





Sobre las 10 de la noche me llego un nuevo mail suyo,
La verdad es que hoy me he sentido humillada por ti, cuando me has hecho quitar el tanga en la oficina, cuando me has hecho comerme… y tragarme… me he sentido muy mal en esos momentos, ya sé que me dijiste que lo pensara bien antes de seguir, pues se me romperían muchas ideas concebidas en vida rutinaria, pero no me esperaba cosas como esas.
Por otra parte debo confesarte que me tienes todo el día excitada, cachonda, con ganas de que me toques, de que te acerques a mí, y me pidas algo, son sensaciones todas ellas contrapuestas las unas de las otras, ahora mismo te estoy escribiendo mientras mi marido duerme a la niña, y aquí me tienes, sentada escribiéndote, sin ropa interior, deseosa, mojada, cachonda…
Ya he empezado a pellizcarme los pezones, desde que he llegado a casa esta tarde, cada vez que voy al baño me pellizco, y me está empezando a gustar eso de pellizcarse, esta tarde mientras bañaba a la niña cuando me he dado cuenta tenía una mano tocándome abajo y otra en mis tetas, bufffff, además creo que hasta he soltado algún gemido, madre mía, la niña delante mío y marido por el piso, creo que me estoy o me estas volviendo una viciosa, pero me gusta
Besos
Susana se sentía humillada, pero a la vez quería seguirme el juego, supongo que su deseo por descubrir el placer, hacia que aquella mujer retraída por su sexualidad quisiera descubrir el mundo del placer y la perversión junto a mí, ya que me había contado algo que nunca antes se había atrevido a contar a nadie más de su alrededor, ni a su propio marido, y yo había sido ese afortunado.
El sábado por la tarde fui de compras a un centro comercial donde suelo acudir a menudo pues debía de comprar una funda para el portátil, por casualidades de la vida me cruce con ella en el pasillo, estaba acompañada de su hija y su marido, al verme sus ojos obtuvieron un brillo especial, supongo que por la sorpresa de encontrarnos allí, ya que nunca antes nos habíamos encontrado o no habíamos coincidido, me atreví a mandarle un sms, diciéndole “deshazte de ellos y ves a Mango te veo allí” de inmediato le sonó el móvil y leyó mi msg según pude observar.
Me dispuse a ir dirección a la tienda esperándome en la puerta de esta, cuando llego sin mirarme apenas me soltó “estamos locos” y entro en la tienda, me puse detrás de ella y le pedí que cogiera varias piezas de ropa para probarse y que se fuera al probador, que se metiera lo mas al fondo posible, yo me fui con ella, entramos en el probador del fondo, cerramos la cortina, y me senté en el banco que había allí, le pedí que se arrodillara y me sacara mi pene del pantalón, empezó a masturbarme a lo que le indique que se la comiera, que se la metiera en la boca como lo había el día anterior, a lo que esta vez lo hizo sin rechistar y bastante mejor que el día anterior en el coche, luego le pedí que se levantara y que se quitara el pantalón que llevaba, que quería comprobar si estaba sin ropa interior, una vez quitado este y viendo que estaba siguiendo mis instrucciones le invite a sentarse encima mío, empezando así a follármela por primera vez, se la metió de golpe, parecía que tenía muchas ganas de ser follada, y que estaba disfrutando con aquello, pues tuve que taparle la boca con una mano pues gemía y gemía sin parar, mientras con la otra mano que me quedaba libre empecé a masturbarla, Susana estaba desatada, había acelerado sus movimientos, y cada vez me costaba más ahogar sus gemidos, sus pechos chocaban con mi cara al saltar, ella estaba agarrada de mi cuello y con su cabeza un poco inclinada atrás, su ritmo de mete saca era altísimo, yo casi no aguantaba y estaba a punto de correrme, empezó a tener pequeñas convulsiones y contracciones en su vagina, lo que hizo que mi semen la inundara por completo, provocando esto en ella que empezara a correrse, a gritar, lo que me obligo a darle una torta para hacerla volver a la realidad, estaba toda sudada, su cara desencajada, su maquillaje corrido, y ella abrazada fuertemente en mi cuello dando pequeños suspiros, me dio la gracias, me dijo que se había conseguido correr por fin, que era como si hubiera tenido una pequeña taquicardia, pero que había sido genial.
Le pedí que se levantara, pues aun estábamos unidos, y que me chupara para limpiarme, se levanto, se arrodillo delante mío y me lamio completamente, luego fue a sacar un clínex de su bolso para limpiarse, a lo que le dije que de eso nada, que debía ir así, sintiendo mi semen correr por sus piernas, le pedí que se pusiera una de las faldas que había entrado para probarse y que saliera ya con ella puesta del probador, que así se acordaría de mi el resto del día, además le prohibí lavarse hasta el día siguiente.
Salí del probador y me fui de la tienda, dejándola a ella pagando la falda en esta, una vez fuera le mande un nuevo sms en el que le decía “ahora cuando salgas te reunirás con el cornudo de tu marido, y quiero que cuando lo veas le des un morreo, quiero que pruebe la leche del que ha hecho que te corras por primera vez”
Su marido estaba en el tio vivo que había en la entrada del centro comercial con la niña montada en el, yo por mi parte me senté a tomar un café en un lugar cercano donde podía observarlos fácilmente, cuando llego Susana pareció como si le preguntara si le gustaba la falda que se había comprado, asintiendo el afirmativamente y cogiéndola de la mano la acerco a el abrazándose los dos,
estuvieron unos segundos así hasta que el busco un fugaz beso en sus labios, devolviéndoselo ella, y seguido este de un morreo en condiciones buscado por ella, intentando el poner sus manos en el culo de Susana, apartándoselas esta de inmediato, cuando la niña ya se bajo del tio vivo los tres se dispusieron a irse dirección del parking, descubriendo ella que yo había estado observándolos en todo momento y obsequiándome con una picara sonrisa.
Por la noche me llego un nuevo mail que decía:
Gracias, gracias, gracias, aun noto pequeñas taquicardias
Hoy no he podido hacer lo del juego en el baño, pero ya lo tengo todo preparado para mañana cuando vayan al parque.
A mi marido le ha gustado la falda, y hasta se ha puesto tontorrón, ha estado intentando meterme mano desde que hemos llegado, ahora esta acostando la niña y ya veremos cómo me lo quito de encima después.
Voy con un camisón puesto y marcando los pezones todo el rato, cuando estoy sola un momento no paro de apretármelos, y me gusta, y eso de ir con el coño al aire, bufff al menos me refresca un poco, porque tengo unos calores abajo tremendos.
Mañana me acercare a la farmacia, pues te has corrido dentro y no tomo anticonceptivos, no vaya a ser que me quede embarazada.
Buenas noches
Al leer el correo le envié varios sms, en el primero le decía:
“ni se te ocurra ir a por la pastilla, que pase lo que tenga que pasar”
y en el segundo:
“si se pone muy tonto, dile que te coma el coño y si lo hace deja que te folle, mientras te folla quiero que te masturbes tocándote tu el coño”
en seguida me respondió que nunca le había comido el coño, que como le pedía eso si nunca antes lo había hecho, nuevamente le envié otro sms
“Invéntate lo que sea, que lo has leído, que una amiga, que quieres probarlo, lo que te dé la gana, pero si no te lo come, no folla, y que si lo hace dejaras que se corra dentro de ti”
Ya por la mañana cuando me levante vi que había un nuevo mail de Susana, lo había enviado a las 4 de la mañana.
Buenos días,
no podía dormir por las emociones de todo el día, anoche volví a correrme con mi marido, dos veces en un solo día, que rico, me encanta.
Cuando salió de acostar a la cría, yo estaba sentada en el sofá, con los pezones súper tiesos, el me propuso irnos a la cama, pues quería guerra, entonces le dije que no, le conté que mientras me estaba probando la falda en el vestuario de al lado había 2 chicas hablando, y se contaban que a una de ellas le había comido el coño su novio y que había corrido con eso, el me miraba como extrañado, entonces le dije, ¿no has visto que llevo toda la tarde con los pezones duros? es de pensar en eso, yo nunca me he corrido y lo sabes, y quiero probarlo e intentarlo, así que me levante el camisón y deje que viera que no lleva absolutamente nada puesto, dejándole ver mi sexo húmedo, hinchado y caliente, diciéndole, “mira como esta, te está esperando cariño” agáchate y cómetelo, se había excitado al verme de aquella manera, se bajo y quito el pantalón, intento venir a metérmela, pero cerré las piernas de inmediato, diciéndole “primero yo, luego tu” por lo que no le quedo más remedio que agacharse y empezar a besarme el coño, gustarme me gusto el sentir su boca allí, pero creo que lo hacía a desgana y no ponía empeño, lo cogí de la cabeza y lo apreté hacia mi coño parecido a lo que tú me hiciste, pero se ahogaba y me dio pena y deje que se levantara, nuevamente intento llevarme a la cama, y nuevamente le dije que no, que me follara allí, levante las piernas y deje que me la metiera dentro, cerré los ojos, y empecé a tocarme como lo habías echo tu por la tarde, y pensando en lo ocurrido en la tienda, estaba tan caliente que en menos de un minuto empecé nuevamente a sentir esa especie de taquicardia, a gemir como obsesa, y puse mis manos en el culo de mi marido para que no se saliera, corriéndose dentro de mí.
Me quede agotada por el día que había tenido, y nos fuimos a la cama, mi marido me preguntaba extrañado que me pasaba, porque le hice hacer eso, porque me tocaba mientras hacíamos el amor, que estaba rara, al final se quedo dormido, follado y dormido, cuando confirme que se había quedado dormido empecé nuevamente a follarme como me habías pedido que hiciera, pensando en ti, en todo esto, en lo que he descubierto a tu lado, hasta he fantaseado en poder hacerlo contigo tranquilamente en una cama, y he vuelto a correrme follándome yo misma, que maravilla, me encanta, me alegra habértelo contado, y me alegra que mi primera vez haya sido contigo, no me arrepiento de nada, me has hecho abrir los ojos, y me has descubierto lo que me estaba perdiendo.
Gracias por estar ahí, conmigo y pendiente de mí.
Como siempre estoy a vuestra disposición tanto en el mail como en el msn, para lo que deseéis y sois bienvenid@s.
Sarah conducía despacio la camioneta Voyager de su madre, dobló por la entrada del auto motel y miró de reojo a Eliseo. Si ambos estaban nerviosos, no lo parecían. En realidad Sarah ya había estado ahí, Eliseo, nunca. De hecho, Eliseo nunca había ido a un motel; en cierto sentido, la diferencia entre la experiencia de ambos era bastante.
– Creo que no hay nadie – murmuró Sarah, mientras esperaban a un lado de la caseta
Eliseo estaba a punto de decir algo cuando la voz chillona de una mujer los sorprendió.
– Buenas noches – dijo la mujer, saliendo entre risas de un cuartillo, dio un rápido vistazo mientras revisaba la pantalla de un ordenador – ¿Normal?
Sarah giró hacía Eliseo, pero él sólo alzó los hombros.
– Normal – asintió Sarah
– Serían dos horas, cochera nueve, cinco minutos antes se les hace una llamada, pueden solicitar una extensión por hora y el pago se realiza al final. A partir de las diez de la noche, la estancia de noche completa requiere cargo extra. – la mujer ni siquiera los miraba, hablaba de manera mecánica, como deseosa de terminar el cobro – Las primeras cinco horas te las cobro ahorita.
Eliseo entregó el billete a Sarah; la chica se la entregó a la mujer, que parecía interesada únicamente en el pedazo de papel moneda. Les entregó el cambio.
– Que disfruten su estancia. Condones, bebidas y comida al fondo a la derecha. – finalizó la mujer, antes de perderse de nuevo en el cuartillo.
Sarah tardó tres segundos en reaccionar antes de avanzar con el automóvil. Una fila de cuartos a ambos lados apareció. Sólo tres de los veinte cuartos se veían encendidos y sus cocheras cerradas, al final, la luz de la pequeña tienda de condones y comida iluminaba el fondo. Sarah dobló directo a la cochera número nueve. Eliseo bajó del automóvil, y apretó el botón rojo con el cartel “Cochera” arriba. Entonces la cortina metálica de la cochera se cerró y el cuarto se oscureció antes de que Sarah encendiera el interruptor de una débil luz.
Ambos se acercaron detrás del coche, y Sarah abrió la puerta trasera. Varias formas se movían suavemente bajo una manta blanca.
– Ya pueden salir – dijo Sarah
Entonces Santino, Pilar y Blanca se descubrieron la manta.
Hacía casi cinco horas, Eliseo y sus hermanas se habían dirigido a casa de los gemelos, conforme a lo planeado. Eliseo sabía que no podía confiarse; era un verdadero riesgo hacer aquello en la casa de los gemelos, de manera que buscó la manera más diplomática de explicarles que aquello no se realizaría ahí.
– Puedes confiar en nosotros – insistió Sarah, extrañada – Pero en fin, que sea como tú digas.
Tuvieron que ver películas, y comer hamburguesas caseras mientras el tiempo pasaba. Parecía una típica reunión de amigos, pero había una diferencia. Los cinco sabían que era cuestión de horas para que estuviesen solos y dispuestos a follar entre todos, lo que generó una tensión sexual tremenda.
Sarah se acercó a Eliseo.
– ¿Y si en este rato alguien se retira? – preguntó
– Yo diría que todos están ansiosos.
Sarah sonrió, extrañada. Aquella conversación le parecía completamente surrealista. Miró a las hermanas, sentadas en un sofá, y a su hermano, en un sillón, mirando la película. Pensó que quizás en unas horas ella estaría comiéndose el coño de Pilar, mientras su propio hermano la follaba. A eso agregó a su imaginario la escena de Eliseo tirándose a Blanca, y aquello fue suficiente para sentir cómo su entrepierna se inundaba de placer.
Eliseo debía tener razón, seguramente todos, en silencio, pensaba igual, y seguramente crecía en todos ese deseo silencioso y constante de desatar de una vez aquella orgía. Se cruzó accidentalmente con la mirada de Blanca, quien la observó con un susto extraño, como de animalito indefenso. Ella misma se ruborizó. Sonrió, era claro que los bochornos había que ir dejándolos a un lado.
Cuando el reloj dio las ocho cuarenta y cinco de la noche, todos salieron para comenzar a acomodarse en la camioneta de la madre de los gemelos. Sarah habló con sus padres desde el teléfono de casa. Les dijo que Santino ya estaba dormido y que ella también caería pronto. Su madre apenas y habló con ellos, demasiado ocupados con la boda en la que se hallaban.
Eliseo también habló con su madre, pues la coartada había sido un maratón de películas en casa de los gemelos. Había sido difícil convencer al padre de las hermanas que Pilar también era buena amiga de ellos, pero la presencia de Blanca le pareció suficiente para tranquilizarlo.
Sarah había salido de su casa tan precipitadamente, que ni siquiera se cambio su pijama gris de algodón y su cómoda blusa verde de tirantes. Parecía como si sólo hubiese salido a la tienda de la esquina, y Eliseo no pudo evitar distinguir sus formas bajo la holgada ropa.
Media hora después, los cinco estaban ahí, en la mal iluminada cochera de un auto motel, sin atreverse a cruzar la puerta que llevaba a la recamara. Era como sí aquel fuera un purgatorio, una última fase antes del infierno – o el cielo – que les esperaba arriba.
– Bueno – dijo Sarah, finalmente – El tiempo corre.
Todos se miraron de reojo, y la siguieron.
Sarah abrió la puerta, que daba paso enseguida a unos escalones que subían a la recamara. Eliseo fue el último, cerró la puerta con seguro y vio como las luces se encendían.
A diferencia de la cochera, el cuarto resultó ser un iluminado lugar, de lo más acogedor. La amplia cama se hallaba contra la pared derecha, mientras que del otro lado estaba colgando una tv de plasma y un enorme espejo que reflejaba todo lo que se hallaba sobre la cama. También sobre la cabecera de la cama había un espejo, menos alto, que servía para reflejarse de la cintura para arriba.
En la esquina se hallaba el baño y la regadera, cuyas paredes de vidrio no dejaban nada oculto. Era, en todo caso, el típico motel de paso, diseñado y construido para el sexo.
Los cinco muchachos rodearon la cama, como si se tratara de una tumba abierta. La situación no podía ser más incómoda.
Santino, apretó el botón rojo a un lado de la cama y entonces el televisor se encendió. El cuarto se llenó entonces de los gemidos y gritos de una película porno, en la que aparecía una de esas orgias masivas japonesas. El muchacho, alterado por la sorpresa, se apuró a oprimir de nuevo el botón. Pero ya todos lo miraban. Era patético.
Aquel video los puso aún más nerviosos, pero también les recordó qué hacían ahí. Sarah miró de reojo a Eliseo, al otro lado de la cama. Eliseo comprendió entonces que él debía hacerse responsable de aquello; era su idea, y debía ser él quien pusiera manos a la obra.
Entonces se quitó los zapatos, quedando en calcetines, y se subió sobre la cama, recargándose justo en medio sobre la cabecera. Miró a Pilar, haciéndole una seña para que se acercara. Pilar miró brevemente a todos, como si estuviese en una clase de matemáticas y el profesor la hubiese llamado al pizarrón. Gateando, se acercó a su hermanastro hasta quedar de rodillas frente a él.
Vestía una falda de mezclilla entubada, que le cubría hasta la mitad de las piernas. Era tan estrecha que las formas de sus redondos glúteos se alcanzaban a distinguir con facilidad. Su blusa de manga corta tenía un estampado de labios rojos sobre un fondo blanco y sus zapatitos blancos le daban un aspecto entre gracioso y extravagante.
Durante dos segundos no paso nada, de modo que Eliseo comprendió que tendría que dictar cada acción. Le señaló su entrepierna a la chica, y entonces Pilar se acomodó para desabrocharle el cinturón y comenzar a bajarle la bragueta. Era como una pista de baile, en la que hacía falta que la primera pareja se animara para que el resto entrara en acción.
Sólo entonces Sarah tomó la mano de su hermano, y lo hizo sentarse sobre la orilla de la cama. Santino obedeció, y miró cómo su hermana caía de rodillas al suelo alfombrado antes de comenzar a desabrocharle los pantalones. La endurecida verga de su gemelo emergió al exterior al tiempo que sus pantalones caían, las manos de Sarah rodearon su erecto tronco, el cual masajeó suavemente, permitiéndole a su glande salir con gracia de entre la membrana de su prepucio.
Una idea hizo sonreír maliciosamente a Sarah, giró su cuello y buscó la mirada de Blanca. No le costó mucho trabajo, los curiosos ojos de la chica pronto se unieron a los suyos. Entonces Sarah movió el cuello, en ademan de que se acercara.
– ¿Quieres venir? – preguntó
Blanca miró estúpidamente hacía los lados, como si alguien más estuviese ahí. Se mojó los labios y sin decir si sí o si no, simplemente se acercó a los gemelos.
Vestía un short de mezclilla, con una blusa roja de mangas cortas. Llevaba zapatillas altas y blancas, a modo de puta, y su cabello rizado estaba completamente libre.
– Ven – le dijo, invitándola a que se arrodillara
Blanca obedeció, echando un último vistazo a la cama, donde las manos de Eliseo se deslizaban bajo la falda de mezclilla de Pilar, al tiempo en que la cabeza de su hermanita se perdía entre las piernas del muchacho.
Terminó de arrodillarse, y ante ella surgió la extravagante escena de la lengua de Sarah lamiendo de abajo hasta arriba el tronco duro y erecto de su gemelo. Blanca mordió sus labios inferiores, y permaneció inmóvil, como esperando la siguiente indicación de la rubia. Pero esta parecía haberse olvidado de la chica, pues su boca bajó de nuevo entre besos hasta darle uno último a las bolas del muchacho. Sólo entonces el rostro de Sarah sonrió a la invitada, y no fue necesario que dijera nada para que Blanca comprendiera que también podía participar.
Algo le dijo que aquello no estaba bien, pero otra voz le recordó que aquello había dejado de tener importancia desde hacía mucho. Cerró los ojos, y acercó su boca lentamente hacia adelante. Sus labios se abrieron para dar paso a la esponjosa forma de aquel glande; Blanca tenía ahora una nueva verga en su boca. Rápidamente detectó el distinto aroma y sabor de aquello, reconoció la sensación que la saliva de Sarah generaba en su boca, y casi pudo percibir el nervioso palpitar de aquel tronco.
Sus ojos se alzaron y miraron a Santino, quien se quedó abrumado con aquella visión de ensueño. Los labios de Blanca apretujaron suavemente aquel falo, y entonces inició un lento mete y saca. Un arriba y abajo que comenzó a regalar sensaciones suaves y disfrutables al afortunado muchacho.
Segundos después, Sarah se acomodó a su lado, de manera que ambas pudieran tener acceso a la verga del muchacho. Entonces la rubia llevó sus labios al glande de su hermano, donde Blanca daba los últimos sorbos. Sus mejillas chocaron cuando se dirigían al mismo tiempo hacía el afortunado pedazo de carne, pero ambas dejaron cordialmente el especio para que cada una pudiera cubrir cada lado de aquel tronco. No era la primera vez que Blanca chupaba una verga en equipo, pero se había acostumbrado tanto a Pilar y a Eliseo que aquello era como si se tratara de algo completamente nuevo.
Para Santino, por su parte, aquello sí que era completamente nuevo. Se sentía en el cielo, y no parecía haber en él ningún rastro de aquel asustadizo muchacho que insistía afanosamente en evitar toda aquella locura. Disfrutaba sentado, sosteniéndose con sus manos sobre el colchón, mientras dejaba que las chicas se encargaran de todo el trabajo.
Las miraba de aquí para allá. A veces con Blanca besándole el glande al tiempo que su hermana se llevaba uno de sus testículos a la boca. Al rato, era Blanca quien lamía sus huevos al tiempo que su gemela se encargaba de besarle cada centímetro de su tronco.
Sin embargo, allá abajo, algo más que una simple mamada se estaba confabulando. Blanca notaba como la rubia aprovechaba cada oportunidad para que sus labios se encontraran. Aquello era poca cosa comparado con lo sucedido hacía algunos días, pero Blanca seguía sintiéndose confundida con la manera en que Sarah la buscaba. Le era difícil sentirse tan atraída por una mujer, pero aquella misma sensación de desagrado comenzaba a causar estragos en su mente. ¿Era realmente un desagrado autentico, o era ella reprimiendo sus deseos de besar a la chica de nuevo? ¿Qué tenía de malo?, pensaba, a fin de cuentas, ya había cruzado todos los limites. Pensó en qué sucedería si se tratara de Pilar, y se le ocurrió que no le hubiese costado trabajo besar a su hermana. ¿Por qué con Sarah era tan distinto?
Su boca besaba, lamía y chupaba cada área de la dura verga de Santino, en un juego de atrápame si puedes contra Sarah. A veces la rubia acorralaba su boca, y sus labios terminaban chocando fortuitamente por unos segundos. Sin embargo, algo sucedió; ambas besaban un testículo de Santino hasta que comenzaron a subir a través de la verga. Entonces, cuando esta se terminó, Blanca abrió los ojos sorprendida cuando descubrió que ahora sus labios se movían contra los de Sarah; un impulso la invitó a alejarse de inmediato, pero uno más fuerte la obligó a permanecer ahí. Volvió a cerrar los ojos, disfrutando de los suaves y dulces labios de Sarah. Lo había extrañado, había extrañado esos labios, sazonados ahora con el ligeramente agrio sabor de Santino.
Se perdieron en un largo e intenso beso, de esos que parecen intentar recuperar el tiempo perdido. Santino se hubiese sentido abandonado, de no ser por que aquella escena se le antojaba tremendamente excitante. Dos mujeres preciosas besándose ante su endurecida verga, y una de ellas, su hermana. Las chicas despegaron sus labios y se sonrieron mutuamente, como si aquello hubiese sido una promesa. Entonces regresaron con disciplina a masajear con sus bocas la verga del gemelo.
Sarah se incorporó un momento para acomodar su cabello, miró hacía la cama, y una sonrisa morbosa escapó de sus labios cuando vio cómo Pilar seguía mamando la verga de su hermanastro al tiempo que este ya le había alzado la falda por completo y bajado las bragas hasta las rodillas, de manera que su dedo índice ahora exploraba el interior del culo de la chiquilla. El coño de Sarah se hizo agua de sólo pensar en ello.
Sarah siempre había temido la idea de que alguien le rompiese el culo, y hasta hoy seguía virgen; pero ver cómo aquellos dos se divertían con aquello le provocó una extraña curiosidad por saber cómo se sentiría la cálida verga de alguien incrustada en su culo. Con la misma sonrisa y con los pensamientos dando vueltas por su cabecita, la rubia regresó abajo; sus labios se encontraron con los de Blanca antes de tocar la suave piel del glande de Santino, desde donde su boca descendió hasta besarle los testículos.
En efecto, los agiles dedos de Eliseo exploraban el inmaculado esfínter de su hermanastra. Habían dejado aquello pendiente, pero Eliseo no iba a dejar pasar una noche más. Pilar, por su parte, comprendió que aquello era inevitable y, de cierta forma, la curiosidad por tener la verga de su hermanastro dentro de su culo no la dejaba en paz. Tenían que hacerlo, y nada más excitante que hacerlo frente a tantos.
– Hoy voy a romperte el culo – dijo Eliseo, con una extraña sonrisa
Las mejillas de la chica se ruborizaron en el acto, pero su cabeza se movió afirmativamente antes de continuar mamándole el falo al muchacho.
La mano de Eliseo empujó suavemente la frente de la chica, haciéndole sacarse la verga de su boquita.
– ¿Sabes qué? – dijo el muchacho – Tú misma te clavaras mi verga en el culo, ¿cómo ves?
Los ojos de la chica se abrieron de asombro, pero en seguida su rostro cambió a la de una curiosidad extraña. ¿Cómo podría hacer eso?
Su hermanastro se incorporó, le desvistió las bragas completamente, lanzándolas fuera de la cama y la hizo ponerse de cuclillas, dándole la espalda, y la atrajo hasta que sus nalgas abrazaron su endurecida verga. Él se había acomodado en flor de loto, con la espalda recargada sobre la cabecera de la cama.
Con la punta de su verga rozándole el ojete a Pilar, Eliseo alcanzó sus pantalones sobre la cama. Revisó sus bolsillos y sacó de un puñado cinco sobres plateados. Tomó uno, rompió la esquina del sobrecito y lo apachurró sobre su glande. Con aquel liquido, lubricó también la entrada del culo de Pilar. Comenzó a sobar con la punta de su falo el rosado culo de Pilar, mientras esta cerraba los ojos, pensando en que sería ella quien tendría el mayor control a la hora de romper su ano con la endurecida verga de su hermanastro.
– ¿Los interrumpo?
La voz sonriente de Sarah los sorprendió. Yacía boca abajo sobre la cama, sosteniéndose con sus codos y con su culo fuera de las orillas. Detrás de ella, Santino se había incorporado. Mientras Eliseo y Pilar se preparaban, la rubia había convencido a su hermano de hacer lo mismo. Eliseo sonrió, iba a ser testigo de cómo Santino le rompía el culo a su propia gemela al tiempo que él hacía lo mismo con la menor de sus hermanastras.
Blanca, como asistente, le alcanzó uno de los sobrecitos de lubricante a Santino.
Santino deslizó las bragas de su hermana hasta el nivel de sus rodillas. Y ante él apareció la preciosa vista de su culo abierto, mostrando su apretado y oscuro ojete sobre la piel clara de la más secreta de sus partes. La boca de su hermano se llenó de saliva al tiempo que su verga se endurecía aún más ante la idea de penetrar por primera vez aquel orificio.
Sarah no tenía tanto culo, ni siquiera comparada con Pilar. Su delgadez y su altura hacían que su culito se viese reducido a un par de nalgas redondas pero pequeñas, de tal manera que, con aquella posición, su esfínter estaba más que expuesto para recibir la verga de su hermano.
Mientras esperaba, Eliseo le había desvestido la blusa a Pilar, y ahora sus dos manos jugueteaban con los pezones de la chica, que se endurecieron de inmediato ante los suaves pellizcos del muchacho. A la chica ahora sólo la cubría la falda de mezclilla, doblada sobre sus caderas.
Blanca fue la encargada de lubricar la verga de Eliseo y ojo del culo de Sarah. Vertió unas gotas gruesas sobre el glande del muchacho, y con un suave masaje lo repartió en toda la punta de aquella verga. A Sarah, le dejó caer dos gotitas de lubricante justo en el ojete, y con eso pudo meter con facilidad su dedo índice. La rubia gruñó de inesperado placer ante aquello, y Blanca no pudo más que sonreírle furtivamente.
– ¡Listo! – dijo la chica, al tiempo que colocaba la punta de la verga de Santino sobre la entrada del culo de Sarah
Eliseo y Pilar se prepararon. Nadie lo había organizado de aquella manera, pero estaba claro que pretendían hacer aquello al mismo tiempo. Blanca se sentó y se acomodó, con una sonrisa curiosa ante el espectáculo que estaba tomando forma ante ella.
– Cinco, cuatro… – comenzó a decir Sarah, con una sonrisa nerviosa.
– Tres, dos… – se unió Blanca, reprimiendo una risita.
– Uno.
El cuerpo de Sarah se estremeció, una sacudida curvó su espalda y un gritó escapó de su garganta para sofocarse de inmediato. Respiró lo más que pudo para soportar el dolor que había provocado la repentina invasión de su hermano.
Falto de tacto y de experiencia, Santino había tomado la decisión de penetrarle el culo a su hermana de una sola tajada. En menos de un segundo, y con una precisión fortuita, le había clavado su verga por completo, deteniéndose sólo cuando alcanzó el tope.
– ¡Joder! ¡Santino! – gritó Sarah, una vez que logró recobrar la respiración, al tiempo que despegaba su rostro de la cama. Había incluso mordido, en vano, las sabanas de la cama para soportar el ardor en su culo.
Blanca estaba riendo, divertida. El rostro de Sarah, con los ojos desorbitándose de la impresión, le había parecido sumamente gracioso.
Sólo entonces se dieron el tiempo de ver lo que sucedía con los otros dos. Pilar, más lista, se había dejado caer suavemente sobre la gruesa verga de Eliseo, y su culo apenas se hallaba a medio camino de la penetración total. Lentamente, seguía dejando caer su culo, que iba dilatándose más y más conforme el pene de Eliseo se iba abriendo paso en el cálido abrazo de su recto.
La imagen clara del rosado anillo de la chica engullendo aquel tronco era digno de fotografía. El coño de Blanca se humedeció aún más, y una rápida sensación eléctrica se reflejó en su esfínter. Aquella imagen también conmovió bastante a Sarah, que finalmente agradeció tener su propia verga insertada en el culo.
– ¡Va! Hay que seguir – susurró a su hermano – Pero ten cuidado.
Santino no dijo nada; él estaba perdido en la excitante sensación de aprensión que el estrecho culo de su hermana provocaba en su verga. Intentó sacarlo, pero la hinchazón del culo de su hermana apretaba demasiado su verga, de modo que tuvo que comenzar con movimientos muy suaves y lentos. Sin embargo, incluso aquellos movimientos tan simples provocaban sensaciones en la mente de Sarah; poco a poco, el placer y la excitación fueron aflojando su culo, facilitando al rubio el mete y saca de su verga.
– ¡Ah!¡Ahhh! – comenzó a gimotear Sarah, conforme Santino iba teniendo el espacio para aumentar la intensidad de sus embestidas – Sigueeee…cabrrrooooónn.
Santino obedeció con gusto.
– ¡Joder, Santi! Que rico.
– ¿Así? – preguntó Santino, aumentando la intensidad de sus movimientos
– ¡Así! Joder, pero que rico.
Pilar, por su parte, hacía tiempo que había caído por completo sobre la verga de Eliseo. Él permanecía quieto, mientras ella evaluaba cuidadosamente sus movimientos; Blanca, que los miraba, comprendió lo difícil que debía ser aquella tarea. Aunque Pilar era una chiquilla bastante nalgoncita, eso no servía mucho a la hora de insertarse completamente la verga de su hermanastro en el culo. Las dimensiones de aquel tronco parecían gigantes comparadas con el estrecho y pequeño ojete del culo de la chica.
Eliseo alucinado, y sólo se limitaba a sentir el cálido abrazo que el recto de su hermanastra manaba. Cuando la chica comenzó a intentar subir lentamente, él la ayudó tomándola por la cintura. Poco a poco ella fue agarrando un ritmo más estable en sus brincos, hasta que los brazos de su hermanastro se sincronizaron lo suficiente para sostener sus movimientos.
Pronto sus gemidos se unieron a los de Sarah, y el cuarto se inundó de un canto de placer y excitación. Las respiraciones de Santino eran más agitadas, y los gritos de su hermana eran los que más se notaban. Los agudos grititos de Pilar eran más controlados, y Eliseo apenas y lanzaba uno que otro suspiro, como si estuviese todo el tiempo tratando de mantener la respiración.
– ¡Ahh! – suspiró Pilar
Eliseo reaccionó llevando sus manos al pecho de la chica.
– ¿Te gustó? – preguntó su hermanastro, apachurrándole las tetas – ¿Te gustó cómo te rompí el culito?
– Sí – dijo ella, apretando los dientes al tiempo que la parte más gruesa de aquel tronco cruzaba por su esfínter – Mucho.
– De ahora en adelante te voy a culear más seguido, ¿te parece?
– Sí – dijo ella; en ese momento de placer no podía más que decir que sí a todo lo que implicara un placer como el que estaba sintiendo.
– Me voy a correr en tu culito cuantas veces se me antoje – continuó él, provocando que la chica no hiciera más que ponerse más cachonda – Te vas a ir a la cama muchas veces con mi leche adentro de tu culo, ¿te parece?
– Mi lechita antes de dormir – bromeó ella, pero sin poder sonreír por la tremenda verga que la estaba partiendo y sobre la cual, sin embargo, no dejaba de saltar y saltar.
Miró hacía adelante, y al girar el cuello se encontró frente a frente con los ojos enardecidos de su hermana. Sin embargo está desvió la mirada de inmediato.
Y es que las manos de Blanca ya la habían traicionado, y ahora sus dedos se paseaban sobre su coño, sintiendo en sus manos los jugos que su concha no dejaba de emanar. Había hecho ya un verdadero desastre en su entrepierna, pero la escena que se desarrollaba frente a ella le daba la rienda suelta necesaria para perder por completo el control.
Olía a sexo; a verga, a coño y al tenue aroma a mierda que aumentaba conforme se estaba más cerca de los esfínteres taladrados de aquellas chicas. Cualquiera que hubiese pasado cerca de ahí se hubiese extrañado del coro de voces que gemían de placer, pero nadie les interrumpió nunca.
Eliseo ya comenzaba a mover un poco sus caderas, como si las penetraciones completas y cada vez más rápidas al culo de Pilar no fueran suficientes. Santino comenzaba a agotarse, pero su hermana comenzó a apoyarlo, moviendo sus caderas para que aquel falo no dejara ni un segundo de atravesarle el culo.
Habían pasado varios minutos cuando de pronto el cuerpo de Santino pareció derrumbarse, y tuvo que sostenerse con las manos sobre la cama al tiempo que su pérdida de fuerza le hacía clavarle la verga a su hermana hasta el fondo.
Sarah también suspiró complacida, mientras sentía el caliente líquido que la verga de su gemelo escupía en su recto. Tal era la sensación que parecía como si la leche de su hermano en su culo tuviera el mismo efecto que algún narcótico.
El sudor del pecho de su hermano, que se había derrumbado sobre ella, comenzó a combinarse con el de su espalda. Ahí descansaron ambos, mientras el tronco de Santino iba perdiendo grosor dentro de ella, hasta que terminó por salirse, dejándole oportunidad a su dilatado ojete a regresar de nuevo a su arrugada forma.
Pero la calma no duró demasiado, de pronto fueron los gritos de verdadero éxtasis de Pilar los que ahogaron aquel lugar. Era como si toda la fuerza de sus gemidos se hubiera concentrado en aquel momento, sería su segundo orgasmo anal, sólo que este parecía venir aún más grande. Hasta Blanca dejó de magrearse el coño para poner atención a lo que sucedía con su hermanita.
– ¡Mierda! – gritó, sin remordimientos, mientras unas lagrimas escapaban a los costados de sus ojos – ¡AAAAHHHH!
Sin embargo, era ella quien no dejaba de saltar como loca sobre la dura verga de Eliseo, quien ya no iba a poder soportar mucho aquello. Entonces, los ojos de la chica parecieron ponerse en blanco, mientras su boca completamente abierta parecía incapaz de seguir emitiendo sonido alguno.
Entonces Sarah se quedó boquiabierta cuando fijo su vista en el mete y saca de aquellos muchachos; el culo abierto de Pilar seguía subiendo y bajando, pero de su esfínter ya escapaba un hilillo de esperma que bajaba por el tronco de Eliseo. El muchacho ya se había corrido, pero Pilar se había negado a detenerse.
Parecía que Eliseo no soportaría aquello, pero el muchacho soportó el espasmo. Aquella era oficialmente la mejor corrida de su vida, y todo indicaba que también sería la mejor de Pilar, quien no dejaba de saltar descontroladamente a pesar de que su piel ya se había erizado y que su cabeza había caído pesadamente hacía atrás.
La leche de Eliseo ahora servía de lubricante para continuar con sus alocados sube y baja. Se estaba corriendo desde hacía rato, pues el muchacho podía sentir las contracciones del recto de la chica, mientras gotas de jugos vaginales goteaban sobre los vellos de sus testículos. Entonces Pilar alcanzó el clímax, y cayó rendida sobre la verga de su hermanastro. Eliseo la abrazó, rodeándola por la cintura mientras la chica parecía desmayarse del placer. Tuvo que pasar un largo minuto para que pudieran recobrar el aliento. La verga de Eliseo ni siquiera perdió rigidez, pues los movimientos de la chiquilla la habían vuelto a endurecer.
– ¡Vaya cosa! – interrumpió la voz sorprendida de Sarah, quien seguía en la misma posición a pesar de que su hermano ya se hallaba recargado en la pared – Ustedes dos sí que están locos.
Eliseo sonrió apenado, y Pilar ni siquiera se enteró, pues seguía recargada sobre el pecho de su hermanastro, con la mente fuera de sí.
– Espero que un día me hagas algo así – dijo la rubia, con una mirada bastante cachonda
– Podríamos intentarlo – dijo Eliseo, preguntándose de donde había surgido tanta confianza; su teoría de que el sexo tenía un efecto tremendo en la gente volvía a comprobarse – Pero esta vez creo que el crédito fue más de Pilar.
– Ya lo creo – concluyó Sarah.
Sarah se puso entonces de pie, y terminó de sacarse la blusa y el sostén, quedando completamente desnuda.
– Bueno – dijo – apartado el baño. Santino me ha dejado el culo hecho un desastre.
Eliseo no pudo evitar lanzar una risa. La sonriente chica se dirigió al toilette, donde todos pudieron ver sus intentos de evacuar el esperma de su hermano. Santino, que parecía ansioso de lavarse la verga, se metió a la regadera.
Pilar había recuperado fuerzas, y se puso de pie lentamente sobre la cama, pues la verga de Eliseo se hallaba en todo su esplendor.
Santino no tardó mucho. Salió con la toalla en su cintura y volvió a encender el televisor, cambió rápidamente el canal porno y se puso a explorar la programación normal. Se detuvo en un programa sobre reparaciones de grandes maquinas de construcción. Era un chico extraño, sin duda.
Pilar entró entonces a la regadera, mientras Sarah seguía sentada en la taza de baño. Entonces la rubia se puso de pie y se acercó a la puerta de la regadera, donde Pilar comenzaba a mojarse los pies.
– ¡Toc, toc! – dijo
Pilar sólo la saludó alzando las cejas.
– ¿Podemos bañarnos juntas? – preguntó la rubia, mordiéndose los labios inferiores
Pilar miró a sus lados, a absolutamente nadie, y finalmente alzó los hombros.
Sarah entró entonces, y rió divertida al sentir el agua aún fría.
– Te veías bastante bonita – comenzó a decir – Hace rato.
Pilar sabía que Sarah tenía tendencias bisexuales – y que hacía unas noches le había comido el coño a su hermana – pero la rubia le parecía tan bonita que de alguna manera sentía más curiosidad que miedo hacía la chica.
– Gracias – dijo Pilar, sonrojándose de inmediato
– ¡En serio! – insistió Sarah – Apuesto a que estuvo bastante intenso.
Pilar sonrió, y metió la pierna a la regadera.
– ¿Te ayudó a bañarte? – pregunto Sarah, mirando de abajo a arriba el precioso cuerpo de la chiquilla
Pilar no supo qué decir, se humedeció los labios con la lengua y sus labios temblaron cuando se atrevió por fin a responder.
– Sí – dijo
La rubia sonrío, y no tardó en colocarse frente a ella. Entonces sus manos se deleitaron, mientras recorría las formas de la chiquilla, que, inmóvil, se limitaba a sentir aquellas caricias delicadas y agiles.
Las manos de Sarah no tardaron en deslizarse por la espalda baja, hasta sobar dulcemente los glúteos de Pilar. Atrajo el culo de la chica hacía la caída del agua, y sus dedos se deslizaron junto con el chorro entre las nalguitas de Pilar.
Sarah sintió el arrugado esfínter de la chica y también la textura pegajosa del esperma de Eliseo escapando por aquel ojete. Jugueteó con aquel viscoso líquido, y aprovechó para utilizarlo a su favor: uno de sus dedos penetró el culo de Pilar, cálido y liso. La chica sólo suspiró, sin quejarse, y aquello le dio luz verde a la rubia para seguir jugueteando con aquel culito recién follado.
Entonces acercó su rostro al de Pilar, buscando desesperadamente sus labios, que la encontraron, porque también Pilar estaba buscando aquel beso. Se besaron, bajo la lluvia de agua. Pilar llevó sus manos a los pechos de Sarah, y comenzó a apretujar con suavidad los pezones endurecidos de aquella muchacha, mientras sentía como un segundo dedo se abría paso a través del ojete de su culo.
Eliseo, que había estado observando encantado aquella escena, se puso de pie, y se dirigió hacía el baño, deteniéndose antes ante la mayor de sus hermanastras.
– Te estabas masturbando, eh, puerca – le dijo
La chica giró los ojos.
– ¿Qué importa? ¿Qué harás, volver a grabarme?
Eliseo sonrió.
– Estoy bastante dispuesto a follarte hasta que te corras – le dijo, que te parece
– Santino se ve igual de dispuesto – dijo ella, con una sonrisa muy de guarra – Además, creo que hay que priorizar la novedad, le hiciste una promesa a Sarah.
El muchacho sonrió, pareció pasear por su mente.
– Me gusta verte cuando te tocas, te ves particularmente puta – espetó, antes de darle la espalda e ir hacía el baño.
Blanca permaneció sentada, saboreando las palabras del muchacho. Cerró los ojos; se sentía tan plena. Entonces se puso de pie y se desvistió por completo, quizás desnuda alguien se la follaría más pronto.
Viendo que la regadera estaba demasiado ocupada, Eliseo optó por lavarse la verga en el lavabo. Se terminó de limpiar con una de las toallas de mano, y se vistió rápidamente. Tomó las llaves.
– Ahorita vengo – le dijo a Santino – Voy a la tienda.
– De acuerdo.
Salió a la fría noche. Revisó su billetera, y se dirigió directamente a la caseta de cobro.
– Buenas noches – le dijo la encargada, que miraba aburrida a la calle antes de detectarlo
– Buenas noches – respondió él
– ¿Desea la noche completa? – adivinó ella, con un dejo de rutina
Eliseo agradeció que aquella mujer hiciera que todo fuera más fácil. Pagó, y después se dirigió a la tiendilla al fondo de las cocheras, donde compró un bote de jugo de un litro y un pan de dulce grande.
Cerró la cochera, y cuando la máquina terminó de cerrar el sonido de unos gemidos llegó a sus oídos. Era Blanca.
Abrió la puerta con las llaves, y conforme subía los escalones el volumen de aquellos gimoteos iba aumentando.
Llegó al piso, y entonces pudo observar en todo su esplendor la escena que se desarrollaba sobre la cama.
Con Santino recostado boca arriba, las nalgas de Blanca subían y bajaban mientras saltaba sobre él, comiéndose aquella dichosa verga con su ansioso coño. Estaba completamente desnuda, y sus preciosas tetas rebotaban libremente.
Más atrás, lo inesperado. Recostada boca arriba, Sarah disfrutaba comiéndose el coño de Pilar; su lengua se deslizaba entre los labios vaginales de la chiquilla, y de vez en cuando se escabullían entre sus nalgas para saborear con la punta de su lengua el rosado esfínter de la muchacha. A su vez, Pilar se inclinaba para masajear con su boca el clítoris de la rubia. Estaba clara su inexperiencia en el arte de satisfacer oralmente a otra mujer, pero su esfuerzo era digno de un premio.
Mirando la escena, Eliseo dejó las cosas sobre una mesita y comenzó a desvestirse sin interrumpir a nadie. Tomó un sobre de lubricante y embadurnó su verga con el líquido. Ya sea que viera a Pilar y a Sarah en aquel 69 o a su mejor amigo taladrando el coño de Blanca, su pene se endurecía por igual.
Eliseo se acercó lentamente a la cama. Blanca saltaba alegremente sobre la verga de Santino. Entonces Eliseo los hizo detenerse, pero ninguno dijo nada. Él sólo se limitó a acomodarse sobre Blanca, apuntando su glande contra la entrada de su culo. Entonces la penetró, con una facilidad tan evidente que sólo los suspiros de la chica le hicieron comprender que su verga ya estaba hasta el fondo de aquel recto.
Santino, que en ningún momento había sacado su verga de la chica, no necesitó mayor explicación. Continuó embistiendo a la chica, mientras Eliseo comenzaba sus mete y saca sobre el culo de la chica. Lo complicado era sincronizarse; los meneos del rubio hacían que Blanca se moviera demasiado, de modo que buscó el ritmo correcto para coincidir sus arremetidas con las de Santino.
– Creí que te follarías a Sarah – dijo Blanca, sin importarle que Santino escuchara aquello
– Tienes un culo irresistible – explicó él
La chica sonrió encantada.
Siguió bombeándola, hasta que sus movimientos y los de Santino se sincronizaron casi a la perfección. Casi podía sentir como la verga de Santino entraba por el coño de la chica en el momento en que ambos la penetraban al unísono.
Blanca, por su parte, estaba más que extasiada. Sentía como el placer multiplicado por dos inundaba su mente, y sentía una extraña sensación entre el desmayo y la embriaguez. Sus gritos y sus gemidos aumentaban su intensidad conforme a los movimientos de los muchachos, mientras un calor constante y creciente se iba desarrollando más y más en su entrepierna.
– ¡Denme! Denme duro, joder – gritaba – Fóllenme cabrones, más duro.
– ¿Así te gusta, eh putita? – le respondió Eliseo – Clavada como puta, doblemente ensartada como buena zorrona – le espetó
– ¡Ahh! – gimió ella – Sí, como la zorrona que soy – dijo, mientras sentía como ambos aumentaban la intensidad de sus embestidas, dominados por el placer de sus palabras de guarra.
Su hermanastro no pudo resistir más y terminó corriéndose en lo más profundo de su recto. La tibieza de aquel líquido se combinó con el ardor que comenzaba a acrecentarse en su coño. De un momento a otro, ella tampoco pudo resistir más y entonces su coño y su ano se apretujaron de tal manera que los dos chicos sintieron como si les estuviesen arracando la verga.
Una tremenda corrida era experimentada por la chica, y eso no dejó más alternativa al rubio que terminar también descargando su leche en el pasmado coño de la chica. Los tres terminaron agotados, jadeando y suspirando. La chica cayó sobre el pecho de Santino, mientras las manos de Eliseo se sostenían sobre su espalda.
La leche de Eliseo escapaba del culo de su hermanastra, se deslizaba a través del perineo e iba a parar al coño de la chica, donde se combinaba con el esperma de Santino antes de seguir deslizándose hacia abajo, serpenteando hasta descansar en los vellos de los testículos del rubio.
Todos descansaron de la cama, intercambiaban miradas cómplices y sonrisas fugaces. Aquella noche había sido un rito de iniciación, un circulo de confianza que no se olvidaría jamás.
Volvieron a bañarse, uno tras otro y a veces varios juntos. Ya no había pudor ni tabúes, ya sólo quedaba el imaginario de qué seguiría en un futuro, y la interrogante de hasta donde los llevaría todo aquello. Cenaron en silencio, mirando un programa de concursos en el televisor.
Después cayeron rendidos sobre la cama. Se acomodaron de diversas maneras, para dormir, pero al final dejaron atrás los últimos rasgos de pudor y optaron por acostarse uno al lado del otro en la amplia cama, completamente desnudos. Durmieron como benditos una vez se apagaron las luces y no despertaron hasta la mañana siguiente, cuando el teléfono sonó escandalosamente en todo el cuarto.
Sólo Eliseo logró incorporarse; tuvo que pasar su mano sobre el cuerpo desnudo de Pilar para alcanzar el auricular.
– Buenos días – dijo una voz distinta a la mujer que les había atendido la noche anterior
Eliseo miró a su alrededor. En la otra orilla, Sarah descansaba su cabeza sobre el pecho desnudo de Santino. Blanca, en medio, se miraba graciosa, boca arriba, con las piernas arriba y los pies encimados en los tobillos de Santino y él. Pilar, en la orilla a su lado, era la viva imagen de la inocencia. Eliseo pensó que quizás su más grande fantasía se cumpliriría el día que pudiera follársela dormida.
– ¿Bueno? – preguntó la voz
– Sí – reaccionó Eliseo
– En media hora termina su servicio nocturno.
Eliseo miró el reloj en la pared frontal; eran las ocho y media de la mañana.
– ¡Ah! Sí, sí señorita; salimos en media hora.
– Que tenga buen día.
Eliseo suspiró. Un dolorcillo se instaló en un costado de su cabeza. Necesitaría una aspirina.
Subieron a la camioneta de la misma manera en cómo habían llegado. Santino y las hermanas atrás, Eliseo de copiloto y Sarah al mando. Pero todo aquello no hubiera sido necesario, pues sólo una recamarera se paseaba rápidamente en la fría mañana.
Salieron a la calle con la misma discreción con la que habían llegado. Cuando ya se habían alejado a cientos de metros de ahí, Sarah se atrevió a decir algo.
– Bueno – dijo – Y esto fue todo. Aunque debo decir que aún me debes una.
Eliseo sonrió. Era cierto, y a la vez extraño, que ella y él no lo hubiesen hecho; más aún que eran los claros lideres morales de aquello.
– Lo siento – dijo – Pero tendremos bastante tiempo para eso.
– En eso tienes razón.
Eliseo sonrió, entre apenado y divertido. Todavía le costaba trabajo creer que todo aquello sucedía de veras. Además, le encantaba la tranquilidad con la que Sarah tomaba todo aquello.
– ¿Sabes? Si vamos a hacer esto constantemente – dijo ella, serenamente – creo que deberíamos formalizarlo. Como una organización.
– No me gustaría tener que pagar impuestos por eso – bromeó él
Ella rió.
– Me refiero a, no sé, un nombre, algo con que llamarle a esto.
– Si, te entiendo, como si fuera un grupo o una comunidad.
– Exacto. ¿Cómo le llamarías?
– No lo sé – sonrió él
– Algo simple, que sólo nosotros entendamos. – sugirió la chica
Eliseo miró por la ventanilla, aquella mañana se veía particularmente hermosa. No podía ver la vida más que de una manera distinta después de aquella noche.
– El Club – dijo entonces, con una voz tan baja que Sarah apenas pudo escucharlo
– El Club – repitió Sarah, antes de sonreír – ¿Suena bien, sabes? El Club – repitió, con énfasis
– El Club – repitió él, y sonrió
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buenbato@gmx.com
Prostituto 6: Carol, una flaca de enormes pezones
-Por favor- gritó arrepentida al experimentar el escarmiento triple al que la estábamos sometiendo pero ya era tarde, comportándonos como unos sádicos la usamos a nuestro antojo hasta que con lágrimas en los ojos, las nalgas y los pezones amoratados, el coño rozado y el esfínter desgarrado, esa mujer se corrió en la alfombra dando aullidos. Desgraciadamente, no tuvimos piedad de sus gritos y tuvo que esperar a que regáramos con nuestra simiente sus agujeros para descansar.
EL CLUB FINAL
Sarah conducía despacio la camioneta Voyager de su madre, dobló por la entrada del auto motel y miró de reojo a Eliseo. Si ambos estaban nerviosos, no lo parecían. En realidad Sarah ya había estado ahí, Eliseo, nunca. De hecho, Eliseo nunca había ido a un motel; en cierto sentido, la diferencia entre la experiencia de ambos era bastante.
– Creo que no hay nadie – murmuró Sarah, mientras esperaban a un lado de la caseta
Eliseo estaba a punto de decir algo cuando la voz chillona de una mujer los sorprendió.
– Buenas noches – dijo la mujer, saliendo entre risas de un cuartillo, dio un rápido vistazo mientras revisaba la pantalla de un ordenador – ¿Normal?
Sarah giró hacía Eliseo, pero él sólo alzó los hombros.
– Normal – asintió Sarah
– Serían dos horas, cochera nueve, cinco minutos antes se les hace una llamada, pueden solicitar una extensión por hora y el pago se realiza al final. A partir de las diez de la noche, la estancia de noche completa requiere cargo extra. – la mujer ni siquiera los miraba, hablaba de manera mecánica, como deseosa de terminar el cobro – Las primeras cinco horas te las cobro ahorita.
Eliseo entregó el billete a Sarah; la chica se la entregó a la mujer, que parecía interesada únicamente en el pedazo de papel moneda. Les entregó el cambio.
– Que disfruten su estancia. Condones, bebidas y comida al fondo a la derecha. – finalizó la mujer, antes de perderse de nuevo en el cuartillo.
Sarah tardó tres segundos en reaccionar antes de avanzar con el automóvil. Una fila de cuartos a ambos lados apareció. Sólo tres de los veinte cuartos se veían encendidos y sus cocheras cerradas, al final, la luz de la pequeña tienda de condones y comida iluminaba el fondo. Sarah dobló directo a la cochera número nueve. Eliseo bajó del automóvil, y apretó el botón rojo con el cartel “Cochera” arriba. Entonces la cortina metálica de la cochera se cerró y el cuarto se oscureció antes de que Sarah encendiera el interruptor de una débil luz.
Ambos se acercaron detrás del coche, y Sarah abrió la puerta trasera. Varias formas se movían suavemente bajo una manta blanca.
– Ya pueden salir – dijo Sarah
Entonces Santino, Pilar y Blanca se descubrieron la manta.
Hacía casi cinco horas, Eliseo y sus hermanas se habían dirigido a casa de los gemelos, conforme a lo planeado. Eliseo sabía que no podía confiarse; era un verdadero riesgo hacer aquello en la casa de los gemelos, de manera que buscó la manera más diplomática de explicarles que aquello no se realizaría ahí.
– Puedes confiar en nosotros – insistió Sarah, extrañada – Pero en fin, que sea como tú digas.
Tuvieron que ver películas, y comer hamburguesas caseras mientras el tiempo pasaba. Parecía una típica reunión de amigos, pero había una diferencia. Los cinco sabían que era cuestión de horas para que estuviesen solos y dispuestos a follar entre todos, lo que generó una tensión sexual tremenda.
Sarah se acercó a Eliseo.
– ¿Y si en este rato alguien se retira? – preguntó
– Yo diría que todos están ansiosos.
Sarah sonrió, extrañada. Aquella conversación le parecía completamente surrealista. Miró a las hermanas, sentadas en un sofá, y a su hermano, en un sillón, mirando la película. Pensó que quizás en unas horas ella estaría comiéndose el coño de Pilar, mientras su propio hermano la follaba. A eso agregó a su imaginario la escena de Eliseo tirándose a Blanca, y aquello fue suficiente para sentir cómo su entrepierna se inundaba de placer.
Eliseo debía tener razón, seguramente todos, en silencio, pensaba igual, y seguramente crecía en todos ese deseo silencioso y constante de desatar de una vez aquella orgía. Se cruzó accidentalmente con la mirada de Blanca, quien la observó con un susto extraño, como de animalito indefenso. Ella misma se ruborizó. Sonrió, era claro que los bochornos había que ir dejándolos a un lado.
Cuando el reloj dio las ocho cuarenta y cinco de la noche, todos salieron para comenzar a acomodarse en la camioneta de la madre de los gemelos. Sarah habló con sus padres desde el teléfono de casa. Les dijo que Santino ya estaba dormido y que ella también caería pronto. Su madre apenas y habló con ellos, demasiado ocupados con la boda en la que se hallaban.
Eliseo también habló con su madre, pues la coartada había sido un maratón de películas en casa de los gemelos. Había sido difícil convencer al padre de las hermanas que Pilar también era buena amiga de ellos, pero la presencia de Blanca le pareció suficiente para tranquilizarlo.
Sarah había salido de su casa tan precipitadamente, que ni siquiera se cambio su pijama gris de algodón y su cómoda blusa verde de tirantes. Parecía como si sólo hubiese salido a la tienda de la esquina, y Eliseo no pudo evitar distinguir sus formas bajo la holgada ropa.
Media hora después, los cinco estaban ahí, en la mal iluminada cochera de un auto motel, sin atreverse a cruzar la puerta que llevaba a la recamara. Era como sí aquel fuera un purgatorio, una última fase antes del infierno – o el cielo – que les esperaba arriba.
– Bueno – dijo Sarah, finalmente – El tiempo corre.
Todos se miraron de reojo, y la siguieron.
Sarah abrió la puerta, que daba paso enseguida a unos escalones que subían a la recamara. Eliseo fue el último, cerró la puerta con seguro y vio como las luces se encendían.
A diferencia de la cochera, el cuarto resultó ser un iluminado lugar, de lo más acogedor. La amplia cama se hallaba contra la pared derecha, mientras que del otro lado estaba colgando una tv de plasma y un enorme espejo que reflejaba todo lo que se hallaba sobre la cama. También sobre la cabecera de la cama había un espejo, menos alto, que servía para reflejarse de la cintura para arriba.
En la esquina se hallaba el baño y la regadera, cuyas paredes de vidrio no dejaban nada oculto. Era, en todo caso, el típico motel de paso, diseñado y construido para el sexo.
Los cinco muchachos rodearon la cama, como si se tratara de una tumba abierta. La situación no podía ser más incómoda.
Santino, apretó el botón rojo a un lado de la cama y entonces el televisor se encendió. El cuarto se llenó entonces de los gemidos y gritos de una película porno, en la que aparecía una de esas orgias masivas japonesas. El muchacho, alterado por la sorpresa, se apuró a oprimir de nuevo el botón. Pero ya todos lo miraban. Era patético.
Aquel video los puso aún más nerviosos, pero también les recordó qué hacían ahí. Sarah miró de reojo a Eliseo, al otro lado de la cama. Eliseo comprendió entonces que él debía hacerse responsable de aquello; era su idea, y debía ser él quien pusiera manos a la obra.
Entonces se quitó los zapatos, quedando en calcetines, y se subió sobre la cama, recargándose justo en medio sobre la cabecera. Miró a Pilar, haciéndole una seña para que se acercara. Pilar miró brevemente a todos, como si estuviese en una clase de matemáticas y el profesor la hubiese llamado al pizarrón. Gateando, se acercó a su hermanastro hasta quedar de rodillas frente a él.
Vestía una falda de mezclilla entubada, que le cubría hasta la mitad de las piernas. Era tan estrecha que las formas de sus redondos glúteos se alcanzaban a distinguir con facilidad. Su blusa de manga corta tenía un estampado de labios rojos sobre un fondo blanco y sus zapatitos blancos le daban un aspecto entre gracioso y extravagante.
Durante dos segundos no paso nada, de modo que Eliseo comprendió que tendría que dictar cada acción. Le señaló su entrepierna a la chica, y entonces Pilar se acomodó para desabrocharle el cinturón y comenzar a bajarle la bragueta. Era como una pista de baile, en la que hacía falta que la primera pareja se animara para que el resto entrara en acción.
Sólo entonces Sarah tomó la mano de su hermano, y lo hizo sentarse sobre la orilla de la cama. Santino obedeció, y miró cómo su hermana caía de rodillas al suelo alfombrado antes de comenzar a desabrocharle los pantalones. La endurecida verga de su gemelo emergió al exterior al tiempo que sus pantalones caían, las manos de Sarah rodearon su erecto tronco, el cual masajeó suavemente, permitiéndole a su glande salir con gracia de entre la membrana de su prepucio.
Una idea hizo sonreír maliciosamente a Sarah, giró su cuello y buscó la mirada de Blanca. No le costó mucho trabajo, los curiosos ojos de la chica pronto se unieron a los suyos. Entonces Sarah movió el cuello, en ademan de que se acercara.
– ¿Quieres venir? – preguntó
Blanca miró estúpidamente hacía los lados, como si alguien más estuviese ahí. Se mojó los labios y sin decir si sí o si no, simplemente se acercó a los gemelos.
Vestía un short de mezclilla, con una blusa roja de mangas cortas. Llevaba zapatillas altas y blancas, a modo de puta, y su cabello rizado estaba completamente libre.
– Ven – le dijo, invitándola a que se arrodillara
Blanca obedeció, echando un último vistazo a la cama, donde las manos de Eliseo se deslizaban bajo la falda de mezclilla de Pilar, al tiempo en que la cabeza de su hermanita se perdía entre las piernas del muchacho.
Terminó de arrodillarse, y ante ella surgió la extravagante escena de la lengua de Sarah lamiendo de abajo hasta arriba el tronco duro y erecto de su gemelo. Blanca mordió sus labios inferiores, y permaneció inmóvil, como esperando la siguiente indicación de la rubia. Pero esta parecía haberse olvidado de la chica, pues su boca bajó de nuevo entre besos hasta darle uno último a las bolas del muchacho. Sólo entonces el rostro de Sarah sonrió a la invitada, y no fue necesario que dijera nada para que Blanca comprendiera que también podía participar.
Algo le dijo que aquello no estaba bien, pero otra voz le recordó que aquello había dejado de tener importancia desde hacía mucho. Cerró los ojos, y acercó su boca lentamente hacia adelante. Sus labios se abrieron para dar paso a la esponjosa forma de aquel glande; Blanca tenía ahora una nueva verga en su boca. Rápidamente detectó el distinto aroma y sabor de aquello, reconoció la sensación que la saliva de Sarah generaba en su boca, y casi pudo percibir el nervioso palpitar de aquel tronco.
Sus ojos se alzaron y miraron a Santino, quien se quedó abrumado con aquella visión de ensueño. Los labios de Blanca apretujaron suavemente aquel falo, y entonces inició un lento mete y saca. Un arriba y abajo que comenzó a regalar sensaciones suaves y disfrutables al afortunado muchacho.
Segundos después, Sarah se acomodó a su lado, de manera que ambas pudieran tener acceso a la verga del muchacho. Entonces la rubia llevó sus labios al glande de su hermano, donde Blanca daba los últimos sorbos. Sus mejillas chocaron cuando se dirigían al mismo tiempo hacía el afortunado pedazo de carne, pero ambas dejaron cordialmente el especio para que cada una pudiera cubrir cada lado de aquel tronco. No era la primera vez que Blanca chupaba una verga en equipo, pero se había acostumbrado tanto a Pilar y a Eliseo que aquello era como si se tratara de algo completamente nuevo.
Para Santino, por su parte, aquello sí que era completamente nuevo. Se sentía en el cielo, y no parecía haber en él ningún rastro de aquel asustadizo muchacho que insistía afanosamente en evitar toda aquella locura. Disfrutaba sentado, sosteniéndose con sus manos sobre el colchón, mientras dejaba que las chicas se encargaran de todo el trabajo.
Las miraba de aquí para allá. A veces con Blanca besándole el glande al tiempo que su hermana se llevaba uno de sus testículos a la boca. Al rato, era Blanca quien lamía sus huevos al tiempo que su gemela se encargaba de besarle cada centímetro de su tronco.
Sin embargo, allá abajo, algo más que una simple mamada se estaba confabulando. Blanca notaba como la rubia aprovechaba cada oportunidad para que sus labios se encontraran. Aquello era poca cosa comparado con lo sucedido hacía algunos días, pero Blanca seguía sintiéndose confundida con la manera en que Sarah la buscaba. Le era difícil sentirse tan atraída por una mujer, pero aquella misma sensación de desagrado comenzaba a causar estragos en su mente. ¿Era realmente un desagrado autentico, o era ella reprimiendo sus deseos de besar a la chica de nuevo? ¿Qué tenía de malo?, pensaba, a fin de cuentas, ya había cruzado todos los limites. Pensó en qué sucedería si se tratara de Pilar, y se le ocurrió que no le hubiese costado trabajo besar a su hermana. ¿Por qué con Sarah era tan distinto?
Su boca besaba, lamía y chupaba cada área de la dura verga de Santino, en un juego de atrápame si puedes contra Sarah. A veces la rubia acorralaba su boca, y sus labios terminaban chocando fortuitamente por unos segundos. Sin embargo, algo sucedió; ambas besaban un testículo de Santino hasta que comenzaron a subir a través de la verga. Entonces, cuando esta se terminó, Blanca abrió los ojos sorprendida cuando descubrió que ahora sus labios se movían contra los de Sarah; un impulso la invitó a alejarse de inmediato, pero uno más fuerte la obligó a permanecer ahí. Volvió a cerrar los ojos, disfrutando de los suaves y dulces labios de Sarah. Lo había extrañado, había extrañado esos labios, sazonados ahora con el ligeramente agrio sabor de Santino.
Se perdieron en un largo e intenso beso, de esos que parecen intentar recuperar el tiempo perdido. Santino se hubiese sentido abandonado, de no ser por que aquella escena se le antojaba tremendamente excitante. Dos mujeres preciosas besándose ante su endurecida verga, y una de ellas, su hermana. Las chicas despegaron sus labios y se sonrieron mutuamente, como si aquello hubiese sido una promesa. Entonces regresaron con disciplina a masajear con sus bocas la verga del gemelo.
Sarah se incorporó un momento para acomodar su cabello, miró hacía la cama, y una sonrisa morbosa escapó de sus labios cuando vio cómo Pilar seguía mamando la verga de su hermanastro al tiempo que este ya le había alzado la falda por completo y bajado las bragas hasta las rodillas, de manera que su dedo índice ahora exploraba el interior del culo de la chiquilla. El coño de Sarah se hizo agua de sólo pensar en ello.
Sarah siempre había temido la idea de que alguien le rompiese el culo, y hasta hoy seguía virgen; pero ver cómo aquellos dos se divertían con aquello le provocó una extraña curiosidad por saber cómo se sentiría la cálida verga de alguien incrustada en su culo. Con la misma sonrisa y con los pensamientos dando vueltas por su cabecita, la rubia regresó abajo; sus labios se encontraron con los de Blanca antes de tocar la suave piel del glande de Santino, desde donde su boca descendió hasta besarle los testículos.
En efecto, los agiles dedos de Eliseo exploraban el inmaculado esfínter de su hermanastra. Habían dejado aquello pendiente, pero Eliseo no iba a dejar pasar una noche más. Pilar, por su parte, comprendió que aquello era inevitable y, de cierta forma, la curiosidad por tener la verga de su hermanastro dentro de su culo no la dejaba en paz. Tenían que hacerlo, y nada más excitante que hacerlo frente a tantos.
– Hoy voy a romperte el culo – dijo Eliseo, con una extraña sonrisa
Las mejillas de la chica se ruborizaron en el acto, pero su cabeza se movió afirmativamente antes de continuar mamándole el falo al muchacho.
La mano de Eliseo empujó suavemente la frente de la chica, haciéndole sacarse la verga de su boquita.
– ¿Sabes qué? – dijo el muchacho – Tú misma te clavaras mi verga en el culo, ¿cómo ves?
Los ojos de la chica se abrieron de asombro, pero en seguida su rostro cambió a la de una curiosidad extraña. ¿Cómo podría hacer eso?
Su hermanastro se incorporó, le desvistió las bragas completamente, lanzándolas fuera de la cama y la hizo ponerse de cuclillas, dándole la espalda, y la atrajo hasta que sus nalgas abrazaron su endurecida verga. Él se había acomodado en flor de loto, con la espalda recargada sobre la cabecera de la cama.
Con la punta de su verga rozándole el ojete a Pilar, Eliseo alcanzó sus pantalones sobre la cama. Revisó sus bolsillos y sacó de un puñado cinco sobres plateados. Tomó uno, rompió la esquina del sobrecito y lo apachurró sobre su glande. Con aquel liquido, lubricó también la entrada del culo de Pilar. Comenzó a sobar con la punta de su falo el rosado culo de Pilar, mientras esta cerraba los ojos, pensando en que sería ella quien tendría el mayor control a la hora de romper su ano con la endurecida verga de su hermanastro.
– ¿Los interrumpo?
La voz sonriente de Sarah los sorprendió. Yacía boca abajo sobre la cama, sosteniéndose con sus codos y con su culo fuera de las orillas. Detrás de ella, Santino se había incorporado. Mientras Eliseo y Pilar se preparaban, la rubia había convencido a su hermano de hacer lo mismo. Eliseo sonrió, iba a ser testigo de cómo Santino le rompía el culo a su propia gemela al tiempo que él hacía lo mismo con la menor de sus hermanastras.
Blanca, como asistente, le alcanzó uno de los sobrecitos de lubricante a Santino.
Santino deslizó las bragas de su hermana hasta el nivel de sus rodillas. Y ante él apareció la preciosa vista de su culo abierto, mostrando su apretado y oscuro ojete sobre la piel clara de la más secreta de sus partes. La boca de su hermano se llenó de saliva al tiempo que su verga se endurecía aún más ante la idea de penetrar por primera vez aquel orificio.
Sarah no tenía tanto culo, ni siquiera comparada con Pilar. Su delgadez y su altura hacían que su culito se viese reducido a un par de nalgas redondas pero pequeñas, de tal manera que, con aquella posición, su esfínter estaba más que expuesto para recibir la verga de su hermano.
Mientras esperaba, Eliseo le había desvestido la blusa a Pilar, y ahora sus dos manos jugueteaban con los pezones de la chica, que se endurecieron de inmediato ante los suaves pellizcos del muchacho. A la chica ahora sólo la cubría la falda de mezclilla, doblada sobre sus caderas.
Blanca fue la encargada de lubricar la verga de Eliseo y ojo del culo de Sarah. Vertió unas gotas gruesas sobre el glande del muchacho, y con un suave masaje lo repartió en toda la punta de aquella verga. A Sarah, le dejó caer dos gotitas de lubricante justo en el ojete, y con eso pudo meter con facilidad su dedo índice. La rubia gruñó de inesperado placer ante aquello, y Blanca no pudo más que sonreírle furtivamente.
– ¡Listo! – dijo la chica, al tiempo que colocaba la punta de la verga de Santino sobre la entrada del culo de Sarah
Eliseo y Pilar se prepararon. Nadie lo había organizado de aquella manera, pero estaba claro que pretendían hacer aquello al mismo tiempo. Blanca se sentó y se acomodó, con una sonrisa curiosa ante el espectáculo que estaba tomando forma ante ella.
– Cinco, cuatro… – comenzó a decir Sarah, con una sonrisa nerviosa.
– Tres, dos… – se unió Blanca, reprimiendo una risita.
– Uno.
El cuerpo de Sarah se estremeció, una sacudida curvó su espalda y un gritó escapó de su garganta para sofocarse de inmediato. Respiró lo más que pudo para soportar el dolor que había provocado la repentina invasión de su hermano.
Falto de tacto y de experiencia, Santino había tomado la decisión de penetrarle el culo a su hermana de una sola tajada. En menos de un segundo, y con una precisión fortuita, le había clavado su verga por completo, deteniéndose sólo cuando alcanzó el tope.
– ¡Joder! ¡Santino! – gritó Sarah, una vez que logró recobrar la respiración, al tiempo que despegaba su rostro de la cama. Había incluso mordido, en vano, las sabanas de la cama para soportar el ardor en su culo.
Blanca estaba riendo, divertida. El rostro de Sarah, con los ojos desorbitándose de la impresión, le había parecido sumamente gracioso.
Sólo entonces se dieron el tiempo de ver lo que sucedía con los otros dos. Pilar, más lista, se había dejado caer suavemente sobre la gruesa verga de Eliseo, y su culo apenas se hallaba a medio camino de la penetración total. Lentamente, seguía dejando caer su culo, que iba dilatándose más y más conforme el pene de Eliseo se iba abriendo paso en el cálido abrazo de su recto.
La imagen clara del rosado anillo de la chica engullendo aquel tronco era digno de fotografía. El coño de Blanca se humedeció aún más, y una rápida sensación eléctrica se reflejó en su esfínter. Aquella imagen también conmovió bastante a Sarah, que finalmente agradeció tener su propia verga insertada en el culo.
– ¡Va! Hay que seguir – susurró a su hermano – Pero ten cuidado.
Santino no dijo nada; él estaba perdido en la excitante sensación de aprensión que el estrecho culo de su hermana provocaba en su verga. Intentó sacarlo, pero la hinchazón del culo de su hermana apretaba demasiado su verga, de modo que tuvo que comenzar con movimientos muy suaves y lentos. Sin embargo, incluso aquellos movimientos tan simples provocaban sensaciones en la mente de Sarah; poco a poco, el placer y la excitación fueron aflojando su culo, facilitando al rubio el mete y saca de su verga.
– ¡Ah!¡Ahhh! – comenzó a gimotear Sarah, conforme Santino iba teniendo el espacio para aumentar la intensidad de sus embestidas – Sigueeee…cabrrrooooónn.
Santino obedeció con gusto.
– ¡Joder, Santi! Que rico.
– ¿Así? – preguntó Santino, aumentando la intensidad de sus movimientos
– ¡Así! Joder, pero que rico.
Pilar, por su parte, hacía tiempo que había caído por completo sobre la verga de Eliseo. Él permanecía quieto, mientras ella evaluaba cuidadosamente sus movimientos; Blanca, que los miraba, comprendió lo difícil que debía ser aquella tarea. Aunque Pilar era una chiquilla bastante nalgoncita, eso no servía mucho a la hora de insertarse completamente la verga de su hermanastro en el culo. Las dimensiones de aquel tronco parecían gigantes comparadas con el estrecho y pequeño ojete del culo de la chica.
Eliseo alucinado, y sólo se limitaba a sentir el cálido abrazo que el recto de su hermanastra manaba. Cuando la chica comenzó a intentar subir lentamente, él la ayudó tomándola por la cintura. Poco a poco ella fue agarrando un ritmo más estable en sus brincos, hasta que los brazos de su hermanastro se sincronizaron lo suficiente para sostener sus movimientos.
Pronto sus gemidos se unieron a los de Sarah, y el cuarto se inundó de un canto de placer y excitación. Las respiraciones de Santino eran más agitadas, y los gritos de su hermana eran los que más se notaban. Los agudos grititos de Pilar eran más controlados, y Eliseo apenas y lanzaba uno que otro suspiro, como si estuviese todo el tiempo tratando de mantener la respiración.
– ¡Ahh! – suspiró Pilar
Eliseo reaccionó llevando sus manos al pecho de la chica.
– ¿Te gustó? – preguntó su hermanastro, apachurrándole las tetas – ¿Te gustó cómo te rompí el culito?
– Sí – dijo ella, apretando los dientes al tiempo que la parte más gruesa de aquel tronco cruzaba por su esfínter – Mucho.
– De ahora en adelante te voy a culear más seguido, ¿te parece?
– Sí – dijo ella; en ese momento de placer no podía más que decir que sí a todo lo que implicara un placer como el que estaba sintiendo.
– Me voy a correr en tu culito cuantas veces se me antoje – continuó él, provocando que la chica no hiciera más que ponerse más cachonda – Te vas a ir a la cama muchas veces con mi leche adentro de tu culo, ¿te parece?
– Mi lechita antes de dormir – bromeó ella, pero sin poder sonreír por la tremenda verga que la estaba partiendo y sobre la cual, sin embargo, no dejaba de saltar y saltar.
Miró hacía adelante, y al girar el cuello se encontró frente a frente con los ojos enardecidos de su hermana. Sin embargo está desvió la mirada de inmediato.
Y es que las manos de Blanca ya la habían traicionado, y ahora sus dedos se paseaban sobre su coño, sintiendo en sus manos los jugos que su concha no dejaba de emanar. Había hecho ya un verdadero desastre en su entrepierna, pero la escena que se desarrollaba frente a ella le daba la rienda suelta necesaria para perder por completo el control.
Olía a sexo; a verga, a coño y al tenue aroma a mierda que aumentaba conforme se estaba más cerca de los esfínteres taladrados de aquellas chicas. Cualquiera que hubiese pasado cerca de ahí se hubiese extrañado del coro de voces que gemían de placer, pero nadie les interrumpió nunca.
Eliseo ya comenzaba a mover un poco sus caderas, como si las penetraciones completas y cada vez más rápidas al culo de Pilar no fueran suficientes. Santino comenzaba a agotarse, pero su hermana comenzó a apoyarlo, moviendo sus caderas para que aquel falo no dejara ni un segundo de atravesarle el culo.
Habían pasado varios minutos cuando de pronto el cuerpo de Santino pareció derrumbarse, y tuvo que sostenerse con las manos sobre la cama al tiempo que su pérdida de fuerza le hacía clavarle la verga a su hermana hasta el fondo.
Sarah también suspiró complacida, mientras sentía el caliente líquido que la verga de su gemelo escupía en su recto. Tal era la sensación que parecía como si la leche de su hermano en su culo tuviera el mismo efecto que algún narcótico.
El sudor del pecho de su hermano, que se había derrumbado sobre ella, comenzó a combinarse con el de su espalda. Ahí descansaron ambos, mientras el tronco de Santino iba perdiendo grosor dentro de ella, hasta que terminó por salirse, dejándole oportunidad a su dilatado ojete a regresar de nuevo a su arrugada forma.
Pero la calma no duró demasiado, de pronto fueron los gritos de verdadero éxtasis de Pilar los que ahogaron aquel lugar. Era como si toda la fuerza de sus gemidos se hubiera concentrado en aquel momento, sería su segundo orgasmo anal, sólo que este parecía venir aún más grande. Hasta Blanca dejó de magrearse el coño para poner atención a lo que sucedía con su hermanita.
– ¡Mierda! – gritó, sin remordimientos, mientras unas lagrimas escapaban a los costados de sus ojos – ¡AAAAHHHH!
Sin embargo, era ella quien no dejaba de saltar como loca sobre la dura verga de Eliseo, quien ya no iba a poder soportar mucho aquello. Entonces, los ojos de la chica parecieron ponerse en blanco, mientras su boca completamente abierta parecía incapaz de seguir emitiendo sonido alguno.
Entonces Sarah se quedó boquiabierta cuando fijo su vista en el mete y saca de aquellos muchachos; el culo abierto de Pilar seguía subiendo y bajando, pero de su esfínter ya escapaba un hilillo de esperma que bajaba por el tronco de Eliseo. El muchacho ya se había corrido, pero Pilar se había negado a detenerse.
Parecía que Eliseo no soportaría aquello, pero el muchacho soportó el espasmo. Aquella era oficialmente la mejor corrida de su vida, y todo indicaba que también sería la mejor de Pilar, quien no dejaba de saltar descontroladamente a pesar de que su piel ya se había erizado y que su cabeza había caído pesadamente hacía atrás.
La leche de Eliseo ahora servía de lubricante para continuar con sus alocados sube y baja. Se estaba corriendo desde hacía rato, pues el muchacho podía sentir las contracciones del recto de la chica, mientras gotas de jugos vaginales goteaban sobre los vellos de sus testículos. Entonces Pilar alcanzó el clímax, y cayó rendida sobre la verga de su hermanastro. Eliseo la abrazó, rodeándola por la cintura mientras la chica parecía desmayarse del placer. Tuvo que pasar un largo minuto para que pudieran recobrar el aliento. La verga de Eliseo ni siquiera perdió rigidez, pues los movimientos de la chiquilla la habían vuelto a endurecer.
– ¡Vaya cosa! – interrumpió la voz sorprendida de Sarah, quien seguía en la misma posición a pesar de que su hermano ya se hallaba recargado en la pared – Ustedes dos sí que están locos.
Eliseo sonrió apenado, y Pilar ni siquiera se enteró, pues seguía recargada sobre el pecho de su hermanastro, con la mente fuera de sí.
– Espero que un día me hagas algo así – dijo la rubia, con una mirada bastante cachonda
– Podríamos intentarlo – dijo Eliseo, preguntándose de donde había surgido tanta confianza; su teoría de que el sexo tenía un efecto tremendo en la gente volvía a comprobarse – Pero esta vez creo que el crédito fue más de Pilar.
– Ya lo creo – concluyó Sarah.
Sarah se puso entonces de pie, y terminó de sacarse la blusa y el sostén, quedando completamente desnuda.
– Bueno – dijo – apartado el baño. Santino me ha dejado el culo hecho un desastre.
Eliseo no pudo evitar lanzar una risa. La sonriente chica se dirigió al toilette, donde todos pudieron ver sus intentos de evacuar el esperma de su hermano. Santino, que parecía ansioso de lavarse la verga, se metió a la regadera.
Pilar había recuperado fuerzas, y se puso de pie lentamente sobre la cama, pues la verga de Eliseo se hallaba en todo su esplendor.
Santino no tardó mucho. Salió con la toalla en su cintura y volvió a encender el televisor, cambió rápidamente el canal porno y se puso a explorar la programación normal. Se detuvo en un programa sobre reparaciones de grandes maquinas de construcción. Era un chico extraño, sin duda.
Pilar entró entonces a la regadera, mientras Sarah seguía sentada en la taza de baño. Entonces la rubia se puso de pie y se acercó a la puerta de la regadera, donde Pilar comenzaba a mojarse los pies.
– ¡Toc, toc! – dijo
Pilar sólo la saludó alzando las cejas.
– ¿Podemos bañarnos juntas? – preguntó la rubia, mordiéndose los labios inferiores
Pilar miró a sus lados, a absolutamente nadie, y finalmente alzó los hombros.
Sarah entró entonces, y rió divertida al sentir el agua aún fría.
– Te veías bastante bonita – comenzó a decir – Hace rato.
Pilar sabía que Sarah tenía tendencias bisexuales – y que hacía unas noches le había comido el coño a su hermana – pero la rubia le parecía tan bonita que de alguna manera sentía más curiosidad que miedo hacía la chica.
– Gracias – dijo Pilar, sonrojándose de inmediato
– ¡En serio! – insistió Sarah – Apuesto a que estuvo bastante intenso.
Pilar sonrió, y metió la pierna a la regadera.
– ¿Te ayudó a bañarte? – pregunto Sarah, mirando de abajo a arriba el precioso cuerpo de la chiquilla
Pilar no supo qué decir, se humedeció los labios con la lengua y sus labios temblaron cuando se atrevió por fin a responder.
– Sí – dijo
La rubia sonrío, y no tardó en colocarse frente a ella. Entonces sus manos se deleitaron, mientras recorría las formas de la chiquilla, que, inmóvil, se limitaba a sentir aquellas caricias delicadas y agiles.
Las manos de Sarah no tardaron en deslizarse por la espalda baja, hasta sobar dulcemente los glúteos de Pilar. Atrajo el culo de la chica hacía la caída del agua, y sus dedos se deslizaron junto con el chorro entre las nalguitas de Pilar.
Sarah sintió el arrugado esfínter de la chica y también la textura pegajosa del esperma de Eliseo escapando por aquel ojete. Jugueteó con aquel viscoso líquido, y aprovechó para utilizarlo a su favor: uno de sus dedos penetró el culo de Pilar, cálido y liso. La chica sólo suspiró, sin quejarse, y aquello le dio luz verde a la rubia para seguir jugueteando con aquel culito recién follado.
Entonces acercó su rostro al de Pilar, buscando desesperadamente sus labios, que la encontraron, porque también Pilar estaba buscando aquel beso. Se besaron, bajo la lluvia de agua. Pilar llevó sus manos a los pechos de Sarah, y comenzó a apretujar con suavidad los pezones endurecidos de aquella muchacha, mientras sentía como un segundo dedo se abría paso a través del ojete de su culo.
Eliseo, que había estado observando encantado aquella escena, se puso de pie, y se dirigió hacía el baño, deteniéndose antes ante la mayor de sus hermanastras.
– Te estabas masturbando, eh, puerca – le dijo
La chica giró los ojos.
– ¿Qué importa? ¿Qué harás, volver a grabarme?
Eliseo sonrió.
– Estoy bastante dispuesto a follarte hasta que te corras – le dijo, que te parece
– Santino se ve igual de dispuesto – dijo ella, con una sonrisa muy de guarra – Además, creo que hay que priorizar la novedad, le hiciste una promesa a Sarah.
El muchacho sonrió, pareció pasear por su mente.
– Me gusta verte cuando te tocas, te ves particularmente puta – espetó, antes de darle la espalda e ir hacía el baño.
Blanca permaneció sentada, saboreando las palabras del muchacho. Cerró los ojos; se sentía tan plena. Entonces se puso de pie y se desvistió por completo, quizás desnuda alguien se la follaría más pronto.
Viendo que la regadera estaba demasiado ocupada, Eliseo optó por lavarse la verga en el lavabo. Se terminó de limpiar con una de las toallas de mano, y se vistió rápidamente. Tomó las llaves.
– Ahorita vengo – le dijo a Santino – Voy a la tienda.
– De acuerdo.
Salió a la fría noche. Revisó su billetera, y se dirigió directamente a la caseta de cobro.
– Buenas noches – le dijo la encargada, que miraba aburrida a la calle antes de detectarlo
– Buenas noches – respondió él
– ¿Desea la noche completa? – adivinó ella, con un dejo de rutina
Eliseo agradeció que aquella mujer hiciera que todo fuera más fácil. Pagó, y después se dirigió a la tiendilla al fondo de las cocheras, donde compró un bote de jugo de un litro y un pan de dulce grande.
Cerró la cochera, y cuando la máquina terminó de cerrar el sonido de unos gemidos llegó a sus oídos. Era Blanca.
Abrió la puerta con las llaves, y conforme subía los escalones el volumen de aquellos gimoteos iba aumentando.
Llegó al piso, y entonces pudo observar en todo su esplendor la escena que se desarrollaba sobre la cama.
Con Santino recostado boca arriba, las nalgas de Blanca subían y bajaban mientras saltaba sobre él, comiéndose aquella dichosa verga con su ansioso coño. Estaba completamente desnuda, y sus preciosas tetas rebotaban libremente.
Más atrás, lo inesperado. Recostada boca arriba, Sarah disfrutaba comiéndose el coño de Pilar; su lengua se deslizaba entre los labios vaginales de la chiquilla, y de vez en cuando se escabullían entre sus nalgas para saborear con la punta de su lengua el rosado esfínter de la muchacha. A su vez, Pilar se inclinaba para masajear con su boca el clítoris de la rubia. Estaba clara su inexperiencia en el arte de satisfacer oralmente a otra mujer, pero su esfuerzo era digno de un premio.
Mirando la escena, Eliseo dejó las cosas sobre una mesita y comenzó a desvestirse sin interrumpir a nadie. Tomó un sobre de lubricante y embadurnó su verga con el líquido. Ya sea que viera a Pilar y a Sarah en aquel 69 o a su mejor amigo taladrando el coño de Blanca, su pene se endurecía por igual.
Eliseo se acercó lentamente a la cama. Blanca saltaba alegremente sobre la verga de Santino. Entonces Eliseo los hizo detenerse, pero ninguno dijo nada. Él sólo se limitó a acomodarse sobre Blanca, apuntando su glande contra la entrada de su culo. Entonces la penetró, con una facilidad tan evidente que sólo los suspiros de la chica le hicieron comprender que su verga ya estaba hasta el fondo de aquel recto.
Santino, que en ningún momento había sacado su verga de la chica, no necesitó mayor explicación. Continuó embistiendo a la chica, mientras Eliseo comenzaba sus mete y saca sobre el culo de la chica. Lo complicado era sincronizarse; los meneos del rubio hacían que Blanca se moviera demasiado, de modo que buscó el ritmo correcto para coincidir sus arremetidas con las de Santino.
– Creí que te follarías a Sarah – dijo Blanca, sin importarle que Santino escuchara aquello
– Tienes un culo irresistible – explicó él
La chica sonrió encantada.
Siguió bombeándola, hasta que sus movimientos y los de Santino se sincronizaron casi a la perfección. Casi podía sentir como la verga de Santino entraba por el coño de la chica en el momento en que ambos la penetraban al unísono.
Blanca, por su parte, estaba más que extasiada. Sentía como el placer multiplicado por dos inundaba su mente, y sentía una extraña sensación entre el desmayo y la embriaguez. Sus gritos y sus gemidos aumentaban su intensidad conforme a los movimientos de los muchachos, mientras un calor constante y creciente se iba desarrollando más y más en su entrepierna.
– ¡Denme! Denme duro, joder – gritaba – Fóllenme cabrones, más duro.
– ¿Así te gusta, eh putita? – le respondió Eliseo – Clavada como puta, doblemente ensartada como buena zorrona – le espetó
– ¡Ahh! – gimió ella – Sí, como la zorrona que soy – dijo, mientras sentía como ambos aumentaban la intensidad de sus embestidas, dominados por el placer de sus palabras de guarra.
Su hermanastro no pudo resistir más y terminó corriéndose en lo más profundo de su recto. La tibieza de aquel líquido se combinó con el ardor que comenzaba a acrecentarse en su coño. De un momento a otro, ella tampoco pudo resistir más y entonces su coño y su ano se apretujaron de tal manera que los dos chicos sintieron como si les estuviesen arracando la verga.
Una tremenda corrida era experimentada por la chica, y eso no dejó más alternativa al rubio que terminar también descargando su leche en el pasmado coño de la chica. Los tres terminaron agotados, jadeando y suspirando. La chica cayó sobre el pecho de Santino, mientras las manos de Eliseo se sostenían sobre su espalda.
La leche de Eliseo escapaba del culo de su hermanastra, se deslizaba a través del perineo e iba a parar al coño de la chica, donde se combinaba con el esperma de Santino antes de seguir deslizándose hacia abajo, serpenteando hasta descansar en los vellos de los testículos del rubio.
Todos descansaron de la cama, intercambiaban miradas cómplices y sonrisas fugaces. Aquella noche había sido un rito de iniciación, un circulo de confianza que no se olvidaría jamás.
