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Relato erótico: “Juventud en éxtasis: Navidad con Lorena” (POR BUENBATO)

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Juventud en éxtasis: Navidad con Lorena

Eran las ocho y media de la noche cuando Lorena terminó la última documentación del último envío del día. Era la noche de Navidad, pero ella no estaba preocupada; a fin de cuentas, llevaba poco menos de cuatro meses en aquella ciudad, trabajando como becaria asistente de logística. Normalmente el lugar estaba lleno de oficinistas, pero ahora sólo el área de logística funcionaba. El resto de los empleados habían salido desde las tres de la tarde, y sólo ella y Uriel, su jefe, seguían ahí.

Los mensajeros habían llegado hacia una media hora, sólo para entregar las motocicletas. Ella debía preparar aún los envíos programados para el día de mañana. Había sido un día pesado, y estaba comenzando a hartarse.

A Lorena, sin embargo, le preocupaba el alcanzar el último tren urbano. En fechas especiales el último solía salir a las ocho de la noche, mientras que encontrar un taxi sería imposible. Daba igual, lo único que deseaba era llegar a su casa, hablar por teléfono con sus padres y dormirse. Sería una noche bastante común, aparentemente.

– ¿Casi terminas?

La voz de Uriel la hizo sobresaltarse, por un momento creyó que se encontraba sola.

– Perdón – dijo la chica, sonriendo – Casi termino…cinco minutos.

El hombre le lanzó una sonrisa cansada, y Lorena regresó a su papeleo. Casi terminaba.

A las cinco para las nueve, ambos se preparaban ya para salir. Hacía frío afuera, y Lorena no había llevado su abrigo para noches como esa. Sólo esperaba hallar un taxi lo más pronto posible.

– Hace frío – dijo Uriel, mientras activaba la clave de alarma.

– Sí – murmuró la chica, abrazándose a sí misma

Se mantuvieron parados diez segundos, como si ninguno se atreviera a dejar atrás al otro. Lorena estaba a punto de despedirse, cuando de pronto vio a Uriel señalando hacía el otro lado de la calle.

– ¿…qué te parece?

La chica no había logrado escuchar bien la pregunta. Uriel sonrió.

– Te preguntaba si no deseas que te lleve a tu casa. No llevo prisa, y creo que no encontraras transporte fácilmente.

La chica sonrió, abrió la boca, sin lograr dar una respuesta concreta. Aquello, en realidad, le iba de maravilla. Estaba claro que no encontraría taxi fácilmente.

– Muchas gracias – dijo

Ambos se dirigieron al automóvil. Uriel le permitió el paso, caballerosamente, y la chica se adelantó.

Tras ella, Uriel la miró, con un interés bastante fuera de lo común. Ella era su asistente, secretaria, becaría, lo que fuera. Hacía toda clase de cosas. Era una chica recién salida de la universidad, en su primer empleo formal. Era curioso mirarla, con sus pasos apurados de sus piernas casi desnudas bajo la falda negra, a excepción de las delgadas medias.

Era una chica de cabello oscuro y formas suntuosas. Su rostro infantil, de piel suave, ojos grandes y nariz respingona. Sus trajes grandes y su estatura media la hacían parecer regordeta, y daba la sensación de ser una niñata de bachillerato de no ser por su extraña forma de vestir.

Era una chica extraña, con peinados raros que incluían mechones rojizos entre su negra melena. Vestía casi siempre de negro, y él mismo le tuvo que pedir que se maquillara un poco para parecer menos pálida. Y, lo peor, tenía pírsines por todos lados. Uno colgaba de la parte exterior de su ceja derecha. El otro cruzaba la parte superior derecha de sus labios. Sabía que tenía otro en los ombligos, pero creía que lo que no se ve no se siente. Afortunadamente, la chica no llevaba tatuajes, lo que la volvía más tolerable.

Le sorprendía ver cómo una chica como ella podía, después de todo, ser tan responsable. Uriel era un hombre acostumbrado a los prejuicios, y aquella chica chocaba completamente con sus expectativas más negativas y lo hacía reflexionar sobre el tema de la tolerancia y las diferencias.

Desde un principio, el tema de los pírsines de la chica fue un tema de discusión. La chica de recursos humanos tuvo que defender a capa y espada su currículo para que Uriel no la rechazara sólo por el tema de los aretes. Confiando en su supuesta capacidad, que no tardó en confirmarse, Uriel se fue acostumbrando a la presencia de aquella rara chica, sacada de una película de adolescentes.

Así habían convivido los últimos meses. Y aunque no tenían plena confianza, habían aprendido a soportar sus diferencias en pro de los envíos a tiempo y forma.

Subieron al auto, y Uriel arrancó al tiempo que preguntaba a la chica las indicaciones para llegar a su departamento.

Sólo dos temas surgieron en el camino: comentarios exclusivos del trabajo y el qué harían esa noche. Ambas destacaban por depresivas. Ambos la pasarían solos. A Uriel no le tocaría estar con sus hijos hasta el Año Nuevo, de modo que cenaría solo. Lorena dijo conformarse con un cereal con leche. Aquello les hizo sentir empatía, pues al menos la pasarían igual de triste aquella noche.

El teléfono celular de Lorena comenzó a sonar. Uriel disminuyó el volumen de la radio y la chica contestó.

– ¿Hola?

– …

– Hola mamá, ¿cómo están?

– …

– En camino. Cenaré normal, en realidad.

– …

– En el departamento.

– …

– No, Elena se fue con su familia. Estaré sola.

– …

– No importa. Estaré bien, no te preocupes.

– …

– No.

– …

– Un compañero del trabajo, me llevara a casa.

– …

– No mamá.

– …

– No mamá. Sabes, creo que mejor te marco más tarde.

– …

– Sí, yo también. Saluda a papá.

– …

– Sí, feliz navidad.

No volvieron a hablar el resto del camino, a excepción de las cortas indicaciones que la chica daba respecto a su domicilio. Ambos parecían sumidos en sus pensamientos.

– Creo que llegamos – dijo la chica

– Permíteme orillarme.

El auto se detuvo, y la chica retiró lentamente el cinturón de seguridad. Parecía esperar algo que no entendía aún. Giró la vista hacia el hombre.

– Gracias – dijo, sin estar segura de si aquella era la forma correcta de dirigirse a él

– Por nada, Lorena – dijo el hombre, como si estuviese aún en la oficina – Ten una feliz navidad.

– Igualmente – dijo la chica, abriendo la puerta del vehículo.

Una de sus piernas salió a recibir el duro frío del viento, la chica estaba a punto de impulsarse hacía fuera cuando la voz de Uriel la detuvo.

– Lorena – dijo, lamiéndose los labios, como un adolescente que busca cómo acomodar sus ideas

– ¿Sí? – dijo Lorena, tragando saliva

– Sabes, estaba pensando que si no te gustaría cenar conmigo. Compré una cena en un restaurante, y creo que en realidad sobraría, y vale la pena invitarte…por ser Navidad.

La chica abrió la boca, sorprendida. Parecía pensar las cosas al tiempo que balbuceaba.

– Es sólo una invitación – se apuró entonces Uriel – Comprendo si no…

– No – le interrumpió la chica, pareciendo resolver sus pensamientos – Creo que es buena idea.

Acordaron que subiría a dejar sus cosas, y a cambiarse. Él la llevaría de regreso más tarde, por lo que sólo sería una simple cena de Navidad. Mientras la esperaba, sentado en el automóvil, Uriel comenzaba a convencerse de que aquella era una idea pésima, pero algo le hacía desear hacerlo. Escuchó la reja del edificio de departamentos cerrarse, la chica había regresado quince minutos después y se veía realmente esplendida.

Llevaba un vestido negro con flores blancas, corto, por encima de las rodillas. Las mangas cortas y el amplio escote francés permitían ver las verdaderas proporciones de sus pechos. No usaba sostén, y aquello se notaba hasta Australia. Aquello puso en jaque al sujeto, pero comprendió que aquello debía ser una cuestión de moda y no otra cosa. La chica se cubrió con un abrigo, y se dirigió al automóvil.

Se miraba realmente hermosa, y por la mente de Uriel recorrió la extraña idea de que aquello había sido una idea peor de lo que imaginaba. Le abrió la puerta, y la chica entró con una tímida sonrisa al vehículo. Un silencio sepulcral invadió el ambiente, la chica preguntó confundida.

– ¿Pasa algo?

Uriel despertó de sus pensamientos, y tardó en hallar la frase correcta.

– Te ves bastante bien.

La chica sonrió, agradecida. Aunque aquello incomodó completamente el resto del viaje.

Pasaron a un viejo restaurante, donde una anciana bonachona entregó varios envases de plástico térmico. Uriel sonrió desde afuera a Lorena, que miraba cómo apenas y podía con tantos envases. Pensó en salir a ayudarle, pero tardó en decidirse lo suficiente para que Uriel terminara de guardar las cosas en la cajuela. Uriel entró de nuevo al vehiculo.

– Es la cena – dijo, sonriente – Cocinan bastante bien.

Lorena no supo qué decir, y sólo le devolvió la sonrisa.

Llegaron al edificio de departamentos de Uriel. Desde uno de los balcones se veían a varios chicos en lo que parecía una fiesta. El resto de los departamentos parecían guarecer una cena más tranquila y tradicional. Sólo una de las ventanas permanecía a oscuras y Lorena adivinó que se trataba del departamento de Uriel.

Subieron y entraron al frío departamento. Dejaron las cosas sobre la mesa, blanca y limpia, digna de un hombre soltero y responsable. Uriel se acercó a la ventana, y encendió un calentador.

– No tardará en sentirme mejor el clima – le tranquilizó

La cena se llevó a cabo con una seriedad profesional. Les era difícil comportarse como si no estuvieran en la oficina. Las palabras de Uriel parecían indicaciones, y las respuestas de Lorena parecían las de una subordinada. Fue el vino el que los hizo dejarse de tonterías, y un lado simpático y gracioso que Lorena no imaginaba de Uriel salió a flote.

Él le habló de un montón de relatos y recuerdos graciosos. Hablaba con bastante fluidez y gracia, y Lorena detectó su habilidad para no tocar ni por error los pasajes tristes de su vida. Apenas y habló de su ex esposa y de sus hijos, como si se trataran de un mal recuerdo que valía la pena olvidar esa noche.

Lorena realmente se divirtió. Había descubierto una faceta inimaginable, hasta hacía unas horas, en el hombre que era su jefe. Encontró, al ritmo de las copas, una sonrisa encantadora y una mirada dulce en el usualmente endurecido y estresado rostro de Uriel. Él platicaba con un espíritu juvenil de una y otra cosa, sin preocuparse del tiempo ni de la realidad que pudiera rodearlos. Lorena realmente saltaba de la risa con sus chistes y, mirando discretamente su teléfono celular, se dio cuenta de que pasaban de las doce y cuarto de la madrugada.

Haciendo caso omiso, regaló una sonrisa a Uriel, que le platicaba sobre el divertido viaje de la preparatoria a unas cuevas.

Minutos después, Uriel se terminó su cuarta copa de vino. Se acercó a la barra, pero entonces miró el reloj que colgaba sobre el mueble del televisor.

– Creo que es algo tarde para ti

La chica miró sin interés la hora en su celular: cuarto para la una. Era tarde.

– Es cierto – admitió

– Bueno – dijo Uriel, era claro que no le agradaba la idea de que ella se fuera – Supongo que será mejor que vaya encendiendo el auto. Hace mucho frio.

Se dirigió hacia la puerta, mientras Lorena miraba hacía el suelo, con las uñas de sus dedos rascándose unas a otras. Se lamió los labios. Parecía pensativa. Miró entonces a Uriel, y se atrevió a hablar.

– Sabes – dijo, lentamente – Creo que es algo tarde. ¿Crees que haya problema si duermo aquí?

Su corazón palpitaba descontroladamente, a pesar de su aparente tranquilidad. Mientras miraba a Uriel confundido.

– Bueno – resolvió él, regresando a la sala – Por supuesto que no hay problema. Tengo un cuarto de visitas…

Aquello tranquilizó a Lorena. Quien se recostó sobre el respaldo del sofá.

– ¿Quieres otra copa? – preguntó Uriel, sirviéndose

Pero Lorena no lo escuchó, seguía pellizcándose las yemas de sus dedos.

– ¡Lorena! – dijo más fuerte Uriel, haciéndola salir de sus meditaciones.

– ¿Sí? – respondió de inmediato

– Te preguntaba si deseas otra copa.

– ¡Sí! – dijo – ¡No! – corrigió de inmediato – Gracias.

Lo miró servirse una copa. Estaba acostumbrada a pasar las noches de fin de semana en los clubes alternativos, donde la música rock, metal y alterna eran la norma. Sus amigos – y sus efímeras parejas sexuales – solían ser chicos de su edad, con tatuajes en la piel y perforaciones en el cuerpo. Ver la piel limpia y el peinado corto y correctamente peinado de Uriel le parecía, por ende, patético, de no ser por el creciente interés que su mente iba teniendo por aquel maduro que, para variar, era su jefe.

– Te traje una copa con poco – dijo Uriel, haciéndola saltar de sus pensamientos – Hemos olvidado brindar.

Lorena se puso de pie, como si aquello hubiese sido una orden, y tomó la copa con una sonrisa nerviosa.

Uriel la alzó, y ella no tuvo más remedio que imitarlo. Aquello del brindis no era precisamente su parte favorita. Pero Uriel estaba inspirado; brindó por el trabajo, por la familia, por la ciudad y el país. Uriel miraba a todos lados, y hablaba fuerte, con tal decoro y sensatez que la chica casi se ríe, pues no sentía que existiera mucho por lo que valiera la pena brindar.

– Tu turno – dijo entonces Uriel

Lorena dejó de mirar la luz del extractor de la estufa, sobre el que había afanado sus ojos, y miró desconcertada a Uriel, que parecía más cerca que hace unos momentos.

Estaba bloqueada, no se le ocurría absolutamente nada qué decir, y tampoco encontró la manera de evadir aquella repentina responsabilidad. Se mordió los labios, y de pronto vio como la mirada estupefacta de Uriel se dibujaba de pronto. Había posado una mano bajo la pelvis de Uriel, había sentido con una ligera presión la rigidez de su verga bajo el pantalón; la chica no sabía si los sobresaltados ojos de Uriel se debían al horror de haber sido descubierto en su erección o por el inesperado actuar de la chica.

Él intentó separarse, pero en vez de ello se tambaleó hacía adelante; ella sólo tuvo que estirarse.

Lo beso de una manera extraña. Con un atrevimiento frio y apurado, como si aquello fuera parte de un concurso por televisión en el que el reto es besar a un desconocido a cambio de diez mil dólares. Él pensó en alejarla, pero ella no cedió en los movimientos de sus labios. Uriel terminó por rendirse, y sus manos se relajaron para posarse sobre los hombros de la chica.

Ella tomó las manos del hombre y las reubicó sobre su cintura. Él la atrajo esta vez, y ella se dejó llevar por aquel beso orientado por Uriel. El hombre pudo sentir entonces la pieza metálica que yacía en medio de la lengua de la chica. Cuando se detuvieron, Lorena aprovechó para mover sus manos ágilmente, liberando sus hombros de las mangas del vestido. Entonces las tetas desnudas de la chica aparecieron ante Uriel como una revelación. La chica sonrió paciente todo el tiempo necesario para que Uriel pudiera admirar la blancura de sus senos y sus pezones perforados por la mitad por un pendiente en cada uno.

Lorena se preocupó, cuando de la mirada de Uriel no surgía ninguna respuesta. Pero entonces el rostro del hombre descendió, mientras las palmas de sus manos alzaban por la espalda a la chica. Besó aquellas tetas como si estuviesen cubiertas de miel. Lorena suspiró cuando la cuidadosa lengua de Uriel se infiltro hacia sus pezones. Ella posó una de sus manos hacia la nuca de su jefe, invitándolo a continuar, mientras sentía como una de las manos de Uriel descendía nerviosamente sobre la tela de su falda, hasta lograr apachurrar sus nalgas.

Así continuaron unos minutos, hasta que la boca de Uriel se sació del sabor de los pechos de la chica, ella lo llevó hasta el sofá, donde él se sentó mientras la chica se arrodillaba entre sus piernas.. Entonces dirigió sus manos y, con habilidad, desabrochó el cinturón y los pantalones del hombre. Los hizo descender con cierta desesperación, como si estuviesen corriendo contra el tiempo.

El vigoroso falo de Uriel salió a la luz y Lorena lo tomó con ambas manos, cuidadosamente, como si estuviese recibiendo un ramo de flores. La chica alzó la mirada, contra los ojos aún incrédulos de su jefe. Parecía como si estuviese solicitando alguna especie de autorización, pero Uriel no se atrevió a decir nada.

Era lo de menos. La chica abrió grande la boca y se engulló aquel pedazo de carne. Parecía dispuesta a comérselo de un bocado, y no lo sintió dentro de su boca hasta que la punta del glande de Uriel no chocó contra las paredes de la garganta de la chica. Entonces la lengua, boca y labios de la chica se cerraron en un estrujón sobre aquel tronco. Uriel sintió cómo la boca y labios de la muchacha recorrían la textura de su verga mientras Lorena la iba sacando de su boca. Repitió tres veces aquel lento y completamente excitante acto. Al final, despegó sus labios del glande de Uriel.

– ¿Te gusta? – preguntó, mirándolo fijamente

Uriel apenas y pudo responder afirmativamente, antes de que la chica volviera a la faena, llevándose toda su verga por completo. Esta vez no fueron los mismos movimientos lentos y suaves, sino unas rápidas y salvajes bocanadas contra el agradecido pene de su jefe.

La chica parecía enloquecida, Uriel se comenzó a desabrochar la corbata; el calor estaba aumentando demasiado rápido, mientras la chica no paraba de machacar su sorprendido falo. El cielo se le vino encima cuando la chica sacó su pene de su boca, besó su glande y se dirigió directamente a lamer sus bolas. Uno de sus testículos fue atrapado por aquella boca, refrescando la mente del hombre.

Entonces su huevo fue liberado, y Lorena volvió a subir, lamiendo toda la envergadura de su tronco, dejando al hombre sentir el frio pirsin de su lengua a lo largo de la zona externa de su uretra. Aquello hizo que Uriel lanzara un quejido de placer, a lo que la chica respondió con una sonrisa picara, al haber logrado su cometido.

Uriel acarició su rostro, y la chica reaccionó sonriente, de una manera gatuna. Aquello animó a Uriel a tomarla de la nuca y atraerla hacia su verga. La chica se dejó llevar obediente, mientras su jefe la obligaba a mantenerse con su verga entera clavada en su garganta.

Unas gárgaras, seguidas de un par de tosidos, hicieron que Uriel permitiera a la chica respirar un poco, antes de repetir el mismo movimiento. Así se mantuvieron algunos minutos, a veces Uriel la alejaba de su verga, alzándole la mirada para que la chica le regalara una de sus sonrisas, de las que corrían por sus mejillas los fluidos combinados de ambos.

En determinado momento, la chica pareció decidida a pasar a la siguiente etapa. Recostó a Uriel sobre el respaldo del asiento. Se inclinó para quitarle los zapatos y terminar de desnudar la parte baja de su cuerpo. Como una masajista oriental, desabrochó cuidadosamente la camisa del hombre; una vez descubierto su pecho, la chica posó sus manos sobre los duros pectorales de Uriel. La chica sonrió complacida, mientras las manos del hombre se posaban sobre sus caderas, tratando de adivinar las curvas de la chica bajo la delgada tela de su vestido.

Ella decidió no dejarle nada más a la imaginación; se desvistió y arrojó el vestido lejos, como si se tratara de un vil pedazo de tela. Las tetas desnudas y la bella curva en la cintura antes de dar paso a las caderas carnosas de la chica aparecieron ante los cada vez más relajados ojos del hombre. Ahora la miraba con un deseo que estaba mojando demasiado la entrepierna de la chica, oculta aún bajo unas bragas negras de satín.

Entonces la chica se puso de pie, procediendo a quitárselas, pero Uriel detuvo sus manos. Lo hizo el mismo, con la lentitud de quien abre un regalo sin querer dañar el envoltorio. Descubrió un pubis depilado en su zona más alta, pero enmarañado de vellos en lo más bajo. La chica se colocó de rodillas sobre él y, no perdiendo tiempo, tomó el tronco de Uriel y lo apuntó contra la humedecida entrada de su coño.

Comenzó a cabalgar lentamente al hombre que le ayudaba alzándola con las manos sobre su cintura. La chica tomó su propio ritmo, y Uriel aprovechó para acariciarle sus preciosos senos. Era un verdadero deleite sentir sus manos en aquellos pechos suaves mientras la calidez del interior de la chica iba y venía sobre su verga.

Sus manos descendieron, recorriendo las curvas de la chica, se apropió entonces de los glúteos de la chica, que se movían conforme a los movimientos de sus caderas. Las palmas de sus manos disfrutaron de la calidez de aquellas pálidas nalgas. Sus manos las apretujaron, mientras las puntas de sus dedos sintieron el aterciopelado canal que se formaba en medio del culo de la chica.

Aquello encendió de alguna manera a Lorena, que aumentó el ímpetu de sus sentones. Uriel puso de su parte, y acomodó sus pies para comenzar a mover sus caderas, sincronizando sus embestidas con los meneos de la chica.

La chica gemía y gritaba conforme los movimientos de ambos se iban intensificando. En determinado momento, ella se detuvo jadeante, pero Uriel siguió escarmentándola con sus embestidas. La chica se llevó las manos al pecho mientras su vientre se contraía y su piel se crispaba por todos lados.

La verga de Uriel sintió como el coño de la chica se mojaba de pronto, mientras la fuerza de su vagina se apretujaba. Las manos temblorosas de Lorena buscaron ayuda, y colocó las palmas de sus manos sobre el sudoroso pecho de Uriel, quien le acarició los pechos antes de apretujar suavemente sus pezones. Lorena respiró, recobrando el aliento mientras la dura verga de Uriel permanecía dentro de ella. Sonrió a su jefe, satisfecha, y se puso de pie.

Se dirigieron a la recamara del hombre. Lorena parecía una criatura distinta, los movimientos de sus caderas habían aumentado su coqueteo, y en cada paso sus preciosas nalgas parecían empujarse una contra otra, como si la desnudez completa no les diera suficiente espacio.

La arrojó contra la cama. Lorena estaba ya tan excitada que se dejó caer como una presa. Se colocó en cuatro sobre el colchón, mientras miraba hacia atrás, viendo como el endurecido pene de su jefe se acercaba. Abrió sus piernas y alzó sus nalgas, ofreciéndole a Uriel la distinguida vista de su culo. Él se detuvo unos segundos para contemplar los delgados y oscuros vellos que arremolinaban protectores alrededor del ano de la muchacha, antes de lanzar su rostro contra el culo de Lorena y disfrutar con su lengua de la textura suave de los pliegues del esfínter de la chica, provocándole unos suspiros bajos que aumentaban de intensidad cuando su lengua intentaba atravesar los músculos de su culo.

Uriel cayó en la cuenta de que aquello no había molestado en lo absoluto a la chica, y aquello le animó a continuar. Lanzó un par de escupitajos contra el ojete de la chica, y con la punta de su lengua los restregó en toda aquella área.

La chica había permanecido en silencio, y continuó así cuando el alejó su rostro e incorporó su cuerpo tras la chica. Entonces posó su verga endurecida sobre el canal que se abría entre las nalgas de la muchacha.

– Despacio – fue lo único que escapó de los labios de Lorena, con tal suavidad que Uriel apenas y logró escucharla.

Entonces el hombre apuntó su verga contra el oscuro y pequeño agujero que yacía bajo aquel bosque de suaves vellos y su glande comenzó a pujar contra aquella membrana, abriéndose paso poco a poco entre las duras y lisas paredes del ano de Lorena. La chica apretó las sabanas de la cama entre sus puños, mientras la verga de su gerente iba rompiéndole lentamente el culo. No era la primera vez que alguien la iba a follar por el culo, pero tampoco habían sido tantas; y la última había sido hacía tanto que aquello se sentía como la primera vez. Estaba a punto de rendirse y pedir que parara, pero era demasiado tarde. En un último movimiento, más rígido que los primeros, Uriel introdujo de un tajón el último tercio de su tronco.

El culo de Lorena era tan apretado y la lubricación tan insuficiente que realmente le costó trabajo a Uriel comenzar a moverse. Tuvo que sacar por completo su verga, que parecía inmensa ante aquel pobre esfínter. Se dirigió al baño y regresó con un aceite corporal. La chica aguardaba sobre la cama, sin moverse, giró su rostro para mirar sonriente las manos de Uriel derramando el aceite sobre la entrada de su culo. Un poco de aceite manó también sobre el tronco de Uriel antes de que volviese a colocarse tras Lorena.

La segunda penetración fue, naturalmente, mucho más sencilla. Un quejido breve de la chica fue ignorado por Uriel cuando este le metió la totalidad de su falo. Entonces inició un lento va y viene que despertó los gemidos de placer y dolor mezclados de la chica.

La cabeza de Lorena se comenzó a arrastrar sobre la cama conforme Uriel aumentaba la intensidad de sus arremetidas. Pero la chica sabía lo que le convenía.

– Más, más…sigue cabrrrrroooonnnnnnnn – era lo único que decía

La mente de Uriel también había terminado por calentarse, y sus palmas caían de vez en cuando sobre las nalgas de la chica, quien no podía más que concentrarse en el placer que se concentraba dentro de su castigado culo.

– ¿Te gusta? – vociferó Uriel, embrutecido – ¿Te gusta, perrita?

Pero la chica no podía decir nada; un mar de placer recorrió su cuerpo desde su culo hasta su cabeza. Apretó las sabanas con sus manos al tiempo que sus gritos de placer invadían todo el cuerpo. Su piel comenzó a vibrar, y sus nalgas se enfriaron de pronto. Entonces Joel sintió las palpitaciones de las paredes del ano de la chica, mientras esta apretujaba con fuerza su tronco.

Lorena se estaba corriendo, y a Uriel le faltaba poco. Contuvo un poco y lo aprovechó para lanzar las cinco últimas y profundas embestidas contra el ojete de su asistente. Aquello fue demasiado para la chica, que yacía recostada sobre la cama, completamente agotada. Sólo entonces Uriel se irguió al sentir como el placer fluia en su entrepierna, llenándole la cabeza de una calma celestial.

Lorena suspiró rendida, mientras sentía el fuego de Uriel manando dentro de su recto. Sus músculos, con lentas palpitaciones, apretujaban aquella verga, como si estuviese ordeñando sus fluidos. El hombre introdujo su verga lo más profundo, asegurándose de que su esperma se escupiera en lo más hondo de la chica. Su verga pulsaba, en un último esfuerzo, hasta que fue perdiendo rigidez poco a poco. Sacó entonces su falo de la chica; miro el oscuro y dilatado esfínter de la chica, sobre el que cayeron las últimas gotas de su néctar. El ojete de la chica parecía contraerse y volverse a dilatar en despedida a medida que se iba cerrando, dejando aparecer de nuevo los pliegues a su alrededor.

Uriel se puso de pie, se dio cuenta que debía lavarse el pene. Se dirigió hacia el baño de su recamara.

– ¿Tienes jacuzzi? – dijo la chica, haciéndolo girar; seguía aun colocada en cuatro y con el culo alzado, y tenía una cara de viciosa que Uriel nunca se hubiera imaginado en ella.

Él la miró, y sonrió.

– Te veo en el baño.

Mientras la tina se llenaba, ambos se fundieron de nuevo en un beso. Un poco de los fluidos de Uriel había comenzado a escapar de entre las nalgas de Lorena, y comenzaba a correr entre sus piernas, pero no hizo mayor escándalo. Empujó a Uriel de nuevo hacia la regadera, y él se encargó de abrir el agua caliente que comenzó a lavar sus cuerpos. Bajo el agua cayendo, siguieron besándose, mientras el cuerpo de la chica volvía a relajarse, la entrepierna del hombre iba recuperando su dureza.

Ella misma se encargó de corroborarlo, apretando su falo con una mano. Él dirigió su mirada hacia la tina, indicándole que estaba lista.

Mientras la chica preparaba las sales y las burbujas, Uriel admiraba la desnudez de la chica recargado en el marco de la regadera.

Entraron al agua tomados de la mano; las piernas de Uriel rodearon el cuerpo de la chica. Ella no tardó en girarse, posando sus mojadas tetas sobre el pecho del hombre. El sintió los pezones de la chica caer fríos sobre su tórax mientras la delicada mano de la chica rodeaba el tronco de su verga. El cuerpo de la chica cayó deslizándose fácilmente sobre él; Uriel nunca había sentido penetrar a nadie bajo el agua, pero en aquel momento apenas y lo percibió.

Sólo lo supo al sentir la calidez de la chica abrazando su falo, antes de que comenzaran los suaves y lentos meneos de sus caderas. Los mojados pechos de la chica lucían preciosos con la luz reflejada. Enjabonados, escapaban traviesamente de las manos de Uriel. La chica iba aumentando la intensidad de sus movimientos, y el oleaje de la tina a su alrededor iba aumentando su ímpetu.

Alcanzó a sostenerse de la orilla de la tina antes de caer rendida sobre Uriel, quien comenzó, bajo el agua, a eyacular dentro del coño de su secretaria. La chica alzó con cierta violencia el rostro de Uriel, para besarlo; lo hizo con tal fuerza que parecía que le estaba agradeciendo y reclamando algo al mismo tiempo. El sujeto se limitó a recorrer con sus manos las preciosas curvas de la chica.

Eran más de las tres de la madrugada cuando comieron el postre por fin, desnudos bajo las sabanas de la alcoba de Uriel. Comieron directamente del envase de plástico. Era una deliciosa ensalada rusa. Miraban Ben Hur en un canal de cable. Uriel acariciaba de vez en cuando los cabellos de la chica y la piel suave de sus hombros. Ella le respondía con una sonrisa, y de vez en cuando se fundían en un beso sabor a manzana.

FIN


“Mi nuera se convierte en mi mujer” Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:

 

Al morir mi hijo, tengo que hacerme responsable de su mujer e intentar que salga de su depresión. Tomo esa decisión sin saber que Jimena desarrollará una fijación por mí e intentará llevarme a la cama. Con el tiempo, se va afianzando mi relación con ella a pesar que mi nuera no deja de mostrar síntomas de desequilibrio mental.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:
 
 
 

Capítulo 1.

Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
―Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
―Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
―No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.
Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
―Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia».
María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
―Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor.
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
―Don Felipe― dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: ―Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
―¿Mi ayuda?― interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
―Sí― contestó ese chaval que había visto crecer,― su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
―Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
―No comprendo― respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:― ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
―Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
―Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
―Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.

Capítulo 2.

No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
―Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
―Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
―Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
―Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
―¡Tú dirás!― respondí más tranquilo.
―Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
―Lo sé― interrumpí molesto por que lo me recordara: ― ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
―Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar― la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.
―Comprendo― mascullé.
―¡Qué vas a comprender!― indignado protestó: ―En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
―¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
―Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
―Me he perdido― reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
―Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
―¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
―Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
―No te creo― contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: ―Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
―Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
―Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
―Eso espero― contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
―He pensado que me llevaras al Pardo.
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
―Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
―¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
«La chica es mona», admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
―Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
―Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.
Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
―Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
―¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
―Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
―Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
―He soñado que me dejabas― consiguió decir con su respiración entrecortada.
―Tranquila, era solo un sueño― respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
―¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
―Claro que no, princesa― contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
―No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
―Gracias, mi amor…

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.
Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.

Relato erótico: “La Fábrica (34)” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FÁBRICA 34

Para esa altura no sólo no había de mi parte nada para objetar sino además ninguna duda acerca de lo que me esperaba: el hecho de que Mica me ordenara abrir la boca dejaba bien a las claras que su plan era utilizarme como inodoro en su real uso y sentido. Comencé a temblar; la miré y, seguramente, mi mirada era implorante. Sin embargo, bastaba con ver los ojos de Mica para darse cuenta que era absurdo esperar alguna piedad de su parte; sus mejillas brillaban rozagantes y las comisuras se le estiraban en una amplia y maléfica sonrisa, a la vez que sus ojos destilaban el más perverso y anticipado disfrute de lo que seguramente, en su mente, sería la consumación de una venganza más que esperada.

“Vamos – me insistió, propinándome un puntapié en uno de mis muslos -; abriendo la boquita, te dije”

Sin más remedio, abrí mi boca cuán grande era y pude ver cómo su rostro se teñía de alegría y satisfacción; se mordió el labio inferior de un modo mórbido y se comenzó a desabrochar el pantalón de jean para, un instante después, jalar del mismo hacia abajo; lo llevaba tan ceñido que era casi como si se lo arrancase de la piel con un movimiento que, había que decirlo, era pura sensualidad, tanto que bajé los ojos para observarla. Una tanguita de color rosa fue apareciendo por debajo de la prenda y, de manera insospechada, mi excitación aumentó a niveles inimaginables; creo que en parte ayudaba el alcohol que, para esa altura, ya estaba haciendo su efecto sobre mí.

Mica se giró y, de ese modo, su trasero quedó expuesto ante mí justo en el momento en el cual, con un nuevo movimiento rebosante de sensualidad, deslizaba la tanga muslos abajo mientras se contoneaba de un modo que hubiera calentado hasta a las piedras. Sentí que me mojaba. Su culo era hermoso: no era, ni por asomo, exuberante, pero sí de una tersura que ni siquiera requería del tacto para comprobarla ya que se advertía a simple vista que ese trasero parecía hecho con un cincel. Me excitó sobremanera el pensar que, de un momento a otro, estaría prácticamente apoyado sobre mi cara, puesto que el plan de Mica era, al parecer, mear en mi boca. Viendo tan bello trasero, no podía sino comprender el que Hugo, Luis o, incluso tal vez, Luciano, hubieran querido sacar indecente provecho del tener a Mica como empleada. Había que admitir, además, que Mica era una pendeja hermosa, pero de una belleza muy particular cuya esencia residía mayormente en su arrogancia. Viéndola hablar, gesticular y moverse no era, por cierto, difícil de entender el que se hubiera mostrado inflexible ante los perversos designios que le hubiesen querido imponer en la fábrica. Era imposible pensar a esa joven como sumisa y mansa. Por el contrario, saltaba a la vista que Mica era una chica que, en su soberbia, lucía terriblemente digna y altiva;: y al verla, no podía yo sino ubicarme en el otro extremo: yo era indigna, fácil, sumisa… y no por nada había cedido ante los pervertidos de Hugo, Luis o Luciano…

Cuando acercó el culo a mi cara, temí que fuera a depositarme todo su peso encima, lo cual pondría en serio riesgo mi nuca que permanecía apoyada contra la tapa del inodoro. Por fortuna para mí, esta vez sí empleó alguna delicadeza y se valió de ambas manos para aferrarse al borde, lo cual no le impidió sin embargo, hacer descender su culo sobre mí hasta prácticamente asfixiarme. De modo extrañamente morboso, me complací en esa asfixia y me entregué a ella, como si disfrutara del hecho de que ese hermoso culo no me permitiese respirar. Ella abrió un poco las piernas permitiendo así que su vulva, prácticamente, entrara en mi boca.

El corazón me comenzó a latir aun más deprisa y mi excitación creció a más no poder mientras aguardaba que, de un momento a otro, mi garganta fuera bañada por el líquido caliente; fueron unos segundos de tensa espera, ignoro si porque Mica así lo dispuso para hacerme sufrir con el suspenso o bien porque le demandó esfuerzo el poder orinar: después de todo era Evelyn quien, prácticamente, la había convencido de hacerlo sólo para humillarme y porque la muy perra sabía, de mi propia boca, acerca de las sensaciones que me había provocado el ser orinada por Rocío. Fuese como fuese, el inevitable momento llegó y mi boca, súbitamente, se inundó.

“Tragalo todo – me decía Mica, con voz entre relajada y gozosa -; que no caiga una sola gota afuera”

Intenté decir “sí, señorita Micaela” pero no hace falta que diga que no pude articular palabra alguna sino que de mi garganta brotó tan sólo una interjección de ahogo.

“Eso es – dijo Mica, llena de perversión -: glu glu… Es lo único que te quiero oír decir”

Tal como me había sido requerido, bebí hasta la última gota. No puedo describir la sensación de sentir la orina bajando por mi garganta en dirección al estómago. Me sentía patética y decadente, pero a la vez me arrebataba un extraño placer del cual parecía no ser dueña. Cuando Mica hubo terminado de vaciar el contenido de su vejiga en mí, alzó su cola unos centímetros, lo cual me permitió respirar nuevamente.

“Limpiame bien – ordenó -: con tu lengua”

“S… sí…, s… señorita Mica” – alcancé a balbucear, con la voz entrecortada, en parte por el gusto de la orina que impregnaba mi boca y en parte porque llevaba un rato sin respirar y estaba, trabajosamente, recuperando el aliento.

Arrojé un par de lengüetazos procurando alcanzar su entrepierna y tengo que admitir que lo hice con el mismo deleite de un batracio capturando un insecto. Tal como ella me había ordenado que hiciera, limpié cada gotita de orina que le pudiera haber quedado y, a decir verdad, lo hice con sumo placer pues era yo misma quien no quería desperdiciar nada del pis de Mica. Me avergüenza sobremanera decir esto pero… en ese momento se me cruzó por la cabeza que quizás nunca volvería a ocurrir y que, por lo tanto, debía aprovechar al máximo el momento: de no creer; qué inmunda…

La insolente joven se incorporó y, siempre contoneándose con sensualidad, llevó hacia arriba la tanguita hasta, prácticamente, calzársela dentro de la zanja mientras mis ojos no podían apartarse de ese culo tan bello y apetecible.

“Decí que no tengo ganas de hacer caca ahora – dijo, siempre dándome la espalda y mientras se terminaba de acomodar la ropa -: de no ser así, no te salvabas…”

Un estremecimiento me recorrió el cuerpo al oír eso pero, a la vez, me volvió a invadir esa extraña y morbosa excitación que ya no lograba controlar y que, de hecho, sólo me hacía odiarme a mí misma una y otra vez. Por increíble que pareciese, lamenté en ese momento el que Mica, tal como había manifestado, no tuviese ganas de defecar. ¿A tal punto podía llegar mi decadencia que me excitaba con semejante abominación?

“Andá a buscar una pala y una escoba a la cocina – me espetó – y barré eso. Una pena: se perdió una botella retornable…”

En el momento en que Mica salió del baño, toda la vergüenza me cayó junta. Sola en la estrechez de ese cuarto, no podía sino pensar en lo triste de mi situación; y en esa dualidad que, ya para esa altura, había pasado a ser común en mí: la nueva Soledad se avergonzaba ante la del pasado, ante la que había sido y que, si bien permanecía oculta y en cierto modo latente en algún rincón de mi conciencia, parecía cada vez más lejos de aflorar a la superficie nuevamente. A cuatro patas, fui hasta la cocina en busca de la escoba y la pala, tal como Mica me había ordenado; al pasar frente a la sala de estar, vi que tanto ella como Evelyn estaban entregadas nuevamente a la bebida pues habían abierto, al parecer, una nueva botella de cerveza. No llegué a oír de qué hablaban, pero la impresión era que no de mí: me ignoraban. Llevé la escoba prácticamente a la rastra ya que, en ningún momento, se me había ordenado que me pusiese en pie como un ser humano… ¡Como un ser humano! ¡Dios! Parecía ser que yo misma aceptaba mi deshumanización como algo natural…

Una vez dentro del baño nuevamente, entorné la puerta y, entonces sí, me puse de pie. Estiré los músculos lo más que pude, como disfrutando del no tener, al menos por un rato, mi culo ocupado por botella ni por consolador alguno, aunque, claro, ignoraba cuánto podría durar esa situación. Bajé luego la vista hacia el montoncito de cristales rotos que yo misma había hecho y, prolijamente, los fui empujando con la escoba para subirlos a la pala de plástico. En ese momento, la puerta se abrió y me sobresalté; cobré conciencia de que me hallaba de pie siendo que nadie me había autorizado a hacerlo, por lo cual, rápidamente, me eché de rodillas al piso, pero ya era tarde. Quien había entrado era, una vez más, Mica:

“¿Qué hacés de pie?” – me imprecó, aunque sin demasiada severidad en el tono sino más bien como si simplemente quisiese recordarme cuál era mi rol allí.

Temblando, bajé la cabeza hacia el piso.

“L… lo siento, seño… rita Micaela; s… sólo m… me incorp… oré para…”

“No te pregunté nada, pelotuda – me interrumpió bruscamente (la realidad era que sí había preguntado) y mi sexo se humedeció ante el epíteto; ¡Dios! Esa chica casi insultaba mejor que Rocío: lo hacía más visceralmente, con más odio, como entre dientes; de pronto la expresión de su rostro se trocó en sonrisa -. Sabés a qué vine?”

Mi corazón volvió a acelerar su ritmo. Dos posibilidades se me cruzaron por la cabeza: una era que Mica tuviese ganas de hacer más pis, lo cual generó en mi pecho una creciente excitación; la otra era que ahora… tuviese ganas de defecar… Esa última posibilidad me generó en igual medida espanto que morbo enfermizo…

“N… no, señorita Micaela” – respondí, negando con la cabeza.

Mica pasó a mi lado y se sentó sobre el inodoro. Su actitud me sorprendió y, de momento, quedaban descartadas las dos posibilidades que yo había imaginado. ¿Qué nuevo y sádico plan traía entre manos ahora? Levanté la vista hacia ella; me miraba con ojos tan divertidamente cargados de sadismo que me vi forzada a bajar otra vez la vista como si me hallase en infracción. Ella rio entre dientes al notarlo. No se había bajado el pantalón, de lo cual cabía suponer que no había tomado asiento con la intención de hacer ninguna necesidad; ya sé que es de mi parte un horror admitir esto, pero me alegré de que no fuera así ya que de haberlo hecho, me hubiera irritado mucho el saber que me ignoraba y no me utilizaba. Increíble: celos de un inodoro…

“Quiero que vengas acá” – me dijo, con un tono casi maternal.

Levanté la vista para ver hacia dónde me señalaba y pude ver que, con un dedo índice, se estaba tocando el muslo. Me sentí desorientada: no sabía para qué me quería allí ni tan siquiera si debía ponerme de pie para ubicarme. A los efectos de no hacerla enfadar, opté por algo intermedio: me arrodillé y, luego, me incorporé lo suficiente como para después girarme y sentarme sobre su regazo, casi como si fuera una niña sentada sobre su madre, pero debí haber supuesto que ésa no sería su idea: me detuvo colocándome una mano sobre la cintura:

“No, retardadita – me recriminó -. Así no: al revés”

La miré sin entender. Ella sonrió con la peor de las malicias. Cuando menos lo esperaba, me cruzó el rostro de una bofetada.

“Veo que no entendés – me espetó con desprecio y dando por tierra con el tono maternal de instantes antes –. ¿Es así, pelotudita?”

Me tomé la mejilla, que hervía de dolor ante la violencia del impacto recibido. Otra vez mis ojos comenzaron a bañarse en lágrimas; negué con la cabeza, angustiada por no terminar de entender lo que me pedía. Ella revoleó los ojos hacia el techo y resopló con fastidio; prestamente, me volvió a tomar por los cabellos y, prácticamente, me levantó en vilo, lo cual me hizo gritar una vez más por el dolor. Me dejó caer boca abajo sobre ella, con mi vientre aplastado sobre sus rodillas y mi culo en pompa expuesto a fuera a saber qué. La respuesta a mi intriga llegó de inmediato: un furioso golpe con la palma de la mano se descargó sobre una de mis indefensas nalgas; todo mi cuerpo se contorsionó y mi garganta dejó escapar un gritito.

Algo sorprendida, giré ligeramente la cabeza hacia Mica por encima de mi hombro; de inmediato, sentí que no debí hacerlo, así que regresé otra vez la vista hacia delante y la bajé con temor tras toparme con esos ojos que me miraban radiantes de satisfacción. Me zamarreó por los cabellos, algo que, ya para entonces, ella había convertido en costumbre.

“Durante todos estos meses – me dijo, cargadísima su voz de rabia – estuve soñando con este momento. Soñaba con algo imposible, claro, o, al menos, eso yo creía. ¿Quién puede llegar a pensar que el destino te va a entregar en bandeja a la persona que se quedó con tu puesto?”

Me sentí impotente. Mica insistía en interpretar lo ocurrido como una batalla entre ambas por un lugar en la fábrica, cuando la realidad era que yo ni siquiera había sabido jamás de su existencia, salvo por ocasionales referencias por parte de Evelyn. No obstante ello, entendí perfectamente que no debía protestar ni me estaba permitido hacerlo. Un nuevo golpe se descargó sobre mi trasero. Y otro. Y otro. Y luego otro… Se ensañó sin piedad con una misma nalga y no paró hasta dejármela ardiendo y, seguramente, roja, aun cuando yo no podía verla. Yo no daba más del dolor, no obstante lo cual abrigué la esperanza de que el castigo hubiese terminado; de hecho, ella hizo una larga pausa en la cual no dijo palabra ni tampoco me golpeó. La situación, lejos de aliviarme, me intranquilizó aun más y volví a girar ligeramente la cabeza por sobre mi hombro para echarle una mirada de soslayo. No debí hacerlo: juro que cuando vi ese rostro sólo sentí miedo; sus ojos irradiaban un odio furibundo y su semblante estaba inyectado en el rojo de la venganza llevado a su máxima expresión (ignoro si hay un color para la venganza, pero de existir uno no me cabe duda alguna de que debe ser el que en ese momento exhibía el rostro de Mica). En un momento se pasó el puño por el labio inferior para secarse un hilillo de baba que le colgaba; estaba claramente desencajada… Y el castigo, por supuesto, siguió… En todo caso, dio la impresión de que, al ver ya lo suficientemente roja la nalga azotada, pasó a ensañarse con la otra y puedo asegurar que lo hizo aun con más fuerza que antes y que inclusive fueron más los golpes. En un momento se detuvo; escuché el sonido de la puerta del baño al abrirse; alcé ligeramente la vista para espiar por debajo de mis cejas y, por supuesto, me encontré con Evelyn, quien lucía la más divertida de las expresiones.

“No se detengan por mí – dijo, con maliciosa sorna -; sigan con lo suyo que no quiero interrumpirlas. Al contrario: esto me gusta, je, así que vine a presenciar un poco del espectáculo”

Mica, sobre cuyas rodillas yo permanecía cruzada, le respondió con una sádica risita:

“Por esta putita yo perdí mi silla en ese trabajo gracias a sus habilidades para chupar pija – dijo, con desprecio -: mi máxima satisfacción será hacer que por bastante tiempo no pueda sentarse en ella”

Y con esas palabras que sonaron a condena, la paliza recrudeció nuevamente. Esta vez fue como si disparara a mansalva, golpeando alternadamente sobre una nalga u otra de manera indistinta y sin siquiera seguir un ritmo o secuencia; era más bien una niña enloquecida por la rabia y así era como se comportaba; mis gritos poblaron el cuarto de baño al punto de ahogar por momentos la risa de Evelyn y las guturales y rabiosas interjecciones que profería Mica. Yo no podía más del dolor; impotente, braceaba y pataleaba o, al menos, así lo hice hasta que ya no tuve fuerzas para seguir haciéndolo; paradójicamente, Mica sí mantenía energías como para seguirme golpeando…y así lo hizo. En determinado momento pareció que los golpes comenzaran a hacerse más espaciados y pude oír que su respiración, descontrolada y frenética instantes antes, iba recuperando poco a poco un ritmo más normal. Estaba cansada… o satisfecha… o ambas cosas; cuando cayó la última palmada sobre mis desnudas nalgas, permanecí un rato con los músculos contraídos a la espera de que en cualquier momento fuese a recomenzar la azotaina, pero no fue así: por el contrario, Mica me alzó por los cabellos y me quitó de su regazo; volví a ubicarme en el piso a cuatro patas…

No dijo palabra alguna; su sed de venganza parecía estar, al menos de momento, saciada. Se incorporó y se miró al espejo acomodándose los cabellos como si su acceso de furia se lo hubiese desarreglado. Poco a poco iba recuperando su talante normal, es decir que volvía a lucir la misma altivez que yo le había visto cuando me fuera presentada, pero no ya la ciega ira de unos minutos antes…

“¿Eso todavía sigue allí? – preguntó Evelyn, señalando hacia el montoncito de cristales rotos -. ¿Qué esperás para sacarlo? Es – tú – pi – da…”

Silabeó y pronunció el epíteto de una manera especial, como si le divirtiera el hacerlo pues, claro, bien sabía que ese insulto en mis oídos me remitía a a Rocío y al patético placer que me producía el oírlo de sus labios. En efecto, miré de reojo a Evelyn y la maliciosa sonrisa que lucía dejaba bien en claro que lo hacía con esa intención.

“Ya… mismo lo junto, s… señorita… Evelyn?” – dije, hablando algo trabajosamente por el dolor que me escocía la cola y mientras volvía a tomar en mano escoba y pala de plástico.

