ésta agradecida se concentró en el clítoris de la morena mientras yo iba acelerando lentamente la velocidad de mis caderas. Conociendo de antemano cual era mi papel, no me permití ninguna licencia y concentrado en germinar a la mayor de mis esposas, recibí con agrado la confirmación que iba en buen camino al sentir como su sexo rezumaba de flujo.
-Muévete o tendré que obligarte- ordené recordándole a la rubia que además de ser mi mujer seguía siendo mi sumisa.
Mi violenta reacción las dejó paralizadas y por eso repitiendo mi órdago, le volví a dar otra nalgada:
-Me habéis exigido que os preñe y eso pienso hacer aunque para ello tenga que violaros.
Mis palabras les sirvieron de acicate al echarles en cara el motivo por el que estábamos haciendo ese trio. María dándome la razón dijo:
-Fóllatela sin contemplaciones.
Su consentimiento me dio alas y agarrando a su madre de las caderas, profundicé en mis embestidas. Usando mi pene cual cuchillo, apuñalé su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu provocó que Azucena recordara que además de su hombre era su dueño y al mezclarse en su interior mi violencia y mi ternura, ese extraña dualidad elevó la cota de su excitación hasta límites pocas veces antes experimentados.
-¡Me corro!- bufó indefensa.
Su entrega fue la gota que derramó el vaso de su retoño y uniéndose a su placer, explotó en su boca. Ser testigo del sus orgasmos simultáneos, me permitió liberar mi tensión y con una copiosa eyaculación, sembré de blanca simiente la vagina de Azucena.
Reconozco que fue una sensación rara saber que esa cuarentona esperaba con desesperación que mi semen germinara su útero y por eso creo que tardé tanto tiempo en vaciar mis huevos.
Satisfecha al comprobar la cara de felicidad de su madre, me rogó que la llevara en brazos hasta la cama:
-No quiero que por levantarse, esta anciana pierda la oportunidad de ser madre.
Me pareció una completa idiotez que creyera que poniéndose de pie, disminuirían las posibilidades de resultar embarazada pero como no quería discutir por un tema tan nimio, no dije nada y respeté su petición. Levantando del suelo a la rubia, la llevé hasta nuestro cuarto y depositándola suavemente sobre la cama, aguardé.
Tras lo cual María me pidió que me tumbara entre ellas dos. Ni que decir tiene que obedecí, sin saber que tenía pensado esa morena. No acababa de acomodarme cuando me pidió que me quedara inmóvil. Reconozco que me picaba la curiosidad y por eso apoyando mi cabeza en la almohada, esperé a ver qué hacían cerrando los ojos para que mi mirada no cortara su inspiración.
Privado de la vista, me concentré en lo que experimentaba al sentir cuatro manos recorriendo mi pecho. Perfectamente distinguí cuáles eran de Azucena y cuáles eran las de su hija porque las de esta última se mostraron más atrevidas. Poco a poco los toqueteos de ambas mujeres fueron adquiriendo confianza y en un momento dado, María tomó mi miembro entre sus manos y este se irguió orgulloso, creciendo hasta su longitud máxima.
-¿Estas cachondo o te ha picado una abeja?- preguntó divertida al abarcar entre sus dedos mi erección.
Soltando una carcajada, su madre en plan de guasa le explicó que desgraciadamente por muchos hombres que conociera, eran pocos los que tenían entre sus piernas algo de ese tamaño y dureza. Su piropo azuzó mi calentura mientras esperaba sus siguientes movimientos. Viendo que las dejaba hacer, juntaron sus manos sobre mi pene e imprimiendo un suave ritmo, me empezaron a masturbar.
Confieso que me encantó cuando al unísono María y Azucena fueron izando y bajando la piel de mi miembro de un modo tan coordinado que consiguieron dotar a esa paja de una sensualidad pocas veces experimentada por mí.
-¡Bésame!- soltó la menor de mis sumisas más alterada de lo que nunca había supuesto que estaría al pajearme en conjunto con su madre.
Alucinado contemplé como Azucena, cogiendo sus labios entre los suyos, la besaba con pasión. Su ardor me hizo entreabrir los ojos y ver que la rubia no solo le había hecho caso sino que llevando su mano a la entrepierna de su retoño, la estaba acariciando. Los gemidos de la morena no tardaron en surgir de su garganta al ver hoyado su sexo. Y dejándolas interactuar, disfruté de la forma tierna pero apasionada con la que esas dos bellezas se hacían el amor.
En un momento dado, ya parecía que me habían olvidado cuando pasando una pierna sobre mí, María se empezó a ensartar con mi miembro mientras la otra favorecía su excitación acariciándole los pechos. Esa dupla de caricias me permitió apreciar casi de inmediato como se humedecía su sexo mientras absorbía en su interior mi miembro.
Azucena contenta de tenernos juntos en la cama, comenzó a mamar de los pechos de la morena mientras mi falo desaparecía centímetro a centímetro dentro su chavala. A partir de ese momento, María aceleró sus maniobras, dejando que mi pene entrar y saliera a sus anchas de su interior mientras bajaba mis manos hasta su culo y cogiéndola de la cintura, me ponía ayudarla. El contacto mi glande chocando contra la pared de su vagina incrementó sus ganas de ser inseminada y ya sin ninguna cortapisa, cabalgó sobre mí alegremente.
Al advertir que su hija estaba disfrutando, la madre decidió que ella también quería disfrutar y llevando su sexo a mi boca, me pidió que se lo comiera. No hice ascos a su sugerencia y separando sus labios, localicé ese hinchado clítoris y me puse a jugar con él con mi lengua hasta que conseguí sacar de su dueña prolongados y fuertes gemidos con cada lamida.
María al ver que Azucena se retorcía gozando le dedicó un pellizco en un pezón, recriminándole en plan de broma que fuera tan zorra.
-¡Más respeto! No soy una zorra sino vuestra zorra- exclamó sin pararse de mover.
Lo que no se esperaba en absoluto la mayor de mis sumisas fue que su pequeña sonriendo le contestara:
-Espero que Manuel tenga reservas, porque esto me está encantando y quiero repetir.
Muerta de risa, al escuchar que sin haber terminado ya estaba pensando en follar otra vez, exclamó:
-Hija mía, ¡eres un putón desorejao!
Esa sintonía carente de personalismos no celos les hizo sincronizar sus cuerpos y aunque parezca mentira, al mismo tiempo saboreé el clímax de la rubia mientras el flujo de la morena salpicaba mis piernas y cansado de mantenerme a la expectativa, decidí tomar las riendas y sin pedirles su opinión, las obligué a cambiar de posición y poniéndolas una encima de la otra, cogí a María de las caderas y de un solo empujón le clavé todo mi estoque.
Esta no protestó por el cambio sino que chillando de placer, besó a su madre con pasión. Completamente entregadas a la lujuria, mis sumisas vieron como alternando entre sus sexos mi pene repartía sus atenciones entre las dos. Una vez era el coño de la madre el que recibía mi ataque para sin pausa ni aviso previo fuera el de la chavala el objeto del mismo trato.
Esa alternancia las sorprendió y mientras se retorcían de placer, la morena me pidió que aunque fuera esporádicamente esa postura pasara a formar parte de nuestra rutina sexual. Sin poderme creer que les estuviera gustando tanto, les informé que la próxima vez probaría con otra variante.
-¿Cuál?- preguntó.
Descojonado, contesté:
-En vez vuestros coños usaré vuestros culos.
Recibieron esa amenaza con ilusión y a base de gritos me jalonearon para que incrementara la violencia de mis penetraciones. No hizo falta que lo repitieran mucho y usando mi miembro como ariete, agrandé la brecha de sus defensas y en particular en las de María que pegando un sonoro aullido se corrió.
-¿Te gusta putita como te trata nuestro macho?- preguntó su madre.
Con la respiración entrecortada y mientras el reguero de flujo que brotaba de su coño bañaba el de su pareja, respondió:
-¡Sí! Me encanta como me folla nuestro marido.
Asumiendo el hecho que se refiriera a mí de ese modo, repliqué:
-Pues ya que soy vuestro marido, os aviso que no voy a dejaros de follar a todas horas hasta que os quedéis embarazadas para que una vez hayáis parido, desayunar y cenar con vuestra leche.
Esa amenaza surtió el efecto contrario y bufando de placer, María se asió a los pechos de Azucena pidiéndome más caña. ¡Por supuesto se la di! Cogiéndola de los hombros, los usé para impulsarme de manera que con cada embestida mi glande chocaba con la pared de su vagina mientras mis huevos rebotaban contra su vulva convertida en un frontón.
-Sigue, por favor, ¡no pares!- aulló de placer la muchacha.
Era tal su calentura que olvidando toda prudencia, apoyó su cara en la almohada y separando con las manos sus nalgas, buscó que mi pene se hundiera aún más hondo en su interior. Al hacerlo me permitió redescubrir su ojete y si no llego a estar convencido a inseminarlas, con gusto le hubiera roto ese precioso culo que sin pensar a lo que se exponía, había puesto a mi disposición.
-Si sigues presumiendo de culo abierto, ¡cambio de objetivo!
Mi exabrupto terminó de excitarla y dejándose caer sobre su vieja, me imploró que me corriera en su interior. No sé si fue su ruego o si esa postura facilitó mi eyaculación pero lo cierto es que mi cuerpo se vio envuelto por el placer y con bruscas sacudidas de mis caderas, rellené su vagina con lo que tanto ansiaban y ella al sentir que esparcía mi semilla en su fértil vagina, llorando me pidió que la besara.
-¿Qué te pasa?
-Nada, mi amor. Lloro porque soy feliz. Al saber que además de ser tus mujeres y fieles putas quieres que seamos las madres de tus hijos…

EPÍLOGO

Esa noche y las semanas siguientes, me dediqué en cuerpo y alma a dejar preñadas a ese par de bellezas y sé que lo conseguí porque desde hace dos meses, todas las mañanas María y Azucena compiten por ver cuál de las dos llega antes a vomitar al baño.
Todavía casi no se les nota la panza pero lo que me tiene sumamente ilusionado es comprobar el tamaño que están adquiriendo sus pechos. Si al final su producción va en consonancia con el grosor de sus ubres, sé que cada vez que se los pida:
¡Tendré mi ración de leche asegurada!

FIN


Relato erótico: “Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer 2” (POR GOLFO)

