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Relato erótico: “La cazadora V” (POR XELLA)

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Eva llegó a su casa y dejó las bolsas a un lado, en el recibidor. Vivía en un pequeño chalet de dos plantas, con un pequeño jardín El la parte delantera. Había decidido ir a comprar algunas cosas que le fuesen útiles con su nueva forma de vida. Se sentía bien, se sentía libre, se sentía feliz… Tenía que darle las gracias a la señorita Diana Querol, la había ayudado a ver la vida desde el lado correcto y a dejar las dudas a un lado.   

 

Decidió subir a darse un baño relajante, había sido un día duro y quería descansar…   

 

Diana se acercó a la puerta del chalet. Se agachó al lado de la puerta y levantó una piedra que había allí. Tal como había ordenado a aquella zorra, había dejado una copia de las llaves para ella. ¿Habría cumplido el resto de sus peticiones? No lo dudaba, pero lo comprobaria en unos segundos. Abrió la puerta del jardín, lo atravesó y accedió a la casa. Nada más abrir la puerta una sonrisa apareció en su cara, allí estaba, tal como había introducido en su mente.   

 

Eva estaba de rodillas en el recibidor, prácticamente desnuda, solo llevaba una prenda compuesta por tiras de cuero que, más que tapar, levantaban y exhibían su figura. Se había puesto un ballgag y tenía las manos esposadas a su espalda. Un collar de perro adornaba su cuello.   

 

A un lado estaban las bolsas que había traído, con todos los juguetes que le había mandado comprar.   

 

Eva levantó la vista y se alegró de lo que vió. Diana estaba magnífica, unas botas de cuero altas, por encima de la rodilla y con tacones de 15 cm, un corsé negro con detalles en rojo y una minifalda a juego, el pelo recogido en una alta coleta. El conjunto le daba un aspecto imponente. La mujer no se planteó que estaba haciendo Diana allí, igual que no se planteó por qué había hecho una copia de sus llaves y las había dejado escondidas debajo de una piedra, solamente estaba contenta de ver a aquella mujer que tanto la había ayudado.   

 

Diana, cerró la puerta y pasó caminando al lado de su presa. No le hizo ningún caso. Pasó de largo y comenzó a investigar la casa. Cuando terminó, fue al salón, desde donde podía ver a la mujer arrodillada desde su espalda, se sentó en un sillón y esperó pacientemente.   

 

“¿Qué hace?” Pensaba Eva. “¿Por qué no dice nada? ¿No se acerca? ¿N-No lo estoy haciendo bien?” La mujer tenía una fuerte sensación de humillación. Estaba casi desnuda, arrodillada, esposada y amordazada en su propio recibidor, ante una mujer que había conocido esa mañana. Pero esa sensación la calentaba… Estaba realmente cachonda, eso la hacia sentirse más humillada y, mientras más pensaba en ello, más cachonda se ponía. Era un círculo vicioso.   

 

Diana leía en su mente todo eso, y procuraba manipularla acrecentando las sensaciones y pensamientos que más le convenían. Aquella zorra iba a ser una buena puta y todo iba a comenzar aquella noche.   

 

El timbre de la puerta sonó, sobresaltando a Eva que no esperaba más visitas. ¿Quién sería? No podía verla así, aunque, en el fondo, no la desagradaba en absoluto.   

 

Diana se acercó a abrir la puerta y ante ellas apareció Henry. No podía ocultar su cara de desconcierto ante lo que estaba sucediendo, que se tornó en sorpresa al ver a la mujer que estaba arrodillada ante él. ¡Era Eva Jiménez!   

 

Diana le invitó a pasar y avanzó con el hasta el salón, dejando allí sola de nuevo a la excitada mujer.   

 

Eva estaba atónita, ¿Qué hacia ese hombre aquí? No podía olvidar los pensamientos que había tenido esa tarde y, la remota idea de descubrir si en verdad tenía una enorme polla la excitaba. Pero, ¿Por qué se habían ido? ¿No iban a hacer nada con ella?   

 

– Yo… Yo tengo familia, señorita. – Estaba diciendo Henry.   

 

– No te preocupes, no lo veas como unos cuernos. Esta mujer necesita ayuda y tenemos que dársela. ¿No has visto cómo se pavonea por la empresa? ¿Cómo mira con superioridad al resto de la gente?   

 

Henry si se había fijado en eso, esa mujer despreciaba todo lo que consideraba inferior.   

 

– Necesita esto para curarse, y además… ¿No querrías devolverle todo ese desprecio?   

 

El hombre la miraba, pensativo. Si, deseaba darle su merecido a aquella perra, pero no quería hacerle eso a su familia. Su mujer… Pensaba en lo que le diría su mujer si se enterase…   

 

“¡Vamos! ¡Vengate de esa zorra!” Podía escuchar claramente su voz. En frente suya, Diana sonreía complacida. ¿Por qué? Si le estaba dando largas…   

 

“¡Follatela!” Continuaba gritando su mujer. “Haz con ella lo que nunca harías conmigo”. Algo dentro de su cabeza le decía que esa no era su mujer, que ella se enfadaria realmente, pero ese algo cada vez se oía más lejano en su mente. La voz de su mujer le instaba a aceptar la propuesta de aquella extraña.   

 

– Esta bien, acepto. Formaré parte de la terapia.   

 

– Me alegra oírlo, ¿Comenzamos pues?   

 

Los dos se levantaron y avanzaron hacia su presa.   

 

Eva estaba luchando contra sí misma, estaba cachondisima, deseaba masturbarse allí mismo, pero las esposas que ella misma se había puesto no se lo permitían. Entonces, levantó la vista y lo vió. Allí estaba, una enorme polla negra colgaba ante su cara. Le llegó a la nariz el olor característico que desprendía. Miró a los ojos al dueño de aquel rabo, suplicandole con los ojos. Henry comenzó a restregar su miembro por la cara de la mujer.   

 

– ¿Esto es lo que tanto estabas deseando? – Le dijo. – No te preocupes que te vas a hartar.   

 

Y diciendo esto, de un tirón le quitó el ballgag de la boca, lo que permitió a Eva lanzarse a por el manjar que tenía delante. Se metió el grande en la boca, jugando con su lengua dentro de ella, recorriendolo, rozandolo, saboreandolo.   

 

Henry, que quería algo más de pausa, agarró su miembro y, levantandolo lo saco de la boca de la mujer, mostrandole los huevos, que está se apresuró a lamer.   

 

El hombre no se creía la situación en la que estaba, ¡Aquella pedazo de hembra le estaba chupando las pelotas! Y mientras,oía claramente la voz de su mujer dentro de su cabeza, “Eso es,que te lama los huevos. Enseña a esa zorra quién manda”   

 

Diana por su parte, veía satisfecha como se desarrollaba todo. La zorra de su ex jefa era una adicta a la humillación y al sexo, y aquél hombre había accedido fácilmente a someterla. Estaba comenzando a calentarse ella también, tanto por la propia situación como por las sensaciones que llegaban de la mente de aquella pareja. Llevó su mano debajo de su falda, apartó el tanga y comenzó a frotarse lentamente.   

 

Eva estaba practicando una profunda felacion a Henry, algo bastante complicado debido al enorme tamaño de su tranca, pero la mujer no desfallecia. Se introducía la polla hasta el fondo de la garganta una y otra vez. Henry estaba a punto de llegar al climax, agarró la cabeza de Eva y comenzó a follarla con violencia hasta que derramó el contenido de los huevos en su garganta. Eva, lejos de sentirse contratada con ello, recibió la descarga con alegría, pensando en lo humillante que era que un simple hombre de la limpieza la usase de aquella manera y la obligase a tragarse su leche.   

 

Diana alcanzó su primer orgasmo acompasado al de Henry, y quería disfrutar también de su presa. Se acercó a ella y acariciandola el pelo, le susurró al oído.   

 

– ¿Es esto lo que buscabas?   

 

Eva asintió con la cabeza.   

 

– En lo más profundo de tu ser querías ser un objeto, estar a disposición de cualquiera que quiera utilizarte. No eres más que un juguete.   

 

Eva interiorizaba las palabras de Diana. Ésta la agarró del pelo, forzandola a levantar la cara mirando al techo, se dio la vuelta, se quitó el tanga y se sentó sobre su cara. Eva no sabia como reaccionar, nunca había estado con una mujer y mucho menos así. Tenía el coño de Diana sobre su boca y su nariz quedaba justo ante el rosadito ano de la mujer,  casi no podía respirar, pero inexplicablemente la situación la excitada sobremanera. Se sentía usada como un objeto, ¡Estaba sentada en su cara!   

 

Diana, ante la duda de Eva, comenzó a balancearse, restregando su coño sobre la cara de su ex jefa. La mujer comenzó a mover la lengua, lentamente, con dudas al principio, pero luego, mientras más subía la excitacion iba aumentando el ritmo, calentando a Diana y llevándola al borde del orgasmo.   

 

Recorría su coño y su culo, lamiendo con gusto, notando como los flujos de Diana llenaban su cara. Se aplicó a ello hasta que la mujer se levantó y, tirandola del pelo, la obligó a pegar la cara al suelo, quedando su culo en pompa, expuesto ante ellos.   

 

Henry disfrutaba con lo que veía, dos mujeres como aquellas montándoselo ante él… Era una situación que sólo había vivido en sueños. Aun así, se extraño de haberse vuelto a empalmar, tenía una edad y a veces no aguantaba ni un asalto, pero ahora parecía que tenía la energía de un chaval… No se podía imaginar que eso era obra de Diana.   

 

– Toda tuya. – Le dijo de repente la cazadora.   

 

Abandonó sus pensamientos y vió la situación, Eva estaba con el culo en pompa, ante él, mostrandole sus dos preciados agujeros.   

 

No perdió la oportunidad y se la introdujo en el coño de una embestida, haciendo que la mujer diese un grito. Su primera idea había sido sodomizarla, pero la voz de su mujer resonó en su cabeza y le hizo cambiar de opinión.   

 

“El culo es para Diana. Follate el coño de esa zorra, que sepa lo que es una buena polla”   

 

Diana sentía el placer y el dolor de Eva, nunca le habían metido una polla tan grande, y menos con la intensidad con la que lo hacía aquel viejo. Había conseguido rejuvenecer su espíritu, aunque fuese durante un rato, eliminando las barreras psicológicas de la edad. Al día siguiente, el esfuerzo le pasaría factura, pero eso a Diana poco le importaba…   

 

Fue hacia la bolsa y extrajo un plug anal, le untó algo de lubricante y se colocó sobre la espalda de Eva. Agarró sus nalgas, separándolas, disfrutando de la visión de aquella enorme polla penetrando el abierto coño de su ex jefa. Colocó la punta del plug en el ojete de la mujer y lo introdujo de un empujón. El esfinter rodeó aquel trozo de plástico de tal manera que parecía que lo quería a engullir.   

 

Esa visión fue demasiado para Henry, que volvió a correrse llenando de semen el coño de Eva la cual estaba exhausta y derrotada, pero seguía cachonda. A Henry le pasaba lo mismo, no se explicaba el aguante del que estaba haciendo gala. Desmontó a la mujer y se sentó en un lado de la sala.   

 

Diana dejó libre a Eva, aunque mantuvo el plug dentro de su culo.   

 

– Desnúdate, zorra. Muestrate en pelota ante nosotros y limpia lo que has ensuciado. – Le dijo.  

 

 

Eva sabía a que se refería. Se situó ante Henry y obedeció. Primero se despojo de las escuetas prendas que llevaba y luego se arrodilló ante él y le hizo nuevamente una mamada. Notaba claramente el sabor de su coño, que era algo distinto al de Diana. Henry tardó pocos minutos en correrse de nuevo, pero esta vez lo hizo sobre la cara de la mujer.   

 

El hombre se levantó del sitio, se vistió y se dispuso a salir.   

 

“Así se trata a una zorra. Muy bien” Oía a su mujer. “Pero te olvidas de algo, a las putas hay que pagarlas”   

 

Entonces Henry lanzó a Eva un par de billetes de 20. Uno de ellos quedó pegado a su cuerpo debido a la corrida que acababa de recibir.   

 

Ese acto fue demasiado para Eva. El morbo de verse como una prostituta fue tal que se corrió allí mismo, sin contacto con nadie, ante la atenta mirada de Diana, que sonreía satisfecha.   

 

En cuanto Henry cruzó la puerta, todo recuerdo de Diana se borró de su mente, sólo quedó el hecho de haberse follado a Eva, de que era una puta. Nadie se lo creería al día siguiente en el trabajo…   

 

– ¿Cómo te sientes? – Preguntó Diana.   

 

– Mejor que nunca… – Suspiró Eva. – Me has ayudado a liberarme, a ser yo misma.   

 

“Ha llegado la hora” Pensó Diana. Había hundido a su presa, la había convertido en una adicta a la humillación, pero se había guardado un pequeño placer para el final, para ella misma, para paladearlo y disfrutarlo.   

 

Se dirigió a las bolsas y cogió un arnés, se lo puso rápidamente. Se sorprendió de la impaciencia con la que estaba actuando.   

 

– Ven aquí, falta una barrera por romper.   

 

Eva obedeció, no le había dicho nada, pero sabia exactamente lo que quería que hiciera. Volvió a colocarse de rodillas, con la cara pegada al suelo y el culo en pompa. Con sus manos todavía esposadas tras su espalda, separó sus nalgas, mostrando el plug anal que sobresalía.   

 

Diana lo extrajo de un tirón, sin miramientos, y de igual manera le introdujo el enorme falo de plástico que portaba. Durante muchos minutos, sin pausa, bombeó el culo de Eva haciéndola gritar de placer y de dolor, sin ningún tipo de cuidado, arrancandola orgasmos ya fuera por la sodomizacion o por que ordenaba a su mente que los tuviera. Y así estuvo hasta que tuvo suficiente. Cuando extrajo la polla, el ojete de Eva estaba dilatado formando una enorme O que continuaba hasta sus entrañas. Se despojó del consolador, introdujo de nuevo el plug en su culo y salió de la casa.   

 

– Mañana volveremos a vernos.  – Dijo, justo antes de salir.   

 

Y allí quedó Eva, la orgullosa y ambiciosa mujer reducida a ser una vulgar zorra.   

 

——-   

 

Diana entró a su antigua empresa, cogió el ascensor y se bajó en la planta 9. Había algo de jaleo, pero no le hizo caso y se dirigió ansiosa al despacho de Eva.   

 

“¿Cómo se encontrará esa pequeña zorra?” Pensaba, excitada. Peor llamó al despacho y no le contestaba nadie. Abrió lanpuerta curiosa y se encontró con un despacho vacío. ¿Donde estaría Eva?   

 

Entonces reparó en el jaleo que antes había pasado por alto. Se acercó y vió que venía del servicio de caballeros. Abrió la puerta con cautela y lo que vió la dejo anonadada. Allí estaba Eva, desnuda y arrodillada entre montones de hombres. Tenía el cuerpo lleno de semen y su ropa estaba tirada a un lado del servicio hecha un amasijo.  

 

Diana no se lo creía, ¿A tanto había llegado? Sin ella delante, sin instrucciones, sin ordenes mentales… Y allí estaba, siendo usada por todos aquellos hombres…  

 

En un lado estaba Henry, que sin duda habría contado su experiencia y animado a los demás a participar.  

 

Uno tras otro los hombres acercaban sus pollas a la cara de la directiva, que las engullia ansiosa, desesperada, como si nunca tuviese suficiente. Algunos se corrían en su garganta y otros preferían llenarle la cara de semen, o las tetas, o el pelo… Eva disfrutaba. Saboreaba cada polla como si fuese la última, recibía cada corrida con deleite, saboreaba todo lo que entraba en su boca, pedía más.  

 

Diana supo que su trabajo había acabado, que ya estaba todo hecho. Se dió la vuelta y se fue del lugar. Salió del edificio y esperó en la puerta, aquella situación solo tenia una salida posible.  

 

Y así fue. Un par de horas después, Eva salia por la puerta principal, desmadejada y sucia, con la ropa desaliñada y restos de corridas en el pelo que no se había podido limpiar.  

 

En cuanto vió a Diana se dirigió hacia ella.  

 

– Me han despedido. – Dijo. Pero no lo dijo decepcionada, ni triste, si no de manera impersonal, como el que dice la hora.  

 

Diana escrutó su mente y vió como el director entró en el servicio hecho una furia, sabedor de lo que estaba ocurriendo y llamó a Eva a su despacho. Una vez allí, le dijo que era un comportamiento inaceptable para su cargo y, después de follarse a aquella zorra ante la insistencia de ella misma, la puso de patitas en la calle.  

 

– ¿Qué sientes?  

 

-… Es… Extraño. Me siento liberada. He descubierto una parte de mi que ansiaba salir y mostrarse y ahora, sin este trabajo, puedo vivir sin preocuparme por cosas secundarias…  

 

– ¿Qué vas a hacer ahora?  

 

– No lo se… No se hacer nada más que lo que hacía aquí… Y no quiero seguir haciendo esto. Tu…  

 

Diana la observaba, sabedora de lo que le iba a decir.  

 

– Tu me has conocido mejor en dos días que el resto del mundo, me has ayudado a salir del cascarón y a ser lo que soy… ¿Podrías… Ayudarme?  

 

– ¿A que?  

 

– A encontrar un trabajo, una forma de vida. Quiero romper con mi vida anterior, resarcirse de mis pecados…  

 

– Conozco el sitio perfecto… – Dijo Diana, tendiendole una tarjeta.  

 

“7Pk2” rezaba en ella. Eva la miraba como hipnotizada.  

 

– Pregunta por la dueña y dile que vas de mi parte. Ella te podrá ayudar.  

 

La ex directiva seguía en el mismo sitio, mirando la tarjeta, absorta. La gente que pasaba la miraba, y no era para menos debido a las pintas que llevaba, y las manchas de obvia procedencia que tenía por el pelo.  

 

Diana se dió la vuelta y se dispuso a irse.  

 

– ¡Espera! – Gritó Eva. Diana se paró y la miró. – G-Gracias… Por todo.  

 

– De nada. – Contestó Diana, exultante de felicidad.  

 

———– 

 

Hacia meses que no iba por aquel sitio. Desde antes del cambio. Pero tenía que verlo, quería ver el destino que esperaba a Eva.  

 

Tamiko la había llamado por la mañana informándola de que una mujer había llegado la tarde anterior, diciendo que venía de parte de Diana Querol. Por su puesto la había dado el trato que merecía, y creía que Diana querría ver a su amiga.  

 

Así que allí estaba, entrando en el sitio que representaba el nexo entre su antigua vida y la nueva, dispuesta a ver su venganza completada.  

 

Cuando entró, buscó en el escenario con la mirada, pero no era Eva la que estaba allí, sino las dos hermanas que tantas calenturas le habían ofrecido. Se sentó entonces en una de las mesas cerca del escenario. ¿Saldría después en alguna actuación? ¿Qué haría en su número?  

 

– ¿Qué desea tomar?  

 

La sobresaltó una voz, interrumpiendo sus pensamientos.  

 

– Un whisky sol…  

 

La frase murió en su boca antes de acabar. ¡Era Eva!  

 

Llevaba únicamente un pequeño delantal que difícilmente le tapaba el pubis, unas medias hasta medio muslo, tacones negros,  una cofia sobre la cabeza y unas pinzas en los pezones.  

 

¡Era la camarera!  

 

La mujer la estaba mirando con auténtica admiración. Diana pudo ver en su mente como era completamente feliz con su nuevo trabajo y todo se lo debía a ella. 

 

– Un whisky solo. – Repitió. 

 

Eva se dio la vuelta y fue a por su bebida, solícita. 

 

– Espero que te guste su nuevo puesto de trabajo. – Escuchó a su lado. 

 

Se giró y vio a Tamiko, sentada junto a ella. 

 

– Esto es nuevo… Antes no teníais camareras así. Creía que la pondrías a bailar. 

 

Eva llegó, dejó el vaso de whisky y se retiró para seguir haciendo su trabajo. 

 

– Después de ver lo que habías hecho con ella consideré que funcionaria mejor en este puesto, la has convertido en una adicta a la humillación y la degradación. Y además, pensé que te complacerian sus nuevas funciones… 

 

Tamiko hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia la nueva camarera. Cuando Diana miró, vio como estaba arrodillada ante uno de los clientes, chupandole la polla. 

 

– Vamos a hacer algunos cambios aquí… – Continuó Tamiko. – Vamos a dejar de ser un simple burdel para convertirnos en algo más, y tu serás en parte la artífice de todo esto. 

 

– ¿A que te refieres? 

 

– Nos vamos a convertir en un club privado. Cobraremos cuota de entrada a los socios y, una vez dentro, podrán disponer de nuestras putas cuando ellos quieran. Tu ex-jefa es la primera de muchas, un aperitivo para que vean lo que habrá aquí dentro de poco. 

 

Diana observaba asombrada como después de la mamada, un hombre había comenzado a sodomizar a Eva. 

 

– Aunque, de momento, lo único que estamos consiguiendo es ralentizar el servicio de mesas. – Apuntó Tamiko, divertida. –  Diana, tu y yo juntas vamos a conseguir grandes cosas… ¿Estás conmigo? 

 

– Soy la persona que buscas. – Dijo, mientras imaginaba cuál sería la ocupación de su ex-mujer en ese nuevo club. 


Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta” (POR GOLFO)

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La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta
La conocí hace ocho años y desde entonces esa chiquilla se había comportado como la criatura más dulce e ingenua con la que me he topado en mis cuarenta años de vida. Aunque ya lo dice el título con el que he encabezado este relato, os estoy hablando de Lara, la doctora que me ayuda en mi consulta. Una cría apenas salida de la adolescencia que empezó a trabajar conmigo como enfermera y que consiguió ocultar durante ese tiempo que yo era parte de sus fantasías más íntimas.
Todavía recuerdo el día que la contraté. Cansado de una ayudante exuberante y caprichosa, me gustó su aspecto aniñado y tímido. Por eso haciendo a un lado, expedientes con mayor experiencia y conocimientos contrastados, lancé una moneda al aire y aposté por ella.
«Con esta niña no caeré otra vez en lo mismo», pensé rememorando la acusación de acoso de la que me libré por medio de una suculenta liquidación que me dejó medio quebrado.
Y así fue. Durante 96 meses, 2 semanas y tres días no hubo nada entre ella y yo. Nuestra relación fue exquisitamente pulcra y jamás hice nada que se pudiese considerar moralmente sospechoso ni que excediera lo meramente profesional. Sin ser nada premeditado al no querer caer nuevamente en lio de faldas, me abstuve incluso de hacer cualquier tipo de alarde de mis diferentes conquistas y curiosamente mi supuesta falta de interés sobre el sexo femenino, fue el incentivo que una mente infantil como la de ella necesitaba para enamorarse en privado de mí, su jefe.
Confieso que nunca me percaté de nada. Durante las extenuantes jornadas que pasamos trabajando codo con codo, estaba tan seguro de la naturaleza de nuestra trato que no analicé correctamente la forma en que me miraba. Tontamente no comprendí que no era admiración profesional lo que esa niña sentía. Cegado por mi decisión de no volver a meterme con alguien con nómina a mi cargo, pasé por alto que, ante un roce casual de mi parte, los pezones de Lara se transmutaban en pequeñas montañas bajo su uniforme.
«¿Cómo pude ser tan imbécil?», pienso ahora.
En su infantil mente, esa bebita se creó una falsa idea de mí y cuando casualmente descubrió que tenía una ajetreada vida sexual, creyó que mi desinterés por ella ocultaba una oscura atracción que saciaba follando con otras mujeres.
Sé que suena absurdo pero comenzó a espiarme y en vez de desilusión, cayó en un bucle en el que me veía como una víctima de mi timidez. La rara fascinación al creerme “sufriendo” al liberar mi estrés en la cama con mis diferentes conquistas, la obligó a seguirme en mis andanzas al disfrutar soñando con el día que ella fuera la objeto de esas caricias con las que regalaba a esas desconocidas.
«Algún día se dará cuenta que es mío», fantaseaba masturbándose mientras espiaba el modo en que noche tras noche dejaba salir mi lujuria.
Ajeno a su fijación por mí, llegué a considerarla como una hija. La fidelidad que demostró en el trabajo y la dulzura que siempre exhibió conmigo, me indujeron a pagarle la carrera de forma que pasó de ayudante a socia de mi consulta.
«¡Me quiere!», exclamó interiormente al conocer mi oferta y por eso hizo su mayor esfuerzo para estudiar y trabajar al mismo tiempo.
Cinco años después, acudí a su graduación y reconozco que sentí orgullo al verla recoger el diploma con el cual el ministerio certificaba con un cum laude sus largas noches de insomnio, en las que no fallarme le dio el motivo suficiente para seguir clavando codos en vez de irse a dormir.
Tampoco le di su verdadero significado al efusivo abrazo ni al beso en los labios con el que me agradeció que le hubiese patrocinado sus estudios y creyendo que eran producto del nerviosismo, dejé en un rincón de mi cerebro las gratas sensaciones que experimenté al notar sus pechos contra mi cuerpo.
Hoy sé que ella no solo no se desilusionó por mi falta de respuesta a ese gesto, sino que Lara trastocó por completo lo ocurrido y en lo que se fijó es que no hice ningún intento de separarme, presuponiendo que había dado un paso de gigante en su intención de ser mía.
«Ya falta menos para que me haga su mujer», sentenció esperanzada sin saber que tardaría todavía tres años en conocer sus sentimientos.
Negando las suculentas ofertas que le llegaron para formar parte de otros hospitales, esa cría siguió siendo parte esencial de mi equipo llegando a ser más que mi mano derecha. Para mí, ella era mi consejera, mi sustento, mi apoyo e incluso mi maestra porque de alguna forma consiguió que yo mismo fuera mejor médico.
Para bien o para mal, su secreto me fue desvelado de una forma brutal cuando un puñetero borracho se cruzó en su camino, dejándola mal herida frente a la clínica donde trabajábamos. Nunca podría expresar lo que pasó por mi mente cuando la encargada de Urgencias me avisó que la habían atropellado y que su vida corría peligro. Como el mejor cirujano que podía encontrar para salvarla era yo, obvió el hecho que era mi amiga y me pidió que la operara.
Os confieso que las cinco horas que pasé reconstruyendo sus órganos vitales han sido las peores de mi vida entera. Reconozco que casi me paralizó el ver los destrozos que ese malnacido había provocado pero sacando fuerzas de mi desesperación conseguí calmarme y saqué adelante la intervención con una frialdad que dejó impresionado al resto del equipo.
Con ella fuera de peligro, me quedé a su lado mientras se reanimaba y fue entonces cuando producto de la anestesia, Lara se descubrió a ella misma al gritar en sueños mi nombre.
«Es por las drogas», me dije al escuchar que en sus delirios se refería a mi como su único y verdadero amor. Los narcóticos que poblaban su sangre relajaron las barreras que había creado a su alrededor y todavía bajo sus efectos, me confesó que me amaba y que solo esperaba el día que la llevara a mi casa y la hiciera mi mujer.
No queriendo reconocer la evidencia, asumí que todo era un efecto secundario y que la confusión de su mente desaparecería en cuanto recuperara el conocimiento. Por ello no le di mayor importancia y recordando los años que habíamos compartido, me quedé junto a su cama hasta que recuperó la conciencia.
No abrió sus ojos hasta la mañana siguiente y cuando lo hizo, sus primeras palabras me dejaron helado porque con la voz temblorosa todavía por el dolor, me explicó que había sentido la muerte y que solo mi recuerdo había evitado que cruzara al otro lado.
-¿Mi recuerdo?- pregunté ya con la mosca zumbando a mi alrededor.
-No podía dejarte solo, soy tu mujer y me necesitas- respondió justo en el momento en que cayó nuevamente dormida.
«¡No puede estar enamorada de mí!», mascullé entre dientes y olvidando que el tiempo había pasado y que ya no era la muchachita asustada que había llegado a mi consulta, pensé: «¡Es una niña!»
Los quince años que la llevaba y la amistad que habíamos forjado me hacía imposible verla como mujer y eso que no podía negar que el cuerpo que había cosido en la fría mesa de operaciones era el de una hembra hecha y derecha. Mis propias incisiones las había efectuado con la idea que algún día Lara pudiese ponerse un bikini sin que nadie pudiese mirarla con compasión pero también con la idea que al compartir algo más que caricias sus amantes no se vieran repelidos por ellas.
«Si se salva, debe ser feliz», me dije buscando que una vez curada fueran mínimas las cicatrices que surcaran su piel.

Una vez os he contado como me enteré de su secreto, he de explicaros como el destino se alió en mi contra y caí irremediablemente entre sus brazos.
Durante quince días no me separé de su cama. Me dolía ver su estado. Hoy dudo de que fuera la amistad lo que me impulsara a ofrecerle que se quedara en mi casa mientras recuperaba la salud y no la retorcida curiosidad de saber si había algo detrás de esa estimulada confesión.
Lo cierto es que al oír mi oferta y como su familia vivía fuera de Madrid, aceptó de inmediato. La alegría que iluminó su rostro al decirme que sí, me hizo dudar sobre la conveniencia de convivir con ella…
Me auto convenzo que nada ha cambiado.
La noche anterior a su llegada, me pasé horas tratando de encontrar excusas que aminoraran la sensación que había perdido a esa leal compañera de tanto tiempo y que lo quisiera o no, nuestra relación en un futuro sería diferente. El recuerdo de mis pasadas experiencias con personas del trabajo golpeó con rotunda dureza a mi mente y no queriendo tropezar de la misma forma, me repetí que todo era una ofuscación mediatizada por tanto tranquilizante.
Habiendo aleccionado a mis neuronas sobre el peligro que suponían los sentimientos de Lara, nunca me preparé para combatir los nacidos de mi propia naturaleza. Por ello ya con ella en mi casa, algo tan usual en mi profesión como limpiar una herida provocó que mis hormonas se alborotaran sin remedio. Fue a las pocas horas de llegar a casa cuando llegado el momento de cambiar sus vendajes y aprovechando que estaba dormida, deslicé las sábanas que la cubrían y en la soledad de esas paredes, la belleza de sus formas me dejó anonadado al percatarme que no me resultaban indiferentes.
«¿Cómo es posible que nunca me haya dado cuenta? ¡Es perfecta!», protesté impresionado: «¡Diez años y nunca lo descubrí!».
Los hinchados senos desnudos de la que era en teoría mi paciente, despertaron la bestia que habitaba en mi interior e involuntariamente mi pene se alzó mientras mi mente luchaba con el deseo de hundir mi cara dentro de su escote.
«¡Joder! ¡Me pone cachondo!», exclamé en silencio sorprendido de albergar pensamientos tan poco profesionales sobre ella.
Recuperando parcialmente la cordura, retiré las vendas y curé sus heridas mientras intentaba vaciar mi mente de esos pecaminosos pensamientos. La memoria de su cuerpo yacente pero no por ello menos apetitoso, perturbó mis ánimos hasta extremos inconfesables sobre todo cuando como consecuencia no deseada de la propia operación, observé con creciente fascinación que las enfermeras habían depilado su sexo completamente.
«Parece el de una quinceañera», murmuré mientras acariciaba esa húmeda abertura con uno de mis dedos.
Mi erección se vio multiplicada al escuchar un gemido que salía de su garganta. Temiendo que se despertara y descubriera que había abusado de su situación, salí como alma que lleva el diablo rumbo a mi cuarto.
Ya en mi habitación, la vergüenza de ese acto ruin y despreciable me trastornó y con el recuerdo de su olor todavía impregnando la yema que había usado para profanar su cuerpo, me metí en la ducha deseando que el agua pudiese borrar mi acción.
Desgraciadamente no sirvió y tras veinte minutos bajo ese chorro, mi verga seguía mostrando un desmesurado tamaño. Desesperado salí del baño y sin secarme me tumbé en mi cama mientras intentaba serenarme.
-Llevo demasiado tiempo sin una pareja seria- murmuré preocupado por vez primera responsabilizando a mi tipo de relaciones de la extraña atracción que sentía por Lara.
La erección lejos de menguar seguía en su máximo esplendor cuando queriendo solucionar mis problemas, agarré mi miembro y me comencé a pajear imaginando que una de tantas conquistas llegaba hasta mi lado. Forzando el rumbo de mis pensamientos, visualicé las manos de esa morena apoderándose de mi tallo mientras su melena se deslizaba por su cuerpo dejando una suave caricia a su paso.
Acelerando el ritmo de mis dedos, cerré mis ojos soñando que abría sus labios y pegaba un caliente lengüetazo a mis huevos antes de hundir mi verga hasta el fondo de su garganta. La excitación que sentí se vio exponencialmente cuando cesando durante un segundo la mamada, levantó su cara y descubrí que era Lara la que la estaba ejecutando.
-Córrete en mi cara- susurró con sus ojos inyectados de lujuria.
Esa orden demolió mis reparos y explotando de placer, bañé con mi sirviente sus mejillas mientras lloraba angustiado por ser capaz de imaginarme esa felación…

Durante horas me quedé encerrado en mi cuarto. Estaba tan avergonzado de la escena que mi cerebro había urdido para aliviar mi calentura que no era capaz de enfrentarme a ella cara a cara. Por ello aún seguía allí, cuando un grito me sacó de la modorra en la que me había instalado y corrí a ver que le ocurría.
Al llegar a su habitación, encontré a Lara tirada en el suelo y sin pensármelo dos veces, fui en su ayuda sin importarme que siguiera desnuda.
-¿Qué te ha pasado?- pregunté.
Muerta de dolor, me explicó que había querido ir al baño y que al levantarse del colchón, le habían fallado las fuerzas.
-No te preocupes- contesté y pasando mi mano por sus piernas, la alcé entre mis brazos para que no tuviera que pasar por ello. Lo que no preví fue que esa monada, aprovechara que la estaba cargando para posar su cara en mi pecho mientras la llevaba al servicio.
-¡Qué bueno eres conmigo!- susurró con voz tierna ajena a que en ese momento estaba aterrado por la ebullición que sentía al tenerla así.
En mi mente, mi oscuro deseo volvió con mayor fuerza. Sabiendo que era inmoral, todas las células de mi piel me rogaban que cambiara de rumbo y la llevara hasta las sábanas. Afortunadamente la razón pudo más y unos segundos después, deposité ese cuerpo que me traía loco sobre la taza del wáter. Tras lo cual hice el intento de marcharme pero justo cuando salía por la puerta, escuché que me decía:
-No te vayas. Tengo miedo de caerme.
Sus palabras me dejaron petrificado y no queriendo estar presente mientras vaciaba su vejiga, le dije que no era apropiado que me quedara. Fue entonces cuando Lara con tono divertido, insistió diciendo:
-Eres médico y mear es una función fisiológica de lo más normal.
Sabiendo que si volvía a reiterar mi oposición la muchacha podía sospechar, decidí no moverme del sitio y esperar a que se diera prisa en hacerlo. Ella viendo que no me iba, separó sus rodillas y dejó que la naturaleza siguiera su rumbo, sin percatarse que desde mi posición tenía un ángulo perfecto de visión de lo que ocurría en su entrepierna.
«Mierda», pensé al contemplar cómo un chorrito brotaba entre los rosados labios de mi compañera y sin perderme nada, me quedé paralizado observando la belleza de ese acto.
«¡No puede ser!», mascullé escandalizado al darme cuenta que me parecía el sumun del erotismo verla en esa postura. Pero lo peor fue cuando al terminar, contemplé el brillo de su coño mojado y absorto con ese panorama, tuvo que ser ella quien me sacara de mi ensimismamiento, diciendo:
-¿Me puedes pasar el papel?
Abochornado, corté un buen trozo y se lo pasé. No sé si ella había notado mi embarazo pero si lo notó, quiso sacarle provecho y olvidando que estaba mirando alargó en demasía ese instante, secando cada uno de los pliegues que formaba su vulva mientras a un metro yo seguía detalladamente como lo hacía.
-¿Has terminado?- dije disimulando que quería seguir disfrutando de su coño.
-Sí- contestó pero entonces haciendo un gesto de dolor, me dijo: -No sé qué me pasa pero me arde horrores- y cómo si fuera yo su ginecólogo, me pidió que lo revisara para comprobar si tenía algún tipo de infección.
Esa extraña petición hizo que mi verga se alzara debajo del calzón y aunque deseaba hacerlo allí mismo, le propuse inspeccionarlo en la cama para que fuera más cómodo para ella. Lara no puso ninguna objeción y con una sonrisa, dejó que la llevara de vuelta entre las sábanas.
Adoptando una pose profesional, la tumbé en el colchón y separando sus piernas, examiné sus labios sin encontrar el clásico enrojecimiento propio de esa afección.
-¿Dónde te duele?- pregunté ya afectado por el aroma que surgía del mismo. Mi compañera me indicó que creía que era entre la uretra y el clítoris. Por ello, tuve que apartar los pliegues y acercar mi cara para revisar esa zona.
«No encuentro nada», maldije mientras mi excitación iba en aumento al contemplar desde tan poca distancia el objeto de mi paranoia.
Os juro que no albergaba otras intensiones cuando queriendo acreditar que la textura de su epidermis no había sufrido ningún daño, rocé con mis dedos el rosado botón de “mi paciente”.
-¡Es ahí!- chilló descompuesta.
Al levantar la mirada, descubrí en sus ojos un extraño deseo y pidiéndole un momento, fui a donde tenía las medicinas y localicé una pomada antiséptica.
«¡Qué coño estoy haciendo!», protesté cuando con ese ungüento en mis manos, volví a su habitación y forzando un supuesto interés profesional, le expliqué que iba a comprobar si eso la aliviaba.
En vez de decirme que ella podía sola, Lara separó sus rodillas mientras me colocaba entre sus piernas. Lo absurdo e innecesario de mi petición me seguía torturando cuando dejé caer una gota en la mitad de su clítoris para acto seguido irlo extendiendo con una de mis yemas.
-¡Que alivio!- gimió con alegría al notar mi poco profesional caricia y con un raro fulgor en sus ojos me rogó que siguiera.
Para entonces era consciente que nada tenía que ver una infección y que ella se lo había inventado, pero dominado por la llama que amenazaba con incendiar mi cabeza, seguí acariciando esa hinchada gema cada vez más rápido. Ante mi sorpresa, su sexo se humedeció de sobremanera y ya estaba totalmente encharcado cuando un sollozo me revelo el alcance de la calentura de esa mujer.
«¡Está cachonda!», exclamé ilusionado y recreándome, usé un par de dedos para seguir extendiendo la crema en su coño.
La acción conjunta de mis dos falanges avivó su deseo y sin disimulo se mordió los labios mientras me rogaba que continuara. Aunque no lo creáis, en mi mente se estaba desarrollando una cruel lucha entre la razón y mi instinto. La sensatez me pedía que parara mientras mis hormonas me pedían que sugiera masturbándola. Muy a mi pesar, ganaron estas últimas y con un insano proceder, elevé la temperatura de mis maniobras cuando sin preguntar, introduje una de mis yemas en el interior de su coño diciendo:
-Veamos como tienes la vagina.
El aullido de placer que escuché que salía de su garganta fue el banderazo de salida de una carrera frenética que emprendió ese dedo para conseguir su orgasmo. Metiendo y sacándolo de las profundidades de su chocho al compás de sus gemidos, me dediqué a asolar sus defensas hasta que con un berrido, Lara proclamó su derrota corriéndose sobre las sábanas.
La certeza que había abusado de su indefensión cayó sobre mí como una jarra fría y con el sofoco instalado en mi mente, me quedé callado mientras ella se retorcía en el colchón disfrutando de los estertores del placer.
«Soy un cerdo», murmuré para mis adentros y totalmente avergonzado de mis actos, me levanté.
Estaba saliendo de la habitación, cuando llegó a mis oídos:
-Según el prospecto, dentro de seis horas deberás darme el mismo tratamiento.
La carcajada que escuché a continuación, lejos de aminorar mi desasosiego, lo incrementó y casi sin respiración hui de su lado…
El desastre continua.
Toda la tarde me la pasé dando vueltas a lo sucedido. No me parecía comprensible que se hubiese comportado así. Aun asumiendo que realmente estuviera enamorada de mí, me resultaba extraño que durante tantos años hubiera ocultado a mis ojos esa atracción y que a raíz del accidente se hubiese desatado.
«Puede ser algo físico», pensé buscando un motivo, «es como si de pronto Lara fuera otra persona». La radical transformación sufrida por esa dulce mujer me tenía confundido y solo un daño cerebral no diagnosticado la explicaba: «¡Un deterioro en su corteza cerebral puede inducir una conducta sexual inapropiada!».
Tras analizar las diferentes variantes, comprendí que era necesario volver al hospital y realizar una serie de pruebas antes de estar seguro. Pero para ello debía volver a su cuarto y pedirle su autorización para realizarlas. Por eso y más asustado de lo que parecería lógico, recorrí los escasos metros que me separaban de ella.
-¿Puedo pasar?- pregunté tras llamar a su puerta.
Su ausencia de respuesta hizo que me temiese lo peor y que ese supuesto daño cerebral la hubiese dejado inconsciente. Pasando por alto su privacidad, entré en el cuarto para encontrarme a Lara mirando un álbum de fotos donde almacenaba gran parte de mis recuerdos.
-¿Qué haces?- dije bastante molesto por que hurgara sin permiso en mis cosas. Al girarse vi que estaba llorando. Ver su dolor me afectó y desapareciendo mi enfado, le pregunté el motivo,
-Ahora sé que tú también me quieres- contestó hecha un mar de lágrimas. Mi cara de sorpresa ante semejante afirmación la indujo a explicarse: -Fíjate, está lleno de fotos mías.
Quitándoselo de las manos, comencé a pasar esas páginas que resumían un montón de años de mi vida y, en todas y cada una, había al menos una imagen de Lara.
«¡Se equivoca! ¡Llevamos tantos años trabajando juntos que es lógico que ella aparezca», protesté mientras me percataba que Manuel, otro doctor de la consulta solo aparecía en una.
Acobardado por las consecuencias si no lo estaba, me senté en el colchón. Lara malinterpretó ese gesto y pasando su brazo por mi cuello, me besó tiernamente en los labios. No estaba preparado para esa muestra de cariño pero mucho menos cuando ese beso evolucionó tomando un cariz sensual y posesivo.
«Esto no está bien», rumié incómodo mientras Lara incrementaba mi consternación sentándose a horcajadas sobre mis rodillas.
Ignorante de lo que estaba pasando por mi cerebro, desabrochó mi camisa y comenzó a besarme en el cuello con una sensualidad que me impidió reaccionar. Sus labios parecían hambrientos y que mi piel era el alimento que necesitaba para saciar su apetito. Por mucho que intenté reprimir mis hormonas, sus mimos consiguieron que me contagiara de su pasión cuando dejó caer los tirantes de su camisón y presionó con sus pechos el mío.
El calentón que sentí en ese instante no tenía parangón y cediendo a su influjo, llevé mi boca hasta sus pechos. La tersura de esa rosada areola terminó de asolar los restos de cordura que aún mantenía y ya dominado por el ardor bajo mi bragueta, con la lengua recorrí su contorno antes de empezar a mamar como un niño.
Estaba todavía disfrutando de esa belleza cuando susurrando Lara me pidió que le hiciera el amor. Al oírlo recordé la razón por la que me había acercado ahí y usando toda mi fuerza de voluntad, conseguí separarme de ella mientras le decía:
-¡Tenemos que hablar! El accidente te ha cambiado.
-Lo sé- respondió al tiempo que dejaba caer su vestido y se quedaba desnuda frente a mí: -La cercanía de la muerte me ha hecho replantearme la vida y he decidido no perder el tiempo más.
Os juro que la hubiese creído si no llega a ser porque en ese momento esa desconocida mujer se arrodilló a mis pies y antes de darme tiempo a reaccionar bajó mi bragueta para intentar meterse mi verga en su boca:
«Esta no es mi Lara», mascullé horrorizado y dando un paso atrás, le expliqué mis temores.
Su desilusión inicial dio paso a la incredulidad y muerta de risa negó la mayor:
-Soy yo, ¡joder! Lo que ocurre es que me he cansado de disimular.
Os juro que al verla desnuda y riendo, me entraron dudas si hacía lo correcto y si no llego a estar convencido que era un efecto secundario del atropello, hubiese caído en sus brazos. Pero en vez de hacerlo, le contesté:
-Déjame que te haga unas pruebas para cerciorarnos.
-Me niego- respondió -me gusta como soy ahora.
Lo absurdo de su respuesta, me enervó y quitando una sábana, tapé con ella ese cuerpo que me traía loco:
-No comprendes que puede ser grave y que de ser cierto una complicación te puede matar.
Mi profecía la afectó momentáneamente pero cuando pensaba que iba a desmoronarse, el gesto de su cara cambió adoptando una rara determinación.
-Te conozco. ¿En qué estás pensando?- algo en mi interior me avisó que se avecinaban problemas.
Os juro que nunca creí que fueran tan graves pero entonces con un tono seguro que erizó hasta el último de mis vellos, esa cría me dijo:
-Acepto con una sola condición… -hizo un descanso antes de continuar- …si quieres que me las haga, deberás acostarte conmigo antes.
Todavía no había asimilado la bomba que había soltado con tanta naturalidad cuando esa muchacha me echó de su cuarto, diciendo:
-No vuelvas si no es para hacerme el amor.
Cual perro maltratado me fui con el rabo entre las piernas rumbo al bar de la esquina donde a buen seguro podría tomarme un whisky que me sirviera para olvidar lo acontecido durante esos quince días. Su propuesta me parecía una locura propia de una trastornada y pensando en ello, me pedí la primera copa.
«Por muy sugerente que me resulte la idea, no puedo hacerlo», decidí al terminarla pero en vez de irme a casa a tratarla de convencer, me pedí la segunda.
«Solo un capullo insensible, aceptaría…», murmuré entre dientes mientras apuraba la copa, «…acostarse con esa preciosidad de mujer».
Llamando al camarero pedí la penúltima.
«Da igual que sea una sola vez y que sea ella quien me lo ha pedido», pensé mientras daba un sorbo, « al día siguiente, me arrepentiría».
El recuerdo de sus pechos seguía presente a pesar del alcohol que llevaba y por eso me terminé de un trago la bebida.
«Ella quiere, yo lo deseo. ¿Cuál es el problema?», decidí por un momento pero entonces los remordimientos retornaron con fuerza y contraviniendo mis ganas de dejar todo y acudir a sus brazos, encargué la cuarta.
«Una sola noche es lo que me pide», ya abotargado pensé, «y si no hago ella puede morir».
Irónicamente, la mera idea que su estado físico podía empeorar me hizo palidecer:
«No puedo hacerme responsable de eso», farfullé ya alcoholizado, «sería terrible que algo le sucediera».
Temblando, agarré el vaso y apuré el resto del whisky, al darme cuenta que no podía pensar en ello sin que se me encogiera el corazón.
«Necesito sus risas todas las mañanas», me dije mientras pagaba al imaginarme sin ella.
La dureza de esa visión me impedía respirar y aterrado, corrí a mi casa en su busca. Ya no me sentía un buen samaritano, realmente necesitaba estar con ella y disfrutar del momento, no fuera a ser que el mañana no existiera.
Al llegar hasta su puerta, la encontré cerrada y sin pensármelo dos veces, la tiré de un empujón. Mi cerebro casi estalla de placer al verla vestida con un picardías esperándome. Su sonrisa iluminaba la estancia y ya decidido me acerqué a cumplir con el requisito que ponía para pasar el examen.
Sumido en un estado febril, me quité la ropa mientras Lara me miraba:
-¡Vienes borracho!- exclamó al ver que me tambaleaba.
-Sí- respondí mientras me bajaba los pantalones- ¿te importa?
Como me imaginé olvidando las muchas copas que llevaba, al ver mi pene erecto, esa mujer no se pudo aguantar y con una expresión de zorra desorejada en su rostro, me pidió que le dejara hacerme una mamada. Os reconozco que me puso bruto el oírla e incrementando su deseo, cogí mi sexo con una mano y me puse a menearlo a escasos centímetros de su cara.
-Lo tienes enorme- me soltó al tiempo que la muy puta se relamía los labios.
Supe que debía aprovechar la coyuntura y antes de metérsela en la boca, le espeté:
-Jura que mañana te vienes al hospital.
-Te lo juro- contestó presa de la lujuria.
Tras lo cual se puso de rodillas sobre el colchón y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
«Voy a echar de menos a la zorra en que se ha convertido », pensé dubitativo mientras esa monada abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Con gran determinación, Lara sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta.
«Joder, ¡Qué bien la mama!», sentencié al no poder reprimir un gruñido de satisfacción y presionando su cabeza, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, la morena obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que era, mi dulce y puta compañera apretó sus labios mientras ralentizaba la incursión para alargar el momento. Pero al sentir la punta de mi pene incursionó rozando el fondo de su garganta, perdió los papeles e inició un rápido mete-saca que me hizo temer que no duraría mucho más.
-Tranquila, zorrita. Tenemos toda la noche- le informé.
Ese insulto maximizó su calentura y llevando una mano a su entrepierna y se empezó a masturbar sin dejar de mamar. Al advertir que esa lindeza la había puesto verraca, quise aprovecharlo y por ello, la solté:
-¡Se nota que te has comido muchas vergas! ¡Puta! ¡Me tenías engañado!
Solté una carcajada al observar el efecto que mis palabras habían causado en esa mujer y aprovechándolo le quité el camisón. Totalmente excitada, dejó que la tumbara sobre las sábanas mientras me recreaba mirando las tetas que iba a tener a mi disposición. Extrañamente el alcohol me tranquilizó y a pesar que la dueña de esos preciosos pechos me rogaba que los besara, me tomé mi tiempo y recordando que todavía estaba convaleciente, decidí tener cuidado.
Tiernamente, mis manos empezaron a acariciar sus senos mientras la besaba. Su entrega permitió que mis besos se fueran haciendo más posesivos y cambiando de objetivo, mi lengua fue bajando por su cuello hasta uno de sus pezones. La reacción de Lara fue instantánea y ya sumida en la pasión me rogó que la tomara.
Obviando su petición me concentré en el siguiente y para entonces sus gemidos de deseo eran gritos alocados donde me exigía que la tratara como una puta y me la follara. Descojonado al saberme al mando, no la hice caso y dejando que mi lengua siguiera bajando por su cuerpo, lamí las cicatrices de su dorso antes de seguir la ruta marcada.
-¡No puedo más!- chilló descompuesta al experimentar mi húmeda caricia cerca de su coño.
La completa depilación a la que había sido sometida antes de la operación, me permitió disfrutar de su vulva a mi gusto antes de concentrarme en su botón.
«¡Cómo me gusta!», exclamé mentalmente mientras mordisqueaba ese caramelo y disfrutando de su sabor.
Lara que ya de por sí estaba bruta, no se podía creer las placenteras sensaciones que estaba experimentando al notar su cueva totalmente anegada por mis caricias y chillando a voz en grito, me suplicó que la hiciera mi mujer. Nuevamente no le hice caso. Las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo y por eso intensifiqué mis lengüetazos, pellizcando sus pezones a la vez.
Por segunda ocasión en diez años oí la explosión de esa mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso probé su contenido mientras ella sucumbía al placer. Con su aroma impregnando mis papilas recogí la cosecha de mis actos con la lengua, sin darme cuenta que con ello cruelmente alargaba su angustia por ser mía.
-Te lo pido por favor, ¡fóllame de una puta vez!
Su exabrupto me confirmó que estaba lista y con lentitud, separé sus piernas y cogiendo mi pene, jugueteé con su clítoris usando mi glande como instrumento. Sus gritos me pedían que lo hiciera rápido y la tomara ya pero queriendo recordar esa noche como memorable, no cedí a sus prisas y con gran parsimonia, separé los pliegues de su sexo con la cabeza de mi pene para acto seguido ir centímetro a centímetro rellenando su conducto.
-Eres un cabrón- aulló y sin poder esperar, usó sus piernas para metérselo de un solo golpe.
La otra hora dulce e ingenua criatura gritó de placer al sentirlo chocando contra la pared de su vagina y no permitiendo que su interior llegase a acostumbrarse a verse invadido, comenzó a mover sus caderas a gran velocidad.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- bramó descompuesta mientras los músculos de su coño comprimían por completo mi miembro.
Su berrido me dio alas y cogiendo sus pechos, los usé como agarré para facilitar el modo en que mi estoque acuchillaba su interior una y otra vez. Siendo perro viejo en esas lides, noté que Lara estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo y forzando su entrega, aceleré mis movimientos. El ritmo alocado con el que mi pene la estaba embistiendo la hizo llegar nuevamente al orgasmo al ver su coño convertido en un frontón donde mis huevos revotaban.
-Necesito sentir tu semen- aulló al apreciar que algo le faltaba para estar completa.
La confirmación de su completa rendición fue el acicate necesario para dejarme llevar e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto.
-¡Así!, ¡Sigue! ¡Úsame como a las putas que te tiras a mis espaldas!- reclamó en plan al sentir mi extensión zarandeando su interior.
-¿De qué hablas?- pregunté extrañado que supiera algo de mi vida fuera del trabajo.
Con la voz entrecortada por el placer, reconoció que llevaba años espiándome. Esa confesión lejos de cabrearme, me alegró al comprender que al menos la atracción que sentía por mí no era producto del supuesto daño cerebral y olvidando toda cordura, la cambié de postura y la puse a cuatro patas sobre la cama.
-¿Qué vas a hacer?- asustada preguntó al sentir que abría sus nalgas.
Obviando sus quejas, observé que su esfínter se mantenía intacto y recreándome en la idea de ser yo quien se lo rompiera, le di un largo lengüetazo.
-Por favor, ¡ten cuidado! ¡Todavía soy virgen por ahí!- suspiró deseosa pero insegura a la vez.
Su aviso me recordó su estado y cambiando de objetivo, de un solo arreón la empalé por el coño. Su berrido me confirmó la disposición de esa puta y decidido a liberar la presión de mis huevos, marqué con sonoras nalgadas el compás de mis incursiones. La morena creyó que iba desgarrarla por dentro pero, en vez de quejarse, me rogó que continuara.
Su permiso, siendo innecesario, me permitió satisfacer los deseos de la dulce morena y extralimitándome le solté una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su chocho ocupado, ni compañera se corrió por enésima vez y agotada se dejó caer sobre la almohada. Al hacerlo, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando los pliegues de su sexo, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
-Dios- aullé satisfecho al sentir que mi verga explotaba regando su fértil vagina y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Mi nueva amante con una sonrisa en mis labios, me abrazó posando su cabeza sobre mi pecho. Os prometo que me sentía tan feliz que por mi cabeza no pasaba la idea de seguir con otro round pero al cabo de unos minutos y ya repuesta, mi adorada Lara levantó su cara y mirándome a los ojos, me soltó:
-Te he prometido ir a hacerme esas pruebas y aunque sé que son necesarias, me da miedo que si descubren algo, nunca vuelvas a hacerme el amor.
Sus palabras pero sobre todo su tono escondían un significado que no alcanzaba a vislumbrar y por ello mientras acariciaba su melena, directamente pregunté:
-¿Qué deseas?
Muerta de vergüenza, bajó su mirada y contestó:
-Cuando lamiste mi culito, ¡me quedé con ganas!…

Relato erótico: “Jane III” (POR ALEX BLAME)

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JANE III

Rukungiri era un villorrio de apenas quince casas  rodeadas de un cerco de espinos para proteger a los habitantes y sus animales de los depredadores. Las casas eran de barro y estiércol mezclados con paja y estaban dispuestas sin orden ni concierto en un pequeño claro  entre la maraña de arbustos espinosos que cubría el valle.

Habían tardado casi una jornada en llegar y estaban mugrientos y cansados pero no disponían de tiempo, así que se dirigieron a la choza del jefe de la aldea y con la ayuda de uno de los guías contrataron a un par de rastreadores que decían saber dónde encontrar gorilas.

Desde el primer momento Jane desconfió de aquellos dos tipos. Las miradas que le lanzaban eran torvas y parecían esconder algo pero cuando dijo a su padre que aquellos dos tramaban algo, él la ignoro cegado por su ambición por conseguir su ansiado trofeo.

Los nuevos guías les condujeron a través de estrechos valles a una pequeña llanura al borde del bosque tropical donde establecieron el campamento. Esa noche Jane estaba tan rendida que ni siquiera tuvo fuerzas para acercarse a la tienda de Patrick.

Cuando despertaron  al amanecer cogieron sus armas y una mochila cada uno y se internaron en la selva tras los pisteros dejando al resto de porteadores y la mayor parte de la impedimenta en el campamento.

En cuanto entraron en el bosque se dieron cuenta de la dificultad de su tarea. Los arboles no eran muy altos pero eran muy frondosos y apenas dejaban pasar la luz, sus raíces muy superficiales junto con las enredaderas que lo  cubrían todo les hacían tropezar ralentizando su avance. Además el terreno era abrupto y había que tener cuidado donde ponías los pies porque la mezcla de barro y hojas muertas lo hacía sumamente resbaladizo. Los claros eran frecuentes y solían estar cubiertos de una espesa vegetación que en ocasiones era más alta que ellos y estaban cubiertos de una densa niebla.

Jane sudaba y jadeaba subiendo por las empinadas laderas pero seguía alerta preocupada por aquellos  tipos. Sus miradas esquivas y sus sonrisas serviles no la engañaban, se traían algo entre manos.

Pasado el mediodía se derrumbaron en un claro exhaustos. Comieron rápidamente y en silencio. A pesar de las promesas de los guías no habían visto un solo animal y Jane tenía la sensación de que no hacían nada más que dar vueltas en círculo y cada vez estaba más paranoica.

Después de una hora de descanso continuaron su trayecto por un angosto camino que se abría paso a duras penas en la maleza. Poco a poco el paisaje se volvió más abrupto hasta que llegaron a un caudaloso torrente que había escavado una profunda fisura en el terreno. El único puente disponible era el delgado tronco de un árbol derribado por alguna tormenta. El tronco era tan fino que apenas cabía el ancho de una bota dentro. Pero el guía con el extremo de una cuerda lo atravesó con la facilidad de un mono y ató la cuerda a un árbol cercano para que pudieran tener un apoyo extra. Primero pasaron los dos guías y luego los hombres le dejaron pasar a Jane primero. El tronco estaba resbaladizo y ver la corriente bajo ella turbia y tumultuosa diez metros bajo ella le puso nerviosa pero agarrándose firmemente a la cuerda siguió avanzando y con un suspiro puso el pie en la otra orilla.

En ese momento, con una sonrisa de satisfacción propia de un chacal, uno de los guías le agarró por la espalda inmovilizándola mientras el otro cortaba la cuerda y le daba una patada al tronco dejando a Patrick y a su padre aislados en la otra orilla. Pero eso no fue lo peor, por detrás de ellos desde la espesura se oyó un fragor y con unos gritos escalofriantes aparecieron una decena de guerreros portando lanzas. Afortunadamente Henry y su padre eran veteranos curtidos y no se dejaron llevar por el pánico. Junto con Patrick hicieron una descarga cerrada con sus fusiles y derribaron a tres atacantes. Cuando terminó de disparar su arma Henry tiro su rifle al suelo y con un revolver que llevaba a la cadera los mantuvo a raya y derribó  a otro mientras sus compañeros recargaban. Antes de un minuto había tres  negros más en el suelo sangrando. Por su parte Henry que era el que más se había expuesto tenía una lanza clavada en el muslo aunque no por eso dejaba de disparar a aquellos condenados.

El hombre que la sujetaba aflojo un poco su presa concentrado en el drama que se producía al otro lado del torrente y eso fue lo que estaba esperando Jane. Con un taconazo de sus botas sobre el pie desnudo de su captor logro zafarse y cogiéndolo del brazo y haciendo palanca con su cadera lo derribó en el suelo dando un último tirón en el hombro para intentar dislocárselo. No se quedó a comprobarlo y salió corriendo en dirección a la espesura antes de que el otro hombre pudiese reaccionar.

Salió corriendo como una bala, medio agachada para evitar las enredaderas y hacerse menos visible para los dos hombres que habían salido tras ella. Mientras avanzaba podía oír como parloteaban en su lengua ininteligible, cada vez más cerca. Tras diez minutos de persecución estaba empezando a cansarse. Consciente de que no podía seguir corriendo y caer desmayada en brazos de sus captores decidió esconderse tras un árbol y hacer frente a sus perseguidores.

Se apoyó de espaldas contra la dura corteza y relajo su respiración tal como Lun Pao le había enseñado. Cuando apareció el primero corriendo como un loco Jane se limitó a salir del abrigo del tronco en el momento preciso y arrearle con todas sus fuerzas en el cuello con el canto de la mano. El hombre cayó al suelo boqueando como un pescado fuera del agua agarrándose el cuello maltrecho, Jane no se lo pensó y le arreó una patada con su bota en la sien dejándolo inconsciente.

En ese momento apareció el segundo hombre cojeando ostensiblemente, con el brazo derecho colgando inerte y con un enorme machete en la mano izquierda. Jane vio enseguida que la mano izquierda no era su mano dominante y pensó que tenía una oportunidad. Se puso en guardia y esperó…

En ese momento un terrible aullido conmocionó la selva, parecía el grito de un animal iracundo pero en el fondo a Jane le pareció que tenía algo de  humano, quizás fuera  la forma de cerrarse la “o” al final del aullido. El grito volvió a repetirse reverberando por todo el dosel de la selva incapacitándola para averiguar el lugar de origen. Su atacante se quedó petrificado y el machete comenzó a temblar en su mano, aterrado soltó el arma y desapareció en la espesura gritando ¡Shetani…mzungu! A pleno pulmón. Ella salió corriendo en dirección contraria. Tras unos segundos se lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos intentando volver al arroyo para  reunirse con Patrick y con su padre, pero ya era demasiado tarde, estaba total e irremediablemente perdida en la selva.

Estaba realmente confundido. Siempre había creído que era único. Desde la primera vez que se vio en el estanque de la luna y reconoció la imagen que se reflejaba en él cono suya, empezó a sospechar que Idrís no era su verdadera madre. Más tarde cuando comenzó a hablar y vio por primera vez a los monos del suelo fue consciente de cuál era su verdadera naturaleza. Pero hasta que no vio a esa mujer menuda, con el pelo del color del fuego no se dio cuenta de que había más monos calvos de piel pálida. Una súbita oleada de curiosidad le invadió mientras seguía observando a la joven mona blanca, quizás ella pudiese explicarle de dónde venía. La siguió desplazándose entre los árboles y pudo sentir su dolor y su desconcierto, pero no por eso dejo de intentar salir de la selva aunque sin éxito. La vio vagabundear sin rumbo fijo durante horas hasta caer agotada en un claro y quedarse inmediatamente dormida. Poco a poco se deslizo por una liana y bajo al suelo. El claro era pequeño pero el inconfundible aroma de Blesa la pantera negra le indicaba que era uno de los lugares favoritos de paso. No podía dejar a la mona allí o acabaría siendo la merienda de alguien. A pesar del volumen de su ropa le resulto sorprendentemente ligera. Estaba tan exhausta que apenas soltó un ligero suspiro cuando él se la hecho al hombro y trepó por el árbol más cercano. Se desplazó rápidamente y en silencio por la bóveda del bosque. Sus pasos eran firmes y silenciosos y cuando llegó a un lugar apropiado la depositó en  una horquilla mientras arrancaba unos brotes tiernos y un montón de hojas para hacerle una cama mullida. Por último la depositó en ella y le ató una liana en el tobillo para evitar que se estrellara contra el suelo veinte metros más abajo. La mona seguía durmiendo. Se acercó y la olisqueó. Olía a sudor y a miedo pero también a algo más un aroma fresco y atrayente la rodeaba atrayéndole como un imán. Acaricio su piel suave y observó sus manos finas con unas uñas largas y frágiles. La mona se revolvió inquieta en sueños y murmuro algo que él no entendió. La indecisión lo paralizo unos minutos pero finalmente decidió ir a buscar a Idris, ella le ayudaría con la mona. Se cercioró una vez más de que todo estuviese en orden y salió en busca de su madre.

La escaramuza duró apenas unos minutos pero el resultado para los atacantes fue devastador. Siete de los atacantes estaban muertos o  gravemente heridos.  Patrick salió en  persecución del resto, dejando a su futuro suegro cuidando la herida de Henry, para intentar conseguir información pero los perdió de vista en pocos minutos y volvió sobre sus pasos. De vuelta al lado del torrente intento despabilar a alguno de los heridos pero dos se murieron en sus brazos y el tercero no entendía nada de lo que trataba de preguntarle. Frustrado y rabioso los remató y se acercó a Henry:

-¿Cómo te encuentras? –Preguntó Patrick preocupado por la mancha de sangre que empapaba el pantalón del viejo.

-Bien hijo, creo que la lanza  no ha tocado ningún vaso importante, Avery me la ha sacado sin hacer más destrozo, como en los viejos tiempos. Un par de semanas en cama y como nuevo.

-¿Qué te parece si te dejamos aquí un rato mientras vamos en busca de Jane? ¿Estarás bien?

-Sí, adelante no os preocupéis por mí, el torniquete ha cortado la hemorragia y aún puedo aguantar un buen rato, pero volved al anochecer u os perderéis y de nada le serviréis a Jane si no podéis encontrar el camino de vuelta en este laberinto.

Le dejaron a Henry las mochilas y casi todo el agua que llevaban encima y se fueron torrente arriba para buscar un sitio por donde atravesarlo. Les costó casi una hora pero finalmente consiguieron vadearlo. La corriente era rápida y el agua estaba sorprendentemente bastante fresca lo que supuso un momentáneo alivio para sus cansados músculos. Una vez alcanzaron la otra orilla siguieron el riachuelo corriente abajo hasta volver a encontrar a Henry. Se despidieron de nuevo y se internaron en la selva siguiendo el rastro de Jane. Afortunadamente el rastro era claro y no tardaron en encontrar a uno de los captores inconsciente. Tenía un feo hematoma en el cuello y un huevo de considerables dimensiones en la sien izquierda. Patrick intentó despertarlo pero a pesar del fuerte zarandeo el hombre permaneció en el mismo estado. Lo ataron a un tronco por si despertaba y siguieron adelante. Doscientos metros más adelante el rastro se bifurcaba e incapaces de decidirse se dividieron. Avery cogió el ramal de la derecha que le pareció más prometedor y Patrick se internó en la jungla por la izquierda quedando en ese lugar en dos horas y pegando un tiro al aire cada diez minutos si encontraban a Jane.

Patrick encontró al segundo porteador tirado a la sombra de un árbol con un hombro dislocado y un pie machacado. Al ver al hombre blanco apuntándole con el cañón del fusil intentó huir pero solo logró dar unos pocos pasos antes de caer al suelo. Estaba febril y muerto de miedo.

-La mujer, ¿Dónde está? ¿Dónde la habéis llevado?

-Yo capturar para vender a caravana de sal, ella me golpeó y escapar, yo no saber dónde está.

-¿Estás completamente seguro? –preguntó Patrick metiéndole el cañón del fusil en la boca y amartillando el arma. –Si no me lo dices ahora mismo te mato a ti y a todo el pueblo.

-Yo no saber Shetani – muzungu, él se la llevó.

-¿Quién coños es ese? ¿Es el jefe del pueblo?

-Yo, shetani, él saberlo todo…

-¿Quién es shetani? ¿Dónde puedo encontrarlo? –volvió a preguntarle exasperado.

-Yo, él, solo saberlo él…

-¿Cuántos eráis?

-Yo, él, Mzungu , Shetani…

-A la mierda –dijo Patrick apretando el gatillo y escupiendo el cadáver –y luego arreglaré cuentas con el resto de tu aldea negro miserable.

Patrick siguió adelante unos cientos de metros pero pronto se convenció de que el rastro desaparecía a la altura del pistero, así que volvió sobre sus pasos y luego fue tras Avery. Lo encontró dos horas más tarde  en un pequeño claro del bosque totalmente desconcertado.

-Patrick ¿La has encontrado? –preguntó Avery con un deje de esperanza en la voz.

-No, encontré a otro de los secuestradores pero no me dijo más que incoherencias y a su lado se perdía el rastro con lo que este debe ser el bueno.

-Yo también lo creo y creo que estaba sola, un poco más atrás el rastro se confunde en varios puntos, como si hubiese dudado la dirección que debía tomar pero luego coge esta dirección y llega hasta aquí. Creo que se sentó aquí a descansar pero luego es como si se hubiese esfumado.

-No hay manchas de sangre –puntualizó Patrick –aún está viva. Inspeccionemos detenidamente los alrededores en algún sitio tiene que volver a aparecer el rastro.  

Inspeccionaron el lugar durante horas desesperados sin  encontrar ninguna pista del paradero de Jane.

-Vámonos Patrick, debemos volver al campamento antes de que anochezca y con Henry a cuestas tenemos el tiempo justo.

-¿Y abandonamos a Jane?

-Yo tengo tantas ganas de encontrarla como tu pero de nada le serviremos si nos perdemos nosotros también. Debemos volver a la aldea y conseguir dos nuevos guías y luego empezar un registro sistemático antes de que lleguen las lluvias.

No del todo convencido Patrick siguió a Avery y juntos deshicieron el camino. Cuando llegaron junto al hombre inconsciente que habían atado con intención de intentar interrogarlo de nuevo descubrieron que algún depredador se les había adelantado y estaba parcialmente devorado, un escalofrío les recorrió a ambos al pensar en Jane sola en aquella terrible semipenumbra. Cuando llegaron hasta el torrente vieron que Henry estaba con un ojo abierto y el otro cerrado. A pesar de estar herido no estuvo parado y ayudándose de un machete había cortado un troco no muy grueso pero de aspecto resistente y lo había acercado a la orilla.  Cuando los vio se levantó ansioso y su decepción se hizo patente al no ver a la joven con ellos. Con un gesto de resignación hurgó en la mochila saco una cuerda y ató al extremo una piedra. Al tercer intento logro atravesar el rio y atando el otro extremo a la rama lograron improvisar una pasarela. Avrery le contó lo sucedido y Henry se mostró de acuerdo con sus planes. Dejando la mayor parte de su equipo escondido partieron los más rápido que la pierna de Henry les permitía y llegaron al campamento justo cuando el sol estaba a punto de ponerse. Dejaron a Henry al cuidado de los porteadores y continuaron en dirección a la aldea de los traidores con ánimo sombrío.

Cuando llegaron era casi medianoche. Se abrieron paso a machetazos en el cerco de espinos y penetraron en la aldea como un vendaval. Cada uno armado con dos revólveres recogidos en el campamento sacaron a todos los habitantes de las chozas a rastras medio dormidos y aterrados y mataron como a un perro al único que se atrevió a oponer resistencia. Curiosamente aparecieron dos hombres que hablaban su idioma así que expusieron sus peticiones con total claridad. Se llevarían a dos hombres que conociesen el bosque atados y desarmados. Si encontraban a Jane  les permitirían conservar la vida, si no matarían a todo hombre mujer y niño de la aldea y los dejarían allí tirados para que fuesen pasto de las fieras. El viejo jefe inmediatamente comprendió su delicada situación y le dijo algo a un niño que inmediatamente desapareció en la espesura. Aguardaron tensos y con las armas dispuestas hasta que veinte minutos después el niño volvió acompañado de los tres guerreros supervivientes del ataque. Patrick levantó automáticamente el arma y le pegó un tiro en la frente a uno de ellos.

-Sólo necesitamos dos.

Los otros dos  se pusieron de rodillas implorando clemencia. Avery , sin decir palabra, les ató las manos por delante dejando un trozo de cuerda de unos dos metros y dándole una de las cuerdas a Patrick abandonaron la aldea con los nativos abriendo camino en la oscuridad. 

Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2” (POR GOLFO)

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La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2
Esa noche y a pesar que me lo rogó, Lara mantuvo su culito intacto. La razón por la que me abstuve de rompérselo no fue tanto su estado mental sino su físico. Todavía convaleciente de la operación, no creí necesario forzar sus heridas sodomizándola. Aun así nos pasamos toda la noche follando y solo el cansancio logró que esa mujer dejara mi verga en paz y se durmiera.
Habiéndose diluido el efecto de las copas, la certeza que había abusado de su enfermedad volvió con más fuerza y las horas que pasamos haciendo el amor se convirtieron en una pesadilla.
«Soy un cerdo», pensé apesadumbrado, «he pagado su amistad aprovechándome de ella». El recuerdo de la tersura de sus labios me estuvo martirizando hasta que finalmente me quedé dormido.

Sobre las diez de la mañana, un gemido me despertó y sabiendo que procedía de mi compañera, entreabrí mis ojos para observarla sin que ella supiera que la miraba.
«Dios mío, ¡es peor de lo que pensaba!», sentencié al descubrir a Lara masturbándose a mi lado.
Alucinado que después de la ración de sexo de la noche anterior necesitara otra dosis de placer, esa mujer tenía un consolador incrustado dentro de su coño mientras con la mano libre se pellizcaba un pezón.
«¡No puede ser! ¡Definitivamente está enferma!», medité.
Ajena a mi examen, la morena seguía metiendo y sacando el enorme aparato de su coño como si estuviera poseída. La lujuria que manaba de sus ojos me confirmó que ese día sin falta tenía que llevarla a hacerse las pruebas.
«Ahora, ¿qué hago?», me pregunté al verme entre la disyuntiva de seguir disimulando o hacer que me despertaba. Decidí callar y quedarme observando.
Pero entonces acelerando sus caricias, vi cómo se daba la vuelta en la cama y abriendo sus nalgas, intentaba introducirse el aparato por su entrada trasera. El gritó que pegó al ver forzado su ojete, hizo inviable que siguiera durmiendo y abriendo los ojos, le pregunté qué hacía. Muerta de vergüenza, me confesó que se había levantado bruta y como no quería que lo supiera, había decidido masturbarse.
-Sabes que no es normal- cariñosamente contesté.
Al oír mi tono, Lara se echó a llorar y tapándose la cara con sus manos, buscó ocultar su bochorno:
-Pensarás que estoy loca- desconsolada comentó- pero al verte desnudo a mi lado, recordé el placer que habíamos compartido y no he podido evitarlo.
-Tranquila, no pasa nada- respondí intentando quitar hierro al asunto, aunque interiormente estaba acojonado y tratándola de consolar la abracé.
Lo malo fue que ella malinterpretó mi gesto y pegando su cuerpo al mío, comenzó a rozar su pubis contra mi miembro. Por mucho que intenté no verme afectado, entre mis piernas volvió mi apetito y sin yo quererlo tuve una erección. Mientras en mi mente se abría una disputa entre mi conciencia y mi calentura, Lara creyó ver en ella mi consentimiento y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se subió sobre mí y se empaló.
-¡Espera!- grité tardíamente porque cuando quise reaccionar, mi pene campaba dentro de su chocho. Haciendo oídos sordos a mis quejas, la antiguamente dulce e ingenua doctora comenzó a montarme con una velocidad de vértigo. Su urgencia era tal que sin haberla tocado ya estaba excitada y su vulva empapada.
Ni siquiera llevaba diez segundos saltando sobre mí cuando noté que Lara estaba a punto de correrse. Queriéndolo evitar, la abracé y la obligué a quedarse quieta.
-Por favor, ¡lo necesito!- sollozó al tiempo que intentaba profundizar en su asalto moviendo sus caderas.
Reconozco que estuve a un tris de dejarme llevar y soltarla para que pudiera satisfacer su hambre pero desgraciadamente no hizo falta porque de improviso su cuerpo colapsó y temblando sobre mí, Lara se corrió empapando con su flujo mis piernas.
-¡Te amo!- chilló al tiempo que seguía intentando zafarse.
Lo creáis o no, a pesar de tenerla inmóvil, encadenó durante diez minutos un clímax con otro hasta que agotada se desmayó. Si me lo llegan a contar, jamás hubiese creído que fuera posible:
¡Esa muchacha había sufrido orgasmos múltiples al tener mi verga dentro!
Su dolencia era evidente, no necesitaba pruebas médicas para asumir que algo no funcionaba en su cerebro, por eso aprovechando que estaba KO, saqué de su interior mi falo todavía erecto y decidí darme una ducha.
«Me servirá para pensar», resolví avergonzado al admitir que esa mujer me traía loco. Mi calentura se incrementó al recordar sus pechos mientras el agua caía por mi cuerpo. Inconscientemente, cerré los ojos al rememorar las horas que habíamos pasado y no pude evitar que mi mano agarrara mi pene.
«Es maravillosa», rumié con la imagen de su cuerpo desnudo en mi cerebro, «pero no puedo».
El convencimiento que esa no era mi amiga sino el producto de un trauma, evitó que siguiera masturbándome y molesto conmigo mismo, salí a secarme.
«Tengo que curarla, aunque eso suponga perderla», determiné con el corazón atenazado por el dolor.
Ya de vuelta a la habitación, me encontré a Lara llorando como una magdalena. Al acercarme, me miró con lágrimas en sus ojos y me soltó:
-¡Ayúdame!