“Yo diría que nadita va a tener que reponer un envase retornable – dictaminó Mica sin dejar de mirarse en el espejo -; fue por culpa suya que hubo que romperlo”

“Eso dalo por descontado – convino Evelyn, mientras se inclinaba a mí para tomarme por el mentón y forzarme a mirarla -. ¿No es así, nadita?”

Mi rostro era pura angustia. Con todo el dolor del mundo, sin embargo, me vi obligada a asentir con la cabeza, reconociendo de ese modo lo que en realidad no tenía sentido alguno: que todo había sido culpa mía.

“S… sí, señorita Evelyn – balbuceé, como pude -. L… lo voy a rep… oner”

“Y ya son dos cosas que tenés que reponer” – intervino Mica, sin que yo lograra captar a qué se refería.

“¡Cierto! – exclamó Evelyn -. El consolador: supongo que no lo olvidaste, ¿no?”

Avergonzada y humillada, negué con la cabeza.

“N…. no, señorita Evelyn – dije, con voz queda -; m… mañana mismo le v… voy a pedir al s… sereno q… que…”

“Me dijiste que está lindo el sereno nuevo, ¿no?” – interrumpió Mica, hablándole claramente a Evelyn en tono de picardía.

“Un bomboncito” – le respondió ésta, llevándose tres dedos de la mano a sus labios fruncidos.

“Con razón querías que te cogiera por el culo – dijo Mica, mirándome esta vez a mí y obligándome, nuevamente, a bajar la vista al piso -; entre tanto esperpento que te cogió ahí dentro, supongo que al menos querías uno lindo…”

“Los strippers también estaban lindos” – intervino Evelyn, divertida.

“Bueno, pero ésos trabajan – le replicó Mica -: les pagás y hacen lo que quieras, hasta cogerse por el culo a ésta… Pero bueno, volvamos al tema: nadita, supongo que entonces te queda claro que mañana vas a tener que recuperar el consolador, ¿verdad?”

“S… sí, s…. seño…” – comencé a decir.

“¡El consolador! – exclamó de pronto Mica estrellándose la palma de su mano contra la frente -. ¡Casi lo había olvidado! Esta chica tiene el culo libre!… Nadita, cuando termines con esos vidrios, vení para la sala que te lo pongo nuevamente…”

Ilusa había sido de pensar que mi alivio iba a durar mucho. Sin más remedio, bajé la cabeza por enésima vez y asentí:

“S… sí, señorita Mic… aela; en cuanto l… levante estos vidrios… v… voy a…”

No me dieron tiempo de completar la frase; ya ambas se habían marchado de regreso a la sala, con lo cual había que dar por descontado que mi respuesta poco les interesaba: lo único que allí importaba eran las órdenes… y yo debía obecerlas sin chistar.

Relato erótico: “La chica de los carteles” (PUBLICADO POR EL TIRITITERO)

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Hola, esto me sucedió hace un tiempo, me podéis llamar  Diego (no es mi nombre autentico pero me gusta la honestidad) soy un hombre soltero pertenezco a una clase media de las muchas existentes en México, mido 1.84 metros, y me dedico al diseño en general, disculpen que no hago hincapié en mi trabajo ya que soy bastante conocido en la ciudad que radico en el interior del país.

Durante algún tiempo en mis ratos de ocio me dedicaba a editar imágenes con texto en diferentes paginas de memes y carteles en la pasividad de mi recamara,  ahí conocí bastantes personas y ahí fue donde la conocí…

Un día simplemente me mando un mensaje privado para saludarme después de que ella me había dado un voto negativo a uno de mis carteles y yo le respondí con uno positivo y un comentario a uno de ellos, pienso que “las cosas suceden por algo” y vaya que en este caso así fue. Tenía ella un Nick que yo lo relacionaba a un videojuego.

-Hola, me llamaste la atención.

-Hola, dime ¿cómo te llamas?

-Natalie.

Escuché su nombre por el sonido de mi propia boca mientras leía esa líneas, lo primero que me sucedió fue sorprenderme cuando me comento que vivía en la misma ciudad que yo. Me comento que aún estudiaba y después de una pequeña charla realmente habíamos hecho un click así que la invite a tomar algo para el día siguiente, lo cual acepto gustosa.

 Quedamos de vernos a las 9:00 de la mañana en un café cerca del centro, ya que sus padres eran estrictos y no le permitían salir por mucho tiempo de casa y sólo de día. Llegue puntual y  lo primero que observe es que es lugar estaba abarrotado de gente, ya que empezaban las vacaciones navideñas y al ser un pequeño pueblo urbanizado y turístico, todo se llenaba cafeterías, restaurantes y demás comercios. Comencé a buscarla y percibi que aun no asistía a la cita y así estuve hasta las 9:20 a punto de retirarme.

-Holaaa, ¿Diego? Disculpa mi tardanza no suelo ser así, sólo que hay un lío de tráfico.

Y ahí estaba una hermosa chica no era muy alta pero muy bien proporcionada para su edad, su tono de piel es blanca, una mirada profunda coronada por unos hechizantes ojos oscuros, tiene una nariz que sobresale de su rostro y embellece todo el conjunto, su cabello es de color castaño y le llega hasta el nacimiento de sus nalgas duritas, cintura normal y tiene un andar lento pero elegante; usa lentes que le dan un toque intelectual, vestía short blanco, camisa estampada de corazones, y de una cadena traía un colgante en forma de “pino”. Se acerco y tan sólo me dio la mano mientras que sus pómulos se enrojecían y llegue a notar un leve movimiento de piernas inusual tal vez producto de un espasmo de excitación. Apenas pude ocultar mi miembro pues aunque se encontraba bajo mi pantalón de mezclilla y debido al uso de un bóxer  se alcanzaba a notar pues en erección llega a medir los 19 cms.

-Hola Natalie. Esta muy lleno el lugar ven vamos a la tienda.

La tome de la mano y ella un poco apenada volteaba a ver si nos veían mientras me seguía mi paso moviendo sus caderas de forma candente por las calles empedradas de tezontle negro de la región y la franja central a base de mármol blanco, mostrando una esplendorosa ciudad colonial.

Compramos 2 aguas y nos fuimos caminando hasta dar con un pequeño parque inaugurado en conmemoración de un héroe de la independencia que el tiempo se ha encargado de olvidar entre flores amarillas marchitas y arbustos descuidados. Ese parque era muy concurrido por los grupos de chicos que se arremolinan saliendo de sus colegios entre semana, pero al ser domingo, estaba completamente desierto y fuimos ahí sin ningún tipo de malicia, más bien el cansancio comenzaba a menguar nuestro paso.

Al descender 2 escalones me percate que con un movimiento de su brazo el cómplice aire se colara apenas para mostrarme el inicio de un sujetador blanco, ella lo noto y me sonrió mostrando la más tierna cara.

-¿Qué ves Diego?

–Si te lo digo te sorprenderías.

-Pues sorpréndeme.

Y en seguida corrió y yo corrí hasta alcanzarla, la tome del mano.

-Tal vez creas que estoy loco pero me gustas.

-Tú también me gustas, aunque soy más joven.

Y en ese momento nos besamos, fue un beso diferente al principio tierno, pero a los pocos minutos nos dábamos unos besos tan pasionales como si fuésemos viejos amantes. Aprovechamos la serenidad del parque ya que justamente nadie aparecía cerca, tal vez llevados por la muchedumbre del centro, nos ofrecían el lugar perfecto para disfrutar nuestro momento.

Besaba su cuello, su oído y ella emitía pequeños suspiros casi virginales mientras yo me sentaba, ella a horcadas se prendía  de mi camisa y se sentaba en mis piernas, se le veía un poco descompuesta.

-Diego es el mejor beso de toda mi vida, decía Natalie justo antes de que nuestras lenguas se entrelazaran sentíamos como nuestra excitación aumentaba, sentía el latir de su pecho aumentar y mis manos se metían dentro de su camisa y sentía los bordes del sujetador un poco infantil para su edad pero que le daban un toque de inocencia mientras me perdía en su mirada.

 Estábamos consientes del peligro y eso aumentaba nuestra calentura, a lo lejos se oía el retozar de algunos pequeños que disfrutaban de los adornos navideños y la música que venia de un órgano ambulante.

-Natalie, levántate-  Le susurraba al oído mientras con mis manos tomaba sus caderas y la levantaba hasta ponerla en pie, ella me veía expectante, mientras bajaba un poco su short arrastrando a su paso también un pantie tipo cachetero de color blanco, y me impresionaba al ver una pequeña mata de abundante vello liso y rizado de su monte de Venus, baje una mano para acariciarlo, mientras ella sin resistencia abría poco a poco sus gruesos muslos, para dar mayor acceso a mi mano invasora.

-Diego… soy virgen- me lo decía mientras miraba ella el piso, con un apenas audible sonido salido del interior de su garganta, mientras sobre mi pantalón acariciaba mi verga, apenas separada por la fina tela de su mano.

-No te preocupes mi amor- Le decía mientras acariciaba su mentón,  besaba su boca e invadía sutilmente sus labios vaginales, aumentando su respiración y su ritmo cardiaco, comenzaba a sentir esa humedad que provenía del interior de su conejito, aún con su short en sus tobillos.

Abrí su camisa y levante su sostén para descubrir unos pequeños botones rosados inmaculados en sus pechos, tuve la paciencia de besar concienzudamente cada uno de ellos mordiendo de vez en cuando cada pezón. Mientras sus gemidos aumentaban así como el flujo que resbalaba por sus muslos.

La senté en una de las banca más cercanas acercando sus caderas hacia mí, me agache y probé ese néctar con un dulce sabor apenas saladito, el cual me esmeré en beber, mientras comenzaba ella a acariciarme mi cabello.

-Diego, ¿Qué es lo que me haces que me encanta? Me decía mientras acercaba mi cara más adentro de su empapada panocha, con maestría apenas y metía mis yemas en la estreches de su interior y con mi pulgar daba masajes a su ardiente clítoris, pasaba mi nariz a entre sus labios mayores y presionaba su esfínter que se contraía con el jugar de mis dedos.

En un momento abrí el cierre de mi pantalón, saqué mi verga ya completamente erecta y la restregué por todo su conejito, no con la intención de embestirla tan sólo puntearla ya que sabía que quería darle algo más placentero para su primera vez la cual no dudaba en entregarme incluso en ese instante. Fueron minutos de lucha mientras mordía sus senos y retomaba el cunnilingus.

Fueron alrededor de 20 o 30 minutos que culminaron con bestial orgasmo, tan sólo un grito de puro placer fueron los que advirtieron de su venida, mientras arqueaba su espalda. La tome y la besé, aún con restos de su interior que acepto con gusto mientras veía una mirada perdida.

Me entregaba en ese momento su alma, su mente y su cuerpo, sentía aún su excitación mientras sus jugos resbalaban en mi miembro aún erecto, por sus muslos, por mi cara y por mi mano; podía sentir sus piernas doblarse al momento de incorporarse, mientras reía ella sin poder mirarme directamente a la cara por la pena y la complicidad sólo me regalaba breves sonrisas. Me guarde el pene completamente erguido sabiendo que en ese momento prefería dejarlo así, era lo más sensato.

Le ayudé a vestirse pronto temiendo que el ruido hubiese alertado a personas cercanas, y como recién casados me la llevé cargando hasta tomar un taxi, mientras nos besuqueamos de lo lindo con la mirada mórbida del taxista que nos observaba por el retrovisor camino a su casa, mientras los parroquianos se divertían con el paso de danzantes por alguna fiesta patronal.

-Diego mi amor (me decía en la esquina oriente de su casa colgada a mi cuello), ya es tarde pero quiero agradecerte lo que me hiciste sentir.

-No te preocupes hoy, prefiero que llegues temprano y no recibas regaños ni amonestaciones, ya veré como relajarme-

– Gracias, la próxima vez que nos veamos, te lo recompensaré doble-

C continuará?

Gracias por tomarse el tiempo en leerlo, espero sus sus criticas y disculpen si encuentran alguna  falta ortográfica. Pueden ponerse en contacto a través de mi correo campanaindependencia@hotmail.com espero que les agrade para continuar escribiendo.

Relato erótico: “Cuentos para viejos. El Pub” (PUBLICADO POR SIBARITA)

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Nos hemos dado cita en un pub que no conozco y que, desde luego, no es uno de los locales que normalmente frecuento. Esta atestado y llegar hasta la barra es una verdadera proeza a la cual no contribuye la forma en que estoy vestida, una corta minifalda blanca y un top rosa, semi transparente que deja mi ombligo al aire y cerrado, en un decir, por tres pequeños botones y una especie de cordón para ajustarlo.

Después de que las presiones de unos y otros me hayan llevado casi en vilo hasta la barra, en la que amablemente me hacen un hueco y puedo pedir mi habitual gintonic, me sacudo un poco de la presión ambiental y observo la gente que me entorna. Son hombres todos, por supuesto, y como los ojos de la mayoría están fijados en mi escote, comienzo a sospechar que el trayecto hasta la barra no se ha producido sin daños. En efecto, de los tres botones de mi blusa, uno ha desaparecido y no es cuestión de ponerme a buscarlo; el segundo esta desabrochado, con lo cual mi blusa está muy indiscretamente abierta y solo se mantiene gracias al último botón y el cordón de ajuste. De mi falda no puedo decir nada, no hay espacio en el local ni para mirar hacia abajo, y solo el roce de una mano sobre mis piernas, me permite hacerme idea de hasta dónde puedo tenerla remangada.

Estoy casi prensada contra la barra, alguien, supongo que el dueño de la mano que antes me exploraba, está literalmente pegado a mi trasero y no para de moverse buscando situarse más cómodamente entre mis nalgas, cosa que no permito por medio de un empujón que también me permite ganar espacio para reacomodar mi vestimenta en lo posible; la falda vuelve a su posición normal, acomodo el escote de la blusa abrochando el botón que casi pende de un hilo, y aun así, me doy cuenta por el espejo que hay tras la barra, soy algo como un merengue en una mesa llena de niños hambrientos, mi blusa solo alcanza a taparme los pezones pero deja al aire y bien a la vista, casi todo el resto. A mi derecha, un hombre joven, de unos cuarenta y pico años me habla ofreciéndome una segunda copa. Es cortes y su tono es amable mientras trata evidentemente de ligarme, así es que, sin distraerme de que, alguien a mi izquierda esta acariciándome el brazo, como quien no quiere la cosa, acepto la invitación e iniciamos una de esas conversaciones banales en las que, el presunto conquistador, trata de demostrar su ingenio.

Rectifico mi opinión en poco tiempo. Carlo, así dice llamarse, no tiene nada de tonto y su conversación es aguda, divertida e interesante. Es economista y aunque habla perfectamente castellano, su forma de hacerlo y un levísimo acento, delatan su origen italiano.

La presión ambiental ha disminuido, de modo que ahora puedo hacerle frente sin necesidad de romperme el cuello. Han pasado casi dos horas desde mi llegada y debemos estar por la tercera o cuarta copa juntos; he olvidado la cita que tenia concertada, razón de mi presencia en este pub, y me empiezo a sentir un poco mas que animada.

Me ofrece un nuevo cigarrillo, pero esta vez y al estar cara a cara, veo como sus ojos abandonan los míos y me doy cuenta de que uno de mis senos ha salido  de su refugio y luce claramente descubierto ante sus ojos, así que muy tranquilamente lo vuelvo a ocultar, aunque al hacerlo, el silencio parece que se instala entre nosotros durante segundos y sin romperlo, Carlo toma su copa y me brinda su trago antes de beberlo; leo en sus ojos lo que va a suceder a continuación  y no me equivoco pues sus manos se dirigen hasta mi blusa y, con toda calma, desabrocha el segundo de los botones y, aun más despacio desata la cinta de ajuste apartando la tela para dejar mis pechos al aire, aunque por poco tiempo porque de inmediato los cubre con sus manos.

Nadie parece haberse dado cuenta de lo que sucede entre nosotros, tan solo la presión de mi vecino de la izquierda parece haber aumentado en su intensidad. Tampoco extraña a nadie el que Carlo me atraiga hasta pegarme a su pecho, ni que su boca voraz se adueñe de la mía que le responde igual de hambrienta, mientras me abrazo a el con verdaderas ganas, olvidándonos ambos del lugar en que estamos. También lo hace el tipo de la izquierda, ahora situado a mi espalda, mientras Carlo me abraza, el levanta mi falda hasta casi mis caderas y trata de meter las manos debajo de mi tanga, totalmente pegado a mi culo sobre el que siento la presión de su verga.

Carlo, mientras tanto, no pierde comba. Se ha dado cuenta de lo que sucede a mi espalda y parece aceptar muy complacido la colaboración del desconocido, mientras con una mano acaricia mis pezones, hace descender la otra hasta encontrar mi tanga y la mete bajo el elástico buscando mi vagina hasta encontrarla.

El efecto combinado de esas manos es demoledor. Un dedo de mi explorador trasero está presionando sobre mi ano tratando de dilatarlo con su presión, para meterse, mientras la mano de Carlo ha llegado a su destino, con sus dedos separa mis labios ya empapados por la excitación  para meterme un dedo clavándolo todo lo mas que puede. Acaricia mi clítoris que responde con un escalofrío y pide más caricias, mis pulsaciones se aceleran cuando siento que mi vecino trasero ha cambiado de actitud, con una mano atenaza uno de mis senos, siento que ha sacado su verga y presiona con ella sobre la entrada de mi culo… Lo consigue, me la ha metido entera, propulsándome contra el cuerpo de Carlo, que al sentirme pegada a él saca sus dedos de mi vagina, desnuda su polla y la clava en mi hasta hacerme sentir que estoy repleta y es cuestión de minutos que ambos eyaculen en mi interior.

No puedo permitirlo. Estamos a punto de que alguien se  de cuenta y montemos un escándalo que terminara en Comisaria; hay que parar y lo hago sacudiéndome de ambos, pero la razón no impide que la calentura continúe, y les propongo que me acompañen a mi casa, así que los tres recuperamos la compostura y abandonamos el local, no sin que algunas sonrisas cómplices nos acompañen hasta la misma puerta.

El viaje es corto, aunque creo que a los tres se nos hace eterno, y cuando montamos en el ascensor, la imagen que presentábamos debía ser más que cómica. Imaginaros la escena, dos hombres bien vestidos y aparentemente muy serios, y yo entre ellos, una mujer atractiva vestida con una minifalda blanca que en algún momento debió cubrir a una escueta y bonita tanga color carne, que ahora se exhibía descubierta; la blusa, abierta hasta la cintura y apenas colgada de los hombros, mostrando un par de tetas talla 95 con los pezones erguidos y desafiantes. Claro que si se hubiera visto por detrás, aun hubiera sido mas cómica, Dos manos, de dos hombres distintos, posadas sobre cada una de mis nalgas.

Al abrir la puerta de mi casa tuve que poner orden, de no haberlo hecho me hubieran follado allí mismo, sin perder el tiempo ni en cerrar la puerta. No fue fácil, pero pude calmarlos y pasamos al salón para seguir la fiesta, no sin antes averiguar que el tercero en discordia se llama Juan, y que es mas lanzado que Carlo, o por lo menos es quien toma la delantera, porque sin mojar siquiera los labios en la copa que les he servido, me atrapa manifestando a través de su pantalón un deseo evidente. Me besa en la boca y su lengua se enzarza en un incruento combate con la mía, en el cuello, la barbilla, las orejas; se detiene en el nacimiento de mis pechos para quitarme la blusa definitivamente y tirarla sobre el sofá, y su boca se hace dueña de mis pechos, mordisquea mis pezones, los chupa, los recorre con su lengua, y nuestra temperatura va en aumento. Con sus manos busca la cremallera de mi falda, hasta entonces enrollada a mi cintura; hace descender mi tanga hasta quitármela, se arrodilla ante mí y metiendo su cara entre mis piernas llega con su lengua hasta mi clítoris. Todo mi cuerpo temblaba como una hoja, con sus dedos, que había metido en mi vagina, había iniciado un mete y saca que me hacía sentir oleadas de placer, tiré de él hasta ponerle en pié, hábilmente se colocó entre mis piernas para meter su verga. Era fantástico sentirle dentro de mí mientras me mordía y apretaba las tetas, mientras sentía la proximidad de un orgasmo fabuloso. Estábamos totalmente desatados, solo sentía que también el estaba a punto de correrse y  cuando lo hizo dentro de mi sentí la potencia de sus descargas al compas de las mías.

No estábamos solos, me acorde de ello al mirar hacia el sofá y ver a Carlo totalmente desnudo, tranquilamente fumando un cigarrillo mientras se masturbaba con vehemencia mostrando una enorme verga babeante.

Después de asearme y mientras Juan lo hacía, regrese al salón donde Carlo seguía aferrado a su verga; ya me había impresionado cuando unos minutos antes, la había visto por primera vez, pero ahora lucia aun mas impresionante y provocadora, de modo que me senté a su lado y trate de abarcarla con mi mano. Tarea imposible, el solo contacto de mi mano parecía hacerla crecer aun mas, así es que preferí abandonarla y recorrer todo su cuerpo con mis manos, mientras él hacía lo mismo con las suyas. Inevitablemente, en pocos minutos, su lengua había llegado hasta mi sexo y descubierto mi clítoris del que se apodero al instante. Era un experto, utilizaba su lengua no solo para lamerlo sino como un autentico pene penetrándome y provocándome sensaciones inimaginables.

Por supuesto yo también en mi recorrido había hecho algunos descubrimientos, el principal una verga gloriosa que lamia como si fuera un helado inagotable, dándole en cada recorrido un beso a boca abierta sobre la misma cúpula; le mordisqueaba desde su misma base y por más que abría la boca apenas si podía conseguir hacer entrar la cabeza de su verga. Solo a base de muchos intentos, sintiendo los estragos que producían sus dedos y su lengua en mi vagina, conseguí hacer entrar en mi boca aquella enorme cabeza, justo en el momento que empezaba a producir unas enormes descarga y pronto su semen escurría por las comisuras de mi boca.

Mi orgasmo se produjo por sorpresa, ni imaginaba que en un instante y de forma fulminante, la verga de Juan, no podía ser otro, perforaba mi ano iniciando un frenético golpeteo que precipito mí orgasmo y el suyo, quedando los tres rendidos sobre la alfombra empapada.

Cuando recuperamos, Juan nos explico cómo al salir del baño, vio la mamada que yo le estaba haciendo a Carlo y se empalmo como un burro, dándose cuenta sobre todo, de lo que mi postura le invitaba a hacer. Como no es un salvaje, sabia el dolor y los daños que su penetración anal podría producirme, así es que busco en la nevera un paquete de mantequilla, lo más socorrido, embadurno bien su polla y se coloco en posición a mis espaldas para poder penetrarme sin que yo pudiera evitarlo. Me enfade un poco, aunque tuve que reconocer sus precauciones para no dañarme, y acabamos riendo los tres, bebiendo y casi como habíamos empezado, sentada entre ello y con sus manos recorriéndome.

La enorme polla de Carlo estaba de nuevo pidiendo guerra. Sentados como estábamos maniobraron para que quedase acostada sobre ambos, mi cabeza sobre las piernas de Juan y el resto de mi cuerpo sobre Carlo. Ambos eran de decisiones rápidas. Juan, además de masajear mis tetas, había conseguido situarse de manera que con su verga acariciaba mi cara, con lo cual no me quedo mas opción que meterla en  mi boca haciéndole una profunda mamada. Carlo, por su parte, jugueteaba con sus dedos en mi sexo, abría los labios, metía sus dedos, primero un poquito, luego más profundamente; uno, dos dedos, y hasta tres; pellizcaba mi clítoris, titilaba en el al tiempo que con sus dedos jugaba a la penetración. Cambiaron de postura, ahora era Carlo el que me hizo levantar mis piernas para apoyarlas sobre sus hombros, con lo que aquella enorme verga que tiene, empezó de inmediato a ejercer presión sobre mi vulva, ya muy mojada por el tratamiento anterior de sus dedos. Tampoco se anduvo con chiquitas, de un solo empujón me la clavo hasta el fondo, iniciando un frenético vaivén que alternaba con momentos de lentísima presión, pero tratando de llegar aun mas lejos; el caso es que, con aquella enorme verga que me llenaba por completo, otra vez se anunciaba la llegada de un nuevo orgasmo múltiple y así fue en un momento, Carlo me llenaba mi vagina a  rebosar, mientras Juan lo hacía con mi boca, y yo me iba llenando con el semen de ambos.

Y la cosa no había terminado. Carlo me dio la vuelta colocándome en la postura del perrito, y metió su cara entre mis nalgas para con su lengua comenzar a darme lametones; los alternaba entre mi vagina y mi ano, al que de nuevo trataba de penetrar con su lengua, mientras Juan parecía querer taparle la salida, puesto que de nuevo había metido su verga en mi boca e intentaba llenarme hasta la garganta. Ahora Carlo, que se había hecho con los restos del paquete de mantequilla, embadurnaba mi culo y extendiendo la grasa con su verga que así también le quedaba bien pringada, preparada para situarse a la entrada de mi esfínter y con una delicadeza sorprendente y muy de agradecer, comenzó a penetrarme dilatándome hasta que le cupo entera. Cuando sus huevos quedaron pegados a mi culo, fue cuando comenzó la verdadera “trepanación” y, además de doble efecto, porque a cada embestida de Carlo, el empujón hacia que la polla de Juan entrase mas y mas en mi boca y ya la sentía en mi garganta.

A partir de ese momento fue  el total desmadre, Si uno me perforaba por mi culo, el otro lo hacía por mi boca, o por mi vagina, si chupaba una verga o una descargaba en mi boca, le seguía la otra de inmediato, en una competencia en la que yo era el objeto de su deseo y su premio, al mismo tiempo, y así seguimos no se por cuanto tiempo, porque horas después despertamos los tres revueltos sobre una alfombra completamente arruinada.

Mientras se hacia el café, que necesitaba desesperadamente, me dirigi al cuarto de baño y puse en marcha el jakuzzi, metiéndome en el agua cabeza y todo; después me lavaría pero, por el momento estar cubierta por el agua y con los ojos cerrados era como estar en el paraíso. No me di cuenta de que alguien mas había entrado, hasta que sentí el roce de otra piel sobre la mía, mejor dicho, las manos de Carlo sobre mis tetas, amasándolas, pellizcando mis pezones que se erizaron al contacto, su boca sobre mi boca y su lengua jugando con la mía que respondía de forma automática. De inmediato, sentí  la presión de su verga sobre mi vientre y como colocaba su cuerpo entre mis piernas  y fueron mis manos las que  guiaron su verga  hasta empalarme literalmente en ella, disfrutando de las sensación de sentirme totalmente llena, mas aun cuando acelero sus movimientos y comencé a recibir su descarga de semen. Ya no era tan abundante como las veces anteriores, pero Juan estaba allí para suplirlo porque, en cuanto Carlo saco su polla, el otro me agarro de inmediato  y sin preliminares  hizo que apoyase mis manos en el borde del jakuzzi, volviéndole la espalda, para colocarse detrás de mí y tomándome de las caderas, me la clavase hasta dejar sus huevos pegados a mi culo. Desde luego no se quedó quieto, a pesar del  más que considerable tamaño de su verga, estaba tan lubricada y mi excitación había llegado a tal punto, que además de remover mis caderas ayudándole en sus envites, llame a gritos a Juan y cuando llego, le dije de entrar en el agua y sentarse en el borde del jakuzzi, para cambiar el apoyo de mis manos a sus rodillas y pedirle meter su polla en mi boca. Me había gustado la experiencia en la que los envites de uno, que me estaba follando por el culo, se traducían en que la polla del otro entrase más a fondo en mi garganta.

Relato erótico: “Prostituto 19 Esther es mas puta que yo” ( por GOLFO y ESTHER)

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Todavía recuerdo el día que la conocí, Esther estaba en un bar en el que la fortuna me hizo caer una mañana de agosto. Desde que entré, me llamó la atención porque era la única mujer del local y sabiéndolo, con una mirada pícara, tonteaba con dos compañeros. Mientras ella bromeaba, los dos hombres
hacían que seguían su conversación cuando en realidad tenían fijos sus ojos en los pechos que se escondían tras esa camiseta blanca. Tras darle un repaso y valorar que esa mujer de casi uno setenta estaba buena, comprendí y acepté que en vez de mirarle  a la cara,  ese par se concentraran en esa parte concreta de su anatomía.
Como no tenía nada que hacer, me quedé observando a ese trío pero entonces la muchacha decidió ir al baño y eso fue mi perdición. Con su melena suelta, ese primor recorrió el pasillo con un movimiento que me dejó alelado:
“¡Menudo Culo!” pensé hipnotizado. Como si fuera un pez, abrí la boca y babeé al contemplar ese par de nalgas dignas de museo.
Morena de piel y con el pelo negro, esa mujer bamboleaba su trasero con un ritmo que te impedía pensar en algo que no fuera ponerla a cuatro patas y follártela. Aunque resulte imposible de aceptar, me la imaginé tomando el sol en una piscina, con un breve tanga como única vestimenta y mirándome con los ojos entrecerrados. Su mirada era una mezcla de satisfacción al sentirse observada y de reto, como diciendo a los otros bañistas: “Aquí estoy, disfrutad comiéndoos mi cuerpo con los ojos porque será lo único que catareis”.
Desde mi asiento, acepté ese desafío imaginario y antes que saliera del baño, ya había decidido conocerla. Anticipando el futuro, la vi en mi cama gritando de placer mientras la penetraba. Con mis dientes me apoderaría de los pezones  oscuros que de seguro adornaban esos pechos que había idealizado a través de la tela, cuando su dueña, como pago al placer que le estaba dominando, me los ofreciera. Como si llevara un año sin catar el dulce sabor de un sexo femenino, iría bajando por su cuerpo antes de hundir mi cara entre sus piernas y entonces separando con mi lengua los pliegues de su vulva, me adentraría en el paraíso al apoderarme de su clítoris. Supe en aquel instante que cuando esa morena experimentara mi húmeda caricia, intentaría juntar sus rodillas para aprisionar mi cabeza entre sus muslos y así eternizar las sensaciones que estaba sintiendo. Su entrega me haría devorar ese coño, mientras con mis dedos exploraría sin pedirle permiso el interior de su sexo y solo cuando después de beber de su flujo y cuando sus gemidos me confirmaran que estaba lista, me incorporaría y cogiendo mi pene entre mis dedos, apuntaría hacia esa fabulosa entrada y de un solo empujón, la poseería. No me cupo duda que de hacerse realidad ese sueño, la morena gritaría a los cuatro vientos su placer mientras su entrepierna empapada era asaltada.
 
Desgraciadamente todo tiene un final y cuando saliendo del baño, esa mujer cortó de plano mi ensoñación, no tuve oportunidad de conocerla porque cogiendo su bolso, abandonó el local. Loco de deseo, lamenté su marcha y sin saber qué hacer, me fui hacia mi casa. Durante el trayecto, cada paso que daba era un suplicio porque me alejaba de ese bar que aún sin ella conservaba su aroma. Ya en mi apartamento, intenté pintar ese cuerpo para así inmortalizar su recuerdo pero en cuanto empecé a esbozarlo, me percaté que me faltaban datos porque no sabía a ciencia cierta cómo tendría sus senos o si tendría esa pequeña barriga que a los hombres nos entusiasma o por el contrario su estómago sería una tabla de dura roca, de esas  que inspiran a esos diseñadores homosexuales de ropa tan de moda en nuestros días.
 
Frustrado, decidí darme un baño. Y mientras el chorro rellenaba la bañera, mi mente seguía a un kilómetro de distancia rememorando el movimiento de ese trasero que había alterado mis hormonas esa mañana. Al desnudarme y sentir el calor que desprendía, me fui hundiendo en el agua mientras, ajeno a todo, mi pene se iba irguiendo con su recuerdo. La tremenda erección que sobresalía sobre la espuma, me hizo coger entre mis manos mi miembro y lentamente soñar que eran las de esa mujer las que me pajeaban. Esa morena anónima me besaba sin dejar de jugar con mi entrepierna mientras me susurraba al oído lo mucho que le gustaba. Lentamente sus yemas se acomodaron a mi extensión y una vez la tenía bien asida, comenzó a subir y bajar su mano, poniendo sus pechos en mi boca. Juro que estaba tan concentrado que llegó un momento que realmente creí que esos pezones imaginarios, que se contraían al contacto con mis dientes, eran reales y explotando mi deseo, dejé blancas gotas flotando, muestra visible de la atracción que sentía por esa desconocida mujer.
Cabreado e insatisfecho, me vestí y llamé a Johana, mi jefa, para ver si tenía algún encargo que me hiciera olvidarme de esa obsesión. Desgraciadamente me informó que no tenía nada para darme y por eso colgándola el teléfono, salí en busca de una clienta. Sabía que a las doce de la mañana era imposible conseguir una patrocinadora pero, aun así, lo intenté recorriendo infructuosamente los hoteles de la gran manzana. Tras dos horas durante las cuales lo más cerca que estuve de hallar negocio, fue cuando un par de ancianas me preguntaron por un casino, volví tras mis pasos y con paso cansino, entré en un restaurante a comer.
Parafraseando una canción: “Es increíble que siendo el mundo tan grande, esta ciudad sea tan pequeña”. Contra toda lógica y incumpliendo las leyes de las posibilidades, mi morena se hallaba comiendo en una mesa al fondo. Creyendo que Dios me había dado una segunda oportunidad, decidí no desperdiciarla y aprovechando que el local estaba repleto, le di una propina al maître para que le pidiera, ya que estaba comiendo sola, si podía sentar a otro comensal en su mesa. Esa práctica, tan ajena y extraña en nuestro país, es común en los Estados Unidos y por eso al cabo de un minuto, me hallé compartiendo mantel con esa monada.
Al sentarme, le pedí perdón por mi intromisión pero ella me contestó que no había motivo para pedirlo y que se llamaba Esther. Por su acento adiviné su origen y pasando al castellano, me presenté diciendo:
-Soy Alonso y si no me equivoco somos paisanos. ¿Naciste en Canarias?-
-¿Tanto se me nota?-
-Solo sería más evidente si al salir en vez de tomar el autobús, tomaras la guagua- respondí sonriendo.
Mi respuesta le hizo gracia, lo que me hizo pensar que la misión que me había marcado, iba viento en popa porque no hay nada que le guste más a una mujer que le hagan reír. Se la notaba alegre al encontrarse por esos lares a un español y por eso fuimos cogiendo confianza de forma que cuando el camarero llegó con la comanda, ya nos considerábamos amigos.
 
Si ya me gustaba esa monada, su voz con un tono grave casi masculino me cautivó. Las palabras parecían surgir de su garganta como por arte de magia. Magia que me fue embrujando paulatinamente hasta que con disgusto comprendí que había caído en su hechizo. Esa mujer, involuntariamente o no, desprendía sensualidad por todos sus poros y mientras hablaba o reía, sus pechos participaban en la conversación, moviéndose libres sin la contención de un sujetador.
La visión de esos senos grandes y bien formados, en los que la gravedad no había hecho mella, me hizo empezarme a excitar. Sé que ella lo notó porque bajo su camisa, sus pezones al reaccionar a mi mirada, la traicionaron. Duros y grandes, se dejaban ver presionando la tela. Esther al percatarse que la había descubierto, sacó su bolso y poniéndolo enfrente, creó una barrera física que mi imaginación bordeó sin esfuerzo.
-¿A qué te dedicas?- pregunté rompiendo el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros.
Mi táctica al desviar su atención dio un pésimo resultado y poniendo un mohín de tristeza, me respondió:
-Debido a la crisis, estaba en paro y por eso me vine a esta ciudad. Ahora tengo un sex-shop y me va bien-
Reconozco que me pasé, pero al escuchar que tenía una tienda de elementos eróticos, no pude reprimir mi carcajada. Jamás me hubiera imaginado que esa mujer se dedicara a esa actividad pero al ver su cara de enfado, le pedí perdón y cogiéndole la mano, prometí ser uno de sus mejores clientes. Indignada, pidió la cuenta pero antes de irse, me pasó una tarjeta de su negocio para ver si era verdad que me iba a gastar mi dinero en su tienda. Nuevamente en menos de dos horas, me vi solo, sorbiéndome los mocos y recriminándome la torpeza con la que había actuado y por eso mientras terminaba mi café, comprendí que le debía una disculpa.
 “Joder, era lógica mi reacción. A ese bombón le pega más ser la dueña de una tienda de golosinas”.
Al salir del restaurante, me fui directo a una floristería y  aunque intenté comprar un ramo de  estrelitzias, una flor que le haría recordar su tierra natal, al ser tan raras me tuve que conformar con dos docenas de rosas amarillas. Ya en la caja, me tomé unos minutos en pensar la dedicatoria. Afortunadamente las musas tuvieron piedad de mí y la inspiración fluyó entre mis dedos:
“Soy un patán. Solo espero que estas flores sirvan para paliar mi error. Una rosa es una rosa aunque tenga espinas. Si te apetece cenar y así tener la oportunidad de echarme en cara lo que piensas, llámame. Mi teléfono es XXXXXXXXXXXXXX”
Una vez redactada mi bajada de pantalones y esperando que mi disculpa fuera suficiente, cerré el sobre y tras pagar un servicio express, salí del local parcialmente ilusionado. Sabía que era casi imposible que me diera otra oportunidad pero el premio era tan grande que esperaba que esa tarde al recibir las flores, esa mujer se apiadara de mí y aceptara cenar conmigo. Si lo hacía, me juré por lo más sagrado que no volvería a errar y que andaría con pies de plomo.
Toda la tarde me la pasé comiéndome las uñas, temiendo que hubiese roto mi tarjeta y que no llamara. Por eso al dar las ocho ya había decidido irla a ver pero justo cuando cogía la puerta, sonó mi móvil.
-¿Alonso?- escuché nada más descolgar.
Era ella. Sin poder creer en mi suerte, me disculpé nuevamente pero Esther cortando por lo sano, me soltó con voz dulce:
-No creas que te voy a perdonar tan fácilmente. Para que piense en hacerlo, esta noche me tienes que llevar al Gallagher’s Steak House y te aseguro que no te saldrá barato-
“Coño, a quien se lo vas a contar” pensé  al recordar la factura que pagó una de mis clientas la última vez que fui. Aunque era difícil conseguir mesa, conocía al chef por lo que pude contestarle que no habría problema, tras lo cual, le pregunté donde quería que la recogiese:
-En mi casa. Vivo en la avenida Jeromé 37. Te espero a las nueve- y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.

Como esa dirección era del Bronx, llamé a la compañía de taxis y pedí que me recogieran a la ocho treinta porque así me daría tiempo de sobra para llegar a por ella y mientras tanto, me volví a duchar pero esta vez con una idea clara:
“Esa noche no dormiría solo”.
Acababa de terminar de vestirme cuando sonó mi telefonillo y cogiendo mi cartera, salí al portal. Como era habitual, el taxista era paquistaní y por eso le tuve que escribir en un papel el destino y mediante señas, explicarle que íbamos a recoger a otro pasajero, tras lo cual debía llevarnos a ese restaurante.
Al llegar hasta su casa, la llamé a su móvil y con autentico desasosiego esperé a que bajara. Cuando lo hizo, venía enfundada en un traje negro de raso que se pegaba a su cuerpo, dotándolo de un atractivo que me hizo sudar, sobre todo cuando al saludarme con un beso, pude echar una rápida ojeada por dentro de su escote y descubrí que esa mujer tenía unos pechos duros y redondos.
Si Esther fue consciente del repaso, no lo sé pero lo que si me consta es que nada más acomodarse en su asiento, se giró de tal forma que la tela de su vestido se abrió dejándome disfrutar de un pezón grande y oscuro que me dejó petrificado:
“¡Eran tal y cómo, me había imaginado!”
Su descaro me hizo creer que deseaba un acercamiento pero cuando lo intenté llevando mi mano a su pierna, separándola me soltó:
-Verás pero no tocarás-
Ella al ver mi desconcierto, se subió la falda hasta cerca del inicio de su tanga y poniendo cara de perra viciosa, se rio mientras me decía:
-No todo lo que hay en mi sex-shop está en venta, pero como soy buena te voy a dejar ver lo que te has perdido-
Jugando conmigo y castigándome por la impertinencia de reírme de su profesión, me preguntó:
-¿Te gustan mis piernas?. Creo que las tengo un poco gordas pero mi ex nunca puso reparo a hundir su cara entre ellas y darme placer-
-Serás cabrona-  maldije entre dientes mientras no podía retirar mis ojos del coqueto tanga negro semitransparente que llevaba.
-No te lo he dicho pero, sabiendo que iba a cenar contigo, me depilé y ahora tengo un coño de cría- y realzando la imagen que ya asolaba mi mente, prosiguió diciendo: -Imagínate, ¡Sin un solo pelo!. ¿Te apetece verlo?-
Con voz confusa, contesté afirmativamente y entonces ella cerrando sus rodillas me contestó:
-Todavía no te lo has ganado-
Al enfilar el taxista la quinta avenida, lo agradecí porque así terminaría el suplicio de tener a esa belleza a mi lado, sabiendo que era un terreno vedado a cualquier aproximación. Lo que realmente me apetecía no era cenar sino hundir mi cabeza entre sus pechos pero me había dejado claro que esa noche y a no ser que la convenciera de cambiar de opinión:
“De sexo, nada”
Cumpliendo a rajatabla las normas de educación, me bajé antes que ella y le abrí la puerta. Esther salió del vehículo sintiéndose una princesa y  a propósito, rozó con mi mano mi entrepierna mientras me decía que era un caballero.
“¿A qué juega?” pensé al sentir su caricia ya que era justamente lo que ella me había prohibido.
Cabreado y conociendo de antemano, que esa zorra se iba a dedicar durante la cena a provocarme, me senté en mi silla esperando que producto de su sadismo, esa mujer se fuera calentando y que después de cenar, me dejara tomarla como me imploraba mi miembro. Mis peores augurios se hicieron realidad cuando le estaba diciendo al camarero lo que queríamos cenar, al sentir un pie desnudo subiendo por mi pierna.
-¿Te pasa algo?- preguntó con una sonrisa irónica la morena mientras su planta se afianzaba encima de mi bragueta –Te noto un poco nervioso-
-No sé porque lo dices, estoy tranquilísimo-
-Pues sé de un pajarito que no opina lo mismo-
Que se refiera a mi miembro con ese diminutivo, me cabreó y tapándome con el mantel, saqué mi polla de su encierro para que palpara sin impedimento alguno que de pequeño nada. Estaba orgulloso de cada uno de los centímetros que lo componían y puedo asegurar que eran muchos. Mi reacción momentáneamente desconcertó a Esther al comprobar el tremendo aparato que calzaba entre las piernas pero después de la sorpresa inicial, me sonrió y poniendo una cara de no haber roto un plato, quitó su pie y me dijo:

-Cariño, no te enteras. Yo marco el ritmo y creo no haberte pedido que hicieras eso, así que voy a sumar un nuevo castigo a tu larga lista-
La seguridad con la que habló, me desarmó y metiendo mi encogido miembro dentro del pantalón, bebí un sorbo de vino mientras intentaba pensar en cómo vencer a esa arpía. Para colmo de males, un conocido suyo Un cuarentón de buen ver, apareció por el local y tras saludarle con un magreo en el culo, le preguntó quién era yo:
-Un aprendiz que se cree muy machito- respondió pegando su cuerpo al del recién llegado- espero que cumpla pero si no lo hace, ¿Te puedo llamar?-
-Claro, ya sabes que mi cama siempre está libre para ti- y dirigiéndose a mí me dijo: -Muchacho, Esther es una profesora excelente-
Mi humillación era máxima pero también mi excitación, de no haber sido por mis hormonas me hubiese levantado de la mesa y me hubiera ido a rumiar mis penas solo, pero justo cuando ya había dejado mi servilleta en la mesa y me disponía a irme, Esther me pidió que la acompañara al baño. Sin saber a qué atenerme, la seguí por mitad del restaurant siendo testigo de cómo los hombres se daban la vuelta para verla pasar. Todos y cada uno de los presentes, se fijaron en el culo de la española por mucho que, a los ojos de un gringo, fuera otra latina más. Pero para mí, ese trasero era una meta.
No fui consciente de lo que se me avecinaba hasta que al llegar al baño, esa mujer de un empujón me metió en el de damas. Nada más entrar, cerró la puerta con llave y dándose la vuelta me pidió que le bajara la cremallera. Temblando como un crio, cogí el cierre entre mis manos y lentamente lo fui bajando. Centímetro a centímetro la espalda de esa mujer se me fue mostrando mientras mi pene saltaba inquieto dentro de mi calzón pero aunque me moría por agarrar ese par de peras y hundir mi polla entre sus nalgas, me abstuve recordando que ella quería llevar la voz cantante. Esther al notar que la había abierto por completo, me ordenó que le sacara el vestido por la cabeza, por lo que me tuve que agachar e ir levantando poco a poco la tela, de forma que pude disfrutar de la perfección de su cuerpo mientras lo hacía. Ya desnuda a excepción de su tanga, se dio la vuelta tapándose los senos y entonces me preguntó:
-¿Quieres verlas? ¿Te apetece ver mis pechos?-
La pregunta sobraba, ¡Por supuesto que deseaba contemplar esas dos bellezas! Pero sabiendo que tendría precio, con voz titubeante le dije que sí.
-Arrodíllate en el suelo-
Sin voluntad alguna porque esa zorra me la había robado, sumisamente, me puse de rodillas mientras ella separaba sus manos. Al ver la perfección de sus tetas valoré en justa medida el precio que tuve que pagar y con una sonrisa, comprendí que había salido ganando. Mi expresión de felicidad, la confundió y con voz áspera, me preguntó porque sonreía, a lo que solo pude contestar con la verdad. Ella al oír mi respuesta, se sintió ama de mi cuerpo y sentándose en el wáter se puso a cagar. Habiendo satisfecho sus necesidades físicas, se levantó y poniendo su culo en mi cara, separó sus nalgas con las manos y me ordenó:
-¡Límpiame!-
Casi llorando por la ignominia a la que me tenía sometido, saqué la lengua y la llevé hasta su ojete. Había supuesto que me resultaría desagradable pero me encontré al recorrer sus pliegues que su culo tenía un sabor agridulce que, sin ser un manjar, no resultaba vomitivo y por eso cuando me hube acostumbrado a ello, tomé más confianza y usando mi húmedo instrumento me permití profundizar en sus intestinos. Esther no se quejó de mi iniciativa y separando sus piernas, me permitió seguir con mi exploración. Sus gemidos no se hicieron esperar y ya seguro de que le gustaba, hundí toda mi cara mientras con los dedos la empezaba a masturbar.
-Eres un estudiante travieso- me soltó dando una risotada, tras lo cual se dio la vuelta y sentándose en el lavabo, me dijo: -Termina lo que has empezado-
No me lo tuvo que repetir y con un hábito aprendido durante años, fui subiendo por sus muslos mientras le daba besos en mi camino. La morena no se esperaba tan tierno tratamiento  y por eso cuando mi lengua se apoderó de su clítoris, este ya mostraba los síntomas de su orgasmo. Decidido a hacerla fracasar en su intento por dominarme, estuve jugueteando con su botón durante una eternidad hasta que sentí que esa dura dominante se derretía sin parar. Sabía que era mi momento y por eso mientras lo mordisqueaba, fui preparando su sexo con someras caricias de mi yemas, de manera que obtuve y prolongué su ansiado éxtasis hasta que berreando como una loba, me pidió que parara pero entonces y por primera vez, la desobedecí y metiendo mi lengua hasta el fondo de su agujero, la empecé a follar sacándola y metiéndola de su interior.
-¡Virgen de la Candelaria!- exclamó al notar que sus defensas iban cayendo una a una con la mera acción de mi apéndice hasta que,  convulsionando sobre la loza, su sexo se convirtió en un geiser de donde manaba miel.
Recogiendo su néctar con mi lengua, me di un banquete que solo terminó cuando, con lágrimas en los ojos, esa mujer me rogó que volviéramos a la mesa porque llevábamos mucho tiempo en el baño y los camareros se darían cuenta. Su peregrina excusa, era eso, una vil excusa. Yo sabía la razón y no era otra que esa mujer había perdido la primera batalla y deseaba una tregua que le permitiera reorganizar sus tropas. Satisfecho pegando un pellizco en uno de sus pezones, recogí mi medalla y tras vestirse, galantemente, le cedí el paso.
Al contrario de nuestra ida al servicio, a la vuelta el rostro de la mujer estaba desencajado al no saber si podría someterme tal y como había deseado. En la mesa, durante unos minutos evitó mi mirada y ya repuesta, me pidió que pagase la cuenta. Al hacerlo, recogió su bolso y meneando el trasero, fue en dirección contraria a la salida. Extrañado y sin saber a dónde me llevaba, la seguí para descubrir que se paraba frente a la puerta de los baños de hombres.
-¿Y eso?- pregunté extrañado de que quisiera repetir.
-Reconozco que me has vencido pero ahora sin la premura del tiempo, seré yo quién te derrote-  contestó y tal y como había hecho yo con anterioridad con una sonrisa en los labios, me dejó pasar.
Creyendo que, ya que el partido se jugaría en mi campo y con la confianza del equipo de casa, entré en el baño convencido de que saldría victorioso y que de haber afición, esta me sacaría en hombros. Qué equivocado estaba, porque nada más trancar la puerta, esa mujer se convirtió en una loba en celo y arrancándome los botones de mi pantalón, me lo bajó mientras me sentaba en el wáter. Como una autentica obsesa, fue rozando mi miembro todavía morcillón con sus mejillas, mientras me anticipaba que jamás nadie me habría hecho lo que ella me iba a dar. Y supe que era así cuando habiendo levantado mi extensión siguió golpeando con la cara mi pene, como si quisiera usar sus mofletes como arietes con el que derribar mis murallas. Lo creáis o no me da igual, esa mujer consiguió de ese modo tan extraño que la dureza  de mi erección fuera hasta dolorosa y sólo cuando percibió que esta había llegado al máximo, poniéndose entre mis piernas, se sacó los pechos e incrustándoselo entre ellos, me miró diciendo:
-¿Tu sabes, mi niño, que toda canaria es medio cubana?-
Y sin esperar a que le diese mi opinión, estrujó sus senos contra mi pene formando un canalillo que me recordó a  un sexo femenino pero más seco pero ante todo más estrecho. Era tanta la presión que ejercía sobre mi extensión que al principio le costó que este se deslizara `por su piel.
-¡Te voy a dejar seco!- me amenazó poniendo cara de puta y recalcando esa idea, me dijo mordiéndose los labios: -Voy a ordeñarte hasta que explotes en mi cara-
Poco a poco, el sudor que se iba acumulando en ese artificial conducto fue facilitando que Esther cumpliera su desafío y por eso al notar que ya se resbalaba libremente a pesar de la presión, afirmó:
-Te gusta guarrete, ¿Verdad que nadie te había hecho una cubanita así?-
Si le hubiese respondido, hubiera reconocido mi derrota de antemano y por eso, cerrando los ojos, me concentré en evitar dejar que las sensaciones, que estaba experimentando, me dominasen. La morena al observarlo, contratacó agachando su cabeza y abriendo su boca, de forma que cada vez que mi pene sobresalía por encima de sus pechos, su boca me daba una húmeda bienvenida.
“Mierda” pensé al darme cuenta de su estrategia pero la gota que derramó el vaso, fue sentir que su lengua intentaba introducirse por el diminuto agujero que coronaba mi glande. 
La mujer al sentir que mis huevos se estremecían supo que estaba a punto de ganar la escaramuza y por eso, esperó tranquilamente a que llegara el momento y entonces usando mi pene como una manguera, bañó su rostro con las andanadas de blanca leche que salieron expelidas al correrme. Con una sonrisa en su cara, saboreó su victoria llevándose con los dedos el manjar que bañaba su cutis hasta sus labios e introduciéndolo en su boca, lo fue devorando sin dejar de mirarme.
-¡Qué rico está tu semen!- susurró incrementando el morbo que me daba ese ágape erótico del que fui testigo.
Degustando las últimas gotas de mi descalabro, se levantó  y sin esperar a que me vistiera, desapareció por la puerta mientras soltaba una carcajada. Hundido por haber perdido mi ventaja me abroché el pantalón, quedándome el consuelo que esa pérdida había equilibrado el marcador y estábamos empatados.
“¡Quien ríe el último, ríe mejor” sentencié saliendo en busca de esa zorra que sin duda me esperaba fuera del baño. Pero al llegar al pasillo, no la encontré y por eso, la busqué en el exterior del restaurante. Con una sonrisa en su cara y ya en el interior de un taxi, la arpía gritó al verme salir:
-Estoy aquí, machote. Entra que te voy a llevar al Empire State-
Descojonado por esa idea tan absurda porque sabía qué hacía más de dos horas que había cerrado sus puertas, me metí en el coche pensando en que hasta andando podríamos ir a mi casa y me convenía ganarle aunque fuera por una décima de punto. Al mirarla, vi que estaba esplendida y que curiosamente parecía estar segura de que podríamos entrar. Como esa mujer no dejaba de sorprenderme, decidí no decir nada, no fuera a ser que tuviera un as bajo su manga.
Una vez a los pies de ese enorme edificio, comprendí que había acertado cuando golpeando el cristal, llamó la atención de un enorme negro de más de dos metros, el cual nada más levantar su cara del periódico que estaba leyendo, le dirigió una sonrisa para acto seguido, abrir la puerta:
-¿Qué hace aquí mi blanquita favorita?- soltó ese animal con una voz de pito que no cuadraba con su musculatura.
-Pedirte un favor,  Ibrahim. Mi primo se vuelve a España de madrugada y no ha visto Nueva York desde el Empire-
-Pero Esther, tengo prohibido dejar pasar a nadie a deshoras. Me pueden despedir- protestó débilmente.
Mi acompañante no se amilanó por la negativa y pegándose a él, le empezó a acariciar la tremenda barriga mientras le decía con tono compungido:
-Ibrahim, ¡Se lo he prometido!. Te juro que la próxima vez que vayas a mi tienda, te regalo mis bragas usadas-.
El rostro del gorila se transmutó y forzando la negociación le soltó que no podía esperar y que si quería contemplar la ciudad esa noche, debería darle las que llevaba en ese momento. Esther, pegando un grito de alegría, le dio un beso en los labios y sin darle tiempo a arrepentirse, se quitó el tanga y sensualmente se lo lanzó a la cara. El gigantesco individuo apretó la prenda contra su nariz y apretando un botón, llamó al ascensor. Lo último que vi antes de entrar el interior, fue a ese hombre bajándose la bragueta mientras olfateaba la suave tela en busca del olor de su dueña. Al cerrarse la puerta, Esther empezó a desnudarse diciéndome:
-Tenemos media hora, no creo disponer de más tiempo antes que ese pendejo se canse de verme desnuda y quiera que nos vayamos-
-¿Nos va a ver?- pregunté alarmado.
-¡Pues claro! O crees que va a perder la ocasión de pajearse mirándonos- contestó completamente desnuda y acercándose hasta mí me ayudó a quitarme los zapatos.
En ese momento, el elevador llegó a su destino y abrió sus puertas. Esther al verlo, salió corriendo y soltando una carcajada, me dijo:
-Machote, ¿A ver si me alcanzas?-
Sin dudar fui tras ella pero lo que debía ser fácil en principio,  me resultó casi imposible porque moviéndose como una anguila, cuando ya creía que la iba a coger, hacía un recorte y reiniciaba su carrera.
“¡Será puta!” pensé al tropezar y caerme contra el suelo.
Fue entonces cuando  saltando encima de mí, me empezó a besar. La zorra se convirtió en una dulce amante que pegando su cuerpo contra el mío, buscó su placer entrelazando nuestras piernas. Acomodándose sobre mi pene, forzó su sexo y lentamente se fue empalando mientras ponía sus pechos a mi disposición. Cogiendo ese par de melones entre mis manos, llevé un pezón hasta mi boca mientras mis dedos pellizcaban el otro.
-¡Me encanta!- gritó pegando un alarido que nadie escuchó para acto seguido iniciar un suave trote mientras sentía la dureza de mis dientes, mordisqueando su oscura aureola.
-¡Más rápido!- le exigí con un duro azote en sus posaderas.
-¡Más rápido!- insistí soltándole otro mandoble al no notar cambio en el ritmo con el que me montaba.
-¡Más rápido!- repetí, cabreado porque deseaba que esa  mujer saltara sin freno sobre mi pene.
No comprendí la terquedad con la que se negaba a obedecer mi orden hasta que soltando un gemido, mezcla de dolor y de deseo, su vulva se encharcó y sumisamente me informó que solo aceleraría el compás de sus caderas, si yo le marcaba el ritmo a base de nalgadas. Su entrega me enervó y aceptando su sugerencia marqué una cadencia imposible que ella siguió como si nada.
-¡Sigue!- chilló – ¡Ojalá estuviéramos en mi casa!, allí sacaría una fusta y no pararía de darte latigazos hasta que aprendieras  a hacerlo-
Completamente dominada por la lujuria, esa puta no olvidaba su vena dominante y por eso, quitándomela de encima, la puse a cuatro patas tras lo cual, guie mi pene hasta su ojete y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo.
-Ahhh- gritó al sentir mi intromisión en su entrañas y llorando me pidió que lo sacara.
-¡Te jodes!, puta- dije en su oreja mientras seguía machacando su interior con mi mazo.
Implorando mi perdón, Esther sollozó al experimentar que su esfínter estaba sufriendo un castigo brutal pero no me apiadé de ella y sin pausa, incrementé la velocidad de mi estoque mientras le exigía que se masturbara. La muchacha incapaz de negarse, llevó su mano a su entrepierna y recogiendo su clítoris entre sus yemas, empezó a acariciarlo con avidez. Su deseo se fue acumulando con el tiempo hasta que estallando en risas, se corrió sonoramente.
Volví a infravalorar a Esther, muerta de risa, me exigió que le diera caña mientras  se descojonaba de mí al haberme creído sus lágrimas:
-Eres un niñato. Unos lloriqueos fingidos ya te crees que me dominas-
Su burla me sacó de quicio y hecho una furia, le di la vuelta y le solté un bofetón. La morena limpiándose la sangre de sus labios, soltó una carcajada retándome. Fuera de mí, con mis manos empecé a estrangularla pero ella, en vez de defenderse, cogió mi pene y se lo insertó en su sexo mientras me decía:
-Asfíxiame pero no dejes de follar-
Comprendí al instante sus deseos, esa zorra quería que al reducir yo el oxígeno que llegaba a su cerebro, le otorgara una dosis extra de placer. Cumpliendo fielmente su pretensión, le apreté el cuello mientras mi miembro se movía a sus anchas en su interior. Cuando su rostro ya estaba completamente amoratado, la vi retorcerse sobre el mármol y para de repente ponerse a temblar mientras su cuerpo se licuaba dejando un charco bajo su culo. Mi éxtasis se unió al suyo  y mezclando mi simiente con el flujo que brotaba de su coño, me desplomé agotado sobre ella.
No sé el tiempo que permanecí desmayado, lo único que sé es que al despertar, Esther permanecía desnuda, apoyada en la barandilla mientras miraba Nueva York desde las alturas Acercándome a ella, la besé en el cuello y le pregunté en que pensaba:
-En que somos unos extraños en esta ciudad pero la amo-
Fue lo primero realmente sincero que dijo esa mujer en toda la noche y conmovido, le respondí que a mí me pasaba lo mismo. No concebía mi vida sin vivir en la gran manzana.  Estábamos recogiendo nuestra ropa, cuando mirándome me preguntó:
-Por cierto, ¿A qué te dedicas?-
-Soy prostituto-
Incapaz de contenerse, soltó una carcajada pero en cuanto se dio cuenta, se pegó a mí y de buen humor me preguntó dónde iba a tener que llevarme a cenar.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Mi hermano, el mas pequeño” (PUBLICADO POR SIBARITA)

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Mi Hermano pequeño

No creo ser la única mujer en situación similar, soy simplemente una mujer de las que la sociedad identifica como madre soltera, si bien mi caso es un poco especial, ya que teniendo pareja desde hace muchos años, todo el mundo, incluido él, considera que es también hijo suyo.

En fin, dejémonos de esquivar el tema, tengo pareja estable y un hijo cuyo padre, secreto para todos, es mi hermano el mas pequeño, con el que mantengo relaciones sexuales desde hace mas de treinta años y sin que ninguno de los dos hayamos tenido nunca la intención de dejarlo.

Todo empezó un buen día, en una playa del Caribe, a la que habíamos ido dos parejas, mi hermano con su novia de entonces, y yo con mi amante del momento, si bien todos desconocían que lo fuéramos.

El día era espléndido, estábamos alegres, el agua deliciosa, mi hermano y su novia jugaban con descaro, besos apasionados, caricias atrevidas, mientras nosotros tratábamos de disimular como si simplemente fuéramos amigos; tan solo dentro del agua y sin que nos viesen, se sucedía un beso, una mano bajo el bikini, un contacto más intimo. Pronto comenzaron a bromear con nosotros, a provocarnos hasta que harto de ello, Lucas, mi amante, me abrazó fuertemente dándome un beso en la boca. Por supuesto mi hermano y su novia se quedaron asombrados, hasta que reaccionaron riendo a carcajadas diciendo que habíamos tomado el pelo a todos, y a partir de ese momento y puesto que no había ya razón para secretos, los juegos eróticos fueron evidentes, las dos parejas nos fuimos calentando, para terminar haciendo el amor sobre la arena. Así pasamos la mayor parte del día hasta que los juegos nos llevaron a que Lucas, bromeando, le preguntó a mi hermano si quería cambiar de pareja, y para aumentar la broma, me empujó contra él cuando los cuatro estábamos desnudos, no contento con ello, cuando mas tarde estábamos tendidos en la arena, haciendo el amor de nuevo, tomó la mano de mi hermano para llevarla hasta mi pecho; sentí como la mano se crispaba y la situación se hizo tensa, nadie dijo palabra, nos vestimos y regresamos a la ciudad.

No había nadie en casa cuando llegamos y directamente fui a sentarme en el salón, con el biquini puesto. Mi hermano se sentó en el sofá, frente a mi, rehuyendo mi mirada, así es que directamente comencé a hablarle de mi relación con Lucas; de improviso le cuestioné por su actitud en la playa y me confesó su incomodidad y turbación cuando vio como Lucas me desnudaba y cuando puso su mano sobre mi pecho. Mientras me hablaba estaba rehuyendo mi mirada, pero yo sentía como si sus ojos perforasen la tela del biquini, los sentía ardientes en mis pechos y en su bañador se marcaba una mas que evidente erección, pese a ello me levanté de mi butaca para sentarme en el sofá, junto a él, por lo que tuvo que cambiar su postura y volverse hacia mi. Estábamos muy cerca y mirándole fijamente me acerqué más a él y le besé en la boca, respondió a mi beso casi con violencia, me apresó en sus brazos y su lengua encontró el camino de la mía penetrando en mi boca, se había sentido provocado y respondiendo arrancó el sostén de mi bikini y de nuevo sentí sus manos en mis pechos, esta vez, pero ahora eran posesivas, ansiosas, hambrientas. Se levantó del sofá llevándome en sus brazos para ir hasta su cuarto y dejarme en su cama, en segundos me había y se había desnudado, tomándome por los tobillos y rompiendo todos los tabús se arrojó sobre mi clavándome su verga dura como la piedra. No tardó en correrse en mi interior, sentí ríos de semen golpeando en mi interior, y no se retiraba, seguía bombeando con furia, sin pronunciar palabra, me dio la vuelta y metió su polla en mi culo, sin miramientos, de un solo golpe y sin preocuparse de mis gritos de dolor, y asi continuó toda la noche, hasta que en la mañana, telefoneó a su novia y a mi amante para que vinieran a casa sin mas explicaciones.

Cuando llegaron, estábamos vestidos, en apariencia, puesto que yo no llevaba nada debajo de mi bata de seda, besó a  su novia apasionadamente la dejó desnuda en un momento. Lucas, al verles, procedió de la misma manera conmigo, y se sorprendió al ver que no portaba nada debajo de la bata, quiso tumbarme en la alfombra, pero ahí fue mi hermano quien empujó a su novia contra Lucas y me arrastró bajo él, mientras Lucas, repuesto de la sorpresa inicial, se la metía a ella por el culo y mi hermano me perforaba el mío. No salimos de allí en una semana, follando como locos, y cuando lo hicimos, fue para darnos cuenta de que las dos mujeres estábamos preñadas, sin que pudiéramos saber cual de los dos podía ser el padre.

Meses después mi hermano regresó a Europa y yo continué mi relación con Lucas, hasta llegar la Navidad y decidir pasarlas en Europa; en realidad mi hermano y yo habíamos planeado en secreto  el pasarlas juntos, y así lo preparamos para que nadie lo supiera. Habíamos alquilado una casita, en un pueblo playero, y allí llegamos, cada uno por nuestro lado, dispuestos a pasar una vacaciones de sexo a jornada completa y en la mas absoluta discreción.

Fui la primera en llegar, asi que pensé en darle una especial bienvenida, y por ello me puse a preparar la  casa y, por supuesto, a prepararme yo: baño de sales, cuidadosa depilación, la elección del perfume apropiado y, desde luego la vestimenta mas adecuada al caso, un sencillo delantal, sin nada debajo. Pasaron horas, había preparado la comida que mas le gustaba, pero su retraso en llegar era ya evidente y comenzaba a sentirme preocupada, al tiempo que descendía el nivel en la botella de Porto que estaba sobre la mesa, y que bien pronto hube de sustituir por otra al vaciar la primera, con la lógica consecuencia de que ya no sentí preocupada, así es que puse música y comencé a bailar sola en el saloncito, para entretenerme, la música me envolvía y mis manos comenzaron a recorrer mi propio cuerpo que sentía cada vez mas ardiente. Me interrumpió el timbre de la puerta, hacia la cual corrí ansiosa por encontrar a mi hermano, a cuyo cuello me colgué besándole apasionadamente, llevábamos meses sin vernos y estaba ansiosa de él, tanto que ni me había dado cuenta de que estaba acompañado por un chico joven que portaba su equipaje, y cuyos ojos casi fuera de las orbitas, no perdían detalle de mi desnudez; al notar mi sorpresa, mi hermano se rió a carcajadas, comentándome que desde cuando sentía vergüenza por verme desnuda ante un desconocido, tenía razón y solo entonces me di cuenta de que estaba desatando el lazo de mi delantal y este caía al suelo, me aferré a él arrastrándole conmigo al suelo y ante la atónita mirada de un desconocido, conseguí que sacara su verga y me la metiera de inmediato. No supe que señales hubo entre ellos, pero al cabo de unos minutos el chico estaba desnudo y sentí sus manos ansiosas recorriéndome, apretando mis tetas, mis pezones, buscando y descubriendo mi sexo, ocupado hasta hacia un momento por la verga de mi hermano y que ahora era él quien trataba de ocupar la misma plaza hasta descubrir la humedecida entrada y meterse hasta que no pudo mas; le cabalgué sentada sobre su verga, mientras mi hermano, tras de mi, me empujaba hasta hacerme quedar tumbada encima del chico, después sentí sus manos separando mis nalgas, su polla buscando llegar hasta mi esfínter anal, su lenta pero constante penetración hasta pegar sus testículos a mis nalgas cuando la metió entera. Otra vez tenía dos vergas alojadas en mi interior y como desde hacia tiempo no sucedía, otra vez llegábamos a un orgasmo simultaneo.

Pero mi hermano me tenía reservada una sorpresa para aquellas vacaciones, se le había metido en la cabeza que sería estupendo si teníamos un hijo juntos, por esa razón había planeado estas vacaciones juntos y solos, su plan era follar a tope hasta conseguirlo, y yo como tonta, estaba empezando a aceptar su idea, y así lo hablamos una vez que el chico se hubo marchado y recobramos un poco la calma, porque si eso sucedía, yo tendría que dar no pocas explicaciones, tanto a mi amante Lucas como a mi compañero.

Estábamos desnudos sobre la alfombra y con la gran chimenea encendida, cuando se incorporó para colocarse sobre mi, separando mis piernas, no hubo preliminares, simplemente apuntó con su verga y se dejo caer sobre mi metiéndomela entera, como si con ello quisiera demostrarme que estaba hablando en serio. No fue mas que el preludio, en esos quince días no hubo un solo momento en que parasemos de follar, no puedo recordar las veces que me llenó de esperma, ni la cantidad de orgasmos que tuvimos, pero efectivamente, no tardamos mucho en confirmar que estaba embarazada y era llegado el momento de preparar mi viaje de regreso y toda la comedia que había que montar para dar la noticia. El plan era regresar a casa, volver a follar con Lucas y meterle en la cabeza la idea de tener un hijo suyo, para después hacerle creer que era suyo; hacer lo mismo con mi compañero, de forma que también por ese lado estuviera justificado mi embarazo, y así lo puse en practica con éxito.

Ahora regresamos a Europa y recupero a mi hermano, aunque este tiene otros planes. Por descontado que me encuentra a solas en cuanto llegamos, pero después de hacer el amor durante horas, me plantea que quiere lo haga con un amigo suyo, quiere quedarse con la amante de este y su negocio, y para conseguirlo me quiere a mi como moneda de intercambio. No lo esperaba pero me dejo embobar y acepto, así es que me lleva a un club privado donde nos espera su amigo, y nos presenta llenándome de elogios.

Su amigo es un hombre con bastante clase, alcoholizado por completo y, por lo tanto fácil de seducir; me bastan un par de botones desabrochados en mi blusa, y pese a la penumbra del club, él no pierde detalle de mi escote, y cuando me inclino hacia él para hablarle, sus ojos casi se le salen de las orbitas cuando alcanza a ver mis pezones y siente mi mano apoyada en su pierna. Por descontado que me invita a bailar, y al hacerlo pego mi cuerpo contra el suyo, busca mi boca para besarme y la abro para sentir el paso de su lengua, me invita a visitar su estudio y allí vamos dejando a mi hermano en el club, con el pretexto de que esperaba a otra persona.

Albert es amable y educado, lo cual no quita para que nada mas llegar a su estudio, sus manos se vuelvan ansiosas y quiera desnudarme de inmediato, tengo que calmarle y hacer que vaya mas despacio, pero lo que no puedo hacer es detener sus besos, ni el empuje de su polla haciendo presión sobre mi sexo, dilatándolo, abriéndolo, penetrándome para después vaciar su semen en mi interior. Había sido delicado, agradable, así es que me volqué sobre él y me dispuse a hacer que reviviera, acaricie su sexo con mis manos y lo llevé hasta mi boca para saborearlo. En pocos minutos había llegado al punto de disparo nuevamente, pero no por ello me retiré, lo recibí en mi boca sin dejar que ni una gota escapara, y al levantar los ojos, me encontré con mi hermano que nos observaba haciéndome señas de guardar silencio. Ese día y para él, no solo le gané la posibilidad de acostarse con la amante de su amigo, sino también el cheque por dos millones de francos que me entregó para él, cuando terminamos. Mas tarde mi hermano, al recibir el cheque, se mostro muy contento de mi intervención, y se le abrieron las ansias de utilizarme, de la misma manera, cada vez que necesitaba conseguir algo, como ahora estaba proporcionándome uno de los orgasmos mas intensos de toda mi vida, pese a que estaba sobre el capot del coche al borde de un camino, totalmente desnuda y con mi hermano encima, metiéndome su verga hasta lo mas profundo.

Mañana es sábado y comienza otra de las “misiones” de mi querido hermano, debo convencer a un proveedor suyo, al cual debe dinero, para que no le agobie con sus reclamaciones. Cuando llego a su oficina, lo hago vistiendo una vieja gabardina oscura y, como el tipo es amable y educado, de inmediato me invita a tomar asiento. Lo hago sobre un cómodo sillón de cuero, para lo cual retiro mi gabardina, bajo la cual visto una mini de cuero y una camisa de gasa completamente transparente, entre las flores que estampan el tejido, pueden verse con toda claridad hasta los menores detalles de mis tetas, y al tipo casi se le salen los ojos al verme. Por supuesto su actitud es toda amabilidad, me invita a tomar una copa que me acerca y aprovecha para mirarme desde mas cerca, mientras retoma su asiento aprovecho para soltar un par de botones de mi blusa, asi es que cuando se volvió hacia mi, tenía ante su vista un amplio panorama de mis tetas, ni siquiera toma asiento, regresa a mi lado y me tiende la mano para que me levante mientras que con la otra descubre enteramente uno de mis pechos haciéndome una leve caricia sobre el, después y sin soltarme la mano, me conduce hacia una puerta disimulada en el muro, y que da acceso a un apartamento lujosamente amueblado y en el, a un amplio dormitorio en el que, con toda parsimonia me desnuda. No me besa, recorre mi cuerpo con sus manos, pellizca suavemente mis pezones, enreda sus dedos en la línea de pelo que recubre mi sexo, busca mi clítoris y comienza a acariciarlo suavemente, lo que provoca que yo comience a humedecerme, mete uno de sus dedos, un segundo, otro mas, y de pronto es una polla enorme, monstruosa, la que trata de penetrarme, y lo hace despacio pero firmemente, hasta llenarme por completo. Le atrapo con  mis piernas en torno a sus caderas y juntos iniciamos una feroz carrera en busca del orgasmo, que sobreviene rápido por nuestro ardiente deseo. Después, tendidos sobre la cama, tuvimos una larga conversación sobre las intenciones de mi hermano, intenciones que él había captado perfectamente desde mi llegada a su despacho.

Volvía a mi casa con el acuerdo deseado por mi hermano, para encontrarle desnudo sobre mi cama, presto a darme “mi recompensa” por el buen trabajo realizado, de modo que en menos de un minuto estaba con él en la cama y con su verga clavada en mi vagina mientras me hablaba de mi “nuevo trabajo”.

Sin embargo las cosas han cambiado, consecuencia de la conversación mantenida no hace mucho, no voy a dejar de ayudar a mi hermano en sus proyectos, pero a partir de ahora voy a cuidar también mis propios intereses, y hoy he visto un precioso collar de perlas que me sentaría maravillosamente.

Anoche fui yo la organizadora, invité a mi hermano y a un amigo suyo que estaba de paso por Bruselas, no había mas pretexto para ello que una sencilla cena, si bien encargue todo a una trattoria. Cuando llegaron se quedaron deslumbrados, me había vestido con un vestido chino, de seda natural y casi enteramente transparente, largo y cerrado hasta el cuello, pero maliciosa y ampliamente abierto por ambos costados, de modo que en realidad solo pendía de los hombros, y que al menor movimiento dejaba ver que mi cuerpo estaba completamente desnudo bajo el.

Sentía los ojos de ambos clavados en mi cuerpo a cada uno de mis movimientos, mas todavía cuando bajo la influencia del abundante vino que acompañó a la cena, pusimos música y me pidieron bailar. Primero lo hice sola, poniendo en cada movimiento la mayor sensualidad posible y haciendo que en cada giro, el vestido al abrirse dejara ver mi cuerpo.

No tardaron en dejar sus asientos y avanzar hacia mi, y fueron primero las manos de mi hermano las que sentí sobre mis pechos, acompañadas de inmediato por las de su amigo que me despojaron del vestido para después tomarme en sus brazos y acostarme sobre la alfombra poniéndose a mi lado. Fue él el primero en meterme su verga, al primero a quien le di mi culo mientras mi hermano tomaba su puesto en mi vagina, y cuando ambos se vaciaron en mi interior, los tres nos dormimos agotados. Huelga decir que, al dia siguiente pude estrenar el maravilloso collar de perlas y un nuevo amante 


Relato erótico: “Viviana 6” (POR ERNESTO LOPEZ)

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A la noche al llegar a casa había un papelito debajo de la puerta, me pedía que llevara la casetera a su departamento, la desconecté y subí al tercer piso.

Me abrió entusiasmada, vestía una bata, le di un beso y me puse a conectar la máquina en el televisor que estaba en el living, mientras ella servía dos whiskies con hielo, trajo unas cinco o seis películas, “¿tantas?” pregunté sorprendido, “ así tenemos para un par de días” respondió sonriendo con picardía.

– “¿Cómo te fue con el dueño del videoclub?” dije como al pasar,

– “Sos un hijo de puta” respondió riéndose, “sabías que me iba a hacer subir por esa escalerita y me iba a ver hasta las amígdalas desde abajo”,

– “¿ Te pusiste bombacha?”

– “ Si, pero una tanga bien chiquita que me deja todo el culo al aire, además es transparente”

– “ Me imagino la fiesta que se habrá hecho el viejo, y después flor de paja, jaja”

– “Eso seguro, subió detrás de mi y me estuvo mostrando con muuuuucho detalle todos los géneros que tenía, me ayudo a elegir y no me quiso cobrar, dejamos sólo la seña ya pagada”.

– “ Bueno, la próxima vez te lo podés coger y capaz que nos regala los videos” afirmé serio.

– “ ¿En serio querés que me lo coja?, si vos me lo pedís no tengo problema, pero tendría que ir de mañana para tener tiempo”

– “Veremos” contesté enigmático, por dentro no estaba tan seguro si me gustaría que otro se la cogiera.

Terminé de hacer las conexiones y puse una película para probar que todo anduviera bien, ella se sacó la bata y quedó con un babydoll negro transparente y una mini tanga, estaba hermosa. Se sentó en el sofá con un whisky, dándome el mío e invitándome a hacer lo mismo, empezó la película, era de de zoofilia, sin muchos preámbulos aparecía una mujer de mediana edad chupándole la pija a un perro de buen tamaño y haciendo que se le parará una tremenda poronga roja.

Dije: “bueno, listo, ya tenés para entretenerte toda la noche” y amagué irme.

– “ ¿Me vas a dejar sola?, yo preparé todo para pasarla bien juntos” respondió con una carita que parecía un cachorro abandonado.

– “ Bueno, me quedo un rato y después me voy”, apareció su sonrisa de inmediato

– “No te vas a arrepentir…” afirmó con un dejo de suspenso.

Mirábamos un poco la película mientras nos besábamos, nos acariciábamos, ella sacó mi poronga del pantalón y me masturbaba suavecito, de vez en cuando le daba una chupadita y seguía. Me puse a hacer lo mismo, jugaba con su clítoris y le metía un poquito los dedos, cada tanto me arrodillaba un ratito entre sus piernas y se la chupaba un poco, cuando empezaba a gemir paraba y seguía mirando el film, que por cierto era bastante lento y aburrido.

Así estuvimos un rato y nos fuimos calentando, más por nuestras acciones que por la película, en eso me dijo: “ esperame un segundo” y salió hacia la cocina; volvió con una bolsa: “mira lo que te compré”, había una buena colección de verduras cuyo uso dejaba poco a la imaginación, todas tamaño de mediano a muy grande.

– “¿Con cual querés que empiece” preguntó con picardía.

– “Sorprendeme” respondí con sorna, y me sorprendió.

Yo esperaba que tomara un pepino o una zanahoria mediana para ir entrando en calor, no fue así, agarró una berenjena que asustaba, nunca pensé que eso le pudiera entrar a alguien sin producir un terrible desgarro.

La acarició casi con dulzura, comenzó a pasarle la lengua por toda la superficie dejándola húmeda y brillante, su concha ya estaba bien lubricada, de eso yo podía dar fe. Se acerco a la video sacó la película que estaba y puso otra en su lugar: “esta nos va a gustar más”.

En el film que era amateur aparecían 5 o 6 mujeres con antifaces, algunas desnudas y otras con ropa erótica torturando a dos esclavas muy jóvecitas, dos chicas rubias, bonitas que soportaban todo tipo de vejámenes infringidos por las viejas quienes, sin ningún tipo de piedad, gozaban como yeguas maltratando a las casi niñas. No pude evitar imaginarme que cualquiera de ellas podría haber sido Viviana en sus inicios.

Ella volvió a lo suyo, se sacó la tanguita, se sentó en el sofá con los pies sobre el asiento y las piernas bien abiertas y se metió varios dedos en la argolla mientras miraba la pantalla, tomó la berenjena y la puso en la entrada de la concha, la fue haciendo girar al mismo tiempo que la iba empujando hacia adentro, sus labios se ensancharon y casi mágicamente una buena parte, la más ancha, estaba adentro.

Pegó un pequeño grito cuando eso ocurrió pero ahogado porque a pocos metros estaba su hijo durmiendo, recordando eso me dispuse a “ayudarla”, me senté en el piso entre sus piernas y comencé un mete y saca con la verdura, ella se moría por gemir pero debía callarse, yo disfrutaba de su placer y la tortura de no poder expresarlo como sabía que le gustaba.

Seguí sin darle respiro hasta que tuvo su primer orgasmo en medio de convulsiones y jadeos reprimidos; abrió los ojos y me dijo: “gracias, lo disfruté mucho”, contesté serio “¿y desde cuando vos podés gozar primero y sin pedir permiso?…”

“Perdoname, tenés razón, me dejé llevar, además todavía tengo la concha supersensible y no me pude aguantar”. Nunca supe cuanto había de real en su arrepentimiento o era adrede para que yo la castigara, pero el resultado sería el mismo.

Me puse a pensar que podía inventar sobre la marcha, en primer lugar la mandé al balcón, que ya empezaba a convertirse en un lugar de castigo, por supuesto como estaba con el babydoll y la berenjena metida en su intimidad; esta vez me di cuenta que el balcón tenía luz, prendí el artefacto, así llamaba más la atención el lugar y era más probable que alguien la viera; “si querés podés pajearte con la berenjena pero mirando para fuera así los vecinos pueden reconocer a la puta que vive enfrente”, “y esta vez sin acabar” agregué.

Mientras ella cumplía con mi orden, sin haber demostrado el menor rechazo por ello, se me ocurrió revisar su dormitorio, sentí un placer morboso abriendo sus cajones, mirando su ropa interior, tratando de encontrar consoladores o algo relacionado al sexo, pero no hallé nada especial, sólo sus bombachitas muy eróticas, Seguí con mi inspección y encontré en su placard una mini bien cortita escocesa y una camisa blanca finita, se me ocurrió una idea.

La hice entrar, le saqué la berenjena de su sexo, chorreaba, luego de que la lamió hasta limpiarla por completo le di la ropa para que se vista y la mandé a hacerse dos trencitas, quedo preciosa, tenía una carita redonda casi infantil y con esa ropa parecía realmente una adolescente, muy sexi por cierto, completé el conjunto con los zapatos de taco más alto que encontré, no tenían mucho que ver pero le hacían unas piernas y un culito parado preciosos.

Reinicié la película que había detenido apenas empezada, nos sentamos en el sofá y está vez prestamos más atención, realmente no había compasión en el trato dado a las muchachas: las pateaban, escupían en su bocas, retorcían sus pezones como para arrancárselos, las flagelaban con todo tipo de objetos, introducían en sus agujeros inmensos consoladores y hasta sus manos, las orinaban sentadas sobre sus caras.

En un momento hicieron un concurso: las dos muchachas debían hacer acabar a dos de las amas, la que lo lograba primero ganaba, la que ganó fue obligada a mantener un secador de pelo prendido al máximo de temperatura durante 10 minutos en la concha de la perdedora, luego de algunos minutos no quería seguir: los alaridos que daba la otra eran aterradores, la convencieron asegurándole que si se detenía, ella tendría que soportarlo por 20 minutos…

Viviana miraba entusiasmada, no podía evitar tocarse de vez en cuando, le dije “te vestí así para que recuerdes la secundaria, pero en lugar de tus amigas ahora estoy yo”

– “Vos vas a ser más suave, los hombres siempre lo son” respondió desafiante.

– “No te creas, ese es también un prejuicio feminista”

– “Ojala sea cierto” volvió a insistir, quería probarme.

Busqué en la bolsa un pepino de muy buen tamaño, quería que fuera lo más grande posible pero que por su forma fuera fácil de introducir, la hice parar, metí unos 5 cm del pepino en su culo, puse mis manos sobre sus hombros y la empujé fuerte para que cayera sentada de golpe en el sofá.

Logré mi objetivo, pego un terrible grito contra su voluntad cuando se le metió entero dentro del orto (y en seco), quedo sorprendida, casi sin poder respirar, sonreí mientras le decía “de nada y es sólo el principio”.

– “¿Puedo ver si el nene sigue dormido?” preguntó casi suplicando, evidentemente esa era su única preocupación.

– “Pero rápido”

Unos segundos después, estaba de nuevo en el living con cara más tranquila, dispuesta a seguir toda la noche como había propuesto; fui al baño, encontré fácilmente su secador de pelo, volví sonriente con él en la mano, no hacía falta ser muy inteligente para adivinar lo que seguía.

– “Sentate en el sofá y abrí bien las piernas”, obedeció sin chistar

Enchufé el aparato, lo puse en potencia máxima y metí la punta del caño en su concha, a medida que iba pasando el tiempo se le hacía más difícil quedarse quieta, se empezó a retorcer y a emitir pequeños ruiditos, transpiraba mucho pero no decía nada.

Debía ser dolorosísimo, a diferencia de las chicas de la película Vivi había sido “depilada” con fuego y alcohol en la mañana y acababa de introducirse una enorme berenjena en la concha, ella misma había dicho que la tenía supersensible, yo seguía impertérrito con mi tarea, pero, para ayudarla un poco, le masajeaba y le daba besitos en el clítoris.

Esperaba que en pocos minutos pidiera por favor que parara, no ocurrió, se sentía incluso olor a carne quemada, ella seguía con la misma actitud. No aguanté más, saqué el secador, ella suspiró aliviada, se la metí inmediatamente, literalmente hervía, incluso me quedó la pija irritada por algunos días.

Cogimos como animales, creo que acabé varias veces con la pija adentro, ella no paraba de gozar, no estoy seguro si me quede dormido o me desmayé.

Continuará

Relato erótico: “La presa” (POR ALFASCORPII)

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La noche era oscura y fría, una noche invernal que cubría con un manto blanco las calles de Oslo, convirtiendo el exterior en un lugar inhóspito cuya vida se ceñía a los inevitables desplazamientos entre los confortables y cálidos interiores de los edificios de la antigua ciudad vikinga.

Markus, como se hacía llamar en aquellas latitudes, había acudido a un congreso médico que se celebraba en un antiguo y lujoso hotel de la ciudad. Le gustaba todo lo que tuviera regusto antiguo, de épocas pasadas, y aunque sabía que “su enfermedad” no tenía cura, aquel congreso le venía como anillo al dedo para distraer su mente de la larga soledad y oscuros pensamientos que llenaban su vacía existencia.

Vivir durante el mes de Diciembre en la capital noruega, pudiendo elegir como residencia cualquier lugar del mundo, no era un simple capricho. Tenía como costumbre tomarse un mes de descanso al año, tras recorrer el mundo de un lado para otro representando distintas vidas, mientras arrebataba la esperanza de otras, y Oslo, con sus escasas seis horas diarias de luz durante esa época del año, era la urbe perfecta para aprovechar el tiempo intentando darle un sentido a su existencia, más allá del instinto de supervivencia.

Para aquella fría noche, al igual que en las dos precedentes, Markus representaría el papel que siempre representaba durante su estancia en la ciudad, el de un prestigioso médico dedicado a una secreta investigación para una acaudalada fundación. Fundación de la que sólo él sabía que era el fundador, y cuyo único miembro era él mismo.

La cena de gala que clausuraba el congreso ya había terminado, y aunque a él sólo le interesaban las conferencias celebradas por puro deleite intelectual, había asistido al banquete atraído por la belleza de una de las asistentes al evento.

Aludiendo a molestias estomacales, Markus no probó bocado de la exclusiva cena que se había servido en el más elegante salón del hotel, pero se divirtió departiendo con el resto de comensales de su mesa, ya liberados de la etiqueta estrictamente profesional, mientras su mirada se cruzaba una y otra vez con la joven beldad que había captado su atención durante el congreso, y que se sentaba en la mesa de al lado.

Durante su estancia en la ciudad nórdica, el atractivo “doctor” de mediana edad se imponía una rigurosa abstinencia, una dictatorial represión de sus apetitos, con el fin de pasar desapercibido y descansar de la continua caza que le llevaba a recorrer el mundo sin despertar sospechas sobre sus actividades. Pero aquella joven había despertado sus instintos y, aunque lo intentó, no pudo evitar sucumbir a ellos. Iniciaría el juego con ella y la convertiría en su presa.

Las mesas del banquete habían sido apartadas, y en una barra se servían las copas que los desinhibidos asistentes consumían sin mesura tras tres largas jornadas de conferencias y mesas redondas intercambiando conocimientos. La presa había conseguido apartarse del corrillo de doctores que la habían rodeado atraídos por sus encantos y, en un rincón más apartado, consumía una copa de champagne observando a sus colegas, cayendo una y otra vez en la cristalina mirada azul de Markus.

El cazador la tenía justo donde quería, habiéndola cautivado con esa mirada que, a ciencia cierta, sabía que era irresistible. Era el momento de pasar a la acción antes de que aquella preciosidad se viese nuevamente rodeada por “doctores amor”, porque, sin duda, aquella joven era la mujer más atractiva de todas las asistentes al congreso, la más sensual de todas las hospedadas en el hotel y, para Markus, la mujer más llamativa sobre la faz de la tierra.

Con paso decidido, una seductora media sonrisa y una penetrante mirada de cobalto, el cazador abordó a su presa, quien lo recibió con una amplia sonrisa y una brillante mirada.

— Supongo que ya estás harta de que te aborden eminencias medio borrachas — dijo Markus, elevando el tono de su voz por encima de la música.

— La verdad es que sí —confirmó ella—, aunque sé que es el precio que hay que pagar por ser una joven becaria. Todos quieren que forme parte de su equipo. ¿También tú vienes a proponérmelo?.

Markus rio con sinceridad.

— No, claro que no —contestó—. Yo no estoy medio borracho, así que no voy a proponerte que seas mi becaria, eso tendrías que ganártelo con unos méritos más trabajados que ser la mujer más bella que he visto nunca.

— Vaya… —dijo ella con un suspiro— Ahora sí que tienes toda mi atención. Entonces, ¿qué quieres proponerme tú?.

La joven esbozó una sonrisa pícara, con una caída de sus largas pestañas mientras estudiaba de arriba abajo al más que interesante madurito que se había plantado ante ella.

Él, seguro de sí mismo, del impacto que causaba en las mujeres, y su capacidad de persuasión, no dudó en su respuesta.

— Te propongo ir a tu habitación y hacerte pasar una noche con la que el mañana ya no importará.

— ¡Joder! —exclamó ella acalorada—. ¡Eso sí es ir al grano!.

«Soy un cazador, preciosa, y tú ya has caído en mi trampa», pensó él clavando su mirada en los enormes y profundos ojos negros de ella.

— Si fueras cualquiera, en otro momento, te habría seducido lentamente, y ambos nos habríamos divertido con ello —le confesó buceando con sus claros ojos en las oscuras aguas de los de ella—. Pero tú eres una excepción, me has deslumbrado. No entrabas en mis planes, y necesito imperiosamente saciarme de ti.

— ¡Uf, qué intenso! —volvió a exclamar ella, visiblemente afectada por las palabras y la mirada—. Pero tengo novio…

— Eso no es más que otro aliciente para hacerme desearte más… Él no está aquí, y tú también me deseas. Quieres ser traviesa por una noche…

— Quiero ser traviesa por una noche… —repitió ella— Me llamo Angélica, y mi habitación es la cuatro-cero-cuatro…

— Mi nombre no importa, pero si te excita saberlo, es Markus. Ve, y espérame allí —sentenció imperativa y seductoramente—. Tu reputación quedará intacta…

No era su reputación lo que le importaba, sino que a él le relacionasen con ella.

Angélica, dudando de si respondía a un deseo propio o a una orden, se despidió con un aleteo de pestañas.

El cazador se deleitó la vista con la gracilidad y elegancia de su presa al marcharse. Aquella joven era una pantera negra, de sensuales, elegantes y felinos movimientos, con una larga y ondulante melena azabache. Lucía para la ocasión un ceñido pero refinado vestido de noche, del mismo color que sus cabellos, que envolvía una espectacular figura de curvilínea silueta y esculturales proporciones, calzando unos vertiginosos tacones de aguja que la elevaban hasta más de metro ochenta de estatura. Pero si aquello aún no era razón suficiente como para romper su autoimpuesto voto de abstinencia, al sondear en los ónices de sus ojos, Markus había adivinado la furia salvaje que rugía en su interior, haciéndola aún más tentadora. Angélica era auténtica caza mayor.

2

Con un simple toque en la puerta cuatro-cero-cuatro, ésta se abrió sola, dando paso a un pequeño recibidor con armario empotrado y la puerta del cuarto de baño. Markus cerró tras de sí, colocando el cartel de “No molestar” en el picaporte, y cerrando el pestillo de la cerradura. Entró en la estancia principal, ricamente decorada con muebles y motivos dieciochescos que le trajeron recuerdos del pasado, y ahí, encontró a su pantera, de pie ante la cama, con las manos sobre sus caderas.

— Ya me parecía que tardabas —dijo Angélica observando de pies a cabeza al atractivo hombre de claros ojos, duras facciones, cabello entrecano e irresistible magnetismo—. Nunca he sido una chica fácil… Y no quiero engañar a mi novio… Pero no sé por qué, estoy dispuesta a hacer una excepción contigo.

— Porque eres mía desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez en la cena —contestó el cazador, acercándose y relamiéndose ante el manjar que se le presentaba.

La joven que tenía ante sí, era un espectacular ejemplo de belleza femenina. Ángélica, a sus veintiocho años, estaba en pleno apogeo de su agraciado físico. Su larga melena oscura como aquella noche, cayendo en cascada hasta la mitad de su espalda, enmarcaba un armonioso rostro de frente despejada; grandes y profundos ojos negros; nariz recta y algo afilada; altos y marcados pómulos: carnosos, sensuales y rojos labios, sobre una tez con un ligero tono tostado. Una auténtica preciosidad cuyos rasgos, en los que se adivinaban antepasados moriscos, eran especialmente exóticos en aquellas latitudes.

La genética se había elevado a la categoría de arte en aquella joven, consiguiendo que el elegante vestido de gala que enfundaba su curvilínea anatomía, permitiese a la vista disfrutar de la forma de un poderoso busto, altivo, generoso pero sin excesos, de redondas formas, y prominente sobre un plano abdomen delineado por los paréntesis invertidos que trazaban una estrecha cintura. Las caderas se ensanchaban, acentuando la curva del talle en perfecta proporción con las dimensiones del exquisito busto, para dar paso a unas largas piernas de firmes muslos. Y en cuanto a su trasero, era el paradigma de la perfecta redondez y consistencia que pueden adquirir unos glúteos cuando la genética y el ejercicio físico se alían para que sobre ellos se pueda hacer rebotar una moneda.

¿Cómo no iba Markus a caer en la tentación de romper sus votos de ayuno y celibato?.

Ante la oscura mirada de la chica, cargada de expectación y deseo, se quitó la chaqueta del exclusivo traje hecho a medida, y con rápida facilidad desanudó su corbata de seda para dejar ambas prendas sobre el respaldo de una silla Luis XVI. Angélica se mordió el labio al comprobar cómo sus fuertes pectorales se intuían bajo la fina camisa de seda italiana.

El cazador tomó a su presa por el talle, constatando que, gracias a los estilizados tacones que ella calzaba, ambos quedaban a la misma altura. En su juventud, él había sido considerado casi un gigante en su lugar de origen, pero las nuevas generaciones habían superado los límites impuestos por la mala alimentación para dejarle en la media de estatura del país en el que, durante aquel mes, residía.

Ella, rodeada por los fuertes brazos de aquel que la había cautivado, posó sus manos sobre su pecho, acariciándolo como queriendo constatar que era real.

— Eres preciosa —susurró él, acariciando su estilizada cintura y bajando suavemente para palpar la redondez de un culo que confirmó su excitante firmeza—. Y esta noche eres mía…

— Esta noche soy tuya —repitió ella, subiendo las manos por su torso para rodearle el cuello con los brazos.

La boca de Markus atrapó los carmesíes labios de la excitante hembra, succionando la carnosidad del pétalo inferior para rozarlo con sus dientes. Ella sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal, y un brote de calor y humedad en su entrepierna.

Angélica se apretó al duro cuerpo de quien le había hecho estremecerse, y con su lengua penetró a través de los labios que atrapaban el suyo, para hallar el húmedo músculo de él, que la recibió acariciándola para fundirse ambos en un desesperado beso.

El tacto de la piel de aquel hombre, bajo sus ardientes labios ansiosos por saborearle, le resultó tan gélido como la noche que más allá de esas paredes rompía con una nueva nevada, pero era compensado con el fogoso arrebato con el que él degustaba el aliento de su boca.

Las manos de Marcus recorrieron la exuberante figura de su deseada y, tras su nuca, bajo la sedosa melena, hallaron el nudo que mantenía el elegante vestido sobre su piel. Con habilidad, lo deshizo, y la prenda se abrió por la espalda para deslizarse por la bronceada anatomía de aquella becaria, dejándola en ropa interior.

El modelo de gala no había engañado en absoluto, Angélica tenía un cuerpo escultural, de complexión atlética, firme y tonificado, duro y fibroso, pero sin marcar músculo que denostase mínimamente su curvilínea feminidad.

El cazador rio internamente de pura satisfacción, era evidente que aquella joven había perfeccionado los maravillosos dones que la naturaleza le había dado con un intenso entrenamiento, lo que la revelaba como una persona sana, un manjar aún más exquisito.

El conjunto que llevaba, era fina lencería negra, aquella que hace enloquecer a los hombres, y que Markus intuyó que había sido regalo de su novio para disfrute de ambos. El sujetador, con encaje, era una prenda sincera que transparentaba unos generosos pechos de oscuros pezones erizados, sujetando sin la necesidad de realzar aquellas turgentes tetas, pues su naturaleza voluptuosa no necesitaba de artificios que convirtiesen la mediocridad en excelencia. Y la braguita, también con transparencias y encaje, permitía ver una despejada vulva, hinchada y húmeda, deseosa de ser atacada. Todo en aquella mujer invitaba a la lujuria.