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Capítulo 2

Mi prima se va recuperando mientras comienza un brutal acoso para ser mía. A pesar de mi rechazo, esa zorrita no disminuye la presión hasta llevarme entre sus piernas.
A la mañana siguiente todo empeora.
Después de una noche de pesadilla, el sonido del agua corriendo en mi bañera me despertó y extrañado por que alguien estuviera usándola, me levanté a ver qué ocurría. Ni en mis peores temores me imaginé encontrarme a Irene disfrutando de un relajante baño. Desde la puerta me la quedé mirando mientras alegremente se enjabonaba.
Por lógica debía haberme cabreado pero curiosamente sentí una extraña quietud al verla tan tranquila y girándome sobre mis pasos, me fui a ponerme un café con la imagen de su cuerpo desnudo todavía en mi retina.
«Es preciosa», sentencié luciendo una sonrisa olvidando por un instante su intromisión en mi parcela privada.
Analizando mi serena actitud al tiempo que daba sorbos a esa droga matinal, me vi en una encrucijada al advertir la satisfacción que sentía al ver a esa rubia feliz después de su histerismo durante la fiesta.
«Solo necesita tiempo, nada más», esperanzado murmuré.
Estaba todavía terminado mi café cuando un ruido me hizo girar y comprobé que era mi prima la que envuelta en mi albornoz llegaba con el pelo todavía mojado a la cocina. Sentado como estaba, no pude dejar de disfrutar de la estampa que me estaba regalando y relamiendo mis labios mentalmente, me recreé en el profundo canalillo de sus tetas.
«Dios, ¡me encantaría hundir mi cara entre ellas!», pensé excitado.
La recién llegada sonrió al notar el efecto que causaba sobre mí y sin darme tiempo a reaccionar, se sentó sobre mis rodillas mientras me decía:
-Aprovechando que es sábado, he pensado que me lleves a la playa.
Tratando de zafarme, le recordé que la playa más cercana estaba a casi doscientos kilómetros pero ella no dio su brazo a torcer por esa nimiedad y jugando conmigo, me susurró:
-Pues nos quedamos a dormir allí.
Al hacerlo, mis ojos pudieron contemplar uno de sus hermosos pezones a través de la abertura de la tela e incapaz de mascullar una palabra, me quedé mirando semejante beldad de reojo. Irene fue consciente que mi pene crecía sin control bajo sus nalgas y provocando aún más mi embarazo, se dedicó a restregarlo contra su trasero mientras con un descaro increíble me robaba la taza y se terminaba de un sorbo mi bebida.
-Ese era el mío- protesté al ver que lo hacía.
Mi prima riendo a carcajadas, se levantó de mis piernas y acercándose a la cafetera la rellenó mientras decía:
-No sabía que eras tan remilgado con tus cosas.
Al darme la taza, palidecí al comprobar que el albornoz se la había abierto dejándome ser testigo de la pulcritud con la que llevaba rasurado su coñito y sudando de deseo, supe que necesitaba hacerlo mío. Mi rápido examen no le pasó inadvertido y sin darle mayor importancia, se cerró la bata diciendo:
-Dúchate mientras desayuno.
El tono de su orden me resultó un pelín dominante y defendiendo mi virilidad como gato panza arriba, le solté:
-No puedo, ¡llevas puesto mi albornoz!
Muerta de risa me miró y entornando sensualmente sus ojos, lo dejó caer al suelo diciendo:
-Todo tuyo.
Tengo que confesar que no me esperaba eso y quizás por ello tardé unos segundos en recogerlo mientras ella permanecía inmóvil, completamente desnuda, sobre los azulejos de la cocina. Su exhibicionismo rayando la desfachatez provocó que como un resorte mi verga saliera de mi pijama tiesa como un palo y totalmente cortado, no me quedó otra que salir huyendo de esa habitación mientras escuchaba a mi espalda su carcajada.
«¿De qué va esta tía?», abrumado pensé escaleras arriba. «Ayer se comportó como una histérica en cuanto un hombre intentó ligar con ella y hoy actúa como una zorra conmigo».
Sin llegar a comprender esa dualidad, me encerré con llave en el baño no fuera a ser que le diera por invadir mi privacidad mientras me duchaba. Ya bajo el chorro, seguí tratando de analizar su comportamiento pero por mucho que lo intenté, me resultó imposible el concentrarme porque no dejaba de venir a mi mente la expresión de deseo que creí leer en su rostro al ver mi erección.
«¡Está loca! ¡Soy su primo!», hipócritamente le eché en cara que se sintiera atraída por mi cuando yo albergaba los mismos sentimientos hacia ella. Aun así, decidí que debía hablar con ella aprovechando que iba a pasar el día con ella y con una falsa seguridad, salí de la ducha y me preparé mentalmente para ese enfrentamiento. «¡Debe saber que no es correcto!», exclamé para mí a pesar que entre mis piernas mi pene todavía no había vuelto a la normalidad y se mantenía morcillón.
Al bajar ya vestido y con una bolsa de ropa, me encontré con que Irene había preparado una cesta con el almuerzo durante mi ausencia y revisando su contenido, comprobé que incluso había tenido el buen gusto de escoger uno de mis vinos preferidos.
«Está claro que tendré que soportar horas de sol antes de llegar al hotel», temí por la cantidad de comida que contenía al considerarla excesiva para el viaje.
Mientras acomodaba las cosas en el coche, no paré de meditar sobre qué era lo que le iba a decir. Debía ser claro pero tierno, suficiente infierno había tenido que soportar durante su matrimonio para que llegara yo y le echara la bronca. El problema era que todos mis argumentos podían volverse en mi contra, al ser obvio que ante cualquier ataque por su parte me resultaría imposible no sucumbir entre sus brazos.
«¡Debo de ser firme! ¡Ella es la víctima!», me dije justo cuando la vi salir cargando una gran maleta.
Muerto de risa por el volumen de su equipaje, le espeté:
-¿Te vas de viaje durante seis meses?
Haciéndose la indignada, puso un puchero al contestar:
-Una dama siempre debe ir preparada cuando se va con su galán.
Sus palabras me dejaron helado al catalogarme como su enamorado y queriendo dejar constancia de mi protesta, respondí mientras metía la maleta en el coche:
-Como yo soy tu primo, ¿quién nos va a acompañar?
Irene sin perder un ápice de su alegría, me dio un suave beso, diciendo:
-Eres mucho más que eso, ¡eres mi caballero andante! ¡Solo contigo me siento segura!
La tersura de sus labios quemó la piel de la mejilla donde Irene depositó esa breve caricia y costándome respirar, no dije nada y me acomodé en mi asiento mientras mi prima hacía lo propio en el suyo. Las casi tres horas que tardamos en llegar a Playa de Manuel Antonio en la costa del Pacífico me resultaron un suplicio al tener que soportar el continuo coqueteo de la muchacha sin ser capaz de decir nada de lo que llevaba preparado porque seguía retumbando en mis oídos ese “solo contigo me siento segura”.
No sabía que era peor, si el haber certificado que Irene me veía como su salvador o saber que interiormente ese título tampoco me desagradaba. Lo quisiera aceptar o no, esa rubita se había hecho un hueco en mi corazón y quería asumir el roll de ser su protector de por vida.
«¡No puede ser! ¡Por bien de los dos deberá irse cuando esté a salvo y recuperada!», murmuré agarrando el volante mientras soñaba que tardara años en hacerlo.
Ya en el hotel pedí dos habitaciones y al hacerlo percibí un gesto de desilusión en su cara, gesto que desapareció cuando el conserje nos informó que existía una puerta de comunicación entre los cuartos que podíamos abrir si quisiéramos.
-Pensaba qué íbamos a dormir en la misma cama- protestó con dulzura- pero me conformo con saber que te tengo al lado.
Tratando de quitar hierro a esa confesión, riendo le solté:
-Si supieras las patadas que doy al dormir, nunca pensarías en hacerlo.
Acercándose a mí, mesó delicadamente mis cabellos mientras me decía:
-Tú nunca me pegarías, recuerda que eres mi caballero andante.
La sensualidad con la que lo dijo no pudo evitar que extrajera de su interior un doloroso significado:
«Irene me veía como la antítesis de su marido».
Aunque la comparación me favorecía a todas luces, no por ello me dejaba de joder que el fantasma del maltrato se inmiscuyera entre nosotros y por ello, con voz seria, le contesté mientras llamaba al ascensor:
-No soy un cerdo.
-Cariño, lo sé por eso quiero hacerte feliz- y rubricando sus palabras con hechos acercó su cara y me dio un ligero pico en mis labios.
Todas las defensas que había construido a mi alrededor cayeron hechas trizas con ese beso y cogiéndola de la cintura, prolongué esa caricia forzando su boca con mi lengua. Aunque interiormente sabía que estaba mal, la pasión con la que mi prima respondió me impidió parar y metiéndola en el elevador incrementé el ardor de mis acciones llevando mi mano hasta su culo.
Tal y como había supuesto, mis yemas se encontraron con unas nalgas duras que sin duda debían parte de su firmeza al ejercicio. Irene al sentir mi manoseo pegó su cuerpo al mío frotando sin disimulo su pubis contra mi pierna. Su ardiente respuesta azuzó mi lujuria. Si no llega a ser porque en ese momento se abrieron las puertas y entraron a ese estrecho habitáculo un matrimonio mayor, no sé si hubiese podido aguantar mis ganas de poseerla allí mismo. Ya con compañía, tuve que separarme de ella y permanecer quieto durante los cinco pisos que todavía quedaban hasta el nuestro.
Una vez fuera del ascensor la magia había desaparecido porque volvieron con mayor fuerza a mi mente los remordimientos. Os parecerá extraño pero no podía dejar de pensar que era un malnacido que se estaba aprovechando de una desvalida. Al entrar a la habitación y querer Irene reanudar las cosas donde las habíamos dejado, me aparté y con tono serio le pedí que se sentara.
Asombrada por mi cambio de humor, buscó asiento en el borde del colchón mientras yo intentaba ordenar mis ideas:
-Tenemos que hablar- dije con tristeza- esto no está bien.
-¿Por qué? ¿Por qué somos primos? ¡Eso a mí me da igual!- respondió todavía consciente de la naturaleza de mis reparos.
Decidido a hacerle comprender que después de un maltrato como el que sufrió debía de darse un tiempo antes de entablar otra relación, se lo expliqué y le dije que además de dejarnos llevar por el momento algún día ella me echaría en cara haber abusado de su estado. La muchacha escuchó en silencio mis argumentos y cuando creía que se iba a echar a llorar, alegremente se levantó de la cama y acercándose a mí, contestó:
-Por eso te quiero tanto. ¡Eres un hombre bueno!
Tras lo cual me hizo una carantoña en la mejilla y canturreando se metió en el baño mientras me decía:
-Ésta es mi habitación y quiero cambiarme. Nos vemos en el hall.
Con la cola entre las piernas y absolutamente desilusionado porque esa mujer no hubiese hecho ningún intento por convencerme, salí de su cuarto y entré en el mío. Sabiendo que había hecho lo correcto, el saber que quizás nunca tuviera otra oportunidad de estar con ella me puso de mala leche y dejando mi equipaje tirado en mitad de la habitación, me coloqué un bañador.
Cabreado conmigo mismo me dirigí directamente al bar. Una vez allí, pedí una copa al camarero y con ella en la mano esperé que mi prima bajara para poder irnos a la playa. Media hora y dos copas mas tarde, Irene se dignó a aparecer y cuando lo hizo reconozco que no me importó la espera al verla enfundada en un impresionante bikini que magnificaba mas si cabe su belleza.
«¡Está buena a rabiar!», murmuré dolido al valorar lo que me había perdido.
En cambio, la susodicha parecía feliz y sin hacer ningún comentario a su tardanza, me agarró del brazo y me llevó a la playa del hotel. Ya en la arena buscó un par de tumbonas libres para acomodar nuestras cosas. Tras lo cual se tumbó en la primera y antes que pudiera aposentar mi trasero en la otra, con voz tan tierna como sensual me preguntó:
-¿Tu conciencia te permite echarme crema o tendré que pedirle a otro que lo haga?
Debería haberle mandado a la mierda pero la mera idea que un desconocido pusiera sus manos sobre ella me produjo un escalofrío y destrozado al darme cuenta que eran celos, cogí el bote y comencé a extenderle el bronceador por la espalda. Irene, disfrutando de su victoria, se dedicó a gemir como si estuviera gozando al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Si ya estaba indignado por su desfachatez, mas me cabreé cuando al darse la vuelta, me pidió que siguiera por delante. Nuevamente debía de haberme negado pero la visión de sus pechos y la posibilidad de volver a sentir en mis yemas aunque solo fueran los bordes de esas dos maravillas, me obligó a continuar.
Lo que no me esperaba fue que nada mas empezar a untar la crema por su escote sus pezones se marcaran bajo la tela del bikini demostrando que la calentura de la que hacía gala era real. Ese descubrimiento provocó que se me contagiara su excitación y olvidando mis buenos propósitos, me puse a disfrutar de su cuerpo con intenciones nada fraternales.
Usando mis dedos como pinceles y su piel como mi lienzo imprimí a mis caricias de una sensualidad que no le pasó inadvertida. Dejando de gemir, se mordió los labios al notar la lentitud de mis yemas al rodear sus pezones sin tocarlos.
-Eres maravilloso- susurró en voz baja ya claramente excitada cuando un breve roce de mi palma acarició una de sus areolas.
Dejando tirado al hombre sensato, la lujuria se apoderó de mí al oírla y sacando el Mr Hide que escondía en mi interior, con un dedo recorrí la raja de su sexo por encima de la tela. Irene no solo no puso ningún obstáculo a ese ataque sino que separando sus rodillas me dio a entender su disposición a que continuara.
«¿Qué coño estoy haciendo?», me pregunté cuándo como un zombi sin voluntad metí la mano bajo su bikini y comencé a pajearla sin importarme que a pocos metros hubiese otros huéspedes del hotel
Inmerso en esa sinrazón, acaricié los pliegues de su sexo antes de apoderarme del ya erecto botón que se escondía entre ellos. Al hacerlo mi prima no pudo evitar que un sollozo brotara de su garganta.
-Sigue, por favor- susurró entregada.
Sin saber a ciencia cierta, cuál era de los dos quien había empezado, usé mis dedos para torturar su clítoris hasta que cerrando los ojos se corrió en silencio, dejando un pequeño charco como muestra de su orgasmo sobre la tumbona.
Ni siquiera había asimilado lo que acababa de hacer cuando sonriendo la muchacha me soltó:
-Gracias. Nunca olvidaré el placer me has regalado, sabiendo que lo necesitaba. Sé que no querías pero aun así, ¡lo has hecho!
Sus palabras me dejaron helado. No solo no estaba enfadada por mi abusiva forma de actuar, sino que en su mente seguía viéndome como ese superhéroe que olvidando sus intereses se desvivía por hacerla feliz. De todo corazón os confieso que estuve a punto de sacarla de su error y explicarle que habían sido mis propias hormonas las que me habían espoleado a perpetrar tal felonía pero su cara de felicidad y el modo tan tierno con el que me miraba me lo impidieron.
«Definitivamente, ¡soy un cerdo!», pensé avergonzado y con el peso de la culpa sobre mis hombros me fui al agua para calmarme…
Un puñetero mono la lía.
El océano pacífico no hizo gala de su nombre y lejos de apaciguar los remordimientos que sentía al haber masturbado a mi prima los incrementó. Todas las neuronas de mi cerebro estaban de acuerdo:
¡Era un malnacido que se había aprovechado de una criatura indefensa!
El que ella no lo viera así, era lo mismo. De haber sido conocido mi delito por una parte independiente, su sentencia hubiese sido inculpatoria porque como la parte equilibrada de los dos debería de haber aportado la cordura y nunca haber cedido a la influencia de mis hormonas.
Llevaba reconcomiéndome media hora en el agua cuando un chillido de terror me obligó a mirar hacia donde Irene permanecía tomando el sol. Al hacerlo comprendí que estaba en dificultades y retornando hacia las tumbonas, corrí en su ayuda. Acababa de llegar a su lado cuando el agresor viendo mi llegada, salió corriendo y se subió a una palmera mientras mi prima intentaba taparse los pechos con sus manos:
-Se ha llevado mi bikini- protestó airadamente al escuchar mi carcajada.
Incapaz de contener la risa, le cedí mi camisa para que se tapara mientras interiormente agradecía al mono que hubiese salido de la foresta para hurtar esa prenda.
-Tranquila ya se ha ido- contesté todavía descojonado al percibir que se estaba poniendo nerviosa al ser el objeto de las miradas de todos los presentes a esa hora en la playa y adoptando una pose seria, le pregunté qué era lo que había pasado.
Muerta de vergüenza, me explicó que aprovechando mi ausencia se había desabrochado el bikini para que no le quedaran marcas y que el desgraciado animal debió de pensar que era comestible y se lo había robado, tras lo cual se abrazó a mí diciendo:
-Menos mal que has llegado. De no ser por ti, no sé que hubiese ocurrido.
La presión que sus sueltos senos ejercieron sobre mi pecho me gustó pero no así sus palabras porque nuevamente me estaba otorgando un papel de salvador que no me correspondía en absoluto. Cansado de tanta hipocresía decidí dejar de fingir y desenmascararme, por eso la cogí de la mano y me la llevé al chiringuito de la playa a hablar.
Tras pedir unas cervezas al camarero, le pedí que nos sentáramos y ya con ella frente a mí le dije:
-No soy tu caballero andante, ni siquiera soy un caballero. El beso que te di y la paja que te hice no fueron acciones nobles sino producto de lo cachondo que me pones. No creas que lleve a cabo esas acciones para complacerte, las hice porque lo que realmente me apetece es echarte un polvo.
Su rostro no expresó sorpresa alguna ante mi confesión y para colmo Irene esperó que terminara de hablar para decirme:
-Ya lo sabía..- y cuando ya respiraba más tranquilo, esa adorable criatura prosiguió diciendo: -Eso no es lo importante, sino que creyendo que lo correcto era no acostarte conmigo, retuviste tus instintos y evitaste hacerlo.
La muy ingenua había dado la vuelta a mis argumentos y con ello se había afianzado en ella la idea que yo era un ancla al que podía asir su barca sin miedo a que ninguna tempestad la echara a pique.
-Te equivocas- respondí y buscando una forma que realmente viera al cerdo que había en mí, le dije: -¿Qué puedo hacer para convencerte que no soy un santo?
Entornando los ojos y bajando coquetamente su mirada, contestó:
-Hazme tuya.
-¡Vete a la mierda! ¡Hablo en serio!
Fue entonces cuando mirando fijamente a mis ojos, me soltó:
-Mi marido me considera una fulana. Si quieres convencerme, ¡trátame como a una puta!
Os juro que por un momento, pasó por mi mente la idea de hacerle caso y ni siquiera esperar al hotel para follármela pero en vez de agarrarla de los pelos y ponerla a cuatro patas, di un sorbo a la cerveza y con toda la tranquilidad del mundo, contesté:
-Eso es lo que te gustaría.
Soltando una carcajada, mi prima se subió a mis rodillas y sin darme tiempo a reaccionar comenzó a besarme, diciendo:
-¿Tanto se me nota? Desde niña he estado enamorada de ti y tras la última paliza, decidí que no podía esperar más y pedí a tu hermana que te convenciera que me acogieras a tu lado.
-¿De qué hablas?- pregunté indignado al no gustarme el cariz que estaba tomando el asunto.
Todavía riendo, pasó su lengua por mi oído antes de responder:
-Soy una mujer bella, tú sigues soltero… era solo cuestión de tiempo que te metieras en mi cama- la erección que en ese momento tenía entre mis piernas confirmaron la veracidad de sus palabras.
¡Irene me traía loco y para colmo lo sabía!
Increíblemente la certeza de haber sido manipulado me tranquilizó y con una serenidad que hasta mí me dejó impresionado, acariciando la rubia melena de esa arpía, contesté:
-Te propongo un trato, a todos los efectos te haré mi mujer. Vivirás conmigo, compartirás mi lecho y cuidaré de ti pero…. – hice un inciso al observar en su rostro una total satisfacción- …pero –repetí- como me has pedido: cuando no haya nadie que nos conozca y de puertas adentro de nuestra casa, ¡te tratare como si fueras una puta a mi servicio!
Si creía que semejante burrada iba a hacerla recapacitar, me equivoqué y con la felicidad reflejada en su rostro, mi prima, esa flacucha de mi infancia respondió:
-Acepto.
Lo que no debía esperarse fue que en ese instante y ejerciendo el poder que ella voluntariamente me había otorgado, le preguntara:
-¿Conoces a alguien en esta playa?
Todavía con una sonrisa en su boca, contestó:
-¡Sabes que no!
Sin darle tiempo a hacerse la idea, pegando un suave pellizco a uno de sus pezones, susurré:
-Me apetece que mi nueva putilla me haga una mamada.
Por enésima vez, esa rubia me sorprendió porque con una celeridad que me dejó pasmado, se arrodilló a mis pies y con una picardía que hasta entonces desconocía que tuviera me contestó:
-Ya te estabas tardando, estoy tan caliente con ser tuya que lo hubiese hecho aunque no llegaras a pedírmelo.
Tras lo cual y obviando que el camarero podía verla, me bajó el traje de baño y sacando de su interior mi miembro, comenzó a besarlo mientras le decía:
-Cariño, no sabes las ganas que tenía de conocerte. Te juro que si nuestro dueño me deja, te haré muy feliz.
Y demostrando que era verdad su aceptación del pacto, abrió su boca y lentamente se lo fue introduciendo mientras con sus manos me pajeaba. La parsimonia con la que devoró mi verga y la pericia que demostró al hacerlo me hicieron intuir lo mucho que iba a disfrutar con esa zorra pero sobre todo el que se refiriera a mí como su dueño fue lo que verdaderamente me calentó y queriendo ver los límites de su entrega, le ordené .
-Usa solo la boca.
No me respondió con más palabrería sino que sacando su lengua, se puso a embadurnar sensualmente toda mi extensión con su saliva. Ya bien empapado, forzó su garganta al introducírsela pene por completo en su interior y sin que yo le tuviera que decir nada se la sacó lentamente para acto seguido volvérsela a meter, repitiendo la operación tantas veces y con tal eficacia que consiguió hacerme sentir que la estaba penetrando en vez de estar recibiendo una mamada.
-¡Eres buena! ¡Mamona mía!- exclamé más que encantado con mi nueva adquisición.
-Gracias- someramente respondió antes de volvérselo a incrustar hasta el fondo.
Había aceptado ceder a sus caprichos por su belleza y aunque le suponía una cierta fogosidad, que fuera tan experta mamando fue una novedad pero sobre todo que supiera cerrar su garganta para que pareciera que era un coño. Totalmente concentrada en su labor, su cara era todo lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente.
-¿Te gusta que mamármela?- pregunté.
-Sí- reconoció con satisfacción.
Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. Aunque seguía siendo la víctima de un maltratador reconocí en ella una extraña vena sumisa que quizás siempre había estado presente en su vida y que por ella había buscado cobijo en alguien tan dominante y malvado como su ex. Sabiendo que mi dominio nunca iba a ser tan ruin como el de él, acariciándole la cabeza, dejé que incrementara el ritmo mientras permitía que usara una de mis piernas para masturbarse.
Irene, viendo que no ponía ningún pero a que lo hiciera, se dedicó a frotar su coño contra mi peroné mientras en ningún momento dejaba de mamármela. No sé si fue la excitación que llevaba acumulando durante su estancia en Costa Rica o el placer que sentía al saberse mía pero lo cierto fue que sin poderlo evitar esa rubia se corrió antes que yo lo hiciera.
Sentir su flujo recorriendo mi pie fue la gota que faltaba para derramar mi vaso y explotando dentro de su boca, me uní a ella en su placer. Mi prima, al notar el semen chocando contra su paladar, profundizó su mamada mientras estimulaba mis ya no necesitados testículos con las manos para prolongar mi orgasmo. Para mi gozo, no cejó en sus maniobras hasta que consiguió ordeñar hasta la última gota de mis huevos y entonces y solo entonces, sacando mi maltrecho pene de su boca, se permitió preguntar:
-¿Está contento mi dueño con su puta?
Soltando una carcajada, la levanté del suelo y regalándole un beso, jugueteé con mi lengua en la suya antes de contestar:
-Mucho- y dejándole claras mis intenciones, le ordené: -Recoge nuestras cosas, ¡Volvemos al hotel!…
Con una alegría desbordante fue por la cesta y ya de nuevo a mi lado, me abrazó para que fuéramos del brazo. Confieso que seguía en una nube y por ello no me percaté hasta llegar a mi habitación que esa rubia quería pedirme algo.
-¿Qué te pasa?- pregunté.
Con una ternura que abolió cualquier intento de contraataque, contestó:
-Creo que te he demostrado que puedo ser tu puta pero… ¿te importaría por hoy hacerme el amor? ¡Lo necesito!
Cogí al vuelo el verdadero significado de su pregunta, después de las experiencias pasadas, le urgía ser amada y no solo usada. Sabiendo que lo que realmente precisaba era una especie de catarsis donde ella tuviese la voz cantante, respondí:
-Te propongo algo mejor, te prometí que serías mi mujer pero no lo hice adecuadamente…- tras lo cual abrí el servibar de la habitación y saqué una botella de champagne.
Mientras mi prima se mantenía expectante, le quité el alambre que sujetaba el corcho y toscamente fabriqué un anillo.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó aterrorizada.
Hincando mi rodilla frente a ella, contesté:
-Sé que tendremos que esperar a tu divorcio y soportar la incomprensión de los nuestros pero ¿quieres ser mi esposa?
-¡Sí quiero!- saltando sobre mí respondió y sin darme siquiera una tregua comenzó a quitarme la ropa llorando de felicidad. Poniéndose a horcajadas sobre mí, me empezó a acariciar con premura. Sus manos resbalaban por mi cuerpo como temiendo que fuera un sueño y que al despertar hubiera desaparecido.
-Tranquila, cariño. Tenemos toda una vida.
Mis palabras consiguieron su propósito y su urgencia se fue transformando poco a poco en una danza de apareamiento. Era el día de su boda y ella quería tomar posesión de su hombre. Sus pechos, su vientre, sus piernas fueron las herramientas que usó para contagiarme su pasión como paso previo a hacerme suyo. Pude sentir cómo sus senos se restregaban contra mí, y cómo su cuerpo por entero se pegaba al mío mientras sus pantorrillas evitaban que me moviera.
En ese momento, creí que era una forma de decirme que necesitaba que yo la tocara pero cuando con mi mano rocé sus muslos, ella me la retiró diciendo:
-Déjame a mí hacerlo- tras lo cual, separó mis brazos obligando a que adoptara la postura de un Cristo crucificado al cual en vez de muerte, le esperaba placer. No tuvo que decirme lo que buscaba. Además de hacerme el amor, después de las humillaciones y degradaciones que había soportado en su matrimonio, necesitaba tal y como había supuesto ser ella quien hiciera y deshiciera a su antojo, ser la que dosificara el deseo y de esa forma que nuestra unión la liberara de sus demonios.
Quedándome quieto, me dejé amar. La boca de Irene se apoderó de mis labios y haciéndolos suyos, los mordisqueó y su lengua jugó con la mía mientras sus manos se entretejían con mis cabellos. Sabiendo que no era mi turno, me agarré a los barrotes de la cama dispuesto a disfrutar por completo de ella. Abandonó mi boca deslizándose sobre mi cuerpo. Sus besos recorrieron mi cuello, mis hombros, concentrándose en mi pecho. Mis pezones recibieron sus caricias como ofrenda mientras ella se reía al sentir la presión de mi pene sobre su estómago.
-Mi maridín está bruto- murmuró dichosa.
No contenta con esa victoria siguió bajando por mi ombligo hacia su meta final. Ésta la recibió ya necesitada de sus labios. No tardé en sentir que una cálida humedad la envolvía. No pude dejar de mirarla cuando la rozó con la punta de su lengua. Hipnotizado, observé cómo su boca se abría haciendo desaparecer dentro de ella toda mi extensión. Sus movimientos lentos se fueron acelerando poco a poco con mi respiración entrecortada delatando mi deseo.
La sonrisa de su rostro y el brillo de sus ojos era la muestra que para entonces era una leona que había excitado a su macho. Con su espíritu depredador ya a flor de piel, necesitaba sentir mi total entrega y acercando su cara a la mía, me susurró:
―¡Dime qué me deseas! ¡Que me necesitas! ¡Qué eres mío!
―Soy totalmente tuyo, ¡tómame!― imploré fuera de mí.
No era una frase obligada por las circunstancias. Mi prima me había conquistado, subyugado. Era mi reina y yo su leal súbdito, y ahora lo sabía. Tomando posesión de su reino, separó sus piernas y cogiendo mi pene, se lo introdujo lentamente dentro de su cueva mientras yo sentía el roce de cada pliegue de sus labios como una dulce tortura.
-Follame ya- chillé pero Irene no cambió su ritmo hasta que se sintió completa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina. Entonces y solo entonces, me ofreció sus pechos como recompensa, diciendo:
-Chúpamelos.
Como si fuera su esclavo obedeciendo, mi lengua recorrió el borde de sus aureolas antes de apresar entre mis dientes el botón de sus pezones. Fue la señal que esperaron sus caderas para empezar a moverse mientras en plan goloso querían disfrutar del prisionero que encerrado entre sus piernas suspiraba por su libertad.
Subiendo y bajando su cuerpo sobre mi verga se dedicó a empalarse mientras se iba contagiando de mi excitación haciendo cada vez más profundas las embestidas. El sudor que recubría su piel me avisó del placer que en momentos iba a asolar su cuerpo y desobedeciendo sus órdenes, llevé mis manos en un intento de acelerar sus movimientos mientras ella me montaba ya totalmente desbocada.
-¡Me encanta!- la oí gritar.
Yo mismo estaba a punto de correrme pero esa era su noche y no debía fallarle, por eso me concentré en evitarlo. Como el hombre con el que pasaría el resto de su vida, quise que saborear y disfrutara en esos instantes del placer y el amor que tanto tiempo había tenido vedados y prohibidos por la locura irracional de su ex marido. Los dedos de mi prima se aferraron a mí cuando sin poder aguantar más explotó entre mis piernas y un río de lava ardiente envolvió mi sexo.
-¡Me corro!- aulló presa de felicidad mientras sentía que yo descargaba mi simiente en su interior haciendo que nuestros flujos se mezclaran mientras nuestros cuerpos se fundían en uno solo.
Convulsionando sobre mí, disfrutó de un largo y placentero orgasmo que le hizo olvidar tanto sufrimiento mientras buscaba que mi semen llenara su fértil vientre porque aunque sabía que me amaba hasta ese momento no se había percatado de cuanto me necesitaba. Relajada y sin moverse se abrazó a mi pecho pensando en que más que hacerla el amor, la había desvirgado porque jamás en su vida pensó que se podía disfrutar tanto sin saber que a mí me ocurría lo mismo y que todas mis pasadas amantes solo eran un preludio a ella.
Durante largo rato, se dejó mimar manteniendo la misma posición hasta que levantando la mirada y con una sonrisa de oreja a oreja, me confesó:
-Por primera vez me he sentido amada y por eso quiero darte una sorpresa. Mi culito nunca ha sido usado y quiero que sepas que disfrutaré como una perra cuando cumplas tu promesa y me trates como una puta.
Soltando una carcajada, al escuchar de sus labios tamaña sugerencia, contesté:
-Cariño, tú siempre serás MI PRIMA, MI AMANTE Y MI PUTA PERO ANTE TODO MI MUJER.

Relato erótico: “La delgada linea rosa. (3)” (POR BUENBATO)

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Espero que mis ocupaciones diarias me permitan seguir el ritmo de publicación diaria.

Agradezco todos los comentarios. Saludos.

 

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Ese día, como todos los lunes, miércoles y viernes, Carolina tenía entrenamientos de atletismo: la fuente de su espectacular cuerpo. Agotada, apenas y pudo realizar actividad alguna. Pertenecía a un grupo de deportistas semiprofesionales y ya había participado en varias competencias locales. Además de ir por su pasión deportiva su inspiración era su entrenador; Marco, un trigueño claro de treinta años de edad, con un rostro tan fino que le hacia parecer más joven a pesar de su robusto y deportivo cuerpo. Sin embargo la negrita tenía que conformarse con verlo puesto que, además de la clara diferencia de edades, este ya tenia un noviazgo de varios meses con otra de las deportistas del grupo. Una rubia espectacular de 25 años, llamada Clara, cuya especialidad era el lanzamiento de jabalina.

Marco se acercó a Carolina, que estaba sentada en el pasto con un evidente cansancio. La chica vestía con su acostumbrado short de licra, que además de su utilidad deportiva le resaltaba las dimensiones reales de su cuerpo de manera simplemente abrumadora. Su blusa, también pegada, remarcaba sus senos en crecimiento y su fina cintura.

– ¿Cansada?

– Si, entrenador, hice mucho ejercicio en la escuela – mintió.

– Bueno, entonces descansa – dijo, con una sonrisa que encantaba a la chiquilla – siempre te esfuerzas y no pasa nada si hoy descansas.

El hombre se retiró a los entrenamientos y la chica se quedó en el mismo sitió; inspirada y pensativa. Se preguntaba si algún día seria posible que alguien como ella tuviese oportunidad con él. Pero lo sucedido esa mañana le hacia dar vueltas a su cabeza en pensamientos distintos a los que hubiese tenido con su anterior inocencia. Por su mente, desfilaban ideas que le hacían ver que la oportunidad estaba muy cerca, en ella, en su cuerpo.

Al siguiente día, durante las clases, Jade hizo una seña a Carolina para que salieran. La profesora supuso que iban al baño y nadie les dio importancia cuando se retiraron juntas. Efectivamente, Jade se dirigió a los baños, pero no los que usualmente eran utilizados sino unos más lejanos que eran utilizados principalmente para eventos deportivos o sociales y que se hallaban atravesando la cancha de futbol. Carolina se extraño pero por su mente ya empezaban a dibujarse las razones de aquel comportamiento.

Entraron al baño juntas y, como era de esperarse, estaba completamente vacío. Una pared interna dividía en U el pasillo de los lavamanos y el espejo con el pasillo de los sanitarios. Jade cruzó, jalando de manos a su amiga, el pasillo de los lavamanos, giro hacia la derecha al pasillo de los sanitarios hasta llegar a la pared del fondo. Apenas llegó se recargó de espaldas sobre la pared y recibió en una bella sincronía los labios de la negrita. Era obvio que no necesitaban explicaciones, ambas habían pasado la noche en vela pensando en las ganas que tenían de volverse a tener una con otra. Era una especie de cariño distinto el que se tenían desde el día anterior y que se iba convirtiendo en una desesperación constante por amarse. Se besaron confiadas de que, si alguien llegaba a ir a esos baños, ellas se enterarían con tiempo antes de que llegara al pasillo de los sanitarios.

– Si alguien entra – interrumpió Jade – nos metemos cada una a un baño. ¿Si?

Carolina asintió con la cabeza y en un santiamén volvía a besar apasionadamente a su amiga. Se besaron un par de minutos hasta que sus cuerpos sufrieron una repentina elevación de temperatura. Sin comunicación de por medio más que la de sus propios instintos, una a otra se iban desvistiendo, primero la parte de arriba y después la de abajo. Se tocaban, acariciaban y besaban con fervor cada parte posible de su piel.

Cuando fue el turno de Jade, para desabrochar la falda de Carolina y retirarles sus bragas, se arrodilló y, como una especie de pago por el día anterior, comenzó a besar las entrepiernas de la negrita para, eventualmente, llegar a los labios del coño de su amiga que ya venia humedeciéndose desde hacia un rato. Jade comenzó besando suavemente aquella conchita, pero las manos de la negrita empujaron desde su nuca y se vio obligada a aumentar la intensidad de sus besos y lengüetazos. Carolina disfrutaba el sexo oral que tanto había ansiado por la noche. Jade se acostumbraba sobre la marcha a aquel sabor mientras realizaba los movimientos que creía convenientes.

Pero parecía funcionar, las piernas de Carolina perdieron fuerza y sus manos se sostuvieron de los hombros de su amiga mientras el primer orgasmo llegaba. No tuvo manera de darle aviso por lo que un chorro de líquido salió expulsado desde su entrepierna y manchó el rostro de Jade. Carolina se avergonzó por eso pero Jade la tranquilizó dirigiéndose a su rostro para unir sus labios. Ambas cayeron de rodillas sobre el piso del baño; se besaron todo lo que quisieron hasta que Carolina comprendió que era el turno de disfrutar para su amiga.

Suavemente empujó a Jade para que esta se pusiera en cuatro. Se colocó tras ella y con sus manos alzó el culo de su amiga, obligándola a que esta se apoyara sobre sus codos y antebrazos. Carolina, con el culo abierto de su amiga frente a su rostro, comenzó a lengüetear dulcemente la entrada de aquel coño. Poco a poco fue sumergiéndose más entre aquellas nalgas. Besaba los labios del coño de su amiga con el mismo fervor con el que lo había hecho el día anterior. Su lengua se clavaba dentro de aquella vagina y sus labios apretaban suavemente el clítoris que estaba a punto de reventar de placer.

Para Jade, la situación se tornaba en una combinación de deseo y dudas. Le extrañaba, desde luego, encontrarse en aquella situación tan distinta a lo acostumbrado. Le extrañaba aun más el comportamiento de su amiga y el nivel de atrevimiento al que ambas habían llegado. Pero lo deseaba, lo deseaba desde el mismo día de ayer, durante toda la noche y por fin, por fin se estaba realizando. A Carolina, desde luego, le sucedía algo similar. Ninguna se detendría.

