Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 8011 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “Fitness para todas las edades” (POR BUENBATO)

$
0
0

Mi nombre es Heriberto, y te contaré una historia. Es la historia de cómo la vida de un dueño de dos gimnasios – tipo alto y musculoso, la clase de sujeto que no querrías como suegro, felizmente divorciado y sin más sentido en la vida que dirigir sus locales – cambia completamente con la llegada a casa de su hija. ¿Has escuchado esa frase publicitaria de “Me siento increíble, pregúnteme cómo”? Bueno, no te imaginarías cuál es mi respuesta.

La primera vez que vi a Mariana aparecer en televisión, no pude evitar llenarme de felicidad. El noticiero decía que ella era la nueva cara del fitness, al menos en el público adolescente. Nació en verano, y desde pequeña pude ver en ella el mismo ímpetu deportivo que yo había tenido siempre. Cuando me divorcié de su madre, hace cinco años, supe que debía dedicar mi tiempo a ella. Mi ex esposa se volvió a casar hace dos años y Mariana decidió – aunque tengo la sospecha de que su madre le pidió que así fuera, por más que lo niegue – venirse a vivir conmigo. Admito que nunca estuve preparado para eso, fue como recibir de nuevo la noticia de que sería padre. Pero de inmediato tuvimos una conexión que nada separará jamás.

Siempre me he dedicado al negocio de los gimnasios. Tengo dos: uno pequeño en un edificio de oficinas, donde los empleados bancarios van a des estresarse por las tardes, y uno más grande – el primero – en un viejo barrio residencial en el bullicioso centro de la ciudad. Antes de que Mariana llegara a vivir conmigo, siempre le invité a entrar libremente a los gimnasios, pero rara vez los visitaba. A fin de cuentas, estaba más interesada en el ballet, sueño perdido de su madre.

Yo por mi parte, he ganado – hace años ya – dos concursos regionales de fisiculturismo. Siempre he tenido la idea de no meterme ninguna clase de sustitutos ni nada de eso; no es que esté en contra, pues conozco a muy buenos muchachos que los usan, pero siempre he preferido hacerlo al natural. He perdido un poco de condición, con los años, y si bien ya no tengo el mismo volumen que antaño sigo manteniéndome fuerte. Mido un metro ochenta y cinco, y peso ochenta y nueve kilogramos; nada que una buena rutina de cardio no pueda corregir.

Tras su llegada, a Mariana seguí llevándola un par de veces a las clases de ballet, pero era obvio que no era precisamente lo que le apasionaba. Entonces, un día, la encontré en la casa leyendo los viejos libros para fisiculturistas amateurs. Decidí darle su espacio, y con el tiempo la comencé a ver por las tardes, encerrándose en su cuarto para poner en práctica las técnicas de los más aclamados fisiculturistas y médicos fisiológicos. Dejó de ir al ballet, al que calificó como un lugar lleno de niñas presumidas, y pareció dedicarse mejor de lleno a las artes del gimnasio.

Sé que un gimnasio puede parecer un lugar sucio, lleno de sudor y hombres exageradamente musculosos, pero es mi pasión, y es ahí donde he conocido a las mejores personas. Un fisiculturista es, ante todo, una persona que deja a un lado los obstáculos y pretextos que te impiden romper tus propios límites, y creo que hace falta mucha gente así en el mundo.

– Papá – me dijo Mariana una noche, mientras cenábamos una pieza de pollo

– ¿Qué pasó?

– ¿Crees que yo pueda ir a tu gimnasio?

Aquello dibujó una sonrisa en mi rostro.

– Por supuesto que sí – le dije, reprimiendo mí entusiasmo para no parecer ridículo – Tú sólo ve, yo me encargo de que te hagan pasar sin problemas. En el gimnasio yo soy el jefe, ¿recuerdas? – le recordé, con una sonrisa

Al siguiente día ella llegó. Para entonces ya les había explicado a mis empleados que ella era mi hija. Era extraño ver a una chica así, vestida no con la mejor indumentaria para el entrenamiento, pero con bastantes ganas, sin que su delicado cuerpo de bailarina de ballet supusiera para ella un problema.

Yo mismo me dediqué a enseñarle los conceptos básicos del fitness, así como mis recomendaciones para sus primeras rutinas. Pero ella me sorprendió bastante cuando comenzó a hablar y a opinar como toda una experta. De verdad que había devorado correctamente los libros, y parecía no necesitar mucha ayuda con eso. Conocía las rutinas, los movimientos y sus efectos en el cuerpo humano. Me sorprendí con lo inteligente que era, y también con su capacidad de externas claramente su opinión. Tenía, además, la paciencia necesaria para hacer los movimientos con las pausas y al ritmo necesarios. Parecía una artesana trabajando con su propio cuerpo.

Todos los integrantes del gimnasio se acostumbraron a la diaria presencia de mi hija. Con dedicación, asistía todas las tardes, siempre con la rutina bien pensada. Poco a poco, los músculos de su delgado cuerpo fueron endureciéndose, sus piernas se tornearon maravillosamente y su abdomen se remarcó preciosamente. Siempre había sido bajita y, aunque aún se hallaba en crecimiento, me daba la impresión de que había dado un verdadero estirón. En menos de seis meses, mi hija era una verdadera chica fitness.

Se acostumbró de inmediato a una dieta rica en proteínas y carbohidratos. Sabía cómo combinar los alimentos antes y después de cada entrenamiento, y era capaz de memorizar en orden los vegetales más ricos en proteína y cuales tenían las mejores enzimas y todas esas cosas que yo ni siquiera recordaba. Tenía la práctica y los conocimientos de cualquier entrenador, y así fue.

No tardó mucho en ayudar a las chicas de su edad a integrarse en el mundo del gimnasio. Las novatas, temerosas de los complejos aparatos, fueron ganando confianza gracias al apoyo de mi hija. Me asombró su capacidad de explicar correctamente los ejercicios adecuados para cada una de ellas. A las más llenitas, tal rutina, a las más delgadas, otra. Era una excelente coach al tiempo que entablaba amistad con las usuarias de su edad.

Yo, por mi parte, comencé a entrenar con ella, especialmente los sábados, en los que asistíamos al gimnasio del edificio de oficinas. Como era obvio, nadie asistía esos días, por los que el gimnasio permanecía cerrado. Era agradable tener todo aquel espacio para nosotros solos, y Mariana disfrutaba ejercitarse a más de diez pisos de altura, con la natural luz del sol entrando por los grandes ventanales. Terminé entregándole una copia del local del edificio bancario, para que fuese los fines de semana.

Fue entonces cuando conoció a Katia, una chica un año mayor que se convirtió rápidamente en su discípula y mejor amiga. Era una chica que en realidad tenía tiempo asistiendo por las tardes al gimnasio. Se trataba de una chica de color, con un particular peinado afro que llamaba poderosamente la atención. Era, para ser franco, la clase de chicas que no me agradan mucho en mi gimnasio; si bien creo que la mayor parte de los clientes asiste con la intención de mejorar su condición física, Katia era lo que yo llamo una “desestabilizadora”. Los chicos son hombres, a fin de cuentas, y Katia era un poquitito coqueta, lo que distrae a todos en general.

Creo que un gimnasio está lejos de ser el lugar ideal para hallar al amor de tu vida, y creo que Katia no era capaz de comprender del todo esta verdad. Además, era mucho menor que la mayoría de los chicos, lo que hacía de todo aquello un poco más incomodo si eres de esos que aún no se acostumbra a los nuevos parámetros morales – más adelante recuérdame haber escrito esto -. Afortunadamente, su amistad con Mariana la ayudó a concentrarse más en su cuerpo – bastante admirable, para ser sinceros, con ese toque inconfundible de la raza negra – y a distraerse menos con asuntos de ligue.

Fue ahí, en sus andanzas juntas, donde nació el proyecto de grabar pequeños videos donde enseñaba tips y rutinas; los videos, que grababan cuando iban los domingos al gimnasio del corporativo – días en los que mi cuerpo descansa –los subía después a YouTube, y rápidamente cobraron interés. La primera vez que me entere de dichos videos, fue al ver el quinto, con más de noventa mil visitas, y contando. Lo anunciaban las notas amables de un noticiero nacional. Según el reportaje, el “canal” de mi hija tenía miles de admiradores.

Admito que me sorprendió enterarme que mi hija tenía bastante talento. El ballet, después de todo, le había otorgado la gracia de sus movimientos y sonrisa, así como la seguridad de hablar con plena confianza a la cámara.

Una vez entré a su canal, y vi todos sus videos. Me encantaba leer los comentarios positivos que la gente hacía a mi hija, motivándola a seguir y agradeciéndole, aunque tampoco faltaron los molestos comentarios de verdaderos canallas que no hacían más que señalar lo mucho que les gustaría gozar de su “precioso cuerpecito”. Si bien me enfureció, sabía que no había manera de evitar aquello, más que ignorándolos. ¿Cómo podían semejantes tipejos expresarse así de una chica como Mariana?

Una mañana, mientras conducía hacía su escuela, le pregunté sobre los videos. Guardó silencio, como si en vez de ello le hubiese preguntado si consumía drogas.

– No estoy enojado – le dije, para tranquilizarla – Al contrarío, creo que es bastante bueno. ¡Tienes muchos admiradores!

Ella sonrió. Me contó que se le había ocurrido junto a Katia, quien hacía de camarógrafa. Me dijo que estaban preparando el séptimo video, donde hablaría sobre la manera más rápida de quemar grasa.

– Creo que todos los niños, adolescentes y jóvenes deberían ir al gimnasio – dijo, con la solemnidad de un premio Nobel.

Aquello me conmovió, como a cualquier padre orgulloso.

– ¿Sabes qué? – le dije – Creo que una cámara nueva y un tripie te ayudarían, ¿no crees?

Ella sonrió con la idea, y me abrazó.

– ¿De verdad? – preguntó emocionada

Le confirmé con una sonrisa, y ella me besó agradecida en la mejilla. Esa misma tarde, después de sus clases, fuimos de compras. Ella invitó a Katia, y juntas eligieron la cámara y el tripie. Sin duda iban a mejorar mucho la calidad de sus videos.

En efecto, los videos mejoraron. Incluso crearon un nuevo nombre – de hecho, no tenían nombre – y ahora un animado cartel al inicio de cada video aparecía: “Fitness, para todas las edades”. Katia, que era quien editaba los videos, resultó ser bastante buena, y alguna vez Mariana me dijo que deseaba algún día ser cineasta. Mi hija, por su parte, se veía estupenda ahora que aparecía en alta definición. Los comentarios positivos las animaron a continuar.

El decimo video fue el primero en recibir más de un cuarto de millón de visitas, y pasó sólo un día cuando recibimos la llamada del área de mercadotecnia de Frenzy, una popular bebida deportiva, que yo vendía en mis gimnasios. Platicaron un rato con Mariana, que se sentía emocionada por que una marca deseara patrocinarla. Como su tutor, tuve que tomar el teléfono y hablar con ellos. Nos pagarían una pequeña suma por cada visita, y nada cambiaría en realidad, salvo por los nuevos uniformes con los estampados que ahora Mariana tendría que usar, y la rotulación del equipo que ella usara en sus videos: lo que significaba que marcarían todo el gimnasio del corporativo.

No tuve mucho que decidir, pues la última palabra la tendría Mariana. Su respuesta fue un enorme y rotundo sí, de manera que el video número doce fue el primero patrocinado por Frenzy. El dinero, por su parte, acordamos dividir una pequeña parte para sus gastos varios y el resto a un fondo de ahorro para sus futuros estudios. Ella aceptó contenta, y dijo que también Katia debía recibir parte del dinero. Yo no tuve ningún problema.

– Es tu dinero, hija – le dije, tomándola de los hombros – Y debes hacer con él lo que creas correcto.

El primer video patrocinado tuvo trescientas mil visitas. Y el cheque llegó una semana después – y seguirían llegando con cada cincuenta mil visitas más -. Era increíble. Lo que había iniciado como un simple hobby, ahora estaba haciendo de mi hija un pequeña profesional en el mundo del fitness.

Parte del primer cheque fue gastado por ambas en una salida al centro comercial; compraron nueva ropa de entrenamiento y algunas blusas casuales. Las recogí en la noche, cuando salieron del cine. Lleve a Katia a su casa y después regresamos a caer dormidos tras un agitado y emocionante sábado.

Las cosas iban bien, hasta que recibimos la llamada de su madre que nos cambiaría la vida. Fue mientras desayunábamos, al día siguiente, un domingo. Mariana había cocinado un guisado de atún, limón y lechuga sumamente delicioso. Cuando regresó de la cocina con el enorme platón, el tono de mi celular comenzó a sonar.

– Es tu madre – dije, como si se tratara del mismo diablo, ella se sentó, con los ojos muy abiertos.

Contesté el teléfono y, fiel a su costumbre, Verónica me saludó a su muy suyo estilo.

– ¡¿Cómo puedes permitir esto?!

– Buenos días, Verónica.

– Eres un maldito, no tardaste en meterle tus ideas a tu hija.

– Voy a necesitar que me digas de qué rayos estás hablando – le dije, girando los ojos

Le guiñé un ojo a Mariana, que estaba más que acostumbrada a aquellos arrebatos de su madre.

– ¿Me vas a decir que no tienes nada que ver con los videos de Mariana?

– Bueno, fue idea de ella, sólo la he apoyado desde hace poco. ¿Quieres felicitarla?

– ¿Eres idiota? – dijo – Estas exponiendo a tu hija, nada más por…

– ¡Ey! ¡Hey! Aquí nadie está exponiendo a nadie. Si tu hija tiene talento y lo quiere mostrar, lo menos que puedo hacer es apoyarla, y creo que sería muy útil que tú también…

La discusión duró diez interminables minutos más, en los que Verónica llegó incluso a amenazar con demandarme si algo le sucedía a Mariana. Detalló con lujo, las miles de cosas malas que podían provocarse con la nueva fama de una chica que aún necesitaba de nuestro cuidado. Yo le dije que Mariana era una chica bastante responsable, y talentosa además, a quien no valía la pena frenar con temores infundados, basado en – se lo tuve que decir – una envidia por su éxito a su corta edad.

Aquello hizo estallar a Verónica, que no paró de decirme todo lo que ya sabía y lo que no me imaginaba sobre mi persona. Yo me limitaba a sonreír, divertido, ante sus insultos, pero traté de tranquilizarla.

– Verónica – dije al final – ¿Es mi hija? Sí. ¿La voy a cuidar siempre? Sí. Existan o no esos videos yo la cuidare, pero también la apoyare. Y si tú no eres capaz de eso, entonces mantente al margen. Y si estas muy segura de que lo que está haciendo esta “mal”, entonces te invito a que seas tú quien se lo diga. Dile “Mariana, quiero que dejes de hacer esos videos”. Entonces, veras lo difícil que es pedirle a tus hijos que dejen de intentar cumplir sus sueños.

Mientras hablaba, Mariana me miraba con los ojos vidriosos. La luz de la mañana que entraba por la ventana hacía brillar sus rubios cabellos como si se tratara de un ángel. Supuse que debía sentirse culpable de que su madre y yo discutiéramos, e intenté inútilmente detenerla cuando se puso de pie para correr a su alcoba. Aquello me acabó, y sentí la molestia creciendo en mi estomago.

Verónica me habló un par de minutos más, aunque afortunadamente más tranquila. Yo, por mi parte, estaba furioso por lo que había provocado a Mariana, pero fui lo suficientemente paciente para despedirme de ella con una inmerecida cortesía.

Apenas colgué, me dirigí a la recamara de Mariana. Toqué la puerta, y tardó más de cinco segundos en responder.

– Pasa – me dijo, con la voz ahogada por las almohadas.

Entré, la tenue luz de la mañana entraba apenas a través de las cortinas entreabiertas. La luz amarillenta del sol iluminaba la hermosa figura, recostada boca abajo, de Mariana. Un pensamiento extrañó se instaló brevemente en mi mente mientras observaba las formas de sus glúteos bajo sus apretados pantalones cortos de lycra. Aún hoy me pongo a pensar que aquel instante fue la clave de todo; he pasado algunas noches pensando qué hubiese sucedido si mis ojos nunca se hubiesen posado en su cuerpo en aquel preciso momento. Sacudí la cabeza, y pensé en la mejor manera de comenzar la charla.

– Mariana – dije, sin recibir en principio ninguna reacción – Lamento mucho…

– Tú no tienes la culpa – dijo, con la voz entrecortada; había llorado.

– Nadie tiene la culpa – dije – Tu madre sólo está preocupada.

Ella no dijo nada, parecía secarse las lágrimas en la cubierta de tela de la almohada. Sólo entonces se incorporó, sentándose junto a mí, a la orilla de la cama.

Entonces la rodeé con mis brazos, platicamos, con sus lágrimas al borde del abismo, mientras trataba de consolarla. Era injusto que se sintiera culpable por los arrebatos infundados de sus padres. Me sentí responsable de ello, y me prometí que no permitiría más eso. Ella intentó recostarse sobre mí, buscando mi cuidado. Fue entonces, que buscando la posición más cómoda para abrazarme, terminó sentándose sobre mis piernas.

Pude sentir los firmes músculos de sus glúteos sobre mis rodillas. Sacudí mi menté y traté de concentrarme. Entonces comenzó.

Lloró un par de minutos sobre mi pecho. Secó sus lagrimas sobre mis hombros y entonces preguntó.

– ¿Tú me quieres?

Le respondí con la certeza inmediata de cualquier padre.

– Mucho, Mariana, eres lo que más quiero en la vida.

– ¿Si no fuera tu hija me querrías?

Mi mente me preguntó qué clase de pregunta era esa, pero ignorándome a mí mismo contesté.

– También. Porque eres inteligente, alegre, talentosa…

Aquello la hizo reír, Y yo la abrace, apachurrando su cuerpo contra el mío.

Entonces alzó la vista, y me miró fijo a los ojos.

– Yo también te quiero – dijo, y sólo entonces me percate de lo peligrosamente cerca que se hallaban nuestros rostros.

Antes de que fuera capaz de reaccionar, a pesar de que el tiempo se ralentizó, sus labios húmedos, suaves y delgados se posaron sobre los míos.

Aquel momento, que podría llevarme hasta la tumba, hizo que el tiempo realmente se detuviera. Si me hubiese puesto a contar, juraría que hubiera llegado holgadamente hasta veinte. Mi mente se preguntaba qué diablos estaba sucediendo.

Las manos de Mariana se posaron en mi pecho, abrazando con sus dedos la tela de mi camiseta. Mis manos se dirigieron, dispuestas a separarnos, sobre su cintura, pero terminaron victimas de aquello, y optaron por posarse con suavidad en la esbelta cintura de mi hija.

No sé que hubiese pasado si el celular de Mariana no hubiese sonado. Se puso rápidamente de pie, mis rodillas aún sentían el calor de su hermoso trasero.

Revisó el celular sobre su mesita. Yo ya estaba de pie, en el marco de la puerta.

– Hoy iré a grabar con Katia – me dijo, con una mirada que no supe cómo interpretar

– Las llevo – le dije

Fue la última charla que tuvimos en horas.

Me vestí con un pantalón de mezclilla azul, unos zapatos deportivos y una camiseta blanca. Hubiese deseado tener el tiempo de visitar a un psicólogo y contarle sobre lo sucedido. Al menos hubiese servido de algo poder navegar un rato por la Internet, para entender por qué una hija haría esa clase de cosas. Pero no había tiempo, en menos de veinte minutos ella se cambió y, aunque no me dijo absolutamente nada, yo la acompañé hasta el vehículo.

Fuimos a casa de Katia antes de dirigirnos al gimnasio del corporativo, y durante todo el viaje no nos dirigimos la palabra. Ella simulaba actuar con normalidad, a pesar de que evadía a toda costa mi mirada, y yo no estoy muy seguro de si la expresión de perplejidad era evidente en mi rostro. Minutos después, llegamos.

Aquella era la primera vez que veía cómo grababan el programa. Era bastante sencillo, en realidad. Mariana utilizaba un pequeño guion con todo lo que iba a decir, pero en realidad gran parte era completamente improvisado. Se limitaba más que nada a dar la rutina correcta para el objetivo marcado, pero lo hacía con simpatía. Katia, actuaba como camarógrafa, y como directora, pues indicaba los errores que Mariana no detectaba por sí misma.

Nunca me había dado cuenta realmente la hermosa figura que la negrita poseía; tenía que admitirlo, la gran disciplina que Mariana tenía con los ejercicios difícilmente le permitiría superar los naturales dones de Katia. Pero aún así no era aquella morena quien me interesaba en ese momento, sino la esbelta rubia, delgada y de cuerpo marcado cuyos labios habían asaltado a los míos. Mi hija.

Estuve mirando todo el tiempo a Mariana; y llegó un momento en que caí en la cuenta de que me la había pasado vislumbrando sus curvas. Y no me importó, maldita sea, no me importó. Seguí mirando sus tetas apretujadas en su sostén deportivo, y sus piernas torneadas y firmes desnudas por un corto pantaloncillo de lycra que apretujaba su duro y alzado culito.

Ese culo no estaba ahí antes, debo admitirlo; tenía un trasero casi infantil antes de comenzar a levantarlo con el ejercicio diario. Ahora sus preciosas nalgas se levantaban gallardas en una curva perfecta, que subía a través de una cintura marcada y esbelta antes de llegar a sus pechitos. Debía medir no más de un metro y cuarenta centímetros, y su peso de treinta y dos kilogramos era casi un chiste.

Además de buen cuerpo, Mariana tenía un rostro precioso. Rubia y lacia, el cabello cubría su rostro fino y delgado. Su madre la había llevado a una estética, donde agregaron a su cabello unos llamativos toques más oscuros y claros que daban a su rubio natural un aspecto más exótico. Su nariz era grande, pero bonita, y se hallaba entre dos preciosos ojos de color verde grisáceo. Su boca era grande, y sus labios gruesos. Cuando sonreía, sus blancos dientes se asomaban en una sonrisa grande y feliz.

Me encontré a mí mismo desnudando la preciosa figura de Mariana, mi propia hija, y no fui capaz de detenerme, porque para entonces una idea recorría mi cabeza y era tan incapaz de detenerlo como ahora de describirlo. Es una especie de deseo prohibido que se apodera de tu mente; imagina a un niño, a quien le prohíben patear un balón pero de pronto se lo dejan en frente, a sus pies, listo para ser golpeado. Multiplica ese sentimiento por mil y ahí estaba yo, rememorando los cálidos labios de mi hija chocando contra los míos. Mis manos apretujando su cintura, sus dedos cayendo uno tras otro sobre mi pecho, la forma de sus glúteos sobre mis piernas. Estaba enloquecido, y el tiempo me parecía eterno y doloroso.

Ella también me miraba, de reojo, como si estuviese adivinando el deseo con el que la miraba. Cuando lo hacía, no tuve la vergüenza de desviar la mirada. Mantuve mis ojos fijos en ella, observándola, como si pudiera hablarle a través de ellos. Aquello la asustó, de cierta forma, pero fue lo suficientemente valiente como para soportarlo algunos segundos antes de escapar de mi vista, con las mejillas enrojecidas. Apreté mis puños, estaba demasiado molesto conmigo mismo. También Katia me miraba, de vez en cuando, a veces con el típico temor hacía los mayores, y otras simplemente me regalaba una sonrisa de sus blancos dientes. Pero, ¿qué importaba ella? Ella no tenía la menor idea de lo que me sucedía. Era una niñata.

Un montón de repeticiones desesperantes fueron necesarias para que finalmente aquello terminara. Las chicas aún permanecieron media hora platicando, mientras yo me limité a hacer un poco de tríceps para relajarme. Al parecer Katia editaría el video, lo subiría al canal y se lo mostraría a Mariana antes de hacerlo público. También debían avisar a la gente de Frenzy, aunque la costumbre era subir los videos los domingos por la noche.

Después de dejar a Katia en su casa, llegamos a nuestro departamento. No pudimos dirigirnos la palabra en el camino, y aquello fue evidente incluso para Katia. Aquello empezaba realmente a desesperarme.

Mariana se dirigió directamente a la regadera, y yo me quedé sentado y pensativo en la sala. Escuchaba el agua caer en chorro sobre el suelo e imaginaba el cuerpo desnudo de Mariana. Sentí que pasarón horas; aquel debía ser el baño más largo que Mariana jamás había tomado. Tenía ganas de golpearme la cabeza contra la pared con tal de olvidarla, pero sabía que sería inútil. La idea de entrar a bañera y tomarla ahí mismo me daba vueltas, estuve a punto de convencerme y subir corriendo, hasta que escuché la puerta del baño abrirse y luego cerrarse. Después escuche cómo entraba a su recamara.

Actuaba con demasiada naturalidad, salvo que no me dirigía la palabra, y aquello me estaba martirizando. ¿Acaso no recordaba lo sucedido esa mañana? ¿Acaso no fue ella quien me beso? ¿Por qué lo hizo? ¿Y por qué ahora no podía sacármela de la cabeza?

– ¿Papá? – su voz me sobresaltó, ni siquiera había escuchado sus pasos en la escalera

– ¿Qué sucede? – fue lo único que pude decirle

– Es que…voy a cocinar. Pollo con champiñones. ¿Vas a querer?

La miré a los ojos, pero estos sólo parecían confirmar su inocente pregunta.

– Sí – le dije – Gracias.

Ella se dirigió a la cocina. Entonces la vi completa; llevaba una blusa azul de tirantes, pegadísima y sin sostén alguno. Aquello ya era de por si intrigante, pero lo que me desconcertó por completo fue la falda; una falda blanca de algodón, con holanes, que hacía mucho que no utilizaba y que ya le quedaba realmente corta. ¿Por qué llevaba esa falda?

Estuve pensativo. Mariana me estaba volviendo loca. Me preguntaba qué estaba pasando por su cabeza, y si se sentía tan exasperada como yo. Me puse de pie, y me dirigí a la cocina.

Me acerqué lentamente, como una fiera que acecha a su presa. Estaba ebrio de deseo. No sé cuántos podrán entenderme, pero esas cosas se sienten sólo algunas veces en la vida, y en aquel momento la intensidad era indescriptible. Me asomé, y vi su cuerpo de espaldas; picaba los champiñones sobre la barra y parecía no percatarse de mi presencia. Miré su cuerpo una vez más, aquella falda no tenía nada que hacer ahí, apenas y era capaz de cubrir el alzado culo de mi hija y dejaba a la vista por completo sus torneadas, casi brillantes como el bronce, piernas. Aquello fue lo último que necesitaba para atreverme.

Bastaron tres largas zancadas para detenerme justo tras ella. Mis manos se colocaron en la esquina de la barra, para que mis brazos sirvieran de barrera, al tiempo que mi mente se preparaba para los gritos que escaparían de la garganta de Mariana. Pero nada de eso sucedió, ella no se movió ni dijo nada. Permaneció inmóvil, al tiempo que soltaba el cuchillo sobre la barra – ni siquiera había pensado en el cuchillo -. Aquello me desconcertó, entonces una idea cruzó mi mente tenuemente, casi como un suspiro. Mis manos descendieron, sin tocarla, hasta la altura de sus piernas. La mano se deslizó entonces bajo la tela de la falda, y no me detuve hasta sentir la textura blanda de un coño desnudo y la sensación rasposa de una pelvis

Aquello fue más que suficiente; mi hija no vestía bragas, y aquel descubrimiento fue la luz verde que necesitaba para lanzarme libremente sobre ella.

– Papá – me dijo entonces, con la voz entrecortada por el suspenso – Soy virgen.

“No me digas”, pensé. Me pregunté a qué venía aquello. ¿Esperaba que aquello me detuviera? ¿O sólo era su manera de calentarme más?

– Lo sé – fue lo único que le dije, antes de hacerla girar hacia mí.

Medía cuarenta centímetros más que ella, de modo que tuve que inclinarme mucho para alcanzar sus labios. Al no ser aquello suficiente, la alcé con facilidad por la cintura, haciendo a un lado la tabla donde picaba los champiñones para acomodar ahí sus nalgas. Aquello no la puso a mi altura, pero tuve que inclinarme mucho menos. Nos seguimos besando, ella parecía no tener duda alguna de lo que hacía, cerraba los ojos, como si aquel fuera su primer beso – tiempo después me enteré que realmente había sido yo, en la mañana, el hombre de su primer beso -. Sus labios se movían con la torpeza de la inexperiencia, pero supe guiarla. Mis manos la tomaron por la cintura, atrayéndola mientras sus piernas se acomodaban a los costados de mi cintura.

No sabía lo que hacía, y no tenía frenos en ese momento. Cegado por el deseo, mis manos se colocaron sobre su culo y, sin dejar de besarla, mis palmas apretujaron las endurecidas y hermosas nalgas de Mariana. Ella no pareció molestarse, y sólo aumentó la intensidad con los que sus labios abrazaban los míos. Era extraño, la temperatura de nuestros cuerpos había aumentado enardecidamente, pero nuestros cuerpos temblaban como si estuviéramos a varios grados Celsius bajo cero.

La excitación nos estaba consumiendo. Mi mente no hacía más que recordarme que ella era mi hija, mi hija, mi pequeña hija. Pero lejos de detenerme, aquello me endurecía más y más la verga que, bajo mis pantalones, exigía conocer el virgen coño de Mariana.

Mariana, llevada por la emoción o realmente acalorada, se deshizo de su blusa. Aquella actitud de verdadera zorra experimentada tuvo un efecto en mi, aquella no era mi hija, no en ese momento, era una mujer a quien debía tomar a toda costa. Su pecho desnudo apareció ante mí, separé un momento mis labios de su boca para visitar sus pechos. Ella lanzó un quejido cuando mis dientes apretujaron demasiado a su pezón. Ni siquiera tenía mucho pecho, a decir verdad, el ejercicio había reducido aun más los pequeños brotes que tenía apenas por tetas. Pero los chichones rosados que formaban sus pezones eran suculentos a plena vista.

Regresé a su boca, donde sus labios abiertos abrazaron mi lengua, que intentaba hurgar dentro de su boca. La suavidad de sus labios sólo se podía comparar, en términos de placer, con la calidez de su boca. Ella no parecía saber qué hacer con mi lengua dentro de su boca, pero lo solucionó correctamente entrechocando su lengua contra la mía, en una lucha extraña de fuerzas en las que yo tenía una ventaja inmensa.

Me detuve entonces a pensar en lo que estaba a punto de hacer; pero ya no me preguntaba si lo iba o no a hacer, sino cómo. Esbelta y ligera, Mariana no representaba ningún peso para mis gruesos brazos, pero me pregunté qué tan correcto sería para ella follar de esa manera. Prácticamente la clavaría en mi verga.

Pero ella no parecía tener problema con ello, y yo me hallaba tan excitado que deseché la idea de llevar a otro lado. El momento era ahí, y ahí sería.

– ¿Eres virgen? – le pregunté, desabrochándome el cinturón, aunque lo sabía perfectamente.

– Si – me dijo, mirándome a los ojos

– ¿Sí? – dije, desnudándome los pantalones con todo y calzoncillos.

– Sí – me confirmó, mirando de reojo mi endurecida verga, que ya apuntaba desnuda hacía su coño.

– ¿Eres virgen? – insistí, mientras separaba sus piernas

– Sí – me dijo, con la voz cada vez más entrecortada por lo inminente, acomodándose para recibir mi pelvis entre sus piernas.

Acomodé sus piernas, de manera que sus pies descansaban sobre mi espalda baja y mis nalgas. Ella me miró, tenía un aspecto sudoroso y despeinado, de viciosa, en el momento en que mi verga apuntaba directo hacia su coño. La punta de mi glande besó el humedecido exterior de sus labios vaginales. Ella pareció buscar una distracción acariciando mis pectorales, hasta el momento en que mi verga comenzó a ejercer presión sobre su concha.

Ella tenía la mitad de sus nalgas al filo de la orilla de la barra de la cocina. Era cuestión de que se dejase caer, como quien se lanza con paracaídas, para que la propia gravedad la hiciera caer sobre mi endurecido falo. Entonces sus labios se abrieron en un grito ahogado, mientras sus talones intentaban clavarse en mi espalda. Sus manos buscaron a mis brazos, y los apretujaron con fuerza mientras el tronco de mi verga iba abriéndose paso.

La detuve, entonces, justo a tiempo antes de reventarle el himen. Ella respiraba agitadamente, era claro que el grosor de mi endurecido pene había causado estragos en su coño primerizo. Sus bracitos se abrazaron de mi grueso cuello, como si temieran que la dejara caer aun más sobre mi verga. Entonces mis manos, que la sostenían por las piernas, fueron bajando lentamente, permitiendo que mi glande empujara más y más la membrana que protegía su pureza. Bajé un poco más, y entonces las uñas de Mariana se clavaron en mi dura espalda. Sentía una cálida gota recorriendo mi tronco. Le había quitado la virginidad a mi hija.

Continuar penetrándola se volvió más sencillo pero no menos doloroso para la estrecha concha de Mariana; podía escuchar sus quejidos y lamentos cuando ya la tenía completamente ensartada en mi falo. Estaba claro que aquella posición no había sido la más adecuada para su primera vez, pero por alguna razón aquello no me importaba.

Aquella posición tampoco era muy cómoda para mi, pero era particularmente excitante, de manera que comencé un lento mete y saca, lo más cuidadosamente posible a pesar de las inevitables embestidas provocadas por la propia gravedad y que provocaban unos preciosos y agudos gritos de mi hija, que aparecían con cada penetración y se ahogaban en el dolor de su vientre.

Pero la situación no podía engañarme, sentía cómo los jugos de Mariana manaban y embutían mi tronco. Pese a los dolores propios de su inexperiencia, el cuerpo de Mariana comenzaba a disfrutar los placeres de la excitación sexual. Y cada mete y saca se iba volviendo más sencillo gracias a la lubricación natural de su coño.

Sin embargo, no pensaba mantenerme todo el tiempo así. Con una habilidad digna de un bailarín de salsa, saque mi aparato de Mariana, la hice girar, colocándola con la mitad de su vientre sobre la barra, a la altura perfecta para que mi verga apuntara de nuevo a su coño. Volverla a penetrar fue sencillo, aunque el acto fue acompañado de un grito ahogado de mi hija, seguida de un arqueo de su espalda ante el inesperado dolor.

Pasado el primer espasmo, me di a la tarea de volver a bombear aquel coñito. El calor de su interior me daba la energía necesaria para que mis caderas no detuvieran sus lentos pero firmes movimientos con los que clavaba mi verga. Noté cómo los quejidos se iban convirtiendo en verdaderos suspiros de placer, y la tenue voz de Mariana gimiendo ante mis arremetidas sólo provocaba que mi tronco se endureciera aún más en su interior.

Mis manos aprovecharon la nueva posición para colocarse sobre los brotes que mi hija tenía por senos. Sentía sus endurecidos pezones, grandes y rosados, tan voluminosos como sus propias tetas. Me pregunté lo suculentos que debían ser. Aquellos pellizcos, sumadas a las embestidas, estaban provocando en Mariana un placer irresistible. Pronto comencé a sentir sus nalguitas restregándose contra mis piernas, en sus burdos intentos por menear su coño contra mi verga.

Acerqué mis labios a sus oídos.

– ¿Te gusta?

– Sí – dijo

– Dime sí papi.

– Siiií, paaa… – no fue capaz de terminar por que mis dos manos apretujaron sus pezoncitos al mismo tiempo.

– ¿Te gusta perrita? – insistí

Una pausa se instaló por breves segundos, antes de que suspirara de nuevo.

– Sí

– Eres mi perrita, ¿sabías? – dije, sin remordimientos, pues estaba completamente fuera de mi.

– ¡Sí! – dijo, con convicción, mientras sentía cómo mis embates aumentaban de velocidad.

– ¿Sí qué, perrita?

– Soy tu perrita papi – dijo, como podía, pues mis embestidas ya no me permitían hablar ni siquiera a mi – ¡Soy tu perrittttt….!

Entonces su cuerpo se tensó, su espalda se curvo de repente mientras su piel se enfriaba repentinamente. Una vibración en su coño se sintió sobre el tronco de mi verga, y el interior de su concha parecía estarse volviendo liquida. Comprendí entonces que había provocado en mi hija su primer orgasmo, y aquello me motivó para aumentar el ritmo de mis movimientos.

– ¡No! – gritó Mariana, cuando recuperó el aliento – ¡Papi, papi! Yaaaaaa…

Hice caso omiso, mi verga taladraba su coño sin piedad. Sólo me detuve cuando sentí su cuerpo desfallecer. Era como si fuera una muñeca de trapo.

Su cabeza y su pecho se habían desplomado sobre la barra. Saqué mi verga de ella, me asomé y vi su rostro lagrimoso. Aquello me perturbó, sólo entonces comprendí lo irresponsable que aquello había sido.

Ella estaba consciente, pensé en pedirle perdón., pero entonces ella me regaló una extraña sonrisa de satisfacción y complicidad.

Yo sonreí. La cargué como si fuéramos un par de recién casados. La última vez que la había cargado de aquella manera había sido una noche en la que se había dormido a mitad de una película, cuando apenas tenía ocho años; era la primera visita parental que me hacía tras el divorcio con su madre y yo la tuve que llevar a su habitación para que siguiera durmiendo.

Ahora la llevaba a la sala, pero esta vez para seguir follándomela.

La lancé desde unos treinta centímetros de altura. Cayó de lado sobre el sofá, con su culo apenas expuesto. Aquello no evitó, sin embargo, que mi cuerpo se acomodara como pudiera; bastaba con que mi verga pudiera abrirse paso entre sus nalguitas para penetrar su coño. Estaba enloquecido, ni siquiera me importaba lo exhausta que mi hija pudiera estar, volví a penetrarla, sintiendo de nuevo el cálido palpitar de su interior, y aceleré mis embestidas en segundos. Ni siquiera parecía posible que un hombre de mis dimensiones pudiera coger con una criatura tan frágil, pero así era.

En unos cuantos segundos, mi verga perforaba el coño de Mariana con la misma intensidad. Las fuerzas que había recuperado sólo le sirvieron para gritar, respirar y gemir. Veía como su cabeza se tambaleaba sobre su delicado cuello, tratando de no desmayarse ante aquel cruel remolino de placer.

Sin embargo, lo inevitable pronto se hizo presente. Sentí cómo mi verga iba aumentando su sensibilidad, y comprendí que había llegado el momento en que mi cuerpo no podría retener más la tremenda eyaculación que se acercaba.

– Me voy a correr – comencé a decir, con la voz agitada – ¿Sabes qué es eso?

– ¡Sii! – alcanzó a responder Mariana, entre gemidos de placer.

– Me voy a correr dentro de ti – le advertí – Voy a descargar mi leche en tu coñito.

– ¡Sii! – era lo único que mi hija era capaz de responder, las respuestas de sus movimientos me daban a entender lo mucho que le calentaba escuchar todas aquellas cosas.

– Te voy a llenar la conchita de mi lechita, ¿si quieres?

Por respuesta recibí un aumento en los movimientos de sus caderas, que habían pasado de toscos a desesperadamente precisos.

– ¡Córrete mierda! – gritó, mientras cerraba los ojos, como si estuviese recibiendo una descarga eléctrica que la mantenía firmemente atrapada en aquel sofá.

Verla de aquella manera, hizo que mi cuerpo respondiera automáticamente. Era la primera vez que la escuchaba decir una grosería; ni siquiera hubiese creído que fuera posible que de su boquita pudiera salir una palabra así. Me excitó lo guarra que se miraba en ese preciso instante; la tierna y responsable chica de “Fitness para todas las edades”, gritaba como una verdadera puta en el momento en que estaba a punto de recibir mi néctar. Aquello fue la gota que derramó el vaso. Una sensación de cosquilleo pasó de mi mente a mi entrepierna. Sentí como mi leche se preparaba para salir escupida contra el interior de aquel precioso coñito que vibraba de vida y placer.

– ¡Eso! – grité, mientras la iba llenando de mi leche – ¡Eso, ya está!

El estrecho coño de mi hija provocaba que mi tronco se apretara tanto que mi esperma avanzaba con lentitud por mi uretra. Sentía como si fuera más espeso y caliente, a medida que iba rellenando el coño de Mariana. Ella suspiró, como si recibir mi tibia leche la excitara de alguna manera. Yo también estaba completamente extasiado; parecía casi injusta la manera en que mis fornidos brazos apretujaban con fuerza la delicada cintura de Mariana, mientras mi mente se embriagaba del tremendo placer de aquella corrida.

– Mi zorrita – suspiré, mientras aquel goce recorría mi cuerpo – Mi pequeña zorrita.

Saqué mi verga de Mariana, y la boca de su coño pareció vomitar parte de mi esperma. No sé si fue la excitación acumulada, la estrechez de su coño o las semanas que llevaba sin estar con una mujer; no sé si mi cuerpo sabía que aquella chiquilla era lo que más alocadamente había deseado en mi vida. Pero las cantidades de leche que mi verga vertió en ella fueron tantas que su pequeña cavidad no era capaz de contenerla.

Su dilatado coño tardó en volver a cerrarse, y eso permitió que su concha pareciera llorar mis viscosos líquidos.

Aquello era precioso, era un espectáculo insuperable.

No sería la primera ni ultima vez. Aunque al principio nos costaba mirarnos, ambos compartíamos ya un secreto que nos uniría para siempre. Pese al deseo siempre presente que nos teníamos, ninguno de los dos se atrevía siquiera a tocar el tema. Pasaron tres días así, el recuerdo de aquella noche me ayudó a soportarlos con paciencia, pero la noche del miércoles, tras un duro entrenamiento – y tras pasar dos horas viéndola ejercitarse, con el salado sudor recorriendo su precioso cuerpo – no pude más e invadí el baño en el momento en que se bañaba.

No tuvimos que decirnos nada, porque ambos sabíamos lo que sucedería. Enjabonada, como estaba, la giré contra la pared, y tuve que alzarla.

– ¡Joder! – suspiré, cuando sentí como mi verga se deslizaba en el cálido interior de su coño.

Mi pene taladraba su coño, mientras ella mantenía el equilibrio sosteniéndose de las manijas de la regadera al tiempo que sus pies flotando se sacudían con cada una de mis embestidas. Tras un par de minutos así, me senté en el inodoro, y no tuve que indicarle nada para que ella me rodeara con sus piernas y se tragara mi verga con su mojada concha.

Parecía cómo la primera vez en la cocina, sólo que esta vez era ella quien más se movía. El jabón en su cuerpo facilitaba sus movimientos, mientras mis manos saboreaban su desnudez, mientras mis labios se endurecían alrededor de sus pezones.

Sus frenéticos movimientos, sumados a nuestros acumulados deseos, no tardaron en provocarle un orgasmo. Descansamos un momento, con su coño contrayéndose con mi verga dentro, antes de que mis movimientos volvieran a bombear su interior. El clímax de mi excitación llegó minutos después. Supuse que no era muy buena idea correrme dentro de ella, aunque ganas no me faltaban, de modo que me la quité de encima. Cayó de rodillas sobre el suelo, me puse de pie; desde esa perspectiva, ella parecía diminuta, mis testículos fácilmente coronaban el techo de su cabeza. No alcance a darle indicación alguna, pero ella debió suponer de que se trataba. Yo estaba aguantando la eyaculación, pero no pude más: el chorro acumulado de tres días de deseo cayeron sobre su dulce rostro. Pude ver los ojos de pánico de Mariana, cuando vio como la punta de mi glande le escupía una enorme cantidad de esperma.

Yo, en cambio, me sentí bendecido por los dioses sólo de ver la excitante escena de mi leche cayendo sobre sus ojos, deslizándose por su nariz y colándose entre sus labios abiertos. Estuvo a punto de decir algo, pero yo la interrumpí atrayendo su cabeza hacía mi y haciéndola tragarse la mitad de mi verga. Ella intentó zafarse, pero terminó rindiéndose de inmediato, mientras sentía como su lengua inspeccionaba al extraño visitante.

– Chupa perrita – dije, completamente transformado – Chúpamela. – repetí, mientras ella hacía esfuerzos por no asfixiarse.

La solté, y ella aprovechó para salir a respirar. Entonces decidió complacerme, y volvió a meterse el glande a su boca. Lo sacaba y lo metía, con torpeza. Aquello no me provocaba mucho placer físico que digamos, pero el psicológico de ver a tu hija tratando toscamente de mamarte la verga era insuperable.

A partir de entonces no hubo más barreras, ambos comprendimos que éramos el uno para el otro y, sin mayor preámbulo, saciábamos nuestros más bajos deseos las veces que fuera necesario. La idea de que se trataba de mi hija y de que aquello era la mayor de las atrocidades me parecía cada vez una más lejana y borrosa idea del pasado. Me importaba un pepino que aquello estuviera mal, no pensaba dejar de tirarme a mi hija nunca.

Un sábado, sin embargo, la excitación nos atrapó en el gimnasio del corporativo. Estábamos solos, por supuesto, de modo que nadie podía ver cómo mi hija saltaba sobre mi verga, recostados sobre el banco del press de barra. Pero sabíamos que Katia llegaría en cualquier momento, pues no la habíamos recogido en su casa debido a que ella se encontraba de compras con su madre, a unas cuantas cuadras del edificio.

Aquella vez también me dio una estupenda mamada; la práctica la había hecho mejorar mucho en el movimiento de sus labios y su lengua, y los orales se habían terminado por convertir en un paso obligado en nuestros encuentros sexuales. Sentada en una posición bastante insinuante, con las piernas muy abiertas, mi hija masajeaba mi verga con firmeza, a pesar de la suavidad de sus manos, al tiempo que se sacaba y metía mi glande desnudo en su boca. La sensación era de un placer puro, y mis manos no podían más que acariciar sus cabellos en agradecimiento.

Yo estaba enloquecido de deseo, y Mariana estaba segura que su amiga le enviaría un mensaje al celular antes de llegar al gimnasio; por lo que estábamos completamente despreocupados. Pero no fue así. En el momento en que yo embestía de rodillas a mi hija, acuclillada en el piso,

Yo respiraba agitadamente, por los frenéticos movimientos de mi cadera. Ella, por su parte, gritaba una y otra vez.

– ¡Dame! ¡Papi! ¡Papi! ¡Sí! ¡Dame! – gritaba, inundando el lugar de su aguda y dulce voz.

Sólo el ruido de una botella de agua cayendo al suelo nos hizo levantar la mirada.

La negrita nos miraba sorprendida, a la entrada de la puerta. Las llaves del lugar – pues Mariana le había entregado una copia – colgaban de su mano mientras su cuerpo temblaba por la sorpresiva escena. Estaba completamente helada. Yo me puse inmediatamente de pie, y entonces ella vio mi erecta verga apuntándole.

Miró a los lados, como quien buscara alguna buena explicación, pero comprendió que aquello estaba sucediendo realmente. Levanté la mano lentamente, como indicándole que no saliera huyendo, pero fue inútil. Dejó la mochila de la cámara en la barra de la recepción. Sólo pude ver su cuerpo alejándose al tiempo que la puerta se azotaba para cerrarse.

Volteé a ver a Mariana, que de pie y a mis espaldas intentaba inútilmente cubrir su desnudez.

Debió adivinar mi preocupación y nerviosismo a través de mi mirada, pues su quijada temblaba de verdadero terror.

CONTINUARÁ…


Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición” (POR GOLFO)

$
0
0

Cap. 1.- Me alertan de lo que se avecina

«¡Malditos hijos de puta! ¡No me hicieron caso!», pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!

        Para explicar lo ocurrido, os tengo que narrar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad. Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Golsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5.

Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica. Las que no disfrutaron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi.

Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.

Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2022, les tildaron de locos de fanáticos.

Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.

―Jefe, es una tarea inmensa― protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que, para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.

―Ya me conoces Irene― contesté ―no acepto que me vengas con los temas a medias. Si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas.

―De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Al colgar el teléfono, me sumergí en internet con la intención de enterarme sobre qué coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano, el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas.

Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.

Volviendo al tema, cuanto más leía, más acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que, si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.

―Entonces, ¿me cree? ― preguntó al escuchar mis directrices.

―No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado.

―No esperaba menos de usted― contestó dando por terminada la conversación…

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com.

Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2015 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. 

Mr. Conry me conocía gracias a diversas donaciones por lo que no solo contestó la llamada, sino que se comprometió a darme en ese mismo plazo sus conclusiones.

A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.

―Por tu cara, creo que no traes buenas noticias― dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.

―No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa.

―De ser cierto, ¿qué pasaría?

―Imagínese, según ese teórico, dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una región como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus seis millones de personas, si los camiones o los trenes que diariamente les traen la comida no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos?

―Se arreglarían― dije tratando de llevarle la contraria.

―Pero ¿cómo? Las fábricas estarían igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados.

―Entonces, ¿qué prevés?

―Vamos a retroceder a una sociedad preindustrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente siete mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos. La violencia y el hambre se adueñarán del mundo.

― ¿Cuántas víctimas? ― pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.

―Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que, tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias….

― ¿Qué soluciones existen?

―Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y, aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares.

―Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones.

―Y ¿qué haremos? ― dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.

―No dejarnos vencer. Tengo… mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur.

―No comprendo― respondió levantando su cara.

―Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para mil doscientas personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que cuando pase la tormenta la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!

Cap. 2.― Los preparativos.

Esa misma semana me deshice de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño.

¡Y lo hicieron! ¡Vaya que lo hicieron!

En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalés, pero, bajo tierra a más de cien metros de profundidad se hallaba el verdadero objeto de mi inversión.

Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se verían afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.

Pero mi sueño iba más allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.

Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras, sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.

Y todo ello en menos de dos años.

Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias, pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:

―Jefe― me dijo con su aplomo habitual: ―Seamos claros. Partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población.

―Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo, pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento― contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes, pero respecto a lo otro estaba en la inopia.

―Verá, aunque resulte raro debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos más vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres.

―Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable.

―Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cinco mil personas. En cambio, si llevamos a quinientas difícilmente pasaríamos de las dos mil.

―Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad― contesté: ― pero ¿cómo vas a arreglar ese desajuste inicial? ¿Vas a llenar el pueblo de lesbianas?

―No, jefe― me contestó ―alguna habrá que llevar, pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla sabremos que personas vivirán en cada casa.

― ¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?

―Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de doscientos para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de estos debe ser físico y el de las mujeres intelectual.

―De acuerdo lo dejo en tus manos― respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado: ―el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres.

Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.

―Y, por último― me explicó ― como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…

―Me he perdido― tuve que reconocer.

La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultrasecretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:

―Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y, por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes.

Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:

― ¿Y cómo me garantizo yo tu obediencia? Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado.

―Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación― contestó Irene echándose a llorar: ― Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento.

―Lo haré― dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta de que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.

Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.

La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:

―Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa.

Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía. Prostituto al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.

«Menuda zorra», pensé mientras repasaba el dossier.

No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos, sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.

«Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo».

Cap. 3.― Mi llegada a la isla del saber.

Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2019. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 527 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.

Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo, pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.

Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.

Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.

Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones, sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:

―No te das cuenta de que, en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada― contesté.

―Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna, sino que le he hipotecado de por vida― respondió con una sonrisa.

―No te alcanzo a entender― dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.

―Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad ha existido un valor refugio.

―Claro. El oro, pero… ¡qué tiene eso que ver!

―Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía.

― ¡Serás puta! Me has arruinado― contesté sin parar de reír: ― ¿cuánto has conseguido?

―Veinte toneladas.

Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de más de setecientos millones de euros. Sabiendo que, si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable, pero si la tormenta tenía lugar eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:

―Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte.

― ¿Y no podría darme un anticipo? ― respondió poniendo un puchero: ―Llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas.

Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.

―Lo necesitaba― exclamó mientras acariciaba con su mano el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.

Encerrado en el estrecho habitáculo solo con ella y mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que, en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.

― ¿Ahora? ― me preguntó confundida.

―Sí y no quiero repetirlo.

Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.

―Hueles a zorra― le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta: –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche.

―Soy suya― respondió acalorada―pero antes de que lo haga debo de enseñarle el resto de la isla.

Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:

―Akira, ven que quiero presentarte al jefe.

La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era el ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.

―Encantado de conocerla― dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.

―Señor, no sabía que usted venía― dijo tartamudeando: ―siento no haberle recibido como se merece.

―Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo.

―Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen― respondió casi entre lágrimas.

No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella con otro beso, pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.

― ¿A esta que le pasa? ― pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.

―No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella.

―He adivinado que es una de las otras cuatro, pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?

―Pues quien va a ser, ¡su amo! ― respondió poniendo sus piernas entre la mía ―jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo.

Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:

―Desabróchate un botón.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote, pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.

―Tócate los pechos para mí― ordené interesado en forzar sus límites.

Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.

―Tienes unas buenas ubres― dije con deseo: ―esta noche te prometo que, si te portas bien, mordisquearé tus pezones.

Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:

―Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?

Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:

― ¿Ahora adónde vamos?

―Al área de reproducción― me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.

― ¿Alguna sorpresa? ― le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.

―Sí― respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta― Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa.

―Por lo que veo, has seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia.

―No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra.

―Bien pensado― respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.

El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:

―Gertud, te presento a nuestro presidente.

La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió, pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:

― ¿Dónde está la zorra de tu jefa?

Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer.

Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta de que era de mi estatura y que, aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes lucía un culo aún más enorme.

Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:

―Encantado de conocerte, ¡mi amor! No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas.

Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.

―No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses― respondió sonriendo con una dentadura perfecta― pero pase a mi despacho.

Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo se quitó la bata dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador, pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:

―No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen.

― ¡Qué bruta eres! ― repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.

―Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte.

―No lo has hecho― respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.

― ¡Qué bueno! Por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo― dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: ―Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima o ¿no?

―Calculamos que en menos de dos meses― explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.

―Recuérdame que te castigue― dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.

― ¡Puta madre! Primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo el que salía de sus labios. Además, estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo.

La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que, mirando a Adriana a los ojos, le dije:

―Eso quiero verlo.

― ¿Aquí? ― respondió extrañada, pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: ―Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que, si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata.

Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:

―Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre! Cachonda y alborotada.

Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca.

Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa.

La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho:

―Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo cómo― ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza, sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenía una dulzura que me cautivaba.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando levantando su falda, mi mano se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.

―Chupa mis dedos― ordené a mi asistente ― y comprueba si está lista.

Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:

―Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte― dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: ―Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana.

Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que, luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.

«Poco le durará la virginidad», pensé mientras de un solo empujón, clavaba mi miembro hasta el fondo de la brasileña.

Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina y metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope no paraba de intentar que su amiga se corriera.

Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:

― ¿Suficiente meneo?

―Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla! ― gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.

Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.

No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche, pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:

―Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre.

―Te equivocas― contesté―eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama― respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.

Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:

―Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!

Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo:

 ―Son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho.

Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto.

Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:

― ¿Nos acompañas?

―No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento.

―Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana― contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.

―A él quizás no, pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes― susurró a mi oído mientras me daba un beso.

Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:

― ¿Verdad que es encantadora?

―Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres.

―Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán.

―Cuéntame quienes son.

―Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia, pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará.

― ¿Y la última?

―Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás.

Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:

―Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito! Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección.

Confiado de su buen juicio, determiné que, si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.

―No lo has visto bien― dije acariciando su trasero.

Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:

―Propiedad exclusiva de Lucas Giordano.

Relato erótico: “Las Profesionales – La consulta” (POR BLACKFIRES)

$
0
0

El teléfono móvil empezó a timbrar, el Dr. Robert Sagel saca el móvil de su saco y espera a que deje de timbrar, al abrirlo reconoce el número. Solo un grupo menor a 8 personas podían llamarle a ese número. Toma una línea segura y devuelve la llamada desde su despacho.

– ‘‘¿Que podemos hacer por usted Mr. D?”

– ”Mi querido Robert ¿Cómo estas….?”

– ”Pues ahora no muy contento que no siga el protocolo Mr. D”

– ”Ja ja ja…. Mi querido Robert tan franco y directo como siempre. Te encanta el juego de los espías…”

– ”Pues puedo decir que el protocolo esta para la protección de ambos…. Pero volviendo al tema, usted no vino a la ciudad solo para saludarme, ¿qué puedo hacer por usted?”

– ”Sabes que me encanta tu ciudad Robert, y pues soy un hombre con necesidades…”

-”Eso me queda claro, puedo enviarle a alguien a su habitación en unos 40 minut…”

-”Bueno, bueno Robert, ambos sabemos que soy uno de tus mejores clientes. Esta vez desearía algo más… digamos estimulante…”

Ya para este punto de la conversación, Robert no podía ocultar su enfado ante la poca prudencia de su cliente. Una verdadera lástima era reconocer que Mr. D tenía absoluta razón al decir que era uno de sus mejores clientes y de más esta decir exigente y descuidado.

Robert atentamente atiende los detalles que le plantea su cliente y al terminar revisa una base de datos, dando con lo requerido.

– ”Bueno… déme una hora para esta petición…. enviare a alguien por usted, debo recodarle que esta es una petición atípica y….”

– ”Y no me vas a insultar contándome el precio del servicio. Ponlo en mi cuenta, 5 dígitos no son representativos para lo que se puede disfrutar….”

– ” Por supuesto que no le insultaría de esa forma, solo quería recordarle seguir las normas básicas de discreción”

– ”Despreocúpate Robert, esperare por el auto…”

La comunicación termina y Robert piensa para sus adentros que precisamente el despreocuparse era lo más preocupante del trato.

Al otro lado de la ciudad la Dra. Carol Arellanos termina con su penúltima paciente del día, habían progresado muchísimo desde su primera sesión, Elizabeth ahora se sentía más confiada con Carol y le era más sencillo expresas sus sentimientos, Elizabeth era una joven arquitecta, graduada con honores, había centrado sus esfuerzos en ser una de las mejores en su campo y lo había logrado, pero en el plano emocional, los constantes fracasos en sus relaciones las habían dejado muy vulnerable.

– Pero es que yo hice cuanto pude para que la relación funcionara pero… nada…

– Algunas relaciones simplemente no funcionan Elizabeth, pero debes seguir y hacer lo mejor la próxima vez. Intenta distraerte, sal con amigas o amigos, has cambios en tu rutina.

– A veces creo que me veo tan mal como me siento…

La Dra. Arellanos observa en silencio unos minutos a la acongojada chica. Cuanto tiempo desperdiciado en llorar por un novio infiel. Todos esos títulos académicos y logros alcanzados por Elizabeth no valían de nada en el plano sentimental. La Dra. le extiende una cajita de pañuelos desechables y toma una tarjeta de su bolso.

– ¿Elizabeth estas tomando el suplemento que te recete?

– Siii aunque no siento avances…

Saca de su escritorio otro frasco de píldoras las entrega a Elizabeth, junto a una tarjeta mientras le dice:

– Deberás tomar dos tabletas por día y esta vez sin excusas, aquí tienes también la tarjeta del salón de belleza donde me atiendo, esta tarde llamare para que te atiendas este viernes, por dinero no debes preocuparte, lo pondré todo a mi cuenta, te sentirás hermosa… iras verdad

Elizabeth recibe la tarjeta con algo de recelo., se lo piensa un momento y decide que no tiene nada que perder

– Iré al salón… Gracias doctora…

– Tranquila Elizabeth estoy para ayudarte

Justo al despedirse Elizabeth la Dra. Arellanos empieza a ordenar sus notas y guardar el archivo de su paciente, el intercom se activa.

– “Dra. tiene una llamada del Doctor Barreto”

– “OK comunícame”

Un momento de silencio y luego una voz que se le hizo muy familiar pregunto

– “¿Helen?”

– “Sí soy yo, en que puedo ayudarle”

– “DREAMLAND”

Una oleada de calor la invade sin la menor resistencia, su respiración aumenta a medida que sus piernas se separan y sus pezones se hacen cada vez más duros, su coño empieza a humedecerse y palpitar a medida que su cerebro se va desconectando de la realidad. Mientras todo esto ocurría, esa voz no deja de darle órdenes. Ordenes que Carol ejecutaría de lo más gustosa pues a ella lo que más la excita es obedecer.

Cuando Robert termino de darle las instrucciones, en el consultorio ya no queda nada de la Carol racional. La mujer exitosa e inteligente ha sido sustituida por una hembra en celo deseosa por obedecer, sentada en su escritorio con sus piernas abiertas, su coño empapado y su mirada perdida.

Al finalizar la llamada, necesita ir al baño con urgencia. Antes de ir, abre su blusa y saca su sostén, desliza sus manos bajo su falda quitándose las bragas y depositando ambos en una gaveta de su escritorio.

Al salir del baño le toma a Carol unos segundos volver a la realidad y terminar de ordenar sus notas, marca el intercom.

-“Gloria cancela mi citas de la tarde… si no tienes inconveniente toma la tarde libre”

– “Como usted guste Dra.”

No era extraño para Gloria el recibir la tarde libre, pues desde hacia unos meses la Dra. Arellanos había iniciado una serie de estudios que le consumían mucho de su tiempo.

Unos 10 minutos más tarde la Dra. revisa sus apuntes en su portátil. Escucha el timbre de la recepción, espera unos segundos que Gloria atendiera. Al escuchar el segundo timbrazo recuerda que le había dejado la tarde libre. Piensa en pasar por alto a quien llamaba a la puerta pero al tercer timbrazo se levanta a atener. Al llegar a la puerta se encuentra con un caballero de cabellos canos, entre 45 y 50 años, elegantemente vestido y con un rostro extrañamente familiar.

– Buenas tardes, en que puedo ayudar…

– Buenas tardes, busco a la Dra. Helen, ¿es usted su asistente?

La interrupción y confundirla con Gloria no ayuda mucho a cambiar la molestia reflejada en la cara de la Dra.

– Yo soy la Dra. ¿En que puedo ayudarle?

– Vengo a mi consulta.

– Disculpe usted señor pero mi asistenta debió cometer algún error, las consultas de la tarde están canceladas.

– Disculpe usted pero no veo el error, usted esta aquí y yo acabo de llegar.

Diciendo esto el recién llegado entra a la recepción y espera por la asombrada doctora. Definitivamente esta debía ser su primera sesión, al parecer no aceptaba una negativa por respuesta. Cerrando la puerta principal le hace pasar al consultorio, toma el expediente dejado en la bandeja de atención. Al entrar encuentra a su paciente sentado esperándole, se sienta frente a él y empieza a revisar el expediente. Hace una pausa y comienza la rutinaria sesión…

El paciente empieza a describir una aburrida serie de dolencias que llevan a la doctora hasta el hastío. Luego unas preguntas más, unos consejos sacados del libro y más tedio, hasta que el paciente le dice:

– Lo que más me preocupa es que últimamente he tenido una serie de sueños y pensamientos recurrentes…

– ¿Qué tipo de sueños?

– Sueños de tipo eróticos.

– ¿Eso cómo le hace sentir?

– Excitado ¿A usted cómo la haría sentir?

– Pues no estamos para hablar de mí, estamos aquí para usted.

– Pues me sentiría más cómodo si me dijera si tiene sueños o fantasías…

– Concentrémonos en usted. ¿Cuénteme que tipo de fantasías?

