Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 8074 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “Viviana 5” (POR ERNESTO LOPEZ)

$
0
0

Viviana 5

La película alemana era sobre una esclava sexual, aparecía colgada de pies y manos mientras era azotada por un tipo con una capucha que le tapaba la cara, ella tenía también como una máscara de cuero que cubría sus ojos y boca. La calidad de la imagen no era muy buena pero se veía claramente como se iban formando las marcas sobre su piel, debía tener algo en la boca porque sólo se oían quejidos apagados.

Yo había visto hacia años algunos cortos en super 8 pero sólo había gente cogiendo en situaciones más o menos comunes, nada como esto, le pregunté a Viviana si ella lo conocía: “si, pero en vivo, nunca había visto una película”

En la siguiente escena la chica estaba parada, atada de pies y manos a la pared con unas bandas de cuero y seguía siendo castigada por el verdugo, luego este le colocaba en los pezones y los labios vaginales unas pinzas metálicas con dientitos y de estas colgaba pesos que estiraban la carne, continuaba luego con los golpes de fusta.

Así seguía con los tipos de tormentos más diversos, en algún caso cambiaba el torturador por una chica, pero siempre “actuaba” la misma esclava. A la mujer se la veía quemándole con un cigarrillo el perímetro del ano, una vez que completó el círculo se ocupó de introducir de la peor manera posible un consolador de importantes dimensiones y romperle el orto sin ningún miramiento.

Luego se entretuvo “depilando” a la muchacha usando para ello una vela encendida, quemaba su vello púbico dejando la piel enrojecida, también dejaba unos segundos la llama debajo del los labios y del clítoris…

Mientras veíamos estas escenas Vivi, que ya estaba en bolas, se comenzó a masturbar ferozmente, metiéndose los dedos en concha y culo, pellizcándose los pezones, estaba recaliente.

Con el doble espectáculo, el de la tele y el cuadro en vivo, me le tiré encima para cogerla con ganas, pero me paró en seco y me dijo: “antes pégame, haceme doler, insúltame, quiero que me trates como a la perra de la película”. Con las ganas que yo tenía ahí nomás le encaje un par de cachetadas bien fuertes, sabiendo por supuesto que con eso no la iba a dejar satisfecha.

Seguí escupiéndola en la cara, ella abrió bien grande la boca para que le escupa adentro, agarré un cinturón de cuero crudo y le di unos cuantos cintazos en las tetas y en la concha, respondió dándose vuelta y levantando el culo dejando claro por donde quería que le diera. La complací con una serie de latigazos mucho más fuertes que antes, el lugar es menos sensible.

La hice dar vuelta nuevamente, tome el encendedor de cigarrillos y reproduje la depilación “ a fuego” que habíamos visto hace un rato, esto le encantó, gritaba que siguiera cuando ya no quedaban pelitos por quemar, así que busqué alcohol medicinal, froté su concha roja con este y le prendí fuego, las llamas duraron más de lo que esperaba y me asusté, pero ella seguía diciendo: “dame más, puto de mierda, maricón, cobarde, haceme gozar más fuerte o tenés miedo, cagón?”

Nunca hubiera imaginado que me animaría, pero después de lo que había visto que soportaba la chica de la película y el incentivo de Viviana, la hice levantar el orto, puse una almohada debajo para que la concha quedara bien hacia arriba y le eché un chorro de alcohol adentro de la argolla, nuevamente lo prendí con el encendedor, esta vez duró mucho más.
En cuanto se apagó se la metí de una mientras ella gritaba sin parar, no se si de placer o de dolor, no me importaba. Acabé pronto como era lógico, hervía de calentura, ella lo notó, me hizo girar y quedo subida arriba mío mirándome, “¿ aguantas otro sin sacarla ? ” preguntó con una sonrisa, “ yo si, ¿ y vos? contesté al toque, “yo podría seguir todo el día, cada vez me va arder más la concha y eso es lo mejor”, mientras me cabalgaba como una posesa.

El segundo polvo tampoco tardo mucho en llegar, se bajó y me la empezó a chupar, enseguida estuvo otra vez bien dura, se puso en cuatro mirando hacia la tele y se la volvió a meter en la concha. Así que yo seguía cogiéndola y mirando la película al mismo tiempo, estaba terminando con las tetas de la chica atravesadas por cantidad de agujas hipodérmicas y otras más grandes, plateadas, como punzones.

Se la saqué un instante, puse el otro film y volví a mi tarea, la otra película trataba de un viejo que era humillado y torturado por dos minas mucho más jóvenes, vestidas con ropa sexi. El hombre estaba desnudo con un antifaz y las chicas a cara descubierta le hacían todo tipos de atrocidades, se le sentaban en la cara y lo orinaban, le pisaban los testículos, se paraban encima de su pecho con tacos agujas, lo pateaban y escupían. Junto con estas caricias lo insultaban (la película era española por el acento) le decían que era cornudo, que mientras él estaba acá a su mujer se la estaban cogiendo unos negros con una polla enorme y la iban a preñar.

A mi no me gustó, no me calentaba ver al pobre tipo tan maltratado, pero me sorprendió la malicia demostrada por las chicas, no se les movía un pelo cuando realmente hacían sufrir al viejo sin ningún tipo de misericordia. Le pregunté a Viviana si eso no le llamaba la atención y dijo: “ no, para nada, siempre la mujer es mucho más dura en el sado, a mi también, las cosas más fuertes que me han hecho siempre fueron mujeres”

Ese dato si me calentó, le empecé a dar con más energía y a pegarle unos cachetazos en las nalgas, agradeció mirándome con su mejor sonrisa lujuriosa y relamiéndose los labios. Termino la película española que obviamente era casera, tomada con una cámara fija todo el tiempo, duraba una media hora. Nosotros seguíamos cogiendo con nuestra propia calentura sin prestarle demasiada atención a la pantalla, acabamos ambos una vez más y nos dimos el beso más apasionado que se pueda imaginar, estábamos felices.

Dijo: “te amo, estoy loca por vos, me quiero venir a vivir y que pasemos todo el día cogiendo como animales”, me quedé callado como un boludo, no sabía que decir. En realidad yo también tenía con ella una calentura absoluta, cuando no estábamos juntos me la pasaba pensando que podía hacer para agradarle más y muchas veces eso terminaba en una paja furibunda, pero me sorprendió con su afirmación y me asustó: no estaba preparado.

Por suerte rápidamente añadió: “ si no fuera por mi hijo ya lo habría hecho, la estoy pasando muy bien con vos, pero juré cuidar a Maxi antes que nada y voy a cumplirlo”, respire aliviado y le dije: “ya estamos cerca de la hora de salida, lávate un poco y anda a buscarlo”. Cuando salió del baño
pregunté: “¿podrá ir vos a devolver las películas esta tarde?, tengo que trabajar y después facultad”, “ si, el nene siempre duerme una siestita a la tarde, puedo dejarlo un ratito y devolverlas”
Bárbaro, le entregué los dos videos y la dirección del videoclub, cuando salía le ordené: “anda con una mini bien cortita”…

CONTINUARA


Relato erótico: “Ucronologia: El comienzo” (PUBLICADO POR ROZAS)

$
0
0

He de admitir que escribir mis memorias sería demasiado largo y muy complejo. Nací y viví en lo que hoy se conoce como en la segunda mitad del siglo IV después de Cristo, precisamente en el peor momento de la historia. La caída del Imperio Romano de Occidente, como hijo de un senador me envió directamente al frente, ¡a mí! El menor de las familias, el que a sus quince años se había dedicado a recopilar textos históricos y que nunca le había importado la política. Pero se dio como se dio, en un sentido fue peor que nunca, fuera el único a la vista con un gladio, a caballo, muy patético. Y cayó la ciudad.

A decir verdad tuve suerte, hui, pero la perspectiva era horrorosa. Mujeres violadas, niños mutilados, caían como bolsas de carne frente a los Vándalos. Lo cierto es que estaba al menos feliz, aquella Roma estancada y sobrepoblada desaparecía. Igualmente me escape con todos los textos que pude copiar de la biblioteca romana antes que el fuego les llegase encima, y sin decir más me fui a Egipto antes de que las oleadas de barbaros continuasen.

Al llegar allá me di cuenta al ver las ruinas pre-Agustinas que la idea de inmortalidad del Imperio siempre fue imposible, y me acorde de la quema masiva de archivos. Sin duda tiempos oscuros se acercaban. Pero no me lamentaba, sentía frustración e ira, pero no sentía deseos de vengarme de los germanos. Lo que si deseaba era volver a mi tierra natal, algún dia, y ver las ciudades renacer, puras, carentes de burocracia y de dolores de cabeza. Volver a apreciar las obras como las de Constantino o Augusto, en vez de la decadente y perezosa barbarizacion. Pero eso se había perdido.

Hasta que dos años después de no salir de la biblioteca de Alejandría y hablar con los sabios locales, me encontré con algo maravilloso. Un ritual para la divina inmortalidad, indudablemente era impresionante que nadie más lo haya encontrado, pero no era algo que nadie más podría soportar…¡no se podía tener relaciones sexuales! Se trataba de un ritual de una diosa ante-egipcia, Innana, que le permitiría al portador el crecimiento de una “flor roja” dentro de una zona especifica del corazón para que la “sangre mala” no permita contagiar a la “buena” y el crecimiento se detenía. Me sorprendió, se supone que un tal “Gilamesh” lo invento en su momento como un método para perdurar su vida hasta encontrar un momento, o persona, idóneo para envejecer. No duro diez años. Pero detrás había una misteriosa figura de los cartagineses, Moloch, no me comentaron mucho. Al parecer decían que uno no solo se volvía inmortal, estaba “vivo en la muerte” o algo que no pude entender correctamente.

La gran mayoría que lo probaba eran adultos o viejos, ningún joven como yo. Y ningún joven que por las malditas costumbres de la Roma contemporánea no podía mantener relaciones. Así que, nada que perder, todo que ganar. Lo que note fue que era un proceso bastante siniestro, me llevaron una noche al rio Nilo en una noche de luna nueva, entonces note que estaban acercándose dos fenicios que tomaron a dos niños de no más de ocho años del cuello.

Los pusieron mientras temblaban de miedo sobre una basilla donde se encendió casi por arte de magia, un fuego que alumbraba una estatua.  En ella aparecía una figura aterradora, era Marduk siendo devorado por Moloch mientras este violaba a un niño.  Comenzaron a recitar palabras en un idioma desconocido, me agarraron de los brazos al ver que intentaba huir.

-Tranquilo, esto es la mitad, ya verás el resto.-No pude ver su expresión mientras temblaba de miedo. Y dijo- No escaparas como un mortal de acá.

Desnudaron a los niños y encendieron sus túnicas para tirarlas a un pozo al lado de la estatua. Donde había miles de niños degollados y cadáveres al rojo vivo. Los degollaron y los tiraron con lágrimas en los ojos al pozo. Seguían recitando palabras, me dieron mi gladio, y me desnudaron. Fui arrojado al pozo mientras lo cerraban. Las luces se apagaban, y me encontré con algo salido del infierno.

Moloch, estaba sorbiendo los cadáveres como si de un tifón se tratase, me arrastraba a su enorme boca. Pero me vio tentador. En medio de los cadáveres apareció con una figura horrible, tenía la cabeza y el pene de un burro, y media como cuatro metros de altura. Con espuma en la boca me dijo en mi lengua:

-Te voy a montar.

 Me obligo a ponerme contra la pared, pero con mi gladio le metí una apuñalada en la garganta. Chillo de dolor mientras veía su sangre negra correrse, note que se estaba desasiendo. Como si fuese cera, saco con su brazo delgado una enorme espada de bronce. Pero un golpe certero en su boca le hizo retroceder, no me habían entrenado en plugio para nada. Finalmente alzo los brazos para atacarme, pero le di una apuñalada en el pecho, después lo patee y cayó al piso. Lo continúe apuñalando hasta que cayó de dolor y se fue desangrando.

Comencé a ungirme con su sangre cada parte de su cuerpo, hasta que finalmente estaba un poco más oscuro y rojo que antes. De la cueva entonces se asomo una mujer desnuda con alas, como si de la luz de la mañana se tratase, y me dijo:

-Mataste al cuerpo físico de Moloch. Ahora vas a caminar por los dos mundos, por más que te bañes o te llenes de perfume la sangre te seguirá cubriendo.- Puso mi mano sobre mi pecho, y recito unas palabras.- De ahora en adelante no envejecerás, mientras no sientas la calidez de otro ser humano. Porque eso le demostrara a la muerte que aun podes generar vida.

-¿Y si pido que me castren?

-¿Preferís ser un gordo con voz de falsete el resto de la eternidad? -Claro que no  quería- No obstante podes morir por el fuego y el hierro. Te sanaras más que el resto, pero no te salvara de todas. Si pensas en hacerlo conmigo, olvídate, también cuento.

Así nomas desapareció, para cuando salí ya me había dado cuenta de los cambios, veía sombras que se transformaron en dioses y diosas de miles de religiones. También a demonios y genios, caminando con la gente como si nada.

No me puedo quejar, recorrí todo el norte de África en mis primeros cien años, recogiendo información de todo el lugar, observe el nacimiento del imperio Justiniano y su caída. Después fui hacia el Asia cuando los imperios chinos comenzaban a formarse, recorrí desde Persia hasta la India donde aprendí artes arcaicas y ciencias de diversos tipos. En China me embarque en los diferentes ríos del lugar, consiguiendo diversos secretos acerca de la ingeniería y la química. Aprendí a perfeccionar mis habilidades en artes marciales entre las guerras mongólicas hasta que ningún guerrero a caballo podía atacarme sin morir. Logre aprender diversos idiomas, y los traducía todos al latín que me habían enseñado. En ese momento comencé a transcribirlos en imprenta y depositarlos en específicos lugares para ocultarlos. Estuve cien años.

De vuelta en la India pase años perfeccionando mi meditación mezclándolo con la respiración griega hasta llegar a voluntad a fuerzas físicas superiores, y a poder transmutar mi mente a la de varios animales como aprendí en los persas y mongoles. Conocía toda la historia de los dioses y demonios, hable y me maneje con muchos cada vez que necesitaba algo de plata u oro. Del mas allá conocí inclusive las formas de expandir mis capacidades mentales para retener en mi memoria todo a su perfección, e incluso como transmitir mis pensamientos. Todo eso me tomo doscientos años.

Conocí a personajes que después se volverían ilustres, como Genhis Khan, Marco Polo (al que inclusive corregí en más de una ocasión), Kublai Khan y a diversos emperadores de la Dinastía Chi.

Subí hasta el Tibet donde logre asesinar a decenas de monjes que me negaron a traducir sus textos al chino, pero conseguí hablar a uno y me apropie también de eso.  Así estuve durante otros cien años

Con el tiempo me fui de vuelta a Oriente Medio donde me encontré con el nacimiento del Islam, donde logre ocultar a tiempo los restos del templo de Moloch. Mi fama entre los brujos solo increment. Pero aun así conseguí diversos minerales preciosos que logre usa para transmutarlos en otros. Mi viaje continuo donde mis conocimientos en medicina solo crecieron, así como la lectura de los astros. No solo eso, sino que comencé a comprender mas la economía de los países y ciudades.  Estuve ciento cincuenta años

Continúe por el sur de África, donde me encontré con diversas tribus las cuales poseían una curiosa serie de rituales que rozaban con la más cruda versión de incivilización que vi. Pero también me permitieron mejorar mis artes arcaicas al punto que era capaz de manipular las masas a largo plazo, así como “absorber” la suerte ajena. Con el tiempo aprendí a hacer uso de diversas pieles para poder transfigurar mi forma a los distintos animales hasta volverme cualquier animal que conozca. Allí estuve unos doscientos años.

Al volver al norte me entere de que en China estaban deseosos de armar barcos gigantes para explorar el resto del Océano. A pesar de mi larga vida nunca había sido marino, pero me embarque como polizonte donde pude visitar muchos lugares de Indonesia donde anote acerca de la ingeniería de los barcos, los frutos que tenían, etc. Comencé a hacerme un huerto en una isla donde los deposite, junto a una serie de artículos importantes de las diversas civilizaciones del sudeste asiático, incluyendo una katana. Una pésima arma, muy poco práctica y carente de cualquier clase de técnica real. Donde estuve yendo y viniendo por otros cien años con tal de conseguir hasta el último de los mejores animales y varios arboles prácticos. También en su momento asesine al almirante ya que su armada contaba con 40000 barcos gigantes para “comercio”, le provoque pesadillas hasta que murió de un ataque.

Inclusive lo convertí en un punto de encuentro para que la diversa comunidad de seres sobrenaturales pudiese ir y venir trayéndome cientos de conocimientos. Posteriormente fui en barcos chinos al continente que se bautizo como América, donde explore diversas civilizaciones de cada región. Encontré oro en abundancia el cual me reserve, además de telescopios de jade y un curioso calendario-cilindro que permitía conocer el destino en los aztecas. Aprendí varias lenguas y me lleve diversas verduras a medida que iba avanzando, además de conseguir diversas formas de “iluminación” con drogas diversas. Continúe por el Perú hasta llegar al Imperio Inca. Y llegue a Paraguay donde aprendí de la yerba mate, y me la lleve para mí. Continue hasta llegar al Rio de la Plata, al que encontré casi desierto. Había estado otros cien años, y decidí volver finalmente a Europa.

Por una serie de tratos en lo relacionado al destino, un viejo demonio me pidió que llevase la peste negra a Europa. Lo que colabore, la vi podrida y decidí destruirla por completo. Por lo que cargue con ratas muertas y demonios surgiendo del cadáver cientos de cadáveres a las ciudades. Espere lo mejor, solo los mejores podrían sobrevivir y al menos los cambios sociales se forzarían a ocurrir.  Un Baal mismo me pidió que colaborase con el trabajo y a cambio me otorgo la formula de legendaria piedra filosofal.

En tanto ya me había vuelto legendario en las filas del mal. En tanto me encontré con el Imperio Otomano, donde me bañe, ya que me acostumbre en América y China a hacerlo todos los días. Estuve otros cien años aprendiendo los nuevos aportes en ciencias diversas. Finalmente visite Inglaterra y vi los telares.

Para el 1492 sentí que mi viejo continente estaba retomando su forma. En definitiva las cosas se iban a poner agitadas, así que también era el mejor momento para poder obtener lo único que se me había sido negado desde mis tiempos de mortal: Poder.

La condesa Benigna era una mujer soberbia, en el Reino de Nápoles era la única noble que poseía su ciudad propia. Tenía veintitrés años, pero había enviudado tres veces.

 Venia de una familia noble notablemente problemática, sus tíos  eran guardianes y torturadores. Su madre se había tirado de la ventana cuando la condesa solo tenía cuatro años, su padre tenía la costumbre de violar monaguillos para después matarlos en las afueras del pueblo donde la llevaba a observar. Sus hermanos mayores habían muerto en base de duelos contra caballeros. Su tía materna a corta edad le enseño a la corta edad de doce años varias cosas, desde las artes del envenenamiento, el engaño, la magia oscura, hasta los placeres con otras mujeres.

El vaticano la odiaba y ella al vaticano. Pero era intocable. Aprovecho cada momento de su vida para reírse en la cara de las autoridades vestales, si el papa prohibía un libro, ella lo conseguía y lo divulgaba. Si echaba brujas, ellas las recogía. Si el papa mandaba a matar un sodomita, ella realizaba fiestas con monaguillos sodomitas mientras se masturbaba encantada viéndolos.

Pero un irónico juego del destino hizo que cada vez que se casase su marido muriese a los tres meses, unos dicen que ella mato a uno degollándolo mientras dormía, o el se suicidaron por verse incapaces de conversar con ella sin vomitar. Otro se cayó, tiro, o fue empujado por un acantilado. El tercero se descompuso y murió en el acto, misteriosamente. Y al tercer año ella tenía, en el momento, veinte años y ni siquiera había tenido un hijo. No solo eso, sino que los nobles de los alrededores le tenían miedo, como si estuviese completamente maldita.

No obstante inspiraba una sensualidad que desbordaba, con una piel bronceada propia de las napolitanas, senos grandes con pezones negros y grandes. Unos ojos marrones oscuros, ligeramente almendrados y una melena larga y ondulada de  un  negro azabache harían a cualquiera poner rígido de una forma u otra. Mediría metro ochenta y era particularmente sadomasoquista en el sexo incluido.

-¡Escúchame, puta!- Le dijo mientras le propiciaba una cachetada que le dejo una marca a Carolina, su asistente en el ocultismo.- Hace medio año que te tengo en busca de la solución para mi maldición, ¿y qué conseguiste? ¡Nada!

-Pero señora…-Le propicio otra cachetada que le dejo la cara roja. Lloro un poco por el dolor.- Es difícil, no he visto la causa aun de sus males, tal vez sea solamente su mala suerte…

Esta vez fue un golpe que dejo a la joven bruja contra el piso, se agarro la herida, chillando un poco. Carolina era una joven bastante bella, no vestía más que su uniforme de galena, pero no ocultaba un cuerpo grácil. Tenía el pelo un poco más liso y claro que Benigna, ojos azules y una piel pálida y suave. Con sus diecisiete años media metro sesenta y cinco, y estaba asustada a más no poder de Benigna. Si bien ella había visto un par de cosas turbias, la condesa sí que era peligrosa.

-¡No hay tal cosa como mala suerte!- La agarro de los pelos y se  llevo la cabeza de la joven frente a si-¡¿Te olvidaste quien soy yo?! ¿Qué carajos te va a pasar si te suelto y dejo que esos cornudos de la Iglesia te agarren.

Le arranco la capa negra que traía, dejándola con sus pequeños pero redondos senos al aire, quiso huir. Pero Benigna la agarro y le saco la parte trasera, totalmente desnuda. Benigna la puso en cuatro y la sentó sobre su falda, le dio abofeteadas hasta dejarla con la piel al rojo vivo.  Mientras no paraba de gritar y llorar la bruja. Pero Benigna no se detuvo, comenzó a abrirle los labios de la vulva y a acariciarlos mientras Carolina comenzaba a gemir y cada vez que parecía estar a punto del orgasmo, una nueva nalgada la devolvía a la realidad. A los diez minutos no aguanto más, sus ojos azules llenos de lagrimas vieron a Benigna con un gesto confuso.

-¿Quién es el ama de tu existencia?

-Usted…por favor…

-¿Queres que pare?- Benigna sonrió, la tenia sometida.

-¡Termine, ama mía!

Sin duda Benigna había domado a muchas doncellas, comenzó a pellizcarle los pezones, pequeños y rosados y a masajearle los senos. La irguió frente a ella para facilitar el trayecto, entonces uso su otra mano para comenzar apretarle el clítoris hasta hacerla gritar. Jugaba con el, lenta y duramente, triturándoselo con el pulgar, disfrutando que literalmente controlaba los gemidos de la pálida muchacha. Carolina gemía duramente, como si quisiese retener su venida, sus mejillas rojas y su garganta saca solo incrementaban la excitación de Benigna. Comenzó a soplarle las orejas y a lamerle el cuello, sensaciones eléctricas recorrían a la bruja. Acabo en su mano, poco a poco sus suspiros de placer aumentaron hasta que sintió como su vagina como si de una cascada se tratase, comenzó a desbordarse de jugos vaginales  que le llegaron hasta los muslos y resbalaron por sus piernas. Manchando el piso de mármol.

-Lame- Le ordeno metiendo sus dedos en la boca de Carolina, que chupaba mientras sus ojos lloraban de la indignación. La tiro al piso, con las piernas abiertas y aun caliente.- Debemos conseguir alguien que te estrene, odio limitarme así.

Carolina no dijo nada, comenzó a agarrar los restos de su ropa mientras trataba de tapar sus senos. Con un gesto de vergüenza nada disimulable.

-Encuéntrame un buen esposo, sino te tiro para los monasterios para que el Abad haga lo que se le dé la gana. Sería una lástima.- Le paso el dedo por la raya del culo haciéndola gemir.- Un juguete tan precioso para alguien que no se lo pueda usar.

Carolina quería llorar, sabía que escaparse era imposible, y que la loca esa sobrestimaba la magia. Pero Benigna estaba ocupada con otros asuntos en su ya complicadísima ciudad, uno de sus hermanos había muerto en medio de un duelo, en el que estúpidamente desafío a cinco al mismo tiempo…y gano, con demasiadas heridas. En definitiva la escalada política, social y económica en su familia era más una pelea contra la locura misma que contra enemigos reales.

Pero por los lazos familiares que la unían estaba obligada a adoptar a sus dos sobrinas, y enseñarles cualquier estupidez para conseguir un buen marido o ser independiente…pero el problema es que los nobles de la ciudad estaban todo el santo día matándose entre sí, y con el Reino de Nápoles la alianza política se había vuelto rígida. En otras palabras, los tiempos cambiaban para peor, el dinero se estaba volviendo el único método para tratar de ganar poder.

-Oh, Claudina, Agustina hace años que no las veo. Están crecidas.

Claudia y Agustina conocían perfectamente la mala fama de su tía Benigna, temblaban de miedo. Las dos eran mellizas de dieciséis, pero no gemelas. Claudia media aproximadamente un metro setenta, era de piel un poco oscura, tenía los ojos verdes oscuros y su cabeza estaba finamente cubierta de unos rizos rubios quemados por el sol. Mientras que Agustina era una muñeca de cera que apenas llegaba al metro sesenta, con ojos y pelo muy oscuros, también lo llevaba corto y rizado. El cuerpo era un contraste también, Claudia poseía unos senos medianos y apiramidados, y un culo redondo y suave, en cambio Agustina lo tenía parado y duro.

No era de menos, ir de la bella y civilizada ciudad de Milán a una ciudad casi desconocida de Nápoles que tanto las clases populares como las nobles vivían en edificios del estilo romano arcaico. Lleno de judíos, griegos y otros seres que nada tenían que ver con el Sacro Imperio Romano de donde pensaban sacar marido.

Honestamente era un cambio muy desagradable. Inclusive si semanas antes su padre había muerto y su madre se había tirado de la ventana por razones que ellas no querían explicar.

-¿Qué carajo ven?- Les dijo Benigna con voz bronca. Mientras Carolina llegaba detrás casi cojeando por el ejercicio sexual previo.

-Hola, tía…- Animo a decir Agustina mientras abrazaba a la otra con cierto miedo.

-¿No ven que casi es de noche? ¡Pasen! Que no tenemos todo el día, ¡mañana se les va decir lo que quieran, ahora déjense de joder y pasen.

Pasaron a la entrada mientras unos sirvientes hacían pasar el equipaje. Nadie durmió bien esa noche, como uno de los sirvientes dejo caer sobre el pie de Benigna una maleta, ella lo tiro al suelo y lo azoto hasta hacerle incapaz de levantarse. Agustina y Claudia durmieron juntas esperando lo peor, y Carolina abrazo a su gato negro esperando alguna idea o recuerdo que la salve.

Por supuesto yo había visto esto porque me había transmutado temporalmente en un cuervo. Me decidí, ya había estado en la ciudad meses antes y me di cuenta de la situación, en definitiva Benigna ya era casi la dueña de la ciudad. Y sus dos sobrinas al adentrarme en su mente, las descubrí como excelentes contadoras. Para llegar a ellas solamente necesitaba que Carolina me abriese las puertas a la mansión. En tanto, me encargaría de estimular el deseo entre las mujeres de la casa, porque sabía que desde el punto de vista estratégico, Nápoles era el mejor puerto de comercio hacia las potencias allegadas. Y su estabilidad política podría permitir el crecimiento industrial que vi en Inglaterra.

Así que envía a un par de íncubos, no a los clásicos brutos con una pija del tamaño de su puño. Sino que a los estimuladores del sueño. Me debían un favor por proteger archivos suyos en medio de la Inquisición, así que siempre estaban dispuestos a ayudarme en mis fantasías masturbadoras. Aun convertido en cuervo me dispuse a observar al par de graciosas mellizas.

Era otoño casi invierno, pero Milán es mucho más frio. Vestían apenas camisones blancos, y estaban abrazadas a la luz de la luna, que se filtraba por el vidrio azulado.  A eso de las tres de la mañana envíe a los dos incubos, uno para llevarle una lujuria a esas apetecibles sobrinitas y otro para llevarle un libro a Carolina, porque la pobre bruja me hizo sentir pena, además tenía curiosidad de ver si realmente había un demonio en el lugar.

En cualquier caso mientras Carolina dormía frente a su escritorio, encontraría  uno de mis escritos de ritos, cualquiera serviría para materializar un demonio.  El gran problema es que no tenía ni idea como iba invocar a su campeón para salvarla…

Mientras Agustina comenzó a recordar algo, no lo sabía, como cuervo mis habilidades psíquicas eran menores, pero los íncubos siempre les hacen recordar algo que excite a las mujeres y a las jóvenes.  Claudia comenzó a suspirar pesadamente, también parecía recordar algo que hizo que sudor y suspiros se despierten en ella. Las dos se despertaron y se quitaron el pelo de la cara, mientras se acomodaban en la cama.

-Soñé con mama- Soltó Claudia.

-¿Vos también?

Eso me intereso, sobrevolé cerca del candelabro.

-Creo que me acuerdo de algo que no vi hace mucho tiempo.- Dijo Agustina mientras acariciaba su rizado y oscuro pelo.

-Sí, antes de que ella se haya tirado de la ventana.- Se dijo- En el momento en que la encontraron con la criada. Nosotras nos habíamos escondido detrás de las cortinas por un juego, cuando teníamos como seis, y ¿Qué habíamos visto?

-Era a mama… con la sirvienta.- Agustina se sonrojo al decir eso. Me metí en sus pensamientos y note que Claudia pensaba lo mismo.

Era una escena bastante deliciosa, la sirvienta se trataba de una mujer muy mayor. Tenía el pelo bastante enmarañado y arrugas en la cara, además de unos brazos muy pálidos y delgados. Con unos ojos bastante azules y burlones. En cambio la madre de ellas era una mujer de tez pálida, ojos marrones oscuros y con un pelo negro azabache y armonioso.

Ellas entraban en la habitación y la cerraban con llave. Mientras que la sirvienta con una expresión irónica en su cara le comenzaba a acariciar la cara, mientras que la madre de Claudia y Agustina desviaba la vista con algo de vergüenza. La otra, la comenzó a desnudar. Hasta que únicamente la parte inferior de su cuerpo estaba cubierta por una delgada tela.

“-Siempre volves a mí. ¿Eso no quiere decir algo?

-Sigue siendo chantaje, no penses nada.”

La anciana rio, entonces le comenzó a rascar la barbilla.

“-Ya han pasado casi diez años. Encontrarte con unos cuantos libros de herejía, que simple. La primera vez te lo hice para que yo no avise a tu padre. Después bien me podrías haber matado. Pero una puta como a vos le encantan las viejas con su aliento podrido, su piel rugosa y su vulva bien velluda, ¿no?

-Yo…”

La anciana, le dio una abofeteada, mientras se lamia los labios.  La anciana forzó los labios contra la boca de la joven mujer, mientras el aliento podrido bañaba la boca de la mujer, su lengua llegaba a hacer que vaya gimiendo de placer. Los ojos de la anciana la miraban mientras que los de la joven madre se cerraban de placer. La comenzó a tocar por lo bajo mientras las piernas de la joven mujer parecían querer hacer que los dedos de la anciana quedasen atrapados entre sus muslos. La dejo de besar un momento para que eche un gemido, por lo bajo,  y la vieja le lamio el cuello para después morderle la oreja.

“¿No te encanta ser así de puta?

-No soy una…-Dijo mientras aun trataba de dominar su pasión, pero la vieja agarro uno de sus oscuros pezones y se lo apretó con furia. La mujer abrió sus ojos con dolor. Mientras la vieja la empujaba poniéndola en cuatro.

-¿Qué sos?- Ronco la vieja. Entonces alzo algo de la tela que ocultaba unas nalgas redondas y pálidas. Le propicio una nalgada que le dejo la piel roja. La otra mujer lloro de dolor y humillación. Otra nalgada mientras le comenzaba morder el pezón izquierdo con dureza.- ¡¿Qué carajos sos?!

-Soy una puta.– Pero la vieja, la volvió a nalguear. La joven mujer chillo de dolor. La vieja agarro sus nalgas y le abrió un apretado ano. Entonces comenzó a insertar el mango de un peine, lentamente, mientras su ano se seguía cerrando, tratando de evitar que entre más…o que salga. Aquella madre no paraba de llorar de dolor y humillación , mientras la vieja comenzaba a lamerle los labios de su vieja. Con un viejo apasionado y lento que abrazaba el resto de sus labios.

-¿Qué sos?– Le volvió a preguntar, hablando con su vagina. Volvió a introducirle el mango, que ya comenzaba a sacar hilos rojos de sangre que caían en la nariz de la vieja.

-¡Soy TU puta! ¡Y la de nadie más, ni siquiera de mi esposo!– Gimió mientras la veía por sus senos

Libérate, putita mía– Con estas palabras, la joven mujer tuvo un furioso orgasmo. Su vagina expulso líquidos que mancharon la alfombra, sus pálidos muslos  y la lengua de la anciana mientras caían a forma de cascada. Se derrumbo sobre el piso, cansada y llena de vergüenza. Incapaz de mirarse al espejo que había al otro lado de la habitación. Con lagrimas en los ojos pero con una sonrisa de placer que solo la hacían odiarse más a sí misma.

Con facilidad la anciana la subió sobre la cama mientras se llevaba los fluidos de su amante. Cantando una canción bastante alegre. La joven madre ni la quería mirar.

Querida negar tu goce no es nada sano, por lo menos no físicamente- Rio sarcásticamente

Retírate-Le dijo sin mirarle, sus nalgas estaban expuestas y ella mostraba su espalda pálida- No quiero verte en lo que queda del día. Me siento asqueada por todo.

Seguro que sería demasiado horrible ver tu cara de puta, cuando gemís como loca. ¿No? Eso es malo, es mentirte a vos misma, ¿no?

La anciana salto sobre ella y con unas cuerdas le ato las manos detrás de la espalda. Y mostro un espejo detrás de la cortina. Abrió el armario y apareció un viejo, de la misma edad que la criada. Pero su mirada estaba perdida, no ciego, sino que mirando al vacio. Era un siervo, de piel muy oscura, y con un aura de idiotez.

Linda adquisición, ¿no? Para un sirviente imbécil lo único que hay que hacer es darle de comer. Lo compras y lo matas.

¿Qué pretendes?-No respondió la anciana, le agarro el miembro y comenzó a masturbárselo mientras lo hacía avanzar a donde la madre. El hombre comenzó a agarrarle las caderas, en tanto la mujer estaba viéndose llorar. La anciana en tanto le decía al susurro.

Dale grita, mira que si nos encuentran vos terminas peor que yo ¿no?– En tanto el retardad ya estaba introduciéndole el miembro, la mujer comenzó entonces a gemir y llorar. El bombeo fue rápido y constante, provocando en la mujer suspiros de placer. En tanto la vieja se estaba masturbando de placer, al ver a su alumna suspirando de placer y viendo su cara con culpa al mismo tiempo.-¿Imagínate si este imbécil te preña?¡Que delicioso! ¿Cuál será tu nivel de sumisión?

El nombrado imbécil la cabalgaba con furia, mas por instinto que por ingenio, había logrado hacer que se retuerza de placer. Rozando tanto mente como pared vaginal, que la joven mujer ya no podía mas, estallo en otro orgasmo. Bañando el miembro oscuro del imbécil. Pero este continúo con sus brutales embestidas, al punto que la madre ya había tomado conciencia y lloraba de dolor y culpa. El imbécil tomo una última carga y se descargo. La semilla ardiente baño el cuello uteral de la mujer, haciendo que chille de dolor. Retiro el miembro, y cayo dormido. La mujer también se apoyo, cansada. La anciana, apoyo  su vagina al fondo de la cama. La madre se arrastro para lamerla nuevamente, con pasión.

Un mes después vio su vientre crecer, cuando su esposo llevaba semana de excursión de casa. Y se tiro por el balcón junto a la vieja.

 

 

Relato erótico: “La tara de mi familia 10. La batalla final + epílogo” (POR GOLFO)

$
0
0

A pesar que compartía con Wayan su punto de vista, los días fueron pasando sin que Tecalco ni su gente hicieran acto de presencia. Durante una semana, solo conseguimos atisbar que nos espiaba cuando sentíamos su influjo al hacer el amor. Solo en esos momentos, experimentábamos retazos de ella al notar que alguien nos observaba en plan voyeur.

Al contrario que yo, mi concubina estaba tranquila porque según ella, nuestra oponente se estaba convirtiendo en una olla a presión.

―Tecalco ignora todo lo relativo al sexo. Cuanto más nos espía, más necesita volver a sentir las mieles del placer― me dijo al preguntarle por la calma con la que se tomaba esa espera.

Sus razones me parecieron sensatas pero no por ello, dejaba de estar nervioso. Mis recelos eran muchos pero lo que realmente me tenía acojonado era que esa mujer hubiese podido dominar a Wayan a tan larga distancia. Yo mismo nunca habría podido hacerlo por lo que no me quedaba duda alguna de su poder.

«Si es tan fuerte, ¿cómo haremos para vencerla?», era el pensamiento que no dejaba de torturarme.

Por otra parte, también estaba el otro tema. Si el cardenal había realmente muerto: ¿quién me había mandado el fax del hotel?

Entre las multiplex explicaciones que había elucubrado, solo dos eran posibles. El primero y menos plausible, que hubiera sido la propia Tecalco quien se hubiera auto descubierto pero entonces: ¿Cuál eran sus motivos? Pero lo que realmente me daba más miedo era que no hubiese sido ella y fuera un tercero el responsable. De ser así, todavía tendríamos que lidiar con un desconocido, cuyas intenciones al intervenir en nuestra pelea no alcanzaba a conocer.

Increíblemente, estaba pensando justamente en ello, cuando una voz en mi mente, me alertó que por fin Tecalco se había decidido a actuar:

―Gonzalo, avisa a Wayan que tiene que estar preparada. La quinta titánide ya viene por ti.

Al tratar de averiguar quién era ese benefactor, nuevamente en mi cerebro, escuché:

―Todavía no puedes saberlo.

A pesar de ser anónimo, supe que su aviso era real y eso me hizo reaccionar. Llamando a la morena, le expliqué lo que había pasado. La mujer al oírme, únicamente sonrió y levantándose a lavarse la cara, me dijo con voz tranquila:

―Esa niña ya no puede aguantar siendo virgen.

La serenidad con la que se tomaba su llegada me parecía inconcebible y al hacérselo saber, con gesto serio, me contestó:

―Su inexperiencia va a ser su perdición.

Tal y como me habían avisado no tardé en notar la presencia de  un titán que se acercaba. El odio que transpiraba era tan enorme que, por primera vez, temí por mi vida. La certeza que se avecinaba un enfrentamiento directo con esa mujer se incrementó al experimentar el desprecio que manaba de su ser.

Sabiendo que de nada servía huir, dejé abierta la puerta de la habitación y llamé a Wayan a mi lado. Juntos esperamos la aparición de Tecalco, cogidos de la mano, mientras aparentábamos una tranquilidad que no existía.

«Aunque consigamos vencerla, nunca se pasará a nuestro lado», medité dando por perdida esa rama titánide. El sonido del ascensor abriéndose nos anticipó su entrada y aunque suene exagerado, los veinte segundos que tardó en hacer su aparición me parecieron una eternidad.

Curiosamente todas mis ideas preconcebidas se vinieron al suelo cuando la líder de esa secta de fanáticos traspasó la puerta. Había imaginado diferentes opciones de su comportamiento pero jamás que sin siquiera hablar, buscara aposento frente a nosotros y acomodándose en el sofá, se nos quedara mirando. Al hacerlo, tanto mi concubina como yo, cerramos a cal y canto nuestras mentes, a pesar que ambos dudábamos de poder mantener nuestras defensas mucho tiempo ante un escrutinio por su parte.

«¿Qué está haciendo ésta loca?», me pregunté al descubrir que no estaba intentando indagar en nuestro cerebro sino que contra toda lógica su examen fue mucho más físico.

Tecalco, sin cortarse un pelo y después de estudiar minuciosamente la anatomía de mi concubina, me soltó:

―Godo, no sé qué has visto en esta zorra. Te vanaglorias de ser un dios y eliges a un ser inferior como compañera.

Asumí que ese absurdo ataque buscaba descentrarnos y al percatarme que, en el caso de la asiática, lo había conseguido, decidí no contestar para mantener así el control de la situación. Wayan no aguantó el menosprecio hacia su figura y sin perder la sonrisa, la replicó:

―Si tanto te disgusto, explícame porque llevas una semana observando todos mis movimientos. ¿O crees que no he notado que me espiabas incluso en la ducha?

―Mero interés científico. A mi lado eres poco más que una chimpancé― y olvidándose de ella, dirigiéndose a mí, insistió: ―Es cierto que os he estado observando pero no por el motivo que presume esta pendeja. Quería averiguar si eras digno de unir tus genes a los míos…

Cabreada hasta la médula, mi compañera la interrumpió diciendo:

―¿Quieres acostarte con él? ¡Te lo presto! Y quizás cuando te dé unos azotes, ¡te sientas mujer!

Testigo mudo de esa pelea de gatas, esperé interesado la respuesta de Tecalco. Por lo que sabía de ella, debía haber sentido como un insulto que la llamara mujer y así fue, durante un segundo el rencor brilló en sus ojos pero reponiéndose, únicamente contestó hablando solamente conmigo:

―Al contrario que su mascota, no siento ningún interés carnal  más allá de lo meramente teórico. He venido a usted a sellar un pacto. Tal y como que tuvo el descaro de anunciarme, su presencia en mi imperio se debe a que desea que unamos nuestras estirpes y después de haberle analizado, no encuentro ningún candidato más idóneo para inseminarme.

El obús que me había soltado llenó de ira a Wayan que, fuera de sí, le espetó:

―¿Te preparo la cama para que te pongas a cuatro patas? o cómo la zorra que eres prefieres hacerle primero una mamad…―ni siquiera pudo terminar de hablar, con un teatral gesto de manos, la ordenó callar y por mucho que la neozelandesa intentó zafarse del bozal mental que su rival le había colocado, no pudo.

Tras lo cual y fijando su mirada en la mía, preguntó:

―¿Cuál es su respuesta?

Si cedía y aceptaba su proposición, cumpliría a medias mi misión al conseguir que las cinco herederas de los viejos imperios de la tierra llevaran mi simiente pero comprendí también que crearía un problema de insondables consecuencias para el futuro. Una heredera con mis genes y los de esa poderosa mujer sería un rival formidable para Gaia, mi hija. Por ello no tuve duda alguna al contestar:

―Primero tienes que jurar fidelidad a mi esposa, como matriarca y aceptar ser  mi concubina.

Tal y como esperaba, no aceptó mis condiciones y soltando una carcajada, me espetó:

―Una diosa no pide, exige― sonrió― solamente estaba jugando contigo. No he venido a someterme a un godo, sino a vengar a mis ancestros y tomar como siervo al descendiente del rey que los conquistó― y usando por primera vez el tuteo, proclamó: ―A partir de hoy eres mi vasallo.

Apenas conseguí sostener mis defensas ante su abrumadora embestida. Usando todos mis recursos defendí la integridad de mi cerebro pero no pude repelerlo y menos lanzar un contra ataque. Confieso que estaba impresionado por la capacidad mental de esa mujer. Tecalco, por su parte, no se esperaba que tanta resistencia. Pero en vez de ponerla nerviosa el empate técnico en el que estábamos instalados, sonrió y dijo:

―Eres todavía mejor de lo que me esperaba. Bajo mi mando, dominaremos el mundo.

Me costó comprender porque estaba tan contenta, si había fallado. Pero, justo entonces, vi a Wayan levantarse de mi lado y dirigirse a la ventana. Noté por su paso vacilante que no era voluntad suya y por eso me aterró ver que abriéndola hacía un ademán de tirarse al vacío. Justo cuando la mitad de su cuerpo ya estaba fuera, escuché a mi oponente decir:

―Ríndete o te quedas sin mascota.

Asumiendo que cumpliría esa amenaza, abrí las puertas de mi cerebro permitiendo que Tecalco entrara en él….

Desconozco todavía hoy cuanto tiempo estuve sin conocimiento. Lo único que sé es que me desperté con un insoportable dolor de cabeza y atado en una habitación que no supe reconocer. Al intentar abrir mis ojos, la luz golpeó inmisericorde mis pupilas y un pinchazo recorrió mis sienes con una intensidad que me hizo boquear.

«¿Dónde estoy y cómo he llegado hasta aquí?», quise saber al verme sin ropa mientras intentaba zafarme de los grilletes que me tenían retenido a la pared.

Mi indefensión actuó como un velo impidiendo que fuera consciente que no estaba solo y no fue hasta que mi vista se acostumbró a la claridad cuando me percaté de la presencia de Wayan en la habitación.

―¡Despierta!― grité al verla tumbada en la cama― ¡Te necesito!

Mi petición de ayuda cayó en saco roto sin conseguir su objetivo, lo que me hizo temer por su vida. Asustado, me concentré en ella para descubrir que aunque no estaba muerta, su cuerpo parecía un cascarón vacío. Su estado me recordó al de Kumiko y de Carmen cuando entre Xiu y yo involuntariamente las poseímos.

―¡Tecalco!― vociferé buscando venganza al reconocer los síntomas.

Ese alarido si tuvo respuesta pero no la deseada porque acudiendo a mi llamado, el cuerpo de mi amada concubina, completamente desnudo, se levantó de la cama y se acercó al rincón donde me hallaba. Reconocí al instante que no era ella sino mi rival la que con paso seguro llegó hasta mí por el brillo perverso de su mirada.

―¿Qué has hecho con Wayan?― inquirí con el corazón encogido.

La frialdad de su risa confirmó mis temores. Recreándose en mi infortunio se sentó sobre mis piernas y sin que pudiera hacer nada por evitarlo, esa bruja comenzó a acariciar mi pecho con sus manos.

―¡Maldita! ¡Esto es entre tú y yo! ¡Déjala a un lado!― exclamé al comprender sus intenciones.

Obviando mis quejas, la titánide acomodó su cuerpo contra el mío y con el sexo de la que tenía poseída frotó el mío, malignamente, mientras me decía:

―Tu zorrita no ha podido aguantar su destino y ha preferido huir  a ser mi esclava.

Por el tono de sus palabras percibí que no mentía y fue entonces cuando caí en la cuenta que esa demente realmente desconocía lo que le había pasado a Wayan.

―La has poseído― espeté en su cara.

―Puede ser pero es algo que no me preocupa ― contestó sin ningún remordimiento. Acto seguido y mientras con las manos comenzaba a estimular mi alicaído pene, comentó: ―Te puedo decir que hasta me viene bien para experimentar sin riesgo en mi parte animal.

El significado de sus palabras cayó como una losa sobre mí. Mientras estuviera en ese cuerpo, no podría usar todo mi poder sin destruir como efecto colateral a mi compañera. 

«Sabe que no me arriesgaré a causarle ningún daño», mascullé entre dientes al tiempo que intentaba rechazar su acoso con la mente. Tecalco tomó mi mutismo como una claudicación y deslizándose entre mis piernas, buscó mi miembro. 

Os juro que intenté escapar de su abrazo pero esa mujer, haciendo uso de la fuerza innata de su cerebro, me inmovilizó. Por mucho que quise librarme de las correas mentales, no me fue posible y agotado, le grité que me dejara en paz.

―Ya te lo dije: serás mi esclavo― contestó al atestiguar que había dejado de debatirme. Tras lo cual, ya segura de mi sumisión, cogió mi sexo y mientras me obligada a permanecer paralizado, esa perturbada acercó su boca a su presa y ante mi estupor, se dedicó a lamerla cada vez más interesada.

«No me puedo creer que me esté violando», me dije mientras sentía que su boca engullía mi pene. El miedo y la frustración me paralizaron y sin darme cuenta, asumí que no tardaría en colaborar con mi captora al ver cómo iba creciendo mi erección.

Ajena a mis sentimientos, la poderosa muchacha sonrió al ver que sus maniobras iban teniendo resultado y separando sus labios, introdujo brevemente mi glande en su boca.

―Es una pena que no pueda hacerlo en persona― comentó excitada al descubrir que le estaba gustando. Tras lo cual, consiguió introducirse mi verga totalmente en el interior de su garganta mostrando, al arañar con sus dientes mi falo, su inexperiencia.

Reteniendo un gemido de dolor, aluciné cuando esa mojigata  consiguió engullirlo por completo y más cuando buscando en alguna otra mente los recuerdos que necesitaba, recomenzó su mamada pero esta vez de manera prodigiosa. Olvidando las premuras, lentamente extrajo mi verga de su boca y reteniendo mi capuchón entre sus labios, se dedicó a mordisquearlo mientras con una de sus manos amasaba delicadamente mis huevos.

«No puede ser», protesté al observar que con el cambio de actitud, mi erección volvía en toda su plenitud.

Tecalco pareció disfrutar de mi dureza porque pegando un sollozo, se inclinó hacia adelante y usando su lengua, recorrió mi glande hasta que sonriendo y sin dejar de mirarme a los ojos, se la embutió a cámara lenta  nuevamente.

«¡Mierda! ¡Me estoy calentando!», a mi pesar comprendí que esa puta no tardaría en conseguir mi semen.

Recreándose en su mamada, una y otra vez repitió la misma estratagema. Su ritmo lento y la profundidad de sus mamadas siguiendo se fueron acrecentando mientras yo intentaba evitar caer en su trampa. Desgraciadamente, demostró que tenía bien aprendido el manual porque cuando ya creía que iba a poder contener ese estímulo, cambió de táctica, convirtiendo su garganta en un torbellino que en el que mi verga se vio zarandeada de un modo atroz.

«No aguanto más», rezumé disgustado al advertir los primeros síntomas del orgasmo. Por mucho que intenté repelerlo, el placer no aplazó su llegada y contra mi voluntad, me vi explotando en el interior de esa maldita.

―¡Si tanto lo quieres! ¡Ahí lo tienes!― grité tratando de humillarla pero siendo consiente que esa perra me había vencido.

Mi enésima sorpresa fue cuando sin darse por aludida, Tecalco usó sus manos para terminarme de ordeñar mientras se tragaba todo mi semen y habiéndolo conseguido, en plan zorra, se puso al limpiar con la lengua cualquier rastro de mi eyaculación con la lengua.

Supuse que con ello se había acabado todo pero me equivocaba, porque sin darme tiempo a descansar, poniéndose a cuatro patas frente a mí, puso su sexo en mi boca. Haciendo acopio de fuerzas, me negué a complacerla. Fue entonces cuando sin hablar, esa guarra llevó una mano hasta mis testículos y mientras me los apretaba cruelmente, me dijo:

―No necesito mi mente para obligarte a satisfacerme, ¿no es verdad?

Temiendo por mi hombría y forzado por las circunstancias, hundí mi cara entre sus muslos. El aroma familiar del coño de Wayan me embriagó y ya sin reparo, separé sus labios y usando mi lengua como si de mi pene se tratara, empecé a penetrarla mientras que con mis dientes torturaba su botón.

―Así me gusta― exclamó dichosa al sentir mi rendición.

La calentura de esa mujer, además de impregnar de humedad mis mejillas, mancilló mi orgullo cuando a los pocos minutos,  llegó al orgasmo solo con la acción de mi boca. Disfrutando como la zorra que era, Tecalco se retorció de gozo al saberse dueña de mis destinos. Tras lo cual, ni siquiera esperó a reponerse para coger mi sexo entre sus manos y sin pedirme opinión, ensartarse con él de un solo golpe.

―¡Bestia!―, aullé al sentir como lo forzaba hasta extremos impensables.

Es difícil de expresar con palabras, la manera en la que esa loca me violó apuñalando su vagina con un ritmo infernal. Violenta, atroz, cruel, todos los adjetivos se quedan cortos para definir la forma en que esa puta se empaló sin pausa. Parecía como si su vida dependiera de ello y necesitara de mi simiente para sobrevivir.  Lo único que puedo deciros es que no cejó en su empeño hasta que por segunda vez, descargué en su interior.

Satisfecha después de haber conseguido su objetivo, me dijo mientras desaparecía por la puerta:

―He decidido que la próxima vez, usaré mi cuerpo.

Agotado y nuevamente solo, lloré deshonrado al saberme un mero objeto en la lujuria de esa mujer. Con Wayan como rehén, supe que no podría rebelarme al temer que mi insubordinación tendría consecuencias desastrosas para mi concubina.

Estaba todavía reconcomiéndome en mi desdicha cuando a mi mente llegó la presencia abrumadora de mi desconocido benefactor. Su fuerza era tan invasiva que diluyó mis miedos antes de susurrar en el interior de mi cerebro:

―Aunque no lo sepas, tu victoria está cercana.

No comprendí sus palabras porque desde mi óptica nada podía ir peor. Atado, indefenso  pero sobre todo desmoralizado, repliqué:

―¿Quién eres? ¿Vas a ayudarme?

Sin responder a mi primera pregunta, esa fantasmal aparición dijo con voz paternal:

―No, ¡debes ser tú quien la venza! Solo te digo, tienes todas las armas para convertir su rencor en amor. Recuerda: Tecalco no es más que una niña inexperta.

Tal y como llegó, sin despedirse, desapareció de mi cerebro, dejando un deje de esperanza que me puse a analizar. Durante largo tiempo, busqué un sentido a esa afirmación.

―¿Niña? ¡Mis huevos! Es una zorra sin alma― reclamé en voz alta, intentando que ese ser me oyese desde el lugar en que se encontrara.

Quizás ese grito me sirvió de catarsis porque, tocando a mi puerta, una idea comenzó a fraguarse en mi interior al recordar que, algo muy parecido, me había dicho mi neozelandesa:

«Su inexperiencia va a ser su perdición», pensé, « fueron sus palabras exactas»

Dando vueltas al tema, se abrió ante mí que me hallaba ante una paradoja:

«Es tanto el odio que siente ante mis antepasados que solo sometiéndome, puedo vencerla».

Agradeciendo el empujón de ese desconocido, esperé la vuelta de mi captora resuelto a hacerle frente de una forma que nunca su retorcida mente pudiera prever. Tan seguro estaba de esa decisión que no me impacienté con el trascurrir de las horas y por eso, aunque ya el sol se había ocultado en el horizonte cuando ella volvió, tuve que ocultar a su escrutinio los verdaderos motivos de la  alegría que sentí al verla entrar acompañada del cuerpo sometido de mi amada.

Por la expresión de su rostro, comprendí que mi transformación alertó sus defensas y por ello, abriendo mi cerebro de par en par, declaré mi sumisión usando el lenguaje grandilocuente al que estaba acostumbrada:

―Señora, mi señora, mi gran señora. He comprendido que de nada me sirve oponerme a sus dictados.

Tecalco me miró llena de sospechas y sin acercarse a mí, usó sus poderes para estudiar con detenimiento mis pensamientos. Mientras examinaba cada una de mis neuronas, agradecí en un rincón de mi cerebro las enseñanzas del difunto cardenal, porque gracias a ellas tras largos minutos horadando en mis recuerdos, esa mujer se aproximó a mí y mientras me retiraba las esposas de mis muñecas, me soltó un tanto nerviosa:

―Ahora que he comprobado que no hay traición en ti, quiero sentir sin intermediarios las delicias de la carne.

Arriesgando con ello el perder su confianza, me atreví a pedirle:

―Señora, una primera vez de una reina es demasiado para un solo titán. ¿Podría liberar a su otra sierva para que entre los dos la sirvamos?

Alagada por mi mansedumbre, la mexica no vio inconveniente y con un breve pensamiento, logró traer de vuelta a Wayan hasta su cuerpo. La recién llegada tardó unos segundos en darse cuenta de donde estaba y al comprobar que estaba desnuda, intentó tapar sus pechos y su sexo con las manos.

            Alargando mi brazo, la atraje hacia mí y haciendo como si la tranquilizaba, acaricié su mejilla mientras le susurraba:

―Nuestra reina nos ha hecho el inmenso favor de elegirnos para ser nosotros los primeros en amarla.

Wayan, que no era idiota, comprendió al vuelo mis intenciones y arrodillándose ante la titánide que la había mantenido retenida, mostró su pleitesía diciendo:

―Permítanos cumplir tan ansiado deber.

Curiosamente la perspectiva de verse adorada por nosotros dos,  gustó a la mexica y sin esperar a que mi compañera se levantara, tiró de ella y dándole un sensual morreo, se pusieron a bailar sobre la alfombra. Con sus sexos pegados, las dos mujeres no dejaron de moverse lentamente mientras con sus manos se acariciaban cada vez con mayor intensidad. Esa ancestral danza fue subiendo enteros y obviando mi presencia, Wayan bajó los tirantes que sostenían el vestido de la otra titánide.  Me encantó ver como cogía los pechos de Tecalco y sacando la lengua empezaba a jugar con sus pezones.

La cara de deseo de esa mujer me informó que íbamos en buen camino pero lo que realmente me confirmó ese extremo, fue más escuchar sus gemidos de placer al sentir los labios de mi compañera sobre sus pechos.

«Esta zorra no sabe dónde se ha metido», me dije y por eso me quedé esperando mientras, entre ellas, se iban estrechando los lazos mutuos con los que obtendría m victoria.

La verdad es que no tardaron en entrar en calor. Cómodamente sentado en mi asiento fui testigo de cómo Wayan la desnudaba y tras unos minutos bailando desnudas, Tecalco no puso inconveniente en dejarse llevar hasta la cama mientras se besaban sin parar. Tengo que reconocer que, por mucho que ese fuera mi plan, ver a nuestra captora  separando sus rodillas siguiendo las directrices de mi amada, me excitó.

«Sigue así», alenté mentalmente a la neozelandesa cuando comprobé admirado la ternura con la que se metió entre sus muslos.

Azuzada por mí, la oriental se dedicó a darle besos en los tobillos mientras le decía lo bella que era. Su inexperta partenaire fue incapaz de retener un sollozo cuando experimentó por primera vez, la lengua de otra mujer subiendo por sus piernas y separándolas aún más, colaboró con ella impresionada del calor que le producía el sentir el húmedo surco que iba dejando sobre su piel.

Cada vez más excitada, Tecalco pidió a su teórica súbdita que se diera prisa pero Wayan disfrutando del suave dominio que ejercía sobre ella, ralentizó más si cabe la velocidad de sus caricias, de forma que cuando su boca ya estaba a escasos centímetros del sexo de la otra titánide, ésta no pudo evitar empezar a gemir mientras con los dedos pellizcaba sus pezones.

―Por favor― rogó descompuesta por la lentitud de mi concubina.

Fue entonces cuando la oriental,  levantando la mirada, sonrió y dirigiéndose a mí, me pidió que le ayudara.

―¿Qué quieres que haga?― pregunté no queriendo marchitar con mi presencia el nacimiento de esa unión.

―¡Adórala!― exigió mientras volvía a ocupar su lugar entre sus piernas.