El neurólogo.
De común acuerdo, llegamos a la conclusión que no podíamos postergar el escáner cuando me reconoció que algo no funcionaba bien en su mente.
-Sigo cachonda- confesó hundida al darse cuenta que era incapaz de dejar de mirarme el paquete.
Sé que os sonara absurdo pero ni siquiera podía abrazarla porque sabía que mi cercanía era suficiente para que sus hormonas se alteraran. Por eso decidí llamar a Manuel Altamirano por ser el mejor neurólogo que conocía y un buen amigo.
Esa eminencia escuchó pacientemente los síntomas que le describí y al terminar me dijo:
-Por lo que me cuentas, comparto tu dictamen pero para estar seguros, necesito revisarla.
-¿Podrías hacerlo hoy?- pregunté sabiendo que era sábado.
Mi conocido comprendió las razones de mi urgencia y quedamos en vernos en dos horas en su clínica. Agradeciéndole de antemano sus atenciones, me despedí de él y colgando el teléfono, informé a Lara que esa misma mañana iba a tener que someterse a largas pruebas.
-Lo comprendo- contestó con tono triste como si una parte de ella le gustara la zorra en la que se había convertido.
Aceptando que secretamente a mí también me encantaba su nueva personalidad, no quise profundizar en el tema y ordenándola que se vistiera, fui a preparar el desayuno.
«Estás haciendo lo correcto», tuve que repetirme varias veces porque en mi interior había dudas. «Si una vez curada sigue queriendo ser mi pareja, estupendo. Si por el contrario huye de mí, tendré que dejarla partir»
Cuarto de hora después, Lara entró con paso lento en la cocina y pidiéndome un café, se sentó en una silla. Su desamparo era total y aunque todas las células de mi cuerpo me pedían que la consolara, me abstuve de hacerlo y la dejé rumiando sus penas. Se la notaba nerviosa y triste.
Al cabo de un rato, rompió el silencio que se había instalado entre nosotros, diciendo:
-Quiero que sepas que llevo años amándote. En ese aspecto, sigo siendo yo. Sé que tengo un problema pero por favor, ¡no me abandones! ¡No podría soportarlo!
Su dolor me encogió el estómago y por eso, la contesté:
-Yo también te quiero. No me he dado cuenta hasta ayer.
La alegría de sus ojos al abrazarme se transmutó en ira al darse cuenta que bajo su blusa sus pezones se le habían puesto duros con ese arrumaco y fuera de sí, lloró:
-No puedo acercarme a ti- y ya a moco tendido, me preguntó si le ocurriría lo mismo con todos los hombres.
Nunca lo había pensado y la idea que esa monada se viese atraída por otras personas me hundió en la miseria. Aterrorizado y muerto de celos a la vez, intenté quitarle importancia diciendo:
-Dentro de poco lo sabremos…

Llevarla hasta el hospital de mi amigo fue otra dura prueba. Encerrados en los pocos metros cúbicos del habitáculo del coche, le resultó una tortura porque como me reconoció tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar sobre mí porque mi olor la ponía loca.
-Te pido un favor- me suplicó- no quiero que me acompañes durante las pruebas.
Comprendiendo sus motivos, acepté dejarla sola y por eso en cuanto mi amigo nos recibió, me despedí de ambos y salí del edificio a dar un paseo.
Recorriendo los alrededores, no pude abstraerme y dejar de pensar en ella. Me parecía inconcebible que hubiese tenido que ocurrir ese accidente para que mis sentimientos por Lara afloraran y más aún que lo hicieran con tanta fuerza. Reconociendo que estaba obsesionado, el miedo a perderla era quizás superior al terror que sentía con su enfermedad.
«Lo primero es que se cure», acepté a regañadientes justo cuando mi móvil sonó. Era Manuel el que me llamaba y aunque le pregunté cómo había resultado el escáner, no quiso decírmelo y me pidió que fuera a su consulta.
Temiéndome lo peor, salí corriendo de vuelta y por eso, llegué con la respiración entrecortada a su despacho. En él, mi amigo me esperaba con gesto serio y sin dejar que me acomodara en la silla, dijo:
-Cuando Lara llegó, todos sus parámetros estaban desbocados. Su corteza cerebral estaba sobre estimulada pero se fue tranquilizando y al cabo de cuarto de hora, parecía normal.
-¿Eso es bueno?- pregunté emocionado.
El medico frunció el ceño antes de responder:
-No he encontrado ningún daño importante pero te puedo asegurar que algo no cuadra… por eso quiero comprobar una teoría.
-¿Qué teoría?- insistí menos seguro.
En vez de contestarme, me pidió que lo acompañara y tras recorrer una serie de pasillos, entré con él en la habitación donde estaba Lara. La tranquilidad de la muchacha me dio nuevos ánimos pero al acercarme leí en su rostro que su excitación volvía. Ella misma se dio cuenta y echándose a llorar, me rogó que me fuera.
Absolutamente bloqueado por lo sucedido, dejé a Manuel que me llevara frente al ordenador que proyectaba las imágenes de lo que ocurría en el cerebro de mi amiga. No tuve que ser un experto para comprender que tanto color rojo no era normal.
-¿Qué le ocurre?- pregunté.
Durante un minuto, organizó sus ideas y sin darme vaselina con la que el impacto fuera menos duro, me soltó:
-Realmente, no lo sé. Pero es claro que eres tú quien la altera- y midiendo sus palabras, me dijo: -Creo que no es un tema neurológico sino psiquiátrico.
A pesar de ser cirujano, los intríngulis de la mente eran un terreno desconocido para mí y por eso muerto de miedo, insistí que me explicara qué pasaba. Manuel escuchó mis preguntas con paciencia para acto seguido comentar:
-Exactamente no sé la causa, puede ser el golpe, la anestesia o quizás que después de tantos años ocultando lo que sentía por ti, sus sentimientos se hayan visto desbordados pero lo que es evidente es que hay un problema…. Si quieres que lleve una vida normal, ¡deberás mantenerte lejos de ella!
Si hubiese sido imparcial, esa noticia debía haberme llenado de alegría pero al oír que debía desaparecer de su vida, algo se quebró en mí y me eché a llorar.
Mi conocido me dejó desahogarme en silencio durante unos minutos. Minutos que aproveché para decidir que lo único que podía hacer era darle la razón y habiendo tomado la decisión de alejarme, le pedí que se la explicara a Lara. Tras lo cual sin despedirme de ella, hui de ese lugar…
Me siento culpable.
Lo consideréis lógico o no, me da igual. Al salir del hospital me sentía hecho una mierda. La sensación que el destino me estaba castigando por mis pecados, nublaba mi entendimiento y por eso deambulé sin rumbo fijo durante horas.
«Es culpa mía», continuamente me echaba en cara, «fui yo quien al masturbarla, fijó en su cerebro esa atracción y ahora me he quedado sin ella».
Los pensamientos de culpa se acumulaban sin pausa, uno encima de otro. Cuando no era el haberme acostado con ella, lo que venía a mi mente era el remordimiento por no haber advertido su enamoramiento.
Destrozado entré en una vorágine de auto escarnio que me iba llevando de un lado a otro cual zombi. Desconozco cuantos kilómetros pude recorrer hasta que de pronto me vi aparcado frente a su casa. Al percatarme me pregunté dónde y cómo estaría, pero reteniendo el impulso de tocar en su telefonillo, reanudé mi marcha sin saber dónde me llevaría.
«Tengo que olvidarme de ella», medité furioso con todo, exagerando mi responsabilidad con lo ocurrido.
Tan impotente me sentía que llegué a plantearme el ir a un prostíbulo para que entre los brazos de una fulana, olvidarme de lo que sentía por Lara. Afortunadamente, deseché esa idea y en vez de ello, entré en un bar.
-Un whisky- pedí al camarero nada más aterrizar en su barra.
El alcohol diluido en esa copa no consiguió apaciguar mi dolor y bebiéndomela de un trago, pagué la cuenta y salí del local, nuevamente a torturarme frente al volante con el recuerdo de esa morena.
La angustia de sentirme solo me estaba volviendo loco. Por ello, intenté contactar con algún amigo pero el destino no debía de estar de acuerdo porque por muchas tentativas que hice, no me fue posible hablar con ninguno.
-¡Mierda!- grité en la soledad de mi coche mientras descargaba mi frustración contra el salpicadero.
Cualquier viandante que se hubiera fijado en ese cuarentón golpeando como un energúmeno, hubiese llegado a la conclusión que era un perturbado. ¡Y tendría toda la puñetera razón! Porque en ese momento, todo se volvía en mi contra.
«Llevo toda mi vida soltero, ¡puedo vivir sin ella!», me recriminé cuando sin ver otra salida, tonteé con la idea de tirar el coche por un terraplén y así acabar con mi sufrimiento.
La impresión de descubrir en mí esos pensamientos destructivos, me indujo a pedir ayuda y encendiendo el motor, me dirigí a mi antigua escuela. Aunque no soy creyente, entre esas paredes, vivía un cura que siendo un niño me había ayudado a centrarme, de manera que veinte minutos después llegué hasta sus muros.
Don Mariano era el superior de esa orden y a pesar que le había caído sin previo aviso, no tuvo inconveniente en recibirme. Tras expresarme su sorpresa por la visita tras tantos años, como viejo zorro que era, dio por sentado que necesitaba su consejo y por ello, directamente me preguntó qué era lo que me pasaba:
-Padre, tengo un problema- contesté y preso de la desazón, le expliqué de corrido la situación.
El sacerdote se escandalizó por el detalle con el que le conté el problema pero cuando ya creía que me iba a despedir con cajas destempladas, comprendió que era un alma en pena y me rogó que continuara pero que me abstuviera de ser tan conciso con respecto a la cama.
Reanudando mi relato, expliqué a Don Mariano le dilema en el que me encontraba. Por una parte, Lara estaba enferma y debía dejarla en paz, pero por otra me descomponía la idea de nunca volver a disfrutar de su presencia.
El cura esperó a que terminara para hacerme una pregunta:
-¿No crees que esa jovencita tiene algo que opinar?
-Padre, si no puedo estar junto a ella, ¿Cómo se lo puedo preguntar? Y si al final lo hago, ¿no cree que su respuesta se vería afectada por lo que le ocurre a su mente?
El viejo meditó unos instantes sobre la problemática y abriendo la puerta, me soltó:
-Confía en la providencia. Rezaré por ti y Dios proveerá…
Vuelvo a casa
Jodido y hundido, volví a mi casa. Habiendo buscado ayuda, me encontraba todavía más sólo. Ni los amigos, ni la iglesia, ni el alcohol me habían dado una respuesta a mi problema. Si antes de la visita al neurólogo creía que el problema de Lara se circunscribía a ella, ahora sabía que yo estaba involucrado. Era un tema de ambos, pero igualmente insoluble.
Acababa de tumbarme en el sofá cuando escuché mi móvil. Al mirar en la pantalla, vi que me llamaban de mi oficina y por eso contesté. Era mi secretaria que quería informarme que la doctora se había encerrado en el despacho y que no quería abrirle a nadie.
-Inténtame pasar con ella- contesté sin saber realmente que decir ni cómo actuar.
Lara tardó unos segundos en descolgar pero en cuanto escuchó que era yo quien estaba al otro lado del teléfono, llorando a moco tendido me preguntó dónde estaba y porqué la había dejado sola.
-Creí que era lo que deseabas- respondí sintiéndome una piltrafa.
-Te necesito. Aunque sé que estar junto me afecta, no puedo soportar pensar en vivir lejos de ti.
Tras lo cual me preguntó si podía ir por ella.
-Dame veinte minutos.
Lo creáis o no, su llamada me alegró al escuchar de ella que le urgía estar a mi lado y por eso cogiendo nuevamente el coche, fui por ella. Durante el recorrido, intenté acomodar mis ideas para cuando me presentara ante ella tener algo que decirle. Desgraciadamente, todas mis previsiones se fueron al carajo al llegar a mi despacho al encontrarme a Lara de pie en mitad de la calle.
Nada mas verme, entró en el coche y saltando sobre mí, comenzó a besarme como loca mientras me decía:
-Prefiero ser una puta insaciable contigo que una pobre infeliz sin ti.
Deteniendo sus caricias, la obligué a sentarse en su asiento diciéndola:
-Primero tenemos que hablar. ¿Puedes esperar a llegar a mi apartamento?
-Lo intentaré- respondió hundiéndose en su sillón.
Durante apenas tres semáforos, la otrora ingenua y dulce doctora consiguió retener sus deseos pero al llegar a la Castellana, noté su mano recorriendo mi pantalón.
-¿Qué haces? ¿No te ibas a quedar quieta?
Poniendo la expresión que pondría una niña a la que le han pillado robando un caramelo, me contestó:
-Déjame, solo un poquito.
Asumiendo que si le permitía seguir ese poquito terminaría en una mamada en mitad de la calle, me negué y acelerando busqué llegar cuanto antes a mi hogar. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su tanga. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo.
Durante unos minutos, Lara combatió el picor insoportable de su entrepierna hasta que ya con lágrimas en los ojos, me rogó que al menos la dejara masturbarse.
-¿No puedes aguantar un poco? Ya casi llegamos- Insistí tratando de poner un poco de cordura.
-Ojala pudiera- respondió mientras se acariciaba los pechos por encima de su vestido.
La necesidad que consumía su cuerpo hizo que olvidando que me había perdido un permiso que nunca llegó, esa mujer separara sus rodillas y retirando su tanga, comenzara a torturar el hinchado botón que surgía entre sus pliegues.
-Lo siento- gimió avergonzada.
Incapaz de aguantar sin tocarse, la morena incrementó ese toqueteo metiendo un par de dedos dentro de su coño. El olor a hembra insatisfecha inundó el estrecho habitáculo del coche mientras la miraba de reojo. Su calentura creció exponencialmente hasta que pegando un berrido, se corrió. Para entonces, me había contagiado de su lujuria y dentro de mi calzón, mi pene me pedía a gritos que lo liberara.
«No puede ser», pensé al pillarme deseando sus labios en mi verga, «¡nos verían los demás conductores!».
La zorra en que se había convertido descubrió el bulto entre mis piernas y a pesar que acababa de disfrutar de un orgasmo, pegando un grito me bajó la bragueta diciendo:
-Tú también lo necesitas.
Sin darme tiempo a opinar, sacó mi falo y agachando su cara, abrió su boca y comenzó a devorar mi pene mientras entre sus muslos volvía a masturbarse.
-Lara, ¡tranquila joder! ¡Podemos matarnos!- protesté inútilmente porque para entonces esa morena ya se lo había introducido hasta el fondo de su garganta.
Alzando y bajando su cabeza, prosiguió la mamada a pesar de mis protestas. Parecía que la vida le iba en ello y mientras yo intentaba no estrellarnos, ella buscaba con un ardor inconfesable el ordeñar mi miembro. Aunque intentaba acercarme lo más rápido a mi hogar, ese trayecto tantas veces recorrido se me estaba haciendo eterno al notar no solo la acción de sus labios sino la de una de sus manos sopesando y estrujando mis huevos.
-Si no paras, ¡me voy a correr!- avisé asumiendo la cercanía de ese clímax no buscado.
Mi alerta lejos de apaciguar el modo en que estaba mamando entre mis piernas, la azuzó y ya convertida en una cierva en celo, aceleró sus maniobras.
-Tú te lo has buscado- contesté dándola por imposible y aparcando de mala manera en segunda fila, paré el coche y presioné su melena para hundir mi verga por entero en su boca.
La morena estuvo a punto de vomitar por la presión que ejercí sobre su glotis pero reteniendo las ganas, continuó con esa felación todavía más desesperada.
-Serás zorra. Te pedí que esperaras pero ahora te exijo que te tragues todo mi semen y no dejes que se desperdicie nada- le ordené al sentir que estaba a punto de eyacular.
Mi mandato aceleró su segundo orgasmo y mientras esperaba con ansias la explosión de mi miembro dentro de su garganta, su cuerpo se sacudió sobre el asiento producto del placer que la consumía. Para entonces, yo mismo estaba dominado por mis hormonas y cogiéndola de las sienes con mis manos, como un perturbado usé su boca como si de su coño se tratara, levantando y bajando la cabeza de la morena clavé repetidamente mi verga en su interior hasta que el cúmulo de sensaciones explosionó en su paladar.
-¡Bébetelo todo!- exclamé al notar que era tanto el volumen de lefa que Lara tenía problemas para absorberlo.
Mi orden la excitó aún más y mientras se corría por tercera vez, puso todo su empeño en obedecerme. Durante unos segundos que me parecieron eternos, Lara ordeñó sin pausa mi verga hasta que ya convencida de haber cumplido mis deseos, levantando su mirada y sonriendo me soltó:
-Gracias por ser tan comprensivo.
-No soy compresivo- respondí. –En cuanto lleguemos a casa, te pienso dar una tunda para que aprendas quien manda.
Soltando una carcajada y como si hubiese sido algo normal lo que le acababa de decir, se acomodó en su asiento y me explicó que al salir de ver al neurólogo había pedido opinión a un psiquiatra.
-¿Qué te dijo?-pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-Me confirmó mis sospechas. Siempre he sido un poco furcia pero como nunca he tenido un hombre a mi lado, no pude darme cuenta. Ahora lo sé y si tú me lo permites, seré tu puta.
-No entiendo- respondí viendo por primera vez después de casi un mes a Lara sosegada y tranquila.
Descojonada, la morenita me espetó:
-Según el psiquiatra, desde que te conocí, no solo me enamoré de ti sino que aunque no lo supiera, deseaba que además de mi jefe y amigo, fueras mi dueño.
-¿Tu dueño?- insistí no creyendo realmente lo que acababa de oír.
Sin dejar de reír, Lara me contestó:
-Amor mío, al decirme que ibas a hacerme aprender quien mandaba, he comprendido que puedo serte sincera. Ese especialista me ha dicho que mi estado es raro pero menos infrecuente de lo que parece al principio entre las personas sumisas. Por lo visto, hay un pequeño porcentaje de nosotros que cuando conocemos a nuestro amo y este todavía no nos ha aceptado, no podemos controlar nuestra excitación.
-Sigo sin pillarlo- reconocí.
Sacando de su bolso un collar, lo puso en mis manos y con tono dulce, me informó:
-Al salir de la consulta, me lo he comprado. Para ponerme bien, solo necesito que lo coloques en mi cuello.
-¿Y qué significa que lo haga?
-En cuanto lo cierres, seré tuya por siempre. No me podré negar a obedecer todos tus caprichos.
El brillo de sus ojos translucía una mezcla de alegría y esperanza de la que no fui inmune. Quizás eso fue lo que finalmente despertó una vertiente desconocida dentro de mí. Sin conocer realmente cómo me iba a cambiar eso mi vida, contesté:
-No te negaré que me atrae la idea pero no encuentro ninguna ventaja, ahora te follo cómo y cuándo quiero.
Mi respuesta destrozó los débiles cimientos de esa recién renacida tranquilidad en la mujer y con gran nerviosismo, me rogó que no la rechazara.
-Si te he entendido bien, al ser mi sumisa, tu voluntad sería la mía.
-Sí- contestó todavía aterrorizada.
Queriendo obligarla a reconocer en voz alta los límites de su entrega, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Si quisiera preñarte, ¿pondrías alguna objeción?
-No, mi amo. Estaría dichosa de llevar en mi vientre su descendencia- ya más segura pero sobretodo nuevamente ilusionada me informó.
El rubor de sus mejillas y la sonrisa de sus labios me hicieron comprender que Lara había captado mis intenciones y por eso cuando dando un pellizco en su pezón izquierdo, la advertí que si al final accedía a ser su dueño iba a obligarla a andar desnuda por la casa, me contestó:
-A partir de que me coloque el collar, esa será mi única vestimenta para que así pueda hacer uso de su propiedad.
Para entonces, ya habíamos llegado a la casa. Sin decir nada salí del coche, entré en la casa, pasé al salón y me senté en el sofá mientras Lara me seguía a pocos metros. Mi silencio empezó a hacer mella en ella y cayendo postrada a mis pies, me rogó que le hiciera caso.
Ejerciendo mi nuevo papel, la miré y sin alterar mi voz, dije:
-Convénceme que merece la pena ser tu amo- y viendo su confusión, la ordené: -Cómo estás en venta, quiero comprobar la mercancía.
Mi amiga asumió que debía de mostrarse tal cual era y poniéndose de pie, se bajó los tirantes de su vestido. Sonreí al ver esa tela deslizarse y caer al suelo. Con Lara desnuda, me dediqué a comprobar la perfección de sus medidas mientras ella permanecía inmóvil.
-Reconozco que pareces tener unos pechos de ensueño.
Al escuchar mi piropo y sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador, se lo quitó. Con satisfacción observé que esas tetas con las que soñaba se mantenían firmes y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Mi antigua enfermera y después compañera tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que al cabo de unos segundos ya estaba completamente desnuda.
-Acércate- le ordené.
La morena creyendo que así me complacía, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies donde esperó mis órdenes.
-Quiero ver tu trasero.
Con una sensualidad innata y no estudiada, Lara se giró y separando sus nalgas, me enseñó esa entrada todavía no cruzada. El sudor que recorría su pecho, me confirmó que estaba excitada y queriendo maximizar su agonía, metí un dedo en su rosado ojete al tiempo que le decía:
-Si al final te acepto, deberás mantenerlo limpio y siempre dispuesto.
-Así lo haré, amo.
Dándole un azote, le exigí que se diera la vuelta. Mi ruda caricia acervó su calentura y pegando un gemido, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi examen. Cómo ya sabía al estar completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.
-Separa tus labios- ordené interesado en averiguar hasta donde podría llevar a esa muchacha.
Obedeciendo sin demora, Lara usó sus yemas para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, descubrí que la humedad lo tenía encharcado y mientras ella me miraba con deseo, me levanté del sofá y fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes. Una vez allí, sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi futura esclava que se incorporara. La muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada.
Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé para acto seguido y usando mis manos fui recorriendo su suave piel.
-Amo, le deseo- sollozó mi cautiva.
La mujer comprendió mis intenciones. Al estar cegada, iba a ser incapaz de anticipar mis caricias y eso la pondría más bruta. Sin más dilación, fui tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de esa morena hasta que sus muslos se empaparon con el rió de flujo que salía de su coño.
-Tienes prohibido correrte- susurré en su oído mientras le mordía los pezones.
No tardé en observar que de los ojos de Lara brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración. Necesitaba alcanzar el clímax pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con un dedo su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, sollozó diciendo:
-Mi culo es suyo.
Muerto de risa, contesté:
-Lo sé -y sin dejarla descansar, metí el segundo en su ojete.
Durante unos instantes, la morena se quedó petrificada porque jamás nadie había hoyado ese lugar pero asumiendo que no podía contrariarme, permitió que continuara jugando con los músculos circulares de su trasero. Totalmente entregada, concentró su esfuerzo en no correrse y viendo que no podía aguantar mucho más sin hacerlo, se mordió los labios.
Decidí que era el momento de cumplimentar sus deseos y recogiendo el collar del suelo, volví al sofá y la senté de espaldas en mis rodillas. Lara que no era consciente que tenía esa gargantilla en mi poder, gimió al sentir mi verga rozando su culito. Al colocársela alrededor de su cuello, comprendió que la estaba aceptando y llorando me pidió qie la tomara.
-Tienes permiso de correrte- accedí premiando su constancia mientras la empalaba por detrás.
La morena al sentir su entrada trasera violentada por mí, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual, le quité las esposas y el antifaz. Lara, al sentir libertad de movimientos, llevó mis manos hasta sus pechos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:
-Siempre he sido tuya.
Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo lentamente, de manera que pude sentir claramente como mi pene forzaba ese orificio una y otra vez.
-Duele pero me gusta- chilló disfrutando de esa ambigua sensación.
Los gemidos que brotaron de su garganta fueron una muestra clara que mi zorrita estaba disfrutando. Eso me permitió ir poco a poco acelerando el ritmo con el que machacaba sus intestinos hasta que la llevé otra vez al orgasmo. Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, me pidió que me corriera.
Soltando una carcajada, contesté:
-Una esclava no decide donde y cuando su amo se va a correr.
Por mi tono, mi dulce y sumisa compañera comprendió que aunque yo no quisiera hacerlo pronto no me quedaría más remedio y por eso restregando su cuerpo contra el mío, buscó acelerar lo inevitable. Lo que no se esperaba fue que cambiando de objetivo, sacara mi verga de su culo y poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, se lo incrustara en el coño mientras le decía:
-A partir de ahora, usaré tu útero para correrme- y ya explotando en su interior le confirmé mis intenciones susurrando: -Al menos hasta que te deje preñada.
Mi amenaza lejos de aterrorizarla, la hizo chillar de alegría y moviendo su pandero con renovadas fuerzas, terminó de ordeñarme…

Relato erótico: “MI DON: Irene – Mi 1º novia, la 1º decepción.(15)” (POR SAULILLO77)

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Hola, este es mi 15º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Mi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor, mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue lo normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellas, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno,  de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, “las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta”, solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a las escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro. Pase los últimos meses de instituto tirándome a todo lo que veía, termine hastiado de tanta mujer, de tanto sexo  sin relaciones reales, y la 1º que tuve, la estropee.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.

Al final del instituto, llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mis años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne a usar, y aquello,  que antes me  parecía genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial. Así que aquí cerrando la serie de relatos de mi época del Instituto, inicio la del verano.

Termino la graduación y decidí que aquellas chicas no me llenaban, que era carga, corte de raíz con todas ellas, solo mantuve el contacto con Marina, sin sexo,  y solo continúe con mi Leona, ella era especial y aun hoy quedamos, estaba harto, si pero no soy tonto, ese tipo de sexo no se encuentra todos los días. Las primeras semanas iba a su casa y fingía tener una relación con ella, pero no era así, no éramos iguales, ella era dulce y cariñosa pero sumisa, lo hacia por dominación, y aquello no me bastaba. Buscaba una mujer que me diera una relación real, una pareja, Ana me había regalado unas 2 semanas de aquello, y salvo Marina, que me dio 1 mes de algo similar, se podía decir que yo no había tenido pareja estable nunca, solo chicas con las que follaba mucho.

En mis idas y venidas de Madrid a mi casa, en el extrarradio, cuando iba a visitar a Merche o cuando quedaba con los amigos fuera del instituto, de mas pequeños quedábamos en un parque, de esa época en la que no había que quedar ni llamar antes, tu ibas a jugar con los amigos, y si no estaban ya,  solo tenias que ir y esperar a que alguna apareciera, como era normal nuestras madres nos acompañaban de pequeños y con la fuerza del roce se formo un grupo de amigas entre ellas, seguían quedando en el parque entre ellas incluso cuando nosotros ya no pasábamos tanto por allí, como os he dicho mi vida social era muy activa, y tenia un gran grupo de amigos y colegas fuera del instituto, pero ya iremos a eso mas adelante.

La cuestión es que yo antes vivía cerca de aquel parque, y después nos mudamos al extrarradio, pero aun así seguí metiéndome 45 minutos de autobús de ida y de vuelta por estar con ellos, cuando salía de fiesta cogía el autobús nocturnos que salían  a determinadas horas, y con la repetición y las coincidencias, al final me hice amigo de determinados conductores o  de personas sueltas con las que coincidías repetidamente, una de ellas era una chica de mi edad, que siempre era acompañada hasta la parada por algún chico, con intención de ganársela,  pero allí se separaban y se volvía sola, era un escándalo de mujer, y mi facilidad de labia me había hecho hacernos  ”colegillas”, nos volvíamos charlando y hablando de cómo nos había ido la noche de fiesta, o de nuestras vidas, alguna vez ella algo borracha,  incluso nos bajábamos en la misma parada y coincidamos unas calles andando, hasta  llegaba a acompañarla a la puerta de su casa, todo esto aun antes de la operación, como con casi todas, yo era amable,  bueno y bromista, la halagaba esperando que fuera ella la que me diera pie a algo, pero nunca paso. Llegue a conocerla bien, me contó que había tenia un novio durante 2 años y que  acabo mal, el tío la engaño por otra mas atrevida en la cama, yo alucinaba con esas historias, de mujeres que podrían tener a chicos dulces,  buenos, fieles y amables,  como podía ser yo, adorándolas,  sin fallarlas jamas, y ellas siempre terminaban con un imbécil que las trataba mal o las engañaban, no entendía sus parámetros de selección ni a aquellos hombres que tenían esos tesoros en casa y se iban a buscar a otras. Después de aquello muchos chicos se la acercaban pero ella los rechazaba de plano, estaba dolida con el genero masculino y me decía que era el único hombre decente que conocía, que ojalá hubiera mas como yo,  mi mente gritaba que yo era como yo, y si le gustaba mi forma de ser,  ¿por que no me consideraba para el puesto?, se  llama Irene, y esta es la historia de mi 1º novia.

Irene, LA mujer. 

Desde la operación no la había vuelto a ver, no coincidimos en ningún momento en los autobuses y si la vi ni me di cuenta, mi cabeza estaba a mil cosas, pero una vez dado carpetazo al curso y a todas aquellas vampiresas que se alimentaban del sexo que yo les ofrecía sin darme nada a cambio, a mediados de Junio volví a verla, una par de días en que la saludaba y ella casi ni se dignaba a mirarme, no entendía por que, hasta que al 3º día de cruzarnos, volvíamos a la 1 de la mañana de un jueves, yo del parque de ver a mis amigos, ella se subió detrás de mi y al darme la vuelta  me quede  a su lado a preguntarla, se sobre salto ante mi atrevido proceder, hasta que me miro a la cara, se cercioraba de algo.

-IRENE: ¿perdona? ¿Eres……..Raúl?- lo pregunto sabiendo que cualquier respuesta, tanto positiva como negativa la dejaba al descubierto.

-YO: anda la otra, ¿Qué pasa? ¿No me reconoces? ¡¡Claro que soy yo!!- y me abrí de brazos ante la evidencia, a ella se le  abrieron de ojos repasándome de arriba abajo, y yo caí, la ultima ves que me vio fue hace mas de 8 meses, y yo ocupaba el doble de volumen, por lo menos,  y tenia unos 50 kilos mas, hasta la cara paso de ser una hogaza de pan de pueblo  a una  cara bonita y estilizada.

-IRENE: ¡no me jodas! ¿Pero que te has hecho? Estas espectacular – se lanzo a abrazarme entendiendo mal mi abrir de brazos, pero me dio igual, olí su pelo.

-YO: pues nada, un percance medico, mira, sentémonos en esos sitios libre y te cuento por el camino.

Ella paso delante de mi y se sentó en el lado del cristal y yo a su lado en el pasillo, me dio tiempo a admirar su cuerpo de nuevo, era una pedazo de hembra, una amazona, tenia el cabello castaño, con alguna mecha rubia, largo, le caía hasta la cintura, con la raya en el medio de su cabeza y recogido de tal forma que le hacia una corona con  flequillo y luego el resto le caía por la espalda, tenia muy buenas tetas, entre la 90 y la 100, unas curvas de impresión en su cintura,  que terminaban en unas caderas anchas y amplias, su cuerpo lo había ido escudriñando con los años, mediría 1,79 de altura, y pasaría de los 73 kilos, pero no había un solo gramo de grasa, todo estaba colocado en su sitio, como os digo, era una mujer fuerte, evocadora, voluptuosa, una amazona moderna. Ese día llevaba la ropa típica en ella , una cazadora vaquera corta, con un top ajustado con  escote amplio,  pero no obsceno, una falda larga y ligera,  con mucho vuelo,  que me habían tenido embobado con su contoneo mas de una ocasión, no se vosotros pero a mi uno de los looks mas sexys es ese, cuando se quitaba la cazadora y se ponía de pie, una delicia ver la curvatura de sus senos hacia el torso , la marca del sujetador debajo del top, y como su culo se erguía lo suficiente para que la falda  cayera desde el, y no en sus piernas. Su cara era fina, con una sonrisa hipnotica y unas pecas discretas en los pómulos

Le explique el tema de la operación y rehabilitación, sin entrar en detalles,  era algo ya aburrido para mi,  me quedaba ya muy lejos en el tiempo,   ella se sorprendía y preguntaba intrigada mientras me repasaba con su mirada, si verme sin conocerme de antes, ya era bastante ”resultón”,   la comparación con antes debía estar perturbando su cabeza. Una vez hablado de mi la pregunte por ella, y que hacia por allí, me dijo que había quedado con unas amigas pero se fue antes, le habían preparado una ”encerrona” con un primo o algo así, de uno de lo novios de ellas.

-YO: que pasa ¿te sigues sin fiar de los tíos?

-IRENE: no es eso, es que no me gustaba, era muy pesado, te lo creas o no estos meses me he vuelto un poco loca.

-YO: que habrás echo….- ponía gesto de madre mojigata.

-IRENE: nada, pero me he vuelto juguetona, ahora bailo y salgo un poco mas, pero nada, siempre que me gusta un chico y  le doy un poco de pista, enseguida me quieren meter mano y se me pasa, son todos unos niñatos salidos, en cuanto les paro los pies se van a buscar a otra que se deje.

-YO: ¡hombres! Son todos unos cerdos. – lo dije como siempre se lo decía cuando tocaba el tema, con algo de voz afeminada, era una broma que nunca fallaba.

-IRENE: jajja si todos, mira que no se libra ni uno jajajja eres un bobo –  se río mientras se abrazo a mi brazo como gesto de cariño, y no quito las manos de allí hasta el final del trayecto.

-YO: aunque no puedo culparles, ya te  he dicho mil veces que se iniciarían guerras por ti, que un chaval se pase de la raya es una minucia.- era cierto, ese tipo de frases se las había dicho durante mucho tiempo, y ella me lo agradecía, pero mi tono siempre fue a modo de halago inocente, con miedo a decírselo de verdad y que me interpretara una petición de algo mas, no me daba miedo preguntárselo, me daba miedo su respuesta, y así tener una escapatoria en caso de negativa,  pero  esa no lo fue, era seria y mirándola a los ojos sin echarme a reír ante su silencio,   ella reacciono tarde, pero como siempre, riéndose y agradeciéndolo.

Nos solíamos bajar en la misma parada, una de las últimas casi al final de la línea, vivíamos bastante retirados pero en la misma dirección así que coincidíamos unas calles, paseábamos charlando y gastando bromas pero al ser de noche refrescaba a si que ella paso sus brazos de nuevo por debajo  del mío  que estaba metido en un bolsillo de mi cazadora, y se pegaba a mi en búsqueda de protección del aire, eso ya lo hacia antes, cuando la podía tapar de un huracán con mi cuerpo, esa sensación de hombría y caballerosidad me ha gustado siempre. Caminamos hasta donde la lógica dictaba que debíamos separarnos cada uno a su casa.

-IRENE: jo,  ha sido un placer volver a verte, me has alegrado el día- se tiro a darme dos besos y abrazarme, yo la deje, y,  como me gustaba hacer,  apretaba su cuerpo contra mi para sentir su pecho oprimiéndome y la vez dar sensación de firmeza a la dama en cuestión.- a ver si coincidimos mas en el bus.

-YO: desde luego, y ahora,  después de este gesto espontaneo de cariño, te voy a acompañar a casa, como en los viejos tiempos.

-IRENE: no seas tonto, es en dirección contraria a tu casa, vete y ya llegare bien.- me dieron igual sus palabras e inicie la marcha hacia su casa.

-YO: estas como una cabra si crees que voy a  dejar a una preciosidad como tu irse sola a casa a las 2 de la mañana por estas calles oscuras.

Fueron los mismos gestos, los mismos hechos y las mismas palabras que la había repetido durante años, la educación clásica de mi padre no me permitía otra opción, lo 1º era la seguridad de ellas y pese a que mas de una vez he tenido que irme de punta a punta de la ciudad para dejar a una chica en su portal y volverme a la otra punta a mi casa, o acompañarlas a cajero automáticos, lo había hecho, tendría fama de pagafantas o de calzonazos, pero me habían educado así y me parecía mi deber, aunque sabia que nunca me había servido para nada con mis avances amorosos.

-IRENE: eres todo un caballero, por que no habrá más como tú – diciendo seso pego una carrera hasta mí y se volvió a abrazar a mi brazo, esta vez frotando con una palma mi antebrazo, en señal de agradecimiento y  riendo.

A mi normalmente eso me hubiera gustado pero su frase me percutió  la cabeza de nuevo, me traslado de nuevo 1 año atrás “por que no habrá mas como tu”, joder, ¿que me pasaba ahora?, era joven, guapo,  atractivo y ahora delgado, ¿que tenia de malo?,  que pese a ser todo lo que ella podía buscar, seguía diciendo esa frase para poner una barrera entre nosotros?  Me enfade un poco, y tome el valor para decírselo de una vez mientras llegábamos a su casa.

-YO: oye, quiero que sepas que yo también estoy encantado de habernos vuelto a ver, pero tengo que preguntarte algo seriamente y no quiero que te lo tomes a mal.

-IRENE: claro, dime.

-YO: ¿que tengo de malo?, ¿por que siempre dices esas frase de que ojalá fueran como yo?, no se,  ¿por que  buscar esas cualidades mías  en otros y no fijarte en mi?-  ella se paro de golpe, mirándome a la cara extrañada.

-IRENE: ¿a que viene esa pregunta?

-YO: pues por que se que quieres ser amable conmigo, pero esas frases me parten el alma, las dices como agradecimiento, lo se, pero me desconciertan, y no eres solo tu, otras me lo han dicho,  y siempre se van con otros chicos que no tienen nada por lo que me halagan. Solo ha coincido que ahora la has dicho tu, y tengo curiosidad, ¿acaso ser buen tío con las mujeres es malo?

-IRENE: pues no se….me dejas descolocada…no puedo hablar por todas…..es una frase hecha, no se, eres agradable, dulce y me haces reír,   me haces sentir bien, supongo que solo queremos que lo sepas. Y  no, ser buen tío no es malo, pero ya nos conoces, somos mujeres, nos desvivimos por buscar un príncipe y nos volvemos locas por el malo del cuento, ya sabes mi caso.

-YO: pues no lo entiendo.

-IRENE: supongo que no puedes, somos así, pero me dejas intrigada, ¿que pasa? ¿Es que te gusto?- torció la cabeza mirándome con verdadera curiosidad.

-YO: pues claro que si, o no, no lo se, ¿como podrías gustarme?,  solo eres guapa,  estas tremenda,  eres lista, agradable, cariñosa, un cielo de mujer, ¿Cómo se me ocurriría? –ironizaba – pero no lo digo por eso, solo quiero saber si para tener una pareja estable, tengo que convertirme en un carbón, por que te seré sincero, cada día que pasa lo soy un poco mas, y no se si me gusta.- se vio sorprendida, al inicio por mi declaración velada de amor, pero luego por mi dilema moral, era cierto, después de arrasar el instituto, mi mente asociaba ser un carbón con follar y ser bueno con no rascar bola con las mujeres.

-IRENE: pues no lo pienses, no cambies, sigue siendo como eres y algún día encontraras a esa chica que te hará sentir especial.

-YO: ya, eso me dicen los demás, y me lo decía  a mi mismo hasta la operación, pero después me di cuenta, mis cambios físicos me han llevado a tirarme a medio colegio, y a muchas ni las había dirigido la palabra hasta entonces, me dices que todos los tíos somos iguales, y lo que he visto hasta ahora es que todas sois iguales, solo os importa el físico.- me di la vuelta ofuscado, aquellas palabras las tenia en la garganta desde hacia semanas, y explotaron delante de ella.

-IRENE: yo… no se que decirte….puede que tengas razón, quizá sea la edad, ahora tenemos las hormonas locas y solo queremos divertirnos.- se acerco acariciándome la espalda, para tranquilizarme, yo me di la vuelta mirándola a los ojos, dios, estaban brillantes, de  color miel, alumbrados por una farola.

-YO: pues yo ya me he divertido bastante, estoy harto de relaciones cortas,  de sexo y despedidas, de andar a escondidas por que temen que alguien las vean  besándome con ellas, de no poder pasar una tarde con una chica e su casa sin que se me suba encima,  ni de poder abrazar a una mujer teniendo que girar la cadera para que no note mi polla y se vuelva loca, , o de tener que esconderme del mundo otra vez, quiera amar y sufrir, jugármela,  todo a una carta,  y ganar o perder, pero sentir que mi vida se completa con alguien.

Ella me miraba atónita, realmente no había palabras que decir, mi discurso era sincero,  sentido,  pasional. Me seque una lagrima que caía por mi mejilla, me serene un poco, quería rebajar la situación.

-YO: joder que pensaras de mi,  un grandullón como yo llorando como un crío jejejeje.- ella sonrío, pero su cara no era de vergüenza ajena o de compasión, si no de comprensión, de empatía- anda vamos a tu casa que se hace tarde.- la ofrecí mi brazo y se agarro a el, caminamos en silencio hasta su portal.

-IRENE: no te lo tomes a mal, pero esto ya no es una frase hecha, ojalá hubiera mas gente como tu en el mundo, no conozco a nadie que se pueda abrir así a otra persona, sin casi conocerla, te pido que tengas paciencia y que no cambies nunca, eres una persona maravillosa.- se abrazo a mi,  pero dejando sus brazos pegados a  su cuerpo, la rodee con ternura,

-YO: seré una persona maravillosa, pero esta noche  aunque me acueste con alguna, volveré a dormir solo, y me despertare igual de solo…..- la bese en la frente mientas la separaba de mí – Anda entra en casa que se hace tarde.

Ella se puso de puntillas para darme un buen beso en la mejilla, y despidiéndose con la mano entro en su casa, vi sus ojos vidriosos, ¿realmente le habría llegado mi mensaje?  No entendáis mal, era sincero, pero no los solté a la ligera, quería que supiera de mis sentimientos y de la similitud entre nosotros. Me fui a casa dejando que mi furia volviera al cofre de mi interior,  de donde había salido, dormí mejor que en mucho tiempo, mi cuerpo se había quitado un yunque de encima.

Nos cruzamos un par de veces mas a partir de ese día,    me dio su teléfono y charlábamos por Internet,  ya casi me aprendí sus horarios, esperaba 1 o 2 autobuses para ver si venia, o cuando llegaba la buscaba con la mirada viva, y si hubiera de apostar diría que ella hico lo mismo, cuando coincidamos  nos sentábamos juntos o nos quedábamos de pie hablando, siguiendo con nuestra amistad, pero yo note que su actitud cambio, reaccionaba igual pero iba un paso mas adelante, hablábamos de mas cosas,  se reía igual,  pero  se apoyaba en mi brazo o mi pecho de forma sutil, no se bien como explicarlo, sus abrazos y besos de despedida me eran diferentes, ya no me rodeaba  con los brazos para separase rápidamente, si no que se dejaba caer sobre mi,  con los brazos encogidos,  y era yo quien la rodeaba,  se mantenía allí mas de lo estipulado en los contratos sociales, cuando me daba 2 besos el 2º siempre era mas largo y sonoro, no se, me tocaba la cara cuando ponía caras haciendo el tonto, o se arreglaba la ropa, colocándose el escote o la falda sabiendo que yo la estaba mirando fijamente. El remate fue un día en que entre antes que ella al bus, y me senté en el lado del pasillo para esperarla, iba tan lleno que cuando llegó, yo  no podía salir para que ella pasara mi lado, y no quise cambiarme al lado del cristal, si lo hacia algún otro listo podía intentar quitarla el sitio,   así que solo me puse en pie inclinado mi cuerpo hacia atrás, haciendo palanca con los gemelos en el asiento, ella me entendió rápido y paso por delante mía dándome la espalda, la posición , mi corpulencia, la suya,  y su buen trasero unido a mi gran polla hicieron lo inevitable, al pasar,  mi bulto la golpeo claramente culo a través de la fina tela de la falda.

-IRENE: huy perdona- se sentó sin mas dejando su bolso, sin restos de pudor o vergüenza,  ni clavando su mirada en mi entrepierna, me había pedido perdón por darme con el culo, tenia que ser consciente, me dejo clavado en la posición, de pie, inclinado y mirándola a la cara.- no me miras así anda, ya te he pedido perdón, ni que nunca te hubieran dado con el culo en una pierna.

Me senté de golpe partiéndome el culo de risa, aquella ingenua chica se penso que debido al tamaño y grosor que debió sentir,  aquel golpe que recibió en su trasero,  era de una de mis piernas. Me miraba ella y medio autobús, sin entenderlo.

-IRENE: ¿pero que te pasa?- de verme así, arrancaba a reír por momentos,  sin saber por que, solo por contagio,  dude en si decírselo o no, pero me pareció tan gracioso que no podía reírme yo solo.

-YO: veras, jajajja, es que…..lo que has notado jajjajaja no era una pierna jajajajajaja – descrito y dicho así no tiene gracia, pero yo me ahogaba, tosía con fuerza por cortar aquella risa y dejar entrar aire a mis pulmones. Ella al inicio no lo entendió, por se le noto en la cara cuando lo hizo.

-IRENE: ¿¿¡¡ NO!!??  ¿eso era….?- lo decía habiendo la boca enseñando su dentadura perfectamente cuidada entre los dedos de la mano que se llevo para tapársela.

-YO: la misma jajajajajajaja. Rompimos a reír los dos de nuevo, ella se tapaba la cara de vergüenza por su confusión y por que cada vez que ella paraba de reírse me oía  mi y volvía a empezar, entramos en uno de esos bucles de risas en que nos costaba un mundo retomar la compostura, y en cuento nos mirábamos o alguno lo recordaba y se le escapaba alguna risa nasal  o un gemido, el otro Bolivia a empezar y contagiaba al otro. Estabamos ya a mitad de camino y aun no éramos capaces de articular palabra alguna,  rojos,  congestionados y balbuceando palabras inaudibles en idiomas inventados queriendo relatar lo ocurrido. Ella se secaba las lágrimas temiendo que se le corriera el poco rímel que solía llevar.

-IRENE: para ya por dios, … (snif)….que me da algo antes de llegar a casa.- se frotaba con el dedo índice los párpados.

-YO: no, si ya te ha dado algo.- volvíamos a empezar, dios, me encantan esos momentos con los amigos o la familia, coger algo  insignificante y hacerlo una bola enorme de felicidad, si reír 5 minutos alarga la vida un año salimos de aquel autobús siendo inmortales.

Por el camino a su casa quiso desviar el tema par poder dejar aquella sensación atrás, y no se le ocurrió mejor tema que yo y mis andanzas sexuales, le explique un poco por encima lo de algunas chicas y como casi había cerrado ese capitulo de mi vida.

-IRENE: ¿casi?, o se cierra o no se cierra.

-YO: bueno, es que hay una mujer que no puedo dejar, se llama Mercedes.

-IRENE: ¿estas con ella? – note que había algo de decepción en su pregunta.

-YO: no exactamente, no tenemos ese tipo de  relación estable, simplemente…no se, sexo, solo eso.

-IRENE: pero algo te dará para que no la dejes como a las demás.

-YO: bueno…..no quiero ser descortés con ella, la quiero,  pero solo me da eso, el mejor sexo, el  mas duro y duradero que me ha dado nadie, pero no me aporta nada, es una relación aparte del bien y del mal.

-IRENE: ¿no sales con ella por ahí?

-YO: no se puede decir que neutra delación es de…….interior jajajaja.

-IRENE: pues es una pena, por que podrías tener una relación de verdad con otra mujer.- su tono era de que podría ser con ella.

-YO: y puedo tenerla, ella no es un impedimento, es solo un desahogo, un juguete con el que me divierto, no es una relación dominante,  ella tiene su vida y yo la mía.

-IRENE: pues a mi no me gustaría que estuvieras conmigo y luego te fueras con otra.- hablaba en hipotético caso pero me estaba diciendo claramente que eso era un impedimento para ella.

-YO: pues entonces si, es una pena, por que te haría la mujer mas feliz del mundo, pero no pienso dejarla tirada, es una…… mascota,  a la que le tengo demasiado cariño.- la descripción no era lo mas acertada, pero no se como explicárselo mejor.

Llegamos a su portal y de nuevo un abrazo, pero esta vez se pego mas a mi su cadera,  hasta notar mi paquete, me dio dos besos y antes de meterse en su casa se giro.

-IRENE: pues si, un autentica pena.- se metió en su portal con un golpe de cadera final,  dejando que el vuelo de su falda luciera.

Me fui derecho a la casa de mi Leona, y me la tire mas de 4 horas para corroborar en mi mente que mis palabras eran ciertas, aquella fiera merecía que fuera su león, y decidí que en cualquier caso, en mis relaciones estables dejaría claro siempre desde el inicio que ella existía, y la relación que teníamos, si lo aceptaban perfecto, y si no,  no merecía la pena una relación con ellas si me costaba tener que dejarla a ella.

Los días fueron pasando y nuestras charlas en las idas y venidas, aquello era un cortejo claro, yo quería y ella también pero su mente quería hacerme rendirme, decirla que dejaría a mi Leona por ella, me hablaba de la monogamia y de forma sutil siempre llevaba la conversación a ello, su caricias y sus gestos sensuales eran evidentes, al igual que los míos, ya hablaba de lo que me haría  si estabamos juntos,  pero no cedí, un jueves se enfurruño tanto por mi negativa que se enfado y no me dejo acompañarla a casa, era tarde así que la seguí a cierta distancia hasta asegurarme de que entraba sin peligro. Sus intentos eran tan insistentes que me generaban dudas en la cabeza, pero se me pasaban en cuento iba a ver a Mercedes.

Pasaron un par de días hasta que ,  el sábado,  volví a salir de fiesta y al entrar en el bus a las 4:55 de la mañana, me la volví a encontrar, a través del espejo la vi con un chico, iba muy ligera de ropa, con claros sintamos de borrachera  y el tío encima de ella acariciándola y besándola, mientras ella le esquivaba,  pero sin demasiada oposición, en uno de sus amagos su mirada se clavo en mi, y sin apartarla, dejo hacer al chico, que se dio un festín durante los minutos que faltaban para arrancar el vehículo a las 5 en punto, ella seguía con su mirada clavada en mi con el tío metiendo su cara ya entre sus tetas, dejándose hacer, quería darme una lección de cómo se sentía. Sonó la señal de que íbamos a arrancar, entonces ella se quiso despegar del tío para entrar, pero el acompañante estaba caliente como el palo de un churrero, la agarraba de la cintura para volver a atraerla hacia el, a cada intento mas rudo de ella, era respondido por otro gesto de mas fuerza de el, ya discutían con el tío llamándola de calienta pollas para arriba,  sin soltarla de la mano, mientras ella le pedía que la soltara tratando de quitárselo de encima. La escena llego a tal punto que mi cuerpo reacciono solo, me levante y salí del bus pidiendo al conductor, colega mío, que espera un minuto, me baje y de un tirón la solté la mano de el.

-YO: perdona,  creo que al señorita lo ha dejado claro, lárgate.

-IRENE: si,  por favor.

-CHICO1: quédatela, es toda tuya, pero no le vas a sacar ni un polvo, es un a puta calienta pollas.- se me tenso el cuerpo de tal manera que Irene lo noto y me agarro  temiéndose lo que iba a pasar.

-YO:  ¿como las ha llamado?

-IRENE: déjalo, no pasa nada, vamos a casa – tiraba de mi.

-CHICO1: lo que se merece, lleva toda la noche vestida como una guarra pidiéndome guerra y ahora se quiere ir, no es mas que una furcia……- no le deje acabar, le cogí por la pechera le puse un  pie detrás de los tobillos y empuje fuerte para que cayera de espaldas al suelo, al ir algo borracho cayo sin problemas.

-YO: cierra la boca antes de que te la parta.- cogí a Irene y la ayude a subir y sentarse en el bus, entre algunos vítores de alabanzas y otros de criticas por que la chica se lo iba buscando así vestida, cerré todos de golpe.

-YO: a cerrar la boca todo dios, no os importa una mierda a si que seguid con vuestras vidas.

Me senté a su lado y ella se echo sobre mi hombro a llorar durante un buen rato, en ese tiempo puede admirar su cuerpo, ya hacia bastante calor aunque por las noches refrescaba, salió con un bolso negro pequeño con una cadena dorada, un corsé,  dejando sus hombros y gran parte de sus pechos y espalda al aire, era negro con los cordones y adornos blancos, una falda no muy larga, negra y con vuelo,  que se tenia tieso,  en cualquier otra mujer le quedaría por  las rodillas pero a ella y su espectacular cuerpo, con las caderas anchas y el trasero tan levantado, le quedaban por medio muslo, con  medias de encaje y ligeros a plena vista, dejando ver piernas, acabando en unas botas altas de cuero, con mucho tacón,  que por detrás era mas bajas que por delante, terminando en pico por sus rodillas, la imagen viva de una “Pin-up”, con el pelo totalmente suelto, liso y con pinta de haber empezado la noche mejor peinado. Con una sombra de ojos negra y un pinta labios rojo oscuro, tirando al gránate. Estaba espectacular y sin duda se podía entender que aquel chico estuviera enfadado, pero no por ello excusar su comportamiento.

Siguió llorando en mi hombro mientras la consolaba, estaba notablemente borracha, se le cruzaban las palabras y no terminaba las frases. Logre entenderla entere balbuceos que venia de una fiesta temática, de ahí su vestimenta,  y conoció a aquel chico, que la trataba bien y que le gusto su comportamiento, le dejo excederse un poco pero cuando le dejo meterla mano le cambio el carácter, se volvió arisco y áspero, solo quería lo que querían todos los chavales.

-YO: ¿pero por que has hecho esto?, tu no eres así.

-IRENE: no lo se, estaba dolida, quiera sentirme bien y ahora me siento mal, y ………..es por tu culpa.

-YO: ¿y que se supone que he hecho?

-IRENE: pues que me tienes loca perdida, me gustas, te quiero, y no quieres estar conmigo.- era al 1º vez que alguien me decía que me quería, sin añadir “te quiero………follar”, fue de pasada y  lo dijo mirándome a los ojos,  con gotas de lagrimas negras cayendo por sus mejillas debido al rímel.

-YO: ¿Cómo que no quiero? Me harías el hombre mas feliz del mundo – seque sus lágrimas con ni dedo.

-IRENE: no, no me quieres, quieres quedarte con tu Leona,  antes que conmigo.

-YO: ya te dije que no pienso dejar de verla, pero que para mí no es un impedimento, yo también te quiero, como nunca  podré quererla a ella.

-IRENE: ¿y por que no la dejas? ¿Acaso no soy suficiente mujer para ti?- diciendo esto me beso, en los labios, de forma tierna y pasional, queriendo ser un argumento.

-YO: eres todo lo que un hombre podría desear- me volvió a besar.

-IRENE: pues déjala y quédate conmigo- se recostó sobre mi pecho y se sereno, tanto que medio se quedo dormida.

Con aquella joya de mujer recostada sobre mi,  dormida y tranquiliza por los latidos fuertes de mi pecho, razone, ¿quería o no a  aquella chica?, ¿cuanto me debía costar?, ¿acaso era un precio que debía de pagar?  No era momento ni  lugar para decidir aquello así que me centre en ella y sus necesidades actuales. Medio dormida tiritaba, era ya muy tarde y hacia frío, sumándole lo poco tapada que iba, me quite la chaqueta que llevaba y se la puse, me quede con solo una camisa de vestir en el torso, nunca he sido friolero y como os dije anteriormente soy una estufa andante. Mientras frotaba su espalda para hacerla entrar en calor, me costo despertarla y hacerla bajar del bus cuando llegamos al destino, no ayudaba nada, estaba bebida, medio dormida y con unos tacones de vértigo, casi se cae al bajar el escalón  del bus, y aunque la sujetaba y se apoyaba en mi,  era un suplicio caminar, así que decidí llevarla en brazos, la acomode la chaqueta para taparla bien y a pulso la cogí en brazos, asegurando  meter bien la mano por debajo de su culo, pillando la falda y la chaqueta para que no se le viera nada, y pasando la otra mano por su espalda, haciendo que su cuerpo se inclinara hacia mi y me rodeara el cuello con los brazos, apoyando su cabeza en mi pecho, pese a que ella no era poca cosa, yo era mas grande y fuerte así que la lleve sin problemas mientras ella sea acurrucaba sobre mi pecho, no soy un titán así que tuve que bajarla y descansar a mitad de camino, la volví a subir encima, apartándola antes el pelo de su cara, madre mía, pese a que debía concentrarme en el esfuerzo, en sujetarla bien y mirar por donde pisaba, que imagen tan dulce y provocadora, su absoluta confianza en mi y mi chaqueta enorme  cubriendo su delicado cuerpo me hacían no poder apartar los ojos de ella, de sus carnosos labios.

Llegamos a la intersección donde debíamos separarnos cada uno a su casa, y me pare, no por cansancio, si no por que tenia que pensar, trate de hablar con ella pero estaba ya con morfeo, ¿que tenia que hacer con ella? Tenia que llevarla a su casa, ¿pero que pasaría si no llegaba a subir? no podía dejarla tirada en el portal o el la puerta de su casa e irme, no podía llevarla en se estado y  llamar y que su familia la vieran así, y me culparan  a mi,  tampoco podía entrar en su casa a acostarla, si su padre se despierta y me ve acostando a su hija en la cama podía salir mal parado, no había opción, tenia que llevarla a mi casa, allí al menos tendría la situación controlada. Camine con ella en brazos hasta llegar a mi casa, era difícil con su cuerpo semi-inerte lograr meterla en mi casa y mas aun en mi cuarto sin hacer ruido de despertar a nadie, pero fue imposible, las madres tienen un sentido arácnido o algo, nada mas entrar por la puerta apareció por allí mi madre en las sombras.

-MADRE: ¿hola hijo que tal? ¿A quien llevas ahí?

-YO: pues bien madre, yo al menos, aquí traigo a una amiga mía,  no ha tenido un buen día, no quiero que la vean así en su casa así que dormirá aquí esta noche.

-MADRE: dormir, ya……….

-YO: joder no tengo tiempo para juegos madre, ¿no ves como va la pobre?,  casi no puedo con ella, dormir,  si, solo eso.- como matriarca de la familia ya se olía que su hijo era un don Juan y andaba saliendo mucho con chicas, y pese a alguna frase aleccionadora se la veía orgullosa o feliz por el cambio.

-MADRE: anda déjame que te ayude a acostarla, no vas  a desnudarla tu.

-YO: ¿desnudarla?

-MADRE: claro melón, no ves el corsé que lleva, eso esta muy ajustado, no puede dormir con el, tu llévala al baño y ya me ocupo yo de todo.

Así lo hice, como toda gran señora,  cuando mi madre se pone en plan militar solo queda obedecer, por que en el fondo, sientes que saben lo que se ha de hacer. La llevé al baño y la senté en un silla que tenemos allí, mi madre me saco de allí y me pidió que me fuer a cambiar y le trajera alguna camiseta mía vieja, de las de 4XL de mis viejos tiempos,  obedecí, cuando volvió a abrir la puerta del baño para que entrara a llevarla al cuarto, parecia otra, seguía adormilada, pero la habían lavado la cara, desmaquillado y desvestido, mi madre se llevo la ropa de ella y la dejo preparada para limpiarla y tenerla lista para el día siguiente, entre lo que veía y la ropa que mi madre se llevo deduje que Irene iba en bragas y con una camiseta mía enorme que le quedaba como un camisón largo, la volví a coger en brazos, y note como la camiseta estaba algo húmeda,  olía a colonia, mi madre se la había echado, pero era colonia mía, no de mujer, ¿acaso mi madre quería que aquella muchacha durmiera con el constante recordatorio de  mi olor sobre ella?, me centre en no golpearla la cabeza contra el marco de la puerta y la acosté en mi cama, nada mas dejarla se hizo una bolita con las sabanas,  agarró mi brazo y tiro de mi para que quedara acostado,  abrazado a ella, supongo que por acto reflejo, yo me quede con una rodilla en la cm dilucidando si seria correcto o no tumbarme con ella, hasta que una voz me dijo que no lo pensara y que me acostara en el sofá , me gustaria decir que era mi conciencia,  pero era mi madre en la puerta de la habitación.

-MADRE: ni se te ocurra o te corto las pelotas, a dormir al sofá cama, y como la toques un pelo esta noche te capo, ¿me has odio?

-YO: que si  mama, que no soy ninguna aprovechado,  lo sabes.

-MADRE: bueno, pues por si acaso. – tápala y acuéstate que es muy tarde.

La tape con las sabanas y el edredón, agache mi cabeza y la di un tierno beso en la mejilla ante los ojos vigilantes de mi madre que se fue dejando la puerta abierta y mirándome con el gesto claro de que esa puerta se quedara así. De nuevo me vi en aquel horrible sofá  cama dando vueltas por su incomodidad y con una chica espectacular ocupando mi cama y mi mente. Si realmente tenía que aparcar a mi Leona por ella, o no, seria un debate que se mantuvo en mi cabeza toda la madrugada,  hasta que caí rendido ante el cansancio y las altas horas. Cuando me desperté tarde unos segundos en darme cuenta que mi cama estaba vacía, eran casi las 12:30  de la mañana del domingo, y oía claramente el típico sonido de cucharillas de desayuno en la cocina, pense que se habría despertado,  se habría vestido y marchado a su casa, así que fui al baño como siempre, bostezando y berreando haciendo ver al resto de mi casa que me había despertado, orine como lo hacemos los tíos en nuestras casas con la familia y confianza, sin cerrar la puerta, haciendo ruido contra el agua del water y relajando los músculos hasta que salía alguna ventosidad, si, por poco glamur o excitante que quede, yo lo hago así y seguro que no soy el único.

Cuando salí del baño secándome las manos con una toalla apareció mi madre con la ropa de Irene en la mano.

-MADRE: anda que te cortas un poquito, ni con invitada cierras la puerta.

-YO: ¿que invitada? ¿Que haces con al ropa de Irene? – caí de golpe – ¿sigue aquí?

-MADRE: claro que si,  guarro, esta en la cocina siendo sometida a un tercer grado por tu padre y hermana mientras desayuna, se habrá levantado no hará ni 20 minutos.

-YO: joder ¿y no podías avisarme?

-MADRE:¿ y que hago? ¿Te grito que no te tires pedos mientras meas por que tu novia esta en casa?

-YO: …………………..no es mi novia mama.

-MADRE: pues no pierdas el tiempo, que es un encanto de niña, no ha parado de dar las gracias, de  pedir disculpas y de alabarte  por lo de ayer,  es mas mona que las pesetas, no como las pendones esas con las que sales últimamente, así que espadilla, voy a plancharle esto.- y se fue hacia el salón donde tenia las planchas con la ropa de Irene.

Era lo mismo que ya sabia yo, que ella era diferente, pero hasta que no me lo dijo mi madre no me convencí de aquello, si  se había ganado a mi madre en tan poco tiempo y con la mala 1º imagen de la noche anterior, tenia que ser un cielo de mujer. Acudí a la cocina con miedo a lo que me iba a encontrar, y no era otra cosa que a mi padre y mi hermana atosigándola a preguntas, era la 1º chica que me llevaba casa o que ellos veían,  mi padre me vio el entrar.

-PADRE: hombre, aquí esta el señorito, vaya horas de despertar- lo decía siempre con  tono elevado, le gustaba que su voz me despertara.

-YO: ¿se puede saber que estáis hacinado aquí?

-HERMANA: desayunar como personas de bien, charlando y conociendo a tu amiga………..Irene ¿verdad?

-IRENE: jajajaj si.- me fije en su cara, estaba abrumada y un poco fuera de lugar pero reía mientras tomaba algo de desayuno.

-YO: ha sido una noche movidita, necesitaba descansar.- mi frase n estaba bien pensada, así que mi padre la aprovecho dirigiéndose  a Irene.

-PADRE: ¿no te habrá molestado?, como no se haya comportado dímelo y le arranco la cabeza.- le gustaba ser contundente en su tono, y aun siendo en modo de broma, se captaba su mensaje de autoridad.

-IRENE: no por dios, ha sido todo un caballero conmigo, muy pocos harían lo que hizo anoche por mi.- me miro a mi pese a contestar a mi padre- y relato sin muchos detalles lo ocurrido la noche previa mientras yo tomaba un buen vaso de leche fría.

-PADRE: que menos que cuidar de una chica tan maja como tu, ¿verdad bonita? – mi padre queriendo ser amable se excedía con las insinuaciones.

-HERMANA: anda déjalos comer algo tranquilos.- me echo un cable llevándose a  papa de allí, era demasiado afable con la gente, quizá herede eso de el. Aun así al pasar a mi lado mi padre me dio un fuete manotazo en el pecho, entre el punto del dolor y el orgullo, sabia que los aguantaba,  quiera decirme que estaba feliz por mí actuar.

-PADRE: he criado a un buen hombre.- me apretó el hombro con su mano,  mas fuerte aun, y  con mi hermana se fueron cuchicheando hacia donde estaba mi madre, sin duda para hablar de aquella novedad en mi vida, de aquella 1º chica que apareció en mi casa.

Quedamos solos en la cocina y me senté en la mesa delante de ella, con una sonrisa de mi parte pidiendo disculpas y con otra por parte de ella diciendo que no pasaba nada.

-YO: lo siento,  que te hayan acosado así, no están muy acostumbrados a que traiga chicas a casa.

-IRENE: no pasa nada, tienes una familia maravillosa, me han tratado genial.- extendió su mano para acariciar la mía.

-YO: ¿y tu que tal estas?, ¿te encuentras mejor?- la agarre de la mano.

-IRENE: si, mucho mejor, te pido perdón por lo que paso y te doy las gracias pro tratarme tan bien, a ti y tu madre, ya me ha dicho que fue ella quien me desvistió y que como me trataste, estaba esperando en la puerta cuando me he despertado y me ha dado cosa despertarte, así que me he levantado y he estado charlando con ella.

-YO: haberme despertado, no pasa nada.

-IRENE: ya, no se, te vi tan dormido y te has portada tan bien  que no quería molestarte.- nuestras miradas se clavaron en los ojos del otro.

-YO: mira, se que a lo mejor no estoy siendo justo contigo con el tema de Mercedes, pero soy sincero, no quiero hacerte daño, si esto te esta afectando, lo mejor es que dejemos de vernos y tu hagas tu vida, seguro que tendrás a 100 chicos detrás de ti.- mis palabras no la sentaban bien.

-IRENE: no puedes pedirme eso, ningún chico que conozco me habría tratado como tu ayer, mas de la mitad se hubieran aprovechado de mi o me hubieran dejado tirada en cualquier sitio, ¿te crees que quiero renunciar a alguien como tu?

-YO: no es que quieras, es el hecho de que yo no voy a cambiar de idea, lo he pensado mucho,  deseo estar contigo,  pero no perder lo que tengo con ella.

-IRENE: lo se, yo también he estado pensando, pero ya sabes como soy, no soportaría que me engañaras con otra.

-YO: pero no te engaño, te lo he dicho desde el 1º día.

-IRENE: lo se, pero no se si será suficiente.

-YO: es lo máximo que te puedo ofrecer sin mentirte.

Apareció mi madre con la ropa ya limpia y planchada, y la acompaño a mi cuarto para ayudarla a vestirse, dios, dicen que no hay anda mas sexy en una mujer que ir solo con la camiseta o camisa de un hombre, y en ese momento lo entendí, mi camiseta le hacia una figura disimulada pero unas piernas de pecado, con medio hombro al aire y la tela contoneándose ampliamente. Cuando salieron allí estaba la pin-up de anoche, pero mucho mas mejorada en el aspecto, la puse una cazadora por encima y la acompañe a su casa, con ella bien agarrada a mi brazo, llegamos a su casa.

-YO: pues aquí nos separamos, supongo que no quieres continuar con este juego.- se puso delante de mí y pegada a mí cuerpo, cogiéndome de una mano, se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla.

-IRENE: no supongas tanto- y con la otra mano en mi cara me la giro para volver a besarme,  esta vez en los labios, yo aguante quieto el 1º, el 2º ya la abrace y le correspondí, la sujetaba la cabeza con miedo a que aquel momento llegara a su final, mi lengua cogió vida propia y busco la suya, que lejos de rechazarla la acogió con gusto.

-YO: no estoy seguro de poder pararme si continuamos así.- lo dije al separar nuestros labios para coger aire, mientras le colocaba el pelo detrás de la oreja.

-IRENE: yo tampoco, será mejor que suba, mi familia estará preguntándose donde estoy – se dio la vuelta después de darme un ultimo beso con sabor a dulce, entenado en su portal.

-YO: oye, ¿y mi cazadora?

-IRENE: ya te la devolveré, ahora se donde vives, me pasare algún día – me guiño un ojo y cerro la puerta.

Aquello no había hecho más que empezar. Volví a mi casa y durante la comida los comentarios sobre mí e Irene eran continuos, nos gustaba chincharnos unos a otros, y mi madre parecía encantada con aquella muchacha que lleve en brazos a casa,  medio borracha y ligera de vestimenta. Del calentón de la situación quede con mi Leona en su casa y la destroce a polvos toda la tarde, quería asegurarme de nuevo que aquello merecía la pena retenerlo, y desde luego que lo merecía, pero también me cerciore de que no había mas, no me aportaba nada, solo me saciaba momentáneamente, no había esa sensación de completarme que me generaba aquella conocida del bus a la que solo había besado, tenia que decidirme.

Pasaron 4 días hasta que me mando un mensaje, quería pasarse por mi casa a devolver la cazadora, quise que fuera sin nadie en casa pero no pudo ser, así que quede con ella, vino a mi casa y subió, iba como siempre, preciosa, con su top ceñido y sus faldas largas y de tela fina, saludo a mi madre que andaba por allí  con las orejas tiesas, y se dedicaron unas palabras amables, cuando nos dirigíamos a mi cuarto, me miro con cara de advertencia. Entramos y cerré la puerta, dejando la cazadora, que traía en las manos, por allí tirada.

-YO: muchas gracias, aunque no tenias que haberte molestado en venir hasta aquí.

-IRENE: era una excusa, ya lo sabes, solo quería verte. – se sentó en el sofá ofreciéndome sentarme a su lado con una mano.

-YO: pues bendita cazadora, mira he estado pensado…………- iba decidido a comentare que había decidido aparcar, que no dejar, a mi Leona mientras estuviera con ella, pero me corto.

-IRENE: yo también lo he pensado mejor, déjame decirlo 1º por que si no lo digo del tirón no seria capaz. No quiero que andes por ahí con otras, pero estoy decidida a salir contigo, eres el mejoro hombre que he conocido hasta ahora, y si para estar a tu lado tengo que compartirte, lo haré.- me dejo clavado en el sitio.

-YO: no es compartirme, si salimos,  seré tuyo , no habrá nada mas, ella es solo como ese oso de peluche que tango en el estante – se lo señale- un juguete del que me cuesta desprenderme por cariño.

-IRENE: ¿y bien? ¿Que me dices?- puso rígida la espalda y se puso seria.

-YO: ¿decirte de que? no me has preguntado nada.- la hice sufrir un poco.

-IRENE: no seas bobo, ya sabes, quieres………..

-YO: ¿que?- quería que lo dijera y ganar tiempo para una buena respuesta.

-IRENE: ¿me vas  hacer decirlo?…….- remoloneaba mientras se ponía roja.-…………  ¿Qué si quieres……….salir conmigo?,  tonto.

-YO: no hay nada en el mundo que me hiciera mas feliz que salir contigo, ¿Qué si quiero? No, no quiero, LO IMPLORO.

Saltó de alegría y me abrazo como si la hubiera concedido un deseo cuando era yo el que tenia la sensación de estar agradecido, el silencio solo fue roto por un grito “¡¡bien!!”, que salió detrás de la puerta de mi cuarto, entro mi madre y la abrazo, yo alucinaba.

-MADRE: ¡¡dios,  que felicidad mas grande!!, y tu comporte como un cabello,  o te mato.

-YO: ¡¡mama!! ¡¡Lárgate de aquí!!- se fue sollozando de alegría, Irene se reía y me cogió de la cara para que olvidara aquella intromisión, le costo un par de besos dulces desenfadarme.

Pasamos la siguiente hora abrazados y acariciándonos como colegiales, besándonos de forma cariñosa de vez en cuando, yo tenia claro que no podía extralimitarme lo mas mínimo, no con ella, quería saborear cada instante de aquel……………romance,  iríamos a su ritmo y no había mas que hablar. Con cualquier otra solo tendría que ponerla encima de mi o recostarla lo suficiente para que notara mi bulto creciente y me la hubiera tirado como a las demás, pero decidí que no, que esa vez seria distinto.

-YO: ¿y si salimos a dar una vuelta? Ya hace calor, ¿te invito a  un helado?

-IRENE: me encantaría – se puso en pie para colocarse un poco la ropa.

Salimos de allí cogidos de la mano y fui las salón para informar oficialmente de nuestro noviazgo, y que saldríamos a dar una vuelta. Me costo decir las palabras “mi novia”, pero una vez dicha me sonaba genial en la cabeza, nos despedimos y salimos así, sin sepáranos de las mano, a mi me sudaba algo la palma y temía algún gesto de asco de ella, pero no se produjo, le daba igual,  era feliz así, y yo mas aun. Dimos un paseo por el parque, aquel por el que una vez pase, fue  al salir del gim de Eli, y volví a sentir aquella sensación, un cambio en mi vida, un cambio brusco, que daba miedo, pero que estaba dispuesto a dar acompañado por ella. Descubrí en la heladería que le gustaba mas la vainilla o el yoghurt que el chocolate, como a mi, y charlamos, horas, mientras compartíamos nuestros helados, y jugábamos a mancharnos la nariz o las mejillas, intercalando besos dulces si, sus labios  sabían a vainilla, estaba viviendo esa situación, delante de todos, sin importarla a ella o a mi que nos vieran, esa situación que había detestado ver en otros durante años, esas situaciones que me  daban dentera de lo empalagosas que eran, que me daban asco, en el fondo, por envidia. Quise invitarla a cenar pese a estar tieso de dinero, por suerte ella rehuso,  la acompañe a su casa, despidiéndonos con otro de esos besos, que subían de intensidad pero no sexuales, si no de cariño y ternura. Me despedí haciendo el tonto un poco,  dando saltos, cantando y gritando frases de felicidad por haber logrado el corazón de aquella doncella. Ella se tapaba la cara riendo de vergüenza, pero me encantaban extrapolar y exagerar mis sentimientos reales, hacerlos públicos y notorios.

Las siguientes semanas las pasamos igual, quedando por las tardes, viendo películas en mi cuarto o paseando, saliendo con mis amigos unas veces y otras con los suyos, la sensación era maravillosa, de que todo era nuevo ante mi, que todas las situaciones era novedosas, excitantes y buenas, con ella a mi lado me sentía lleno, completo,  en paz, la sensación de ahogo y de desesperación que me llenaba desapareció, su espacio fue ocupado por felicidad, confianza y seguridad. Llegue a no volver a ver a mi Leona en todo ese tiempo, no lo necesitaba, ni me masturbaba. Lo mejor fue cuando salimos un día de fiesta, ella estaba espectacular y pasamos horas bailando y besándonos, temía el día en que la notara o palpara mi enorme polla de nuevo,  y como había pasado con todas, cambiara su actitud, pero pese a mis intentos, ese día llego, estabamos bailando, o no, mas bien moviéndonos abrazados en la pista de baile, yo la tenia a agarrada por detrás mientras la rodeaban con los brazos por el vientre, mientras la besaba el cuello y ella acariciaba mis brazos. El movimiento, y la situación me la puso dura como una piedra,  pese  querer retirar mi pelvis de ella por pánico a estropear aquello tan bonito,  la pista estaba llena de gente, no se podía tener muchos sitio y los golpes eran frecuentes con la gente que estaba, iba y venia. En uno de esos golpes mi pelvis se pego a su trasero, y con sus faldas finas, debió  notar todo mi esplendor, quise despegarme rápido pero una cría pasaba por detrás de mi y no me dejo, temía algún cambio de actitud, pero no ocurrió nada, seguía igual, es mas, se dio la vuelta y se quedo abrazada siguiendo el ritmo me mis pasos, sin pegarse mas a mi, recostando su ara en mi pecho, y sin ofrecer ningún gesto diferente. Aquello fue el mejor regalo que me pudo hacer una mujer en esa época.

Me presento a su familia, y comí en su casa un par de veces,  me comentaron que tenían un viaje familiar preparado, de 3  semanas,  para inicios de verano, pero que lo habían cambiado a petición de Irene, se había convertido en unas bodas de plata, un viaje de aniversario para sus padres y que ella se quedaría conmigo en Madrid. Así que me fui con algo de ropa a su casa, a vivir con ella esas semanas, a modo de prueba, la cosa se iba calentado a cada día, la primera semana íbamos vestidos, pero con el paso de los dais ella se iba dejando ir, y me hacia a mi hacer lo mismo, yo ya iba solo con unos pantalones sin slips por la casa, como me gustaba ir en verano, fresco,  y ella con mis camisetas o camisas y en bragas, nos cambiamos unos delante del otro, era una delicia verla quitarse la ropa, dejar caer su falda y quitarse el top, luego el sujetador, dios, que hembra, era perfecta, ni  esculpida por Miguel ángel, una tetas preciosas,  tersas y con un lunar encima de uno de sus pezones, que eran rosados y amplios, siempre iba con bragas mas o menos grandes pero que en la comparativa con su cuerpo rebosante eran irrisorias. Como me solía pasar, la 1º vez que me vio la polla colgando se le abrió la boca de forma desmesurada, se quedo clavada mirándomela y riéndose, pero ya mas o menos sabia su tamaño, neutras caricias ya no eran tan inocentes, yo repasaba su trasero y sus senos con cariño, y ella mi pecho desnudo, le encantaba mi pecho, no se por que, se recostaba y se quedaba en el durante horas, en momentos de pasión ya llevaba su mano a mi bulto y  acariciaba mi miembro semi – erecto sobre la ropa, pero jamas hizo mención del tamaño, pese a que lo pensaría.

Ya jugábamos por la casa,  persiguiéndonos y nos tendíamos trampas para asustarnos, siempre terminábamos igual, recostados sobre la cama o un sofá, con ella encima de mí, esa sensación siempre me ha vuelto loco,  sus pechos sin sujetador solo cubiertos por una camiseta que le quedaba grande era increíble. Mis Manos ya se adentraban por dentro de su bragas en su trasero, pero siempre que llegábamos a mas ella ponía el freno, y yo me tenia que aguantar, pero no lo hacia a desgana, solo estaba ansioso por que me decía que pronto estaría preparada.

Ese día llego a mediados  de la 2º semana, ella había terminado de ducharse después de que lo hiciera yo,  se ponía una crema corporal, tenia una toalla en la cabeza y otra en el cuerpo, pero se la iba abriendo para llegar a todo su cuerpo, la cuestión es que se dejo la puerta del baño abierta y al pasar por allí me quede mirando, era una visión demasiado sensual para no quedarse allí de pie. Ella lo sabia por que me vio de primeras pero sin decir nada y sin amagar con cerrar la puerta siguió haciéndolo, mi polla reacciono cuando se acaricio los pechos con aquella crema, pero se puso a reventar cuando se quito la toalla y vi su cuerpo desnudo, mientras ponía un pierna encima del borde de la ducha,  y se extendía la crema por sus muslos.

-IRENE: anda, no te quedes ahí mirando y ayúdame, entra y échame en la espalda.