La pasión de aquel momento era tal que a ninguna de las chicas le perturbaba todo aquello. De un momento a otro, Carolina comenzó a besar con verdadera pasión el coño, las nalgas e incluso la entrada del culo de su amiga que gemía lentamente, con una pasión que se desbordó en cada uno de los dos orgasmos que la negrita le había provocado hasta el momento. Había pasado casi media hora desde que habían salido del salón de clases y el sonido de la campana anunciando el recreo las interrumpió. Era muy probable que alguien entrara, así que se vistieron rápidamente antes de que sucediera cualquier cosa. Vestidas, se lavaron la cara y manos en los lavabos y sellaron el momento con un rápido y tierno beso en la boca.

– Yo salgo primero – dijo Jade – Tu metete a un baño y  sal dentro de unos cinco minutos. ¿Va?

– Sí – respondió la mulata.

En efecto, afuera se encontraban ya todos los alumnos. La situación parecía completamente normal. Jade se acercó a sus compañeras de clases ya actuó con naturalidad, sin que ninguna de sus amigas pudiera tener la menor de las sospechas del alocado sexo lésbico que acababa de protagonizar. Cinco minutos después salió la negrita con la misma naturalidad y la vida continuó su curso con normalidad.

Ese día ambas estuvieron pensando en la una a la otra. Se preguntaban si era amor lo que estaban comenzando a sentir, pero preferían no pensar en ello y darlo simplemente como una situación de la vida; algo que habría que disfrutarse más que explicarse.

Al día siguiente, miércoles, Carolina se extrañó de no encontrar a Jade, quien normalmente llegaba antes que ella, pues vivía más cerca. El día pareció caérsele encima cuando las clases iniciaron sin que su amiga llegara. No podía estar tranquila sin ella, la extrañaba y la necesitaba. La realidad de le cayó como un balde de agua fría cuando recibió un mensaje de texto a su celular: “Se accidentó mi tía de la capital; iremos con ella, no es nada grave pero yo te extraño mucho. Te quiero. Espero volver pronto”.

La depresión se apoderó de la negrita. Las clases le parecieron eternas y salió sin la misma emoción con la que había llegado a la escuela. Al llegar a su casa se encerró en su cuarto por diez minutos: lloró todo lo que pudo. Comió sin ganas, y con menos ganas aun y con una desesperación terrible se preparó para ir a los entrenamientos.

Los días pasaron y el viernes terminó su esperanza de ver a Jade esa semana. Tendría que esperar hasta el lunes. La tristeza y la desesperación eran profundas. Sus deseos de verla, de besarlas y de sentirla eran inmensos.

Ya era viernes. Le cansaba incluso la idea de ir a los entrenamientos; no estaba muy de buenas para tanto ejercicio durante tres horas. Tenia que tomar un autobús y después subir más de seis cuadras para llegar al complejo deportivo. Con pasos lentos, y sin el menor de los ánimos, subía las inclinadas calles. Llevaba puesta sus lycras blancas deportivas hasta la mitad de sus espinillas de largas. Su torso la cubría una pegada blusa deportiva, de lycra también, color  azul. Vestía de tal forma que su estético cuerpo se remarcaba; especialmente la redondez de su altivo culo que, vestido con la lycra blanca, dejaba ver sus calzones infantiles blancos que cubrían lo más que podían de aquel suculento manjar.

El sonido de un claxon la regresó a la realidad; volteó por que reconoció el automóvil del que provenía. Se trataba de Marcos, su entrenador de atletismo. No era la primera vez que coincidían y él le ayudaba a subir en su automóvil. Sin siquiera saludar, y visiblemente deprimida, la mulata subió al automóvil. Marco notó esto de inmediato y, suponiendo que algún problema de adolescentes aquejaba a la chica, avanzó hacia el complejo deportivo.

– Deténgase – dijo segundos después la chica, ante el asombro de Marco.

– ¿Por qué?

– De vuelta en esta calle – dijo sin mediar respuesta

El hombre obedeció, extrañado. Se orilló en aquella calle frente a un viejo almacén abandonado. La chica miró a su alrededor, sin decir palabra alguna.

– Podemos pasar a la tienda de la calle del deportivo si es que necesi…

La chica interrumpió de pronto. Se inclinó sobre el hombre y posó su mano izquierda sobre la entrepierna de su entrenador. Marco se alejó de inmediato y tomó las manos de la chica evitando aquello. Pero la negrita insistió. Su mano regresó a la entrepierna del entrenador y esta vez apretó la verga durante el suficiente tiempo como para notar como esta perdía su flacidez para endurecerse. Consternado, el hombre abrió la puerta del automóvil con la plena intención de irse de ahí.

– ¡Espere! – dijo por fin la chica – Espere. – repitió, mientras alejaba lentamente su mano.

– No debes hacer eso – resolvió a decir el hombre – ¿Por qué haces esas cosas?

– Me gusta – dijo la negrita, con la fingida inocencia de niña reprochada.

Bajo su aparente tranquilidad, los latidos del corazón de la chica estaban a reventar. La adrenalina corría en su torrente sanguíneo mientras se preguntaba a si misma si era prudente continuar con aquella locura. No obstante, inspirada por el atrevimiento inicial y las profundas ganas de su cuerpo por el sexo, la chica decidió continuar con aquello.

– Quisiera – dijo, con la voz entrecortada por los nervios que la comenzaban a invadir – Quisiera tener sexo con usted, entrenador.

– No – resolvió de inmediato el hombre, completamente anonadado.

– Solo hoy – dijo la negrita, apostándolo todo a una ultima mirada angelical y voz dulcificada.

– Tienes que entrenar – dijo el entrenador, dejando ver su debilidad que la chica adivinó de inmediato.

–  Ándele – insistió, segura ahora de que terminaría por ceder.

La conversación siguió por poco más de cinco minutos. El hombre recurrió a  todos los argumentos: las diferencias de edades, la ilegalidad, su carrera profesional, los padres, todo lo que podía. Pero la chica insistía y el entrenados, hombre al fin, iba entregándose a su libido. De un momento a otro, tras un silencio final que sepultó aquella discusión, el hombre arrancó el automóvil y avanzó en una dirección contraria al complejo deportivo. Ese día, para ellos, no habría entrenamiento.

Manejó por diez minutos hasta llegar a la entrada de un motel; se detuvo unos segundos.

– Necesito que te sientes atrás que esta polarizado – le dijo el hombre – Sal hasta que yo te avise.

Pero la chica no contestó, estaba perdida en sus pensamientos. Sentía un deseo compulsivo por salir corriendo de aquel lugar; se lamentaba demasiado tarde el haberse metido en aquella situación. ¿Pero que podía hacer? Aunque se fuera de ahí, sus intenciones, sus sucias y vergonzosas intenciones ya estaban descubiertas. A Marco no le importaba ya preguntarle si deseaba continuar; era ahora él el que no dejaría pasar aquella oportunidad. Tocó suavemente el hombro de la chica y esta, con un movimiento agresivo de adolescente contrariada, saltó a los asientos traseros. El hombre arrancó el automóvil; momentos después platicaba con uno de los encargados y pagaba. Al llegar a uno de los espacios del estacionamiento, bajó del automóvil y apretó el botón que cerraba la cochera. La sangre de Carolina estaba helada.

Relato erótico: ” La fábrica 20″ (POR MARTINA LEMMI)

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LA FÁBRICA 20

“Es… ¡ese sereno de mierda! – rugió Daniel con el rostro desencajado para, automáticamente, girarse hacia mí -.  ¡El degenerado que te miraba a la salida de la fábrica!  ¡Yo sabía que algo había!”

Yo no conseguía aún salir de mi sorpresa.  Se terminaba de confirmar que, en efecto, era Milo el sujeto a quien yo había visto escondido tras un árbol.  Y seguramente, además, habría estado espiando no durante uno sino durante varios días; mi cabeza le dio rápidamente vueltas al asunto y no fue difícil llegar a la conclusión de que, cuando llegamos, debió haber estado apostado en la puerta de casa y entrado presurosamente al escuchar mis gritos: después de todo, Daniel no había cerrado la puerta y era de pensar que sus padres tampoco lo habrían hecho.

Durante algún instante fugaz me miró; no supe interpretar la expresión en sus ojos había piedad por mí o algo más; y, a la vez, la suya era una mirada terriblemente infantil, llena de ingenuidad y sin maldad alguna.  Al igual que aquella tarde en la fábrica cuando un obrero intentó violarme, él acababa de acudir presto a auxiliarme al considerarme en dificultades.  Cuán paradójico resultaba, ahora más que nunca, pensar que ese mismo sujeto que dos veces me había socorrido en tan incómodos trances, era también el que me había violado sobre el mantel de la improvisada mesa en aquella fatídica noche de mi despedida.  Definitivamente, quedaba claro que, en su mente, él no creyó, esa vez estar haciendo nada malo.  Más aún: quizás hasta pensó que yo lo disfrutaba…

Daniel le arrojó un violento manotazo que impactó contra su rostro pero pareció no hacerle mella; en todo caso retrocedió un paso pero se mantuvo en actitud desafiante: la impresión era que no quería dejarme sola en medio de lo que a sus ojos, serían tres monstruos del averno.  No sin algo de culpa, entendí que ése era mi momento de escapar; saqué fuerzas de donde no las tenía para deslizarme fuera de la cama ya que me dolía absolutamente todo por la azotaina recibida.  Con sigilo pero a la vez con prisa, pasé junto al cuarteto en lucha en busca de la puerta, pero no llegué a alcanzarla: un violento tirón en mis cabellos me detuvo.

“¿Adónde vas, puta de mierda?”

Las ofensivas palabras, pronunciadas casi entre dientes, provenían, por supuesto, de la madre de Daniel, que era, desde luego, quien, tomándome por los cabellos, jalaba de mí hasta, finalmente, hacerme perder el equilibrio y caer de rodillas sobre el parquet.  Su esposo y su hijo, entretanto, estaban muy entretenidos en tratar de golpear y echar de allí a Milo, situación que la hizo a ella, en apariencia, sentirse libre de reiniciar el castigo sin interferencias.  No supe en qué momento había recuperado el cinturón de su marido, pero lo cierto fue que, de inmediato, los golpes recomenzaron cayendo sobre mis hombros.  En un acto reflejo intenté hacerme un ovillo para cubrirme pero ella se encargó de jalar de mis cabellos nuevamente, obligándome así a alzar mi cabeza.  Entreabriendo mis ojos, vi su rostro frente a mí y sentí que veía al diablo mismo: me remitió a la imagen de Evelyn durante la despedida pero la diferencia era que esta mujer no se divertía con lo que hacía sino que lo suyo era sólo brutalidad, violencia, odio visceral e irracional; todo su rostro se contraía en un rictus de furia y no necesitaba, por cierto, ningún disfraz de diabla para verse como tal.  Con desprecio, escupió contra mi rostro y reinició, de inmediato, los golpes, haciendo ahora caer el cinturón sobre mis desnudas tetas.  Mis alaridos de dolor, estoy segura, se escucharon en todo el barrio y también, por fortuna para mí, pusieron en alerta una vez más a Milo, quien, abriéndose paso por entre Daniel y su padre, empujó a ambos hasta hacerles caer y llegó junto a mí.  Volvió a capturar el cinto en uno de los tantos momentos en que la mujerona lo elevaba para dejarlo caer sin piedad sobre mí y, al momento en que ella se giraba hacia él con ojos inyectados en furia, Milo, con fuerza, la empujó hacia un costado haciéndola caer aparatosamente.

Con una fuerza que resultaba inusitada en alguien de aspecto tan enclenque y desgarbado, me alzó en vilo y me echó sobre su hombro, con lo cual mi cabellera quedó pendiendo por sobre su espalda y trasero.  Mientras los desesperados gritos de Daniel hendían el aire, Milo echó a correr llevándome como a un peso muerto y, con gran prisa y agilidad, dejó atrás el corredor y la sala de estar hasta llegar a la calle.  Mi cabeza se bamboleaba para todos lados y mi vista no podía fijar nada pero, aun así, alcancé a ver a algunos vecinos que, con ojos desorbitados, nos miraban desde las ventanas.

Pronto estuvimos lejos de allí; Milo atravesó un par de terrenos baldíos y hasta saltó un par de obstáculos conmigo encima.  Giramos tantas veces que se me hizo imposible determinar por dónde íbamos mientras, a lo lejos, creía escuchar las sirenas de la policía, de lo cual inferí que Daniel debía haberlos llamado; qué ironía: ¿para denunciar qué?  Las marcas sobre mi cuerpo y los gritos oídos por los vecinos mal podían ayudarle en caso de que él o sus padres pretendieran denunciar un rapto.  Finalmente Milo me depositó en el piso junto al cordón de la acera en una calle muy oscura.  Una vez que me dejó allí, me mantuvo la mirada durante unos instantes sin que yo supiera realmente qué hacer: quería decirle “gracias”, pero la conmoción y el dolor que sentía eran tan grandes que nada salió de mi garganta.   Las sirenas sonaban: podía oírlas.  Su rostro experimentó de repente una premura aún mayor: se giró y echó a correr; no tardó mucho en desaparecer, mientras yo, en mi interior, rogaba para que no lo encontrasen…

Permanecí un rato allí, desnuda y arrebujada; eran tantas y tan distintas las emociones vividas en tan poco tiempo que no lograba poner en orden mi cabeza.  Finalmente me incorporé y me decidí a caminar aunque sin saber bien hacia dónde: la noche, ahora, estaba algo fresca y experimenté un escalofrío en mi completa desnudez. 

No podía ir a la casa en que vivía antes porque ya había rescindido el contrato; tampoco podía ir a casa de mis padres y presentarme de ese modo; además, ellos habían estado en la fiesta y vaya a saber en qué estado de conmoción estarían ante las noticias que habrían oído correr de boca en boca.   Hasta sentí un súbito impulso por llamarles pero, claro, no tenía teléfono encima y, de hecho, me vino a la cabeza el recuerdo de mi celular estrellándose contra el piso del baño de damas y separándose en varias partes.  Caminé un par de calles igualmente oscuras y, por suerte, no me crucé con nadie; la luz de la luna iluminaba mis pechos e incluso hacía visibles las marcas de los golpes que jalonaban mi cuerpo casi como si fueran tatuajes.  Me detuve en una esquina; miré a todas partes tratando de ubicarme: ¡Dios!  ¿Adónde ir? 

En eso, sentí el sonido de un motor y me sobresalté.  Al levantar la vista, me vi iluminada por los faros de un auto que se acercaba y tuve el reflejo de intentar huir: no era para menos; me hallaba desnuda, desprotegida y aterrada.   Cuando ya me aprontaba a alejarme, alguien descendió del auto: poco más que un adolescente.

“¡Ah bueno! – gritó -.  Mirá con lo que nos encontramos”

Otro que tendría su misma edad bajó del lado del conductor y en ese momento me pregunté, con terror, cuántos habría dentro del auto al cual ahora podía reconocer como un viejo Chevy blanco.  El segundo en descender, pareció comportarse algo más gentilmente o, al menos, más alarmado ante la escena de encontrar una mujer desnuda en una calle oscura; se me acercó y yo tendí, mecánicamente, a recular aun cuando no parecía él mostrar intenciones agresivas.

“¿Qué… estás haciendo así?   ¿Te pasó algo?” – preguntó, con el rostro visiblemente turbado.

“Todavía no le pasó pero le va a pasar ahora” – carcajeó el anterior, quien, por cierto, no parecía saber de sutilezas ni vacilaba en esconder sus intenciones para conmigo.  Su amigo, por suerte, pareció obviar el comentario:

“¿Te pasó algo? – repitió, mientras me tendía una mano de manera amistosa que yo, sin embargo, me mostraba renuente a aceptar.

Estaba muda, de brazos cruzados para cubrir mis expuestos pechos; ni una palabra conseguía salir de mi boca.

“Es una puta… – dijo el primero, como haciendo gala de sobrar la situación -.  Está trabajando, ¿no te das cuenta?”

“No, pajero… Las putas trabajan con poca ropa, no desnudas… Y además… está golpeada, ¿no te das cuenta?”

Recién entonces el más guarrito de ambos pareció recalar en las marcas que cubrían mi cuerpo y su rostro, por primera vez, acusó recibo y se tiñó de turbación.  Nerviosamente, miró hacia todos lados como si buscara al supuesto autor de la agresión en mi contra.  Ya no lucía el aire de suficiencia que exhibiera segundos antes.

“¿Qué te hicieron?” – volvió a preguntarme el otro joven, quien, desde que descendiera del vehículo, había mostrado una actitud solidaria y servicial.

No llegué a decir nada… No supe de dónde salieron ni por dónde vinieron pero, justo en ese momento, tres oficiales de policía surgieron de la oscuridad misma como escupidos por la noche y dieron la voz de alto.  Uno de ellos era mujer y los otros dos hombres.  El joven que intentaba ayudarme se mostró aturdido; miró hacia todos lados sin entender demasiado e incluso clavó sus ojos durante unos instantes en mí, no sé si buscando alguna respuesta a lo que ocurría o bien implorándome que dijera algo en su defensa.  El otro, el más guarrito, parecía ahora otra persona: temblaba como una hoja y no quedaba ni por asomo vestigio alguno de la seguridad de machito que pretendía lucir minutos antes.

“¡Al piso!  ¡Al piso!” – no cesaban de repetir los policías al tiempo que, sin dejar de encañonarlos, empujaban a los muchachos hasta, prácticamente, hacerles caer de bruces.  Una vez que los tuvieron en el piso tal como querían, les hicieron poner las manos a la espalda y se dedicaron a esposarlos.  Qué extraña puede ser la mente: me vinieron a la cabeza mi despedida de soltera y las esposas que, en aquella oportunidad, me colocara Rocío.  Peor aún: tengo que admitir que, en ese momento, el recordarlo me excitó, lo cual venía a demostrar claramente que mi mente ya no era la misma y que todo en mí estaba totalmente trastocado.  Viendo a los jóvenes esposados en el piso y boca abajo, creo que hasta se me escapó una ligera, sádica e incomprensible sonrisa: como si una de las tantas Soledades que luchaban en mi interior pugnara por salir para enrostrarme que yo, en definitiva, era ahora un monstruo…

“¡No hicimos nada! – aullaba desesperado el joven que un rato antes tratara de auxiliarme -.  ¡Pregúntenle a ella!  ¡No hicimos nada, la puta madre!”

Los oficiales que los retenían contra el piso, por supuesto, hacían caso omiso de sus palabras; sólo le conminaban a silencio e inclusive llegué a  ver que le aplicaron un puntapié en las costillas.  El otro joven, en tanto, no decía ya palabra alguna sino que, simplemente, había roto en llanto: era un típico adolescente al cual, de pronto, le habían arrebatado su aparente seguridad; de haber dicho algo, muy posiblemente, hubiera llamado a su mamá.  Ambos esperaban, seguramente, que yo dijera algo en su favor pero, no me pregunten por qué, las palabras seguían sin salir de mi boca.  Los policías tampoco me preguntaron absolutamente nada excepto si estaba bien, a lo cual respondí apenas con un asentimiento de cabeza.  Parecían dar por sentado que esos jóvenes que tenían en el piso eran los responsables de mi “frustrado secuestro”e, incluso, así lo manifestó uno de ellos al dar aviso a sus colegas a través del “Handy”:

“Hola, ¿me copia?  Ya los tenemos.  Son dos: había un cómplice, posiblemente un entregador” – le escuché decir, con tono ufano.

  La oficial me cubrió con algo que no llegué a determinar qué era mientras los otros dos se encargaban de alzar del piso a ambos jóvenes para, esposados, conducirlos seguramente en dirección a algún patrullero cercano.  La escena estaba bastante clara: luego de lo ocurrido en la casa y de haber recibido alguna denuncia telefónica, la policía había salido a buscar un secuestrador y tal vez violador… Y lo habían encontrado; más aún: habían dado con dos.  ¿Por qué, en ese momento, no hablé?  ¿Por qué no les dije a los oficiales que ninguno de esos muchachos era el supuesto raptor a quien estaban buscando?  Creo que la respuesta era simple: consciente o inconscientemente, yo quería que dejaran de rastrear a Milo; cuanto más la policía creyera tener a los secuestradores en sus manos, más distancia podría él poner con el lugar de los hechos.  En todo caso, ya habría tiempo luego para aclarar la situación de los dos jóvenes detenidos; de momento, me mantendría callada.

Un ulular de sirenas cortó el aire en las cercanías e, inmediatamente, un par de patrulleros giraron a la esquina.  Vi cómo llevaron a los dos jóvenes esposados en dirección a los mismos y, un instante después, subían al más guarrito de ambos en uno de los vehículos; el muchachito no paraba de llorar.  Luego llevaron al restante hacia otro patrullero y no pudo sino producirme culpa el oír, a último momento, su grito desesperado:

“¡No hicimos nada!  ¡Dígaselo, por favor! ¡Dígaselo!”

Aunque culposa, me mantuve firme en mi silencio y sólo atiné a ver cómo uno de los efectivos policiales le aplicaba un ligero golpe en la nuca conminándole a ingresar al vehículo de una vez por todas.  Un instante después, el mismo se ponía en marcha y tuve una fugaz imagen de los desesperados rostros de los dos muchachos.

Ahora sí, y como no podía ser de otra manera, varios vecinos se habían arracimado alrededor para curiosear; por fortuna, nadie me reconoció o, al menos, eso creo: estábamos, según creía, a unas cuantas calles de la casa de Daniel y, por lo tanto, era lógico que así fuese.  La oficial de policía, tratándome casi maternalmente, me tomó por los hombros y me condujo hacia un tercer patrullero.  Instantes después, me hallaba en una comisaría…

No insistieron demasiado en interrogarme, al menos en un primer momento; parecían más bien a la espera de que yo me calmase y, luego, desembuchase por mi cuenta los detalles de lo ocurrido.  Me dieron un café asquerosamente aguado y un abrigo para cubrirme que era, en realidad, uno de esos impermeables que les dan a los efectivos policiales para los días de lluvia.  Poco a poco me fui relajando…y en ese momento llegó Daniel.

Lo miré.  Lucía asustado; se notaba que había sido víctima de un largo rato de ansiedad al no tener noticias mías.  Me pregunté en ese momento si se preocuparía realmente por mí o por lo que pudiese haber dicho.  De cualquier forma, no se mezclaron los tantos: no me abrazó ni me dio un beso; simplemente se mantuvo de pie frente a mí:

“¿Es… tás bien?” – preguntó, tartamudeando.

“Fuera de los golpes que tu madre me dio con ese cinturón… Hmm, sí, estoy bien” – respondí, irónicamente.

“Yo… lo siento – dijo, moviendo la cabeza hacia ambos lados -.  No…”

“No parecías sentirlo cuando entre vos y tu papi me tomaron por las muñecas y los tobillos” – repliqué.

“Es que… no te portaste bien, Sole – dijo él, ensayando una apología de su madre; su rostro se transfiguraba cuando el asunto consistía en defenderla o, lo que era lo mismo, cuando consideraba que alguien la estaba atacando -.  Vos… te lo ganaste de alguna forma”

“¿De alguna forma?”

“Sí.  No tengo que recordarte tu comportamiento en esa fiesta” – respondió con repentina sequedad.

Pensativa, asentí varias veces.

“Sí – concedí -; quizás tengas razón.  Quizás me lo tenía merecido.  Quizás tu madre hizo lo que correspondía; lo admito: no me porté bien.  Pero… en fin, ya está”

“¿Q… qué es lo que ya está?”

“Se terminó.  Ya está”

“¿De… qué estás hablando?” – preguntó, visiblemente confundido.

“Nuestro matrimonio, idiota.  Va a quedar en el libro Guiness como el de más corta duración en la historia”

Agitó la cabeza, estupefacto.

“¿Estás… hablando en serio?”

“No, pelotudo, estoy hablando en joda.  ¡Más vale que hablo en serio!”

Permaneció mirándome durante algún rato en silencio; todo su rostro era incomprensión.

“Sole… – balbuceó -; yo… vine aquí para buscarte.  Vamos a casa, por favor”

Definitivamente, él no podía creer lo que oía de mí y yo tampoco lo que oía de él.

“Perdón, Daniel, pero ahora la pregunta te la hago yo: ¿me estás hablando en serio?”