Volvieron a bañarse, uno tras otro y a veces varios juntos. Ya no había pudor ni tabúes, ya sólo quedaba el imaginario de qué seguiría en un futuro, y la interrogante de hasta donde los llevaría todo aquello. Cenaron en silencio, mirando un programa de concursos en el televisor.
Después cayeron rendidos sobre la cama. Se acomodaron de diversas maneras, para dormir, pero al final dejaron atrás los últimos rasgos de pudor y optaron por acostarse uno al lado del otro en la amplia cama, completamente desnudos. Durmieron como benditos una vez se apagaron las luces y no despertaron hasta la mañana siguiente, cuando el teléfono sonó escandalosamente en todo el cuarto.
Sólo Eliseo logró incorporarse; tuvo que pasar su mano sobre el cuerpo desnudo de Pilar para alcanzar el auricular.
– Buenos días – dijo una voz distinta a la mujer que les había atendido la noche anterior
Eliseo miró a su alrededor. En la otra orilla, Sarah descansaba su cabeza sobre el pecho desnudo de Santino. Blanca, en medio, se miraba graciosa, boca arriba, con las piernas arriba y los pies encimados en los tobillos de Santino y él. Pilar, en la orilla a su lado, era la viva imagen de la inocencia. Eliseo pensó que quizás su más grande fantasía se cumpliriría el día que pudiera follársela dormida.
– ¿Bueno? – preguntó la voz
– Sí – reaccionó Eliseo
– En media hora termina su servicio nocturno.
Eliseo miró el reloj en la pared frontal; eran las ocho y media de la mañana.
– ¡Ah! Sí, sí señorita; salimos en media hora.
– Que tenga buen día.
Eliseo suspiró. Un dolorcillo se instaló en un costado de su cabeza. Necesitaría una aspirina.
Subieron a la camioneta de la misma manera en cómo habían llegado. Santino y las hermanas atrás, Eliseo de copiloto y Sarah al mando. Pero todo aquello no hubiera sido necesario, pues sólo una recamarera se paseaba rápidamente en la fría mañana.
Salieron a la calle con la misma discreción con la que habían llegado. Cuando ya se habían alejado a cientos de metros de ahí, Sarah se atrevió a decir algo.
– Bueno – dijo – Y esto fue todo. Aunque debo decir que aún me debes una.
Eliseo sonrió. Era cierto, y a la vez extraño, que ella y él no lo hubiesen hecho; más aún que eran los claros lideres morales de aquello.
– Lo siento – dijo – Pero tendremos bastante tiempo para eso.
– En eso tienes razón.
Eliseo sonrió, entre apenado y divertido. Todavía le costaba trabajo creer que todo aquello sucedía de veras. Además, le encantaba la tranquilidad con la que Sarah tomaba todo aquello.
– ¿Sabes? Si vamos a hacer esto constantemente – dijo ella, serenamente – creo que deberíamos formalizarlo. Como una organización.
– No me gustaría tener que pagar impuestos por eso – bromeó él
Ella rió.
– Me refiero a, no sé, un nombre, algo con que llamarle a esto.
– Si, te entiendo, como si fuera un grupo o una comunidad.
– Exacto. ¿Cómo le llamarías?
– No lo sé – sonrió él
– Algo simple, que sólo nosotros entendamos. – sugirió la chica
Eliseo miró por la ventanilla, aquella mañana se veía particularmente hermosa. No podía ver la vida más que de una manera distinta después de aquella noche.
– El Club – dijo entonces, con una voz tan baja que Sarah apenas pudo escucharlo
– El Club – repitió Sarah, antes de sonreír – ¿Suena bien, sabes? El Club – repitió, con énfasis
– El Club – repitió él, y sonrió
FIN
Caía la noche en el bosque cerrado. El sol mortecino hacía brillar tenuemente sus últimos rayos, como queriendo anticipar, que después de él, vendría la oscuridad. En esos momentos, los campesinos, mercaderes, y toda persona de tanto de a pie como la de mayor estatus, habían abandonado hacía tiempo sus quehaceres, para refugiarse, en sus, casas, palacios, chozas, establos o los agujeros inmundos a los que llamaban sus hogares, pues a ninguna persona en su sano juicio le agradaba deambular en la oscuridad. Había sin embargo uno, que aún a esas horas seguía deambulando por el bosque. Se trataba de un hombre joven que rondaría los veinte. Con una melena parda como un roble hasta la nuca y una barba recortada que le hacía parecer unos años mayor. Lo que más destacaban de eran sus ojos grisáceos. Destilaban sabiduría y experiencia, y también mostraban que habían tenido que tomar más de una decisión difícil. En definitiva, no eran ojos propios de un muchacho de esa edad. Avanzaba por la espesura del bosque a lomos un soberbio caballo, negro como la noche, que a cuanto más escaseaba la luz, más se fundía con la negrura del entorno. Por la seguridad y la firmeza con la que lo montaba se podía apreciar que el joven era fuerte y también alto. Mediría casi dos metros. Vestía unas ropas simples y abrigadas, ideales para montar en el bosque. A su espalda descansaban un carcaj de flechas y un arco y en su cinto una espada nórdica y un “scramasax” que llevaba en el costado. Lo necesario para defenderse ante algún imprevisto. Aunque intentaba mantener la calma tenía una inquietud que iba creciendo en el conforme la visibilidad disminuía. Se acercaba la oscuridad y era obvio que no iba a encontrar la salida del bosque antes de que anocheciera. Y aunque no fuera un cobarde a ningún hombre sensato le agradaba pasar la noche en el bosque. Pues la oscuridad alberga cosas bellas, pero también terrores nocturnos. Entre ellos los lobos, que adoraban despedazar sus presas en la noche. Mientras el viajero extraviado se preguntaba que hacer un trueno rompió sus cavilaciones seguido de una fuerte lluvia.
-“Mierda.”-se dijo a sí mismo- “Se ve que hoy no tengo suerte.”
Se colocó la capucha de su capa con la esperanza de resguardarse un poco de la lluvia. Pero de nada sirvió, pues se empapó enseguida. Soltó una maldición en silencio y así procedió a seguir avanzando, preguntándose si serviría de algo. Como queriendo mostrar su persistencia los árboles se abrieron un poco dejando ver una pequeña luz en la lejanía.
-¡Loados sean los dioses!-exclamó esperanzado- Tal vez hoy pueda dormir seco.
Azuzó a su montura para que se moviera más rápido hacia esa luz. Lo cual no convenció mucho al caballo.
-Vamos amigo- le animo el jinete palmeándole cariñosamente el cuello- Solo un poco más.
El caballo empezó a trotar con más decisión hacia una posible promesa de refugio. La luz cada vez se mostraba más cerca. Aun así el jinete no se sentía tranquilo pesar de que ya empezaba a sentir un cálido fuego una sopa caliente y una cama mullida. Sentía que algo los acechaba, y por ello no paraba de mirar a su alrededor. Hasta que vio la fuente de sus preocupaciones. Un grupo de ojos brillantes que los observaban desde la maleza.
-“¡Mierda! ¡Lobos! ¿Por qué ahora?”- gritó para sí mientras espoleaba al caballo que también había olido el peligro. Ese fue el inicio de una persecución salvaje. No sabía cuántos eran pero eran más de cinco. ¿Quizás ocho? ¿Diez? ¿Un centenar? Poco importaba. Si los alcanzaban no iba a ser bonito.
-¡Vamos chico! ¡Vamos!-apremió a la montura con urgencia. Mientras tanto las ramas le arañaban el rostro y las zarzas la ropa. A punto estuvo de golpearse con una rama baja y caer del corcel, sellando así su destino. Pero consiguió verla a tiempo y agacharse para esquivarla. Cuando las fieras estuvieron a punto de darle alcance los arboles acabaron de repente para dar aun claro en medio del bosque. Lo malo era que había un pequeño desnivel inesperado y el caballo saltó cayendo así la montura y el jinete. El muchacho se levantó sacando raudo sus dos hojas. Aunque sabía que pocas opciones tenía contra una manada de lobos no pensaba ser una cena fácil de digerir. Pero no se vio rodeado. Los lobos lo observaban desde lo alto del desnivel al inicio del bosque. Aunque hubieran podido saltar tranquilamente el obstáculo y precipitarse contra el infortunado viajero. Parecían no atreverse a ir más allá de donde acababan los árboles. Gruñían, mostraban los dientes y aullaban pero no parecían atreverse a dar unos pasos más. El joven esperó precavido pero viendo que los lobos empezaban a retirarse envainó las armas y buscó a su caballo. El animal estaba a unos pocos pasos de él mirándole.
-¿Estas bien Helhest?-preguntó el hombre a su caballo.
Pero le bastó un vistazo para darse cuenta de que Helhest no estaba del todo bien. Cojeaba de la pata delantera izquierda.
-“Oh no.”-pensó su amo. “¿Y ahora qué hago?” En su estado no puede cabalgar. Y a este paso no saldremos nunca de aquí. Miró a su alrededor y vio que se hallaban en una vasta pradera rodeada por el espesor del bosque. Había algunas colinas y arbustos por la zona y algún pequeño árbol que crecía tímidamente. Pero por lo general la zona no presentaba mucha vegetación. Y allí en medio del claro, se hallaba la fuente de luz: Una cabaña que desprendía humo por su chimenea. Si es que se podía llamar cabaña, pues era bastante grande. Pero no era su tamaño lo que impresionaba. Sino su estado. La construcción estaba adherida a un árbol monstruoso como, si quien construyo la cabaña lo hubiera plantado una vez terminada y durante cientos de años el árbol se hubiera fusionado con ella. Era un árbol grande y retorcido. Sin ramas ni hojas. Y grueso. Muy grueso. Habrían hecho falta una veintena de hombres para abrazar semejante árbol.
-Vamos Helhest, ya queda poco- dijo el esperanzado viajero tomando las riendas y dirigiéndose hacia el edificio, elevando una muda súplica a los cielos porque sus inquilinos fueran hospitalarios.
Mientras tanto seguía lloviendo con más fuerza y la falta de árboles había encharcado el suelo. Por lo que ahora el hombre y la bestia aparte de empapados, estaban sucios. Llegó a la puerta, llamó tres veces y esperó. Al de un tiempo la puerta se abrió con un crujido. Extraño pues no había oído a nadie moverse dentro. En el umbras se hallaba una figura menuda y encapuchada en una túnica negra.
-Buenas noches. Siento perturbar la tranquilidad de vuestra casa. Pero me he perdido en el bosque, la tormenta nos ha sorprendido, por poco somos devorados por los lobos y mi caballo está herido. Estamos cansados, mojados, sucios y hambrientos. Por ello os agradecería si me dejarais pasar la noche en vuestra morada y brindarme un plato de comida caliente. No tengo inconveniente en pagaros- dijo llevando su mano a una pequeña bolsa que colgaba de su cinto.
-Guardad vuestra bolsa.- contestó la figura con una voz suave- Solo una persona vil exigiría dinero a un viajero extraviado. Con gusto os brindaré mi hospitalidad. Pasad, no vayáis a resfriaros. Si me dejáis a vuestra montura lo llevaré al establo para atenderlo apropiadamente. Vos mientras tanto, podéis entrar y calentaros.
En ese momento nuestro héroe se habría postrado a sus pies para darle las gracias sin embargo se limitó a murmurar unas palabras de agradecimiento y a precipitarse al alegre fuego que crepitaba en la chimenea. Se quitó la capa y se calentó lo mejor que pudo mientras el propietario de la casa desaparecía con su fiel amigo. Mientras esperaba pudo observar su entorno: Había pocos muebles pero la casa era amplia. Una mesa con un jarrón de flores y unas pocas sillas al lado de la chimenea de piedra negra donde colgaba una olla con un contenido hirviente desconocido. Para subir al segundo piso (si no había más) había una escalera de madera con las barandillas hechas de ramas retorcidas y escalones pulidos. En las paredes se podían ver las enormes raíces del árbol algunas estaban talladas con bellas filigranas y decorados y llenos de runas así como oros muebles de madera, como las estanterías repletas de libros que había. Lo que más sorprendía del ambiente era el olor que desprendían las plantas y las muchas plantas y hierbas que estaban colgadas aquí y allá. Muchas de ellas le eran desconocidas pero sí que reconoció hojas de tejo, acebo, beleño negro, menta sauco… Aunque era una mezcla variada pero agradable. Mientras estaba en sus cavilaciones la puerta se abrió y la figura entró rauda y empapada.
-Perdonad mi tardanza- respondió con jovialidad- Pero vuestra montura requería atención. Un pata torcida es algo serio por suerte ya está bien. Por cierto tenéis una bestia dócil y magnifica. Solo necesita descansar unos días. Disculpadme si os he recibido con el rostro descubierto pero justamente me disponía a salir. Y habéis llamado a mi puerta. Voy a quitarme esto o la que se resfríe seré yo.
Y acto seguido se despojó de la túnica negra con fluidez. En ese momento el hombre no pudo evitar sorprenderse. Por la forma de la figura y su voz suave había deducido que era una mujer. Pero no estaba preparado para vislumbrar lo que tenía delante: Ante sus ojos apareció una muchacha joven. Era de estatura media. No haría mucho que habría cumplido los dieciocho y si no estaría a punto de cumplirlos. Tenía una fina cascada de pelo largo y rojo como el fuego. Le llegaba un poco más lejos que los omoplatos y estaba perfectamente cuidado. Su cara era blanca como la niebla matutina, con una naricilla pequeña. Sonreía con jovialidad mostrando unos dientes blancos y perfectos. Lo que más llamaba la atención de su rostro eran sus ojos. Verdes como las hojas del bosque bañadas por el sol. Invitaban a perderse en su intensa espesura y belleza. Y tenían una chispa de sabiduría y malicia que hacían que los hombres se sintieran terriblemente atraídos hacia ella, como se sienten atraídos por el mar por muy peligroso que sea. Vestía una túnica verde, liviana y amplia que combinaba perfectamente con sus ojos. Debía haberse quitado el calzado para entrar porque iba descalza.
-Veo que habéis entrado en calor.-le dijo la joven viendo que estaba sentado en el fuego. Decíais que teníais hambre. No tengo mucho que daros. Y no recibo muchas visitas. Pero en mi humilde opinión preparo un estofado más que aceptable. Y acto seguido cogió un cuenco de madera y un cazo y sirvió el contenido de la olla en él, con ligereza y entusiasmo. Acto seguido se lo ofreció a su huésped junto con una cuchara.
-Comed. Os ayudará a reponer fuerzas.
El guiso en cuestión, no tenía aspecto de nada que él hubiera probado nunca. Era una especie de líquido espeso de un color pardo oscuro. A simple vista no parecía comestible, y ni siquiera se podía apreciar cuales eran sus ingredientes.
-“He visto ratas con mejor aspecto”-pensó- “Pero no te puedes quejar. Te ha ofrecido su hospitalidad y debes ser un buen huésped.”
Y así, no sin ciertas dudas, se dispuso a atacar el plato. Por segunda vez nuestro héroe se sorprendió. No estaba bueno. Era espectacular. Tenía la mezcla de cien sabores diferentes todos en una armonía perfecta dándole al paladar un baile de placeres y sensaciones.
-¡Asgard!-exclamó- el huésped- ¡Doy fe de que preparáis un estofado espectacular! En mi vida he probado nada semejante. ¿Qué le habéis echado?
-Me alegra que os guste-respondió la muchacha jovial. Podéis comer cuanto queráis. En cuanto a la receta siempre varía. Lleva setas, unas hiervas que encontré por ahí, diferentes carnes. Es de las pocas cosas que sé cocinar.
El joven aún devoró 3 cuencos más mientras que ella, solo comió uno. Una vez terminaron la anfitriona me empezó a hablar.
-Bueno. Ahora que estáis secos y saciados, ¿podéis decirme quien sois?
-“¡Que desconsideración!”- pensó el huésped- “¡Ni me he presentado!”
-Pues…-empezó a hablar el joven- Me llamo Bjorn. Vivo en una aldea humilde a un día de aquí hacia el norte, llamada “Puntarota”. Y soy cazador.
La joven soltó una carcajada estruendosa, no exenta de musicalidad y belleza. Lo cual sorprendió a Bjorn.
-Por favor-dijo la joven intentando contener la risa-Es de mala educación mentir en techo ajeno.
-¿Cómo decís?- preguntó Bjorn sorprendido.
-Es evidente, que no decís la verdad
-¿Y cómo estáis tan segura?
-Para empezar: Vuestras manos- dijo señalándolas- Demasiado cuidadas para el trabajo duro de un cazador. Además tenéis callos en las palmas y yemas de los dedos, que son síntomas del uso continuo de una espada. Para seguir, os habéis ofrecido a pagarme por cobijo. Si fuerais de una aldea humilde no gastaríais vuestras preciosas monedas tan libremente. Procuraríais conseguir cobijo de forma gratuita. A continuación vuestro equipo. Esas armas son de buen acero, que no está al alcance de cualquier campesino. Por no hablar de vuestro caballo. Esa bestia no está hecha para arar el campo desde luego. Y por último… Habéis levantado vuestros ojos hacia la izquierda. Señal clara de que mentíais.
Y siguió riéndose con ganas. Mientras tanto Bjorn estaba sonrojado
-“¡Serás idiota!-se dijo así mismo- “¡Has inventado mejores mentiras que esa! ¿Pero en que pensabas? ¿Por qué no le dices de paso que eres leñador? Seguro que te cree. ¿Debería contarle la verdad?
Pero en ese momento como leyendo el pensamiento ella habló.
-No temáis. Si no queréis contarme vuestra vida es cosa vuestra. Vuestras razones tendréis. Pero sí me gustaría saber vuestro nombre. Vuestro nombre verdadero.
Bjorn estuvo callado unos instantes. Después tomó aire, miró a la mujer a los ojos y habló.
-Harald. Me llamo Harald.
-Un placer conoceros Harald- respondió la joven.
Se hizo el silencio que enseguida fue cortado por aquella belleza.
-Estáis muy sucio. ¿Queréis tomar un baño?
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Harald se hallaba desnudo en una bañera en el primer piso de la cabaña. Pensando, pensando en todo lo que le había pasado en la última hora. A pesar de sus negativas su anfitriona había insistido en que tomara un baño. Harald no quería abusar y antes de que ella casi lo obligara a meterse en esa curiosa bañera hecha de piedras ramas y a saber que más que milagrosamente conseguía mantener el agua en su sitio, había exclamado.
-¡Por Odín ya habéis hecho demasiado por mí! Además, ¿qué diría vuestro marido si al llegar a casa encuentra a un desconocido desnudo en vuestra bañera?- pues era obvio que aquella ninfa no viviría sola en ese árbol.
A lo que ella respondió simplemente.
-No estoy casada. Y no os preocupéis. Nadie vendrá exigiendo explicaciones. Vivo sola.
Harald juraría haber detectado cierta pena en su voz pero no estaba seguro. Le gustaba esa casa. Era curiosa pero muy acogedora. No parecía mal sitio para vivir. Pero entendía que al vivir solo debía de hacérsele a uno grande y solitaria. Estando como estaba en sus cavilaciones notó unas manos suaves que le acariciaban la espalda. Se sobresaltó y miró bruscamente hacia atrás. Su anfitriona estaba ahí, escurriéndose el agua que le había salpicado por la brusquedad de movimientos, de la ropa y el pelo. Cuando terminó miró a Harald y sonrió.
-Suerte que no teníais nada punzante a mano. De lo contrario ya estaría muerta.-dijo con una suave carcajada.
-¡Fuego infernal de Muspelheim!- maldijo Harald.- ¿Se puede saber qué hacéis?
-¡Oh nada en especial!- dijo ella con ligereza-. Solo asegurarme de que todo es de vuestro agrado. Y de paso traeros ropa limpia ya que la vuestra la he limpiado y está secando. Pero una vez aquí he decidido limpiaros la espalda. Y luego me he dado cuenta de que no os vendría mal un masaje en ella. Está muy tensa.
Y acto seguido empezó a limpiar la zona y darle un suave masaje. El joven reconoció mentalmente que mal no se le daba, aun así se sentía algo incómodo. Ella era muy hermosa sin duda. El agua había hecho que la túnica se le ciñera más al cuerpo permitiendo apreciar mejor sus formas femeninas. Además a veces al darle el masaje se acercaba más para poder hacer mejor su labor, lo que inevitablemente hacía que el muchacho sintiera sus pechos contra su musculosa espalda. Con lo cual todos esos estímulos contribuyeron a que su virilidad se irguiera en todo su esplendor. Lu cual terminó de abochornarle.
-“¡Contrólate hombre!”-se reprendió Harald mentalmente- ¡No puedes caer, por muy bella que sea!
El masaje siguió y Harald hacía lo posible por no dejarse llevar. Pensó en los lobos, en el bosque frío, en el momento antes de una batalla, en cadáveres putrefactos. Y por fin cuando solo se concentró en eso pudo olvidar por uno momentos a su bella anfitriona.
Cuando por fin acabó el masaje, la mujer salió para dejar que Harald se vistiese con la ropa que le había traído. Unos pantalones de lana, unos calzones y una camisa de tela áspera.
-“Suficiente”-pensó el hombre ya vestido.
Se dispuso a buscar a su anfitriona. Cuando estaba en las escaleras oyó que ella le llamaba del tercer piso de la casa. Se dispuso a subir poco a poco y una vez allí llegó a una estancia amplia iluminada con velas y lámparas de aceite, con un armario y una cama grande con un montón de pieles. Había poca cosa más. Su anfitriona se hallaba de pie esperándole.
-No he caído en la cuenta- le dijo ella.- No tengo más que una cama. Así que…
-Pues dormiré abajo, en el suelo dela cocina-saltó Harald.- ¡Faltaría más!
–¿Cómo?- preguntó incrédula la joven- ¡Sois mi huésped! ¡No puedo permitir que durmáis en ese incomodo suelo de madera!
-Pero es vuestra cama y-se justificó Harald- Y no…
-Y yo os la cedo con gusto. Vamos, so seáis estúpido. Si dormís en el suelo el masaje que os he dado antes no habrá servido de nada. Y sabiendo un poco como sois supongo que mañana os dará reparo pedirme otro. Id acomodándoos. Yo aún tengo un par de deberes que hacer.
De modo que Harald se despojó de la camisa que le había dado la mujer y se metió entre las pieles.
-“Extraña muchacha”-pensó para sí.- “Vive sola en esta extraña cabaña y parece no ser consciente de su belleza.”
Estando como estaba en esas cavilaciones no se dio cuenta de la figura femenina se acercaba con pasos felinos. Después de despojaba de su vestido mojado lo dejaba colgando cuidadosamente en una silla que había por ahí. Acto seguido se aproximó a la cama.
Harald percibió movimiento por el rabillo del ojo. Se giró para detectar el origen del mismo. Y por tercera vez aquel día, nuestro héroe se sobresaltó. Su anfitriona estaba ahí. Pero desnuda como un recién nacido. Su cuerpo era pálido. Sus pechos abundantes como la fruta madura coronados por dos pequeños pezones rosas. Tenía unas posaderas firmes y una pequeña mata cuidada de pelo rojo entre las piernas. Ella sonreía sin más como si no fuera consciente de su desnudez.
-Os agradecería si me hicierais un sitio- le dijo ella como quien da los buenos días.- No os preocupéis. Soy pequeña y no ocupo mucho espacio.
Harald se hizo a un lado con tanta brusquedad que se calló por un lado de la cama arrastrando con él una manta de piel de oso.
-Con un poco de sitio bastaba. ¡No necesito tanto!-río la joven divertida.
-¡Perdonadme!- se disculpó Harald más avergonzado de lo que había estado en la vida- Al final habéis decidido dormir en vuestra cama. Ahora me voy y…
-¡No digáis tonterías!-exclamó la ninfa desnuda- La cama es lo suficientemente grande para los dos. Además las noches son frías. Dos cuerpos calientan mejor que uno solo.
-“¡Ya tengo bastante calor, gracias!”-pensó Harald con fastidio.
-P…p…pero-tartamudeó el joven- Estáis…
-Desnuda-terminó ella- Así es. Es como acostumbro a dormir. Es más cómodo.
-No deberíamos.- afirmó Harald.
-¿Por qué no?-respondió ella incrédula- Solo hay una cama. Puede albergarnos a los dos sin problemas. La noche es fría. ¿Es que acaso no os agrada mi presencia? preguntó ella con voz apesadumbrada.
Harald estaba descolocado. Parecía en verdad dolida. Y no era su intención. Ella se había portado muy bien con él y él no quería ofenderla.
-No pero…
-¡Pero que!-exclamó ella algo airada- ¿Cuáles el problema?
Harald se lo pensó un poco. Y después no sin algo de incomodidad respondió.
-Hay… Tengo a alguien esperándome en el lugar de donde yo vengo.
-¿Eso era todo?- respiró aliviada.
-¿Qué si eso era todo?-esta vez el incrédulo era Harald.- ¡Hellheim! ¿Habéis entendido lo que os acabo de decir?
-Sí. Que estáis casado.-respondió ella con naturalidad.
-¡Precisamente! Y…
-¿Y qué?- preguntó ella.- Yo solo he propuesto que durmamos juntos. Ni más ni menos.
-“¿Pero que pasa con esta mujer?- se preguntó Harald a sí mismo asombrado- “Me pide que durmamos juntos en la misma cama. ¡Estando ella desnuda!”
-¿Y que os hace pensar que yo no iré a más?- preguntó Harald en un intento por disuadirla- Soy un hombre. Y estaremos los dos solos y juntos. Podría forzaros.
Pero ella le miró con ternura, con esos místicos ojos verdes.
-Eso no me preocupa.-dijo ella- Sé que sois un buen hombre y que no me haréis daño. Además: vos mismo habéis añadido que estáis casado. Así que no habrá problema.
Y acto seguido se metió en la cama invitando al incrédulo joven a entrar.
-¡“Por Odín que lo he intentado!”-se dijo Harald a sí mismo metiéndose en la cama y dando aquella batalla por perdida.
La joven inmediatamente de acurrucó contra el como un gato lo hace junto a una estufa. Su cuerpo era cálido.
-“¡Tranquilo Harald!”- se animó con urgencia- “No pienses en la bella mujer que tienes desnuda a tu lado. Piensa en los lobos, en tu vieja nodriza, piensa en las matanzas. Piensa en Kaira. ¡Eso es! Piensa en Kaira. Porque ella te quiere y tú la quieres.
Y así empezó a pensar en los momentos que había compartido con su amada Kaira. Lo cual le sirvió para no pensar en la desnudez de su acompañante nocturna.
-Buenas noches Harald- le dijo la mujer con voz adormilada y un bostezo señal de que estaba a punto de dormirse.
-Buenas noches…- Harald hasta ahora no había caído en la cuenta de que no sabía su nombre.
-“¿Estas durmiendo con una mujer desnuda que no es tu esposa y no sabes ni su nombre?-caviló en su mente- “¡Desde luego Harald eres de lo que no hay!”
-¡Esperad!-le dijo Harald- ¡No os durmáis! Aun no se vuestro nombre.
-Odalyn. Me llamo Odalyn-consiguió decir antes de dormirse con un sonoro bostezo.
-“¿Odalyn?-se dijo Harald a sí mismo incrédulo- “Hasta su nombre es hermoso.”
-Buenas noches O…
Pero no pudo acabar. De repente el sueño lo atacó con saña y calló dormido como un recién nacido.
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Una mañana brumosa despertó a nuestro héroe. Se encontraba relajado. El sueño había sido en verdad reparador. Se estiró como un gato recién levantado. Buscó a Odalyn pero no estaba a su lado. Miró a su alrededor. La habitación se presentaba vacía. Lo que sí había en una silla era su ropa. Ya seca y plegada. Se vistió y bajó a la planta baja. Aquello parecía una tumba, salvo por las pocas brasas que había en la chimenea. A Harald le pareció buena idea alimentarlas con un poco de leña. Una vez empezó a crepitar el fuego salió a fura. Una bruma blanquecina envolvía aquel páramo concediéndole un aspecto misterioso. Ahora que no llovía la belleza del lugar se apreciaba mucho mejor y ya no era tan lúgubre como la noche anterior. Estando como estaba mirando a su alrededor Harald descubrió un edificio cerrado al lado de la casa que no había visto la noche anterior. Estaba hecho con materiales del bosque por lo que el aspecto era de lo más pintoresco.
-“¿Será ahí donde esté Helhest?”-pensó el joven.
¡Helhest! ¿Cómo se había olvidado de su fiel amigo? ¡Estaba con él desde que era un potro! Entró con decisión buscando al equino. Hellhest estaba en una caballeriza. Lucía buen aspecto y tenía heno suficiente.
-¡Helhest!- gritó Harald emocionado
El caballo respondió a su amo con un relincho que venía a significar que él también se alegraba de verle. Harald se acercó al animal y le palmeó el cuello.
-¿Cómo estas compañero? ¡Vaya susto me diste anoche! Veamos como tienes esa pierna.
Helhest no pudo más que resoplar. Harald se agachó y examinó la pata del animal. Estaba vendada y pringosa por una cataplasma de hierbas que tenía. No parecía muy inflamada. Parecía que esa mujer sabía lo que hacía.
-“¿Dónde estará Odalyn?”-pensó de repente.
Una vez asegurándose de que Helhest estaba bien salió fuera del establo. Rodeó aquella mezcla de casa en el bosque y árbol milenario y miró a su alrededor. Solo el prado y rodeándolo el bosque. ¿Dónde estaría aquella misteriosa chica? Pensó en ella y en sus hermosos ojos verdes. ¿Verdes? Miró hacia el bosque.
-“¿Y sí…?”-empezó a cavilar.
No habiendo acabado la frase avanzó directamente hacia la espesura del bosque. Recién empezada la mañana aquel lugar era impresionante. Los fresnos hayas, robles y demás árboles convertían aquel lugar en otro mundo. Una vez avanzado en lo profundo del bosque y desaparecida la pradera, Harald oyó agua correr.
-“¿Un río?- pensó para sí.
El sonido era pesado lejano y poderoso. No era como el fluir suave de un río. Y si lo era sería uno especialmente caudaloso.
-“No.-sentenció firmemente. Una cascada.”
Los incansable labor del agua había construido una de tamaño medio seguida por un río de cauce suave. Aquel lugar transmitía calma y paz. Harald respiró profundamente dejándose embriagar. El sol empezó a dejar entrever unos tímidos rayos matutinos que se colaban entre la niebla. Y ahí, sentada debajo de un gran fresno se hallaba Odalyn. Harald quiso acercarse a ella pero se detuvo al ver que estaba desnuda. Se hallaba sentada con las piernas cruzadas y los brazos apoyados con las palmas hacia arriba. Sus ojos estaban cerrados y respiraba profundamente, haciendo que sus pechos subieran y bajaran. A su alrededor había piedras, hierbas y ramas formando un circulo. Había lo que parecían los restos de una cierva delante de ella y ella se había pintado runas en el cuerpo con sangre. Lo que más llamó la atención de Harald fue la infinidad de animales que había allí reunidos. Lobos, ciervos, ratones osos, pájaros… Y un soberbio ciervo blanco como la nieve que se hallaba frente a la chica. Majestuoso e importante. En el fresno donde estaba Odalyn había una serpiente al pie, reptando entre sus raíces. Una ardilla en las ramas bajas observaba curiosa la escena sin detenerse un instante, saltando de una a otra. Y por último una majestuosa y enorme águila estaba posada en la copa dominando todo el claro. Harald se alarmó. ¿Por qué estaban ahí todas esas bestias? ¿Estaría la joven en peligro? Tanteó en su cinto para coger su espada pero no la encontró. Se maldijo a sí mismo por haberla dejado en la cabaña. Sin embargo sí que se había traído la larga y mortífera hoja de cincuenta centímetros que era su “scramasax”. Un arma con un mango forrado en cuero con una hoja larga de un solo filo con una letal punta, durmiendo en una vaina de cuero con motivos nórdicos. Jamás se separaba de él. Odalyn se levantó de improviso y se giró para acto seguido abrazar al árbol. Harald, que en ese momento se acercaba “sax” en mano se detuvo de improviso. No se esperaba aquello. Aparte de que tenía una visión perfecta de las nalgas de la muchacha, la escena le impresionaba bastante. También pudo fijarse en su rostro. Seguía con los ojos cerrados. Pero sonreía. Parecía en paz en aquel lugar. Además el sol empezaba a brillar y los rallos que daban directamente en la joven la hacían parecer más bella. La magia se rompió cuando uno de los lobos se percató del joven armado y se volvió hacia el con el vello erizado y enseñándole los dientes con terribles gruñidos, seguido de unos diez lobos más y cinco osos, que no parecían muy contentos.
-“No puedo con todos”-entendió Harald.- “En menudo lío te has metido”
Y cuando parecía que todo estaba perdido…
-¡Harald! ¿Pero qué coño haces? ¿Cómo se te ocurre venir a este lugar armado?
Odalyn se acercaba a él corriendo, haciendo que sus protuberancias botaran al ritmo de la carrera. De no ser por la situación, habría resultado hasta divertido. La chica se interpuso entre el hombre y las fieras.
-Odalyn… ¿Qué…?
-¡Cállate!-le interrumpió ella- ¡Suelta esa arma! ¡Ahora mismo!
-Pero…
-¿Quieres salvar el pellejo? ¡Pues suéltala!-parecía que iba a explotar
Harald soltó el “sax” de mala gana. Inmediatamente las fieras se alejaron y volvieron a tumbarse por el claro pacíficamente. Odalyn suspiró aliviada y se dejó caer al suelo.
-Dioses… creí que íbamos a tener otra pieza despedazada a parte de esa cierva. Y la verdad no me apetecía nada-dijo ella- ¿Pero en que estabas pensando? ¿Ibas a pasar a todos los animales a cuchillo? ¿Tú solo?
-Yo…-titubeó Harald- Pensé que estabais en peligro.
-Ves a varias fieras inmóviles apaciblemente… ¿y piensas qué estoy en peligro? No es un razonamiento muy inteligente que digamos. Por suerte no ha pasado nada. Guarda tu cuchillo. Yo tengo que lavarme.
Y sin decir nada más se zambulló en la poza de la cascada para desaparecer entre sus aguas. Harald estaba perplejo. Era demasiado para aquella mañana. Y para colmo aquella joven seguía en cueros poniendo a prueba el aguante del pobre Harald. Lo peor es que ella no parecía percatarse. Y si lo hacía no le importaba. Lo cual hacía que Harald tuviera ideas seductoras. Pero nada recomendables en su estado.
-“¡Mierda Harald! ¡Contrólate! ¡Piensa en Kaira! ¡Te está esperando! ¡Cuando llegue a casa pienso follarmela hasta que llegue el maldito Ragnarok!- se dijo a sí mismo.
Recogió su cuchillo y lo guardó en la vaina. Odalyn nadaba como una ninfa. Harald prefirió mirar al ciervo blanco que se había tumbado al pie del árbol. Era una criatura hermosa de una belleza mística. No parecía de este mundo. Aquel lugar destilaba poder. Harald sentía que si permanecía ahí el tiempo suficiente oiría la voz de los dioses. Mientras se maravillaba Odalyn salió del agua limpia y como una autentica diosa. Se escurrió el pelo y se dirigió a abrazar al ciervo blanco y a susurrarle algunas palabras al oído. Después todos los animales se acercaron a ella y la joven empezó a acariciarlos y abrazarlos así como a recibir muestras de afecto de ellos. Después cogió su vestido, que estaba detrás del árbol y se lo puso.
-Vamos volvamos a casa. Tendrás hambre
-¿Por qué me tuteáis?-preguntó incrédulo Harald- A penas nos conocemos.
-Si quieres puedo dejar de hacerlo-dijo ella con ligereza- Pero me dio la impresión que dado que hemos dormido desnudos y en la misma cama teníamos confianza.
Harald volvió a recordar la escena de la noche anterior. Lo cual lo incomodó un poco. Pero no dijo nada.
-¿Que hacíais en ese claro Odalyn?- preguntó Harald.
-Puedes tutearme-le dijo ella.- Y si quieres llámame Lyn. Odalyn es muy largo. Respecto a tu pregunta adoraba a los dioses y a los espíritus del bosque por cuidar de mí. Y por traerme a un visitante. Por aquí no pasan muchos. ¿No has notado el poder de aquel lugar? ¿No viste a los animales en paz?
Harald fue a contestar pero Lyn le hizo una seña para que se callara. Acto seguido fue corriendo en una dirección y Harald no pudo más que seguirla. Cuando la encontró Lyn estaba arrodillada ante el cadáver de una loba imponente. Tenía varias heridas, fruto de alguna pelea.
-¿Por qué?-preguntó Lyn casi a punto de llorar- ¿No pueden dejar de pelearse? Ya les dije que tenían sitio suficiente para cazar. Pero no me hicieron caso.
-¿Quiénes?-preguntó Harald.
-¡Los lobos! Y ahora Masha está muerta. Y lo peor es que estaba lactando. Sus crías deben de estar por algún lugar indefensas. ¡Debemos encontrarlas!
Encontraron a los lobeznos en una madriguera que había un poco más lejos. Eran seis. Tendrían una semana. Demasiado pequeños para sobrevivir sin su madre. Harald pensó que lo mejor sería acabar con ellos. Pero Lyn empezó a cogerlos con cuidado.
-Lyn… ¿Qué hacéis?-preguntó Harald.
-Pienso cuidarlos. No los dejaré morir.
Le habría gustado decirle que no podría. Que eran lobos. Que probablemente morirían. Que los animales salvajes no funcionaban así. Pero en vez de eso se quitó la capa y los envolvió a todos con ella. Lyn le dio las gracias con una mirada. Se dispusieron a volver a casa con seis lobeznos hambrientos. Por el camino Harald decidió que era buen momento para despedirse.
-Os agradezco la hospitalidad que me habéis brindado. Pero volveré hoy a casa. Me están esperando.
Lyn le miró risueña y solo le dijo…
-Lo siento. Pero no irás a ninguna parte.
-¿Cómo decís?-Harald estaba alerta.
-Vuestro caballo está herido. No podéis hacerle viajar.
-Helhest es más fuerte de lo que…
-¡Oh!-rió divertida- ¿Así que ese es su nombre? ¡Muy apropiado teniendo en cuenta que es negro y está cojo!
Si no estuviera deseando volver a casa Harald se habría reído de aquella ocurrencia.
-Pero es vital que vuelva. Tengo asuntos que…
-Una semana. Solo te pido eso. En una semana te prometo que tu caballo estará en plena forma para un viaje y cien más.
Harald se lo pensó un segundo. Si quería salir del bosque necesitaba a Helhest.
-Está bien-accedió al fin- Solo una semana.
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La semana pasó como a la velocidad en la que se derrite una vela. En ese tiempo Lyn enseñó a Harald los secretos del bosque, como identificar hierbas medicinales, a escuchar a los dioses del bosque y cuidar de Helhest y los lobeznos. También durmieron juntos como en la primera noche. Pero el día de partida llegó. Y Harald y Helhest estaban listos.
-¿A dónde te diriges al final?-preguntó Lyn mustia.
-A “Ragnastein”– dijo Harald- Es la capital del reino.
-¿En serio?-dijo Lyn- Llevo toda mi vida aquí. Así que se muy poco de lo que hay fuera de este bosque. ¿Es allí donde vives? ¿Dónde te espera tu mujer?
-Sí.-dijo Harald.- Os agradezco mucho lo que habéis hecho por mí. Por favor aceptad estas monedas…
-No las quiero.-dijo Lyn- No podría gastarlas aquí.- Y tu compañía me ha sido muy grata. Eso me basta.
-Volveré a visitaros algún día y…
-Seguramente estarás muy ocupado con otros deberes. Y estos bosques son peligrosos. Poca gente se acerca.
-Suerte con los lobos. Y que la suerte os sonría siempre. Que los dioses sean benevolentes y justos con vos.
Lyn fue a replicar que podía tutearle. Pero no dijo nada.
-¿Cómo salgo del bosque?- pregunto Harald.
-Ve hacia el norte. Siempre hacia el norte. No temas por las fieras del bosque. Lleva esto y no te harán ningún daño.
Lyn le tendió un paquete envuelto en cuero. Cuando Harald lo abrió se encontró un colgante circular de hueso con el árbol Ygdrasil en el centro.
-Sois demasiado amable- dijo Harald poniéndoselo- Os agradezco…
-¡Vamos!-le apremió Lyn con una sonrisa triste.- ¡Vete ya! Se te hará tarde. Y no creo que encuentres otra cabaña en la que pasar la noche.
Harald se dirigió hacia el norte. Tenía cien pensamientos en la cabeza. Lyn. Aquel lugar, el claro la cabaña, el fresno, los lobos, los animales, el ciervo blanco, el bosque. No dejaba de pensar en Lyn. ¿Qué hacía aquella joven sola en el bosque? ¿Y su familia? Ella no había dicho nada sobre el tema y Harald no quería ser grosero. Era hermosa y peculiar. No parecía de este mundo. Y sin embargo, Harald no pudo más que sentir pena por ella. Tan sola. En aquel bosque. Sin ningún ser humano… Pero no podía hacer nada por ella. Se dirigía hacia “Ragnastein” con su amada Kaira. Pero le daba rabia dejar sola a aquella chiquilla. Ella lo había dicho. No recibía muchas visitas. ¿Y si no volvía a ver a nadie en años? ¿Y si moría en soledad?
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Odalyn estaba limpiando la casa. Ya se había hecho a la idea que no volvería a ver a Harald. Había sido agradable esa semana con él. Poder hablar con alguien, reírse de él y con él, enseñarle el bosque… Y poder dormir con un ser humano por el simple placer de dormir. Pero eso se había acabado. Solo Odín y los dioses sabían cuando volvería a estar en compañía de otro ser humano. La solución era seguir con su antigua vida y no mirar atrás. Como había hecho siempre. Un ruido de cascos la despertó de sus ensoñaciones. Miró por una ventana y ahí estaba Harald montado en Helhest. Venía directo hacia la cabaña.
-“¿Pero qué querrá ahora?”-se dijo así misma Lyn saliendo fuera- “¿Tanto le costará orientarse?”
Cuando estuvo cerca de ella paró el caballo en seco. Y antes de que pudiera decir nada soltó a bocajarro:
-Odalyn: Sé que es muy repentino pero… ¿Quieres venir conmigo a “Ragnastein”?
Odalyn se quedó paralizada un momento. Después sonrío luminosamente.
-Sí-dijo en un intento de contener las lágrimas de la emoción.
CONTINUARÁ
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GLOSARIO:
Helhest: Caballo negro infernal de la diosa Hela que tiene tres patas.
Ygdrasil: Árbol del mundo de los vikingos. Contiene los nueve mundos conocidos por ellos.
Muspelheim: Uno de los nueve mundos. Reino primordial del fuego.
Odalyn: Nombre nórdico. Viene de Oda que significa pequeña punta de lanza y Lyn que significa bella.
Kaira: Viene de Katherin. Significa pura.
Asgard: Hogar de los dioses nórdicos.
Odín: Padre y rey de los dioses nórdicos.
“Scramasax”: El sax o scramasax (del antiguo alemán Schramme “herida superficial”, y Sahs “daga”) era el arma blanca más pequeña de las que portaban las tribus de origen germánico (francos, sajones, godos, etc.) que dominaron Europa occidental tras la caída del Imperio romano. Fue un arma muy utilizada también, y sobre todo, por los vikingos entre los siglos VIII y XIII.
Bjorn: Oso
EXTA PARTE: LAS CÍCLADAS.
Capítulo 28. Una clase de historia.
Atracaron en una pequeña bahía que les protegía del fuerte viento de levante que se estaba levantando. El islote en sí no era ninguna belleza. Era un peñasco de unos dos kilómetros de largo por uno y medio de ancho. Sobre el terreno, pedregoso y árido, apenas crecían unos pocos matojos que a duras penas sobrevivían al sol inclemente, los vientos y la escasez de lluvias. Los únicos habitantes visibles eran unas pocas especies de aves marinas que anidaban en la isla para evitar a los depredadores.
Las nubes se arremolinaban en el este. Según los informes meteorológicos las tormentas se sucederían durante las siguientes veinticuatro horas así que todo el equipo permaneció expectante y sin tener que hacer, con todo el equipo preparado.
La tarde se pasó en medio de la tensión y los trabajos rutinarios, así que cuando llegó la cena se apresuraron a dirigirse al comedor. Ahora Arabela ya no intentaba disimular su relación y procuraba estar al lado de Hércules que la trataba con delicadeza, pero haciéndole ver en todo momento que era él el que mandaba. Durante la cena, el resto de la tripulación les dejó solos para darles un poco de intimidad, pero el Doctor Kovacs, un arqueólogo excepcional, pero sumamente despistado, llegó tarde y plantó su bandeja frente a la pareja.
—Buenas noches, queridos amigos. Por decir algo, porque no me gustaría estar en alta mar cuando estalle esa tormenta. —dijo el hombre haciendo crujir sus nudillos antes de comenzar a devorar su cena.
—Tranquilo Doctor, según los pronósticos no durará mucho y antes de que nos demos cuenta estaremos en la isla. —respondió Arabela con una sonrisa.
El Doctor Kovacs era un anciano de rostro enjuto y grandes bolsas bajo unos ojos pequeños de un color gris acero que lo miraban todo con curiosidad. Además de ser un gran científico, era uno de los mejores profesores de historia y uno de los más salidos, siempre buscando faldas de alumnas que subir. Hércules aprovechó para hacerle una serie de preguntas. Su intención era llevarle hacia su terreno para intentar disuadirles de que excavaran en busca de la caja, pero pronto se dio cuenta de que tenían pruebas suficientes para no dudar del éxito de la expedición. Aun así Hércules se sintió fascinado por el minucioso trabajo y siguió preguntando.
— Lo que no entiendo es cómo a partir de un cuento de viejas podéis extraer información suficiente para saber que la Caja de Pandora es un objeto real y no una fantasía.
El profesor se limpió con una servilleta y lanzando a Arabela una mirada de lujuria inició una clase magistral:
—Lo mejor será ponerte un ejemplo. Como seguramente estás más familiarizado con la biblia que con los mitos helenos, usaremos mejor la primera. —comenzó el doctor tras un leve carraspeo— La historia de Jonás y la ballena nos valdrá. Supongo que la conoces.
—Si claro, a grandes rasgos. —dijo Hércules sin ocultar su interés.
—Está bien. Sabes la historia oficial, pero claro, esa historia pasó de boca en boca durante siglos antes de ser escrita por lo que probablemente no ocurrió tal como lo dicen las sagradas escrituras. No me cuesta mucho imaginar cómo podría haber pasado realmente. Quizás el gran Jonás era un judío esmirriado que a sus veintipico vivía aun en casa de su madre viuda. Una de esas madres hiperprotectoras que tendían a pensar que su hijo es el hombre más listo y atractivo de Judea y que por supuesto ninguna jovencita de los alrededores le merece. Ante su madre se mostraba como un chico formal y encantador pero la realidad era más bien otra…
Al escuchar hablar al profesor, los presentes, tras un día tedioso, acercaron sus sillas sedientos de una buena historia para acabar aquel día.
… En realidad, cuando su hijo Jonás iba supuestamente de peregrinación a Jerusalén, tomaba un pequeño desvió y se paraba un par de jornadas en Nueva Sodoma (por si no lo recuerdan, Dios se cargó la antigua) para correrse una buena juerga. Ya sabéis, alcohol, juego y un par de putas si quedaba algo de dinero. —continuó el anciano— El caso es que en esta ocasión la suerte le sonríe y gana casi un talento de plata a los dados. El primer instinto es llevárselo a su madre para que lo esconda junto a los ahorros de la familia o para comprar unas cuantas cabras más que añadir al rebaño que ya tienen, pero al salir a la calle, con la plata ardiéndole en la mano y ver la fachada del prostíbulo más lujoso de toda Sodoma, no se puede contener. Sin pensárselo dos veces entra dispuesto a quemar toda aquella pasta a base de polvos.
Respira hondo y atraviesa la puerta. Una mujer gorda toda enjoyada y pintarrajeada como una puerta le recibe obsequiosamente al ver la abultada bolsa que porta el recién llegado. Tras servirle una copa del mejor vino de Tarsis le lleva a una amplia estancia donde descansan las mujeres mientras esperan a sus clientes. Hay mujeres de todos los tipos y razas del mundo conocido, celtas, sirias, indias iberas… La madame le dice que con todo aquel dinero puede llevarse las que quiera, pero Jonás solo se fija en una. Nínive es una mujer de tez oscura como el carbón. Es alta y esbelta como un junco. Al ver que ha llamado su atención la mujer se incorpora del lecho donde yace y se acerca a él, exhibiéndose totalmente desnuda salvo por un collar y un cinturón, ambos compuestos con una mezcla de cuentas de hueso y azabache. Tiene los pechos grandes y redondos con unos pezones gordos y más negros aun que su piel, si eso es posible. Sus facciones son finas y agradables, tiene los ojos grande, los labios gruesos e invitadores y la nariz pequeña y ancha que le da un aire de niña traviesa, haciéndola irresistible a los ojos de Jonás.
Nínive acaricia a Jonás con una mano suave y le sonríe mostrando una dentadura blanca y regular. El afortunado judío no puede evitar la sensación de vértigo cuando un intenso olor a sándalo penetra en sus fosas nasales. La madame sonríe avariciosa y le comenta que la joven es la puta más cara del burdel, pero Jonás ya no oye nada y se limita a depositar la bolsa en las manos de la madame y a llevarse a Nínive a una de las habitaciones ordenando a la mujer que solo les moleste para llevarles comida y bebida.
Una vez a solas, Jonás no puede contenerse más y la obliga a quedarse quieta, desnuda frente a él. Observa con atención su piel brillante y perfumada por delicados afeites y acaricia su melena dividida en una miríada de pequeñas trenzas adornadas con cuentas similares a las que cuelgan de su cuello y cintura.
Su mano se desliza por la cara de la joven que sonríe al sentir el contacto y comienza a desvestirle hasta dejarle totalmente desnudo. La prostituta no puede evitar una risita al ver el miembro circuncidado de Jonás que sonríe un poco incómodo.
Al ver la reacción del joven, Nínive se agacha, lo coge entre sus manos con delicadeza y besa su glande con suavidad. Su polla se pone dura como una piedra inmediatamente, reaccionando tras una larga temporada de sequía.
La prostituta la agarra con sus manos y se la mete en su boca sonriente. La sensación de los labios y la lengua de la joven acariciando su polla es maravillosa, pero es más de lo que Jonás puede soportar y se corre casi inmediatamente en su boca. La puta se traga toda su semilla sin protestar y continua chupándole la polla para mantener su erección.
Jonás suspira roncamente y acaricia las trenzas de Nínive hasta que, totalmente recuperado del orgasmo la ayuda a levantarse y la tumba sobre un lujoso lecho. Tumbándose a su lado admira el bello cuerpo, recorre con sus manos su cuello y sus pechos, acaricia sus pezones y entierra sus dedos entre los labios de su sexo arrancándole el primer gemido de placer.
Animado por la respuesta de la mujer, comienza a masturbarla mientras recorre todo su cuerpo con sus labios saboreando los aceites que cubren su piel y dejando que sus aromas invadan sus sentidos.
Con un movimiento lánguido, Nínive se da la vuelta mostrando al pequeño judío un culo redondo y fibroso como el de una gacela, que Jonás no puede evitar morder y azotar con suavidad. Nínive gime y jadea con cada golpe, tensa sus piernas y agita su culo haciéndolo irresistible.
Jonás se acerca por detrás tras poner a la puta a cuatro patas. Nínive sonríe y cogiendo la polla de Jonás la dirige al pequeño agujero que da acceso a su ano. La joven prostituta sabe lo que debe hacer. Si tiene a aquel estúpido judío el suficiente tiempo embobado, ganara una buena cantidad de dinero y para ello está dispuesta a hacer cualquier cosa.
Aunque este circuncidada la polla del hombre es bastante grande y su intromisión le produce un doloroso calambre. Su esfínter se contrae repetidamente intentando expulsar aquel objeto duro y caliente y ella no puede evitar soltar un ahogado grito de dolor.
El culo de la puta es deliciosamente estrecho y Jonás no puede evitar hincarle la polla hasta el fondo. La mujer se queda quieta, rígida y con su mano le hace un gesto para que pare un instante. Jonás hace caso y se queda quieto mientras ella respira superficialmente hasta que el dolor se suaviza. Nínive comienza a moverse ligeramente y Jonás suelta un sonoro gemido de placer antes de comenzar a moverse.
Poco a poco va aumentando el ritmo y la profundidad de sus empeñones. La joven mete una de sus manos entre sus piernas y se masturba dando evidentes muestras de placer. Jonás se agarra a sus caderas y la folla con todas sus fuerzas mientras observa el cuerpo de ébano ponerse brillante de sudor.
Nínive se da la vuelta y le da un empujón. Jonás cae hacia atrás sobre el lecho. Se yergue inmediatamente intentando asir la bella gacela, pero esta se escurre y apartándose le pide que se siente en el borde de la cama.
Jonás obedece y ella le da la espalda sentándose sobre su regazo y clavándose de nuevo la polla en lo más profundo de su ojete con un sensual suspiro.
La puta comienza a moverse empalándose con fuerza una y otra vez mientras Jonás la rodea con sus brazos acariciando su clítoris, sobando su cuerpo y retorciendo y pellizcando sus pezones con fuerza. Los gemidos se convierten en desaforados gritos de placer cuando la mujer se ve asaltada por un monumental orgasmo. Jonás se levanta con la polla aun alojada en su culo, la empuja contra la pared de la estancia y la sodomiza salvajemente mientras le muerde el hombro hasta que no aguanta más y derrama en su interior incontables chorros de semen cálido y denso como la lava del Etna.
Cuando finalmente se retira, la mujer se gira y le besa por primera vez. Su boca sabe a semen y a uvas. Nínive le arrastra hasta la cama y recorre el cuerpo del hombre con sus uñas. lo lame da arriba a abajo y le mira con sus ojos grandes y oscuros. En ellos Jonás puede ver un deseo insaciable…
Las horas y los días se mezclan y difuminan en los brazos de esa belleza de ébano. Follan como leones y solo paran para comer, beber y descansar cuando Jonás está totalmente agotado.
Finalmente el dinero se acaba y Jonás se despide de la puta con un beso y la promesa de que volverá. Cuando sale del prostíbulo, apestando a sexo, la luz le deslumbra desconcertándole. Por un momento no sabe dónde se encuentra ni en qué día esta. Tras unos segundos se ubica y preguntándole a un transeúnte averigua que ha pasado nueve días, incluido el Sabbat follando como un animal con una prostituta gentil.
Recuerda el tiempo pasado con satisfacción hasta que con un escalofrío se da cuenta de que hace días que debería estar en casa. Mientras inicia el camino de vuelta a casa se pregunta qué excusa se va a inventar esta vez.
Al principio no se preocupa demasiado, pero a medida que se va acercando ve que se ha quedado sin historias y no sabe que decir. El pánico se va apoderando de él poco a poco hasta que ya no puede retrasarlo más y entra en casa.
—¡Jonás! —le recibe su madre con acento cantarín— ¿Dónde has estado mi amor?
—Verás, madre. Me ha pasado algo increíble. —respondió Jonás con su cerebro funcionando a toda velocidad.
—Cuéntame…
—Estaba camino de Jerusalén cuando Jehová se me apareció…
—¡Lo sabía! ¡Sabía que mi hijo era especial, que era un elegido del señor! ¡Alabado sea Jehová! —exclama su madre.
—El caso es que me pidió que fuese a esa ciudad de pecado, a… ¡Nínive! —dijo él con una súbita inspiración— Sí Nínive. Nuestro señor quería que denunciase su impudicia y su corrupción y anunciase a su gente que Jehová la destruiría si no se reformaba… Pero fui débil madre. Lo reconozco, huí a Jope y me embarque en el primer barco pesquero que encontré rumbo a… Tarsis dice recordando el dulce vino.
—¡Oh! ¡Pobre hijito mío! —dijo su madre anchándose una mano a la boca.
—Creí que estaba a salvo en el barco, pero Jehová envió una formidable tempestad. El pesquero se zarandeaba a punto de zozobrar. Los tripulantes, aterrados, aligeraron la nave y rezaron a sus dioses para aplacar la tempestad. Al ver que nada funcionaba me suplicaron que yo rezase a mi Dios, entonces reconocí lo que había pasado y me tiré al agua para evitar que muriesen inocentes por mi culpa. —continua Jonás envalentonado.
—¡Oh que valiente es mi niño! ¿Pero cómo te salvaste?
—Eso fue lo más extraordinario. Cuando ya creí que me ahogaba sin remedio Dios me envió un gran pez que me tragó entero, evitando que muriera ahogado y tras tres días que dediqué a rezar y dar gracias a Jehová, me vomitó en tierra sano y salvo…
—¡Ah! Ahora entiendo lo del olor a pescado hijo mío, por un momento creí que habías estado refocilándote con alguna mujer de mala vida.
—Madre, —replica él ofendido—¿Cómo puedes pensar eso de mí? En cuanto llegué a la costa vine directamente aquí.
—Estupendo, porque hay mucho que hacer antes de ponernos en camino.
—Pero madre —dijo dándose inmediatamente cuenta de su error— yo no…
—Deja de remolonear, el camino a Nínive es largo. Cuando le diga a tu tía Ruth que mi niño es un profeta se va a morir de envidia. Ella que siempre ha dicho que eras un jeta sin oficio ni beneficio.
—Como os podéis imaginar, el chico atrapado en su red de mentiras, no tuvo más remedio que ir a Nínive a pregonar el fin de la ciudad. Los habitantes se rieron de él mientras el perseveraba durante años sin éxito hasta que la muerte de su madre, que nunca dejó de creer en él, le permitió volver a casa.
Tras un instante de silencio la sala prorrumpió en una salva de aplausos. Hércules riendo manifestó haber entendido la lección y le dijo que era una lástima que ninguno de sus profesores hubiesen sido la mitad de entretenidos que él.
Riendo y comentando la divertida historia que se había inventado el doctor Kovacs sobre la marcha, se retiraron a su habitaciones esperando que el tiempo les permitiera al día siguiente que ellos también hiciesen historia.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: SEXO ANAL
Fusion Model Group.
Nota de la autora: si alguien quiere comentar u opinar, puedes mandar un correo a janis.estigma@hotmail.es Prometo responder. Gracias.
Encarna regentaba una limpia y honesta pensión, en un edificio de tres plantas, cercano al apartamento de Chessy. La mujer tenía su apartamento en la planta baja y, todo lo demás, estaba configurado en habitaciones de diferentes tamaños, cada una con su propio baño, para acomodar huéspedes. Encarna era famosa en el Village por su excelente cocina. Todos sus huéspedes comían, al menos una vez al día, con ella, en el enorme comedor de su apartamento. Ella seguía la política de las antiguas casas de hospedaje: las comidas entraban en el precio de la habitación.
Esa era la rutina de Encarna, atender a sus huéspedes, ir de compras al mercado del NoHo, y encargarse de cocinar para las dos docenas de clientes que siempre tenía en su pensión. Ya no se encargaba de la limpieza del edificio, relegando en un par de señoras vecinas, que estaban muy contentas con tal oportunidad, pero la cocina era de ella y de nadie más.
Chessy conocía a Encarna, pues, a su llegada al Village, estuvo viviendo tres meses en su pensión y conocía bien la fama de sus guisos. Así que, cuando su amistad con Cristo se cristalizó, le llevó a conocer a tal señora. Nada más entrar en el apartamento de Encarna, Cristo empezó a olfatear como un perro pachón, salivándole la boca por los recuerdos asociados a tales aromas. Aquel día, en concreto, la señora estaba sofriendo lomo de cerdo, con ajos, vino y tomillo, para después enterrarlos en manteca, y así conservarlos, como aún se hacía en España. ¿Quién no disponía de una orza de barro, llena de queso en aceite o lomo en manteca animal? Cristo sonrió, al pensar la respuesta… los de la ciudad no la tenían, los trepaorzas, como los llamaban en su tierra.
Era una denominación muy sureña, compuesta por dos palabras: trepa, una forma coloquial que significaba tirar al suelo, derramar, y orzas, las pequeñas tinajas de arcilla cocida que se utilizaban para guardar alimentos perecederos, conservados en aceite o salmuera.
Cuando llegó el boom de la emigración, que repartió a los andaluces por el mundo, se generó una fuerte demanda de los productos típicos de la región. Aquellos emigrantes no podían encontrar estas exquisiteces, a las que estaban tan acostumbrados, en Alemania, Suiza, o Inglaterra. Ni siquiera los que se habían quedado en el norte de España, lo conseguían. Así que, cuando regresaban en sus vacaciones, hacían acopio de vituallas tradicionales, que les aguantaran, al menos, medio año, para poder paladear de nuevo el regusto de su tierra natal. Jamones, morcillas y chorizos, carne en manteca, legumbres secas, quesos añejos, y frutas confitadas, eran preparadas en los hogares andaluces, por familiares abnegados, esperando que llegaran los que estaban lejos y “treparan las orzas”, para llevarse todos estos productos.
Pues así olía el apartamento de Encarna, a cocina andaluza, de la antigua, como cuando se hacía matanza en el clan y se sacrificaban cinco o seis grandes cerdos, que quedaban convertidos en chuletas, jamones, y deliciosos embutidos que irían desapareciendo en los siguientes meses.
En cuanto a la señora, se mostró contentísima de saludar a un chico de Algeciras, tan lejos de su tierra. Les invitó a unos aperitivos, y Chessy se reía, al escucharles parlotear en aquel veloz y silbante idioma que decían que era español, pero que no se parecía en nada a lo que se hablaba en el barrio hispano.
A partir de entonces, ambos eran invitados a almorzar a la mesa de Encarna, junto a sus huéspedes, al menos una vez en semana. Y de allí, venía él, con el vientre hinchado por haber repetido dos veces un colmado plato de puchero, al cual no le faltaba de nada, desde sus garbanzos, sus judías, y sus tiernas patatas, hasta un buen trozo de costilla, algo de pavo, y tocino fresco que llegó con la pringá. Hacía meses que no probaba un guiso así y se había atiborrado.
Por eso, cuando abrió la puerta del loft, estaba deseando pegarse una siesta cortita, para mejorar la digestión, ya saben. Como era habitual, tanto su tía como su prima no estaban en casa, así que disponía de un par de horas a solas, para dormitar a gusto.
Escuchó los apagados sollozos al poner el pie en el primer escalón que conducía al altillo. Se sobrepuso a la sorpresa y se asomó al dormitorio de su prima. El biombo japonés, negro y florido, estaba retirado. Pudo ver que no había nadie. Optó por mirar en el de su tía y la vio tirada sobre la cama, el rostro oculto entre las manos, llorando en silencio.
Se preguntó que habría pasado para derrumbar así a una mujer tan entera como Faely. ¿Habría ocurrido algún accidente? No lo creía, le habrían llamado, ¿no?
― ¿Ocurre algo, tita? – preguntó muy suavemente.
Noto como la mujer intentaba reprimir el llanto, pero aún tardó casi un minuto en levantar la cabeza, sorbiendo las lágrimas. Le miró con aquellos ojos enrojecidos y le sonrió.
― No es nada, Cristo, solo cosas de mujeres. No te preocupes.
― Tita, por favor – se sentó al borde de la cama, hablándole suave, en español. – Que me veas como a un crío, no significa que lo zea. No me creeré que un azunto de mujeres te arranque el llanto. Eres una mujer experimentada, acostumbrada a los reveses. Azí que te pregunto de nuevo… ¿Ocurre algo?
― Está bien… de todas formas, os acabaríais enterando – suspiró ella, cogiendo un pañuelo de un cajón de la cómoda y limpiándose la cara. – Ha surgido cierto problema en Juilliard que puede… salpicarme.
― ¿Con algún alumno? – Cristo no supo por qué, pero aquello le sonó a problema sexual.
― No, por Dios… Con un profesor, un colega…
― Amm – Cristo esperó a que su tía se explicara.
― Verás, después de varios años de celibato, he mantenido una aventura con un… compañero. Hace meses que acabó todo, pero, ahora está teniendo problemas con su esposa y ha decidido volver conmigo.
― ¿Zi?
― ¡Y yo no quiero! Pero me chantajea con una serie de fotos que tiene en su poder. Amenaza con hacerlas públicas en la escuela y eso sería fatal para mí. Juilliard no consiente actitudes de ese tipo, entre su profesorado. No puedo dejar que me despidan, Cristo.
― Bien. Es un azunto complicado. Hay que nivelar la balanza. Normalmente, ze zolucionaría por la vía violenta; darle una paliza y quitarle las fotos, por zupuesto…
― No, no puedo hacerle eso…
― Ya lo imaginaba. ¿Chantajearle a tu vez? ¿Zabes algo jugoso sobre él?
― No. Además, él tiene poco que perder ahora.
Cristo suspiró, buscando más ideas.
― Nesesito saber más. No puedo buscar una salida con tan pocos datos.
― Ahora no – sollozó su tía, de repente. – ¡No puedo hablar de eso!
― Vale, tita, cálmate. Zolo dime si te está presionando mucho…
― No me ha dado un ultimátum, pero me ha dejado claro que va en serio.
― Si, Cristo, pero… ahora no – susurró Faely.
― Bien, no importa. Zi dices que aún hay tiempo… pero no lo eches en zaco roto.
― Si – sorbió ella. – Cristo…
― ¿Qué?
― Gracias – le dijo, inclinándose sobre él y dándole un beso en la mejilla.
― De nada. Para ezo eres mi tiiiita – sonrió él.
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Esa misma tarde, Zara llegó al loft como un vendaval. Traía una buena noticia para su primo: ¡una entrevista de trabajo!
La verdad, soltarle una cosa así a la cara de un gitano del Saladillo no es muy buena idea. El clan Armonte y el trabajo… como que no hacen muchas migas entre ellos, pero Cristo aguantó estoicamente, como un campeón, y escuchó a su prima, acodados en el poyo de la cocina.
Por lo visto, la chica que se ocupaba de la agencia virtual, se casaba y dejaba el trabajo. Lo había escuchado comentar, esa misma mañana, a la Dama de Hierro en persona, – apodo que la gerente se había ganado a pulso – y había pensado en él. Cristo le había dicho, en varias ocasiones, que se manejaba bastante bien con los ordenadores, cosa bien cierta. No en vano, era el encargado de las descargas para todo el clan, tanto en películas como en música.
― Le hablé de ti a la gerente y le he comentado que no habrá ningún problema para cuidar de la web de la agencia. ¿Verdad, primo?
― Por zupuesto, prima. Mantener una página ofisial es una chiquillada.
― También tendrás que ocuparte de otras cosas, como recoger el correo o poner cafés. Ya sabes…
― Zi, ya veo, lo que ze dice un “corre, ve y dile” – suspiró Cristo.
― No sé que es eso, primo.
― Un chico para todo, Zara. El comodín del despacho – sonrió él.
― Si, eso, pero… ¿está bien, no?
― Zi, bonica, no te preocupes. Un trabajo es un trabajo.
El hecho es que Cristo no necesitaba trabajar, de momento. Sus ahorros le daban para estar unos cuantos años de vacaciones, pero la noticia le había impactado, ciertamente. ¡Se trataba de una agencia de modelos! No sería un trabajo pesado, ni agobiante, y dispondría, quizás, hasta de su propio despacho. ¿Cómo resistirse a estar rodeado de chicas hermosas?
― Mañana te vendrás conmigo. La entrevista es a las nueve de la mañana – le dijo Zara, sacando avíos del frigorífico.
― Perfecto, prima.
― ¿Y mi madre? – preguntó la preciosa mulata, una vez desaparecida la euforia.
― Le dolía la cabeza y ze ha echado un rato en la cama – la excusó Cristo. – Ahora la llamaremos para senar. ¿Te ayudo en algo?
― Puedes preparar la ensalada. ¿Sabes hacer una César?
― ¿Ezo que lleva? ¿Una corona de laureles?
― Nooo – exclamó Zara, riéndose. – Se llama así por el chef que la inventó.
― Aaah… to los días ze aprende algo, prima… tú dime que lleva y yo se lo esho…
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La agencia se encontraba en Dominick Street, no muy lejos de la parada de metro. Era un viejo hotel, reconvertido en un coqueto bloque de oficinas. Toda la tercera planta era propiedad de Fusion Model Group, nombre ostentado por la agencia. Zara le condujo a través de un par de puertas de cristal, dejando atrás a una rutilante chica rubia detrás de un mostrador de mármol, que portaba un manos libres en la oreja izquierda. Zara se la presentó como Alma, la recepcionista. La chica le esbozó una increíble y profesional sonrisa, sin dejar de hablar a través del micrófono.
Caminaron por un amplio pasillo, con vistas al exterior y varios despachos. Zara le indicó que allí se encontraba el personal de administración y el equipo de publicidad. Al final del pasillo, se abría el núcleo de la agencia, en varias salas anexas, de grandes dimensiones. Cristo observó la dinámica del personal. La primera sala disponía de dos despachos internos, cortados con paneles de cristal, cubiertos por estores oscuros, medio alzados.
― Esos son los despachos de los ayudantes de la jefa – le explicó Zara.
En el centro de la sala, rodeando una fuente de agua potable y una máquina de chocolatinas, varios sillones organizaban un área de espera, donde estaban sentadas dos chicas preciosas, ambas de raza negra, y, frente a ella, un hombre cincuentón, aferrado a un maletín, que no les quitaba el ojo de encima. Al otro extremo, tras una mampara esmerilada, varios sillones de peluquería estaban vacíos, junto a enormes espejos, provistos de iluminación propia.
― Territorio del equipo de maquillaje y peluquería – dijo Zara, señalando.
Zara le condujo a la siguiente sala, separada tan solo por un arco de entrada. A la derecha, como si se tratase de una gigantesca urna de cristal, se exponía una enorme sala de juntas, dotada de una larga mesa, así como un área de sillas para el público asistente, contra la pared del fondo. A la izquierda, dos puertas con rótulo dorado. Esta vez, las paredes no eran de cristal, sino de obra.
― Los despachos de la Dama de Hierro y de la jefa, así como la gran sala de reuniones – expuso su prima. – Más allá, hay dos salas de fotomontaje, un pequeño laboratorio fotográfico, los baños y los vestuarios. En el piso de arriba, la agencia dispone de un almacén, al cual tenemos acceso tanto desde los vestuarios, como por la escalera principal.
Zara llamó con los nudillos a la puerta marcada con el rótulo “Priscila Jewinski, gerente” y entró. Cristo esperó ante la puerta, sintiéndose un poco nervioso. Esta situación era absolutamente nueva para él, tanto lo del trabajo, como el entorno. Zara salió y, sonriéndole, le indicó que pasara.
― Bueno, ahora te toca a ti. Llámame con lo que sea que ocurra, ¿vale?
― Vale. Deséame suerte, prima.
― Suerte, primo – dijo, estampándole un gran beso en la mejilla.
Una señora mayor, de unos sesenta años, se sentaba tras un escritorio de acero y cristal, muy de toque modernista. Miraba la pantalla de su ordenador y le indicó, con un gesto, que tomara asiento frente a ella. Cristo así lo hizo y contempló a la mujer, con disimulo. Llevaba el pelo corto y rizado, dispuesto en grandes ondas, de un puro tono platino que disimulaba perfectamente sus canas. Poseía una mirada inteligente que solía estrechar sus ojos oscuros. Su rostro, ya tocado por la edad, aún mostraba la huella de un glorioso pasado. Por lo que podía ver Cristo, a través de la cubierta de cristal de la mesa, vestía un pantalón entallado, de color oscuro, y una blusa satinada, en un color crudo, muy elegante con sus puños de encajes.
Sin tener aún la atención de la gerente, Cristo paseó su mirada por el despacho. Resultó ser un tanto espartano para su gusto. Un pequeño sofá de cuero negro, contra una de las paredes, dos archivadores al lado de la ventana, tras el escritorio; una mesa auxiliar detrás de la puerta, con una silla ergonómica, y la propia silla en la que se sentaba Cristo. Apenas había objetos personales, salvo un portarretratos sobre el escritorio de la mujer, con una foto que el gitano no alcanzaba a ver, y una gran foto enmarcada en una de las paredes. Cristo reconoció a la gerente, con al menos treinta años menos, en la instantánea de una bella sonrisa, mostrada en primer plano. Detrás del rostro sonriente, entre brumas, el puente de Brooklyn.
― Esa foto es de 1972 – dijo de repente la señora. – Acababa de llegar a Nueva York.
― Está bellísima – musitó Cristo.
― Gracias. ¿Te llamas…?
― Cristóbal Heredia, señora.
― Bien Cristóbal. Zara me ha hablado muy bien de ti. Creo que sois familia.
― Si, señora. Ella es mi prima, por parte de madre.
― ¿Así que ella es en parte hispana? – levantó una ceja.
― Española – le rectificó Cristo. – Como yo.
― Bonito país… España. Estuve varias veces en los San Fermines…
― Yo soy del otro extremo del país.
― Ah, Andalucía, ya veo… playas encantadoras y muchos bares con tapas…
― Conoce usted muy bien mi país, señora – dijo Cristo, un tanto adulador.
― Si. Tengo pensado volver en unas vacaciones. Ya veremos…
― Avíseme cuando se decida, puedo recomendarle algunos sitios increíbles, por supuesto, fuera de las rutas turísticas. Puramente ingenuos…
― Se agradecería, Cristóbal, y ahora, dejemos el recorrido turístico y centrémonos en lo que la agencia necesita.
― Si, señora – Cristo se envaró en la silla.
La gerente le miró directamente a los ojos durante unos segundos. Tomó un lápiz con la mano y empezó a juguetear con él entre los dedos.
― ¿Traes referencias? ¿Un currículo? – preguntó, con una ladina sonrisa.
― No, señora. Me ha tomado por sorpresa completamente. Estoy de vacaciones en Nueva York, sin pensamientos de trabajar. Casi he sido arrastrado hasta su despacho, señora – Cristo devolvió la sonrisa, junto con la broma.
― Ah, las niñas de ahora son muy impulsivas.
― Mucho. Empiezo a notarlo. No obstante, le seré sincero. No he trabajado jamás para un patrón. Lo poco que he hecho, ha sido en un negocio familiar, pero, si le sirve de algo, puedo hackearle cualquier sistema de seguridad media.
― Vaya… no pensamos asaltar el Pentágono, chico.
Cristo se tragó la palabra “chico”. No era el momento de protestar por el trato. Si la señora quería un “chico” espabilado, él le daría eso mismo.
― Porque no quiera usted, porque “armas de destrucción masiva” si que tienen – dijo, señalando con el pulgar por encima de su espalda, refiriéndose a las guapas chicas de la otra sala.
La gerente soltó una carcajada sorprendente, en un tono fuerte y contagioso.
― Me gustas, Cristóbal. Tienes justo el carácter que se necesita para un puesto como el que ofrecemos. Me llamo Priscila – le dijo, alargando una mano por encima del escritorio.
― Todo el mundo me llama Cristo. Encantado, Priscila – contestó, tomando la cálida mano.
― Bien. El trabajo es el siguiente. Se actualiza la web oficial de la empresa diariamente, con eventos, ofertas de empleo, nuevas campañas, y demás secciones. También se actualizan, según proceda, los perfiles de las modelos representadas: crónica laboral, cotilleos, declaraciones para los fans… En este momento, contamos con doscientos veintiún modelos, tanto femeninos como masculinos; de los cuales, al menos, treinta son de primera fila.
Cristo dejó escapar un silbido que agradó a la gerente.
― ¿Podrías encargarte de eso?
― Sin problemas, Priscila. Así como el mantenimiento del servidor y de la red interna de la oficina.
― ¿De veras?
Cristo asintió, sin alterar su sonrisa. A saber que es lo que hacía la chica anterior…
― Repartirias el correo del día, tras recoger lo que hubiera en el apartado de correos.
― Vale.
― Harias algún recado para los departamentos. ¿Dispones de permiso de conducir?
― Por supuesto – su expresión no se movió ni un ápice con la mentira.
― Muy bien. Te encargarías de diversas tareas que surgiesen, de forma imprevista. ¿Te importaría servirnos algún café, a mí o a nuestra jefa, la señora Newport?
― En absoluto, Priscila, siempre y cuando no sea todo a la vez.
― Jajaja… Tienes un buen humor, Cristo. Me gusta.
― Gracias, Priscila… ¿o debo llamarla de algún modo especial, si decide que trabaje aquí? – preguntó, con algo de retintín.
― Oh, todo el mundo me llama Miss P, ya me he acostumbrado a esa forma. Ese y la Dama de Hierro, son mis nombres de guerra – se rió ella. – Pero puedes llamarme Priscila, en confianza.
“Parece que le he caído bien.”, se dijo Cristo.
― Normalmente, no suelo hacer esto. Dejo que el departamento administrativo haga las contrataciones, pero confió en Zara. Así que acércate a Administración y entrega esto – le pidió la señora, firmando una solicitud de empleo.
― Enseguida, Priscila. ¿Cuándo quiere que empiece?
― Aprovecha que Marion aún sigue aquí, y que te ponga al día de cuanto hace. Así que, en cuanto salgas de Administración, dirígete a Recepción y pregunta por ella.
― Marion, ¿eh? OK. – dijo con una última sonrisa, levantándose para abandonar el despacho.
― Cristo… perdona que te pregunte, pero ¿cuántos años tienes?
― Veintiocho, Priscila – esta vez, la miró seriamente, viendo como la sorpresa se reflejaba en el rostro. La atajó antes de que hablara. – Es una larga historia, señora, quizás en otra ocasión.
En Administración, se encontró con un hombre delgado y triste, que parecía haber chupado limones desde que nació, que, sin apenas palabras, se ocupó de rellenar su ficha con los datos pertinentes, dejando abierto un plazo para entregar su permiso de trabajo y su número de seguridad social. Con parquedad, el señor Garrico – nombre que había en la placa sobre la mesa – le informó de su salario, cuatrocientos sesenta dólares a la semana (unos trescientos cincuenta euros) y de la cobertura de su seguro médico.
Volvió al mostrador de Recepción, donde se encontró con que Alma ya no estaba sola, sino que una chica regordeta, de mirada enclaustrada por unas gafas de negra montura, y el pelo recogido en una tirante cola de caballo, se sentaba al lado. Marion, pensó y acertó de lleno. Alma le dio la mano, mientras pasaba una llamada hacia algún departamento, y le dio la bienvenida a la agencia. Esta vez la sonrisa pareció sincera. Le indicó de donde podía traerse una silla y, antes de hacerlo, Cristo admiró con disimulo el cuerpazo de la rubia Alma. Demasiado rellenita para ser modelo, pero no había duda que había surgido de sus filas.
Se sentó al lado de Marion, presentándose de igual modo. Esta, al contrario que su compañera, era un cerebrito cursi y lleno de prejuicios, que le explicó, casi con desdén, cuales serían sus tareas. Como tal había sospechado Cristo, la chica se limitaba, escrupulosamente, a introducir datos en su ordenador. No quería saber nada de servidor, ni de redes, ni de problemas externos. Estaba seguro que, aún menos, serviría un café… pero él lo haría, con gusto. Eso le permitiría moverse por el interior de la agencia y fisgonear. ¡Sería la hostia de divertido!
La única alegría que le dio Marion fue cuando le dijo que también debería ocuparse de fotografiar los eventos. Así que estaría presente en las fiestas, en las convenciones, en las galas, y en las pasarelas, fotografiando modelos e invitados, para después incluir las mejores en la web. Así mismo, debería actualizar las fotografías de los perfiles de las modelos, pero, para ello, usaría fotografías profesionales que se les proporcionarían.
¡El sueño de cualquier hombre!
Por otra parte, Alma le puso al tanto de la jerarquía de la agencia, entre llamada y llamada. Ya había conocido a Garrico, el administrador, quien usaba a su joven secretaria también como amante. Miss P era el motor de la agencia, experimentada, dinámica, y algo tiránica. Alma atendía las visitas, pasaba las llamadas, recogía recados, y, en una palabra, hacía de guardia de tráfico a la entrada. El departamento de publicidad trabajaba a temporadas, con proyectos definidos, y, en ese momento, no los tenía, así que no estaban.
La jefa llegaba a media mañana y repasaba los asuntos con su mano derecha, Miss P, y bien se marchaba de nuevo, o bien se encerraba en su despacho. Solo se ocupaba de los grandes eventos, o bien de las tres primeras damas de la agencia, o sea, las modelos más retributivas. Alma le señaló una fotografía enmarcada, en una de las paredes de la entrada, que era visible a la salida, no a la entrada. En ella, el busto de una hermosa mujer sonreía a la cámara, las manos cruzadas bajo la barbilla. Vestía elegantemente y se apoyaba sobre una mesa de madera. Debajo de ella, en letras doradas, se leía: Candy Newport, directora de Fusion Models Group.
Cristo revisó sus recuerdos. Conocía aquella mujer, o, al menos, la había visto antes. Efectivamente, la había visionado junto a otras mujeres maduras famosas, en una lista de MILFs glamorosas, en una de las razzias virtuales que organizaba con sus primos, en Internet. Aún recordaba lo que dijo Ramón, uno de sus primos más cándidos: “Si ella fuera mi madre, siempre estaría haciéndome el enfermo para que ella me cuidara.”
Había sido una modelo muy cotizada, junto a compañeras muy famosas, como Cindy Crawford, Eva Herzigova, Naomi Campbell, Claudia Schiffer, o Tyra Banks; y, como estas divas, supo invertir bien en su futuro, creando una agencia que disponía de grandes activos. Ella y sus dos ayudantes personales, Crissa Hess y Niles Stucker, se ocupaban de representar personalmente a las modelos con más proyección. El equipo de maquillaje y peluquería constaba de tres personas, como base, pero era ampliado en los eventos importantes. El vestuario era enteramente subcontratado, junto con su propio personal. Dos fotógrafos colaboraban con la agencia, pero que no estaban en nómina, y, finalmente, un equipo de limpieza subcontratado venía todos los días.
― Así que este será mi puesto de trabajo, ¿no? – le preguntó a Marion.
― Si. Aquí tienes todo cuando necesitas. Tu terminal, el intercomunicador, un diario de notas, varios bolígrafos – enumeró la chica, con una sonrisa.
― …y la bella de Alma a mi lado. ¡Este es el mejor lugar de toda la agencia! – exclamó Cristo, haciendo reír a la recepcionista.
― Me gustan los aduladores – respondió ella.
― ¿Por qué te marchas, Marion? Este parecer ser un buen trabajo.
― Me caso y mi futuro esposo gana lo suficiente como para que no trabaje. Quiere que me dedique solo a él y a nuestros hijos.
― Conozco el tema – suspiró Cristo.
― ¿A qué te refieres?
― A que serás una yegua de cría – repuso Alma.
― Más o menos – sonrió Cristo.
Marion se encogió de hombros.
― Tendré una buena casa, tiempo para mí, y una doncella para ayudarme. No creo que sea una mala vida.
― No, siempre que sea lo que tú quieras – le dijo su compañera.
― Es lo que he deseado desde que me hice mujer. Ahora me dedicaré. estos meses antes de la boda, a perder unos kilitos para estar bien guapa – hizo un mohín, tironeándose de la cola de caballo.
― ¿Aún más? – preguntó Cristo, adulador. – Vas a hacer que tu esposo tenga un síncope.
Y, de esa forma, Cristo se ganó la confianza de las dos chicas, allanando, con mucha diplomacia, su camino de entrada. Llamó a Zara, pero no respondía, así que le dejó un mensaje: “Somos compañeros de trabajo, prima.”
A media mañana, cuando ya empezaba a aburrirse de estar sentado al lado de las chicas, sin hacer nada, apareció Zara. Le dio un gran abrazo y dos besos, felicitándole. Llegaba de asistir a un cursillo de posado, impartido por un profesor de Artes Escénicas. La agencia se tomaba estos cursillos con seriedad, haciendo obligatoria la asistencia de todas las modelos que estuvieran sin tarea específica. Por eso había dejado el móvil en el bolso.
― Me lo llevo a tomar un café abajo – le dijo Zara a Alma.
― Vale.
En el piso bajo, había una cafetería, junto a un buen kiosco de prensa, y una floristería. La cafetería estaba llena, pues había varias oficinas en la manzana. Pidieron un café y un té, y compartieron un sándwich, mientras Cristo le contaba su entrevista.
― Parece que le he caído bien a Miss P.
― Es severa, pero no es mala persona. Si cumples con tu trabajo, te la habrás ganado. ¿Cuándo empiezas en serio?
― Mañana es el último día de Marion, que me enseñará los procedimientos de administrador con el servidor. Hoy he estado viendo las fichas de las modelos y la web. No creo que tenga dificultades con ello.
― Muy bien, primo.
― No he visto a la jefa aún.
― Hoy no ha venido.
― ¿Qué pasa? ¿Te pone nerviosa? – preguntó Cristo, viendo como tembló la taza de café en las manos de Zara.
― Bueno… es que me ha llamado.
― ¿Quién?
― La jefa.
― ¿La jefa te suele llamar a ti, prima? ¿No eres una de las novatas?
Zara no contestó y siguió mirando la taza con insistencia.
― Zara, ¿qué ocurre? ¿No vas a contármelo?
― Miss P me llevó al despacho de la jefa, el primer día que entré en la agencia. No lo hizo con ninguna otra novata, pues después he preguntado a todas. Por lo visto, Candy Newport conoce a mamá, de antes. Coincidieron en no sé que trabajo y en un par de galas.
― Bueno, no es extraño. Tu madre trabaja en una academia de las prestigiosas y ha sido artista. Seguramente habrán coincidido en algunos eventos – argumentó Cristo.
― Si, claro, pero, lo extraño, es que me parecieron íntimas. Al menos, mi jefa conocía un montón de detalles que no son de ser meras conocidas.
― ¿Y?
― ¡Pues que mi madre lo ha negado! ¡Dice que no conoce a esa señora de nada! ¡Que no se acuerda de ella!
Cristo pensó en lo que Faely se callaba, en el problema que le comentó… ¿Estaría relacionado?
― Es raro.
― Pero ahí no se queda la cosa.
― ¿Ah, no?
― Me desnuda con la mirada – musitó Zara.
― ¿Cómo dices?
― Cada vez que nos cruzamos o que entra en la sala, cuando estoy posando, siento como me observa. Noto sus ojos recorriendo todo mi cuerpo. Su expresión la delata, me desea…
― Vaya con la jefa. ¿Qué piensas hacer?
― No lo sé. No se ha insinuado mínimamente; siempre guarda la distancia y la compostura, pero… no sé qué hacer si diera el paso y se insinuara.
― ¿De verás, Zara?
― Cristo… es muy guapa y una leyenda viva. Yo mataría por ser como ella, ¿comprendes? No creo que pueda resistirme – abrió las manos la chica.
Se quedaron en silencio, ensimismados en sus propios pensamientos. Zara intentaba imaginarse como sabrían los carnosos labios de su jefa, y Cristo, por su parte, pensaba cómo podría conseguir empujar a su prima a los brazos de la buenorra Candy Newport.
Cada uno manifestaba su sueño de esperanza… el sueño americano…
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A la semana siguiente, Cristo invitó a almorzar a Chessy y Spinny, en la cafetería de los bajos del edificio de la agencia, para celebrar su nuevo trabajo. Ese día, empezaba por su cuenta. Marion se había marchado, rumbo a su mundo idílico, y él quedó como maestro de la red. Chessy estaba muy orgullosa de él, de su capacidad de integración en la sociedad americana. Claro que no podía saber que Cristo era un camaleón humano. Buscando su propia comodidad, podía adaptarse incluso a vivir en una tienda, en mitad del desierto, siempre y cuando no tuviera que ir a por el agua al pozo.
dos días antes, Faely le acompañó a la oficina de Inmigración para solicitar un nuevo tipo de visado, esta vez de trabajo temporal, y le avaló la acreditación de residencia. Cristo no tuvo mayor problema, tras mostrar un extracto de su cuenta bancaria, ya se sabe, si demuestras que tienes pasta para mantenerte, puedes quedarte en los Estados Unidos. así consiguió su permiso de trabajo y su número de la Seguridad Social.
Su romance con Chessy iba viento en popa, o, al menos, todo lo que se atrevía. Ya le había perdido el mal rollo al delgado falo de la transexual y los besos y caricias profundizaban cada vez más en su lujuria, pero aún no se atrevía a llegar más allá de una paja o una felación.
Sin prisas, se decían el uno al otro, entre románticos besos. Por su parte, Chessy vivía en un estado inusual. Se veía inmersa en una fluida historia emocional, tan romántica como una novela y totalmente desacostumbrada para ella. Vivía momentos deliciosos, comparables a idílicas películas, que capturaban su alma como un mosquito en el ámbar.
Chessy dejó el brazo de su novio, le dio un besito en la mejilla, y dijo que iba al lavabo. Spinny, en cuanto se quedó a solas con su colega, le dijo, en un tono conspirador, que su padre le había ordenado que limpiara las taquillas de Gus y Barney, los violadores del parque. Así que Spinny había apañado unas cajas de cartón para guardar en ellas cuanto hubiera dentro de las taquillas. Las cajas pasarían al pequeño desván que había sobre la oficina del desguace, en espera de que los dos extrabajadores salieran de la cárcel.
― Mira lo que he encontrado en una de las taquillas – le sopló Spinny, abriendo la funda de su guitarra y sacando una bolsa de plástico.
Spinny dejó al descubierto un pequeño bote de cristal con cuatro piruletas dentro, bañadas en un líquido incoloro.
― Creo que el líquido es la misma droga que usaron cuando abusaron de las chicas en el parque infantil – dijo, desenroscando el tapón y olisqueando el interior.
― ¿Cómo lo sabes? – le preguntó Cristo, tomando el bote y haciendo lo mismo.
― ¿Para qué otra cosa iban a dejar piruletas empapándose en un líquido si no fuera alguna droga?
― Tienes razón. Sin duda pensaban endiñárselas a otras chiquillas.
― ¡Que viene Chessy! ¡Guárdalas en tu mochila! Ya no me da tiempo colocarlas en la funda…
Con prisas, Cristo enroscó la tapadera y deslizó el bote en el interior de su mochila, abierta y colgada del respaldar de su silla. Spinny sonrió, nervioso, cuando Chessy se sentó.
― Seguro que ya estabais hablando de chicas – les recriminó Chessy, al ver sus expresiones.
― ¡Es que teniendo a tu colega trabajando en una agencia de modelos, pues… es difícil no preguntarle nada! – dijo Spinny, acompañando sus palabras de una risita.