Os juro que en ese momento, creí me pedía ayuda para excitarla y por ello, me tumbé a su lado. Lo que no sabía pero no tardé en descubrir fue que, a Wayan, la idea de someter con placer a esa presuntuosa le había sobre excitado y por eso cuando vio que con mi mano acariciaba los pechos de la mexica, se volvió loca y cogiendo entre sus labios el clítoris de su víctima empezó a masturbarla con verdadera ansia.

―¡Sí!― chilló la mujer asolada por las sensaciones que estaba experimentando y llevando  un pezón hasta mi boca, me lo dio como ofrenda, mientras me decía: ―Hazme sentir una mujer.

Aunque temía que la inocencia de esa muchacha en cuestión de sexo fuera un hándicap, no me hice de rogar y abriendo mis labios, me apoderé de su negra aureola. Ella al sentir la humedad de mi boca justo en el momento en que la oriental le introducía un par de dedos en su interior, fue más de lo que pudo soportar y pegando un chillido, se corrió sonoramente sobre las sábanas.

El impacto de su mente gozando provocó que a nuestro alrededor se creara un ambiente de lujuria del que no me vi libre y como por arte de magia, mi pene se alzó dolorosamente. A Wayan le ocurrió algo parecido, su sexo se anegó y no queriendo parar,  golosamente siguió saboreando del placer que le estaba obsequiando.

―¿Le gusta a nuestra reina?― preguntó mientras prolongaba el orgasmo de esa novicia al torturar su botón con una serie de suaves mordiscos.

Ambos pudimos comprobar como la aludida convulsionaba de gusto mientras le contestaba:

―Síííííí.

Abducida por el placer, no puso ninguna objeción cuando Wayan,  intercambiándose las posiciones, llevó la cara de Tecalco hasta su propio sexo.

«Para ser virgen, esta niña es de lo más puta», pensé al ver que la nueva postura la dejaba con el culo en pompa y a mi disposición.

Mi concubina, asumiendo que nuestra víctima estaba dispuesta, me pidió que la tomara. No me lo tuvo que pedir dos veces. Poniéndome a su espalda, acerqué mi miembro y esperando permiso, me puse a juguetear con sus labios inferiores. La que se creía una diosa al sentir mi glande acariciando su vulva, gimió de deseo y usando toda la fuerza de su cerebro, me exigió que la adorara.

La potencia de su mandato fue tal que tuve que hacer un esfuerzo para no penetrarla con brutalidad y tratando de conservar la cordura, busqué  con la mirada la aprobación de Wayan.

―Hazlo― dijo la oriental con lágrimas en los ojos, producto del dolor físico que le estaba provocando la urgencia de esa mujer.

Comprendí lo que mi concubina estaba sufriendo y por ello,  intentando hacerlo con lentitud, fui metiendo mi pene en el interior de Tecalco. Su himen cayó limpiamente traspasado sin que su dueña sintiera dolor.

―¡Me encanta!― gritó la mexica al experimentar mi intrusión.

El placer de esa mujer al ser penetrada, curiosamente relajó a la neozelandesa y ya sin pedir su opinión, forzó el contacto de esa boca contra los pliegues de su coño, presionando con sus manos la cabeza de inexperta titánide. Ésta, sobre estimulada y ansiosa por sentir en carne propia lo que había disfrutado mentalmente, se concentró en el clítoris de la morena mientras yo, por mi parte, iba acelerando lentamente la velocidad de mis caderas.

Conociendo de antemano que debía ser ella quien se atara al cuello su perdición, en silencio, seguí machacando una y otra vez, el chocho de la mexica mientras ella no paraba de berrear. Alertado por sus gritos que esa mujer recibía con agrado mis incursiones, seguí galopando sobre ella a un ritmo creciente.

Cuando su sexo ya rezumaba de flujo y arriesgándome a un rotundo fracaso, incrementé su morbo al decirle mientras le daba un sonoro azote:

―Muévete o tendré que obligarte.

No acostumbrada a recibir órdenes y menos con  tanta violencia, Tecalco se quedó paralizada y por eso repitiendo mi órdago, le volví a dar otra nalgada gritando:

―O colaboras o tendré que violarte.

La idea que alguien se opusiera a su poder perturbó a la muchacha pero aún más el oír que Wayan, a la que creía sometida,  dándome la razón dijera:

―Fóllate a esta puta sin contemplaciones.

La complicidad de mi amada me dio alas y agarrando a esa mujer de las caderas, profundicé en mis embestidas. Tecalco no estaba preparada a que usando mi pene cual cuchillo, apuñalara su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu desbordó sus defensas y por primera vez se sintió poseída por otra persona.

―¡Para!― gritó tratando de zafarse del ataque.

Para su desgracia, su cerebro no pensaba bien por tanta estimulación y por eso no pudo rechazarme cuando usando todo lujo de violencia, mordí su cuello mientras aporreaba su interior. El dolor se mezcló con el placer en su mente y eso elevó la cota de su excitación hasta límites nunca antes experimentados.

―¡Por favor!― bufó la mujer indefensa.

Aprovechando su confusión, Wayan acercó sus labios a los suyos y con una ternura de la que solo son capaces las mujeres, la besó mientras le susurraba:

―Disfruta de ser mujer.

Ese tierno susurro fue la gota que derramó el vaso de la titánide y sobrepasada por el cúmulo de sensaciones que se agolpaban en sus neuronas,  pegó un impresionante chillido reconociendo así su derrota.

―Hazle sentir el amor de un dios― me dijo la oriental mientras ayudaba a esa mujer a pasar el trance con suaves besos.

Asumiendo un riesgo brutal, llené la mente de Tecalco con mis vivencias. La poderosa muchacha bien podía haber rechazado esa intrusión pero desarmada por la aglomeración de  sensaciones que estaba experimentando, no pudo más que intentarlas digerir mientras todo su cuerpo explotaba.

La propia fortaleza de su cerebro acrecentó el efecto de mis recuerdos y haciéndolos suyos, en unos pocos segundos, la mexica disfrutó de todos los orgasmos que yo había ido acumulando durante mi vida.

―¡Ummm!― gimió al absorber mis experiencias iniciales con  Isabel y con Ana.

Alucinada con esas imágenes, fue en busca de los episodios que compartí con Xiu.

―¡Qué maravilla!― murmuró al verse desflorada durante nuestra boda y prendada por el placer que había compartido con mi esposa, aceleró el flujo de información que le iba suministrando.

La avidez que mostró por esas vivencias provocó que de golpe se viera sumergida en una vorágine de placer donde se convirtió a la vez en todas y cada una de mis concubinas.

―¡Es demasiado!― aulló al irse acumulando en su mente los placeres.

Novicia en esas lides y mientras mi pene se recreaba en su interior, como si fueran las capas de una cebolla, una a una las defensas de Tecalco fueron cayendo ante el influjo de mis experiencias.

―¡No puede ser!― sollozó al sentir como suya la derrota de Makeda para acto seguido gozar de su entrega entre mis brazos.

La desesperación reflejada en su rostro hizo actuar a Wayan. Preocupada por si estaba recibiendo demasiados estímulos, cogiendo sus labios entre los suyos, la besó con ternura. La mexica, fuera de sí, respondió con pasión. Sin saber por qué, llevó su mano a la entrepierna de la mujer y la comenzó a masturbar.

―Sigue mostrándole que significa ser una de nosotras― susurró la neozelandesa, sorprendida al ver hoyado su sexo por los dedos de la joven.

Obedeciendo sus dictados, deslicé en su cerebro el recuerdo de mi encuentro con Thule y como había conquistado a esa racista con todo lujo de violencia. La mente, todavía adolescente de esa niña-diosa, no estaba preparada para asumir que el placer podía ir unido al castigo y colapsando sobre las sábanas, se vio sobrepasada por la imagen de la tortura a la que sometí a esa rubia. Su orgasmo coincidió con  el momento en que en su cabeza sentía como suyos los azotes que descargué sobre las blancas nalgas de la titánide alemana y presa de una lujuria sin parangón, rogó de viva voz que quería experimentarlos en sus propias carnes.

―¡Qué maravilla!― rugió al sentir que la complacía con una de esas duras caricias mientras aceleraba la velocidad con la que mi pene se hacía fuerte dentro de su sexo.

A partir de ese momento, alterné entre sus dos cachetes el objetivo de mis palmadas mientras Tecalco trataba de digerir tantas sensaciones. Fue al asumir como propia la sumisión de Thule cuando sin previo aviso en su mente se desató una cruel lucha. Parte de ella deseaba dejarse llevar por la lujuria recién descubierta, al tiempo que en lo más profundo de su ser, la indignación por sentirse usada por el enemigo de sus ancestros trataba de abrirse camino.

Wayan fue la primera en descubrir su dilema y sin esperar a que yo me percatara, llevó sus pechos a la boca de nuestra contrincante, diciendo:

―No hace falta que te rindas al godo, sométete a Xiu como gran matriarca de todas nosotras.

Comprendí al instante los motivos de esa afirmación y dándola por buena, inyecté en sus neuronas las noches de ardor que entre Wayan y yo habíamos disfrutado. Azuzada por tanto gozo, se agarró a la idea propuesta como única escapatoria y dando un espeluznante aullido, declaró de viva voz:

―Como Tecalco Moctezuma, Gran Señora de los pueblos indígenas de América acepto la autoridad de Xiu Song como matriarca― tras lo cual corriéndose, se desplomó sobre la cama. Sus chillidos casi nos dejaron sordos al tiempo que su sexo dejaba un reguero de caliente flujo cayendo por sus muslos.

Pero fue cuando su mente estalló, cuando tanto mi concubina cómo yo nos vimos inmersos en una oleada de placer sin igual. El impulso psíquico que produjo la novata al correrse nos llevó en volandas a un éxtasis casi místico donde la explosión de mi verga rellenando el interior de su vagina fue el desencadenante de un prolongado y compartido orgasmo entre los tres. 

El tiempo desapareció de nuestras vidas mientras nuestros cuerpos se fusionaban con nuestras mentes. La sensualidad dio paso a un estado de felicidad completa donde el trio que estábamos haciendo se diluyó fundiéndonos en un solo ser.  Sé que es difícil de creer pero me vi siendo penetrado por mi pene mientras mi boca comía del pecho de Wayan que también era el mío. Durante una  eternidad nuestras individualidades se vieron disueltas al tiempo que todas y cada una de nuestras células eran sacudidas por el júbilo hasta que no pudimos tolerar tanta  euforia y los tres caímos desmayados en el colchón…

Epílogo

Horas después me desperté aún abrazado a esas dos. El odio y cualquier expresión de desprecio había desaparecido de la cara de la joven, la cual permanecía con su cabeza apoyada sobre mi pecho:

―Sigo atontado― respondí justo cuando sentí que alguien pedía paso en el interior de mi cerebro.

Sabiendo que era mi extraño benefactor, intenté cerrar todo acceso pero entonces una honda ternura se propagó por mi mente al oír claramente:

―Padre, no me eches. Soy Gaia, tu hija.

Reconozco que la sorpresa me hizo tartamudear y queriendo aclarar mis ideas, me senté sobre la cama preso de terror al percatarme que realmente era ella, un bebé que ni siquiera había cumplido tres meses de gestación, la que me hablaba.

―¿Cómo es posible?

A pesar de los ocho mil kilómetros de distancia, pude oír como si estuviera en la misma habitación a mi hija decir:

―Tú más que nadie deberías saberlo. Soy producto de una larga selección de genes milenaria y la culminación de tu obra.

Anonadado pensé:

«Si estando todavía en el vientre de su madre, ya es tan poderosa, ¡qué será cuando tenga treinta años!».

Os juro que había intentado cerrar ese pensamiento bajo mil candados pero entonces escuché su respuesta:

―Creo que lo sabes y lo temes. ¡Seré la dictadora suprema!

Sus pensamientos eran de una pureza y una bondad plena pero aun así no pude dejar de sentir un escalofrío al advertir que si alguna vez se pervertía ese poder, las consecuencias serían nefastas.

―Por eso necesito a mis hermanas― contestó allende el mar. ― Serán mi contrapeso.

Que un feto fuera ya consciente de su papel en el futuro ya era alucinante pero que encima asumiera que necesitaba de las otras súper titánides para controlarse, confirmó que a su lado yo era un neardenthal.

―Realmente la diferencia es mayor, querido padre. Los humanos son unos trogloditas al lado de vosotros, los titanes. Pero mis hermanas y yo estamos mil escalones por encima de vosotros.

Era como estar vis a vis con un ser con miles de años de existencia. La serenidad que transmitía su mente no evitó que el miedo se apoderara de mí al percibir que en comparación a ellas, éramos unos simios.

―Dime hija, ¿qué será de la humanidad cuando tú estés al mando?

Su respuesta llena de afecto pero no por ello menos dura, me impresionó:

―Querido Padre: ¡Ya estoy al mando! ¿Quién crees que evitó tu derrota en manos de Tecalco?

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

$
0
0

Sinopsis:

Este libro trata sobre el descubrimiento de la sexualidad de Pedro, un enano. Pero antes un aviso a los HATERS, solo encontraran superación y no menosprecio hacia el héroe de la historia. En , nuestro protagonista tiene con luchar contra todo, pero también contra sí mismo para salir adelante y llevar una vida normal. Para ello cuenta con la ayuda de dos compañeras de clase, las cuales lo acogen como amigo sin importarlas ese trastorno genético. Aunque en un principio las dos jóvenes son incapaces de verlo como hombre, todo cambia cuando llega una mulata y se enamora de su “mascota”. Sintiendo que las está intentando robar algo suya, se lanzan a recuperarlo, dejando a Jorge entre dos fuegos.
Historia llena de erotismo y superación al estilo GOLFO.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

1

Nacer con acondroplasia es una putada. No seré yo quien lo dude, ya que nací con esa mierda de trastorno genético que provoca al que lo sufre enanismo. Sí, ¡soy un enano! Uno de esos que la gente políticamente correcta llama gente pequeña. Desde siempre me ha tocado los cojones esa denominación porque es un paternalismo de la peor especie. La aceptación pasa por llamar a las cosas por su nombre y me niego a usar la forma “educada”, prefiero la mía… nací enano, crecí enano y moriré enano. Que asuma el hecho de lo que soy, no me permite olvidar las dificultades que he tenido para reconocer mi situación. Es más, confieso que mi infancia y mi adolescencia se vieron marcadas por ese trastorno.

No creo tener que explicar lo que sentía cuando veía que mis amigos me doblaban en altura o la rabia que me corroía cuando no podía correr como los demás debido a la cortedad de mis piernas. Pero lo peor fue durante la adolescencia cuando mis hormonas se empezaron a desarrollar y tuve que tragar la evidencia de que resultaba físicamente repulsivo para la gran mayoría del sexo opuesto.

Fue una época dura horrible, que me llenó de inseguridades y de rencor. Odiaba mis minúsculas piernas, mis irrisorios brazos, mi cuerpo rechoncho y mi cabezota. Fueron unos años en los que no podía mirarme al espejo. A algunos les sonará raro, a otros lógico, pero no me reconocía en él.

Mi madre siempre me intentaba consolar diciendo que, aunque la naturaleza me había hecho esa cerdada, me había dado una gran inteligencia. Mi padre al contrario nunca me consoló. El muy cabrón, y ahora se lo agradezco, me obligó a superar mis limitaciones. Me inscribió en una academia de karate, me mandó a un gimnasio y me exigió acompañarle en sus salidas en bicicleta. Para un hombre deportista y de uno ochenta, el hecho que su hijo no superara el metro veinte era durísimo y decidió que, dado que era un enano, al menos fuera un enano sano, fuerte y en cierta medida atlético, sin tomar en cuenta las burlas que mi físico despertaba entre mis compañeros cuando me enfrentaba a ellos sobre el tatami o el cabreo que provocaba mi ritmo entre sus colegas cuando no podía seguirles en la carretera. Sé que hizo bien en no tratarme como un inútil, pero su puñetero carácter no me ayudó en ese momento a superar mis miedos.

Tengo pocos amigos de ese periodo y gran parte por culpa mía, ya que como reacción a mi minusvalía me convertí en un ser irascible y violento, que era incapaz de controlar su mal genio. Incluso con Manuel, el más cercano y que jamás me ha dado la espalda, me pegué en innumerables ocasiones. Daba igual el motivo, cuando se me cruzaban los cables, me convertía en un huracán con ganas de sangre. Las chicas eran algo en lo que no pensaba, para no sufrir y de mi paso por el colegio, no puedo asegurar que hablé con una más de cinco minutos seguidos. Las tenía miedo y las miraba con tirria al enfocar en ellas todo mi resentimiento.

Afortunadamente al final de la adolescencia, mis padres aceptaron matricularme en magisterio. Ahí conocí a Ana y a Cayetana, dos de las chavalas más guapas de la clase, las cuales, y como no podía ser de otra forma, en un principio me ignoraron. Y solo cuando un profesor les insinuó que me pidieran ayuda para aprobar matemáticas, fue cuando por primera vez intimé con ellas.

 Todavía recuerdo que fue durante un descanso cuando se acercaron a mí y haciéndome un favor, me exigieron que les diese clase porque si no iban a repetir. Para mí fue un shock porque nunca una fémina me había pedido ayuda y menos dos bellezas como aquellas. Aun así, tragándome mi mala leche acepté y eso fue lo mejor que he hecho en mi vida, porque su amistad me permitió en gran medida ahuyentar mis temores y reconciliarme con el sexo opuesto.

Confieso que no fue fácil el darles clase porque mientras les explicaba los diferentes teoremas o hacíamos un problema, no podía dejar de mirarles las tetas o sus espléndidos culos.  Sé de sobra que tanto Ana como Cayetana se daban cuenta, pero lejos de ofenderse se lo tomaron como a cachondeo y me adoptaron como su mascota. Para aclararos por qué digo que me trataban como mascota solo tengo que narraros la primera tarde en las que repasé con ellas esa materia.

Como quería evitar el inevitable chascarrillo de mis viejos si dos crías tan guapas aparecían por casa, decidí que quedáramos en casa de Cayetana. Al llegar al enorme piso de Serrano donde esa niña pija vivía, las dos cabronas todavía no habían llegado.

«No me extraña que suspendan, si a dos días del examen se van de compras», me dije cabreado al tener que aguardar en un salón en el que bien cabría el piso de mis padres.

Media hora tarde, aparecieron por la puerta sin disculparse y en vez de ponernos a estudiar, se dedicaron a lucirme los modelitos que habían comprado. Sé que debería haberme negado y obligarlas a empezar, pero me resultó imposible al ver su alegría por lo que me senté en una silla con la intención de pasar ese trago cuanto antes.

Si bien en un principio estaba a disgusto, ese sentimiento se transformó en excitación al ver a Ana salir del cuarto de baño con una minifalda, que bien podía definirse como un cinturón ancho.

«¡Está para comérsela!», recuerdo que exclamé al admirar sus muslos desnudos mientras se lucía ante mí.

Cualquiera en mi situación hubiese sentido lo mismo al ver a ese pedazo de hembra meneando su trasero mientras sus tetas rebotaban arriba y abajo.

«No puede ser», murmuré absortó mirando su culo pequeño y respingón sin advertir que, a mi lado, Cayetana miraba muerta de risa mi reacción.

―Ponte el top rojo― comentó ésta observándome de reojo.

 Su amiga, ajena al alboroto de mis hormonas, volvió al baño a cambiarse la blusa. Cuando la vi volver con sus pechos comprimidos bajo esa prenda no pude más que adorarla como a una diosa:

―¡Quien fuera tu novio!― grité olvidando cualquier recato.

Curiosamente, mi exabrupto no la incomodó y en plan de guasa, se acercó a mí luciendo esas dos moles mientras se quitaba la coleta.

―¿Por qué lo dices?― preguntó meneando su larga melena en plan sensual.

            Dominado por un deseo que jamás había sentido, contesté:

            ―Porque estás buenísima.

            Aunque nunca esperó que le respondiera de esa forma, al oírme sonrió. Interviniendo y en plan coqueta, Cayetana me hizo saber que ella existía al murmurar en mi oído si no la encontraba a ella tan bien guapa. Tratando de esconder la erección de caballo que crecía bajo mi pantalón, repliqué:

―Las dos sois bellísimas.

Y no mentí porque aun siendo diferentes, en ese momento no supe discernir cuál de las dos me gustaba más, si Ana con su metro setenta o la rubia con su metro sesenta. Para mí, ¡ambas eran inalcanzables!

Mi piropo no satisfizo a Cayetana. La muy cabrona quería verme babeando con ella al igual que con su amiga y yéndose a cambiar apareció con unas licras que dejaban poco a la imaginación.

«¡Su puta madre!», entre dientes mascullé con la vista fija entre sus piernas al comprobar que iba tan pegada que se le marcaban los labios de su coño.

No contenta con la expresión que leyó en mi rostro, se puso a bailar frente a mí. La diferencia de altura y el hecho de que estuviera sentado hicieron que su pandero quedara a la altura de mis ojos.

―Verdad que soy tan bonita como Ana― en plan meloso comentó mientras movía sus cachetes a escasos centímetros de mi cara.

He de decir que, en ese momento, en lo único que pensaba era en darles un mordisco. Por eso me descuidé y la morena descubrió el bulto de mi pene empinado bajo mi ropa.

―Parece que tu amiguito se alegra de vernos― a carcajada limpia, comentó mientras señalaba mi pecado.

Colorado hasta decir basta, les pedí que dejaran de hacer tonterías y que nos pusiéramos a estudiar. Por un momento creí que me iban a hacer caso, pero rápidamente descubrí que no iban a dejar de cachondearse de mí. Mientras hacía un verdadero esfuerzo en concentrarme y explicarles el tema uno, las dos aprovecharon cualquier momento para mostrarme el canalillo o complacerme con la visión de su trasero.

Ni que decir tiene que ambas suspendieron, pero a partir de esa tarde me pegué a ellas como una lapa y cuando aparecían ellas solas, todo el mundo sabía que tarde o temprano llegaría yo a acompañarlas. Mis padres vieron en ese par una bendición y por ello cuando quería pedirles un permiso solo tenía que decir que había quedado con ellas. En cambio, mis amigotes tuvieron celos de ellas y se cabrearon al percatarse que cada vez que me llamaban perdía el culo por ir con ellas.

Como le gustaba Ana, Manuel no solo lo aceptó, sino que insistió en que se las presentara. Durante un par de meses me negué porque las sentía mías y no quería que nadie se interpusiese entre nuestra amistad, pero fue tanta su insistencia que al final accedí.

Se la presenté un viernes en Cats, un disco bar de la Moncloa que frecuentan los niños bien, que era y es uno de los sitios favoritos de Cayetana porque Borja, su novio de siempre, era relaciones públicas de ahí. Cuando llegué con Manuel, ya nos estaba esperando en la puerta y desde el primer momento surgió el flechazo entre los dos. Me consta que no se liaron en ese momento, porque por el aquel entonces Ana estaba tonteando con un imbécil. Aun así, se pasaron toda la noche bailando y riéndose las gracias.

Recuerdo que al salir del local Manuel estaba pletórico e ilusionado y desde ese día, no hubo modo de sacármelo de encima. En cuanto llegaba el viernes, me llamaba para ver por dónde iba a ir con “mis amigas” e irremisiblemente, se hacía el encontradizo. Fue un flechazo por coñazo. Tal fue su insistencia que no tardó en sustituir al cretino y comenzó a salir con ella.

No puedo dejar de reconocer que no me gustó, sobre todo porque creía que iba a perderla, pero curiosamente nada cambió. Para todos yo era un pagafantas que se podía dar con un canto en los diente por ser parte del grupo, pero para mí Cayetana, Ana y yo éramos los tres magníficos a los que se pegaban sus novios.

Interiormente sabía, pero no lo quería reconocer que para ellas yo era como el amigo gay al cual podían contar sus andanzas. Puede parecer raro, pero estaba cómodo con ese papel, ya que siendo su confidente conocía de primera mano sus movidas de todo tipo, incluidas las sexuales. Tanto Ana como Cayetana disfrutaban contándome éstas últimas, ya que les divertía comprobar que me excitaban. Para poner un ejemplo de estas confidencias, me tengo que retrotraer a los meses en que Ana salía con el fulano:  

Una tarde que estábamos tomando una cerveza en Santa Barbara, llegó cabreada y al preguntarle el motivo, dijo que tenía un novio que era un parado.

―No te entiendo― recuerdo que respondí.

            Indignada y tomando aire, replicó:

            ―¿Te puedes creer que, después de haberse corrido antes de tiempo, no ha querido repetir?

            Juro que pensé que conmigo no le hubiese pasado, pero en vez de decirle que lo dejara y que me autonombraba candidato a sucederle, contesté:

            ―No me lo creo. Algo le debe haber pasado.

            ―Sí, que es un mamón. Cómo mis padres estaban en el pueblo, quedamos en casa y le estaba esperando vestida únicamente con una camiseta ancha y unas braguitas.

La imagen que se formó en mi mente era demasiado tentadora para no preguntar si no llevaba sujetador. Al oírme y poniendo cara de mala, me dijo que no y que encima estaba tan cachonda que se le marcaban los pezones.

―Yo te hubiera saltado al cuello― le solté visualizando la escena.

―Pues, él no. Al llegar y verme así, en vez de empotrarme contra la mesa, me pidió una Coca Cola.

―Menudo idiota― comenté.                     

―Estoy de acuerdo, pero espera que te cuente. Indignada y con mi chocho chorreando, voy a la cocina y se la traigo. Al dársela, va y me dice que si quería podíamos echar uno rápido porque se tiene que ir a estudiar.

«Ese tío es gilipollas», recuerdo que pensé mientras daba un sorbo a mi cerveza.

Mi silencio le permitió continuar diciendo:

―Debí mandarle en ese instante a la mierda, pero estaba tan necesitada que preferí uno que nada y cogiéndolo de la mano, me lo llevé al cuarto.

Pensando en que Dios da pan a quien no tiene dientes,  la azucé a continuar:

―Una vez allí tomé la iniciativa y mientras él se tumbaba en la cama, me puse a bailar mientras le hacía un striptease.

Nuevamente la escena me puso como una moto, pero no dije nada para que Ana siguiera explayándose.

―Te prometo que, si llego a saber lo que me haría, nunca me hubiera quitado la camiseta en plan sensual y menos le hubiese provocado de esa forma.

―¿De qué forma?― dejé caer sabiendo lo mucho que le gustaba recrearse en sus encuentros sexuales.

―Ya sin ella y mostrándole mis pechitos, me los pellizqué con ganas de calentarlo.

―Se debió poner a mil― musité sin aclarar que en ese momento el que estaba hirviendo era yo.

―Mas o menos. La tenía morcillona pero como lo necesitaba erecto, tuve que azuzarlo quitándome las bragas y poniendo mi coño en su cara.

―¿Te lo habrá comido? Yo al menos sería lo que hubiese hecho― pregunté dejando claro mi interés.

―¡Qué mono eres! – y sin ofenderse por mi burrada, me dio un beso en la mejilla, antes de proseguir: ―Eso era lo que pretendía, pero olvidándose de mí el muy cabrón se quitó los pantalones y se puso a pajear pensando que eso era lo que tocaba.

―¿Teniéndote en pelotas y dispuesta, se masturbó? – exclamé indignado.

―Pues sí― confesó.

―Ese tío es bobo.

―Lo sé, pero no se queda ahí. Viendo que se le había puesto tiesa, decidí que al menos erecta me podía empalar con ella y subiéndome a horcajadas sobre él, le pedí que me diese caña mientras me lo clavaba hasta el fondo.

Para entonces, el que estaba como berraco era yo y Ana lo sabía, pero en vez de cortarse se recreó en los detalles diciendo:

―Estaba tan mojada que me empalé sin que el tuviese que hacer nada y ya con eso dentro, me puse a cabalgarlo como a mí me gusta.

Conociendo la predilección de mi amiga por ejercer de cowgirl en el sexo mientras sus parejas se quedan quietos sobre las sábanas, no dije nada mientras soñaba que un día fuera yo a quien montara. Mis ojos debieron traicionarme porque me tomó la mano diciendo:

―Para colmo, tras un par de segundos, el muy imbécil se corrió y cuando quise repetir, me dijo que tenía prisa. Imagínate mi cara cuando veo que se viste y que se va, dejándome cachonda e insatisfecha.

Venciendo mis temores y tan caliente como ella, se me ocurrió decirle que yo le podía ayudar.

―Y lo haces. Sabes escuchar, por eso eres mi mejor amigo. Contigo tengo la confianza de contarte mis cosas sin correr el riesgo que vayas con el cuento a otros o que pienses de mí que soy una puta― dijo mientras se tomaba de un trago su cerveza.

«Como soy un enano, no piensa en mí como hombre», pensé mientras la imitaba vaciando la mía.

Cayetana en cambio era más modosita y tardó más en abrirse, pero cuando lo hizo descubrí que tras esa cara de ángel se escondía una mujer ardiente que también tenía una sexualidad desbordada.

Recuerdo que la primera vez que contó una escena de cama, estábamos los tres en su casa y Ana al ver que estaba extrañamente alegre, preguntó qué le pasaba. Un tanto cortada me miró y sabiendo que nunca me había ido de la lengua, contestó:

―Hoy he hecho mi primera mamada.

―No jodas, cuéntanos― replicó Ana mientras yo me quedaba paralizado porque siempre había soñado con disfrutar de sus gruesos labios mientras me hacía una felación.

Cayetana estaba tan emocionada con la experiencia que no dudó en contestar:

―Borja llevaba tiempo pidiéndome que se la hiciera y hoy se han dado todos los elementos que necesitaba para dar el paso.

Desternillada de risa, la morena le espetó:

―Déjate de monsergas y al grano.

Con una picardía que hasta entonces no había mostrado, replicó:

―Estábamos en la piscina de sus padres y aprovechando que no estaban, nos empezamos a besar. De una cosa pasamos a otra y de pronto me encontré haciéndole una paja.

«Joder con la mojigata», murmuré para mí porque hasta ese momento creí que el sexo era algo vedado en su mentalidad.

―Detalles, quiero detalles― la azuzó Ana.

Colorada hasta decir basta, Cayetana continuó:

―No sé lo que me pasó, pero al verla totalmente dura me apeteció darle un besito.

―Y del beso, pasaste a comértela― riendo la morena le soltó mientras en mi cerebro era mi polla la que recibía esas caricias.

―No fue así. Al posar mis labios en ella, la encontré tan sedosa que no vi nada de malo en sacar la lengua y lamerla.

―Serás cursi. Tan sedosa… di la verdad, era tentador mamársela.

―Yo no soy tan puta― protestó con una sonrisa: ―Era tan suave que usando la puntita recorrí su glande mientras Borja se quedaba callado.

«Qué suerte tienen algunos», exclamé en mi interior.

La rubia ya lanzada prosiguió diciendo:

―Poco a poco, seguí lamiéndosela hasta que de pronto me vi abriendo los labios y metiéndola en mi boca.

―Mentirosa, lo estabas deseando― nuevamente Ana comentó.

―No lo sé, pero os tengo que confesar que, al tenerla ahí, quise experimentar que se sentía al mamársela.

―¿Y qué sentiste?― me atreví a preguntar.

Con las mejillas coloradas, contestó:

―Me gustó y por eso la metí un poco más.

―¿Tu novio qué hizo?

―Nada, Borja es un caballero y se quedó quieto, dejando que yo fuera a mi ritmo. Al no sentirme presionada, comencé a metérmela y a sacármela cada vez más rápido mientras sentía una humedad brutal en mi coñito.

Para entonces, he de decir que, si hubiese habido más confianza, hubiese sacado mi polla y me hubiera puesto a pajear del calentón que llevaba, pero en vez de eso me quedé en silencio.

―Sigue cabrona. Que esta noche, cómo me encuentre con mi novio, me lo follo― señaló también excitada nuestra amiga.

 Alucinando con el estado de Ana, pensé en decirle que, si no se lo topaba con él que me tenía a mí para desfogarse, pero no queriendo que dejara de narrar su experiencia tampoco dije nada.

 A Cayetana esa burrada le dio el empujoncito que necesitaba para confesar que, ya entrada en faena, continuó lamiendo el trabuco de su novio hasta que este le avisó que se iba a correr.

―¿Y?― preguntó Ana sin advertir que bajo su camiseta lucía los pitones en punta.

Con tono dulce pero picante, la rubia prosiguió con su relato:

―Tantas veces has alabado su sabor que me dieron ganas de tragármelo, pero al final no me atreví y me lo saqué de la boca… y eso fue peor.

―No te entiendo – interviniendo replicó su amigota.

Muerta de risa, Cayetana explicó que al correrse su novio fue tanta la potencia con la que explotó que le llenó la cara de esperma.

Por unos segundos, la imagen de los blancos borbotones recorriendo sus mejillas me impactaron y sin poderme contener, a carcajada limpia me uní a ellas …

2

El noviazgo de Manuel y Ana no varió en absoluto la amistad con ellas. Al igual que Borja no era un impedimento para ser amigo de Cayetana, que mi colega de la infancia saliera con la morena solo provocó que, en vez de cuatro, saliéramos cinco de copas teniéndome a mí de enano sujeta velas. Es más, la confianza que me unía a él desde niño determinó que mi conocimiento de las andanzas sexuales de mi amiga se incrementase, al contar con la versión de ambos. Un claro ejemplo de ello fue la primera vez que tuvieron relaciones. Manuel me había anticipado que una tarde iba a intentar tirársela aprovechando que sus viejos no estaban en casa, por ello al día siguiente le pedí que me contara cómo le había ido.

―De puta madre― contestó: ―Fue increíble.

Andando con pies de plomo para que no advirtiera mi desaforado interés en saber cómo era Ana en la cama, le llamé exagerado.

―¿Exagerado? Todo lo que cuente es poco porque ha resultado una fiera insaciable que solo me dejó en paz cuando comprobó que había descargado completamente los huevos.

            ―Menos lobos― insistí en desdeñar sus logros.

            Cabreado al ver que no le creía, se envalentonó y me contó que se había preparado a conciencia para que cuando su novia llegara todo estuviera listo.

            ―Ya me conoces, música, unos cubatas y sobre todo una caja de condones.

―Eso sí te lo creo― riendo comenté azuzando la locuacidad de mi colega.

―Serás cabrón― respondió herido en su amor propio: ―Tu amiguita debía saber a qué venía porque nada más abrirle la puerta, saltó sobre mí buscando mis besos.

―No será para tanto, a lo mejor fueron solo unos piquitos― le repliqué encantado por lo fácil que me estaba siendo sonsacarle.

―¡Piquitos! ¡Mis huevos! Tú que la consideras tan casta, debes saber que me empujó contra la pared y antes de que me diese cuenta, me estaba bajando la bragueta.

Desternillado de risa, quité hierro al asunto, diciéndole que seguro de que, al ver el tamaño de su polla, Ana debió de perder todo el interés.

―No solo no se quejó, pedazo capullo, sino que al ver que la tenía tiesa me regaló una mamada de campeonato.

Volviendo a minusvalorar su éxito, le dije que seguro que esa mamada de la que se vanagloriaba realmente había consistido en un par de lametazos mal dados.

―Te he de decir que hasta mí me sorprendió su maestría y es que lo suyo fue de manual de una película porno. Tras sacármela, acercó su cara y comenzó a darle besitos mientras le decía las ganas que tenía de conocerla.

―¿Me estás diciendo que se puso a hablar con tu verga?― pregunté impresionado porque eso sí era algo que no me esperaba.

―Sí, pero no se quedó en eso y mientras la tomaba entre sus dedos, tu santa amiguita susurró a mi glande que si se portaba bien se verían casi todos los días.

―¡Qué animal eres! Te lo estás inventando― dije desternillado, aunque en mi fuero interno sabía que no mentía.

Mis dudas acentuaron su necesidad de darme detalles y obviando mis palabras, prosiguió diciendo:

―Crees que también me inventé que contenta del tamaño de mi erección, Ana mirándome se lamió los labios y me dijo que iba a dejarme seco.

En esa ocasión, me quedé callado porque bastante tenía con evitar que Manuel se diese cuenta del calentón que esa imagen había provocado en mí. Mi mutismo azuzó su descaro y recreándose en lo sucedido, me explicó que acto seguido la morena se la había metido hasta la garganta.

«Joder», pensé en silencio y lleno de envidia.

Envalentonado al ver mi cara, siguió narrando la experiencia dando una vital importancia a la expresión de puta de Ana mientras se la comía.

―Parecía dominada por la lujuria. No te imaginas el brillo de sus ojos al mamármela. Estaba obsesionada en conseguir ordeñarme.

Aunque me cuadraba con la desmedida sexualidad que ella me había confirmado en “petite comité”, no dije nada y dejé que mi amigote continuara describiendo la escena.

―Como te puedes imaginar, yo encantado y más cuando sentí que usaba la lengua para presionar mi polla mientras se la comía.

«¡Cómo me gustaría haber sido yo!», exclamé para mí mientras Manuel seguía erre que erre tratándome de convencer de lo sucedido.

―Pedrito, aunque no te lo creas, la muy zorra ni siquiera se cortó cuando le informé que me iba a correr, sino todo lo contrario y como si le fuera la vida en ello, siguió mamándomela todavía más rápido.

―Ahora me dirás que eyaculaste en su boca.

―Sí, puñetero cretino. Te parecerá imposible pero tu inseparable amiga al sentir que me venía, se la sacó solo un momento para decirme que me corriera dentro porque quería saborear mi semen.

«Hijo de puta suertudo», murmuré para mí dando total veracidad a su relato, sin sentir curiosamente ningún rastro de celos.

Ya interesado le pedí que me contara si al final se lo había tragado, a lo que no pudo ni quiso negarse y con todo lujo de pormenores, me describió la cara de satisfacción de mi morena mientras devoraba ansiosamente toda la leche que él expulsaba.

Desmoralizado al saber que Ana nunca se fijaría en mí al ser un enano, perdí el hilo de lo que me narraba hasta que, pegándome un puñetazo en el hombro, Manuel me hizo reaccionar para decirme que después de la mamada y sin más prolegómeno, su novia le había llevado casi a trompicones hasta la cama y que una vez allí le había hecho un striptease.

―Fue alucinante. Imagínate la situación: conmigo desnudo sobre la cama, tu amiga encendió el equipo y siguiendo el ritmo de la música, se puso a bailar mientras se iba desabrochando uno a uno los botones de la camisa.

―Supongo que te volviste a poner como una moto.

Despelotado y nunca mejor dicho, confirmó mis palabras diciendo:

―Como burro en primavera. Creo que jamás la había tenido tan dura.

Tras lo cual, me explicó que, aunque ya le había tocado las tetas, al verlas rebotando al compás de la canción le parecieron maravillosas. Nuevamente la envidia corroyó mi diminuto cuerpo al visualizar la escena y es que los pechos de esa morena eran mi escondida obsesión.

Ajeno a lo que yo, su colega, estaba sintiendo, Manuel me explicó su sorpresa cuando Ana se quitó las bragas y descubrió que llevaba el coño totalmente depilado.

«Ya lo sabía», dije entre dientes mientras él detallaba con lujo la belleza de esos labios húmedos confesando que jamás en su vida había estado con una niña sin un pelo en el chocho.

«Yo en cambio, nunca he estado con una», amargamente me quejé en silencio.

Entusiasmado con la narración, se puso a fanfarronear que Ana había llegado hasta él y que sin que tuviera que hacer nada, se había empalado y usando su pene como silla de montar, se había puesto a cabalgar desbocada.

«Eso también debió ser cierto», medité excitado al coincidir con lo que confidencialmente ella me había contado:  «Le encanta ser ella la que lleva la iniciativa en el sexo»

―Macho, ¡qué fiera es esa chavala! Incluso me pellizcó los pezones mientras meneaba su pandero.

―¿Al menos habrás cumplido?― pregunté inmerso en una espiral autodestructiva pensando que yo al menos no hubiese desaprovechado ese momento.

―Claro que me corrí, cabrón,…¡ no soy un eunuco!

Con ganas de abofetear a mi amigo, rehíce la pregunta diciendo:

―Me refería a si la llevaste al orgasmo.

Mis palabras causaron una conmoción en Manuel y totalmente colorado, me reconoció que no se había fijado.

Como esa misma tarde tenía que darles clase y sabía que a buen seguro me enteraría,  preferí no ahondar en la herida y zanjé el asunto cambiando de tema:

―¿Te apetece una cerveza?

―Una no, ¡media docena!― exclamó agradeciendo que no hiciera leña de él y cogiendo su chamarra, nos fuimos al bar de la esquina.

Sobre las seis de la tarde y con cuatro birras en el cuerpo, llegué a casa de Cayetana donde hallé a mis dos amigas charlando animadamente.

―¿De qué habláis?― dije a modo de saludo.

―Esta zorra que me está contando el polvo que ha echado con Manuel― dijo muerta de risa la rubia haciendo el clásico gesto de follar.

Disimulando como si no supiera nada, mirando a Ana le pregunté cómo se lo había pasado, a lo que, sin ganas de extenderse en el tema, me contestó que podía haber ido mejor.

―¡Que te diga! Tu amigo ha resultado ser otro flácido que no les llega a los zapatos.

―No seas mala, Manuel es un buen chico. Ha puesto mucho interés y a buen seguro las próximas veces lo hará mejor.

―No mientas, dile la verdad. Reconoce que te ha dejado con ganas de más y que tras una tarde follando, solo te corriste una vez― insistió Cayetana ante la brevedad de la morena.

―Quizás la culpa fue mía, porque llegaba tan cachonda que solo se me ocurrió a mí mamársela en vez de follármelo directamente.

―Claro y lo dejaste sin fuerzas― riéndose de ella, comentó su mejor amiga.

―Eso no es cierto, le hice un pequeño striptease y rápidamente se puso a tono― protestó Ana defendiendo a su novio mientras yo confirmaba punto por punto lo que me había dicho mi colega.

―Ya pero luego al montarte a horcajadas sobre él, no tardó en correrse, apenas te dio tiempo a cabalgarlo un par de veces.

―Tenemos que acostumbrarnos el uno al otro― reconoció molesta y nuevamente a la defensiva, me contó que luego su recién estrenado novio le había hecho una buena comida de coño.

«Eso se lo ha callado el muy cabrón», medité mientras ponía cara de póker para que no supiera que habíamos hablado.

Riéndose de ella y de su mala suerte con los hombres, Cayetana le insinuó que, si quería conocer un buen macho, un día le podía prestar a Borja.

―¿A ese pijo? Antes me tiro a Pedro.― replicó indignada, pero al ver mi cara de enfado, rápidamente me pidió perdón y tratando que olvidara sus palabras, sacó sus libros y nos rogó que tenía prisa y que había mucho que estudiar.

«Ni siquiera como segundo plato, me toma en cuenta», desangrándome por dentro pensé.

Y sin volver a mencionar el tema, comencé a darles clase…

Relato erótico: “El consuelo de mi suegra 2” (POR JULIAKI)

$
0
0


Los siguientes días transcurrieron dentro de la normalidad, salvo que Sofía y yo seguíamos teniendo nuestros encuentros sexuales de lo más variopinto, cuando estábamos solos, en el laboratorio y sino buscábamos encontrarnos en algún parque o en cualquier sitio apartado, intentando siempre que nadie nos viera juntos. Parecíamos amantes que mantienen sus encuentros en la clandestinidad. Seguíamos siendo de todo menos una pareja normal y atendiendo a las instrucciones de su padre para mantenerlo en secreto, resultaba cada vez más complicado.

Por otro lado yo no podía quitarme de la cabeza a Mónica, su madrastra, esa mujer que había conseguido hacerme ver entre sus brazos, sin importarme la diferencia de edad, ni que fuera la esposa de mi jefe o la madre de mi novia, pero es que toda ella era algo incontrolable. Naturalmente esto solo era en mi imaginación y en mis pensamientos.

A los pocos días recibí una llamada de la secretaria del jefe para que me personara de nuevo en su despacho.

− ¿Te ha llamado otra vez mi padre? – me preguntó Sofía al ver que me llamaban de las oficinas.

− Sí.

− ¡Qué pesadito!

− Mujer, él quiere lo mejor para ti y para la bodega. Seguro que quiere saber cómo va todo – dije.

− No empieces tú también con la charlita.

− Vale, cariño.

− Bueno, tú niégalo todo. No quiero una bronca con mi padre. – añadió dándome un beso con toda la pasión.

Llegué al despacho del jefe y su secretaria no me hizo esperar esta vez. Nada más entrar el jefe me recibió sorprendentemente de otra manera mucho más distendida y amable que la primera vez, algo que agradecí.

− Hola Víctor. – me dijo dándome la mano de forma cordial.

− Hola Ernesto – respondí.

− Hablé con mi hija sobre el asunto y está encantada, se la ve muy contenta y animada últimamente, supongo que en gran parte gracias a ti.

− No sé…

− Sí, seguro. Me ha dicho que está muy enamorada.

Lo cierto es que me sorprendió que mi chica le hubiera soltado eso a su padre y no porque no pudiera ser verdad, pero no me había dado cuenta hasta entonces, ni tampoco me lo había dicho nunca ella directamente. De momento solo habíamos jugado a nuestros “temas sexuales”, charlas, chistes y demás, pero no como el de una pareja enamorada, sino más bien sexualmente activa. En el fondo aquella chiquilla me estaba gustando cada vez más y era lógico que ambos nos fuéramos sintiendo más unidos en todos los sentidos. Ernesto continuó con su charla:

− Está claro que os necesito a los dos, por eso no me parece nada mal este noviazgo, al contrario, me gusta saber que es con alguien conocido y responsable como tú, pero siempre y cuando no os distraiga del trabajo.

− Por supuesto. – añadí.

Me quedé pensando en la palabra noviazgo y me sonó bastante fuerte, porque no me lo había planteado hasta entonces así, incluso la forma en la que lo soltó mi jefe sonaba a boda, banquete y todo lo que ello conllevaba.

− No había imaginado cómo podría ser mi yerno, porque he pensado que Sofía era muy joven todavía, aunque Mónica me ha hecho verlo de otra manera. – añadió Ernesto.

Evidentemente la conversación de hija y padre tuvo sus frutos, pero creo que la que hizo cambiar radicalmente el concepto de Ernesto sobre su pequeña fue la versión de su despampanante esposa.

− Yo respeto mucho a su hija, Ernesto. Me parece una chica fantástica. – dije envalentonado.

− Me alegro. Espero que ella se centre por fin y empiece a madurar contigo. Hasta ahora lo ha tenido todo muy fácil, le he dado todos los caprichos, pero necesita hacerse mayor, con alguien a su lado que le dé un buen asesoramiento, consejos… ya me entiendes.

− Claro. – respondí aunque por mi mente pasaron las veces que me metía mano o me masturbaba directamente en el laboratorio haciéndome estremecer. Para eso no necesitaba ningún tipo de consejo precisamente.

− Es importante que la parte vuestra se desarrolle en conjunto. Ella será mi sucesora en este negocio, eso está claro, pero supongo que necesitará un apoyo continuo por eso he pensado que tú eres el más adecuado a compartir esa responsabilidad.

Lo que podía sonar a charla por parte de mi jefe, no era otra cosa que un gran halago hacia mí, pues aunque me esforzaba, no sabía que mi labor y mis avances iban por tan buen camino, no solo con lo que respectaba a su hija, sino con mi formación técnica. La siguiente orden o consejo de mi jefe era la de formarme más. Me ordenó que empezara en la biblioteca de la bodega para empaparme con libros sobre el tema, enfocando mi profesión de “co-enólogo” junto a su adorada hija. Me entregó la llave y me indicó que no olvidase devolvérsela cuando hubiera terminado.

Quise complacerle y me colé en la biblioteca en cuanto salí de su despacho. Al entrar en aquella gran sala me quedé pasmado. Nunca había estado en aquel lugar repleto de libros, carteles, menciones, premios… y una enorme mesa, junto a varios ordenadores. Me puse a buscar en las estanterías para saber por dónde empezar aunque aquello se veía harto difícil. Me vi alucinando entre libros que hablaban sobre química, fundamentos de la enología, tratados de viticultura, manuales de cata, etc…. cuando de pronto unos pasos marcados por unos zapatos de tacón sobre la madera noble del suelo me hicieron volverme.

Era la preciosa Mónica que había entrado en aquella sala y se acercaba sonriente hacia donde yo estaba. La estancia era enorme lo que me permitía observar ese acercamiento durante un buen rato y disfrutar de aquella sensual imagen de nuevo. Mónica vestía una camisa sin mangas con un gran escote y con sus brazos morenos al descubierto adornados con unas cuantas pulseras, un vaquero claro muy ceñido y sus zapatos de ultra tacón. Aquellos muslos bien redondeados, sus prominentes caderas y sus adorables andares hicieron que tuviera otra erección al instante.

− Hola Víctor – dijo al llegar a mi altura, apoyando su mano sobre mi hombro y dándome un beso casi en la comisura de mis labios. Sus grandes pechos hicieron contacto con mi tórax, algo que hizo que mi polla creciera algo más bajo el pantalón. No sé si llegó a notarlo.

− Hola, Mónica. – respondí intentando no demostrar mi nerviosismo, pero ella lo debía de percibir

− Hoy te veo sin la bata – dijo mirando a continuación al bulto prominente que marcaban mis pantalones. – Estás muy guapo.

No sabía dónde meterme, pero ella lo trató con total normalidad, sin dejar de sonreír, seguramente orgullosa de haber conseguido ese efecto doble de vergüenza y empalme en un joven como yo.

− Veo que Ernesto te quiere machacar con libros. – dijo sin apartar la mano de mi hombro.

− Sí… bueno, no sé.

− Me alegro que por fin piense en alguien con cabeza.

Supongo que aquello iba por su hijastra, pero no quise contradecirla, solo podía observar el movimiento de aquellos gordezuelos labios hablándome y el intenso brillo de sus ojos, por no hablar del precioso canalillo que ofrecía su camisa.

− ¿Has pensado en algún título? – me preguntó.

Me giré y volví a mirar hacia arriba a aquella inmensa estantería repleta de libros sin saber por dónde empezar.

− Estoy un poco perdido, la verdad. – dije

− ¿Quieres que te ayude?

En ese momento apoyó sus tetas en mi espalda de una forma provocadora, pero yo no rechistaba, como si realmente no tuviera a aquel pibón pegado detrás de mí. Podía notar su calor, su olor y todo su cuerpo adherido a mi espalda.

− Déjame que te aconseje ese de ahí arriba.

Puso su cara pegada a la mía con la intención de señalarme un libro entre miles. Podía notar el calor de su carrillo izquierdo contra mi derecho, esa tersura de su piel, hasta el olor de su pintalabios muy cerca de mi boca. Aquello era demasiado. Mi polla seguía creciendo inconmensurable bajo mi pantalón.

− No sé cual me comentas. – dije sin apartar mi cara de la suya.

− Allí arriba, ¿no lo ves? – añadió pegando aún más su cara a la mía y sus tetas a mi espalda. Podía notar su pelvis pegada a mi culo y sus muslos entrelazados con los míos. ¡Dios!

− No sé cual. – respondí nervioso y excitado, embriagado con el olor de aquella mujer.

− Ese: “Prácticas enológicas”

Señaló uno de la tercera estantería y a continuación empujó una de las sillas hasta ponerla justo enfrente de la fila de libros que me había indicado.

− ¡Ven ayúdame! – me dijo sosteniendo mi mano y alzando uno de sus pies hasta la silla.

Esa pose, con su largo tacón sobre la silla y el otro en el suelo, era una invitación al paraíso del pecado. La imagen de ver sus piernas abiertas con aquellos jeans tan ceñidos, era algo que impactaba de lleno. Esa mujer era una provocación continua. Mis ojos fueron subiendo desde sus pies hasta sus pantorrillas, subiendo por los muslos hasta llegar a su entrepierna, donde se podía ver que los vaqueros se hundían ligeramente marcando su rajita. Mi polla dio otro de sus avisos. ¡Joder como me ponía mi suegra!

Se ubicó encima de la silla ayudado con mi mano, girando lentamente para ofrecerme un show de su cuerpo subido en un pedestal, donde sin duda debía estar aquella bellísima señora. En esa ocasión podía ver toda su figura desde abajo, sus piernas al completo y especialmente su redondo culo. Se sostuvo agarrada a mi mano tambaleante hasta que protestó.

− ¡Sostenme, hombre!… No quisiera matarme.

Mis manos se aferraron a sus pantorrillas viendo como los tacones estaban inseguros y tambaleantes sobre la silla.

− Agárrame más arriba o me caeré. – ordenó.

Subí las manos hasta sostener sus robustos muslos por encima de la rodilla, pero ella seguía estirándose sin poder alcanzar el libro deseado y yo temía que se cayera, por lo que subí mis manos más arriba, hasta casi el comienzo de su culo.

− Empújame un poco, que casi llego. – me animó.

La única forma de ayudarla era poniendo las manos sobre su grandioso culo y tras unos segundos de indecisión por mi parte, me lancé a empujar esa maravilla de trasero.

− Así mejor. – dijo sonriéndome desde allá arriba.

No sé cuánto tiempo transcurrió, ni lo que ella quería hacer durar ese momento, pero lo cierto es que yo me sentía feliz de poder estar así, aguantando el monumental culo de mi suegra, para que alcanzara no sé qué libro, ni tampoco me importaba demasiado el título. Cuando por fin dio con él, mis manos no querían abandonar su trasero.

− Ya lo tengo. Ayúdame a bajar- me dijo girándose sobre la silla.

Le entregué mi mano, pero ella dudaba y me indicaba que así no podría bajar con esos taconazos tan inestables sobre la silla. Subí mis manos por sus caderas hasta llegar a su estrecha cintura. Al verse más segura, ella se dejó caer y agarré aquel cuerpazo con todas mis fuerzas. Yo creo que ella también quería hacer más largo ese momento o al menos eso me parecía, cuando apoyó sus tetas de nuevo en mi cara y fue bajando lentamente con su cuerpo completamente pegado al mío. Por fin estuvo a mi altura y su boca estaba a poquísimos centímetros de la mía. La hubiera besado en ese instante, ¡Estaba preciosa!

− Estás fuerte – dijo acariciando mis brazos lentamente sin separar su cuerpo del mío.

− ¿Has encontrado algo? – era la voz de su marido que hizo aparición de repente en la biblioteca en el peor momento para mí.

Me separé como si esa mujer me hubiera quemado. No sé si él se percató, pero ella sí que se fijó en el bulto que mostraba mi pantalón. Rápidamente me tapé con el libro, muy apurado, disimulando mi erección.

− “Prácticas enológicas”, buena elección, Víctor. – dijo Ernesto quitándome el libro de forma brusca de las manos.

Por un momento, dudé sin saber qué responder, pues me imaginaba que ese hombre estaba enfadado conmigo, tras verme allí pegado literalmente al cuerpazo de su adorada señora. Pero ella, una vez más, sabía cómo manejar a su marido y me sacó del apuro.

− Bueno cariño, dejémosle solo.

A continuación ella se abrazó a la cintura de su esposo y llevándole con ella fueron abandonando aquella enorme sala. Esa mujer conseguía lo que quería de los hombres, en un abrir y cerrar de ojos, incluyendo a su marido. Yo no quité la vista de aquella diosa y su extraordinario culo, además de sus hipnotizantes andares. A última hora se volvió y me lanzó un guiño.

Tengo que confesar que no pude concentrarme en absoluto en la lectura de aquel libro, pues solo recordaba los momentos vividos con la madrastra de mi chica.

Tras media hora más o menos de lectura improductiva, cerré la biblioteca con la llave y me dispuse a devolvérsela al jefe. La secretaria ya se había marchado y llamé con los nudillos pero no recibí respuesta. Al abrir la puerta la escena que me encontré era asombrosa. Ernesto estaba sentado en su silla y su esposa a horcajadas sobre él, besándose desenfrenadamente mientras las manos del hombre sobaban aquel redondo culo embutido en unos ajustados jeans. Él abrió los ojos al verme.

− Perdón – dije descolocado.

− ¿Qué quieres? – preguntó el hombre en tono seco.

− No,… solo devolver la llave…

− Claro. Déjala ahí y cierra la puerta.

Posé la llave sobre una mesa y me giré dispuesto a abandonar su despacho aunque antes observé la mirada que me lanzaba ella subida frente al cuerpo de su marido y sus dos muslazos rodeándole. Me sonrió y me pareció ver como se relamía, no sé si para darme envidia, bien porque estaba cachondísima o por ambas cosas a la vez.

Tuve que meterme en el baño para hacerme una paja monumental en honor a aquella rubia alucinante, deslumbrante y descarada. Era difícil quitarse de encima la imagen de esa mujer sobre su esposo besándose desenfrenadamente, refregándose con ansiedad sobre la silla… sin duda además de preciosa, debía ser toda una bomba sexual.

Los siguientes días, después de mi jornada de trabajo acudía al despacho del jefe para pedir la llave de la biblioteca. A él parecía gustarle mi entusiasmo, mi profesionalidad y mi dedicación a esa lectura en la biblioteca, fuera de mi jornada de trabajo, pero lo que yo realmente ansiaba era volver a encontrarme con su mujer, sentirla de cerca y admirarla…

Mis deseos no tardaron en cumplirse cuando en una de mis lecturas aquella rubia hizo aparición, con otros pantalones ceñidos negros, una blusa blanca y sus siempre interminables tacones, para pegar sus tetas en mi nuca y abrazar mi pecho.

− ¿En qué andas metido hoy? – me preguntó con total confianza pudiendo notar su aliento ardiente junto a mi oreja.

A ella tampoco parecía importarle mucho el título del libro que estudiaba, sino más bien provocarme continuamente y jugar conmigo. Imagino que para una mujer madura, verse así de deseada por un joven, debía hacerla sentir más bella de lo que ya era. Para mí era todo un honor, ya que esa mujer me parecía inalcanzable (en todos los sentidos). En cada encuentro no podía evitar tampoco pensar en Sofía, pero luego me decía a mi mismo que no hacía nada malo al desear a su madre. Desear no es infidelidad, ¿verdad?

Ni que decir tiene que yo repetía mis visitas a la biblioteca siempre que podía, alegrando cada vez a mi mentor, jefe y casi suegro. Por otro lado, mi novia también seguía sorprendida por mi entrega y dedicación al tema, pero nunca se olvidaba de darme un repaso de los suyos cuando regresaba al laboratorio o los fines de semana cuando hacíamos nuestra escapada como dos amantes secretos. El resto de los días nos veíamos cada vez menos, ya que ella viajaba más de continuo a la ciudad para asistir a las clases en la universidad, momentos que aprovechaba yo para ir a la biblioteca donde sabía que tendría la visita de mi adorada y maciza rubia. Mónica y yo nos fuimos haciendo más y más cómplices, nuestra confianza era mutua, aunque lo cierto es que nunca me atreví a comentarle lo mucho que me atraía, incluso llegué a pensar que yo también era para ella algo más que el novio de su hijastra. Nos encontrábamos en la aquella gran sala de lectura a diario y a ella le gustaba exhibirse, mostrarme su sensualidad en sus gestos, sus andares, su vestimenta, sus piernas con cortas minifaldas o con su generosísimo escote. Unas veces me pasaba las tetas por la nuca, otras se apretaba contra mi espalda o hacía el truco de que la sostuviera en la silla para alcanzar un libro en una estantería que me quería mostrar, cuando lo que realmente quería era mostrarme todos sus atributos. En otras ocasiones me besaba con cierta efusividad en mis mejillas, pegando su cuerpo al mío y percibiendo mi más que considerable erección. Eran besos aparentemente fraternales, como los de una madre a su hijo, pero ambos sabíamos que eran algo más. Yo temía ser descubierto por su marido, ya que tantas veces juntos era un motivo por el que se pudiera sentir celoso. Se lo recordé a Mónica con cierto tacto y ella me dijo que no, que su marido confiaba en ella, además no pasaba nada realmente y ella sabía satisfacerle en todo Yo imaginaba que aquello de “sentirse satisfecho” con esa mujer debía ser grandioso.