“Por supuesto que sí”

Lancé una carcajada y escondí el rostro entre mis manos.

“Daniel – dije -: rebobinemos un poquito: vos me fuiste infiel, yo también lo fui con vos; mucho más, por cierto, y lo admito…”

“Lo… hiciste sólo por bronca, Sole.  Te enteraste de lo mío con Flori y…”

“¡No, boludo!  ¡Lo fui antes de que ocurriera eso!  ¡Y varias veces!  ¿Cuándo te vas a enterar?”

Daniel se sintió fuertemente sacudido; hasta trastabilló: la incomprensión seguía haciendo presa de su rostro y su incredulidad no encontraba techo.

“No… – dijo, quedamente -; me estás diciendo eso sólo para que me vaya y…”

“Me cogió un cliente llamado Inchausti.  No sólo me cogió; hizo conmigo lo que quiso…”

“Sole, por favor, basta con eso.  Vamos a casa…”

“Me cogió un stripper en la noche de la despedida.  Por la concha y por el culo…”

“Sole… ¡Basta!”

El tono y contenido de la charla, como no podía ser de otra manera, habían captado la atención en la comisaría.  Desde uno de los escritorios, un efectivo paró, claramente, la oreja y miró de soslayo hacia nosotros.  Algo más lejos, una mujer policía que buscaba yerba, hizo exactamente lo mismo.

“También Luciano, el hijo de Di Leo, me la dio por el culo – continué yo, sin la más mínima piedad -.  Y no sabés lo bien que me lo hizo…”

“¡Sole!”

“En cuanto a Hugo y Luis, sí, me cogieron por primera vez anoche, en el baño de damas del salón de fiestas, pero, bueno, je… ya antes yo les tuve que chupar la pija, lamer el culo…”

Daniel me cruzó el rostro con una bofetada; un momento de tensión se creó en la dependencia policial y fue inevitable que los oficiales que estaban cerca asumieran una postura alerta con gesto de preocupación.  Yo, sin embargo, les hice seña de que no había problema, de que estaba todo bien… Daniel sollozaba: no sé bien si por la culpa por haberme golpeado o por cobrar súbita conciencia de que cada una de las cosas que yo le había mencionado eran ni más ni menos que pura realidad.  Traté de calmarme un poco y bajar el tono para seguir hablando:

“¿Y a vos?  ¿Qué te dio por cogerte a Floriana?”

“Sole… – balbuceó mientras lloraba como un chiquillo -; vos… no me estabas dando ni pelota, ¿necesito recordártelo?  Yo te iba a visitar y… nunca nada: ya no querías tener sexo conmigo.  ¿Qué podía hacer?…”

Asentí con tristeza.  Tenía sentido.  Y tenía razón.

“¿Y por qué, simplemente, no me dejaste?” – pregunté, encogiéndome de hombros.

“¿Por qué no lo hiciste vos?” – me repreguntó.

Un profundo silencio se apoderó del lugar al haberse cruzado dos preguntas que no tenían respuesta.  No volaba una mosca porque, de hecho, los oficiales de policía que rondaban por ahí estaban en silencio, a la espera, seguramente, de volver a pescar detalles jugosos en la conversación.

Al no tener respuesta ni mi pregunta ni la de Daniel, fue casi natural que la charla acabase desviándose hacia otro lado:

“Mañana seguramente tendremos que ir a la ronda de presos para reconocer al sereno.  Había también, un socio, por lo que dicen…”

Solté una risita.

“No vas a reconocer una mierda – le espeté -; no tienen al sereno”

Daniel frunció el entrecejo y arrugó su rostro por completo:

“¿Qué… estás diciendo?  Supe que lo atraparon… y que había otro más”

“No sabés un carajo – le repliqué -.  Lo que, en todo caso, te habrán dicho es que atraparon a alguien.  ¿Era el sereno?  ¿Vos lo viste?”

Daniel me miraba perplejo, sin comprender.

“Eran sólo dos nenes que pararon para ayudarme – le expliqué -; bueno, uno al menos: el otro parecía tener sólo interés en cogerme, aunque después se quebró…”

“Sole… ¿qué estás diciendo?  El que entró en casa era el sereno de la fábrica.  ¡Lo conozco bien!  Le vi la cara mil veces cuando te miraba con esos ojos de hambre a la salida de la fábrica”

“El que entró en la casa era el sereno – le concedí -; estamos de acuerdo, pero no es ninguno de los que atraparon”

Daniel se vio invadido por una súbita prisa; echó un vistazo en derredor, seguramente con el objeto de encontrar a alguien responsable a quien poner al tanto de las nuevas.

“¿Qué vas a hacer?” – le pregunté.

“¡Ponerlos en aviso de esto, desde ya! – exclamó -.  Sole… ¿cómo no fuiste capaz de decir nada?  Quién sabe ahora por dónde pueda estar ese degenerado…”

“¿Lo vas a denunciar?”

Me miró, perplejo.

“Sole: ni siquiera hace falta una denuncia contra él.  Ese tipo entró en un domicilio ajeno y te raptó; ahora está prófugo.  ¿Es que hace falta algo más?  Sinceramente no te entiendo…

“¿Me secuestró o me rescató?” – objeté, con un marcado deje de sarcasmo.

Daniel acusó recibo del golpe.  Su rostro se turbó, tragó saliva y se mordió el labio inferior.

“Daniel; a mí me parece que lo mejor va a ser retirar los cargos…” – dije.

“¿Estás loca? – aulló -.  ¡Hubo un secuestro!”

“Está bien, te lo concedo como secuestro si insistís, pero no pienso reconocer al posible secuestrador… Y sería mejor que vos hicieras lo mismo, en caso de que lo atrapen, desde luego.  Hasta ahora sólo tienen a dos pobres perejiles”

“Pero…”

“¿Querés declarar acerca de esto?” – pregunté abriendo el impermeable y mostrando mi cuerpo desnudo y cubierto de marcas.

El rostro de Daniel se tiñó de espanto, no tanto por la imagen de mi cuerpo lacerado sino por el contexto de la escena.  Desesperado, miró hacia todos lados y comprobó que, en efecto y como no podía ser de otra manera, varios policías clavaban sus ojos en mí aun cuando trataran, muy mal, de disimularlo..

“Sole… – dijo Daniel por lo bajo y entre dientes -.  ¡Cubrite, por favor!  Te lo pido”

“Como quieras – dije, cerrando el impermeable nuevamente -, pero no creo que ni a vos ni a tus padres les convenga seguir con este asunto del secuestro. Va a haber que hablar de muchas cosas y dar muchas explicaciones: estas marcas, por ejemplo… o los gritos que escucharon prácticamente todos los vecinos”

“Yo no te golpeé – protestó Daniel, siempre en voz baja -; bueno, en todo caso… sólo un par de bofetadas pero…”

“Fue tu madre, es cierto, pero vos y tu papi fueron claramente cómplices.  Daniel, sé sensato.  Si esto termina en tribunales, Milo va a estar en problemas, pero creeme que ustedes también: y hasta creo que más porque, como te dije, no pienso reconocerlo a él como secuestrador”

Crispando los puños con impotencia, hervía de rabia e incomprensión; no hacía más que sacudir su cabeza.

“Sole… – balbuceó -; no… te reconozco: no sos vos”

“Yo tampoco me reconozco – convine – pero, volviendo al tema, te diría que no te conviene seguir ninguna causa.  Va a significar un dolor de cabeza para vos y tus papis”

Definitivamente, algo había aprendido en el tiempo que llevaba trabajando en la fábrica; al menos ya tenía claro cómo manejar los baches y vericuetos legales ya que de tales armas se habían valido allí, no una sino dos veces, para disuadirme de llevar las cosas a la justicia.  No dejaba de ser paradójico, de todas formas, que yo estuviera utilizando esas mismas armas para proteger a alguien que, en definitiva, me había violado.  Qué loco y cambiante puede ser todo…

Daniel pareció estar a punto de ensayar una nueva protesta pero no llegó a hacerlo; un oficial se asomó por detrás de él y me habló:

“Señorita, hay un tal Luis que quiere verla; dice que trabaja en el mismo lugar que usted.  ¿Desea hablar con él?”

Daniel me miró con odio; parecía a punto de estallar.  Era lógico cuando ya sabía que Luis me había cogido en el baño de damas durante la fiesta.

“Sí, está bien… – respondí -.  Es… mi jefe”

Era una verdad a medias desde ya, pero suficiente para herir a Daniel pues aún estaba muy fresco lo ocurrido y aun cuando no lo estuviese, difícil era pensar que tal herida se le fuera a borrar de por vida.  Sin decir palabra, me dirigió una penetrante mirada de recriminación y se marchó.  Un instante después Luis se hacía presente en el lugar; me pregunté en ese momento si se habrían cruzado y, de ser así, cómo se habrían mirado a los ojos.  Luis se sentó frente a mí y, curiosamente, lo primero que hizo no fue preguntar por mi salud sino extender hacía mí su mano derecha, en la que pude reconocer mi teléfono celular.

“Junté las partes desparramadas por el piso del baño y lo rearmé – explicó -; sigue funcionando, se lo puedo asegurar.  Y… tranquila: no miré el buzón de mensajes ”

Guiñó un ojo tras su comentario.  Tomé el celular y agradecí con la cabeza.  Recién entonces me preguntó cómo estaba pero no pasó de eso: no preguntó nada acerca de lo ocurrido; era como que ya estaba al tanto de todo.  Me quedé mirando mi teléfono.

“No sé a quién llamar – dije, con tristeza -.  ¿A Floriana tal vez?  ¿Cómo irá a tomar que yo la llame?”

Luis hizo gesto de no entender demasiado y era lógico: no tenía por qué estar al tanto de lo ocurrido entre Flori y Daniel.  Aun así, ofreció su hospitalidad:

“Puede venir a casa por esta noche si usted quiere, Soledad, o… por los días que necesite.  Está Tatiana”

Los ojos se me encendieron apenas nombró a su blonda novia, cosa que él, obviamente, esperaba que ocurriese apenas la mencionara, pero… ¿ir a su casa?  Y, por otra parte: ¿me quedaba otra alternativa?  Con Daniel no podía volver y llamar a Flori era un delirio.

“Está bien – dije, con una ligera sonrisa -; se lo… agradezco muchísimo”

Luis se fue y al rato regresó trayéndome ropa que, por supuesto, era de Tatiana, lo cual hizo que ponérmela fuera casi una experiencia sensorial: ella impregnaba de sensualidad todo lo que tocaba o usaba.  Me vestí como pude, pues no había parte del cuerpo que no me doliera cuando intentaba ponerme una prenda.  Era casi una locura no hacer la denuncia por semejante agresión pero yo sabía que ése era el as de espadas que tenía a mi favor y que debía, de momento, mantener guardado para el caso de que Daniel o sus padres intentaran continuar adelante con la causa del secuestro. 

Una vez que estuve lista, intenté marcharme, pero en la comisaría insistieron en que no me fuera sin antes ello haberme tomado una declaración.  Aduje que estaba cansada y con mi cabeza en desorden, pero insistieron en que necesitaban esa declaración ya que tenían dos personas detenidas cuyo arresto un juez debía justificar de alguna manera.  Por lo pronto, los dos jóvenes estaban desarmados y ello implicaba que el delito era excarcelable: un buen abogado podría tenerlos al otro día en libertad al menos hasta llegado el día del juicio.  Aun así, me mantuve firme en mi postura de no declarar por el momento; lo aceptaron pero me obligaron a hablar antes con una psicóloga o algo por el estilo.  Ella me hizo algunas preguntas de rigor y terminó firmando un informe en el cual decía que yo me hallaba bajo estado de shock emocional e imposibilitada de declarar ese día: parecía querer sacarse un trámite de encima pero, aun así, me preguntó acerca de las marcas en mi cuerpo de las que seguramente le habrían puesto al tanto los efectivos policiales que las habían visto.  No le dije nada y volví a insistir en que no me sentía bien, cosa que ella aceptó pero no se privó de darme un discurso acerca de la cantidad de mujeres que, por miedo, no denuncian a sus secuestradores… o a sus maridos golpeadores.  Insistió también en que viera a un médico antes de irme pero, una vez más, me rehusé. Lo que buscaban, claro, era tener aval legal.  Me citaron para el lunes en la mañana, no sin antes enfatizarme, como un medio de presión, que para ese entonces los detenidos bien podían estar libres.

Ya con el sol bastante alto en el cielo, Luis me acompañó a su auto. Y así fue cómo terminé conociendo su casa; era cómoda y bastante amplia pero  la había imaginado mucho más lujosa, no sé por qué: seguramente porque ése es el estereotipo que uno tiene siempre de su jefe… o de su casi jefe, como era el caso de Luis.  Tatiana estaba allí y eso fue para mí no sólo una gran alegría sino también un alivio, ya que me atendió con paciencia de madre: preocupada al verme tan dolorida, me desnudó y su rostro se tiñó de espanto al ver las marcas.  Luis preguntó algo al respecto pero le contesté con evasivas como que no recordaba nada por el alcohol.

“¿Fue Milo quien entró en la casa y la cargó al hombro? – preguntó luego, de sopetón.

Lo miré, haciéndome la tonta.  Evidentemente, los rumores habían corrido y ya había llegado a sus oídos que el ex sereno de la fábrica había sido reconocido por Daniel como el “agresor”.  Me inquietó la posibilidad de que mi marido estuviera faltando al compromiso de no hablar, pero la realidad era que él no se había comprometido de palabra a nada.  En ese caso, no me quedaría más remedio que ir a la justicia a mostrar mis marcas y a denunciar el perverso ritual de flagelación que sus padres y él habían llevado a cabo en mi contra.

“No… – respondí, negando con la cabeza -, no recuerdo casi nada a decir verdad pero… no: estoy segura de no haberlo visto en ningún momento; lo recordaría.  ¿Por qué pregunta eso,  Luis?”

Se encogió de hombros y sacudió la cabeza con desdén.

“Por nada.  Fue sólo algo oído por allí al pasar”

No insistió en el asunto de Milo y me quedé pensando acerca de eso: cabía la posibilidad de que Daniel hubiera boqueado antes de tener su charla conmigo o, incluso, que no hubiera sido él sino sus padres ya que, si bien no conocían a Milo, sí habían escuchado a su hijo decir que era “ese sereno degenerado”.

“¿Y esas marcas de dónde salieron?” – preguntó Luis, señalando hacia mi desnudo cuerpo, lo cual me hizo ruborizar y atiné, algo absurdamente, a cubrirme instintivamente con las manos.

Yo no sabía qué decir.  No tenía forma de inventar excusas y mi imaginación era bien poca en ese momento.

“No… lo recuerdo – dije -.  No sé qué pasó: estaba muy borracha y…”

“Soledad – me interrumpió Luis, asumiendo un tono algo paternal -, no tenga miedo ni busque cubrir a nadie porque el que le hizo eso tiene que pagarlo.  ¿Fue la misma persona que la secuestró?  ¿O es una de las perversiones ocultas de su flamante esposo? En cualquiera de los dos casos no deje de decírmelo: tenga por seguro que tengo contactos y conozco gente que puede encargarse del responsable de eso en cuestión de horas.  Y no le quepa duda de que son tipos que saben hacer su trabajo: jamás encontrarán el cuerpo”

La sola idea me produjo un escozor que me recorrió de la cabeza a los pies.  Aún más nerviosa que antes, volví a negar con la cabeza:

“S… señor Luis, se lo ruego… No quiero hablar ahora de eso” – musité.

“Como quiera – aceptó él -: sólo piénselo y hágamelo saber si cambiara de opinión”

Tatiana me tomó por los hombros y me besó en el cuello, lo cual provocó en mí un nuevo escozor pero totalmente diferente al que había experimentado un instante antes.  La imponente rubia se alejó por un momento y, cuando regresó, lo hizo con un pomo de alguna crema que, instantes después, se dedicó a masajear sobre cada marca en mi cuerpo.  Demás está decir que lo hizo con esa lasciva suavidad a que me tenía acostumbrada y fue, desde ya, un éxtasis aparte el entregarme a sus manos.  Luis se echó en un sillón y colocó sus pies sobre una mesa ratona; asumió, como no podía ser de otro modo, la postura del espectador que no estaba dispuesto a perderse el más mínimo detalle de un espectáculo que era, a todas luces, placentero a sus sentidos.

“Señor Luis – dije, al cabo de un momento con cierto pesar en mi voz -.  No… vamos a poder hacer lo que habíamos hablado”

Alzó las cejas y me miró con gesto interrogativo.

“Lo del puesto… en la fábrica – amplié -.  Ya estoy al tanto de que la chica que se va es Flori”

“Sí, una lástima – se lamentó -; una chica muy capaz y muy responsable: se va a extrañar.  No sé bien qué le pasó: no me dio demasiadas explicaciones; simplemente me presentó la renuncia”

Bajé la vista y me aclaré la voz.  Pensé en explicarle a Luis lo ocurrido entre ella y Daniel pero descarté la idea de inmediato; no tenía demasiado sentido y, en definitiva, escapaba a la cuestión principal.

“El tema es que yo… – dije – no puedo reemplazar a Flori; me… sentiría muy mal.  A cualquier otra sí, pero no a ella”

“Lo entiendo – convino Luis -; es su amiga y debe generarle culpa, pero… para aliviarle un poco de esa carga, le recuerdo que ella renunció: nadie la despidió”

“Lo sé, pero… de todas formas no puedo”

Evité dar más explicaciones pero yo bien sabía que la renuncia de Flori era más que sólo eso.  Luis se me quedó mirando; se dio cuenta de que ese día yo estaba más parca que nunca.

“Está bien – aceptó, con gesto resignado -: es una pena porque contaba con eso, pero… en fin: se va a respetar su decisión, Soledad”

Mientras Tatiana seguía haciendo su delicado trabajo sobre mi cuerpo, miré mi celular. Tenía en el buzón montones de mensajes de texto de mis padres, así que los llamé para tranquilizarlos: a mi madre se la escuchaba alterada, nerviosa, pues ya estaba al tanto de lo ocurrido en casa de Daniel.  Preguntaba en dónde me hallaba y quería verme por todo y por todo; la calmé como mejor pude y le insistí en que no había ocurrido nada grave, que todo era producto de la imaginación y la exageración.  No sé si la convencí del todo, pero lo cierto era que yo no podía dejar que me viera en ese estado. 

También me llamó Daniel; no sé por qué suponía que yo tendría el celular encima ya que la última vez me había visto sin ropa y sólo con un impermeable, pero lo cierto fue que me llamó… y no contesté.  No era difícil saber qué le ocurría ni por qué me llamaba; los hombres no son menos ciclotímicos que nosotras las mujeres sino que, en todo caso, se trata de una ciclotimia distinta que pasa del “te amo” al “te odio” y luego al “te amo” nuevamente con sorprendente rapidez.  Seguramente ahora se arrepentía de haberse marchado de la comisaría al llegar Luis: Daniel me seguía queriendo; ésa era la realidad aun a pesar de que yo, en mi locura, había casi hecho todo lo posible para que dejara de hacerlo.  Sin embargo: él todavía me amaba o, al menos, lo hacía de a ratos.  De todas formas, tuve que dejar de prestar atención a mi celular cuando noté que la lengua de Tatiana, tersa, húmeda y sensual, se estaba ahora deslizando por encima de mis marcas.  En efecto, al desviar la vista del teléfono pude comprobar que la despampanante rubia estaba ahora de rodillas junto a mí y no paraba de recorrerme con su roja lengua: era casi como si estuviera aplicando una segunda terapia o tratamiento por encima de la crema ya aplicada.  La respiración se me volvió jadeante y, para mi sorpresa, me sentí excitada como si en las horas anteriores no hubiera pasado absolutamente nada.  Cuando Tatiana me recorría, todo lo demás tendía a desaparecer: éramos ella y yo; era ella llevándome a su mundo, un mundo en el cual sólo imperaban los sentidos en su más pura esencia.  No puedo describir la sensación de ser transportada a otro mundo que experimenté cuando su lengua se deslizó por sobre las marcas que tenía en las nalgas o cuando lo hizo sobre mis tetas.  Por el rabillo del ojo, de todas formas, llegué a ver al depravado de Luis que, por supuesto, se estaba tocando…

Me dieron una cama en lo que parecía una habitación para huéspedes y, para mi alegría, Tatiana se quedó a dormir conmigo, según dijo, para cuidarme.  Y así fue: dormimos una junto a la otra y, desde ya, no hubo sexo esa noche pues mi estado no estaba para eso, pero, aun así, me abrazó con delicadeza y me aplastó con suavidad contra su cuerpo, pecho contra pecho mientras sus piernas se enroscaban en torno a las mías en lo que terminaba por ser una sensual caricia para mi piel.  El contacto, desde luego, me volvió a provocar excitación y, por alguna razón, yo veía a Tatiana como una especie de oasis en el cual, de alguna forma, me desligaba de los males vividos.  Ella me besó infinidad de veces y nuestros labios se confundieron una y otra vez hasta que, finalmente, nos entregamos al sueño o, al menos, hasta que yo lo hice, pues el ajetreo y las circunstancias de la noche anterior me habían dejado completamente extenuada.

                                                                                                                                                                      CONTINUARÁ

Relato erótico: “Naturaleza helada” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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NATURALEZA HELADA

Los árboles del cercano parque mecían al creciente viento sus desnudas ramas. El cielo se teñía de gris en un ritmo cauteloso pero firme. El estanque quedó vacío de patos y las palomas se refugiaban en las cornisas de los bellos decimonónicos edificios que rodeaban al parque. Un pequeño columpio se movía de forma aleatoria sin niño que lo disfrutase, ni madre que le empujara.

Rómulo paseaba despacio, sin importarle que la lluvia le cogiese por la calle sin paraguas. Las manos guarnecidas dentro de los bolsillos de la cazadora, de la que salía un abrigado gorro de lana color naranja que igualmente le cubría la cabeza. Las calles estaban desiertas en aquella sobremesa de sábado festivo, el fin de semana prometía soledad y tristeza.  Una inofensiva desesperación silenciosa se iba apoderando de él, igual que la oscuridad se apoderaba de la sonrisa de las gárgolas de la catedral bajo la cual se desplazaba sin rumbo fijo.

Laura le dejó hacía tres meses tras cuatro años de relación. Aun no lo había superado aunque entendía que era lo mejor; pues tal autodestructiva relación estuvo a punto de anularle como persona. Desde entonces había tenido solo unos pocos escarceos amorosos decepcionantes. Laura fue como una droga de la que ya se sabía casi rehabilitado. La había intentado buscar en la cama de algunas mujeres, encontrando solo su sombra en una inquietante desesperación.

Llegó a creer que sería incapaz de amar el sexo de ninguna otra mujer en lo que le quedara de vida.

El paseo le llevó al barrio judío. No recordaba ya lo mucho que le gustaba perderse entre aquellas callejuelas de piedra con olor a humedad. La autenticidad de su ciudad natal siempre había estado allí, enfrentándose con los rascacielos impersonales de la gran ciudad, donde ejercía una carrera brillante de abogado, a pesar de sus escasos treinta y un años de edad.

Se alegraba de estar pasando unos días en su ciudad, en su casa. Pero, triste de él, el motivo fue el entierro de su padre dos días atrás. Pensaba descansar unos días junto a su madre; la única persona que ya le quedaba en la vida.

Se sumergió en sus pensamientos a la vez que lo hacía en las entrañas laberínticas del barrio. Recordaba que cuando era pequeño lo que más miedo le daba era pensar  que su padre muriera. Aquel pensamiento le aterrorizó durante mucho tiempo. Ahora no sentía dolor, no sentía nada. No más tristeza de la que sentía cada día al levantarse desde hacía años, motivo por el cual le abandonó Laura.

Solo se le daba bien ser abogado.

El estruendo lejano de un trueno le sacó de sus pensamientos. Miró al cielo, la oscuridad de aquel apocalíptico día traería aun antes la noche de aquel frío y desolador otoño. Frunció el ceño, le pareció ver una gárgola de la catedral volando entre las nubes; cuerpo de ave y mamífero, cara de diablo. Un extraño y agradable escalofrío le recorrió la espalda. Miró alrededor. El barrio judío estaba desierto, como si a las personas se las hubiera tragado la tierra. Resolvió que sería mejor estar en casa antes de que la tormenta estuviera sobre la ciudad.