Los tres se rieron y siguieron charlando. Tomaron postre y café, mientras planeaban una excursión al norte del estado. Chessy, con apremio, informó a Cristo de la hora que era. Se había despistado y ya tenía que haber vuelto al trabajo. Así que pidió la cuenta, mientras se despedían, y cinco minutos más tarde, subía corriendo las escaleras hasta el tercer piso.
La mochila, mal colocada a su espalda, se bamboleó en exceso, originando que la tapa del bote, cerrada a toda prisa y sin precisión, saltara, derramando el líquido y dejando las piruletas secas.
― ¿Haciendo ya novillos? – le sonrió Alma, al llegar jadeante ante ella.
― Estaba almorzando en la cafetería, con mi chica y un amigo… se nos ha ido el santo al cielo…
― ¿Santo al cielo? – se asombró Alma.
― Es una expresión española. Quiere decir que nos hemos despistado. Ya sabes, lo de mirar con la boca abierta como asciende un santo varón hacia el cielo…
― ¡Jajaja! – estalló en una carcajada la rubia. – Eres muy gracioso, Cristo… de veras…
― Bueno, tendrías que verme desnudo, entonces si que te troncharías…
La chica se llevó la mano a la boca para atajar la nueva carcajada, ya que el teléfono empezó a sonar. Cristo se sentó en su puesto y dejó la mochila colgada de la percha que tenían a la espalda, con la cremallera medio abierta. Ambos se sumergieron en la actividad laboral, arrastrados por su dinámica.
Una hora más tarde, Cristo levantó los ojos al escuchar un vivo taconeo. Lo primero que vio fue un pelo casi naranja y un rostro lleno de pecas, que avanzaba hacia el mostrador. ¿Quién no reconocería aquel rostro moteado, dotado de los ojos más verdes que jamás existieron en la faz de la tierra?
― ¡Joder! ¡Katherine Voliant! – jadeó.
― Si, tiene una sesión esta tarde – le replicó Alma.
― No sabía que estuviera en esta agencia…
― ¿No te has leído aún las fichas?
― No.
― ¡Vago! – susurró Alma, sonriendo a la top model que se plantaba ante el mostrador.
― Hola, Alma – saludó la modelo, apoyándose sobre el mármol. — ¿Cómo estás?
― Como una maceta plantada en este vestíbulo – bromeó la rubia.
― Pero… ¿te riegan?
― Ay, no todo lo que quisiera…
Las dos chicas estallaron en risas, mientras que los acompañantes de la modelo llegaban. Una mujer madura, con enormes gafas de vista, y un tipo bien vestido, con aspecto de leguleyo.
― ¿Es nuevo o es hijo tuyo? – preguntó la modelo de pelo naranja, señalando a Cristo, quien estaba pasmado ante ella.
― ¡Katherine! – la amonestó Alma. – Es Cristo. Sustituye a Marion.
― Ah, encantada – le dijo, alargando su mano. – Por fin te has quitado esa sosa de encima.
― Se va a casar. Compadezco al marido – agitó la mano Alma.
― ¿Y tú? ¿No hablas? ¿Solo tecleas? – le preguntó la modelo a Cristo.
― A veces no callo – sonrió Cristo, recuperando el uso de su mandíbula. – Pero, en otras ocasiones, es mucho mejor contemplar…
― Vaya… que galante… ¿Eres latino?
― Solo mi idioma. Soy de España.
― ¡Caray! Un chico europeo. Esta agencia está tomando categoría.
― ¡Como te escuchen la Dama de Hierro! – se rió Alma.
Cristo se grabó bien aquel rostro que estaba a un palmo de él. Era bella aún sin maquillar, con aquel pelo que parecía repasado por un cortacésped, de un color oxidado, y la enorme multitud de pecas que cubría todo su rostro. No se trataba de unas cuantas pecas en la nariz y en las mejillas, no… nada de eso. Era como si le hubiese explotado una lata de lentejas en la cara, salpicando frente, nariz, pómulos, la mandíbula, parte del cuello, los hombros – por lo poco que podía ver Cristo – y, seguramente todo el pecho. La piel era casi nívea, pero las pecas eran de un tono pardo, lo que las hacía resaltar fuertemente.
Eso hacía que aquellos dos ojazos increíbles resaltaran aún más, casi anulando la conciencia del gitano. Pestañeó varias veces cuando se dio cuenta de que Katherine Voliant le hablaba.
― ¿Si?
― Te preguntaba si mi perfil está actualizado.
― No lo sé. aún estoy repasando el trabajo de Marion.
― A ver que vea – dijo la modelo, rodeando el mostrador y colocándose a espaldas de Cristo, con una mano apoyada en su hombro.
Cristo abrió la sección de perfiles y buscó el de la guapa chica. Lo abrió y lo repasaron juntos.
― Aún no está puesto el evento de México. No está actualizado. ¿Te pones a ello…? ¿Cristo?
― Sip, Cristo, zeñorita. Voy a buscar las fotos de esa juerga y se lo actualizo todo.
― ¡Olé! – exclamó ella, en respuesta a las palabras dichas en español por el joven.
― Es casi la hora – dijo la mujer, señalando el reloj. – Deberíamos pasar a maquillaje ya.
― Si, Helen, enseguida – dijo, girándose y tocando la mochila de Cristo con la espalda.
Katherine se giró y la miró, descubriendo, a través de la abierta cremallera, el tarro con las piruletas.
― ¡Dios mío! ¡Hace siglos que no me como una de estas! ¿De quien es la mochila?
― De Cristo – respondió Alma.
― ¿Puedo coger una? – le preguntó directamente.
Cristo se quedó estático, sin saber qué decir. No podía decirle que no; quedaría como un borde, como un esaborío, en sus primeros días. Pero, en caso contrario, ¿qué ocurriría? ¿Cómo reaccionaría la modelo? Cristo se encogió de hombros, tomando una determinación. Al menos no era una chiquilla y se controlaría, se dijo.
― Por favor… ¿quiere una, Alma? – ofreció él.
― No, gracias, nada de azúcar.
Tan contenta como una niña, Katherine apartó la tapa y tomó una con dos dedos, dispuesta a llevársela a la boca.
― Ahora no, Katherine. Primero maquillaje – la regañó la mujer.
― Tienes razón. Quizás la pueda usar para las fotos.
― Buena idea.
Cristo suspiró, aliviado. Lo que sucediera, lo haría fuera de la agencia, se dijo. La modelo se despidió de ellos y marchó hacía las salas del interior. Cristo se levantó y comprobó el bote. La droga había empapado el fondo de la mochila y las piruletas estaban secas. Cerró el bote y la cremallera de la mochila. Se sentó, mordiéndose el labio.
― Es guapa, ¿eh? – le pinchó Alma.
― Me ha hecho sentirme como un ratoncillo delante de una hermosa serpiente.
― ¡Jajaja! Puede que sea así… toda una devoradora… Le has caído bien y eso suele ser difícil. Katherine no es de las que da confianza a las primeras de cambio.
― ¿Debo sentirme honrado?
― Puede que si.
― ¿Quiénes son los que la acompañan?
― Su tía Helen, que se ocupa de su maquillaje y Trask, su manager.
― Vividores – escupió Cristo.
― Exacto, nene. Astutos vividores.
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Katherine no sabía qué le ocurría. Llevaba casi una hora posando, con diferentes trajes y distintos escenarios. Carl, uno de los fotógrafos habituales, sabía sacarle partido a su rostro y a su sinuoso cuerpo. Se habían divertido los dos, usando la piruleta en muchas tomas. Además, dejaba un tono rojizo en su lengua que gustaba bastante al fotógrafo. Pero, sin saber cómo, había pasado de la diversión al deseo, y ahora, una hora más tarde, era pura provocación.
Apenas podía controlarse, enseñando más piel de la que debía, insinuándose con la mirada, con la boca, con sus caderas… Incluso Carl, que era más maricón que un palomo cojo, se había sentido violento con su actitud. Finalmente, cortó la sesión, sabiendo que no sacaría más de ella. Las fotografías sobre moda se habían transformado en poses más que eróticas. Él tenía una reputación y prefería cortar a tiempo.
Tía Helen, que se había dado cuenta de la actitud de su sobrina, le aconsejó que se diera una larga ducha antes de cambiarse y marcharse.
― No hay ninguna prisa. Relájate bajo el chorro – le susurro, empujándola hacia los vestuarios.
Cuando Katherine llegó a los amplios baños, prácticamente jadeaba. Se miró a uno de los espejos, apoyando las manos en el lavabo. Contempló su rostro a placer, maquillado exquisitamente. Su lengua surgió y lamió sus pintados labios sensualmente.
― ¡Eres una perra, Katherine! – le escupió a su reflejo. – Una perra salida que se follaría a todo un batallón…
Respiró con calma, intentando calmarse, y se metió en uno de los vestidores, quitándose las prendas que debía devolver. Las colgó de las perchas que se encontraban allí, y volvió a contemplar su cuerpo, ahora solo con unas braguitas encima. Sonrió al verse hermosa. Sus senos eran de tamaño medio, pero suficientes para su esbelto cuerpo. De lo que estaba más orgullosa, era de sus nalgas. Poseía uno de esos traseros de ensueño, en forma de pera, de nalgas pequeñas y prietas, redonditas; un culito para no dejar de acariciar. Además, esa parte, junto con sus piernas, constituían las únicas partes de su cuerpo, libres de pecas, con una piel inmaculada y tersa.
Sus dedos pellizcaron los oscuros pezones, de forma delicada pero constante. Ya llevaban tiesos casi toda la sesión, poniendo de relevancia su longitud. Ella lo sabía. Ya en el colegio, los comparaba con los de sus amigas en las duchas. Tenía unos pezones larguísimos, de casi tres centímetros, que parecían pequeñas antenas desplegadas sobre sus tetitas pecosas. Unos pezones muy sensibles, que la hacían derretirse cuando se pellizcaba duramente, tal y como lo estaba haciendo, en ese momento.
Al segundo de gemir, se dio cuenta de que necesitaba correrse y, para eso, no había nada mejor que un buen chorro de agua en el clítoris; agua caliente a presión. Desnuda, salió del vestidor y se metió en una de las duchas individuales, las cuales disponían de un asiento alicatado, que surgía de la pared, justo frente al chorro principal. Este diseño permitía a las chicas depilar sus piernas con comodidad, e incluso ducharse sentadas, si lo deseaban.
Con dedos temblorosos, tomó un poco de gel líquido y, sentándose con las piernas abiertas, untó directamente el jabón sobre su vagina. Vulva y clítoris quedaron bien impregnados y, como ya estaban bien humedecidos por su propia lefa, enseguida se empezó a producir pequeñas pompas de jabón.
Katherine apoyó la espalda desnuda contra el mosaico de azulejos, sin importarle su frialdad, y cerró los ojos, buscando en su calenturienta mente, la escena ideal para producir su orgasmo. Sus dedos se deslizaban sobre su depilado pubis, formando pequeños círculos que conmovían su sensible sexo. Cada movimiento rotatorio era acompañado de un pequeño gemido anhelante, que nunca antes exhaló ante ningún amante. Aquellos gemidos solo estaban reservados para su intimidad, para su propio y único placer, en las pocas ocasiones en que su libido se había descontrolado como hoy. Katherine solía gozar en silencio. A pesar del desparpajo que ostentaba al posar, seguía siendo una tímida en cuestiones sentimentales, y, para ella, el sexo era un sentimiento. Le daba vergüenza que la escucharan así, como implorando placer. Así que procuraba apretar los dientes y resoplar, todo lo más, al alcanzar el clímax.
Con una mano, abrió bien sus labios mayores, sacando a la luz su clítoris. Con el dedo corazón de su otra mano, acarició largamente, de abajo a arriba, su zona erógena. Desde el fondo de su vulva hasta acabar sobre el clítoris. Katherine sintió tal calor recorrer su columna, naciendo en su entrepierna, que tuvo que ponerse en pie y alcanzar el teléfono de agua. Ni siquiera esperó a que el agua adquiriese una temperatura adecuada. Abrió el grifo y salpicó sus senos y su vientre. El agua fría le aclaró la cabeza y cortó la escalada de sus sentidos.
Se quedó con la boca abierta, jadeando por la impresión, pero, de inmediato, una sonrisa estirazó sus labios. El agua empezó a brotar más cálida y Katherine retorció uno de sus pezones, con lo que tuvo que morderse el labio para no proferir un sonoro lamento. Su cuerpo se retorcía, sentado sobre el ancho poyo, sometido al capricho de sus propias caderas movedizas. Su pelvis había asumido voluntad propia, haciendo que sus nalgas se rozasen impúdicamente contra la fría superficie. Jamás se había sentido tan perra, tan salida, tan puta, como para casi aullar de deseo.
Con delicadeza, introdujo el dedo en el interior de su vagina, palpando la suave mucosa, buscando su punto G, a pesar de saber perfectamente que no lo alcanzaría de pleno. Por sí sola, era incapaz de llegar tan adentro, pero gozaba con la sensación de intentarlo. Manejando el teléfono con la otra mano, aumentó la presión de los chorros y los dispuso sobre su clítoris.
― Diossssss – siseó.
Era una maravilla, que aumentó moviendo más rápidamente el dedo que tenía en su vagina. Su mente buscó un recuerdo excitante, una situación que la llevara a alcanzar el orgasmo, pero, a pesar de tener muchos amigos y amantes, su propio deseo le trajo algo que no esperaba.
“Hola, Alma… ¿Cómo estás?”
“Como una maceta plantada en este vestíbulo.”
“Pero… ¿te riegan?”
“Ay, no todo lo que quisiera…”
La sonrisa de Alma, su potente cuerpo, su ronca voz… En el fondo, Katherine lo sabía. Era conciente de que, en los momentos decisivos de su vida, distintas mujeres habían tenido la voz cantante. No se fiaba de los hombres para una relación duradera y plena, y siempre había sido una mujer quien la había guiado en una nueva etapa de su vida.
Fue su tía quien la metió en aquel falso e hipócrita mundo. Fue Vanesa quien le rompió el corazón, la primera vez, y, finalmente, fue Amelie la que vendió aquellas fotos a la prensa rosa. Los hombres pasaban, sin pena ni gloria, por la vida de Katherine. Solo servían para un instante fugaz, pero las mujeres… Ah, eso era otra cosa.
Ahora parecía que era Alma, la que le interesaba desde hacía unos meses. Quizás era la adecuada, una chica sencilla, trabajadora, alejada de los brillos cegadores de la fama y de la gloria. Una chica que sabía cuan peligroso era ese mundo, que lo entendía, pero que se mantenía a un lado. Alma… ella quería regarla mil veces, con el icor que surgía de su coño, como una fuente susurrante de deseo…
Aumentó más la presión. Los finos chorros de agua casi dolían sobre su piel sensible. Se quejó en voz alta, sabiendo que el devastador orgasmo que estaba amasando estaba muy cerca. Katherine era un tanto especial con su placer, y dado que había descubierto que era multiorgásmica, solía procurarse uno o dos orgasmos “menores” que servirían para prepararse, como un aperitivo para la gran ballena blanca, aquel Moby Dick que atravesaría su coño, dejándola agotada.
Envuelta por sus propios gemidos, no escuchó la entrada de dos compañeras, que se quedaron quietas y sorprendidas por sus gemidos, mirándose. En un principio, se sonrieron, gozando de la complicidad de escuchar el desliz de la famosa modelo, una “hermana mayor”, pero, a medida que los quejidos aumentaban, que las inconexas palabras eran comprendidas, haciendo que sus mentes imaginaran qué ocurría en el interior de la ducha, ambas chicas tragaron saliva y apretaron sus muslos, embargadas por un contagioso capricho sexual.
Se pegaron a una pared, los oídos prestos y los ojos esquivos. Ahora, no querían verse la una a la otra, pues sentían vergüenza de demostrar lo que sentían, de aceptar su debilidad ante la compañera, pero Katherine seguía metiéndose sus dedos – ahora dos – y agitándolos, casi con devoción, lo que equivalía a más suspiros y gemiditos enloquecedores.
― Aaaahh… que puta… soy… ¡Joder! ¡Joder! ¡JODER!
Estas palabras animaron, a una de las testigos, para pellizcar su pezón izquierdo, con fuerza, a través de la blusa y del sujetador. Su amiga la miró, casi con envidia, pues no se atrevía a realizar ningún movimiento obsceno en su presencia.
Katherine, con la boca abierta en un profundo suspiro, fijó el rostro de Alma en su mente, y pellizcó con fuerza su clítoris, mientras cambiaba el chorro al interior de su vagina. Esto desató todo cuanto llevaba acumulado. Un largo estremecimiento recorrió su cuerpo y arrugó los dedos de sus pies.
― ¡LA MADRE QUE… ME PARIÓ! ¡Me… estoy co… CORRIENDO! – exclamó en voz alta, como una liberación de toda la tensión retenida.
Fuera, una de las chicas cerró los ojos, arrugando el entrecejo, y unió sus labios como si se dispusiera a besar. Su amiga entendió perfectamente el mohín. Estaban ante un momento tan morboso, que no sabían como responder. Quizás, si hubiera estado solo una de ellas, habrían sucumbido a la tentación de masturbarse también.
En el interior de la ducha, con una sonrisa en los labios y los ojos cerrados, Katherine Voliant no se contuvo más y dejó escapar un fuerte chorro de orina, coincidiendo con el final del segundo orgasmo encadenado. Un tanto más calmada, se duchó rápidamente, y salió de la cabina. Ya no había nadie fuera, pues salieron en silencio, sin tan siquiera orinar, que era a lo que venían.
Katherine se vistió y se peinó, sintiendo que la calentura no la había abandonado, pero ahora podía pensar. Sin embargo, aprovechó el fuerte impulso que la movía para, al salir, invitar a cenar a la guapa recepcionista. Alma quedó muy sorprendida, pero, al final, acabó aceptando por curiosidad.
Sentado en su puesto, Cristo se tapó los ojos con una mano, aliviado porque la situación parecía controlada. Se prometió que desmenuzaría el caramelo de las piruletas y lo tiraría al desagüe en cuanto llegara a casa.
¡Maldito Spinny!
CONTINUARÁ….
-Veo que, por fin, has conocido a tu hermana. ¿Qué te ha parecido? –Me dijo Eva
-¿Mi hermana? ¿Esta es mi hermana? ¿De dónde ha salido?
Por supuesto, no la conocía, puesto que para mí era un bebé de dos años, pero como ocurría ya habitualmente, la luz fue penetrando en mi memoria y recordé todos los años anteriores, sus estudios, los chicos que la perseguían y mi fuerte control para que llegase virgen al matrimonio, las discusiones con mis amigos que querían llevársela a la cama, incluso dispuestos a pagar, lo que me costó una pelea. Y ahora me encontraba que no solamente no era virgen, sino que hasta yo mismo me la había follado.
-Era una de las esclavas sexuales del último campamento. Las tenían para divertimento de las tropas que acampan allí cuando pasan de una ciudad a otra y tienen que hacer noche. Por eso había tantas.
-Pero… ¡No me jodas! Si me la acabo de follar.
-¡Y las que lo tendrás que hacer!
-¿Es otra como mi madre?
-No, esta no tiene la obligación de follar todos los días, pero debe ofrecerse a cualquier hombre que vea, y ser castigada si no hay por lo menos uno, de entre los que se haya ofrecido, que la tome. Si no ve a nadie, no tiene que hacer nada. Por eso estaban encerradas en salas sin ventanas, solo con salida a un recinto vallado por altos muros.
-Pero no puedo dejarla encerrada siempre.
-La puedes tener encerrada o juntarla con tu madre para follarlas a las dos. Con tu madre tienes que correrte, pero con tu hermana es suficiente con que participe en la follada y que tú te corras. Está condicionada para participar en orgías de varias mujeres con el mismo hombre.
-¿Serás tú una de ellas? Me gusta mucho más hacerlo contigo. Y… me debes tu culo.
-Nunca he participado en orgías, pero por ti estoy dispuesta a probar. Pero de mi culo… NADA DE NADA.
Sus ojos estaban brillantes y eso, unido a la facilidad con la que había aceptado, me hizo pensar que estaba excitada, así que, desnudo como estaba, me acerqué a ella, la abracé sin que mostrase ningún rechazo y le di un beso en la boca que se convirtió en frenético nada más empezar.
Empecé a desnudarla despacio, pero ella misma terminó de hacerlo con rapidez, haciéndome acostar sobre el suelo, donde antes había estado con mi hermana, para lanzarse sobre mi polla, metérsela en la boca y comenzar una mezcla de pajeo y mamada hasta que me la puso lo suficientemente dura.
Montó a caballo sobre mí se puso a frotar mi glande de un extremo a otro de su coño, empapándola de sus cada vez más abundantes líquidos. Sentir sus labios, su clítoris y su coño, pasando seguidos durante el recorrido rozando mi glande por ellos, mantenía mi polla con la suficiente dureza para que poco después fuese descendiendo y pudiera empalarse directamente, para terminar recostada sobre mí.
Después de la mañana con mi madre y, sobre todo, la follada de poco antes con mi hermana, no tenía suficientes fuerzas para conseguir una dureza normal, pero sirvió para que, con los movimientos de su pelvis atrás y delante, el roce fuese mayor por ambas partes, sobre todo en su clítoris.
Al poco de ponerse empezó a gemir con fuerza y a gritar su orgasmo.
-Oooooohhhhhh. Me corrooooo.
Se detuvo unos segundos con mi polla dentro, realizando ligeros movimientos para disfrutarlo y luego continuó con nuevas energías y más rápido en busca del siguiente.
-Se ve que vienes muy caliente. ¿Verdad? –Le dije.
-Mmmmm. Siii. Ver cómo follabais me ha dejado chorreando. MMMMMM. Y no te voy a dejar hasta que me quede seca. –Me respondió sin dejar de moverse.
Metí la mano entre nosotros para sacar sus pechos hacia los lados y acariciarlos, frotar sus pezones, recorrer con mis manos su cuerpo hasta acariciar su culo, bajando mi dedo medio por la raja, cuando se acercaba, hasta llegar a su ano, al que rodeaba con suaves caricias a la vez que presionaba ligeramente para ir abriendo hueco. Luego seguía el camino contrario mientras lo alejaba, sacando mi polla de su coño. Ella frotando su clítoris en el movimiento y yo la raja de su culo.
Entre grandes gemidos y gritos, alcanzó su segundo orgasmo que le llegó con intensidad, se mantuvo unos segundos y la dejó desmadejada sobre mi cuerpo.
Tras recuperarse, continuó moviendo su cuerpo atrás y adelante, buscando que yo alcanzase mi placer. Acariciaba mi pecho frotando sus tetas contra él, mientras me follaba al ritmo lento.
Hubo un momento que se incorporó, poniendo su cuerpo vertical, con mi polla incrustada hasta lo más profundo e inició una serie de movimientos circulares. Yo coloqué mi pulgar en el punto de unión, justo sobre su clítoris. Al principio, sus movimientos siguieron lentos, pero poco a poco fue acelerando, al tiempo que alternaba movimientos circulares con subidas y bajadas, siempre con el último roce de su clítoris contra mi dedo.
Nuestros gemidos llenaban la habitación. Yo había empezado sin fuerzas, pensando que no llegaría a correrme, pero cada vez me sentía más metido en ese placentero camino sin retorno, hasta que ya no pude más y al grito de “Me corrooooo”, solté todo lo que me quedaba dentro del coño de Eva.
Ella, al oírme, hizo más presión y movimientos más rápidos con su clítoris sobre mi dedo y también lanzó su grito “Y yo tambieeeeeén” Cayendo desfallecida sobre mí.
Cuando poco después me recuperé, la tomé en brazos y la llevé a mi cama, donde nos quedamos dormidos al instante.
Al día siguiente, lo primero que hice fue entrevistarme con los acondicionadores de esclavas capturados, para conseguir que mi madre no tuviese la obligación de follar cada día y que si no follaba con nadie, no fuese necesaria castigarla. También a mi hermana tenían que quitarle la necesidad de satisfacer a los hombres y de sufrir castigo si no lo conseguía. Me dijeron que era un proceso muy largo pero posible. Les mandé que fueran a casa a buscarlas y empezasen inmediatamente. Estarían todo el día con ellas y por las noches las devolverían a casa de nuevo.
Más tarde, en el cuartel general, con el consejo reunido, aconsejé el aprovechar las circunstancias y el hecho de que todavía no habría corrido la voz de nuestras conquistas, para liberar más ciudades, ahora que tenían guarniciones pequeñas, más dedicadas a capturar esclavos huidizos que a defenderlas, debido a nuestra falta de lucha y defensa. Serían presa fácil para nosotros, y una vez capturadas, el avance y expansión podría ser exponencial, ya que las poblaciones del interior solamente tenían algunos soldados para mantener el orden.
Sería un avance rápido, hasta que llegásemos a las principales ciudades donde se acuartelaban importantes cantidades de tropas y armamento.
Ya anochecido, los dejé deliberando y me fui a casa, donde me encontré a las tres esperándome. Dudé en si salir corriendo o quedarme, pero el culo de mi madre, las tetas de mi hermana y el morbo de Eva, me retuvieron.
Mi madre y hermana estaban desnudas, y Eva llevaba una camisa mía, donde se marcaban sus pezones y que dejaba entrever su coño peludo. Tengo que reconocerlo, la escena me la puso bastante dura. La cena estaba sobre la mesa, así que la hice retirar para hacerlo más tarde. Mientras lo hacían, retiré la silla, sustituyéndola por un banquito más bajo.
Cuando terminaron, mandé a Eva recostarse sobre la mesa, boca arriba, con los pies colgando. Yo me senté en el banquito, quedando mi cara a la altura de su coño. Pedí a mi hermana que me la ensalivase bien, cosa que hizo inmediatamente.
Se metió bajo la mesa, soltó y retiró mis pantalones y calzoncillos con algo de ayuda por mi parte y se la metió completamente en la boca, para luego ir sacándola poco mientras hacía rápidos movimientos con la lengua. Luego cogió con la mano mis huevos y la base del pene y se puso a lamerlo y ensalivarlo bien.
Yo me dispuse a atender a Eva con intención de follarme su culo, pero sin saber muy exactamente ´como lo iba a hacer, pero al meter mi cara entre sus piernas abiertas y ver sus labios ligeramente abiertos y brillando de humedad, recorrí con mi lengua los bordes, empezando desde abajo, lamiendo su ano y acariciándolo con un dedo, para luego subir poco a poco, sintiendo como se abrían cada vez más conforme eran recorridos, hasta que llegué al borde superior, donde me encontré su clítoris sobresaliendo ligeramente entre los pliegues. No le hice caso. En su lugar, me detuve y pedí a mi madre que se pusiese a cuatro patas y se empalara por el culo, y a mi hermana que se colocase debajo para que lamiese mi polla al tiempo que se comían el coño mutuamente.
La mesa era de cristal, obtenido de un escaparate de tienda, sujeto por un marco y cuatro patas. Eso me permitía ver lo que ocurría debajo, mientras le metía dos dedos en el coño a Eva o se lo repasaba con la lengua. Se notaba que mi madre no era muy experta en comer coños
El trabajo de mi hermana con mi polla fue excelente. La había ensalivado perfectamente, entrando en el culo de mi madre, que ella misma había estado dilatando, con mucha suavidad y rapidez. Cuando se puso en posición y se dedicó a lamer mi polla y el coño de su madre, también hizo un trabajo excelente. Me lamía el tronco mientras lo metía para pasar luego a las bolas, recorrer el coño de ella y volver a mi polla. Nuestra madre gritaba de placer, pues su condicionamiento la excitaba rápidamente. La mandé correrse tres veces antes de terminar con ella
Mientras me dediqué a meter primero un dedo, luego dos y más tarde tres dedos en el culo de Eva, sin dejar de atacar su coño con boca, lengua y dedos para excitarla al máximo, pero sin tocar su clítoris. Cuando ya la tenía como quería, le dije:
-María, sube a la mesa y que te coma el coño Eva.
-Pero… Yo nunca he estado con una mujer. No sé si sabré hacerlo.
-Verás como sí. Tú hazle lo que a ti te gusta que te hagan y verás…
Y así lo hicimos. Una vez que mi hermana colocó una pierna a cada lado de su cabeza, impidiendo que se moviera, yo dejé su coño y culo en paz, para ponerme en pie. Se la metí varias veces en su encharcado coño para mojarla bien, agarré sus piernas bajo mis brazos y puse mi glande sobre su ano, empujando suavemente. Dos dedos en su coño y el pulgar rodeando clítoris sobre la piel, ayudaban haciendo que soltase gran cantidad de flujo, que escurría hasta mi polla y su ano, facilitando la entrada.
Tras varios intentos, dilató lo suficiente para que entrase la punta. La mantuve un rato para acostumbrarla, sin dejar su coño desatendido, luego empecé un suave vaivén en la entrada de su ano. Cuando ya entraba con comodidad, bien lubricada con flujo que caía constante, di un golpe de riñones, metiéndola hasta el fondo de su culo al tiempo que acariciaba su clítoris aprisionado por los labios que sujetaba entre mis dedos.
Dio una especie de bote. No sé si por la entrada de la polla en su ano o por mis caricias en su coño, pero fue ella la que adelantó los movimientos de su culo, en lugar de que fuese yo el que me moviese cuando ella se hubiese acostumbrado.
A los pocos minutos, su cuerpo se tensó víctima de un orgasmo violento, cuyos gritos quedaron apagados por el coño de María sobre su boca.
Las hice montar un 69, pero con el coño y culo de mi hermana delante de mí. Se la clavé por el coño, mientras Eva lo recorría con su lengua hasta mis huevos. Los gemidos de placer de mi hermana destacaban por encima del ruido de la sala. Empecé a follarla despacio, disfrutando tanto de su coño como de la lengua que lo recorría. Poco a poco fui necesitando más, sobre todo, después de la segunda interrupción de las lamidas, por causa de su correspondiente orgasmo.
Me lancé a follarla duro. Cada vez más duro, animado por sus gritos de placer.
Poco después anuncié mi corrida y llené su coño de leche.
Aún mantuve mi polla en su interior, disfrutando de sus contracciones, hasta que perdió tanta dureza que dejé de sentirlas.
Puse la silla en su sitio, mandé limpiar la mesa de la amalgama de flujo y esperma que había caído sobre ella y ordené poner de nuevo la cena. Ante mi sorpresa, mi madre y mi hermana los lamieron hasta dejar la mesa impecable, lo que quitó casi todo el trabajo a Eva cuando vino con un paño húmero para limpiarla.
Cenamos Eva y yo en la mesa y mi madre y hermana en el suelo. Luego me fui a la cama con Eva.
A los pocos minutos entró mi madre con el cinturón para su castigo por no haber conseguido que alguien se corriese dentro de ella. La hice ponerse sobre la cama y procedí a darle los azotes mientras ella, siguiendo mis instrucciones, iba comiéndole el coño a Eva, interrumpiéndolo con sus frases correspondientes que yo procuraba fuesen lo bastante separadas, distanciando los azotes, para que Eva lo disfrutase.
Su culo rojo y liso, ya sin marcas de heridas gracias a la práctica, me volvió a empalmar, por lo que nada más terminar, la despaché y sustituí en el coño, esta vez con mi polla, dándole un frenético folleteo que la hizo alcanzar dos orgasmos antes de derramarme en su interior.
-¿Te pone azotar a tu madre? –Me preguntó Eva.
-Me pone su culo, y sobre todo cuando está rojo después de un castigo.
-¿Más que el mío?
-Te lo diré más adelante. Cuando le dé el tratamiento adecuado con la correa.
-Hoy me lo has estrenado. Nadie me lo había hecho hasta hoy.
-Ya te dije que lo haría. ¿Te ha gustado?
-Mmmmm. Siii. No sé por qué he tardado tanto. Ha sido una experiencia y un orgasmo increíble.
Enseguida nos dormimos sin hacer nada más hasta el día siguiente.
Por la mañana, volví al consejo para conocer el resultado de sus deliberaciones. Me hicieron caso y en el siguiente mes cayeron al ritmo de una ciudad o campamento cada dos días. El número de hombres y mujeres liberados, sin contar esclavos, creció exponencialmente y se añadieron más de otros campamentos.
La noticia fue corriendo por los campamentos enemigos, hasta el punto de que en alguno de ellos llegaron a escapar y dejar todo abandonado, en cuanto nos vieron aparecer por el horizonte.
Entre mis compañeros comenzaron a llamarme “el nuevo Cid”, en recuerdo del luchador y conquistador del siglo XI en la reconquista contra los árabes, con el que coincidía en nombre. Aunque no me gustaba, no podía impedir el rumor, aunque a mí no me lo dijesen directamente.
Hubo que emplear hombres para organizar nuevas compañías de soldados y darles formación militar básica, preparar pilotos, armas y bombas, organizar nuevos asentamientos militares y empezar a definir la nueva estructura de país. Fue agotador, eso sin contar que cuando llegaba a casa tenía que follarme a mi madre o darle cinco azotes, follarme a mi hermana y, a veces, a Eva, ya que no estaba dispuesto a que cualquier otro lo hiciese también.
Poco a poco las exigencias fueron bajando, gracias a la reeducación y enseguida pasé follarme a mi madre y Eva o a mi hermana y Eva, aunque también montábamos alguna orgía entre los cuatro, sobre todo cada vez que celebrábamos una victoria.
La suerte y ventaja no podía durar eternamente. La noticia de la rebelión, a pesar de que no dejábamos escapar a nadie, llegó hasta la capital, donde se encontraba el gobierno, el cual mandó tres compañías, formadas cada una por dos secciones de 9 pelotones de 12 hombres dirigidos por otro, equivalente al cabo o sargento, un equivalente a sargento o teniente por cada tres pelotones y un capitán al mando de todo. En total más de 600 hombres, enviados para eliminar el levantamiento.
Llevaban un cañón militar ligero y un carro tirado por bueyes y esclavos, con munición. Uno de los pelotones llevaba fusiles de asalto y todos los oficiales, pistolas.
Cuando recibimos la información, cayó como un jarro de agua fría sobre el consejo y los oficiales reunidos. La primera idea fue de huir y salvar a los hombres y mujeres del campamento, pero se me ocurrió una idea que si salía bien, podría hacer que, además de eliminar a todos, nos quedásemos con las armas.
Entre las montañas, a gran profundidad, bajaba un río que en un punto determinado se dividía en dos, dejando en el medio una isla como si fuese una alta torre en medio del cauce. Con los siglos, el agua había ido desgastando el terreno hasta convertirla en una montaña elevada cuyo contorno eran altos farallones inaccesibles de unos cientos de metros, y separada del resto por un canal de algo más de la anchura del río por cuyo fondo seguía discurriendo.
Pensábamos utilizar la plataforma para construir una población que quedase protegida por el foso natural del río y con suficiente tamaño alrededor para cultivar, en cuanto solucionásemos el problema de subir el agua necesaria.
Habíamos construido dos puentes de madera en lados opuestos, que, de momento, nos facilitaban el paso cuando regresábamos de viajes del este.
El plan era sencillo. Dirigiríamos al enemigo hasta la plataforma y una vez que estuviesen en ella, volaríamos los puentes, dejándolos aislados y listos para ser acribillados. Habría que tomar precauciones con sus armas, y sobre todo con el cañón, pero era factible.
Reunimos a todos los hombres que podían luchar, dejando los pueblos y plazas fuertes abandonados, preparamos grandes escudos que nos cubriesen por los flancos, frente y parte de arriba, basados en la formación en tortuga de los romanos, que portarían los esclavos recuperados para que los soldados tuviesen más libertad de movimientos en el ataque.
Empezamos a parecer descuidados, mostrándonos ligeramente a sus exploradores, en nuestras rutas de regreso al campamento, por lo que poco a poco, la columna fue tomando la dirección que nos interesaba para acceder por el lado Este de las montañas.
El continuo trasiego de mis hombres por la zona marcaba un rastro fácil de seguir hasta por un niño. Los soldados lo siguieron hasta el pie de las montañas, donde tenía que entrar por un estrecho barranco con abundantes rocas. Hubiese sido maravilloso si hubiesen entrado en fila por él, pero el capitán mandó a un par de pelotones por cada lado, que subiesen a lo más alto para evitar emboscadas.
Pero no todo fue en contra. Cuando llegó el cañón, el carro de las municiones y los de intendencia, no podían pasar, por lo que optaron por que quedase un retén de cuatro pelotones para desmontar el cañón y cargarlo en caballos, con una parte de las municiones y alimentos suficientes para todos.
La vigilancia era férrea. Un tercio de los hombres vigilaba, otro descansaba y el tercero preparaba municiones para su transporte. Rápidamente preparamos una estrategia de ataque.
Sacamos algunos de los uniformes del enemigo y se los pusieron mis hombres, otros se desnudaron y, tras un rápido afeitado de su cuerpo y cabeza, formaron una columna de presos esclavos, con las manos a la espalda, sujetando sus armas y una cuerda que los unía entre ellos. Se les añadió un abundante grupo de esclavos reales para camuflar mejor a los soldados, estos atados correctamente. Parecían un transporte de esclavos de una ciudad a otra.
Luego, confiando en que la información que tenían los enemigos no fuese mucha, me puse al frente del grupo y partimos, dando un rodeo para aparecer desde otra dirección cuando ya atardecía, pues habíamos descubierto que el atardecer y la noche eran los mejores momentos para los ataques. Uno de los soldados enemigos se acercó a caballo y otro de los nuestros, liberado y reconvertido del enemigo y que por tanto se expresaba bien para que no sospechasen, hizo lo mismo para que no pudiesen comprobar lo que era el grupo.
Cada uno dio sus explicaciones y recomendaron a nuestros hombres volver atrás, al no ser aquella parte zona segura.
Acordaron acampar cerca de ellos esa noche y partir ambos por la mañana, ya que ellos habían terminado. Y así se hizo. Se formaron dos campamentos y cada uno montó su guardia alrededor.
Pronto, nuestro guardia en el punto más cercano entre campamentos, se acercó a su homólogo en el otro para, tras cruzar unas palabras y aprovechar un descuido, cortarle el cuello o apuñalarlo. Pasando a sustituirlo y viniendo dos más, un soldado y uno de los que hacían de esclavos, que se vestía con la ropa del muerto.
Estaban organizados para que diesen cortos paseos de un lado a otro, teniendo que coincidir en ambos lados con el guardia del otro tramo, así que, ambos partieron, uno para cada lado, a esperar a su contrario y eliminarlos sin ruido, mientras otros acudían a ocupar sus lugares.
Poco después, toda la vigilancia era nuestra. Esperaron al cambio de guardia, cuyos hombres eran eliminados y sustituidos por uno de los nuestros, que previamente habíamos camuflado convenientemente, mientras el pelotón iba convirtiéndose en “nuestro pelotón” al final, tras eliminar al oficial en el último cambio, habíamos sustituido a dos tercios de sus hombres.
El resto fue sencillo. Eliminamos a los que quedaban, que dormidos no ofrecieron mucha resistencia, y nos hicimos con todo. Algunos se despertaron por el ruido, pero al entrar como si fuésemos el cambio de guardia, volvieron a cerrar los ojos, para no abrirlos más.
Partimos al amanecer, siguiendo a las tropas regulares. Habíamos conseguido cuatro pistolas, el cañón y las municiones. Con alegría nos dirigimos hacia la montaña, por otras cañadas más fáciles y rápidas. Cuando llegamos, habían entrado en la plataforma y los hombres habían volado los puentes, quedando los enemigos atrapados en ella.
Habían formado un enorme círculo, cubriéndose como podían de posibles flechas, lanzas o piedras y dejado los caballos en el centro.
-El cerco promete. -estuve pensando- No tienen comida, solamente tienen el agua que puedan llevar en sus cantimploras y si llevan algo más para los caballos. ¡Los caballos! ¡Podían matarlos para comer, e incluso beber su sangre!
-¡A ver! –Grité- Los que sepan o se atrevan a montar el cañón, que lo haga.
Nadie se movía, pero un rumor entre mis hombres me hizo volverme para encontrarme con que varios de los antiguos esclavos se habían puesto a ello. Cuando les pregunté si habían sido soldados y estaban familiarizados con el armamento, respondieron simplemente: sí. Por supuesto que ordené a varios de mis hombres que les ayudasen y aprendiesen.
Cuando estuvo montado, perfectamente anclado y dispuesto para disparar. Volví a solicitar hombres que supiesen manejarlo, pero esta vez a todos en general. Se añadieron dos hombres más. Les di instrucciones:
-Quiero que matéis a todos los caballos.
Los hombres protestaron por lo que pensaban un sacrificio de animales y gasto de munición inútil, ahora que lo habíamos conseguido. Opinaban que era mejor tirar sobre los soldados. Tuve que explicarles que si los dejábamos vivos podrían alimentarse durante bastante tiempo y beber su sangre cuando les faltase agua. Con eso podrían sobrevivir mucho tiempo, incluso hasta recibir ayuda.
Si los matábamos, tendrán que comerse la carne ya y la que no puedan, se les pudrirá. Quedarán sin comida ni bebida, además de cadáveres en putrefacción, moscas, olores e incluso alguna enfermedad.
Por otro lado, no podíamos matar a más de quinientos hombres, uno a uno, a cañonazos, ni las flechas eran efectivas a la distancia a la que estaban. Ni teníamos puntería ni munición.
Los caballos estaban atados en filas de unos 50 a cuerdas extendidas por el suelo y atadas a grandes hierros clavados en la tierra, formando un gran rectángulo
Los artilleros tomaron medidas, hicieron sus cálculos y dispararon. No sé si fue porque eran buenos o por casualidad, pero el obús cayó en uno de los lados, haciendo una masacre entre los animales. El resto empezaron a encabritarse y tuve que dar orden de disparar a discreción. Hicieron varios disparos seguidos, matando a cientos de ellos. De los que no murieron ni quedaron heridos, hubo algunos que corrieron alocadamente hacia el borde de la plataforma y cayeron al barranco. Otros se frenaron a tiempo en el borde y fueron acribillados a flechas. Otros se volvieron locos y ellos mismos los tuvieron que sacrificar.
Mientras, el resto de hombres y esclavos se apresuraban a montar catapultas que nos sirvieron para enviarles grades bolas de hierba, madera, tela y trozos de neumáticos de vehículos, restos de tubos de pvc y fundas de cables eléctricos, que íbamos recogiendo porque al quemarlos producen un humo negro que se pega a la garganta y además es tóxico y venenoso. Todo ello iba bien impregnado de aceite, que llenaron de fuego y humo la llanura.
Procurábamos que los lanzamientos se hiciesen a la parte que soplaba una mínima brisa, lo que hizo que toda la plataforma quedase cubierta por el humo.
Los pocos caballos que les quedaban, se lanzaron enloquecidos y cegados por los barrancos y los soldados que se acercaron al borde para respirar, fueron eliminados por las flechas.
Nos quedamos sin munición incendiaria a altas horas de la madrugada e interrumpimos el ataque. Antes de salir el sol, ya habíamos colocado unos puentes provisionales para que los hombres pudiesen cruzar. Fue un momento peligroso, pues tenían que cruzar de uno en uno y con separación, para no hundirlos y si los hubiesen estado esperando, hubiese sido su muerte.
Cuando amaneció, los soldados deambulaban sin rumbo fijo. Algunos habían muerto por los gases tóxicos y los demás tenían los ojos irritados y tosían. Ninguno llevaba máscara antigás. Nosotros tampoco, porque no teníamos, pero cuando entramos, ya estaban todo despejado o casi despejado.
Cuando volvimos a casa íbamos rojos de sangre. De nuestros enemigos y propia. Hubo muchísimos heridos, pero muy pocos muertos de nuestra parte, escasamente una decena. Fue una gran victoria, aunque las balas nos hicieron mucho daño. Les quitamos todas las armas, el cañón, las municiones y las provisiones.
Cuando llegué a casa, pedí a Eva y a mi madre que llenasen la bañera para lavarme bien. Mientras tanto, me desnudaba y lavaba cara y manos.
Cuando estuvo preparada, me metí en ella, pero Eva quiso meterse conmigo, como hizo la primera vez y otras más. Me hizo dejarle hueco detrás de mí y recorrió mi cuerpo lavando y quitando las manchas de todo tipo que me cubrían.
Durante todo el tiempo no dejó de frotar sus tetas contra mi espalda y su pubis contra mis nalgas. Recorría mi cuerpo con sus manos enjabonadas, recorriendo mi pecho, mi vientre y llegando hasta mi polla, descapullándola y limpiándola a fondo para luego pajearla un poco y seguir recorriendo mi cuerpo.
Las respiraciones de ambos sonaban agitadas. Nos estábamos calentando mucho. Sobre todo yo. Me giré poniéndome de rodillas y haciéndola sentarse en el borde de la bañera e inclinándome para saborear su jugoso coño, empapado de algo más que agua.
Empecé lamiendo sus pezones para seguir bajando y lamiendo su tripita, sin dejar de acariciarla, hasta llegar a su pubis, allí con un dedo le acaricié su coño de arriba abajo, acelerando progresivamente los movimientos. Conforme iba acelerando ella lanzaba gemidos de placer cada vez más fuertes. Se encontraba ya abierto, su clítoris sobresalía entre los pliegues de su vulva y sobre él puse mis labios. Ella gimió:
-Ooooh Siiii. Sabes lo que me gusta.
Metí a la vez un dedo en su coño y luego un segundo, follándola con ellos en un doble ataque por dentro y por fuera que convirtieron sus gemidos en gritos.
Mi mano se llenó de sus jugos, que eran muy abundantes, y resbalaban por ella hasta caer al agua. Utilicé uno de los dedos por los que escurrían, para ir lubricando y dilatando su ano. Cada vez le chupaba y lamía con más fuerza y eso le gustaba, la excitaba y le hacía gritar de placer. En medio de grandes gemidos, anunció su corrida, animándome a no parar.
-No pares. No pares ahora. Me voy a correr en tu cara, ahhhh joder como me gustaaaaaa, ohhh ya viene, ohhh me corrooooooooo.
Su cuerpo se estremeció con el orgasmo y lo movió hacia adelante para presionar más su sexo e incrustar mi boca en él. Yo no dejé de chupar hasta que terminó y comenzó a relajarse.
Cuando se calmó, me hizo ponerme de pie y fue ella la que se arrodilló en el agua para tomar mi polla, que mi cerebro ansioso de placer mantenía dura como una estaca, y metérsela en la boca. Primero se metió la mitad, luego se la sacó y lamió para ensalivarla, a pesar de la humedad del baño, y volvió a metérsela entera en la boca.
La sacaba, dejando un rastro de babas, la recorría con la lengua, deteniéndose en el glande un momento y se la volvía a meter entera. Llevaba haciéndolo varias veces y yo estaba que no aguantaba más. Agarré su cabeza para follarle directamente la boca hasta correrme y empecé a meterla y sacarla de tan delicioso agujero. Ella colaboraba haciendo presión con la lengua y a mí me estaba dando un gusto exquisito, creando sentimientos encontrados. Por un lado, no deseaba que acabase nunca, por el otro, estaba deseoso de soltar toda mi carga.
Un alboroto en la entrada de casa me hizo interrumpir el momento y, cabreado, insultando al imbécil que daba gritos en la entrada y con ideas asesinas sobre él, fui a ver qué pasaba. Venía buscando a Eva como enfermera. Al parecer los heridos eran muchos y necesitaban ayuda para atenderlos, así que ella se fue y yo me quedé con las ganas.
Mi madre me sirvió la cena en silencio, que yo comí sin prestar atención, ni a ella ni a lo que comía, cabreado por la interrupción y cuando terminé, me fui a la cama directamente, no tenía intención de nada, pues el sexo sin Eva no era lo mismo. Pero las mujeres de mi casa no eran de la misma opinión. A estas alturas ya habían recuperado una buena parte de su control, y podían tomar alguna iniciativa, y eso fue lo que hicieron ellas.
No había hecho más que acostarme y entró mi madre totalmente desnuda –también hay que decir que se habían acostumbrado a ello y solamente se ponían algo cuando hacía mucho frio- Me destapó y se subió a la cama, se colocó a caballo sobre mis piernas y, cogiendo mi polla flácida, comenzó a realizarme una descomunal mamada.
Primero se metió y sacó varias veces el glande en la boca, además de repasarlo con la lengua, consiguiendo que mi polla, que se había bajado en ese tiempo, se pusiese medianamente dura, bajó por el tronco recorriéndolo con la lengua, hasta llegar a los huevos, los cuales se introdujo sucesivamente su boca, luego volvió a recorrer con su húmeda lengua mi polla ya dura, para ponerse a chuparla de nuevo, cuando ya la tuvo el tronco bien ensalivado. Lo hacía con calma y delicadeza, como el que se come un caramelo y no quiere que se le acabe pronto, hasta que, por fin, se la tragó toda, llegando hasta el fondo de su garganta.
No se las veces que repitió esos gestos, pero consiguió llevarme casi al orgasmo, y se lo dije:
-Sigue, sigue, me voy a correr ya.
Pero en contra de lo esperado, se dio la vuelta y retrocedió hasta meterse mi polla en el coño e inclinarse totalmente hacia adelante, dejando ante mis ojos un primer plano de su coño penetrado, su ano y su culo completo. Empezó a moverse metiendo y sacando mi polla y lanzando gemidos casi de inmediato. De pronto, oí que me decía suplicante:
-He sido mala. Castiga mi culo. Oooohhhhh.
Aprovechando la posición, se solté una palmada en cada cachete del culo, lo que le hizo gemir de placer. Ensalivé mi dedo medio y se lo metí en el ano para hacer presión sobre mi polla, al tiempo que volví a azotar sus cachetes con la otra mano.
La extrema sensibilidad que le habían inducido hizo el resto, y se corrió con grandes gritos.
-AAAAHHHH SIIII. QUE GUSTOOOOOO.
Solo detuvo el movimiento unos segundos. Luego siguió moviéndose. Lo hacía en todos los sentidos. Yo seguía con mi dedo en su culo, sintiéndolo rodeado y presionado por su intestino y la polla entrando y saliendo bajo la presión de la yema y su anillo cerrándose al compás de mis azotes
Pronto se añadió una nueva sensación. Era una presión intermitente sobre mi polla desde el otro lado. Enseguida descubrí que ella se estaba masturbando y rozaba mi polla con sus manipulaciones.
Cuando nuevamente estaba próximo a mi orgasmo volvió a correrse de nuevo con más gritos y más fuerte si cabe, bajando el ritmo y dejándome a las puertas.
– OOOHHH, OOOHHH, OOOHHH, AAAAAAAAHHHHHH…
Después de unos segundos de recuperación, se movió hacia adelante, sacándose la polla y mi dedo, se dio la vuelta y se sentó sobre ella, pero clavándosela despacio por el culo hasta que la tuvo toda dentro.
Empezó a botar al tiempo que apretaba su anillo y con sus manos trabajaba su clítoris y tetas. El espectáculo a esas alturas no era para aguantar mucho, así que, a los pocos minutos de este tratamiento sentí que me llegaba el orgasmo que anuncié con un grito cuando soltaba mi leche en su culo. Ella, al sentirlo, también volvió a correrse de nuevo, cayendo desmadejada sobre mí.
Mientras acariciaba su espalda, vi a mi hermana en la puerta, desnuda, con una mano en el coño y otra en sus tetas, masturbándose furiosamente.
Mi madre se retiró, quedando a mi lado, y fue el momento que mi hermana aprovechó para saltar sobre mí y ponerse a chupar y lamer mi verga para ponerla dura de nuevo
La agarró con la mano y la acercó a su boca. Lamió el glande y luego se lo metió en la boca apretándolo entre sus labios fuertemente. Su boca estaba caliente, la chupó varias veces y luego empezó a pajearla otras tantas. Volvió a meterse la punta otra vez, mi cuerpo había reaccionad de nuevo, y sentía como mi pene crecía en su boca y se lo iba introduciendo cada vez más adentro. Comenzó a recorrerlo, de arriba abajo, llegando hasta mis huevos, a los que prestaba también su atención, metiéndolos en su boca y acariciándolos con su lengua, al tiempo que me pajeaba, luego la recorría de abajo arriba para llegar a glande y metérselo en la boca para chuparlo y lamerlo de nuevo.
Pronto noté que, si seguía así, no aguantaría mucho más sin correrme. Por eso, la hice soltar mi polla y ella misma se la metió en el coño.
Lo tenía chorreando, por lo que entró sin problemas. Inició un movimiento atrás y adelante cada vez más rápido cambiando poco a poco de posición, hasta que sus movimientos se convirtieron en subidas y bajadas sobre mi polla. Si no lo supiera, hubiese pensado que hacía años que no follaba, tal era su excitación y las ganas con las que lo hacía.
No paraba de subir y bajar por mi polla. Sus tetas se movían de arriba abajo. Alargué mis manos y se las cogí para apretarle los pezones. Jadeaba sin cesar, gemía e incluso gritaba, pero no paraba de moverse. La ayudé a moverse sujetándola por las caderas y poco después se corría con ganas. Tras su corrida, se dejó caer sobre mí, agotada. Su respiración era agitada, pero poco a poco se fue calmando. Mi polla todavía seguía dentro de su coño. La corrida anterior me hacía aguantar más y el morbo me la mantenía dura.
Cuando se calmó un poco, se dejó caer a mi lado con los ojos cerrados. Yo esperé unos minutos para colocarme arrodillado entre sus piernas abiertas y con las rodillas dobladas. Separé las mías haciendo que su culo se levantase apoyándolo sobre ellas, así mi polla descansaba en su perineo y podía recorrer su raja con mi polla.
Fui moviéndola de abajo arriba y viceversa, despacio, recreándome en la sensación que producían los labios de su coño frotando mi glande en el movimiento. Mis manos fueron a sus tetas para acariciarlas, rozar sus pezones y recorrer su cuerpo, acariciándolo también con un suave masaje.
Sentí la necesidad de chupar sus pezones, pero la posición de su cuerpo no me dejaba doblarme lo suficiente así que la dejé resbalar un poco hacia abajo y me incliné hacia adelante hasta alcanzarlos. Eso hizo que mi polla resbalase y entrase en su coño como un obús, haciéndole soltar gemidos de placer.
Bombeaba alternando con movimientos circulares de mi pelvis mientras chupaba, lamía y estiraba entre mis labios sus pezones.
Deseoso ya de alcanzar mi placer, aceleré mis movimientos, aumentando nuestros gemidos a la par, hasta que ya no pude más y con un fuerte grito me corrí dentro de ella, que también alcanzó su orgasmo al sentir el mío.
Tras esto, me dejé caer a su lado, quedando mi hermana entre mi madre y yo. Observé de reojo que mi madre se acercaba a mi hermana y se abrazaban y acariciaban, pero el cansancio del día y lo agitado de la noche pudieron conmigo y me quedé dormido.
Desperté en medio de la noche sobresaltado, sin saber por qué. Intenté volver a dormirme, pero me había quedado desvelado. A la espera del nuevo sueño, tomé el libro de Nostradamus, que leía todas las noches y recitaba el poema final, quedándome dormido al poco tiempo.
Por la mañana, cuando me desperté, me levanté sediento y somnoliento y me fui hasta la cocina para beber agua y allí me encontré a mi madre terminando de preparar el desayuno, con mi hermana pequeña sentada en la sillita alta que utilizaba para comer.
-¿Qué ha pasado aquí? -Pregunté
-Nada. ¿Qué tenía que pasar?
-No sé, ha debido ser una pesadilla. He soñado que habían pasado 20 años….
Le conté mi sueño, sin sexo, y se echó a reír, poniendo una mano sobre mi cabeza y alborotando más si cabía mi pelo.
-Pero ¿qué te has hecho en la cabeza? ¿Cuándo te has hecho esa herida?
Entonces yo me miré la pierna y pude comprobar que llevaba una cicatriz desde la cadera a la rodilla.
-Mira, mamá, igual que lo que he soñado.
Después de mucho hablar, fuimos al médico de cabecera, que, tras contarle la historia atropellada y desordenadamente, nos dijo que era más algo de tipo psicológico que de la medicina de familia, aunque me mandó hacer unos análisis.
Por lo que nos dijo, también fuimos al psiquiatra, que me mandó escribir todo lo que recordase en un orden más o menos correcto, sin omitir detalles y que se lo llevase.
Tras escribirlo, y no permitir que lo viese mi madre, volvimos a la consulta y, tras la lectura por parte del médico, dedujo que era un sueño muy vivido y que no tenía importancia. Las heridas las achacó a estigmas surgidos a raíz de ese sueño de apariencia tan real.
Cuando salíamos, e médico nos devolvió la historia, que por estar más cerca, recogió mi madre y metió en su bolso. No me atreví a pedírselo y más tarde se que la leyó. No sé si es que me fijo más en ella y era así antes ya, pero desde entonces parece distinta. Me gusta su culo más que en mi sueño, también es veinte años más joven, y me da la impresión de que lo mueve más, lleva más escotes, se preocupa más por mí y se arregla más.
Ya pensaba que efectivamente era todo un sueño, cuando el día 30 fui a recoger el resultado de mis análisis, mientras esperaba que una de las enfermeras que me había atendido localizase los resultados, oí que la otra enfermera decía:
-Hola, me alegro de verte por aquí. ¿Ya es la hora?
Y una voz conocida decía:
-Sí. Ya he salido de cuentas y estoy dilatando. Espero que sea rápido…
Me volví diciendo:
-¿Eva?
-Sí. ¿Nos conocemos?
Me quedé en blanco. Sin saber qué decir. Las piernas me temblaban y no me salían las palabras. Al fin pude decir, creo que de una forma ridícula:
-Nnno. Es que… Me ha recordado a alguien.
En ese momento, me entregaron los análisis y salí corriendo sin decir nada más.
Ya tengo decidido mi futuro. Voy a ser militar y por el momento me he apuntado a una escuela para extras de cine, donde enseñan a montar a caballo, a luchar con espada y manejo de armas.
Me gustaría conocer sus críticas y comentarios y espero buenas valoraciones.
Llevaba varios meses en casa de mis padres, mientras mi compañero estaba en Ecuador. Como siempre, mi madre no cesaba de criticarle cada día, y repetirme que no era bueno que estuviese sola, hasta que un día me presentó a José, el hijo de unos amigos de ellos, que pasaba allí las vacaciones con su mujer y dos hijas.. Todo normal, sino fuera que mi madre hace siempre todo con segundas y hasta terceras intenciones, y que odia a mi pareja.
A partir de ese día, mi madre cambió sus hábitos y a diario me enviaba a hacer compras a Santoña, distante una docena de kilómetros, y diciéndome se había puesto de acuerdo con José, para que me llevase en su furgoneta, lo cual le daba ocasión para acompañarme durante un par de horas cada día, poniendo en juego, en cada ocasión, todas sus habilidades para conquistarme. Después ya no fueron las compras el pretexto, para que no me aburriera estando sola y sin amistades, vendría por las tardes, durante la ausencia de su mujer e hijas, para llevarme a pasear, o a una playa para tomar un baño, primero a la de Los Franceses, playa familiar y tranquila, más tarde a la de Ajo, grande, solitaria y discreta, al punto que en ella se practicaba el nudismo. Aún así yo le mantenía a raya y no tenía en cuenta sus pretendidos avances, aunque él buscaba constantemente el contacto y sus insinuaciones se convertían ya en propuestas, por las cuales y su insistencia, comenzaba a sentirme halagada. Allí se produjeron los primeros baños desnudos, los primeros juegos y contactos en el agua, sin pasar a mas que a alguna caricia robada, hasta el día en que él, organizó una fiesta para varios amigos y me invitó. Toda la noche la pasó haciendo exhibiciones de sus dotes como hipnotizador impresionando a todos los presentes. Intentó hipnotizarme a mi también e insistió varias veces, pero solo acepté someterme a medias a la prueba, enseguida me sentí mareada, no se si por su hipnosis o porque todos habíamos bebido bastante, y él me acompañó al cuarto de baño para ayudarme a refrescarme un poco, pero en vez de eso, lo que hizo fue cerrar la puerta tras de nosotros y besarme. Algo pareció romperse en mi mientras lo hacía, porque le devolví el beso con mucha mas fuerza, tras lo cual abrió los botones de mi blusa, descubriendo mis pechos y apretándolos fuertemente entre sus manos, desabrochó su pantalón y sacando su verga se sentó sobre el inodoro, para hacerme sentar sobre sus piernas y apartando mi braga, penetrarme de un solo envite, a lo cual yo me sentía extrañamente dispuesta, y pese a ello no pude evitar el gritar al sentir que aquella verga tiesa me llenaba; los golpes en la puerta nos impidieron proseguir, y mojando mi cara a toda prisa salimos del baño, y no tuve que dar explicaciones de mis gritos, mi cara y el desorden de mi ropa lo anunciaban sobradamente y, por si fuera poco, el resto de la velada la pasé con el sostén y la blusa desabrochados y su mano en mis tetas. La mayor parte de los asistentes se habían marchado cuando logró hipnotizarme enteramente, y lo hizo de forma conjunta con las pocas parejas que quedábamos, tres exactamente. Todo empezó conmigo, bajo su influencia me había despojado de toda la ropa y conseguido que fuera yo misma la que desabrochara su pantalón y sacase su verga que ya había conocido un rato antes en el cuarto de baño, enseguida me tumbó sobre la alfombra y se metió entre mis piernas penetrándome, mientras las otras parejas hacían lo mismo que nosotros, ocho personas que no paramos de follar todos con todos durante horas, en las que mi sed de pollas crecía por momentos.
Al terminar la reunión, él me acompañó hasta la casa de mis padres. Acompañarme no es la palabra exacta, lo que hizo fue llevarme en brazos hasta el mismo portal, sin consideración a que pudieran verme en sus brazos sabiendo todo el mundo que yo tenia pareja. El hecho de llevarme en sus brazos, lo había aprovechado desde el primer momento, puesto que una de sus manos la había colado por el escote de mi blusa y con ella agarraba firmemente uno de mis pechos, que no abandonó durante todo el camino sin que yo le pusiera impedimento alguno, antes de dejarme en el suelo en el portal de la casa, me dio un beso en la boca como despedida, beso al cual respondí mientras dejaba que abriera por completo mi blusa y me acariciase. Recorrió con sus manos todo mi cuerpo y ya no hizo proposición alguna, se sentía el dueño del terreno y yo todo se lo permitía, no solo eso, mi cuerpo entero reclamaba sus caricias, hasta el punto de que, si lo hubiera querido, me hubiera poseído allí mismo, pero solo fueron sus dedos los que me penetraron, cuando yo deseaba su polla dentro de mi.
Sintiéndome extremadamente excitada, subí al piso donde hablé un momento con mis padres y me dirigí a mi habitación. El grado de mi excitación aumentaba por momentos, como si un fuego interno me quemase, rápidamente me quite la blusa y el sostén, sabía que algo iba a suceder y en efecto, no había hecho nada más que ponerme de nuevo la blusa y quitado la braga cuando escuché el sonido del timbre y después la voz de mi madre que me llamaba, era él que me invitaba a acompañarle a su casa, con no sé que pretexto, en la que estaba solo aquella noche. No sé muy bien por que acepté, era como si algo extraño me obligara, a pesar de ser enteramente consciente de lo que iba a ocurrir, y que yo deseaba, después de que él se hubiera puesto de acuerdo con mi madre, con cuya complicidad contaba puesto que ella no paraba de incitarme a salir con él. Cuando bajé lo hice desabrochando todos los botones de mi blusa, sabía que era lo que él deseaba, y no me importaba que alguien pudiera verme; efectivamente, nada más salir del ascensor se avalanzó sobre mi sin que yo encontrase nada anormal en ello, y besó mis desnudos pezones, ausentes de sostén alguno, arranqué mi falda quedándome desnuda y yo misma busqué clavarme en su verga que necesitaba desesperadamente. Nadie salió ni entró, hubiera sido el escándalo del siglo si nos pillan, y los dos queríamos mucho más, y de esa guisa nos dirigimos a su casa, haciendo esfuerzos durante el corto trecho, para calmar mi calentura. Llegamos a ella y cuando la puerta sé cerro detrás de mí avance hacia el salón, pero sus manos me retuvieron agarrando mi cintura. No moví ni un dedo esperando sus reacciones. Sentí su aliento en mi nuca, sus brazos se cerraron aún más rodeándome y acercándome a su piel mientras sus labios se posaban en mi hombro.
La piel se me erizaba y no pude resistir la tentación de echar mi cuello hacia un lado y ofrecerle esa porción de piel que tengo tan sensible. Sus labios aprovecharon la oportunidad y jugaban con la piel que yo ponía a su disposición.
Sus manos volaban alrededor de mi cintura y una de ellas se aventuró a subir hasta mi pecho mientras la otra bajaba por mi vientre y sus dedos traspasaban la cinturilla de mi falda.
Gire mi cara ansiando el contacto de su boca en la mía, sus labios se posaban despacio en los míos y poco a poco apretaban y se abrían dejando paso a su lengua que ya peleaba por entrar y la mía salía en su busca, me gire del todo y me apretaba contra su boca saboreando su aliento perdiéndome totalmente en la sensación que me daba su beso.
Mis dedos acariciaban su pelo y sus manos palpaban ya por debajo de mi cintura apretando mi pelvis contra la suya, haciéndome sentir como su miembro se endurecía y luchaba por salir de su pantalón.
Me deseaba, le deseaba, nos deseábamos. Queríamos sentir una y otra vez el placer de estar tan cerca que el olor de nuestras pieles se mezclara y solo quedara un olor impregnando la habitación, olor a sexo…
Bese sus labios su cara, su cuello, mi lengua se aventuraba en sus orejas, sin poder evitarlo le daba mordiscos. Mis manos desabrocharon su camisa le pegué a la pared y me deslice besando y acariciando su pecho, me entretenía en sus pezones mientras mi mano buscaba aquel bulto que había sentido tan cerca hacia unos instantes.
Su polla apretada en su pantalón, la cremallera casi reventaba, me agache y se la baje con los dientes despacio mientras el no dejaba de mirarme. Baje su cremallera pero no saque su miembro quería verlo sufrir un poco más, ni siquiera lo toque y me levante de nuevo para besar su boca.
Él me empujo contra la pared y su pasión se desató. Casi me arranco la camisa y sus labios se posaron en mis pezones sus manos subían por mis muslos y sus dedos traspasaban ya la goma de mis húmedas braguitas. Podía sentir sus dedos jugando con mis labios, empapándose con mis jugos.
Seguimos acariciándonos, rodando, empujándonos por las paredes del pasillo hasta llegar al salón. Me sentó en sus rodillas mientras yo le terminaba de sacar su camisa, Me puse de pie en frente de él y cogí su mano como si fuera la mía acariciándome pasándola por mis piernas, por mi trasero, bajándome las braguitas,
Le ayude a quitarme la falda y me quede desnuda frente a él, volví a coger sus manos y mientras con una acariciaba mis pechos metí la otra entre mis piernas masturbándome, empujando levemente sus dedos guiándolos hacia mi agujerito pero sin llegar a meterlos, deleitándome con sus manos como si fueran las mías y el no dejaba de mirarme.
Aun llevaba los pantalones puestos, así que me agache entre sus piernas y le ayude a deshacerse de ellos allí estaba su desafiante polla pidiéndole clemencia a mis manos y a mis labios. La cogí con una mano y pasee la punta de mis lengua por su glande sin bajarle la piel, mientras él intentaba ir más allá. Pero mis manos lo sujetaban prohibiéndole moverse, mi lengua seguía jugando en su punta y a lo largo de ella sin consentir bajar su piel ni un milímetro. Después la metí toda en mi boca aun sin mover su piel, sus caderas se movían locas intentando conseguir el movimiento, pero yo seguía resistiendo.
Puse mis labios en la punta y apretando levemente comencé a bajar la piel dejando que entrara poco a poco en mi boca, podía escuchar sus suspiros agradecidos pidiéndome más y más… Bajaba y subía por aquel tronco mientras mis dedos jugueteaban suavemente con sus testículos. Me dispuse a darle un ritmo más excitante a la mamada, ayudándome con una mano apretando su polla subiendo y bajando su piel a buen ritmo y dejando que mi saliva se mezclara con sus jugos.
La expresión de su cara lo decía todo, le lleve casi hasta la cima y pare en seco, volviendo a besarle en la boca.
Ahora te toca a ti, dijo, y me sentó en el sofá mientras él se arrodillaba, abrió mis piernas y comenzó a besar mis muslos por su parte interior, subía y subía haciéndome desear su lengua en mi coño, pero cuando llegaba saltaba hacia el otro muslo y me dejaba con las ganas una y otra vez, hasta que en una de ellas puso toda su boca en mi coño y pude sentir por fin su lengua caliente sobre él. Sus labios chupaban, su lengua jugaba y yo me volvía loca de placer.
Mientras estimulaba mi clítoris sus dedos empezaron hurgar en la entrada y yo empujaba, y me frotaba ansiando sentirlos dentro de mí, primero uno, apenas la puntita y poco a poco fue metiéndolo entero, después el otro, yo ya estaba a punto de correrme así que cogía su cabeza y tiraba de su pelo intentando compaginar las embestidas al ritmo que necesitaba y así sentí crecer el orgasmo dentro de mi hasta que estallo violentamente con su deliciosa boca y sus dedos dentro de mí.
Me permitió un minuto de descanso mientras subía besando mi vientre, mis pechos y mi cuello suavemente hasta posar sus labios en mi boca. Sus caricias fueron despertando mis ganas de nuevo, ahora quería sentirle dentro de mí. Bajo su mano a mi entrepierna comprobando las condiciones y metiéndose entre ellas comenzó a tocarme mientras pasaba su puntita por los pliegues de mi vagina. Poco a poco metía la punta, se quedaba quieto y volvía a sacarla, repitió esto varias veces creándome una expectación apenas soportable con la idea de que en pocos instantes la tendría toda dentro de mi.
Cada vez entraba un poco más y yo no podía resistir la tentación de empujarle hacia mí, quería tenerle dentro y cogerle el trasero, rodearlo con mis piernas para que no se pudiera escapar. Por fin me la metió entera y me cabalgaba mientras no dejaba de besarme, me encantaba ver su cara mientras se movía buscando mi placer y el suyo
Nos giramos y quede encima suyo, no podía parar de moverme de frotarme contra él, sus manos agarraban mi cintura y acompasaban el ritmo, me deje echar un poco hacia atrás y pude volver a sentir como crecía dentro de mi esa sensación indescriptible de cuando sabes que va a suceder de nuevo, y sucedió….quede rendida tumbada sobre el por unos instantes. Pero enseguida recupere el aliento y estuve dispuesta a hacerle chillar tanto que los vecinos tuvieran bien claro que es lo que estaba pasando.
Le dije que se sentara y abrazada a él me movía mientras no dejaba de besarle cortando su aliento, mis piernas le rodeaban y apoyándome en los brazos me eche hacia atrás para que aparte de sentir pudiera disfrutar de la vista
Su respiración se aceleraba con cada embestida y su ritmo también, cuando creí que era el momento le tumbe de nuevo y me puse en cuclillas moviéndome violentamente mientras acompasaba sus sacudidas, su cara se tensó, su músculos, su vientre todo su cuerpo, el sudor empapaba su frente y arqueándose empezó a correrse mientras sus suspiros subían de volumen, unos segundos y su cuerpo se relajó debajo de mi
No me moví durante unos minutos dejándola dentro, dejándole disfrutar de esos escasos minutos de semiinconsciencia, tumbada encima suyo y dejando que el sueño y el cansancio acudieran a mi cuerpo, me deslice a su lado y nos quedamos dormidos abrazados.
Estaba ya bien avanzada la mañana cuando me despertó el sentir que su verga buscaba mi vagina, le sentía a mi espalda tratando de metérmela de nuevo, y no le fue difícil, aún estaba empapada con sus múltiples eyaculaciones, sin embargo no estaba satisfecho con lo que tenía, quería mucho más, así que se retiró de mi para buscar mi culo. Nunca me ha gustado hacerlo así, pero algo me impedía de nuevo rebelarme y él lo sabía, sin hacer otro gesto qué de entrega, me pegué más a él, hasta que sintió mi ano con la punta de su verga. Me agarró fuertemente de mis senos y empezó a presionar con fuerza, el hecho de que hubiera previamente humectado su verga facilitó las cosas, y al cabo de un momento sentí como empezaba a penétrame. Sentía dolor y al notarlo, se detuvo en su movimiento, sin tratar por ello de retirarse, suavemente inicio de nuevo el movimiento y ya más relajada pudo meter su polla entera; a partir de ese instante, aceleró a tope su vaivén, mientras con sus dedos jugaba con mi clítoris, y en muy pocos minutos llegamos a un orgasmo violento.
Pasamos todo el día en la casa, me mostro nuevamente la técnica que empleaba para lograr hipnotizar y no sé si lo logró conmigo, pero seguimos follando como locos hasta que llegó mi madre a llevarnos comida. No pareció extrañarse cuando me vio allí desnuda, ni cuando José, igualmente desnudo y hablando con ella me agarraba las tetas, o cuando le dijo que se fuera porque íbamos a seguir follando, a menos que quisiera que la follase a ella también. Me daba cuenta de todo lo que pasaba, era consciente de todos los detalles, pero ante nada de eso podía rebelarme, tan solo usaba mi voluntad para el sexo, para inventar posturas, y así seguimos durante días y semanas. Iba con él a todas partes, follábamos en la furgoneta, en las playas cercanas aunque estuvieran repletas de gente, en todos los lugares y de todas las maneras; exigía que muchas veces, saliera completamente desnuda y cubierta tan solo con mi poncho rojo para exhibirme más fácilmente, me llevaba a bares de carretera, en los que me hacía mostrarme ante los ojos hambrientos de los clientes a los que con frecuencia permitía que me follasen hasta que, una madrugada en la que, por fortuna estaba en casa de mis padres, regresó de improviso mi compañero y su sola presencia hizo cambiar las cosas.
Por la noche sonó el timbre de la casa y mi madre, muy cómplice, me dijo que era José que me esperaba abajo, que quería que bajase totalmente desnuda bajo mi poncho rojo. No lo impidió la presencia de mi compañero, con el cual desde luego bajé y se lo presenté a José, cuyo disgusto fue bastante evidente, y solo cambió su grosero talante cuando se dio cuenta de que yo había obedecido su orden y estaba totalmente desnuda bajo el poncho; varió completamente su actitud e insistió en invitarnos a uno de los muchos pub’s que conocía. Tuve que insistir yo misma ante mi compañero, cuyo cansancio era evidente, pero nos sentamos en un rincón bastante oscuro del local, teniendo a cada uno de un lado y de modo totalmente diferente, a mi izquierda mi compañero y el poncho totalmente cerrado para que no se diera cuenta de mi desnudez, él a mi derecha y el poncho bien abierto, con sus manos entre mis piernas y agarrando mis tetas. Muy cortés pidió permiso a mi compañero para invitarme a bailar y nos perdimos en la oscuridad de la pista y no para bailar, sino para meternos en un reservado vacío y totalmente a oscuras, en el que me quitó el poncho, lo tendió sobre el suelo, a mi sobre la tela y él entre mis muslos en un comienzo, aunque en seguida ponerme a cuatro patas y meterme su polla por el culo hasta vaciarse en mi interior. Después volvimos a la mesa pero ya con un ambiente enrarecido hasta el extremo de que le sentí decidido a contarle a mi compañero lo que acabábamos de hacer en la oscuridad, no solo eso, antes de pronunciar una palabra abrió el poncho para que mi compañero, y toda la gente que estaba alrededor, pudiera comprobar que estaba totalmente desnuda bajo él. Salímos inmediatamente del local, regresamos a casa y cuando subimos, mi compañero me preguntó la causa de una situación tan desagradable. Le expliqué todo, desde el primero al último detalle, para hacerme al final una única pregunta, a quien quería de los dos, y también me escuchó la evidente respuesta, te quiero a ti, le dije, y a partir de ese día se acabó la influencia de José.
Sin embargo, los dos estábamos equivocados, dos o tres días después él se marchó a la Capital para buscar trabajo, y nuevamente me quedé sola en casa con mis padres, minutos después hizo su aparición mi madre acompañada de José, discutimos y cometí el error de mantener su fija mirada, comenzó de nuevo la misma sensación de mareo que había tenido tantas veces antes, entre brumas le oí decir que me desabrochase la blusa que llevaba, y mis manos fueron incapaces de otra cosa que hacer lo que decía, como una autómata lo hice aun dejando el sostén, se levantó y vino hacia mí para arrancarme violentamente toda la ropa, me ordenó levantarme, apoyarme sobre el respaldo del sofá, para ponerse tras de mí y sacando su verga sodomizarme con extrema violencia, mientras veía como mi madre, desde la puerta del salón, nos observaba sonriente. Cuando al fin se corrió no me dejó asearme ni vestirme, tan solo coger el poncho y ponérmelo por encima, para salir, casi corriendo de la casa, antes de que regresara mi padre.
Montamos en la furgoneta que arrancó con la misma violencia con la que condujo todo el camino, hasta detenerse ante un bar de putas que él conocía. Entramos, y nada mas hacerlo, me ordenó que me quitara el poncho para que todos me vieran desnuda. Me poseyó allí mismo, contra la barra del bar, y no contento con ello, se dirigió a los presentes para decirles que podían follarme todos y cada uno. No sé cuántos lo hicieron, aquello fue una sucesión de vergas entrando y saliendo de mi sexo, para después encontrarme de nuevo en la furgoneta que mas tarde detuvo ante las puertas de su propia casa; subimos a ella y llamó a grandes voces a Ana, su esposa, que al momento apareció asustada, me despojó del poncho y al mismo tiempo desgarró por completo el escote de la blusa que vestía ella, dejándonos a mi desnuda y a ella con las tetas al aire, nos dijo que desde ese momento éramos suyas, que haríamos todo lo que a él le apeteciese, y como prueba, allí mismo la hizo desnudar a ella y la penetró con saña, por la vagina, el culo, el culo nuevamente, la vagina, la boca, nada dejó sin penetrar, y después me tocó a mi, me hizo acostar sobre el suelo, al lado de Amalia, pasaba de una a otra, del culo de ella a mi vagina, de mi boca a la suya, y nada dejó sin llenar de semen. Cuando quedó sin fuerzas, se sentó en el sofá, enviando a Ana a buscar sus juguetes, y cuando los tuvo en su poder, los usó con nosotras hasta hartarse, la primera vez en mi vida en que otra mujer me poseía, armada de una especie de consolador gigante, de dos puntas, una de las cuales él había metido previamente, en el coño de Ana, mientras el otro extremo, lo metía ella en el mío, siguiendo las órdenes de su marido. Aún se atrevió a más, un día llegó a mi casa acompañado por un amigo suyo y sin avisarme, como era habitual le abrí la puerta desnuda, como él me había ordenado, al verle acompañado no sabía que hacer, pero sencillamente me empujó hasta el salón, al tiempo que hacía entrar a su amigo. Quise ponerme alguna ropa, pero me lo impidió mirándome a los ojos, y se sentó conmigo en el sofá, frente a su amigo que se sentó en una butaca. Puso su brazo sobre mis hombros, con su mano pellizcaba mis pezones mientras veía como su amigo desabrochaba su pantalón y sacaba su verga comenzando a masturbarse; me hizo separar mis piernas al máximo, con sus dedos abrió mi sexo, los metió en el, acarició mi clítoris hasta que yo, incapaz de contenerme, comencé a agitarme. Su amigo se puso en pié y avanzó hacia nosotros, se arrodilló entre mis piernas y con su lengua sustituyó a los dedos de José que se puso en pie para desnudarse y acostarse sobre la alfombra. Entre brumas recibí su orden de ir a sentarme sobre él, sobre su polla erguida, percibí la presión sobre mis hombros de las manos de su amigo, su peso tras de mi, su verga colocándose sobre mi esfínter. Les odiaba pero no podía hacer nada para rebelarme, y fui sintiendo el avance de aquella otra verga que me perforaba, mientras ellos se movían como posesos hasta correrse ambos.
Durante algunos meses siguió haciendo de mi lo que le apetecía, venía a mi casa en cuanto salía mi compañero y yo tenía que abrirle la puerta totalmente desnuda, sabía que en la casa no vivía nadie mas que nosotros; me poseía como y cuando quería, me hizo fotos desnuda, follándome en la playa, en plena calle, fotos que Ana debía hacernos cuando él estaba en acción conmigo. Uno de sus placeres consistía en que fuéramos a un bar cualquiera, o una cafetería y una vez allí, iba desabrochando mi blusa, o haciendo bajar los tirantes de mi vestido hasta descubrir mi pecho y, ante todos, comenzar a apretarlos con sus manos, era su manera de lucir su machismo ante el mundo, haciendo ver que era suya. Estuvimos tres días en un hotel, para lo cual mi madre montó la escusa de que estaba en cama y yo debía ayudarla en su casa. Fueron tres días follando sin parar, llegó a llamar a un camarero haciendo que yo le recibiese desnuda, le dijo de pasar y cuando lo hizo le invitó a follarme y, mientras lo hacía él se masturbaba.
Todo siguió así durante meses. Mi pareja seguía ignorante de todo, hasta que, por puro azar, le pilló un día vanagloriándose de lo que me hacía, y mostrando las fotos que me había hecho desnuda. Le enfrentó ante todos sus amigos y le obligó a destruir fotos y negativos, a confesar que se valía de la hipnosis para conseguir mujeres, le dejó en un ridículo absoluto, rechazado por todos y así fue como terminó la historia, aunque durante meses necesité de ayuda para salir completamente de los efectos de su hipnosis, aún hoy y de vez en cuando, me sobrevienen deseos compulsivos, pero esta vez son totalmente controlables y controlados.
Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.
Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières… sus sacerdotisas que tambien se consideran sus esposas.
Nunca me había creído una buena persona, es mas siempre me había considerado un cabrón insensible y carente de sentimientos que iba a lo suyo. Aunque había media docena de tipos que me tenían en buena estima, tengo que reconocer que pasaba de ellos y que lejos de considerarles amigos, para mí siempre habían sido meras herramientas para usar o desechar según el caso.
Nunca había tenido una verdadera relación y mis teóricas novias no pasaron jamás de coños donde descargar mis ganas. Aunque alguna de ellas llegó a enamorarse de mí y creer que yo le correspondía, todas y cada una de mis conquistas hoy ni siquiera me hablan. Para ellas soy un cerdo. Razón no les falta. A la gran mayoría les puse los cuernos y aquellas que tuvieron la suerte de no lucir una cornamenta a buen seguro tampoco me recuerdan con cariño porque en cuanto me cansaba de ellas, las echaba de mi lado sin contemplaciones.
Confieso que hijo de perra, capullo, maldito, egoísta y otras lindezas son apelativos que definían mi carácter y estaba orgulloso de ello. Es más siendo un trepa que no le importaba dejar cadáveres a su paso, subí rápidamente en la multinacional donde trabajaba y con menos de treinta años, ya era subdirector para España.
¡Joder! Me miraba al espejo y me ponía cachondo porque el cretino del otro lado era única persona que amaba en este mundo. Tenía pasta, era guapo, no me faltaban las tías… era un tipo afortunado.
Pero todo aquello cambió a raíz de un jodido ascenso, cuando revisando mi trayectoria los mandamases decidieron que podía hacerme cargo de llevar a buen puerto una enorme inversión que la empresa iba a hacer en África Central.
Allí empezó esta historia la cual dudo alguien se llegue a creer y todo ocurrió por un tonto del culo que creyéndose por encima del bien y del mal, actuó sin conocer antes la cultura de sus gentes….
CAPÍTULO 1
Mi llegada a ese país debía de haber advertido que no debía dar por sentado nada. Os confieso que hoy sé que a pesar de mis múltiples éxitos era un paleto con ínfulas de general y por ello no se me ocurrió pensar que en diciembre en esas tierras de Dios haría un calor insoportable. Todavía recuerdo que llevaba corbata al bajarme del avión, la cual tuve que quitarme aún antes de llegar a la terminal porque el termómetro marcaba más de cuarenta grados.
«Seré gilipollas», pensé mientras me quitaba el abrigo, la chaqueta, la bufanda y la corbata.
Mi segunda sorpresa fue verme rodeado de negros. Os reiréis pero a pesar de saber que el noventa y nueve por ciento de sus habitantes eran de esa raza, una cosa es saberlo y otra bien distinta es entrar a la terminal y ser el único blanco. La sensación de ser un bicho raro era una novedad lo suficiente incómoda para que al salir del aeropuerto con el traductor―chófer―hombreparatodo que la compañía había puesto a mi disposición estuviese cabreado.
«¡Quién cojones me creía al aceptar el puesto!», recuerdo que pensé al ir a por el coche con el sol africano golpeándome la nuca. Lo peor fue que al abrir la puerta del automóvil descubrí que el puñetero moreno no había tenido la precaución de guardarlo bajo una sombra y su interior era una sauna. Ni se me pasó por la cabeza meterme en ese horno sino que obligué al tal Pedro a encender el aire acondicionado y me encendí un cigarro mientras esperaba que se volviera habitable.
«¡Cómo me habré dejado convencer?», me lamenté mirando a mi alrededor y ver el lamentable estado del aeropuerto, «Solo hay pobreza».
Acostumbrado a la vida occidental y aunque me veía capaz de soportar cualquier prueba que el destino pusiera frente a mí, eché de menos mi apartamento de soltero, mis compañeros de juergas y mis putas.
«No tardaré en encontrarles un sustituto», sentencié apagando el pitillo contra el deteriorado asfalto.
Quince minutos después Pedro me avisó que ya podía subirme al todoterreno y para entonces, mi camisa ya estaba empapada de sudor pero no me importó porque vi como una liberación sentir el frescor que salía de los dispensadores del aire acondicionado, sin saber que tardaríamos tres horas en recorrer los cuarenta kilómetros que había entre la capital del país y el poblacho infecto donde tenía que terminar de negociar la compra de unos terrenos con el jefe tribal.
De haber sabido lo que se me avecinaba, me hubiese llevado al menos a un miembro de la embajada versado en la cultura de esa etnia pero como el exitoso ejecutivo que creía que era, no vi problema en enfrentarme a un iletrado subsahariano yo solo. En teoría iba a un mero trámite, mis jefes me habían puesto un precio máximo que podría pagar y no pensaba traspasar ese límite.
«Compro las tierras, vuelvo al hotel y mañana otra vez en España a esperar que empiecen las obras», me dije mientras miraba absorto la naturaleza de ese país.
Al llegar a esa aldea, a pesar del polvo de sus caminos y la miseria masticable de sus gentes, no pude de dejar de valorar el espectacular entorno donde la multinacional quería instalar la fábrica.
«Qué paraíso!», exclamé al ver la exuberante vegetación de esa franja de terreno pegado al lago Marahoue.
De buen grado me hubiese quedado horas admirando el paisaje pero como no tenía tiempo que perder si quería volver a dormir a la ciudad, azucé a Pedro para que me llevara con el tipo que íbamos a ver. Tal y como había previsto, el jefe del poblado resultó un viejo gordo, canoso y repugnante casi sin dientes que no paraba de gritar como si estuviera enfadado.
Extrañado por ese comportamiento, pregunté al traductor la razón de su cabreo y este me miró como si fuera un ser de otro planeta antes de contestar:
―Grita porque le considera un hombre importante y está demostrando con sus berridos la alta estima que le tiene.
«No se les pegó nada de los franceses», murmuré para mí y no queriendo que se sintiera menospreciado, a voz en grito saludé a mi oponente.
El gerifalte sonrió al oír la traducción de mi acompañante y llamándome, me pidió que me sentara a su lado mientras del interior de la choza nos sacaban unas viandas. Al interrogar al traductor cuando íbamos a hablar del asunto que me había llevado hasta allá, este contestó:
―La costumbre le obliga a honrar a su invitado antes de hablar de negocios.
Estuve a punto de vomitar al oler el hedor que manaba de varios de los platos que me pusieron en frente pero, no queriendo ofender a esa gente, probé de todos y cada uno de los guisos. Lo único que se salvaba era la bebida favorita de esa etnia, una especie de vino de palma que estaba realmente bueno. El sabor dulzón de ese brebaje escondía su alto contenido alcohólico y quizás por eso al cabo de dos o tres copas me atreví a piropear a las monadas que servían la comida.
El cretino de Pedro sin preguntar tradujo mis palabras al jefe y este soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo:
―No le recomiendo tontear con las mujeres de nuestro pueblo, son todas brujas.
Su respuesta me hizo gracia y señalando a una diosa de ébano que se mantenía al margen mirándome fijamente y que era especialmente guapa, repliqué:
―No me importaría caer bajo su embrujo.
Ahora sé que debía de haberme mordido un huevo antes de decir tal cosa pero la realidad es que no mentía porque la muchacha en cuestión tenía todo lo que me gustaba como hombre. Era alta, delgada, con pechos duros y un culo de ensueño. Para mi desconcierto, soltando una carcajada el africano me contestó:
―Eso se puede arreglar― y despidiendo a todos menos al traductor y a mí, comenzó las negociaciones diciendo: ―cuánto está dispuesto en pagar por mi heredad.
Con la lección aprendida, dejé caer exactamente la mitad de lo que mis superiores habían marcado como límite, sabiendo que esa cifra no era despreciable en términos occidentales pero en ese lugar debía ser estratosférica.
El viejo no pudo disimular su impresión ante tanto dinero pero como avezado negociador empezó a comentar que además del terreno, tenía que pagar el ganado que pastaba en sus prados, la cosecha de piña que estaba a punto de ser levantada, etc…
Cortando de plano su discurso, cometí el mayor error de mi vida al manifestar:
―Comprendo su inquietud y por ello, en compensación por el dolor que le supone desprenderse de su heredad, le cedería con gusto todo el ganado y los frutos de su trabajo sin descontar nada de su precio, quedándome todo lo demás.
Mi interlocutor al oírme, sonrió y levantándose me dio un abrazo para acto seguido llamar a gritos a todo el pueblo. La gente se comenzó a arremolinar a mí alrededor mientras empezaban a cantar.
―¿Qué coño pasa?― pregunté.
―Al comprar la heredad del jefe, automáticamente se ha convertido en miembro de la tribu y lo están celebrando― contestó el inútil de mi traductor.
En ese momento, la joven a la que había piropeado se sentó a mi lado y me cogió la mano. Algo en su mirada me puso los pelos de punta y extrañado por esa actitud interrogué a Pedro los motivos:
―Está demostrando su consentimiento al acuerdo.
―No entiendo― casi chillando respondí.