-YO: no es buena idea que entre ahora mismo contigo así, no estoy seguro de poder controlarme.

-IRENE: lo se – y se dio la vuelta quedando de pie, desnuda ante mi, ofreciéndome el bote, solo recuerdo que su piel brillaba, que era tersa, firme y generosa, con una fina línea de bello en si pelvis.

-YO: ¿esta segura? – me asegure de que en la pregunta quedara claro que no me refería a la crema.

-IRENE: Si – me miro fijamente a los ojos mientras se quitaba la toalla de la cabeza y todo su pelo húmedo caía por su hombro,  la espalda y uno de sus pechos, sobre un solo pie, dejando el otro ligeramente apoyado, en el aire.

Entre con calma, y con solo el pantalón sin slips, mi polla estaba haciendo de mástil central de una preciosa y enorme carpa, me acerque a ella mientras se daba la vuelta dándome la espalda y se recogía el pelo hacia delante para dejar su espalda libre,  la bese el hombro cuando al rodeara cogía el bote. Sin llegar a rozarla,  mi polla estaba apuntándola de forma amenazadora, me eche crema en las manos, y comencé a extenderla por sus hombros, con gestos suaves y amplios, bajando por sus omoplatos, con gestos circulares, fui bajando todo el contorno de su espalda, llegando a su cadera, no deje un solo ápice de su piel sin ser pasado por mis manos, cuando llegue a la curvatura de su cintura estaba lo mas excitado que recordaba desde la graduación, pegue mi miembro a su desnudo trasero, solo separado pro al tela del pantalón, y mis manos la rodearon por el vientre, acariciándola, subiendo mis manos por su torso, subiendo y bajando su cuerpo un poco, y besando su cuello, mis dedos llegaron a sus pechos, casi ni me abarcaban aquellas preciosidades de  senos, ella bajo sus brazos sobre sus caderas buscando con sus manos mi cintura, la oía y notaba  respirar profundamente, se dio la vuelta y se pego a mi,  clavándose mi polla en su vientre, y agarrándome del cuello y arrancándome un beso pasional , sensual, ya no era cariño, era deseo, sus manos bajaron hasta quedar en mi pecho mientras la fuerza de mi cuello echaba su cuerpo hacia atrás, pero la tenia bien sujeta por la espalda.

-IRENE: llévame a la cama, pero esta vez,  quédate conmigo.

La cogí en brazos, como aquel día en el bus, pero ella estaba completamente desnuda, y con solo con aquellos pantalones y una erección enorme, al rodearme el cuello con los brazos levanto su cara hasta volver a besarme y haciendo gran acopio de fuerza logre llevarla a su cama, sin golpearla con nada mas que mi bulto en su cadera, donde había dormido juntos y abrazados la ultima semana, la deje recostada boca arriba suavemente y cayendo sobre ella sin cargar mi peso en su totalidad, besándonos con cariño pero con nuestras lenguas bailando un vals, una de mis manos fue acariciado su cara , y bajaba pro su cuello y su brazo, hasta llegar a uno de su pechos, y allí se quedo, apretando con suavidad mientras ella me sujetaba la cara, mi cuerpo me pedía un impulso, o arrebato sexual, pero mi mente le freno, tenia que tener cuidado, trabajarla bien para no hacerla daño, así que mi mano siguió bajando a su vientre y dejando de besarla busque aprobación en su mirada, me la concedió con otro beso largo y abriéndose de piernas, mi mano bajo y acariciaba con cariño por encima de la piel, ella se retorció en cuanto noto mi mano.

-IRENE: ten cuidado por favor, hace mucho que no….

-YO: tranquila, te voy a tratar como la reina que eres.

Baje mi boca  por su cuello hasta quedarme en uno de su pechos, lamiendo su pezón,  apretó mi cabeza con sus dedos jugueteando con mi pelo, mi mano se iba moviendo con mas facilidad cuando note como se iba lubricando, su estomago se estira  e encogía con cada una de las pasadas de mi mano, y cuando la oí gemir metí uno de mi dedos en su interior, ella se sobresalto con un suave grito de lujuria, tirándome del pelo, lo saque para volver a acariciarla por fuera, para luego volver a meterlo, lo hice hasta que su cuerpo ya no reaccionaba al introducirlo, y para entonces ya entra y salía con gran velocidad, se retorcía con fuerza, amagaba con besarme pero se arrepentía enseguida, su boca solo estaba para ayudarla a respirar entre gemidos, acelere el ritmo cuando metí el 2º dedo, y ya cuando los metía los dejaba dentro, moviéndose y acariciando, lo tenia ya muy abierto y mojado, la situación optima para mi gran miembro, así que me separe cuando ya acompañaba el ritmo de mi mano con su cadera, y me quite el pantalón, no estaba seguro de si era la 1º vez que me la vio totalmente tiesa, pero sus ojos se abrieron como platos mirándola mientras se mordía el labio, aun moviendo las caderas pese a que yo ya no la tocaba, era ella quien se masturbaba sola, me subí a la cama de rodillas y me puse entre sus piernas, cuando junte nuestras caderas mi polla descansa desde la pelvis hacia su vientre, la pasaba el ombligo, esa visión la hizo estremecerse, caí sobre ella y la besaba mientras ella se movía frotándose contra mi,   mi polla notaba su cuerpo.

-YO: ¿estas preparada?

-IRENE: si, por dios, hazlo de una vez.- su cara lo pedía a gritos, y su cuerpo lo reclamaba.

Me incorpore y la abrí bien de piernas, moje mi mano en los fluido de su vagina y moje la punta de mi polla, baje la cadera y me puse a su altura, dejando caer mi glande hasta su entrada, y haciendo hueco, apreté, suavemente pero sin parar, ella se dolía echando el cuerpo hacia atrás hasta que entro de golpe, otro grito corto pero intenso, una vez dentro el glande la deje acostumbrarse, notaba como se abría su interior y mi polla notaba menos  presión,  su pecho respiraba de forma desenfrenada , su tetas subían y bajaban sin parar, me coloque y empuje de nuevo, metiendo milímetro a mililitro, ella se agarraba a lo que pillara, sabanas,  almohadas, su tetas o mi pecho, estaba notando tan bien como yo como se iba abriendo claramente, a mitad de mi tronco pare, y deje acostumbrar de nuevo a nuestros cuerpos, la presión en su interior era bestial pero ninguno de los dos hacia nada por sacarla.

-.IRENE: ¡¡no pares ahora, sigue por dios!!

-YO: deja que te acostumbres, es demasiado….

-IRENE: sigue, ¡¡te lo ruego!!

Aguanté unos segundos mas y seguí presionando, cuando el metía mas de ¾  me dolía a mi el glande de la presión pero lo mantuve allí, aquella chica no había follado en mucho tiempo, estaba roja y congestionada, sin parar de moverse de los nervios, la saque un poco para volver a ese mismo punto una a vez, y un rayo la atravesó, se arqueo su espalda levantadora de la cama para dejarla caer de nuevo, lo volví a repetir un minuto mas tarde con el mismo éxito, mi polla ya no estaba en constante presión, decidí no profundizar mas y comenzar a disfrutar de aquello, agarrándola de las piernas la sacaba despacio y la volvía a meter, la fricción ya no era impedimento pasadas unas penetraciones y ella gritaba con cada embestida, y solo había empezado, fui acelerando el ritmo  hasta que sus pechos rebotaban de la inercia, y agarrándose a las sabanas se corrió sobre mi, dios, estaba muy desenterrada, pare que seco, pero sin sacarla.

-IRENE: ¡¡madre mia, como me llenas, me siento completa, dios, no pares mamonazo sigue!!- se encorvaba intentado metérsela ella sola, pero mi posición era dominante, así que ante su petición volví a embestir y esta vez no pare, no quería hasta que me corriera.

El ritmo la hacia levitar sobre la cama, ya se sujetaba las tetas por no oír como se movían y chocaban entre si, cogía aire con cada golpe y se mordía el labio sin parar, metí la 5º marcha al notar como se mojaba por dentro de nuevo y su cuerpo vibraba con la 2º corrida, en la 3º se salió de mi frotándose y bañando las sabanas con su fluidos, pero no la di descanso, en cuanto acabó,  la volví a abrir de piernas y ahora se la metí sin piedad, yo apretaba mi mandíbula en busca de aguante, llevaba casi media hora sin parar cuando note mi corrida y quería que fuera bonito así que lleve mi dedo a su clítoris para frotarlo y así corrernos a la vez, la bañe entera por dentro, llevaba mucho sin eyacular y notaba como sus aprese vaginales se iban llenando con cada sacudida,  ella exploto en otro orgasmo que la hizo darse la vuelta sobre la cama. Caí rendido y feliz en la cama, había ido mejor de lo que hubiera pensado, y acariciaba a aquella mujer en la espalda, se   retorcía por el placer recibido, con pequeñas convulsiones, se sujetaba el coño como si se le fuera a caer.

-YO: ¿estas bien?

-IRENE: ¡¡si, por dios!! ¿que si estoy bien? , mi puto ex no me hico correrme ni una sola vez y tu en media hora casi me desmayas a orgasmos, eres una bestia.

-YO: jajaja pues te he tratado emerjo que a muchas, a mi Leona me la tiro más fuerte aun durante 4 horas o mas.

-IRENE:  ¡¿QUE?! no me lo creo, como narices la ibas a querer dejar.- se dio la vuelta recostándose sobre mi pecho- eres un regalo del cielo, eres un buen hombre y follas como un animal.

-YO: ¿otro asalto?- se incorporo mirándome atónita, y la hice ver que mi polla aun quería guerra.

-IRENE: déjame a mi, esta no se queda así.

Se incorporo agarrando la polla con las manos,  la masturbo con cuidado al inicio y ferocidad después, para mi sorpresa, y  sin decir nada,  se metió media miembro en la boca, lamía como una posesa el tronco y se la engullía sin problemas, estaba poco entrenada,  pero no era una novicia, la deje hacer hasta que me saco una corrida, otra bestial, una cantidad que nunca había visto en mi, cuando noto que me corría se la saco de la boca y la manche todo el vientre, ella se había calentado demasiado y se me tumbo encima besándome el pecho, se abrió de piernas dejando la polla en sus manos y la acariciaba hasta volver a ponerla dura.

-IRENE: ahora quiero que seas malo, que me folles como te follas a las demás.

-YO: ten cuidado con lo que deseas.

La levante la cintura, le metí mi falo con fuerza, y apoyando bien los pies le di rienda suelta a mi cadera, en esa posición era una ametralladora, me tire otra media hora sin bajar el ritmo tirándomela como bien podía ser Mercedes o Rocío, sin piedad, la arranque varios orgasmos antes de volver a sentir que me iba y allí le regale un ultimo minuto al máximo haciéndola rebotar contra mi, se quedaba suspendida media décima de segundo hasta caer y volver a ser embestida, gritaba como una loca y cuando me corrí dijo alguna que otra guarrada fuera de lugar y de su personalidad, estaba un poco ida, la descabalgue y la tumbe a mi lado,  tiritaba un poco así que la acerque a mi cuerpo y la rodee para darla calor.

-YO: ¿ves?, aveces es malo recibir lo que deseas.- que razón tenía.

Ella no estaba, había caído rendida y dormía a mi lado, así que la seguí en sus sueños, me desperté por que me la encontré chupándomela y con la polla ya tiesa.

-YO: hey, ¿no esperas?

-IRENE: necesito que me vuelas a follar, quiero que me abras, que me la metas toda.

-YO: no me has oído antes con lo de los deseos, ¿no?

Se me volvió a subir encima y se ensarto sola,  ya sin dificultad,  era ella quien me cabalgaba, la doble la cintura para que cayera hacia mi mientras giraba su cadera y así la bese, iniciado yo el movimiento, esta vez no me puse freno y desde el inicio la bombeaba sin piedad, no le entraría toda pero la estaba desquiciando, la agarre del culo fuerte y apreté el ritmo hasta volver a sacar de ella gritos y fluidos, llego a suplicarme que parara pero no lo hice hasta correrme, quería que supiera donde tenia su limite y que era diferente al mío. Aguanto como pudo el chaparrón y al terminar cayo retorciéndose sobre la cama, agarrándose la vagina mientras su espalda temblaba.

-IRENE: eres un animal, me has destrozado, jajajajajaj dios, como follas,  esto es demencial, me vas a seguir follando así hasta que me muera.

-YO: siempre que tu quieras, pero yo no quiero follarte,  quiero hacerte el amor.

-IRENE: eso es imposible, no puedo comportarme como una novia normal sabiendo que me abres con esa barra de carne, ¡¡y como te mueves!!

Temí que sus palabras fueran en serio, pero las achaque a aquel momento de lujuria, me levante dándola un buen beso con lengua y me fui a duchar de nuevo, estaba lleno de jugos suyos y míos, estando en al ducha ella entro conmigo y nos duchamos juntos, no se que buscaba pero casi me la calzo allí otra vez, pero me quería contener, y salí de allí, habíamos quedado, la tuve que casi obligar a salir de casa, salimos de fiesta pero su comportamiento era diferente, ahora se restregaba contra mi como habían echo todas, al volver a casa fui al baño, al regresar con ella estaba desnuda,  a 4 patas pidiendo que me la tirara, supuse que era el momento así que me desnude y colocándome detrás de ella y  la empale, seguimos en esa posición una hora larga hasta que cayo rendida de tanto correrse, y yo eyacule.

Lo que resto de vacaciones de sus padres lo pasamos casi encerrados en su cuarto, solo pedía sexo, y yo estaba encantado, pero me di cuentas que con el paso de los días era mas una chica del montón que aquella mujer que me completaba. Gracias a dios acabaron las vacaciones familiares y quedábamos menos, eso relajo sus ansias, pero no había día en que quedáramos para salir,  y no me la terminara follando, era exasperaste querer levantarse de la cama y que se me tirara encima de nuevo. La relación cambio, el paso del tiempo afectaba, se perdía la magia, era culpa suya, o mía, por darla lo que pedía.

A los 3 meses me vi viajando en el tiempo, no tenia una novia, no quedamos a salir ni a pasear, ella solo quería follar y cuando tenia su ración de mi, se iba a su casa, se lo advertí repetidamente, que aquello no me gustaba, y ella entendiendo mal el mensaje quiso que me la tirara  mas y mas duro, pero no era eso lo que buscaba, cuando llego mi cumpleaños, los 19 a mitad del verano, ella ni se presento a al fiesta y luego me llamo para que fuera a su casa a tirármela, rompí a llorar y mi madre, que ya se lo olía,  me pregunto, se lo explique y me calmo, como solo ella sabia, me despejo la mente,  me aclare y me dolió tanto que fui a su casa, y la deje allí mismo, vestida con un picardías que me la puso dura solo al verla, ella se desesperaba por no entenderlo, hasta me ofreció su ano virgen,  me besaba y mi agarraba la polla por encima de la ropa, como incentivo, me di cuenta que se había perdido, estaba desesperada, colgada por mi polla,  y no entendía que yo no quería sexo, quería una pareja.

-YO: mira, llegado a este punto, no merece la pena seguir, solo me ofreces sexo y para eso vuelvo con mi Leona, ha sido bonito mientras duro, pero no necesito nada de lo que me ofreces.

-IRENE: eres un carbón, seguro que te la estas triando ya y me dejas por que no te hago cosas que ella haría, otra vez me dejan por otra, sois todos iguales.- amagaba con pegarme mientras lloraba.

-YO: piensa lo que quieras, no te he engañado nunca, y por eso vengo aquí hoy, corto contigo, te he querido mientras eras mi novia, ahora no te quiero………….ADIOS.

Me fui sin llorar pero con un dolor en mi interior, no se si había sido ella o yo pero me había cargado la 1º relación de verdad que había tenido,  lleno de rabia me fui derecho a casa de mi Leona, sin avisar ni nada,  ella me abrió la puerta y se le ilumino la cara, hacia 4 meses que no la veía, ataque su hombro y la mordí de ofuscación, entendió a lo que venia al mirarme a los ojos, se fue directa a la habitación conmigo detrás, estuve 4 horas follando si parar hasta agotarme y espinar en otras cosas, pero al descansar la imagen de Irene en aquel bus, y la comparativa con la actual,  me hizo romper a llorar, me vestí y salí de allí, eran cerca de las 4 de la mañana, deje a mi Leona allí tirada con cara de preocupación por si era culpa suya, la bese con pasión y la dije que no había echo nada malo.

Salí a pasear y termine en aquel parque otra vez, era un imán para atraerme cuando me sentía mi vida a  punto de cambiar de idea en mis relaciones, ¿acaso no podía tener una relación normal? ¿Aquella polla enorme no me dejaría? ¿Estaba condenado a ser un trozo de carne para las mujeres? Le di vueltas a aquello hasta que recibí un mensaje en el móvil, era Ana, ”mi prima”, nos mandábamos mensajes contándonos nuestras vidas, me decía que estaba de fiesta, que la habían aceptado en una universidad en Madrid, y que se venia a vivir con nosotros cuando empezara la universidad, se me cambio el animo de golpe, ella me había dado lo que estaba buscando, fueron 14 días, pero fueron 14 días de los cueles me la tire la mitad y su actitud fue siempre de novia, de mujer que me completaba. Fue un rayo de esperanza, solo tenia que pasar el verano y a finales de septiembre la tendría a mi lado, me di media vuelta y me fui de nuevo a casa de mi Leona, me abrió triste pero me vio la cara y se alegro de golpe, esta vez me la tire mas de 6 horas y de la energía positiva que me había dado aquel mensaje, la hice desmayarse, y casi yo con ella, me quede recostado con una sonrisa enorme,  agotado y con los sentimientos alocados, pero feliz, tenia un objetivo y un par de meses de diversión antes de llegar.

CONTINUARA…….

Relato erótico: “EL LEGADO (17): Otra vez Pepito Grillo” (POR JANIS)

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Otra vez Pepito Grillo.

 

 

Nota de la autora: se agradecen todos los comentarios recibidos de los lectores, si alguien quiere comentar algo, opinar, simplemante charlar sobre El Legado, aquí les dejo mi dirección  janis.estigma@hotmail.es

 

Hoy se cumplen cuarenta días que mi nueva vida como esclavo de Katrina. Me he acostumbrado algo a su rutina, controlando cada vez mejor mis impulsos. Sin embargo, mis pequeños juegos de desahogo han aumentado en rudeza, y, lo que es peor, los utilizo con cualquiera que esté a mi alcance. Maby y Pam los han sufrido en carnes propias, así como Sasha, en un par de ocasiones. Pero no solamente ellas se han visto arrastradas por esa rabia que debo expulsar. Estampé contra la pared a un vecino que me había quitado la plaza de garaje. Destrocé a patadas la moto de un niñato que piropeó de mala manera a Elke, al salir del cine, y casi maté a ostias a uno de los hombres de Víctor, por una tontería.

Estoy muy irascible, en ocasiones. Rasputín no se conforma apenas con ese daño menudo y controlado. Quiere sangre y vísceras. ¡Quiere a la perra de Katrina, por encima de todo! Creo que no le importaría morir de nuevo, con tal de tenerla, una sola vez, entre sus manos. Pero mi voluntad es cada vez más fuerte, sujetando con mano férrea sus primarias tentaciones.

He tenido una larga charla con las chicas. Son las que mejor me conocen, las que pueden darse cuenta si mi personalidad cambia demasiado, cayendo en manos del Viejo. Yo no dispongo de perspectiva para ello, me pierdo en mis propias elucubraciones, pero ellas si pueden alertarme. Las utilizo como mecanismo de control, como alarmas que me pueden alertar de que estoy cruzando una línea intolerable.

Con todo, creo que estoy mejorando, acostumbrándome a la rutina de Katrina, la cual, todo hay que decirlo, no deja de usarme y humillarme. Eso le viene bien a Sasha y Niska, a las que molesta muchísimo menos. Las usa para vestirse, bañarse, para que la acaricien por las noches, antes de dormir, y para pequeños servicios domésticos. Todos sus otros caprichos, por muy sucios que sean, los reserva para mí. Sus esclavas están muy contentas, por ello, y eso se traduce en numerosos piquitos y achuchones, que me ofrecen a la mínima ocasión. Niska me tiene en un pedestal, como si fuera el héroe del pueblo, el salvador de todo su universo, oculto aún tras un velo de esclavo, que solo espera el momento adecuado. Demasiado infantil, pienso, pero, si le pidiera que matara por mí, creo que lo haría, sin dudarlo.

Con mis niñas, la cosa va mucho mejor, ahora que Elke me ha aceptado totalmente. Se sigue definiendo como la novia de Pam, sobre todo para el público, en general, pero… me llama “mitt skjold”, con reverencia, su escudo… Según Pam, no aceptaría a otro hombre en su vida, ni en su cama. Sigue desconfiando de todos ellos, pero yo me muevo en otra dimensión para ella. Es como si hubiera surgido de un cuento, de una leyenda, para ser su brillante caballero, el paladín que siempre esperó.

En una palabra, no soy un hombre para Elke, sino un icono, un estereotipo de su imaginación, en el que puede confiar siempre. Eso la tranquiliza y la fascina, al mismo tiempo. No siente que engaña a Pam conmigo. No solo soy su hermano, sino un valor moral al que ella se puede aferrar siempre.

Complicado, lo sé, pero así está la cosa, y a mí me vale.

Hemos vuelto a tener varias sesiones de cama múltiple, jejeje… Así es como lo llaman mis niñas

Por otra parte, he dejado de ver a Dena. Se ha convertido en la más sumisa de las madres. Me sigue llamando Amo cuando bajo a ver a Patricia, pero no ha mostrado la mínima actitud sexual hacia mí, ni yo se la he reclamado. Vive totalmente pendiente de los deseos de su hija. No sé si es algo muy bonito, o insólitamente depravado, pero Patricia está muy a gusto con todo esto. Aún jugamos algunas tardes, los dos, a solas. Al parecer, sigue sin gustarle que su madre me toque, ¿o puede ser al revés? De todas formas, me ha hecho prometerle que la desfloraré para su cumpleaños, este verano.

Pero lo que me preocupa, en sobremanera, es otro de mis frentes abiertos, Anenka.

Desde un principio, sé que es peligrosa y ambiciosa, y que, posiblemente, tiene sus propios planes, pero sabe utilizarme y enredarme en sus diabólicos juegos. Siempre me digo que puedo alejarme de ellos cuando quiera, pero… ya no estoy tan seguro. Bajo su apariencia de entrega, de falsa dependencia, la mente analítica de la agente del KGB, me sonsaca muchos datos de los herméticos negocios de su esposo. A veces, soy consciente de ello, pues una parte de mí es tan zorro como ella, pero, en otras, caigo en su juego con demasiada facilidad, empujado por la pasión, por el deseo, y por su maravilloso cuerpo.

Sniff… ¿Qué le voy a hacer? Nosotros, los hombres, somos así de débiles. Me pone cantidad informar a mi jefe y subir a follarme a la puta de su esposa.

Ah, otra cosa de la que tengo que hablaros… mi cuerpo. ¡Pienso que lo he conseguido! Parezco uno de esos chicos de póster. A veces, me quedo embobado mirando el espejo al vestirme, recordando como era y como soy, ahora. Cuido de mi pelo, bien cortado y aseado. Me veo guapo, con una mandíbula fuerte y una nariz agresiva (por la rotura), y, en este momento, peso ochenta y siete kilos. He modelado mi cuerpo, machacándolo a ejercicios de pesas y flexiones, disciplinándolo con artes marciales, y llevándolo al límite mil veces. Me veo muy definido, con los músculos como esculpidos por un artista. Según Maby, estoy igual de bueno que Taylor Lautner, el chico lobo de Crepúsculo, pero más alto, jeje.

Mis estudios de rinoshukan van muy bien. Mi sensei alaba mis reflejos y mi sangre fría. Según él, no ha visto muchos alumnos como yo, que siendo aún novatos, realicen las katas con tanta precisión. Le parece algo innato. En verdad, imitó cada movimiento que el viejo brasileño realiza, incluso cuando no está enseñando. Hay momentos, en que nos cuenta anécdotas, o relata una leyenda japonesa, o nos habla de su familia, allá en Brasil, yo sigo mirando sus fluidos movimientos, como controla su respiración, la mínima expresión de su rostro, todo me sirve para meterme en su piel. No trato de aprender su mecánica, ni comprender el por qué de ese giro o de ese golpe. Simplemente, le imitó y el movimiento surge, bello y perfecto, y queda fresco en mi memoria, con lo cual, me permite seguir realizando todos esos movimientos en todo momento. En la ducha, en el trabajo, corriendo por las calles, en casa… Esto me hace aprender y perfeccionar muy rápidamente, pues estoy a todas horas entrenando.

He instalado un makiwara – un poste de madera, clavado al suelo y recubierto de cáñamo, para golpear como un saco, pero mucho más duro – en la azotea del piso. Le dedico media hora todos los días, sin vendarme ni manos, ni pies. Contacto directo con la madera y el cáñamo. Los secos golpes resuenan en casa secamente, por lo que no suelo hacerlo cuando están allí las chicas. Hay días que me pasó por casa, solo para darle unos cuantos golpes y así soltar rabia y tensión.

Víctor me llama para desayunar con él, en el invernadero. Estamos a solas, bebiendo café y comiendo tostadas con mermelada, cosa fina. Me mira fijamente y deja la taza sobre la mesita de hierro forjado.

―           Es hora de que vuelvas al Años 20, Sergio – me dice. – Hemos dejado que las cosas se tranquilicen…

―           Si, señor Vantia. ¿Sigo haciendo lo mismo?

―           Si. Hay que empezar por abajo, pero te daré más control sobre las chicas. Hay rumores entre ellas.

―           ¿Qué rumores?

―           Están asustadas por algo, pero Pavel no consigue nada. Temo que alguna se vaya de la lengua.

―           Sería interesante poder hacer un par de favores, señor Vantia.

―           ¿A qué te refieres?

―           Antes de mi… accidente, una chica me pidió que ayudara a su madre y a su hermana, atrapadas en una red local. Ayudarla podría significar disponer de informadoras entre ellas, sin alertar a nadie… ni a Pavel, ni a Konor…

Me mira, sonriendo como un lobo. Asiente.

―           Si necesitas material o ayuda, llama a Basil. Te atenderá personalmente.

―           Gracias, señor Vantia – Basil es el “mayordomo” personal de Víctor, el mismo que me entregó toda mi documentación el primer día que llegué a la mansión.

―           ¿Algún problema con mi hija? – preguntó, de sopetón Víctor, acariciándose la oscura barba.

―           Los propios de cualquier chica universitaria. Nada complicado, señor – respondo rápidamente.

No voy a decirle que, últimamente, Katrina abusa de mis lamidas. Todos los días, antes de dejarla en el campus, debo alegrarle el día, comiéndole el coño. Una finura de chica. Gracias a Dios, aún no se ha interesado por más partes de mi cuerpo. No quiero ni pensar en que pasará cuando averigüe las dimensiones de mi querido miembro.

 Mi regreso al Años 20 pasa casi desapercibida. He pasado varias semanas fuera, y muchas de las chicas no me conocen, pues han llegado nuevas. Mi camarera favorita también ha desaparecido. Una lástima, la tenía anotada en Asuntos Pendientes…

Como siempre, Konor ni da señales de su presencia. Subo a saludar a Pavel, el cual si se alegra de verme, aunque deba soportar unos pocos de pellizcos en el trasero.

―           Eres un tipo duro, ¿eh?

―           Lo intento, aunque soy muy bisoño aún – me encojo de hombros.

―           ¿Bisoño? – es una palabra nueva para él.

―           Joven, novato… — le explico.

―           Ah…

Se me queda un rato mirándome. Parece rumiar algo en su interior.

―           Sergei… yo… lamento muchísimo lo que te sucedió…

―           No te preocupes, Pavel. Tú no fuiste el culpable.

―           No, pero sabía que iba a ocurrir – me dice, bajando los ojos al suelo. El viejo homosexual parece arrepentido de verdad. – Sabían que iban a por ti, pero me amenazaron con dejarme baldado si te avisaba. Intenté que te dieras cuenta… haciéndome el borde…

―           Tranquilo, Pavel – le digo, colocando mi mano sobre su brazo. – Todo ha pasado. Estoy vivo y de vuelta. Lo demás no importa…

Asiente y me aferra del antebrazo, de la misma forma que un gladiador saludaba a un compañero. Es mi turno de hacerle unas preguntas. Con discreción, le refiero si ha notado algo raro en las chicas, últimamente. 

―           No, pero están más reservadas que nunca. Apenas chismorrean y eso siempre es malo.

―           Bueno, tendré la oportunidad de darme cuenta por mí mismo. Desde ahora, somos socios, con respecto a las chicas.

―           ¿Socios?

―           Me han ascendido un peldaño más. Tengo que controlar las necesidades de las chicas y calibrar sus peticiones. Hablaré con ellas, escucharé sus quejas y sus sugerencias, y estudiaré todo ello.

―           ¿Y yo? – me pregunta, preocupado.

―           Tú seguirás como siempre. Te ocupas de hacer que las cosas funcionen y que ellas reciban lo que piden. Yo mismo te pasaré lo que haya decidido conceder o aumentar, y lo conseguirás, como siempre.

―           Me parece bien – afirma, sonriendo.

―           Ah, otra cosa. Puede que necesite una habitación en el club, en esta planta, si puede ser.

―           Mañana la tendrás dispuesta.

―           Perfecto… ¡Oye! Mariana, la bielorusa… ¿Está aún en el club?

―           Si, habitación 23 – me informa.

―           Gracias. Hasta luego, Pavel.

Mariana se queda contemplándome al abrir su puerta. Sus serenos ojos celestes recorren mi figura, como si se aseguraran que aún estoy vivo. Viste con una bata gruesa y lleva el pelo rubio suelto. Puedo comprobar que es muy largo, casi llega hasta su trasero.

―           Hola, Mariana.

―           Hola, señor – balbucea.

―           Sergio o Sergei, como gustes, pero no soy señor de nadie – le hablo en su idioma natal, cosa que ella no espera, en lo más mínimo.

―           ¿Cómo sabe…?

―           Sssshhh… es un secreto – le digo, empujándola al interior de su habitación. Cierro la puerta, al entrar. – Nadie debe saber que hablo bieloruso.

Ella asiente, llevando una mano para cerrar su bata. Se sienta en la cama y me señala la silla. Me siento, con las piernas abiertas, y acomodo mis codos sobre mis rodillas, inclinándome hacia ella y mirándola intensamente. Mariana se lame los labios, de repente secos.

―           No pude ayudarte, Mariana. He estado un tanto… impedido.

―           Lo sé, Sergei. Todas lo sabemos. Una mala caída…

―           Sí, algo así. Pero ya estoy recuperado y me gustaría saber si aún necesitas mi ayuda.

Mariana asiente fervientemente, sus ojos azules enviando señales desesperadas, sin despegarse de los míos.

―           Bien. ¿Siguen en la misma situación?

―           Si, Sergei, y en el mismo lugar.

―           Necesitaré una fotografía de ellas, así como un poco más de información…

Mariana busca con la mano bajo la cama, sacando una pequeña caja metálica, donde guarda los escasos recuerdos que sacó de su patria.

―           ¿Sabes montar a caballo? – me pregunta Anenka, acariciando el testuz de una blanca yegua.

Nos encontramos en las caballerizas de la enorme finca. Es fin de semana. Me he encontrado con la esposa del jefe al bajar de los aposentos de Katrina. La puta de mi ama aún está durmiendo tras una noche de locura en Kapital. La tuve que sacar borracha y durante todo el trayecto me pidió mil veces que le comiera el coño. ¡No me salió de los cojones poner mi lengua en ese coño borracho!

El caso es que Anenka, con una sonrisa de complicidad encantadora, me pidió que la acompañara hasta los establos.

―           Aprendí en la granja. Tuvimos un par de caballos, pero se cansaban rápidamente de mí.

―           ¿Por qué?

―           Pesaba ciento treinta kilos.

Anenka me mira, sorprendida, y se ríe, como si fuese una de mis bromas. ¿Qué importa?

―           Ensilla aquel y saldremos juntos – me señala un pinto robusto.

Aún recuerdo como se ensilla y se ciñe un caballo, creo. Es como montar en bici… Anenka se pone rápidamente en cabeza, alzando su trasero de la silla de montar, exhibiéndolo para mí. Tengo que decir que está realmente estupenda con aquellos pantalones, color crema, tan ceñidos que parece que se los ha metido con crema lubricante. Su trasero es realmente de primera.

Me hago pronto con el paso del caballo y con la silla. Ahora peso mucho menos y puedo colocarme como se debe. Es agradable. Anenka me lleva hasta un bosquecillo con una serie de peñas y rocas sueltas, entre los árboles. Escoge una de las más grandes y se oculta tras ella. La sigo, intrigado.

―           Este es uno de mis rincones secretos. Suelo venir aquí cuando cabalgo. Ato mi caballo y le dejo pastar a su gusto. Nadie puede verlo desde el camino, ni desde el aire, ni a mí tampoco – dice subiéndose a otra roca, plana y ancha.

―           ¿Te gusta esconderte?

―           No – contesta, con una sonrisa, mientras se desabrocha la chaqueta de montar. – Me gusta masturbarme…

La sonrisa se me petrifica en la cara. No esperaba la respuesta.

―           Me encanta hacerlo en la naturaleza, sentir la brisa sobre mi cuerpo caliente… pero no soporto los mirones – me reclama, al quitarse la camisa y mostrarme sus senos, libres de sujeción alguna.

No me deja desnudarme, sino que me tumba sobre la piedra. Noto la superficie dura y fría en mi espalda. Anenka termina quedándose totalmente desnuda y me desabrocha el pantalón.

―           ¿Tienes esa maravilla ya preparada?

―           Aún no… me has tomado por sorpresa…

―           ¿Qué pensabas? ¿Qué te había invitado a recoger setas? – se ríe.

―           No, pero veo que tú necesitas un gran champiñón.

―           Todos los días – me susurra al oído.

―           Podrías reclamarme, como ha hecho Katrina.

―           Lo he intentado – me dice, mirándome a los ojos. Lo dice en serio, la tía… –, pero Katrina no deja de poner impedimentos.

Claro, como no. De ella y de nadie más, ese es su lema.

―           Bueno, ahora soy tuyo – sonrío.

―           Si… todo mío – se frota contra mi miembro, que aún no ha cobrado toda su rigidez.

Atormento sus senos y sus caderas, tal como le gusta. Ella no deja de frotar su entrepierna, arriba y abajo, dejando mi polla húmeda de sus flujos. Ya está medio rígida, pero ella la desea totalmente dura.

―           Dime, Sergei… ¿Te acuestas ya con las chicas del club?

―           No – gruño.

―           Pero lo harás… seguro… son muy bellas.

―           Si, lo son. Las mujeres eslavas sois bellísimas – la adulo.

―           Parte de mis antepasados eran mongoles… cosacos… así que no soy totalmente eslava…

―           Bueno, serían de los cosacos más guapos – ironizo.

―           Si – se ríe y me coge la polla, acariciándola con ambas manos. — ¿Y tú? ¿De dónde has sacado este particular gen?

―           Oh, ese. Es de Rasputín. No sé como llegó a nuestra familia.

Mi comentario la pilla en el justo momento de empalarse en mi pene. Se queda quieta, mirándome, sin poder distinguir si lo he dicho en broma o en serio. Puede que, como buena rusa, sepa del tamaño del perdurable miembro del Monje.

Se deja caer lentamente, acomodando mi polla en su interior, con esa increíble capacidad que dispone su coño.

―           Yo vi el miembro cortado de Rasputín en el viejo museo del ministerio de Sanidad – me dice, muy bajito. – Es monstruoso, hinchado por el formol, y degradado por una mala conservación.

―           Yo la vi por Internet. Se parece a esta, ¿verdad? Tiene una disposición parecida… un glande pequeño, un tallo que se ensancha en la base…

¿Soy yo el que habla? Las palabras son mías, la voz también, pero no estoy seguro de que la intención sea la mía. El movimiento de Anenka es lento, casi forzado. No responde, pero no deja de mirarme. Los pequeños signos del placer aparecen en su rostro.

―           No me había… dado cuenta… tienes sus… ojos… — jadea.

―           ¿Los ojos de quien? – la incito a seguir.

―           Del Monje Loco…

―           ¿Crees en la reencarnación? – bromeo, mientras le aprieto los pezones.

―           Puede… una vez me llamaste… zarina… — se abandona a la sensación de calor que la embarga.

―           Si, lo sé. En verdad que mereces serlo, toda una zarina.

―           Aaaah… dímelo otra vez…

Se abraza a mí cuando me quedo sentado sobre la piedra. Ambos abrazados y pegados, como una frágil escultura de carne sobre una base de piedra. Una obra viviente expuesta en plena naturaleza. Anenka jadea roncamente. Me muerde un pezón.

―           ¿Serás… mi Rasputín? – me susurra, antes de entregarme su lengua.

―           ¿Es que deseas que… te controle?

No contesta pero devora mi boca al mismo tiempo que aumenta el ritmo de sus caderas. Cabalga hacia su inminente orgasmo.

―           No, deseo que… conspires… conmigo… tú y yooooo… aaaaahh… si… siiiii… Sergeiii… tú yo… zaressssss…

Su boca se abre más, pero ya no surge ningún sonido. Se corre en silencio, los ojos cerrados, las aletas de su nariz venteando, como una fiera. ¡Que hermosa es!

A medio recuperarse de su orgasmo, se tumba sorbe mí, aferrando mi polla con las manos y otorgándome una intenso masaje labial que acaba como ella desea, con una ducha de semen en su cara. Dos minutos más tarde, la ayudo a limpiarse con unos pañuelos, y nos vestimos.

Regresamos a los establos, ella con una trote alegre, siempre delante de mí, girándose a cada instante y sonriéndome; yo, algo meditabundo, pensando en lo que me ha querido decir ella, cuando se corría.

¿Ella y yo, zares?

No me cuesta demasiado dar con la comuna de bielorusos, en Griñón, una pequeña ciudad de la comarca sur de Madrid, a unos veintisiete kilómetros. Estaba fuera del núcleo urbano, en una extensa vega. Una treintena de cabañas prefabricadas y un par de naves industriales formaban el núcleo habitado. A su alrededor, diversos cultivos extensivos y un par de zonas de árboles frutales. Según me habían dicho, podía vivir allí algo más del centenar de personas.

Dejo el coche algo retirado, en un ancho camino de tierra asentada, y me acercó andando. Repaso de nuevo la fotografía que me ha dado Mariana. La mujer se llama Juni y la niña Lena. En la foto están abrazadas, la madre toma a Lena en brazos. Una mujer joven y fuerte, de rostro ancho y simpático, franca sonrisa. Tiene el pelo rubio como su hija y los ojos más oscuros. Mariana le ha dicho que no tiene aún cuarenta años. Su hermana Lena, de seis años, es un calco de Mariana.

Varios chiquillos están jugando bajo la atención de un anciano, que teje una canasta de mimbre. Meto la mano en el bolsillo y reparto unos pocos de chicles. Los niños alborotan, contentos. El viejo me mira con mala ostia, como preguntándose que hago yo allí. Me acerco a él y le pregunto, en su lengua.

―           ¿Dónde está la gente?

Me mira con el seño fruncido. Quizás intenta situar mi acento.

―           Trabajando en los campos – me responde.

―           Estoy buscando a una mujer, Juni, y su hija Lena – le digo, mostrándole la foto.

Niega con la cabeza, pero sé que miente. Me vuelvo hacia los niños, los cuales me observan atentamente. Saco más chicles y se acercan prestamente. Enseño la foto y dos de ellos se marchan. En menos de un minuto, traen a Lena ante mí. Acabo de repartir las golosinas de mi bolsillo.

―           Me envía Mariana, tu hermana – le digo a la niña, enseñándole la foto y dándole una piruleta que guardo para ella.

―           ¡Mariana! – sus ojos brillan, contentos.

―           ¿Dónde está tu mamá?

―           Recogiendo nabos. ¿Te gustan los nabos?

―           No – digo, riéndome.

―           A mí tampoco. Sopa de nabos… ¡Buag!

―           ¿Sabes dónde recogen los nabos?

―           Si, allí – me dice, señalando la llanura. Puedo ver tractores y gente. Siento la mirada del anciano, a mis espaldas.

―           Vamos a ver a mamá – le doy la mano.

Retrocedemos hasta el 4×4. Puede que lo necesitemos para salir rápidos. Cuando llegamos, puedo contar una docena de mujeres sacando matas del suelo, y cinco o seis hombres cargando los remolques. Le digo a Lena que salga fuera, subida al escabel del coche. Al rato, veo a una mujer llevarse una mano de visera y mirar un largo minuto hacia nosotros. Viene hacia nosotros, perfecto.

Mi presencia ya ha llamado la atención de los hombres. Se preguntan entre ellos, decidiendo qué van a hacer.

―           ¿Es aquella tu mamá? – le pregunto a Lena, llamándola de nuevo al interior.

―           Si, ya viene.

―           Bien. Espérala sentada aquí dentro, ¿vale?

―           Si, señor.

Salgo fuera. Remango los puños de mi camisa. Es probable que tenga mi prueba de fuego y me preparo para ello. Juni se acerca ya corriendo. No sabe lo que pasa y está preocupada por su hija. Los hombres también se acercan. Al menos, no traen herramientas.

Juni llega antes y se asoma a la ventanilla del coche.

―           ¿Lena? ¿Lena?

―           Toma esto – le digo, entregándole la foto. – Me envía Mariana. Entra en el coche, voy a sacaros de aquí.

Su rostro se demuda, comprendiendo por qué se acercan los hombres, pero sube rápidamente al coche. Dos de los hombres arrancan a correr hacia mí. Hay que actuar, sin dudas, sin miedo. Desconcentra a tu enemigo, no le dejes pensar. No espero a que lleguen a mí, sino que también salgo a su encuentro. El primero se lleva una patada en la rótula que no se esperaba, en lo más mínimo. Le dejo que caiga a mi lado, revolcándose de dolor, y me despreocupo de él. Espero a su compañero con los pies bien plantados. No dispongo ni de un segundo. Aguanto su encontronazo y expongo mi cadera mientras tiro de su brazo. Parece emprender un incomprensible vuelo hacia el Toyota. El sonido de su cabeza contra la chapa no es agradable.

Los otros tipos se frenan y se abren. Han visto que no soy un peso pluma. Sonrío, no solo para darme confianza, sino la acojonarles. Un tío como yo, que se enfrenta a todos ellos, con una sonrisa, no es como para cantarle villancicos. Además, saco un juguetito que llevo metido en los pantalones. En la parte de atrás, coño, que mal pensados sois… una porra con núcleo de plomo, fina y extensible… la caña de España.

Al primero que se pone al alcance le vuela casi una fila de dientes, al completo. Visto y no visto. Golpe en los dedos de la mano al siguiente, lo que me da el tiempo suficiente para darle una buena patada en el bajo vientre. El tercero se tira en plancha, aferrándose a mi cintura. Me hace retroceder hasta el coche. Fútil y vano, lo único que ha conseguido es que tenga la espalda cubierta, apoyada contra el vehículo. El codazo que se lleva en los omoplatos hace daño solo con escucharlo. El último se lo piensa mejor, y decide buscar refuerzos. No sabía yo que un bieloruso podía correr tanto…

Miro a mi alrededor. Nadie rechista, solo se escuchan quejidos de dolor. Mola esto de las artes marciales. Me subo al Toyota y le digo a Juni, que está abrazando a la pequeña para que no mire la masacre:

―           Nos vamos.

―           ¿Quién eres? ¿Nos llevas con Mariana?

―           Si. Dentro de un rato, os veréis…

Durante el viaje, consigo sacarle que sus propios compatriotas tienen a la mayoría de las mujeres de la comuna esclavizadas. Las hacen trabajar en los campos y las usan por las noches, para calentar sus camas, o bien prostituirlas. Han cambiado un amo por otro, se lamenta. Me jode no poder ayudar más, pero cuando es su propia gente quien abusa de estos desgraciados, ¿qué puedo hacer yo?

Saco a Mariana del club. No quiero que su madre vea donde trabaja. He dejado a Juni y a la niña tomando café y bollos en una cafetería. El reencuentro me arranca un par de lágrimas. ¡Joder! ¡Que soy un tío sensible! Le entrego un teléfono de prepago a la madre. Así podrán estar en contacto.

―           ¿Dónde las llevas, Sergei? – me pregunta Mariana.

―           El jefe se ocupará de ellas. No te preocupes, estarán bien. Puede que le convenza de actuar contra esos esclavistas. Ya veremos.

―           Gracias, Sergei. Estoy en deuda contigo – me dice ella, dándome un beso en la mejilla.

―           Vale, vale. Venga, despediros, que nos vamos.

Es cierto. Víctor también posee un corazoncito, aunque solo sea a la hora de ver Sonrisas y Lágrimas. Lo estuvimos hablando y ha decidido dar comienzo a su recogida de huérfanos. Hay obras de acondicionamiento en marcha, en la segunda planta de la mansión. Al saber que iría a por una joven madre y su hija pequeña, Víctor ha pensado en convertirla en gobernanta de los huérfanos que pronto llegarán. De esa forma, puede criarles al mismo par que su hija.

Bueno, no sé si es corazoncito o no, pero no me podréis negar que tiene una vista comercial de primera, ¿eh? Lo que no me ha dicho aún es que piensa hacer con esos niños… Tendré que estar atento. ¡Joder, se me acumula el trabajo!

Pam emprende una campaña que la tendrá fuera de casa casi dos meses, una especie de gira a toda España, presentando un nuevo tipo de bebida isotónica. Maby tiene también algunas sesiones intermitentes, que la sacan de la cama a horas intempestivas. Elke es la única que queda en casa, lo cual me viene bien, porque, últimamente, Katrina está muy insoportable. Apenas me deja en paz, ni siquiera puedo irme a casa algunos días.

Hoy, la he notado especialmente fría, como nunca la he visto. La he recogido en el campus y no me ha dicho nada en todo el trayecto. Solo ha hablado por teléfono. Al llegar a la mansión, me ha dicho, antes de bajarse:

―           Quiero verte en mis aposentos en diez minutos. Si llegas tarde, mejor será que desaparezcas para siempre.

Claro y explícito, ¿verdad? Así es Katrina. Me presento a los nueve minutos y algunos segundos, todo por joder, claro. Sasha y Niska están presentes, con sus mini uniformes de doncellas, de pie, a un lado de la cama. Puedo ver el miedo en sus ojos. ¿Qué ocurre? Katrina está ante su comodín, en ropa interior, como siempre que regresa de la uni.

―           Ven, acércate, perro – me dice, mientras se pinta los labios.

Echo a andar hacia ella, cuando se gira, el ceño fruncido.

―           ¡A cuatro patas, como el perro que eres! – me chilla.

Suspiro y me pongo de rodillas, avanzando hacia ella, mirándola.

―           ¡No oses mirarme! – se acerca y me suelta una tremenda bofetada. No creo que uno de sus matones me hubiera soltado una hostia así, con tanta fuerza. — ¡No te has ganado el privilegio de mirar a tu ama, perro!

Me da un par de patadas en el costado. Apenas me hace daño. No sabe pegar, pero mi parte loca se inflama, de repente. Aprieto los dientes y me obligo a seguir a cuatro patas, sobre la alfombra.

―           ¿Por qué, Ama? – pregunto, sin levantar la cabeza.

―           ¡Porque me da la gana! ¡Porque me sale de mi precioso y real coño! ¿Te enteras, perro?

―           Si, Ama Katrina, soy tuyo para sufrir, para ser humillado – le respondo, muy suave.

Sin embargo, en mi interior se está originando una erupción que tengo que contener. Esta puede ser la prueba decisiva de mi voluntad. Puede que salga sobre mis pies, o dentro de una caja. Todo depende.

―           ¡Sasha, trae la fusta larga!

La esclava abre el armario y escoge entre la colección que se guarda dentro. Una fusta de cuero, de casi un metro, usada para domar caballos. Me digo que esto va a doler.

―           ¡Niska! ¡Quítale la camisa! – noto como la romaní titubea. No quiere hacerlo. Tengo que indicarle que lo haga, con un gesto. — ¡Esclavo! ¡De rodillas, los brazos en cruz!

Adopto la postura. Sentado sobre mis talones, los brazos alzados, extendidos desde los costados. La fusta zumba al cortar el aire y cae sobre mi pecho. Rompe la piel, macera mi carne, y duele. El segundo fustazo duele aún más, pues los nervios están alterados y sensibilizados, pero me niego a moverme, ni gritar.

―           Eres un perro orgulloso y altivo, ¿verdad? Eso me gusta… te voy a domar de una vez…

Dos fustazos en mi espalda que me hacen cerrar los ojos.

―           Me voy a divertir arrancándote la piel…

Uno más cae sobre mi muslo izquierdo. Aún con el pantalón, la sensación es angustiosa.

―           ¡Vas a llorar sangre, puto esclavo!

Me cruza el bíceps con una fuerza imprevista, que me hace creer que una voz, en mi interior, me ha gritado que la mate. El suplicio sigue. Ella me insulta y me azota, con frenesí. Me está destrozando y no permito moverme. No puedo ceder. Está destrozando mi torso, mi espalda, mis brazos, y mi cintura, pero no ha tocado mi cara ni una sola vez. La puerca está jugando, a pesar de sus aires furiosos.

Un nuevo golpe hace surgir sangre de mi espalda y, entonces, vuelvo a escuchar, como si viniera de muy lejos, una voz que suplica que pare, que la detenga. ¡Mátala!, exclama con maldad.

La fuerte carcajada brota de mis labios, de repente, haciendo que Katrina me mire, sudorosa y asombrada.

―           ¿Te ríes, perro? ¿Te has vuelto loco con los golpes?

Pero no puedo pararme. La risa ha surgido con fuerza, inquebrantable, indisoluble. Una risa que hace brotar lágrimas, que provoca calambres en el estómago. Una risa que no transmite alegría alguna; una risa que es un mal agüero.

―           ¡CÁLLATE, MALDITO HIJO DE PUTA! – grita Katrina, poniendo toda sus fuerzas en cada golpe.

Caigo al suelo, derribado por el dolor. La risa afloja, pero no cesa. Es el momento de poner condiciones. “Ya sabes lo que debes hacer si quieres escapar al dolor y a la humillación… Rasputín”. La voz distante, que parece llegar rebotando en cada ángulo de mi mente, se niega.

―           ¡Ama Katrina! ¡No te merezco, soy indigno de tus atenciones! – jadeo, aún sacudido por algunas risotadas. — ¡Debes castigarme con más rigor! ¡Usa el látigo y las tenazas!

―           ¿TE BURLAS DE MÍ, ASQUEROSO DESGRACIADOOOO?

Debo tener cuidado. Como siga así de furiosa, puede darle una apoplejía, o algo de eso. Me río de nuevo, pero, esta vez, por ese pensamiento ridículo. Deja caer la fusta y corre hacia el armario, sus esclavas, se apartan, muertas de miedo. Tiene los ojos enloquecidos y está totalmente despeinada, el pelo pegado por el sudor. Vuelve a mi lado, aferrando una pica eléctrica que no duda en aplicarme. Eso si que me corta la risa y me deja tirado, contrayéndome espasmódicamente.

“¿Te gusta esto más, viejo?”, preguntó mentalmente, mientras intento recuperar el aliento.

―           No, Sergio – esta vez, la voz suena más cerca y más clara.

“Puedo estar así mucho tiempo. Creo que sabes el aguante que mi cuerpo tiene, ¿verdad?”

―           Si, lo sé. Ya me he soltado…

“Bien. Tendremos que estipular un nuevo trato para nosotros, viejo. Ahora tengo que calmar esta perra, o moriremos, de una forma u otra”.

Sé que lamiéndole los pies, la calmaré. Es su punto débil. Una lengua entre sus pequeños dedos y sonríe como un Buda feliz. Pero hay un pequeño problema. Katrina no me deja acercarme. La pica no deja de pincharme y dejarme tirado, jadeante. Me estoy quedando sin fuerzas

Creo que se ha vuelto totalmente loca. Ahora es ella la que ríe. Acerca las dos púas a mi cuerpo y se ríe cuando salto sin control.

―           El grande y poderoso Sergio… jajaja… mírenlo… es una marioneta, un títere… ¡Salta, Sergio, salta!

Solo me queda una carta por jugar y puede que haga empeorar todo. Aprovechando que se sigue riendo, tironeo de mi pantalón, medio rompiéndolo, medio bajándolo. Katrina ríe con más fuerza.

―           ¿Ahora quieres ponerte desnudo, perro?

Consigo bajarme el boxer hasta las rodillas y mi polla aparece en todo su esplendor, tiesa por las descargas eléctricas. Durante un segundo, puedo ver el desconcierto en el rostro de Katrina.

―           ¡Ama… Katrina! ¡Ama, mira… como me… tienes…! ¡Te deseo como… nunca, mi Ama…! – jadeo antes de quedar inconsciente sobre la alfombra.

Cuando despierto, Niska está curándome las marcas de fustas. Me sonríe con esa mueca tan peculiar suya, que la hace mordisquearse el labio inferior.

―           ¿Cómo te sientes, Sergei?

―           Tengo todo el cuerpo…tieso. ¿Qué me has puesto?

―           Un spray cicatrizante. Impide que entre polvo y se te peguen cosas, mucho mejor que las vendas.

―           Gracias, Niska. ¿Qué pasó?

―           Que te desmayaste. Aguantaste mucho, pero ese pincho eléctrico hace mucho daño. Pero Ama Katrina, cuando vio… eso… — dice la joven, señalando hacia mis piernas – dejó de hacerte daño, inmediatamente.

―           Vaya, funcionó.

―           Nos ordenó, a Sasha y a mí, que te pusiéramos aquí, sobre el sofá, y que te cuidáramos.

―           ¿Dónde está ella?

Se encoge de hombros.

―           Ahora, busca a Basil, que te de algo de ropa para mí.

―           Si, Sergei – contesta, poniéndose en pie, pues se encuentra de rodillas, al lado del sofá.

―           Ey, ¿y mi beso? – la reclamo.

―           No hay beso. Ama Katrina ha dicho que matará a quien te toque…

Ya sabía yo que me iba a costar caro enseñarle la polla…

―           Esa jovencita es terrible – me sobresalta la voz.

―           Creía que te había soñado, Rasputín. Pensé que no volvería a oír nunca esa voz cascada. ¿No te habías fundido conmigo?

―           Algo así.

―           Si, si. Algo así. ¡Pretendías adueñarte de mi cuerpo! ¡Usurparme y vivir a través de mí! ¿No es eso? – casi escupo.

―           Si, Sergio, pero me has obligado a soltarte. Hemos vuelto donde lo dejamos.

―           ¿Y no es mejor así? Tenemos agradables conversaciones, das tu opinión, me aconsejas…

―           ¡Pero no puedo sentir! ¡No dispongo de terminaciones nerviosas!

―           Y, claro, en vez de pedir las mías gentilmente, intentabas quitármelas.

Esta vez, no contesta. Sabe que ha perdido.

―           Está bien. Veamos si este nuevo trato te parece aceptable, aunque… bueno, es igual… Te quedas así, tal y como estamos ahora mismo. Me susurras, me aconsejas, y yo, a cambio, te dejo participar de ciertos “banquetes”, con la condición de que, al acabar, vuelvas a esta posición de nuevo. Podrás paladear de nuevo la vida, Rasputín, pero con restricciones. Es mucho mejor que nada, ¿no?

―           ¿Y si no acepto?

―           Bueno, solo decirte que, en estos días, he descubierto cual es mi límite para el dolor, y está bastante lejano en el horizonte, viejo chocho. Puedo hacerte la vida imposible durante mucho tiempo. Al final, mi cuerpo no lo resistiría y moriría, y se acabaría el chollo para los dos.

―           Comprendo. Acepto tus términos.

―           Bien, perdona que no te de la mano, jejeje…

―           ¿Qué va a pasar con Katrina?

―           Depende de ella, ¿no crees? Tiene la última palabra. Es la hija del “boss”, pero, me da en la nariz que se está obsesionando…

―           ¿Con nuestra…?

―           Posiblemente, pero la otra posibilidad es que se le hayan fundido los plomos y haya ido a comprar un látigo de nueve colas. Y, la verdad es que no mola.

―           No, no mola…

―           Una preguntas, Ras… ¿Por qué te jode tanto Katrina? Nunca te había sentido tan rabioso como cuando me humillaba.

―           Hay algo en ella que me enciende como una mecha de dinamita. Me excita, me enerva, me hace desearle daño y lágrimas, pero, en el fondo, la furia procede más de la humillación que me hace sentir. Nunca he sido dominado, ni humillado, por nadie. Que una chiquilla apenas convertida en mujer lo haga, me… Bueno, he matado por menos, Sergio.

―           Comprendo, pero, por ahora, seguirá siendo así. Espero haber conseguido algo, al enseñarle nuestro pene…

Pero cuando Katrina regresa, trae ropa para mí (se ha encontrado con Niska) y se comporta de una forma extrañamente dulce. Mira de reojo mi pene, que sigue estando al descubierto, y se muerde el labio.

―           ¿Qué tal estás, Sergei? – pregunta suavemente.

―           Me duele todo el cuerpo, Ama – me quejo, con algo de exageración.

―           Se me fue la cabeza. no quería hacerte tanto daño, Sergei – me acaricia la mejilla, mirándome esta vez a los ojos.

―           Eres mi dueña, Katrina, puedes hacer lo que quieras conmigo.

―           Sergio, cuidado…

“¡Ssssh! ¡Tú ahora, de mirón!”.

―           Pero ya no razonaba. Podía haberte matado… ¿Sabes que para estos casos, se pacta una palabra y, cuando se pronuncia, se debe parar todo?

―           Si, pero eso es para la gente que se toma eso como un juego. Yo no juego. Me he entregado a ti, totalmente.

―           Oh, perrito mío, que maravilloso eres… ahora, descansa, y, cuando te sientas mejor, vete a casa… Si lo prefieres, Basil puede prepararte una habitación.

―           Lo preferiría, Ama…

―           Mañana te lo tomarás libre. Cura esas heridas y entonces, hablaremos.

―           Si, mi Ama.

Antes de marcharse, le echa otro vistazo a mi péndulo, y, con un suspiro, se aleja.

Al día siguiente, aparezco por el despacho de Pavel, con una buena botella de vodka. Bebemos y hablamos, sobre todo de chicas. No conozco a otro gay que hable tanto sobre chicas… Le pregunto por Erzabeth, la rumanita, pero me dice que la enviaron a otro club, y no sabe a cual. Últimamente, hay mucho descontrol con los destinos, desde que Konor mete las narices en los transportes. Envía a sus hombres a sacar las chicas de sus dormitorios, sin comunicarles sus destinos, casi por sorpresa.

Eso me escama, Víctor no suele hacer las cosas tan chapuceramente. Voy a la habitación de Mariana, quien me saluda con alegría. Con mucho tacto, le comento lo que pienso y lo que quiero que haga. Lo pilla todo a la primera. Chica lista.

Esa noche, me encuentro, por primera vez desde la paliza, con Konor. Lleva una nueva chica del brazo y, como siempre, le acompaña un matón. Me mira y me saluda con una inclinación de cabeza. Cuando se aleja, le dice a su matón, en búlgaro:

―           Ahí lo tienes, totalmente domado. Ahora, su ama le deja salir de casa por las noches.

Los dos hombres se ríen, con fuerza. Si supiera que le he entendido perfectamente, creo que se le cortaría esa risa petulante. Acabo con mis tareas y decido irme a casa. Quiero descansar.

El piso está demasiado callado, ocupado solo por Elke. Está sentada en el sofá, viendo la tele y vistiendo un camisón que tendría que estar codificado por indecente. Sonríe y se pone en pie, casi de un salto. Me da un dulce y largo beso. Apoya la cabeza en mi pecho, como si tratase de escuchar mi corazón, y me dice:

―           Hay asado frío en el horno, ¿quieres que te haga un sándwich?

―           No, déjalo, Elke. Prefiero darme una ducha. Ya veré después. ¿Qué estás viendo?

―           Una peli vieja.

―           Bueno, ahora me la cuentas.

―           Vale – me voy, dándole un pico.

Tengo que quitarme todo ese spray que me puso Niska. Es como si llevará una venda rígida invisible. Me siento pegajoso y tieso. Las marcas cárdenas se han rebajado. Las que sangraban ya están cerradas. Ya es más aparatoso que grave. Bendita sea mi constitución.

Salgo solo con los boxers. Elke ya está acostumbrada a verme así, sin que me afecte el frío. En ocasiones, dice que debo tener algo de ascendencia finlandesa. Me siento a su lado. Se acurruca contra mí, aferrándose a mi brazo y, con curiosidad, sigue una de las marcas de la fusta con el dedo.

―           ¿Te han hecho daño, kongen av min sjel? – me pregunta, sin espantarse.

―           ¿Qué significa eso?

―           “Rey de mi alma”.

―           Es bonito. Parece que te van mucho los términos medievales…

―           A tu lado, me siento como una de aquellas mujeres vikingas, o quizás, una valquiria – se ríe. — ¿Qué te ha pasado?

―           Una mujer me ha azotado – la digo, seriamente.

―           ¿Te has dejado azotar?

―           Si, pero era necesario. He hecho volver a Rasputín…

Ahora si se sobresalta. Por lo que las demás le han contado, Rasputín puede ser peligroso.

―           ¿Sabes lo que estás haciendo? – me pregunta, sus grandes ojos clavados en mí.

―           No, pero… ¿Quién lo sabe? – emito una risita que la calma.

Pasa sus manos por mi cuello, acurrucándose como una niña, nuevamente. Mordisquea uno de mis hombros.

―           ¿De qué va la peli?

―           Qué importa… llévame a la cama, min prins jævelen…

¿Cómo puede uno sustraerse a tal petición y, además, hecha con un susurro tan erótico? Me encanta Elke, la forma en que se entrega, en que deposita toda su confianza en mí, para lo bueno o lo malo. Esas mejillas tiñéndose de rojo, aflorando más pecas sobre la piel…

―           Sergio… ¿puedo?

―           Únete a mí, viejo, y disfruta.

Katrina está inusualmente callada esta mañana, camino del campus universitario. A través del retrovisor, la pesco mirándome la nuca, como si estuviera sopesando su próximo paso. Hoy va vestida de diferente forma, algo no habitual en ella. Lleva pantalones jeans de fina pana, de color claro, remetidos en unas botas peludas, negras. Un grueso y amplio jersey de lana, tejido a mano, oculta su pecho. En verdad, es un día frío, pero no para tanto.

Detengo el Toyota en el sitio de siempre, bajo el árbol. Aquí suelo “alegrarle” la mañana. Pero hoy no hace ningún gesto, solo me mira.

―           ¿Me paso atrás, Ama?

―           Si, perrito – contesta ella, suave y dulce.

―           Allá vamos.

Pero no deja que me arrodille, como hago siempre. Me sienta a su lado y me mira a los ojos.

―           ¿Por qué no me dijiste nada? – me pregunta.

―           ¿Sobre? – quiero que lo diga.

―           Sobre esto – pasa un dedo por mi entrepierna.

―           Porque, entonces, nuestra relación no hubiera sido la misma. Yo quiero ser su esclavo, Ama, pero… con esta “pieza” hubiera sido al revés.

Ni siquiera contesta. Creo que he dado en el clavo, pero me da una seca bofetada. Se humedece los labios.

―           No seas engreído. Sácala…

―           Es que la odio… tan altiva, tan perra y tan joven…

“Pues yo no la odio. Más bien, me estimula. Saca lo peor de mí, me hace más fuerte”. Ahora tengo la seguridad de donde venían esos sentimientos furiosos. Obedezco y me desabrocho los pantalones. Expongo mi pene ante sus ojos, en su mínima expresión. Ni siquiera está morcillón. Aún así, se extasía, pues no mide menos de quince centímetros en su tamaño mínimo. Extiende sus dedos y lo toca, casi con miedo.

―           ¿Cuánto te mide? – pregunta, casi en un susurro, sin dejar de acariciarlo.

―           Supera los treinta centímetros, Ama.

―           Diossss… ¡Esto no cabe dentro de una mujer!

―           Esta tía es virgen, te lo digo.

―           Si cabe, Ama. Al principio cuesta, pero todo dilata…

―           ¡Escúchame bien, esclavo! Esta polla es mía y de nadie más, ¿entiendes?

―           Si, Ama.

―           No vuelvas a follarte a ninguna puta… ¡Ninguna!

“¿Qué es lo que sabe? ¿Me ha visto con Anenka?”

―           Seguramente.

―           Si, Ama, ninguna.

―           No estoy hablando en broma, Sergio – sus ojos chispean, peligrosos. Ha regresado la zorra. – Si me entero de que me engañas, no me contendré.

―           Si, Señora, se hará como diga – cabeceo, mirando como mi polla va endureciendo y creciendo, bajo su mano.

―           Deberás tener cuidado en la mansión. Esta mala puta es capaz de hacer una locura.

“Más control. Sigue y suma”.

―           Pero dejémonos de recriminaciones. Voy a saborear esta maravilla…

Me estremezco, pensando que esos sensuales y perfectos labios, hoy rosas por el carmín, van a posarse sobre mi polla. La zorra es lo más bonito que he visto jamás, con total perfección, y, lo peor, es que ella lo sabe. Echa su pelo rubio hacia un lado. Lo lleva suelto y no quiere que le estorbe. Es como si quisiera que le viera la cara mientras se dedica a la tarea.

―           Mala pécora…

“Calla y disfruta”.

―           No, me niego a sentirla, ni a verla.

No sé lo que ha hecho, pero no vuelve a interrumpir de nuevo. Creo que se ha enquistado de nuevo. Ya reaparecerá, de eso no tengo dudas. Es como la mala hierba…

Katrina se ha entretenido en llenar mi pene de pequeños besos, recorriendo toda su plenitud con los labios y la punta de su rosada lengua, casi con timidez. Aferra mis testículos, sopesándoles. De pronto, se inclina más y desliza su lengua por mi escroto.

―           Que suave – murmura.

Gracias a los pocos besos que me ha dado, he descubierto que Katrina posee una lengua voluble y bastante ejercitada, pero no sabía hasta que punto. Es larga y ágil, dotada de fuerza y pericia, como si estuviera muy acostumbrada a comer coños y pollas. De hecho, me hace una de las mejores mamadas de mi corta vida. Podría competir perfectamente con Anenka, en ese arte.

Consigue poner mi polla totalmente erecta, usando solo su boca y una mano para sostener mi herramienta. Eso ya es un éxito. Usa un delicioso juego bucal, consistente en pequeños mordiscos y en largas pasadas de su lengua, muy mojada. Pero sus labios son los que consiguen hacerme acabar. Esos labios pulposos y definidos, tremendamente sensuales, siempre húmedos, siempre incitantes… Verles fruncidos en un delicioso mohín, dispuestos para servir de colchón a mi glande… Ese es el último juego de Katrina. Balancea mi polla para que mi glande golpee sus labios, usados como freno. Una y otra vez, sin prisas. Sus manos de seda acarician el tallo de mi polla, mientras el capullo golpea sin cesar sus labios y, en algunas ocasiones, su barbilla y sus mejillas.

Los ojos de Katrina están clavados en los míos, por lo que puedo ver la increíble cara de vicio que pone. Si tuviera una cámara para inmortalizarla…

―           Ama Katrina… no siga… voy a… voy a soltarlo…– la aviso.

Sonríe, sus ojos se achinan, tan celestes como el cielo de esta mañana.

―           Hazlo, perrito… hazlo en mi cara… — susurra.

Llevo una mano a su rostro. Uno de mis dedos busca entrar en su boca, al mismo tiempo que mi espalda se arquea. Ella lo acepta. Su lengua atrapa mi dedo corazón y su boca se abre ante mi primera emisión. Ha calculado mal, o bien, no esperaba que eyaculara tan fuerte, porque los dos primeros pulsos de semen caen sobre su pelo. Katrina se afana en atrapar los dos siguientes, para degustar mi esperma.

―           Así, así, perrito… Vacía tus huevos – me dice, agitando mi pene con una mano, dispuesta a no dejar ni una sola gota.

Me la deja completamente limpia y, luego, busca con los dedos los goterones que han caído sobre su pelo, para llevarlos a su boca. Esta chica ha chupado más de una polla y más de dos…

―           Recuerda, perrito. Tu polla es mía y de nadie más – me dice, al bajarse del coche.

―           Si, mi Ama – la contemplo caminando hacia el grupo de chicas que la espera cada mañana a la entrada del campus.

Tras dejar a Katrina en la universidad, me dirijo al Años 20. Tan temprano, no hay nadie de la gente de Konor vigilando su oficina. Mariana, a la que he llamado por teléfono minutos antes, me está esperando, junto a otra chica, menuda y esbelta, con el pelo cortado como un chico, erizado en sus puntas y negro como la noche. Hace las presentaciones. Se llama Irma y trabajaba para una banda de ladrones. Puede abrir cualquier cerradura. No hay nada como disponer de los hábiles dedos de una ladrona para fisgonear en unos archivadores cerrados.

Mientras Mariana vigila fuera, examino carpeta tras carpeta, pero no hay nada relevante, nada que implique algo sucio. Me desespero. Debo conseguir algo como prueba…

―           Sergei – musita Irma, que está revisando los cajones del escritorio, buscando algo que ratear – ¿qué hay en Machera?

―           ¿Machera? Ni siquiera sé donde está eso – le digo, encendiendo el ordenador que hay sobre la mesa.

―           Pues hay unas pocas de facturas de una gasolinera de ese sitio. Al menos quince, todas de la misma gasolinera – me sonríe la chica, mostrándome los recibos.

Conecto con el Google Map y pronto averiguo que es una población española fronteriza a Portugal. ¿Por qué van los hombres de Konor a echar gasolina allí? Ya me enteraré. Copio los datos que me interesan y procuramos dejar todo tal y como está.

Subimos a la última planta y, tras darles las gracias a las chicas, le hago una pregunta a Pavel, mucho más al día con la intendencia del club.

―           Pavel, ¿por qué se guardan los recibos de una gasolinera? Me refiero al club.

―           Pues para desgravar, si son vehículos de la empresa, o bien para las dietas. Si algún empleado llena el tanque con su dinero, pide el recibo para ser reembolsado.

Me río cuando mi cerebro encuentra la conexión.

―           ¿Algo gracioso?

―           Puede que si, pero aún no estoy seguro.

Necesito ver a Basil y esto tiene que ser cara a cara. Nada de teléfonos. Llamo a la mansión al subirme al coche. Tengo suerte, el jefe está presente y le digo que puede que tenga algo importante.

―           Esperarré a que llegues, Sergio.

Menos de una hora más tarde, Víctor me mira con el ceño fruncido. Como yo esperaba, no tiene asunto alguno en Machera, ni tampoco en Portugal. Basil tampoco sabe que pueden hacer allí esos hombres.

―           ¿Así que Konor es tan rata y tan avaro que lo hemos trincado por unos recibos de gasolinera? – digo, riendo.

―           ¿Cómo? – Víctor no cae, en ese momento.

―           ¿Por qué cree que Konor ha guardado estos recibos, si no tienen nada que ver con el club?

Basil si me ha entendido, y también sonríe.

―           Suponga que envía a sus hombres a hacer algo tras la frontera de Portugal. A su regreso, echan gasolina en Machera por alguna razón. Quizás es más barato, o es más cómodo, o, seguramente, están de acuerdo con alguno de los empleados para sisar al jefe unos cuantos euros en los recibos de carburante – empiezo.

―           Al llegar al club, entregan sus recibos para que les paguen lo que se supone que han abonado ellos de su bolsillo – continua Basil.

―           Y el cabrón de Konor, en vez de destruirlos, los ha guardado para pasármelos con los gastos conjuntos del club, porque sabe que no los miraremos apenas – atrapa la idea Víctor.

―           Se ha delatado por miserable – suelto la carcajada.

―           Típico de Konor – me secunda Víctor.

―           Bueno. Ahora tengo que afinar la puntería y ver dónde van realmente. Me voy a quedar a dormir en el club.

―           Me parece bien. ¿Cómo va tu red de chicas? – me pregunta el jefe.

―           Activada. Pronto tendré jugosos comentarios.

―           Bien. Si necesitas algo, solo tienes que pedirlo.

―           Señor Vantia, ¿ha leído mi informe sobre la comuna bielorusa?

―           Si, me parece una propuesta interesante, pero tengo que posponerlo hasta que solucione el orfanato.

―           Por supuesto, señor.

―           Sigue así, Sergio. Estás demostrando tener mucha iniciativa.

―           Gracias, señor Vantia.

Tengo que decir que junto con la madre y la hermana de Mariana, le entregué un informe sobre la coacción y proxenetismo de ese lugar y de otros de su misma condición. Ya que esas extensiones de terreno eran arrendadas para cultivo y que casi se autofinanciaban, ¿por qué no utilizarlas para traer a los familiares de las chicas de la organización? Se podrían establecer colonias rentables que servirían para lavar una buena parte del dinero negro que se generaba con la prostitución, además de tener muy contentas y agradecidas a las chicas.

Sin duda, Víctor habría visto aún más ventajas que yo no conocía, pues no estaba metido en ese mundo, pero las ventajas eran muchas. Solo había que arrancar la mala hierba.

Es casi la hora de recoger a mi Ama.

Anenka insiste en que me quede a almorzar. Víctor ha marchado a una reunión importante. Sin embargo, no nos quedamos solos. Parece que Katrina se ha olido el asunto, y se une a nosotros, como una diva. Con la ayuda de Rasputín, quedo como el más encantador de los invitados, sacando temas interesantes que las involucra. No se tragan, pero, al menos, se portan civilizadamente.

Por la cara que pone Anenka, estoy seguro que tenía previsto uno de sus encuentros, pero no puede proponerme nada con su hijastra delante. Al final, Katrina, con una tonta excusa, consigue arrancarme del lado de su madrastra y llevarme a sus aposentos.

Debo decir que su intención es buena. Se interesa por mis heridas, aunque sea ella la que las ocasionó. Me ordena que me desnude y le pide a Sasha y Niska, que traigan agua, esponja y apósitos para curarme. Intento decirle que no hace falta, que ya están mucho mejor, pero no me hace caso. Cuando las tres se inclinan sobre mí, examinando las heridas, que casi han desaparecido, sus ojos no hacen más que posarse sobre mi pene desplegado.

―           Tienes razón. Ya están casi curadas – me dice Katrina, acariciando mi glande con el dedo gordo de su pie, pues está sentada a mi lado en el sofá, descalza. — ¿Qué pensáis vosotras, perras?

―           Si, Ama.

―           Mucho mejor, Ama – asiente Niska. – Y se está poniendo dura…

Katrina se ríe del comentario de la impresionada romaní.

―           ¿Te atrae, Niska? – le pregunta.

―           Si, Ama. Nunca he visto una así.

―           ¿Sabes que Niska es aún virgen? – me comenta Katrina.

―           Parece que aquí abundan, aunque no sé cómo, ni por qué…

“Ni yo. Katrina parece tener mucha experiencia en otros asuntos”.

―           No, mi Ama, no lo sabía.

―           ¿Te gustaría que fuera mi perrito el que te desflorara? – le pregunta Katrina a la joven.

―           Será quien desee usted que sea – contesta ella, astutamente.

―           Buena respuesta. Pero, ¿si tuvieras que elegir…?

―           Me da un poco de miedo. Es muy gorda y larga, Ama, pero también sé que Sergei es un buen chico y que no me haría daño – se sincera la chica morena.

―           Puede que me decida alguna tarde de estas. Sería interesante dejarte preñada…

Niska agacha la cabeza. No puede tener opinión en ese asunto, pero pienso que es muy joven para eso.

―           Podéis marcharos. Que nadie me moleste – las despide, agitando la mano.

―           Si, Ama.

Katrina me sonríe, demostrando su lujuria. Se inclina y aferra mi rabo, con ganas. Me mira y se relame.

―           ¡Te voy a sacar todo el jugo, perrito mío!

―           Como desee, Ama… pero puede utilizarme como quiera… puede que le guste penetrarse – propongo con sutileza.

―           ¿Esa cosa dentro de mí? ¡Ni hablar! No profanaré el interior del templo de mi cuerpo.

―           Excúseme, Ama… no sabía que siguiera un credo de pureza – le beso la mano libre.

―           Pelotas.

―           Pronuncié unos votos cuando cumplí los doce años. Reservaré mi pureza para un individuo que sea absolutamente digno de mí, que demuestre poseer el auténtico poder que rige el mundo. No importa que sea hombre o mujer, solo me entregaré a esa persona – me confiesa, levantando mi pene con sus caricias.

―           Espero que encuentre a esa persona muy pronto – la halago.

―           Si, yo también – se ríe – pero, mientras, te tengo a ti, polla maestra… jajaja… un buen apodo…

Y se inclina para metérsela en la boca. En esta ocasión juega de forma distinta. Tras un rato de chupar, lamer, y morder, se sienta sobre mi regazo, frotando su clítoris y sus labios mayores contra mi polla, sin dejar de besarme con ahínco. Cuando ya no puede más, se pone en pie y coloca su coño en mi boca, gritando:

―           ¡Cómetelo! ¡Oh, por Dios Bendito, cómetelo todo, pedazo de perro con picha! ¡Te voy a ahogar en mis jugoooos!

No sé, pero me parece un poquito desquiciada esta tarde, por la manera en que se corre, soltando tacos y flujo por doquier. Y, revoloteando dentro de mi cabeza, como una mosca cojonera, los irritantes comentarios despectivos de Rasputín, ese nuevo Pepito Grillo que comparte mi vida.

                                                               CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Mi tia, el celador y yo” (POR WALUM)

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Mi tia, el celador y yo.

Con mis 18 años, era una chica excepcional, me gustaba que todos me miraran y debo admitir que tenia con que, mi altura 1.75 con mi cabellos rubios lacios, unos pechos muy erguidos medianos, una cintura estrechísima y mi cola bien paradita y menudita. No me podía quejar, llamaba mucho la atención.