Salió del barrio y recorrió algunas calles y avenidas mínimamente transitadas. Le agradó saber que no había acabado el mundo, que todavía había seres de su especie a su alrededor.

Empezaba a chispear justo cuando llegó a la puerta de la casa.

Su madre vivía en un barrio de gente adinerada. Los fructíferos negocios del padre permitieron una vida de lujos tanto a su madre como a él. Su madre nunca trabajó, siempre cuidó de su hogar y de su aspecto para estar siempre guapa y atractiva en las muchas comidas y viajes de negocios a los que acompañaba a su marido.

A sus cincuenta y cuatro años, Eva aun conservaba el voluptuoso atractivo que tuvo de joven. Sus caderas anchas y sus muslos algo regordetes y tersos. Su trasero mínimamente amplio, con mas sensualidad que gordura. Generosos pechos naturales con amplios pezones color rosa. Melena rubia de bote que cae a media espalda. Ojos de gata azules, ya arrugados por el tiempo, dando un aire melancólico a su bello rostro.

Algo más baja que Rómulo y algo rellena. Con un conjunto atractivo y morboso. Voluptuosidad y curvas generosas y tersas aun, al servicio de las miradas lascivas de hombres de todas las edades y condiciones. Diosa de las mejores pajas que Rómulo se hizo siendo adolescente, justo cuando dejó de sentir miedo por la muerte de su padre. Edipo pornográfico tardío.

Siempre tuvo claro que era una oscura e inconfesable fantasía. Para un chico que empezaba a tocarse le era fácil excitarse con una mujer de bello rostro, curvas de infarto y pechos generosos.

Rómulo dejó de pensar en su madre de esa forma hacía ya años pero cada vez que la veía algo se despertaba en su apetito, como pasó justo al entrar por la puerta de su lujosa casa de tres plantas.

Nada más entrar se llegaba a un amplio salón, de grandes ventanales con vistas al pequeño y coqueto jardín. Un cuarto de estar, pequeño baño y lujosa cocina completaban dicha planta. Escaleras arriba había tres habitaciones y un enorme baño. El pasillo distribuidor dejaba en cada extremo la habitación de Rómulo y la de sus padres, reconvertida en la amplia y fría habitación maternal. Por medio el baño y un cuarto con dos camas destinado a invitados. La tercera planta tenía una amplia terraza y una mediana habitación que hacía las veces de despacho y sala de juegos

Eva estaba sentada en uno de los dos amplios sofás, leyendo un libro y con cara de haber estado llorando de nuevo. A Rómulo le mataba oír a su madre llorar. Vestía de modo cómodo y casero, sin rastro de luto por su falta de creencia religiosa.  Leotardos rosas y pequeña sudadera blanca con ribetes rosas, ajustada y con cremallera. Estaba puesta la calefacción.

– Parece que va a llover mamá. ¿te molesta si pongo un poco la televisión?.

– No cariño. Podré leer.

Se sentó de forma que no se notara la fulminante y extraña erección que acababa de sufrir. Los leotardos ajustados le marcaba mucho la anchura de sus caderas y se ceñía a la perfección a las piernas, los pechos se marcaban más de lo deseable por un hijo, bajo la sudadera ajustada; la cremallera caía entre ambos a modo de cubana.

Se sintió abochornado solo por el simple hecho de que su madre hubiera reparado en la erección. Laura le había cambiado la perspectiva del sexo. Con ella fue excelso y apasionado; después de ella no había nada. Necesitaba su piel, su cuerpo. Imaginarla con otros hombres y mujeres era lo que más le excitaba cuando estaban juntos.  Ahora, imaginarla con otros hombres le destrozaba el sueño.

Estaba ahí para apoyar a su madre. Emplearía los días de permiso en hacerle compañía. Además pensaba plantearle vender la casa para comprarse un apartamento de lujo más céntrico; algo con dimensiones más abarcables por una mujer viuda de su nivel social.

Sintonizó un canal de series donde echaban una sitcom agradable y fresca. No elevó demasiado el volumen para molestar a su madre lo menos posible.

Más allá de la tele podía ver el jardín, con los setos meciéndose al viento. El día seguía oscureciéndose impropiamente. Rómulo focalizó su atención en el exterior. Una fina y constante lluvia mojaba la amplia cristalera cuando una ráfaga de viento la empujaba contra la casa. No recordaba la última vez que vio nubes tan negras como las que estaban llegando ya a la ciudad.

Un inmenso relámpago les sobresaltó. Apenas tuvieron tiempo de percatarse de qué era aquello cuando un estruendo cayó desde el cielo sobre sus cabezas. Acto seguido las luz de la casa desapareció junto con la calefacción y la sitcom.

– Cielo, en el armario de la entrada hay una caja con velas y linternas. ¿Vas?.

Esparció velas por el salón, los baños, las escaleras y las dos habitaciones habitadas. Después le dio una linterna a su madre y se quedó con otra. Miró a fuera; ya era casi noche cerrada y la lluvia era más fuerte y violenta. La tormenta se había establecido sobre la casa, inundando de luz azulada la ciudad con asidua insistencia.

Rómulo se sentía triste. Recordó a Laura y a su padre. No quería trasmitirle tristeza a su madre así que se disculpó y se fue a su habitación a pasar el rato.

Se conformó con una vela, que dejó sobre su antigua mesa de estudio. La habitación estaba como había estado siempre, sus cosas permanecían intactas a pesar de que ya no vivía allí desde hacía más de diez años, cuando se fue a estudiar derecho a la mejor universidad privada del país. Se sentó en la silla frente a la mesa y miró melancólico la luz de la llama. Recordó cuando su padre entraba para preguntarle si tenía dudas con el estudio; a veces le decía que sí solo para que pasaran un rato juntos; pues siempre estaba ausente por su trabajo. Recordó el día que cogió unas bragas sucias de su madre y las lamio a la altura del coño mientras se masturbaba. Recordó como deseo la muerte de su padre durante una décima de segundo justo al correrse sobre ellas.

Se echó hacia atrás. Sintió el mismo pánico que aquel día cuando le pasó aquello. Se obligó a pensar en otra cosa. Se tumbó en la cama, pegándose lo máximo posible a la luz, y empezó a leer uno de sus libros preferidos.

Eva entró en la habitación, sigilosa. Cuando Rómulo la miró ella le hizo un gesto tranquilizador, posando un dedo sobre su boca. Se despojó de los leotardos y la sudadera hasta quedar completamente desnuda. Su cuerpo brillaba trémulo, tintineante y cálido por la luz amarillenta. Ella se acercó y él acaricio sus pechos, suaves y firmes. Ella reparó en su paquete hinchado. Rómulo fue a decir algo pero su madre le cayó a susurros.

– cariño, no hables o despertarás a papá.

– pe, pe, pero….

– calla mi vida, deja hacer a mamá. Tú solo disfruta.

Sacó su enorme pene circuncidado de la bragueta y lo masturbó un poco antes de agacharse. Deslizó su lengua de abajo arriba, lamiendo el capullo muy lentamente. Luego engulló y comió, cada vez que bajaba sonaba como si alguien llamara a la puerta. pom, pom, pom. Cada vez más rápido como el ritmo de aquella mamada celestial.

POM POM POM

Se despertó sobresaltado con la respiración agitada y una enorme e incontrolada erección. El libro estaba sobre su pecho y fuera ya era noche cerrada. Todo era un sueño, no sabía cuánto tiempo llevaba dormido.

POM POM POM

¿Qué era aquel ruído?.

Su madre llamó a la puerta y entró, Rómulo se sobresaltó.

– Cariño algo suena en el jardín. ¿Por qué no vas a mirar?, debe ser algo suelto por el viento.

Rómulo apenas pudo taparse con el libro abierto la erección más que evidente bajo el vaquero. Su madre notó como se tapaba sin llegar a ver nada.

– Está bien mamá, ahora voy.

Se puso unas botas de agua y un chubasquero. Cogió la linterna y salió al jardín. Aquello parecía el fin del mundo. El viento era muy fuerte y llovía copiosamente. Los relámpagos iluminaban por completo el jardín, facilitándole el camino. Todo estaba encharcado y embarrado, se guió por el sonido.

POM POM POM.

Dio la vuelta a la casa y pudo ver el causante en la parte trasera. La pequeña puerta de la cancela que daba al jardín del vecino se había abierto y golpeaba con fuerza contra la pared, azotada por el viento. Levantó la vista e iluminó en la parcela contigua. No parecía que los vecinos estuvieran. Recordó la visita de Vanesa, la vecina, dos días antes para mostrar su tristeza por la muerte de su padre; una mujer muy atractiva.  Levantó la linterna hasta la casa y se sobresaltó al parecerle ver la gárgola asomada a la ventana del salón de los vecinos, mirándolo con ojos ensangrentados. Levantó de nuevo la linterna, con la respiración agitada, iluminando justo donde la vio; pero ya no estaba. Solo era el extremo de una cortina que se agitaba.

Movió la cabeza negativamente mientras sonreía. Cerró la cancela y volvió adentro corriendo y jadeando apesadumbrado por el mal tiempo.

– Ya está mamá. Era solo la cancela de atrás, que se había abierto y golpeaba contra la pared.

– Mira cómo te has puesto pequeño. Anda quítate el chubasquero y las botas.

– Sí. Y voy a darme una ducha para entrar en calor.

– Excelente idea. Te quiero mi vida.

Rómulo subió y su madre se quedó leyendo en el sofá sonriente, arrimada a la luz de una gran vela.

El agua caliente de la ducha le sentó bien. Con un par de velas era suficiente para echar un rato agradable en el cuarto de baño. El agua caía en su cuerpo fuerte y más o menos atlético. Cerró los ojos y vio de nuevo a la gárgola. No recordaba cuando empezó con aquella visión, pero era una de las gárgolas de la catedral de su ciudad, la que más le impresionó de pequeño cuando su padre le explicó cuál era la función de las gárgolas. El lugar por donde se van los demonios. Imaginó que su gárgola era el pene, y su demonio las fantasías de follar a su madre. Cada vez que se masturbaba se relajaba y dejaba escapar el demonio a través de su gárgola.

Eva cerró el libro de repente, con cara de sorpresa. Acababa de caer en que había puesto las toalla de ducha a lavar. Subió para coger una del armario de su habitación y dársela a su hijo.

Rómulo recordó el sueño erótico y lo real que le pareció el cuerpo de su madre. Su pene respondió al instante con una magnífica erección. Encendió el grifo a máxima potencia y dejó que todo el agua de la ducha cayera sobre su cabeza. Comenzó a masturbarse lentamente pensando en ella. El agua acribillaba su cabeza hasta el punto de dejar de oír los estruendosos truenos que atemorizaban a toda la ciudad.

Eva cogió la toalla y llamó tímidamente a la puerta del baño.

– Cariño te traigo una toalla, la tuya está lavándose.

Solo oía el agua caer, pero sin respuesta de su hijo. Rómulo se masturbaba cada vez más fuerte concentrado en su madre. Necesitaba echar ese demonio por su polla y dejar de pensar en ella así. Comenzó a susurrar “mamá, mamá, mamá, mamá”;  mientras su imaginación se llenaba de su voluptuoso y generoso cuerpo.

Ensordecido por el agua no la escuchó entrar.

– ¿Rómulo?

Se detuvo al otro lado de la mampara con la toalla entre las manos. Entre el vaho del  agua pudo ver el cuerpo de su hijo difuminado al otro lado.

– “mamá, mamá, mamá, mamá”.

Apenas pudo darse cuenta de lo que pasaba cuando notó como una carga de semen estallaba contra la mampara como una bomba blanca. Cogió aire, colorada y salió sigilosamente; dejando la toalla colgada en el toallero.

Bajó corriendo y siguió leyendo sin leer. Intentando pensar sin pensar. Nerviosa y violentada.

Su hijo tardó un cuarto de hora en bajar vestido con un cómodo chándal. para aquel entonces su madre seguía haciendo como la que leía; pero esta vez ya no estaba asustada.

En ese momento su coño ya estaba encharcado, de pensar.

La tormenta se intensificó junto con la lluvia. Comenzaron a oírse sirenas a lo lejos. Rómulo, algo más calmado, leía cerca de su madre; compartiendo la misma luz de vela. Eva no podía concentrarse y solo hacía mirar de soslayo a su hijo mientras el estómago le daba vueltas.

– ¿Quieres comer algo pequeño mío?. Ya es buena hora para cenar. Yo no tengo demasiada hambre, pero puedo preparar un picoteo frío si lo deseas.

Lo dijo incorporándose para sentarse mejor, a su lado en el sofá.

– Tampoco tengo tanta hambre.

Eva pensó algo durante un instante. Tras vacilar un par de veces, dubitativa, se dirigió de nuevo a su hijo.

– Pues ya ves. Sin televisión y sin planes. ¿Te apetece beber algo?, puedo sacar el whisky de papá que tanto te gustaba probar cuando eras un adolescente.

Rieron.

– De vez en cuando me dabais el placer de beber un sorbo. Está bien, una copa estaría genial mamá.

Cuando se levantó notó como temblaba de emoción. No sabía cómo ni por qué, pero sentía el deseo irrefrenable de tirarse a su hijo. Llevaba tiempo sin buen sexo, su marido la desatendió en los últimos años, y ella era una mujer fiel. Tuvo muchas propuestas, muchas tentaciones, pero no cayó en ninguna. Fue fiel a su hombre hasta el final. Y desde que llegó el final no había sentido ese tipo de apetencia.  Pero algo se despertó en su interior tras presenciar la corrida de su hijo en la ducha mientras decía repetidamente “mamá”. No sabía explicar qué era. Tal vez amor de madre, tal vez un impulso primario, tal vez instinto de supervivencia en aquella noche en la que parecía que iba a acabar el mundo. O tal vez un poco de cada cosa. No tenía ni idea de qué le pasaba pero sí tenía claro que no quería perder esa sensación. Su coño se había despertado como hacía mucho que no lo hacía y mantenía las bragas permanentemente empapadas. Se sonrió mientras cogía las copas en la cocina. ¿Quería emborracharse junto a su hijo?. Se sorprendió como no había la más mínima tentación de parar aquello. Estaba tan segura de sí misma que no se detuvo a pensar que podría haber perdido la cabeza.

Colocó dos vasos amplios, una cubitera y la botella de whisky en una bandeja y dejó la bandeja sobre la mesita entre sofás del salón.

– Voy arriba un momento, ¡no quiero beber así vestida!.

Rió. Rómulo sonrió sin acabar de entender. Se miró cómo iba vestido una vez ella se fue, pantalón de chándal y camiseta deportiva de manga larga. Pensó que su madre necesitaba amistades nuevas, gente con quien poder salir a tomar algo de vez en cuando. Sin duda estaba necesitada de vida social. Lo que sí era cierto es que dudaba que fuera capaz de hacer vida social sin su padre.

Echó dos copas y empezó a darle sorbos a una acomodado en el sofá. Al rato escuchó a su madre bajar las escaleras.

A Rómulo le sorprendió que su madre bajara en camisón de dormir. Pero más le sorprendió cuando, al tenerla junto a él sentada en el sofá, se fijó en los detalles.

El camisón era negro y le llegaba a medio muslo estando de pie. Al sentarse retrocedió mostrando todo el muslo al cruzar las piernas. El escote no era exagerado pero sí lo suficiente como para ver el canalillo gigantesco que mostraban sus dos pechos bien atrapados por un sujetador del mismo color que el camisón; el cual podía verse perfectamente. Se había pintado un poco los ojos y apenas se había maquillado levemente; dando como resultado un realce significativo en su belleza natural y madura. El pelo rubio lo llevaba muy suelto; dando un contraste brutal con el negro absoluto de la elegantemente erótica vestimenta de dormir.

La imaginó en una película pornográfica en blanco y negro, con el único color de su melena rubia, muy rubia, demasiado rubia.  Su pelo era como los relámpagos en mitad de la noche del fin del mundo. Dando color al barroco de la catedral, con la oportunidad de ver sonreír maléficamente al diablo escondido en cada esquina de la deprimida ciudad. Rubio sobre negro, lluvia sobre el cielo, luz azul sobre su jardín, sobre la ciudad, sobre la tumba de su padre, sobre todos los humanos, sobre Laura, sobre el infinito.

Notó que su pene volvía a despertar. Notó a la gárgola moverse fugazmente en el jardín, alimentando sus pesadillas más placenteras.

Bebieron y hablaron. Su madre permaneció próxima durante el transcurso de las copas. La atmósfera era extraña. La luz de las velas engañaba cada muestra psicológica de ser en aquel amplio y confortable salón de un hombre de negocios muerto. Ahora la mujer de aquel hombre de negocios se quería follar al hijo que habían tenido juntos. El hijo que habían tenido juntos llevaba toda la vida queriendo fornicar con su madre, pero siempre lo había percibido como una fantasía inconfesable, un juego. Por ello, aunque se encontraba cada vez más excitado, no percibía la situación como real; si acaso aquello le daría para un puñado de pajas.

La botella de whisky estaba por la mitad. Ambos estaban visiblemente muy bebidos. Las conversaciones se interrumpían solo cuando uno de los dos iba al baño a vaciar la vejiga. Rómulo no recordaba haber intimado y charlado nunca tanto con ella. Se sentía a gusto y cómodo, sin duda esto le venía bien a los dos. Ambos necesitaban desinhibirse bebiendo y hablando de trivialidades.

La botella se estaba acabando, Rómulo acababa su enésima copa mientras su madre orinaba. Eva se sentía muy bebida. Estaba sentada en el wc con el tanga negro caído por los tobillos. Pensó en la polla de su hijo. Hacía tiempo que no la veía; la recordaba más grande de lo normal cuando tenía diez años y se circuncidó. La imaginaba grande y deliciosa. Sintió un deseo irrefrenable de comerla y ser follada por ella. Se levantó y se colocó bien el tanga, dejando caer el camisón hasta la mitad de sus muslos. Antes de irse se quedó mirándose en el espejo fijamente; veía su imagen borrosa por el alcohol.

-¡ Puta!

Se dijo. Y volvió al salón con la copa entre las manos.

Acabando la botella, con ambos en un nada envidiable estado de embriaguez, Eva sacó el tema de conversación que menos quería abordar su hijo.

Laura.

La noche no mejoraba. Era ya de madrugada, los ruidos de sirenas eran cada vez más continuos. Habría árboles caídos e inundaciones por doquier. Cuando un relámpago lo iluminaba todo podía verse el viento agitando fuera mientras el diluvio se acrecentaba.

– Me alegra que te dejara esa chica hijo. No era buena para tí.

– Creo que deberíamos poner la radio y escuchar qué dicen, no recuerdo tanta lluvia y viento en mi vida.

– No me quieras cambiar de tema muchachito. Tu papi se gastó millones en esta casa, estamos totalmente aislados y a salvo. Si es el fin del mundo ya vendrán a rescatarnos en helicóptero o en una de esas barquitas que tanto te gustaban cuando eras niño en el parque de atracciones.

Las voces de ambos sonaban amortiguadas por el alcohol.

– ¿Qué quieres que te diga?. Sabía que no era buena para mí, pero con ella me sentía a gusto.

– Tú, un abogado joven y guapo. Tendrás a las mujeres que desees.  Yo estoy muy contenta con que no estés con esa tipa.

– El sexo era bestial.

Se le escapó. Sin mucho whisky corriendo por sus venas jamás en la vida habría soltado esa frase a su madre. Entre los dos se creó un silencio, el cual extrañamente no resultó incómodo.

Un relámpago rompió el momento que parecía congelado por la lluvia. Eva se vio obligada a decir algo. Sentía como su coño era una fuente de deseos. Solo le apetecía follar como una loca, morir follando.

– Hay mujeres que pueden engancharte mucho más mi cielo. Debes encontrar el amor verdadero; cuando lo hagas a la mujer que ames verás como nunca hiciste nada mejor. Follar te puede follar muy bien cualquier mujer. Yo te podría follar mejor que esa zorra si no fuera tu madre.

Rió, deteniéndose al ver que su hijo no lo hacía.

– Perdona mi hijo. Creo que hablaba el whisky.

– Creo que ha llegado el momento de dormir, ¡mañana tendremos una impecable resaca!

– Una resaca de libro. veremos que tan bueno es este whisky que tenía guardado papá.

Ambos sonrieron. Eva le dio dos besos de buenas noches, dejando posar sus pechos en su torso premeditada y provocativamente. Luego se levantó despacio y, marcando las caderas al andar subió despacio las escaleras sabiéndose observada.  Se movía torpemente por culpa del alcohol.  Al fondo del salón, donde estaban las escaleras, apenas llegaba luz de vela, llegando de ella solo un retazo amarillento de su melena; como un fantasma que levitaba. Un relámpago entró en la vivienda y Rómulo pudo verla un instante justo antes de desaparecer escaleras arriba. Sus abultados pechos, la insinuación de su amplio y sexi trasero, sus anchas caderas. Negro y amarillo. Le pareció seguir viéndola en la oscuridad, como un fogonazo se ve durante un rato al tener los ojos cerrados.

Rómulo lo recibió como una provocación alcohólica, no respondió. Todo estaba empezando a ser una locura. Se quedó un rato sentado en el sofá mirando al exterior, mientras apuraba la última copa. La lluvia no cesaba. Cogió el móvil y conectó la radio. Al parecer las lluvias torrenciales se extendían por toda la zona. Los bomberos no daban a basto desalojando casas y salvando a personas de riadas. Decenas de árboles se habían caído provocando daños materiales en coches y locales comerciales. Las autoridades recomendaban no salir de sus casas y no había información acerca de cuándo estaría restablecido  el servicio energético.

La cosa parecía estar realmente mal. Se quitó los cascos y estuvo un rato de pie al lado de la ventana, dando sorbos, borracho, al final del whisky. A cada ráfaga de luz pudo contemplar como el jardín estaba quedando completamente destrozado. Apuró lo que le quedaba cerrando los ojos  y al abrirlos vio su reflejo de nuevo en el cristal. Un nuevo relámpago le aceleró el pulso. en mitad del jardín apareció la gárgola de ojos rojos. Se sonrió. Decidió ignorarla, aquello no era más que una visión. Una visión que le ordenaba a follarse a su madre. Sabía que hacerlo podría ayudarle a dejar de tener esa visión. Se lo explicó su padre sin ser consciente de aquella repercusión; ahora su polla tenía que escupir leche a su madre, o jamás se libraría de aquel demonio, o jamás dejaría de ser perseguido por aquella gárgola demoniaca y amenazante.

La ciudad amaneció mecida por la brisa calmada que la tormenta dejó. Como un vals, mecida al son del lago de los cisnes, las calles despertaron mojadas y destruidas. Árboles caídos sobre coches y escaparates. La catedral permanecía intacta con sus gárgolas felices y saciadas de viento, lluvia y tormenta. De vez en cuando el diablo buscaba recargar pilas asustando al hombre; al desesperado e hipócrita hombre que deja su alma en manos de Dioses cobardes.

Rómulo despertó en el sofá, visiblemente inquieto. Al parecer no había tenido fuerzas ni para subir las escaleras. La cabeza le estalló con la triste luz otoñal que inundaba tímida la casa. Tras un esfuerzo se sentó y vio la botella y  vasos vacíos sobre la mesa; hizo una mueca impávida de irónico arrepentimiento. Recordó la visión de la gárgola, el cuerpo de su madre ocupando con encanto el salón bajo la luz de las velas. Sentía una extraña sensación de haber hecho algo malo, al menos no había cometido ninguna locura.

Como pudo se levantó, fuera había dejado de llover pero el sol seguía escondido tras nubes grises. Pudo ver en el aparato de televisión digital que la luz había vuelto, pues marcaba las 09:55. Conectó la calefacción y recogió el salón. Hizo café y se tomó uno bien cargado que le hizo sentirse mejor.