Una de mis muchas tardes en la biblioteca, yo estaba frente a un ordenador buscando información de botellas de la competencia y se acercó Mónica por detrás, como tantas otras veces. Recuerdo que era un día caluroso de verano y esa preciosidad llevaba un vestido veraniego floreado, de mucho vuelo y finos tirantes, corto por encima de la rodilla y como remate en sus preciosos pies unas sandalias de tacón de color rojo.

− Hola Víctor, ¿Cómo estás? – dijo acercándose con sus salerosos andares hasta donde yo estaba.

Colocó sus manos sobre mis hombros, pegando sus tetas en mi espalda. La fina tela del vestido me permitía sentir su pecho más intensamente que otras veces. Además, el olor que emanaba aquella mujer me hacía creerme en otro mundo. Feliz y dichoso de tenerla tan cerca y con eso me conformaba, aunque ella siempre me regalaba algo más.

− Estoy buscando botellas de la competencia, de las más importantes para saber un poco su historia, ya sabes. – le comenté señalando el monitor.

− Claro. Déjame que te ayude, que eso también lo he buscado yo muchas veces y te enseño unas páginas.

Mónica se puso a mi lado y apoyando sus manos sobre la mesa se acercó para ver la pantalla pero mis ojos no separaban de sus tetas que en aquella pose parecían quererse salir por encima del escote. Tampoco pude evitar ver cómo el vestido se había subido ligeramente dándome una panorámica inédita de la parte trasera de sus muslos.

En ese instante, sin tiempo a que yo reaccionara, mi musa rubia se sentó sobre mis rodillas como si fuera la cosa más natural del mundo y empezó a teclear varias direcciones en el ordenador. Yo me quedé petrificado, alucinado al ver como aquella mujer me había cogido tanta confianza como para aterrizar su hermoso culo sobre mis rodillas y poder así admirarla desde tan cerca, tener su melena rubia rozando mi cara, su estrecha cintura a un palmo de mí, su trasero perfecto apoyado en mis piernas, ver a tan pocos centímetros la fina piel de sus hombros y la de sus piernas que al estar sentada ofrecían más porción de muslo. Tenerla encima era un sueño imposible.

− ¡Uy qué torpe soy! – me decía intentando escribir una dirección en el teclado.

− ¿Quieres que te ayude?

− Sí, Víctor, por favor, es que tengo las uñas tan largas que no escribo bien en este teclado tan pequeño. – dijo girando su cara y su gran sonrisa que me deshacían.

Era cierto que tenía unas uñas muy largas y preciosas por cierto, pintadas de un rojo intenso, pero me sonaba más a disculpa que otra cosa, pues otras veces la había visto teclear en su portátil sin ningún tipo de complicación.

− Dime qué dirección escribo – le pregunté.

− www… – comenzó a darme una dirección url, pero yo no llegaba al teclado.

− Uf, no llego contigo encima, Mónica. – dije pasando mis brazos por sus costados sin poder ver nada y sin alcanzar a la mesa con mis dedos, aunque no me incomodaba tenerla encima ni tampoco su peso, para mí era tener el mejor premio sobre mis rodillas..

− Ah, sí, espera.

En ese instante Mónica levantó el culo y pensé por un instante que se iba a apartar, pero lejos de eso, se volvió a sentar salvo que esta vez imprevisiblemente lo hizo ubicando su redondo culo directamente sobre mi paquete, que ya estaba bastante abultado. Unió su espalda pegándola a mi pecho y mi erección creció irremediablemente. No había duda de que ella lo había notado, pues mi pantalón fino de verano y su vestido igualmente fino no dejaban nada a la imaginación, podía notar el calor de su entrepierna contra mi cada vez más erguido pene.

− Perdón – dije tímidamente al saber que ella notaba esa dureza incrustada contra su sexo.

− No te preocupes. ¿Peso mucho? – dijo quitándole importancia.

− No, Mónica. – respondí mientras ella pegaba su espalda más contra mi pecho y removía sus muslos para ubicar bien mi polla que ya estaba entre ellos rozando directamente su abultada vulva que me parecía sentir palpitar.

− Adelante, escribe… – añadió y lo hizo con un ronroneo que me pareció cargado de excitación.

No acertaba a escribir la dirección, pero esta vez no por no llegar, sino que no podía concentrarme al tener a aquella diosa sentada sobre mis piernas, más bien con su coño directamente sobre mi verga. Al fin acerté a escribirla y ella se giró ligeramente para que pudiera leer en la pantalla, pero lo que yo veía era su hermoso rostro y su adorable escote que tenía a apenas cinco centímetros de mi boca. Me agarré a su estrecha cintura y disfrute de ese contacto casi directo de su piel, tan solo separado por la tela del fino vestido.

− Buenas tardes, don Ernesto quiere que vayan a su despacho. – nos anunció la secretaria que hizo su aparición en la biblioteca de repente.

Yo me llevé un susto de muerte y no sabía dónde meterme, pero en cambio Mónica ni se inmutó permaneciendo allí sentada sobre mí, sabiendo que la discreción de la otra mujer estaba asegurada. Madre mía, lo tenía todo controlado y en cambio yo hecho un flan, que no mi polla, que no había bajado ni un ápice.

̶ Dígale que ahora vamos. – añadió Mónica a la mujer que abandonó la sala meneando la cabeza.

Después de un rato, esa impresionante belleza que tenía sobre mí, se fue levantando lentamente sin que yo pudiera soltar su cintura ni dejar de admirar su espalda, su pelo, su olor y toda la energía que había depositado en mi regazo. Precisamente cuando se hubo levantado hacia allí dirigió la mirada.

̶ Creo que deberías bajar eso, antes de ir a ver a mi esposo. – dijo entre risas y desapareció con sus movimientos felinos dejándome con aquella tremenda empalmada.

Ya no cabía ninguna duda de que ella había notado la erección y todo el tiempo se había hecho la tonta, pero su juego era más que premeditado, consiguiendo llevarme al límite. Tras unos segundos de indecisión allí sentado como un pasmarote, pensé que no era buena idea hacer esperar mucho tiempo a Ernesto y me metí en el baño mojándome la cara y la nuca consiguiendo que la erección no fuera tan evidente aunque sí lo era una mancha húmeda en mi entrepierna, puede que debido a mis fluidos o posiblemente a los de ella también.

Acudí al despacho del jefe totalmente acojonado. Conociendo a aquel hombre, seguro que sospechaba que su mujer y yo estábamos teniendo demasiados encuentros en la biblioteca y ese último contacto fue realmente el sumun. Puse la carpeta delante de mí para ocultar en lo posible la humedad que había en mi entrepierna y me dispuse a acudir al encuentro de mi jefe y su esposa.

Al llamar y asomar mi cabeza, la imagen que vi era más que increíble: Ernesto sentado en su sillón y su esplendorosa mujer subida sobre su regazo de espaldas a él, justo en la misma posición en la que yo me había encontrado segundos antes con ella frente al monitor, pero en esta ocasión moviendo las caderas rítmicamente de una forma lasciva y sonriéndome maliciosamente al mismo tiempo. Él se removía en su sillón y ella parecía menear su culito rozándose con lo que ese hombre debía tener a tope debajo. Estaba a punto de darme la vuelta cuando ella me habló sin levantarse de los muslos de su marido.

̶ Pasa, Víctor.

̶ Si, pasa, y siéntate – añadió él manteniendo las manos en la estrecha cintura de aquella increíble criatura.

̶ Gracias – respondí aturdido y no viendo precisamente en su cara el enfado, sino de un enorme placer que le estaba proporcionando su esposa subida sobre él.

Me acerqué a la silla que estaba frente a su mesa intentando ocultar en todo momento la mancha que tenía en mis pantalones, así como el crecimiento de mi miembro que volvió a despertar de su letargo sorprendido por tenerles allí enfrente con aquellos movimientos, una sobre el otro, mirándome como si nada. Una cosa era ir cogiendo confianza y otra bien distinta era que estuvieran de esa guisa frente a mí. Mónica me sonreía de forma perversa balanceando su cuerpo sobre el de Ernesto que de vez en cuando cerraba los ojos, disfrutando… Me imaginaba su situación y la comprendía pues minutos antes había estado yo en esa pose y aunque su mujer no se movía tanto, me había trastornado tanto o más que a él. Envidié mucho a mi jefe en ese momento, pues quería ser yo el que estuviera debajo de ese cuerpazo y sentir de nuevo ese coño caliente y palpitante sobre mi polla.

̶ Veréis, os he hecho llamar porque quiero que hagamos una cena especial. – intervino Ernesto interrumpiendo mis lascivos pensamientos.

̶ ¿Una cena? – preguntó ella mordiéndose un labio y restregando su culo aun más contra el paquete de su esposo que ya debía estar a tope.

̶ Sí, dentro de unos días es el 20 cumpleaños de Sofía y quiero hacer una fiesta en casa para celebrarlo.

̶ ¡Qué buena idea! – añadió ella suspirando, pues se le notaba cachonda.

̶ Sí, creo que será el momento de daros mi bendición como pareja, veo que estáis muy unidos, por lo que ella me va contando… – sentenció él, dando un suspiro.

Su mirada lo decía todo y parecía muy seguro en lo que nos exponía. Lo de estar unidos su hija y yo era cierto, sobre todo enganchados cuando follábamos como conejos, aunque también era verdad que cada vez estábamos compartiendo más momentos aparte de los laborales y sexuales. Poco a poco se iba fraguando una unión de pareja. Ernesto tras esperar mi reacción continuó sin soltar la cintura y caderas de su señora, soltando un pequeño gruñido antes de continuar con su charla sin importarle demasiado que yo estuviera presente en su extraña y descarada postura.

̶ Quisiera que fuera tu presentación en casa. Con pocos invitados pero sí los más importantes. Mis padres, los abuelos maternos de Sofía, sus tíos, y el personal directivo de la bodega, puede que algún cliente, también.

̶ ¿Has pensado en algo? sólo quedan dos días para el cumple de Sofía – le comentó Mónica girando su cabeza y dándole un tierno beso a su esposo sin dejar de botar sobre él.

̶ No, se me ha ocurrido hace un rato, pero ya sabes que no soy muy bueno organizando eventos. ¿Os podéis encargar vosotros? Sé que os lleváis muy bien y eso es algo que agradezco, pues también puede que eso nos una más a todos.

Mónica miró a su marido y luego a mí que seguía inmóvil en mi asiento, recibiendo más y más sorpresas sin tiempo a poder asimilarlas. Ella tras mojarse de forma lasciva los labios, dio un par de saltitos sobre su esposo, me miró y luego añadió.

̶ Claro, Víctor y yo nos encargamos de todo. La fiesta, el catering, los regalos… ¿Verdad?

Mis ojos alucinaban al ver cómo saltaban sus tetas bajo el aprisionado escote de su vestido cada vez que ella botaba sobre su esposo.

̶ Perfecto, entonces, lo dejo en vuestras manos. ¿Estás de acuerdo, Víctor? – me interrogó Ernesto.

La pregunta del jefe me hizo carraspear y contestar casi con afonía:

̶ Sí, claro.

̶ Muy bien. Pues haced una bonita fiesta y por supuesto Sofía no puede saber nada. ¿De acuerdo?

̶ Claro. – contestamos ella y yo al unísono.

̶ Ah y quiero que le regales un anillo de compromiso. – apuntó el gran jefe con sus ojos clavados en los míos.

Eso último volvió a dejarme totalmente descolocado. Si ya tenía un montón de impresiones, aquella aumentaba aún más mi sorpresa.

̶ ¿De compromiso? – pregunté alucinado.

̶ Sí, claro. ¿Vas en serio con mi niña no? Me gustaría que le dieras la sorpresa de pedirle la mano delante de todos.

El tío iba súper lanzado y no niego que era cierto que yo estaba muy a gusto con su hija, cada vez más involucrados en nuestra relación y era una chica fantástica, no lo niego, pero no se me había ocurrido lo del compromiso todavía.

̶ ¿Y? – me inquirió impaciente Ernesto que al parecer ya tenía todo pensado por mí…

̶ Sí, esto… claro – añadí con un hilo de voz.

̶ Bueno, no digo que os caséis la semana que viene, pero si realmente quieres a mi hija como ella dice, podemos ir planeando algo más que un noviazgo y que vayáis intimando una pareja normal sin tener que esconderos.

Cuando dijo “intimar” indicaba que aquel hombre seguía sin sospechar todo lo que ya estaba haciendo su hija conmigo, pero lo de dejar de tener nuestra relación a escondidas me atraía más, eso era cierto. No sé ni cómo acepté, ya que todo estaba pensado en mi nombre, sin haberlo digerido, ni medio planificado, pero no quise hacerle el feo.

En ese momento Ernesto se quedó inmóvil, como si estuviera pensando algo, porque cerró los ojos, aunque más bien parecía estar disfrutando de lo lindo al tener el ardiente sexo de su esposa sobre el suyo, como yo lo tuve unos minutos antes. Luego abrió los ojos y tomó aire, para añadir.

̶ Está decidido entonces.

̶ ¡Qué bien! – dijo Mónica levantándose alegre, dando pequeños aplausos y dirigiéndose hacia mí.

Apoyó sus manos en mis hombros y me plantó dos de sus adorables besos en las mejillas, permitiéndome de paso, ver una vez más, la maravilla de su escote en toda su intensidad. Se mantuvo así, ligeramente doblada y apoyada sobre mis hombros, sin que yo pudiera moverme de la silla, permitiéndome durante unos cuantos segundos, aquella panorámica del valle de sus senos, tan fantástica.

̶ ¡Felicidades yerno! – me felicitó, dándome una caricia con el dorso de su fina mano sobre mi mejilla.

̶ Gracias – respondí todavía con el aturdimiento de todo lo que estaba sucediendo.

̶ Ahora pasas a formar parte de la gran herencia. – añadió la imponente rubia, pero esta vez para que no lo oyera su esposo, lo hizo pegando sus labios en mi oreja, en un sensual susurro dejando a la vista algo más de su pecho en esa postura semi doblada.

Reconozco que ese comentario podía resultar molesto en un principio, porque yo no veía mi relación con Sofía como la de un “braguetazo” precisamente, incluso recordaba las palabras de mi novia cuando hablaba de su madrastra como una arpía cazafortunas. Yo no quería verme así, pero pensándolo así en caliente, no era tan mala idea la convertirme en un rico heredero de gran un imperio. Además, teniendo a su madre ahí agarrada a mis hombros y viendo su delantera a escasos centímetros no me permitía razonar.

Mónica entonces se quedó muy cerca de mi cara, viendo mi reacción mostrándome un brillo de sus ojos, que parecía estar diciéndome “Fóllame”. Estaba tan cerca que hasta me pareció notar el calor de esos labios. Me removí en la silla, bastante incómodo por tener a su marido enfrente observando toda la operación. De pronto, cuando ella se incorporó lentamente para ponerse erguida, noté que algo caía sobre mi regazo. Bajé mi vista unos segundos y pude ver que eran unas braguitas negras hechas un gurruño sobre mis muslos. Levanté la vista, miré a su esposo que pareció no darse cuenta y luego a ella que me sonrió sibilinamente. En un acto reflejo oculté esa prenda con mi carpeta. ¿Fue un accidente fortuito?, ¿Realmente se le cayeron las bragas sobre mí y ella no se dio cuenta? No, aquello no era posible, ¿Quizás las dejó caer a propósito? Pero ¿Por qué? ¿Con tanto descaro?, ¿Cuando se las quitó?

Ernesto me hablaba, pero yo no hacía caso, tan solo intentaba ver alguna respuesta en los ojos de Mónica, que seguía metida en la charla como si tal cosa. Yo seguía pensando, incomprensiblemente, que quizás ella realmente no se había dado cuenta de que se cayeron sus braguitas sobre mis muslos. Durante unos segundos estuve desorientado. Decírselo no podía… ¿pero callarme?

̶ ¿Me escuchas, Víctor? – preguntó Ernesto

̶ Oh, sí claro. – respondí sin entender todo lo que había dicho.

̶ Pues eso, el anillo de compromiso corre por mi cuenta. – añadió firme.

̶ Pero yo… – protesté sin mucho ímpetu pues lo cierto es que no disponía de mucho capital para un anillo que pudiera estar a la altura de la familia, pero intenté luchar por mi orgullo durante unos segundos.

̶ Nada que discutir, Víctor. Déjalo también en manos de Mónica que sabrá encontrar algo bonito, ¿verdad cariño?

Me levanté todavía aturdido y fui a estrechar la mano de mi “casi” suegro, al que noté incómodo, porque al mirar su entrepierna vi el pantalón medio desabrochado. Entonces me di cuenta de todo… Al llegar al despacho de su marido antes que yo, ella debió quitarse las bragas que seguramente mojó estando conmigo. Luego cuando me los encontré al entrar, ella se había sentado sobre su esposo directamente sobre su polla y habían estado follando o sino casi… al menos restregando sus sexos delante de mí, sin cortarse absolutamente un pelo. Incluso recordé el momento en el que él se detuvo y cerró los ojos, que fue cuando debió correrse bajo ese volcán rubio. Cuando ella se levantó a darme la enhorabuena por mi compromiso, debió dejar caer la prenda, para que yo la ocultara… o como un regalo, vete a saber, porque todo era un lío y demasiado alucinante como para que tuviera una lógica.

Ella me sonrió al darse cuenta de que yo había sospechado lo sucedido y después le dio un beso en la boca a su marido. A renglón seguido me miró de arriba a abajo sabiéndose victoriosa en el aturdimiento mío y en el de su marido con su endiablado juego.

̶ Mañana quedamos para ir a la joyería. – añadió sonriendo pletórica.

̶ Vale.

̶ Yo te llamo. – añadió y me guiñó un ojo a espaldas de Ernesto.

Salí del despacho tapando con la carpeta el bulto que había formado bajo el pantalón, además de la mancha y por supuesto las diminutas braguitas de Mónica.

Me metí en los servicios y allí pude sacar esa pequeña prenda. La inspeccioné detenidamente. Era un pequeño tanga negro medio transparente con encajes de flores, muy pequeño y que apenas unos momentos antes había estado en la parte más íntima de esa impresionante mujer. La prenda estaba húmeda, sobre todo en la parte que debía tapar su rajita. Llevé el tanga a mi nariz y me quedé extasiado al embriagarme con su adorable aroma.

Esa noche, evidentemente la pasé prácticamente en vela, sin poder quitar a Mónica de mis pensamientos y aspirando el olor de sus braguitas que me quedé conmigo sobre mi almohada como uno de los mejores trofeos de ese día. En mi enésima paja pensando en la madurita de mis sueños, debí quedarme dormido

Juliaki

CONTINUARÁ…

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR.

juliaki@ymail.com

Relato erótico: “Marraquest” (PUBLICADO POR SIBARITA)

$
0
0

Estoy en Marraquech, con Chema, y nada es como estaba previsto o como me temía, todo lo contrario. Confieso que durante mucho tiempo fui reticente a aceptar esta invitación, como ya lo había sido con la que me hizo de pasar un par de días en su casa; realmente no la acepté, y sin embargo, cuando a la puerta de de venta de empanadas me preguntó si iba con él, acepté de inmediato. Montamos en su coche que arrancó de inmediato, como si todo lo tuviera preparado de antemano, y en silencio se dirigió velozmente a la autopista. Pensé por un momento que iríamos a Valencia, pero se desvió enseguida en la estación de servicio, y estacionó en una zona parcialmente sin luces; salió del coche y me tendió la mano para que descendiese, lo hice, y sin soltarla me atrajo hacia él para darme un beso en la boca, un beso al que siguió otro, y otro, y otro más, mientras sus manos deshacían el nudo de mi pareo y comenzaban a recorrerme todo el cuerpo, apretaban mis tetas, buscaban mis pezones, me quitaban la braga del bañador, única prenda que me quedaba puesta. Rápidamente me hizo entrar en el coche, con la misma rapidez con la que, nada mas hacerlo, me tumbo en el asiento y me penetró, no había tardado ni un minuto en desnudarse, menos aún en clavarme su verga que ahora sentía presionando con furia en mi interior. Paró de pronto, se retiró de mi y me ayudó a sentarme, me habló de su impaciencia, del tiempo que llevaba soñando con tenerme y de las muchas veces que me había resistido a sus requerimientos, preguntó mis razones, mis deseos, se mostró encantado aunque muy sorprendido de que, esta vez, yo hubiera aceptado y , casi sin darme cuenta, estábamos hablando como dos amigos de largo tiempo. Bromeamos sobre la incomodidad del coche, sobre como sería más fácil, ya que los dos teníamos claro que íbamos a continuar.

No tardamos  en hacerlo, desnudos como estábamos, y sentados el uno junto al otro, estiré mi brazo para hacerle una caricia en la mejilla, como si ese simple gesto fuera el detonante, me tomó entre sus brazos, esta vez suavemente y comenzó a besarme, extendiendo sus besos sobre mi cuerpo entero, reaccioné tomando su verga con mis manos e iniciando un suave movimiento, que le hizo detener sus besos. A duras penas conseguí sentarme sobre sus piernas haciendo que su verga me penetrase profundamente, casi no podíamos movernos, así que hice trabajar a todos los músculos para contraerlo y friccionar el grueso miembro que tenía prisionero en mi interior, nos miramos a los ojos y, tratando de estrechar mas todavía nuestra unión, soltamos la carcajada ambos y  no paramos de reírnos hasta que ambos sentimos la llegada de un fulminante orgasmo.

Todavía le quedaban fuerzas para continuar, a duras penas y siguiendo con las risas, cambiamos de postura, creo que pusimos en práctica todas las posibles posturas y hasta alguna nueva que inventamos, durante casi dos horas estuvimos follando sin parar, y quedamos en que iría a su casa donde pasaríamos juntos el fin de semana.

No fue así, sin embargo, algo me retenía y le fui dando largas con una excusa u otra, discutimos y hubo serias amenazas por parte de ambos, y sin embargo, aquello no tenía sentido, lo pensé seriamente y al fin di una respuesta afirmativa a su propuesta de este viaje, pero poniendo toda una serie de condiciones que aceptó: no sexo anal ni oral, solo sexo con él, sin participación de terceros.

Hoy hemos llegado  a Marraquech, y estamos en la casa-palacio de sus amigo Rita y Léopold, que desde nuestra llegada se muestran adorables: estamos los cuatro en un amplio salón, sentados en cómodas butacas de piel muy suave, Rita viste una especie de túnica azul cielo, de seda natural, bajo ella su cuerpo enteramente desnudo demuestra que pese a sus cuarenta años, tiene una preciosa silueta. Yo tengo puesta la misma túnica, de un azul mucho mas oscuro y, como ella, el cuerpo enteramente denudo bajo la túnica. Los dos hombres son de la misma edad, en torno a los cincuenta, la conversación es fluida, agradable y que se va animado a medida que los sirvientes nos van sirviendo bebidas. El primero en alabar la belleza de Rita es su propio marido que comienza a acariciarla por encima de la suave tela de la túnica. Rita ronronea como un gato y su mirada se dirige a Chema, le sonríe y a continuación fija sus ojos en los míos. La complicidad entre ellos tres es evidente, y su mirada expresa el deseo de que Chema haga lo mismo conmigo, pero este cumple su palabra y no lo hace, soy yo misma que me aproximo a él y muy cerca, hago caer la túnica de mis hombros; los tres me miran asombrados y yo misma lo estoy hasta el extremo de mostrarlo en mi cara, lo que provoca una carcajada general, a la cual me uno.

Nada ha pasado por el hecho de que Rita y yo estemos desnudas, la conversación sigue con fluidez, he perdido la cuenta de la cantidad de copas de vino que hemos tomado cada uno, de las bandejas con canapés o dulces que hemos consumido, de la cantidad de cigarrillos que hemos fumado; la música continúa sonando como fondo y el ambiente es relajado y agradable.

Nuestros anfitriones perciben mi cansancio y nos proponen terminar la jornada, tengo que reconocer que agradezco su gesto, aunque me temo que la sesión con Chema me dejará agotada. No es así, sin embargo, los tres me dejan en la puerta de la habitación que nos han asignado, y las camareras me ayudan a tomar un último baño antes de caer rendida en la cama.

Me despierta el olor de café fresco y me doy cuenta de que estoy sola en la cama, es Rita quien ha entrado, portando entre sus manos una taza con café, que me ofrece; la observo mientras bebo, como el día anterior, tan solo porta una túnica casi enteramente transparente y nada bajo ella. Se da cuenta de mi mirada y riendo me ofrece una idéntica a la suya, que visto después de haberme bañado. Los hombres nos esperan, van a enseñarme Marraquech en vivo y en directo, al tiempo que Rita y yo mostramos nuestros cuerpos desnudos, cubiertos solo por las túnicas que portamos, a todos los viandantes. Al principio siento que a mi cuerpo le queman los ojos y las miradas de la gente, poco a poco la sensación desaparece, borrada por el atractivo de todo lo que me rodea, pero al entrar en un local, que debe ser el equivalente  local a un bar cafetería, siento nuevamente esa especie de quemadura provocada por los ojos voraces que parecieran querer devorarnos a Rita y a mi.

Chema y sus amigo parecen divertirse con la situación, Rita se levanta y siguiendo el ritmo de la música, comienza un lento baile que, por momentos, va creciendo en intensidad, cada vez mas sensual, mas evidente, mas provocativo. Con gestos me invita a bailar con ella, todos los asistentes me miran y no me atrevo hasta que, viendo las caras de burla, me decido a salir al centro de la sala y trato de seguir el baile que hace Rita, ella me aplaude, se la ve muy contenta y sin parar de bailar se acerca a mi, me abraza unos segundos y después, poniendo sus manos sobre mis caderas, me hace bailar con ella. La música, el ambiente, las miradas de todos me provocan extrañas sensaciones, siento el contacto del cuerpo de Rita, sus manos sobre el mío, sus ojos que, de pronto han cambiado y parecieran querer desnudarme, pero es ella la que, sin parar de bailar, hace caer su túnica dejando ver su  cuerpo magnífico, ella la que toma mis manos para depositarlas sobre sus senos, ella la que acerca su boca a la mía, la que hace que su lengua se junte con la mía en un beso salvaje, la que hace caer mi túnica y me conduce fuera de la pista para hacerme caer sobre amplios almohadones, la que busca mis senos y mi sexo con su boca y sus manos, la que hace que sus dedos me penetren y provoca un orgasmo gigante sin dejar de mirarme sonriente. Después, y ya vestidas, regresamos junto a nuestros hombres, que nos esperan sonrientes, y  proseguimos el paseo.

Siento que algo ha cambiado para mi. Detallo con los ojos a nuestros compañeros, los evalúo y me doy cuenta de que, cada uno en su estilo, no están nada mal si bien que Chema es menos estilizado. De pronto me doy cuenta de que, mientras caminamos, Léopold no me pierde de vista, que me recorre el cuerpo con los ojos que me recorren acariciadores. Sin darnos cuenta aceleramos el paso para llegar a la casa, tenemos grandes bandejas de comida y frutas servidas directamente en torno al gran jakuzzi, y después de una ducha nos encontramos los cuatro envueltos en toallas y sentados sobre amplios almohadones.

Es Léopold el primero que, sin dejar de mirarme, tira de la toalla que cubre a Rita hasta desnudarla, toma una botella de vino y la vierte sobre ella para después beber sobre su piel. Chema no se queda atrás, retira mi toalla y tomando un puñado de fresas las aplasta sobre mi cuerpo desnudo, me refriega con ellas para después comenzar a lamerme, siento su lengua sobre mis senos, mordisquea mis pezones, desciende por mi vientre y se detiene sobre mi sexo que abre con la ayuda de sus dedos, comienza a titilar mi clítoris con su lengua, al tiempo que sus dedos me penetran; se arquea todo mi cuerpo y mis caderas avanzan hacia él, mientras siento que otras dos bocas se han apoderado de mis pezones, reconozco los cuerpos con mis manos, siento que una boca, la de Léopold se une a la mía mientras que Rita conduce la verga de Chema hasta mi vagina y le ayuda a penetrarme. Los tres están sobre mi, Léopold es el dueño de mi boca, Rita juega con la suya y mis pezones, mientras Chema bombea en mi interior y siento su fuerte descarga. Toma el relevo Léopold, siento su verga mas fuerte, mas profundo aunque lo hace con dulzura.

Veo que Rita está limpiando el sexo de Chema con su boca, para después sentarse sobre su verga y cabalgarlo, pero mi cuerpo está reaccionando a los impulsos provocados por Léopold, que mi orgasmo está muy cerca, mis piernas le aprisionan mientras acelera su ritmo, mas profundo, mas rápido, y llegamos juntos a la explosión quedándonos exhaustos. No tardamos mucho en continuar, a Chema aún le estaban haciendo efecto las pastillas de Viagra que se había tomado, de modo que fue el primero en recobrar la forma y las fuerzas y ahora se dirigía a mi. No fue muy delicado en un principio, parecía que no le había gustado que estuviera con Léopold, así es que tumbada como estaba, se puso encima mío clavándome su tremendo ariete. Repetía el mismo comportamiento que tuvo unas semanas antes, en su coche, metérmela violentamente, para luego calmarse y proceder con mucha mas delicadeza, y sabía hacerlo a la perfección, porque los dos llegamos al orgasmo de forma simultánea.

Este hombre es un caso especial, desde el primer día de conocernos no ha parado de hacerme proposiciones mas o menos indecentes, si le fuera posible se pasaría los días con su verga metida en mi vagina, me pasea por las calles con solo una túnica transparente sobre mi, de modo que todo el mundo pueda ver que estoy desnuda, me comparte con sus amigos Rita y Léopold, y al mismo tiempo es celoso como un autentico Otelo. Me quiere constantemente a su lado, está claro que desea sea su amante permanente, tenerme a su disposición cuando le plazca y como le plazca, pero todo lo quiere a golpe de dinero, no convence ni seduce, tan solo compra lo que se le antoja.

Ahora mismo está con Rita y yo estoy con Léopold que mordisquea mis pezones, mis piernas en torno a su cintura y me dejo resbalar sobre su cuerpo hasta sentir que su verga hace contacto con mi sexo: él se mueve hasta colocarse en la entrada del mío, presiona sobre él hasta que mis labios se abren dándole paso, poco a poco voy  sintiendo como avanza en mi interior, como me llena, los dos nos guiamos por la mirada del otro, y cuando siento que ha llegado al final, me muevo sobre él provocando el máximo contacto, el mayor placer para los dos, ya que él se preocupa solo del mío.

Todo es distinto de cómo imaginaba, me temía una semana de calvario y sin embargo es una delicia estar aquí. Volveré, no me cabe la menor duda, y no tanto por Chema, sino por esta hermosa pareja de amigos suyos, que ahora lo son también míos, y que, en esta semana, me han colmado de atenciones.

Jamás, antes de ahora, había hecho el amor con otra mujer, y sin embargo el haberlo hecho con Rita, reconozco que solo me ha proporcionado un placer increíble, aunque sigo prefiriendo hacerlo con un hombre, sobre todo si ese hombre es como Léopold, con su delicadeza. No hace mucho rato estaba sobre mi y su peso era agradable, frotaba con la punta de su verga la entrada a mi vagina, mientras mordisqueaba mis pezones, sabía excitarme para que yo misma buscase la penetración, y cuando se metía era incansable. Pocos hombres han conseguido provocarme como él, orgasmos tan magníficos, tantas ganas de tenerle dentro de mi.

Ahora, mientras escribo, está desnudo mirando como Rita y Chema disfrutan en el jakuzzi, tiene una soberbia erección que me provoca el deseo de acercarme a él, cosa que hago sin ningún reparo para tomar su verga entre mis manos, la acaricio y mi boca se apodera de ella por unos momentos, a él no le apetece eso, me coloca de espaldas a él y con esa verga que yo ansío, recorre todo mi dorso, se detiene en mis nalgas, me toma por las caderas, me levanta a su encuentro y siento de nuevo como entra, la saca de nuevo, la coloca a la entrada de mi esfínter, lo humedece con sus dedos empapados de saliva, y colocándola de nuevo, inicia una lenta y suave presión sobre mi ano. No protesto ni huyo del contacto, levanto mis caderas, facilito su intento hasta que siento como comienza a penetrarme, apenas si hay dolor, estoy tan empapada, tan ansiosa de él que le resulta fácil irla metiendo hasta sentir la presión de sus testículos ya pegados a mi. Acelera sus movimientos y cuando siento los chorros de su esperma que golpean mi interior, me corro yo con increíbles espasmos.

Hoy hemos pasado por una situación delicada, es lo menos que se puede decir, como todos los días, en la mañana salimos de paseo, Rita y yo vestidas únicamente con nuestras túnicas, Chema nos condujo por un laberinto de callejuelas hasta que nos perdimos literalmente, separadas de nuestros hombres en medio de un tumulto de gentes, nos encontramos en una plazoleta en la que un grupo de hombres, sentados en la terraza de un café, nos devoraban con los ojos. Sin darles importancia, nos sentamos y al momento comenzaron a hacernos gestos groseros, les ignoramos y eso parece que provoco su ira, porque tres de entre ellos se levantaron y se dirigieron a nosotras. No se que nos dijeron pero uno de ellos agarró a Rita por los senos y desgarró su bata dejándola con el pecho al aire. Ella no hizo ningún gesto de rebeldía pero si me hizo señales de que no les opusiera resistencia, así, cuando tirando de nosotras nos hicieron entrar en el café, les obedecimos mansamente. El hombre que había desgarrado la bata de Rita, ahora la empujo sobre una pila de almohadones y sacó su verga acercándose a ella, la agarró por los tobillos que llevó hasta sus hombros. En esa posición, el sexo de Rita quedaba completamente abierto y al alcance del bruto que, con un potente golpe de riñones, se la metió de golpe iniciando un incesante martilleo mientras con sus manos engarfiadas estrujaba sus pechos, indiferente a los gritos de dolor de Rita. No se como pude liberarme de los dos hombres que me sujetaban, pero conseguí llegar hasta  ella y sujetar entre las mías, la mano de Rita mientras el hombre la violaba. Algo pasó en ese momento, los ojos de Rita se abrieron y quedaron sujetos en los míos, su cara se iluminó con una sonrisa y nuestras manos se enlazaron fuertemente. No oí los gritos, ni me di cuenta de la llegada de Léopold y Chema con otros hombres, tan solo fui consciente de que estábamos abrazadas, en otro mundo, en otra esfera temporal, que la besé por toda la cara, en la frente, en los ojos, en los labios, mientras ella repetía sin cesar mi nombre,

Después y con todo cuidado nos trasladaron a la casa donde un médico amigo practicó una revisión completa sobre Rita, afortunadamente sin daños. Su mano seguía pegada a la mía y sus ojos se volvían a los míos sin cesar; no quiso que ninguna de sus sirvientas la bañara, y fui yo quien sumergida en la gran bañera con ella, la fui lavando enteramente, sintiendo los estremecimientos incontrolados de ella, cada vez que mis manos rozaban su cuerpo. No hice nada por aliviar su evidente deseo, ni ella hizo movimiento o petición alguna, hasta que manteniendo abierta una inmensa toalla, la ayudé a  salir del baño. Centímetro a centímetro fui secando su cuerpo, sin que ninguna de las dos pronunciásemos una sola palabra, y solo cuando dejé caer al suelo la toalla para depositar un leve beso sobre sus labios, emitió un gemido prolongado y se prendió a mi boca. Esta vez fui yo la que tomé la iniciativa, la que no dejé ni un centímetro de su piel sin recorrer, la que bebió de ella sin llegar a saciarme ni a saciarla. Mas tarde y ya calmadas, nos dirigimos desnudas a donde estaban nuestros hombres, ni siquiera les dejamos decir una palabra, nos abalanzamos sobre ellos, sin distinción de “propiedad”, y ellos respondieron de igual modo, se tal manera que en pocos minutos, éramos un amasijo de cuerpos y de miembros, no sabía, ni me importaba en ese instante, quien era el portador de la verga que me penetraba, ni la boca que lamía mis pezones, o a quien pertenecía la polla que albergaba en mi boca y cuyo semen absorbía gozosa.

Más tarde tuve una discusión con Chema, había hecho balance y, según sus cálculos, yo había follado más veces con Léopold y Rita, que con él, y estaba descontento, era él quien me pagaba y no estaba muy conforme con el producto obtenido. Tenía un ataque de celos y le salía el personaje vulgar que era en el fondo, así es que me propuse amargarle el resto del día.

Para nuestro cotidiano paseo, no me vestí con la acostumbrada bata transparente, sino que lo hice con una minifalda de cuero de color negro, exageradamente corta, y una chaqueta negra, cerrada al frente con un solo botón y que producía un extraño contraste entre mis piernas largamente descubiertas, y la aparente seriedad de la chaqueta. Todos me miraron extrañados, pero se abstuvieron de comentarios, y así salimos a dar nuestro paseo cotidiano. Cuando llegamos al Salón de Té, en el que solíamos tomar nuestro aperitivo cada día, todas las mesas estaban ocupadas, salvo la que nos estaba reservada; por supuesto era Rita el centro de todas las miradas, con su bata transparente, y era llegado mi momento porque, ante todo el mundo y sin que Chema se diera cuenta, desabroché el único botón de mi chaqueta y la abrí por entero, dejando que los ojos de todos los presentes se regalasen y comenzasen los murmullos. De nuestro grupo, Rita fue la sola que se dio cuenta de inmediato, y estuvo a punto de soltar la carcajada sobre todo al ver, un poco más tarde, la cara de Chema al darse cuenta de que mi pecho estaba a la vista de todos y, algunos de entre ellos, especialmente los más jóvenes iniciaban un aplauso hacia mi. A pesar de la furia de Chema, me puse en pié y me dirigí hacia el pequeño grupo que formaban, por supuesto sin abrochar mi chaqueta, me aceptaron alegres y me senté a su mesa cruzando las piernas, con lo que mi falda, ya de por sí muy corta, dejó ver que no portaba ningún tipo de ropa interior. Me reí ante sus expresiones de asombro, que aumentaron cuando les propuse mostrarles lo que yo ya conocía de la ciudad, y que, a cambio nos invitasen a Rita y a mí a cenar, si es que ella estaba de acuerdo en acompañarnos.

Los jóvenes se mostraron encantados, sobre todo cuando Rita se unió a  nosotros y pudieron admirar su preciosa silueta bajo la bata transparente que vestía. El ambiente se caldeó como por milagro, más aún cuando Léopold casi arrastró a  Chema para dejarnos solas con el grupo, y los chicos se dieron cuenta de que estábamos a solas con ellos; dos de ellos me preguntaron si era permitido acariciar aquello que veían, yo continuaba con la chaqueta abierta, y al mirarles sonriente, entendieron la muda respuesta y al momento tenía sus manos en mis pechos. A  una seña de Rita, el camarero que nos atendía, nos invitó a pasar dentro del local, que cerró sus puertas de inmediato, y quedó tan solo para nuestro uso. Al ritmo de la pegadiza música, yo bailaba con mis dos caballeros, cuyas manos no se estaban quietas pues mientras uno sujetaba mi pechos, el otro trataba de bajar la cremallera de mi falda hasta que esta cayó a mis pies quedando desnuda por entero. No era yo sola a estarlo, un rápido vistazo y comprobé que Rita y sus dos caballeros, se habían desnudado por completo y ellos se empeñaban en cubrir su cuerpo de caricias; las exigencias de los míos eran apremiantes, entre los dos me hicieron acostar sobre almohadones y se repartieron el trabajo, uno trataba de comerse mis pezones, y el otro se había empeñado en que mi clítoris, altamente sensible, me convirtiera en una mujer que solo ansiaba el máximo placer.

Tuve mi primer orgasmo en el momento mismo en que mi “comeclítoris” personal, dejó de hacerlo para meterme su polla de golpe y hasta lo mas profundo y descargarme una fenomenal corrida. El segundo no quería ser menos, en cuanto a originalidad se refiere, porque me pidió colocarme boca abajo, sobre manos y rodillas, y de esa forma intentaba perforar mi esfínter anal, consiguiéndolo en pocos segundos, el tiempo justo para que el primero de ellos, ya recuperado, me diera a comer su estupenda verga, si bien, a cada envite que recibía en mi trasero, hacía que la polla que tenía en mi boca, me llegase verdaderamente a la garganta, casi ahogándome cuando eyaculó en ella.

Rita, por su parte, no se había estado quieta, la vi tomada simultáneamente por su vagina y por el culo, cuando sentí sus mano sobre mi pecho, y ese fue el disparador para que se formase una melee de cuerpos en la que todos nos poseíamos y nadie se preocupaba de quien fuera el poseedor.

Mucho mas tarde nos acompañaron hasta la casa, en la que nos esperaban la calma y la tranquilidad de Léopold, y la rabia contenida apenas de Chema, pero él se lo había buscado y así tuvo que reconocerlo en la conversación que mantuvimos los cuatro, poco después y durante la cual Rita, tumbada sobre almohadones a mi lado, había aprovechado para llevar su mano hasta mi sexo y estaba mas pendiente de acariciar y juguetear con mi clítoris, que de la conversación en si. También a mi me estaba resultando muy difícil seguir el tema, las sensaciones producidas por las caricias de Rita me estaban llevando al paroxismo, mientras ella poniendo cara de inocente aparentaba no estar haciendo nada, así que cuando metió sus dedos hasta lo mas profundo de mi sexo, ya no me fue posible mantener control alguno, y mi cuerpo se convulsionó en fuertes espasmos, momento en que ella se avalanzó sobre mi y con su boca recibió mis jugos. Recuperadas y bañadas, un buen rato después, nuestros anfitriones nos hablaron de la sencilla fiesta que habían preparado en secreto para despedirnos, nuestra permanencia en su casa estaba a punto de terminar y yo me había sentido tan a gusto que había olvidado por completo la fecha del regreso.

La cena casi había terminado y llegaba la hora de los postres, previamente yo había saqueado la reserva de Viagra de Chema y después de pulverizar las pastillas, había mezclado el polvo resultante, en la bebida de Chema y Leopold, sin conocimiento de ellos, tenía prevista una sorpresa para ellos. Llegado el momento me ausenté del comedor e instantes mas tarde, los camareros llevaban el postre a la mesa, una enorme bandeja de helado que rodeaba el cuerpo desnudo de una mujer cubierta de chocolate. El asombro inicial dejó paso a las risas y después tres bocas ansiosas iniciaron la terea de hacer desaparecer el chocolate; mi boca, mis tetas y mi sexo fueron dominio de mis tres amigos que, sobre todo los dos hombres, rivalizaban por demostrar quien era mas goloso, así es que, en pocos minutos, estábamos los cuatro cubiertos de chocolate que yo saboreaba en la verga de Léopold, quien a su vez lo tomaba del sexo de Rita, y esta de la polla de Chema. Cuando Léopold eyaculó en mi boca, fui yo quien tome el relevo sobre el sexo de Rita, metiendo mi lengua hasta donde alcanzaba en su vagina, jugando con su clítoris, mordisqueándolo, al tiempo que Chema, ya recuperado gracias a sus eternas pastillas, me clavaba su verga en la vagina y Léopold me lamía las tetas. Fue desde luego el mejor postre que cada uno de nosotros había comido nunca.

Un par de horas después despegaba nuestro avión rumbo a Madrid, no sin antes prometer que volvería.

Relato erótico: “La casa de los horrores” (PUBLICADO POR SIBARITA)

$
0
0

El frio me despierta y al hacerlo aunque entre brumas, me doy cuenta de que estoy en una postura muy forzada. Estoy casi doblada por la cintura, mis piernas levantadas y los pies apoyados sobre algo que no tardo mucho en darme cuenta de que son los hombros de alguien, y que ese alguien tiene su verga metida en mi vagina. Me están follando!.

Poco a poco me voy dando cuenta de mas cosas, que una gruesa polla no para de entrar y salir de mi vagina, siento algo extraño pero no puedo revolverme, y aunque ahora tenga los ojos abiertos, no reconozco el cuerpo que siento sobre el mío; siento sus envites pero no me siento excitada en modo alguno, tampoco me repugna ni hay ningún rechazo por mi parte, como si fuera lo mas normal del mundo el despertar o soñar, no se muy bien lo que es real o es un sueño, con alguien que no se quien es y que me esta follando.

Pasa el tiempo muy despacio, tampoco tengo prisa, ni siquiera en abrir los ojos, pienso que todo es normal, no saber quien está sobre mi, hasta que viniendo de muy lejos, mi cuerpo va llenándose de sensaciones. No se si es esa verga que siento metida hasta mi matriz,  unos dedos que titilan mi clítoris o el mismo golpeteo de la verga, pero mis caderas empiezan a moverse por  si solas, al encuentro de la polla que me excita. Se acelera el golpeteo y cambia todo, ahora son chorros y chorros de esperma los que me van llenando y es al sentirlos cuando todo mi cuerpo reacciona y me sobreviene un orgasmo tal que grito y me aferro con las uñas sobre la espalda del cuerpo que me cubre. He perdido el sentido por unos minutos, y ahora cuando lo estoy recuperando y mis ojos se abren reconozco al violador y recuerdo todo lo que ha pasado. Sin brusquedad él me ayuda a sentarme sobre el sofá en el que estábamos, le miro a los ojos que me sonríen y no entiendo nada aunque rapidísimas imágenes van apareciendo ante mis ojos mientras recupero lentamente mi consciencia, todo ello bajo la mirada de Tony, así se llama, igual desnudo que yo y una de cuyas manos sigue acariciando uno de mis senos. Me pone entre mis manos una copa que bebo con verdadera ansia, es Jerez y sabe que me gusta, al tiempo que me pone en la boca una pastilla un poco amarga y que trago con el alcohol-

No siento ni malestar, ni rabia ni extrañeza; soy consciente de que me acaba de follar sin que mi voluntad estuviera puesta en ello, que acabo de tener un fuerte orgasmo y que su semen desborda de mi vagina; tan solo siento una extraña laxitud que me hace aceptar las cosas sin verme afectada por ellas.

Se pone en pie a mi lado y hace que su polla acaricie mi cara, también lo acepto y hasta abro mi boca para que la ponga en ella, pero en un momento me retiro y él toma asiento nuevamente a mi lado. Me ofrece otra copa, que bebo, me hace apoyar mi espalda en su pecho para con sus manos agarrar mis tetas y me habla al tiempo que juega con ellas y pellizca mis pezones.

Me dice haber llamado por teléfono a mi casa e inventado una excusa cualquiera para que le recibiera, como le invité a tomar un café y mientras lo serví, hizo caer una pastilla, igual a la que acababa de tomar, en mi taza y yo la tomé sin darme cuenta, lo que provocó mi total perdida de consciencia en un par de minutos, y una vez inconsciente me desnudó y me folló hasta el despertarme.

Me explica ahora que las pastillas son de corto efecto, aunque la primera vez que las tomas te hacen un efecto fulminante y la inconsciencia, mientras que ahora, con la segunda, el efecto que logra es la perdida de la voluntad, pero no de la consciencia. Al llegar a este punto y como para corroborar sus palabras, se levanta nuevamente y se pone frente a mi, con su verga a pocos centímetros de mi cara, y sin tocarla siquiera con mis manos y sin que él dijera una palabra, abrí la boca para dejarla entrar aunque no mucho tiempo, pues enseguida me hace acostar sobre el sofá y abrir las piernas para meterse entre ellas, clavarme su polla y comenzar a bombear cada vez mas fuerte. Me está llegando hasta los ovarios y su roce con mi clítoris me excita progresivamente, siento próxima la llegada de un orgasmo, pero él frena de golpe sus envites, saca su polla de mi vagina empapada y la apoya sobre la entrada de mi culo; así cambia de sitio varias veces hasta conseguir que también mi culo esté empapado, y es entonces cuando apoya la cabeza de su polla sobre el y comienza a hacer presión hasta meterla totalmente. Me duele un poco, al principio, pero enseguida ese mismo dolor se convierte en placer. Me ordena que me mueva, y mis caderas responden siguiendo su cadencia, y así durante largo rato, cada vez mas fuerte y mas rápido; está ocurriendo algo que no hubiera pensado nunca, me están follando por el culo y lo estoy disfrutando, hasta el extremo de que echo mis nalgas hacia atrás y lo hago con violencia, es el momento de mi orgasmo y del suyo; le he sorprendido con tan salvaje movimiento y no puede evitar correrse nuevamente dentro de mi, y después le cuesta separarse, aunque al hacerlo lleva de nuevo su polla hasta mi boca y esta vez si, respondo a su invitación y le tomo por entero en mi boca mientras mis manos acarician y juegan con sus testículos. Su polla va creciendo, recobra su vigor y la hago entrar hasta el fondo de mi boca, hasta la misma garganta, soy yo ahora quien le está follando, la dejo salir hasta que mis labios solo apresan su glande, la trago entera nuevamente y así repito y repito el movimiento, hasta que nuevamente se corre dentro de mi boca y le limpio con mi lengua y mis labios.

Descansamos, aunque con los dedos de una de sus manos no cesa ni un momento de masturbarme. Fumamos y bebemos una copa. Le pregusto, puesto que soy consciente de ello, por que me ha drogado, por que no ha parado de violarme, y lleva horas haciéndolo, pero no me responde con palabras, atrae mi cabeza de nuevo hacia su sexo y otra vez me lo mete en la boca, no mucho rato, tiene ganas de ensayar nuevas cosas y me tumba de nuevo, esta vez para meter su cabeza entre mis piernas y con su boca comer de mi vagina, me mordisquea el clítoris y ahí siento que me muero, no me ha hecho daño pero todo mi cuerpo se convulsiona y mis muslos se cierran sobre su cabeza para retenerle allí donde está, pero se me escapa para ahora jugar con su polla en mi vagina, para metérmela despacio o fuerte, a su entero capricho porque no se si será por el efecto de la droga que me ha dado, o por la cantidad de orgasmos que me ha provocado y él ha tenido dentro de mi, que ahora siento que soy suya por entero, que estoy dispuesta para todo lo que él quiera. Ya casi ni le quedan fuerzas, solo las necesarias para dejarse llevar hasta mi cama en la que le acuesto boca arriba, le masturbo con mi boca y con mis manos para que recupere su rigidez o una parte de ella, y cuando lo hace me siento sobre ella y la hago entrar, pero no por mi vagina, sino directamente por el culo y de esa manera me vuelco sobre él y nos quedamos dormidos, agotados.

No se cuanto tiempo habíamos pasado durmiendo, pero continuaba teniendo la misma sensación de pasividad que antes de dormirme, pese a sentirme ahora totalmente despierta. Sencillamente esperaba ordenes, que alguien me dijera lo que debía hacer, y asi que, cuando me dijo que tenía que revisar mis armarios, le llevé al vestidor y permanecí a su lado mientras revisaba toda mi ropa. Seleccionó algo muy sencillo, un vestido tipo camisa, de lino negro y cerrado en el frente por botones; junto con el seleccionó una escueta tanga del mismo color, y me dijo que me lo pusiera y maquillase en consecuencia con el color del vestido. Una vez hecho y calzada con sandalia de tacón alto, del mismo color negro me ordenó ponerme frente a él para revisar el conjunto al que dio su aprobación, no sin antes desabrochar los tres primeros botones lo que le permitió abrir bastante mi escote, de hecho me dejó el vestido abierto hasta casi mostrar las tetas en un escote en V mas que revelador, sobre todo porque mi talla de sostén es la 95, con lo que mis tetas pese a mi silueta estilizada se veían exageradamente. Con esa vestimenta, los ojos pintados de un negro intenso y un toque de rojo en mis labios salimos de la casa y caminando me llevó hasta un pub lleno de hombres centroeuropeos de todas las edades y casi todos los ojos de los presentes se volvieron a mirarnos. Lo primero que hizo al sentarnos fue recordarme que nada podría hacer para revelarme contra su autoridad y sus ordenes y, como para probarlo, desabrocho el cuarto botón de mi vestido si que yo opusiera la menor resistencia y a sabiendas de que mis tetas iban a estar mas tiempo fuera que dentro del vestido.

Sentado en un sofá tomamos mas copas de Jerez, notando cada vez que nos servían que ya mis tetas estaban desnudas, por las miradas del camarero que no me perdía de vista y que se quedó de piedra cuando vio como Tony, con total descaro me mordía los pezones, me subía el vestido hasta casi la cintura, en primer lugar, para seguir después hasta quitármelo  enteramente y  dejarme tan solo con la tanga.

Estaba claro que el camarero iba a montar un número impresionante, pero Tony le llamó y sacando un importante fajo de dinero, se lo entregó y con ello cerró su boca,  y no solo su boca porque vimos como se alejaba un momento para volver con un biombo que colocó de forma que nos ocultase a las miradas de los clientes mas cercanos. Como premio, además del dinero que ya le había dado, Tony le llamó para que yo a mi manera también le diera las gracias, lo que quería decir que yo abriese la bragueta de su pantalón, le sacase la verga y me la metiera en la boca unos minutos; era un juego para él y me refiero a Tony, estaba disfrutando mas que nunca en su vida con el poder que había adquirido sobre mi, se había convertido en mi dueño y maestro gracias a las pastillas que me había hecho tomar, y allí estaba yo, sin importarme nada, tan solo obedecerle y aceptar ahora que el camarero se corriera en mi boca, que tragase su semen y enjuagase mi boca con el champagne de una de las botellas.

Llegó después el turno de quitarme la braga, cosa que me ordenó de hacerlo lentamente, como lo haría una verdadera profesional, pero sin indicar a que clase de profesión se refería, aunque tampoco era muy complicado imaginarlo. Tambada sobre un sofá jugaba con su verga sobre mi clítoris, la metía y la sacaba en mi vagina, me excitaba y mas aún cuando sentí sobre mi otras manos diferentes a las suyas, me dio la vuelta para ponerme boca abajo, levantando mis caderas hasta casi ponerme de rodillas y de espaldas a él, todo para ponerse tras de mi y meterme su verga hasta el fondo de mi vagina y acariciando mi clítoris con sus dedos; cuando me encontró suficientemente mojada a su gusto, sacó su polla y la puso sobre mi esfínter, presionando hasta haberse colocado enteramente dentro de mi. Otra polla se metió en mi boca y como aún había candidatos, ambos se retiraron para buscar nueva postura. Primeros me sentaron sobre la polla de él, que se metió enteramente en mi vagina y sentí que me llegaba hasta los mismos ovarios, su guardaespaldas presionó para hacerme inclinar hacia adelante y poder metérmela por el culo, y el tercero, el camarero, hizo que se la tomase con mi boca hasta que los tres reventaron dentro de mi y me dejaron llena de su semen.

El resto… la rutina que habían instaurado, fueron llamando gente que directamente me follaron, yo no se cuantos fueron, pero fueron muchos.

Era ya tarde cuando salimos del bar, teníamos hambre y encontró abierta una especie de taberna, bastante llena de gente del Este, es en una zona donde conviven mucha gente de países eslavos de distintas nacionalidades pero con varias cosas en común, grandes, ciclados, jóvenes y rapados en su mayoría. Tony, antes de entrar en la taberna, había desabrochado nuevamente varios de los botones de mi vestido, con lo cual mis tetas lucían casi a la vista, lo que hizo que al entrar nosotros, la mayoría de los clientes se volvieran a mirarnos. Nadie hizo comentario que pudiéramos entender, pero las sonrisas en las caras de los presentes ya lo decían todo. Avanzamos hacia una mesa vacía, con un brazo de Tony sobre mis hombros, su mano desabrochando un nuevo botón y abriendo el frente de mi vestido hasta la cintura, su mano ahora apretando uno de mis pechos, y cuando nos sentamos, subiendo la falda hasta descubrir la tanga que portaba.

Se acercó uno de los hombres, no era un camarero, se veía que posiblemente fuera el dueño o al menos un gerente, muy sonriente le preguntó a Tony por el significado de nuestra aparición, cuando este le respondió que era para el disfrute de todos, soltó una sonora carcajada, se acercó a mi y me agarró las tetas tirando de mi hasta hacerme levantar de la silla. Debía esperar alguna respuesta de mi parte y su cara se tensó cuando vio que no la había, que yo alzaba mis manos para ponerlas sobre las suyas y aumentar así la presión sobre mis pechos; aún así reaccionó rápidamente y le preguntó a Tony que tipo de droga me había hecho tomar y sin  esperar respuesta, me cogió en sus brazos para tenderme sobre una mesa de billar, en la que terminó de desnudarme. Directamente sacó su polla para meterla sin miramientos en mi vagina y en ella estuvo bombeando durante mas de media hora hasta que se corrió en mi interior. Después de decirme que me vistiera, lo hizo él también y se sentó con nosotros en uno de los sofás que había en un rincón del local. Parecía creer que yo era un regalo que Tony le hacía, no se por que motivo y ahora le hablaba con bastante soberbia, se dedicaba a mi casi exclusivamente, haciéndome preguntas sobre quien era yo, que había ido a hacer allí junto con Tony. Había comprendido que yo actuaba así, como lo hacía, condicionada por la droga que Tony me había hecho tomar, quería saber cual era y donde la había conseguido, y a pesar del tiempo transcurrido desde la última pastilla, estaba decidido a saber todo sobre ella, el efecto que hacía y cuanto duraba, hasta donde llegaría yo bajo sus ordenes y, sobre todo, el efecto que pudiera hacer no relacionado con el sexo. Le ordenó a Tony que le entregase todas las pastillas que llevase encima, estaba claro que no saldríamos de allí hasta que él lo decidiera, así es que una vez que hubo recibido varias pastillas, envió a Tony a la trastienda acompañado de uno de sus ayudantes, y me dedicó a mi toda su atención.