Angélica estudió la reacción de su nuevo dueño ante su casi total desnudez, y vio cómo sus acuosos ojos brillaban de lascivia mientras su cuadrada mandíbula se tensionaba ante una excitación apenas contenida. Sonrió complacida, pero la sonrisa se le borró del rostro cuando, descendiendo la mirada por su anatomía, comprobó que no había una reacción aparente en la entrepierna de aquel que la devoraba con la mirada. Se sintió frustrada, pues ella estaba terriblemente excitada y necesitaba que él la deseara con todo su ser.

Dispuesta a darlo todo, para que realmente no importase el mañana, abandonó su sumisa actitud para pasar al ataque. Estaba completamente segura de lo que era capaz de provocar en los hombres, segura de su irresistible atractivo y salvaje sensualidad, por lo que se desabrochó el sujetador, quitándoselo lentamente para mostrar la exuberancia de sus turgencias como gemelas montañas desafiantes a la gravedad. Y acto seguido, con un sensual balanceo de caderas, deslizó la braguita por sus suaves y tersos muslos hasta que cayó al suelo. Alzando los brazos, como si fuera una sorpresa emergida de una tarta, mostró a aquel hombre la gloria de su desnudez, tan sólo adornada y ensalzada por los vertiginosos tacones sobre los que se erguía.

Él resopló con una media sonrisa dibujándose en sus labios, pero siguió sin haber señal de vida en la zona baja de su cuerpo.

Giró sobre sí misma, dándole la espalda y arqueándola ligeramente para ofrecerle la mejor vista posible de su prieto culito de melocotón, y la reacción ya no se hizo esperar.

En un arrebato de incontrolable hambre carnal, Markus se abalanzó sobre ella, tomándola desde atrás, pegando su cuerpo al de aquella diosa de melena de ébano y suave piel canela, para atraparla entre sus brazos mientras sus manos aferraban esas divinas tetazas para amasarlas con pasión.

Angélica sintió cómo todo su cuerpo se sacudía, y un gemido escapó de entre sus labios, ante el apasionado masaje en sus senos, haciendo que los pezones le ardiesen en contraste con las frías manos que convertían el intenso magreo en una sublime sensación contradictoria, mientras su coñito lloraba de emoción. Pero seguía faltándole algo.

Dejándose hacer, echó su cabeza hacia atrás, empujando con sus nalgas, buscando una esquiva dureza que parecía demasiado contenida en un represivo bóxer, hasta que sintió cómo los labios de aquel hombre le hacían unas deliciosas cosquillas en el cuello. Se entregó a la maravillosa sensación de aquellos besos, cada vez más largos, más profundos, más intensos y succionantes, haciéndole sentir una leve presión con la que esa excitante boca la transportó a un mundo de sensaciones desconocido para ella.

Angélica sentía la lengua de su amante acariciándole, poniéndole la piel de gallina y los pezones como si pudieran ser disparados. Sintió vértigo, y la cabeza comenzó a darle vueltas como en una atracción de feria, mientras que las manos que moldeaban sus pechos de forma maravillosa, se volvían cálidas iniciando un nuevo placer por el cambio. En las prietas carnes de su trasero, sintió la inconfundible presión de una fálica dureza revelando su grosor y longitud entre ellas, y los latidos de su corazón atronaron es sus sienes con un galope desbocado. Con sus fluidos mojando la cara interna de sus muslos, se sentía morir de gusto, a pesar de no haber sido penetrada.

Markus, al fin, había podido saciar el más apremiante de sus apetitos. Con su lengua, saliva y labios, había anestesiado parcialmente la sensible piel del cuello de su presa, y sus agudos colmillos la habían perforado hasta alcanzar la deliciosa arteria carótida, que inmediatamente inundó su boca con un cálido torrente del sabor salado y metálico de la sangre de aquella exquisita becaria. Bebió de ella, escanciando su juventud en su paladar para revitalizar cada fibra de su cuerpo a medida que vital líquido escarlata fluía por todo él, templándolo con su calor y permitiendo que el segundo de sus apetitos se manifestase alzando orgullosamente el estandarte de su virilidad.

El viejo vampiro, inmortalizado en el cuerpo de un atractivo y robusto hombre que había visto la luz unos mil novecientos años atrás, en Roma, con el nombre de Marcus, para abrazar la oscuridad treinta y ocho años después, paladeó la sangre que llevaba semanas sin probar, hasta que sintió que los latidos de su víctima la conducían inexorablemente a la muerte.

Realizando un esfuerzo que casi le resultaba doloroso, cerró los dos orificios del cuello de la joven con una gota de sangre de su propia lengua, no quería acabar aún con aquella belleza, ni que se desangrase por accidente. Con su necesidad primaria ya satisfecha, estaba preparado para gozar de aquella pantera que le había hecho caer en la tentación de poner en peligro su lugar de retiro anual.

3

Los labios de aquel que la estaba poseyendo se despegaron de su cuello y, mareada, Angélica sintió con excitación cómo la verga de aquel macho se apretaba contra su culo, volviéndola loca. Necesitaba aquel instrumento de placer, lo quería todo para ella.

Como flotando en una nube, se liberó del abrazo de su amante, que liberó sus pechos para que pudiera darse la vuelta y enfrentarse a él, quedando cara a cara.

— Quiero comerme tu polla —le soltó, teniéndose en pie a duras penas, a aquel atractivo rostro masculino que se había ruborizado.

El cazador esbozó una perversa media sonrisa.

— Tienes novio pero quieres comerte mi polla sin que haya tenido que utilizar mi influencia sobre ti —le susurró burlonamente—. Me encanta lo ligeras de cascos que sois las mujeres de ahora… ¿Cómo podría negarme ante semejante petición?.

Con dos rápidos movimientos, que la abotargada percepción de la joven no podría entender, se quedó desnudo ante ella, mostrándole un cuerpo musculado por el servicio a la legión, y preservado por el don vampírico.

El Marcus romano había sido un bruto que había aprovechado su superioridad física sobre sus coetáneos para erigirse como un titán, un auténtico arma de guerra, un instrumento de muerte al servicio del emperador. Pero, al poco de licenciarse, trabajando como guardia personal de un patricio, su vida se vio truncada por el encuentro que le llevó a la muerte y dio rienda suelta a su oscuridad interior. En un arrebato de cólera, acabó con su creador, y durante un milenio sembró el terror por el antiguo imperio, las tierras bárbaras y los confines de la sombría Europa que siguió a la caída de su amada águila imperial. Hasta que la propia inmortalidad, con su inexorable y lento avance, le fue puliendo, obligándole a evolucionar para que su mente no se desquiciara por una eternidad de muerte en vida. Al final, tras una larga etapa de constante evolución en la sombra, la llegada del Renacimiento coincidió con el evolutivo salto de su intelecto, haciéndole ver una luz que jamás había tenido en su cerebro, convirtiéndole en un ser no sólo sediento de sangre y sexo, sino también de conocimiento.

Angélica quedó impresionada ante el impacto visual de aquel atractivo y poderoso cuerpo. Lo había intuido por cómo le quedaba el carísimo traje hecho a medida, pero la realidad superaba ampliamente sus expectativas. Markus era todo un David de Miguel Ángel, y ese falo, que se había resistido a alzarse a sus encantos, era un magnífico ejemplar de potencia masculina, con un tronco grueso, suculentamente grueso, y una generosa longitud que se curvaba maravillosamente, con su piel retirada para mostrar un brillante glande, rosado y algo lanceolado, apuntándole a ella con descaro.

— ¡Joder, pero qué bueno estás! —se sorprendió a si misma exclamando.

Markus vio cómo aquella morenaza de increíbles ojos de ónice se ponía de rodillas ante él y, a pesar del debilitamiento por la pérdida de sangre, tomaba su miembro con la mano derecha con decisión, acariciándolo suavemente y haciéndole estremecer. Sus rojos labios formaron una “o” perfecta, y se posaron sobre su balano para besarlo.

— Eso es, preciosa, cómetelo sin dudarlo, que te aseguro que la noche será larga…

Angélica succionó la suave carne y, aunque se sentía muy mareada, disfrutó del salado gusto en su lengua y el cosquilleo en sus labios, cuando bajó el escalón de la corona de aquel cetro para que todo el glande quedase dentro de su boca.

El macho suspiró entre dientes, metiendo sus dedos entre sus largos y sedosos cabellos.

La joven sintió cómo le sujetaba la cabeza, y supo que iba por buen camino, así que chupó aquella suave testa, acariciándola con los labios mientras escuchaba los placenteros gruñidos del afortunado que había conseguido que necesitase y desease hacer aquello. Deslizó su escurridizo músculo por toda la piel, recorriendo el grueso contorno mientras sus labios presionaban la corona, hasta que sintió cómo unas gotas, de consistencia aceitosa, se derramaban sobre su lengua para deleitarle con el sabor de la lubricación masculina. Golosamente, succionó la dura polla, introduciéndosela más en la boca para que alcanzase su garganta, arrastrando consigo el néctar que acababa de degustar.

— Oooohh —gimió Markus, contrayendo los glúteos de puro placer—.Así de profundo… Trágatela entera…

En cuanto tragó saliva, llevando consigo el líquido preseminal, Angélica percibió que se sentía mejor, menos mareada, y más hambrienta. Succionó la pértiga mientras la desencajaba de su garganta y la hacía salir embadurnada con su saliva, hasta llegar a la punta, estrangulándola con sus carnosos labios para volver a introducírsela con gula. Su coño ardía por la excitación de tener semejante herramienta llenándole la boca.

Makus estaba en la gloria. Con todo su ser revitalizado por la exquisita sangre de aquella excitante hembra, podía disfrutar al máximo de su habilidad oral, que le estaba haciendo gruñir con la pericia y gula con la que se tragaba su sable. Sintió cómo succionaba con fuerza, llegando profundo, embriagándole con la calidez de su boca, la suavidad de sus labios, las caricias de su lengua y la presión de su paladar y carrillos, incrementando paulatinamente el ritmo de la mamada, hasta alcanzar una enloquecedora cadencia de voraz succión.

Cuanto más comía de aquella dura carne, mejor se sentía Angélica. Estaba terriblemente excitada, siempre le había encantado comerse una buena verga, pero es que, además, la sensación de debilidad que había sentido se estaba mitigando, animándole a dar lo mejor de sí misma en aquella felación. Así que chupó aquel cetro como si la vida le fuera en ello, con tal pasión recorriendo todo el troco con sus labios para sentir el balano alojándose en su garganta, que en poco tiempo sintió sobre su lengua cómo el duro músculo palpitaba.

Markus constató que no se había equivocado. Aquella becaria, además de un delicioso alimento para apagar su sed, y un magnífico exponente de sensual belleza femenina, era una hembra salvaje por la que merecería la pena arriesgar su lugar de retiro. La espartana abstinencia a la que se había sometido, y la excelencia de aquella felación, le pasaron una placentera factura. Sujetando aquella suave melena azabache, entró en erupción dentro de la boca de la joven, inundándola con su estéril simiente entre temblores de todo su cuerpo.

La cálida leche irrumpió con furia contra el paladar de Angélica, saturándola con su sabor a hombre, abrasándole la lengua con su densa textura. ¡Cómo le gustaba esa sensación!. Le encantaba sentir cómo los hombres se derretían en su boca, cómo eyaculaban su sabrosa leche con una pasión desatada, obligándole a seguir chupando para obtener de ellos hasta la última gota del exclusivo elixir. Y el semen de aquel macho era especialmente delicioso y abundante, convirtiendo en un auténtico placer el ingerirlo para sentir cómo se deslizaba por su garganta, cálido y revitalizante como un trago de buen ron añejo.

Sintiendo cómo la golosa hembra apuraba los últimos lechazos de su convulsionante miembro, Markus tuvo que contener sus impulsos para no aplastar entre sus manos, con su sobrenatural fuerza, la linda cabeza que le estaba transportando a un cielo que él jamás vería.

Tragando hasta que su nuevo dueño se vació en ella, Angélica se sintió renovada, totalmente recuperada de su extraña debilidad, recargada de una estimulante energía que la hizo sentirse mejor que nunca, capaz de cualquier cosa. Y en aquel momento deseó, aún más, al terriblemente atractivo hombre que había despertado su lado más salvaje.

Con una última succión, comprobó que aquella suculenta virilidad no languidecía tras su catarsis, por lo que se puso en pie exultante.

— ¿Aún estás listo para darme lo que has alardeado? —preguntó provocativa.

— Yo no necesito descansar —respondió él con su cautivadora media sonrisa—. Lo que yo voy a darte, tu novio no podría dártelo en un millón de vidas. Te voy follar hasta matarte…

— ¡Uf! —suspiró ella, acariciando su fuerte torso—. Con que cumplas la mitad de lo que prometen tus palabras…

Aquella chica no sólo era un bombón, era una auténtica diosa lujuriosa, y Markus sabía que podría gozar de ella en toda su plenitud, a pesar de haberla desangrado parcialmente, pues la ingesta de cualquiera de sus fluidos producía un efecto regenerativo en los humanos, y aquella voraz muchachita había tomado una buena ración de semen.

Se abalanzó sobre ella, llevado por el deseo desatado, tomando sus orgullosos pechos con ambas manos y estrujándolos con lascivia. Esas tetas, de suave piel canela, eran una maravilla de joven turgencia, generoso volumen globoso y moldeable consistencia, unos senos dignos de coronarse entre los mejores de los miles que habían pasado por sus manos.

Conteniendo el impulso de clavar los colmillos en ellos y acabar precipitadamente con el juego, se los comió con ansia, introduciendo en su boca cuanta carne era capaza de abarcar, amamantándose de ellos mientras Angélica gemía extasiada. Lamiendo los marronáceos y erizados pezones con su veloz lengua vampírica, empujó con su pelvis para hallar la humedad de la vulva que se derretía ante aquel vigoroso tratamiento pectoral, sintiendo en toda la longitud de su lanza que aquella gruta emitía tanto calor como la boca del infierno.

Bajó una de sus manos, y atenazó uno de los redondos y prietos glúteos de su presa, oprimiéndola más contra él, mientras incidía una y otra vez entre los labios vaginales con su pétrea barra de carne, deslizándola arriba y abajo, en toda su longitud, frotando con su dureza el erecto clítoris para hacerlo vibrar.

— Joder, joder, joder… —repetía Angélica entre jadeos, totalmente entregada al placer con sus brazos sobre los hombros de su amante.

Sin dejar de comerse los dulces melones, y amasarlos con una mano como un panadero, el vampiro siguió embadurnando su verga con el cálido zumo de hembra, a base de rápidos movimientos de frotación del sensible botón, mientras la mano que se aferraba a la firme nalga estiraba uno de sus dedos para, repentinamente, colarse entre las dos rocas de río y profanar con decisión el tierno agujerito escondido entre ellas.

— ¡Oooooh! —gritó la perforada con sorpresa y gusto—. ¡Es demasiado!.

Haciendo caso omiso, pues la falange había entrado con facilidad confirmando que aquel ano estaba entrenado en los placeres traseros, Markus efectuó un rápido mete y saca acompasado con el empuje de su pelvis.

Angélica sintió que se derramaba, convulsionándose todo su cuerpo con un glorioso orgasmo que recorrió toda su anatomía como ondas sísmicas en la corteza terrestre.

— ¡Dios, qué bueno eres! —exclamó experimentando sus últimos ecos.

— No he hecho más que empezar —contestó él, incorporándose para quedar cara a cara—. Te he dicho que eres mía, y ahora te voy a poseer.

Agarrándola del culo para alzarla con pasmosa facilidad, Markus tomó a su víctima de los muslos, le abrió las piernas, y la ensartó con su pértiga hasta sentir sus perfectas nalgas golpeando sobre sus propios muslos.

La joven gritó sorprendida y complacida al sentir, repentinamente, cómo la dura barra de carne que le había llevado hasta el delirio frotándole el clítoris, abría su intimidad sin esfuerzo para penetrarla hasta dejarla sin aliento, con un golpe seco que encajó toda su longitud y placentero grosor en su hambrienta vagina, dilatándole por dentro para hacerla sentirse llena de hombre.

Con la presa bien ensartada en su arma, disfrutando de las poderosas y exquisitas contracciones de un coño estrecho y ansioso, Markus la agarró de su redondeado culo, comprimiéndoselo con pasión mientras lo subía y bajaba sobre su asta, fusionándose las pelvis de ambos.

Angélica nunca se había sentido manejada así, con semejante facilidad, como si su liviano peso fuera inexistente. Montada sobre aquel semental, aplastada contra él, se sentía como un instrumento para obtener placer, manipulada con destreza y precisión para que los potentes músculos de su vagina estrangulasen al invasor que le hacía jadear de puro gusto, y era tan increíblemente excitante y placentero…

De pronto, envuelta en una vorágine de placer con el que todo su cuerpo vibraba, y sin saber cómo había llegado hasta ahí, se encontró tumbada sobre la cama, con sus piernas abrazadas a las caderas de aquel potente macho, clavándole las uñas en la musculosa espalda, y con sus pechos meciéndose como dos enormes flanes agitados en sus platos, mientras éste la follaba salvajemente con un vigoroso mete y saca de endiablado ritmo y profundidad, derritiéndola por dentro con su punzón al rojo vivo, mientras su pubis machacaba incesantemente la sensible perla para hacerle alcanzar un brutal nuevo orgasmo.

El depredador estaba gozando como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Aquella sensual belleza que había captado su atención desde que la vio en la primera conferencia del congreso, aguantaba su fiero ritmo y le pedía aún más, incitándole con sus uñas y exprimiéndole con su coño mientras sus bamboleantes senos le hipnotizaban con su danza. Hasta que todo su lujurioso cuerpo se convulsionó, arqueándosele la espalda sobre el lecho para formar un excitante puente veneciano, alzando sus pechos hacia el cielo en una catarsis con la que aulló extasiada mientras él seguía embistiéndola sin desfallecer, glorificando su éxtasis para solo detenerse cuando la vorágine orgásmica, al fin, declinó.

— Me has matado de placer —dijo Angélica, reponiéndose de la brutal experiencia.

«Aún no, preciosa», pensó él, «pero ese será tu inevitable final…».

— Pero tú no te has corrido —observó la chica con un tono de decepción—. Sigo sintiendo tu polla durísima clavándoseme… Ummm, me encantaría sentir cómo te corres dentro de mí… ¡Quiero follarte hasta dejarte seco!.

— Entonces tendrás que esforzarte —contestó Markus esbozando su media sonrisa de perversión.

«Conseguirás que me corra, pero serás tú la que se quedará seca cuando acabe de divertirme contigo», dijo para sus adentros.

Markus sacó su acero de la deliciosa vaina que lo había recubierto con su orgásmica lubricación, y la joven, sintiéndose liberada, rápidamente giró para ponerse sobre él, dispuesta a darle su merecido. Pero el vampiro no estaba por la labor de otorgarle completamente el control, por lo que en cuanto la tuvo a horcajadas sobre él, la agarró del culo, y sin darle tiempo a terminar de incorporarse, la sentó sobre su polla ensartándola hasta el fondo.

Angélica volvió a gritar, de nuevo sorprendida y complacida por la poderosa sensación de recibir ese pétreo músculo abriéndola por dentro. Su mente se quedó en blanco, obnubilada por el placer, y todo su cuerpo respondió a él, relevando a su mente del mando para comenzar con un suave contoneo de caderas, realizando movimientos circulares con ellas para deleitarse con la dureza, longitud y grosor de aquel invasor alojado en su santuario de feminidad.

Markus gruñó de puro placer, su presa sabía moverse, y ese encharcado coño era un formidable anfitrión para su exultante virilidad. Ardía devorando su polla con un poderoso masaje y hambre de postguerra, obligándole a elevar su cadera para que su amazona se irguiera completamente sobre la montura, clavándose en ella como los cuerpos de los enemigos en su gladius durante las batallas de una juventud que hacía casi dos milenios que había dejado atrás. Y esa moderna Venus era preciosa, un auténtico regalo para la vista y todos los sentidos, una diosa del Olimpo reencarnada en el avanzado mundo moderno para hacerse suya durante una noche, y darle el néctar y ambrosía que su naturaleza, procedente del mismísimo Plutón, tenía prohibido probar.

El antiguo y rudo legionario, reconvertido en sofisticado y culto hombre moderno, se recreó contemplando las muestras de placer que se dibujaban en aquel agraciado rostro que le observaba desde las alturas, mientras parecía querer sacarle punta a su ya agudo pilum acelerando el movimiento de sus caderas. Sus grandes y fascinantes ojos negros contenían una llama de lascivia en su oscuridad, mientras sus rojos labios, como una fresa madura, eran castigados por las perlas de sus dientes para ser inmediatamente lubricados con la erótica caricia de su lengua. Su ondulada melena, de oscuro brillo, se agitaba con la cabalgada y caía en siniestra cascada sobre las magníficas protuberancias de sus pechos, ocultándolos parcialmente para asomar insistentemente, entre los sedosos cabellos, los tostados y erectos pezones que invitaban a ser pellizcados.

Las manos del vampiro, calientes por la sangre que las había alimentado, acudieron a la llamada de esas exquisitas cúspides mamarias, apartando los cabellos para poder admirar y palpar la perfecta redondez de unos generosos pechos, adornados con esas marronáceas areolas cuyo erizado centro apuntaba al frente con descaro. Pellizcó los pezones, provocando un placentero quejido en su amazona, y ésta aceleró el ritmo de la cabalgada, haciendo que sus gloriosas tetas bailasen al ritmo de sus caderas.

Escuchando los jadeos de la hembra embriagada de placer, masajeando su enhiesto músculo con experta lujuria, Markus atrapó los voluptuosos atributos femeninos y los estrujó con sus dedos, disfrutando de su suavidad y turgencia.

Angélica se sentía como borracha, ningún hombre le había excitado tanto como para hacerle perder completamente los papeles, pero cuando esas experimentadas manos oprimieron sus pechos, dándole un vigoroso e increíblemente satisfactorio masaje, mientras la potente polla le abría las entrañas, la cordura se desvaneció de su mente para hacerle botar salvajemente sobre su montura, deslizándose arriba y abajo por la lanza que la ensartaba, haciéndole gritar. La sentía punzándole la boca del útero, mientras sus nalgas aplaudían cada profunda penetración sobre los muslos del macho, arrastrándola irremediablemente hacia un nuevo orgasmo.

Markus se sintió tan vivo como casi veinte siglos atrás, tan irónicamente vivo como en aquella noche en la que los latidos de su corazón se desbocaron para acabar deteniéndose, y sólo reiniciarse con el bombeo de una sangre ajena que le abrió las puertas de la oscuridad eterna. El éxtasis recorrió cada fibra de su preternatural ser, y se corrió con furia, expeliendo el ardiente producto de su excitación con gratificante generosidad en el interior de su poseída.

Cuando sintió el hirviente semen del macho regando sus entrañas, Angélica se sintió transportada a la más alta cumbre de cuantos orgasmos había experimentado jamás. Perdió toda noción de la realidad, convertida en un ser sensorial incapaz de contener en su cuerpo tanto placer, explotando como una supernova originada en el universo interior de su coño, para expandirse con espasmos e incontenibles contracciones, propagando la excelsa sensación a cada átomo de su ser. Hasta que se derrumbó, relajada, sobre el pecho de su amante.

— Lo has conseguido, preciosa —susurró el satisfecho cazador, atrapándola entre sus brazos.

— Jamás imaginé que pudiera ser tan intenso… —murmuró la presa contra el fuerte torso.

— Porque no sabes de lo que soy capaz —contestó él con una sonrisa burlona.

— Tampoco tú sabes sobre mí…

— Sé lo suficiente: que eres una espectacular diosa que necesitaba a alguien que explorase tus límites, porque es evidente que tu novio nunca los ha alcanzado. Yo te voy a hacer traspasarlos, y para ello voy a comerte como él nunca te ha comido, porque eres deliciosa.

— Como él nunca me ha comido… —repitió ella sintiendo un escalofrío.

Angélica quedó a merced de su dueño cuando la hizo girar para dejarla inmóvil bajo el peso de su duro cuerpo de guerrero curtido en mil batallas. Sintió los apremiantes labios sobre su cuello, y todo su cuerpo se estremeció ante la perspectiva de un beso tan profundo como aquel que la había hecho suya, pero, sujetándola por las muñecas sobre su cabeza, su amante descendió hasta la clavícula, haciéndole sentir en todo momento que su polla seguía poderosamente erguida, presionándole el pubis.

Markus descendió hasta las turgentes glándulas mamarias, cuyos pezones volvían a erguirse como pagodas coronando los divinos montes, y se las comió succionando cuanto volumen fue capaz, sintiendo en su miembro cómo la humedad volvía a hacerse presente en la entrepierna de aquel exquisito bocado, mientras su lengua jugueteaba con las erizadas cúspides. Continuó descendiendo, aspirando el penetrante aroma a hembra que saturaba su olfato a medida que lo hacía, arrastrando su lengua por el plano vientre mientras sus manos tomaban el relevo de su boca en la cordillera franqueada.

La joven temblaba sintiendo cómo las caricias linguales y besos que habían estimulado maravillosamente sus pechos, se acercaban a la gruta que había vuelto a encender sus calderas para recibir calurosamente al que se anticipaba como su huésped. Y éste no se hizo esperar. Un cosquilleo en sus labios mayores le hizo suspirar para invitarle a entrar, y el invitado no dudó en abrirse paso entre pliegues carnosos para penetrar con húmeda facilidad por la abertura, arrancándole un gemido cuando la punta de la escurridiza lengua traspasó el umbral de sus placeres.

— ¡Dios, qué gusto!, cómeme entera —se sorprendió a sí misma pidiéndole.

Aquel mojado músculo se agitó en la antesala de su coñito, haciéndola gemir y lubricar para su comensal, y subió para pulsar su sensible botón mientras el masaje en sus pechos se intensificaba. Angélica nunca se había sentido tan abandonada a las sensaciones, como si no tuviera más voluntad que ser devorada, pues en aquel instante, ser devorada era lo único que deseaba, sin importarle nada más.

La lengua abandonó su clítoris, pero no hubo lugar para la decepción, porque inmediatamente se coló en su vagina, poniéndose dura para penetrarla y retorcerse en su entrada.

— Soy tuya, soy tuya, soy tuya… —se oyó repitiendo una y otra vez, tomando las manos de su amante para, juntos, intensificar aún más el masaje en sus pechos.

El vampiro degustó el exquisito zumo de hembra, como una golosina que no alimenta pero sí satisface al paladar y, llevado por el incitante calor que sentía y le llamaba, tuvo la necesidad de profundizar.

— ¡Oh, Dios mío! —gritó Angélica.

Sintió cómo los labios de su amante se acoplaban a su vulva, y el húmedo músculo que lamía sus labios menores introduciéndose entre ellos apenas unos milímetros, parecía prolongarse, penetrándola para introducirse en su coño más allá de lo imaginable y retorcerse como una escurridiza anguila acariciando sus paredes internas. La joven nunca había experimentado nada parecido, jamás había sentido una lengua tan dentro, ni en sus más alocadas fantasías había imaginado que aquel apéndice pudiera profundizar tanto como para contorsionarse jugosamente en su vagina, volviéndola loca con el húmedo estímulo de su punto “G” y todo su interior, como si fuera una polla dotada de la movilidad de una serpiente recién decapitada.

El orgasmo, repentino y precipitado, sorprendente y poderoso, le sobrevino convirtiéndola en un cuerpo incandescente, entrando en combustión, y haciéndole emitir un largo suspiro cuando toda ella se relajó, sintiendo el cosquilleo que le produjo la sobrenatural lengua deslizándose por su coñito para retirarse, dejándola completamente agotada y confusa.

Con el exclusivo e intenso sabor del orgasmo femenino deleitando aún sus papilas, Markus volvió a sentirse hambriento, como quien toma un aperitivo para abrir su apetito antes de darse un verdadero festín. Soltó los castigados pechos de su presa, y descendió besando la suave y sensible piel de la cara interna del terso muslo izquierdo de la chica, acariciándola con sus labios y lengua, hasta que sus colmillos perforaron la dermis alcanzando la gruesa arteria femoral para saciar su hambre.

Con las manos sobre sus doloridos y excitados pechos, tras ser abandonados por las manos de su amante, Angélica sintió cómo aquel dios del sexo, que jamás desfallecía, descendía besando uno de sus muslos mientras metía las manos bajo su culo para sujetarla apretando sus glúteos. Los besos eran deliciosos, suaves al principio y profundos después, tan profundos, que sintió una presión y posterior succión que la hicieron flotar como drogada.

Como ya le había ocurrido al principio de aquella maratoniana sesión de sexo, la cabeza comenzó a darle vueltas, los latidos de su corazón se aceleraron como en los momentos álgidos de su entrenamiento físico, y sintió cómo todo su cuerpo parecía transfigurarse en el de una muñeca de trapo.

El vampiro bebió la cálida y especialmente deliciosa sangre de su víctima, sintiendo cómo su vida fluía a través de aquella arteria para atravesar su garganta, saciando su sed y satisfaciendo su ego de poderoso ser superior. Tuvo el impulso se acabar con todo en ese instante, de desangrar a Angélica y dar por concluida una magnífica velada. Pero la invernal noche de Oslo era larga y aún joven, y esa becaria era un manjar demasiado exquisito y poco común como para no seguir disfrutando de él en todos los aspectos, por lo que decidió cerrar las laceraciones. Aquella yegua aún podía ser montada, regalándole más de una buena cabalgada, para despedirse por todo lo alto de la ciudad que había sido su recurrente lugar de retiro en el último medio siglo.

4

Había dejado a la joven medio muerta y, seguramente, si su constitución hubiera sido más débil, no habría sobrevivido a la sed vampírica. Pero Angélica era fuerte, salvaje, y con unas ganas de vivir que Markus admiró. Sería una pena matarla poco antes del amanecer, pero era el inevitable final. El viejo vampiro no dejaba cabos sueltos.

La necesitaba en buena forma, puesto que, con el erotismo de ese irresistible cuerpo desnudo y su sangre revitalizando todo su ser sobrenatural, la erección del antiguo legionario y su capacidad para correrse quedaban mucho más allá de los límites humanos, convirtiendo su verga en un perpetuo volcán alimentado con la incandescente e inagotable lava de las entrañas de La Tierra.

Markus ascendió por la excitante anatomía de la deliciosa joven, que jadeaba tratando de recobrar el aliento, incapaz de moverse, y ante sus bellos e incrédulos ojos de ónice, colocó su grueso glande entre los carnosos labios, cuyo natural color carmesí se había tornado pálido en un lívido rostro, para penetrarlos e introducirle la polla en la boca con un empuje pélvico.

Angélica, inmóvil, débil y sudorosa, con su mente perdiéndose en una nebulosa, observó cómo los marcados y atractivos abdominales de aquel que la había dejado desfallecida, se aproximaban a su rostro mientras sentía cómo un grueso, duro y cálido objeto presionaba sus labios introduciéndose entre ellos para llenarle la boca con palpitante carne. El regusto de la lubricación masculina recorrió su lengua con el avance, y cuando la cabeza de aquel cetro llegó a su garganta, su mente se despejó para constatar que su cavidad bucal había sido invadida por la sabrosa polla de aquel insaciable hombre.

Sabiendo que su sometida no tardaría en recuperar vigor con el tratamiento para su debilidad que le estaba suministrando, Markus se folló esa cálida boca de suaves y jugosos labios con una cadenciosa bajada y subida de caderas, sacando y metiendo su potente verga para deslizarla por una lengua que empezaba a recobrar la vida.

El sabor de la aceitosa muestra de excitación que seguía derramándose, gota a gota, sobre su lengua para terminar siendo tragado, excitó tanto a Angélica, que empezó a colaborar en su propia violación bucal, acariciando con su lengua al duro invasor para obtener más de ese delicioso elixir. Su mente se había despejado, y experimentó cómo iba recobrando sus fuerzas, permitiéndole chupar ejerciendo presión con sus labios, y succionar con ganas la barra de carne que entraba y salía de su boca.

Esa cálida cavidad comenzaba a darle mayor satisfacción, obligando a Markus a contenerse cada vez que profundizaba instalando la punta de su lanza en la estrecha garganta que la envolvía. Esa becaria era una auténtica viciosa, a pesar de su evidente debilidad por la pérdida de sangre, chupaba con ganas, y ya había subido las manos para agarrar su culo y apretar sus glúteos en tensión, siendo ella misma la que pedía más y más.

En aquel momento, el depredador tuvo la seguridad de que la chica le había mentido afirmando que no quería engañar a su novio. Estaba seguro de que era algo que hacía muy habitualmente. Semejante bellezón, con tamaño apetito, seguro que se había tragado las pollas de cuantos atractivos doctores se le habían puesto a tiro. Pero eso a él no le importaba, porque esa noche era suya, y cuando terminase con ella, ya no sería de nadie más.

A pesar de ser él quien marcaba el ritmo de la mamada, la creciente gula de su felatriz, cada vez más ansiosa, más placentera y succionante, le hizo saber que estaba lista para darle la mejor de las satisfacciones, por lo que le sacó el miembro de la boca para ponerse de pie en la cama, agarrándola de la nuca y ayudándola a incorporarse y sentarse para volver a meterle su rabo hasta la garganta.

Angélica se vio sorprendida por la brusca maniobra. Ahora que se sentía mejor, deseaba comerse esa verga hasta obtener su cálida leche, haciendo innecesario el que casi se ahogase cuando aquel glande penetró dilatándole la garganta. Pero parecía que aquel que se erigía como su amo, tras dos corridas, necesitaba experiencias más fuertes, así que sintió cómo le tiraba de su negra cabellera para sacarle el bate de la boca.

— Ahora sí que voy a follarme bien esa preciosa cara de viciosa que tienes —dijo Markus desde las alturas.

Angélica, con lágrimas en los ojos, asintió con sumisión. Ella también lo deseaba, y la violencia, con cierta medida, le excitaba sobremanera.

El experimentado dios del sexo agarró bien la larga melena azabache, enrollándola en sus manos como si tomara unas riendas, y metió de golpe su estaca entre los rosados labios, que la recibieron acompañando el empuje con una exquisita succión que le hizo vibrar hasta que la fina nariz de su esclava contactó con su pubis. Markus rugió de placer.

A pesar de verse obligada, la joven tenía auténtica necesidad de comerse esa verga, por lo que chupó con todas sus ganas, hundiendo sus carrillos y tragando saliva para devorar el marmóreo falo con el que aquel dominante hombre le follaba la boca con rudeza, tirando de sus cabellos y atrayéndole hacia él con movimientos pélvicos.

¡Qué bien se tragaba su polla aquella becaria!, ¡menuda experta mamadora estaba hecha!. Markus sólo había conocido a una mujer capaz de rivalizar con ella, una sensual vampiresa que había conocido dos siglos atrás, en uno de sus viajes por Oriente Medio. Aquella experta felatriz decía ser la mismísima Cleopatra, y había variado su dieta para alimentarse, casi exclusivamente, del semen de todos los hombres que vivían en la región. Podía comerse unos cincuenta rabos cada noche y, el refinado aristócrata que él era en aquella época, disfrutó de su peculiar hambre y pericia durante un mes, al cabo del cual constató que estaba completamente loca. La inmortalidad la había trastornado, volviéndola peligrosa, así que tras eyacular en su boca por enésima vez, Marcus le arrancó la cabeza sin miramientos, para decepción de todos los habitantes masculinos del lugar cuando supieron de su desaparición.

El macho gruñía follándole la boca con violencia, pero cuanto más lo hacía, mejor se sentía Angélica, haciéndola esforzarse en cada chupada como si la vida le fuera en ello. Hasta que, tras unos minutos de tirones de pelo, idas y venidas pélvicas y cervicales, y engullido de pétrea carne, sintió la cálida explosión de denso néctar masculino anegando su garganta, obligándole a tragar con más empujones de polla perforándole los labios, llenándosele los carrillos con borbotones de mucilaginosa leche de macho que la joven se esmeró en tragar ávidamente.

Markus se corrió gloriosamente dentro de aquella boca, con una abundante corrida que eyaculó con varios espasmos mientras no dejaba de mover su convulsionante virilidad, adelante y atrás, en la divina cavidad. Hasta que sintió que se vaciaba, observando con deleite cómo la preciosa hembra tragaba los últimos lechazos, con sus labios habiendo recuperado su intenso color rojo, y su tez reanimada con color en sus mejillas.

Angélica se sintió como si resucitase, completamente renovada, plena de energía, y miró exultante al hacedor de aquella sensación, quien la miraba desde las alturas con su media sonrisa, los claros ojos inyectados en sangre, y su erección reacia a decaer.

— Mejor ahora, ¿verdad? —le dijo él con sarcasmo.

— Me siento con fuerzas para lo que sea —contestó ella.

Con la frase aún flotando en el aire, sin posibilidad siquiera de pestañear, Angélica se encontró colocada a cuatro patas sobre la cama, con Markus de rodillas tras ella y su lanceolado glande apuntando directamente hacia sus nalgas, preparada para ser enculada.

La criatura, en un alarde de su vampírica fuerza y velocidad, dejando de lado cualquier enmascaramiento que revelase su condición, manejó a la chica como a un títere, colocándola en la posición idónea para materializar lo que había deseado desde el primer instante en que había visto ese redondo culito meneándose por la sala de conferencias del hotel.

Por unos instantes, recreó su aguda vista de cazador nocturno con la esplendorosa imagen de aquel joven culo de perfectas proporciones, tersa piel canela y excitantes nalgas respingonas de forma redondeada. Tomó los divinos glúteos con sus manos, y los acarició presionándolos para deleitarse con su firmeza, escuchando a su presa suspirar. Aquel era un culo esculpido para el pecado, y Markus era un gran e incorregible pecador.

Colocó su glande entre las dos ribereñas rocas, deslizándolo entre ellas con la suavidad que proporcionaba la saliva de la becaria embadurnando toda su verga.

— Jodeeeerrrr… —expresó ella ante la sublime sensación del rígido músculo acariciando sus cachas para instalarse entre ellas, arqueando la espalda y ofreciéndole a su semental la más erótica visión de su cuerpo dispuesto.

— Eres puro fuego, preciosa —le dijo él desde atrás—, y yo me quiero quemar.

Su balano halló la suave y delicada piel del ano, presionándolo para constatar que éste estaba relajado por la excitación y completamente receptivo a lo que estaba por llegar. Eso lo haría todo más fácil, para hacerles disfrutar a ambos, pero aunque no hubiera sido así, a Markus le habría dado igual. Los gritos de dolor eran la banda sonora de su existencia, llegando, incluso, a resultarle afrodisíacos. No pocas veces había disfrutado torturando a sus víctimas, saboreando su dolor, sufrimiento y terror, sobre todo durante el primer milenio de su azarosa no-vida. Pero esta no sería una de aquellas ocasiones.

Atenazando con firmeza las anchas caderas de la yegua, el jinete tiró de ella y empujó poderosamente con su pelvis. Su ariete traspasó la estrecha entrada con brutalidad, insertándose por el ojal para que toda la gruesa longitud de su polla penetrase profundamente por el estrecho conducto, dilatándolo a su paso, hasta que su pubis resonó como una bofetada al golpear las duras nalgas.

— ¡Aaaahh! —gritó Angélica con la mezcla de dolor y placer que le produjo semejante perforación, quedándose sin respiración cuando, con el chasquido en sus glúteos, quedó completamente empalada.

Con gusto había sentido cómo la punta de la lanza de su jinete había presionado su agujerito, abriéndolo y asomándose a él, provocándole un delicioso cosquilleo y sensación de apertura. Pero la salvaje embestida con la que le había clavado el pitón, había dilatado violentamente su entrada, haciéndosela sentir como un aro de fuego cuando la gruesa corona exigió el máximo diámetro del ojal, pero relajándose levemente, para su alivio, al dar paso al resto del duro tronco introduciéndose a fondo y arrastrándose por sus entrañas. El azote en su culito, con la pelvis del macho, había sido sublime para ella.

Su cuerpo, acostumbrado a darse con cierta frecuencia un homenaje con la práctica de la sodomía, no tardó en aceptar de buen grado el grosor de esa anaconda refugiada en su estrecho conducto, experimentando una agradable sensación que hizo desaparecer el inicial ardor anal.

Markus había clavado su fuste a fondo, sintiéndolo asfixiado en las profundidades de ese joven cuerpo que lo comprimía de forma maravillosamente placentera. Lo deslizó hacia atrás, escuchando un incitante suspiro femenino, y volvió a embestir con dureza, enterrándolo nuevamente entre las vibrantes carnes de la inmovilizada hembra.

Inició un poderoso bombeo, adelante y atrás, meciendo sus caderas y tirando de las de su montura; golpeando rítmicamente con su pelvis las rotundas nalgas, que resonaban como los tambores de boga de las galeras, marcando el compás de los placenteros gemidos de la joven.

Angélica creía morir de puro gusto, ese hombre era un paradigma de viril potencia que taladraba su culo sin compasión, extasiándola con el grosor de esa polla que la abría en canal, haciendo y deshaciendo el camino a sus más sublimes placeres para hacerla gemir sin descanso.

Sintiendo cómo los fluidos de su excitación manaban de su coñito para escurrir cálidamente por sus muslos, sus colgantes pechos se balanceaban con los continuos envites, para su propia satisfacción, mientras sus nalgas vibraban con cada azote de pubis recibido.

Con sus gemidos, la presión de sus entrañas y el empuje de su culo hacia atrás, aquella indómita yegua le estaba pidiendo a Markus que le diera duro, y él respondió a su deseo, tomándola de su estilizada cintura para aumentar la velocidad y potencia de sus embates, penetrándola con furia para hacerla gritar, mientras él mismo gruñía de puro placer.

Su lujurioso empuje se hizo tan vigoroso, que venció la resistencia de los brazos de Angélica, hundiéndole la cara en la almohada para que su apetitoso culo de melocotón se alzase abriéndose más.

Con su verga flexionada por el nuevo ángulo de penetración, Markus disfrutó de la estimulante mezcla de dolor y placer, castigando con rabia la grupa de la joven, rebotando una y otra vez contra sus compactos glúteos, fustigando su babeante coño con sus testículos para escucharla sollozar de puro gozo.

Hacía siglos que el cazador no disfrutaba tanto dando por culo, y el de esa presa era magnífico, el más delicioso que había tenido la oportunidad, consentida o no, de perforar.

Con su trasero en alto, enrojecido por la azotaina que estaba recibiendo, su clítoris vibrando por el repiqueteo testicular en su vulva, y todo su cuerpo temblando de placer, Angélica agarraba la almohada, tratando de ahogar los lastimeros quejidos que escapaban de su garganta, y que fuera de contexto habrían podido ser de sufrimiento. Nada más lejos de la realidad, aquel potente invasor de sus entrañas le estaba llevando al paraíso.

El esclavo de la lascivia, sin sacar la espada de la vaina, detuvo momentáneamente el bombeo, levantando sus rodillas para acuclillarse y volver a coger el mejor ángulo de penetración de ese culo en pompa. Lo taladró sin miramientos con su broca, obligando a aullar a la chica, hasta hacerle ceder con su empuje, dejándola tumbada boca abajo con su peso aplastándola, y la verga bien insertada entre sus prietas cachas.

Angélica se sintió atrapada, deliciosamente ensartada, jadeando con su rostro de perfil sobre la almohada, mientras sus glúteos se contraían exprimiendo al instrumento de su soberbio disfrute. Un nuevo orgasmo estaba a punto de desatarse.

El vampiro se levantó sobre los brazos sintiendo, con infinita intensidad y gusto, cómo el prieto culo de esa becaria le oprimía como si quisiera arrancarle la polla. Incluso para él, tras varias corridas seguidas, aquello era demasiado. Empujó con las caderas, una y otra vez, presionando las duras nalgas, rebotando en ellas y sintiendo un enloquecedor tirón y fricción en su miembro que le obligaba a seguir martilleando, a punto de alcanzar la catarsis, pero sin lograrlo.

Con sus pechos aplastados sobre el lecho, y sus ingles incrustándose en el colchón, Angélica no pudo soportar más el continuo empuje en su culo y la profunda penetración en sus entrañas.

— ¡Me revientas, me revientas, me revientaaaasss…! —gritó, gozando de cómo todo su cuerpo se tensaba con un apoteósico orgasmo.

Markus rugió como el animal nocturno que era, extasiado con el poder de constricción de su sometida, tan intenso y placentero, que explotó en una rabiosa corrida con la que inyectó una abundante cantidad de inerte simiente vampírica en el recto de Angélica.

Ella, en plena cima orgásmica, se sintió catapultada hacia la estratosfera cuando notó la hirviente corrida derramándose en sus entrañas como un cirio que, repentinamente, se derritiera en su interior. Y disfrutó como nunca del sinérgico encadenamiento de dos éxtasis que la llevaron hasta el delirio para, finalmente, volver a la realidad de su cuerpo postrado en la cama bajo el peso de su increíble amante, con un largo suspiro.

El antiguo legionario desenvainó su gladius, quedando sentado sobre sus talones para observar las excitantes redondeces, coloradas por su castigo, que le habían proporcionado la mejor batalla de su inmortalidad. Se sintió tentado de darles un mordisco, pero sabía que el siguiente que diera, debía ser mortal.

Para deleite de sus acuosos ojos, ayudándole a no caer en la tentación, observó cómo Angélica se daba la vuelta, mostrándole, una vez más, la belleza de su fiero rostro y la maravillosa perfección de su cuerpo desnudo. Toda una pantera, auténtica caza mayor.

Era el momento, debía alimentarse de su presa hasta el final, desangrarla para sentir cómo su vida se hacía suya, transformándose en muerte. Sería el colofón a una noche por la que había merecido la pena acabar con su breve periodo de retiro anual.

Pero, observándola, Markus dudó. Aquella salvaje preciosidad le había proporcionado más satisfacción que las incontables mujeres que habían pasado por sus manos y bajo sus colmillos. Su deliciosa sangre había revitalizado su cuerpo para que, con sólo mirarla, su excitación y permanente erección parecieran tan eternas como lo sería su existencia. Esa joven merecía una muerte especial, merecía morir de placer.

El poderoso ser de ultratumba decidió disfrutar de aquella diosa una última vez, la poseería una vez más. Le daría lo mejor de sus dotes amatorias para elevarla a un glorioso orgasmo en el que hundiría sus afilados colmillos, devorando su juventud y energía sexual, junto con el vital fluido escarlata que necesitaba como alimento de su preternatural carne.

Al fin, ante lo que parecía un momento de duda con el que se vio liberada, Angélica vio su oportunidad. Reuniendo todo su valor, y haciendo acopio de todas sus fuerzas, lanzó una rápida y potente patada al pecho de aquel que parecía sumido en sus pensamientos. La planta del pie, aún calzado con los exquisitos zapatos de gala, impactó certeramente en el torso de la criatura. El agudo tacón, de doce centímetros de longitud, perforó la piel de Markus, desgarrando músculo a su paso, fracturando hueso en su interno avance, y alcanzando el corazón para clavarse en él.

El viejo, e incrédulo vampiro, conoció el fin de su inmortalidad.

Epílogo

Resoplando al comprobar que su única oportunidad había tenido éxito, Angélica contempló con sus oscuros ojos cómo el deseable cuerpo que le había dado el mayor placer sexual de su vida, se desecaba y consumía convirtiéndose en una enjuta escultura de cenizas. Cuando retiró el tacón de aguja, la estatua se desmoronó, y la joven experimentó otra clase de placer: el placer del triunfo.

«Esta vez he sido yo quien te lo ha clavado a fondo», pensó con satisfacción.

En dos ocasiones había estado a punto de morir y fallar en su objetivo, era plenamente consciente de ello, como plenamente consciente había sido comsiguiendo la solución que le evitase sucumbir al shock hipovolémico, consecuencia de la pérdida de sangre. ¿Y para qué negarlo?, había disfrutado obteniendo la cura.

Al final, lo importante era que, tras haberse arriesgado al límite, infinitamente más de lo que nunca se había arriesgado, había tenido éxito. Y, además, había disfrutado tanto en el proceso que, si el vampiro hubiese acabado con su vida mientras la poseía, haciéndole fracasar en su objetivo, habría sido una muerte deliciosa. Porque no le había sido infiel a su novio, en absoluto. Su novio era el Ángel de la Muerte, y esa noche le había complacido.

Marcus le había obligado a hacer, lo que nunca había sido necesario: implicarse más allá de un simple flirteo. Había hecho imperativo el tener que seducirle, hacer que la deseara, llevárselo a la cama, y follárselo para provocar que bajase la guardia. Porque Marcus era viejo, muy viejo y poderoso, muchísimo más peligroso que las otras criaturas que había conocido y ofrecido a su novio en el camino de su aprendizaje.