El nativo malinterpretó mi nerviosismo y bajando la voz, me explicó:
―En esta etnia, las mujeres son libres de aceptar o no al hombre que su padre a elegido para ellas, pero no se preocupe la hija del jefe está contenta con la decisión.
―¿De qué hablas? Yo solo he comprado los terrenos.
La sorpresa de Pedro fue genuina y acercando su boca a mi oreja, me soltó:
―A eso veníamos pero usted no negoció solo eso, sino el conjunto de la heredad y eso incluye todo― y viendo mi cara de pavor, aclaró: ―como usted ha renunciado previamente al ganado y a la cosecha, además de los terrenos se lleva a su primogénita.
―¿Me estás diciendo que he comprado a esta muchacha?
Indignado el moreno, protestó:
―¡En mi país está prohibida la esclavitud! Lo que ha hecho es pagar su dote― y bastante nervioso, bajó la voz al decirme: ―le aconsejo que no se eche atrás porque esta gente es belicosa y no aceptaran que rompa el acuerdo.
Durante un segundo estuve a punto de salir corriendo pero al mirar a mi alrededor y ver que no había forma de huir, me quedé sentado mientras no dejaba de echarme en cara lo inepto que había sido al ir al culo del mundo a negociar con una cultura diferente sin tener a mi lado a un experto.
―No hay problema― respondí al traductor mientras pensaba en lo fácil que me resultaría ya en España el anular ese matrimonio― ¡cumpliré con mi palabra!
Para mi desconcierto en un correcto español, Thema, mi teórica prometida susurró en mi oído:
―No tenía ninguna duda que lo harías. Llevaba años esperando a mi compañero y desde el momento en que te vi supe que la diosa te había elegido para mí.
Su voz a pesar de su dulzura, no estaba exenta de autoridad y todavía alucinado porque hablara mi idioma, pregunté cómo era posible que lo hubiese aprendido en ese lugar.
―Estaba predestinada a ti desde que mi madre tuvo una visión en la que la Diosa le ordenó que me mandara al colegio de los Padres Blancos a estudiar.
Sus palabras me parecieron una memez pero aun así agradecí que esa chavala hubiese pasado por esos misioneros, cuyo apelativo venía del color de su hábito, porque así podría comunicarme con ella en mi propia lengua y echando un ojo a la morena no pude dejar de certificar mi primera opinión: ¡era preciosa!
Para entonces se había improvisado una fiesta y siendo el centro de la misma, estábamos siendo agasajados con regalos que esa pobre gente no podía permitirse pero aun así nos lo ofrecían. Reconozco que al ver la humildad de esos presentes carentes de valor monetario, pensé en rechazarlos pero entonces apretando mi mano, mi prometida murmuró en mi oreja:
―Levántate y muestra la ilusión que nos hace el recibir esas baratijas. ¡Son todo lo que tienen!
No sé si fue la dureza de sus palabras o el hecho que tenía razón pero la verdad es que me vi impelido a levantarme y aunque me sentía ridículo, respondí dando un gran abrazo de agradecimiento cada uno de esos regalos.
«¿Qué narices estoy haciendo?», me pregunté en un momento dado al percatarme que realmente sentía una gran gratitud con esa gente.
Leyendo mis pensamientos, Thema comentó:
―Estabas muerto pero con mi ayuda te volverás digno de ellos.
Cabreado por el significado que escondían esa frase, la repliqué:
―Soy un buen hombre.
Sonriendo y sin alzar la voz, esa belleza contestó:
―Eso no es cierto y lo sabes. Hasta hoy solo has pensado en ti mismo pero eso va a cambiar. Junto a mí, llegarás a lo más alto pero también te convertirás en mejor persona.
Que esa niñata se permitiera el lujo de opinar sobre mí sin conocerme, me encolerizó y mirándola a los ojos, me enfrenté a ella. Os tengo que confesar que al hacerlo, me sumergí en sus negros ojos y con el corazón encogido, la espeté:
―¿Y si no quiero?
―Querrás y tu esposa estará orgullosa de ti.
La seguridad de su tono me hizo palidecer al darme cuenta que tenía que tener cuidado porque esa jovencita quería convertirme en su esclavo.
―No te preocupes, no es esa mi intención. Deseo todo lo contrario.
―¿Qué quieres?― respondí molesto por la facilidad que tenía esa cría en leer mi mente.
―Un líder justo, un compañero leal y un amante ardiente.
Enfadado hasta la médula y sin saber por qué, vi en sus palabras una agresión y por eso, de muy mala leche, respondí:
―Puedo ser lo último pero si quieres alguien fiel, ¡búscate a otro!
Mi exabrupto no consiguió escandalizar a la morena y acercándose a mí, me hizo saber lo equivocado que estaba al decirme mientras se acariciaba los pechos que después de casarme no me apetecería estar con otra.
Mi reacción me dejó impresionado porque al ver a esa mozuela haciendo gala de sus dones para provocarme no me pude retener y cogiéndola entre mis brazos la besé con una pasión poco propia de mí. Os confieso que a pesar de la presencia de la mitad de ese poblado al sentir la perfección de ese joven cuerpo a través de su ropa, me volví loco y comencé a magrearla con una desesperación que decía poco de mí hasta que muerta de risa, Thema me separó diciendo:
―Ahora no es el momento de demostrarme lo buen amante que eres. Seré tuya pero antes tienes que casarte conmigo.
Humillado por esa jovencita, me juré a mí mismo que por mucho que insistiera me abstendría de tocarla y que al menos esa noche, esa bruja dormiría sola pero entonces pasando su mano por mi alborotada entrepierna, la morena me soltó:
―No me importa. Llevo muchos años esperando al hombre que me haga mujer y puedo esperar para dejar de ser virgen. Primero tendrás que venir a mí rogando.
Escuchar de sus labios que esa preciosa hembra se mantenía incólume, me excitó de sobre manera pero aun así me mantuve firme en mi decisión de evitar a toda costa que esa muchacha se saliera con la suya.
Nuevamente y como si realmente conociera mis pensamientos, Thema me miró pícaramente y viendo que se acercaba el chamán que nos iba a casar, murmuró en mi oído:
―Recuerda, llegará la noche que buscarás mis caricias.
Saber que esa preciosidad nunca había estado con un hombre y que estaba decidida a estrenarse conmigo, me dejó sin palabras y por su causa poco os puedo decir sobre la ceremonia que no sea que todo el mundo mostró una extraña devoción a la madre de mi novia y que compartimos un extraño guiso del mismo plato mientras el resto nos miraba con satisfacción. ¡Estaba demasiado ocupado pensando en el lío en que me había metido!
Mi turbación se incrementó a niveles insospechados cuando, al ritmo de los tambores, un grupo de jovencitas sacó a bailar a la que ya era mi esposa.
«No es posible», murmuré al quedarme hipnotizado por el modo que se movía en la improvisada pista. Incapaz de desviar mi mirada, mis ojos quedaron prendados al contemplarla bailando para mí mientras su séquito la animaba con las palmas.
Nadie me lo dijo pero comprendí que estaba ejecutando una danza ancestral en el que me ofrecía sus caderas, sus pechos y toda ella como tributo a nuestra unión. Es más reconozco que todo mi ser, todas mis neuronas se vieron afectadas por el erotismo de sus movimientos antes que me diera cuenta que bajo mi pantalón mi pene había despertado.
¡Ni siquiera lo pensé! Y pegando un rugido, me levanté a darle caza. En ese momento, me sentía un felino y dominado por el espíritu del león, supe que ella era mi hembra.
No me preguntéis como sabían que iba a verme subyugado de tal forma pero cuando estaba a punto de llegar a mi presa, dos gigantescos indígenas se pusieron enfrente e intentaron detenerme. Todavía hoy no lo comprendo pero al sentir que eran un obstáculo, los ataqué con saña. Usé mis manos, mis piernas, mis dientes hasta que atemorizados se retiraron dejándome vía libre para ir por mi botín.
Si creéis que Thema se había puesto nerviosa al ver mi agresividad, os equivocáis por que al llegar a su lado me sonrió y tomándome de la mano, me llevó frente a la esposa del jefe y le dijo:
―Madre, este hombre ha sido capaz de luchar por tu hija.
He de decir que no entendía nada pero también que cuando levantándose de su silla esa mujer me miró, me sentí pequeño en su presencia pero al oírla hablar comprendí el por qué todos ese pueblo la adoraba. Su voz tenía el poder subyugante de la de su retoño pero magnificado por mil.
―¿Qué ha dicho?― pregunté.
―Que la Diosa ha hablado y que te encuentra digno de ella. A partir de este momento, eres su elegido y ella encarnada en mí es tu mujer y tú eres su marido― emocionada tradujo la muchacha y saltando a mis brazos, me besó con pasión mientras repetía una y otra vez el mismo mensaje: ―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
El placer con el que recibí esa condena de por vida me dejó impactado porque no en vano jamás había entrado entre mis planes casarme y menos con una desconocida por muy buena que estuviera. No me reconocía en el imbécil que babeaba al lado de esa morena y por ello haciendo un esfuerzo sobrehumano, dejé de besarla y casi pidiendo perdón no fuera a verme demasiado ansioso, viendo que la fiesta había acabado, pregunté a mi ya esposa dónde íbamos a pasar la noche.
―¡Donde va a ser!― exclamó escandalizada― En la casa de mi marido.
Avergonzado, tuve que reconocer que no tenía ninguna porque había llegado ese mismo día a Costa de Marfil y no había tenido tiempo de alquilarla.
―Si la tienes― contestó: ― Al casarte conmigo y como mi madre sabía que íbamos a vivir en la capital, en calidad de dote te ha regalado una.
Imaginándome el tugurio, estuve a punto de decirle que no hacía falta, que podíamos ir a un hotel y que entre mis retribuciones, mi empresa se encargaría de pagarme una vivienda digna pero viendo su alegría preferí quedarme callado y solucionar ese tema a posteriori.
«Será solo una noche», sentencié sin advertir que quizás por primera vez en mi vida había pensado en otra persona en vez de en mí.
Por enésima vez en pocas horas, los hechos me sobrepasaron porque cuando ya estaba subiéndome el coche que me había llevado hasta ese remoto lugar, escuché a Thema decirme:
―¿Piensas dejar mi coche con mis cosas aquí?
Al girarme, vi un enorme todoterreno último modelo saliendo de detrás de las chozas. Si de por sí tamaño vehículo no me cuadraba con la supuesta humildad de esa gente, lo que realmente me dejó descolocado fue ver que en el que había venido se subían cuatro de las jóvenes que habían servido el banquete. No sabiendo qué narices hacían, se me ocurrió comentar que si las íbamos a acercar a algún lugar.
―Son mis damas de compañía. Donde yo voy, ellas vienen conmigo.
«Joder, con la señorita. No le basta con una chacha, ¡necesita cuatro!», pensé anotando ese detalle en la agenda de temas a discutir tras lo cual entré en la moderna bestia con ruedas propiedad de esa extraña y desconocida mujer.
La morena esperó a que me acomodara a su lado para ordenar al chofer que arrancara, tras lo cual se pegó a mí diciendo:
―Sé qué todo te resulta nuevo y que tienes dudas pero te aseguro que te haré feliz.
―¿Cómo lo sabes?― pregunté afectado al oler la fragancia natural que manaba de la muchacha mientras intentaba que no notara lo mucho que me atraía.
Muerta de risa y apoyando su cara contra mi pecho, contestó:
―Me lo ha dicho la diosa.
En el poco tiempo que la conocía, lo único que tenía claro de esa belleza es que veía en todo un designio religioso y aunque el ateo que había en mí se rebelaba ante tanta superchería, preferí quedarme callado y disfrutar de la grata sensación de tenerla entre mis brazos.
―Créeme cuando te digo que seremos dichosos juntos― murmuró cerrando los ojos.
Minutos después comprendí que se había quedado dormida cuando el conductor no pudo esquivar un bache del camino y tuve que retenerla con una mano. Mano que desgraciadamente se posó en su pecho, al darme cuenta no pude ni quise retirarla al saber que jamás había tocado algo tan perfecto.
«Esta niña me va a volver loco», reconocí mientras aprovechaba para acariciar esa belleza.
Aun sabiendo que me estaba sobrepasando, no fui capaz de parar y sopesé entre mis dedos su tamaño y dureza antes de dar otro paso.
«Dios, ¡cómo me gusta!», murmuré entre dientes al rozar con mis yemas su pezón, el cual no permaneció impávido y nada más sentir ese roce se irguió bajo su vestido.
Envalentonado, lo estuve toqueteando durante unos minutos hasta que ya excitado decidí que con eso no me bastaba y viendo que se le había subido la falda, bajé mi mano por su cuerpo hasta una de sus piernas. La suavidad de su piel fue el aliciente que necesitaba para continuar y mientras mi mente trataba de restablecer mi cordura, fui recorriendo sus muslos con mis yemas.
―Eres malo― ronroneó ya despierta al saber hacía donde dirigía mis caricias y lejos de recriminar mi osadía, la alentó separando sus rodillas mientras me decía: ―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
Que repitiera era frase como si fuera una oración, no consiguió desviarme de mi objetivo y posando mis dedos sobre el coqueto tanga que llevaba, localicé el botón escondido entre sus pliegues para acto seguido comenzar a acariciarlo.
―La diosa me ha bendecido― gimió en voz baja al experimentar quizás por vez primera el contacto de unos dedos que no fueran los suyos con esa sensible parte de su anatomía y cediendo a sus impulsos, empezó a mover sus caderas al ritmo que mis yemas mimaban su clítoris.
Para entonces todo mi ser estaba concentrado en darle placer y viendo su entrega, me permití el lujo de apartar con mis dedos el último obstáculo que me separaba de su sexo. Thema al sentir que esas caricias se repetían ya sin la presencia de la tela, suspiró calladamente y mirándome a los ojos, me rogó que continuara.
―Disfruta― susurré en su oído mientras reiniciaba el asalto sobre su erecto y empapado botón.
Estuve tentado de hundir mi cara y que fuera mi lengua la que recorriera esas tierras inexploradas pero la presencia del conductor me lo impidió y por eso tuve que contentarme con torturar dulcemente a esa extraña y bella mujer cómodamente aposentado en el sillón trasero del todoterreno.
«¿Qué me pasa?», me lamenté al saber que estaba haciendo exactamente lo que no debía mientras todas las células de mi cuerpo ardían por la lujuria.
Mi calentura era tan brutal que olvidando mis reparos, introduje una de mis yemas en el interior de su sexo y comencé a moverlo de fuera a adentro y de dentro a afuera como si me la estuviese follando.
«Se va a correr», adiviné al notar que Thema parecía sufrir los embates de una descarga eléctrica. Tal y como preveía, esa muchachita no tardó en retener las ganas de gritar al sufrir un gigantesco orgasmo.
Tampoco a mí me resultó fácil experimentar cómo mis dedos se impregnaban con la pringosa prueba de su placer e incrementando mis toqueteos, la llevé a la locura mientras mi pene se alzaba bajo el pantalón y me pedía que la tomara. En vez de ello, me tuve que conformar retirar mi mano de su entrepierna y llevándola a su boca, ordenar que lamiera mis dedos cuando en realidad deseaba que devorara otra cosa.
La morena no solo me obedeció sino que sacando la lengua, simuló que me hacía una mamada. Al verla comportándose como una puta, casi me corro y fue entonces cuando comprendí lo difícil que me sería evitar que esa noche fuera hasta su cama rogando porque me hiciera un sitio.
Una vez repuesta, se arregló la ropa y sonriendo, murmuró en mi oreja:
―Gracias, por hacer que yo disfrutara sin pensar en ti.
Si ya de por sí fue duro darme cuenta que tenía razón y que algo estaba cambiando en mi interior al anteponer su felicidad a mi lujuria, lo peor fue volver a oír de sus labios la puñetera letanía que me recordaba mi condena:
―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
«No habrá eternidad ni siquiera otra próxima vez, ¡tengo que librarme de esta loca!», sentencié y girándome, me puse a mirar por la ventana.
Nuestro todoterreno y el que conducía Pedro avanzaban lentamente sobre el camino de tierra. El polvo que levantaba el jeep que nos precedía me dificultaba y mucho la visión pero el paisaje que conseguía vislumbrar era sumamente agreste, montañas y valles escarpados, ausencia de humedad y pobreza por doquier.
Aunque había pasado por esa carretera al ir hacia el poblado, no la recordaba. Por la mañana me había parecido una zona olvidada por la civilización pero sin más. En cambio en ese momento cada paraje me parecía más duro que el anterior y sin saber porque me empecé a indignar, echando la culpa de su miseria a la dejadez de sus dirigentes.
«Esta gente necesitan un guía que se preocupe por ellos e inversiones. Si occidente invirtiera una mínima parte de lo que gasta en armamento, esta tierra podría ser un paraíso», pensé mientras las curvas se sucedían unas a otras sin pausa.
De pronto a la salida de una de ellas, el chofer tuvo que frenar para no atropellar a una mujer tirada en el suelo. Estaba todavía intentando comprender qué había pasado cuando abriendo su puerta, Thema salió a socorrerla.
―¡Qué haces! ¡Puede ser una trampa!― grité alarmado por si todo era una treta para que paráramos.
La insensata muchacha obvió mi protesta y auxilió a la herida sin darse cuenta que contra una valla había dos militares armados con Kalashnikov. Yo en cambio sí me fijé y temiéndome lo peor intenté llevarla de vuelta al coche.
―Déjame, ¡esta mujer necesita ayuda!― sollozó al sentir que la levantaba del suelo.
―Es peligroso, hay gente armada― comenté esperando que al verlo ella misma entrara en razón.
―Me da igual, es mi deber el cuidar de mi pueblo― insistió y zafándose de mí volvió junto a la mujer.
Para entonces Pedro ya se había bajado y quizás más asustado que yo, me avisó que no era bueno auxiliar a esa musulmana, no fuera a ser que los militares nos tomaran por unos rebeldes del norte. Yo ni siquiera había caído en su velo pero al recordar que había leído que existía un foco de rebelión islamista en esa zona, decidí que quisiera o no me llevaría a la muchacha de ahí y por eso cogiéndola en brazos, separé por segunda vez a Thema de la herida.
Ya la había metido en el todoterreno cuándo mirándome con los ojos plagados de lágrimas, me rogó:
―No podemos dejarla ahí, esos bestias la matarán.
Su insistencia me desesperó y siendo al menos tan majadero como ella, volví a por la mujer para subirla al coche. Afortunadamente para mí, los tipos con metralletas se tomaron a risa que un blanquito se dignara a manchar su ropa con la sangre de una de su clase y no tomaron represalias.
En cambio, yo al sentarme en el asiento del copiloto porque el mío estaba ocupada por la musulmana, me giré para pegarle una sonora bronca a la muchacha:
―¡Podían habernos matado! ¿En qué coño pensabas?
―Sabía que la Diosa me protegería y que tú me ayudarías― respondió levantando su mirada un instante para acto seguido volver a cuidar a la herida.
―Definitivamente estás loca― rezongué con un cabreo del diez mientras ordenaba al conductor que acelerara y nos alejara de esos dos indeseables…
1
Llevo tres años en mi trabajo actual, un trabajo de oficina, en el que paso ocho horas diarias con mi culo pegado a una silla y las retinas abrasándoseme con las radiaciones del monitor del ordenador. Mi trabajo es bastante monótono, elaborando informe tras informe, realizando interminables y, muchas veces, infructuosas búsquedas en el vasto mundo de internet. Sí, no suena nada atractivo, incluso puede ser desalentador, pero, al menos, no estoy en paro y gano un sueldo bastante decente.
A mis veintiséis años, todo el mundo me pregunta por qué no busco algo mejor, más inspirador, más creativo, más acorde con mis capacidades. A todos ellos les contesto siempre lo mismo: “no estoy mal pagado”, “más vale pájaro en mano que ciento volando” y, por mucho que les pueda pesar a mis compañeros más experimentados, “soy el mejor haciendo lo que hago”. Bueno, esta es la versión oficial, porque la verdadera razón por la aguanto un trabajo soporífero, poniendo límites a una posible expansión profesional, es ella: Sonia, mi jefa.
Comencemos esta historia desde el principio, sobrevolando las banalidades y recreándonos en los acontecimientos realmente importantes, compartiendo mis experiencias y sensaciones sin tapujos, desnudando los hechos y mi alma en las siguientes líneas:
Tres años atrás, recién graduado en la universidad, tuve la gran suerte de poder incorporarme al mercado laboral, entrando en la empresa más importante, a nivel nacional, de mi ámbito profesional. Para ello, pasé un duro proceso de selección con pruebas de conocimientos, psicotécnicas y de idiomas, entrevista con el departamento de Recursos Humanos y, finalmente, entrevista con José Luis, el jefe del departamento para el cual yo había presentado mi candidatura.
Mi primer día de trabajo, como es normal, acudí nervioso. En primer lugar, por tratarse de mi primer empleo serio; en segundo lugar, porque aunque el jefe de departamento me había dado unas pinceladas sobre la labor que desarrollaría, en realidad no tenía nada claro cuáles serían mis funciones y, por último, mis temores también se focalizaban en cómo sería el entorno de trabajo y mis futuros compañeros.
Al entrar en la oficina, gran parte de mis miedos iniciales se disiparon. Se trataba de un espacio diáfano y luminoso, con isletas de mesas con ordenadores, sin barreras físicas entre ellas, de tal modo que todos los empleados podían verse las caras, haciéndolo un entorno más humano y menos frío de lo que esperaba. La media de edad de la gente que ya había llegado a sus puestos rondaba la treintena, por lo que mi miedo a estar rodeado de viejas glorias y quedarme aislado, también desapareció.
Tras preguntar a la primera persona con quien me crucé, encontré el puesto de José Luis, el único que consistía en un habitáculo cerrado a forma de despacho, en uno de los rincones de la oficina. Me dio una cálida bienvenida, mostrándose mucho más relajado y cercano que cuando me hizo la entrevista, y enseguida me mostró cuál sería mi puesto, presentándome a mis compañeros de isleta para, finalmente, llevarme a una de las mesas individuales que estaban pegando a la única pared sin ventanal. Y allí me presentó a Sonia, la jefa de mi proyecto, la que sería mi responsable directa.
La primera impresión que tuve de mi jefa no pudo ser mejor. En aquel entonces, Sonia había cumplido cuarenta primaveras (dato que supe tiempo después), ¡pero qué cuarenta primaveras!. Su nívea piel de porcelana, sin apenas marcas de expresión en el rostro, apenas contaba treinta de los cuarenta años cumplidos. Tenía (y tiene) unos enormes ojos verdes, redondos y expresivos, adornados con largas pestañas que aletearon en cuanto me vio. No iba maquillada, su belleza natural le permitía concederse ese lujo, puesto que su boquita de piñón tenía un natural color rojizo que contrastaba con la palidez de su cutis, haciendo resaltar la atractiva forma de sus labios, y unas pequeñas pecas adornando su fina nariz, algo respingona. Sus pómulos, altos y marcados por unos carrillos ligeramente hundidos, tenían una leve coloración rosada, dándole un tono armonioso con el resto de sus facciones.
Me pareció muy guapa, ¡qué demonios!, me pareció guapísima.
Llevaba su largo cabello castaño prendido con un pasador de pelo, cayéndole por encima de los hombros, y aunque se podía adivinar alguna hebra blanca, su aspecto era brillante y sedoso.
Cuando se levantó de su asiento para saludarme con dos tímidos besos, sentí que, por un par de segundos, se me cortaba la respiración. No es que Sonia tuviera un cuerpo escultural, de hecho le sobraba algún kilito que no se reflejaba en su atractivo rostro, pero sí contaba con un físico curvilíneo y sensual, una auténtica silueta de guitarra española. Tal vez, sus caderas y posaderas fueran más anchas de lo deseable a la hora de idealizarla, pero esto era compensado por el mejor par de pechos que había visto nunca.
«¡Qué pedazo de tetas!», grité internamente.
Decir que su busto era generoso, sería un eufemismo que quedaría demasiado pobre. Sonia tenía un par de atributos femeninos bastante más grandes de lo que cabría esperar en su constitución y alrededor de metro setenta de estatura. ¿Talla?, ni lo sé ni me importa, las he visto más grandes, pero no tan hermosas y bien puestas como las de mi jefa: redondas, turgentes, desafiantes a la gravedad, apuntando al frente con orgullo, un magnífico balcón para las ventanas de sus preciosos ojos.
Tras aquella primera impresión, con el tiempo, fui constatando lo atractiva que Sonia me resultaba y, tras coger confianza con algunos compañeros, refrendé que ese atractivo no era algo subjetivo. Todos, o casi todos, pensaban que nuestra jefa era una mujer más que apetecible, inalcanzable por puesto, edad y, sobre todo, por estar casada, pero no por ello menos interesante.
Según fue transcurriendo mi andadura en la oficina, fui conociendo más a Sonia, mostrándose ante mí como una mujer inteligente, educada, simpática y dulce. La verdad es que, a medida que mi encanto decrecía con el trabajo que realizaba, mi adoración por ella aumentaba, hasta el punto de que, frecuentemente, me sorprendía a mí mismo echándole furtivas y contemplativas miradas.
Ella era encantadora conmigo, y no sabía si sólo era percepción mía, o era algo totalmente objetivo, pero estaba convencido de que me dispensaba un trato distinto que a los demás: siempre me saludaba efusivamente, me sonreía con los labios y la mirada, reía con mis chistes aunque no tuvieran gracia… Yo trataba de convencerme a mí mismo que era porque, aunque cada vez me gustaba menos lo que hacía, mi trabajo era impecable, y ya gozaba plenamente de su confianza, así como de la del jefe de departamento. Pero siempre había una vocecita en mi cabeza que me decía: «Le gustas, y lo sabes».
A lo que yo siempre contestaba sin convicción: «Tengo novia, está casada, es mayor, es mi jefa… ¿Más argumentos?. ¡Es imposible!».
«Impossible is nothing», me respondía la clarividente vocecilla, con tono de anuncio de ropa deportiva.
Tras año y medio, en el que mi deseo por Sonia siguió en continua escalada, hasta casi convertirse en obsesión, surgió mi oportunidad de alejarla de mis pensamientos para volver a tener ojos sólo para mi novia, como debía ser. Disfrutamos las vacaciones de verano en turnos distintos, por lo que nos pasamos casi dos meses sin vernos, y a la vuelta de vacaciones, en vez de reencontrarme con ella, me enteré de que había cogido una baja laboral indefinida. Así que me pasé casi cinco meses sin verla, olvidándola, salvo por los continuos rumores que corrían por la oficina sobre los motivos de su baja.
En ese tiempo, el trabajo se me hizo más difícil de llevar, me resultaba más aburrido, más monótono, más desmoralizador… Hasta que, por fin, a finales de año, Sonia se reincorporó a la oficina.
El día de su regreso saludó a todo el mundo con dos besos, y cuando llegó a mí, quedé profundamente decepcionado.
-— Hola, Julio —dijo sin emoción alguna, dándome dos fugaces y fríos besos.
— Hola, Sonia —contesté yo, devolviéndole los besos mucho más efusivamente—. Me alegro de tu regreso, te echábamos de menos.
— Yo también me alegro —contestó, desviando la mirada—. Luego nos vemos…
Y sin más, se fue a ocupar su mesa junto a la pared.
Me quedé petrificado, esa no era mi jefa, al menos, no como yo la recordaba. Aparte de la frialdad de su actitud, incluso físicamente, estaba distinta. Había perdido completamente el brillo de su mirada, las ojeras surcaban la línea bajo sus verdes ojos, su cabello se veía algo descuidado, estaba claramente más delgada, y su ropa indicaba que había cogido lo primero que había encontrado en el armario. Era como si, de pronto, le hubieran caído veinte años encima y se hubiera abandonado. Absolutamente descorazonador.
Las semanas que siguieron, apenas crucé unas pocas palabras con ella, y sólo estrictamente profesionales, hasta que poco a poco se fue metiendo en la dinámica del día a día y empezó a mostrarse menos distante. Aunque muchas veces parecía distraída, como en otro mundo y, en más de una ocasión, me di cuenta de que volvía del servicio con los ojos rojos, en un claro indicativo de que había estado llorando.
— Se ha divorciado —me dijo mi compañera Rebeca, percibiendo mi preocupación en una de las ocasiones en que vimos volver a Sonia con los ojos aún llorosos.
Tras más de dos años de trabajo juntos, Rebeca y yo habíamos entablado una buena amistad, con la suficiente confianza como para compartir algunas confidencias personales. Era una persona muy directa, que decía las cosas tal y como las pensaba, por lo que a una gran parte de los compañeros les resultaba demasiado agresiva, aunque conmigo, siempre había tenido una actitud más relajada. Tal vez fuera porque me sacaba algunos años.
— ¡No me digas! —exclamé en un tono en el que nadie más pudiera escucharme—. ¿Por eso ha estado de baja, y está así?.
— Sí —contestó mi compañera con el mismo tono confidencial—. Ha sido un divorcio muy tormentoso, y lo ha pasado fatal…
— Vaya, ahora lo entiendo todo… Sí que debe haber sido duro, aún se la ve muy afectada…
— No es para menos —añadió Rebeca, bajando aún más el tono—. No le digas nada a nadie, porque por ahora sólo lo sabemos el jefazo y yo, pero es que pilló a su marido con otra.
Mi compañera también era buena amiga de Sonia, la que más relación tenía con ella, con quien tomaba el café de media mañana y salía a comer. Nunca me habría contado el secreto, pero ante mi visible preocupación, y sabiendo que tarde o temprano sería de dominio público, confió en mi discreción.
— ¡Vaya palo! —dije sorprendido—. Pobrecilla… ¿y fue así, de repente?.
— Sí, le pilló en casa con una veinteañera, un día que salió de trabajar antes de lo previsto. Y lo peor es que el cabrón de su ex ya llevaba unos meses poniéndole los cuernos con esa chavalita. Así que, ¡imagínate!.
— Ya veo, ya… ¡Menudo cabronazo!. Teniendo a una mujer de bandera como Sonia, ¡hay que ser gilipollas! —dije, pensando en voz alta.
Rebeca esbozó una media sonrisa con mis últimas palabras.
— Es mona, ¿eh? —dejó caer, ampliando su sonrisa y mirándome fijamente.
Sentí cómo el rubor incendiaba mis mejillas y la boca se me quedaba seca. Mi compañera sólo asintió, no necesitaba más confirmación por mi parte.
— Sin duda, el tío es un cabronazo —me dijo, reencauzando el tema—. Le ha jodido la vida por tirarse a una más joven, ¡todo un clásico!. Sonia era feliz con su matrimonio, ¿sabes?, llevaban quince años casados… Al descubrirse todo el pastel, ella decidió darle la patada inmediatamente, pero no ha sido nada fácil…
— No me extraña, tenían toda una vida ya montada, y si ella era feliz y todo se le ha desmoronado de un día para otro, normal que esté hecha polvo.
— Eso es… Pero ella ya está saliendo del bache, poco a poco. Está yendo al psicólogo, que le está ayudando mucho, y aunque le recomendó reincorporarse al trabajo para retomar su vida, yo creo que ha sido demasiado pronto. Los que la conocemos más tratamos de animarla, así que cualquier granito de arena para subirle el ánimo será bien recibido —concluyó, haciéndome un guiño de complicidad.
Volví a sentir que me sonrojaba, y así dimos por terminada la conversación, pero sus últimas palabras calaron hondo en mí, más de lo que Rebeca habría podido imaginar, así que, al día siguiente, me descubrí a mí mismo escribiéndole una nota a Sonia y dejándola sobre su mesa antes de que ella llegara.
En cuanto me senté en mi sitio, un escalofrío recorrió mi espalada. ¿Pero qué había hecho?, ¿le había escrito una notita a mi jefa?, ¿acaso creía que todavía estaba en el instituto y le escribía a la chica que me gustaba?. No podía creer lo que acababa de hacer, ¿pero qué cable se me había cruzado?. Aquello me podía costar una vergüenza que caería sobre mí como una losa, ¡incluso podría costarme mi puesto de trabajo!. Me levanté para ir a por el dichoso papelito antes de que fuera demasiado tarde. Pero ya era demasiado tarde…
— Buenos días, Julio.
— Buenos días, Sonia —contesté, sentándome inmediatamente, sintiendo cómo me ardían las mejillas.
Mi jefa esbozó una encantadora sonrisa, y continuó su camino hasta llegar a su puesto. Me sentí mareado, y traté de disimular mirando los papeles que había sobre mi mesa.
«No te gires, no te gires…» me repetía mentalmente. «Al menos no has firmado la dichosa notita…»
— ¡Uy! —escuché la melodiosa voz de Sonia.
Mi subconsciente fue más poderoso que mi convicción, y mi cabeza se giró para ver cómo mi jefa sostenía un post-it en sus manos, leyendo en silencio, con una sonrisa, las palabras que resonaban en mi cabeza: “Sonríe, porque la mujer más sexy de esta oficina tiene que iluminarnos el día”.
Sonia levantó la cabeza con sus enormes ojos verdes brillando como hacía tiempo que no veía, con una cautivadora sonrisa, y me cazó mirándola fijamente.
«¡Tierra, trágame!», pensé, agachando bruscamente la cabeza para sumergirme entre mis papeles.
Por tonto, joven e inmaduro, acababa de firmar aquellas palabras.
Pasé el día apesadumbrado, cargando con mi vergüenza, sin atreverme a dirigir ni media mirada hacia donde se encontrara Sonia, aunque fuese ante mí para hablar con mi compañera Rebeca. Pero también pasé el día nervioso, asustado, esperando que, en cualquier momento, fuese convocado por mi jefa para pedirme explicaciones o, directamente, darme una patada en el culo por acoso.
Al final de la jornada, todos mis temores se disiparon de un plumazo. Sonia pasó a mi lado, girándose para despedirse de mí:
— Hasta mañana, Julio —me dijo, con su rostro iluminado, tan guapa como yo la recordaba antes de su desgracia.
— Ha-hasta mañana, Sonia —conseguí decir, colorado como un tomate.
A partir de aquel día, la actitud de mi jefa dio un giro completo. De la noche a la mañana, volvió a ser la que siempre había sido, la Sonia guapa, jovial y sexy que atraía mis constantes miradas. Su rostro volvía a mostrarse descansado, desapareciéndole las marcas de tristeza, preocupación y noches en vela. Sus ojos volvían a brillar, y su mirada era especialmente seductora, sobre todo cuando me miraba a mí, arrancándome suspiros. Volvía a vestir atractiva pero discreta, con estilo y elegancia, cuidando minuciosamente su aspecto. Como casi nunca trabajábamos de cara al cliente, teníamos libertad de indumentaria, aunque sin estridencias, claro, y Sonia sabía perfectamente cómo estar siempre divina, aunque llevase unos simples vaqueros.
Su cambio se acentuó, aún más, a los pocos días, cuando decidió renovar su peinado, realizándose un atrevido corte de pelo: corto en la parte de atrás, pero con los laterales aumentando progresivamente en longitud hacia delante, enmarcando su rostro con sendos mechones de brillante cabello castaño. Le favorecía mucho, adornando sus bellas facciones, dándole un aspecto más juvenil, y dejando al descubierto su delicado cuello de cisne de forma increíblemente sexy.
Su relación conmigo se estrechó aún más que antes de su percance matrimonial. Nunca mencionó la nota pero, con su actitud, me hizo saber que había funcionado, le había gustado, e incluso… Mejor no adelantar acontecimientos. Simplemente, volvió a hablar conmigo, cada día más, buscando ella misma el encuentro, sonriéndome siempre, hechizándome con su esmeralda mirada, dejándome paralizado con su simple presencia.
— Últimamente Sonia habla mucho contigo, ¿no? —me dijo un día Rebeca, mientras comentábamos cosas del trabajo.
Ya habían pasado algunos meses desde nuestra conversación anterior sobre nuestra jefa.
— Sí —contesté, tratando de no darle mayor importancia—, nos llevamos bien, y parece que está contenta con mi trabajo.
— Ya… Lleva una temporada muy contenta, le ha cambiado el humor. Yo creo que incluso está más guapa… —sondeó Rebeca.
— La verdad es que sí —contesté yo, cayendo como un tonto en la trampa por querer desahogarme con alguien—. Está mejor que nunca…
— Te has dado cuenta, ¿no?. Hasta se ha apuntado al gimnasio, y se lo está tomando muy en serio.
— ¡No me digas!. Ahora que lo dices, sí que había notado que los pantalones le quedan cada vez mejor…
— Se le ha puesto un culo bonito, ¿verdad? —preguntó mi compañera, con una mirada condescendiente.
«¡Seré ceporro!», me dije mentalmente, mientras me sonrojaba. «¡Cómo me he dejado liar!».
— Juliooooo… —dijo Rebeca, meneando la cabeza de lado a lado— ¡Te has puesto colorado y todo!. ¡A ti te pone la jefa!.
— Joder, Rebeca, me has hecho un lío…
— Venga, chaval, no puedes negarlo. Te saco casi diez años y puedo leer en ti como en un libro abierto… ¿Acaso creías que no me iba a dar cuenta de cómo la miras?. Sonia te pone, ¡y te pone mucho!.
— Vale, vale, baja el tono —le dije, haciéndole un gesto con la mano—, que cualquiera puede oírte.
— Pues si no quieres que nadie más se dé cuenta, más vale que disimules un poquito, chavalín. Te la comes con los ojos, y eso no está bien… Es tu jefa, mucho mayor que tú… ¿Cuánto te saca, veinte años?.
— Sólo diecisiete…
— ¿Sólo diecisiete?. Aún podría ser tu madre… Y, joder, Julio, ¡que tienes novia!.
— Ya, ya lo sé —contesté, avergonzado—. No está nada bien por todo lo que dices… Pero sólo la miro, a nadie le amarga un dulce, ¿no?.
— Mientras sólo sea eso, nadie puede reprocharte que te alegres la vista… —dijo Rebeca, pensativamente—. Pero ten más cuidado, que te vas a hacer un esguince cervical de tanto girarte para mirarla, y casi seguro que ella también se ha dado cuenta.
«Si tú supieras», pensé. «Tiene una nota de mi puño y letra diciéndole que me parece la mujer más sexy de la oficina».
— Que sí, mamá, que sí —le contesté, bromeando—. Y si mi novia se enterara, me cortaría las pelotas y jugaría al pádel con ellas.
— Pues eso —sentenció mi compañera, con una sonrisa—, contrólate.
Rebeca tenía razón, tenía que dejar de hacer el tonto, y debía ver a Sonia como lo que realmente era: mi jefa directa y mucho mayor que yo. Pero, precisamente, eso me daba tanto morbo… Y estaba tan buena… Con esos ojazos verdes, ese cutis tan delicado, esa colorada boquita de piñón, y esos pómulos de Katherine Hepburn… y ese sexy peinado, juvenil, de muñequita manga… y ese par de tetas, hermosas y orgullosas, incitantes a la lujuria… sin olvidar esa cintura curvada, esos poderosos muslos, y ese redondo culito que la pena había cincelado eliminando lo sobrante, y el gimnasio había tonificado para mostrarlo más apetecible que nunca… ¡Mierda!, no iba a ser nada fácil apartarla de mis pensamientos, y mantener la disciplina para que mis ojos dejasen de buscarla una y otra vez.
Lejos de conseguir mi objetivo, cada día que pasaba, mi obsesión por mi jefa aumentaba más y más. Y es que ella no me ayudaba lo más mínimo. Nuestros encuentros “fortuitos” cada vez eran más frecuentes, nuestras charlas más largas, y sus vestiduras más ligeras e insinuantes por el calor primaveral.
Tengo que confesar que, en aquella época, comencé a experimentar algo que nunca antes me había pasado en la oficina: empecé a tener incontrolables erecciones sólo con verla, perdiéndome en la belleza de sus verdes ojos, encandilándome con su cautivadora sonrisa, embebiéndome con la mirada de la sinuosidad de su madura anatomía… Así pasaba, que tras varias erecciones diarias sin posibilidad de liberación, cuando quedaba con Laura, mi novia, le echaba unos polvos salvajes que la dejaban con las piernas temblando. ¡Y los dos tan contentos!. Pero había alguien en aquel trío que ocupaba mi mente que siempre se quedaba insatisfecha, hasta que llegó su oportunidad, o la mía, según se mire.
2
Aquel viernes de finales de Mayo, tuve que quedarme a trabajar por la tarde. Quería dejar terminado un informe para enviárselo a mi jefa y que ella pudiera revisarlo el lunes a primera hora.
Los viernes por la tarde nadie se quedaba a trabajar en la oficina, lo habitual era hacer algo más de tiempo el resto de días de la semana y madrugar un poco más los viernes para, así, comenzar antes el fin de semana.
Cuando volví de comer, a las tres y media, la oficina ya estaba desierta, así que, con resignación, ocupé mi sitio y retomé el trabajo con el objetivo de acabar lo antes posible. A los diez minutos, para mi sorpresa y turbación, apareció Sonia, que llegaba de comer.
— Hola, Julio —me saludó, con el rostro iluminado al encontrarme en mi sitio—. Pensé que estaría sola esta tarde…
¡Dios mío, pero qué guapa era!. Me quedé hipnotizado por sus ojazos durante unos segundos, nadando en las tropicales aguas del precioso color que circundaba sus pupilas, dilatadas al verme.
— Hola, Sonia —contesté, tragando saliva y sintiendo un cosquilleo en el estómago—. Es que quiero acabar un informe que me ha costado un poco más de lo esperado. ¿Y tú, tienes mucho trabajo?.
— No mucho —contestó, quitándose la chaqueta sin dejar de observarme.
Por un momento, me faltó la respiración. Mi jefa había ido aquel día a trabajar con unos sencillos pantalones negros, rectos pero bien ajustados a las nuevas dimensiones y atractiva forma de su culo de melocotón maduro, y en la parte de arriba, llevaba una chaqueta entallada, tipo americana, del mismo color. Estaba formal y elegante pero, al desprenderse de la americana, lo que me dejó sin aliento fue que, bajo ella, llevaba una ceñida camisa blanca, con el botón superior desabrochado, haciendo las veces de coqueto escote. Aquella prenda envolvía la rotundidad de sus pechos, proyectándose hacia delante como dos portentos de la naturaleza buscando ser liberados, de tal modo que se podía disfrutar del espectáculo de su voluptuosidad sin necesidad de utilizar la imaginación. Mi pensamiento fue el mismo que cuando la conocí: «¡Qué pedazo de tetas!». El cosquilleo de mi estómago se extendió más abajo, alcanzando mis ingles y lo que entre ellas comenzaba a cobrar vida.
— Tengo algunas tareas administrativas —prosiguió Sonia, esbozando una pícara sonrisa al verme alterado por su “destape”—, pero no corren excesiva prisa. Más bien, me quedo porque no tengo ningún otro plan, y así aprovecho para adelantar trabajo… ¿Quieres que te eche una mano con tu informe para acabarlo antes? —añadió, mirándome de arriba abajo con un brillo en sus ojos.
— No hace falta, muchas gracias —contesté, sobreponiéndome y dominando mi impulso de aceptar tan generosa oferta—. En realidad me queda muy poco y pensaba enviártelo para que pudieras revisarlo el lunes a primera hora.
— Bueno, pues si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela —noté cierta decepción en su voz, aunque enseguida decidió ejercer su poder—. Y cuando acabes, en vez de mandármelo para que lo revise el lunes, tráetelo a mi mesa y lo vemos juntos, ¿vale?.
— Eeeeehhh, claro, claro —contesté, algo confuso.
Estaba en mi derecho de irme a casa en cuanto acabase, pero no podía decirle que no a una jefa, y menos a esa jefa.
Sonriente, Sonia se fue hacia su mesa, y yo, inmediatamente, cogí el móvil para escribir a Laura. Había quedado con ella en ir a buscarla en cuanto saliese de trabajar, así que le mandé un mensaje diciéndole que tendría que salir más tarde y que le llamaría en cuanto terminase.
Concentrarme sabiendo que en toda la planta los únicos que quedábamos éramos Sonia y yo, me resultó una tarea titánica. Eché un par de disimuladas miradas hacia atrás, y en ambas vi a mi jefa sumergida en un montón de papeles sobre su mesa. Aquello calmó mis ánimos, y pude dedicarme a terminar el trabajo por el que estaba acortando mi tarde del viernes, y sacrificando tiempo de estar con mi novia.
Cuando acabé, imprimí el informe y algunos documentos de referencia, y fui a la mesa de Sonia, quien me recibió con una cálida sonrisa.
— ¿Has terminado? —me preguntó, observando los papeles que llevaba en la mano. Yo asentí—. Perfecto, ya estaba aburrida de estos rollos administrativos —añadió, haciendo sitio sobre su mesa—. Por favor, siéntate.
Cogí la silla que había ante su mesa, pero cuando iba a sentarme, ella negó con la cabeza.
— Mejor ponte aquí, a mi lado —me indicó, haciendo rodar su silla lateralmente—, así podremos ir viéndolo a la vez, y podrás explicarme lo que pueda presentar alguna duda.
Sentí que se me aceleraba el corazón y todos mis músculos se tensaban, pero traté de ser un auténtico profesional mostrándome indiferente.
— Claro —contesté—, pongo ahí la silla.
Coloqué la “silla de visitas” junto a la suya y, al sentarme en ella, constaté la diferencia de altura entre ambas. Sonia, en su silla de escritorio, quedaba más alta que yo, y a pesar de los quince centímetros de diferencia de estatura entre ambos, al sentarse ella con la espalda totalmente erguida, y yo ligeramente encorvado, quedaba por encima de mí, dándole un aire de superioridad bastante notable. Con cualquier otro jefe, posiblemente, me habría sentido algo intimidado, pero junto a ella, me sentí ante una deidad a la que adorar.
Puse los papeles ante ambos, y mi jefa, muy interesada, volvió a hacer rodar su silla para compartir la lectura, hasta quedar pegada a mi asiento carente de ruedas. A pocos centímetros de mí, su fragancia estimuló mi pituitaria. Desprendía un aroma dulce, como a golosinas, pero con un fondo fresco con matices incluso picantes. Olía increíblemente bien, quedando apenas rastro del perfume que había utilizado antes de ir a trabajar; de modo que lo que más estimuló mis sentidos y me embriagó, fue su excitante esencia natural.
— A ver qué tenemos aquí —dijo con un tono más íntimo por la cercanía, e inmediatamente se enfrascó en una rápida lectura del documento.
Parecía completamente concentrada, con sus enormes ojos moviéndose por las líneas que mi profesionalidad había escrito. Yo debería haber estado haciendo lo mismo, pero ya me sabía el informe casi de memoria, y nunca había tenido la oportunidad de contemplar a Sonia tan de cerca, así que me dediqué a observarla con detenimiento, disimuladamente, pero sin perder detalle de cada una de sus facciones y expresiones a medida que asimilaba lo que leía.
Era guapa, objetiva y arrebatadoramente guapa. Cada rasgo de su rostro estaba en perfecta armonía con el resto, y su delicada y pálida piel no era sino un lienzo donde un artista había plasmado la belleza de la naturaleza femenina, dulce y salvaje a la vez, destacando por encima del resto sus incomparables ojos. Su color verde, en la distancia corta, irisaba hacia un gris oliváceo, resultando aún más fascinante y atractivo que el esmeralda que se percibía en un simple vistazo.
«Mira que hay que ser gilipollas para cagarla teniendo a semejante bellezón en casa», pensaba. «¡Y todo por tirarse a una golfa mucho más joven!. ¡Cuántas jovencitas desearían llegar a los cuarenta y tres como Sonia!, ¡es infinitamente más interesante que cualquiera de ellas!».
Como si leyera mis pensamientos, por una fracción de segundo, me pareció que aquellos ojazos me miraban y sus labios sonreían con satisfacción, pero no estuve seguro de si ese gesto había sido real o sólo fruto de mi imaginación.
— En este punto —me dijo repentinamente, señalándome el texto—, ¿estás seguro de que la fuente de la que lo has sacado es fiable?.
Miré hacia donde su largo dedo señalaba con su uña de manicura francesa, y leí con atención el párrafo entero, sintiendo cómo ella se reclinaba un poco hacia mí y me miraba fijamente, esperando una respuesta, mientras su irresistible fragancia despertaba en mí los ancestrales impulsos que tocaron tambores de guerra entre mis piernas.
Al levantar la vista, me encontré directamente con su rostro a pocos centímetros del mío, con una expresión severa, mostrando tensión en las cejas, labios y mandíbula, aunque su mirada denotaba algo más… ¡Dios, qué sensual era!. Sentí mis latidos martilleándome las sienes, con réplicas en mis zonas más recónditas, obligándolas a desperezarse con acometidas de sangre caliente.
— Estoy completamente seguro de la fuente —dije casi en un susurro, por la proximidad entre ambos—. Proviene de información oficial publicada por el gobierno de Reino Unido, así que debemos asumir que es la situación real a día de hoy.
— Entiendo —contestó con el mismo tono susurrante, relajando su rostro para dibujar una encantadora sonrisa—. Parece que lo tienes todo muy bien atado, me gusta mucho lo que estoy viendo…
Observando cómo volvía a la lectura del documento, sentí rubor en mis mejillas. Sus ojos devoraban mis palabras escritas, mientras su mano izquierda comenzaba a juguetear con el mechón de cabello más largo que enmarcaba sus atractivas facciones. ¡Qué bien le quedaban ese corte y peinado!, ¡cómo ensalzaban la forma ovalada de su rostro!, resaltando sus pronunciadas mejillas y la línea de su mandíbula. Con su cambio de look no había tratado de ocultar las finas hebras plateadas que surcaban, aquí y allá, su castaña melena, mostrándose orgullosa de ellas, y acertando plenamente con la decisión, pues adornaban sus cabellos y le daban un aspecto aún más marcado de madurita más que interesante.
Contemplé la forma de su delicado cuello, de pálido tono, tan erótico mostrándose desnudo… Tenía un pequeño lunar sobre la yugular, un atractivo adorno que me hizo desear ser un vampiro para morder la suave piel en el lugar marcado, y alimentarme de ella para que su sangre recorriese cada fibra de mi cuerpo, haciéndola mía. Los bélicos tambores redoblaron con mayor intensidad, y mi hombría terminó de desperezarse para ponerse en estado de alerta.
Sonia me miró de reojo, esa vez sí que lo percibí claramente, y sus labios se curvaron denotando agrado, mientras su vista volvía al texto sobre la mesa. Esa fugaz mirada, ese aleteo de pestañas con un fulgor verde entre ellas, hizo que una corriente eléctrica recorriese toda mi espina dorsal.
Su distraída mano izquierda liberó el mechón de cabello con el que había estado jugueteando, para que sus dedos se deslizasen suavemente por su cuello hasta alcanzar la camisa. Tocó el borde de la prenda, y lo apartó ligeramente para comenzar a pasar las yemas por su clavícula, recorriéndola lánguidamente, de un lado a otro.
Ese gesto consiguió que mi entrepierna se pusiera en auténtico pie de guerra, obligándola a debatirse con mi ajustado bóxer y el pantalón, que la oprimían obligándola a crecer hacia mi muslo derecho, tratando de contener el inevitable aumento de grosor y longitud.
Sentí, tratando de ser impasible, cómo el calor se expandía por todo mi cuerpo, pero un inconsciente e inevitable suspiro se me escapó cuando me di cuenta de que, en algún momento, mi jefa había desbrochado otro botón de su camisa, pronunciándose su escote. Desde mi perspectiva, mis ojos no tuvieron ningún impedimento para colarse por la abertura de la prenda y darse un festín con las excitantes formas que allí hallaron. Aquel busto, aquel prodigio de la naturaleza, aquellas femeninas formas esculpidas con exquisito gusto por una generosa deidad, eran la máxima expresión de mis anhelos masculinos.
Mi jefa llevaba un sencillo sujetador blanco, cuyas copas eran escotadas, permitiéndome ver mucha más lechosa piel de la que jamás habría imaginado contemplar. Con mi mirada podía delinear perfectamente el contorno de aquellas dos portentosas formas globosas, apretadas y realzadas por la íntima prenda para constituir una mullida almohada en la que cualquier cabeza querría reposar hasta dejarse morir en el paraíso. El canalillo formado por aquellas dos majestuosas montañas, era un profundo barranco, adornado en su inicio con diminutas pecas, incitándome a la lujuria de desear invadirlo, recorriendo su trazado con la viril potencia que latía en mis pantalones.
Mi erección alcanzó su grado máximo, dolorosamente retenida por mi ropa y escandalosamente visible a pesar de encontrarme sentado.
Levanté la vista tratando de huir de mi estado de enajenación, llegando justo a tiempo de ver cómo un destello verde volvía rápidamente a la lectura, ampliándose la sonrisa en el rostro de aquella que me turbaba.
Sonia continuó leyendo, y yo traté de acompañar su lectura, pero no pude evitar desviar mi atención a cómo los dedos de su mano izquierda descendían de su clavícula, delineando uno de los bordes de la abertura de su camisa. Era un gesto totalmente inconsciente, estoy seguro de ello, pero mi jefa estaba acariciándose el escote ante mí, invitando a mis ojos a perderse nuevamente en él. Y, por supuesto, acepté la generosa invitación.
Con mi verga dura como nunca, me extasié contemplando aquel vertiginoso escote, memorizando cada milímetro cuadrado de piel, abandonándolo únicamente para disfrutar de todo el conjunto de aquel par de dones celestiales pugnando por reventar la camisa.
Tal vez fuera imaginación mía, o realmente mis sentidos se habían aguzado hasta el extremo, pero percibí de forma aún más clara, penetrante y terriblemente excitante la fragancia natural de la hembra que tenía ante mí, haciéndome entrar en combustión interna mientras mis pupilas captaban el detalle de cómo dos prominencias conseguían vencer la dictadura de la ropa, para marcarse de forma sólo perceptible para quien mirase fijamente, siendo ese mi caso. Sin lugar a dudas, a mi jefa se le habían puesto duros los pezones, y yo estaba en primera fila del espectáculo.
«Como sigas mirando así, vas a reventar el pantalón», me dije mentalmente. «Y encima, ella te va a pillar y te va soltar tal bofetón, que pensarás que han sido siete».
Con un esfuerzo casi sobrehumano por mi parte, alcé la vista, y lo primero que me encontré fue con los blancos dientes de Sonia maltratando su rojo y carnoso labio inferior. Se lo mordía en un gesto de inequívoca lujuria contenida, lo cual me fue verificado cuando, al seguir con el ascenso de mi mirada, comprobé que la suya, de reojo, se proyectaba hacia abajo, clavándose directamente en mi abultada entrepierna.
«Joder, joder, joder», me repetí a mí mismo. «Esto no puede estar pasando. Mi jefa, la madurita buenorra que es mi jefa, me está mirando el paquete… ¡Y está excitada!».
Desvié mi vista hacia la mesa, y cerré los ojos repitiéndome como un mantra: «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…» Hasta que mi atento oído percibió un tenue y casi inaudible resoplido.
Abrí los ojos y miré nuevamente a Sonia. Había vuelto a la lectura para terminar con el documento, pero su boca había quedado ligeramente entreabierta, sus labios se veían de un color más intenso que el habitual, y humedecidos con saliva, mientras sus mejillas habían tomado un rubor más que notable. Estaba preciosa.
Tratando de sacar fuerzas de donde apenas me quedaban, sabiendo que podía estar jugándome mi integridad, mi trabajo, e incluso la relación con mi novia, puse todo mi empeño en leer el documento, como estaba haciendo ella, para ignorar mi estado de excitación y tensión sexual. Pero mi cuerpo era un cóctel hormonal, y la testosterona nublaba mi juicio, así que no pude evitar que mis ojos volvieran una y otra vez a contemplarla, con rápidos vistazos en los que confirmé que ella estaba tan excitada como yo. Su respiración se había acelerado, de tal modo que sus pechos subían y bajaban apresuradamente, deleitándome con su movimiento mientras su mano, incapaz de quedarse quieta, recorría distraídamente su escote acariciando suavemente la piel.
En un par de ocasiones, para mi orgullo y empeoramiento de mi estado de ansiedad, capté cómo su mirada se desviaba de los papeles para ir directamente al epicentro de mis clamores por hacerla mía.
¿Quién había iniciado esa espiral de tensión sexual, ella o yo?, ¿cuál de los dos había arrastrado al otro hasta aquel estado que, inútilmente, tratábamos de disimular?. ¿Quién era víctima y quién ejecutor?, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?…
— Uuuffff —suspiró Sonia, dándole la vuelta a la última hoja del documento para dar por concluida su revisión—. ¡Qué informe más potente! —exclamó, echando un último y rápido vistazo a mi entrepierna.
¿Realmente se estaba refiriendo al informe, o a lo que atraía su mirada?.
— ¿Tú crees? —pregunté, llamando la atención de su ojos hacia mi rostro.
Mi jefa se incorporó, separándose un poco de mí, sacando pecho y arqueando ligeramente su espalda, adquiriendo una pose que regaló mi vista con el espectáculo de sus formas ensalzadas.
«¡Pero qué pibón!», exclamé por dentro, sintiendo los latidos de mi polla torturándome. «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…»
— Por supuesto —me contestó—. Es largo, contundente y bien delineado en las formas… ¡Me encanta!.
¿De verdad se estaba refiriendo al informe?.
— Me alegra que te guste —dije, suspirando—. No sabía si te parecería demasiado… atrevido o duro, pero estaba deseando enseñártelo y que tú juzgases qué hacer con él.
Yo también sabía jugar con las palabras.
— Y me has dejado gratamente sorprendida —contestó, sonriendo con picardía—, tanto, que desearía que fuese mío…
— Bueno, tras tu revisión ya lo es… ¿Dónde quieres que te lo meta?.
Sin duda, mi riego cerebral no era suficiente, mi sangre se acumulaba en otra zona, y ésta había adquirido conciencia de sí misma para tomar el control de mis palabras.
La sonrisa de Sonia se amplió.
— Métemelo todo…
Ya está, se acabó, una orden directa, y yo era muy diligente.
— …en el disco duro común —continuó, tras tragar saliva—, el informe y toda la documentación asociada. Guárdalo todo en la carpeta del cliente, y el lunes, a primera hora, se lo mandaré.
Sí, no había duda, estaba hablando del informe. Mi integridad y mi puesto laboral seguirían intactos.
— De acuerdo —contesté, con un contradictorio sentimiento de alivio y decepción—. Entonces, si no necesitas nada más, ya me marcho.
— Sólo una última cosa —me dijo, con una enigmática expresión en sus ojos. ¿Tal vez decepción?—. Ya que el informe está impreso, ¿puedes traer el archivador del armario para guardarlo?.
— Por supuesto, ahora mismo te lo traigo.
Me levanté rápidamente, y fui directamente al armario que hacía las veces de archivo histórico, en el lado opuesto de la oficina. Me costaba caminar con mi miembro, tremendamente erecto, pegado a mi muslo derecho, pero el paseíllo y el par de minutos que necesité para encontrar el archivador correcto, me permitieron recobrar parte de mi compostura para volver a la mesa de Sonia.
El bulto en el pantalón seguía siendo patente, pero no tanto, permitiéndome caminar con mayor libertad, hasta que llegué a pocos metros de mi jefa. Entonces me di cuenta de que ella había echado su silla hacia atrás, permitiéndome verla sentada de cuerpo entero, con la piernas cruzadas apuntándome, mientras su vista permanecía fija en cómo me acercaba, y sus dedos volvían a acariciar su cuello y clavícula.
El cosquilleo en mi estómago se presentó nuevamente, irradiándose con la velocidad del rayo a mi entrepierna, que reaccionó deteniendo su toque de retirada.
A tan sólo un par de metros de mi jefa, esperándome ella sentada, mi perspectiva acercándome me brindó una espectacular vista aérea de la abertura de su camisa, haciendo sonar las cornetas en mi bóxer para que mi fiel soldado se pusiera firme en su puesto. Cuando llegué ante ella, rodeando su mesa y aparentando total normalidad, me planté con mi metro ochenta y cinco ante sus verdes ojos, con una auténtica empalmada de caballo.
Sonia se quedó mirando con descaro la fálica forma que se marcaba escandalosamente en mi fino pantalón, por lo que yo no tuve ningún reparo en aprovechar mi ventajosa perspectiva para admirar la plenitud de sus senos a través de su increíble escote.
— El archivador —dije, ofreciéndoselo.
Mi espectadora alzó su rostro y nuestras miradas se encontraron. Sus ojos refulgían con destellos verdes y las llamas de su excitación. Cogió el archivador con una mano y, sin siquiera mirarlo, lo apartó dejándolo sobre la mesa.
Me observó de la cabeza a los pies, volviendo a subir con una parada bajo mi cintura, que le hizo morderse el labio, para alcanzar nuevamente mi cara mientras yo estaba perdido en el balcón de sus deliciosos pechos.
— Me encanta —dijo, casi en un susurro—. Y sabes que no me refiero al informe…
Mis ojos volvieron a su bello rostro, cuya dulzura habitual se había transformado en una expresión de pura lujuria.
— Lo sé —contesté, casi sin aliento al comprobar que había interpretado correctamente todas las señales—. Me vuelves loco, Sonia…
— Ya lo veo, ya —dijo, volviendo su incandescente mirada a mi tremenda evidencia—. Está claro que la nota que me escribiste no era sólo un cumplido… Chico, vas muy potente…
— Sólo quería animarte porque me enteré de lo que te había pasado —sentía el rubor como fuego en mis mejillas—. Pero te puse lo que de verdad pienso, y como ves, no puedo negarlo…
— Pues conseguiste tu objetivo —su mirada iba constantemente de mi cara a mi paquete, al igual que la mía iba de su rostro a su escote—. Conseguiste hacer saltar un resorte en mi cabeza, y volví a sentirme una mujer, no el despojo humano en que me había convertido.
— Tú nunca podrías ser un despojo —le dije, sintiendo cómo me palpitaba el miembro cada vez que ella volvía a morderse el labio—. Siempre me has parecido tan sexy… desde el día en que te conocí…
— Eres un encanto. No te imaginas lo gratificante que resulta que un jovencito le mire a una del modo en que me había dado cuenta que tú me mirabas a mí… Por eso tu nota me gustó y… me excitó. Así que decidí que era el momento de recuperar esa forma tuya de mirarme.
— Uf, Sonia, ¡es que cada día estás más buena!.
Ella emitió una encantadora risa.
— Deja de halagarme, o al final se me subirá a la cabeza —dijo, encantada con mi apreciación—. Además, eso que guardas en los pantalones ya me dice lo que piensas de mí…
Miré hacia mi propia entrepierna, hasta entonces sólo había echado un rápido vistazo para comprobar si se notaba mi estado, y corroboré que, tanto el bóxer como el pantalón que había elegido aquella mañana, no dejaban lugar a la imaginación. Mi verga se distinguía claramente marcada en la ropa, partiendo desde el pubis para prolongarse por mi muslo derecho, como una gruesa y larga anaconda que buscase una salida a su doloroso encierro.
Volví a mirar a mi jefa y sonreí, pero en esa pausa en la que los dos mantuvimos nuestras miradas y contuvimos nuestras respiraciones, mi conciencia despertó: «¡Ale, muy bien!. Ella ya sabe que te pone burrísimo, y tú ya sabes que a ella le pones, o le pone que te ponga, ¡o lo que sea!. Pero ya sabes que no puede haber “mambo” con tu jefa, ni en la oficina, ni con nadie que no sea Laura. Así que ya estás cargando con el trabuco y llevándoselo a su legítima dueña: TU NOVIA».
— Bueno —dije, cortando el silencio que se había creado—, creo que debo…
— Recibir mi gratitud por ayudarme a salir del pozo —me interrumpió ella.
Descruzó las piernas, hizo rodar unos centímetros su silla hacia delante y, mordiéndose el labio, alcanzó mi entrepierna con su mano derecha, acariciando todo el contorno y longitud de mi falo atrapado.
Un leve gemido se escapó de entre mis labios al sentir tan placentera caricia, mientras ella impulsaba la silla con los pies, acercándose aún más a mí, hasta situarse a tan sólo unos centímetros de mi pelvis, aprovechando que mis piernas se habían abierto en respuesta a su mano.
Mirándome a los ojos con una sonrisa excitantemente perversa, se ayudó con la otra mano para desabrocharme el pantalón y bajármelo a medio muslo.
— Mmmm… —emitió, aprobando mi ropa interior de tejido elástico marcando paquete.
A mi novia le encantaba ese tipo de prenda, y puesto que esa tarde iba a quedar con ella, la había elegido a conciencia.
Laura volvió a ocupar mi cabeza, pero la maniobra de Sonia agarrando mi verga para moverla en mi ropa interior, girándola como si fuese la manecilla de un reloj para colocármela apuntando a las doce, la echó a patadas de mis pensamientos.
Mi jefa volvió a mirarme con su perversa sonrisa de lasciva madurita, y me quedé extasiado contemplando el brillo de sus ojazos, la sensualidad de sus labios y la profundidad de su escote. Tiró de la prenda que entorpecía sus intenciones, y desenfundó mi arma, mostrándose en todo su esplendor: dura como el acero, con su tronco surcado de gruesas venas y el redondeado glande húmedo y sonrosado.
— ¡Joder, chico!, ¡qué bien dotado estás! —exclamó mi debilidad laboral, con satisfacción, empuñando mi polla con ganas.
Una carcajada se me escapó. Primero de gozo por el halago, y segundo porque, en casi tres años, nunca había oído a mi jefa decir un taco o hablar de esa manera.
— Gracias —contesté, sonriéndole e incapaz de creerme cuanto estaba ocurriendo—. Tú me has puesto así.
— Entonces me pertenece —aseguró, acariciándola con su mano, recorriendo todo su grosor y longitud: arriba y abajo, arriba y abajo, haciendo brotar más humedad de su punta.
«¡No!», gritó mi conciencia, sin que nadie pudiera oírla. «¡Le pertenece a Laura!».
La lenta y suave paja que aquella experta mujer me estaba realizando, me hizo sordo a cualquier reproche de mis principios.
— Ummm, me encanta —añadió Sonia, manteniendo el masaje de mi miembro—. Haría palidecer al cabronazo de mi ex…
Aquella forma de masturbarme, tras tanta tensión acumulada, me estaba matando, así que no iba a tardar en encontrar alivio para aquella tortura a mi joven resistencia.
— ¿Sabes cuánto hace que no me como una polla?, ¿una buena polla?. Se acabó la sequía….
Aquellas palabras no me cuadraban en esa deliciosa boquita de piñón, en la corrección dialéctica de mi jefa. En ella resultaban mucho más excitantes de lo que sonarían en cualquier otra mujer.
— Puede venir cualquiera y pillarnos —dije, sin aliento, tratando de recobrar la cordura en última instancia.
— Nadie aparece por aquí un viernes por la tarde —susurró la reina de mis fantasías—. Nadie me va a impedir que me coma esta polla…
Sus palabras fueron refrendadas al contactar sus rosados labios con mi glande mientras su cabeza bajaba, haciendo que la testa de mi polla invadiese su cálida y húmeda boca, deslizándose suavemente sobre su lengua mientras el tronco iba penetrando entre sus sedosos pétalos.
— ¡Ooooohhhh! —gemí, sintiéndome en el paraíso.
«Arderé en el infierno por cabrón infiel, junto al exmarido de esta increíble mujer», pensé por un instante. «Pero habrá merecido la pena».
Sonia tenía una pequeña boca de carnosos labios y bonita forma, pero parecía delicada y poco propensa a disfrutar de la comida, sin embargo, las apariencias engañan. Su boca era golosa, succionando con glotonería mi banana, imprimiendo fuerza con los labios y devorando cuanta carne era capaz de acoger, hasta sentirme tocando su campanilla.
Su suavidad, calor y humedad, y la presión de sus labios, lengua y paladar, hicieron vibrar mi verga dentro de aquella maravillosa cavidad, haciéndome sentir cómo mi próstata bombeaba un repentino caudal de líquido seminal a través del conducto de mi gruesa manguera.
— ¡Sonia, Sonia, Sonia…! —grité.
Ella hizo oídos sordos a mi aviso, limitándose, únicamente, a desincrustar mi glande de su garganta para, sin dejar de succionar, sacarse sin prisa la polla de la boca, hasta hacerla estallar dentro de ella.
Me corrí apretando los dientes, ahogando un gruñido animal. Mi músculo palpitó dentro de la boca de mi jefa, eyaculando borbotones de hirviente semen que mi próstata propulsaba con todo el furor de la tensión acumulada. Inundé con mi elixir aquella boquita, saturándola con mi sabor de macho, y me deleité observando cómo los carrillos de Sonia se hinchaban como los de una trompetista. Pero enseguida volvieron a hundirse hacia dentro, haciéndome sentir en mi convulsionante miembro una increíble succión, que le obligó a seguir disparando con furia todas las reservas acumuladas para ese momento.
Sonia tragó las primeras y abundantes descargas de leche que habían colmado su cavidad y, realizando un suave vaivén de cabeza, mamó mi pedazo de carne hasta obtener de él su último y agónico estertor, con una postrera succión que finalizó haciendo brotar mi enrojecido glande de entre sus pétalos con un chasquido.
Fascinado, contemplé cómo los ojazos de mi felatriz se abrían y me miraban fijamente mientras, con la boca cerrada, saboreaba y tragaba los últimos lechazos que se habían estrellado contra su paladar.
Nunca habría imaginado algo así de ella, siempre tan dulce y comedida, tan correcta, tan formal y educada… Esa transformación en hembra lasciva, hambrienta y glotona en el momento pasional, se convirtió en una revelación que echó aún más leña a las hogueras de mis fantasías con ella.
«Señora en la calle y puta en la cama», pensé con satisfacción. «Sin duda, la experiencia es un grado».
Por norma general, las chicas que rondaban mi edad, al menos aquellas con las que yo había estado, actuaban en el sexo tal cual se mostraban en la vida. La que era puta, era puta; la tímida, era tímida; la egoísta, egoísta; la generosa, generosa….Pero la lección que Sonia acababa de darme, la hizo mucho más misteriosa y atractiva que cualquier otra chica a la que hubiese conocido, y la lección no había hecho más que comenzar.
— Mmm… Pues sí que te caliento, sí —me dijo, con una seductora sonrisa—. Has entrado enseguida en erupción…
— Sonia, lo siento —traté de disculparme, rojo como un tomate—. Me has puesto tanto… Te he avisado…
Mi jefa rio con ganas.
— No tienes por qué disculparte, me ha encantado. Lástima que no me haya dado tiempo a disfrutar más con ello. Será por tu juventud… Eres tan joven… —afirmó, observando que mi erección se mantenía a media asta— Y estás tan rico…
Su mano acarició mis testículos con dulzura, produciéndome un cosquilleo que me hizo estremecer.
— Uuuuffff… —suspiré— Eres increíble, y si sigues por ese camino…
— ¿Ah, sí? —preguntó, extendiendo sus caricias hacia el músculo que se negaba a replegarse—. Entonces sólo ha sido un aperitivo, y tengo tanta hambre…
Sus ojos refulgían con una incontrolable lujuria, y me di cuenta de que, mientras su mano izquierda acariciaba arriba y abajo el mástil, manteniéndolo en vilo, la otra bajaba a su propia entrepierna para frotarla por encima del pantalón.
Mi polla volvía a endurecerse. La situación era tan prohibida y excitante, y mi jefa tan sexy y experta, que ella tenía razón. Mi precipitada corrida sólo había sido un aperitivo fruto de una tensión incontenible, que había alcanzado tal grado, que todo mi cuerpo clamaba por dar lo mejor de mí mismo para llegar a una satisfacción completa.
Comprobando cómo ese pedazo de carne se revitalizaba en su mano, Sonia no dudó en volver a acercarse a él, sacando su lengua para lamer lentamente desde los testículos hasta la punta, provocando una elongación que le hizo sonreír, mientras su mano derecha se colaba por la cintura de su pantalón para acariciarse suavemente bajo la ropa.
Yo sólo podía suspirar, mudo y expectante, disfrutando de las sensaciones y el espectáculo que alimentaría para siempre mis sueños húmedos. Me parecía increíble que esa preciosa y experimentada mujer, que esa inalcanzable diosa de sabiduría y dulzura, se estuviese haciendo terrenal para dejarse dominar por sus pasiones, mostrándome una insospechada faceta de hembra en celo. ¡Y yo era el causante de esa transformación!.
Su lengua circundó mi glande, y sus labios se posaron sobre él dándole un beso. Lo recorrieron suavemente, envolviéndolo para introducirse entre ellos unos milímetros, mientras la punta de su lengua lo palpaba jugueteando con él. Lo dejó salir, y fue bajando y depositando besos por toda la longitud del tronco, haciéndome sentir la suavidad de sus carnosos labios en todo mi miembro.
— Me encanta sentir cómo se te está poniendo de dura —me dijo, volviendo a acariciarla con la mano mientras besaba mis ingles—. Y más aún que sea por mí…
— Joder, es que no soy de piedra —dije entre dientes.
— Pues de piedra quiero que se te ponga en mi boca… —sentenció, con una sonrisa maliciosa.
Partiendo desde el escroto, pasó toda la superficie de su lengua por el tronco de mi hombría, sujetándola en alto, dándole una lamida que hizo que un escalofrío recorriese mi columna vertebral, obligándome a arquearla y mover mi pelvis hacia delante. Cuando llegó al extremo de mi erección, casi completa, la bajó y guio entre sus labios para, con la ayuda de mi suave empuje, penetrarse la boca succionando cuanto músculo pudo.
Mi polla se convirtió en un dolmen en aquella divina cavidad que la envolvió, alcanzando su máximo grosor, mientras sentía cómo los labios de Sonia ejercían una enloquecedora presión a tan sólo un par de dedos de mi pubis, y su garganta acogía mi bálano como si pudiese tragárselo. ¡En mi vida me habían hecho una mamada tan profunda!, ¿y quién podría pensar que mi jefa era una auténtica tragasables?. Era una loba con piel de cordero, ¡mejor aún que en cualquiera de mis fantasías!.
La miré con absoluta fascinación, y vi cómo se echaba hacia atrás abriendo sus enormes ojos verdes para contemplar mi rostro desencajado de placer, mientras se desincrustaba la gruesa cabeza de mi cetro de su garganta y volvía a succionar poderosamente, haciendo surgir mi sable entre sus labios, que lo apretaban masajeando toda su longitud hasta circundar nuevamente el glande, y hacerlo salir con un chasquido.
— Uuufff, Sonia —dije, tras un breve gruñido de gusto—, así me matas…
— Estás tan rico —me contestó, con gesto vicioso, sin detener el movimiento de su mano trabajándose la entrepierna bajo la ropa—, que quiero comerte entero…
Sin más dilación, sus labios volvieron a tomar mi lanza y la succionaron hacia el interior de su boca, haciéndome estremecer de gusto, y regalándome la vista con el fuego esmeralda de su mirada mientras mi polla desaparecía entre sus sedosos pétalos, hundiéndose sus carrillos.
Como si se tratase de un Chupa Chups, mi jefa se recreó recorriendo todo la cabeza de mi verga con sus labios, embadurnándola de saliva, deslizándola entre ellos, haciéndola salir y entrar, acariciando el frenillo con la punta de su lengua, volviéndome loco con sus golosas chupadas. Y todo ello sin dejar de atravesarme con su lujuriosa mirada, permitiéndome disfrutar de las mejores vistas posibles de su escote, y masajeándose el clítoris bajo su pantalón con devoción.
Con mi polla en la boca, comenzó a gemir con el trabajito digital que ella misma se estaba realizando. Se estaba masturbando a conciencia, disfrutando casi tanto como yo, y pude deducir que se metía los dedos bien adentro, cuando engulló mi pepino con especial voracidad.
— Uuuummm, Soniaaaaahhh —gemí, sintiendo sus labios oprimiéndome tan abajo que su garganta acogió la punta de mi jabalina.
Las piernas me flaquearon por la potencia de su succión y el placer que me proporcionó. Hasta el punto de que, inconscientemente, tuve que sujetarme poniendo mis manos sobre su cabeza. Ella gimió por el efecto de sus dedos explorando los más recónditos lugares de su encharcado coñito, pero también gimió aprobando que la agarrase de aquel modo.
Empecé a sospechar seriamente que a ella le excitaba sobremanera que yo la encontrase irresistible, y que mi placer fuera extremo por su pericia. Tal vez, aquello supusiera un alimento para su maltrecha autoestima: Su exmarido le había puesto los cuernos y dado al traste con su matrimonio por una veinteañera, hundiéndola en una depresión. Y el que un veinteañero se hubiera fijado en ella, mostrándose salvajemente atraído por sus encantos, y derritiéndose en sus manos, debía ser un potente afrodisiaco para su ego.
Chupó con gula toda mi polla, haciéndola deslizarse entre sus labios, sacándosela mientras la envolvía ejerciendo fuerza con toda su boca, convirtiendo aquella mamada en la más intensa experiencia sexual que había tenido nunca. Cuando llegó al extremo, mi estado era tal, que ya no respondía de mis actos. Mis manos presionaron su cabeza, y mi pelvis empujó hacia delante para penetrarla nuevamente. Sonia gimió con la boca llena de carne, cerrando los ojos para entregarse, y percibí que hundía con más ahínco su mano en su entrepierna.
Viendo que aquello, lejos de intimidarle o resultarle brusco, le gustaba, le metí la polla hasta donde sentí que ella era capaz de tragar, y se la saqué despacio, oyendo el sonido de su saliva al ser sorbida mientras mi músculo surgía de entre sus labios. De no haberme corrido instantes antes, lo habría hecho en aquel momento. Pero ahora tenía margen para disfrutar un rato de aquello.
Comencé un vaivén de caderas, suave para no dañar a mi diosa oral, pero constante, haciendo entrar una y otra vez mi ariete entre sus lubricados pétalos, mientras ella gemía masturbándose al ritmo que mi pelvis le marcaba.
Perdí totalmente la noción del tiempo, completamente entregado a follarme esa maravillosa boca como nunca antes había hecho, gozando de la presión y fricción de sus labios, la calidez y humedad de su cavidad, la potencia de succión… Hasta que Sonia me apartó las manos de su cabeza, indicándome que la dejara.
«Ahora es cuando me la calzo y le doy lo que llevo casi tres años aguantándome», pensé.
Pero no, aquel no era el plan inmediato de mi jefa. Estaba disfrutando como una loca de comerse mi joven polla mientras se masturbaba ávidamente. Así que estaba dispuesta a retomar ella el control, acelerando el ritmo de su mano para frotarse ansiosamente el clítoris, mientras degustaba mi músculo con mayor glotonería, alcanzando un increíble poder de succión, y un frenético movimiento de cervicales, digno de un melenudo en al momento álgido de un concierto de Heavy Metal.
Aquello iba a ser mi fin. La voracidad de la mamada era sublime, un canto al apetito sexual, una oda a la generosidad de proporcionar el goce ajeno, una auténtica apología de la felación…
Con los dientes apretados, casi sin respiración, disfruté de la impensable gratificación laboral que mi jefa me estaba dando, tratando de aguantar todo lo posible para que aquello no acabase de forma precipitada. Pero esa batalla la tenía perdida de antemano.
Sonia gemía con la boca llena de macho, incesantemente, a la misma velocidad con la que se acariciaba y me devoraba, haciéndome notar que su propio orgasmo era tan inminente como el mío.
Todo mi cuerpo vibró, y pensé que era el fin, pero no. Lo que vibraba era mi móvil en el bolsillo de mi pantalón.
«¿Pero quién cojones me llamará ahora?», me pregunté, consiguiendo evadirme por unos instantes del sublime placer físico. «¡Como para coger llamadas estoy yo ahora!».
La vibración cesó, y todos mis sentidos volvieron a centrarse en lo que ocurría en mi región pélvica. Mi jefa no parecía haberse dado cuenta de la llamada, concentrada en estallar de placer y arrastrarme con ella. Estábamos a punto de caer los dos al vacío, pero…
“¡Bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz…!”
«¿Otra llamada?», pensé fuera de mí. «¿Pero quién puede ser tan inoportuno y pesado?».
Esta vez la llamada fue más larga, o a mí me lo pareció, hasta que la molesta vibración se detuvo sin que Sonia diese muestras de haber notado nada. Es más, no sólo no se había distraído, sino que había progresado en la búsqueda de su orgasmo hasta regalar mis oídos con gritos ahogados mientras se corría, casi arrancándome el miembro, pero sin llegar a sacárselo de la boca.
«No, si al final tendré que agradecer a quien me haya llamado el haberme distraído…» pasó fugazmente por mi cerebro.
Pero el arrebato orgásmico de Sonia terminó por rematarme. La presión en el interior de su boca, con efecto ventosa, me hizo sentir que mi polla estallaba como un cartucho de dinamita dentro de aquella cueva. Me corrí como una botella de champán agitada y descorchada, como un géiser de hirviente semen que arremetió contra el paladar y la lengua de mi jefa, cuya succión evacuó rápidamente hacia su garganta el varonil elixir, mientras ella disfrutaba aún de los últimos ecos de su orgasmo.
Mi musa bebió de la fuente de mi excitación, consumiendo su delirio y el mío hasta que ambos murieron, uno en su sexo, y el otro en su boca. Y, por fin, liberó al violáceo prisionero de su encierro, depositando un jugoso beso en su redonda cabeza, para deleitarse con el postre de mi última descarga antes de tragarla.
Con la respiración propia de un maratoniano, me maravillé contemplando cómo mi bella jefa eliminaba todo rastro de lo que allí acababa de ocurrir, chupándose de forma increíblemente provocativa los dedos embadurnados con sus propios jugos. Pero mi valiente soldado ya no tenía fuerzas para presentar batalla, al menos durante un rato.
«Mejor que esto haya acabado así», pensé. «Sin llegar a echar un polvo completo. Así, tal vez, no arda en el infierno por toda la eternidad por serle infiel a mi novia. Con recibir veinte latigazos de mi conciencia, diez por corrida, será suficiente castigo».
Ante la evidencia de que aquello había acabado, y en un pueril ataque de pudor por la decadencia de mis efectivos, me subí el bóxer y el pantalón, abrochándolo ante la atenta mirada de mi capitana general.
— ¿Tienes prisa? —me preguntó, con un cierto tono de decepción.
— N-no —conseguí decir, poniéndome completamente colorado—, supongo que no.
— ¡Qué mono! —exclamó, divertida—, y ahora te da vergüenza… Cuando acabas de follarme la boca y correrte en ella… —añadió, mordiéndose el labio.
— Yo… —la verdad es que no sabía que decir— Me pones tanto que creo que se me ha ido de las manos…«¡Y tengo novia!», gritó mi conciencia.
— Bueno, reconozco que a mí también se me ha ido de las manos. Nunca había estado tan cachonda…
Seguí alucinando con esa forma de hablar de mi jefa, habiendo perdido todo formalismo para que sus palabras sonasen afrodisíacas en mis oídos.
— …pero, claro, te has pasado toda la tarde mirándome las tetas y marcando un paquete como para reventarte el pantalón… Y estás tan rico…
Sus ojos, aún mostrando el brillo de la lujuria, volvieron a estudiarme de arriba abajo.
— Es que, Sonia, no puedo dejar de mirarte porque estás tan buena… Y ese escote…
— ¿Te refieres a esto? —me preguntó con picardía, mientras se desabrochaba otro botón, invitándome a perderme entre esos Alpes suizos.
— ¡Qué pedazo de tetas! —exclamé, verbalizando mis pensamientos de ocasiones anteriores—. Sólo comparables a esos ojazos que me tienen hipnotizado desde que te conocí —suavicé el tono en última instancia.
Sonia rio con verdaderas ganas. Una cantarina risa que hacía muchos meses que no se oía en esa oficina.
— Eres todo un seductor —me dijo, recomponiéndose y poniéndose en pie—. Anda, ven aquí —añadió, pasando sus manos en torno a mi cuello, pegando su voluptuoso cuerpo al mío y ofreciéndome esos labios que me habían derretido.
«Al final, arderé junto a su ex», pensé.
Mis manos la tomaron por su sinuosa cintura, mi rostro bajó al encuentro del suyo, y mi boca se hizo con su aliento para entregarme a un pasional beso.
La experta lengua que había agasajado mis más bajas pasiones, se convirtió en una escurridiza anguila en mi boca, acompañándola mi húmedo músculo en sus eróticas contorsiones para interpretar juntas una sensual danza.
Aquel beso era tan fogoso y excitante, y en un entorno tan ajeno a todo tipo de rituales amatorios, que sentí cómo todo mi cuerpo volvía a vibrar. Pero Sonia también lo sintió, porque el centro de la vibración se encontraba en mi muslo izquierdo, pegado a ella.
— ¡Joder! —dijo, separándose de mí—. ¿Otra llamada?. Sí que debe ser importante…
— ¿Te has enterado de las anteriores? —pregunté, sorprendido.
— Julio, te estaba comiendo la polla… —contestó, guiñándome un ojo verde-grisáceo en la corta distancia.
¡Cómo me ponía que ella me hablase así!.
— …así que podía oír el zumbido del móvil cada vez que me agachaba un poco más —concluyó, haciéndome otro fascinante guiño—. Anda, cógelo, que para hacer tres llamadas casi seguidas, sí tiene que ser importante.
Sonriendo, embobado con su belleza, saqué el vibrante teléfono del bolsillo y me quedé pálido al mirar la pantalla.
— ¡Venga, contesta! —insistió mi jefa, con tono autoritario.
— ¿Sí?… —dije, descolgando y acercándome el aparato a la oreja—. …¿Ah, sí?. Perdona, estaba… muy ocupado… —añadí, observando cómo Sonia se divertía al ver cambiar mi color del frío blanco al cálido rojo— …Vale, vale, ya he terminado, ahora bajo.
Colgué la llamada y tragué saliva.
— ¿Y bien?, ¿era importante? —me interrogó mi debilidad laboral, cruzando sus brazos bajo sus magníficos pechos.
— Sí, era mi novia —ni pude, ni quise mentir—. Quería darme una sorpresa… Me está esperando en el bar de abajo.
— ¡¿Qué?! —gritó Sonia, fuera de sí—. ¿Qué tienes novia?. Pero, pero… ¡no me lo habías dicho!.
— Bueno, nunca ha surgido la ocasión… —alegué pobremente, sintiéndome el ser más ruin del mundo.
— ¡¿Que nunca ha surgido la ocasión?! —Sonia estaba furiosa como nunca la había visto, roja de rabia y con el rostro desencajado—. ¿Y qué tal antes de meterme tu polla en la boca?.
En aquel momento su lenguaje no me excitó nada, me sentó como un invisible bofetón.
— Lo siento, Sonia…
— ¡Sal de mi vista! —sus preciosos y expresivos ojos brillaban, pero no de lujuria, sino de ira incontenible.
Me sentí intimidado, minúsculo, como un grano de sal en una salina, incapaz de mantener aquella mirada, pues no tenía ningún argumento para poder hacerlo.
Como un perro apaleado, pero sintiéndome más vil que una comadreja, me di la vuelta y me marché de allí.
«¿Sólo veinte latigazos?», preguntó mi conciencia. «Prepárate para cien… Y el castigo de tu jefa».
3
Pasé todo el fin de semana sintiéndome culpable por haberle sido infiel a mi novia, tratando de compensarle por mi traición, sin que ella supiese por qué estaba más cariñoso que de costumbre, o por qué ese sábado le invité a cenar a aquel restaurante que siempre había querido probar, pero que yo siempre había dejado para la siguiente ocasión especial.
Fruto de mi sentimiento de culpabilidad, y de las imágenes de mi jefa corriéndose con mi polla en la boca, reproduciéndose en sesión continua en mi cerebro, ese fin de semana follé con Laura hasta la extenuación. Aunque no sería justo decir que esas fueron las únicas causas, ya que mi novia me gustaba, y mucho. Estaba realmente buena, y cualquier hombre desearía ser su pareja y probar sus excelencias.
Laura era una chica de veintitrés años, inteligente, extrovertida y muy guapa. Tenía el cabello dorado, unos bonitos ojos azules, y un magnífico cuerpo esculpido por la danza clásica que desde niña había practicado, aunque acabase abandonándola por los estudios. No destacaba por su talla pectoral, aunque tampoco estaba mal, con unos lindos pechitos para degustar de un bocado, pero lo compensaba de sobra con su impresionante culo de bailarina, la perfección hecha culo. Y bien sabedora de ello, mi novia le sacaba todo el partido posible a esa parte de su anatomía, usando prendas ajustadas que lo resaltasen. Así que me volvía loco, y con más razón, porque a Laurita le gustaba disfrutar y hacerme disfrutar con ese par de prietas nalgas, siendo auténtica entusiasta de la entrada por la puerta de atrás.
Pero aquel fin de semana no todo fue culpabilidad, cena romántica y montar a mi novia como a una yegua salvaje, también lo pasé preocupado, terriblemente preocupado y sin poder dormir por las posibles consecuencias que traería el escarceo con mi jefa.
Enterarse de que yo tenía novia, había enfurecido a Sonia, y no era para menos, pues ella mejor que nadie sabía lo que era vivir una infidelidad desde el lado del engañado. Así que podría tomar represalias contra mí, dándome un escarmiento, y mucho me temía que esas represalias comprenderían acciones para que me echasen de la empresa porque, ¿cómo seguir viéndonos las caras como si nada, tras lo que había pasado?.
El lunes volví a la oficina tan nervioso como en mi primer día. Pero a diferencia de aquella ocasión, esta vez no encontré nada que pudiese mitigar mis temores, más bien todo lo contrario. Cuando llegué, mi jefa ya estaba en su puesto, y al verme, su rostro se transformó en un gesto de puro odio. Sus enormes ojos verdes fueron dagas de hielo que me atravesaron, dejándome herido de muerte.
Con la mirada perdida en las letras que se visualizaban en la pantalla de mi ordenador, pasé las horas sintiendo cómo me descomponía por dentro, incapaz de trabajar, y sin atreverme a apartar la vista del monitor para dirigirla hacia aquella que, cuando pasaba a mi lado, me regalaba una nueva puñalada verde.
Mi estado de nerviosismo y malestar alcanzó su punto álgido cuando vi que Sonia se reunía con José Luis, el jefe de departamento, y durante una hora permanecían en el despacho de éste con la puerta cerrada. Cuando finalizó la reunión, mi corazón dio un vuelco al recibir un mail de mi jefa.
«Ya está», pensé. «La comunicación de que me van a echar».
Ni me atreví a abrirlo. Durante diez minutos observé el aviso del correo en mi pantalla, reuniendo el valor para leer la convocatoria que me llevaría ante el jefe de departamento para darme la patada en el culo.