– Pues comenzó con la llegada de mi nueva asistente, un par de hermosas piernas que sostienen un cuerpo que solo hay que mirarlo para querer joderla, ni que hablar de su rostro de muñeca, en las noches no dejaba de masturbarme pensando en su culo y sus tetas, más de una vez le insinúe mis deseos de pasar nuestra relación a algo más que laboral, pero siempre se negó. Amenacé con despedirla y no le importo. Empecé soñando con domarla con someterla, hacerla ver quien manda, atarla a una silla y cortarle su ropa dejándole visible ese culo, el coño y esas tetas deliciosas. Usarla y hacer de ella mi puta.

– La mayoría de los varones tienen fantasías donde fuerzan a tener reacciones, va muy ligado a sus instintos más básicos. La mayoría de los hombres logran dominar estos impulsos sin caer en la violación…

– Precisamente eso era lo que detenía mis sueños, si llevaba eso a la realidad, todos los esfuerzos de mi vida se irían por el drenaje, empecé a idear otros planes. Toda mi creatividad desbordada en ella, tendría que meterme en su mente, agotarla física y mentalmente, iniciando con dejarle trabajar horas y horas extras todas las semanas. Horas y horas la misma rutina, agregar un suplemento en su bebida y hacerla mas sugestionable. Ayudarme con mensajes subliminales en la música ambiental de la oficina, poco a poco hacer que gustara más y más de sus horas extras de trabajo y guiar sus pensamientos a sus deseos sexuales más irracionales, mis deseos sexuales.

Para ese momento una cierta sensación de humedad y calor llenaba el ambiente y la doctora no podía concebir que su paciente confesase, sin el menor pudor, sus deseos de privar a una persona de su libre pensamiento.

– Las teorías de conductivismo podrían ayudarle a realizar sus fantasías, pero le recuerdo que solo son teorías y lo suyo solo fantasías. El Dr. Pavlov logro avances en este campo pero solo a nivel de canes, perros entrenados, pues… Moral y éticamente nadie se atrevería a hacer esto en personas… no es posible.

– ¿Posible, imagine las posibilidades? Se imagina ahora domesticar a mi asistente al punto de hacerlas desear quedarse en la oficina y pasar sus horas masturbándose mientras busca pornografía en la red. Pornografía que dejara yo a propósito en su computadora. Iniciando poco a poco con parejas, luego tríos, grupo, lesbianismo, orgías y por ultimo dominación. Hacerla desear ser dominada. Meterme en su mente, con mensajes subliminales para que se masturbarse sin pausa y un buen día negarle poder llegar a correrse. Dejarla semanas frustrada, hacerla coger con su novio, otros amigos o amigas sin la menor posibilidad de llegar a su anhelado orgasmo.

– Puede imaginar como semanas de adoctrinamiento terminan acabando con su voluntad. Llevarla al final de un día de trabajo a mi oficina y colocada de pie frente a mi escritorio amonestarla por su pobre desempeño laboral. Trabajo de semanas atrasado por su incompetencia. Cualquier puta callejera de 20 euros la hora haría un mejor trabajo. Decirle que debería ser castigada por ser una “puta incompetente” y con solo decirle eso ver como sus pezones se endurecen y sus ojos se cierran al tiempo que sus piernas se separan y su anhelado orgasmo la hace temblar. Escucharla gemir sin control y al final ver en sus ojos la sorpresa y lujuria de sentirse una puta. Levantarme y colocarme detrás de ella y meter mis manos bajo su falda para sacar sus bragas empapadas de sus babas. Colocarle una mano en la nuca y otra en el culo y sin la menor resistencia doblarla sobre mi escritorio. Alzando su falda y metiendo mi verga en su encharcado coño, colocar en su cara sus bragas para que huela el olor de una puta. Joderla y apretar sus tetas con mis manos. Verla babear y perder todo el control, aplastar su cuerpo con el mío contra el escritorio y mirándola a los ojos preguntarle “¿Qué eres?”, y escuchar sus gemidos al oírla decir con su hermosa boca de perra entrenada “Soy tu puta incompetente”.

Para este punto ya la doctora no puede articular palabras, mucho menos mantener un línea de pensamiento, pues su cerebro esta congestionado sexo. Su cuerpo excitado a niveles que el simple roce de sus ropas la hacen temblar, sentía sus pezones tan duros y su coño palpitando y chorreante. Sin mediar palabra se levanta y se va al baño, necesita despejar su mente dejar de pensar en… vergas… ¿Cómo podía sentirse como una gran perra en celo, solo por las historias de… ¿Cual era su nombre?… ¿Cómo no podía recordar un nombre y sí recordar ese bulto en sus pantalones?… Limpiando su rostro con agua decide que es hora de dar por finalizada la sesión con… su paciente.

Al salir del baño y entrar al consultorio se queda de pie sin creer lo que ve. En el sillón su paciente se masturba tranquilamente frente a ella. Ese bulto ahora palpita libremente en las manos del hombre. Su tronco ancho y venoso con su punta rosada y humedecida de líquido preseminal. Sus ojos no se apartan del movimiento de las manos de su paciente y de su verga. Ella necesitaba esa verga, necesitaba ser, ser un…

– ¿Le pasa algo doctora?

– No, no puede… no puedo

– ¿No puede dejar de mirar mi verga no es así doctora?, ¿Dígame doctora cómo la hace sentir esto?

– Excitadaaa

– ¿Qué necesita?

– Quiero tener…. sexo con usted…

– Mi querida doctora, ambos sabemos que esa no es la respuesta correcta

– Quiero que me use, necesito que me cojas…

– Venga conmigo…

Sin la menor resistencia la doctora sube a las piernas del hombre y empieza a deslizar esa verga dentro de su coño mientras va soltando pequeños gemidos hasta tenerla toda dentro. Empieza a subir y bajar mientras su cuerpo empieza a vibra. El hombre le abre los botones de su blusa y deja expuestas sus tetas, que rápidamente, son tomadas por las manos expertas del hombre amasándolas y con su boca y lengua inician el ataque a esos duros pezones. Esa lengua que hace giros y los labios que aprisionan mientras el bombeo en su coño no da tregua. Su cuerpo se acompasa al ritmo se las embestidas del hombre. Los minutos se hacen horas mientras ella se deja llevar. Su coño es quien decide ahora y se convierte en la marioneta del hombre que la hace gemir y temblar. La coloca de espaldas mientras le besa el cuello y le acaricia y aprieta las tetas.

Después de minutos interminables la levanta tomándola de sus nalgas, llevándola al escritorio donde sigue el bombeo, haciendo que su verga entre más y más rápido. El hombre la acuesta boca arriba. Acompañado de los gemidos de placer de la doctora, en su mente solo hay un pensamiento “soy una puta, soy una puta y me encanta que me cojan… obedecer es un placer”, levemente empieza a decirlo como un murmullo que poco a poco empieza a hacerse audible escapando se su boca. Justo en ese momento un orgasmo como nunca ha tenido barre su cuerpo, llevándose las pocas resistencias que quedaban en ella. El hombre la levanta y la hace caminar semidesnuda hasta la pared llena de certificados a su nombre. Manteniéndola contra la pared el hombre la embiste desde atrás mientras le dice al oído.

– ¿Que dicen esos certificados?

– ahhhh ahhhh nooo ahhhhh noooo seee

– ¿Por que no lo sabes acaso no sabes leer?¿No puedes pensar?

– Nooooo no puedo…. las putas no deben pensar ahhhhhh solo necesitan joderrrrrr

– Así es, solo eso eres una puta

Tomándola de la cintura la dirige al suelo y colocándola en cuatro patas sobre la alfombra levanta su falda dejando ver su redondo culo expuesto a merced del hombre. Con una sonrisa en su rostro acaricia el coño de su puta y finalmente desliza dos dedos siguiendo la línea que divide las nalgas. La doctora tomando sus nalgas con sus manos las separa ofreciéndole el culo. El hombre con su mano toma una anilla circular que sobresale del ojete del culo. Lo extrae entre sollozos y gemidos, un dilatador anal que hacia ya una hora la doctora se había insertado en el culo. Al retirar el dilatador deja expuesto el ojete que pronto es llenado con su verga que empieza a penetrarla, acompañando cada embestida con un insulto o una buena palmada en el culo. A lo que la doctora responde con gemidos y abriendo su boca en busca de aire. Unos minutos después siente como su culo se va llenando con la leche caliente, que con cada espasmo, sale de esa verga que le llena las entrañas.

Unos minutos después Mr. D termina de arreglar su corbata y acomodar su camisa en el baño y al salir al consultorio lanza una última mirada a la semiconsciente puta que esta aun acostada en la alfombra. De todos sus agujeros escurren mezclas de semen, saliva y sus propios jugos. Ya ella ha dejado de contar las veces que se ha corrido, orgasmo tras orgasmo y cada uno acabando más con su voluntad.

Al bajar del ascensor en el estacionamiento del edificio una limosina le espera, el chofer le abre la puerta, entra y se acomoda. Al encender el auto e iniciar la marcha, un leve tintineo de campanillas se escucha en el interior de la cabina de pasajeros. Toma un cristal de vodka y le da un trago mientras observa a una chica semidesnuda sentada frente a él, sus hermosos ojos azules vagan perdidos y distantes. Es una rubia de aproximadamente 22 años que solo viste un saco ejecutivo y zapatos de tacón de aguja de 3 pulgadas. Los únicos accesorios que lleva puesto son un collar de cuero con una argolla de plata y un par de cascabeles que cuelgan de sus pezones perforados que coronan un par de hermosas tetas.

– Me encantan los viajes de trabajo… ¿a ti no querida?

El viernes por la tarde en un exclusivo salón de belleza de la ciudad, Elizabeth tiene más de 15 minutos adormecida en el secador de cabello. Una de las estilistas del salón se ha encargado de bombardear cada uno de sus sentidos y provocar la mayor relajación para que disfrute su tratamiento. Aromas florales y esencias llenan su nariz, bloqueando químicamente sus impulsos nerviosos, los audífonos en sus oídos le llenan con música relajante cargada de mensajes subliminales, mientras sus ojos intentan mantenerse abiertos mirando los paisajes y colores que le llegan a través de gafas de realidad virtual, que cada cierto tiempo proyectan imágenes sexuales que se marcan a fuego en su cerebro. Los suplementos que ha tomado en la semana han hecho que su cerebro poco a poco se desconecte de la realidad, haciendo fácil el trazar senderos de pensamiento que darán paso a su nueva personalidad.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR ESCRIBIDLE A:
blackfires@hotmail.com

Relato erótico: “Decisiones” (PUBLICADO POR SIBARITA)

$
0
0

 

De hoy dependen muchas cosas y mi decisión esta tomada pues tengo que ganar a toda costa, porque lo que está en juego es importante. El Consejo de Administración está ya reunido, tan solo esperan mi presencia para iniciar el debate, y sé que no hay ni uno solo de los miembros al que pueda considerar como aliado. Forman todos parte de la camarilla que pretende despojarme de mi puesto y mis propiedades. Los he estudiado a todos muy a fondo, buscando incluso sus secretos más escondidos, sus debilidades, los puntos por los que puedan ser atacados con posibilidades, y no hay muchos, son viejos, puritanos, insaciables, casi ni son humanos. Todos iguales o casi, solo uno es distinto, el más frio, el más despiadado y también el más joven con sus cincuenta y pico de años, el que más poder tiene y quien orquesta y dirige la batalla contra mí.

Es realmente el que tiene la decisión suprema, y en él está mi arma, la única que tengo contra ellos; claro está que no lo sabe, se considera invulnerable y voy a demostrarle que ese planteamiento está muy lejos de la realidad, aunque para ello tengo que apartar todos mis escrúpulos.

Me he mentalizado y vestido a propósito para la ocasión, una blusa beige de ganchillo, totalmente calada, con escote en barco desde los hombros, sujeto con un cordón que ata con un lazo en el frente. Una minifalda negra completa el conjunto, ya que no llevo medias, tan solo una tanga negra muy pequeña y casi transparente, y un par de zapatos negros, de altos tacones, que hacen mis piernas mas estilizadas. Maquillaje normal en tonos naturales, solo mis ojos realzados de forma más intensa.

Es el momento de hacer mi entrada en el salón donde están reunidos, oigo el murmullo de sus conversaciones y sus risas, pero antes de abrir la puerta me queda un último detalle. Desato el cordón que cierra mi blusa, abro el escote y lo hago descender por uno de mis hombros descubriendo completamente uno de mis pechos, y al hacerlo y solo con pensar lo que iba a suceder de inmediato, el pezón se endurece y destaca más de lo normal.

Abro la puerta y, como esperaba, todos vuelven sus cabezas hacia mí. Se abren las bocas de todos ellos, el asombro no les deja decir palabra, y antes de que reaccionen, me dirijo a la mesa, me vuelco sobre ella, al hacerlo ya no es un pecho lo que muestro, ahora son los dos que quedan totalmente descubiertos y a la vista de todos, y le hablo al Presidente, a mi peor enemigo.

Quiero hablar contigo, en privado y ahora, le digo acentuando aun mas mi postura, con lo que mi blusa cae literalmente hasta mi cintura.

Con los ojos desorbitados fijos en mis pechos, y aun sin poder decir palabra, el gran JL asiente con la cabeza y se levanta de su sillón, ignora a todos los presentes y agarra mi mano para tirando de ella, salir del salón de reuniones.

No se ha cerrado aun la puerta tras de nosotros cuando se vuelve hacia mí, me atrapa entre sus brazos y me besa como un verdadero hambriento; su lengua abre mi boca y trata de llegar hasta mi garganta. Allí mismo, en el pasillo, desciende sobre mis pechos los lame, los aprieta, los muerde, mientras con una de sus manos trata de llevar las mias hacia su bragueta y sienta una polla dura como una roca y de considerables dimensiones.

Le fuerzo a separarse de mí, estaba tan sumamente excitado que hubiera sido capaz de desnudarme y follarme allí mismo en el pasillo, y tiro de el para llevarle hasta su propio despacho, pasando ante su asombrada secretaria y varios empleados, con la blusa por la cintura y los pechos al aire.

Apenas habíamos entrado cuando toda mi ropa, y la suya, estaba por el suelo. Arrodillado trataba de meter su cara entre mis piernas tratando de llegar a mi clítoris, sus dedos penetraban mi vagina, un dedo que trataba de llegar hasta el fondo, dos dedos, tres, después su polla que restregaba contra mi buscándo  meterse, cosa que yo no estaba dispuesta a permitirle, de forma que con leves movimientos, aparentemente involuntarios, hacia que su polla resbalase sin lograr penetrarme.

Sentía como su excitación crecía por momentos, y con ella su furia al no lograr la penetración que quería, en un momento se coloco a mi espalda y volcándome sobre la mesa comenzó a acariciar la entrada de mi ano; estaba muy claro su propósito y mas aun cuando sentí que metía sus propios dedos en su boca para llenarlos de saliva, dirigiéndoles después a mi culo y empezar a acariciarlo para penetrarme con su dedo. Sabía de antemano que ese iba a ser el momento mas peligroso, pero tenía que evitarlo a toda costa y así lo hice, retirándome bruscamente. Allí estallo toda su violencia y maldad, gritaba todas las groserías imaginables, me amenazaba con llamar a sus guardaespaldas para que me violasen entre todos, pero había pensado y previsto todas las posibilidades y aun me quedaba un arma para acallarlo y acabar con su furia. No podía permitir que me follase ni que me la metiera por el culo, lo segundo nunca lo hubiera permitido a nadie, y lo primero, si le hubiera dejado follarme, una vez logrado su objetivo, hubiera perdido su interés ya que su reto era poseerme. Me quedaba un arma y la puse en practica sin reparo, mientras continuaba gritando tome su polla entre mis manos y comencé a masturbarle hasta que se le puso tiesa como a un burro, le hice tumbar sobre el sofá mientras seguía con mis movimientos logrando que cesasen sus gritos. Comencé a besarle en el pecho, bajando lentamente hasta su vientre, aceleré los movimientos de mi mano en su polla hasta conseguir que el levantase sus caderas al ritmo que mi mano le marcaba; mis labios besaban ahora su bajo vientre, le acariciaba los testículos, aproximándome cada vez mas a su polla, hasta comenzar a darle pequeños besos sobre ella para acabar tomándola en mi boca poco a poco, después bajando sobre ella hasta tenerla por completo atrapada. Ahora si le deje libre para follarme, aunque tan solo follaría mi boca y así lo hizo, inicio un mete y saca cada vez más acelerado, más urgente, pero tampoco estaba dispuesta a tragarme su semen y, cuando sentí que ya no podía retenerse más, fui yo la que me retire a tiempo, recibiendo en mis pechos toda su descarga.

Se había vaciado por completo, y aun así, ahora trataba de darme la vuelta para meterme su polla babeante por el culo, pero ya no tenía fuerza para nada y, con la promesa de una cita para el día siguiente, en la que le dejaría hacer todo lo que quisiera, nos vestimos como pudimos y dimos por terminada la sesión.

Al día siguiente se presentó en mi despacho, lo hizo después de haber dado órdenes a su gente, para que todo el mundo desalojase los locales y se cerrasen las oficinas, dejando libre todo el edificio, en cuyo último piso hay un apartamento de uso exclusivo para que descansen los directivos, si alguna vez deben pasar la noche allí, aunque realmente es el picadero del Gran Jefe que, por supuesto, pensaba usarlo conmigo, en plan amo y esclava.

Nada mas entrar en el despacho vino hacia mi en plan de propietario absoluto, me atrapo entre sus brazos agarrando mis tetas y las descubrió desgarrando mi blusa y el sujetador que llevaba puesto. Sin soltarme, me llevo hasta el apartamento, haciendo que por el camino quedara el resto de mis ropas tiradas por el suelo. Me hizo caer sobre la cama y, a toda prisa, se desnudo a su vez para montarse sobre mi, entre mis piernas, y sin preámbulo ninguno clavar su verga en mi vagina. Lo hizo sin ningún escrúpulo, sin tomar protección alguna y sin preocuparse de que yo tuviera o no el menor placer en ese acto, solo le interesaba su propio placer, y para ello bombeaba cada vez mas fuerte y mas profundo, como si pretendiera llegar con su polla desde mi vagina hasta mi garganta. No era delicado en absoluto, era solo una bestia desatada que hubiera querido follar y follar hasta reventar y reventarme, por lo que no le importo en absoluto, no variar de postura en todo lo que tardo en correrse dentro de mi. Lo único que le importaba era él mismo y para ello no paro de bombear como una maquina, hasta que hizo explosion con una descarga tan abundante que su semen chorreaba de mi vagina en grandes cantidades.

Afortunadamente, es un hombre que tarda bastante en recuperarse después de una corrida como la que había tenido, lo cual no impedía que porfiase y tratase de meterme su polla por el culo, pero entre que no se le volvia a poner tiesa, y mis movimientos, no pudo conseguirlo. En mis planes tampoco entraba el darle todo lo que quisiera, sino lo estrictamente imprescindible.

Tenia que hacer pasar el tiempo, de modo que me dedique a pasear mis manos por todo su cuerpo, El estaba mas  desesperado a cada momento y su desesperación hacia que aun le fuese mas difícil conseguir la erección que deseaba, me pedia que le masturbase, que metiera su polla en mi boca, y yo le complacía hasta que comenzaba a sentir un conato de endurecimiento, momento que un pequeño tiron de la piel que normalmente cubria su prepucio, un ligero roce de mis dientes, cualquier pequeño truco, bastaba para que su nonata erección se viniera abajo.

Claro esta que no podía mantener esa situación por mucho tiempo y llego el momento en que tuve que comenzar a hacer las imprescindibles concesiones para seguir adelante con mi plan. Ahora tenia que darle naturalidad y realismo a lo que hasta ese momento había sido pura actuación, asi que haciendo abstracion de mis escrupulos, me volqué sobre sus genitales acariciando sus testículos con mis manos, tome su polla con mis labios y la hice entrar completamente en mi boca, al mismo tiempo que le masturbaba variando la cadencia para excitarle a tope. No era necesario ni variar de postura, lo que le interesaba era su propio placer, el mio ni se lo planteaba, asi que tuve que hacer milagros para que no se corriera muy rápidamente, aunque cuando llego el momento, tuve que tragarme todo su semen y encima fingir que me gustaba.

Al cabo de minutos ya estaba de nuevo encima mio, pero con su polla arrugada no llegaba ni a tocarme, me dio la vuelta para que fuera yo quien estuviera encima; con ayuda de su mano buscaba conducir su polla hasta la entrada de mi vagina, se paso mas de diez minutos tratando de frotarme con ella, me abria con sus manos tratando de meterse y, ni aun asi podía conseguirlo, de tan agotado como estaba, y en esa posición nos sorprendieron cuando se abrió la puerta con violencia, cuando entro todo un gentío en la habitación, su mujer y sus hijas, sus padres, sus compañeros del Consejo y un selecto grupo de periodistas y fotógrafos, que se encargaron de inmortalizar el momento., en especial con una foto que guardo con cuidado, el estaba de frente a la cámara, desnudo, encogido y luciendo entre sus piernas un pequeño y lastimoso colgajo.

Relato erótico: “El Virus VR 9” (POR JAVIET)

$
0
0


Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

La radio decía:

– Buenas noches supervivientes.

– Ese es… el del programa… tal -decía Julián.

Le mire y le dije:

– Si gracias Julián yo escuchaba antes ese programa, perdone si no le importa me gustaría escucharle.

El asintió y sirvió otra copa guiñándome un ojo, el también había estado preocupado y había ansiado noticias antes, permaneció en silencio frente mi escuchando, parecíamos dos aficionados al futbol de los años 50 escuchando un partido, solo que aquí se trataba de supervivencia.

Por la radio seguía la información sazonada de paridas, para parecer más desenfadada y que al menos los que escuchábamos sonriésemos al destino:

– En villa botillos quedan 10 familias en unas casas, agotadas las municiones están arrojando a los infectados cualquier cosa inútil que puedan pillar, el anterior alcalde y su señora han sido los primeros en caer. Mas noticias, en la comunidad autónoma de… tal, no quedan al parecer más que unos pocos supervivientes sanos, al parecer los ciudadanos no sabían nada de la infección del virus VR. por hablar otra lengua cooficial y creían que la vida seguía igual, pues es común allí matarse entre ellos por razones políticas, según declaraciones del presidente del pis señor tal tal… nadie les echara de menos y buen apetito.

– Entramos en el bloque de noticias serias o todo es así –pregunté a Julián.

– Tranquilo hombre, siempre se tira así unos minutos es para que nos riamos y nos suba la moral, ahora viene lo bueno. –me contestó.

Efectivamente al cabo de dos minutos de paridas que solo harían gracia al guionista mas desquiciado, comenzó lo bueno… o lo malo según como se viera, yo lo encontré fatal.

Todo el que había tenido sensatez o suerte había abandonado las grandes ciudades, que se auto devoraban en colosales incendios que nadie podía apagar. Había dos mil núcleos de población repartidos por todos los pueblos del país reclamando ayuda a la vez por las emisoras disponibles, se calculaban más del doble incomunicados.

Yo eché cuentas mentalmente, a una media de 50 por refugio eso daba 300.000 personas de entre más de 40 millones. ¿Dónde están las demás? Lo dije en voz alta y Julián respondió:

– Muertas o caminando hambrientas, ¿Qué te parece?

– Me parece… que no tengo bastantes municiones.

Estábamos tan sobrecogidos que ninguno sonrió, tomamos el coñac y el hombre sirvió otro.

En la radio seguían las noticias, no se tenía noticias de ningún país islamista o simpatizante con su causa, los chinos aguantaban mal pero al menos les estaban dando caña, los rusos igual que los anteriores, etc. Una larga lista de países y sus situaciones solo sirvió para deprimirme más aun.

Luego hablaron de curaciones, al parecer según Julián, esa parte la repetían cada noche a petición de la AFI Asociación de Familiares de Infectados. Se escucho la voz de un científico:

– Según investigaciones recientes se ha descubierto, que el virus soltado por los Estados Unidos, produce una serie de patógenos, que se propagan y reproducen vertiginosamente por el cuerpo del receptor, al ser inoculada su saliva en el torrente sanguíneo de su víctima, replicándose y buscando su propagación, influyen en la mente de dicha victima para que ataque a todo con el que se encuentre, pero inhibiendo este comportamiento hacia individuos con su mismo mal, al parecer por vía olfativa según investigaciones más recientes, con finalidad de conseguir una vacuna se ha descubierto que el virus se desactiva de su estado agresivo a los ocho meses, pero se ha conseguido desactivar con ayuda de antibióticos potentes, a los cinco. ¡Pero recuerden! Aunque a un infectado solo le faltase un día para expulsar el virus seguirá atacando y mordiendo, dicho infectado cumplirá su ciclo y al día siguiente lo eliminara y no trasmitirá nada aunque muerda, pero su ultima victima seguirá siendo infecciosa durante otros ocho meses, este problema “generacional” es el mayor hándicap para acabar con la infección.

El segundo factor letal que desencadena la infección, es el resetéo del cerebro receptor, es poniendo un ejemplo un ordenador que se resetéa de forma accidental o maliciosa, que al reiniciarse reconoce el hardware conectado, disquetera disco duro tarjetas de video y sonido etc. Pero aparece un mensaje avisando de la perdida de datos.

Exactamente eso ocurre en el ser humano, durante el proceso de resetéo el cuerpo sufre un estado similar a la epilepsia, que rápidamente desemboca en algo parecido a la catalepsia, permaneciendo así durante poco tiempo entre 3 y 8 minutos dependiendo de la morfología resistencia y fortaleza de la víctima, en ese momento el virus “reinicia” el sistema nervioso del sujeto y este reconoce el cerebro Y el tronco con todo lo que contiene, además sabe por “memoria muscular” cómo usar todo a nivel básico incluidas las extremidades, nada más, solo que aquí el mensaje que aparece finalmente en el cerebro afectado es: Muerde.

Todo este proceso se realiza en menos de diez minutos.

El software que estaba usando el cerebro del infectado se borra en el proceso bioquímico consiguiente, en este caso los recuerdos, amigos, sentimientos, habilidades, etc. Todo se ha borrado y hasta ahora es irrecuperable salvo excepciones extrañísimas y pequeños flash de memoria, en resumen un infectado es como un recién nacido pero con una funda corporal mayor, no hablan, se orinan y hacen le que cualquier recién nacido solo que en estos su instinto llamémosle innato es morder.

Si capturan a un infectado manténgale aislado y bien controlado, se les deben dar antibióticos potentes al menos cuatro veces al día durante al menos 5 ó bien 6 meses, al cabo de ese tiempo el virus muere y se elimina por la orina.

Si se trata de un infectado muy reciente, sin contacto con otros como él, aun es posible educarlos como si de un niño pequeño se tratara, tras tomar precauciones extremas y evitando sangre semen o fluidos corporales, que aunque van disminuyendo gradualmente en densidad de contagio con el tiempo, siguen siendo los vehículos de transmisión de la enfermedad.

No se recomienda, relajar las medias de seguridad extremas con los enfermos recuperados hasta pasado el tiempo recomendado, pues suelen tener aleatorias recaídas de furor.

Lamentablemente los afectados de más de un mes que llevan mucho tiempo sueltos, se han educado en el odio y son prácticamente irrecuperables, evítelos ó eliminelos.

Por último y no por eso menos importante, se ha descubierto que si un infectado aun no ha expulsado el virus y es mordido por otro infectado, las distintas cepas de estos provocan una reacción altamente destructiva en el cuerpo del afectado, provocando el fallecimiento inevitable de este, generalmente al cabo de una semana, según pruebas recientemente realizadas.

El programa siguió con una cuña musical y la previsión del tiempo para la semana entrante, pero Toni le estaba dando vueltas a la cabeza con la información recibida, cuatro inyecciones al día, el estaba poniendo tres a Cecilia cada día, para no ser médico no andaba muy descaminado, aun a ese ritmo hacían 84 al mes, es decir unas 500 en seis meses, ¿de dónde sacaría 500 dosis de antibióticos potentes? Estaba en un atolladero.

Siguieron escuchando la emisión, pero la situación era fatal en casi todo el mundo, la velocidad de los medios de locomoción actuales había sido el factor decisivo para la difusión de la pandemia, las bases seguras donde refugiarse habían sido ocupadas de inmediato por políticos y millonarios forrados, que habían comprado plazas en esos refugios a precio de oro, capos de la mafia y líderes de grupos tanto delictivos como terroristas y criminales, también se “compraron” sus lugares a salvo, mientras las personas decentes y normales eran mordidas y devoradas.

Cuando aquello acabara quedaría mucha gente normal, estaba seguro pero serian unos pringados listos para ser exprimidos, en manos de los canallas que saldrían de los refugios seguros, encabezados por egoístas políticos corruptos, seguidos de cerca por su cohorte de millonarios y grandes empresarios, dispuestos a recuperar el dinero invertido en salvarse, apoyados por lideres mafiosos y sus ejércitos mercenarios de sicarios y ex soldados acostumbrados a matar.

Toni estaba chafado totalmente, su optimismo había sufrido un fuerte revés, Julián le dio unas palmadas en la espalda diciendo:

– Vamos hombre, anímate todos hemos pasado por ese momento de bajón al oír la radio, todo acabara bien ya lo veras.

La esposa de Julián la señora Juana, se había sentado hacia rato con los dos hombres mientras escuchaban la radio, se había traído de la cocina unos bocadillos de panceta y una botella de vino, al principio Toni no quería comer nada pero finalmente se animó y se les unió a la tardía cena, al acabar hablaron de combustible de cómo conseguirlo y por qué cambiarlo, el dinero quedaba descartado pues no servía para nada en esas circunstancias, ellos le ofrecieron un piso a su elección y sus papeles correspondientes, así pasaría a ser uno más de la comunidad, el notario seguía vivo y estaría encantado de hacérselos con una fecha muy anterior a todo aquello, Toni preguntó:

– Y mi cargo en la comunidad ¿seria…?

– Serias el responsable de seguridad, algo así como el sheriff del lugar, a fin de cuentas eres el único policía disponible – dijo Julián.

– Ya y usted el alcalde, ¿a que si?

– Ya lo era antes, solo seguiría siéndolo.

– Me lo pensare, no se mosquee tengo muchas cosas en la cabeza.

Juana para tranquilizar los ánimos saco sus álbumes de fotos familiares, abriéndolos buco una de las últimas páginas diciendo:

– Mira Toni aquí está mi Julián, inaugurando este bloque.

El dio un vistazo y reconoció a su anfitrión vestido de gala, estaba rodeado de gente reconoció a dos de ellos, puso el dedo sobre ellos y preguntó:

– Estos de aquí ¿Quiénes son?

– El marqués de palo alto, bueno realmente se llamaba Ernesto Borrás, se caso con la marquesa por el interés y su titulo de marques, según dicen –contesto Juana- el otro es Matías uno de los bedeles del ayuntamiento ¿Por qué?

– Porque ambos están muertos me cargue a ambos, uno en el cuartelillo el viejo y el de las sienes plateadas en el prado un par de días después, fue rápido.

El matrimonio se quedo mudo de golpe, Toni puso los álbumes delante de él y comenzó a pasar páginas, de cuando en cuando señalaba una cara y decía:

– Muerto.

– Infectado, este es el “zanahorio”

Identifico a tantos como vio, muertos o infectados aun vivos, en total a unos 20 al acabar Juana dijo:

– Tengo otro álbum de fotos más, de las últimas fiestas.

– Tráigalo por favor, identificare a los que pueda y así sus familiares si quedan, podrán saber que les paso y que ya descansan en paz,

– Son muchas caras –dijo Julián.

– Hare lo que pueda recuerdo a la mayoría, si los ves los ojos por la mira no los sueles olvidar fácilmente.

Se tiró una hora mirando e identificando muertos y aun vivos que había visto pero no disparado, Juana marcaba con una cruz a los muertos y con un círculo a los “avistados” cuando acabaron Toni volvió a una página en concreto que había memorizado, señalo a una persona y dijo:

– Quien es esta.

– Esa es Cecilia – dijo Juana- es la hija del marqués, ahí está más joven debe tener ahora 21 ó puede que 22 años, una zorrita rica hija de papa y con muchos aires de grandeza, he oído que ella su padre y Mario el jardinero que se la trajinaba, se llevaron a su hermanita pequeña de 10 años a un hospital en coche y no volvieron, pero usted se cargo al padre en el cuartelillo, ella no estaría lejos.

– Ella está conmigo allí arriba, la mordieron y la estoy cuidando, de hecho se va recuperando, el tal Mario si es quien yo creo murió, a la más pequeña de la que habla no la he visto.

– No puedes recuperarla Toni te morderá cualquier día y morirás- dijo Julián.

– Ya ha oído lo que han dicho en la radio Julián, Cecilia tenía un mordisco reciente de no más de un día, por pura suerte yo la puse antibióticos y he seguido haciéndolo, se va recuperando poco a poco, le hare una propuesta.

– Dime Toni te escucho.

– Cada bidón de 100 litros de combustible que traiga una vez al mes, le costara 60 ampollas de antibióticos inyectables.

– Que sean 50 ampollas y trato hecho.

– De acuerdo a las 50, pero también quiero frutas, huevos y algunas chuletas, tampoco vendría mal un poco de embutido.

– Por ese precio podría ir yo, con algunos tíos a buscar el combustible. -Dijo Julián serio.

– Adelante y buen viaje, ya he visto en la pared de enfrente su puntería. -Toni le miraba sonriente.

– Está bien Toni acepto, como dicen en las películas, ¡trato hecho!

– Otra cosa alcalde, no me la juegues solo intento ayudar.

– Lo sé chico y te respeto por ello, no pides para ti sino para ella, eres un tío legal.

Se dieron un fuerte apretón de manos y se tomaron un copazo para celebrarlo, Toni dijo:

– Debería volver al torreón.

– Hazlo al amanecer, los infectados no madrugan y tu veras mejor por dónde vas, hoy dormirás poco pero tranquilo, hay una persona de guardia en cada bloque y otra más en la puerta.

– Vale dormiré un poco, tres horas.

– Te llamare a las 6 estate tranquilo.

Se tumbo en el sofá y se durmió enseguida, el matrimonio fue a la habitación y una vez que cerró la puerta Juana dijo:

– ¿No le das demasiado?

– No mujer, no le doy demasiado le doy lo que se gana de hecho cargándose 90 de ellos como ya ha hecho, debería darle de comer gratis hasta que se muera de viejo.

– ¿tú crees?

– Si cariño lo creo en serio, el los llama, se expone y se los carga, cada día vendaran menos a por nosotros gracias a que ahí arriba el seguirá matándolos, porque he visto odio en sus ojos, debieron cargársele a alguien importante, ahora no puede parar hasta que se sature y se reponga, lo hará solo cuando esté listo para ello.

– ¿Y si no lo hace? será como un perro rabioso, ¿Qué le impedirá empezar con nosotros cuando acabe con ellos?

– Joder nena ¿Dónde estabas mientras hablábamos? Ya ha empezado a frenar, está enamorado de Cecilia, hasta un tonto lo vería solo con oír la que ha dicho, pero si hasta el trato que hemos hecho solo es bueno para que ella se cure, él no gana casi nada.

– ¿Enamorado un tiarrón como ese de la zorrita de Cecilia? no me lo creo, pero si está muy bien y además le saca la tira de años ¿cuántos tendrá?

– Cuando estábamos por arriba me lo ha dicho, tiene 36 años, pero no fastidies con eso yo te saco 8 añitos cari.

– Vale grandullón, vamos a dormir un poco.

– Si nena pero mañana hablaremos con todos, no quiero comentarios sobre la chica, ni zorrita, ni marquesita, ni hostias, a partir de mañana ella será para todos como la hermanita buena de todos los del bloque, una santa ¿vale? no voy a consentir que una panda de cotillas ociosas, me convierta en víctima de un francotirador de los GEOS cabreado, ¿entendido?

– Si cariñín duérmete.

Todos durmieron durante unas horas, a las 5,30 sonó el despertador de Julián y este se levantó, trasteo un poco por la casa y metió varios objetos y cosas en la mochila de Toni, seguidamente le despertó avisándole de la hora, este se desperezo y durante unos minutos calzo sus botas y reviso sus armas, entretanto Julián había preparado dos tazas de café solo y unos trozos de bizcocho casero, ambos desayunaron en silencio.

La ruta de salida de los bloques era distinta en esta ocasión, en lugar de bajar hacia la pequeña puerta metálica y tener que rodear los bloques de viviendas, Toni saldría por la ventana desde donde le hicieron señas con la linterna, por ahí haciendo rappel bajaría aquellos tres pisos hasta la pequeña vaguada del arroyo, una vez en el suelo giraría a la derecha 200 metros y llegaría a una pequeña cuesta que acababa en la arboleda, la atravesaría y 400 metros mas allá estaba su torreón.

Julián le dijo que en su mochila tenía un anticipo del pago del combustible, recomendándole que no le diera muchos golpes, quedaron en llamarse cada día dos veces por los walkis a las 9 después de desayunar y a las 21 después de cenar, el tipo que estaba allí de guardia acabó de atar la cuerda y arrojo el rollo al vacio, Toni se agarro y paso su cuerpo por la ventana.

– Toma esto Toni nosotros tenemos más, – decía Julián- esto suena mucho y te ahorraras esfuerzos o tiros para llamarlos.

– Pero ¡esto es una bugucela! Que…

– Realmente se llama Vuvucela, hazme caso y si quieres visita tócala fuerte, los pone frenéticos.

No hablaron mas, estaba amaneciendo rápidamente un hermoso día claro y despejado, el tipo de la ventana arrojo la Vuvucela por la ventana para que Toni la recogiese abajo, por tener ahora las manos ocupadas, este bajó haciendo rappel y se desató, recogió el aparato musical y se lo metió en el cinturón, se descolgó el cetme y empuñándolo salió trotando, solo aflojo el ritmo al llegar a la cuesta, desde allí a la arboleda su marcha era más precavida y atenta, la atravesó sin problemas y cruzo “su” prado.

Se dirigió al pozo y lo inspeccionó, todo estaba bien y ni la bomba de agua presentaba señales de oxido, ni se apreciaban desgastes o roturas en los cables eléctricos que la suministraban corriente, se dirigió a la muralla y localizo la cuerda, hizo como la vez anterior es decir, ato la mochila a la cuerda y trepó por ella, una vez arriba inspecciono meticulosamente el patio y cuando quedo convencido de estar solo , volvió a la cuerda izando la mochila, soltó y guardo la cuerda y después entro con la mochila en el torreón.

Cerró la puerta dejando allí mismo el fusil y la mochila, bajando a continuación al calabozo como alma que lleva el diablo, su corazón latía rapidísimo y su cara reflejaba ansiedad, entro quedándose ante la puerta de la celda de Ceci, ella dormía tranquila y el abriendo en un incontrolable impulso entro en ella arrodillándose al lado de la cama, abrazando impulsivamente a la joven y besándola en la cara repetidamente, sintió las manos de la rubia abrazándole sin despertarse, de sus húmedos labios escapo un sonido, apenas un gemido.

Unos minutos después Toni se desnudaba en su habitación, había conseguido vencer las ganas de besarla en la boca y tumbarse a su lado, la lógica había podido con las emociones y el esperaría, dentro de cinco meses, en octubre, podría pasarse horas besando sus labios y dejando que sus lenguas jugasen, podrían hacer el amor sin barreras de goma más o menos fina, entretanto la cuidaría y la enseñaría cuanto pudiera de todo, se arriesgaría lo que fuera necesario por conseguir su curación.

Dentro de la ducha y mientras se enjabonaba bien, su “otro yo” se irguió en máximo esplendor como formulándole una pregunta, Toni cogió su verga de 18 Cm. con su mano sin poder juntar sus dedos con el pulgar por dos centímetros, torciéndolo hacia arriba para mirarle a la cara (como solía hacer) para decirle:

– Y tú no te preocupes que seguiremos teniendo fiesta, pero deberás acostumbrarte al chubasquero una buena temporada.

Resistió la tentación de masturbarse, pues ya estaba algo cansado y el día apenas empezaba, salió de la ducha y colocó la ropa en el cuarto de las literas para cuando saliera esta noche o tal vez la madrugada siguiente, dudaba de cuándo pero no podía demorar su salida a la gasolinera, pues ya le habían dado un anticipo en especias.

Pasó con la mochila a la despensa y allí la abrió, colocando su contenido en la mesa antes de colocarlo sus estantes adecuados, encontró un poco de todo: La típica huevera con 12 huevos, dos barras de chorizo y otras tantas de salchichón, una morcilla junto con un paquete envuelto con gomas conteniendo dos kilos de chuletas de cerdo, encontró también una lechuga grande y fresca así como unos diez kiwis y otros tantos tomates, al fondo de la mochila encontró una bolsa de 5 kilos de patatas y dos paquetes, uno contenía legumbres y en el otro un bote de aceitunas y un paquete de azúcar, entre ambos había una nota de Julián que decía:

– Gracias por habernos traído los walkis la leche y todo lo demás incluida la esperanza, como es de bien nacidos ser agradecidos, los miembros de esta comunidad te ofrecemos este regalo, lo del piso sigue en pie, dale un recuerdo a Cecilia si lo crees conveniente, cuando se recupere estaremos todos encantados de verla, recibe un cordial saludo y ¡suerte! Te esperamos. Julián.

Tras leer la nota pensó en que finamente le hacia la pelota el alcalde, tal vez era sincero como parecía o tal vez andaban apurados de combustible y les urgía una entrega más rápidamente de lo que decían, guardó la nota en la mesilla y se dedico a colocar los productos en la despensa y el frigorífico, después a las 9 de la mañana cogió un walkie y subió a la azotea para llamar a Julián y comprobar las comunicaciones:

– Tiroloco, llamando a capo, tiroloco llamando a capo, ¿me copias?

– Capo a tiroloco, ¡supongo que me llamas!

– Roger, comprobando comunicaciones, te recibo estupendamente, si me recibes nítido di 5 de 5.

– 5 de 5 tiroloco, que tal por casa ¿todo va bien?

– Si gracias capo, la jefa duerme aun.

– Ten cuidado ¿vale?

– Vale tranquilo, además que sepas capo, que he leído tu nota y gracias.

– De nada hombre, voy a desayunar, si quieres un poco baja.

– Gracias pero no capo, te llamare a las 21 ¿Roger?

– Recibido tiroloco a las 21, corto.

Preparó el desayuno y lo dejo colocado en la mesa para tomarlo con Cecilia, bajó al calabozo a buscarla ella ya estaba despierta y sin camisa cuando entro, le sonreía y el la devolvió gustosamente el gesto, la hizo señas de comida y señalo con el dedo hacia arriba, ella asintió con la cabeza y su sonrisa fue espectacular, se acerco a la puerta y ella se giro mientras Toni la ponía la bola en la boca, seguidamente la hizo girarse hacia el mirándole y la puso sus guantes, subieron.

La soltó la mano derecha cuando se sentaron a la mesa, durante el desayuno Toni la dijo que había salido esa noche, contó pacientemente lo que había visto y oído en una versión corta y simple que ella pudiera asimilar, pes le constaba por lo ya vivido, que la chica absorbía toda la información que se la ofrecía y la asimilaba, la dijo que tendrían que practicar el habla y muchas cosas mas pero que lo harían despacio, también la explico despacio y con señas que para curarse la tendría que pinchar varias veces al día, aquello la disgusto e hizo pucheros, pero a partir de entonces apenas gruño a las jeringuillas.

Dieron su paseo habitual jugando y después su clase de habla, se notaba que oír voces aunque fueran de las películas, la hacía bien y marcaba las silabas pero salvo To… no conseguía decir nada mas, después la dejo descansar un poco viendo una película mientras el preparaba una ensalada para comer suponiendo que algo asi no la vendría mal.

Después de comer dieron un paseo y la puso su segunda inyección del día, dejándola después en su celda mientras Toni se echaba una merecida siesta de dos horitas. Al despertar decidió ver si era realmente buena la Vuvucela para atraer infectados, subió el aparato de plástico color verde chillón con pegatinas de un equipo de futbol a la terraza, junto con un buen vaso de naranjada y su silla plegable de camping, bajó de nuevo y cerro todas las puertas e incluso la pequeña ventana del calabozo, buscando amortiguar el sonido y que Cecilia no se alterara demasiado al escucharlo, en el viaje de vuelta a la azotea subió el rifle de modelo extraño con la poca munición que le quedaba y la carabina del 22 replica de un kalashnikov con dos cargadores de 20 tiros ambos tenían mira telescópica, en su cinturón aun llevaba la pistola Glock y sus dos cargadores de reserva.

Cogió la Vuvucela y tras respirar profundamente inhalando hasta llenarse los pulmones de aire, se la llevo a los labios y sopló como se sopla una trompeta cualquiera, es decir apretando los labios y soltando el aire como si uno se tirara una pedorreta, el sonido fue un escándalo tan tremendo que nuestro protagonista asustado casi se cae de la terraza de la impresión, dio varios trompetazos en tres minutos para después sentarse a esperar el resultado mientras bebía.

El resultado no se hizo esperar, a los 4 ó 5 minutos empezaron a aparecer los primeros, venían como locos atraídos por aquel sonido, los que se medio arrastraban parecían venir al paso, los que habitualmente caminaban hoy venían al trote y los rápidos se lo pueden imaginar, por no mencionar el numero, hoy no eran 30 ó 40 sino al menos 100 gimiendo y gritando como posesos.

Arrodillándose encaro el rifle y derribo 5 rápidos en 20 segundos de certeros tiros en la cabeza, dado que este rifle había que recargarlo metiendo las cinco balas en su cargador integrado una a una, decidió dejarlo en el suelo y sustituirlo por el kalashnikov del calibre 22 que tenía cargadores de 20 tiros, se le echaban encima llegando al pie de las murallas, gasto los dos cargadores en tiro a tiro, los infectados caían unos más cerca y otros algo más lejos, procuraba que no se apilasen los muertos al pie de la muralla pero eran demasiados y seguían llegando mas, dejo el arma vacía y saco su pistola Glock de 15 tiros, tirándoles a la cabeza a los de la muralla, cayeron bastantes y cuando cambio el cargador, se dio cuenta de que su situación se estaba volviendo muy complicada pues algunos usaban a los muertos como escalones para intentar alcanzar dando saltos la cima almenada de la muralla, incluso vio alguno que arrastraba un muerto hasta allí.

Bajo corriendo y recogió las trinchas que llevó anoche, aun con sus cuatro cargadores para el cetme corto, de camino cogió su mechero y se puso las trinchas según bajaba la escalera, al llegar a la planta baja agarro de la sala del generador una garrafa de cinco litros con gasolina normal, finalmente cogió el cetme que tenia al lado de la puerta cargado para emergencias, abrió saliendo el patio y se precipito a uno de los tramos de escaleras que desembocaban en el pasillo de ronda que coronaba las almenas de las muralla.

Algunas manos ya comenzaban a asomar por entre las almenas, se acerco y disparo a las caras de sus dueños antes de que le agarrasen, mordieran o escupieran, a medio metro de distancia el impacto de una bala en la cara la destrozaba, tirando a su propietario hacia atrás y alejaba su cuerpo de la muralla, gasto así su primer cargador de 30 disparos en los infectados que aparecían, recargo rápido y abrió la garrafa de gasolina, desandó el camino hacia el grupo más numeroso estirando el brazo y volcándola por fuera de la muralla, en la diestra empuñaba el fusil y disparaba a todo el que parecía a punto de cogerle, recorrió así aquel lado más poblado de infectados hasta que la garrafa quedo vacía, dio un paso atrás sacando el paquete de pañuelos de papel dejándole caer las últimas gotas de la garrafa sobre él y lo prendió fuego con el mechero tirándolo al otro lado de la muralla.

El colosal fogonazo le chamusco el flequillo, sintió una oleada de calor en su cara y manos la parte exterior de la muralla ardía furiosamente entre alaridos de los que se quemaban, a Toni mientras se alejaba de allí a otro tramo de la muralla le pareció oír su nombre, pensó que debía ser el diablo llamándole, los cuerpos de los infectados ardían debido a su ropa mojada de combustible, muchos corrían en cualquier dirección gritando envueltos en llamas y chocándose contra otros que a su vez comenzaban a arder, pero su objetivo se había cumplido pues todos se alejaban, un olor nauseabundo de carne quemada y una oscura nube de humo rodeo el torreón, poniendo rodilla en tierra disparo a los que aun no ardían y seguían cerca del portón de entrada de coches, cambio de nuevo el cargador con la adrenalina corriendo a raudales por sus venas, disparo a todo lo que vio sin distinción de sexo o edad ni de si huían o venían hacia él, no se dio ni cuenta de que se reía.

Una hora después desde lo alto de la terraza del torreón Toni temblaba, era el efecto normal del bajonazo al disiparse el efecto de la adrenalina, sus dedos temblorosos parecían negarse a sostener el cigarrillo que fumaba con los labios resecos por la emoción y el humo que aun desprendían los cuerpos quemados, el ruido del walkie le sobresalto:

– Capo para tiroloco, capo para tiroloco, ¿me recibes? Cambio.

Supuso que le habían llamado antes pero no lo había escuchado, Julián debía estar preocupado a juzgar por el tono de su voz, decidió contestar:

– Adelante capo, tiroloco te copia.

– ¿Cómo estás? Hemos oído jaleo y visto humo sobre los arboles, no contestabas, cambio.

– Capo, he estado un poco liado preparando una barbacoa con petardos, ahora ya está todo bien, cambio.

– ¿estás seguro? se te nota la voz rara, cambio.

– Es que uno no es de piedra capo, por cierto cuando baje te voy a meter la Vuvucela por el culo, cambio.

– Ya te dije que los atraía bastante, el que avisa no es traidor, cambio.

– Es avisador, ya me sabia el chiste, ahora en serio gracias por llamar, esto ha sido la hostia, cambio.

– Vale muchacho veo que no te apetece hablar, si cambias de opinión no te cortes y llama ¿vale? Cambio.

– De acuerdo capo, tiroloco se despide, hasta mañana, cierro.

Bajo a mirar a su Ceci por el monitor y vio algo que le asusto, bajo rápido al calabozo, ella estaba tirada en el suelo de la celda con sangre en la cara, entro y la tomo el pulso, estaba inconsciente y con una herida en la frente por la que había manado bastante sangre, la cogió en brazos y la subió al salón para curarla, dos horas después una Ceci bien sedada y con la cabeza ladeada, lucia un apósito y una venda sobre su frente en ella tenía una brecha de pocos centímetros, a la que Toni había dado unos puntos como pudo con sus escasos conocimientos de primeros auxilios, también tenía un chichón en la parte posterior de la cabeza la sangre coagulada manchaba su pelo rubio que se pegaba a su cara, la bola mordida del otro día estaba en su boca, además dos pares de esposas unían sus muñecas a los barrotes de una de las literas, como precaución añadida la había puesto una generosa dosis de antibióticos.

Frente al monitor de vigilancia Toni miraba la grabación de lo ocurrido en su celda, por el reloj impreso en dicha grabación dedujo que entre el sonido de la Vuvucela y los gritos de los que llegaron de fuera se veía a Ceci nerviosa y escondiéndose bajo su catre, mas tarde cuando comenzaron los tiros ella temblaba visiblemente histérica y algo más tarde durante los tiros en la muralla y el posterior incendio parecía enloquecida incorporándose se aferraba a los barrotes y se golpeaba contra ellos, haciéndose una brecha en la cabeza de la que manaba abundante sangre, se la veía caer hacia atrás y darse un golpe en la nuca.

Pero Toni preocupado se centraba en la parte de la cinta en que ella agarrada a los barrotes gritaba histérica, la cinta no tenia sonido pero el movimiento de la boca se podía ver perfectamente eran dos silabas repetidas una y otra vez: to… ni.

Continuara…

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición 2” (POR GOLFO)

$
0
0

Cap. 4.― En la casa, sigo conociendo a la familia.

Al llegar a la casa que sería mi hogar lo que me restara de vida, descubrí que era la única diferente de la isla. Pintada en color ladrillo, su tamaño hacía que sobresaliera sobre todas las demás. No me hizo falta preguntar el motivo de la desproporción entre ella y el resto. Era la casa del mandamás y debía quedar claro desde el principio. En su interior descubrí nuevamente el buen gusto de Irene, manteniendo la sobriedad, sus estancias rezumaban clase y practicidad por igual. Decorada con un estilo minimalista, no faltaba ninguna comodidad. Una sección de oficinas daba paso a una serie de salones amplios y luminosos.

―Esta es la parte para uso oficial. Espero que la privada también le guste.

Sin saber adónde ir, seguí a mi asistente por una escalera de mármol y en cuanto traspasé la puerta que daba acceso a nuestras dependencias, comprendí a que se refería. Era una copia de mi piso de Madrid, solo que más grande y que en vez de tener un solo dormitorio, del salón salían al menos media docena. Alucinado porque hubiese recreado hasta el último de los detalles, me dirigí hacia mi cuarto y al entrar descubrí que no solo había hecho traer todos mis muebles, sino que todas mis pertenencias y mis fotos estaban ubicadas en el mismo lugar que en el departamento al que ya no volvería.

―Quería que se sintiera en su hogar― dijo al ver mi desconcierto y señalando la cama, comentó: ―Lo único que es diferente es esto. Si va a tener que acoger ocasionalmente a seis personas que menos sea de tres por tres.

―Eres maravillosa― le dije con ganas de estrenar tanto la cama como a ella.

La muchacha percatándose de mis siniestras intenciones, se escabulló como pudo y desde la puerta, me informó:

―He dispuesto que tuvieran su baño preparado, luego me dice que le ha parecido.

Cabreado por quedarme con las ganas de poseerla, me quité la chaqueta y depositándola sobre un sillón me dirigí hacia el baño. Al entrar me quedé paralizado al descubrir que, de espaldas a mí, había un negrazo de más de dos metros totalmente desnudo. Solo me dio tiempo de mirar la tremenda musculatura de su espalda antes que, indignado y sin medir las consecuencias, le espetara:

― ¡Qué coño hace usted aquí!

El sujeto dio un grito por la sorpresa, pero, al girarse descubrí, que no era él sino ella quien estaba en cueros sobre las baldosas de mármol. Cortado por mi equivocación, no pude más que pedirle perdón por mi exabrupto y ya tranquilo, le pregunté que quien era. La muchacha, con una dulce voz que chocaba frontalmente con el tamaño de sus antebrazos, ya que, parecía una culturista, contestó:

―Soy Johana. Irene me ha pedido que le ayude a bañarse porque venía cansado del viaje y necesitaba un masaje, pero si le molesta mi presencia me voy.

―No hace falta, quédate― respondí y aunque estaba cabreado con la rubia, la pobre cría no tenía la culpa.

Johana sonrió al escucharme y cuando lo hizo su cara se trasformó, desapareciendo la dureza de sus rasgos y confiriendo a su rostro una ternura que derribó todos mis reparos. Dándose cuenta de que no estaba enfadado con ella, la mujer se aproximó a mí. Cuando la tuve cerca, avergonzado, descubrí que mi cara llegaba a la altura de sus pechos, no en vano posteriormente me enteré de que la pequeñaja medía dos metros diez.

«Soy un pigmeo a su lado», pensé asustado por su tamaño.

Si se dio cuenta de mi asombro, no le demostró y llevando sus manos a mi camisa, me empezó a desabrochar los botones sin dejar de mirarme a la cara. Yo mientras tanto no podía dejar de observar lo desarrollado de los músculos de la dama y sin darme cuenta, llevé mi mano a uno de sus pechos. Al posar mi palma sobre su seno, descubrí que, lejos de ser pequeño, era enorme y que lo que me había hecho cometer el error de pensar que era plana, era que al ser ella tan musculosa, parecían a simple vista enanos. Inconscientemente, pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, como si tuviese frío, se encogió poniéndose duro al instante.

Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres, porque con lágrimas en los ojos, dijo sollozando:

―Soy una mujer, no un monstruo.

Avergonzado por mi falta de sensibilidad, le pedí perdón y alzando mi brazo, cogí su cabeza y bajándola hasta “mi altura”, deposité un suave beso en sus labios. La muchacha al sentir mi caricia abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y durante un minuto, nos estuvimos besando tiernamente.

Fue una sensación rara sentirme un juguete entre sus brazos. Nunca se me había pasado por la cabeza que una hembra tan alta y musculosa pudiese ser tan dulce y menos que me atrajera, pero lo cierto es que bajo mi pantalón mi pene medio erecto opinaba lo contrario. Johana, dejándose llevar por la pasión, me terminó de desnudar y después de hacerlo, me abrazó y alzándome me llevó hasta el jacuzzi. Protesté al sentir que mis pies abandonaban el suelo y que ella como si fuera un niño me hubiese levantado sin ningún esfuerzo.

―Deje que le cuide― respondió la mujer, haciendo caso omiso a mis protestas y depositándome suavemente dentro de la burbujeante agua, prosiguió diciendo: ―aunque ya me lo había dicho Irene, no la creí cuando me contó que el jefe me iba a conquistar con su mirada.

Acojonado por la profundidad del afecto que leí en sus ojos, no puse reparo cuando acomodándose en la enorme bañera, me cogió con una sola mano y con cariño me colocó entre sus piernas. Sin esperar nada más, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Me retorcí de gusto al sentir sus caricias y ya convencido, apoyé mi cuerpo contra el suyo. Johana lentamente me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias, pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos.

La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo hizo que dándome la vuelta metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara. La negra no pudo reprender un sollozo cuando sintió mis dientes contra su oscuro pecho. Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris.

Como el resto de su cuerpo su botón era enorme y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié, mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque. Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la enorme mujer me confesó:

― Nunca he estado con un hombre.

― ¿Eres lesbiana? ― pregunté extrañado porque no me cuadraba con la pasión que hasta entonces había demostrado.

―No, pero nunca me han hecho caso, ¡siempre les he dado miedo! ― respondió llorando.

―A mí, no me das miedo― repliqué depositando un beso en su boca mientras mi mano seguía torturando su sexo. Tras lo cual, señalando mi pene ya totalmente excitado le dije: ―Lo ves, está deseando tomarte.

La mujer se quedó de piedra y colmándome de besos, me dio las gracias por verla como una mujer. Sabiendo que no podía fallarle, me levanté sobre el yacusi y le pedí que me aclarara. Johana no se hizo de rogar, de manera que en pocos segundos ya había quitado cualquier resto de jabón de mi cuerpo. Al comprobar que estaba limpio, le solté:

―Llévame a la cama.

Johana, sin estar segura de que hacer, se quedó mirando. Comprendí que debía aclararle que quería y por eso, dije:

―Si fueras del tamaño de Akira, te llevaría en brazos hasta la cama.

Soltando una carcajada, levantó mis ochenta y cinco kilos sin ningún tipo de esfuerzo, de forma que en pocos segundos me depositó sobre las sábanas e indecisa sobre cómo comportarse se quedó de pie, mirándome.

Aprovechando sus dudas, apoyé mi cabeza sobre la almohada y me puse a observarla. Johana estaba enfrascada en una lucha interior, el deseo le pedía tumbarse a mi lado, pero el miedo al rechazo la tenía paralizada. Yo, por mi parte, usé esos instantes para evaluarla detenidamente, pero sobre todo para pensar en cómo tratarla.

Físicamente era impresionante, no solo era cuestión de altura ni siquiera de músculos, lo que verdaderamente me acojonaba era que la mujer de veintiocho años que tenía enfrente solo había sufrido rechazos por parte de los hombres. Si quería que ese pedazo de hembra se integrase en la extraña familia que íbamos a formar, debía de vencer sus miedos y por eso valiéndome de su pasado militar, le pregunté:

― ¿Cuál era tu rango en los Navy?

―Comandante― contestó poniéndose firme.

Verla en esa posición marcial, me dio morbo porque siempre había querido tirarme a una uniformada. Retirando de mi mente la imagen de poseerla vestida con botas y correas, le ordené:

―Comandante, túmbese a mi lado.

Al escucharme, se le iluminó el rostro porque si entendía ese lenguaje e imprimiendo una dulzura extraña en alguien tan enorme, respondió.

―Sí, señor.

En cuanto la tuve a mi vera, la besé mientras recorría con mis manos su negra piel. Ella, al no estar acostumbrada a recibir caricias, se mantuvo quieta sin moverse como temiendo que todo fuera un sueño y que ese hombre que recorría sus pechos desapareciera al despertarse. Su pasividad me dio alas y bajando por su cuello, recogí uno de sus pezones entre mis labios mientras el otro disfrutaba de los mimos de mis dedos. Los primeros suspiros llegaron a mis oídos y ya con confianza, descendí por su torso en dirección a su sexo. Cuando estaba a punto de alcanzar mi meta, los miedos de la mujer volvieron y asustada, juntó sus rodillas. Ya sabía cómo manejarla, esa mujer necesitaba ser tratada alternando autoridad y ternura. Por eso, levantándome de su lado, le grité:

―Abra inmediatamente sus piernas.

Adiestrada a obedecer sin rechistar, Johana separó sus piernas, de manera que desde mi posición pude contemplar por primera vez su coño abierto y húmedo. Si en vez de esa virgen, la mujer de mi cama hubiera sido otra, sin dudar, me hubiese lanzado como un kamikaze, pero en vez de ello bajé hasta sus tobillos y con la lengua fui recorriendo sus pantorrillas con lentitud estudiada. Trazando un surco de saliva sobre su piel, fui jugando con sus sensaciones.

Cuando sentía que se acaloraba en exceso, retrocedía unos centímetros y en cambio cuando percibía que se relajaba, aceleraba mi ascenso. De esa forma, todavía seguía a mitad de sus muslos, cuando advertí los primeros síntomas de su orgasmo.

―Tiene permitido tocarse― dije al notar que la mujer luchaba contra sus prejuicios.

Liberada por mis palabras, pellizcó sus pechos y separando sus labios, me pidió permiso para masturbarse.

―Su coño es mío y le advierto que no admito discusión.

Mi orden causó el efecto esperado y Johana, al escuchar que reclamaba la propiedad de su sexo, se retorció sobre la cama, dominada por un deseo hasta entonces desconocido para ella.

Satisfecho, recorté la distancia que me separaba de su pubis. Con la respiración entrecortada y el sudor recorriendo su cuerpo, esperó a que mi lengua rozara sus labios para correrse ruidosamente.

Acababa de ganar una escaramuza, pero tenía que vencer en esa batalla, asolando todas sus defensas y obligarla a aceptar una rendición sin condiciones. Por eso sin darle tiempo a reponerse tomé su clítoris entre mis dientes mientras que con un dedo recorría la entrada a su cueva. Sollozó al notar mis mordiscos y reptando por las sábanas, intentó separarse de mi boca.

―No le he dado permiso de moverse― solté sabiendo que su huida era producto de un miedo atroz a lo que se avecinaba. Deseaba ser tomada, pero le aterraba no estar a la altura y defraudarme.

Al volver a su sitio, directamente la penetré con mi lengua, jugando con su himen aún intacto y saboreando su flujo, conseguí profundizar en su deseo. Su coño ya se había convertido en un pequeño manantial y recogiendo con mi lengua su maná, lo fui bebiendo mientras ella no paraba de gemir como una loca. Su segundo orgasmo cuajó al llevar una mano hasta mi pene y hallarlo completamente erguido. El placer de la mujer fue in crescendo hasta que gritando como posesa de desparramó sobre la cama.