Subió para ponerse un chándal más abrigado. La puerta de la habitación de su madre estaba entreabierta. Se asomó sigilosamente hasta llegar a verla; tumbada de forma diagonal y profundamente dormida. Se sonrió al pensar la resaca tan grande que iba a tener cuando se despertara. Cerró la puerta con cuidado para no hacerlo.

Al abrir la puerta principal de la casa una agradable brisa fresca le rejuveneció. Dedicó toda la mañana a arreglar los desperfectos que la lluvia y el viento habían producido en el jardín.

Lo adecentó lo mejor que pudo. Pensó que aun estaba todo muy húmedo y mojado así que finalizaría la tarea a la tarde si finalmente el Sol terminaba apareciendo.

Se duchó y se cambió de ropa para estar más cómodo con unos viejos y desgastados vaqueros y camiseta de manga larga. La puerta de la habitación de su madre seguía cerrada. Bajó al salón. 12:26 en el reloj de la televisión. Comprobó que la calefacción estaba conectada y preparó más café. Se sentó a darle sorbos pequeños y cálidos mientras hacía un poco de zapping. Tras las cortinas pudo ver como el sol empezaba a salir tímidamente; se alegró de que el temporal  hubiera pasado y esperó que no volviese en aquel domingo, aunque él pensaba pasarlo entero en casa ya que necesitaba descansar antes de coger el avión de vuelta que tenía al día siguiente por la tarde.

La tele le aburrió. La apagó y puso el hilo musical del salón y cocina. El Réquiem de Mozart endulzó instantáneamente el entorno.

Se sumergió en una profunda lectura sobre textos de Freud. La música agónica le fue marcando el ritmo de lectura, haciéndole sentir tan vivo como parte de la historia de la humanidad. Se sintió bien, eufórico, repleto. La explicación profunda del complejo de edipo le entretuvo. El hijo que se enamora de la madre y quiere eliminar al padre. Se sonrió pues su padre acababa de morir y en cierto modo él siempre se sintió atraído por Eva. De nuevo la recordó vestida con el negro camisón, con su rubio artificial cayendo sobre aquella oscuridad, sobre la oscuridad de la noche y de la tenue luz de las velas;  mientras los relámpagos la fotografiaban como diosa erótica para el disco duro del diablo. Allí la hubiera mandado a base de pollazos  si hubiera podido; pero todo era una magnificación de la fantasía que siempre tuvo. Ella no quería seducirle, era él quien lo veía así desde su enferma mente de pajillero adolescente.

El ruido de pasos descendiendo por la escalera le sacó del mágico mundo de la música funeral y la lectura Freudiana. Miró el reloj de la televisión, 13:18. Luego miró hacia las escaleras.

Eva vestía con mallas rosas ajustadas y camisón azul marino por las rodillas, sandalias del mismo color que el camisón, amarradas al tobillo con algo de tacón. El pelo suelto, precioso, también mágico a la luz del día y con aquella otra combinación de ropa. Rosa, azul oscuro y rubio artificial. Mágicamente femenina. Los pechos bien embutidos bajo el camisón escotado, aunque algo menos que el negro con el que bebió la noche anterior.

Dio los buenos días, no sin quejarse de la resaca tan grande que sentía. Se acercó a darle dos besos a su hijo. Rómulo pudo ver que estaba maquillada pero no podía disimular los ojos enrojecidos por los efectos de haber dormido mal por el alcohol. Su aroma a fragancia cara y femenina, unido a la visión de su voluptuoso cuerpo, eternamente sugerido se pusiese lo que se pusiese, despertó en Rómulo un recuerdo que hacía tiempo que no sentía.

Intentó disimularlo mientras su madre entraba en la cocina a echarse una gran taza de café solo con dos pastillas de sacarina. Hacía tiempo que no bebía tanto, así que había olvidado el incontrolable apetito sexual que le proporcionaba los días de resaca. Su pene había crecido totalmente desde que su madre le había besado en las mejillas. Cayó en que no llevaba calzoncillo, nunca lo usaba cuando estaba en casa; aunque sí lo había hecho esos días en casa de su madre. La costumbre le había jugado la mala pasada de colocarse los vaqueros solos y ahora su enorme pene se marcaba perfectamente abultado bajo los usados tejanos. Se cruzó de piernas intentando disimular.

Eva cerró la puerta de la cocina mientras se calentaba el café que había encontrado hecho en la cafetera. Colocó las palmas de sus manos sobre la cara y ahogó un grito de desesperación. No podía creer lo que le estaba pasando. Al ver a su hijo el apetito sexual que sintió la noche anterior volvió a despertar con más fuerza. Lo había achacado al alcohol y a la paja que presenció de forma accidental mientras su hijo se duchaba y la nombraba en voz alta. Algo había crujido en su cabeza la noche anterior pero logró contenerse para que la cosa no fuera a más. Se alegró al despertar aunque el recuerdo borroso de sentir deseos de tirarse a su hijo la hizo sentir mal. Ahora ese recuerdo borroso se había actualizado en unas ganas locas de sexo con él, y eso no le gustaba nada. Maldijo la hora en la que su hijo había ido a pasar unos días con ella. Maldijo a su marido por morir. Maldijo a la vida.

Quería concentrarse y encajar su mente en que no iba a pasar nada, pero solo tenía dolor de cabeza y ganas de sexo. Con el café humeante en una taza de grandes dimensiones salió de la cocina y fue al salón.

En el confortable aire acondicionado por la calefacción central, flotaba la desolación y el talento de Mozart en su Réquiem.

Eva se sentó en sofá contiguo al que se encontraba Rómulo, el cual simulaba leer mientras trataba de hacer lo mismo con su erección incontrolada. No tardó en percatarse del bulto que ocultaba su hijo. Le pareció exageradamente amplio. Sintió como su coño disparaba flujo como una alocada veinteañera con su cantante o futbolista favorito; de hecho no recordaba haber lubricado nunca antes de esa manera. No podía más, se iba a volver loca, su cabeza le estallaba y no quería más pastillas que meterse aquel pollón en su boca, coño y culo. Se quería llenar todos los agujeros de su cuerpo.

Dejó el café sobre la mesita central y se levantó despacio mientras su hijo la observaba de reojo. No sabía cuál era el siguiente paso. Solo sabía que se acababa de levantar y que no era dueña de sus actos.

Las campanas de la catedral cercana anunciaron que eran las dos de la tarde. El ruido espantó a un grupo de palomas que reposaban tranquilas en una de sus cornisas. Entre ellas emprendió el vuelo, camuflada, una de las gárgolas; la cual voló hasta el jardín de la lujosa casa de Eva. Los ojos eran rojos como los que tenía Eva por culpa de la resaca. El diablo sonreía a través de aquella mirada ensangrentada. La gárgola se acercó hasta la ventana a la vez que una nube negra cubría el cielo sumiendo a la ciudad de nuevo en la oscuridad. Eva se sentó junto a su hijo, bajo ellos un amplio y cómodo sofá de cinco mil euros.

La gárgola se acomodó a la vez que un trueno quebró el cielo permitiendo que un mar de agua cayera sobre ella. Sonrió complacida, la puta del diablo.

– ¿Por qué sonríes mamá?.

– Nada hijo. ¿No puede una madre admirar orgullosa a su hijo al verlo tan grande y guapo?.

– Claro mamá. Es lo que deseo, hacerte sentir orgullosa.

Ella cruzó las piernas girándose hacia él. Rómulo no percibió esa forma de moverse como normal, su pene luchaba por salir sin que él quisiera que hiciera eso. La gárgola tenía vida propia y nadie puede luchar contra los deseos del diablo.

Eva ya no estaba nerviosa ni dubitativa. Ahora era una hembra en celo, en pleno proceso de caza. Ante ella no estaba sólo su hijo, sobre todo estaba un macho capaz de saciar sobradamente sus necesidades.

– Me haces sentir muy orgullosa vida mía. Y dime, ¿también querrías verme satisfecha?

Rómulo se movió nervioso, volviendo a la posición original. El libro cerrado sobre su paquete, buscando disimular lo que su madre ya había notado sobradamente.

– ¿Satisfecha?. No sé si entiendo mamá…..

La sonrisa dulce y de mujer segura de sí misma heló el corazón de Rómulo a la vez que le hizo arder el paquete y el deseo sexual. La hembra había encontrado al macho, el macho ya no podía escaparse.

– Creo que sí me entiendes nene. Quiero que dejes satisfecha a mamá. Quiero ser una hembra generosa, una buena perra para ti. Quiero que me folles hasta matarme si es necesario.

Rómulo se quedó de piedra; aunque la tensión sexual existía desde la noche anterior, jamás pensaría que llegase ese momento. Sintió un leve mareo, como si todo aquello fuera un sueño, algo irreal. Apenas empezó a pensar que nunca una mujer de ese calibre le había ofrecido sexo de una forma tan clara y fácil cuando su madre se levantó de nuevo.

Eva duró poco tiempo de pie, pues al instante se arrodilló ante su hijo. Se movía segura de sí misma, como si hubiera olvidado que era su madre; al contrario de Rómulo, que seguía petrificado y medio mareado por el giro de los acontecimientos.

Cuando una hembra experimentada tomaba la decisión de calmar su celo no había obstáculo que lo impidiera. Además, el instinto maternal más animal es el de alimentar y proteger a su cría. Ese instinto siempre guarda un incestuoso deseo sexual que toda madre tiene siempre presente en el subconsciente. Pocas madres tienen la suerte de tomar consciencia de ello en un momento ideal para tomar parte, siendo ella bella y aprovechable, aun con el instinto de supervivencia intacto, y con su cría en estado adulto de buen ver. Todo aquello había tenido lugar en aquella casa en aquel momento. Todo era cosa del diablo, el cual, una vez decidió que serían ellos los encargados de alimentar el mal en la tierra, se encargó de iniciar el proceso matando al padre de la cría. Al ser cría única, la madre tendría el deseo no consciente de ser fecundada por la cría que amamantó, la cual tiene genes mejorados de los de su padre si se cumple la regla biológica de la mejoría de la especie. Aunque la hembra ya no podía engendrar vida, su edad aun la hacen sentirse, de nuevo de forma inconsciente, capaz de crear más vida. Y es la polla de su cría, identificada en forma de gárgola, la que emite las ondas necesarias para que el instinto de su madre tenga la necesidad de ser violentada con ella hasta matarla si fuera necesario.

Ser fecundada o asesinada. Ese es el instinto que el diablo era capaz de trasmitir a los seres humanos. Sabía que aquella mujer y aquel joven ya nunca serían normales. Serían mártires de su voluntad, soldados del príncipe, sin saberlo. No sufrirían en vida pues la envolverían de placer, aunque tras la muerte servirían en el infierno eternamente.

Tras arrodillarse agachó la cabeza poniéndose cómoda. Al levantarla el pelo rubio, excesivamente rubio, artificialmente rubio, le caía sobre la cara. Sus bellos y ligeramente arrugados ojos azules miraban a Rómulo tras el pelo, como encarcelados entre barrotes rubios de seda. Rómulo notó la mirada ensangrentada y oscura, resaca y belleza. Por un instante creyó adivinar la mirada de la gárgola que se le aparecía en su imaginación. Sin duda ya se había vuelto loco.

Ninguno dijo nada. Solo los compases de Mozart y el calor fabricado envolvían la libido incestuosa presente. Eva desabrochó el botón de los tejanos que llevaba su hijo y bajó lentamente la bragueta mientras sus ojos seguían fijos, sin pestañear, en los de su hijo.

Solo agachó la mirada cuando la polla salió de su prisión. Un enorme pollón circuncidado invadió el espacio entre ellos. A Eva le pareció mucho más grande de lo que imaginaba, lo cual lo hacía exageradamente grande. No podía crecer más, en plena erección ella observó en silencio orgulloso, dibujando en sus labios una dulce sonrisa de madre orgullosa. Pasó la lengua entre los labios y agarró la polla. Echó un poco hacia atrás las rodillas para elevar el trasero, el cual sobresalió en sus mallas negras por encima del camisón azul marino que cayó en su espalda. Se aseguró, meciéndolo suavemente, que su hijo podía ver su generosa y bella parte de tras dibujado entre sus voluptuosas caderas. Se sabía hembra deseable, conocía sus encantos y sabía cómo jugar sus cartas.

Rómulo suspiró excitado al ver a su madre en aquella postura. Hembra rubia de curvas y atributos generosos; con la madurez perfecta para poder trasmitir toda la experiencia ganada en el campo de batalla de la vida. Y no solamente de índole sexual; la dureza de los miedos, las alegrías, las decepciones y las ilusiones cumplidas o desvanecidas, otorgaban a una mujer como ella la capacidad de entregarse dulce y salvaje, decidida y delicada, con piel suave pero de loba enloquecida.  Era la mujer más hermosa e interesante con la que jamás había hecho nada antes. Se sintió orgulloso y a gusto, se sintió bien y más relajado.  Empezó a verla de otra forma.

La música clásica volaba enganchada en una mota de polvo que salió disparada de una de las rejillas de la calefacción centralizada. Violines llenos de desesperación ante la muerte hacen una pirueta mortal en la columna imitadora de estilo corintio que hay junto a la escalera, saliendo disparada hacia el salón. El vals bailado a ritmo de muerte con la lujosa lámpara del salón la dejan ingrávida sobre la madre y el hijo. Él sentado en el sofá, con semblante de relajada excitación. Las piernas extendidas y separadas con su polla al aire saliendo de la bragueta de un viejo tejano. Entre sus piernas arrodillada su madre; con el trasero echado hacia atrás y empinado. La cabeza a la misma altura que las nalgas, arqueada la espalda para dar vida a esa postura que tanto gustaba ver a su hijo.

Y en medio la descomunal polla. Operada cuando Rómulo tuvo diez años. Eva nunca había sostenido nunca una de semejante tamaño. Llenaba todo el espacio, en el salón solo existía el pene de su hijo en ese instante. Sus manos parecían más delicadas y pequeñas al sostenerla, como cuando una niña sostiene cuidadosamente un helado gigante; a penas los dedos se juntaban al abarcar todo el perímetro.

La humedad del coño de Eva tenía empapada las mallas al no haber bragas de por medio. La masturbó, deleitándose en el movimiento. Dejó posar la otra mano suavemente bajo los huevos; grandes y cargados de leche, leche que ya tenía dueña; pero esta vez de verdad y no en una fantasía del puerco de su hijo. Le sonrío y su hijo asintió.

– Menuda herramienta tienes nene.

Rómulo no supo qué decir. Ya estaba acostumbrado a ello y a la sorpresa que provocaba en sus amantes y parejas. A algunas no les había gustado un tamaño tan excesivo. Pero las verdaderas perras, las auténticas hembras la habían disfrutado como musas leyendo el mejor poema del universo escrito en su nombre y hecho a su semejanza.

– Ya ves…..

La madre le miraba mientras seguía masturbando lentamente.

– ¿Se la vas a dar a mamá?. ¿Quieres que mamá se la coma?.

– Lo estoy deseando.

La lamió desde los huevos hasta el capullo. Rodeó el capullo con su boca. Su boca y su lengua también parecían diminutos. El capullo era gigantesco y morfológicamente perfecto. Eva se sintió muy puta lamiendo aquella verga de película pornográfica y empezó a soltar pequeños gemidos que no fueron indiferentes a su hijo.

Gotas de líquido pre seminal comenzaron a salir despacio de la punta. La viscosidad del líquido hizo que estas gotas resbalaran lentamente por el capullo y el resto de la polla, como en una lenta competición de ver quien llega antes a los huevos. Eva contempló con la boca abierta aquella imagen. La polla de su hijo estaba en plenitud, lista para ser usada. La pinta era deliciosa, como cuando un helado gigantesco empieza a derretirse y se derrama poco a poco a lo largo del cucurucho. El instinto de una mujer era sacar de aquel macho todo el semen posible y retenerlo dentro de su cuerpo, dando igual el agujero por el que entrase.

Comenzó la mamada. Un arco iris de colores se dibujó alrededor del sofá según la percepción de Rómulo. A su madre se le llenaba enseguida la boca de polla. Le costó pasar del capullo, cuando lo consiguió, con la boca ensanchada al límite, apenas podía llegar unos tres centímetros más abajo. La imagen era grotescamente excitante. La madre, sintiéndose la perra más sucia del mundo y gustándole esa sensación con el coño encharcado a más no poder, intentando comerse la polla descomunalmente grande de su hijo puerco que llevaba toda la vida pajeándose pensando en ella. La boca de la madre se llenaba en cada envestida, pero solo mojaba el inicio del tronco, quedando casi toda la polla libre de sus tragadas; lo cual aprovechó para agarrarla e irla masturbando a la vez que la comía. El capullo, eso sí, quedaba perfectamente trabajado con rápidos y certeros movimientos de lengua.

Rómulo lo disfruto mucho. Su madre no perdía la postura, allí estaba su trasero apretado con las mallas negras, meciéndose de lado a lado lentamente. Su madre había tenido que comer muchas pollas antes en su vida, para llegar a ese nivel de pose y forma de mover la lengua y las manos mientras traga.

Rómulo sintió el impulso de agarrarla por los pelos a esa puerca y follarle la boca haciéndole tragar toda la polla hasta vomitar, y luego obligarle a comer el vómito mientras le reventaba el culo a pollazos. Pero se contuvo. Solían venirle pensamientos de ese tipo cuando su excitación era máxima, pero siempre tenía el acierto de saberse contener.

Eva empezaba a sentir como los huesos le dolían y las rodillas le estallaban por llevar demasiado tiempo en aquella postura. Así que se levantó con dignidad y elegancia, sufriendo en silencio las ganas de quejarse por el cambio de postura; una mujer que de verdad sepa lo que quiere no puede permitirse ese tipo de fallos, pues por cada mujer que hacía algo mal siempre hay otras tres o cuatro deseando aprovechar su oportunidad para que fueran solo sus genes los que sobrevivan en la especie.

Se colocó de pié frente a su hijo, el cual se sentó más erguido frente a ella. Ella se arrimó y le agarró con cariño por las mejillas, sonriéndole, luego se echo hacia delante y le besó en la frente a la misma vez que Rómulo la abarcaba con los brazos agarrando sus nalgas. Ella notó como las manos apretaban fuerte detrás y se dejó hacer. Eran más duras de lo que correspondía a una mujer de la edad de su madre, eso le gustó, como también le gustó el tamaño de aquel trasero; ancho aunque sexy y apetitoso a la vez. Enseguida notó que no llevaba bragas ni tanga, lo cual provocó que más líquido pre seminal se deslizara desde la punta del pene hacia abajo, manchándole el ombligo, muy  por encima del cual descansaba el capullo de la colosal mamada que le había otorgado la mujer en cuyo vientre se formó.

Miró furtivamente hacia el exterior, el día había vuelto a oscurecerse tempranamente y la lluvia intensa del día anterior hacía de nuevo acto de presencia. Su madre sonreía con una dulzura infinita, oh Diosa con sus mismos genes, piel y sangre. Dio dos pasos hacia detrás mirando fijamente a su hijo, situándose entre él y la ventana impregnada de surcos del agua que el viento empujaba contra ella. Se quitó las sandalias. Rómulo se fijó en sus pies, pequeños y delicados, con las uñas pintadas de lila, como la de sus manos. Se quitó las mallas, dejando el camisón azul marino puesto. Anduvo un poco dejando que su hijo percibiera bien el espectáculo de la mujer que se desnudaba poco a poco para él. Sus nalgas asomaban por debajo, no llegándose a ver nada. Extrajo el sujetador bajo el camisón y notó como dos inmensos melones caían levemente bajo el camisón. Fuera se oscureció aun más justo cuando la lluvia comenzó a ser más intensa. Finalmente se quitó el camisón despacio, gustándose, sabedora de sus encantos y generosas proporciones. Sabedora de cuánto solía gustar a los hombres y algunas mujeres. Cuando lo quitó por completo un relámpago la iluminó. La luz azul inundó sus senos, su vientre, sus caderas y su artificial pelo rubio. Conjunto erótico y pornográfico por el que cualquier hombre pagaría una buena suma de dinero por hacer uso de él.  Justo en ese instante, durante una décima de segundo que pareció durar un siglo, notó de reojo la figura de la gárgola de ojos ensangrentados mirando a través de la ventana. Enfocó en esa esquina la vista pero no pudo verla. Fue curioso cómo pudo notar perfectamente su cara a pesar de que la percibió de reojo.

Ya solo podía ver el cuerpo del pecado que posaba coqueto, femenino y deseoso ante él.

Un nuevo relámpago fue como el pistoletazo que animó a Eva a acercarse a su hijo, una vez consideró que su cuerpo había sido convenientemente expuesto. Notó como su polla permanecía intactamente engrandecida, al límite, lo que le provocó una agradable sensación de saberse deseada. Cuando el trueno retumbó en los cristales ella ya estaba otra vez al alcance de su hijo.

Lacrimosa en las motas de calor del ambiente. Los senos que lo amamantaron ante Rómulo. La loba había matado a Remo y los ofrecía puros y maduros ante su vástago. Él los acarició delicadamente, ella esperaba de pié ante la inmensidad de su mirada. Daba igual que la edad los hubiera colocado un poco más abajo de donde solían estar en su imaginación adolescente. La suavidad de cada poro de aquellas inmensas ubres le trasportaron a la niñez, cuando Edipo hacía de las suyas entre tareas y juegos. Pasó con sumo cuidado y lentitud la yema de los dedos por los pezones; de tamaño mediano y duros, con aureola celestial, rosada, femenina y coqueta. Como su madre.

Apartó un poco el rubio artificial que cubría parcialmente los pechos de su madre, la agarró por las nalgas y tiró de ella. Eva se venció levemente hasta que sintió el calor de la lengua de su hijo romper contra sus senos. Cerró los ojos y sintió como se llenaba de ellos; por un instante recordó a su bebé sacando la leche; pero aquello era diferente pues no había rastro de aquella inocencia perdida en los deseos del volcán del tiempo. En aquella forma de lamer, morder, chupar, y estrujar sus pechos solo había deseo sexual, excitación. Distinto modo de instinto de supervivencia con el que su hijo volvía a ellos tres décadas después.

Rómulo metió las manos entre los muslos de su madre y subió hasta acariciar el sexo, ella se abrió en respuesta. Todo aquello estaba excesivamente mojado.

Se separó un instante y la observó. Menuda mujer, menuda su suerte. Dio gracias a la esquina de la ventana donde le había parecido ver a la gárgola un rato antes y se levantó para besar a su madre mientras la agarraba las caderas para fundirse en un infinito abrazo.

Sus lenguas se entrecruzaron y el intercambio de saliva resultó tan pronunciado como perturbador.  Antes de que  ambos le empezara a parecer ridículo todo aquello, Eva empujó a su hijo de nuevo contra el sofá.

Rómulo se acomodó echándose hacia atrás y su madre se puso de cuclillas sobre el amplio sofá, cerrando las piernas de su pequeño. Luego se levantó un poco, quedando su vientre a la altura de la boca y agarró la polla mientras buscaba el momento óptimo para sentarse sobre ella. Se agachó un poco poniendo una rodilla sobre el sofá, mientras la otra pierna permanecía arriba, hasta que logró colocar el inmenso capullo en la entrada de su mojado coño. Luego se puso de nuevo de cuclillas y se echó hacia adelante rodeando a su hijo por el cuello. Él la ayudó sosteniéndola por la cintura y las nalgas. Sintió todo el calor del capullo entrando lentamente y se dispuso para empezar a bajar, se detuvo a disfrutar el momento. Notaba como algo muy grande se adentraba poco a poco en sus entrañas.

– Uf, vaya pollón tienes nene. No sabes lo que vale eso.

Rómulo respiraba agitado por la excitación. El aroma de su madre, el que recordaba de siempre, sus manos delicadas y cálidas rodeándole, el calor trémulo de su cuerpo de curvas infinitamente lascivas, la cueva confortable que se le abría y su artificial pelo rubio de actriz porno barata. Todo era demasiado perfecto, tanto que por un instante pensó si todo aquello sería un sueño.

Eva sentía el impulso de ponerse a botar como una loca, pero aquella polla no era como las que conocía, debía andarse con cuidado e ir poco a poco si no quería acabar desgarrada en urgencias.