Por fin, cliqué en el mail, en el cual no figuraba asunto, y di un largo resoplido al comprobar que no era nada de lo que había imaginado. Sonia me había enviado la petición de un nuevo informe para uno de nuestros clientes, explicando los requerimientos, y adjuntándome la documentación de partida.
Sentí cómo se me aflojaban las tripas, esas vísceras que toda la mañana habían permanecido hechas un nudo, con la imperiosa necesidad de ir al baño a deshacerme de cuanta tensión pedía a gritos salir de mi cuerpo.
Al levantarme, no pude evitar echar una mirada hacia atrás, y me encontré con los ojos de Sonia clavados en mí. Le sonreí estúpidamente y, por supuesto, la sonrisa no me fue devuelta. Sin embargo, el rostro de mi jefa se había suavizado en su expresión, seguía siendo duro, severo, nada amistoso, pero esa vez no sentí ningún objeto punzante perforando mi piel para acabar conmigo.
«Por ahora, no me van a echar», pensé mientras estaba en el baño. «Está claro que está enfadada conmigo, pero no mezcla lo personal con lo profesional. Está muy por encima de mí… No soy más que un crío para ella».
Era perfectamente comprensible que nada más verme, tras lo ocurrido, me mirase con odio, pero no tenía ningún sentido odiarme sin medida. Seguro que ella también le había dado alguna vuelta al asunto durante el fin de semana, y su madurez le había permitido afrontar mi mentira, por omisión de información, mucho mejor de lo que yo lo habría hecho. Nada más verme, seguro que sus más nefastos sentimientos habían vuelto brotar pero, tras el primer impacto, en sus ojos había visto que los estaba dejando marchitarse para que, algún día, terminasen muriendo. Mi fascinación por ella no hizo sino aumentar.
Al volver a mi puesto, ya no hubo cruce de miradas, estaba absorta en su ordenador. Sin embargo, al volver a sentarme frente al mío, comprobé que tenía otros dos correos suyos, sendas peticiones de informes.
«Así que este es mi castigo: sobrecarga de trabajo», pensé, resignado y aliviado por ser un mal menor. «Parece que saldré con vida de ésta”.
Al tener tres informes que realizar y, encima, especialmente complicados, me pasé la semana sin poder despegar los ojos de la pantalla y los dedos del teclado, quedándome todos los días el último para salir; lo cual influyó directamente en mi relación con Laura. Apenas tuvimos tiempo de vernos en toda la semana, puesto que ambos aún vivíamos con nuestros padres, por lo que la posibilidad de descargar estrés y tensiones disfrutando con mi novia, quedó lejos de mi alcance.
Mi jefa, sin saberlo, no sólo me había castigado en la oficina, también me había castigado a no follar en toda la semana, lo cual, en una pareja como nosotros, era algo absolutamente irregular y casi insoportable.
— Veo que has seguido mi consejo —me dijo Rebeca el último día de aquella larga semana, tras intercambiar unas opiniones de trabajo.
— ¿Qué consejo? —le pregunté, reanudando la búsqueda de bibliografía en internet para mis informes.
— Chico, a veces pareces tonto —me contestó, bajando el tono y obligándome a dejar mi tarea para prestarle toda mi atención—. El consejo de dejar de echarle miraditas a la jefa.
— Ah, sí —dije, algo sorprendido porque ella se hubiera fijado. «Aunque si supieras por lo que es…», pensé.
Durante aquellos cinco días, no me atreví a mirar a Sonia ni una sola vez, sólo interactué con ella para el formal “Buenos días” al encontrarnos por la mañana, bajando inmediatamente la cabeza.
— Muy bien, es lo mejor que puedes hacer. Los líos de trabajo suelen acabar mal, peor si son entre jefes y subordinados, y peor aún, si se puede dañar a otras personas…
— Que sí, Rebeca, que lo sé —dije, con desgana—. Se acabaron las miraditas para siempre.
— Perfecto, porque no velo sólo por ti, también lo hago por Sonia.
— ¿Por ella? —pregunté, confuso—. ¡Ni que fuese a violarla!.
— De verdad, con lo listo que eres, no sé si me tomas el pelo o vives en otro mundo… —afirmó mi compañera, con fastidio.
— En serio, no lo entiendo —me excusé, tratando de tranquilizarla.
— ¡Joder, Julio, pues está muy claro!. Sonia es ahora vulnerable, no tiene muchas defensas, e igual que se puede llegar a ella fácilmente, también se le puede dañar con la misma facilidad.
— Ya… Pero yo no estaba buscando llegar a ella —alegué, sin mucha convicción—, sólo la miraba porque me parece muy guapa.
— Y ella podría malinterpretarlo, ¿no crees? —me preguntó, con cierta irritación—. Que un caramelito le mire poniendo ojitos, para ella, puede significar mucho…
¡Bendita sea la franqueza de Rebeca!. ¿Acababa de confesar que yo le parecía un caramelito?. Sí, sin duda, y esa era la única satisfacción que había tenido en toda la semana, haciéndome sonreír por dentro.
— Vale, vale, ya lo entiendo —le dije—. Crees que ella lo podría tomar como una invitación, y que, por su situación, podría captar su interés.
— Eso es —afirmó mi compañera, relajándose—. Por eso te decía que velaba por ambos.
— Bueno, pues ya está, sabes que no tienes por qué preocuparte. Las miraditas y el tontear con la jefa se han acabado.
Rebeca sonrió, y ambos volvimos a concentrarnos en nuestro trabajo, aunque yo aún pensé en lo que acababa de decirme. ¿Me había aprovechado yo de la vulnerabilidad de Sonia el viernes anterior?. No, definitivamente, no. Mi jefa se encontraba mucho más fuerte y recuperada de lo que Rebeca pensaba, y lo que había pasado entre ambos no había sido fruto de una invitación por mi parte sino, más bien, el resultado de algo que había estado latente desde que nos conocimos, algo mutuo, incluso siendo ella quien había tomado la iniciativa.
Ahogado por el trabajo, preferí no darle más vueltas al asunto en lo que quedaba de mañana pero, a pesar de mis esfuerzos por acabar pronto, y como parte de la penitencia que se me había impuesto, tuve que quedarme a trabajar aquella tarde. Y no sería para un rato, tendría que pasarme toda la tarde avanzando con los informes para, al menos, dejar uno de ellos terminado. No podría disfrutar del fin de semana hasta la noche, cuando, por fin, podría estar con Laura y dedicarle el tiempo que se nos había arrebatado, desfogándonos por los cinco días de abstinencia a los que no estábamos acostumbrados.
Al igual que el viernes anterior, cuando volví de comer, la oficina ya estaba desierta, y enseguida me puse al teclado para redactar como un poseso.
La verdad es que, trabajar con la oficina vacía, resultaba muy productivo, al no haber ninguna distracción. Pero mi distracción se materializó a la media hora, cuando Sonia apareció cruzando toda la oficina, evitando pasar por mi lado.
«¡Uf, qué mal rollo!», pensé. «Céntrate en trabajar y cumplir con lo que te ha mandado».
Imposible. Saber que estábamos allí los dos solos, en el mismo lugar donde el cielo y el infierno se habían desatado consecutivamente, no me dejaba pensar más que en lo sucedido.
«¿Debería ir a hablar con ella?», me planteé. «No, eso podría ser un auténtico suicidio. Mejor dejar pasar el temporal y que las aguas vuelvan, poco a poco, a su cauce».
Habiendo tomado ya la decisión, y dispuesto a reconcentrarme en el trabajo, un aviso saltó en mi pantalla de ordenador. Era una ventana del programa de mensajería instantánea propio de la empresa, y dentro se podía leer un mensaje de Sonia:
— En cinco minutos, en la sala de reuniones.
Se me revolvieron las tripas. Al final, parecía que sí íbamos a hablar, y el que me citase en la sala de reuniones sólo podía significar una cosa: Una charla oficial para echarme. Irónicamente, resultaría que, el mandarme tres informes, habría servido para que no pudiese acabar ninguno en plazo, y así tener la excusa perfecta para prescindir de mí, alegando incompetencia.
— Allí estaré —escribí, sintiendo cómo me temblaban los dedos.
Cinco minutos después, recorrí la oficina, dejando atrás la zona de trabajo para cruzar el pasillo que conducía a la sala de reuniones. Cuando llegué a mi destino, allí estaba esperándome mi jefa, sentada en la silla acolchada que presidía la alargada mesa de madera negra.
— Ho-hola —dije, con la voz temblorosa.
— Pasa y cierra la puerta —contestó ella, severamente.
Cerré la puerta tras de mí, y me quedé inmóvil, sin atreverme a dar un solo paso.
— ¿Te acercas, por favor? —me preguntó, con tono imperativo—. Estamos solos y no tiene sentido hablar a voces.
Me acerqué hasta ella esperando a que me ofreciese la silla que quedaba a su lado, pero no lo hizo. Simplemente, echó su silla hacia atrás y se giró para quedar completamente frente a mí, dejándome en pie.
En aquel momento, pude observarla como no la había observado durante toda la semana. Llevaba un bonito vestido de un intenso color azul, veraniego, dejando sus hombros al aire para formar un escote palabra de honor. Le quedaba perfectamente ceñido a la forma de sus exuberantes pechos y talle, hasta abrirse formando una falda de corte triangular, que le cubría hasta casi la mitad de las pantorrillas, cruzada una sobre la otra. De pie, debía llegarle hasta los tobillos. Calzaba unas elegantes sandalias negras, con tacón, dejando al descubierto los dedos de sus pies, con sus uñas escrupulosamente pintadas del mismo color que el vestido, al igual que las de sus manos, que descansaban en los reposabrazos de su silla. Estaba impresionante, tanto que, a pesar de las circunstancias, sentí cómo mi virilidad, en desuso durante cinco días, despertaba bajo mi fino pantalón de algodón.
— ¿Cómo llevas los tres informes que te pedí el lunes? —me soltó a bocajarro, con una intensa mirada verde y todo su rostro en tensión, marcándose aún más sus atractivas facciones.
La verdad es que, sacándola de ese contexto, su expresión era como la de algunas modelos de revista. Esa expresión dura, que te puede dar ganas de decir: “Venga, niña, sonríe un poco”, pero a la vez salvaje, que lo que te da para pensar es: «Te follaba de todas las formas posibles». Y a mí, el rostro de aquella que estaba a punto de echarme del trabajo, lo que me inspiraba era lo segundo, y más sabiendo lo que era capaz de hacer con esa boquita y labios entreabiertos.
Me fue imposible evitarlo. Tal vez fuera por juventud, o tal vez por una abstinencia forzosa, o seguramente porque estaba ante la madurita más sexy que había visto jamás, pero fuera por lo que fuera, sentí cómo mi verga crecía haciéndome incómodos los bóxer, a pesar de ser elásticos.
— Estoy a punto de terminar uno —contesté, con los brazos cruzados, en pose defensiva mientras bajo mi cintura se evidenciaba una grosera erección.
— ¿Vas a terminar uno? —preguntó, abriendo aún más sus ojos, clavados en los míos para mantenerme petrificado. Parecía sorprendida.
— Sí, del resto sólo tengo buscada la información necesaria para hacerlos —dije, con resignación—. No he podido llegar a más —añadí, bajando la vista.
Los ojos de Sonia siguieron a los míos, pero me di cuenta de que seguían descendiendo y se detenían un segundo en mi entrepierna antes de volver a subir. ¿Era una media sonrisa el gesto que me había parecido observar fugazmente en sus labios?. No podía ser, pero mi palpitante músculo así lo entendió, y alcanzó su grado máximo pegado a mi muslo.
— ¿Que no has podido llegar a más? —repitió mi jefa, mostrando mayor sorpresa—. Es increíble, Julio, nos dejas mal a todos…
«Ale, ya está, ahora viene el hachazo», pensé. «Échale un buen vistazo a ese par de tetas, porque será la última vez que las veas».
— ¿Qué voy a hacer contigo?… ¿Qué voy a hacer contigo? —se repitió mi futura exjefa, estudiándome de arriba abajo.
— Si me das otra semana —contesté, intentando no darlo todo por perdido—, como ya tengo toda la información buscada, echándole horas, podría acabar también los otros dos informes…
Repentinamente, Sonia se rio de tal modo, que sus pechos botaron, empeorando mi situación y haciéndome sentir como un patán empalmado.
— Por favor, déjalo ya —dijo, tras el súbito ataque de risa—, que me estoy poniendo mala…
¿Sus preciosos ojos habían vuelto a bajar a mi paquete?.
— Tenías que haberme dicho antes que tenías novia —soltó, de repente—, y no habríamos llegado a esto.
Una gota de sudor frío recorrió toda mi espalda, haciendo que se me erizasen los pezones y mis sentidos se aguzaran, permitiéndome percibir las discretas protuberancias que, levemente, se marcaban en esas dos majestuosas montañas a las que mi vista iba una y otra vez. ¿Indicaban que mi jefa también tenía los pezones erectos?.
— Yo… Sonia, de verdad que lo siento… Eres tan irresistible…
— Julio, si es que no haces más que darme motivos… ¡Venga, arrodíllate!.
— ¿Quieres que te suplique perdón? —le pregunté, dispuesto a hacerlo.
— No —contestó, lacónicamente.
— ¿Quieres que te suplique por mi trabajo?.
— No, quiero que me compenses.
Me quedé estupefacto, no entendía nada, hasta que ella descruzó sus piernas y subió su falda hasta medio muslo.
— ¡Vamos, ponte de rodillas y compénsame! —ordenó, mordiéndose el labio y devorando con sus refulgentes ojos el exagerado abultamiento de mi pantalón.
¡No me lo podía creer!. Me iría de la empresa, pero por la puerta grande, comiéndole el coño a mi deliciosa jefa diecisiete años mayor que yo, la misma que me iba a echar. ¡Qué locura!.
«Al menos me iré con un buen sabor de boca», pensé, mientras me arrodillaba entre las piernas de aquella que me castiga y premiaba a la vez.
«¿Y Laura?», preguntó mi conciencia.
«Esta es una oportunidad única en la vida», le contesté, percibiendo el irresistible aroma de hembra excitada. «¡Come y calla!».
Acaricié los blancos y tersos muslos de mi jefa, deleitándome con su suave tacto mientras me adentraba entre ellos, embriagándome de fragancia de mujer. Subí más la falda, y acerqué mi nariz y labios hasta aquel pequeño velo negro que cubría la meta de mi recorrido. Besé ese tanga, húmedo y caliente, aspirando los efluvios que a través de él manaban, y lo presioné con los labios, disfrutando del gemido de Sonia mientras constataba que la íntima prenda ya llevaba un buen rato empapándose con su excitación.
Mis manos se deslizaron bajo las redondas nalgas de mi jefa, y éstas se elevaron para permitirme tomar las tiras del tanga mientras mis dientes lo aferraban y tiraban de él, deslizándolo por los muslos hasta alcanzar las rodillas. Las piernas se cerraron un instante, dejándolo caer al suelo, y volvieron a abrirse mostrándome el manjar que ansiosamente esperaba a ser degustado.
Miré los enormes ojos verdes que tantas veces me habían hipnotizado, y el fuego que vi en ellos casi consigue derretirme. Un suspiro femenino me invitó a acercarme a aquella fruta madura rezumante de néctar, y como una mosca acude a la miel, así acudí yo a aquel coñito de gruesos y rosados labios.
Acerqué mi boca y mi cálido aliento sobre aquella divina vulva, arrancándole un nuevo suspiro a Sonia. Saqué mi lengua, y lamí suavemente de abajo arriba, recorriendo con mi escurridizo apéndice toda la longitud de la hendidura, hasta rozar el duro botoncito, obteniendo como premio un estimulante gemido femenino.
— Mmmm, Sonia, estás deliciosa —susurré, mirándole a los ojos—. ¿Es así como quieres que te compense?.
— Joder, sí —me contestó, con la respiración acelerada—. Estoy mojada desde que has entrado en esta sala, y no has hecho más que ponerme cachonda…
— ¿Me vas a echar? —pregunté, soplando suavemente sobre su humedad.
— Sólo si me dejas en este estado… —contestó, estremeciéndose.
Sonreí, observando su gesto de sufrimiento por el estado de extrema excitación en el que se encontraba. La realidad era muy distinta a las angustiosas conjeturas que me habían atormentado hasta caer de rodillas ante ella.
Agarré sus nalgas con fiereza, viendo cómo ella sonreía expectante, y bajé mi mirada para que toda mi boca atrapase sus labios mayores mientras mi lengua se convertía en una sonda que atravesaba pliegues de piel, adentrándose en aquel lujurioso volcán cercano a la erupción, analizando la infernal temperatura de su interior.
— ¡Uuuuuuummmm…! —escuché el erótico gemido.
Su sabor deleitó mis papilas a lo largo de cuanto músculo pudo adentrarse en aquella cueva de suaves paredes, y presioné con mis labios succionando aquella fruta prohibida, mientras mi lengua se retorcía en su interior.
Sonia jadeaba, y cuando mi succión y penetración se hicieron máximas, agarró mi cabeza apretándola contra su sexo mientras sus muslos subían sobre mis hombros, entregándose totalmente a mí.
— ¡Jodeeerrrr, qué gustazo! —le oí exclamar, entre dientes.
Besé aquella suave vulva carente de vello, succioné sus carnosos labios, y exploré su profundidad y contorno con mi inquieta lengua, degustando la exquisitez de su excitación.
Sonia gemía sin descanso, intercalando mi nombre entre sus muestras de gozo, revolviendo mis cabellos y atrayéndome hacia ella como si quisiera introducir todo mi ser en su febril cuerpo.
No necesitaba mucho para hacerla precipitarse en el abismo del orgasmo, su estado era tal que, cuando me situé entre sus muslos, ella ya se había asomado al borde del precipicio. No precisaba más que un leve empujón, y yo, respondiendo a sus deseos, se lo di sin dudarlo.
Mi lengua salió de entre sus pliegues, y atacó su clítoris frotándolo con la punta. Eso volvió loca a mi diosa, que elevó el volumen de sus gemidos.
— ¡Ahí, sí!, ¡ahí, sí!, me mataaaaaassss…
Su cuerpo temblaba, agonizando de gusto, así que, sintiendo que mi propia excitación latía en mi entrepierna, decidí rematar la faena. Atrapé su perla con mis labios, y la succioné como si mamase de ella, mientras una de mis mano salía de debajo de su culo y dos dedos penetraban repentinamente en el chorreante coño, hasta perderse completamente en él.
Todos los músculos de aquella madura obra de arte se pusieron en tensión. Su espalda se arqueó, sus manos soltaron mi cabeza y se aferraron como garras a los reposabrazos de la silla, sus muslos aprisionaron mi cabeza con fiereza, y un cálido torrente de fluidos embadurnó mis dedos.
Con un agónico grito, Sonia alcanzó el orgasmo, y mis dedos salieron de su interior para que mi sed se saciase con las termales aguas de su júbilo. Se corrió con mi boca pegada a ella, succionando y lamiendo cuanta esencia de mujer fui capaz, bebiendo de su sexo hasta vaciar la estilizada ánfora de su cuerpo.
Liberado de la tensión, todo su cuerpo se relajó con un suspiro, abriendo el candado que sus piernas habían formado alrededor de mi cuello.
Limpiándome la barbilla y degustando los restos de la gloria alcanzada, me puse en pie contemplando la excitante imagen de mi jefa recostada sobre la silla, con la falda subida hasta la cintura, las piernas abiertas, y su hermosa concha hinchada, brillante y enrojecida. La polla no me cabía en el pantalón.
— ¡Cuánto lo necesitaba! —dijo ,más para sí misma que para mí—. Ahora ya estamos en paz —añadió, subiéndose el tanga y recuperando una pose más decorosa, aunque no por ello menos sensual.
— ¡Uf! —resoplé—, no sabes cuánto me alegro. Pensé que estabas furiosa conmigo… Estaba muy preocupado…
— Y lo estaba —contestó, volviendo a la compostura de partida—. Al menos en el momento, pero poco a poco se me fue pasando el enfado… Ya he sufrido bastante por mí misma, así que… ¿por qué sufrir por los demás?. Si le pones los cuernos a tu novia, es tu problema, y el suyo…
Me quedé alucinado, Sonia volvía a darme una lección.
— Ya… —dije, dándole vueltas a sus palabras— Es la primera vez que hago algo así, y el sentimiento de culpa me ha estado torturando… Y después la preocupación, pensando que mi trabajo estaba en peligro…
Sonia rio, de pura satisfacción.
— Bueno, aunque decidí que no merecía la pena enfadarse contigo, pensé que merecías un escarmiento.
— ¿Entonces no has pensado en ningún momento en echarme?.
— ¡Pues claro que no!. Te mandé los tres informes para que te agobiaras un poco… Pero no son prioritarios —agregó, guiñándome uno de sus ojazos para que mi enhiesto miembro palpitase de deseo.
— ¿Entonces, no hay que presentarlos ya? —pregunté, sorprendido.
— No, pero ya que los tienes tan avanzados, se podrán enviar en cuanto los termines.
Resoplé nuevamente aliviado.
— Si te soy sincera, pensaba hacerte sufrir un poquito más. Te había citado para echarte la bronca por no haber podido avanzar casi nada… Pero, claro, te has presentado aquí diciéndome que has hecho en una semana el trabajo que cualquier otro habría tardado, al menos, dos semanas más; marcando paquete por mí a pesar de tenerte agobiado, y estás tan rico… En resumen, que me has puesto tan cachonda que me has hecho cambiar de opinión.
Sonia se mordió el labio, volviendo a escanearme de arriba abajo con fuego en su mirada.
— Entonces, ¿y ahora? —pregunté tontamente, poniéndome en jarras.
— Sigues poniéndome malísima… ¡Desnúdate!.
Mi cerebro no necesitó procesar toda la información, hacía rato que estaba en modo hibernación por la carencia de flujo sanguíneo que lo activase, así que mis bajas pasiones obedecieron aquella orden como si me fuese la vida en ello, pues esa era la orden que había deseado recibir de mi jefa desde el día que la conocí.
Sin inquietarme un ápice por encontrarnos en una sala de reuniones a la que, a pesar de ser viernes por la tarde, cualquiera podría acceder, me quedé completamente desnudo ante ella, lanza en ristre, sin un atisbo de vergüenza, plenamente consciente de que mi juventud y, ¿por qué no decirlo?, mi agraciado físico, eran objeto de su deseo.
— ¡Joder, pero qué bueno estás! —exclamó, mordiéndose el labio con ahínco, recorriendo con su esmeralda mirada cada detalle de mi cuerpo.
Sonreí y, envalentonado por su reacción, di un giro completo sobre mí mismo para elevar aún más mi orgullo y sentir sus ojos devorándome.
Sonia se levantó y, agarrando mi rígido miembro con su mano, clavando sus fulgurantes ojos en los míos, me susurró:
— Quiero que me folles…
— Y yo quiero follarte…
Sonrió complacida.
— A pesar de que tienes una novia mucho más joven que yo… ¿Cuántos años tiene?.
— Veintitrés —contesté, sintiendo cómo su mano liberaba mi pértiga para recorrer suavemente mis pectorales, uniéndosele la otra en doble caricia.
— ¿Y tú? —volvió a preguntar, descendiendo por mi abdomen como si quisiera contar con su dedos los músculos que en él se esbozaban.
— Veintiséis… —dije, con un suspiro.
— Ummmm, ¿y aun así, me deseas?, ¿teniendo ya una chica de la que yo podría ser su madre?.
— Sonia —le dije, agarrándole por la cintura, aplastando mi erección entre ambos mientras sus manos agarraban mis glúteos—, eres la mujer más sexy que he conocido jamás. Te deseo más que a nada en el mundo —añadí, totalmente convencido—. Eres puro fuego y no puedo evitar querer quemarme…
Ella sonrió y acercó su boquita de fresa hasta casi tocar la mía, y mientras en mi mente sepultaba a mi conciencia, me lancé a devorar esos apetitos labios, invadiendo su boca con mi lengua.
Mi jefa se estrechó contra mi cuerpo, incrustándose toda la longitud de mi polla en su abdomen, clavándome los dedos en el culo y respondiendo a mi beso con ardor, enroscando su lengua con la mía, succionándome con sus carnosos labios con verdadera gula.
Sus esponjosos pechos se aplastaban sobre el mío, deseosos de ser liberados para recibir cuantas atenciones merecían por mi parte, incitándome con la punzada de sus pezones, mientras su cadera se apretaba contra la mía, frotándose contra la dureza de mi barra de carne.
Accedí a los ruegos de nuestros cuerpos, y rápidamente desabroché la cremallera de su vestido. Me separé de ella, succionando sus labios y, con una sonrisa de auténtica lujuria, observé cómo aquel precioso escote se abría para mostrarme aquel par de maravillas de la naturaleza, realzadas y apenas contenidas por el excitante sujetador negro con encaje.
— ¡Qué pedazo de tetas! —exclamé, con total sinceridad.
Sonia rio, haciendo que el vestido se deslizase por su piel hasta caer al suelo.
— Eso mismo dijiste el viernes pasado, está claro que te gustan. ¿Tu novia no las tiene así? —me preguntó, acariciándoselas.
— ¡Uf! —exclamé, en plena combustión—. ¡Qué más quisiera yo!. Sonia, tienes unas tetas dignas de adoración.
Volvió a reír visiblemente complacida y excitada. Sin duda, salir ganando en la comparación con una chica veinte años más joven, y mi admiración por ella, la incendiaban como una pavesa en un pajar.
— Está claro que eres un conquistador —me dijo melosamente, mientras salvaba la corta distancia que había quedado entre ambos.
La recibí con las palmas de mis manos abiertas, hasta que sus voluminosas redondeces encajaron perfectamente en ellas, apretándose a mi tacto mientras mis dedos acogían esos esponjosos senos, tratando de abarcar tan generoso volumen.
Sonia se mordía el labio ante la pasión y brío del masaje que dediqué a sus divinos dones, a pesar del sujetador, apretando su cuerpo contra el mío, haciéndome alzar sus pechos entre mis manos mientras su cálido tanga humedecía la férrea dureza de mi espada bien templada.
No podía dejar de contemplar cada excitante detalle de mi preciosa jefa: el verde grisáceo de sus refulgentes ojos, el carmesí de sus labios castigados por sus blancos dientes, y la belleza de sus senos oprimidos por mis manos y nuestros cuerpos, formando un enloquecedor busto.
Alzándose sobre los tacones de sus sandalias, me dio un juguetón mordisco en el mentón, y mis labios fueron al encuentro de los suyos para que nuestras lenguas se enzarzasen en frenética danza conjunta, explorando nuestras bocas con afán conquistador.
Su cadera se contoneaba, frotando su entrepierna contra mi erección, masajeándomela y haciendo que la gruesa punta incidiese sobre la fina tela del tanga, incrustándoselo entre los carnosos labios, que con hambre voraz suplicaban porque el velo cayese para alimentarse de la dura fruta que palpaban sin poder saborear.
Abandoné el moldeable tacto de sus senos, necesitaba sentirlos y tenerlos plenamente, por lo que mis manos recorrieron la espalda de aquella poderosa Afrodita, produciéndole un escalofrío, para desabrochar el sujetador que tiránicamente contenía la voluptuosidad femenina.
Sonia se despegó de mí y, dejando caer la prenda desabrochada, liberó, para goce de mi vista, la hermosura de sus orgullosas mamas. Simplemente, espectaculares.
A pesar de su tamaño y las hebras plateadas que ya peinaba su dueña, aquellos dos majestuosos encantos con forma de lágrima, se mantenían dignamente en contra de la gravedad. Sí, al quedar liberados de la sujeción, habían cedido ante las leyes de la física bajando su desafiante mirada, pero su suave y tersa piel aún conseguía mantenerlos como si las dos últimas décadas no hubieran hecho mella en ellos, presentándose ante mí como las tetazas con las que, desde mi más precoz adolescencia, había soñado.
Las pequeñas pecas que ya había visto adornando su escote, se extendían como una constelación por todo el cielo enmarcado por aquellos dos planetas, invitándome a ser un astrónomo que le pusiera nombre, trazando un dibujo con mi lengua para unir las diminutas estrellas.
Sus pezones, rosados, en erótico contraste con la nívea piel, se mostraban del tamaño perfecto para ser succionados y amamantar mis deseos con su aguda erección, apuntándome para que los reclamase como míos. Y así lo hice.
Con un firme paso, la distancia entre ambos se redujo a la mínima expresión. Agarré las tetas de Sonia con mis manos, deleitándome con el suave tacto de su tersa piel, sopesándolas maravillado, recorriendo todo su volumen con dedicación, oprimiéndolas apasionadamente, recreándome con su consistencia y, finalmente, alzándolas y bajando mi cabeza para estudiar astronomía entre ellas, escuchando la carcajada de mi jefa de pura satisfacción.
Hundí mi rostro entre aquellos volúmenes que amorosamente lo acogieron, y besé con devoción cada centímetro cuadrado de piel hasta llegar a comerme con gula el seno izquierdo de Sonia, quien gemía sujetándome la cabeza a la vez que la presionaba contra su pecho, mientras mi boca se abría y cerraba mamando aquella carne que la llenaba.
Acaricié con la punta de la lengua el erizado pezón, haciéndolo vibrar con ella para, después, trazar circunferencias delineando la forma de la areola mientras mis labios atrapaban la puntiaguda cúspide y la succionaban.
— Diooossss, cómo me pones… —susurró mi jefa, entre dientes.
Mordisqueé suavemente el pezón, oprimiendo al mismo tiempo la teta con mi mano, y Sonia emitió un leve quejido de sorpresa, dolor y placer simultáneo. Pasé al otro pecho, y le dediqué las mismas atenciones y tratamiento, disfrutando de llenar mi boca con aquel manjar que mi novia jamás podría darme tan abundantemente.
— Joder, Julio —dijo mi musa, entre gemidos—, me vas a devorar… Yo también quiero mi ración…
Me hizo abandonar sus senos, atrayendo mi boca hacia la suya. Introdujo su lengua hasta casi tocarme la campanilla, y sus suaves y apetitosos labios succionaron los míos con un arrebato salvaje. Atacó mi cuello, besándolo sonoramente mientras sus manos acariciaban mi abdomen presionándolo y comprobando su dura consistencia. Bajó deslizando sus labios por mis pectorales, y alcanzó mis enhiestos pezones para arrancarme gemidos al succionarme uno y después el otro.
— Uffff, Sonia, si sigues por ese camino no voy a poder aguantar —dije, observando cómo su cabeza descendía.
Su lengua dibujó un camino de saliva desde mi pezón izquierdo hasta la línea media de mi abdomen, y mientras las palmas de sus manos recorrían mis pectorales presionándolos, su excitada voz llegó a mis oídos:
— Estás tan bueno… Me has puesto tan cachonda… ¡Joder, tengo que comerte entero!.
Me encantaba cómo se transformaba su lenguaje cuando se dejaba dominar por la lujuria, era tan chocante y pasional… Además, ante tal declaración de intenciones, no había objeción posible. Por mucho que deseara follármela ya, cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo que yo: disfrutar de su hambre de mí.
Con su lengua, recorrió las formas de mi abdomen, besando con sus pétalos los músculos, involuntariamente contraídos para desvelar su contorno, mientras sus manos bajaban por mi cuerpo hasta agarrarme con fuerza del culo, clavándome en él las uñas para arrancarme un gemido de excitante dolor.
Continuó su recorrido con rumbo sur, regalándome la vista con la imagen de su cuerpo doblado, destacándose la sinuosidad de su cintura y la rotundidad de un buen culo, entre cuyos cachetes se perdía la tira del tanga.
La barbilla de Sonia, en su descenso, topó con la punta de mi humedecida lanza y, alzando su vista para petrificarme con su intensa mirada, se acuclilló para sujetarme la verga mientras su lengua descendía por mi pubis hasta llegar a la ingle, acariciando toda la longitud de mi falo con su rostro, surcando su mejilla con un reguero brillante. Entonces, se arrodilló y, en mi mente se quedó grabada a fuego para siempre la imagen de mi jefa de rodillas ante mí, con mi polla en su mano, y su boca recorriendo mis testículos para chuparlos con dulzura.
«Todo trabajador debería tener así a su jefa en algún momento de su vida», pensé con una carcajada interna.
Sonia era una auténtica experta en lo que estaba haciendo, se notaba cuánto disfrutaba con ello, y eso me hacía pensar en cómo habría podido ser tan gilipollas su exmarido, teniendo a semejante hembra en casa.
«Señora en la calle y puta en la cama», se repitió en mi mente el pensamiento de la vez anterior. «¡Es una diosa!».
Su incendiaria mirada verde-gris volvió a alzarse, hipnotizándome mientras su lengua recorría toda la longitud de mi cetro, flexionándolo para poner al alcance de sus labios mi bálano y poder besarlo, causándome cierta incomodidad ante la antinatural posición de mi erecto miembro.
— ¿Te he hecho daño? —preguntó, viendo mi gesto torcido—. ¡Lo siento, es que no llego!.
La diferencia de estaturas se hizo patente en aquel momento. Arrodillada, por muy evocador que fuese, mi jefa no alcanzaba a chuparme bien la polla.
— No, no pasa nada —contesté, entre jadeos—. Sonia… quiero follarte… —añadí, viendo un resquicio para cumplir mi fantasía de calzarme a la jefa, puesto que la de que me hiciera sexo oral ya la había cumplido una semana atrás.
— Después —sentenció ella, con una sonrisa maliciosa—. ¡He dicho que te voy a comer entero y pienso comerte entero! —añadió, levantándose para volver a colocarse con el cuerpo doblado como minutos antes—. ¡El que seas alto para mí no me va a impedir disfrutar comiéndome este pedazo de polla!.
Y sin más, colocó mi glande entre sus labios y bajó la cabeza succionando mi falo hasta que se incrustó en su garganta, arrancándome un profundo gruñido de satisfacción. Volvió a subir repitiendo la succión, tan poderosamente, que sus carrillos se hundieron provocándome palpitaciones en mis más recónditos lugares.
— Ooooohhhh, Sonia —gemí, sintiendo que hasta la cabeza me daba vueltas—, así vas a acabar enseguida conmigo… Me voy a correr…
Mi jefa asintió sonoramente, con la boca llena de mi pétrea carme, y continuó con la profunda prospección de su garganta, utilizando mi miembro como sonda.
Nunca había sentido nada igual, nunca me habían hecho una mamada tan profunda y voraz. Aquella diosa de oficina era una auténtica loba practicando el arte de la felación, y se notaba que yo la inspiraba especialmente para devorarme con tanta pasión. Así que no tardé más que unas pocas, exquisitas y salvajes chupadas en sentir cómo todo mi potente músculo latía, pareciéndome más grueso que nunca, mientras las oleadas de denso líquido blanco recorrían con premura el conducto que les llevaría hasta una efervescente libertad.
Con un gruñido que retumbó en la sala de reuniones, me corrí dentro de la boca de mi jefa, llenándosela con un géiser de denso e hirviente esperma que ella recibió chocando contra su paladar y derramándose sobre su lengua, tragándolo para dar cabida a las nuevas descargas que mi polla expelía frenéticamente en aquella gloriosa cavidad, mientras ella seguía mamando para llevarme hasta el delirio.
Sonia bebió de mí, apurando mi esencia con dedicación, degustando el sabor de mi virilidad y juventud como si fuese el más delicioso néctar que su paladar hubiese probado jamás, haciéndome aullar mientras todo mi cuerpo se tensaba derramando hasta la última gota de mi excitación dentro de su boca.
Con fascinación, contemplé cómo no tragaba mis últimos impulsos eyaculatorios, ladeando la cabeza y permitiéndome ver cómo chupaba con sus sedosos pétalos, suavemente, mi grueso glande, envolviéndolo con el resbaladizo producto de mi orgasmo mientras entraba y salía de entre sus rojos labios, produciéndome un maravilloso cosquilleo que mantenía mi erección con la bandera a media asta.
Finalmente, con una última succión que me arrancó otro gruñido de puro placer, apuró los restos del blanco fluido sobre mi sensible piel para dejarme la semirrígida polla reluciente.
— ¡Qué delicia! —exclamó, incorporándose y aún relamiéndose.
— Ha sido increíble —contesté, con una sonrisa de oreja a oreja—. Me has dejado seco…
— Es que me excitas tanto, y me gustó tanto el otro día —confesó, agarrándome del culo para pegar su cuerpo al mío—, que me he pasado toda la semana deseando volver comerte.
Apretándose aún más contra mí, y aprisionando entre nuestros cuerpos el músculo que se negaba a relajarse ante semejante hembra, me incitó para que mis labios devoraran los suyos, y mi lengua explorase aquella cálida boca en la que mi virilidad acababa de derretirse.
Aquel tórrido y desesperado beso, la presión de su cuerpo contra el mío, el tacto de nuestras pieles fusionadas, mi juventud y su experiencia, y el irrefrenable deseo que ambos sentíamos, propició que mi verga volviese a alcanzar todo su esplendor, como un grueso, largo y pétreo monolito incidiendo con descaro en el bajo vientre de aquella fogosa madurita.
Dándole mordiscos en el lóbulo de su oreja izquierda, mis manos surcaron su estrecha cintura y poderosas caderas para deslizar hacia abajo las tiras del tanga, hasta que éste cayó al suelo por sí solo.
Sonia besaba mi torso, recorriéndolo con sus labios, mientras sus manos acariciaban con dedicación mi espalda y glúteos.
La agarré por el culo, más voluminoso y carnoso que las perfectas cachas de Laura, mi novia, pero aun así, un magnífico ejemplar de anatomía trasera femenina. Los últimos meses en el gimnasio habían surtido su efecto, y aquellas nalgas habían adquirido una proporción y tonicidad que cualquiera desearía palpar. Las apreté con los dedos, comprobando su consistencia y, a pesar de que, por un instante, el recuerdo de mi novia abofeteó mi mente, la pasión me hizo su esclavo, incitándome a tirar de aquellos glúteos para alzar a su preciosa dueña.
Sonia se entregó completamente a mí, rodeó mi cuello con sus brazos y, abriendo las piernas, permitió que la levantara del suelo sin mucho esfuerzo. Sus gruesos labios vaginales besaron y embadurnaron de zumo de hembra toda la longitud de mi pértiga, pero no la penetré. Mi bálano presionó su clítoris y, mientras ella enroscaba sus piernas en torno a mi cintura, froté su botón con la punta de mi lanza.
Ahogando sus gemidos contra mi pecho, movió sus caderas, aferrándose a mis hombros, aumentando la mutua excitación mientras yo daba dos pasos para sentarla al borde de la larga mesa de la sala de reuniones. Aquella mesa siempre me había parecido demasiado alta, pero en aquel momento me pareció perfecta, el mobiliario preciso para grabar una escena de película porno.
La congestionada abertura de mi jefa y mi mortal acero se encontraron frente a frente, expectantes ante el apuñalamiento sin compasión que tendría lugar para que nuestros cuerpos agonizasen derramando todos sus fluidos.
— Métemela ya… necesito tu polla… no puedo más… —dijo mi víctima, con un erótico tono suplicante, abriéndose más de piernas y agarrándome de la cintura para atraerme hacia ella.
— ¡Joder, no tengo condón! —exclamé, en un momento de cordura.
— Ni falta que hace, estoy operada… ¡Así que métemela toda de una puta vez!.
Seguía pareciéndome increíble la transformación de su lenguaje cuando era presa de la lujuria, pero más increíble aún me pareció el poder cumplir la fantasía de follarme a mi jefa, y sin barreras de por medio, lo que aún no había hecho con mi novia… salvo por detrás.
Acomodé mis caderas entre sus tersos muslos y, agarrándola del culo, apunté con mi bayoneta empujando hacia delante. Mi glande fue cálidamente acogido por los carnosos labios, y penetró suave y resbaladizamente por la gruta hasta desaparecer devorado por el cuerpo de Sonia.
Se la metí lentamente, penetrando su vagina como un punzón al rojo vivo perforando un bloque de cera, disfrutando de la increíble sensación que jamás había experimentado con tal intensidad al penetrar un coño, puesto que siempre había tenido que utilizar un condón. Me encantó sentir con mi propia piel la resbaladiza y abundante humedad de un coño encharcado con flujo de hembra, escaldando mi verga con su calor de forma enloquecedora, una auténtica gloria que ansiaba investigar en mayor profundidad.
Mi jefa no estaba para sutilezas, hacía casi un año que nadie le metía una dura polla, y muchos años más que no sentía una verga joven y vigorosa abriendo sus entrañas, así que, tirando salvajemente de mi culo, me hizo ensartarla de golpe, a fondo, hasta que nuestros pubis golpearon con toda mi zanahoria engullida por su conejo.
— ¡Aaaaaahhhh! —gritó orgásmicamente.
Se corrió clavándome las uñas en los glúteos, estirando y arqueando su espalda, y regalándome la más excitante expresión de su rostro. Su coño se contrajo tirando de mi ariete, exprimiéndolo hasta hacerme gruñir de placer, obligándome a dar empujones de cadera que le clavaban más y más mi taladro en sus profundidades, mientras mi pelvis golpeaba rítmicamente su clítoris.
Entre jadeos, su orgasmo se prolongó con mis embestidas, hasta que finalmente concluyó con mi diosa abrazándose a mí para apoyar su rostro en mi pecho.
— ¡Joder, qué bueno! —dijo, alzando la cabeza para darme un juguetón mordisco en la barbilla—. Quiero más…
Sus ojos brillaban como nunca, dos exóticas gemas con el fuego de la pasión en su interior. Era tan arrebatadoramente bella…
La besé como si no fuera a haber un mañana e, inconscientemente, mis caderas reanudaron su empuje, poco a poco, hundiendo mi implacable puñal en sus carnes, dándome un exquisito placer que nunca habría imaginado que sentiría en aquella sala.
Mis manos recorrieron la suave piel de su espalda y cintura, y acudieron con fervor a la llamada de aquellos divinos pechos que no podía dejar desatendidos.
Sonia, llena de mí, se mantenía a tono tras el clímax alcanzado, y volvía a gemir con mis estocadas. Al sentir mis manos tratando de abarcar sus senos, facilitó mi acceso a ellos echándose hacia atrás para estirar los brazos y apoyarse con las manos en la mesa, tras su balanceante culo.
— Son tuyas —me dijo, con gesto eróticamente perverso—, pero no dejes de follarme…
— Seguiré follándote hasta empotrarte en la mesa —contesté, agarrando sus tetazas con ambas manos sin detener el bombeo—. Y después seguiré follándote hasta que puedas atravesarla.
Una sincera carcajada convulsionó todo su cuerpo, estrangulando de forma tan intensamente placentera mi falo enterrado en él, que a punto estuve de correrme.
Embistiendo rítmicamente su vulva, acaricié, manoseé y masajeé aquellos magníficos montes. Calibré su volumen, testé su turgencia y evalué su esponjosidad, apretándolos con mis dedos, empuñándolos como a dos enormes pelotas antiestrés, y pellizcando sus pezones.
Sonia se volvió loca, dejándome claro que aquel (nada delicado) tratamiento, la elevaba un peldaño más en su estado de excelsa excitación.
— ¡Joder, Julio, jodeeeer!. Me estás matando… —dijo, entre gemidos.
Me incliné sobre ella y, con apremiante gula, me comí el opíparo banquete que me ofrecían sus senos, recorriéndolos con la lengua, succionando con los labios, metiéndome cuanto volumen me cabía en la boca, chupando los pezones… Un festín que a duras penas podía darme con las tetas de “a puñaíto” de mi novia.
Por un momento, concentrado en disfrutar de aquellos manjares, perdí el ritmo de las penetraciones, cosa que mi jefa no tardó en aseverarme:
— Me ibas a empotrar en la mesa… Pero, chico, estás perdiendo fuelle…
Levanté la cabeza y vi cómo Sonia me sonreía. Estaba disfrutando como hacía años que no lo hacía, y no pretendía más que retarme para alcanzar cotas que nunca había alcanzado.
— Te vas a enterar —le dije, poseído por la lascivia—. Ahora yo soy tu jefe —añadí, clavando mis ojos en los suyos.
Mi madura fantasía se mordió el labio visiblemente afectada por mis palabras, y no dudé ni un instante en cumplir con ellas. Agarrándola por las caderas, la obligué a tumbarse en la mesa y, combinando embestidas pélvicas con tirones de su cuerpo para atraerlo hacia mí una y otra vez, empecé a follármela salvajemente, sacándole la polla casi por completo para volver a hundirla hasta el fondo sin compasión, provocando que su culo se restregase por la lisa superficie de la mesa con el intenso movimiento. Y a ella le encantó.
Mi dominada jadeaba sin resuello, dejándose manejar, completamente entregada al placer, atenazando mi cintura con sus muslos, y empujando con sus caderas cada vez que la atraía hacia mí incrustando mi glande en sus entrañas, mientras yo golpeaba su vulva y culo con mi pelvis. Se sujetaba la cabeza revolviéndose su castaño cabello, como si no pudiera creer el placer que estaba experimentando y temiera perder la cordura.
Con la boca entreabierta, alternando con mordiscos en su labio inferior, Sonia gemía tratando de contenerse para no elevar el tono más de la cuenta, pero aun así, conseguía regalar mis oídos con sus ronroneos de gata en celo.
Su rostro, ruborizado, estaba más bello que nunca, acentuando la forma de sus altos pómulos y sus facciones de actriz de cine clásico mientras trataba de mantener su mirada fija en la mía, con sus enormes ojos verde-grisáceos bajando una y otra vez para embeberse de mi anatomía, del mismo modo que yo trataba de memorizar la suya.
Su cuerpo era un auténtico espectáculo visual. Su pálida piel contrastaba con la negra superficie de la mesa, como una obra de arte expuesta en una exclusiva galería, ensalzando la sensualidad de sus curvas para deleite de mis ojos. Sus pechos, dos prominentes gotas de agua, se mecían con el intenso vaivén al que la sometía, ondulando todo su volumen como el oleaje de alta mar, mientras sus agudos pezones se erigían en atolones señalando al techo de la sala.
Su coño devoraba mi polla con hambre atrasada, horneando mi barra de pan con el calor de las calderas del infierno, escaldando mi dura carne con los fluidos de su rebosante excitación, envolviendo mi pieza de embutido y estrangulándola en su interior…
De repente, oí un ruido tras de mí. Detuve bruscamente el bombeo, dejando a mi jefa ensartada a fondo, y giré la cabeza.
— ¡No pares!, ¡estoy a punto de correrme otra vez! —me anunció.
Yo también estaba a punto, pero al mirar hacia la puerta de la sala me la encontré abierta. Sin llegar a entrar, sujetando el pomo, descubrí a la empleada de la limpieza, una treintañera de racial atractivo.
— ¡Ups! —exclamó, quitándose los auriculares del móvil de los oídos—. Pensé que no había nadie… —una pícara sonrisa se dibujó en su rostro de rasgos amerindios—. Venía a limpiar el polvo… pero veo que todavía lo están echando…
Me quedé estupefacto, y tan sólo pude sonreír estúpidamente ante el comentario.
— No molesto, ya regresaré más tarde —dijo, volviendo a entornar la puerta—. Por cierto —añadió mirando hacia abajo, justo antes de cerrar la puerta para dejarnos nuevamente a solas—, ¡bonito trasero!.
Me quedé absorto observando cómo la puerta se cerraba, hasta que la presión de los músculos vaginales de Sonia, y su voz, me sacaron de mi perplejidad.
— A mí no ha podido verme, ¿no? —preguntó, reflejando en su semblante esa severa expresión que tan cardiaco me ponía.
Negué con la cabeza.
— Pues sigue follándome, ¡que voy a volverme loca con tu polla dentro!.
Sonreí completamente fascinado por ella. ¿Quién podría imaginar que mi jefa fuera así?.
La empujé con mis caderas, dándole con todas mis ganas, sintiendo cómo la punta de mi verga se incrustaba en la boca de su útero y mi pelvis presionaba la suya.
Un breve grito de sorpresa y satisfacción salió de la garganta de la empotrada, y me espoleó con los talones para seguir dándole con furia.
El mete-saca se hizo aún más violento que en el momento previo a la interrupción. Sonia ya no podía reprimir sus gemidos, combinándolos con expresiones de gozo, que no hacían sino incitarme a entregar hasta la última de mis energías en aquel polvazo.
— ¡Joder, qué bueno!, ¡joder, qué bueno!, ¡qué buenooooooo…!.
Percutiendo en ese magnífico cuerpo maduro como un martillo neumático, haciéndolo vibrar en una vorágine sexual, sentí que estaba a punto de explotar.
Todos los músculos de Sonia se pusieron en máxima tensión, su espalda se arqueó levantándose de la mesa, elevando sus senos para erigirse en montes sagrados a los que peregrinar, mientras su divina gruta exprimía mi hombría hasta enloquecerme de placer.
Como el Vesubio arrasando Pompeya, así me corrí dentro de mi jefa, inundando con mi hirviente lava las profundidades de su cuerpo, derramando en su interior oleadas de fuego seminal, llevándola hasta el cataclismo orgásmico, que se propagó con temblores y convulsiones por toda su anatomía mientras el placer la devoraba como una bestia mitológica.
Tirando de sus caderas con furia, ensarté a Sonia, envainando completamente mi sable con su piel, fusionando su pelvis a la mía mientras eyaculaba gloriosamente, y contemplaba su cuerpo formando un arco imposible sobre la mesa. Hasta que el mutuo éxtasis llegó a su fin, y ambos quedamos completamente relajados, respirando apresuradamente para recuperar el aliento.
— ¡Uf! —suspiró—. Ha sido brutal… Mis amigas tenían razón…
— ¿Ah, sí? —pregunté, sacando mi decadente miembro recubierto de fluidos de su cuerpo—. ¿En qué tenían razón?.
— En que necesitaba un jovencito que me echase un buen polvo —me contestó, sentándose nuevamente al borde de la mesa con una amplia sonrisa—. Me he quedado como nueva —añadió, poniéndose en pie para agarrarme por las caderas y ofrecerme sus jugosos labios de fresa.
Nos besamos apasionadamente y, antes de darnos cuenta, nuestras manos ya recorrían el cuerpo del otro queriendo memorizar cada una de sus formas.
— Deberías marcharte —me dijo, separándose de mí con la voz entrecortada por la excitación—, no creo que la de la limpieza tarde mucho en volver, y no me gustaría que, aunque me ha puesto como una perra que nos pillase, esta vez me viera la cara…
— Es que eres superior a mí —contesté, acariciándole un pecho sin poder creer aún que pudiera hacerlo—. Pero tienes razón, y…
Sonia vio cómo una sombra pasaba por mis ojos, y su expresión se endureció por unos instantes.
— Y tienes una novia que seguro que te está esperando —afirmó severamente, adelantando mis pensamientos.
— Sí… —dije, cabizbajo, sintiendo el peso de una culpabilidad que hasta ese momento había sido inexistente.
Viendo que aquello podía hacerme daño realmente, mi jefa volvió a dulcificar su actitud.
— Bueno, pues vete tranquilo con ella. Aquí ya has hecho un gran trabajo… Tu jefa está muy satisfecha contigo —dijo, guiñándome un ojo y logrando mi sonrisa.
— Además, creo que aún le he dejado una buena ración para hoy—añadió, acariciando el músculo que comenzaba a cobrar nueva vida—. Seguro que aún puedes hacerla disfrutar tanto como a mí.
— Sonia, eres mi fantasía —le dije, fascinado.
— Exactamente —contestó, mientras cogía su tanga y se lo ponía—. Y tú la mía, y así debe quedar, por lo que ahora tenemos seguir con nuestras vidas. El lunes volveré a darte caña… pero con los informes.
Reí a carcajadas y, tras vestirnos, nos despedimos deseándonos mutuamente un buen fin de semana con un rápido y recatado beso en la mejilla.
4
El fin de semana transcurrió con una tormenta de sentimientos encontrados en mi interior. La preocupación porque mi puesto de trabajo peligrase, había desaparecido por completo, y había sido sustituida por el orgullo de saber que mi jefa “alucinaba” con mi labor. Sin embargo, el sentimiento de culpabilidad por ponerle los cuernos a mi novia, había aumentado considerablemente.
«Ya no sólo has dejado que tu jefa te coma la polla», me decía mi conciencia, «sino que te la has follado dándole todo de ti».
Pero si eso, ya de por sí, no era suficiente razón para condenarme al infierno, lo que realmente corroía mi alma era que me sentía muy culpable, pero no me arrepentía en absoluto de lo que había hecho. De hecho, volvería a hacerlo encantado, y eso me llevaba a no poder dejar de pensar en Sonia, día y noche, incluso cuando estaba con Laura.
Ese fin de semana tuvimos mi casa para nosotros solos, puesto que mis padres se habían ido a pasarlo al chalet de la sierra de unos amigos, así que lo aprovechamos para practicar todo el sexo que no habíamos tenido durante la semana. Los dos éramos jóvenes, estábamos en buena forma, y nos deseábamos con locura, así que fue increíblemente satisfactorio y agotador. Pero cada vez que me comía los pechitos de Laura, no podía evitar pensar en los gloriosas tetazas de mi jefa llenándome la boca.
Durante el reposo del guerrero, cuando mi novia dormitaba abrazada a mí, regalándome la maravillosa sensación del tacto de su joven cuerpo desnudo, las dudas asaltaban mi mente: «¿Qué pasaría con Sonia a partir de ahora?, ¿nos convertiríamos en amantes, o todo quedaría en la experiencia de una fantasía cumplida?». Parecía que era esto último lo que habíamos acordado, o más bien ella había decidido, pero… Yo aún quería más, y eso me llevaba a pensar: «¿Realmente quiero a mi novia?».
Llevaba con Laura casi dos años, y nos iba muy bien juntos. Teníamos intereses y gustos comunes, lo compartíamos todo, pero cada uno tenía su propio espacio. Me gustaba estar con ella, me divertía con ella, gozaba con ella… Era inteligente y guapa, divertida y sexy, y un auténtico volcán en la cama, pero… ¿Lo que sentía por ella era amor?, ¿si de verdad la quisiera le habría sido infiel y seguiría estando dispuesto a consumar más infidelidades?.
El lunes volví al trabajo hecho un auténtico lío, pero en cuanto vi a Sonia, cualquier preocupación o duda salió de mi mente para darle cabida sólo a ella. Era tan arrebatadoramente guapa y sensual… Y el que fuese mucho mayor que yo, y además mi jefa, exacerbaba aún más el poderoso atractivo que tenía para mí. Sin olvidar que había comprobado en mis propias carnes que, cuando llegaba el momento del cuerpo a cuerpo, Sonia perdía todas sus correctas formas para convertirse en una lasciva diosa.
Su actitud conmigo volvió a ser la de siempre: simpática, cercana, encantadora… Como si nada hubiese pasado entre nosotros, aunque en un par de ocasiones la descubrí mirándome de reojo y mordiéndose el labio, haciéndome desearla aún más.
A pesar de que me había confesado que aquellos tres informes que me había mandado la semana anterior, no eran prioritarios, mis ganas por complacerla me hicieron esforzarme al máximo, quedándome todos los días trabajando hasta tarde, en detrimento de mi relación con Laura.
Fruto de mi esfuerzo, el lunes conseguí rematar el primero de los informes y enviárselo a mi jefa para su revisión, logrando acabar, también, el segundo informe el miércoles a última hora.
Tras enviar este último trabajo, una ventana del sistema de mensajería instantánea se abrió en mi pantalla:
— Gracias, te has ganado una recompensa. Ven a mi sitio a por ella.
Era un mensaje de Sonia.
Aparté la vista del monitor, y descubrí que había estado tan enfrascado en mi trabajo, que no me había dado cuenta de que me había quedado solo en la oficina. Bueno, solo no, porque al girar la cabeza vi a mi preciosa jefa mirándome fijamente con una sonrisa.
Aquello despertó mis bajos instintos, que habían permanecido reprimidos por la presión laboral; haciéndome sentir, mientras me ponía de pie para dirigirme hasta el puesto de mi jefa, cómo mi virilidad crecía bajo la ropa para extenderse hacia mi pierna,
— Hola, Sonia —dije, cuando llegué ante ella, sintiendo un vacío en el estómago y la sangre latiendo en mis sienes—. No sabía que estabas aún aquí.
Me miró de arriba abajo, recreándose especialmente en el bulto que ya se evidenciaba en mi pantalón, y no pudo reprimir morderse el labio mientras sus enormes ojos me desnudaban.
— Ahora no son necesarios los formalismos —contestó, con una caída de pestañas—. Te mereces un premio por tu diligencia…
Observé cómo retiraba la silla de su mesa, esperando sentada a que yo rodease el escritorio para plantarme ante ella. Llevaba una falda suelta, con vuelo, y un sencillo top que, desde mi perspectiva cenital, me permitía contar las pecas de su precioso escote. Como siempre, Sonia estaba espectacular, su estilo hacía que hasta la prenda más casual luciera sexy y elegante.
Viendo que ella no se levantaba, y que su mirada verde-grisácea se dirigía continuamente a mi paquete, adopté una pose chulesca, poniendo mis brazos en jarras para resaltar el ya escandaloso bulto de mi pantalón, y mi metro ochenta y cinco de estatura.
— ¿Ah, sí? —pregunté, ronroneando—, ¿y qué premio es ese?.
Las manos de mi jefa fueron directas a la fálica forma que se extendía desde mi entrepierna hasta el muslo, acariciándola en toda su extensión.
— Tus informes siempre han sido tan buenos —contestó, desabrochándome el cinturón—, que cuando termino de leerlos, tengo unas ganas locas de comerte la polla. Incluso cuando todavía estaba casada ya lo pensaba…
— Uuufff —suspiré—. No imaginaba que te gustasen tanto…
— Humm, sí —añadió, desabrochándome el pantalón y bajándome la bragueta—. Y ahora acabo de terminar de leer el que me mandaste el lunes.
— ¿Y te ha gustado?.
— Me ha encantado —respondió, mordiéndose el labio al bajarme el bóxer y liberar mi tremenda erección—, así que ahora quiero mi golosina…
Mirándome fijamente, doblegando para siempre mi voluntad con la intensidad y belleza de sus ojos, acarició mis testículos y recorrió suavemente con su mano toda la longitud del torreón que se alzaba orgulloso ante ella.
— Pues acabo de enviarte otro —dije, estremeciéndome.
— Lo sé —contestó, echándose hacia delante para que la punta de su lengua acariciase levemente mi frenillo—, y deseo que me guste tanto como para repetir esto.
Su húmedo apéndice acarició el contorno de mi glande, impregnándolo con saliva, y sus rojos labios se posaron sobre él, besándolo para hacerlo deslizarse a través de ellos, transportándome al paraíso con su tacto y la calidez de su boca.
— ¡Oooohhhh! —gemí—. Sonia, vas a conseguir que haga informes para enmarcar y exponer en un museo…
Su cabeza fue acercándose lentamente hacia mi pubis, comiéndose mi verga hasta alcanzar su garganta, sacándosela después y succionándola con tal intensidad, que pensé que podría arrancármela.
— Joder, Julio, ¡cómo me gusta tu polla! —exclamó, clavando su viciosa mirada en mí.
Casi me corro en su cara, observando cómo su mano derecha abandonaba mi pétreo músculo para subirse la falda y alojarse entre sus muslos, moviéndose mientras gemía mordiéndose el labio. Pero conseguí contener mi impulso eyaculatorio sobre su lindo rostro respirando profundamente, y recordándome mentalmente que seguíamos en la oficina.
Masturbándose con denuedo, Sonia me realizó una espectacular mamada con la que me hizo gozar de las excelencias de su boquita de piñón y garganta de faquir, hasta obtener de mí una abundante corrida con la que le llené la boca de densa leche de macho que degustó mientras ella misma se corría.
— Ayer no follaste con tu novia, ¿no? —preguntó, recomponiéndose mientras yo abrochaba mi pantalón.
— No —contesté, sintiéndome azorado—, salí tarde de aquí porque quería avanzar todo lo posible con el informe que te he enviado hace un rato. Así que ayer ni nos vimos. ¿Por qué lo dices?.
— Porque más que una golosina, ¡me has dado toda la merienda!.
Ambos nos reímos a carcajadas. Me volvía loco esa faceta suya.
— Eso es porque eres una golosa, y lo haces tan bien, que me dejas completamente seco. ¿Quién iba a pensar que te gustase tanto comer pollas y tragártelo todo?.
— ¡Un respeto, jovencito! —espetó, poniéndose en pie con su gesto más severo.
Sentí cómo la sangre se congelaba en mis venas.
— ¿Acaso crees que voy por ahí comiendo pollas y tragando corridas?.
—N-no —tartamudeé, sintiendo que se me derrumbaba el mundo. «La cagué», pensé.
— Me encanta el efecto que tengo sobre ti… —dijo, suavizando su expresión y rodeando mi cuello con sus brazos para pegarse a mí.
— L-lo siento —contesté, con un nudo en el estómago—. No quería insinuar…
— Ya lo sé, estaba tomándote el pelo. Pero quiero que sepas que nunca me había comportado así, sacas mi lado más salvaje. Me he pasado quince años casada con un hombre que me demostró que no me quería, y tú me pones tanto… Quiero recuperar el tiempo y hacer cuanto no hice con él…
Me quedé en silencio, alucinando con su confesión.
— …quiero cumplir mis fantasías, y llevaba tres años fantaseando contigo… Mi ex nunca me puso tan cachonda como me pones tú. Nunca le comí como te he comido a ti…
— ¡Guau!, Sonia, eso es muy halagador, y satisfactorio… Yo también llevaba tres años fantaseando contigo, y te aseguro que la realidad ha superado a esas fantasías. ¡Eres increíble!.
Mis labios buscaron los suyos, y nos besamos dejándonos llevar, recorriendo nuestros cuerpos con las manos, hasta que ambos sentimos que mi hombría despertaba de la ligera siesta en que se había sumido tras la magnífica comida.
— Vente a mi casa —me dijo en un susurro.
— No puedo —contesté, sobreponiéndome a mis impulsos y deseos—. Tengo que ver a Laura…
— Lo comprendo, es tu novia —afirmó, con tono de decepción.
— Estoy hecho un lío… Te deseo como nunca he deseado a nadie, pero no quiero destruir mi relación.
— Tranquilo, ve con ella —concluyó, separándose de mí—. No quiero interponerme entre vosotros. Yo no busco una relación, sólo pasarlo bien y dar rienda suelta a cuanto provocas en mí, pero sólo si tú también lo tienes claro.
— Ojalá yo tuviera tu madurez.
— Para eso tendrás que cumplir veinte años más.
Volvimos a reírnos juntos, haciendo añicos la tensión que se había creado. Y como si sólo fuésemos jefa y subordinado, nos despedimos hasta el día siguiente.
Con mi novia, como si nada. Esa tarde llegué a mi cita con ella con más retraso de lo previsto, y no tuvimos tiempo más que de cenar juntos a base de aperitivos. Pero, a pesar de su enfado por mi retraso, y estar algo molesta porque últimamente tuviera que quedarme a trabajar hasta tarde, estuvimos como siempre. Laura era muy comprensiva con los temas laborales, no en vano, unos meses atrás, ella misma había sacrificado mucho tiempo de pasarlo juntos para acudir a clases particulares y estudiar.
Al despedirnos en su portal, a oscuras y aprovechando que ya nadie entraba y salía, nos entregamos a ardientes besos e intensas caricias, ante la imposibilidad de llegar a más. Restregando su redondo, prieto y terso culo contra mi entrepierna, me hizo prometerle que, al día siguiente, saldría pronto del trabajo, cogería el coche de mi padre, y me la llevaría a nuestro lugar de las afueras de la ciudad, donde solíamos desfogarnos empañando todas las cristaleras del coche cuando en nuestras casas no había vía libre. Se lo prometí sin dudarlo y, en aquel momento, tuve la certeza de que no podría dejarla por tener una aventura con Sonia.
El jueves, cumplí mi promesa con Laura, y pusimos varias veces a prueba los amortiguadores del coche de mi padre, para terminar los dos rendidos y abrazados en la parte trasera, imaginando cómo sería nuestro futuro.
En el trabajo, el resto de la semana transcurrió con la misma normalidad que había reinado hasta la recompensa de mi jefa y la posterior charla con ella, comportándonos ambos como los adultos que éramos, acotando nuestros encuentros a lo estrictamente profesional con una sana relación amistosa entre ambos, aunque la oficina nunca volvería a ser lo mismo para ninguno de los dos.
El viernes tuvimos una reunión para actualizarle al jefe de departamento, José Luis, la situación de todos los asuntos pendientes, y hacer puesta en común de ideas. Envuelto en los recuerdos de lo ocurrido en esa misma sala de reuniones el viernes anterior, ocupé mi sitio en la mesa, justamente donde había tenido tumbada a mi jefa mientras le daba empellones de cadera. No pude evitar sentir un cosquilleo en mi entrepierna, que se hizo aún más patente al ver que Sonia ocupaba el puesto frente a mí, mientras disimulaba una sonrisa de picardía.
José Luis, presidiendo la mesa, comenzó la reunión de forma distendida, como era habitual en él, escuchando con interés las aportaciones de cada uno de los asistentes. La situación era buena, así que, a pesar del estrés por tener que cumplir plazos de entrega con los clientes, todo parecía bajo control; por lo que fue una reunión tan relajada, que mi mente se permitió el lujo de volver, una y otra vez, al momento en que había estado allí a solas con aquella madurita que me volvía loco.
Era inevitable, a pesar de estar en medio de una reunión con todos mis compañeros, los jefes de proyecto, y el jefe de todos nosotros, mi polla despertó y comenzó a pedir paso a través de la pata de mi bóxer para poder desperezarse. Miré a ambos lados, preocupado por si Juan y Rebeca, quienes se sentaban a mis flancos, podían notar algo. Respiré aliviado al comprobar que sus miradas estaban fijas en José Luis, y que tendrían que quedarse mirando expresamente hacia mi entrepierna para poder darse cuenta de mi estado.
Mis ojos se encontraron fugazmente con una subrepticia mirada, de verde destello, con la que Sonia me observaba de soslayo, y pude adivinar que, en aquel momento, sus pensamientos estaban en consonancia con los míos. Noté cómo me sonrojaba, y tuve que volver a fijar mi vista en José Luis, quien en ese instante disertaba sobre la influencia que la política actual estaba teniendo sobre nuestro trabajo. Su elocuencia habría conseguido atraparme para abandonar mis impúdicos pensamientos, pero un roce en la cara interna de mis muslos, desconectó mis oídos para desatender a tan magnífico razonamiento.
El roce se convirtió en presión, y ésta avanzó por mi pierna hasta alcanzar la fálica forma que se abultaba en mi pantalón. Sentí un escalofrío por la inesperada impresión, y se convirtió en un agradable cosquilleo cuando aquella presión evolucionó hacia un placentero masaje en mi miembro, recorriendo toda su longitud hasta alcanzar el límite de mi arco del triunfo. Sin respiración, miré hacia mi entrepierna, y vi asomando, por debajo de la mesa, el pie de mi jefa con sus las uñas perfectamente pintadas de color rojo. Acalorado, levanté la vista, y comprobé que ella seguía atentamente cada una de las palabras de José Luis, esbozando una rápida sonrisa al saberse observada por mí, mientras su pie desnudo volvía a ocultarse bajo la mesa para seguir masajeando mi paquete.
Un suspiro, que sólo yo pude oír, escapó de mis labios, e incapacitado para oponerme a tan atrevida maniobra sin llamar la atención, no tuve más opción que dejarme hacer.
Traté de disimular mi estado de terrible excitación volviendo a conectar con el discurso del jefe de departamento, mientras el audaz pie de mi jefa continuaba estimulando mi verga con oculta dedicación.
No mentiré diciendo que Sonia me hizo una paja soberbia, capaz de rivalizar con la práctica de mi mano, pero lo prohibido de la situación, el terror a ser descubierto, y las caricias de aquel pie, sabiendo que era el de mi jefa, me llevaron hasta un estado de excitación tal, que sentí que podría correrme en cualquier momento.
Miré a mi torturadora, tratando de captar su atención para que detuviese aquella locura antes de que mi pantalón acabase con una tremenda mancha húmeda, pero ella permanecía tan atenta como los demás a las palabras de José Luis, mientras su pie hacía diabluras en mis bajos.
Sólo me quedaba una opción, arriesgada por poder llamar la atención de Juan o Rebeca, pero un mal menor ante la posibilidad de levantarme de la mesa con una corrida evidenciándose en mi pantalón. Cuando los delicados dedos del pie alcanzaban nuevamente el límite de mi entrepierna, cerré los muslos repentinamente, atrapando la extremidad entre ellos. Sonia dio un ligero respingo en su asiento, y me miró directamente. Sólo por mi expresión, supo inmediatamente cuál era mi estado, y no pudo reprimir morderse fugazmente el labio. Aflojé mi presa, y el pie liberado se retiró para volver a calzarse junto a su hermano, al otro lado de la mesa.
Mi jefa sonrió, permitiéndome leer en sus labios un mudo: “Luego”. Y sin más, volvió a escuchar atentamente el final de la charla que nos estaba dando José Luis.
Yo hice lo propio, dejando que la lujuria se disolviese en mis venas, hasta desaparecer consumida por el sopor que me provocaba un discurso que ya no hacía más que dar vueltas sobre lo mismo.
Por fin, la reunión terminó, habiendo dado tiempo para que se relajasen mi estado y la dureza de cierta parte de mi cuerpo. Comentando con mis compañeros cómo el jefe se había explayado dándonos lecciones de política internacional, volví a mi sitio mientras los tres jefes de proyecto, Sonia incluida, aún permanecían reunidos con José Luis para tratar temas de organización.
— Has vuelto a las miraditas a la jefa —me reprendió Rebeca en voz baja, cuando cada uno se sentó en su puesto.
— ¡Venga ya! —exclamé, en su mismo tono de voz—. ¿Por qué dices eso?.
— Me he dado cuenta en la reunión, y creo que ella también. La he visto sobresaltarse…
Sentí el calor incendiando mis mejillas.
— ¿Acaso tú me estabas observando a mí, Rebeca? —pregunté, tratando de desviar el tema.
En ese momento, la que se puso colorada, fue mi compañera. Con un tiro a ciegas, había dado en el blanco.
— No seas tan creído, chaval, sólo estabas en mi línea de visión —contestó, acariciándose las muñecas con nerviosismo.
Sin duda, el blanco había sido de oro olímpico.
— Deberías dejar de jugar con fuego —continuó, reconduciendo el tema, algo airada—. Sonia es tu jefa, y tienes novia… Y si piensas en tener alguna aventura, deberías explorar otras opciones…
«Vaya, vaya, con Rebeca», me dije. «¿Acaba de invitarme veladamente a explorarla como opción?».
Al ver mi amplia sonrisa, ella misma se dio cuenta de lo que acababa de decir, por lo que trató de justificarse.
— Me refiero a que busques las aventuras en los videojuegos, por ejemplo, más acordes con tu edad, chavalín.
— Claro, claro —contesté condescendientemente.
Ella sabía, tan bien como yo, que no me había creído esa tonta explicación.
— ¿Quién sabe? —le dije, mirándola fijamente para estudiar un innegable atractivo que, hasta ese momento, me había pasado desapercibido, totalmente eclipsado por la incontrolable atracción que Sonia ejercía sobre mí—. Tal vez me gustaría probar uno de esos videojuegos…
Rebeca se puso aún más roja, pero su agresividad natural le obligó a decir las últimas palabras para dar por concluida la conversación:
— Seguro que con alguno alucinarías.
Visiblemente turbada, se levantó y se fue al baño. Cuando volvió, ya se había calmado, era la de siempre, aunque yo empecé a verla de un modo diferente, no sólo como a una compañera, sino como a la atractiva mujer que era.
«¿Será tan pasional y agresiva en todo?», me pregunté.
«Salvaje», contestó mi voz interior.
El regreso de los jefes me sacó de aquellos pensamientos que sólo podían llevar a tortuosos caminos, y en cuanto Sonia pasó por mi lado, mirándome de reojo con su deslumbrante fulgor verde, todo lo demás desapareció de mi mente.
Minutos después, un mensaje suyo saltó en la pantalla de mi ordenador:
— Nunca había asistido a una reunión tan interesante.
— Uf, Sonia, casi consigues que llegue a una conclusión precipitada.
— Jajaja, ya me he dado cuenta. Creo que deberíamos reunirnos a solas, esta misma tarde, para llegar juntos a varias conclusiones bien trabajadas.
Esa era la reunión que había deseado tener con mi jefa desde que había entrado a trabajar en la empresa, pero tenía que negarme a asistir.
— No puedo —contesté, sin poder creer lo que mis dedos estaban escribiendo—. He quedado para después de comer con mi novia.
— Seguro que puede entender que tienes mucho trabajo… Porque pienso darte muuuucho trabajo… Y tu deber es complacer a tu jefa.
¡Qué fácil le resultaba convencerme!. Sabía perfectamente que mi resistencia no era más que una pose, ella era irresistible para mí.
— Es una chica comprensiva, y el deber es el deber… No puedo faltar a una reunión tan importante. Haré cuanto esté en mi mano para complacer a mi jefa.
Con dos o tres mensajes más, pulimos los detalles de nuestro clandestino encuentro para dar rienda suelta a nuestras pasiones, en cuanto la oficina se quedase vacía. Era la primera vez que quedábamos sin ser algo improvisado, sabiendo ambos lo que iba a ocurrir y, en esa ocasión, no habría interrupciones. Volveríamos a la sala de reuniones para convertirla en la “sala de pasiones”, colocando el cartel de “No interrumpir” en la puerta, y cerrándola por dentro.
Acordamos que yo saldría a comer cuando sólo quedasen dos o tres personas en la oficina, y ella se quedaría allí, con el sándwich que había llevado preparado. A la hora, yo volvería, y mi jefa me estaría esperando en la sala de reuniones, ansiosa por comenzar la sesión.
Tres horas después, que se me hicieron interminables, salí de la oficina tras una pareja de compañeros, quedando sólo otros dos. Comí una frugal ensalada en una cafetería, no tenía apetito para más, al menos no esa clase de apetito, y en el tiempo que me sobraba, aproveché para escribir a Laura, excusándome por tener que quedarme a trabajar esa tarde que ya habíamos planeado pasar juntos. No le sentó bien, y maldijo a mi jefa por ponerme una reunión urgente un viernes por la tarde, pero acabó asumiéndolo, pidiéndome que la llamara en cuanto saliese de la reunión.
Cuando volví a la oficina, no quedaba ni un alma. Todo el mundo se había marchado con su jornada cumplida para disfrutar lo antes posible del fin de semana. Con cierto nerviosismo, atravesé la amplia zona de trabajo, crucé el pasillo, y llegué hasta la puerta de la sala de reuniones, donde el cartel de nítidas letras rojas, con las concisas palabras “No interrumpir”, ya estaba colocado. Llamé tocando con los nudillos, y contuve la respiración esperando respuesta.
— Adelante —escuché la voz de Sonia.
Abrí la puerta y entré en la sala. Allí estaba mi jefa, la mujer más morbosa y deseable que jamás había conocido, sentada, mirando hacia la entrada desde la misma silla que yo había ocupado esa mañana.
— Cierra y echa el pestillo —ordenó.
Obedecí al instante y, al girarme, observé cómo se ponía en pie colocando sus manos sobre las caderas. Al fin, pude mirarla de arriba abajo con todo el descaro que el entorno laboral no me había permitido durante la mañana, escaneando cada detalle de su atractiva figura.
Como siempre, Sonia vestía con exquisito gusto, elegante pero desenfadada, discreta pero coqueta, comedidamente sensual. Llevaba una entallada camisa de color blanco, sin mangas, cuyos botones habían permanecido decorosamente abrochados toda la mañana, dejando sólo dos abiertos para formar un sutil escote. La prenda envolvía a la perfección la voluptuosidad de sus senos, realzados y contenidos por el sostén que hasta ese momento había permanecido invisible. Pero ahora, ese sujetador blanco con un estampado de flores rojas, se podía vislumbrar a través del generoso escote que se había formado en la camisa, al haber sido desabrochado intencionadamente otro botón. Para mi particular disfrute, la camisa se abría ante el empuje de esas prominentes gracias, que conformaban un espectacular busto cuya forma y volumen habrían podido inspirar a alguna cultura primitiva para cincelarlo, y así representar a su diosa de la fertilidad.
La tela se ceñía a la curva de su cintura acentuando su silueta de guitarra, con la sensualidad de un pretérito canon de belleza dejado atrás por la dictadura de un andrógino modelo de delgadez, el cual había sido instaurado por unos precursores incapaces de apreciar la feminidad con el deseo de gozar de ella.
La prenda inferior consistía en una falda de tubo, de color carmesí, ajustada a las formas de sus anchas caderas, envolviendo sus tersos muslos hasta las rodillas; ensalzando, también, una atractiva figura que describía una elipse vertical, para terminar dejando al aire unas pantorrillas de pálida piel y delicados tobillos, Sus pequeños pies calzaban unos zapatos del mismo color que la falda, de altos y finos tacones, cuya puntera abierta permitía ver tres de esas uñas, perfectamente pintadas, que aquella mañana se habían posado sobre mi entrepierna.
Sus cautivadores ojos, enmarcados por largas pestañas negras, eran un espectáculo de brillos esmeralda que irisaban hacia gris metálico, denotando una lujuria contenida capaz de desarmar al más casto de los caballeros de vida consagrada a la espada. Esa felina e irresistible mirada, ese hipnótico fulgor verde-gris, era respaldado por una pícara media sonrisa de perfectos labios carmesíes, que convertía a aquella boquita de piñón en la asesina de mi integridad para mantenerme fiel a mi novia.
Mi erección no se hizo esperar, empujando mi bóxer y fino pantalón veraniego, para marcar un exagerado paquete que anunciaba impúdicamente cuánto me excitaba mi jefa.
Ella clavó su mirada en mi escandaloso abultamiento, mordiéndose el labio inferior con ese característico gesto que avivaba aún más las llamas de mi deseo.
— Veo que no te andas con rodeos —me dijo—. Vas a reventar el pantalón, ¡y me encanta!. Soy tuya….
— Joder, Sonia, ¡voy a follarte hasta quedarme sin aliento!.
Con la sangre hirviendo en mis venas, salvé la distancia entre ambos en un par de zancadas. Con cierta rudeza, tomé al objeto de mi deseo por su estrecho talle y, aprovechando que sus tacones nos dejaban casi a la misma altura, mis labios fueron al encuentro de los suyos.
Sus pétalos de fuego recibieron de buen grado mi ataque, y franquearon el paso a mi lengua para que se introdujese en su cálida boca, donde su húmedo músculo la acarició mientras invadía su cavidad.
Sus brazos rodearon mi cuello, y su cuerpo se pegó al mío mientras nuestras bocas se devoraban con la pasión de un encuentro deseado y postergado por las circunstancias.
Envueltos en la vorágine de un tórrido beso con el que nuestras lenguas degustaban el aliento del otro en un húmedo baile, nuestros cuerpos se oprimieron, aplastando sus esponjosos pechos contra mi torso, e incrustando mi pétrea erección en su entrepierna y bajo vientre.
Mis manos recorrieron su cintura, y se colaron entre nuestros cuerpos para acariciar las globosas formas de su busto, haciéndola gemir en mi boca. En respuesta, sus manos recorrieron mi nuca y espalda, y bajaron con decisión hasta mi culo para tomarlo con fuerza y apretarlo, logrando que mi hombría se incrustase aún más en ella.
Abandoné sus jugosos labios, y mientras ella movía su cadera para frotarse con gusto contra mi dureza, besé la delicada piel de su cuello de cisne, recorriendo con mis manos las solapas de su camisa para abrirla y soltar los botones que permanecían abrochados.
Le quité la prenda, y me quedé observando la magnificencia de aquellos pechos contenidos por el sexy sujetador de rosas rojas bordadas, no estampadas, como había creído en el primer vistazo.
«Podría sujetar el asta de la bandera en este prieto canalillo», pensé divertido. «Me encantaría meter ahí mi polla y follarme esas tetazas hasta correrme en su preciosa cara».
«¡Eres un guarro!», me reprendió mi voz interior. «Pensar en hacerle eso a tu jefa…»
Ella aprovechó mi momento de abstracción para desabrochar mi camisa y despojarme de ella, acariciando la planicie de mi abdomen con la yema de sus dedos.
— Con camisa estás bueno —susurró, con la voz cargada de deseo—, pero sin ella… —añadió, dejando la frase en el aire para morderse el labio mientras recorría mi torso.
— Tú sí que estás buena —respondí, acariciando las copas de su sostén, rodeando el volumen de sus pechos para alcanzar el cierre y soltarlo—. Estas tetazas me vuelven loco —añadí, quitándole la prenda y posando mis manos sobre tan soberbios manjares.
— Lo sé. Desde que te conozco, más de una vez te he pillado mirándomelas —me espetó con tono de fingido reproche, mientras desabrochaba mi cinturón
— Lo siento, no podía evitarlo —contesté con fingido arrepentimiento, sin dejar de masajear suavemente la turgencia de aquellas mamas.
— Y siempre me ha gustado que lo hicieras —concluyó juguetona, mientras desabrochaba y bajaba mi pantalón.
Con algo de torpeza, conseguí sacarme los zapatos y los pantalones sin dejar de sobar los atributos de erizados pezones de mi jefa, pero tuve que abandonarlos para sacarme los calcetines, obligando a Sonia a retroceder dando tres pasos hacia la pared cuando casi caigo de bruces.
Una sincera y cantarina carcajada se le escapó, haciéndome sentir tan avergonzado, que sentí el rubor incendiando mis mejillas.
— Eres tan joven… y tan mono… —dijo con ternura, al observar mi azoramiento.
— ¡Joder! —exclamé, apretando los dientes.
— Tranquilo, no me río de ti, es un halago… Me encantas.
Viendo que aún no me reponía de la vergüenza, fustigándome internamente por mi torpeza, mi jefa volvió a subir mi ego incitándome:
— Y me encanta ese pedazo de polla dura que guardas ahí —susurró, señalando mi bóxer con su verdosa mirada. ¿Mis tetas te la han puesto así? —preguntó, tomándolas con sus manos y apretándolas lascivamente—. Espero que no sea lo único que te vuelve loco de mí.
Con grácil elegancia, en contraste con el gesto anterior, «Señora y puta», se dio la vuelta para mí, mostrándome cómo su falda se ajustaba perfectamente a la generosa redondez de su culo. Y se quedó de espaldas a mí, con la cadera ladeada y una mano sobre ella mientras me miraba de reojo con una arrebatadora caída de pestañas.
— Joder, Sonia, ¡cómo te queda esa falda! —exclamé, con nuevos bríos ante la excitante pose de mi jefa—. ¡Qué culazo!.
Ella sonrió complacida, y como un toro de lidia incitado por el capote, en menos de un segundo, me tuvo con mi aliento colándose en su oreja mientras mis manos palpaban esas prietas nalgas enfundadas en la falda roja.
— Este culo también me vuelve loco —le susurré al oído, amasando la consistencia de sus posaderas.
— ¿Ah, sí? —preguntó, mientras se erguía ofreciéndomelo—. Siempre fue la parte de mi cuerpo que menos me gustaba… Supongo que más de medio año de spinning ha dado sus frutos.
Una de sus manos me agarró por la nuca, y la otra me tomó por la cadera, invitándome a pegar mi paquete, apenas contenido por el bóxer, a ese excitante cojín. Mis manos lo abandonaron para, con una, sujetarla por la cadera, y con la otra, atrapar una de sus tetazas mientras apretaba mi virilidad contra ese cuerpo de pronunciadas curvas.
Sonia gimió de gusto y, aferrándose a mis cabellos y clavando sus uñas en uno de mis glúteos, empujó con su trasero, frotando mi entrepierna.
— Me encanta sentir tu polla en mi culo —dijo, jadeando—. La siento durísima y enorme…
— Entonces deberías sentirla mejor —afirmé, recorriendo su cuerpo con las manos para bajarle la falda.
Acuclillado para sacarle la prenda, dejando intactos los divinos tacones de color rojo brillante, contemplé la majestuosidad de esas imponentes cachas, redondas, carnosas pero firmes, no tan perfectas como las de mi novia, pero tremendamente atractivas; más aún, sabiendo que eran las nalgas que se sentaban en la silla que decidía sobre mi trabajo. La fina tira blanca del tanga se perdía entre las dos orgullosos rocas, y no pude reprimir darle un mordisco en una de ellas, mientras uno de mis dedos recorría la escueta tela hasta llegar a la húmeda parte baja.
— ¡Aummm! —exclamó, sobrexcitada.
Me incorporé volviendo a pegar mi paquete a las confortables redondeces, situando la longitud de mi pértiga, atrapada en mi ropa interior, entre ellas, mientras mis manos aferraban sus deliciosos pechos y reía internamente, de pura satisfacción, por tener a Sonia así.
Durante casi dos años de noviazgo me había lamentado, en secreto, por tener mucha mano para poca teta, pero ahora no podía dejar de dar gracias al cielo por tener unas manos lo suficientemente grandes, como para casi cubrir las tetazas de mi jefa mientras frotaba arriba y abajo mi falo entre sus glúteos.
— Sonia, tienes un culo como para perderse en él —le susurré, mordisqueándole la oreja.
— Dios, ¡cómo me pones! —exclamó, denotando su estado de suma excitación—. No voy a poder responder de mí…
Rápidamente se giró y, recorriendo mi pecho y abdomen con su lengua, bajó poniéndose en cuclillas para hacer caer la única prenda que me quedaba, y así empuñar mi portentosa erección como si fuera un micrófono. Sin darme tiempo ni a coger aire, sus labios se posaron sobre el rosado glande, y éste fue succionado hacia el cálido y húmedo interior de su boca. Se comió mi polla hasta que le llegó a la garganta, arrancándome un gruñido, y con tres o cuatro vaivenes de su cabeza, me dio unas profundas y excelsas chupadas con las que dejó mi miembro palpitando y embadurnado de saliva. Dos succiones más, y me habría corrido en su boca.
— Joder, me matas con tus mamadas… —dije entre dientes—. Casi me corro, como esta mañana en la reunión…
— Ya me he dado cuenta —contestó, incorporándose con una sonrisa, permitiéndome ver por un momento la rosa roja bordada en el triángulo de su escueto tanga—. Por eso quería volver aquí, en lugar de ir a mi casa o a cualquier hotel. Follar en esta sala me da muchísimo morbo, y me pones tan cachonda que…
Se interrumpió para volver a girarse como antes, solo que ésta vez apoyó las palmas de sus manos en la cercana pared para combar ligeramente su espalda y ofrecerme su culo en todo su esplendor.
— Uuuffff, Sonia… —resoplé.
Agarré las tiras del bonito tanga que apenas había podido vislumbrar, y lo deslicé por sus muslos hasta que cayó al suelo. Sujetándola de las caderas le coloqué mi glande, empapado con su saliva, en la depresión formada por las redondeadas cachas, y empujé para que mi verga penetrase entre las prietas carnes, quedando atrapada con la punta presionando su ano.
— Uuummmm —gimió mi deseada—. ¡Es increíble sentir ahí tu polla!. ¿Quieres darme por el culo?.
Sin duda, el no haberla desprovisto de sus tacones, aparte de erótico, iba a resultar muy práctico.
— Siempre he soñado con dar por el culo a mi jefa…
— Uf, Julio, sólo lo intenté una vez por ahí, y no fue bien… Pero tú me pones como una perra… ¿No será doloroso?.
Aquel titubeo consiguió bajar algo mi libido, lo cual fue una ventaja para no correrme al instante, teniendo en cuenta la inconclusa paja de la mañana.
— Empezando con cuidado, claro que no —contesté, sorprendiéndome por ser yo el experimentado—. Y es muy, muy placentero… A mi novia le encanta que le dé por el culo, es como más follamos.
— Parece una chica interesante, tu novia… Ummm, qué gorda y rica te la noto —se interrumpió, empujando con su trasero para que mi bálano presionase aún más su agujerito—. ¡Estoy cachonda perdida!, ¡fóllame por el culo!.
Acompañé su movimiento, empujando con mi cadera mientras tiraba de las suyas, pero su ano estaba cerrado, no permitiéndome penetrarlo si no hacía más fuerza.
Los dos lo deseábamos, pero Sonia no era versada en disfrutar de una buena enculada, por lo que necesitaría ser preparada para ello.
Mi mano derecha se deslizó hasta alcanzar su vulva. Estaba empapada, rebosante del cálido fluido femenino que impregnó mis dedos cuando se colaron por la receptiva abertura, penetrando ese chorreante coñito.
— ¡Oh, joder, qué bueno! —exclamó, tras un gemido.
Dos de mis exploradoras falanges se introdujeron en la cálida vagina, y empezaron un suave mete-saca al ritmo de mis medidos empujones pélvicos, con los que la punta de mi polla martilleaba como un ariete la entrada que no estaba preparada para ser asaltada.
La fricción de sus nalgas en tensión era tremendamente placentera, obligándome a reprimirme para no acometer con todas mis fuerzas, y empalar a mi jefa con dolorosas consecuencias para ella.
— ¡Métemela, métemela por el culo! —suplicaba entre gemidos, enloquecida por las sensaciones en su vanguardia y retaguardia.
— Si te la meto ahora —dije, apretando los dientes, sintiendo que podría correrme en cualquier momento—, te haré daño. Necesitas más preparación…
— ¡Mierda! —gritó, desencajada—. ¡Estoy a punto, cabronazo!, ¡necesito que me la metas ya, hasta el fondo!. ¡Fóllame ya!.
Por una décima de segundo, estuve tentado de cumplir su orden, pero la luz se hizo un instante en mi cerebro embriagado por la excitación. Si ejecutaba lo que ambos deseábamos, se acabó. El dolor se impondría a la lujuria y sería el fin de mi aventura con Sonia.
Rápidamente, saqué mis dedos de su vagina, y con la mano orienté mi ariete para que se deslizase rumbo sur, hasta alcanzar la anhelante región encharcada, y allí empujé con todo el ímpetu de mi lascivia.
Mi polla penetró entre sus gruesos labios con la facilidad de una katana en su vaina, y se clavó a fondo hasta que mi pelvis azotó las nalgas abandonadas.
Sonia gritó de gusto, y yo la acompañé con un gruñido que nació en lo más hondo de mí.
Sin darle tiempo a recuperarse, llevado por el inmenso placer que el calor y humedad de su coño me proporcionaban envolviendo toda mi verga, empecé a bombear sin compasión, golpeando sus carnes con mi cuerpo mientras mi taladro horadaba sus ardientes entrañas.