Sin darle tregua, me levanté y poniendo mi glande en su entrada, la miré. En su cara pude adivinar un poco de miedo y mucho deseo. Por eso sin esperar a que recapacitara y que nuevamente se echara atrás, la penetré lentamente rompiendo no solo su himen sino el último de sus complejos. Johana sollozó al sentir su virginidad perdida. En cambio, a mí, me sorprendió tanto la calidez como lo estrecho de su conducto.

«Una mujer tan enorme con un coño tan pequeño», pensé mientras dejaba que se acostumbrara a tenerlo en su interior.

Tumbándome sobre ella, mordisqueé unos de sus pezones hasta sacar de su garganta un gemido. Cuidadosamente empecé a moverme, sacando y metiendo mi extensión de su coño mientras no dejaba de mamar el néctar de sus pechos. Johana que se había mantenido a la espera, lentamente imprimió a sus caderas un ligero ritmo que se fue incrementando a la par que mis penetraciones. Poco a poco la cadencia de nuestros movimientos fue alcanzando una velocidad de crucero, momento en que decidí que forzar su entrega y levantándome sobre ella, convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. Ella chilló descompuesta al notarlo y estrechando mi cuerpo con sus piernas, se clavó hasta el fondo de sus entrañas mi pene erecto.

Asumiendo que no iba a durar mucho y que no tardaría en derramar mi simiente en su interior, la di la vuelta y obligándola a ponerse de rodillas, la volví a tomar, pero esta vez sin contemplaciones. La nueva posición le hizo experimentar sensaciones arrinconadas largo tiempo y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre las sábanas. Alargué su clímax, con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer eyaculé rellenando su sexo con mi semen.

Agotado, me tumbé a su lado. Rendida a mis pies, sus ojos me miraron con cariño mientras me decía:

―Me dejaría matar por usted.

Estaba a punto de besarla cuando oí un ruido en la puerta, al levantar la mirada me encontré que Irene y Adriana estaban de pie mirándonos.

―Has perdido la apuesta. Ya te dije que Lucas haría que esta estrecha se comportara como un cervatillo― escuché decir a mi asistente antes de salir corriendo de la habitación con su amiga.

Comprendí que esa sabionda no solo me había preparado una encerrona, sino que, conociendo de antemano mi modo de actuar, se había apostado a que yo vencía los miedos de Johana. Mirando a la mujer que yacía a mi lado, cabreado, ordené:

―Abrázame durante unos minutos, me apetece sentirte, pero luego quiero que me traigas Irene. Si se niega, usa la fuerza que consideres oportuna. La quiero aquí.

La gigantesca mujer se acurrucó posando su cabeza en mi pecho. Se la veía feliz por haber mandado a la basura, en una hora, complejos que la tuvieron subyugada durante toda su vida.

Por mi parte, me debatía entre la satisfacción de saber que, aunque el mundo se fuera al carajo, esa isla iba a ser un oasis a salvo de la devastación mundial y el cabreo por sentirme una marioneta en manos de Miss Cerebrito.

Habiendo descansado, me di cuenta de que era tarde y como quería llegar temprano a la cena, me levanté y me empecé a vestir. Johana protestó al sentir que deshacía nuestro abrazo y remoloneando, me pidió que volviese con ella.

―Comandante, tiene órdenes que cumplir― le recordé mientras me ponía los pantalones.

La mujer obviando que estaba desnuda, se incorporó ipso facto y saliendo por la puerta, se fue a cumplir con lo que le había mandado. Al cabo de unos minutos, escuché unos gritos provenientes del pasillo, para acto seguido ver que Johana entraba en la habitación portando en sus hombros a una indefensa Irene. Se notaba que la rubia no estaba muy de acuerdo con el modo tan brusco con el que la negra estaba llevando a cabo su misión.

―Señor, ¿dónde deposito este fardo? ― dijo marcialmente la militar.

La propia Irene había trasladado mis pertenencias y por eso, abriendo el cajón donde en mi antiguo piso tenía mis juguetes, sacando una cuerda y un bozal, contesté:

―Hasta nueva orden es una prisionera, después de inmovilizar al sujeto, amordázalo. No me apetece oír sus gritos.

Johana, comprendió al instante lo que quería y desgarrando su vestido, se puso a cumplir mi pedido. No teniendo más que hacer allí, me alejé mientras oía las protestas de la que se consideraba mi favorita…

Relato erotico: “Novio en estado de coma (1)” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0
 Me siento como en el fondo de un inmenso foso… La luz no llega salvo ligeros destellos que, por lo que parece, mis párpados no logran detener… ¿Por qué no consigo abrir los ojos?  Mis sentidos van volviendo a mí poco a poco pero mis movimientos continúan ausentes, como si mi cuerpo no respondiera a mi cerebro o bien mis músculos estuvieran absolutamente embotados…  Mis oídos captan el mundo a mi alrededor pero las frases llegan cortadas… como si estuviera tratando de establecer una comunicación a larga distancia que cada tanto se interrumpe…
        “…haciendo lo posible…………… las posibilidades están pero son remotas……………..sólo queda esperar…………en la mayoría de los pacientes no……………”
          ¿Quién está hablando?  Desconozco esa voz… ¿De qué habla exactamente?  ¿En dónde estoy?  Necesito moverme… necesito ordenarle a mi cuerpo que se mueva… pero por más que lo intento sigo ahí, como presa de la inercia de un sueño profundo que se niega a abandonarme en la mañana… ¿Estoy dormido?  ¿Estoy despierto?  ¿Qué tan dormido?  ¿Qué tan despierto?
          “¿Y durante cuántas semanas puede estar alimentándose con suero?”
            ¡Esa voz sí la conozco!  ¡Es la de Liz!  Es decir… de quien iba a convertirse en mi esposa en poquísimos días… ¿Iba?  ¿Por qué dije “iba”?  ¿Qué pasó?… Un cúmulo de recuerdos entremezclados parece asaltar mi cabeza formando una nebulosa indefinible… Imágenes, voces y rostros se entrecruzan… Y un auto… Sí, un auto… Luces de frente en la ruta… Algo me enceguece: estruendo… y casi a continuación…silencio.
           “No hay un límite – explica la voz que había escuchado yo al principio, la cual es evidentemente masculina -.  Podemos mantenerlo con el suero y el respirador artificial tanto tiempo como sea necesario, pero claro, es importante que entienda que su situación es muy delicada… Quiero decir con esto que está en un estado que lo hace extremadamente frágil ante cualquier mínimo inconveniente dada su nula capacidad de reacción”
              Un silencio se produce tras las palabras del hombre que habló, sea quien sea éste… Puedo escuchar la respiración de Liz…entrecortada, como si estuviera al borde del sollozo pero lo contuviera.
             “¿Y qué… posibilidades hay de que vuelva en sí? – preguntó al cabo de un rato.
            Ahora fue el hombre quien hizo un largo silencio antes de hablar…
            “Eso… es algo que desconocemos, señora… Su esposo…”
            “Mi novio” – le corrigió Liz.
            “Su… novio no da señales de actividad alguna después del accidente.  Y está atravesando un coma cuatro…”
          ¿Accidente?  ¿Qué accidente?  ¿De qué hablan?.. Ah, sí, súbitamente un destello de recuerdo parece encenderse en mi mente… Un auto, sí… un auto de frente… Dos luces encandilándome dirigidas hacia mi rostro… Pierdo el control… El auto se desvía y comienza a correr terraplén abajo por el costado de la ruta… Voy hacia una alcantarilla… Puedo verla, sí… puedo verla…
           “¿Hay gente que sale de un coma cuatro?” – intervino una tercera voz sumamente quebrada, a la cual reconocí como de mi madre.
           “La hay, sí… Nada está dicho… La cuestión acá es como vaya evolucionando en los próximos días… La contusión ha dañado seriamente el cerebro y desconocemos aún hasta qué punto la lesión pueda haber provocado un daño permanente”
           “¿Qué significa en este caso daño permanente?” – indagó Liz.
          “Hmmm… digamos que existe la posibilidad de que quede en un estado vegetativo de por vida…”
Mi madre rompió en sollozos y, aunque no podía ver a Liz, me di cuenta de que debía haber bajado la cabeza y estaría también al borde del llanto, tal como quedó demostrado por la actitud del hombre que hablaba…
           “Pero le repito señora… señorita… Es algo que sólo sabremos en la medida en que los días vayan pasando y veamos cómo responde a los estímulos… Hoy por hoy no podemos arriesgar un pronóstico certero…”
           Mientras siguen hablando, las imágenes siguen acudiendo a mi mente… Voy a la alcantarilla, sí, voy hacia ella… De pronto… sólo hay vacío…, vacío…, vacío… Me siento flotar… ¿En dónde estoy?  No lo sé, pero mi cabeza se comienza a poblar de imágenes del pasado… Mi nombre es Lucas, tengo treinta y dos años y soy ingeniero en sistemas… Trabajo para una empresa multinacional pero a la vez tengo un local de servicio técnico de computación que, gracias a algún dinero ahorrado, pude instalar a unas cinco cuadras de casa… Mi trabajo, desde ya, no me permite hacer demasiada presencia física en el lugar pero, por suerte, tengo el apoyo de Gastón, un empleado tan fiel como brillante, un chico de apenas diecinueve años que, a pesar de su corta edad, es lo que podría decirse un prodigio absoluto en la materia…
         ¿Y quién es Liz? Ah, mi novia… ¿se los había dicho?  No lo recuerdo… El caso es que mi soltería se prolongó por largo tiempo y, poco a poco, fui viendo como mis viejos amigos del colegio o de la vida se iban casando o bien formaban parejas estables en tanto que yo nunca “sentaba cabeza”.  Hasta que apareció Liz… Hacía sólo un año y medio que estaba con ella pero puedo asegurarles que fue suficiente: desde el día en que la conocí supe que Liz era distinta.  Empleada administrativa de una empresa que era clienta de aquella en que la que yo trabajaba, dueña de un particular encanto y educación al hablar, una conversación versátil que se puede adaptar a cualquier entorno y a cualquier persona, y todo ello sin hablar de una figura envidiable, unos hermosos ojos marrones y una cabellera castaña que le luce particularmente bien cuando lleva el pelo suelto y planchado.  Chica seria… no crean que fue una fácil conquista, no porque se pusiera en difícil, sino porque se trata de una gema a la cual hay que manipular con cuidado de que no se dañe en el proceso de conocerla.  No es, según ella misma lo ha manifestado, gran amante de las salidas nocturnas salvo, obviamente, las que hacemos juntos cada tanto.  Mujer difícil para los hombres: tratará a todos con respeto, pero jamás se mostrará como una chica fácil y regalada… Ah, tenía veinticinco años cuando la conocí… Veintiséis en este momento…
        Liz fue motivo suficiente para cortar una ya dilatada y tardía soltería.  Lo teníamos todo listo… Faltaban sólo tres días para casarnos… Ambos teníamos muchas expectativas puestas en ello, no sólo por el evento y la fiesta en sí, sino por el hecho de que iniciaríamos una nueva vida, desconocida por cierto para mí pero que se avizoraba como prometedora al lado de una persona que, por fin, sentía que llenaba un montón de ausencias que ninguna mujer había llenado antes.  Era, decididamente, la mujer junto a la cual quería compartir el resto de mi vida.  Ni se me  cruzaba la posibilidad de que tal destino pudiese quedar trunco: no lo veía en mí, no lo veía en ella… Pero el destino suele burlarse de nosotros… Y en ocasiones nos lo hace notar andando en auto por la ruta…
         Cada vez que los recuerdos vienen a mi cabeza sólo nado en un mar de felicidad porque realmente ella fue y es el motivo de un cambio trascendental en mi vida.  Es por tal razón que, cualquiera sea la situación en la cual hoy me halle, no puedo menos que sentirme gozosamente embriagado con esas imágenes… Y en esa borrachera de los sentidos los días aquí pasan… y cada tanto vuelvo a tomar contacto con la realidad.  Pero… ¿qué es realidad y qué es sueño en todo esto?  ¿Y si es un sueño del cual voy a despertar?  Pero las voces parecen tan reales… No soy consciente del paso del tiempo… ¿Cuánto llevo en esta situación? ¿Días? ¿Meses?  Ahí está nuevamente la voz del hombre que antes hablara, a  quien definitivamente tendré que llamar “médico”…
           “…puede respirar por sus propios medios… ese es el único reflejo que en este momento le encontramos… – está diciendo -.  Por esa razón es que lo hemos sacado de terapia intensiva…”
          ¿Cuántos días han pasado?  La última vez habían dicho que yo tenía puesto un respirador artificial.  ¿Es verdad todo esto?  ¿En dónde estoy?
           Tanto Liz como mi madre parecieron recibir como buena señal el que estuviera recuperando al menos parte de mis reacciones a los estímulos.  Pero… ¿por qué estoy yo oyendo todo?  Eso es obviamente algo que ellos no saben… Quiero abrir mi boca y decirles… gritar… Pero no hay caso: mi lengua, como todo el resto de mi cuerpo, no responde a las órdenes que emanan de mi cerebro…
             En determinado momento se produce un silencio en derredor, por lo menos silencio en lo que tiene que ver con el entorno próximo circundante, ya que a mis oídos no paran de llegar los inconfundibles sonidos que identifican a los pasillos de los hospitales, pero parece evidente que en la habitación ha quedado una sola persona; puedo reconocer el taconeo en el piso: es Liz, yendo y viniendo… Mi Liz: aun sin verla puedo imaginarla con su elegante atuendo de oficina porque seguramente vendrá de su trabajo y ello me da la pauta de que deben ser más de las seis de la tarde, precaria ubicación temporal que puedo yo tener en este ciego mundo en que me hallo… Los oídos se nos van aguzando en la medida en que se convierten en nuestros únicos intermediarios con el mundo circundante… y me parece increíble estar reconociendo el bailoteo de los dedos sobre el teclado de su teléfono celular… Está llamando a alguien…
           “¡Hola!… ¿Cómo estás?… – se producen cada tanto los consabidos instantes de silencio después de cada frase, señal de que alguien contesta -… Y… ahí andamos, remándola como se puede… No, no, por ahora está estable… Lo sacaron de terapia porque respira por sus propios medios… No es para ilusionarse mucho pero es algo, qué sé yo… Y… sí… ¿Vos, Gasti?  ¿Cómo estuvo tu día?…”
             Gasti… está hablando con Gastón… Claro, es más que probable que ese pobre chico esté encargándose de todo lo referente al negocio al estar yo en el estado en que me encuentro…
            “Sí… yo también te extraño mucho…”
            Si mi corazón sigue funcionando, estoy seguro que durante unos segundos debió haberse detenido… Gastón y Liz se conocen desde ya… pero… ¿tanta confianza?  ¿Qué es eso de que lo extraña mucho?  Siento impulso de crispar los puños y de abrir los ojos… pero mi cuerpo… por supuesto, sigue sin responderme…
            “Y… – sigue diciendo Liz -.  Yo… hoy me voy a quedar acá… Entendeme…”
            ¿Entenderla?  Le está diciendo que se iba a quedar la noche cuidando a quien es su novio y su por ahora trunco esposo… ¿Y él tiene que entenderla?  ¿Entender qué?
            “Jaja… Sí… Ya sé Gasti… ya sé… Yo también tengo ganas de verte esta noche pero… ya habrá oportunidad… disculpame… Dale, dale… sí, sí, quedate tranquilo… Ajá, está bien… Listo, listo… Te mando un besito… ¡Yo también!  Chau chau…”
             Y cerró el diálogo con un inconfundible “chuic”… Esto tiene que ser un sueño… Tiene que serlo… Una pesadilla… El destino, que se burló de mí en la ruta al tronchar mi casamiento y mi felicidad, ahora se complace en dejarme inmóvil sobre una cama de hospital escuchando palabras que taladran mis oídos y me desgarran por dentro… Pero no puede ser real, claro que no… Yo voy a despertar de esto…
            Las horas pasan.  Todo parece discurrir con normalidad.  Como suele ocurrir en los hospitales los ruidos de los pasillos se van apagando poco a poco en la medida en que llegan las sombras de la noche pero cada tanto el silencio se ve interrumpido por alguna enfermera desplazando algún carrito o bien por algún timbre de llamada desde alguna habitación… Se nota que ya es noche cerrada… Alguien se acerca… Oigo los pasos y luego los goznes de la puerta al entreabrirse…
            “¿Cómo va todo?  ¿No vas a intentar dormir un poco?” – reconozco la voz; es el mismo médico al que escuchara tantas veces antes hacer anuncios sobre mi estado y mi evolución.  Ahora resulta que la tutea…
          “No puedo dormir en una silla, no hay caso” – responde Liz, entremezclándose sus palabras con un bostezo y una aparente sonrisa.
           “Podés usar la otra cama… No hay problema”
           “Pero… ¿y si llegara algún interno en la noche?”
           “No va a llegar – responde lacónicamente el médico, por cuya voz ya deduzco para esta altura que es un hombre joven, tal vez de la edad de Liz, o sea que debe haberse graduado hace muy poco -.  Ya me encargué de eso…”
           “¿De qué?” – pregunta Liz.
           “De que nadie ocupe esa cama”
           “¿De verdad? – es fácil descubrir en el tono de Liz cuando habla sonriendo -.  ¡Sos un genio Javier!”
            Definitivamente el tuteo es ahora recíproco y permanente… y no se dan una idea de cuánto me molesta.
            “Sí – explica él -.  Presenté un estado de situación solicitando que el paciente no esté acompañado en la pieza con el argumento de que así lo requiere su pronta recuperación”
             “Genial – acuerda ella -.  ¿Tenés que quedarte esta noche?”
             “No – detecto un lamento en el tono de él -.  Hoy no me toca… Por eso me gustaría saber si vas a necesitar algo”
            Una leve pausa se produce antes de que Liz responda.
             “De momento no… Je, ya bastante hiciste con conseguirme la cama disponible…”
           Otra vez se produce un silencio… ¿Qué es lo que no puedo ver?  ¿Qué está pasando?  ¿Detecto ligeros guiños cómplices en las palabras o es sólo una sensación mía?
             Permanecen hablando un rato.  ¿Cuándo se va él?  ¿Hay necesidad de que le cuente tanto ella sobre las cuestiones de su trabajo, los problemas de la oficina?  ¿Y de que él le hable de las frustraciones amorosas recientes con un tono deliberadamente compungido que pretende, claramente, servir de señuelo para atraer a una mosca?
             Por fin se va… Hay un beso de despedida… No te irrites, Lucas, fue en la mejilla, se notó… Lo importante es que él se fue… En la habitación quedo sólo yo… y ella… como siempre debió ser… Como se suponía que iba a ser apenas tres días después del fatídico accidente que me había arrojado sobre una cama de hospital en coma cuatro…  A propósito, ¿en qué estado estará mi cuerpo?  No hay, desde ya, forma de saberlo… ¿Y qué si mi rostro ha quedado totalmente desfigurado y ella ya no quiere mirarme?  ¿Podré caminar?  ¿Y si he quedado impotente?  ¿Cómo puedo estar seguro de que mi zona genital se mantiene indemne?  Ella está recostada sobre la cama de al lado… pude darme cuenta del momento en que se echó sobre la misma por el crujido del material ya que, seguramente, no le han puesto sábanas considerando que, de acuerdo a las palabras dichas por el joven médico, no se espera paciente alguno para ocuparla…  No está durmiendo a pesar de todo… Durante algún momento mira la televisión… A un volumen muy bajo para no molestar a los de otras habitaciones… En algún momento pueden identificar mis oídos que ha tomado su teléfono celular… y está marcando un número… Se producen unos segundos de suspenso una vez que sé que ha ya finalizado el marcado y aguarda una respuesta al otro lado…
           “Hola… ¿Gasti?….. ¿Qué hacés bombón?”
           Ahora sí me siento profundamente irritado…  Mi corazón late con fuerza; puedo oírlo, ¿cómo puede ser que nadie más lo advierta o que el resto de mi cuerpo no responda en consecuencia? Me viene a la cabeza aquel personaje de Poe que no podía creer que los demás no escucharan lo que él sí…  Quiero crispar los puños… No puedo… Mis músculos tienen que despertar… Tienen que hacerlo ya…
           “Y… sí… yo también te extraño mucho mucho… Y si no fuera así, no te hubiera llamado, ¿no te parece, tonti?”
            Todo mi cuerpo se tensa… Necesito despertar… necesito hacerlo… ¿Por qué tanta crueldad hacia mí?  No puedo creer lo que oigo… ¿Liz haciéndome esto?  ¿Y Gastón?  ¿Desde cuándo tienen algo?
             “Ya sé, bombón… Pero bueno, falta poquito para mañana a la noche… Tengamos paciencia, ¿sí?… Además lo bueno de esto es que cuanto más tiempo pase te voy a agarrar más caliente, jiji…”
              Quiero moverme… no soporto más… ¿Por qué tanta crueldad conmigo?  ¿Qué fuerza del más allá se complace en privarme del movimiento pero a la vez permitirme escuchar?  ¿Quién es el que se divierte tan sádicamente conmigo?
               “Jeje… Obvioooo, nene… – continúa -.  Yo también voy a estar más caliente……………..Epaaaa,je…y, sí……..ya sabés…….para lo que quieras, bombón”
                La charla sigue durante algún rato más; por momentos gira sobre temas “intrascendentes” como el trabajo o incluso mi propio estado de salud; Liz parece adoptar un tono compungido cuando se refiere a mí pero esa sensación se evapora cuando pocos instantes después se advierte que la conversación vuelve a adquirir un cariz lascivo… ¿Cómo pude estar tan ciego?  ¿Hará mucho que sostienen una relación clandestina?  Finalmente se despiden… Un largo beso de ella arrojado al celular es el cierre y luego el clásico “yo también”… La tortura cesa, al menos en parte… Es decir, los clavos han dejado de infligirme dolor físico pero el dolor sigue por dentro… Ella ahora está en silencio… Al rato la respiración se le vuelve algo más acompasada y monótona y momentos después está durmiendo…
            Ya han pasado dos días de la charla por teléfono con Gastón.  Anoche ha estado aquí mi madre y todo ha estado “tranquilo”.  Sin embargo, mi cabeza no ha dejado ni deja un momento de transportarse hacia algún punto afuera de este maldito hospital y de este cuerpo que me retiene como prisionero… No sé cuál será ese punto, tal vez la casa de Gastón, tal vez un albergue transitorio junto a la colectora de la autopista, tal vez el asiento trasero del auto de él o del nuestro, tal vez mi local de computación, tal vez nuestra propia casa… y nuestra propia cama… ¿Y qué estarán haciendo? …
           De pronto reconozco la voz de Liz; ha vuelto después de dos días.  Ayer no me ha visitado para nada… ¿Muy entretenida tal vez?  No pasan unos instantes y ya la estoy oyendo hablar con el doctor… con Javier, maldito buitre… El “chuic” en la mejilla es cada vez más efusivo cuando se saludan… y más prolongado también… Hablan por poco rato ya que él, por fortuna, tiene que irse a atender a otro paciente: en ese breve rato le pregunta a Liz cosas sobre cómo estuvo su día o sobre su trabajo y yo me pregunto qué mierda le importa… Pero lo cierto es que Liz contesta solícita a cada una de sus preguntas y lo hace con la misma naturalidad que lo haría en cualquier charla entre amigos; no hay visos de que mi novia lo esté sintiendo como un interrogatorio… Él se marcha, pero promete regresar a la noche, cosa que, por supuesto, me intranquiliza…  Ella queda en la habitación; durante algún rato se escucha el entrar y salir de enfermeras; jamás hay señales de que la cama de al lado esté ocupada o de que haya alguien más en la pieza: el doctorcito cumple con la promesa que hizo a mi novia de no permitir que se ocupe la cama contigua…
          Luego los ruidos cesan y la calma se apodera del lugar, señal inequívoca de que el horario de visita ha concluido y, una vez más, resuenan  los pasos en los corredores, pero cada vez de manera más esporádica.  Liz tiene el televisor encendido con el volumen muy bajo.  En algún momento se advierte que sus dedos están pulsando el maldito celular y comienzo a temer otra tortura… Y una vez más no me equivoco:
           “¿Qué hacés, bombón? – Liz mantiene el tono de voz lo suficientemente bajo como para no llamar la atención de las enfermeras que andan por los pasillos -… Bien, ¿vos?… Y… dolorida, nene… hoy me costó estar sentada en el trabajo, jaja… ¡Me diste como en bolsa!…….Jajaja… sí…¿y qué pretendés si me dejaste la cola a la miseria? ¡Sos un guacho!… ¡Sí, jaja… obvio que la tenés grande, bombón!”
             No puedo creerlo… Le hizo la cola… Siempre me decía que no le gustaba esa práctica… La charla sigue durante un rato más y ella se mantiene divertida todo el tiempo y matizando con toques de picardía que remiten a algún momento compartido entre ambos. Me siento explotar, me siento morir… de hecho, quisiera hacerlo, pero hasta eso me está impedido…
           Por suerte resuenan pasos en el corredor…
           “Te tengo que dejar, bombonazo… viene alguien – anuncia Liz que también ha detectado los pasos -… Sí, lindo… yo también te quiero… besito… luego hablamos… muack!!”
            Mientras yo no dejo de maldecir para mis adentros (por cierto, no puedo de ningún modo hacerlo de otra forma) alcanzo a percibir que en el exacto momento en que ella corta la conversación, los pasos se han detenido muy posiblemente bajo el vano de la puerta.  Después de tantos días en este lugar, los oídos se me van acostumbrando y aguzando, de tal modo que ya tengo un “plano auditivo” de la habitación… En principio, la llegada de alguien es un alivio para mí ya que significa que la charla entre Liz y Gastón, tan cruel para mis oídos, se verá interrumpida al menos por unos instantes… Pero esa sensación se esfuma cuando reconozco en las palabras del recién llegado la voz del médico, de Javier… Creo que ahora estoy peor que antes; al menos de Gastón la separaba una línea de telefonía móvil… En cambio, entre ella y el doctorcito habría sólo unos pocos pasos de distancia…
           “ ¡Hola!” – le saluda ella con un deje en la voz que no puede ocultar alegría ante la presencia.
           “Hola…” – le corresponde él y tengo la sensación de que trata de imprimir a su saludo un toque de sensualidad… Me irrita profundamente…
           “¿Ya terminaste hoy?” – pregunta ella.
            “Tengo que permanecer esta noche”.
            “Ah… ¿de guardia?”
            “Casi… no es exactamente lo mismo pero hay un paciente muy delicado cuyo estado tengo que supervisar durante esta noche.  En lo personal no creo que llegue a mañana… Y si lo hace no creo que llegue a pasado…”
            “Ay – se lamentó ella -.  Pobre familia… qué horrible”
            “Sí…”
           Se producen unos segundos de silencio que logran ponerme nervioso…
            “Y… ¿por qué no estás en la pieza del paciente?” – pregunta ella.
             “Si no va a pasar de esta noche o a lo sumo de mañana, ¿qué sentido tiene?” – responde él con una lógica de lo más perversa.
            “Ah…” – concede Liz quedando aparente e increíblemente conforme con la explicación… Comienza a quedarme claro que ambos están en el lugar del sanatorio en el cual quieren estar…
            “Estás hermosa” – suelta él a bocajarro.
             El silencio que sigue evidencia que el piropo tomó con las defensas bajas a Liz.  Podría esperarse que ella le ponga en su lugar por pasarse de la raya y desubicarse… pero a esta altura ya no sé qué puede esperarse… En efecto, cuando finalmente brota una respuesta de los labios de ella lejos está de sonar rebelde o esquiva sino más bien sumisa y entregada…
             “Gra…cias” – balbucea.
              Hiervo por dentro.  Como un volcán encerrado en un envase corporal.  Como si mil ríos de lava pugnaran por salir de mi interior… Escucho clarísimo el sonido del picaporte.  Él cerró la puerta… Una vez más el silencio más atroz se apodera del lugar… Mis sentidos tratan de captar la escena…
             “¿Te pusiste un poco nerviosa o me pareció a mí?” – pregunta él.
              “Pe… ¿perdón?”  – tartamudea ella.
              “Que me pareció que te pusiste un poco nerviosa cuando cerré la puerta”
            “Hmmm… eeeh… no, no…no es eso…” – sigue tartamudeando Liz.
            “Si no te sentís cómoda, me voy” – espeta él con un deje de caballerosidad que, sin embargo, muestra indicios de perversa amenaza.
            “No… – se apresura a contestar ella -, no te vayas por favor”
            “¿Qué dijiste?”
           “Que… no te vayas… por favor”
            “Me gustó ese por favor – dice él, con aire soberbio -.  Decí la verdad… te morís de ganas de que te dé una buena cogida, ¿no?”
            Alcanzo a detectar en Liz un respingo; suelta una especie de exclamación ahogada, como si hubiera aspirado aire al ser pillada por sorpresa.  Creo que si hay un momento en el cual Liz debería ponerle los puntos a ese maldito hijo de puta, es ahora…
          “S… sí” – responde ella, una vez más balbuceando.
          “¿Sí qué?” – repregunta él con un tono de voz infinitamente más seguro.  Evidentemente se mueve sobre un terreno que ya conoce bien y en el cual está más que claro que lo deben acompañar los éxitos.  Tal vez tenga una larga lista de esposas o novias de pacientes internados o incluso de viudas rendidas a sus pies.  Es su juego y mal que me pese y aun sintiendo todo el odio que siento dentro, está bien claro que lo sabe jugar…
            “Quiero… que me cojas…” – responde Liz.
            “Por favor…” – agrega él.
             Una vez más se produce un momento de silencio.  Finalmente Liz habla.
            “Quiero que me cojas… por favor”
                                                                            CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “Mi madre y el negro IX: Marcada” (POR XELLA)

$
0
0

MARCADA

En el desayuno, Claudia no daba muestras de que lo del día anterior hubiese sucedido realmente, pero Alicia no podía dejar de pensar en ello, su hermana pequeña la había usado como un objeto sexual. Podía sentir en su cuerpo el morbo de lo prohibido, los sentimientos encontrafos, la humillación al ver que su hermana la había utilizado,y la excitación que eso le producía.

– Alicia… ¡Alicia!

– ¿Q-Que pasa?

– Estás como ida, ¿Te encuentras bien? – Preguntó su madre, preocupada.

– Si, si. Solo… Solo me estaba acordando de algo.

– Pues ves acabando que tu hermana y yo nos vamos a ir y hay que dejar todo recogido.

– Acuerdate que hoy llegaré tarde, mamá. – Dijo Claudia. – Después de clase iré a hacer un trabajo a casa de María.

– ¿Llegaras a cenar?

– Si, para la cena estaré aquí.

– Pues te quedarás sola otra vez cariño – dijo dirigiéndose a Alicia. – Yo tampoco estaré aquí en todo el día. ¿Estaras bien?

– ¿Eh? Si si… No os preocupéis. – La imaginación de Alicia voló pensando en tener otro encuentro con Frank, ¿Lo habría preparado él la ausencia de su madre, al igual que el día anterior?

En cuanto se quedó sola en casa sacó el móvil.

– Hola, Frank. – Escribió.

– Hola. ¿que ocurre?

– Otra vez voy a estar sola en casa y… Me preguntaba si querrías repetir lo de ayer.

– ¿Te gustó?

– … Si… Fue… Fue diferente.

– ¿Diferente? Jaja nunca lo habría expresado así. A mi también me gustó mucho estrenar tu culo, creeme cuando te digo que no será la última vez que lo haga.

– Entonces… ¿esta tarde…?

– Si que te debió gustar para estar tan impaciente 😉 pero, “lamentablemente” hoy no puedo. Como sabrás bien, tengo otra zorrita a la que atender y, debido a tu estado de salud no he podido darle el trato que se merece. Entre tu estado y el adiestramiento de nuestra nueva amiguita…

– Mi… ¿Mi madre?

– Exacto. Está desesperadita por que me la folle, mas o menos como tú, y no quiero hacerla defraudarla. Así que hoy te tendrás que aguantar.

– D-De acuerdo…

El mundo se le vino encima, estaría sola todo el día, realmente sola. Y además, sabiendo que Frank estaría follandose a su madre.

Entonces se le ocurrió. Realmente si que tenía algo que hacer…

———————

Nunca había estado en un lugar así, era algo oscuro y le parecía un poco siniestro, con todas aquellas fotos en las paredes, pero estaba decidida y ya no quería dar marcha atrás. En el mostrador se encontraba un hombre fornido, por no decir obeso, calvo, con barba y el cuerpo lleno de tatuajes. Se acercó a él.

– H-Hola. Venía… Venía a hacerme un tatuaje.

– Hola. ¿Sabes el diseño que quieres? ¿O prefieres mirar alguno? – Dijo el hombre, señalando un cuaderno lleno de diseños.

– No no, lo tengo claro. Quiero una pica negra, de la baraja francesa, con una F mayúscula dentro.

El hombre la miró con una expresión extraña mientras una media sonrisa se marcaba en su cara.

– Vaya, no sabía que eras de esas… Es una lastima. – Añadió con fingida cara de pena.

– ¿De esas? ¿A que te refieres? – Alicia estaba confusa, ¿Que era ese tatuaje?

– Sabes lo que significa, ¿no? Por eso lo quieres… – El hombre vio la duda en la cara de la chica y continuó hablando. – ¿No es ese el tatuaje que os hacéis las que solo queréis que os folle un negro? Lo del rollo ese de la reina de picas… Ya la pueden tener grande para que os dejéis marcar así…

La cara de Alicia se puso colorada tan rápidamente que creía que le iba a estallar la cabeza.

– No te preocupes, no eres la primera que me lo pide, y tampoco serás la última seguramente.

Alicia comprendió ahora por qué Frank le había pedido a su madre que se tatuase ese símbolo… Demostraba su total sumisión hacia él… Y ella iba a hacer exactamente lo mismo…

– ¿Donde lo quieres? – Preguntó el hombre.

– Eh… En una nalga… Aquí, en la izquierda. – Se señaló el lugar.

– Ya veo… Túmbate aquí, boca abajo. En seguida lo tengo todo a punto.

Alicia se tumbó, llevaba una falda tableada que el tatuador levantó ligeramente dejando a la vista su culo, sentía vergüenza y a la vez excitación al exhibirse así delante de aquél hombre. Por supuesto, se había puesto tanga como Frank la “recomendaba” así que el hombre que estaba sobre ella tenía una visión perfecta de su culo.

Al notar el zumbido de la maquina de tatuajes se tensó, esperando sentir un enorme dolor al recibir los pinchazos.

– Relajate, ya verás como no te duele nada. – Dijo el tatuador. – Además, no tardaré mucho.

Efectivamente el dolor era muy ligero, mucho mas leve de lo que se esperaba. El hombre no tardó mas de media hora durante la que Alicia estuvo continuamente rogando que no se diese cuenta de lo excitada que estaba. Si lo había hecho o no, no dio muestras de ello, mas allá de una palmada en la nalga derecha para indicar que había terminado. Alicia no protestó.

Cuando hubo terminado cogió su bolso para pagar y, al mirar el móvil vio que tenia varios mensajes de Frank, suponía el contenido de los mismos, pero no se esperaba la sorpresa que se llevo cuando los vio. Levantó la vista, boquiabierta y vio un pequeño estante con multitud de aritos y piercing. Una locura acudió a su mente.

—————–

Claudia llegó a casa antes de lo esperado. Sabia que su madre todavía estaba con Frank, así que solo debería estar su hermana en casa. Un cosquilleo recorrió su entrepierna al recordar la noche anterior, como había usado a su hermana para su placer y como esta lo había aceptado sin rechistar. Estaba hecha toda una zorra, al igual que su madre.

Cuando entró se encontró la casa a oscuras.

– ¿Ali? – Llamó dubitativa.

– ¡Aquí arriba!

Claudia siguió la voz, pero su hermana no estaba en su habitación, sino en la de Claudia.

– ¿Que haces aquí? – Preguntó. Alicia estaba sentada en el borde de la cama, en una posición algo rara. – ¿Que te pasa?

– Hay algo que quiero enseñarte. – Dijo seria. Se movió un poco y puso una mueca de dolor.

– ¿Te encuentras bien? ¿Te han hecho algo? – Claudia recordó asustada lo mal que lo pasó cuando se enteró del incidente con Rebeca.

– Si… Es decir, no… Pero… Mas o menos.

Alicia se dio la vuelta y levantó ligeramente su falda, enseñando a su hermana su culo enrojecido adornado con su nuevo tatuaje.

Claudia se quedó boquiabierta, no se esperaba algo así. Había ido por iniciativa propia a hacerse el mismo tatuaje que su madre, a ella la había tenido que convencer Frank, aunque cierto es que no le costó mucho…

– ¿Sabes lo que eso representa? ¿Eres consciente de lo que has hecho?

– Si…En un principio creí que era algo entre mama y Frank nada más… Después, el tatuador me dijo algo… Y al llegar a casa he estado buscando información.

– ¿Y?

– Y estoy dispuesta.

– ¿Estas dispuesta a reconocer que eres inferior? ¿Que tu cuerpo está a disposición de cualquier negro? – Claudia no salia de su asombro al ver como Alicia asumia eso tan fácilmente. – Cualquier negro que vea tu tatuaje sabrá que no eres mas que una sucia furcia para el…

– Yo… Si Frank ha querido esto para mamá, estoy dispuesta a aceptarlo yo también. Y… Y no es lo único que he hecho…

Claudia la miró con curiosidad.

– ¿Qué…? – Comenzó a preguntar mientras su hermana desabrochaba su camisa y le enseñaba dos brillantes aritos dorados en los pezones. – Estás hecha una verdadera zorra, hermanita. – Se acercó y acarició suavemente los adornos, Alicia se estremeció, no dejando claro si era de dolor o de placer. – Haces todo esto para demostrarle a Frank que no tienes nada que envidiar a mamá, ¿verdad? – Alicia bajó la mirada, avergonzada. – ¿Sabes lo que ha estado haciendo mamá esta tarde? – Su hermana asintió – ¿Sabes con quien ha estado?

– S-Si… Frank me ha mandado fotos. No… No esperaba algo así…

– Y eso te ha puesto cachonda, ¿Cierto? Cachonda y celosa… Tanto como para anillarte los pezones.

Claudia volvía a analizar acertadamente las manera de actuar de su hermana. La chica llevó una mano a la entrepierna de Alicia, arrancándola un suspiro.

– ¿Te gustó lo de ayer? – Susurró – Te excita sentirte usada, ¿Verdad? Incluso por tu hermanita pequeña.

Alicia tenía los ojos cerrados, todos sus sentidos estaban puestos en la mano de su hermana, que buceaba bajo su tanga. Intentó contestar a la pregunta pero de su boca sólo salió un ligero gemido.

– Túmbate. – Dijo Claudia imperativamente. – Vamos a ver si ayer aprendiste la lección.

————–

Unas horas antes Elena llegaba a casa de Frank. Abrió la puerta sin llamar como hacía siempre, pasó al recibidor y comenzó a quitarse la ropa como sabía que le gustaba a él. Se quedó únicamente con los tacones, las medias y un sugerente conjunto de encaje azul, compuesto de tanga y sujetador de balcón, que dejaba sus tetas medio expuestas.

Al avanzar hacia el salón, donde sabía que le esperaba él, pasó frente al espejo del pasillo, viendo su cuerpo reflejado. El rubor acudió a dud mejillas por verse en esa situación, pero también se excitó. No podía negar que aquello le gustaba. Aquél chico le había descubierto un mundo que nunca había conocido, un mundo de placer, sumisión y, en cierta manera, liberación.

Entró al salón y encontró a su adonis esperándola, sentado en el sofá con su impresionante torso desnudo. El bulto en su entrepierna denotaba que él también estaba esperándola con ansia.

– Hola, zorrita. ¿Me habías echado de menos?

Sin decir nada, Elena se abalanzó sobre él, necesitaba tocarle, besarle… Necesitaba que la hiciese suya una vez más.

Frank no desperdició ni un momento y agarró fuertemente a la mujer de las nalgas, montándola sobre él a horcajadas. Inmediatamente Elena se frotó contra él, buscando el contacto de su dura polla. Le estaba devorando a besos, disfrutando del momento que tanto había ansiado, que tanto necesitaba. Se separó de él y, mirándole a los ojos comenzó a descender hacia el suelo con la mirada cargada de lujuria. Pocos segundos tardó en liberar el inmenso miembro del chico y comenzar a lamerlo de arriba a abajo. Frank puso su mano sobre su cabeza, guiándola, marcando el ritmo, aunque ya lo hacía ligeramente.

Al principio a Elena le costaba mucho tragarse la polla del chico, pocas veces había hecho sexo oral y, por supuesto, nunca con una tan grande, así que Frank la guiaba, forzándola a tragar un poquito más cada vez, hasta que fue capaz de hacerlo ella sola. La mujer sintió una punzada de orgullo al pensar en como había mejorado en materias sexuales, y todo gracias a él. Ahora, la mano era más simbólica que otra cosa, a la mujer le excitaba sentirse dominada y obligada, y a Frank le sucedía lo mismo.

Como de costumbre, Frank cogió el móvil y comenzó a fotografiarla. Al principio la mujer había tenido reparo con ello pero después, como con el resto de juegos que él proponía, había transigido y había llegado a gustarle, hasta el punto de ser ella la que posaba voluntariamente, mirando a la cámara con lascivia, mostrando su lengua repleta de semen, abriendo sus piernas para mostrar su sexo y su culo… Incluso se había dejado hacer vídeos. A veces, revisionaban juntos el material y acababan follando de nuevo.

– Hoy tengo un nuevo juego para ti. – Dijo el chico.

Elena se estremeció, la última vez que dijo eso, fue sodomizada por primera vez en su vida, acabó gustándola, si, pero al principio el dolor fue insoportable.

– Sabes que haré todo lo que quieras que haga. – Replicó la mujer, dando ligeros lametazos en el glande del chico entre palabra y palabra. – Soy tuya por completo.

Frank sonrió al escuchar esas palabras, se llevó una mano a la boca y silbó. Elena tenía curiosidad por ver de que se trataba, estaba expectante. Unos segundos después, una preciosa morena vestida de conejita avanzaba con paso firme hacia ellos, Elena se quedó boquiabierta, no se esperaba eso. La morena se arrodilló en el sofá para dar un húmedo beso al negro, dejando su culo justo ante la cara de Elena y, sin que a ésta le diese tiempo a reaccionar, se arrodilló a su lado y la besó en la boca.

Elena estaba paralizada, no se esperaba algo así. La chica arrebató la polla que tenía entre las manos, se la tragó entera y, acto seguido volvió a besarla. La rubia miró a su hombre, que asintió ligeramente con la cabeza. Ese gesto sirvió para despejar las dudas de la mujer, que imitó a su compañera tragándose el rabo y después besándola.

Frank disfrutaba de la maravillosa mamada a dos bandas sin perder detalle con su cámara hasta que le llegó el orgasmo, que descargó abundantemente en la cara de las dos zorras que tenía a sus pies.

Las chicas se quedaron arrodilladas, mirándole fijamente, Elena tenía dibujada la confusión en la cara, pero estaba claro que lo había disfrutado y que tenía ganas de más.

– ¿Te ha gustado la sorpresa, zorrita? – Elena se puso roja y agachó la mirada. – Te he hecho una pregunta.

– Si… M-me ha gustado… – Miró de refilón a la joven que tenía al lado. Tenía una mirada extraña, como si no estuviese completamente ahí.

– Me alegro, por que quiero que te lleves bien con tu nueva amiga. Lo primero es presentaros. Elena, ésta es Becky. Becky, ésta es Elena. Quiero que la trates tan bien como al resto de tus amigas, ¿De acuerdo? – Becky asintió, con una sonrisa de oreja a oreja. – Y tu, Elena. Quiero ponerte a prueba, eres mi zorra, mi puta, ¿No es cierto? – Elena se estremeció al oír eso, sentirse inferior a su hombre la excitaba. Asintió también. – Pues quiero que trates a ésta perra como lo que es. Quiero que la uses para tu placer, que la humilles, que la sometas… Quiero que la trates como si fuera tu esclava.

Elena miró asombrada a Frank, después miró a Becky y notó que su respiración se había acelerado, frotaba ligeramente sus muslos, ¡Estaba cachonda! Lo que la esperaba le gustaba y… A ella también. Su coño estaba chorreando.

– Pero… – Balbuceó. – Yo no soy lesbiana…

– Serás lo que yo diga que seas, puta. – La voz del chico se volvió brusca por un instante, lo que eliminó todas las dudas de la mente de la rubia. – ¿No te has quedado con ganas de correrte? ¿No quieres ver como esta preciosidad te lleva al orgasmo una y otra vez? Tendrás a tu propia esclava que atenderá todos tus deseos…

Elena dudaba, realmente necesitaba correrse, estaba muy cachonda, pero quería que Frank la follase… Aunque sabía que si no le hacía caso no obtendría nada de él. Miró a la chica, realmente era preciosa…

Elena reunió coraje, se sentó en el sofá ante Becky y, mientras miraba a Frank a los ojos se abrió de piernas.

La chica no necesitó que la dijera nada, se acercó al coño de la rubia y, como si fuera un pequeño ritual, comenzó primero a olerlo, aspirando fuertemente el aroma a sexo que desprendía. Ese acto le resultó sumamente morboso a Elena, que notaba el aliento de la chica en su entrepierna. La lengua de la morena comenzó a recorrer el interior de sus muslos, acercándose cada vez mas a su objetivo pero sin alcanzarlo, haciéndose desear. Elena jadeaba profusamente y comenzaba a mover las piernas buscando el contacto.

– ¿Te gusta? – Preguntó Frank.

– Mmmmmm. – Asintió la rubia, mordiéndose los labios.

– ¿No quieres que llegue hasta el final? Es tu perra, ordénaselo. Oblígala. Hará todo lo que la mandes.

Elena cerró los ojos y suspiró, agarró a Becky de la nuca y le hundió la cara en su coño.

– Lámeme el coño, zorra, no vas a parar hasta que me corra en tu cara.

Frank sonrió al ver esa actitud en su perra, como forzaba a la chica a devorarla, casi no la dejaba ni respirar. Los jadeos se hacían mas intensos cada vez, estaba a punto de llegar al orgasmo.

– Como disfrutas con esto, ¿Eh? – Le susurró el chico al oído. – Eres toda una ninfómana, una zorra esclava del sexo. – Elena cada vez estaba más cerca de explotar, la profunda voz de Frank en su oído la calentaba más aún. – Mírala, ¿que edad tendrá? Podría ser tu hija, y aquí estás, obligandola a comerte el coño. – La mujer abrió los ojos de la impresión – Yo creo que sera de la edad de Alicia, ¿No te parece? – Por un momento la racionalidad se abrió paso en su mente, pero la lengua de Becky la devolvió al fondo de su mente. Mientras la idea de que aquella chica podría ser su hija rondaba su cabeza, su cuerpo estalló en un intenso orgasmo sobre ella.


Elena se quedó en el sitio mientras su cuerpo vibraba de placer, ya había soltado la cabeza de Becky, pero ésta no paró de lamer ligeramente su sexo.

Frank se levantó del sofá.

– ¿Por qué…? – Preguntó abrumada Elena. – ¿Por que dijiste eso de mi hija? Ahora no me lo puedo quitar de la cabeza.

– No es ninguna mentira, ¿Es de la edad de tu hija o no? Además, no puedes negar que te ha puesto cachonda la idea. – Elena apartó la mirada. – Seguramente tus hijas son tan zorras como tú, aunque no lo quieras ver.

—————

Elena llegó a casa abrumada y con la cabeza llena de dudas, ¿Como podía haberle excitado pensar así de su hija? Frank la estaba convirtiendo en un monstruo, pero… Pero adoraba ser su zorrita.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
Paramiscosas2012@hotmail.com


Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición 3” (POR GOLFO)

$
0
0

Cap. 5.― Akira y Suchín.

Como todavía quedaba media hora para la cena, me dirigí directamente hacia el salón a servirme un copazo. Me apetecía un Whisky para celebrar que había puesto a Irene en su lugar.

«Aunque se lo merece, solo espero que Johana no sea demasiado dura con ella», pensé sin dejar de sonreír.

Aprovechando ese momento de tranquilidad, me puse a repasar los siguientes pasos que tenía que llevar a cabo. Lo primero era verificar el plan de contingencias si al final se confirmaban los negros augurios, sin olvidarme que tendría al día siguiente que juntar a los habitantes de la isla y comunicarles la inminencia del desastre.

Aunque nos habíamos cuidado y mucho que ninguno de ellos dejara atrás familia, debía mentirles respecto a cuándo nos habíamos enterado de lo que iba a ocurrir. Tenía que ser fortuito que coincidiera en el tiempo con la fundación de nuestra colonia. Supe que tarde o temprano todo se sabría, pero esperando que cuando tuvieran constancia del engaño, ese millar de personas estaría agradecido de haber sido salvado por nosotros.

Estaba pensando en ello, cuando escuché que se abría la puerta y al mirar quien entraba, me costó reconocer que era Akira la que se acercaba. Vestida y maquillada al estilo de sus abuelos, la mujer venía ataviada como una antigua geisha.

«A esto se refería con lo de recibirme como me merecía», recapacité sin levantarme del sillón, «en su mentalidad, ella debía servirme y que mejor ejemplo, que vestida como una de las famosas acompañantes japonesas».

Sabiendo de antemano lo que se esperaba de mí, sonreí cuando se arrodilló a mis pies y besando el suelo que pisaba, dijo:

―Amo, vengo a presentarme a usted. Quiero que sepa que acepto plenamente las condiciones de mi contrato y que desde ahora solo existo para servirle.

Su aceptación era algo que conocía por eso fríamente rebatí sin darle otra opción:

―Todavía no he decidido si eres digna de mí.

La oriental, interpretando a la perfección su papel, sumisamente me preguntó qué era lo que su dueño le exigía como prueba.

― ¡Cántame! ― ordené, empleando mis profundos conocimientos sobre la mentalidad nipona.

Para los habitantes del Japón, las Geishas eran ante todo damas de compañía con una extensa preparación orientada a satisfacer los requerimientos de sus clientes y el primero de ellos era que valoraban ante todo una amplia educación musical.

Akira, esbozó el inicio de una sonrisa antes de tomar aire y comenzar a entonar una dulce melodía. Subiendo el volumen de su voz, interpretó una tierna canción de amor mientras mantenía sus rodillas juntas, con la cabeza erguida y sus manos extendidas hacia arriba en honor al dueño de su destino. No me costó reconocer su postura. La muchacha había adoptado la posición de alabanza, glorificando las bondades de su superior con su canto. Su prodigiosa voz se hizo dueña de la casa y respondiendo a su llamado, Adriana y Johana se vieron forzadas a entrar en la habitación.

Al verlas, le ordené silencio y los tres, sin quererlo, nos sentimos avasallados por la emoción que emanaba de la garganta de la pequeña oriental. Ni la casquivana brasileña ni la musculosa americana pudieron constreñir su llanto al disfrutar en sus oídos ese canto ancestral y tampoco pudieron evitar aplaudir a la muchacha cuando terminó. Molesto por su demostración, les devolví una dura mirada y dirigiéndome a la intérprete, le recriminé un par de notas fuera de lugar.

Aunque las otras mujeres lo desconocían, mis palabras para Akira fueron un piropo porque, en sí, no había criticado el conjunto sino una ligerísima parte de su canción y por eso con la reducida alegría que le estaba permitida manifestar una sumisa, me besó la mano y volviendo a su posición, esperó.

―Te has ganado el derecho a darme de comer― le solté sin demostrar ninguna emoción―pero todavía no te has hecho merecedora de compartir mi lecho.

―Ya es suficiente el honor que me hace― respondió bajando su mirada.

―Tu voz ha complacido mis oídos, pero mis ojos han permanecido ciegos: ¡baila para mí!

Siguiendo los acordes sordos de una insonora canción, se levantó del suelo y sin pausa interpretó con armonía los pasos de una antigua danza de unión. No hizo falta que sonara música alguna, todos los presentes nos vimos imbuidos por su danza y siguiendo uno a uno sus sensuales movimientos nos vimos zambullidos en su actuación. Miré de reojo la reacción de mis acompañantes. Adriana seguía con la cabeza el discurrir de la nipona sobre la alfombra mientras Johana babeaba, incapaz de controlar su sensualidad recién adquirida. Yo mismo me estaba viendo afectado, pero, disfrazando mi beneplácito, le dije al terminar:

―Sin negar tu armonía, me veo incapaz de valorarte aún. Te doy permiso de poner tu cabeza en mi pierna.

Akira, asumiendo que había pasado la prueba, se arrodilló y posando su negra cabellera sobre mi muslo, suspiró encantada. Acariciándola, la dejé en segundo plano y dirigiéndome a la militar, dejé caer:

―Me imagino que has cumplido mis órdenes.

―Señor, no tiene por qué dudarlo. Su prisionera está convenientemente inmovilizada esperando que usted llegue― respondió con un deje de complicidad que no me pasó inadvertido.

Adriana, al enterarse de que Irene yacía atada en mi habitación, soltó una carcajada diciendo:

― ¡Qué se joda! Ya era hora que alguien la pusiera en su lugar.

―Ten cuidado― respondí mientras metía mi mano por el escote de la mujer que tenía a mi vera―cada una de vosotras tiene un papel en esta opereta, pero no te creas que vacilaré en cambiar el reparto si me provocas.

Asustada por mis palabras, se quedó en silencio. Silencio que rompió con un gemido, la oriental al sentir que acariciaba su pezón con fuerza, momento que usé para aclararle de una vez por todas mis intenciones.

―Nuestra familia está compuesta por individuos especiales. Yo soy el nexo, Akira es la sumisa, Johana la protectora, Irene la maquiavélica y tú la divertida. Todos somos complementarios.

―Patroncito mío, ¿y dónde deja a Suchín? ― respondió con su desparpajo tan característico.

Se me había olvidado la cuarta y reconociendo mi error, respondí:

―Ni puta idea, deja que la conozca para saber cómo catalogarla.

―Pues eso no puede ser― exclamó: ―acompáñanos que la cena está servida.

Levantando a la japonesita del suelo, la cogí por la cintura y de la mano de la comandante, seguimos los pasos de una Adriana que, abriendo el camino, ya ha había salido de la habitación. Al llegar al comedor, comprendí a que se refería Irene cuando me dijo que me esperaba una nueva sorpresa porque las viandas que esa noche íbamos a comer estaban cuidadosamente dispuestas sobre el cuerpo desnudo de una preciosa tailandesa.

Con un cuerpo menudo que me recordó al de Akira, en cambio su piel era morena y su cara tenía una expresión libertina que nada tenía que ver con la candidez de la otra oriental. Todo en ella era morbo.

―Espero que la cena sea digna de la vajilla― respondí mientras me sentaba en la silla.

―No lo dude― contestó con una carcajada la brasileña: ―Esta pervertida es un hacha cocinando.

―Veremos― farfullé mientras cogía con mi boca un trozo de sushi de uno de los pezones de la mujer.

―Amo, permítame― dijo Akira recogiendo un poco de arroz que se había quedado en la rosada aureola, imprimió un duro pellizco al recipiente, antes de llevarlo a mis labios.

Desde mi puesto, tenía un perfecto ángulo de visión del coño de la mujer y con morbo, aprecié que cada vez que una de mis futuras compañeras cogía un pedazo de comida se las arreglaban para ir calentando a su igual con sus caricias. La brasileña, que era la más cuca, se hizo cargo de una deliciosa gamba que estaba depositada entre los rojos labios de la cocinera, dándole a la vez un dulce beso, la mojó en la salsa de soja de su ombligo. Johana, aún inexperta en estas lides, cogió un pedazo de pollo de su escote, mientras le acariciaba la cabeza. Akira, en cambio, fue más directa y removiendo una especie de salchichón encajado en el sexo de la mujer, lo sacó y tras cortar un trozo, lo acercó a mi boca y me lo dio a probar.

―Lleva una salsa tailandesa muy especial― soltó mientras volvía a incrustarle el sobrante nuevamente.

Al verse penetrada, las piernas de Suchín se tensaron. Sonreí al comprobar que lejos de permanecer inmutable, esa mujer se estaba excitando. Sus ojos desprendían llamaradas de deseo cada vez que una de sus compañeras recogía de su piel una pieza de la estupenda cena que ella había cocinado. Disfrutando del juego, decidí incrementar la apuesta y vaciando el resto de mi copa sobre el pecho de la mujer, ordené a mi sumisa que limpiara mi estropicio.

Akira, con una voracidad inmensa, fue absorbiendo el líquido con su boca mientras confería a su acción una lascivia creciente. La pasión de la japonesita contagió a Adriana, la cual, colocándose a un lado, cogió entre sus manos el embutido encajado en la entrepierna e incrementado la avidez de la mujer, le imprimió un rápido movimiento. Los gemidos de su víctima no se hicieron de rogar e incapaz de aguantar, gimió de placer. Viendo que Johana se mantenía al margen pero que en su gesto se adivinaba que también se estaba viendo afectada, le pregunté:

― ¿No tienes hambre?

―Sí, pero me da vergüenza.

Levantándome de mi asiento, cogí del brazo a la enorme mujer y llevándola a los pies de la oriental, separé a Adriana y quitando el embutido, la forcé a bajar su cabeza. Poniendo en contacto sus labios con el sexo de tailandesa, le ordené:

―Come.

La negra probó el néctar con su lengua y al comprobar que le gustaba, ya completamente convencida, separó los pliegues de Suchín y como posesa se puso a beber de su flujo. La oriental recibió la boca de su compañera con gozo y temblando sobre la mesa, se corrió.

―Sigue hasta que desfallezca― ordené a la comandante.

Siguiendo mis instrucciones con gran diligencia, la musculosa mujer penetró el interior de la vulva con su lengua mientras pellizcaba con sus dedos los glúteos indefensos que tenía a un lado. Adriana buscando su propio placer, se quitó las bragas y subiéndose a la mesa, puso su sexo en los labios de Suchín.

Viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos y que esas dos hembras bastaban para complacer la sexualidad de la fetichista, llamando a Akira, fui a ver a la mujer que estaba atada en mi cama. La japonesa me siguió sin oponer resistencia y solo cuando estábamos a punto de entrar en mi habitación, bajando su mirada, me preguntó:

―Amo, Irene me dijo que esta noche iba a compartir lecho con ustedes dos en cuanto la desatáramos. ¿Cuál va a ser mi función?

―No te entiendo, ¿cuándo te dijo eso?

― Hace una hora la sorprendí cenando en la cocina. Al preguntarle que hacía, Irene me contestó que usted iba a castigarla y por eso estaba comiendo algo― me aclaró.

― ¿Y que más te dijo?

Asustada, al darse cuenta de que, con su pregunta, había descubierto a la mujer, balbuceando me contestó que mi asistente le había anticipado que esa noche, después de cenar, iba a acompañarme a liberarla.

«Será perra», pensé, «conoce tan bien mi forma de pensar y de actuar que para ella soy como un libro abierto».

Meditando sobre ello, decidí no seguirle el juego y dirigiéndome a la sumisa, pregunté:

―Durante esto tres meses, me imagino que te habrá dicho alguna vez como esperaba que fuera nuestro primer encuentro.

―Sí― con rubor en sus mejillas, me respondió―soñaba con que usted la tomara violentamente.

«¡Hija de puta! Eso es lo que me apetece realmente, pero ¡no lo voy a hacer! Si quiere violencia, no la va a tener», resolví.

¡No iba seguir su juego!

Al entrar en el cuarto, descubrí con agrado que Johana se había extralimitado. No solo la había atado, sino que, dando un buen uso a mis juguetes, le había incrustado un consolador en su sexo y otro en su ano.

―Desátala― ordené a la oriental.

La muchacha se acercó a la indefensa mujer y quitándole el bozal, se puso a deshacer los nudos que la mantenían inmovilizada. Con atención, me fijé en el estupendo cuerpo de mi asistente. Siendo delgada de complexión, estaba dotada de unas curvas que harían las delicias de cualquier hombre. Lo que más me gustaba de ella eran la firmeza de sus senos y la perfección de su trasero, sin dejar de apreciar que era toda una belleza.

Una vez liberada, me senté junto a ella en la cama y acariciando su pelo, la besé mientras le decía:

―Pobrecita, debes de haber sufrido mucho. Descansa, mientras me ocupo de Akira. Ya tendremos tiempo de disfrutar uno del otro― y dirigiéndome a la oriental, le ordené que se desnudara.

De reojo, observé el desconcierto de Irene. Había supuesto que, todavía enfadado por su afrenta, la tomaría sin contemplaciones y en vez de eso, me había comportado con ternura.

Olvidándome de ella, me concentré en la sumisa que, obedeciendo mis órdenes, acababa de soltarse el pelo. Su cuerpo menudo se me fue revelando lentamente. Mientras deshacía el nudo del grueso cinturón que sostenía el vestido, la japonesita mantuvo la cabeza gacha al ser incapaz de mirarnos.

― ¡Levanta la cara! Quiero que seas consciente de ser observada― ordené.

La muchacha se ruborizó al comprobar que eran dos, los pares de ojos que la examinaban. Abriendo el kimono, se lo quitó, quedando en ropa interior en mitad de la habitación. Al verla así, se me hizo agua la boca al comprobar la perfección de sus medidas. Francamente baja, la oriental estaba dotada de unos pechos de ensueño.

Sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.

―Acércate.

Akira, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies, esperó mis órdenes.

―Quiero ver tu dentadura.

Avergonzada por el trato que estaba recibiendo frente a su compañera, abrió su boca sin rechistar al comprender que su dueño tenía que inspeccionar la mercancía antes de dar su visto bueno.

―Limpios y perfectos― determiné después de comprobarlo.

―Gracias amo― le escuché decir.

―No te he dado permiso de hablar― le recriminé: ―Date la vuelta y muéstrame si eres digna de ser usada por detrás.

Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad como su limpieza, y dándole un azote, le exigí que nos exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a nuestro examen. Completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.

―Separa tus labios― ordené.

Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que el rudo escrutinio la estaba excitando.

Levantándome de la cama, fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes y sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi esclava que se incorporara. Cumpliendo lo mandado, la muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada. Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé.

―Irene, ven y acaríciala― dije dirigiéndome a mi asistente que hasta ese momento había permanecido al margen.

Con ello, buscaba un doble objetivo. Privada de la visión, los sentidos de la oriental se agudizarían y por otro, le dejaba claro a la rubia que esa noche no iba a haber violencia. Respondiendo a mi pedido, Irene se acercó y usando sus manos fue recorriendo la suave piel de su compañera, consiguiendo que de la garganta de Akira salieran los primeros suspiros.

―Improvisa― le pedí―que no sepa que parte de su cuerpo vas a tocar ni si vas a usar la lengua, los dientes o tus dedos.

La mujer comprendió mis intenciones Al estar cegada a su víctima se le incrementaría el deseo al ser incapaz de anticipar los movimientos de su contraparte y sin más dilación, fue tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de la oriental. Con satisfacción, fui testigo de cómo le mordía los pezones, para acto seguido lamer su cuello mientras introducía un dedo en su lubricada cueva.