Esto sucedió en el transcurso del ciclo escolar, yo iba a un colegio normal, me divertía mucho hacia lo que quería, entre todo lo que hacia, me hacia muchos amigos, por ejemplo el celador del colegio, un tipo de unos 45 años, gordo sucio y enorme, re baboso, pero conmigo era buenísimo, yo me reía mucho viendo la cara de bobo con la que me miraba todo el tiempo. Siempre me decía que le presentara a mi tía, que era la profesora de matemáticas, pero yo me reía y lo tomaba como un chiste, ya que mi tía lo odiaba, decía que era un baboso asqueroso y que iba a hacer todo lo posible para echarlo.

Mi tía, Roxana, tiene 33 años, linda por donde se la mire, castaña oscura con el cabello apenas pasando los hombros, unos pechos medios grandes bien parados, una cintura diminuta, era como de avispa y terminaba en esa cola tan salida para afuera y redonda y bien parada que es lo que mas llamaba la atención, ella siempre se viste muy sexy, con pantalones bien ajustados o polleras ceñidas al cuerpo que marcan su curva posterior.

Todos los días la saludaba en la escuela, baja la atenta mirada de Mario, el celador.

Un día al llegar a mi casa, mis padres me comunicaron de que les había salido un viaje a Europa y que se irían el lunes, siendo yo tan chica me dijeron si no tenia problema en quedarme en lo de mi tía, yo triste por no ir, pero feliz por quedarme libre de padres, acepte sin dudarlo aunque fuera por un mes aproximadamente, estaba acostumbrada a estar con mi tía y salir a divertirme con ella.

Con el correr del tiempo Mario me preguntaba mas sobre mi tía, me preguntaban si estaba casada, cuantos años tenía, si salía con algún tipo, si le gustaba salir. Yo le contestaba sinceramente y teniéndole un poco de lastima, ya que mi tía en su vida se fijaría en el, siendo que lo odiaba.

Luego en uno de los recreos me fui a hablar con ella, ese día llevaba puestos unos pantalones negros que le marcaba mucho la cola, apuntaba directamente al cielo, mientras hablábamos, miré para el lugar de Mario y ahí lo vi mirándola, babeando casi, estaba como segado.

Al otro día en el recreo como siempre me fui a hablar con el, estaba mas insoportable que nunca con el tema de que le presentara a mi tía y yo no sabia como decirle que mi tía no se fijaría en el ni por un millón de dólares, sin que lo tomara a mal, pero bueno después de darle unos rodeos, pude salir de la situación sin tener que decirle la verdad.

Al llegar la salida, el se acerco a mi y me dijo –Flor, le voy a mandar un mensajito al cel a tu tía, me voy a hacer el anónimo, después decime que dijo.

Al llegar a la casa de mi tía, ella estaba en el baño, así que con muchísima curiosidad, decidí ir su cuarto y tomar el celular, rápidamente entre a los mensajes y leí el mensaje, eran pocas palabras y directas, decía “No puedo parar de mirarte todo ese cuerpazo que tenes, me gustaría probarlo y ver si me resiste”, yo deje el celular donde estaba y salí de su cuarto pensando en lo desubicado que podía ser Mario. Me daba vergüenza preguntarle a mi tía e iba a quedar más que evidente que yo tenía algo que ver, así que no le pregunte nada, y ella tampoco me dijo nada. Al otro día Mario me dijo “Le llego?? Te dijo algo?? Yo con nervios, le dije que no, el puso cara de disgusto, entonces me dijo “A la salida le voy a mandar otro”, yo sonriendo y ocultando la incomodidad le dije que bueno.

Al llegar a casa, repetí la misma formula, y leí el nuevo mensaje que decía “Un fin de semana te aguantaras?” Yo sin saber que hacer, salí del cuarto callada, mientras almorzábamos ella y me comento de un admirador anónimo, así me dijo y que si yo no sabia quien podía ser. Yo le dije que no tenia ni idea, y ella me dijo “-Bueno si mañana me vuelve a escribir, le voy a contestar”

Al otro día en el recreo Mario me volvió a preguntar, yo le dije lo que me había dicho mi tía textualmente, el sonrió de oreja a oreja, bueno a la salida le escribo.

Cuando llegue a casa, no perdí tiempo y fui directamente a leer lo que había escrito abrí y leí, decía -“Te aseguro que nunca probaste algo como lo que yo tengo, hasta duele un poco” Yo lo deje rápidamente, pensando en que estaba enfermo con lo que decía.

Mi tía no me dijo nada hasta el almuerzo cuando se sentó frente a mi y me dijo “Flor, este sábado que vos salís con tus amigas, yo quiero conocer al admirador del celular, así que vos salí y yo lo conozco”. Yo no dije nada, solo afirme la opción y no pensé en nada mas, cuando me fui a dormir no entendía como una mujer como mi tía le gustaba recibir esos mensajes tan directos y desubicados, pero bueno, tal vez era todo un juego y cuando viera que era Mario lo iba a dejar tirado.

Al otro día en el colegio, Mario se acerco rápidamente a mi en el colegio y me dijo en tono feliz -¡Mira lo que me escribió tu tía! Yo agarre su celular escépticamente y leí, decía “Hay que ver para creer, el sábado próximo si queres vení a cenar a las 10 y vemos”

Al llegar el sábado como a las 8 de la noche, mi tía se había bañado y perfumado, al salir de su cuarto como a las 9, vi que se había puesto un pantalón ajustado blanco y un top ajustado también blanco, junto con unos tacos altísimos de unos 10 cm. mas o menos, la verdad que se veía increíble, cuando se daba vuelta se le veía mucho la cola a través de la delgada tela del pantalón. Yo rápidamente me fui a juntar con mis amigas y al no encontrarlas no sabia que hacer, si volvía que iba a hacer, iba a molestar y hasta tal vez mi tía me regañara enfrente de Mario y nos mandara a los dos bien lejos, por no decir otra cosa. Quedarme dando vueltas por ahí, de noche, tampoco era buena idea, así que decidí volver y entrar por el garaje hasta mi pieza y acostarme sin que ella lo notase.

Ya estaba adentro cuando sonó el timbre a las 10 en punto y llego. Ella fue a atender y se quedo callada un rato, supuse que al verlo, lo insultaría y lo echaría a volar, pero no fue así, hablaron no se que, porque estaba yo muy lejos y no podía escucharlos, y entraron, luego de comer, casi callados todo el tiempo, se pararon y fueron para el cuarto de mi tía. Entraron rápidamente y dejaron la puerta junta, yo tarde unos minutos hasta escuchar unos sonidos raros, en acercarme, cuando me asome por la junta de la puerta, vi a mi tía en los brazos de Mario, el le tocaba el culo con las dos manos, abriéndole los cachetes.

Ella bajaba su mano hasta la cremallera de el, una vez que le desabrochó el pantalón se lo bajó y le bajo el calzoncillo y apareció un miembro muy gordo y largo, muy grande y venoso, ella no perdió el tiempo y lo agarró y lo acariciaba con una mano.

Mario le metió un dedo en la raya del culo a mi tía y ella comenzó moverse como meneando su cola, incitando a que le tocara mas el culo.

Mario, con un movimiento rápido soltó la cola de mi tía y saco el top de ella, para comenzar a apretar sus grandes pechos, los estrujaba fuertemente mientras que le decía que estaban muy ricos y grandes, luego se los llevo a la boca, metiendo toda su cabezota entre ellos, mi tía levantaba la cabeza gimiendo y le decía que siguiera. Yo estaba boca abierta observando y poco a poco sintiendo una sensación rara atravesando todo mi cuerpo.

Paso poco tiempo así, cuando mi tía voluntariamente se puso de rodillas, agarro ese miembro enorme y comenzó a pasárselo por la cara mientras que lo miraba a Mario y le preguntaba si le gustaba eso, el gemía y le decía que se la tragara toda, ella rápidamente lo hizo, pero solo entraba hasta la mitad, ella succionaba fuertemente, parecía estar obsesionada por ese miembro, lo acariciaba, besaba y recorría entero con su lengua.

Al parecer Mario no aguanto mas el deseo y con un movimiento violento levanto a mi tía del cuello, y le bajó de un solo tirón su pantalón blanco, dejándola casi totalmente desnuda, solo tenia una minúscula tanga blanca y sus tacos, el la miro diciendo “Que putita sos, mira las tanguitas que te pones, te gusta que te la pongan, por eso las usas” mi tía en lugar de contestar solo gimió o dio un si gimiendo, Mario se recostó en la cama dejando su gran estaca apuntando al techo y le dijo a ella “Vamos putita, vení y cabalgame” mi tía con una caminada bien exagerada se acerco hasta la cama, se sacó la tanga y se puso sobre el, poco a poco fue metiendo ese miembro enorme en su interior, al copas de sus gritos de placer y dolor, hasta que se la metió entera, se quedo un rato quieta y luego comenzó a moverse sobre el, primero despacio y luego con toda la furia que parece que tenia, clavándose todo ese enorme aparato en su ser, mientras gritaba de placer, estaba sacada totalmente, sus pelos se sacudían para todos lados, Mario también gozaba mientras que sus dos manotas se habían aferrado a la hermosa cola de mi tía y la movía contra su miembro a su antojo. Mi tía no paraba de gemir y moverse, al poco rato Mario le dijo “Me vengo putita!!”, mi tía lejos de decir algo, acelero sus movimientos y Mario gimió fuertemente acabando dentro de ella, mientras que ella también parecía que acababa y se desvanecía sobre el cuerpo de el. Ambos estaban bastante sudados y cansados parecían, mientras que Mario le decía “Sabia que tarde o temprano ibas a ser mía, sos la mujer mas exquisita que me he cogido”.

Yo pensé en lo que el decía y era un poco obvio, el no era un tipo atractivo, en realidad estaba muy lejos de serlo, pero mi tía había accedido totalmente a el, siendo que ella tiene un cuerpazo y puede tener al hombre que quiera, lo había elegido a el y se le notaba feliz. No lo podía entender mucho.

No paso mucho tiempo y ahora ambos hablaban muy bajo, así que solo veía que movían los labios, de pronto ambos se levantaron, Mario entonces la tomo por el cuello a mi tía y la giró indicándole la cama, ella puso cara de desaprobación primero, pero luego accedió y luego el le decía “Vamos acomódate como lo perrita que sos” mi tía sonreía ante el insulto y obedecía como si estuviera feliz, al estar en cuatro patas, se podía notar aun mas la tremenda cola de mi tía, era perfecta, bien redonda y pulposa, Mario se puso detrás suyo y se escupió la cabezota de su miembro, para luego apoyarla en la entrada de la cola de mi tía. Ella no tardo en reaccionar y grito “Ahhhh, no para” el no hizo caso y siguió entrando en su hermosa cola. Ella se quejaba mas fuerte a medida que ese moustroso miembro le seguía entrando, de pronto Mario la metió mas, lo que hizo que ella levantara la cabeza gritando “Ahhhhhhyyyy no, por favor, sacala noooo ahhhhh” pero el la sujetaba de las caderas fuertemente y le decía “Falta poco, aguanta putita, después vas a pedirme que no te la saque”, en realidad faltaba bastante entrar, así que Mario se inclinó un poco sobre la espalda de ella y empujo un poco mas, metiendo otro pedazo. Ella se inclinó, quedando casi su cabeza sobre las sabanas y tomo mucho aire y lo soltó. Mario empujó más y ya casi la tenía toda adentro. Ella volvió a gritar “Nooooo, bastaaaa, sacalaaaa ahhhhhhyyy!!” Y movía la cabeza para los costados negando. Pero Mario empujo lo ultimo de su enorme miembro y termino metiéndosela toda en el interior de su hermoso culo, ella se quejaba y seguía gritándole “¡¡¡Sacala, basta, por favor ahhhhhyyy, me duele mucho!!!”, pero no era la intención de Mario obviamente, el se la dejó adentro y le decía “Aguanta un poco perrita, que ahora se viene lo bueno”, ella había dejado su cabeza ya sobre las sabanas y respiraba hondo y soplaba fuerte soltando el aire, era obvio que le dolía mucho. Tardo bastante, hasta que su respiración se hizo normal, Mario al darse cuenta, ahí empezó a bombearle el culo sacando y metiendo su miembro primero lentamente, pero igual mi tía volvió a sentir dolor y gritó “¡¡Mas despacio cabrón!! El paro un poco y de a poco iba subiendo el ritmo, el gemía cada vez mas y empezó a darle mas duro, ahora los golpes eran fuertes en cada embestida y mi tía se iba cada vez mas para adelante dejando su culo mas y mas parado, Mario cada vez aceleraba su ritmo, al tiempo que ella seguía gritando pero con algunos gemidos en cada metida, de pronto ella se puso de nuevo firme y colocándose en cuatro patas nuevamente, entonces Mario sin perder el tiempo se subió un poco sobre ella y rodeándola con sus brazos, le agarro sus tetas mientras que la seguía cogiendo fuertemente, en realidad el le daba muy duro y mi tía gritaba “¡¡Mas despacio te dije, por favor!!” “¡¡Me duele mucho!!” Pero él debía estar muy caliente teniendo la posibilidad de romper ese hermoso culo, lo agarraba fuertemente de los glúteos, se los abría bien y se la enterraba cada vez con mas fuerza, chocando sus huevos con el cuerpo de ella, de pronto comenzó a gemir cada vez mas fuerte y grito “¡¡Ahhyyy ya acabo, te voy a llenar este rico culito de mi leche puta!!” Y le dio con todo hasta que acabó, haciendo gritar más a mi tía por la fuerza del empuje. Luego de estar quietos unos cuantos minutos, yo estaba con la boca abierta sin poder creer lo que acababa de ver, como podía ser que mi tía que lo odiaba hubiera estado con Mario y se dejara hacer todo eso que se dejo hacer, pero de pronto mi tía le dijo a Mario que se saliera de encima, que quería ir al baño, yo rápidamente y en silencio me fui para mi habitación pensando en acostarme y esperar que no me descubriera.

No se cuanto tiempo habrá pasado que yo estaba acostada, tal vez media hora, eran como las 3 de la mañana cuando escuche un fuerte grito de mi tía, mas fuerte que ninguno, rápidamente me levante para ir a ver que sucedía, cuando llegue al mismo lugar a donde había estado viendo hace unos minutos, escuche el fuerte ruido de la cama, parecía que se estaba por quebrar, miré detenidamente y vi a mi tía boca abajo con las piernas juntas y a Mario dándole por el culo con una velocidad tremenda, era terrible como le daba y en cada enterrada ella gritaba “¡¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhggggg!!” pero él disfrutaba cada vez mas y tomaba mas envión para clavarla de nuevo, la cama parecía que se caería haciendo un ruido espantoso, Mario estaba transpirado totalmente y colorado y le gritaba a mi tía “¡¡Vamos, pará bien el culo carajo, que te lo quiero romper putita!!”, ella lejos de enfadarse por la forma en que el la trataba, levantaba mas su cola.

La tuvo mucho tiempo embistiéndola fuertemente contra su culo, hasta que acabó de nuevo y la sacó, gimiendo fuertemente, mi tía gemía aliviada, no se como resistía.

Mario se levanto y se empezó a vestir, yo supuse que para irse, pero cuando el lo estaba haciendo, mi tía se levanto, con algo de dificultad y le dijo “Ya te vas??, no sos tanto como decías?? Esa pijita no aguanta mas??” Mario sonrió maliciosamente pero enfadado al haber tocado su orgullo, y dándose vuelta rápidamente, tomó a mi tía de los pelos y la tiró sobre la cama, para luego sujetándola de los pelos dejarla en cuatro patas, sin nada de preámbulos, metió todo su miembro en su interior y empezó a moverse salvajemente, haciendo crujir increíblemente la cama, mi tía intentaba mantenerse y paraba aun mas su cola, mientras que gritaba desaforadamente y buscaba aire, sus manos comenzaron a intentar manotear a Mario, como intentándoselo sacar de arriba mientras que le decía “Pará, pará, basta cabrón” “Mas despacio, me estas partiendo” pero Mario estaba enceguecido con su culo y parecía que se lo taladraba, ella temblaba y su cara de dolor era apreciable, ella gemía y lloraba del dolor a la que la sometía “agggghhhhhhh” “Ahhhhggyyyyyy” Mario seguía transpirando y acelerando cada vez mas su ritmo, lo que hacia que el cuerpo de mi tía fuera y viniera a un compás salvaje, sus pechos se sacudían fuertemente y Mario se subió un poco mas arriba de ella para alcanzarlos con sus manos a la vez que seguía montándola, mientras que le gritaba casi al odio “¡¡Esto es lo que querías puta, es esto ¿no?!!” “¡¡Te voy a destrozar este rico culo, puta de mierda, sos mi puta ahora!!” y aumentaba el ritmo de su bombeo, mi tía no paraba de gritar y entre sus gritos decía casi gimiendo “¡¡Siii, soy tu puta, sigue por favor, voy a dejarte que vengas a mi casa a cogerme cuando quieras y como quieras, seré tuya y haré lo que me digas, además dejare que te cojas a mi sobrina si queres!!” yo me quede helada al escuchar eso de mi tía, pero una sensación de intriga y excitación atravesó todo mi cuerpo, algo que nunca había sentido, curiosidad de porque mi tía hacia eso, que se sentiría, porque estaba fuera de si, tanto le gustaba?? Realmente no lo podía entender, pero mi cuerpo sentía mucha curiosidad.

Seguí observando, y mi tía gritaba ante cada embiste brutal de Mario, el la agarraba de los pelos y la hacia atrás, los gritos y gemidos de mi tía debían oírse en toda la cuadra casi, sudaba mucho también y se aferraba a las sabanas con fuerza, resistiendo la brutalidad de la penetración que sufría, porque Mario casi saltaba arriba de ella, haciendo que la cama hiciera unos ruidos infernales, entraba y salía su miembrote de ese hermoso culo y ella lo paraba mas, para recibirla mejor, no se cuanto tiempo estuvieron así, hasta que Mario no pudo aguantar mas y acabó dentro de ella gimiendo descontroladamente “Ahhhhhhhhuuhhhhh”, luego la sacó y se la puso en la boca, ella como pudo, totalmente desvanecida chupó para limpiar los restos de semen que tenia su gordote miembro, el gemía levemente, con aires de grandeza y de pronto sentí que miraba para donde yo estaba, era imposible que me viera, imagine yo, pero su mirada tan directa me hacia sentir una sensación extraña de miedo e intriga imposible de entender.

Cuando llego el lunes, estuve hablando con Mario, el se veía muy contento realmente, casi no me pregunto por mi tía, yo me reía por dentro, sabiendo que el creía que yo no sabia nada, pero era todo lo contrario.

Al otro fin de semana, supe que ambos se iban a volver a ver, ese fin de semana salí a bailar, así que no se que pudo pasar, pero se que el estuvo ahí, mi tía también estaba muy eufórica y simpática, mas que de costumbre, no podía entender como al gordo baboso, como ella decía, ahora lo quería tanto. Esa duda me recorría por dentro con ánimos de preguntar, pero no podía decirle que había visto, así que pensé en intentar preguntárselo a Mario.

No sabia como hacer para preguntárselo, ni como encarar el tema, era muy prohibido para mi, un jueves como cualquier otro, mi tía me dijo que el fin de semana se iba a una convención y que me dejaba sola, que tuviera cuidado, yo lo vi perfecto para poder citar a Mario y que el me contara todo.

Llego el sábado y a Mario le dije que fuera a eso de las 7 de la tarde, como siempre me vestí muy bien, pero me puse ropa un poco provocativa, unas botas altas, un pantalón blanco ajustado que se traslucía un poco mi tanguita blanca también, una remerita blanca también ajustada con una escritura, y mi pelo bien suelto, así generalmente me visto para salir a bailar, pero ese día me vestí así para ver la reacción de Mario.

Rápidamente se hizo la hora y Mario llego puntualmente, pude sentir su mirada en todo mi cuerpo, me miro detenidamente mis pechos y cuando me di vuelta para que pasara, gire y puede ver como se quedo mirándome fijamente la cola, yo me sentí muy bien al ver que había llamado su atención y tal vez competía con mi tía en atractiva. Luego se sentó, y empezamos a hablar de cosas sin sentido, yo me paraba de vez en cuando y sacaba cola para ir a buscar algo, o me pasaba cerca de el, jugaba al ver que el me desvestía con la mirada. De pronto, sonó el teléfono, yo fui a atenderlo y como esta en una mesita chiquita, me agache en ángulo de noventa grados para atenderlo, sacando mi cola más y dejándola bien a la vista de Mario. Yo me sorprendí al saber que era mi tía, y me gire para ver a Mario cuando decía que era ella, el de pronto cambio la cara y se le hizo una gran sonrisa. Yo no entendí pero me ríe también y luego mi tía me despidió.

Volví a sentarme y yo entonces le dije que ya venia, me pare y cuando me estaba yendo hacia la cocina, el me tomó del brazo y luego sentí un cachetazo fuerte, yo grité de dolor y me asuste y entonces Mario me tomo de la cara y me dijo -¡¡Quedate quieta y tranquila gatita, que estoy acá porque tu tía me dejo que te cogiera toda la noche!! ¡¡Me tenés más caliente que tu tía, yegua, te quiero romper el culo!! Yo temblaba de miedo y no lo podía creer, cuando fui a gritar el me puso la mano en la boca y me empujó contra la pared, y luego me dijo amenazantemente -¡¡Quedate callada, y no te preocupes que este pedazo te va a comer por todos lados!! Y luego me punteo con su entre pierna sobre la mia, yo comencé a llorar, pensando en mi tía y en como me podía haber entregado, aunque al mismo tiempo sentía mucho calor interno al sentirme sometida igual que ella. El me tomó mis manos con una sola mano de el y las puso sobre mi cabeza, luego con su mano libre me empezó a manosear violentamente mi cola, mientras que su boca me besaba y yo intentaba oponerme, eso pareció no gustarle porque se separó de mi y con su mano libre me sacó a la fuerza mi remerita y mi corpiño rompiéndolo a los tirones, yo quede con mis pechos al aire, yo intente soltarme, pero el me dijo -¡¡Quedate quieta!! Y luego me comenzó a tocar mis tetas de forma desesperada, los apretaba, juntaba y separaba y lamía por ahí, era realmente muy asqueroso, de pronto su otra mano me soltó y se fue directamente a seguir manoseando y apretando los cachetes de mi cola. Yo no sabia que hacer y me quedaba quieta, llorando. De pronto me sujeto fuerte, tomándome por la cintura y me dio un beso muy fuerte y asqueroso, apoyando su bulto contra mi.

Luego, me agarro los pelos con una mano y con la otra se bajo el pantalón y su slip, dejando ver su miembro enorme completamente duro frente a mi, yo me quede helada, nunca había visto un miembro en vivo y en directo, y menos tan gordo, el sujeto aprovechando mi asombro, rápidamente se puso contra la pared, y tirandome del pelo me hizo arrodillar, tomó su gran pene con la mano y comenzó a luchar para ponerlo en mi boca, yo lo esquivaba como podía, y no abría la boca, pero el sujeto me pasaba su miembro por la cara, ya el gozaba con esa humillación, pero luego me grito y tiró de mi pelo fuerte hacia arriba -¡¡Vamos abrí la boca o te dejo pelada pendeja!! Yo medio que intente abrir la boca y el aprovecho rápido para meter por lo menos la gigante cabeza de su miembro, el sabor y olor eran repugnantes, quería vomitar me sentía demasiado humillada, lloraba desconsoladamente esperando que la pesadilla terminara pronto. Luego de moverse un poco intentando hacer entrar un poco su miembro en mi boca, me levantó y me agarró de la cintura, y me llevó a la cama. Yo estaba muerta de miedo, pero sabia que no había vuelta atrás, estábamos los dos solos y el aprovecharía muy bien la oportunidad, cuando estuvimos parados frente a la cama, el me giró y quedando de espaldas a el, pude sentir como me apoyaba vilmente sobre mi pantalón, luego sus manos se las ingeniaron para rápidamente despojarme de el, quedando solo con mi pequeña tanguita blanca de algodón, yo temblaba al sentirme completamente desnuda y teniendo detrás a ese sujeto que había estado haciéndole un montón de cosas a mi tía, a el debió gustarle lo que vio, porque rápidamente se puso atrás mío y me punteo fuertemente, y sus manos me sujetaron por delante de mis pechos, su aliento agitado en mi nuca me hacia sentir presa de su incontrolable deseo y morbo al tenerme absolutamente impotente entre sus gordas manos, luego me dijo al oído con tono meloso -¡¡Vamos bebe, subite a la camita y ponete en cuatro!! Yo lagrimeando, pero sin protestar lo hice, mientras que él, se acomodaba atrás y seguía apoyándome hasta el cansancio, luego bajo mi tanguita dejándola a la altura de mis rodillas y paso su mano por mi vagina, la cual estaba húmeda, pero virgen todavía, poco a poco sentí como su miembro se acercaba mas a la entrada de mi ser, entonces me voltee y le dije -¡Suavecito, por favor! Y volví a darme vuelta sonrojada por lo q acababa de decir, sintiéndome una puta, de pronto sentí un fuerte dolor en mi vagina, el sujeto acaba de meter la cabezota de su miembro de un golpe, con mucha fuerza, y seguía metiendo el resto lo que me provocó un fuerte dolor y grite bien fuerte -¡¡Noooooo, hijo de puta, soltame!! Pero el lejos de hacerme caso me dijo -¡¡Tu tía siempre dice lo mismo y significa que quiere mas!! Y riéndose, me penetró el fondo y comenzó a gran velocidad a penetrarme, yo no paraba de llorar y gritar, las lagrimas me desbordaban y el dolor era intenso, mientras que sentía como el gemía y estaba agitadísimo por la violencia de sus movimientos, no se cuanto tiempo el sujeto me tuvo así, creo que perdí la noción del tiempo, solo pensaba en el dolor, hasta que de pronto el gimió fuerte y sentí como acababa dentro mío. Yo me sentí muy mal, humillada completamente, y llore desconsoladamente sin parar, el se salio de mi y se quedo parado al costado de la cama, yo no podía moverme del dolor que sentía, y solo lloraba sin parar. El estaba parado y me dijo:

-¡¡No llores tanto, que ahora viene lo mejor, le toca el turno a tu rico culito!! ¡¡Me va a costar metértela, pero como sea te la voy a meter!! Y luego se rió a carcajadas, yo no podía imaginarme nada, solo lloraba y me sentía usada y abusada, entonces el me dijo -¡¡Volvé a ponerte en cuatro!! Yo temblando lo hice, tal vez después se iría rápido, luego el se coloco atrás y con una mano me apretó fuerte sobre la espalda, haciendo quedar mi cara contra el colchón y con su otra mano empezó a dirigir su gordo miembro hacia mi cola, poco a poco empezó a empujar, hasta que sentí que me empezaba a romper mi orificio y grité aullando -¡¡Nnnnnooooo, pará hijo de puta, Nooo entra!! ¡¡Ahhhhhhhhhhhgggggggggggg!! ¡¡Sacala hijo de puta degenerado aaaahhyyyyyy!! El mundo estalló a mi alrededor, era brutal, bestial, indescriptible el dolor, no imaginable, por dentro la presión seguía y yo sentía que el maldito quería perforarme hasta los intestinos. Como podía movía la cabeza para los costados desesperada. Mientras lloraba sin parar, el gozaba y gritaba -¡¡Este es el culo más estrecho y pequeño que me he cogido!! Yo gritaba desesperada y golpeaba el colchón, entre lagrimas, mientras que abría la boca buscando desesperadamente aire, no se cuanto tiempo fue, pero sentí como su ingle se apoyaba sobre mi cola, entonces el se puso sobre mi y con su boca en mi nuca me dijo -¡¡Sentila bien pendeja rica, que te voy a dejar este culito mas abierto que el de tu tía jajajajajaaj!! Y luego comenzó un vaivén violentamente contra mi, yo gritaba de dolor y buscaba aire ante tanto dolor, me embestía fuertemente, como queriéndome partir, y yo solo lloraba, cuando empecé a acostumbrarme al sufrimiento instintivamente intente parar mi cola en cada empujón, no se cuanto tiempo paso, hasta que de pronto él con un nuevo grito acabó -¡¡Ahhuuuugggggg!! Y lleno mi cola de su asqueroso liquido. Luego se acostó al lado mío y me dijo -¡¡Voy a esperar un rato y te la voy a volver a poner en el culo, me ha encantado!! Yo me quede tirada, no podía moverme del dolor que sentía, y lloraba desconsoladamente.

Después de un rato de estar acariciarme el pelo, me dijo -¡¡Vamos es hora de volver a gozarte pendeja!! Y con un movimiento rápido, me levanto y me acomodó de rodillas con las manos apoyadas en el respaldo de la cama, quedando mi cola a su disposición, rápidamente él se puso detrás, se escupió un poco la mano, y se paso la saliva por la cabeza de su hinchado miembro, luego casi gritando apoyó la cabeza en mi cola y empezó a presionar, volví a sentir ese terrible dolor que instintivamente tiré una mano para atrás para intentar frenarlo, pero el me agarró la mano y mi dijo con un grito -¡¡Nada de manotazos, no te pongas histérica y empezá a sentirla que te voy a volver a partir!! Y empujó mas fuerte y me penetro completamente, yo di un alarido de dolor -¡¡Aaaagggggggggggyyyyy!! Era brutal el dolor y me retorcía del dolor, mientras él me decía -¡¡Sentila adentro de tu hermoso culo pendeja!! Y comenzó un vaivén salvaje que duro unos interminables y dolorosos 10 minutos creo, hasta que se quedo quieto, con su miembro todo clavado en mi, después empezó a sacarla casi toda y empujar con todo para adentro, sus huevos golpeaban contra mi cola y yo gritaba en cada embiste, hasta que se puso casi encima mío y tomándome de los pechos me bombeo en movimientos cortos y termino nuevamente en mi cola aullando de placer y yo gritando de dolor, humillación y un poco de placer prohibido.

Desde ese momento empecé a entender porque mi tia se sumía a el, y desde ese momento el comenzó a venir seguido a vernos a ambas.

 

Relato erótico: “Mis enormes tetas fueron mi perdición” (POR GOLFO)

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Un doctor, al ver mis enormes pechos, se obsesiona por ellos sin saber que el que me toquen las tetas es lo que mas cachonda me pone.
Como cualquier otro día, al irse de casa mi marido, me metí a duchar. Quedarme durante diez minutos desnuda bajo el chorro del agua es un placer al que no estoy dispuesta a renunciar. Creo que en los diez años que llevo casada, jamás he obviado esa rutina y esa mañana con más razón porque Facundo se despertó con ganas y se puso a mamar de mis pechos. Sé que esa parte de mi anatomía es la razón por la que lo conquisté ya que al conocerme se quedó prendado por el tamaño de mis melones. Cuando digo melones, lo hago conscientemente porque uso una copa D. Para que os hagáis una idea ¡mis tetitas son más grandes que las de Pamela Anderson! Y a mí hombre le encantan.
Como os contaba no había sonado el despertador cuando le sentí desabrochando mi brassier para acto seguido agarrar mis pechos entre sus manos mientras apoyaba su miembro contra la raja de mi culito. Aunque la noche anterior habíamos discutido, no pude evitar ponerme cachonda al notar sus dedos pellizcando mis pezones.
-Umm- gemí mientras mi sexo se empapaba de deseo.
Mi esposo comprendió que no iba a poner impedimento a sus pecaminosos deseos y dándome la vuelta, hundió su cara en mi escote mientras con las palmas de su mano magreaba mi trasero.
-Eres malo- murmuré al notar su lengua recorriendo mi canalillo.
Facundo es consciente de cómo me pone que me chupe mis senos y por eso cuando quiere conseguir algo de mí, el muy cabrón solo tiene que dar un par de lengüetazos alrededor de mis areolas para convertirme en una cerda en celo, deseosa de sus caricias. Ese día no fue diferente y mientras mordisqueaba mis pezones, aprovechó para hundir su verga en mi mojado coñito.
-¡Todavía no!- grité disgustada al experimentar esa intrusión.
Conociendo a mi marido, se dedicaría a follarme sin parar olvidando que a mí lo que más me gustaba era que se dedicara a ponerme cachonda con mis pechos. Aunque traté de zafarme, Facundo siguió metiendo y sacando su pene de mi interior, dejando de lado mis pechotes.
-¡Por favor! ¡Cómeme las tetas!- chillé disgustada.
Desgraciadamente, Facundo a pesar de ser un buen hombre, es un pésimo amante y por eso no tardé en notar que se corría, dejándome insatisfecha.
-Joder, ¡al menos podías haberlo hecho sobre mis tetas!- maldiciendo le solté.
El muy capullo al oírme, sacó su verga y descargó su última eyaculación sobre mis pechos, para acto seguido y muerto de risa, embadurnarlos con su semen mientras me decía:
-No sé de qué te quejas.
Aún encabronada, al sentir sus manos impregnadas con esa blanca semilla recorriendo mis ubres, me volví loca y llevando un par de dedos a mi coño, me empecé a masturbar mientras mi “queridísimo” esposo se reía de mí.
-Eres una puta adicta al semen sobre tus tetas- me gritó descoyuntándose de risa.
Esa humillación no aminoró mi calentura y no pude soportar la pegajosa sensación de sentir mi piel untada con su leche. Con mi coño chorreando y mi cerebro a mil por hora, admití que era cierto mientras me corría.
-¡No te vayas!- chillé muy enfadada al ver que se levantaba de la cama y se iba a duchar dejándome totalmente hundida pero sobretodo urgida de mas caricias.
El maldito soltó una carcajada y metiendo el dedo en la llaga, me dijo:
-Si eres buena y me preparas el desayuno, quizás deje que me hagas una cubana al volver.
Os parecerá increíble pero la esperanza de sentir su miembro entre mis tetas, me obligó a salir de las sábanas y cual sumisa esposa ir a la cocina a hacerle el café. En ese momento me sentía sucia al saber que Facundo me tenía bien agarrada con mi fetiche. ¡Lo reconozco! Me estremezco cuando él me ordena que use mis manos para apretar mis pechos mientras mueve su instrumento en el hueco que dejo. Pero lo que realmente hace de mí una hembra en celo es cuando eyacula entre ellos, derramando su lefa contra mi cara.
Al vaciar su taza y sin darme siquiera un beso, escuché que se despedía desde la puerta con un escueto:
-Nos vemos.
Por eso malhumorada, recogí los platos y llevándolos al lavavajillas, como os decía me metí a duchar. Su semen ya seco, formaba una costra casi transparente sobre mi piel y creyendo que al quitármela disminuiría mi cabreo, me comencé a enjabonar. Desgraciadamente para mí al llevar la esponja a mis pezones, la calentura volvió e involuntariamente, noté como se me ponían duros.
«¡Qué le cuesta complacerme de vez en cuando!», exclamé en silencio mientras soñaba que algún día fuera participe de esa fantasía y me hiciera el amor chupando y mamando de mis senos durante horas.
«No le pido tanto», murmuré para mí al tiempo que sin querer comenzaba a pellizcar esos dos negros botones con mis dedos.
La imaginación me jugó una mala pasada y entre mis piernas renació con mas fuerza mi apetito. Mi coño ya asolado por un incendio difícil de sofocar, me pedía que hundiera un par de mis yemas en su interior pero estaba tan bruta que comprendí que eso no sería suficiente y descolgando el teléfono de la ducha, dirigí el chorro contra mi clítoris.
-¡Dios! ¡Cómo me gustaría conocer a alguien con mi misma fantasía!- aullé en plan perra sintiendo en mi mente que era una lengua la que torturaba el tesoro entre mis pliegues.
Metiendo un dedo dentro de mi vulva, llevé el mango de la ducha entre mis tetas y me masturbé soñando que ese duro aparato era el falo de mi amante y que el agua que empapaba mis senos era su ardiente semilla. Esa imagen provocó que todo mi ser temblara de placer y de pronto me vi sumida en un brutal orgasmo que me hizo caer al piso.
Lo creáis o no, una vez sobre la taza, el incendio continuó y cogiendo el champú lo eché sobre mi piel, para acto seguido embadurnarme con él asumiendo que era un hombre el que lo hacía.
-¡Sería suya y solo suya!- grité en la soledad de mi baño al sentir que mi cuerpo colapsaba y que el placer se iba acumulando en mi entrepierna por tercera vez esa mañana.
La textura de ese jabón me recordaba la leche de un macho y sin poder aguantar más, me vi inmersa durante largo rato en un maravilloso clímax que asoló todo mis neuronas….

El destino me hace conocer a ese hombre.
Como a la media hora y un tanto alucinada conmigo por cómo me había dejado llevar por la lujuria, salí de la ducha y me empecé a secar frente al espejo. Me volví a poner de mala leche al verme desnuda:
«Sigo siendo joven», pensé al observar que mis pechos seguían manteniéndose duros a pesar de mis treinta y siete años, «y Facundo no me satisface».
Jamás hasta ese día se me había pasado por la cabeza el serle infiel pero su modo de tratarme y su falta de cariño, me hizo soñar en cómo me gustaría que fuera físicamente el tipo que le plantara la cornamenta.
«Debe ser alto, fuerte y varonil», me dije mientras me empolvaba la nariz.
Siguiendo los consejos de mi madre, desde que empecé a maquillarme, me acostumbré a hacerlo sin ropa para así no mancharla y por ello, cuando me eché colorete en mis mejillas seguía totalmente desnuda.
«Me gustaría que fuera rico, guapo pero sobretodo que sea muy cerdo en la cama y fuera de ella», sentencié al rememorar la única vez que mi marido me había follado en un parque. Pensando en esa tarde y en lo bruta que me había puesto que unos adolescentes nos espiaran mientras lo hacíamos, Hizo que estuviera a punto otra vez de masturbarme pero debido a que si lo hacía llegaría tarde a ver a mi tío Juan, evité hacerlo y seguí vistiéndome.
Siguiendo la rutina de muchos años, lo primero que me puse fueron las bragas y mirando el efecto que tenían en mi trasero, sonreí satisfecha recordando los piropos que me soltaban a mi paso en la calle.
-Estoy estupenda- concluí riendo a pesar que con mi metro sesenta, las dos ubres que tenía hacían que a veces pareciera gorda. Por eso sin tener que pensarlo, me puse una camisa bien pegada al saber que la ropa holgada acentuaba ese extremo.
Tras lo cual, me enfundé una minifalda y salí con el tiempo justo de tomar un taxi rumbo a la casa de mi familiar. Al ver la cara del conductor fija en mi escote, me percaté que me había olvidado poner un sujetador que amortiguara el movimiento de mis “tetitas” y en vez de preocuparme ese tema, sonreí pensando en lo que diría mi tío al verme.
«Se le caerá la baba », pronostiqué al saber que siempre le habían gustado las mujeres pechugonas.
De buen humor, llegué hasta su portal donde ya me estaba esperando. Tal y como preví, el hermano de mi padre se quedó sin habla al admirar los pechos que su sobrina lucía ese día y separando su mirada, me echó la bronca por llegar tarde.
Al hacerlo continuamente sus ojos volvían a mi escote. Muerta de risa, ni se lo tomé en cuenta al saber que el viejito estaba para pocos trotes pero también porque me sentía extrañamente halagada.
«Él, sí las valora», refunfuñé recordando que mi marido no las hacía apenas caso.
Curiosamente, me fijé que bajo su pantalón su pene se le había puesto duro y queriendo alegrarle un poco más la vista, me agaché para darle un mejor ángulo de visión mientras le acomodaba el cinturón de seguridad. Mi exhibicionismo tuvo un efecto no previsto y fue que al ver que se incrementaba su erección, dentro de mis braguitas, resurgió de las brasas el incendio de esa mañana.
«La pena es que sea mi tío», pensé ya caliente como una mona.
Tratando de evitar que mi mente siguiera por ese camino, me puse a revisar el expediente que llevaba en mi maletín. Además de una serie de análisis y varias ecografías, me preocupaba que se me hubiese olvidado el informe con el diagnostico que tenía que enseñar al cirujano que íbamos a ver.
«Todo el mundo dice que es el mejor pero que admite a pocos casos, espero que el del tío sea uno de ellos», tan preocupada como esperanzada cavilé.
Al doctor Nuñez le precedía su fama en todos los sentidos. Por su trabajo los halagos eran únanimes, nadie discrepaba pero en lo que respecta a su vida personal había opiniones muy distintas. Unos decían que era un hombre de su tiempo, disculpando los continuos amoríos que le publicaban en las revistas del corazón. Pero otros lo consideraban un libertino, un ser que solo se guiaba por su bragueta. En lo que respecta a mí, me daba igual con quien se acostara y a pesar que en las fotos me resultaba un hombre muy guapo, lo único que quería de él era que operara a mi pariente.
Su consulta estaba en un precioso edificio del centro de mi ciudad y como resultaba difícil acceder a él, el taxista nos dejó a dos manzanas. Lo creáis o no, estaba sacando a mi tío del coche cuando sentí que frente a mí alguien se detenía y con descaro me empezaba a admirar los melones. Cabreada, levanté mi cabeza y cuando ya le iba a recordar su parentela, descubrí que el tipo que tan descaradamente se me había quedado observando era el doctor que íbamos a ver.
Mis mejillas se tiñeron de rojo cuando advertí que producto de la caricia de sus ojos, mis pezones se me habían erizado pero peor fue cuando con una sonrisa, me hizo comprender ese doctor que se había dado cuenta del efecto que tenía su mirada en mí.
«Dios, lo sabe», murmuré avergonzada.
Afortunadamente, el semáforo se puso en verde y olvidándose de mí, el doctor siguió adelante con su flamante descapotable. Ya de camino a su consulta, mi coñito chapoteó indiscreto cada vez que daba un paso, debido a la humedad que lo anegaba. Su sonido era tan evidente que me hizo creer que todo el mundo lo oía y por eso, llegué acalorada y con mi cara como un tómate ante su secretaría.
-Tenemos cita con el doctor a las diez- comenté dándole el informe.
Tras consultarlo en la base de datos, vio que decía la verdad y señalando unos sillones, nos pidió que esperáramos porque su jefe todavía no había llegado. El nuevo problema al que me enfrenté fue que al sentarme, mi trasero se hundió demasiado en el cojín, de manera que mis pechos rebotaron arriba y abajo. Os juro que me creí morir al levantar la cara y ver que nuevamente el médico que íbamos a ver estaba embelesado observándome desde la puerta.
-Buenos días- saludó a todos sin retirar sus pupilas de mis tetas. El cazador que se escondía detrás de esa mirada incrementó mi turbación e involuntariamente, tapé mis senos con las manos.
«¿Quién coño se cree para comerme de esa forma?» me pregunté sabiendo que en pocos minutos me tendría que enfrentar a él cara a cara.
Cuando ya creía que nada podía ser peor, el doctor se plantó frente a mí y con su voz teñida de una sensualidad que me dejó espantada, me soltó:
-Creo que te has equivocado de consulta, mi especialidad es la urología y por lo que veo, no puedes ser mi paciente.
Esa indirecta me la dijo recreándose en mis pechos. Su falta de tacto bien hubiera merecido una bofetada pero en vez de montarle un escándalo, bajando mi mirada, le informé que quien realmente era su paciente era mi tío y que yo solo lo estaba acompañando. Al escucharme, miró a mi acompañante y en voz baja, me susurró al oído:
-Si vuelvo a nacer me hago ginecólogo para atenderte a ti.
Su desfachatez renovó con más fuerza el color rojizo de mis mejillas y mientras le veía alejarse rumbo a su despacho, estaba tan excitada como hecha un lio:
¡Se había sentido atraído por mí!
A pesar que era evidente no podía llegármelo a creer porque no en vano, ese hombre además de atractivo era famoso y a buen seguro tendría cientos de mujeres más bellas que yo a las que conquistar.
Los cinco minutos que tardó en recibirnos fueron una pesadilla porque continuamente me sentía observada y temiendo que hubiera una cámara enfocándome o mejor dicho a mis peras, me revolví inquieta en ese sillón.
Al llamarnos, agarré del brazo a Juan y con él, entré en su consulta. Ese doctor ejerciendo de gran eminencia, ni siquiera se levantó a saludarnos y con tono seco, nos ordenó que tomáramos asiento. Aterrorizada descubrí que, al darle el expediente, me molestara que ese tipo se pusiera a revisarlo sin dar otra vistazo a mis pechugas.
«Estoy totalmente loca. Has venido a que curen a Juan, no a que te miren las tetas», me dije apesadumbrada de todas formas.
Durante un buen rato, estudió los papeles hasta que llamando a su enfermera, le pidió que preparara al paciente para hacerle una revisión completa. Su ayudante, una joven con bastante busto, cogió al anciano y se lo llevó a la habitación de al lado, mientras me quedaba a sola con ese hombre.
Este esperó a que mi tío hubiese desaparecido para decirme:
-No te voy a engañar, según los informes, hay poco que hacer.
Sus duras palabras me dejaron pálida y sin poder detener el llanto, le imploré que al menos lo intentara.
-No te prometo nada, voy a revisarlo y dependiendo de lo que vea, lo opero o no.
Quizás fue cavé mi propia tumba porque recordando las miradas que me había echado, me agarré a ellas como a un clavo ardiendo y desabrochándome un botón de mi camisa, le solté:
-Doctor, si usted lo opera, le quedaré eternamente agradecida.
Ese atractivo sujeto no quiso siquiera echar una última ojeada a mi escote antes de salir rumbo al cuarto donde le esperaban mi tío y su enfermera.
«Estoy enferma, me he comportado como una puta y no ha servido de nada», mascullé abochornada por mi actuación.
La sensación de fracaso se iba acumulando en mi mente mientras a mis oídos llegaba la voz de ese hombre charlando con su ayudante.
«¿Cómo llegue a creer que conseguiría convencerle con estas dos ubres?», me repetí continuamente cada vez más desesperada. Hoy me consta que no era tanto que se negara a ser el cirujano de mi tío sino al hecho que hubiese pasado por alto mi oferta. Lo cierto fue que cuando retornó a su despacho, me encontró llorando.
Tras cerrar la puerta tras de sí, se acercó a mí por la espalda y sin pedirme mi opinión, puso sus dos manos encima de los hombros mientras me decía:
-Tu pariente no está tan mal como decía, quizás pueda operarlo.
Confieso que se me puso hasta el último de mis vellos de punta al oír el sensual tono de su voz pero aún más al notar que con sus dedos comenzaba a darme un masaje. Incapaz de contenerme gemí al sentir que bajando por mi dorso, sus yemas rozaban mis pechos.
-De ti depende- insistió ese maldito cogiendo ambos pechos entre las palmas de sus manos.
La lujuria que escondían sus palabras me contagiaron y mientras el sopesaba el tamaño y peso de mis tetas, involuntariamente separé mis piernas al contestar:
-Opérele, por favor- sollocé con la respiración entrecortada por el deseo al saber que en ese ruego iba incluida mi completa claudicación.
Ese cuarentón se pegó más a mí y metiendo sus manos por dentro de la tela, se dedicó a magrear mis peras y ya sin disimulo me espetó:
-Te pongo una sola condición, que acompañes a tu tío a cada revisión y que al hacerlo te comprometas a ser mi paciente durante media hora…
-Acepto- contesté sin pensarlo porque lo quisiera o no la manera en que ese hombre me estaba tocando me traía loca.
Escuché una de las tantas carcajadas que oiría a partir de entonces brotar de sus labios, tras la cual, me dijo:
-Desnúdate de cintura para arriba.
Todavía sin saber a qué atenerme, me despojé de la camisa poco a poco mientras Don Fernando Núñez se sentaba frente a mí en su enorme sillón. Por sus ojos y la manera en que se mordía los labios comprendí que estaba embelesado con mis pechos. Su actitud me llenó de morbo y olvidándome de mi marido, me sentí su zorra.
-¿Te gusta lo que ves?- pregunté tan excitada como él al reparar en el enorme bulto que ese tipo escondía bajo el pantalón.
-Mucho- respondió- tienes unas tetas increíbles. Me pasaría horas comiéndotelas.
Esa confesión era lo que mi coño esperaba para mojarse de tal forma que creí que me había hecho pis de tanto flujo que manaba por mis rodillas y queriendo agradecer de alguna forma, ese piropo acerqué uno de mis pezones a su boca.
-¿Puedo?
Que me pidiera permiso después de medio chantajearme, me hizo gracia y metiendo mi botón entre sus labios, respondí:
-Son todas tuyas durante media hora, lamelas, muérdelas, chúpalas… ¡haz con ellas lo que quieras!
Mi oferta le hizo sonreír y sacando la lengua, llenó con su saliva mi pezón ya erecto. Reconozco que me sentía en la gloria al notar la obsesión de ese hombre por mis peras pero aún más después de un suave mordisco, me dijo:
-Súbete en mis rodillas, quiero disfrutar de las dos.
Ni que decir tiene que obedecí sin caer en la cuenta que al hacerlo mi mojado pubis iba a entrar en contacto con su verga ya parada.
«Dios, ¡Menuda tranca tiene el cabrón!», exclamé mentalmente mientras frotaba mi sexo contra el suyo.
Fue entonces cuando ese hombre me terminó de enamorar al decirme al oído que parara porque si se corría quería hacerlo entre mis glándulas mamarias. Os juro que solo con eso, me corrí y como una loca, empecé a sollozar presa del placer con cada lamida de ese madurito.
Lo creáis o no, su lengua al recorrer la piel de mis dos senos fue suficiente para prolongar el gozo que me tenía esclavizada sobre sus piernas. Uniendo un orgasmo con el siguiente, dejé que se recreara con dulces mordiscos, calientes lametazos y crueles pellizcos hasta que al ver que no se saciaba, comprendí que había encontrado a mi príncipe azul en ese hombre, ya que al contrario que los demás tipos de mi vida, ese doctor estaba obsesionado con mis tetas.
«Ni siquiera me ha tocado el culo», medité extrañada pero lejos de molestarme, su obsesión era lo que llevaba buscando toda la vida. Por eso comportándome como un zorrón desorejado, abrí su bragueta y mirándolo a los ojos, le dijé llena de lujuria.
-Me encantaría hacerte una cubana.
Su sonrisa aceptando mi sugerencia fue la visión más hermosa que nunca vi y arrodillándome ante él como si le estuviera rezando, agarré su falo y lo metí de lleno en mi canalillo mientras mi doctorcito me pedía que empezara acariciando mi pelo. Lentamente al principio, moví mi cuerpo arriba y abajo permitiendo que ambos nos acopláramos al ritmo y viendo que ya estábamos sintonizados usé mis manos para apretar mis tetas para así aumentar la presión sobre su verga.
-¡Qué gozada!- gimió mi Don Juan, satisfecho por el modo que su hermosa doña Inés le estaba complaciendo.
Sintiéndome cada vez mas en mi papel de zorra infiel, aproveché una de las veces en que su pene se acercó a mi boca para retenerlo entre mis labios y untarlo con mi saliva para que así circulara mejor por el agujero ente mis tetas.
-Usa solo tus pechos- gritó el que ya consideraba mi dueño.
Su orden me confirmó que era él exactamente lo que deseaba y llevaba tantos años buscando, un macho cuyo mayor placer era disfrutar de unas tetas grandes y sintiéndome por primera vez, completa llevé una mano hasta mi sexo y me empecé a masturbar al tiempo que aceleraba el compás de la cubana.
-Así me gusta, puta. Dame placer usando solo tus glándulas- aulló alegre al notar que en sus huevos se iba acumulando gratas sensaciones.
La cercanía de su orgasmo azuzó con fuerza mi lujuria y mientras me follaba con dos dedos, incrementé aún más la velocidad con la que subía y bajaba su pene entre mis tetas hasta que no pude más y olvidando que podían oírnos en la consulta, chillé dejando mi sexo y presionando con dos manos mis senos:
-¡Fóllame las tetas!
Como un loco, me tumbó sobre la moqueta y subiéndose encima de mí, introdujo nuevamente su falo en mi canal para acto seguido comenzar a cabalgar, deslizándolo a un ritmo atroz entre ellas.
-¡No pares!- grité al recibir la primera andanada de semen en mi cara y abriendo la boca, busqué que el resto de su eyaculación fuera directo a mi garganta.
Mi amante vio en mi sumisión mi verdadero yo y sin dejar de moverse, me brindó con nuevas y excitantes explosiones que llenaron con su blanco rastro no solo mis mejillas sino todo mi pecho.
-¡Me corro!- proclamé vencida al notar que al terminar de regalarme su semilla, ese hombretón se ponía a esparcirla sobre mi piel.
Pero cuando realmente comprendí que si me lo pedía, sería su esclava más fiel, fue cuando comenzó a masturbarme con la otra mano.
-¡No puede ser!- aullé descompuesta al notar que habiendo obtenido su dosis de placer no se olvidaba de mí y me seguía follando con sus dedos.
Mi para entonces amado doctor esperó a que mi cuerpo se viera asolado por una serie de continuos orgasmos para levantarse, acomodarse la bata y dejándome despatarrada en mitad de su consulta, decirme:
-Te espero dentro de tres días para ver los resultados de las pruebas.
Sabiéndome eternamente suya, me abroché la camisa y cuando ya me iba, me di la vuelta y le pregunté:
-¿No podría volver mañana?
Descojonado, cogió un papel y escribiendo su dirección, contestó:
-Mañana te veo sola a las nueve en mi casa…- y haciendo un inciso, se lo debió pensar mejor, porque luciendo una sonrisa, me dijo: -Mejor esta tarde a partir de las seis y ven con los pechos aceitados, que quiero repetir la experiencia.
-Allí estaré- contesté y sintiéndome la mujer más puta pero más feliz del mundo, salí de su consulta con mi anciano tío del brazo….


Relato erótico: “La delgada linea rosa. (4)” (POR BUENBATO)

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LA DELGADA LINEA ROSA 4

La puerta terminaba de cerrarse; el sonido del metal golpeando el suelo retumbó en los oídos de la nerviosa chiquilla. Marco comprendió, con un dejo de ternura, la situación en la que se encontraba su aprendiz de atletismo que ahora se hallaba sin escapatoria. Y se hallaba sin escapatoria por que ahora, a juicio de él, no se iría con las manos vacías; no saldría de aquel lugar sin haberse follado a esa negrita que tanto se lo había insistido. Era muy tarde para arrepentimientos y se lo hizo saber tocando con los nudillos los vidrios de la ventanilla de los asientos traseros del automóvil.

– Sal – dijo con firmeza Marco ante el espasmo de Carolina, quien tuvo que despertar de sus pensamientos y dudas.

Segundos después la chica bajó; lentamente abrió la puerta y sus piernas temblaban visiblemente. Se abrazó a su mochila de entrenamiento y esperó parada e inmóvil mientras su entrenador se cercioraba de que el auto quedara asegurado.

– Sube – escucho Carolina decir a Marco desde su espalda.

La mulata miró hacia la puerta abierta que se encontraba frente a ella; caminó con la mayor firmeza y fluidez posible mientras su entrenador la seguía de cerca tras sus espaldas. Al llegar a la puerta se dio cuenta de que esta daba paso a una escalera de no más de veinte escalones que, supuso, iban a dar al cuarto. Empezaba a hacer frio adentro, o al menos sentía su piel enchinarse a cada escalón que subía.

Tras ella, Marco se deleitaba observando el manjar que le esperaba. La luz de las escaleras iluminaba sus lycras blancas que revelaban el color blanco y forma inocente de sus bragas. Su culo firme y joven se movía graciosamente a cada escalón que subía. Su cintura y espaldas delicadas, de casi una niña,  se movían con lentitud a cada momento. Era una diosa, una criatura perfecta que seguramente no se repetiría en toda su vida. La verga del hombre estaba más que lista, ansiosa por deshacerse en aquel cuerpo angelical de su, hasta hacia unos minutos, simple alumna de atletismo.

La chica llegó al final de las escaleras pero se detuvo ante la oscuridad que imperaba en el cuarto. Busco con la mirada un interruptor pero no lo halló. De pronto sintió las manos gruesas de Marco posarse sobre sus caderas; su cuerpo recibió el golpe electrizante de un nerviosismo que estalló entonces. El hombre la empujó suavemente hacia el interior del cuarto y enseguida encendió la luz. La chica se dirigió entonces a lo primero que apareció a su vista: la cama. Se sentó y quedó ahí, inmóvil.

El nerviosismo de la chiquilla era tan evidente que resultaba cómico para aquel hombre. Era obvio que pasaría un buen rato para que la chica terminara por relajarse, pero algo era seguro para él: se la follaría, desde luego que se la follaría. El hombre se recostó, con fingida tranquilidad, sobre la cama y encendió el televisor. Comenzó a jugar con los canales; pasaba por la programación común para detenerse de vez en cuando en los canales pornográficos. Las escenas y los sonidos recordaban a la chiquilla sus propios gemidos; pero permanecía inmóvil en la misma esquina de la cama.

Carolina paseaba por su mente. Se preguntaba acerca de dos asuntos contradictorios: cómo empezar y cómo salir de ahí. La idea de estar a punto de fornicar con su entrenador de atletismo, por quien tanto había suspirado tanto, la tenia completamente nerviosa e impaciente. Le asustaba la sola idea de pensar en eso, de estar a punto de hacer algo inevitable. Se preguntaba, de un momento a otro, una sola cosa: cómo será esa verga, de qué tamaño.

Impaciente, Marco decidió comenzar con la faena. Se puso de pie e inmediatamente comenzó a desatar las cuerdas de sus pants deportivos. Carolina, que miraba aquello de reojo por el espejo, comenzó a temblar. Los pants de Marco cayeron al suelo, dejando sus gruesas y musculosas piernas y su abultada entrepierna cubiertas con un calzoncillo largo y pegado de algodón. Inmediatamente se quitó su playera, dejando ver el musculoso cuerpo que Carolina ya tenia idea.

Así, vestido solo con sus pegados calzoncillos, el musculoso físico de Marco se colocó sobre su aprendiz de atletismo. Las diferencias de tamaño eran clarísimas. Él, con su metro ochenta de altura y su fornido cuerpo, parecía doblar en tamaño a la negrita tanto como la doblaba literalmente en edad. Sin despojo alguno y lleno de libido, Marco se paró frente a la negrita, quien podía ver sorprendida cómo sobre su frente la verga de su entrenador se endurecía bajo los calzoncillos.

Inmóvil, la chica no puso la menor resistencia cuando las manos de aquel hombre la alzaron. Ya de pie, Marco la despojó de su blusa deportiva. La prenda azul fue lanzada al otro lado del cuarto. Temblorosa e indefensa, la delicada chica no supo que hacer cuando las palmas de su entrenador se posaron sobre su precioso culo. Marco cerró los ojos por el simple placer de poder tocar aquel tesoro. Sus manos se empaparon de la ternura que provocaba apretujar el suave y firme culo de la negrita.

Las manos del hombre no tardaron en colarse bajo la lycra blanca de su alumna. Se arrodilló frente a ella, y aun así seguía pareciendo enorme en comparación con el frágil cuerpo de Carolina. La piel de las nalgas de la mulata se erizó con aquel contacto.

Marco, segundos después, desvistió a la chica de sus lycras blancas. Las lanzó también y se volvió a imponer frente a la chiquilla. Dio un paso atrás para contemplarla; era una imagen preciosa. Su joven alumna estaba frente a él, vestida solo con su sostén, sus bragas infantiles y sus zapatillas deportivas. Los ojos de la negrita estaban absortos a lo que tuviera que suceder. Sus labios se habían secado de la incertidumbre. Su metro y medio de altura y su inocente desnudes provocaron que la verga del hombre no pudieran más. Sin pensárselo dos veces, el hombre llegó al momento cumbre con el que iniciaría su placentera faena sexual con aquella suculenta mulatita: se bajó los calzoncillos y su verga se impuso frente a la chica.

Sin ningún cuidado o respeto, empujó hacia abajo a Carolina que se dejó caer sin la menor de las resistencias. Arrodillada, la muchachita alzó la mirada y tuvo que tragar saliva ante la monstruosa verga de veinte centímetros que yacía sobre su cabeza. El hombre acarició suavemente la barbilla de su aprendiz, sobó sus mejillas y peinó con sus dedos los cabellos enchinados.

– Chúpamela – dijo.

Carolina cerró los ojos, tomó con su mano derecha el grueso tronco de aquél falo, estiró su cuerpo lo más que pudo y, abriendo suavemente la boca, llevó a su boca la punta de aquella verga. El solo glande ya era proporcionalmente grande frente a la boquita de la adolescente. Nerviosa, pero entregándose poco a poco al torbellino de placer que le atraparía, Carolina comenzó a variar el movimiento de sus labios para el regocijo de Marco.

Si bien apenas podía meter dentro de su boca la totalidad del glande, la negrita hacia esfuerzos admirables por tragarse lo más posible aquel pedazo. Cuando engullirlo no podía ser una opción, la chica usaba su creatividad para recorrer con su boca y labios la totalidad de aquel falo. Se entregó de lleno a tal actividad que parecía encontrarse ella sola frente a aquella verga, como si la presencia humana de Marco no tuviese importancia.

La negrita lanzaba miradas fugaces a Marco, que desde muy arriba la miraba atento a cada movimiento de labios, manos y boca. Las delicadas manos de la muchacha engrandecían desproporcionalmente el tamaño de su miembro. Marco acariciaba la pequeña cabeza y frente de la mulata mientras esta permanecía impávida en su actividad.

Sus carnosos labios de negra masajeaban el tronco y el glande de aquella verga. Liberaba la saliva suficiente para que su boca pudiera tragar de vez en cuando la mayor cantidad posible de aquel falo. Completamente entregada, y sin pensar ni una sola vez más en salir de ahí, la muchacha chupaba el glande como si de un caramelo se tratara. Lo sacaba de su boca para recorrer con sus labios húmedos la extensión de aquel pedazo de carne.

La chica devoraba con gusto su verga con tal intensidad que se preguntaba donde había aprendido todo eso. De pronto, cuando la negrita se encontraba besando el inicio del tronco, la mano firme del hombre empujó con suavidad la nuca de la chica y le obligó a colocar su rostro frente a sus testículos. Marco tomó su verga con su mano derecha y comenzó a masturbarse lentamente mientras su mano izquierda seguía presionando suavemente la cabeza de la chiquilla. Comprendiendo la situación; la chica cedió a los deseos de su entrenador y abrió las quijadas para llevarse a la boca la primera bola peluda. La saboreó durante algunos segundos; tratando de acostumbrase a la textura velluda. Haciendo caso omiso de los vellos que le quedaban pegados en la lengua, continuó con el siguiente testículo hasta que tomó el ritmo suficiente para pasear sus labios con maestría entre las bolas de aquel hombre.

Si bien no tenía ningún inconveniente en seguir lamiendo los testículos de su entrenador, Carolina se preguntaba en qué momento podría continuar mamándole el falo que, en el fondo, era a lo que más le estaba agarrando el gusto. No pasó mucho tiempo cuando un ligero jalón de cabellos la obligó a sacar de su boca las bolas de su entrenador; en seguida, las sustituyó por el glande de la larga verga que ansiaba seguir comiendo. Cuando estaba a punto de sacar de su boca la punta de aquel falo, la mano de Marco la detuvo. Carolina en realidad deseaba tomar algo de aire, pero en vez de eso tuvo que esperar pues un chorro de semen y esperma estalló dentro de su boca y la obligó a respirar más rápido y más hondo para soportar el ahogo de los cálidos fluidos de Marco. Un impulso la obligo a tragar parte de aquellos líquidos y otro más la hizo apartarse para respirar. Todavía un ultimo chorro manchó su rostro y cuando por fin sus pulmones se llenaron de oxigeno, regreso atenta a lamer los restos que aun goteaban desde la punta del falo.

Marco la acariciaba como si se tratara de una mascota mientras la chica chupaba lenta y dulcemente. Estaba bastante sorprendido con el nivel de fogosidad con el que la aparentemente inocente alumna se comportaba. Ni siquiera Clara, su espectacular novia, se le llegaba a comparar. Si bien Clara era intensa en la cama, esta negrita parecía tenerlo en la sangre; actuaba como una verdadera puta con tal naturalidad que el hombre no se lo explicaba. No se imaginaba que hacia menos de una semana la chica había perdido la virginidad; mucho menos las condiciones en que esto había sucedido. Pero como fuera, Marco comenzaba a darse cuenta del nivel de impudicia de su alumna. Por su mente comenzaban a correr las múltiples formas en que deseaba y pensaba follarla. Habría que aprovechar, pensaba; aprovecharla al máximo.

El pene recobró su flacidez, y no fue hasta que la mano de Marco se lo ordenó que la chiquilla sacó de su boca la verga. Parecía un pequeño animal insaciable. Marco la alzó con facilidad, la cargo como una novia y la recostó con delicadeza sobre la cama. La mirada antes perdida e imperturbable de la negrita fue poco a poco sustituida por una sonrisa inocente y apenada. Marco la miró con ternura y recordó que la pequeña fiera sexual también era, al fin de cuentas, su joven e inocente alumna. Se colocó sobre ella; evitando aplastarla con su fornido cuerpo. Llevo su cara al de la niña y besó suavemente su mejilla. Después saboreó la suavidad de sus pómulos. En seguida, dirigió sus labios a la boca de la chica, que lo recibió con un húmedo y cálido beso. Se besaron todo lo que pudieron y de las muchas formas que la pasión les daba a entender; unieron sus lenguas y mordieron su piel y labios.

El calor se elevó y el hombre abandonó el rostro de la mulata para perderse más abajo, en sus pechos pequeños pero redondos. Suaves, pero firmes. Desabrochó con rapidez el pequeño brassiere que cubría unos pechos que ya no eran de su talla, pues la muchacha se desarrollaba con velocidad.

Los labios del entrenador se desbordaron sobre la piel suave y estremecida de su alumna; lamió todo lo que pudo de aquellos senos y su boca se agotó intentando mamar los delicados pezones rosados de la muchacha. Estos se endurecieron como botones ante aquella sensación; los movimientos apasionados de los labios del hombre sobre las tetas de la chica cobraron efecto y esta comenzó a gemir lentamente mientras su excitación se elevaba.

Aquello no pasaba desapercibido para Marco, cuya verga se había endurecido ya y se hallaba impaciente por penetrar a aquella criatura. Separó su boca de los senos de su alumna, ensalivados por la animalesca pasión que le había apresado. Levantó a la esbelta mulata con facilidad y la colocó de rodillas sobre la cama. La abrazó y volvió a unir sus labios a ella mientras sus manos recorrían el cuerpo escultural de la chiquilla.

Las manos grandes de aquel hombre invadieron casi por completo las redondas y grandes nalgas de la negrita. Sus dedos jugaron con la suavidad de las bragas de Carolina. Se trataban de unas bragas infantiles, blancas y con dibujos de flores rosadas; no era la ropa interior acorde a aquella situación erótica en la que se encontraban pero sin duda acentuaban aun más la inocencia que la negrita inspiraba.

Las telas del calzón cubrían gran parte de aquel hermoso culo, pero el hombre lo resolvió canalizando toda la tela entre las nalgas en una especie de tanga ocasional. Ahora podía apretujar los glúteos firmes y aterciopelados que sus manos tenían la fortuna de poseer. Su verga erecta chocaba con el vientre de la chiquilla que decidió tomarla y masturbarla lentamente con ambas manos mientras su entrenador terminaba de manosear su culo. Como loco, el hombre regresaba constantemente a besar sus labios y su mejilla; como si no pudiera dejar de agradecer cada segundo de todo aquello.

“Sobreviviendo al fin del mundo en la isla del placer”, LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cuando desgraciadamente las predicciones de unos científicos indios se hicieron realidad en las que la tierra iba a ser asolada por una tormenta solar y el mundo que conocíamos se había ido a la mierda, por suerte, ¡Lucas Giordano estaba preparado!
Poco antes de que los países se hundieran en el caos, Irene Sotelo tuvo la valentía de comentárselo a su jefe y por raro que parezca, este la hizo caso y comprendió que no se podía hacer oídos sordos a lo que se avecinaba.
Juntos, el millonario y su fiel asistente decidieron olvidarse de las normas vigentes hasta ese momento y diseñaron una sociedad donde las mujeres fueran mayoría para asegurar que pudiese sobrevivir al desastre … sin importar que eso supusiera que cada hombre tocara a cinco mujeres….

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los  PRIMEROS CAPÍTULOS:

Cap. 1.― Me alertan de lo que se avecina

«¡Malditos hijos de puta! ¡No me hicieron caso!», pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!

        Para explicar lo ocurrido, os tengo que narrar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad. Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Goldsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5.

Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica. Las que no disfrutaron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi.

Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.

Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2022, les tildaron de locos de fanáticos.

Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.

―Jefe, es una tarea inmensa― protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que, para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.

―Ya me conoces Irene― contesté ―no acepto que me vengas con los temas a medias. Si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas.

―De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Al colgar el teléfono, me sumergí en internet con la intención de enterarme sobre qué coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano, el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas.

Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.

Volviendo al tema, cuanto más leía, más acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que, si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.

―Entonces, ¿me cree? ― preguntó al escuchar mis directrices.

―No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado.

―No esperaba menos de usted― contestó dando por terminada la conversación…

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com.

Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2015 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. 

Mr. Conry me conocía gracias a diversas donaciones por lo que no solo contestó la llamada, sino que se comprometió a darme en ese mismo plazo sus conclusiones.

A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.

―Por tu cara, creo que no traes buenas noticias― dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.

―No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa.

―De ser cierto, ¿qué pasaría?

―Imagínese, según ese teórico, dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una región como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus seis millones de personas, si los camiones o los trenes que diariamente les traen la comida no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos?

―Se arreglarían― dije tratando de llevarle la contraria.

―Pero ¿cómo? Las fábricas estarían igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados.

―Entonces, ¿qué prevés?

―Vamos a retroceder a una sociedad preindustrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente ocho mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos. La violencia y el hambre se adueñarán del mundo.

― ¿Cuántas víctimas? ― pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.

―Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que, tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias….

― ¿Qué soluciones existen?

―Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y, aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares.

―Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones.

―Y ¿qué haremos? ― dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.

―No dejarnos vencer. Tengo… mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur.

―No comprendo― respondió levantando su cara.

―Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para doce mil personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que cuando pase la tormenta la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!

Cap. 2.― Los preparativos.

Esa misma semana me deshice de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño.

¡Y lo hicieron! ¡Vaya que lo hicieron!

En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalés, pero, bajo tierra a más de cien metros de profundidad se hallaba el verdadero objeto de mi inversión.

Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se verían afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.

Pero mi sueño iba más allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.

Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras, sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.

Y todo ello en menos de dos años.

Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias, pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:

―Jefe― me dijo con su aplomo habitual: ―Seamos claros. Partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población.

―Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo, pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento― contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes, pero respecto a lo otro estaba en la inopia.

―Verá, aunque resulte raro debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos más vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres.

―Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable.

―Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de diez mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cincuenta mil personas. En cambio, si llevamos a cinco mil difícilmente pasaríamos de las veinticinco mil.

―Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad― contesté: ― pero ¿cómo vas a arreglar ese desajuste inicial? ¿Vas a llenar el pueblo de lesbianas?

―No, jefe― me contestó ―alguna habrá que llevar, pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla sabremos que personas vivirán en cada casa.

― ¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?

―Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de dos mil para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de estos debe ser físico y el de las mujeres intelectual.

―De acuerdo lo dejo en tus manos― respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado: ―el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres.

Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.

―Y, por último― me explicó ― como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…

―Me he perdido― tuve que reconocer.

La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultrasecretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:

―Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y, por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes.

Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:

― ¿Y cómo me garantizo yo tu obediencia? Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado.

―Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación― contestó Irene echándose a llorar: ― Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento.

―Lo haré― dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta de que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.

Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.

La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:

―Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa.

Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía. Prostituto al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.

«Menuda zorra», pensé mientras repasaba el dossier.

No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos, sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.

«Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo».

Cap. 3.― Mi llegada a la isla del saber.

Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2019. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 527 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.

Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo, pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.

Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.

Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.

Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones, sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:

―No te das cuenta de que, en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada― contesté.

―Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna, sino que le he hipotecado de por vida― respondió con una sonrisa.

―No te alcanzo a entender― dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.

―Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad ha existido un valor refugio.

―Claro. El oro, pero… ¡qué tiene eso que ver!

―Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía.

― ¡Serás puta! Me has arruinado― contesté sin parar de reír: ― ¿cuánto has conseguido?

―Veinte toneladas.

Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de más de setecientos millones de euros. Sabiendo que, si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable, pero si la tormenta tenía lugar eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:

―Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte.

― ¿Y no podría darme un anticipo? ― respondió poniendo un puchero: ―Llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas.

Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.

―Lo necesitaba― exclamó mientras acariciaba con su mano el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.

Encerrado en el estrecho habitáculo solo con ella y mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que, en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.

― ¿Ahora? ― me preguntó confundida.

―Sí y no quiero repetirlo.

Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.

―Hueles a zorra― le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta: –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche.

―Soy suya― respondió acalorada―pero antes de que lo haga debo de enseñarle el resto de la isla.

Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:

―Akira, ven que quiero presentarte al jefe.

La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era el ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.

―Encantado de conocerla― dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.

―Señor, no sabía que usted venía― dijo tartamudeando: ―siento no haberle recibido como se merece.

―Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo.

―Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen― respondió casi entre lágrimas.

No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella con otro beso, pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.

― ¿A esta que le pasa? ― pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.

―No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella.

―He adivinado que es una de las otras cuatro, pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?

―Pues quien va a ser, ¡su amo! ― respondió poniendo sus piernas entre la mía ―jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo.

Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:

―Desabróchate un botón.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote, pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.

―Tócate los pechos para mí― ordené interesado en forzar sus límites.

Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.

―Tienes unas buenas ubres― dije con deseo: ―esta noche te prometo que, si te portas bien, mordisquearé tus pezones.

Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:

―Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?

Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:

― ¿Ahora adónde vamos?

―Al área de reproducción― me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.

― ¿Alguna sorpresa? ― le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.

―Sí― respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta― Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa.

―Por lo que veo, has seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia.

―No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra.

―Bien pensado― respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.

El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:

―Gertud, te presento a nuestro presidente.

La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió, pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:

― ¿Dónde está la zorra de tu jefa?

Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer.

Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta de que era de mi estatura y que, aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes lucía un culo aún más enorme.

Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:

―Encantado de conocerte, ¡mi amor! No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas.

Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.

―No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses― respondió sonriendo con una dentadura perfecta― pero pase a mi despacho.

Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo se quitó la bata dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador, pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:

―No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen.

― ¡Qué bruta eres! ― repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.

―Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte.

―No lo has hecho― respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.

― ¡Qué bueno! Por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo― dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: ―Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima o ¿no?

―Calculamos que en menos de dos meses― explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.

―Recuérdame que te castigue― dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.

― ¡Puta madre! Primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo el que salía de sus labios. Además, estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo.

La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que, mirando a Adriana a los ojos, le dije:

―Eso quiero verlo.

― ¿Aquí? ― respondió extrañada, pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: ―Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que, si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata.

Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:

―Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre! Cachonda y alborotada.

Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca.

Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa.

La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho:

―Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo cómo― ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza, sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenía una dulzura que me cautivaba.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando levantando su falda, mi mano se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.

―Chupa mis dedos― ordené a mi asistente ― y comprueba si está lista.

Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:

―Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte― dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: ―Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana.

Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que, luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.

«Poco le durará la virginidad», pensé mientras de un solo empujón, clavaba mi miembro hasta el fondo de la brasileña.

Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina y metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope no paraba de intentar que su amiga se corriera.

Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:

― ¿Suficiente meneo?

―Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla! ― gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.

Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.

No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche, pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:

―Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre.

―Te equivocas― contesté―eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama― respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.

Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:

―Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!

Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo:

 ―Son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho.

Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto.

Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:

― ¿Nos acompañas?

―No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento.

―Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana― contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.

―A él quizás no, pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes― susurró a mi oído mientras me daba un beso.

Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:

― ¿Verdad que es encantadora?

―Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres.

―Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán.

―Cuéntame quienes son.

―Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia, pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará.

― ¿Y la última?

―Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás.

Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:

―Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito! Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección.

Confiado de su buen juicio, determiné que, si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.

―No lo has visto bien― dije acariciando su trasero.

Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:

―Propiedad exclusiva de Lucas Giordano.

Relato erótico: “La fábrica 21” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FÁBRICA 21

El resto del domingo discurrió sin mayor novedad y, de hecho, lo pasé la mayor parte del tiempo durmiendo.  Tatiana, un amor, me llevó a la cama lo que no supe si era una merienda, una cena o bien el desayuno del lunes pues yo ya había perdido noción del tiempo.  Mis padres volvieron a llamarme un par de veces porque, claro, los rumores seguían circulando y vaya a saber qué era lo que les había llegado y de qué forma.  Le pedí a Luis, por lo tanto, que me llevara a verlos así se tranquilizaban; previo a ello, obviamente, me vestí de tal forma de no dejar visible ninguna de las marcas de los golpes de cinturón aun cuando éstas, por fortuna, ya comenzaban a atenuarse.

El lunes no me presenté a trabajar, lo cual, de todos modos, supuse que era para todos un hecho.  Ya antes había aclarado que no me tomaría la semana que me habían concedido para la luna de miel sino que la dejaba para más adelante (se hacía ahora difícil pensar que eso fuera a ocurrir en algún momento) pero, más allá de eso, era difícil pensar que en la fábrica hubiera una sola persona que no estuviera al tanto de lo ocurrido más allá de la versión que les pudiese haber llegado: en tales circunstancias, mi ausencia no podía sorprender a nadie.  Hasta Evelyn me llamó; la noté preocupada y me hizo llegar un beso de parte de todas las chicas.  Ese día, además, estaba citada para la comisaría: otro motivo más para faltar al trabajo.

Se me tomó declaración y, una vez más, no di información fehaciente sobre nada.  Insistí en que esa noche estaba borracha y que, como tal, no recordaba mucho de lo que pasó sino que sólo tenía flashes fugaces.  Me enteré que los dos muchachos detenidos aún no habían sido liberados: al parecer, la fiscal interviniente se las había arreglado para hacer constar su peligrosidad y lograr que fueran mantenidos en reclusión al menos hasta ser identificados.  Fui, en efecto, a la ronda de presos y allí me crucé con Daniel, quien aguardaba afuera y sería, de seguro, el siguiente en pasar.