Mi jefa gemía totalmente fuera de sí, doblando más su espalda y resistiendo la potencia de mis envites con las manos apoyadas en la pared, permitiéndome montarla como a una yegua salvaje sometida a mi voluntad.
Demasiada excitación acumulada, demasiado deseo reprimido desde la reunión matutina. Mi orgasmo llegaba rápido, tan inminente, que me eché hacia delante para aferrar los dos colgantes senos que se balanceaban con el brío de mis embestidas, y los estrujé obligando a mi sometida a incorporarse levemente, mientras una erupción de hirviente semen regaba las profundidades de su cueva del placer.
Las paredes de su gruta se contrajeron en respuesta, intensificando mi goce, obligando a que la espalda de Sonia se arquease para proferir un triunfal aullido, sonora expresión de su propio éxtasis alcanzado.
Para ambos fue un orgasmo precipitado, corto pero intenso, fruto de la pasión que estábamos obligados a contener por vernos durante todo el día sin poder desfogarnos.
Liberando sus tetazas de las garras en que se habían convertido mis manos, me desacoplé de aquella hembra que me fascinaba. Ella se giró. Su rostro, ruborizado, estaba bellísimo. El sonrojo acentuaba el ángulo que formaban sus marcados pómulos. Irradiaba luminosidad, al igual que sus incomparables ojos, más grises que verdes en esa corta distancia, tan brillantes como dos estrellas en la más oscura y despejada noche oceánica. Sus rojos labios abordaron los míos, y me besó con tal pasión, con su lengua enroscándose en la mía, que me provocó un cosquilleo en el apéndice que acababa de sacar de su cuerpo.
— Quiero más —me dijo sugerentemente.
Con una sonrisa excitantemente perversa, descendió por mi anatomía con sus manos y lengua, hasta llegar a mi decadente miembro. Excelente conocedora, por propia experiencia, de mi juvenil capacidad para recuperarme rápidamente tras el primer asalto, no dudó en lamer, con dedicación, sus propios fluidos cubriendo la herramienta que le había llevado hasta el orgasmo.
La sangre volvió a fluir inundando mis cuerpos cavernosos, y la bandera comenzó a izarse para deleite de mi amante, quien, cuando la tuvo a media asta, la succionó para sentirla engordar y endurecerse dentro de su boca, mientras la chupaba con exquisita destreza.
— Uf, Sonia, tú sí que sabes ser convincente —le dije, observando el movimiento de su cabeza.
Con mi polla en su boca, mi jefa miró hacia arriba, y continuó mamando glotonamente, hipnotizándome con su felina mirada. Su hermoso rostro, sus indescriptibles ojos, y sus suaves y jugosos labios, consiguieron el éxito de que mi grueso glande alcanzase a alojarse en su garganta.
— ¿Querías más? —pregunté, embargado por su maestría bucal—. Quiero metértela entera.
— No espero menos de ti —contestó, levantándose.
Llevado por cuanto ella provocaba en mí, la tomé por las muñecas y le hice retroceder hasta que su culo y espalda dieron contra la blanca pared. Le levanté los brazos y se los mantuve sujetos por las muñecas contra la superficie vertical, colocados como las aspas de un molino de viento. Sus pechos, en esa postura de tortura medieval, se alzaron glorificando su hermosura, mostrándose esplendorosos, redondeados, turgentes, de pálida piel decorada con una constelación de pecas, casi tan voluminosos como balones de fútbol sala, apuntándome con sus erectos pezones rosados… Una obra maestra del diseño divino.
Su expresión la mostraba sorprendida y complacida por mi pasional arrebato, reflejándose en su rostro la excitación y el anhelo por ser poseída sin delicadezas, invitándome con sus seductores ojos a tomar cuanto quisiera de ella.
Como un vampiro sediento de sangre, ataqué su cuello con un profundo beso que la hizo estremecer de la cabeza a los pies, mientras la punta de mi lanza rozaba la congestionada perla que asomaba entre las valvas de su almeja entreabierta.
Recorrí con mis labios la sensible piel de su cuello, bajando hasta la clavícula para, sin dejar de sostener sus brazos en alto, surcar la curvatura de uno de sus senos hasta hallar con la lengua el agudo pezón y succionarlo.
Sonia gimió, y sus piernas se abrieron un poco más, permitiendo que mi glande se empapase con los jugos de su deseo mientras tanteaba sus más íntimos pliegues de piel.
Glotonamente, abrí mi boca al máximo, y tomé con ella cuanto moldeable volumen mamario fui capaz, convirtiéndose mi boca en una ventosa que succionaba, aprisionaba y exprimía esa tetaza, con mis mandíbulas abriéndose y cerrándose en pleno banquete.
— Diossss… —oí que invocaba mi amamantadora.
Pasé al otro pecho, recreándome en saciar mi hambre de él del mismo modo, mientras mi verga incidía en el chorreante coño, surcando la hendidura en toda su longitud, recorriéndola y estimulando el clítoris con mi dura carne.
Saciada, por el momento, mi gula de atributos pectorales femeninos, acudí a devorar los ígneos labios a través de los cuales la madura hembra jadeaba, mientras mi pelvis comenzaba a moverse para que mi bálano hallase la entrada que le permitiera enterrarse en aquel ardiente cuerpo de mujer.
La operación no era sencilla, por estar los dos de pie, pero no por ello mi entrega y esfuerzo se vieron mermados.
— Clávamela, clávamela, clávamela… —suplicaba mi jefa entre gemidos y besos.
La deseaba más que a nada en este mundo, y ella me deseaba con la misma desesperación. Los fallidos intentos de penetración, lejos de resultar frustrantes, nos estaban excitando de tal manera a ambos, por el continuo frote y deslizamiento, proporcionándonos tanto placer, que el acoplamiento ya era una imperiosa necesidad para no perder la cordura.
Sonia levantó la pierna derecha, enroscándola a la mía, y sentí cómo su sexo se abría más, abrasando al mío. Liberé su muñeca y, flexionando ligeramente las rodillas, agarré con mi mano su terso muslo, subiéndolo hasta mi cintura. La punta de mi lanza encontró el blanco y, empujando con todo el ímpetu de mi juventud, hundí toda mi arma en su carne, recorriendo el deliciosamente estrecho conducto, hasta que mi pelvis chocó con la suya y sus nalgas se aplastaron contra la pared.
— ¡Oooooohhhh! —gritamos al unísono.
¡Qué magnífica sensación!. Esa vagina era un infierno de resbaladizo calor que envolvía mi pétrea polla contrayendo sus músculos, tirando de ella para sentirla aún más dentro, pues la penetración no había sido tan profunda como sería posible.
Solté la otra muñeca, y mi presa, sintiéndola liberada, inmediatamente pasó sus brazos sobre mis hombros, rodeándome el cuello y aplastando sus pechos contra el mío. Aprovechando la sujeción de sus brazos y de su cuerpo atrapado entre el mío y la pared, levanté su otro muslo hasta mi cintura, abrazándome ella con sus dos piernas. Cargué con su peso sacando unos centímetros de mi verga de su cuerpo, y volví a arremeter con renovado ímpetu, poniendo rígido todo mi cuerpo para empotrar a mi jefa en la pared, ensartándola hasta el fondo con mi polla henchida de gozo y orgullo.
Sonia se quedó muda, sin aliento por la poderosa impresión, estática, atrapada entre yeso y músculo, enajenada por las señales de placer que colapsaron su cerebro, hasta que pudo volver a respirar.
Mi frente pegada a la suya, nuestras narices tocándose, sus pupilas perdiéndose en las mías, respirando su aliento y ella el mío, nuestros cuerpos fundidos en uno solo… El más íntimo y estremecedor momento que había tenido con esa mujer, o con cualquier otra.
— ¡Joder! —exclamó ella, devolviéndonos a la realidad de un acto físico e instintivo, increíblemente placentero—. Nunca me la habían clavado así…
— ¿No querías más? —pregunté con bravuconería—, ¿no querías que te la clavara?. Te voy a dar cuanto mereces…
Moví la cadera lo justo para que mi taladro retrocediese unos cuantos centímetros en el interior de su vagina, y acometí nuevamente con dureza, sintiendo cómo alcanzaba la boca de su útero como si pudiera atravesarla, con mi zona pélvica golpeando violentamente la suya, estimulando todos los receptores sensoriales de su clítoris.
Ella gritó, arrebatada por el furor lujurioso de un placer que jamás había sentido con tal intensidad y, sujetándose con sus brazos sobre mis hombros, apretó sus muslos atenazando mis caderas, manteniendo ella misma su propio peso para permitirme agarrarla de su redondeado culo, y así repetir la operación con mayor comodidad.
Comencé una serie de poderosos empujones consecutivos, clavándole la polla en lo más profundo de sus entrañas, haciendo retumbar la pared con su cuerpo. Empotrándola una y otra vez contra la vertical superficie, pero sin dañarla por la amortiguación de sus mullidas nalgas bien sujetas por mis manos.
Sus gemidos, prácticamente, eran gritos de disfrute. Y los míos, gruñidos de macho demostrando toda su potencia y goce.
Con sus pezones clavándose en mi torso con cada salvaje embestida, sentí cómo las contracciones de su coño se aceleraban y volvían más poderosas, hasta que, con su rostro mirando hacia el techo, profirió un largo y agudo aullido que proclamó a los cuatro vientos el clímax alcanzado.
El inmenso placer acumulado, y su orgasmo devorando mi virilidad, provocaron que me corriera gloriosamente dentro de mi jefa, ensartándola con furia y presionándola contra el yeso. Temblando de pies a cabeza, borbotones de espeso y cálido elixir se derramaron propulsados con brío dentro de aquella divina cueva, anegándola con mi simiente y haciéndosela sentir a su dueña como napalm devastando sus entrañas.
El éxtasis de Sonia cobró nuevas energías y, en lugar de declinar, fue catalizado por mi sublime catarsis para prolongarse e intensificarse hasta niveles desconocidos.
Finalmente, toda la energía y tensión sexual fue liberada, dejándonos a ambos agotados, con nuestras respiraciones acompasadas en un momento de deliciosa compenetración e intimidad. Pero tuve que hacer que mi amazona me descabalgase, pues a duras penas conseguía mantener el peso de ambos tras el esfuerzo realizado.
Ella, nada más volver a tocar tierra con sus tacones, recogió sus ropas del suelo, regalándome la vista con su forma de agacharse. Y, dirigiéndose a la mesa, con un hipnótico bamboleo de caderas, dejó las prendas perfectamente dobladas sobre la negra superficie de madera. Por último, se recostó elegantemente en la silla en la que había estado esperando mi llegada.
«Sensual y siempre perfectamente ordenada», pensé, con una sonrisa
— ¿Por qué no te sientas? —sugirió—. Tal y como me has follado, y lo que me has hecho disfrutar, tienes que estar agotado.
Esbocé una sonrisa, halagado y complacido, y acepté su invitación para ocupar una silla a su lado, la de Rebeca durante la reunión matutina, girándola para quedar frente a frente. No sin antes recoger, yo también, mi ropa para dejarla junto a la suya, aunque sin doblar.
Antes de sentarme, mi siempre atenta jefa sacó un pañuelo de papel de su bolso para ofrecérmelo y que así pudiera limpiar los restos de nuestros fluidos de mi miembro. Después, sacó una chocolatina y, mordisqueándola, observó divertida mi higiénica tarea, hasta que, por fin, me derrumbé con cierta dignidad sobre la silla.
5
— Ojalá, todas las reuniones fueran así —comenté, observando cómo Sonia degustaba el dulce.
Ligeramente recostada, con las piernas cruzas y un brazo bajo sus pechos manteniéndolos en alto, se llevaba la golosina a la boca, tiñendo de chocolate sus labios y lengua mientras la chupaba suavemente.
— Sí —contestó—, y creo que tendría que convocarte todas las tardes, aunque no creo que a tu novia le sentase muy bien… Por cierto, ¿qué tal se ha tomado ésta?.
— Le ha molestado bastante —fui sincero—, por ser viernes por la tarde. Pero bueno, creo que al final lo ha aceptado porque sabe lo importante que es el trabajo, y que las cosas no están como para ir de divo por la vida.
— Vaya, seguro que ha pensado que tu jefa es una bruja… Pero si lo ha aceptado como dices, es que es una chica inteligente. Háblame de ella.
¡No me lo podía creer!. ¿Acabábamos de follar y quería que le hablase de mi novia?.
— Es un poco raro, ¿no crees? —pregunté, enarcando una ceja.
— No veo por qué —contestó, sin darle ninguna importancia—. Es simple curiosidad, hasta hace unos días ni siquiera sabía que tienes novia.
— Bueno, ¿y qué quieres saber?.
Mi jefa acabó su chocolatina relamiéndose los labios, provocándome un hormigueo por todo el cuerpo.
— Pues lo típico, ¿cómo se llama y a qué se dedica, por ejemplo?.
— Se llama Laura. En Septiembre del año pasado acabó las asignaturas de la carrera que estaba estudiando, en Febrero de este año presentó el Trabajo de Fin de Grado, y ahora está haciendo un máster.
— Eso está muy bien, me reafirmo en lo de que es una chica inteligente, y seguro que terminó la carrera con buenas notas…
— La verdad es que sí —dije, con cierto orgullo—. Aunque hubo algunas asignaturas que se le atragantaron, y tuvo que examinarse de una de ellas al final, en Septiembre, por suspenderla en Febrero. Pero bueno, la aprobó, ¡y además con sobresaliente!.
— ¡Guau! —exclamó Sonia, abriendo al máximo sus ojazos—. De suspenso a sobresaliente, eso no es muy común.
— Se lo curró muchísimo. Desde que suspendió, y a pesar de tener que dedicarse a las asignaturas para las que se presentaba en Junio, se preparó esa asignatura yendo a clases particulares un par de días a la semana, incluso en verano.
— ¡Vaya! —expresó con admiración—. Entonces, además de inteligente es trabajadora. Y seguro que es guapa…
«Quiere comparase», pensé. «Cuidado con lo que dices».
— Claro que es guapa, rubia con los ojos azules y cara de niña. Hasta entrar en la universidad, practicó danza clásica.
— Mmmm, suena a muñequita —pensó en voz alta, con una sonrisa y mirada de cierta malicia.
«Se acaba de comparar», me dije. «Y cree que si estoy aquí con ella, es porque sale ganando».
— La verdad es que suena muy interesante, me encantaría conocerla.
— No creo que sea buena idea presentaros. Sería un poco… no sé… ¿tenso? —dije, tomándome sus palabras al pie de la letra.
Sonia rio a carcajadas, levantándose de su asiento para sentarse en mis muslos y rodearme el cuello con los brazos.
— Sólo era una forma de hablar —me dijo, aún entre risas—, pero ya que lo mencionas, la verdad es que sí que me gustaría que nos presentaras. ¿Por qué no venís mañana a cenar a mi casa? —se le ocurrió, de repente.
— Joder, eso sí que sería raro, ¿no? —dije, confuso.
— ¡Qué va! —exclamó, aún más convencida—. Le dices que me has hablado mucho de ella y que quiero compensaros por haberos estropeado la tarde del viernes.
Sus ojos brillaron con picardía, moviéndose sobre mi muslo, haciéndome sentir el calor y suavidad de su piel. La extraña conversación había conseguido distraer mi mente y, encandilado por sus ojos y bellas facciones, hasta ese momento no fui realmente consciente de que ambos seguíamos desnudos. Mi hombría salió de su sopor, detalle que a ella no se le escapó.
— Pero…—dije, sin saber cómo seguir objetando.
Mi cerebro estaba dejando de funcionar correctamente, pues mis ojos ya se estaban centrando en las preciosas tetas de mi jefa, mientras ella seguía moviéndose sobre mis muslos, con uno de sus dedos jugueteando en mi espalda. La sangre de mi cuerpo abandonaba una cabeza para dirigirse a otra.
— No hay peros —se opuso, sonriendo al ver cómo mi polla se levantaba—. Mañana venís a mi casa y así la conozco. Quiero conocer gente nueva y divertirme, y tu chica parece realmente interesante. ¿Sabes lo aburridos que son mis fines de semana?.
— Ya, Sonia, pero juntar a mi novia y mi… «amante», pensé.
— Jefa —prosiguió ella mi frase—. No tiene nada de malo. Seguro que nos caemos muy bien, tenemos cosas en común —añadió, haciéndome un guiño.
Sentí que me ruborizaba, pero la infantil vergüenza no impedía que mis manos acariciasen sus tersos muslos.
A ella le encantaba sonrojarme, y me lanzó un ataque directo con el que sus labios tomaron los míos y su lengua invadió mi boca. Besándonos, ni siquiera fui consciente de en qué momento le había agarrado ya uno de sus moldeables pechos para estrujarlo.
— Deberías llamarla ahora mismo y decirle que mañana, a las nueve, cenáis en mi casa —afirmó con convicción, levantándose un momento para sentarse a horcajadas sobre mis muslos cerrados, acercando su sexo a la vara que ya apuntaba hacia el techo.
Mis dos manos agarraron sus senos y los masajearon jugueteando con los erectos pezones, contemplando cómo se mordía el labio por las sensaciones que le producía.
— ¿No crees que será una situación muy tensa? —le pregunté, aún con dudas, apretando el esponjoso volumen de esos magníficos pechos.
Moviendo sus caderas hacia delante, mi jefa hizo que su coñito, manando nuevos jugos de excitación, entrase en contacto con mi glande para contonearse sobre él, frotando deliciosamente su húmedo clítoris con la punta de mi enhiesta verga.
— Mmmm, puede ser —contestó con un gemido—, pero sólo al principio. Seguro que durante la cena, regada con un buen vino, nos vamos relajando. Y luego podríamos tomarnos unas copas, para relajarnos aún más…
— Suena bien —comenté, sintiendo el cosquilleo de nuestros sexos en húmeda frotación—. Estás siendo muy convincente…
Mis manos bajaron por su talle, acariciando su curvilínea cintura y espalda, ligeramente arqueada, para alcanzar la suavidad y rotundidad de sus glúteos; comprimiéndolos, obligándole a avanzar un poco más hacia mi pelvis, permitiéndome sentir el calor que irradiaba su jugosa almeja en, prácticamente, toda la longitud de mi pértiga.
— Y tú me estás poniendo muy cachonda… —afirmó ella, extendiendo el movimiento de sus caderas sobre mí—. Verás qué bien lo pasamos. Hago una cena rica y ligera, abrimos un par de botellas de vino, tomamos unos gin-tonics bien preparados y…
— ¡Y nos montamos un trío! —exclamé bromeando, aferrando su culo con pasión.
Sonia rio y, poniendo sus tetazas al alcance de mi boca para que tomase entre mis labios uno de sus rosados y duros pezones, susurró entre jadeos:
— No lo descarto… Si tu chica es tan guapa como dices y nos gustamos… Ya te he dicho que estoy abierta a nuevas experiencias.
— ¡Joder, Sonia! —exclamé, soltando su pezón—. ¡Que lo decía en broma!. Sólo imaginarlo me pone brutísimo…
Por mi mente pasaron, a velocidad de vértigo, un millón de imágenes de las dos hembras dueñas de mi virilidad, desnudas, besándose, acariciándose y jugueteando con mi polla, mientras se descubren íntimamente la una a la otra.
— Me encanta… —susurró—. Entonces estaré predispuesta a probarlo. Seguro que tienes para darnos bien a las dos…
Hundí mi cara en sus pechos y me comí esos manjares de dioses con hambre de travesía por el desierto. Ella echó su cabeza hacia atrás, sirviéndomelos en bandeja de plata mientras su cadera se levantaba y mis piernas se abrían. Tanteando, mi bálano encontró paso franco entre los húmedos pliegues de piel, que lo envolvieron invitándolo a profundizar. Mi afrodita no lo dudó un instante, se dejó caer y se empaló con mi polla, engulléndola hasta la raíz.
Un gemido y un placentero gruñido fueron entonados de forma simultánea.
— ¡Diossss, cómo me gusta! —exclamó ella, comprimiendo mi verga con los poderosos músculos de su vagina.
Yo estaba en el paraíso. Con el rostro aplastado contra sus mullidos cojines pectorales, las manos marcando mis dedos en sus firmes nalgas, y mi lanza ensartándola hasta clavarse en lo más profundo de sus entrañas. Mientras, en mi mente, se reproducía un vídeo pornográfico en el que daba por el culo a mi novia, sometiéndola a cuatro patas, mientras su rubia melena se movía sobre la entrepierna de mi jefa, comiéndole el coño mientras ésta se estrujaba las tetas mirándome con cara de vicio.
Sonia se echó un poco hacia atrás, dejándome respirar y tomando mi cara entre sus manos para mirarme con fiera pasión.
— ¿Me la clavarías así delante de ella? —me preguntó.
— ¡Joder, os la clavaría así a las dos!.
Rio complacida, estrangulando mi miembro en su interior con su risa.
— Venga, llámala ahora mismo. Aprovechemos el calentón para que no te arrepientas —dijo, estirándose para alcanzar mi pantalón sobre la mesa—.Estoy haciéndome unas expectativas que cada vez me atraen más.
Hurgando en mi bolsillo, encontró el teléfono y me lo ofreció.
— ¿Así, como estamos ahora? —pregunté perplejo pero, aun así, cogiendo el aparato.
— Así… —respondió, volviendo a echarse hacia delante para clavarse bien a fondo, arrancándome un gemido—. ¡Menudo morbazo!.
Y tenía toda la razón del mundo. Mi cerebro tenía su química alterada, y en lugar de procesar esa idea como una peligrosa locura, la evaluó como un emocionante aliciente: hablar por teléfono con mi joven novia mientras me follaba a mi madura jefa en una sala de reuniones, con la intención de concretar una cita en la que tenía como expectativa montarme un trío con ambas. ¡Delirantemente excitante!.
— Hola, guapa —dije al teléfono, cuando Laura descolgó.
— ¿Ya habéis terminado la reunión? —me preguntó contenta.
Sonia, mordiéndose el labio, empujó con fuerza, incrustando su pelvis en la mía, obligándome a apretar los dientes para ahogar un gruñido de placer.
— N-no —contesté, sin aliento—. Parece que aún queda un buen rato…
Aquella que me cabalgaba, asintió sonriendo, y comenzó a darme suaves besos por el cuello.
— Estamos… en un pequeño descanso —añadí, tirando del culo de mi amazona con una mano para levantarla y sacarle un poco de polla—. Así que aprovecho para llamarte porque mi jefa nos ha invitado a cenar mañana en su casa y…
Tuve que apretar nuevamente los dientes cuando la aludida volvió a ensartarse, ahogando su propio gemido contra mi cuello.
— …le gustaría que se lo confirmase ahora, para prepararlo con tiempo —terminé la frase.
— ¡Vaya! —dijo Laura sorprendida—, ¿se siente culpable por hacerte currar esta tarde, y esa es su manera de compensarnos?.
— Chica lista —leí en los apetecibles labios de Sonia—. Me gusta —añadió, guiñándome provocativamente un ojo.
— Sí, en parte —le contesté a mi novia—. Pero también es porque le he hablado mucho de ti, y tiene muchas ganas de conocerte.
Mi jefa asintió, y esta vez fue ella la que se levantó un poco, sacándose algunos centímetros de mi dura carne de su encharcado interior.
— Está bien —asintió Laura—. Yo también tengo curiosidad por conocer a la mujer que ha “secuestrado” a mi chico, jajaja. Confírmale que cenaremos con ella, puede ser divertido.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, pero se disipó inmediatamente al sentir los músculos internos de mi “secuestradora” tirando de mi herramienta.
Hundiendo mis dedos en la carne de una de sus nalgas, tiré de ella, penetrándola nuevamente con violencia. No pudo contener en su garganta, un leve grito de placer y sorpresa.
— ¿Te llama ya? —preguntó inocentemente mi novia al oírlo, sin poder identificar el tono.
— Sí —contesté, sintiendo una gota de sudor resbalando por mi cara—. Tengo que dejarte. Cuando acabemos, te llamo. Un beso.
— Un beso —oí. justo antes de colgar.
Miré a Sonia, su rostro era la viva imagen de la lujuria.
— ¡Perfecto! —exclamó—. ¡Mañana ya tengo plan!. Y, ¿quién sabe?, a lo mejor hasta descubro cosas nuevas… —dejó caer mordiéndose el labio, y dedicándome una mirada con la que casi entro en combustión.
Las imágenes de esa madura diosa compartiendo placeres con mi juvenil ninfa, se sucedieron en mi cabeza. En ese momento, en la película de mi cerebro, las dos hembras alternaban comiéndose mi polla, mientras sus lenguas y labios se acariciaban pasándose el pirulí de una a otra.
— Y hablando de descubrir cosas nuevas —dijo, descabalgándome, poniéndose en pie y dejando mi verga cimbreando, recubierta por sus fluidos—. Antes me dejaste con las ganas de probar otra cosita… —añadió, tomando el móvil de mi mano y dándose la vuelta para poner ante mis ojos sus firmes posaderas.
Yo no necesitaba más invitaciones, así que agarré sus nalgas y las masajeé, abriéndolas para que mi boca se instalase entre los dos cachetes, y mi lengua acariciase la suave piel, deslizándose entre ellos.
— ¡Uuuuuuummmmm! —aulló agudamente—. ¡Nunca había sentido, ahí, una lengua!.
Estiré mi húmedo e intrépido músculo para alcanzar su íntimo agujerito, acariciándolo con la punta.
— ¡Qué ricoooooo! —exclamó, doblando instintivamente su espalda para apoyar los codos y sus desbordantes pechos sobre la negra mesa de madera.
Su culazo se me ofreció en toda su plenitud. Sus piernas, tonificadas y estilizadas por efecto de los tacones que aún conservaba puestos, eran dos columnas de mármol blanco que ensalzaban la forma acorazonada de ese poderoso trasero, haciéndome desearlo más que nunca.
Metiendo mis manos entre sus muslos, la obligué a separarlos para acercar aún más la silla, y colocar mis piernas bajo su arco del triunfo. Sus glúteos se separaron por sí solos, y me permitieron ver cómo su ano se mostraba relajado en respuesta a mi caricia lingual.
— Si te ha gustado, esto te va a encantar —le dije, volviendo a aferrar sus generosas cachas para enterrar mi rostro entre ellas, percibiendo el delicioso y penetrante aroma de su sexo, que centímetros más abajo lloraba de excitación.
Mi lengua acarició y degustó el pequeño orificio, provocando un húmedo cosquilleo que a Sonia le hizo reír entre gemidos. La elástica piel se contraía y relajaba con mis caricias, permitiendo a la puntita de mi apéndice colarse, apenas unos milímetros, por la abertura, para retorcerse en su interior, consiguiendo que el esfínter se relajase aún más.
— ¡Joder, qué delicia! —exclamó mi jefa, fuera de sí—. ¿A tu novia le haces esto?.
— Pues claro —contesté, despegando mi cara mientras le metía un dedo en el coño, embadurnándolo con su natural lubricación—. Le encanta que se lo haga antes de darle por el culo.
— No me extraña —dijo entre suspiros—. Hazme todo lo que le haces a ella… ¡Y más!.
Saqué el dedo de su gruta, y lo llevé hasta el pequeño agujerito. Presionándolo, no me costó ningún esfuerzo penetrarlo, resbalando hacia su interior, hasta que mi dedo desapareció en él.
— ¡Oooooohhhh!, ¡cómo me gusta!, ¡quiero más!.
Realicé una serie de movimientos circulares, dilatando la entrada y aumentando su goce. Después, saqué el dedo, y mi lengua ocupó su lugar, salivando bien la entrada con rápidas caricias, mientras otro de mis dedos se introducía entre sus labios vaginales para ejecutar un enérgico mete-saca.
Sonia volvió a emitir un agudo aullido, soltando sobre la mesa el móvil que, sin darse cuenta, había mantenido sujeto con la mano.
Abandoné la ardiente cueva, y ese dedo se unió al otro para, juntos, penetrar lentamente a través de su ano mientras le daba pequeños mordiscos en las nalgas.
La angosta entrada fue adaptándose al nuevo grosor que la dilataba, con jadeos de su dueña, permitiendo el avance de mis falanges con el sonido de los fluidos salivales y vaginales escurriendo, hasta que, mí índice y corazón, terminaron de perderse en el interior de ese majestuoso culo.
— ¡Guau! —gritó mi jefa—. ¿Me has metido ya la polla?. ¡Me encanta!.
— No, sólo dos dedos —contesté, conteniendo mis impulsos por hacerlo ya—. Casi estás. Si esto te ha gustado, verás cuando te la meta…
Moví mis falanges en su interior, con suavidad, dentro y fuera, girándolos para continuar dilatando, escuchando los incontenibles gemidos de esa mujer que, a sus cuarenta y tres, estaba descubriendo ignotos placeres, hasta que tuve la certeza de que era el momento.
Saqué los dedos y me puse en pie, echando hacia atrás la silla. Comprobé que su cuerpo, postrado sobre la mesa, quedaba a la altura adecuada, realizando una fotografía mental de mi jefa en esa incitante y excitante postura. Atenacé su cadera con una de mis manos, y con la otra apunté, dando un seco empujón pélvico con el que toda mi zanahoria fue engullida por su voraz conejo.
Sonia gritó de placer, y su cuerpo se sacudió con un apoteósico temblor que la hizo derrumbarse sobre la mesa, con mi polla clavada hasta el útero.
Con unos cuantos vaivenes, disfruté de las contracciones de su vagina en pleno furor orgásmico, hasta que su cuerpo se relajó y saqué mi verga goteando jugos de placer femenino.
— ¡Has hecho que me corra! —dijo mi jefa, mirando hacia atrás con la respiración aún agitada—. Pero no era por ahí por donde me la ibas a meter…
— Sólo quería un poco de lubricación extra —le dije, con una sonrisa de oreja a oreja.
Su cara de sorpresa fue un poema para mí y, antes de darle tiempo a reaccionar, apunté de nuevo. Mi verga se abrió paso entre sus nalgas, resbalando con fluidez hasta llegar a su ano, sobre el que incidió como un ariete. Encontrando una leve resistencia, mi glande entró por la estrecha abertura, colándose todo su grosor a través del relajado esfínter.
— ¡Oh! —exclamó mi montura, con sorpresa y placer.
La dilatación era la idónea, y la lubricación, tanto de la vaina como del sable, más que suficientes, así que ya no me anduve con delicadezas. Con un poderoso empujón, toda la longitud de mi falo entró en su culo hasta que mi pelvis azotó sus nalgas, comprimiéndolas.
Sonia gritó, pero no de dolor, sino de extremo placer al sentir, por primera vez, una dura, gruesa y larga polla profanando la más secreta entrada a sus oscuros deseos.
Con los ojos abiertos de par en par, como nunca entes se los había visto, aún mantenía su rostro vuelto hacia mí, apoyado sobres sus manos. Con un febril rubor tiñendo sus mejillas, sus hermosas facciones se habían desencajado por la indescriptible sensación que sentía en su retaguardia y entrañas, dejándola con la boca abierta y sin aliento.
Sentí mi músculo oprimido en el estrecho conducto, embutido en su intestino como una pieza de charcutería, maravillosamente estrangulado para no permitirme quedarme estático, necesitaba moverme allí dentro y terminar de acostumbrar a mi jefa a tener una polla alojada en su culo.
Mirándola fijamente a los ojos, comencé una serie de suaves empujones contra sus confortables posaderas, rebotando en ellas sin sacar más que un par de centímetros de mi herramienta de su nueva funda. Disfruté dándole un placer a Sonia con el que su cuerpo se iba acomodando al ávido invasor entre jadeos, mientras sus pechos, aplastados sobre la mesa, se masajeaban y estimulaban frotándose con la pulida superficie.
Tras la sorpresa inicial, ella ya estaba disfrutando de mi empuje incrementando su excitación y goce, hasta el punto de hacerle colaborar en la enculada. Se irguió, estirando sus brazos, para acompañar mis movimientos con cortos embates hacia atrás, provocando ondulaciones de la piel de sus glúteos al chocar contra mi pubis.
— Te gusta, ¿eh? —le dije, con los dientes apretados.
— ¡Diooooosssss! —contestó ella, con la voz temblorosa—. Es brutaaaaaaal…
Su rostro ya no estaba vuelto hacia mí. Con la espalda arqueada por haberse incorporado, miraba hacia la silla que ella misma había ocupado durante la reunión de la mañana. Habría dado un reino porque allí hubiera un espejo, en lugar de esa silla, que me permitiera ver su excitante gesto de placer, y sus tetazas colgando y balanceándose con mis embestidas.
En realidad, ya habría dado un reino por verle los pechos a mi jefa, otro por tocárselos, otro porque me la chupara, otro por follármela, otro por darle por el culo… Conmigo, el antiguo imperio español, enseguida se habría quedado sin reinos.
Llevado por el extremo placer de ambos, mi cuerpo cedió a mis más primarios instintos, incrementándose la intensidad, potencia y recorrido de mis arremetidas contra ese maravilloso culo, el cual disfrutaba de mi ardor de macho desatado. Aferrado a la grupa de mi yegua, como un indómito semental, mi pelvis castigó sonoramente sus nalgas, golpeándolas con la furia de la testosterona dirigiendo mis actos.
No queriendo perder detalle de aquella fantasía hecha realidad, miré hacia abajo, observando cómo mi barra de carne aparecía y desaparecía entres las redondeces de mi jefa, mientras ella gritaba enajenada por un placer que le estaba llevando a la locura.
— ¡Dame más, dame más, dame más…! —seguía incitándome.
Mi montura era un maremágnum de sensaciones. Llevada en volandas por ellas, había perdido cualquier atisbo de decoro o miedo a que sus gritos fueran escuchados por la empleada de la limpieza que, probablemente, estaría en alguna parte del edificio realizando su labor mientras escuchaba la radio.
Conociéndola, nadie habría imaginado a Sonia en tal tesitura: apoyada sobre una mesa, siendo sodomizada por su subordinado más joven, y disfrutando como una loca, dando muestra de su locura con ancestrales sonidos de júbilo saliendo de su garganta.
La exigencia física de aquel polvo, y el esfuerzo realizado en el anterior, empezaron a pasar factura en mí. Necesitaba recuperar el aliento, por lo que detuve el frenético bombeo para descansar un momento, disfrutando del tacto y las formas de aquella anatomía que aún me parecía increíble estar poseyendo.
— ¿Ya te has corrido? —preguntó mi sometida, volviendo su rostro hacia mí.
— Claro que no —contesté, con una perversa sonrisa—. Sólo quiero disfrutar de lo buena que estás, antes de rematarte.
Con ambas manos masajeé sus castigados glúteos, sacándole la polla de entre ellos, y oyéndola suspirar al hacerlo. Recorrí su cintura y la curvatura de su espalda, ascendiendo para pasar mis manos hacia delante y abrazarme a ella, tomando sus pechos para, también, masajearlos con devoción.
Sonia cerró las piernas, levantándose para recuperar la verticalidad y disfrutar de las atenciones que recibían sus zonas erógenas, mientras su culo acomodaba la longitud de mi falo entre sus cachetes.
Con sensuales caricias, realicé movimientos circulares en esas mamas, doloridas por el intenso vaivén al que habían sido sometidas. Su dueña agradeció el tratamiento buscando mi boca, para introducirme su lengua y acariciarme eróticamente con sus labios.
Sin dejar de presionar sus imponentes montañas con los dedos de mi mano derecha, la otra bajó por el aterciopelado valle de su vientre, llegando hasta el monte de venus para que dos de mis falanges exploraran, aún más al sur, el cráter del volcán rezumante de cálidos jugos.
Ese continente del placer, de sinuosa geografía, gimió en mi boca al sentir el roce en su hipersensible clítoris, agarrando mi brazo por la impresión, cuando se sintió inmediatamente penetrada por mis dos exploradores.
— Julio —consiguió decir entre jadeos, sintiendo cómo mis dedos entraban y salían de ella, con la palma de mi mano presionando y frotándole el duro botón—. Me tienes a punto… Creo que me voy a correr otra vez…
— Eso es lo que quiero —le susurré al oído, volviendo a subir mi mano—, pero te vas a correr con mi polla metida en el culo.
— Uuuummmm —obtuve como única respuesta.
Tomándola por los hombros, la hice reclinarse nuevamente, hasta que se apoyó sobre la mesa. Sus posaderas, al permanecer con las piernas cerradas, quedaban más altas que anteriormente, una altura perfecta para no hacer necesario apuntar a la diana con mi mano.
Aferré sus caderas y, con una simple y potente embestida, enhebré la aguja hasta que nuestros cuerpos dieron sonora muestra de una profunda penetración, con la que Sonia volvió a aullar de puro gusto.
La fricción en mi verga abriéndose paso entre las prietas carnes, hasta horadar y atravesar ese ojal ya acostumbrado al grosor de mi taladro, fue más que sublime, provocándome un latigazo de ligero dolor e intenso placer, que activó el mecanismo automático de mi cuerpo.
Sin compasión ni medida, poseído por los lujuriosos demonios de mi más oscura mazmorra interior, reinicié un vigoroso mete-saca, consumiendo las últimas energías de mi juventud, provocando terremotos en ese hermoso continente del placer que aullaba desaforadamente.
— ¡Me corro, me corro, me corro, me corroooooooohhhh…! —gritó Sonia.
Con un rugido de león que impone su estatus en la sabana, golpeé y empujé con mi pelvis las mullidas nalgas de mi orgásmica jefa, haciéndola enloquecer con toda mi potencia empalándola hasta lo más profundo de sus entrañas, poniéndole la vacuna a sus meses de soledad, inyectándole mi láctea esencia vital entre espasmos de delirante placer. Me corrí como una bestia en aquel santuario que sólo yo había profanado.
Durante un par de minutos, que parecieron una vida, permanecimos estáticos, sintiendo el vértigo de nuestras mentes volviendo a la realidad.
Salí de ella y, acercando la silla, me senté tomando a Sonia por la cintura para que se sentase sobre mis piernas, con su cabeza reposando en mi pecho.
— Ha sido la experiencia más increíble de mi vida —comentó—. Nunca imaginé que alguien mucho más joven que yo pudiera darme lecciones.
— Yo no te he dado ninguna lección —contesté—, sólo te he ayudado a obtener algo que deseabas, pero que nunca te habías atrevido a probar en serio.
Mi amante me miró con un brillo especial en sus irresistibles ojos verde-grisáceos. Ya no era pasión o lujuria, aunque tampoco se podría calificar como amor. Lo que en ella vi en ese instante, fue agradecimiento y devoción. Agradecimiento por ayudarla a salir de un profundo bache de su vida, por hacerla sentir hermosa y deseada, por hacerla disfrutar, por impulsarla a desinhibirse… Y devoción por querer que todo aquello no tuviera fin.
Sus labios fueron al encuentro de los míos, dándome muestra de esos sentimientos; haciéndome experimentar por un instante, algo que tal vez, en mí, sí podría calificarse como amor.
Tras ese beso que, momentáneamente, revolvió todos mis sentimientos, quise quitarle hierro al asunto. Con el dedo índice recorrí la pálida piel de su cuello, clavícula y pecho, trazando un dibujo en las pecas que lo adornaban.
— Definitivamente, es Escorpio —dije, pensando en voz alta.
— ¿Qué? —preguntó sorprendida.
— Estas bonitas pecas —aclaré, señalándolas—. Forman una constelación, y ahora creo que esa constelación es Escorpio. ¿Ves? —añadí, trazando el dibujo.
— Eres encantador… Pero no tengo ni idea de Astronomía…
— Sí, mira —agregué, señalando la peca más grande—. Ésta es Antares, la estrella más brillante de Escorpio, también conocida como Alfa Scorpii.
— Hum, vaya, nunca lo había visto así —dijo ella, con una sonrisa—. Aunque, según la astrología, yo soy Géminis, no Escorpio. Y la verdad es que estas pecas me acomplejaron un poco en su día.
— ¡No me digas!, ¡pero si son preciosas y súper eróticas!.
— Jajaja, sigues siendo un seductor… La verdad es que mi adolescencia no fue sencilla —dijo, con una sombra nublando el brillo de sus ojos—. Los críos pueden ser muy crueles, y cargaron esa etapa de mi vida con complejos.
— No me lo puedo creer.
— Pues así fue. Para mis compañeros de instituto yo era la empollona de piel lechosa y pecas, “boca hierro” por la ortodoncia, tetona y de culo gordo… ¡Como para no acomplejarme!.
— Pues ya lo siento —dije, conmovido—. Aunque supongo que tus compañeros ahora se tirarán de los pelos, y tus compañeras se morirán de envidia, viendo la espectacular mujer en la que te convertiste.
— Gracias —contestó, disipándose la nube de su mirada—. La verdad es que no mantengo contacto con nadie de aquella época. Al empezar la universidad, decidí hacer borrón y cuenta nueva. Y de eso, han pasado muchos años ya, jajaja.
Reí con ella.
— Bueno, creo que hoy ya hemos cumplido la jornada laboral muy satisfactoriamente —dijo, poniéndose en pie y dedicándome una sonrisa de picardía—. Es fin de semana y mañana tenemos una interesante cena…
— ¡Uf!, sí, casi se me olvida —dije, devolviéndole la sonrisa—. ¿Entonces, sigue en pie?.
— Por supuesto —contestó, poniéndose la ropa interior mientras yo hacía lo mismo—. Ya se lo has dicho a tu novia, y estoy deseando conocerla.
— ¿Pero sigue en pie todo, todo? —volví a preguntar, abrochándome la camisa mientras observaba cómo ella se enfundaba en su elegante falda—. Pensaba que sólo era por el calentón…
— Bueno, sí, en parte ha sido por el calentón, pero… —Sonia hizo un alto mordiéndose el labio. Habría dado otro reino por leer sus pensamientos en aquel instante— …deseo nuevas experiencias, y si tu novia es tan guapa como dices…
— Te aseguro que lo es, ¡está muy buena! —dije con entusiasmo—. Mejorando lo presente, claro.
— Jajaja. Pero no depende sólo de mí, también dependerá de que ella esté dispuesta —aseveró, arreglándose el cabello tras terminar de vestirse.
— ¡Uf! —resoplé, volviendo a dejar volar mi imaginación—. Estoy seguro de que le vas a gustar. ¿Sabes?, siempre ha querido tener unas tetas como las tuyas. Y sé que, antes de estar conmigo, tuvo alguna que otra experiencia con una compi de la universidad…
— Cuanto más sé de ella, más ganas tengo de dejarme llevar… —dijo, sentándose en el borde de la mesa y encontrando mi móvil, olvidado en el momento pasional.
Sonia cogió el aparato, lo miró, y lo mantuvo en su mano mostrándomelo.
— ¿Tienes alguna foto de ella? —preguntó, segura de la respuesta—. Podrías enseñármela para que me vaya haciendo una idea…
— ¡Claro! —contesté, llevado por la emoción—. Pero dame un momento para ir al baño.
Mi jefa asintió sonriendo, quedándose con el teléfono, aunque no podría desbloquearlo.
Quité el pestillo de la puerta y, mirando a ambos lados, salí rápidamente al baño que había al lado.
Tras orinar abundantemente, aproveché la circunstancia para lavar mis genitales con agua y jabón, como me había acostumbrado a hacer siempre que tenía una sesión de sexo anal con Laura. Al finalizar, me resultó gracioso y muy agradable secarme con el chorro de aire caliente del secamanos.
«Nunca imaginé que utilizaría este aparato para secarme la polla», me dije, con una sonrisa.
Cuando regresé a la sala de reuniones, sin haber visto rastro de la empleada de la limpieza, «Con suerte, hoy libra», pensé, me encontré a Sonia sentada tal y como la había dejado, solo que había aprovechado mi ausencia para abrir la ventana y que, así, la estancia se ventilase del inconfundible olor a sexo que en ella se respiraba.
Antes de reunirme con ella, me recreé unos instantes contemplándola de pies a cabeza. Había recuperado su aura de señora, no por edad, sino por elegancia. Su presencia volvía a llenar la sala, una madura belleza, una reina del trabajo y el conocimiento, mi jefa deseada.
Me senté a su lado y me devolvió el móvil con una amplia sonrisa.
— Enséñame a tu muñequita —me dijo, con un sugerente tono de voz.
Desbloqueé el aparato y, poniéndolo ante ambos, accedí al álbum “Laura”, mostrándose en pantalla completa la primera fotografía.
— Hum —emitió Sonia, sin perder detalle de la imagen—. Bonita foto…
Sentí cómo me ponía colorado como un tomate. Había olvidado por completo que las últimas fotos que guardaba de Laura, correspondían al fin de semana que habíamos pasado en mi casa, aprovechando que mis padres se habían marchado a la sierra. La primera fotografía era un primer plano del delicioso culito desnudo de mi novia.
— ¡Uf, lo siento! —dije, avergonzado—. No recordaba que tenía estas fotos.
— No tienes nada de lo que disculparte —contestó Sonia, con una pícara mirada—. ¡Es un culo divino!. ¿Entonces, hay más?.
Tomando el móvil de mi mano, deslizó un dedo sobre la pantalla, pasando a la siguiente imagen, que correspondía con ese mismo trasero visto de perfil, mostrando la perfecta redondez de su forma y la tersura de su piel.
— ¡Vaya culito tiene la niña! —exclamó mi jefa, mordiéndose el labio—. Qué envidia…
— Bueno, ella envidiará otras cosas de ti… —alegué, acalorado.
— Lo decía en el buen sentido. Me gusta.
Cruzamos una mirada cómplice, y entonces tuve la certeza de que la cena sería memorable.
— A ver qué más hay… —añadió, volviendo a deslizar su dedo por la pantalla.
La fotografía que vimos a continuación estaba tomada desde más lejos. En ella se podía observar a Laura en el marco de la puerta de mi dormitorio, de espaldas, recogiéndose su larga melena rubia sobre la cabeza, para mostrar las delicias de su anatomía trasera llevando, únicamente, un tanga que desaparecía entre sus firmes nalgas.
— Bonita figura —comentó Sonia—. Muy delgada, pero con sus curvas… Y ese culo es para enmarcarlo, ¿eh?.
Sentí una mezcla de orgullo y temor, pero este último se desvaneció al comprobar en la expresión de su rostro, que lo decía con auténtica admiración. Realmente le gustaba lo que estaba viendo.
«Mañana va a ser el día más grande de mi vida», pensé.
La siguiente foto era bastante mala, había sido hecha al contraluz de la ventana de mi cuarto y, a pesar de que se podía ver a mi novia sujetándose los pechos tras quitarse el sujetador, su rostro quedaba entre sombras, en favor del sol brillando en su dorada cabellera.
— Ahora estoy segura de a qué te refieres con que ella envidiará otras cosas de mí —afirmó mi jefa, con una sonrisa de medio lado, antes de volver a deslizar su dedo.
La siguiente imagen era mejor. Laura, sentada sobre mi escritorio, se mostraba en ropa interior, con un dedo sobre su carnoso y rosado labio inferior, y una lasciva mirada en sus celestes ojos. Estaba para comérsela.
— ¡Joder, es ella! —exclamó Sonia, fijando su vista en el rostro de mi novia.
— Pues claro que es ella —asentí—. Es guapa, ¿verdad?.
— ¡Que no, que no es eso! —volvió a exclamar, alterada—. ¡Que es ella! —repitió, ampliando la imagen para ver mejor los rasgos retratados—. ¡Es la cría que se tiraba mi ex!.
— ¿Pero, qué dices? —pregunté, perplejo—. Sonia, te estás confundiendo…
— ¡Te aseguro que no!, ¡es ella!. Jamás podré olvidar su cara de zorra cuando me la encontré en el sofá de mi casa, con la polla de mi marido metida en el culo….
— No puede ser… —dije, sintiendo vértigo—. Sería otra que se le parece…
Mi mente se estaba colapsando. Sonia tenía que estar equivocada, pero lo afirmaba con tal seguridad, que sembró la duda en mí.
— ¿A que estudió Arquitectura? —me preguntó, de repente.
— Sí —respondí, sorprendido.
— ¿Y a que la última asignatura que aprobó fue una de las de Construcción?.
— ¡Joder! —maldije, sobrepasado—. ¿Tú cómo sabes eso?.
— Ya te lo he dicho, es la zorrilla que se tiraba mi ex. Él es catedrático en la universidad de aquí, y da todas las asignaturas de Construcción… No hace falta ser muy lista para saber cómo, tu novia, se ganó ese sobresaliente tras suspender…
«Mierda, mierda, mierda…», me repetí internamente. «Esas clases particulares, dos días por semana… Todo encaja y lo sabes».
— No te lo estarás inventando, ¿verdad? —pregunté, a la desesperada.
— ¿Por quién me tomas? —me espetó mi jefa, ofendida—. ¡El que me hayas follado no te da derecho a perderme el respeto! —añadió con aquel gesto severo con el que ya me había intimidado una vez.
— L-lo, siento —tartamudeé, completamente hundido—. Es que…
— Tranquilo —dijo, suavizando su tono y tomando sus manos con las mías—. Te entiendo perfectamente —prosiguió, alzando mi rostro por la barbilla para que me perdiese en la profundidad de sus ojos—. Sé mejor que nadie lo difícil que es asimilar una traición…
Lo curioso era, que más que la traición en sí, lo que me dolía era el motivo de la misma. Yo también le había puesto los cuernos a Laura. De hecho, acababa de volver a hacerlo, pero había sido por un motivo completamente irracional, por una atracción y deseo por mi jefa que no era capaz de controlar, y que me había hecho descubrir que no estaba realmente enamorado de mi novia. Sin embargo, Laura se había tirado a su profesor por motivos puramente racionales, para aprobar una asignatura y mejorar la nota media de su expediente académico. Había sido algo frío y perfectamente calculado.
— Es una puta ambiciosa —dije, pensando en voz alta—. Y si esto lo ha hecho por una asignatura que podría haber aprobado más adelante… ¿Qué no hará por conseguir un trabajo, o un ascenso, o lo que sea?.
— Creo que tienes razón, aunque no pretendo meter el dedo en la llaga. Por mi parte, ya la perdoné por destruir mi matrimonio.
— ¿Ah, sí? —me asombré.
— Fue parte de mi recuperación tras el golpe inicial, y tras ver cómo la vida que tenía se desmoronaba. Al final, no sólo la perdoné, sino que hasta le estoy agradecida…
— ¿Cómo es eso posible? —pregunté, perplejo.
— Si no hubiera sido por ella, seguiría atrapada en un matrimonio en el que el amor se agotó varios años atrás. Seguiría atada a un hombre mentiroso, cuyas mentiras no sólo se ciñeron a su infidelidad. De no ser por ella, no me habría reinventado a mí misma, jamás me habría atrevido a admitir cuánto me atraes, jamás habría disfrutado del sexo como lo hago contigo, y jamás habría descubierto cuántas cosas de mí misma he estado reprimiendo siempre…
Mi fascinación por Sonia se convirtió en la más alta admiración. Era mi musa, mi heroína, mi diosa.
— ¿Estás enamorado de ella? —me preguntó, sondeando en mi interior con la luz verde-grisácea de su mirada.
— No, la verdad es que no —contesté, rebuscando en mis propios sentimientos.
— Entonces, no dejes que la rabia sustituya a un sentimiento que ni siquiera existe. Apártala de tu vida y sigue adelante, no merece la pena que gastes ningún mal pensamiento en ella.
— ¿Apartarla sin más?. Debería ir ahora mismo a hablar con ella y echarle en cara esta mierda… —pensé en voz alta.
— No deberías hablar ahora con ella, en caliente —me aconsejó, con la sabiduría de su experiencia—. Mándale un mensaje, diciéndole que la reunión se está alargando y que está siendo agotadora —por un segundo, un brillo refulgió en sus ojos—,y que será mejor que os veáis mañana —añadió, ofreciéndome el móvil.
— ¿Crees que es lo mejor? —pregunté, confiando ciegamente en ella.
Sonia siempre había sido mi Atenea en el trabajo, mi deseada diosa de la sabiduría, y ahora también lo era en la vida, así que tomé el móvil de su mano.
— ¡Pues claro que es lo mejor!. Mañana hablas con ella, tranquilamente, habiendo dejado atrás el enfado y con la mente clara. Ésta increíble tarde no debería acabar con un mal sabor de boca —concluyó, acariciando mis muslos, logrando tranquilizarme.
Rápidamente, escribí el mensaje a Laura, con las sugerencias de Sonia, y se lo envié dejando el móvil apartado, sin querer mirar la posible respuesta.
— Perfecto —expresó mi jefa con agrado, manifestándolo a través de las caricias que alcanzaban la cara interna de mis muslos—. Ahora sólo debes pensar que, si mi exmarido no se hubiese follado a tu novia, yo no estaría aquí contigo. Creo que, al final, tú también se lo agradecerás a ambos.
El precioso rostro de mi Atenea se aproximó al mío, y sus rojos labios tomaron mi labio inferior, succionándolo para soltarlo repentinamente.
A pesar de haber quedado completamente satisfecho con cuanto había acontecido esa tarde, resultó que mi juventud estaba en pleno auge, y que Sonia era mucha hembra, capaz de despertar mi deseo en cualquier circunstancia. Sentí un hormigueo en mi entrepierna, y mis muslos reaccionaron a sus caricias, abriéndose más.
Ella se puso de pie y, situándose entre mis piernas, siguió con sus caricias avanzando por mis muslos, mientras su lengua salía de entre sus labios y lamía los míos.
El hormigueo de mi entrepierna se intensificó, haciéndome sentir, conscientemente, la tela elástica de mi bóxer.
— Creo que necesitas una compensación por el disgusto que te has llevado —me dijo, con una perversa sonrisa y mirada—. Conozco una buena forma de que tu mente se quede en blanco para que no le des más vueltas a pensamientos negativos —añadió, desabrochándose dos botones de su blusa para que el empuje de sus tetazas la abriese.
La visión de esas dos maravillas, apretadas y embutidas en el sujetador blanco con rosas rojas bordadas, con la constelación de Escorpio y su Alfa Scorpii adornándolas, lograron que la sangre fluyera desde mi cerebro, hasta la parte de mi anatomía que más iba a necesitar esa sangre.
Complacida al ver que el bulto de mi pantalón se evidenciaba con mi mirada fija en la camisa entreabierta, Sonia se agachó un poco para permitirme deleitarme con las vistas de su balcón, mientras desabrochaba mi cinturón y pantalón para dejármelos a medio muslo.
Mi miembro, retenido por el ajustado bóxer, aún no había alcanzado toda su orgullosa envergadura. Tras una maratoniana tarde de sexo, y la decepción al enterarme de los verdaderos intereses de mi novia, necesitaría de estímulos más poderosos que la contemplación del mejor par de tetas que había visto jamás. Y mi jefa lo sabía, por lo que no se anduvo con rodeos que le pudieran hacer fracasar en su empeño de levantar mis ánimos.
Provocándome con ataques de su lengua rozando mis labios, pero sin permitirme atraparla, masajeó con dedicación el paquete que mi íntima prenda envolvía, consiguiendo que su volumen y dureza adquirieran su máxima expresión en sus manos.
Sin perder un solo instante que pudiera hacer a mi mente sumirse en pensamientos negativos, con una maliciosa sonrisa y lujuriosa mirada verde-gris, mi Atenea bajó el bóxer y empuñó mi erecta verga, acariciándola con fuerza para, con la otra mano, acercar la silla que tenía tras de sí, y acomodarse con su agraciado rostro a la altura de mi entrepierna.
— Uf, Sonia —suspiré—. No tienes por qué hacerlo…
— Claro que sí —replicó—. Lo necesitas, y a mí me apetece comerme esta polla que tanto placer me ha dado —añadió, dándome un lengüetazo en el glande—. En realidad, lo hago por los dos. Quiero mi postre para el mejor día que he pasado en años.
Sin darme opción a decir más, manteniendo mi mirada, su mano dirigió mi dolmen hacia su boca. La redonda cabeza fue acogida por esos suaves y jugosos labios rojos, que la besaron, envolviéndola y chupándola como si fuera un caramelo.
— Ummm, Sonia, ummm —gemí, sintiendo el delicioso cosquilleo y succión.
Sus ojos permanecían fijos en mí, elevando mi excitación, observando los gestos de placer que mi rostro revelaba en respuesta a la maestría de sus labios y lengua, con un simultáneo masaje de su experta mano en el tronco de la golosina que hacía suya.
Así me mantuvo unos minutos, acrecentando mi placer, hasta el punto de hacerme repetir su nombre entre gruñidos y gemidos.
— Sonia, oh, Sonia, Sonia, Sonia, uummm, Sonia…
Ella también estaba disfrutando con su trabajito oral. Realmente le gustaba comerme la polla y verme sufriendo de puro gusto. Escuchar su nombre con mi voz entre gemidos, era un afrodisíaco para ella, regalándole los oídos para incitarle a aumentar la intensidad de las chupadas.
Mi bálano fue poderosamente succionado, siendo arrastrado hacia el interior de la húmeda y cálida cavidad para medir su profundidad, alcanzando la garganta, la cual reprimió un principio de arcada, obligando a que la anaconda se deslizase nuevamente hacia el exterior, con una increíble presión de su lengua, paladar y labios.
— Diooooosss, Sonia…
Aquello se repitió una y otra vez, con enloquecedora intensidad, acercándose y alejándose su cabeza de mi pubis, permitiéndome ver cómo una buena porción de mi gruesa y dura polla aparecía y desaparecía entre los delicados pétalos de mi felatriz.
— Sonia, Sonia, Sonia, Sonia… —seguía repitiendo entre gruñidos de macho entregado.
Mi mente ya se había quedado completamente en blanco, cualquier preocupación, enfado o indignación, se disiparon, En mi mundo sólo existían ella, su boca y el placer.
La mamada aceleró su cadencia, penetración tras penetración, otorgándome unos gloriosos minutos que se prolongaron hasta alcanzar un ritmo frenético, sustituyendo la velocidad a la potencia de succión.
El placer, en sus distintos matices, era glorioso, pero aun así, el orgasmo todavía no parecía vislumbrarse, convirtiendo aquella felación en la más prolongada que jamás me habían hecho, y la que más estaba disfrutando, por poder recrearme en cada mínimo detalle.
Así, con mi jefa concentrada en tragarse mi sable con apremiante voracidad, haciéndome sentir como una deidad adorada por su más ferviente sierva, me deleité observando, con las mandíbulas y los glúteos en tensión, cómo ella estaba terriblemente excitada, frotando sus muslos, uno contra otro, ante la imposibilidad de masturbarse por la estrechez de su falda de tubo.
Tirando de mi culo, y sin sacarse la verga de la boca, Sonia me demostró, una vez más, cuánto me deseaba y cómo la lascivia dirigía sus actos cuando estaba conmigo. Le gustaba lo duro, y duro lo quería. Me obligó a bajar de la mesa para ponerme en pie, tomó mis manos, y las colocó con mis dedos entre sus castaños cabellos, sujetándole la cabeza, en un claro indicativo de qué deseaba que le hiciera.
Mi cadera respondió automáticamente, moviéndose hacia delante para profundizar en el anhelante conducto bucal, y alojar mi glande en la estrecha garganta. Empecé a follarme esa golosa boca con medidos golpes pélvicos, para no atragantar a mi hambrienta sierva, disfrutando de ella y del poder que me había otorgado, llevada por su propia excitación.
Tras una buena serie de exquisitas penetraciones orales, y ante la evidencia de que mi orgasmo aún no se manifestaba, Sonia decidió recuperar la iniciativa, sujetando una de mis muñecas para que le permitiera sacarse mi carne de la boca.
Recuperando la respiración, y sin mediar palabra, sus ojos se clavaron en los míos, atrapándome en un edén de largas pestañas y verdes destellos irisados. Su lengua recorrió, lentamente, desde mi escroto hasta el frenillo, provocándome un escalofrío que se propagó por mi columna como un rayo, irradiando hacia todas mis extremidades. Sus rojos pétalos envolvieron el glande, haciendo efecto ventosa con una soberbia succión que lo introdujo en ese horno lubricado con saliva, y sin dejar que el vacío se rompiese, succionó y succionó la mitad de mi verga, aplastándola con la lengua y el paladar, hundiendo sus carrillos mientras su mirada me atravesaba con fuego.
— Sonia, Sonia, Sonia…
Mi polla palpitaba deslizándose sobre la humedad de sus papilas, oprimida y asfixiada por el vacío que tiraba de ella, haciéndome experimentar el más sublime goce. Sentí cómo mi próstata latía y, mi músculo, acero al rojo vivo, pareció resquebrajarse ante la inminente erupción.
— ¡Oooooooooohhhhh…!.
El premio ante tan formidable ejecución, llegó con un temblor que sacudió todo mi cuerpo. Las últimas reservas de mi lechosa esencia bañaron mi virilidad dentro de la boca de mi jefa, disparándose los últimos proyectiles de mi pieza de artillería, los cuales, “mi víctima”, no dudó en tragar para dejar mi arma completamente descargada.
Con su objetivo cumplido, Sonia se levantó reacondicionándose el cabello, revuelto por mis manos, mientras yo me apoyaba en el borde de la mesa para recobrar el aliento que su terapia me había arrebatado.
— ¿Tranquilo y sin malos pensamientos? —me preguntó, recogiendo su bolso para colgárselo al hombro.
Sólo pude afirmar con la cabeza.
— ¡Perfecto!. Es lo que quería, que ambos nos quedásemos con un buen sabor de boca —añadió, guiñándome un ojo con picardía y complicidad.
— Eres increíble, te debo una —acerté a decir.
— La invitación, sólo para ti, sigue en pie —contestó, dirigiéndose a la puerta—. Mañana te envío mi dirección y vienes a cenarme… ¡Hasta mañana!.
Y allí me quedé solo, abrochándome el cinturón, con una increíble sensación de paz interior. ¿Resentimiento por lo que había descubierto?. Ninguno, todo lo contrario. Tal vez fuera efecto de las endorfinas que Sonia había liberado en mi cerebro con su tremenda mamada, pero tal y como ella había pronosticado, sentí agradecimiento hacia su exmarido y mi novia, porque su doble traición había sido el batir de alas de mariposa que había desatado el huracán de pasión en el que me había visto envuelto con mi jefa.
Salí de la oficina, más tarde que ningún viernes, seguro de lo que debía hacer al día siguiente.
Aquel sábado fue uno de los más raros de mi vida. Por la mañana, hablé con Laura, con pasmosa tranquilidad. Le expuse cuanto había sabido por mi jefa, y no pudo más que admitirlo. No le reproché nada, mi autoridad moral no era superior para poder hacerlo, pero aunque lo hubiera sido, tampoco lo habría hecho. Así que, de forma sorprendentemente aséptica, pues ambos admitimos que no estábamos enamorados, dimos por finalizada nuestra relación.
Por la tarde, recibí el primer mensaje personal que mi jefa enviaba a mi móvil: su dirección y un escueto “Te espero a las nueve”.
Por la noche, cené en casa de Sonia, a las doce, tras tres horas de arrebato sexual. Y con la barriga llena, y mis deseos satisfechos, volví a casa de madrugada, rememorando cada circunstancia y vivencia que me había llevado hasta ese momento.
Así volvemos al día de hoy, retomando el inicio de este relato, porque quería contar que llevo tres años en mi trabajo actual, un trabajo de oficina, en el que paso ocho horas diarias con mi culo pegado a una silla y las retinas abrasándoseme con las radiaciones del monitor del ordenador. Mi trabajo es bastante monótono, elaborando informe tras informe, realizando interminables y, muchas veces, infructuosas búsquedas en el vasto mundo de internet.
¿Por qué aguanto tan bien un trabajo soporífero, poniendo límites a una posible expansión profesional?. Sólo hay una verdadera razón, y es ella: Sonia, mi jefa, de quien me he convertido en su fiel y secreto amante.
FIN
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR
Comencé la etapa más brillante de mi vida, si esos 2 meses desde la mudanza hasta lograr consumar mi amor con Ana, me habían parecido geniales, los siguientes 6 meses fueron la experiencia más agradable, feliz y alegre de mi vida hasta aquel momento. Vivía en un piso con mis mejores amigos, era independiente, con un trabajo que me daba para vivir pero no me afectaba mucho en mi vida, con una pequeña fortuna de colchón, y compartía mi vida con una mujer preciosa, que aparte de llenar mi idas de la experiencia personal mas plena, quería que la enseñara a follar de verdad, solo faltaba un playa cerca para ser perfecto. Recibía llamadas y mensajes de multitud de mujeres con las que me había acostado, menos Madamme y mi Leona, todas pidiendo sexo, yo contestaba delante de Ana, que ya tenia novia y no quería nada con ellas, algunas hasta les daba igual e insistían, o la dejaba que respondiera Ana a los mensajes, dicen que hay cierto pánico en los hombres a que tu novia vea tu móvil o tu cuenta en redes sociales, supongo que es gente que tiene pánico a que su pareja descubra algo que no quiere que sepa, algo lógico, pero a mi no me pasaba, era completa y visceralmente sincero con Ana, y cuando se es así con alguien, no tienes miedo de nada, no puede descubrir nada oculto por que ya se lo has dicho. No soy quien para decir como vivir vuestras vidas, pero al menos os recomendaría que tuvierais a 1 persona así en vuestra vida, no tiene por que ser una pareja, pero la experiencia de confiar ciegamente en otra persona de tal manera que lo sepa todo de ti, es enriquecedor. De hecho Ana me pidió quedar con algunas de aquellas mujeres, quería conocerlas, sobretodo a Irene, mi 1º novia, supongo que quería averiguar que pasó para poder evitarlo, Ana me insistía incluso en querer conocer a mi Leona, a Mercedes, pese a ha haberla hablado de mis otras mujeres con las que hacia sexo duro, debió notar que con ella tenia algo mas especial, me negué en redondo, lo considera humillante para mi Leona, y no se merecía eso. La fui presentando a algunas, y cuando Yasmine, la hija de mis colombianas, se echó novio también, quedamos para salir en plan parejas, y medio hablando con Yasmine, quedamos en una especie de pacto en que yo la liberaba de ser su macho, que fuera feliz con aquel chico, parecía buena gente y la trataba bien.
Ana se convirtió oficialmente en mi novia, y como tal quiso ir cambiándome y moldeándome a ella, quería que hiciera algo mas productivo con mi vida y me hablaba de mi potencial, chorradas para mi, era tan feliz que me daba igual apilar cajas de tomates y latas en conserva durante 3 horas al ida por un sueldo, es me permitía volver a casa pronto y tenerla entre mis brazos, dios, la quería tanto que aveces estabamos abrazados y solo quería apretar tanto con mi brazos como para partirla por la mitad. Con decir que gracias a ella aprendí a poner una lavadora, os digo todo, yo, un chico del boom de la tecnología, capaz de moverme sin cuidado por PC, videoconsolas y maquinitas, manejar videos y DVD, que podía hacer multitareas casi sin mirar, y era ver las 3 ruedas de aquella lavadora y me quedaba en blanco. Aparte, al ser el que mas tiempo pasaba en casa, me convertí en un cocinillas, estaba cansado de pedir comida a domicilio y de cocer pasta, organizaba una comuna para hacer la compra y llenar la nevera de comida de verdad, sin darme cuenta pasé de tirarme horas delante de un PC pajeándome a buscar recetas fáciles y baratas para hacer en casa.
Las relaciones con mis compañeros de piso, en vez de empeorarse por el roce diario, fueron a mejor, por fin entendí muchas cosas de Teo y Alicia, visto desde el prisma de ser una pareja, cosa que no tenia hasta ese momento, era sencillo intuir cuando estaban de buenas y de malas, cuando se podía meter mano o no en la relación, un montón de detalles que hasta ese momento no me había dado cuenta de su existencia. Manu seguía con su vida un poco aparte del resto, era muy reservado para su vida privada, pero andaba haciendo muy buenas migas con Lara, a los pobres no les quedaba mas remedio que juntarse a charlar y fumar cuando las otras 2 parejas se ponían cariñosas. La relación con Lara se volvió rara, eso si, seguíamos siendo los 2 locos del grupo, abiertos, sinceramente groseros e incapaces de cerrar la bocaza, pero noté como desde que Ana y yo nos acostábamos, su forma de mirarnos o de comportarse varió, aveces estabamos hablado una hora Lara y yo en el sofá mientras los demás estaban fuera o en sus cuartos, y eran genial, divertido y excitante charlar con un reflejo de ti mismo, pero era aparecer Ana y se le cambiaba el gesto, casi como aceptando un rol secundario, algo que a mi me sonaba de haber hecho muchas veces cuando estaba con Teo, y aparecía Alicia. No me gustaba que se sintiera desplazada así que delante y de ella dejaba un poco de lado a Ana, que ya sabia por que lo hacia, pero era imposible, se retraía, se iba a su cuarto o a fumarse un porro a la terraza, salía con amigos fumetas de a Universidad que había hecho aquí, pero mas que amigos eran colegas o conocidos, no gente en la que se pudiera confiar, y hablando con Ana, eso no era nuevo, era así en Granada y en parte por esa soledad Ana se hizo amiga suya, las 2 eran socialmente repudiadas, Ana por su origen gitano y Lara por su actitud, podía llegar a ser muy cargante una mujer así, yo era igual, pero siendo chico gusta esa brabuconeria, siendo mujer genera cierto cinismo y rechazo.
Eso no cambiaba que Ana y yo follábamos casi constantemente, pero podíamos estar follando todo un día, y luego estar 1 semana sin tocarnos, esto ultimo es una hipótesis, no llegó a pasar, salvo por su periodo, raro era el día en que no hacíamos el amor, pero la sensación era diferente que con Irene, mientras ella se obsesionó, y dejó de ser mi novia para ser mi amante, Ana lo combinaba, era las 2 cosas a la vez. Durante las primeras semanas era como follar en películas para menores, era mas lo que se intuía y lo que se adivinaba que lo que ocurría, apenas había sexo oral, eran ligeras masturbaciones para luego iniciar el coito hasta que yo me corriera, ella iba bien servida gracias a mi enorme miembro, no me hacia falta mucho para sacarla orgasmos, y ya me daba rienda suelta, me colocaba detrás de ella y me hundía en su coño, pegado a su espalda, arrancaba y aceleraba mi cadera hasta que Ana aguantaba, aveces me corría dentro de ella, generalmente tenia que sacarme el semen con una buena mamada final ya que no soportaba mas embestidas, siempre dejaba que, en diferentes posturas, me corriera sobre sus tetas, era delicioso, tierno y excitante. Una vez que me corría, y se acababa la fiesta, ella aun no podía ir mas lejos hasta volver a acostumbrarse a mi, y al hecho de que ahora le metiera ¾ de polla sin demasiada dificultad, y no poco mas de la mitad como en Navidades. Para mi era más que suficiente, podía echar de menos repetir polvo hasta volverme a correr una 2º vez pero me bastaba con eso. Si no había prisa o si era antes de dormir, nos quedábamos así, largos ratos, descansando, y siempre dormíamos en esa misma posición, una cuchara de lado a la otra, conmigo detrás de ella, sin decir nada ella iba abriéndose de piernas al inicio para dejar que mi polla se creara sitio en sus entrepierna y luego aprisionándola, siempre dormíamos así o con ella recostada boca abajo sobre mi pecho, dormida sobre uno de mis brazos o directamente en mi tórax. Pasadas unas semanas así, ella se vio con fuerzas, de hecho yo mismo noté como aguantaba mas de media hora de mis acometidas y como se movía mas cuando me arrancaba a darla ritmo de forma continuada, ver como ya mi polla no era un suplicio al principio, si no puro placer, y como llegaba a correrme dentro de ella por que no me pedía que se la sacara antes de explotar, luego siempre le regalaba una orgasmo final con mis manos para no dejarla a medias. Se animo a comentármelo un día abrazados cara a cara después de una sesión en que me tuve que esforzar un poco mas de lo habitual.
-ANA: ¿por que eres tan cuidadoso conmigo?
-YO: ¿acaso no te ha gustado?
-ANA: claro que si, pero noto como te reprimes, se ve cada vez que vamos ha hacerlo, dejas irte un poco mas cada vez, mas fuerte o mas rápido pero sigues coartándote.
-YO: quiero ir despico contigo, no quiero abrumarte.
-ANA: amor, no soy de cristal, me gusta que seas cariñoso y atento pero es que hasta en Navidades me dabas mas fuerte que ahora.
-YO: entonces solo te metía la mitad, ahora cada día que pasa te entra mas, y falta poco para que la meta entera y no quiero hacerte daño ni que……..no se……- pensaba en Irene o en tantas otras que se vieron avasalladas y cambiaron su forma de ser conmigo, no quería ni de lejos perder lo que tenia con Ana en ese momento y me daba pánico extralimitarme.
-ANA: poco a poco mi cuerpo se adapta a ti, y ahora disfruto mucha mas contigo, pero eso no va a cambiar nada, y seguirá sin cambiar si empiezas a disfrutarlo tú también.
-YO: lo disfruto mucho.
-ANA: no, eres feliz haciéndome feliz, y te conformas, y eso no esta bien, ¿como crees que me siento yo cuando pienso así? pienso que no doy la talla o no soy suficiente para ti.
-YO: no digas chorradas, eres perfecta y te quiero tal como eres, solo……no quiero………….estropearlo.- la abrace con fuerza oliendo su cuerpo, mezcla de sudor y feminidad, con su largo cabello haciéndome cosquillas en las manos.
-ANA: ¿y que vas ha hacer? ¿Tratarme como a una damisela, débil y endeble? ¿Eso te parezco?
-YO: no, por dios, no lo líes mas, no es por ti, no me conoces, si me pongo serio puedo desde hacerte daño físico, nublarte la mente o anular tu voluntad, no quiero eso, contigo no, no soportaría perder lo que tenemos.
-ANA: no lo vas a perder, voy a estar aquí, a tu lado, siempre, pero no puedes meterte en una jaula y reprimirte, no es bueno para ti y yo no quiero que seas así, te quiero a ti y todos tus aspectos.
-YO: por que no los conoces todos, si me ves como me he llegado a ver yo, no me querrías, o pensarais diferente
-ANA: eso, déjame decidirlo a mí.
-YO: ¿y si lo hago y te pierdo?- la miraba con autentica preocupación, casi con los ojos vidriosos, mi mente lo imaginaba, y sus manos acariciaron mi cara.
-ANA: supongo que habrá que arriesgarse, como dijiste, en eso consiste el amor, en saltar sin saber si alguien te cogerá la mano.
Eran mis propias palabras y no podían ser mas acertadas, pese a ligeros avances, casi nulos, el sexo era demasiado…simple, casi como si ya lleváramos 20 años casados y fuera por cumplir, una obligación medida y calculada, no diversión, al menos de mi parte. Seguimos hablando del tema, pero me llegó a convencer de que teníamos que ir un poco mas allá, dando pequeños pasos sin parar, avanzando juntos de la mano y ver a donde nos llevaba aquello. Me había centrado tanto en lo que Ana me hacia sentir a mi, en lo feliz que era solo con su presencia en la misma habitación, que me había olvidado que era una mujer, no un figura de cerámica, una hembra necesitada de mas que unas caricias y unos pocos orgasmos, supongo que a cualquier otra mujer eso le podría bastar, o incluso a Ana misma, pero sabiendo que me contenía por ella, no deseaba otra cosa que verme a mi igual de colmado.
Por fin Teo y yo nos sacamos el carnet, Manu ya lo tenia de hacia unos años, y pese a tener un viejo coche de su madre, conducía una scooter. El teórico lo clavamos los 2 y el practico Teo a la 1º y yo a la 2º, hay un puto cruce a la salida de las pruebas con 2 stop seguidos que por lo visto es el calvario de todo aquel que se ha sacado el carnet de conducir en Madrid, y yo me lo tragué con patatas. De inmediato llamamos a Adrián, y quedamos en que nos buscara un coche de 2º mano barato pero en buenas condiciones, uno de estos coches compactos para ciudad pero de 5 puertas, a los pocos días nos llamó y nos puso en contacto con un “amigo suyo” que tenia la urgente necesidad de vender su coche semi nuevo, y por lo que conocía a Adrián eran líos de drogas, seguro, el tío necesitaba 4.500€ ya y sin preguntas, firmó los papeles del coche con los ojos cerrados y salió disparado llamando a alguien diciéndole que ya tenia lo suyo. El coche no tenía ni 6 meses y estaba casi de fábrica, aun así me picó el gusanillo de las motos y le pedí a Adrián que me buscara alguna scooter de 2º mano, me convenció de que era mejor comprarla nueva, ya que no se fiaba del origen de cualquier moto que le vendieran y de su estado, me respetaba y me conocía lo suficiente como para no querer que me estafaran. Me sorprendí al ver lo baratas que eran, algunas de 700€, pero bien aconsejado por Adrián subí un poco el precio a una de 1.200€, con 2 cascos, uno especial con airbags incluidos, cadenas, cepo y chupa de cuero, incluidos. Fue una gozada conducir por 1º vez, esa sensación de libertad y poder al acelerar, nos fuimos los 3, Teo, Adrián y yo a una zona apartada de unas residencias donde se podía conducir sin peligro alguno y nos fuimos haciendo circuitos turnándonos al conducir para hacernos al coche y matar los nervios de las primeras veces, aparcando y haciendo ejercicios de aceleración y frenada. Al volver me dio por meterme por una carretera nacional, quería probarme del todo, era así de bestia, cuando empezaba algo que me gustaba iba hasta el final y probaba todo. No recordaba haber tenido tanto miedo, al entrar en la autopista, desde la operación, me arrepentí al momento en el carril de incorporación, la velocidad y el pánico a chocar casi me dejan petrificado, logré meterme al fin después de crear un pequeño atasco y solté nervios, Adrián se reía, el ya había conducido bastante, aun sin carnet. Hice unos 10 kilómetros para coger una salida y allí Teo cogió el volante y se hizo la vuelta, aparcaba emerjo que yo a si que dejamos a Adrián en su casa y nos fuimos a la salida de la Universidad, la chicas estaban por salir, y al ser tan rápido todo, sabían de nuestras intenciones pero no de que ya lo teníamos, jugamos con ellas mandándolas mensajes para que miraran hacia nosotros y nos vieron, haciendo sonar el claxon, con la música del buen equipo que le instalaron al coche a todo trapo, bailando Teo y yo como auténticos malotes de barrio, salieron corriendo gritando de felicidad, nos abrazamos, nos cuestionaron e interrogaron, inspeccionaron el vehículo a fondo, Lara hasta se puso al volante con las llaves puestas, se subieron al coche y nos fuimos a dar una vuelta mientras hacíamos tiempo para ir a buscar a Manu al museo donde trabajaba, casi idéntica reacción, pero no había sitio, y además iba con su scooter, así que volvimos haciendo una carrera ficticia e inocente contra el. Como es costumbre las primeras semanas éramos el taxi particular de todos, y nos encantaba, queríamos cualquier excusa para ir a coger el coche, y lo mejor fue que mi familia paso de estar a mas de 1 hora en autobús, a poco mas de 15 minutos, contaminará y será peor para el medio ambiente pero tener coche propio te da unas opciones que no se pueden comparar con el transporte publico. Mi padre casi me zurra por haberlo hecho todo sin su aprobación o consejo, el tema de coches lo había llevado siempre el en casa, mi madre fue la que cuestiono de donde había salido el dinero, sin llegar a mentirles, ellos pensaban que mi posición y mis horarios eran mejores en mi trabajo, por lo tanto me daba para evitar mas preguntas del tema y darles unos 200-300€ al mes a mi familia para evitar que a final de mes llegaran tan justos como siempre habíamos llegado. El tema de la scooter fue un tontería mía, supongo que un tontería que te da el tener dinero y poder gastarlo, era mucho mejor, acercándose el invierno ir en el coche con calefacción y con casi todos, apenas tocaba la moto, aunque siempre había motivos, y a Ana le encantaba ir de paquete detrás de mi, siempre le daba el casco de los airbags, aunque ella no lo sabia. Gracias a mi corpulencia era sencillo manejarla y debido al excesivo celo que mi padre me había enseñado a tener de la carretera, conducía de forma cuidadosa y sin hacer el tonto.
El tiempo pasó, era ya casi diciembre y de mis mas de 100.000€ con los que empecé mi aventura, me habían volado ya mas de 20.000€, entre el piso, las compras, los detalles con Ana y los demás, el coche con la moto y gasolina, dios, es cuando te das cuenta de lo duro que es llevar una casa, y lo que duele ver tu dinero evaporarse, aun así tenia un colchón de unos 80.000€, y tenia una vida plena y perfecta. La vida con Ana era extraordinariamente sencilla y placentera, apenas discrepábamos en nada y cuando o hacíamos terminábamos a bromas o follando, el día a día era aburrido, trabajar por las mañanas y dejarla descansar o estudiar por las tardes, de vez en cuando salía con Alicia o Lara y algunas amigos mas para despejarse, pero mi confianza era plena en ellas, de hecho Ana se molestaba si pasaba mucho tiempo sin verla, pero no quería quemar la relación, debía darla su espacio cambien, que no fuera su única opción de ocio, que no centrara su vida en mi, si no que la compartiera conmigo. Los fines de semana o los días libres éramos como uña y carne, salíamos a divertidos o yo planeaba días de fiesta y paseo por la ciudad, días en que planeaba al detalle para ella, pasando las mañanas de tiendas comprándonos ropa, saliendo de museos o con sesiones en centros de masajes e hidroterapias, comiendo fuera, para luego ir al cine o al teatro, cenar y salir luego a bailar y beber, yo no bebo y ella aprendió a no pasarse, o no quería que la viera borracha, sabia que no me gustaba, no asocio beber a divertirse. Aveces junto a mis compañeros de piso, o solos, lo pasábamos en grande y me hacia enormemente feliz verla sonreír de forma natural, sin bromear ni hacer nada, solo mirarla sin que se diera cuenta y verla con aquellas sonrisa sin motivo aparente, lograr que su cara se iluminara de satisfacción era mi objetivo y lograrlo me convertía en una persona completa.
Para mi ya no era importante, pero de noche teníamos nuestras sesiones de sexo, que cada día eran mas tórridas y calientes, casi todas empezaban igual, conmigo tumbado boca arriba y ella acostada encima mía, eso por decir algo, aveces empezamos en mitad de la pista de baile, Ana bailaba y se movía muy bien y me provocaba, ya no estaba tan salido como al inicio de volver a follar con ella, le costaba sacarme erecciones solo con insinuaciones y contoneos, pero cuando lo lograba no había opción, en mitad de la pista mis manos repasaban todo su cuerpo mientras ella se dejaba hacer, sin dejar de mover sus caderas, y si antes era bastante mojigata con las muestras de afecto en publico ahora era ella la que las demandaba, incluso podía meterla la mano por debajo de la falda o dentro del pantalón y acariciar su coño por encima de la tela de su ropa interior, si es que llevaba ese día, y cuando no podía mas su mirada me lo hacia saber, al igual que sus labios y su lengua, salíamos disparados de allí directos a casa, nos costaba llegar a casa sin magrearnos en el coche, o la moto si no llovía o hacia mucho frío, mis manos se perdían entre sus piernas y las suyas eran ya expertas en acariciarme la polla encima de la ropa, había obtenido la habilidad especial de sacarme la polla sin quitarme el pantalón, bastante excitante, y alguna vez volvíamos a casa mientras ella me la chupaba. Un día, sus manos y su lengua fueran tan hábiles que no aguanté llegar a casa, paré en un parque cercano a casa en que de noche no había nadie y allí mismo la monté como un animal, recosté los asientos y apartándola las bragas empapadas por debajo de la falda la subí encima mía y la ensarté hasta lo máximo que le llegaba ya, que a esas alturas casi era toda, fundiéndonos en besos largos y pasionales con nuestras lenguas peleándose por invadir la boca del otro, sacándole las tetas de las blusas ligeras que solía llevar y atacando sus pezones como mejor había aprendido a hacer, agarrando de sus caderas y cogiendo velocidad la subía y bajaba de mi falo con cuidado hasta que le sacaba el 1º orgasmo, allí aprendí que en ese punto, podía volverme algo mas bruto con ella, su coño ya empapado y abierto, lograba recibirme sin hacerla daño y quise ir dándola mas, como me pedía, eso llevo a que mis movimientos y los suyos se aceleraban tanto que la sacaba multi – orgasmos y aun así me pedía mas. La situación en el coche era tan incomoda que mas de una vez dio al claxon del coche con el culo haciéndolo sonar, y alguna mirada curiosa podía pasar por allí, pero daba igual, solo disfrutaba de penetrar a mi novia como el semental que había casi olvidado ser, a la media hora la llené de mi semen dejándola medio ida, cuando terminaba mi cadera cogía vida propia y ella solo aguantaba mis acometidas como podía, cada vez era mas. Desde que empecé a darle mas ritmo pasó de aguantar apenas 10 minutos a más de media hora, y de faltar 6 centímetros para metérsela toda a faltar apenas unos 2 o 3.
Ese día, después de medio arreglarnos y llegar a casa, se fue a dar una ducha, decidí ir detrás de ella y ducharnos juntos, esta vez fue un gran idea, y empalándola por detrás la volví a follar apenas 20 minutos después de haberlo hecho en el coche, la vez que menos tiempo había pasado entre corridas de mi parte. La visión de su cuerpo húmedo me la puso dura tan de golpe que la golpeó en el trasero y se abrió paso entre sus muslos, al ser la 2º corrida seguida me llevó mas de 50 minutos correrme, en los cuales, notaba que Ana estaba exhausta, pero no dijo nada, quería aguantar lo que fuera, aquel pequeño vendaval a su espalda estaba matándola, abriéndola, notando como sus paredes vaginales se contrarían y tenían espasmos, pero era lo que había pedido y aunque lo hubiera exigido no estaba seguro de haber podido parar, sus continuos orgasmos simples o llenos de fluidos, que la hacían salirse de mi y frotarse exageradamente el clítoris bañándonos aun mas los pies con sus emanaciones para volver a empalarse sola, y pedir a gritos que la diera mas y fuerte, quería acariciarla sus senos y su vientre pero me resultaba imposible mantener ese ritmo y velocidad sin sujetarla bien de la cintura, con el ruido de los golpes secos de mi pelvis contra sus glúteos llenando la habitación todo el tiempo, hasta que sus piernas le fallaban, estaba en parte ida pero consciente y disfrutando como un perra de la follada, esta vez no era amor, que el estaba regalando. Cuando me fui a correr la pobre se sentó en el borde del baño y me mamó la polla poseída, me corrí por toda su cara y su pecho mientras se sujetaba el coño, dolorida pero conforme, incluso llevada por la pasión las sacudidas alcanzaron sus labios, y supongo que ida de lujuria se relamió probando por 1º vez mi semen bajo el agua caliente. La levanté casi en vilo teniéndola de pie a mi lado, solo con mis brazos, y la bañaba el cuerpo, para dejarla limpia y como agradecimiento a aquella follada tan animal que habíamos tenido, la mas larga y fuerte desde que volvió, y casi al nivel de cuando se fue, pero ahora metiéndole casi toda mi verga, no solo la mitad, y habiendo pasado yo ya por mujeres ampliamente expertas. Nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos, su largo cabello mojado y sus preciosos ojos húmedos de agua y felicidad se clavaran en mi mientras sonreía y se mordía le labio, dándome pequeños toque con la nariz en el pechos o el cuello, buscando mis labios mientras repasaba su cuerpo con la alcachofa de la ducha.
-ANA: eres genial, no se como lo haces pero me llevas al paraíso cada día, te quiero.
-YO: yo a ti mas, por que me llevas al mismo sitio solo con mirarme como lo haces por las mañanas, solo con sonreírme cuando me pillas mirándote absorto, o cuando me acaricias con tus manos la espalda en completo silencio, eres perfecta.
-ANA: eres tonto, yo hablo de sexo. – me miró sin llegar a ofenderse.
-YO: lo se, pero en eso ya cada día avancemos mas, es solo una parte, tu haces que te quiera todo el día, y ahora vas y pruebas mi semilla jajjajaja no puede haber mejor mujer en el mundo.- se dio cuenta del hecho, y se relamió de nuevo, probando del semen que aun tenia en su cara y recogiéndose un poco con el dedo.
-ANA: dios, ni me he dado cuenta, me tienes tan loca que ni me he enterado, ahora voy a probarlo de verdad.- mirándome fijamente a los ojos introdujo aquel dedo en su boca y lo lamió y chupó obscenamente, saboreando aquel manjar.- vaya, esta un poco amargo, pero caliente, no esta nada mal, ¿quieres probar?- se cogió un poco mas de la cara y me ofreció el dedo, segura de mi asco o repugnancia, pero no era la 1º vez que probaba mi semen, ya fuera en la boca o el cuerpo de una mujer en la que me había derramado. Engullí aquel dedo como su fuera un helado ante su mirada perpleja, chupando y relamiendo aquel dedo de forma obscena.
-YO: tengo que comer mas tomate, esta mas amargo de lo que recordaba.- La vi sonreír atónita ante mi atrevimiento.- sabes mejor tu.- al agarré del coño palpitante, introduciendo mis dedos en ella, haciéndola cerrar los ojos momentáneamente, para volver a abrirlos y ver como estaba relamiendo esos mismos dedos, dándola a probar uno, que chupó gustosa.- me salgo de aquí o voy a por el 3º y aun no estas preparada.
Torció el gesto, pero consciente de su cansancio y de mi brío, entendió que era cierto, me di un agua rápida final con la polla medio empalmada por lo acontecido y me salí de allí encantado de la vida, me puse solo un pantalón de pijama y me fui al salón para alejarme lo mas posible de la tentación, del cuerpo de Ana duchándose. Me encontré a Manu viendo la NBA en la tv del salón, la que tenia de pago, arrancaba la temporada y me senté con el a charlar y verlo un rato, quise distraerme para que se me bajara el calentón de esos momentos finales en la ducha, pero no había manera, cuando se me encendía solo había una forma de apagarlo. Me volví a nuestro cuarto y entre como un animal en el baño, Ana estaba con una toalla secándose y se sorprendió al verme, me lancé a por ella y totalmente desnuda me la subí encima a horcajadas, besándola desesperadamente.
-ANA: jajaj ¿pero que haces?
-YO: me has puesto muy burro con eso de saborear mi semen, necesito otra ronda o no podré dormir.
-ANA: amor, mi pobre cuerpo no aguanta mas, estoy magullada, y no se como poder cubrir una 3º vez.
-YO: pues tu veras, pero yo así no me puedo quedar, con la polla medio tiesa.
-ANA: esta bien, ¿que tal si te la chupo hasta que te vuelvas a correr?- me miró rogando que aceptara.