―Amo, ¿quiere que la fuerce a correrse?

―Sí― contesté y dirigiéndome a Akira, en voz baja le susurré al oído: ―tienes prohibido hacerlo.

Viendo que la rubia, arrodillándose, introducía su lengua en el sexo de la pequeña, decidí que era el momento de desnudarme. Irene buscó que su partenaire se corriera torturando su ya inhiesto clítoris. No tardé en observar que de los ojos de Akira brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración.

Necesitaba alcanzar el clímax, pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, forzó la penetración con un brusco movimiento de su trasero. Mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, pero entonces sacándolo le pregunté:

― ¿Confías en mí?

―Sí, amo― respondió casi llorando.

Solo quedaba confirmar su entrega ciega por lo que, acercando una silla, la puse en pie sobre el asiento, ante la atenta mirada de Irene. Comprendí que Akira estaba aterrorizada al verse en esa posición, ya que, con las manos esposadas a su espalda, si perdía el equilibrio se golpearía contra el suelo.

―Déjate caer hacia delante― ordené.

Durante unos instantes, la pequeña oriental se quedó petrificada porque jamás ningún amo le había exigido algo semejante. Asumiendo que, si no cumplía mis órdenes, iba a fallarme pero que si lo hacía se iba a estrellar contra el suelo, llorando decidió obedecer y lanzándose al vacío, se temió lo peor.

Nunca llegó al suelo porque antes que su cuerpo rebotara contra el parqué, la recogí en mis brazos y besándola, le informé que había superado la prueba y que se merecía un premio. Completamente histérica, me devolvió el beso. El miedo acumulado se transmutó en deseo y como si hubiera abierto un grifo, de su sexo brotó un espeso arrollo mientras sus piernas se enlazaban con la mía.

Decidí que era el momento de cumplir con mi palabra y sentándome en la silla, la senté en mis rodillas.

―Abre las piernas― le pedí dulcemente y cogiendo la cabeza a mi asistente, la llevé hasta su sexo.

–Tienes permiso de correrte― le informé mientras la empalaba por detrás.

La oriental al sentir su entrada trasera violentada por mí, mientras su clítoris era lamido por Irene, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual le quité las esposas y el antifaz. Ella, al sentir libertad de movimientos, cogió a mi empleada del pelo y autoritariamente, le exigió que le comiera los pechos. En cuanto sintió la boca de la mujer sobre sus pezones, reanudó sus movimientos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:

―Soy suya.

Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su pequeño cuerpo, de manera que mi pene recorriera su interior a cada paso. Nuevamente, escuché sus gemidos, muestra clara que estaba disfrutando por lo que acelerando mis movimientos la llevé otra vez a un orgasmo que coincidió con el mío.

Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, comentó:

―Amo, nunca había sentido algo así. Creí morir cuando me exigió arrojarme al vacío, pero se lo agradezco. Ha conseguido que comprenda que es mi dueño y que, junto a usted, nada malo me pasará.

―Esa era mi intención― respondí y dándole un suave mordisco en el lóbulo, la levanté en mis brazos y depositándola sobre las sabanas, me tumbé a su lado.

Fue entonces cuando caí en que Irene permanecía arrodillada a los pies de la silla. Durante la media hora que llevaba en la habitación, a propósito, le había otorgado un papel secundario y era el momento de explicarle los motivos:

―Ven― le dije haciendo un hueco en la cama –aunque no te lo mereces, no quiero que cojas frio.

El rostro de mi asistente mostró la alegría de que le permitirá compartir mi lecho y como gata en celo, me abrazó restregando su cuerpo contra el mío.

―Te equivocas si crees que te voy a hacer el amor. Sigo enfadado. No creas que voy a permitir que juegues conmigo. Que sea la última vez que siento que me manipulas. Si vuelves a hacerlo, le pediré a Suchín que te busque acomodo en las pocilgas― y forzando su boca con mi lengua, pregunté: ― ¿Has entendido?

―Sí… señor― me respondió posando su cabeza en mi pecho mientras abrazaba a su compañera: ―No volverá a ocurrir.

No me cupo duda de que iba a ser imposible que cumpliera esa promesa. Su naturaleza maquiavélica la traicionaría, pero allí estaría yo para castigarla cuando lo hiciera. Pensando en ella y en las otras cuatro, me dormí sin que nada perturbara mi sueño al estar convencido de que, si el desastre anunciado se terminaba produciendo, al menos a mí, ¡me encontraría preparado!

“DE LOCA A LOCA, ME LAS TIRO PORQUE ME TOCAN” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. I LIBRO PARA DESCARGAR

$
0
0

Sinopsis:

Un universitario al entrar a vivir en una pensión que le eligió su madre, descubre que las únicas personas que viven ahí son la dueña y su hija. La primera es una viuda estricta y religiosa mientras que la segunda es una rubia preciosa. Lo que no sabe es que ambas creen que su llegada a la casa es un regalo de Dios y que su misión será sustituir al difunto en la cama de la primera.

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/gp/product/B0163989DG

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

Mi vida dio un giro de ciento ochenta grados cuando me mudé a Madrid a estudiar la carrera. Acostumbrado a la rutina de un pueblo de montaña, me costó asimilar el ritmo de esa gran ciudad pero sobre todo cuando el destino quiso que cayera en esa pensión regentada por una cuarentona y una hija de mi edad.
Como cualquiera en su lugar, al saber que me pasaría cinco años estudiando fuera de casa, mi madre se ocupó de seleccionar personalmente donde iba a vivir. Aunque os parezca increíble se pasó una semana recorriendo hostales, residencias y hasta colegios mayores sin encontrar nada que fuera acorde a sus rígidos conceptos morales y ya cuando creía que se iba volver de vacío, visitó una coqueta casa de huéspedes ubicada muy cerca de mi universidad.
-No sabes la suerte que hemos tenido- recalcó mi vieja al explicarme las virtudes del lugar. –Resulta que acaban de abrir y son muy selectas a la hora de elegir quien se puede alojar con ellas. Para aceptarte, tuve que aguantar un largo interrogatorio, durante el cual se querían asegurar que eras un muchacho de una moralidad intachable.
-¿Y eso?- pregunté extrañado que se pusieran tan exigentes.
En eso, mi queridísima progenitora se hizo la despistada al responder:
-Creía que te lo había comentado. La dueña de la pensión es una señora que se acaba de quedar viuda y que debido a su exigua pensión se ha visto obligada a alquilar cuartos para llegar a fin de mes.
Oliéndome la encerrona, insistí:
-¿No me estarás mandando a un campo de concentración?
Ni se dignó a contestar directamente a la pregunta sino que saliéndose por la tangente, me soltó:
-Un poco de disciplina no te vendrá mal.
Sus palabras junto con la religiosidad de mi madre me hicieron saber de antemano que mis sueños de juerga aprovechando los años de universidad se desvanecerían si aceptaba de buen grado vivir ahí. Por eso, intenté razonar con ella y pedirle que se replanteara el asunto amparándome en que necesitaba vivir cerca de la facultad.
-Por eso no te preocupes, está a una manzana de dónde vas a estudiar.
Sin dar mi brazo a torcer, comenté mis reparos a compartir cuarto con otro estudiante:
-Te han asignado un cuarto para ti solo- y viendo por donde iba, prosiguió: -La habitación es enorme y cuenta con una mesa de estudios para que nadie te moleste.
«¡Mierda!», mascullé pero no dejándome vencer busqué en el precio una excusa para optar por un colegio mayor.
-Es más barato e incluye la limpieza de tu ropa…
Mi llegada a “la cárcel”.
Cómo supondréis por mucho que intenté zafarme de ese marrón, me resultó imposible y por eso me vi maleta en mano en las puertas de ese lugar el día anterior a comenzar las clases. Todavía recuerdo las bromas de mis amigos sobre el tema. Mientras ellos iban a residencias “normales”, a mí me había tocado una con toque de queda.
-Recuerda que me he comprometido a que entre semana, llegarás a cenar y a que durante los fines de semana la hora máxima que volverás serán las dos de la madrugada.
-Joder, mamá. Si en casa llego más tarde- protesté al escuchar de sus labios semejante disparate.
A mis quejas, mi madre contestó:
– Vas a Madrid a estudiar.
Cabreado pero sobre todo convencido en hacer lo imposible para que esa viuda me echara en el menos tiempo posible, miré el chalet donde estaba ubicada la pensión y muy a mi pesar tuve que reconocer que al menos exteriormente, era un sitio agradable para vivir. Desde fuera, lo primero que pude observar fue el coqueto jardín que rodeaba la casa.
Aun así, la perspectiva de convivir con una mujer tan mojigata como mi vieja seguía sin hacerme ni puñetera gracia.
«Menudo coñazo me voy a correr», pensé mientras tocaba el timbre.
Al salir la dueña a abrirme y a pesar de ser una mujer atractiva, mis temores se vieron incrementados al salir vestida con un traje completamente de negro y cuya falda casi le llegaba a los tobillos.
«¡Sigue de luto!», titubeé durante un segundo antes de presentarme.
La mujer ni siquiera sonrió al escuchar mi nombre. Al contrario creí ver en su gesto adusto una muestra más de la incomodidad que para ella representaba que un desconocido invadiera su privacidad. Asumiendo que mi estancia sería corta, decidí no decir nada y cogiendo mi equipaje la seguí al interior. Apenas traspasé el recibidor, me percaté que ese lugar denotaba clase y lujo por doquier, lo que afianzó mi idea que en vida de su esposo a esa bruja no le había faltado de nada. Y en vez de alegrarme por las aparentes comodidades que iba a tener, me concentré en los aspectos negativos catalogando a esa señora como “una ricachona venida a menos”.
Tampoco pude exteriorizar queja alguna de mi habitación porque además de su tamaño, estaba decorada con muebles de diseño de alto standing pero fue la cama lo que me dejó impresionado:
«Es una King size», me dije nada más entrar.
Mi sorpresa se incrementó cuando la cuarentona me enseñó que por medio de una puerta tenía acceso a un lujoso baño con jacuzzi pero entonces bajando mis expectativas, Doña Consuelo me informó que tendría que compartir ese baño con ellas. No queriendo parecer un caprichoso, me abstuve de informarle que según mi madre iba a tener baño propio.
«No creo que eso sea problema», me dije al ver que tenía pestillo mientras me imaginaba disfrutando de esa enorme bañera llena de espuma.
Fue entonces cuando con tono serio, mi casera me informó que la comida estaba programada a las dos y que se exigía un mínimo de decoro para sentarse en la mesa. Asumiendo que no era bueno causar problemas desde el primer día, pero como desconocía a qué se refería con ello, se lo pregunté directamente:
-Somos una familia clásica y por ello deberá llevar corbata.
Comprenderéis que para un muchacho actual esa prenda era algo que jamás se pondría para comer y por eso comprendí medio mosqueado que mi madre hubiese insistido en meter una en la maleta.
«¡La jefa lo sabía y se lo calló!», maldije en silencio mientras me retiraba ya cabreado a mi habitación.
Me sentía estafado al no saber qué otras cosas me había ocultado para que aceptara a regañadientes vivir allí. Cómo comprenderéis me esperaba cualquier otra idiotez y reteniendo las ganas de mandar todo a la mierda, me tumbé en la cama a descansar.
«Al menos es cómoda», murmuré al disfrutar de la suavidad de las sábanas de hilo y lo mullido del colchón.
Sin darme cuenta y quizás porque estaba cansado por el viaje, me quedé dormido. Durante casi una hora disfruté del sueño de los justos hasta que un pequeño ruido me despertó. Al abrir los ojos, me encontré con la que debía ser la criada de la pensión deshaciendo mi maleta y colocando mi ropa en el armario.
«No debe haberse dado cuenta que estoy en la habitación», pensé mientras disfrutaba del estupendo cuerpo que alcanzaba a imaginar tras el uniforme que llevaba. «Tiene un culo de infarto», sentencié ya espabilado al contemplar las duras nalgas que involuntariamente exhibió frente a mí mientras se agachaba a recoger uno de mis calzoncillos. Fue entonces cuando de improviso, vi que esa rubita se llevaba esa prenda a la nariz y se ponía a olerla con una expresión de deseo reflejada en su rostro.
«Joder con la cría», me dije al comprobar que bajo la tela de su camisa dos bultitos reflejaban la calentura que le producía husmear mi ropa interior. Reconozco que me pasé dos pueblos al querer aprovechar ese momento:
-Si quieres te dejó oler uno usado- le solté señalando mi entrepierna.
La muchacha, al oírme, se giró asustada y al comprobar que no solo el cuarto estaba ocupado, sino que el huésped había descubierto su fetiche, huyó sin mirar atrás. Esa reacción me hizo reír y por primera vez pensé que no sería tan desagradable vivir allí si todo el servicio se comportaba así…

Conozco a Laura, la hija de la dueña de la pensión.
Sobre las dos menos cuarto, decidí que ya era hora de cambiarme de atuendo y ponerme la dichosa corbata. Había pensado en seguir vestido igual y anudármela sobre la camisa que llevaba pero la visita que había recibido en mi habitación, cambié de opinión y deseando dejar un regalito a la criada, me puse otra muda dejando el calzón usado colocado en una silla.
«Espero que le guste», murmuré, tras lo cual, bajé al comedor a enfrentarme con la siguiente excentricidad de Doña Consuelo.
La señora se estaba tomando un jerez en el salón, haciendo tiempo a que yo bajara. Al verme entrar, me preguntó si deseaba algo de aperitivo antes de comer.
-Lo mismo que usted- respondí.
Luciendo una extraña sonrisa, abrió un barreño y sacando una botella, rellenó una copa mientras por mi parte, echaba una ojeada a las innumerables fotos que había en esa habitación. La presencia en todas ellas de un tipo, me indujo a pensar que era el difunto marido de esa cuarentona. Siendo eso normal, lo que me extrañó fue que en ninguna aparecía nadie más.
«Parece un homenaje al muerto», resolví y no dándole mayor importancia, recogí de sus manos la bebida que me ofrecía.
Curiosamente al llevármela a los labios, la viuda se quedó mirando fijamente a mi boca y creí vislumbrar en sus ojos un raro fulgor que no comprendí. Medio cortado al sentirme observado, alabé la calidad del vino.
-Era el preferido de mi marido. Juan siempre se tomaba una copa antes de comer. Me alegro que sea de tu gusto, es agradable tener nuevamente un hombre en casa que disfrute de las pequeñas cosas de la vida- contestó saliendo de su mutismo.
La inesperada expresión de felicidad que leí en su hasta entonces hierática cara, despertó mis dudas del estado mental de esa mujer pero cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, vi entrar a la criada al salón. Las mejillas de esa chica se ruborizaron al advertir que aprovechaba su llegada para dar un rápido repaso a su anatomía. No queriendo que su patrona me descubriera admirando las contorneadas formas con las que la naturaleza había dotado a esa cría, dirigiéndome a Doña Consuelo comenté:
-Aunque mi madre había alabado esta casa, tengo que reconocer que nunca creí que iba a vivir entre tanta belleza- ni siquiera había terminado de hablar cuando me percaté que mis palabras podía ser malinterpretadas. Había querido ensalzar el buen gusto de la decoración pero, aterrorizado, comprendí que podía tomarse por un piropo hacia ellas.
No tardé en advertir que la cuarentona lo había entendido en ese sentido porque, entornando en plan coqueto sus ojos, me respondió:
-Gracias. Siempre es agradable escuchar un halago y más cuando llevaba tiempo sin oírlo.
Sabiendo que había metido la pata, me tranquilizó comprobar que no se había enfadado, me abstuve de aclarar el malentendido. Justo en ese momento, la uniformada rubia murmuró:
-Mamá, la cena ya está lista.
Mi sorpresa fue total y mientras trataba de asimilar que una madre humillara a su hija vistiéndola de esa forma, la cuarentona respondió:
-Gracias- y pidiéndola que se acercara, me presentó diciendo: -Laura, Jaime se va a queda a vivir con nosotras.
La cría, incapaz de mirarme a la cara, bajó sus ojos al contestar:
-Encantada de tenerle en casa.
«¡Qué tía más rara!», reflexioné al notar que se dirigía a mí de usted siendo más o menos de mi edad. «Debe de estar cortada al saber que conozco su secreto».
No queriendo parecer grosero, fui a darle un beso en la mejilla pero retirando su cara, alargó su mano y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:
-El placer es mío.
La reacción de la chiquilla poniéndose instantáneamente colorada me indujo a pensar que me había malinterpretado y que veía en esa fórmula coloquial, una velada referencia a su fetiche. No queriendo prolongar su angustia, pregunté a la madre si pasábamos a comer.
La cuarentona debió ver en esa pregunta una galantería porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo como antiguamente se colgaban las damas de su pareja al entrar a un baile y sin mayor comentario, me llevó al comedor.
«¡No entiendo nada!», mascullé sorprendido.
Si estaba pasmado por el comportamiento de esas mujeres, realmente no supe a qué atenerme cuando ya sentados a la mesa, Doña Consuelo bendijo la comida diciendo:
-Señor, te damos las gracias por los alimentos que vamos a tomar y por haber escuchado nuestras oraciones al permitir nuevamente la presencia de un hombre en nuestro hogar.
«¿De qué va esta tía?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”.
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar y más nervioso de lo que me gustaría reconocer pronuncié “amen”, mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban. Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa señora me estaba mirando con deseo y no queriéndome creer que fuera verdad, esperé a que comenzaran a comer antes de atreverme a coger los cubiertos.
Afortunadamente, Laura rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al preguntar qué iba a estudiar. Agradeciendo su intervención, le contesté:
-Ingeniería Industrial.
Al oírme, dio un suspiro diciendo:
-¡Cómo me hubiese gustado estudiar esa carrera!
Desconociendo que iba a pisar terreno resbaladizo, cortésmente, le pedí que me dijera porque no lo hacía pero entonces de muy mal genio, su madre respondió por ella:
-Esa no es una carrera para una dama. Laura debe centrarse saber llevar una casa para así conseguir un buen marido.
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa respuesta un grotesco machismo pasado de moda pero sabiendo que no era un tema mío, me abstuve de hacer ningún comentario y mirando a la muchacha, le informé con la mirada que no estaba de acuerdo.
Al darse cuenta, la cría sonrió y al pasarme la panera aprovechó para agradecérmelo con una caricia sobre mi mano. La ternura de sus dedos recorriendo brevemente mi palma tuvo un efecto no deseado y bajo mi bragueta, mi pene se desperezó adquiriendo un notorio tamaño. De no estar sentado, estoy seguro que la hinchazón de mi entrepierna me hubiese delatado.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé excitado.
Doña Consuelo, o no vio la carantoña o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a enumerar las costumbres de esa casa:
-Como ya sabes, somos una familia tradicional. Comemos a las dos y cenamos a las nueve. Si algún día no puedes venir, deberás avisarnos para que no te esperemos…
-No se preocupe- dije molesto al recordar el estricto horario que debería cumplir durante mi estancia allí. –Si por algún motivo me retraso, se lo haré saber con tiempo.
La mueca de la cuarentona me informó que no le había gustado mi interrupción y me lo dejó meridianamente claro al seguir diciendo:
-Tu madre me informó que tus clases empiezan a las ocho y media de la mañana por lo que diariamente, te despertaremos a las siete para que así te dé tiempo de darte un baño y desayunar antes de salir de casa…
«¡Qué mujer tan pesada!», sentencié mientras escuchaba las reglas por las que se regía esa casa.
-Todas las mañanas, Laura recogerá tu ropa y arreglará tu cuarto para que al llegar, encuentres todo listo.
Acostumbrado a valerme por mi mismo, le expliqué que no hacía falta y que desde niño me hacía la cama pero entonces casi gritando, la cuarentona me soltó:
-En esta casa, ¡Un hombre no realiza labores del hogar!- y dándose cuenta que había exagerado, cambió su tono diciendo: -Queremos que te sientas en familia y no nos gustaría que pensaras que somos de esas feministas que no saben ocupar su lugar.
«Esta mujer sigue anclada en el siglo xix», me dije alucinado por lo rancio de sus pensamientos justo cuando ya creía que nada me podía sorprender, Doña Consuelo exigió a su hija que se pronunciara al respecto:
-Laura, ¡Dile a Jaime qué opinas!
La rubia, mirándome a los ojos, contestó:
-Don Jaime, lo que mi madre quiere decir es que mientras viva en esta casa, nos ocuparemos gustosamente de satisfacer todas sus necesidades.
Os juro que fui incapaz de contestar porque mientras la hija hablaba, un pie desnudo estaba recorriendo uno de mis tobillos.
«¡Cómo se pasa teniendo a su madre enfrente!», rumié mientras mis hormonas se alborotaban al sentir que esos dedos no se conformaban con eso y que seguían subiendo por mis muslos.
«Va a conseguir ponerme bruto», temí cuando noté que se hacían fuertes entre mis piernas y comenzaban a rozarse contra mi pene.
Preocupado por las consecuencias de tamaño descaro, retiré ese indiscreto pie y mientras lo hacía, devolví la caricia regalándole un cómplice apretón con mi mano. Laura debió decidir que había captado la idea porque no volvió a intentar masturbarme durante la comida.
Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a Doña Consuelo. No tuve que ser un genio para comprender que se había dado cuenta de lo ocurrido al ver que, bajo la tela negra de su vestido, los pezones de la viuda mostraban una dureza que segundos antes no tenían.
«¡Lo sabe y no le importa!», proferí en silencio una exclamación mientras pensaba en lo extrañas que eran esas dos mujeres. «Exteriormente se comportan como unas mojigatas pero algo me dice que son un par de putas», sentencié ilusionado. Ya creía que sin saberlo mi madre me había colocado en mitad de un harén cuando la cuarentona pidió a Laura que bajara el aire acondicionado porque tenía frio.
«Era eso», mascullé mientras me recriminaba lo imbécil que había sido al pensar que Doña Consuelo se sentía atraída por mí.
Asimilando mi error, todavía me quedó la certeza que al menos la hija era un putón desorejado y sabiendo que tendría muchas oportunidades de calzármela, decidí tomármelo con calma:
«¡Ya caerá!».
El resto de la comida transcurrió sin nada más que reseñar y por eso al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando recordé las normas de la casa y girándome, informé que en media hora me iba de la casa.
-Señora, he quedado con un amigo pero no se preocupe, volveré antes de la nueve.
-Te estaremos esperando- contestó la viuda mientras ordenaba a su hija que recogiera los platos.
Y en mi habitación, vi el calzoncillo que había dejado en la silla y recordando las caricias de la rubia decidí premiarla con otro regalo.
«Estoy seguro que le gustará», sonreí y cogiéndolo, me puse a pajearme mientras me imaginaba a la muchacha entrando en la habitación maullando como una gata en celo.
Era tanta la excitación que me había producido su magreo durante la comida que no tardé en descargar mi simiente sobre la prenda. Satisfecho cogí un boli y un papel para escribir una dedicatoria:
“Zorra, dejo mi leche para tu boquita”.
Tras lo cual la escondí en su interior y devolví el calzón a la silla de donde lo había cogido. Sin nada más que hacer, me quité la corbata y salí a recorrer Madrid como el muchacho de dieciocho años que era….

Relato erótico: “De plebeyo a noble 2” (POR AMORBOSO)

$
0
0

El barco tenía dos camarotes de pasajeros, con seis literas cada uno, como solamente éramos cuatro y dos de ellos eran matrimonio, el capitán los puso en uno y a nosotros en el otro.

Tuvimos buen viento y buena mar casi todo el camino, sin grandes cosas que comentar, salvo las vistas maravillosas de las costas francesas, españolas, portuguesas, toda la costa africana, la bulliciosa ciudad de Port Elizabeth, donde recalamos para cargar provisiones y agua, la costa de Madagascar, que vimos algo alejados a indicaciones del capitán, porque ya nos estábamos internando en el océano y sería la última costa que viésemos hasta llegar al nuevo continente.

Durante el trayecto, establecimos buena relación con los otros pasajeros, con el capitán y los marineros, sobre todo con uno que había viajado mucho y contaba amenas historias de los lugares donde había estado o de los trabajos que había realizado.

Tras varios días de navegación, el viento cesó de repente, hablando preocupados con el capitán, le quitó importancia, avisándonos que esto era frecuente y que en un par de días, como mucho, volvería a soplar. Y efectivamente, así fue, al atardecer del día siguiente, empezó a soplar una nueva brisa que hinchó las velas y nos puso nuevamente en marcha.

La brisa fue convirtiéndose en fuerte viento y derivó a una tormenta con vientos huracanados. De madrugada, el capitán nos envió a los pasajeros, que habíamos salido a cubierta, a nuestros camarotes con orden de no movernos hasta que pasase el temporal, animándonos diciendo que eso no era nada, que habían soportado temporales mucho peores.

Durante todo el día siguiente se oyeron gritos, batir de olas contra el barco, crujidos por todas partes. Legó un momento que ya no vomitábamos porque no había nada en nuestros estómagos. Hacia la noche, alguna de las arboladuras debió de caer, a juzgar por los gritos y ruidos que se oían. Nuestro camarote tembló y quedó inclinado hacia el costado del barco. Nosotros estábamos sentados juntos en la litera inferior de ese lado, lamentando el momento en el que se nos había ocurrido la idea de viajar y nos agarrábamos con desesperación a los postes de la misma. De repente entró nuestro amigo marinero para saber cómo estábamos, pues el palo de mesana había caído justamente sobre nosotros, y no había terminado de contarlo, cuando se abrió una brecha vertical por el costado de babor que se desplazó hasta popa, dividiendo nuestro camarote en dos y arrojándonos sentados en las literas al mar, junto al trozo de casco desgajado y a nuestro amigo que se encontraba agarrado a uno de los postes.

Rápidamente, las olas nos separaron del barco. Pasamos una noche horrible. El casco hizo de balsa, solo que, cuando venía alguna ola grande, le daba la vuelta, dejándonos debajo y teniendo que salir para volver a subirnos, hasta que llegaba la siguiente, que hacía lo mismo y nuevamente teníamos que repetir el proceso.

El ruido de los truenos y las descargas de rayos y relámpagos nos tenían aterrorizados. Uno de esos rayos pareció caer a nuestro lado, aunque no fue así, pero sentimos erizarse nuestro bello y una extraña sensación nos recorrió el cuerpo.

Al amanecer, apunto de desfallecer agotados por el esfuerzo, el cielo se calmó y pudimos descansar. Afortunadamente, la parte de las literas había quedado encima por lo que disponíamos de sábanas, colchones y mantas que se encontraban sujetos a las camas por correas de cuero.

A partir de ahí, la suerte ya no nos abandonó… Si se puede decir así.

Estuvimos dos días sobre la balsa, cubriéndonos del sol con unos toldos hechos con mantas y sábanas, que también nos protegían del frío de la noche. Sin comida, sin agua. Mirando constantemente al mar para ver si se veía alguna vela y poder llamar la atención. Solamente veíamos trozos de madera que iban y venían a nuestro alrededor.

Al amanecer del tercer día, apareció a nuestro lado un tonel de agua, con la inscripción de nuestro barco, lo que nos dio una idea de lo que había sucedido con él. Conseguimos subirlo a la balsa, con gran esfuerzo quitamos el tapón y bebimos hasta saciarnos. Más tarde, decidimos racionar el agua por si tardábamos en encontrar ayuda.

Aproximadamente una semana después, pues estábamos tan debilitados que no sabíamos cuando pasaban los días, seguíamos sin recibir ayuda, el hambre corroía nuestros estómagos, y yo me encontraba ya debatiéndome entre matar a nuestro nuevo amigo para comérnoslo o esperar un poco más, cuando Peter, que vigilaba en ese momento, comentó:

-Creo que tenemos tierra ahí delante.

Y efectivamente, ante nuestros ojos había un gran trozo de tierra, que el agotado Peter no había visto hasta que casi chocamos con ella.

Tomamos las tablas que habíamos quitado de las literas para que sujetasen el entoldado y las utilizamos como remos para acercarnos a la orilla.

Una vez en la playa, arrastramos un poco nuestra improvisada balsa, lo justo que nuestras escasas fuerzas permitieron para que no se la llevase el mar y nos dirigimos a la sombra de los primeros árboles que vimos cerca, dejándonos caer bajo su sombra.

-¡Dátiles! –Exclamó Robert, que así se llamaba nuestro nuevo amigo.- ¡Son dátiles!

-Y eso ¿qué es? –Pregunté yo, pues no los conocía.

-Comida. ¡Son frutos que se comen!

Como si ya hubiésemos comido, nos pusimos en marcha y comenzamos a tirar piedras para hacerlos caer, también buscamos una rama larga (la palmera no era excesivamente alta) para usarla con el mismo propósito.

Comimos con avaricia todo lo que cayó, hasta que no pudimos más, bebimos más agua de la poca que quedaba y nos quedamos dormidos hasta el día siguiente.

Debimos dormir más de veinte horas, pues calculamos poco más de medio día cuando llegamos y nos empezamos a despertar avanzado el nuevo día.

Lo primero que hicimos fue recorrer los alrededores, encontrando más árboles con fruta y arbustos con alguna parte comestible, todo esto bajo la supervisión de Robert, pues a nosotros, casi todas aquellas plantas desconocidas, nos parecían iguales.

Al día siguiente, tercero de nuestra llegada, recogimos mejor nuestra balsa y nos hicimos un pequeño parapeto para las posibles inclemencias del tiempo y contra posibles animales que pudiese haber.

Explorando uno de los lados de la playa, encontramos un campamento derruido por las inclemencias del tiempo, donde se veían signos de que una persona había vivido algún tiempo.

Constaba de restos de una choza y un estropeado vallado que delimitaba un amplio espacio. Eso nos dio ánimos, pues significaba que alguien había naufragado y sobrevivido hasta su rescate. Pero pronto se echaron por tierra nuestras esperanzas, pues entre las ruinas de lo que había sido la choza, encontramos los restos de un cadáver que enterramos un poco más lejos. Por lo menos, nos dejó un pequeño cuchillo muy estropeado.

También descubrimos un canalillo pequeño de agua dulce, más bien un hilillo, que venía del interior y que acababa en la playa absorbido por la arena, donde nos podíamos aprovisionar de agua.

Reconstruimos y mejoramos la choza con ramas y hojas, así como la valla que rodeaba el recinto con cañas y más ramas, quedando un espacio protegido del sol y los fuertes vientos que, esperábamos, habría en la zona.

Una semana después, decidimos explorar, pues no nos habíamos movido más de unos metros a derecha e izquierda y hacia el interior. Así nos dimos cuenta, y Robert nos informó, que estábamos en una playa ubicada al sur sur-oeste de algún lugar, probablemente una isla. Que estaba bastante resguardada de los vientos dominantes y delimitada por un farallón a cada extremo, que dejaba un espacio de cerca de una milla de playa de arena blanca y limpia.

Dirigiéndonos hacia el norte, pasado el primer farallón con grandes grietas y piedras sueltas, encontramos más playa, pero ya no estaba tan limpia. Algas en la casi primera milla y luego restos de maderas, restos de cajas y dos esqueletos blanqueados por el sol, medio enterrados y todavía con ropas.

-Estos no tuvieron suerte. -dijo Robert, desenterrando el primero.

-¿Pero qué haces? ¿No sabes que no se debe molestar a los muertos? Luego se aparecen sus espíritus en busca de tu alma. –Dijo Peter.

-Eso son tonterías. Vamos a desenterrarlos para ver si llevan algo que nos pueda servir.

Con gran aprensión nos pusimos a la tarea de desenterrarlos y desnudar sus esqueletos de sus ya podridas ropas. Uno de ellos llevaba una bolsa con monedas, que habían quedado sueltas al deshacerse las prendas, y otro de ellos un buen cuchillo.

Decidimos guardarlo todo. Los esqueletos los llevamos a lo alto del farallón y los arrojamos a una de las grietas. Recogimos toda la madera seca que pudimos y volvimos a nuestro campamento, donde Robert nos enseñó a encender fuego con un palo duro y una madera blanda. De ahí salió nuestra primera hoguera y esa noche pudimos dormir junto a ella.

A la mañana siguiente echamos de menos a Robert, encontrándolo al pie de uno de los acantilados con una especie de lanza que había hecho con el cuchillo y un palo, moviéndose despacio y arrojando la lanza de repente. Le vimos sacar un pez, que arrojó junto a varios que tenía en la playa.

-Bueno, ya vale. Hoy vamos a mejorar nuestra comida con un par de peces para cada uno.

No me lo podía creer cuando un rato más tarde me estaba comiendo un suculento y desconocido pez, asado en el fuego, y con otro esperando a que diese cuenta de él.

En sucesivos días, nos fue explicando lo que podíamos hacer y lo que no, cómo pescar, cómo subir a los árboles altos con los pies atados y una liana a la cintura para recoger fruta, cómo preparar lianas para atar palos y ramas y conseguir tener una choza donde resguardarnos. En fin, muchas cosas.

Probamos a hacer una balsa con la madera y cañas que teníamos, pero no conseguimos hacer algo que flotase en condiciones sobre el agua. Sobre todo, cuando nos subíamos, siempre se hundía hasta que el agua nos llegaba al tobillo y visto que no podíamos salir sin disponer de un espacio seco, desistimos de la idea y esperamos a que pasase algún barco, mientras tanto, aprovechamos para mejorar lo que llamábamos nuestra casa.

Incluso decidimos hacer un calendario, que consistió en utilizar una zona de la playa donde clavaríamos una estaquilla por cada día, separándolas por meses con un pequeño espacio, comenzando en el mes de mayo, calculando que sería, creo recordar sobre el 27 ó 28.

También un reloj de sol, para tener referencia de horas, y ya que no sabíamos dónde estaba exactamente el norte, pues allí no se veía la estrella polar como referencia, tomamos como tal la salida del sol y su puesta y tomamos la mitad. Con eso calculábamos periodos de tiempo que llamábamos horas.

Sucesivas expediciones de reconocimiento nos confirmaron que se trataba de una isla, eso si, bastante grande, al darle la vuelta completa al cabo de varios días.

En todas las playas y acantilados de la zona norte y noreste, había gran cantidad de restos de naufragios, esqueletos y cadáveres en avanzada descomposición que algunas aves y animales marinos iban limpiando.

Nos hicimos con una buena cantidad de monedas, dos sables mohosos que afilamos y limpiamos con unas piedras que parecían de las utilizadas para afilar cuchillos. Un cofrecito con una cruz en la tapa que contenía dos copas de oro y piedras incrustadas, y una pasta blanca como papel, irreconocible, pero que comprobamos que ardía bien cuando teníamos que encender un fuego, un baúl con ropajes de mujer y un par de pistolas de duelo, todo totalmente inutilizable. Y… ¡sorpresa! Sobresaliendo en la arena, el mango metálico de una tenaza, y que al escarbar salió acompañada de alicates, clavos, la cabeza de un martillo, el metal de unas gubias sin mango y unos trozos de alambre entre trozos de madera desechos.

A partir de entonces, cada semana aproximadamente, uno de nosotros daba la vuelta a la isla. En muchas de ellas no encontrábamos nada, y en alguna, nuevos trozos de madera o cadáveres recientes.

A los cadáveres les quitábamos todo, ropas, zapatos, monedas, joyas y cualquier cosa que llevasen, procurando darles la mejor sepultura que se podía. Íbamos desnudos y descalzos, pues no resultaban cómodas las ropas encontradas, además de no servirnos la mayoría y resultar problemáticas si nos mojábamos. Las utilizábamos para taparnos por las noches o hacer antorchas untándolas con resinas de árboles.

En un montículo cercano hicimos una hoguera en la que, entre la madera seca, poníamos plantas verdes y húmedas para que hiciesen abundante humo, incluso conseguimos que con tres visitas diarias, se mantuviese encendida todo el día, gracias a las ideas de Robert, rodeándola de piedras y dejando un agujero como tiro regulable. Hasta llegamos a fabricar un licor a base de frutas, con alto grado de alcohol.

Y pasó más de un año en aquél lugar, viviendo en armonía, hasta que Robert, pescando un día, dio un grito para llamar nuestra atención. Cuando llegamos corriendo a su lado, vimos que salía gran cantidad de sangre de la planta de su pie.

-He debido pisar un pez-roca y me he hecho una herida en el pie.

-¿Un qué…? –Dijimos Peter y yo a la vez.

-AAAGGG Un pez roca, es un pez que tiene unas espinas afiladas y duras en la parte superior que inyecta veneno. He perdido el equilibrio y he echado el pie encima con todo mi peso. La herida debe ser profunda. Debéis intentar sacarme todo el veneno que podáis.

Lo llevamos a la playa y utilizamos el cuchillo para abrir las heridas y dejar salir la sangre envenenada.

Cuando empezó a perder color, vendamos su pie con trozos de una camisa recuperada y que habíamos lavado, como toda nuestra ropa, con el agua del mar.

Estaba tan débil que los quejidos apenas se oían. Luego caímos que la tela llevaría algo de sal y le escocería.

-Pero también le desinfectará la herida.-Dijo Peter.

Estuvo cuatro días debatiéndose bajo terribles fiebres. Nosotros no nos separamos de su lado, siempre estaba uno de nosotros aplicando paños húmedos y refrescando su cuerpo. Al quinto día, estando ambos a su lado, pareció recuperarse, nos miró y dijo:

-Adiós, amigos gracias por lo que habéis hecho por mí.

-Tú has hecho más por nosotros, que nos has enseñado a sobrevivir en esta isla.

Creo que no oyó la frase. Quedó quieto, con la cabeza hacia mí, los ojos abiertos y un momento después exhaló el último suspiro.

Lo enterramos en lo alto de la montaña, en la ladera que daba más al norte, para que su tumba estuviese iluminada por el sol desde el amanecer al oscurecer.

Pasadas las primeras semanas de dolor, nuestra vida volvió a la rutina: Pescar, esta vez utilizando calzado recuperado, pero desnudos para después no tener que soportar la humedad de la ropa, recoger fruta y hierbas comestibles, cazar algún ave o pequeños reptiles, y recolectar huevos.

Para mantener la cordialidad y rebajar las tensiones, de vez en cuando hacíamos competiciones de lucha, ya desde los tiempos de Robert, cosa que mantuvimos Peter y yo. Un día, en medio de una de esas peleas en la hierba, quedamos: yo de espaldas al suelo y Peter sobre mí haciendo un 69, pero sus muslos estaban uno a cada lado de mi cara y él sujetaba los míos abiertos, quedando mi polla a la altura de su cara y la suya por detrás de mi cabeza.

-¿Y si te muerdo ahora la polla? –Me dijo cogiéndomela seguidamente entre sus labios.

-¡Cabrón!, como se te ocurra te arranco la tuya. –dije llevando mi mano atrás y cogiéndosela como pude.

El movimiento hizo que entrase y saliese ligeramente de su boca, despertando en mí algo que hacía tiempo que no sentía, y que hizo que mi polla creciese y engordase a marchas forzadas hasta llenarle la boca.

-Vaya, vaya. Parece que te gusta, eh! –Me dijo.

-A ti parece que también. –Le dije yo haciendo referencia al crecimiento de la suya en mi mano.

-¿Quieres que siga?

-Si, por favor.

-Pues ya sabes. Haz lo mismo.

Nos colocamos como mejor nos encontrábamos y me metí la punta en la boca. Primero con precaución, pues nunca había chupado una polla, si exceptuamos la del carcelero, y pensaba que su sabor sería igual de asqueroso, pero enseguida cambié de opinión. La primera sensación de sabor era a salado. Sabía a sal de mar con algo de arena. Con el glande entre mis labios giraba la cabeza en movimientos cortos, para que los labios rozasen el borde a la vez, luego con la lengua, lo recorrí en círculos para ir metiéndomela todo lo que podía, igual que me hacían las putas.

Peter también me hacía disfrutar con su boca. Igualmente recorría toda mi polla con la lengua, para luego engullirla totalmente. Ambos duramos poco. Tanto tiempo sin sexo nos pasó factura. Enseguida sentí el primer chorro en mi garganta, que tragué casi sin enterarme, luego fueron cuatro más. Parte de ellos se escurrió de mi boca, pero el resto fue a mi estómago. Luego pude saborearlo cuando me dediqué a limpiar su polla. Me gustó el sabor.

Peter se afanó más en su mamada, no tardando yo un segundo en correrme también, y tragando el todo mi esperma.

Más relajados, nos metimos en el mar para lavarnos y divertirnos un poco más.

Durante los dos años siguientes, seguimos con la misma vida: pescar, cazar, frutas, sexo y vueltas a la isla. Aunque Peter lo propuso, no consentí nunca que me la metiese por el culo. El recuerdo del cabrón del carcelero estaba muy presente en mí.

El sí que me pidió que se la metiese alguna vez, y lo hice con gusto, dilatando con paciencia y follándolo despacio, al tiempo que lo pajeaba. Lo hacíamos acostados de lado, porque a mí me resultaba más cómodo. Nunca hubo ningún sentimiento amoroso entre nosotros. Era puramente sexo.

Después de más de tres años en la isla, según nuestras cuentas en las que nos saltábamos algunos días, al dar la vuelta habitual de reconocimiento, un hecho me dejó anonadado.

Estaba cambiando de una playa a otra, pues cada ciertos tramos solía haber grandes grupos de piedras que las separaban, cuando subido en lo alto del promontorio de separación, divisé una barca, al parecer vacía y cerca de la playa.

Cuando me repuse, fui corriendo hasta quedar frente a ella, tiré al suelo todo lo que llevaba y me lancé al mar en su busca. Era una barca que algunos veleros suelen llevar atada a popa para casos de naufragio. Cuando subí a ella, vi que no llevaba remos, por lo que tuve que arrojarme al mar y agarrar la cuerda que se encontraba atada a la proa, me la até a la cintura e intenté nadar hacia la costa. Tuve suerte y la marea me ayudó, aunque eso no significó que fuese sencillo. Despacio y con mucho esfuerzo, conseguí llegar a hacer pie y ya fue más fácil. Cuando la proa rozó la arena, me dejé caer para recuperarme. Por suerte, mi forma física estaba en plenitud, porque segundos después de dejarme caer, un ruido de pasos acercándose a la carrera me hizo girarme a tiempo de ver una rama que caía sobre mí. Mis reflejos, entrenados por la lucha, consiguieron que me hiciese a un lado antes de ser duramente golpeado.

-Pero… ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?

Tuve el tiempo justo para ver venir nuevamente la rama, pero esta vez pude sujetarla y dar un fuerte tirón, como consecuencia del cual, cayó un cuerpo sobre mí. Hacía mucho tiempo que no sentía esa sensación, pero no la tenía olvidada. Sentir unos pechos de mujer presionando contra mi pecho hizo que se me pusiese dura al instante.

No me costó mucho dominarla, mi fuerza y su debilidad me permitieron hacerlo en un instante, sin problemas. Me coloqué a caballo sobre ella y sujeté sus manos sobre su cabeza.

-¡Por favor, no nos haga daño! –Dijo.

-¿Nos? ¿Cuantos sois y cuándo habéis llegado?

-Dame tu palabra de que no nos harás ningún daño.

-Nunca he pensado en hacer daño a nadie. Solamente me he defendido de tu ataque, que no sé por qué lo has hecho. Te doy mi palabra de que no haré daño a nadie. Ahora cuéntame cuantos y quienes sois.

-Soy Caitlin SaintJames, la esposa del gobernador de la colonia penal de Botany Bay, y viajaba con mis dos hijas a reunirnos con mi marido, su padre. Fuimos atacados por otro barco al que la tripulación consiguió hundir, pero no sin antes sufrir grandes desperfectos.

-Para reparar el barco, tuvieron que echar mano de los presos para que ayudasen y no sé si fue uno de ellos o alguien de la tripulación, que intentó deshonrar a mi hija menor. Por suerte fue impedido y para que no hubiese más problemas ni sufriésemos más molestias de las necesarias, botaron ésta barca y nos embarcaron en ella a mí, a mis hijas, a cuatro muchachas que iban al mismo lugar para casarse con presos liberados y convertidos en granjeros y a una religiosa que las acompaña para presentarlas.

Había oído comentarios sobre esas mujeres, huérfanas o delincuentes menores, que eran vendidas a los campesinos como esposas y que luego eran auténticas esclavas, recibiendo continuos castigos y llegando incluso a matarlas para conseguir otra joven.

Y prosiguió.

-Los presos debieron rebelarse, pues oímos gritos y lucha de espadas, hasta que alguien cortó la cuerda que nos unía al barco y nos separamos. Cuando se perdía por el horizonte, vimos una alta columna de humo y no hemos sabido nada más del barco y la tripulación, ni de lo que pasó con ellos.

Hemos pasado varios días de gran oleaje. Hemos vomitado hasta que lo que no teníamos en nuestros estómagos. El agua que nos habían dejado se acabó a los pocos días y hemos estado a la deriva no sé cuánto tiempo. Por fin el mar nos acercó a esta costa, donde llegamos ayer. Bajamos y nos metimos bajo los árboles, donde se encuentran ahora las demás totalmente agotadas. Cuando te he visto, he pensado que querrías hacernos daño y he intentado defendernos. ¡No nos hagas daño, por favor!

Mirándola con detenimiento vi su cara quemada por el sol, los labios agrietados, su escote quemado. Se encontraba en ropa interior, de un estilo que demostraba buen gusto y riqueza, y se había quitado las medias, por lo que también tenía quemaduras del sol por las piernas.

Me levanté y fui a por mis cosas, que se encontraban cerca, tomé el recipiente donde llevaba el agua y le di de beber un poco, le pedí que me llevase con sus compañeras, a las que repartí el agua y la comida que llevaba, mientras contaba rápidamente nuestra odisea y situación.

Enseguida identifiqué a cada una. Las hijas de Elizabeth, también iban en ropa interior de calidad, las cuatro muchachas llevaban una especie de escueto y basto camisón, con mayores quemaduras y en estado de mayor debilidad. Al parecer se habían quitado los vestidos para soportar mejor el calor y habían terminado en el mar. La tutora llevaba un vestido y sombrero, aunque se notaba que no llevaba nada bajo él. Casi no tenía quemaduras ni estaba tan débil, pero también se encontraba en mal estado. Más tarde, nos enteramos de que las habían utilizado para que se interpusiesen entre el sol y ella para darle sombra.

Recogí toda la fruta que pude en los alrededores y se la dejé junto a ellas, avisando de que iba a ir a buscar a mi compañero para trasladarlas a nuestro campamento. Todas estaban con las cabezas gachas, aunque me lanzaban miradas furtivas de vez en cuando y no había terminado de decirlo, cuando la tutora pidió a una de las agotadas muchachas que le acercase la fruta que parecía más sabrosa, al tiempo que impedía que las cuatro fuesen a coger alguna para ellas y obligándolas a servir primero a la señora y a sus hijas.

De mal humor salí de allí volviendo al campamento, ante la extrañeza de Peter al verme por el mismo sitio por donde me había ido.

-¿Qué te pasa? ¿Te has puesto cachondo y quieres que te solucione?

Lo miré extrañado por sus palabras, hasta que, siguiendo la dirección de su mirada, vi la tremenda erección que llevaba. Eso me hizo darme cuenta de que había estado desnudo delante de las muchachas y comprendí el porqué de sus miradas furtivas.

Entonces le expliqué lo sucedido y cómo estaba la situación, cogimos algunas tablas de las antiguas literas, nos pusimos algo para cubrirnos y volvimos donde estaban las mujeres.

Cuando Peter vio la barca, daba saltos de alegría.

-¡Por fin podremos salir de aquiiii!

-Peter, ¿qué te parece si la aseguramos primero y atendemos a las mujeres?

-Sí, perdona John, pero me pueden las ganas de marcharme.

Después de amarrar bien la barca, acompañamos a todas a nuestro campamento-casa. Mejor dicho, yo ayudaba a la madre y Peter a la tutora, las hijas iban por libre y las otras muchachas cargaban con todo lo que tenían, que no era mucho. No pude evitar fijarme en la mayor de las hijas, de nombre Jessy.

Las prendas que llevaba resaltaban sus pechos, estrechaban su cintura y marcaban sus caderas. Unido a una cara preciosa, eran motivo de mis constantes miradas atrás. El concepto sobre ella mejoró cuando, al entrar en nuestra playa y verse el campamento al fondo, las dos hermanas aceleraron el paso para llegar antes, ante las reprobaciones de su madre avisándoles que las señoritas no deben correr, y mi gozo viendo el magnífico culo de Jessy.

Cuando llegamos al campamento, tanto la madre como la tutora despreciaron la construcción, tachándola de precaria, máxime sabiendo que llevábamos más de cuatro años allí. Nos reprocharon no tener una casa en condiciones, nos desalojaron de nuestra choza, donde se quedaron la madre, las dos hijas y la tutora, diciéndonos que preparásemos otra en condiciones y más grande para ellas, y un techo para las muchachas. Se dio por entendido que cuando estuviese hecho recuperaríamos nuestra choza.

Al día siguiente, después de preparar comida suficiente para todos, fuimos a buscar la barca, que llevamos hasta nuestra playa remando con las tablas.

Hicimos la propuesta de estar todos desnudos para conservar nuestras ropas el mayor tiempo posible, por si venían a rescatarnos.

Cerdo. Degenerado. Guarro. Indecente y otras lindezas similares zanjaron la propuesta. También nos prohibieron acercarnos a cualquiera de ellas si no era estrictamente necesario o para llevarles agua y comida. No obstante, cuando salíamos de su entorno, nos desnudábamos y nos movíamos así hasta la vuelta.

A partir de ese día, nos tuvimos que multiplicar, hasta que volvimos a hablar con ellas (siempre hablaban la madre y la tutora) para proponer que trabajasen todas, cada una en las tareas que pudiese y estuviese preparada.

Fue una discusión de varias horas. Por fin llegamos a un acuerdo, consintiendo la tutora que trabajasen las pupilas, pero ellas y las hijas, nada de nada. Pero no por eso nos rendimos.

Otra discusión fue la de celebrar el día del señor, cosa que a nosotros no nos importaba ni teníamos interés, por lo que les dijimos que hiciesen lo que quisieran pero que no nos molestaran. Ellas mismas montaron lo que dijeron que era el altar y cada semana iban a rezar todas allí, dirigidas por la borde de la tutora. Yo me entretenía mirando el culo de Jessy mientras rezaban alrededor del altar.

Recolectábamos comida, controlábamos el fuego, construíamos otra vivienda, discutíamos con la tutora, a la que cada vez teníamos más odio, y preparábamos la barca para hacernos a la mar. Hicimos unas nuevas chozas y ampliamos la cerca, para que estuviesen más cómodas y a cubierto del sol y de los vientos. Dispusimos una hoguera central con grandes piedras alrededor para sentarnos, aunque luego no nos dejaban estar con ellas “por decencia”.

Todos las mañanas teníamos la misma discusión: Nosotros decíamos que allí tenían que colaborar todos trabajando, las mujeres, que eran las discutidoras, se empeñaban en que ellas eran demasiado mayores para ello, la madre decía que sus hijas no debían realizar esas labores para no estropear sus manos y sus cuerpos, pues tenían que conservarse para poder hacer buenos matrimonios y la tutora decía que trabajasen las jóvenes para que se fuesen preparando para su vida futura, junto a agricultores y ganaderos. Así que siempre eran las jóvenes y nosotros los que teníamos que trabajar y mantener a las otras en su situación ociosa.

Y no solamente eso, también teníamos que soportar las impertinencias que se les ocurrían, sobre todo por cuenta de la tutora, aunque con poco éxito, ya que las respuestas eran siempre las mismas: háztelo tú. Todo esto mantenía una guerra constante entre ellas y nosotros.

Ambos empezamos a odiar a la tutora por su despotismo al tratar a las muchachas y la prepotencia con la que nos trataba a nosotros. A las muchachas, además, les solía pegar y castigar, cosa que todavía nos cabreaba más.

Cuando íbamos a pescar, nosotros nos desnudábamos, por la incomodidad de ir vestidos al meternos al agua y el tener que soportar la humedad después, y las muchachas que nos acompañaban en la pesca, o bien se tenían que remangar las faldas de los camisones o las hacíamos quedarse en la orilla cuando las aguas eran profundas. No tocábamos a ninguna de ellas, resultando normal que nosotros nos desnudásemos y que ellas, en sus movimientos, mostrasen su culo o su coño, o que se les transparentasen las tetas cuando se mojaba su camisón. De vez en cuando, pero más a menudo que antes, nos alejábamos para satisfacer nuestras necesidades discretamente.

Dos meses más o menos después, estaba con Judith, una de las muchachas, pescando junto a la playa y las rocas. Se encontraba tirando de la red de lianas que utilizábamos, cuando pareció quedar enganchada, poniéndose a tirar de ella con fuerza. Yo me acerqué a ayudarle cuando perdió el equilibro, apresurándome a sujetarla, agarrándola entre mis brazos y presionando contra mi cuerpo.

Por mi posición, ligeramente más baja que la de ella, y su vestido muy remangado, mi polla quedó por debajo del borde del vestido, rozando sus muslos. Cuando me quise dar cuenta, mi polla se había levantado y estaba clavándose entre los cachetes de su culo.

Mantuve la situación unos segundos para disfrutar de algo que hacía muchos años que no lo hacía. Luego, avergonzado, me separé de ella diciendo:

-Perdona Judith, ha sido algo inconsciente, no he podido controlarlo. Y…

-No te preocupes, lo comprendo. Yo también tengo necesidad y solamente llevo aquí unos meses. Imagino la que debéis tener vosotros después de estos años. Si queréis, podemos ayudarnos…

Me quedé tan sorprendido que no supe cómo reaccionar. Me aparté de ella y me quedé pensando.

La verdad es que, por la sorpresa, no controlé la situación y no recuerdo bien la conversación, pero si recuerdo algunas frases.

-¿Eres virgen? –Le solté de repente.

-No. En Inglaterra tenía un novio con el que me iba a casar cuando nos apresaron. Hacíamos el amor todas las semanas al mientras los demás estaban en la iglesia.

-Mañana tengo que dar la vuelta a la isla. Vente conmigo. –Y totalmente cortado por la situación, recogí la pesca y volví con el grupo. Por la noche, a solas, comenté a Peter lo ocurrido, empalmándonos los dos al momento.

Al día siguiente, salí para realizar mi ronda y pedí delante de todas que Judith me acompañase. Hubo reticencias por parte de la tutora, apoyada por la madre. No podíamos ir juntos un hombre y una mujer que no estuviesen casados.

Nueva discusión con ellas, sobre todo con la tutora que no había forma de convencerla, pero con el apoyo de Peter, aconsejando que alguien debería aprender las cosas por si en algún momento teníamos problemas o nos pasaba algo a nosotros, para que pudieran seguir subsistiendo y encontrar ayuda, conseguimos que aceptara.

Partí con las provisiones, seguido por Judith, recorriendo un buen tramo del camino hasta que empezó a oscurecer. De tantas vueltas realizadas, ya teníamos establecidos campamentos para descansar durante nuestra ronda, que duraba tres días (dos noches) si no había novedades o cuatro días o más, si se encontraba algo.

Cuando llegamos al punto de descanso todavía era pronto, no habíamos encontrado nada nuevo y eso nos había hecho avanzar más rápidamente. Me quite la tela que llevábamos en la cintura para cubrirnos y que no protestaran las mujeres y fui a darme un baño en el mar, apareciendo Judith enseguida, totalmente desnuda y cubriendo sus pechos y su sexo con las manos.

No se puede decir que fuese muy guapa de cara, más bien corriente. Sus pechos puntiagudos tirando a pequeños, muy delgada y una suave pelusa rubia en su coño que ya anticipaba la larga cabellera de su cabeza. De culo más bien liso, acompañado de unas piernas delgadas también. A mí me pareció que era la más maravillosa del mundo. Solamente unas marcas de golpes o latigazos, que aparecían como finas líneas, estropeaban su imagen. Más por lo que significaban que por la estética.

Todo el día lo había pasado con la polla tiesa, solamente con pensar lo que me esperaba, pero al aparecer a mi lado, casi me corro. Nos bañamos, jugamos en el agua, frotamos nuestros cuerpos, los acariciamos, hasta que muy excitados, sobre todo yo, nos fuimos a la choza.

Nos besamos, mientras acariciaba su cuerpo recorriendo sus pechos y sus muslos. Bajé a succionar sus pezones, que ya estaban duros, y tras comprobarlo, probé a poner mi mano sobre su raja. La encontré abierta y totalmente mojada y ya no pude continuar esperando. Más de cuatro años sin mujeres me empujaban. Me puse sobre ella y recorrí su raja con mi polla, pasando la punta de arriba abajo, disfrutando de la sensación que me producía su humedad en mí glande y dejando que entrase ella sola al llegar a su vagina, gracias a su lubricación.

Su gemido de placer me detuvo en la entrada, pero ella levantó sus caderas para intentar metérsela de una vez, sin conseguirlo. Seguí entrando poco a poco, con movimientos de vaivén, sintiendo como ella se iba excitando cada vez más. Una vez dentro, esperé a que se acostumbrase y, cuando ella empezó a mover sus caderas a los lados, para que mi polla frotase su clítoris, empecé mi bombeo. No duré mucho, no por acumulación de ganas, sino por la excitación de volver a estar con una mujer. Al poco tiempo tuve que sacarla a toda velocidad para correrme sobre su vientre.

-OOOOOOOHHHHHHHH No puedo más. Me corrooo.

Cuando solté todo, que era mucho, ella me dijo:

-Me ha gustado mucho, pero mi novio estaba más tiempo metiendo y sacando.

Acepté el reproche y me excusé con el tiempo que llevaba sin estar con una mujer. Me bajé hasta su coño y empecé a lamerlo, haciendo hincapié en su clítoris y metiendo primero uno y después dos dedos, para follarla con ellos.

-AAAAAAAAAHHHHH. Qué buenooooo. Nunca había sentido nada como estooo. Siiiiiiii.

Su coño me supo a gloria. Su juventud y el tiempo que hacía que no me comía uno hicieron que me pareciese todo un manjar, sin menospreciarlo ni dudar que también fuese un manjar en cualquier otro momento que me pillase con menos ganas. Ella no dejaba de gritar su excitación mientras pedía más.

Y poco después.

-OOOOOOHHHHHHH Me corroooooo. No pareeeeeess. AAAAAAAAHHHHHH.

Se corrió con un intenso orgasmo.

Luego preparamos y comimos algo. Después de comer, acostado sobre la hierba, le pedí que se acostase a mi lado, y hablamos de lo que había pasado, de mi necesidad de una mujer, de mi tremenda excitación de todo el día y de que si quería repetir.

Ella me contó que con su novio disfrutaba mucho cuando se la metía y sacaba, que estaba más tiempo que yo entrando y saliendo hasta que se él corría, que luego también la hacía llegar a ella con el dedo, pero que no había ni punto de comparación con lo que yo le había hecho.

Mientras hablábamos, iba acariciando su cuerpo desnudo, repasando sus pechos, su vientre, sus muslos. Acariciaba su coño y depositaba besos por su cuello hombros.

Los efectos no tardaron en notarse. Su coño volvió a abrirse totalmente mojado, mi polla se había puesto dura desde el principio, así que, poco apoco, me fui colocando sobre ella para ir metiéndosela suavemente hasta que le entró entera.

-OOOOOOOHHHHHHH. ¡Qué gusto! Nunca me habían hecho esto tan seguido.

Le apliqué todas las formas de follarla que sabía, tanto boca arriba como a cuatro patas, pero siempre por el coño. Se corrió dos veces hasta que ya no pude más y me corrí yo también sobre su vientre.

De nuevo acabé su última excitación con mi boca, dejándola rendida.

Cuando se recuperó, reanudamos la marcha. Ella iba pegada a mí, con cara de felicidad, mientras me contaba lo distinto que era hacer el amor conmigo o con su novio y otros relatos de su vida sexual.

Cuando le pregunté el por qué la habían enviado a las nuevas tierras, me contó que era huérfana y estaba en una institución regida por el pastor de una de las tres iglesias de la ciudad, y su mujer, una persona sádica, que disfrutaba castigando a todos.

Su novio era un muchacho, hijo del panadero cercano, que traía el pan todos los días, y que se veían porque ella siempre estaba en la cocina. Los sábados, cuando el pastor celebraba los oficios, ella se tenía que quedar para tener lista la comida y era el momento que aprovechaban para tener sus relaciones íntimas.

El pastor y su esposa desconocían la relación, pero él también tenía interés en ella y le solía hacer proposiciones para llevarla a su cama, como había hecho con alguna de las pupilas. Un día, se descuidaron después de hacer el amor y quedaron dormidos, siendo descubiertos por el propio pastor que, encolerizado, les reprochó sus pecados, su impudicia y la falta de respeto al hacerlo en la casa de Dios.

A los gritos acudió su mujer, que también puso su parte de gritos, insultos y golpes. La encerraron en un cuarto, anunciándole que sería enviada a las nuevas tierras como castigo. Estuvo seis meses encerrada, sin ver a nadie, excepto a las horas de trabajo en la cocina y el último día, que entró el pastor en su celda y le dijo apremiándola, al tiempo que sacaba su polla:

-Venga puta, hazme una mamada si no quieres que te muela a palos.

Ella se negó y él le dio una bofetada que la tiró al suelo, donde le pegó un par de patadas. La tomó de los cabellos para levantarla hasta ponerla de rodillas y volverle a decir:

-O chupas o sigo hasta romperte todos los huesos.

Como se volvió a negar, empezó a darle bofetadas a diestro y siniestro, hasta que fueron interrumpidos por la mujer, que los sorprendió, a ella de rodillas y a él con la polla fuera y pegándole, al tiempo que le decía:

-Puta, más que puta. Yo te voy a enseñar a obedecer.

-¿Qué está pasando aquí? –Preguntó la mujer.

-Esta puta, que se me ha ofrecido para hacerme una mamada y estoy disciplinándola.

La mujer la hizo ponerse de pie y desnudarse. Como no fue lo bastante rápida, el pastor la ayudó desgarrando alguna de las prendas. Una vez desnuda, mientras intentaba taparse y ocultar sus partes a la asquerosa y lujuriosa mirada del pastor, la mujer tomó una vara que llevaba siempre a la cintura y le pidió que la sujetase.

El pastor la sujetó por debajo de los hombros, de cara a él, y la apretó contra su cuerpo, quedando su polla entre las piernas de ella. Cuando la mujer comenzó a golpear, ella intentaba escapar moviéndose hacia adelante, lo que hacía rozar la polla del viejo contra su raja y los pechos contra la basta tela de su ropa.

Conforme la iba golpeando, a él se le ponía dura cada vez más rápido, hasta que eyaculó sin llegar a meterla. Entonces la soltó y recogió su flácido pene, al tiempo que la mujer dejó de golpearla.

Judith pensaba que debía estar preparado, porque la mujer disfrutaba torturando y él debía tener gustos perversos.

Mientras me contaba la historia, íbamos avanzando hacia nuestro siguiente destino. La llevaba de la mano, aunque a veces, coincidiendo con los pasajes más escabrosos, donde ella estaba a punto de romper en llanto, la tomaba de la cintura, la apretaba contra mí y depositaba besos en su cuello y cara hasta que se calmaba.