Vi a los dos chicos del Chevy blanco.  Pobrecillos, me dieron mucha pena.  Se los veía demacrados y sin encajar en absoluto junto a tipos que sí daban miedo.  Negué que fueran ellos; me volvieron a preguntar varias veces si estaba segura y otras tantas volví a negar.  Al salir del lugar, mi mirada se cruzó con la de Daniel y él me tomó por el brazo para hablarme al oído:

“Sole… – me dijo, en tono implorante y lastimero -; volvé a casa, por favor”

Lo miré fijamente y, al igual que me ocurriera en relación con los chicos durante la ronda, sentí lástima.  Daniel siempre me había tratado bien y la realidad era que me quería, pero, claro, los acontecimientos (y mi comportamiento) lo habían superado y hecho colapsar.  Sólo así podía entendérsele el haber cedido a los perversos designios de su madre en esa noche en que ella decidió castigarme con el cinto.  No dije nada, de todos modos: bajé la vista y, con suavidad, me solté de su mano para seguir mi camino.  Horas después me enteré que los dos muchachos recuperaron su libertad: era lógico pues, claro, no había forma alguna de que Daniel reconociera en alguno de ellos al autor de mi secuestro cuando él bien sabía que no era ninguno de ellos.  Ante tal panorama y como no podía ser de otra manera,  la policía y al juez interviniente comenzaron a cerrar el cerco sobre el supuesto ex sereno de la fábrica que algunos de los testigos habían mencionado, Daniel incluido.  No tardaron demasiado en pedir su detención, con lo cual al otro día fui convocada nuevamente a la ronda de presos y, esta vez vi, mezclado entre macilentos rostros de tipos curtidos en la delincuencia, a ese pobre ángel tan lleno de infantilismo como de nobleza.  Se lo notaba angustiado; era obvio que no sabía bien qué hacía allí.  No lo identifiqué como mi secuestrador, por supuesto; se me insistió al respecto y reiteré que no era él: parecían tan decididos a obtener esa respuesta de mi parte que, incluso, la fiscal me preguntó más de una vez si no había sido amenazada.  Mi respuesta, claro, fue siempre negativa; sí admití conocerlo y confirmé que, en efecto,  era un ex sereno de la fábrica al que habían echado por robo, pero les dejé bien en claro que no se trataba del sujeto que esa noche había irrumpido en casa de Daniel para huir de allí conmigo al hombro.  No me dieron la impresión de quedar convencidos (la fiscal menos que menos) pero no tuvieron más remedio que dejarme ir. 

Le tocó el turno luego a Daniel, pero para ese entonces yo ya no estaba en la comisaría sino camino a casa de Luis.  Mi celular sonó y, obviamente, era mi marido (al que, por cierto, no sabía si seguir llamando de ese modo):

“No lo reconocí – me dijo -, muy a mi pesar pero no lo hice”

“Está bien – dije -, es lo mejor para todos: él no quiso hacerme mal, sólo… me oyó o me vio en peligro y buscó salvarme.  A propósito de eso, falta el testimonio de tus padres: ellos seguramente serán citados a ronda de presos y…”

“No lo reconocerán tampoco – me cortó Daniel, tajante pero a la vez tranquilizador -: ya hablé con ellos.  Mi madre insistía en identificarlo pero le dejé en claro que, de seguir con esto, ella sería juzgada por privación de la libertad, agresión física y tortura.  No es poca cosa”

“Sorprendente – dije, sonriendo -: me alegra que vayas aprendiendo a manejar a tu madre.  ¿Y los vecinos?”

“No sé si los citarán.  Una vez que ni vos, ni mis padres ni yo hayamos reconocido al sereno como agresor, ¿tiene sentido que sigan citando testigos?”

Asentí con la cabeza, cosa que, por supuesto, él no podía ver.

“Ojalá tengas razón – dije, quedamente -.  Gracias por todo, Dani…”

“¿No vas a venir a casa?” – me espetó él de manera apresurada al notar que yo estaba dando por terminada la conversación y cortaría de un momento a otro.  Claro, probablemente considerara que había hecho bien sus deberes para conmigo y que me había hecho caso en cuanto a no culpar a Milo; no era extraño que tal pensamiento le diera esperanzas de que las cosas entre nosotros volvieran a reencaminarse y hasta reconstituirse.  Yo no lograba entender cómo seguía tan obsesionado conmigo a pesar de lo mal que me había portado con él.

“Por favor, Dani, basta con eso” – dije, de manera conclusiva, y corté.

Una vez en casa de Luis, Tatiana me atendió con sus bondades de siempre.  Aun a pesar de lo mucho que disfrutaba de su compañía, yo empezaba a pensar que no podía seguir demasiado tiempo allí: tanto Luis como ella se habían portado muy servicialmente conmigo pero, aun cuando no dijeran nada al respecto, yo entendía como algo tácito que no podría permanecer como huésped indefinidamente.  Quizás ahora que las marcas de mi cuerpo estaban desapareciendo, sería hora de ir a casa de mis padres, lo cual parecía presentarse como la mejor opción.  Aguardé a que Luis llegara de la fábrica para transmitírselo y lo aceptó sin demasiada protesta aun cuando insistió y me recordó varias veces que no había inconveniente alguno en que yo me siguiera quedando con ellos.

“Soledad… – me preguntó, cambiando el tema de repente -.  ¿Sigue firme en su decisión de no aceptar ese puesto?”

Me encogí de hombros.

“Sí… ¿Por qué?”

“Es sólo que tengo a alguien en vista y quiero, previamente, estar seguro de que usted rechaza el ofrecimiento”

“Se… lo agradezco, Luis – dije, cortésmente -, pero vuelvo a repetirle que no puedo… ocupar un lugar que ha sido dejado vacante por la renuncia de Floriana.  Ella es… o era mi mejor amiga”

Al otro día regresé al trabajo; podría haber seguido faltando ya que los hechos del fin de semana lo ameritaban suficientemente, pero la realidad era que quería volver.  No iba, obviamente, a ser nada fácil entrar nuevamente allí y mirar a las caras al resto, pero en algún momento tenía que hacerlo y, después de todo, ya empezaba a tener una cierta experiencia pues en su momento tampoco me había sido fácil la vuelta al trabajo tras la fiesta de despedida.  Consideraba, además, que en la medida en que me enfrascara en mis tareas, estaría más entretenida y no pensaría tanto en lo sucedido y sus implicancias.  Tuve que ir, obviamente, con ropa prestada por Tatiana, lo cual, como solía ocurrir, me reconfortó al sentir el contacto contra mi piel: era casi como sentir el roce de ella.  Me dio la falda más corta que tenía aunque, a decir verdad, no lo era tanto como la que yo llevaba habitualmente al trabajo.  A propósito de ello, en algún momento, y por mucho que me pesara, no iba yo a tener más remedio que pasar por casa de Daniel ya que todas mis cosas estaban allí y, hasta ahora, no había logrado hacer acopio de valor para ir a buscarlas; claro, la cuestión en tal sentido era que, de hacerlo, ello implicaría toparme con Daniel, quien, inevitablemente, reflotaría su propuesta de volver allí y reanudar nuestro flamante matrimonio como si nada hubiese ocurrido.

En general, las chicas se mostraron afectuosas o, al menos solidarias; me saludaron amablemente y, si bien evitaron hacer preguntas acerca de los hechos de la noche del sábado, exhibieron actitud de acompañarme y de alegrarse por mi regreso.  Evelyn, de hecho, me llamó todo el tiempo “Sole” y evitó el odioso apelativo de “nadita”.  También Hugo me requirió, en un momento, en su oficina y no fue para pedirme que le lamiera el culo ni nada por el estilo sino simplemente para mostrarme su preocupación y consternación por el episodio del rapto e incluso insistió varias veces en querer saber si quien había irrumpido en casa de Daniel era o no Milo, a lo cual siempre respondí que no; además de eso, se disculpó por su conducta durante la fiesta aunque, por otra parte, se le notó un destello de alegre picardía al recordar el episodio del baño, lo cual no pudo evitar hacerme mirar al piso con vergüenza.

Terminada la jornada me dirigí hacia la oficina de Luis, más que nada para saber a qué hora se iría, si lo esperaba o si me iba sola ya que esa noche, y quizás por última vez, aún dormiría en su casa.  Como siempre, golpeé y esperé a que se autorizara mi ingreso, lo cual ocurrió al instante; una vez dentro, me hallé ante el más insólito espectáculo que podría haber esperado encontrar.  Luis estaba reclinado en su silla y, como era habitual, al otro lado del escritorio; noté que, con una mano, se estaba masajeando la verga, lo cual, por cierto, para esa altura y por acostumbramiento, ya no podía sorprenderme.  Tampoco debería haberme sorprendido el hecho de encontrar a Tatiana apretujándose, toqueteándose y besándose con otra chica, lo cual, en definitiva, fue la escena ante la que me hallé.  Se las veía abstraídas en lo suyo y ni siquiera parecieron notar mi presencia pues siguieron como si nada.   Mi primera reacción fue desviar la vista, cubrirme el rostro y, tras pedir disculpas, anuncié que me retiraba.

“¡No, Soledad, aguarde! – me detuvo Luis -.  Me alegra que haya venido pues quería presentarle a la nueva chica que he tomado en lugar de Floriana…”

La noticia, por supuesto, no pudo menos que provocarme un fuerte impacto si bien no tenía por qué; yo había declinado la oferta que él me había hecho y, como tal, no tenía por qué sorprenderme el encontrar una chica nueva allí; pero, aun así, era inevitable sentir algo de celo por dentro al saber que esa jovencita, fuera quien fuese, estaba de algún modo recogiendo un beneficio que, originalmente, iba a ser para mí.  Me volví despaciosamente para mirar a la pareja de mujeres, quienes, recién entonces y siempre abrazadas, giraron sus cabezas hacia mí.  Tatiana estaba tan radiante como siempre: pura belleza y sonrisa seductora.  La otra era una joven de cintura generosa y de formas muy armoniosas sin llegar a ser, en ningún momento, exuberantes: el pervertido de Luis, como no podía ser de otro modo, había elegido bien.   Un nuevo impulso de celos me recorrió por dentro al verla en brazos de Tatiana y esta vez el celo no tenía que ver con lo laboral sino con el irrefrenable deseo lésbico que la deslumbrante novia de Luis me provocaba; traté, no obstante, de disimular y de mostrarme lo menos conmocionada que fuera posible: hasta ensayé una sonrisa que la chica me correspondió.

Pero lo peculiar del asunto era que ese rostro estaba lejos de resultarme desconocido; por el contrario, lo veía tremendamente familiar: ojos pequeños, cutis delicado con alguna que otra peca, cejas algo juntas, boca casi dibujada con pincel.

“Hola, Sole…” – me saludó, con cortesía.

No pude evitar dar un respingo porque al reconocer la voz y fue recién en ese momento cuando caí en la cuenta de por qué ese rostro me resultaba tan familiar.  Esa joven me acababa de llamar “Sole” no por oír un instante antes a Luis pronunciar mi nombre sino porque… me conocía… y  yo la conocía a ella, sólo que, al primer impacto, me costó reconocerla en un ámbito enteramente diferente a  aquél en que siempre la veía: no era otra que la empleada de la tienda de ropa de la cual yo fuera asidua clienta antes de renunciar a mi anterior trabajo y a la cual el mismo Luis me llevara en un par de oportunidades por diversos accidentes relacionados con mi indumentaria.  No podía creerlo: no cabía en mí del asombro; me quedé helada y muda, teñido mi rostro con una estúpida expresión.  ¿Qué hacía ella allí?  Mi frente se estrujó en una única arruga de incomprensión y estuve a punto de preguntar algo, pero no llegué a hacerlo; el propio Luis se me adelantó:

“La convencí de renunciar a su trabajo en la tienda – dijo, en tono explicativo y sin dejar en ningún momento de masajearse la verga por encima del pantalón -.  Dígame, Soledad: ¿cómo la ve?   ¿Es una buena opción para reemplazar a Floriana?”

Los celos me carcomían por dentro a la misma velocidad que la confusión.  ¿Así de rápido se había resuelto todo?  ¿Ya estaba ella trabajando allí?  Y lo que más me irritaba era que yo conocía muy bien sus artes lésbicas ya que, empujada por Luis, las había demostrado en su presencia y nada menos que conmigo.  Si se pensaba el asunto fríamente, no podía sorprender a nadie el hecho de que, al momento de tener que escoger una nueva empleada, Luis hubiera pensado en ella cuando, justamente, tanto disfrutaba con el fetiche voyeur de ver a dos chicas hacerse “cosas” entre sí.  Pero yo bien sabía que la llegada de esa joven me podía significar a mí el verme relegada en alguna forma, sobre todo en lo concerniente a Tatiana: no era producto de la casualidad el que hubiera hervido por dentro al verlas abrazadas.  Si Luis se satisfacía viéndolas a ellas, entonces quizás ya no necesitaría de mis “servicios”.  Y, en el supuesto caso de que lo siguiese haciendo, debería seguramente resignarme a que todo sería más compartido de allí en más.  Qué extraños pueden llegar a ser los sentimientos de posesión.  ¿En qué momento y por qué llegué a pensar que Tatiana era, de algún modo, “mía”, o que yo era de ella?  Había asumido, tácitamente y sin que hubiera nada acordado al respecto, que la única persona con quien la compartiría era con Luis, quien, de todas formas era un novio muy particular. 

“S… sí – tartamudeé -.  Es… una buena idea, señor Luis.  ¡Qué alegría verte por aquí! – dije, luego, con falsa felicidad, mirando hacia la, ya ahora, ex empleada de la tienda -.  ¿Y… ya está?  ¿Así de sencillo?  ¿Ya estás trabajando aquí?”

“Comienza la semana que viene – se apresuró a responder Luis, quien parecía arrogarse el derecho a hablar por ella y, prácticamente, no le daba espacio a hacerlo por cuenta propia -; pero, bueno… je, le estamos haciendo una pruebita, jaja”

Me mordí el labio inferior con rabia y busqué, de inmediato, reprimir ese gesto para que no fuese advertido.  Otra vez volví a ensayar mi falsa sonrisa, esta vez más amplia que la anterior.

“Me alegro mucho – dije, con impostada alegría -: de verdad, me alegro mucho por los tres.  En fin, los dejo: me tengo que ir”

Luis intentó detenerme nuevamente pero yo ya me había girado sobre mis tacos y estaba saliendo de la oficina.  Qué paradójico todo: era increíble que, en medio de las situaciones de promiscuidad que me había tocado vivir dentro de aquella fábrica sintiera, sin embargo, sentimientos de posesión; ya me había ocurrido con Daniel tras enterarme de lo suyo con Floriana y antes me había pasado con Luciano cuando dejara de ocuparse de mí para caer en garras de Evelyn…  Ahora, una vez más, me volvía a ocurrir con Tatiana. 

Pero si con eso no era ya suficiente la sorpresa, aún me restaba encontrarme con Daniel esperándome en el auto a la salida.  No era algo tan imprevisible si se consideraba lo obsesionado que se había mostrado conmigo en los últimos días; no obstante, y aun así, la posibilidad no se me había cruzado por la cabeza.  Ya para esa altura yo consideraba a nuestro matrimonio roto apenas iniciado, o bien podía decirse que nunca había comenzado salvo, claro, en los papeles y en el indemostrable “compromiso ante Dios”: para mí, quedaba esperar que se cumpliera el plazo legal para deshacer el vínculo y  así dar paso al divorcio; ésa, al menos, era la idea que yo tenía en mente y que daba por sobreentendida pero, al parecer, ello no entraba en la cabeza de Daniel.  Le mantuve durante algunos segundos una mirada severa y recriminatoria; él intentó sonreír, aunque de modo tímido: sabía que, en cierta forma, estaba cometiendo una “infracción” con su presencia allí. 

Sin decir palabra, desvié la vista y eché a andar hacia la parada del colectivo, distante de allí unas cinco cuadras.  Él, obviamente, no había ido allí sólo para verme salir del trabajo así que, como no podía ser de otra manera, intentó detenerme: primero me chistó pero lo ignoré; luego, mirando por el rabillo del ojo, lo vi sacar medio cuerpo por la ventanilla y gritar mi nombre varias veces.  La situación, desde ya, era embarazosa y bochornosa; nerviosamente miré de soslayo en derredor para determinar si había vecinos mirando la escena y, en efecto, los había.  Opté por seguir caminando. 

Una vez que Daniel tomó conciencia de que yo ya no volvería atrás, puso en marcha el motor y, maniobrando sobre la entrada del estacionamiento de la fábrica (ubicado frente a la misma) se alineó conmigo y marchó a paso de hombre junto al cordón de la acera.

“Sole… – no paraba de repetir -; vamos a casa”

“Basta… – dije, entre dientes; trataba de hablar lo suficientemente alto como para que me oyese pero a la vez lo suficientemente bajo como para que no escucharan los vecinos curiosos -; basta con esto, Daniel.  Ya está: ahora te pido, por favor, que me evites este papelón”

“Están todas tus cosas en casa” – repuso; debí sospechar que usaría eso como mecanismo de extorsión.

“Ya iré a buscarlas.  O enviaré a alguien” – respondí secamente.

“¿Enviar a alguien?  ¿Y a quién vas a enviar?” – se lo notaba desencajado, fuera de sí; hacía esfuerzos sobrehumanos por sonar simpático pero no había forma de que ocultara un deje de locura que parecía haberse apoderado de él en los últimos días.  Me daba pena pero lo que me estaba haciendo era terriblemente incómodo.  Ya bastante tenía yo con la súbita fama conseguida tras los episodios durante y después del casamiento, como para seguirme agregando dolores de cabeza que siguieran haciendo pública mi vida.

“No sé – respondí, tratando de mostrar el mayor desinterés posible -.  A Luis tal vez.  A Hugo.  A Luciano.  No sé”

Yo sabía que estaba siendo hiriente y, en realidad, ése era el objetivo: irritarlo al punto de que, ya perdidas sus esperanzas, acelerara de una vez y se marchara de allí a toda velocidad; pero no: se mantenía firme a la par y, aunque yo no lo miraba, no era difícil imaginar que debía estar haciendo grandes esfuerzos para no acusar recibo de mis lacerantes dichos.

“Sole, por favor te lo pido – seguía repitiendo mientras fingía no oír -: podemos reintentarlo; todo esto que pasó fue una locura… para los dos.  Y yo sé que las cosas que hiciste las hiciste porque… no estabas bien”

“¡Basta! – insistí, tajante -.  No voy a seguir hablando de esto.  ¿Está claro?”

Lejos de rendirse, siguió con su repetitiva diatriba hasta llegar a la parada del colectivo; rogué que el mismo llegara pronto, pero la espera se me hizo eterna.  Él seguía y seguía hablándome desde el auto y no se iba: la situación me fastidiaba sobremanera, más aún cuando yo venía del golpe sufrido por lo de Luis, Tatiana y la chica nueva.  ¿Era que no se iba a ir nunca?  Ya no sabía qué hacer para terminar de ahuyentarlo; nada de lo que había dicho parecía convencerle de alejarse de mí definitivamente.  Quizás habría que pasar a la acción…

Clavé la vista en un muchachito que, auriculares en los oídos, esperaba el colectivo en la parada: bastante más joven que yo, tendría unos diecinueve o veinte años; no estaba mal pero tampoco era muy buen mozo a decir verdad… No importaba: lo único que me interesaba era provocar en Daniel el mayor rechazo posible: por lo tanto, dando la espalda a mi esposo, me encaré con el joven, quien se mostró claramente perturbado por lo penetrante de mi mirada; además y como no podía ser de otra forma y más allá de los auriculares, estaría perfectamente al tanto de la situación ya que Daniel llevaba varios minutos prácticamente gritando a viva voz.  Sin más trámite, le apoyé al muchacho una mano sobre el bulto y se lo masajeé; sorprendido, intentó dar un paso atrás y miró con terror hacia el auto desde el cual Daniel, seguramente con ojos atónitos, observaba la escena.  Yo no lo dejé recular ya que prácticamente lo capturé por el pito y lo atraje hacia mí para estamparle un intenso beso en la boca e, incluso, le mordí el labio hasta casi hacerlo sangrar. 

Había otra gente en la parada y pude oír el coro de azorados murmullos que de entre ellos se levantaba, pero no llegaba a mis oídos insulto alguno por parte de Daniel ni, como hubiera esperado, el sonido del auto acelerando.  De pronto escuché claramente que la puerta del vehículo se abría y, aun sin verlo, pude imaginar a Daniel descender del mismo y venir hacia mí hecho una furia.  Ya para esa altura y no habiéndose él marchado, se caía de maduro lo que ocurriría a continuación y, en efecto, ocurrió: Daniel tomó con fuerza al joven por los hombros hasta prácticamente arrancarlo de mi boca; el chico profirió un grito de dolor puesto que yo lo tenía tomado por el pene y debió, por lo tanto, sentir un fuerte tirón.  Daniel estrelló su cerrado puño contra esos labios que yo acababa de besar y, de hecho, hizo trastabillar al joven, quien, no obstante y con gran esfuerzo, logró a duras penas mantenerse en pie para luego contraatacar con un potente puñetazo en plena mandíbula de Daniel, quien sí cayó de espaldas contra la acera.  Alrededor, la gente de la parada se abrió como formando un abanico y, lejos de intervenir o de separar, miraban la escena con estupor; había incluso un par de hombres entre ellos pero mantuvieron idéntica actitud pasiva que las mujeres, tal vez superados por la sorpresa del momento. 

Miré a Daniel, sentado en el piso: sus ojos estaban inyectados en rabia y era una fiera salvaje a punto de saltar de un momento a otro; definitivamente, yo no había conseguido el efecto que buscaba: no se la había tomado conmigo sino con el pobre muchacho, quien, sin comerla ni beberla, se hallaba súbitamente envuelto en una escena de celos conyugal.  El joven, sin embargo, parecía haber superado su sorpresa inicial y, ahora, aguardaba con los puños cerrados a que Daniel se incorporase; éste ya había comenzado a hacerlo cuando, de pronto, una estruendosa bocina sonó en el lugar: el colectivo había llegado y, desde arriba del mismo, el chofer instaba a Daniel a mover su auto de la parada que ocupaba; el resto de los pasajeros, por supuesto, aplastaban sus narices contra las ventanillas atentos a la inesperada escena de pugilato callejero con la que se habían topado.  Daniel miró al colectivero; luego, con odio, al joven y, finalmente, a mí: sin decir palabra, se dirigió hacia el auto para sacarlo de la parada.  Mientras yo subía al colectivo, llegué a escuchar que me gritaba algo, pero yo ya no lograba entenderle… o bien no quería.  En cuanto al jovencito, y como era de esperar, no pude quitármelo de encima en todo el trayecto pues, claro, creyó ilusamente que mi avance hacia él había sido auténtico o, dicho de otra forma, que se le había dado y que esa noche iba a cogerme.  Con seca amabilidad y palabras parcamente esquivas, respondí a sus preguntas hasta  que, finalmente y para su decepción, bajé en la parada a dos cuadras de la casa de Luis sin siquiera haberle dado un número de teléfono…

                                                                                                                                                                              CONTINUARÁ

Relato erótico: “Mi tímida e inocente amiga me entregó su culo” (POR GOLFO)

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La amiga tímida.

Conocía o creía conocer a Paula desde hace quince años. Compañeros de pandilla desde la adolescencia, habíamos mantenido el contacto durante todo ese tiempo y por el aquel entonces la consideraba una de mis mejores amigas, a pesar de su timidez innata. Para que os hagáis una idea, era tan apocada en tema de hombres que, en ese lapso, no la había conocido un novio o pareja. La mitad de los amigos decían que era lesbiana mientras la otra mitad, entre los que me incluyo, la considerábamos asexuada.
Físicamente era guapetona pero su carácter la hacía invisible a los ojos de todo el mundo. Yo mismo tengo que reconocer que jamás me había fijado en ella como mujer. Como mucho alguna noche con copas había dudado entre tomarme otra o intentar ligármela, pero siempre había ganado el alcohol. Su manía de llevar ropa holgada y el hecho que soliera peinarse con coleta, provocó que en nunca hubiese valorado lo que se escondía tras esa fachada.
Todo cambio cuando a raíz que mi novia me dejara, le comenté a Paula que no sabía qué hacer con los billetes que había comprado para irme de viaje a Mallorca con ella:
-Si los vas a perder, ¡usémoslos!- me comentó.
-¿Tú y yo?- pregunté extrañado por la sugerencia.
-Claro. A mí me quedan unos días de vacaciones y es una pena que se desaprovechen.
Su idea me pareció alocada porque tendríamos que compartir no solo habitación sino también la cama. Al explicárselo, soltando una carcajada, contestó:
-¿Tienes miedo que te viole?
Su burrada diluyó mis reparos y cerrando el acuerdo con una copa, quedé con ella en ir juntos.
El aeropuerto.
Habíamos quedado la mañana que salía nuestro vuelo directamente en Barajas, el aeropuerto de Madrid. Como yo era quien llevaba los billetes decidí llegar antes de la hora, de manera que cuando Paula llegó apenas faltaban dos personas para poder facturar. Cuando me saludó, os confieso que tuve que mirarla dos veces para darme cuenta que era ella, puesto que parecía otra. Sus ropas holgadas y asexuadas habían desaparecido y ese día, Paula lucía un vestido totalmente pegado cuyo escote magnificaba el tamaño de sus pechos.
Debí de quedarme babeando al mirarla y ella en vez de echármelo en cara, se rio de mí diciendo:
-¿Qué te pasa? ¿Me encuentras algo raro?
Por supuesto que le encontraba algo raro. Después de años siendo amigos, me acababa de dar cuenta que tenía tetas y ¡menudo par!
«¡Cómo es posible que nunca me hubiese fijado!», pensé mientras no dejaba de recorrer esas dos maravillas con mi mirada. Absorto en el cañón del Colorado que se formaba entre sus pechos, no me percaté del ridículo que estaba haciendo hasta que ella en plan de guasa, me soltó:
-Me las vas a desgastar de tanto mirarlas.
-Perdona- respondí abochornado. Tras lo cual y mientras entregaba los billetes a la empleada, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para retirar mis ojos de sus tetas.
Seguía sin creérmelo: ¡Paula, mi conocida de tantos años, era una mujer de bandera!
«Joder, ¡está buenísima!», exclamé mentalmente cuando habiendo facturado, ella se adelantó por el pasillo dejándome disfrutar del fantástico culo que también había conseguido ocultar durante ese tiempo.
Mi alucine se incrementó al ver el movimiento acompasado que estaba imprimiendo a sus nalgas.
«¡Quien las pillara!», sentencié excitado.
Aunque siempre había sabido que era guapa, al verla por primera vez arreglada me di cuenta de lo que me había perdido. Mi sorpresa lejos de amortiguarse al llegar a la sala de espera, se multiplicó cuando en plan sensual y luciendo su escote, me pidió que le trajera una coca-cola.
«¡Me la han cambiado!», mascullé al percatarme que había usado un arma típicamente femenina: «¡está coqueteando conmigo!».
Sin haber asimilado mi asombro, compré la bebida y al volver a donde ella estaba, descubrí que un tipo estaba hablando con ella. Reconozco que no me hizo ni puñetera gracia y acercándome a ellos, le di la botella.
-Gracias, cariño- susurró en mi oído.
De por sí que me llamara así era extraño, aún más que al hacerlo me agarrara de la cintura y pegara su cuerpo al mío. El sujeto debió suponer que era su pareja ya que inmediatamente se despidió dejándonos solos. Curiosamente, Paula no quitó su mano de mi talle sino que siguió con ella acariciando mi espalda mientras se bebía la coca-cola.
-¿Qué haces?- pregunté tan intrigado como excitado por la actitud de mi conocida.
-Quería hacerle ver a ese don juan de poca monta que tengo novio.
Su respuesta en vez de explicar su conducta, incrementó mis dudas porque aunque ya había pasado “el peligro”, Paula seguía aplastando sus pechugas contra mi pecho. Desgraciadamente para mí, mi pene a veces tiene vida propia y me traiciona en los peores momentos. Ese fue uno de ellos porque al bajar la mirada, creí descubrir el inicio de uno de sus pezones y el muy capullo, sin importarle mi opinión, reaccionó con una erección de caballo.
Sé que notó el bulto bajo mi pantalón porque, aunque parezca una fantasmada y no sea creíble, en vez de reírse de mí, montar un escándalo o separarse, Paula me miró y restregando su cuerpo contra ese fardo, comentó en plan putona:
-No sabía que calzabas tan grande.
Indignado, contesté:
-Ni yo que tenías un polvazo.
Mi burrada no la molestó en absoluto y aprovechando que teníamos que pasar al avión, me dijo con una sonrisa en su boca:
-¿Solo uno?

El avión.
Camino a mi asiento, mi cabeza daba mil vueltas a la transformación de Paula. No podía comprender como la tímida amiga de tantos años se estaba comportando así:
«¡Cualquiera diría que quiere seducirme!», medité mientras me sentaba a su lado.
No acababa de aposentar mi trasero cuando escuché a esa morena decirme que quería pedirme un favor.
-¿Cuál? – pregunté.
-Como sabes nunca he tenido pareja. ¿Te importaría fingir ser mi novio durante este viaje?- contestó mientras me miraba fijamente con sus verdes ojos.
-¿Vas en serio?- dije anonadado por su capricho.
-Totalmente- respondió y reafirmando su deseo con hechos, acercó su boca a la mía y me besó.
A pesar de no haberlo previsto, al sentir sus labios, respondí con pasión y abrazándola, profundicé su beso metiendo mi lengua dentro de su boca, jugando con la suya. Dando un espectáculo gratis a los presentes, nos besamos con lujuria durante cerca de un minuto hasta que la azafata nos informó que debíamos abrocharnos nuestros cinturones.
Cortado, me separé de ella y obedecí a la empleada de la aerolínea. Nada más terminar de hacerlo, Paula cogió mi mano y poniéndola en su pierna, apoyó su cara en mi hombro, diciendo tiernamente:
-Gracias.
Ni que decir tiene que para entonces todas mis neuronas estaban confusas:
“¡Paula me había puesto cachondo!”.
Si alguien me hubiese dicho el día anterior que eso me iba a ocurrir, sin duda lo hubiese negado y hasta hubiera apostado en contra.
«¿Qué busca en mí?», pensé mientras involuntariamente comenzaba a acariciar su muslo con mis dedos.
La suavidad de su piel y su falta de reacción permitieron que ese roce fuera subiendo poco a poco por su pierna hasta que me topé con el encaje de su vestido. Fue entonces cuando caí en la cuenta de lo que estaba haciendo y bastante alucinado, retiré mi mano.
-Sigue, por favor. Me está gustando- escuché que ronroneaba mi compañera de viaje en voz baja.
Al girarme, observé que la expresión de su rostro traslucía un deseo evidente. No sé si hubiese tenido el valor de continuar sino llega ella a coger nuevamente mi mano y ponérsela otra vez sobre su muslo.
-Hasta que volvamos a Madrid, soy toda tuya- insistió con tono meloso.
En silencio, reanudé mis caricias pero esta vez conscientemente. Por ello cuando esa morena separó sus rodillas, comprendí que me daba permiso para profundizar la temperatura de ese toqueteo y sin pensármelo dos veces, inicié un lento recorrido por el interior de sus piernas.
-No pares- susurró al sentir que mis yemas se dirigían hacia su sexo.
La entrega de la que estaba haciendo gala, azuzó mi calentura y ya sin pudor alguno, aceleré el paso llegando hasta el inicio de sus bragas.
-Umm- gimió calladamente y afianzando su determinación de que la tocara, se subió disimuladamente la falda permitiéndome admirar el coqueto tanga que llevaba.
-¿Estás cachonda?- sentencié mordiéndole la oreja mientras una de mis yemas frotaba levemente sus pliegues por encima de la tela.
-Sí- sollozó al tiempo que tapaba lo que ocurría entre sus piernas con una manta de viaje.
Sin llegármelo a creer, localicé su clítoris y lo empecé a estimular con delicadeza. Mis maniobras sobre ese botón ya erecto tuvieron un rápido efecto y fui testigo de cómo su vulva se iba humedeciendo mientras mi amiga no dejaba de suspirar sin parar.
«¡Está bruta!», sentencié al percatarme que bajo su vestido sus pezones se le había puesto duros.
Ya envalentonado, deslicé mi yema bajo sus bragas y me encontré, frente a frente y sin frontera alguna, con que Paula ya tenía el coño totalmente encharcado.
-¡Dios!- aulló mordiendo sus labios al sentir mi dedo haciéndose dueño de su entrepierna.
Para entonces, la calentura de la muchacha era tal que instintivamente abría y cerraba sus muslos siguiendo el ritmo de mis caricias.
-Me vuelves loca- sollozó descompuesta sabiendo que pronto iba a ser presa del orgasmo y con la respiración entrecortada, cerró los ojos en un intento de alargar lo inevitable.
Para entonces la humedad que manaba de su interior y su excitación eran incuestionables. Al reparar en ambas, decidí dar un paso más y usando dos dedos, pellizqué sutilmente el pequeño y duro montículo formado entre esos mojados labios.
-Joder, ¡vas a hacer que me corra!- murmuró fuera de sí y reacomodándose en el asiento, separó aún más sus piernas.
Ese movimiento era una clara invitación a apoderarme definitivamente de su chocho y obedeciendo a sus deseos, metí una de mis yemas en su interior mientras seguía torturando con el resto de los dedos su ya hinchado clítoris.
-Estoy a punto- Paula reconoció al experimentar el continuo vaivén con el que la estaba regalando.
Su confesión me incitó a descaradamente usar mis dedos para follármela y metiendo y sacando dos de ellos de su estrecho conducto, llevé a la morena al borde del placer.
-¡Llevaba años soñando con esto!- clamó mientras su cuerpo explotaba.
El gozo que recorría su mente tuvo su demostración más patente en el enorme caudal de flujo que de improviso empezó a manar de entre sus pliegues y convulsionando de dicha, se dejó llevar por el placer mientras presionaba con ambas manos sobre la mía en un intento de acrecentar y su orgasmo.
Aunque nadie en el avión se percató de lo que ocurría en nuestros asientos, fue tan brutal el clímax que asoló su cuerpo que en mi mente temí que nos montaran un escándalo. Afortunadamente, no hubo quejas. Con ella totalmente espatarrada y retorciéndose presa del placer, me di el lujo de meter mi otra mano por su escote.
Paula al notar su pezón entre mis yemas mientras su coño seguía siendo torturado, no pudo aguantar más y casi llorando, me rogó que parara.
-Tú empezaste- comenté en plan cabrón al mismo tiempo que aceleraba el modo en que la estaba masturbando.
Os reconozco que mi idea era llevarla hasta la locura y aprovechar su excitación para forzarla a ir al baño y allí poseerla pero cuando estaba más obcecado en esa idea, escuché que me decía:
-Es la primera vez que alguien me toca. Ten piedad de mí y déjame descansar.
Sus palabras me hicieron comprender que no mentía y que con toda seguridad:
¡Paula seguía siendo virgen!
Asustado, hice caso a su petición y dejando en paz a esa muchacha, me sumí en un mutismo culpable.
«No puede ser: ¡Tiene casi treinta años!», exclamé en mi interior sintiéndome una piltrafa por haber abusado de ella.
Mi amiga malinterpretó mi silencio y creyendo que rechazaba lo sucedido, se echó a llorar tapando su rostro con ambas manos. El dolor de sus llantos, me enterneció pero también incrementó mi culpa. Tratando de consolarla, mesé sus cabellos mientras la preguntaba porque lloraba.
-Soy un desastre- lloriqueó – creía que comportándome como una putona, te fijarías en mí.
Sin saber que decir, decidí actuar y levantando su barbilla, la besé en la boca recorriendo con mi lengua sus labios. Los gimoteos de Paula cesaron al notar esa caricia y aprovechando la pausa, le dije tiernamente:
-Nunca he pensado que eso y si nunca me había fijado, fue porque creía que no te gustaba.
-¡Llevo enamorada años de ti!- sollozó dando inicio a una nueva serie de llantos.
Mientras a mi lado Paula se desahogaba en lágrimas, no pude dejar de pensar en el significado de sus palabras. De ser cierto, esa monada, mi mejor amiga había llevado en silencio el sufrimiento de sentirse rechazada por mí y cuando le comenté lo de los billetes, vio la oportunidad de sacarlo a la luz.
«Pobrecilla», medité, «lo que debe de haber pensado cada vez que le presentaba una nueva conquista».
Asumiendo que sin saberlo la había hecho padecer un dolor no deseado, comprendí que al menos debía darle una oportunidad y acariciando una de sus mejillas, le pregunté:
-¿Quieres salir conmigo? ¿Quieres ser mi novia?
-Ya sabes que sí, te lo pedí yo antes.
Haciendo a un lado mis dudas, insistí diciendo:
-Tú me pediste durante este viaje, yo quiero que sea sin límite de tiempo.
-¿Estás seguro?- murmuró entre dientes.
-Por supuesto, princesa. Ahora que te he descubierto, ¡no pienso dejarte escapar!
Tras la sorpresa inicial, su rostro se iluminó y con una sonrisa de oreja a oreja, contestó:
-Siempre he sabido que terminaría siendo tuya- tras lo cual me abrazó y tiernamente depositó un casto beso en mis labios.
Os confieso que su alegría me aterrorizó y mientras la besaba, no pude dejar de preguntarme si sabía dónde me había metido…
El taxi.
Durante el resto del viaje, Paula se comportó como una mujer enamorada y cuando el avión aterrizó, parecía encantada al ir abriendo camino abrazada a mí.
«¡Qué pegajosa!», protesté en mi interior al experimentar el notorio acoso de sus mimos. No en vano parecía una lapa, con su mano alrededor de mi cintura, la presión que ejercía me hacía imposible casi caminar.
Suponiendo que era momentáneamente, no dije nada cuando al entrar en el taxi esa morena se sentó sobre mis rodillas mientras le decía al conductor donde queríamos ir.
-Se nota que son recién casados- dijo el taxista -¿han venido de luna de miel?
Muerto de vergüenza, me callé y fue entonces cuando realmente se me erizaron todos los vellos de mi cuerpo al escuchar a mi recién estrenada novia decir:
-Sí. ¿Tanto se nos nota?
-Un poco- muerto de risa contestó.
Cuando ya creía que nada podía aumentar mi turbación, Paula le soltó:
-Aunque no sé porque hemos cogido un avión, al fin de cuentas, no pensamos salir de la habitación.
El propietario del vehículo creyendo que era en plan de guasa, se permitió la familiaridad de avisar que con tanta insistencia podría quedarse embarazada. La morena al oírlo, soltó una carcajada para acto seguido preguntarme:
-¿No te gustaría que te hiciera papá?
Os juro que estuve a punto de tirarla de mis piernas al escuchar esa sugerencia pero no queriendo dar la nota, contesté:
-Sería bueno, esperar un poco.
Mis palabras cayeron como un obús en ella y dos lágrimas hicieron su aparición en sus ojos mientras se quejaba:
-Creía que me querías.
Temiendo por primera vez, haber metido la pata al ceder a sus deseos, quise tranquilizarla diciendo:
-Y te quiero. Lo único que te digo es que somos jóvenes y primero debemos disfrutar de nosotros.
-¿Me lo juras?- insistió ya menos alterada.
-Te lo juro- respondí.
Al oírme, su tristeza se transmutó en felicidad y ante mi asombro, noté que dejaba caer su mano sobre mi pantalón. Sin importarle la presencia del taxista, esa morena que suponía asexuada hasta hace dos horas, se dedicó a acariciar sin disimulo mi miembro. Sus magreos provocaron una brutal erección entre mis piernas. Totalmente cortado, retiré su mano mientras le decía al oído:
-Espera a que lleguemos a la habitación.
Pero entonces, poniendo cara de zorrón desorejado, me contestó:
-Quiero masturbarte, aquí en el taxi- y antes que pudiera hacer nada, bajó mi bragueta sacando al exterior mi endurecido tallo.
Al estar sobre mis rodillas, su postura impedía al conductor ver sus maniobras pero eso no fue óbice para que yo estuviera avergonzado. En cambio, Paula parecía estar en su salsa y al extraer mi pene se dio el lujo de echarle un buen vistazo antes de susurrar:
-Es tan bonito como me había imaginado.
Que se refiriera con ese término, “bonito”, a mi miembro me tenía confundido y mientras trataba de reacomodar mis ideas, mi “novia” comenzó a pajearme lentamente.
-¿Te gusta que tu mujercita sea tan putita?- comentó al mismo tiempo que con sus dientes mordía sensualmente el lóbulo de mi oreja.
Esa triple estimulación, la paja, el mordisco y el morbo de tener público hicieron que mis reparos se fueran diluyendo al ritmo con el que jalaba arriba y abajo mi sexo.
-Cómo no pares, te voy a manchar el vestido- reconocí previendo lo inevitable.
Lo que nunca me imaginé fue que esa mujer me contestara:
-Tienes razón, sería un desperdicio. Te dejo tranquilo si me prometes dejar que te la chupe cuando estemos los dos solos.
La promesa que escuché de sus labios estuvo a punto de provocar que me corriera antes de tiempo pero, por suerte, Paula se dio prisa en meter mi miembro nuevamente bajo el pantalón. De no ser así, hubiera explotado allí mismo.
-Recuerda, ¡me lo has prometido!- susurró satisfecha y dejando de manifiesto que de asexuada nada de nada, me dio un lengüetazo en la oreja.

El hotel.
Ya en la recepción del hotel, no podía dejar de repasar la incongruencia que suponía que una mujer que en teoría era virgen, fuera tan lanzada.
«No comprendo», porfié, «si nunca la han tocado y menos follado, ¿por qué se comporta así?».
De ser cierto, no me cuadraba esa pose de zorra. Una mujer que mantuviese su himen intacto no se comportaría así. Es mas solo las mas calenturientas se atreverían a lo que Paula daba por sentado. Lo contrario tampoco encajaba. Si esa mujer tenía la vasta experiencia que parecía tener, había dos hechos que eran al menos raros. El primero cuando y con quien: en los quince años de amistad, jamás le había conocido una pareja. Y el segundo, porque me había pedido que parara aduciendo que era su primera vez.
De estar mintiendo, la única explicación que me venía era que quería usar su supuesta virginidad para conquistarme. De ser verdad, solo una hiper sexualidad reprimida lo explicaba.
Mientras nos registrábamos, pude sentir su mirada fija en mí. Os confieso que su expresión de deseo puro, me estaba poniendo nervioso y de haber sido conocedor de lo hambrienta que estaba, nunca hubiese subido confiado hasta la habitación.
Nunca me esperé que esa modosa mujer, me metiera casi a empujones al cuarto y que nada más cerrar la puerta, se arrodillara a mis pies.
-¡Te deseo!- gritó y actuando como una posesa, me abrió la bragueta.
-Tranquila- susurré al ver su urgencia pero Paula, sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta.
La velocidad en que se estaban desarrollando los acontecimientos no me dieron ni tiempo de prepararme. Menos mal que junto a nosotros había una silla ya que para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en ella mientras la morena comenzaba la que según ella era la primera felación de su vida. Si creéis que se mostró indecisa, os equivocáis de plano porque una vez se había metido mi verga en su boca, puso todo su empeño en hacerlo con pasión yo la miraba alucinado.
A pesar de algunos titubeos iniciales, no me quedó duda de que si no estaba acostumbrada a hacerlo, era una mamona innata. La maestría y el ritmo que imprimió hacían de esa mamada la mejor que me habían dado.
«¡Es una maquina!», sentencié al disfrutar del modo en que metía y sacaba mi fuste de su garganta. Buscando que derramara mi semen como si de ello dependiera su vida, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-¡Cómo necesitaba sentir esto!- chilló de placer al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Tanta lujuria provocó que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Al inhalar su aroma se elevó la temperatura de mis sentidos hasta unos extremos tales que sin poderme retener me vacié en su boca. Paula, al notar mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Impresionado por la forma que se había corrido, supuse que después se habría tranquilizado pero me equivoqué porque tras unos segundos, la vi levantarse y poniéndose frente a mí, empezó a recoger con sus dedos mi simiente. Con ellos bien impregnados, se los llevó a la boca y sacando la lengua, los devoró mientras me decía:
-No me mires así. Llevo soñando con hacerte una mamada desde que te conozco.
Tras lo cual, se dedicó a limpiar a base de lengüetazos los restos de lefa hasta que ya saciada, se acercó y sentándose sobre mis rodillas, me pidió perdón por lo sucedido.

-No te entiendo- respondí al no tener ni idea de porque la tenía que perdonar.
Inexplicablemente, mi amiga se echó a llorar y hundiendo su cara en mi pecho, me rogó que no la considerara una puta por lo que había hecho.
-No pienso así de ti pero te reconozco que me tienes confundido- le dije al tiempo que acariciaba su melena con mis manos
Paula, sin dejar de sollozar, era incapaz de tranquilizarse. Durante unos minutos permanecimos allí sentados, hasta que viéndola más le pedí que me explicara cuál era su problema. Aun así le costó otro rato para calmarse, tras lo cual con el rímel corrido y con la voz entrecogida, me narró como desde que era niña sabía que tenía una sexualidad desaforada y que huyendo de lo que significaba, había rechazado a todos los hombres que le habían propuesto salir.
-¿Me estás diciendo que no has estado con nadie?- pregunté.
Con gesto adolorido y avergonzado, me contestó que así era y que la única forma que había tenido de controlar esa fogosidad había sido viendo películas porno. Si ya de por sí esa confesión era dura, para Paula debió serlo más, reconocer que al terminar soñaba que era yo el protagonista masculino y ella la femenina de esas aberraciones.
Soltando una carcajada, le dije tratando de quitar hierro al asunto:
-Entonces en tus sueños, ya nos hemos acostado infinidad de veces.
Su cara de alegría al comprender que aceptaba su trauma sin escandalizarme fue increíble y poniendo una sonrisa de oreja a oreja, me lo agradeció diciendo:
-No te imaginas las cosas que me has hecho hacer.
La expresión pícara de su cara y el tono meloso de su voz me hizo ser osado y dándole un tierno beso en los labios, le pedí que me contara con qué había fantaseado.
-Con todo- respondió mirando al suelo.
Su respuesta despertó todas mis neuronas y asumiendo que era un diamante en bruto que tendría que pulir, la cogí en mis brazos y con ella a cuestas, me acerqué hasta la cama. Una vez allí, la deposité sobre las sábanas y susurré en su oído:
-Quiero ver cómo te desnudas.
Con júbilo, Paula aceptó embelesada y haciendo como si se desperezaba, estiró sus brazos dejándome comprobar que era una preciosidad, dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos. El vestido que pronto se quitaría no podía ocultar que estaban adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Para colmo, si sus senos eran dignos de adorados, al levantarse del colchón, me resultó evidente que su cintura daba paso a un impresionante culo en forma de corazón.
-¿A qué esperas?- dije metiéndola prisa, porque para entonces tenía que admitir que me urgía perderme entre sus piernas.
Mi amiga, haciendo uso de una coquetería que no conocía, dejó caer su vestido al suelo lentamente. La parsimonia y el erotismo de sus movimientos aceleraron el ritmo de mi corazón y por eso casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo:
-Eres preciosa- declaré onhibilado.
A sus treinta años, Paula estaba en la cima de su belleza, sin que la edad hubiera conseguido aminorar ni un ápice de ella. Sin dejar de mirar su desnudez, me quité la chaqueta. Ella, esa niña hecha mujer, suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa.
-Me vas a desgastar- comenté usando sus mismas palabras al advertir el deseo que traslucía al disfrutar de mi striptease.
Excitada por lo que estaba viendo, tuvo que hacer un esfuerzo para quedarse quieta mirando, cuando lo que le apetecía era acercarse a mí.
-Tócate para mí- le ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme semidesnudo.
Paula no se hizo de rogar y volviendo a la cama, separó sus piernas. Sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón, se empezó a masturbar. La seguridad que en pocos minutos iba a tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer.
Tal y como me había confesado, Paula jamás había visto desnudo a un hombre y por eso, al disfrutar de la visión que le estaba dando, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
-Te gusta verme en pelotas, ¿verdad?- susurré mientras dejaba deslizar mi pantalón.
La mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama.
-Hazme el amor- rogó al sentir mis caricias creyendo que iba a poseerla de inmediato.
-Todavía no estás lista- dije rehuyendo el contacto de sus manos.
Incapaz de superar la excitación que la dominaba, al comprobar que le separaba las rodillas la mujer gritó.
-Tenemos toda la noche- murmuré en su oído mientras miraba de reojo su entrepierna.
El sexo de la muchacha brillaba encharcado de flujo, expandiendo nuevamente el aroma a hembra en celo por la habitación. Ralentizando mis maniobras, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis.
-Eres malo- aulló presa de la lujuria.
Me divirtió advertir que Paula se retorcía sobre las sábanas ante mi avance y por ello cuando todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo, retrocedí sobre mis pasos y comencé nuevamente por su pie.
-Necesito que me lo hagas- chilló como descosida por el placer que le estaba obsequiando -¡fóllame!- imploró con el sudor recorriendo su piel.
-Todavía no estas lista- insistí acrecentando su deseo.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, recorrí con parsimonia sus muslos y al llegar a su sexo, bordeé con la lengua los bordes de su clítoris.
-No pares- maulló al sentir que me apoderaba de sus pliegues a base de lengüetazos.
Su urgencia se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos incrementé la temperatura de esa mujer. La cual, moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí que su cuerpo explotara con un dulce orgasmo. Pero esta vez, no me pidió que parara cuando de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo.
-Sigue, estoy en el cielo- confirmó mientras no dejaba de retorcerse.
Muerto de risa al oírla le solté:
-Cariño, no estás en el cielo, ¡estás en celo!
Su respiración entrecortada le impidió contestarme y separando aún más sus piernas, me informó con la mirada que siguiera. Para entonces la tremenda erección de mi pene era una muestra clara de mis ganas de tomarla pero sabiendo que debía ser cuidadoso, me obligué a mí mismo a dejarlo para más tarde.
En vez de follármela directamente, acerqué mi glande hasta su sexo y me puse a jugar con su botón con él. Paula al sentir la cabeza dura de mi miembro rozando su entrada, creyó que había llegado el momento y con voz temerosa, me preguntó si le iba a doler.
-Un poco- respondí mientras suavemente iba introduciéndolo dentro de su inexplorado sexo.
Sin títuloNo tardó mi verga en topar contra su himen. Sabiendo de qué se trataba esa barrera, con un movimiento de caderas sobrepasé esa barrera. Durante un segundo, Paula puso cara de dolor pero era tanta la lubricación de su conducto que rápidamente mi miembro se deslizó por él hasta chocar contra la pared de su vagina.
-¡Por fin!- chilló satisfecha a pesar del daño que acababa de producir en su interior.
La certeza de que era algo que llevaba deseando me dio la fortaleza de ánimo para ser capaz de esperar a que se acostumbrara a esa incursión. Paula se repuso rápidamente y violentando mi penetración con un movimiento de sus caderas, volvió a correrse sin necesidad que yo hiciera nada más.
Todo mi ser me pedía que acelerara la cadencia de mis movimientos pero mi cerebro puso la cordura y por eso durante unos minutos seguí estimulando con suavidad su conducto. La lentitud de mis penetraciones la llevaron a un estado de locura y mientras me decía casi gritando que yo era su dueño, clavó sus uñas en mi trasero.
-¡Úsame!- bramó descompuesta al notar que el orgasmo se prolongaba en el tiempo.
Deseando complacerla, la agarré de los hombros e incrementé la velocidad de mis embestidas.
-Más fuerte- gritó con su respiración entrecortada.
Obedeciendo de cierta manera, le di la vuelta y poniéndola a cuatro patas, de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Como si hubiese esperado ese momento y para ella fuese una especie de banderazo de salida, fue entonces cuando se desató la verdadera Paula y a base de gritos, me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada, se puso a disfrutar de cada penetración.
Os juro que por sus gritos parecía que la estaba matando y eso lejos de cortarme, azuzó mi lujuria y aumentando el compás de mis incursiones, me dediqué a asolar todas sus defensas mientras a mi víctima le costaba hasta respirar. Sometida a la pasión, le volvió loca que cogiendo su melena la azuzara con ellas a moverse más. Para el aquel entonces, el flujo que manaba de su sexo la habían empapado los muslos y su rostro comentaba a notar los efectos del cansancio.
El cúmulo de estímulos hicieron que no pudiera soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi orgasmo. Mi confesión la sirvió de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero como si buscara apagar su fuego interior con mi semen. La tensión acumulada en mis huevos se derramó regando su vagina de mi simiente mientras ella no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Ya agotado, me desplomé a su lado y durante unos minutos, descansé abrazado a ella mientras pensaba en cómo había cambiado nuestra relación en tan pocas horas. No en vano, esa mañana me había despertado considerándola mi mejor y asexuada amiga pero ahora sabía a ciencia cierta que esa timidez era pura fachada y que Paula era una mujer ardiente.
Todavía pensando en ello, la interrogué sobre lo que había sentido:
-Ha sido maravilloso- contestó con una sonrisa en los labios – nunca pensé que era posible experimentar tanto placer.
Pero lo que realmente culminó mi encoñamiento fue su respuesta cuando dando un azote a su trasero, le pregunté qué otra fantasía le apetecía cumplir antes de irnos a cenar. Con una carcajada, me soltó:
-Todavía te falta probar mi culito.

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (1)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

 

Siempre he tenido la mala costumbre de dejar los relatos a medias. Ya sea por falta de tiempo, por la saturación de ideas para otros relatos o simplemente la falta de atención. Mi intención es que eso ya no suceda; creo que esta serie – que no espero que pase de las cinco partes – será la primera de muchas que escribiré con la firme intención de empezar-terminar. Es decir, no comenzar otra historia hasta que no termine otra.

 

Es obvio, lo sé, pero a veces se me han dificultado esa clase de cosas.

 

Junto con este relato, he creado una “portada” con los personajes de la historia (este lo pondré en Comentarios, una vez que se publique la historia). Simple ocurrencia, pero que servirá de algo para quienes quieren guiarse acerca del aspecto fisico de los personajes que aparecen en la historia. Quienes prefieran dejarlo a su imaginación, excelente, simplemente ignoren el link con la imagen.

 

Espero les guste, personalmente creo que es una historia buena y que he cuidado en redactar lo mejor posible. Cualquier error o desacuerdo, por favor haganmelo saber, siempre es bueno mejorar.

 

Pasenla bien, saludos.

 

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO

 

Ayer había sido su cumpleaños y, a pesar del desvelo del festejo, se había levantado temprano para nadar. Quizá la piscina era lo que más disfrutaba de aquel lugar. Adentro, su madre y su hermana debían seguir dormidas; eran apenas las 8 de la mañana, pero Mireya había madrugado como muy comúnmente solía hacerlo.

El agua estaba fría, pero el sol comenzaba a salir, y el calentador de piscina, aún en su nivel más bajo, era suficiente para que aquel baño fuera disfrutable. Nadaba de un lado a otro, avanzando principalmente con la fuerza de sus piernas.

Ya llevaba casi una hora nadando, pero el desayuno – pan y un vaso de leche – que había ingerido hacia unas horas tuvieron su efecto. Sintió ganas de cagar, y salió de la alberca para dirigirse al baño del patio, un cuartito en medio del pasto del jardín.

Entró e hizo sus necesidades, mientras tarareaba una canción. Sintió como si alguien estuviese afuera, pero pronto comprendió que, si alguien era, se trataría de su madre o su hermana. Terminó, se limpió el exterior de su esfínter con papel higiénico, bajó la palanca del inodoro, se subió el bikini de su traje de baño y salió del cuarto de baño.

Caminó de vuelta hacia la piscina, pero sintió una presencia extraña. Apenas iba a voltear hacia atrás cuando una mano la rodeó por la cintura y otra más le tapó su boca y rostro.

Arriba, su hermana mayor, Sonia, apenas despertaba. Como toda muchacha de su edad, lo primero que hizo fue revisar su celular. Como cada verano, estaba pasando las vacaciones de verano con su familia, y como cada verano, su padre no estaba presente. Era de entender, trabajaba en cruceros caribeños, de modo que aquella época era la que más le mantenía ocupado. Ella iba a la universidad desde hacia un año, y aquel era su primer verano como universitaria.

Pero en realidad se aburría en aquel lugar, no era la ciudad capital donde solía vivir antes, sino la casa de verano que sus padres habían comprado desde hacia cinco años y donde había pasado, para su desgracia, los últimos cinco veranos.

Era una casa de verano colocada sobre una pequeña colina, en un apacible pero pequeño pueblo al interior del país, lejos de las costas. Ni siquiera tenia vecinos, la casa más cercana estaba a doscientos metros y era ocupada principalmente por turistas extranjeros. El pueblo, una ciudadela de menos de cinco mil habitantes, se hallaba a cinco minutos en auto, y era tan aburrido como quedarse en casa.

Pero al menos había internet, y con eso era suficiente para mantenerse en línea durante todo el día, planeando las cosas que pensaba hacer una vez que terminara aquel infierno de vacaciones. Pero sintió calor, y entonces comprendió que, de nuevo, Mireya había apagado el aire acondicionado.

Aquello irritó a Sonia, por que detestaba amanecer sudada; se quitó la bata de dormir y salió del cuarto en bragas y con las tetas al aire. Entró al baño, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta una fuerza la detuvo.

– ¡Me voy a bañar! – se quejó, intentando cerrar la puerta – ¡Mireya!

Pero de pronto, las cortinas de baño a su espalda se movieron y una figura salió de estas, tapándole el rostro con un trapo y haciéndola perder el conocimiento en menos de un minuto.

Ya eran las nueve de la mañana cuando Leonor despertó; hacia frio, por que el aire acondicionado se había quedado encendido toda la noche. Salió de entre las sabanas, con pantalones de pijama y las tetas desnudas, y corrió a ponerse la cálida bata de dormir. Se hubiese vuelto a arrojar a la cama, para dormir más, pero ya era demasiado de día para eso.

Se acicaló un poco frente al espejo, y salió de la recamara. Se dirigió al cuarto de sus hijas, pero no las encontró ahí. Tampoco en el baño había nadie, así que bajó las escaleras. Aun no llegaba a la planta baja cuando un sonido, como gemido, la alertó. Venía de la sala, y ahí se dirigió de inmediato. Su corazón pareció detenerse cuando se encontró con sus dos hijas.

Ambas se encontraban atadas, sentadas en las sillas del comedor. Pero estas estaban sentadas al revés, de manera que sus pies habían sido atados a las patas delanteras de la silla, en tanto que sus manos habían sido esposadas abrazando el respaldo de las sillas. Estaban alejadas a dos metros una de otra.

Mireya, la menor, llevaba aun su traje de baño y una playera de su padre. Aun llevaba el cabello húmedo por la piscina. Sonia, la mayor, vestía sólo con sus bragas y con una blusa blanca. Les había dejado cubrirse la parte superior de sus cuerpos.

Más que estar sentadas, parecían mantenerse recargadas a duras penas sobre la silla, con el culo volando en aquella incomoda posición que provocaban sus ataduras. Les podía ver sus rostros asustados; y parecía que intentaban decirle algo, pero no podían debido a la mordaza acallaba sus bocas.

Los gemidos aumentaron más, como si sus hijas quisieran decirle algo. Intentó acercarse a ellas, para auxiliarlas, pero una fuerza la detuvo por la espalda. Rápidamente fue rodeada por unos fuertes brazos; intentó zafarse, pero era inútil.

– ¡Será mejor que se tranquilice! – dijo una voz, que provenía de la cocina.

Segundos después, un segundo sujeto de camisa amarilla entró a la sala desde la cocina, con el rostro cubierto por un pasamontañas y con una pistola en sus manos. Debía tener, a juzgar por su voz y su complexión, unos 25 años. Hizo un movimiento, quitándole el seguro al arma y preparando aparentemente un disparo.

– No queremos que ocurra una desgracia – dijo, mientras jalaba una silla que después arrastró hasta ponerla en medio de las sillas donde estaban atrapadas las hijas de Leonor.

– ¿Q…qu…qué es lo que quiere? – preguntó Leonor, aterrorizada

– Muchas cosas – dijo el hombre, sentándose en la silla – pero eso lo iremos viendo sobre la marcha. Por lo pronto necesito que se tranquilice.

– Suelte a mis hijas y me tranquilizo. – espetó Leonor, tratando de verse fuerte

– No estamos aquí para seguir su ordenes señora, primera lección.

– ¿Entonces qué quiere?, dígame

– Lo que queramos nos lo darán, por las buenas o las malas, segunda lección.

Leonor no entendía nada, pero aquello le aterrorizaba en toda proporción. Temía por la seguridad de sus hijas, pero no se le ocurría algo que pudiera hacer.

– Déjenos ir, y quédese con lo que quiera – ofreció.

El hombre le sonrió, maliciosamente. Tomó el arma con su mano derecha y con la izquierda pasó su mano sobre la espalda de Sonia, recorriéndola con la yema de sus dedos. Tras esto, tomó el arma con la mano izquierda, y con la derecha hizo lo mismo sobre la espalda de Mireya. Las muchachas temblaron, y Leonor sentía que perdía el conocimiento de sólo ver aquello.

– Ahí si se equivoca, doña Leonor, no venimos por otra cosa que no sea usted y sus hijas.

La mujer intentó comprender lo dicho, pero de pronto el hombre que la sostenía por detrás la soltó, pero sólo para empujarla y hacerla caer sobre el suelo boca abajo. Ella intentó aprovechar esto para alejarse a rastras, pero el pesado pie del hombre la detuvo dolorosamente. Escuchaba sollozar a sus hijas a través de las mordazas, pero por más que intentaba levantarse aquello se le volvía imposible.

Dejó de intentarlo cuando los zapatos del hombre que estaba sentado entre sus hijas aparecieron frente a ella; alzó la vista y lo vio sonriendo, mientras parecía desabrocharse sus pantalones. Aquello aterró a Leonor, que no era incapaz de comprender a qué iba aquello.

– ¡No! – imploró – ¡No por favor!

– ¿De verdad? – dijo burlón el hombre – Bien, si no es contigo será con alguna de ellas… – giró y comenzó a avanzar hacia las hijas de la mujer.

– ¡No! – dijo esta desde el suelo, haciéndolo detenerse – ¡Por favor! Lo que quiera menos esto.

El hombre regresó hacia ella, mientras terminaba de sacarse el cinturón.

– Ya le dije señora, no tiene más opción que colaborar. Lo que queramos lo conseguiremos, por las buenas o por las malas.

Se acercó, y bajó el cierre de su bragueta. Parecía a punto de sacarse el miembro cuando una gruesa voz interrumpió.

– Yo primero – dijo el hombre que pisaba sobre Leonor – Acuérdate que yo primero.

Sólo entonces Leonor prestó su atención al sujeto que la había mantenido forzadamente sobre el suelo. Volteó lo que pudo, era un hombre fuerte y alto, y su voz le parecía extrañamente conocida, pero fuera de ello también llevaba un pasamontañas y una camisa azul.

Dejó de pisarla, y entonces Leonor vio cómo el sujeto de la camisa amarilla regresaba a la silla, junto a sus hijas. Se acomodó haciéndose hacia atrás, de manera que podía tenerlas en la mira; o al menos esas creyó que eran sus intenciones, pues el hombre no dejaba de apuntarles amenazadoramente.

– Le voy a explicar lo que hará – dijo la gruesa voz del hombre de azul, que le quitó de encima su pesado pie – Usted obedece lo que le digamos o nos cobramos cualquier tontería que se le ocurra con la dignidad o la vida de sus hijas. ¿Estamos?

Leonor se levantó, parecía diminuta frente a aquel hombre que parecía mucho mayor que su compañero; debía tener la misma edad que ella, y eso que ella tenía 42 años de edad. Pero además de todo eso, debía medir un metro y ochenta centímetros de altura. Y si no era más alto, sería por el ancho de sus hombros y la grandeza general de su complexión. Todo eso la hizo sentirse definitivamente impotente, y pareció quedarse sin opción.

– Está bien – dijo con una voz queda – Pero por favor, no le haga nada a mis hijas, se lo ruego.

El hombre pareció no escucharla, la tomó groseramente de los cabellos y la arrastró hacia uno de los sofás de la sala. Leonor tenía 42 años, pero aun conservaba bastante la belleza de su cuerpo; era de complexión bajita, pero tenía unas curvas que apenas comenzaban a tener el desgaste de los años. De su último embarazo, hacia apenas catorce años, no parecían quedar muchas secuelas.

La forma de sus glúteos aun se antojaba apetecible bajo las telas de su pantalón de pijama, y la bata de dormir mostraba parte de sus aun bien formadas tetas con las que contaba.

Su cabello era largo y negro, lo que le iba bien con la tez clara de su piel. Tenía un rostro sonriente, que no era evidente en ese momento, con una boca grande, dientes alineados y labios carnosos. Su mirada era inquietante, en un sentido erótico, pues tenía unos ojos ligeramente rasgados que le daban cierto aire exótico.

Pero en aquel momento, recién levantada de la cama, tenía más características de un ama de casa que de modelo; pero en realidad aquello poco importaba, por que, fuese como fuese, era fundamentalmente bonita. Parecía una niña castigada frente a aquel hombre; y todo lo que sucedía podían verlo sus hijas, amarradas a las sillas, soportando los constantes manoseos del hombre de la camisa amarilla.

Pero Leonor no se podía enterar de aquello, por que el enorme hombre de azul la arrojó pesadamente sobre el sofá grande. Ella creyó que se la follaría ahí mismo, frente a sus hijas, pero se sorprendió al ver cómo aquel hombre se sentaba al extremo del sofá.

Entonces comprendió; él comenzó a sacarse el cinturón y bajarse la bragueta. Ella, arrodillada al otro extremo del sofá, parecía adivinar su destino cercano. Él se bajó los pantalones y calzoncillos hasta sus pies, dejando ver por fin la forma de su verga.

Eran 21 centímetros de una verga venosa y gruesa; tan morena como la piel de aquel hombre. Ya estaba en pleno proceso de erección, y bastó una sencilla sobada para que se parara completamente.

– Ven acá – dijo el hombre, golpeando pesadamente el asiento del sofá con la palma de su mano

– ¡No! – imploró Leonor

– ¡Lucas! – gritó al muchacho de amarillo, que en seguida se levanto.

El tal Lucas se colocó detrás de Sonia, la hija mayor de Leonor y, jalándole de los cabellos, la hizo doblar el cuello hacia atrás. Apunto el arma a su sien, pero no pasó mucho cuando Leonor pidió perdón e imploró que la dejaran en paz.

– Suéltala – dijo el hombre de azul – Creo que Doña Leonor está entendiendo de qué se trata esto.

En efecto, Leonor supo entonces que en realidad no había escapatoria. Con aquel individuo apuntándole a sus hijas, lo menos que podía hacer era obedecerlos, evitando lo más posible que abusaran de sus hijas. De ella dependería que no hicieran daño a sus hijas, y ahora estaba consiente de eso.

No tuvo aquel hombre que repetirlo; ella se acercó gateando hasta la altura de la entrepierna de aquel sujeto. Sabía que sus hijas miraban, y que vería todo lo que sucedería, pero no pensaba quejarse. Obedecería con tal de que no hubiera alguna represalia contra ellas.

Quedó a un lado del hombre, como si se tratará de su mascota. Él la miraba a través del pasamontañas, y no terminaba de parecerle familiar aquel sujeto. De pronto el abrió la boca.

– Chúpamela – dijo

Y no tuvo que insistir, la mujer bajó la cabeza y se llevó aquella verga a su boca. No era la primera vez que mamaba una verga, ni de esas características ni en aquella posición; pero por dentro quería morir sólo de pensar que sus hijas la miraban con angustia.

Comenzó a mamar aquel falo; primero trató de acostumbrarse al sabor. Nunca le había gustado el sabor de una verga, pero junto a su marido había ido acostumbrándose al fuerte sabor – y olor – que conllevaba realizar sexo oral. De manera que, por ese lado, no había mayor diferencia.

Lo hizo bien, por que, a pesar de todo, las felaciones se le facilitaban bastante gracias a su amplia boca y sus labios carnosos. El hombre no podía quejarse; pero tampoco pudo evitar colocar su mano sobre la nuca de la mujer y comenzar a pujarla; esto provocaba en ella pequeños atragantos que parecían gustarle a aquel cruel sujeto.

Leonor comenzaba a fastidiarse con aquella fuerza sobre su nuca que por poco y le provocaba el vomito; de modo que se atrevió a imponer fuerza en su cuello para evitar aquello. Pareció funcionar por un momento, pero, cuando menos se lo esperaba, la mano del hombre cayó sobre su cabeza y la mantuvo durante casi cinco segundos tosiendo con su verga entera atragantando a la pobre mujer.

Cuando por fin la liberó, la pobre Leonor tuvo que respirar profundamente mientras un rio de saliva corría por sus mejillas. Miró asustada a aquel hombre.

– Vas a ser mi puta, y como tal me obedecerás – dijo, para después volver a dejar caer su mano sobre Leonor, haciéndola regresar a su tarea.

Por fortuna, él ya no volvió a atragantarla; ella pudo seguir con la felación tranquilamente. De vez en cuando recordaba a sus hijas, y volteaba a verlas de vez en cuando. Ellas trataban de no mirar, llevando sus ojos hacia el suelo; pero de vez en cuando sus miradas se entrecruzaban en una especie de terror y apoyo de ánimos.

El sujeto no sólo recibía la felación; sus asquerosas manos la acariciaban por todo el cuerpo. A veces las tetas, a veces su espalda, su vientre, a veces su cabello o sus nalgas; durante un momento que pareció eterno, se instalaron bajo su pijama y sus bragas para acariciar con la palma su culo, y para recorrer con su dedo índice la línea que dividía sus nalgas.

Ella continuó con aquel estremecedor trabajo, soportando todo aquello, hasta que de pronto el hombre la detuvo. La hizo a un lado, cómo si se tratara de una perra, y se puso de pie. La colocó en cuatro sobre el sofá, y él se colocó detrás de ella, mientras la sostenía por las caderas. De pie, las dimensiones de su verga parecían evidenciarse aun más.

Leonor no tenía que ser adivina; sabía que aquel hombre la penetraría. En efecto, las manos del sujeto la desvistieron de un solo y violento movimiento de sus pantalones de la pijama, y lo mismo con sus bragas. No se las quitó completamente, sino que las arrinconó hasta sus pies.

Ella se estremeció al sentir la desnudez en la parte baja de su cuerpo, y de sus nalgas brotaron sus poros, enchinados por aquella sensación. Él le acarició, atraído por aquella situación; y concluyó las caricias con una suave nalgada. Aprovechó también para manosear el coño velludo de Leonor; eran unos vellos recientes, que evidenciaban la costumbre de ella de rasurárselos. Pero era evidente que, a falta de su marido, no había mucha necesidad; de pronto que los alrededores de su concha se hallaban rasposos.

Estaba claro qué era lo que seguía. Pensaba oponerse, pero no soportaba la idea de que, el otro sujeto, volviera a hacerle daño a alguna de sus hijas. Aceptó con resignación su destino, y espero el momento en que la verga de aquel hombre la atravesara.

Y no tuvo que esperar mucho; pronto el sujeto colocó la punta de su falo en la entrada del coño, y lenta pero progresivamente, la penetró hasta el fondo. Aquello consterno a Leonor, por que, aun con todo su pesar, se dio cuenta de que estaba excitada y de que su coño estaba completamente lubricado. Se sintió culpable, pero la verdadera vergüenza vino cuando el hombre abrió la boca.

– ¡Que fácil entró! – ladró – ¿Vieron a la puta de su madre? La muy zorra esta completamente mojada.

Las niñas ya ni siquiera lloraban, por que sus lágrimas se habían agotado; pero evidentemente aquellas palabras le dolían más que cualquier cosa. Era evidente: su madre no había podido evitar excitarse con aquella situación.

– ¿Te gusta perrita? – continuó humillándola el sujeto – ¿Te gustó cómo te la metí?

Leonor no contestaba, hasta que sintió un pellizco en su teta, a través de la tela de su bata de dormir. El hombre repitió.

– ¿Te gusta o no?

– Si – dijo ella, al fin

– ¿Si qué, putita?

– Si me gusta – repitió ella, la voz de aquel sujeto no dejaba de resultarle conocida

– ¿Te gustó chuparme la verga? ¿Eh? ¿Te gustó que tus niñas te vieran mamándomela como una zorra?

Leonor tardó en contestar, las lágrimas volvían a recorrer su rostro y su garganta se había ennudecido. Detestaba aquella situación; detestaba tener la verga de aquel sujeto clavada totalmente en su coño.

– Si – dijo, tras unos segundos – Si me gustó.

Él ya no dijo nada; comenzó a bombearla. Metía y sacaba su verga del humedecido coño de Leonor. A ella le causaba dolor y una evidente molestia; pero conforme avanzaba aquello, no pudo evitar comenzar a sentir placer. Primero su respiración se aceleró, pero al poco rato comenzó a gemir sin posibilidad de evitarlo.

Aquel pene era, de entrada, más grande y grueso que el de su marido; pero no había querido admitirlo hasta que no sintió el placer de tenerlo dentro de ella. Se comenzaba a sentir culpable, por disfrutar de aquello cuando se suponía que era lo peor que le podía haber pasado en la vida. Gemía de placer, lloraba de culpa.

El sujeto de la camisa azul, por su parte, parecía interesado en dar placer a la mujer de la que se aprovechaba; variaba velocidades, lanzaba embestidas repentinas que provocaban gritos en Leonor. Y todo aquello daba resultado entre las piernas de aquella mujer que no paraba de morderse los labios ante las arremetidas.

Ni siquiera habían cambiado de posición; y Leonor parecía haber olvidado su situación puesto que en ningún momento intentó detener aquello. Con sus bragas y pijama en sus pies y su culo alzado, no paró de ser penetrada por aquel desconocido; sintió el primer orgasmo, pero intentó no evidenciarlo, aunque las contracciones de su coño lo demostraban, al menos para el hombre que la penetraba.

– ¿Te viniste, perrita? – murmuró aquel hombre en su oído

– No – mintió Leonor

– No me engañas, Leonor, te has venido como una verdadera zorrita.

– Nooo… – insistió Leonor, antes de perder la voz ante la respiración entre cortada que le provocaban las embestidas.

El hombre se mantuvo inclinado sobre ella, y aprovechó para tomarle las tetas con las palmas de sus manos. Las apretujó y manoseó todo lo que quiso, y no tardó en deslizarlas bajo la bata de dormir para poder apretujar las tetas desnudas de la mujer. Pero aquello no fue suficiente, y no tardó en detenerse un momento para desvestir de plano el torso de la mujer.

Ella ya no opuso resistencia alguna; de alguna forma, en su interior, deseaba continuar siendo bombeada de inmediato, y así lo fue una vez que sus tetas quedaron al aire, a merced total de aquel hombre que no las desaprovechó, sino que se agasajó de lleno magreándolas con sus grandes manos.

De pronto se acordaba de sus hijas, de sus pobres hijas que tenían que ver aquella terrible escena. Ya no volteaba a verlas, porque le dolía la idea de que supieran que estaba disfrutando de aquello. Había tratado de que sus gemidos parecieran de dolor, y no quería que fueran sus ojos los que delataran el placer que recorría su cuerpo y su mente.

Pero sus hijas no la estaban pasando muy cómodo; el sujeto de la camisa amarilla hacía rato que se entretenía con sus cuerpos. Los tocaba, las lanzaba suaves nalgadas y apretujaba lo que se podía de sus expuestos culos. Apretujaba sus tetas y pellizcaba suavemente sus pezones; les besaba sus mejillas. Había comenzado a hacerlo sólo con Sonia, la mayor, y la que más tenia formas de una mujer; pero con el tiempo comenzó a perder toda moral e inició también los manoseos contra Mireya, casi una niña.

En una de esas, el sujeto se había puesto de pie; se había colocado tras Sonia, masajeándole primero la espalda, pero bajando lentamente. Así siguió hasta que terminó por deslizar su pervertida mano por debajo de las bragas de la muchacha, recorriendo con sus dedos el canal que se formaba en medio del culo de la muchacha. Ella lloró, ya sin lágrimas, y comprendió que de ninguna forma estaba a salvo.

Después, y contra todo pronóstico, el sujeto sacó su mano y se dirigió tras de la pobre Mireya. Ella comenzó a temblar desde el primer contacto, y comenzó a gritar como pudo pese a la mordaza, pero fue inútil. Nadie más que su hermana mayor miraba la forma en que aquel hombre metía sus manos por debajo de su bikini, hasta magrear con sus dedos su coño virgen y tierno. También comenzó a imaginar lo que en aquel día le esperaría.

Ambas habían estado llorando por aquello, y por la horrible escena de su madre siendo abusada por aquel desconocido. Habían tratado de mantenerse fuertes, especialmente cuando su madre había tratado de calmarlas con la mirada; pero habían terminado por perder, al igual que ella, toda esperanza. Estaban a merced de aquellos sujetos, y ya no podían engañarse.

– ¡Ya! – comenzó a decir Leonor, de pronto, en un aparente recuerdo de la verdadera naturaleza de los hechos – ¡Por favor! ¡Ya déjeme!

Pero el hombre parecía no escucharla, parecía inmerso en aquello, y sus movimientos acelerados recordaban la imagen de un perro montado. Las nalgas de Leonor estaban húmedas de sus jugos y sudores combinados.

– ¡Por favor! – repitió Leonor, con la voz entrecortada, en un evidente reinicio de su llanto.

Entonces el hombre paró; pero parecía evidentemente molesto. La jaló de una pierna y la hizo caer de bruces sobre el suelo. Cuando ella se intentó incorporar, él la jaló terriblemente de los cabellos, obligándola a arrodillarse. Entonces el hombre comenzó a masturbar furiosamente su verga y, cuando la madre de las muchachas comenzaba a recuperar la compostura, un chorro de esperma y semen salpicó sobre su rostro. No podía alejarse, porque el hombre la mantenía con fuerza de su cabello, de modo que tuvo que soportar aquella humillación de la que sus hijas eran espectadoras.