Angélica había necesitado diez años de extenuante entrenamiento mental y profundo estudio para no sucumbir a su influencia; diez años de intenso y continuo entrenamiento físico para adquirir la resistencia, fuerza y velocidad necesarias para tener la oportunidad de asestar el golpe mortal; diez años de exploración de su sensualidad y sexualidad, afilando sus armas de mujer para seducirlo y llevarle a su terreno; cinco años de rastreo histórico de sus actividades para establecer patrones; tres de búsqueda por todo el mundo para localizarlo; dos para acotarlo… y un golpe de suerte para que se celebrase un congreso médico en Oslo, su refugio durante el mes de Diciembre, al que acudiría como una mosca a la miel, atraído por su arrogante sed de conocimiento.

Por primera y única vez, Angélica había podido adelantarse al vampiro, sabiendo perfectamente dónde estaría, cuándo y durante cuánto tiempo. Por lo que se desplazó desde su Córdoba natal, hasta la capital noruega, con tiempo suficiente para crear su falsa identidad de becaria de investigación médica, y así poder llevar a cabo su venganza e impartición de justicia a aquel que había asesinado a sus padres cuando ella, apenas, había cumplido la mayoría de edad.

La preciosa, sensual y salvaje Angélica había sido detective, jueza, ejecutora y, sobre todo: cazadora. Angélica había sido el cebo, y ella misma había sido la trampa. Y Marcus, el antiguo legionario romano, había sido la presa.

FIN

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Relato erótico: “Prostituto 20 Correos obscenos de una puta preñada” (POR GOLFO)

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Siendo un prostituto desde hace dos años, creía que nada podría sorprenderme pero os tengo que confesar que no entendí la actitud de Kim ni de sus correos. Todo empezó a partir de una fiesta a la que acudí como acompañante. Esa noche me había contratado Molly, una morena bastante simpática que pasada de copas, me pidió que la follara en el jardín de la casa. Como eso no representaba ninguna novedad, satisfice sus deseos echándole un buen polvo tras unos arbustos. Encantada con el morbo de la situación mi clienta quiso que la llevara a su casa y que allí repitiéramos faena, pero debido a la borrachera que llevaba en cuanto la desnudé, esa mujer se echó a roncar. Como ya había cobrado, la tapé y tranquilamente me fui a mi apartamento a dormir la mona. Fue una noche anodina como otra cualquiera y no la recordaría siquiera si al cabo de unos días, no hubiera recibido un correo de una amiga suya.
 
Para que os hagáis una idea de lo que estoy hablando, os transcribo lo que ponía:
 
Alonso:
No me conoces, soy Kim, una amiga de Molly. Le he pedido tu correo porque, gracias a ti, no duermo. Por tu culpa, cada vez que me acuesto, tengo que masturbarme pensando en lo que vi. Por mucho que intento sacarte de mi mente, no puedo.
 
Te preguntarás el porqué. ¡Es bien sencillo!:
 
El viernes yo también fui a esa fiesta. Lucian me invitó porque fui con él a la universidad. Acudí con mi esposo y te juro que me lo estaba pasando bien pero, al cabo de un rato, ese ambiente tan cargado me cansó y por eso estaba sentada en el jardín, cuando saliste con esa zorra.
 
Al principio me turbó ver que mi amiga te besaba con una pasión desconocida en ella. Estuve a punto de levantarme y salir corriendo, pero cuando ya había decidido hacerlo, vi que te quitaba la camisa e intrigada, me quedé a ver qué pasaba.  De esa forma fui testigo, de cómo te desnudaba mientras te reías de ella.  Tu risa pero sobretodo los músculos de tu abdomen me hicieron quedar allí espiando. Sé que no estuvo bien pero, cuando le obligaste a hacerte la mamada, me contagie de vuestra pasión y metiendo la mano por debajo de mi falda, me masturbé.
 
Te odio y te deseo. Soñé que yo era la hembra que abriendo la boca devoró tu miembro pero sobre todo deseé ser la objeto de tus caricias cuando dándole la vuelta, la follaste en plan perrito. Te juro que no comprendo cómo no oíste mis gritos cuando azotaste el culo de esa rubia.   Poseída por la lujuria, sentí en mi carne cada una de esas nalgadas y sin quitar ojo a tu sexo entrando y saliendo del cuerpo de mi amiga, me corrí como nunca lo había hecho en mi vida.
 
Ahora mismo, mientras te escribo, mi chocho está empapado y solo espero volverte a ver.
 
Tu más ferviente admiradora.
Kim
 
Creyendo que esa mujer lo que quería era una cita, contesté a su email informándole de mi disposición a acostarme con ella, así como mis tarifas y olvidando el tema, me fui a comer con un amigo. Después de una comilona y muchas copas, llegué a mi casa agotado y por eso no revisé mi correo hasta el día después. Con una resaca de mil demonios, observé que la mujer del día anterior me había respondido y creyendo que era un tema de trabajo lo abrí:
 
¡Cerdo!
¿Cómo crees que voy a rebajarme a pagar a un hombre?.
¡Jamás!
Ni siendo el único sobre la faz de la tierra, permitiría que tus manos me rozaran.
¡No sabía que eras UN MALDITO PROSTITUTO!  De haberlo sabido ni se me hubiera ocurrido escribirte.
Te crees que por estar bueno y tener un aparato gigantesco, voy a correr a tus brazos y después de pagarte, dejar que liberes tu sucia simiente, en mí.
¡Ni lo sueñes!
 

Si  saber las consecuencias de mis actos, di a contestar en el Hotmail y escribí un somero-¡Qué te den!- y olvidando el tema me fui a desayunar al local de enfrente. Acababa de pedir un café cuando recordé a esa loca y pensándolo bien, me recriminé por haberla contestado ya que una fanática, podía hacerme la vida imposible e incluso denunciarme a la policía. Por eso decidí no seguirle el juego y no contestarla si me enviaba otro correo.

 
Como esa misma tarde, tenía otra faena conseguida por mi jefa, al llegar las ocho, me vestí para ver a otra mujer que engrosaría mi cuenta corriente. Tampoco os puedo contar nada en especial de esta clienta, cena, polvo rápido en el parking del restaurante y antes de las doce de nuevo en casita.  Cansado por los excesos acumulados durante la semana, me dormí enseguida mientras miraba un coñazo en la televisión.
 
Os cuento esto porque a la mañana siguiente, con disgusto observé que esa trastornada había contestado a mi email, estuve a punto de no leerlo pero me quedé helado cuando lo abrí:
 
¡Maldito hijo de puta!
No te ha bastado con sacarle la pasta a Molly que hoy has tenido que llevar tus instintos a pasear en mitad de un estacionamiento.
Te preguntarás como lo sé, pues es muy sencillo: ¡Te seguí!.
Fui testigo de cómo te tirabas a esa pobre mujer y de como ella aullaba al sentir tu sucia verga retozando por su sexo. No comprendo porque me indigné al observar que ni siquiera le quitaste el vestido antes de separar sus nalgas y follártela.
Me apena creer que todas las mujeres somos iguales que ella y que disfrutaríamos sin medida con tu polla en nuestros coños, disfrutando de cada centímetro de tu extensión al tomarnos.   Todavía oigo en mis oídos, los berridos de tu víctima al correrse y no alcanzo a comprender lo necesitada que debía estar, al  recordar su sonrisa mientras que te pagaba.
Te lo advierto:
¡Deja en paz a las mujeres decentes de esta ciudad!.
 
Pálido y desmoralizado, imprimí ese correo y con él bajo el brazo, me fui a ver a Johana. A mi Madame le extraño que le fuera a ver a la boutique donde trabajaba y por eso, metiéndome en la trastienda, me preguntó que ocurría. Después de leerlo y con semblante serio, me dijo:
 
-Esta tía está como una cabra. Tienes que cuidarte, si quieres llamo a las clientas de este fin de semana y cancelo tus visitas-
 
-No creo que haga falta. Tendré cuidado y evitaré que nadie me siga- contesté fingiendo una tranquilidad que no tenía.
 
Mi jefa me advirtió de las consecuencias de una posible denuncia pero como en ese instante, entró una clienta, me despidió con un apretón de manos. Francamente preocupado, me fui a casa a intentar sacar de mi mente a esa puta pero tras una hora frente a un lienzo en blanco, di por imposible pintar algo.
Cabreado, comí en casa. No me apetecía salir del refugio que representaban esas cuatro paredes y solo cuando se acercaba la hora de ir a trabajar, me vestí. Tratando de evitar ser visto, salí por la puerta trasera del edificio y ya fuera, miré a ambos lados de la calle. Intenté descubrir si alguien me seguía pero por mucho que busqué no hallé ningún rastro de mi acosadora. Convencido de que aunque no la viera, esa puta podía estar siguiéndome, me cambié de acera varias veces como tantas veces había visto en las películas, antes de coger el taxi que me llevaría a mi cita.
 

De esa forma, llegué al hotel donde dormía la clienta que iba a ver. Más tranquilo pero en absoluto relajado, estuve atento a cualquier indicio que me hiciera suponer que estaba siendo espiado por eso me costó concentrarme en la cincuentona que esa noche me había alquilado. Sabiendo que la noche estaba siendo un desastre, le pedí a esa morena que subiéramos a su habitación. Ella se mostró reacia en un principio pero una vez allí, seguro de no ser observado, volví a ser el mismo y cinco horas después, salí del establecimiento dejando a una hembra satisfecha y agotada sobre las sábanas. Al llegar a mi apartamento, volví a entrar por detrás y directamente me fui a la cama.

 

 

Os tengo que reconocer que al despertar lo primero que hice fue mirar el puto email y al ver que no tenía ninguno de esa perturbada, con una felicidad exagerada, me fui a desayunar a bar de siempre. Una vez allí, saludé a la encargada con un beso en la mejilla y con nuevos ánimos, me senté en el sitio acostumbrado. No llevaba ni cinco minutos en esa mesa, cuando me tuve que cambiar porque dominado por una absurda paranoia, me di cuenta que desde ahí no veía quien entraba o salía del local. Por eso me cambié a un lugar donde pudiera observar todo el local y  desde allí, tras escudriñar mi alrededor, desayuné.
 
Al volver a mi estudio, directamente me puse a pintar y al contrario que el día anterior, las musas se apiadaron de mí y en menos de dos horas, había esbozado un cuadro. Satisfecho por la soltura con la que mis pinceles plasmaron las ideas de mi mente, me serví un café y haciendo tiempo, eché un vistazo al correo.
 
-¡Mierda!- maldije en voz alta al percatarme que esa puta me había escrito y sabiendo que debía leerlo, lo abrí:
 
Me alegro que hayas recapacitado y que como un buen chico, te hayas mantenido lejos de tu pecaminoso oficio. Te acabo de ver desayunando y se te notaba radiante.
¡Ves como tengo razón!
Solo manteniendo un comportamiento honesto, serás feliz. Sé que eres un hombre sensual y con necesidades, por eso te aconsejo busques  a una sensata mujer que te aleje del pecado. Con ella podrás dar rienda suelta a tu sexualidad y liberar la tensión que de seguro se está acumulando en tu hermoso sexo.
Cuando experimentes la sensación de poseer a una dama que sea realmente tuya y no una viciosa, te darás cuenta que sus gemidos al ser penetrada por ti, sonarán diferentes. Sus berridos al correrse serán una muestra de amor y no de lascivia.
Lo sé por soy mujer y con solo imaginarme tener un marido como tú, sé que me desviviría por complacerte. Te esperaría desnuda y dispuesta cada noche cuando llegaras de la oficina para que al tocarme y comprobar que tenía el coño chorreando por ti, me tomaras brutalmente.
Me daría por completo para que no tuvieses que buscar fuera, lo que ya tendrías en casa. Mis pechos, mi sexo, mi boca e incluso mi culo serían tuyos. Te pediría todas las mañanas que antes de irte a trabajar, me sometieras con tu verga entre mis nalgas y solo después de haber sembrado mi cuerpo, te despediría en la puerta con un beso y la promesa que al retornar a nuestro hogar, encontrarías a tu hembra ansiosa de ti.
Un beso y sigue por esa línea.
KIM
 
-¡Será hija de puta!- exclamé doblemente alucinado.
 

Por una parte, esa zorra me confirmaba que seguía espiándome y por otra, dando rienda a su mente calenturienta, describía una idílica relación donde ella era la servicial esposa y yo el marido. Cualquiera que leyera su escrito, comprendería que Kim era una perturbada que soñaba con ser poseída con dureza por mí. Como su locura la hacía más peligrosa, decidí que a partir de ese día debería incrementar mis precauciones y por eso, cuando nuevamente tuve que salir a cumplir con mi deber, me escabullí de la misma forma que la noche anterior pero cambié dos veces de taxi antes de dirigirme al chalet donde había quedado. Confiado de no haber sido seguido y sumado a que ese el servicio fuese en un domicilio particular, hizo que desde un principio fuese el de siempre y tras una noche de pasión, retornara contento a casa. Eran más de las seis cuando entré por la puerta y aunque estaba cansado, no pude dejar de mirar mi ordenador para comprobar si esa zumbada me había escrito. Desgraciadamente, una mensaje en negrita del Hotmail con su nombre me reveló que lo había hecho y sin poder esperar al día siguiente, decidí leerlo:

 
Querido Alonso:
Esta noche cuando he pasado por tu casa y he visto el resplandor de la televisión en tu ventana. Sabiendo que estabas solo, tuve ganas de subir para agradecerte que sigas firme en tu decisión de abandonar tu asqueroso modo de vida. Se lo duro que te tiene que resultar pasar las noches sin que una mujer se arrodille ante ti y bajando tu bragueta, introduzca tu miembro hasta el fondo de su garganta. Reconozco tu valor y tu fuerza de voluntad, al negar tus sucios instintos y sufrir en silencio, la abstinencia.
Te reitero que debes buscar una mujer que sea impecable de puertas a fuera de tu casa pero, que en la intimidad de tu dormitorio, deje que la poseas de todas las maneras que tu fértil imaginación planteé. La candidata debe saber que tú eres su dueño y obedecerte ciegamente. Una hembra consciente que esclavizándose a ti y siendo tu sierva, logrará alcanzar un placer sin límites.
Sabrás que has acertado cuando al llegar cansado, ella te descalce en la entrada y poniéndose a cuatro patas, te pida que la castigues porque ese día sin tu permiso se ha masturbado pensando en ti. Te aviso que entonces, debes quitarte tu cinturón y cogiéndola del pelo, azotar su culo para que respete. Una buena esposa disfrutará cada golpe y ya con trasero rojo, te pedirá que le separes las nalgas y sin más prolegómeno, tu sexo se enseñoree forzando su ojete.
Mientras la consigues para facilitarte el trance, considero mi deber, ya que yo soy la culpable de tu cambio, enviarte algo que te sirva de inspiración pero sobretodo que llene tus noches de soledad.
 
La voz de tu conciencia.
 
KIM
 
Después de leerlo, comprobé que tenía un archivo de video adjunto y aunque me suponía lo que me iba a encontrar, le di a abrir. Tal y como había supuesto era un video casero, donde una mujer se masturbaba diciendo mi nombre. No me extrañó observar que esa guarra estaba desnuda ni que abriendo su chocho de par en par, cogiera su clítoris entre sus dedos y se pusiera a pajear. Lo que fue una sorpresa fue descubrir casi al terminar que su vientre tenía una curvatura evidente.
 
“¡Está embarazada!” pensé parando la escena y ampliándola.
 
Aunque había tratado de ocultar su estado durante todo el video justo al terminar se le debió mover la cámara o el móvil con el que se había filmado, mostrando tanto su panza como unos enormes pechos.  Revisando a conciencia la imagen, me excitó observar que decorando esas ubres lucía unas negras aureolas. Nunca había visto nada igual, no solo eran gigantescas, lo más impresionante era que, producto de la excitación que consumía a su dueña, las tenía totalmente duras y desafiando a la gravedad, esta no había hecho mella en ellas.
 
-¡Menudas tetas!- exclamé hablando solo.
 
Estaba sorprendido y caliente por igual. Sin meditar las consecuencias de mis actos, me pajeé mirando a esa zorra mientras mis dedos tecleaban una respuesta:
 
Mi Querida Zorra:
 

Si no he salido durante dos noches, no ha sido porque recele de mi oficio sino porque he estado reservando mi leche para rellenar tu culo con ella. Y si crees que no sé quién eres, tengo que decirte que además de embarazada eres una ingenua.

Te descubrí desde el primer momento y por eso, me exhibí ante ti. No creas que no sabía que nos estabas mirando mientras me tiraba a la zorra de tu amiga o que no escuché tus berridos al correrte. No te dije nada porque quería calentar la puta olla a presión que te has convertido. La segunda noche en el aparcamiento, al localizarte espiando, decidí regalarte un espectáculo y por eso, tomé a esa guarra de pie contra el coche. Cada vez que la penetraba, me imaginaba que eras tú, la cerda que llorando de placer se retorcía entre mis piernas.
Tengo que informarte de que he decidido que ya estás preparada y por eso, esta tarde te espero en mi casa a las seis. Deberás venir con un abrigo que tape tu desnudez. Quiero que al abrir la puerta te lo quites y como la cerda sumisa que eres, te coloques en posición de esclava y así esperes la orden de tu dueño.
Te demostraré quien manda y retorciendo tus pezones, te follaré hasta que me ruegues que te deje correrte. Pero recordando el modo tan poco respetuoso con el que te has dirigido a mí,  te lo impediré y tras mojar mi pene en tu sexo, te romperé ese culo gordo de un solo empujón.
 
Un lametazo carente de cariño en tu pestilente clítoris.
 
Tu dueño.
 
Pd. Tengo el email de ese inútil con el que compartes cama, ¿no querrás que reciba una copia de tu video?
 
 
Envalentonado por el órdago y los whiskies que llevaba, mandé ese correo mientras veía, una y otra vez, los treinta segundos de masturbación que mi acosadora me había regalado sin saber que los iba a usar en su contra. Con su recuerdo en mi retina, me tumbé en la cama y tras dejar que el placer onanista me venciera, dormí como un tronco mientras se llenaba mi mente de imágenes donde, ejerciendo de estricto amo, castigaba a esa sumisa.
 
Habiendo descansado después de una semana de estrés y humillación, me levanté a la mañana siguiente pletórico pero con el paso de los minutos, me empezaron a entrar dudas.
 
“¿Habré metido la pata?, ¿Y si no es ella la protagonista?” pensé perdiendo mi supuesta confianza y por eso, antes de darme la ducha matutina, miré mi correo en busca de una respuesta de esa puta.
 
Comprendí su absoluta claudicación y que no me había equivocado, con solo leer el título del mensaje “¡Gracias, Amo!”. Sonriendo, lo abrí y empecé a leer:
 
Mi adorado amo:
 
He recibido con alegría su mensaje. Le agradezco  que me considere apta para ser su sierva y por eso le confirmo que tal y como me ha ordenado, esta tardé estaré en su casa y pondré mi cuerpo a su disposición.
Sé que tiene motivos suficientes para castigarme y con impaciencia espero el correctivo que usted desee aplicar a su puta.
Con mi coño ardiendo por el honor que me ha concedido, se despide:
 
Su humilde esclava Kim.
 
Pd. No hace falta que el eunuco de mi marido se entere que la zorra de su mujer tiene un dueño que no es él.
 
Al terminar tan grata lectura, solté una carcajada y encantado con la vida, me metí en la ducha. Bajo el chorro de agua y mientras me bañaba, planeé el modo con el que vengaría la afrenta. Cuanto más pensaba en ello, mas cachondo me ponía la idea de follarme a una tipa con semejante tripa. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo por no masturbarme. Quería ahorrar fuerzas para esa tarde, de forma que todas mis energías estuvieran intactas a la hora de someter a esa mujer.
Las horas pasaron con una lentitud insoportable y ya estaba al borde de un ataque de nervios cuando escuché el telefonillo.
 
-Sube- ordene con tono serio y dejando la puerta entreabierta, me senté en una silla del hall.
 

Kim no tardó en subir en ascensor y tocando previamente, entró en mi apartamento. Al verme allí cerró y mirándome a los ojos, dejó caer su abrigo al suelo quedando completamente desnuda. Siguiendo mis instrucciones, iba a arrodillarse cuando le ordené:

 
-No, quiero antes comprobar la mercancía-
 
La mujer obedeció de inmediato y en silencio esperó mi inspección. Desde mi asiento, me quedé observándola con detenimiento. Contra lo que había creído Kim era una mujer guapa a la que el embarazo lejos de marchitar su belleza, le había dado una frescura difícil de encontrar. Alta y delgada, la tripa aún siendo enorme parecía un añadido porque, exceptuando a sus dos enormes tetas, el  resto de su cuerpo no se había hinchado por su preñez. Su culo con forma de corazón podía competir con el de cualquier jovencita al mantenerse en forma.
Decidido a humillarla, me levanté y cogiendo sus peños entre mis manos, los sopesé mientras decía:
 
-Pareces una vaca-
 
La mujer, consciente de su atractivo, contestó:
 
-Mi leche es suya-
 
-No te he dado permiso de hablar- repliqué mientras con las yemas le daba un duro pellizco. Kim reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse.
 
Siguiendo mi inspección, palpé su abultada panza advirtiendo que la tenía tremendamente dura. Era una novedad para mí y por eso me entretuve tocándola de arriba abajo mientras los pezones de mi sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación. Al llegar a su sexo, descubrí que lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le dije:
 
-A partir de hoy te lo dejarás crecer, solo las mujeres libres pueden lucir un coño lampiño-
 
Sumisamente, la mujer me respondió que así lo haría, sin darse cuenta que me había desobedecido. Fue entonces cuando le solté el primer azote en su trasero. Aunque esperaba un chillido o al menos una lágrima, esa zorra me sorprendió poniendo una sonrisa. Su actitud me hizo saber que me estaba retando y que me había respondido conociendo de antemano que eso conllevaría un castigo.
 
“Si eso busca, eso tendrá” pensé justo antes de soltarle un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante mí.
 
Kim debía de haber tenido un amo con anterioridad porque con una pericia aprendida durante años, adoptó la postura de esclava y así, esperó mis órdenes. Arrodillada y apoyada en sus talones, tenía las manos sobre sus muslos mientras permanecía con la espalda recta y los pechos erguidos.
 
-Separa las rodillas-
 
Con la barbilla en alto, mostrando arrogancia, Kim abrió sus piernas y sin esperar a que se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándome contemplar su clítoris.  Cabreado me di cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordené que me siguiera a mi estudio. Comportándose como una esclava perfectamente adiestras, la mujer me siguió gateando sin que eso hiciera mella en su ánimo.
 
Ya en mitad del salón, le ordené que no cambiara de postura y así con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas, la dejé sola. Al minuto volví con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los di. La embarazada comprendió mis instrucciones y sumisamente se lo incrustó, rellenando su trasero y su sexo.
 
-A plena potencia- susurré mientras pensaba como podría vencerla.
 

Mecánicamente, Kim aceleró la vibración del aparato y sin mostrar ninguna emoción, se me quedó observando. Comprendí que esa puta jugaba con ventaja porque yo no era un amo y ella sí una sumisa. Bastante preocupado, me quedé pensando en lo que sabía de esa zorra, cuando al pasar mi mirada por su estómago, me di cuenta que estaba enfocando mal el asunto. Todavía hoy sé que vencí gracias a ese momento de inspiración que me hizo abrir un cajón y sacar un rotulador permanente.

 
Kim ni se inmutó cuando, colocándome detrás de ella, le pinté “SOY PUTA” en sus nalgas unas palabras y solo cuando después de sacarle un par de fotos con mi móvil se las mostré, convencida de su superioridad en esos menesteres, me preguntó con tono altanero:
 
-¿Mi amo piensa castigarme mandando las fotos a mi marido?-
 
-No, putita. El tipo ese me la trae al pairo. Las fotos son para tu hijo cuando crezca, quiero que sepa y lea en tu culo que eres una zorra-
 
Asustada, se quedó callada y con lágrimas en los ojos, me rogó que no lo hiciera. Ni me digné a contestarla y sacando una serie de instantáneas más, prolongué su sufrimiento. A base de flashes, fui socavando sus defensas y solo paré cuando la mujer ya lloraba abiertamente. Entonces y recreándome en el poder recién adquirido, le susurré mientras le soltaba un duro azote:
 
-Estoy seguro que al verlas, me pedirá que le deje disfrutar de este culo-
 
Vencida y con la imagen de su vástago fustigando su trasero, la mujer gimió sin parar de berrear. Con el mando en mi poder, me senté y le ordené que viniera hacia mí. Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada.   Sumisamente, Kim se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Su pasado adiestramiento facilitó las cosas y con una maestría increíble, llevó mi glande hasta el fondo de su garganta.
 
Sus lágrimas bañando mi extensión, me confirmaron su derrota y mientras, completamente entregada, buscaba darme el placer que le había demandado, recordé que no sabía el sexo del bebé y lanzando un órdago a la grande, le solté:
 
-Estoy deseando ver a tu HIJA en tu misma postura. De seguro que saldrá tan puta como su madre-
 
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir. Al estar embarazada, sus movimientos fueron lo suficientemente torpes para que ni siquiera hubiera terminado de incorporarse cuando ya estaba a su lado. Poniéndome tras ella y aprovechando que tenía mi pene erecto, sustituí al consolador que se había quitado y de un solo empujón, se lo metí hasta el fondo de su vagina.
 
-¡No!, ¡Por favor!- gimió al sentir su conducto violado.
 
Sin apiadarme de ella, forcé su integridad a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, la mujer tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
 
-¿No es esto lo que venías buscando?-
Hecha un mar de lágrimas, me reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y paulatinamente, el dolor y la humillación que la turbaban se fueron diluyendo, siendo reemplazadas por una excitación creciente.  El primer síntoma de su claudicación fue la humedad de su coño. Completamente anegado por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Con una ferocidad inaudita, Kim forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro sin parar de gemir.
 
-Recuerda que tienes prohibido correrte- le recordé mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
 

La nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero hinchado, al experimentar esa presión desconocida, la terminó de volver loca y aullando como loba en celo, me rogó que la dejara liberar la tensión de su entrepierna. Ni siquiera la contesté porque abducido por la lujuria, en ese momento, mi miembro explotó en su interior regando con mi semen su conducto. Completamente insatisfecha, se quedó inmóvil consciente que un movimiento más  le llevaría al orgasmo. Encantado con su entrega, eyaculé como poseso, tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.

 
Kim me miró desconsolada en espera de nuevas instrucciones pero haciéndome de rogar, me tiré en el sofá y cerrando los ojos, le dije que se masturbara sin correrse mientras yo descansaba. Dócilmente obedeció y cumpliendo mis deseos, torturó su clítoris con sus dedos sin quejarse. Esa paja se convirtió en un cruel martirio que estuvo a punto de hacerla flaquear en varias ocasiones y solo el perfecto adiestramiento que tenía evitó que el deseo la dominase, corriéndose.  Lo que no evitó fue que su calentura se fuera convirtiendo en una hoguera y la hoguera en un incendio que estuvo a punto de incinerarla y por eso al cabo de media hora, cuando le ordené que se acercara, esa puta estaba a punto de estallar.
 
-¿Quieres correrte?- pregunté sabiendo la respuesta de antemano.
 
Sudando a chorros, me contestó que sí pero que no quería fallarme otra vez. Ya con el control absoluto en mis manos, metí dos dedos en su vulva y empapándolos bien de flujo, le pedí que se diera la vuelta y me mostrara el ojete. Sé que estuvo a punto de sucumbir con ese tratamiento pero haciendo un último esfuerzo, acató mi orden y separando las nalgas, lo puso a mi disposición. Se creyó morir al experimentar la acción de mis falanges jugueteando en su entrada trasera y pegando un gemido, apoyó los brazos en el sofá. Era tal su calentura que nada más acercar mis yemas a su ojete, comprendí que estaba listo pero forzando su lujuria, la estuve pajeando en ambos agujeros durante cinco minutos hasta que la rubia temblando  como un flan, me suplicó que la tomara. No pude dejar de complacerla y colocándome a su espalda, cogí mi pene y apuntando a su entrada trasera, la fui ensartando con suavidad. Mi lentitud la hizo sollozar y queriendo forzar su gozo, me ayudó echándose hacia atrás.
 
-Amo, ¡Por favor!- gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –Déjeme-
 
-Todavía, ¡No!- contesté,  disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura.
 
Reforzando mi dominio, al sentir mi verga hundida por completo en sus intestinos, me quedé quieto mientras con los dedos le pellizcaba los pezones. Kim chilló como una cerda a la hora del sacrificio y sin pedir mi opinión, se empezó a  empalar con rapidez.
 
-¿Te gusta mi preñada?- le dije incrementando la presión de mis dedos sobre su aureola.
 
-¡Me encanta!- sollozó tiritando al intentar retener su placer. Por segunda vez, me compadecí de ella y acelerando mis incursiones, le di permiso.
 
Lo que ocurrió a continuación fue  difícil de describir. Kim, al oírme, dejó salir la presión acumulada y  berreando con grandes gritos,  se corrió mientras su cuerpo convulsionaba contra el sofá.
 
-¡Fóllame!- ladró sin voz al sentir el ardiente geiser que brotando de su cueva, se derramaba por oleadas sobre sus muslos.
 
No necesitaba pedírmelo, impresionado por su orgasmo, había incrementado el vaivén de mis caderas y llevándola al límite, mi pene acuchilló su culo al compás de los gritos de la mujer. Convertidos en una máquina de placer mutuo, nuestro cuerpos se sincronizaron en una ancestral danza de apareamiento con la música de la completa sumisión de esa mujer ambientando el salón. Kim uniendo un orgasmo al siguiente, se sintió desfallecer y cayendo sobre el sofá, me rogó que terminara.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por su acoso había desaparecido y contagiado de su éxtasis, sembré su culo con mi simiente. La rubia al percibir mi eyaculación, no pudo evitar su colapso y desplomándose, se desmayó. Al verla transpuesta, me compadecí de ella y cogiéndola entre mis brazos, la llevé a la cama. Después de depositarla sobre el colchón, me tumbé a su lado a descansar.
 
No sé el tiempo que estuvimos tumbados en silencio, lo que si puedo deciros que al despertar esa mujer, me besó y pegándose a mi cuerpo, intentó y consiguió reactivar mi maltrecho instrumento, Una vez con el tieso entre sus manos, se agachó y antes de metérselo en la boca, me preguntó:
 
-¿Qué uso les va a dar a las fotos?-
 
-Ninguno, se quedarán guardadas en un cajón para que jamás intentes chantajearme- contesté sin percatarme que me había tuteado.
 
La muchacha poniendo cara de santa, sonrió y después de dar un lametazo a mi glande, me preguntó:
 
-¿Puedo pedirte un favor?-
 
Sin saber cuál era, le respondí que siempre que no fuera borrarlas, se lo haría. Kim, soltó una carcajada al oírme y con voz alegre, me respondió:
 
-¡Nunca me atrevería! ¡Me encanta saber que las tienes! Y soñaré con que un día repasándolas, me llames nuevamente a tu lado-
 
-¿Entonces qué quieres?- dije con la mosca detrás de la oreja.
 
-Quiero que le mandes una de ellas a mi amiga Molly- respondió luciendo una enorme y pícara sonrisa –Me aposté con esa zorra a que aún embarazada podía acostarme contigo sin pagarte y como veras: ¡Lo he conseguido!-
 
Tardé en asimilar que sus correos, su supuesto acoso e incluso su sumisión era parte de una apuesta y sabiéndome burlado, asumí mi derrota, diciendo:
 
-Lo haré dependiendo de la maestría que muestres en la mamada-
 
La muchacha se rio y mientras se agachaba a cumplir, me soltó:
 
-¡Pobre Molly! Cuando nazca mi hija, va a tener que gastarse otros tres mil dólares-
 
-¿Y eso?-
 
-Me ha prometido regalarme una noche con el prostituto más guapo de Nueva York- contestó justo antes de introducirse mi polla en su garganta.
 
Solté una carcajada y acomodándome la almohada, disfruté de la felación de esa manipuladora pero encantadora mujer.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

 

 
   

Relato erótico: “Deseo a mi hermana” (PUBLICADO POR WALTER)

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Era una tarde de Noviembre, de esas en el que el cielo está medio nublado y aunque no hace frio del todo ya se empieza a notar la llegada del invierno. Al llegar a casa saludé a mi madre y le hice las fiestas a mi perra que estaba acostada al lado viendo las telenovelas con ella.

Tengo 18 años y no soy lo que se dice un adolescente normal y corriente. La verdad que me considero un chico algo antisocial. Quizás mi apariencia física influya en algo, soy algo más bajito que los otros chicos y estoy algo delgado y aunque tengo muchos amigos  y amigas prefiero quedarme en casa a jugar con mis videojuegos y estar con el ordenador que salir de fiesta, y de novia ya ni hablamos, obviamente no tengo. Por lo tanto tengo una relación muy estrecha con mi familia, sobretodo con mi madre, paso la mayor parte del tiempo con ella en casa.

Como la mayoría de las tardes al llegar de clase enciendo mi portátil para ver si hay algo interesante que ver en las redes sociales y me pongo un rato a jugar con la videoconsola. Más o menos una media hora antes de cenar fui al baño a darme una ducha pero mientras iba por el pasillo vi la puerta entre abierta y luz que salía de dentro, sería Mari Loli, cómo llamo cariñosamente a mi hermana. Ella tiene cuatro años más que yo, está estudiando medicina en la Universidad de Albacete, una de las más prestigiosas ahora mismo. Volvió a casa hace dos días porque les habían dado vacaciones en la universidad por no sé que fiesta.

No debería haber hecho aquello pero me acerqué al marco de la puerta y miré por la puerta entre abierta. La luz era tenue, un agradable olor salía del interior. No pude diferenciar nada por el vapor que había, se debía estar duchando. Conforme empecé a hacer un barrido por la habitación con la mirada, el vapor se fue disipando, vi su ropa interior negra tirada en una esquina de la habitación y más adelante pude ver a mi hermana de espaldas, con su lisa melena húmeda, con una pequeña toalla enrollada por encima de los pechos que le llegaba hasta tres dedos por encima de la rodilla. Estaba sentada en un taburete que usamos para dejar la ropa mientras nos duchamos. Tenía una pierna apoyada en el suelo y otra apoyada en el váter con el pie arqueado, se estaba pasando las tiras de cera. Me encantan los pies de mujer, son mi fetiche personal, y mi hermana tiene unos estupendos, finos y con una forma perfecta, con unos dedos perfectos y las uñas pintadas de negro a juego con las de sus manos y sus ojazos oscuros, su pelo es de color castaño claro.  La toalla no daba más de si, se le había subido a la parte alta del muslo, se entreveía un espacio muy suculento que daba rienda suelta a la imaginación.

Mi relación con mi hermana siempre ha sido muy buena, de pequeños me acuerdo de cuando mi madre nos bañaba juntos. La verdad que ella era “mala” conmigo me empujaba con los pies y me daba patadas en mis partes y todo, mi madre le reñía, ella se reía y a mí hasta a veces me daba una erección. Pero eran cosas de niños, ni sabíamos lo que era aquello, ni se le daba importancia, quizá fue el inicio de mi fetiche, quien sabe. Nosotros siempre hemos jugado juntos y hemos estado muy unidos, hemos podido hablar de nuestras cosas sin problemas, ella me hablaba de sus novios y yo de si había alguien en el colegio o instituto que me gustará pero en mi caso no llegó a más, nunca he tenido una relación con nadie. Mi hermana es la viva imagen de mi madre, la verdad que es muy guapa, como mi madre, unos ojazos oscuros lindísimos y una nariz fina y afilada muy picarona. En nuestras conversaciones no llegábamos más allá pero seguro que liga un montón, siempre tenia a los chicos detrás de ella en el colegio y en el instituto y ahora en la universidad ya no me lo quiero ni imaginar.

Seguí mirando por aquella rendija, los próximos tres minutos me parecieron pasar en un segundo, mi hermana había terminado y estaba en frente del espejo arreglándose el pelo, peinando su larga melena. Lo que pasó a continuación no se me olvidará el resto de mi vida, como si de una película se tratase me pareció que todo pasaba a cámara lenta. Quitó el doblez que mantenía unida su toalla y cayó al suelo deslizándose por su piel, recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Su escultural figura se dejó ver en todo su esplendor. Alta, fina, en su peso ideal, con unos pechos de tamaño medio y un culo muy pícaro, no demasiado prominente. Se miró una ultima vez en el espejo, se dio la vuelta para verse por detrás, sus pechos quedaron totalmente a la vista, sus rosados pezones y  las aureolas que los rodean, magnifica estampa.

Mi polla no hacia más que crecer y crecer dentro de mis pantalones mientras contemplaba aquella increíble escena.

A continuación mi hermana, se fue al rincón y cogió su bragas, de color negro, muy elegantes. Se puso de nuevo frente al espejo y se las puso. Esta vez todo fue muy rápido y apenas pude ver nada, me hubiese gustado pero no, entre el vapor y la poca luz no pude. Se dio de nuevo la vuelta para mirarse. Mi corazón se aceleraba por momentos, estaba a un momento de empezar a tocarme cuando se fue de nuevo al rincón y cogió el sostén y el resto de su ropa, mientras se levantaba y daba la vuelta miró hacia la puerta del baño, vi sus preciosos ojos mirando en mi dirección, caí de culo al suelo, por suelte no hice ruido. Me entró el pánico ¿Me había pillado?

De pronto oí a mi madre llamar a mi hermana desde la cocina y acercándose hasta el baño. Reaccioné a tiempo y me fui lo antes posible a mi habitación. Vaya situación, que espectáculo y que peligro, un segundo más y me hubiesen pillado.

Era la hora de cenar, no sabía que hacer. Se me iba a caer la cara de vergüenza al ver a mi hermana, sería un momento muy incomodo. Mi madre llamó a mi habitación y entró.

–          Ya está la cena ¿Vas a salir? – Me dijo mi madre mientras yo estaba con el portátil encima para disimular mi tremenda erección. Espero que no notara el bulto del pantalón.

–          Eh…. Si, ahora voy que estoy terminando una cosa – Una respuesta muy buena y que no daba lugar a ninguna duda de que algo pasaba, que va…

–          Vale pero ven rápido que se enfría – Me dijo mientras me echaba una ultima mirada y se iba de la habitación. Creo que sospechaba algo, las madres tiene el don de la oportunidad, siempre entran en el momento menos indicado.

Me levante enseguida y cerré la puerta. Estaba hecho un lio ¿Qué debía hacer?

Después de cinco minutos, estando ya más calmado, fui a la cocina a cenar. Estaba solo mi madre.

–          ¿Y Mari Loli, es que no va a cenar? – Pregunté yo intentando aparentar algo de normalidad

–          No, se ha ido con unas amigas de la universidad a cenar.

Vaya  que alivio, me he ahorrado una situación bastante incomoda.

Cené rápido, hablando lo justo y necesario con mi madre que me preguntaba pues lo típico que pregunta una madre, por los estudios y todo eso. Mi padre tampoco estaba, la verdad que el pasa poco tiempo en casa, a la hora de comer, la siesta y la hora de dormir, si es fin de semana esa hora suele ser bien entrada la madrugada. Muchas veces viene algo borracho y empieza a despotricar por lo primero que se le cruce por delante, la verdad que mi madre ya está muy quemada con estas situaciones que se repiten bastante a menudo.

Me fui de nuevo a mi habitación y me puse a jugar unas partidas a la consola con mis amigos a ver si me despejaba un poco y se me olvidaba todo aquello, algo muy complicado. No duré mucho, no podía quitarme esas imágenes de la cabeza y decidí intentar dormir, cosa que lo mas seguro tampoco podría hacer. En efecto, no podía dormir. Era temprano, mi madre veía la tele en el salón, ajena a todo, y esas instantáneas de mi hermana en el baño sacudían mi cabeza una y otra y otra vez. Mi mente repasaba centímetro a centímetro su cuerpo, mi polla se hinchaba por momentos, así no podría pegar ojo.

Me recosté en la cama. Ya estaba totalmente empalmado era obvio lo que tenia que hacer, tenia que liberar toda aquella presión. Encendí el portátil y comencé a  ver porno, necesitaba correrme si quería descansar algo aquella noche.

Casi fue peor el remedio de la enfermedad. La mayoría de videos  en portada eran de jovencitas y los que no, eran de maduritas. Parecía una broma ¿Con quien me iba a masturbar, con mi hermana o con mi madre? Me fui a la categoría fetichista y encontré el video perfecto, era el indicado para aquella noche, iba a ser mi fin pero era lo que deseaba en aquel momento.

En la primera parte de aquel video aparecía una muchacha joven muy guapa con un cuerpazo muy parecido al de mi hermana pero con los ojos verdes y el pelo rubio, corto y que le tapaba la mitad de la cara con el flequillo. Aquella muchacha se movía muy sensualmente, haciendo una especie de danza erótica. Llegado el monto y sin desnudarse se sentaba en un sofá y se quitaba unas hermosas botas de vestir que llevaba con unos vaqueros y una camiseta. Enseñaba sus pies, sonrosaditos, finos y con las uñas pintadas, una delicia. Jugaba con sus pies, enseñaba sus dedos, sus plantas, todo de manera muy sensual. Yo estaba a 100, no empecé a masturbarme todavía, quería disfrutar del momento porque aquella muchacha me tenía loco y había conseguido quitarme a mi hermana de la cabeza.

En la segunda parte del video aparecía en escena un hombre joven, más o menos de la edad de la muchacha. Se arrodillaba ante ella y comenzaba a adorar sus pies, oliéndolos y lamiendo cada rincón de ellos, una estampa magnifica ver a aquella mujer ejerciendo de dómina con esos sexys vaqueros y sus pies desnudos frente a aquel hombre. El video continuaba con ese ambiente de adoración. Yo empecé a masturbarme, mi polla y mis huevos parecía que iban a explotar de un momento a otro. La muchacha del video se levantó y empezó a desnudarse de cara a la. Tenia un cuerpo precioso, cada vez me recordaba más y más a mi hermana lo que me preocupaba bastante pero a la vez me excitaba aun más. Se puso de rodillas y empezó a masturbar al hombre, primero con un trabajo con sus finas manos, muy erótico y sensual, luego empezó a usar su lengua para lamer la polla de aquel hombre, se la mamaba lentamente, con cariño, sensualmente, nada de ese porno sucio y duro que se ve tanto.

A continuación aquella muchacha se sentó de nuevo en el sofá y muy lentamente se tumbó boca abajo, dejando ver su culo. En ese momento mi corazón dio un vuelco impactante esa preciosa muchacha tenia un lunar en la nalga izquierda exactamente igual al que tiene mi hermana, un antojo de nacimiento muy característico. No daba crédito a lo que veía, mi corazón se salía del pecho, mi polla hinchada latía sin control y yo no podía pensar en nada más. De repente el video pasó a ser en primera persona, aquel hombre se acercó a su culo y con una mano le abrió las nalgas, su rosado coño y su ano ocuparon la pantalla. Empezó a masajearlos con cuidado, la respiración de la chica se aceleraba, la mía aun más ¿Seria en realidad mi hermana?

El video dio un vuelco de 180⁰, la chica pasó de ser la dominante a ser la sumisa. Aquel hombre comenzó a lamer su coño y su ano, a meter su lengua todo lo que daba de si, se empezaron a oír leves gemidos. Apartó la cara y enfocó de nuevo la cámara para esta vez jugar con sus dedos, jugando con el exterior de su coño muy sensualmente, acariciando sus labios, abriendo la entrada de su vagina, jugando con el agujerito de la uretra y su clítoris. El cuerpo de la chica se estremecía con cada caricia. El chico metió un dedo en su vagina, ella dio un respingo. Metió el segundo, la chica frunció el ceño y se mordió el labio inferior. Comenzó a subir el ritmo, sus dedos entraban y salían esta vez muy rápido, de vez en cuando se arrimaba a lamer su ano, los gemidos de la chica eran cada vez más fuertes y más continuos. Estaba totalmente mojada, saco los dedos de su coño y empezó meter uno lentamente por su ano, ella seguía gimiendo, empezó a moverlo dentro ella para que dilatara, sonó un leve grito entre dolor y placer, comenzó a sacar y meter el dedo violentamente. Entonces cambió de nuevo la imagen y se veía el sofá desde enfrente, ella tumbada boca abajo, con la cara mirando afuera y una expresión entre dolor y placer que por un lado era muy excitante pero que por otro lado daba algo de pena. El hombre estaba apoyado sobre las piernas de ella, apretando sus nalgas con las manos comenzó a meterle la polla por el culo, fue muy lentamente, a juzgar por la cara de dolor de la muchacha era su primera vez. Al final el hombre empujó bruscamente y se oyó de nuevo un grito de dolor, esta vez más fuerte, juraría que le cayo alguna lagrima. Se tapó la cara con las manos mientras el hombre le daba por culo cada vez más rápido, su cuerpo y sus tetas se agitaban contra el sofá violentamente de un lado para otro. La situación se volvió extrañamente incomoda. Aquella diosa que en un principio tenía a un hombre a sus pies estaba siendo brutalmente sometida. El hombre la cogió de las muñecas y estiro sus brazos hacia atrás, inmovilizándola. La cara de le chica, esta vez hinchada y enrojecida por las lagrimas mostraba un sentimiento de angustia indescriptible.

Tras unos minutos más de sufrimiento de la chica, el hombre se levantó, parecía que estaba apunto de correrse, igual que yo. La chica no se movió ni un ápice, su cara seguía mostrando una total desolación. El hombre se puso a su lado y la cámara volvió a enfocar de cerca. El hombre cogió los pies de la chica, todavía boca abajo, y empezó masturbarse violentamente para correrse sobre ellos. Al minuto salió disparado el primer chorro de semen a los pies de la muchacha. Viendo aquel momento y aquellos hermosos pies embadurnados en semen yo tampoco me pude contener y acabe corriéndome, como si fuera yo el que la estuviese llenando de gran cantidad de mi semen. Acabé manchando los pantalones y la sabana de la cama. El hombre del video seguía corriéndose sobre los pies, las piernas y llegando con sus disparos hasta el culo de la chica.

No me suelen gustar situaciones tan duras como la de aquel video pero aquella chica que aun dudaba si podía ser o no mi hermana me tenía cautivado, pese a todo lo que había pasado. Aquella chica por un lado me excitaba muchísimo, quizá por ser casi idéntica a mi hermana, pero por otro lado me daba mucha pena todo lo que había sufrido, si en realidad era mi hermana lo tendría que haber pasado fatal. Era un sentimiento muy extraño.

El video había terminado y yo me dispuse a quitar la sabana y a cambiarme de pantalones. Abrí la puerta de la habitación lentamente para no hacer ruido. Mi madre ya se había acostado. Salí lentamente y llevé la ropa al canasto de la ropa sucia. Volví de nuevo a mi habitación e intenté dormir.

Vaya día, primero espío a mi hermana en el baño y luego aquel video tan excitante con una chica que me recordaba extrañamente a ella. Tenía el pelo y los ojos de otro color pero tenía ese antojo en la nalga tan característico.

¿Sería solo producto de mi imaginación, coincidencia o en realidad era ella? ¿Como podría averiguarlo? Si en realidad era ella me había hecho la paja de mi vida viendo como sometían brutalmente a mi hermana, la cosa era preocupante.

Yo quería dormir tranquilo después de ver algo de porno y correrme a gusto pero aquel video me había dejado trastornado, había tenido una de la corrida más impactante de mi vida  y me encontraba aun más inquieto que antes. No iba a ser una noche tranquila, iba a pensar en todo menos en dormir.

¿Qué sería de mi vida a partir de ese momento? No lo se, el tiempo lo diría pero estaba claro que desde aquel día todo cambió…

 CONTINUARÁ…

Relato erótico:”Las Profesionales – Una perra mucho mas sumisa”(POR BLACKFIRES)

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La tarde empieza a dar paso a la noche y el tráfico en la ciudad se despeja, el auto deportivo de Susan avanza sin obstáculos en dirección a casa, el día a sido largo y complicado, demasiadas cosas en muy poco tiempo. Al llegar a un semáforo el móvil empieza a sonar, Susan toma la llamada y contesta.

– “Hola…”

Nadie contesta, por lo menos ninguna persona responde, pero un sonido parecido al de una máquina de fax llega por respuesta. Espera unos momentos, al final la comunicación se corta sin más. El semáforo cambia a verde y ella avanza con el tráfico, pero decide estacionarse al borde de la vía, apaga el auto y espera un momento mirando el móvil.

Un momento después el móvil vuelve a sonar, ella intenta contestar pero el sonido vuelva a aparecer, esta vez Susan siente como todo a su alrededor empieza a desaparecer, una oleada de calor empieza a invadirla y su vagina se humedece, sus pezones se ponen duros y en sus senos un hormigueo la empieza a excitar. La llamada dura aproximadamente un minuto y medio, parpadea un momento y encendiendo el auto, luego se dirige de vuelta a la ciudad y minutos después llega a una prestigiosa boutique de una selecta área comercial.