Comenzó a dar pequeños botecitos impulsándose con las piernas, para que el pene de su hijo fuera entrando poco a poco. Él se agarraba al abismo de sus caderas mientras su mirada se llenaba de pechos y más abajo el hilito de pelos del cuidado coño de su madre, abierto por culpa de su descomunal polla. Al cabo de unos segundos ya había logrado meterse la mitad, lo cual le provocaba un placer infinito pues eso era más de lo que se había metido en la polla más grande que se había follado hasta la fecha, provocado también por el enorme grosor que poseía.

Todo estaba muy mojado y sentía que podía meter más, de hecho lo deseaba. A partir de ahí ya todo era nuevo para ella. Se acomodó un poco mejor bajando los pies para apoyarse con las rodillas. Su culo levantado, su hijo le agarró las nalgas. Entonces ella bajó y empezó a follar en embestidas en las que se metía toda la polla dentro, Treinta y cuatro centímetros de carne gorda y caliente entrando en sus entrañas, rompiendo su coño como nunca antes lo habían roto. El ruido excitado de su hijo quedaba totalmente sepultado con los gritos que daba su madre mientras no paraba de follar, cada vez más y más rápido y fuerte.

– joder, joder, que pollón. Joder nene, cabronazo como me entra tu verga pedazo de hijo de puta.

Rómulo se limitaba a dejarse hacer mientras agarraba las nalgas de su madre.

Unos dos minutos más tarde Eva no podía más, ya no tenía edad para sostener durante mucho tiempo aquella forma de saltar sobre un hombre. Se dejó caer, sudada sobre el pecho de su hijo. Pero Rómulo estaba en plenitud, así que la agarró por las caderas para levantarla un poco y empezó a taladrar fuerte desde abajo.  La sensación que llegó a su madre era muy diferente, mucho más placentera. Sus chillidos sonaron tan alto que ensordeció por un instante la música de Mozart.

Sus chillidos sonaron tan alto que llamó la atención de Vanesa, la vecina de la casa de al lado, justo cuando metía la llave en la cerradura, mientras sostenía como podía las bolsas de la compra y un paraguas diminuto que apenas le libraba de la pequeña llovizna que inundaba la ciudad en ese instante.

Eva se levantó para respirar, lo cual ayudó a su hijo para relajar su excitada polla, a la cual le hubiera quedado poco para escupir fuego blanco en la postura en la que estaban.

– guau mi niño. ¡Así se folla!

– Gracias mamá, con una mujer como tú es fácil, eres muy dócil y estás muy bien.

– Te dije que muchas mujeres podrían darte un sexo tan bueno o mejor que el de tu puta ex.

Rómulo sonrió de forma tajante, no le gustaba hablar de Laura.

Casi sin hablar más siguieron con la faena, ahora Eva se colocó a cuatro patas arrodillada a lo largo del sofá, dejando su culo y su coño al aire hacia fuera de él por uno de los extremos. La mayor altura de su hijo le haría fácil acceder desde allí. Se colocó así porque era realmente su postura favorita, le gustaba sentir que era una perrita mala y que el macho se acercara por detrás y le oliera antes de subirse. Un reguero de gotas de flujo le empezó a caer por el interior de los muslos hasta las rodillas, y de ahí hasta el sofá, solo de imaginar que de un momento a otro iba a ser follada por aquel pollón de ensueño en aquella postura. Meneó lentamente las caderas, agachando la cabeza para que el pelo rubio le cayera por la cara. Le gustaba esa posición de espera, le hacía servicial y se sentía muy hembra y femenina.

Rómulo la observaba masturbándose un poco. Ella levantaba la cabeza cada poco tiempo mirando de reojo. Mientras más se demoraba su hijo más caliente y perra se sentía, y más descaradamente movía sus caderas y trasero. Buscando polla.

Eva notó como por fin se aproximaba por detrás. Por entonces sus piernas y el sofá estaban totalmente empapados, no recordaba haberse mojado tanto jamás en su vida sexual. Sin duda le entusiasmaba la idea de ser sometida por su hijo, al margen de lo que le excitaba la fuerza de sus músculos y, sobre todo, el ser merecedora del pene más colosal que jamás había visto.

Notó como las manos de su hijo abrían sus nalgas, seguramente para ver bien todo lo que allí había. Agachó la cabeza y disfrutó del momento de saberse observada por su hijo. Éste pudo ver un coño perfectamente cuidado y un ano igualmente tratado, sin rastro de pelos. Se arrodilló y pasó la lengua por él, mientras sus manos sostenían las nalgas abiertas para facilitarle la labor. Notó como su madre se estremeció al sentir la humedad de su lengua justo ahí.  La movió alrededor del ano e intentó meterla sin éxito. Una de sus manos palpó el húmedo coño mientras la otra mantenía la nalga separada. Luego colocó su dedo índice en el ano de su madre y lo metió poco a poco. el culo de su madre se abrió hasta poder meter el dedo entero. Con el dedo ahí, follando, se agachó un poco más y metió su cara dentro del coño, pasando vivamente su lengua entre los labios y chupando todo el flujo.

Cuando se separó su cara estaba totalmente empapada. Se limpió con el antebrazo y se colocó detrás dispuesto a follar. Cuando Eva sintió las manos de su hijo agarrando sus caderas supo lo que llegaba y se movió acercando su trasero a su paquete mientras gemía de forma constante como una perra en celo.

Quería la polla de su hijo rompiéndole el coño cuanto antes o iba a enloquecer.

– Venga machote, rómpele el coño a mamá. No tengas miedo. Dame fuerte, ahora soy tu perra.

Las palabras animaron a Rómulo el cual colocó el infinito capullo en la entrada del coño y, volviendo a agarrarle por las caderas, la penetró a fondo empujando fuerte hasta dejarla totalmente ensartada en el infinito palo grueso que tenía por polla. Su madre gritaba y gemía por igual, haciendo desaparecer de nuevo a Mozart.

Vanesa dejó las bolsas en la entrada de su casa y se acercó cautelosamente hasta el jardín de su vecina Eva. Cuidadosamente llegó hasta el ventanal del salón y se asomó preocupada por aquellos gritos. Cuando por fin entendió lo que estaba viendo sus ojos se abrieron a la par de su boca y se pellizcó para comprobar que aquello no era un sueño.

Su vecina estaba a cuatro patas sobre su caro sofá del que tanto presumía y, por detrás, su hijo la follaba con fuera y rapidez. Pudo ver la cara de gozo de su vecina y notó como la polla de su hijo era enorme cuando en el movimiento de retroceso solo podía ver carne y más carne hasta que asomaba el capullo justo antes de volver a embestir.

Recordó como solo tres días antes había ido a darle el pésame por la muerte de su marido y le abrió la puerta su hijo, al que hacía tiempo que no veía. Habían tomado pastas y café y habían hablado de los recuerdos que tenían del padre y esposo. Había sido una velada agradable, marcada por la tristeza y los semblantes serios con sonrisas esporádicas de educación y respeto. Y ahora los veía así, retozando sudados. Ella chillando con cara de perra con sus melones colgando en movimiento de vaivén y su hijo detrás empujando con fuerza con la polla más grande que jamás había visto en su vida.

Rómulo no recordaba una follada así. Jamás había follado a una mujer con esa facilidad, normalmente a estas les dolía lo descomunalmente grande y gorda que era su verga y a penas se dejaban penetrar hasta la mitad. Pero ahora era diferente, su madre aguantaba levantando mucho el culo, con su torso pegado al sofá y su cara de lado gimiendo y chillando de dolor y placer. Podía meterla entera sintiendo calor de una zona en la que jamás había sentido de una mujer. Su capullo llegaba tan adentro que le parecía que iba a sacarlo por su boca. Eva sentía como le partía en dos y esa sensación le gustaba. De repente empezó a tener un orgasmo detrás de otro. Su cuerpo se retorcía endemoniado, pero su culo permanecía intacto, muy arriba y fijo para que su hijo pudiera follar a placer todo cuanto quisiese. Su madre estaba ahí para satisfacerle y entregaba su cuerpo a tal propósito.

Infinito amor de madre.

Vanesa deslizó su lengua entre los labios mientras sentía como su flor se abría tímida bajo su tanguita blanco. A sus treinta y ocho años disfrutaba de una brillante carrera de su marido como abogado de éxito. Un lujo pues hasta tenía sirvienta, no teniendo ella que hacer nada en todo el día más que esperar que su marido tuviera viaje de negocios para llamar a uno de sus amantes. Pero ninguno de ellos era como el hijo de su vecina. Era guapo, tenía buen cuerpo y una polla que, de haberlo sabido antes, ya se habría comido en más de una ocasión en alguna de sus visitas. Vanesa era guapa y atractiva, y lo sabía. Metro setenta y seis y sesenta quilos. Delgada y proporcionada, con talla cien de pechos, regalo de reyes de su cornudo marido cinco años atrás. No demasiado culo pero sí con curvas y muy guapa con ojos verdes y pelo castaño oscuro y ondulado en media melena.

Rómulo dejó de follar pues notaba como de nuevo iba a correrse. Su madre se dio la vuelta tumbándose boca arriba al sentirse liberada. Estaba exhausta pues se habría corrido unas cinco veces. Descansó abierta de piernas, notaba como el coño le palpitaba hasta muy adentro, se sentía satisfecha y algo dolorida, sonriente y feliz.

Rómulo estaba a mil, llevaba aguantando la corrida largo rato; sobreviviendo a una mamada colosal, una cabalgada de una bella y tetona hembra madura y a una brutal follada a dicha hembra a cuatro patas. Sabía que no iba a poder aguantar mucho más pero se sentía satisfecho pues su madre parecía que se había corrido varias veces. Aquella hembra había sido bien cubierta.

Vanesa se había escondido tras la pared, al ver como paraban, por miedo a ser descubierta. Se sentía excitada y confusa. Aquello le superaba. El sentido común le dictaba irse a su casa disimuladamente antes de ser descubierta y hacer como si nunca hubiera visto aquello. Pero algo le retenía. Desde el tejado, justo encima, la gárgola jugaba a sostener hilos, como si Vanesa fuera su nueva y flamante marioneta.

– ¿Cómo estás cariño?. Yo me he corrido ya no sé cuantas veces.

– Yo aun tengo cuerda. Sigamos, es bueno coger un poco de aire de vez en cuando.

Rió mientras su madre le miraba con ternura. Ya no se sentía perra, ahora un dulce impulso le dominaba. Quería que su pequeño descargase con el calor que solo una madre sabe dar.  Le hizo señas para que se sentase a su lado en el sofá.

– Bien nene. Quiero que acabes con calma y que tengas una corrida cálida y placentera. Quiero que acabes de la forma que desees. Pero solo pido una cosa.

– Dime mamá.

Ella vaciló un instante. Estaban desnudos y sudados sobre el sofá, uno al lado del otro. Eva vio la ventana abierta y descubierta, pensó que cualquiera que se asomase podría ver qué estaban haciendo. Por primera vez le pareció una locura todo aquello, se comportaban como una pareja de adolescentes descerebrados, con el cuerpo de su marido aun caliente.

– Quiero que te concentres en acabar de la forma que desees, úsame a mí y a mi cuerpo como desees. Pero quiero que te corras dentro de mí. Mi cuerpo necesita el calor del semen de un hombre como tú. Lléname el coño y las entrañas de tu leche y dame el calor que me falta por la triste marcha de papá.

– Sí mamá.

Ella le sonrió dulce y le besó en las mejillas como solo besan las madres a sus hijos. Luego le agarró la polla y la masturbó un rato, sintiendo el calor. Luego la soltó y quedó a la espera de lo que su hijo ordenase.

– Creo que puedes abrirte mamá. No tardaré mucho en correrme.

Ella se tumbó boca arriba en el sofá y se abrió, feliz. Su hijo se acopló y ella mantuvo las piernas bien abiertas, mirando como la fina lluvia caía lentamente en el exterior. Recibió de nuevo la polla de su hijo con vigor, esta vez se sentía más dolorida pues había perdido humedad. Poco a poco Rómulo logró meterla entera de nuevo hasta conseguir que la lubricación fuera total. La puerca de su madre no tardó en ofrecer su coño de nuevo bien mojado y cálido. Gemía de dolor mientras alguna lágrima caía por su mejilla sin dejar de mirar la lluvia.

Vanesa decidió asomarse de nuevo con cuidado.

Rómulo no tardó en descargar con la manguera bien enchufada en las entrañas de su madre. Eva sintió como un río de calor le inundaba por dentro.

 Sus gemidos y lágrimas quedaron congelados justo cuando el Réquiem de Mozart terminó,  justo cuando Rómulo derramó la última gota de semen y justo cuando los ojos de Eva y Vanesa se cruzaron.

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SINOPSIS:

Selección de los mejores relatos de Fernando Neira (Golfo) sobre el famoso dilema que muchos se preguntan.
¿Realmente quién manda en una relación amo-esclava?
Muchos aseguran que los amos, mientras que otros os dirán que las sumisas.
Hazte tu propia opinión a través de los relatos de este autor, verdadero fenómeno de la red con más de 13 MILLONES DE VISITAS.

167 páginas de ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

1.― Saqué a la puta que había en su interior
Volvía al D.F. después de cinco años sin pisarlo, el aeropuerto Benito Juárez me recibió ya reformado pero con los mismos defectos de siempre, con sus policías corruptos llamados mordelones, pero con ese sabor a desastre que me cautivó desde el primer día. Raimundo, mi antiguo chofer, me estaba esperando a la salida. No lo veía desde que me fui de México, el cabrón seguía igual, con sus pelos pincho y su blanquísima sonrisa.
―¿Qué paso, patrón?― con esta expresión tan mexicana y un fuerte abrazo me recibió nada más salir de la aduana.
Me encantó verle después de tanto tiempo, no podía olvidar los duros años que habíamos pasado juntos, y los múltiples incidentes en las que nos habíamos visto inmersos. Varias veces su pericia al volante, nos había librado de situaciones desagradables, pero en muchas mas ocasiones gracias a que se había mantenido abstemio, pudo cargarme hasta la cama después de una borrachera.
―¿Al hotel de siempre?― me preguntó como si no hubiera pasado más de unos días desde que no nos veíamos. Su actitud me recordó a Fray Luis de Leon que después de salir de la cárcel, abrió sus clases con una frase que ha pasado a la posteridad: “Como decíamos, ayer”.
Le respondí con un escueto “Si”, metiéndome en la Suburban, un todoterreno americano de siete plazas y dos toneladas de peso. Siempre me había chocado tanto su tamaño como la comodidad con la que trataba a sus pasajeros.
Emprendimos camino hacia Reforma, la capital parecía anclada en el tiempo, con su caótico tráfico, sus vendedores ambulantes y los cables colgando por todos lados, pero seguía siendo la mayor ciudad del mundo, peligrosa y atrayente, contaminada y señorial, indígena y cosmopolita. El D.F. fue, es y será el D.F., una ciudad que aterra y enamora por igual.
No podía dejar de mirar por la ventanilla, tratando de absorber toda lo que veía, los polis con sus Harleys, los niños fresas con sus coches último modelo, los inditos con su humilde caminar totalmente cargados. Sin darme cuenta La diana me recibió mostrándome sus voluptuosas nalgas, culo de negra en un negra aleación que representa a la diosa de la caza. Y a lo lejos el Angel.
Me he considerado siempre un hombre duro, pero en ese momento me emocioné, había vuelto a mi segunda patria.
―¿Cuánto tiempo se va a quedar?, Don Fer― me pregunto Ray, tratándome de dar conversación.
―Una semana, por desgracia― le solté sin caer en ese momento que esa frase vacía en este caso, estaba llena de significado.
―Y ¿Qué?, ¿Ha llamado a alguna de sus conquistas?
― No has cambiado nada, maldito Pelos― le contesté riendo a carcajadas.
―¿No me dirá que se ha vuelto puto?, menudo desperdicio para las viejas― me respondió en plan jocoso.
―No he llamado a nadie de antes, ya sabes, no me gusta ponerme chanclas que ya dejé tiradas― lo que no le expliqué que por primera vez en mi vida tenía una cita casi a ciegas.
Esa misma noche, exactamente en tres horas había quedado con María, una maravillosa escritora que no conocía en persona, pero con la que durante los últimos meses, había mantenido una mas que frecuente comunicación vía internet, y que en las últimas semanas había experimentado una subida de muchos grados respecto a la temperatura, pasando de un mero intercambio de textos, a una complicidad sexual donde fantaseábamos con nuestros tabúes y nuestros miedos.
Todo había comenzado cuando publicaron mi último libro, y no sé cómo recibí en mi e-mail una durísima crítica de una chilanga, en la que me acusaba de haber hecho una apología del “macho”, y donde me exigía una rectificación. Me hizo gracia el tono airado con el que me amonestaba, y algo me indujo a investigar quien coño era antes de contestarla. Fue muy fácil, casualmente teníamos el mismo editor. Resultaba que la mujer era también escritora, y tras leer uno de sus libros, tuve que reconocer que era mejor que yo, si tenía algún defecto era que en su buenísmo, todavía tenía esperanza en el ser humano.
Mi escrito de respuesta consistió en un relato erótico, donde ella era la pobre protagonista feminista mexicana, que era usada y abandonada por un “Macho” español. Le debió gustar, porqué a los pocos días recibí un correo, con una historia donde el Don Juan pierde su virilidad de un mordisco de su amada. Y de esa forma con mensajes de ida y vuelta, fuimos convirtiéndonos en amantes, nuestros cuerpos no se habían juntado nunca, pero en nuestras mentes habíamos ya participado en tríos, orgias, e incluso nos habíamos enamorado. Últimamente, habíamos descubierto que nos interesaba más que nada la dominación, de esa forma, alternativamente María se había convertido en sumisa y ama, y yo había experimentado o dado crueles castigos. Cuando supe que tenía que asistir a unas conferencias en la universidad autónoma de México, nuestros mail se centraron en que íbamos a hacer el día que nos viéramos, en cómo podíamos reaccionar, si la química física podía igualar a la literaria, y quien iba a ser el dominante y el dominado. Decidió ella, durante toda su vida había defendido los derechos de la mujer y por una vez quería experimentar lo que era ser usada.
El coche se había detenido en su destino, el María Isabel Sheraton seguía como siempre, lujoso pero eficiente, y con un gran servicio. Raimundo ya me había registrado, por lo que con ayuda del bell-boy, el botones en España, subimos mi equipaje.
―¿A qué hora le recojo?― me preguntó el chofer.
―¡Será si me redejo! le respondí indignado usando el doble sentido tan usual en México.
Tras unos momentos de confusión, Ray me espetó con una carcajada:
―¡No me chingue! Patrón, ¿a qué hora paso por usted?―
―A cuarto para las nueve― le contesté usando la forma del país que me había adoptado y no la normal en España que sería “a las nueve menos cuarto”.
―Sale, a esa hora le espero en la puerta― me dijo cerrando la puerta.
Tenía tiempo suficiente para tomar una ducha, y afeitarme. Quería dar una buena impresión, si la mujer era solo la mitad de apasionada que sus cuentos, esa noche iba a ser memorable. Debajo del agua, al enjabonarme, no podía dejar de pensar en las fotos que me había mandado bailando. Eran unas instantáneas artísticas, nada pornográficas, pero el erotismo que manaba de su figura desnuda, envuelta en una vaporosa tela, fueron suficientes para que mi corazón empezara a bombear, como loco, sangre a mi entrepierna. Tuve que abrir el agua fría para evitar desgastar mis energías antes de tiempo.
Me vestí de una manera informal con un traje de lino, la noche era calurosa, por lo que decidí no ponerme corbata. Y mirándome al espejo, me gustó lo que veía, todo hombre es un edonista enamorado de sí mismo, inmaduro y mentiroso, pero aún sabiéndolo no tenemos ganas de cambiar. Al cerrar la habitación, pensé que ojalá no volviera solo esa noche.
―Al Angus― le pedí a Ray al subirme en el coche. Había elegido ese restaurante de la zona Rosa, por dos motivos, estaba cerca del hotel, y lo más importante, era un sitio familiar, donde me iba a sentir cómodo.
Llegamos en cinco minutos, el tráfico había sido indulgente con nosotros, por lo que después de ser sentado por la espléndida jefa de sala, tuve que esperar cerca de un cuarto de hora antes que ella, hiciera su aparición.
Al verla entrar, la reconocí al instante, sus ojos negros son inconfundibles con su expresión de una profundidad casi religiosa. Cortado por la situación, me levanté a separarle la silla, para que se sentara.
―Vaya hay caballeros todavía― me dijo coquetamente.
―Ya sabes, soy gachupín, y eso en náhuatl significa hombre a caballo― le respondí divertido.
Este fue el comienzo de una magnífica velada, durante la cual conversamos, nos reímos, pero sobretodo nos conocimos. Nada en ella, me disgustaba. Todo lo contrario, era una mujer de bandera, digna representante de su raza, morena de pelo, dorada de piel y con un suave acento que resaltaba su feminidad.
Fue en el postre, cuando María me dijo:
―¿No tienes nada que preguntarme?
En su traviesa mirada descubrí a que se refería:
―Si, ¿cuánto tiempo vas a tardar en darme tu tanga?
―Espera que voy al baño….― me dijo levantándose, pero no la dejé.
―Quiero que te la quites aquí, enfrente de toda esta gente.
Me miró asustada, la estaba poniendo a prueba y ella lo sabía. Avergonzada, se volvió a sentar en la silla, disimulando poco a poco fue levantando su falda, y ya totalmente roja, con las dos manos se bajó la prenda. Nadie se había percatado de sus maniobras, cuando con una sonrisa me la dio en la mano. Era de encaje rojo, la poquísima tela no podía tapar nada, pero su razón de ser no era otra que ser vista.
Cogiéndola entre mis dedos, la extendí de forma que todos los comensales pudieron disfrutar de su visión aunque solo yo, pude hacerlo de su textura y de su olor.
―Huele a hembra― le dije satisfecho.
―Sí, me he masturbado con ella tal como me ordenaste, ¿amo?― fue su contestación.
―Bien hecho, pero ahora ya sabes, que toca―
―Si― me respondió antes de desaparecer debajo de la mesa. Lo hizo de una forma tan natural que pasó desapercibida, y solo cuando sentí como unas manos me bajaban la bragueta, comprendí que nunca se iba a echar atrás y que esa noche tenía a una mujer que cumpliría todos mis caprichos y todas mis órdenes. Era toda una experta, se lo tomó con tranquilidad, lo primero hizo fue liberar mi miembro de su prisión y con su lengua exploró todos los recovecos de mi glande, antes que ansiosamente su boca se apoderara de toda mi extensión. Sus manos no se quedaban atrás, jugueteando con mis testículos, mientras su dueña empapaba con sus maniobras todo mi sexo.
Me resultaba difícil seguir disimulando mi excitación, no solo era que el percibir como la húmeda calidez de su boca me calentaba, ni como sus manos me estimulaban con una dura y rítmica friega vertical, ni siquiera los cincuenta tipos que me miraban, lo que realmente me excitaba era pensar en cómo iba a hacer uso de ese bello cuerpo que se escondía detrás de ese vestido, en las posturas y experiencias que esa noche, íbamos a practicar. María aceleró sus maniobras al sentir como mis piernas se tensaban presagiando mi explosión, succionando y mordiéndome el capullo, mientras que sus dedos pellizcaban suavemente mis huevos. Todo mi cuerpo hirvió cuando con grandes ráfagas de placer me derramé en su boca. Su lengua le sirvió de cuchara, recogiendo y bebiendo todo mi semen, dejándolo húmedo pero limpio sin trazas del gozo que me había brindado.
De la misma forma, que me había bajado el cierre del pantalón, me lo subió. Y avisándola con mi mano que no había moros en la costa, la vi salir de debajo de la mesa. Su ojos estaban brillantes, sus mejillas coloradas, eran todos ellos síntomas de una mujer estimulada, azuzada por la travesura que había cometido y excitada por lo que iba a hacer.
―¿Te ha gustado?― preguntó mi opinión.
Como única respuesta, pedí la cuenta. Después de pagar, la cogí de la cintura, con la intención de irnos, pero antes de salir, la camarera me llamó con un gesto. Al acercarme donde estaba, discretamente me entregó un papel diciéndome que la llamara si quería que una tercera persona participara en nuestros juegos. No habíamos sido tan disimulados, por lo menos una persona nos había descubierto, y sin poder creerme mi suerte, le había gustado.
Ray tenía la suburban en la puerta, por lo que nos subimos de inmediato a la parte de atrás de la camioneta. Nada más sentarnos le dije al chofer que quería dar una vuelta por la ciudad antes de ir al hotel.
María me susurro al oído, que por qué no íbamos directamente a la habitación, que estaba muy caliente. Sonreí al escucharlo, pero tenía otros planes, y cogiéndole de la cabeza, la besé diciendo:
―Súbete la falda.
Sonrojada o no, me obedeció sin rechistar, y por vez primera pude contemplar su sexo depilado.
―Separa tus rodillas.
María empezaba a disfrutar de mi juego, y con una expresión ansiosa abrió sus piernas. Era una tentación demasiado fuerte el tenerlo tan cerca y no tocarlo, por lo que acariciando su pierna, me acerqué a su cueva y con dos dedos comprobé lo mojada que estaba. La mujer miraba fijamente mis maniobras, no pudiendo evitar el que un gemido saliera de su garganta cuando llevándome la mano a la boca, probé sus fluidos.
―¡Fernando!― dijo mi nombre como un ruego.
―Quiero ver como te masturbas, pero no te corras hasta que yo te diga― le respondí.
Se acomodó en el asiento, apoyándose en la puerta, de tal manera que me daba una completa visión de ella, y a la vez evitaba que Raimundo la pudiera ver por el retrovisor del coche.
Estábamos subiendo por la calle Insurgentes, cuando pude observar como sus manos acariciaban sus pechos por encima del vestido, y como coquetamente flexionaba una pierna para que el ángulo de mi mirada, me permitiera ver como con una mano separaba sus labios.
El sudor ya había hecho su aparición en su escote, cuando con las yemas empezó a torturar gradualmente su clítoris. Estaba en celo, el juego de sumisión la estaba llevando como en una nube hasta cotas de excitación impensables para ella.
Las manzanas de casas pasaban a nuestro alrededor, sin que nos diéramos cuenta, ella concentrada en su propio placer y yo, como hipnotizado, no podía retirar mi vista de ella. Dos dedos de una mano ya se habían introducido en su interior, mientras que los de la otra, restregaban su botón llevándola en volandas hacía su clímax.
―Enséñame los pechos― le dije distrayéndola un poco, si continuaba masturbándose a ese ritmo, iba a correrse sin remedio.
Disgustada, por su necesidad de derramarse, se fue abriendo, botón a botón, su escote. Su sujetador rojo iba a juego con el tanga que tenía en el bolsillo. Sensualmente me miraba, mientras se lo desabrochaba, y orgullosamente, me los ofreció al liberarlos de su encierro.
―Que buena estás― le solté sinceramente, al sostenerlos entre mis palmas. No demasiado grandes, duros, y con unos oscuros pezones que excitados me miraban.
―Gracias, amo― me respondió gimiendo, al notar mis dedos pellizcando sus aureolas.
―Tápate, luego haré uso de ellos―la mujer me obedeció, a la vez que le pedía al chofer que nos llevara al hotel.
Al terminar de abrocharse, me miró esperando que le dijera algo.
―Ahora sí, quiero que antes de llegar al Sheraton, te hayas venido.
Habiendo obtenido mi permiso, se aplicó rápidamente a sus maniobras, ya sin control buscó su placer, como si fueran un pene, tres dedos de ella se internaban y salían de su gruta sin dejar de mirarme. Y cuando unas descargas eléctricas surgieron de su interior, extendiéndose por todo su cuerpo, sumisamente me pidió mi aprobación.
―¡Puedes!― al oírlo, explotó. Su vagina como si fuera el nacimiento de un río, manó desenfrenadamente flujo hacia el exterior, empapando sus piernas y manchando la tapicería, mientras su pecho convulso se retorcía en el asiento.
―Gracias― me dijo expresando su gratitud, antes de acomodarse la ropa, porque ya estamos llegando a nuestro destino.
Raimundo se bajó del coche, para abrirle la puerta. María se entretuvo unos instantes antes de apearse, y susurrándome con su mejilla pegada a la mía, me dijo:
―Esta noche soy tuya, mi amo, úsame, humíllame, pero por favor déjame darte placer.
―¡Lo harás! preciosa, ¡Lo harás!