No se había molestado ni en mandar cerrar las puertas del local, era evidente que él era la autoridad suprema en la zona, y todos se dirigían a él bajo el nombre de Vodia. Seguía entrando y saliendo gente del local, que se guardaban mucho de mirarnos fijamente o de hacer comentarios, pero Vodia quería saber mas sobre el poder de la droga; me puso en pie y desde el centro del local ordenó poner música y que yo bailase para ellos, colocaron varios focos de luz para hacer que mi vestido fuese aún mas transparente, mientras un par de sus acólitos salían del local para vigilar desde fuera. La música era sensual, aunque yo no la conocía para nada, y comencé a bailar lentamente, envuelta en la melodía y moviéndome con toda la sensualidad de la que soy capaz. Por momentos, alguno de los presentes, obedeciendo las instrucciones de su jefe, se dirigía a mi para acompañarme en el baile, al mismo tiempo que hacía descender el escote de mi vestido y desnudaba y acariciaba mis pechos; otros me abrazaban con fuerza y me besaban metiendo su lengua en mi boca, subían el bajo de mi falda hasta por encima de mi tanga, o acariciaban mi vulva bajo ella. Después me dio la orden de continuar bailando al mismo tiempo que hiciera un striptease para todos ellos, y cuando estuve desnuda, apareció alguien con una colchoneta inflable, había llegado el momento de pasar a mayores, aunque antes vi como Vodia sacaba su verga del pantalón y me llamaba a su lado, era para que me sentase sobre sus piernas y así clavarme su polla en mi vagina. La sentía llegar muy alto y no paraba de moverse, la metía hasta los mismos ovarios para luego sacarla casi por completo, no paraba en su juego, ni cesaban sus besos ni la presión de sus manos sobre mis tetas, mordía mis pezones y yo respondía con igual intensidad a todo lo que me daba. Me levantó en volandas, solo quería hacer avanzar mi cuerpo y que su polla, ahora fuera de mi vagina, estuviera en contacto con mi esfínter anal, y ahí sentí por primera vez en mi vida como si me desgarrasen enteramente cuando me dejó caer libremente y me metió todo lo largo y ancho de su verga en mi culo. Grité de dolor, por supuesto, pero no hizo caso de mis gritos, ni de las risas de sus amigos, parecía que deseaba entrar enteramente en mi, en ese momento todo era poco para sus deseos y si la sacó de golpe, fue para hacer que uno de sus amigos se desnudara y tendiera sobre la colchoneta. El mismo me llevó hasta empalarme sobre su polla tiesa, hizo que me tumbase al tiempo que él lo hacía encima de mi y esta vez no buscaba mi culo sino mi vagina ocupada por la polla del otro; buscaba meterme la suya al mismo tiempo, que tuviera las dos pollas dentro de mi vagina y, después de forcejear un tiempo lo consiguió y mi vagina se abrió como nunca antes lo había hecho. No me atrevía casi ni a moverme, ya no sentía el dolor y mi cuerpo reaccionaba a la excitación del momento, los dos pugnaban por lograr meterse mas adentro, por descargar mas cantidad de semen, por meterse enteros en mi vagina si hubieran podido, y en medio de aquella orgía salvaje, Vodia metió en mi boca otra de aquellas píldoras de Tony, y en pocos minutos, el tiempo desapareció por completo, todo era sexo violento, sin limites ninguno, era el tiempo de repetir la entrada de dos pollas pero directamente en mi culo ya dilatado al máximo, de que una tercera se metiera en mi boca, que varias otras descargasen su semen sobre mi cuerpo, de que su violencia fuera también la mía, y cuando ellos cedieron, derrengados, otros tomasen el puesto abandonado y todo continuase con mas fuerza si eso era posible, y sí lo era, porque en el tercer lote mi cuerpo ya no tocaba el colchón siquiera, me mantenían en el aire las manos de todos los que me acariciaban, los que me penetraban por todos los lugares posibles. Fueron mas de veinte los que me poseyeron, y muchas mas corridas las que cubrian mi cuerpo y llenaban mi vagina y mi culo que chorreaban como manantiales sin que yo me sintiera satisfecha y fue de nuevo Vodia el que tomándome en sus brazos me sacó de aque local por una puerta disimulada en el muro, y me llevó hasta un coche que hizo arrancar velozmente mientras se oían sirenas policiales. No nos cruzamos con ninguna patrulla, supongo que por milagro, hasta que paró el coche frente a una casa modesta en la cual entró y volvió a salir rápidamente con un bulto de ropa que puso sobre mi para que me cubriera; no era exactamente un vestido sino una falda y una blusa de color rojo; tampoco era mi talla, la 95 de pecho, con lo que era imposible abotonar la blusa y tuve que improvisar un cierra anudando los panes de la blusa a la altura del ombligo. La verdad es que no me servía de mucho porque era imposible tapar mis pechos que quedaban por entero descubiertos, aunque en el coche solo estuviera él para verme. Salimos de la ciudad y no tardó en salir también de la autorruta para desviarse por una carretera de tierra, sobre la que debió rodar un par de kilómetros, hasta llegar a una gran casa de campo discretamente iluminada pero con varios guardias armados que se movían ante la puerta principal, rodeamos la casa y al fin detuvo el coche en una cochera cuya puerta se cerró detrás de nosotros. Me hizo salir del coche para llevarme a una habitación con una gran cama y llena de espejos por todos los lados; abrió una puerta y me hizo entrar en un baño ordenándome que me duchara y arreglase mi maquillaje del que ya no quedaban restos, y así lo hice, allí había todo tipo de lápices, rimel y maquillaje de las más famosas marcas, lo mismo que ropa femenina en un gran armario de pared. Hizo llamar a dos mujeres para que me ayudaran, y ellas fueron las que me maquillaron y  peinaron, las que me vistieron con una soberbia túnica que dejaba mis pechos al descubierto y se abría largamente al andar, mostrando que bajo ella estaba totalmente desnuda. De esta manera me llevaron hasta un gran salón soberbiamente decorado e iluminado, lleno de gente elegantemente vestida, me subieron a una especie de pista de baile elevada para presentarme a todos los presentes ya que todos los presentes se habían vuelto a mirarme. A mi lado se colocó un hombre, elegantemente vestido, que comenzó a hablar a través de un micro que llevaba oculto y fue en ese momento en que me di cuenta de que todo aquello formaba parte de una casa de subastas ilegales, y que el objeto de la subasta era yo misma. Hubo pujas, varias y bastante elevadas, hasta que terminó la subasta y me llevaron ante un hombre de unos 60 años, en extremo elegante pero con ojos claros y helados, sin expresión alguna lo que le daba un aspecto terrorífico. El hombre, mi nuevo propietarios me recorrió con su mirada de arriba abajo, abrir enteramente la túnica que llevaba, darse por satisfecho y entregarme  a quien supuse, sería uno de sus ayudantes, diciéndole que me divirtiera, que él se ocuparía mas tarde de mi.

El hombre joven me dijo le llamase Ivan, me tendió su brazo y me llevo a otra sala, una especie de gran bar con luces tamizadas y donde alternaban butacas u sofás de piel, mesitas para depositar bebidas etc. Casi todas las mesas estaban ocupadas, por hombres y mujeres en distintos grados de desnudez, que se acariciaban y bebían mientras reían y conversaban. Nos sentamos por fin en una mesa en torno de la cual había varias parejas, chicas bastante jóvenes vestidas tan ligeras como yo, y hombres todos ellos reflejando dinero a espuertas en sus trajes. El ambiente era alegre y todos me acogieron como si yo fuera una habitual del lugar. Ivan les dijo que yo era una nueva adquisición y esa sería mi primera noche entre ellos. Fue quizás eso lo que cambió las cosas, a partir de ese momento todos en la mesa, hombres y mujeres, parecían tener el derecho de tocarme y acariciarme, en un par de minutos ya mis tetas estaban a la vista, si bien cubiertas por bocas y manos que mordisqueaban y besaban mis pezones, otras manos me habían despojado de la túnica y las mías abierto varias braguetas y sacado las respectivas pollas a tomar el aire, el aire y mi saliva, porque la mayor parte de ellas pasaron por mi boca. Nuevamente estaba desnuda totalmente, y nuevamente hubo un primero que llegó con su polla hasta mi alma mientras otro follaba mis tetas y llegaba a correrse entre ellas. Otro después, con una polla gigantesca, tan grande que hasta le costó trabajo conseguir meterla en mi vagina, aunque no paró hasta conseguirlo; el tercero se corrió nada mas metérmela en la boca, cuarto y quinto al unísono, mientras una la tenía clavada en mi vagina, el otro me la había metido por el culo y, ahora como un perro, tenía dificultades para sacarla, pese a que, estoy segura, de que hubiera preferido no sacarla y habérmela dejado metida para siempre. Puede parecer ahora que todo era metódico, ordenado, pero la realidad fue todo lo contrario era una rebatiña en la que todos participaban como podían, manos que me sostenían en el aire o sobre algún apoyo, vergas que buscaban todos mis huecos para meterse por ellos y eyacular sobre o dentro de mi.

Vinieron a buscarme para llevarme con el hombre que me había comprado, tuve que pasar por la ducha, nueva sesión de maquillaje y arreglo de pelo, me vistieron ahora con una larga y preciosa falda de seda tan fina que parecía una tela de araña, y una especie de chaleco de estilo torera adornado con piedras y perlas maravillosas  pero, claro está, los 95 centímetros de mi pecho impedían que la torera pudiera cerrase de forma conveniente y hubo que abrocharla por debajo de mis pechos y a los cuales servía de soporte, cosa que realmente no necesitaba por su misma dureza y rigidez.

Tal como he dicho me condujeron a otra estancia en la que se encontraba mi amo, repantingado en una gran butaca y rodeado de sus amigos o sus fieles; todos aplaudieron mi entrada, sobre todo cuando el Amo tomó mis tetas en sus manos y las mantuvo así como si de un ofrenda a sus súbditos se tratase. Después no hubo preliminares, directamente me despojaron de la ropa para tenderme sobre almohadones, desnudaron al Amo y le condujeron en volandas hasta colocarlo directamente sobre mi, oficiando incluso de mamporreros, ya que fueron las manos de algunos de los presentes quienes oficiaron sobre su polla, tanto para infundirle mas virilidad como para, cuando estuvo preparado, meterle su polla en mi vagina, y parece que a partir de ahí él recobraba su total virilidad porque comenzó a crecer en mi interior mientras no cesaba de moverse y en lo que hacía era terriblemente hábil porque me estaba excitando de una manera impresionante. Me puso boca abajo para poder meterme su polla por detrás en la vagina, con lo que además, sentía el golpeteo de sus huevos contra mis nalgas, humedecía sus dedos para tratar de dilatar mi culo, y aún no lo había conseguido  cuando comenzó a hacer presión sobre mi esfínter y de un fuerte golpe me la metió hasta dentro. Así estuvo durante mas de una hora, alternando de un sitio para otro, sin parar ni un momento pese a las dos o tres veces que se corrió dentro de mi, pese a las veces que yo me corrí debajo de él, y cuando se hartó o ya no le quedaron fuerzas, me dejó sola para ir a jugar una partida de póker.

Ya no podía con mi alma, y aún vinieron para asearme, para bañarme y cambiarme nuevamente de ropa, esta vez era la misma de antes pero de diferentes colores y con una blusa mas holgada para que, ahora si, pudiera tapar mis tetas que llevaban horas descubiertas. Me llevaron hasta el salón de juegos, ruletas, mesas de bacarrá, de póker, todo lleno de gente y de humos de los cigarros. La mesa en la que jugaba mi amo era para un póker de 7, en la que las fichas llenaban el centro de la mesa, así como papeles, luego me di cuenta de que se trataba de talones de banco. Mi amo no pareció ni darse cuenta de mi presencia, ni de las reacciones de los demás jugadores al verme, sin embargo y con un solo gesto ordenó que me sentara a su lado y volviéndose hacia mi desabrochó mi blusa, tres o cuatro botones, lo justo para que a cada movimiento que yo hiciese, por pequeño que fuera, se salieran mis pechos y quedaran a la vista de todos los presentes. Todo me pareció muy claro en un momento, mi presencia allí y la manera en que me habían vestido,  formaba parte de una estrategia calculada. El amo era un tramposo que pretendía usarme para ganar en la partida, se trataba de que los jugadores estuvieran pendientes de mi y no de las cartas de juego que manejaban. A medida que avanzaba la partida aumentaba también el tiempo que mis pechos permanecían descubiertos, pero así y todo la partida parecía complicarse porque el amo ordenó que me quitase la blusa; parecía que con ello la partida se aclaraba, pero había un jugador recalcitrante al cual no parecía impresionarle lo que yo pudiera mostrar. El amo intentó todo, quitarme la falda y dejarme totalmente desnuda ante todos, agarrarme las tetas a dos manos, hacer que me sentase a su lado con las piernas totalmente abiertas mientras él metía sus dedos en mi vagina y me masturbaba, abrir su pantalón y que le hiciera una felación ante todos los presentes, sentarme a caballo sobre sus piernas para que me metiese su polla y ahí llegó el momento sorpresa, el jugador impávido hablo para decir que apostaba todo el dinero que había sobre la mesa a una sola jugada y con las pujas puestas antes de comenzarla. Si él perdía, el amo se llevaría todo el dinero, si ganaba, se quedaría con todo, incluyéndome a mi, y había otra condición, que durante el juego yo estuviera debajo de la mesa haciéndole una mamada y si se corría, tomase todo su semen en mi boca.

El amo no lo dudó un instante, aceptó el envite, me ordenó meterme debajo de la mesa y que hiciese todo lo que su oponente pedía. Jugaron y en la sala solo se oía el ruido que yo hacía chupándole la polla. Jugaron la mano y perdió el amo, en el momento justo que a su oponente le llegaba un orgasmo, descubrieron las cartas y pasé a tener un nuevo amo, mientras el anterior se retiraba soltando maldiciones.

Al nuevo amo, a todos había que llamarles igual, comenzó siendo un poco mas discreto que el anterior, y en vez de empezar su fiesta particular a la vista de todos, mandó que me llevaran a una suite privada en la que nos quedamos con la sola compañía de uno de sus guardaespaldas, y nos sirviesen una espléndida cena, regada con vinos de verdadera calidad. Dijo querer preservar mi intimidad, decía, algo verdaderamente irónico cuando llevaba horas en aquel lugar, y durante la mayoría de ellas había estado desnuda totalmente y no menos de una veintena de hombres diferentes me habían metido sus respectivas pollas y todos se habían corrido en mi interior, tanto por la vagina, el culo o la boca. También era mas sofisticado y parecía no tener demasiada prisa en montarse encima de mi. Hubo largos preliminares, comenzando por comerse mis tetas y lamer todo mi cuerpo, haciendo especial hincapié en mi clítoris que estaba hiper sensible, los juegos con mis tetas tratándolas como si fueran caramelos, el hacer que le masturbase con mis tetas, jugar con mi vagina metiéndome los dedos, sustituyéndolos por su polla mientras que a sus dedos les daba otras funciones, las de dilatarme el ano para poder sodomizarme a su capricho, jugar a caballito, y era él quien me montaba o era yo misma la que lo hacía, para dar comienzo a tareas mas sofisticadas, como llamar a otra pareja para que participase en nuestros juegos, para repetir la hazaña de meterme dos pollas en la vagina o en el culo de forma simultanea. Yo lo aceptaba todo, como si todo aquello fuera natural, y para mi lo era; las pastillas infernales que me habían dado seguían haciendo efecto, diría que cada vez mas acusado y sin que mi voluntad interviniese para nada, llegó un momento en el que ya era un cuerpo totalmente insensible, llegaban uno tras otro, me montaban como querían, eyaculaban y otro ocupaba su lugar de inmediato para continuar con lo mismo.

No se que mas hicieron, perdí el conocimiento aunque supongo que no por eso pararían, ya que al recobrarlo estaba completamente desnuda sobre una cama, y junto a mi había dos tíos desnudos y dormidos, uno de ellos el ultimo amo que me ganó en una partida de póker.

Con dificultad puede levantarme sin despertarlos, y entrando en el baño me zambullí directamente en el jakuzzi, en cuya agua encontré un poco de alivio para todo mi cuerpo que estaba verdaderamente dolorido. El agua y las burbujas me aliviaron lo bastante para dejarme ir en ella y cerrando los ojos recuperarme. Tampoco demasiado porque no tardé en sentir como alguien entraba en el agua y al abrir los ojos me encontré con los del ultimo amo que avanzaba hacia mi y me fue empujando hasta una de las paredes de jakuzzi y una vez allí buscó con sus dedos mi vagina para meterme varios de un solo golpe y al mismo tiempo me di cuenta de que alguien mas había entrado en el agua, alguien que me levantó en vilo para ponerme horizontal en la superficie y permitir que el nuevo amo abriera mis piernas y se colocase entre ellas, que con su verga hiciera presión sobre mi vagina y nuevamente me la metiera sin contemplaciones aunque ya, pese a su golpeteo, no consiguió tener respuesta por mi parte y ni sentí como otra vez mas mi vagina albergaba una nueva corrida.

Después, alguien me sacó de allí. Tan solo se que me desperté en un hospital en el que he pasado casi un mes internada y después de varios meses continuo en tratamiento psicológico.

Relato erótico: “Prostituto por error: Ángela, la azafata” (POR GOLFO)

$
0
0

 

La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia.

Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.
Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas.
Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que  me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar.
Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces. No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones,  ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.
Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.
“¡Cojones con la vieja!”, exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía  orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.
No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.
Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.
“¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!”, me dije sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.
El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.
Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la  bandeja con la insípida comida.

-No te comprendo- respondí.


 
La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:
-Está claro que te pongo cachondo- dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.
 
-A mí y a todos- contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.
Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad  de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.
La realidad es que no me importó:
“¡Estaba en Nueva York!”.
Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo.
Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “deja vu”, la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.
Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.
Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway,  el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:
¡Me subí al Empire State!
Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.
Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado.  Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo. 
Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.
“Menudo idiota”, pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.
La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.

-¿Con quién vas a cenar?- me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.
-Contigo- respondí sin creerme mi suerte.
Tras una breve presentación, me dijo al oído:
-Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir- asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: -Voy a usarte para darle celos a ese cabrón-
Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:
-Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche-
Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:
-No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe- y cogiendo su bolso, me susurró: -El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa-
Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:
-No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis-
 

Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador. 
Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:
-Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía-
-Dime al menos si te gusta lo que ves- le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.
No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que me fue posible,  me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
-¿Quieres que siga?- le pregunté con recochineo al advertir  que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
-Sí- respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:
-Desenvuelve tú, tu regalo-
La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:
-¡Qué maravilla!-
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección.
Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.
-No te muevas-  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.

Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.
Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:
-Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones- y dirigiéndose a mí, exclamó: -Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido-
A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar.
La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.
-Soy esclavo de tu belleza- respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.
Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.
Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:
-Tengo que cambiarme-
Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara.
Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:
-Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho- y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.
 
Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que  realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:
-Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel-
Ruborizándose por completo, me contestó:
 
-Eso se lo dirás a todas tus clientas-

Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:
-¿Dónde quiere la señora ir a cenar?-
-Al Sosa Borella-
Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo-argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir,  me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.
Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.
-No te preocupes- le respondí, -Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan-
-Perfecto- suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.
-Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo-
Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:
-Mentiroso- me contestó encantada.
-Es verdad- le aseguré, -Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura-
-Tonto- me susurró dándome un beso en la mejilla.
Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta-
-Te lo agradezco- contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.
El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:
-Disculpe, ¿le conozco?-
La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:
-Soy Pascual, el compañero de Ángela-
Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse  un tono despectivo al contestarle:
-Ah, el chofer del avión- y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: -No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos-
Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:
-Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido-
-¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven-
Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del  plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:
-¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú-
-Siento haber sido tan despótico-
Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:
-Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante-
 
La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:
-Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta-
No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:
-Estoy deseando comerte entera-
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:

-Abre tus piernas-
La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.
Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:
-Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!-
Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
-¿Has hecho el amor en el metro?-
-No- me respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.
-Pues esta noche, lo harás-
Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.
-Y tu marido, ¿qué hace?-
-Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años-, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: -No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite-.
Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.
Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era.  Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro.  No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.
-¿Te gusta?- le pregunté mientras mis dedos pellizcaban  sus pezones.
-¡Sí!- sollozó sin dejar de mover su cintura.
La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
-¡No puede ser!- aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.
-¡Qué gozada!- chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.
No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.
-Sigue, por favor- me pidió apabullada por el placer.
 
Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su  ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.
 
-¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?- preguntó temiendo que diera por terminada la velada.
Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
-Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía-

Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se  arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.

-Desnúdate- le pedí.
 
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.
-Tócate para mí- le ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.
Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo  tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:
-Te debo algo-
Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.
-¡Fóllame!- imploró con el sudor recorriendo su piel.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna  bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi-orgásmica.
La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.
No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:
-Ha sido maravilloso- me contestó con una sonrisa en los labios, -nadie nunca me había dado tanto placer-
Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:
-Todavía me falta probar este culito- le solté.
Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y  acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.
-¿Y esto?- le pregunté.
-Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida-.
 
La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.
-Lo haré- contestó con ilusión por poder volverme a ver.
Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.
Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:
-He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?-
Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:
-Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena-
“Joder”, exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:
-Y tú, ¿Qué ganas?-
-Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía-
Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.
Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en  día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí:

“Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler”



Relato erótico: “Maremoto” (PUBLICADO POR SIBARITA)

$
0
0

 

 

Un importante personaje me ha hecho una propuesta indecente, me ofrece 30.000 € por acompañarle, como única pasajera, en un crucero de tres semanas, para visitar todas las islas del Mediterráneo.

Tiene un velero y el capricho, por llamarlo de alguna manera, de tenerme a toda costa, quizás incrementado por las muchas proposiciones que me ha hecho en los dos últimos años, sin haber nunca conseguido nada.

En esta ocasión se ha pasado y no cabe duda de que la oferta es tentadora, ese dinero me permitiría cancelar todas mis deudas que, en realidad no son tantas, pero agobian, y comprar un montón de pequeñas cosas que necesito. Por otro lado, la idea de recorrer las islas del Mediterráneo no es menos seductora, es una oportunidad única.

Hay sin embargo un pero…, y es lo que me preocupa. Su barco requiere una tripulación de cuatro personas, incluido el Capitán, y esto es lo que me preocupa. La idea de ser la única mujer en el barco, con cinco hombres, no solo es una idea inquietante, sino la preocupación por una posible tragedia. De un barco no hay escape posible y no soy tan ingenua como para no darme cuenta de que existe un peligro y que el factor riesgo es importante; todo ello, por supuesto, sin conocer en absoluto a esas personas…

El Importante, es un hombre de unos 56 años, norteño y con pinta de bruto, es robusto, medirá 1,70 – 1,75, relativamente culto y educado. Está casado y tiene un par de hijos ya mayores. Es un canalla, de eso no me cabe duda, y su obsesión conmigo no la esconde, creo que su virtud es que habla muy claro, aunque eso también sea prepotencia. Su plan consiste en todo sexo, así como suena, otra cosa es que creo debe llevar las bodegas del barco llenas de Viagra, por lo que se promete, pero voy a hacer un recapitulativo porque estoy hecha un lío.

Días antes de iniciar el viaje y para conocernos, tendríamos un encuentro en un piso de su propiedad. Me facilitaría las llaves, previamente, y yo deberé esperarle vestida solamente con un delantal.

Realmente todas sus indicaciones están copiadas de un texto mío, La Secretaria, según parece se ha convertido en un texto fetiche para él, y quiere recrearlo al pié de la letra.

Cuando él llegue, tendré que recibirle como si estuviera realmente enamorada de él y hacer exactamente lo que sigue:

(Fernando, tan apuesto y elegante como siempre, aprieta el botón del timbre. Espera impaciente algunos segundos y la puerta se abre. Sus ojos expresan asombro y admiración. Sonríe. En el dintel de la puerta aparece Sonia. Está radiante y completamente desnuda. Sólo la cubre un gracioso delantal de cocina. Esboza una sonrisa sensual y terriblemente seductora).

SONIA:

        ¡Hola!

FERNANDO:

        Hola.

SONIA:

        Pasa.

 

(Fernando traspasa el umbral y la puerta se cierra tras él, absolutamente fascinado, contempla a Sonia. La recorre de arriba abajo con la mirada).

FERNANDO:

(Sorprendentemente tímido).

Vaya… estás… estás preciosa. Jamás pude imaginar que me recibieras así.

SONIA:

(Sensual).

¿Quieres que te diga la verdad? Yo tampoco.

(Hay música de fondo. Sting).

FERNANDO:

(Totalmente entregado).

¿Bailas?

(Sonia asiente. Él la toma por la cintura y, bailando, atraviesan el lujoso hall y desembocan en el salón).

Siguen bailando suavemente, totalmente entregados. Penetran en el amplio salón).

SONIA:

(Susurrándole al oído).

He preparado una cena exquisita… te chuparás los dedos. Me he tomado el día libre.

(Pícara)Quiero experimentar en la cocina.

FERNANDO:

He cenado ya. Te cuesta tanto cenar conmigo que pensé que era inútil invitarte. Pero no importa. La noche es larga y mi apetito también. Probaré tu cena. Por cierto… además de en la cocina…

(La despoja lentamente del delantal).

… ¿te apetece experimentar en algún otro sitio?

SONIA:

(Muy sugerente).

Puede… ¿por qué no pruebas?

FERNANDO:

(Besándola suavemente entre la oreja y el cuello).

Por ejemplo… ¿qué te parece si experimentamos esta zona?

(Ella ronronea con placer al tiempo que cierra los ojos y ladea la cabeza).

FERNANDO:

Ahora creo que debemos experimentar por esta otra…

(Fernando va descendiendo la cabeza y comienza a besar los senos de Sonia. Se arrodilla y aprieta el armonioso cuerpo de ella contra el de él. Besa su vientre y consigue la máxima excitación. Es un recorrido muy sabio. Sonia le habla con los ojos cerrados y voz entrecortada. [Plano muy corto del rostro]).

SONIA:

Debería… debería ser yo quien te pagara a ti…

FERNANDO:

Te quiero, Sonia. Eres mi locura.

SONIA:

(Entregada).

Yo… yo también te quiero.

(Fernando se yergue de nuevo y ambos se besan repetida y ansiosamente en la boca.)

Aparte de esta escena que desea recrear, se supone que durante el resto del día y de la noche, se lo va a pasar poniendo en práctica conmigo, todo lo que pueda saber sobre sexo, aunque también supongo que vendría con cajas repletas de Viagra.

Después de esa sesión continua de sexo, iniciaríamos el viaje en avión, teniendo como destino Marraquech, donde iríamos a un palacete propiedad de unos franceses, amigos suyos. Por supuesto, su idea es que durante el tiempo que estemos con ellos, tengamos sesiones de sexo a cuatro, y que toda nuestra estadía allá, no sea otra cosa que una permanente orgía. Dice haberle encargado a su amiga, la compra de diversas túnicas de seda natural y trasparentes, que será la única ropa que debo usar durante todo el viaje, por supuesto, cuando se le antoje. Todo esto me confirma la idea de que pretende pasemos los días de estancia en Marraquech como si de un maratón de sexo se tratase, así como lucirme por las calles y a su lado, para que todo el mundo me vea desnuda.

No es esto todo, el crucero en el barco es altamente preocupante, sola, única mujer en el barco, con cinco hombres como tripulantes y pasajero, significa que piensa en que los cinco me follen a destajo, porque nadie podría convencerme de que toda la tripulación, Capitán incluido, van a permanecer inmutables mientras hace que esté a todas horas desnuda y ante todos. Imagino la escena, o al menos una de ellas.

Pasear desnuda por cubierta, sentarme a su lado y comenzar a acariciarme será todo uno, pero no es lo mismo hacerlo a solas en un camarote y en privado, que hacerlo ante la tripulación, eso es una clara provocación, una invitación a que todos participen y que yo me convierta en el alimento de las fieras….

Han pasado diez días, estamos anclados en la bahía de Nápoles,  el barco se mece sobre el agua y yo aprovecho para descansar un poco de las largas sesiones de sexo de los últimos días. Todo muy normal, salvo el hecho de que soy la sola mujer a bordo y que permanezco todo el día desnuda, siento sobre mí, y cada vez más, las miradas de la tripulación, todos hombres de entre 30 y 50 años que tiene el Capitán.

Debo haberme quedado dormida, me despierta el frío de una copa que Chema acaba de posar sobre uno de mis senos, abro los ojos y efectivamente, está de rodillas a mi lado y, junto a él, sosteniendo un par de botellas de champagne está Paolo, el más joven de los tripulantes. No tengo apenas tiempo de beber un sorbo cuando Chema me quita la copa de las manos, su boca se apodera de la mía, juega con mi lengua mientras sus manos me recorren entera. Su boca abandona la mía y desciende hasta mis pezones y mientras los mordisquea siento que su mano abre los labios de mi sexo, me acaricia, titila mi clítoris que se humedece rápidamente, sus dedos me penetran… Abro los ojos y me encuentro con los de Paolo fijos en mi, está sudando y sus manos que sostienen la botella tiemblan. Chema, inconsciente de esa mirada, le ordena que descorche la botella y que la vierta lentamente sobre mi, desde la cabeza a los pies. El frío del vino me hace estremecer. Chema con su boca va bebiendo sobre mi, siento que sus manos separan mis piernas, pero sus manos están sobre mis senos. ¡No son sus manos!, ni es tampoco su boca la que ahora se apodera de mi sexo, es Paolo quien me corta el reflejo de cerrar fuertemente las piernas. Intento hablar, decir que no quiero, pero la boca de Chema cierra mis labios y su lengua penetra en mi boca; la de Paolo hace estragos, ha encontrado mi clítoris que mordisquea tratando de excitarme, y lo está consiguiendo; la presión de su cuerpo entre mis piernas impide que las cierre, deja sus manos libres para que con sus largos dedos me penetre, sin dejar por ello de que su lengua paladee mi clítoris.

Las caricias combinadas de los dos hombres hacen que mi vagina comience a segregar, qué en un momento, mis jugos vaginales inunden la cara de Paolo. Todo se precipita, siento que en oleadas todos mis músculos se tensan, espasmo tras espasmo hasta que un formidable orgasmo sobreviene dejándome agotada, totalmente indefensa.

Los dos hombres se retiran de mi, con un paño limpian entre mis piernas cuidadosamente, con delicadeza. Sin decir palabra, Chema me tiende una copa de champagne que bebo ávidamente, me sirve una segunda y me acerca la suya en un brindis mudo, mientras Paolo se aleja y en mi cabeza las ideas se entrechocan. Me pongo en pié y aún desmadejada desciendo al camarote, necesito descanso y poner en orden mis ideas.

Cuando subo a cubierta lo hago vestida con una gruesa bata de esponja, Chema, recostado sobre una tumbona sostiene entre sus manos una copa y me mira expectante, yo tampoco digo una palabra. Frente a él, desanudo la bata y la dejo deslizar hasta el suelo, estoy desnuda, y al verme su cara se ilumina con una sonrisa. Me tiende su copa, de la que tomo un sorbo y al devolvérsela toma mi mano y me atrae hacia él haciéndome sitio a su lado, sobre la tumbona.

Estaba inquieto, me dice, y es su sola frase porque su boca se adueña de la mía, y sus manos me recorren entera. Yo comienzo a besarle, recorro su torso con mis besos y mis manos encuentran su sexo erecto. Lo tomo, lo acaricio, sin dejar de recorrerle con mi boca, levanto la mirada hasta fijarla en sus ojos, y de allí la desciendo hasta su sexo. Lentamente desciendo hasta él y lo acaricio con mis labios, lo apreso con mi boca, es bastante grueso pero lo hago entrar hasta tocar con mis labios sus testículos, inicio un movimiento de vaivén mientras se deja ir, acaricio su vientre, y sus caderas comienzan a moverse, mete y saca su verga de mi boca, cada vez está más excitado. Al cambiar de postura, siento, otra vez, una presencia extraña, es Paco, el Capitán que nos observa desde cerca, en el mismo momento, a Chema le sobreviene su orgasmo, trago apresuradamente su semen para no ahogarme, mis ojos fijos en los del Capitán que avanza un par de pasos sin dejar de mirarme. Me pongo en pie, con calma enjuago mi boca con el champagne que queda en la copa, lo escupo por la borda y avanzo hacia la estatua de sal en que se ha convertido. Le agarro de la mano y es cuando reacciona, como puestos de acuerdo iniciamos una carrera por la cubierta, hasta su camarote.

Nada mas entrar, sin tiempo apenas para cerrar la puerta, me toma entre sus brazos, me cuelgo de su cuello y con mis piernas abrazo su cintura, siento que sus manos desabrochan su pantalón, y de pronto el roce de su sexo erguido; colgada como estoy voy resbalando mi cuerpo en busca de su falo, no necesita ayuda, húmeda como estoy, rápidamente encuentra su sitio y me quedo totalmente empalada sobre él. Es una unión violenta, ambos nos agitamos como si quisiéramos exprimir completamente al otro, caemos sobre la litera, rodamos sobre ella, él arriba o debajo, yo lo mismo.

Alguien ha entrado, me sorprenden otras manos que desde atrás agarran mis senos, no quiero mirar, tan solo siento el peso de otro cuerpo sobre los nuestros, algo caliente que pugna entre mis piernas desde atrás. Sigo clavada sobre la verga de Paco y con otra que busca mi ano, me contraigo, trato de razonar y ya no puedo, sintiendo esa presión violenta. Quien sea, detiene el movimiento, se vuelve lento, trata con suavidad de penetrarme hasta que lo consigue, y a partir de ahí es la locura, ya no hay control que valga, los tres nos agitamos violentamente, un orgasmo, dos, tres, son incontables, sus descargas me llenan, ríos de semen corren por mis piernas, estoy agotada y me sorprendo a mi misma, no me siento en absoluto arrepentida.

El barco ha fondeado en una pequeña cala de Mikonos, nos preparamos para ir a tierra. Mientras la tripulación apresta la lancha en que lo haremos, me miro al gran espejo que ocupa toda la pared del camarote. Me satisface lo que veo, la túnica  me cubre desde el cuello hasta los tobillos, es casi completamente transparente y a través de ella, veo todo mi cuerpo totalmente desnudo; me pregunto como van a acabar los caprichos de Chema, no creo que, pese a su fijación,  las respuestas de la gente cuando me vean pasear desnuda totalmente bajo esta bata de seda, sean indiferentes, eso puede que pase, como ya ha sucedido, en la casa de sus amigos de Marraquech, pero no creo ocurra lo mismo en las calles estrechas de Mikonos.

Y así es, como me imaginaba, todos los hombres de la isla están revueltos, todos quieren verme mas de cerca, tocarme, poseerme allí mismo, en la calle o sobre la mesa de un bar. Los hombres de la tripulación forman un círculo protector alrededor mío. Y al verlo, los hombres de la isla, jóvenes y viejos, se mantienen expectantes, haciendo comentarios entre ellos mientras Chema, feliz me acaricia descaradamente abriendo los botones del frente de la bata. Ahora ya no es que se vea mi cuerpo desnudo a través del tejido semitransparente, ahora el aire cálido acaricia mis senos enteramente descubiertos, como lo hacen también las manos de Chema erizando mis pezones.

Se ha colocado en pié detrás de mi, y tomando los bordes del escote lo abre enteramente, lo desliza de mis hombros, estoy con todo el torso descubierto y frente a mi tengo a una docena de hombres que me miran hambrientos. A una señal suya Paolo se aproxima, sin mirarme a los ojos, se arrodilla ante mi y pone sus manos sobre mis rodillas. Quiero evitar lo que imagino va a seguir, pero mis fuerzas no llegan a tanto y un instante después mi sexo descubierto recibe la visita de la lengua del joven marinero; bastan unos segundos para que esté mi sexo desbordando, jamás me había sentido tan excitada, con mis manos aprieto su cabeza contra mi, le apreso con mis piernas para no dejarle escapar, su lengua me penetra por unos instantes, enseguida me abandona y se pone en pié para tomar mis piernas y colocarlas en torno a sus caderas. No se como lo ha hecho, pero siento como su verga me penetra de un golpe, el choque de su pubis contra el mío es violento. Alguien me sostiene por la espalda para evitar que caiga, mientras las manos de Paolo sujetan mis caderas y me aprietan contra él, otras manos se adueñan de mi cuerpo, las hay sobre mis pechos que aprietan sin mesura, sobre mi vientre, sobre mis nalgas tratando de abrirlas, consiguiéndolo y, de pronto, un ariete brutal que me penetra. Mi grito de dolor solo se inicia, como si lo estuvieran esperando, otra verga penetra en mi boca y llega hasta mi garganta, pierdo la consciencia de los actos, siento tan solo que si una verga sale del lugar que ocupa, otra ocupa de inmediato su puesto hasta descargar su semen que me inunda por todas partes y corre libremente desbordando de mi boca, de mi ano y mi sexo, semen de  todos los hombres del poblado mezclado con mis propios jugos producto de innumerables orgasmos.

Semi-inconsciente siento que me transportan, que me sumergen en un medio líquido, manos que limpian mi cuerpo, que extienden sobre él cremas balsámicas, que me ayudan a caer en un profundo sueño.

Han pasado varios días, seguimos navegando, desnuda sobre la cubierta y con los ojos cerrados, juego conmigo misma a adivinar de quien es la mano que acaricia mis senos, los dedos que me penetran, los cuerpos que me cubren. Las vergas que siento en mi interior y que tanto placer me producen. Vivo casi en un permanente orgasmo, y no me explico cómo antes de empezar este viaje, pude vivir sin ello.

Pertenece a Paco, el Capitán del barco, la lengua que titila mi clítoris, el dedo con el que me penetra dilatándome, dos, tres dedos. Para de pronto y tomando mis caderas me da la vuelta y me coloca en posición de perrito. No cabe duda, es el capitán por el tamaño de su verga, su ancha cabeza no encuentra resistencia alguna cuando me penetra, estoy empapada y aprovecha para mojar sus manos, para extender esa humedad hasta mi ano y colocar su verga a la misma entrada sin cesar de hacer presión. No le cuesta demasiado, gracias a la dilatación previa, en dos o tres movimientos se abre camino, y de un potente envite la hace entrar hasta su misma raíz. Ambos nos movemos al unísono, despacio, más deprisa, vertiginosamente, hasta que siento un potente chorro de semen que inunda mi interior y mi orgasmo acompaña al suyo.

Algo ha debido tomar porque no se detiene, apenas lo justo para darme la vuelta y colocarme boca arriba, con mis talones apoyados sobre sus hombros. En esta posición mi sexo queda completamente abierto y a su merced, su inmensa verga penetra mi vagina con envites secos y profundos, Por momentos parece que va a salirse enteramente, para penetrarme una y otra vez; el roce de su sexo contra mi clítoris me produce espasmos, contracciones que no me es posible dominar, siento un orgasmo tras otro, como antes jamás había sentido.

Cambiamos de postura nuevamente, me toma en pié, con mis brazos rodeando su cuello, mis piernas en torno a su cintura y su verga clavada hasta lo mas profundo, sus manos?. ¡Otra vez!, otras manos aprisionan mis pechos, pellizcan mis pezones y la presión de ese cuerpo me aprieta aún mas contra el cuerpo de Paco, siento otro sexo que intenta poseerme como este lo hace. No es posible!, me doy cuenta de pronto que tengo al mismo tiempo, alojadas dos vergas en mi vagina hiper-dilatada. Acompasan su ritmo aunque les debe resultar difícil mantenerlo, porque siento que la presión del segundo disminuye y se retira. Sin embargo y como si se hubieran puesto de acuerdo previamente, esa retirada es solo una estrategia para tomar impulso, esta vez es mi ano el que se abre para darle cabida. Los tres nos movemos furiosamente en una carrera en busca del supremo orgasmo, y los tres llegamos casi en el mismo segundo. Después, descabalgados, reconozco a mi último invasor, es Chema el que me sonríe mientras descorcha una botella de Champagne y a gollete, nos la da a beber y la rotamos entre los tres hasta vaciarla.

Se acaba el viaje, han sido quince días en una casi permanente orgía, días en los que he aprendido entre muchas cosas, mi propia ansia de placer, que antes desconocía. Vamos a desembarcar y ya estoy preparada, visto mi preciosa túnica de seda transparente y bajo ella mi cuerpo entero está desnudo; cuando subo a cubierta, Chema y su tripulación me miran admirados. Como has cambiado, dicen, mientras los cinco me acarician y me besan. Yo me despido de ellos, a mi manera, claro, me agacho en medio del circulo formado por los cinco, desabrocho sus pantalones y voy tomando en mi boca, una tras otra, las cinco vergas pero sin darles tiempo a que se corran. Ahora tengo que cuidar mi aspecto, y escoltada por los cinco hombres que no quieren soltarme, llegamos hasta el coche de Chema, que nos espera. Al chofer, al abrirme la puerta, falta poco para que se le salgan los ojos de sus orbitas.

Chema pregunta, donde te llevamos?. A tu casa, respondo, mirando a los ojos del chofer a través del espejo retrovisor….

 

P.S. No he contado los cinco días pasados en Marraquech, esa es otra historia.

 

Relato erótico: “Prostituto por error 2: Helen, enculando a la gordita” (POR GOLFO)

$
0
0

 

Capítulo dos:

Helen, enculando a la gordita.
 
Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gígolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.
 
Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.
 
“Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar”, me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dolares por mi capricho.
 
Era una pasta pero podía permitirme lo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en  una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “propina” descomunal,  me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de que tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.
 
Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta.
 
Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.
 
-Okay- le contesté, -ahora bajo a probarme el smoking-
 
Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.
 
“Me tendré que acostumbrar”, pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.
Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:
 
-No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!-
 
Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.
 
-Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola-
 
-Y ¿cómo es?- pregunté interesado en su físico.
 
-Una mojigata, tendrás que esforzarte- contestó sin darme más detalles.
 
No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.
 
“Joder, este sitio es una mina” pensé al darme cuenta de las intenciones de ambas.
 
Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.
 
-No puede ser- me contestó la más interesada, -mañana nos vamos-
 
Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:
 
-Lo siento, debo irme- susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía-
 
Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. “Está jamona” sentencié mientras la saludaba con un beso en la mejilla:
 
-Soy Alonso-
 
Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.
 
-¿Qué te ocurre?-, le dije sentándome a su lado.
 
Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.
 
-Y eso, ¿Por qué?- respondí acariciándole la cabeza.
 
La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:
 
-Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente-.
 
Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.
 
-Levántate- ordené.
 
“Puta madre”, exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:
 
-¿A qué hora es la cena?-
 
-A partir de las ocho-
 
Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.
 
La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.
 
-Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos-
 
Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.
 
Acto seguido, le pedí a a la encargada que nos trajera un conjunto de ropa interior de acorde con el vestido:
 
-Que sea sexy- insistí.
 
Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.
 
-¡Es perfecto!- sentencié nada más verlo.
 
La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.
 
Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos,  se mostraban orgullosos, dándole el aspecto  de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:
 
-Estás para comerte-
 
Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada,  incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:
 
-Había pensado en coger un taxi- respondió avergonzada.
 
-De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina- le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil  dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.
 
Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se  alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:
 
-Tenemos que planear nuestra actuación-
 
-No sé a qué te refieres- respondió.
 
Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.
 
-¿Qué tienes pensado?- dijo avergonzada.
 
-Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen  en lo que se han perdido-
 
-No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz-
 
-Podrás- le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.
 
Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer  me puse de rodillas frente a ella y le solté:
 
-Pídemelo-
 
Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:
 
-¡Cómeme!-
 
-Sus deseos son órdenes- respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.
 
 Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.
 
Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía,  mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas.
 
Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.
 
La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis  maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.
 
-No me lo puedo creer- aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones. 
 
Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:
 
-Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas-
 
Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa,  se acomodó la ropa  y adoptando su papel, me ordenó:
 
-Cuando salgamos, ábreme la puerta-
 
Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.
 
La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.
 
Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.
 
-Tráeme un poco de ponche- me pidió con un sonoro azote.
 
Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con un sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.
 
-Vale, pero date prisa- respondió con voz altanera.
 
Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse,  me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:
 
-Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso-
 
-¡Cómo te pasas!- soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, -Yo lo tendría en palmitas-
 
-Si quieres cuando me canse de él, te lo paso- dijo muerta de risa mi clienta.
 
Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena.  En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.
 
Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me  seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir.  Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:
 
-Vamos a ver si eres tan bueno como dice-
 
Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y  por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:
 
-Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?-.
 
Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.
 
-Ves, así se trata a una zorra- le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.
 
El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara.   No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.
 
Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.
 
Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:
 
-Tuve que bajarle los humos- susurré a su oído.
 
Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja  a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.
 
-Todavía no hemos terminado- contesté.
 
-Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente-
 
Acariciando su trasero, le dije en voz baja:
 
-No puedes dejarme así- y señalando mi entrepierna,-solo y alborotado-
 
La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba  de mi extensión:
 
-Tendré que hacer algo para consolarte-
 
Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.
Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco.
 
Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.
 
-¡Cómo me gusta!- la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.
 
Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome.  Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.
 
-Nos está viendo- susurré a mi clienta.
 
Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.
 
-Me excita que nos mire- confesó cogiendo uno de sus pechos.
 
Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.
 
-¡Córrete!- le ordené.
La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito,  su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y  buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.
 
Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.
 
No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.
 
-¡Que locura!- sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. –¡No puedo más!-
 
-Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima-
 
Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:
 
-Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana-
 
Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chofer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.
 
-¿Te gusta?-
 
Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta,  se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba  a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.
 
“Menudo culo”, exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas.  Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.
 
Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos.
 
De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.
 
Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete-saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.
 
Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella,  mi orgasmo no tardó en llegar y al fín conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.
 
-Perdona- le dije al comprender que me había pasado.
 
Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:
 
-¿Cuál?- pregunté.
 
-Quiero que me desvirgues el trasero- contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
 
Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.
Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:
 
-Tengo algo mejor- contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.
 
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares,   le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.
 
-¡Me encanta!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.
 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
 
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio.
 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
 
-¡No puede ser!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
 
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:
 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
 
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
 
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla.
 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
 
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
 
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.
 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.
 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
 
Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.
 
Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.
 
Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.
 
“Helen ha dejado atrás a la gorda” pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.
 
Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz.
 
A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.
 
-Toma- le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.
 
-No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo- contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, -Tienes dos días libres, búscate un apartamento-.

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Steven) parte13” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

$
0
0

Como era de esperarse José llamo a eso de las 7 pm para avisar que solo podían ir Dana y su esposo, Leandro y su esposa Marcela y el solo ya que su novia no podía ir quedo de pasar por nosotros a eso de las 10 pm Diana se metió al baño que hay en la habitación del primer piso que es en la que dormíamos a bañarse yo espere para tomar mi turno, cuando salió entre al baño me quite la ropa cuando lo hice note que Diana había dejado su ropa en una esquina la tome y observe su Shorcito blanco en el interior por la parte de la cola tenía unas manchas secas luego vi su diminuta tanga de hilo blanca cuando la tome el pequeño triangulo que cubre su coño estaba húmedo pude ver un gran manchón en el eran los restos de sus fluidos y de todo el semen de su primo que se le había salido, al instante la verga se me paro no me pude aguantar y me empecé hacer una paja recordando cómo se la cogía frente a la iglesia mientras llevaba esa pequeña tanga a mi nariz aspirando ese olor a perra y a macho no aguante mucho casi a los 3 minutos lleve esa diminuta prenda sobre mi pene lo cubrí con ella y empecé a masturbarme como loco hasta que descargue borbotones de mi semen sobre ese diminuto triangulo de tela quedando untado de mi leche luego puse la ropa de Diana como la encontré y me bañe. Cuando salí Diana estaba sentada frente al espejo alisándose el cabello yo empecé a vestirme me puse un pantalón zapatos una camisa seria manga larga con botones me peine un poco y salí a la sala con el resto de la familia a esperarla mientras Diana terminaba de maquillarse, pasados 45 minutos salió a la sala nuevamente quedamos todos con la boca abierta Diana venia enfundada en un micro vestido rojo oscuro straple que pasaba por debajo de sus asilas, solo cubría la mitad de sus grandes senos y llegaba 5 cm más debajo de su culazo redondo y perfecto el vestido le quedaba ceñido al cuerpo mostrando su voluptuosa figura en forma de guitarra dejando ver esas piernas macizas de piel suave y torneadas mostrando un cuerpo digno de la más sensual y deseada representante de la mujer latina un cuerpo que solo despierta lujuria y deseo en sus pies portaba unos tacones de aguja negros altos que le hacían estilizar esa figura lujuriosa y hacían que ese precioso y bien formado culazo quedara más levantado de lo que estaba, su bello y angelical rostro llevaba unos labios pintados de rojo intenso esos preciosos labios invitaban a probarlos sus ojos bien delineados que antes guardaban una mirada de ternura angelical ahora solo dejaban ver coquetería, deseo y con su cabello castaño oscuro alisado hacia el lado izquierdo la hacía lucir como una mujer fatal creo que todos pasamos saliva al verla, pude ver como mi suegro don Jesús sin disimulo se la comía con la mirada y se le formaba un bulto en el pantalón el cual se empezó a apretar y a sobarse mi suegra Doña Silvia se dio cuenta de cómo su marido miraba a su hija y se sobaba el bulto, haciéndole una seña disimuladamente a su marido hizo que este volviera en si dejando al lado el manoseo de su paquete por suerte sus otras dos hijas no se dieron cuenta de lo que hacía su padre y yo me hice el que no se dio cuenta, Diana se dirigió a mí y me dijo con vocecita de niña buena…. Amor como me veo, me veo linda. En mi mente pensaba tremendo puton con que me voy a casar…. Si amor te vez preciosa. Me dio un besito y nos sentamos en la sala a esperar a su amigo.

José llego por nosotros como es lógico le dio una repasada con la mirada a mi novia sin ni siquiera disimular que yo estaba ahí le dio un abrazo mientras le daba un beso cerca de los labios luego Diana me lo presento subimos al auto yo atrás ella en el asiento del copiloto mientras hablábamos recordando el pasado contando que había sido de sus vidas ella le decía que estaba muy contenta de verlo otra vez que lo extrañaba mucho, fuimos a la discoteca que quedaba a las afueras de la ciudad el sitio se veía muy bien y muy concurrido al llegar Diana se llevó el show no pasó desapercibida entramos conseguimos una mesa cerca de la pista estuvimos tomando una cerveza esperando a los demás que como a los 10 minutos aparecieron Dana con su esposo Enrique ella venía con una blusa blanca y una minifalda negra a medio muslo que dejaba ver unas torneadas y lindas piernas con unos tacones negros de aguja debo decir que ella es muy bonita y tiene un cuerpo como de modelo muy estilizado lindas piernas un culo redondo y respingón sus senos son pequeños con cara de ángel su cabello negro lo lleva algo corto hasta los hombros el cual le queda muy bien y le da un toque de sensualidad. Leandro venía con Marcela blanca de 29 años bajita de 1.60 mts con unos senos enormes 110 cm y un culo grande 98 cm algo gordita que traía puesto un jean negro que le marca ese culote con unos tacones negros altos y una blusa roja con un escote en v grande que dejaba ver ese par de melones grandes que tiene su rostro no es tan agraciado pero tampoco es fea su cabello de color castaño lo lleva largo como hasta la mitad de su espalda.

Nos pusimos a tomar, hablar entre baile y baile en la discoteca ponían música merengue, salsa, reggaetón, salsa choque, bachata todos salían a bailar, yo no soy buen bailarín y no soy mucho de baile así que de vez en cuando salía a bailar con Diana un merengue o una salsa pero torpemente gracias a mis escasas habilidades en la salsa así que la mayor parte del tiempo me la pasaba sentado tomando mientras tanto José y Leandro sacaban cada vez que podían a bailar a Diana entre la multitud podía ver como aprovechaban para meterle mano la agarraban del culo disimuladamente le restregaban sus paquetes en medio de ese par de nalgas que se gasta Diana se veía muy contenta con eso y ellos con unos bultos bien formados que veía cuando se acercaban para sentarse en la mesa así pasaron las horas yo ya estaba muy tomado, borracho los demás también se encontraban mareados por los efectos del alcohol aunque se encontraban en mejor estado que yo gracias a que salían a bailar y no se quedaban sentados bebiendo solamente, las mujeres estaba algo eufóricas y más desinhibidas por el alcohol el único que no consumió casi alcohol fue José que como escusa tuvo venir manejando su coche y que él era responsable los de más habían tomado taxi, yo le dije a Diana que mejor ya nos íbamos que no estaba bien ya eran alrededor de la 2 am ella me dijo que nos quedáramos un ratico más y nos íbamos yo acepte, pasado un momento las mujeres decidieron ir juntas al baño iban tambaleando, riendo, alcoholizadas , 5 minutos después José dijo que también iba para el baño, un par de minutos después de tanto que había bebido yo me empecé a sentir mal, sentí que iba a vomitar rápidamente, sin avisar a Enrique y Leandro que se quedaron tomando media botella de ron, me dirigí al baño lo más rápido que pude este estaba en un pasillo junto al de mujeres al entrar a este se veía los lavados con espejos detrás de la pared donde quedaban los lavados estaban los sanitarios con orinales en si el baño tenía forma de una letra C así que me dirigí rápido al final de los lavados di la vuelta entre en el primer sanitario y empecé a vomitar hasta que ya no pude más.

Salí del cubículo donde estaba el sanitario me dirigí a los lavados me lave me refresque un poco ya calmado me di cuenta de que el baño estaba vacío revise en la parte de los sanitarios y cubículo tras cubículo vi que no había nadie entonces me pregunte donde esta José el debería estar ahí prácticamente había salido detrás de el salí del baño mire hacia la puerta del baño de mujeres y me dije no puede ser entre con cuidado este baño tenía la misma forma que el de hombres pero invertida estaban los lavados con espejos y detrás de la pared los sanitarios la parte de los lavados estaban vacíos me acerque al final de ellos y mire con cuidado hacia los sanitarios, al fondo de estos afuera del ultimo cubículo pegadas a la pared las encontré, encontré a las tres mujeres estaban arrodilladas y no estaban solo ellas estaba José ahí parado apoyado de espaldas con la pared del fondo con el cierre de su pantalón abajo con su polla totalmente erecta gruesa llena de venas con una cabeza rosadita grande de 23 cm de largo y un par de huevas grandes como unas pelotas de golf, toda esa masa de carne junto a sus pelotas salían por entre su cremallera y las mujeres arrodilladas frente a esta la miraban sorprendidas.

Dana: por Dios si está muy grande Diana.

Diana: si vez yo te lo dije.

Marcela: mi marido la tiene más grande jijiji.

Diana: si Leandro la tiene más grande es enorme.

Dana: oiga y usted como sabe.

Marcela: si usted como sabe que mi marido la tiene más grande.

Diana: eehh no es que dicen que los negros la tienen más grande yo supongo que es así.

Marcela y Dana: aaaaaa.

Diana: cógela Dana mira lo dura que la tiene.

Dana: nooo yo no se la voy a coger.

Diana: aaa tan boba dale no desaproveches la oportunidad que no todos los días podes coger una polla asi mira.

Acto seguido mi prometida le cogió el enorme pene a José y le empezó hacer una paja Dana como Marcela se quedaron sorprendidas pero no dejaban de mirar esa enorme verga como hipnotizada luego Diana soltó esa verga y rápidamente tomo la mano de Dana la puso sobre la verga haciéndola rodear ese grueso tronco con su mano guiándole la pajeada cuando Dana empezó hacerle la paja sola tomo la mano de marcela y la puso en las gordas pelotas de José para que las acariciara Marcela instintivamente se las empezó a sobar José solo apoyaba su cabeza en la pared con los ojos cerrado sintiendo placer, momento después mi mujer dijo hay que aprovechar y no tenemos mucho tiempo le retiro las manos a Dana y a Marcela agarro esa barra de carne con una mano la apunto a su bello rostro y se la metió a la boca le empezó hacer una mamada con maestría se metía todo lo que podía a la boca le pasaba la lengua de la base de su carnudo trunco hasta la punta de su pene para luego metérsela en la boca y hacerle un mete y saca tanto Dana como Marcela miraban sin poder creerlo entonces Dana le dijo…. Por Dios Diana que haces…. Slurrp aaa esto, respondió Diana. Sacándose la verga de su boca con una mano todavía en ella, puso la otra detrás de la cabeza de Dana y guiándola hacia la polla de José hizo que se la metiera a la boca y agarrándola del cabello le empezó a guiar el mete y saca forzado de esa polla a la pobre Dana que hacia un gran esfuerzo por tragar esa enorme barra de carne cuando vio que Dana ya se acostumbró a la mamada la soltó, luego repitió el proceso con marcela tomándola de la parte de atrás de su cabeza la guio a la entrepierna de José y la acomodo en la base de su larga verga haciendo que esta le pasara la lengua por todo su tronco.

Las dos mujeres empezaron a pelearse la verga ambas la chupaban y alternaban una se la metía a la boca mientras otra le pasaba la lengua por el tronco o se iban hasta sus gordas pelotas y se las metían a la boca las chupaban, Diana no se hizo esperar y también fue por ese pedazo de carne ahora las tres se la compartían hambrientas de polla de la cabeza a el tronco hasta los huevos se empezaron a besar entre ellas jugando con sus lenguas o con la polla de José en medio de sus bocas, veía como la mano de mi mujer se perdía en su entrepierna dándose un dedo luego la saco y fue e la entrepierna de Dana metiéndose por debajo de su falda y la empezó a masturbar la pobre gemía luego con la otra mano empezó a apretarle las enormes nalgas a Marcela quien al ver como Diana masturbaba a Dana se desabrocho el pantalón bajándoselo un poco para que Diana tuviera un acceso fácil a ella, Diana al ver esto no espero y le metió la mano en la concha por dentro de la ropa interior de Marcela y le empezó a meter los dedo haciéndola gemir así estuvieron 5 minutos hasta que Diana le dijo a José…. Métemela no aguanto más.

Mi prometida se puso de pie subio su vestido hasta la cintura dejando ver esas redondas y voluminosas nalgas se apoyo en la pared que da de frente al ultimo cubículo con una mano quedando de perfil hacia donde yo estaba escondido y con la otra tomo el hilo de su diminuta tanga haciéndolo a un lado dejando expuesta su carnosa y mojada conchita puso ese culazo en pompa mirando con cara de puta a Jose en ese momento en un momento de cordura Dana le dijo…. Por dios Diana que vas hacer te la van a meter toda…. Lo siento pero no puedo resistir necesito una buena verga mi cuerpo me la pide. Dijo Diana.

José se puso detrás de mi mujer con una mano apunto su polla y con la otra le abrió una nalga, puso la cabeza de su verga en la entrada de la vagina de Diana y empezó a empujar lentamente sin detenerse pude ver como toda esa masa de carne se perdía en el interior de mi prometida mientras ella daba un largo gemido de placer cuando José ya estuvo en el interior de mi mujer empezó un mete y saca lento hasta que alcanzo un buen ritmo…. Aaahhh puta que rica estas como extrañaba meterte la polla Diana que buena hembra sos…. Siii papi aaahh mi macho mmnnn como te extrañaba ooohhh aaaahhh ooohhh mi primer amooorrrr aaahhh…. Si y por qué no fuiste mi novia a zorrita…. Porque ooohh tu te pusiiisste de aahhh novio de Alejandra y aaahhh me toco conformarme cooon Antonio aaahhh. José acelero la embestida chocando violentamente su pelvis contra el culazo de Diana haciendo que estas se movieran de forma espectacular y generando el típico sonido de palmadas plas, plas, plas, plas. Dana y Marcela miraban el espectáculo maravilladas metiéndose los dedos en sus conchitas apretándose las tetas, Marcela con una tetaza enorme más grande que las de mi mujer afuera del escote de su blusa con un pezón café grande parado en punta pellizcándoselo ambas gimiendo mientras tanto Diana no aguanto y tuvo un orgasmo que la hizo chorrear sus jugos fuera de su vagina y que estos empezaran a deslizarse por el interior de sus gruesas y bien torneadas piernas.