Ya de noche, llegamos al segundo campamento, donde teníamos que dormir. Cenamos ligeramente para acostarnos en el lecho de ramas y hojas, donde volví a acariciar su cuerpo hasta conseguir que se excitase.

Levantaba su cara ofreciéndome sus labios, que eran apresados por los míos, mientras mi lengua recorría su boca y jugaba con la suya. Fui acompañando su cabeza poco a poco, mientras repartía besos por mi pecho y vientre, hasta llegar a mi polla, nuevamente dura, para que empezase una mamada, que no solamente no rehuyó, sino que se dedicó a ella con pasión.

La hice ponerse a caballo sobre mí para hacer un 69, haciéndole abrir las piernas al máximo, para recorrer su coño con la lengua mientras lo mantenía abierto con mis dedos.

Recorrer su raja con mi lengua, desde el clítoris hasta la entrada de su vagina, para saborear todo lo que soltaba, me resultó tan excitante que tuve que presionar las piernas sobre su cabeza para que no la moviese y poder retener mi inminente corrida.

Yo le daba un par de vueltas a su clítoris con la lengua para luego recorrer su raja hasta llegar casi hasta su culo. Le metía un par de dedos, la follaba con ellos un poco y volvía a quitarlos para seguir recorriéndola con mi lengua. Al llegar a su botón, de nuevo lo rodeaba un par de veces con mi lengua para volver hasta su culo.

Cada vez su humedad era mayor, a pesar de que la mayor parte me la llevaba yo con mi lengua. Por eso poco después noté la fuerza de sus muslos sobre mis brazos, al tiempo que dejaba su mamada para lanzar sus gemidos de placer, pero sin dejar de pajearme.

-AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH MMMMMMMMMMMMMMMM.

Eso provocó mis espasmos, soltando mi corrida sobre su nariz, boca y cuello.

Cayó sobre mí, quedando un momento relajada, para pasar al sueño de inmediato. La desperté mientras la colocaba a mi lado y dormimos abrazados.

Al día siguiente, me desperté empalmado, pero Judith tenía el coño irritado, por lo que nos dimos un baño ligero, ella menos por el escozor, y partimos para seguir el viaje. Follamos esa noche y al día siguiente, nos detuvimos para volver a follar otra vez, apareciendo en el campamento un día más tarde de lo habitual.

Nada más llegar, Peter pidió ayuda a Judith y desaparecieron entre los árboles, mientras que yo, con otra muchacha, fuimos a pescar.

Desde ese momento, cada día nos llevábamos a Judith para alguna tarea en lugares escondidos. Nuestras discusiones con las mujeres disminuyeron. Nuestro rendimiento también.

Las mujeres no son tontas, aunque a veces lo simulen, y todas estaban en el secreto o al menos, se imaginaban lo que pasaba. Así que también recibimos disimuladas ofertas del resto de las chicas, que habíamos decidido no tocar, por lo que las rechazamos alegando inocencia y respeto.

Uno de los días que volvía yo de recoger fruta y que Peter estaba revisando las trampas de caza, me encontré con que la tutora golpeaba a Judith con una vara.

Me lancé sobre ella deteniendo su mano, al tiempo que le soltaba una bofetada que la lanzó al suelo.

-¿Qué pasa aquí? ¿Por qué te está pegando?

-Quiere que suba a la montaña a atender el fuego, pero Peter me ha dicho que lo espere que me necesita. Y me pegaba porque me niego hasta que venga él y me lo diga.

-¿Por qué no mandas a otra? –Le dije a la tutora que se levantaba, primero sorprendida, pues era la primera vez que uno de nosotros intervenía en un castigo, y segundo, hecha una furia y con intención de agredirme a mí también.

-Las otras tienen que atendernos a nosotras. Y ella lleva mucho tiempo haraganeando. –Contestó acercándose.

-¡Y tú no tienes por qué meterte en esto, y menos golpearme a mí. Cabrón! –Continuó a la vez que levantaba la mano con la vara y la intención de golpearme.

No necesité ser muy rápido para soltarle un puñetazo en el estómago, pues lo estaba viendo venir, y quitarle la vara para darle cuatro fuertes golpes mientras caía al suelo echa un ovillo.

Nadie se movió ni dijo nada. Fue una escena violenta que dejó a todas anonadadas, mientras que a mí daba un subidón por las ganas que le tenía a la mujer.

-A partir de ahora, se hará lo que nosotros digamos. Si queréis algo, nos lo pedís a Peter o a mí, pero nadie dará órdenes sin nuestro consentimiento. ¿Entendido?

Todas asintieron con la cabeza, menos la tutora, que se retorcía de dolor encogida en el suelo. Entonces llegó Peter que al ver la situación, preguntó que pasaba y tras explicárselo y contarle mi resolución, con las correspondientes interrupciones de la tutora alegando que nos estábamos metiendo en su forma de disciplinar a sus pupilas y que no era de nuestra incumbencia, Peter me dio la razón y confirmó además, que no se volverían a aplicar castigos que nosotros no hubiésemos aprobado.

Desde ese día, las relaciones con la madre y la tutora fueron de mal en peor, por lo que las evitábamos en lo posible.

En ese mal ambiente de convivencia, pasamos unos seis meses, hasta que por fin terminamos la barca para salir de allí.

Relato erótico:”MI DON: Ana – Romance y el fin de semana 2/2 (25)” (POR SAULILLO77)

$
0
0

————————————–

2º parte del relato.

Me fui a comer algo y ante su tardanza, me volví a la habitación para preparar la tarde, le había comprado un colgante, un collar hecho con plata de ley, en forma de delfines azules, le encantaban aquellos animales, y mas de una vez la había visto con bisutería de ese tipo, collares que no eran muy amplios ni grandes, si no finos y poco llamativos, que apenas le pasarían por la cabeza sin desabrochárselos, gargantillas me enseñó que se llamaban, sabia poco o nada de esas cosas, era su regalo de cumpleaños, que había medio fingido olvidar, o mas bien la dejé pensar que mi regalo era la escapada a la sierra, que aun siendo cara, su presente era aquella joya que me valió mas de 300€, un precio que a mi me parecía mucho hasta que vi en la tienda donde lo compré algunos de 1.000€ o 2.000€, muy ostentosos y llamativos, cosas que no pegaban con Ana. Me preocupé de dejar un camino de pétalos por el suelo hasta la cama, una fondue de chocolate, como en Navidades, y champan frío, ensayaba vestido o desnudo, tumbado en la cama o de pie, no sabia como hacerlo, se me pasó por la cabeza hasta quedarme en pelotas de pie delante de la puerta con la gargantilla colgada de mi polla, pero me pareció excesivo hasta para mi, estaba tardando mucho Ana en volver a la habitación, habían pasado ya casi 3 horas desde que la dejé en las duchas, la mandé un mensaje preocupado, me respondió con una carita sonriente, “te tengo una sorpresa preparada”. Me ilusionó más que un niño al ver regalos en reyes, y no ayudó a mi eterna falta de paciencia, me resolví por esperarla vestido sentado en un sillón giratorio, de espaldas junto a la puerta, como un malo de película, al entrar me daría la vuelta, se me hizo infinita la espera hasta que sonó la puerta, me fui girando lentamente.

-YO: pase, amada mía – me recosté al ver la puerta abrirse, observando a la señora de la limpieza con el carrito y los cascos de música puestos, mirando sorprendida – perdone, estaba esperando a mi novia, ya recogerá mas tarde ande, fuera, rápido que esta al caer – me levanté y la cerré la puerta en las narices dándome cuenta de cómo miraba la habitación, estaba preciosa con velas y demás, pero seria un horror limpiarla.

Me volví a sentar de espaldas rápidamente, con el regalo en un mano debajo de un cojín que acariciaba como mi malvada mascota, esperando su llegada, pasados unos minutos, volvió a sonar la puerta.

-YO: pase, amada mía – me recosté girándome lentamente para esta vez si encontrarme a Ana abriendo la puerta sorprendida.

-ANA. ¿Como sabias que era yo?

-YO. Intuición y perspicacia, mi señora – que se lo digan a la de la limpieza……

-ANA: ¿pero que has hecho aquí?- dejando una bolsa en el suelo de la entrada, miraba anonadada la habitación, a media luz por las velas y la chimenea, con incienso encendido dando un aroma a vainilla y el suelo lleno de pétalos, hasta que observó la fondue, y se llevó las manos a la cara riendo de la sorpresa, saliendo corriendo con su cuerpo tapado por un enorme abrigo hasta ella, haciendo sonar el suelo con unos tacones altos, no acostumbraba a llevarlos -¡¡¿me has preparado todo esto para mi?!!- se agachó sobre el chocolate sacando un poco con una de las cucharas, y probándolo con cuidado de no mancharse el pelo.- ¡¡ummmmmmmmmmmmmmm, DIOS!!, esta buenísimo, mira prueba….- me ofreció con la cuchara, me acerqué probándolo pero clavando mi mirada en ella, estaba espectacular, no era ningún fan de la moda pero si noté como se había alisado el pelo y se había hecho un pequeño recogido que le favorecía mucho, y se había puesto algo mas de maquillaje de lo habitual, resaltando su preciosa cara y con un ahumado en el contorno de los ojos que provocaría algún infarto.

-YO: sabe mejor cuando lo echas encima de una bella mujer- aludí a las Navidades donde me comí su cuerpo bañado en cacao líquido.

-ANA: pues esta vez no, que me vas a chafar la sorpresa jajajaja- me rodeó con sus brazos el cuello dejándome probar de sus labios el chocolate y su ligero pinta labios rojo fuego.

-YO: ¿y cual es?- la rodeé ahora yo con mis brazos por su cintura, admirando de cerca la espectacular visión de su precioso rostro arreglado, sin duda había pasado por la peluquera del vestíbulo, y aunque no lo necesitaba para estar preciosa, iba un paso mas allá.

-ANA: ¿me da un poco de vergüenza, me prometes que no te rieras de mi?

-YO: jamas, no pienso prometer a nadie que no me reiré, te prometo que no seré malo contigo. – me miró con cierto enfado por mis palabras, pero me conocía para saber que bromeaba en parte, era virtualmente incapaz de callarme una risa si algo me parecía gracioso.

-ANA: ¿ah si………..? Pues ahora no te lo enseño……- se hacia al dura mientras se relamía el regusto del chocolate en la cuchara, dándome con ella luego en los labios, parando mi búsqueda de los suyos.

-YO: venga no seas cruel conmigo, quiero mi sorpresa, o si no, yo no te daré la tuya.- le dejé ver la caja de terciopelo donde estaba la gargantilla, escondiéndosela por detrás de su cintura o detrás de mi – sus ojos se abrieron por ver el regalo, no lo esperaba realmente, y se retorcía buscando, y jugando frotándose contra mi para cogerlo, cuando lo puse a mi espalda mi corpulencia se lo impedía – no, aquí si no hay sorpresas, no hay para nadie, es una pena………, tendré que devolverlo….con lo bonito……….. y lo caro que es……….- mi tono era de evidente manipulación, jugando con ella, su candidez era tal que hasta se puso de morritos, como cuando a un crío el quitas su juguete.

-ANA: jo, esta bien, pero yo quiero la mía, si no te gusta mi sorpresa la puedo cambiar, – se reafirmo.

-YO: este bien, tu 1º, así no me engañas.

-ANA: vale, siéntate en la cama y cierra los ojos – se uso seria, pasó su lengua por los labios recogiendo cualquier rastro de chocolate, girándome y sentándome, se fue a por la bolsa de la entrada y sacó un cinta de tela, parecía seda, me ató los ojos con ella y se aseguró de que no viera nada, toda ilusionada, amagando con su mano cerca de mi cara, podía notar el aire al desplazarse y dándome un suave beso que me sorprendió, la oí alejarse con su taconeo, intuía como se movía por la habitación y se colocaba enfrente de la chimenea, haciendo algo de ruido que no adiviné – ya esta, puedes mirar.

-YO: ¿seguro?

-ANA: si bobo, y recuerda no ser malo, por fi.- le temblaba un poco la voz.

Poco a poco, deleitándome con la situación me quité la venda con los ojos cerrados, abriéndolos de golpe, mis ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse de nuevo a la luz tan tenue de la habitación, hasta que ajusté, y lo que vi casi me revienta los pantalones de la erección que tuve. Allí estaba Ana de pie, como sospechaba, enfrente de la chimenea, con el fuego a su espalda dándole mas fuerza y vigor a la imagen y a su contorno, como había visto, el pelo liso y arreglado, con ese peinado que le despejaba la cara y le dejaba el cuello a la vista, pero que caía por sus hombros, igual que su cara y sus tacones, iba perfecta, peor el abrigo escondía mi regalo, un vestido negro de fiesta, ajustado al milímetro al cuerpo de Ana, que se pavoneaba y se daba la vuelta pidiendo opinión, la mía fue babear, si, me encantaba exteriorizar mis sentimientos, pero aquello me salió solo, abrí la boca tanto que me goteo la saliva, y no era para menos.

El vestido podía ser mejor o peor pero el cuerpo de Ana lo hacia perfecto, y no hablo de un descripción vaga, si no de algo hecho por Miguel Angel, la belleza en su estado mas puro, ese punto en el que no se podía añadir ni modificar nada mas, con la espalda al aire por completo, habiendo una gran V desde sus hombros, con 2 ligeros tirantes, hasta la corva, dejando ver esos hoyuelos que se le forman a algunas en la zona de los riñones, casi adivinando el inicio de sus nalgas, por delante era peor, o mejor según se mire, esos 2 tirantes hacían otra V mas comedida, hasta su ombligo, con el pico de la V algo abombado, dejando ver su amplio escote sin sujetador, viendo claramente gran parte de sus senos, pero en ese punto entre la sensual y lo obsceno, esa delgada línea deliciosa. El resto del vestido se ajustaba a su cintura y piernas hasta que a medio muslo por uno de sus lados empezaba a decrecer, terminando en una pierna casi en el tobillo y en la otra muy por encima del muslo, dejando ver parte de su pelvis, otra V ahora invertida, con sus piernas cubiertas por unas suaves medias que me constó reconocer, puesto que no alteraban su tono de piel, con todo el borde de las V , tanto de espalda, escote y piernas, recorrido por una fina línea plateada y brillante. Mi cara debía de ser la de un quinceañero al ver su 1º teta, viendo con placer como al girarse el vuelo del vestido con el fuego de fondo la hacían parecer la mujer mas bella del plantea, y para mi lo era, y supongo que para el 100% de los hombre que la hubieran visto, con todo lo que había follado y visto, con todas las mueres desnudas o medio desnudas o incluso viendo a Eli en aquella fiesta, sin duda aquella Granadina de 19 años recién cumplidos era la visión mas hermosa que jamas había contemplado. Mi mirada debió de confundirla.

-ANA: ¿lo ves?, ya savia yo que era demasiado atrevido, ¿a que me queda mal? Parezco una fulana, demasiado descocado ¿verdad?- me miraba después de repasar su cuerpo, esperando una respuesta, no la hubo de mi parte, estaba aun deleitándome con aquella visión divina.- ¿Raúl?, ¿que pasa? ¿No te gusta verdad?- esta vez si reaccioné al notar desesperación en su voz, como yo era, sacudiendo la cabeza y quitándome aquella gota de saliva de mi barbilla.

-YO: ¿que qué?

-ANA: ainsss no hagas el tonto, dime la verdad, se que puedo confiar en ti, ¿este vestido no te gusta verdad? ¿Es demasiado atrevido?

-YO. Re-formula la pregunta, ¿que si es atrevido, o descocado? Si, y posiblemente otras mujeres, envidiosas, lo piensen y comenten, ¿pero que si me gusta o te queda mal? Me cago el la puta de oros, no hay en la faz se la tierra una mujer mas bella que tu ahora mismo, no hay palabras ni idiomas suficientes para describir lo hermosa que estas.- mis palabras me negaron, su cara se iluminó dándola aun mas belleza, dando ligeros saltos de alegría y una vez dada mi opinión, encantada con como le quedaba, ajustándose la tela del escote – pero pese a lo que diga nadie, incluso yo, a quien le debe de gustar, antes que a nadie, es a ti.- estaba demasiado acelerada para darse cuenta de eso, me levanté con la polla reventando en los slips, hacia mucho que una mujer no me provocaba una erección así sin siquiera tocarme, me acerqué a ella ofreciéndole mi mano para sujetarse, tanto pétalo y sus tacones no eran buena combinación, trato de andar hacia mi pero no controlaba bien esos zapatos, lo que la dio un punto de ingenuidad e inocencia en la sonrisa que volvieron a subir el nivel de su belleza a mi ojos.

-ANA: lo se, pero nunca he tenido un vestido así de……..

-YO: bonito, es irrelevante lo que piensen los demás, tu dime si te gusta a ti.- la miré a los ojos transmitiendo seguridad.

-ANA: pues, la verdad, cada vez que me veo, me siento mas segura, es que me queda de escándalo, pero es…… demasiado, no se, me da apuro.

-YO: a quien dará apuro es a las demás mujeres, se morirán de envidia ante ti y los hombres querrán matarse por ser yo y estar a tu lado.- sin llegar a abrazarla, la rodeaba con mis brazos.

-ANA: ¿de verdad?, muchas gracias, pero no se, no me gusta ser el centro de atención, ya lo sabes.- recordé una frase de una película, la ayudé a ponerse enfrente de un gran espejo y que se mirara delante de el.

-YO: y que pueden hacer las estrellas, si no brillar, son estrellas, no deciden si sobresalen del resto, simplemente lo hacen.- la cogí de la nuca, apartando su pelo, y acercando mis labios a su cuello, con un beso de cariño y amor, con su punto de sensualidad, queriendo convencerla.

-ANA: jo, que cosas mas bonitas me dices, al final me vas a terminar enamorando- reía ante su ironía, en ese lapso cruzamos miradas, ella recordó su regalo- oye, ¡¡¿y mi sorpresa?!!!

-YO: es verdad pero ahora que te veo así en el espejo, espérate.

Me fui a por el estuche de terciopelo que se me había olvidado ante semejante belleza abrumadora, y al ver la cinta se me ocurrió la misma idea, volví con Ana que sonreía nerviosa, le puse la cinta en los ojos y ataqué sus labios con los míos para asegurar que no veía, con algo mas de pasión de lo que lo había hecho ella, sonriendo nerviosa, saqué la joya del estuche y con mucho cuidado la pedí que se apartara el pelo del cuello, lo hice y rodeándola con mis manos la coloqué la gargantilla, resistiéndose el diminuto cierre a mis gruesos dedos, supongo que ya sabia que era un collar, pero aun así temblaba de nervios ante mi tardanza, al fin se lo puse y lo retoqué dejándoselo como me pareció mas bonito, me abstraje unos segundos mirándola a ella, dios, era un ángel, casi echo a llorar, sabéis esa sensación de que te pinza la nariz o el temblar en la barbilla antes de llorar, pues algo así, pero no había tristeza, no era desconsuelo, era felicidad, no creerme lo afortunado que era, ese nivel de saber que mi vida era grotescamente mejor al resto, hasta el punto de ser injusto. Ana me devolvió a la tierra.

-ANA: ¿ya puedo mirar? –preguntó casi rogando.

-YO: si, puedes.

Se quitó la venda fugazmente para observar su reflejo, su cara fue aumentando su sorpresa al verse, igual que su mano subió hasta su cuello palpando la gargantilla, intercalando miradas al reflejo y a mi, con una sonrisa tan amplia que era imposible serlo mas, se acercó al espejo ya que la anchura no la dejaba verlo bien en su cuello, admirándolo de cerca.

-ANA: que preciosidad, ¿que son?…. ¿Delfines?

-YO: si, me gustó en cuanto lo vi, me recordó a ti, simple, sencillo y discreto, pero arrebatadamente bello.- me puse a su espalda, acariciándola con mis manos en la cintura.- ¿te gusta?, si no tengo el ticket si no…- se dio al vuelta de golpe sin controlar mucho su cuerpo debido a los tacones y me agarró la cara mirándome con aquellos ojazos que me volvían loco.

-ANA: me encanta, no piensos quitármelo jamas, será mi anillo de compromiso, mi signo de amor haca ti.- su mirada irradiaba la misma felicidad exacerbada que la mía.

-YO: no exageres, no puedes ir con ello siempre, o si, vamos no se como va la moda ahora, lo que tu quieras, o si la plata se estropea en la ducha….- me miró aun mas sorprendida.

-ANA: ¿es de palta? Entonces es caro….

YO un poco, pero nada que no te merezcas.

-ANA: si es buena no pasa nada, y me encantará llevarlo- sonrío dando un salto para besarme tibiamente, mientras sus dedos jugueteaban con su regalo.

-YO: dios, mírate, pareces una actriz famosa rompiendo la portadas de las revistas en una fiesta, llevándose los titulares, no me creo lo feliz que me haces y lo guapa que eres, podría pasarme el resto de mi vida contemplándote.

-ANA: jajajjaja ya claro, anda que no sabes tu como adular.- se contoneaba delante mía relamiéndose esos labios rojos mientras podía notar como su temperatura subía al notar mi polla en su vientre, estabamos tan pegados que mi erección no podía ser pasada por alto.

-YO: es posible, pero que quiera sonrojarte no cambia que mis palabras sean ciertas, ¿y si lo comprobamos?- su cara se giró curiosa.

-ANA: ¿como?

-YO: bueno, antes de irnos, ¿sabes que había una boda en el hotel?, supongo que habrá bailes, los he estado oyendo en el restaurante, podríamos pasarnos….

-ANA: colarnos más bien, jajja que dices, si no vamos arreglados para una boda….

-YO: ¿perdona?- la cogí de una mano y la hice darse una vuelta sobre si misma dejándola de nuevo cara al espejo conmigo detrás.- tu estas para romper la boda enamorando al novio, es un peligro llevarte así de preciosa.

-ANA: jajja vale, pero ¿y tu?

-YO: dame 10 minutos, una ducha rápida, me pongo un traje que tengo y bajamos a bailar un rato, ¿te apetece?- dudaba con la mirada picara, pero verse en el espejo era mucho más tentador, quería comprobar si ese efecto era general, sentirse el centro por 1º vez.

-ANA: vale, pero no tardes.- la di un sonoro y juguetón beso en el cuello, haciéndola cosquillas con mi barba de 3 días.

Salí disparado a la maleta, por algún motivo había llevado el traje de Eric, y me vendría de perlas, me metí en la ducha y en 15 minutos ya estaba listo, debe ser odioso para una mujer ver como un tío en 10 minutos esta listo y a ellas les llevaba horas, ducha rápida, repaso jabonoso a zonas importantes, champú, secarse, echarse 4 gotas de gomina para mantener el pelo despeinado con el efecto mojado, ponerme el traje y un poco de colonia, fin, hubiera tardado menos si no me hubiera tenido que hacer una paja descomunalmente rápida en la ducha, o iría con la barrera bajada todo el tiempo. Al salir del baño Ana me miró perdonándome la vida, mientras la pillé atacando la fondue.

-YO: ¿que? ¿Como estoy?

-ANA: que carbón, dais asco los tíos, estas perfecto, y yo me he tirado casi 3 horas de tiendas y en la peluquería, dios como os envidio.- me fui contoneándome de forma sexi y graciosa hasta ella – aunque ahora de cerca el traje te queda un poco estrecho, ¿es a medida?

-YO: si, y la verdad es que yo también lo he notado, hacia tiempo que no me lo ponía, y desde la ultima vez he ganado algo de masa muscular, tendré que llevarlo a que lo arreglen – me ajuste un poco del pecho, era de donde mas me tiraba, pero al abrir la chaqueta quedaba a perfecto.

Me cuadré en la puerta después de coger el móvil y la cartera, ofreciéndole mi brazo a Ana, que se repasó sus labios con un dedo de forma sensual, por si tenia cacao, cogió un bolso de la bolsa, uno que aun no había visto, metió sus cosas y agarrándose con una mano el vuelo del vestido, me cogió del brazo, mas que para ir de parejita, por que realmente necesitaba apoyo, no era al 1º vez que usaba tacones pero si la 1º que la veía con unos tan grandes. Nos hicimos un par de fotos con algo más de luz y bajamos riendo los 2 y sonrojándose ella, al ver como alguno por el pasillo la miraba, era inevitable. En el ascensor su vergüenza aumentaba.

-ANA: ¿y si no podemos pasar?

-YO: es un baile de una boda, no el banco de España.

-ANA: ¿y si nos pillan? ¿O nos preguntan?

-YO: ningún hombre te cuestionara que haces allí, y si alguna mujer te pregunta di que eres el +1 de una miga de Maite.

-ANA: ¿y quien es Maite?

-YO: la que se casa, mira el cartel – señalé una hoja pegada en el ascensor, anunciando al boda- ¿ves? Maite y Pedro.

-ANA: jo, que nervios, y si…. – la cogí de los brazos clavando nuestras miradas.

-YO: tú tranquila, no va pasar nada, tú déjame hablar a mí, tú solo ve con la cabeza alta, y haz como si conoces a todos, saluda. – se agarraba a mi brazo queriéndose inventar tela para cubrirse el escote ante todo

Según salimos al vestíbulo con bastante ajetreo, se notó un silencio momentáneo, como si se parara el tiempo, los ojos de todos se clavaron en nosotros y mas aun en ella, apretó sus manos en mi brazo, pero mi seguridad al andar era incontestable, llegamos a la puerta del salón del baile, con un armario en la entrada con forma de ser humano.

-YO: si, hola buenas, disculpe, queríamos volver a entrar, verá, he tenido que salir un momento con mi …..acompañante. – hice indicaciones hacia Ana, que se metió en el papel con la cabeza erguida y saludando a un hombre dentro, a través de la puerta, este anonadado le devolvió el saludo, solo por cortesía, a aquella bella joven, pero el armario aquel entendió como aceptación y al ver a Ana entendió mi necesidad de salir de la fiesta con ella.

Noté como al pasar se la comía con los ojos, pero es que lo hacían todos, al entrar Ana le dio las gracias a aquel desconocido que la devolvió el saludo, el hombre no entendió el porque, pero sonrió, y nos paseamos por la pista hasta llegar al bar, allí nos pedimos algo de beber, Ana necesitaba templar los nervios con una copa, yo con mis refrescos y mi poca o nula vergüenza, iba sobrado. Aun así Ana estaba abrumada, era exagerado, pero en el fondo normal, la atención que suscitaba, pese a la luz algo baja, se podía ver casi puntos brillantes en la oscuridad de la mesa clavándose en ella, como lobos en la noche, alguna otra mirada femenina se fue a por mi, pero estaba muy centrado en Ana como para darlas importancia, seria el mayor retrasado de la historia fijarme en otras teniendo a la mujer a la que estaban envidiando todos, a mi lado.

-YO: bueno, ¿que tal?

-ANA: dios, me muero de vergüenza, me miran todos, pero no disimuladamente, como en el metro o la Universidad, es que me comen con la mirada.- se quería cubrir conmigo, pero eso regalaba la visión de su esculpida espalda al resto.

-YO: jajaja es que es lo normal, mira a aquella mesa de solteronas, todas cotilleando con sus ojos clavados en ti, ¿notas la envidia? ¿Ese cuchillo candente que te quieren clavar en la espalda ahora mismo?

-ANA: joder, pobres, es como si les hubiera quitado toda esperanza de ligar hoy, mira, si hay un chico que estaba con ellas que se la levantado y esta ahí, de pie, mirando.- le dio un gran sorbo a su copa, sus mejillas estaban tan rojas que no hacían mas que denotar su belleza natural.

-YO: pues si, vamos a dejar claro que tenemos pareja y estamos bien, para que vuelvan a sus cosas, ¿vamos a bailar?- me miró levantado su cabeza, casi estaba escondida entre la barra del bar y yo.

-ANA: ¿que dices? ¡¡¡¿Estas loco?!!!

-YO: venga, será divertido, tu olvídate de ellos, solo estamos tu y yo, quiero disfrutar de mi novia bailando.- me separé de ella dejándola medio colgada, extendiendo mi brazo para que me cogiera la mano para arrastrarla a la pista, mirándola fijamente a los ojos, retándola, mientras ella se reía y se tapaba la cara con la mano y así el escote con el brazo.

-ANA: esta loco…..- con mas pudor que determinación me dio la mano, respondí con un pequeño tirón que la obligo a moverse velozmente hasta mi y allí la di un vuelta de baile dejando que todos admiraran a mi acompañante, y su espectacular vestido.

Luego la pegué a mi y nos fuimos a la pista de baile, era obsceno la atención que suscitábamos, bueno, que ella suscitaba, por donde andábamos se apartaba la gente y al entrar en la pista nos dejaron nuestro propio hueco, la cogí las copas y las dejé en una mesa, luego volví rápidamente a los brazos de Ana que prácticamente era una estatua paralizada por la vergüenza, reclamaba mi vuelta con sus brazos, a los que acudí encantado, cogiendo la postura de baile para un clásico, (debido a mi obesidad infantil ya os he dicho que mi madre me apuntaba a todo tipo de clases extra escolares, natación, karate, judo, fútbol, baloncesto…..una de tanta fue danza, y allí aprendí a moverme correctamente en diferentes bailes, de hecho hasta pienso que cierta habilidad en el ritmo al follar que tengo se lo debo a aquella profesora vieja, gorda y que fumaba, pero que me hacia repetir 10000 veces cada paso, eso, y mi experiencia con Eli, me dieron las nociones para saber bailar, y no hacer el tonto o solo restregarme como hacen muchos hoy en día.), ella que ya me conocía respondió tomando la postura y comenzando a movernos, con pasos amplios y lentos, con nuestros ojos clavados en los del otro, ella podía notar mi seguridad pero también que aquella situación me encantaba, con una sonrisa boba, mientras a ella le daba pavor ser el centro de atención, era cuando mejor me encontraba yo, dicen que en el amor no tienes que buscar a alguien igual que tu, si no a alguien que te compete, y eso hacíamos, nos deslizábamos por la pista mientras Ana se iba olvidando del resto y solo gozaba con el baile y con el momento, sus giros y movimientos fueron adquiriendo ritmo, ya se daba la vuelta y formaba giros y posturas, mis fuertes brazos la ayudaban y acompañaban. Para mi seguía siendo evidente como la desudaban con la mirada pero para ella fue algo que dejó atrás, se centró en mi y en lo bien que estabamos pasando, las canciones iban pasando y los estilos, canciones y dj de bodas, pasan del viva España de Manolo Escobar al ultimo hit latino, poco a poco ella me seguía el ritmo y hacíamos tonterías y movimientos super conocidos de los bailes mas típicos, sacándola una sonrisa continua cuando me veía liderar los bailes que el resto de la pista seguía, era mi mayor regalo, verla reír y ser feliz, ademas que en el momento de las sevillanas, ella sacó su raza andaluza, de Granada, e hizo lo mismo, arrancándose por bulerias, sabia moverse, eso sin duda, luego tocó una lenta en la que nos pegamos para descansar y darnos algún que otro beso esporádico.

-ANA: no se como lo haces.

-YO: ¿el que?

-ANA: ser así, como eres, nunca me atrevería.

-YO: ¿por que lo dices? Si acabas de iniciar el movimiento sevillanas jajajaja

-ANA: pero es por ti, por que haces sentir cómoda en situaciones que no lo son, no se, como lo de la sorpresa del masaje, la gargantilla, colarte en un boda, hacer todo lo que hiciste para el piso, y luego abandonarlo todo, a hacer reír a los demás a toda cosa, a ser quien se lleve las miradas pero para hacer reír, no por vanidad, a reírte de ti mismo el 1º y de los demás, a ser tan abierto y sincero que contagias, es algo que me confunde y me gusta.

-YO: vaya, no sabia que hiciera tantas cosas….normalmente solo hago el tonto, y los tontos hacen tonterías.

-ANA: ya, eso puede parecer al resto o a quien no te conozca bien, pero piensas mas en los demás de lo que te gusta admitir, vas de duro y de bruto y eres el mejor hombre que he conocido, amable, cariñoso, tierno y romántico.- me dejó sin palabras, aunque quisiera negarlo, era cierto, eso podía cambiar si en vez de recibirla vestido lo hubiera hecho desnudo con el colgante en mi polla como se me pasó, no lo se, supongo que elegir otra opción a esa, pero que se me ocurrieran, era a lo que se refería.

-YO: supongo que eres quien mejor me conoce últimamente, no soy quien para negarlo, solo se que soy como soy, y me gusta serlo, es mas divertido, y simplemente dio gracias a dios por encontrar a alguien como tu en mi vida.

Se hizo un leve silencio entre los 2, las palabras eran sinceras y sentidas por lo tanto no había nada que añadir, continuamos con nuestros bailes, acercándonos a la mesa con las copas de vez en cuando, viendo como algún mirón se pasaba de la raya al asomarse al escote de Ana, que estaba tan acelerada y acalorada por los movimientos que no se daba cuenta del efecto de su canalillo brillante en los demás. Lo mejor de la noche llegó al sonar una canción de hacia unos años, una canción que nos era muy familiar, en la visita aquella que de crío hice a Granada, donde conocí e hice migas con Ana con casi 12 años, hubo una canción, mas bien una película, Grease, que sonaba a todas horas y los críos imitábamos el baile final de la película para los padres, según sonaron los primeros acordes Ana y yo nos miramos, ella por que quería saber si me acordaba, pero yo por que mi cabeza me devolvió a los 12 años, la cogí de la mano según el resto adivinaba la canción, de hecho mas de una pareja quiso amagar con empezar el baile, pero era demasiada vergüenza, incluso cuando arrastré a Ana a la pista, roja de vergüenza al entender mi intención de comenzar a bailar como en la película, ella se resistía, le podía sobre manera, pero a mi me dio igual, me arranqué con la parte del chico, cantando y bailando clavando el play back, tirando la chaqueta al suelo e imitando a la perfección la famosa película, sin saber si quiera si Ana me seguía, me di al vuelta esperando verla , ya había llamado la atención de todos y me había dejado casi solo en la pista, pero no era Ana quien tenia delante, me encontré a la novia clavando la parte de la mujer, con Ana de fondo partiéndose de risa al verme, la novia me miraba para que la diera el paso, comenzaba la parte juntos y no corto ni perezoso me fui a por ella, bailando juntos y pasando entre las mesas y al barra del bar como en la atracción de la película, la novia iba algo borracha, supongo que por eso se atrevió, la situación se me fue de las manos, o no y era lo que buscaba, había gente que nos hacia los coros y nos seguía bailoteando como en la película, el resto aplaudía y cantaba partiéndose, yo era el barco rompehielos y el resto me seguía, según me acercaba a una mujer seguía donde la anterior lo había dejado, la novia fue apartada de aquel desenfreno, o no me pudo seguir, me dio igual, iba rebotando por toda la sala agarrando hasta algún hombre en vez de a una mujer, o hasta al cámara de la boda, fue de esos momento de los que hablaba Ana, ese momento en que yo me desataba, podía coger un grupo de gente normal y a través de mi ridículo sacarles a todos de sus encasilladas vidas por unos instantes, el “que dirán” no fue algo que me preocupara nunca, ni antes ni después de la operación. Llegó al parte final a la que me fui a la pista, y no se si fueron celos o que se vio arrastrada por la tsunami que acaba de montar en la fiesta, Ana apareció de la nada liderando conmigo una clase de baile que el resto de parejas se habían animado a seguir detrás, Ana se acordaba perfectamente de aquellas tardes en Granada y de cómo lo ensañamos para nuestros padres, las partes juntos o separados, hasta que iba terminar la canción, en la película no recuerdo bien como lo hacían, pero Ana y yo lo ensañamos para que ella saliera corriendo hacia mi y yo la elevara por los aires con mis brazos, totalmente estirada boca abajo, mi corpulencia y su escuálido cuerpo a los 11 años era como levantar una mochila, pero ahora llegó el final y como estipulaba el baile ella quedó a unos 6 metros de mi, mirándome con su eterna sonrisa sin saber si hacerlo o no, me coloque en posición apartando al resto que miraban expectantes, viendo mi predisposición, y tapándose la cara de una vergüenza que ya no podía existir, la animé, pidiendo aplausos de todos, colocándome en posición de nuevo, ella se quitó los zapatos y se recogió el vuelo del vestido, para salir corriendo hacia mi, como de críos me agaché para recibirla con mis manos en la cintura y elevarla con mis piernas a la vez que ella ponía el cuerpo rígido, como un ángel para echar a volar, gritando de pánico y miedo, salió perfecto, ni ensañado 1000 veces, arrancando el aplauso de toda la boda mientras yo daba vueltas sin dejar de mirarla como se estiraba de brazos delante de todos, asegurándome que no se le vieran nada y mas aun que no se me cayera.

Fue uno de esos momentos en mi vida que cada ida que recuerdo me avergüenzo de mi mismo, en que me doy golpes en al cabeza castigándome por ser tan ridículo, pero sonriendo al pensar en ello, por que estoy seguro de que lo volvería a hacer. Entre aplausos y comentarios del dj la bajé con cuidado haciéndola resbalar por mi pecho hasta que se quedó medio escondida entre mis brazos, apoyando su frente en mi tórax y tapándose con las manos por los laterales de la cabeza, pasado el subidón de adrenalina se daba cuenta de lo que había hecho y de cómo iba vestida, quería que el mundo se la tragara, la besé en la frente mientras la apretaba contra mi pecho, podía notar como se reía de nervios descontrolada, como su cara emanaba calor de lo roja que estaba y como se quería hundir en mi pecho para desvanecerse.

-YO: no ha salido tan mal sin ensañar….jajajaja- la oía balbucear, su cara estaba tan pegada a mí que no salían las palabras.- venga, no puedes quedarte así, vamos a tener que ir a buscar tus zapatos- me miró de golpe, con su cara medio compungida y aluna lagrimilla de risa en sus ojos siendo secada por sus dedos.

-ANA: ¡¡¡dios, los zapatos!!!- se dio la vuelta para buscarlos entre el gentío, la novia con una de las damas de honor sujetándola, se los acercó, dándole las gracias.

-NOVIA: os tengo que felicitar, vaya momentazo, ¿vosotros quienes sois? – no se la podía engañar, sabría perfectamente los invitados.

-YO: somos……animadores del hotel, no se creerá que nos hemos colado a montar este numerito, gratis, ¿no?- Ana me miraba aguantándose la carcajada, me encantan las ironías, las medias verdades o decir la verdad de tal forma que no lo pareciera.

-NOVIA: pues que detalle, me habéis hecho reír tanto que se me va el maquillaje jajajajja

-YO: pues mucho gusto, y felicidades por el compromiso, aquí tiene mi dirección de correo, me gustaría tener una copia del vídeo, si no le importa.

-DAMA DE HONOR: nada, descuide ya me ocupo yo de que le llegue, ¡¡¡¡que esta señora se nos va de luna de miel!!! – y gritando se la llevó con el Novio, que andaba con el ritual de la corbata. Ana se dio la vuelta ahora si dando rienda suelta a sus risas.

-ANA:¡¡¡ ¿pero como se te ocurre pedirle una copia?!!

-YO: jajaja yo quiero ver el baile repetido, ¿tu no?- entendió mi petición y me pegó en el pecho ante mi ocurrencia, su puso los zapatos con algo de dolor en sus gestos, recuperó un altura considerable de nuevo.

-ANA: vale, amonos ya a la habitación que estoy cansada y me están matándome estos zapatos, ¿y tu chaqueta?- me miré dándome cuenta, la había tirado al empezar a bailar, me separé de Ana buscándola por el suelo, me costó encontrarla, hasta que por fin la vi en las manos de una mujer, me acerqué a ella para pedírsela.

-YO: si, perdone, creo que es mía la chaqueta.

-MUJER: ¿ah si?, la vi en el suelo y no se de quien es, ¿es tuya seguro?

-YO: si miré el forro por dentro, pone Eric, el pantalón también lo tiene- le señalé el mío, pero estaba por dentro, la mujer ni lo miró, solo me comía con los ojos, me costó darme cuenta, pero ella sabia de sobra que esa chaqueta era mía.

-MUJER: y si subimos a mi habitación y así me enseñas lo del pantalón – se me acercó insinuante, agarrándome la corbata y frotando su buen par de tetas escotadas en mi pecho, buscando con sus labios los míos dándome topecitos con la punta de la nariz, estaba jodidamente buena, y sin duda, sin Ana allí, ella era el premio gordo, y supongo que quiso volver a serlo quitándole su hombre a Ana.

-YO: lo siento, pero tengo pareja y no tengo ningún interés en ti.- se sobresalto casi ofendida.

-MUJER: ¿quien, esa fulana del vestido de puta? Tranquilo yo soy mejor que ella…..- la agarré con fuerza de una de sus manos que se dirigió a mi polla, no me gustó nada su comentario.

-YO: miré, no la faltare al respeto, pero que sepa que como mujer no le llega ni a la suela, pero eso si, como fulana, le tiene usted ganada la partida.- se volvió a ofender, supongo que no estaba acostumbrada a ser tratada así por lo hombres, era una autentica belleza y su vestido denotaba que lo sabia y lo usaba a su favor, sin duda tendría a tíos babeando por ella continuamente.

-MUJER: pues que sepas que tu “amiga” esta allí con esos 4 tíos, y no se la ve muy comedida.

Me di la vuelta viendo como 4 buitres habían aprovechado mi ausencia para ir a cuchillo a por Ana, le arranqué mi chaqueta de las manos a aquella mujer, y me fui volando hasta ella, pese a lo que había dicho aquella mujer, Ana estaba siendo acosada, su mirada denotaba auxilio, y me buscaba con la mirada, me había perdido de vista, acariciándose la gargantilla en el cuello como llamándome, cuando me localizó, extendió su mano hacia mi, de inmediato la agarré y de un leve tirón la saque de aquella trampa, ante las protestas de los demás hombre, una mirada firme mía les hizo agachar las orejas a todos.

-YO: esta tiene dueño caballeros, pero aquella mujer del vestido azul parece muy necesitada.- les indiqué a la mujer que me había tirado los trastos, a la que fueron como lobos.

-ANA: dios, menos mal que me has encontrado rápido, no paraban de hablar y querer subirme a su habitaciones, pobrecilla mujer la que se le viene encima.- se echó sobre mi pecho agradeciendo m protección.

-YO: no me preocuparía por esa mujer, me había cogido la chaqueta, y casi me coge la polla, me quería subir a su habitación también.- Ana me miró alterada.

-ANA: ¡¡será puta!!- me hace gracia lo ofendidas que se ponen cuando un tío las llama así pero las facilidad con la que se lo llaman ellas.

-YO: eso te ha llamado a ti….- Ana se abrió de boca ofuscada.

-ANA: ¡¡¿que? yo voy la mato, te arranco el moño a tirones, so´ guarra!!- saco su vena mas andaluza, la sujeté para que se quedara en eso.

-YO: tranquila, ya la he puesto en su sitio, además, estoy aquí contigo, anda subamos a la habitación aun nos quedan unas horas antes de irnos- con cierta dificultad logré que dejara de mirar cabreada a aquella mujer, que ahora si, siendo rodeada de hombres babosos, estaba en su salsa.

Salimos de la boda después d dar un par de tragos mas a las copas, Ana me acariciaba el brazo tratando de calmarse ella, mirando de reojo aun a aquella mujer, poco a poco y con algún beso furtivo la devolví a un estado natural, subimos al ascensor con todos los hombres envidiándome al salir de allí con ella y subir a las habitaciones, y pese a que su tono y su cuerpo estaban mas relajados, la notaba tensa en sus gestos, pero me distraía enseguida, no podía dejar de admirar su escote como esos babosos, y ver como se agarraba y apartaba el vuelo del vestido la daba un aire a diva de los años 70 que me encantaba, sus caricias y besos fugaces eran mas tórridos de lo habitual, al llegar a la puerta de la habitación se colocó entre la puerta y yo de espaldas a ella, atrayéndome hacia ella cogiéndome de las solapas de la chaqueta, ahora si, besándonos de forma pasional, acariciando su cintura mientras ella me apretaba contra su cara, ya fuera agarrándome del pecho o de la nuca, su lengua se volvió atrevida, y me perforaba la boca, me olvidé de la puerta y me centré en aquella hembra que demandaba mis caricias, mis manos no pudieron evitar dejar su cintura y repasar su cuerpo por completo, la agarré la pierna libre de la tela del vestido y la elevé frotando su muslo, doblándosela para restregarla contra mi, no era habitual que en publico, aunque no hubiera nadie en el pasillo, me dejara atacar su cuerpo de esa manera, supuse que quería marcar territorio de nuevo, y eso me la terminó de poner como un tronco de árbol, palpitando en mis pantalones y haciéndome notar en su ombligo, eso la sacó la lengua de mi, necesitaba la boca para gemir ahogadamente, rozar su vientre era encenderla sobre manera, llevó sus manos a mi polla manoseándola por encima de la tela, yo no me corté menos y mi otra mano se busco sitio a su espalda, introduciéndose por la V de su culo y llegando a su trasero, gracias a sus movimientos de cadera que separó de la puerta, me aleje de sus labios besandola el cuello mientras mi mano notaba el fino hilo de su tanga, no era una asidua de la prenda pese a que las tenia, le gustaban mas las bragas, entre otras cosas por que decía que su cuerpo y sus caderas eran algo anchas y esa prenda la “violaba”, fui cruel y agarré del hilo del tanga tirando de el con fuerza, eso la estremeció echándola la cabeza hacia atrás, regalándome su escote, que ataqué con mis labios y mi otra mano ya libre, que pese a no sujetar su pierna, seguía doblada, rodeándome. Podía ver y palpar sus pezones a punto de rasgar la tela del vestido, estaba muy caliente, y yo no menos que ella, mis caricias la hacían temblar y cada vez que tiraba del tanga la podía notar contraerse de placer, pasados unos minutos me agarró la cara con sus manos mordiéndose el labio y clavándome su mirada.

-ANA: fóllame ahora mismo, vamos en la habitación y hazme tuya, lo necesito- se apoyó en la puerta y me rodeo con la otra pierna cruzándolas quedando ha horcajadas sobre mi, la sujeté de la cintura mientras nos fundíamos en otro beso caliente y húmedo, si ella lo necesitaba yo ardía por dentro de ganas.

Es difícil abrir una puerta de hotel aunque sea con una tarjeta magnética cuando no sabes que mano apartar de una hembra en celo que tienes agarrada por una teta y por el hilo del tanga, mas que no saber, es que no quieres apártalas de allí, finalmente me decidí por la de su pecho, entré en la habitación con ella colgada de mi cuello, quitándome la chaqueta por los hombros, no hubo tiempo ni para la fondue ni para el champan con los hielos medio derretidos, de hecho casi tiro el cubo con al dejarla sobre la cama mientras las lenguas se divertían en la boca del otro, a duras penas me terminé de quitar la chaqueta y la corbata, no me dejaba separarme de sus labios, me sujetaba la cabeza con sus manos implorando que continuara aquel frenesí, mi cuerpo me pedía a gritos que le rompiera el vestido y la destrozara a pollazos, sin ninguna duda con cualquiera lo hubiera hecho, pero no con ella, no ahora con esa relación que me llenaba y me elevaba por los cielos, perdí la noción del tiempo, de vez en cuando me separaba de su cara para coger aire, admirando sus ojos de cerca, reía al verme así de perdido en sus ojos, en uno de esos momentos saco mi polla del pantalón, aun no sabia como pero su habilidad para sacármela con la ropa puesta era casi magia, pero siempre que lo hacia me importaba mas el alivio que sentía al liberarme de los slips, como para preguntarme como lo hacia. Su habilidad con las manos había mejorado mucho y pajeaba suavemente sin dejar de hundir su lengua en mi boca, a mi me costaba segur con ese juego bucal con sus hábiles manos sacándome pequeños suspiros, lo comprendió, así que me tumbó boca arriba y poniéndose de rodillas, con mis piernas entre las suyas, se contoneó para que me deleitara con su cuerpo antes de agacharse a chuparme la polla, tan bien como había aprendido ha hacerlo, sujetando con ambas manos y trabajado el glande con su lengua de forma exquisita, engullendo solo el capullo para jugar con el a su antojo, cuando me sacaba alaridos con sus gestos pasaba a trabajar el tronco, lo repasaba lentamente con sus labios, bajando hasta la base de mi falo, siguiendo con sus manos masturbando la parte superior, estas fases las terminaba siempre igual, pasando su lengua desde la base hasta la punta, como si lamiera un sobre, pero de forma muchísimo mas sensual y excitante, al terminar la infinita barra de carne daba un lametón final como a un helado, haciendo gancho con la lengua, para justo después perforarse hasta el gaznate mas de media polla sin esfuerzo alguno, se mantenía allí unos segundos hasta que la sacaba para poder respirar y repetida la operación, sus primeras veces solo se metía la polla, algo loable ya que casi se desencajaba la mandíbula, pero a estas alturas chupaba y relamía cada centímetro de barra que se introducía, sus labios no se despegaban de mi verga, pese a lo evidente del verbo, realmente chupaba, succionaba sin piedad, y comenzaba a jugar con su lengua cuando poco, o nada, de espacio debía de tener entre sus dientes.

Pese a la explosión de sensaciones que me hacia sentir, eso no me hacia correrme, no me aceleraba el pulso, eran las manos pajeando de forma continua desde la base hasta su boca las que me mataban, lo sabia así que siempre que paraba para respirar y secarse las babas que brotaban, sus manos aceleraban un poco mas, hasta volver a chupar como una aspiradora, quiero pensar que era mi falta de entrenamiento, pero la realidad es que sus avances me llevaron a correrme en menos de 15 minutos, antes la avisaba, y le costo mas de 10 corridas no tener arcadas, pero ahora dejé de hacerlo, ella lo sentía y se preparaba, metía solo el glande haciendo el vacío con sus labios y machacándomela sin piedad hasta que explotaba en chorros de semen dentro de su boca, cada contracción era una cantidad enorme de leche caliente que la llenaba, aun así se mantenía firme hasta asegurarse de que no quedaba nada, y sin ningún pudor echaba la cabeza hacia atrás y se le tragaba sonoramente, para volver a mi polla y repasarla de arriba abajo para no dejares nada de su recompensa, y también por que así sabia que en pocos minutos me tendría tieso de nuevo.

-ANA: me pone como una moto tragarme tu semen, dios, no sabia lo que me perdía.- no se por que, pero o lo decía para halagar o realmente se excitaba mucho comiéndomela hasta lograr su ración de simiente caliente.

-YO: seamos justos, ¿no te parece?- me sonrió de forma obscena, leyéndome la mente.

Tomé partido, me incorporé y la cogí de la cintura, y usando mi polla como eje, la giré hasta ponerla encima mía, con mi cabeza entre sus piernas, un 69, como era ya habitual, ella entendió de nuevo, y con el gesto mas sensual y provocativo que os podáis imaginar se agarró el vuelo del vestido echándoselo hacia un lado, dejándome acceso limpio a su coño, que estaba marcado claramente en un tanga fino y medio trasparente, aun mas debido a los fluidos que chorreaban, literalmente, de su interior, me goteó en la cara, olía a hembra desesperada, la subí un poco mas el vestido y apenas al rozar el tanga convulsionó, lo aparté suavemente, de forma lenta oyéndola como tenia que dejar de tratar de levantar la polla por que gemía de lujuria impaciente, una vez a mi disposición, la agarré y apreté la cadera hasta meter su coño en mi cabeza, iniciando una comida salvaje, había aprendido donde tocar, y como, para sacarla de si, abriendo bien sus labios mayores para atacar sin piedad el clítoris que parecía un melón de lo grande que estaba, eso, unido a los juegos de mi lengua en su interior la arrancó un orgasmo bestial a los pocos minutos. Estaba lo mas cachonda que la recordaba, dejó sus trabajos manuales para incorporarse y mover su cintura de forma rítmica mientras mi boca seguía martirizándola, no hacia falta mamada para mi empalme, ver en el espejo como su cuerpo se retorcía en ese vestido, sabiendo que la causa era yo, me la puso hinchada de nuevo, ella ni se percató, estaba abstraída disfrutando, apoyándose en mi vientre mientras sus caderas alternaban movimientos rítmicos con parones en seco cuando mi boca atinaba con sus movimientos, no tardó en llegar la 2º corrida de mi chica, esta vez con premio en forma de fluidos, que me tragué sin pestañear, viendo como su cintura temblaba.

Era lo que buscaba, y pido disculpas por el inciso, si algo había aprendido hasta ahora es que para hacer disfrutar a una mujer, de verdad, tenia que lograr que se corrieran así al principio del sexo, ya fuera masturbaciones, sexo oral o penetraciones, mi 1º objetivo era lograr que se corrieran como una fuente, una vez que tienes a una mujer en ese estado, volver a lograr que se corra es muy sencillo y rápido, la excitación es máxima, no es ni disimulado ni contenido, es gozar de la forma mas pura, y entre emanaciones, el nivel de placer es alto y continuo, da igual como la tengas o lo bien que creas que follas, hasta que no ves ese patrón repetido en muchas mujeres no te das cuenta que es en ese punto en el que una mujer no puede fingir nada, solo disfrutar de ello como una perra, cada vez que la hagas temblar ella misma se frotará el coño, incluso sacándote la polla de dentro, hasta que termine, para después volver a por mas. Una vez ahí, solo tienes que mantener un ritmo normal, la sacaras orgasmo tras orgasmo bañándote sin parar y haciéndola sentir estrellas entre ellos, a partir de eso, ya es una pelea por ver quien aguanta mas en igualdad de condiciones, mi teoría es que hasta que no logras eso, las mujeres parten con ventaja en el aguante y duración en el sexo, con lo que eso conlleva, puedes estar años con una mujer follando y creer que la haces vibrar y luego te deja por que no la llenabas en la cama, o ver como mujeres echan su vida por la borda y se someten a un hombre que las de eso, como era mi caso.

Volviendo a la cama del hotel, en que Ana recuperaba a duras penas el aliento por la eclosión de su cuerpo sobre mi cara, cayó abrumada entre risas y suspiros de excitación a un lado de la cama, incorporándose mientras miraba mi polla apuntando al techo con firmeza amenazadora, relamiéndose, se puso en pie quitándose los zapatos que aun llevaba, soltando un gemido de placer con cada uno de ellos, quedando de pie junto a mi, y llevándose las manos a lo hombros, se sacó lo tirantes del vestido y lo dejó caer hasta su cintura, dejando al aire sus preciosas tetas turgentes, juveniles, perfectas y en su sitio, con aquellos pezones oscuros totalmente erguidos, no me resistí y me puse de rodillas enfrente suya atacándolos con mis labios y manos, es una injusticia universal que una mujer tenga 2 tetas y el hombre solo 1 boca, pero mi experiencia era amplia y sabia como tratarla, ella agarró mi cabeza acariciando mi pelo dejándose dar placer, para asegurarme no perder lo ganado, mi otra mano acariciaba levemente su vientre, por encima del vestido que colgaba de su cintura apretada, negándose a ir al suelo, eso la aceleró aun mas, y viendo lo tieso de sus pezones los mordisqueaba, vi el cubo del champan, se me ocurrió coger un hielo medio desecho, y pasarlo pos su pezones, el frío la devolvió a la tierra de golpe, estaba algo ida, rió sintiendo como su cuerpo se estremecía y su piel de gallina afloraba en sus senos, los pasaba con cuidad y lentitud, para luego lamer y chupar como un recién nacido, eso le estiró aun mas lo pezones, los tenia los mas grandes que había visto nunca y lo aproveché a conciencia .Cuando se deshacía el hielo lo fui subiendo por su cuello repasando con mi lengua las zonas, acabando con unas pocas gotas frías en sus labios y perforando su boca con pasión, logrando que sus muslos se frotaran de forma incontrolada, estaba a punto de nuevo y aun no la había penetrado, pero eso se iba a acabar pronto.

Se sacó el vestido por arriba viendo que por abajo su cintura era demasiado amplia, dejando al descubierto su escultural cuerpo ejemplo de la belleza jovial, solo con un diminuto tanga que, andando hacia la chimenea, se agachó sensualmente para quitar, se apoyó en el marco, notando como el calor de las llamas la envolvía, ver su cuerpo desnudo brillando por el reflejo del fuego, con su tono de piel tostado me obligó a ir a por ella, la rodeé con calma aunque mi instinto me pedía violencia, dejando que mi polla se abriera paso entre sus muslos y abrazándola por la cintura, ella respondió echando su cabeza hacia atrás al notar mi boca en su cuello, acariciando mis brazos en su vientre.

-ANA: fóllame, por dios, te lo ruego, pero como estamos, por detrás.

-YO: ¿y por que?

-ANA: así mi culo hará de parapeto, no quiero que me la metas toda otra vez, aun me escuece de este medio día en las duchas, ¿te importa?

-YO: para nada, lo que tú desees, siento si he sido muy brusco.

-ANA: no pasa nada, solo dame tiempo, pero ahora te lo pido, métemela y llévame al cielo.

Me desvestí completamente, y ella misma bajó su mano a mi polla y sacando un poco el culo abriéndose de piernas, y poniéndose de puntillas, se la metió sin dificultad, los varios meses practicando y su lubricado coño hacían que su cuerpo ya no se estremecía con solo notar media polla dentro, se dejó caer poco a poco hasta que ya no podía evitar notar como la abría de nuevo sus paredes interiores, aun así y con algún suspiro de dolor leve, no paró hasta tener dentro todo lo que la posición permitía, dejando fuera unos 5-6 centímetros, pero incidiendo directamente en su punto G desde ese ángulo, plantando bien los 2 pies en el suelo se quedó quieta dejando que su dolorido coño se acostumbra de nuevo a ser invadido por aquella enorme nave, yo besaba su hombro y su cuello, mientras mis manos repasaban su cintura, sus pechos y su ombligo. Ya no era ninguna cría asustada, y sin dejar pasar mucho tiempo comenzó a mover sus caderas de forma circular, al inicio sobre mi, sin sacársela, pero luego sobre ella, sacando cada vez mas, y metiendo mas de golpe. Me deleité con su trabajo y sus progresos, se haba convertido en una buena amante hasta para mi, su ritmos y gestos eran aprendidos y mecánicos, logrando sacarme gemidos leves con su aceleración, sin duda así podara sacarle un orgasmo a mas de 1, pero era yo, me divertía verla tan concentrada mientras se retorcía de placer por sus propios gestos, sin que yo aun me moviera, era como ver a tu hermano pequeño no haciéndolo mal en un deporte en el que tu eres profesional, decidí marcarme una meta, hasta que no se corriera ella sola usándome de herramienta no tomaría partido, la dejaría creer que va “ganando”, y así lo hice. Tardó unos minutos, pero como os he dicho, en ese estado se corren con poco trabajo, su ritmo antes de ello era bastante bueno, había cambiado los círculos amplios con solo un mete saca que hacia q mi pelvis rebotar en su trasero provocando un sin fin de oleadas vibrantes en sus nalgas duras y tersas, al venirse volvió a los círculos amplios echándose de nuevo sobre mi pecho, riendo, sintiéndose la reina por un segundo, la dejé disfrutar, pero en cuanto noté que se le paso el orgasmo y dejaba de chorrear, agarré sus caderas fuertemente y metí la 1º marcha, le pilló desprevenida y se agarró a mi nuca pasando sus brazos por encima de su cabeza, sonriendo por mi entrada en acción, pase a la 2º marcha, su sonrisa se desvaneció cambiando por morderse el labio de forma agresiva, queriendo aguantar aquel arreón, al meter la 3º marcha comenzó gemir entrecortadamente con cada golpe de pelvis en su culo, apretaba los dientes queriendo mantener la compostura, pero le fue inútil y la saque otro orgasmo que nos bañó las piernas a los dos, eso me dio igual y emita 4º marcha, para ello no pude mas que rodearla por el vientre para tenerla mejor sujetada, y ella igual, se aferraba a mis brazos, los golpes en su trasero ya eran rítmicos y continuos, secos y sonoros, Ana no quería rendirse, pero no pudo parar de gritar de placer obscenidades impropias de su carácter afable e inocente. La 5º marcha ya fue demasiado y se puso de puntillas pretendiendo así que no la matara tan rápido, pero se corrió de nuevo convulsionando, me costó dejarla empalada y seguir con mi ritmo, ella no aguantaba mas y se echó hacia delante apoyándose en la chimenea y siendo el objeto de mi deseo, dejo que el vendaval comenzara, haciendo fuerza contra la pared, resistió lo que pudo hasta que emita la 6º marcha, el máximo que siendo solo Raúl, podía dar, un ritmo que había matado y encandilado a gente como mi leona y a las colombianas, Ana estaba aprendiendo a recibir en su interior aquella fuerza de la naturaleza, pero no aguantó mas de 10 minutos así, se corrió 3 veces casi seguidas bañando las piernas, el suelo y hasta parte de la chimenea que crepitaba con las gotas de fluidos que la llegaban, Ana estaba poseída y se movía como un anguila percutiendo contra mi, dejándose arrasar sin piedad hasta que reventé de semen su coño en un ultimo minuto digno de la bestia, me encantaba correrme regalando el ritmo mas animal al final, era como mi firma personal.

Ana gritaba tan fuerte y tan alto que tapaba los golpes aguados en su coño, pero no pedía que se la sacara si no que siguiera hasta matarla, podría haberlo hecho, sacar a Zeus, o a la bestia y haberla destrozado, durante otra hora mas, de tal manera que se hubiera vuelto otra muñeca rota mas en mis manos, otro juguete, pero no quería eso, así que simplemente me dejé ir y acariciándola el vientre. una vez mas forzó un orgasmos que coincidió con mi ultima sacudida de semen, rebajando el ritmo de mis penetraciones hasta notar como Ana de desvanecía y caía de rodillas, saliendo de mi, tiritando ante el fuego de la chimenea, arrodillándome detrás de ella y sujetándola para que no cayera de golpe y se hiciera daño, dejando unos segundos para que retomáramos el aire los dos, ella estaba extasiada, con ligeros calambres de haberse pasado casi 1 hora siendo masacrada por el coño sin compasión, y yo en el momento de mas cansancio por sexo del que había estado nunca desde el regreso de Ana, volvía a ser una gran versión de mi y Ana era mi compañera de viaje, había aguantado como una jabata aquel torrencial que el cayó encima, la acaricié el hombro, a lo que ella reaccionó como un perro asustado.

-YO: hey, preciosa, ¿como estas?

-ANA: me siento rara, estoy………cansadísima……….me duele todo……………y se me contrae la vagina, tengo como espasmos.- me miraba asustada.

-YO: tranquila, es normal, se te ira pasando poco a poco, creo que me he vuelto a pasar, perdona.

-ANA: no, eres genial y ha sido increíble, dios, es solo, que es nuevo para mi, pero me encanta.- se abrió como una flor y me abrazo en el suelo, dándome algún beso corto en los labios, como agradecimiento, pero notando como su vientre tenia leves convulsiones que iban calmándose, su cuerpo seguía temblando y tiritando- dios estoy seca.

-YO: es normal, hemos sudado mucho, podemos probar el champan, ¿no?- sonrío separándose los justo para sonreírme de manera deliciosa.

-ANA: vale, pero tráelo aquí, y lo tomamos al calor del fuego, tengo escalofríos.