2.― Saqué a la puta que había en su interior (2)
Estábamos esperando el ascensor cuando oí como Raimundo se despedía de nosotros. Ya salía por el coche, cuando gritando le llamé:
―Espera, tienes que hacerme un favor.
Me escuchó con atención mientras le hablaba, sin cambiar su semblante. Era un hombre a carta cabal y solo cuando hube terminado, me dijo:
―Don Fer, usted sigue igual, nunca dejara de ser de sangre caliente― y carcajeándose ―¡no sé qué hace en España, México es su sitio!
Por la cara de pocos amigos de María, supe que no le había gustado que la dejase sola en el Hall del hotel. Pero su enfado desapareció en cuanto se cerró la puerta y estrechándola entre mis brazos la besé posesivamente, con mi lengua dentro de su boca y mis manos magreándole sus pechos.
―Ya era hora que me besaras― me dijo con una sonrisa en los labios ―te he dado mi tanga, te he hecho una felación, me has tocado mi sexo, mi pecho, incluso me he masturbado para ti, y hasta este instante no me habías besado.
―Es que soy muy duro― le repliqué divertido mientras con mi mano le daba un azote.
―¡Eh! para eso son, pero se piden― me contestó en son de broma.
―¿No eras mía, acaso?―
―Sí, mi amo―dijo guiñándome un ojo ― y espero que castigue a su querida esclava como se merece.
La mujer era un encanto, divertida, cariñosa, y lo mejor era que le encantaba jugar. Según ella, el sexo era diversión, le encantaba experimentar, que su cuerpo y su mente sintieran nuevas sensaciones, no importándola si eran o no agradables a priori, solo se negaba a realizar lo que ya había probado y no le había convencido. Le encantaba decir que en el sexo solo había una cosa que no le gustaba pero no se acordaba de que era. Todo mentira, lo que realmente ocurría en que con treinta años, nunca había practicado nada no convencional hasta que casualmente me conoció.
María entró a mi habitación corriendo, y huyendo de mis cosquillas se tiró sobre la cama de dos por dos, en la que íbamos a acostarnos. Esperó tumbada a que cerrara la puerta, y llamándome me pidió que me pusiera a su lado. Estaba espectacular, observando que no me acercaba, vino hacia mí ronroneando como una gata. Quería, necesitaba ser acariciada, su lomo se restregó contra mis piernas pidiéndome atención.
Sus garras arañaban mis pantalones reclamando que la hiciera caso, cuando le dije que se levantara.
Se puso en pie, sin saber que le tenía preparado.
―Quiero que te desnudes lentamente para que pueda valorar mi mercancía.
―¿Por dónde empiezo?― me preguntó coquetamente.
No le contesté con palabras, fueron mis manos desgarrando su vestido las que respondieron su pregunta. No se lo esperaba, pero en cuanto la despojé de su ropa, entendió que quería rapidez, que no podía dudar al obedecerme.
―Perdona― me dijo disculpándose.
Se fue quitando el sujetador sin dejarme de mirar a los ojos, trataba de descubrir por mis gestos, si me gustaba lo que estaba haciendo, deseaba satisfacerme, esa noche era mía, y no podía fallarme. Cuando ya estaba totalmente desnuda, me puse a su lado.
Levanté su barbilla. Ella creyó que quería besarla, pero se quedó con las ganas, estaba tasando mi adquisición.
―Guapa, distinguida.
Deslizando mi mano por su cuello, masajeé sus hombros.
―Buena estructura ósea, músculos tensos, típicos de la vida moderna.
Suspiró cuando sosteniendo sus pechos en mis palmas, intenté averiguar su peso, y dio un grito cuando pellizcando sus pezones comprobé su textura.
―Los he visto mejores― me miró preocupada por mi falta de entusiasmo, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola.
Era el turno de su estómago, me tomé mi tiempo, mis dedos recorrieron lentamente la distancia entre sus senos y su ombligo, el tacto de su piel era cálido, suavemente calido como el de la seda. Mis maniobras habían comenzado a afectarle, su respiración se agitaba al ritmo de mis caricias, podía ver como se agitaba cada vez que el aire salía de sus pulmones. Sus oscuras aureolas simulaban sentir vergüenza, se habían retraído endureciéndose, y en su expresión la excitación había hecho su aparición.
Seguí bajando, me acercaba a su sexo, María facilitando la tarea, abrió sus piernas. Me encantaba ver que me había hecho caso y había depilado por completo su pubis, de esa forma me resultó sencillo separar sus labios. Estaban hinchados por la pasión que la empezaba a dominar, y cuando mis toqueteos se centraron en su clítoris estalló, derramando flujo entre mis dedos.
―Perdón, no pude evitarlo.
―¡Cállate!― le dije mostrándole mi enfado.
Estábamos actuando, sabía que era un juego, pero aún así me molestó, quién coño se creía para correrse sin mi permiso. Si era mi esclava debía comportase como una. Decidí castigarla, y sentándome en la cama le grité:
―Ven aquí, inmediatamente― señalándole mis piernas.
―Sí, mi amo― y acercándose donde estaba, intentó sentarse en ellas.
―Así ¡No!― y tumbándola sobre mis rodillas, empecé a azotarle el trasero.
Al principio suavemente, pero viendo que no se quejaba, fui incrementando tanto el ritmo como su intensidad. Nada, no respondía a los estímulos, por lo que mis palmadas ya eran francamente fuertes, cuando empezó a gemir siguiendo su compás. No conseguía interpretarlos, sus sollozos parecían una mezcla de dolor y de placer, y solo cuando chillando me pidió que siguiera castigándola comprendí que estaba disfrutando con la reprimenda. Eso me excitó, proseguí azotándola hasta que dos hechos simultáneamente tuvieron lugar. María se empezó a convulsionar por el gozo que sentía, y caí en que su piel mostraba los efectos de un castigo excesivo.
―Tienes prohibido correrte sin mi permiso, ¡esclava!― le ordené recalcando esta última palabra.
Estaba agotada, por lo que la dejé descansar. Se fue relajando progresivamente. Cuando consideré que ya había tenido suficiente recreo, me concentré en verificar los daños. Tenía el culo amoratado, pero nada que no se curara en un par de días, por lo que viendo que no tenía nada permanente, proseguí con el examen que me había interrumpido con su orgasmo. Sus nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado, pero el verdadero tesoro lo encontré al separarle sus dos cachetes. Como por arte de magia apareció ante mis ojos un esfínter rosado, que al examinarlo con cuidado, descubrí que era virgen, que ningún pene había hoyado su interior.
―¿Nunca has practicado el sexo anal?
Avergonzada como si eso fuera delito, bajó sus ojos sin contestarme. No me hacía falta, ya sabía la respuesta. La levanté de su posición y dándole un beso en los labios, le informé que su querido amo iba a estrenarlo. Estaba asustada, sabía que si no se hacía bien le dolería a lo bruto, por lo que después de pensarlo, me contestó que de acuerdo, que confiaba en mí.
―Descansa un poco mientras me preparo― le dije depositándola en la cama.
Nervioso, por la perspectiva de estrenarla, abrí mi neceser y sacando la crema hidratante hecha a base de aceite, volví a su lado. María también se había preparado, me recibió a cuatro patas sobre el colchón. Todavía no me había desnudado por lo que quitándome la ropa, me puse detrás de ella.
Extraje una buena cantidad de crema, que coloqué sobre su intacto hoyo. La extendí un poco por las rugosidades de su ano, antes de realizar ningún avance, necesitaba que se acostumbrara a que fuera manipulado. La mujer era novata, por lo que al principio estaba tensa, pero mis caricias fueron tranquilizándola y excitándola a la vez.
―Estoy lista― me dijo.
Fue un banderazo de salida. Con cuidado le introduje un dedo dentro de ella. Sus músculos se contrajeron por la invasión, pero sin sacarlo con movimientos circulares fui relajándolos. Progresivamente iba cediendo su la presión que ejercía y aumentaba el placer que sentía. Percibí que estaba dispuesta para que profundizara mi exploración, por lo que metí otro mas, mientras que con la otra mano pellizqué cruelmente su pezón izquierdo.
―¡Me gusta!― me gritó.
“Está claro que le gusta la violencia”, pensé al escuchar como el haber torturado sus pechos, la ponía bruta. Si quería sufrir, no se lo podía negar, y sustituyendo mis dedos, coloqué la punta de mi glande en su abertura, y dando un pequeño empujón embutí mi capullo en su interior.
―¡Agg!― gimió al experimentar el primer dolor.
Puse mis manos en su hombros, y tirando de ellos hacía mí mientras con mis caderas me echaba hacía ella, se lo clavé entero. Mis testículos rozaban sus nalgas, demostración suficiente de que la mujer había absorbido por completo.
―¡Sácalo! ¡Qué me destrozas!― me gritó llorando.
―¡Silencio!― le ordené―¡Quédate quieta mientras te acostumbras!
Me obedeció con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el escroto. Permaneció inmóvil, doliéndole todo su cuerpo, pero sin quejarse. A los pocos segundos empecé a sacárselo lentamente, de forma que noté sobre toda la extensión de mi sexo, cada una de las rugosidades de su anillo, y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro. Repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil mi invasión. El dolor se estaba tornando en placer en cada envite, y María comenzó a disfrutar de ello.
―Eres una buena yegua― le dije al oído humillándola― Debería prestarte a otros jinetes.
―Móntame más rápido, por favor― me pidió.
Nuestro suave trote se convirtió en un galope desenfrenado. Ya no se quejaba de dolor, si algo salía de su garganta eran gemidos de placer. Su cuerpo se retorcía cada vez que mis huevos rebotaban contra sus nalgas. Para no haberlo practicado nunca, recibía gustosa mi sexo. “Realmente me atrae esta hembra”, medité cuando agarrando sus pechos, los usé como anclaje de mis ataques.
―¡Mastúrbate!
No se lo tuve que repetir, como posesa se apoderó de su clítoris, y arañándolo con sus uñas, lo torturó al ritmo que yo imprimía. Se desplomó sobre la almohada, manteniendo su culo en pompa, al sentir las primeras descargas de su orgasmo. El cambio de posición me obligó a cogerle de las caderas, dándome cuenta que esta nueva postura era mejor, porque mi pene entraba más profundamente.
Su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas, mientras la mujer gritaba a los cuatro vientos el placer que experimentaba. Tuve un momento de indecisión cuando por los estertores de su gozo, se quedó parada. No sabía si sacársela para que me la mamara, o seguir rompiéndola. Decidí seguir con su trasero, y dándole una palmada en su cachete, le ordené que se moviera.
―¡Amo! soy tuya― respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante.
Observando su completa sumisión, y recordando lo caliente que la ponían los azotes, marqué la velocidad con mis manos sobre sus nalgas. Izquierda significaba que hacía adelante, derecha hacía atrás, con este sencillo método, fui dirigiéndola hacia mi propio placer.
Lo que no me esperaba es que María volviera a correrse de inmediato, su cueva no dejaba de producir flujo, y tanta fricción hizo que a los pocos minutos los dos estuviéramos mojados de cintura para abajo.
―¿Quieres que me venga?― le pregunté al prever que me faltaba poco para hacerlo. Era una pregunta teórica ya que me importaba poco su opinión, pero oir como me respondía que era una perra que no se merecía mi semilla, provocó que me derramara en su interior brutalmente, y con intensas andanadas de mi cañón la inundé por completo.
Agotado, caí encima de ella, y con mi pene dentro de ella, aprecié como se corría por última vez. Tumbado boca arriba, descansé del esfuerzo realizado, y asimilando todo lo que había ocurrido esa noche, concluí en que era una pena que esta mujer, viviera tan lejos, por que sino la convertiría en mi amante de planta.
―Amo, ¿puedo pedirle un favor?― me dijo sacándome de mi ensimismamiento.
Iba a contestarle que no jodiera, que quería descansar, cuando sonó el teléfono de la habitación. Era de recepción, diciéndome que me habían traído dos paquetes y que mi chofer, quería subírmelos aduciendo que los necesitaba.
–Es verdad― contesté ― que suba.
María me interrogó con su mirada.
―Raimundo te trae una sorpresa, pero mientras sube, límpiame― le dije señalando mi sexo.
Vorazmente, se aplicó a cumplir mi orden, y con su lengua retiró todos los restos que había en mi pene. Cumpliendo un doble propósito, aseármelo pero sobretodo prepararme para lo que se avecinaba.
Cuando tocaron en la puerta, le pedí que se tapara, siempre he sido un celoso de mis conquistas y no quería que mi chofer la viera desnuda. Al abrirla, Ray entró con una caja enorme de más de un metro y medio de altura en una carretilla, y tras saludarme me dio un portatrajes.
―¡Qué disfruten!― me soltó guiñándome un ojo, antes de salir como había entrado.
La sorpresa estaba reflejada en la cara de la mujer, no podía adivinar que contenía el enorme bulto que había a los pies de la cama.
―No preguntes y ponte esto― le ordené lanzándole la ropa.
María, en silencio, se fue al baño, había aprendido a no hablar sin mi autorización. Aprovechando su ausencia me tumbé en la cama, esperando que saliera. No tardó mucho en cambiarse, y al aparecer en el cuarto, estaba espectacular ataviada con un corsé negro de latex, que dejando libre los pezones levantaba sus pechos, le daba un aspecto a catwoman. En sus manos portaba una fusta y collar de cuero. Me gustó verla disfrazada de Domina.
―¿Y esto?― me preguntó, quizas pensando que quería cambiar de roll, y que ella fuera mi ama. La saqué de su error con solo mirarla.
―Dirígete a mí como amo si no quieres que te castigue,¡es para tu regalo!― y viendo que no comprendía tuve que ordenarle que abriera la caja.
El cartón con la que estaba formada, solo estaba pegado con velcro, por lo que le resultó sencillo desmontarla. Se quedó sin habla, cuando se encontró con una mujer vestida únicamente con un body blanco transparente.
―¿Es para mí?― me preguntó.
―María te presento a Laura― en un principio tampoco yo, la había reconocido, la larga falda del uniforme del restaurante me había impedido saber lo buena que estaba ―quizás la recuerdes del restaurante, es la gata que nos ha servido.
La muchacha no podía intervenir, ya que siguiendo mis instrucciones mi chofer le había colocado una mordaza. Eso y la oscuridad en la que se había mantenido, debían de haber aumentado su receptibilidad. Estaba asustada todavía cuando dándole la mano, mi esclava la sacó de la caja, dejándola de pié en medio de la habitación.
―Es tuya, y no me defraudes― le informé con una amenaza velada.
―Amo― sus ojos brillaban del deseo, pero algo la perturbaba ―nunca he estado con una mujer.
―Lo sé― fue mi escueta respuesta.
Sin más prólogo, María empezó a familiarizarse con su nuevo papel, usando la fusta para recorrer el cuerpo de la camarera. Desde mi privilegiado puesto de observación, pude observar como el instrumento de cuero, acariciaba los enormes pechos de la muchacha, como rozaba sus pezones, que poniéndose duros al instante reaccionaron al contacto, antes incluso que cruelmente se los pellizcara sin piedad. De no haberlo evitado la bola que tenía en la boca, hubiera escuchado el gemido de dolor de su garganta.
―Ponte a cuatro patas, perra― le ordenó asumiendo el control.
Mansamente, la muchacha se agachó en el suelo, adoptando la posición que le habían ordenado. Nada más hacerlo, la fusta castigó su trasero duramente.
―Abre las piernas.
Mi amante estaba aprendiendo rápidamente, es más se le veía que le excitaba de sobremanera el disponer a su antojo de un cuerpo tan perfecto. Sin darle tiempo a acomodarse, la punta de la herramienta recorrió el canalillo del culo de la rubia, y separando el delgado hilo del tanga, se introdujo en el interior de la cueva. Como si una descarga eléctrica la hubiese atravesado, Laura se estremeció al sentirlo, y sus caderas adquirieron vida propia moviéndose para disfrutar de la penetración. María al ver el efecto que sus maniobras tenían en ella, se sentó en su espalda y empezó a azotarla con la mano sin sacar el instrumento del sexo de la muchacha. El castigo se prolongó durante unos minutos, durante los cuales no dejo de mover la fusta, ni cesaron los azotes, solo cuando percibió que la muchacha se había corrido, paró y llevándose la punta de cuero a sus labios, probó por primera vez en su vida el flujo de una mujer.
―Quítate la mordaza, quiero besarte.
Fue un beso posesivo, de macho en celo. Maria agarrando su cabeza, la besó abriendole la boca, apoderándose con su lengua de la de la mujer. Estaba excitada, quería disfrutar de cada momento de su despertar sexual, y mordiéndole los labios, le dijo:
―Cómeme― mientras se sentaba en la cama a mi lado.
La pobre Laura fue directamente a su sexo, pero dándole una patada, le dijo que esa no era forma de tratar a su dueña, que empezara por los pies. A estas alturas mi sexo ya había descansado lo suficiente y erecto me pedía entrar en acción, pero decidí esperar un poco, quería que mi esclava se corriera en la boca de mi regalo.
María empezó a gemir desde el momento que la muchacha se metió los dedos de sus pies en la boca. Para ella era una experiencia nueva el ser tocada por otro miembro del sexo femenino, pero por el volumen de sus gritos, no se podía negar que le gustaba. La lengua de su regalo fue subiendo por sus piernas acercándose lentamente a su objetivo, y ella al sentir la calidez del aliento de la muchacha sobre su pubis, no pudo resistir mas y agarrándola del pelo, le obligó a apoderarse de su clítoris.
La camarera si tenía experiencia en comer coños, lo noté al instante, observando como separaba los labios con cuidado y con una mano estimulaba el botón del placer y con la otra, usando dos dedos, la penetraba. Fue visto y no visto, nada mas empezar ya se había corrido, pero sabiendo que era capaz de tener múltiples orgasmos y que yo ya estaba como una moto, le ordené que continuara comiéndoselo, mientras yo aprovechaba a ponerme a la espalda de la muchacha.
Estaba buenísima, era impresionante verla desde mi ángulo, con su culo paradito, mientras le practicaba el oral a María. No esperando nada más, le puse mi glande en su entrada y de un solo golpe la penetré hasta que la punta de mi miembro chocó con la pared de su vagina. Tenía sus músculos interiores educados, me abrazaban mi miembro con una presión que me hizo enloquecer. Era una máquina, se multiplicaba en el sexo, con su lengua estaba dándole placer a Maria, con sus manos estrujaba sus pechos, y todavía tenía aliento para mover sus caderas, buscando que me derramara en su interior.
Experta o no, fue la primera en correrse de los tres, y lo hizo sonoramente, gritando que no paráramos, que necesitaba sentirse mujer mientras se licuaba sobre mi pene. Estaba a punto de acompañarla cuando caí en la cuenta que todavía no había probado la cueva de mi esclava. Y sacándosela, le ordené que me lo dejara.
María levantó su cabeza para observar como poniéndole sus piernas en mis hombros, le introduje mi sexo en su interior.
―¡Gracias! Por fin me follas― me dijo al notar su cueva i nvadida.
Esta vez, nos corrimos a la vez, durante meses habíamos soñado en que se unieran nuestros sexos, y durante horas nuestros cuerpos se habían preparado para ese momento. Por eso, en cuanto note que se avecinaba su orgasmo, me dejé ir derramándome en su interior de forma que nuestros flujos se mezclaron al ritmo de nuestro placer.
Cansados nos tumbamos en la cama, besándonos cuando oímos a Laura preguntar:
―¿Puedo participar?
Con una carcajada le contesté:
―No sé qué opina mi esclava.
Y sonriendo, María la metió entre nosotros.

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