Al entrar puede ver a cuatro o cinco clientas que junto un número igual de empleadas escogen prendas de ropa interior, una de las chicas avanza hacia ella y mientras avanza Susan no puede dejar de mirar sus piernas cubiertas de medias de seda, puede verse el liguero que las sostiene bajo una minifalda a juego con una blusa de seda que con dos botones abiertos deja apreciar un hermoso par de senos contenidos en un sostén de encaje.

– Bienvenida Madame, ¿En qué podemos ayudarle?

– Buenas, estoy buscando Miss Massiel.

– Un segundo por favor, le diré que usted le busca… algo que pueda ofrecerle mientras espera.

Diciendo esto la chica toma un teléfono interno y mientras marca le sonríe provocativamente a Susan, ella no puede quitar los ojos de aquella chica de labios tentadores. Un momento después una joven de unos 23 años aparece desde el fondo de la tienda y sonriéndole a Susan hace una seña a la chica y les deja a solas.

– Bienvenida Sra. Baxter, es un honor tenerle en mi tienda.

Susan observa la recién llegada, su ropa es muy parecida a la de la primera chica pero este modelo es mucho más provocativo que el anterior, su cuerpo y su rostro son más delicados y el conjunto completo hacen de ella una delicia para la vista, con voz nerviosa y algo entrecortada Susan contesta

– Me han enviado a recoger un paquete.

– En ese caso acompáñame a los probadores VIP Sussy, estaba esperando por ti…

Diciendo esto ambas mujeres se dirigen al final de la tienda y mientras caminan Massiel coloca una mano en la espalda de Susan y poco a poco se desliza hasta el trasero de Susan que se estremece al ser acariciada. Al llegar al privado Massiel cierra la puerta y sin mas toma a Susan, con una mano en la espalda y otra en su trasero, mirándola fijamente la besa delicadamente, a lo que Susan responde, las lenguas de ambas mujeres se pelean en sus bocas, en segundos Massiel la desnuda casi por completo, alejándose de ella recoge un collar de cuero de un estante y lo coloca en el cuello a la excitada Susan. Ella sigue de pie solo vestida con su ropa interior, sus zapatos de tacón y su nuevo collar de cuero. Massiel le acaricia los senos y mirándola a los ojos le dice.

– Desnúdate.

Susan termina por quitarse todo y sigue de pie frente a Massiel que sentada en una butaca frente a ella le observa desnuda en medio del cuarto.

– Eres muy hermosa, esos senos son más grandes de lo que esperaba, recoge lo que hay detrás de ti y úsalo.

Susan toma un paquete y empieza a vestirse con un sostén de encaje negro a juego con un par de medias de seda que sostiene en su sitio con unos ligueros negros y cambiando de zapatos se coloca un par de tacones de aguja de 3.5 pulgadas, mientras se viste siente con Massiel se acerca lentamente a sus espaldas, acariciándola desde atrás la toma por los senos y empieza a besarle el cuello, no deja de temblar y gemir.

– Estas perfecta Sussy, justo como tienes que estar vestida.

– No… No encuentro las bragas…

– No te preocupes Sussy, tu nunca más necesitaras bragas

Diciendo esto desliza dos dedos en el encharcado coño de Susan que empieza a gemir al sentir como entran y salen esos dedos, los besos y las caricias en sus senos la llevan al borde del orgasmo, justo en ese momento siente como Massiel coloca una cadena en la argolla del collar de cuero.

– A cuatro patas Sussy

Cae a cuatro patas y gateando junto Massiel la lleva hasta la butaca donde sin decir nada mas abre las piernas dejando a la vista de Susan su coño que inmediatamente empieza lamerlo y a adorarlo como la mas experta.

– Asiiiii Sussy… asi muy bien continua… te encanta obedecer, obedecer es placer Sussy…

Unos minutos después Massiel se corre en la cara de Susan llenándola de sus jugos, y al reponerse del orgasmo ayuda a Susan a terminar de vestirse y retocar el maquillaje. Ambas salen del privado y acompañándola a la puerta de la tienda se despiden.

Susan toma su auto sintiéndose tan excitada y caliente, sale del área comercial, en su mente no deja de escuchar a Massiel decir “obedecer es un placer”, con eso en la cabeza y aun saboreando los jugos vaginales en su boca llega a un exclusivo restaurante de la ciudad, al entrar un mesero la recibe.

– Bienvenida Madame

– Soy Sussy y vengo… a entregar un paquete…

En un privado del restaurante la joven pareja formada por la Sra. y el Sr. Loggan, dueños de la Corporación Loggan Aeroespacial, celebran su tercer aniversario de bodas en una intima y romántica cena, intima hasta que un camarero entra acompañado de una bella mujer, dejando a los tres solos cierra la puerta del privado.

– Soy Sussy y vine a entregar un paquete

– Parece que mi regalo ha llegado por fin, feliz aniversario querida.

La Sra. Loggan sonriendo se le acerca, camina alrededor de ella la observa detenidamente, con un gesto invita a su esposo a mirar de cerca a la recién llegada. El Sr. Loggan llega junto a ellas y le dice al oído a Sussy.

– Quiero ver el paquete.

Ella se quita el traje ejecutivo y solo se queda con su nuevo juego de encaje, de pie en medio de los esposos que inmediatamente empieza a acariciarla y besarla.

– Es hermosa, parece una muñeca… que labios deliciosos tiene amor.

– Es una muñeca, una muñeca para coger, y es toda tuya… ya viste estos senos linda, se que te gustan grandes.

– Me encanta amor.

El Sr. Loggan se coloca a sus espaldas, tomándola de sus senos le besa el cuello y con sus dedos libera los pezones de Susan, la Sra. Loggan se le acerca por de frente y por invitación de su esposo comienza a besarle los senos, mientras con sus manos acaricia su trasero y su coño, su lengua recorre en forma espiral su seno hasta llegar a su pezón y con su boca lo captura para empezar a mamarlo y delicadamente morderlo. En ese momento Susan deja escapar un gemido que se apaga con un beso de lengua que le coloca el Sr. Loggan. La Sra. Loggan observa a ambos besarse mientras ella sigue el ataque a los endurecidos pezones.

– ¿Me quieres poner celosa mi cielo?

Liberando los senos de Susan, con sus dos manos la toma por el rostro y le planta un beso y su lengua sin obstáculos empieza a sondear la boca de Susan que no puede controlar su excitación y acaricia a la chica mientras siente el endurecido pene del hombre que le acaricia las nalgas, con una mano sostiene el pene y con la otra empieza a bombear el coño de la chica. Finalmente el beso apasionado termina y Susan siente la fuerte mano del Sr. Loggan presionarle el hombro y entiende el mensaje cayendo de rodillas entre los esposos que empiezan a besarse apasionadamente, mientras ella inicia a lamer y mamar su verga y su coño en un ritmo intercalado para no desatender a ninguno.

Unos minutos después una ya desbocada Susan esta a cuatro patas manando la verga del hombre y recibiendo embestida tras embestida en su coño por parte de una excitada Sra. Loggan, que con un pene de plástico sujeto a sus caderas por un arnés le llena el coño mientras le dice lo puta y zorra que es al estar a cuatro patas como una perra siendo usada por ellos, ellas solo es la perra y ellos son sus dueños. Es la tercera vez que ambos esposos intercambia posición usándola.

– Esta perra tiene una boca deliciosa, ya casi no puedo aguantarlo.

– No te corras en la boca de esta perra, sigue gimiendo querida, sé que te encanta que te usemos, quiero que me llenes a mi corazón lo quiero dentro de mi.

– No te preocupes ella no se merece lo que te pertenece por derecho.

Diciendo estos la chica se aparta de Susan y quitándose el arnés deja expuesto su coño para que su excitado macho la penetre olvidando a Susan que aun no llega a correrse, ambos se entrelazan y mientras una celosa Susan gatea hasta ellos los observa llegar al clímax entre gemidos y gritos, luego de unos momentos que parecen interminables ambos esposos se mueven y levantándose se besan y abrazan frente a ella que espera a cuatro patas.

– ¿Qué esperas para empezar a limpiarnos?

Ella inicia a lamer sus sexos limpiando con su lengua los rastros se semen y fluidos vaginales mientras los esposos arreglan sus ropas, la velada termina con ambos esposos sentados a la mesa degustando sus postres y su ultima copa de vino. Mientras Susan sigue a cuatro patas bajo la mesa con un vibrador insertado en el culo y lamiendo los pies de sus dueños.

Poco a poco despierta y para su sorpresa se encuentra sentada en su despacho totalmente desnuda y conectada a electrodos desde donde salen cables que van conectados a una batería de computadoras y monitores a su alrededor, dos vibradores siguen insertados en su culo y coño pero las ataduras han desaparecido, observa todo como si fuera la primera vez que esta en su propio despacho, recorre la habitación buscando algún rastro de sus dueños, intenta levantarse pero se siente mareada y atontada, se inclina un poco hacia adelante y observa el suelo cubierto de una gruesa lona de plástico, la cual esta humedecida y salpicada de sus jugos vaginales y otros fluidos, al inclinarse siente que su equilibrio cambia pues sus senos parecen haber aumentado dos o tres tallas, sorprendida los observa y sin pensarlo los acaricia con sus dedos y siente lo sensibles que están, inmediatamente una oleada de calor la recorre haciéndola gemir levemente y el vibrador en su coño empieza a funcionar.

Su cuerpo empieza a reaccionar y recostándose hacia atrás deja que sus manos acaricien sus senos y que su coño vibre haciendo que su cuerpo se empiece a contorsionar por la excitación, una mano se desliza a su coño y la otra continua en sus senos, en su mente no hay nada más importante que obedecer, sentir placer, llegar al orgasmo, ella necesita correrse, ella necesita correrse y sentir placer al obedecer.

Susan se deja llevar por el ataque sexual sistemático al cual sus manos la someten, cerrando sus ojos intenta imaginarse de rodillas frente a un macho, un macho que la domina y la somete, ella necesita obedecer a su dueño, ella no es más que un juguete sexual… ella necesita correrse y sentirse como lo que es, como una…

– Hola Sussy Pussy me encanta que estés ya despierta.

Susan abre sus ojos y una sonriente Helen aparece ante ella de pie a su lado mirando como no puede detener su cuerpo y sus manos que ya a estas alturas mantienen de rehén a la parte pensante de su cerebro.

– Soy… soy una… aaaaaah…. Soy una perra…

La sonrisa de Helen no puede ser descrita al acariciar con su mano el cabello castaño de la nueva Susan mientras le comenta.

– Claro que lo eres Sussy Pussy, has sido una buena chica, buena chica… me encanta como todas al final terminan por romperse.

Helen ayuda a Sussy a levantarse y la lleva al baño privado donde empieza a asearla, sin perder la oportunidad de besarla y acariciarla sin la menor resistencia, al volver a la oficina con una desnuda Susan caminando como mascota obediente tras de ella, encuentran a Tara limpiando la oficina y empacando los dispositivos, al verla Susan siente un ataque de vergüenza y baja sus ojos al piso, Helen la toma por un mano y la coloca frente al escritorio, la inclina sobre el y ella responde colocando los codos sobre la cubierta del escritorio y separando las piernas, Tara entrega un vibrador a Helen que con una rápida lamida lo humedece y lo empieza a insertar en el coño empapado de Sussy, Tara coloca un paquete de documentos frente a Sussy y extrañamente las palabras escritas en los documentos no las puede leer, Helen empieza a meter y sacar el vibrador y ella empieza a temblar.

– No te preocupes si no puedes leer lo que dice allí, tuvimos que desechar algunas de tus habilidades para hacer de ti una buena chica, solo dejamos las que nos son necesarias, solo pon tu firma en los documentos…

Helen apaga y detiene el vibrador, Tara entrega un bolígrafo a la excitada Susan que sin otra orden firma los documentos que Tara va colocando frente a ella, al terminar Tara cierra la cartilla de documentos la coloca en un sobre y lo entrega a Helen que sonriendo le dice a Susan desde su espalda.

– Buena chica Sussy Pussy, buena chica ahora eres oficial y legalmente nuestra, toda nuestra.

Sin más por decir Helen introduce el vibrador y le besa la espalda mientras Tara acaricia sus senos y la besa apasionadamente haciéndola estremecer. Minutos después Helen sentada en una butaca observa a Tara sentada en el escritorio con las piernas separadas y la cabeza de Susan entre ellas, ambas se detienen al escuchar el timbre del teléfono, con un gesto de manos Tara se levanta y tomando a Susan le dice al oído.

– Posición de obediencia Dos.

Sin el menor pensamiento el cuerpo de Susan cae de rodillas con sus nalgas descansando en sus talones, sus piernas ligeramente separadas, sus manos entrelazadas a su espalda erguida levantando sus grandes y hermosos pechos, su cabeza inclinada hacia el frente con la mirada clavada al piso.

Tara contesta la llamada.

– “Baxter Health Care & Spa, Oficina de la Dra. Baxter”

– “Soy Samantha Baxter, comunícame con mi madre”

– “Un segundo Señorita Baxter, la comunico”

Tara presiona el botón de espera y voltea a mirar a la sumisa Susan y a Helen de pie a su lado. Helen se coloca frente a Susan y tomándola por la barbilla la obliga a mirarla

– Lo harás tal como te he ordenado verdad querida, serás una buena chica por que tú quieres obedecer.

– Así lo hare mi señora…

Con esto Tara entrega el auricular a Susan y esta con una mano lo sostiene y con su mano libre se inserta dos dedos en su coño, empieza a masturbarse mientras contesta.

– “Hola Sammy, ¿como va el viaje?”

– “Hola mom, todo bien, estaremos de vuelta mañana”

– “Excelente cariño… enviare a mi asistente a recogerlas al aeropuerto…”

– “Hazme el favor de no enviar a nadie como el ultimo idiota que enviaste por nosotras, no quiero pasar todo el camino intentando hacerle entender a alguien que no quiero hacer amigos ni ser sociable con empleados”

– “Sí… cariño… enviare…”

– “¿Te pasa algo, te escucho algo extraña?”

– “Dame un momento”

Tara acciona el botón de espera y Helen la toma por un brazo levantándola bruscamente, mete uno mano en su propio coño desliza sus dedos dentro y luego los coloca en la boca de Susan y la desvalida Susan los empieza a lamer con desesperación, sus ojos se ponen vidriosos y su rostro se relaja. Helen con una mano la toma por el cuello y hace una señal a Tara, mientras le susurra al oído a Susan, Tara acciona el botón y Susan repite como un marioneta lo que Helen le susurra al oído.

– “Lo siento querida una llamada en la otra línea”

– “¿En serio estas bien, estas ocupada?, estas muy rara”

– “Tranquila querida solo trabajo, enviare a mi asistente Tara por ustedes, te veré mañana en la cena que organicé para ustedes, debo dejarte”

– “Bueno esta bien te veré mañana, adiós”

– “Hasta pronto Sammy”

– “Deja de llamarme Sammy ya no soy una niña”

Con esto la llamada se cierra y una sonriente Helen comenta.

– Claro que no eres una niña Sammy pero pronto dejaras de ser una mujer y tu me vas a ayudar Sussy Pussy. Has sido una mala chica, mala chica, unas horas más y acabaremos con eso que queda en tus sesos.

Al día siguiente una sonriente Susan conversa con sus hijas sentadas a la mesa de su mansión, Susan se escucha responder a si misma, pero sus palabras no son suyas, siente como si alguien mas las dijera por ella. Las chicas le comentan sus aventuras en España, Alemania y Francia, obviamente evitando mencionar las fiestas, drogas y alcohol en todos esos países, Samantha le habla de unas montañas al norte de Alemania pero Susan solo pude mirar sus labios tentadores y sus pechos generosos cubiertos con una ligera camisa de lino, al otro lado Melissa la menor de sus niñas es casi un clon de su madre, de cabellos castaños y a diferencia de su hermana con menor busto pero de cabellos rizados, ríe al escuchar el relato de su hermana al contarle a su madre como Melissa ridiculizo a una empleada del hotel en Alemania, en el fondo de la mente de Susan un temor crece mientras observa como Rossana sirve los platos y llena las copas de cristal con bebidas que las chicas toman sin siquiera reparar en la presencia de Rossana, Susan mira sonriendo como las chicas terminan sus bebidas cargadas con un poderoso somnífero, las conversación poco a poco empieza a hacerse mas pausada y termina cuando Melissa torpemente intenta cortar una pieza de carne y deja caer sus cubiertos al suelo, Samantha la observa atontada y al intentar preguntar si se encuentra bien termina con su cara enterrada sobre el plato de ensalada de lechuga colocado frente a ella.

susan observa sentada sin moverse a sus dos hijas aturdidas en la mesa, mientras Rossana abre una gaveta en una mesita cercana sacando un collar de cuero y una cadena que le coloca en el cuello, lo que hace que Susan se excite completamente esperando con ansias llegar al tan anhelado orgasmo, Rossana se quita la falda y coloca su coño al alcance de la cara de Susan.

– Has sido una buena chica Sussy, ambas hemos sido buenas chicas, lámeme el coño y dame mi recompensa.

Minutos después ante un aturdido publico Rossana termina por correrse en la cara de Susan, sin poder aguantar mas Susan siente como todo a su alrededor se nubla y pierde el conocimiento.

Vagos recuerdos llegan a la mente de Susan mientras esta de pie en la estancia de su mansión frente a la puerta principal, esta vestida con un fetichista traje de empleada francesa el cual casi no cubre sus ahora mucho más grandes pechos, una tanga negra se le encaja en la raja que divide sus nalgas y sus pies están encapsulados en unos zapatos de tacón de aguja de por lo menos 4 pulgadas, casi se sostiene en pie solo con sus dedos pulgares, el collar de cuero que Rossana le colocara la noche de la cena la hace sentirse mas humillada que de costumbre, y al recordar la cena a su mente vuelven borrosos recuerdos de sus hijas siendo llevadas a una camioneta negra en el garaje de su mansión, luego otro borroso recuerdo la invade al estar de pie mirando a través de un cristal frente a un cuarto de cirugía observando a sus hijas atadas a sillas parecidas a las que usan los dentista, sus cabezas y cuerpos cubiertos con electrodos, sus coños y culos llenos con vibradores, su cuerpo se excita al ver como ambas chicas se contorsionan al recibir placer y ser condicionadas, sus jóvenes cuerpos y sus cerebros son bombardeados sin tregua hasta que llegan al orgasmo una y otra y otra vez, una envidiosa Susan las observa correrse y no puede dejar de mirar esos pechos que parecen haber crecido dos o tres tallas en los últimos cuatro días.

El sonido de la puerta de entrada la vuelve a su sumisa realidad, Rossana camina a la puerta y el recién llegado entra tomando a Rossana por la cintura y colocándola contra la pared le planta un apasionado beso y sin mas le saca un de sus senos fuera del costoso traje de seda que antes fuera de Susan, con su boca atrapa el pezón y los gemidos de Rossana llenan la habitación, Susan empieza a sentir como sus jugos corren por sus piernas mojando las bragas y medias, el hombre suelta a Rossana que le informa.

– Bienvenido señor, todo esta listo. Sussy esta condicionada como la perra que siempre a sido.

Ambos se acercan a ella que no deja de temblar por las ganas de ser usada por esa hembra y ese macho, su mirada se clava en el suelo y siente como ambos se colocan a su lado, el hombre la toma por la barbilla y la obliga a mirarlo, ella sigue mojando sus bragas y medias cuando el aroma de su macho la embriaga, el hombre desliza el cierre de su pantalón y se saca la verga mientras la coloca a ella contra la pared, luego la presiona con su cuerpo deslizando su dura verga dentro de Susan que siente que esta a punto de estallar, el hombre empieza a bombearla con más y más fuerza y Sussy no puede conterse, el hombre la toma por los cabellos y mirándola a la cara le dice.

– Dime lo que eres.

– Soy aaaag soy una perra sumisa que te pertenece.

El hombre le sonríe mientras la mantiene penetrada.

– Has sido una buena chica estas semanas, igual que Rossana debes tener una recompensa… correte para mi puta.

Ante esta orden la mente de Susan termina por desconectarse cuando oleada tras oleada de placer la invaden. Meses de ganas, terminan y se corre tantas veces que pierde la cuenta y en su aturdido cerebro los últimos rastros de la mente consciente de Susan terminan por desaparecer dando paso a Sussy Pussy.

Al volver a la realidad una feliz y realizada Sussy siente como Rossana la hace caminar a la alcoba principal siguiendo al hombre que ahora es su dueño, ella necesita complacerlo y demostrarle lo obediente y dócil que es. Al entrar los tres en la habitación pueden ver frente a la cama matrimonial a Samantha y a Melisa que a cuatro patas están conectadas entre si por un dildo doble que tienen insertados en sus culos, ambas chicas se mueven acompasadas para penetrarse una a la otra, ambas visten exclusiva y delicada lencería roja y negra, con sostenes de media copa que casi no logran sostener sus deliciosos senos, medias a juego y ligueros. Rossana avanza hacia ellas y acciona un botón en medio de los dildos que los hace soltarse, les ordena ponerse de pie y ambas chicas con la mirada perdida son acariciadas por Rossana en medio de ellas.

– Tal como lo pediste señor condicionadas justo como su madre, ¿qué te parecen?

Las chicas dejan escapar gemidos de placer cuando las manos expertas de Rossana les acarician sus delgados y atléticos cuerpos haciéndolas estar más excitadas y húmedas si eso es posible.

– Excelente, me parece excelente, ven aquí Sussy.

Sussy camina hasta su dueño y observa a las chicas semidesnudas frente a ella, ya no son sus hijas son dos perras justo como ella lo es. En ese momento un móvil empieza a sonar y el hombre toma la llamada.

– “Hola Mr. B lamento si estoy interrumpiendo algo importante”

– “Hola Robert, descuida aun la fiesta no ha comenzado, me parece que has hecho un excelente trabajo”

– “Nada de eso señor, no hubiéramos podido lograrlo en tan poco tiempo sin su colaboración con los nanos, han sido más efectivos de lo esperado… por cierto Mr. L ha hecho una oferta importante para una velada familiar”

Mientras conversan Rossana hace que ambas chicas se coloquen una frente a la otra y les ordena besarse, a lo que sin vacilación ambas chicas se acarician y besan apasionadamente, sus lenguas juegan a entrar y salir de las bocas de ambas mientras sus pechos se aplastan entre si, luego de un momento Rossana les dice algo al oído y ambas chicas caen de rodillas una a cada lado de la cama con sus nalgas sobre sus talones su cabeza inclinada hacia el frente haciendo que sus cabellos caigan de lado sobre sus pechos que sostienen con sus manos ofreciéndolos generosamente.

Los tres se acercan a la cama entre caricias y besos y el hombre termina la conversación diciendo.

– “Tranquilo Robert, sabre recompensarte con lo que necesites para la nueva fase… ahora si me disculpas tengo una familia que atender, debo ver que pueden hacer mi esposa y mi amante juntas en la cama…. Dile a Loggan que lo pensare”.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR ESCRIBIDLE A:
blackfires@hotmail.com

Relato erótico: “Prostituto 21 Una clienta me confesó que era lesbiana” (por HEL con la colaboracion de GOLFO)

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Hay veces que los deseos de unos padres, nada tienen que ver con los de sus hijos. El más claro ejemplo soy yo. Para agradar al mío, estudie y acabé derecho aunque desde primero sabía que no era mi futuro. Pero creo que ya he dado sobradas pistas de mi vida y lo que realmente esperáis es que os cuente otro episodio de mi vida como prostituto de lujo en Nueva York. Os he hecho esta introducción para explicarlos el problema donde me metí un día que recibí la llamada de una madre pidiendo mis servicios. Hasta ahí todo normal, lo que realmente me resultó raro y chocante fue que me quisiera alquilar no para ella sino para su hija. Extrañado pero habiendo recibido encargos más sorprendentes, pacté con ella mis emolumentos y quedé que recogería en su casa a su chavala. Al colgar, pensé descojonado sobre lo fea que debía ser la pobre para que la madre decidiera dar el paso y contratarle un hombre. Como le corría prisa, pagó casi el doble para que cancelara una cita con una clienta habitual y esa misma noche hiciera sentirse mujer a su retoño.
Habituado a servir de paño de lágrimas y satisfacer a las más diversas mujeres, me metí en la ducha y tranquilamente me preparé para cenar con la que se suponía que era un adefesio. Al llegar con mi coche hasta el chalet donde vivían, me quedé horrorizado que el propio padre me recibiera en la puerta y que tras saludarme, me invitara a tomarme una copa. Al escuchar su invitación, me negué aludiendo a que tenía que conducir pero el señor insistió en ofrecerme al menos una cerveza.
-Una sin alcohol- pedí considerando que estaba en Babia y que desconocía cual era mi profesión.
Os juro que hasta ese momento, creí que al pobre tipo  su mujer le había engañado como a un chino y suponía que era un amiguete de su hija. Pero al llegar con mi copa, me pidió que me sentara y sin mayor prolegómeno, me soltó:
-No sabes cómo te agradezco lo que vas a hacer. Estoy muy preocupado por Wendy. No sale casi de su cuarto, se pasa las horas en internet y ni siquiera nos consta que tenga amigos-
Tanteando el terreno e imaginándome la clase de Friki con la que me iba a encontrar, respondí que no se preocupara que la dejaba en buenas manos.   Si me quedaba alguna duda, esta se diluyó como un azucarillo cuando me dio la llave de una habitación en el Waldorf y con tono compungido, me dijo casi llorando:
-Trátala bien y que no vuelva a casa en toda la noche-
Alucinado porque me pidiera directamente que me follase a su hija, comprendí que realmente ese matrimonio tenía un problema y tranquilizando al sujeto, le prometí que haría todo lo que estuviese en mi mano para devolverle la confianza que me daban. El pobre viejo no pudo soportar la tensión y echándose a llorar, me dijo que yo era su última oportunidad. Comprenderéis el agobio que sentí mientras consolaba a ese padre, agobio  que no solo era  producto del dilema de esos esposos por el que tuvieron que acudir a mí sino porque realmente creí que me iba a tener que encargar de un feto malayo que espantaría hasta las moscas.
Os imaginareis mi sorpresa cuando vi entrar a un primor de mujer por la puerta. Mentalmente me había preparado para enfrentarme a un ser vomitivo y por eso al contemplar la belleza de esa rubia de ojos marrones, pensé que no podía ser ella:
“¡Tiene que ser su hermana!”
Cortado, me levanté de mi asiento y la saludé con  un apretón de manos al recordar que al contrario que nosotros los latinos, el saludar con un beso está mal visto. La muchacha haciendo un esfuerzo me dio la mano y con voz ausente, dijo:
-Soy Wendy-
Su reacción me hizo comprender que no estaba entusiasmada con la cita que le habían organizado sus viejos.
“No me extraña. Yo también estaría molesto si me la organizaran a mí” me dije mentalmente mientras mirándola de arriba abajo, me resultaba difícil de creer que esa niña tuviera problemas de adaptación.
Alta y delgada, lucía un vestido ajustado que dejaba entrever que además de guapa, esa chavala tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier universitario. Sabiendo que las apariencias engañan, me despedí de sus padres y sacándola de esa mansión, la llevé hasta mi coche.
Wendy al descubrir que el vehículo donde la iba a llevar era un porche, sonrió por vez primera y pasando la mano por el alerón, me confesó:
-Nunca he subido a un 911-
Al ver su asombro y que conocía ese modelo, creí ver una rendija donde romper la coraza que había instalado a su alrededor.
-¿Tienes carnet?- pregunté.
-Sí- contestó la extasiada chavala sin dejar de mirar el deportivo.
-Pues entonces, ¡Conduce!- dije lanzando las llaves.
La rubita las cogió al vuelo y sin dar tiempo a que me arrepintiera, se montó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón. Aun sabiendo que era un riesgo dejar ese coche en manos de una novata, decidí que había hecho lo correcto al sentarme y descubrir en sus ojos una vitalidad que segundos antes no existía.
-¿Dónde vamos?- dijo sin soltar el volante.
Se la veía encantada y por eso cambié mis planes sobre la marcha:
-¿Qué tipo de comida te gusta?-
-La japonesa- respondió ansiosa por encender y acelerar a fondo.
-Entonces coge la autopista rumbo a la Manhattan que tengo que hacer unas llamadas-
Tal y como había supuesto, Wendy hizo rechinar las ruedas al salir de la finca de sus padres y violando los estrictos límites de velocidad del estado puso mi porche a más de ciento ochenta.  Aproveché a observarla mientras llamaba al restaurant. Emocionada por la sensación de tener entre sus manos una bestia de tantos caballos, sin darse cuenta, sus pezones estaban al rojo, delatando la excitación de su dueña bajo la tela. Cuanto más la miraba, menos comprendía que cojones hacía yo allí:
“¡Está buenísima!” reafirmé mi primera impresión al contemplar las piernas perfectamente contorneadas que se dejaban ver bajo su minifalda.
Para colmo, habiendo olvidado su tirantez inicial, el rostro serio de la  muchacha se había trasformado como por arte de magia y mientras conducía, lucía una sonrisa de oreja a oreja que la hacía todavía más guapa. Satisfecho por el resultado de mi apuesta, le informé que me habían dado mesa en el Masa, uno de los mejores sitios para degustar ese tipo de comida en la ciudad.
-¿Estás seguro?, ¡Es carísimo!- exclamó horrorizada por la cuenta que yo tendría que pagar.
Buscando soltarle el primer piropo, le contesté:
-Una mujer tan bella como tú desentonaría en otro lugar-
Mi lisonja curiosamente la disgustó y poniendo una mueca, me soltó:
-Eso se lo dirás a todas-
No me hizo falta más para percatarme de que me había equivocado y que con esa mujer debía andar con pies de plomo hasta que me enterara de la naturaleza de su problema. Cambiando de tema, le expliqué como podía evitar el tráfico de entrada a Manhattan. Al hacerlo, la alegría volvió a su cara y mordiéndose los labios, me agradeció las indicaciones.
Al llegar al “Masa”, la mujer que se bajó del vehículo era otra. La tímida y apocada niña había dejado paso a una mujer segura de si misma que avasallaba a su paso.
-¿Qué te ha parecido?- pregunté al ver que con disgusto entregaba las llaves al aparcacoches-
-¡Increíble!- y con una picara mirada, me reconoció: ¡Casi me corro cuando me dijiste que podía conducirlo!-
Solté una carcajada al escuchar la burrada y pasando la mano por su cintura, entré al japonés. Ese sencillo gesto, me confirmó que la cría tenía un cuerpo duro y atlético que sería una gozada disfrutar y con  ánimos renovados, decidí que esa noche sería cojonuda.
Ya cenando, Wendy se mostró como una mujer inteligente y divertida que disfrutó como una enana comiendo su cocina favorita mientras criticaba sin piedad y en plan de guasa a los presentes en ese lugar tan selecto. Os juro que me lo pasé francamente bien y que incluso tonteé con ella, rozando nuestras piernas por debajo de la mesa. Pero aun así me di cuenta que algo fallaba porque al irse acercando el postre, se empezó a poner nerviosa. Pensando que su nerviosismo se debía a que iba a ser su primera vez, no quise forzarla y al llegar la cuenta, le pregunté:
-Ahora, ¿Qué quiere la princesita hacer?-
Como despertándose de un sueño, la cría asustada y huidiza de nuestro encuentro volvió y con tono desganado, respondió:
-Mi padre ha reservado una habitación, ¿No es así?-
Previendo problemas, le hice ver que no teníamos que hacer nada y que si quería podía llevarla de vuelta a su casa. La rubita agradeció mis palabras pero, totalmente angustiada, me pidió que la llevara a ese hotel. Mi pasada experiencia me reveló que esa mujer estaba intentando satisfacer la voluntad de otros y no la suya por lo que asumí que debía ser muy cuidadoso a partir de ese momento.
Al sacar el coche del parking, pregunté si quería conducir pero Wendy, hundida en un completo mutismo, ni siquiera me contestó. Su silencio confirmó mis peores augurios y por eso mientras la llevaba hasta el Waldorf, comprendí que, si quería salir triunfante, debía de conseguir que se relajara antes de hacer cualquier acercamiento.
Si llegan a hacer una encuesta entre las muchachas de su edad, preguntándoles cuantas hubieran deseado que su primera vez hubiere sido en ese hotel de cinco estrellas y con un hombre como yo, estoy seguro que la inmensa mayoría hubiese dicho que sí. Pero en cambio, Wendy parecía ir al matadero en vez de estar ilusionada y eso que me constaba que yo le resultaba simpático y agradable. Lo peor fue su reacción al entrar en la habitación, con lágrimas en los ojos dejó caer su vestido al suelo y mientras yo me quedaba embobado por la perfección de sus formas, me soltó casi llorando:
-¡Hagámoslo!-
-¡No digas tonterías!- respondí y recogiendo su ropa, acaricié su cara mientras le decía: ¡Tápate! Y vamos a tomar una copa-
Destrozada, se vistió y sin saber que iba a pasar, llegó a donde estaba poniendo dos whiskys con gesto resignado. Tanteando el terreno, le di su bebida y sentándome en un sofá, le pedí que me siguiera. Como reo que va hacia el patíbulo, se sentó junto a mí esperando que aunque antes no me había lanzado a su cuello, lo hiciera. Pero en vez de abrazarla, le pregunté que le pasaba:

-¿Estás bien?-
-Sí, no es nada. Solo quiero acabar con esto lo antes posible- 
Aunque no supiera que era exactamente lo que le estaba pasando por su mente, era claro que se estaba fraguando una guerra en su interior. Luego me enteré que aunque me consideraba un hombre por de más atractivo y varonil, no se sentía atraída por mí. Reconocía que era  guapo, amable, inteligente y muy caballeroso y por eso le estaba resultando tan difícil decidirse. Había prometido a sus padres que lo intentaría, que haría todo lo posible por ser normal, ser lo que ellos entendían como “ideal de hija”; pero no podía.
Ajeno a su lucha, de pronto vi una férrea determinación en su rostro y abrazándome, me besó. Casi llorando, cerró sus ojos al hacerlo mientras trataba ocultar su rechazo a esos labios en los que buscaba la aceptación paterna. Su cerebro se debatía mientras su piel se erizaba al comprobar que mi cuerpo y sus músculos poco tenían que ver con la suavidad del de una mujer. Wendy se estremeció al recorrer con su boca la mía pero no por la razón a la que estaba acostumbrado sino porque se dio cuenta que había sido una tonta al creer que por besarme su sexualidad se transformaría. Desde niña había soñado que, como en las películas, su primer beso la haría volar, que sentiría mil mariposas volando en su estómago pero desgraciadamente, nada de “eso” ocurrió. Besarme fue como acariciar a un cachorro juguetón, agradable pero nada más.
Cómo comprenderéis, noté su falta de pasión y por eso separándome de la muchacha, le pregunté:
-¿Ya me dirás que pasa?-
-Nada. Sígueme besando- dijo mientras trataba de mostrar una pasión que en absoluto sentía.
-Wendy, no me gusta abusar sexualmente de mis clientas, no si ellas no me lo piden y noto que lo estoy haciendo-
-No estás abusando de mí, ¡Yo quiero hacerlo!-
-¿Tú o tus padres? Fueron ellos quienes me contrataron y realmente, no parece que estés disfrutando esto-
Decidida a intentarlo y a ocultar su orientación sexual,  forzó la situación levantándose mientras dejaba el whisky en la mesa. Se notaba que no quería que seguir hablando, después me reconoció, no quería contarle a un perfecto extraño los verdaderos motivos de su desazón, no quería que la juzgara, ni que la tuviera lástima porque, entre otras cosas, no confesar en voz alta algo que ni ella misma aceptaba.
La vi temblar frente a mí mientras deslizaba los tirantes de su vestido. Aterrorizada se desnudó rozando con sus muslos mis rodillas y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se sentó en mi regazo y rodeándome con sus piernas, me volvió a besar con fuerza. Su belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio, su dulce pero triste sonrisa y el movimiento de sus caderas rozando mi sexo, hicieron que este se alzara presionando el interior su entrepierna.
La lógica reacción de mi miembro, no despejó mis dudas y sabiendo que daba igual lo que le pasaba a esa mujer, yo era un profesional y por eso, decidí que haría mi mayor esfuerzo en complacerla. Tratando de ser todo lo delicado posible, la cargué sin cambiar de posición, poniendo mis manos en ese duro trasero y la llevé hasta la cama.
Ya en ella, por mucho que la besé y me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada tecla, cada punto erótico que usualmente hacían derretirse a mis clientas pero con franca desesperación descubrí que no conseguía alterarla. No es que hubiera un rechazo, incluso parecía disfrutarlo pero para nada se parecía a la reacción normal y por eso tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella. Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar. Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con el miedo a fallar instalado en mi cuerpo, la besé en el cuello mientras le retiraba el sostén sin que se diera cuenta. Su cuerpo tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos. Creí que esa reacción se debía a que se estaba excitando sin entender que realmente las emociones que se estaban acumulando en su mente eran casi todas negativas. Ignorando la tortura a la que la estaba sometiendo, seguí besando su abdomen en mi camino hasta su sexo. Pero cuando mis manos ya habían retirado el tanga de encaje que cubría su entrepierna y me disponía a asaltar ese último reducto con mi lengua, escuché que me pedía que parara mientras como impelida por un resorte intentaba zafarse de mi ataque.
Asustado al pensar que había ido demasiado rápido, le pedí perdón por mi torpeza. Wendý se tapó con las sabanas y se echó a llorar mientras me decía:
-Lo siento, ¡No puedo hacer esto!. Se lo prometí a mis padres, pero no puedo- como comprenderéis me quede -¡Soy virgen!…- me confeso con un intenso rubor cubriendo sus mejillas.
-¡Tranquila!. No tenemos que hacerlo si no te sientes lista.- contesté sin tocarla, no fuera a sentirse agredida en vez de reconfortada
-¡No es eso!… es que aparte…soy… me gustan… me gustan las mujeres-  dijo totalmente avergonzada. Para ella era la segunda vez que lo decía en voz alta. La primera había sido ante sus padres, y aunque se sentía liberada, seguía siendo bastante vergonzoso porque no se aceptaba como tal. –Mis padres creen que necesito sentir lo que es estar con un hombre para que me “cure”;  me dijeron que si no accedía a estar contigo esta noche, dejaría de ser su hija, con todo lo que eso implica… y por eso acepté a quedar contigo-
“¡Mierda! ¡Era ese su problema!” pensé reconfortado al saber que no era yo quien había fallado sino que esa mujercita no buscaba un príncipe sino una princesa. En ese momento me vi en un dilema: Sus padres me habían contratado para que la desvirgara y eso era algo que me negaba a hacer pero por otra parte, no podía dejar a esa niña así destrozada y hundida por haber fallado a sus viejos por lo que pensando en ello, la llamé a mi lado y le dije que lo comprendía.
-¿Ahora qué hacemos?- preguntó al percatarse de que si volvía a su casa a esa hora se darían cuenta de nuestro mutuo fracaso.
-Déjame pensar- dije apurando mi copa.
Sé que sonará egoísta pero mientras daba vueltas en busca de una solución, comprendí que mi propio prestigio se vería afectado si no cumplía con el trato, su madre había sido muy concreta en lo que quería aunque muy ambigua al  querer ocultar su condición: “Quiero que hagas que mi hija tenga la mejor noche de su vida”. Solté una carcajada al dar con la solución:
“¡Me iba a ocupar de que a Wendy no se le olvidara jamás esa noche!”
Al oírme pero sobre todo al ver que cogía mi móvil, me preguntó que pasaba:
-¿Confías en mí?- respondí sin revelar mis planes.
La cría respondió afirmativamente sin saber que iba a hacer y habiendo obtenido su permiso, llamé a Lucy una colega de profesión que me constaba que además de bisexual era lo suficientemente  sensible para entender la situación. Tras llegar a un acuerdo en el precio, se despidió de mí diciendo que en diez minutos nos veíamos en la puerta del hotel. Sin descubrir mis cartas, le pedía a Wendy que me esperara en la habitación mientras bajaba a recibir a la que sería su verdadera acompañante. Al llegar al Hall, la espectacular morena  ya me estaba esperando y por eso sin dar tiempo a que la seguridad del hotel, nos preguntara que hacíamos ahí, subí con ella a donde nuestra nerviosa clienta nos esperaba. En el ascensor le expliqué con más detenimiento el problema y con una enorme sonrisa, me tranquilizó diciendo:
-Tú déjame a mí-
No os puedo explicar la cara de Wendy cuando me vio entrar con ese monumento, sus ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando mi amiga se quitó el abrigo. Bajo esa prenda, venía únicamente vestida con un picardías negro casi transparente que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual. Incapaz de dejar de observar el canalillo que se formaba entre sus enormes pechos, se creyó morir cuando con voz melosa, le pidió una copa.
-Enseguida, te la pongo- contestó sin darse cuenta que estaba casi desnuda.
Lucy sonrió al ver el estupendo cuerpo de la cría y guiñándome un ojo, fue a ayudarle. Muerto de risa, me quedé mirando como esas dos preciosidades se miraban tanteando como acercarse a la otra sin que esta se asustara. Decidido a ayudarla, puse música ambiente y cogiendo a las dos entre mis brazos, empecé a bailar con ellas. Mi colega comprendió mis intenciones y pasando su brazo por la cintura de mi clienta, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas. Wendy se dejó llevar y  pegando su cuerpo al de mi amiga, experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo.

No queriendo romper el encanto del baile a tres, Lucy me besó tiernamente mientras sus manos acariciaban disimuladamente el trasero de la muchacha. Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a los suyos. En contra de lo que había ocurrido conmigo, Wendy respondió con pasión al beso y permitió que la morena bajara por su cuello, gimiendo de placer.
Viendo que sobraba, me retiré y cogiendo mi chaqueta ya me marchaba cuando escuché que, con tono de súplica, me decía:
-Por favor, no te marches. Contigo me siento segura-
Comprendí que mi presencia, era un elemento que lejos de perturbarla, le daba tranquilidad porque no en vano, no conocía a esa mujer. Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero conociendo mi papel, me alejé de ellas, sentándome en el sofá.
Aunque fuera solamente un testigo de piedra, bien podía disfrutar del momento. Sería como ver una de esas películas con unas cuantas X en la que dos mujeres derrocharían pasión en aquel dormitorio de lujo. Mujeres que perfectamente podían ser la encarnación de Afrodita, las mismísimas encarnaciones de la belleza en Nueva York. Sabiendo que de saberse sería la envidia  de todo Manhattan y así, con ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Wendy a  manos de Lucy.
La chica se veía fascinada con mi colega. Sus ojitos cafés claros brillaban de felicidad y de emoción, su sonrisa no paraba de estar presente en su rostro  y sus rodillas temblaban, anticipando su primera experiencia. Si Wendy era una cría, Lucy, en cambio, se comportaba como  toda una experta.  La elegí a ella porque, aparte de ser bisexual y tener buenos sentimientos,  estaba –digamos así- versada en el campo de los “novatos”, ya que, se había  encargado en otras ocasiones de desvirgar chicos y chicas por igual.
 Así que la pequeña estaba en buenas manos.
Las veía sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención.  Muy juntas la una con la otra. Con una copa de vino, la pierna cruzada y las miradas picaras a todo lo que daban.  Lucy le susurraba cosas al oído y me imagino el tema del que hablaban por el tono rojo que teñía el rostro y los pechos de Wendy; mientras que con su pie acariciaba de arriba abajo la pierna de la chica.

Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos. Mi colega llevó a la rubia a la cama. La hizo que se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada en la típica posición de cucharita. Como yo bien sabia, esa era una estrategia para hacer sentir seguros a los primerizos, pues así pueden ocultar la cara cuando sienten un poco de vergüenza. Lucy comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de Wendy mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la nerviosa joven y le daba cortos besos en el cuello y los oídos.
Con este trato, Wendy fue relajándose y excitándose poco a poco hasta el punto en el que no pudo más y se dio la vuelta para quedar frente a la experta y plantarle un beso apasionado. Tiempo después me confesó que, con ella, sí había sentido todos esos clichés que le dan a los besos. 
Al poco rato, ambas, sin distinción,  se acariciaban febrilmente y mutuamente sus perfectos cuerpos…

A la inexperta joven, le había encantado el cuerpo de Lucy. ¿Y a quién no? Era alta, de la misma estatura que ella; morena clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi cliente; cabello negro azabache, lacio, largo y hermoso;  rasgos finos, mandíbula triangular, ojos un tanto felinos y salvajes, labios gruesos sin rayar en lo vulgar. Mi amiga era guapísima. Y en cuanto a cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y firmes que ejercitaba seguido,  unos brazos y piernas tonificadas y un abdomen largo y plano con unos cuantos músculos levemente marcados. Os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien la contratase.
Lucy se colocó sobre Wendy y los besos continuaron por un buen rato, pero las caricias no se hicieron esperar. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa bomba rubia hasta sus pechos. Esos firmes pequeños y blancos pechos coronados con unos apetitosos y rosados pezones.  Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la dueña de esos hermosos montes perdiera la razón; y para demostrarlo, gemía como una loca. 
Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
Pronto Lucy llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de Wendy. Tan húmeda que parecía que había sido el lugar azotado por un huracán. Primero la acarició por encima de la ropa interior, sintiendo los líquidos de su excitación manchar sus dedos… luego, los gemidos de la chica indicaron que quería más, por lo que los introdujo por debajo de la tanga. Al sentir esos dedos intrusos contra su intimidad, Wendy abrió los ojos como dos platos y detuvo sus contorsiones de placer para dar paso a unos inocentes ojos de miedo. Parecía una tierna corderita… y Lucy era toda una experta loba.
-Sh sh shhh… respira preciosa- le dijo al oído mientras la besaba y poco a poco reanudaba los lentos movimientos circulares en el ojo del huracán que se había convertido el sexo de mi clienta.
Al principio acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, sintiendo la suavidad extrema de la aquella piel recién depilada; pero después fue introduciendo sus dedos por esa tentadora línea húmeda hasta que escuchó que, menos acordé, Wendy había vuelto a gemir sensualmente por el movimiento experto que Lucy realizaba en su hinchado clítoris.
La morena bajó un poco sus dedos para comprobar si la chica ya estaba lista para el gran momento y al comprobar que su vagina estaba dilatada y muy mojadita, decidió que está preparada.  Le abrazó con fuerza, la besó apasionadamente y puso sus dedos a la entrada de la virginal caverna; le dio masaje lentamente con su dedo índice, excitándola aún más, pero advirtiéndole que el momento estaba por llegar.
Con una mirada, Lucy pidió el permiso para adentrarse en aquel inexplorado lugar y la asustada chica respondió que si con sus ojos; y así, con los dedos firmes Lucy atravesó la inocencia de Wendy con un solo movimiento. Esta se contrajo de dolor y se aferró a la espalda desnuda de mi colega, quien con voz dulce y palabras tiernas la consoló. Luego pidió su permiso para mover los dedos y habiendo recibido la confirmación, así lo hizo.
Muy lentamente comenzó el mete y saca. Tan excitante que a los pocos minutos de haber perdido su virginidad, Wendy ya gemía de placer nuevamente.
-¿Te duele?- le preguntaba Lucy, mirándola a los ojos y con voz un tanto gutural, mientras la penetraba con dos dedos. La chica no podía articular palabra alguna, por lo que solo asentía con la cabeza.
Cuando vi eso creí que sería el final de la escena. Pero lejos de serlo, mi compañera de trabajo aumentó el ritmo; como si las palabras de Wendy hubieran significado “¡más duro!”. Eso solo me demostraba que con las mujeres es todo al revés.
La chica le clavaba las uñas en la espalda a la morena y movía febrilmente las caderas para marcarle a Lucy la velocidad con la que deseaba ser penetrada. Sin duda alguna, esa estaba siendo la mejor noche de  mi clienta, y yo me sentía más que satisfecho con eso.
En alguna ocasión había escuchado, de la propia voz de otra cliente, que la fantasía de toda chiquilla lesbiana era estar con una mujer mayor; no una anciana, sino una mujer en toda la extensión de la palabra, con experiencia, hermosa, inteligente, exitosa… y yo le había concedido eso a Wendy.  Ahora tenía a esa mujer para enseñarle a ser más mujer.
-¡¿Qué es esto?!- siseaba la excitada rubia.
-¿Qué es que, princesita?-
-Aquí, siento algo aquí- y se tocaba el vientre.
-¿Sientes rico?-
-Sí, mucho- y se removía en la cama mientras la maestra no dejaba de enseñarle la lección.
-¿Sientes como si tuvieras ganas?-
-Sí-

-Eso quiere decir que te vas a venir mojadito, preciosa. Déjate llevar…- y la besó apasionadamente aumentando la velocidad de sus penetraciones y la profundidad de estas. Conociendo bien la técnica para que una mujer eyaculara con un fenomenal orgasmo, dobló sus dedos dentro de ella para poder tocar su punto G.
De pronto, todos mis vellos se erizaron al escuchar el magnífico grito de placer que emanó de la garganta de Wendy al alcanzar el orgasmo… el primero que tenia que no era causado por ella misma.
Wendy se llegó a asustar cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Llorando, pero en esta ocasión de alegría, disfrutó una y otra vez de las delicias de un prolongado orgasmo mientras la propia Lucy se empezaba a contagiar de su excitación. Digo que mi colega se había dejado influir por el tremendo placer de su clienta porque olvidándose que era una profesional, se empezó a tocar buscando su propio gozo.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.
Os juro que aunque he desvirgado a media docena de mujeres, esa forma tan tierna y “femenina”  me dejó impactado. Yo siempre había usado mi pene para romper esa barrera tan sobre valorada y que en mi modo de pensar, tan jodida porque ha sido y será usada por los retrógrados para catalogar a una mujer sin considerar su verdadero valor. El que Lucy se deshiciera de ella con una suave presión de sus yemas, además de novedoso, era  menos violento.
Volviendo a la pareja: la acción incrementaba su intensidad con el paso de los minutos. Lucy ya inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, de largos y finos dedos, la llevó hacia su sexo para darle explicitas instrucciones de que ahora ella tenía que devolver el “favor”.
Los ojos de Wendy expresaban miedo, un temor a no hacerlo bien. Pero los de la experta eran tiernos y firmes, seguros de sí misma y de su ahora compañera; Eso le dio suficiente confianza a la pequeña para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de la ardiente morena.
 Eso era algo verdaderamente nuevo para mi. Nunca había visto como dos mujeres se podían comunicar con solo miradas. Ahí sobraban las palabras y las explicaciones.
¡Era fascinante!.
Lucy se tumbó en la cama al lado de la novata, y ésta tomó el lugar de activa poniéndose arriba de ella. Con su antebrazo izquierdo apolado en la cama cargaba todo su peso mientras entrelazaba sus piernas haciendo contrastar el color de sus tersas pieles. Alternando besos y caricias, fue perdiendo la timidez y se adentró más en la intimidad de su maestra. Pero ella no quería ternura, ella estaba ardiendo en pasión y estaba desesperada por que la follaran; por lo que tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera, quien entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más ávidamente. 
Ahora era mi amiga quien movía las caderas en esa danza ancestral; y la chica, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes pero delicadas embestidas. Esa escena me hizo recordar aquella canción de Mecano “mujer contra mujer”.
La dulzura de esos movimientos acompasados las fue transformando a base de frotarse en un dúo epiléptico donde cada una de sus miembros exigía a su contraria más y más placer. Los suaves gemidos de Wendy se vieron acallados por los berridos de Lucy que pellizcándose los pezones, era la que llevaba la voz cantante y con su sexo como ariete, se follaba a la novata. Nunca la había visto tan trastornada y por eso comprendí que estaba a punto de tener un orgasmo no fingido
Dicho y hecho, aullando como una energúmena, mi colega se corrió brutalmente sobre las sábanas mientras la pobre cría asistía asustada a tal demostración. La intensidad de sus gritos correspondía a la profundidad del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna… pero quería más.  Por lo que alejó un poco a la rubia para poder abrir completamente las piernas y esperó a que la chiquilla procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta cría no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la chavala.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer pero asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que yo de diga-
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi clienta entre sus piernas, y señalando el sexo de mi colega dije:
-Ese pequeño bulto que vez ahí es el clítoris, es lo que te da placer. Bésalo-
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso al sexo de una fémina, probando así el sabor a mujer.
-No sabe mal- dijo bastante roja y avergonzada mientras acomodaba un mechón de su rubio cabello tras su oreja para poder continuar con la faena sin que éste le estorbara.
-Continua- le dije –intenta con la lengua-
Mi nueva alumna me obedeció sin reparos, obteniendo su excelente calificación con los gemidos que empezaron a salir de la garganta de la homenajeada.
Mientras Wendy obedecía mis instrucciones, me dediqué a pellizcar los pezones de una indefensa Lucy que completamente dominada por el deseo vio en mis maniobras un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Sin dejar de lamerlo, métele un dedito- exigí justo en el momento que la mano de mi colega me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Lucy no pasó inadvertida a la pasmada cría que, sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene y lo empezaba a besar, siguió mientras tanto  metiendo y sacando su dedo del interior de la morena. Consciente de su interés, la obligué a incrementar sus maniobras añadiendo otra falange a la que ya torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi colega ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta y por eso decidí parar.
Me encantó ver el reproche en su cara y más oír que me pedía que volviera a metérselo.
-Te equivocas, preciosa. Estamos aquí para complacer a Wendy- le solté muerto de risa.
No la dejé correrse, y les indiqué que cambiaran de lugar. La dueña de esa noche era Wendy, por lo tanto debía ser ella quién recibiera las máximas atenciones. La rubia se acostó sobre los almohadones con esos ojos de temor aun presentes. Lucy, retomando su profesionalismo, se colocó frente a las cerradas rodillas de la cría y las abrió lentamente mientras le daba muchos besos cortos en la parte interna de los muslos.
Desde mi lugar pude ver como los labios de la pequeña brillaban de tan húmedos que me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con la piel erizada, el sudor había hecho su aparición entre sus pechos y con la cara trastocada por la emoción, esperó las caricias de la lengua de mi amiga. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su maestra no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua….
………………………………………………………..
Satisfecho aunque no había participado en esa bacanal de dos, esa noche, fui testigo no solo de su estreno sino que gracias a mí, Wendy conoció y afianzó su sexualidad hasta unos límites insospechados. Límites que me quedaron claros cuando una hora después, habiendo dejado agotada a su maestra, la cual dormía acurrucada en un rincón de la cama, se acercó a mí en silencio y llevándome al baño, me preguntó si podía quedarse con Lucy toda la noche.
-¡Por supuesto!- contesté y aun sabiendo su respuesta, tuve que preguntarle si no le apetecía algo más. Os juro que mi intención era saber si requeriría de mis servicios, servicios que estaría más que encantado de darle porque después de una noche de continuo calentón, necesitaba descargar mi excitación de alguna manera.
Pero la dulce Wendy, esa inocente cría que jamás había hecho el amor y por la que sus padres estaban tan preocupados, me contestó con cara de putón desorejado:
-Si insistes, me gustaría que, el próximo día, ¡Me presentes a dos en vez de a una!-
Solté una carcajada y recogiendo mis cosas, le contesté mientras me iba:
-Nena, ¡Mis honorarios eran por hoy! Si quieres más acción, deberás `pagarla pero te aconsejo que busques en bares de ambiente. Con ese cuerpo, ¡No tendrás problema para encontrar compañía!.

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 30. La Caja.” (POR ALEX BLAME)

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La travesía fue una continua fiesta. El barco navegaba por un mar en calma a medía marcha, sin apresurarse. El champán regaba la cubierta y las noches se prolongaban hasta terminar en borracheras y orgias en las que los únicos que no participaban eran Hércules y Arabela, que se habían retirado a su camarote donde follaban en la intimidad.

Arabela estaba totalmente enamorada de ese joven. Deseosa de compartir su fuerza y juventud infinitas. Jamás se había sentido tan colgada de un hombre. Deseaba estar siempre atractiva para él, se paseaba por el camarote tal y como él lo deseaba, únicamente vestida con sus conjuntos de lencería favoritos, siempre con tacones de vértigo que realzaban sus piernas y el movimiento de sus caderas.

Cuando él la tocaba, aunque fuese involuntariamente, todo su cuerpo estallaba en pequeños chispazos y hormigueos, sus pezones se erizaban y su sexo se humedecía. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de cumplir sus deseos. Hércules se mostraba atento con ella pero era él que tomaba siempre la iniciativa mientras ella esperaba expectante sus órdenes. A veces la follaba con una ternura que la hacía fundirse como la mantequilla, otras veces le arrancaba la ropa a tirones y la follaba con violencia, insaciable, durante horas, hasta dejarle todos sus orificios en carne viva… era fascinante.

La travesía terminó al fin y toda la tripulación del barco recibió su paga, acompañada de un generoso extra por el éxito de la expedición.

En cuanto llegaron a su casa Arabela se quitó la ropa de nuevo. Con solo un sujetador, un escueto tanga y un liguero se quedó frente a Hércules esperando una palabra, un gesto, una caricia…

Hércules se desnudó frente a ella, con movimientos rápidos como si la ropa fuese un estorbo del que disfrutara desprendiéndose. La mujer observó una vez más aquel cuerpo que parecía esculpido por el mismo Miguel ángel, con los músculos perfectamente delineados y apenas un poco de pelo en el pecho.

Arabela se acercó y se arrodilló frente a aquel miembro que tanto deseaba, pero no lo tocó hasta que su amante le autorizó a hacerlo. Sus manos acariciaron el preciado objeto de deseo con suavidad y disfrutó viendo como la polla crecía y palpitaba con sus atenciones hasta que estuvo totalmente erecta.

Mientras la acariciaba sintió un hambre intensa. Quería tener aquella polla en su boca disfrutar de su calor y su sabor bronco, a macho…

Hércules se inclinó y acarició su pelo con suavidad mientras ella besaba y chupaba con delicadeza su glande. La polla palpitaba y se retorcía dentro de la boca de Arabela que se la metía cada vez más profundamente y chupaba con fuerza. Las manos de su amante se deslizaron por su espalda liberando sus pechos de la prisión de su sostén.

Tirando de ella ligeramente para erguirla, la sentó en el borde de la cama y acarició sus pálidos y bamboleantes pechos. Los estrujó y pellizcó suavemente sus pezones hasta que estos estuvieron totalmente erizados. Arabela cerró los ojos y gimió en respuesta a las intensas sensaciones de dolor y placer que se mezclaban. A continuación sintió como su amante y dueño escupía entre sus pechos y a continuación metía su polla entre ellos.

La mujer apretó sus tetas contra aquel vástago duro y ardiente y dejó que Hércules empujase con fuerza. Abrió los ojos para ver como la punta sobresalía de entre ellos con cada empujón. Deseaba tenerla dentro, deseaba que la hiciese vibrar hasta explotar de placer. Pero aun más que todo eso deseaba complacer a su hombre.

Siempre había sido una amante egoísta. Aprovechaba su poder e influencia para controlar incluso a sus amantes sin saber lo apasionante que podía ser proporcionar placer a otra persona incluso a costa del suyo propio.

Los minutos pasaron, notaba los pechos ligeramente magullados. Se escupió entre ellos y Hércules la cogió por el pelo obligándola a besarle sin dejar de follárselos. Recorrió sus labios con la lengua y los mordisqueó antes de invadir su boca. Una oleada de excitación y deseo casi dolorosos la asaltó justo antes de que él deshiciera el beso y explotara, eyaculando e inundando sus pechos y su cuello con su esperma.

El calor de la semilla de Hércules la volvió loca sentía que se iba a explotar si no descargaba toda la tensión sexual que estaba acumulando. Con un mohín vio a Hércules sentarse en un pequeño butacón y observarla.

Arabela se tumbó de lado, de cara a él, con las piernas abiertas, intentando atraerle a su sexo hirviente. Se estrujó los pechos, húmedos y pegajosos y se pellizcó suavemente los pezones, consiguiendo un momentáneo alivio, pero el deseo volvió multiplicado. Se estiró el tanga y mostró a Hércules la mancha de humedad que lo adornaba. Se acarició el interior de los muslos, pero no llegó más allá. Tenía prohibido masturbarse.

Desesperada se tumbó de espaldas y levantó las piernas enfundadas en las medias de fantasía. Las tensó y las cruzó apartando el tanga para que su amante pudiese ver los labios de su vulva hinchados y atrapados entre sus muslos con su excitación resbalando de su abertura.

—Dime ¿Harías cualquier cosa por mí? —preguntó él desde la oscuridad de su rincón.

—Sabes que puedes pedirme lo que quieras. —respondió ella— Lo mío es tuyo.

—¿Cualquier cosa?

—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Coches? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? —dijo ella— Son tuyos.

—Solo quiero una cosa.

—Vaya, eso me pone más nerviosa. —dijo ella jugueteando de nuevo con el semen que cubría sus pechos.

—Quiero la caja. —dijo él lacónicamente.

Un escalofrío atravesó a la mujer al oír la respuesta de Hércules. La caja era el objeto por el que había luchado toda su vida desde que su abuelo le contara la historia de Pandora cuando era solo una niña y ahora él se la pedía. Bueno no era una petición, era una orden.

—¿Y si me negara?

—Te mataría. A ti, a tus guardaespaldas. A toda persona que se interponga en mi camino.

—¿Tan importante es para ti? —preguntó ella acariciando la seda de sus medias con las manos temblorosas.

—Es importante para la humanidad. ¿Te has preguntado alguna vez que pasaría si estas equivocada y al abrirla no encuentras esperanza si no algo terrible?

—¿Que pretendes decir?

—Que he venido a evitar que abras esa caja porque si lo haces acabaras con la humanidad y la caja pasará a llamarse la caja de Arabela, si es que queda alguien vivo para recordarte…

—Eso es mentira, te lo estas inventando. —repuso ella desesperada.

—Siempre pensé que serían los científicos y no las guerras los que acabarían con la humanidad. Cuando realizaron la primera reacción en cadena, había gente que opinaba que la reacción no podría pararse y acabaría con la humanidad, pero aun así lo hicieron. Cuando se puso en marcha el acelerador de partículas del CERN, hubo quien dijo que los microagujeros negros que se formaban en las colisiones aumentarían sin control destruyendo el planeta entero, pero no hicieron caso. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero ahora tú serás la que acabe la tarea.

Arabela miró a aquel hombre de hito en hito. No había ninguna señal de mentira o engaño en él. Solo había determinación por cumplir una misión. Iba a decir algo, pero Hércules se levantó y se acercó a ella. Su mirada se volvió tierna y a la vez sombría.

Se acercó y agarró a su amante por el cuello. Arabela no opuso ninguna resistencia estaba dispuesta a morir si Hércules así lo quería. Sabía que probablemente esa fuese la última vez que harían el amor y no pudo evitar que la emoción la embargara.

Se tumbó tras ella y sin soltar su cuello comenzó a besar su rostro y mordisquear sus orejas mientras Arabela se quedaba quieta y pasiva suspirando suavemente.

—Aquella noche, en la ópera. —dijo Arabela entre suspiros— No fue una casualidad.

—No, Arabela. No fue una casualidad.

La sensación de tener el cuerpo del joven tras ella, con la polla rozando su culo y sus caderas la excitó borrando cualquier pensamiento. El futuro no existía. Solo existía el presente y solo deseaba tener a aquel hombre dentro de ella. Movió sus caderas y se frotó contra aquella polla dura y caliente. Con un suspiro de alivio sintió como las manos de Hércules acariciaban su culo justo antes de separar sus cachetes y deslizar su miembro en el interior de su coño. Todo su cuerpo tembló al ver su deseo satisfecho. Las manos de sus joven amante recorrieron su cuerpo sin dejar de moverse en su interior acariciando sus pechos y su vientre, besándole en el cuello, haciendo que se derritiera de placer.

De un tirón la colocó encima suyo. Arabela apoyó las manos sobre el pecho de Hércules, puso las piernas a ambos lados de su cuerpo y comenzó a mover las caderas mientras gemía y jadeaba por el esfuerzo. Las manos de él se deslizaron por el su cuerpo sudoroso hasta llegar hasta su sexo, comenzando a acariciarlo. Los dedos del joven eran tan hábiles que pronto se vio saltando con todas sus fuerzas cubierta de sudor y clavándose el pene del joven sin descanso.

A punto de correrse se separó. En el fondo de su ser sabía que este sería su último polvo y quería que durase para siempre…

Intento zafarse, pero Hércules no tardó en alcanzarla. Elevándola en el aire la sentó sobre el tocador y separando sus piernas la penetró con golpes tan secos y fuertes que hacían crujir el pesado mueble renacentista. Arabela fijó la mirada en sus ojos y con la boca entreabierta le dijo que haría lo que quisiese, le suplicó que se quedase con él entre gritos y gemidos, rodeando posesivamente las caderas de su amante con sus piernas a la vez que se corría.

El placer era intenso, era dulce y amargo a la vez. Hércules siguió apuñalándola con saña haciéndola subir y bajar en una especie de montaña rusa en la que las emociones y el placer se mezclaban haciéndola sudar y llorar gritar y gemir, pedir paz y pedir guerra…

Tras lo que le pareció una eternidad Hércules se corrió, una riada ardiente colmó su interior provocando un brutal orgasmo mientras sus brazos estrechaban su cuerpo sudoroso y lo acercaban a él.

Con delicadeza la levantó en el aire y la depositó en la cama tumbándose a su lado. Se sentía tan agotada que en pocos minutos estaba totalmente dormida.

Cuando despertó se giró y solo encontró sábanas frías. Hércules y la caja habían desaparecido. Por un instante se sintió tan vacía que creyó que no sería capaz de vivir sin él. Mordió la almohada y lloró y gritó durante lo que le parecieron horas pero finalmente se sobrepuso. Tenía negocios que atender. Había estado demasiado tiempo fuera y tenía mucho trabajo pendiente.

***

Aquella había sido una prueba dura. No le gustaba lo que le había hecho a aquella mujer. No paraba de decirse a sí mismo que había hecho lo necesario. Aunque no la amaba, no le gustaba hace daño a nadie gratuitamente. En el fondo no era ninguna terrorista, solo era una mujer que llevada por el afán de descubrimiento se había topado con algo que la superaba.

Esperaba que Afrodita tuviese razón y aquel objeto fuese realmente muy peligroso. Afrodita. Su recuerdo se volvió de nuevo real e intenso. La belleza de aquella mujer y el erotismo que irradiaba lo subyugaban. Intentaba no hacerse demasiadas ilusiones. No sabía muy bien porque, pero sospechaba que aquella mujer era inalcanzable. De todas maneras se veía atraído por ella como un imán. Volvía a La Alameda satisfecho por haber conseguido la caja, pero sobre todo por poder volver a ver y acariciar su cuerpo.

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alexblame@gmx.es


Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (07)” (POR JANIS)

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La historia secreta de tía Faely.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

El móvil de Cristo empezó a vibrar justo cuando Rosetta di Santos estaba a punto de quitarse el tenue blusón que cubría sus gloriosos pechos, bajo la sugerencia del fotógrafo.

― ¡Joder! ¡Pa una vez que me dejan pasar! – dijo, echando un último vistazo a la espléndida modelo argentina, de ascendencia italiana, antes de salir al pasillo. — ¿Si?

― Cristo, soy yo, tía Faely – la voz sonó ronca y un tanto ansiosa.

― ¿Qué paza, tita? Te noto mu rara…

― ¡Lo va a hacer! ¡El cabrón no quiere esperar más! – el auricular reverberó con la intensidad de su chillido.

― Calma, tita… Respira… cálmate… cuenta hasta diez…

Tras unos segundos, la mujer volvió a hablar, considerablemente más calmada.

― Tenemos que vernos, Cristo. El chantajista no me da más tiempo.

― ¿Me lo vas a contar todo?

― Si, Cristo. No más secretos. Quiero conocer tu opinión antes de hablar con Zara.

― Vale. Luego, nos vemos en casa.

― ¡No! ¡Ahora! Podríamos tomar un café y hablar…

Cristo miró el reloj de su muñeca. Apenas era mediodía.

― Tita, ¿Qué tal zi me esperas ante la parada de metro del Lincoln Senter? Iremos a comer algo al Sentral Park…

― Perfecto. voy a hablar con el jefe de estudios y voy para allá.

― Hasta ahora – dijo Cristo, cortando.

La cosa tenía que estar muy chunga cuando tía Faely iba a fumarse unas clases. Le comunicó a Alma que iba a salir antes para comer y caminó hasta la cercana boca de metro. Tuvo suerte y quince minutos más tarde, se encontraba con su tía, sentada en uno de los bancos de la gran plaza. Sin más palabras, Cristo se cogió del brazo de su tía y pasearon la 66th abajo, hacia el gran parque.

― Has llegado rápido – dijo ella.

― Le he dao un billete de veinte pavos al conductor del metro.

Tía Faely sonrió, a pesar del abatimiento que mostraban sus ojos. Lo atrajo contra ella, enterrando el rostro de Cristo entre sus firmes senos, tan solo cubiertos por el sujetador y un fino jersey oscuro.

― Siempre consigues hacerme reír.

― Venga… vamos a pazear. Hase un día de cojones…

Era cierto. El día era perfecto para pasear. Finales de abril, con un sol primaveral que calentaba sus rostros. Tomaron uno de los senderos que les traería, tras un buen rodeo, de regreso al mismo punto. La caminata estimularía el apetito.

― Empieza desde el principio, tita.

Faely suspiró y posó una de sus manos sobre la que mantenía su sobrino en el hueco de su brazo.

― Todo empezó un par de años tras mi divorcio. Salí muy tocada de todo aquello…

_____________________________________________

Faely quiso mucho a Jeremy, su esposo; con una intensidad que la subyugó fatalmente; si bien, Jeremy supo aprovecharse sobradamente de la educación chovinista que Faely tuvo en el clan. Cuando ya no pudo más y se divorciaron, siguió dependiendo de sus martirizadores sentimientos de culpabilidad. Se echaba toda la culpa del fracaso de su matrimonio, cuando, en realidad, se debía al libertinaje de Jeremy.

A través de una amiga, consiguió un puesto temporal en la escuela Juilliard como profesora de arte flamenco. Allí conoció a Phillipe, que, enseguida, se convirtió en un compañero comprensivo y de confianza. Escuchaba atentamente sus cuitas depresivas y aportaba soluciones ingeniosas, fáciles de seguir. Por otra parte, gracias a él, consiguió un puesto fijo en la afamada escuela, alternando sus clases, con otra faceta que casi nadie conocía, la moda. Faely destacó rápidamente por sus creaciones y adaptaciones para el vestuario de la escuela.

El hecho fue que la bella gitana, a sus treinta años, estabilizó su futuro laboral. Entre su sueldo y la pensión que le pasaba Jeremy, tenía de sobra para vivir y criar a Zara. Las largas charlas con Phillipe le ayudaron, psicológicamente hablando, haciéndole comprender que una mujer no tiene que estar supeditada a un hombre o a un clan…

Phillipe tenía cuatro o cinco años más que ella. Provenía de ascendencia francesa, pero sus padres llevaban afincados en Chile toda la vida. Estudió en Nueva York, en la NYU, y tras unos años, consiguió la residencia. Trabajó en Broadway un tiempo, pero prefería la enseñanza. Era todo un galán, apuesto y simpático, que disponía de toda la experiencia del mundo. También era el mayor hipócrita que conociera jamás.

Faely se vio arrastrada a su mundo, lentamente, hasta que solo veía por sus ojos. Cuando él lo deseaba, dejaba a Zara al cuidado de una señora, y desaparecían durante días. Fondeó en muchos ambientes extraños y bohemios, y experimentó cosas que le avergonzarían años más tarde; cosas que, en aquel momento, a su lado, le parecían exóticas y excitantes.

Pero, un día, entre clases, Phillipe le confesó, apesadumbrado, que su esposa pronto llegaría a Estados Unidos.

― ¿Esposa? – exclamó Faely, atónita. — ¿Estás casado?

― Si, un matrimonio de conveniencia.

― ¿Por qué no me lo has contado antes? – el tono de Faely era seco y algo histérico. Retorcía sus manos, sin querer.

― No era importante. Apenas se merece tal consideración… Tan solo es un matrimonio por poderes.

― ¿Qué?

― Fue un arreglo entre familias, acordado hace años. Un rico hacendado necesitaba apellidos ilustres y mi familia, por su parte, requería una inversión. Me casé con Julia cuando ésta tenía tan solo trece años. Yo había terminado mis estudios en Nueva York y buscaba trabajo. Ni siquiera tuvimos noche de bodas. Ella siguió viviendo con sus padres y yo regresé de nuevo aquí, pero, esta vez, con dinero en el bolsillo.

― ¿Tan ilustre es tu apellido?

― La familia Marneau-Deville procede de la misma estirpe de Luis XVI y poseemos el título de marqueses de Avignon – le explicó, muy orgulloso de su genealogía. – Esta situación es algo normal entre aristocracia y nuevos burgueses. Cada una de las partes consigue lo que desea.

― ¿Ves a tu esposa?

― Una vez al año, cuando regreso a Chile, por vacaciones. Desde hace un par de años, ambas familias nos presionan para tener un vástago, para gloria y continuación del apellido familiar.

― ¿Y ahora por qué viene tu esposa? – barbotó Faely, sintiendo que las lágrimas le quemaban.

― Su padre no está dispuesto a esperar más. Está enfermo y quiere asegurarse de ver a su descendencia antes de morir. Tanto mi padre como mi suegro, han decidido que ya es hora, y envían a Julia a vivir conmigo un tiempo. No quiero decirles que me hice una vasectomía al cumplir los treinta. No tendré nunca hijos.

― ¿Entonces?

― Tendré que pensar en algo – dijo él, abriendo las manos y sonriendo, con esa irónica pose tan suya.

Faely sentía bullir su interior, en una mezcla de decepción, rencor e ira. Se sentía traicionada, dolida, y le recriminó su silencio, pero, en el fondo, sabía perfectamente que todo era inútil; una mera pataleta. Cuando Phillipe se acercó a ella, dos días después, durante el almuerzo, y le dijo al oído que tenía algo en mente, la alegría la desbordó.

― Pasado mañana, iremos al JFK a recoger a mi esposa. Llega en un vuelo desde Argentina – le dijo como si tal cosa, mientras aliñaba su ensalada.

― ¿Por qué tengo que ir yo?

― Porque eres mi novia, mi chica. Tendré que presentaros, ¿no? – se asombró él de la pregunta.

No supo qué contestarle y Phillipe se negó a hablar más sobre el tema. Faely no conocía ni siquiera la edad que tenía Julia. Esperó, a su lado, casi mordiéndose las uñas, mirando el rostro de cada mujer que surgía a través de las puertas acristaladas de la terminal, y preguntándose qué es lo que pretendía Phillipe al traerla. Finalmente, apareció, arrastrando dos maletas. No tenía más de veinticinco años, muy morena, con unos rasgos latinos muy hermosos, y unos grandes ojos del color de la miel, preciosos. Se detuvo ante él, con la frente baja y solo musitó: “Aquí estoy, mi Señor”.

“¡La madre que la parió!”, pensó Faely al escuchar aquella frase.

Phillipe le dio un suave beso en la frente e hizo las presentaciones entre las mujeres. Recalcó que Faely era su novia americana y la latina miró el rostro de la gitana, durante unos segundos. Después, volvió a agachar la mirada, como si aceptara la situación. Faely se sentía muy violenta y sorprendida por tal sumisión. Ella misma estaba acostumbrada a obedecer a los hombres, por su educación, pero eso no quitaba que, antes de doblegarse, pudiera montar un pollo tremendo. De hecho, recordaba muy bien a la máma amenazando al pápa Diego, entre gritos y sartenazos, cuando se emborrachaba.

Pero aquella chica aceptó cuanto le dijo su esposo, casi con placidez. Había que comprender que Faely aún no conocía nada sobre el juego de dominación y sumisión. Ella, a su manera, era una mujer domada por las tradiciones, y no podía entender como una mujer podía entregarse, de aquella forma tan humillante.

Llevaron a Julia al apartamento de su marido. Phillipe vivía en Harlem, en un apartamento de la 118th Oeste. Faely había estado en alguna ocasión, aunque la tónica general era tener sus encuentros en casa de ella, cuando Zara se dormía. Era un apartamento mediano, de dos dormitorios, un vasto estudio, y un living con cocina. Phillipe indicó a Julia cual era su habitación y dejó que la mujer deshiciera sus maletas y se instalara.

Una vez a solas, Faely abordó a su amante.

― ¿Siempre es así de obediente?

― Por supuesto. Ese era su cometido cuando la casaron conmigo: servirme a mí y a su familia.

― Pero… ¡es como una esclava!

― Exactamente. Es una esclava, de ahí que no te tengas que preocupar por cuales son mis sentimientos hacia ella – sonrió él, con picardía.

Phillipe pretendía abrir una botella de champán para celebrar la llegada de su esposa, pero Faely se inventó una excusa, y regresó a su casa. Se sentía violenta. Aquella sumisión, de la que hacía gala Julia, la tenía trastornada. Además, aquella latina era realmente hermosa…

Al día siguiente, durante el almuerzo, en una pequeña cafetería frente al Lincoln Center, Phillipe le propuso cenar el fin de semana en su apartamento.

― ¿Los tres? – inquirió ella, mordaz.

― Por supuesto. Hay que estrechar lazos.

― ¿A qué juegas, Phillipe?

― ¿A ser un buen esposo? – respondió él, con otra pregunta.

― Me siento violenta en su presencia.

― De eso trata esa cena, de limar asperezas y conocernos todos mejor.

Ni que decir que Faely no tardó demasiado en ser convencida para asistir. No sabía negarle nada a Phillipe.

A sugerencia de su amante, Faely se arregló espectacularmente aquel sábado. El ensortijado y oscuro cabello recogido en un grácil y alto moño, del que descendían algunas guedejas rizadas, en estudiada rebeldía. Ojos perfilados de marfil, sobre un rabioso fondo violeta, lo que hacía destacar sus oscuras pupilas, y labios teñidos de un húmedo tono rosado, que empalidecía en contraste con su tez morena. Faely estaba realmente preciosa, “matadora”, con los dos grandes aretes que colgaban de sus agujereados lóbulos y que enmarcaban su afilado y bello rostro. Un vestido de Nicole Miller, con una vaporosa caída que parecía mecer la suave tela sobre su cuerpo, hasta la rodilla, en color nácar, y unas sandalias de alto tacón, plateadas, completaban su figura. Phillipe la aduló totalmente cuando pasó a recogerla, llamándola “madame aristocrática”.

Era evidente que Faely pretendía competir con Julia, y trataba de anularla desde el primer momento. Sin embargo, se llevó una brutal sorpresa al llegar al apartamento de Phillipe, pues la latina salió a recibirles, vistiendo un brevísimo uniforme de doncella francesa. Dejaba todas sus piernas al aire, cubiertas de unas blancas medias de rejilla, con ligas al muslo. Mangas sisas dejaban sus brazos al descubierto, con las manos enfundadas en blancos guantes de gamuza. Un minúsculo delantal blanco servía más como cinturón, para amoldar el uniforme a su curvilíneo cuerpo. A través del gran escote, se podía vislumbrar una buena parte de su oscuro sujetador de encaje, bajo un gran collar de perlas que parecían auténticas. Finalmente, una pequeña cofia blanca remataba su cabeza, con su larga cabellera castaña suelta y bien peinada.

― Ese es el traje que le corresponde mientras viva conmigo – le aclaró Phillipe, ante la muda pregunta de sus ojos.

Salieron a la pequeña balconada, donde Julia les sirvió unos cócteles. Charlaron y contemplaron la oscuridad que cubría el Central Park, unas manzanas río abajo. Julia regresó y les anunció que la cena estaba servida.

― ¿No dijiste que iba a cenar con nosotros? – le preguntó a Phillipe, en un susurro.

― Y lo hará, no te preocupes. Pero, primero, nos servirá.

La redonda mesa del living, apta para cuatro personas, había sido preparada con un impoluto mantel de lino crudo y servicios para tres personas. Armada de una sopera de cerámica, Julia vertió hábilmente varios cucharones de sopa en los platos.

― Se trata de una sopa marinera chilena, llamada ajiaco – la informó Phillipe. – Ésta, particularmente, lleva almejas machas y congrio, así como pan tostado y almendras.

Faely aspiró el aroma y sonrió.

― Huele rico. En mi tierra natal también se preparan sopas de pescado y marisco. Hace mucho que no pruebo una…

― Pues adelante – invitó él con un gesto. – A comer todos.

Tras servir los platos, Julia se sentó en una silla y tomó lentas cucharadas del caliente líquido, con una elegancia silenciosa y encantadora. Phillipe hizo un par de chanzas sobre el próximo proyecto dela Juilliard, a lo que contestó Faely, pero Julia no abrió la boca, solo sonrió.

Acabaron con la rica sopa y la latina se puso en pie, retirando los platos vacíos. Trajo dos platos bien decorados, con carne mechada al curry y guarnición de diminutas patatas asadas. Retrocedió hacia el fregadero, donde tomó un cuenco de plástico azul. Cuando se acercó a la mesa, Phillipe le dijo:

― Al lado de Faely, ella te alimentará.

Julia asintió en silencio y, ante los ojos asombrados de la gitana, depositó el cuenco en el suelo, a un lado de la silla de Faely. Acto seguido, la latina se arrodilló en el suelo, apoyando sus nalgas sobre los talones, la vista baja.

― ¿Qué…? – miró a su amante, desconocedora del significado de esa pose.

― Ese cuenco es para las sobras. Lo que no te guste o sobre en tu plato, dáselo a ella. Lo devorará como una buena perrita.

Las manos de Faely temblaron. La degradación de Julia llegaba mucho más lejos de lo que ella se creía. No solo era una esclava, sino que era, básicamente, una perra humana; un animal entrenado para el vicio de su amo.

― ¡Phillipe! ¡No puedo dejar que…!

― ¿Si, querida? – lo dijo con una sonrisa, pero su tono fue tan neutro y frío, que cortó, de cuajo, la protesta de Faely.

― No puedes dejar que… se postre así… ante mí… — susurró, finalmente.

― Si puedo. Lo mejor que puedes hacer es disfrutarlo, querida. Ahora, comamos, que se enfría.

Él empezó a trinchar sus lajas de carne, recubierta de aromática salsa. Mientras lo hacía, exhibía una sonrisa. Faely le imitó, en un intento de abstraer su mente de cuanto ocurría.

― No te sientas obligada a darle más de lo que pretendas, Faely. Julia no comerá otra cosa más de lo que nos sobre. Hay que cenar ligero para dormir bien – le dijo, con sorna.

La gaditana cortó la mitad de uno de sus filetes y lo hizo cuatro partes. Los tomó con los dedos y los dejó en el cuenco azul. Por sorpresa, la mano de Julia la tomó de la muñeca, suavemente, y lamió sus dedos manchados de salsa, limpiándoselos. Faely se estremeció al sentir el contacto de aquella lengua sobre su piel; la calidez de su boca la impresionó.

Observó, de reojo, como Julia inclinaba la cabeza hasta tomar un trozo de carne con su boca, sin utilizar las manos, y lo engullía rápidamente, con una habilidad casi felina. ¿Cuánto tiempo llevaba comiendo así?, se preguntó Faely. Demostraba demasiada costumbre…

Por su parte, Phillipe disfrutaba de las reacciones de su amante. Faely estaba aprendiendo que existían estratos muchos más profundos de implicación. Ella, que se creía dominada por los deseos de él, comprendía, al fin, que solo era la punta del iceberg. Phillipe no tenía prisa alguna por descender un peldaño más, pero había querido mostrárselo.

― Estás experimentando verdaderamente lo que vivían a diario los ricos hacendados del sur. De Georgia o de Carolina – comentó suavemente Phillipe.

― Pero… es inhumano, Phillipe…

― Solo si no es voluntario, querida.

― ¿Voluntario? ¿Quieres decir que…?

― Julia – llamó su atención — ¿qué eres?

― Su esclava, Señor – respondió ella, con un peculiar acento sudamericano.

― ¿Cómo?

― Por designio propio, Señor. Me ofrecí como esclava suya al cumplir la mayoría de edad.

― ¿Por qué?

― Por amor, mi Señor.

― Buena chica – le lanzó, rodando, una patata, que ella atrapó con agilidad. – Es la muestra de amor definitivo. Shakespeare se equivocó en Romeo y Julieta. Morir por amor no es lo más significativo, sino entregarse sin condiciones, sin esperanzas.

Faely no respondió, impresionada por cuanto estaba viendo y aprendiendo. Se limitó a cortar otro filete y dejar caer, de nuevo, la mitad en el cuenco de Julia. Sentir aquella lengua, otra vez sobre sus dedos, estremeció su cuerpo. El simple hecho de entregarle comida, enardecía su espíritu. ¿Qué le pasaba? ¿Se estaba excitando por ello?

― El postre, Julia – le pidió él, tras acabar los platos.

Julia se puso en pie, retiró los platos y sacó unos que guardaba en el frigorífico. Tarta de nueces con helado de grosellas. Delicioso, pensó Faely.

― Creo que nuestra invitada te ha alimentado bien, ¿no es cierto, Julia?

― Si, mi Señor – respondió ella, desde el fregadero.

― ¿Siendo así, no se merece una muestra de agradecimiento?

― Por supuesto, Señor.

― Entonces demuéstralo…

Julia se puso a cuatro patas en el suelo y gateó felinamente hasta meterse bajo la mesa. Faely, paralizada por la sorpresa, notó como los dedos de la latina se introducían bajo su vestido y, con mucha suavidad, le bajaban la estrecha braguita. Miró a Phillipe e intentó protestar, pero el hombre levantó un dedo, mandándola callar.

― Déjala hacer, querida.

Se removió, al notar el pulgar de la chica acariciando su coñito, arriba y abajo, suavemente. No supo en que momento se humedeció, pero tuvo enseguida el coño chorreando. Era la primera vez que una mujer la tocaba íntimamente y le daba vergüenza admitir que le estaba encantando. Sus manos se aferraron a los bordes de la mesa, buscando una sujeción que le impidiera moverse de la silla, disimulando así su placer.

Estaba soportando la mirada de su amante, quien, con una expresión divertida, seguía comiéndose su postre. Faely bajó los ojos, no solo para esconderse de la exhaustiva mirada de Phillipe, sino para obviar lo que ella misma estaba sintiendo. Las manos de Julia mantenían sus muslos abiertos y el vestido remangado. La cara interna y suave de los muslos temblaba, acoplándose al ritmo de la lengua de la latina sobre su clítoris. Las caderas rotaban de una forma casi imperceptible, aún apoyadas sobre el asiento. Un quedo suspiro surgió de los labios entreabiertos, mientras que las aletas de su nariz dilataban, siguiendo un mandato instintivo.

Aquella lengua de terciopelo la estaba anulando, degradándola completamente, como nunca sintió jamás. Aquel acto obsceno e innatural, que le arrancaba el alma a gemidos, la emputecía de una forma absoluta. Nadie la había obsequiado con una caricia con tal pericia y suavidad. Podía sentir como su orgasmo se iba amasando, entre sus riñones, engordando para convertirse en una explosión de sentidos.

Llevó su mano derecha bajo la mesa, posándola sobre la delicada cabellera de Julia, obligándola a lamer más fuerte, más profundo, más y más…

Un largo quejido brotó de sus labios, arrancando una sonrisa de su amante, quien acabó tragando la última cucharada de su postre.

― Eso es… déjate llevar, Faely… gruñe con el placer que te traspasa – susurró el hombre.

Al borde del orgasmo, la gaditana tomó una bocanada de aire y apretó los dientes, la pelvis temblando como un flan. Sus glúteos se tensaron, las rodillas se aflojaron, su mano empujó aún más el rostro de Julia contra su sexo. El orgasmo la alcanzó, con todo el empuje de un choque eléctrico que subió por su columna. Dejó escapar el aire que retenía en sus pulmones mientras sus caderas se convulsionaban. Con la boca entre los apretados muslos de Faely, Julia se quejó de la presión que la retenía, pero nadie le hizo caso.

Phillipe contempló, divertido, a su amante. Faely lucía una expresión digna de que un ilustre pintor la hubiese plasmado para la posteridad. Los ojos cerrados, las mejillas arreboladas, los labios entreabiertos, las manos apretando fuertemente los bordes de la mesa… Faely se corría como jamás lo había hecho.

― Acábate el postre, querida – la voz de su amante le hizo abrir los ojos, tras lo que pareció una eternidad.

Phillipe la miraba, luciendo una suave sonrisa. Julia había abandonado su lugar bajo la mesa y estaba atareada en el fregadero, de espaldas a ellos. Faely trataba de recuperar su aliento y su compostura. Sus dedos aún se aferraban a la mesa y tenía las piernas abiertas y flojas, bajo la cubierta de madera.

Parpadeó y tomó la cucharilla. En silencio, atacó el trozo de tarta que quedaba en su plato. No se sentía con ánimos de comentar nada con Phillipe. De todas formas, él parecía saber lo que ella había sentido, ¿de qué servían las palabras, en un momento como ese?

____________________________________________________

― A partir de ese momento, mi vida cambió radicalmente – susurró Faely, sentada con su sobrino en uno de los bancos de madera. — Si antes me había visto supeditada a los caprichos de Phillipe, entonces fue cuando dependí totalmente de él. Con cualquier excusa y a la mínima ocasión, me empujaba a los brazos de Julia, como una forma de recompensa que, en sí, no era más que una excusa para envilecerme aún más. Muchas veces, Phillipe disponía de su esclava delante de mí, sin esconderse. La tomaba en cualquier instante, como un niño usa uno de sus juguetes durante unos minutos para, luego, abandonarlo en un rincón de la casa. Eso era Julia para él, un mero objeto de decoración, un trozo de carne cálida que podía degustar a placer.

― ¿Y zoportabas todo ezo? – preguntó Cristo, algo sorprendido.

― Estaba obsesionada por todo lo que me hacía sentir. En aquel tiempo, no me daba cuenta, pero yo era otra víctima. Phillipe compartió a Julia conmigo, organizando el consabido trío, solo en contadas ocasiones. No parecía ser de su absoluto gusto, por lo que pude observar, pero no demostraba ningún escrúpulo por cedérmela, cuando quería. Créetelo, sobrino, yo quería… Por Dios, que lo deseaba…

― ¿A qué te refieres, tita?

― Cuando me quedaba a solas con Julia, me portaba de una manera algo irracional, un tanto iracunda; lo que me llevaba a ser agresiva y cruel con ella. No disponía de ella, como dueña, sino que trataba de vengarme, por celos o despecho, ¿Quién sabe? Algo en ella me enervaba, me soliviantaba, volviéndome ladina y mezquina en mi trato.

― ¡Tita! – exclamó Cristo, recriminándola.

― Al paso de los meses, descubrí la verdadera causa de mi comportamiento: sentía envidia de ella.

― ¿Envidia?

― Intenté muchas veces comprender la causa de experimentar tal sentimiento, pero no llegué a conclusión alguna. No encontré una explicación lógica y pausible para ello; tan solo sentía envidia de cuanto sabía y conocía Julia. Me sentía celosa, en cierta manera, de la intimidad que disponían esclava y amo; un grado que yo no había alcanzado, en absoluto. A cada día que pasaba, más y más preguntas se agolpaban en mi mente, referentes a toda esa extraña disciplina. Quería conocer y experimentar, al igual que Julia lo hacía; quería sentir la firme autoridad de alguien que se ocupara de cada una de las decisiones a tomar; deseaba abandonarme totalmente a su voluntad.

― ¿Acazo eres…? – musitó Cristo, comprendiendo finalmente.

― Aún no estaba segura de nada, solo era una súbita obsesión que nació en mí – suspiró la mujer, enderezando la espalda y echando un vistazo a su alrededor. – El hecho es que no tardé en confesarme con Phillipe, quien, por supuesto, no tuvo ningún reparo en cerrar totalmente la argolla de la esclavitud, en torno a mi cuello.

― Era algo cantado, para cualquier espectador. Phillipe paresía llevar ya tiempo anulándote, pero, ya ze zabe, el cornudo es el último en enterarze.

― Muchas gracias por tu comprensión, sobrino – dijo ácidamente Faely. – Para mí, la cosa no fue nunca tan evidente, ni pude distinguir los distintos matices de mi entrega. El hecho fue que me entregué totalmente a mi amante, como otra de sus esclavas. Hasta entonces, nunca me imaginé lo cruel y déspota que era Phillipe en realidad. Fue una larga caída a un pozo sin fondo, en donde fui perdiendo, una tras otro, mis ideales, mis anhelos y sueños. Lo primero que perdí fueron mis derechos sobre Julia, quien, de la noche a la mañana, se transformó de una sumisa callada, en una dominadora posesiva. Phillipe me obligaba a permanecer en su apartamento, toda la semana, y tan solo me permitía visitar a mi hija, una vez por semana. Zara estaba a cargo de una institutriz que se había instalado en nuestra casa.

― Joder…

― Soporté las crueles revanchas que Julia me imponía, desde azotes a humillaciones; aceptaba cualquier capricho de Phillipe, quien no dudaba en venderme a sus depravadas amistades, redondeando así sus ingresos. Julia me acabó confesando que ella había pasado también por lo mismo, y que debía sentirme orgullosa de ser usada para generar beneficios para mi Señor.

Las lágrimas brotaron de los oscuros ojos de la gaditana, emocionada por los recuerdos. Se las secó de un manotazo, como si le molestase mostrar esa debilidad.

― Sufría y me desesperaba, llevada al límite por mi señor, pero, al mismo tiempo, estaba totalmente dominada por las enloquecedoras recompensas que Julia se encargaba de administrarme. Cuando cumplía bien, como esclava, la puta sabía llevarme hasta los más excelsos placeres, en los que, a veces, participaba Phillipe. Me sentía tan envilecida, tan emputecida, por cuanto experimentaba, que la vergüenza y el remordimiento, cuando me calmaba, me hundían aún más en el fango. Era como una droga que me tuviera atrapada. Cuanto más anhelaba la situación, más daño moral me hacía.

― No imaginé nunca que hubieras pazado por algo azí, tita.

― Fue entonces, cuando conocí a Candy Newport – confesó Faely, mirando a los ojos de Cristo.

__________________________________

Se trataba de una fiesta un tanto especial; una de esas fiestas anuales a las que Phillipe, incomprensiblemente, era invitado. Faely aún no sabía por qué un humilde profesor de una escuela de Artes Escénicas era tomado en cuenta por personalidades tan influyentes. Parecía conocerles a todos, desde millonarios empresarios, hasta actores ya decrépitos. Sin embargo, su amo no soltaba prenda, y Julia tampoco.

El caso es que, un buen día, Phillipe apareció con un aplanado paquete, que le entregó. Se trataba de un vistosísimo traje de noche, negro y rojo, con sus variados complementos. Debía vestirlo ese mismo fin de semana y acompañarle a un evento muy especial; solo él y ella.

La fiesta se ubicó en un inmenso ático de uno de los altos edificios de Water Street, en el Distrito Financiero. Un taxi les dejó en la puerta y un uniformado conserje les franqueó el paso. Al cruzar un enorme vestíbulo, donde varios tipos de espectaculares dimensiones aguardaban, envueltos en una total apatía, un joven, con aspecto de becario pijo, les invitó a subir a un ascensor. La neumática cabina les subió hasta el último piso, dejándoles en un lujoso corredor, donde esperaba un peculiar mayordomo de apenas un metro de estatura. El engominado enano vestía una impecable librea de sirviente de diseño retro, rematada con encajes y puños blancos y tiesos. Tras una leve reverencia, chasqueó los dedos y una doncella, también de uniforme, se ocupó de los abrigos de la pareja. Solo entonces, el diminuto mayordomo se dignó a pedirles sus invitaciones.

― Síganme, señores – les dijo, con una suave voz neutra.

Les llevó al final del corredor y abrió unas grandes puertas, que dejaron escapar murmullos, risas, y una cálida música de saxo. Faely contempló, por primera vez, una de las secretas reuniones de los más poderosos de la ciudad. Sin embargo, Phillipe parecía estar en su salsa. De hecho, lo demostró saludando a ciertos individuos, a medida que se internaban en el amplio espacio del ático. Había camareros deambulando con bandejas llenas de copas, vestidos con la misma librea que la que portaba el mayordomo enano. Los allí reunidos, hombres de madura edad en su mayoría, vestían impolutos trajes de carísimas hechuras, y fumaban gruesos cigarros, sin importarles lo más mínimo la ley antitabaco. Las pocas mujeres que Faely pudo ver pertenecían a dos grupos bien diferenciados: el primero era el de maduras esposas engalanadas, o quizás estiradas brujas corporativas; el segundo, mucho más evidente dadas su juventud y belleza, el grupo de las amantes.

Sin duda, la alta e imponente mujer que se acercaba a ellos, pertenecía a este último grupo. Faely la reconoció enseguida. Era la actual reina de la pasarela, Candy Newport. Llegaba aferrada al brazo de un hombre grueso, de mejillas sonrosadas y barba cana bien recortada, algo más bajo que ella, pero el doble de ancho, al menos. El contraste era inmenso. Ella, con sus apenas veinticinco años, él, con los sesenta bien cumplidos. Ella, toda una diosa de piel clara e inmaculada, de espléndida cabellera castaña, casi rubia; él, de manos regordetas, con la piel del dorso manchada por una extraña dolencia, y portando un inefable peluquín que se bamboleaba en ciertas ocasiones. ¡Extraña pareja! Solo había un modo de catalogar su relación, sobre todo, al contemplar las sinuosas curvas de aquel cuerpo creado para la tentación.

― Mi querido Phillipe – exclamó el grueso anciano, al llegar ante ellos –, no esperaba verle en esta velada.

― Hay que atender los diversos compromisos, señor Hosbett.

― Cierto, cierto. ¿Y su bella acompañante?

― Faely Jiménez, profesora de Flamenco en Juilliard – hizo las presentaciones. – Manny Hosbett, propietario del Daily News, y Candy Newport…

― … Miss USA y una de las más famosas modelos internacionales – acabó la frase Faely, alargando la mano hacia la pareja.