Finalmente la soltó, con la cara completamente matizada de semen y esperma que se le había metido hasta en los ojos. Lloraba, humillada y agotada, mientras seguía rogando que las dejaran en paz.

– ¡Por favor! – insistió, llorando de lleno – Sólo déjennos ir. ¿Qué más quiere de mí?

– Por el momento de ti nada – dijo el hombre, que sacudió los últimos restos en su verga sobre la mujer; al tiempo que sonreía maliciosamente.

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “MI DON: Alex – La dependienta de la piscina (16)” (POR SAULILLO77)

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Veo que lo del prólogo se esta haciendo pesado así que lo elimino, cualquiera que quiera seguir la historia puede leer algún relato previo.

Respecto a los errores ortográficos trato de que no haya muchos pero ya no se que mas hacer, le paso varios correctores, y releo bastante, así que siento si no puedo mejorar mas.

Os agradezco a todos los comentarios positivos y negativos, pero oye, los positivos me suben en ánimo.

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Al final del instituto, llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mis años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne a usar, y aquello,  que antes me  parecía genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial. Así que aquí cerrando la serie de relatos de mi época del Instituto, inicio la del verano. La 1º fue la denominada  mi 1º novia, Irene,  el 1º mes largo  me lleno de gozo y me sentía genial con ella, pero a raíz de iniciar el sexo se convirtió en una mas y la deje, antes incluso de enterarme que Ana volvería a mi vida en unos meses al venir a la universidad, tenia barra libre y un objetivo, así que era feliz.

El día de mi 19 cumpleaños fue un momento agridulce, por un lado lo empece con tristeza por la forma de actuar de Irene, a la que deje ese día, y luego por saber que Ana regresaría a la ciudad , esta vez para quedarse, después de la sesión con mi Leona volví a mi casa y hable con mi madre por la mañana, me dijo que si, que se lo habían comentado hace un par de días, que estaban pendientes de si la aceptaban, que a finales de septiembre se vendría a vivir con nosotros, hasta que encontraran un piso de estudiantes compartido, me lleno de alegría, saberlo, tenia una idea en la cabeza naciendo, pero ya os contare.

Me libre de un peso de encima, sabía que tenia mi oportunidad con Ana dentro de 2 meses y hasta entonces tenia toda la intención de divertirme, 1º y siempre que quería tenia sesiones duras con mi Leona, pero llevaba 4 meses encerrado en pleno verano por culpa de Irene, pasaron unos días en que ella me llamaba y hablábamos pero mi decisión era irrevocable, y mas aun sabiendo lo de Ana, Irene me había absorbido de tal manera que iniciado agosto aun no había pisado una piscina, ni con la familia ni con los amigos, dios,  llevaba como 2 meses sin ver a ninguno de ellos, y retome relaciones,  acompañe de nuevo a mi madre a aquel parque en el que solíamos quedar y dejándola con el grupo de madres me fui a la zona donde solíamos quedar, allí estaban , joder, los echaba de menos, me recibieron como uno que volvía de la guerra, se habían enterado de mi romance y mi ruptura, me trataban como a crío recién destetado, pese a que había sido duro y me trataban con mas cariño del habitual, pronto volví a ser yo, aquel joven desvergonzado y alegre, tenia que aprovechar el tiempo. Quería nuevas piezas de caza,  y active el modo depredador, hubo varias en poco tiempo, y casi todas con el elemento en común de la piscina, así que tratare de resumir

Alex, La dependienta

 

Lo 1º que hice fue salir con mi familia a la piscina publica, necesitaba  aquello, evadirme y refrescar mi cuerpo, andábamos ya por 43 grados en Madrid capital, y era domingo, así que preparamos el macuto como hacíamos siempre, temprano para coger sitio ya que se llenaba de gente,  con nuestras neveras y bolsas llenas de comida en tupperwares, cubiertos desechables y botellas de refrescos con hielos y aquellas gelatinas azules especiales,   para pasar allí todo el día, el 1º problema fue al intentar ponerme los bañadores míos, de antes de la operación, tipo bermudas, mira que son elásticos pero era ridículo, entraban casi 2 como yo, no creía que antes  ocupara tanto volumen, aun así apretándolo con los cordones parecía que aguantaba, el 2º problema fue que no había forma humana de que mi polla y mis huevos quedaran sujetos por aquella redecilla blanca interior, era mas una molestia,  así que lo arranque, tenia buena pinta en el espejo y la ser tan amplios me la disimulaban bien,  así que fui convencido de que me serviría, fuimos solo la familia, pero mi madre invito a algunas amigas suyas,  y por ende a sus hijos e hijas de mas a menos edad, algunas  chicas de la edad mía,  otras menores,  hasta niñas de 7 años,  y otras mayores que no llegaban a los 25, ya lo había echo antes, estando gordo, así que no me importaba , era mas quería ver sus caras ante mi nueva figura, al quitarme la camiseta pude notar como todas las miradas de aquellas mujeres se clavaron en mi, y las de mi madre y hermana en ellas, sonriendo sabiendo lo que todas pensaban, “joder que cambio”. A mi me gustaba según llegar a las 10-11 irme al agua mientras montaban el campamento base cogiendo sillas y mesas de por allí, así que así lo hice, gracias a mis clases extra escolares era un buen nadador antes, y sin tanto peso encima ahora era aun mejor, aunque debo decir que perdí flotabilidad, fueron llegando las demás, siempre con sus trajes de baño o biquinis según su físico se lo permitiera, me fije en varias de mi edad o mayores, algunas estaban realmente buenas y enseñaban bastante carne, antes solo eran apreciaciones, ahora eran análisis objetivos de posibilidades, pero andaba peleado con el bañador, había mucha tela sobrante y se inflaba con el agua, se me salía el rabo por las perneras, eso no lo tenia pensado, aun si pude colocármelo y estando mi cintura por debajo del agua no se notaria nunca, como siempre empezábamos con un paseo en grupo y riéndonos de las mayores que se acercaban y los críos le tiraban agua desde la piscina y de cómo se metían por las escaleras despacio, templando el cuerpo y no del tirón como hacíamos los jóvenes, la cantidad de veces que estando como una bola me tiraba en plan bomba a su lado para empaparlas jjajjjaa,  luego en grupo paseábamos mientras los niños jugaban alrededor y las mas pequeñas eran sujetadas por sus madres en zonas mas profundas, era aun domingo, aquello estaba desierto al llegar pero al pasar 2 horas era un río de gente, a estas alturas ya muchas se habían salido, para ir a cuidar las cosas y otras , las mas  cercanas a mi edad, salían a secarse al sol en las toallas, bajándose los tirantes de los biquinis y remangando la parte de abajo,  dejando mas cantidad de piel al sol y a la vista. Yo las miraba y luego miraba a las típicas tías buenas que siempre pululan por allí, y notaba como algunas me miraban a mi, en el agua, era una sensación nueva, hasta hora me miraban si quería reírse o se asombraban de lo gordo que estaba,  ahora me miraban como cuando yo las miraba a ellas hacia 1 año largo, decidiendo cuan mono o apetecible era. Llego la hora de comer y pese a que andábamos aun unos chicos y una chica en el agua, nos llamaron a filas, estabamos jugando con una pelota, según se iban saliendo nos las iban tirando y la ultima quedo entre la chica y yo, cuando fui a por ella  apareció buceando y la cogió, pelee con ella por cogerla, de forma realmente inocente, pero estaba muy buena y el frote hizo que se me hinchara un poco la polla, debió notarlo por que se le corto la risa de golpe me miro y tiro la pelota lejos, yo la solté pensando que se había rendido o algo, fui a por la pelota mientras ella salía, llego mi madre con una cuchara para servir en la mano llamándome la atención delante de todos para que saliera ya, como era ella y como era yo , nos gustaba montar numeritos, con todo el grupo mirándonos y riendo,  y media piscina igual, salí del agua del tirón, se corto el bullicio, oí hasta algún suspiro de asombro, me quede pensando, ya me habían visto sin camiseta, ahora solo estaba mojado, todas las tías de la zona me miraban llevándose la mano a la boca, y las que no,  eran avisadas por otras y todos los tíos miraban disimuladamente, aquello solo podría significar una cosa.

-MADRE: anda quédate quieto y deja que te traiga tu hermana una toalla- se puso en medio tapándome e hizo gestos a mi hermana, que leyéndola la mente,  ya venia con una.- toma, sécate y tápate el bañador.

Mire hacia abajo y caí de golpe, aquellos bañadores eran de tela fina  e impermeables, pero cuando se mojaban se pegaban a al piel, como si fueras envasado al vacío, y yo no llevaba la redecilla blanca, se me marcaba la polla algo morcillona en toda la pernera izquierda, trate de estirar la tela pero eso solo llamaba mas la atención sobre el hecho. Llego mi hermana todo roja y riéndose, me tape y me la puse atada a la cintura muerto de vergüenza, pero con un poco de humor y orgullo tire hacia delante, haciendo el saludo final de una actuación de teatro. El tema de la comida no fue otro que yo y mi operación, con mis cambios físicos incluidos, no nombraban directamente mi polla pero si hacían alusiones a ella, sobretodo la chica con la que me había peleado en el agua, se genero una atmósfera rara pero divertida,  de esas en al que me desenvolvía bien. Al terminar de comer ya estaba seco, yo solía  meterme en el agua para cortarme la digestión,  pero aun si, mi madre me dio mi monedero y me dijo que me fuera a la entrada de la piscina, que había una tienda de bañadores y me cogiera algo mas……discreto. Iba a salir en dirección a la puerta, con el bañador y la camiseta puesta,  pero estaba llena de gente, algunas me miraban, y otras me saludaban cariñosamente, oía al grupo reírse por ello de fondo, me canse de esperar y para hacer la gracia ya que soy un payasete, cogí el camino corto, me tire al agua y cruce por la piscina con el monedero y una toalla en alto para que no se mojaran, con el grupo tronchándose de fondo, mi madre roja y mi hermana casi sin poder respirar de la risa, al salir del agua se repitió la escena,  algún tío me vitoreaba otros me llamaban chulo,  y algún grupo de mujeres también, me di una vuelta para dejar que todos me vieran, y salí orgulloso colocándome la toalla en la cintura. Es lo mismo que hacia con mi barriga antes, usarla como objeto cómico para sobrellevar el complejo, pero ahora era mi pene.

Deje atrás la piscina hasta llegar a la entrada, allí había una tienda de ropa de baño,  objetos y juguetes para la piscina, a esas alturas de agosto yo debía ser el único que necesitaba algo de allí por que estaba algo retirada,  sin gente y totalmente abandona pero abierta, entre preguntando sin recibir respuesta, mirando que podía ponerme, hasta que apareció al rato un muchacha, vestida con el polo de la piscina, con su chapa de identificación,  y una caja en las manos, debía pesar y me ofrecí a llevársela.

-YO: hola buenas, deja que te eche una mano…..-miré la chapa-…..Alejandra, ¿no?

-DEPENDIENTA: si, Alex si quieres, pero no hace falta- no la deje responder y se la quite de las manos.

-YO: ¿donde te la dejo?

-ALEX: allí,  en ese estante de arriba, muchas gracias.- la deje allí.

-YO: de nada mujer, es mas no hace falta que me las des, necesito tu ayuda.- note como me comía con los ojos, gran parte de la camiseta se me había mojado y se me pegaba al cuerpo, joder y era un tío mono, me gusto.

-ALEX: ¿pues dígame en que puedo ayudarle?- repasé su cuerpo, era joven,  de unos 24 años, algo baja, de 1,65, coleta rubia  que le caía hasta los hombros, la camiseta de la piscina le quedaba algo ajustada y le hacia buenas tetas, de echo al chapa le colgaba como si fuera un piercing en el pezón, y llevaba unos shorts cortos,  marrones, enseñando bastante pierna, en zapatillas, estaba buena.

-YO: veras Alex, lo primero es que me llames Raúl, y no me trates de usted por dios que me sacas 4 años  – asintió sonriendo, – he venido hoy por 1º vez a la piscina desde hace mucho y había perdido bastante peso, aun así me he atrevido a venir con un bañador viejo, pero…….

-ALEX: pero se te cae, pasa mucho al inicio de verano, ¿pero a estas alturas?

-YO: bueno, digamos que mi ex me tenia algo ocupado,  pero no, no es que se me caiga, aunque ahora que lo dices también , veras……….- no sabia si contárselo,  pero si quiera ayuda tenia que decírselo, y  me estaba gustando como me miraba aquella mujer así que…- me he metido en el agua y al salir…..

Me quite la toalla, su mirada fue la misma que la de todas, clavada en mi polla,  totalmente marcada bajo la tela, se mordió el labio de inmediato, sus ojos casi se le salen de la órbitas y estuvo un minuto así.

-YO: veras Alex, a mi me da igual, de hecho ya me ha visto así media piscina, pero resulta que le da reparos a mi familia, me preguntaba si podrías echarme una mano para evitar esto.

-ALEX: bueno…esto…tenemos…dios…..varias tipos, digo varios tipos de bañadores……pero no se…..no se me ocurre anda especial para……ocultar……eso.

-YO: pues por eso necesito tu ayuda, tengo que probarme cosas y comprobar que en mojado no se me marque tanto.

-ALEX: eso no hay problema tenemos ahí detraes un probador con desagüe y manguera para casos así, pero, no me refería a poder ayudarte, es que no creo que tengamos nada para poder…..tapártela.- su mirada no se elevo en ningún momento, le hablaba a mi entre pierna, quería jugar con ella y ya la tenia ganada.

-YO: mira yo me voy para allí atrás, y me voy desnudando, tu tráeme bañadores y me los voy probando,  me mojas y me vas diciendo que tal, ¿de acuerdo?- asintió encantada.

-ALEX: voy a cerrar, no vaya a ser que entre otro cliente y te vea.- jajajaa si,  claro.

Lo hice tal cual, me fui a la parte de atrás mientras ella echaba el cierre, la oía coger prendas mientras yo me desnudaba entero, no se si ella esperaría que me hubiera dejado la toalla y me fuera cambiando con ella puesta, pero al volver cargada de bañadores, se el cayeron al suelo al verme de pie en pelota picada delante de ella, se puso roja al agacharse a recogerlos, mirando de reojo, me los medio tiro y se iba  salir de allí.

-YO: ¿Dónde vas?, quédate aquí y coge la manguera,  así me los voy probando mientras me mojas y no andas entrando y saliendo todo el rato,  si ya no puedes ver mas, ¿no? Jajajaj- dudó, pero haciendo como que no miraba mientras cogía la manguera, miraba obscenamente.- ¿por donde empezamos?

-ALEX:   no se, tu veras.

Me puse un calco del que tenia puesto pero mas de mi talla, me agarraba la polla mientras me los ponía y luego la colocaba.

-YO: nada, se me sale por los lados, es igual que el mío, por eso le quite la redecilla. A ver, mójame por probar.- encendió al manguera y me enchufo gustosa, aparte de no sujetármela se me marcaba casi igual.

-ALEX: si que como para que no se te salga -murmuro- no hemos avanzado mucho, venga,  quítatelo y prueba otro.- entraba al trapo, lo estaba disfrutando.

Me lo quite y me probé otros, iguales, en todos pasaba lo mismo.

-ALEX: a ver, si con esto sujetamos un poco mas, son los turbo paquete.- eran casi slips.

Me lo puso y era obsceno sujetar sujetaba pero se me marcaba una barbaridad y cuando me mojó ya era un evidencia.

-YO: pues no creo que eso ayude mucho.

-ALEX: no no, pero te quedan genial jajajajajjaja.- reía de nervios, y ya jugaba mojándome cuando no tenia por que hacerlo- a ver, pruébate uno de los normales con ese puesto.

-YO: ¿como?- sabia lo que quería decir, pero pretendía atraerla.

-ALEX: si, que te pongas uno encima del otro, anda déjame –  se acerco resuelta ante mi incompetencia, supongo que sabia que era una trampa pero cayo de todas formas.

De forma clara y evidente me puso la mano encima de la polla y fingía colocarme bien el bañador, cuando se canso del paripe, se agacho ante mi y cogiendo una de las bermudas me la fue poniendo, yo no tenían la mas mínima intención de ayudarla, lo estaba haciendo muy bien sola, pegándose a mi cuerpo mientras me los ponía, termino volviendo a re-colocar lo que ya estaba colocado. Se separo y miro orgullosa de su trabajo, cogió la manguera y me empapo entero.

-ALEX: ¡¡eureka!! Mira, la llevas bien sujeta y no se te nota nada empalmado, digo empapado……. es una lastima a mi entender,  pero lo hemos logrado- levanto la mano para chocar los 5, no la iba a dejar colgada pero al chocar las manos la abrace con fuerza pegándola a mi agradeciéndoselo, estaba empapado y mi polla se rozo con su vientre, la deje allí lo suficiente como para al separarse tuviera la camiseta empapada y pegada al cuerpo.

-YO: uy perdona, no me di cuenta.

-ALEX: no pasa nada,  ahora me cambio, tengo mas aquí- y sin mas se quito la camiseta delante de mi, dejándome ver su torso, y sus tetas, con la parte de arriba de un biquini.

-YO: vaya, ¿tú también llevas biquini aquí?

-ALEX: claro, así cuando no hay trabajo y aprieta el calor nos damos un chapuzón, ainnns mira me he mojado también el pantalón- y diciendo eso se lo quito de espaldas a mi sin doblar las rodillas regalándome una visión de su trasero espectacular, el biquini era azul y tapaba lo justo, lo mejor fue ver como al agacharse la parte de su coño del biquini ya estaba mojada, y no era agua,

-YO: vaya, no estas nada mal, eres una preciosidad, lo sabes ¿no?

-ALEX: muchas gracias, aunque tengo algo de complejo en las tetas – se dio la vuelta apretándoselas -, ¿tu que opinas?

-YO: que como no dejes de hacer eso no existe bañador que me disimule la erección.

-ALEX: JAJAJAJAJJA que majo eres, jajaja, ¿así que aun no estaba erecta?

-YO: que va, esto crece aun mas.- sabia por donde iba desde hacia tiempo.

-ALEX: ¿y que puedo hacer para ayudar a comprobar si estando tiesa se te nota?- dios, vaya joyita me había encontrado, se acerco a mi dejado que su tetas me rozaran.

-YO: no se, yo te he hecho de modelo, ¿que tal si tu haces lo mismo?- la rodee con la cintura pegando su cuerpo al mío, mirándola hacia abajo, hacia sus ojos.

-ALEX: que buena idea.

-YO: pero hay que ser justos, las condiciones serán las mismas, te desnudaras por completo, y te iras probando biquinis delante de mi mientras te voy mojando. ¿De acuerdo?- asintió y salió disparada a por biquinis.

Volvió cargada, y con algún reparo se quito el que llevaba puesto, las tetas era cierto que se le habían ciado un poco, pero tenía un polvo  de la leche, no tenia nada de bello y unos pezones pequeños que estaban durísimos y erectos. Se fue probando un montón, bañadores, triquinis, biquinis y otros solo la parte de abajo,  cada vez de formas mas sugerentes o pidiéndome ayuda para atarse algunos, luego la mojaba, cada uno mas pequeño que el anterior, el ultimo ya no era un biquini, eran hilo con pedazos de tela sueltos en los pezones y en el coño, tipo tanga.

-ALEX: bueno, si ya con este no te la pongo dura no se que mas hacer.

-YO: me la has puesto dura desde el 1º.

-ALEX: que malo ¿y por que me has dejado seguir?

-YO: por que tienes una preciosidad de cuerpo, y te voy a folla aquí y ahora.- se sorprendió de la rudeza pero era lo que quería oír- ¿pero dime se me nota o no? Por que la noto a reventar.

-ALEX: pues en realidad no, soy buena dependienta. jejejejeje- se le quito la sonrisa cundo me quite los 2 bañadores y vio mi polla en erección apuntándola, así impresionaba mas.

Me acerque a ella y cuando la alcance doble mi polla para no atravesarla el estomago, seguí avanzando hasta dejarla cara a un pared y allí la bese, el 1º de tanteo, y el 2º ya fue arranque de pasión, mientras ella se sujetaba contra la pared la arranque le biquini y la masajeaba las tetas, la calenté tanto que llevo su mano a mi polla y se deslizó hacia abajo, quedando su cara a su altura, y moviéndola,  con los ojos fuera de si, comenzó a masturbarla con fuerza, para después llevársela a la boca, la chupaba de cine, lamía el glande como una experta, me encendió y pase al ataque, la cogí de los brazos y de un tirón la levante por los aires apoyándola contra la pared, ella se agarro a una barra del techo y quedo con su pelvis a la altura de mi cabeza, conmigo de pie, la pase la piernas por mis hombros y le comí el coño como mejor sabia hacerlo, cuando estaba empapada metí mis dedos buscando su interior,  ya gemía poseída, la baje con cuidado y la puse de espaldas, baje mi cintura y busque su coño con la punta de mi miembro, cuando localice la entrada apreté y entro fácil, estaba mojadísima, pero eso no evito que se pusiera de puntillas al ir clavándole toda mi estaca, di gracias a dios por que a la 2º embestida le entraba toda, y allí acelere la marcha, acariciaba su cuerpo aplastado contra la pared mientras no paraba de bombear, a los 15 minutos me regaló su 1º corrida pero seguí, con cada golpe de cadera ella se elevaba del suelo y volvía a caer, notaba como su fluidos caían por mi pelvis y facilitaban aun mas la entrada en ella, cuando busque su cuello para besarle,  se derritió y cayo el 2º orgasmo, esta vez pare el ritmo, y la deje descansar, se la saque y la di la vuelta, besándola, la volví a subir por los aires, a medio cuerpo y dejándola apoyada contra la pared, la volví a  hundir , ahora de cara, me rodeo con la piernas y yo la agarraba de  las tetas, pellizcando sus pezones, me hipnotizaban como botaban delante de mi, y mientras me agachaba para besarla ella gemía de placer, mis embestidas ya eran totales y profundas, la golpeaba contra la pared haciéndola rebotar, a la hora ya sentía correrme y ella flaqueaba debido a los múltiples orgasmos, acelere el ultimo minuto para cavar pronto y  la saque de ella dejándola caer, medio ida me la chupo mientras me corría en su cara.

-YO: vaya, tendré que pasarme por aquí más menudo, el trato es exquisito.

-ALEX: cuando quieras, búscame, ya te ayudare como pueda.

La levante del suelo y nos moje a los 2 para quedar aseados, me costo no volver a trincármela cuando se metió la manguera en el coño para limpiarse por dentro, pero andaba diciéndola lo de la vasectomía.

-YO: bueno, al final me tender que llevar los 2, ¿no?, ¿por cuanto me va a salir?

-ALEX: nada, llévatelos, has hecho que el día me cunda jjajaja.

-YO: ¿seguro, no te meterás en líos?

-ALEX: los jefes ya ni se pasan a estas altura de verano, se la suda, ya han hecho caja, tu tranquilo, y ya sabes, ven a  verme.- me dio otro beso de escándalo antes de volver a vestirnos y abrir para salir.

Salí de allí con lo 2 bañadores puestos y en una bolsa todos mis enseres, regrese cuando estaban ya terminado la partida de cartas típica antes de volver al agua.

-MADRE: ¿vaya, mira quien se digna, donde estabas?

-YO: pues comandemos el bañador que me has dicho, mira como me queda.- me quite la  toalla y aparte de no notárseme nada, quedaba bien.- ¿yo me voy al agua ya, quien se apunta?- todas las tías en edad de procrear,  incluida alguna madre,  me siguió, también algunos chicos, pero una vez en el agua ellos se desperdigaron y me vi rodeado pro al menso 5 mujeres queriendo jugar a ahogarme, me cuesta recordar un momento en mi vida en el que tantas mujeres me estuvieran metiendo mano a al vez.

Era grande y fuerte y no era fácil tirarme, ya juzgábamos a eso antes, pero ahora los agarres y los intentos eran diferentes, ya no buscaban meterme debajo del agua, si no frotarse contra mi, una de las madres me puso las tetas en la polla directamente agarrándose a mi culo como si el fuera la vida en ello, yo me databa hacer hasta ese momento, otras 3 se aprovecharon y me metieron debajo del agua, una vez allí note como al menos 5 manos me sobaron la polla, cuando salí me tuve que recolocar el bañador, mientras ellas reían.

-YO: ahora es mi turno.

Me lance a por todas ellas, si quieran jugar,  íbamos a jugar todos, al inicio solo de una en una, las cogía de la cintura y haciendo fuerza con la pelvis las hundía repetidas veces, metiéndolas mano de forma clara, luego quisieron hacer fuerza entre varias, pero yo estaba desatado, tenia a una colgada de cada brazo y otra intentando tirarme y aun así las hundía a todas sin compasión, agarrando teta y culos, a una le quite la parte de arriba y todo, y lejos de taparse luchó por recuperar la prenda pegando sus tetas  desnudas a mi , pasaron los minutos y ya solo quedábamos una chica y yo, casualmente la de la pelota de la mañana, ella estaba agotada pero no se rendía, lanzaba ataques blandos, siempre la daba la vuelta y la apretaba el culo contra mi polla, que estaba como un  piedra, la metía mano en las tetas, ya no de forma accidental, sino agarraba y apretaba, ella se quejaba diciendo que si no me daba vergüenza, yo la contestaba que era ella la que estaba restregándose desde hace una hora contra mi. Los ataques cesaron y la fui llevando a la zona mas alejada y profunda, donde no nos veían los demás, allí ya directamente pegue contra la pared de la piscina y la bese, ella al inicio no quería, pero me rodeaba con las piernas para sujetarse ya que no hacia pie y yo si, notaba mi bulto palpitando en su pelvis, la metía mano por debajo del biquini y dios la libró de que hubiera mas gente allí, si no,  la hubiera quitado el biquini y me la hubiera tirado en el agua, y según se movía ella, lo estaba deseando. Nos separamos un poco cuando note que se acercaba el grupo de nuevo, la metí las tetas de nuevo en el biquini y me fije en un par de mirones que babeaban por allí, mujeres incluidas.

Al regresar a casa éramos tantos que alguna debía ir sentada encima mía, casi se matan por hacerlo, pero gano aquella joven de la pelota, al llegar a casa la invite a salir a dar una vuelta, y la lleve a casa de mi Leona, que andaba fuera, allí me desnude por completo nada mas entrar, me di la vuelta para que me la viera, y la invite al dormitorio, entro desnuda y se me abalanzo encima, la regalé unas 2 buenas horas de sexo animal, hasta que se medio iba, lo tenia muy cerrado y no le entraba ni la mitad, pero fue suficiente. Llego mi Leona y viendo a aquella muchacha abierta, rota e ida, se me tiro encima también,  y a ella le di sus 4 horas de sexo duro con al otra durmiendo al lado.

El depredador había vuelto, en menos de 12 horas había pasado  7 follándome a 3 mujeres distintas.

CONTINUARA…..

Relato erótico: Consolando a mi vecina, madre joven y recién viuda (POR GOLFO)

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Nunca creí que el hecho de tener mal genio un día me cambiara por completo mi vida.  Dotado desde joven de mal temperamento, mi pésimo carácter me ha causado más de un problema. Reconozco que me cuando algo me altera me dejo llevar por mi pronto y sin pensar en las consecuencias, me lanzo al cuello de quien me molesta o me perturba. Eso fue lo que me ocurrió ese sábado en la mañana y desde entonces acarreo con sus consecuencias.
Habiéndome acostado a las cinco de la mañana con una borrachera de las que hacen época, no debía de llevar dos horas durmiendo la mona cuando empecé a escuchar a un bebé llorar. Si en un principio intenté evitar su llanto hundiendo mi cabeza en la almohada, con el paso de los minutos sin poder dormir me fui encabronando cada vez más.
-¡Hagan callar a ese puto crio!- grité en un momento dado.
Los chillidos del niño retumbando en mi cabeza eran insoportables. Lo agudo de su lamento se clavaba en mi sien magnificando el dolor de mi resaca. Hecho una fiera, me levanté y golpeé la pared intentando que mis malditos vecinos hicieran callar a su retoño pero viendo que mis protestas no cumplían su objetivo, me puse unos pantalones para enfrentarme directamente a ellos.
Completamente encabronado, salí de mi casa y golpeé la puerta de mis vecinos. Durante unos minutos nadie respondió a mis golpes y ya dominado por la ira, tiré la puñetera puerta. Al entrar en el piso, me encontré todo hecho un desastre mientras desde una habitación el crio seguía llorando. Sin pensar en lo que había hecho y que era algo a todas luces ilegal, fui en busca de sus padres. Padres a los que, aunque llevaba viviendo dos años en esa casa y debido en gran medida a mi carácter huraño, no conocía.
Mi sorpresa al entrar en el cuarto del que procedían los llantos fue máxima, ya que me encontré con el bebé en su cuna y a su madre tirada en el suelo. Aun resacoso, no me costó comprender que algo iba mal. Tratando de reanimarla, me agaché y llevé a la mujer hasta la cama. Como no reaccionaba, llamé a una ambulancia.
El operador me contestó que tardarían al menos media hora en llegar por lo que nada más colgar decidí, ya que el hospital más cercano estaba a menos de cinco minutos de allí, llevarla yo mismo.  Afortunadamente  en ese momento entró por la puerta, otro vecino que alertado por mis gritos, vino a ver qué ocurría.  Sin darle tiempo de opinar, le ordené que se ocupara del niño mientras yo llevaba a su madre a urgencias.
El tipo me prometió hacerlo u aprovechando que llevaba las llaves del coche en un bolsillo del pantalón, cogí a la mujer en brazos y salí de allí. Sin saber que había ocurrido y desconociendo incluso el nombre de la joven a la que estaba auxiliando, la metí en mi automóvil y saliendo del parking la llevé al hospital. Al llegar a la clínica deposité a la enferma en manos de un médico y cuando ya creía que me podía marchar, me pidieron explicaciones de lo ocurrido.
Avergonzado por mi comportamiento, mentí y no les dije que mi mala leche me había llevado a descubrir a esa joven tirada en la alfombra, por el contrario y haciéndome el buen samaritano, les conté que persuadido por los gritos de su hijo comprendí que algo pasaba y por eso tirando la puerta, la encontré desmayada.
-Bien- dijo el auxiliar creyéndose a medias mi versión- ¿Nombre?
-Gonzalo Santos- respondí.
El sanitario, rehaciendo su pregunta, me dijo:
-¿Nombre de la paciente?
-Ni idea- contesté.
 Si ya le extrañó que no lo conociera, la cara de incredulidad del empleado se acrecentó cuando intentando aclarar el asunto insistió:
-¿Me está diciendo que ha entrado a casa de una vecina tirando la puerta sin conocerla?
-Sí- respondí.
Dudando de mí y empezando a suponer que no había ocurrido como yo decía, me preguntó:
-¿Al menos sabrá si está casada?
-Tampoco.
-Espere un momento- me dijo cogiendo los papeles para acto seguido salir de su despacho.
Quizás el color rojo de mis ojos y mi aliento alcoholizado le hicieron creer que mi intervención en el desfallecimiento de esa mujer no era tal y como le había contado pero lo cierto es que al cabo de dos minutos llegó con un policía.  El agente nada más llegar me pidió mis papeles y mientras tomaba nota de los mismos, me volvió a preguntar por lo sucedido. El interrogatorio esta vez fue frío y sin cortarse un pelo, me insinuó si tenía algo que ver con la sobredosis de calmantes de la muchacha.
Ya francamente molesto, le contesté:
-Hasta que usted me lo ha dicho no sabía que esa mujer los había tomado. Le repito no la conozco pero si quiere me acompaña a mi casa y allí los otros vecinos confirmaran mi declaración.
Mientras lo decía, me quedé pensando que difícilmente podrían hacerlo porque tampoco los conocía y por tanto lo único que podrían declarar es que llegaron al piso de la muchacha cuando yo ya estaba ahí.
Aunque no se si fue para bien, no habían pasado cinco minutos cuando apareció por la puerta el otro vecino con el niño en brazos. Nada más verme, el muy capullo, puso al crío en mis brazos y diciéndome que tenía prisa, me adjudicó al chaval. Dentro de lo malo, como el poli seguía conmigo conseguí que ese tipo ratificara punto por punto mi versión.  El problema fue cuando quise dejar al hijo de esa mujer bajo su supervisión. El burócrata hizo su aparición y negándose de plano, me soltó:
-Yo no puedo recoger al bebé y como actualmente está cuidado, le hago responsable del mismo hasta que su madre hacerse cargo o en su caso, vengan los de servicios sociales.
Juro que me acordé mentalmente de la zorra de la madre del agente y del cornudo de su padre pero no pudiendo hacer otra cosa, no me quedó más remedio que llamar a mi hermana. Tras contarle mi odisea, se rio de mí y a través del teléfono me preguntó:
-¿Qué edad tiene?
-Y ¡Como cojones quieres que lo sepa!- respondí cabreado.
Como me conocía, me dijo:
-Pásame a la enfermera.
Ni que decir tiene que creyendo que así me libraría del problema, le di el teléfono a la primera enfermera que encontré. La mujer escuchó  atentamente antes de contestar:
-Unos tres meses y siete kilos.
Nuevamente, al habla con mi hermana me confirmo que tardaría veinte minutos. Os juro que fueron los veinte minutos mas largos de mi vida porque el pobre enano debía estar con hambre y se los pasó llorando. Fue tanto el escándalo creado que un hijo de puta. tan insensible como yo, en voz en gritó me exigió que callara al niño diciendo:
-Menuda mierda de padre que no puede ni cuidar de su hijo.
Que ese maldito me acusara de algo sin saber las circunstancias me cabreó de tal manera que no solo le mandé a tomar vientos sino que el personal del hospital me tuvieron que parar porque quería partirle la cara a ese cabrón. Cuando llegó mi hermana ya estaba más calmado y por eso cuando le conté lo ocurrido mientras ella preparaba un biberón al bebé, soltó una carcajada diciendo:
-Te quejas de esa reacción cuando tú has tirado la puerta de tus vecinos por lo mismo.
 Muy a mi pesar reconocí que tenía toda la razón. Por mucho menos yo había entrado en cólera. María sonriendo me dio el bibe ya preparado y me dijo:
-Uno cada cuatro horas- para acto seguido darme una bolsa con pañales y a pesar de mis protestar, desaparecer.
Os podréis imaginar la situación: jamás había tenido a mi cuidado ni siquiera un cachorro y de pronto me veía con un lactante en mis manos. Sin poder hacer otra cosa, le di la botella y una vez se había tomado la toma, dejó de llorar durante cinco minutos. Al cabo de los mismos reanudó su llanto con mayor énfasis y desmoralizado pregunté a una mujer que le ocurría.
La señora sonrió y olisqueando al chaval, me respondió:
-Se ha cagado- y obviando lo vulgar de su respuesta, prosiguió diciendo: ¡Tienes que cambiarle el pañal!
Por mucho que intenté que se comportara como una buena samaritana, se negó por lo que tuve que ir a un baño a cambiarle. No os podéis hacer una idea de lo cerca que estuve de vomitar porque aunque ese chaval tomara leche, cagaba mierda. Lo peor no fue el limpiarlo sino oler la peste de sus heces. Totalmente asqueado y después de cuarto de hora conseguí colocarle más o menos bien el pañal. Al salir me encontré con que el enfermero me llamaba. Nada más verme me informó que la madre del niño se había despertado. Creyendo que allí acababa mi papel, fui a verla con su hijo en mis brazos.
Sin saber a qué atenerme, entré al cubículo de urgencias donde estaba. Allí me encontré que mi vecina era una jovencita muy joven que aún demacrada era realmente bonita. Un tanto cortado, dándole a su hijo, me presenté. La muchacha cogió al crio y llorando me dio las gracias por cuidar de Andrés.
“Así que se llama Andrés, el enano” pensé.
Fue entonces cuando todo se complicó, porque haciendo su aparición el médico la informó de que el niño no podía quedarse en el hospital. Viendo que me iban a encasquetar nuevamente al jodido lactante, pregunté qué ya que se había recuperado porqué no le daban el alta a la madre.
-¿Quién es usted?- me preguntó el dichoso doctor.
-Su vecino.
Con gesto serio, el tipejo me soltó:
-Como ha sido un abuso de barbitúricos, no podemos darle el alta sin que alguien se responsabilice de ella.  De no  ser así, la paciente tendrá que quedarse hasta el lunes para ser observada por psiquiatría.
Solo pensar en ocuparme durante al menos tres días de ese niño me puso los pelos de punta por eso cuando la madre insistió que había sido un accidente y que no volvería a ocurrir, creí que me había librado. Desgraciadamente, el galeno insistió que de no haber alguien que se responsabilizara no podía darle el alta. Juro que debí de haberme mordido un huevo y haberme quedado callado pero en vez de eso, respondí con el único objeto de zafarme del chaval:
-Oiga, como vivo al lado, yo podría echarle una mirada.
El médico quizás interesado en desocupar una cama, contestó:
-Si usted se hace cargo y mantiene bajo estricta supervisión a la madre, podría aceptar.
Con la mosca detrás de la oreja, pregunté a qué se refería con “estricta supervisión”. El tipo con gesto serio, respondió:
-Debería permanecer con usted y comprometerse a traerla a consulta para que se le haga una valoración el lunes.
Había decidido negarme cuando la joven me miró con cara de angustia y cogiendo mi mano me pidió:
-Por favor, serán solo dos días.
Reconozco que en ese momento me pareció más sencillo echarle un vistazo a esa monada que ocuparme del cuidado integral de su retoño, por eso accediendo a las condiciones marcadas por el hospital, firme los papales en los que me responsabilizaba de ambos. Ya embarcado en esa aventura, salí a la media hora con la madre e hijo de la clínica y sabiendo que no podía hacer otra cosa, los llevé a casa.
Patricia, así se llama mi vecina, se mantuvo callada durante el trayecto pero al llegar a mi piso y ver el estado en que estaba su puerta, se echó a llorar desconsolada. Solo se calmó una vez le prometí que la arreglaría y sin pensar en las consecuencias de mis actos, le pregunté qué iba a necesitar para pasar esos dos días.
-La cuna del niño y su comida, lo demás siempre puedo pasar a por ello.
La lógica de su respuesta me convenció y cogiendo lo que me había dicho de su casa, llevé a los dos a la mía. Nada más entrar y señalarle su habitación, la joven se hundió en su mutismo nuevamente y cogiendo al crio se encerró. Al ori el pestillo, me aterroricé y llamando a su puerta, le dije:
-Perdona, sería mejor que no cerraras. No te conozco y en cambio soy responsable de ambos.
Comprendiendo mis razones, la dejó abierta sin contestar. Extrañado y nervioso, cogí las herramientas y saliendo al descansillo, me puse a arreglar mi estropicio. Como mi patada fue seca, únicamente tuve que recolocar las bisagras para que la jodida puerta funcionara nuevamente.
“Tengo que controlar mi mala leche”, pensé mientras lo hacía.
Ya de vuelta a mi piso, lo primero que hice fue dar un vistazo a la madre. Me tranquilizó observarla haciéndole mimos a su chaval y por eso ya tranquilo, viendo la hora, decidí que era hora de comer y metí en el horno una pizza. No habían pasado los quince minutos que se necesitan para calentarse cuando la vi salir de la habitación y en silencio sentarse frente a mí. No tardé en comprender que quería decirme algo y por eso apagando la tele, me la quedé mirando. Al observarla, traté de encontrar algún motivo por el que esa preciosidad se hubiese tomado esos tranquilizantes pero no lo encontré y por eso esperé que fuera ella quien me lo dijera.
La belleza de esa cría era evidente. Por mucho que estuviera demacrada y sin arreglar, no pude más que deleitarme contemplándola. Morena de pelo largo, su bonita cara iba en consonancia con el resto de su cuerpo. Delgada pero con un par de pechos dignos de una antología, la muchacha era encantadora.
Patricia totalmente avergonzada tomó aire antes de empezar:
-Te debo una explicación.
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No sé si fue su cara de no haber roto nunca un plato o por el contrario el verla tan desvalida pero lo cierto es que cogiéndola de la mano, le dije que no era necesario. Ella al sentir mi apoyo se echó a llorar y tras unos minutos donde solo pude observar su dolor, me dijo:

-Necesito explicarte. Gracias a ti, estoy bien pero sobre todo Andrés no ha sufrido por la idiota de su madre.
Instintivamente miré al bebe que desde su cuna me sonreía. El puñetero enano tenía sus ojos fijos en mí, reconociendo al que media hora antes le dio de comer. Viendo que no me quedaba mas remedio que recibir sus excusas, la miré  dándole entrada.
La morena, habiendo captado mi atención, empezó a decirme:
-No era mi intención el suicidarme. Pero como llevaba mas de dos días sin dormir, decidí tomar un calmante y te juro que no sé cómo pude tomar tantos- sus palabras me calmaron porque al menos no era una loca confesa, aun así  decidí esperar a que terminara para hacerme una idea de lo que había pasado.
Mi vecina buscando una explicación, prosiguió diciendo:
-No comprendo como pude ser tan boba, solo alcanzo a pensar que creyendo que no me las había tomado, volví a tomar otra dosis- cómo podía ser, permanecí callado – Lo cierto es que desde que murió Juan, no he hecho otra cosa que llorar.
 Esa confesión  me interesó y intentando indagar en ella, pregunté:
-¿Juan era el padre?
-Si- respondió llena de pena.
Sabiendo el trauma que debía de ser quedarse sola, me abstuve de seguir investigando pero ella una vez abierta la espita por la que sacar su dolor, me dijo:
-Falleció en un accidente hace dos meses- y ya totalmente deshecha, llorando a moco tendido, se quejó de que su niño nunca llegaría a conocerlo.
Juro que nunca he sido de lágrima fácil pero ese drama me afectó y abrazándola sin otra intención que consolarla, la animé diciendo:
-Tranquila, eres joven y encontrarás a alguien que aunque nunca pueda sustituirlo, si se comporte como un padre con el niño.
La muchacha al oírme, se secó los ojos con la manga de su jersey y poniendo cara esperanzada, me preguntó:
-¿Tú crees?
-Por supuesto- respondí – tendrás muchas oportunidades y más cuando conozcan a Andrés que es un niño precioso y bueno.
El piropo que solté sobre el niño, le cambió la cara y sin dejar de llorar, la noté más animada. Aprovechando el momento, le informé que tenía una pizza en el horno y levantándola de la silla, la llevé a la cocina. Patricia me siguió como una autómata con su bebé y solo cuando la obligué a sentarse en la mesa, me soltó:
-¿Por qué eres tan bueno conmigo?
Cortado, intentando mediante una broma sacarle de su depresión, respondí:
-Es fácil, como verás y soy soltero. Y ¡qué mejor forma de conseguir compañía que actuar como un caballero de película!
Mi respuesta que iba en son de guasa, la destanteó momentáneamente y al darse cuenta que  estaba bromeando, me soltó:
-Por la forma que te mira mi niño, ¡A él ya lo has conquistado!
Juro que en ese instante, el jodido crío como si supiese de qué estábamos hablando estiró sus brazos para que yo lo cargara. La madre soltando una primera risa, me pidió:
-¡Cógele! ¡Le gustas!
Aunque nunca en la vida me había llevado bien con un bebé, reconozco que me hizo gracia el enano y cogiéndole en brazos, le hice un par de carantoñas. Encantado, el chaval me sonrió mientras intentaba llevar a su boca mi mano.
-¡Lo ves!- recalcó la muchacha – es la primera vez que veo que se va con alguien teniéndome a mí al lado.
Cortado pero alegrándome en mi interior de haberme topado con los dos, le pasé a Andrés diciendo:
-Tómalo mientras sirvo la comida.
Patricia intentó ayudarme pero con voz tranquila le obligué a permanecer sentada. Sirviendo de anfitrión, traje la pizza y nos pusimos a comer. Durante la comida, se mostró más comunicativa y por eso descubrí que además de ser bonita, la morena era una mujer encantadora. Dotada de una dulzura innata, os tengo que reconocer que quizás  sin darme cuenta y desde ese momento quedé prendado de ella. No solo tenía un cuerpazo sino que desde el principio me quedó claro que tenía la cabeza perfectamente amueblada y que esa sobredosis que me llevó a conocerlo solo había sido un accidente. Por eso y creyendo que era una idiotez que se quedara en mi apartamento, nada más acabar de tomarnos el café, le pregunté:
-Patricia, aunque me he comprometido a tenerte en casa, veo que estás bien. SI quieres irte, no pondré ningún impedimento.
Curiosamente, se quedó callada y tras pensarlo unos instantes, contestó:
-Si no te importa, me gustaría quedarme aquí al menos estos días- y casi a punto de llorar, me dijo: -Te parecerá raro pero me da miedo irme sola a mi piso.
Su respuesta aunque extraña, me satisfizo y mirándola a los ojos, respondí:
-No me importa. Yo también prefiero teneros cerca – dándome cuenta que podía ser malinterpretado,  intenté explicarme diciendo: -Lo digo por los pápeles que firmé.
Mis palabras la tranquilizaron y pidiéndome permiso, se fue al cuarto de invitados a echarse un rato. Habiéndome quedado solo y mientras metía los platos en el lavavajillas, me quedé pensando en lo agradable que era tener compañía.
El resto de la tarde pasó sin nada que mencionar a no ser por el hecho que en un momento dado, Andrés pidió su toma y viendo que su madre necesitaba descansar, entré en el cuarto a cogerlo. Patricia me lo agradeció y siguió durmiendo sin saber del efecto que produjo en mí el verla acostada. Al tumbarse, se había quitado los pantalones y por eso cuando entré por su hijo, me quedé de piedra al admirar la perfección de su cuerpo. Dotada por la naturaleza de unas piernas de ensueño, no fue consciente del modo en que me la quedé mirando.
“¡Dios! ¡Qué buena está!” exclamé mentalmente mientras cogía a Andrés y con la imagen de esa belleza grabada en mi retina, me retiré a preparar el bibe a su hijo.  Mientras lo hacía, no pude dejar de rememorar en mi mente, las bragas de encaje que cubrían su pubis ni la rotundidad de los pechos que  inútilmente intentaba esconder su sudadera.
“¡No me puedo creer que nunca me haya fijado en ella!” mascullé entre dientes al sentarme con su hijo. El crío comportándose como un querubín, se tomó la mamila sin quejarse. Juro que aunque resulte imposible de creer, no me molestó cambiar por segunda vez en mi vida un pañal porque mientras lo hacía, solo tenía un único pensamiento: “Patricia”.  El erotismo que manaba de su cuerpo era tal que involuntariamente mi pene reaccionó irguiéndose hasta su máxima extensión.
Venciendo los reparos que me producía excitarme con esa mujer, dejé al niño en su cuna y encerrándome en mi cuarto, me di rienda suelta a mi imaginación. Obviando tanto nuestra diferencia de edad como el hecho que era una criatura indefensa y sin poder pensar en otra cosa que no fuera estar entre sus piernas, soñé que entraba en mi cuarto y que sin hacer ruido se acercaba a mi cama lentamente. Sin preguntar y con su piel erizada por lo que iba a hacer, me levantó las sábanas y se hizo un hueco a mi lado. Comportándose como una ladrona, en mi sueño, mi vecina aproximó su cuerpo a mí y mientras se pegaba a mi espalda, susurró:
-Fóllame.
Hasta ese momento, me había hecho el dormido pero al sentir la presión de sus pechos contra mi piel hizo que mi pulso se acelerara. Tratando de tranquilizarme, respiré profundamente antes de darme la vuelta. Al hacerlo, Patricia no aguardó mi respuesta y lanzándose entre mis brazos, buscó mi boca. Aunque sabía que todo era producto de mi mente, me vi respondiendo con pasión a su beso y mientras se acomodaba entre mis piernas, oí a mi vecina murmurar:
-¡Lo necesito!- mientras se comenzaba a mover lentamente sobre mí, degustando la presión de mi pene contra su sexo.
Era tal mi excitación que ni siquiera me dio tiempo a recrearme soñando que la penetraba porque exploté dejando el rastro de mi semen sobre el colchón. Asustado por la magnitud de mi calentura, me levanté de la cama y busqué calmar mi tensión con una ducha de agua fría. El impacto de introducirme bajo el chorro, consiguió tranquilizar temporalmente mi excitación pero mientras me secaba no pude dejar de reconocer que ante cualquier avance de esa mujer, los rescoldos se convertirían en un incendio y sin lugar a dudas, caería rendido entre sus muslos.
Con posterioridad me enteré que mientras tanto, Patricia le ocurría algo parecido. Tras meses de angustia, había encontrado en un desconocido el apoyo que había perdido y aunque le seguía doliendo la ausencia de su marido, se dio cuenta que la vida seguía y que tenía que buscar un padre para su hijo. Le costaba comprender que le hubiese prestado su ayuda sin pedirle nada a cambio y por eso  cuando entré  a por Andrés, se hizo la dormida porque sabía que no podía negar esa ayuda desinteresada pero también porque descubrió en mi mirada una mezcla de deseo y de cariño que la dejó confundida.
“¡Le gusto!”, pensó y ya claramente turbada tomó nota de que no le había molestado sentir mis ojos recorriendo su cuerpo.  
Tratando de evitar seguir pensando en mi pero claramente excitada, cerró los ojos imaginándose que estaba con su marido en esa cama y dejando caer suavemente las manos por su cuerpo, se empezó a acariciar. En su imaginación, el difunto era el que se estaba acercando a su clítoris y buscando liberar la frustración acumulada, separó sus piernas y con delicadeza se apoderó del botón escondido entre los pliegues de su sexo. Reteniendo los gemidos de placer en su garganta, soñó que Juan se agachaba y se apoderaba de él mientras con la otra mano se pellizcó un pezón. Ya completamente excitada y mientras su cuerpo convulsionaba de placer, le pidió que la besara. Fue entonces cuando se percató que la boca que estaba besando en sueños no era la de Juan sino la mía. Asustada por su propia reacción, se corrió al darse cuenta que el hombre con el que soñaba: ¡Era yo!
Una hora más tardé, todavía conmocionada por haberse masturbado con uno que no solo no era su marido sino que además de ser un desconocido la podía llevar quince años, salió de la habitación para descubrirme en el sofá viendo la tele.
 
Al verla entrar, me costó evitar que mis ojos se recrearan en su figura. La muchacha sin maquillar y despeinada tenía un encanto difícil de describir. Todo en ella era bello, su cara, sus labios, el modo tan despreocupado con el que lucía esa sudadera e incluso tengo que reconocer que me cautivó descubrir que dejando tirados sus zapatos al lado de la cama, Patricia apareció descalza en el salón. Sus pies y sus uñas pintadas de rojo, me hicieron suspirar y temiendo que el resto de mi cuerpo reaccionara traicionándome, retiré mi mirada y disimulando mi excitación, seguí viendo la película.
-¿Qué están poniendo?- me preguntó.
Intentando que no se me notara, contesté:
-Una de risa.
Satisfecha porque quizás reírse era lo que necesitaba, se sentó junto a mí.  Su presencia, curiosamente, diluyó mis dudas y olvidándome de lo que sentía, me sentí acompañado.
Aunque ninguno de los dos lo sabía, habíamos sido participes en los sueños del otro  pero eso no importó para que al cabo de unos minutos, a carcajada limpia disfrutáramos de las correrías absurdas de los protagonistas de la cinta. El ambiente se fue distendiendo y aunque no nos percatáramos ni ella ni yo, nos fuimos acercando el uno al otro y antes de que terminara, Patricia tenía apoyada su cabeza en mi pecho.
Fue en los anuncios, cuando caí en nuestra postura pero lejos de alterarme, me encantó tenerla tan cerca. Ella por su parte, al notar mi brazo a su alrededor, se sintió protegida e involuntariamente, sonrió. Cualquiera que nos hubiese visto, hubiera creído observar a una pareja disfrutando de un sábado en la tarde en la tranquilidad del hogar y aunque no había nada pecaminoso ni inmoral en nuestra actuación, ambos fuimos conscientes de estar jugando con fuego.

Todavía seguía la película cuando desde la habitación escuchamos el llanto de Andrés:
-Debe tener hambre- señaló su madre corriendo a por el bebé.
Verla partir, me molestó en un principio pero al volver con el crío en su regazo, me quedé pasmado por la belleza de la imagen. El cariño que se profesaban me hizo desear por vez primera formar una familia y sin dejarlos de mirar, reparé en que lo que realmente anhelaba era ser yo parte de la suya.
“¡No puede ser! ¡Soy demasiado viejo para ella!”, maldije entre dientes mientras seguía absorto como Patricia era capaz de prepararle el biberón sin dejar a Andrés en su cuna.
Queriendo ayudar, me acerqué a los dos y dije:
-Dame al niño.
Al no estar acostumbrada a que nadie la echara un capote, se me quedó mirando mientras se lo cogía. Fue entonces cuando ocurrió, juro que no fue mi intención pero lo cierto es que al tomarlo, pasé mi mano involuntariamente por su pecho. Mi vecina, esa madre joven recién viuda, no pudo evitar que de su garganta saliera un suspiro al sentir mi caricia. Si ya estaba suficientemente turbado por su gemido, me quedé de piedra al comprobar que bajo su blusa y traicionándola, sus pezones se le pusieron duros.
Sin saber a qué atenerme ni que pensar, le pedí perdón y retirándome de ella, me la quedé mirando. Patricia, consciente de mi escrutinio, se movió nerviosa incrementando de esa manera mi turbación.
“No puede ser”, pensé creyendo que mi calentura me estaba jugando una mala pasada pero cuanto más la observaba más clara era la presencia de esos dos bultos bajo la tela.
A los pocos segundos, la madre terminó de prepararlo y rojo como un tomate, me pidió a su hijo de vuelta. No queriendo que pensara mal de mí, le pase al crío evitando cualquier contacto y volviendo al sofá, intenté evitar seguirme fijando en ella. Lo cual me resultó imposible y al cabo de los pocos minutos, nuevamente estaba observando con deleite como esa joven le estaba dando la toma a su hijo.
“¡Y todavía se va a quedar todo un día!”, mascullé sabiendo lo difícil que me iba a resultar.
Analizando la obstinación con la que mi mente soñaba con que esa mujer fuera mía, busqué la explicación en que mi soltería que creía buscada, no fuera más que resultado de mi fracaso y por vez primera supe lo que era la soledad. Para colmo a un solo metro de mí sentada y ajena a lo que estaba sintiendo estaba una de las mujeres más sensuales que hubiese conocido jamás.
La incomodidad que sentía me hizo reaccionar y levantándome de mi asiento, la pregunté qué quería de cenar:
-Deja que Andrés termine y te ayudo- contestó.
 Temblando, no me quedó más remedio que volverme a sentar. Tengo que reconocer que disfruté tanto como un chaval viendo al bebé bebiendo su biberón de manos de su madre y que cuando terminó, me fastidió que lo hiciera porque estaba totalmente embelesado con la escena. Una vez saciada su hambre, Patricia se levantó y lo llevó nuevamente a su cuna. Sabiendo que quería que se durmiera, estaba esperando pacientemente en el salón cuando la oí llamarme.
Al llegar a su lado, la vi agachada en la cuna y mientras me señalaba a su hijo, me dijo en voz baja:
-Mírale se ha quedado dormido con una sonrisa.
No lo hice a propósito pero al querer comprobarlo, me pegué a ella y contesté:
-¡Es precioso!
Fue al responder mi piropo cuando su madre, se levantó y al hacerlo, su trasero se posó contra mi sexo. Durante unos segundos, ninguno supo que hacer pero el ver el deseo en mi cara fue la gota que necesitaba para lanzarse con una suavidad que me hizo suspirar, Patricia me besó. Tal y como hice en mi sueño, respondí su beso con pasión y cruzando nuestro particular Rubicón, la cogí entre mis brazos y la deposité en la cama.
-Hazme el amor- la escuché decir mientras me llamaba con sus brazos.
Incapaz de contenerme, me tumbé a su lado y la besé nuevamente. Contra toda lógica, era ella la más necesitada y casi desgarrándome la camisa, me la quitó mientras sus labios me colmaban de caricias. Sentir su urgencia fue lo único que necesité para que mis reparos desaparecieran y quitándole la sudadera, descubrí con auténtico gozo la perfección de sus pechos. Dotados con unos pezones grandes y rosados, sus pechos juveniles se me antojaron todavía más apetecibles y pero fue la firmeza de su vientre, lo que realmente me cautivó:
“¡Parece imposible que esta niña hubiese estado embarazada alguna vez!”, pensé mientras la acariciaba.
Patricia, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Cogiendo confianza, mis caricias se fueron haciendo cada vez mas obsesivas y disfrutando de mi ataque, tuvo que morderse los labios para despertar a su hijo. Ajeno a su turbación, con mis manos sopesé el tamaño de sus senos y mientras ella no paraba de gemir, profundicé en mi ataque recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones. Cuando sintió que se mojaba al notar mi caricia sobre su rosada areola, con la voz entrecortada, me pidió:
-Vamos a tu habitación.
Juro que comprendí sus razones pero como estaba lanzado no pude evitar recorrer con mi mano su entrepierna. No sé qué me resultó más excitante, si oír su gemido o descubrir que su coqueto tanga estaba totalmente empapado.
-No seas malo- me rogó con los ojos inyectados de lujuria – ¡Quiero ser tuya!
Patricia, tratando de no  levantar la voz, apretó sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris. Totalmente indefensa, tuvo que sufrir en silencio la tortura de su botón mientras su bebé dormía en su cuna. Disfrutando al comprobar que no solo estaba húmeda sino que poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo, no paré hasta que mis oídos escucharon su tímido orgasmo.
-¡Me vengaré!- me dijo con una sonrisa al recuperar el resuello.
Me encantó comprobar que no estaba enfadada y cogiendola entre mis brazos, la cambié de habitación.  Nada más ver que llegábamos a mi cuarto, Patricia, se abalanzó sobre mí y, restregando su cuerpo contra el mío, exclamó:
-¡Eres un maldito!. Tendrás que compensarme el mal rato- mientras se arrodillaba y me despojaba de mi pantalón. Al ver mi sexo al descubierto, lo cogió entre sus manos y sin esperar mi permiso, se lo introdujo  en la boca.
Creí morir al comprobar la maestría con la que esa se apoderaba de mi miembro y esperanzado comprendí que era tanta su necesidad de que esa noche no me iba a dejar descansar hasta que la saciara. Ajena a mis pensamientos, mi vecina cogió con sus  manos mis testículos e imprimiendo un suave masaje, buscó mi placer de la misma forma que yo había buscado el suyo. Fue impresionante experimentar como su lengua recorrió los pliegues de mi glande mientras no dejaba de decir lo mucho que gustaba.
-Me encanta-, exclamó al comprobar la longitud que alcanzaba en su máxima expresión y abriendo sus labios fue devorando mi polla lentamente hasta que acomodó toda mi extensión en su garganta.
Entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó a meterlo y a sacarlo de su interior con un ritmo endiablado. Alucinado por su mamada, todo mi ser reaccionó y acumulando presión sobre mis genitales, estos explotaron en sonoras oleadas de placer. La joven madre no dejó que se desperdiciara nada de mi simiente y golosamente fue tragándola a la par que mi pene la expulsaba.
Una vez terminó la eyaculación, con su lengua limpió los restos de semen y sonriendo, me miró diciendo:
-Espero que seas capaz de recuperarte rápidamente porque necesito que me hagas tuya.
Con todo la sensualidad del mundo, me estaba retando y cayendo en su trampa, la terminé de desnudar tras lo cual la tumbé en la cama:
-Se bueno conmigo- me soltó  con voz temblorosa.
Le respondí hundiendo mi cara entre sus piernas. Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, oí el primero de los gemidos que escucharía esa noche. El aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. Mi nueva amante colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me exigió que ahondara en mis caricias diciendo:
-Fóllame y seré completamente tuya-.
Su promesa me volvió loco y pellizcando sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.  Patricia chilló de deseo y reptando por la cama, me rogó que la penetrase. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría en mi boca. Su clímax, lejos de tranquilizarme, me enervó y tumbándola boca abajo sobre las sábanas, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
-Tómame-, exigió moviendo su culo.
-Tranquila-, dije dándole un suave azote,-llevo mucho tiempo sin hacerle el amor a una mujer y si sigues así, me voy a correr enseguida.
-Yo también, ¡Necesito sentir tu polla! Desde que te conozco, me he vuelto a sentir como mujer y me urge ser tuya-.
Comprendiendo la inutilidad de mi razonamiento, de un solo arreón, rellené su conducto con mi pene. Mi vecina, al sentirlo chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la cogiera los pechos.  Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando,  berreando entre gemidos, gritó:
-Júrame que vas a ser el padre de mi hijo. Quiero pertenecerte y que tú seas mío.
Como eso era exactamente lo que deseaba, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones. Patricia respondió a mis esfuerzos con lujuria y sin importarle despertar a su niño, me chilló que no parara. El sonido de la cama chirriando se mezcló con sus gemidos y completamente entregada a mí, se corrió nuevamente sin parar de moverse. No habiendo satisfecho mi lujuria,  convertí mi galope en una desenfrenada carrera que tenía como único objetivo mi propio placer pero, mientras alcanzaba mi meta, llevé a mi amante a una sucesión de ruidosos orgasmos.
Su completa entrega me terminó de enamorar y por eso cuando con mi pene estaba a punto de sembrar su vientre, la informé que me iba a correr. Ella al sentirlo, contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, obligó a mi pene a vaciarse en su vagina.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Patricia me abrazó llorando. Al percatarme de las lágrimas que recorrían sus mejillas, le pregunté preocupado que le ocurría:
-Nunca creí que pudiera volver a ser feliz. Durante meses creí que mi vida había terminado sin saber que en la puerta de al lado vivía un hombre que me haría recobrar mi esperanza.
Tratando de quitar importancia a su confesión, en plan de guasa, pregunté:
-¿Y quién es? ¿Lo conozco?
Muerta de risa al escuchar mi broma respuesta, me soltó mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos:
-Como dudes de quien es, ¡Tendrás que llamar a un médico!
La más que evidente amenaza no consiguió su objetivo porque al sentir la presión de sus dedos, mi pene reaccionó irguiéndose como un resorte. Soltando una carcajada, le separé las piernas y mirando a su entrepierna, le espeté:
-Tan poco aguanta tu coño que piensas que tendré que llevarte de vuelta al hospital.
Sin perder la sonrisa, llevó mi miembro hasta su entrada y mientras se lo incrustaba hasta el fondo, me susurró:
-Cuídate tú, pienso dejarte tan cansado que quizás te dé un ataque, ¡Mi querido anciano!
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “EL LEGADO (18): La liberación” (POR JANIS)

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La liberación.

 Nota de la autora: comentarios y opiniones más extensas o personales, pueden enviarlas a Janis.estigma@hotmail.es

Termino de hablar, por teléfono, con Maby, quien está en casa tras una larga sesión de modelaje. Me encuentro en la habitación que Pavel me ha preparado, en el club. Se encuentra casi al final de las habitaciones de las chicas, por lo que no está al paso de ninguna. Maby se queja de que estoy muy distanciado estos días. Le cuento que son cosas del trabajo, que es temporal.

―           Lo que tienes que hacer es meterte en la cama con Elke. Ella también lo está pasando mal, Pam está lejos y lleva más tiempo ausente que yo. Es bueno que la consueles…

―           Tienes razón, cariño. Es que soy muy egoísta cuando se trata de ti – escucho su tono y me imagino el puchero que está haciendo. Esa chiquilla es capaz de arrancar un suspiro de la estatua de Stalin.

―           Venga, iros a la camita, niñas. Hasta mañana, bonita…

―           Hasta mañana. Te quiero, nene.

Llevo dos noches durmiendo aquí, y no sé cuantas más tendré que hacerlo, pero es la única forma que conozco de vigilar los pasos de Konor. Llaman discretamente a la puerta. Es Mariana. Asoma su cabecita rubia y sonríe, casi con timidez.

―           Pasa, pasa – la invito, dejando el móvil sobre la mesita de noche. Estoy metido en la cama, desnudo, pero tapado por la ropa de cama.

Mariana viste un pantaloncito de pijama, no mucho más grande una braga, y una camiseta que deja su ombligo al aire. Calza unas casi planas chinelas, con plumas de fantasía.

―           Vas a pillar frío, preciosa. Métete aquí debajo – le digo, alzando mis mantas y haciéndole un hueco en la estrecha cama.

Mariana sonríe, agradecida por la confianza y el interés que le demuestro y, descalzándose, se desliza a mi lado, buscando mi calor.

―           He estado hablando con algunas chicas – susurra, apoyando una mano sobre mi pecho. – Existen varias teorías sobre las desapariciones, pero, la mayoría está de acuerdo que están traficando con chicas, sea como esclavas o como sacos de órganos.

―           Bufff… eso es ponerse en lo peor – trato de quitarle hierro al asunto, más que nada, para no asustarla, pero son las mismas conclusiones a las que he llegado.

―           He preguntado por Erzabeth, como me dijiste. Nadie la escuchó decir que tuviera un nuevo destino. Vinieron a por ella, de madrugada, y desapareció.

―           El Años 20 es un club con mucha demanda, un club de paso. Necesita muchas chicas nuevas, por lo que no hay habituales. Todas son movidas de uno a otro club – mi explicación es realista, pero no convence a ninguno de los dos.

―           Así es. Estamos acostumbradas a que una amiga ya no esté al día siguiente, movida a otro lugar con urgencia, pero siempre llaman o escriben, buscando despedirse o que le enviemos algo que, seguramente, han dejado atrás con las prisas. Estas no lo hacen. Ni siquiera responden a nuestras llamadas. Han desaparecido, Sergei. Lo sabemos.

Tiene razón. No puedo discutirle ese punto.

―           ¿Estáis seguras de que son hombres de Konor, quienes se las llevan?

―           Las chicas los han visto en, al menos, tres ocasiones – me dice, trazando círculos sobre mi pecho desnudo, con su dedo. Ya no me mira a la cara, pendiente de cómo se eriza mi pezón. – Las chicas se están poniendo histéricas.

―           No es para menos, coño.

―           Sergei… ¿puedo dormir contigo? Estoy asustada – me implora con voz casi infantil.

―           Es una cama estrecha para dos, Mariana.

―           Pero podría dormir sobre ti – susurra, tumbándose sobre mi pecho y abarcándome con sus piernas. Su sonrisa es juguetona, sus ojos claros y limpios me transmiten la alegría que siente en este momento.

―           Pero, te podrías caer durante la noche – le digo, con una sonrisa.

―           No, si me abrazas fuerte – bromea, a su vez.

―           Es una opción, pero también podría meter esta barra de carne en tu coñito y dejarte anclada sobre mí – mi mano mueve mi pene para hacerlo rozar contra sus nalgas, bajo las mantas.

Ella se ríe y se contorsiona. Me besa, lamiendo mi labio.

―           Haz lo que quieras… soy tuya.

Me encantan esas palabras. No hay nada que me ponga más cachondo que la entrega incondicional de una mujer. No tardo demasiado en dejarla desnuda, entre besos y caricias. Mariana no deja de frotarse contra mi cuerpo, de rozar su cálida y mojada entrepierna contra mi tieso miembro.

―           Deja que me la meta yo – jadea sobre mi boca.

La dejo hacer a su manera. Mariana aparta las mantas y lleva su mano atrás, aferrando mi polla con su manita y empalándose lentamente. Introduce solo que la punta, el glande, y se recuesta de nuevo sobre mí, besándome dulcemente.

―           Déjame acostumbrarme a esa cosa, Sergei… es lo más grande que me han metido nunca…

―           Te la has metido tú, chiquilla – la sermoneo en broma.

―           Sergei…

―           ¿Si?

―           Cállate – e introduce su lengua hasta mi paladar.

Mueve sus caderas lentamente, con pericia, contrayéndolas para deslizarse sobre mi glande. Sus rodillas aprietan mis flancos. La noto auparse unos centímetros y luego descender sus nalgas para empotrarse contra mi pene, todo sin moverse ni un ápice del lugar que ocupa sobre mi pecho.

Con cada contracción, introduce un poco más de polla en su interior, jadeando de placer y tensión. Le está costando. Parece mentira que sea prostituta, siendo tan estrecha, pero recuerdo que ella tiene un rol que atrae a muchos hombres. Representa una colegiala victoriana, una chiquilla virginal y sin noción de sexo, que sus amantes deben educar y pervertir.

Me pregunto si esa estrecha vagina será una disposición natural o bien un órgano bien entrenado…

―           ¿Entrará toda? – le pregunto en un susurro.

―           Lo hará… aunque… me salga por la… boca – contesta con voz entrecortada.

―           Una chica valiente…

“El que faltaba. Cállate y únete”.

―           Es una puta angelical, Sergio.

Tiene razón, como siempre. Esa es la definición, una puta angelical. Todo en ella es suavidad y dulzura, con una pizca de inocencia, pero folla con pericia y conocimiento. Sin duda, tendrá buenos clientes.

―           Uuuuhhh… Sergei… no puedo… mássss… — jadea, separándose de mi boca, dejando un hilo de baba uniendo nuestros labios. – No he… conseguido entrar…la toda… y… estoy… es…stoy a punto… de… de…

Correrse, por supuesto, cosa que hace con el estremecimiento más grande de caderas que haya visto jamás. Hace temblar mi polla y mis muslos, por contacto. Gime largamente a escasos centímetros de mi boca, echándome su cálido aliento a la cara. Huele a manzana. Contemplo como sus párpados tiemblan con un espasmo, sin cerrarse del todo, acusando el orgasmo.

―           No te muevas, descansa – musito, peinando sus largos cabellos rubios. – Respira y tómate tu tiempo. No empezaré a moverme hasta que me lo digas.

―           Gracias, Sergei… eres muy atento conmigo…

Sin embargo, no pasa de un minuto cuando es ella misma la que está friccionándose conmigo, de nuevo. Esta vez, su sonrisa es traviesa, de niña consentida. Parece disponer de nuevas fuerzas que la empujan a clavarse más y más, entre gemidos desaforados, nada contenidos.

Llega un momento en que no dispone de impulso para empalarse más profundamente. Me lo hace saber con un gemidito que incendia mi mente. Con un rugido, la aferro de las nalgas y con un brusco movimiento, la coloco debajo de mí, abriéndola al máximo.

No es miedo lo que leo en su mirada, sino la más pura aceptación, el enorme deseo de entregarse, de fundirse con mi cuerpo. Empujo con fuerza y urgencia. Los últimos centímetros horadan su coñito, golpeando su cerviz, cortándole el aliento.

―           ¿Toda? – musita con voz de pajarillo.

―           ¡Toda, putilla! ¡Te la has tragado toda con ese coñito de princesa de cuento!

Ella sonríe, orgullosa. Me mira a los ojos, y siento sus manos sobre mis mejillas.

―           Sergei… no puedo moverme… me aprisionas… totalmente… traspasada… quiero que me… folles duro… lo más duro… que puedas…sin pararte… aunque grite… ¿Comprendes?

―           Te haré daño, Mariana.

―           No importa… es lo que deseo… ¿lo harás?

No contesto. Tomo retroceso con mi pene y empujo con fuerza.

―           Ooouch… — se queja, pero sin dejar de sonreírme.

La embisto de nuevo, sin dejar de mirarla. Otra vez. Con más fuerza. Mariana llora, pero sus ojos no se apartan de los míos, y su sonrisa parece eterna. Incremento el ritmo, más rápido y más profundo; más fuerte, más brutal… Mariana ya está gritando, pero sus piernas se enroscan a las mías, manteniéndose unida.

¿Por qué las mujeres gustan del dolor cuando se entregan totalmente? ¿Es algo escrito en sus genes, desde los albores dela Humanidad? ¿Eso que Dios dijo de que vivirás para sufrir? ¿O era lo de parirás con dolor?

Desvarío mientras la desfondo. Le tapo la boca para que no despierte a toda la planta. Ni siquiera habla, solo aúlla como una sirena, sus uñas clavadas en mi espalda. Tiene la misma expresión de éxtasis total que una de esas monjas beatas arrodilladas en el patio del convento, con las rodillas llenas de sangre de arrastrarse sobre las piedras.

Verla así incrementa mi morbo, lo que me lleva a estallar de gozo. Me corro en su interior sin que ella abandone ese estado. Creo que está encadenando tantos orgasmos que no la dejan bajar de la cresta de la ola. Se la saco, algo asustado. Podría darle algo malo si sigo. La escucho tomar aire con desesperación y se pasa casi un minuto jadeando, bajando sus niveles a un estado más normal.

―           ¿Estás bien? – le pregunto.

―           Oh, Sergei… como nunca antes… — me abraza la nuca, besándome una y mil veces. – Si pudiera… si me atreviera…

―           Puedes decirlo, Mariana.

―           ¡Te entregaría mi vida! – estalla, entre lágrimas.

―           Sssshhh… lo sé, pequeña, lo sé, pero tu vida no es tuya. Tienes a tu hermana y a tu madre, que dependen de ti, que cuentan contigo… Debes pagar tu deuda.

―           Si, si – afirma ella, moviendo la cabeza.

Paso un brazo debajo de ella, acomodándome en el colchón y atrayéndola contra mi pecho. Se acurruca allí, como una gatita feliz, pues casi ronronea. Murmura un buenas noches casi ininteligible, y se duerme. Contemplo su hermoso rostro mientras hago planes.

Según Basil, el jefe ha salido de viaje para Francia, tardará un par de días en volver. Últimamente, Víctor está haciendo muchos viajes a ese país. No es asunto mío, pero hay algo que no me gusta.

―           Parecen reuniones secretas de estado. El zar Alejandro III era muy aficionado a ellas…

¿Por qué Ras tiene siempre razón? Me pone de los nervios. Parece como si Víctor estuviese participando en una conspiración. Una de las criadas me comunica que la señora me invita a desayunar en el invernadero. ¿Cómo resistirse a eso? Por lo menos, Katrina está en el campus.

La temperatura es ideal en el interior del invernadero. El sol primaveral atraviesa los grandes paneles de cristal, creando un clima interior suave y agradable. Anenka está sentada a una mesa de jardín que sustituye al velador de hierro forjado en el que desayunamos Víctor y yo unos días atrás. La hermosa mujer viste un kimono de seda tan liviano que sus grabados son casi transparentes. El butacón en el que me siento, está forrado con una tela clara, y es bastante cómodo.

―           Sergio, querido, ¿cómo estás esta mañana?

―           Bien, señora, ¿y usted? – pregunto mientras una de las criadas nos sirve café en las tazas.

―           Divina, como siempre – se ríe, mientras mira a la criada alejarse.

Escojo uno de los bollos que se exponen en la bandeja.

―           ¿Qué tal Katrina? – me pregunta.

―           Bien, dentro de lo que cabe. Una persona de sus características supone siempre unos esfuerzos…

―           ¿Lo dices por su vanidad y egocentrismo… o bien, por tu faceta de esclavo?

El bollo se detiene a un milímetro de mi boca abierta.

―           Anenka lo sabe.

“¿De verdad?”, ironizo mentalmente.

―           Por ambas cosas.

―           ¿Cómo has podido caer en sus garras, Sergio? – sus ojos me miran con lástima.

―           Katrina es muy bella y autoritaria, Anenka.

―           Pero… ¡No te ofrece nada, en absoluto! ¡Solo dolor y miseria! Sé como destroza a la gente, a las criadas, a los sirvientes,… ¡Destruye por placer!

Tiene razón. Katrina no tiene límite, ni objetivo, es puro vicio, pura destrucción… la pura perversión de anular, controlar, y dominar, mueve su vida. Claro que no puedo explicarle los motivos de haberme puesto bajo sus agudos tacones.

―           ¡Ni se te ocurra!

―           Sergio, – murmura Anenka, tomando mi mano a través de la mesa, como una pareja de enamorados – te he ofrecido veladamente muchas cosas, pero ahora lo voy a hacer de forma clara. Deja a esa niña y vente conmigo. Ella te absorberá, te anulará, y no puedo permitirlo.

―           ¿Quieres que sea tu amante? – pregunto, alzando una ceja.

―           Mucho más que eso, Sergio. Las cosas no van bien últimamente. Víctor anda metido en problemas, y los bandos se van definiendo. Pronto, todos tendremos que elegir con cual quedarnos. Quédate conmigo, a mi lado… juntos podemos hacer grandes cosas…

―           Pero… yo no soy nadie… tengo diecisiete años… no cuento para nada – muevo las manos, las palmas abiertas. Aparento más inocencia que nunca.

―           Eso es lo que me gusta de ti – repone ella, poniéndose en pie y acuclillándose a mi lado. Su mano acaricia mi mejilla. – Deja que yo me ocupe de las cosas difíciles. Tú solo tienes que estar a mi lado, atento a nuestro amor y necesidad. Serás mi fuerza interior, mi motivo de conquista.

―           Bueno, aquí parece que se está gestando una usurpación de poder. Puede que te lo esté pidiendo por amor o pasión, pero ésta tiene un peligro que quema.

“Siempre lo he sabido. Anenka es muy peligrosa, porque no muestra nunca sus cartas.”

―           ¿Qué piensas hacer?

“Cubrirme las espaldas”.

―           Tengo miedo, Anenka – musito, bajando los ojos.

―           ¿Miedo? ¿Tú? – se asombra la agente. — ¿De quién?

―           De Katrina. No me perdonará que la abandone. Tiene gente a sus órdenes. No me caí por unas escaleras hace un mes…

―           Lo sé.

―           ¿Lo sabes? – me asombro.

―           No son sus hombres, son los míos. Ella no dispone de efectivos. Cuando me pidió que le diera una lección a un chico, pensé que era alguien de su entorno, un amigo, un antiguo novio… no a ti. Pero, ya estaba hecho.

Empiezo a ver donde llegan los garras de esta mujer, y, de paso, empiezan a encajar ciertas piezas.