Salté como un canguro y cogí el par de copas y la botella, también la funda nórdica de la cama y una sabana, que estiré en el suelo, serví las copas abriendo la botella con el corcho saliendo despedido, y sentándome enfrente de Ana nos rodeé con la colcha, pero ella no dejaba de tiritar mientras nos mirábamos a los ojos repasando mentalmente lo ocurrido, la di la vuelta y la senté en mis piernas rodeándola con mi cuerpo y acercándonos al fuego, dándola mi calor corporal y dejando descansar su cabeza en mi pecho, me encantaba la sensación de su pelo, y de que el ritmo fuerte y seguro de mis latidos la calmaran, sus reacciones corporales a la tremenda follada que acababa de sufrir fueron pasando, y ya solo se acurrucaba en mi cuerpo buscando posturas cómodas para adormecerse, mientras acariciaba su largo pelo.

-YO: se hace tarde, tenemos que volver a casa.

-ANA: no, yo quiero quedarme aquí, así, contigo.

-YO: no menos que yo, créeme – la besé en la frente al tener su cara de nuevo mirándome suplicando con morros de cría de 6 años- pero tenemos que volver.

-ANA: jo, la vida es un asco.- me miraba aceptando su destino, la agarré el mentón con mis dedos levantando su cara ahusa cruzarse con mis ojos.

-YO: nada mas lejos de la verdad, mi niña, no contigo a mi lado.- la di un beso, de forma tierna y siendo recibido de igual forma, haciéndola ver que si bien no podíamos tener una vida idílica, no se podía ser más feliz, no a mis ojos.

Me levanté y la cogí en brazos rodeándola con la colcha, la dejé sobre la cama y me fui a dar una buena ducha caliente para, esta vez si, relajarme dejando que el agua tibia calmara mi cuerpo, realmente me había costado llegar a ese nivel y una sonrisa boba que me salía al recordar como Ana había aguantado y disfrutado de aquello tanto como yo, temí salir y encontrármela dormida o aun dolorida, me la encontré atacando despiadadamente la fondue de chocolate cubierta por la colcha, era perfecta, al verme se quedó paralizada, como si la hubiera pillado haciendo algo malo, echándose a reír mientras relamía la cuchara cubierta de cacao.

-YO: venga, golosa, te toca la ducha.- me fui a vestir dándola un beso rápido saboreando sus labios.

Se metió en la ducha dando un brinco y riendo, siendo el alma cándida y afable que conocía, estaba feliz, supongo que por haber aguantado bastante bien mis acometidas. Me vestí rápidamente con la poca ropa limpia que me quedaba en la maleta, y recogí la habitación un poco, estaba hecha un desastre y había una marca grotesca de fluidos en la moqueta delante de la chimenea, donde Ana había soportado de pie mis ataques. Terminé de recoger cuando Ana salió con una toalla tapándola el cuerpo a duras penas, desde sus senos hasta sus muslos, y con otra en las manos echándose todo el pelo hacia un lado y secándoselo y cepillando, me quedé atontado viendo su cuerpo húmedo y sin mucho pudor se quitó la toalla y se secó delante de mi, completamente desnuda, para ponerse ropa interior limpia, en esos gestos me di cuenta de algo que puede que a muchos os parezca raro, pero a otros muy familiar, me ponía o me gustaba ver mas a una mujer semi desnuda o provocativa con ropa puesta, que verla completamente desnuda, era el poder de la insinuación lo que me mas me gustaba, mucho mas que ver en si un cuerpo desnudo, por muy apetecible que fuera.

La vi vestirse con unos vaqueros ajustados y un par de capas de camisetas y blusas, era pleno diciembre y hacia frío fuera, la ayudé a recoger sus cosas, incluyendo el vestido con los zapatos, dándonos pequeños arrumacos de vez en cuando, besos y caricias inocentes de cariño, viéndola como se acariciaba la gargantilla, hasta que fuimos a devolver la llave a la entrada, la recepcionista nos miraba tensa y Ana se despidió haciéndole el gesto internacional del silencio, con su dedo índice en sus labios, guiñándole un ojo. El viaje de vuelta fue en completo silencio, pero por que no hacían falta palabras, con miradas y gestos era suficiente, los 2 felices, con sonrisas amplias y mi mano en su muslo cuando no tenia que cambiar de marcha, mientras ella jugaba con mis dedos con una mano y no dejaba de jugar con el collar con la otra.

Al regresar a casa no nos quedo mas remedio que volver a nuestras vidas, menos estimulantes e idílicas, pero completas, desde ese fin de semana Ana y yo nos volvimos algo mas que novios o pareja formal, éramos uña y carne, la relación evolucionó hasta ser casi 1 solo ente, nos entendíamos con las miradas y gestos, como me prometió, casi nunca se quitaba la gargantilla, y hasta lo usaba para comunicarse en secreto conmigo delante de todos, sin llegar a hablar de ello, entendí cuando se lo acariciaba sin mas es que me echaba de menos y quería que la prestara mas atención, cuando jugaba con el y se mordía el labio es que quería salir de donde estuviéramos para follar como animales, otras veces, simplemente lo acariciaba rememorando ese fin de semana. Las sesiones de sexo con Ana se elevaron, se volvió una amante de gran nivel, para Navidades aguantaba casi 1 hora y media de penetraciones completas a gran velocidad, no podía contener sus gritos y en la casa el resto de compañeros se reían y hacían bromas de ello, pese a que a Ana no le gustaba que se supiera, ahora le daba igual, cuando nos poníamos se desataba, gritando que la partiera en dos o que la abriera el coño, se acostumbró rápido a sentir y aguantar que se la metiera toda, en varias posiciones, ya sin escozores o dolores, aunque al principio la tenia que dejar descansar 1 o 2 días, después podíamos fornicar sin parar durante toda una tarde, parando cada 2 horas y retomándolo 15 o 20 minutos después. Cada 3 o 4 días, la montaba una cita o algo especial para luego hacer el amor de forma suave y cariñosa, no quería una furcia, de esas me había cansado, era un premio ver como avanzaba en el sexo pero de vez en cuando también queríamos romanticismo, no solo sexo salvaje. Las miradas de Lara y sobretodo de Alicia cambiaron a raíz de oírnos, tratábamos de hacerlo cuando no estaban pero no siempre te puedes contener cuando Ana te despertaba con una mamada tragándose tu semen, casi a diario como si necesitara su ración, o cuando no, era yo quien al despertarme con mi polla dura entre sus muslos la penetraba despertándola a pollazos, y para ahorrar tiempo dormíamos desnudos, eso era una provocación constante para ambos.

Como os decía Lara y Alicia nos miraban de forma diferente, Lara nos reconocía que se pajeaba al oírnos, que era superior a ella oír a Ana berrear poseída, incluso en privado me reconoció a mi que cuando lo oía se pegaba a la puerta para oír y sentir como golpeábamos nuestros cuerpos y se tocaba, eso explicaba pro que cada vez que salía del cuarto a por algo de beber Lara estaba por allí con poco o nada de ropa, me estaba acostumbrando a ir en bolas por la casa a altas horas de la noche, por lo tanto mas de una vez nos cruzábamos desnudos. Su forma de hablarme a solas, o con Ana delante, eran diametralmente opuestas, me di cuenta de que Lara había cambiado algo su aspecto, menos hippie, y mas arreglada, y cuando estabamos solos trataba de seducirme, era claro y evidente, pero para mi era un juego, no me interesaba en absoluto, aunque algunas veces no podía evitar una buena erección, soy un hombre de carne y hueso, se metía en mi cuarto con cualquier excusa en bragas y sujetador, hasta empezó a llevar tangas, y se me pegaba como una lapa, cuando me pasaba sus enormes tetas sin sujetador, o con escotes, y se rozaban o aplastaban contra mi, era demasiado, verla como una perra en celo encima mía, o como se las ingeniaba para verme desnudo, o que la viera a ella, después de follar o ducharme, estaba cachonda perdida. Ella lo sabía y hasta más de una vez quiso frotarse o llevar sus manos a mi polla, buscando mis labios, pero solo lograba que cuando llegara Ana, y se lo contaba, fuera ella la que sufriera el calentón. No se que pretendía Lara, o si se pensaba que no se lo diría a Ana y que poco a poco me iría seduciendo hasta que me la tirara a espaldas de Ana, cuando hasta alguna vez “jugando” con Lara montada encima entraba Ana y yo la sujetaba para que Ana nos viera y así encender el piloto de los celos, para follar como bestias después. Las miradas y conversaciones entre Ana y Lara se volvieron distantes y algo violentas, siempre con el marco de la amistad de fondo, pero Ana se moría de rabia y se lo hacia saber a Lara, que se desvivía por quitarle el novio. Ana me comentó que Lara se había llevado siempre a todos los chicos que le habían gustado y hasta el tío con el que tonteaba, se enrolló con Lara después, a mi me parecía literalmente increíble que fuera así, Ana era una supermodelo y Lara una calienta pollas con buenas tetas, pero supongo que, pese a ser virgen, se dejaba sobar y eso a esas edades era lo primordial.

Alicia fue todo lo contrario, paso de ser mi hermana pequeña, a un ser distante y frío, cuando había mas gente delante la relación era cordial pero casi nunca nos quedábamos solos, y cuando pasaba era un silencio abrumador, y siempre se cuidaba de que no la volviera a ver semi desnuda o que lavara su ropa intima, no era normal, hasta discutía con Teo, se les oía y se les notaba, se lo pregunté muchas veces, el por que de esa actitud, y siempre me salía que el cambio a vivir juntos y con mas gente estaba siendo mas difícil de lo que pensaba. Era un expiación sencilla y creíble si no fuera por que no tenia sentido que me tratara a mi diferente, el trato era igual que siempre, al menos de mi parte, pero la palabra correcta de sus reacciones era pavor, tenia miedo de que nos quedáramos a solas o de que tuviéramos cualquier tipo de interacción física. En cambio con Ana era un sol, se hicieron muy amigas, dejando de lado a Lara que andaba perdida en el mundo de los porros y drogas blandas, salían de fiesta juntas, iban de compras, y hacían planes.

Llegó Navidades y fuimos a pasar unas semanas con mi Familia, alejándonos de aquel ambiente algo cargado, ya que vinieron familiares de Ana también como el año pasado, nos controlamos mucho, podía intuir los deseos de Ana con el juego de sus dedos en la gargantilla, pero salvo alguna escapada fugaz donde follábamos, nos teníamos que cuidar de los que decíamos y hacíamos, mi madre no era tonta, y se olía que yo tenia algo con alguna del piso, me ocupé de que pareciera que fuera Lara, pero las miradas y comentarios entre Ana y míos, a ojos de todos inocentes o normales, a sus ojos no lo fueron, me atosigó a interrogatorios hasta que me lanzó la pregunta directa, y aunque hubiera querido mentir, cosa que casi nunca hacia, hubiera dado igual, mi madre era un detector de mentiras andante, mi silencio la encolerizó, me soltó una charla de 1 hora en la que me culpaba de todo, y de cómo podía haberle hecho eso a su prima, traté de hacerla entender que no era mi prima y que no era un rollo sin mas, realmente la quería, ella quería hacerme cortar con Ana y volver a casa para alejarme de ella, pero el poder que podía ejercer mi madre por entonces sobre mi no era el de antaño, ya no era un menor asustado de la vida necesitado de su cariño y consejo, la respetaba y la quería pero la hice entender que eso no iba a pasar, lo mío con Ana iba para largo y ella no podía hacer nada. Se enfadó y echó a llorar viéndose impotente ante mi decisión, aun así mantuvo el secreto ante el resto de la familia, pero no perdía oportunidad de hablar con Ana y conmigo, separados o juntos, y pese a que a Ana casi le da algo cuando supo que mi madre lo sabia, su respuestas fueron igual de sólidas y contundentes, al final de las vacaciones mi madre no le quedó mas que aceptarlo, aunque no le gustara, llegando a cubrirnos o salir en auxilio cuando a mi o a Ana se nos escapaba alguna caricia o comentario delante del resto.

Para reyes regresamos a nuestra casa, estaba desierta, el resto de los compañeros de piso estaban aun con sus familias, las circunstancias eran idóneas, Ana y yo estabamos con un calentón por la falta de sexo en casa de mi madre que no podíamos mas, además ella tuvo el periodo los últimos días, casi no podía tocarla sin que me mordiera, le dolía mucho el vientre, pero me di cuenta de que justo después del periodo su lívido era mayor, por lo tanto ni esperamos a llegar al cuarto, según dejé algunos regalos en el suelo se me echó encima tirándome al sofá. Estuvimos como 10 minutos besándonos y metiéndonos mano, hasta que logró sacar mi polla y tragársela del tirón, con sus habilidades intactas, chupó mi verga con un apetito voraz, y deduzco que por los días sin sexo me corrí en 10 minutos en su boca, bañándola tanto que se le salía de la boca y se atragantaba, a duras penas contenía mi semen caliente en su boca según iba ingiriéndolo, cuando terminé se dedicó unos minutos a repasarla de arriba abajo para dejarla limpia y devolverla su dureza, en cuanto lo logró, se quitó la ropa colocándome sentado en el sillón, abriéndose de peinas de rodillas sobre mi, y se empaló violentamente haciéndola gritar de dolor, hacia mucho que no tenia mi polla dentro, al menos 5 días, aun así se la hundió hasta el fondo, dejando que se acostumbrara de nuevo su interior mientras me desvestía, yo atacaba sus labios con mi lengua, su largo cabello cayó sobre mi cara cuando se echó hacia delante dejándome oler ese perfume a coco que me derretía, se apoyó sobre mis hombros y mirándonos fijamente me cabalgó, su entrenamiento daba resultado, ya no tenia que ser yo quien atacara, era ella la que se martirizaba sola con gran velocidad durante mas de 30 minutos, sin dejar de penetrarse pese a varios orgasmos que inclinaban su cuerpo hacia atrás y me permitían trabajar sus pezones y su vientre con mis boca y manos, eso alargaba sus orgasmos hasta hacerla venirse de nuevo repetidamente, a los 40 minutos su ritmo fue disminuyendo, era su tope por entonces, era cuando yo entraba en acción y comenzaba a follármela como mejor sabia, haciéndome hueco y agarrándola bien para acelerar mis caderas hasta llevarla al cielo, tardé casi 30 minutos mas en correrme en su interior llenándola de nuevo con una cantidad de semen impropia, llevaba mucho sin descargar, eso, calentó mas a Ana que de un salto se puso a comerme la polla, para ingerir la cantidad de semen que aun quedara allí, relamiendo y saboreando cada tibia gota y metiéndose los dedos en su interior para sacar mas y comérselo.

-YO: joder Ana, tenias ganas………

-ANA: no sabes lo que he echado de menos tragarme tu semen, y que me folles como tu sabes, vamos al cuarto que tengo un regalito de reyes para ti.- su actitud era de traviesa por que me estaba masturbando buscando una nueva erección, cuando la obtuvo se puso en pie, ya nos habíamos dado algún detalle como regalos- ve al cuarto y espérame en la cama saldré del baño cuando este lista.

Obedecí sin dejarla irse sin un beso caliente y guarro, esperé ansioso oyéndola moverse en el baño, sin saber muy bien que pretendía, al rato me avisó y salió con un abrigo largo de cuello hasta los gemelos, con tacones y con un sombrero de hombre de los años 40, poniendo una canción en el ordenador se plantó en mitad de la habitación, era tan grande que había como 3 metros cuadrados sin nada, era música sensual, y esperando el ritmo comenzó a contonearse, entendí al momento que era un baile erótico, y aunque estaba roja de vergüenza, sus movimientos denotaban que lo había ensañado, no podía echarse atrás, sus gestos eran de autentica profesional de barra americana, de vez en cuando se acercaba a mi y se frotaba ligeramente para provocarme y cuando iba a meterla mano, se iba, poco a poco y casi desesperándome se fue desabrochando el abrigo, de espaldas a mi, enseñando medio hombro y luego tapándose de nuevo, atisbé algo de color rojo, pero no sabia que era. Su contoneo era excitante y mas aun la intriga, al final cuando ya no podía mas y me estaba masturbando se quitó el abrigo y me dejó pasmado, llevaba una especie como de camisón o corpiño, pero ninguna de las 2 cosas, era una prenda roja, el tamaño era de vestido de noche de fulana, unos tirantes en los hombros que iban hasta el pecho allí comenzaba la tela, con un ligero escote, y terminaba sobre la línea de su pelvis, dejando ver por debajo su coño marcado en las prenda intima, la tela era elástica y obscenamente trasparente, como redecilla de bañador, mas aun en las pronunciadas curvas de los senos y las caderas de Ana, sin sujetador dejando ver sus pezones claramente y su tatuaje de la media luna en la zona del apéndice, y con un tanga rojo del mismo tono. Continuó su baile sensual dejándome ver su espalda, donde no había nada salvo 3 tirantes que unían los lados del vestido, la tela q terminaban en el perfil del cuerpo, como si solo hubiera la parte delantera, y dejando bien a la vista sus poderosas nalgas separadas por el hilo rojo. El color era brillante, le quedaba de escándalo con su tono de piel y sus ojos, al principió se tapaba los pezones un poco vergonzosa, pese a no tenia sentido, le acababa de follar en el sillón desnuda, pero Ana era así, le daba pudor hasta que empezaba la fiesta, volvió a rozarse conmigo, echándose de espaldas sobre mi pecho y dejando mi polla prisionera entre sus nalgas, esta vez si, dejándome acariciar su trasero y espalda, piel con piel y su torso por encima de aquella tela, no se de donde , sacó un bote de aceite corporal y me lo dio, la bañé en el, mas de medio bote, para luego restregárselo por todo el cuero, desde el cuello a sus tobillos no hubo un solo ápice de piel sin embadurnar, eso hizo que el tejido de la tela se pegara a su piel aun mas como un bañador mojado.

-ANA: túmbate en el suelo.

Atolondrado obedecí, colocándome boca arriba, me echó gran parte de aceite por encima antes de tumbarse encima mia boca abajo, expandiendo todo aquel mejunje con su cuerpo, sin usar la manos, dios, quería comérmela allí mismo, pero me sujetó las manos y no me dejó hasta que mi cuerpo estaba tan bañado como el suyo, la pobre ilusa quiso seguir con el juego un rato mas, sujetándome las manos y pasándome sus tetas aceitosas aprisionadas por la prenda por la cara, pero no tenia nada que hacer ante mi fuerza física cuando me dio la gana, o mas bien cuando mi mente y mi cuerpo decidieron que no podían mas, me liberé de una mano y la lleve a su trasero, cogí el hilo fino del tanga y de un tirón lo rompí como un salvaje sacándola un aullido de placer animal, no hubo ni que ayudar en la dirección, de una estocada se la clavé hasta el fondo, la rodeé como mi brazos pegando su cuerpo aun mas al mío, y agarrando con fuerza comencé a destrozarla como nunca antes, fui acelerado como siempre, poco a poco, sacándola orgasmos continuos y haciendo que nos bañara con sus fluidos, pero, llegado un punto de descontrol, no estoy seguro de si saqué a la bestia o no, me dio igual, solo la oía gemir y gritar como poseída por el diablo, durante mas de una hora la estuve matando como a Eleonor, Madamme o mi Leona, con matices algo mas cariñosos, parando de vez en cuando la notaba correrse o convulsionaba de mas, pero volviendo a arremeter en cuanto se pasaba. Me dolían las piernas del esfuerzo, y me puse en pie con ella aun ensartada, la di la vuelta y la empotré contra una pared agarrándola de los brazos hacia atrás, esposada, los necesita de apoyo para terminar el trabajo, desaté el infierno contra su trasero haciéndola temblar, moverse incomoda y levantar una pierna buscando consuelo que no obtuvo, en sus gritos solo había suplica por que no parara, jamas de dolor, queja o pidiendo que parara, pese a que podía quererlo, sus ganas de mejorar y aguantar cada día mas me estaban volviendo el animal que había dejado atrás, para no decepcionarla. Llegó el momento en que Ana no aguantó mas y se dejo ir, ya ni hacia fuerza contra mi, ni movía sus caderas a ritmo, solo capeaba el temporal, ella misma había provocado esa situación y solo quedaba soportar como se pudiera, mas de 20 minutos sin un solo grito o gemido, algún suspiro al notar como se corrió de nuevo casi sin fluidos en su interior, hasta que pegué el acelerón final del ultimo minuto, reventando su coño de semen nuevamente, teniendo que bajar la velocidad poco a poco, con cada espasmo de mi rabo llenándola por dentro.

Solo al parar mi cinética, me di cuata de que Ana estaba tiritando como en el fin de semana en la sierra, estaba ida, convulsionando y con los ojos en blanco, moviendo las manos de forma aleatoria, me dio miendo soltarla por que estaba débil, la cogí en brazos dándome cuenta de mi salvajada, se contraía hasta que se relaja de golpe, temí haber roto aquel ángel, aquella moral dulce y carácter afable de mi Granadina, la follada había sido digna de mis mejores polvos, Ana se había doctorado, en esa hora larga había superado a Yasmine que nunca aguantó tanto, no al menos ella sola sin ayuda de su madre, y aunque no estaba a su nivel, sobretodo por duración, el ritmo, la profundidad y las embestidas eran como las de mi Leona por ejemplo, ella aguantaba eso durante mas de 4 horas y Eleonor menos de 3, bien entrenadas, pero para ser la 1º vez que me desataba con ella, 1 hora larga estaba muy bien, mas aun sumándole lo hecho en el sofá. La dejé suavemente en la cama temiendo alguna reacción negativa, pero estaba demasiado ida y temblando como para hacer nada, la tapé y la dejé tranquila dándome una ducha larga, sin saber como reaccionaria Ana al volver en si, tenia miedo de haberme pasado y que Ana se asustara de mi, pero aun mas de que se convirtiera en otro juguete roto de mi colección, una amante que solo quería sexo y no buscaba nada mas en mi. En esos pensamientos estaba salí de la duche y me estaba mirando al espejo del baño apoyado en la pila, teniendo pánico de salir y descubrir lo que fuera que tenia que pasar, de golpe se abrió la puerta y entró Ana sonriendo abrazándose a mi espalda.

-YO: hey princesa, ¿que tal estas?- pregnté extrañado y preocupado.

-ANA: bien, amor, deja de preocuparte por mi.

-YO: no puedo evitarlo, ¿seguro que te encuentras bien? Te he dejado en la cama un poco ida.

-ANA: jajajajaja un poco dice, me has matado, madre mía, casi que todavía me tiemblan las piernas, y me escuece un poco pero ya no soy ninguna frígida, déjame darme una ducha relajante y salimos a cenar, ¿te apetece?- la miraba “ojiplatico”, estaba tan normal, agachándose para sacarse el cinturón en que habia convertido su tanga.

-YO: esto…claro, como quieras – escudriñaba su mirada en el espejo, analizando sus gestos en busca de algún tipo de señal negativa, no la encontré, y ella me vio en mi cara el temor.

-ANA: deja de mirarme así, bobo, que no me pasa nada, bueno si, – me dio la vuelta y se quedo mirándome fijamente- ¡¡que tengo al mejor novio del mundo!!.- se puso de puntillas para darme un beso tierno mientras mi reacción de alivio me llevó a apretar sus cuerpo entre mis brazos.- anda déjame que me quité esto y me de un baño que estoy pringosa de dios sabe que, y como estés por aquí, no salimos hasta año nuevo – se quitó como pudo el corpiño aquel empapado de aceite, como si fuera una 2º piel, y viendo mi posición estática, me cogió del brazo y me sacó del baño cerrando la puerta.

Me quedé sonriendo de forma tosca en la puerta del baño, totalmente desnudo y húmedo del baño, pensando lo estúpido que estaba siendo, tenia tanto pavor a hacerla daño que no me daba cuenta de lo bien acostumbrada que la tenia, llevaba 3 meses con ella y ya cabalgaba como una de las mejores, y lo mas importante para mi, pese a estar bien físicamente después del sexo, no quería mas aunque pudiera, si no que quería salir a dar una vuelta, tenia a la mujer perfecta jamas soñada, dulce, amable, cariñosa, tierna, inteligente y divertida, con su punto de timidez adorable, y a su vez estaba aprendiendo a ser una…….¿loba? en la cama, entendía mi necesidad de tener a ambas partes en una sola persona, la novia y la amante solo en 1, no me quería por que follara como una animal salvaje, si no que disfrutaba de eso, pero me quería a mi.

Después de aquello los siguientes mese pasaron volando, no se muy bien como explicar lo que paso ese tiempo, solo recuerdo felicidad, ternura, confianza y sexo brutal, Ana prefería dormir con aquel corpiño, y otros similares que se compró, en vez de desnuda, pero ya sin ropa interior, solo la gargantilla y el corpiño transparente, con sus pezones y coño al aire, no se por que pero se sentía mas segura así, y nos dejaba vía libre para dormir como siempre y follar como nunca, cada día era mas, mas profundo, mas rápido y mas tiempo, para marzo o abril Ana era insaciable, me costaba hacerla correrse como antes y eso le ponía mas burra a ella, sentirse poderosa ante mi, aun así la terminaba matando siempre, las 3 horas largas que ya aguantaba eran demasiado, estaba al nivel de Eleonor con facilidad, aunque a la madre de mis colombianas no me la había tirado durante mas de 6 meses como para ser justo en la comparación, pero tanto Eleonor, como Yasmine, como Madamme como a mi Leona, igual que a Irene y a tantas otras, las había reventado desde el 1º día, asumí que fue eso lo que hizo que no tuviera relaciones normales y sanas, que las volviese sumisas y desesperadas por el sexo conmigo, con Ana fui paulatinamente, despacio, desde 0 hasta llegar al 100% de la que Raúl, sin ayuda de Zeus o la bestia, podía dar, y eso solo había bastado para martirizar a cuanto coño se me hubiera puesto delante. Disfruté de la compañía de Ana como mujer fuerte e inteligente, novia cariñosa, amante apasionada y amiga divertida, era todo lo que necesitaba, y gracias a que sus gritos ya no eran tan evidentes, Alicia volvía a ser la que era conmigo, eso suponía, aun no estaba seguro de por que ese pavor a mi presencia en Alicia, pero era cosa del pasado, hasta se hicieron muy amigas Ana y ella, no se si lo hizo aposta Ana, pero me encantó recuperar a Alicia, a mi hermana pequeña.

Mientras que Lara seguía con su acoso personal hacia mi, sin querer menospreciarla, era como mi mascota, jugaba con ella cuando no estaba Ana, por que ella misma venia a jugar, dios, sus armas de mujer, eran tan evidentes y burdas como simples e inútiles, si, podía llegar a ponérmela dura, es lo que pasa cuando viene en ropa interior, eso aveces otras ni eso, y te dice que quiere ver una cosa contigo, y te pone un vídeo o películas enteras pornográficas, y se colocaba entre mis piernas, de cara o de espaldas, masturbándose claramente hasta correrse apoyándose en mi pecho, ya ni se molestaba en disimular, según oía que Ana se iba a la Universidad con Alicia, Lara había dejado de ir a algunas clases, y sabia que yo descansaba en la cama es día, se venia a mi cuarto completamente desnudada y se metía en mi cama a dormir, queriendo suplantar a Ana, sabiendo de sobra que yo dormía también desnudo y me gustaba abrazar lo que tuviera a mano, me llamó la atención que se ponía y se colocaba igual que Ana, dejándome meterla la polla entre sus muslos, como si Ana se lo hubiera contado, cosa que me confirmo.

Lo se, puede sonar a cuernos, o a estar fuera de lugar si estaba feliz con Ana, pero pasaban varias cosas, la 1º es que yo se lo decía a Ana siempre, no había secretos, de hecho a veces volvía antes y la pillaba dormida en mi cama, conmigo o si mi allí, y la montaba pequeñas broncas de celos, tomándoselo a broma, Ana al principio de eso, se ponía mala de rabia, pero según pasó el tiempo sabia de sobra que de mi no tenia por que dudar, habia constatado que yo tenia total control sobre a quien me follaba o no, y si yo no quería, que no quería, solo con Ana, ya podía ponerse como quisiera Lara, que no pasaría nada. La 2º era que me gustaba, como decía, no la menospreciaba pero era un juguete con el que me divertía hasta que Ana volvía conmigo, Lara estaba cachonda y pillada perdida por mi, y su personalidad sincera y brutal, tan similar a mi, viéndose casi humillada la hacían ser exageradamente bestia en su forma de hablar y comportarse, y eso me era tan familiar a mi que me hacia reír, cosas como estar 1 hora con ella intentándose empalar por mi, conmigo dormido, empujando con sus dedos mi polla, tiesa de las mañanas, hacia su coño, y darla un azote en una teta o en el culo para que parara, y se pusiera a pegarme y gritarme que me la follara de una vez y le rompiera su inmaculado coño, me entretenía. La 3º era que a Ana, le gustaba también, me dijo que Lara le había estado chafando novios y ligues siempre, y ahora estaba viendo como se arrastraba como una culebra por su novio y este la calentaba pero nunca le permitía mas, disfrutaba sabiendo que la hacia lo mismo que ella llevaba siendo años, la calienta pollas titulada, era ahora derrotada en su propio juego, y eso a Ana la encantaba.

Si no lo entendéis es normal, pero era excitante, hacía sentirse mal a Lara y a la vez Ana se reafirmaba como la hembra ALFA, Ana, como perfecta que era, entendido aquello, o entendió que nos gustaba y no quería quitárnoslo, me dejaba divertirme sabiendo que Lara no era nada para mi, y la vez Ana disfrutaba devolviéndole las ofensas, atormentando a su amiga, dejándole saborear un manjar que solo ella podía disfrutar.

CONTINUARA………
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
poesiaerestu@outlook.es

Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición 4” (POR GOLFO)

$
0
0

Cap. 6― La tormenta tiene lugar.

Esa noche y a pesar de los múltiples intentos de Irene para que la poseyera, no rompí mi promesa. He de decir que dormí como un niño sabiendo que Akira, otra de las mujeres que ella misma había seleccionado para mí velaba también mi sueño.  Por ello no os ha de extrañar que esa mañana me despertara con una mano agarrando el pecho de la rubia y con la oriental pegada a mi espalda.

Nada más abrir los ojos y queriendo tomar al asalto mi propiedad, empecé a acariciar sus pezones. 

La cerebrito o bien estaba totalmente dormida o bien no quiso darse por aludida. Di por sentado lo segundo y por eso, dándome la vuelta, abracé a la japonesita. Esta no tardó en reaccionar y mirándome, al sentir la presión de mi pene contra su sexo, me preguntó si su señor necesitaba algo de su fiel putita. Sonreí satisfecho al ver que sin que se lo tuviese que exigir Akira cogía mi pene entre sus manos y lo acomodaba entre sus piernas.

―Tu hospitalidad― respondí con un suave movimiento de caderas.

La facilidad con la que mi verga se introdujo en su interior fue la muestra palpable de lo poco que necesitaba esa monada para estar dispuesta. Bastaba con que la mirara para que sin poderlo evitar se calentara al instante. Daba igual cuantas veces la hubiese usado la noche anterior, en cuanto sintió mis caricias se vio desbordada por el deseo e incapaz de aguantar, me rogó que la usara.

―No es justo, ¡me toca a mí!― protestó Irene al ver que su compañera se había llevado el premio.

―La próxima vez sé más receptiva― repliqué haciéndola ver que me había molestado su falta de respuesta.

Cayendo a mis pies, trató de congraciarse conmigo diciendo que la había malinterpretado y que si no había reaccionado enseguida no era por falta de ganas, sino porque pensaba que tenía que esperar mis órdenes.

―Una sumisa no debe tener iniciativa― insistió al ver que seguía poseyendo a Akira en vez de a ella.

Estaba a punto de contestarle, cuando de pronto una sirena empezó a sonar. Por la cara que pusieron supe el motivo, pero aun así solo reaccioné cuando Irene se levantó de la cama y tras mirar una pantalla, me dijo con lágrimas en los ojos que había empezado:

―Las televisiones de todo el mundo están informando de fallos catastróficos de comunicación con el continente americano.  

―¿Cuánto tiempo queda?

Antes de contestar buscó la respuesta en el ordenador y tras comprobar que no había llegado todavía a Alaska, respondió sin dejar de llorar:

―En nueve horas nos alcanzará y en doce habrá terminado.

Si me quedaba alguna duda acerca de la posibilidad de que el mundo que conocíamos tuviera capacidad de reacción quedó en nada al ver que la tormenta solar había comenzado por los Estados Unidos.

―Habíamos previsto que sobrevivieran algunas bases militares, pero al haber empezado por ahí dudo que hayan tenido tiempo. De sobrevivir alguna, será europea… los chinos tampoco podrán hacer nada. En hora y media, el viento solar llegará a sus ciudades.

Asumiendo el final de la civilización tal y como la entendíamos, nos levantamos a toda prisa. El resto de las mujeres de la casa habían reaccionado igual y por eso cuando salí de la habitación, me encontré con las otras tres sentadas esperándome en el salón.

Curiosamente la primera en hablar fue Suchín, la tailandesa.

―Lucas, siguiendo el protocolo que teníamos preparado, hemos dado órdenes de poner a buen recaudo toda la maquinaria en los túneles y de apagar escalonadamente cualquier aparato eléctrico. Que el destino haya elegido ese huso horario para descargar su furia, nos ha venido muy bien. Nos ha dado suficiente prórroga para que las pérdidas que nos ocasione sean las mínimas. Se puede decir que apenas notaremos sus efectos. A partir de la próxima semana empecemos a reestablecer la normalidad y en dos habremos vuelto a la actividad usual.

―¿Tanto tiempo esperáis que dure?― pregunté dirigiéndome a Irene, porque no en vano era la que más había estudiado ese fenómeno.

―Desgraciadamente tenemos muy pocos registros que avalen las previsiones de los científicos indios, pero si hacemos caso a sus teorías, la tormenta tendrá tres fases: erupción o inicio, fulguración que es cuando se libera toda la radiación y la tercera y más peligrosa, la eyección de masa de la corona que es lo que está barriendo la superficie terráquea y que puede durar hasta cinco días. Por eso, esperaremos a que hayan pasado siete y para evitar riesgos, lo haremos de forma paulatina.

―Me parece bien― respondí, tras lo cual pregunté cuando habían previsto informar a los habitantes de la Isla.

―Hemos creído necesario hacerlo cuanto antes y por eso hemos citado a la totalidad en la plaza dentro de media hora. No es bueno para la moral que sientan que se lo hemos ocultado y ya deben saber que ocurre algo al ver que las redes se han caído. 

―Tenéis razón. Es mejor afrontar cuanto antes y no prolongar la angustia – repliqué sabiendo que me tocaría a mí explicar a un grupo de gente aterrorizada que no tendrían que preocuparse por el Armagedón que estaba arrasando el planeta porque estábamos preparados.

Estaba tratando de ordenar mis pensamientos para tener un discurso coherente cuando llegando hasta mí, Adriana puso en mis manos unas cuartillas:

―Primor. Sabiendo que llegaría este momento, la zorra de Irene me pidió que te escribiera un discurso, aprovechando mis estudios de sociología y de psicología.

Asumí que había minusvalorado esos “estudios” y que esa morenaza debía ser, además de una eminencia en medicina, una lumbrera en esas materias. Por ella, no me importó tomarme un tiempo en leer esas notas.

Desde el primer párrafo supe que no era algo improvisado, sino que ese escrito estaba elaborado a conciencia para que las personas que lo oyeran fueran pasando de la estupefacción al saber el destino del resto de la humanidad, a la esperanza de saber que no se iban a ver afectados. Y que, al acabar de escucharlo, dieran por sentado que habían tenido la suerte de ser ellos y no otros los destinados a tener un papel principal en el renacimiento de la sociedad.

 ―Es bueno…― comenté: ―…hasta yo me lo he creído.

 Al escucharme, sonrió y dijo:

―Su fidelidad se incrementará más si cabe al sentirse agradecidos. Cómo sabes los hemos elegido por su personalidad y aunque la psicología no es una ciencia exacta, dada su lealtad no esperamos que haya más que algunos brotes de insatisfacción, pero nunca una rebelión abierta.

―Eso espero. No me gustaría enfrentarme a más problemas de los necesarios. Bastante tenemos con lo que se nos avecina― respondí.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de dos temas. El primero que, una vez hubiese pasado la tormenta, sería imprescindible localizar cualquier oasis de civilización que quedara sobre la tierra. Y que, si ese ya era de por sí importante, más lo era el segundo:

¡Debíamos ocultar nuestra existencia! ¡Sería una insensatez dar a conocer que manteníamos la tecnología del pasado!

«Eso sería ponernos una diana en el pecho. Todo el mundo intentaría llegar a la isla para unirse a nosotros o para conquistarnos», medité acojonado.

Al comentárselo a ellas, Irene sonrió:

―Lo sabemos. Por ello, hemos designado a un pequeño grupo especialistas en comunicaciones cuyo objetivo futuro será localizar cualquier superviviente tecnológico. Mientras tanto y a modo de precaución,  nuestras comunicaciones se harán en FM, imposible de rastrear a más cincuenta millas de distancia.

Me tranquilizó saber que ese tema estaba previsto, pero aún, así y mirando a Johana, quise que me contarán las medidas defensivas con la que contábamos para repeler una supuesta invasión.

La cerebrito me interrumpió nuevamente:

―Hasta en eso hemos tenido suerte, de los cinco satélites que su conglomerado de empresas colocó en el espacio, tres de ellos estaban en la zona oscura cuando empezó la tormenta. Como estaba previsto, nos hemos hecho con su control y creemos que conseguiremos salvar al menos a dos manteniéndolos fuera del alcance de la llamarada solar.

―Perdona mi ignorancia, ¿de qué coño hablas?

Riendo entre dientes, la rubia contestó:

―El día que usted me dio la orden de prepararnos para el desastre, una de sus compañías ganó un concurso con Defensa para el lanzamiento de cinco satélites espías. Previendo esta situación, dotamos a los mismos de un dispositivo de autodefensa que les permitiera cambiar de órbita― y mirándome, continuó: ― Si todo sale como hemos planeado, tendremos unos ojos de última generación protegiéndonos desde el espacio.

Instintivamente y dada la importancia de sus palabras, la abracé. Irene lejos de retirarse, se puso melosa y restregando su sexo contra el mío, me susurró al oído:

―¿No cree que su más fiel putita se merece un premio?

Soltando una carcajada, le di un azote mientras la replicaba que a menos que me hiciera una trastada, esa noche la haría por fin mía.

―Llevas veinticuatro horas aquí y todavía no me has hecho tuya― protestó mientras se permitía el lujo de manosear mi trasero.

Interviniendo, Suchín se acercó a donde estábamos y comentó:

―Si te parece… mientras te diriges a nuestra gente, preparo a esta zorrita.

Por su cara comprendí que tenía planeado satisfacer tanto sus apetencias como las de mi asistente e intrigado por ver lo que tenía pensado, contesté:

―El deber es lo primero y creo que debemos estar los seis presentes cuando hablemos con nuestra gente. Pero después y dado que tampoco he disfrutado de tus caricias― dije dirigiéndome a Suchín: ― os veo a las dos en mi cuarto tras el discurso.

―Allí estaremos― con una sonrisa replicó la bella tailandesa.

La complicidad de esas dos quedó de manifiesto cuando, moviendo su culo más de lo normal, Irene se fue con ella.

Observando de reojo, supe que las otras tres esperaban mis órdenes y por ello alzando la voz, comenté:

―Llevadme a la plaza.

La proximidad del lugar nos permitió ser de los primeros y eso me dio la oportunidad de observar el comportamiento de los hombres y mujeres que habíamos seleccionado mientras se iba llenando la plaza. No tuve que esforzarme mucho para ver que todos ellos sabían de la importancia de esa reunión.

―No podía ser menos, piensa primor que son lo mejor de la sociedad que acaba de desaparecer― me replicó Adriana al comentárselo.

En otras ocasiones había estado en eventos con mayor número de asistentes e incluso en varios de ellos, me había dirigido a los congregados, pero he de reconocer que al subirme al estrado estaba nervioso.

―Señoras y señores, soy Lucas Giordano, el fundador de esta colonia y siento decirles que soy portador de pésimas noticias― fue mi presentación.

El silencio antinatural que produjeron mis palabras se extendió como el aceite. Nadie, ni siquiera mi séquito de cinco elegidas,  se atrevió a respirar y por ello cuando volví a tomar el micrófono, era consciente que en ese preciso instante veinticuatro mil ojos estaban fijos en mí.

―Acabamos de saber que una tormenta solar sin precedentes está barriendo la faz de la tierra, acabando a su paso con todo equipo electrónico― fue mi segunda intervención.

Dejé que esas mentes brillantes asimilaran esa información para anunciarles que en nueve horas llegaría hasta nosotros, pero que mientras eso ocurría la sociedad tal y como la conocíamos estaba dejando de existir.

La plaza se llenó se sollozos porque todos, pero sobre todo todas las presentes, estaban lo suficientemente preparados para hacerse una idea certera del proceso.

―Afortunadamente, no todo está perdido…¡el ser humano tiene un futuro! Y ese futuro ¡sois vosotros!― esas doce mil mentes me escucharon decir.

La rotundidad de la afirmación y mi tono cumplieron su objetivo y nuevamente tenía en mi poder su atención:

―Todos vosotros firmasteis para formar parte de un experimento científico y social― afirmé: ―Jamás aceptasteis ser el germen de una sociedad nueva….

Nadie contestó.

―… la naturaleza nos ha jugado una mala pasada, la civilización tal y como la conocemos desaparecerá en medio de guerras y hambre….

Pude observar el dolor en sus rostros.

―… pero el hombre renacerá y será gracias a vosotros. Tenemos tiempo para salvar nuestra tecnología, nuestra mina mantendrá a buen recaudo a todos los aparatos eléctricos mientras pasa la tormenta…

Me tomé mi tiempo para concluir diciendo:

        ―… y con la calma, será nuestro turno y el de nuestros hijos. Hemos sido llamados a reestablecer la civilización…… ese es nuestro destino y ¡no podemos fallar! ¡El ser humano depende de nosotros!  

Un sonido ensordecedor camufló mis últimas palabras.

Cap. 7― Irene obtiene su recompensa

Esos doce mil privilegiados que habíamos seleccionado ya sabían el futuro al que se enfrentarían y que la colonia que había fundado además de ser una isla físicamente era una isla de seguridad dentro de la desolación mundial.

        Fuera solo había caos.

        Todos ellos habían sido escogidos por su inteligencia y por su capacidad de enfrentar ese golpe. Pero aun así necesitaban pasar el duelo, asimilar que nunca podrían volver a su ciudad, ni a su barrio porque sencillamente ¡ya no existían! Ejerciendo más de padre que de jefe me quedé en la plaza consolando a los que lo necesitaban.

Junto a mí permaneció en todo momento Johana. Su presencia, sus dos metros de músculos,  lejos de ahuyentar a los reunidos, les producía una sensación de seguridad y se acercaban a nosotros.  Tardé unos minutos en percatarme de que al hacerlo lo hacían de seis en seis.

«Ante las dificultades, buscan la protección del grupo»,  me dije evaluando positivamente el éxito que habíamos obtenido al agrupar a los candidatos en “familias” compuestas por cinco mujeres y un hombre.

Observando detenidamente, advertí en todos ellos que uno de sus integrantes ejercía de líder y que además solía ser una mujer.

«Estadísticamente es lo lógico», concluí tomando en cuenta la desproporción existente, pero no por ello algo en mi interior me puso en guardia no fuera a ser que alguna de las cinco mujeres que Irene había seleccionado para mí quisiera coger ese papel.

Tras media hora y en vista que todo parecía tranquilo pedí a mi enorme y amorosa amante que me acompañara a casa. Johana aprovechó los minutos que tardamos en llegar en explicarme con mayor detalle los preparativos de seguridad.

―Has pensado en todo― dije al no encontrar falla alguno en lo que habían planteado.

―Irene me resultó de mucha ayuda. Es increíble la capacidad que tiene― me replicó.

Al escuchar la respuesta de la militar, supe que debía atar corto a ese cerebrito o terminaría asumiendo ella el mando de mi obra. Como ponerla en su lugar era una labor que solo podía hacer yo y nadie más, no dije nada cuando en el vestíbulo de la casa Johana se despidió de mí diciendo que tenía un montón de temas que revisar antes de que llegara la tormenta.

La morena tenía motivos sobrados para ir a su oficina, algo en mí me dijo que su rápida huida era algo pactado con Suchín e Irene y admitiendo que pronto lo sabría, entré al área privada de la casa. Nada más hacerlo, vi que el salón se había transformado en un aula de clase y que la oriental permanecía sentada en uno de los dos pupitres y mirando de frente a la pizarra.

No tuve que ver más para comprender que iba a ser testigo, cuando no partícipe, de un juego de rol donde esas dos mujeres iban a representar el papel de profesora y alumna. Mi única duda era si a mí me tocaba ejercer de maestro, duda que desapareció cuando vi entrar a Irene vestida con la bata blanca típica de los profesores y dos reglas en sus manos.

Descojonado, estuve a punto de buscar asiento para observar, pero entonces mi asistente llamando la atención de Suchín, le dijo:

―Señorita, en pie.

Al levantarse, me dio oportunidad de comprobar que la falda de su uniforme consistía en la típica escocesa, pero que a duras penas se podía considerar que era una minifalda. Mas bien parecía un cinturón ancho.

 ―Quiero presentarle a don Lucas, el inspector del que le hablé y que viene a comprobar la calidad de nuestra escuela.

Sonreí al enterarme de mi personaje y dejando que Irene llevara la batuta, únicamente pregunté donde me sentaba.

―Señor inspector, ¡donde usted quiera!― exclamó escandalizada.

Su respuesta me informó de que esperaba que en algún momento ejerciera mi autoridad y por eso cogiendo la suya, me senté junto al pizarrón.

De inmediato supe que había hecho lo correcto porque se acercó a mí y mientras me daba una de las reglas, me regaló con una generosa visión de sus pechos a través del escote.

―Se nota que está bien dotada para la enseñanza― comenté con la mirada fija en su par de melones.

―Muchas gracias, señor inspector. Solo espero que al terminar su visita siga opinando lo mismo― contestó lamiéndose los labios.

Tras lo cual, girándose, comenzó a explicar a su pupila que la tierra era plana y que el sol giraba alrededor nuestro produciendo el día y la noche. De nuevo me quedó claro que la elección de una teoría antediluviana y claramente errónea tenía un motivo. Por eso me quedé callado.

―Profesora, tenía entendido que la tierra era redonda― comentó Suchín desde su asiento.

Molesta por esa interrupción y en plan tirana, Irene le preguntó quién le había dado permiso para hablar.

―Nadie, profesora― respondió la oriental.

―Es inaceptable. No sé la escuela en la que has estado antes, pero quiero que sepas que en ésta no admitimos tal falta de respeto. ¡Ven aquí!

Con un extraño pero evidente brillo en sus ojos, la tailandesa se acercó a donde su maestra permanecía jugando con la regla. Al llegar junto a ella, Irene le dio un buen repaso con la mirada antes de obligarla a apoyarse en la mesa poniendo el culo en pompa.

Desde mi lugar, me encantó comprobar que el disfraz estaba completo y que su atuendo incluía unas bragas de perlé, digna de nuestras abuelas.

―Profesora, perdóneme. Juro que no volveré a interrumpirla― rogó Suchín haciéndose la desvalida.

―Lo has vuelto hacer― rugió su maestra mientras descargaba el primer reglazo sobre el indefenso trasero de su alumna: ―Has vuelto a hablar sin pedir permiso.

―Lo siento― sollozó la joven sin darse cuenta de que, con ello, volvía a caer en el error.

Hecha una energúmena, mi rubia asistente castigó con dureza las nalgas de Suchín con una serie de cinco sonoros mandobles, para acto seguido y con una sonrisa en su boca, preguntarme si consideraba que era suficiente:

―No lo sé – respondí: ―Depende del color que haya adquirido el culo de esa maleducada.

Sin dar opción a que se negara, Irene le bajó las bragas hasta las rodillas y rogándome que me acercara, pidió mi opinión sobre si era suficiente el color rojizo de los cachetes de su alumna.

Excediéndome en mi papel, pasé mi mano por ese precioso culete tanteando la reacción de su dueña. Suchín al sentir por primera vez una caricia mía, no pudo evitar que un largo gemido de placer surgiera de su garganta. Lejos de enfadarme y aprovechando que no llevaba bragas, alargué mi examen incluyendo en el mismo su sexo.

―¡Señor inspector!― exclamó indignada la profesora― ¿No le da vergüenza estar metiendo mano a mi alumna?

Despidiéndome de Suchín con un ligero pellizco en el erecto botón que escondían sus pliegues, me giré y cogiendo del brazo a la maestra, le pregunté quién le había dado permiso para hablar.

El terror que se reflejó en su rostro me confirmó que esa rubia del infierno además de un cerebrito era una estupenda actriz.

―Nadie, señor inspector― contestó.

―Quítate esa bata, no eres digna de llevarla― dije con tono duro y seco.

Nuevamente supe que había acertado observé que, bajo esa prenda, Irene iba vestida igual que la oriental y que sin que se lo tuviese que pedir, la rubia imitaba a su compañera apoyándose en la mesa.

«Será zorra», murmuré divertido al verificar que también que llevaba unas bragas de algodón y sin mediar palabra alguna, hice sonar la regla sobre una de sus blanquísimas nalgas.

―Cumpla con su deber, señor inspector, y muéstreme el buen camino― pidió con la voz teñida de deseo al experimentar ese sonoro escarmiento.

―Yo también quiero que me lo muestre― gritó Suchín todavía con las bragas a mitad del muslo.

Dejando a un lado el instrumento de medida, usé mis manos para ir alternando azotes entre las dos. Conociendo la debilidad de mi asistente por el sexo duro, le quité los calzones para que mis manotazos impactarán directamente sobre su piel. Irene en vez de quejarse, sollozó de placer pidiendo que los golpes más fuertes se los diera a ella.

La actitud de esas dos despertó a una bestia que desconocía que existiera en mí y usando mis manos como garras desgarré su ropa. Creo que ambas se asustaron al ver que lo que había empezado como un juego se estaba convirtiendo por momento en algo serio, pero nada pudieron hacer cuando una vez totalmente desnudas, las cargué sobre mis hombros.

―¿Dónde nos lleva señor inspector?― preguntó la rubia.

No me digné en contestarla y descargando mi carga sobre la cama, pedí a la oriental que si no quería recibir un duro escarmiento su amiga no se podía enfriar mientras volvía y sin mirar atrás, me dirigí hacía el armario. Si tal y como esperaba, habían copiados todos y cada uno de los muebles de mi casa y habían traído lo que tenía en ellos, en el tercer cajón estaba lo que buscaba.

―Aquí esta― me dije sacando de su interior unos conjuntos de cadenas africanas que me habían asegurado que en el pasado habían sido usadas por los negreros para controlar a sus favoritas.

Bajo el disfraz de joyas, un conocido me había explicado que eran de lo más efectivas y por eso antes de encerrarme en la isla, me había hecho con cinco. Una para cada una de mis mujeres.

Al volver a la cama, la escena con la que me encontré me confirmó que la tailandesa había cumplido fielmente mis órdenes.

―Así me gusta, compartiendo como buenas amigas― comenté descojonado al contemplar las lenguas de ambas jugando con sus sexos en un sensual sesenta y nueve.

Dominada por el deseo, Irene no se percató de lo que ocurría hasta que después de sentir que le ponía un collar, escuchó cuatro clics al cerrarse sendos grilletes sobre sus muñecas y tobillos.

―Mi señor, gracias― musitó llorando al ver mi regalo.

Al comprobar que sus ojos se poblaban de lágrimas,  quise saber el motivo de estas:

―Me ha colocado unas cadenas que antiguamente solo podía usar las esclavas llamadas a compartir el lecho de su dueño, esclavas del placer cuyo único destino en su vida era servir sexualmente a su señor.

 ―¿Y eso te incomoda?― pregunté.

Horrorizada lo negó:

―Mi señor, que haya pensado en mí me hace la mujer más feliz del mundo.

Interviniendo por primera vez, Suchín, soltando una carcajada, se levantó de la cama y me dijo si sabía usarlas. Por primera vez,  fui consciente de que no eran solo una joya, sino que tenían un aspecto sexual que desconocía.

Al reconocérselo, me pidió que le diera la llave y tomándola entre sus manos, obligó a Irene a tumbarse sobre la cama mientras separaba los brazos y las piernas.

―Estas cadenas tienen tres enganches y una argolla que las une― me informó.

―¿Para qué sirven?

Me respondió uniendo dos de las cadenas con la argolla. Al hacerlo, Irene tuvo que echar los brazos hacia atrás y flexionar las piernas, lo que la obligó a poner su culo en pompa.

―Esta esclava del placer esta lista para ser tomada por su señor― murmuró muerta de risa señalando la humedad que lucía su coño totalmente indefenso.

No contenta con ello, la tailandesa localizó el clítoris de su amiga y se dedicó a acariciarlo mientras me terminaba de desnudar.

―Cabrona, me corro― rugió Irene incapaz de repeler el placer que la estaba dominando.

Ser testigo del modo en que mi rubia asistente se corría ante unas pocas caricias de la oriental me hizo sospechar que por algún motivo Suchín sabía mucho de ese tipo de joyas. Al preguntárselo directamente, me contestó:

―Lucas, no te olvides que soy una zorra fetichista y que disfruto de estos artilugios.

Riendo y ya sin ropa, me acosté a su lado mientras le pedía que me mostrara más de su funcionamiento. La tailandesa se mostró feliz al enseñarme que, al estar atada por atrás, cada vez que se movía ello representaba una tortura para mi asistente.

―Fíjate― me dijo y tirando cruelmente de una de las cadenas, me demostró que para compensarlo Irene tenía que doblar su espalda de un modo antinatural.

―¡Me duele! ―chilló la rubia.

Soltando una nueva carcajada, Suchín le replicó:

―Pero te gusta, ¿verdad?― ante su silencio, introdujo dos dedos en el sexo de Irene y los sacó completamente embadurnados de flujo: ―Tu coño no miente. ¡Estás cachonda! – y mirándome a los ojos, soltó: ―Ya es hora de que su dueño tome posesión de ella. Esta puta no resistirá mucho más.

Haciendo caso a Suchín, me acerqué y poniendo una mano sobre la argolla, acerqué mi pene a su entrada. He de decir que estaba todavía jugando con sus pliegues sin haberlo metido cuando de improviso la cerebrito se vio inmersa en un brutal orgasmo y se corrió por segunda vez ante mis ojos.

Por un momento creí que estaba actuando, pero entonces y leyendo mi rostro, la tailandesa comentó:

―Lleva tanto tiempo sabiéndose tu sierva que no ha podido resistir entregarse al placer en cuanto te sintió cerca.

―¿De qué hablas?

―Irene se ha entregado a ti y ha obtenido el gozo supremo, el gozo reservado solo a las esclavas.

Poniendo en cuestión sus palabras, me pareció que no era suficiente y por ello,  le separé las piernas para acto seguido acercar mi lengua a su cueva.

―¿Te reconoces totalmente mía?― pregunté mientras retiraba sus labios, despejando así el camino hacia su clítoris.

Pegando un gemido declaró que era hembra de un solo macho y que ese macho era yo. Satisfecho por su completa sumisión, acerqué mi boca a su sexo mientras la tailandesa nos observaba.

Sin ningún tipo de recato al sentir mi respiración aproximándose, jadeó pidiendo que la tomara, pero fue al sentir que me apoderaba de su botón cuando berreando de placer imploró que dejara de torturarla y que me la follara ya.

―Lucas, ¿no ves que no para de correrse? Si no te la follas, la pobre se muere― musitó en mi oído la oriental.

Coincidiendo sus palabras, del interior de Irene y como si fuera un manantial, el flujo de la rubia  manó derramándose por sus muslos. Intrigado por ese hecho, observé que en cuanto tocaba con mi glande su botón el caudal de líquido aumentaba exponencialmente y salía a borbotones mientras su dueña pasaba de la excitación al placer sin darse cuenta.

―No seas capullo, ¡hazlo ya!― pegando un grito me exigió su compañera al comprobar que Irene comenzaba a estar agotada.

Apiadándome de ella, me coloqué entre sus piernas, y cogiendo mi extensión con la mano, acerqué el glande a su entrada. No me hizo falta preguntar si estaba lista porque la rubia al verlo, levantando su trasero, se introdujo ella misma mi pene hasta el fondo de su sexo.

―¡Por fin soy de mi señor!― aulló con una felicidad a todas luces exagerada y mientras ella no dejaba de sollozar por el placer que le estaba dando, decidí ir moviéndome lentamente.

Siguiendo nuestras maniobras con atención, Suchín esperó a que mi extensión estuviera totalmente embutida en ella para decirme:

―Tira fuerte de las cadenas.

Obedeciendo, no me paré a pensar que al jalar de ellas iba a forzar la columna de mi asistente y agarrándolas, las usé como anclaje para lanzarme al galope. No tardé en escuchar los gritos desesperados de la rubia, ya que cada vez que acuchillaba su interior con mi estoque, tiraba de los eslabones y le doblaba de manera cruel su espalda.

 Contra los principios que había manado desde niño, no pude o no quise parar al sentir que sus chillidos eran música celestial en mis oídos y porque además al retorcerse de dolor, con ese instrumento de tortura con forma de joya, su vagina se contraía presionando mi sexo de una manera nueva y placentera.

Es más, creo que incluso incrementé el ritmo con el que la penetraba al sentir que todos y cada uno de mis nervios se contraían previendo la llegada de un violento orgasmo. Incluso Suchín se vio afectada y mientras todo mi ser era pasto de un incendio, pellizcándose los pechos y masturbándose buscó ella también el placer.

Reconozco que fue algo brutal y que mientras mi simiente era derramada en su interior, Irene no aguantó más y se desplomó sobre la cama. La nueva postura incrementó más si cabe la presión sobre mi extensión y grité:

―¡Dios! ¡Qué placer!

El esfuerzo debió ser demasiado para mí porque solo recuerdo que al cabo del tiempo abrí mis ojos y me encontré con la tailandesa a cuatro patas mientras lucía sus cadenas y a Irene preguntando si tenía fuerzas para follarme a la última de mis mujeres.

Con una sonrisa, respondí:

―El día que no pueda echar dos polvos seguidos preocúpate porque tu dueño estará muerto…

Relato erótico: “Fitness para todas las edades. (2)” (POR BUENBATO)

$
0
0

Era sábado por la mañana. Desperté tras un sueño reparador. La luz del sol se filtraba a través de las persianas. Bajo las sabanas, una figura se deslizaba, como una especie de figura fantasmal. Unas cálidas manos tocaron la zona de mi entrepierna, endureciendo en segundos mi pene. La forma se acomodó sobre mis piernas, mientras unas cálidas manos deslizaban mis calzoncillos hacia abajo. Desnudo, y con la verga de fuera, las manos tomaron y masajearon con suavidad el tronco de mi falo.

Me incorporé, entonces la figura se movió rápidamente, entonces la tibieza de aquellas manos fueron sustituidas por la frescura de una boca, acompañada de los suaves movimientos de una lengua. Fue entonces cuando, despacio, alcé las sabanas para descubrir a quién se hallaba debajo.

– Buenos días – dije, al tiempo que Mariana me sonreía, con la mitad de mi verga dentro de su boca.

Sus cabellos despeinados la hacían lucir hermosa de una manera muy distinta, y sus ojos recién despiertos brillaban de vida.

No habíamos vuelto a tener sexo desde anoche. Durante dos semanas, esperamos el momento en que la policía o, peor, la madre de Mariana tocaran a la puerta enterados de lo sucedido. Pero eso nunca sucedió.

Al parecer, Katia había guardado silencio, aunque no sabíamos nada de ella. Nunca contestaba al celular ni a los mensajes de texto, y Mariana no sabía en qué colegio estudiaba. No había ido a los entrenamientos en el gimnasio, y yo no conocía a sus padres. Estábamos entre la espada y la pared, pero nada sucedió.

No nos atrevíamos a hacer nada, por el temor de estar siendo investigados. Era un peligro que alguna muestra de mi esperma apareciera en el coño de mi hija, y aún estábamos dispuestos a negarlo todo. Tampoco era buena idea que Mariana se fuese a casa de su madre, pues en el peor de los casos, esa extraña decisión nos delataría.

Y así, estando ambos en casa y sin atrevernos a tocarnos, se volvió un verdadero martirio. Cada vez que miraba a mi hija tenía que contenerme las ganas de follarla en el acto. Ella también se acercaba a veces, y comenzaba a abrazarme, buscando algo a lo que no podíamos arriesgarnos. Tenía que alejarla de mí y mantenerme lejos de ella. Sólo quedaba esperar, pacientes, a que Katia no nos delatara.

Así pasaron los días hasta la noche de ayer. Mariana había salido tarde de la escuela debido a una tardeada con motivo del santo patrono del colegio. No pude pasar por ella, pero llegó alrededor de las siete de la noche mientras yo miraba el televisor. Había sido un evento formal, y mi hija había elegido un vestido de gasa blanco escalonado. Lo había comprado hacía años para la boda de una de las hermanas de su madre, y el entonces vestido largo ahora le quedaba más corto, mostrando libremente las torneadas pantorrillas.

Quizás fue verla en zapatillas lo que me llamó la atención, pero al verla entrar por la puerta me pareció tan pura, tan frágil y tan dulce que no pude más que mantener el cuello girado, mirando cómo se dirigía como una diosa hacía su recamara. Decidí que había sido suficiente. La seguí, y subí las escaleras silenciosamente.

Llegué a su recamara, donde su puerta se hallaba entrecerrada. Entonces me desnudé, completamente y en silencio. Sabía que no iba a necesitar entrar vestido.

Empujé la puerta y entré, me encontré con su figura sentada a la orilla de la cama, desabrochándose sus zapatillas. Ella se percató de mi presencia, pero ni se inmutó. No quitó la vista de sus zapatillas.

Me acerqué y me detuve ante ella. Sólo entonces levantó el rostro para dirigirme la más dulce de sus miradas; sus ojos brillaban como si estuviesen a punto de llorar, pero no era así.

– Papá – murmuró, con una voz dócil.

Entonces la empujé contra la cama. Mi enorme cuerpo se abalanzó sobre el suyo. Mis brazos la encarcelaron mientras nuestros labios se unían, temblorosos en un beso que pareció durar siglos.

Mis manos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, a través de la suave tela de su vestido. Era como si quisiera rememorar cada detalle del que me había privado durante días. Ella cerraba los ojos, sintiendo en su piel mis gruesos dedos.

Levanté su vestido, descubriendo su entrepierna. Mi mano hizo a un lado la parte frontal de sus bragas de algodón, sólo lo suficiente para que mí endurecida verga pudiera abrirse paso entre sus labios vaginales. Un precioso quejido, que después se convirtió en un suave suspiró, escapó de los labios de Mariana cuando mi falo la penetró por completo.