Dana le Dijo…. Que puta eres amiga…. Si pero ahora te toca a ti ser la puta. Le respondió Diana. Quien la tomo la puso de pie contra la pared haciéndola poner ambas manos en ella la inclino le levanto la falda hasta la cintura, le bajo su tanguita hasta medio muslo, Dana quedó con su culo redondo respingón y bien parado en pompa voltio a mirar a su cola vio como José le acercaba esa enorme barra de carne y dijo…. Nooo Diana eso no me va a entrar es muy grande me va a partir en dos…. Tranquila vas a ver cómo te la tragas toda. Diana tomo las preciosas nalgas de Dana y las abrió para facilitarle la tarea a José que le puso la punta de su pollon en la entrada de su tierna y babosa vagina empezando hacer fuerza y metiéndola lentamente a medida que entraba esa barra de carne la pobre Dana se empezó a quejar…. Aaaahh por Dios me está partiendo aaahhh siento que me desgarraaaaa por dentro aaahhh…. Puta que apretada sos Yo creí que Diana a pesar de tener un hijo tenía la concha apretada aahhh pero la tuya Dana parece que estuviera nueva oohhh puton es que acaso Enrique no te da verga aaahh…. Siii aaahhh pero el oohh la tieneee pequeñitaaaa aaahhh maaassss aahhh. José se la enterró toda y se quedó un breve momento quieto…. Aaahhh por Dios aaah la siento en el estómago uuufff. Dijo Dana. José se rio y empezó a sacar y a meter lentamente la verga del interior de Dana quien se quejaba hasta que momentos después empezó a gemir al ver esto José tomo más confianza y le imprimió más velocidad Dana blanqueaba sus ojitos y gemía de placer hasta que empezó a tener un intenso orgasmo que la hizo perder sus fuerzas y casi se cae no lo hizo porque José reacciono y pego su cuerpo contra la pared pegando su rostro y sus tetas contra el azulejo y le siguió dando verga hasta que el Orgasmo de Dana fue pleno haciéndola venir a chorros que mojaron sus piernas y el suelo del baño…. Que buena puta eres Danita vamos a tener que repetir vas a ver cómo te abro bien esa concha…. Siii, dijo ella. Tomo la boca De Dana y la empezó a besar intensamente pero fueron interrumpidos por Diana cuando les dijo…. Bueno ya paren que me voy a poner celosa. Diana tomo a Dana y la puso sentada en el suelo contra la pared para que se recuperara luego dijo…. Marce no nos olvidamos de ti ahora te toca.

Marcela se puso de pie José al verle ese tetón afuera de la blusa se acercó y le saco la otra teta por el escote dejando ese par de tetas masivas paradas afuera con unos pezones cafés grandes en punta…. Que putas tetas tan grandes Son más grades que las tuyas Diana tengo que probarlas. José se las empezó a manosear, apretarlas chuparlas le pasaba la lengua por esos pezones se los metía todo lo que podía a la boca y los chupaba con fuerza como queriéndosela arrancar estirando toda esa tetaza hacían que Marcela gimiera, dejándole de chupar la teta le dijo…. Debo confesarte Marcela que cada vez que te veo no puedo dejar de mirarte ese par de tetas siempre vas con grandes escotes y uno no puede dejar de mirarlas. Luego José continúo con la chupada que le hacía a su teta derecha…. Si Marce tienes unas tetas muy obscenas uno no puede dejar de mirarlas son demasiado grandes increíble que sean naturales dan ganas de metérselas a la boca. Acto seguido mi mujer le empezó a apretar la teta izquierda para después empezarla a lamerla pasarle la lengua por su pezón erecto y después empezarla a chupar con devoción, Diana y José se pegaron a ese par de tetazas como unos corderitos amamantándose y Marcela no tuvo más opción que empezar a gemir.

Mientras le Chupaban las tetas a Marcela ella les dijo nos estamos demorando mucho mejor terminemos ya Diana y José se retiraron de sus tetas ambas lucían coloradas enrojecidas con los pezones brotados por el trató que habían recibido…. Si tienes razón hay que hacerle rápido, dijo José. Quien la tomo y la puso de frente contra la pared como habían estado las otras mujeres, Marcela capto el mensaje rápidamente se terminó de bajar la tanga quedando a medio muslo junto con su jean apoyo las manos en la pared y puso ese culote gordo y redondo en pompa, José solo se puso detrás le tanteo con la vergota la entrada de la vagina y se la dejo ir toda con fuerza…. Ufff puta te entro sin esfuerzo…. Aaahhh si dale seguila metiendo duro ooohhh aaahh, le decía Marcela. José se aferró de sus nalgas y le empezó a dar con violencia después de un rato que la estuvo clavando y mirando cómo le entraba la verga a marcela José le dijo…. Marcela veo que tienes ese culote algo abiertico…. Aaahhh siiii la culpa oohh la tieneee el aaahhh hijo de putaaaa de mi esposo aaahhh tu amigo la tiene ooohhh muy grande aaahh descomunal y me tiene todaaa abierta ooohh aaahh, dijo Marcela…. Aaa siii bueno entonces no te importara puta, respondio José. Quien le saco la verga y sin preguntar se la apunto al culo que sin miramientos se la dejo ir toda chocando sus enormes pelotas con la concha de Marcela abriéndoselo todo la pobre solo pudo gemir al verse sorprendida…. Aaaaayyyyy aaaahhh hijo de puta me abriste el culoooo…. Jajaja ya estaba abierto puton jajaja…. Malparido seguimela metiendo. José le empezó a dar por el culo a toda velocidad solo se escuchaba plas, plas, plas y los gemidos de Marcela pidiendo más que le diera más duro la tuvo así 5 minutos dándole con un ritmo infernal Diana y Dana solo miraban con cara de pervertidas como enculaban a Marcela quien empezó a tener un orgasmo que la hizo gritar y caer arrodillada…. Uuufff puta casi me vengo dijo José…. Bueno yo sé dónde te puedes venir, le dijo Diana que se volvió a apoyar en la pared con la falda del vestido en la cintura, el culo en pompa y la tanga a un lado José no la hizo esperar y le clavo esa enorme masa de carne sin misericordia y la empezó a bombear con violencia como si se estuviera cogiendo a la puta más barata le bajo el escote del vestido dejándolo como un cinturón quedando esas redondas y gordas tetas al aire con sus pezones rozado bien parados, bien brotados moviéndose sin control por las metidas de verga que le daban mi dulce prometida solo gemía como una puta le decía que se la metía rico que le diera como una verdadera puta que la haga sentir mujer, 5 minutos después José le anuncio que se venía…. Aaahhh puta me vengo te voy a llenar esa cuca…. Aahhh si súrteme de leche ooohh que yo también me vengooooo aaaahhhhh.

Ambos se vinieron en un orgasmo intenso mi mujer se le blanquearon los ojos y se empezó a estremecer José solo temblaba y le decía que sentía que su vagina lo estaba ordeñando que sentía como se contraía con su verga adentro, la cantidad de semen fue impresionante cuando le saco la verga le empezó a escurrir gran cantidad de leche por entre sus tiernas y algunos goterones cayeron al suelo…. Que golosa eres Diana querías todo el semen para ti solita que puta, le dijo Marcela. Mi prometida apoyo las manos en la pared miro hacia atrás viendo a Marcela abrió un poco sus piernas y puso ese culazo en pompa ofreciéndolo mostrando ese coñito rosa abultado baboso escurriéndole semen…. Yo no tengo problemas en compartir la lechita si la quieren tómenla le dijo Diana. Marcela se acercó y se arrodillo detrás de ese culazo gran y redondo que tiene mi mujer miro a Dana que estaba sentada en el suelo mirando esta sonrió se fue gateando hasta el culo de Diana quedando junto a Marcela se miraron rieron y empezaron a acariciarle las nalgotas a darle besitos para después pasar a pasarle la lengua por el interior de sus piernas cada una en una pierna recogiendo el semen que le escurría por entre sus piernas comiéndoselo hasta llegar a su concha donde la empezaron a lamer y chupar Marcela le abrió las nalgas empezándole a lamer y meterle la lengua luego le dejo abierta las nalgas con sus manos y se lo ofreció a Dana quien no se resistió, se lo empezó a comer le metía la lengua se lo chupaba y así se iban repartiendo la concha y la vagina de mi mujer, la pobre solo gemía de placer por la comida que le estaban haciendo sus dos amigas cuando le dejaron la concha bien limpia y las dos se habían alimenta do de la leche que le dejo José a mi mujer se dieron un beso intenso en sus bocas y rieron pícaramente…. Que rica estaba esa lechita, dijo Dana…. Y que rico estaba ese culo, respondió Marcela…. Jijiji si Diana tenes un culote muy rico y provocativo, dijo Marcela…. Bueno ya comieron es hora de irnos. Más repuestos todos por el intenso placer que habían compartido José les dijo…. yo voy a salir afuera de la discoteca y ustedes les dicen a los demás que se encontraron conmigo cuando salía del baño y me dijeron que ya se querían le dicen a los demás que fui por el carro es mejor irnos si preguntan por qué se demoraron es porque el baño estaba lleno…. No te preocupes nosotras los convencemos ve por el carro y ten cuidado que no te vean, le dijo Diana.

Mientras empezaba acomodarse sus ropas salí rápidamente como pude tambaleándome por la borrachera con una erección que me dolía dentro del pantalón cuando llegue a la mesa Enrique y Leandro estaban borrachos totalmente solo reían y hablaban, la botella de ron estaba completamente vacía me preguntaron dónde estaba les dije que en baño preguntaron por José les dije que no sabía en ese instante llegaron las mujeres algo mareadas por el alcohol pero con buena coordinación lo disimulaban bien lo que no podían disimular era la cara de salidas que tenían las 3, en eso Enrique le pregunta a su esposa…. Dana amor por que se demoraron…. Nooo bebe es que el baño estaba lleno y no fue mucho tiempo, Nos encontramos con José mientras hacíamos fila en el baño, él está afuera esperando para irnos…. Aaa bueno vamos que ya estamos muy borrachos y ya son las 2:50 am, le respondió. Yo solo veía a Leandro y a Enrique pensando que putas son nuestras mujeres nos acaban de meter los cuernos en el baño estuvieron como 45 minutos cogiéndose a nuestras mujeres y ustedes ni idea tienen, pensar eso y recordar cómo se las cogieron me tenía con la verga re dura salimos de la discoteca José estaba en frente con el auto pararon dos taxis Enrique y Dana tomaron uno y Marcela y Leandro el otro se despidieron y se fueron José nos llevó a casa a mí y a Diana en el trayecto quede dormido.

Cuando llegamos eran como las 3:30 am entramos con cuidado sin hacer ruido todo estaba oscuro en eso bajo mi suegro vio que ve veníamos tomados yo más que Diana nos salido dijo que bajo a tomar algo de agua, entramos a nuestra habitación me quite la ropa quede en boxers y caí en la cama Diana dijo que iba a tomar también algo de agua solo recuerdo que la vi salir con su mini vestido y sus tacones de aguja negros por la puerta cuando se me cerraron los ojos 20 minutos después desperté entre dormido pude ver que estaba solo en la cama mire el reloj eran las 4 am como pude me levanté y salí a buscar a Diana, la habitación en la que dormimos queda atrás de la cocina más adelante queda el comedor y después la sala que da a la entrada de la casa en la sala en la parte izquierda hay unas escaleras que dan al segundo y tercer piso, cuando llegue a la cocina encontré el mini vestido rojo de Diana junto con su tanguita tirada en el piso, se me hizo un nudo en el estómago, como todo estaba oscuro me acerque hacia el frente de la casa cuando llegue al comedor pude ver algo que hizo que se me parara la verga de inmediato mi mujer estaba en tacones como una actriz porno con las piernas abiertas en medio del sofá de la sala y en medio de ellas estaba mi suegro enterrándole una verga gruesa de 20 cm agarrándola de los tobillos con las piernas flexionadas y empujándole con todas sus fuerzas ese pedazo de carne que entraba y salía del coño chorreante de Diana a quien se le escapaban unos gemidos suaves conteniéndolos, rápidamente me escondí bajo la mesa del comedor que tenía un mantel largo me saque la verga empezándome hacer una paja y me dedique a observar como mi mujer me ponía nuevamente los cuernos con su padrastro, don Jesús estaba extasiado clavando a su hija y le decía…. Que puta nos saliste Dianita, que puta…. Aaahiiii papi aaahhiii que puta salí mmmnnn ooohh. Jesús se acostó sobre ella y la empezó a besar ella le correspondió y lo hacía con verdadera pasión y gusto después Diana tomo con sus manos ese enrome par de tetas lechudas con esos pezones rosados empitonados totalmente brotados las junto ofreciéndoselas…. Que par de tetas te mandas mi bebe…. Chúpalas papi. Mi suegro no se hizo esperar las empezó a lamer y a chupar se centró en su teta derecha y empezó a chuparla sacándole la leche amamantándose sacándole la leche de mi hijo mientras la seguía clavando la cara de Diana era un poema era puro placer así estaban hasta que una vos perturbada pero manteniéndose baja se escuchó diciendo.

Por Dios Jesús, Diana que hacen otra vez nooo Dios mío. Era mi suegra doña Silvia que se encontraba bajando el último escalón…. Jesús me dijiste que no ibas a volver a tocar a mi hija…. Lo siento pero tu hija es muy puta y no le basta con una verga necesita muchas y yo te cumplí con mucho esfuerzo la deje de coger cuando iba en el colegio pero vez como en los últimos días se viste como toda una puta, lo siento pero no me pude aguantar…. No puedo creer que esto esté pasando otra vez Jesús…. Más bien guarda silencio Silvia para que no se vayan a despertar los demás y pueda terminar de cogerme a la puta de tu hija. Mientras decían todo eso Jesús no dejo de bombear a su hija quien gemía suavemente conteniéndose lo más que podía para no hacer ruido, a mi suegra no le quedó más que sentarse en el último escalón en silencio a ver como su marido se terminaba de coger a su hija.

Jesús estuvo usando a mi prometida como 10 minutos en esa posición cuando se cansó la volteo poniéndola en cuatro Diana puso sus manos sobre el espaldar del sofá y por instinto paro su cola poniendo su espectacular culazo en pompa entregándolo a su padrastro…. Mira ese culote que se gasta tu hija como me lo ofrece vez que puta te salió Silvia uno no se puede resistir. Mi suegro se arrodillo en el piso quedando a la altura de ese par de nalgas redondas las abrió y le empezó a pasar la lengua la empezó a pasar por ese anito rosadito que tiene a clavarle la lengua a dilatarlo sacándole gemidos suaves a Diana mientras su madre los miraba en silencio con impotencia después Jesús tomo un dedo lo lleno de saliva y lo introdujo en el culo de mi mujer haciendo movimientos circulares luego de mete y saca así estuvo un rato para después meter dos y luego 3, cuando ya la tuvo bien dilatada se paró detrás de ella apunto su garrote al ano de mi mujer y la penetro de un solo golpe sacándole un grito que intento contener Silvia a ver eso le dijo a Jesús…. Jesús por favor no me lastime a la niña como se le ocurre penetrarla por detrás y así tan salvaje…. Cállate perra aquí el macho de esta familia soy yo y como macho yo decido como se coge en esta casa además a esta puta hay que cogerla así como lo que es puta ella está acostumbrada…. Bueno mi amor, dijo Silvia en tono sumiso.

Jesús se aferró a las curvadas caderas de su hijastra y la empezó a bombear de forma rápida disfrutando de la enculada que le estaba metiendo debes en cuando le daba una nalgada en sus bien formadas nalgas, Diana solo gemía suavemente cerraba sus ojitos y pasaba su lengua por sus labios como saboreándolos disfrutando la cogida que su papi le daba por el culo después Jesús cambio el ritmo y le empezó a dar más duro podía ver como su pelvis chocaba con las nalgotas de mi mujer haciéndolas temblar y sonar plas, plas, plas, plas Diana solo gemía ya casi no podía contener sus gemidos en un tono bajo…. Jesús por favor no le de tan duro a la niña la va a lastimar y están haciendo mucho ruido, le decía Silvia…. Cállate que ya casi termino de cogerme a tu hija aahhh.

Jesús empezó a darle clavadas profundas a mi mujer y le anuncio…. Puta me voy a venir te voy a llenar el culo de leche aaahhhhh toma puta tómala toda aaaahhhh…. Si papi siiiii aaahhh lléname con tu lechita que yo también me vengooo ooohhh aaahhh. Vi como mi suegro le lleno el culo con su semen a mi prometida yo no aguante y me vine también dejando mi semen en el piso, Jesus cayó encima de mi mujer donde la empezó a sobar y a cogerle las tetas a besar su cuello para después buscar su boca y besarse.

Jesús se levantó sacándole la polla morcilluda del interior del ano de su hija que estaba tirada desfallecida sobre el sofá y le dijo…. Estuviste estupenda como siempre mi niña. Le dio una buena nalgada en ese culazo que tiene que la sorprendió sacándole un aaayy para luego buscar la pantaloneta con que dormía para ponérsela y subir al segundo piso e ir a su habitación, Silvia quedo ahí mirando a su hija y le pregunto…. Estas bien…. Si mami estoy bien…. Necesitas que te ayude…. No mami tranquila ve a dormir…. Hija quiero pedirte que no me vuelvas hacer esto…. Está bien mami lo voy a intentar…. Ok, que descanses te quiero…. Yo también te quiero. Silvia se dio vuelta para ir con su esposo yo salí sigilosamente y volví a mi habitación 5 minutos después entro Diana desnuda con sus ropas y tacones en las manos yo me hice el dormido ella entro al baño luego salió busco un shorcito de algodón y una blusita de tiritas que usaba para dormir y se acostó en la cama quedando profunda.

Al siguiente día desperté como a las 11 am todo lucia como si nada Silvia y Jesús se comportaban como siempre me preguntaron cómo estuvo la rumba si bailamos mucho que si pude descansar en fin todas esas cosas a medio día despertó Diana de veía cansada así que me dijo que por que no descansábamos todo el día en casa y veíamos algunas películas en la tele le dije que sí y así paso el resto del día ella actuando como si nada dándome cuenta que mi suegro era el macho en esa casa y mi suegra una sumisa que por temor a perderlo y por su dependencia a él sigue ordenes permitiéndole hacer lo que él quiera y yo completamente enamorado al igual que mi suegra guardando sus secretos.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

bostmutru@hotmail.com

Relato erótico: “El cambio de Susana, su despertar 3” (PUBLICADO POR ALEX)

$
0
0

Ya de nuevo en la oficina, estube pensando sobre ella, le habia dicho que me atraia y me gustaba, pero la verdad y aunque estaba de muy buen ver, Susana no me atraia mucho, y no sabia si realmente yo queria avanzar con ella, bufff, era bastante complicado despues de haberme metido en ese fregado, como ya era viernes y suelo terminar a medio dia, solo me quedaban un par de horitas de trabajo, asi que me dispuse a terminar el trabajo.

Casi a la hora de terminar, me puse a redactarle un mail para el fin de semana, este decia así:

Deberes para el Fin de Semana

No quiero que tengas relaciones con tu marido en todo el fin de semana, inventate lo que quieras, pero no dejes tocarte.
Vas a estar todo el fin de semana sin ropa interior, tanto si estas en casa, como si sales de ella.
En cualquier momento del fin de semana debes buscar quedarte sola en casa al menos una hora, durante esa hora quiero ya tengas preparado y que hagas lo siguiente:
.- Tendras hervido y preparado un huevo duro.

.- Un par de zanahorias limpias y de tamaño medio.

.- Unas 10 pinzas de tender la ropa.

.- Un cepillo del pelo con la base plana.

.- Quiero que vayas al baño, te desnudes y te pongas un sujetador.

.- Sacate los pechos por encima del sujetador, ponte enfrente del espejo

quiero que te te mires en el, que te observes mientras hagas el juego.

.- Ahora con una mano empezaras a tocarte abajo, y con la otra quiero que te pellizques los pezones, primero uno y luego el otro, quiero que estes así al menos 5 minutos.

.- Ahora quiero que con la mano que te estas tocando abajo, empiezes a meterte dos dedos en el coño, que los saques y te acaricies el ano para lubricarlo, que vuelvas a follarte el coño, y vuelvas a tu ano, esta vez quiero que intentes meterte al menos uno de los dedos en el, quiero que hagas esto hasta que te puedas follar tambien el culo con los 2 dedos, durante todo esto debes seguir con tuspezones.

.- Supongo que a estas alturas estaras muy caliente y cachonda, quiero que te pongas una pinza de la ropa en cada pezon, si de verdad te has estado pellizcando, a estas alturas no deberia dolerte, solo alguna molestia, luego coges el huevo, y apoyas tu espalda en la pared del baño, quiero que sientas ese escalofrio del azulejo frio en tu cuerpo, y con una mano juegues con el huevo en tu clitoris, y en tu coño, que le metas la puntita y la saques de tu coño, y a la mano libre que te queda le pongas crema y te folles el culo, notaras desde los dedos de tu culo el huevo al entrar y salir de tu coño, quiero que intentes empujar el huevo hacia fuera con la punta de los dedos que tienes metidos en tu culo, quiero que sigas haciendo esto al menos 10 minutos y que te mires en el espejo constantemente, quiero que veas lo caliente que estas, tus expresiones …

.- Ahora dejaremos el huevo, quitaremos las pinzas, y cogeremos el cepillo, te apoyaras en el lavabo medio inclinada, quiero que con una de tus manos empiezes a tocarte el coño y a follartelo, y con la otra mano te folles el culo con la zanahoria, te quiero así al menos durante otros 5 minutos, luego te dejas la zanahoria metida en tu culo y con la parte plana del cepillo te des golpecitos en las nalgas, mientras sigues follandote el coño, haz esto hasta que te consigas correr o tu misma decidas parar. 

4. Siempre que vayas al baño durante este fin de semana quiero que te pellizques los pezones.

5. Por las noches cuando te acuestes quiero que cuando tu marido se duerma, te pellizques nuevamente los pezones y te toques y folles el coño con tus dedos, al menos durante 1hora.

6. Díme el numero de tu mobil y la dirección de tu casa.

Feliz Fin de Semana

Al cabo de unos minutos, leyo el correo, a medida que lo hacia se giraba hacia mi nerviosa para verme, cuando acabo de leerlo tecleo sus datos de telefono y direccion y me los hizo llegar, nuevamente se giro hacia mi y algo sonrojada me negaba tímidamente con la cabeza, a lo que yo le respondía afirmativamente mientras me dirigía a la salida, dejándola allí de pie en medio de la oficina sin reaccionar.

Cuando llegue al parking de la empresa quedaban ya pocos vehículos en este, y vi que si coche estaba aparcado casi al final del aparcamiento, por lo que en vez de irme a casa me fui con mi coche y aparque al lado del suyo, en ese momento y supongo que por el mail con las instrucciones que le habia enviado a Susana estaba bastante necesitado, por lo que opte esperar a que llegara, bajo con varios compañeros y compañeras mas al parking, se despidio de ellos y se dirigio a su coche, a lo que yo le abri la puerta del acompañante y la invite a entrar, quedandose ella sorprendida por verme allí en ese momento, luego de comprobar que nadie nos miraba se metio en el coche, le hize subirse el jersey, y empeze a tocarle y sobarle las tetas, los pezones empezaron a endurecersele de inmediato, los tenia grandes, al igual que sus pechos, me separe de ellos y le levante la falda, dejando al descubierto su sexo, con los dedos la acaricie, estaban muy mojados, húmedos, sus labios vaginales eran generosos y permitian perfectamente darles pequeños pellizcos, Susana a esta altura estaba con la cabeza apoyada en el sillon, gimiendo, suspirando, le di un par de cachetes en su sexo haciendo estos que volviera a la realidad.

Cuando nuevamente abrio los ojos le pedi me sacara mi polla de los pantalones, girandose hacia mi y haciendo lo que le habia pedido, una vez fuera le dije que se la metiera en la boca, dudando ella en hacerlo o no, por lo que la cogi por la cabeza y le ayude a metersela en su boca, dejando al principio que fuera ella la que me comiera, pero me parecio que nunca lo habia hecho por lo que cogiendola por el pelo me dedique a follarme su boca, necesitaba decargarme de la calentura que tenia en ese momento, sin aflojar mi marcha le llene la boca con mi leche, Susana se ahogaba, intentaba sacarsela de la boca por lo que decidi dejarla respirar un poco advirtiendola que no debia dejar caer ni una gota, Susana no paraba de dar arcadas, aun tenia casi todo el contenido en su boca, por le pedi que se lo tragara, cosa que muy a disgusto suyo hizo, pues aun despues de hacerlo su cara era un poema, y seguia con las arcadas, y le mande nuevamente chuparme la polla, una vez termino de dejarla limpia, le dije que ya podia irse a su coche, pero con el jersey levantado y sus tetas fuera de este, que no podia bajarselo hasta que saliera del parking.

Por la tarde recibi un mail de ella, os lo pongo a continuación:

Hola,

Hoy me he sentido como una cualquiera, como una prostituta, me has hecho quitar las bragas en medio de toda la oficina, y luego tenerlas todo el día en el cajon, me has masturbado en el ascensor con todo el riesgo que ello conlleba, luego me has hecho hacer algo que nunca antes habia hecho, y ademas me lo he tenido que tragar, y para colmo me has hecho andar medio desnuda hasta mi coche, ¿estas loco? no estoy segura de querer seguir con esto, siento como si toda mi vida y mi persona se estuvieran desmoronando y no se si vale la pena.

Sobre tus instrucciones para el finde, que te digo, no se si lo voy a cumplir, todo esto me esta dando miedo y por cierto para que quieres saber donde vivo? mi telefono vale, pero donde vivo? espero que no me metas en ningun follon.

Susana

Mi respuesta a su mail fue tajante, decidi jugarmelo todo a una sola carta, no valia ni para mamarla, ademas de yo tampoco estaba seguro de querer ir mas alla con ella.

“Pensaba que en mail vendrian tus sensaciones del día, y mirandolo por encima he visto que no es así, me da igual lo que tu hagas, y me da igual lo que tu quieras, yo te avise esta mañana, si quieres dejarlo aquí perfecto, pero si no quieres espero tu mail de las sensaciones de hoy antes de que acabe el día, y por supuesto el lunes quiero el del fin de semana, con todo lo que te he pedido en el.”

Como siempre estoy a vuestra disposición tanto en el mail como en el msn, para lo que deseéis y sois bienvenid@s.

mar.lex.bcn@gmail.com

Relato erótico: “Prostituto por error 3: Ann, la ejecutiva tetona de microsoft” (POR GOLFO)

$
0
0

Con el recuerdo de mis primeras dos clientas en mi mente, me desperecé en la cama del hotel. Ángela y Helen, cada una a su forma, resultaron ser unas parejas estupendas, sobre todo porque ademas de echar un buen polvo dejaron en mi cartera el dinero suficiente para sobrevivir dos meses en Nueva York.
Esa mañana había quedado con Johana, la muchacha que contactaba con las mujeres, para ver un apartamento. Según ella no era bueno para el negocio que siguiera viviendo en ese establecimiento porque de allí saldrían la mayoria de nuestra clientela. Por eso al salir de la ducha decidí vestirme elegante, debía de causar una buena impresión a la dueña del piso que íbamos a ver. Para ello, elegí un traje de lino azul y una camisa tipo mao. Al mirarme al espejo, me gustó la combinación y silbando una canción, salí de mi cuarto.
Estaba entusiasmado por mi nueva forma de vida, no solo me iba a forrar sino que ese trabajo esporádico me permitiría dedicarme a la pintura. La noche anterior cuando hablé con mi jefa, le dije que me daba igual el tamaño del piso, lo que necesitaba era luz, ya que había pensado que un trabajo de pintor, me otorgaría la coartada para que muchas mujeres pasaran por él sin levantar sospechas. A Johana le pareció una idea estupenda porque además esa pantalla me serviría para justificar unos ingresos que de otra forma sería imposible.
-Si esto sigue así, deberás declararlos ante hacienda. En Estados Unidos todo está informatizado y serías carne de cañón ante cualquier inspección- dijo recalcando el problema.
Al salir del Hotel, tomé un taxi porque el apartamento que íbamos a visitar estaba en el Soho, el barrio de los artistas, y aunque estaba en Manhattan era demasiado lejos para hacerlo andando. Nos habíamos citado en la puerta del edificio y como llegaba pronto, decidí tomarme un café en el Starbucks de la esquina. Nada más entrar al percatarme que la mayoría de los presentes eran de mi edad, comprendí que si me quedaba finalmente con ese piso sería un visitante asiduo de ese lugar. Si de por sí, el local me gustaba, me pareció maravilloso al disfrutar de la visión celestial que servía los cafés. Tras la barra se encontraba una de las mujeres más bellas que había tenido la oportunidad de ver en mi vida.
La encargada era el objeto de mi mirada. El horroroso uniforme de la cadena no podía esconder ni disimular su belleza. No solo era su sonrisa ni su espectacular cuerpo, esa mujer que tenía enfrente podría ser modelo en cualquier pasarela de París.  Babeando esperé mi turno. No podía dejar de observar la sincronía de sus movimientos ni de estremecerme cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Sus ojos escondían una calidez que difícilmente volvería a encontrar.
-¿Qué deseas?- preguntó profesionalmente cuando llegó mi turno.
-Un café con leche y tu teléfono- respondí.
La muchacha sonrió y profesionalmente me sirvió el café, sin embargo como era previsible pasó por alto mi impertinencia poniéndose al siguiente de la cola. Con las orejas gachas por mi fracaso, me senté en una mesa que me permitía seguir observándola con más recato. Con el pelo a lo afro, esa mujer era impresionante. Mulata, sus rasgos tenían una delicadeza digna de una princesa pero lo que realmente me cautivó fueron sus ojazos negros.
“¡Que buena que está!”, pensé mientras apuraba mi vaso al darme cuenta que era la hora y que tenía que ir a ver a Johana.
La pecosa me esperaba en el portal. Se la veía molesta porque llegaba cinco minutos tarde. Al saludarme se pegó más de costumbre y magreándome el trasero, me soltó:
-Nunca me hagas esperar, no soy una de tus putitas-
Su caricia provocó un efecto indeseado. Venía alborotado de la cafetería y cuando ella me tocó el culo, mi pene reaccionó bajo la bragueta poniéndose inmediatamente erecto. Tratando que no se diera cuenta, me cerré la chaqueta, pero ya era tarde, esa cabrona se había percatado de mi excitación y haciéndose la ofendida, me recriminó mi calentura.
-Lo siento pero es que está muy buena- dije a modo de excusa, mintiendo. Aunque esa tipa tenía un polvo,  no me atraía de ella otra cosa que su agenda. Sabía que en su bolso esa mujer guardaba mi futuro.
Mi respuesta le agradó y olvidando mi supuesta afrenta, me llevó al interior del edificio.  El piso me encantó, el salón tenía dos ventanales enormes que dejaban entrar la luz que necesitaba. En cambio a mi jefa lo que le gustó fue la decoración minimalista, el jacuzzi del baño y  el tamaño de la cama. Al verla me quedé asombrado, era una King Size de dos por dos:
-¿Dónde voy con esa plaza de toros?- le dije.
Asumiendo un supuesto papel de novia, me abrazó mientras me decía al oído, lo suficientemente alto para que lo escuchara la casera:
-Ya sabes cómo me gusta jugar. ¡Cuánto más grande mejor!-
Aunque tenía razón, me jodió su actuación y aprovechándome de su abrazo, decidí vengarme. Pegándola a mí, posé mi miembro contra su pubis mientras le robaba un beso. Contra todo pronóstico, la mujer se dejó llevar y respondió con pasión, restregando su sexo contra mi entrepierna. Encantado por su respuesta, la separé mientras le daba un azote y dirigiéndome a la dueña, le informé que nos lo quedábamos.
Al voltearme y mirar a Johana, descubrí que estaba hecha una furia e intentando que se cámara le pedí que me explicara el contrato. Por su tono crispado no me quedo más duda si su enfado era por haberle robado un beso o por el contrario por haberla separado bruscamente. Tras unos minutos de tira y afloja firmamos y con las llaves en la mano, salimos del piso.
Nada más entrar en el ascensor, me soltó un bofetón y convertida en una fiera, me exigió que fuera la última vez que ponía mis sucias garras en ella.
-Tú empezaste- respondí con una sonrisa en los labios.
-Estaba actuando- protestó con los ojos brillando a punto de llorar.
Sabiendo que debía darle tregua pero seguro que algún día tendría a esa cría entre mis sabanas, le pedí que me informara de la cita de esa tarde. Viendo en mi cambio de tema una escapatoria, Johana me explicó que mi clienta era un tanto especial. Ejecutiva de alto nivel de Microsoft, era bastante déspota.
-¿Y que busca en mí?-
Tardó unos segundos en contestar, era como si esa pregunta la hubiese cogido en fuera de juego y no tuviese clara la respuesta. Tratando de sonsacarla insistí:
-Toda mujer  tiene su lado perverso, algo debe querer si paga tanto dinero por mí-
-No estoy segura. Piensa que está acostumbrada a mandar. No sé si lo que realmente busca es una fantasía romántica o por el contrario solo desea relajar el estrés que le provoca el trabajo. ¡Tendrás que descubrirlo!-
“Menuda ayuda”, exclamé mentalmente al tratar de sacar un significado oculto de sus palabras pero sabiendo que no ina a sacarle nada más, le pregunté donde habíamos quedado y cómo la reconocería.
-Te esperará a las ocho en la barra del Balthazar. Es una rubia de treinta y cinco años bastante aparente. La reconocerás enseguida, será la única que no te mire-
No me podía creer mi suerte, ese local era el favorito de la estrellas y es normal encontrarse con actores y actrices cenando junto con altos ejecutivos. Esa mujer debía de ser importante porque para realizar una reserva hay que hacerlo con varios meses de anterioridad. Solo me quedaban dos preguntas:
-Para no meter la pata, esa mujer te paga a ti por lo que no debo ni siquiera mencionárselo-
-Así es- me contestó.
-Y me imagino que me debo vestir informal, ese sitio es muy chic-.
Asintiendo con la cabeza, se despidió de mí y sin más paró un taxi, dejándome solo en mitad de la calle. Aproveché que era pronto para comer para ir al hotel y cerrar mi cuenta, no tenía sentido seguir pagando por una habitación si ya tenía mi piso. Una vez saldada, cogí mi equipaje y sin más demora, fui a tomar posesión de mi feudo. Estaba que no caía en mi de gozo, ni siquiera en sueños me había imaginado vivir en el Soho y menos en un sitio tan estupendo como ese.
Lo primero que hice fue ordenar mi ropa, tras lo cual me fui al supermercado a rellenar la despensa. Mientras recorría sus anaqueles, me di cuenta que quizás  algún día, tendría que recibir a una de “mis patrocinadoras” en casa, por lo que añadí a la cesta, champagne, refrescos, diversos tipos de alcohol y hasta cepillos de dientes extras, no fuera a ser que alguna de ellas los necesitara. Al llegar a la casa, acomodé la comida y viendo que tenía tiempo, coloqué un lienzo en blanco en el caballete y me puse a pintar. Cómo quería practicar antes de ponerme  seriamente a realizar una obra vendible, cogí la foto que le había hecho a Helen y tomándola de modelo, esbocé su figura tumbada sobre la cama.
Enfrascado en la pintura, las horas pasaron y por eso cuando a las seis sonó la alarma recordándome que tenía que vestirme para la cena, el cuadro estaba casi terminado. Bastante satisfecho con el resultado, me metí a duchar. Mientras me enjabonaba, me puse a pensar en lo desesperadas que estaban las mujeres que me contrataban e hipócritamente, disculpé el rumbo que había tomado mi vida, subrayando que el pago que ellas realizaban era por una labor parecida a la de un psiquiatra:
“Les ayudo a sobrellevar sus míseras vidas”, sentencié mientras me vestía para la ocasión.
Cómo el restaurante estaba a tres manzanas, fui andando hasta allí. Me encontraba nervioso, mis nervios se podían asimilar a los de un potro de carreras antes de un derby, encajonado y acojonado pero deseando salir a recorrer el circuito. Venciendo la paranoia en la que me había instalado, abrí la puerta del recinto y entré.
El lugar estaba atestado de manera que tardé cinco minutos en llegar a la barra. Tratando de hallar a mi clienta recorrí con la mirada el local buscando a una rubia:
“¡Puta madre” farfullé cabreado al percatarme que había al menos cinco mujeres que coincidían con la descripción, “¿Cómo voy a saber quién es?”.
Afortunadamente mientras me decidía, tres candidatas se cayeron de la lista, bien porque tenían compañía o bien porque se mostraban demasiado ansiosas de conseguirla. Solo me quedaban dos: una rubia insípida y una tetona espectacular. Deseando que fuera esta última, me acerqué a ella y me presenté:
-Soy Alonso, creo que me estas esperando-
Su fría mirada me dejó paralizado y ya estaba a punto de retirarme cuando la escuché decirme con voz aún más gélida:
-Llegas cinco minutos tarde-
Mascullando un pretexto, le pedí perdón. La mujer poniendo una forzada sonrisa, aceptó mis excusas y sin más me pidió que pasáramos a cenar. Fue entonces cuando cometí mi segundo fallo:
“¡La cogí de la cintura!”.
Como activada por un resorte la mujer se zafó de mi abrazo y adelantándose dos metros, se dirigió hacia la mesa. Es fácil de explicar mi desazón, siguiéndola como un perro apaleado llegué hasta mi silla sin saber cómo cojones tratarla. Lo único que tenía claro, era que esa puta me haría sudar sangre para ganarme mi dinero.
Antes de sentarme, galantemente retiré su asiento y haciendo como si no me hubiese afectado su trato, me senté frente a ella con una sonrisa iluminando mi cara. Al hacerlo dio comienzo un arduo interrogatorio de la dama. Esa zorra estaba interesada en saber cómo había llegado a ser prostituto. Aunque estaba cortado e indignado, puse buena cara y siendo parcialmente sincero, le dije que me gustaban las mujeres y que valiéndome de mi éxito con ellas, había decidido pasarme un año en Nueva York. Ante su extraña insistencia sobre si tenía un pasado turbio que me hubiera abocado a esa profesión, no pude menos que soltar una carcajada:
-No busques abusos ni nada parecido. Tuve una infancia feliz, acabo de terminar la carrera y solo hago esto porque me apetece-
Curiosamente mi respuesta le gustó, porque poniendo por primera vez una sonrisa, revisó la carta mientras me decía:
-Perfecto, odiaría que fueras un amargado-
La rubia entonces llamó al camarero y le pidió que nos trajera unos aperitivos. Aproveché el momento para darle un repaso. Tal y como me había comentado esa mañana Johana, esa mujer era al menos aparente. Dotada con unos pechos enormes y una cara guapa, en teoría no debía de tener ningún problema para obtener los hombres que necesitaba y por eso me extrañaba aún más que hubiese alquilado mis servicios. Lo que no me cuadraba era su  rechazo al contacto, por todo lo demás, se había demostrado como una autentica zorra. Pensando en ello, le solté:
-Eres muy  guapa-
Mis palabras provocaron que la mujer se sonrojara y se pusiera a tamborilear con los dedos sobre la mesa. “¡Qué curioso!” pensé al darme cuenta de que al alabarla se había puesto nerviosa y tratando de confirmar mis pensamientos, señalé a un grupo de hombres sentados a nuestra izquierda:
-No sé si te has dado cuenta de cómo me envidian esos. Cualquiera de ellos desearía estar sentado en mi lugar-.
Completamente colorada, Ann, evitó el contacto de mis ojos mientras me decía:
-No seas tonto, deben estar pensando en que hace una vieja como yo con un chaval como tú-
-De vieja nada, estás buenísima- respondí con sinceridad, esa mujer era un cañón.
Mi clienta cada vez más alterada, empezó a jugar con su pelo siendo incapaz de retener mi mirada. Yo, por mi parte estaba disfrutando al percatarme que bajó su vestido de encaje blanco, sus pezones se habían puesto duros. “Aunque se queje, le gustan los piropos”,  pensé mientras tomaba un poco de vino de mi copa. Ann, haciendo un esfuerzo, me pidió con voz entrecortada que dejara de alagarla. Cómo ella pagaba, no tuve más remedio que hacerle caso pero antes le pedí:
-Si quieres que deje de hacerlo, me tienes que prometer que seguirás sonriendo. ¡Estás preciosa cuando lo haces!-
-Bobo- contestó encantada.
Desde ese momento, la tirantez inicial desapareció entre nosotros y la mujer, completamente animada, me confesó  que estaba harta de que sus subalternos intentaran congraciarse con ella con piropos.
-Yo no trabajo bajo tus órdenes. Si te digo que eres guapa es porque lo eres- dije incapaz de dejar de mirarle los senos.
-Gracias- respondió mientras involuntariamente se acariciaba con la mano uno de sus pezones.
“Se está poniendo bruta”, pensé al observarla y queriendo congraciarme con ella, le pregunté que le apetecía hacer después de cenar.
-Bailar- me contestó, –llevo años sin ir a una discoteca-
-Conozco una aquí al lado- dije mientras cogía su mano entre las mías.
Por primera vez, no rechazó el contacto y sonriendo, me respondió que le parecía perfecto porque así no tendría que coger un taxi. Desgraciadamente nunca llegamos a ir porque cuando al terminar de cenar ya habíamos pagado la cuenta, ocurrió algo que dio al traste nuestros planes. Estábamos saliendo del restaurante cuando un cretino borracho se le encaró, quejándose de que le había quitado una cuenta. Ann tratando de conciliar, le contestó que no era el momento y que si quería lo discutían al día siguiente. El tipejo hecho un energúmeno le tiró una jarra de cerveza encima mientras la llamaba puta en voz alta. Sé que me pasé pero me indignó que ese capullo abusara de mi acompañante y sin pensármelo dos veces, le solté un puñetazo, dejándolo tirado en el suelo.
Os podréis imaginar el escándalo  que ello provocó y pensando que no me convenía seguir en ese lugar, cogí a mi clienta del brazo y entre empujones salí a la calle.  Al traspasar la puerta del restaurante, me fijé en la mujer. Mi clienta estaba histérica. Incapaz de dejar de llorar, trataba de taparse los pechos con sus manos porque su vestido mojado se transparentaba todo. Comprendiendo su bochorno, paré un taxi y sin pedirle su opinión la llevé a mi casa.
La ejecutiva agresiva había desaparecido dejando en su lugar una muñeca rota. Comportándose como una autómata sin voluntad, la saqué del taxi y de mi brazo, la metí en mi apartamento. Verdaderamente preocupado por su actitud, la senté en el sofá y acariciando su cabeza, traté de tranquilizarla. Pero por mucho que lo intentaba, Ann lo único que hacía era  sollozar en voz baja.
-Tranquila, estás a salvo- susurré a su oído.
La mujer me abrazó y poniendo su cara en mi pecho, siguió llorando calladamente.  Durante unos minutos, dejé que se explayara hasta que levantando su cabeza, me dijo que tenía frio.
-Espera un momento- le pedí dejándola sola y yendo al baño, le preparé el jacuzzi.
Una vez me había asegurado de que la temperatura era la correcta, volví a por la mujer y sin decirle donde íbamos, la llevé hasta allí. Al ver mis intenciones, intentó protestar pero haciendo caso omiso a sus objeciones, la desnudé y con ternura, la introduje en el agua. Como por arte de magia, Ann dejó de llorar y en silencio, dejó que, de rodillas frente a ella, empezara a enjabonarla.
-Gracias- susurró mientras cerraba los ojos.
Su entrega me permitió recorrer con la esponja su cuerpo. Tratando de no alterar su ánimo, fui acariciando su cuello y hombros sin otra intención que relajarla pero, al llegar a sus grandes pechos, sus pezones se me mostraron erectos y no pude reprimir cogerlos entres mis manos y darles un suave pellizco.  Al escuchar su gemido y recordar cual era mi trabajo, llevé mi boca a ellos y tras recorrer los bordes de su aureola con mi lengua, descaradamente empecé a mamar de esa enormidad.
Mi clienta, sin abrir los ojos, suspiró de deseo, lo que me  ratificó que era lo que esperaba de mí y por eso, bajando por su torso, me fui aproximando a su entrepierna. Ella separó sus rodillas dejándome disfrutar por primera vez de la visión de su sexo. Me quedé ensimismado al comprobar que lo tenía meticulosamente arreglado y que solo un pequeño triangulo de vellos, decoraba tal maravilla.
-Me encantas- murmuré  mientras acariciaba los pliegues que me separaban de mi meta.
Mis palabras y mis caricias provocaron que la mujer, mordiéndose los labios, empezara a gemir calladamente. Ya seguro de sus deseos, tomé entre mis dedos su clítoris y lentamente di inicio a un ligero toqueteo. Toqueteo que se convirtió en masaje, al comprobar que Ann lo recibía con agrado y que moviendo sus caderas, trataba de colaborar conmigo. Acelerando mis maniobras, froté a un ritmo endiablado su botón mientras introducía una de mis yemas en el interior de su cueva.
-¡Que gusto!- suspiró al experimentar que su cuerpo se retorcía de placer y que el orgasmo se avecinaba.
Queriendo forzar su excitación, ya sin recato, hundí mi dedo en su vagina mientras le seguía mordisqueando los pezones. Mi intromisión tuvo por efecto que la mujer llevando su mano a la entrepierna, gritara en voz alta que quería más. Siguiendo sus órdenes, empecé a sacar y a meter dos dedos en su interior sin dejar de masturbar su clítoris. Ann no tardó en correrse y cuando lo hizo pegando un grito, llevó mi boca a la suya y me besó.
Su beso me sirvió de acicate e incrementando mis caricias, la llevé hasta el borde de la locura y ella, posando su cabeza en la bañera, convulsionó de placer.  Me mantuve acariciándola hasta que comprendí que estaba agotada y dejándola descansar, fui a por algo de beber.
Al volver con una botella de champagne y dos copas, la mujer abriendo los ojos sonrió y poniendo cara de viciosa, me pidió:
-Fóllame-
Solté una carcajada al oírla y sin hacerla caso me senté al borde del jacuzzi.
-Estás preciosa- dije mientras le servía una copa –pero antes tendré que desnudarme o ¿quieres que me meta con ropa?-
Supo al instante que estaba de cachondeo y uniéndose a mi guasa, exclamó:
-No por favor, tendría que secarla. Ya tengo suficiente con mi vestido-
Dejando la botella a su lado, me puse en pie y viendo que me miraba con verdadera ansia, desabroché botón a botón mi camisa. Mi striptease no le resultó indiferente e inconscientemente ello, se empezó a acariciar los pechos sin dejar de observarme mientras lo hacía.
-¿Te gusto?- pregunté mientras la dejaba caer.
Ann no pudo contener un suspiro al ver mi torso desnudo y aún más interesada si cabe, esperó a que me quitara el pantalón. Jugando con su deseo, me hice de rogar y tomando un sorbo de champagne en mi boca, la besé mientras aprovechaba para tocar los formidables pechos con los que estaba dotada la mujer.
-No seas malo y termina ya- protestó al sentir mi caricia en los pezones y tratando de acelerar el asunto, me lo desabrochó.
-No tenemos prisa- dije riendo y separándome de ella, fui bajando mi pantalón lentamente.
-¡Que cabrón!- se quejó al ver que me tomaba mi tiempo.
Para el aquel entonces, mi miembro me pedía que lo liberara de su encierro pero decidí hacerle esperar. Con tranquilidad me lo quité y dando una vuelta completa con mi cuerpo, afiancé su deseo. La rubia estaba claramente excitada y ya haciéndose la enfadada, me ordenó que me quitara el bóxer.
-Si tanto lo quieres, ¡Hazlo tú!- le respondí metiéndome en la bañera.
La mujer se quedó cortada en un principio pero al ver que con los brazos en jarras, me mantenía firme, tímidamente llevó sus manos a mis calzoncillos y me lo empezó a bajar. Desde mi ángulo de visión, vi que se debatía entre el morbo y la vergüenza. Poco a poco deslizó la tela hasta que mi miembro erecto le impidió seguir y con los ojos, me pidió permiso para continuar.
-Sigue- ordené.
Ya completamente segura de mi autorización, forzó el elástico con sus manos y con una sonrisa en los labios, disfrutó de la visión de mi sexo a escasos centímetros de su cara.
-¡Qué bello!- musitó mientras terminaba de bajármelo y antes que me diera cuenta, empezó a besarlo.
Completamente ensimismada en mi miembro, recorrió con sus labios mi extensión mientras acariciaba con sus manos mis testículos. Era tal su necesidad que tuve que apoyarme en la pared para no caer. Ajena a que estuve a punto de resbalar, Ann cada vez más alterada, había sacado su lengua y con ella había empezado a explorar mi piel, dejando un sendero húmedo a su paso. Los mimos de esa explosiva mujer me estaban llevando al orgasmo y temiendo correrme antes de tiempo, le pedí que parara. Ni siquiera tomó en cuenta mi sugerencia y abriendo su boca fue engullendo lentamente mi pene.
“No puede ser”, pensé al percibir que Ann estaba tan sobreexcitada que se estaba corriendo al hacerme una mamada sin necesidad de que la tocara.
Torturando su propio clítoris mientras disfrutaba de mi sexo, esa mujer gritó en voz alta su placer mientras todo su cuerpo tiritaba a mis pies. Sabiendo que debía de aprovechar ese instante, me separé de ella y dándole la vuelta, comencé a penetrarla. Mi clienta perdiendo cualquier tipo de decoro, convirtió sus gritos en estremecedores aullidos al sentir mi pene apoderándose de su interior. Fue alucinante, a cada movimiento por mi parte, esa mujer respondía con un chillido, de manera que parecía que estaba matándola. Pensando en los vecinos decidí acelerar mi ritmo para terminar cuanto antes porque ya me veía atendiendo y respondiendo a las preguntas de la policía.  Mi decisión alargó su clímax y totalmente descompuesta, convirtió sus caderas en una batidora del sexo. Meneando su culo, no dejó de bramar como una perra mientras de su cueva un torrente de flujo caía por sus piernas.
-¡Dios mío!- la oí imprecar cuando buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.
Ese nuevo anclaje, permitió que mis penetraciones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope que hubiera dejado en ridículo al sexto de caballería. Ann, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.
Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta sumisión fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó en la bañera mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de su rendición.
Echándome a un lado, la miré mientras descansaba. Increíblemente esa mujer siguió sacudiéndose y gimiendo durante unos minutos presa de una extraña posesión. Ya empezaba a estar preocupado cuando abriendo sus ojos, Ann me sonrió y acercándose a mí, me abrazó.
La dejé descansar en mis brazos durante un rato y viendo que estaba respuesta, con voz dulce, le reclamé:
-Menudo susto me has dado, podías haberme advertido que eras multiorgásmica-
La rubia se quedó pensando en mis palabras y soltando una carcajada, me contestó:
-Difícilmente te podía avisar, si no lo sabía- y quejándose, me dijo: -Eres tú quien tendría que alertar que eres tan bueno en la cama-
Con el ánimo inflado por el piropo, sonriendo, contesté:
-¿Y tú cómo lo sabes?, no recuerdo haber estado contigo en una-
Muerta de risa, me cogió de la mano y sacándome del jacussi, exclamó:
-¡Eso lo arreglamos en un instante!-


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Las profecías se cumplen? 2” (POR AMORBOSO)

$
0
0

El día siguiente lo pasé entre reuniones con el consejo y entrevistas con los presos recuperados, me informaron de que el gobernador de la ciudad y varios oficiales se habían rendido y eran interrogados por el consejo.

Fui informado de que habían obtenido toda o casi toda la información del funcionamiento de las ciudades, sus tropas y administración. Lo que nos vendría muy bien en el futuro.

Pasé un momento por los almacenes que hacían de hospital, donde se encontraban encerrados en sendos barracones los esclavos y esclavas recuperadas para que no saliesen vagando por el campamento. Solo eché una ligera mirada, con la que pude apreciar que estaban todos desnudos, llevaban la cabeza rapada y en ella podía apreciarse la cicatriz de la intervención que los convertía en dóciles.

Me comunicaron que, a falta de hacer más comprobaciones, habían visto que la operación les había anulado la voluntad, pero no sus conocimientos. Al parecer, uno de los médicos, mientras comprobaba el estado de un herido, mandó que se le cambiase el vendaje, sin mirar a nadie en especial. Uno de los esclavos que estaba en una cama al lado, se puso a cumplir la orden con gran maestría, por lo que el médico impidió que lo interrumpiesen y mandó que le facilitasen material.

Al final verificaron que había hecho una cura perfecta y querían comprobar si todos podían realizar trabajos relacionados con sus antiguas profesiones. Yo los dejé con su labor y marché a comer.

En casa tenía la comida preparada, pero ni rastro de Eva. Por la tarde volví a reunirme con el consejo, donde nos interrumpió uno de los mensajeros que diariamente viajaban entre el sitio uno y sitio dos (les dimos esos nombres para identificarlos, hasta que se convirtiesen en asentamientos definitivos y les diésemos otra denominación. Mientras tanto, decidimos darles un número según el orden de reconquista).

El mensajero de sitio dos, nos informó de los problemas que se habían presentado con un grupo de esclavas. Concretamente con 19. Cuatro del harén del gobernador, cinco de las reservadas a oficiales y diez de la tropa. Al parecer las esclavas de los harenes estaban condicionadas para excitar y follar a todos los hombres que veían, sintiéndose mal, con fuertes dolores si no lo conseguía ninguna. Solamente con que el hombre eligiese a una o varias para follar, las demás se calmaban. Cuando alguna llevaba varios días siendo rechazada, le empezaban los dolores, y no se les calmaba hasta que alguien se la follaba. Eso hacía que cada vez se pusiesen más ansiosas y provocadoras.

Era una forma de tenerlas ansiosas para quien quisiera follarlas y poder hacer con ellas lo que quisiera. Nuestros hombres, la mayoría viviendo en pareja, no querían hacer nada con ellas. (O no lo querían decir). De cualquier manera, eran seis contra diecinueve.

Hubo que traerlas al campamento, donde estuvieron unos días sedadas para que, por lo menos mientras dormían, no tuviesen dolores. Para luego ser atendidas únicamente por mujeres.

Los tres días siguientes fueron iguales, reuniones, comida yo solo, más reuniones, cena solo y a dormir.

Al cuarto día, me despertó una extraña sensación en mi polla. Me había acostado de madrugada y no tenía prisa por levantarme. Una boca le estaba dedicando su atención, y lo hacía con ganas, y parecía que hasta con experiencia. No me resultó difícil imaginarme que era Eva la que lo hacía. Al final era ella la que se había rendido primero.

Seguí con los ojos cerrados, en un intento de parecer dormido, que no engañaba a nadie, entre otras cosas, porque lo hacía con gran maestría y era difícil permanecer impertérrito ante sus acciones.

Sentía su lengua recorrer mi polla desde los huevos al glande, deteniéndose en el para darle rápidos toques de lengua en el borde, meterse la punta y volver a bajar haciendo el recorrido inverso por otro lado hasta llegar de nuevo a mis huevos. Repetía el proceso con su lengua y boca, mientras su dedo recorría mi perineo con una ligera presión.

“¡Mira que es puta!, pensé. El otro día se hacía la estrecha y hoy parece una profesional”

No podía evitar mi fuerte respiración y algún que otro gemido, que hacían más increíble mi simulación de sueño, pero ella siguió recorriéndola con la lengua por todos los lados y chupando mi glande con toques de la punta para seguir lamiendo hasta tenerla toda bien ensalivaba.

Cuando estaba dispuesto a correrme otra vez en su boca, la muy puta se separó de mí, dejándome con el rabo tieso y las ganas, pero solamente fue algo temporal. Al momento noté que se subía, montándose a caballo, sobre mí y manipulaba mi polla para empalarse en ella. Supe por los roces con mi cuerpo y la posición de sus manos, que estaba dando la espalda.

No sentí los pliegues de su coño antes de entrar, mientras la apoyaba en su agujero, sino que la sensación era de dos masas carnosas que luego separaba con sus manos antes de empezar a presionar para penetrarse. Eso, unido a la estrechez del agujero por donde la estaba metiendo, me hizo deducir que no era el coño por donde entraba sino por el otro agujero cercano.

“Ni chuparla ni por el culo” Me había dicho y no solo la chupaba de maravilla, sino que le entraba por el culo despacio, pero la más mínima preparación. ¡Cómo me había engañado!

Abrí los ojos un poco, solo para ver el espectáculo, pudiendo contemplar su hermoso culo y sus redondeces. Estaba inclinada hacia adelante, por lo que veía su espalda y algo de su pelo rapado, que debía haberlo recortado recientemente.

Movía su culo arriba y abajo a buena velocidad, al tiempo que su mano, al parecer colocada sobre su coño, se movía a ritmo frenético.

Volví a cerrar los ojos para dedicar toda mi atención a sentir los movimientos que su culo hacía con mi polla, subía y bajaba, se movía adelante y atrás, era capaz de cerrar más su ano para ejercer mayor presión y todo ello me estaba llevando al camino sin retorno del orgasmo.

-Siiiiii. Me corroooooo.

Y le llené el culo de leche. Nada más salir mi primer chorro de leche, empezó a contraer y soltar su ano exprimiéndome como si me ordeñase, al tiempo que gritaba su propio orgasmo.

-AAAAAAAHHHHHH.

Durante un rato quedó plegada sobre sí misma, recuperándose de lo que tuvo que ser un intenso orgasmo. Luego quedó ligeramente incorporada, con mi polla en el culo, supongo que mientras esperaba que se me bajase la erección y se saliese.

Le di dos palmadas en el culo con suavidad, lo que le arrancó un gemido de placer. Al no seguir, se retiró de encima de mí, quedando de pie junto a la cama, mirándome. Yo la miré y…

¡No era Eva! El pelo rapado por detrás y sus formas más o menos parecidas, además de no esperar a nadie más, me habían confundido. Se trataba de una de las esclavas rescatadas. Era mayor, aunque tenía un cuerpo muy bien formado. Pechos grandes, poco caídos, caderas redondeadas sin ser gordas, culo amplio, sin depilar coño ni axilas, la cabeza con el pelo recortado corto y una cara que me resultaba conocida…

-¡Coño! ¡Si es mi madre! ¡Mamá!

Exclamé al reconocerla. No me lo podía creer. ¡Le había dado por el culo a mi madre! En mi defensa podía decir que no la había conocido, que creía que era otra persona, pero… ¡Había enculado a mi madre!

-¿Mamá? ¿Eres tú? ¿De dónde has salido? ¿Dónde has estado?