-YO: de acuerdo, pero, y si esta vez me dejas….ya sabes…en tu boca.- me miró sorprendida, pero excitada por mi petición – bueno, ya sabes, ya has probado, solo era una idea, me da igual, solo necesito desahogarme, haz lo que quieras.
-ANA: bueno, no se, la verdad es que no ha sido tan desagradable como creía, pero era un poco, tu te corres mucho y gran cantidad, pero si es lo que tu quieres…- eso no podía ser, no quería que fuera una imposición que aceptara, así empecé con Irene.
-YO: no, no quiero que lo hagas por complacerme, solo te propongo la idea, tu decides si quieres o no, debes querer hacerlo, por ti.
-YO: esta bien, llévame a la cama.- nos besamos y agarrándola bien la llevé a la cama dejándola recostada suavemente, besando su cuello y jugando con mi lengua en sus pezones, su cuerpo fresco y húmedo me la terminó de poner como una pierda, palpitando en su vientre, cosa que la volvía loca, rozar y acariciar su vientre era volverla loca.
De inmediato me giró sobre la cama y me puso boca arriba, montándose en mi polla agarrándola con las 2 manos y lamiendo el glande como un yogur, su lengua repasaba cada rincón de la punta de mi enorme polla, metiéndoselo en la boca y chupándolo, dejando que sus labios fueran repasando todos su contorno mientras la sacaba de su interior, sin duda se había vuelto una gran chupadora de pollas, y sin meterme en su cabeza creo que disfrutaba de ello, se puso seria y se colocó entre mis piernas mirándome a los ojos mientras se sacaba la mandíbula del sitio para meter casi la mitad de mi miembro dentro de su garganta, era casi literalmente increíble ver aquella cara angelical meterse tal monstruosidad en se boca, con alguna lagrimilla en su mejilla y rozando las arcadas, pero sin parar sus manos ni su lengua, supongo que mi falta de entreno me llevó a correrme 20 minutos después, cuando sus labios trabajaban mi tronco de forma lateral y jugaba con su lengua en mis huevos, la avisé y tuve dudas de su actuación, pero sus rosadas mejillas denotaban excitación y se dejo llevar, siguió engullendo mi polla acelerando aun mas sus 2 manos hasta sacarme el semen a chorros fuertes y calientes que fueron llenando su boca, notaba como cada impacto la hacia tener una arcada, ya fuera en su garganta o sus carrillos interiores, era la sensación de llenarse la boca con mi semen, aun así sus manos continuaron sus gestos hasta notar mi polla flaquear, podía ver como seguía con las arcadas y alguna gota de semen caía por su mejilla, con la boca media abierta y la cabeza echada hacia atrás. Quise acercarme para hablar, pero me hizo un gesto para que me quedara quieto, se repasó con un dedo aquella gota de semen y se la metió en la boca cerrándola, nos mirábamos a los ojos, estaba expectante y preocupado, no se movía salvo por los espasmos de sus arcadas, de golpe cerró la boca y se puso la mano en ella cuando una de sus arcadas casi la hace vomitar, pero con la otra mano paró mi cuerpo que trato de asistirla. Me miró intensamente, y fuera lo que fuera lo que tenía en la boca, se lo tragó sonoramente, varias veces además, hasta que se le pasaron los espasmos y ante mi preocupación abrió la boca y sonrío enseñándome la lengua y guiñando un ojo, su boca estaba impoluta y limpia, me fui a abrazarla.
-YO: no tenias que haberlo hecho por mí, no si no querías, no debí pedírtelo……- me cortó agarrándome la cara.
-ANA: no lo he hecho por ti, me he calentado muchísimo al mamártela, quería hacerlo, sentir tu leche caliente en mi boca y tragármela.- me reconfortó, aunque me tenia la duda de si era cierto o solo lo decía para tranquilizarme.
-YO: estas bien¿?
-ANA: si, ahora si, no ha sido tan malo, no era el sabor si no la sensación en si, supongo que con una par de veces mas se me pasara.
-YO: ¿quieres repetirlo? ¡¡Pero si casi echas la cena!!
-ANA: bueno, si quiero aprender tendré que sacrificarme, es un momento malo, pero se me pasará, y……..me pone muy cachonda comerte la polla, me he mojado entera otra vez.- su sonrisa era picara y su mirada, llena de lujuria.
-YO: ¿y cuanto mas te has calentado?- acariciaba su brazo atreviéndome a adivinar si podía haber 4º ronda.
-ANA: dios, no se, me dolía el……- todavía su pudor con ciertas palabras me parecía adorable-………antes, pero ahora me quema, no se como pero ahora necesito desahogarme yo.
-YO: no quiero forzarte y que volvamos a follar y te haga mas daño o pero, pero tengo un truquito para calmar tus ansias sin penetración.- se le ilumino la cara pese a al rojez de sus mejillas, estaba frotándose el coño realmente necesitada.
La hice gatear por encima mía hasta tumbarme boca arriba y ponerla de rodillas en mi cara, abriéndola de piernas y con mis dedos y mi lengua comenzar a trabajar aquel congestionado interior, estaba rojo y saturado pero caliente y húmedo, pedía un alivio y mis olvidadas comidas de coño se lo iban a dar, abrí con los dedos los labios mayores, y con un cuidado exquisito fui lamiendo y chupando con cuidado cada recoveco de su interior, localizando su clítoris por momentos y lamiendo y jugando con el para calentarla mas, no fue difícil ponerla a gemir como una condenada, notar como sus piernas se contraían y relajaban según mis movimientos y como se movía sin saber como poner sus manos o su cuerpo del gusto que sentía, si se ponía a 4 patas castigaba su clítoris y si se incorporaba la hacia vibrar con mi lengua en su interior, terminó echándose hacia atrás moviendo las caderas como si fuera una penetración con mis dedos y boca llevándola al paraíso al que llegó reventándome en la cara con una corrida que la quiso sacar de mi cara por los calambres en las piernas, pero agarrándola con fuerza seguí hasta que logré poco después una 2º corrida abundante y llena de fluidos, tan fuerte le traspaso la electricidad en su interior que paso de rodillas a caerse redonda de espaldas sobre mi pecho contrayendo sus piernas mientas no se dejaba de frotar el clítoris encharcado. Sus gritos eran audibles pero contenidos, estaba exaltada pero feliz, no le había comido el coño así desde su vuelta y mi maestría había mejorado con mis andanzas desde que la tocara en Navidades. Se me tiró encima relamiendo mi cara bañada de sus emanaciones, besándonos como seres no evolucionados, llevando el termino “beso húmedo” a un nuevo nivel.
La separé un poco y me fui desnudo al baño, allí me lavé bien la cara y Ana, detrás mía, se volvió dar una ducha rápida, gritándome que era imposible mantenerse limpia conmigo cerca, la di la razón, y por poco me meto en la ducha con ella, pero era demasiada provocación, apenas quedaban unas 4 horas para ir a trabajar, quería descansar un poco, me acosté completamente desnudo, y a los pocos minutos me dormí, noté como Ana se tumbaba a mi lado, de reojo viéndola con unas bragas y una de mis camisetas viejas, le encantaba vestirse con mi ropa, le quedaba grande y sexi. Tomando la rutina de siempre, me cogió de la mano y se rodeó con mi brazo y mi cuerpo, abriéndose de peinas, cogiendo mi polla y metiéndosela entre sus muslos, para poder dormir así de juntos y darla mi calor corporal, a mi me encantaba esa sensación y mas aun desnudo, y a ella, sentirme pegado a su cuerpo y mi polla palpitando entre sus piernas, dormíamos así siempre, y así lo hicimos.
A partir de ese día, las noche con Ana fueron a mas, era maravilloso enseñarla una nueva postura o algún truco nuevo y ver como los iba asimilando y aplicando con el paso de las semanas, de vez en cuando aun así, hacíamos el amor, sobretodo en días especiales en que tenia un mal día o estaba sensible, la trataba con todo el cariño y amor que podía, y con eso bastaba, pero esos días eran los menos, y de vez en cuando después de eso, terminábamos follando de nuevo como animales. Se descubrió Ana como una mamadora de polla de 1º, ayudaba practicar conmigo, y ver como paso de apenas poder con el glande a tragarse medio trabuco sin contemplaciones, y de casi vomitar al sentir mi semen a tragárselo y jugar con el en su boca, lo mejor era que eso la ponía a 1000, no se por que, cuando se supone que en una mamada solo disfrutaría yo, pero a ella la volvía loca sacarme la 1º corrida con su boca, para que luego la matara con la 2º por el coño. Su capacidad de aguanté aumentó de nuevo, era grotesco aveces ver a esa niña con cara de inocencia y cuerpo adolescente, gemir, gritar, pedir mas y retorcerse cuando la penetraba casi totalmente con mi enrome barra candente de carne, casi parecía imposible que le entrara, pero no solo le entraba si no que ya no había dolor de ningún tipo, gozaba con cada sacudida y los orgasmos continuados, en los que repetía “que gusto, que rico”, que la sacaba durante mas de 1 hora, solía ser el momento en que yo me corría, si ella estaba mejorando yo volvía a ser una gran versión de mi. Para su cumpleaños, una semana antes de Navidades, planeé un escapada juntos rural durante todo el fin de semana, hicimos un fiesta previa en casa con los amigos y parte de mi familia, pero luego cogí el coche y nos fuimos a la sierra de Madrid, alquilé una habitación en un hotel de las montañas y entre saunas, masajes, clases de esquí, que se le dio emerjo a ella que a mi y las noches tórridas a la lumbre de una chimenea, alejados de toda tecnología y de la vida ordinaria y convulsa de la juventud en la gran cuidad, no pudo salir mejor. El domingo la dediqué el día entero, fui exageradamente atento y romántico, casi generaba diabetes de lo empalagoso que estaba, pero lo llevaba con mi sorna habitual, y ella le encantada, desde hacerla el desayuno y llevárselo a la cama, a llevarla en brazos hasta la pista de esquí, lo preparé con el masajista del spa, para que en mitad del masaje se fuera y entrara yo, apenas notó la diferencia, mis manos eran hábiles y trabajaba las zonas indicadas por Eli, hacia ya una eternidad para mi, en su cuerpo totalmente desnudo apenas cubierto por una toalla en su cintura, esas zonas en que a las mujeres se les tensan los músculos por el peso de sus senos o por el uso del sujetador. Repasé toda su espalda con aceites corporales sacándola suspiros de placer al notar como sus músculos se desenredaban entre mis dedos, poco a poco fui atreviéndome mas a tocar sus costillas y cerca de su pechos, o bajando hasta la corva de su espalda, o sus piernas y muslos, peligrosamente cerca de su trasero, me asusté un poco ante su dejadez pero tras unos minutos su cuerpo se tensó hasta que reunió valor suficiente y se dio la vuelta tapándose asustada.
-ANA: ¡¡¡oiga ¿pero que ha….- me vio y se le paso de golpe el enfado, sonriendo ante los ojos atónitos de los demás clientes y masajistas, riendo al haber visto el cambio y ella no-…..¡¡Tonto, mira el susto que me has dado!! jajajajja- se tapaba la cara de medio vergüenza mientras buscaba mi pecho para abrazarme queriendo ser engullida por la tierra.
-YO: shhhhh, tranquilícese, túmbese de nuevo y sigo con mi trabajo o me despedirán.- se volvió a tumbar besándome y charlando con una señora cercana que nos miraba raro, advirtiéndola que yo era su novio para que no pensara cosas raras del spa.
Seguí mi sensual masaje sacando ya respiraciones aceleradas, pero viendo como sonreía y se mordía un dedo para mantenerse digna mientras su cuerpo se estremecía ante mis caricias, sonó el reloj del fin de hora de masaje, oyendo un lamentó de los labios de Ana, y con la señora de antes mirándome con ojos de querer ser la siguiente, Ana y yo nos percatamos.
-YO: lo siento señora, agradezco el honor pero mis manos, mi cuerpo y mi corazón ya son de esta joven.- rodeé con una gran toalla el cuerpo de Ana, tapándola de miradas indiscretas al levantarse de la camilla, había mucho hombres, Ana y su cuerazo juvenil de tez morena brillante del acierte, sobresalía del resto.
Al tenerla entre mis brazos nos miramos fijamente, veía sus mejillas sonrojadas, no sabia si por el calor de la habitación, la vergüenza de verse medio desnuda antes esa jauría de lobos, si por mi broma, o por que mis manos la habían calentado de mas, quizá un mezcla de todo eso. Nos besamos tiernamente un par de veces, y la cogí en brazos, me la llevé a la zona de la duchas para después ir a comer, mientras ella se duchaba yo me mantenía fuera en la puerta, no me había gustado nada como la miraban algunos de esos hombres y mi instinto de protección se activó, charlábamos sobre la broma y alguna tontería mas.
-ANA: ¿al final cuando no tenemos que volver?
-YO: habitación tenemos hasta mañana por la mañana, pero si queremos estar en casa tenemos que salir de aquí a las 8 para dormir en casa e ir mañana a la Universidad pronto (era el taxi oficial de mis 3 compañeras de piso desde la adquisición de coche, para la universidad), ¿por que lo preguntas?
-ANA: jo, por que me lo estoy pasando genial, ojalá pudiéramos quedarnos aquí siempre.
-YO: ojalá, pero esto tiene que ser así, no podríamos vivir así siempre, tenemos que vivir nuestras míseras vidas para comprender lo idílico que son estos descansos y disfrutarlos.
-ANA: pues es un pena, todo el mundo debería vivir así siempre.- su tono era reafirmando su propia realidad, me encantaba la inocencia de aquella mujer, era como una princesa de cuento de hadas hecha mujer, y yo un troll que veía el mundo tal como era, y mientras yo la enseñaba a no ser tan cándida, ella me daba esa pizca de felicidad que creía que no estaba a mi alcance.
-YO: no aguantaríamos así, esto es demasiado empalagoso, y esta lleno de babosos, ¿te has fijado en como te miraban en la sala de masajes?
-ANA: claro, pero son gente mayor, no se pobrecillos…..
-YO: de pobrecillos nada, por poco le salto con algo a más de uno, casi convierten la habitación en una piscina de tantas babas.
-ANA: jajajaja que bestia eres, déjales, ¿no estarás celoso?- su tono buscaba la broma.
-YO: si, estoy que me muero por dentro jajajaja mientas ellos miran el cuadro yo me lo follo.
-ANA: ¡¡alaaa!! Mira que eres bruto jajajajaja pues que sepas que yo si estoy celosa.
-YO: ¿de que, mi reina? No será de la señora esa jajajajaja
-ANA: no, de esa no, pero si de resto, ¿no has notado como te comían con los ojos? Si hasta la masajista buenorra y la de la recepción te ponen ojitos….- mi silencio era absoluto, no me había dado cuenta, ¿como se me había pasado? Estaba entrenado para ver y detectar esas cosas, una cosa es que nos la aprovechara por estar con Ana, pero no darme cuenta no entraba en mis planes.
-YO: pues ni me he enterado….
-ANA: pues yo si, y no me gusta nada que anden detrás de ti.
-YO: hombre, orgullosa tenias que estar de que te envidien, yo lo estoy contigo.
-ANA: ya, pero una cosa es que te miren golosas y otra lo de la recepcionista….
-YO: ¿que la pasa?
-ANA: ¿te crees que trabaja sola en el hotel?, es la de la recepción, la que trae las comidas, la que esta en la puerta de la habitación todo el tiempo, la que entra a recoger y limpiar y la que coge siempre el teléfono, hasta entró el otro día nada mas irme yo, que te dejé durmiendo, esa golfa te esta rondando…..- de nuevo silencio, no me había percatado, y repasando mentalmente todo el fin de semana, me di cuenta de que salvo a alguna limpiadora por los pasillos o algún cocinero era cierto, esa recepcionista nos trataba casi en exclusiva, joder, si hasta se había metido en mi habitación conmigo dormido y ni me enteré hasta que me desperté y la vi recogiendo la habitación, tumbado apenas cubierto por una sabana que no tapaba muy bien mis erecciones mañaneras, de nuevo me confundí por no darme cuenta.
-YO: ¿y que quieres que haga? ¿La digo algo? ¿O habló con sus jefes?- no sabia muy bien como reaccionar, era al 1º vez que alguien estaba celosa siendo mi pareja.
-ANA: jajaja no tonto, mientras sepas quien es tu chica…… no tengo ningún problema….- su tono sonó tan sensual que solo me pude dar la vuelta.
Al hacerlo vi a Ana completamente desnuda empapada de arriba a bajo goteando por el agua de la ducha, entre abriendo una de sus piernas en el aire y mordiéndose el labio mientras se apoyaba en el marco de la puerta, solo con los reflejos de la luz sobre su cuerpo húmedo me la pusieron tan dura que me arranqué a por ella como un tren de mercancías, desnudándome en un microsegundo y levantándola por el aire subiéndomela a horcajadas, cerrando la puerta de la ducha detrás de mi, la aplasté con cierta violencia contra la pared de la ducha mientras mi polla daba saltos en su culo, me rodeó con su piernas y nos besábamos de forma lujuriosa, sin duda mis manos la habían calentado y sabia que la visión de su cuerpo mojado era demasiada tentación para mi, pensando ahora fríamente creo que hasta me manipuló para marcar territorio, sus celos la llevaron a ese pequeño juego, pero en ese momento me dio igual, según estabamos la penetré con facilidad, aparte de entrenada ya estaba caliente como una perra, y dejando caer el peso de su cuerpo la fui ensartando, sacándola alaridos de placer, mientras mi boca alternaba sus labios, el cuello o sus pechos, dios, la imagen de su cuerpo brillante y húmedo, de sus tetas moviéndose y de su vientre haciendo fuerza al ser penetrado aun me la pone dura hoy en día. Se agarró firmemente a mi cuello, y mirándonos fijamente me ordenó que la follara allí mismo y que se la metiera toda, de la forma más animal que pudiera.
Obedecí, aunque cambien lo deseaba, la sujeté bien de las caderas y usando la pared como palanca la hacia subir y bajar de mi polla lentamente, restregando su espalda por los azulejos, mientras mis manos acariciaban y separaban sus glúteos, poco a poco fui acelerando mis embestidas, gemía poseída y su espalda ya no hacia recorrido, estaba inmóvil recibiendo su petición, mi pelvis golpeaba fuerte sus muslos y seguí haciendo presión hasta que logré metérsela toda en un par de embestidas fuertes, dejándola quieta y totalmente empalada, disfrutando de su cara desencajada y de su repentino silencio, dejando que su interior se acomodara ya a esa fase final, notando como por fin su coño estaba lleno de mi y casi a reventar, sin moverme pude sentir sus contracciones al correrse, solo con sentirla toda dentro se retorció encima de mi, hacia fuerza para tratar de elevarse sobre mi cuerpo, pero la humedad solo la hacia resbalar y volver a estar plenamente penetrada.
-ANA: ¡¡dios Me siento……plena, me va a reventar el coño, dios como me gusta, lléname de tu leche amor mío, fóllame hasta que mi cuerpo no aguante mas!!- me besó desaforadamente, estaba fuera de si.
Pero como me pidió, volví a acelerar mis movimientos, esta vez haciendo fuerza para elevarla y dejándola caer de golpe para volver a ser invadida por completo, di gracias a dios por que aquella mujer que me llenaba mi vida, también podía llenarla con mi falo en su interior, y no solo no la dolía si no que estaba botando como una pelota encima de mi, berreando palabras sin sentido y golpeándome el pecho con cada sacudida que le producían los orgasmos, tantos fueron que sus piernas se des-cruzaron y se mantenían en vilo en el aire, totalmente abierta de piernas, sin ningún tipo de impedimento físico para recibir toda mi enormidad, arrancándola varias corridas seguidas que inundaron aun mas la ducha con sus fluidos, de vez en cuando tenia que levantar su cuerpo con mis brazos contra la pared por que ella ya no se sujetaba de mi cuello, se dejaba caer por la abrumadora tuneladora que era yo, sus gritos se oían por todo el baño y siendo semi publico no es que fuera muy discreto, aun así le dio igual y pedía a gritos que la abriera el coño con mi polla gigante, sus palabras eran el resultado de la excitación y el placer, no de sesudos pensamientos, y yo me estaba poniendo a morir, estaba siendo el viejo Raúl, la maquina de follar, me estaba deleitado con aquella follada hasta que su físico dijo basta, sus piernas cayeron al suelo y me estaba follando una muñeca de trapo, la poción era incomoda para mi, y pese a haber llegado al máximo, lo mas lejos, de lo que había llegado nunca con Ana, ella estaba rogando mas. La saqué de su interior, saliendo de ella un montón de fluidos que estaban taponados por mi verga, la di la vuelta y la aplasté contra la pared, cogiendo de las manos y poniéndolas por encima de su cabeza, con su cuerpo totalmente estirado y pegado a la pared y abriéndola un poco las nalgas la penetre de nuevo por el coño, con ella ya apoyada en el suelo, me fue mas fácil coger velocidad de crucero y terminar de correrme dentro de ella 5 minutos después, lo que me dio tiempo a crear una atmósfera animal, golpeando su trasero de forma violenta y sonora, notando como su cuerpo se contraía con algún que otro orgasmo menos evidente, su cuerpo estaba al limite. Reventé mi esperma dentro de ella con un ultimo minuto casi digno de Zeus y la bestia, eso casi la mata, su cuerpo podía caía al suelo, pero mis acometidas no la dejaban, eran tan rápidas y contundentes que no la permitan bajar el cuerpo antes de que la siguiente llegara, en ese ultimo minuto la acariciaba y agarraba del vientre, cosa que la ponía a 100, y logré eyacular dentro de ella mientras la sacaba el ultimo orgasmo, con su cuerpo casi serpenteando por la pared, recorrido por una fuente eléctrica, moviéndose como una anguila y gritando como un cochinillo en una matanza.
-ANA: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡DIOS, QUE BIEN FOLLAS PEDAZO DE ANIMAL!!!!!!!!!!- lo gritaba mientras se hacia una pequeña bola en el suelo de la ducha, agarrándose su coño como podía, con ligeros temblores por sus músculos – dios, me duele todo, pero me encanta, eres una bestia, eres mi bestia particular jajajajajjaja.
-YO: ¿estas bien? No quería pasarme contigo pero me has puesto muy caliente – me senté a su lado dejando que mi cuerpo volviera a respirar de forma normal, casi me había obligado a sacar al mejor Raúl, al que domino a la Leona o a las colombianas, claro esta, apenas 30 minutos, y sin llegar a necesitar a la bestia, sentía que me había pasado con Ana, que la había dado mas de golpe de lo que podía soportar, sin ir paulatinamente hasta ese punto, como si al final de una larga escalera la hubiera hecho saltar de golpe los últimos 5 escalones, me había dejado llevar y no fue nada cariñoso ni amable, fue una follada salvaje con todas las letras.
-ANA: estoy bien, solo déjame que me recupere un poco aquí sentada, dios, eres increíble, no me creo lo afortunada que soy, eres guapo, listo, atento, amable, divertido, buena persona, ¿y encima follas así cuando te pones serio?, jajajaj eres un mirlo blanco.
-YO: soy lo que quieras que sea, eres mía y yo soy tuyo.- acerqué mis labios besándonos con gestos cortos y sonriendo mientras su cuerpo se relajaba, le costó más de 10 minutos dejar de temblar y que se le pasaran los espasmos en su vientre.
En esas estabamos cuando sonó la puerta de la ducha, Ana y yo nos miramos, sorprendidos, estabamos los 2 desnudos en el suelo, con ojos cómplices, entendiendo que quizá alguien hubiera oído todo aquello, no habíamos sido nada cuidadosos.
-YO: ¿si?
-RECEPCIONISTA: si, hola, soy la recepcionista del hotel, y…………vera…..algunos clientes se han….quejado de que había alguien gritando en este baño, solo quería comprobar que todo fuera bien.- Ana me sonrío, sin yo entender muy bien el por que, se me acercó al oído.
-ANA: es la golfa que anda detrás de ti.- me susurró, le pregunté con la mirada si estaba segura, me lo afirmó de nuevo tapándose la cara de vergüenza, mirándome sin saber que hacer, esperando mi reacción, respondí.
-YO: si, si, era aquí, todo va bien.
-RECEPCIONISTA: vera, no es que no confíe en usted, pero me han dicho que sonaba como si estuvieran haciendo daño a una mujer, y me tengo que asegurar de que no hay ningún problema.- ciertamente si no estabas muy atento desde fuera algunos gritos de Ana daban para ser mal interpretados.
-ANA: si, era yo, toda va bien, es solo que…..- me miró sin saber como seguir la frase, yo la hacia gesto como desentendiéndome del lío en que se habia metido, bromeando, de golpe se le paso algo por la cabeza y rió juguetona- …..estoy con mi novio y acavamos de follar. – me quedé blanco, no ya por sus palabras, no era dada a hablar así de sucia, si no por que mucho menos era de decirlo tan abiertamente a otros- si, y no vea como me ha puesto, siento las molestias pero es que su enorme polla me mata.- traté de taparla la boca jugando, esa reacción era mas típica de mi que de ella. Pasaron unos segundos de silencio.
-RECEPCIONISTA: lo siento pero voy a tener que comprobarlo, abran la puerta por favor, por su seguridad.
-ANA: claro, pero estamos desnudos- Ana me miraba de forma picara, quería que me metiera en el papel, me picaba con sus gestos y su mirada, quiera que fuera el Raúl mas desvergonzado, pues lo iba a ser.
-RECEPCIONISTA: por favor, abran, tengo que asegurarme de que la chica esta bien.- me ofendió su tono, realmente penaba que la había hecho daño, y odio a los malbaratadores, del tal forma que si veía algo mas allá de lo habitual por la calle me metía por medio, mas aun que me tachen de tal cosa.
Me levanté enfadado ayudando a Ana a ponerse en pie, y con la polla colgando abrí la puerta de golpe quedando completamente desnudo delante de ella, de inmediato su mirada se clavó en mi miembro en reposo, se sacudió la cabeza recordando para que estaba allí y miró a Ana que estaba tapándose con las manos las tetas y el coño, roja de vergüenza, solo estaba la recepcionista en el baño.- disculpe señorita, entonces ¿esta bien verdad?
-ANA: claro que si, nos ofende con su acusación mi novio no es ningún capullo que me ponga la mano encima, es una bestia parda que me folla como jamas te han abierto, así que deja de mirarle la polla a mi chico y de andar detrás de el y lárgate de aquí.- me sorprendí del tono, palabras y agresividad de Ana, era un personaje, la seguí el juego al ver la cara sorprendida de la recepcionista, que había vuelto a mirarme la polla sin tapujos y se vio pillada ante Ana.
-RECEPCIONISTA: si, perdone la confusión…….- volvió a mirármela de reojo- …..solo quiera asegurarme……- la corté cogiéndola del brazo y metiéndola en la ducha pegándola a mi cuerpo, era realmente mona, vestida de traje con falda corta ceñida, me extrañó ni haberme fijado en ella, menos no percatarme de sus miradas.
-YO: asegurarte ¿de que?, ¿de que la tengo tan grande como intuías el otro ida en al habitación?, – se le abrieron los ojos al verse descubierta – ya me ha dicho mi chica que andas detrás de mi, ¿es esto lo que quieres?, comprobar, si, ….lo caliente que te pongo.- la metí mano en el culo mientras me cogía la polla y le daba con ella en la parte del muslo de la falda.
Ana alucinaba de mi interpretación, la recepcionista trataba de separase de mi cuerpo desnudo sin tocarme pero sus tacones de trabajo resbalaban así que casi la tenia que sujetar yo por el culo, trataba de articular palabras pero entre la situación y ver sin apartar la mirada mi polla golpear su pierna con firmeza, no atinaba.
-RECEPCIONISTA: no por dios, perdóneme……..yo no pretendía…..solo déjeme……- sus palabras y gestos eran diferentes, mientras que se trataba de comportar, sus labios se relamían y se mordía deseándome, mi cuerpo desnudo y húmedo resaltaba mis músculos, cada ida mas apreciables a simple vista, y mi polla la estaba empapando la falda con tanto golpe.
-YO: ¿que dices, amor, la dejamos que se una a la fiesta?- pregunté a Ana como si aquello fuera normal para ambos, haciendo temblar a aquella mujer de unos 27 años, que apenas hacia fuerza ya, y casi pedía a gritos mis labios, Ana pilló mi intención.
-ANA; ¿esta golfa? Que va, no te merece, tu eres mi hombre y esta es una cotilla a la que vamos a denunciar ante sus jefes si no tiene la boca cerrada y si no deja de mancharse las bragas cada vez que te ve.- el tono era casi de gente de mal vivir, cogiéndolo de barrio peligroso, además era justo lo que hubiera dicho yo, algo que evitara una mas que posible demanda por acoso si salía de allí – si, zorra, le diré a todo el mundo que nadas detrás de mi chico y que te cuelas en nuestra habitación cuando no estoy, no será muy difícil demostrado, ¿verdad?- se acerco a nosotros y le agarro de las tetas a la recepcionista, que estaba empezando a ponerse caliente como el palo de un churrero ante nuestra actuación, frotándose los muslos.
-RECEPCIONISTA: los siento, no quiera molestar, si les he incomodado les pido disculpas y no volverá a pasar, pero no se lo digan a mis jefes, si se enteran de nuevo me echan.- aluciné, no solo tendríamos su silencio, si no que no era la 1º vez que andaba detrás de algún mozo y la habían pillado.
-YO:: pues tu misma, aquí mi novia y yo vamos a volver a follar y gritar, si quieres te quedas y te doy lo tuyo también o te largas y me dejas en paz, a mi me da igual.
-RECEPCIONISTA: me voy, los siento, por dios, no digan nada pero déjenme que me vaya. – tenia tal susto y excitación encima, que decía una cosa pero sus manos otra, repasaban mi pecho y espalda.
-YO: pues lárgate, pedazo de guarra – la agarró de las manos y me la quitó de encima, la abrió la puerta y la sacó de allí dándole un cachete en el culo, fuerte y sonoro, que le dejó aun mas manos mojadas marcadas en la falda, saliendo de allí roja de vergüenza y del calentón.
Ana y yo empezamos a besarnos y acariciarnos haciendo mas ruido que otra cosa, por si seguía por allí escuchando mientras nos reíamos de la actuación, ella gritaba de nuevo como poseída sin que apenas la tocara.
-YO: jajajaja dios, eres una caja de sorpresas, ¿como se te ocurre?
-ANA: ¿yo? Tu que eres un pervertido jajaja ¿que pasa, te la querías follar?
-YO: que va, solo quería ponerla nerviosa, si la culpa es tuya….
-ANA: ¿como que mía? Yo solo quería gastarla una broma y vas y montas un número.
-YO: ¿y que separabas que iba ha hacer?, soy yo…..- asintió aceptando su culpa.
-ANA: eso es cierto, te dan un dedo y te coges medio brazo, ¿no sabes parar en estas cosas, ni donde poner el limite?.
-YO: no, es parte de mi encanto natural jajajajajaja.
-ANA: jajaja eres malo, dios, no podría follar ni aunque lo necesitara, estoy exhausta.
-YO: tranquila, solo era para asustarla un poco mas, estoy bajo de forma, no se si ahora podría con otra ronda.- me miró sorprendida.
-ANA: ¿como? ¡¡¿Que aun no estas al 100%?!!
-YO: no mi princesa, esto ha sido genial y si no quieres, o puedes mas, no pasaremos de aquí, pero aun hay mas.
Mientras miraba su cara, que sonreía entre la incredulidad y la excitación, yo pensaba, en realidad había bastante mas, de hecho podía aguantar así mas de 5 o 6 horas con mi leona o Elenor, la madre de mis colombianas, aquello si acaso había sido Yasmine, la hija, en un mal día, y aun faltaba Zeus y la bestia, pero no sabia si quería o si podríamos llegar a ese nivel, y en realidad no me importaba, aquello era pasado, y Ana, pese a sus avances en lo sexual, me completaba de tal forma en la relación de pareja, que me daba igual al principio, ya no os digo ahora que habíamos llegado a ese nivel,
La dejé ducharse sola de nuevo mientras yo me di un agua rápida, jamas sabremos los hombres la ventaja que tenemos de darnos duchas rápidas y estar limpios, y lo complejo que es para las mujeres, mas después de bañarla su interior de semen hasta lo mas profundo de su ser. Yo no podía permanecer allí viéndola sin volver a follármela y ella ahora mismo no estaba en condiciones. Me salí a vestirme mientras hablábamos.
-YO: tengo hambre, me vio al restaurante, te espero allí.
-ANA: vale…… aunque puede que tarde…me quiero pasar antes por la tienda de ropa del hotel.
-YO: esta bien, nos vemos si no en la habitación.
Salí de allí contento y feliz, en una espiral ascendente desde que Ana volvió, todo era bueno y mejor con el paso del tiempo, ya hasta Ana y yo podíamos follar salvajemente o gastar bromas actuando desnudos, compenetración total, era mi novia, mi amiga y mi amante, y solo con unas pocas miradas y celos se convertía en una autentica loba defendiendo lo suyo, me pareció adorable ver aquella mujer, que alguno hasta podían llamarla “mosquita muerta” en el pasado, ser así de agresiva.
CONTINUARA……….
En la Universidad todos estaban en clase y yo espere delante de la puerta de su aula para no perderlo de vista si salían en manadas como solían hacerlo. Todo lo tenía preparado, faltaba que Lucas respondiese a mis deseos.
Terminada su clase vino hacia el punto donde él sabía que le estaría esperando. Me cogió la cintura y me atrajo hacia el pretendiendo besar mi boca, le dije que allí no y nos dirigimos caminando hacia la salida, ignorando todo lo que nos rodeaba. Lucas no tenía ningún problema, más bien se sentía molesto cada vez que le frenaba alguno de sus impulsos amorosos.
El Parque de los Caobos me pareció el lugar más cálido y agradable. Ahí, tumbados en el césped nos miramos con pasión, abrió los primeros botones de mi blusa para besarme cuello y comienzo del pecho, pero no tenía bastante y continuo hasta abrirme la blusa por completo, yo le facilitaba todo sin ser vista. Estábamos rodeados de niños, enamorados, viejos, pero tan lanzados en nuestro juego amoroso, que todo venía a formar parte de una sola cosa, Naturaleza, y como tal, Vida, movimiento. Le lamí su oreja provocando con eso que nuestros cuerpos se enrollasen, dando varias vueltas por la yerba, uno encima del otro. Mi risa fue la que le hizo reaccionar y que no se corriese. Me miro un tanto enfadado, diciéndome lo mala que era.
Fuimos a tomar un helado, era necesario tomar aliento y dar tiempo a la llegada de la noche, a que ella nos invitase a tumbarnos sobre la yerba, al amparo de un frondoso árbol, donde volvió a desabrochar mi blusa por completo, a buscar mi sexo húmedo, muy húmedo. Mi mano busco su pene, ansioso de ser sacado a la luz de la luna; era más bien pequeño, pero muy ancho, lo sentí infinitamente ágil en el momento en que le sentí buscar meterse en mi cueva que ahora también sería la suya. Sentí que su intención era metérmela de un solo envite, pero su propio grosor se lo impedía, de modo que tuvo que cambiar de táctica. Con la punta frotaba la entrada a mi vagina, buscaba acariciar mi clítoris con ella hasta que sentí que mi sexo desbordaba como un rio, y fui yo misma la que comenzó a pedirle que hiciera más presión. Poco a poco comenzó a penetrar sin hacerme daño, aunque su grado de excitación era tan grande que, en un momento, ya era incapaz de controlarse y con un empujón de sus caderas me termino de dilatar y su polla me entro hasta el fondo. A partir de ese momento ya fue la locura, le tenía encima de mí, dentro de mí, moviéndose desatado, mis uñas arañando su espalda, mis piernas levantadas y apresando sus caderas, dándonos la vuelta para quedar sentada sobre el que apretaba mis tetas mientras todo mi cuerpo se retorcía de deseo. No hubo aviso ninguno, ni yo lo di tampoco, en medio de un estremecimiento me llego un glorioso orgasmo, al tiempo que el comenzaba a descargar ríos de semen que desbordaban de mi vagina, en aquellos momentos yo no estaba utilizando ninguno de los métodos anticonceptivos y pese a ello no tomamos ninguna precaución o eyaculando fuera de mí. Después le limpie tomando su polla con mi boca y lamiéndole hasta no dejar ni rastro, motivo suficiente para que él quisiera comenzar de nuevo, aunque necesitábamos descanso.
Desnuda como estaba, me levanté y empecé a caminar delante de él, mirando cada árbol del entorno, cada estrella del cielo, la yerba sobre la que caminaba. El me miraba y me hubiera gustado corresponderle con mis ojos, pero me sentía como en un campo verde salpicado de amapolas, era tan hermoso verme desnuda caminando libre por el parque… Su mano me hizo aterrizar, me atrajo hasta su sexo como si este fuera un caza mariposas, y comprendí que allí, mi paseo realmente comenzaba, por su boca, su cuello, vientre, su sexo, aunque confieso, el hacía lo mismo conmigo.
El morbo era increíble, estábamos completamente desnudos en el medio de un parque que, por la hora, ya se había quedado desierto, aunque las últimas personas en marcharse, ya nos habían visto follando, e incluso hubo un pequeño grupo que se detuvo para observarnos. En realidad nada ni nadie nos importaba, aunque solo fue cuando nos dimos cuenta de que estábamos realmente solos en el parque, cuando verdaderamente nos desatamos. Apoyada contra el respaldo de un banco le di acceso a mis nalgas, me penetró desde atrás mientras sus manos estaban aferradas a mis tetas, que solo soltó para bajarlas hacia mi clítoris y empapar sus dedos con los jugos de mi orgasmo; de esa manera comenzó a hacer presión sobre mi culo, hasta conseguir meter un dedo, después fueron ya dos, hasta que en un momento sentí que era su polla la que hacía presión para meterse. Sería mi primera vez, pero yo estaba dispuesta a que no hubiera límites ni barreras. Fui yo misma la que le facilitó el camino, y cuando sentí que estaba bien colocado eché con fuerza mi culo hacia atrás y pese al dolor inicial conseguí que la mitad de su polla me penetrase. Después ya fue m´ss fácil, en un momento sus testículos golpeaban contra mis glúteos, sus envites eran cada vez más acelerados, más violentos, hasta alcanzar un nuevo orgasmo de forma simultánea.
Algo se había desatado entre nosotros, estábamos ya sin fuerzas y pese a ello nos empeñábamos en seguir, deseábamos que no acabase nunca y el morbo que habíamos desatado era cada vez más atrevido y violento. Nos vestimos, si es que aquello puede llamarse vestirnos, porque él se puso solamente sus bóxer y zapatos, el pantalón cruzado sobre sus hombros, y en los bolsillos, mi braga más que sucia. Por mi parte, yo me había puesto solamente la falda, después de haber hecho en ella un par de dobleces, de forma que había que ser realmente ciego para no darse cuenta de que bajo ella no había nada; tampoco me abroché la blusa que llevé todo el camino abierta, con uno de mis pechos tapado por la mano de él.
Creo que batimos algún record, llegamos a recorrer dos o tres calles, las justas para llegar hasta el parking de un hotel cercano, y donde nos metimos sin pedir ni permiso, para tumbarnos sobre el capot del primer coche que hubo a mano y, desnudos nuevamente, iniciar una nueva sesión de sexo duro.
Con el sentido común recuperado en parte, nos vestimos y salimos para acompañarme hasta mi casa, pero insistió en acompañarme hasta el apartamento para que le invitase a tomar la última copa. Yo sabía que mi pareja estaría en casa pero tampoco tuve muchos escrúpulos en hacerle subir, y eso, sin darme cuenta, precipitó las cosas, porque cuando nos vimos frente a mi pareja y me di cuenta de que él me miraba fijamente, fue cuando me di cuenta de que me había puesto la blusa del revés y medio abrochada solamente de forma que mis tetas lucían absolutamente libres y chorreones de su semen ya seco brillaban pegados a mis muslos y Lucas puso la torta pues comenzó a reírse a carcajadas mientras se dirigía hacia mí y sin reparo ninguno desabrochaba completamente mi blusa y me agarraba las tetas. La reacción de mi pareja fue salir de la casa sin decir palabra y al sentir la puerta cerrarse, también yo le acompañé en las risas mientras me arrancaba la blusa, lo cual motivó a Lucas lo suficiente como para en una especie de ataque de histeria de los dos, comenzásemos a arrancarnos la ropa el uno al otro, y allí mismo, en el suelo, comenzar a follar de nuevo como dos conejos desesperados, no paramos ni me dejó sola hasta casi a las cinco de la madrugada.
Al día siguiente fui a buscarle a la universidad, y puede decirse que conmigo llego el escándalo. Me vestí con una minifalda marrón, la más corta que tengo, aparte de que es de capa, lo que significa que se abre completamente por delante, una tanga de color verde musgo y una blusa de enorme escote que apenas si tapa mis pezones, solamente sujeta por dos finos tirantes y que dejaba mi vientre al descubierto. Con algo de prudencia, había calculado mi entrada a una hora en la que sabía que todo el mundo iba a estar en clase, así es que después de recorrer los pasillos desiertos, espere cerca de su aula, mirando al exterior por una ventana. Estaba completamente distraída y no se oía ni el vuelo de una mosca, de ahí mi sobresalto y mi sorpresa cuando violentamente sentí dos manos entrando por debajo de mi blusa y apoderándose de mis pechos. Era el, y le hubiera importado un comino si en aquel mismo momento se hubieran abierto las puertas de todas las aulas y el pasillo se hubiera llenado de gente. Conseguí darme la vuelta y colgarme de su cuello para fundirnos en un beso como si estuviéramos hambrientos; lo estábamos, de hecho, porque allí mismo me quito la blusa y desnudado completamente si le dejo. A duras penas tire de él hasta una escalera de servicio al cuarto de calderas; bajamos por ella a trompicones, no había más luz que la que llegaba desde el pasillo de las aulas y eso fue una fortuna porque cualquiera que hubiera mirado desde arriba hubiera visto como se abalanzaba sobre mis tetas y mordía mis pezones mientras literalmente yo le arrancaba la camisa, el cinturón, los pantalones y calzoncillo, hasta que quedo desnudo entre mis brazos y junto a su ropa tirada en el suelo, se unían mi falda y mi tanga.
Se pegó a mí, mi espalda contra el muro, sus manos abriendo mi vagina, conduciendo su polla hasta encontrar el hueco y la posición adecuada para penetrarme con violencia, tratando de llegar hasta la misma matriz. Me levanto en vilo entre sus brazos y yo anude mis piernas en torno a su cintura; como contorsionistas me dejo resbalar hasta que sentí la presión de su sexo sobre el mío, hasta que su verga entera penetro totalmente en mí y con muy pocos movimientos que parecían clavarme contra el muro, nos corrimos juntos en el momento en que, sobre nuestras cabezas se abrían las puertas de las aulas y los estudiantes salían en manadas.
Ahora venían los problemas, como salir de allí en nuestro estado. Habíamos tenido la suerte de que nadie se hubiera dado cuenta de nuestra presencia en el sótano, al pie de la escalera, pero debíamos salir de allí, y como hacerlo con los pasillos llenos de gente, el sin un solo botón en su camisa y yo solo con la tanga y la falda, ya que mi blusa había quedado tirada en alguna parte del pasillo, cuando el me la quito al sorprenderme. El paso había que dárlo aunque fuese un escándalo del cual todavía se habla en la universidad; me puse su camisa e hice un nudo para medio cerrarla ya que no tenía botones, el a torso desnudo subimos la escalera para aparecer en medio de la gente que nos miraba y reía. Como si el escándalo fuera poco, el rompió todas las barreras al detenerse y detenerme en medio del pasillo, para con el mayor de los descaros deshacer el nudo de la camisa y abrirla por completo, para después acariciarme y besarme las tetas, pretendía llevarme de esa manera hasta la misma puerta de la universidad. Era su manera de exhibir lo macho que era, y lo estúpido, porque con aquella acción, me perdió para siempre. Allí mismo, en medio del pasillo y ante todos, me quité su camisa y se la di en sus manos, volviéndole a continuación la espalda tratando de salir sola. Entre aplausos y gritos, un par de chicos se colocaron a mi lado para cubrirme con sus chaquetas y al salir hacia el estacionamiento, muy gentilmente me invitaron a subir a su coche para llevarme hasta mi casa, así que quise demostrarles mi agradecimiento de la mejor manera posible
El coche, un Chevy Nova con un montón de años y dos puertas, era de aquellos con un asiento corrido tanto delante como detrás, de modo que, estando en medio de ellos, tenía un chico a cada lado y aun había espacio entre nosotros, pero sin funcionar el aire acondicionado, enseguida comenzamos a sudar pese a las ventanas abiertas. Después del espectáculo dado en la universidad, poco importaba alargarlo un poco más abriendo la chaqueta, con lo que escapamos por muy poco de tener un accidente porque los ojos de los dos se clavaron en mis pechos y se olvidaron de la carretera.
Me invitaron a comer y bajamos a la playa para hacerlo en un restaurante que conocían; estaba justo frente a una playa, aquel día muy poco concurrida, pese a que lucía un sol espléndido, así que decidimos darnos un baño antes de comer, por supuesto yo solo con la braguita y ellos en calzoncillos, pero a nadie pareció molestarle, aparte de que en pocos minutos nos quedamos solos pues la poca gente que había regresaba sus casas para comer
El agua estaba deliciosa y nos divertíamos en ella. Los dos chicos aprovechaban para deslizar sus manos por mi cuerpo mientras jugábamos; el más joven de ellos, Víctor, nos propuso un juego, bucear pasando entre las piernas de los otros dos tratando de no rozarlas siquiera. Claro está que era un juego maquiavélico, porque en vez de pasar entre mis piernas me derribo en el agua aprovechando para quitarme la braga y en el chapoteo, pegar su boca a mi sexo. Por descontado que bajo el agua no podía mantenerse mucho tiempo, lo suficiente para darme un par de lametones y después levantarme en vilo sacándome a la orilla y tumbándome en ella. Se acostó sobre mí besándome y acariciándome con delicadeza, con los dientes hizo descender mi braga hasta quitármela para enterrar su boca en mi sexo y meter su lengua en mi vagina. Fue lo primero que metió, por supuesto, porque su “tratamiento” vaginal había logrado que yo empezase a manar como una fuente, lo cual facilito que su polla me penetrase hasta lo más profundo. Tenía una técnica muy bien ensayada, me la metía hasta no poder más para a renglón seguido, sacarla casi por completo y muy despacio para, de nuevo, clavármela de golpe; repetía ese juego varias veces para después invertirlo, meterse muy despacito para salir con rapidez, y así hasta conseguir que los dos y de forma simultánea llegáramos al orgasmo.
Pablo, por su parte, había permanecido sentado en la arena, pendiente del espectáculo que le habíamos dado. Era muy joven y no muy decidido, pero había que meterle en el juego, aunque aquel no parecía ser el mejor momento para ello.
Recupere la falda, la braguita había desaparecido, llevada por el agua, sin duda, volví a enfundarme en su chaqueta mientras ellos se vestían, y nos dirigimos al restaurante en el que habíamos encargado la comida, y nos sentamos en una especie de saloncito reservado, pero provisto de un aparato de aire acondicionado.
Habíamos bebido bastante durante la comida y estábamos alegres. Por cierto que desde el momento en que nos sentamos, habíamos notado las miradas constantes del camarero hacia mi escote, y como al servirnos buscaba colocarse en el mejor ángulo posible para mejorar su perspectiva. Era tan evidente que hasta nos había hecho gracia, de modo que, ya en los postres, desabroche los dos botones de la chaqueta, dejando que fueran los propios movimientos quienes se encargasen de ampliar el panorama. Llamé de nuevo al camarero, al que faltó poco para que se le salieran los ojos cuando al señalarle algo se produjo el milagro, la chaqueta se abrió completamente y, ante sus ojos desorbitados aparecieron mis tetas desnudas. El efecto fue fulminante y similar para los tres machos, mis dos chicos y el camarero, las delanteras de sus pantalones claramente delataban su excitación. Víctor fue el más atrevido, con uno de sus dedos apoyado casi sobre la cinturilla de mi falda, comenzó a subirlo, siguiendo una línea imaginaria, hasta apoyarlo sobre uno de mis pezones, mientras que yo, ignorándole aparentemente, tenía los ojos fijados en los del camarero. Me bastó extender mi mano para que él avanzase hacia mí, con la misma mano que acaricié el considerable bulto que marcaba su verga bajo el pantalón. Busqué su verga desabrochándole y ante mis ojos apareció mi postre, su hermosa verga en todo su apogeo. No me entretuve en preliminares, la tomé con mi boca y comencé a saborearla mientras mis muchachos habían cerrado la cortina del reservado y, desatados, me habían retirado la chaqueta por completo, y la falda con ella dejándome totalmente desnuda. Como puestos de acuerdo, uno de ellos se tendió de espaldas en el suelo para que me sentase sobre su verga tiesa, y sin darme tiempo ni a disfrutar un poco de ella, el segundo hizo presión sobre mis espaldas para que yo quedase acostada sobre su amigo; no me esperaba que se acostase sobre mí, pero lo hizo y guiando su polla con la mano la condujo hasta llevarla hasta la entrada de mi esfínter y hacer presión sobre el hasta dilatarlo y comenzar a metérmela acompañando su ritmo con la verga que tenía en mi vagina. A todo esto, el camarero no quería renunciar a su mamada, de forma que se arrodilló para quedar a mi altura y acercó su polla a mi boca para que yo continuase con la labor comenzada un rato antes. Por descontado que no tardé en verme inundada por las corridas de los cuatro, incluyendo la mía, que no fue menos abundante. Cambiamos de postura varias veces, cada uno de ellos me folló cuantas veces y posturas como quiso, así que cuando por fin llegué a mi casa, permanecí durante horas metida en el agua, en la bañera, y me resultaba imposible recordar el número de pollas que se habían corrido en mi interior, ni la cantidad de orgasmos que yo había tenido en todo el día.
La sorpresa llegó cuando, pocas semanas más tarde, no me bajó la regla y, después de los correspondientes análisis, comprobé que estaba embarazada. Por lo ocurrido aquel día había cuatro posibles candidatos forzados a la paternidad, así que comencé por hablar con Lucas para pedirle se hiciera las pruebas de ADN. Estábamos sentados en la terraza de una cafetería y allí demostró que era un canalla. Repuesto del susto inicial se propuso sacar partido de la situación y a cambio de acceder a las pruebas, me exigió que volviera a acostarme con él y, como anticipo, se puso en pie, avanzó hasta mí y sin vergüenza, bajó los tirantes de mi vestido descubriendo mis tetas que cubrió con sus manos durante unos momentos; después tiró de mi para hacerme entrar en el primer hotel que había, en el que pidió una habitación en la cual entramos.
Traté de razonar con él, tratando de que hablaramos pero hablaba solo yo, me desgarró el vestido arrancando de un tirón la braga y me empujó sobre la cama en la que literalmente me violó y mientras lo hacía ahora si me hablaba; me dijo no creía que el bebé fuera suyo, pero estaba dispuesto a hacerme muchos otros y para demostrarlo se corrió en mi vagina y sin que yo sintiera otra cosa que asco. Su polla, que tanto me había gustado no hacía mucho, ahora me parecía tan fría y desagradable como si de un pez muerto se tratase. Ahora me frotaba el clítoris con ella, la metió nuevamente mientras sus dedos continuaban masturbándome; yo empezaba a excitarme pese a mi repelencia, y no tardé en comenzar a segregar como en el mejor tiempo de nuestra relación. Tomó mis piernas para colocarlas sobre sus hombros y gracias a la postura me penetró violentamente por el culo y me impedía cualquier movimiento para evitarle, pese al dolor mi cuerpo respondía, continuaba bombeando en mi culo y con su dedo acariciaba mi clítoris con lo que yo sentí que mi orgasmo no tardaría, como así fue en pocos segundos y al sentirlo él se corrió nuevamente dentro de mi. No acabó ahí la sesión sino que comenzó otra en la que los dos participamos con iguales ganas y entusiasmo, fueron no menos de cinco las veces que follamos y salí del hotel corriendo totalmente desnuda para montar en su coche que me llevó a mi casa donde no le permití que subiera.
Los días siguientes fueron como mucho más de lo mismo. Venía a mi casa y actuaba como si también fuese la suya, con el chantage del ADN me exigía que permaneciese desnuda desde su misma llegada, me utilizaba como si yo fuese su puta, y en verdad lo era y le aceptaba todo mientras los días y semanas pasaban con distintas excusas para hacerse la prueba, acercándose el final del plazo para tomar la decisión de tener o no al bebé; mientras tanto, mis pechos estaban aumentando de volumen aunque mi silueta no mostraba otro indicio de mi cambio de estado. Lo cierto es que mi talla de sujetador había cambiado de 100 a 105 para sentirme cómoda, y mis pezones eran ya más grandes y, sobre todo, bastante más sensibles, cosa que él sabía y aprovechaba, se estaba dando un verdadero y diario festín de sexo, y me lo estaba proporcionando a mí. Ahora me exigía usar ropa más escotada, que comprase nueva ropa interior en los sex-shop; quería salir conmigo y cuando accedía a ello, que me pusiera vestidos o blusas que, aparte de un enorme escote, él pudiera desabrochar o bajar los tirantes cuando le apetecía, en general en una cafetería o en un pub cualquiera, como ejemplo el retrato de un día cualquiera
Llegó a mi casa y nada más abrirle, me desnudó en la misma puerta, sin darme tiempo a cerrarla al abrirle paso. Claro está que podía haberme negado o ni siquiera dejarle entrar en mi casa, pero su chantage había sido terminante, o le dejaba hacer todo lo que se le antojara, o no se haría la prueba necesaria y haría público mi embarazo, así que no tenía más remedio que aceptarlo. Decía, que me desnudó en la misma puerta y para cuando conseguí cerrarla ya lo hice con él detrás de mí y apretando mis tetas con sus manos. Estaba entusiasmado con ellas desde que se dio cuenta del aumento de volumen, a todas horas las quería en sus manos o con mis pezones en su boca, lo que de inmediato provocaba que mi sexo se inundara y me calentara como nunca antes había sucedido. Con ese inicio de sesión no le costó trabajo llevarme hasta mi cama y tenderme en ella; se desnudó veloz para ponerse sobre mí y empezar el bombeo hasta correrse y que yo me corriera, lo conseguía casi siempre, después quiso salir y me llevó a un pub bastante lleno de clientes ya maduros. Me había vestido con una de sus elecciones favoritas, en vestido a media pierna, muy suelto y estampado con flores blancas sobre un fondo color vino tinto, con un enorme escote solo dos botones desde el borde del escote a la cintura y sujeto con dos tirantes finos; llevaba los tirantes sobre los hombros con lo que mi escote estaba aún más abierto, pero no fue suficiente porque en cuanto nos sentamos en una mesa y dándose cuenta de que algunos de los hombres cercanos me miraban, quiso provocarles y demostrar a todos que él era el dueño y macho dominante, y lo hizo usándome a mì, por supuesto; pasó su brazo por detrás de mis hombros para con su mano hacer deslizar por mis brazos los tirantes del vestido con lo que, mis tetas que ya desbordaban antes el escote del vestido, aparecieron libres y desnudas, las agarró con sus manos y empezó a jugar con mis pezones, a sabiendas de cual sería la respuesta de mi cuerpo y en muy pocos minutos mi vagina comenzó a humedecerse y todo mi cuerpo a estremecerse bajo las caricias en mis pechos. Comenzó a subir la falda del vestido y no paró hasta descubrir la tanga que portaba, mostrándome ante todos los que quisieran mirar y muchos vieron perfectamente como la parte delantera se humedecía; mientras una de sus manos pellizcaba mis pezones, la otra los abandonaba para apartar los bodes de la tanga, para con sus dedos penetrar mi vagina y en ese momento ya no había forma de detener ni ocultar los estremecimientos de mi cuerpo. Abrí los ojos al sentir que algo extraño ocurría, y eran tres de los clientes plantados ante nuestra mesa, encararon a Lucas y le reprocharon la màs que evidente provocación a todos, y que estando ellos allí participaban todos o ninguno lo hacía y a él le propinarían una buena paliza. El no es ningún valiente, se dio cuenta a lo que le había conducido su juego, me soltó como si mi cuerpo quemara y al hacerlo, arrancó mi tanga y dejo mi sexo al descubierto ante ellos que tomaron asiento a nuestro lado, rodeándome y dejando al lado a Lucas, tomando posesión de su presa a la que quisieron catar de inmediato. Uno tomó posesión de mi pezón derecho y con su boca comenzó a lamerlo y mordisquearlo consiguiendo en minutos que sobresaliera mas de un centímetro, y que mi vagina fuese ya un verdadero rio en el que fue a beber la boca del segundo y cuando este se puso en pie para tumbarme sobre el sofá y meterme su polla que se deslizó en mi interior hasta llegar a mi matriz donde estaba mi hijo. Lo sabía pero ya era incapaz de controlar mi cuerpo, otra polla entró en mi boca que le acogió con hambre, mientras el tercero seguía jugando con mis tetas cuyos pezones estaban monstruosamente dilatados. Mis caderas danzaban buscando una penetración más profunda, sentía la segunda polla empotrada en mi boca llegar hasta la garganta y me sobrevino el orgasmo más grande del que tenía recuerdo, y al mismo tiempo los orgasmos de ellos vertiendo ríos de semen. Hubo cambio de tercio o cambio de posturas, cada uno de ellos cambió de lugar, ahora no era yo la que estaba tumbada sobre el sofá, sino sobre el cuerpo de uno de ellos con su polla metida a fondo en mi vagina; otro encima de mi apretando mi culo con su polla hasta meterla entera e iniciando una feroz cabalgada; el tercero de pie, acercando la polla hasta que la tomé con mis manos para lamer su cabeza apretando sus huevos, para meterla en mi boca haciéndola entrar y salir hasta que se vació en ella. Los otros dos seguían con lo suyo, si uno presionaba por detrás, el otro me llegaba más profundo y así todos nos vaciamos al unísono.
Fueron corteses, los tres nos llevaron hasta mi casa en la que entramos todos, Lucas abrió la puerta con la llave que llevaba en mi bolso, una vez dentro y con los tres ya recuperados recomenzó la fiesta, pero esta vez fueron ellos tres y yo los que participamos activamente en ella, Lucas su fue a otro cuarto y de allí no salió mientras duró la fiesta, me follaron por el culo, la vagina y la boca cada uno de ellos, la noche fue un cuarteto muy bien orquestado, y yo la terminé rebosante de semen y alegre porque había tomado una decisión. Por la mañana eché a Lucas de mi vida para siempre, hice que me practicaran un aborto muy dispuesta a continuar mi camino sin trabas y sin cargas.
Espero que funcione!.
Hay demasiada mierda acerca de la prostitución y sobre los que la practicamos. Muchos de los bien pensantes de la sociedad nos atacan asumiendo que somos víctimas. Reconozco que con seguridad, habrá miles o tal vez millones de mujeres y hombres que si lo sean pero en mi caso no es así. Soy prostituto porque quiero.
-Entiendo pero no sé qué tengo que ver con ello-
Su consentimiento me dio alas y agarrando a su mujer de las caderas, profundicé en mis embestidas. Usando mi pene cual cuchillo, apuñalé su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu provocó que Lana recordara lo que se sentía al ser poseída por un hombre y al mezclarse en su interior mi violencia y la ternura de su amada, elevó la cota de su excitación hasta límites nunca antes experimentados.
Soltando una carcajada, la rubia le explicó que desgraciadamente eran pocos los que llegaban a ese tamaño y a esa dureza. Su elogio hinchó mi ánimo y más tranquilo pero todavía más excitado, esperé su siguiente movimiento. Sin hablar juntó su mano a la de su amada e imprimiendo un suave ritmo, me empezaron a masturbar. Cuidadosamente al principio, las mujeres fueron izando y bajando la piel de mi miembro dotando a sus movimientos de una sensualidad pocas veces experimentada por mí:
ANA
Terminé el dichoso viaje de vuelta a casa, me estaba hartando del transporte publico, de los autobuses que se van en tus narices y de los transbordos malditos, si ya era difícil ir de mi casa en el extrarradio al centro, ir a cualquier otra zona era un suplicio, eran 2 horas perdidas de mi vida, pero era tiempo suficiente para que mi mente se amueblara de nuevo y esa vez no fue diferente, volvía de la casa de Kira, la supermodelo atolondrada con su padre, tan perturbada tenia la cabeza que me regaló un domingo de cariño y ternura, sin sexo, y eso me hizo echar de menos esa sensación, supongo que no solo fue eso, si no saber que en unas horas mi amada prima, Ana, estaría de nuevo a mi alcance, y saber eso me devolvió a mi estado natural. No soy ningún tonto, sabia de sobra que lo había idealizado todo, Ana, su cuerpo, el sexo que tuvimos, el tabú, y las sensaciones que yo recordaba, no eran 100% reales, pero no podía evitar ilusionarme. Llegué por fin a mi casa, nervioso por lo que me esperaba al día siguiente, nada mas llegar estaba mi familia preparando la cena, mi padre se acercó y me pregunto.
-PADRE: ¿que tal el finde con los amigos? – su forma de preguntar denotaba que se refería a chicas
-YO: bien – guiñándole un ojo, el, sonriendo, me ordenó ayudar a mi madre con la mesa.
Me fui a mi cuarto para ponerme ropa mas cómoda, y deje la mochila en un armario, por alguna razón me imagine un cofre, un cofre dorado con terciopelo rojo por dentro, cogí una imagen mental de Zeus, y lo metía con esfuerzo en aquel cofre, se resistía, pero mi proyección mental de Raúl le obligó a meterse en ese cofre,
-ZEUS: “lo lamentaras, ya me necesitarás”
Oí resonar en mi cabeza al cerrar ese maldito cofre, le eché una llave, le envolví en cadenas que aseguré con un candado, y le metí en un agujero que rellené de cemento, para después levantarlo en el borde de un barco en medio del mar.
-YO: “tal vez, pero si te necesito, tendré que ir a buscarte al agujero mas profundo de mí ser, del sitio del que no puedas salir sin mi ayuda”.- arrojé aquel bloque de hormigón al océano. No me negué volver a ser aquella persona, simplemente lo guardé, donde a nadie pudiera hacer daño, con la esperanza de no volver a necesitarlo jamas, simbolicé aquella imagen mental en guardar la mochila en el armario, y cerrar la puerta del mismo, quedándome absorto mirado aquella puerta, con el espejo de cuerpo entro, y mi reflejo en el. Pasó mi hermana y me vio así.
-HERMANA: ¿que haces tato?- Salí del trance y me quedé mirando a mi hermana que llevaba el pan y los vasos a la mesa, mirándome como si estuviera loco.
-YO: tomar las riendas de mi vida.- lo dije en serio.
-HERMANA: pues empieza llevando los cubiertos a la mesa, ¡vago!- se fue llamándome de tonto para arriba por el pasillo, aquel gesto de hermana mayor mandona me sacó una sonrisa de normalidad, volví a mirar el reflejo de mi cara en la puerta del armario, allí estaba Raúl, y solo estaba el.
Salí del cuarto con la misma sensación de cuando separas 2 imanes, me fui a la cocina donde estaba mi madre terminando la cena, la di un beso en la mejilla y cogí la cubertería necesaria, gritando por el pasillo si faltaba algo mas, mi padre y mi hermana decían cosas que luego el otro negaba, ya que ya estaban, mi madre me dio un trozo de madera que usaba para dejar ollas o sartenes clientes en la mesa sin estropearla y me dijo un “tira”, con palmada en el culo, al llegar a la mesa faltaba la bebida , como no, discutimos, reímos, nos gastamos bromas y hacíamos el tonto, en definitiva, una comida de familia, por 1º vez en bastante tiempo me sentí bien, normal, retrocedí a antes de la operación, a ser un miembro mas de la familia, y no una persona que pasaba por esa casa. Después de cenar recogimos y nos quedamos viendo una película, ni recuerdo cual era, la verdad, nos pasamos todo el tiempo hablando los 4 de mi vida y la mudanza, de mi nueva independencia y de las responsabilidades, mi padre era severo y quería que me centrara, mi hermana bromeaba con que en 3 días estaría rogando por volver a casa comido por la mierda, y mi madre solo me abrazaba y me daba besos, diciendo que siempre estaría allí para ayudarme, para ayudar a su pequeño. Casi me hacen llorar, a lo tonto, iba a dar un paso muy importante en mi vida, me despedí y me fui a acostar, estaba cansado y tenia ganas de recargar las pilas, por la mañana íbamos a terminar el papeleo con los dueños del piso, y por la tarde empezar a mudarnos, llegando Ana y su de la familia por la tarde, de Granada, todo estaba planeado y mecanizado por mi madre, y por mi experiencia, eso era seguro de efectividad.
Me fui tranquilo a dormir, pero me costó coger el sueño, pensaba, mi mente no dejaba de fluir, iba a irme a vivir lejos de mi familia, mas de 1 hora en autobús, con 19 años y sin trabajo, con mi mejor amigo y su novia, otro gran amigo y la amiga de mi prima, todo por Ana, por volver a estar con ella, pese ha solo haber estado juntos apenas 2 semanas en Navidades, pagando el aval casi yo solo habiéndome tenido que prostituir para lograr una cantidad exagerada de dinero. De golpe me di cuenta de la locura que había hecho, ¿y si Ana ya no me quería?, ¿o si yo no la quería a ella?, o peor, ¿si queríamos pero la familias se enteraban?, no éramos primos de verdad pero era como si lo fuéramos, al menos a ojos de las familias, ¿y los compañeros de piso? Una cosa es quedar, salir de fiesta, ir de vacaciones o quedarte a dormir en su casa, y otra vivir juntos. Supongo que me comí la cabeza un poco, pero quien no lo haría ante un paso así. Al final me dormí, nervios naturales, y que lejos de crearme dudas, me devolvieron al terreno mortal, “que gracia tendría lograr las cosas, si fueran fáciles y sencillas”.
Me despertó mi hermana tirándome mis zapatillas del nº 47 a la cama, gritando y berreando por toda la casa, era hora de levantarse, fui al baño y luego a la cocina, desayunamos todos juntos y después mi hermana y yo fuimos a la inmobiliaria que llevó todo el asunto, teníamos cita con los dueños, mi hermana había trabajado fugazmente de agente de pisos a alquiler, así que me llevó el tema, de camino saqué el dinero al contado, Madamme me hizo el ingreso final de la modelo, tenia mas de 100.000€ en la cuenta, lo hice aparte, dejando a mi hermana fuera del despacho del director para no suscitar preguntas, los cajeros no te dan esa cantidad, y con 5.000€ en la cartera, salí de allí, iba bastante tenso, era mucho dinero, llevaba la cartera agarrada todo el tiempo y si se me hubiera acercado alguien a pedir la hora le hubiera reventado a patadas antes de salir corriendo, joder, hasta empecé a sudar de la tensión. Menos mal que lo hice cerca de la inmobiliaria, al llegar ya nos estaban esperando, nos saludamos y nos explicaron como funcionaba la transacción, 1.600€ para la empresa, y 2 meses de fianza para los dueños, serian unos 1600€ al mes, con gastos incluidos, agua, comunidad, calefacción……etc. Entre 4 habitaciones, a 400€ por habitación se pagaba de sobra, ya que en realidad éramos 6 personas, se había pensado en pagar todo a partes iguales pero no se pensó mejor que cada habitación pagaría sus 400€, y en las que vivieran 2 personas 200€ por cada una, aun así yo ya había hablado con mis amigos, de todo, y mis intenciones con Ana, no podían meter la pata comentando que pensaba vivir con ella en una habitación y no solo, delante de la familia, así que yo pagaría 400€ aunque viviera con Ana, y la amiga de Ana solo 200€, pese a vivir sola.
Mi hermana revisó todo del contrato, y me dio el ok, había una lista con muebles, y electrodomésticos que había en la casa ya, y que al irnos debían de quedar en igual estado o nuevo, contrato por 5 años renovables y con cláusulas de rescisión a cada año, pero los dueños estaban encantados con nosotros y si todo iba bien no habría problemas. Me fijé de nuevo en la mujer de la pareja de dueños, joder, estaba buena, rubia, algo baja y embutida en unos vaqueros mas ajustados de lo recomendable, “con algo de maquillaje y mas escote no me importaría reventarla”, me descubrí pensando así, ese no era Raúl, me golpeé la cabeza, y cuadriculé de nuevo, como siempre que se me pasaba por la mente algo que mi conciencia no aceptaba. Al salir de allí con las llaves llamé a todos y les dije que ya estaba y que les invitaba a todos a comer, me sobraron 200€ así que quedamos en un restaurante chino de bufet libre y nos pusimos morados, necesitábamos energías para las mudanzas de por la tarde, si, podríamos haberlo hecho de forma calmada y paulatina, hacer la mudanza de las cosas de 1 persona al día, pero éramos jóvenes, ¿por que esperar?, lo planeamos todo para hacerlo en una sola tarde.
Comenzamos mi familia y yo, ya que yo tenia las llaves, y con el coche mi padre nos acercaría, en casa tocó zafarrancho de combate con mi madre, recoger, limpiar y hacer las maletas y decidir que llevar y que dejarme, ya tenia y habíamos preparado todo por encima pero ahora era la hora de la verdad, fue difícil decidir, pero no había demasiado tiempo, toda la ropa en un par de maletas, toallas y zapatillas, mas un par de muebles: mi sofá, la cama de matrimonio, la necesitaba de ese tamaño por mi corpulencia, una mesa, una tv y el pc con la videoconsola del momento. Mi madre hizo una caja con sartenes, una olla, platos y cubiertos, en un par de viajes lo metimos todo, mi corpulencia y fuerza era muy útil, y que toda la familia ayudara, mas. Lo monté todo en la habitación más grande y alejada, y pese a la cantidad de cosas que llevamos, quedo algo vacío, pero contaba con ello, necesitaba ese espacio para las cosas de Ana, aunque ellos no lo supieran. Después llamé al resto y que fueran viniendo y que iba a ayudarles, uno por uno y en unos 5 viajes conseguimos llevar todo al piso, ayudados por las familias y sus coches, para subirlo hasta el ático donde íbamos a vivir, por suerte el ascensor era amplio, yo tenia la única llave así que la íbamos pasando, fueron todos colocando las cosas, dejado la habitación libre para Ana y su amiga.
Hagamos un ejercicio de visualización, erramos 6 personas, 1 pareja.
1º Estaba yo, Raúl con mis 19 años, mi 1,92 de altura y mis 87 kilos, con el cuerpo bastante fibrado, no había grasa, pero tampoco marcaba músculo si no me forzaba, aunque si notaba ya la tableta famosa, solo si hacia mucha fuerza, me hizo gracia vérmela, estando gordo siempre pensé que eso yo no lo tenia, que yo era un bombón relleno, no una tabla de cacao, pero de tanto follar se me estaba quedando un cuerpazo, y la comparación con antes lo hacia mas escandaloso aun, mis espaldas eran grandes y fuertes, mis brazos y piernas eran jamones, acostumbrados a 18 años de peso extra ahora me daba crédito, mis muslos y gemelos eran de jugador de fútbol y mi pecho hinchado debido a mi gordura previa ahora sobresalía de mas, como un pavo cortejando constantemente, casi como un super héroe, altivo y que alardeaba de ello. Yo con mi actitud desvergonzada, socarrona y un bocazas nato incapaz de callarme en un momento incomodo solo por hacer la gracia, con mi maldita actitud de decir siempre la verdad de forma descarnada, fría y cruel, y todo el que no fuera así, era un cobarde para mi.
2º Estaba Ana, retomo mis palabras de uno de los relatos previos. Era alta, casi rondaría el 1,77, pelo negro azabache, largo, muy largo y liso, le llegaba casi a la cintura, suelto y con un flequillo andaluz, tapándola media cara, su rostro era una preciosidad de cara, esculpida en una tez algo oscura, debido a su origen y el sol de Andalucía, resaltaba mucho el blanco de sus ojos, coronados por unos ojos marrones, que advertían trazas verdes, una mujer guapa, solo se podría ser quisquilloso con la nariz, la tenia algo afilada, Ella ya era una mujer, y que mujer, tenia las tetas bien colocadas, muy arriba, una tez morena de piel que me gustaba, con un pequeño tatuaje en la zona del apéndice, una media luna, y un trasero de nivel, una joven de 18 años de piel tostada, con una tetas firmes y bien colocadas, nada excesivas y un buen trasero. Hay una actriz ahora por España, Hiba Abouk, que me recuerda un montón a ella, Ana tenía el pelo más largo y los ojos más marrones, pero muy similares. Era una cría inocente, inteligente y algo retraída.
3º Estaban Teo y Alicia, mi mejor amigo y su novia, el era la descripción física de un chico normal, 19 años, 1,80 pelado de altura, 68 kilos, moreno, guapete y con algo de tendencia a tener tripa, pero hacia mucho deporte, era gracioso, del tipo de gente que te contagia de buen humor, que te sigue las bromas y con el que me llevaba genial, vago y pasota como yo, tenia su pronto tonto cuando bebía o se enfadaba por alguna tontería sin sentido. Ella era todo lo contrario, su personalidad era dominante, pero dulce, 1 año menor que nosotros, pero mas madura, casi como una madre, inteligente, lista, divertida, atrevida y un encanto de persona, físicamente era baja, 1,72 si acaso, guapa, con la nariz algo aguileña, unos ojos pardos preciosos y una sonrisa amplia y cautivadora, antes tenia el pelo mas largo, castaño, pero se lo cortó, paso de llegarle a la cintura a pasarle del pecho a duras penas, y pese a tener unas tetas bonitas y bien colocadas, quedaban en ridículo ante su espectacular trasero, tenia un culo y unas caderas de 1º nivel, enormes y voluptuosas nalgas, no le sobraba ni un kilo, la comparación famosa que se me ocurre es Jennifer Garner, la actriz americana. La mezcla de todo ello me llevo a llamarla mas de una vez mi imagen de la mujer perfecta, y pese a odiar o envidiar a Teo por su suerte de relación con ella, el paso del tiempo me llevo a tratarla como a mi hermana pequeña, eran la pareja perfecta del grupo, levaban como 5 años saliendo y desde el principio se vio que estaban hechos el uno para el otro.
4º Estaba Manolo, pero por joder le llamábamos Manu, tantas veces que al final era su nombre, era 3 años mayor que nosotros, pero siempre se había juntado mas con nuestro grupo, era grande, 1,86 y unos 100 kilos, le sobraba peso, pero era mono, rubio con ojos azulados, usaba gafas y lentillas, era el tío mas divertido y listo de todos, con una rapidez mental superior, siempre hablaba muy deprisa, con gustos muy similares a Teo o a Mi, deportes, juegos, series, películas………. era muy receloso de su vida privada y siempre bromeaba con el hecho de que su madre les abandonó a su padre y a el, haciendo de ello algo mas de lo que reírse.
5º Y estaba Lara, la amiga de Ana, por lo poco que la conocía, fotos y comentarios de Ana, era una hippie, su aspecto lo denotaba, era morena con el pelo corto y un pañuelo atado , un percings en la nariz, y otros en las orejas, con ojos marrones oscuros, y era algo fea, pero mas que por serlo, era que aprecia bastante mas mayor de su edad, los 18 años, aprecia que había vivida ya varias vidas, y sin duda, alguna droga era la causa, aun así su cuerpo no estaba nada mal, vestía con camisetas sin mangas enseñando el sujetador claramente, se apreciaban buenas tetas, grandes, un cuerpo esbelto, con su 1,74 de altura, su culo y cintura no eran nada del toro mundo, en parte por que siempre iba con pantalones abultados y una riñonera que le afeaban la figura. Su forma de ser me sorprendió, esperaba una “kin ki”, una ”malota” de barrio “chungo”, y en realidad era un calco mío, sincera y ruda pero con buen corazón, soltando burradas, hablando sin filtro con gente que apenas conocía, con una manía persistente de abrazar. De hecho por las redes sociales iniciamos una relación fuerte, casi parecía que estabamos pendientes el uno del otro al publicar cosas, sobretodo el ultimo mes, antes de la mudanza. De nuevo una comparación física acertada, mas o menos conocida, seria Roko, una cantante española de un talent show, pero sufriendo los estragos de los porros en la cara.
Volvamos a la mudanza, entre tanto ejercicio, yo esta chorreando sudor, llevaba un pantalón fino de deporte y una camiseta vieja, y con el calor que una hacia a finales de septiembre en Madrid, me quité la camiseta, los chicos de las familias me miraban admirando mi cambio y alguno con confianza llamándome bravucón. Las chicas de igual manera se fijaron en mi, pero a diferencia de ellos, ellas comentaban a escondidas sobre mi, con mi madre atenta a sus palabras, con orgullo de lo que oía, eso a mi no me gustaba, no entendía el por que ahora merecía alabanzas de mujeres y el orgullo de mi madre, solo había perdido mucho peso, ¿acaso tanto importa eso hoy en día? No pensé que quizá hablarían de mi polla y de mis andanzas sexuales, pero tampoco me interesaba, salvo alguna madre y una hermana mayor de Alicia, la novia de mi mejor amigo, una chica 5 años mayor y muy mandona, casi como mi hermana, con un cuerpo apetecible, ninguna merecía mi tiempo y menos ahora. Estabamos metiendo parte de las cosas de Alicia en el ascensor, mientras los familiares estaban arriba revisando la casa y ayudando una vez que subíamos los jóvenes las cosas, los chicos andaban peleándose por las escaleras con un somier que no entraba en el ascensor, se oían sus indicaciones y sus risas por todo el rellano, mientras que mi padre y algún otro familiar se quedó fuera con los coches y las cosas que faltaban por meter, sin saber por que, me fue concedido el honor de meter las cosas en el ascensor, subir con ellas y descargarlas, seria por mi fuerza o mi capacidad espacial, lograba meter muchas cosas en cada viaje, en uno de seso al meter una mesa y un sillón, juntos con bolsas, me quede atrapado detrás, Alicia que andaba por allí se metió conmigo en el ascensor para desde el otro lado ayudarme a mover cosas para salir, pero algún vecino le dio al botón, y el ascensor subió, le pillo de pie encima del sillón y del tirón casi se cae, logre atraparla en el aire y se venció hacia mi pecho desnudo y sudoroso, riendo apoyándose en mi, iba con una camiseta vieja que enseñaba medio hombro y unos shorts amplios hasta medio muslo.
-ALICIA: upsss, perdona hijo, que susto.
-YO: tu ten cuidado y no nos chafes la inauguración.
-ALICIA: ya claro, lo que nos faltaba jajaja, estas pringoso- se seco la mano en su propia camiseta después de tocarme el pecho.
-YO: jajaja lo siento, aquí el amo del ascensor sufre lo suyo.- en estas se paró el ascensor, dando un bote que hizo que ella se venciera mas sobre mi, se abrió la puerta y apareció un señor del 3º, mirándonos, viendo a una joven vencida sobre el pecho desnudo y sudado de un joven entre muchos muebles y maletas,
-VECINO: perdón, no quería molestar- y cerró la puerta, Alicia y yo nos miramos pariéndonos la caja por la confusión.
-YO: ¿que se habrá pensado el hombre?
-ALICIA: pues esta claro.
-YO: jajaja ¿tu y yo?
-ALICIA: oye, ¿que me pasa algo malo o que?- frunció el ceño.
-YO: jajaja no mujer, si eres una preciosidad, pero eres mi hermanita pequeña.- la abrace cariñosamente, para mí fue inocente, tenía mucha confianza con ella, aunque supongo que percibió el bulto de mis pantalones, pese a estar en reposo era tan grande que se notaba aun así.- además mi corazón ya tiene dueña.
-ALICIA: pues vaya afortunada esa tal Ana, más la vale portarse bien contigo o la haré la vida imposible.
-YO: te doy permiso para ello jejeje, pero tranquila, es un sol.- la di un beso en la frente y la abracé de nuevo, un abrazo de nervios por el paso en mi vida de mi parte, y su abrazo de agradecimiento por mi esfuerzo para lograr el piso.
Llegamos a la 4º planta, por fin el ático, donde abrió la puerta mi madre, mirando y analizando mas como sacar aquello, que a nosotros, Alicia se dio la vuelta dejándome su culo pegado a mi cintura, si no fuera yo y si no fuera ella diría que lo hizo a propósito, pero en mi cabeza no entraba esa opción, y ayudándola con mis manos la hice saltar el sillón y salir por la puerta ayudando a mi madre a despejar al salida mientras yo cargaba los muebles pesados, con ayuda de algún familiar, una vez sacado todo, bajé un par de veces mas a recoger el resto, ya no quedaba nada mas, todo estaba arriba ya, así que todos subieron a colocar sus cosas y a charlar y reír, compramos unas cervezas y refrescos para picar y los dejé a todos arriba, quedándome abajo solo con mi padre, le encantaba quedarse siempre en un 2º plano, apartado del resto, en silencio, mirando al horizonte, y a mi me gustaba acompañarlo, queriendo aprender que placer sacaba de ello, aun hoy no lo se, pero sigo haciéndolo.
Estabamos esperando noticias de Ana y su familia, estaban llegando, me estaba mandando mensajes todo el viaje, ya estaban por Madrid, y los nervios me mataban, estabamos los 2 apoyados en el coche, en la calle, esperando ver en la lejanía el vehículo que atisbé en Navidades, mi padre se percató de mis ansias.
-PADRE: que te pasa hijo, ¿tienes dudas?
-YO: ninguna, estoy nerviosos, pero no por que dude, si no por que quiero que esto empiece ya.
-PADRE: es un paso muy importante y eres muy joven, aprende a disfrutar.
-YO: eso intento.
-PADRE: mira, sabes que no soy muy dado a dar palabras de cariño, pero eres mi hijo y te quiero, y no puedo mostrarte mayor orgullo que diciéndote esto,……… te has convertido un hombre, un tipo del que me siento orgullo, del que se que me puedo fiar y que no me decepcionaras, de lo contrario no dejaría que te fueras de casa tan pronto, se que no he podido darte una buena vida, con lujos, pero te he criado lo mejor que he podido.- le miré, su cara era como si me estuviera contando un batalla de las suyas de joven, como si no tuviera importancia lo que me decía, pero sus ojos le delataban.
-YO: eso es por que me han educado bien, todo lo que soy, lo que he sido y lo que seré, os lo debo a mama y a ti, y pese a que no hayáis podido darme un vida ostentosa y opulenta, siento que no habría podido tener mejores padres, que me habéis dado cariño y me habéis enseñado a ser un buen hombre, y tu me has enseñado a pensar por mismo y a ser quien yo quiero ser, a soñar y trabajarme esos sueños, y eso no se da con dinero, si no con amor.- nos miramos como nunca antes lo habíamos hecho, y como jamás lo hemos vuelto a hacer, con una mirada profunda de amor, cariño, respeto y orgullo.
Nos abrazamos conteniendo las lagrimas, al menos yo, y no era fácil ponerme blando, dándonos esos golpes de macho en la espalda que decían mucho mas que mil palabras, se me viene a la cabeza la palabra honor, pero no se como encuadrarla, son sentimientos, difíciles de explicar. Nos quedamos de nuevo apoyados en el coche, mirando calle abajo, esperando su llegada; vi de refilón como algunos familiares bajaban del piso y recogían sus coches, se despedían y se marchaban, mi madre y mi hermana bajaron y nos acompañaron, Ana me mando un mensaje, ya estaban cerca, pidiendo indicaciones finales, doblaron la esquina, y vi el coche, por poco me da un vuelco el corazón, me puse en medio de la acera con los brazos extendidos para que me vieran, mi padre detrás, haciéndoles indicaciones de un hueco que había cerca para aparcar, llegaron a nuestra altura, el coche se paró buscando aparcar, pero antes si quiera de iniciar la aproximación, se abrió la puerta del coche, apareció Ana saltado casi en marcha del vehículo, salió corriendo hacia mi hasta saltarme encima colgándose de mi cuello, la recibí de brazos abiertos apretándola contra mi, dejándola colgada del aire con las piernas dobladas hacia atrás, y comenzamos a dar vueltas sobre nosotros mismos.
-ANA: ¡¡¡¡PRIMOOOOOOOO!!!- gritaba mientras sonreía y se balanceaba con mis movimientos, dios, que sensación tan maravillosa, una oleada de sensaciones me tumbó, su largo pelo azabache acariciaba mi cara, su olor a coco, su cuerpo colgado de mi y sus pechos aprisionando el mío, fue de película.
-YO: hola peque, te he echado de menos.- la besé en la mejilla dejándola por fin en el suelo.
-ANA: y yo a ti mas, amor- me susurraba al oído, sin dejar de abrazarnos.
Iba vestida con una camiseta de tirantes, una camiseta abierta remangados los brazos y unos pantalones cortos, dejando sus piernas, y parte de sus brazos y de su pecho al aire, con su piel morena, rozando una tez árabe, seguía perfecta, como en mi mente, y su actitud me tranquilizo, llevaba esperando ese momento tanto, o mas, que yo.
-MADRE: pues anda que no te ha echado de menos, ¿y que pasa del los demás?- mi madre la espetó son sorna mientras se acercaba a saludar, y mi padre ayudaba a aparcar el coche.
-ANA: jo, es que os he echado mucho en falta, estoy encantada de estar aquí.- se puso a abrazar y saludar a todos.
-HEMANA: ¿ya se te ve, que tal el viaje?
-ANA: ufff eterno – se separo un poco de mi, casi la tenia encima y no había que dar pistas a la familia, en estas salió Lara del coche, crucificando a Ana con la mirada por dejarla sola y salir despedida del coche- ahhhh por fin la conocéis, esta es Lara, mi mejor amiga, venimos las 2 a la universidad.- era como en las fotos, morena, pelo corto y un pañuelo en la cabeza, camiseta de tirantes y camisa con algún botón abrochado, unos pantalones bombachos horribles y su sempiterna riñonera, se acercó un poco abrumada ante tanta felicidad de nuesstra parte convirtiéndose en la sombra de Ana.
-YO: anda ven aquí perroflauta- me acerque a ella y el di unos de mis abrazos de oso, su aspecto, nuestras animadas charlas por Internet y la sinceridad brutal que nos caracterizaba a los 2 debía proliferar, rompí el hielo, me lo devolvió encantada de ser participe, y de hecho pude notar como me repasaba de arriba abajo, y miraba a Ana, como diciendo “¿es este?”, una mirada que ya había visto varias veces antes, como en los ojos de la secretaria de la empresa de Madamme, pese a mi cuerpo y mi cambio físico, no debía de parecer gran cosa para las que sabían de mi ……….otro lado, o quizá es que las hablaron tan bien de mi que eran expectativas irreales, no se.
-LARA: ¿que pasa, ya vas de chulito sin camiseta?- si esas era sus primeras palabras en persona, me decían muy a las claras que nos íbamos a llevar bien, era tan abiertamente grosera como yo.
-YO: es solo para lucirme, no voy a venir vestido de fiesta como tu – mi tono irónico la sacó una sonrisa ante el silencio expectante, sin entendernos del todo, del resto, nuestro rollo era diferente, vivíamos de faltarnos el uno al otro, y la 1º vez que nos viéramos no podía ser de otra forma.
-MADRE: anda, menos tonterías y quitaos de la calle que nos van a pillar, yo voy subiéndome a estas y enseñadores la casa, tu sube las cosas.- mi madre no me pedía las cosas, no había opción a la negación o a discrepar, se hacia lo que ella decía, punto.
Mi madre se llevo a los familiares y a todos a la casa, me dejo solo con uno de mis tíos, que era el conductor, charlando con mi padre del viaje, mientras yo hacia de mula, al principio me molestaba que siempre me adjudicaran ese papel, pero al final de acostumbras, y en realidad de 1 solo viaje subí 4 maletas y 3 mochilas, era normal que me dejaran, podía cargar lo de 2 o 3 personas a la vez. Al dejar las cosas en la entrada vi a mi madre haciendo de anfitriona, presentado y enseñando la casa a Ana y Lara, con el resto de mis amigos trasteando en el fondo y acercándose a interrogarla, si bien mi cambio en el ultimo año había sido evidente para con las mujeres, ella era la 1º mujer que conocían que me había llegado al corazón, Yasmine no era asidua del grupo y sabían que solo eran juegos, y a Irene no la llegaron a ver demasiado, estaban intrigados por aquella belleza andaluza que me había robado el corazón y por la que había montado todo aquel tinglado. Podía oírlas alucinar con el piso, no solo era lo mínimo que necesitaban, o justo lo que requerían, era más, era lo que, soñando, lo mejor que hubieran imaginado. Mi madre se giró terminando la presentación y viéndome descargar las maletas en la puerta del cuereo que, supuestamente, compartirían Ana y Lara.
-MADRE: bueno, pues todo esto lo tenéis gracias a ese hombretón de allí, que se lo ha trabajado este mes como un titán, sacando el dinero no se ni de donde, así que un aplauso.- se giraron todos aplaudiéndome, silbando y riendo, poniéndome incomodo, como cuando toda tu familia te canta el cumpleaños feliz, sin saber que hacer, solo sonreía ante la verdad que mi madre había dicho sin conocerla, aunque en vez de titán fue de dios griego.
Ana roja de vergüenza, sabiendo en su interior que todo lo que hice, fue por ella, volvió a salir corriendo y me abrazó, esta vez de forma mas efusiva, era agradecimiento puro, y así se entendió.
-MADRE: te quejaras de primo jajajaja.- gritó.
-ANA: eres increíble.- me susurró al oído, la separé la cara un poco para quedarme alelado con sus ojos marrones, y aquellas trazas apenas perceptibles de verde, pero allí estaban.
-YO: lo se – lo dije con suficiencia exagerada, sacándola una sonrisa deliciosa, dios, si no estuviera medio mundo conocido mirándonos la había besando allí mismo, y sabia que ella sentía lo mismo.
-ANA: aun quedan unas cosas, vamos bajar a por ellas.- podía de sobra con lo que quedaba en 1 solo viaje, pero quise poder quedarme a solas con ella.
Fuimos al ascensor, tardó un mundo en volver a nuestro piso, nos mirábamos fugazmente sonriendo, abrí la puerta, ella entró, luego yo, cerré, le di al botón de bajar y al darme la vuelta se me echó encima Ana, una vez solos, me aplastó contra la pared del ascensor hacendoso sonar y me besó dulcemente, sus labios carnosos y la alegría con que lo hizo me subió a una nube, fue sin lengua, sin caricias y sin pasión, fue un beso de amor, de esos que te electrifican la espalda, ella savia a fresa por su ligero pinta labios, y olía a coco, yo debía apestar a sudor y suciedad de la mudanza, y aun así la tenia encima de puntillas, regalándome una sensación increíble, no era nada sexual, era cariño y complicidad, y eso me encantaba.