―           Así que tienes a tu propia gente, entre las filas de los efectivos de tu marido…

―           No soy la única. Existen más facciones. De hecho, Víctor ha ido a entrevistarse con una de ellas. Pero, más que una facción, me decanto por una protección. Erijo muros defensivos, en prevención de la guerra que se avecina – su mirada es dura, calculadora.

―           Comprendo. Te quedas atrás, atrincherada, y contemplas como los demás se hacen pedazos. Al final, saldrás y aniquilaras a todos tus enemigos, ya debilitados.

―           Veo que entiendes de estrategia, querido – me besa suavemente, antes de ponerse en pie. — ¿Qué decides, Sergio?

―           No me queda más remedio que arriesgarme – murmuro.

―           ¿Dejaras a esa malcriada de Katrina y te unirás a mí?

―           Si, señora – contesto, mirándola intensamente.

―           ¿Me juraras respeto y lealtad?

―           Si, señora.

―           ¿Me servirás atentamente? – me pregunta, subiéndose a horcajadas sobre mi regazo.

―           Si, señora.

—           ¿De verdad se lo cree?

“Creo que si. Es algo egocéntrica.”

―           ¿Me harás el amor todos los días? – sus manos se atarean en mi bragueta.

―           Si, señora.

―           ¿Me amarás solo a mí, cariño?

―           Si, señora…

Sus labios cubren los míos, con una pasión invasora, con un empuje que arrastra cualquier duda, cualquier oposición. Solo existe esa hembra y su boca, y sus senos, y su trasero… y…

Esa misma noche, de madrugada, Pavel me despierta. Normalmente, le habría escuchado al entrar en mi cuarto, pero los excesos se pagan. Me he pasado todo el día atrapado por las exigencias de Anenka y Katrina; de una a otra, como una máquina de millón…

Así que estoy en pleno sueño de los benditos, cuando los dedos de Pavel se clavan en mi hombro.

―           Despierta, Sergio, despierta…

―           ¿Qué pasa? Pavel… ya te he dicho que no follo… — respondo, aún dormido.

―           ¡No, payaso! ¡Los hombres de Konor!

―           ¿Qué? ¿Dónde?

―           Se llevan otras dos niñas.

―           ¿A quienes? – ya estoy vistiéndome a toda velocidad.

―           Dos nuevas, ucranianas. Ni me han despertado para comunicármelo. Esto se está poniendo feo si actúan tan impunemente…

―           Tienes razón. Es hora de pararlos. Pavel…

―           ¿Si?

―           No me has visto. No sabes donde estoy.

―           Entendido. Ten cuidado, Sergio.

Lo bueno de tener la habitación cerca de la escalera de incendios, es que estoy abajo, metido en el Toyota, mucho antes que ellos. Hay una furgoneta, con el motor en marcha, cerca de la puerta trasera del club. Cinco minutos más tarde, tres tipos salen por la puerta; dos de ellos con sus manos sobre los hombros de las dos chicas, que parecen preocupadas, y el otro porta sus bolsas de viaje. Se suben todos a la furgoneta y se ponen en camino.

Les sigo sin prisas. No hay apenas tráfico. Tengo el Toyota preparado desde hace días, cargado de gasolina y efectos necesarios. Pronto tomamos la carretera hacia Talavera de la Reina. Sin duda, nos dirigimos a Machera. Efectivamente, luego dirección Cáceres, y después, un par de carreteras secundarias, hasta Cedillo y Machera. Cruzan la frontera al amanecer, cerca de una localidad portuguesa llamada Perais. Después se desvían a una camina secundaria y, más tarde, a un camino rural. Tengo que dejarles más espacio para que no me vean, pero no pienso perderles. He estado cinco horas siguiéndoles.

Finalmente, me llevan hasta una gran finca, con un enorme cortijo solariego, de paredes encaladas y un enorme patio de piedras romas. Tomó mis binoculares y me instaló cómodamente en las ramas de una vieja encina. No tengo que esperar mucho para contar los hombres que puede haber allí. Veo, al menos a seis. Estos no son campesinos, van armados.

―           ¡Ni lo pienses, idiota! Ya sabes que hay diferentes facciones en la organización. ¿Cómo sabes que estos hombres no pertenecen a Anenka?

―           Joder…

―           Ahora no puedes ponerte en evidencia. Tienes que nadar entre las aguas. Llama a Basil y deja que se ocupen de esto los hombres de Víctor. Ni siquiera tienes que llevarte el mérito, si no quieres.

Es un buen consejo. Nadie debe saber que los he seguido. Siempre tendré tiempo de contárselo todo a mi jefe, en persona. Mientras dilucido lo que voy a hacer, uno de los hombres saca a una docena de chicas al patio, para que tomen el sol y hagan un poco de ejercicio. Doy un respingo cuando me parece reconocer aquel cuerpo menudo. Apuro al máximo los binoculares y los apoyo en la rama para detener el tembleque de mi pulso.

¡Es Erzabeth! ¡No hay duda!

Saco mi móvil y llamo a Basil. En tres palabras, le informo de donde estoy, de lo que he visto, y de lo que hay que hacer. Me dice que no me mueva del sitio y que le comunique cualquier cambio que ocurra. Estos tíos son profesionales, coño.

Una docena de chicas, sacadas poco a poco del club y reunidas en aquel sitio olvidado. ¿Qué pretenden hacer con ellas? descarto el tráfico de órganos, porque sin duda ya estarían muertas y despedazadas. ¿Un burdel? No, demasiado alejado. ¡Para follar no hay que conducir hasta el lugar donde Cristo perdió el mechero!

Mucha vigilancia, chicas muy controladas, eso equivale a muchos beneficios. ¿Trata de blancas? Podría ser. ¿Estarían reuniendo una partida para subastarla?

¡Que cabrones! Todo son beneficios. Las chicas ya eran traídas a España por la organización de Víctor. Solo tienen que sacarlas lentamente y venderlas. Sin denuncias por desaparición, sin gastos, sin apenas riesgos. ¿Cuánto tiempo habrían estado haciendo esto?

Decido desayunar mientras espero. Menos mal que esos tipos decidieron parar antes de cruzar la frontera… Estoy famélico.

He tenido que esconder el Toyota. ¡Patrullan el perímetro! ¿Dónde quedaron aquellos matones que se entretenían viendo los dibujos animados? Han pasado dos veces por donde estoy escondido, desde entonces. Al principio, creí que me habían descubierto, pero no, es algo rutinario. Al parecer, su patrón no les deja aburrirse.

Me vibra el móvil. Es la hora del almuerzo. Son los refuerzos. He quedado con ellos a un kilómetro de la finca, para que no nos puedan ver. Vienen en dos 4×4 como el mío, diez tipos que parecen que saben lo que tienen que hacer.

El cabecilla sube conmigo a echar un vistazo. Le indico donde creo que hay vigilancia y la frecuencia de la patrulla. El tío es una máquina militar. Desarrolla la estrategia al paso. Nos reunimos con los demás, y él les explica, en búlgaro, lo que tienen que hacer.

Lo primero es ocuparse de la patrulla, para no dejar nadie a sus espaldas. Van montados en un Jeep militar, bastante viejo, pero robusto. Queda poco para la siguiente pasada. Uno de ellos se tumba en medio del camino, sin armas. Los demás toman posiciones.

La emboscada es rápida y perfecta. El jeep se detiene ante el caído. El acompañante desciende, apuntando con su AK47. No se fía, pero no le sirve de nada. Los disparos con silenciadores los siegan. Estos tíos sienten poco respeto por la vida.

Dos de los hombres se suben al vehículo y continúan con el recorrido, como si no hubiera ocurrido nada. Los demás se despliegan hacia el cortijo, tomando rutas ya preestablecidas.

Media hora más tarde, todo ha acabado. He sido un mero espectador. No han dejado ninguno con vida. No les hacía falta, las pruebas son palpables, pero solo conducen a Konor. Me gustaría estar seguro de quien está detrás.

Estoy escuchando como el líder ordena, a cuatro de sus hombres, utilizar la furgoneta y otros vehículos que se encuentran en el patio el cortijo, para desplazar a las chicas de nuevo a Madrid, cuando mi móvil vuelve a vibrar. Le echo un ojo. Es Patricia. ¿Qué querrá ahora?

―           Dime, canija – bromeó.

―           Sergio, ¿Dónde estás? – su voz suena rara.

―           Estoy fuera de Madrid, ¿por qué?

―           Algo pasa en el ático.

―           ¿A qué te refieres? – mi piel se eriza.

―           Se escuchan gritos y voces. ¿Es que se están peleando?

Solo están Maby y Elke. Jamás se pelearían entre ellas…

―           Está bien. Ya me ocupo yo, pero si la cosa se pone peor, llama a la poli.

―           Vale, Sergi. Ven pronto… no me gusta esto…

―           Está bien.

Cuando cuelgo, llamo a los móviles de mis chicas, pero no hay respuesta. A la cuarta intentona, salta el mensaje de que el número marcado está desconectado. Joder, joder…

―           ¿Es grave?

―           No lo sé, Ras, pero me da mal rollo. Salimos ya para Madrid.

Acabo de cruzar la frontera cuando recibo un mensaje. Tengo que aparcar en la cuneta porque me tiemblan las manos cuando veo que es una foto.

―           Lo ha hecho. Te lo dije…

Katrina está sentada en nuestro sofá, sonriendo a la cámara. Tiene las piernas cruzadas y lleva un elegante vestido. A sus pies, desnudas, maniatadas y amordazadas, se arrastran Elke y Maby. Tienen marcas de fustazos en sus cuerpos.

―           ¿Qué vas a hacer?

―           No lo sé. El único que puede controlarla es su padre y está en algún sitio del suelo galo. No queda más remedio que encomendarse a los dioses y apretar el pedal – golpeo el volante.

―           Tienes que calmarte. Ahora mismo, eres la única posibilidad de las chicas. Así que tienes que llegar entero a la ciudad.

―           Si, si… me calmo… — inspiro lentamente, controlando la respiración. Un par de minutos así y mi tensión se relaja.

Arranco de nuevo y sigo camino. Llamo a Patricia. Le digo que olvide lo de la policía, que ya he hablado con ellas.

―           ¿Qué pasaba?

―           Una pelea entre modelos – le comento, quitándole importancia.

―           Menudo susto – se ríe.

―           Llegaré en un par de horas. Tranquila.

―           ¿Cuándo vas a venir a verme? Llevas días sin asomar.

―           Trabajo, canija. Pero te prometo que muy pronto.

―           Está bien…

¿Qué ha inducido a Katrina a dar ese paso?, pienso al colgar. Hace días que no estoy en casa. ¿Será por Anenka? ¿Lo habrá descubierto? La última vez no fuimos muy discretos, que digamos.

―           Eso es una represalia. No puede tocar a Anenka y te castiga con tus chicas.

―           Pues ha ido demasiado lejos. Se acabó – murmuro, con los dientes apretados.

―           ¿De verás? – Ras parece alegrarse un montón. — ¿Dejaras que me encargue de ella?

―           Aún no sé qué voy a hacer, pero te garantizo que podrás domarla durante un rato.

―           Aprieta ese pedal, coño… no seas marica…

A pesar de mi preocupación, tengo que reírme, aunque sea histéricamente.

La última foto que Katrina me envía, llega cuando me encuentro a cinco kilómetros del ático. En ella, Maby es violada por uno de los gorilas de Konor. Mi chica sigue con la mordaza de bola puesta. Es la treceava fotografía que recibo, y juro que va a pagar por cada una de ellas. No sé lo que se piensa esa loca. Se creerá intocable por quien se papaíto, o por los matones que tiene a su alrededor… ¡Que equivocada está! Tendría que pensar en otras posibilidades, pero, cuanto más me acerco al piso, más cabreado estoy. Ya no discurro fino, solo quiero pegarle a alguien, a ella si puede ser…

He tardado algo menos de cuatro horas en regresar, arriesgándome a todo, pero he arañado casi una hora al camino. Me he dado cuenta que Katrina debe de saber que estoy fuera, seguramente hasta el lugar exacto, y por eso se ha atrevido a meterse en mi casa. Puede que ni siquiera me espere tan pronto. Mejor. Le voy a meter un puño por ese coñito virgen y va a parecer un polo de Frigo.

No soy tan tonto como para aparecer como el Séptimo de Caballería. No sé quien hay en el ático, por lo que tomo un camino secundario. Primero, a la azotea de la comunidad, situada más baja que la nuestra propia, y en un lateral del edificio. Pero, desde allí, siendo un poco ágil, se puede llegar a la nuestra, y, ahora, yo soy ágil, ¿no?

Bien, no hay nadie. Desciendo las escalerillas del lavadero en silencio. Arriesgo una mirada. Hay un tipo cocinando algo, de espaldas a mí. ¿Dónde están los demás? ¿En el dormitorio? No lo pienso más, es mi oportunidad. Cuando el matón nota mi presencia, estoy a tres pasos de él. Incrusto mi pie en sus costillas, en un aplastante mae geri, que le lanza contra la nevera. Debe de pesar sus buenos noventa kilos, pero lo he desplazado con facilidad, pues no reprimo mi fuerza en lo más mínimo. Ni siquiera hemos hecho mucho ruido, salvo el salvaje encontronazo contra el frigorífico, que le ha hecho rebotar de nuevo hacia mí. Aferró lo primero que tengo al alcance y que resulta ser el mango de la sartén donde el tipo estaba friéndose un par de huevos. Mala suerte para él. El aceite hirviendo jode bastante.

Le parto la sartén en la cabeza, con un seco golpe, derramando todo el aceite sobre él. Yo también pillo repaso, pero me da igual. Ahora si hemos hecho ruido y la puerta del baño se abre. Otro matón eslavo surge con prisas, abrochándose el pantalón. Es el que estaba violando a mi niña. ¡Que gusto me voy a dar!

Echa su mano a la espalda y sus ojos se abren con sorpresa. Os apuesto lo que queráis a que se ha quitado la pistola para cagar y la ha olvidado allí. Lo siento, baby. Recurre a los puños. Es grande y fuerte, pero yo tengo mucha mala leche. Freno sus dos primeros golpes y le piso los dedos del pie derecho, mejor dicho, se los aplasto. No le doy tiempo ni a gritar. Con su pie aún bajo el mío, empujo con fuerza su pecho, desequilibrándole totalmente. Escucho crujir el empeine. Uuy, luxación de tobillo, lo siento.

La patada que recibe en la boca, ya en el suelo, le deja más quieto que un gato ante una jaula de canarios.

―           ¿Qué coño estáis haciendo, imbéciles? – resuena la voz de Katrina desde el dormitorio. – Estaba durmiendo…

―           Oh, puedes seguir haciéndolo, Ama. Estos ya no harán ruido en un rato – trato de ser irónico al entrar en el dormitorio, pero mi cara parece haberse congelado en una mueca.

―           Sergei… ¿Cómo…? – se asombra ella.

Katrina está tumbada en la gran cama, entre mis dos chicas, las cuales, desnudas, tienen las manos y pies atados a los cabeceros, en X. Maby está de bruces y Elke boca arriba. Katrina, vestida con una negligée que creo que es de mi hermana, trata de ponerse en pie. Jamás ha visto una mirada como la que yo tengo en este momento. Nunca me ha visto enfadado, de hecho, nunca ha visto a nadie enfadado como yo.

―           ¡No se te ocurra tocarme, perro! – exclama, quedándose a gatas en la cama. — ¡Te ordené que no te acostaras con nadie!

Me río de lo histérica que suena. La aferro de su largo cabello y la saco de la cama, de un fuerte tirón. Chilla y patalea, pero la sostengo ante mí, a pulso, como si no pesara nada. Un par de suaves guantazos la aquietan. Me mira, los ojos chispeando de furia.

―           ¿De quien ha sido esta sutil idea?

―           ¡¡MIA!! – me grita. Al menos es valiente.

Siento como una insana alegría recorre todo mi cuerpo, saturando mi cerebro con imágenes de dolor y sangre. Rasputín se retuerce de placer en mi interior, queriendo comenzar. “Aún no, aún no, Ras”.

Mis chicas me miran, cohibidas por mi expresión. Ni siquiera chistan, esperando a ver lo que sucede. La siento en el suelo, de forma brusca.

―           ¡Te han estado siguiendo, espiando! ¡Os grabaron… a Anenka y a ti! ¡Le has jurado lealtad! ¡Me has abandonado! – me grita, mirándome, la barbilla levantada.

―           ¿Y te extraña, zorra? Eres una puta miserable y cobarde… no te mereces tener a nadie sirviéndote… ¿Por qué no te has enfrentado a tu madrastra? No puedes con ella, ¿verdad? Es una hembra demasiado dura e inteligente para ti, curtida como agente del KGB… — casi escupo las palabras.

―           ¿KGB? – se le abren los ojos.

―           Jajaja… ¿No lo sabías? Ah, olvidaba que a ti, no te cuentan nada… solo eres una niña malcriada, un pedazo de carne mimado, que solo sirve siquiera para la adoren.

―           Pero… pero… si ella me dijo…

―           ¿Si? ¿Qué te dijo Anenka? ¿Te animó a castigarme? ¿Te prestó sus hombres para que te sintieras poderosa? ¿Te hizo partícipe de un poco de su poder? Pobre criatura… ha estado jugando contigo desde el principio.

Katrina aprieta los labios, tragándose las recriminaciones. Le estoy restregando lo que aún no puede asimilar. Si tuviera láser en los ojos, nos habría achicharrado a todos.

―           No te apures – le digo, apartándome de ella y desatando a mis chicas, que se abrazan a mí, entre lágrimas y gemidos. – También me engañó a mí, al principio.

Me siento en la cama, consolándolas, sin quitar la vista de Katrina, quien contempla, despectiva, nuestras muestras de cariño.

―           ¿Estáis bien, vidas mías? ¿Os ha hecho daño esta puta rubia?

―           He pasado mucho miedo… Sergi… nos han… han… — Maby no puede acabar la frase.

Elke ni siquiera me habla, solo llora, el rostro escondido en mi pecho. Lo ha tenido que pasar muy mal, conociendo su fobia a los hombres.

―           Nenas… nenas… necesito que recuperéis los ánimos. Vamos, chicas. Esos tíos están tumbados afuera y no van a estar inconscientes mucho tiempo. Tengo que atarlos… ¿Podéis vigilar a esa puta?

Maby cabecea, secándose las lágrimas, y aferra la cabeza de Elke, acariciándole la cara.

―           Cuidado con ella, está loca y desesperada.

―           Si, Sergi, ya no me va a sorprender – frunce el ceño la morenita.

―           Así me gusta. Elke, vístete y tráele algo de ropa a Maby. ¿Puedes?

―           Si, si… ahora mismo – y sale disparada hacia el vestidor.

Utilizo unas cuantas bridas, que me sobraron del bricolaje del vestidor, para atar pies y manos de los dos hombres, aún inconscientes. Escucho los reniegos de Elke y me asomo al vestidor. Toda la ropa está tirada por el suelo. Hay zapatos, bragas, calcetines, vestidos y camisetas, pantalones y blusas, por todas partes. Algunas tablas están arrancadas y rotas.

―           ¿Qué ha pasado aquí?

―           Tu amiga entro en fase de destrucción aquí dentro – me dice Elke, rebuscando entre el caos. – Solo gritaba que no teníamos derecho a esto y golpeaba todo. Sergi, ¿Quién es esa loca?

Me río al ver su mirada inocente.

―           La hija de mi jefe.

―           Dios… ¿Ella fue la que azotó?

―           Si. Me ofrecí como su esclavo… hasta hoy…

Volvemos al dormitorio. Me acuclillo ante Katrina.

―           Ah, Katrina, Katrina… ¿Qué voy a hacer contigo?

―           ¿Soltarme? Imbécil, ya te has divertido bastante. Le diré a papá que te de un cheque y te irás de casa – está recuperando su arrogancia.

―           Si, si… eso después… quiero ver si he comprendido bien tus pasos. ¿De qué conoces a Konor?

―           ¿Qué Connor? ¿Un americano?

―           No lo conoce.

―           Los tipos que enviaste a darme una paliza… ¿Quién te los prestó?

Katrina gira la cara, negándose a hablarme. “Ras, pégale”. Comparto su alegría en el momento en que conecta con mi cerebro para adueñarse de mi brazo. La bofetada es de aúpa. La saliva de su boca salta por el aire. Ni siquiera atina a quejarse, aturdida. Mis chicas miran la escena atentamente, mientras se visten.

―           Anenka, fue Anenka… — contesta, escupiendo algo de sangre.

Esto cuadra con lo que me contó la esposa traidora. Así que por una regla de tres, si utiliza a hombres de Konor, éste o es socio de ella, o trabaja para ella.

―           Te lo dije…

―           ¡A la mierda con tanto “te lo dije”, Ras! – estallo.

Me jode que tenga siempre la razón, y me jode aún más haber hecho el gilipollas con Anenka.

―           Posee un entrenamiento que ni tú, ni yo, superamos.

―           Vale, sigamos.

―           ¿Le pego otra vez?

―           Espera a que por lo menos le formule la pregunta, ¿no? – Katrina me mira como si estuviera loco, hablando solo. — ¿Has dicho que me has estado siguiendo y espiando?

―           ¡Vete a la mierda!

La nueva bofetada me toma por sorpresa, aún siendo mía la mano. Los ojos de Katrina ya no desprenden tanta ira. El miedo está ganando. Esa princesa nunca ha recibido daño, solo lo ha causado. Se derrumbará muy pronto.

―           Eso significa que ya sabias que tenía otros asuntos con mujeres, antes de mi declaración a Anenka, que fue ayer mismo.

Katrina aparta la mirada. De nuevo, Rasputín es más rápido que yo. Esta vez es un golpe seco sobre un seno, que la retuerce en el suelo. Espera unos segundos y la pone de nuevo sentada, recurriendo a un buen tirón de pelo.

―           ¡Me lo dijo Anenka! – exclama, tras jadear un tanto.

―           Coño con la zorrona de Anenka. ¿Es que todo lo que dijo era mentira?

―           Todo, todo, no, pero casi… Katrina, ¿Anenka te contaba cada vez que yo estaba con ella?

―           ¡Si! ¡Venía a regodearse! Me ponía enferma escuchándola, pero sabía como despertar mi interés… puta rusa… se burlaba de mí, de que no sabía controlar a mi esclavo – Katrina escupe su ira y su frustración. – Me decía cómo debería castigarte… que te cediera a ella para castigarte… pero no podía… no podía dejar que ella te hiciera daño…

Vaya, eso no me lo espero. Prácticamente, es una declaración de amor en una niña tan malcriada como Katrina. Sin embargo, ahora comprendo el típico doble juego de espías. Anenka es una maestra en todo eso. Usaba a Katrina para alterarme, para enfurecerme, mientras ella procurarme atraerme. Todo un acicate. Pero lo que me pregunto es ¿por qué me quiere a su lado? ¿Qué tengo yo de especial? ¿Le gustaré de verdad?

―           Bien, Katrina. Aquí se acaba nuestra relación ama/esclavo. Lo comprendes, ¿verdad?

Katrina asiente, el pelo sobre la cara y sorbiendo sus lágrimas.

―           Pero debo castigarte por todo esto. Ya verás que bien te lo vas a pasar, a partir de ahora. ¡Quitadle ese trapito y ponedle unas bragas a esta puta! No quiero que se me resfríe – le digo a mis chicas. – Vamos a tener una linda esclavita en casa…

Katrina casi se pone en pie de un salto, mirándome enloquecida. Un nuevo guantazo la envía directamente sobre la cama. Miro a mis chicas y veo en sus ojos que no les hace mucha gracia la noticia, al menos hasta que les explico cómo va a ir la cosa.

―           La quiero en bragas todo el día. Tiene que arreglar todo lo que ha destrozado, además de la limpieza del apartamento. No la pongáis a hacer de comer que os envenena. No sabe ni untar una tostada con mantequilla.

Maby se ríe.

―           Pero se puede escapar – aventura Elke, aún novata en estos menesteres.

―           No se escapará. Pienso hacer que su padre me la entregue.

―           ¿QUÉ? – casi grita la búlgara, tumbada y sangrando por la nariz.

―           Vosotras os encargaréis de su educación – les dije a mis chicas.

―           ¿De toda su educación? – puntualizó Maby.

―           De toda. Pam se incorporará también cuando llegue.

―           Guay – dice Maby, dándole un codazo a su compañera, que enrojece por cuanto ello implica.

―           ¡SERGEI! – grita Katrina, histérica. — ¡No puedes hacer esto! ¡Eres mío! ¡Mi esclavo!

―           Perdiste ese derecho con tus locuras. ¡Venga, que empiece por el vestidor! – Me acerco a la cama y pongo a Katrina en pie.

―           ¿Y ya está? ¿Qué hay de mí?

―           Después, Ras – le digo, contemplando como Maby le quita el veleidoso camisón, dejándola desnuda.

Busco mi móvil y llamo a Basil. Me informa que todos los hombres de Konor han caído, pero no hay señal de él por ningún lado. ¡Mierda! Eso no es bueno. Casi seguro que Konor es el único que puede atestiguar que Anenka está metida en el ajo. No creo que esa perra inteligente cometa errores de ese calibre. Si no encontramos a Konor, no tendré pruebas para incriminarla. Le pregunto si sabe cuando regresa el jefe y me alegra saber que a media mañana llegará.

―           Tengo a dos de los hombres de Konor en mi apartamento, junto con Katrina. ¿Podrías mandarme a alguien que se los llevara? No, Katrina se quedará conmigo hasta mañana, al menos. Bien. Les espero, la dirección es…

Bueno, ha sido un día interesante, me digo. Me dirijo al vestidor. Pienso darme una ducha y cambiarme de ropa, si es que encuentro algo que ponerme. Katrina está recogiendo pares de zapatos y colocándolos en su sitio. Maby está a su lado, indicándole a quienes pertenecen y dónde se sitúan. La rubia perfecta tiene las nalgas enrojecidas. Sin duda se ha negado a recoger y Maby tiene la mano larga, lo reconozco.

―           ¿Qué vamos a hacer con ella?

―           Tengo ciertos caprichos.

―           Cuenta… cuenta.

―           Sabemos que es virgen, ¿no? Y que espera a su príncipe…

―           Jajaja… en vez de un príncipe, ¿qué tal un campesino?

―           Piensa tú en algo que te guste, pero no la quiero muerta… tengo que hacer un pacto con su padre…

Elke gira el cuello y me mira, con la ceja levantada.

―           ¿Si? – le pregunto.

―           ¿Hablas con él?

―           ¿Con Rasputín?

―           Si.

―           Así es.

―           Antes no lo hacías.

―           No, se había fusionado conmigo, pero hemos vuelto a la fase de piloto y copiloto – me rió.

―           Es… escalofriante… es como si estuvieras poseído.

―           No, para mí es como… — sigo tras pensarlo. – ¿Sabes esa imagen de un demonio pequeñito sobre un hombro y un angelito en el otro?

―           Si.

―           Pues imagina que el demonio, harto de tanta discusión, ha violado y devorado al angelito, y, ahora, solo le llevo a él, gordo y lujurioso, sentado sobre mi hombro. Así es como me siento – le digo con una gran sonrisa.

Aún no ha amanecido y ya estoy despierto. Tengo muchas cosas en que pensar. Maby y Elke están aferradas a mí, tan desnudas como yo bajo las mantas. Antes de dormirnos, curé sus golpes y las mimé adecuadamente. Katrina está durmiendo en el suelo, a un lado de la gran cama, sobre una alfombra y con una manta. Le he atado un tobillo a uno de los pies de la cama. Ese va a ser su lugar, de ahora en adelante.

Suena mi móvil, sobre la mesita. Me inclino para cogerlo y Maby se despierta.

―           Mmmm… Sergio, ¿qué…?

―           Ssshhh… duérmete, cariño… ¿Si?

Es Basil. Me comenta que ha hablado con el jefe y quiere que vaya a recogerlo al aeropuerto. Me dice el vuelo y la hora de llegada. Me parece genial. Así seré el primero en hablar con él, sin que nadie le cuente milongas, a no ser que Anenka ya le haya llamado.

―           ¿Y si no acepta tu trato?

―           ¿Te refieres a Katrina?

―           Si.

―           Ya veremos.

Me levanto, incapaz de dormir más. Me calzó las deportivas y mi viejo chándal, y salgo a la terraza. Comienzo a hacer rutinas de ejercicios: abdominales, dorsales, flexiones y estiramientos. Realizo varias katas, aumentando progresivamente la velocidad de los movimientos.

¡Je! Es como en las pelis de Van Damne, entrenando mientras sale el sol… ¡pero yo soy más guapo!

Una hora más tarde, me ducho y hago el desayuno. Despierto a las chicas con un par de palmadas y le doy un golpe de talón a la nueva perrita, que ya estaba despierta y mirándome con ojos asesinos.

―           Venga, dormilonas, a desayunar, que me tengo que ir al aeropuerto a por el jefe. Traed a Katrina para que coma algo.

Las chicas se envuelven en sus batas y desatan el tobillo de Katrina, que está solo con sus braguitas. No le permiten ponerse nada más, y sus pezones se erizan con el frío.

―           ¿Vas a ver a mi padre? – me pregunta Katrina, nada más entrar al salón cocina.

―           ¡A callar, esclava! – la sermonea Maby. – Responde cuando te lo pida el amo.

Desmenuzo un par de tostadas en un bol y añado café y leche. Lo coloco en el suelo y la miro fijamente.

―           Ese es tu desayuno, Katrina.

―           ¿En el suelo? – gime. – No, gracias. No desayunaré.

―           Está bien. No tomaras otra cosa hasta el almuerzo, y se te volverá a servir en el suelo, de nuevo. Tendrás un bol con agua siempre a tu disposición, pero tendrás que tomarla como todos los alimentos, de rodillas y con las manos a la espalda.

―           ¡Jamás! – exclama, llena aún de orgullo.

―           Entonces te debilitaras y caerás enferma, y no me resultaras placentera, así que te entregaré a los mendigos del parque, para que se caliente por las noches.

―           ¡No te atreverás, perro!

Esta vez, la bofetada se la arrima Maby, dejándole los dedos bien señalados.

―           ¡Aquí la única perra que hay eres tú, cacho puta! – la zarandea de los pelos, con fuerza. – Sergi nos ha contado a lo que le has sometido y te aseguro que nos ha dado unas ganas locas de educarte, guarra.

―           Si, espera a que venga Pam y se lo contemos – sonríe Elke.

―           ¡Y ahora, come! – Katrina es obligada a arrodillarse ante el bol de plástico. La mano de Maby le impulsa la cabeza hacia abajo, metiéndole la nariz en el café con leche.

Pero Katrina se niega. Alzo los hombros, aún es pronto para domar su orgullo, pero no tengo prisa. Me siento a desayunar, las chicas me imitan. Katrina queda a cuatro patas en el suelo, las manos a los lados del bol. Su cuerpo se estremece, aterrido.

―           Voy a recoger a tu padre al aeropuerto. Le contaré ciertos manejos tuyos. Tu destino se trazará hoy, de la forma que sea.

No me contesta. Se limita a sentarse sobre sus talones y mirarnos.

―           Mantened la calefacción en veintidós grados. No quiero que se muera de frío. Una muda de bragas al día. Si tiene que ir al baño, que mantenga la puerta abierta. Ponedla a hacer faenas, aunque tendréis que enseñarla a realizarlas. No sabe hacer ni una “O” con un canuto.

Las chicas se ríen.

―           Ah, y, sobre todo, mano dura – recomiendo.

El 747 de Air France se detiene frente a los cristales de la alta galería dela T4. Espero ante la puerta de desembarque. Detrás de mí, otro chofer espera para hacerse cargo del equipaje y de los otros miembros de la comitiva del jefe. Tras unos minutos, Víctor Vantia aparece por la puerta, elegante y altivo. Tiene el semblante serio. Detrás de él, un par de guardaespaldas y un consejero. Me saluda con un apretón de manos.

―           Sador, tú con nosotros. Los demás, recoged el equipaje y seguidnos con Iván – les indica. – Parece que has destapado una pequeña olla de grillos, Sergio…

―           Si, así parece.

Caminamos hacia los aparcamientos.

―           Basil me ha puesto al corriente. La culpabilidad de Konor ha quedado demostrada – me dice.

―           Si, señor, pero… ha huido.

―           Ya aparecerá.

―           Señor, no sé como decirle esto – me giro hacia el guardaespaldas que nos sigue. El jefe capta mi intención.

―           Sador, déjanos más espacio, por favor – le ordena, y el matón deja varios metros de distancia entre nosotros y él.

―           Konor está asociado a alguien de la mansión. En un principio, creí que era Katrina, pues recibí una paliza a indicación suya y…

―           ¿Tus famosas escaleras del sótano? – enarca una ceja.

―           Si.

―           ¿Solo por aquellas palabras en la biblioteca?

―           Así es.

―           Dios, ¿Qué voy a hacer con ella? – se lamenta, poniendo su mano en mi brazo.

―           Ya llegaremos a eso – le digo, saliendo de la terminal. – Allí está el Toyota… El caso es que ella no es la culpable.

Le miro a los ojos y él me entiende enseguida.

―           Mi esposa, ¿verdad?

―           No tengo pruebas, señor Vantia, pero todas las evidencias apuntan a que es así. Katrina le pidió unos hombres para que me dieran aquella paliza, y eran hombres de Konor. Siempre han sido hombres de Konor… y, finalmente, me ha ofrecido un puesto a su lado, pero es su palabra contra la mía.

Nos detenemos junto al 4×4. El guardaespaldas sube atrás por indicación de su patrón.

―           No dispones de pruebas, pero se agradece la advertencia. Hace tiempo que vengo sospechando de algo así. Anenka adquiere poder en la sombra. ¿Sabías que fue agente del KGB? – me pregunta.

―           No, señor, ¿una espía? – me hago el tonto. No puedo decir que me lo confesó a la primera de cambio.

―           Si, aunque no llegó a trabajar en operaciones de campo. El KGB se disolvió con la caída de Rusia. Habrá que vigilarla de cerca.

―           Si, señor Vantia.

―           Lo has hecho muy bien, Sergio. Me siento muy agradecido. Has descubierto un agujero en el negocio y puesto en jaque a una facción disidente.

―           Gracias, señor, era mi obligación.

―           Me diste muy buena impresión cuando Maby te presentó. Me dijiste que eras un chico resolutivo y es cierto.

―           Señor Vantia, eso no es todo…

Me mira, intrigado y aturdido. Demasiadas cosas han pasado en su ausencia. Le cuento cuanto ha sucedido con su hija, desde el día en que la conocí. Veo como su rostro se transmuta, pasando por diferentes fases: enfado, ira, decepción, y hasta vergüenza. Le dejo empaparse de todo, respetando su silencio, hasta que llegamos a la mansión.

―           ¿Dónde está ahora? – me pregunta, poniendo una mano sobre mi hombro.

Estamos en el aparcamiento. El guardaespaldas se marcha, dejándonos solos. Basil nos espera, en las escaleras de entrada.

―           En mi casa, controlada por Maby y una amiga.

―           No sé qué decirte, Sergio. No he sabido educarla, solo la he mimado, entregándole cuanto me pedía. Últimamente, me estaba preocupando por su manera de tratar al servicio. No debí acceder a que trajera esas chicas de Barcelona…

―           Son sus esclavas, señor.

―           ¿Dices que está limpiando los desperfectos que organizó en tu casa? – aún se asombra.

―           Si. Señor Vantia, me gustaría educar a su hija, durante una temporada. Enseñarle respeto y obediencia, mostrarle el valor de las cosas, ya sabe.

―           Me parece que ya es muy tarde para ella. Su orgullo es desmedido – suspira mi jefe, al llegar ante las escaleras.

―           No se preocupe. Creo que puedo hacerlo. Descubrí muchos de sus puntos débiles bajo sus órdenes.

Se queda un momento mirando la fachada de la mansión, meditando mi propuesta. De repente, se gira hacia mí y me sonríe. Casi queda a mi altura, puesto que está subido a un escalón. Me abraza y me palmea la espalda.

―           Sergio, nunca conseguí que mi hija inclinara la cabeza y reconociera uno solo de sus errores. Haz lo que tengas que hacer, te lo debe – me dice, mirándome a los ojos.

―           Entonces… ¿ahora podré tenerla para mí?

El comentario de Ras enciende mi sangre. Katrina es, oficialmente, nuestra esclava…

                                                                CONTINUARÁ…

Relato erótico: “La fábrica 22” (POR MARTINA LEMMI)

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A FÁBRICA 22

Esa noche era, en teoría, la última que yo pasaba en casa de Luis; sin embargo, los últimos acontecimientos de la fábrica en relación con la llegada de la nueva empleada me hicieron rever mi postura.  Los celos y la paranoia hicieron presa de mí al punto de la angustia, pues yo suponía que, en caso de marcharme, estaría allí dejando otra plaza libre para ser ocupada por esa chica.  Viéndolo hoy, la mía estaba lejos de ser una estrategia acertada ya que corría riesgo de atosigar con mi presencia, pero en esos momentos la mente de una trabaja de una forma distinta y se deja llevar por impulsos y sentimientos obsesivos.  Apenas Luis y Tatiana estuvieron en casa me arrojé, por supuesto, en brazos de ella y, casi literalmente, le comí la boca: creo que nunca le había llevado la lengua tan adentro de su boca como lo hice en esa oportunidad.  Temí incluso, por un momento, que ella me rechazara, pero no fue así: me dejó hacer y se dejó penetrar por mi lengua casi tomándolo como un acto sexual en sí; quizás, me dije, mis temores con respecto a un cambio en su actitud hacia mí serían infundados…

Hubo, no obstante, algo distinto, de lo cual me di cuenta al espiar de reojo a Luis, quien no nos devoraba con perversos ojos como hubiera cabido esperar sino que, por el contrario, parecía desentendido del asunto; de hecho, se dirigió hacia la cocina con la aparente intención de rescatar algo de la heladera.  Aquella sí que era para mí una señal de alarma: era evidente que su espíritu voyeur estaba ya lo suficientemente satisfecho con las escenas que habría presenciado en su oficina entre Tatiana y la chica nueva; con rabia, lo imaginé masturbándose una y otra vez al contemplarlas o bien haciendo que ambas le lamieran el pene hasta hacerlo acabar tal como alguna vez nos había hecho hacer a Tatiana y a mí.

La desesperación se apoderó de mí nuevamente: sentí que estaba perdiendo interés de parte de Luis.  Una vez más, opté por el peor camino: perseguir y asfixiar.  Tomando a Tatiana por el talle, prácticamente la arrastré hasta la cocina, en donde, efectivamente,  Luis hurgaba en la heladera.  Buscando absurdamente recuperar un terreno que consideraba estar perdiendo, empujé a Tatiana por los hombros hasta hacerla apoyar sus espaldas contra la mesada.  De un solo tirón, le abrí la blusa rosada haciendo saltar varios de sus botones; consideré que cuanta más salvaje pasión le pusiera al asunto, más fácil sería reactivar a Luis: el objetivo, desde luego, era arrancarle una erección.  Eché una hambrienta mirada a los ojos de Tatiana y me mordí el labio inferior al verla tan hermosamente entregada y desvalida.  La imagen me excitó: zambulléndome rápidamente de cabeza entre sus senos, capturé con los dientes la parte media del sostén y tirando del mismo, se lo llevé arriba hasta dejar a la vista sus maravillosas tetas.  Una vez que sus pezones estuvieron al descubierto, elegí al azar uno de ellos y me le arrojé encima: empecé por aplicarle rápidos y alocados lengüetazos que pusieron a mil a Tatiana al punto que pude sentir cómo su pezón se endurecía más y más a cada pasada de mi lengua.  Miré de soslayo a Luis: parecía haber, al menos de momento, abandonado su búsqueda en la heladera y, ahora sí, nos miraba.  Tuve, sin embargo, la fugaz sensación de que sus ojos revelaban más sorpresa que excitación…

Haciendo aro con mi boca, atrapé el pezón y succioné con toda mi fuerza, lo cual hizo a Tatiana lanzar un largo y profundo gemido.  “Te tengo, nena” , me dije para mis adentros, alegrándome por saber que su excitación traería aparejada la de Luis como obvia añadidura.  No debía desaprovechar el momento ni lo que estaba consiguiendo, así que hundí mis dientes en el apetecible y ya rígido pezón, lo cual, como no podía ser de otra manera, le arrancó a Tatiana un salvaje gemido que viró rápidamente hacia un alarido de placentero dolor.

Fue extraño, pero en ese momento, me sentí casi como un hombre: tomándola por las caderas, la alcé hasta dejarla casi acostada sobre la mesada.  Liberé durante un instante su pezón pero sólo para ocuparme en hundir mis manos por debajo de su corta falda hasta atraparle la diminuta tanga y jalar de ella haciéndosela deslizar por las piernas.  Una vez que tuve la prenda en mis manos, dirigí a Luis una mirada de lascivia pura y, en un acto quizás algo sobreactuado e innecesario, arrojé la tanga a su rostro; tras el impacto de la prenda, él la atrapó cuando, justamente, ésta comenzaba a deslizarse hacia el piso.  Yo no sabía cómo interpretar su mirada: había una leve sonrisa dibujada en su rostro y mi sensación era que se lo notaba algo divertido.  De hecho, le escudriñé fugazmente el bulto y no noté que estuviera teniendo erección alguna.

Las cosas iban, al parecer, a estar difíciles, pero, internamente, me negué a rendirme.  Ignoraba, por cierto, en qué caldera lo habrían arrojado esa tarde Tatiana y la nueva empleada ni qué tanto hubieran dejado ya satisfecho su perverso apetito voyeur, pero estaba dispuesta a reconquistar el terreno que creía estar perdiendo.  Siempre mirando a Luis, enterré mi mano en la concha de Tatiana y mis dedos, como tentáculos, reptaron y juguetearon dentro de ella.  Un profundo jadeo inundó la cocina y yo me zambullí nuevamente hacia sus pechos, atacando ahora el otro pezón.  No cesé de succionar ni por un segundo como tampoco de penetrarla bien profundo con mis dedos hasta que supe que ella ya no tenía control de sí: desparramada sobre la mesada, extendía sus brazos en toda su longitud y arrojaba desesperados manotazos hacia los costados dando cuenta de todo utensilio que se hallase más o menos cerca: el ruido de trastos rodando por la mesada y luego por el piso resonó en el lugar…

Una vez que supe que Tatiana había alcanzado el orgasmo, decidí no darle tregua: con prisa la volví a tomar por las caderas y la giré por completo, de tal modo de dejarla con los pechos aplastados contra el mármol.  Hincándome por detrás de ella, tuve ante mis ojos una fantástica visión de su hermoso culo y, sin perder más tiempo, me abrí paso con mi lengua por entre sus nalgas recorriéndole primero la zanjita cuan larga era para después, sí, dedicarme a su tentador agujerito.  Fue entonces cuando tomé conciencia de lo útiles que podían serme algunas de las habilidades que había adquirido lamiéndole el culo a Hugo Di Leo.  La penetré analmente con mi lengua tan profundo como pude e incluso mucho más allá de donde realmente creía poder llegar.

No necesito decir lo mucho que disfruté tan intenso momento como tampoco cómo lo estaba gozando Tatiana, pero mi gran preocupación, sin embargo, era Luis.  En un momento y mientras tenía aún mi lengua hundida en el orificio de Tatiana, miré de reojo por sobre la curvatura de su perfecta nalga para descubrir que Luis estaba hurgando nuevamente dentro de la heladera, aparentemente desinteresado del asunto.  Para recuperar su atención pasé una mano por entre las piernas de Tatiana y, una vez más, le enterré un dedo en la raja; su gemido cortó el aire y, así, penetrándola con mi lengua por el ano y con mi dedo por la vagina, consideré que era imposible no captar la atención de Luis.

“Interesante” – le oí decir; su voz sonó algo ahogada como si tuviera algo en la boca.

Sacando por un instante mi lengua del agujerito de Tatiana, desvié la vista hacia él y comprobé que, en efecto, lo que llevaba en la boca era una porción de pizza fría.  Asentía con la cabeza en forma aprobatoria al vernos pero no daba muestras de estar excitado en absoluto.  ¡Dios!  ¿Cuánto tenía que esmerarme y qué tanto debía hacer gritar a Tatiana?  ¿Era posible que en la oficina lo hubieran dejado satisfecho a tal punto?  ¿O sería que la nueva empleada había demostrado para con su novia artes bastante más estimulantes que las mías?  Me atacó una cierta angustia al ver que Luis, siempre con su porción de pizza entre los dientes, cerraba la heladera y pasaba a mis espaldas como saliendo de la cocina.  Me desesperé: no podía dejar que se fuera.  Abandonando a Tatiana por un instante, me lancé hacia él en el preciso momento en que pasaba por detrás de mí; arrodillándome, lo atrapé a la pasada y quedé con una de mis mejillas aplastadas contra su trasero en tanto que mis manos, por delante, le buscaban el bulto hasta encontrarlo para notar, tristemente, que no daba señales de nada.  Sorprendido, Luis detuvo su marcha y, girando la cabeza por sobre su hombro, me miró desde arriba con gesto intrigado; yo sabía que no podía perder tiempo, por lo cual, sin más trámite, le desprendí y bajé el pantalón.  Sin soltarle la cadera ni por un instante, caminé sobre mis rodillas de tal modo de rodearlo hasta ubicar mi rostro frente a su miembro y, de un solo bocado, capturárselo con mi boca: lo tenía, por cierto, aún bastante fláccido, así que me esmeré en lamerlo y lamerlo hasta notar, con satisfacción, que se le comenzaba a poner duro.  Pero cuando comenzaba a paladear mi triunfo, Luis me tomó por los cabellos y, con suavidad, jaló mi cabeza hacia atrás.

“Se la ve desesperada, Soledad – me dijo, luciendo una sardónica sonrisa -: se le nota que tiene hambre de verga.  ¿Qué pasó?  ¿Tan excitada quedó después de lo bien que la cogí en el baño de damas durante la fiesta de casamiento?”

Sus palabras eran estocadas mortales contra mi dignidad, pero yo había ya caído a tal punto de bajeza que prefería asimilarlas y extraerle al asunto la parte positiva.

“Sí… – balbuceé -.  Me… calenté mucho”

“Veo… – asintió, soltando mis cabellos -; pero… verá, Soledad.  Hoy… no es la noche para eso.  Estoy… muy cansado.  Y además, jeje, sepa disculpar, pero… no es lo mismo sin el vestido blanco”

Sus palabras, aunque extrañamente gentiles, eran la triste confirmación de que él ya estaba conforme por esa noche y, a la vez, me hacían pensar que, muy posiblemente, las cosas, tal como había temido, fueran a ser muy diferentes de allí en más.  Desvió la mirada hacia su novia:

“Tati – le dijo -.  Ya sabés dónde hay un consolador.  Dale una buena cogida a la señorita Soledad, así se le pasa un poco la calentura”

Siempre sonriente y de pocas palabras, Tatiana se acomodó un poco el desastre que yo había hecho con su ropa para luego tomarme por un brazo e instarme, con cortesía pero decididamente, a ponerme en pie.  Una vez que lo hubo logrado, me guió hasta la sala de estar.  Siempre teniéndome por el brazo, se inclinó para abrir un cajón de mueble y extraer de allí un consolador que nada tenía que envidiarle al que Evelyn le aplicaba en el culo a Luciano.  Sin soltarme ni por un momento me hizo inclinar sobre la amplia mesa de la sala hasta que mis tetas quedaron apoyadas sobre el vidrio que cubría la misma; luego, con mucha habilidad y utilizando una sola mano, me dejó sin tanga de un solo tirón.  Mis ojos, llenos de angustia, seguían a Luis, quien, habiendo ya dado cuenta de la porción de pizza que rescatara de la heladera, caminaba en dirección hacia el dormitorio sin siquiera volverse para mirarnos ni por un instante. 

“Tati…”– balbuceé desesperadamente.

“¿Sí, Sole?”

“¿Por qué no vamos mejor al cuarto y… lo hacemos allí?”

“No, linda – respondió la rubia, tajante pero siempre cortés -.  Dejemos descansar a Luis; ahora quiero que cierres los ojos y te relajes”

Apenas un instante después sentí el objeto entrar en mi vagina y, si bien el placer  era el de siempre, me sentía morir al pensar en que, por lo que parecía, yo ya no formaba parte de la pareja preferida de Luis…

Estuve casi como ausente al otro día en la fábrica; por suerte la nueva empleada no se hallaba aún en funciones porque de lo contrario no sé cómo hubiera respondido.  Pero más allá de eso, un nuevo factor de preocupación se había agregado: con la conmoción de esos días yo había perdido la cuenta de los días de mi período y descubrí, de pronto, que estaba en pleno atraso.  No era mucho, pero atraso al fin.  Rápidamente acudieron a mi cabeza las imágenes de tanta escena de sexo en aquellos días previos: por mi mente desfilaron el stripper, el sereno, Luis, Hugo… ¡Dios!  ¿Era posible que algunos de ellos me hubiera embarazado?  Ya me habían advertido varias veces acerca de la poca fiabilidad de las pastillas que estaba tomando y, sin embargo, me mantuve en ellas amparándome en el débil argumento de que jamás había tenido problema alguno.  Pero los problemas no ocurren hasta que ocurren y el terror me invadía al pensar en la posibilidad de que alguno de todos esos pudiera ser padre de una criatura que, tal vez, yo llevara en el vientre.  Ni siquiera había forma alguna de endilgarle el hijo a Daniel por dos razones: por un lado, hacía rato que no teníamos nada de sexo entre nosotros y, por otro, ¿qué iba a hacer?  ¿Volver con él a decirle que se hiciese cargo de su “paternidad”?

Estaba tan nerviosa que miraba en derredor y me daba la impresión de que todos en el lugar estaban al corriente de mi duda; era mi imaginación, desde luego, pero creía descubrir en las chicas miradas que parecían a veces  cómplices, otras pícaras… otras divertidas.  ¡Dios!  Tenía que controlar mi paranoia además de, por supuesto, tratar de asegurarme lo antes posible de que mi temor era tan infundado como apresurado ya que, después de todo, había tenido atrasos montones de veces.

Por lo pronto, ese mediodía aproveché la hora del almuerzo para salir un momento de la fábrica y comprar un test de embarazo en la farmacia que estaba a unas pocas cuadras.  Mi aspecto, con esa falda tan corta, era de lo más llamativo y en el momento en que la dependienta se giró para ir a buscar lo que le pedía, tuve que soportar que algún libidinoso que esperaba su turno se me acercara al oído para susurrarme:

“Dichoso el que la embarazó.  Cuánta envidia, jeje”

Muerta de vergüenza, bajé la cabeza e hice como si lo ignorara.  Una vez que me entregaron el test y pagué, me giré sobre mis tacos para retirarme del lugar sin levantar en ningún momento la vista hacia el sujeto que tenía a mis espaldas.  Pasé caminando junto a él como si no existiese y, simplemente, me encaminé hacia la puerta, pero cuando estaba llegando una nueva voz me detuvo, en este caso femenina:

“Parece que somos unas cuantas las que andamos con problemas hoy”

Era una voz fresca, juvenil y, a la vez, cargada con un deje malicioso.  Aún antes de levantar la mirada, supe que se trataba de Rocío y, en efecto, en cuanto lo hice, me encontré con la rubiecita frente a mí.

“Ho… hola Rocío” – tartamudeé.

Más vergüenza.  Todo me dio vueltas.  ¿Cuánto llevaba allí esa putita?  ¿Me habría oído pedir el test de embarazo?  El rostro se me puso de todos colores pero supe que tenía que necesitaba disimular en la medida de lo posible.

“Sorpresa encontrarte por aquí.  Vine por un analgésico: se me estuvo partiendo la cabeza de dolor durante toda la semana” – dijo ella, explicando  el motivo de su presencia allí, cosa que, de cualquier modo, no me interesaba.  Lo único que sí me importaba y, más aún, me inquietaba, era qué tanto hubiese llegado ella a escuchar.

“Uy… no me digas – dije, fingiendo preocupación -.  Ojalá te pase: es un bajón trabajar con dolor de cabeza”

No dije nada más.  Sólo saludé con un asentimiento de cabeza y pasé junto a ella en procura de abandonar el lugar cuanto antes; pude sentir sus ojos sobre mí todo el tiempo y, aún sin verlo, podía imaginar su rostro sonriente: pensar que tiempo atrás era una chiquilla sin demasiada iniciativa llevada de las narices por Evelyn; ahora se movía con otra seguridad, posiblemente envalentonada desde que su amiga había subido de jerarquía.  Pero más allá de eso, en ese breve encuentro que tuve con ella en la farmacia sólo me pareció que sus palabras despedían sarcasmo y sus ojos burla.  La paranoia, una vez más, volvía a hacer presa de mí…

Ya en la fábrica, me dirigí al toilette para hacer el test.  Y, en efecto, ocurrió lo más temido: positivo.  Me tomé la cabeza y casi me dejé caer; tuve que aferrarme al lavatorio para no hacerlo.  ¡Dios!  Aquello sí que venía a complicarlo todo y en el peor momento: ¡malditas pastillas!  Casi ni pude prestar atención a mi trabajo durante el resto de la tarde; cometí, de hecho, varios errores y fui dos veces citada a la oficina de Evelyn por errores en los informes de facturación que había enviado.  Eran en verdad errores burdos, de ésos que sólo pueden cometerse cuando una tiene la cabeza en cualquier otra parte. Yo, por un lado, no sabía cómo disculparme y, por otra parte,  comprendía perfectamente que tenía que lucir tranquila como para no generar sospechas: no hacía falta saber demasiado de matemáticas para darse cuenta que los días de trabajo que llevaba en la fábrica desde mi ingreso no me habilitaban para reclamar indemnización en caso de ser despedida.  Y si bien no sabía nada específicamente sobre los antecedentes en esa empresa en particular, mil veces había oído historias acerca de chicas que, al quedar preñadas, fueron despedidas de sus empleos.  Si ellos así lo querían, podían dejarme en la calle con un hijo en camino y sin pagarme absolutamente nada, pues aún no llevaba noventa días trabajados en la fábrica.  Cuando Evelyn me citó por segunda vez para regañarme por un error, insistió varias veces en preguntarme si me sentía bien y no pude evitar pensar si la perrita de Rocío la habría puesto al tanto de algo, en cuyo caso sólo quedaba inferir que, en efecto, me había oído pedir el test de embarazo en la farmacia.  Manifesté una y otra vez que me sentía bien y sólo un poco cansada; me excusé cien veces y volví a lo mío, tratando de concentrarme para hacerlo lo mejor posible… aunque, por supuesto, se me hacía muy difícil.

Pero cuando faltaban sólo quince minutos para la chicharra de salida, Evelyn me citó nuevamente a su oficina.  Temí haber cometido un nuevo error pero no… Al trasponer la puerta la encontré, como era habitual, al otro lado del escritorio, pero parecía exhibir una actitud algo más relajada que la de siempre.  Tenía el mentón apoyado en un puño mientras, cruzada una pierna por sobre la otra, se giraba en su silla alternadamente hacia uno y otro lado.  En la sonrisa que le ocupaba el rostro descubrí esa malicia tan frecuente en ella y temí lo peor:

“Cerrá la puerta, nadita” – me ordenó apenas entré.

No pude evitar sentir el impacto que me provocaba el que, luego de no haberlo hecho durante varios días, volviera a dirigirse a mí con el detestable apodo que ella misma me había puesto.  La orden de cerrar la puerta, por otra parte, no dejaba de inquietarme, pues dejaba traslucir que se venía una charla que requería una cierta intimidad: eso podía ser bueno o malo, pero viniendo de Evelyn, siempre era más probable esperar lo segundo.  Cumplí con lo que me ordenaba y, nerviosa, quedé de pie a la espera de lo que fuera a decirme; se mantenía, sin embargo, en silencio y siempre con la silla haciendo ese movimiento pendular que sólo contribuía a aumentar mi nerviosismo (lo cual, casi con seguridad, debía ser su objetivo); sus ojos, eso sí, lucían ahora algo más agrandados y su sonrisa más radiante.

“¿S… sí, señorita E… velyn?” – balbuceé, entrecortadamente

“Hablame de tu embarazo” – me espetó ella a bocajarro y sin abandonar su relajada postura.

Fue como un golpe en el pecho; reculé incluso un par de pasos por el impacto que me produjo.

“¿Q… qué?” – musité.

“No trates de ocultarme nada.  Ya lo sé todo.  Por cierto: mis felicitaciones”

Fiel a su estilo, se valía de su impostada cortesía para humillarme.

“P… pero… no, señorita Evelyn… No sé quién puede haberle… d…dicho algo así,  p… pero… no, le p… puedo asegurar q… que…”

“¿Por qué fuiste a comprar un test de embarazo?”

Cada pregunta era un dardo envenenado.  Todo estaba más que claro: la putita de Rocío me había escuchado hacer mi pedido en la farmacia y, como no podía ser de otra forma, había corrido a contarle la novedad a su entrañable amiga.  ¿Qué había de sorprendente en ello, después de todo?  La estúpida era yo si realmente pensaba que podía ocurrir algo diferente.

“T… tenía dudas – dije, siempre tartamudeando -, p… pero, n… no: me d… dio n… negativo”

“¿Y si te dio negativo por qué estuviste tan nerviosa durante toda la tarde?”

Miré al piso.  Hice lo imposible por contener las lágrimas.  No podía creer la situación en la que me estaba viendo envuelta y me daba perfecta cuenta de que mis intentos por ocultarle la verdad a Evelyn eran inútiles e infructuosos, además de altamente ingenuos.

“¿Y por qué se te ve tan nerviosa ahora? – insistió Evelyn, volviendo a la carga con el interrogatorio -.  Mirate: ni siquiera sos capaz de mirarme a la cara.  No, no, no – chistó tres veces acompañando la redundante negativa -; ésa no es la actitud de alguien que se acaba de enterar que no está embarazada.  No, nadita, no lo es: a menos que esperara estarlo y, en fin, ahora esté decepcionada.  Pero, hmm… no, no me parece que ése sea tu caso”

Ya no pude más.  Una lágrima me corrió por la mejilla: Evelyn era un verdadero reptil y no me cabía duda de que debía estar gozando por haber logrado hacerme llorar.  Tragué saliva, me aclaré la voz; hablé, finalmente, entre sollozos:

“P… por f… favor, señorita Evelyn, s… se lo r… ruego: no diga nada…”

Sabía que lo implorante de mi tono la estimulaba aun más: en otro contexto, quizás hasta se hubiera masturbado al verme en ese estado.

“Nadita: quiero que me entiendas – comenzó a explicar, adoptando un tono que sonaba entre paciente y maternal -.  Yo soy la secretaria aquí: tengo la obligación de tener al tanto al señor Di Leo de lo que ocurre con las empleadas”

“¡Pero… me van a despedir! – exclamé, con desesperación.

Ella revoleó los ojos y sacudió la cabeza a un lado y a otro, como si hiciera cálculos.

“Muy posiblemente” – dijo.

¡Por favor! – aullé, avanzando hacia ella los dos pasos que antes había reculado; me sentía a punto de arrojarme de rodillas al piso de un momento a otro -.  Necesito… el trabajo.  ¡Por favor, señorita Evelyn! Le ruego que mantenga el secreto…”

“Sería desleal pero además estúpido – dijo ella, con gesto desdeñoso -.  A la larga la pancita te va a crecer, ¿no te parece?  Y entonces todos se van a dar cuenta: yo, por cierto, voy a quedar también muy mal por haberlo ocultado”

“¡No tendrían por qué enterarse de que usted lo sabe! – exclamé, suplicante. -.  ¡Por favor, señorita Evelyn, se lo pido encarecidamente!  Además… – súbitamente recordé a su amiga Rocío -; usted podría también convencer a Rocío de que no…”

“Pero: ¿qué vas a ganar con dilatar el asunto? – me interrumpió -.  Te estoy diciendo que, más tarde o más temprano, tu pancita se va a notar”

“Claro, pero…”

Levantó las cejas, expectante.

“¿Pero…? – me instó a continuar.

Yo no encontraba las palabras justas para contar qué era lo que planeaba; era que, al pensarlo objetivamente, lo que yo elucubraba era terriblemente desleal y, sin embargo, estaba decidida a hacerlo.  Evelyn seguía expectante y yo seguía sin decir palabra hasta que, finalmente, fue ella quien habló:

“Pero para cuando todos lo sepan, ya van a haber pasado los tres meses laborales y, por lo tanto, vas a haber adquirido otros derechos, ¿verdad?  ¿Es así, nadita?”

Qué puta que era.  No me quedaba la menor duda de que en todo momento había sabido que mi plan era ése pero sólo había dilatado el interrogatorio para hacerme sentir aún más humillada.  Avergonzada, asentí con la cabeza gacha.

“Jaja – carcajeó Evelyn, a la vez que palmoteaba el aire.  En ese momento se oyó sonar la chicharra que marcaba la hora de salida aunque, desde luego, ni ella ni yo la registramos en demasía -.  Bueno, bueno: qué zorrita resultaste ser, nadita.  Y bastante más inteligente de lo que yo pensaba.  Eso es muy sucio, ¿sos consciente de eso?  No sólo vas a ocultarle a la firma información personal tuya sino que además me estás pidiendo que yo sea cómplice.  ¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo?”

“Por… favor, señorita Evelyn.  Necesito el trabajo… No diga nada, se lo pido; voy a… hacer lo que usted quiera, lo que… usted diga”

Bastó que terminara de pronunciar esas palabras para que tomara conciencia de lo que acababa de decir.  Someterse a “lo que Evelyn quisiese” era casi suicida, sobre todo sabiendo de su alto grado de perversión así como del placer extremo que encontraba en humillarme.  Pero yo estaba absolutamente desesperada y cuando una se encuentra en tal estado, es capaz de someterse a cosas que de otro modo no toleraría. 

Un silencio sobrecogedor se apoderó de la oficina.  Desde el corredor llegaron los pasos del personal retirándose hasta que, en determinado momento, todo volvió a ser calma y sólo se oía el ligero crujido de las rueditas de la silla de Evelyn mientras seguía girándose a uno y otro lado.  Yo seguía con la vista en el piso y sin atreverme a levantarla.

“Lo que yo quiera” – soltó Evelyn, remarcando bien las palabras.

Nueva estocada.  Como no podía ser de otra manera, la pérfida colorada estaba ya imaginando y saboreando los beneficios de acceder a guardar mi secreto.  Yo, tristemente, asentí con la cabeza.

“Sí, señorita Evelyn” – dije, con la voz apenas hecha un hilillo.

Otro silencio.

“Lo que yo diga” – dijo, al cabo de un rato, volviendo a remarcar.

Volví a asentir y, tratando de contener las lágrimas, solté un casi imperceptible “sí”.

“Interesante – dictaminó Evelyn, como si meditara sobre el asunto. –  Trato hecho”

Se produjo entonces la más impensada y paradojal situación.  De algún modo, yo acababa de firmar mi pacto con Mefistófeles y, sin embargo, mi rostro se tiñó de alegría al saber que Evelyn guardaría silencio sobre mi estado de embarazo.  Fue tan irrefrenable mi júbilo que, en un degradante acto que no logré controlar, me arrojé de rodillas ante ella y le besé los pies.

“¡Gracias, señorita Evelyn!  ¡No sabe cuánto se lo agradezco!” – no paraba yo de repetir intercalando mis excitadas palabras con devotos besos sobre su calzado.

“Bien – dijo Evelyn, en tono de fría malicia -.  Tenemos un trato: empecemos a ponerlo en práctica”

                                                                                                                                                                    CONTINUARÁ

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error” (POR GOLFO)

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Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico, es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país porque en caso contrario, es muy fácil meter la pata. Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
-Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés.
María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de Maung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
-Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
-¿Y cuánto me va a costar al mes?
-No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
-Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
-Por supuesto, Maung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….
Aung y Mayi llegan a casa.
Tal y como habían quedado, a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en Tailandia y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
-Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿Usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro,  mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana  comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
-Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaban en la mesa.
María que al principio estaba incomoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin-tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
-¡No son tan grandes!- protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: -Tocad, ¡Son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
-Tocadlos, ¡No muerden!- insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que  de algún modo las había defraudado.
“En Birmania, la figura del jefe debe de ser parecida un señor feudal”, masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada. “Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural”.
La  certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…
María descubre una extraña sumisión en esas dos orientales.
A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
-Buenos días- alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
“¡Qué gozada!”, pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
“¡Me encanta que me mimen!”, exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
“Me estoy poniendo cachonda”, meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental.  Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás mas avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
“¡Me voy a correr!”, meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
“¡No lleva ropa interior y está cachonda!”, entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso n fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
-¡Qué buena estás!- exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
-¡Estás para comerte!.
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua  y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
-Joder, ¡Está riquísimo!- exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
“¡No puede ser!” pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
“Soy una cerda. ¡Pobres crías!” continuamente machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “PERDÓN”. El saber que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado y comprobar que eso las aterrorizaba, afianzó sus temores y decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido, pero antes debía de hacerlas saber que no estaba enfadada con ellas.
Dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas. La reacción de las muchachas abrazándola  mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con Maung.
María descubre que no ha contratado sino comprado a esas dos.
Como esa mujer vivía en uno de los peores suburbios de Yaon, mi esposa llamó a un taxista de confianza para que esperara mientras conseguía respuestas. Durante el trayecto, María trató de hallar la forma de preguntarle el porqué de esa actitud sin revelar que había utilizado a las birmanas para satisfacer sus “oscuras” necesidades.  No en vano era complicado confesar que la habían masturbado mientras la bañaban.
Por eso al llegar hasta el domicilio de esa señora, aceptó un té antes de plantearle sus dudas. Maung entendió que su visita estaba relacionada con las dos crías y antes de que ella le explicara qué pasaba, directamente le preguntó:
-¿Qué le han parecido mis paisanas? ¿Son tan obedientes como le dije?
-¡Demasiado!- contestó agradecida de que hubiese sacado el tema: -Nunca ponen una mala cara sin importarles lo que les pida.
Fue entonces cuando la anciana sonriendo contestó:
-Me alegro. Para ellas ha sido una suerte que una persona como usted las comprara ya que su destino normal hubiese sido terminar en un burdel.
María no asimiló el que las había comprado y solo se quedó con lo del “destino normal” por eso insistiendo preguntó:
-¿Por qué dices eso?
La señora dando otro sorbo al té, respondió:
-Desgraciadamente nacieron en una casa cuyos padres eran tan pobres que nunca hubieran podido pagarles una dote, por lo que desde niñas les han educado para que llegado el momento se convirtieran en las concubinas de algún ricachón aunque lo habitual es que dieran con sus huesos en algún tugurio de la capital- y recalcando su inevitable fin, confesó:- yo misma fui una de esas niñas y con quince años me vendieron a pederasta pero la suerte quiso que conociera a mi difunto marido y el me recomprara. ¡Desde entonces busco librar a mis paisanas de ese infierno! y por eso les busco acomodo en familias como la suya.
-¿Me está diciendo que soy su “dueña”?
-Así es. Aung y Mayi han tenido mucha fortuna. Sé que sirviendo a usted y a su marido, esas dos crías serán felices. Ellas mismas me dijeron al verla que nunca habían visto una mujer tan bella y se comprometieron conmigo en hacerle la vida lo más “placentera” que pudieran.
El tono con el que pronunció “placentera”, le confirmó que de algún modo se olía que su visita se debía a que  esas dos ya habían empezado a cumplir con esa promesa. María se quedó tan cortada que solo pudo bajar su mirada y con voz temblorosa, preguntar:
-¿Y mi marido? ¿Qué va  a pensar cuando se entere?
-¡Debe de saber qué son! Piense que mientras no hayan sido desfloradas por él: ¡Sus padres podrían revenderlas a otros amos!
Según mi señora cuando escuchó que las dos mujercitas todavía no estaban seguras si no me acostaba con ellas, la terminó de convencer que nunca se `perdonaría que terminaran en un putero y despidiéndose de la anciana, le prometió que en cuanto llegara a Birmania, las metería en mi cama.
Durante el trayecto de vuelta a casa, a mi mujer le dio tiempo de asimilar la conversación y fue entonces cuando cayó sobre ella la responsabilidad de hacer felices a esas dos crías. Como no teníamos hijos, decidió que de cierta forma las adoptaría y haría que yo, también las acogiera.
“Soy su dueña”, masculló entre dientes,” debo velar por su bienestar”.
Sin darse cuenta había aceptado su papel y por eso al entrar a la casa, le pareció normal que Mayi la recibiera de rodillas y que le quitara los zapatos siguiendo las costumbres de ese país. Ya descalza, llamó a Aung y llevándolas hasta su cuarto, abrió su armario y buscó algo de ropa que pudiera servirlas.
Las birmanas no sabían que era lo que quería su jefa pero aún así durante cinco minutos, permanecieron expectantes tratando de adivinar que se proponía. Asumiendo que las necesitaba para cambiarse cuando terminó de elegir las prendas que quería probarles, las dos la empezaron a desnudar.
La ternura con la que desabrocharon su camisa no impidió que se negara y más excitada de lo que le gustaría reconocer, por señas, pidió a la mayor que se quitara la camisola que llevaba puesta. Aung con una sonrisa se despojó de la misma y mirando a su dueña, se acercó y puso sus pechos a su disposición diciendo:
-Son suyos, mi ama.
La sorpresa de mi mujer fue total al escucharla hablar en español y por eso, no dudó en preguntarle si conocía su idioma. La oriental muerta de risa, cogió un diccionario de la librería y buscando una palabra en él contestó:
-Mayi y yo querer aprender.
Imitando a la cría, María buscó en ese libro la traducción  al birmano y dijo:
-Yo y mi marido os enseñaremos.
Sus rostros radiaron de felicidad y buscando los labios de mi mujer, las dos niñas comenzaron a besarla riendo mientras practicaban las primeras palabras de español.
-Ama, dejar amar.
Por medio de suaves empujones, tumbaron a mi mujer en la cama. María muerta de risa dejó que lo hicieran y desde las sabanas, observó cómo se desnudaban. Sus preciosos cuerpos al natural hicieron que el coño de mi mujer se encharcara y ya completamente dominada por la urgencia de poseerlas, las llamó a su lado diciendo:
-Venid zorritas.
Tanto Mayi como Aung respondieron a la orden de su dueña maullando como gatitas y ya sin ropa, acudieron a sus brazos. Nada más subirse al colchón, terminaron de desnudarla y con gran ternura se apoderaron de sus pechos con sus labios. Las caricias de las lenguas de esas crías provocó que de la garganta de María saliera un primer gemido.
-¡Me encanta!- sollozó mi esposa al sentir que dos lenguas recorrían los bordes de sus pezones.
Las orientales al comprobar el resultado de sus mimos incrementaron la presión acomodando sus sexos contra las piernas de su dueña. Según me confesó mi mujer, se volvió loca al sentir la humedad de esos coñitos rozando contra sus muslos y bajando sus manos por los diminutos cuerpos de las chavalas se apoderó de sus traseros.
Mayi al notar la palma de la mujer acariciando sus nalgas, buscó su boca y forzando sus labios, la besó mientras con sus deditos separaba los pliegues de su ama. Incapaz de reaccionar, María colaboró con la cría separando sus rodillas. Fue entonces cuando Aung vio su oportunidad y deslizándose sobre las sabanas, llevó su boca hasta la entrepierna de mi mujer.
Esta al sentir el doble estimulo de las yemas de la pequeña y la lengua de la mayor creyó que no tardaría en correrse y deseando devolver parte del placer que estaba recibiendo, llevó su propia boca hasta los pequeños pechos de Mayi y apoderándose de su pezón, comenzó a mamar con pasión. La cría gimió al sentir la dulce tortura de los dientes de su ama y dominada por la lujuria, fue reptando por el cuerpo de mi mujer hasta que logró poner su sexo a la altura de su boca. María al ver las intenciones de la muchacha, sonrió mientras le decía:
-¿Mi putita quiere que su ama le coma el coñito?- y sin importarle que no entendiera, directamente la levantó y la puso a horcajadas sobre su cara.
Mientras Aung tanteaba el terreno introduciendo un par de yemas dentro del estrecho conducto de su dueña, María se puso a lamer el sexo de la otra con una urgencia que a ella misma le sorprendió. El dulcísimo sabor de ese virginal chochito despertó su lado más lésbico y recreándose, buscó el placer de la cría mordisqueando su ya erecto clítoris.
El sollozo que surgió de la garganta de la oriental le reveló que estaba teniendo éxito pero reservando su himen para mí, se abstuvo de meter ningún dedo dentro de ese virginal sexo y usó para ello su lengua. La chavala al conocer por primera vez el amor de su ama pegó un grito y como si se hubiera abierto un grifo de su entrepierna brotó un riachuelo del que bebió sin parar María.
La satisfacción que sintió al notar que la niña se estaba corriendo, la calentó todavía más y usando su lengua como si fuera una cuchara, absorbió el templado flujo de Mayi mientras todo su pequeño cuerpo temblaba con una violencia inusitada.  Justo en ese momento, mi esposa sintió que los dedos de Aung iban más allá y estaban toqueteando su entrada trasera.
-¿Qué haces?- preguntó con la piel de gallina ya que nunca nadie había osado a hurgar en ese oscuro agujero.
La morenita creyendo que era de su agrado incrementó su acoso sobre su esfínter metiendo una de sus yemas en su interior. María aunque indignada, no creyó justo castigar la osadía de la cría pero aun así la llamó al orden dando una suave palmada sobre su trasero. Aung pensó que de algún modo su dueña quería jugar con ella y poniéndose a cuatro patas sobre el colchón, le dijo en español:
-Soy suya.
Ver a esa cría de tal guisa hizo que mi mujer sintiera nuevamente que era su dueña y deseando ejercer ese poder, se abalanzó sobre ella. La muchacha no se esperó que colocándose detrás de ella, María llevara las manos hasta sus pechos y mientras hacía como si la montaba, retorciera con suavidad sus pezones mientras susurraba en su oído:
-Estoy deseando ver cómo mi marido os folla.
Como si la hubiese entendido, la birmana empezó restregar su culo contra el sexo de mi mujer dando pequeños gemidos. Al oír el deseo que denotaba la cría, María comprendió que no podría esperar a mi llegada para hacer uso de su propiedad y deseando por primera vez poseer un pene entre sus piernas, usó sus manos para abrir sus dos nalgas. Ese sencillo gesto, además de permitirle observar un ano rosado y prieto, provocó que Mayi creyera erróneamente que su ama quería desflorarlo. Por eso se levantó de la cama y cogiendo de la mesilla un cepillo de madera, se lo pasó para que lo usara.
En un principio María no supo porqué se lo daba hasta que sacando la lengua, la morenita lo embadurnó con su saliva y por medio de gestos, le explicó que era para que lo usara con el culo de su compañera. Fue entonces cuando comprendió que esas dos habían mantenido su virginidad únicamente por su entrada delantera pero que habían dado rienda a su sexualidad por la trasera.
Ese descubrimiento, la excitó de sobremanera y venciendo su anterior reluctancia, pasó sus yemas por el ojete de Aung mientras esta gimiendo descaradamente, le informaba que deseaba que lo usara. Viendo la indecisión  de mi mujer, Mayi acudió en su ayuda y colocándose a su lado,  empapó uno de sus dedos en el coño de la cría y sin esperar su consentimiento, se lo metió por el ojete.
-Ummm- gimió Aung aprobando esa maniobra.
La naturalidad con la que recibió la yema de su amiga en su interior,  confirmó a María que esas chavalas lo habían hecho antes y por eso poniendo a Mayi en su lugar, le ordenó que continuara. La morenita no se hizo de rogar y embadurnando bien sus dedos en el sexo de su amiga, los usó para ir relajando ese objeto de deseo mientras mi esposa miraba.
“¡Qué erótico!”, Maria tuvo que admitir en cuanto oyó los continuos gemidos que salían de la garganta de Aung al experimentar esa caricia en su culito y con su sexo anegado, llevó una de sus manos hasta él y se empezó a masturbar sin dejar de mirar como Mayí  tenía dos dedos dentro de los intestinos de la otra.
Asumiendo que el ano de Aung estaba relajado, la oriental cogió el cepillo y se lo empezó a meter lentamente.  La cría berreó de gusto y eso le dio la oportunidad a su amiga de incrustárselo por completo ante la atenta mirada de su dueña. La pasión que esas dos niñas demostraron, vencieron todos sus reparos y mi esposa sustituyendo a Mayi, se apoderó de ese instrumento y comenzó a meterlo y sacarlo con rapidez.
-¿Te gusta verdad putita?- preguntó presa de una excitación desbordante y sin esperar respuesta, le dio un azote para que se moviera.
La muchacha gimió de placer mientras María seguía machacando su culo sin piedad. Mayi advirtiendo que su ama estaba excitada, se acercó a acariciarla. Fue tan grande el cúmulo de sensaciones que estaba conociendo mi mujer que cuando la otra chavala se puso a acariciar su clítoris, tirando de su melena le obligó a comerle el coño.
Nada más sentir la lengua de la cría recorriendo sus pliegues se corrió dando un grito que se prolongó durante largo rato porque su esclava sabiendo que era su función siguió lamiendo el sexo de su dueña mientras está daba buena cuenta del culo de su amiga. Uniendo un clímax con otro, María disfrutó del placer de tomar y ser tomada hasta que agotada, cayó sobre las sábanas y mientras se reponía de tanto placer, se preguntó cómo haría para que yo le permitiera quedarse con esas dos bellezas tan “atentas”.
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Relato erótico: “Women in trouble 03” (POR TALIBOS)

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Women in trouble 3 – Odio al imbécil del novio de mi hermana

Una y media de la tarde, centro de la ciudad. 40o a la sombra. Aunque a mí el calor de la calle me daba igual, sentadito en mi Audi, con el aire acondicionado puesto al máximo, contemplando por la ventanilla cómo la ciudad se derretía a mi alrededor, mientras circulaba a paso de tortuga atrapado en el atasco de cada día.

Aunque, a pesar de los 22o que marcaba el climatizador del coche, mi cuerpo estaba ardiendo. No, no estaba enfermo, se trataba únicamente de la reacción natural de mi organismo cada vez que tenía que reunirme con Ricardo, Ricky para los amigos. El capullo con el que mi hermana llevaba liada 3 años.