Mientras hablaba, ella se dejó caer de rodillas, con las piernas bien abiertas, la cabeza pegada al suelo y las manos apoyadas a ambos lados de la cabeza, con los dedos apuntando al frente.

-Estoy lista para el castigo, señor.

-¿Qué castigo?

-Llevo tres días sin satisfacer a los hombres y hacerles conocer el paraíso.

-Es igual, no pasa nada. Pero contéstame ¿Dónde has estado?

-¡Pero señor, me duele todo mi interior! ¡La ley dice que tiene que castigarme!

Y se puso a llorar. Fuertes espasmos sacudían su cuerpo, mientras repetía “Señor, tiene que castigarme”. Yo me quedé paralizado. No entendía nada. Por fin pregunté:

-¿Qué castigo debo aplicarte?

-Los 15 azotes, cinco por cada uno de los hombres que, como mínimo, no he llevado al paraíso cada día.

-¿y cómo debo dártelos?

-¿Tengo su permiso, señor?

-Sí, claro.

Entonces se levantó, fue hacia donde estaba mi ropa y tomó el cinturón, volvió a mi lado, se arrodilló y me lo ofreció con la mirada baja, sobre sus manos abiertas y situadas por encima de su cabeza. En cuanto lo retiré de sus manos, volvió a la postura anterior y a sus súplicas.

Doblé el cinturón por la mitad y le di un golpe en las nalgas, sin fuerza. Ella siguió con su petición y espasmos. Volví a darle otro algo más fuerte sin que se callara. Por fin, harto ya de la cantinela, le di un golpe con fuerza que dejó una marca sonrosada sobre sus nalgas y parte del muslo.

-Uno, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

Le di un segundo golpe

-Dos, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

En mis ojos hicieron aparición las lágrimas, mientras azotaba con fuerza su culo y espalda, hasta completar los 15. Al terminar, con su culo totalmente rojo y cruzado por líneas rojo intenso, se incorporó a cuatro patas y se acercó a mí para levantarse hasta mi polla, que se encontraba medio enhiesta, y besarla.

-Gracias, señor. La comida está preparada. Si lo deseas te serviré ahora.

Asentí con la cabeza y se levantó en dirección a la cocina. No me lo podía creer. Azotar el culo de mi madre y ver su color rojo, las cintas oscuras que lo cruzaban y haber vuelto a sentir su boca, me habían excitado. Volvía a tener la polla dura otra vez. Solamente se me ocurrió decir:

-Mamá…

Ella se giró y me miró. Inmediatamente vino corriendo hacia mí, con una enorme sonrisa en los labios y con cara de gran alegría, haciéndome recostar de nuevo en la cama y saltando sobre mí para metérsela polla entera en la boca. Pero no era eso lo que pretendía.

-Ponte a cuatro patas.

Ella se colocó sobre mi como le había dicho, dejando que eligiese el agujero por dónde meterla. Una gota cayó desde su coño a mi pubis. Yo tampoco quería eso. Salí de debajo de ella y me coloqué detrás. Ella bajó la cabeza y se puso como en la posición de castigo. Sus dos agujeros quedaron disponibles y ofrecidos para seleccionar el que quisiese. Sin más dilación, se la clavé en el coño con la intención de lubricarla bien antes de atacar el objeto de mi interés.

Comenzó a emitir gemidos de placer cada vez más fuertes.

-Te gusta eh!

-Sí, señor. Me follas muy bien. Estoy disfrutando como nunca. Me tienes apunto ya.

-Pues córrete ya, cuando quieras.

-AAAAAAHHHH. Siiiii. Maaaaasssss

Cuando terminó su orgasmo siguió pidiendo más y más. Seguía chorreando y parecía que se iba a correr, pero no lo alcanzaba. Volví a preguntar.

-¿Estás apunto otra vez?

-Siiii.

-¿Y por qué no te corres?

-Porque usted no se ha corrido ni me ha dado permiso para hacerlo.

-Pues córrete cuando quieras.

Y nuevamente, en menos de tres minutos, volvió a correrse sin dejar de pedirme que siguiera. Quise hacer una prueba y antes del medio minuto le dije: ¡Córrete! Y volvió a tener un nuevo orgasmo, que por sus gritos debió de ser mayor y más intenso que el anterior. Me pareció que cada vez que alcanzaba un nuevo orgasmo, era más intenso que el anterior.

Con la polla empapada de sus líquidos, la saqué y la puse a la entrada de su ano, haciendo presión. Entró con mucha facilidad hasta que mi pelvis chocó contra sus glúteos y mis huevos contra su coño. Ella hizo presión con sus músculos, haciéndome sentir su estrechez. Se la saqué hasta la punta, le di una palmada en cada cachete mientras admiraba su culo y se la volví a meter hasta el fondo. Ella gemía de placer con todo esto. Decidí probar nuevamente:

-¡Córrete!

-AAAAAAAAAAHHHHHHH Siiiiiiii No pare, no pareeeee.

La cantinela era siempre la misma, pero mis huevos ya goteaban de los líquidos que escurrían de su coño, lo que me hacía pensar que sus orgasmos no eran fingidos.

Seguí un buen rato metiendo, sacando y dándole azotes. Mi polla estaba dura como nunca y a punto de reventar. Cada medio minuto la hacía correrse, lo que hacía cada vez con más agotamiento, hasta que ya no pude más y me vacié de nuevo en su interior. Mi orgasmo precedió al suyo, sin que le hubiese indicado nada.

Yo me dejé caer sobre la cama a un lado y ella se desplomó en el sitio. Me despertaron unas suaves manipulaciones en mi polla. Cuando abrí los ojos, allí estaba mi madre acariciándomela.

-La comida está en la mesa.

Me levanté, me lavé un poco, me vestí, saboreé una estupenda comida (mi madre era muy buena cocinera) y me fui directo al hospital.

Antes de salir, volví a preguntarle dónde había estado, de dónde venía.

-Estaba en un hospital, nos han sacado a la calle un rato y luego nos han dicho que volviésemos a la casa, y yo he venido.

-¿Y por qué te has puesto a chupármela y me has follado con el culo?

Con una cara de total extrañeza por mi ignorancia, me respondió

-¡Es mi obligación, señor! Tengo que hacer la comida para los señores y hacerles disfrutar para que conozcan el paraíso. Lo dice la ley.

-¿Y tiene que ser por el culo?

-Principalmente sí. La ley dice que tengo un buen culo, pero me pueden pedir y debo ofrecer cualquier parte de mi cuerpo.

Después de esto, salí rápidamente de casa, no sin antes advertirle que no se moviese de allí, y me dirigí al hospital.

No la habían echado de menos, no lo harían hasta la noche, al contar las camas. Me reuní con médicos, enfermeras y personal que no estaba ocupado en ese momento, preguntando cómo estaba la situación con las mujeres.

Teníamos 32 mujeres, 31 quitando a mi madre, más las 19 del harén Éstas últimas no daban problemas estando encerradas solas y atendidas por mujeres, pero no ocurría lo mismo con las otras. Me contaron que todas tenían fuertes dolores de vientre que las hacían ir dobladas, a pesar de ser atendidas solamente por mujeres también, las dos doctoras que las habían mirado, no encontraron nada y que la situación se les estaba yendo de las manos.

Esa mañana las habían separado en tres grupos, a uno de ellos, diez jóvenes se habían acostado con ellas, calmándoles los dolores durante unas cinco horas, a otro grupo las estuvieron masturbando sin conseguir que alcanzaran su orgasmo y no solamente eso, sino que se encontraban peor todavía. El tercero lo habían dejado de control.

Expliqué lo que había pasado en mi casa y cómo lo había solucionado. Hubo algunos comentarios por ser mi madre, pero fueron acallados al haber conseguido una solución, independientemente de la forma de conseguirlo.

Mandé llamar a 31 hombres voluntarios y solteros, los mandé desnudar y que retuviesen en sus manos los cinturones. Luego mandé a las mujeres situarse en posición de castigo, una delante de cada hombre y ante la cara de asombro de todos, incluyendo el personal del hospital, tomé el lugar de uno de ellos y le di cinco fuertes azotes en el culo, con la consabida respuesta de la azotada. Luego dije que les diesen los quince azotes a cada una, con fuerza, pero procurando no causarles grandes daños y que luego se las follaran, pidiéndoles, de vez en cuando, que se corrieran.

Volví una hora después y ya estaba el problema solucionado. En una nueva reunión con los médicos y personal, hablamos mucho en busca de soluciones, pero no podíamos tener a los soldados follándose a las mujeres todos los días, así que se me ocurrió traer a 183 esclavos o más, de la última ciudad para que colaborasen en el mantenimiento del campamente y que cada día, 31 de ellos se las follasen hasta que las fuésemos colocando en algún lugar.

Al día siguiente solicité el permiso del consejo e hicimos un nuevo ataque a otra de las poblaciones de cierta importancia que nos rodeaban. Había muchos más soldados y estaban más nerviosos y alerta. Luego nos enteramos de que era porque los mensajeros que habían salido en dirección a las ciudades y campamentos conquistados, no habían regresado y no había noticias de ellos y eso los ponía nerviosos.

Desconocedores de ello, esperamos a que saliese un mensajero, que fue interceptado fuera de la vista de la ciudad. Por la noche, los hombres se fueron camuflando cerca de la puerta de la ciudad, para lo que cortamos el agua que bajaba por los canales de riego para que pudieran esconderse.

A la mañana siguiente, apenas asomado el sol, volvió el mensajero al galope, al que unos guardias cansados y somnolientos, después de una noche de guardia, abrieron las puertas inmediatamente. Cuando pasó por ellas a toda velocidad, dejó caer dos bombas que explotaron un momento después, cuando empezaban a cerrar, sacando las puertas de sus goznes y matando a los que las cerraban.

Inmediatamente después, los hombres salieron de sus escondites y entraron en la ciudad, que todavía no había despertado, eliminando a todos los soldados que encontraban y que habían salido al oír el ruido.

En una acción coordinada, las delta bombardearon los cuarteles, creando una gran confusión. Mis hombres llevaban las ropas de los soldados capturados, y se identificaban por un trocito de tela en las mangas. Cuando se encontraban con grupos numerosos, los dirigían hacia la zona donde había más de los nuestros gran parte como soldados y unos cuantos más sin uniforme, pareciendo que luchaban entre ellos. Los recién llegados se incorporaban a la lucha, donde eran masacrados sin piedad al quedar totalmente rodeados.

Por suerte, en los primeros minutos de lucha, dimos con una prisión que se encontraba a la entrada y donde se hacinaban cientos de hombres y mujeres a la espera de ser procesados. Cuando abrimos las puertas y les explicamos quienes éramos, como nos identificábamos y lo que hacíamos, se incorporaron a la lucha tomando las armas de los caídos, palos, piedras y lo que encontraron a mano.

He de reconocer que si no hubiese sido por ellos, creo que no hubiésemos vencido. Al finalizar la tarde, los que no habían muerto eran prisioneros. Hubo que organizar varias piras para quemar los muchos cientos, quizá miles, de cadáveres, pero gracias a los liberados, los esclavos y nosotros, conseguimos deshacernos de ellos.

Entre otras muchas cosas, conseguimos hacernos con un equipo completo, incluyendo el personal, para lobotomizar personas y convertirlos en dóciles corderitos. Nada más informarme de ello, vino uno de mis oficiales y preguntó.

-Hay cerca de 800 soldados prisioneros. ¿Qué hacemos con ellos?

Estuve pensando en ello, reuní a los oficiales que pude y tuvimos un intercambio de ideas y pros y contras de cada una de ellas, al final, resumí todo ello y di la orden:

-No podemos almacenar prisioneros. Eso nos quitará personal y aumentará el riesgo de ser derrotados, por tanto, el equipo capturado se dedicará a convertir a los prisioneros en obedientes esclavos.

Cuando volví a casa, habían pasado tres días. Mi madre daba vueltas encorvada y dolorida, pero se le alegró la cara al verme. Mientras entraba, ya iba desabrochándome los pantalones, dejándolos caer pero retirando el cinturón.

Mi madre, desnuda como era su obligación en lugares cubiertos, se situó inmediatamente a mis pies en situación de castigo. Mi polla ya empezó aponerse dura antes de empezar.

-Uno, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

-Dos, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

– …

-Ocho, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

Su culo ya empezaba a tener una tonalidad roja y mi polla amoratada de la presión.

-Diez, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

Y estaba rojo, con tiras bien marcadas. Mi polla goteaba.

-Córrete.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH.

Hice la prueba y funcionó. Tuvo un orgasmo brutal, incluso en medio de un castigo. Su condicionamiento era impresionante…

-Catorce, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

-Quince, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

-Chúpamela ya, rápido. Venga.

Se incorporó rápidamente y se la metió en la boca. Sujeté su cabeza con ambas manos y empecé a follarla con furia. Escondía los dientes y la presionaba entre la lengua y el paladar. Era algo súper excitante. Sentía mi polla entrar resbalando por su lengua y rozando su paladar, hasta alcanzar su garganta y sentir la contracción de su arcada perfectamente controlada, la volvía a sacar despacio, recreándome en el roce, para volverla a meter con rapidez.

Viéndome a punto de vaciarme, le di la orden de ir a la cama y de acostarse de espaldas. Me arrodillé entre sus piernas y coloqué la almohada bajo su culo para levantarla poder metérsela por el coño desde abajo, pero teniendo el cuerpo erecto, como si estuviese de pie. Eso me dejaba su clítoris disponible para manipularlo.

Sabiendo que no podía correrse hasta que lo hiciese yo o que se lo ordenase, me dediqué a follarla despacio, haciendo que mi polla, por la postura, recorriese bien su punto G, al mismo tiempo que aumentaba el rozamiento de mi glande.

Con una mano, alternaba caricias en sus pezones y con la otra, recogía con dos dedos sus pliegues dejando en medio el clítoris, para moverlos alternativamente, imprimiendo un sentido de cuarto de giro, además de masturbarlo ligeramente.

-AAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG

Ya no gritaba. Berreaba. No podía correrse, pero eso no significaba que no se excitase. Es más, su condicionamiento la sobreexcitaba. Se puso como loca, como fuera de sí. Grataba, gemía, bufaba, hacía de todo. Me compadecí y le ordené:

-¡Córrete!

-AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHhhhhhhhhhhhhh

Su fortísimo grito se perdió en la afonía, para terminar en una relajación total. Yo seguí follándola un poco más y me corrí en su coño, soltando toda mi carga en un orgasmo de los más largos que recuerdo. Me extrañó que no se volviese a correr, pero tenía una causa justificada, había perdido totalmente el sentido.

Me preocupó momentáneamente, pero al ver que su respiración era normal, la dejé descansar y me fui a comer algo. Cuando se recuperó, tuve que volver a castigarla porque, según me dijo, había cometido dos pecados, el dormirse y no atenderme en mi comida. Evité un tercero al decirle que me había corrido a la vez que ella, porque también tenía que correrse conmigo.

Recuerdo que mi pensamiento fue: ¡Hay que joderse. Lo que hacen esos condicionamientos!

Por otro lado, Eva no me había dicho nada sobre sexo desde el día de la mamada. Seguía viniendo para dar las instrucciones a mi madre sobre la comida que tenía que hacer y organizar y mandarle las tareas de limpieza. Por supuesto, estaba al tanto de la situación, pues había entrado mientras estaba con mi madre, tanto durante los castigos como las folladas, aunque eso sí, discretamente, sin manifestarse directamente. De esto me enteré después.

Al día siguiente, no había salido de casa cuando llegó ella. Había mandado a mi madre que hiciese limpieza, no tenía nada urgente y estaba relajándome con la lectura del viejo libro de Nostradamus, lleno de anotaciones mías de los últimos años. En sus páginas descubrí que había llegado gracias al eclipse de luna y desde ese día me acostumbré a recitar el poema todas las noches.

-¡Qué solo estás!

Me sorprendió la voz. Cuando levanté la vista, pude ver a Eva apoyada en el marco de la puerta.

-Ah! Hola Eva. No te he oído llegar. ¿Qué tal estás? Para venir todos los días, hace mucho que no coincidimos ni nos vemos.

-De salud, bien, de sexo muchísimo peor que tú.

-¿Peor que yo? ¿Qué sabes tú?

-Porque desde que está tu madre contigo, o llego cuando estás en plena faena o estoy en otra habitación y me tengo que retirar discretamente.

-Ah! Ya te has enterado.

-Y quién no. Dais unos gritos que os oye todo el vecindario. Cuando vienes tú, creo que todos en este barrio se ponen a follar de lo calientes que los ponen vuestros gritos.

-Vaya. ¿Y a ti, también te pone? ¿Agotas a los otros cuatro que te compartimos?

-Eres un cabrón. Sabes que ni estando con ellos un mes entero disfrutaría tanto como una hora contigo.

-Eso tiene solución, siempre puedo sacar tiempo para ti. ¿Por qué no me la chupas un poco para ponerla en forma y estrenamos tu culo? –Quise tensar un poco la situación

-Hijo de puta. Te dije que ni te la chupaba ni te daba el culo. Me jodiste la otra vez llenándome la boca con tu corrida, pero no volverá a pasar más. –Saltó con furia.

-Mira Eva, no te hagas la estrecha, que se te notó que te enfadabas para quedar bien, pero que no te había disgustado tanto. Verás como también disfrutas lo mismo o más que por el coño.

-Eso no lo verás nunca.

-Muy bien. Cuando estés dispuesta puedes venir a mi cama. Te estaré esperando.

Y dio media vuelta, y se marchó bufando y murmurando en busca de mi madre para organizar las cosas.

Esa noche, le di cinco azotes de castigo a mi madre porque me apetecía y luego la follé con calma por el coño. Me corrí pronto y ella me acompañó con otro orgasmo, como era su obligación, y me fui a la cama pronto.

Aquel día organizamos un ataque a una pequeña guarnición, de unos 20 hombres, que era un puesto avanzado de vigilancia, y custodiaba un paso entre las montañas un poco alejado de nosotros.

La incursión fue un paseo. Sin noticias de los puestos, pueblos y ciudades cercanas, no sabían lo que ocurría y se encontraban totalmente relajados. Se veía que carecían totalmente de disciplina. De noche, solamente cerraban la puerta, sin dejar vigilancia la mayoría de ellas. Tampoco se molestaban en izar y arriar la bandera. Además había 22 mujeres de harén para ellos 20. Cuando llegamos, solamente había un soldado en la puerta, con una mujer desnuda arrodillada a sus pies, haciéndole una mamada.

Camuflados entre la maleza cercana esperamos el momento oportuno. Cuando cogió la cabeza de la muchacha con las dos manos y cerró los ojos, uno de mis hombres se desplazó hasta la empalizada y se acercó pegado a ella, sin hacer ruido.

Cuando clavó la polla hasta el fondo para correrse, no solamente soltó la leche en la garganta de la muchacha, sino que la bañó en sangre cuando le cortó el cuello sin que se diese cuenta. Rápidamente, la mano de mi hombre sustituyó a la polla del muerto para tapar la boca de ella y que no gritase. Algo inútil porque era una de las esclavas y ni gritan, ni huyen, ni nada, si no se les ordenas.

Entramos en silencio y recorrimos estancia por estancia degollando a los que dormían, estaban borrachos, jugaban o follaban.

Desde que vi a la muchacha haciendo la mamada, con la cabeza rasurada y desnuda, no pude evitar pensar en mi madre, poniéndoseme dura al instante, y creo que fue esa distracción, el estar pensando en ella, lo que hizo que uno de los defensores, además borracho, descargase su espada e hiciese un corte en mi pantalón de cuero, desde la ingle a la rodilla, toda la parte delantera. El roto del pantalón me daba problemas. Tenía dos opciones, quitarme los pantalones o sujetar el roto. Opté por atarme un pañuelo para mantener todo junto.

Ni que decir tiene que su cabeza duró pocos segundos más sobre su hombro.

Acabada la lucha, con casi todos los soldados muertos, procedimos a quemar sus cadáveres, como siempre, enviamos a los pocos prisioneros para someterlos, después de interrogarlos concienzudamente, y partimos hacia casa. Como a la vuelta de las batallas íbamos bañados en sangre de nuestros enemigos, no me di cuenta de que la espada no solo había cortado mi pantalón, sino que me había hecho una herida, aunque no muy profunda, pero muy larga.

Llegué a casa, me desnudé y vi la herida. El pañuelo la había mantenido bastante cerrada con un sangrado bajo, pero al quitarlo volvió a abrirse. Envié a mi madre a buscar a Eva, que había trabajado en un hospital hasta que se casó, y estuve lavándome. La herida no era grave, pero sangraba mucho y en cantidad por su longitud. Tuve que hacerme un torniquete y acostarme porque no podía mantenerme en pie.

Eva limpió y desinfectó todo, me vendó la herida y se quedó parada un momento mirándome. Increíblemente, con las manipulaciones entre mi ingle y rodilla me la habían puesto dura. Se arrodilló entre mis piernas, me sonrió y se la metió en la boca. No tenía nada que ver su mamada con las de mi madre, pero ponía interés. Al poco rato consiguió que me corriese, sin que se retirase, a pesar de haberle avisado que lo iba a hacer. Se tragó todo, incluyendo unas gotitas que salieron a sus labios y que recogió con su dedo para chuparlo sensualmente, me sonrió otra vez y se fue.

A partir de ese momento, caí en un sopor que me mantuvo dos días en semi-inconsciencia. Dijeron que era por la pérdida de sangre y la infección que sobrevino, a pesar de la experta cura de Eva.

En ese periodo oía hablar a varias mujeres, una de ellas mandaba y se enfadaba. Creo que alguien me la estuvo chupando, pero no sé si llegué a correrme. Hubo más gritos, pero tampoco sé si todo eso fue consecuencia de la fiebre.

Desperté al segundo día, cuando Eva terminaba su cura y comenzaba a volver a vendar la herida.

-¡Por fin despiertas! Llevas dos días con fiebre de caballo. Tenía ganas de que lo hicieses para darte una sorpresa: ¡Está aquí tu hermana!

-¿Mi hermana? ¿De dónde ha salido?

-Estaba en el último campamento que asaltasteis. Por lo visto, era un sitio de paso y descanso de tropas y tenían más concubinas para atenderlos. Una de ellas era tu hermana. En cuanto la reconocieron, la trajeron aquí y lo primero que hizo fue ponerse a chupar tu polla. Por lo visto, está condicionada para hacerse elegir por cualquier hombre que vea y su pecado es el no ser aceptada por ninguno.

Y continuó

-He tenido que llamar a los cuatro abuelos que tengo (eran cincuentones) para que las entretengan y no se lancen como locas a por ti. No sé si estos sobrevivirán a una semana con ellas. –Esto último lo dijo riéndose.

Dos días después tenía la herida lo bastante bien como para levantarme y poder acudir a las reuniones del consejo. Y desde ese momento y durante los días siguientes planeábamos los ataques, estudiando todas las posibilidades, para que luego Darío, el hijo de Eva, actuase en mi lugar dirigiendo a la gente, consiguiendo en todos ellos nuevos éxitos.

Eva tenía a María encerrada en una habitación, por lo que, entre eso y que no estaba muy despierto cuando me lo dijo, no volví a acordarme de ella.

Ya esa primera salida marcó el cómo iba a ser el futuro. Cuando termine la jornada de mañana, fui a casa a comer, mi madre me sirvió la comida. Seguidamente, se metió bajo la mesa, me desabrochó los pantalones y me los bajó, junto a calzoncillo, hasta los talones, obligándome a levantar el culo de la silla para ello.

No había llegado excitado pero, solamente de bajarme los pantalones, mi hasta entonces minimizada polla empezó a crecer. Se la metió en la boca todavía reducida y floja y empezó a aspirarla e ir sacándola y estirándola poco a poco, echando la cabeza hacia atrás, hasta que se salía de su boca. Ese gesto iba llenándola de la sangre necesaria para conseguir una potente erección en pocos minutos.

Una vez alcanzada, comenzó a metérsela hasta la garganta y sacarla hasta la punta, con lamidas en el glande y vuelta a repetir.

-Hazlo despacio. Tómate tu tiempo.

Ella cambió. Se la sacó y empezó a recorrerla con la lengua, tanto en su longitud como en circunferencia. Acariciaba mis huevos y su dedo presionaba la base de mi polla en el perineo. Cuando había lamido toda mi polla, se la metía entera en la boca y la volvía a sacar, mientras estrechaba el cerco de sus labios.

Lo hacía tan bien, que pronto me tuvo a punto de correrme y no lo consiguió por mis esfuerzos en contra. Por suerte, pronto terminé mi plato de comida y le hice ir a buscar el segundo. Eso me dio el tiempo de recuperarme y bajase mi excitación. A su vuelta la hice seguir con la mamada, volviendo a empezar. Nuevamente lamidas a lo largo y ancho, penetraciones profundas y problemas para mantenerme sin llegar al orgasmo.

Como en los combates de boxeo, cuando estaba a punto de caer, sonó la campana. Terminé mi plato y le pedí algo de postre. Me sacó fruta y eché de menos los plátanos. En esta zona no se producen, siempre son de importación y los negocios no estaban muy por la labor, pero la hice acostarse boca arriba sobre la mesa, con los pies sobre dos sillas y traje de la cocina un buen pepino.

Le hice ensalivarlo bien para metérselo por el coño, haciéndole sentir sus rugosidades y bultos. Empecé a moverlo entrando y saliendo, al tiempo que masturbaba su clítoris con la otra mano. No tardó en gemir de placer y retorcer su cuerpo para aumentar las sensaciones.

Me detuve un momento masajeando mi polla, para luego escupirme en ella y metérsela por ese culo que tanto me ponía. Le estuve machacando durante un buen rato, al tiempo que movía ligeramente el pepino insertado en el coño, sin dejar su clítoris desatendido.

El trabajo anterior sobre mi polla y el angosto espacio que dejaba su coño lleno, presionándomela con fuerza, haciéndome sentir con intensidad el placer de la enculada, hizo que no aguantase y me corriese como un burro dentro de su culo, lo que hizo que ella se corriese también.

Gracias a su condicionamiento no quedé mal, pues estoy seguro que si en lugar de ser mi madre hubiese sido Eva, ella se hubiese quedado con las ganas.

Cuando termine, le hice limpiarme la polla, me vestí y me fui realizar mis tareas.

Cuando volví por la noche, había una muchacha joven, con la mirada perdida, sentada en un sillón. Nada más entrar, se le iluminó la cara y saltó hacia mí, directa a mi cuello, que envolvió con sus brazos mientras clavaba sus labios en los míos y su lengua entraba hasta lo más profundo. A la vez, pegó su cuerpo al mío, haciéndome sentir, a pesar de la ropa, sus pechos grandes y duros, que se clavaban como estacas, su coño restregado por mi entrepierna y sus piernas que se intercalaban con las mías y me aprisionaban como un cepo.

Puse mis manos en su culo. Un culo redondo y duro, pero menos que lo que se había puesto mi polla al sentirla. Ella misma hizo los movimientos que la liberaron, soltando y dejando caer pantalones calzoncillos, para seguidamente arrodillarse ante mí y empezar a metérsela en la boca.

Fue muy excitante. Empezó lamiendo el glande por todas partes. Solamente con eso ya pensaba que iba a correrme. Luego puso sus labios rodeándolo y fue metiéndoselo despacio. Lo metía un par de centímetros más o menos y lo sacaba uno aproximadamente, para volver a meter otros dos y retroceder uno. Así hasta que se la metió toda entera.

Para alguien que estaba ansioso desde el primer momento, eso fue un auténtico martirio, que no mejoró con sus siguientes atenciones. Todavía estuvo un rato sacándolo hasta la punta, lamiendo el glande y volviendo a meterla hasta la garganta, despacio pero sin pausa.

Por fin comenzó a aumentar la velocidad del vaivén, combinando con acciones que no sabría definir en su totalidad. Creo que era combinación de succión y movimientos de lengua, en cadencias rápidas.

No se cómo detectó que estaba a punto de correrme, pero momentos antes, se la sacó y me hizo agacharme hasta quedar tumbado en el suelo. Montó a caballo sobre mí y ella misma se empaló.

Estuvo un momento detenida, con ella dentro, mientras realizaba contracciones con los músculos dándome un masaje que me tenía a instantes de mi orgasmo pero que no era suficiente para contrarrestar mis esfuerzos por dilatarlo y hacerme llegar.

Cambió a movimientos con la pelvis adelante y atrás. Adelante la clavaba completamente y masajeaba, hacia atrás, mantenía compresión hasta llegar a sacársela y dejarla recorrer su coño rozando su clítoris, tanto cuando salía como cuando volvía, hasta iniciar una nueva penetración. Había momentos en que pensaba que pasaría de largo, sin entrar, pero con habilidad conseguía la suficiente desviación para que entrase y pudiese llegar hasta el fondo.

La situación se me hizo inaguantable. Yo no gemía, daba auténticos gritos de placer mientras sentía sus movimientos

-OOOOOOHHHH. Siiiiii. Muévete asíiiiii.

Llegó a mover sus piernas hasta ponerse en cuclillas sin sacársela completamente, siguiendo una serie de botes sobre mi polla que más parecía una estación de bombeo de petróleo que una follada, por la cantidad de líquido que bajaba por mis huevos al suelo.

-¡Quiero correrme en tu boca YA! –Grité poco después.

Saltó hacia atrás hasta que quedó a la altura conveniente y se lanzó a una mamada que me hizo ver el cielo y lanzarle toda mi carga directa a su garganta, donde desapareció convenientemente engullida. También ella tuvo su orgasmo en cuanto sintió mi corrida.

Si bien había disfrutado como nunca, aunque mi experiencia sexual era escasa, no terminaba de gustarme que se corriesen solamente porque lo hacía yo, pero mis reflexiones fueron cortadas por la entrada de Eva.

-Veo que, por fin, has conocido a tu hermana. ¿Qué te ha parecido?

Gracias por sus comentarios y valoraciones.

“Simona: mi ángel custodio” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

$
0
0


Sinopsis:

Desde tiempos inmemoriales, las Îngerul păzitor han aterrorizado y maravillado por igual a la gente de los Balcanes. En lo más profundo de esas tierras, sus campesinos sueñan con ser elegidos por esos bellos y crueles seres como sus protegidos, pero temen aún más que esas bellezas escojan a un conocido.
Han pasado milenios, pero la leyenda de las ángeles custodio sigue vigente hoy en Rumanía, no así en Madrid. Desconociendo su existencia, Alberto nada puede hacer por evitar que una de esas arpías se adueñe de su casa.
En este libro, Fernando Neira nos describe como uno de esos ángeles custodios aparece en la vida de nuestro protagonista y entrando como la criada, gracias a su sexualidad desaforada y a la leche que producen sus pechos, consigue convertirse en su amante.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B07KX84SVZ

Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN.
Para poder explicar como una leyenda medieval se inmiscuyó en mi vida, tengo que empezar por contaros la conversación que tuve mientras tomaba unas copas con un amigo. En ella, Manuel comentó que sabía que me había dejado tirado mi criada y me preguntó si andaba buscando otra.
―Estoy desesperado, mi casa parece una pocilga― reconocí y abriéndome de par en par, le expliqué hasta donde llegaba la basura y el desorden de mi antiguamente inmaculado hogar.
Al escuchar mi respuesta, contestó que tenía la solución a todos mis males y sin dar mucha importancia a lo que iba a decir, me soltó:
― ¿Tienes alguna preferencia en especial?
Conociendo que para las mentes bien pensantes Manuel era un pervertido, comprendí que esa pregunta tenía trampa y por eso le respondí en plan gallego:
― ¿Por qué lo preguntas?
Captando al instante mis suspicacias, con una sonrisa replicó:
―Te lo digo porque ayer mi chacha me comentó si sabía de algún trabajo para una compatriota que acaba de llegar a Madrid. Me aseguró que la conoce desde hace años y que pondría la mano en el fuego por ella. Por lo visto es una muchacha trabajadora que ha tenido mala suerte en la vida.
No tuve que exprimirme el cerebro para comprender que esa respuesta era incompleta y sabiendo que Manuel se andaba follando a su empleada, me imaginé que iban por ahí los tiros:
― ¿No la has contratado porque Dana no está dispuesta a compartir a su jefe?
Soltando una carcajada, ese golfo me soltó:
― ¡Mira que eres cabrón! No es eso.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí:
―Entonces debe ser fea como un mandril.
Viendo que me tomaba a guasa esa conversación, mi amigo haciéndose el indignado, respondió:
―Al contrario, por lo que he visto en fotos, Simona es una monada. Calculo que debe de tener unos veinte años.
«Será capullo, no quiere soltar prenda de lo que le pasa», pensé mientras llamaba al camarero y pedía otro ron. Habiendo atendido lo realmente urgente, comenté entre risas:
―Conociendo lo polla floja que eres, algún defecto debe tener. No creo que sea por el nombre tan feo― y ya totalmente de cachondeo, pregunté: ― ¿Es un travesti?
―No lo creo― negó airadamente: –Hasta donde yo sé, los hombres son incapaces de tener hijos.
Involuntariamente se le había escapado el verdadero problema:
¡La chavala tenía un bebé!
Como comprenderéis al enterarme, directamente rechacé la sugerencia de Manuel, pero entonces ese cabronazo me recordó un favor que me había hecho y que sin su ayuda hubiera terminado con seguridad entre rejas. No hizo falta que insistiera porque había captado su nada sutil indirecta y por eso acepté a regañadientes que esa rumana pasara un mes a prueba en mi casa.
―Estoy seguro de que no te arrepentirás― comentó al oír mi claudicación: ―Si es la mitad de eficiente que su hermana, nunca tendrás quejas de su comportamiento.
El tono con el que pronunció “eficiente” me reveló que se había guardado una carta y por ello, directamente le pedí que me dijera quien era su hermana.
― ¡Quién va a ser! Dana, ¡mi porno-chacha!

CAPÍTULO 1

Al día siguiente amanecí con una resaca de mil diablos, producto de las innumerables copas que Manuel me invitó para resarcirme por el favor que le hacía al contratar a la hermanita de su amante. Por ello os tengo que reconocer que no me acordaba que había quedado con él que esa cría podía entrar a trabajar en mi chalé desde el día siguiente.
― ¿Quién será a estas horas? ― exclamé cabreado al retumbar en mis oídos el sonido del timbre y mirando mi reloj, vi que eran las ocho de la mañana.
Cabreado por recibir esa intempestiva visita un sábado, me puse una bata y salí a ver quién era. Al otear a través de la mirilla y descubrir a una mujercita que llevaba a cuestas tanto su maleta como un cochecito de niño, recordé que había quedado.
«Mierda, ¡debe ser la tal Simona!», exclamé mentalmente mientras la dejaba entrar.
Al verla en persona, esa cría me pareció todavía más jovencita y quizás por ello, me dio ternura escuchar que con una voz suave me decía:
―Disculpe, no quise despertarlo, pero Don Manuel insistió en que viniera a esta hora.
―No hay problema― contesté y acordándome de los antepasados femeninos de mi amigo porque, a buen seguro, ese cabrón lo había hecho aposta para cogerme en mitad de la resaca, pedí a la joven que se sentara para explicarle sus funciones en esa casa.
«Es una niña», pensé al observarla cogiendo el carro y demás bártulos rumbo al salón, «no creo que tenga los dieciocho».
Una vez sentada, el miedo que manaba de sus ojos y su postura afianzaron esa idea y por eso lo primero que hice fue preguntarle por su edad.
―Acabo de cumplir los diecinueve― respondió y viendo en mi semblante que no la creía, sacó su pasaporte y señalando su fecha de nacimiento, me dijo: ―Lea, no miento.
No queriendo meter la pata y contratar a una menor, cogí sus papeles y verifiqué que decía la verdad, tras lo cual ya más tranquilo, le expliqué cuanto le iba a pagar y sus libranzas. La sorpresa que leí en su cara me alertó que iba bien y reconozco que pensé que la muchacha creía que el sueldo iba a ser mayor.
En ese momento decidí ser inflexible respecto al salario, pero, entonces con lágrimas en los ojos, me rogó que la dejara seguir en la casa los días que librara porque no tenía donde ir y dejando claro sus motivos, recalcó:
―Según Don Manuel, puedo tener a mi hijo conmigo. Se lo digo porque apenas tiene tres meses y le sigo amamantando.
Al mencionar que todavía le daba el pecho, no pude evitar mirar a su escote y os confieso que la visión del rotundo canalillo que se podía ver entre sus tetas me gustó y más afectado de lo que me hubiese gustado estar, respondí que no había problema mientras en mi mente se formaba un huracán al pensar en cómo sabría su leche.
―Muchas gracias― contestó llorando a moco tendido: ―Le juro que es muy bueno y casi no llora.
Que se pusiera la venda antes de la herida, me avisó que inevitablemente mi vida se vería afectada por los berridos del chaval, pero era tanto el terror destilaba por sus poros al no tener un sitio donde criar a su niño que obvié los inconvenientes y pasé a enseñarle el resto de la casa.
Como no podía ser de otra forma, comencé por la cocina y tras mostrarle donde estaba cada cosa, le señalé el cuarto de la criada. Por su cara, supe que algo no le cuadraba y no queriendo perder el tiempo directamente le pedí que se explicara:
―La habitación es perfecta, pero creía que… tendría que dormir más cerca de usted por si me necesita por la noche.
No tuve que rebanarme los sesos para adivinar que esa morenita creía que entre sus ocupaciones estaría el calentar mi cama como hacía su hermana con la de mi amigo. Tan cortado me dejó que supusiera que iba a ser también mi porno―chacha que solamente pude decirle que de necesitarla ya la llamaría.
Os juro que aluciné cuando creí leer en su rostro una pequeña decepción y asumiendo que la había malinterpretado, la llevé escaleras arriba rumbo a mi cuarto. Al entrar en mi cuarto y mientras trataba de disimular el cabreo que tenía porque me hubiera tomado por un cerdo, la cría empezó a temblar muerta de miedo al ver mi cama.
Nuevamente asumí que Simona daba por sentado que iba a aprovecharme de ella y por eso me di prisa en enseñarle donde se guardaba mi ropa para acto seguido mostrarle mi baño.
«Menudo infierno de vida debe de haber tenido para que admita en convertirse en la amante de su empleador con tal de huir», sentencié dejándola pasar antes.
Al entrar, la rumanita no pudo reprimir su sorpresa al ver el jacuzzi y exclamó:
― ¡Es enorme! ¡Nunca había visto una bañera tan grande!
Reconozco que antes de entrar en la tienda, yo tampoco y que, al ver expuesta esa enormidad entre otras muchas, me enamoré de ella. Me gustó tanto que pasando por alto su precio y el hecho que era un lujo que no necesitaba, la compré. Quizás el orgullo que sentía por ese aparato me hizo vanagloriarme en exceso y me dediqué a exponer cómo funcionaba.
Simona siguió atenta mis instrucciones y al terminar únicamente me preguntó:
― ¿A qué hora se levanta para tenerle el baño listo?
Sin saber que decir, contesté:
―De lunes a viernes sobre las siete de la mañana.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja y con una determinación en su voz que me dejó acojonado, me soltó:
―Cuando se levante, encontrará que Simona le tiene todo preparado.
No sé por qué, pero algo me hizo intuir que no era solo el baño a lo que se refería y no queriendo ahondar en el tema, le pedí que me preparara el desayuno mientras aprovechaba para darme una ducha. Nuevamente, surgió una duda en su mente y creyendo que era sobre qué desayunaba, le dije que improvisara pero que solía almorzar fuerte.
Mi sorpresa fue cuando, bajando su mirada, susurró muerta de vergüenza:
―Ya que no me ha dado un uniforme, me imagino que desea que limpie la casa como mi hermana.
Desconociendo a qué se refería, di por sentado que era en ropa de calle y no dando mayor importancia al tema, le expliqué que tenía un traje de sirvienta en el armario de su habitación, pero que si se sentía más cómoda llevando un vestido normal podía usarlo. Fue entonces realmente cuando comprendí el aberrante trato que soportaba su hermana porque con tono asustado me preguntó:
― ¿Entonces no debo ir desnuda?
Confieso que me indignó esa pregunta y queriendo resolver de una vez sus dudas, la cogí del brazo y sentándola sobre la cama, la solté:
―No te he contratado para seas mi puta sino para que limpies la casa y me cocines. ¡Nada más! Si necesito una mujer, la busco o la pago. ¿Te ha quedado claro?
Al escuchar mi bronca, los ojos de la mujercita se llenaron de lágrimas y sin poder retener su llanto, dijo:
―No comprendo. En mi región si una mujer entra a servir en casa de un soltero, se sobreentiende que debe satisfacerlo en todos los sentidos…― y antes que pudiese responderla, levantándose se abrió el vestido diciendo: ― Soy una mujer bella y sé que por eso me ha contratado. Dana me contó que usted insistió en ver mi foto para aceptar.
La furia con la que exhibía esos pechos llenos de leché no fue óbice para que durante unos segundos los recorriera con mi vista mientras contestaba:
― ¡Tápate! ¡No soy tan hijo de puta para aprovecharme de ti así! Si quieres trabajar en esta casa: ¡Hazte a la idea! ¡Tienes prohibido pensar siquiera en acostarte conmigo!
Tras lo cual, la eché del cuarto y lleno de ira, llamé a Manuel y le expliqué lo que había ocurrido. El tipo escuchó mi bronca en silencio y esperó a que terminara para, muerto de risa, soltarme:
―Te apuesto una cena a que antes de una semana, Simona se ha metido en tu cama.
Que en vez de disculparse tuviera el descaro de dudar de mi moralidad, terminó de sacarme de las casillas y sin pensar en lo que hacía, contesté:
―Acepto.

CAPÍTULO 2

No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta del lío en que me había metido porque nada más colgar, decidí darme esa ducha y mientras lo hacía, el recuerdo de los rosados pezones de la rumana volvió a mi mente.
¡Hasta ese momento nunca había visto los pechos de una lactante!
Por eso y a pesar de que intentaba no hacerlo, no podía dejar de pensar en ellos, en sus aureolas sobredimensionadas, en las venas azules que las circuncidaban, en la leche que los mantenía tan hinchados, pero sobre todo en su sabor.
«Estoy siendo un bruto, esa niña seguro que viene huyendo de un maltratador», me dije mientras de trataba de borrar de mi mente esa obsesión.
Lo malo fue que para entonces era consiente que ante un ataque de mi parte esa criatura no pondría inconveniente en darme a probar y al saber que ese blanco manjar estaba a mi disposición con solo pedirlo, me afectó y entre mis piernas, nació un apetito salvaje que no pude contener.
«¡Ni se te ocurra!», me repitió continuamente el enano sabiondo que todos tenemos, ese al que yo llamo conciencia y otros llaman escrúpulos: «¡Tú no eres Manuel!».
Aun así, al salir del baño para secarme, mi verga lucía una erección, muestra clara de mi fracaso. Creyendo que era cuestión de tiempo que se me bajara, decidí vestirme e ir a desayunar.
Al entrar a la cocina, fui consciente que iba a resultar imposible que bajo mi pantalón todo volviera a la tranquilidad porque Simona me había hecho caso parcialmente y aunque se había metido las ubres dentro del vestido gris que llevaba, no había subido la cremallera hasta arriba dejando a mi vista gran parte de su busto.
«¡Ese par de tetas se merecen un diez!», valoré impresionado al observarlas de reojo y no era para menos porque haciendo caso omiso de las leyes de la gravedad, esas dos moles se mantenían firmes y con sus pezones mirando hacía el techo.
Mientras me ponía el café, la rumanita no dejó de mirarme a los ojos de muy mal genio. Se notaba que estaba cabreada por lo que le había dicho.
«No lo comprendo, debería estar contenta por librarla de esas “labores” y tenerse que ocupar solamente de la casa».
Como no retiraba su mirada, decidí preguntar el motivo de su enfado y aunque había especulado con todo tipo de respuestas, jamás me esperé que me soltara:
― ¡Cómo no voy a estar molesta! Me ha quedado claro que no piensa usar sus derechos sobre mí y también que piensa satisfacer sus necesidades fuera de casa. Pero… ¿y qué pasa conmigo?… Cómo ya le he dicho, soy una mujer ardiente y tengo mis propias urgencias.
Casi me atraganto con el café al escuchar sus palabras. ¡La chacha me estaba echando en cara no solo que no me aliviara con ella, sino que por mi culpa se iba a quedar sin su ración de sexo! Durante unos segundos no supe que contestar hasta que pensando que era una especie de broma, se me ocurrió preguntar qué necesitaba aplacar sus urgencias.
Sé que parece una locura, pero no tuvo que pensárselo mucho para responder:
―Piense que llevo sin sentir una caricia desde que tenía seis meses de embarazo… ― y mientras seguía alucinado su razonamiento, Simona hizo sus cálculos para acto seguido continuar diciendo: ―…creo que si durante una semana, me folla cuatro o cinco veces al día, luego con que jodamos antes y después de su trabajo me conformo.
La seriedad de su tono me hizo saber que iba en serio y que realmente se creía en su derecho de exigirme que aparte del salario, le pagara con carne. Sé que cualquier otro hubiese visto el cielo, pero no comprendo todavía porque en vez de abalanzarme sobre ella y darle gusto contra la mesa donde estaba sentada, balbuceé aterrorizado:
―Deja que lo piense. Lo que me pides es mucho esfuerzo.
Luciendo una sonrisa y mientras se acomodaba en el tablero, me replicó de buen humor al haber ganado una batalla:
―No se lo piense mucho. En mi país, las mujeres somos medio brujas y si no me contesta rápido, tendré que hechizarle.
El descaro de su respuesta, sumado a que, con el cambio de postura, uno de sus pezones se le había escapado del escote y me apuntaba a la cara, hicieron que por primera vez temiera el perder la apuesta. Me consta que lo hizo a propósito para que se incrementara mi turbación, pero sabiéndolo, aun así, consiguió que la presión que ejercía mi miembro sobre el calzón se volviera insoportable.
«Está zorra me pone cachondo», no pude dejar de reconocer mientras me colocaba el paquete.
Hoy pasado el tiempo, reconozco que fue un error porque mi movimiento no le pasó inadvertido y sin pedir mi opinión ni mi permiso, con un extraño brillo en los ojos se arrodilló ante mí diciendo:
―Deje que le ayude.
Sin darme tiempo a reaccionar, esa mujercita usó sus manos para acomodar mi verga al otro lado, al tiempo que aprovechaba para dar un buen meneo a mi erección. Peor que el roce de sus dedos fue admirar sus dos pechos fuera de su vestido y que producto quizás de su propia excitación de sus pezones manaron involuntariamente unas gotas de leche materna.
«¡No puede ser!», exclamé en silencio al tiempo que, contrariando mis órdenes, mi instinto obligaba a una de mis yemas a recoger un poco de ese alimento para acto seguido, llevarlo a mi boca.
Simona, lejos de enfadarse por acto reflejo, se mordió los labios y gimiendo de deseo, me rogó que mamara de ella diciendo:
―Ayúdeme a vaciarlos. ¡Con mi hijo no es suficiente!
Durante unos segundos combatí la tentación, pero no me pude contener cuando incorporándose, ese engendro del demonio depositó directamente su leche en mis labios. El sabor dulce de sus senos invadió mis papilas y olvidando cualquier recato, me lancé a ordeñar a esa vaca lechera.
Las tetas de la rumana al verse estimuladas por mi lengua se convirtieron en un par de grifos y antes que me diera cuenta, esa muchachita estaba repartiendo la producción de sus aureolas sobre mi boca abierta. Muerta de risa, usó sus manos para apuntar a mi garganta los hilillos que brotaban de sus senos para que no se desperdiciara nada.
Desconozco cuanto tiempo me estuvo dando de beber, lo único que os puedo asegurar que, a pesar de mis esfuerzos, no pude tragar la cantidad de líquido que me brindó y por ello cuando de pronto, retiró esas espitas de mi boca, mi cara estaba completamente empapada con su leche.
Afianzando su nueva victoria y con ello mi segunda derrota, se guardó los pechos dentro de su ropa y mientras su lengua recorría mis húmedas mejillas, me soltó:
―Si quiere más, tendrá que follarme― y aprovechando que desde su cuarto el niño empezó a protestar, terminó diciendo antes de dejarme solo: ― Piénselo, pero mientras lo hace, recuerde lo que se pierde…

CAPÍTULO 3

«¿Por qué lo he hecho? ¿Cómo es posible que me haya dejado engatusar así?», mascullé entre dientes mientras subía uno a uno los escalones hacia mi cuarto.
Si mi actitud me tenía confuso, la de Simona me tenía perplejo porque era algo incomprensible según mi escala de valores. Cuando llegó a mi casa, había pensado que me tenía terror. Luego al oír el trato que sufría su hermana, creí que su nerviosismo era producto por suponer que su destino era servirme como objeto sexual. Pero en ese instante estaba seguro de que si su cuerpo temblaba no era de miedo sino de deseo y que cuando me enterneció verla casi llorando al ver mi cama, lo que en realidad le ocurría era que esa guarra estaba excitada.
«¿Qué clase de mujer actúa así y más cuando acaba de tener un hijo?», me pregunté rememorando sus exigencias, «¡No me parece ni medio normal»!
La certeza que la situación iba a empeorar y que su acoso pondría a prueba mi moralidad, no mejoró las cosas. Interiormente estaba acojonado por cómo actuaria si nuevamente ponía esas dos ubres a mi alcance.
«Esa mujercita engaña a primera vista. Parece incapaz de romper un plato y resulta que es un zorrón desorejado que aprovecha su físico para manipular a su antojo a todos», sentencié molesto.
Seguía torturándome con ello, cuando mi móvil vibró sobre la cama. Al ver que quien me llamaba era Manuel, reconozco que pensé que ese capullo se había enterado de lo cerca que estaba de ganar la apuesta y quería restregármelo.
― ¿Qué quieres? ― fue mi gélido saludo. Ese cerdo era el culpable de mis males, si no llega a ser por él, no conocería a Simona y no me vería torturado por ella.
Curiosamente, mi amigo parecía asustado y bajando la voz como si temiera que alguien le escuchara, me dijo que necesitaba verme y que me invitaba a comer. Su tono me dejó preocupado y a pesar de estar cabreado, decidí aceptar y nos citamos en un restaurante a mitad del camino entre nuestras casas.
―No tardes, necesito hablar contigo, pero no se lo digas a nadie― murmuró dándome a entender que no le contara a mi chacha a quién iba a ver.
La urgencia que parecía tener y mi propia necesidad de salir corriendo de casa para no estar cerca de esa bruja con aspecto de niña, me hicieron darme prisa y recogiendo la cartera, salí de mi cuarto rumbo al garaje.
Al pasar frente a la cocina, vi que la rumana estaba dando de mamar a su bebé. La tierna imagen provocó que ralentizara mi paso y fue cuando descubrí que el retoño era una niña por el color rosa de su ropa. No me preguntéis porqué, pero al enterarme de su sexo me pareció todavía más terrible la actitud de su madre.
«¡Menudo ejemplo!», medité mientras informaba a esa mujer que no iba a comer en casa.
Su respuesta me indignó porque entornando los ojos y con voz dulce, se rio diciendo:
―Después del desayuno que le he dado, dudo mucho que tenga hambre hasta la cena.
El descaro con el que recordó mi desliz y su alegría al hacerlo, me terminaron de cabrear y hecho un basilisco, salí del que antiguamente era mi tranquilo hogar.
«Me da igual que sea madre soltera, cuando vuelva ¡la pongo de patitas en la calle!» murmuré mientras encendía mi Audi y salía rechinando ruedas rumbo a la cita.
Durante el trayecto, su recuerdo me estuvo martirizando e increíblemente al repasar lo ocurrido, llegué a la conclusión que era un tema de choque de culturas y que a buen seguro desde la óptica de la educación que esa jovencita recibió, su actuación era correcta.
«Al no tener donde caerse muerta ni pareja con la que compartir los gastos, esa jovencita ha visto en mí alguien a quién seducir para que se ocupe de su hija», concluí menos enfadado al vislumbrar un motivo loable en su conducta.
«Entregándose a mí, quiere asegurarle un futuro», rematé perdonando sin darme cuenta su ninfomanía.
Hoy sé que ese análisis no solo era incompleto, sino que me consta que era totalmente erróneo, pero en ese momento me sirvió y como para entonces había llegado a mi destino, aparqué el coche en el estacionamiento y entré en el local buscando a Manuel.
Lo encontré junto a la barra con una copa en la mano. Que estuviera bebiendo tan temprano, me extrañó, pero aún más que tras saludarle, yo mismo le imitara pidiendo un whisky al camarero.
Ya con mi vaso en la mano, quise saber qué era eso tan urgente que quería contarme. Lo que no me esperaba es que me pidiera antes que pasáramos al saloncito que había reservado. Al preguntarle el porqué de tanto secretismo, contestó:
―Nunca sabes quién puede oírte.
Mirando a nuestro alrededor, solo estaba el empleado del restaurante, pero no queriendo insistir me quedé en silencio hasta que llegamos a la mesa.
― ¿Qué coño te ocurre? ― solté al ver que había cerrado la puerta del saloncito para que nadie pudiera escuchar nuestra conversación.
Mi conocido, completamente nervioso, se sentó a mi lado y casi susurrando, me pidió perdón por haberme convencido de contratar a Simona.
― ¡No te entiendo! Se supone que estabas encantado de haber conseguido un trabajo para la hermanita de tu amante― respondí furioso.
―Te juro que no quería, pero ¡Dana me obligó!
Que intentase escurrir el bulto echando la culpa a su chacha, me molestó y de muy mala leche, le exigí que se explicara. Avergonzado, Manuel tuvo que beberse un buen trago de su cubata antes de contestar:
―Esa puta me amenazó con no darme de mamar si no conseguía meter al demonio en tu casa.
Qué reconociera su adicción a los pechos de su criada de primeras despertó todas mis sospechas porque, además de ser raro, era exactamente lo que me estaba pasando y con un grito nacido de la desesperación, le pedí que me contara como había él contratado a su chacha.
―Me la recomendó un amigo.
Su respuesta me dejó tan alucinado como preocupado y por eso, me vi en la obligación de preguntar:
― ¿Dana acababa de tener un hijo?
―Una hija, ¡esas malditas arpías solo tienen hijas! ― la perturbada expresión de su cara incrementó mi intranquilidad.
Por eso le pedí que se serenara y me narrara el primer día de Dana en su casa.
―Joder, Alberto, ¡tú me conoces! ― dijo anticipando su fracaso― siempre he sido un golfo y por eso desde el primer momento me vi prendado de los pechos de esa morena. ¡Imagínate mi excitación cuando se quejó de que le dolían y me rogó que la ayudara a vaciarlos!
«¡Es casi un calco de mi actitud esta mañana!», me dije asustado al verme por primera vez como la víctima de una conspiración cuyo alcance no podía ni intuir.
Manuel, totalmente destrozado, se abrió de par en par y me reconoció que la que teóricamente era su criada, en realidad era algo más que su amante:
―Me da vergüenza decírtelo, pero es Dana quien manda en casa. Lo creas o no, si quiero salir con un amigo, tengo que dejarla satisfecha sexualmente con anterioridad y eso ¡no resulta fácil! Ese demonio me exige que me la folle hasta cuatro veces al día para estar medianamente contenta.
Ni siquiera dudé de la veracidad de sus palabras porque esa misma mañana Simona me había dejado claro que esas eran sus pretensiones.
― ¡Su hermana es igual! ― confesé asumiendo que por alguna razón tanto ella como Dana eran unas ninfómanas. ―La mía me ha echado en cara que es una mujer joven y que necesita mucho sexo para estar feliz.
No acaba de terminar de hablar cuando se me encendieron todas las alarmas al darme cuenta de que había usado un posesivo para referirme a “mi” rumana. Si ya eso de por sí me perturbó, la gota que provocó que un estremecimiento recorriera mi cuerpo fue el escuchar a mi amigo, decir aterrorizado:
― ¡No te la habrás tirado!
―No― respondí sin confesar que lo que si había hecho era disfrutar del néctar de sus pechos.
Manuel respiró aliviado y cogiendo mi mano entre las suyas, me aconsejó que nunca lo hiciera porque las mujeres de su especie eran una droga que con una única vez te volvía adicto.
―Sé que es una locura, pero necesito ordeñar a Dana mañana y noche si quiero llevar una vida mínimamente normal.
Fue entonces cuando caí en que al menos esa mujer llevaba cinco años conviviendo con él y me parecía inconcebible que siguiera dando pecho a su hija.
―Por las crías no te preocupes, esas brujas utilizan su leche para controlar a sus parejas. ¡A quien da de mamar es a mí! La abuela se hizo cargo de la niña al mes de estar en casa y contigo los planes deben ser los mismos― contestó cuando le recriminé ese aspecto.
Por muy excitante que fuera el tomar directamente de su fuente la leche materna, me parecía una locura pensara que era una sustancia psicotrópica. De ser así el 99,99% de la gente sería adicto a la de vaca y al menos el 60% de los humanos a la de su madre.
«Nunca he oído algo así», pensé compadeciéndome de Manuel, «al menos, habría miles de estudios sobre como desenganchar a los niños de las tetas».
Sabiendo que era absurdo, deseé indagar en la relación que mantenía con su criada para ver si eso me aclaraba la desesperación que veía en mi amigo y por eso directamente, le pregunté si al menos era feliz.
Ni siquiera se lo pensó al contestar:
― ¡Mucho! ¡Jamás pensé en que podría existir algo igual! Esa zorra me mima y me cuida como ninguna otra mujer en mi vida. Según ella, las mujeres de su aldea están genéticamente obligadas a complacer en todos los sentidos a sus hombres… pero ¡ese no es el problema!
―No te sigo, si dices que eres feliz con ella. ¿Qué cojones te ocurre?
Me quedé alucinado cuando su enajenación le hizo responder:
―Sé que no me crees, pero debes echarla de tu vida antes que te atrape como a mí― y todavía fue peor cuando casi llorando, me soltó: ―No son humanas. ¡Son súcubos!
Confieso que al oírle referirse a esas rumanas con el nombre que la mitología da a un tipo de demonios que bajo la apariencia de una mujer seducen a los hombres, me pareció que desvariaba. Simona podía ser muchas cosas, pero las tetas que me había dado a disfrutar eran las de una mujer y no las de un demonio medieval.
Convencido que sufría una crisis paranoica y que producto de ella estaba desvariando, no quise discutir con él y dejando que soltara todo lo que tenía adentro, le pregunté:
― ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Manuel en esta ocasión se tomó unos segundos para acomodar sus ideas y tras unos momentos, me respondió:
―Esa zorra no ha envejecido ni un día. Sigue igual que hace cinco años. Cuando le he preguntado por ello, Dana siempre esquiva la pregunta apuntando a sus genes. No me mires así, sé que no es suficiente, pero… ¿no te parece extraño que, al preguntarle por la gente de su aldea, parece que no existieran varones en ella? Esa bruja siempre se refiere a mujeres.
Durante unos minutos, siguió dando vuelta al asunto hasta que ya casi al final soltó:
― ¿Te sabes el apellido de Simona?
―La verdad es que no lo recuerdo― reconocí porque era algo en lo que no me fijé cuando repasé su edad.
―Se apellidan Îngerul păzitor, ¿Tienes idea de que significa en rumano? ― por mi expresión supo que no y dotando a su voz de una grandilocuencia irreal, continuó: ― ¡Ángel custodio! Esas putas se consideran a ellas mismas como nuestras protectoras.
Dando por sentado que definitivamente estaba trastornado, dejé que se terminara esa y otras dos copas antes de inventando una cita, dejarle rumiando solo su desesperación.
Y ya frente al volante recordé que, según el catecismo católico, un ángel custodio es aquel que acompaña al hombre durante ¡toda la vida!…
.


Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 27. Capitulación.” (POR ALEX BLAME)

$
0
0

Capítulo 27. Capitulación.

A la mañana siguiente Arabela se despertó en la misma postura. La fresca brisa del mar entraba por el ojo de buey poniéndole la piel de gallina. Se tapó con la sabana y el movimiento despertó a Hércules por un instante, que medio en sueños la acogió entre sus brazos apretándola contra su cuerpo y trasmitiéndole su calor. Se volvió a dormir hasta que unos suaves golpes sonaron en su puerta y la voz de la capitana se filtró preguntándole si se encontraba bien.

Arabela se despertó y poniéndose una bata de seda se acercó a la puerta y abrió. La capitana entró en la estancia flanqueada por dos fornidos marineros que portaban sendos bicheros. Bela intentó disuadirlos pero los hombres entraron en la habitación dispuestos a reducir a Hércules.

—Tranquila, Hansen y Jensen se ocuparan de él. —dijo la capitana Goldman—¿Te ha hecho daño ese animal? Le voy a hacer pagar caro…

—No hay ningún problema, Mary y será mejor que retires a tus chicos. —le interrumpió Arabela.

Antes de que pudiese terminar la frase se oyeron dos golpes no muy fuertes y en pocos segundos salió Hércules totalmente desnudo y agarrando a cada uno de los marineros por un brazo que llevaba retorcido a sus espaldas.

—A sus órdenes capitana, —dijo Hércules dando un empujón a aquellos dos inútiles de forma que cayesen de bruces a los pies de las dos mujeres.

La capitana observó con asco el cuerpo desnudo y la sonrisa despectiva de aquel estúpido muchacho y no pudo evitarlo:

—No sé qué te crees, gilipollas, pero has infringido las leyes del mar. Has agredido al capitán de un barco, la máxima autoridad en esta lata de sardinas mientras nos encontremos en aguas internacionales. Una orden mía y estarías colgando del mástil.

—¿Y quién iba a colgarme? ¿Serías tú? ¿O serían estos dos inútiles? —replicó Hércules dando una ligera patada al costado a Jensen o de Hansen.

-¡Basta! ¡Los dos! —les interrumpió Bela— Nadie va a hacer nada. Yo soy la que paga los sueldos de todo el mundo así que vamos a volver todos a nuestras respectivas tareas y vamos a olvidar todo lo que ha pasado aquí. ¿Entendido?

—Pero… —intentó protestar débilmente la capitana.

—¿Entendido? La misión de este barco es lo primero y no quiero absurdas rencillas entre los componentes de la expedición. Si alguien tiene algún problema podemos atracar en el puerto más cercano y podrá abandonar el barco. Yo me encargaré de conseguirle un sustituto.

Las duras palabras de Arabela acabaron con la resistencia de la capitana que se tragó su orgullo y se retiró consciente de que si renunciaba a su trabajo perdería un sustancioso sueldo.

El resto del día transcurrió sin incidentes. Hércules empezó a desempeñar sus tareas que básicamente eran ser el chico para todo. Gracias a sus conocimientos prácticos y su fuerza, tanto podía arreglar el brazo robótico de un minisubmarino, como llevar un montón de cajas de provisiones de la bodega a la cocina. El incidente de la noche anterior había sido la comidilla de la tripulación. La capitana con sus ademanes secos y sus maneras autoritarias no caía muy bien a nadie, así que se encerró en el puente de mando y dejó de tener contacto con nadie que no fuese miembro de la tripulación.

Arabela apenas vio a Hércules en todo el día, pero por lo que le decían los miembros de la expedición, había sido un excelente fichaje. Era simpático y un manitas y las mujeres, ante el fastidio de Arabela, no paraban de opinar sobre sus bíceps, sobre su sonrisa o sobre lo que escondía bajo sus bermudas.

Para la hora de la cena ya se había ganado a todo el equipo y todos reían escuchando sus anécdotas y las bromas pesadas que intercambiaba con sus compañeros del equipo de rugby.

La velada terminó rozando la medianoche. Todos los componentes de la expedición se fueron retirando uno a uno hasta que solo quedaron ellos dos. Arabela se levantó charlando con el doctor Kovacs unos instantes antes de terminar y separarse para dirigirse a sus respectivos camarotes.

Al girarse vio que Hércules la seguía sin disimulo. Irritada, aceleró el paso e intentó cerrar la puerta en sus narices, pero él fue demasiado rápido impidiendo que se cerrase del todo. De un empujón abrió la puerta haciéndola retroceder y cogiéndola de un brazo la empujó contra la puerta, cerrándola con el empujón.

Hércules la observó durante un momento y acarició su cabello rojo durante un instante antes de besarla. Sus labios se fundieron y las lenguas de ambos se tantearon con suavidad saboreándose el uno al otro mientras las manos de Hércules se deslizaban por su cara hasta rodear su cuello. En ese momento apretó su cuello cortando su respiración.

—Nunca vuelvas a intentar cerrarme la puerta. —dijo él apretando un poco más— ¿Me has entendido?

Gruesos lagrimones corrían por las mejillas de la mujer haciendo que se corriese el rímel en gruesos churretones por su cara. Arabela sentía como el oxígeno se iba agotando, pero hipnotizada por aquella profunda mirada no hizo ningún gesto de rebeldía. Estaba dispuesta a morir si era lo que Hércules deseaba y se lo demostró quedándose quieta, esperando pacientemente a que su amante decidiera sobre su vida. Finalmente, él aflojó un poco la presa, permitiendole coger una bocanada de aire antes de volver a recibir sus besos.

Hércules la avasallaba con su fuerza y su lujuria desarmándola con caricias y besos, pero sin dejarla en ningún momento tomar la iniciativa. Jamás se había sentido tan excitada e indefensa a la vez. Las manos del joven sacándole la ropa a tirones la devolvieron a la realidad.

Apenas tuvo tiempo de sorprenderse y Hércules ya estaba sobre ella manoseando su cuerpo, besando, chupando y mordiendo hasta dejar su pálida piel llena de marcas y chupetones.

Con una ligera presión la obligó a arrodillarse y le puso la polla en sus manos. Bela la acarició obediente, sintiendo como crecía y se endurecía con sus caricias. Agarró el miembro palpitante con más fuerza y empezó a masturbarle.

Las manos de Bela eran cálidas y suaves y sus gestos experimentados. En cuestión de segundos estaba totalmente excitado. La mujer levantó la vista un instante e interrumpió los movimientos de sus manos para besar suavemente su glande. Hércules sintió un escalofrío recorriendo su columna. Cogiendo su melena en llamas, le introdujo el miembro poco a poco en la boca, disfrutando del calor y la humedad de su boca. Con un último empujón se la alojó en el fondo de su garganta.

Arabela contuvo una arcada. Su boca se llenó de saliva y se vio obligada a retirarse para poder respirar. Hércules la dejó coger un par de bocanadas y volvió a penetrar su boca esta vez con más suavidad, moviendo ligeramente las caderas y dejando que ella fuese la que decidiese hasta dónde quería que llegase su glande. Arabela a su vez chupaba con fuerza y acompañaba con su lengua cada retirada de la polla del joven.

Estaba tan excitada que apenas puso oposición cuando la levantó y la maniato con las manos por delante. Antes de que se diese cuenta estaba con los brazos colgando de una viga del techo del camarote, de forma que solo tocaba el suelo si se ponía de puntillas.

Hércules se paró y observó el cuerpo de la mujer. Los músculos de sus muslos y sus pantorrillas estaban contraídos por el esfuerzo de mantener el contacto con el suelo. Dio una vuelta en torno a ella y acarició su espalda antes de acercarse y taparle los ojos con un pañuelo oscuro.

Arabela no veía nada y apenas podía moverse. Podía olerle y oírle dando vueltas a su alrededor como una pantera hambrienta. Se sintió como una presa, como un sacrificó para aplacar la ira de un Dios. Un roce en su cadera bastó para sobresaltarla y hacer que toda su piel se pusiese de gallina. Levantó una pierna para descansar un poco y ese fue el momento que eligió el para cogerla pasando sus brazos por debajo de sus muslos y penetrarla.

La mujer suspiró excitada y dejó aliviada que Hércules cargara con su peso. Aquel joven la levantaba como una pluma y unas veces la penetraba con suavidad y otras la dejaba caer con todas sus fuerzas ayudándose de la gravedad. La polla de Hércules se abría paso en su interior provocándole un intenso placer y se imaginaba su sonrisa burlona cada vez que ella gemía sorprendida.

Hércules apartó sus brazos para poder acariciar su cuerpo. Arabela perdió el pie un instante y las ligaduras mordieron sus muñecas haciéndole soltar un grito, pero reaccionó rápido y rodeó las caderas de Hércules con sus piernas mientras este se comía literalmente su cuello y sus labios.

Durante unos instantes siguió besando y estrujando su cuerpo y ella no podía hacer otra cosa que abrazar su cuerpo con sus piernas y frotar su sexo anhelante contra su polla.

Con un empujón volvió a dejarla sola en la oscuridad y el silencio. La gruesa moqueta ahogaba todo los sonidos. Le pareció oír algo a su izquierda y se volvió. Una ligera caricia y nada más. Levantó la pierna e intentó barrer el espacio circundante pero no encontró nada. Cuando volvió a apoyar los dos pies en el suelo un par de dolorosos cachetes en el culo hicieron que pegase un alarido. Notó el intenso escozor y la sensación de ardor. Debería estar dolorida y aterrada pero en realidad se sentía aun más excitada.

Se puso de puntillas y retrasó su culo. Las ligaduras volvían a apretar sus muñecas, pero le daba igual. Solo deseaba una cosa, deseaba tenerle dentro de ella. Hércules se tomó su tiempo, pero finalmente la penetró. Las manos de Hércules eran dos serpientes que rodeaban su cuerpo y atacaban sus lugares más sensibles con rapidez y habilidad, produciendo instantáneos relámpagos de placer que intensificaban la gratificante sensación de tener la polla del joven moviéndose dentro de su coño.

Sin dejar de gemir y jadear, Arabela le pedía con insistencia que siguiese y le diese cada vez más fuerte. Cuando esto no fue suficiente comenzó a dar pequeños saltos para intensificar su placer, en ese momento Hércules volvió a agarrarla del cuello y lo apretó con fuerza pero ella ya no podía parar, todo le daba igual, solo importaba el placer que aquel miembro le estaba dando.

El orgasmo le llegó intenso y profundo. Todo su cuerpo se agitó incontenible recorrido por un placer que la arrasaba y se negaba a abandonarla. Hércules se apartó dejándola al fin respirar. Sin ocultar sus movimientos se puso frente a ella y la besó mientras se masturbaba. Le suplicó que la dejase hacérselo ella, pero por toda respuesta solo escuchó un sordo gemido antes de que él eyaculase derramándose sobre su vientre y sus muslos.

Con un último beso el joven la desató y dejó que se quitase la venda de los ojos. Hércules sonreía satisfecho, tal como se lo había imaginado. Arabela se quedó allí, dejando que la observase mientras hacía dibujos con la leche que cubría su vientre.

El resto de la travesía la paso en una nube. Durante el día Hércules la trataba con respeto y deferencia. A medida que el sol avanzaba en su recorrido hacia el ocaso Arabela se sentía más y más excitada hasta el punto de que cuando llegaba la cena solo pensaba en arrastrar al joven a su camarote, pero Hércules alargaba la sobremesa y la torturaba con una sonrisa mientras jugaba a las cartas o contaba chistes a los compañeros de expedición.

Cuando finalmente la llevaba al camarote, totalmente mojada y rendida dejaba que Hércules la follara a su antojo y ella disfrutaba cumpliendo todos su deseos sabiendo que cuando lo hacía siempre era recompensada.

Cinco días después estaban a la vista del desértico islote. Apoyados en la baranda, a apenas cinco millas de la costa, observaron la nubes que se arremolinaban en el horizonte, perfilando la isla. Hércules aspiró profundamente, podía oler la tormenta que se preparaba.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO : PARODIAS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :

alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra part 1” (POR GOLFO)

$
0
0

Aunque parezca imposible, después de toda una noche follando, a esa mujer le quedaban ganas de seguir cuando se levantó a la siete de la mañana. Estaba completamente dormido cuando sentí que a mi lado, Ann se había despertado y que pegándose a mí, quería reactivar mi maltrecho pene. Ni siquiera había abierto los ojos, cuando la humedad de su boca fue absorbiendo mi extensión todavía morcillona. Asaltando mi feudo a traición, la rubia se puso a lamer los bordes de mi glande mientras sus manos acariciaban mis testículos.  Poco a poco, mi pene fue saliendo de su letargo y gracias a sus mimos, en pocos segundos adquirió una considerable dureza.

Como había tenido ración suficiente de sexo, decidí hacerme el dormido. Mi supuesta vigilia no fue óbice para que poniéndose a horcajadas sobre mí, esa mujer se fuera empalando lentamente sin hacer ruido. La parsimonia con la que usando mi sexo rellenó su conducto, me permitió sentir cada pliegue de su cueva recorriendo mi piel.
“Sera puta”, pensé y ya completamente despierto, decidí seguir fingiendo, “vamos a ver hasta dónde llega…”.
Moviéndose a cámara lenta, Ann fue alzando y bajando su cuerpo calladamente. Supe que estaba cada vez más excitada por la facilidad manifiesta con la que mi miembro recorrió su interior.
“¡Que gozada!”, exclamé mentalmente al sentir como los músculos de su vagina se contraían y relajaban a su paso. La mujer, quizás pensando que me podía molestar ser usado sin mi permiso, en ningún momento posó el peso de su cuerpo sobre el mío sino que haciendo verdaderos esfuerzos, su penetración se quedaba a milímetros de hacerlo.
No tardé en escuchar sus suspiros y entreabriendo los ojos, descubrí que se estaba pellizcando con dureza los pezones mientras se mordía los labios para no gritar. Ajena a mi escrutinio, la rubia iba en busca de un placer robado y sintiéndose una ladrona, llevó una de sus manos a su entrepierna y con dureza se empezó a masturbar mientras seguía perforando su interior con mi miembro. Me encantó ver sus dos enormes ubres, saltando como poseídas al hacerlo y conociéndola comprendí que no tardaría en correrse.
Esperé a ver el sudor recorriendo su canalillo y su flujo empapando mis piernas, para salir de mi ensimismamiento y cogiendo entre mis dedos, sus pezones, aplicar un dulce correctivo a mi violadora:
-Eres una puta muy mala- dije mientras mis yemas presionaban el botón de sus aureolas.
La mujer dejando de disimular, gimió los pellizcos y como una loca, se puso a cabalgar sobre mí. Me puso cachondo darme cuenta que cuanto más apretaba, mas gemía y por eso, obviando que era mi clienta le solté un azote en su trasero. Mi nalgada le hizo chillar pero con más pasión prosiguió su galope. Entusiasmado por el descubrimiento, fui repitiendo mi caricia ante la brutal excitación demostrada por Ann. Berreando la mujer me rogó que no parara y ateniéndome a sus órdenes continué castigando sus cachetes a dos manos.
-Me encanta- escuché que me decía mientras mi estoque se clavaba profunda mente en su vulva.
Totalmente enardecido por su entrega, la eché a un lado y poniéndola a cuatro patas, la penetré de un solo golpe. La brutalidad de mi embestida sacó un aullido de su garganta pero, lejos de protestar o intentar zafarse,  esa mujer abriendo sus nalgas con las manos, buscó que mi siguiente acometida le llegara aún más profundo. Desgraciadamente para ella, me mostró un ano rosado y virgen que se me antojó una meta a conquistar y cogiendo parte de su flujo, me puse a embadurnarlo sin esperar su opinión.
Desesperada al ver mis intenciones, se intentó escapar pero reteniéndola con mi brazo, se lo impedí mientras uno de mis dedos violaba su hasta entonces inmaculado esfínter.
-¡No!- gritó reptando por las sábanas, -Por ahí, ¡No!-
Fue demasiado tarde para ella, cogiendo mi extensión, puse mi glande en su entrada y presionando con mis piernas, la desfloré.
-¡Para!- chilló incapaz de moverse.
Su parálisis me dio alas y forzando su ano, fui introduciéndome centímetro a centímetro en su intestino mientras ella no dejaba de sollozar. Mi intromisión continuó hasta que sentí su ano rozando la base de mi pene y entonces durante unos segundos, dejé que se acostumbrara. Cuando decidí que estaba preparada, comencé a tomarla con brutalidad. Sus gritos en vez de retraerme me servían de acicate y cogiéndola por los pechos, busqué mi placer sin importarme el modo.
Sé que fue una violación y no estoy orgulloso pero,  en ese momento, ella era el instrumento con el que saciar el furor que me tenía obsesionado y usando su pelo como si de riendas se tratara, cabalgué a mi yegua a un ritmo desenfrenado.
-Muévete puta- le ordené dándole otro azote.
Mi flagelo le obligó a moverse y totalmente sometida, colaboró con su violador sin dejar de llorar. Nada me podía parar, necesitaba desfogarme en ese culo y estocada tras estocada,  mi tensión se fue acumulando hasta que rugiendo por el dominio alcanzado, me corrí sonoramente en su interior y exhausto me dejé caer a su lado.
Ya liberado me percaté de la burrada que acababa de cometer y lleno de remordimientos, me levanté al baño a limpiarme los restos que impregnaban mi falo. Mientras me lavaba decidí pedirle perdón y si quería le devolvería el doble del dinero que me había pagado. Todo menos tenerme que enfrentar a una denuncia en la policía. Al retornar a la cama, me quedé helado. Ann recogiendo su ropa había desaparecido y dejando solo una pequeña mancha de sangre en mitad del colchón.
La imagen de un juicio recorrió mi mente y absolutamente acojonado, comencé a recoger mi ropa del apartamento.  Al terminar de meterla de cualquier manera en la maleta, encendí mi ordenador y realmente aterrorizado, busqué una web donde reservar el primer billete que me sacara de Estados Unidos. No me costó encontrar varios vuelos que me sacarían de ese país y cuando ya estaba a punto de pagar un pastón por un billete a las bermudas, escuché que me llamaban por el móvil.
¡Era Johana!, la mujer que me había contratado para acostarme con Ann. Estuve a un tris de no contestarla pero quizás fueron las ganas que tenía de disculparme lo que me llevó a responderla. Nada más descolgar, por el tono supe que no estaba enfadada y por eso antes de contarle lo ocurrido, esperé a ver qué era lo que quería:
-Alonso, eres una máquina de hacer dinero- dijo con voz alegre.
-¿Por qué lo dices?- contesté confuso porque me esperaba una bronca.
La pecosa soltando una carcajada, me preguntó que les daba y viendo mi desconcierto me explicó que Ann le acababa de llamar y le había pedido volverme a ver, pero en esta ocasión había reservado mis servicios durante una semana.
-¿De qué coño hablas?-
-De quince mil dólares, ni más ni menos. Esa estirada se ha quedado tan entusiasmada contigo que te lleva de viaje. Quiere que le acompañes, por lo visto tiene una casa de playa y se ha pedido una semana de vacaciones para disfrutarte a solas-
-No puede ser- exclamé con la mosca detrás de la oreja.
-Sí puede, lo único raro es que me ha rogado que te diga que durante el tiempo que estéis ahí, debes tratarla como esta mañana-
No podía ser que esa mujer  que había salido huyendo tras esa cuasi violación fuera la misma que ahora quería contratar mis servicios durante siete días y por eso con la mosca detrás de la oreja le pregunté cómo podía asegurarme de cobrar:
-Por eso no te preocupes, esa zorra ya ha pagado tus siete días y se ha permitido el lujo de adelantar otros tres por si le apetece seguir disfrutando de tus favores-.
Que esa bruja hubiese gastado por anticipado tal cantidad de pasta me tranquilizó. Nadie tira a la basura casi veinte mil dólares, si quisiera denunciarme jamás habría anticipado semejante cantidad de dinero.  Comportándome como un auténtico profesional, le pedí los detalles de mi contrato:
-Tienes tres horas, te recogerá enfrente de tu casa a las once. Desde entonces eres suyo durante una semana-
-Vale- contesté sin saber si sería capaz de cumplir  los términos de mi alquiler  y por eso, con un montón de dudas sobre cómo debería comportarme, le confesé lo que había ocurrido.
Mi jefa, descojonada, me respondió que eso era mi problema que ella solo se ocupaba de rellenar mi agenda y que el modo en que yo desempeñara mi labor era un tema estrictamente mío.
-No me jodas. Va a querer que me comporte como una bestia y sinceramente, ¡Me veo incapaz!-
-Ese es tu problema, el mío es cobrar y ya lo he hecho- contestó escabulléndose de mis quejas.
Convencido que, si no cogía ese trabajo, podría enfrentarme a una acusación de abuso sexual,  decidí aceptar y tras colgar el teléfono, al asumir  que no necesitaba preparar mi equipaje al haberlo hecho con anterioridad, salí de mi apartamento a tomar el aire. Me costaba respirar. Estaba espantado tanto por la posibilidad de la denuncia como por mi supuesta obligación de actuar como un estricto dominante durante tanto tiempo. Internamente era consciente de que no tenía ni puta idea del roll y aunque Ann se lo hubiese exigido a Johana, dudaba si sería capaz de llevarlo a cabo.
Sin otra cosa que hacer, deambulé por la calle como un autómata y sin rumbo fijo. Durante dos horas no hice otra cosa que reconcomerme por mi idiotez, tras lo cual, tomé la decisión de que ese iba a ser mi último “trabajo”. Nada de mi educación pasada me había preparado para enfrentarme a esa vida. Acababa de decidir volver a Madrid cuando al mirar el reloj, vi que faltaba poco para que esa puta viniera por mí. Dándome prisa, subí a mi piso y recogiendo mi bolsa de viaje, bajé al portal a esperarla.
No llevaba ni cinco minutos en la acera, cuando la vi llegar conduciendo un Ferrari descapotable.
-¡Menudo cochazo!-, exclamé.
Estaba tan embobado con semejante máquina que ni siquiera respondí a su saludo. ¡Era un 458 spider!, el coche de mis sueños. Un trasto que hace de 0 a 100 en 3,4 segundos y cuyo costo es superior a los 225.000€.
-¿Te gusta?- preguntó al ver mi interés.
-¿Y a quién no?- respondí entusiasmado con la perspectiva de irme de viaje montado en él.
Lo que no me esperaba es que esa mujer,  con una enorme sonrisa iluminando su cara, me soltara mientras me lanzaba las llaves:
-¡Conduce! Yo estoy cansada-
No me lo tuvo que decir dos veces, tirando mi equipaje en el minúsculo maletero ubicado en el frontal, me até el cinturón y encendí el Ferrari. El sonido de sus ocho cilindros rugiendo al acelerarlo era musical celestial. Absolutamente entusiasmado, tuve que hacer un esfuerzo para sacar mi vista de los controles y mirar a mi clienta. La rubia se había olvidado de la etiqueta y venía ataviada con un vaporoso vestido de verano de tirantes. Sus enormes pechos parecían aún mayores al estar encorsetados por el elástico. Sabiendo que ni siquiera me había dirigido a ella, le di un beso en la mejilla, mientras le preguntaba hacia dónde íbamos.
-A los Hamptoms. Tengo un chalet en East Hampton Beach-
“¡Dios mío!” me dije al conocer nuestro destino. Esa zona era la más elitista de todo Long Island y cualquier casa pegada a la playa, no sale por menos de un par de millones de dólares. Si ya suponía que esa mujer estaba forrada, eso lo confirmó. Temblando por la responsabilidad de conducir ese coche, aceleré dejando atrás mi calle.
Bastante cortado por lo grotesco de la situación tuvo que ser ella la que rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros, me dijera:
-¿Te habrá extrañado que te contratara después de lo de esta mañana?-
-La verdad es que sí, sobretodo, porque al volver del baño ya no estabas-
-La razón por la que salí huyendo de tu apartamento no fue la que te esperas. He hablado con Johana hace un momento y me ha contado tus temores- respondió con voz serena. –Me fui no por lo que me habías hecho, sino por lo que había sentido. Nunca creí que se podía experimentar tanto placer y menos al ser forzada-
-No te entiendo- respondí todavía apesadumbrado por mi comportamiento.
-Al tratarme así y sentir tanto y en tan corto espacio de tiempo, sentí miedo. Ya en el taxi, comprendí que había sacado de mi interior una faceta de mí que no conocía y lo más importante, una faceta que quiero explorar con tu ayuda-
-No sé si seré capaz de cumplir con tus expectativas- reconocí mientras le acariciaba la rodilla pegada a la caja de cambios.
-Serás- masculló entre dientes mientras separaba sus piernas.
-No seas zorra- dije, mientras soltaba una carcajada, al percatarme que Ann me había malinterpretado y encima se había excitado.
La mujer tampoco entendió mis palabras y poniendo un reproche en su cara, me soltó:
-¡Dime que quieres que haga!-
Comprendí que su queja venía porque creía y esperaba órdenes y sabiendo que tenía una semana para defraudarla, decidí que al menos durante ese viaje de dos horas a su casa, no iba a hacerlo. Por eso, sin mirarla, le dije:
-No esperaras que sea yo quien te masturbe. ¡No te lo has ganado!-
Se quedó callada durante unos minutos, rumiando quizás el significado, tras lo cual, bajándose las bragas a la altura de las rodillas, se empezó a acariciar sin importar que el coche estuviera descapotado y que en ese momento, el puente Robert Kennedy, que estábamos cruzando, estuviera atestado de vehículos. Colorada hasta extremos inauditos, la mujer buscó complacerme torturando su clítoris a la vista de todo aquel que se fijara en el rutilante Ferrari. Estuve a un tris de decirle que parara, tenía miedo que alguien nos denunciara porque en una sociedad tan hipócrita como la americana sigue existiendo  el delito de escándalo público pero, al comprobar que esa mujer estaba cada vez más excitada, la dejé continuar y tratando de evitar problemas innecesarios, subí la música del cd con el ánimo de amortiguar sus gemidos.
Ann, absolutamente inmersa en su papel y con las piernas completamente separadas, se había sacado un pecho y mientras se pellizcaba un pezón con una mano,  con la otra se masajeaba duramente la entrepierna. La visión de esa mujer entregada, me empezó a afectar a mí también y mi pene no tardó en removerse inquieto bajo mi cremallera.  Aunque me parecía un error, tengo que confesar que me estaba poniendo cachondo. Mi calentura tampoco le pasó desapercibida a la rubia que sin pedirme permiso empezó a acariciar mi sexo por encima del pantalón.
Aprovechando que acabábamos de entrar a la autopista y que en teoría era más complicado que alguien nos acusara, la miré de reojo y señalando mi entrepierna, ordené a la mujer que lo liberara de su  encierro. No se hizo de rogar, soltándose el cinturón de seguridad, se agachó y bajándome la bragueta, saco mi pene con su mano:
-Te echaba de menos- soltó mientras le daba un beso.

Por su cara de felicidad,  la rubia estaba encantada con mi pedido y sin quejarse en absoluto, abrió sus labios para engullir lentamente toda mi extensión. La sensación de ser mamado al volante de ese deportivo es una experiencia digna de contar. La música a tope, el aire despeinándome el pelo y ese pedazo de hembra mimando mi falo en su boca, me estaban llevando al paraíso. Queriendo disfrutar plenamente, puse el controlador de velocidad y llevando una mano a la cabeza de mi clienta, la empecé a acariciar.
Ella al sentir la presión de mi mimo, creyó que quería que acelerara sus maniobras e introduciéndose mi sexo hasta el fondo de su garganta, buscó mi placer antes que el suyo. La humedad de su lengua recorriendo la piel de mi miembro consiguió elevar mi calentura y previendo que me iba a correr, le avisé de lo que se avecinaba. Mi advertencia le sirvió de acicate e incrementando la velocidad de su mamada, usó su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi sexo de su interior, con la lengua presionaba mi falo mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.
“Menuda mamada” exclamé mentalmente al experimentar los primeros síntomas de mi orgasmo.
La mujer al percatarse de lo que ocurría, llevó una mano a su entrepierna y dando a sus dedos un ritmo infernal, intentó que su clímax coincidiera con el mío pero no lo consiguió porque soltando oleadas de semen en su garganta, desparramé mi placer antes que ella. Ann, con auténtica ansia, disfrutó del sabor de mi leche y sin dejar de masturbarse, fue tragándola a la par que la expulsaba.
-¡Me encanta!- escuché decir a mi clienta mientras se relamía los labios en búsqueda de algún rastro de mi semilla, – sería feliz cuidándote de por vida-
Su entrega me puso los pelos de punta. No en vano solo me unía a esa mujer el color de su dinero y no me apetecía que se enamorara de mí. Cabreado, le ordené que se sentara en el sillón del copiloto y en silencio recorrimos los sesenta kilómetros que nos separaban de su chalet. Esa bruja había roto el encanto del viaje. Ni siquiera la gozada de conducir ese deportivo, valía la pena y por eso decidí que iba a hacer todo lo posible para que Ann comprendiera que, aunque podía alquilarme, no tenía dinero suficiente para comprarme. El amor no entraba en el juego. Desde el mismo momento que  decidí dedicarme a este oficio, supe que no podía ni debía de sentir nada por las mujeres que contrataran mis servicios pero hasta entonces no me había percatado que también era mi obligación evitar que ellas se encariñaran conmigo.
“Los sentimientos generan celos”, me dije mientras recorría los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro destino. “O tengo cuidado o esta tipa es capaz de meterme en un problema”.
Al llegar, no me sorprendió descubrir que más que chalet, era una mansión el lugar donde iba a pasar los siguientes siete días. Construida a finales del siglo pasado, la casa de Ann era una magnifica finca con dos hectáreas de terreno pegada a la playa. El jardín, si es que se puede llamar así a esa enorme extensión, podría formar parte de cualquier botánico. Perfectamente cuidado y con multitud de variedades de plantas era espectacular. Todo estaba en su sitio, no cabía duda de que había sido diseñado por un paisajista.
Al pie de las escaleras, nos esperaba una sirvienta a la antigua usanza. De raza negra, la muchacha era una monada pero no me fijé en ella por su cuerpo sino porque su uniforme tradicional con cofia y mandil, te retrotraía a épocas pasadas. Su apariencia y modales tan en boga a principios del siglo xx eran una reliquia fuera de lugar hoy en día.
-Señora- escuché que le decía a mi clienta –Sus habitaciones están preparadas siguiendo sus órdenes-
La rubia no la saludó sino que comportándose de un modo altanero, le exigió que recogiera nuestras pertenencias y sin mediar otra conversación, me cogió del brazo para mostrarme su propiedad. El enorme hall daba paso a un salón todavía más imponente. En él, las vistas eran espectaculares. Sus grandes ventanales, daban la impresión óptica de estar sobre la cubierta de un barco al ser solo mar lo que se vislumbraba.
-¡Coño!- exclamé al comprobarlo.
Me habían hablado de riqueza pero eso era mucho más de lo nunca me había imaginado. Tratando de evitar que se notara que estaba impresionado, le pregunté dónde estaba el baño:
-Pillín- me soltó pegando su cuerpo al mío –No sé cómo has averiguado lo que te tenía preparado-
Sus palabras me terminaron de destantear al no tener ni idea de lo que hablaba pero lejos de mostrar mi confusión, dejé que me mostrara el camino y en silencio la seguí por la escalinata que daba acceso al piso superior. Ann, con una expresión pícara en su cara me enseñó su habitación. Si el cuarto era gigantesco la cama era todavía más desproporcionada.
“La debió mandar hacer bajo pedido”, pensé al percatarme que una cama de esas dimensiones no se vende en el mercado. Nunca supe sus medidas exactas pero debía de medir tres por tres. Lo único que me quedó claro fue que era como una plaza de toros.
Recordando que tenía algo planeado, la cogí entre mis brazos y acariciándole el trasero le pregunté si eso era todo.
-No, mi amor. Acompáñame al baño- respondió.
Picado por la curiosidad, la seguí y al entrar, me quedé pasmado al contemplar que el susodicho consistía en una estancia de más de treinta metros cuadrados al que no le faltaba nada. Dotado con sauna, jacuzzi, ducha de masaje y demás artilugios parecía sacado de las páginas de una revista. Si ya eso era sorprendente, comprobar que nos había preparado el jacuzzi y que junto, de pie, aguardaba la criada me dejó alucinado.
-He pensado que llegarías cansado después del viaje y que necesitaría un baño relajante- me informó mientras, llegando hasta mí, me empezaba a desnudar.
Sin importarle la presencia de su empleada, mi clienta fue desabrochando los botones de mi camisa, aprovechando para irme besando la piel  de lo que iba descubriendo. Resultaba extraño, para ella, la negrita era un mueble. Algo que formaba parte del mobiliario y no una mujer con sentimientos. Al terminármelo de quitar, Ann se quedó mirando mi pecho desnudo y actuando como una verdadera ninfómana, siguió recorriéndolo con sus besos mientras sus manos trataban de abrirme el cinturón.

Un tanto extrañado por su comportamiento, me fijé en la morena. Aunque intentaba mantener una postura profesional, sus ojos la delataron. Esa mujer no era de hielo y se ruborizó al ser descubierta. Entre tanto, la rubia había conseguido despojarme del pantalón y completamente absorta, contemplaba el prominente bulto que se escondía bajo mi bóxer.

-¡Qué ganas tengo de que me folles!- confesó.
La criada, quizás obedeciendo instrucciones anteriores, se acercó a nosotros y en silencio, llevó sus manos a los tirantes de su jefa, deshaciendo los nudos que mantenían el vestido sujeto a sus hombros. Resultó excitante ver caer la tela al suelo, mientras mi clienta permanecía mirándome.
Sus pechos se me mostraron en todo su esplendor. Realmente grandes, eran una tentación demasiado fuerte y llevando mi boca hasta ellos, fui recorriendo los bordes de sus pezones, obviando que a menos de un metro, estaba su empleada. Ann gimió al sentir las caricias de mi lengua y protestando, me dijo mientras me terminaba de desnudar:
-Vamos al agua-
No puse ningún inconveniente, el morbo de la situación me estaba excitando. Estaba convencido que iba a tomarla en presencia de la morena pero sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su cometido. Dudaba si iba a ser una simple voyeur o por el contrario iba a colaborar activamente pero a tenor del tamaño que estaba alcanzando mi miembro, decidí que me daba igual.  Ya en el jacuzzi, me tumbé a esperar acontecimientos.
Mi clienta dejó que la criada se agachara y le quitara las bragas, antes de entrar conmigo en la bañera. La naturalidad con la que su chacha la ayudó, me reveló la completa sumisión en la que la mantenía y por eso me extraño aún más que una mujer que se mostraba tan dominante, hubiese aceptado el trato de esa mañana.
Al meterse en el agua y sin más prolegómenos, la rubia se sentó a horcajadas sobre mí, introduciéndose mi extensión en su interior. Lo hizo despacio pero no por ello menos brutal. Me había equivocado esa mujer quería sexo y nada más. No había terminado de acomodarse cuando dirigiéndose a la morena, dijo:
-Sandy, quiero beber-
La cría sacando una botella de champagne de una pequeña nevera bajo el tocador, la descorchó y cuando ya cría que iba a servirlo en unas copas, bebió a morro y acercándose a su jefa, le dio a beber de su boca. Como comprenderéis me quedé atónito al ver a esas mujeres besándose mientras una de ellas tenía mi pene incrustado en su interior y sin saber cómo actuar, instintivamente me empecé a mover.  Mi clienta aceptó de buen grado mi reacción y sin dejarse de morrear con la morena, puso sus pechos a mi disposición.
No tuve que ser ningún genio para conocer los deseos de la rubia y mordisqueando sus pezones, busqué complacerlos. Estaba mamando como un niño de sus gigantescas ubres, cuando me percaté que la mano de la negra se deslizaba por su cuerpo y se hacía fuerte en la entrepierna de su jefa. Sin ningún reparo, Sandy empezó a masturbarla con decisión.
“¡Puta madre!”, exclamé mentalmente al cerciorarme nuevamente del error que cometí al pensar que esa mujer quería comportarse como sumisa y comprender que lo que realmente deseaba explorar era el roll de dominante.
“Mientras no intente sobrepasar los límites”, pensé cada vez más excitado,” me importa una mierda como quiera usarme”.
Ann al experimentar que eran cuatro manos y dos bocas las que recorrían su cuerpo, empezó a jadear de deseo e imprimiendo a sus caderas un ritmo trepidante, siguió empalándose con mi miembro sin dejar de berrear.  Completamente abstraída en sus sensaciones, no vio que la morena se iba desnudando sin dejarla de tocar. Cuando ya completamente en cueros, se metió en la bañera y  pegó sus pequeños pechos en la espalda de mi clienta, esta,  convulsionando dentro del agua, se corrió dando alaridos.
La morena se quedó paralizada al escuchar semejantes gritos por lo que  tuve que ser yo quien la tranquilizara, diciéndola:
-Es normal, tú sigue-
Devolviéndome una mirada cómplice, Sandy le agarró las nalgas y separándolas, sacó su lengua y sin esperar permiso, se la metió en el ojete. Ann recibió la incursión en su, hasta esa mañana, inmaculado ano con verdadera pasión e imprecando ordinarieces se volvió a derramar sin parar. Cada vez más subyugada  por sus sensaciones, la rubia me rogó que la usara sin compasión.

Acelerando el compás de mis penetraciones, la llevé hasta la locura al morder con dureza sus ya maltratados pezones. No me resulta sencillo narrar cómo esa mujer trepidando con mi sexo en su interior, se colapsó. El cúmulo de emociones fue excesivo e incomprensiblemente, como ya me había hecho el día anterior, se desmayó ante nuestros ojos. Sandy que no había sido testigo de la peculiar forma con la que esa mujer llegaba al orgasmo, se quedó aterrada al verla desplomarse en la bañera. Sin hablar,   cogí a mi clienta entre mis brazos y la llevé hasta la cama.

Nada más depositarla sobre las sábanas, me giré a ver a la negrita que con paso indeciso me seguía. Por sus ojos, se notaba  a la legua que seguía asustada. Sé que estuvo mal pero  no pude reprimir la broma y poniendo voz seria, le solté:
-Estaba enferma del corazón y quería morir de esta forma-
La cara de pavor de la pobre mujer fue increíble, tartamudeando de miedo, me preguntó que le íbamos a decir a la policía. Profundizando en el engaño, le contesté que ese era su problema y no el mío porque yo me iba en ese instante. Al borde de un ataque de nervios, Sandy se echó de rodillas a llorar , implorando que no la dejase sola. Estaba a punto de decirle la verdad cuando incorporándose en la cama, Ann nos preguntó qué era lo que pasaba.
Soltando una carcajada, le expliqué la burla a la que había sometido a su criada. Mi clienta uniendo su risa a la mía, respondió:
-No es mi chacha, creía que te habías dado cuenta. Es  una puta igual que tú-
Con lágrimas en los ojos de la risa, producto de darme cuenta que a mí también me habían tomado el pelo, ayudé a la morena a levantarse del suelo. Sandy, poniendo una dulce sonrisa, se me quedó mirando  mientras me decía:
-Eres un cabrón y no tengas duda de que me vengaré-

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (18 y final)” (POR ALFASCORPII)

$
0
0

18

Lucía despertó de su sueño y me miró con sus preciosos ojos azules con la misma incredulidad con la que yo la miraba a ella.

– ¿Qué ha pasado? –preguntó sorprendiéndose al escuchar su voz.

– No tengo ni idea –contesté confuso y agobiado-, acabo de despertarme y me he encontrado con esto…

– ¡Vaya!. Se acabó esta locura… se acabó la magia…

Noté decepción y tristeza en su voz.

– Se acabó la magia… -repetí con la misma tristeza.

Ambos habíamos asumido el cambio de sexo y de vida hasta el punto de llegar a creer que era lo que habíamos necesitado para ser más felices. En el caso de Lucía porque, antes del accidente que había puesto nuestros mundos del revés, a pesar de ser una mujer de éxito, era completamente infeliz con el muro que se había construido alrededor. Y en mi caso porque, a mis veintiséis años, me había estancado en una vida relativamente cómoda, sin metas ni ambiciones, simplemente viviendo el día a día sin ningún reto por delante.

Nos quedamos en silencio, mirándonos mientras los interrogantes fustigaban nuestras mentes.

– No entiendo cómo ha pasado esto -dijo ella pensando en voz alta-, pero creo que es una lección de la que debemos aprender.

– Creo que tienes razón –contesté en un susurro-. Yo he aprendido mucho… Ahora, después de lo vivido, será muy duro retomarlo todo desde donde lo dejé, pero tengo claro que no volveré a ser quien era.

– Al menos tú has tenido tiempo de descubrir y disfrutar, pero yo…

A Lucía se le quebró la voz y vi cómo sus bellos ojos se llenaban de lágrimas. Se giró dándome la espalda, y la oí sollozar.

– Lucía… Lo siento muchísimo… -le dije poniéndole una mano en el hombro.

El tocar su piel volvió a transmitirme aquella poderosa sensación que había sentido en nuestros anteriores contactos, y supe que ella también la sintió porque se encogió con un escalofrío, haciéndose un ovillo. Toda la fortaleza que siempre había mostrado, la imagen de la dura y poderosa mujer capaz de aplastar a cualquiera con su dedo, se disolvió como un azucarillo en café recién hecho, haciéndome ver su verdadera vulnerabilidad, aquella que sólo yo conocía por haber atesorado sus recuerdos como propios. No pude contener mi impulso de abrazarla, y ella aceptó mi sincero abrazo tomando mis manos con las suyas para que la rodease sin reservas.

– Gracias –respondió obligándome a estrechar aún más el abrazo, quedando nuestros cuerpos completamente pegados.

Sentí el calor de su piel en la mía, pues ambos seguíamos desnudos, y a pesar de la amargura del momento y la ternura del gesto, mi naturaleza involuntaria respondió con una sensación que hacía medio año que no tenía. Con un cosquilleo, noté cómo mi hombría crecía y se ponía dura, muy dura, hasta ser inevitable que contactara con las nalgas de Lucía.

– ¿Mmmmm…? -gimió ella levemente.

Mi corazón se aceleró. En el tiempo en que había sido una mujer, todos mis sentimientos masculinos habían ido quedando paulatinamente enterrados, y lo que en ese momento estaba experimentado había quedado tan atrás, que me parecía increíble volver a sentirlo tan rápidamente y en un momento tan poco apropiado.

– Lucía… -dije suspirando sin poder evitar que todo mi cuerpo clamase por ella.

– Ya lo noto… -contestó suspirando ella también-. Tranquilo, te entiendo perfectamente…

Se movió acomodándose, consiguiendo que mi verga quedase longitudinalmente encajada en la raja de su delicioso culo, excitándome aún más.

– La noche del accidente te deseaba, y ahora te deseo aún más… -susurró-. Vuelvo a ser yo misma, y mi cuerpo no hace más que pedirme sentirte…-añadió aflojando la sujeción de mis manos mientras sus glúteos presionaban mi dureza.

Sin necesidad de pensar en ello, como un acto reflejo, mis manos se aferraron a sus magníficos pechos. Por fin pude deleitarme con su suave tacto, generosidad y turgencia con mis manos de hombre, por fin pude hacer realidad mi utopía de amasar los hermosos dones de mi jefa siendo yo mismo. Sin duda, eran las más excitantes tetas que había acariciado jamás.

– Me gustas tanto desde que te vi por primera vez –le dije al oído-, siempre me has parecido tan sexy e inalcanzable…

– Tú también me gustaste desde el primer momento – me contestó dejándose hacer-. Por eso aquella noche quería parar en un hostal …

– Creo que es evidente que nos atraemos como imanes de polos opuestos, da igual que seamos hombre o mujer –le susurré hincando mi polla entre sus nalgas.

– Uuuuummmm… cómo me gusta sentir eso… -dijo meneando sus caderas-. Me parece increíble que hace tan sólo un rato deseara meterte mi recién estrenada polla en este culo… Y ahora lo que deseo es que tú me metas esa misma polla a mí…

– Antes de que todo esto pasara esa era mi mayor fantasía –contesté loco de excitación-. Deseaba dar por el culo a mi severa y sexy súper jefa, y ahora que lo tengo al alcance, lo deseo más que nunca…

– Nunca llegué a probarlo, pero sé que tú lo has gozado con mi cuerpo… Enséñame cómo es…

Moví mi pelvis frotando toda la longitud de mi pértiga en su redondo trasero. Con mi mano derecha, recorrí el sinuoso camino de su cintura y cadera sujetándola bien, y dejé que mi miembro llegase hasta su coñito, que ya estaba húmedo por mis caricias y la evidente excitación que nuestro contacto producía en Lucía. Sin ningún esfuerzo, y gracias a que ella tenía sus rodillas recogidas quedando en posición fetal, mi glande penetró entre sus labios y se introdujo en la calidez de su vagina haciéndonos a los dos suspirar.

– Voy a echar de menos lo que sé que estás sintiendo –le susurré mordisqueándole la oreja-. Pero poder follarte, aunque sólo sea una vez, lo compensará…

– Eso essss… Yo apenas he tenido tiempo de disfrutar de tener polla, así que hazme disfrutar llenándome con la tuya…

Empujé con mi pelvis tirando de su cadera, y enterré todo mi duro músculo en su cuerpo comprobando que encajaba en él de forma maravillosamente placentera.

Lucía gimió, y con mi otra mano pellizqué su duro pezón arrancándole un agudo grito de pura excitación.

Me retiré sacándosela entera, embadurnada de su cálido fluido vaginal, y apunté para que la cabeza de mi ariete penetrase entre sus suaves y tersos glúteos hasta llegar a su ojal.

– Uuuuuuuuuhhhhh… -aulló ella sintiendo la punta de mi polla presionando y dilatando su estrecha entrada trasera.

Su femenina lubricación envolviendo mi herramienta, su excitación y el entrenamiento al que yo había sometido aquella parte de su anatomía en los últimos meses, permitieron que mi glande se deslizase a través de la abertura ampliándola hasta que toda la gruesa cabeza estuvo dentro, haciéndome gruñir con la presión que su esfínter y músculos ejercían.

– ¡Dioooooooooosssssssss! –gritó ella-. ¡Es brutaaaaaaaaal!

– Espera, que ahora va el resto –añadí apretando los dientes.

La posición de su culo era magnífica para acceder a él, y ella encogió aún más las piernas sintiendo que la horadaba. Con un poco más de empuje, mi dura barra de carne fue invadiendo su recto.

– Uh, uh, uh, uh, uh –jadeaba Lucía por cada milímetro de sus entrañas que sentía abriéndose.

Sus nalgas contactaron con mi pubis, y mi mente se desquició de lujuria con esa sensación, obligando a mis caderas a empujar para apretar con fuerza esas bellas redondeces, empalando a Lucía hasta la máxima profundidad posible.

– Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuhhhhh –volvió a aullar quedándose sin aliento.

Con toda mi polla metida en su culo, se lo apreté una y otra vez con mi pelvis, rebotando contra sus carnes, sintiendo cómo su cuerpo estrangulaba mi virilidad. Oprimiéndola tanto, que me proporcionaba una gloriosa mezcla de placer y dolor que me obligaba a no dejar de empujar, como si pudiera atravesar completamente aquel precioso cuerpo femenino.

Lucía gemía y sollozaba de puro gusto, siendo incapaz de controlar las contradictorias sensaciones que le producía el sentir por primera vez una polla taladrándole el culo y abriéndola en canal.

Yo apenas podía moverme, limitado por estar los dos tumbados de costado, así que a pesar de que se la podía clavar a fondo, sentía la necesidad de deslizarme con más recorrido dentro de ella para experimentar las contracciones y relajaciones de su interior.

Se la saqué del todo, sintiendo cierto alivio al salir de aquella estrechez, pero a la vez deseando volver a sentir esa poderosa presión.

-¿Por qué me la sacas? –me preguntó girando su rostro hacia mí-. Me estaba gustando mucho, me arrepiento de no haberlo probado antes… Antonio, métemela otra vez…

– Ponte a cuatro patas, que te vas a enterar de lo que es bueno –le dije verbalizando las palabras que tantas veces había repetido en mis ensoñaciones con mi jefa.

Lucía sonrió y obedeció deseando volver a sentir aquella intensa experiencia que acababa de descubrir. El ver en esa postura a aquella poderosa deidad dueña de mis fantasías, con su culito en forma de corazón ofreciéndoseme, se grabó a fuego en mi mente desquiciándola de lujuria.

– ¡Móntame! –ordenó con su tono de jefa y la cara de vicio más provocativa que había visto nunca.

No lo dudé ni por un segundo, agarré sus caderas y embestí su retaguardia para penetrarle el culo hasta el fondo con un potente empujón.

– ¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh! –gritó extasiada-. ¡Me ¡revientas!.

– ¡Dioooossssssss, Lucía! –grité yo enajenado por la presión que sus entrañas ejercían en mí-. Tengo que reventarte…

Tirando de sus caderas para evitar que cayese de bruces por el ímpetu de mis embestidas de macho embravecido, empecé a bombear a la magnífica hembra haciendo que toda la longitud de mi polla se deslizase dentro de ella, profundizando al máximo y sometiendo a sus nalgas a un duro castigo a base de azotes de mi pubis.

Sus gritos de placer compusieron una lasciva sinfonía, nunca había sentido nada tan intenso, y yo me sumé a al concierto coreando su júbilo con alardes de barítono que convirtieron aquella cama en el escenario de La Scala de Milán.

La fuerza que las paredes internas de Lucía ejercían en mí era soberbia. Me apretaba de tal modo que, cuando yo empujaba, tenía que vencer la resistencia natural de su cuerpo a ser penetrado por aquella vía. Ese poderoso masaje y fricción en mi polla, me hacían sentirla palpitando atrapada en el estrecho conducto, más congestionada e hinchada que nunca, a punto de correrme pero sin poder hacerlo. Aquello me obligaba a darle con toda mi alma, follándola salvajemente, castigando sus nalgas con mi cuerpo para alcanzar la liberación de tanta tensión acumulada. Pero aun así, no podía alcanzar el orgasmo.

Lucía se dejaba hacer totalmente entregada a mí, permitiéndome mover su maravillosa anatomía a mi antojo, gozando de mi potencia explorándola por dentro, extasiándose de mi pasión azotando su culo a golpe de cadera, disfrutando al límite de cómo la estaba montando sin darle cuartel… Hasta que sus brazos flaquearon y su bello rostro acabó sobre la almohada. Ese cambio en su postura inclinando su cuerpo, tiró de mi pértiga dentro de ella, flexionándola y estrangulándomela hasta hacerme sentir que reventaba con una furiosa corrida que noté cómo nacía palpitando en mi próstata, recorriendo en oleadas el interior de mi férreo miembro, hasta liberarse inyectándose en las profundidades de mi magnífica montura.

– ¡¡¡Oooooooooooooooohhhhhhhh!!! –grité sintiendo que descargaba en ella hasta la última gota de mi excitación, con mis glúteos apretados imprimiendo más ímpetu a la corrida.

Mi jefa estalló en una carcajada de satisfacción al sentir mi eyaculación en su interior, quedándose inmóvil para experimentar la exquisita sensación de mi espesa y cálida esencia derramándose en sus entrañas hasta morir con un último estertor que anunció el final de mi visceral orgasmo. Sintiéndose llena de mí, Lucía empujó hacia atrás con su culo obligándome a sentarme sobre mis talones, empalándose con mi lanza para alcanzar su propia gloria.

– ¡¡Aaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuuuuummmmmm!!! –aulló como una loba en noche de luna llena, quedándose sin aliento sentada sobre mí.

Su poderoso orgasmo me exprimió sin piedad, permitiéndome volver a agarrar sus exuberantes pechos para estrujarlos intensificando aún más el placentero delirio de mi aullante hembra. Cuando toda su energía se consumió, sintiendo cómo mi miembro perdía consistencia y empezaba a ser vencido por las contracciones de su recto tratando de expulsarlo, levanté a la indómita loba cogiéndola por la cintura. Mi decadente músculo salió de ella y, tras él, el blanco líquido de mi orgasmo regando mi zona pélvica.

– Me has dejado como a una muñeca de trapo –me dijo tumbándose con su cara aún colorada por el clímax alcanzado-. Me ha encantado…

– Y tú me has exprimido como a una naranja -le contesté resoplando-. Es increíble la fuerza que tienes, por un momento he pensado que me arrancabas la polla.

Los dos nos reímos a carcajadas, hasta que se fijó en cómo había quedado mi entrepierna.

– Creo que deberías darte una ducha –me dijo-. Tienes toda la corrida encima.

– Sí –contesté observando cómo mi esencia se había condensado alrededor de mi verga-. Ahora que esta vuelve a ser tu casa… ¿Te importa si uso el jacuzzi?. Es que me encanta.

– Pues claro que no. Si fueras otro tío y esto hubiese ocurrido antes del accidente, te habría pedido que te marcharas. Pero eres tú… Y a pesar de haber recuperado mi cuerpo, yo ya no soy la misma Lucía que era… Me has abierto las puertas hacia nuevos horizontes, me has hecho descubrir nuevas sensaciones… Siéntete en tu casa y disfruta de un buen baño. Yo voy a beber algo.

Me di una rápida ducha y me metí en el relajante baño de hidromasaje, disfrutando de aquel pequeño lujo sabiendo que, probablemente, sería la última vez que lo hiciera. Sentado y sumergido hasta la línea por debajo del pecho, pensé en que todo lo que había ocurrido en mi vida en el último medio año, había quedado atrás como un sueño. Tenía que volver a la realidad, a mi realidad, en la que seguía siendo Antonio, un chico de veintiséis años, con unos padres que le querían, con buenos amigos, con buenas aptitudes e ideas, una persona inteligente y con un futuro prometedor… Pero había conocido otra vida, otro mundo, otras experiencias, y atesoraría lo aprendido en ese extraño sueño que dejaba atrás para ser más feliz sacándole todo el jugo posible a mi existencia.

¿Y Lucía?, ¿cómo encajaría en mi vida?. Ella seguía siendo mi jefa en el trabajo, en un escalafón que en mi realidad actual quedaba lejos de mi alcance… aunque ahora había mucho más entre nosotros. Había llegado a conocerla mejor de lo que ella misma se conocía, y ella también me conocía a mí mejor que cualquier otra persona sobre la tierra. Ahora que sabía cómo era realmente tras la dura fachada que mostraba al mundo, y que estaba dispuesta a derribar, me sentía fascinado por ella. Además, era imposible negar que entre nosotros había algo realmente mágico que había desencadenado todo cuanto había ocurrido desde aquel accidente, y a pesar de haber vuelto ambos a la normalidad, seguíamos sintiéndonos irremediablemente atraídos el uno por el otro.

– ¿Qué vamos a hacer? –me pregunté en voz alta.

– Retomar nuestras vidas y reconducirlas –contestó Lucía entrando en el cuarto de baño y quedándose ante mí con los brazos cruzados bajo sus hermosos pechos desnudos.

Con sólo verla, sentí cómo mi polla se movía sumergida bajo el agua caliente, como una anguila que buscase a su presa. A través del agua, la verdadera dueña de aquel jacuzzi observó mi reacción ante ella, y se mordió el labio. ¡Era tan increíblemente sexy!. Me llené los ojos grabando en mi cerebro su belleza: el brillante color de su sedosa y azabache melena, la profundidad de sus espectaculares ojazos azules, la sensualidad de sus rojos y carnosos labios, la generosidad y redondez de sus turgentes senos de erizados pezones, las maravillosas curvas de su estrecha cintura, la anchura de sus poderosas caderas, el erotismo de su vulva de hinchados y sonrosados labios, la longitud y tonicidad de sus firmes muslos… Mi verga terminó de erguirse bajo las aguas apuntándola con su ojo ciego.

– ¿Y entre nosotros? – pregunté con la garganta seca.

– Ahora vuelvo a ser tu jefa – contestó metiendo un pie dentro de la amplia bañera-. Y deberás hacer cuanto te diga –añadió metiendo el otro pie.

– Ya, pero no tratabas muy bien a tus subordinados –contesté sintiendo cómo mi corazón volvía a acelerarse.

– Eso ahora va a cambiar, y tú no serás sólo mi subordinado…

Dando dos pasos dentro del agua se situó sobre mí con sus piernas abiertas. Percibí el penetrante aroma de su excitado sexo, que ya se humedecía por y para mí.

– Tú tendrás tus privilegios –me dijo cogiéndome la cabeza para acercarla a su jugosa fruta.

Abrí mi boca y besé sus labios vaginales succionándolos con verdaderas ganas.

– Uuuummmmm –gimió-. Essso esssss…

Con la lengua me abrí camino entre ellos y degusté su ardiente coño, lamiendo suavemente el delicioso sabor de su zumo de hembra, haciéndola suspirar. Yo ya había probado el sabor de mi propia excitación cuando era Lucía, pero ahora, con mis papilas de hombre, aquel coñito me pareció el manantial del más exquisito néctar que jamás había probado.

Tanto tiempo había fantaseado con aquella diosa inalcanzable, y tanto había clamado por ella mi hombría sepultada en el rincón más oscuro de mi mente, que todo mi ser se entregó sin reservas a aquel cunnilingus. Me comí su almeja introduciendo mi lengua cuanto fui capaz, explorando con ella cada ínfimo detalle de aquella cueva celestial, apurando el cáliz de su cuerpo como si aquel fuera el último trago previo al cumplimiento de mi mortal destino.

Entre suspiros, Lucía revolvió mi cabello disfrutando de mi excelsa gula más allá de lo que tenía en mente. Se apretó contra mi boca gimiendo y, de pronto, tirándome inconscientemente del pelo, alcanzó un precipitado orgasmo que hizo las delicias de mi paladar saciando mi sed de ella.

– ¡Joder, cómo me pones! –me dijo dejándome respirar-, esa no era mi intención…

– Pues a mí me ha encantado –le contesté con una amplia sonrisa-. Tenía tantas ganas de comerte entera… Estás tan deliciosa por dentro como por fuera.

Lucía rio con una cantarina carcajada, y yo volví a besar su vulva con pasión. Ella sujetó de nuevo mi cabeza y fue descendiendo para que mi lengua subiese por su vientre, mientras mis manos tomaban su redondo culito y le ayudaban a bajar poniéndose de rodillas sobre mí. Inclinándose y apoyando sus manos en el borde del jacuzzi, puso sus tetazas ante mi rostro, y me sentí como un hambriento ante el escaparate de una pastelería.