-ANA: eres el mejor, no se como lo has logrado, pero me da igual, soy la mujer mas feliz del mundo.- se acurrucó sobre mi pecho sin querer separase de mi, la rodeé con mis brazos, fue la sensación mas placentera y plena de mi vida hasta ese momento, con todo lo pasado y con todo lo que Zeus me había hecho divertirme, jamas me llenó el alma como tener a esa chiquilla entre mis brazos.
Supongo que conocéis o habéis visto series, películas o comics de Hulk, aquella bestia verde enrome que destroza todo a su paso, incontrolable, y solo cuando ve saciada su rabia es cuando vuelve a su estado natural, eso, o cuando ve a esa mujer que le pone en orden con el universo, que hace que todo tenga sentido, que le da paz y armonía a tu mundo, que hace que la bestia desaparezca y se reduzca a un simple hombre. Pues eso es lo que sentía en mi interior, de echó me deje caer de rodillas ante ella abrazándola por la cintura, recostando mi cabeza en su vientre, mientras ella me agarraba del pelo. En ese preciso momento supe que todo había merecido la pena, no había sufrido, de hecho me lo había pasado bomba, pero todo el camino recorrido me había llevado hasta ese momento, y una vez allí, comprendí que hay cosas por las que se tiene que luchar, por que una vez logradas, te das cuenta de que no quieres, ni necesitas, nada mas, y aquella mujer era eso para mi.
-ANA: ¿que haces?, anda levántate y no hagas el bobo.
-YO: no quiero, quiero quedarme así el resto de mi vida- bromeaba apretando más su cintura contra mí.
-ANA: jajaja suelta tonto que van a vernos al llegar abajo.- me puse en pie besándola el ombligo, luego la volví a besar en los labios de forma firme y fuerte arqueándola la espalda y quedándome rozando su cara, mirándola a los ojos con seguridad.
-YO: serás la mujer más feliz del mundo, de eso ya me ocupare yo, pero tú me haces sentir el ser mas afortunado del universo.- sonrío de ternura ante la severidad de mis palabras.
Ese ascensor tardaba mucho en subir y bajar, daba tiempo a demasiadas cosas, llegamos abajo, la besé de nuevo con un pico, un beso corto y suave, para salir disparado del ascensor, corriendo, saltando y bailando, como siempre, me gustaba expresar mis emociones con muestras publicas y notorias, y esa ocasión no seria diferente, era feliz, mas de lo que recordaba haberlo sido nunca, me subí a una nube de la que no bajé en meses., me fui al coche con la sensación de que si quería podía coger el vehículo entero a pulso y subirlo al piso del tirón. Ana me seguía como apartándose fingiendo no conocerme, reía y se ponía roja, me cargué a pulso una mesa desmontada, una lampara, la funda con un pc portátil con el dentro, le quité una bolsa a mi padre de la mano con zapatillas y otra con papeles al Tio, y canturreando me fui para el ascensor, con ellos siguiendo con las manos vacías, cerrando el coche. Llegué el 1º al ascensor, pero con las manos ocupadas no podía abrir la puerta, ¿y para que esperar a que me abrieran?, me giré y me subí por las escaleras.
-PADRE: ¡¡¡¿pero donde vas animal?!!!
-YO: que no entramos todos en el ascensor.
-TIO: pues metete tu y ya subimos nuestros luego, borrico.- era palabras lejanas, ya iba por el rellano del 1º piso.
Dicen que cuando te enamoras haces el tonto y estas con una sensación constante de felicidad, como drogado, serotonina, dopamina, feniletilamina o noradrenalina, había oído hablar de ellas mil veces en estudios y la tv, pero ahora las estaba sintiendo en 1º persona, una sensación de invulnerabilidad total, de ser capaz de todo. Oí el ascensor subir por el 3º piso, y al llegar arriba vi a mi madre asomada, me miraba alucinada al verme llegar justo antes que el ascensor.
-MADRE: ¿pero que haces hijo mío? ¿Por que subes por las escaleras con todo eso?- amagaba con cogerme algo mientras se abría el ascensor.
-YO: no entrábamos.- mi madre miró a mi padre con ojos de rabia.
-MADRE: ¡¡¿te parecerá bonito subir sin nada dejando a crío subirlo todo por las escaleras?!!- mi padre la miró alucinado por la acusación.
-PADRE: ¿a mi que me cuentas?, es cosa de tu hijo, que esta mal de la cabeza- soltó medio dolido por las palabras.
-MADRE: ¿pero tu no ves que te puedes hacer daño?- me miro ahora a mi, que contemplaba riendo la escena, en parte por que al final mi padre siempre se llevaba las broncas si merecerlo, y en parte por la repentina preocupación de mi madre por mi estado físico, después de haberme hecho la mudanza de 6 personas casi yo solo, y de tenerme allí, de pie, parado, con todo eso cargado y sin dejarme pasar mientras discutían.
Ana lo entendió e hizo hueco para dejarme pasar, estaba en tal estado de euforia que solo al soltar las cosas en la habitación me di cuenta de su peso y del esfuerzo realizado, estaba sudando de nuevo, sucio, manchado, cansado, agotado y agitado, pero eran las 8 de la tarde pasadas, y habíamos acabado, pese a haber cajas y muebles desmontados por toda la casa, así como mochilas, maletas y bolsas por todas partes, pero estaba terminado. Me fui a la cocina, abrí la nevera que hacia unas horas estaba vacía, y ahora estaba hasta arriba de refrescos y tuppers con comida que las madres y familiares habían preparado para que fuéramos tirando los primeros días, cogí un refresco y me tiré en el suelo del salón, dejado que mi cuerpo descansara, con mi pecho subiendo y bajando de forma acelerada, observando las idas y venidas de todos, que me miraban sin resquicio de reproche por mi vaga pose, sabían que me había ganado ese descanso, y con creces. Organizaban al son de las ordenes de mi madre, tenia el respeto y el cariño de todos como para poder hacerlo, según terminaban o se cansaban se iban acercando al salón y se iban sentado en los sillones o el sofá, cubiertos de telas o plásticos de la mudanza, o alguna silla de las que ya habían en el piso, charlando y bromeando. Ana y Lara se sentaron juntas en un sillón, Lara sobre un posa brazos, Teo y Alicia en el sofá, con Manu a su lado y yo sentado en el suelo, de espaldas a un pared, con algunos familiares de pie o alguna silla alrededor, y otros inspeccionado la casa, alguno preguntó por que yo tenia una habitaron mas grande y con baño propio si solo era 1 y en cambio las chicas compartían una habitación algo mas pequeña sin baño, fue la propia Ana la que le argumentó, con cara de tediosa como si ya hubieran hablado de eso antes, las explicaciones no gustaron pero como todos a unísono la respaldaron, pareció bastar.
Mi madre salió de la cocina donde estaba metida desde hacia un rato ordenado todo, se sentó en un silla tan cansada como podía estarlo, salvo montar algún mueble y organizar cada uno su cuarto, ya estaba todo listo, seguimos charlando animadamente, cuando nos poníamos Teo, Manu y yo a charlar nos podíamos tirar horas riendo y bromeando, hablando de cualquier tema, haciendo participes al resto, teníamos una simbiosis especial, y gracias a ello pudimos abordar cierto interrogatorio o acusaciones de los familiares sobre nuestra nueva vida allí, con miradas cómplices para recordarles que no metieran la pata y comentaran lo de Ana conmigo. Lara nos cogió rápido el ritmo, y en esas horas ya se comportaba como una mas, yo la daba mas juego, en parte por que me gustaba tener un clon mío en mujer, ya que era tan atrevida y bocazas como yo, y por otro lado saber que a Ana le gustara que se integrara pronto. No podía parar de pensar en si Ana tenia a esa amiga desde siempre, o si fue después de nuestro romance fugaz en Navidades cuando busco a alguien parecido a mi para sentirse bien, ¿o solo era casualidad? Se hizo algo tarde, ya era la hora de cenar, y los familiares iban despidiéndose de Ana, mi madre les convenció para que no cogieran el coche de noche para volver a Granada, y se quedaran a dormir esa noche en casa de mis padres, y ya mañana mas descansados volvieran. Me levanté a despedirlos junto con Ana, y así también despedir a mi madre, padre y hermana, ya era hora de que se fueran, y dejaran a sus crías volar solas, el abrazo con mi madre fue el mas sentido, pero en el fondo era mi madre.
-MADRE: anda, quita, que das calor, y pégate una ducha que hueles a jabalí, aun no hay toallas en tu baño, así que ve al del pasillo, o saca toallas de esa caja, donde pone “cosas de baño”, y así sacas ya el champú y el gel, y coloca el neceser con todo, y no te duermas sin hacer la cama antes…..- cuando se ponía nerviosa quería recordarme como vivir en un minuto- …y cuídate, y no hagas tonterías, y busca trabajo y no seas malo con los demás, compórtate, ya no vives solo ni con gente que sea familia tuya, no tienen por que aguantar tus groserías y llámame si necesitas algo……..- la corté por que no pararía, se iba marchando y cada vez se daba la vuelta y recordaba otra cosa que decirme mientras cerraba la puerta de la casa, ya lo hacia a broma, hasta al cerrar llamo al timbre para saber si funcionaba bien. Al cerrar la puerta no pude evitar una sensación de vértigo, al volver a salón todos me miraban y supuse que tendrían una sensación similar.
-YO: pues nada chicos, ya estamos aquí, solos, oficialmente somos independientes.
-ALICIA: ¡¡¡bien!!!- la siguió Ana con el grito, Teo aplaudió.
-MANU: pues yo estoy reventado, y hambriento.
-LARA: y yo, el viaje a sido largo, ¿y si comemos algo y ya dejamos lo que queda para mañana?
-TEO: como queráis, ¿voy preparando la mesa aquí en el salón?
-MANU: si, sacamos algo de lo que nos han dejado y picamos un poco todos de todo.
-YO: perfecto, si alguno quiere ir al baño que vaya ahora me voy a mi cuarto y coger algo de ropa para estar por casa y me doy una ducha rápido que huelo a muerto – me olí el sobaco fingiendo un mareo después, aunque bien podía haber sido real.
Así quedamos, me fui a mi cuarto buscando en la maleta algún pantalón cómodo y alguna camiseta vieja, y me fui al baño del pasillo, a saber donde estaban ahora las toallas como para hacerlo en mi baño, bastante que encontré los botes de champú. La casa tenia 3 baños, 1 mas pequeño en cada una de las 2 habitaciones grandes de matrimonio, donde iríamos Teo- Alicia y Ana-yo. El del pasillo, el mas grande de todos, con bañera de hidro masaje y todo, que daba con una puerta a cada lado a las habitaciones mas pequeñas, aparte de la entrada del pasillo, en el fondo ese seria para Manu y Lara, mientras que las parejas compartirían el de las habitaciones. Me di una buena ducha rápida, quitándome toda la suciedad, sudor y refrescándome el cuerpo, siempre terminaba mis duchas con un golpe de agua fría, Al salir me di cuenta que me había dejado la ropa en mi cuarto, y que, si, había toallas, pero muy pequeñas para mi, me sequé como pude y me puse una rodeándome la cintura, era larga pero estrecha, así que, o tapaba el largo dejándome un poco abierta la toalla en la cintura, o me rodeaba entero y dejaba mi polla sobresaliendo por debajo. Debido a que tenia que pasar por el salón donde estaban todos preparando la cena preferí la 1º opción, quise salir disparado para que no se notara la situación, pero al darme la vuelta al cerrar la puerta tenia a Lara y Manu encima, viendo como tenia que tener agarrada la toalla con ambas manos para que no se cayera.
-MANU: ¿que haces? ¿Y la ropa?
-YO: me la he dejado en el cuarto, aparta coño- dije con cierta vergüenza, pasé entre ellos, y al dejarlos atrás oí risas.
-LARA: anda campeón tápate un poco que vas enseñando todo.- sin darle mucha importancia me metí en mi cuarto, y allí entendí el comentario.
En el espejo que aun no estaba colocado en la pared me vi reflejado, al rodearme por delante, la toalla no cerraba por atrás, y se me venia todo el culo.
-YO: joder vaya manera de empezar- me reí por la situación y por el comentario de Lara, sin duda era tan incapaz de callarse ante una situación vergonzosa de cómo lo era yo. Me vestí con unos pantalones de chandal anchos que tenia a patadas de mi época previa a la operación al igual que una camiseta vieja, era ropa enorme que me quedaba grande, pero excepcionalmente cómoda para ir por casa, debido al calor y comodidad mías, fui sin slip, solo con los pantalones, al darme la vuelta tenia a Ana de pie mirándome, me dio un pequeño susto.- ¡¡JODER!! Os voy a tener que poner un cascabel a todos.- sonrío sin entender muy bien mi comentario.
-ANA: que ya esta todo en la mesa, cuando quieras……- me acerqué a ella y la bese, sin mas, estaba harto de andar a escondidas, con cuidado y con precauciones, había montado todo eso para poder estar con ella y ya no había familiares que pusieran pegas delante.
La pegué con dulzura la pared y me devolvió el beso, riendo nerviosa, por la situación o por que echaba de menos mis labios, pese a la mudanza ella seguía oliendo a coco, y si no llega a aparecer Teo, la cosa hubiera ido a más.
-TEO: venga tortolitos, que ya esta la cena, ya tendréis tiempo…- me dio una colleja y volvió al salón.
-ANA: jajja venga vamos a cenar.
Al llegar estaban todos sentados alrededor de la mesa con 3 o 4 tuppers con comida, unos platos y cubiertos con vasos y refrescos, me pegué al culo de Ana dándola un besito en el cuello mientras la abrazaba por detrás, ante la mirada de complicidad del resto, lo sabían pero era la 1º muestra de cariño evidente que veían entre ambos, Ana se sentó en el suelo, y yo detrás de ella, y nos pusimos de nuevo a charlar y comer, probando la tortilla de la madre de uno y el arroz con pollo del padre de otro, fue divierto , novedoso, aun mas cuando al acabar recogimos todos, discutiendo cómo funcionaba el lavavajillas aquel “quita anda, que tu no sabes” palabras que se repitieron entre risas, al final atinamos con un libro de instrucciones que había perdido en un mueble. Al cavara volvimos al salón para seguir la charla, Lara se lió un porro de marihuana, era evidente que en la riñonera no iban lápices, eso llevo a Manu, que también fumaba de vez en cuando, a tomar mas interés en ella, eso si, a fumárselo les mandamos al balcón o a una pequeña terraza que teníamos, ni yo ni Ana fumábamos y Alicia tampoco, y estaba intentando que Teo dejara de fumar tabaco, no queríamos que la casa oliera a humo y menos a marihuana. Nos quedamos charlando las 2 parejitas, entre ellos se veía mucha mas complicidad que en nosotros, a Ana le daba un poco de reparo que la abrazara o la hiciera carantoñas, mientras la pobre sufria de un pequeño cuestionario de parte de Alicia, estaba intrigada por la mujer que había logrado sacar del caparazón a su “hermano mayor”, a sus ojos yo seguía siendo aquel gordito que tenia pánico de pedir salir a las chicas, pese a que esa persona ya no existía.
Volvimos al tajo, estabamos cansados y fuimos ayudando a montar las camas de los demás, Manu tenia que madrugar ya que era el único con trabajo, y las chicas pese a que aun tenían una semana hasta empezar la Universidad, quedaron para desayunar juntas e ir a ver como se llegaba y donde estaba. Yo molido, tuve que recordar las palabras de mi madre para hacer la cama antes de acostarme directamente sobre el colchón sin una mísera funda, Ana me ayudó.
-ANA: ¿si te digo algo no te enfadas?- la miré extrañado.
-YO: claro que no, dime.
-ANA: verás, me da cosa que Lara duerma sola, y……… esto esta siendo muy rápido………. no me siento aun cómoda con…lo nuestro.- lo decía con voz ahogada, mirando al suelo temiendo que eso me enfadara, y realmente podía tener motivos, visto desde fuera mi deseo era estar junto a ella, pero entendí sus necesidades, y si quería un relación de iguales que me llenara, debía respetar sus decisiones.
-YO: no pasa nada, quédate con ella el tiempo que necesites, las 2 camas las tenéis ya listas.
-ANA: jo, es que no quiero que pienses mal de mi.- me fui a por ella levantándola la mirada.
-YO: jamas se me ocurriría, si tengo que volver a conquistarte cada día del resto de mi vida, lo haré.- sonrío ante la rotundidad de mi frase, la tenia preparada, mi mente lógica me preparó para que al principio no todo fuera de color de rosa. Me dio un beso tierno y suave, y me abrazó feliz de mi reacción.
-ANA: eres el mejor.
-YO: pero recuerda………….- la señalé la mesilla de noche, un marco con una nota.
ANA: ”Se que no tomabas somníferos.
Hasta pronto”
Era la nota que me regaló en Navidades al irse, la había guardado sin saber por que, y la había enmarcado, me miró incrédula con la boca abierta.
-YO: hasta pronto.- me volvió a besar, era el 1º paso hacia mi reconquista.
La acompañé a su cuarto, donde vi de refilón a Lara saliendo del baño, allí la volví a besar entre risas y al despedirse me dio una palmada en el culo, me fui a la cama, mi mente quería seguir jugando, pero mi cuerpo estaba al limite, me acosté pronto, 00:30, pese a querer estar un rato en el ordenador, pero tenia que montarlo, así que desistí y me tumbé quedándome frito casi al instante. Me desperté con los ruidos de mis compañeros por la casa, serian las 9:00, con una erección enorme que solo se me pasó al ir a orinar, me di una ducha rápida vistiéndome igual de cómodo, y fui a la cocina, allí estaban las 3 chicas con Manu, desayunado, nos dimos los buenos días, fue la propia Ana la que se acercó y me dio un beso, sabia a mermelada del desayuno,
-YO: bueno, ¿y que planes tenemos para hoy?
-MANU: yo ahora me voy a currar- trabajaba de vigilante en un museo- vendré sobre las 6, aun quiero pasarme por mi casa para ver si me dejé algo.
-ALICIA: tu ex casa, ahora vivimos aquí jajajajaja.
-YO: ¿y vosotras?
-LARA: Alicia nos va a llevar a la Universidad, para que veamos como es y como llegar, de hecho tenemos que entregar unos papeles a ver si atinamos donde.
-ANA: vendremos a comer pero luego por la tarde vamos a salir a pasear y de tiendas, queremos ir bien monas en la gran ciudad jajajaja.
-YO: ya sois preciosas, pero si insistís, ¿puedo acompañar?
-ALICIA: no, no, usted se queda aquí con Teo a montar muebles que faltan, ya me ocupo yo de cuidar de estas 2.- miré a Ana buscando confirmación.
-YO: esta bien esta bien, pero tened mucho ojo.- abracé a Alicia, dándola las gracias por ser la anfitriona de la ciudad para ellas, yo ya había hecho algo similar con Ana en Navidad pero ahora eran 2 mujeres y nada mejor que otra mujer de confianza para enseñarlas a moverse o ha hacer cosas que yo no podía – ¿y Teo?
-ALICIA: ahí sigue, durmiendo
-LARA: que pasa, ¿os acostasteis tarde eh pillines?- me lo quitó de la boca.
-ALICIA: ¿que pasa?, había que estrenar la casa jajajajaja.- reímos todos, me sentí bien, a gusto con esa comodidad y franqueza, era de adultos maduros, pero erramos jóvenes preparados para comernos el mundo, aparte de saber que se podía follar sin que se enteraran los demás de la casa.
Desayuné con ellos mientras Manu se fue a currar, y ellas se iban duchando para irse. Monté lo que quedaba de mi cuarto, el pc, una mesa y movía los muebles, buscando que posición me vendría mejor, siempre dejando sitio para las cosas de Ana, las vi irse, adulándolas de lo monas que iban y dándole un beso a Ana. Arreglando el cuarto, debí hacer bastante ruido por que Teo apareció por mi puerta con una cara de dormido impresionante.
-TEO: ¿que haces cabronazo?
-YO: aquí montando el cuarto, al parecer nos toca arreglar el piso, anda desayuna algo y nos ponemos.
Se adecentó, comió algo y nos pusimos a montar el mueble del salón donde iría al tv, el teléfono con el aparato de Internet, luego algún mueble en las habitaciones que teníamos que montar, gastamos toda la mañana, mientras hablábamos, ambos nos queríamos sacar el carnet de conducir, y necesitábamos trabajo, no podíamos vivir de nuestros padres ahora, ni de la caridad de los compañeros de piso, planificamos un poco los siguientes días y pasos, estabamos pelados de dinero así que le hable del dinero que tenia en el banco de Madamme, con eso bastaría para ir tirando los primeros meses si no encontrábamos trabajo, y pagarnos el carnet, ellas entre becas y ayuda de sus padres, con Manu trabajando tenían los fondos asegurados, incluso podríamos mirar algún coche de 2º mano, a los 2 se nos vino a la cabeza Adrián, aquel amigo que os conté, un bala perdida pero que el chiflaban los coches y motos. Para cuando volvieron las chicas la casa estaba montada y perfecta, y los 2 teníamos las mismas ideas de como arrancar nuestras vidas lejos del nido de nuestros padres.
Los siguientes días transcurrieron igual, montando cenas y fiestas para mas amigos, para el final de semana ya estabamos Teo y yo en una autoescuela y con trabajo, que época aquella en que había trabajos decentes y bien pagados. Teo era muy bueno con los PC, así que le contrataron de informático en una empresa, solo por las mañanas, 900€ al mes, yo no buscaba nada tan serio y que me ocupara tanto tiempo, y debido a mi escaso curriculum, me contrataron en un supermercado cercano 3 horas por la mañana, como reponedor y carretillero, me vieron corpulencia supongo, de 10:00 a 13:00, ocuparme de las estanterías, renovar producto que traían cada mañana, y organizar el almacén, cosas así, y debido a que era también en fin de semana, me pagaban casi 600€, eso nos daba a todos de sobra para pagar el piso, y nos sobraba para tener dinero en mano. Las siguientes semanas fueron un poco caos, nos levantamos todos casi a la misma hora, ellas para ir a la Universidad y nosotros a trabajar, apenas nos veíamos por las mañanas, luego íbamos volviendo, a casa, 1º yo al estar mas cerca y salir antes, luego Teo, después las chicas para comer juntos, lego ellas volvían a la Universidad o salían a despejarse dependiendo del día y las clases, mientas Teo y yo estabamos en la autoescuela, al volver a casa sobre las 6 ya todos. Ellas estudiaban, nosotros hacíamos el tonto, o las molestábamos, estaban muy concienciadas con sus estudios y no perder comba, aun así siempre lográbamos relajarlas de tanta tensión, y lo mejor, con el paso de los días, fui ganándome a Ana de nuevo, era un reto maravilloso enamórala de nuevo sin tener que usar mi polla como argumento, y sin obligarnos a dormir juntos como en Navidad, unas flores un día, un masaje otro, salir a pasear, los fines de semana salir a bailar y divertirnos, el como la cuidaba, como la trataba…..notaba que cada día estaba mas cerca, y era evidente en su manera de tratarme, ya no le daba ningún pudor que nos besáramos o nos acariciáramos delante de los demás, y cuando salía de fiesta tuve que darle las gracias a Alicia por las compras que hicieron, iba preciosa en todo momento, su cuerpo joven y bien formado, mezclado con su tono de piel moreno, con un sin fin de ropa de tono pastel la quedaban de cine, enseñando muchas veces su ombligo y aquel tatuaje de media luna en su vientre.
Le gustaba a Ana contarme historia de tíos que la habían echado el ojo, supongo que quería ponerme celoso, usaba a Lara como parapeto, era un poco golfa la verdad, ya le había visto con algunos chicos en menos de 3 semanas, solo rollos y besos, nada de sexo, por lo que sabía de Ana, era virgen, una calienta pollas, dicho mal y pronto. La convivencia fue mejorando, nos hicimos turnos para ir al baño por las mañanas, usando los 3 baños todos a la vez, y dividiendo tareas del hogar, como cocina, baños, barrer, fregar , lavar platos, lavadoras y de mas, teníamos una pizarra en la nevera y unos turnos negociables, allí aprendes lo dura que trabaja tu familia, en concreto tu madre, cuando tienes que limpiar el baño por el que han pasado 6 personas, pasado un mes ya nos habíamos visto medio en bolas todos a todos, y habíamos limpiado bragas, calzoncillos y sujetadores de todos, al principio da grima, pero entre Lara y yo que hacíamos bromas continuas sobre aquello termino siendo una rutina mas. Alguna visita a mis padres en domingo para comer y alguna otra de ellos a nuestra casa, teníamos que andar con mucho ojo Ana y yo de lo que decíamos y contábamos, ya prácticamente salíamos juntos.
De los descuidos en el baño, dejarse puertas abiertas o cosas así, ya había visto al menos en ropa interior a las 3 chicas, y a los otros 2 chicos, igual que ellos a mi, Ana seguía perfecta, era una belleza desorbitada, y su tono de piel me volvía loco, las primeras veces ella se tapaba al verme pero después hasta me pedía que la ayudara con cremas o masajes. Lara estaba bastante buena, su cara y su forma de vestir le afeaban mucho, sobretodo sobresalían su par de tetas, era la que mas tenia de las 3, fácil cuando lavas sus sujetadores averiguarlo, una 110 gastaba, mientras que Ana tenia una 92 y Alicia una 87, Lara de culo perdía bastante pero le pasaba como a Alicia a la inversa, tenia tan buen par de tetas que su culo quedaba atrás, Alicia era todo lo contrario, sus caderas y su trasero eran un espectáculo aun mayor en bragas, en cambio a ella no la miraba con ojos sexuales como a las otras 2, simplemente admiraba aquella maravilla de trasero, ya la había visto en biquini pero el día que la vi en tanga casi me da algo. La cosa fue a mas, y la confianza da asco, o en este caso gusto, así que de tantos cruces involuntarios al final nos daba igual, íbamos en ropa interior por la casa, solo Manu se mostraba mas receloso, por su ligera barriga, y yo al principio, por mi enrome polla, pero Ana ya sabia de ella, Lara me la vio un día que entró en el baño sin preguntar mientras me secaba, me encantó su reacción, todas al verla se quedaban mirándola con la boca abierta, ella se echó reír y señalándomela se fue gritando por el pasillo obscenidades, justo lo que hice yo al verla sin sujetador un día por el pasillo corriendo con sus tetas botando apenas cubiertas por sus manos. Alicia no la vio al natural durante los primeros meses, pero Lara ya se lo había comentado y se hablaba de ello sin ningún tapujo, las primeras veces que me vio en slip o con pantalones anchos sin ropa interior, la miró de reojo, pero no pasó de allí, erramos hermana y hermano, y creía que no había malicia. Y si creéis que es duro convivir, pensar en hacerlo con 3 mujeres a las que se les sincronizó la regla, durante 4 días aquello eran 3 ogros a los que había que sobrellevar.
Fue llegando el frío, era Noviembre ya, y pese a poner las calderas durante el día, por la noche apagaban la calefacción y hacia cierto frío, se acabó la fiesta de la ropa interior, todos íbamos ya bien arropados con pijamas y albornoces, yo con mi camiseta y pantalón tiraba, si llevo calcetines gordos puestos es como si llevar un abrigo polar, soy inmune al frío. Eso le recordó a Ana la Navidad pasada, el frío que tuvo y como yo con mi calor corporal la tenia en la gloria, Lara no tanto, pero Ana era de Granada, no estaba acostumbrada al frío, y siempre que andábamos sentados en un sofá abrazados, o con una manta encima. Aquellos acercamientos en busca de calor terminaban siempre en largos besos pasionales, largos y con lengua, con caricias inocentes pero inevitables por todo el cuerpo, pero pese a todo ello, y notar como nos calentábamos los 2, siempre dormía en la habitación con Lara, hablábamos del tema pero ella decía que quería esperar, lo deseaba pero lo que empezó como una petición se volvió una apuesta, como un juego, quería ver cuanto podía aguantar, y no quedaba mucho en realidad, era verla un hombro desnudo o acariciar su culo por encima de la ropa y ya la tenia como una piedra, me di cuenta que desde la sesión con Kira, la modelo, no me había ni pajeado en 1 mes y medio, y tuve que volver a hacerme casi 2 al día para poder sobrellevar aquella relación con Ana. Yo la respetaba, pero iba reventar cualquier día. En los momentos mas calientes, llegábamos a acariciarnos o masturbarnos el uno al otro, pero era casi anecdótico, y pese a mi deseo, y el suyo, me hacia feliz aquel juego, el no tener a una mujer encima mía y solo quería sexo.
Un buena noche de viernes, salimos a tomar algo todos,, y volvimos a casa sobre las 3, Ana había estado mas cariñosa de lo habitual y un tremendo escote acompañado de una blusa transparente blanca marcando su sujetador rosa y su marcado tono de piel, con una falda bastante corta, me habían llevado al cielo, con todo lo pasado no me podía creer que aquel bombón fuera mi……¿novia?, ni siquiera nos llamábamos así. Volviendo a casa se pegó a mi y mi brazo, hacia frío y aire y se cubría con mi cuerpo. Como siempre al llegar a casa la acompañaba a su cuarto y allí nos despedíamos con largos y apasionados besos delante de los ojos de Lara, que miraba con cierta envidia, ya hacia la coña de acostarla a ella también dándola un beso en la mejilla o jugando a pelearnos en la cama, y mas de una vez lo hacia totalmente empalmado de las caricias de Ana, con lo que los roces eran claros, y hasta podía decir que eran buscados por parte de ella, sobretodo si Ana se iba al baño y nos quedábamos solos unos minutos. Lara me lanzaba retos, dudaba de mi hombría constantemente y bromeaba con que ella era mucho mas mujer que Ana y que yo no sabría que hacer con ella. Su bocaza era castigada con mi corpulencia y varias veces la inmovilizaba quedando encima de ella o a escasos centímetros de su cara, entonces ella dejaba de jugar y se quedaba quieta mirándome, como esperando que yo diera el paso, pero para mi, pese a ser consciente de ello, era solo un juego, mi objetivo era Ana y aquella mujer o cualquier otra me daban igual. Ese día Ana salió del baño con Lara casi montada encima mía, conmigo sentado en la cama de Ana, si no era yo quien iba a por ella, ella misma se encargaba de ir a chincharme, y de plantarme sus tetas bien cerca de la cara, éramos tan bestias los 2 que para ganar el juego yo le mordía un teta o ella me pegaba en la polla, era eminentemente sexual, pero no para mi, es mas, lo quería usar para dar celos a Ana, y ese dio debió de funcionar, Ana salió del baño con un pantalón de pijama y una camiseta mía vieja que le quedaba enorme, casi de camisón, y al ver la escena se enfado un poco, cogiendo de los pelos a Lara y sacándomela de encima.
-ANA: aparta golfa, este chico es mío.- el tono era jocoso pero sincero.
-LARA: anda boba, que solo jugábamos, si no se los das tu alguien tendrá que dárselo jajajajaja
-ANA: pues menos juegos y a la cama, que hace frío.- se me subió ella encima y mirando de refilón a Lara, y me dio el beso mas sensual y caliente desde su vuelta, como marcando territorio.
-YO: más te vale irte a dormir ya por que no respondo como sigas así.- notó mi polla palpitando entre sus piernas.
-ANA: anda vete, hasta mañana, amor.- me dio un beso de despedida, y la arropé, después le di un azote a Lara en el culo, que se andaba acostando, como final al juego y salí corriendo para evitar represalias.
Me fui a mi cuarto derecho al PC, le había vuelto a coger el gusto a los videos porno, que remedio, llevaba casi 2 meses sin catar hembra, el máximo tiempo que estuve desde la operación, solo para desahogarme, sin reproches ni malos gestos. Mis pajas eran cansadas, mi brazo se castigaba ante tanta carne que masajear, y me costaba un mondo una erección en condiciones, me iba a correrme al baño y así ensuciar poco, me lavaba las manos y a dormir relajado. Me acosté caliente y sudando, así que me quedé solo con el pantalón sin slip, destapado, luego cuando cogía frío me tapaba, y teniendo que currar al día siguiente me dormí pronto. Me despertó el sonido de la puerta, chirriaba un poco al ser de madera por el frío, abrí un ojo entre legañas y divisé una figura femenina con una manta echada por encima.
-YO: ¿si?
-ANA: hola, ¿estas despierto?
-YO: ahora si…..¿necesitas algo?
-ANA: si, a ti.- me sobresalté por su comentario, estaba muy dormido, miré el reloj, habían pasado apenas 2 horas desde que me dormí.
-YO: ¿como?
-ANA: jo, es que hace mucho frío y por mas mantas que me echo no entro en calor, ¿puedo…. dormir contigo?, ya sabes, como en Navidad.
-YO: ah…….claro, anda vente- se me notó cierta desilusion.
-ANA: gracias.- sonrió, o eso me pareció, estaba oscuro, cerró la puerta y corrió hasta mi cama, me eché hacia un lado abriendo mis sabanas para dejarla pasar.- pero… ¿donde esta tu colcha?
-YO: en el armario, creo….
-ANA: ¿pero no tienes frío?
-YO: me caliento soñando contigo.- rió, torneando los ojos, y echando su colcha sobre los dos, se metió entre mis sabanas, agarró mi mano y me pegó a su espalda, rodeándola con mi brazo, la besé el hombro mientras le apartaba su largo pelo para no tenerlo en mi cara, su olor a coco me parecía la mejor fragancia del universo.
Nos pegamos tanto que notaba su respiración agitada y su cuerpo tiritar, realmente tenia frío, pero entre la colcha y la estufa que soy yo, en pocos minutos dejó de temblar y emitía gemidos de sentirse confortada, antes de que pudiera hacer o decir nada se quedó dormida plácidamente, y pese a tener a esa mujer en mi cama la sensación era tan agradable y cálida que me dio igual, ni se me empalmó, solo disfrute del momento pegado a ella, con mi brazo rodeándola y ella agarrada de mi mano, estaba tan ensimismado que me dormí igual de rápido, no recuerdo muchos sueños reparadores pero aquel lo fue. Sonó mi despertador, media hora antes de tener que ir a trabajar, por suerte era cerca y con una ducha rápida llegaba de sobra, lo apagué tan rápido que Ana ni se despertó, ahora estabamos cara a cara, con ella usando uno de mis brazos de almohada, y su cintura echada para atrás, entre otras cosas por que mi erección mañanera no la permitía ponerse mas cerca, la tenia clavada en su vientre. Me costó toda mi fuerza de voluntad no quedarme allí pasmado viéndola dormir, pero con una mano cogí su cabeza y se la levanté lo justo para sacar mi brazo, adormecido, y recostarla, levantándome con cuidado de no despertarla, la arropé bien con la colcha y la di un beso en la mejilla antes de darme una buena ducha fría. Me preparé para irme a trabajar en completo silencio, la dejé una nota cariñosa sobre la cama, con unas gotas de mi colonia, y me fui a trabajar como el hombre mas feliz de la historia, las sensaciones de euforia que me generaba cada paso hacia Ana eran mejores que cualquier polvo que pudiera echar.
Los fines de semana era el único que trabajaba o hacia algo, las 3 horas por la mañana simplemente, al volver a casa me extraño no ver a todos ya en el salón preparando la comida, ya se nos habían acabado los tupper de las familias, y salvo algún caso aislado de reposición, vivíamos de cocer pasta, me fui a mi cuarto y al encender la luz me saltaron todos encima son un “¡¡¡SORPRESA!!!”, que me asuntó, realmente no lo esperaba.
-YO: ¿pero que hacéis aquí?- miré a mi cuarto y me encontré más lleno de lo habitual, cosas que no eran mías, cosas de Ana.
-ALICIA: pues nada, que por lo visto querían darte una sorpresa y hemos ayudado a traer las cosas de Ana aquí.
-YO: ¿y eso?- miré a Ana.
-ANA: por que si voy a vivir y dormir aquí a partir de hoy, será mejor que estén mis cosas aquí.- me guiño un ojo y me abrazo balanceándonos, con un matasuegras en la boca, yo la rodeé la cintura con mis manos.
-YO: ¿estas segura?- lo dije mirando sus intensos ojos marrones, adivinando aquellas trazas verdes que me encantaban.
-ANA: segura, esta noche me has recordado por que quise venir aquí, eres el mejoro hombre que he conocido, no quiero esperar mas,…te…….te quiero.- era la 1º vez que lo decía desde que volvió, mi mirada la confundió, no sabia si era sorpresa o duda, estaba concentrado en mis pensamientos de dicha.- o acaso no quieres que….- la besé para disipar confusiones.
-YO: que sepas que no solo quiero, si no que llevo deseando esto desde que llegaste.
-ANA: lo se – la mordí el matasuegras para quitárselo y escupirlo, quería sus labios.
Nos fundimos en un abrazo sentido y cariñoso, con besos constantes de felicidad mutua, ante las felicitaciones y bromas de los demás, Lara fue la que menos entusiasmo puso. Para celebrarlo hicimos una comida algo mas especial y después nos fuimos cada uno a su cuarto, a echarnos un poco, queríamos salir de fiesta mas tarde, Ana y yo nos acostamos de cara, mirándonos, fijamente, y abrazados.
-ANA: y ahora……… ¿que?
-YO: ahora toca disfrutar supongo.
-ANA: ya lo sabes, pero quiero que sepas que he estado tonteando con un chico en Granada, nada serio, pero quiero ser sincera contigo.
-YO: no pasa nada, nos dimos tiempo hasta volver a encontrarnos y aquí estamos, eso es lo que me importa.
-ANA: ¿y tu?
-YO: y yo… ¿que?
-ANA: ¿Qué si tu has estado con alguien desde Navidades? – pufff vaya problema, reí para ganar tiempo, no quería mentirla y decirle que no, o con unas pocas, pero temía que si le dijera la verdad se asustaría o se sentiría ofendida.- venga yo he sido sincera, tu tienes que serlo conmigo.
-YO: ¿y si te hago daño? No quiero perder esto.- la coloqué el pelo detrás de la oreja viendo su amplia sonrisa.
-ANA: nada de lo que puedes decirme puede cambiar lo que sentimos el uno por el otro.
-YO: se que ahora lo dices, pero lo que puedo contarte, si soy 100% sincero, puede afectarnos, no he sido ningún santo.
-ANA: jo, pues ahora si que vas a tener que decírmelo, no me vas a dejar con la duda.- se incorporó y se sentó, carraspeando con la voz y preparándose para lo peor, y aun así la asusté.
Si era lo que quería, le dije todo, y cuando es todo, es todo, desde mi paso por el instituto con las alumnas, Marina, Karin, Pamela, esa fue la 1º vez que torció el gesto, o Rocío y su aprendiz, pasando por mis escarceos con la monja o las universitarias, incluso de mi Leona, aquí me miró incrédula, casi asustada, después la hablé de Irene y nuestro noviazgo, comentando lo mal que me sentí al torcerse la relación, allí suavizo su mirada, pero le conté mi verano, mis escarceos con las mujeres en la piscina, y pese a que mi mente me lo prohibía, de Yasmine y Eleonor, mis colombianas, de neutras sesiones madre e hija en su casa, de cómo las dominaba como su macho. Yo solo hablaba y ella escuchaba, lo pero llegó cuando le comente lo de Madamme, de cómo logré el dinero del piso, y de la aparición de Zeus y de la bestia, de forma automática se puso en pie, dando vueltas por la habitación, podía notar sus ojos vidriosos juzgándome de vez en cuando y como se rascaba la cabeza pensando mil cosas, terminé contándola como casi hice claudicar a Madamme, y de mis aventuras con la Geisha, incluso de lo que le hice a David en la fiesta al descubrir el engaño, hasta la hablé de que el fin de semana previo a su llegada lo pasé con una supermodelo a la que le faltaba medio tornillo con el tema de su padre. Ana estaba desbordada, ya le había dicho que no había sido ningún santo, pero me miraba como si fuera una persona desconocida.
-YO: eso es todo, todo lo que ha pasado desde que te marchaste.
-ANA: joder……..
-YO: se que es mucho, y que no es comparable, pero te soy sincero, es lo que querías, ¿no?
-ANA: ya, pero no se, es que son…………. mas de 1……es que son….muchas……..joder, y algunas son una pasada, como si no fueras el chico del que me……….el que conocí en Navidades. – me levanté y la cogí de las manos, no quería mirarme, y me estaba poniendo nervioso de tantas vueltas.
-YO: no te voy a mentir, lo he pasado muy bien y ha habido partes de mi vida, oscuras, tenebrosas, y me han gustado, pero es todo del pasado, no quiero volver a ello, no lo necesito, te tengo a ti.
-ANA: así que renuncias a todo eso……… por mí……- me miró sin saber si sentirse orgullosa o triste por ello, sopesé mi respuesta.
-YO: no, no lo dejé por ti, me gustaría que fuera así pero no lo es, no es que tu seas mejor o peor que cualquiera de ellas o todas ellas juntas, no es una cuestión tuya, soy yo, no es por ti si no por lo que tu me haces sentir, me haces……feliz, y no cambiaría estos 2 meses a tu lado por volver a esa vida.- levantó su mirada por 1º vez.
-ANA: no puedes hablar en serio, si no siquiera hemos hecho….nada, y me has contado barbaridades, ¿no lo hechas de menos?
-YO: eso es injusto, ¿si preguntas si lo echo de menos? Claro, como echo de menos el cocido del domingo de madre, y no por ello salgo corriendo cada domingo a su casa- sonrió ante mi comparativa – prefiero comer comida pre cocinada y matarme a pajas que volver a una vida sin ti, sin lo que me haces sentir. – ya nuestras miradas eran intensas, la buscaba con mis labios.- ¿tu eres feliz conmigo?
-ANA: claro que si, pero, ¿como puedo saber que no me harás daño?
-YO: no lo sabrás, al igual que yo no se si tu me lo harás a mi, pero midiendo los riegos de que salga mal y la posible recompensa de que salga bien, merece la pena arriesgarse, supongo que es lo que llaman amor, sentirte tan bien y tan feliz con otra persona que no temer abrirte completamente a ella, que te conozca, a que sepa lo mejor y pero de ti y aun así, este a tu lado. Tu eres eso para mi, déjame que lo sea yo para ti.- nos fundimos en un apasionado beso, no era sexual ni excitante, era una corriente de sensaciones que recorría mi cuerpo, como caer de una cuerda muy alta sin saber si hay una red debajo. La separé un poco de mi, abriendo los ojos el tiempo justo para ver como ella se relamía, y como poco a poco volvía de algún lugar feliz en su mente.- Ana……………………. te quiero.
-ANA: y yo a ti, te quiero mas de lo que nunca creí posible querer a alguien.- nuestras ojos irradiaban peligro, como si fuéramos conscientes de que una bomba iba a estallar en cualquier momento, llamaron a la puerta, era Manu, abrió y nos vio de pie allí plantados, uno delante del otro.
-MANU: hey, vamos a salir a tomar algo, ¿os venís?- sin dejar de mirar aquellos ojos hipnóticos de aquella mujer entre mis brazos respondí.
-YO: id vosotros, nosotros saldremos en un rato, ya os llamaremos.- Ana asintió con sonrisa picara.
-MANU: esta bien, nos vamos, hasta luego.- se fue cerrando la puerta y a poco listo que fueras se notó que allí iba a pasar algo.
Nos volvimos a besar, pero esta vez ya sin limitaciones, buscando con la lengua las caricias del otro, fue ella la que me fue empujando hasta tropezar con el borde de la cama y caer tumbado sobre ella, y quitándose la camiseta se tumbó sobre mi, buscando con una de sus manos mi mentón, y besándonos de nuevo, casi fundiendo nuestros labios, se tuvo que acomodar la cadera, abriéndose un poco de piernas para dejar paso a mi polla, que a estas alturas debido al nulo sexo que había tenido, con esas pocas caricias y besos ya la tenia dura como granito, debido a mi manía de llevar pantalones anchos sin slip por comodidad, mi enorme miembro resaltaba como la carpa de un circo. Yo solo me deleitaba con su largo pelo acariciando mi cara, el peso de su cuerpo sobre mí, con sus tetas aplastadas, sus movimientos de cadera y su eterno olor a coco. La acariciaba su espalda, buscando reacciones, pero ella manejaba la situación, tenia miedo de coger yo las riendas y estropearlo todo. Pasamos así unos minutos, explorando nuestras bocas, hasta que sonó la puerta de la calle, se habían ido los compañeros de piso, supongo que ya segura de que nadie oiría nada, se dejó caer a un lado, se fue quitando el pantalón, para luego ponerse de rodillas y quitarse el sujetador, me quité la camiseta, admirando aquella belleza arábiga, aquella piel tostada y su cuerpo casi desnudo, que clamaba sexo.
-ANA: vamos a ver a mi vieja amiga.- llevó sus manos a mi tieso pene, sobre la ropa, pero era un mero velo, podía acariciar y palpar perfectamente toda su grandiosidad, se mordía el labio mientras mi mano jugaba en uno de sus mulos.
No pasó mucho hasta que tiró de la tela y me la sacó de su prisión, con algo de ayuda me quité el pantalón y la dejé embobada mirándola, como si fuera la 1º vez que veía aquella cosa, pero no lo era, la agarró con ambas manos y con mas maestría de la que le recordaba comenzó a masturbarme de forma torpe o rápida, me lo aprecia por mis experiencias previas con autenticas golfas de 1º nivel, pero en vez de no gustarme, aquella candidez me pareció adorable, sexualmente atractiva. Tan despistado estaba que no vi como agachó su cuerpo para lamerme el glande, sin dejar de masturbarme, repasando bien la zona, y terminado cada lamida con un beso dulce .Su nueva poción me dio vía libre para con una mano meterme por detrás de su culo en sus bragas, pude observar como estaba húmeda, y como con solo notar mis dedos abriéndose paso hasta su coño, aumento la temperatura de su interior, al llegar a su coño era una inundación, estaba tan mojada que se me pegaba la tela de sus ropa interior, pero al alcanzar su monte y acariciarlo por encima la saqué un gemido apenas perceptible, que la obligó a dejar sus trabajos manuales, y a medida que mi mano aumentaba el ritmo ella se apartaba mas de sus labores, llegando un momento en el que solo tenia agarrada mi polla con una mano y con la otra se sostenía a 4 patas, con un giro de muñeca logré meter uno de mis dedos, notando presión y calor a partes iguales, viendo como todo su cuerpo se estremecía, y haciéndolo de nuevo, ver como su cintura cogía el ritmo de mi mano con cada penetración. Con uno de mis dedos localicé el clítoris y no dejaba de jugar con el mientras metía o sacaba otra dedo de ella, logrando que sus suspiros fueran aumentando hasta que mi mano tenia tanta velocidad que la llevó a un orgasmo fuerte y excitante, no se cuanto llevaría sin uno, pero del latigazo cayó de espaldas de rodillas sobre la cama, agarrándose la vagina por dentro de la ropa interior y acariciándose levemente mientras me miraba poseída.
-YO: vaya, estas muy poco entrenada.
-ANA: no seas malo, llevaba sin correrme desde Navidades, no así, no de esta forma, me he manchado toda.
-YO: ¿y el chico ese con el que tonteabas?
-ANA: nada, solo juegos, ni penetrándome, nada como esto, ni de lejos, eres malo, me has hecho alguna mierda nueva que has aprendido o algo.
-YO: jjajajaja nada, te lo juro, solo quiero hacerte disfrutar.- me puse de rodillas delante de ella, todo lo que mi polla me dejó acercarme, la iba besando por la cara, el cuello y el pecho, mientras mis manos la masajeaban sus pechos, era una joya del nilo, una especie de diosa egipcia, y cada momento a su lado me parecía mas bella aun.
Mis besos y caricias la hicieron recostarse de espaldas, y con habilidad le junté las piernas para sacarle la ropa intima, volviendo a tener ante mi su precio coño, con aquella fina línea de bello bien cuidado que recordaba, ella se moría de vergüenza ante mis caricias, pero fui besando sus muslos acercándome a su clítoris, hasta que metí mi lengua en ella, allí se abrió de piernas y se dejó hacer, apretando mi cabeza o tirando de mi pelo, no estuve mucho jugando con mi lengua en su interior estaba loco por penetarla, fui subiendo cuando la noté mas caliente, trabajando sus pezones al paso por ellos, y terminando con mi polla apuntando a su interior, mientras la besaba el cuello, y jugaba con una de mis manos en su vientre, sabia que eso la derretía.
-ANA: por favor, ten cuidado, pero fóllame ya, no aguanto mas.
Sus palabras de suplica me estremecieron, me mojé la polla bien de sus abundantes fluidos, la abrí bien de piernas asegurándome de tenerla a buena distancia de mi, y viendo como ella misma se separaba los labios mayores mientras se pellizcaba un pezón, apunté y apreté suavemente, dio un sobresalto al notar el 1º contacto, fui buscando mas comodidad con el 2º, y esta vez si la penetré con el glande solamente, eso la relajó el cuerpo entero, estaba demasiado tensa, y notar ese 1º paso la calmó. De forma muy calmada y pausada hice presión notando como de nuevo se le abría el coño, era casi obsceno ver aquella barra de carne hundirse en ella, oyéndose el resbalar de mi piel empujando en su interior y viendo como con cada respiración se contraía y se relajaba al soltar el aire, ver como se retorcía sobre la cama buscando algo a lo que atenerse, solo encontraba consuelo cuando paraba a dejarla acostumbrase de nuevo a mi polla, a notar como sus paredes interiores cedían ante la invasión, y como mi polla notaba menos hinchazón, alcancé media polla, quise parar, para no forzarla de mas, pero recordé que ese poco mas de la mitad era lo que el había conseguido meter en Navidades, y me costo varios idas de sexo acostúmbrala a esa cantidad de polla dentro, y ahora a la 1º ya estaba allí, apuré un poco mas y sin dejar de apretar, quise comprobar hasta donde le podía llegar, no me importaba pero seria un plus si lograba metérsela toda. A ¾ casi se me desvanece, dejé de penetrarla y quedé quieto dentro de ella, viendo como su pecho respiraba agitado y su boca se abría como queriendo hacer mas sitio en su cuerpo.
-ANA: ¡¡dios mío!!, me abres, noto como me abres.
-YO: ¿estas bien? ¿Quieres que pare o la saque?
-ANA: ni se te ocurra, quédate quieto, no te muevas, deja que me……dios, ¿es que no tienes fin? ¡¡Es enorme!!- reía ante las expresiones sin sentido y halagos inexpertos, era pura candidez e inocencia.
Poco a poco, se vio mas confiada y sin dejarme que me moviera era ella la que comenzaba a mover su cadera, de formas circulares, creándose espacio y fricción, en una de esas se corrió de nuevo, estaba tan llena y tan plena que no se si lo notó, su cuerpo si la menos, su mente siguió con su bamboleo de caderas hasta que llego a meterse y sacarse unos centímetros de mi tranca, cada vez se sacaba mas y se metía mas de golpe, agarrándose a la sabana, y al borde del colchón encontró facilidad para moverse y ejecutar sus bailes sobre mi polla, el movimiento de sus senos y su cara de gozo, con los ojos medio en blanco me calentaron, y notando cm se corría de nuevo con algún espasmo leve, y un grito que lleno la habitación. La agarré de las caderas y tomé el mando, con cuidado de no pasar de esa distancia, la penetré con cierta fiereza que ella agradeció, salió de su estado semi inconsciente y disfrutó de la fricción de mis actos, haciendo gemir y gritar de forma continuada, hasta me abofeteó una vez, supongo que como premio a otro de sus orgasmos, o a no parar pese a ello. Normalmente hubiera aguantado 1 hora larga así, pero estaba tan necesitado y me estaba poniendo tan caliente que a los 15 minutos reventé su coño con una cantidad de semen como no recordaba, con un calambre que me recorrió la espalda que me devolvió al paraíso, y como costumbre que tenia al correrme, unas ultimas embestidas fuertes que la sacaron otro orgasmo, sonoro debido a su gritos descontrolados, que nos baño a ambos al sacarle la polla de su interior. Caí a su lado sudando y agradecido a los cielos por haber logrado consumar mi amor con aquella mujer que a mis ojos dejaría en ridículo a la mismísima Cleopatra. Dejado que nuestros cuerpos volvieran a un estado natural, me ardían los pulmones, y respiraba agotadamente, ese no era yo, o no el animal que había sido los meses antes de su llegada, Ana me devolvió al terreno mortal, y me gustó.
-YO: ¿estas bien?- la vi reír.
-ANA: dios, tengo la boca seca.
-YO: joder, y yo, voy a por agua.- me levanté dándola un beso en el vientre, de un resorte salí de la habitación en pelotas encantando con el universo, como si tuviera una banda sonora de fondo, canturreaba de felicidad, fui a la cocina, abrí una botella de agua y le di medio trago, cerré la nevera y al darme la vuelta me encontré con Lara de bruces, mi 1 instinto hubiera sido taparme, pero solo tenia un botella de plástico transparente en la mano y ya era al 2º vez que me veía así, supongo que haberle hecho el amor a Ana hacia escasos minutos me tenia algo tonto, era Lara, mi doble desvergonzada.
-LARA: dios, lo siento, no quería molestar.
-YO: no es molestia tonta, si ya nos conocemos y me has visto así jajajajaja- seguía tarareando en mi cabeza, mientras le daba otro trago al agua y veía como sus ojos se clavaban en mi polla, estaba se mi erecta, claramente mas grande que la ultima vez que la vio en reposo total.
-LARA: pero tápate carbón.
-YO: ¿para que? si soy feliz.
-LARA: ya, os he oído.
-YO: mírala que fisgona has salido jajja, ¿no se supone que habíais salido todos?
-LARA: si bueno, han salido pero estaba un poco cansada y me eche a dormir, me….habéis despertado.
-YO: ¡¡¡no jodas que nos has oído desde tu cuarto!!!- no quería que los densas supieran cuando follábamos, mas por Ana que por mi.
-LARA: no, osea, yo……pasaba para ir al baño, y….os oí ir a la cocina.- seguía hablando pero mirando mi polla colgante, decidí darle normalidad y jugar con ella, al fin y al cabo era como yo.
-YO: pues nada, vuelvo al lío, y no andes a escondidas jajajaj- me acerqué a ella y la abrace bailando con su cuerpo que permanecía a mi merced, sin voluntad, sin comprender muy bien mi actitud desvergonzada, notando mi polla golpear con cada movimiento en su pierna, mientras yo tarareaba, me daba igual, mi mente estaba enajenada por lo ocurrido con Ana, y solo era una de mis muestras exteriorizadas de felicidad.
Me volví al cuarto donde Ana estaba sentada en el borde de la cama, con una sonrisa de oreja a oreja, le di el agua y se bebió varios tragos, alguna gota de agua cayó por su rostro, hasta gotear en su pecho, rápidamente me arrodillé para lamer su teta, y secarla, ante sus sonrisas.
-ANA: has tardado mucho.
-YO: es que me he cruzado con Lara- casi se atraganta con el agua.
-ANA: ¿que? ¿no se habían ido?
-YO: al parecer ella no.
-ANA: jo, nos habrá oído, ¿y tu? ¡¡pero si vas desnudo con la polla medio tiesa!!!
-YO: sip.
-ANA: ¡¡pero te habrá visto!!
-YO: sip, y de hecho he hablado con ella mientras me miraba la polla y luego he bailado de felicidad con ella antes de volver.- me encantaba ser así de sincero, que las tonterías que decían parecerían chorradas o brabuconadas, pero que eran ciertas.
-ANA: pero ¿tu estas mal de la cabeza?
-YO: ¿y que más da? Si ya sabía lo que hacíamos, nos ha oído al salir a la cocina antes.
-ANA: ya pero una cosa es que lo intuyan y otra que sepan donde y cuando y que te coma con los ojos.
-YO: es tu amiga.
-ANA: precisamente por eso te lo digo, por que la conozco, es virgen pero una calienta pollas de 1º, no quiero que ande tirándote los trastos.
-YO: ¿tu te crees que después de lo que te he contado voy a perder la cabeza por una drogata necesitada de un buen polvo? Te tengo a ti, y no quiero ni necesito más.
Volví a subir mi cabeza para besarla, estaba harto de hablar y de buscar argumentos, quería aprovechar el calentón, volver a hacerla el amor, de forma cliente y pasional, pero no follar, si no gozar el uno del otro, mis manos y mis labios hicieron su efecto, Ana paso de cierto disgusto a apretarme contra ella, y mi polla en pie de nuevo pedía guerra, recordé nuestras sesiones por detrás en Navidad, aquella sensación de confortable calor que me proporcionaba, la tumbé de lado y me cloqué a su espalda, abriéndola de piernas lo justo para rodearla con mi mano y dirigir mi polla a su coño inundado de nuevo, para ensartarla sin tanto preámbulo previo, noté como se abría de nuevo pero esta vez mocho mas rápido y mas profundo, agarrándola fuerte y bombear sin descanso hasta sacarla todos los orgasmos que la deriva por haberse ido lejos, acariciando su vientre y sus pechos con mi mano libre y acelerando ligeramente con cada uno de sus espasmos, quería contener sus gritos por Lara, pero era remar río arriba, había un punto en que dejo de hacer fuerza y se dejó llevar por la corriente que era mi fuerza en las embestidas. Desde atrás su maravilloso culo hacia de tope, así que no tenia que preocuparme de no penetrarla demasiado, sus glúteos hacían de barrera natural para esos 7-8 centímetros que aun me faltaban, pero mas que suficientes para verla tensarse con cada embestida y notar como se abría y se cerraba con cada movimiento de mi cadera, dios, la tenia tantas ganas que saqué lo mejor de Raúl, fue demasiado para ella y a la media hora se corrió tantas veces que pidió que parara, en mis últimos tiempos me hubiera dado igual, hubiera seguido hasta hacerla desmayarse o sacarla de rueda para tenerla dominada, pero ella no era una, mas era Ana, paré con cierto acopio de fuerza de voluntad, y ella quiso agradecérmelo con una buena mamada, sin duda el chico con el que estuvo se beneficio de mis enseñanzas en Navidad, sus mamadas eran buenas y su lengua nada torpe, eran sus manos las que parecían poco acostumbradas a una buena polla. La avisé cuando me iba a correr, sin saber como actuaría ella, no recordaba quien había sido la última que me la chupó, me corrí y no se lo tragó. Ana en cambio se la sacó de la boca, y acelerando sus manos puso dirección a mi polla en su pecho, corriéndome abundantemente sobre el, notando cada chorro de semen sobre su cuerpo con un beso pasional y desmedido. Cuando acabó de sacarme todo, notó mi polla flácida de nuevo, y se tumbó a mi lado, dándome pequeños besos en el cuello o el pecho.
-ANA: eres increíble, y en cuanto repitamos un para de veces me vas enseñar a ser tu chica.- temí que esas palabras fuera incluida algún tipo de relación, como con mi Leona, mis hembras colombianas o mi abnegada Madamme.
-YO: no quiero que seas mas que lo que eres tu, mi novia, la mujer en al que confío y que me hace feliz siendo quien eres.
-ANA: no te preocupes, eso siempre lo tendrás de mi, pero las buenas parejas hacen disfrutar a su compañero, y esta claro que tu sabes mas que yo, solo quiero aprender a tu lado.- se acurruco contra mi, de forma dulce y acaramelada, me tranquilizó un poco aunque seguía temiendo alguna reacción sumisa los días siguientes.- venga, vamos a darnos una ducha que hemos quedado, yo 1º y así salgo y hablo con Lara.- se incorporó dándome un beso de ternura y se puso en pie apoyándose en mi pecho, la vi andar feliz hacia el baño.
Aquella 1º reacción de no querer quedarse o repartir mas sexo, de inicio podría sentarme mal, pero todo lo contrario, es lo que me pasó con Irene, desde la 1º vez que follamos se quiso aislar del mundo para tenerme enjaulado solo para ella, y Ana no, reaccionó como una novia normal, habíamos quedado y se tenia que duchar y hablar con Lara, me gusto ampliamente su reacción y me tranquilizo bastante. Se duchó y yo después, fue buena idea hacerlo por separado, no soportaba ver el cuerpo húmedo de una mujer y no follármela, o se acordaba de Navidades o me conocía mejor de lo que creía, quizá fue solo casualidad y la estaba idolatrando excesivamente, pero me daba igual al fin tenia lo que quería.
Salimos de fiesta quedando con los demás del piso, incluyendo una Lara algo abstraída, charlamos, bailamos bromeamos e hicimos el tonto, a eso de las 3:30 Ana y yo nos volvimos ya que yo trabajaba a las 9, no sabia ni lo que quería, tener sexo y disfrutar o dormir plácidamente abrazado a ella, cualquiera de las 2 opciones me huebra gustado igual, pero que fuera ella la que me insistió en que descansara para ir a trabajar me convenció de mis pasos, Ana no era Irene, y pese a dormir con mi polla aprisionada entre sus muslos, como antaño, dormimos sin mas, yo disfrutando del tacto de una buena mujer a mi lado y ella de mi calor, había acertado de pleno con Ana, me daba justo lo que nadie mas me sabia dar, una sensación de ser un puzzle de 2 piezas que encajaban perfectamente.
CONTINUARA…………
Daniel me había conseguido a quien, se suponía, podría ser un buen partenaire para los ensayos de Sarah, un chico colombiano, Diego, con algo más de veinte años y medianamente alto, casi 1,80, y sin ningún rasgo que le identificase como latino, más aspecto de europeo y con aspecto discreto y talante cortés y educado. Músico de profesión y, de acuerdo a la moda de entonces, media melena limpia y cuidada y bastante guapo de cara.
Iríamos a un pub cercano a Denia, agradable y discreto, a unos 60 km de casa, de modo que los primeros contactos entre Sarah y él serían en el coche para romper el hielo. Sentados juntos sobre los asientos de atrás, conversan entre ellos y parecen sintonizar bien, por su tono y la fluidez de su diálogo, aunque no tardan en producirse algunos silencios que debo romper para que se anime el ambiente. A una discreta señal mía, Sarah, que para la ocasión viste un colorido vestido hindú de suave seda natural, sin mangas y cerrado desde la base del cuello hasta casi media pierna con pequeños botones que ella comienza discretamente a desabrochar y al hacerlo con los tres o cuatro primeros aparecen sus pechos desnudos ante los ojos asombrados de él, ese asombro no impide que reacciones tomándolos en sus manos. No es muy hábil o está tremendamente cortado, se limita a acariciarlos sin avanzar en nada, y así hasta que llegamos al pub nuestro destino. El lugar se presta para todo lo que se quiera hacer en el, pero Sarah tiene que insistir mucho para que se anime, el esfuerzo bien vale la pena porque al fin logra una de las imágenes mas eróticas de la noche, sentado él en una butaca y ella totalmente desnuda, sentada sobre él dándole la espalda, con las piernas abiertas y viéndose entre ellas como su polla entra y sale de su sexo totalmente dilatado. A partir de ese momento ya las cosas ocurrieron normalmente y la noche se animó rápidamente, follaron durante horas, en todas las posturas imaginables y jamás volvieron a verse después de aquella noche.
Paseando una noche en un pueblo triste les comentaba que Denia era para mi un lugar comparable en tristeza; habré ido unas 20 veces, siempre en busca de aventuras divertidas pero ni una sola vez he encontrado nada que valiera la pena, y menos desde que cerraron La Guitarra. La verdad es que habíamos ido esa noche porque no teníamos muchas ganas de coche, dimos vueltas y vueltas por el pueblo hasta llegar a la Jamonería, cerca de la estación, y al pasar ante ella me vino a la memoria cuando estuve allí esperando la llegada de mi escritor y amigo favorito. Caprichoso como él solo, se había empeñado en hacer el viaje desde Alicante, en aquel trencito que solo tardaba cinco horas y en un viaje que no le había encantado en absoluto.
Había conocido a José, es su nombre, en una pagina de Adultos, me había hecho gracia su pretensión de encontrar a dos mujeres. Es un encanto si bien no tiene nada de Adonis, estatura media baja, gordito, mucho talento como escritor y con media docena de libros publicados, sentido del humor y una sexualidad exacerbada bajo una imagen de carca puritano, como fui descubriendo poco a poco. Habíamos comunicado algunas veces a través de internet hasta que coincidió un viaje de trabajo y, aún sin habernos visto nunca, me invitó a cenar en un restaurante de Valencia, al que llegué con tanto retraso que estaba a punto de cenar solo y marcharse, convencido de que yo no aparecería, pero lo hice y mi apariencia le deslumbró notoriamente, para la ocasión vestía un precioso conjunto de cuero granate, de Jesús del Pozo, falda mini asimétrica y chaqueta cerrada con cremallera bajo la cual solo estaba mi piel. Nos caímos muy bien y la sintonía fue evidente, larga conversación chispeante aderezando una excelente cena, para después ir a una disco de moda aunque no era muy ducho en baile, a mí me encanta. Fue a la barra para buscar unas copas y al regresar se encontró la sorpresa, la cremallera de mi chaqueta había descendido como por arte de magia, y de mis pechos quedaban ocultos tan solo los pezones que él quiso descubrir enseguida. Falda muy corta y tetas al descubierto eran su postre preferido aquella noche, sobre todo cuando puse mis piernas sobre las suyas al recostarme en el sofá y se encontró con el camino expedito entre mis piernas para llegar hasta mi tanga y deslizarse bajo ella, encontrar los labios de mi sexo y abriéndolos acariciar mi clítoris, mientras su otra mano acariciaba mis tetas, pero tuve que interrumpirle para explicarle algunas cosas, la existencia de mi pareja, mi libertad para hacer lo que mejor me apetezca, limitado tan solo por compartirlo con él y él conmigo, sin límites y total complicidad. No se asombró, todo lo contrario, me pidió que nos presentase y cuando llegaste la sintonía fue mas que evidente entre los tres. Ahora sí le permití la entrada cuando sus dedos penetraron mi sexo, aunque ninguno de los tres estaba cómodo allí y decidimos ir hasta su hotel. En realidad no hubo mas sexo aquella noche, la pasamos charlando, conociéndonos, y a medida que la noche y la charla avanzaba se afirmaba la mayor compatibilidad entre nosotros. Era ya de mañana cuando nos separamos, partía el tren que le llevaba a Madrid.
Pasaron muchos meses en los que solo hubo contacto por escrito, su trabajo en Madrid y su familia impedían su vuelta. Hablábamos de libros, los dos ultimábamos los detalles para la publicación de los nuestros que se publicaron casi en las mismas fechas y para su lanzamiento en esta zona coordinamos el viaje deseado.
Decía no hace mucho, que estaba harto del trencito cuando le recibí en Denia, de mal humor y lloriqueando, en muchos aspectos es muy infantil y caprichoso, pero todos los males se le fueron con nuestro primer beso y los que siguieron. Aunque mi vestido no era muy apropiado, de color rosa y tela muy fina, con una super minifalda y escote en V mayúscula que terminaba diez centímetros mas abajo del ombligo y atado en la nuca con el simple lazo de dos cintas muy finas, ni que decir tiene que el escote se ahueca constantemente al caminar, con lo que es fácil verme las tetas al completo. Había pensado ir a tomar algo antes de volver a casa, pero él estaba renuente a ello por lo que fuimos directamente al coche, en el que nada más montar junta con él en los asientos traseros, se terminó el dialogo a tres para convertirse en un sonido de besos a dos y sus jadeos impacientes mientras con sus manos exploraba y descubría mi cuerpo. No tardó mucho en descubrir el método para eliminar el estorbo del vestido, para tenerme totalmente desnuda entre sus brazos y cuando me senté sobre él con los pies apoyados sobre el asiento y su verga presionando la puerta de mi vagina, me penetró de un golpe, desatado, apretando mis nalgas con sus manos, pretendiendo fundirse con mi sexo, ser absorbido y no salirse nunca; no pensé que pudiera ser así, pero aparte de tener una resistencia que no me imaginaba, también era extraordinariamente hábil y me estaba llevando al séptimo cielo.
Sin darnos cuenta habíamos llegado al bungalow que habíamos alquilado previamente. Sobre una mesa estaba dispuesto un abundante bufet compuesto íntegramente de caviar y de mariscos, que él adora, y varias botellas de vinos blancos y Champagne, sobre todo lo que se avalanzó como si estuviera a punto de morir de hambre; sus manos y su boca se movían con verdadera ansia y en muy pocos minutos, el jugo de los crustáceos le chorreaba por toda la cara, por sus manos y brazos, sobre su camisa ahora abierta y, deben ser muy ciertas las leyendas sobre los poderes afrodisíacos de los mariscos porque a través de su pantalón, podía observarse una fenomenal erección y, para poder estudiarla en condiciones, abrí su pantalón dejando aparecer una verga turgente, la toqué y él como respuesta se arrancó su propia ropa para seguir con la mía, en el suelo, revolcándonos entre caparazones de crustáceos, hicimos el amor más violento y salvaje que nunca antes había hecho y yo me contagié de su locura. Él bebía en mi sexo el jugo de los mariscos mezclado con el torrente de jugos vaginales que su lengua me estaba provocando, yo de su verga mezclados con los chorros de semen que iba descargando, masticaba al mismo tiempo mis pezones que la carne de marisco o de percebes, yo aplastaba con mi cuerpo al sentarme sobre su polla, los caparazones vacíos pegados al suyo, nos convertimos en masas extrañas de cuerpos humanos cubiertos de restos informes de caparazones, follando sin parar durante horas, él gracias a su Viagra y los mariscos, yo gracias a su energía, a su verga gloriosa y a la locura que habíamos creado.
Sé que le gusta mirarme, y me divierto haciendo que me mire. Al día siguiente me vestí con una simple minifalda negra y una blusa calada de ganchillo, escote barco y puntos muy sueltos, de modo que, a través de sus muchos huecos y calados puede verse mi pecho casi por entero. Fuimos a cenar a un restaurante selecto en el qué, intencionadamente, pedí una mesa en la que estuviera sentada dando la espalda al resto de comensales, tenía muy clara mi intención que no era otra que la de jugar con él, provocando el morbo que a los dos nos gustaba. Mi primer movimiento fue deshacer la lazada que cierra el escote de la blusa y lo mantiene en su lugar, la consecuencia fue que el escote se abrió sobre los hombros, descendió por el frente y quedó sostenido simplemente por la turgencia de mis pechos que quedaron descubiertos hasta casi los pezones y en un equilibrio altamente inestable, el simple peso de la blusa se encargaría de que cayese hasta la cintura y desnudase totalmente mi torso. La llegada del Maitre con la carta coincidió con el momento justo en que se produjo la caída, mis tetas quedaron descubiertas ante sus ojos y los de José y fue el Maitre quien primero reaccionó, se retiró, eso si, sin cesar de mirarme y caminando de espaldas pero volvió enseguida con un ayudante que portaba un elegante biombo que abrió ante nosotros. No llamó la atención, los clientes habituales del local estaban habituados y sabían que el biombo indicaba la discreta presencia de canallas de guante blanco. Era un tanto vergonzoso que alguien nos pudiera confundir con cualquiera de ellos, pero el biombo servía mi propósito así es que obsequié al Maitre con una visión más amplia de mis tetas desnudas y me dediqué a mi interlocutor, que a esas alturas ya babeaba. Acerqué mi silla a la suya permitiéndole que pudiera alcanzarlas con sus manos, con las mías bajo la mesa llegué hasta su verga que había desnudado, me levanté para sentarme a caballo sobre sus piernas, buscando que su polla me penetrase y no cesé de moverme sobre él hasta conseguir que alcanzase un silencioso pero intenso orgasmo. Después cenamos o al menos yo lo hice, la visión de mis tetas desnudas le soliviantaba, así es que le dejé solo en la mesa para que comiendo recuperara fuerzas. Pedí al Maitre hablar en un lugar privado y me condujo a su despacho, tenía una deuda con él por el detalle del biombo, y yo siempre pago mis deudas. Cuando entramos en su despacho ya lo hice con la blusa nuevamente abierta, y fueron sus manos las que me desnudaron totalmente; me condujo hasta el sofá sobre el que me acosté con él encima, tenía una hermosa verga y sabía usarla en mi boca y mi culo, el hecho de que mi vagina rebosase todavía con el semen de José, no le satisfacía especialmente, prefirió meterme su verga por el culo y yo le recibí gozosa hasta que se vació dentro de mi.
Terminada la cena José estaba en un estado de excitación tremendo, quería volver rápidamente al bungalow para continuar follando, pero yo tenía otros planes. Conduje el coche con sus dedos jugueteando en mi vagina, la blusa caída a la cintura, huelga decir que cada parada en un semáforo provocaba una aglomeración de gente y hasta un par de coches se pegaron a nosotros. Nos detuvimos ante un local swinger conocido y detrás nuestro entraron los conductores de los dos coches que nos habían seguido; rápidamente entablamos conversación con ellos aunque José no estaba muy de acuerdo, se pensaba que con ellos al lado iba a perder mi dedicación, así que tuve que demostrarle lo contrario, una mujer con tres hombres puede ser mucho mas interesante que una simple pareja, cuando además la pareja tiene tres días para disfrutarlos. Pasamos al interior después de haber tomado unas copas en la barra para conocernos, dos hombres de bastante buena presencia y de una treintena de años cada uno, cuerpos bien formados y cara de golfos, muy poco perspicaces se creyeron que por guaperas yo iba a dejar de lado a José para dedicarme a ellos, cuando en realidad solo me iban a servir como soporte. Fueron ellos los que me sostuvieron en el agua mientras José entre mis piernas me follaba y, solo cuando él se quedó sin fuerzas, les permití un emparedado, uno metido en mi vagina y el otro con su polla en mi culo hasta que un nuevo elemento se nos unió, José ya recuperado y metiéndome su polla en la boca hasta que todos nos corrimos al unísono.
Cuando al día siguiente desperté, lo hice con mi cabeza sobre sus piernas, mi mano aferrada a su verga y su dedo pulgar metido en mi boca como si de su falo se tratara, continué con la tarea iniciada pero cambiando un poco las cosas, su verga entrando y saliendo de mi boca, lamiendo sus testículos, devorándole entero para después que fuera su boca la que se pegara a mi sexo, la que con su lengua lamiera mi clítoris hasta volverme loca de placer, como sucedió otra vez más tarde cuando sentí como su polla hacía presión sobre mis labios vaginales, como me penetraba hasta sentir sus huevos pegados a mi sexo. Tuve su verga dentro de mi por todos los lados posibles, boca, culo, vagina, y yo me aventuré dentro de él con mi lengua y mis dedos.
Esa noche volvimos al jakuzzi, tenía necesidad de complementos, de nuevas invenciones, bailé para él y para todos los presentes, me iba desnudando, admitía las manos de todos los hombres que cuando entré en el agua me siguieron, jugué con todos ellos, tuve sus pollas dentro de mi y cuando más tarde me tumbé en la gran cama, fueron incontables los que se vaciaron dentro de mi, los que me tuvieron cuantas veces y como quisieron, hasta terminar con la polla de José y la de otro, metidas al tiempo en mi vagina, una tercera se alojaba en mi culo, otra en mi boca y a dos mas les masturbaba con mis manos. Al día siguiente José regresaba a su casa en Madrid, con varios quilos de menos y un cansancio que tardó algunos días en reponerse de el.
Estoy sentada sobre el sofá, en los brazos de Melvin, el vestido abierto y caído hasta la cintura, la falda descubriendo hasta casi mi tanga y sus manos acariciando mis pechos, pellizcando mis pezones, trepando por mis muslos y apartando mi braga, buscando mi vagina, penetrándome, titilando mi clítoris ya más que dilatado, su boca sin cesar de comerse mi boca. La música de fondo invitaba a bailar, nos levantamos para hacerlo y la fuerza de la gravedad hizo que mi vestido, completamente abierto, cayera por su peso, bailábamos desnudos porque me quitó la braga en el momento mismo que nos levantamos, y en nuestro baile, presionando su verga erecta sobre mi, buscando su acomodo, me condujo hacia una biblioteca contra el muro, me dio la vuelta para apoyar mis manos sobre ella, abombando mi culo se colocó entre mis nalgas y metió su verga impresionante en mi vagina, me llegaba hasta el alma, suponiendo que el alma forme parte del sexo, pero me daba igual, estaba disfrutando. No llegó a correrse dentro de mi, salió de mi vagina para tomar impulso, de un golpe me clavó su verga entera por el culo y aunque dí un respingo de dolor, bien pronto aquel dolor se había convertido en un placer intenso, sentía sus testículos chocando con mis nalgas, como se retiraba para avanzar de nuevo buscando perforarme, llegarme a lo mas lejos, y cuando se corrió, y ahora si lo hizo, fue en el momento justo en el que llegó mi orgasmo y mis piernas y las suyas se doblaron sin fuerzas.
Volvimos al sofá y me estaba durmiendo agotada en sus brazos, pero la postura no era nada cómoda así es que tirando de él nos fuimos a mi cama sobre la que enseguida nos quedamos dormidos. Me desperté sintiendo el peso de su cuerpo sobre el mío, de nuevo su verga palpitaba dentro de mi, se retiraba hasta casi sacarla por completo para de un solo empellón meterse hasta los huevos y así hasta vaciarse en una corrida impresionante.
Era temprano para salir y llevábamos tanto tiempo revolcándonos follando, que ya ni nos apetecía, se estaba convirtiendo en aburrido y rutinario; había que solucionarlo y nuestros móviles eran los instrumentos adecuados para ello de modo que los pusimos en marcha para llamar a algunos conocidos y organizar una pequeña fiesta de disfraces que comenzaría en el plazo de dos horas. Era muy poco tiempo y aun así, a las dos horas justas sonó el timbre y al abrir nos encontramos con un Spartacus no muy grande, enfundado a duras penas en un slip de baño a rayas, y una especie de esclava romana envuelta como regalo en una tela de gasa color verde mar. Como disfraz era horrendo, pero dejaba ver un par de tetas fastuosas que correspondían a una colombiana, amiga de Melvin, jovencita, gesto altanero y cuerpo de infarto, la típica persona que se mantendría al margen de los demás señalando al techo con su nariz bien levantada. Era amiga de Melvin, así que a él le tocaba desasnarla, y lo empezó muy bien porque directamente la desnudó las tetas y aproximó a mi boca uno de sus pezones que mordí mientras mi mano buscaba su vagina para encontrar su clítoris que respondió al instante. Detrás de su máscara altiva, aquella niña era un volcán que entraba en erupción violenta; su cuerpo se arqueaba, se contraía en espasmos incontrolados mientras la llegaba el primer orgasmo; ese fue el momento esperado por varios de los hombres presentes, Mel fue el primero que se colocó entre sus piernas y sin miramientos la clavó su verga para después sacarla ensangrentada, el primero que eyaculó dentro de ella, el primero que la sodomizó, aunque luego lo hicieron varios más. Pregunté la razón de tanta violencia, era sencillo, aquella jovencita había jugado con todos ellos, les había calentado provocando y no permitiendo sus avances y aquel era el momento de que se tomasen sus venganzas; fueron tres los que la tomaron, los tres se corrieron varias veces dentro de ella y, según supe mas tarde, uno de ellos fue causante de su subsiguiente embarazo, aparte de convertirla en adicta al sexo más duro.
No me había gustado nada de lo ocurrido, eché de mi casa a todos ellos prohibiéndoles volver a aparecer en mi vida.
Una larga y buena ducha más tarde, maquillaje y elección de la ropa más adecuada para salir. Elegí una superminifalda de capa color marrón y un camisero blanco, liso y de tela muy fina aunque no por completo transparente, dejando tres botones sin abrochar, lo necesario para que se viesen los globos de mis pechos pero tapando justo los pezones. El conjunto era impresionante, al caminar o sentarme, la capa de la falda se abría dejando entrever la tanga color carne, y la blusa a cualquier movimiento provocado, dejaría salir mis tetas por entero. Zapatos de muy alto tacón completaban el conjunto.
Llamé por teléfono a un viejo conocido para que me sirviera como “chevalier servant”, no era prudente ir sola ni entrar en ningún sitio vestida de tal modo, y nos dirigimos a un local viejo conocido, un antiguo jakuzzi al que las Ordenanzas habían cerrado la piscina, que había sido sustituida por diferentes ambientes, pista de baile, amplias camas y zonas de contactos. Elegimos la amplia barra de la entrada en la que nos sentamos sobre altos taburetes, con el devastador efecto de que la falda, abierta por completo, mostraba hasta mi tanga y atraía moscones. La zona que ocupábamos en la barra se había superpoblado, los dos primeros, cuarentones, se acercaron sin pronunciar palabra; después llegó una camarera para decirnos que un tercero nos invitaba a tomar con él una botella de Champagne. Se levantó cortés al acercarnos a la mesa que ocupaba, cincuenta años con cuerpo y aspecto muy cuidados, amable y educado, podría merecer la pena, y su conversación agradable merecía un premio, desabroché un cuarto botón de mi camisero y ya mis tetas lucieron desnudas para unas primeras caricias. Pasamos a los salones interiores donde mis dos caballeros pusieron mucho interés en desnudarme por completo, pero que no les permití; permanecí, eso sí, con la blusa completamente abierta y yo misma retiré mi tanga para dejar mi sexo al alcance de sus manos. De sus manos y de sus bocas, porque el recién incorporado decidió homenajearme metiendo su cabeza entre mis piernas para lamer y mordisquear mi clítoris con su lengua. Era mi turno de sentarme sobre sus piernas y colocarme para que su verga entrara en mi vagina, a partir de ese momento mi ropa voló fuera de mi, los movimientos cada vez más descontrolados, mis nalgas rebotaban sobre sus piernas, las llama da s a mi orgasmo eran cada vez más sonoras y en el momento en que me llegó aún tuve fuerzas para cambiarme de lugar, conseguir que su polla abandonase mi vagina y de un solo envite s e colas e entera en mi culo. Para él fue el acabose, ni siquiera se lo había imaginado y cuando la tuvo entera dentro de mi. le vino una corrida monstruosa, se aferraba a mis tetas, se ahogaba con ellas al intentar meterlas enteras en su boca, todo su cuerpo estaba contraído mientras trataba de que su polla me llenase por entero. Después, ya mas calmados, empujaba con su polla todo el semen que había rebosado de mi vagina, no quería que ni una sola gota se perdiera.
Vestidos nuevamente salimos a la barra. Había bastante más gente que cuando entramos y tuvimos que hacernos un hueco para pedir las copas. Supe ahora que era el día de solteros, es decir, el único día de la semana en el que los hombres solos, tenían acceso a todas las instalaciones y, por lo visto, a todas las chicas que hubiera en el local porque mientras varias manos trataban de deshacer el cierre de mi falta, otras trataban de quitarme la braga directamente, llevándose la sorpresa de que no la llevaba puesta, otras mas masajeaban mis tetas, hasta que el más osado, me tomó en brazos, selló mi boca con un largo beso y me llevó de regreso al interior, sobre una de las camas y allí follamos durante una hora, sin prestar atención a las vergas desnudas que trataban de meterse en mi boca, ni a las muchas manos que acariciaban mi cuerpo. Todos los machos que había en el local estaban desatados, y las pocas mujeres do dábamos abasto, pero lo cierto fue que, pese a las muchas pollas que había tenido dentro de mi, el que más me agradaba fue el primero, de modo que decidimos continuar la fiesta fuera de aquel lugar, pero teníamos hambre, y antes de ir a mi casa, buscamos una churrería de las que existen cerca de los mercados, era la hora en que solían abrir y su clientela habitual estaba compuesta de juerguistas agotados, tíos con resaca y putas en recogida, algunas de ellas acompañadas por sus últimos clientes, tratando todos de alargar la noche y de saciar el hambre a base de churros con chocolate y la correspondiente copa de aguardiente.
No puede decirse que pese a la muy heterogenea población, mi entrada pasara desapercibida, todos los habituales estaban ya curados de espanto, pero mi camisero ya sin botones y mi falda a la que solo le quedaba un corchete, era más provocativo que si fuera desnuda, y como las mesas eran grandes y colectivas, nuevamente estaba entre ávidos cazadores, lo cual no me importaba demasiado. Tres chicos con no demasiada buena pinta se peleaban entre ellos por sentarse a mi lado y el que lo consiguió no se cortaba un pelo, de inmediato terminó de abrir la capa de mi falda y llevó su mano hasta mi sexo; tuvo un momento de parón al darse cuenta de la ausencia de braga, pero eso fue un aliciente para él porque sacó su mano, se lamió varios dedos y directamente los clavó en mi vagina, me había penetrado con ellos y no se estaba quieto mientras yo me descontrolaba totalmente en mi asiento. Tomó un descanso y fue para abrazarme y con un beso de tornillo meter su lengua en mi boca, abrió por completo mi blusa y se apoderó de mis tetas, sin reparo a que todos nos estuvieran viendo. Bajo la mesa me estaba masturbando y mi clítoris respondía abiertamente a las caricias. Se aproximaba un orgasmo que sería sonoro, y todos los ocupantes de la mesa lo esperaban babeando. Sin embargo no fue el mío el que llegó el primero, sino el de él, Hacía rato que mi mano había desabrochado su bragueta, que mi mano había encontrado su polla y le masturbaba, como bien lo habían podido observar un par de bolivianos que se habían metido bajo la mesa para observarnos en primera fila, creo que uno de ellos se llevó en plena cara la corrida completa de mi acompañante. Llegó el suyo y llegó también el mío, se produjo una explosión intensísima en todo mi ser y en ese momento llegó la sorpresa, de debajo de la mesa u entre mis piernas surgió uno de los bolivianos, tenía su polla enorme y sujetándola con su mano, de un solo golpe la metió en mi vagina. Aquella enormidad me llenó por completo, colocadas mis piernas sobre sus hombros me había clavado sin que pudiera hacer nada para evitarlo y ahora que sentía su polla penetrándome me encantaba aunque se presentó un conflicto de intereses. El joven que antes me había masturbado se había visto superado por la rapidez del boliviano, pero también quería su parte del festín. Era mucho más fuerte y nos levantó en vilo a la vez y lo hizo para sentarme sobre él, pero como la polla del boliviano no había manera de que abandonara mi vagina, la única solución posible fue la que tomó, me metió de un solo golpe su verga por el culo y ese fue el glorioso espectáculo que dimos, desnuda enteramente, con una polla enorme metida en mi vagina, y otra un poco más pequeña, bien clavada en el culo, sin contar las otras muchas que fueron entrando y saliendo de mi boca, y las otras muchas a las que masturbé con mis manos.
Salía de la ducha, en casa, cuando sonó el timbre del intercomunicador con la Portería, había alguien que preguntaba por mí para entregarme mi billetera y portadocumentos. No tenía conocimiento de haberlos perdido, así es que verifiqué rápidamente y al no encontrarlos, autoricé la subida de esa persona hasta mi apartamento; rápidamente me puse lo que tenía más a mano, un corto salto de cama de gasa que descubría muchísimo más de lo que tapaba. Abrí la puerta y me quedé de piedra, la persona que me devolvía la cartera era el mismísimo boliviano que me había follado un par de horas antes; era él mismo, sin duda, el que me había robado la cartera para obtener mi nombre y dirección, pero tampoco podía acusarle puesto que era quien me lo devolvía, diciendo haberla encontrado en La Churrería. Con la sorpresa ni me di cuenta de que mi cuerpo estaba casi totalmente desnudo cuando le hice entrar hasta el salón. Tartamudeando me explicó haber encontrado la cartera, pero su actitud y su tono me hacían suponer que me la había quitado para saber mis datos; no faltaban ni dinero ni documentos, el motivo para mi estaba claro, aquel individuo era sumamente peligroso, buscaba mucho más que lo que había en la cartera, era inteligente, ya que había montado todo aquello, y el sexo que habíamos tenido no le había bastado, seguramente quería mucho más y para conseguirlo podría llegar a ser extremadamente violento. En mi cabeza estaba analizando todas las posibilidades mientras le escuchaba, tendría que ser muy hábil, pero era precisamente el sexo la única manera de salvarme y salir indemne de aquella peligrosísima situación, a partir de aquel momento iba actuar, debía hacerlo, como la mejor actriz del mundo.
Estaba sentada frente a él que no perdía ojo de mi cuerpo, mi salto de cama era corto y transparente, mi juego comenzó con el pecho que, de pronto, apareció totalmente desnudo ante sus ojos, con mis propias manos acaricié mis tetas, me desperecé en el sillón y al estirarme, el corto velo de gasa le mostró todo mi cuerpo desnudo, cambié de asiento para sentarme a su lado y tomé una de sus manos para posarla sobre mis piernas, cogí su cara con mis manos para estamparle un largo beso en su boca como si le mostrase mi agradecimiento por su buena acción, y se lo creyó, me vio como la tonta del pueblo, su presa más que fácil. Busqué su lengua con la mía para entablar una lucha con ella, dentro de su boca y en la mía, mientras sus manos habían dejado de trepar por mis piernas al llegar a mi sexo que abrió con sus torpes dedos. Actuaba con brusquedad, con mucha violencia, habría que enseñarle otra forma de sexo si quería ganar, pero lo inmediato era calmar su violencia y yo misma me acosté sobre el sofá, abrí mis labios y conduje su polla para que me penetrase. Martilleaba con furia, tan solo buscaba vaciarse y cuando lo hizo solo produjo en corto rugido gutural, sus fuerzas habían disminuido aunque en ese momento trataba de sodomizarme. El esperaba mi resistencia y me sujetaba con fuerza, pero no lo hice y le sorprendí con ello, me ofrecí claramente, le ayudé a que su polla entrase por completo, con lo que evité la rotura del esfínter y ni mucho menos fue tan doloroso. Me moví bajo él provocándole, tratando de mostrar que estaba disfrutando, con lo cual le quitaba gran parte de su placer, el componente de violencia, de ese modo le provoqué un nuevo orgasmo y su polla se salió sola. No me paré por ello, comencé por acariciarle con mis manos, amasé sus testículos, masturbé su polla para después tomarla en mi boca, lamí su glande como si me encantase, le hacía entrar y salir de mi boca, le hacía sentir que me llegaba hasta la garganta y, claro está, le llegó un nuevo orgasmo, el tercero o cuarto de la sesión, y sus fuerzas le abandonaron por completo, aún así, ahora fui yo la que me puse sobre él, con enorme trabajo conseguí sentarme sobre su polla casi totalmente flácida, ya ni le sentía dentro de mi pero había mucho en juego y tenía que seguir hasta que le llegó una nueva corrida que ya no era ni semen, un líquido blanquecino que más parecía agüilla. Allí cayó dormido y agotado. Me levanté y sin asearme siquiera, llamé a la policía que no tardó en llegar.