Me mantuve unos segundos ahí, con mi tronco palpitando en su humedecido coño. Sólo nuestras bocas parecían seguirse moviendo mientras la temperatura aumentaba en nuestras entrepiernas. Me sentí realizado, como si hubiese recuperado algo cuya falta me estuviera matando lentamente. Era la primera vez que follábamos “decentemente”, como una pareja que se amaba realmente y no como un par de adolescentes calenturientos.

La embestí con suavidad, y con la misma suavidad ella trotó sobre mi pene. Mis manos tocaban sus tetas y apretujaban sus pezones con suavidad, y las palmas de nuestras manos recorrían cada detalle de nuestros cuerpos, con la suavidad y elegancia de dos danzantes contemporáneos. Como dos ciegos que trataban de dibujarse en su mente.

Aquello fue como una promesa definitiva de que, pasara lo que pasara, jamás nos dejaríamos. Nunca como esa noche había sentido tanto su calor; nunca entonces, mientras la follaba, fui tan consciente de que se trataba de mi hija. Mientras la follaba, no sólo podía sentir en su interior el amor ardiente de una mujer sino también el cariño dulce de una hija. No tuvimos que decir palabra alguna para entender lo que estaba sucediendo entre nosotros. Y así, desnudos, con mi leche guardada en su coño, nos quedamos dormidos.

Por eso, aquella mañana, no pude más que recordar que las cosas habían vuelto a la “normalidad”. Ahora, ella me miraba con su acostumbrada mirada de zorra mientras se llevaba mi verga a su boca. Casi me había olvidado lo guarrilla que podía llegar a ser, mientras miraba como Mariana intentaba tragarse sin éxito mi verga completa. Aunque había mejorado, y no iba a pasar mucho tiempo antes de que pudiera verla con mi falo completo hasta su garganta.

Cuando consideró mi pene lo suficientemente erecto, saltó sobre él, completamente desnuda, como se había dormido a mi lado. Se dejó caer con suavidad, cuidando de no dañar su estrecho coño con mi gorda carne. Suspiró, como si la estuviesen inyectando, y respiró aliviada cuando logró enterrarse mi verga por completo.

– Papi… – comenzó a murmurar, conforme sus sube y baja iban aumentando de velocidad – Papi, papi…

Extrañaba aquella palabra.

– ¿Te gusta?

– Siiii… – dijo, y la respiración se le fue cuando alcé mis caderas para hacerla incrustarse profundamente en mi verga.

Bajé de nuevo mis caderas, y dejé que ella hiciera lo suyo.

– Salta, salta perrita.

Ella aumentó la velocidad de sus movimientos. Mis manos subieron a la altura de sus pechos desnudos, donde pude sentir como sus pezones se endurecían poco a poco.

– ¡Ahh! – gritó de pronto – Me gusta – dijo, dirigiéndome una sonrisa satisfecha.

Era claro que las semanas de abstinencia no se iban a recuperar en una sola noche. Mariana tenía las ganas y las energías propias de su edad, y yo, recién despierto, tenía que respirar rápidamente para poder llevarle el ritmo a sus agiles saltitos.

A veces saltaba de arriba abajo, rebotando sobre sus firmes nalgas; otras veces colocaba sus manos sobre mis pechos para arrastrar su coño sobre mi entrepierna, con mi verga deslizándose en su interior. Parecía explorar las diversas formas de conseguir placer. Yo miraba encantado su sonrisa, de alguna manera su expresión me recordó a las primeras veces en que comenzaba a andar ya sola sobre la bicicleta. Siempre había sido muy hábil aprendiendo, y el sexo no parecía ser la excepción.

Sentí de pronto cómo su coño se adormecía. Entonces ella fue disminuyendo rápidamente el ritmo de sus vaivienes hasta que se detuvo completamente. Mire sus ojos, humedeciéndose antes de cerrarse. Entonces su boca se abrió, como si alguien la estuviese apuñalando.

– ¡Aaaaahhhh! – gritó – Papi, ahhhhhhh….

Se llevó las manos al cuello, como si quisiera separar su cabeza de su cuerpo. Las deslizó entonces sobre su cuerpo, como rasgándolo con las uñas. Sus manos terminaron en mi pecho, pues sentía desplomarse, sus deditos intentaron apretujar inútilmente mis pectorales antes de que su cabeza se desplomara sobre mi pecho. Yo acaricié su piel encrespada y sus cabellos enredados, como quien trata de tranquilizar a un pequeño potro. Mi hija estaba experimentando un tremendo orgasmo, y yo no pude más que conmoverme de solo verla.

Cuando el éxtasis pareció vaciarse de su cabeza, se incorporó y me miró con una sonrisa agotada; parecía impresionada de lo que había sentido. Yo le acaricié el rostro.

– Te ves bonita cuando te corres – le dije

– Espero verme bonita muy seguido – dijo, y me lanzó un coqueto guiño.

Una palpitación natural de mi vena le recordó que mi verga seguía alojada en su coño.

– ¿Tú ya casi te corres?

– En realidad no – admití

Ella me acarició el vientre.

– Me gustaría ver cómo te corres – dijo, sin mirarme – Tu cara y así.

Dicho y hecho, me incorporé. Ella sonrió extrañada, preguntándose qué planeaba.

Me dirigí al baño, llevándola de la mano. Me detuve frente al amplio espejo del lavamanos.

La coloqué recargada con los hombros sobre la barra del lavamanos y me ubiqué tras ella. Noté que algo no encajaba. Ella sólo me miraba curiosa a través del espejo. Regresé con una escalera plegable de un nivel que ella utilizaba para alcanzar los cajones más altos del estante donde guardábamos el botiquín y los enjuagues bucales.

– Creo que necesitaremos esto – le dije, sosteniendo el escalón

Eso la hizo reír divertida, mientras volvía a colocarse de la misma manera, pero esta vez sobre el escalón. Giró la vista como diciendo “listo”.

Tomé mi verga, la deslicé desde su espalda baja hasta la entrada de su coño, recorriendo todo entre el canal formado por sus glúteos.

Ella sólo se limitaba a mirar mi rostro por el espejo, parecía realmente interesada de mirar cuales eran mis expresiones. Supongo que detectó mi sonrisa cuando mi glande se arrastró sobre su arrogado ojete del culo y cuando sentí las caricias de sus finos vellos púbicos antes de colocarme sobre su humedecido coño.

Entonces la penetré, de un solo tajo, hasta lo más profundo. Ella tuvo que cerrar los ojos ante tremendo acto, y exhaló aliviada cuando su coño se acostumbró de nuevo a las dimensiones de mi tronco.

Comencé un mete y saca normal, pero cuando mi verga alcanzó su máxima dureza aumenté el ritmo considerablemente. Entonces su rostro se descompuso en una confusa expresión entre el dolor y el repentino placer. Como poseído, yo no hice más que aumentar la fuerza de mis arremetidas; en verdad parecía dispuesto a machacar la concha de mi hija mientras sus gritos desesperados hacían eco en el cuarto de baño.

– ¡Ah! ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! – gritaba ella, apenas capaz de respirar.

Yo seguí embistiéndola. Entonces llevé una de mis manos a su cabello y los jalé con cierta violencia hacía mi. Aquello alzó el rostro de mi hija.

– Mírate – le dije, mientras ella observaba su propio rostro en el espejo – ¿Te gusta lo putita que te ves?

Ella movió lentamente la cabeza, afirmativamente, sin que sus jadeos ni su rostro descompuesto desaparecieran.

– Me gusta tu cara de zorrita, me gusta follarte mientras me miras como una perrita, como una guarra callejera que no quiere más que le llenen de leche. ¿Eres mi guarrita?

Ella afirmó.

– Eso, así responde una verdadera guarrilla. ¿Eres mi putita? – le pregunté, jaloneando sus cabellos de nuevo.

Afirmó de nuevo, mordiéndose los labios inferiores por el insoportable placer que mi verga debía de estar proporcionándole.

– Así me gusta zorrita. Me voy a correr en ti, ¿quieres ver cómo me corro en tu coñito?

Ya no pude ver si contestaba. Yo mismo me estaba calentando todo con aquellas frases que mi verga me traicionó y estalló de pronto en un chorro de esperma. Me corrí cuando mi verga la estaba atravesando, y apenas pude detenerme para que mi leche manara dentro de su coño. Ella se sostenía fuertemente de sus brazos, mientras sus ojos se cerraban suavemente al sentir mi jugo caliente en su interior.

Me dejé caer sobre su pobre cuerpecito. El indescriptible placer me hizo jadear sobre sus oídos; ella respiraba lenta y profundamente, como si hubiese terminado una carrera de ochocientos metros. Mi tronco seguía latiendo dentro de su concha, mientras liberaban las últimas raciones de leche.

– Hoy tenemos que ir a grabar video – dijo entonces, mirándome a través del espejo. Me encantaba lo fácil que recuperaba su cándida sonrisa.

Aquel sería el tercer video que grabábamos juntos. La tarde en que Katia nos descubrió, Mariana insistió en que debíamos grabarlo. Me sorprendía su nivel de responsabilidad. Ella editó el video, aunque quedó claro que carecía del talento de la negrita.

Llegamos al edificio, y mientras subíamos los escalones miramos la figura que se hallaba al final, frente a la reja del gimnasio. Era un hombre el que se distinguía, vestido con un perfecto traje azul y una corbata roja. Miré a Mariana, quien parecía aún más estremecida que yo. Decidí que debíamos seguir avanzando, fuese lo que fuese a suceder.

¿Quién era? ¿Policía? ¿Trabajador social? ¿Algún empleado del banco distraído, creyendo que el gimnasio abre los fines de semana? Me adelante, mirándolo con cierta desconfianza, hasta que su mirada sonriente y perfecta me sorprendió. Entonces me ofreció su mano, que flotó durante un par de segundos antes de que yo le correspondiera.

– Walter – dijo – De Frenzy, sólo hemos tenido el gusto de hablar por teléfono. Sé que vendrían porque veo que los videos siempre se guardan cuando este lugar cierra al público.

Miré a Mariana, quien me lanzó una mirada como diciendo “sí, reconozco su voz”. Fue un alivio.

Entramos al gimnasio, mientras mi hija y yo instalábamos la cámara y las cosas, Walter deambuló curioso por el gimnasio. Parecía más que nada interesado en la correcta instalación de las pegatinas y carteles de Frenzy. Después se acercó a nosotros, mirando su reloj.

– ¿La morena ya no les ayuda? – preguntó, deteniéndose, en referencia a Katia

Se mantuvo fijo mirándonos, comprendiendo que algo andaba mal por ahí, por lo que decidió dejar el tema.

– En fin, sólo se los comento por que se modificara el sistema de pagos; ya no serán cheques, sino mediante cuentas bancarias. Así que es importante establecer los porcentajes, es todo.

Yo asentí, comprendiendo lo que decía.

– Pero bueno, aún hay tiempo para eso. Antes quiero darles una buena noticia.

Comenzó a hablarnos de estrategias de mercadotecnia y publicidad que yo no entendía – y que me aburrían – pero que a Mariana le parecieron sumamente interesantes a juzgar por su mirada. Entonces, mientras mis pensamientos viajaban por otro lado, una frase de aquel individuo escarbó en lo más profundo de mi memoria:

– …y por eso creo que una colaboración con Andrea Campirano sería una oportunidad de aumentar tu “mercado”, por así decirlo. Tú debes saber que ella es una importante figura en el ámbito del fisiculturismo.

Mariana asintió, sonriente. ¿Mariana conocía a Andrea? Porque Andreas podía haber muchas, pero yo sólo conocía a una sola Andrea Campirano; y no tenía muchas ganas de volver a verla.

– La he visto en algunos programas.

– Exacto – continuó Walter – Ella básicamente es una embajadora del fitness en los medios, y creo que su colaboración contigo será muy significativa para tu carrera. Esto, Mariana, está despegando y lo podemos llevar muy lejos.

El sujeto me miró, como pidiendo una opinión. Yo desperté de mis pensamientos y asentí sonriente; pero Mariana pareció darse cuenta de mi perturbación.

– Andrea es una chica bastante disciplinada, desde siempre ha estado entregada al deporte – dije, tratando de no seguir estúpidamente callado.

– ¿La conoce? – preguntó sorprendido Walter

Detesté que me hiciera esa pregunta. Pensé rápidamente en cualquier mentira.

– La conocí en algunos eventos – dije – Concursos de fitness y fisiculturismo.

La respuesta pareció dejarlos satisfechos. Yo sólo miré a la ventana, hacía la ciudad, mientras me preguntaba por qué mi vida se complicaba de esa manera.

A Andrea Campirano la conocí a los quince años de edad; estudiamos en el mismo instituto y fuimos por primera vez al mismo gimnasio. Éramos los mejores amigos, y yo siempre estuve enamorado de ella. Pero a ella siempre le gustaron los tipos mayores, más grandes y fuertes, y ni siquiera mis mayores esfuerzos en los entrenamientos ni el aumento progresivo de mi musculatura fueron suficientes para hacerla cambiar de opinión.

Una tarde, a los diecisiete años de edad, casi dieciocho, mi padre me reveló su intención de inscribirme a la mejor universidad militarizada de la región. Eso significaría que tendría un futuro asegurado, pero también un futuro sin Andrea. Aquello me llenó de la suficiente necesidad de exponerle mis sentimientos a ella, y así lo hice. Pero ella me rechazó.

Nada me había hecho sentir tan miserable hasta entonces, siempre me imaginé una vida con ella, pero fue ella misma quien me la negó. No volví a dirigirle la palabra el resto del curso y, tras la graduación, no volví a verla jamás. Ni siquiera era capaz de asistir a los mismos eventos de fisiculturismo a los que ella acudía, aunque siempre estaba al tanto de la enorme fama que iba adquiriendo y del hecho de que estaba felizmente casada y tenía ya un hijo.

Sólo el nacimiento de Mariana me hizo comprender que la única mujer a quien realmente amaría para siempre sería a mi propia hija. Y fue entonces cuando pude comenzar a olvidar a Andrea.

Me llamó por teléfono dos días después. Y escucharla de nuevo fue tan patético como haber dejado de hablarle.

– ¿Humberto?

– Heriberto

– ¡Ay! Discúlpame, es que Walter…

– Sí, no importa. ¿Cómo estás?

– Bien, oye, Walter me explicó sobre tus gimnasios, no sé si te molestaría que fuera. Me gustaría platicar contigo, hace tiempo que…

– Sí – joder, ¿qué me pasaba? – Bueno, cerramos a las 9, creo que podríamos vernos aquí. O si quieres puedo…

– No…

– Digo…

– No te preocupes.

– Como te sea más cómodo.

Su llegada al gimnasio causó el efecto esperado. Quienes sí sabían quién era, se maravillaron al verla a ella y a su perfecto cuerpo. Quienes no sabían quién era ella, se maravillaron al verla a ella y a su perfecto cuerpo. Vestía un corto vestido floreado, color blanco, bastante sencillo pero lo suficientemente ceñido para reproducir con justicia la exquisitez de sus curvas y para mostrar sin más sus torneadas piernas. Firmó algunos autógrafos y la invité a pasar a mi oficina; había encendido el aire acondicionado para los eventos especiales.

Ella era toda sonrisa, y yo trataba de hacer lo mismo, con tal de no echarme a llorar y a derretirme en reclamos.

Se sentó en una de las sillas y yo tomé asiento en la mía, al otro lado del escritorio. Cruzó sus piernas, y aquel gesto no pasó desapercibido para mí. Aguardó unos segundos antes de comenzar a hablar, me pregunté qué tan obvio me veía yo deslumbrado por su belleza.

A primera vista estaba lo obvio, su cintura esbelta, que enaltecía aún más su enorme y redondo culo y su par de tetas voluminosas; sus hombros estrechos y sus brazos y piernas musculosas; todo tonificado por el mismo ejercicio. Pero en realidad lo que siempre me había fascinado de ella era su rostro.

Ovalado y de orejas pequeñas. Su nariz aguileña hubiera sido su único defecto, de no ser por el aspecto exótico que le otorgaba. Abajo, su boca grande tenía el original detalle de que sus labios inferiores fueran más carnosos y gruesos. Sus ojos pequeños la hacían parecer oriental, más aún bajo sus gruesas y densas cejas.

Su cabellera, tan lisa como oscura, le daba un semblante misterioso cuando no sonreía, y caían hasta la altura de sus pechos. Hubiera pasado fácilmente por princesa japonesa como danzante árabe. Por alguna razón me la imaginé desnuda bajo la lluvia, con sus lisos cabellos cubriéndole apenas sus pezones. Desperté de mi ensueño cuando ella habló.

– No sé si quieras ir al grano – me dijo

Desvié la mirada, preguntándome de qué estaba hablando.

– No te entiendo – admití

– Nunca me explicaste por qué te fuiste – me dijo, con un tono demasiado serio incluso para la peor de las bromas

Supe de qué hablaba, pero no entendí a qué se refería.

– Fui a estudiar

– Nunca me hablaste de eso, sí me hubieses dicho que te iba a ir para siempre…

– Es sólo que.

– No tenías derecho – su voz estaba comenzando a corromperse por los sentimientos encontrados, y yo seguía sin saber qué debía decir exactamente

Entonces se puso de pie, y comenzó a deslizarse gatunamente por todo el cuarto. Yo sólo pude mantenerme fijo en la silla, como una presa ocultando el menor de sus movimientos.

– ¿Crees que las cosas sean definitivas? ¿Crees que alguna vez pueda ser demasiado tarde?

No tenía idea de a qué se refería, pero decidí arriesgarme con una de mis teorías.

– Creo que no – le dije, y entonces me atreví – ¿Quieres recuperar el tiempo? ¿A eso has venido?

Ella sonrió, con una sonrisa amarga que desapareció poco a poco, mientras avanzaba hacia mí, hasta convertirse en aquella mirada misteriosa de siempre. Se agachó y entonces besó mi oreja, y pude escuchar el chiscar de sus labios sobre mi oído. Entonces su nariz recorrió mi cabeza, como si deseara conocer el aroma de cada parte de ella. Sus labios pasaron por mis ojos y descendieron hasta instalarse con un suave beso sobre mi mejilla. Fue entonces cuando moví mi cabeza.

Cuando me giré un poco más fue inevitable. Nuestros labios se unieron sin que quedara muy claro quien había provocado aquello. Al mismo tiempo, abrimos la boca y nuestros dientes chocaron. Parecíamos un par de novatos, era como si nunca hubiéramos dejado de tener diecisiete. Nuestros cuerpos temblaban por la emoción, y entonces me pregunté si había sido ella siempre la mujer de mi vida.

Mi sillón no tenía descansa brazos pero si ruedas, por lo que ella me empujó contra la pared para poder sentarse sobre mí rodeándome con sus piernas. Despegamos nuestros labios. Sus pechos chocaron entonces contra mi rostro, comprobando que efectivamente no llevaba sostén alguno. El calor de su entrepierna comenzó a intercambiarse con el de mi verga. Me bastaron unos segundos para desabrocharme los pantalones y bajarlos hasta el suelo con todo y calzoncillos. Ella sólo tuvo que acomodarse un poco sobre mí para tomar cuidadosamente mi verga y dirigirla contra la entrada de su concha. No había hecho más que hacer a un lado la tela de sus bragas para que mi endurecido tronco pudiera pasar.

Una sensación extraña recorrió mi piel cuando sentí el cálido interior de su coño.

Entonces, ella comenzó a moverse. Lento al inicio, hasta que los saltos sobre mi verga alcanzaron su máxima intensidad. A diferencia de Mariana, Andrea conocía el arte de gozar en silencio. De sus labios apenas y escapaba un pequeño gemido reprimido. Estábamos follando como un par de locos, como si tuviéramos que hacerlo por mero trámite, como si fuera estrictamente necesario hacer aquello antes de poder seguir con nuestras vidas. Era algo que había quedado muchos años pendiente y que no podía esperar más.

Abrazaba mi cabeza para soportar el placer que sus propios movimientos provocaban. Mis manos habían escarbado a través de la delgada tela de su vestido, hasta liberar sus tetas por encima de su escote. Eran los senos más hermosos que jamás había tenido en mis manos, sus oscuros pezones estaban más que endurecidos, y mis labios los saludaron con delicadeza antes de comenzar a morderlos suavemente.

Aquello debió encenderla aún más. Pues su coño se humedeció aún más.

Yo apenas y podía moverme, pero Andrea no lo necesitaba. Estaba claro que era ella quien deseaba con más ahínco recuperar el tiempo perdido. Sus frenéticos movimientos sobre mi verga terminaron por provocarle un orgasmo que soportó apretujando mi cabello con sus dedos y mordiéndose sus propios labios. Mis manos descansaban sobre sus perfectos glúteos, y vibraban de placer como si estuviesen a varios grados bajo cero.

Entonces comenzó a moverse de nuevo, con toda la intensión de satisfacer agradecida a mi verga.

Y entonces la puerta de mi oficina sonó, seguida de la voz de mi hija.

– ¿Papá? – dijo Mariana, con un tono de voz que me extrañó de inmediato

Andrea se puso de pie de inmediato, y se acomodó las prendas en su hermoso cuerpo.

Yo me subí los pantalones y me los abroché en segundos. Miré a Andrea, que ya estaba de nuevo en la silla de visitas, completamente normal. Yo trate de recuperar la compostura antes de acercarme a la puerta y abrirla completamente.

Mariana entró con su mochila de su equipo de entrenamiento. Debía haber llegado apenas. Pero su rostro tenía una expresión extraña.

Nos miró, pareció analizar la situación pero en seguida su mirada regresó a la mía. Parecía preocupada por algo más importante que lo que hubiese ocurrido en mi oficina. Le hice una seña con el rostro, de que me dijera de una vez qué sucedía.

– Katia está afuera – me dijo – Quiere hablar con nosotros.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Las Profesionales – Horas Extras” (POR BLACKFIRES)

$
0
0

El día casi terminaba y a esas horas de la noche solamente Mónica se encontraba en laoficina almacenando expedientes de casos recientes, su nuevo puesto en su nuevo trabajo al principio no le había parecido tan exigente. Al aceptar la oferta de trabajo bien sabia que debería cambiar de ciudad, y otros muchos cambios importantes, pero la oportunidad de destacar en su empleo era difícil de rechazar. Esperaba que pronto la promovieran por su excelente trabajo y su desempeño académico.

Nunca antes se había sentido tan bien en su trabajo, todo había mejorado después de ser seleccionada para el curso especial de mejoramiento laboral, había sido la mejor de entre 15 seleccionadas, 10 días de ardua capacitación pero ahora todo era mejor.

Por fin el ultimo juego de archivos y podría irse a descansar, el teléfono de la oficina empieza a timbrar, dos, tres, cuatro repiques y ellas termina por contestar de mala gana, una voz de hombre llega por el teléfono después de contestar ella.

– Mónica?

– Sí soy yo, en que puedo ayud…

Justo antes de terminar de hablar, una frase dicha por la voz hace que todo lo demás deje de importar, su mirada queda extraviada y toda su atención queda limitada a la información que recibe en el teléfono. Al colgar olvida la llamada y termina de archivar los expedientes, se dirige la baño de la oficina tardando solo unos minutos, sale recoge sus cosas y va al estacionamiento.

Sale en su auto y por una extraña razón decide ir al lado sur de la ciudad, que tonta como pudo olvidar entregar el paquete que le pidieron llevar, bueno ya estaba de camino al lado sur, haría la entrega y volvería a casa justo para ducharse y dormir.

Al llegar estaciona el auto frente a un condominio de clase media alta, al llegar a la puerta se identifica con el portero y este le hace pasar, tomara el ascensor al piso 14, mientras espera en el lobby se incomoda al notar como el portero mira sin descaro su trasero y minutos antes no desvió ni un momento la mirada de su escote, le pareció muy grosero, pensó que si eso pasaba con una blusa y saco ejecutiva, no quería saber como le miraría con otras ropas. Toma en el ascensor y al salir se dirige a la puerta de uno de los apartamentos, solo toca dos veces y un hombre atiende la puerta.

– Buenas noches soy Mónica y vine a traerle un paquete

El hombre le observa muy atentamente y le hace pasar, ella entra al recibidor y el hombre le comenta.

– Así que eres Mónica, pues no veo que traigas nada en las manos

Mónica nota que es cierto y apenada baja la vista mientras dice:

– Disculpe que torpe soy, debí olvidarlo en el auto.

El hombre sonríe y le dice:

– Descuida soy amigo de Robert.

Un escalofrío recorre la espalda de Mónica mientras sus pezones se endurecen y su coño se humedece, su respiración se hace agitada, el hombre sigue sonriendo y al acercarse a la chica le ordena.

– Muéstrame el paquete

Sin vacilar Mónica desabrocha su falda que cae al suelo revelando que no lleva puestas sus bragas y subiendo sus manos se abre el saco y desabotona su blusa revelando sur grandes y redondos senos coronados con pezones rosados y erectos, no lleva puesto sostén.

Abriendo las piernas y con sus manos sosteniendo sus grandes senos le dice al hombre.

– Esto es para usted

– Pareces estar bien entrenada, ¿dime que puedo hacer contigo?

– Estoy bien amaestrada, mi cuerpo es tuyo para tu placer en toda la siguiendo hora, solo soy una boca, un coño, un culo y un par de tetas.

El hombre tomándola contra la pared desliza dos dedos dentro del coño y su otra mano masajeando uno de sus senos, empieza a besarle el cuello y la cara, se hace notable el nivel de excitación de la chica y el hombre la voltea contra la pared presionándola contra ella con una mano detrás de su cuello y con la otra mano acaricia y abre las nalgas de la chica.

– Eres una niña muy mala, no llevas ropa interior

Con un tono de excitación y deseo la chica responde

– Las perras amaestradas no tenemos por que usar ropa interior

El hombre se aleja de ella y se sienta en un sillón de la estancia junto a una mesita de gavetas y una lámpara. La chica voltea y le mira con lujuria, el hombre con un gesto de manos de señala el piso y Mónica obedientemente cae de rodillas al piso, termina por quitarse el saco y solo faltan dos botones de su blusa por soltar, el hombre abre el cierre de su pantalón y saca su pene acariciándolo con una mano bajo la atenta mirada de Mónica que no puede pensar en nada mas que tener ese pene en su boca, el hombre ordena

– Ven aquí y enséñame que tan puta eres

Mónica se pone en cuatro patas y gatea hasta el sillón, la verga erecta del hombre se levanta frente a su rostro, ella empieza a aspirar su aroma, luego pasa sus mejillas a cada lado de la verga, sigue a cuatro patas y sacando su lengua empieza a lubricar toda la verga de su macho, de su dueño, en su mente ya no es un hombre, el es su dueño y ella ya no es una chica ella es una perra sumisa hambrienta de ganas por mamar, abriendo su boca engulle la verga de su macho y empieza a bombear arriba y abajo, el hombre coloca sus manos en su cabeza y marca el ritmo de la mamada guiando sus movimientos, arriba y abajo arriba y abajo, Mónica no puede contenerse y su coño es una fuente de líquidos, húmeda como una perra en celo.

El hombre ahora con su mano izquierda mantiene en un bolillo el cabello de Mónica y con la mano derecha abre una gaveta de la mesa al lado del sillón, saca un collarín de cuero con hebilla de plateada y una argolla redonda, que fácilmente coloca en el cuello de Mónica mientras ella sigue empeñada en dar el máximo placer que su boca puede darle a su verga, el hombre empieza a levantarse sin que la chica deje de mamar su verga, al estar de pie coloca una cadenilla de metal en la argolla del collar y le ordena detener la mamada.

Mónica se mantiene de rodillas en el suelo, con sus nalgas descansando sobre sus tobillos y sus manos cruzadas en la espalda, solo mantiene puesto la blusa de seda blanca con dos botones por abrir y sus zapatos de tacón negros, su espalda se arquea hacia delante para ofrecer a su macho sus enormes tetas que necesitan ser tocadas, su mirada al piso como una buena sumisa y su boca abierta esperando ser llenada, del borde de su labio escapa un hilillo de saliva mezclada con liquido preseminal.

Para él es todo un espectáculo ver a esa chica domesticada y entrenada, de rodillas frente a su macho, esperando la siguiente orden, con su collar y su cadena como una mascota.

El hombre tira de la cadena y sin mediar palabra Mónica cae en cuatro patas y le sigue como una mascota para entrar en el dormitorio, allí es subida a la cama y en medio de ella toma nuevamente la posición de sumisión anterior. El hombre termina de quitarle la blusa y se coloca frente a ella y con una mano en su culo y otra en su cuello le dice

– Eres mi perra

Mónica se coloca sobre su macho y empieza a ser penetrada, el bombeo, el ritmo de sus caderas y el vaivén de sus senos se mezclan con sus gemidos y las ordenes que le da su macho, al igual que las frases tan humillantes que le dice, que muy por el contrario de ofenderla la hacen sentirse mas y mas excitada, mas perra, mas sumisa, en su mente solo es eso una perra, una y otra vez mientras es penetrada y usada, la misma frase se repite en su cabeza… “soy una perra, solo soy una boca, un coño, un culo y un par de tetas… soy una perra, solo soy una boca, un coño, un culo y un par de tetas…”

Cuarenta minutos después ambos cuerpos desnudos están en la cama el hombre acostado boca arriba mirando encantado como su perra de la noche sigue semiaturdida acostada boca abajo al final de la cama, puede ver su espalda y culo desnudos, con sus senos aplastados por su propio peso contra la cama y las piernas de su macho, mientras que su boca sigue abierta reteniendo la ya flácida verga de su macho después de haberla limpiado de su semen y los jugos de su coño.

Mónica termina por despertar y se levanta de la cama recogiendo sus ropas se va vistiendo poco a poco mientras su macho la observa vestirse, al finalizar regresa a la estancia y toma su falda del suelo, el hombre esta allí para despedirla y con un movimiento rápido la pone contra la puerta deslizándole dos dedos en el coño, mientras la masturba del dice:

– Has estado fantástica puta… espero volverte a ver pronto

– Gracias por preferir nuestro servicio, para una próxima sesión ya sabe a quien llamar…

El hombre saca su mano de debajo de la falta y le coloca los dedos húmedos en frente de la cara de Mónica que rápidamente los engulle y limpia completamente con su lengua y boca.

Saliendo del edificio se dirige a su auto y entra en el y al poner en marcha el motor Mónica pasa sus manos por su cara y mira su reloj, otra noche saliendo tarde de la oficina, bueno bien dicen que el tiempo vuela… Un sabor extraño en su boca la hace pensar, decide abrir su cartera y mientras saca unas mentas, pasa por alto un sostén de encaje rosa y unas bragas a juego que están guardadas en su bolso. Guiando el auto a la calle pone rumbo a su casa y en su mente por fin hay tranquilidad al pensar en una próxima ducha y unas horas de sueño reparador.
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR ESCRIBIDLE A:
blackfires@hotmail.com


Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición 5” (POR GOLFO)

$
0
0

Cap. 8― Consolando a Adriana

He de decir que esa tarde sorprendí incluso a la fetichista y lo hice por mera casualidad. Después de hacerle el amor, enlacé sus cadenas con las de Irene, de forma que cada vez que una se movía, la otra sentía una descarga de energía sexual que la ponía bruta. Juro que lo hice en plan de broma, pero sin preverlo descubrí un método de tener controladas y felices a mis mujeres.

―Hay que reconocer que me será útil en el futuro― asentí al ver que ambas caían derrotadas tras el enésimo orgasmo que habían compartido.

Encantado con mi descubrimiento, decidí comprobar si con Johana y Adriana tenía el mismo efecto. Pero asumiendo que faltaban nada más cuatro horas para que la tormenta pasara por la isla, comprendí que debía esperar a la noche para hacer el experimento y dejando a mis dos putitas enlazadas entre ellas, me levanté a dar una vuelta.

Al salir me encontré a la enorme morena organizando un evento para esa noche en mitad de la plaza.

―¿Y esto?― pregunté al ver que habían acumulado montañas de leña en la plaza.

―Adriana ha pensado que la mejor forma para pasar las próximas horas y que la gente no piense en el desastre, es montar una fiesta con fuego al estilo mediterráneo y que su llamas compensen la falta de electricidad.

Mis años pasados en España me permitieron adivinar que se refería a las noches de San Juan en las que la gente bebía, bailaba y se amaba alrededor de una hoguera.

―Me parece una idea estupenda― tras meditarlo unos segundos concluí recordando lo divertidas que eran esas fiestas que se realizaban durante los solsticios de verano.

Al saber que mi presencia distraía tanto a Johana como al resto de sus ayudantes, fui a comprobar que había preparado Akira como responsable de la sala de computo. Como todo el sistema informático se había instalado a buen recaudo en el fondo de la mina,  me dirigí hacia ahí.

Al contrario que la primera vez, los trece pisos bajo tierra me parecieron eternos y al salir agradecí a los dioses que todavía no hubiese llegado la tormenta y siguiera la luz eléctrica.

«Coño y ¿qué va a pasar cuando tengamos que cortar todo el fluido eléctrico?», me dije pensando en que la gente que le pillara allí no iba a poder salir hasta que lo reestableciéramos

Aunque tenía en mente que esa fuera la primera pregunta que hiciera, quedó en el tintero porque al entrar en su oficina, me encontré con que la colombiana estaba llorando entre los brazos de mi sumisa.

―¿Qué le pasa?― pregunté completamente fuera de onda ya que la idea que tenía de Adriana era la de una mujer feliz y optimista.

―Llora por lo que hemos perdido― contestó Akira sin dejarla de consolar.

Mirándome con el dolor reflejado en su rostro, la propia hispana se lamentó:

―Siento estar así, pero me he quedado pensando en que lo que hemos perdido y desde entonces no he parado de llorar.

―Te comprendo perfectamente― contesté con un nudo en mi garganta: ―No sería humana si lo no echaras de menos el Louvre…

―La música de Bebo Valdez― me interrumpió.

―El concierto de año nuevo― dijo Akira.

―Las arepas de la Mulata en Cartagena.

―El suchi de Saito…

Durante Diez minutos estuvimos recitando las cosas que íbamos a echar de menos y solo cuando caímos en que podíamos seguir todo el día y apenas habríamos comenzado, empezamos a reír.

―Ahora toca lo que no vamos a echar en falta. Empiezo yo…¡los políticos!― soltó la oriental.

Alzando su voz, Adriana reclamó a Akira qué era lo que tenía en contra de Irene. Tras un momento de indecisión, la bella oriental comprendió que dentro de nuestro experimento social esa rubia era lo más parecido a un político que teníamos y por ello, riendo replicó:

―No te olvides que si ese cerebrito con tetas es la primera ministro, mi dueño es el presidente.

―¿Y yo que soy? ¿la ministra de sanidad?― preguntó la colombiana.

―No cariño― dije yo cogiendo uno de sus enormes pechos entre mis manos― eres mi vaca lechera particular.

El gemido de deseo que surgió de su garganta me hizo continuar y atrayéndola hacia mí, comencé a amasar su trasero mientras le susurraba lo mucho que me gustaba.

―Primor, para o no respondo― gimió al sentir que metía mi mano por debajo de su falda.

Asumiendo que tenía que apoyarme, Akira se unió a mi ataque y arrodillándose, hundió su cara entre las nalgas de la morena.

―Tu zorra me está chupando el ojete― dando un suspiro me informó Adriana.

―Como la sumisa que es, sabe lo que su dueño desea en cada momento― respondí mientras mordía uno de sus gruesos y negros pezones.

―Lucas, nunca me han roto el trasero― un tanto preocupada me informó.

Pasando olímpicamente de sus miedos, repliqué:

―Eso es algo que voy a solucionar ahora mismo.

Akira incrementó la profundidad con la que su lengua forzaba el virginal esfínter de la hispana al oírme decir que iba a tomarla por ese agujero mientras Adriana por su parte intentaba tranquilizarse.

―Por favor, ten cuidado― dijo temerosa de las consecuencias de mi asalto.

Riéndome de ella al ver su espanto, contesté:

―Tranquila preciosa, piensa que mi pene es un estoque y que lo nuestro es un duelo… pararé ante la primera sangre.

Mi recochineo no le hizo gracia alguna e intentó protestar, pero entonces y contra todo pronóstico, Akira le soltó un sonoro azote mientras hundía uno de sus dedos en su trasero.

―Tu puta me está sodomizando sin mi permiso― protestó Adriana al notar que no contenta con haber traspasado su entrada trasera, la oriental estaba metiendo en su culo el dedo gordo de su mano.

Soltando una carcajada, repliqué:

―Te equivocas. En este momento, mi puta eres tú y Akira solo te está preparando para mí.

―Mi señor también está errado― me rectificó la oriental incrustando un segundo dedo en la hasta entonces inexplorada entrada de la morena:― Adriana es nuestra putita ya que somos los dos los que vamos a hacer uso de ella.

Tener dos dedos hurgando en su interior hizo temblar a Adriana y con los nervios a flor de piel, nos imploró que tuviésemos cuidado.

―Lo tendremos, zorra― contestó Akira― Tendremos cuidado en no parar hasta que este hermoso culo esté destrozado de tanto usarlo y mirándome a los ojos me pidió que me la follara mientras terminaba de relajarle el ojete para mí.

No tuvo que repetírmelo otra vez, sentándome en una silla, obligué a Adriana a empalarse con mi verga mientras la que se había presentado ante mí como sumisa, usaba un tercer dedo para hurgar dentro de ella.

―Primor, me encanta sentir tu hombría llenándome por completo― musitó en mi oído buscando mi favor.

Con su característico acento, la oriental contestó por mí:

―Mas te va a gustar cuando estés preñada y le cueste entrar.

Curiosamente el que le hablara sobre el día en que se quedara embarazada, calentó a la colombiana y pegando un sollozo, le dijo si creía que ya estaba lista. Revisando su esfínter, Akira contestó:

―Apóyate sobre la mesa. En esa postura te dolerá menos.

Asumiendo que la japonesa tenía razón, Adriana puso su pecho sobre la mesa mientras separando sus nalgas, me ofrecía su rosado y virginal agujero. He de decir que me quedé pasmado al ver la rotundidad del trasero de la morena y pasando mis manos por sus cachetes, embadurné por última vez mi verga en su coño para acto seguido posando mi glande,  empecé a recorrer las rugosidades de su ano.

Esperaba todavía resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, pegando un aullido Adriana me confeso que estaba hirviendo y que deseaba sentir por fin lo que se sentía al ser usada por atrás.

Solté una carcajada al escuchar que para entonces deseaba lo mismo que yo.

―Desde que te conozco, he soñado con romperte el culo― susurré mientras alternaba las caricias entre su sexo y su ojete.

―Dame caña, primor― oí que me gritaba al sentir que mi sexo se iba lentamente introduciendo en su interior.

Acercándose a ella, Akira le mordió los labios mientras le decía:

―Leña es lo que te vamos a dar.

Haciendo honor a sus palabras, la japonesa empezó a marcarme el paso con azotes sobre la hispana. Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón le embutí mi miembro hasta el mango. Adriana se retorció como una local creer que la había partido por la mitad,  pero haciendo caso omiso a sus deseos, seguí desflorando con decisión su ano.

―Me duele― gritó la morena.

―Tranquila, pronto comenzarás a sentir placer― le dijo Akira mientras se subía a la mesa para poner su coño en la boca de la suramericana.

Esta comprendió que se requería de ella y lanzándose entre las piernas de la amarilla, sacó la lengua para sorber la esencia de la diminuta mujer mientras bajando su mano, se empezaba a masturbar en un intento de acelerar ese trámite.

No perdí mi oportunidad de disfrutar de ella y siguiendo el ritmo que me marcaba mi sumisa, me dediqué a demoler las últimas reticencias de la morena.

―¡Qué gozada!― me informó meneando sus caderas y sin dejar de torturar su clítoris.

Ese gemido me hizo comprender que el dolor había pasado y que el placer la estaba dominando. Asumiendo que ya no le haría daño, decidí incrementar la velocidad de mis penetraciones, por lo que fui acelerando hasta que ese trote suave se convirtió en un desbocado galope.

―Primor, ¡me matas! – gritó con la respiración entrecortada.

Sabiendo que esa muchacha estaba a punto de correrse y decidí profundizar en su doma y cogiendo sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en tromba hacia el horizonte.

Forzando aún más su postura, Akira tiro de su melena mientras yo no dejaba de empalarla. Ese doble y rudo trato elevó su calentura hasta límites insospechados y chillando de placer, nos informó de que se corría.

―Hazlo, pero no pares de comerme― le exigió la oriental.

Como si hubiese abierto una espita, al correrse su flujo corrió libremente por sus piernas impregnándonos con su aroma a hembra saciada y eso me dio alas para seguir apuñalando con mi escote su culo alargando sin querer su orgasmo.

Nuevamente unos chillidos llegaron a mis oídos, pero esta vez fueron los de mi oriental que incapaz de contenerse más se había dejado llevar.

―No pares de moverte― grité contagiado y sintiendo un clímax pocas veces sentido,  eyaculé en el interior de la morena, para acto seguido tumbarme a su lado sobre la mesa.

―Primor, eres un maldito perverso. No te da vergüenza abusar de la zorra de tu sumisa nada más terminar de romper mi culo― escuché que me decía.

La sonrisa de Akira no tuvo desperdicio y mientras me recuperaba, buscó los besos de la colombiana ….

Cap. 9― Mi pequeña y dulce negrita se entrega nuevamente a mí

Todavía no me había recuperado de hacer el amor a mi adorada Akira cuando Adriana empezó a meternos prisa diciendo que solo teníamos diez minutos antes de que el programa que había diseñado clausurara esas instalaciones.

        ―Lucas, todo aquel que esté aquí después de eso no podrá salir hasta dentro de una semana y aunque tenemos víveres suficiente para aguantar ese encierro, no creo que sea algo que quieras soportar.

Entendiendo que el plan buscaba proteger los elementos eléctricos de la mina, ayudé a la japonesita a vestirse y acompañado de mis dos mujeres, tomé el ascensor apenas cinco minutos antes de que dejara de funcionar.

En la salida, nos esperaba Johana. Supe de la angustia que había pasado al no saber si nos daría tiempo de salir cuando con lágrimas en los ojos sollozó en mi oído:

―Pensé que mi señor se había olvidado de mí.

El dolor de su tono me enterneció y acercándome a ella, levanté la cabeza, me puse de puntillas y la besé:

― Mi adorada negrita es demasiado importante y sexy para que me olvide de ella.

 La felicidad de ese bello, aunque extraño saco de músculos se incrementó por mil cuando pasando mi mano por su duro trasero, comenté:

―Llevo soñando con oírte berrear de placer todo el día y esta noche pienso hacerte mía.

―Mi señor, eso va a ser imposible― la militar contestó.

Creyendo que me habían organizado algo después de la hoguera me molesté y alzando la voz, le dije que fuera lo que fuese lo que la zorra de Irene había planeado, que lo olvidase.

―No es eso… digo que es imposible que vuelva a hacerme suya porque ya lo soy en cuerpo y alma…― y exagerando su actuación se desgarró la camisa diciendo: ―Si mi señor no me cree, le voy a pedir a Suchín que me tatúe en el pecho que soy propiedad exclusiva de mi amo, el único hombre que me ha tenido y me tendrá, Lucas Giordano.

Sonreí al ver que la respiración agitada de esa mujer y acercándome a ella, no tuve que agachar la cara para que mis labios se apoderaran de su pezón y tras mordisquearlo unos segundos, levantando mi mirada, repliqué:

―Tengo una duda.

―¿Cuál mi señor?

―Si te dejo embarazada esta noche, será por la tormenta o porque mi negrita además de un poco putilla está cachonda y en sus días fértiles.

―No sé cómo lo ha adivinado pero su negrita está ovulando.

―Entonces si hoy te poseo, hay muchas posibilidades de dejarte preñada.

 ―Sí, mi señor. Habría muchas posibilidades de que me embarace.

―¿Y te gustaría? – insistí al no saber interpretar la expresión de su rostro.

―Ser madre de un hijo de usted me haría enormemente dichosa… ¿realmente está pensando en hacerlo?― preguntó como si no llegara a considerarlo posible.

Agarrándome nuevamente a uno de sus enormes senos con la boca, respondí.

―Siempre que mi negrita me deje mamarle sus tetitas, me da morbo pensar en el volumen de tus tetas mientras alimentas a mi hijo.

―Mis pechitos y todo el resto de mi diminuto cuerpo pertenecen a mi señor― respondió muerta de risa.

Incrementando mi acoso, acaricié el trasero de la militar mientras le preguntaba si tenía tiempo de echar un polvo antes de tener que organizar el encendido de la hoguera. Johana me sorprendió al contestar sin dejar de reír si se ponía a cuatro patas ahí mismo o su dueño prefería que lo hicieran en la casa.

―¿Tenemos tiempo de ir y volver?

―No― respondió la musculosa mujer mientras se quitaba los pantalones que llevaba.

―¿Qué haces?― exclamé descojonado al ver que hincaba sus rodillas frente a mí.

―Ofrecerme a mi señor― replicó y cogiendo las bragas con su mano derecha, las hizo trizas sin dejar de sonreír.

Tanto Adriana cómo Akira, aprovecharon la escena para en plan de guasa poner en duda mi hombría, pero lo que realmente me empujó a poseer a la morena fue escuchar a la japonesa decir:

―Acostumbrado a un coño pequeño como el mío, nuestro hombre teme que su pene naufrague en el de ella.

Cabreado hasta el tuétano por el desprecio que en cierta forma eso suponía sobre la que también era mi mujer, agarré del pelo a la oriental y llevándola hasta la negra, le ordené que metiera su lengua en el interior de Johana.

Admitiendo su error y con lágrimas en los ojos pidió perdón tanto a mí como a la enorme militar, pero entonces dando un azote con todas mis fuerzas sobre sus ancas, le exigí que obedeciera.

―¿Qué quiere que haga?― preguntó mientras masajeaba su enrojecido trasero.

―Te he pedido que metas la lengua en el chumino de Johana― repetí descargando un nuevo y doloroso azote.

Sin hablar ni ofrecer cualquier tipo de resistencia, Akira separó las nalgas de la mujer y acercando la cara a su sexo, le dio un primer lametazo.

―He dicho que se la metas, no que la chupes― lleno de ira reclamé.

No sé si a la oriental le dolió más mi indignación o el hecho que no le soltara un nuevo mandoble, lo cierto es que sollozando como una Magdalena usó su lengua para penetrar hasta el interior de la morena.

―Otra vez― exigí mientras comparaba riendo el pálido y diminuto cuerpo de la japonesa con la exuberante anatomía de Johana: ―O tendrás que dormir a la intemperie durante un año.

Mi amenaza azuzó la acción de su lengua y sin dejar de follarla con ella, se dedicó con pasión a morder, lamer y torturar el clítoris de su compañera.

―Señor, como esta puta siga devorando mi coño así, ¡me voy a correr!― me anticipó la militar.

Me reí y mirando a la colombiana, le ordené que ayudara a su amiga. Adriana no necesitó que repitiera esa orden y metiéndose debajo de la comandante, tomó uno de sus pezones entre los dientes mientras con la mano pellizcaba el otro.

Johana al sentir ese triple ataque, no pudo más y pegando un largo y penetrante aullido, se dejó llevar por el placer.

―¿Qué coño hacéis? ¡Nadie os ha dado permiso para dejar de hacer lo que estabais haciendo!― de muy mala leche exigí al ver que satisfechas con haber hecho que la morena se corriera tanto Akira como Adriana habían parado.

De inmediato, las dos reanudaron sus caricias y viendo que había llegado mi momento, sacando mi miembro, empalé a la morena.

―¡Fóllese a su negrita! ¡Mi señor!― exclamó llena de felicidad Johana.

Ni que decir tiene que le hice caso y es que esa mole de mujer tenía un chocho tan pequeño y estrecho que me volvía loco.

―Me encanta hacerlo, ¡nunca lo dudes!― proferí y a modo de banderazo de salida, me agarré a sus ubres.

Adriana al ver que me apoderaba de las tetas de la morena, cambió de objetivo y uniendo su lengua a la de Akira, se dedicó a torturar el erecto botón que Johana escondía entre sus pliegues.

―¡Si paráis os mato!― amenazó la militar a sus dos compañeras al sentir que nuevamente el gozo se iba acumulando entre sus piernas.

Me hizo gracia esa amenaza, pero aun mas que llegando por el camino, Irene y Suchín empezaran a aplaudir al oír los gritos de placer que daba la militar cada vez que hundía mi estoque en su interior.

―Mira la cara de puta que pone la yegua de nuestro amo― comentaba la rubia.

―¡Y cómo relincha!― contestaba muerta de risa la tailandesa.

―Reíros zorras, pero es a mí a quien nuestro dueño está domando― bramó enfadada y con las venas hinchadas la gigantesca mujer.

 ―Mi pequeña, concéntrate en ti y en el placer que te regalo― le pedí tirando suavemente de su pelo.

Esa dulce reprimenda y el hecho que la llamara mi pequeña desarboló a Johana y como un barco con las velas rotas en un temporal, se dejó zarandear por mí mientras unía un orgasmo con el siguiente.

―¡Preñe a su negrita!― sollozó presa del placer.

Haciendo caso a esa tierna, aunque inmensa mujer, me dejé llevar esparciendo mi simiente en su fértil sembrado con la esperanza que a raíz de esa tormentosa y fatídica noche surgiera un nuevo amanecer en forma de mi primer hijo.

Johana al sentir mis aldabonazos en su útero cayó rendida dándome las gracias.

―Cariño, soy yo quien debe agradecer que una mujer tan bella como tú, me haga caso y por ello te informo que Irene y Suchín serán tus esclavas personales hasta que vuelva la electricidad y ya que poca cosa pueden hacer sin luz, te sugiero que les ates con sendas correas para que te acompañen cuando vayas a comprobar las diferentes instalaciones. ¿Te parece bien?

―Sí, mi adorado y querido amo― respondió la morena mientras a un par de metros mi asistente y su amiga tailandesa palidecían.

Relato erótico: “La isla del placer. Cinco putas a mi disposición 6” (POR GOLFO)

$
0
0

Cap. 10― La hoguera.

Estaba poniéndome colonia cuando Irene entró al baño y haciendo gala de lo resolutivo de su carácter, directamente entró al trapo diciendo:

        ―Lucas, creo que tenemos que hablar.

        ―¿Qué es lo que pasa?― pregunté dando por sentado que, si a ese cerebrito le preocupaba algo, tenía que prestarle toda mi atención.

        ―Acabo de caer en que en mi análisis no tomé en cuenta que la mayoría de los que van a ser nuestros paisanos vienen de democracias consolidadas.

        ―¿Y?

        Mirándome alucinada, continuó diciendo:

        ―A la larga y aunque no puedan exteriorizarlo, querrán elecciones… como sabes en mi planteamiento inicial, tu papel sería el de un rey sin corona y sobre todo sin necesidad de un nombramiento oficial.

        ―Te sigo― mentí porque realmente no sabía a donde esa mujer quería llegar.

        ―Creo que aprovechando que esta noche todos vamos a estar alrededor de la hoguera, nos anticipemos a ello y demos un golpe de efecto.

        Observando a mi asistente supe que iba a ser testigo de una nueva muestra de su carácter manipulador y por ello tomando asiento, pedí a la rubia que me explicara que era lo que había planeado.

―Lucas vas a informar a la gente que deben votar a su nuevo dirigente y que renuncias a presentarte como candidato, para que ante ese vacío yo salga elegida casi por unanimidad.

―¿Y porque haría eso yo? ¿Qué ganaría con ello?― molesto pregunté.

Viendo mis reticencias, se echó a reír diciendo:

―Mi amado y adorado Lucas, ¿todavía no te has dado cuenta de que, aunque soy una zorra, ante todo te soy fiel?― me dijo para acto seguido continuar diciendo: ―Cuando renuncies a presentar tu candidatura, me levantaré hecha una fiera y me negaré a aceptarlo… y conmigo una docena de mujeres cuidadosamente elegidas.

―Ahora sí que me he perdido― reconocí.

―Al estar grabado en las mentes de todos ellos la completa subordinación a ti, se sentirán perdidos al oír tus deseos y verán en mi oferta, una salida a sus miedos.

―¿De qué oferta hablas?

―Antes de lanzarme como candidata, pediré que nos constituyamos en asamblea para formalizar tu nombramiento como presidente vitalicio de Sabiduría.

―¿Sabiduría? ¿Así piensas llamar a nuestro pequeño estado?

―Es solo un nombre, mi rey y futuro presidente. ¡Podemos ponerle el que usted prefiera!

Aceptando sus planes, pedí que se acercara a mí. Al tenerla a mi lado, la cogí entre mis brazos y poniéndola sobre mis piernas, la regalé con una serie de azotes.

Muerta de risa y en vez de quejarse, me preguntó a que se debía ese regalo. Incrementando la fuerza de mis nalgadas, contesté:

―¿No pensarás que te he creído?

Su callada por respuesta confirmó mis sospechas.

―Me imagino que este plan lleva meses diseñado y que las otras cuatro furcias con las que convivo lo conocen antes que yo.

―Así es mi señor, pero no se enfade― respondió poniendo cara de ángel: ―No se lo habíamos contado para no preocuparlo.

 El descaro de esa mujer me hizo gracia, pero al no querer exteriorizarlo para que no se diese cuenta de lo mucho que me gustaba, cambié de tema y dando un último azote sobre el enrojecido culo de la rubia, comenté:

―Se llamará Refugio en honor a lo que hemos perdido y para que sus habitantes se llamen entre ellos refugiados. Así por muchas generaciones que pasen nunca olvidaran que es su deber reconstruir el mundo que hemos perdido.

―Me gusta, mi señor…― respondió la rubia mientras se levantaba― …así cuando extraños a este lugar escuchen su nombre querrán unirse a nosotros.

Me entraron ganas de poseerla, pero mirando el reloj supe que no tenía tiempo. Asumiéndolo abrí el cajón de mi mesilla y sin dejar de sonreír saqué unas bragas bastante atípicas.

―¿Y esto?― me preguntó al ver que ponía en sus manos un cinturón de castidad.

―Póntelo ahora mismo― respondí.

―¿Va en serio?― insistió al ver que llevaba adosado dos penes de plástico.

Ni siquiera respondí y sin dejar de observarla, esperé a que se incrustara uno en el coño, reservando el pequeño para su culo. Entonces y solo entonces, sacando un mando a distancia los encendí diciendo:

―Vamos a comprobar si eres capaz de dar un discurso mientras te corres.

Muerta de risa, cerró el siniestro artilugio para acto seguido responder:

―Mi señor es muy malo. Va a conseguir que su potrilla tenga ganas de ser montada.

Descojonado, incrementé la vibración de ambos aparatos mientras le decía:

―Eso no tiene nada de raro. Siempre estás cachonda.

Sin dejar de reír, siguió quejándose de camino a la hoguera.

―La primera medida que tendrá que tomar como presidente va a ser apagar el fuego de su primera ministra.

Pasando mi mano por su sexo, contesté mientras incrementaba la vibración de esos chismes:

―¿Fuego? Lo que tienes es una inundación.

La rubia tuvo que detenerse al sentir que sus piernas flaqueaban.

―¿Te pasa algo?― comenté al saber que debido a los dildos que llevaba incrustados de haber seguido andando a buen seguro se hubiera dado de bruces contra el suelo.

―¿Usted qué cree?― bufó mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su escote.

Aumentando la intensidad de esa tortura, pedí a mi asistente que acelerara el paso porque íbamos a llegar tarde.

―Apenas puedo respirar― se quejó incapaz de moverse.

La casualidad quiso que, en ese preciso instante, Johana y Suchín aparecieran por el pasillo y tras conocer el problema de su compañera, la negra me preguntó si se la echaba al hombro.

―Te va a mojar la ropa― respondí señalando la humedad que corría ya por sus muslos.

Sorprendiendo a propios y a extraños, la exsoldado dejó caer los tirantes de su vestido y quedándose en bragas, contestó:

―Mi señor tiene razón. Sería una pena mancharme solo porque una puta no sea capaz de controlarse.

Despelotado observé que mientras Suchín recogía del suelo el vestido, Johana se cargaba a Irene como si fuera un fardo.

―Puta, me estás mojando los pechitos― protestó la comandante.

Reconozco que me hizo gracia que la morena se siguiera refiriendo a sus enormes cántaros con ese diminutivo y buscando que mi asistente se sintiera usada, comenté:

―¡Qué vergüenza! En cuanto lleguemos a la hoguera, ¡habrá que solucionarlo!

―Yo puedo limpiárselos― dijo la japonesa sacando la lengua en plan provocativo.

A carcajada limpia, respondí:

―Zorrita mía, tu boca va a estar ocupada conmigo, que sea la causante la que repare el daño.

Suchín sonrió al escuchar mis palabras y pegándose a mí, me pidió al oído que le diera un anticipo. Conociendo su faceta sumisa, la complací con un duro azote sobre sus nalgas.

―Os amo, mi señor― sollozó satisfecha…

Al llegar a la hoguera, me encontré con que habían dispuesto una completa escenografía para dar relevancia a mi persona. Y es que no solo me habían preparado una especie de trono, sino que lo habían situado por encima del resto de la gente.     Me quedó claro que estaba hecho a propósito y más cuando observé que mis cinco mujeres se sentaban a mis pies dando la imagen de ser parte de un antiguo harén.

        Estaba fijándome en lo extraño que era eso entonces cuando una mujer tipo hindú que no conocía y ejerciendo de portavoz, me saludó diciendo:

        ―Don Lucas, gracias… todos los presentes solo podemos darle las gracias. Usted nos salvó del caos y junto a usted, volveremos a llevar la civilización al mundo.

        Los aplausos acallaron su voz y muy cortado miré a Irene. Nada más echarle una ojeada, supe que esa zorra me había engañado porque, olvidándose de lo hablado, estaba totalmente concentrada lamiendo las enormes ubres de Johana.

        El plan era que esa puta manipuladora hablara en mi nombre, pero al advertir que podía quedarme sentado porque estaba más interesada en saborear a la negra que cumplir lo acordado, tuve que levantarme a agradecer los aplausos.

Nuevamente la hindú alzando la voz comenzó a alabar mi visión y ante el público congregado explicó con todo detalle cuando me había enterado del apocalipsis que se cernía sobre la humanidad.

―Esta tía está loca, ¡se nos van a echar encima!― murmuré mientras miraba acojonado a Johana creyendo que no tardaría en tener que intervenir.

―No lo creo― levantando su mirada, mi asistente replicó antes de lanzarse en picado sobre el chocho de la ex militar.

A través de los altavoces, la exótica y elocuente asiática seguía explicando la cantidad de llamadas que realicé para convencer a la clase dirigente de lo que se avecinaba.

―¿Y sabéis lo único que nuestro benefactor consiguió?…― dejó la pregunta en el aire―… ¡Qué lo tomaran por loco!… ¡Eso consiguió!… ¡Un pasaporte casi seguro a un manicomio!

El dramatismo de su voz consiguió que la gente se mantuviese callada y entonces levantando el puño mientras señalaba a sus oyentes con la otra, les gritó:

―Pero… ¿creéis que eso le paró?… ¡No! Lucas Giordano sabía que tenía el deber de salvar a la humanidad y por eso os seleccionó uno por uno.

La gente estaba impactada y la portavoz lo aprovechó para decir:

―Sí, ¡mirad al frente! Este hombre, Lucas Giordano, os considero dignos de ser la semilla de un nuevo comienzo.

Bajando el tono, la hindú prosiguió:

―En unos minutos cuando ese reloj marque las siete, nuestro líder encenderá esta hoguera y con ello marcará un nuevo comienzo… y todos haremos honor a la fe que Lucas puso en nosotros dedicando nuestras vidas a la reinstauración de la civilización en el mundo― nuevamente, hizo un silencio dramático, para concluir diciendo: ―Hermanas y hermanos, ¿haréis honor al hombre que os libró del caos?

Un rugido unánime dijo que sí y como si fuera algo preparado, toda la plaza comenzó a corear mi nombre.

―Mi señor, es la hora― susurró Akira en mi oído.

Sin saber qué decir miré a Irene y caí en la cuenta de que tenía que apagar los consoladores que había clavado en ella antes del amanecer y cediendo el mando a Adriana, le pedí que lo hiciera ella.

―Si es por mí, que se le achicharre el culo― dije cabreado y sabiendo cual era el papel que esos diez mil afortunados deseaban de mí, me levanté y encendí la hoguera.

El volumen y la rapidez con la que se extendieron las llamas ratificaron que todo era parte de un montaje y por eso cuando de detrás del fuego surgieron dos grupos de actores, comprendí que Irene y Johana lo habían planeado juntas.

―Sois un par de putas― comenté a la enorme morena.

―Mi señor, espere a que terminen para opinar― contestó mientras disfrutaba del modo en que mi asistente se sumergía entre sus piernas.

Un atronador sonido desde el escenario llamó mi atención.

«La tormenta solar», musité entre dientes mientras observaba que al igual que yo, el resto del público parecía estar hipnotizado siguiendo la escena.

En el improvisado escenario, los actores se mostraban tranquilos al comprobar que uno a uno sus aparatos comenzaban a fallar, pero su actitud cambió por el hambre. Al confrontar el hecho que sus despensas quedaban vacías se lanzaron unos contra otros con una violencia suicida.

«Eso es exactamente lo que debe estar pasando en este momento fuera de esta isla», me dije mientras dos surcos de gruesas lágrimas discurrían por mis mejillas.

Uno a uno los personajes fueron cayendo producto de su insensatez hasta que el último antes de pegarse un tiro, gritó al público:

―¡No creímos a Giordano!

El silencio se podía mascar y fue entonces cuando la joven hindú que había ejercido de portavoz salió al escenario y comenzó a cantar:

―Escucha hermano la canción de la alegría.

Levantándose de mi lado, Irene se unió:

―El canto alegre del que espera un nuevo día.

Una pelirroja espectacular salió de entre el público y con una voz demasiado profunda para su belleza continuó:

―Ven canta sueña cantado, vive soñando el nuevo sol.

Desde mi izquierda, un hombre casi totalmente tatuado se unió a ellas:

― En que los hombres, volverán a ser hermanos

        Los cuatro juntos alzando sus brazos pidieron a la gente que se les uniera. La respuesta fue unánime, diez mil gargantas cantaron a la vez esa versión de la novena sinfonía de Beethoven que popularizara a principios de los setenta, Miguel Ríos…

        Cap. 11― La madre de todas las orgias.

Tras el dramatismo con el que había dado comienzo esa extraña fiesta, Irene había proyectado una serie de actuaciones y mientras pedía explicaciones a la militar, mi asistente presentó al primer grupo.

―¿Me puedes explicar que es lo que os proponéis?― susurré en el oído de la giganta.

―La gente debe mantenerse despierta y debemos mantenerles en tensión para que puedan sentir la tormenta cuando llegue ante nosotros.

Por algún motivo no me tragué esa patraña y menos cuando tras un par de actuaciones, la hindú recordó que solo faltaban tres horas para que nos alcanzara el desastre. El nerviosismo de los presentes se incrementó de sobremanera al recordárselo y desde mi privilegiada posición observé que el número de personas pidiendo una copa se incrementó exponencialmente.