Mi hermana, Malena. Como siempre que pensaba en ella, algo se agitó dentro de mí.

Malena.

Por más vueltas que le daba, no me explicaba cómo una chica como ella, linda, dulce e inteligente, había acabado enrollada con un parásito como Ricardo. No había explicación. Era un misterio. Ni Iker Jiménez podía dar respuesta a ese enigma.

– Mierda – exclamé – Hablando del rey de Roma…

Mi móvil había empezado a zumbar e, inmediatamente, la conexión Blue Tooth hizo que conectara con el altavoz del coche, que emitió el tono de llamada. En la pantalla del salpicadero apareció el odioso nombre de mi “cuñado”, provocando el rechinar de mis dientes.

Antes, lo tenía almacenado como “Ricardo el cabronazo”, pero, por temor a que Malena lo leyera y se cabreara, opté por cambiarlo.

– Dime, Ricardo – respondí con desgana.

– Hola, cuñado – dijo él, clavándome un cuchillo en las tripas – Perdona que te llame con tan poca antelación, pero es que me ha surgido un problema y no puedo quedar para comer.

No hay mal que por bien no venga. Me alegraba de no tener que ver a ese tipejo durante el almuerzo, pero, aún así, le solté sin poder contenerme:

– No me jodas, Ricardo. Con todo el por culo que diste para que quedásemos hoy y ahora me dejas tirado. Tío, te juro que si no fuera por mi hermana…

– Lo siento, Lucas, lo siento – dijo el cretino, con voz de plañidera – El coche me ha dejado tirado en un pueblo, donde Cristo perdió el zapato. He hablado con los del seguro y por lo menos van a tardar una hora en venir a por el coche. Y eso con suerte.

– Joder – exclamé mientras me regocijaba por dentro de que se hubiera quedado tirado – Pues entonces, no sé. ¿Por qué no almuerzo con Malena y que ella me vaya poniendo en antecedentes?

– ¡NO! – respondió él con excesiva premura – Verás… tu hermana está… Me ha llamado hace un rato y tampoco va a llegar a tiempo… Hemos quedado, si no te importa, en cambiar el almuerzo por una cena… Esta noche, en casa…

– ¿En casa? – pensé en silencio, sin llegar a pronunciar palabra – ¡En mi casa querrás decir, maldito cabrón!

En cambio, lo que dije fue:

– Vale, vale, como sea. Esta noche entonces. Espero que lo tengas todo bien preparado. Y que conste, no te prometo nada, me da igual que estés saliendo con Malena, si la cosa no me parece interesante, pasaré olímpicamente…

– Sí, sí, claro – dijo él, con voz temblorosa – Tú tranquilo, verás cómo te va a parecer una oportunidad cojonuda de inversión. Tengo todos los papeles listos en casa. Lo tengo todo ordenadito y dispuesto. Esta noche te pongo al día.

– Venga, lo que sea – dije, deseando dejar de escuchar su odiosa voz – Me paso sobre las 9, ¿está bien?

– Perfecto.

– Pues nada. Nos vemos a la noche.

Y colgué sin esperar su despedida.

– A tomar por culo… Cabronazo – le espeté al teléfono ya colgado.

Resoplé enfadado. Menuda mierda. No debería haberme dejado convencer por Malena. Sólo de pensar en prestarle pasta al imbécil ése para que pusiera en marcha un negocio… se me revolvían las tripas.

Pero qué iba a hacer. Malena me lo había pedido y yo era completamente incapaz de negarle nada a mi hermanita. La quiero con locura. Es la mujer más maravillosa del mundo y su único defecto… es Ricardo.

Pero he empezado la historia por la mitad. Ni siquiera me he presentado. Los que hayan estado atentos, sabrán ya que mi nombre es Lucas (por favor, guárdense los chistes de Chiquito, estoy hasta los cojones de ellos) y, aunque de la lectura del texto parezca desprenderse que soy un tío maduro (de edad), lo cierto es que soy bastante joven, 19 añitos tan sólo.

¿Cómo es eso? ¿Cómo un niñato de 19 años tiene pasta para invertir y conduce un Audi? ¿Es heredada? ¿Te tocó la primitiva?

¡Nah! Nada de eso. Yo soy uno de esos hombres hechos a sí mismos. Es sencillo. Seguro que muchos de vosotros tenéis en vuestro móvil alguna de las APPs que yo he diseñado. Venderlas y forrarse es todo en uno.

No quiero caerles mal, no piensen que soy el típico ricachón que mira a los demás por encima del hombro y que por eso odio tanto a Ricardo. Nada de eso. De hecho, cuando empezó a salir con mi hermana, hace ya 3 (largos y dolorosos) años, yo era más pobre que una rata y ya le detestaba entonces. El éxito vino después.

Malena siempre ha cuidado de mí. Es dulce, cariñosa, un verdadero encanto de chica. Y se merece algo mejor que Ricardo, desde luego que sí.

Es mayor que yo, 5 años, o sea que en este momento cuenta con 24, en plena flor de la vida. Y, la idea de que esté pasando sus mejores años al lado de un cenutrio sin oficio ni beneficio, es demoledora. No sé cómo ha acabado con él, quizás sea cierto que las chicas acaban buscando como pareja a alguien que se parezca a su padre.

Papá. Otro elemento bueno. Nos abandonó hace 10 años, al parecer incapaz de sacar a su familia adelante. Buena solución la suya, maricón el último, como se dice vulgarmente. Si hay problemas, lo mejor es largarse y que los resuelva otro.

Por lo menos a ése no he vuelto a verle desde entonces y espero que sea así por siempre jamás. Cuando empecé a ganar dinero, hablé con mamá y contratamos a un abogado, que se encargó de localizarle y conseguir que firmara los papeles del divorcio. Estuvo habilidoso el picapleitos, al parecer lo amenazó con años de pensión alimenticia impagados y el cabrito firmó inmediatamente, sin pararse a pensar el por qué mi madre había decidido divorciarse después de tanto tiempo.

Fácil. Para que así no tuviera ni por asomo la posibilidad de presentarse en casa a pedir pasta, porque, cuando vendí la primera APP, todavía era menor de edad.

Pero he vuelto a hacerlo. Sigo contando las cosas por la mitad.

¿Por qué quiero tanto a mi hermana? Porque es maravillosa.

Como decía, mi padre nos abandonó cuando yo tenía 9 años y Malena 14. Mi madre, la pobre, tuvo que matarse a trabajar para sacarnos a los dos adelante, con lo que apenas tenía tiempo para estar en casa atendiendo a sus hijos y tampoco tenía dinero para contratar a alguien que se encargara de la tarea, así que Malena se encargó de cuidarme.

Yo era un chico debilucho, un tanto enfermizo, blanco seguro de los niñatos del colegio primero y del instituto después. Malena se esforzaba todo lo que podía en protegerme y recuerdo que una vez llegó incluso a salir con Carlos, uno de los garrulos del insti, sólo para conseguir que los de su pandilla dejaran de meterse conmigo. Lo hacía todo por mí.

No hice muchos amigos en esos años, aunque, la verdad, tampoco los eché mucho en falta. No me gustaba el fútbol, ni los deportes, lo que automáticamente te convertía en un bicho raro. Así que, todos los días, en cuanto salía de clase, me iba disparado a casa, a ayudar a Malena en todo lo que podía.

Esos años fueron maravillosos para mí. Estábamos increíblemente unidos. Lo hacíamos todo juntos.

Luego fuimos creciendo y nuestra relación se hizo incluso más estrecha.

Para ese entonces, yo tenía ya 14 años y estaba en plena pubertad y ella, casi 19. Nuestros cumpleaños están muy próximos.

Al acabar el instituto, Malena se puso a trabajar para ayudar en casa. Tuvo suerte y consiguió trabajo como camarera en una cafetería del barrio, la del señor Gómez, un buen hombre que siempre la trató muy bien.

Male trabajaba de lunes a sábado en horario de mañana, pero, por las tardes, estaba conmigo en casa, insistiéndome siempre y apoyándome para que me esforzara en los estudios.

Durante esa época, salió con algunos chicos (como el tal Carlos), pero nunca hubo nada serio, lo que en el fondo me alegraba muchísimo. Sí, es verdad, lo admito, mis sentimientos por Malena no eran los habituales entre hermanos y yo, aún un chiquillo, fantaseaba con llegar a casarme con ella algún día.

Por mi parte, aunque las chicas empezaban a interesarme (y mucho), no obtuve experiencia alguna, pues siempre me faltó valor para pedirle a una chica salir. Pero no me importaba, pues tenía a Malena.

Hacía tiempo que no tenía ojos más que para ella. Gracias a Internet, había descubierto el porno, así que no me faltaban fotos y vídeos de tetas y culos para machacármela tanto como me apeteciera, pero, comparado con las veces que lo hacía pensando en ella… el porno no era nada.

Empecé a fantasear con ella a todas horas. Y no, no eran sólo fantasías de sexo, sino también románticas. Hubiera matado porque fuera mía.

Y Malena lo sabía, se dio pronto cuenta de que su hermanito sentía una fuerte atracción por ella, pero, en vez de afearme mi conducta, decidió simplemente ignorarla, sabiendo que aquellas fantasías eran mi única válvula de escape en la pubertad.

No es que ella hiciera nada para alentarme, simplemente es que no hacía nada… para lo contrario.

Recuerdo el día en que comprendí que ella lo sabía. Esa mañana, en el insti, un capullo me hizo la zancadilla y me caí de boca, haciéndome un esguince en una muñeca y un chichón en la frente. Nunca supe quien fue. Sólo recuerdo las risas de la gente en el pasillo.

Esa tarde Malena me vendó con fuerza la muñeca, tras haberse asegurado de que no era más que una torcedura.

Como no podía apañarme, mi hermana se ofreció para ayudarme en la ducha, a lo que accedí inmediatamente mientras el corazón me saltaba en el pecho. Parecía una de mis fantasías.

No, no voy a contarles una escabrosa sesión de sexo con mi hermana en el baño, ojalá.

Simplemente, pasó lo que tenía que pasar. Lo lógico. Me empalmé.

Recuerdo que, al principio, pasé mucha vergüenza, pero luego, empecé a fantasear con que mi hermana… se animara, así que procuré que mi erección fuera bien patente. Ella la vio, sin duda alguna, pero, como dije antes, se limitó a ignorarlo, dedicándose a asearme, poniendo mucho cuidado en evitar la zona de conflicto.

Fue la última vez que se ofreció a ayudarme en la ducha, aunque nunca me reprochó nada.

Me pasaba la vida babeando detrás de ella, como un perrito faldero. Más de una vez la espié mientras se cambiaba, o en la ducha, hasta que los bíceps del brazo derecho se me pusieron como los de Popeye. Y ella como si nada.

Siempre dulce, siempre atenta, la mujer ideal.

Y entonces llegó Ricardo.

Joder. El hijo de puta ya era conocido en el barrio, un perla bueno como habitualmente se dice. Un chulo de mierda, como digo yo. Al principio, pensé que una chica como Malena no duraría mucho con un tipejo semejante, pero qué va, supongo que es verdad lo del atractivo de los chicos malos.

El tío no duraba ni un minuto en ningún trabajo, siempre acababan por despedirle por no aparecer o por tocarse los huevos de sol a sol.

Y, sin embargo, Malena parecía creer que era una especie de advenimiento de Rodolfo Valentino cruzado con James Dean. De Paquirrín con Berlusconi más bien.

El comportamiento de mi hermana cambió. De pronto, pasaba todo su tiempo libre con Ricardo, ya no pasaba las tardes conmigo. Sí, ya sé que es normal que una joven esté tanto como pueda con su novio, pero les aseguro que no era por eso por lo que odiaba tanto al tipejo.

Fue porque mi hermana se convirtió literalmente en otra persona.

De un día para otro, empezó a discutir con mamá por nimiedades, rebelándose contra todo lo que ella le decía, especialmente cuando a mi madre se le ocurría mencionar a Ricardo.

Hasta la gente del barrio se dio cuenta y pronto empezaron las murmuraciones. Que si los habían visto liándose en el parque, que si los habían pillado en el portal, que si en los servicios de una discoteca…

Y lo peor fue que pude constatar que los rumores tenían fundamento, pues una noche, de las pocas en que salí por ahí un rato a tomar algo, me tropecé al llegar a casa con el coche de Ricardo aparcado cerca del portal. Como me pareció ver movimiento, me acerqué con cuidado y lo que vi dentro… háganse una idea. Sólo les diré que, de haberme acercado a saludar, mi hermana no podría haberme respondido por tener la boca llena.

Esa noche me quería morir.

Con el tiempo, Malena logró introducir paulatinamente a Ricardo en nuestras vidas, convenciendo a mamá de que le invitara a cenar de vez en cuando. Mi madre cedió, aunque creo que lo hizo más bien para que pasaran más tiempo en casa, en vez de andar liados por los rincones del barrio, donde cualquiera podía verlos.

Así que me encontré de pronto con el capullo aquel a todas horas en mi hogar. No lo soportaba.

El muy cerdo, tardó poco en coger confianza, así que se pasaba las tardes allí metido con Malena, mientras mi madre seguía deslomándose en el trabajo. Y no pasó mucho antes de que el cabronazo decidiera que mi presencia no era obstáculo para hacer cositas con su novia.

Y mi hermana no le decía no a nada.

La primera tarde en que la tomó de la mano y la sacó casi a rastras del salón, está grabada a fuego en mi memoria. Yo no podía creerme que fuera a atreverse a follársela conmigo allí. Pero sí que lo hizo.

La llevó a su cuarto, cerró la puerta y pronto empecé a escuchar gemidos y suspiros mucho peores que los de cualquier peli porno.

Y lo peor no era que se la tirara sin importarle que yo les escuchara, no, lo peor era cómo la trataba.

No, no me refiero sólo a que le estuviera dando órdenes constantemente, que si tráeme una cerveza, que si prepárame un bocadillo, que si ponme esta ropa a lavar, con la tonta de mi hermana obedeciéndole en todo con una sonrisa estúpida. No, como ya digo, verla rebajarse de esa forma era malo; pero no era lo peor.

Nuestro piso era humilde, en ese entonces no podíamos pagar nada mejor, así que las paredes estaban hechas de cartón, digo… de pladur de ése (sí, ya sabéis de qué hablo), así que podía seguir con bastante detalle las sesiones de sexo que se celebraban en el cuarto de mi hermana.

Sí, lo admito, reconozco que, al principio, me excitaba mucho cuando escuchaba a Malena gemir y relinchar como una yegua, pero, cuando empecé a escuchar constantemente cómo la trataba Ricardo, me ponía literalmente enfermo.

“Chúpamela, puta”, “trágatelo todo”, “ábrete el coño”, “no derrames ni una gota de leche, zorra”… eran expresiones que escuchaba todos los días, mientras la rabia me consumía por dentro y las ganas de plantarme en el cuarto y abrirle la cabeza con una lámpara se hacían inaguantables.

Traté de hablar con Malena, de hacerle ver que no se merecía que la trataran así, que Ricardo era un cerdo y que no era yo el único que lo decía… Como lavarle la cabeza a un burro. Ni puto caso.

Así que, amargado, opté por la solución más lógica. Dejé de venir a casa por las tardes, refugiándome en la biblioteca para estudiar. Y a trastear con el portátil (que en realidad pertenecía al instituto, ni siquiera era mío).

Mi madre, por su parte, acabó claudicando y aceptando a Ricardo en nuestras vidas, ya que comprendió que seguir enfrentándose a su hija no la llevaba a ninguna parte. Supongo que, en su decisión, influyó el hecho de que desconocía por completo las actividades a que se dedicaba por las tardes su hija en la “intimidad” de su dormitorio.

No las conocía o, simplemente, prefería no conocerlas.

Y la familia también se enteró de cómo estaba la cosa y además, lo hizo de forma bastante espectacular.

Nos invitaron a la boda de mi primo Juan y, queriendo tener las cosas en paz, mi madre accedió a que Malena le llevara como pareja. Craso error.

Durante el convite, eché en falta a mi hermana, lo que no me inquietó demasiado hasta que vi un corrillo de gente cerca de la puerta de los baños, chismorreando entre sí y riendo con disimulo.

El corazón se me paró. Recé para que no fuera lo que estaba imaginándome.

Y un mojón.

Minutos después, un bastante satisfecho Ricardo salía del baño con un aire de suficiencia tal que me dieron ganas de calzarle dos hostias. Mi hermana regresó poco después a la mesa, un poco sofocada y avergonzada.

Aunque ni punto de comparación con la vergüenza que pasó mi madre, cuando se dio cuenta de que su hijita llevaba en el pelo un pegote de cierta sustancia blancuzca y pegajosa.

La pobre tuvo que acercarse a su hija a murmurarle unas palabras al oído que hicieron que Malena enrojeciera hasta la raíz del los cabellos, excusándose para regresar al baño con premura, mientras los chismorreos se disparaban por toda la sala.

Y Ricardo allí, con cara de no haber roto un plato en su vida.

Bueno, ya se hacen una idea de lo mucho que quiero a mi cuñado, ¿no?

Poco después de la jovial celebración de la boda, vendí mi primer programa y empecé a ganar dinero, con lo que los apuros financieros de la familia disminuyeron al entrar tres sueldos en la casa, a pesar de tener que mantener a un parásito.

Pasó el tiempo y todo siguió igual. No soportando el seguir viendo a ese tipejo, alquilé un piso en cuanto cumplí los 18 y me largué, aunque seguí dándole dinero a mi madre.

Hace unos meses, cerré un nuevo contrato que me hizo ganar mucho dinero. Tanto que, siendo hombre de gustos sencillos, decidí invertir en comprar una casa mejor para mi familia. Consideré la idea de adquirir un chalet o casa grande, para volver a vivir de nuevo todos juntos, pero entonces Malena anunció su intención de irse a vivir con Ricardo y ni muerto hubiera consentido yo en compartir techo con él.

El muy capullo había conseguido conservar un trabajo (en la empresa de un familiar) durante unos meses y, contando con cierta seguridad económica, querían irse a vivir solos.

Pero, por mucho que odiara a aquel cretino, la idea de separarme de Malena era enloquecedora, así que encontré una solución ideal.

En un bloque del centro, se vendían tres pisos en una misma planta y yo los adquirí los tres. Uno para mí, otro para mamá y otro (aunque fuera como clavarme un puñal al rojo en las tripas) para Malena y su satélite.

Intenté que mamá dejara de trabajar, pero no logré convencerla, logrando tan sólo que dejara las horas extra. Cabezona como ella sola.

Intenté que Malena mandara a tomar por culo a Ricardo, ofreciéndole un buen fajo de billetes si lo hacía, pero sólo logré que se cabreara y amenazara con no volver a hablarme en la vida. Cabezona como ella sola.

Y así seguimos hasta la semana pasada, cuando Male, sabiendo cómo manipularme a su antojo, me convenció para escuchar la maravillosa idea de inversión que tenía Ricardo, con la que podríamos ganar mucha pasta y tener así el futuro asegurado.

Ya. Y yo me lo creo.

Por más que lo intenté, no logré sacarle prenda a mi hermana, que insistía en que todo era idea de Ricardo y que él me daría los detalles.

Me convenció. Me puso carita de pena y no supe decirle que no. Y ahora, dando muestras de lo extraordinariamente responsable que es el tipo, Ricardo me llama para aplazar la reunión de negocios. Capullo.

¿Y qué cojones querría proponerme? ¿Cuál sería ese negocio tan increíble?

No, no me malinterpreten, no es que quisiera saber si el negocio era bueno o no, era que quería tener argumentos suficientes para echar abajo las estupideces que hubieran podido ocurrírsele al mentecato.

Y entonces se me ocurrió una idea.

La documentación del “proyecto” estaba en su (mi) piso, ¿no? Y yo tenía una llave…

– Bien – me dije, sonriéndole al retrovisor – Vamos a obtener información “privilegiada” y así estaré preparado para rechazar cualquier cosa que haya podido ocurrírsele.

Me sentí bien. La idea me seducía. Si me enteraba ahora de qué iba la cosa, tendría hasta la noche para idear argumentos para mandarle a tomar viento, dijera Malena lo que dijera.

Y no me preocupaba que pudieran notar que alguien había entrado en su piso, ni siquiera tendría que poner mucho cuidado en dejarlo todo como lo encontrara, pues sabía que Ricardo había dado llaves del piso a varios de sus “amigos” que se paseaban por allí como Pedro por su casa.

Justo entonces, la circulación pareció aclararse y me libré por fin del atasco. Pisé el acelerador.

……………………….

Un rato después, estaba en mi piso buscando la llave en un cajón. Me sentía tranquilo, mi plan no tenía fallos.

Si por un casual aparecía Male y me pillaba, le diría la verdad, que quería enterarme de qué coño iba la idea de su novio. Y, si aparecía Ricardo, comprobaría que me había mentido, que no estaba en ningún pueblo tirado con el coche y los mandaría a tomar por saco a él y a su idea.

Estaba deseando que apareciera.

……………………..

A pesar de todo, aun sin saber muy bien por qué, puse mucho cuidado en no hacer ruido cuando abrí la puerta de su piso, entrando con sumo sigilo y cerrando tras de mí.

Me asomé a la cocina, encontrándome con los restos del desayuno abandonados sobre la mesa. Meneé la cabeza, apesadumbrado. Desde luego, mi hermana era otra persona.

Yo sabía que Ricardo había convertido la habitación del final del pasillo en su despacho, lo que en su idioma quería decir, un cuarto donde reunirse con sus amigotes a beber cerveza y a jugar a la consola.

Como allí tenía un escritorio (que seguro no había usado nunca), pensé que los documentos del proyecto estarían allí con seguridad.

Caminé tranquilamente por el pasillo, sin sentirme en absoluto incómodo por la flagrante invasión de intimidad que estaba cometiendo, pues, al fin y al cabo, aquel piso era mío.

Entonces me detuve, súbitamente sobresaltado. Al pasar junto a la puerta abierta del salón, me pareció escuchar una especie de zumbido, un ruidito mecánico que no supe identificar.

Me acojoné un poco. A pesar de lo dicho, en el fondo me daba vergüenza que me atraparan en su casa.

Con mucho cuidado, moviéndome con todo el sigilo de que fui capaz, retrocedí sobre mis pasos y me asomé a salón.

El corazón se me detuvo. Malena estaba allí.

………………………

Antes dije que me pasé la pubertad fantaseando con mi hermana. Sí, lo hice. Soñé con follármela de todas las maneras que se me ocurrieron. Me montaba películas, en las que siempre acabábamos en la cama. Bueno, en la cama o en cualquier parte.

Pero, lo que había en aquel salón…

Sin darme cuenta, absolutamente hipnotizado por la impactante imagen, sin acabar de creerme lo que estaba viendo, di un paso, entrando en la sala.

Malena estaba en el sofá, completamente desnuda, amarrada con una maraña de cuerdas que aprisionaban su cuerpo y le impedían cualquier movimiento, en una pervertida postura de bondage que yo había visto alguna vez en mis correrías por Internet, sin sospechar siquiera que aquello se hiciera en la vida real, fuera de las revistas y las películas porno.. Por fortuna, Malena llevaba los ojos vendados, con lo que no se había apercibido de mi presencia. Además, para impedirle pedir ayuda, estaba amordazada con una pelota roja de goma, sujeta por una correa que se anudaba en su nuca.

La postura en que estaba atada era increíblemente perversa y lasciva. Estaba acuclillada, con los pies encima del sofá, atada de forma que sus piernas permanecieran completamente abiertas y separadas, exhibiendo impúdicamente sus intimidades. Además, sus brazos estaban atados a su espalda, bien sujetos, con lo que era completamente imposible escapar o desatarse.

Para rematar el cuadro, me di cuenta de que asomaban dos consoladores de entre sus piernas, uno gordo, de látex, bien hundido en su vagina y apoyado en el mismo sofá para que no se saliera y otro, un vibrador, introducido en su ano, agitándose frenéticamente de un lado a otro gracias al motor de que estaba dotado, origen obvio del zumbido que había atraído mi atención al pasar por el pasillo.

No podía creer lo que veían mis ojos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas.

Me acerqué un poco, tratando de asegurarme de que aquello era real y no un sueño. Al aproximarme, me di cuenta de que en la piel de Malena se notaban perfectamente las marcas de las cuerdas, que le habían provocado marcas enrojecidas, con lo que comprendí que llevaba un buen rato allí sujeta.

Además, de su boca escapaba un hilillo de saliva por la comisura de los labios, que caía directamente sobre el sofá, manchando el cojín de babas. Mareado, di un pequeño traspiés, haciendo ruido, con lo que Malena, que parecía desmayada, alzó bruscamente el rostro y miró a su alrededor, moviendo la cabeza hacia todos lados, como un pajarillo asustado.

– Mmphfffmmm – farfulló, con la mordaza impidiéndole decir nada inteligible.

Estaba alucinado. Sabía que mi cuñado era un hijo de puta, pero aquello era demasiado. ¿Cómo se le había ocurrido tratar así a mi hermana? ¿Qué clase de mente enferma había podido idear algo así? ¿Qué habría hecho ella? ¿Quemarle la comida? ¿No tener cerveza en la nevera?

Apreté los dientes y me prometí a mi mismo que iba a matar a ese cabrón. Mi pobre hermana…

Mi mente era un torbellino, pensando en mi próximo enfrentamiento con Ricardo; se iba a acordar de aquel día el resto de su vida, lo iba a machacar, lo iba a arruinar, lo iba…

En realidad, lo que estaba haciendo era comerme con los ojos a Malena, recorriendo hasta el último centímetro de su piel con la mirada, incrédulo por tenerla allí, indefensa, a mi alcance…

Sacudí la cabeza, librándome de esos pensamientos. ¿Estaba enfermo? ¡Mi pobre hermana estaba allí, atrapada desde Dios sabía cuándo!

– MPHPPPHHHHFFFF – gimoteó Male, en voz más alta, suplicando.

Estiré la mano y enganché con un dedo la mordaza, tirando para apartarla de sus labios. Al hacerlo, un borbotón de saliva escapó de su boca, impactando en el sofá con un ruido sordo. Malena respiró hondo, llevando aire a sus congestionados pulmones.

Me disponía a quitarle la venda, a ayudarla a librarse de las cuerdas, a ofrecerle mi ayuda para vengarnos del bastardo que le había hecho eso, pero entonces me di cuenta de la situación y que su desnudez podía resultarle embarazosa, así que me detuve y miré a mi alrededor, buscando algo con lo que cubrirla. Bastante vergüenza pasaría la pobre al descubrir que su hermano la había visto en semejantes circunstancias.

Y justo entonces, mi mundo se derrumbó.

– Por fin, mi amor – siseó Male cuando recuperó el resuello – Tu zorrita ha sido muy buena y lleva esperándote toda la mañana. Pero ya no puedo más Ricky, me voy a volver loca, necesito tu polla ya, por favor, te lo suplico, dámela, dame tu gorda y dura verga, necesito besarla, necesito que me la metas en el coño, o en el culo, haz lo que quieras con tu puta, pero, por favor, no me tortures más, fóllame… ¡FÓLLAME!

Di un paso atrás, horrorizado. ¿Quién era aquella mujer? ¿Cómo era posible que se pareciera tanto a Malena? ¿Dónde estaba mi hermana?

– Ricky, por favor, fóllame ya, dame tu verga, la necesito…

No podía creerlo, esa puta… Sin darme cuenta, mi polla empezó a crecer dentro del pantalón, endureciéndose a toda velocidad. La sangre se agolpó en mi cerebro, el corazón me latía en los oídos, dejé de ser consciente de mis actos.

Aquella puta, aquella golfa no podía ser mi hermana, era otra mujer que se le parecía. Y, si no era mi hermana, entonces… no pasaba nada por follármela, ¿verdad?

Sin darme cuenta, llevé una mano hasta su cuerpo y le agarré un pecho, con brusquedad, estrujándolo con ganas.

– Sí, mi amor – gimoteó Malena al sentir mi contacto – Estrújame las tetas, son tuyas…

Le hice caso. Llevé mi otra mano hasta el pecho libre y empecé a apretarlos sin compasión, amasando los exquisitos globos de carne con lujuria, la cabeza completamente ida.

Pellizqué con saña sus pezones, retorciéndolos, queriendo hacerle daño, pero ella, lejos de quejarse, gimoteó de placer y se mordió los labios, con una expresión de golfa tal en el rostro, que jamás imaginé fuera capaz de esbozar.

– Sí, cariño, así, pellízcame. Úsame, soy tuya – gemía Male, enervándome.

Sin pensar, eché las caderas hacia delante y apreté mi ya durísimo bulto contra su cara, frotándolo con fruición; ella, por su parte, en cuanto notó el contacto, apretó el rostro contra mi erección, acariciándola con la mejilla con lascivia, literalmente frotando la cara contra mi entrepierna.

– Qué dura está ya, mi amor, qué dura… por favor, tu zorrita ha sido buena, dámela ya, por favor…

Me aparté de ella bruscamente, jadeando y excitado como jamás antes. Con rapidez, me bajé la cremallera y, tras un frenético forcejeo, logré extraer mi rezumante verga del pantalón, volviendo inmediatamente a estrujarla contra el rostro vendado de mi hermana.

– Sí – gimió ella, al notar la palpitante carne apretándose contra su mejilla – Sí, mi amor, tu polla, dame tu polla…

Mientras frotaba el rostro contra mi verga, Malena, poseída por la lujuria, movía la cabeza intentando atraparla con los labios. Yo, sintiéndome juguetón, me agarré el tronco por la base y empecé a restregársela por la toda la cara, pringándole los labios, la frente y las mejillas de jugos preseminales, mientras ella intentaba, a ciegas, atrapar mi polla con sus libidinosos labios de zorra.

Cuando me cansé del jueguecito y su cara estuvo convenientemente embadurnada de jugos, decidí complacerla y, apoyando mi enhiesto falo en sus labios, presioné ligeramente para deslizarlo en el interior de su boca. Ella, feliz como una niña con un caramelo, lo absorbió lascivamente, echando a la vez la cabeza hacia delante, hasta tragárselo por completo, quedando su cara apretada contra mi ingle.

Permaneció así unos segundos, permitiéndome deleitarme con el calor y la humedad de su boca, sintiendo cómo la punta de mi verga rozaba en su campanilla y se introducía parcialmente en su laringe, rumbo a su esófago. Cuando no pudo más, retiró lentamente la cabeza, apretando con fuerza los labios, deslizándolos así sobre mi estaca de forma enloquecedora.

– Me encanta tu polla – dijo, con gruesos pegotes de saliva y otros líquidos resbalando de su boca – Es deliciosa. Me vuelves loca.

Y eso me pasó a mí. Enloquecí.

Verla allí, desnuda, atada, diciendo obscenidades, el calor de sus labios… No pude más.

Sin poder contenerme, agarré su cabeza con ambas manos y, echando bruscamente la pelvis hacia delante, volví a enterrarle la polla hasta las amígdalas, obligándola a echarse hacia atrás, atrapando su cabeza entre el respaldo del sofá y mi ingle.

– Mpfpppfpfffhhhh – gorgoteó Malena, agitando la cabeza, tratando de extraer mi rígida estaca de su garganta.

– Y una mierda – pensé.

Para afianzarme, aferré el respaldo del sofá con ambas manos, inclinado hacia delante sin perder el equilibrio. Cuando estuve seguro de no caerme, eché el culo un poco para atrás, sacándole una porción de rabo, permitiéndole respirar.

Y empecé a follarle la boca. Usando el respaldo como asidero, empecé a bombear en su garganta, hundiendo una y otra vez la polla entre sus carnosos labios, deleitándome con el contacto de su lengua sobre mi excitado nabo.

Esperaba que Malena se resistiese y que, a pesar de estar atada, forcejeara para escapar de mi presa. Pero qué va, la muy zorra, sin duda acostumbrada a aquel tipo de tratamiento, se limitó a relajarse, permitiéndome hundírsela una y otra vez hasta el fondo.

Cada vez que le sacaba una porción de rabo, un chorreón mezcla de saliva y fluidos salía disparado, resbalando por su barbilla y pringándole las tetas. Además, las arcadas que le provocaba mi verga hacían que fuera incapaz de contener las lágrimas, que formaban un reguero continuo deslizándose por sus mejillas.

Me conmoví. Jamás fui capaz de ver llorar a Malena sin que se me partiera el alma. Me detuve, súbitamente consciente de la locura que estaba haciendo.

Me quedé quieto, jadeante, incrédulo de haber sido capaz de cometer semejante aberración, con media polla dentro de la boca de mi hermana y la otra media fuera, brillante y pringosa por sus babas.

Entonces Male gimió, protestando. Como yo no me movía, ella solita se encargó de volver a tragarse mi polla enterita, echando el rostro hacia delante y hacia atrás, follándose la boca con mi verga de motu propio.

Y ya no tuve más dudas.

Con un rugido de rabia, la embestí de nuevo, con ganas, con ansia, odiándola y deseándola a la vez, a punto de volverme loco.

De repente, sentí un indescriptible placer y mis testículos entraron en erupción. Al sentir cómo la corrida estaba lista para brotar, clavé con fuerza las manos en el respaldo del sofá, hasta que los nudillos empalidecieron y eché las caderas por completo hacia delante, enterrándole la polla hasta el fondo, manteniéndola atrapada contra el respaldo mientras mis pelotas se descargaban a placer.

Con un berrido, me derramé directamente en su garganta, disparando semen en su esófago, en su estómago, como complemento proteínico para antes del almuerzo. Ella no se resistió, ni pareció incómoda por tener que tragarse la corrida, sino todo lo contrario. Cuando quise darme cuenta, noté cómo estaba chupando mi pene, como si fuera un bebé prendido a un pezón, tratando de absorber y tragarse hasta la última gota de lefa.

Cuando acabé de correrme, me retiré jadeante de su boca y ella, nuevamente, apretó los labios con fuerza, deslizándolos sobre mi todavía rígida estaca, dejándola perfectamente limpia y presta para la acción.

Cuando la saqué por completo, mi hermana se relamió los labios, en un gesto tan de putilla satisfecha, que mi polla dio un brinco, azotada por un ramalazo de placer provocado por lo morboso de la situación.

– Tu zorrita ha sido buena y se ha bebido toda la lechita, Ricardo. Estaba deliciosa, pero ahora, por favor, dámela, métemela te lo suplico.

¿Es que aquella puta no tenía límites? Pues, si quería polla… ¡YO SE LA IBA A DAR!

Me recorrían un sinfín de sensaciones distintas, me sentía excitado, por supuesto y deseando que aquello no se acabase, pero también me sentía rabioso, enfadado, sin acabar de aceptar que mi dulce hermana se hubiera convertido en aquella ninfómana lujuriosa y perversa.

Sus palabras lascivas, suplicándome que me la follara, me mantenían loco de calentura, pero, sobre todo, estimulaban mi ira. Me quedé mirándola un segundo, de arriba abajo y me di cuenta de que la muy furcia estaba moviendo las caderas ligeramente, intentando que el consolador que tenía hundido en la vagina se agitara en su interior, mientras su compañero a pilas seguía dando vueltas y vueltas en su ano. La deseé y la odié a partes iguales en ese momento. No quería seguir escuchándola, tenía que hacerla callar o iba a volverme loco.

Con un gruñido, apoyé una mano en una de sus rodillas y, dándole un brusco empujón, la derribé encima del sofá. Ella dio un gritito por la sorpresa, que quedó inmediatamente ahogado por el cojín, ya que cayó boca abajo y, al estar atada y no poder moverse, su rostro quedó aplastado contra el asiento del sofá, sin tener siquiera la posibilidad de respirar.

Malena forcejeaba, tratando de levantar la cabeza y poder llevar así aire a sus pulmones, pero con escaso éxito, pues su propio peso la mantenía pegada al cojín. Yo la miraba, en silencio, acariciándome el falo con aire distraído, pensando en cómo iba a follármela a continuación. Me quedé mirando el vibrador de su culo, que giraba y zumbaba sin parar, lo que resultaba incluso hipnótico.

Por fin, desperté de mi ensoñación y, aferrando a Malena por los cabellos, tiré con fuerza levantando su cabeza, con lo que la pobre pudo por fin respirar profundamente, recuperando el resuello.

Pero ni por esas protestó.

– Lo siento, amor – dijo – He sido mala. No me he corrido mientras chupaba tu polla. Me merezco el castigo, pero es que las cuerdas duelen… llevo atada horas…

Joder. Hasta a que le hiciera esas cosas estaba acostumbrada.

Mi polla volvía a ser una roca, seguía deseando con locura follármela. Y ella no dejaba de suplicármelo, así que me dispuse a complacerla.

Me levanté del sofá, con mi rabo como una lanza agitándose entre mis piernas. Me arrodillé en el asiento, detrás de Malena, que seguía boca abajo. La aferré por las caderas y la atraje hacia mí, sorprendiéndome la facilidad con que la manejaba, pues pesaba muy poco.

Me moría por gritarle que iba a follármela, por decirle lo zorra que era y que iba a tirármela hasta reventarla. Pero el poco juicio que aún me quedaba me lo impedía, no podía permitir que reconociera mi voz, tenía que seguir pensando que era Ricardo quien estaba con ella.

Con una mano, aferré el consolador que rellenaba su coño y, tirando con firmeza, fui extrayendo el trozo de látex de su interior. No era tan grande como esperaba, era de tamaño digamos que estándar, lo que me agradó, pues así su coño no quedó excesivamente dilatado al sacárselo.

Quería sentirla bien.

Con una mano, seguí aferrando el pelo de mi hermana, tirando para evitar que su cara volviera a enterrarse en el sofá; con la otra, me aferré la polla, que estaba al rojo vivo y la situé en posición. Malena, al notar mis maniobras, gemía como una perra y me suplicaba que se la metiera de una vez, moviendo el culo a los lados con el estrecho margen que sus ataduras permitían. Apreté los dientes y empujé, clavándosela de un tirón. Cipotazo al canto.

– ¡SÍIIIIII1 ¡DIOS, CARIÑO SÍ! ¡CLÁVAMELA! ¡FÓLLAME HASTA EL FONDO! ¡NO PUEDO MÁS, FÓLLAME, RÓMPEME EL COÑO!

Con rabia, tiré con más ganas de sus cabellos, haciéndole saltar las lágrimas, pero ella no se quejó, sino que siguió gritándome obscenidades que me excitaban y me enfadaban en idéntica proporción.

Usando ambos sentimientos, inicié un mete y saca demencial, martilleando la vagina de mi hermana con ferocidad, follándomela como una bestia. Su interior era maravilloso, justo como siempre había imaginado que sería, un coñito caliente, jugoso y apretado, que daba realmente gusto de follar.

Y, además, podía sentir sobre mi polla las sacudidas procedentes del vibrador que seguía enfundado en su recto, con lo que el placer se incrementaba todavía más.

El jodido vibrador. No podía evitarlo, pero los ojos se me iban invariablemente hacia el dichoso aparatejo. Yo seguía bombeando en el coño de Malena, hundiéndome en ella una y otra vez, pero el maldito vibrador… ¿Por qué iba a disfrutar él de su culito y no yo?

Le solté los cabellos, con lo que su cara volvió a estamparse contra el sofá, ahogándose sus gemidos y jadeos y aferré el vibrador, que dio un salto en mis manos, sin dejar en ningún momento de clavársela hasta el fondo a mi hermana una y otra vez.

Sorprendido por la intensidad del movimiento del puto chisme, empecé a juguetear con él, moviéndolo dentro del culo de Malena, a la vez que seguía penetrándola sin compasión. Malena, a pesar de tener la cara apretada contra el asiento, empezó a rugir como una leona, moviendo el cuerpo a los lados como loca.

Finalmente, di un tirón y lo extraje por completo, quedándome con el insidioso juguetito moviéndose en todas direcciones en mi mano. Con un dedo, encontré el botón de encendido y lo apagué, dejándolo a un lado sobre el sofá.

Miré entonces el ano de mi hermanita, que muy lentamente, iba cerrándose y recuperando su tamaño habitual, una vez libre del intruso artificial. Decidí impedir el fenómeno, empleando una herramienta más… natural.

Malena dio un gruñido de insatisfacción cuando le saqué la verga de golpe, pero no le dejé demasiado tiempo para quejarse, pues rápidamente, con ansia, ubiqué mi estoque en su entrada trasera y, con un fuerte culetazo, la empitoné hasta las bolas, consiguiendo esta vez sí, que aullara como una bestia.

Y empecé a follarle el culo, con las mismas ganas y bríos que había empleado en machacarle el coño. Y si su vagina era buena… su culito era excepcional.

Joder, lo admito. Era mi primera vez porculizando a una chica. Como dije antes, durante mi adolescencia había tenido pocas (ninguna) experiencia con chicas, pero ahora, gracias al dinero, había adquirido bastante experiencia, aunque fuera de previo pago.

Sin embargo, la sodomización era para mí como un mito. Una meta inalcanzable. Nunca me había atrevido a pedirle a ninguna de mis acompañantes que me permitiera la práctica del griego. Es más, ni siquiera había sido capaz de pedirles presupuesto, ya saben, con factura para desgravar luego a Hacienda.

Y allí estaba yo, follándole con toda el alma el culo a mi propia hermana. Me prometí que, después de aquel día, no iba a dejar puta sin sodomizar en toda la ciudad. Aquello era la hostia.

– ¡Coño, que se ahoga! – dije para mí con alarma, al darme cuenta de que había dejado a Malena un buen rato sin poder respirar.

Y dudaba mucho que, a pesar de no parar de bombearla, eso estuviera llevando aire a sus pulmones.

Volví a tirarle del pelo y a levantar su rostro, un poco acojonado por si estaba medio asfixiada, pero que va, la muy golfa seguía gozándolo al máximo, gritando y aullando como loca que le rompiera el culo.

– ¡SÍ, RICKY, ASÍ CARIÑO, FÓLLALE EL CULO A TU PUTA! ¡MÉTEMELA HASTA EL FONDO, QUIERO QUE ME LLENES EL CULO DE LECHE HASTA ARRIBA! ¡FÓLLAME!

Y lo hice. Vaya si lo hice, me clavé en aquel culo a lo bestia, como si fuera una perforadora buscando petróleo; enrabietado, martilleé el esfínter de mi hermana, queriendo incluso hacerle daño, furioso por haber descubierto por fin la clase de mujer que en realidad era.

Ella seguía gimiendo y gritando barbaridades, lo que, aunque me excitaba un montón, también me enojaba muchísimo. No quería seguir oyéndola.

Pero claro, con lo entusiasmado que estaba sodomizándola, si volvía a dejarla sin poder respirar era capaz de olvidarme del tema y que acabara asfixiándose.

Así que decidí darle la vuelta.

– A ver si soy capaz – dije para mí.

Como un desafío, me propuse voltear el cuerpo de mi hermana sobre el sofá sin sacarle la polla del culo, como si fuera un pollo en un espetón. Una vez más, me sorprendió lo fácilmente que podía manejarla, era ligera como una pluma. Si es que las plumas pudieran ser tan putas, claro.

Lo conseguí con bastante facilidad. Alzándola a pulso, la hice volverse sobre el asiento sin desclavarla en ningún momento, sintiendo en mi polla cómo su ano se retorcía y me mantenía bien sujeto. Cuando estuvo boca arriba, la dejé de nuevo sobre el sofá y, echando las caderas hacia delante, volví a enterrarle en el culo la porción de rabo que había extraído para facilitar mis maniobras.

– ¡SÍIIII, AMOR MÍO, SÍ, CLÁVAMELA HASTA EL FONDO, QUIERO SENTIR TUS HUEVOS EN MI CULO, MÉTEMELA, MÉTEMELA HASTA EL… PHHHHFFFF!

Enrabietado, ahogué sus gritos simplemente aferrando la mordaza y devolviéndola a su lugar, cerrando su boca de furcia con la pelotita de goma. Aunque eso tampoco la molestó lo más mínimo, pues continuó gimiendo y gritando como loca, aunque al menos logré que no se le entendiera nada de lo que decía.

Seguí follando, bombeé y bombeé. Me sentía pletórico, mi sueño por fin se había hecho realidad. Ahora que no la escuchaba diciendo obscenidades, cerré los ojos e imaginé que, en realidad, estaba tirándome a la dulce Malena que yo tanto quería y no a aquella especie de súcubo sometida por el cabronazo de Ricardo.

Miré a un lado y nos vi reflejados en el cristal del mueble de la televisión. Me encantó lo que vi, me sentí poderoso, importante, un macho aniquilador que estaba convirtiendo a una mujer en su esclava a base de darle placer.

Me fijé en el oso de peluche que Malena tenía en la estantería, que parecía estar disfrutando del espectáculo de ver cómo le rompían el culo a su dueña. Sonriendo, saludé al osito con la mano, redoblando mis empellones en el culo fraterno.

Y me corrí. Como un animal. No importó para nada lo intenso de mi anterior orgasmo. Si era para Malena, mis cojones eran capaces de fabricar litros de leche. La llené hasta arriba, tal y como ella me había pedido.

Resoplando agotado, le saqué el nabo del culo a mi hermana, con lo que un borbotón de semen brotó de su ano, manchando todavía más el sofá. Malena no se movía, parecía haberse desmayado por el placer y su cabeza colgaba a una lado, desmadejada e inmóvil.

Me senté a sus pies, recuperando el resuello. Había sido el mejor día de mi existencia. Reí, feliz y contento, mirando al techo, agradecido por primera vez en mi vida a Ricardo.

Poco a poco, fui serenándome. Malena empezó a despertar, moviendo la cabeza a los lados, sin poder ver por la venda, gimoteando cosas ininteligibles debido a la mordaza. Divertido, aparté nuevamente la bolita roja, para escuchar lo que mi hermana tuviera que decirme.

– Ha sido increíble, amor. Nunca me habías follado así. Creí que me iba a volver loca de gusto.

Mi ego estaba a punto de estallar al oírla.

– Pero ahora suéltame, Ricardo, ya no puedo más. Me duele todo. No voy a ser capaz de preparar nada para comer, tendremos que comer algo precocinado. O mejor, pide unas pizzas…

Y entonces sucedió. Una vez recuperada la calma, al escuchar a Male hablar de cosas tan triviales, las consecuencias del crimen que acababa de cometer se abatieron sobre mí como una tonelada de ladrillos.

Pero, ¿cómo había podido? ¿Me había vuelto loco? ¡Había violado a mi hermana!

Al borde del infarto, me puse en pie de un salto, devolviendo mi completamente mustio pene al encierro del pantalón. El corazón se me iba a salir por la boca. ¿Qué iba a pasar cuando volviera Ricardo y Malena descubriera que no había sido su novio el que se la había follado?

Entonces me detuve. Un momento. Quieto parado. ¿Y por qué iba a sospechar que había sido yo? No había razón alguna. Yo era su hermano. Y ellos no sabían que tenía llave de su piso. Lo lógico era que sospecharan de alguno de sus amigos, de esos a los que el capullo de Ricardo les había dado la llave. Y lo mejor era que no sabrían quien había sido.

Si Ricardo era capaz de tratar así a su novia, no me extrañaría lo más mínimo que, no queriendo implicar a ninguno de sus amigos, no denunciara el suceso a la policía.

Todavía podía salir con bien de todo aquello.

Frenéticamente, volví a colocar la mordaza a Malena, que ésta vez sí protestó extrañada, forcejeando un poco. Tras asegurarme de que la venda seguía en su sitio, fui corriendo al baño a por una toalla, que usé para limpiar lo mejor que pude el desastre que había en el sofá.

Al estar Malena de nuevo en posición erguida, mi semen no había dejado de brotar de su culo, que yo limpié briosamente hasta eliminar la mayor parte, mientras mi hermana protestaba y se agitaba enfadada, quizás pensando en que su novio se disponía a dejarla allí atada un rato más.

Estaba a punto de marcharme, cuando vi el consolador de látex tirado en el suelo. Pobrecito, iba a coger frío. Me incliné y lo cogí, arrodillándome de nuevo frente a los muslos abiertos de mi hermana, deleitándome una vez más con el exquisito aroma de su coñito.

Con una sonrisa diabólica en el rostro, separé bien los labios de su vagina y, colocándolo en posición, retorné el trozo de látex a su ubicación original, mientras mi hermana se retorcía y gimoteaba.

Sin dejar de sonreír, aferré el otro aparatejo, que seguía tirado en el sofá, y, con cuidado de no hacerle daño, volví a metérselo en el culo, para volver a encenderlo a continuación. En cuanto el cacharro empezó a zumbar y a retorcerse, mi sonrisa se hizo todavía más ancha y, sintiéndome completamente satisfecho, me levanté y salí de la sala, abandonando el piso a continuación, mientras Male seguía chillando y forcejeando en el salón.

Me largué del bloque inmediatamente, procurando que nadie me viera y conduje hasta un restaurante en la otra punta de la ciudad, confiando en que todo saliera como esperaba.

Y, si no era así… Al menos me habría follado a mi hermana.

EPÍLOGO:

En cuanto la puerta del piso se cerró tras Lucas, se abrió otra en el interior de la vivienda y Ricardo, tras asegurarse de que no hubiera moros en la costa, caminó tranquilamente por el pasillo, rumbo al salón.

Allí le esperaba su novia, convenientemente atada y empaquetada, con los dos consoladores bien enterrados en sus tiernos agujeritos.

– Fiuuuuu – silbó Ricardo al ver a su chica – Menudo cabronazo está hecho tu hermano. Menuda bestia.

Al oír la voz de su amante, Malena se agitó, indignada. Sonriendo, Ricardo avanzó hacia ella mientras metía la mano en el bolsillo, de donde sacó una pequeña navaja. Con habilidad, usó el instrumento para empezar a librar a la mujer de las cuerdas que la atenazaban, hasta que por fin, sintiéndose libre, la agarrotada chica se derrumbó sobre el sofá, librándose ella misma de la venda y la mordaza.

Tras hacerlo, alzó la vista, encontrándose con la mirada divertida de su novio, que la miraba de pie, junto al sofá.

– Jo, cariño, estoy hecha polvo – dijo Malena – Menudo palizón me ha dado.

– Ya lo he visto – dijo Ricardo sin dejar de sonreír – No esperaba que el julay de Lucas llevara tanto dentro.

– Te lo dije – dijo Malena devolviendo la sonrisa – Ya te conté que lleva toda la vida babeando por mí. No iba a ser capaz de resistirse.

– Punto para ti – dijo él – Lo admito. Todo ha salido como lo habías planeado.

Malena se encogió de hombros, en un gesto condescendiente, mientras su novio hacía el signo de ok con el índice y el pulgar.

– Anda, tráete el aceite para masajes. Estoy hecha polvo.

Obediente, Ricardo salió de la sala, regresando instantes después con la botella de líquido. Acostumbrado a esas cosas, se sentó en el sofá, junto a su novia, que no tardó ni un segundo en tumbarse boca arriba en su regazo, con las tetas apuntando al techo.

– Sé delicado, que me duele todo – dijo Malena.

Sonriendo, Ricardo extendió una generosa capa de aceite sobre el torso de su chica y empezó a extenderlo con las manos, aliviando la piel de las rozaduras de las cuerdas y relajando los músculos tras haber estado tanto tiempo inmovilizados.

Especial atención dedicó a los pechos de la muchacha, que le volvían loco, entreteniéndose en juguetear con los sensibles pezones, como sabía le gustaba a ella. Pronto estuvieron enhiestos, como también lo estaba su polla, que se apretujaba contra la espalda de la chica, que sonreía con lascivia al notar la presión que ejercía la entrepierna de su novio.

– Vaya, vaya, cómo estamos… Se ve que te ha gustado el espectáculo – dijo con voz insinuante la chica.

– No ha estado mal. Pero tu hermano es un bestia.

– Lo sé. Ya te dije que no tiene ni puta idea de mujeres.

– ¿Te has corrido?

– ¿Con él? ¡Ni de coña! Aunque reconozco que el puto vibrador daba un gustirrinín que…

Siguieron charlando un rato, con Ricardo masajeando a su novia, devolviendo la tonificación a sus músculos. Cuando Malena estuvo satisfecha, se dio la vuelta sobre el sofá, permitiendo a su novio masajearle la espalda, el cuello y los hombros, recreándose especialmente en los soberbios glúteos de la muchacha.

– ¿Lo has grabado todo? – preguntó Malena.

– ¿Tú qué crees? Tres tomas diferentes, una cámara ahí y otra ahí – dijo señalando dos puntos de la habitación – Y la última, la de nuestro amigo Teddy.

El oso de peluche pareció devolverle la sonrisa a Ricardo. También se lo había pasado bien con el espectáculo.

– ¿Sabes? Me muero por ver la cara que va a poner esta noche tu hermanito cuando le hablemos de nuestro “negocio”. No sabes la de tiempo que llevo queriendo borrar esa expresión de suficiencia y desprecio con que me mira siempre – dijo Ricardo.

– Tranquilo, que vas a quedar satisfecho.

– ¿Cómo se siente ahora, señorita Malena, al saber que no va a tener que volver a trabajar en su vida?

– Fenomenalmente, señor Ricardo. Y ahora, déjate de tonterías y fóllame de una puta vez antes de que te meta dos tortas. Odio quedarme a medias – dijo Malena con tono imperioso.

– Como usted ordene, mi ama – dijo el chico poniéndose tenso, respondiendo inmediatamente a las órdenes de su dueña.

Y las obedeció al pie de la letra.

FIN

PD: Querido lector, si conoces algún otro caso de Woman in trouble, házmelo saber y, si es interesante, podría animarme a contar su historia (aunque no prometo nada). Un saludo y gracias por leerme.
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:
ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 2” (POR GOLFO)

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Como os comenté en el relato anterior, mi esposa buscando unas criadas que la ayudaran con la limpieza de nuestro chalet en Birmania, se deja aconsejar por una local y resulta que en vez de contratar, se compró dos mujercitas.
Las chavalas aleccionadas desde la infancia que debían de mimar y cuidar al que terminara siendo su dueño, la hacen descubrir la belleza del sexo lésbico así como la excitación de ser la propietaria del destino de ellas dos. María asumió que debía de procurar que yo aceptara que esas preciosidades nos sirvieran porque de no ser así, su futuro sería muy negro y con toda seguridad  irían a parar a un burdel. Para evitarlo, no solo necesitaba que viera con buenos ojos su presencia en casa sino también que para evitar que sus padres pudieran revenderlas, esas crías debían ser desvirgadas por mí.
Ajeno al papel que me tenía reservado yo seguía de viaje por la zona, lo que le permitió planear los pasos que tanto ella como Aung y Mayi darían para que, a  mi vuelta, no pudiera negarme a cumplir con mi función. Aunque llamaba a diario a mi mujer y sabía lo contenta que estaba con las dos birmanas que había contratado, nada me hizo sospechar que aunque no lo supiera, era ya dueño de sus vidas y de sus cuerpos, y que a mi retorno iba a tomar posesión   de ellas.
Mi vuelta a casa
Recuerdo que a mi llegada a Yagon, María me estaba esperando en el destartalado aeropuerto. Tras los rutinarios trámites en la aduana, salí a la sala de espera y me encontré que mi esposa venía acompañada de dos preciosas niñas, vestidas al modo tradicional birmano.
La juventud de las muchachas me sorprendió al igual que su atractivo pero como no quería que mi mujer se sintiera celosa, obvié su presencia y saludé a María con un beso en los labios. Ese gesto tan normal en un país como el nuestro, en Birmania se considera casi pornográfico y por eso todos los presentes se nos quedaron mirando con una expresión de desagrado con la excepción de ellas dos que lucieron una extraña sonrisa en su rostro.
Tras ese saludo mi mujer me presentó al servicio, diciendo:
-Alberto, te presento a Aung y a Mayi. Son las crías de las que te hablé.
No queriendo quedar como un bruto, las saludé con el típico saludo de esa zona, evitando el contacto físico mientras les daba un repaso con mi mirada. Las dos crías eran ambas estupendo especímenes de mujer de su etnia. Bajitas y guapas, sus caras tenían una dulzura no exenta de sensualidad, sensualidad que se vio confirmada cuando cogiendo mis maletas, las vi caminar rumbo a la salida. El movimiento estudiado de sus traseros, me hizo comprender que bajo las largas y coloreadas faldas que portaban se escondían dos duros culitos que serían un manjar en manos de cualquier hombre.
María descubrió en mi mirada que físicamente esas mujercitas me resultaban atractivas y tratando de forzar mi interés por ellas, me soltó:
-Aunque las veas pequeñitas, son fuertes. Siempre están dispuestas a trabajar y desde que llegaron a casa, no han parado de mimarme.
En ese momento no caí en el tipo de mimos a los que se refería mi esposa pero sus palabras me hicieron observarlas con mayor detenimiento y fue entonces cuando me percaté que aunque casi sin pechos, las dos birmanas tenían unos cuerpos muy apetecibles. Sin llegar a comprender los motivos por los que mi mujer había aceptado meter la tentación en casa, supe que a partir de ese día tendría que combatir las ganas de comprobar de primera mano, la famosa fogosidad de las habitantes de ese país.
Ya fuera del aeropuerto, nos esperaba el conductor que mi mujer había contratado para llevarnos a casa, el cual metió el equipaje mientras mi mujer y yo entrabamos en el vehículo. El coche en cuestión era un viejo taxi londinense donde los ocupantes se sentaban enfrentados, por lo que al entrar Mayi y Aung se colocaron mirando hacia nosotros. Curiosamente, nada más hacerlo, las crías se ocuparon de cerrar las cortinillas de las ventanas de forma que nada de lo que ocurriera en el interior pudiera ser visto por el taxista ni por los viandantes que poblaban las calles a esa hora.
Reconozco que me extrañó su comportamiento pero aun más que mi mujer me besara con pasión mientras me decía lo mucho que me había echado de menos. Como comprenderéis me quedé cortado al sentir las manos de María acariciando mi bragueta por el espectáculo que estábamos dando a esas niñas.
-Cariño, tenemos público- susurré en su oído mientras veía que las dos birmanas no perdían ojo de las maniobras de su jefa.
-Lo sé y eso me pone bruta- contestó totalmente lanzada.
Mi vergüenza se incrementó hasta límites inconcebibles cuando obviando mis protestas, mi mujer había sacado mi miembro de su encierro y con total falta de recato, me estaba empezando a pajear. Estuve a punto de rechazar sus caricias pero justo cuando iba a separarla de mí, observé la expresión de los ojos de las muchachas y comprendí que lejos de mostrar rechazo, estaban admirando el modo en que su patrona acariciaba con sus manos mi sexo.
Aunque María nunca había sido una mojigata en lo que respecta al sexo, aun así me sorprendió que sin cortarse un pelo y cuando todavía el taxista no había salido del parking, se arrodillara frente a mí y con una expresión de lujuria que me dejó alucinado, me miró y acercando su cabeza a mi miembro, se apoderó de él con sus labios.
-Relájate y disfruta- me dijo con voz de putón.
Sus palabras y las miradas de satisfacción de nuestras criadas despertaron mi lado perverso y ya convencido colaboré con ella, separando las rodillas de forma que mi pene quedó a la altura de su boca. Tras lo cual y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca.
“¡Dios! ¡Que gozada!” pensé al sentir su lengua recorriendo mi extensión.
Pese a que nunca me había atraído el exhibicionismo, os tengo que reconocer que me excitó ser objeto de esa mamada mientras dos desconocidas disfrutaban de la escena a escasos centímetros de nosotros. A María debía pasarle algo parecido porque como posesa aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro cada vez más rápido. Por su parte, Mayi y Aung como queriendo compartir parte de nuestro placer, se las veía cada vez más interesadas y con sus pezones marcándose bajo su blusa, siguieron las andanzas de mi mujer con una más que clara excitación.
-¿Te gusta que nos miren?- me preguntó María al comprobar que como las observaba.
-Sí- reconocí con la mosca detrás de la oreja.
Mi respuesta exacerbó su calentura y poniéndose a horcajadas sobre mis rodillas, se levantó la falda dejándome descubrir que no llevaba ropa interior. Antes de que me pudiera reponer de la sorpresa al ver su coño desnudo, María cogiendo mi sexo, se ensartó con él. Su inusual lujuria me pilló nuevamente descolocado y más cuando empezando a cabalgar lentamente usando mi pene como soporte, susurró en mi oído:
-¿Te gustaría follártelas?
La sola idea de disfrutar de esas  dos exóticas bellezas me pareció un sueño y llevando mis manos hasta su culo, colaboré con su galope, izando y bajando su cuerpo mientras se empalaba. Todavía no había asimilado su propuesta cuando con tono perverso, me preguntó:
-¿Y ver como ellas me follan?
Imaginarme a mi esposa en manos de esas dos, desbordó mis previsiones. Subyugado por el celo animal que denotaban sus palabras, me apoderé de sus pechos con la lengua  mientras María no dejaba de usar mi verga como instrumento con el que empalarse. Mi excitación ya de por sí enorme, se volvió insoportable cuando sentí su flujo recorriendo mis muslos mientras ella me decía:
-Esta noche te dejaré que las desvirgues, si tú me dejas mirar.
La seguridad con la que me lo dijo, me hizo comprender que era cierto y no pudiendo soportar más tiempo, descargué mi simiente en su interior mientras ella seguía cabalgando en busca de su propio placer. Al sentir mi semen bañando su vagina, mi esposa se unió a mí y pegando un sonoro grito, se corrió. La sonrisa con la que las dos birmanas respondieron a nuestro gozo confirmó en silencio todas y cada una de las palabras de María y por eso tras dejarla descansar, le pregunté cómo era posible y a que se debía el hecho que me hiciera tal propuesta.
-¿Recuerdas que te dije que había contratado dos criadas?- preguntó muerta de risa- Pues te mentí. Al quererlas contratar, me equivoqué y compré a estas dos mujercitas.
-No entiendo- respondí alucinado porque, sin ningún tipo de rubor,  me estuviera reconociendo algo así y por eso no pude más que preguntar: -¿Me estás diciendo que no son nuestras empleadas sino nuestras esclavas?
Soltando una carcajada, respondió:
-Así es – y poniendo cara de niña buena, prosiguió diciendo: – Mayi y Aung han resultado de lo mas “serviciales” y me han mimado de muchas formas mientras tú no estabas. Pero ahora que estás aquí, están deseando que su dueño las haga mujer.
Sin todavía llegármelo a creer, insistí:
-Perdona que te pregunte. ¿Las has usado sexualmente?
-Sí, cariño. Cómo estabas de viaje, me han cuidado muy bien en tu ausencia.
El descaro con el que me informó de su desliz lejos de cabrearme, me excitó y pasando mi mano por su pecho, pellizqué uno de sus pezones mientras le decía:
-Eres una puta infiel que se merece un castigo.
María sin inmutarse y con una sonrisa en su boca, contestó:
-Soy tu puta pero no puedo haberte sido infiel, si he usado para satisfacer mis necesidades a esas dos criaturas. Cómo eres su dueño a efectos prácticos, ha sido como si en vez de sus lenguas, hubiera sido tu pene el que me hubiera dado placer durante esta semana.
Descojonado acepté sus razones pero aun así la puse en mis rodillas y dándole una serie de sonoros azotes, castigué su infidelidad. Las risas de María al recibir su castigo y las caras de felicidad que esa dos crías pusieron al verlo incrementaron el morbo que sentía y por eso, con mi pito tieso, deseé llegar a casa mientras me saboreaba pensando en el placer que las tres mujeres me darían esa noche…
Llegamos los cuatro a casa.
La exquisita limpieza del chalet me ratificó que además de haberse ocupado de María, Mayi y Aung también habían cumplido con creces su función como criadas y por eso dejé que en manos de mi esposa lo que ocurriera a partir de ese momento. Con la tranquilidad que da el saber que nada me podía sorprender, dejé que mi mujer me enseñara como quedaban los muebles que había comprado mientras las dos birmanas desaparecían rumbo a la cocina.
Al llegar a el que iba a ser nuestro cuarto, me quedé de piedra al observar que María había cambiado la cama y en vez de la Queen que habíamos elegido, había una enorme King-Size de dos por dos. Ella al ver mi cara, riéndose, me aclaró:
 
-Era muy pequeña para los cuatro- y sin darme tiempo para asimilar esa frase, me llevó casi a rastras hasta el baño donde de pronto me encontré a las dos muchachas esperándonos.
Su actitud expectante me hizo reír y mirando a mi mujer, le pregunté qué era lo que me tenía preparado. Muerta de risa, me contestó:
-Pensé que te vendía bien un baño- tras lo cual hizo un gesto a la mayor de las dos.
Aung sabía que esperaba su dueña de ella y acercándose a mí, me empezó a desnudar mientras con cara de recochineo mi esposa se sentaba en una silla que había dejado exprofeso en una esquina del baño. Absortó, dejé que con sus diminutas manos desabrochara su camisa para que desde mi espalda, Mayi me la quitara.
-No te quejaras- dijo riéndose desde su asiento- ¡Dos vírgenes para ti solo!
Ni siquiera contesté porque justo entonces sentí que mientras la pequeña me besaba por detrás, Aung me estaba quitando el cinturón. El morbo de que dos niñas me estuvieran desnudando teniendo como testigo a la mujer con la que me había casado fue estímulo suficiente para que al caer mi pantalón, mi verga ya estuviera dura.
-Se nota que te gustan estas putitas- dijo María con satisfacción al ver mi estado.
Ni que decir tiene que estaba de acuerdo, ningún hombre en su sano juicio diría que no en mi situación y por eso sonreí mientras la oriental se agachaba a mis pies para terminarme de quitar la ropa. Ya totalmente desnudo, entre las dos, me ayudaron a entrar a la bañera y en silencio me empezaron a enjabonar.
Mi erección era brutal y aunque lo que realmente deseaba era desflorar a una de las dos, decidí que lo mejor dar su lugar a mi mujer y por eso mirándola, pregunté:
-¿No te bañas conmigo?
 María con tono triste, me respondió:
-Me gustaría pero hoy es el turno de nuestras zorritas.
Tras lo cual, mediante gestos, las azuzó a que se dieran prisa. Mayi la más morena y también la más joven fue la encargada de aclarar mi cuerpo y retirar los restos de jabón con sus manitas. El tierno modo en que lo hizo me terminó de calentar y viendo que tenía su cara a pocos centímetros de mi pene, no me pude contener y se lo puse en los labios. La morena miró a mi mujer pidiendo su permiso y al obtenerlo, sonriendo, sacó su lengua y empezó a recorrer con ella mi extensión.
-¿Estas segura de que puedo?- pregunté a mi mujer al sentir las caricias de la oriental.
En silencio, María se levantó la falda y separando sus rodillas, llamó a la otra cría  y ya con ella de rodillas, contestó:
-Por supuesto, siempre que dejes que Aung se coma mi chumino mientras tanto.
Como respuesta, presioné con mi verga los labios de Mayi, la cual abrió la boca y se fue introduciendo mi falo mientras con su lengua jugueteaba con mi extensión. Nunca en mi vida supuse que llegaría un día en el que una guapa jovencita me hiciera una mamada mientras otra no menos bella hacía lo propio con el coño de mi esposa y ya completamente dominado por la pasión, la cogí de la cabeza y se lo incrusté hasta el fondo de su garganta.  Sorprendido tanto por mi violencia como por la facilidad con la que la birmana lo había absorbido sin sufrir arcadas, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su boca, disfrutando de ese modo de la humedad y tersura de sus labios.
A menos de un metro de nosotros, su amiga lamía sin descanso el sexo de María mientras ella le azuzaba con prolongados gemidos de placer. Comprendí al oír su respiración fui acelerando el compás con el que me follaba la boca de la morenita sin que se quejara. Sintiendo  una extraña sensación de poderío y asumiendo ya que esa niña era de mi propiedad, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Mi nueva y sumisa servidora disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen.
Al acabar de eyacular y mirar hacia donde mi esposa estaba sentada, la vi retorcerse de placer y lejos de sentir celos viéndola disfrutar con otra persona, me sentí feliz al saber que a partir de ese día íbamos a tener una vida sexual de lo más completa y ejerciendo de dueño absoluto de mis tres putas, obligué a las dos birmanas a llevar a mi señora hasta el cuarto.
Una vez allí, me tumbé en la cama e imprimiendo a mi voz de un tono dominante, la miré y le dije:
-Enséñame la mercancía que has comprado.
María sintió un escalofrío de gozo al escuchar esa orden y asumiendo que quizás nunca había sabido sacar de mí esa faceta, respondió:
-¿Cuál quieres que te muestre antes?
Nunca se había mostrado tan sumisa y disfrutando de ese papel, le exigí admirar a las dos a la vez. Obedeciendo con soltura juntó a las dos muchachas y con un gesto les ordenó que se fueran desnudando lentamente. Como si lo hubiesen practicado, Mayi y Aung desabotonaron su falda, dejándola caer al mismo tiempo. La sincronización de sus movimientos y la belleza de las cuatro piernas me hicieron tardar unos segundos en dar mi siguiente orden.  Tras unos momentos babeando de la visión de sus muslos y de los coquetos tangas que apenan cubrían sus sexos, pedí a mi esposa que les diera la vuelta porque quería contemplar sus culos.
Adoptando los modos de una institutriz enseñando a sus pupilas, María las giró y extralimitándose a mis deseos, masajeó sus nalgas mientras me decía:
-Tienen unos traseros duros y bien dispuestos para que los disfrutes- y bajando su mirada como avergonzada, me informó: -Cómo quería preservar su virginidad para que fueras tú quien la tomara y ellas me mostraron que podía usar sus culitos, te tengo que reconocer que ya he gozado usándolos.
Su respuesta me impactó porque no en vano siempre me había negado su entrada trasera y en cambio ahora me acababa de decir que de algún modo las había sodomizado. Tras analizar durante unos instantes, le solté que quería verla haciéndolo. Colorada hasta decir basta, se trató de zafar de mi orden diciendo que antes debía desvirgar a las muchachas pero entonces, usando uan autoridad que desconocía tener sobre ella, le dije:
-O me muestras con una de ellas como lo hacías o seré yo quien te destroce tu hermoso culo.
Mi seria amenaza produjo un efecto imprevisto, bajo su blusa observé que sus pezones se habían erizado delatando la calentura que mi orden había provocado en mi esposa y sin esperar a que la cumpliera se desnudó mientras sacaba de un cajón un arnés con un enorme pene doble adosado. Desde la cama, observé como María se colocaba ese instrumento, metiendo uno de sus extremos en el interior de su sexo. Aung al ver que se lo ponía, dedujo sus deseos y sin que ella tuviese que decírselo se puso a cuatro patas sobre la alfombra.
Si ya de por sí eso era los suficiente erótico para que mis hormonas empezaran a reaccionar, más aún lo fue observar a mi esposa mojando sus dedos en su propio coño para acto seguido llevarlos hasta el esfínter de la oriental y separando sus nalgas, empezar a relajarlo con esmero. La chavala al notar a su dueña hurgando en su ano, empezó a gemir de placer sabiendo lo que iba irremediablemente a pasar con su culito.
La escena no solo me calentó a mí sino también a la otra oriental que creyendo llegado su momento, se tumbó a mi lado y maullando como gatita con frio, buscó mi atención pero sobre todo el cobijo de mis brazos. Callado queda dicho que al pegarse a mí y aunque me interesaba observar a María poseyendo a su sumisa, no tuve más remedio que hacerle caso al comprobar el suave tacto de su piel y ayudándola con el resto de su ropa, la dejé desnuda sobre las sábanas.
“¡Qué belleza!”, exclamé mentalmente al admirar la belleza de su pequeño y moreno cuerpo.
Mayi al notar la caricia de mi mirada, se mordió los labios demostrándome un deseo innato y dando sus pechos como ofrenda a su dueño, los depositó en mi boca mientras se subía sobre mí. Reconozco que me mostré poco interesado porque en ese preciso instante, María estaba metiendo el enorme falo que llevaba adosado a su arnés en los intestinos de su momentánea pareja. La chavala tratando de captar mi atención se puso en pie en la cama y separando sus labios inferiores con dos dedos, me mostró que en el interior de su sexo permanecía intacto su himen. La visión de esa tela y saber que podía ser yo quien por fin la hiciera desaparecer fueron motivo suficiente para que me olvidara de mi señora y de los gritos que daba su víctima al ser cabalgada por ella y concentrándome en la morenita, decidí que al ser su primera vez debía de esmerarme.
“Si quiero que sea una amante fogosa, debe de disfrutar al ser desvirgada”, me dije mientras la tumbaba suavemente sobre el colchón.
La chavala malinterpretó mis deseos y agarrando mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, rehuyendo su contacto, la obligué a quedarse quieta mientras por gestos le decía que era yo quien mandaba.  La cara de la cría traslució su perplejidad al notar que su dueño en vez de hacer uso de ella directamente, recorría con su lengua su piel bajando desde el cuello rumbo a su sexo. Sabiendo que esa mujercita nunca había probado las delicias del sexo heterosexual, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo sus pechos, recreándome en sus diminutos pero duros pezones.
-Ahhh- gimió al sentir que usando mis dientes les daba un suave mordisco antes de reiniciar mi ruta para aproximarme lentamente a mi meta. Mi sirvienta, sumisa o lo que fuera, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión de su hasta entonces inviolado tesoro.
Sabiendo que había ganado una escaramuza pero deseando ganar la guerra, pasé cerca de su sexo pero dejándolo atrás, seguí acariciando sus piernas. La oriental se quejó al ver truncado su deseo y dominada por la calentura que abrasaba su interior, se pellizcó  los pechos mientras por señas me rogaba que la hiciera mujer.
Si eso ya era de por sí sensual, aún lo fue más observar que su depilado sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo. Obviando lo que me pedía mi entrepierna, usé mi lengua para acariciarla cada vez más cerca de su pubis. La pobre chavala, desesperada, aulló de placer cuando, separando sus hinchados labios, me apoderé de su botón. Era tanta su excitación que nada más sentir la húmeda caricia de mi lengua sobre su clítoris, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.
“Dos a cero”, pensé y ya más seguro con mi labor, me entretuve durante largo tiempo bebiendo de su coño mientras Mayi unía un orgasmo con el siguiente sin parar.
Seguía machaconamente jugando con su deseo, cuando mi esposa me susurró al oído que ya era hora de que tomara posesión de mi feudo. Al girarme y mirarla, leí en los ojos de María una brutal pasión que nunca había contemplado en ella, por lo que cogiéndola del brazo, la tumbé en la cama junto a la cría y con tono duro, le solté:
-Quiero verte comiéndole los pechos mientras la poseo.
Poseída por un frenesí desconocido, mi mujer se lanzó a mamar de esos pechitos mientras Mayi esperaba con las piernas totalmente separadas que por fin su dueño la desflorara. Su expresión de genuino deseo me hizo comprender  que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que, si mas prolegómeno,  aproximé mi glande  a su sexo y haciéndola sufrir, jugueteé con su clítoris hasta que ella llorando me rogo por gestos que la hiciera suya.
Comportándome como su dueño y maestro, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Una vez allí, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia adelante, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina. La chavalita pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y sin esperar a que su sexo se acostumbrara a esa incursión, con lágrimas en los ojos pero con una sonrisa en los labios se empezó a mover, metiendo y sacando mi pene de su interior.
Mi esposa que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al ver el placer en la mirada de la chinita, obligó a la otra a que nos ayudara a derribar las últimas defensas de su amiga. Aung no se hizo de rogar y mientras daba cuenta de uno de los pechos de Mayi, llevó su mano hasta su imberbe coñito y la empezó a masturbar.
Los gemidos de la mujercita al sentir ese triple estímulo no tardaron en llegar al no ser capaz de asimilar que esas dos mujeres le estuvieran comiendo los pechos y pajeándola mientras sentían en su interior la furia de mi acoso. Al escuchar su gozo, incrementé el ritmo de mis embestidas. La facilidad con la que mi pene entraba y salía de su interior, me confirmó que esa niña estaba disfrutando con la experiencia  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. La hasta esa noche virgen cría no tardó en correrse mientras me rogaba con el movimiento de sus caderas que siguiera haciéndole el amor.
-¿Le gusta a mi putita  que su dueño se la folle?-, pregunté sin esperar respuesta al sentir que por segunda vez, esa mujercita llegaba al orgasmo.
Ya abducido por mis deseos, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su pequeño cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. Una y otra vez, usé mi pene como martillo con el que asolar cualquier resistencia de esa oriental hasta que cogiéndola de los hombros, regué su interior  sin pensar en que al contrario que en mi esposa, su vientre podía hacer germinar mi simiente.
La chavala al sentir su coño encharcado con su flujo y mi semen, sonrió satisfecha. Aunque en ese momento no lo sabía,  esa noche no solo la había desvirgado, sino que le había mostrado un futuro prometedor donde  podría ser  feliz dejando atrás los traumas de su infancia y posando  su cabeza sobre mi pecho, me miró como se adora a un rey.
Su mirada no le pasó inadvertida a María, la cual, alegremente me abrazó y susurrando en mi oído, dijo:
-Cariño, mira su cara de felicidad. ¡Has conseguido que esta niña se enamore de ti!
Sus palabras me hicieron fijarme y mirando a esa dulzura de cría que reposaba en mi pecho, comprendí que tenía razón porque al percatarse que la estaba mirando, Mayi se revolvió avergonzada y quizás creyendo que iba a zafarme de ella, me abrazó con fuerza.
-Lo ves- insistió mi mujer. –Aunque no nos entiende,  la cría sabe que  estamos hablando de ella y no quiere que te separes de su lado.
Conociendo las enormes carencias afectivas de esa dos mujercitas, llamé a Aung a nuestro lado y tumbándola junto a nosotros, nos quedamos los cuatro en la cama mientras pensaba en cómo había cambiado nuestra vida por un error. Seguía todavía dando vueltas a ese asunto cuando María comentó:
-Cariño, la otra cría está esperando ser tuya. ¿Te parece que vaya empezando yo mientras descansas?
Solté una carcajada al escucharla porque no tuve que ser un genio para comprender que mi mujer estaba encaprichada con esa chavala y su pregunta era una mera excusa para poseerla nuevamente.
 
 
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