– Como te estaba diciendo hasta que me has hecho correrme –susurró con su tono más sugerente-, podrás reclamar tus privilegios siempre que quieras… ¡Reclámalos! –añadió imperativamente con su autoritario tono de jefa.

Mis manos recorrieron sus prietas nalgas y, ascendiendo por la curva de su espalda, la abracé mientras atrapaba con mi boca su seno izquierdo succionando su duro pezón. Lucía emitió un gemido de satisfacción.

Tomé sus encantos con ambas manos y los acaricié, presionándolos y disfrutando de cómo se amoldaban a mis manos; pellizcando suavemente los rosados pezones para después lamerlos y besarlos; terminando con toda mi boca abierta para comerme cuanto era capaz de esos dulces melones.

– Uuuuuufffff… -resopló bajando aún más para que mis besos le provocasen escalofríos recorriendo su cuello-. Así es como debes reclamar tus privilegios…Creo que tendré que llamarte muy a menudo a mi despacho…

Sus labios fueron al encuentro de los míos, y su cálido aliento se hizo mío en un beso pausado con el que nuestras bocas jugaron a atraparse la una a la otra. Su coñito alcanzó el extremo de mi erección bajo el agua y, acomodándose, fue tragándola poco a poco, haciéndome estremecer con la incomparable sensación de percibir su vagina más caliente que el agua del jacuzzi.

Lucía se metió mi polla entera, abriéndose de piernas hasta que su culo se apoyó sobre mis muslos y nos quedamos fusionados. Volví a maravillarme al comprobar cómo nuestros sexos encajaban a la perfección. Estaban hechos el uno para el otro, para que ambos pudiésemos gozar del más sublime de los placeres al unirnos. Jamás mi sable había sido enfundado con tal perfección, ni en tan hermosa vaina.

– Uuuuuummmmm –gemimos al unísono.

Mi amazona tomó las riendas pasando sus brazos alrededor de mi cuello, y yo le ayudé a colocarse bien sobre su montura sujetándola de su divino culo. Sin apenas esfuerzo por la flotación, la alcé deslizándola por mi pértiga, y la solté para que suavemente se volviera a ensartar en ella hasta que sus caderas empujaron clavándosela bien a fondo.

– Qué ricoooohhh… –susurró-. Nunca había usado así el jacuzzi…

– Yo nunca lo había hecho en el agua –contesté con sinceridad-. Es tan cómodo… Aunque creo que podría follarte incluso metido en aceite hirviendo.

Una carcajada se le escapó, y todos sus músculos se contrajeron haciéndome gruñir de gusto.

Del mismo modo, con la misma suavidad, ayudé a mi diosa guerrera para que siguiera montándome, sintiendo cómo su ardiente vagina masajeaba mi verga tirando de ella mientras yo profundizaba en su interior hasta incrustarle mi glande es sus entrañas. Era una sensación maravillosa, y podíamos disfrutarla con tranquilidad, dejando que el placer se fuese acumulando lentamente en nuestros cuerpos sin la necesidad de precipitar el final por el exceso de excitación. La pasión arrebatada era genial, pero el pausado goce también lo era, y eso sólo se podía conseguir con la confianza que se había establecido entre ambos.

Habiendo detenido los chorros del hidromasaje, el oleaje era producido por nuestros movimientos, y el sonido del manso chapoteo acompañaba los gemidos de Lucía mientras la excitación seguía creciendo.

– Será sospechoso que llames a un subordinado de nivel tan bajo a tu despacho –le dije sin parar de clavarla en mi polla- No soy más que uno de los muchos Jefes de Equipo.

– Ummm, puede ser… Entonces, tendré que proponerte para un ascenso.

– Eso sería genial, pero no quiero ganármelo sólo por follarme a la Subdirectora de Operaciones –le dije con total sinceridad.

-¿Ah, sí? –preguntó deteniéndose y haciendo fuerza con sus caderas y paredes internas, estrangulando mi músculo y engulléndolo hasta hacerme gruñir de gusto-. ¡Pero es que es la Subdirectora de Operaciones la que te folla a ti!..

– Uuuufffffff, sí, ahora mismo sí –contesté apretando los dientes, sucumbiendo a su poder.

Mis manos volvieron a subir para que ella llevase el ritmo, contoneando sus caderas sobre mí como si estuviese manejando el joystick de una antigua máquina de videojuegos. Cogí esos portentosos pechos que me fascinaban, y con los que tanto había disfrutado cuando eran míos, y se los apreté y amasé para su disfrute y el mío, estimulándoselos del mismo modo que a mí me había encantado que me hicieran.

– Aaah… Sabes que no propondría tu ascenso sólo por eso… uuummm –me dijo entre gemidos sin parar de bailar con mi polla dentro de ella-. Tengo muy buenos informes sobre ti de tus mandos más directos… uuuuuummmm… Y es por eso que te llevé a aquella reunión… ah, ah, aaahhh… Aunque también me parecieras atractivo… uuuuffffff….

– Mmmm… Entonces aceptaré encantado ese ascenso… uuuummmm –contesté entre gruñidos y gemidos yo también-. Ahora que conozco bien tu trabajo… uuuufff… podré ayudarte y aconsejarte si te dejaassssssss…

Comencé a besar sus senos, con suavidad, aumentando paulatinamente la presión de mis labios en ellos. Lamí sus pezones, delineando lentamente su areola con la punta de mi lengua y haciendo vibrar su agudo ápice con ella. Los chupé y succioné, abriendo cada vez más la boca, y alternando de uno a otro mientras mis manos los estrujaban con verdadero entusiasmo.

– Aaaaaauuuuuummmm… Por los nuevos que recuerdos que ahora tengo del tiempo que has estado en mi lugar –me dijo cambiando su movimiento de caderas de atrás hacia delante-… uuuummmm… Sé que has estado haciendo un buen trabajo… uuuuuuffff… Me serás de mucha ayuda para quitarme estressssss…

La intensidad de las sensaciones seguía en aumento. Toda mi polla era estimulada por el enérgico masaje de su cueva de placer, y el deslizarme por ella me proporcionaba un delicioso y potente cosquilleo en el glande que me hacía acompañar sus movimientos con mi propia cadera, sintiendo vigorosamente cómo mi ariete se incrustaba en su interior, dándonos a ambos una gran satisfacción.

– Estaré encantado de quitarte todo el estrés –dije soltando sus pechos para volver a coger la redondez de sus nalgas y clavar mis dedos en ellas atrayéndola hacia mí.

Lucía jadeó con cada potente estoque en sus entrañas.

– Y esta es la mejor manera de quitar el estrés –añadí metiéndole un dedo por el culito.

– ¡¡¡Uuuuuuuuuuuuhhhhhhhh!!!. Sin duda… Sé que es lo que has estado haciendo tú… (Diossss, esssse dedo por detráaaaasssss)… Follando sin parar… hasta a mi mejor amiga y mi cuñadoooohhh…

Me detuve sacándole el dedo, obligándole a detener su cabalgada. Clavé mis ojos en el océano de los suyos, y me disculpé sinceramente.

– Lo siento, Lucía. Pensé que mi situación era irreversible y… No era capaz de dominar mis impulsos y emociones… Quería descubrir mi nueva condición y… Era todo nuevo y excitante, y cuanto más descubría, más quería… Siento haber puesto tu vida patas arriba, creía que ya era mía.

– No tienes que disculparte –contestó tomando mi rostro entre sus manos con dulzura, una dulzura que sólo yo conocía-. Esos impulsos que dices que sentías, también los tengo yo, solo que yo tenía el interruptor apagado para ignorarlos. Tengo treinta años, y mi reloj biológico tiene la alarma puesta. Es normal que tú no supieras desconectarla y aprovechases cualquier oportunidad para hacer lo que mi cuerpo te pedía…

– Entonces, ¿no me guardarás rencor por lo que he hecho?.

– Pues claro que no, tonto. Lo hecho, hecho está, y mi vida necesitaba un revulsivo. Si ahora la retomo habiendo tenido cambios ya, mucho mejor. Y no dudes ni por un segundo que, si cuando yo tenía tu cuerpo hubiese tenido más tiempo tras la rehabilitación, también habría explorado mi sexualidad.

– Eres increíble, Lucía –le dije totalmente deslumbrado por ella.

– Soy racional y práctica, demasiado racional, y eso va a cambiar… Me habría encantado continuar siendo un tío y poder experimentar como has hecho tú… Pero de nada sirve lamentarse, ahora estamos así y… ¡Joder, tengo tu polla dentro!, ¿y quién ha dicho que te pares?. ¡Venga, sigue follándome para que vuelva a correrme!.

Se me escapó una carcajada y Lucía se retorció de gusto sobre mí sintiendo mis espasmos, devolviéndome su placer para hacerlo también mío con una reacción en cadena.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse. Vi fuego, deseo, pasión y lujuria en sus ojos de zafiro, lo mismo que yo sentía. La tomé por su sensual cintura, y levantándola hasta que sólo mi glande quedó dentro de ella, empecé a manejar su cuerpo clavándolo con salvaje lascivia en mi lanza. Horadando su vagina y apuñalando sus entrañas con mi bayoneta, obligándole a gritar:

– ¡¡¡Aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh…,!!!

Mi pasión desenfrenada y el agua del jacuzzi me permitieron hacerla saltar sobre mí con la habilidad con la que manejaría una almohada de plumas. El oleaje se convirtió en marejada, con la marejada llegó la tormenta, y la tormenta se convirtió en huracán.

Sentía mi propio órgano más poderoso que nunca, como una tuneladora taladrando el espectacular cuerpo de Lucía, dándome tanto placer que mantenía todos mis músculos en tensión, transmitiéndome cada fibra de mi cuerpo el goce que se originaba en mi falo. Mis ojos se deleitaban con la esplendorosa imagen del rostro de Lucía, ensalzándose su belleza con rubor en sus mejillas, auténtica luz en sus celestiales ojos, brillo en sus carnosos labios, y lujuria en su expresión. Al bajar la vista, por unos instantes, me embebí del excitante movimiento de sus pechos botando libres, haciéndome entrar en un estado de trance del que solo salí cuando oí que mi diosa me pedía un momento de tregua.

– Dame un segundo – me dijo casi sin respiración, quedándose con toda mi verga dentro-. Necesito tomar aliento o creo que me desmayaré…

Así llegamos al ojo de la tormenta perfecta, recuperando la cordura de nuestras respiraciones.

– La Subdirectora de Operaciones soy yo –afirmó con su respiración más pausada-, así que volveré a ser yo quien dirija esta operación.

– Tú mandas –le contesté con una sonrisa.

Lucía se levantó y, haciéndome un guiño, se dio la vuelta para volver a bajar. Sujetando mi miembro sumergido con una mano, volvió a metérselo por su acogedor coñito hasta que todo el Nautilus llenó aquella cálida gruta subacuática, arrancándonos a ambos un suspiro. Con una privilegiada vista de sus divinas posaderas apretándose sobre mi cintura bajo el agua, disfruté de cómo comenzó a moverse suavemente sobre mi arpón con un vaivén de caderas de arriba abajo, mientras se sujetaba apoyándose en los bordes del jacuzzi.

– Uuummmm, uuummm, uuummm… -gemí sintiendo cómo su vagina me succionaba con voracidad.

Aquella forma de moverse hacía la penetración extremadamente placentera. El recorrido por su interior era corto, con mi sensible glande incidiendo continuamente en sus profundidades, pero tal y como me estaba follando Lucía, todo el placer se concentraba en la fuerza de sus músculos masajeando mi barra de carne, tirando de ella y apretándola como si pudieran aplastarla, era magnífico.

Escuchaba los gemidos de mi Afrodita, recorriendo su espalda y culo con mis manos para terminar rodeándola con mis brazos y aferrarme a sus pechos, estrujándolos como su coño estaba estrujando mi polla.

Nuestro goce seguía en aumento, y yo ya empezaba a sentir que no aguantaría mucho la gula con la que ese conejito se estaba comiendo mi zanahoria.

Bajé una de mis manos hasta su vulva y, metiendo mi dedo corazón entre sus labios mayores, hallé su clítoris justo por encima de mi carne devorada por su sexo. Lo acaricié y froté, y los gemidos de Lucía se transformaron en una especie de sollozos suplicantes por el puro disfrute de sentirse doblemente estimulada. Incrementó la velocidad de sus movimientos pélvicos, acompasándolos con mi dedo frotando su perla, y las aguas volvieron a encresparse desatándose nuevamente la tormenta.

Yo ya no podía controlar mis actos, la excitación era tan extrema y el placer tan intenso, que tenía la necesidad de penetrar a Lucía con todas mis fuerzas, de empalarla sin compasión, de hacerle sentir toda la potencia de mi hombría. La tomé de la cintura levantándola y empecé a empujarle con ímpetu, subiendo y bajando mis caderas para que mi polla recorriese toda su gruta y se clavase con furia, una y otra vez, en sus entrañas.

– Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh… -gritó de forma continuada mientras mi verga entraba y salía de ella con endiablado frenesí.

Mantuvimos el ritmo buscando el desfallecimiento de nuestra resistencia, arrastrándonos el tifón de la bañera hasta el borde de la locura. Nuestros corazones latían al galope, armonizados con el mismo trepidante tempo; mi polla palpitaba, a punto de estallar; su coño se contraía, al límite de sus fuerzas, y nuestras almas se elevaron hasta alcanzar el jardín de las delicias.

-¡¡¡Oooooooooooooooooooooooohhhhhhhhhh…!!! –gritamos al unísono.

Mi leche regó a presión sus profundidades, escaldándolas con furia mientras Lucía se contorsionaba sobre mí en pleno éxtasis. Llegamos al orgasmo en perfecta sincronía, alcanzando la sinergia de nuestras glorias compartidas para enaltecer nuestro placer en una dimensión desconocida. Nos fundimos en un único ser superior, corriéndonos con todos nuestros sentidos colapsados por tan increíble arrebato liberador, sintiendo en nuestros corazones que aquel era el momento de felicidad absoluta que daba sentido a nuestras vidas, haciéndonos desear que jamás tuviera fin.

Con mi toda mi esencia ya entregada para llenar a Lucía, prolongando su particular paraíso de sensaciones, sentí que me iba, que la oscuridad me envolvía y todo desaparecía a mi alrededor.

Desperté sintiendo frío, con los pezones duros como carámbanos de hielo. La temperatura del agua del jacuzzi había descendido considerablemente, y sólo el calor del cuerpo pegado al mío impedía que tiritara.

Apenas tuve un vago sentimiento de sorpresa al descubrir que estaba abrazada a Antonio y que, por lo tanto, yo volvía a ser Lucía. En la vorágine del más sublime de los orgasmos, había percibido cómo ambos habíamos alcanzado una mística unión en la que nuestras almas entraban en resonancia para intercambiar nuestras realidades.

Antonio me miró y, al verme abrazada a él observándole con mis claros ojos azules, un destello iluminó la oscura profundidad de los suyos. Sonrió encantado:

– Hola, preciosa, volvemos donde empezamos.

Y así descubrimos que la irresistible atracción que sentíamos el uno por el otro, y la mágica compenetración que experimentábamos cuando estábamos juntos, se expresaba en su máxima extensión en el momento en el que llegábamos juntos al orgasmo, alcanzando la gloria a la vez. En ese momento nos mezclábamos convirtiéndonos en un solo ser, y cuando el sobrenatural clímax se desvanecía, volvíamos a separarnos intercambiándonos los papeles.

Pasamos toda la semana de mis vacaciones indagando en esa fantástica posibilidad, follando apasionadamente, entregándonos el uno al otro sin reservas. Confirmando, orgasmo tras orgasmo, que aquella magia que nos envolvía provocaba que nuestro máximo placer casi siempre fuera alcanzado simultáneamente, haciéndonos dueños del cuerpo del otro. Y también aprendimos, conociendo nuestros cuerpos, a disfrutar del regalo de gozar de largas sesiones de sexo, siendo hombre o mujer, sin dejar que se produjese el cambio.

Tras aquella húmeda semana, tomamos conjuntamente la decisión de continuar con nuestras nuevas vidas recién iniciadas, siendo yo Lucía y él Antonio, dándonos total libertad para hacer con ellas lo que quisiéramos.

Durante los meses siguientes, le apoyé y aconsejé sobre su nueva condición, ayudándole a entender lo que significaba ser un hombre, con sus defectos y virtudes. Incluso, a pesar de que secretamente me hería, también le animé para que tuviera aventuras con otras mujeres, con el fin de que explorase su nueva sexualidad más objetivamente, tal y como yo había hecho antes de que él despertara del coma. En todo ese tiempo, ambos reprimimos nuestros impulsos por entregarnos al otro para asegurarnos de qué era lo que realmente queríamos, manteniendo únicamente una verdadera y sana amistad. Una amistad tan sana, que me vi obligada a saciar mis apetitos con el monitor del spinning de mi amiga Alicia, un par de ligues de discoteca, y las visitas de Raquel y su novio, mientras Antonio daba buena cuenta de mi amiga Eva del trabajo, algún ligue, y una de “sus” exnovias.

El día de nuestro cumpleaños, porque ambos cumplíamos el mismo día, los dos decidimos afrontar lo que era innegable: estábamos hechos el uno para el otro, sólo yo podía hacerle feliz a él, y sólo él podía hacerme feliz a mí. Antonio me confesó que estaba locamente enamorado de mí, y yo le correspondí declarándole mi amor incondicional. El sexo de aquel día fue apoteósico.

Desde entonces, vivimos juntos como una pareja normal a los ojos de cualquiera, aunque en la intimidad, seguimos disfrutando del sobrenatural privilegio de gozar de la cara y la cruz de la moneda del sexo.

FIN

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

alfascorpii1978@outlook.es

Relato erótico: “El consuelo de mi suegra 3” (POR JULIAKI)

$
0
0


Al día siguiente traté de pensar en todo lo acontecido, intentando poner cierta racionalidad al asunto, pero eran demasiadas sensaciones para digerirlas sin apenas tiempo, primero por estar metido en un lío del que casi no había podido escapar, como tampoco el hecho de tener a mi suegra en mi cabeza continuamente. Era algo que cuanto más pensaba en hacerla desaparecer de mis pensamientos, poniendo incluso la cara de mi novia en mi mente, volvía otra vez la de su madrastra. Era algo incontrolable. Todo resultaba extraño, prohibido, morboso… nada más cachondo que sentir la atracción de la mujer de mi novia.

Mónica vino a buscarme a casa muy temprano para empezar a preparar el cumpleaños especial de Sofía, que además sería nuestra presentación familiar y la petición de mano, todo un pack, que sin comerlo ni beberlo tendría en menos de 24 horas.

El deportivo negro de mi jefa era espectacular, como ella. Uno de esos coches que solo ves en las revistas y muy pocas veces por la calle, sabiendo que difícilmente podría tener uno algún día. De pronto pensé que eso podría suceder si realmente me casaba con Sofía.

Mónica se bajó del coche y volví a alucinar al verla. Estaba preciosa con una minifalda de cuero negro muy ceñida, dejando a la vista unos torneados muslos morenos. Su camiseta roja, igualmente ceñida, ofrecía un grandioso escote y sus zapatos de tacón, rojos también, realzaban la figura de aquella hermosísima mujer.

− ¡Qué guapa! – dije inconscientemente.

Ella se acercó a mí, dando pequeños pasos pues sus tacones eran de vértigo. De pronto se abrazó a mí y me plantó dos besos en las mejillas, no sin antes pegar su enorme busto contra mi cuerpo y volviendo a notar la dureza de mi polla contra su cuerpo. Nuestros abrazos y besos se habían convertido en cotidianos, de dos buenos amigos, pero mi pene no parecía acostumbrarse a eso y volvía a ponerse durísimo.

− Gracias, eres un cielo, Víctor. – respondió muy halagada supongo que tanto por mi piropo como por la dureza de mi miembro bajo el pantalón.

De pronto soltó el llavero de su mano y dejó colgando la llave invitándome a conducir aquel deportivo negro de gran cilindrada.

− ¿Puedo? – pregunté cómo un niño con zapatos nuevos.

− Claro, ya sabes que lo mío es tuyo. – añadió pegando sus tetas a mi brazo para acariciar mi nuca y el comienzo de mi pelo por detrás de forma cariñosa y fogosa a la vez.

Se puede decir que me quedé temblando no sólo al sentir su roce sino al oírle decir aquellas palabras “lo mío es tuyo”. Me subí al volante de aquel coche y empecé a disfrutar de su potencia, de su frenada, de su agarre… intentando no distraerme demasiado teniendo en cuenta que mi copiloto era una rubia de ojos inmensos, blanca sonrisa, piernas interminables y una delantera de alucinar. Puedo asegurar que conducir así es algo realmente complicado. Ella notaba mis miradas y se removía en el asiento de forma coqueta y sensual, poniéndome aún más nervioso. Yo cada vez disimulaba menos observando a mi nueva amiga, porque así quería considerarla y nada más, pero mi polla seguía pensando otra cosa y estaba en posición de “firmes” una vez más. Ella miraba aquel bulto de vez en cuando y sonreía triunfal.

Visitamos varias empresas especializadas en organizar eventos y fiestas. Al final contratamos no el presupuesto más barato precisamente, sino una empresa que prácticamente lo ponía todo: La comida, las mesas, sillas, orquesta, globos, payasos, lo que hiciera falta. No reparamos en gastos, como nos había ordenado Ernesto, al fin y al cabo era la fiesta especial para su hija y Mónica extendió un cheque desorbitado para esa fiesta especial para Sofía en su 20 cumpleaños.

Luego pasamos por la joyería donde saludaron a Mónica con confianza, pues debía ser una de sus clientas VIP. Escogimos varios modelos de sortija pero ella concretó una que le gustó desde el principio y no pude negarme pues estaba más atento al cruce de sus muslos que a las piedras que brillaban en aquel anillo. El precio de la joyita en cuestión superaba con creces mi sueldo de todo un año. No puse peros, sabiendo que a ella le había encantado y yo evidentemente no podía discutir ni pagar semejante suma. El hombre que nos atendía tampoco podía quitar su vista del escote y las piernas de Mónica, que sabiéndose observada hacía los movimientos más lentos y premeditados. ¡Era toda una artista!

− No le digas a Sofía que lo elegí yo – me dijo de pronto ella.

− De acuerdo, no te preocupes, diré que fui yo. – añadí sabiendo que a Sofía le iba a encantar el anillo, pero sobre todo ocultándole que lo había elegido su madrastra.

Después recorrimos diversos centros comerciales, en los que yo aproveché para elegir algo de ropa para la fiesta mientras Mónica hacía lo propio en otras boutiques. De camino a casa, mientras yo conducía el precioso deportivo, me pidió curiosear las bolsas para dar el visto bueno a mi vestimenta y se alegró mucho al ver mi traje, mi corbata y mis zapatos, pues escogí prendas caras sabiendo que allí tenían cuenta mis futuros suegros.

− ¿Quieres ver lo que me compré yo? – me preguntó con ese aire tan sensual.

Asentí y ella abrió sus bolsas, enseñándome sus compras: un vestido corto, marrón de lycra que aparentaba ser muy ceñido. Luego me enseñó lo que contenía otra de las bolsas y era un conjunto de lencería de lo más sexy. Casi pierdo el control de aquel coche al ver un diminuto tanga negro, un sujetador igualmente negro, casi transparente, medias, ligueros y un body-corset color burdeos.

− Esta es una sorpresa para Ernesto. Espero que le guste – dijo poniéndose el sostén sobre su camiseta ubicando provocadoramente la punta de su lengua en el labio superior.

Mi polla palpitaba bajo mi pantalón figurándose como le quedaría aquella ropa a mi amada suegra que sin duda sería de alucinar.

Al final llegamos a casa. No había estado nunca allí y me quedé nuevamente impresionado. Una enorme mansión con una gran piscina, un jacuzzi, una cancha de pádel y varios coches aparcados fuera. Sin duda la bodega daba mucha pasta y si nada lo impedía yo podría convertirme en un heredero más de esa gran fortuna. No sonaba nada mal.

Mónica me estuvo enseñando la enorme casa, con innumerables habitaciones y me quedé especialmente asombrado con la de matrimonio que era más grande que mi piso entero, con una gran terraza y vistas al jardín y a la piscina. Volví a imaginar a esa rubia retozando en la gran cama con su marido y mi polla dio otro de sus respingos. Guardamos a buen recaudo el anillo en una caja fuerte que tenían en el salón y después me comentó:.

− ¡Uf, estoy agotada! ¿Quieres tomar algo?

− Si, algo fresco. Te lo agradezco.

− ¿Unas cervecitas?

− Vale.

Me senté en una de las tumbonas del jardín después de una mañana tormentosa y se agradecía recibir los rayos del sol allí sentado. MI preciosa mamá política volvió con dos enormes copas de cerveza muy fría. Charlamos animadamente, uno en cada tumbona disfrutando el momento y comentando los detalles del evento.

− ¡Qué bien lo hemos hecho todo juntos! – dijo dándome la mano.

− Sí – contesté de nuevo halagado por sentirme así de arropado por mi preciosa suegra. Me encantaba estar así, agarrado de su mano.

− Eres un encanto.

− Tú también – contesté sin vacilar.

Mónica apoyó sus labios en el dorso de mi mano mirándome como una gatita mala, para después comentarme:

− ¿Sabes? Me apetece darme un baño, hace calor y así me refresco. ¿Te animas?

− Yo… pero es que no tengo bañador. – dije apurado.

− No importa, con la ropa interior que compraste, seguro que parece que es tu bañador. Tenemos confianza y estamos solos. – añadió ella pasando su lengua por los labios.

− Es que…

− No hay más que hablar, cámbiate aquí y yo voy a casa a por el mío.

Me quedé descolocado pero al fin pensé que podría ver a esa mujer con menos ropa y eso me animó realmente a hacerle caso. Me dije a mi mismo que podría ser mi madre y que debería verla como tal, pero mi otro yo, en forma de pene duro, parecía decir lo contrario. Pensándolo bien, no había pasado nada y se podía considerar todo ¿normal?

Me quité la ropa, quedándome desnudo, acaricié mi polla que estaba durísima y saqué uno de los bóxers que había comprado en la tienda y efectivamente no parecía un calzoncillo, metí una pierna, la otra… cuando oí una voz a mi espalda.

− ¡Qué culito! – dijo Mónica, lo que hizo ponerme nervioso y casi me caigo en la maniobra de terminar de calzarme mi pequeña prenda.

Sin duda había visto mi cuerpo desnudo de espaldas y pareció disfrutar. No pensé que me hubiera estado observando. Coloqué mi verga lo mejor que pude y cuando me giré me quedé petrificado:

Mónica llevaba un bañador fucsia de una pieza, completamente adherido a su piel haciendo resaltar su preciosa y aterciopelada piel morena, tanto la de sus brazos, sus hombros, escote y piernas de una forma digna de enmarcar. Su enorme busto parecía querer salirse por la parte superior e incluso por los costados de esa pequeña prenda de lycra. Su figura se dibujaba divina bajo ese traje de baño, pero lo mejor es que al ser tan fina la tela, se revelaba cada relieve, desde sus pezones abultados, pasando por el agujerito que se adentraba en su ombligo o el bulto de su monte de venus en el que parecía entreverse el vello que debía adornar su pubis. Me quedé boquiabierto con mi erección de caballo.

− Ya puedes cerrar la boca – me dijo sonriendo y dando un trago a la cerveza.

− Perdóname Mónica – me disculpé tapando con mis manos mi evidente erección bajo mis bóxers.

− No, hombre, es un halago para mí que te guste mi bañador y veo que otro se ha alegrado también. – añadió señalando traviesa hacia mi polla que apenas podía cubrir con mis manos.

− Gracias Mónica.

− De nada, además yo también me siento muy bien viéndote a ti. Tienes un cuerpo precioso y hay que lucirlo.

− Gracias.

− No, gracias a ti. Por cierto, ¿te gustó mi regalo? – dijo sentándose en la tumbona y haciendo un cruce de piernas asombroso.

Me quedé sorprendido cuando me hizo esa pregunta y tardé en reaccionar hasta que ella me aclaró.

− Sí, hombre, mis braguitas. Las que te quedaste ayer en el despacho de Ernesto.

Casi me da algo al oírle decir eso y respondí azorado sin saber exactamente qué contestar.

− Esto… yo… no sabía…

Comprendí por fin, que el tema de las bragas no había sido accidental ni mucho menos y que todo era premeditado.

− Tenía pensado devolvértelas. – comenté al fin.

− No te apures hombre, somos amigos y me hiciste un gran favor. Por mí te las puedes quedar… si es que te gustan.

− Sí, esto…

− Mira, cuando llegué al despacho de Ernesto estaba mojadísima, porque es que después de estar encima de ti en la biblioteca, me excité mucho, tanto que por eso tuve que darle un buen repaso a mi marido, cómo pudiste comprobar, de modo que puedes quedártelas como recuerdo y como regalo, ya que te las has ganado.

Así que resultaba que yo había conseguido ponerla cachonda y tuvo que desquitarse con su esposo. No sé si eso era bueno o malo. El caso es que esa mujer conseguía asombrarme en cada momento y aunque yo pensara que en el fondo estaba haciendo algo malo, mi otro yo disfrutaba de esas sensaciones, de esos juegos y esa provocación continua de mi futura suegra.

A continuación, Mónica abrió ligeramente las piernas sin duda para que siguiera disfrutando de ese panorama que ofrecían sus muslos y la braguita que se remetía por sus ingles. Ella comenzó a hacerse una coleta con su cabello, estirando su espalda y remarcando su busto, sabiendo que yo no le quitaba ojo. A continuación se levantó, avanzando lentamente… hizo un largo recorrido por el borde de la piscina y yo seguí su trayectoria detenidamente, observando cómo aquel bañador por detrás apenas podía cubrir su enorme culazo. Casi me muero viendo aquellos andares electrizantes.

Ella dio un saltito y se metió en la piscina de cabeza como toda una nadadora profesional. Tras unos segundos emergió del fondo de la piscina mostrando su cabello completamente mojado y su cara resplandeciente llena de gotitas que acentuaban su hermosura. Me acerqué a aquel monumento mientras observaba cómo nadaba alegremente por la piscina.

− ¡Vamos, métete! – me animó desde abajo. – ¡Está buenísima!

“Tú sí que estás buenísima” – pensé. Después salté de la misma forma en que había hecho ella segundos antes, zambulléndome en aquel agua fresquita para quedar casi pegado al cuerpo de mi preciosa rubia. Estar tan cerca de ella allí metido en el agua, me hacía sentirme dichoso y ella parecía disfrutar jugando y provocándome, salpicando mi cara, haciéndome cosquillas o rozándose al principio en aparentes accidentes y mucho más descaradamente después. Me animé y también le di unos cuantos toques, roces y cosquillas que fueron en aumento, incluyendo un buen sobeteo de su culo y de sus tetas con cierto disimulo pero sin desaprovechar aquella magnífica ocasión. Todo era un juego aparentemente inocente… pero de inocente nada.

Salió juguetona por la escalera de la piscina. Observarla salir del agua no fue menos estimulante, advirtiendo que su pequeño bañador se ajustaba más a sus curvas y además mostraba más transparencias de las soñadas, como un par de redondos pezones marrones que se manifestaban erguidos claramente llamando al pecado y unos pelitos oscuros a la altura de su sexo.

Allí permaneció un rato de píe al borde de la piscina para que yo pudiera admirarla de lleno. Al mismo tiempo, yo cada vez me cortaba menos y le miraba descaradamente todo su cuerpo, la transparencia de sus pezones y el difuminado vello de su pubis bajo esa prenda mojada. Estaba a tope viendo a aquella mujer tan sensual. A continuación se sentó en una de las tumbonas y se fue secando con la toalla, muy despacio pero de una forma tremendamente lasciva, mirándome de reojo, sabedora de su tremendo atractivo y de su extremado potencial exhibicionista.

− Ven siéntate conmigo y seguimos planificando la fiesta. – me dijo dando palmaditas a su lado para que saliera de la piscina para acompañarla en la tumbona.

− Es que…

− No pasa nada porque tengas una erección, cariño. – añadió sonriente para tranquilizarme.

Lo de llamarme cariño era algo nuevo que me encantó, pero lo mejor, la naturalidad a la hora de hablar de mi tremenda empalmada, aunque claro, ella era la culpable de todo. Al salir de la piscina sus ojos se clavaban en mi polla que con la prenda mojada se formaba en auténtico relieve. Era un rollo de carne envuelto en mi mojado calzoncillo, dispuesto a lo que fuera.

− Vaya Víctor, tienes que tener muy contenta a Sofía – dijo descaradamente señalando mi bulto

Me ofreció una toalla y comencé a secarme sin que ella perdiera detalle de mi cuerpo. Lo cierto es que me gustaba esa forma en cómo me miraba, de arriba abajo, desde mis pectorales, mis abdominales, mis brazos y mi abultado miembro bajo mis pequeños calzoncillos. Yo también jugaba a eso de exponerme de forma aparentemente casual, aunque mis movimientos eran calculados para que ella también se divirtiera examinando mi cuerpo.

Me senté junto a ella, charlamos de cada detalle, como dónde ubicar las mesas, las sillas y la orquesta que amenizaría el evento. Mónica se levantó y fue señalándome los sitios donde iba cada cosa, pero yo estaba más atento a sus movimientos, al acompasado vaivén de sus tetas bajo la apretada pieza de baño, por no hablar de cómo quedaba a la vista el resto de su anatomía, desde sus caderas, su cintura, sus muslos… Ella se sabía admirada y exageraba más sus movimientos haciendo que mi empalmada no bajase ni un milímetro.

− Aquí se podría poner la orquesta – dijo desde el fondo del jardín.

− Un poco apartada. – comenté.

− No, así se puede bailar en toda esta zona.

− ¿Habrá baile? – pregunté.

− Claro. ¿No me digas que no sabes…?

Se acercó hasta mí y tirando de mi mano me hizo levantarme de la tumbona para quedar de pie junto a ella. Esta vez no me importó que observara mi bulto, es más, me gustó mostrárselo. En ese momento colocó cada una de mis manos en su cintura y las suyas abrazando mi nuca.

− ¡Pégate hombre, que no muerdo! – me ordenó.

Obedecí como un niño bueno y me pegué a su maravilloso cuerpo. Esta vez casi sin ropa, nuestros cuerpos quedaron unidos en aquel baile, donde la única separación era una fina tela. Percibía claramente sus dos globos contra mi pecho, su sexo abultado contra mi muslo y mi polla aprisionada a la altura de su bajo vientre. Sentir su piel, su olor y toda su anatomía pegada a mí, era un auténtico sueño hecho realidad.

− Mmmm, ¿Te gusta? – me preguntó con su mejilla pegada a la mía y su boca en mi oreja.

− Sí, mucho.

− Me encanta bailar… – añadió casi en un lamento – y por cierto, no lo haces nada mal.

Bueno, desde luego aquello era de todo menos baile. Para empezar no había música, íbamos medio desnudos y nuestros movimientos eran más de frotarse que de otra cosa. Mónica se dio la vuelta y yo volví a abrazarla pero esta vez por detrás sintiendo cómo su culo se ubicaba abrazando mi polla que no dejaba de tensarse, mientras ella giraba su pandero de forma lujuriosa. Casi me da algo. Sin embargo no solté su cintura sino que me agarré más fuerte a ella, imaginando como podría ser estar así con ella, pero completamente desnudos.

− No lo haces nada mal, Víctor – insistía restregando su culo contra mi erguida verga sin cesar, al tiempo que mis manos dibujaban sus caderas y su cintura.

En ese instante sonó su móvil que estaba sobre una mesa y nos separamos fulminantemente, fue algo que en principio me molestó, pues yo estaba realmente en la gloria, pero casi era de agradecer que aquello se detuviera, pues era la madre de mi novia y la mujer de mi jefe y ambos sabíamos que la cosa podía acabar mal, al menos yo estaba seguro de eso. Era Ernesto el que llamaba. A ella pareció incomodarle también. Me senté en mi tumbona y le di un buen trago a mi copa de cerveza observando como mi suegra se movía por el jardín hablando con su esposo por teléfono. Disfruté una vez más de su cuerpo embutido en aquel fino bañador fucsia. Era una mujer increíblemente sexy.

Tras colgar el móvil pude notar sus pezones más erectos de lo normal, sin duda estaba muy cachonda, tanto como yo, supongo.

− Era Ernesto. Me ha dicho si lo hemos comprado todo y que tiene que ser una buena sorpresa.

Desde luego para mí, no dejaban de ser todo un cúmulo de sorpresas, no sé si su marido podría sospechar algo, pero era claro que esa mujer era toda una bomba.

− ¿Le gustará todo este regalo a Sofía? – me preguntó.

− Sí, desde luego. – dije yo recolocando mi incómoda polla bajo el slip.

− A su padre también le encantará todo, ¿No te parece?

− Claro.

− ¿Crees que le gustará el conjunto de lencería que me compré?

− Estoy seguro, Mónica. – afirmé sabiendo lo bien que le quedaría en ese cuerpazo.

− Espera, mejor me lo pruebo y me lo dices de primera mano

− ¿Cómo? Pero… yo…

No me dio tiempo a decirle nada más, pues mi rubia suegra se metió en la casa a toda prisa, dispuesta a probarse el conjunto y no me acababa de creer que me lo fuera a mostrar a mí antes que a su esposo. ¡Era todo alucinante!

Agarré mi polla por encima de mi calzoncillo pues seguía pletórica. No era para menos, teniendo a aquella rubia danzando, provocando… excitándome con sus juegos. Me giré y me di unos cuantos zumbazos a la piel de mi miembro, viendo mi glande completamente inflamado y morado, se veía casi a punto de estallar. No era de extrañar, esa mujer me estaba volviendo loco. De pronto, no sé por qué, me sentí mal y ubiqué mi miembro dentro del slip de nuevo. Me maldecía por excitarme continuamente con mi suegra, por estar salido como un perro… En cierto modo había abusado de la generosidad de mi jefe por un lado y de la confianza de Sofía, que ahora estaba lejos y de seguro no sospechaba que estaba medio desnudo restregando todo mi cuerpo con el de su madre. Estaba decidido a darle cualquier excusa a Mónica para irme de allí y no ir más allá de lo que me temía podría pasar si continuaba más tiempo junto a esa impresionante mujer.

Justo cuando me disponía a recoger mi ropa tirada por el suelo, apareció la preciosa Mónica, esta vez ataviada con el conjunto de lencería que anteriormente había visto sacar de las bolsas, pero que puesto sobre su cuerpo era más sexy y arrebatador de lo que pudiera imaginar. El body de color granate se aprisionaba contra su cuerpo desbordando unas tetas por encima, apenas tapadas por un diminuto sostén semitransparente ofreciendo la imagen de unos pezones rosados preciosos adornando esos enormes globos. Unas braguitas diminutas tipo tanga, como las que me quedé de regalo el día anterior, apenas podían cubrir su sexo y esta vez se veía claramente el pelo recortado de su pubis. Sus muslos estaban pletóricos enfundados en unas medias negras con su correspondiente liguero, y para rematar sus zapatos negros de tacón fino. ¡Impresionante visión de una diosa!

Avanzó hacia mí de forma parsimoniosa moviendo exageradamente sus caderas a cada paso. Se detuvo, poniéndose a poca distancia de mí y se giró mostrando su culo apenas tapado por la fina tela del tanga que se colaba por sus prominentes glúteos.

− Bueno, sé sincero Víctor ¿qué tal? – me preguntó mirando a mi polla que ya asomaba la punta por encima de la cinturilla del calzoncillo.

− ¡Preciosa! – fue lo único que alcancé a decir prácticamente babeando…

− Gracias. Es bonito este conjunto, ¿Verdad? – añadió girando sobre sí misma.

Yo apenas podía articular palabra, tan solo ver cada resquicio de piel que asomaba por cada una de aquellas pequeñas y ceñidas prendas, flipar con sus grandes pechos, la rotundidad de un pandero de película y esos muslos de largas piernas enfundadas en negras medias que harían las delicias hasta del menos fetichista de los mortales.

− ¿Crees que es mejor con el corsé o sin él? – me preguntó acariciando sus caderas y observando sonriente la cabeza de mi polla asomando por la tirilla del slip.

− Yo… no sé… ¡Estás preciosa, Mónica! – dije impulsivamente.

− Gracias, cariño. Mejor me lo quito y opinas. – sentenció decidida.

Yo es que no me lo podía creer, cuanto más me ponía a mi mismo el freno, ella más se me lanzaba y me dejaba totalmente K.O. Mónica se echó las manos a la espalda y moviendo sus muslos como si bailara, se fue quitando la lazada del corsé que oprimía su cuerpo.

− ¿Puedes ayudarme Víctor?, yo sola no puedo.

− Claro. – dije levantándome de inmediato.

Mónica se giró quedando de espaldas a mí y me volvía loco de tenerla así, tan cerca, aquella maravilla andante, me estaba regalando el mayor placer de contemplación y no solo eso, sino que me pedía que le quitara ese apretado body. Bajé la vista para ver ese redondo culo a unos centímetros de mi polla. Ella giró su cabeza para sonreírme sabiendo que yo estaba alucinando. Movió su trasero para darle un golpetazo a mi tiesa verga que estaba a punto de estallar. Unas gotas de líquido pre seminal salieron por la punta.

− Vamos, Víctor, quítamelo. – me inquirió pero de forma sugerente.

Con mis dedos temblorosos fui soltando la lazada que oprimía su espalda y su cintura con aquel body granate, hasta que lo pude desatar y quedarme con la prenda en la mano. Ella quedó solo con su pequeño sostén, su tanga, su liguero y sus medias. Se giró para quedar delante de mí mostrándome su cuerpo ataviado con esas pequeñas prendas tan sexys.

− ¿Y bien?, ¿Mejor? – preguntó girando de nuevo sobre sí misma y dibujando sus curvas con las manos…

− Si, estás increíble Mónica – dije con total sinceridad totalmente impresionado.

− Siéntate y me observas bien.

Tras decir aquello, estaba claro que a ella le gustaba dominar ese juego de la seducción, de la provocación y de la lascivia hasta grado sumo. Yo me senté y seguí admirando el cuerpo de mi suegra medio desnuda. Ni en mis mejores sueños lo hubiera imaginado. La preciosa rubia comenzó a hacer un baile sensual, de movimientos circulares y oscilantes, dejando a la vista sus mejores dotes de “show girl”.

− ¿Te parezco sexy con mi conjunto?

− ¡Muchísimo!

− Jajaja, veo que sí – dijo señalando la cabeza de mi polla que asomaba de nuevo por encima del slip.

− Perdona…

− No, no seas bobo, es tu mejor opinión sincera y sin palabras… con solo verte, sé que este atuendo va a hacer las delicias de mi marido cuando se lo muestre la noche de la fiesta.

− Quedará impresionado. – le confirmé.

− Sí, a él también le excita. ¿Sabes lo que más le gusta? Que me quite las medias bailando. ¿Quieres verlo?

Asentí tragando saliva. En ese momento Mónica sin pensarlo dos veces se fue acercando hasta donde yo estaba sentado y puso su pie entre mis piernas girando su tobillo colocando la punta de su tacón casi rozando mis huevos. Luego, de forma seductora se fue desatando el liguero hasta tirarlo sobre la hierba y poco a poco sin dejar de mirarme fijamente a los ojos se desenrolló la primera media y al estirar su cuerpo hasta llegar a sus tobillos, ofrecerme al mismo tiempo la panorámica de sus tetas casi saliéndose por encima del pequeño sostén.

− Ayúdame. – dijo señalando su zapato de tacón de aguja.

La descalcé, saqué su media, no sin antes acariciar la suave tersura de su pantorrilla y volverle a colocar el estilizado zapato esta vez sin medias. Luego puso el otro pie entre mis muslos, haciendo la misma operativa y consiguiendo que me estremeciera con cada uno de sus gestos tan exhibicionistas.

− ¿Te gustó el show? – preguntó acariciando sus caderas y moviéndolas como si fuera una serpiente cimbreante

− ¡Increíble!

No podía creerme la suerte que tenía de haber sido el espectador de excepción de aquel maravilloso y extraordinario show, digno de una mujer tan impresionante como ella.

Mónica se fue acercando hacia donde yo estaba sin que yo pudiese retirar la vista de su cuerpo, hasta que de pronto abrió sus piernas y se sentó a horcajadas sobre mí. Hubo un momento en el que pensé que me iba a desmayar, teniendo a mi adorada suegra medio desnuda sobre mí. Fue moviendo sus muslos rozándose piel a piel con los míos hasta que nuestros sexos entraron en contacto de nuevo, como lo hicieran en la biblioteca el día anterior, salvo que esta vez, frente a frente y con nuestras prendas aún más finas y nuestro contacto más directo. Ella soltó un pequeño gemido cuando nuestros sexos se juntaron y yo debí soltar otro. No hablamos nada, tan solo nos mantuvimos así, ella subida sobre mi polla que notaba claramente los labios de su dilatada vulva y sus brazos cruzados tras mi nuca, mientras mis manos acariciaban su cintura. Sus ojos brillaban y mi polla palpitaba allí abajo sintiendo el calor de una raja que la abrazaba y la exprimía. El pecho de Mónica oscilaba en cada respiración, sus ojos brillaban y su boca estaba entreabierta. Se humedecía los labios con su lengua…

Veo que te alegras de verme, dijo con su boca escasos centímetros de la mía y frotando su sexo contra el mío de forma que mi polla se restregaba directamente con su rajita palpitante. Sus tetas se movían acompasadas casi pegadas a mi cara, con cada movimiento de su pelvis y mis manos se aferraron de nuevo a su cintura, sintiendo el cuerpo de esa mujer como si me la estuviera follando.

− Tengo pensado subirme así sobre Ernesto. Sé que le encanta ¿A ti? – preguntó con aire inocente.

Sin contestar, me limité a acariciar su cintura e incluso bajar mis manos hasta tocar directamente la piel de su redondo culo únicamente tapado por el pequeño tanga.

− Seguro que se pone así de excitado, como tú. ¿No crees? – insistía ella.

De pronto, un remordimiento interno me invadió. Pensé en Sofía y de lo deshonesto que estaba siendo con ella, que seguramente estaría estudiando en la universidad, ajena totalmente a lo que estaba sucediendo en su propia casa, de manos del depravado de su novio y nada menos que con su madrastra. Traté de poner racionalidad a la locura que estaba entre mis manos, nunca mejor dicho, que no era otra que mi futura suegra convertida en una diablesa deliciosa, de curvas vertiginosas que ahora estaba abrazada a mí. Seguramente la oportunidad no se me volvería a presentar jamás y posiblemente debía ser un idiota por estar pensando en esos momentos en seriedad, responsabilidad, fidelidad… pero no podía hacerle eso a Ernesto y mucho menos a Sofía, mi novia, era toda una traición teniendo en cuenta la animadversión que sentía por su mamá postiza. Empujé a Mónica para que se separara de mí y a continuación me levanté azorado y nervioso.

− ¡Basta, por favor!

− ¿Qué ocurre, Víctor? – preguntó alarmada sin entender mi brusco y cortante comportamiento.

− Esto no puede ser, Mónica.

Allí de pie, con mi polla medio salida del calzoncillo y esa grandiosa mujer medio desnuda delante de mí, podía ser el mejor de mis sueños y en el fondo debí ser un estúpido al no aprovecharme de esa gran ocasión. Cualquiera en mi caso, se hubiera lanzado ante semejante hembra y la hubiera dado toda la caña que necesitaba. Sin embargo yo me sentía mal y si había realmente un momento de parar todo aquello, era ese.

− Pero… ¿Qué ocurre? ¿No te ha gustado?

− ¿Gustarme? Mira, Mónica, eres preciosa, la mujer más impresionante que he conocido, pero no, por favor, no me lo pongas tan difícil,

− Pero, ¿por qué?

− Yo estoy con tu hija y no quiero…

− ¿Serle infiel? – terminó ella la frase.

− ¡Sí! – dije seguro de mi mismo.

− ¡No ha pasado nada!

Noté cierto enfado en la cara de Mónica, pues supongo que no esperaba mi reacción, pero lo de no haber pasado nada, no me quedaba del todo claro, porque estar así medio despelotada, yo en calzoncillos, después de haberse restregado contra mi cuerpo tanto en el baile de lo más sensual y excitante, como el hecho de haber estado sentada sobre mi erguida polla, era de todo menos normal. Además, era más que claro que la frontera del bien y del mal ya había quedado varios kilómetros atrás.

− Prefiero que no pase nada más – le dije dirigiéndome a donde estaba mi ropa, dispuesto a recogerla, vestirme y marcharme de allí antes de que fuera demasiado tarde y eso que mi polla no había bajado ni un centímetro.

− Pero no te vayas así… siento si…

− No, Mónica, tú no tienes la culpa. Pero me gustas mucho y…

− ¿Te gusto? – preguntó sonriente y sorprendida.

− ¿Acaso lo dudas? Eres preciosa.

− Tú también me gustas a mí.

Hubo un silencio largo en el que ambos permanecimos mirándonos allí de pie, ataviados únicamente con nuestra ropa interior. Por un momento dudé entre el bien y el mal, teniendo a Mónica así, delante.

− No puedes irte así. – me dijo.

− Por favor… Mónica.

− ¿Crees que estás traicionando a Sofía?

− Si te parece…

− Tú no sabes lo que está haciendo ella ahora mismo. – dijo sentándose en la tumbona en un aspecto más serio y preocupado.

− Pues está en la ciudad… en la universidad y además de no saber nada de la sorpresa de la fiesta, no creo que le haría gracia que su novio estuviera con su madre. Una cosa es ocultarle la sorpresa y otra…

− Quizás ella también te oculte cosas. – respondió ella cortando mi frase.

− No te entiendo.

− ¡Con Jorge!

− Sí, es su compañero pero…

No sé por qué pero hasta entonces no había sentido nada raro con Jorge, un tipo guapete que siempre iba con Sofía a la universidad. Sofía me habló siempre de él como un buen amigo y compañero, sin embargo, Mónica parecía querer decirme algo más.

− Verás, no sé por dónde empezar, pero ya que seguramente vas a ser su futuro marido… pues deberías saber…

− ¿Qué me quieres decir Mónica? – pregunté sentándome a su lado.

− Yo, es que quiero ser sincera contigo y Sofía y ese chico… ya sabes.

− ¿Están liados? – pregunté atónito.

− Si.

− No me lo creo. Eso no puede ser, no sé por qué dices eso, Mónica – dije con seguridad aunque por dentro lleno de dudas. Notaba cómo mi polla se iba desinflando por momentos bajo mis bóxers.

En ese instante Mónica, muy seria, recogió su Smartphone y estuvo buscando algo, hasta que lo giró y me mostró una foto que me impactó de forma increíble: Mi chica, Sofía… estaba completamente desnuda sobre el asiento posterior de un coche y su compañero Jorge, también desnudo, le estaba haciendo una comida de coño espectacular.

Por más que lo miraba, no podía ni quería creerlo. Miré a Mónica que asintió confirmando que la foto era completamente real. Mi chica estaba más que liada con su compañero Jorge sin que yo lo hubiera sospechado en lo más mínimo. Mis ojos no se apartaban de aquella impresionante foto.

CONTINUARÁ…

Juliaki

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR.

juliaki@ymail.com

Relato erotico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra parte 2” (POR GOLFO)

$
0
0

Relato continuación de Ann y su criada negra parte 1.
 

El saber que tanto Sandy, la mulata vestida de criada, como yo, no éramos más que una pareja de alquiler en manos de esa ricachona, me divirtió y sabiendo que no tardaría en enterarme del modo que Ann tenía pensado en usarnos, me relajé tumbándome en la cama.

Mi clienta se había levantado mientras tanto y poniéndose al lado de la morena, la besó de un modo tan posesivo que me dejó perplejo. Nunca había visto a una mujer actuar así. Asiendo la cabeza de su víctima, la llevó hasta las suya y sin importarle lo más mínimo los sentimientos de la cría, mordió sus labios mientras con las manos le daba un azote en el trasero.
La sonora nalgada resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo el uniforme esa muchacha no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
“O es sumisa o le ha pagado estupendamente”, pensé inicialmente al no oír ninguna queja de sus labios pero cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que me había equivocado. Esa niña además de recibir un estupendo salario por estar con ella, le gustaba ese tipo de tratamiento.
Más interesado de lo que me gustaría reconocer, no perdí ojo de lo que ocurrió a continuación. La rubia  desgarrando con sus manos el traje de la morena, la desnudó violentamente, tras lo cual, abriendo un cajón, sacó una fusta. Al ver ese instrumento en manos de mi clienta, me dejó helado al no saber cómo reaccionar si esa puta intentaba hacer uso de él conmigo. Afortunadamente Ann tenía otras intenciones y obligando a Sandy a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra, se montó encima.
Contra toda lógica, esa mujer mostró alegría al sentir el peso de la rubia en su espalda y con expectación no fingida, esperó el primer azote. Este no tardó en llegar, Ann  nada más aposentarse, la cogió del pelo a modo de riendas y azuzándola como a una potrilla, dejó caer su fusta contra el culo de la morena. Ese azote fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, mi clienta la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo. Si quería que su montura torciera a la izquierda, no tuvo más que jalar de un mechón hacia el mismo lado y si por el contrario deseaba ir hacia la derecha, solo tenía que tirar del otro lado. En cambio si lo que quería era que acelerara, la morenita recibía una caricia de la fusta en su trasero.
Cuanto más observaba el comportamiento de esas dos mujeres, más convencido estaba de la predisposición de Sandy a ser tratada con dureza porque no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También Ann se percató de los mismos y con voz autoritaria, le espetó a voz en grito:
-Puta, ni se te ocurra correrte antes que te lo digamos-
Escuchar de su boca que íbamos a ser dos los que usáramos a la mujer, me tranquilizó al comprender que no me tenía preparado un papel de sumiso en esa opereta. Fue entonces cuando decidí intervenir y saliendo de la cama me puse detrás de ellas y separando las nalgas de la morena, con dos dedos comprobé la elasticidad de su ano.
Sandy no pudo evitar quejarse del modo tan brusco con el que introduje mis falanges en su interior. Ann, al escuchar su lamento, azotó con dureza su trasero como castigo mientras le recriminaba:
-Me habían asegurado que eres una perra acostumbrada a soportar pero oyéndote pienso que eres una aficionada-
La mulata debió de pensar que se iba a quedar sin la paga prometida porque con lágrimas en los ojos, le pidió perdón diciendo:
-Ama, lo siento. Fue la sorpresa, puede estar segura que cumpliré a pie juntillas tanto sus deseos como los del macho que pone a mi disposición-
Mi clienta sonrió al escuchar la sumisión de la muchacha y levantándose de su espalda, se tumbó en la cama mientras le decía:
-Vamos a comprobarlo, quiero que me comas el coño-
Sandy no se hizo de rogar, poniéndose entre sus piernas, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la mujer. Asumiendo que Ann era quien pagaba y que yo estaba ahí para servirla, me tumbé a su lado y sin esperar a que me lo pidiera, empecé a acariciar su cuerpo mientras mi boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como había previsto, mi clienta se vio desbordada por tantas sensaciones y por eso no me chocó, escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Tengo que reconocer que yo también me fui excitando y con mi pene completamente erecto, entendí que debía de esperar sus órdenes para desahogarme. Mientras tanto, la morena seguí bebiendo del flujo  de Ann y conociendo a la perfección su trabajo, buscó el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
-Me encanta- sollozó al sentir su interior vulnerado por Sandy y sus pezones mordisqueados por mí y colaborando con nosotros, se retorció sobre las sábanas.
“Esta guarra no tardará en correrse”, pensé mientras aumentaba la presión de mis dientes sobre su aureola.

Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Ann hizo algo no previsto. Separándose de nosotros, se levantó y poniendo la cabeza de Sandy en mi entrepierna, le ordenó que me hiciera una mamada. Extrañado, no presté atención a como la morena se introducía mi miembro en su boca porque quería enterarme de los planes de mi clienta, aun así, sentí sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes de lentamente embutir mi pene hasta el fondo de su garganta.

Me quedé petrificado al observar que Ann abría un cajón y sacaba un arnés que llevaba adosado un falo de gigantescas dimensiones.

“¡La va a matar!” exclamé mentalmente al comprobar que ajustándose el tremendo instrumento alrededor de su cintura, se aproximaba con él dispuesta a sodomizar a la morena.
Afortunadamente para la muchacha, Ann cogió un bote de vaselina y antes de nada, se puso a lubricar el ano que pensaba desflorar. Esta, al sentir los dedos de la rubia relajando su entrada trasera, lejos de quejarse, se excitó e imprimiendo a su boca de un ritmo frenético, se dejó hacer sin protestar. Mi clienta,  mientras tanto, viendo que el esfínter de esa chavala estaba acostumbrado a ese tipo de uso, se puso a embadurnar el falo de plástico que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices el estrecho culo de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a Sandy observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, usó sus manos para separarse las nalgas mientras pedía a la rubia que lo hiciera con cuidado.
“Es una locura”, pensé al ver que Ann posaba el enorme glande en la entrada trasera de la morena, “no podrá meterle ese tronco”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi clienta ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a la muchacha por sus caderas, forzó con el aparato el esfínter y lentamente, lo fue introduciendo mientras su víctima no dejaba de gritar.  Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Sandy tuviera incrustado por completo ese portento en su trasero. Contra lo que había previsto, la mulata había sido de soportar el dolor y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.  
La sensación de  tener la completa sumisión de esa preciosidad, desbordó a Ann, la cual obviando toda prudencia empezó a cabalgar sobre el maltrecho trasero de la muchacha. Fue acojonante, comportándose como una perturbada imprimió a sus penetraciones de una velocidad endiablada mientras no paraba de insultarla. Reconozco que me indignó el trato y cuando estaba a punto de saltar, incomprensiblemente Sandy se puso a berrear de placer. Chillando con toda la fuerza de sus pulmones, la mulata le pidió que continuara mientras llevando su mano a la entrepierna se empezó a masturbar.
Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi clienta, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó la rubia.
No me cuestioné más cómo comportarme, cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva y de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado, mi sexo no tuvo ninguna dificultad de encajarse en su vagina e imitando a Ann, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del culo de Sandy, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior.  Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su sumisa me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
Sé que puede resultar grotesco y raro, pero ese brutal apareamiento, nos terminó de excitar y casi al mismo tiempo, los tres nos corrimos sobre la cama. La primera fue Ann que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Sandy, al sentir sus intestinos rebosando, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi clienta al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca entre ellas.

Ni que decir tiene que durante  las siguientes horas y los siguientes días usamos y disfrutamos del cuerpo de la negrita de todas las formas habidas y por haber, ninguno de sus agujeros salió indemne. Su boca, su culo y su sexo fueron hoyados sin darle tiempo a descansar. Lo único que os puedo asegurar es que Sandy se ganó con creces el dinero que Ann le pagó. Por otra parte, desde entonces, cada vez que una clienta me pide que vaya con mi pareja, la llamo porque además de estar muy buena, esa mujer folla como los ángeles.


Viewing all 8074 articles
Browse latest View live