Con la mosca detrás de la oreja, comencé a meditar sobre las razones por las que a ese par de putas le interesaba mantener la angustia entre la gente. Sobre el escenario el nuevo conjunto hizo olvidar momentáneamente el caos que había fuera hasta que al terminar la jodida asiática informó que quedaban solo ciento veinte minutos para su llegada.

«¿Estas tías de que van?», me pregunté al descubrir los primeros conatos de pelea.

Al segundo grupo le resultó más difícil relegar a un rincón la angustia y solo casi al final de su actuación, la gente comenzó a tararear cuando empezaron a versionar a los Beatles con sus pegadizas melodías.

«Los están sometiendo a una montaña rusa emocional y no entiendo por qué»,  pensé fijándome en la actitud nerviosa e intranquila de todos.

Al terminar la actuación el grupo dejó su puesto a la hindú, la cual en esta ocasión se hizo acompañar por compañeros de su casa y tras dar las gracias a los cantantes, comentó:

―Todos nosotros sabemos que gracias a Lucas Giordano tenemos un futuro, pero en mi caso le quiero agradecer también el haberme dado una familia que me quiere y a la que quiero― tras lo cual, y mientras el público me ovacionaba, besó a una guapa pecosa que tenía cogida de la cintura.

Hasta ese momento no me había planteado si la gente era consciente de haber sido seleccionada para formar grupos familiares sólidos.

«No me puedo creer que no se habían dado cuenta que en las casas de sus vecinos también se habían formado nexos afectivos», pensé al descubrir las caras de estupefacción de los presentes viendo que, sobre el escenario, la hindú y los otros seis componentes de su familia se besaban unos a otros sin pudor.

No tuve que machacarme mucho los sesos para entender que en muchos de los grupos nadie se había atrevido a dar el paso y permanecían en silencio. Asumiendo que necesitaban un empujón, le pedí un micrófono a Suchín. La japonesa debía estar esperándolo porque “curiosamente” tenía uno a mano.

―Sois unas zorras― comenté mirando a mis cinco mujeres y encendiendo ese instrumento de sonido, me dirigí a la concurrencia: ―Amigos, desde que supe de la existencia de la tormenta, comprendí que no tendríamos tiempo… porque en menos de una o dos generaciones nuestro pueblo debía ser lo suficientemente fuerte para extender la civilización por todo el mundo.

Con los ojos de la multitud clavados en mí, me tomé unos segundos antes de continuar:

―Os he de confesar algo.  Todos los que vivimos en esta isla hemos sido agrupados en las casas tomando en cuenta nuestros caracteres y preferencias para que pudiésemos ser capaces de formar hogares estables. A partir de aquí, seguid vuestro corazón y vuestro libre albedrío. Nadie os presiona, pero debéis saber que sois compatibles.

Para un buen porcentaje de los que me escuchaban era algo impensable y por ello ejerciendo de ejemplo comenté:

―Al llegar a la que hoy es mi casa, solo conocía a Irene Sotelo, mi asistente.

La rubia se acercó a mí y permitiendo que la cogiera de la cintura, me besó. La pasión con la que buscó mis caricias me impresionó hasta a mí porque no en vano en ese momento estábamos en el foco de atención de la multitud.

Sin dejar de abrazarla, proseguí diciendo:

―El sistema informático que nos repartió a todos en las casas también determinó que Adriana Gonçalvez viviera conmigo y os tengo que reconocer que nada más verla me enamoré de ella.

La morenaza poniéndose en pie, me quitó el micrófono para responder:

―Yo te amo, pero también a esta zorra― y sin importarle los miles de testigos se lanzó a besarnos a los dos.

Apoderándose del aparato, Johana se presentó y tras confesar que sentía los mismos sentimientos que la latina, buscó tanto mis caricias como los de sus compañeras. Asumiendo que era su turno, Suchín y Akira se presentaron y antes de unirse nosotros, demostraron que tipo de afecto sentían al comenzarse a meterse mano entre ellas.

 Incitando a la gente a besarse, la hindú se desnudó sobre el escenario y llamando a su hombre, le pidió que la amara. El joven vikingo sonrió al ver que la oriental se ponía a cuatro patas y acercándose a ella, la ensartó de una sola embestida.

―Uníos a nosotros― exigió la joven al resto de los componentes de su hogar.

Frente a diez mil testigos, las cuatro mujeres riendo a carcajada limpia dejaron caer su ropa y se unieron a la fiesta. La desfachatez, alegría y pasión de ese grupo se contagió como un virus y en alguna medida todos los presentes nos vimos afectados.

        ―Fíjate en la gente― me pidió Irene muerta de risa.

Solo me hizo falta echar un vistazo para comprobar que alrededor de la hoguera la epidemia de besos y caricias se iba extendiendo con rapidez y supe que esa fiesta iba a terminar en la mayor orgía de la historia aun antes de sentir que Johana me bajaba la bragueta.

―Deja que te mime― susurró en mi oído mi asistente al ver que iba a rechazar los mimos de la negra.

Me pareció extraño que la rubia me hiciera esa petición, pero dejándolo pasar tomé asiento en el butacón que habían instalado para mí y sonriendo informé a la militar que estaba listo.

―Gracias…―murmuró mientras sacaba a mi miembro de su encierro.

La felicidad de la morena era total y mientras ella se relamía pensando en la verga que se iba a comer, descubrí que tanto Irene como Akira se estaba ajustando un arnés en la cintura.

«Serán cabronas», descojonado, confirmé que mis sospechas no iban desencaminadas y que el supuesto desinterés de esa manipuladora escondía el deseo de venganza por el trato que Johana les había dado cuando le autoricé que las atara.

Ajena a lo que ocurría a su espalda, la negra agarró mi virilidad entre sus manos y sacando la lengua, lo empezó a lamer con un cuidado extremo.

―Mi señor, ¡cómo me gusta su pene! ¡Es precioso!― musitó confiada.

Asumí que Adriana y Suchín estaban en la jugada cuando tumbándose bajo ella, empezaron a estrujar sus enormes ubres mientras la azuzaban a seguir devorando mi verga. Las caricias de sus compañeras incitaron a la comandante y olvidando que en una batalla una soldado no podía descuidar su retaguardia, se la incrustó hasta el fondo de su garganta.

Estaba entusiasmada metiendo y sacándola de su boca, cuando con traicioneros mimos, Irene comenzó a acariciar tanto su coño como su ojete con los dedos.

―Sigue― encantada con el tratamiento, le exigió.

Ni que decir tiene que la rubia le hizo caso y cogiendo un bote de aceite se lo derramó por todo el cuerpo. La giganta nunca había experimentado unas caricias aceitadas y por eso no cayó en que su compañera concentraba la mayoría de estas en el hoyuelo de entre sus nalgas.

―No pares, cariño. Me vuelven loca tus manos― comentó sacando mi pene de su boca.

―No te preocupes no lo haré― comentó mientras hundía un par de dedos en su trasero.

Aguijoneada por las placenteras sensaciones, no pensó en que se estaba metiendo en una ratonera y embutiéndose nuevamente mi miembro, buscó mi placer.

La primera en atacarla fue Akira. Tumbándose bajo ella, le incrustó el gigantesco pene que llevaba adosado hasta el fondo de su coño.

―¡Me encanta!― sollozó la negra al sentir que su sexo era tomado al asalto por la japonesa.

 Mi asistente aprovechó el momento para separar las nalgas de la militar y posando el grueso glande de plástico en su entrada trasera, le susurró al oído:

―Qué ganas tenía de dar por culo a una Navy Seal.

Johana no tuvo tiempo de reaccionar antes de que su ojete fuera violado por la rubia. El dolor fue tan intenso que no supo reaccionar y completamente paralizada soportó que mi asistente y su compañera comenzaran a cabalgarla sin compasión mientras Adriana y Suchín intentaban ordeñar sus ubres.

―¡Por favor!― alcanzó a sollozar sin poderse mover al tener embutidos sendos falos de plástico en sus dos agujeros.

La rubia, lejos de compadecerse de ella, le exigió que se moviera descargando una serie de dolorosos azotes sobre sus ancas. Nunca nadie y menos una mujer la había maltratado y mimado de esa forma, por ello cuando Johana sintió que esas cuatro se aliaban para someterla no pudo mas que implorar mi ayuda.

―Cállate y disfruta― respondí cogiéndola de la cabeza para embutir mi verga hasta el fondo de su garganta.

Todas y cada una de sus defensas cayeron a la vez y sintiéndose totalmente desamparada, la gigantesca comandante comenzó a temblar al saberse una marioneta en nuestras manos.

―¿No has oído a tu dueño?― preguntó la colombiana mientras le regalaba un duro pellizco en un pezón: ―¡Muévete puta!

Demostrando que formaba parte de la conspiración, Suchín mordió el otro al tiempo que se apoderaba del clítoris de la mujer.

Notando que los gemidos que salieron de su garganta no eran de dolor sino de placer, Irene y Akira aceleraron el ritmo con el que machacaban sus dos entradas.

Pidiendo clemencia, la negra avisó que se corría.

―Hazlo― rugió mi asistente mientras incrementaba la velocidad con la que abusaba del trasero de la morena.

Desbordada por tanto estímulo, Johana colapsó ante mis ojos mientras mi verga descargaba su cargamento directamente en su garganta y con una mezcla de placer y de sufrimiento, su cuerpo sufrió los embates de un orgasmo total. La cabrona de Irene al ver el derrumbe de la musculosa mujer comenzó a reír pidiendo otra voluntaria para ser sodomizada. Usando sus últimas fuerzas, Johana se abrazó a ella y la sujetó mientras me rogaba que la vengara.

Muerto de risa, pedí a las otras tres que me ayudaran. Adriana fue la primera en reaccionar y separando con las manos las indefensas y blancas nalgas de mi asistente, me miró. No me hizo falta mas y usando mi verga como ariete, me abrí paso a través de su ojete.

El grito de la rubia retumbó en nuestros oídos…


Relato erótico: “Descubriendo el sexo” (POR ADRIANAV)

$
0
0

Descubriendo el Sexo

PARTE I

Me llamo Andrea. Nací en un vecindario muy pobre de un pequeño poblado en Perú. La ciudad más próxima estaba a por lo menos una hora y media caminando. Nuestra casa era muy rústica, construida en parte con ladrillos de campo y el resto con chapas de zinc. Saliendo por la puerta nos encontrábamos con la vista de un campo extenso, montañas al frente y rodeados por algunos vecinos con el mismo tipo de vivienda.

La casa tenía una habitación donde dormían mis padres y otra donde dormíamos mi tres hermanos y yo. Luego había otra habitación que era cocina y comedor a la vez.

Los recuerdos más fuertes que me surgen desde que tengo conciencia son, esa vista que era mi reino así como jugar con mis hermanos y los niños vecinos. Yo era la única niña del lugar de esa edad. Las otras dos eran apenas recién nacidas. Saltar en el pequeño riachuelo desde la rama de un árbol fue en su momento la aventura más excitante.

Así pasaron mis años de niña. Y a la edad en que comienzan las curiosidades, durante la noche cuando nos acostábamos a dormir me concentraba escuchando los sonidos de la noche, entre los que se mezclaba el rumor de mis padres hablando en voz baja, los jadeos y el ruido de la cama. Algunos sonidos eran desconocidos por mi y finalmente me dormía. Y por la inocencia del lugar donde vivíamos con grandes necesidades económicas, el aprendizaje era diferente al de jóvenes de la ciudad. Lo que en otras partes consideraban promiscuidad y falta de moral, en lugares así eso no era algo que fuera tan socialmente importante. Por eso al otro día me despertaba sin el mínimo interés por recordar lo que había sucedido. Pero durante los años próximos, me arrimé mucho con el mayor del grupo de niños llamado Julián con el que nos llevábamos de maravillas. Él me contaba de cosas que lo habían sorprendido cuando estuvo en la capital. Transcurrido el tiempo nos hicimos muy amigos y él fue quien me comentó acerca de la diferencia de los varones y las niñas y el porqué. Por esta razón desde entonces le puse más atención a los ruidos de la noche en mi casa. Curiosa seguí preguntando de cómo sería y un día me preguntó si me había animado a mirarlos.

– No. Nunca entro en su cuarto – le comenté.

– En mi casa los veo casi siempre porque mi casa no es como la tuya. Solo está la cocina y el cuarto para dormir.

Cada vez me interesaba más en saber. Él fue también quien me enseñó cómo llamaban los mayores a los sexos, al acto y a todo lo que rodeaba esa acción. Supe de cómo acababa el hombre, de cómo se besaban en los labios y que los sexos se llamaban pija y concha. De cómo la metía el hombre en la mujer y todos los demás detalles.

Y así pasó el tiempo. Pasé la etapa de la inocencia y de poca información por el lugar donde habitábamos. La situación en que se vivía en esa villa era demasiado precaria, hasta que finalmente surgió un cambio significante en mi vida.

Era julio. Invierno muy severo. Mis padres me dejaron en casa de los padres de Julián, porque ellos se quedarían en la ciudad para aplicar por una visa para viajar al norte, invitados por mis tíos. Luego harían compras de alimentos y volverían en un camión. Como tenían que ir a la capital y se quedaban en casa de la hermana de mi madre, se quedarían cuatro a cinco días allí.

La mamá de Julián, se llamaba Rosa. Era un poco llenita, joven, con cara bonita. El papá llamado Arturo, un poco mayor pero con cuerpo fuerte, de cara curtida por los años en el campo. Eran más pobres que nosotros y su casa muy pequeña.

Mis otros hermanos se quedaron con otro vecino.

Tomé mi camiseta de dormir y el resto de los días iría a mi casa que estaba a veinte metros a cambiarme de ropa.

Cuando entré a dejar mi camiseta lista para la noche, me di cuenta de lo que Julián me había comentado. La habitación era bien estrecha y había dos camas, las de sus padres y la de él y me hizo recordar lo que me había comentado.

Ese día pasamos el resto del día corriendo detrás de una pelota semi desinflada, luego jugamos a las escondidas, después armamos una casita con unas maderas, clavos y martillo hasta que nos llamaron a cenar.

Estábamos algo agotados, pero tuvimos que ayudar a limpiar los platos. Terminada la tarea nos ayudaron a tender la cama junto a la única ventana de la casa, con sábanas separadas para mi y Julián. La frazada era una sola. Las camas estaban prácticamente pegadas. Una vez que me quité la ropa y me puse mi camiseta-pijama, me quedé dormida casi de inmediato.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que me despertó la mano de Julián en mi cadera. Estaba bien arrimado a mi y dentro de mi sábanas. Me sorprendí porque nunca había estado así con nadie, como tampoco me había imaginado que fuera a estar en una situación así con él!

Me susurró al oído:

– Míralos. Ya empezaron.

Yo estaba volteada en dirección a la cama de sus padres y por la luz de la luna pude ver claramente sus cuerpos. Se movían en silencio. Unos segundos después escuché claramente que ella le decía a su esposo:

Asiii… ahhh…

Arturo miró hacia nuestra cama y entrecerré los ojos por las dudas, pero los volví a abrir y vi cuando le hacía señas a su esposa para que hiciera silencio.

Finalmente cuando acostumbré bien mis ojos a esa claridad me di cuenta que él estaba totalmente desnudo acostado entre las piernas de Rosa. Y se movían lentamente. Toda esta nueva información de imágenes me llegó en cuestión de segundos y las historias que me había contado Julián iban tomando forma de realidad. Detrás de mi él apretó mi cintura y sentí su pito contra mi cola! Me di vuelta con cara de interrogante y él me hizo señas para que guardara silencio. Pegando su boca a mi oído me dijo:

– Solo míralos y escucha…

Volví a mirar hacia esa cama y el papá de Julián besaba en la boca a la mamá mientras movía la cintura. Estaban cojiendo como me había dicho Julián en sus historias que se llamaba el acto sexual. Era algo que había escuchado pero que nunca había visto despertando más la curiosidad para no perderme detalle, porque nunca llegué a imaginarme cómo sería en la realidad.

Entonces fue cuando Julián me levantó la camiseta hasta la cintura y apretó su pija dura entre mis nalgas mientras yo veía lo que pasaba en la cama de al lado. Todo mi conocimiento y mi forma de sentir pareció cambiar en un instante. Sentí calor, sentí algo en mi estómago y un síntoma de placer en la parte superior de mi conchita. Además se apoderó de mi el deseo de que no se fuera a separar, e inconscientemente empujé mi cola hacia atrás haciéndole saber que no quería dejarlo ir. Otra vez la boca de Julián se pegaba a mi oído y me hacía sentir más calor!

– Así los veo siempre.

Y se movió restregándose en mi cola de abajo hacia arriba. Sentí lo que fue mi primera excitación física.

Mientras todo esto pasaba, nunca pasó por mi mente si estaba bien o mal. Simplemente me dejaba llevar por el momento. Me encantaba ver a Arturo sobre su esposa al lado mío, a escasos centímetros de mí. Podía sentir un nuevo olor que me excitaba. Y por la luz, cuando Arturo giraba en la cama para recostarse de espaldas, vi por primera vez la pija de un hombre endurecida. Rosa se montó encima. Mi mente volaba y mi cuerpo sentía a Julián. No quería perderme ningún detalle. Pero también me asustaba un poco. Estaba nerviosa y confusa por todo lo que descubría.

– ¿Te sientes bien asi? – me susurró bien bajito y bien pegado a mi oído nuevamente.

Le dije que si moviendo la cabeza afirmativamente.

– ¿Te gusta sentirme? – me dijo restregándome su pija entre las nalgas.

Otra vez hice el mismo gesto.

Eso me gustaba cada vez más. Vi a la madre quitarse el sostén e inclinarse para poner sus tetas en la boca del marido. Él se las chupaba como si fuera un helado.

Y en ese mismo instante la mano de Julián se metía por entre mi camiseta hasta llegar a mis apenas tetitas comparadas con las de Rosa. Sus dedos se pasearon por mi pezón, que sí eran bien crecidos. Fue como un golpe de electricidad que se comunicó con mi sexo encendido.

Al lado nuestro se aceleraban los movimientos y los jadeos habían aumentado un poco de volumen, aunque todavía conservaban el estilo de un susurro y escuché:

– Ay! Ahora…! Dame! – dijo la señora moviendo las caderas con mas violencia.

– Toma! – susurró el marido.

Siguieron ese loco movimiento hasta que de repente dejaron casi de moverse. Seguían besándose abrazados. Por supuesto que ya sabía lo que había pasado, pero solo imaginaba los sentimientos de ella. Siempre fui muy intuitiva. A lo mejor lo desarrollé más porque nadie me explicaba nada y tenía que sacar conclusiones propias con la experiencias nuevas hasta que mi amigo me lo había contado.

Julián bajó la mano y me quitó el calzón. Cuando regresó a la posición que estábamos me besó el cuello y por detrás sentí su pija intentar colarse entre mis piernas. Las abrí un poco para darle paso y las cerré apretándolo. No sé cómo explicarlo, pero me gustaba demasiado.

– Me gusta hacerlo contigo… – me dijo él apoyando otra vez los labios en mi oreja y más me excitaba.

Se movió igual que el padre lo había hecho hace un momento y sentí la pija resbalando por entre los labios de mi conchita. Sentía la necesidad de que no parara. Al lado los padres de él se separaron y cada uno se volteó en dirección contraria como para dormir, quedando Arturo acostado de lado con la cara hacia nosotros.

Nos quedamos quietos como para no ser descubiertos de que habíamos estado despiertos y de que habíamos visto todo lo que había pasado. Otro susurro en mi oído:

– No te muevas porque se pueden dar cuenta!

Esperamos pacientemente.

El papá se acomodó quedando más cerca nuestro. Cerró los ojos y minutos después se durmió.

Julián seguía detrás mío. Me tomó la mano y la guió hasta toparme con su pija. Al tocarlo reaccioné como si me hubiera quemado. Nunca había hecho algo así! Retiré la mano de inmediato pero me arrepentí porque en realidad tenía la curiosidad de seguir tocándosela. Por suerte insistió y volvió a llevarme la mano a su pito otra vez. Su otra mano la deslizó de mis pechos hacia abajo en una acaricia que llegó hasta mi sexo. Mi mente no podía procesar la velocidad con que se producían los hechos. Estos provocaban nuevos sentimientos y me aferré con más fuerza a esa dureza entre mis dedos. En ese momento me gustaba demasiado todo lo que había visto y lo que estaba pasando…

Julián tomó una de mis piernas y la levantó un poco, pasó su brazo por debajo y lo deslizó entre mis piernas. Me acariciaba el sexo con toda su mano y el deseo impulsó mis caderas inconsientemente. Me movía sin que yo tuviera control. Mi cuerpo no respondía a mi cerebro. Solté su sexo y él lo llevó a posarse sobre los labios de mi vulva otra vez. La cabeza de su pija mojada se deslizaba en un vaivén delicioso.

Me doblé tanto hacia adelante para darle mejor acceso a lo que me ponía tan loquita, que quedé muy cerca de la cara de su padre quien continuaba durmiendo.

Seguíamos en posición fetal, los dos de lado cuando mis movimientos se tornaron más bruscos por la calentura y accidentalmente provocaron que la cabeza se metiera un poco dentro de mi huequito… gemí sin quererlo!

Asustada abrí los ojos por si despertaba al padre. Y pasó lo que no me esperaba. Sus ojos se abrieron y no me dio tiempo para cerrar los míos. Pensé lo peor. Entonces, no sé si por mi cara de aterrorizada por la situación, me sonrió como solidarizándose para tranquilizarme. Justo en ese momento Julián sin saber lo que pasaba entre su padre y yo, la sacó un poco y volvió a empujarla y volví a gemir abriendo más grandes mis ojos sin dejar de mirar a Arturo. Me volvió a sonreír y estirando su brazo acarició mi cara por unos segundos retirando la mano de inmediato como para que no lo fuera a ver su hijo, y me hizo un gesto como para que no dijera nada, lo que me hizo sentir confabulada con él y con este nuevo secreto de mirarnos. Perdida por el calor irrefrenable de esa situación, sin quererlo también le sonreí con ese deseo que sentía entre mis piernas.

Julián lo volvía a intentar, pero mi himen no cedía. Arturo no dejaba de mirarme ni yo a él. Me gustaba verlo, sentía ganas de mirarlo. No sé porqué pero esa situación me atraía . Entonces Julián empecinado la llevó para la entrada de mi culito. Hechó saliva en sus dedos y lo pasó por allí. Volvió a empujar y me dolió. Con mi boca abierta como quejándome en silencio y sin dejar de mirarnos con el papá, entrecerré los ojos.

Concentrado en lo que me quería hacer, no tenía la menor idea de que su padre estaba despierto presenciándolo todo. Entonces Julián apretó con fuerza y me parece que la inexperiencia le provocó una eyaculación prematura. De su pija empezó a emanar ese líquido espeso que se desparramaba por mis nalgas y mis piernas. Me mordí los labios. Cuando terminó de chorrear, Julián se levantó y salió afuera donde estaba el baño. Yo quedé que volaba de deseos y a él no le importó, según parecía.

Pero su padre me seguía mirando y yo a él. Estábamos muy cerca. Nos sonreímos otra vez y él levantó las sábanas de su lado dejándome ver su pija dura. Se la miré fijamente y subí mis ojos para encontrar los suyos que me provocaban tanta calentura. Me hizo señas para que le alcanzara mi mano. Me la guió. Se la toqué, la rodée con mis dedos y él se empezó a mover como lo había hecho con su esposa. Era más grande y más larga que la que había acariciado hacía unos minutos. Pero al sentir el ruido de su hijo regresando se tapó y yo volví a mi posición.

Julián volvió prácticamente ignorándome y se acostó dándome la espalda. Se durmió en unos minutos. Pero me había dejado en ese estado de deseo máximo que poco entendía todavía. Yo no sabía cómo calmarme para poder dormir. Volví a abrir los ojos y allí estaban los de Arturo que seguían sonriéndome. Me estiró la mano y yo sin hacerme rogar, en un segundo me prendí otra vez de ese pedazo de carne que me provocaba tanto calor y deseo. Él se arrimó más y sus dedos empezaron a recorrer mi barriguita, bajando hasta acariciar mi ensopado sexo.

Nos mirábamos solamente a los ojos, pero nuestras manos seguían haciendo lo suyo. Volví a sonreírle ahora con más confianza.

Me tomó de la nuca y suavemente me empujó la cabeza hacia abajo hasta que mi boca se encontró con su pedazo duro. Yo no sabía qué hacer. Me hizo seña con un dedo en su boca para hacerme saber lo que quería que hiciera. Abrí la boca y él empezó a moverse metiéndola y sacándola porque apenas cabía entre mis labios. El sabor al principio era fuerte y salobre, pero a medida que seguía pasando el tiempo iba cambiando por uno más suave y delicioso. Fue la primera vez que chupaba! Tenía un sabor que nunca había sentido. Mi mano seguía aferrándola. Yo había perdido el control de mis sentidos por completo. Su mano guiaba mi nuca para que mantuviera el ritmo. Jamás habría pensado que lo que me había contado Julián acerca de chuparla iba a ser tan excitante… Seguía con entusiasmo. Estaba entregada a que Arturo me calmara como fuera posible ese calor que no me abandonaba!

Lentamente me la sacó de la boca y me hizo girar muy despacio para que nadie se despertara. Entonces pude ver las espaldas de Julián. Sus ronquidos junto a los de su madre nos daban la tranquilidad para continuar.

Empujándome de la cintura me hizo deslizar a su cama mientras me abría las sábanas para que me metiera. Los dos estábamos desnudos de la cintura para abajo. Me hizo poner de espaldas a él y sentí el calor de su pija restregándose en mi cola. La sentía enorme, diferente a Julián. Sus manos hábilmente me acariciaban toda libremente. Lentamente fue abriéndome las piernas. Puso su pija entre los labios de mi vulva más ensopada ahora. Y me dejé llevar…

Él se movía lentamente. Mi vulva ensopaba toda su piel. Poco a poco también yo empecé a moverme. Con lentitud. Uno de sus dedos acariciaba mi clítoris y me hacía reaccionar sin control otra vez, empujándome más contra su cuerpo. La otra mano estaba en mis pezones. Me dio vuelta la cara y me besó en la boca. Su lengua me abrió los labios y se coló hasta encontrarse con la mía. Mi primer beso sexual. Eso me encantó también y relajándome imitaba con mi lengua los mismos movimientos que él hacía. En ese momento la cabeza de su pija resbaló entre los labios de mi vulva entrando sorpresivamente y me quedé tiesa. Más por la sorpresa que por el dolor.

Sus labios continuaban pegados a los míos. No parábamos de besarnos, estaba en las nubes… mis primeros besos. Con una especie de incertidumbre decidí disfrutarlo sin quejarme. Su boca no soltaba la mía y él también se quedó quieto con la pija apenas metida por un par de minutos. Mi conchita volvió a relajarse y yo definitivamente quería seguir sintiendo eso nuevo que me estaba haciendo volar de calor. Entonces él volvió a moverse despacio hacia afuera y hacia adentro. Solamente la cabeza entraba y salía. Ya me estaba acostumbrando a recibir a ese intruso. Ya no había temor al dolor y me moví al mismo tiempo que él. Hablándome con su boca pegada a mis labios, me dijo con voz de deseo en un susurro:

– Me encanta tu conchita… -y me la sacaba un poquito.

– La tienes rica… -y la volvía a meter.

– Y estas bien apretadita -y continuaba ese ritmo de sacar y meter.

Respondí con un lengüetazo dentro de su boca.

– Te gusta tenerla asi?

Otro lengüetazo.

– Quiero cojer contigo todas estas noches… quieres?

Sacudí mi cabeza afirmativamente sin dejar de besarlo.

Me gustaba muchísimo lo que me estaba haciendo. Con el delicioso movimiento de su pija que me llenaba totalmente la entrada, sus caricias y el beso interminable, se agolpó una enorme cantidad de deseo en mi clítoris y no podía dejar de moverme cada vez más rápido. Eso que apenas me entraba y salía me volvía loca de placer! Y cuando sentí su susurro en mi oído diciéndome “Te voy a echar toda mi leche… Tómala” como se lo había dicho a su esposa, sentí el primer chorro de líquido espeso y caliente que se colaba dentro de mi conchita. Me provocó tanta emoción y tanto calor que no pude más y exploté con un: “Aaaahhhh….” incontenible. Y volvió a besarme con la lengua entrando en mi boca y un segundo chorro, empujando más la pija hasta que casi la mitad me invadió las entrañas y me arrancó un dolor desgarrante entre las piernas, pero no pudo penetrarme más porque salté hacia adelante evitándolo. Finalmente nos relajamos y volví a arrimarle la cola. Me besó otra vez girando mi cuerpo hacia él. Me hizo tocarlo otra vez y seguía besándome mientras me acariciaba la cara. Mis dedos se mezclaban con ese líquido pegajoso.

– Pruébalo -me dijo. Bajé mi cabeza hasta su vientre y se la chupé. Sentí ese olor que me había encantado más de cerca y el sabor de lo poco que había quedado entre mi mano y su pija. Me gustó demasiado! Disfrutaba todo. Todo era nuevo y delicioso. Entonces me pidió que me enderezara y enfrentamos los ojos otra vez.

Me empujó con las manos en mi cola hacia él y abrí las piernas soltando la pija cuando la volví a sentir en mi conchita. Quedamos abrazados así por un tiempo sin dejar de besarnos. Yo no podía concentrar mis pensamientos. El dolor era aliviado lentamente por sus caricias mientras disfrutaba su boca y su lengua. Lo abracé y moví la cintura para sentirlo mejor. Ya su pija no estaba tan dura. Me sonrió y yo a él. Con sus labios apoyados en los míos me susurró:

– ¿Te gustó?

– Si -me animé a decirle con palabras.

Y su lengua no me dejó hablar mas. Nos trenzamos en otro beso interminable que duró como cinco minutos. Mis brazos abrazaban su cuello. No quería separarme de eso tan lindo. Así me quedé acurrucada con él por mucho rato. Cuando me estaba casi durmiendo dijo:

– Bueno. Vuelve a tu cama y duerme.

Sin dejar de abrazarlo me animé a darle un beso más y un minuto después me pasé a la cama de Julián otra vez. No sé cuánto tiempo pasé pensando en todo lo que había pasado. Me puse la camiseta y sin el calzón me levanté para ir al baño. Rosa seguía roncando.

Cuando me agaché a orinar, salió un poco de su leche y me recordó que ese fue el momento de calentura que más alto había alcanzado. Y descubrí que después de eso me había calmado. Más tarde me enteraría que ese había sido mi primer orgasmo.

Al entrar, Arturo se había dormido nuevamente. Y no sé cuándo yo logré dormirme.

Al otro día desperté y ya no había nadie en ninguna de las camas. Yo estaba sola, pero en la cocina sentía actividad. Era la mamá de Julián preparando comida. Me quedé pensando un rato recordando la noche y me provocó una deliciosa cosquillas. El padre entró a buscar su chaqueta y al verme despierta se acercó a mi, se sentó en la cama y me dijo:

– Estas bien?

– Si – le contesté un poco avergonzada.

– Todavía piensas que te gustó lo que hicimos anoche? – me dijo en voz baja.

Afirmé con la cabeza.

– ¿Te gustaría cojer esta noche otra vez?

Otra vez afirmé.

Se inclinó un poco más y me besó en la boca con esa deliciosa lengua que me provocó otro cosquilleo. Metió su mano separando las sábanas y me acarició entre las piernas sin dejar de besarme. Me levantó la camiseta y bajando con sus labios me chupó los pezones mientras dos dedos me acariciaban los labios mojados de mi conchita! Guau! Qué rico sentí!! Ya quería hacerlo de nuevo!

Y se separó lentamente:

– Esta noche te cojo mi amor, ahora me tengo que ir. Te tengo muchas ganas… Y tu, me tienes ganas también?

– Siihh… dije con el calor subiéndome… mientras su dedo seguía acariciándome el clítoris.

– ¿Cuando todos se duerman mi amor, te despierto?

Gesticulé afirmativamente con mi cabeza.

Me volvió a besar. Lo besé. Y se levantó para irse.

Dejé pasar unos minutos para calmarme. Rosa seguía cocinando. Me levanté.

Me dolía para caminar. Parecía que no podía cerrar totalmente las piernas. Traté de disimular y aparecí en la cocina sentándome en un banco lo más rápido que pude para que no se diera cuenta. Yo sabía que no podía despertar sospechas porque sino no iba a poder volver a hacerlo. Y pasé el resto del día pensando en la noche…

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (7)” (POR LUCKM)

$
0
0

Laura – Por favor, no puedo mas!.

Laura – Creo que seis amo!

Eva aparto su cara del coño de Laura.

Eva – Yo diría que siete amo, esta zorra esta soltando líquidos como una fuente.

Yo – Jajaja, veamos cuantas veces es capaz de correrse, sigue putita.

Eva hacia una hora que le comía el coño a Laura a indicación mía. Esa semana las había tenido a las dos sin sexo, las quería salidas el primer día de clase. Al llegar les dije:

Yo – Bien zorritas, hoy no os voy a follar. Las dos me miraron desesperadas.

Eva – Por favor amo, cumplimos sus ordenes toda la semana, estoy desesperada, mi coño se pone a chorrear solo con ver un tío por la calle.

Laura – Yo tengo los pezones como piedras desde el martes, hasta tuve que ponerme unos clinex para que no se notara.No lo entiendo, creí que querías tenernos sometidas para poder follarnos a su gusto amo.

Yo – Eso ya lo hago cerdita, hoy me apetece ver hasta que punto os podéis correr sin que intervenga mi polla, quiero veros a las dos disfrutar hasta que os caigáis y no podáis mas, básicamente ver como os corréis hasta desmayaos.

Laura – No me llame cerdita amo, no me gusta.

Yo – Pero a mi si cerdita, cuando estas a cuatro patas con esas ubres colgando me recuerdas a esos documentales en que se ve a una hembra dando de mamar. ¿Para que te crees que tienes esas tetazas? ¿para estudiar derecho en el Ceu?.

Laura – No amo, esta bien – Dijo agachando la cabeza.

Yo – Para que las tienes cerdita?-

Laura – Para dar de mamar amo?

Yo – Casi. Laura miro a su amiga.

Laura – Para atraer a los tíos amo?.

Yo – Mejor.

Laura – Para atraer a los tíos y que tengan mas ganas de follarme.

Yo – Estamos cerca. Laura suspiro.

Laura – Esta bien, para ponerme escotes, que los tíos se les ponga la polla dura y quieran follarse a esta puta, montarla, meterles sus pollas y correse en mi coño para preñarme.

Yo – jajaja, ves como cuando quieres puedes? – Eva, desnuda a la cerdita y sientala en ese sillón, pasale las piernas por encima de los brazos del sillón y ataselas para que no pueda cerrar las piernas, que su coño quede a la altura del borde.

La escena era preciosa, sus grandes tetas caían sobre su tripa por la postura, su coño húmedo estaba completamente expuesto, como añadido le atamos los brazos por detrás del sillón, puse una cámara enfocandola.

Yo – Bien cerdita, recuerdas todas esas fotos que te hace papi, tu cumple, tu comunión, el viaje a esquiar.

Laura – Si amo.

Yo – Bien, yo también quiero mi propio álbum familiar, el de hoy se va a llamar, “Cuantas veces se corre Laurita”.

Encendí la cámara, Laura miro el objetivo y adivinando lo que quería.

Laura – “Cuantas veces se corre Laurita” 23 de febrero de 2008, álbum familiar de Carlos.

Me acerque a Eva, la desnude, me acerque a su oído.

Yo – Bien, ahora le vas a comer el coño, primero despacio, no te costara mucho que se corra las primeras veces, así que no te canses, vas a estar dos horas como mínimo así que tomalo con calma.

Laura – Dos horas? no amo, no aguantare. Yo – Si, si lo harás. Eva se relamió, se acerco y se puso de rodillas. Abrió la rajta de su amiga

que ya chorreaba y empezó a pasar la punta de la lengua por su raja, buscando su botoncito, cuando lo encontró se centro en el, Laura no aguanto ni dos minutos.

Laura – Ufff, como necesitaba esto amo.

Yo – Nada, tu tranquila, hoy vas a salir de lo mas relajada de aquí.

Eva siguió lamiendo, a la media hora Laura ya se había corrido seis veces. Al principio intento controlar su cara, sin duda por vergüenza pero a partir de la quinta vez ya le dio igual.

Laura – Si, si, sigue zorrita, dioos!! que maravilla amo!!, jodeer, otra vez!!!

Su espalda se arqueaba, sus grandes tetas se movían bamboleandose y sus pezones estaban duros como piedras… Eva cada vez que notaba que se iba a correr pegaba los labios a su agujerito y aspiraba con fuerza.

Eva – Jo, que rico esta esto amo, me encanta. Yo – Tanto como mi semen zorrita?

Eva – Es distinto, la cerdita tiene un aire de inocencia que hace que me ponga como loca verla así amo. Y su coño es tan dulce.

Eva siguió un rato mas.

“Laura – Por favor, no puedo mas!.

Yo – Si, si que puedes, cuantas van?.

Laura – Creo que seis amo!

Eva aparto su cara del coño de Laura.

Eva – Yo diría que siete amo, esta zorra esta soltando líquidos como una fuente.

Yo – Jajaja, veamos cuantas veces es capaz de correrse, sigue putita.”

Eva separo la boca para descansar unos minutos pero siguió pasando los dedos por su rajita.

Eva – Sabe amo, cuando veo a la cerdita por el cole con el pelo cogido en un moño con un lápiz y notandose estas tetazas bajo el uniforme me la imagino en su casa dando botes sobre su polla y me pongo mala, sabe que la llaman la estrecha por que casi no habla con los chicos?.

Yo – Así que eres tímida cerdita. Laura – Si amo, no se, – Eva le metía los dedos con fuerza tratando de

romperle el ritmo de la charla. – joder, y otraaaaa!!!! – suspio unos segundos.

Laura – No se amo, son críos, no me ponen, solo quieren meterme mano, no follarme como ud hace….

Eva – En eso tiene razón, estos jueguecitos tienen mucho morbo amo.

Yo – Bueno, hay que echarle imaginación, sigue zorrita, vamos a llegar a 10 que no queda nada.

Laura – 10!? no, ni de broma amo.

Yo – Tu a callar!, ademas llevamos una hora, queda otra.

Laura – No, por favor, no podré.

Eva – Claro, claro que podrás zorra, si el amo lo dice estarás corriendote hasta final de año.

El teléfono sonó, era mi móvil.

Yo – Anda, es papi Laura. Quieres que le diga que su niña no se aplica en las clases? – Laura negó con la cabeza.

Cogí el teléfono mientras me acercaba a ellas, Laura se mordía los labios mientras Eva se lo comía con furia tratando de que se corriera con su padre al teléfono.

Buenas tardes?

Yo – Buenas tardes?. Ah si, ¿como esta?, Laurita? el móvil apagado?. Si, lo siento, no me gusta que nos interrumpan sus amigos con sms y chorradas, ya saben como son los críos. Si, por supuesto, pues nos queda un rato. Hoy? pues les estoy enseñando a hacer un álbum familiar. Si, no es muy importante pero creo que es interesante que vean el lado divertido de la informática antes de centrarnos en otras cosas.

Me acerque y empece a sobarle las tetas a Laura.

Yo – si, es un poco distraída pero se esfuerza, en unos meses haremos de ella una experta.

Le metí los dedos en la boca y ella los lamió con ansia mirandome con cara de salida, aguantando sus gemidos. El mas mínimo grito y su padre lo sabría. Me levante, cogí el tanga de Eva del suelo y se lo metí a Laura la boca. Justo a tiempo, se estaba corriendo como una loca, mordio el tanga fuerte y respirando por la nariz se corrió mientras yo le retorcía los pezones.

Si, en una hora o así habremos terminado, luego había pensado invitarlas a un helado en el Vips por lo bien que se están portando, y para reponer fuerzas. Muy bien, yo se lo digo.

Yo – Laura, tu papi que seas buena y hagas lo que te diga.

Le saque las bragas de la boca y fui a la cocina. Saque un helado del congelador de magnum pequeños de los que son un poco mas gordos que un dedo y fui al salón. Laura que se estaba corriendo una vez mas me miro con alivio.

Laura – Por fin, ya terminamos amo? Yo – Que va, te quedan 40 min, por que lo dices?. Laura – Y el helado amo? creí que…

Yo – No creas tanto, te ofrezco una cosa, podemos dejarlo ahora mismo o puedo follarte, pero tendrás que cumplir 40 min mas de Eva comiendote el coño. No iba a follarte hoy pero me puso la polla dura como me mirabas y te corrías mientras hablaba con papi.

Laura – Es que esas cosas tan sucias que hace con mi padre y el de eva me pone malísima, soy una pervertida lo se.

Yo – Y bien, que decides.

Laura – Follame, nada me gusta mas que tener tu polla en mi coño.

Yo – Bueno técnicamente no será solo mi polla.

Laura – Como?

Me me acerque a ella apartando a Eva que se puso de rodillas a masturbarse mientras nos miraba. Abrí los labios del coño de Laura, estaba ardiendo y acerque el mini helado a su agujero.

Laura – No amo.

Yo – Jajaja, como que no?.

Empece a introducir el helado en su coño, ella se retorcía. Laura – amo duele, esta demasiado frío.

Yo – Tranquila, con la temperatura de aquí abajo no tardara en desacerse.

Entro completamente, tampoco era muy grande la verdad, me saque la polla y la puse en la entrada de su coño. Debía darme prisa, no creí que durara demasiado el helado. Empece a meter la polla, notaba en la punta de mi polla el calor del coño de Laura y el helado desaciendose por momentos.

Yo – Bien, ahora hasta el fondo.

Laura respiro profundamente y yo empuje mi polla, note como me abría paso por su coño, por la postura mi polla entro bastante profundamente y el helado que debía medir unos tres o cuatro centímetros mas un poco mas adentro, me quede quieto notando como el frío y el calor alternaban en mi polla, el helado se desacía y el coño de Laura también. Alternaba de frío a calor. empece a moverme un poco, notaba el chocolate quebrarse en la punta de mi polla y como salía la vainilla, me moví para intentar meterselo un poco mas adentro y esparcirselo bien, me encantaba, estaba pintando un cuadro en su coño y ni siquiera me había corrido. Seguí unos minutos, Laura literalmente aullaba, se corrió dos o tres veces. Al final me corrí, note como mi polla explotaba en aquel lugar delicioso, como la cabeza de mi polla se hinchaba y escupia semen caliente dentro de mi pequeña puta. Ella también lo notaba y me miraba a los ojos mientras se corría como sabia que me gustaba. Aguante un minuto mas y saque mi polla. Eva se abalanzo sobre ella, me la limpio de dos profundas chupadas y corriendo se abalanzo sobre el coño de Laura, no quería perderse todo lo que iba a chorrear en unos segundos.

El coño de Laura chapoteaba con los lengüetazos de Eva, de vez en cuando pegaba los labios a su agujero y aspiraba exprimiendo el coño de su mejor amiga. Laura ya apenas jadeaba, se notaba que hacia fuerza con los músculos de su vagina para echarselo todo en la boca de su golosa amiga, no se si se corrió alguna vez mas, a los diez minutos le dije a Eva que parara, la soltamos, ella aparte de dejar caer los brazos nos miro con los ojos medio cerrados.

Laura – Dios, fue increíble, todo, no puedo mas amo.

Llamaron a la puerta. Eva se levanto, al ver que era su madre abrió. Ana entro, me dio un beso de tornillo y se quedo mirando a Laura.

Ana – joder, esta zorra se lo paso bien.

Eva – No lo sabes bien mama.

Ana – Tu por que tienes la boca así?

Eva – dos horas comiendo coño mama, es lo que hay.

Ana – jajaja, que pervertido eres Carlos.

Yo – Lo justo y necesario para tener a tres putitas calientes.

Ana – Pues lo haces de miedo.

Eva – Necesito que me folles amo.

Ana – Temo que no, vino tu tío Andrés y vamos a cenar con el en media

hora.

Eva – Jooooo, necesito que me la metan mama!

Yo – Bueno, vino solo o con su tía?

Ana – Solo, por? Yo sigues teniendo somníferos y Viagra no?.

Ana – Si.

Dáselos a los dos esta noche y follaroslos, seguro que a Jorge no le importa que te folles la polla de su hermano y que su niña también se deje follar por el.

Ana – La niña? , cada vez que le damos el cocktail especial a su padre no hay quien la saque de encima de su polla hasta las seis. Y luego el pobre Jorge con mal sabor de boca por la mañana.

Yo – jajaja, es cierto zorrita? Eva – Si, claro, creí que nos veías.

Yo – Uff, tengo ya tantas guarradas vuestras que no me da tiempo a verlas todas, en el álbum estará.

Ana – El álbum?, te hiciste un álbum familiar de nosotras? pero que cabron.

Ana – ah, antes de que me olvide, el padre de Laura nos invito a pasar unos días en su chalet de palma, las dos familias juntas.

Yo – Umm, tostaditas al sol y todas juntas, suena bien. –

Ana – Puedo intentar que te inviten-

Yo – Va tu hermana Laurita?

Unos días antes Laura me había avisado de que su hermana estaba en la ducha, en el momento que ella entro en la habitación envuelta en la toalla se había apartado y me había dejado verla totalmente desnuda sin que ella lo supiera, sus tetas eran enormes, me encanto, en ese momento decidí follarmela también, pero era mayor que las niñas y con un novio pesado, no iba a ser tan fácil.

Laura – Si, claro, no la van a dejar sola.

Yo – Perfecto entonces.

Laura – Te la vas a follar amo?, a mi hermana también?.

Yo – Si

*****AVANCE

(dos semanas mas tardes)

Estaba empujando, metiendo mi polla en el culo de Eva, eran las once de la mañana. Los felices padres de las criaturas habian ido como todas las mañanas a jugar al golf a un campo cercano. Asi que me dejaban en una casa fantastica con cuatro preciosidades en bikini cada vez mas cachondas. La hermana de Laura amanecia tarde, sobre las doce asi que desde que salian los cornudos hasta las doce tenia a las niñas completamente desnudas, me encantaba ver sus jovenes cuerpos en bikini, pero mas verlas desnudas a plena luz como si fuera lo mas normal del mundo. La madre de Laura no habia venido, tenia una feria de moda en alguna parte.

Eva – Ummmm, como me gusta, sigue, rompemelo!!

Yo empujaba y empujaba metiendo mi polla en su estrecho culito

Claudia – ¿¡Dios que es esto!?

Miramos los dos, la hermanita de Laura estaba mirandonos desde la puerta.

Eva – Pues estamos follando ¿que va a ser mojigata de mierda?.

Claudia – Tu madre se va a volver loca.

Ana – Por? – en ese momento entraba la madre de la terraza completamente desnuda

Claudia – Pero! joder!

Laura – No digas tacos hermanita o se lo dire a papa! – Dijo laura entrado detras de Ana tb completamente en bolas. Umm, esas tetas moviendose me volvian loco.

Claudia – Estais todas locas! Se lo voy a decir a papa, y a tu marido so puta.

Laura se acerco a Eva y le acaricio las tetas.

Laura – Que les vas a decir? que viste a Carlos encular a Eva y a nosotras besandonos y tocandonos. – Eva y laura comenzaron a besarse y tocarse las tetas la una a la otra.

Laura – Crees que te creerían so estrecha? en esta casa somos todas monjas recuerdas?.

Yo – Además esta el tema de tus vicios.

Claudia – Que vicios!?

Yo – Te masturbas como una cerda a la primera ocasión.

Claudia – Eso es mentira!!

Yo – De verdad, veras cuando papi vea esto.

Gire el ordenador y puse dos vídeos que le grabamos la noche anterior con la inestimable colaboración de su hermana. Se la veía masturbandose en su habitación y en la ducha, completamente desnuda y jadeando.

Laura se me acerco, saque la polla de el culo de Eva y se la metí a Laura en el coño mientras miraba a su hermana.

Laura – Sabes, le diremos que lo que tu dices es mentira y le enseñaremos esto, lo vera hasta el padre de Eva, seguro que se termina haciendo una paja.

Cecilia – No por favor

Laura – Amo, follame por favor.

Le agarre las tetas y empece a follarla. Cecilia veía perfectamente como mi polla entraba en el depilado coño de su hermana.

Yo – Tu hermana es una guarra Cecilia, me hizo follarmela esta mañana dos veces viendote masturbarte, la encanta.

Cecilia – No, no puede estar pasando esto.

Yo – Ya lo creo que si, vete a tu cuarto, cuando terminemos subiré a charlar contigo.

Ella se dio la vuelta llorando y se marcho.

Laura – Umnm amo, que buena idea los afrodisíacos que le pusimos en el desayuno.

Yo – Si cerdita, y esta mañana le puse el triple, con lo que le has puesto esta semana pasada no tardara en abrirse de piernas, gire el portátil y puse una panorámica de su habitación, se la veía llorando en la cama, a los dos min estaba ya con una mano dentro del bikini….

**********************************************************

Bueno, espero que os gustara, por favor votar, es la manera de saber si voy bien o no… Sigo encantado de que me mandéis mail o me agreguéis. Un saludo a Laura y Marta, encantado de que los disfruteis y lo compartais conmigo 😉

Luckm@hotmail.es

skype: luckmmm1000

“EDUCANDO A UNA MALCRIADA. LA HIJA DE UN AMIGO” libro para descargar (POR GOLFO)

$
0
0

SINOPSIS:

El destino quiso que la hija de un amigo se metiera en problemas en Houston y que tuviera que ser yo quien la auxiliara. Su padre cansado de esa malcriada me pide que la eduque. Al intentarlo, esa pelirroja decide intentar seducirme sin saber adónde nos iba a llevar esa fijación.
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 13 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B01FKLOII8

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1

Toda mi vida he tenido fama de hombre serio y responsable. Celoso de mi vida privada, nunca se me ha conocido un desliz y menos algo escandaloso. Soltero empedernido, nunca he necesitado de la presencia de una mujer fija en mi casa para ser feliz. Aunque eso no quiere decir que no haya novias y parejas, soy y siempre seré heterosexual activo pero no un petimetre que babea ante las primeras faldas que se le cruzan.
Escojo con cuidado con quien me acuesto y por eso puedo vanagloriarme de haber disfrutado de los mejores culos de las distintas ciudades donde he vivido. A través de los años, han pasado por mi cama mujeres de distintas razas y condición. Blancas y negras, morenas y rubias, ricas y pobres pero todas de mi edad. Nunca me habían gustado las crías, es más, siempre me había repelido ver en una reunión al clásico ricachón con la jovencita de turno. Para mí, una mujer debe ser ante todo mujer y por eso nunca cuando veía a una monada recién salida de la adolescencia, podía opinar que la niña era preciosa pero no me sentía atraído.
Desgraciadamente eso cambió por culpa de Manolo, ¡Mi mejor amigo!.
Con cuarenta y cinco años, llevaba tres años viviendo en Houston cuando me llamó para decirme que su hija Isabel iba a pasar un año estudiando en esa ciudad. Reconozco que en un principio pensé que el motivo de esa llamada era que me iba a pedir que viviera conmigo pero me sacó de mi error al explicar que la universidad le pedía un contacto en los Estados Unidos y preguntarme si podía dar mi teléfono.
Cómo en teoría eso no me comprometía en absoluto, acepté desconociendo las consecuencias que esa decisión iba a tener en mi futuro y comportándome como un buen amigo, también me comprometí en irla a recoger al aeropuerto para acompañarla hasta la residencia donde se iba a quedar.
Ese día estaba en la zona de llegadas esperándola cuando la vi salir por lo puerta. Enseguida la reconocí porque era una versión en guapa y joven de su madre. Flaca, pelirroja y llena de pecas era una chavala muy atractiva pero en cuanto la examiné más de cerca, su poco pecho me recordó sus dieciochos años recién cumplidos y perdió cualquier tipo de interés sexual.
Isabel al verme, se acercó a mí y dándome un beso en la mejilla, agradeció que la llevara. No queriendo eternizar nuestra estancia en ese lugar, cogí su equipaje y lo metí en mi coche. La chavala al comprobar el enorme tamaño del vehículo, se quedó admirada y con naturalidad dijo riéndose:
―Este todoterreno es un típico ejemplo de los gustos masculinos― y olvidándose que era el amigo de su viejo, me soltó: ―Os gusta todo grande. Las tetas grandes, los culos enormes y las tías gordas.
Indignado por esa generalización, no pude contener mi lengua y contesté:
―Pues tú no debes comerte una rosca. Pecho enano, trasero diminuto y flaca como un suspiro.
Mi respuesta le sorprendió quizás porque no estaba acostumbrada a que nadie y menos un viejo le llevara la contraria. Durante unos segundos se quedó callada y tras reponerse del golpe a su autoestima, con todo el descaro del mundo, preguntó:
―Ya que crees que me hace falta unos kilos, ¿dónde me vas a llevar a comer?
Os confieso que si llego a saber el martirio que pasaría con ella ese restaurante, en vez de a uno de lujo, le hubiese llevado a un tugurio de carretera porque allí, entre moteros y camioneros, hubiera pasado desapercibida. Pero como era la hija de Manolo creí conveniente enseñarle Morson´s, uno de los locales más famosos de la ciudad.
¡Menudo desastre!
La maldita pecosa se comportó como una malcriada rechazando hasta tres veces los platos que el pobre maître le recomendaba diciendo lindezas como: ¿Me has visto cara de conejo?, ¿Al ser hispanos nos recomiendas los más baratos de la carta porque temes que no paguemos? , pero fue peor cuando al final acertó con un plato de su gusto, entonces con ganas de molestar tanto al empleado como a mí, le dijo:
―Haber empezado por ahí, mi acompañante piensa que estoy en los huesos y un grasiento filetón al estilo tejano me hará ponerme como una vaca para ser de su gusto.
“Esta tía es idiota”, pensé y asumiendo que no volvería a verla durante su estancia, me mordí un huevo y pedí mi comanda.
El resto de la comida fue de mar en peor. Isabel se dedicó a beber vino como si fuera agua hasta que bastante “alegre” empezó a meterse con los presentes en el lugar. Molesto y sobre todo alucinado de lo mal que había mi amigo educado a su hija, di por concluida la comida.
Al dejarla en la residencia, respiré aliviado y deseando no volver a estar a menos de un kilómetro de ella, le ofrecí hipócritamente mi ayuda durante su estancia en la capital del estado. La mujercita, segura de que nunca la iba a necesitar, me respondió:
―Gracias pero tendría que estar muy desesperada para llamar a un anciano.
Para mi desgracia los hechos posteriores la sacaron de su error….

Capítulo 2.

Llevaba un mes sin recibir noticias suyas cuando me despertó el teléfono de mi mesilla sonando. Todavía medio dormido, escuché al contestar que mi interlocutor me preguntaba si estaba hablando con Javier Coronado.
―Sí― respondí.
Tras lo cual se presentó como el sargento Ramirez de la policía metropolitana de Houston y me informó que tenían detenida a Isabel Sílbela.
―¿Qué ha hecho esa cretina? – comenté ya totalmente despierto.
―La hemos detenido por alteración del orden público, consumo de drogas y resistencia a la autoridad.
Os juro que no me extrañó porque esa niñata era perfecta irresponsable y asumiendo su culpabilidad, quise saber cuál era su actual estatus y cuánto tiempo tenía que pasar en el calabozo. El agente revisando el dossier me comunicó que habían fijado el juicio para dentro de un mes y que como era su primer delito el juez había fijado la primera audiencia para en unas horas.
Una vez colgué, estuve a un tris de volverme a la cama pero el jodido enano que todos tenemos como conciencia no me dejó hacerlo y por eso vistiéndome fui llamé a un abogado y me fui a la comisaria.
“¡Menuda pieza!”, pensé mientras conducía hacía allí, “Lo que le debe haber hecho sufrir a su padre esta malcriada”.
Al presentarme ante el sargento en cuestión y ver este que yo era un hombre respetable, amablemente me informó de lo sucedido. Por lo visto, Isabel y unas amigas habían montado una fiestecita con alcohol y algún que otra gramo de coca que se les había ido de la mano. Totalmente borracha cuando llegó la patrulla del campus, se enfrentó a ellos y trató de resistirse.
“Será tonta, ¡No sabe que la policía de este país no se anda con bromas!”, exclamé mentalmente mientras pedía perdón al sujeto en nombre de su padre.
Fue entonces cuando Ramirez me comunicó que tenía que esperar a las ocho de la mañana para tener la audiencia preliminar con el juez donde tendría la oportunidad de pagar una fianza. Viendo que todavía eran las cinco y que no podía hacer nada en tres horas, me dirigí a un 24 horas a desayunar. Allí, sentado en la barra, llamé a Manolo para informarle de lo sucedido.
Como no podía ser de otra forma, mi amigo se cogió un rebote enorme y llamando de todo a su querida hija, me pidió que en cuanto pudiera la metiera en un avión y se la mandara.
―No te preocupes eso haré― respondí convencido de que esa misma tarde llevaría a Isabel al aeropuerto y la empaquetaría hacía España.
Pero como bien ha enunciado Murphy, “Cualquier situación por mala que sea es susceptible de empeorar y así fue. La maldita niñata al ser presentada ante el juez, se comportó como una irresponsable y tras llamarle fascista, se negó a declarar. El abogado que le conseguí había pactado con el fiscal que si aceptaba su culpabilidad, quedaría en una multa pero como no había cumplido con su parte, el letrado pidió prisión con fianza hasta que tuviese lugar el juicio. El juez no solo impuso una fianza de cinco mil dólares sino que en caso de aportarla, exigió que alguien se responsabilizara que la chavala no volviera a cometer ningún delito.
¿Os imagináis quien fue al idiota que le tocó?
Cabreado porque encima le había quitado el pasaporte, pagué la fianza y me comprometí a tenerla durante un mes bajo mi supervisión hasta que se celebrara el puñetero juicio.
Ya en el coche, empecé a echarle la bronca mientras la cría me miraba todavía en plan perdonavidas. Indignado por su actitud, le estaba recriminando su falta de cerebro cuando de pronto comenzó a vomitar manchando toda la tapicería. Todavía hoy no sé qué me enfadó más, si la peste o que al terminar Isabel tras limpiarse las babas, me dijera:
―Viejo, ¡Corta el rollo!
Aunque todo mi cuerpo me pedía darle un bofetón, me contuve y concentrándome en la conducción, fui directo a su residencia a recoger sus cosas porque tal y como había ordenado el magistrado, esa mujercita quedaba bajo mi supervisión y por lo tanto debía de vivir conmigo. El colmo fue cuando vi que al hacer la maleta, esa chavala metía entre sus ropas una bolsa con marihuana.
―¿Qué coño haces?― pregunté y sin darle tiempo a reaccionar, se la quité de la mano y arrojándolo en el wáter, tiré de la cadena.
―¡Te odio!― fueron las últimas palabras que pronunció hasta que ya en mi casa, se metió en la cama a dormir.
Aprovechando que esa boba estaba durmiendo la mona, llamé a su padre y de muy mala leche, le expliqué que gracias a la idiotez de su hija el juicio había ido de culo y que no solo le habían prohibido salir del país, sino que encima me había tenido que comprometer con el juez a que me hacía responsable de ella.
Manuel que hasta entonces se había mantenido entero, se desmoronó y mientras me pedía perdón, me explicó que desde que se había separado de su esposa, su retoño no había parado de darle problemas. Destrozado, me confesó que se veía incapaz de reeducarla porque en cuanto lo intentaba, su ex se ponía de parte de su hija, mandando al traste sus buenas intenciones.
―A mí, esa rebeldía me dura tres días. Si fuera su padre, sacaría mi mala leche y la pondría firme― comenté sin percatarme que mi amigo se agarraría a mis palabras como a un clavo ardiendo.
Fue entonces cuando llorando me pidió:
―¿Me harías ese favor?― y cogiéndome con el paso cambiado, me dijo:―Te ruego que lo intentes, es más, no quiero saber cómo lo abordas. Si tienes que encerrarla, ¡Hazlo!.
Aunque mi propuesta había sido retórica, la desesperación de Manolo me hizo compadecerme de él y por eso acepté el reto de convertir a esa niña malcriada en una persona de bien.
Hablo con Isabel.
Sin conocer las dificultades con las que me encontraría, había prometido a mi amigo que durante el mes en que esa deslenguada iba a permanecer en mi casa iba a reformar su actitud y por eso esperé a que se despertara para dejarle las cosas claras.
Sobre las seis de la tarde, Isabel hizo su aparición convencida de que nada había cambiado y que podría seguir comportándose como la niña caprichosa y conflictiva que llevaba tres años siendo. Desconociendo las órdenes de su padre había quedado con unos amigos para salir de copas y ya estaba cogiendo la puerta cuando escuchó que la decía:
―¿Dónde crees que vas?
―Con mis colegas― contestó y enfrentándose a mí, recalcó sus intenciones diciendo: ―¿Algún problema?
―Dos. Primero que vas vestida como una puta. Segundo y más importante, ¡No tienes permiso!
La pelirroja me miró atónita y creyendo que sería incapaz de obligarla a quedarse en casa, lanzó una carcajada antes de soltarme:
―¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme a la cama?
Con tono tranquilo, respondí:
―Si me obligas, no dudaré en hacerlo pero preferiría que no tomar esa medida― y pidiéndole que se sentara, proseguí diciendo: ―He hablado con tu padre y me ha autorizado a usar inclusive la violencia para conseguir educarte de un puñetera vez.
―No te creo― contestó y cogiendo el teléfono, llamó a su viejo.
No me hizo falta oír la conversación porque con satisfacción observé que su rostro iba perdiendo el color mientras crecía su indignación. Al colgar, cabreadísima, me gritó que no pensaba obedecer y que iba jodido si pensaba que se comportaría como una niña buena. Lo que Isabel no se esperaba fue que al terminar de soltar su perorata, me levantara de mi asiento y sin hablar le soltara un tremendo tortazo.
Fue tanta la fuerza que imprimí a la bofetada que la chavala dio con sus huesos en el suelo. Entonces y sin compadecerme de ella, le solté:
―A partir de hoy, tienes prohibido el alcohol y cualquier tipo de drogas. Me pedirás permiso para todo. Si quieres salir, comer, ver la tele o dormir primero tendrás que pedir mi autorización.
Acostumbrada a hacer de su capa un sayo, por primera vez en su vida, tuvo que enfrentarse a alguien con más carácter y con los últimos restos de coraje, me lanzó una andanada diciendo:
―¿Y si quiero masturbarme? ¿También tendré que pedirte permiso?
Muerto de risa, le contesté:
―No soy un tirano y aunque tienes estrictamente prohibido el acostarte con alguien, comprendo que eres joven― y actuando como un rey magnánimo, cedí en ese extremo, diciendo: ―Si quieres masturbarte veinte veces al día, tienes mi palabra que nunca te diré nada.
Os confieso que en ese momento no supe interpretar el brillo de sus ojos cuando oyó mis palabras, de haber supuesto que esa arpía utilizaría mi promesa contra mí, jamás le hubiera otorgado tal permiso.
Habiendo dejado las cosas claras, permití que volviera a su habitación…

[paypal_donation_button]

Viewing all 8011 articles
Browse latest View live