― Vaya, me adulas, querida – se rió la modelo, mostrando sus perfectos dientes. – Así que profesora de Flamenco, ¿no?

― Bueno, hago un poco de todo en la academia, desde dar clases a montar escenarios y vestuarios. El Flamenco es optativo para los estudiantes, aunque no puedo negar que levanta cierta pasión desde que Naomi estuvo saliendo con Joaquín Cortés…

La modelo soltó una sonora carcajada y se llevó una mano a la boca.

― Se podría decir que se fusionaron lo mejor de cada mundo, ¿no? – repuso Candy.

― Si. Hasta que sus caracteres chocaron. Demasiados parecidos.

― ¿También eres gitana?

― Así es. Del sur de España.

― Bonita tierra – intercaló el magnate de la prensa, en ese momento.

― Si, desde luego.

― Está bien. Nos veremos más tarde – se disculpó Hosbett. – Querida, tenemos que saludar a Christian…

― Viejo puerco – murmuró Phillipe, contemplando como la dispar pareja se alejaba.

Faely no quiso preguntar nada. Conocía aquel tono empleado por su amo, y no presagiaba nada bueno. Tomaron champán, saludaron a otros personajes, más o menos ilustres, y, durante un buen rato, Phillipe estuvo reclamado por un hombre de mediana edad y manos finísimas, en una susurrante conversación que duró muuucho tiempo. Finalmente, medio tocada por las burbujas del champán, Faely fue conducida hasta un lujoso despacho, donde su amo, tras cerrar la puerta, la obligó a arrodillarse en la madera del suelo.

― Amo… ¿qué hago…? – intentó averiguar ella.

― Ssshhh… ¡A callar, esclava! – le dijo él, metiéndole el pulgar en la boca, para que lo chupase.

Phillipe le metía diferentes dedos de la mano, obligándola a succionarlos, a repasarlos con la lengua, mientras él no dejaba de mirar hacia la puerta. Cuando ésta se abrió, Phillipe suspiró y sacó sus dedos de la boca de ella. Hosbett y la modelo aparecieron. El obeso magnate se acercó hasta la arrodillada Faely, mientras que Candy Newport se dejaba caer en un mullido sofá de cuero, cercano al ventanal, desde el cual se podían ver las luces del puente de Brooklyn.

― ¿Así que esta es tu perrita? – preguntó Hosbett, risueño.

― Si, así es. Una perra bien educada, como puedes ver – respondió Phillipe.

― ¿Y crees que con ella pagas tu deuda?

― Vale eso y más, Hosbett.

¿Deuda? ¿Qué pretendía hacer con ella su amo? ¿Cederla?, se alarmó Faely, al escucharles.

― A mí me gusta – intervino suavemente la modelo en la conversación.

― ¿De veras, querida?

― Si. A pesar de su sumisión, tiene una mirada desafiante. Además, es una mujer muy hermosa…

― Solo me rodeo de lo mejor – sonrió Phillipe.

― Ya lo sabemos – repuso Hosbett, cortante. — ¿La quieres, Candy?

― Me encantaría, Manny – respondió Candy, apurando su copa y poniéndose en pie.

― Pues sea entonces – dijo el magnate, alargando la mano hacia Phillipe, quien la estrechó, luciendo una amplia sonrisa.

Candy se acercó a la arrodillada Faely y enredó un dedo en su oscura cabellera.

― ¿Cuántos años tienes, perrita?

― Treinta, señora – respondió la gitana en un murmullo.

― Una edad perfecta. ¿Sabes de qué estamos hablando?

― ¿De cederme a usted?

― ¿Ceder? No, nada de eso. Más bien vender, y a un precio muy alto – rezongó Hosbett. – Pero será mejor que tu antiguo amo sea quien te lo explique…

Faely alzó los ojos para clavarlos en la figura de Phillipe, quien no perdió la sonrisa. Se acuclilló ante la gaditana, mirándola a los ojos.

― Te aseguro que no ha sido por gusto, Faely, pero las circunstancias mandan. Tengo una abultada deuda de juego con el señor Hosbett y le propuse canjearla por ti, una hermosa y educada esclava. Debes sentirte orgullosa de haberle costado trescientos cincuenta mil dólares…

Faely no estaba contenta, a juzgar por las lágrimas que rodaban por su rostro. De pie a su lado, Candy las recogió con un dedo.

― Pero… Amo… no puedes venderme… tengo una vida, una hija…

― No tienes nada, salvo aquello que tu amo te permita, y he dejado de ser tu amo… así que ahora dependes de ella – le dijo Phillipe, señalando a la modelo con un movimiento de su barbilla.

― No te preocupes, perrita. Ya buscaremos una salida a eso – musitó Candy. – No soy ningún monstruo.

― Adiós, Faely, que te vaya bien – le dijo Phillipe, dándole un último beso en la mejilla y poniéndose en pie, a continuación.

― Te firmaré un documento de liquidación – le dijo Hosbett, arrastrándolo hasta el escritorio.

Al quedarse solas, Candy se acuclilló ante Faely, limpiándole el rostro de lágrimas. La gitana, a su vez, contempló el bello rostro de su nueva ama y, a pesar de las dudas, el miedo, y la decepción que sentía, supo que había ascendido un peldaño en la escalinata de la perversión.

― No te preocupes, linda mascota, te permitiré seguir con tu trabajo y con tu vida. Podrás ver a tu hija casi todos los días, pero dormirás conmigo, a los pies de mi cama – le dijo la modelo, con un dulce tono.

__________________________________

― No volví a ver a Phillipe, en todos estos años. Supuse que volvió a Chile, con Julia – dijo Faely, con un suspiro, mirando de reojo el rostro pasmado de su sobrino.

― Joer, tita, igualito que una de ezas telenovelas sudacas. ¡Tú como ezclava! ¡Increíble!

― Al principio, caí en una depresión. Lloraba a todas horas, apenas comía, y mi trabajo se resintió. Mi ama me hizo pedir una excedencia de tres meses y me reeducó con firmeza. Supo sacarme de ese estado miserable, y es algo que debo agradecer.

― Ahora comprendo porque te has negado a admitir que no la conocías. ¿Durante cuanto tiempo fue tu dueña?

― ¿Quién ha dicho que no sea aún su esclava?

Cristo se quedó con la boca abierta, clavando la vista en el rostro de su tía, quien sonreía levemente, mirando a una pareja que pasaba, abrazada.

― Tita… ¿eres todavía su esclava?

― Si… Llevo diez años sirviéndola… amándola…

― ¡La Virgen de los kamikazes! ¡Qué follón! ­– exclamó, pensando, sobre todo, en lo que Zara le había confesado sobre el flirteo de la jefa.

― Aprendí cuales eran sus mínimos caprichos y deseos, qué la relajaba al acabar una larga sesión de modelaje, o cómo actuar cuando quedaba embelesada de un nuevo galán. Me convertí en su mejor confidente, en su paño de lágrimas cuando la decepcionaban. En su más acérrima cómplice cuando debía involucrarse en una venganza, y quien la hacía dormirse lánguidamente cada noche, vigilando su sueño desde la gruesa alfombra, al lado de su cama.

― Entonces… ¿qué haces en el loft?

― Llevo apenas unos meses viviendo con Zara, en el loft, desde que fue aceptada por la agencia de mi ama. Fue entonces cuando me envió a vivir con mi hija, sin más explicaciones. Me llama en ocasiones, para que acuda a su casa, pero cada vez con menos frecuencia. Es como si se hubiera hartado de mí, Cristo.

“Poziblemente zea ezo. La jefa ha conosio a la niñita, que está pa mojar pan en ella, y ze ha hartao de la madre. Normal. ¡Con lo buena que está mi tita, coño!”, pensó el gitanito.

― Es por ezo que me aseptaste, ¿no?

― Si, Cristo. De otra manera, no hubiera podido ofrecerte un sitio para quedarte. Zara ha estado unos años en un internado, antes de vivir conmigo.

― ¿Y el zumbao eze? ¿Cuándo le volviste a ver?

― ¿A Phillipe? Hará un par de meses. Me estaba esperando a la salida de la academia. Me llevé un susto enorme.

― ¿Te hase tilín todavía?

― No, ni de coña, pero presentí que traía problemas, y así ha sido…

― Hay que conzeguir informasión zobre él, como zea. ¿Qué es lo que quiere exactamente, tita?

― Quiere recuperarme.

― ¡Eze tío es un jeta! – exclamó Cristo, utilizando un término despectivo de su tierra. — ¡Primero te vende y ahora quiere recuperarte, una vez que ha zolucionado zus problemas económicos, zupongo.

― Parece que si. Viste muy bien, lleva un reloj carísimo, y no parece que necesite trabajar. Me dijo que me llevaría con él.

― ¿A dónde? ¿A Chile?

― Creo que si.

― ¡Joder! ¡Nesezitamos algo zustansioso zobre él! ¡Algo con lo que presionar!

― ¿Pero qué? ¡Yo no sé nada sobre sus manejos!

― Ah, pero hay alguien que zi los conose. El tío eze del periódico…

― ¿Manny Hosbett?

― ¡El mismo! Él zi zabe cozas y puede que muy zucias…

― Puede ser, pero cómo le sonsacamos. No creo que nos vaya a conceder una cita, así por las buenas.

― Aaah… — Cristo se puso en pie, cogiendo la mano de su tía para ayudarla. – Hay alguien que puede ayudarnos… mi jefa, tu dueña, la zeñorita Candy Newport. Ella zi puede ponerze en contacto con el zeñor Hosbett y tirarle de la lengua, ¿no? Creo que en diez años has debido coger confianza con ella, ¿no tita?

― Pues si – respondió ella, echando a andar tras su sobrino. Ni siquiera había pensado en pedir protección y ayuda a su ama, confundida por la presión y el chantaje. – Es lo primero que debería haber hecho. ¡Que tonta! Mi ama no permitirá que ese capullo…

― ¡No te embales, tita! Puede que haya problemas. Tu ama te ha puesto al margen de zu vida, ¿recuerdas? ¿Y si ya no le importas lo zufisiente? ¿Y zi está penzando en venderte, a zu vez?

Faely se mordió el labio, dubitativa. Ella misma se posaba las mismas cuestiones, debido al cambio de actitud de su dueña.

― ¡Tengo que intentarlo! Así, al menos, sabré a qué atenerme – le dijo, mientras Cristo la cogía de la mano, para arrastrarla sendero abajo. — ¿Dónde vamos?

― ¡A comer, coño, que estoy desmayaoo!

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “La hija de mi chofer” (POR JULIAKI)

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La hija de mi chófer

− Don Luis, quería pedirle un favor – me comentaba Ramón cuando íbamos camino del aeropuerto.

Ramón ha sido mi chófer durante estos últimos ocho años, muy fiel servidor, discreto y dispuesto a lo que se le mande. Un empleado ejemplar, como pocos, cercano a su jubilación. Es sin duda uno de mis mejores trabajadores y eso que tengo a mi cargo más de quinientas personas, pero pocas son de fiar y de la categoría servicial de este hombre.

− Dime Ramón. ¿En qué puedo ayudarte? – dije mientras yo releía un informe en el asiento de atrás.

− Verá, es sobre mi hija. – añadió mirándome por el espejo retrovisor.

− ¿Tu hija? ¿Le ocurre algo?

− No, no, es que no encuentra trabajo y… quiere estudiar y no puedo pagarle ni la matrícula.

− Ah, entiendo. Verás Ramón, yo no puedo aumentar mucho más tu sueldo, ya sabes cómo están las cosas…

− No, si no es por mí, es por si pudiera encontrarle algo a ella.

− Está la cosa jodida, ya lo sabes. Ahora mismo no tengo ningún puesto libre en la empresa…

− Lo sé y no quiero abusar de su amabilidad una vez más, le estoy muy agradecido por contratarme. Nunca tendré cómo pagarle.

− Bueno, me pagas con tu trabajo, Ramón y lo haces muy profesionalmente.

La verdad es que me daba pena ese hombre, porque había tenido muchas dificultades desde que se quedó en el paro, enviudó al mismo tiempo y estuvieron a punto de desahuciarle del piso donde viven. Ahí es donde me llegó aquel hombre con casi sesenta tacos, para que le contratara en algo. Le empleé como chófer y la verdad, acerté pues hace muy bien su trabajo.

− ¿Qué edad tiene tu hija, Ramón? – le pregunté.

− Se llama María. Tiene diecinueve años.

− Vale, ¿Y qué sabe hacer? ¿Qué estudios tiene?

− Pues ha terminado el bachiller.

− Vaya, es poco. ¿Tiene conocimientos de informática ó administrativos?

− ¡Qué va!… quiere hacer ¡Arte dramático! – dijo haciendo un gesto de desaprobación.

− Entiendo.

− Supongo que podría servirle de asistenta en su casa.

− ¿En mi casa? Pero yo ya tengo una señora que me viene de lunes a viernes.

− Ya, don Luis, yo había pensado de asistenta en su apartamento del centro.

Ramón era uno de mis pocos trabajadores que sabía de ese apartamento secreto en el centro, donde yo me llevaba los ligues. Siempre había sido muy discreto llevándome al pisito y eso que he acudido a él acompañado por muy distintas mujeres.

− Ramón, pero al apartamento voy muy poco, ya lo sabes. Casi no lo uso. – dije.

− Ya, comprendo. No pasa nada, no se preocupe, ya seguiremos buscando por ahí.

El hombre no insistió más, siempre tan respetuoso. A mí, en el fondo, me daba pena, la verdad, porque no se merecía tener tantos contratiempos. Era un hombre honesto, trabajador… que además había sabido ser siempre “una tumba” en las conversaciones de aquel coche con mis idas y venidas al apartamento. Incluso muchas veces me hizo de cómplice para ayudarme a engañar a mi mujer, sin que esta se percatase de nada. Me sentí en deuda con él.

− Verás Ramón, ahora me voy unos días de negocios y vuelvo el viernes. dile a tu hija que venga el sábado por la mañana, a ver qué podemos ofrecerle. – dije pensando los muchos favores que me había hecho aquel hombre.

− ¿En serio? Le estaré eternamente agradecido, don Luis. – respondió sonriente.

Después de mi viaje en una semana de locura conseguí ligarme a una de las asistentes al congreso en el que participé y con la que compartí algo más que conversación en mi discreto apartamento. Cuando amanecí el sábado, la ejecutiva cachonda y “felizmente casada” ya había “volado”. Me encontraba con un fuerte dolor de cabeza, gracias a unas buenas sesiones de sexo y alcohol que compartí con aquella fiera, de la que no recuerdo ni su nombre. Entonces me di cuenta de que el timbre de la puerta sonaba sin cesar. Joder, la cabeza me daba vueltas y me martilleaba aquel “ring-ring” incesante. ¿Quién coño podía ser a las diez de la mañana de un sábado? Como estaba desnudo, me puse el primer un pantalón de deporte que encontré tirado y salí dispuesto a despachar al pesado de turno.

Al abrir la puerta me quedé estupefacto. Una joven preciosa, de enormes ojos color avellana, con una dulce sonrisa apareció al otro lado. Era morena de piel y de cabello muy negro y largo, con unos grandes pendientes de aro en sus orejitas y un brillante piercing en su nariz. Vestía unos leggings negros, dibujando la preciosidad de sus muslos, una camiseta ajustada que le hacía un busto más grande de lo que debía ser y unos zapatos de tacón. ¡Estaba realmente buena!

− Hola, ¿don Luis? – preguntó la preciosa chavala.

− Sí, soy yo. ¿Quién eres?

− Soy María, la hija de Ramón.

− ¡Ostras!

− ¿Ocurre algo? – preguntó la preciosa chavala observando con detenimiento mi torso desnudo.

− No, no, es que no me acordaba y tampoco te imaginaba así…

− ¿Así como? – preguntó ella con inocencia y una mirada que me pareció traviesa.

− No, que no me imaginé que fueras tan guapa.

Lo dije con demasiada soltura, pero es que era la verdad. La niña en cuestión era un bomboncito, que además se había puesto sus mejores galas, con intención de agradar y ya lo creo que lo hizo, pues mi polla empezó a despertar levemente bajo mi pantalón de deporte.

− Gracias, don Luis – comentaba con cierto rubor encarnado en sus mejillas.

− Bueno, María pues encantado, pero llámame Luis y de tú, por favor. – le dije plantándole un par de besos, impregnándome al mismo tiempo de su olor y percibiendo la suavidad de sus mejillas.

− Igualmente, pero mi padre dijo que le tratara de usted y eso… yo prefiero.

− Bueno tu padre no quiso tutearme nunca, pero somos casi de la misma edad y eso es normal, pero tú, puedes… pero en fin, como prefieras.

− Si no le importa, de usted, gracias.

− Bueno, pasa María, siéntate y me cuentas.

La chica se sentó en el sofá y yo me puse en una butaca frente a ella, intentando que mi polla en semi erección no se notara demasiado. Aunque se me pasó por la cabeza taparme o ponerme algo de ropa, en el fondo me gustaba marcar musculitos a la chavala. Uno ya no es un crío precisamente, pero conservar este cuerpo con mis sesiones de gimnasio tienen como recompensa poderlo lucir con orgullo. Tengo el cuerpo de hombre maduro, pero muy cuidado.

Cuanto más la miraba más me daba cuenta de que la nena estaba especialmente buena, con aquellas mallas tan pegadas a sus muslos, unos bonitos tobillos que llevaban una pulserita, aquel top blanco tan ajustado… uf y esa cara de ángel.

− Me dijo mi padre que me podía dar trabajo. – intervino aquel bomboncito.

− Sí, ya le comenté que en la empresa no tengo nada.

− Sí, pero como asistenta, puedo limpiarle su apartamento. – decía ella abriendo los ojos muy expresiva y mirando a su alrededor.

− María, verás, es que yo este apartamento no lo uso mucho….

− Sí, ya me dijo mi padre.- añadió bajando su cabeza, momento que aproveché para ver su buena delantera marcada por el top. ¡Joder, estaba realmente buena!

− Mira, si quieres algún trabajillo pues, no sé te vienes un día a la semana y puedes limpiar algo, pero poco más. ¿Qué te parece?

− ¡Claro, lo que me diga! ¡Cualquier cosa! – respondió con una gran sonrisa.

Cuando dijo “Cualquier cosa” por mi mente pasaron imágenes retozando con la moza y mi polla dio un pequeño espasmo con aquella fantasía.

− ¿Te parecen bien 50 por cada día que vengas?

− ¡Sí! – respondió eufórica ya que se veía que no manejaba mucho dinero precisamente.

− Ya sé que con eso no te da para vivir, pero al menos tendrás algo y puedes buscarte otro trabajo.

− Sí, claro.

− Pues venga, te enseño el piso.

Con mi única indumentaria de pantalón de deporte, le estuve enseñando el apartamento e indicando a la chica las tareas que podría hacer.

− Bueno, hay bastante trabajo en esta casa – dijo con su siempre radiante sonrisa al llegar a la cocina y observar que estaba todo lleno de cacharros revueltos esparcidos por el fregadero y la encimera.

En ese momento recordé mi noche anterior con la ejecutiva con la estuve trasteando con juegos eróticos y comida en la misma sesión. Cuando llegamos al salón también había cosas por el suelo y algún vaso tirado por el pasillo. ¡Joder, qué desenfreno debimos pasar esa noche de la casi ni me acordaba!

− Verás María, es que anoche tuve una fiesta, pero normalmente no está todo tan revuelto. – dije a modo de disculpa.

− Ya. – dijo sonriendo cuando vio unas braguitas en mitad del suelo del baño.

No sé si me sonrojé, pero mi vista seguía admirando ese culo redondo y tan respingón con esos leggings ajustados. ¡Vaya polvazo tenía la nena!

− ¿Cuando quiere que empiece? – preguntó mirándome con sus grandes ojazos.

− Pues ahora mismo, si te parece – respondí admirando de nuevo el busto que calzaba la niña.

− Pero es que no me traje ropa para hoy, pensé que…

− No te preocupes, te busco un uniforme que tendré por ahí.

− ¿Uniforme? – preguntó sorprendida inclinando su cabeza.

− Bueno, me refiero a alguna cosa que te pueda dejar, ya me entiendes.

Ella se quedó recogiendo cosas por el suelo del salón y yo me fui en busca de alguna camiseta o algo que le pudiera servir para limpiar y poner orden en mi “pisito de soltero”. Entonces, al llegar a mi armario descubrí un uniforme de asistenta sexy que usé alguna vez con uno de mis ligues esporádicos. Me descojoné imaginando cómo le quedaría ese uniforme a la chavalita. Me dije a mí mismo que no podía ser, porque la prenda en cuestión era una batita negra de talla mínima y muy corta, con un pequeño delantal blanco, vamos la típica indumentaria de chacha porno. Tras reírme un buen rato para mis adentros y decirme a mí mismo lo cerdo que podía llegar a ser con esa sola idea, me presenté en el salón con la bata sexy. María miró la pequeña prenda y luego dirigió su mirada a mí, pensando en cómo era posible tener que vestir con semejante atuendo.

− ¿Me tengo que poner eso? – preguntó sosteniendo la escasa tela entre sus dedos.

− Bueno, es la que usaba mi otra asistenta – mentí con descaro como quien no quiere la cosa.

− ¿Y le vale?

− Sí, a ella le queda muy bien – dije riendo para mis adentros.

Ella dudó unos instantes, pero cuando saqué un billete de 50 para pagarle por adelantado, su cara cambió radicalmente.

− Bueno, esto es para ti. Si te parece, el lunes hacemos el contrato en la oficina para que vengas una vez a la semana. – dije desviando su atención al tema del vestido mientras que sus ojos no se apartaban del billete de 50

− Vale, ¿dónde puedo cambiarme?

− Pues si quieres en el cuarto de la plancha, yo me voy terminando de duchar.

− De acuerdo.

No podía creerme que María hubiese accedido a la primera de cambio con mi propuesta de ponerse semejante prenda tan pequeña y sexy. Pero al meterse en el cuarto a cambiarse, mi polla fue creciendo paulatinamente imaginando cómo podría quedarle. Mi idea era perversa y el hecho de poder ejercer ese poder sobre mi nueva empleada me ponía muy burro. Tuve que recolocarme la polla antes de regresar a la cocina.

Al no oír ruidos, lo primero que pensé es que la chica habría huido asustada. “¡Menudo cerdo!” -pensaría la pobre- y es que pensándolo bien, mi propuesta era del todo menos normal, así que era lógico que se hubiese largado pero al poner la oreja en la puerta del cuarto de plancha, oí que seguía trasteando dentro.

− ¿Todo bien, María? – le dije al otro lado de la puerta.

− Bueno… sí…, me está muy pequeño. No sé si me puedo poner eso.

− Ya, entiendo – dije riendo para mis adentros una vez más.

− Además ¿No hay zapatillas? – preguntó nerviosa.

− Pues no. No tengo otra cosa. Ese es el único uniforme que tengo. – dije mintiendo de nuevo, sabiendo que tendría que quedarse con los tacones, algo que ensalzaría más ese cuerpazo.

Cuando María abrió la puerta del cuartito casi me caigo de espaldas. Aquel pequeño vestidito negro le estaba más que pequeño y se mostraban sus curvas espectacularmente. Para empezar, la bata en cuestión era tan corta que se veía toda la largura de sus piernas, acentuadas con aquellos zapatos de tacón de plataforma, luego, al tener ese atuendo tan ceñido, su busto quedaba retenido, oprimido bajo la tela y rebosando ostensiblemente por la parte superior, al no llevar tirantes ni mangas. La cosa no podía ser más erótica y excitante.

− ¿Me queda bien? – preguntó tímidamente.

− De maravilla – respondí totalmente alucinado.

María notó en mis ojos la forma en cómo la observaba, que no era de estilismo precisamente, sino de pura lascivia por una jovencita buenorra y con un atuendo explosivo. Enrojeció algo más.

− No sí podré trabajar con él y que no se me vea todo – dijo apurada.

− Bueno por mí no te preocupes. Te daré dinero para que te compres algo para el próximo día – comenté para evitar arrepentimiento por su parte y que no continuase vestida de aquella forma tan divina.

− ¿En serio? Gracias don Luis. Me compraré uno más apropiado… y de mi talla. – respondió con aquella mágica sonrisa.

− Por mí puedes usar siempre ese. Te queda realmente bien.

La chiquilla algo cortada al principio, se puso a trabajar, recogiendo la cocina con su nuevo uniforme de asistenta sexy que le sentaba realmente como un guante. Yo entraba y salía trayendo vasos del salón para que los fuera metiendo en el lavavajillas o colocando en los armarios. Era la excusa perfecta para poder admirar a aquella dulce chavala que apenas cabía en semejante vestidito.

Cada vez que yo volvía a la cocina, le echaba un ojo a mi nuevo bomboncito servicial. Su escote mostraba un busto delicioso, por no hablar de sus muslazos que cuando se agachaba frente al lavavajillas dejaba a la vista el principio de su culo, en el que se ofrecía una buena porción de sus “cachetes” y eso hacía intuir que la braguita era un tanga. Madre mía, yo andaba loco viendo a aquella chica moviéndose en sus quehaceres, ciertamente avergonzada pero sin rechistar, al haber conseguido su primer empleo, aunque fuera un solo día a la semana. Permanecí junto a ella en la cocina, me senté en una silla y me quedé observándola, definitivamente, sin cortarme.

− No hace falta que me ayude, lo puedo hacer sola – dijo aparentemente incómoda con mi presencia.

− ¿Te molesta que esté aquí, contigo?

− No, no… lo digo porque es mi trabajo. – me comentó con su carita avergonzada y estirando el vestido en un afán imposible por cubrir toda aquella carne al descubierto.

− Por mí no te preocupes, además lo que veo es precioso. – le dije admirando su cuerpo.

− Gracias, pero es tan corto…

− Pues yo solo llevo un pantalón, espero que tampoco te moleste que vaya solo con él… – añadí para que se recreara de nuevo con mis pectorales y abdominales que cuido con mi ejercicio diario.

− No, para nada, don Luis, es su casa.

− Te lo agradezco, María, porque me gusta ir cómodo.

− Normal.

− A veces me gusta ir desnudo. – dije de pronto valorando su reacción y echando más picante al asunto.

La chica se quedó parada y volteando su cara imaginó lo que debía tener bajo mi pantalón de deporte que cada vez se marcaba más, pues tenía la polla en una lógica erección con la presencia de aquel ángel y su diminuto vestido.

− Tranquila, que estando tú, iré vestido, jeje. – le comenté para que se tranquilizara.

No respondió y siguió con sus tareas, aunque me pareció ver que sus pezones se marcaron aún más sobre la fina tela. Cuando María se dispuso a meter unos platos en el armario superior, me permitió ver el comienzo de sus nalgas de nuevo al estirarse. ¡Ufff! Era claro que llevaba tanga pues no alcancé a ver la tela de sus braguitas.

− Oye María, ¿tienes novio? – le pregunté de pronto sin dejar de observar esos preciosos muslos morenos.

− Sí, claro.

− Me imaginaba. Una chica tan guapa como tú, no podría estar sin pareja.

Noté de nuevo su rubor y cómo se volvió sin responderme. Me gustaba esa mezcla de timidez y las curvas de su endiablado cuerpo. Era la tentación más prohibida y deseada que he vivido en años. Mi perversidad era tal, que yo veía que la chica se movía de forma sensual haciendo los trabajos y es que era inevitable que no desprendiera calentura con aquella batita.

− Oye, María, ¿tomas mucho el sol? – le pregunté admirando aquellos portentosos muslos ensalzados con sus tacones y que tenían un tono moreno precioso, además de sus brazos y sus hombros.

− ¿Cómo? – dijo volviéndose apurada y viendo que el bulto de mi pantaloncito corto se notaba cada vez más.

− Sí, veo que estás muy morena.

− Ah, sí me encanta tomar el sol.

− Además no se te ven marcas en los hombros. ¿Haces topless? – añadí más que motivado.

− Sí, claro. – respondió con su apuro continuo.

− Tendrás a todos locos en la playa.

Otra vez su vergüenza y su silencio me indicaban que mis preguntas le ponían en evidencia, pero me fijé que sus pezones marcados y eso era indicativo de que no le incomodaba mi entrevista.

− Oye, no tienes por qué responder a cosas que te resulten íntimas, ¿eh? – dije entendiendo que me estaba pasando desde mi posición de jefe salido.

− No, no pasa nada.

− Te lo digo porque no quiero incomodarte, era solo por hablar de algo. Pero si soy demasiado directo o inoportuno, me lo dices.

− De verdad, no me importa. – añadió con su dulce sonrisa.

− ¿Y nudismo haces?

Mi asistenta no respondió en un principio y contestó sin volver su cabeza.

− Sí, de vez en cuando hago nudismo, cuando voy con mi novio, pero procuramos buscar sitios apartados.

− Ah, claro. Playas discretas.

− Sí, donde no haya mucha gente. Me da corte.

− Claro. Bueno, ya me dirás a qué playa vas.

− ¿Cómo? – preguntó girando su cabeza hacia mí con su carita de susto.

− Sí, digo para coincidir alguna vez. A mí me encanta hacer nudismo, pero yo no me escondo, me gusta ir libre.

− Bueno, yo no me escondo… – protestó la preciosa chica cuando la herí en su orgullo.

− Me dijiste que buscas sitios apartados.

− Sí, pero porque no me gusta ir a playas con mucha gente y eso.

− Y encontrarte con un conocido, jeje…

− Sí, eso sería un palo.

− Para mí sería un placer coincidir contigo. – añadí valiente.

Seguro que mis preguntas, cada vez más directas le inquietaban, pero sabía que a pesar de ello, a la chica le estaba gustando mi osadía.

− ¿Te puedo preguntar otra cosa, María? – pregunté totalmente serio.

− Sí, claro. – dijo con su sonrisa encandiladora.

− Es un poco… personal. – añadí.

− Ah, vale, pregunte.

− Si no quieres contestar, no tienes por qué hacerlo. ¿Tienes relaciones sexuales con tu novio? – disparé con toda la contundencia.

La chica se quedó callada y bajó su vista al suelo avergonzada, pues no debía esperarse que yo fuera tan directo.

− Dirás que estoy loco. – añadí.

− No, pero…

− No respondas si no quieres. Verás, no es por nada personal. Te pregunto esto, porque tengo una sobrina de tu edad y su madre, que es mi hermana, le ha preguntado a ella y dice que no, que no tiene relaciones con su novio, que todavía es muy joven, ya sabes… pero yo creo que mi sobrina miente y sí que lo hace, estoy seguro, porque a vuestra edad no desperdiciáis ninguna oportunidad. Nosotros éramos más cortos en mi época. – le solté aquella mentira colosal.

− Bueno, depende de cada uno, claro.

− Por supuesto. Y, ¿en tu caso?

− En mi caso, sí. – decía ella mirándome tímidamente a los ojos y luego observando de reojo mis abdominales marcados.

− Claro, ya decía yo que es normal. Mi hermana no quiere hacerme caso, pero yo le digo que las chicas de vuestra edad ya estáis más que puestas al día de todo, que folláis sin parar…. perdona la palabra.

− No, no pasa nada.

− ¿Tengo razón entonces?

− Pues, mi novio y yo lo hacemos desde hace tiempo. – añadió con rubor sin aguantar mi mirada.

− ¿Ves? claro, es lógico, estáis con las hormonas a tope. Pero mi hermana dice que mi sobrina no, que la chiquilla es muy inocente. Yo en cambio le digo, “tu niñita folla como una condenada y se la chupa a su novio cada dos por tres” ¿A que tengo razón, María?- dije de sopetón.

− Sí, bueno…

− ¿Sí o no?

− Sí, quiero decir que depende de cada persona.

− Ah claro, entiendo. Pero tú lo haces. Es normal, ¿Entonces?

− Supongo.

− Gracias por responder, oye y me alegra que hayamos cogido esta confianza. ¿no crees?

Mi desvergüenza iba aumentando por momentos, lo mismo que mi polla que se notaba cada vez más empalmada bajo mi pantalón. Me sentía poderoso y casi dueño de una situación del todo inesperada. Quizás mi posición de jefe no era la más ética pero, ¡qué coño! la chica estaba para mojar pan.

María siguió recogiendo la cocina y yo recreándome con la vista de ese endiablado cuerpo ceñido en la pequeña batita.

− Bueno, esto ya está. ¿Qué hago ahora? – me preguntó.

Yo pensaba para mis adentros que estaba dispuesto para que me hiciera de todo, pero entendí que no se refería a eso precisamente. Le comenté que podría plancharme un par de camisas. Entramos en el cuarto de plancha y le indiqué donde estaba todo. Al salir me di cuenta que toda su ropa estaba colgada detrás de la puerta. Vi sus leggings, su camiseta y ¡Su sostén!

Joder, me metí al baño a toda prisa y tras cerrar la puerta tuve que darle meneos a mi polla que ya estaba a tope. Me la vi grandiosa, pero el hecho de saber que esa chiquilla solo debía llevar un tanga bajo aquella bata me puso a cien. Mi masturbación iba en aumento imaginando a ese bellezón de diecinueve que me tenía loco Su cara dulce aparecía en mi visión, sus carnosos labios, el brillo de sus ojos… cuando de pronto algo enturbió mis pensamientos y era la llamada con los nudillos a la puerta del baño.

− ¡Don Luis! – era la voz de María al otro lado de la puerta.

− Sí, dime – respondí sin abrir.

− Ya terminé. ¿Qué más puedo hacer?

− Pues… puedes pasar el aspirador por el salón. – contesté con mi polla en la mano.

− Vale. – respondió su dulce voz al otro lado.

Pensé que era mejor dejar mi paja para otro momento, pues no quería perderme la oportunidad de observarla de nuevo. Me acerqué hasta el salón sentándome en el sofá y disfrutando absorto de aquel espectáculo, admirando cada resquicio de piel que se me iba mostrando por momentos. Cada vez que se agachaba, sus giros o la inclinación de su cuerpo, me parecían del todo sensuales y provocadores. En un momento en el que dobló su cuerpo para aspirar una esquina bajo un mueble, la vista de su parte posterior me enseñó mucho más de lo que hubiera podido soñar. El vestidito se subió dejando a la vista prácticamente la mitad de sus posaderas, confirmando que llevaba un pequeño tanga blanco, que tapaba el bultito de su sexo resaltado entre sus morenos muslos. Veía que ella se esforzaba en su trabajo pero le costaba, pues el vestido tan ajustado no le daba la operatividad deseada y estaba todo el tiempo recolocándoselo por abajo o por arriba, sabiendo además que yo estaba a escasos centímetros de su culo disfrutando de las vistas.

− Te veo incómoda María. – le dije.

− No, bueno, sí, es que esta batita es muy pequeña y casi no me deja moverme. Además, creo que se me está viendo todo.

− Bueno, por eso no te preocupes, mujer, lo que se ve es realmente hermoso.

− Ufff, es que estoy muerta de vergüenza, con usted ahí mirándome…

− ¿Te da vergüenza que te mire?

− Un poco.

− Ven, siéntate conmigo.

− ¿Cómo?

− Sí, ven, siéntate mujer – insistí dando unas palmadas en el sofá a mi lado.

− Pero… el aspirador…

− Déjalo para luego. Te voy a ofrecer un vermut que hago yo mismo, verás que rico.

− Pero yo no suelo beber por la mañana…

− Solo un poquito y lo pruebas, necesito una opinión crítica. Además así charlamos y te sentirás más cómoda.

La chica se sentó a mi lado y disfruté a poquísimos centímetros de mí, la extraordinaria belleza de ese cuerpo. La batita subió más todavía y la largura de sus perfectos muslos se hacía más más visible. Por un momento pasó por mi mente la imagen de su padre ¿Por qué hizo venir a esa chiquilla que era mitad ángel y mitad demonio a mi casa? Yo debería respetarla, es muy joven, mi empleada y la hija de mi chófer, pero ¿Qué otra cosa podía hacer si la tentación estaba ante mí?

− Prueba, prueba – le dije invitándole con un vaso casi lleno.

− ¡Uy, me ha echado mucho!

− Nada, este vermut es suave. – mentí una vez más.

Como me gustaban esos labios posándose en el vaso, verla tragar con el movimiento rítmico de su garganta y la sonrisa que ofrecía después.

− ¿Y bien? ¿Te gusta?

− Sí, está muy rico.

− ¿A qué te hace sentirte mejor?

− Sí, un poco.

− Genial. María yo quiero que te sientas como en casa. Quiero que seamos colegas más que jefe y empleada, además conozco a tu padre hace años…

− Sí. Él habla muy bien de usted.

− Gracias. Pues en cambio él nunca me habló de ti.

− Bueno, es mi padre y se siente siempre con su labor protectora.

− ¿Y la relación con tu novio? ¿Cómo la lleva él?

− Bueno, no le gusta, pero la respeta, claro.

− ¿Lleváis mucho tiempo juntos? – continué con mi interrogatorio.

− ¿Con mi novio? Sí, un par de años.

− ¿Y qué os gusta hacer?

− Bueno, pues salir, pasear, ir a la discoteca, a la playa… y eso.

− Y ¿Dónde practicáis sexo?

− ¿Perdón? – dijo con los ojos muy abiertos y sosteniendo temblorosa el vaso de vermut.

− Espero que no te importe. Estamos en familia…

− No, pero me da apuro.

− Mujer, con confianza, es por saber cosas de la juventud de hoy. Me intriga, nada más.

− Bueno, usted no es tan mayor.

− Gracias bonita, pero los tiempos cambian. En mi época solo podíamos en el coche, supongo que hoy tendréis más recursos.

− Bueno, nosotros también en el coche normalmente… – dijo dándole un buen trago a mi brebaje mágico que hacía que sus colores subieran consiguiendo el objetivo de que se fuera desinhibiendo.

− ¡Ay, el coche, cuantas veces lo habré hecho yo! Es algo incómodo ¿verdad?

− Bueno, sí, pero te acostumbras.

− Claro. pero en un sitio tan pequeño cuesta coger postura. Es divertido ¿verdad?

− Sí.

− Y morboso… con eso de que te puedan ver.

− Sí, también.

− Tú ¿te pones debajo de él?

− ¿Yo?… A veces sí, depende… – contestaba sin mirarme a los ojos.

− ¿Y te gusta encima?

− Sí.

− ¿Más o menos?

− Es que…

− Vamos, María, que solo es una curiosidad, de saber cómo se lo montan los jóvenes de hoy.

− Pues me gusta a mí más encima y a mi novio también.

− ¿Y que se la chupes?

− Sí, también – sentenció dando otro largo trago, intentando disimular su nerviosismo, algo que me daba más juego a mi lascivia.

− Y a ti también te chupará.

− Sí, claro… bueno, mejor voy a seguir aspirando – dijo ella incómoda con mis preguntas.

Al levantarse casi dio un traspié, pues el vermut es siempre muy mareante, sobre todo con el estómago vacío. La sostuve de su brazo y ella sonrió agradecida.

− Perdón, es que estoy algo mareada… – se disculpó.

A continuación cogió de nuevo la aspiradora y siguió con la tarea, mientras yo disfrutaba de nuevo de la visión de sus muslos, del comienzo de su culo y de cómo se metía la pequeña braguita entre sus glúteos. A pesar de que ella se sentía más cómoda tras la ingesta considerable de alcohol reparador, a la chica le costaba moverse con esa batita, porque era tan justa que casi le limitaba los movimientos si no quería que se le cayera de puesta.

− Es demasiado ajustada la bata, ¿no? – dije cuando ella se colocaba las tetas oprimidas bajo la tela.

− Sí – dijo ella dándose la vuelta y mirándome otra vez mi torso desnudo.

− ¿Por qué no te la quitas? – dije como si tal cosa.

La chica tardó en contestar, intentando comprender lo que acaba de proponerle.

− ¿Cómo dice, don Luis?

− Sí, mujer, si te oprime la batita para trabajar, pues puedes quitártela. .- añadí con naturalidad.

− Pero, ¿cómo voy a quitarme la bata?

− ¡Estarás mucho más cómoda, mujer! Así harás las labores sin impedimento.

− Pero no puedo… estando usted…

− ¿Por qué?

− Porque… es que… no llevo sostén.

− ¿Y te quedarás en “tetas”? – terminé yo.

− Pues sí. – respondió muy apurada.

− Por mí no hay ningún problema.

− Ya pero no me parece…

− A ver, María ¿No hacías top-less y nudismo en la playa?

− Sí, pero don Luis, como comprenderá, no es lo mismo, precisamente.

− Es exactamente igual, de hecho allí te ve mucha gente y aquí solo te veré yo.

− Pero me da mucho corte.

− Yo creía que eras una chica extrovertida, más echada para adelante.

− Sí, lo soy.

− Fíjate, que incluso había pensado en que podría contratarte dos días por semana en lugar de uno. Me gusta mucho cómo trabajas… – añadí riendo para mis adentros, pues sabía que ese aporte maligno traería sus frutos.

La cara de la chica era un poema, pero pasaba de ver mi torso desnudo, a sus pies y luego debía estar pensando en esa propuesta de más días de contrato.

− ¿Me va a hacer contrato de dos días a la semana por enseñarle las tetas? – preguntó sorprendida pero decidida.

− ¡No mujer! Simplemente me gusta cómo trabajas y el feeling que tenemos. Quiero tener una persona en casa en la que pueda confiar y parece que contigo eso se puede conseguir, ¿no?

− Claro, puede confiar en mí al cien por cien, don Luis.

− Perfecto entonces. Pues si tú confías en mí, adelante, pero solo si crees que soy de fiar, sin que te veas obligada a nada. Si no quieres, no lo hagas, yo te contrato por tu trabajo, no por tus tetas, que quede claro. – añadí con mis dotes de actor pero sabiendo de mi arte de convicción.

Tardó unos segundos en recapacitar, pero al final, mis últimas palabras dejaron huella. Se giró dándome la espalda y se fue desabotonando la batita, hasta dejarla caer en el suelo. Casi me da algo cuando me ofreció su espalda desnuda, la curvatura mágica de su cintura y sus caderas. Un bonito tatuaje con una brujita se veía en la parte baja de su espalda, casi en el rabillo. Además, la imagen de una pequeñísima braguita blanca, que era un tanga minúsculo metido entre sus dos glúteos perfectos, era demasiado. Un culo para enmarcar tenía la chavala. Giró su cabeza, sin enseñar nada más, esperando ver mi reacción, que debía ser de cara de bobo, lógicamente.

María siguió con el aspirador sin volverse, pero preferí no agobiarla y tener autocontrol. Sabía que más tarde o más temprano le vería ese par de tetas. Le di el tiempo necesario, pero además aproveché ver ese cuerpo casi desnudo de espaldas, tapado únicamente por una braguita tanga, que se colaba en aquel recóndito lugar y cada vez que se agachaba ofrecía ese bultito que no era otra cosa que su sexo apenas cubierto por el pequeño trozo de tela. Los tacones alzaban sus muslos y cuando se giraba ligeramente podía ver el comienzo de sus senos por los costados.

− ¿Ves que fácil, María? ¿A qué ahora estás mucho más cómoda? – le pregunté.

− Sí. Ahora puedo moverme, pero siento algo de vergüenza – respondió pero el sonido del aspirador apenas me dejó oír su voz con claridad.

− Puedes nada, ármate de valor y date la vuelta. Así estamos iguales, con el torso al desnudo – sugerí, aunque era más un deseo y una orden.

En ese momento María sacó fuerzas de no sé dónde y pulsó con su pie el botón apagando el aparato para volverse hacia mí tapando sus pechos con ambas manos. Si la cosa era erótica hasta entonces, esa pose en la que la chica ofrecía unos enormes pechos que apenas podían tapar sus manitas era todavía más increíble y mi polla palpitaba bajo el pantalón. Me encantaba imaginar sus pezones bajo sus manos, ver esa cintura estrecha, ese ombligo adornado con un piercing y ese tanga que era un pequeño triángulo blanco tapando su sexo y para colmo dejando marcada en la tela su rajita.

− ¡Madre mía! – dije sin poder evitar mi alucine.

La chica tenía la vista clavada en el suelo y tan solo levantaba la cabeza para ver mi bulto bajo el pantalón o disimuladamente a mis ojos, para cruzar mi vista que seguía hipnotizada en aquella hermosura de mujer.

− ¡Quítate las manos, María! – dije casi rogando.

La chica se mordió el labio, luego soltó un suspiro prolongado y dejó caer sus brazos.

− ¡Eres preciosa! – dije al ver por fin sus tetas en directo.

− Gracias. – respondió mirándome con aquellos preciosos ojos, sabedora de su gran hermosura

Sus pezones marrones, estaban erectos, y una aureola grande los rodeaba, para colmo cuando retiró sus manos, aquellos globos apenas bajaron unos centímetros de su posición anterior, con una caída mínima, algo increíble. Creo juro que nunca he visto un par de tetas tan perfectas como aquellas.

− ¡Qué vergüenza! – dijo ella con una sonrisa forzada.

− Ninguna deberías tener. Al contrario, ese cuerpo es para lucirlo y para dar envidia a todas las que no tengan la suerte de mostrar algo así.

− Es que nunca había hecho esto. – añadió apesadumbrada

− Pues yo tampoco había vista nada tan bonito. Me gustaría saber a qué playa vas… y ser tu admirador número uno.

− ¡Gracias, don Luis, qué exagerado! – respondió de nuevo con su tremendo enrojecimiento de sus mejillas.

− María, te lo juro, tienes unas tetas perfectas. Oye, ¿pero son naturales?

− Claro – respondió ella ofendida amasándolas instintivamente, algo que me encantó.

− ¿Puedo comprobarlo? – dije levantándome pero ella se retiró unos pasos atrás.

Me acerqué hasta quedar frente a ella y sabía de mis riesgos, pero quise continuar sin poder evitar la erección que marcaba mi pantalón.

− Vamos, déjame comprobar, solo un toque. – dije muy cerca de su cuerpo.

− No, don Luis, por favor.

− Entonces, creo que me has engañado y son operadas, por eso no quieres.

− ¡Son naturales, de verdad! – protestó ella con un mohín en su bello rostro.

− ¿Puedo, entonces? – pregunté moviendo mis manos como garras.

Ella miró al techo que era la afirmación a mis deseos. Acerqué ambas manos a sus respectivos pechos y comencé a acariciar esos dos preciosos y tersos globos que tenía la muchacha, sintiendo su tersura, su blandura y su extrema suavidad. Era una cosa increíble y me entretuve mucho más de lo prometido pero aquel tacto, además de natural era muy agradable. Dejé las caricias para empezar a amasar descaradamente aquellas tetazas tan firmes, hasta que ella se volvió azorada por mis toques y prosiguió con la tarea de aspirar la alfombra y esta vez sin taparse, solo vestida con un pequeñísimo tanga y sus zapatos de fino y largo tacón. El movimiento de sus tetas era increíble, dos enormes pechos que apenas tenían caída pese a su envergadura. No quise forzar más ningún movimiento pero me hubiera gustado seguir sobando aquellas preciosas domingas a placer.

− Bueno, ¿Qué hago ahora? – dijo ella poniéndose frente a mí y dejándose ve medio desnuda.

− ¿Puedes hacer mi cama?

− Sí, claro.

Tras sonreírme, ella avanzó hacia mi habitación y me quedé inmóvil, casi sin poder articular palabra o movimiento alguno, totalmente hipnotizado con los suyos en un vaivén increíble de caderas bajo su reducido tanga y unas domingas enormes que se balanceaban a cada paso. ¡Joder que pasada! Aun no me creía que hubiera podido convencerla. Una chavala tan bonita, tan joven, tan delgada, con esas tetazas y ¡estaba obedeciendo a todas mis peticiones!

María desapareció dentro de mi dormitorio medio desnuda y yo acudí tras ella, presto a observarla de cerca nuevamente para ver cómo hacía la cama, pero la polla me dolía de tanta tensión y decidí meterme en el baño para hacerme una paja ante esa visión tan cachonda.

− Voy a darme una ducha – le dije.

Me metí en el cuarto de baño y me desnudé, agarrando mi polla que ya soltaba las primeras gotitas de líquido pre seminal con una erección totalmente desbocada. Me miré en el espejo y vi mi cuerpo desnudo. Entonces dije a mi reflejo: “No serás capaz…” Tras un par de segundos de duda, me decidí a salir así del baño, completamente desnudo y mi polla a tope. Era arriesgado, pero a estas alturas tenía el convencimiento de que el vermut y las conversaciones habían hecho su efecto.

Abrí la puerta y la chica estaba justo enfrente retirando las sábanas de la cama. En cuanto me vio salir desnudo se quedó paralizada, con la boca abierta, con su vista clavada en mi polla completamente tiesa.

− Perdona, es que olvidé la toalla – comenté con naturalidad caminando hasta el armario de mi cuarto, muy cerca de ella y viendo que la chica no perdía ni un momento su vista de mi cuerpo desnudo, especialmente de mi polla dura balanceante a cada paso.

Reconozco que me gustó mucho verla así, totalmente flipada con mi descaro, pero es que me sentía pletórico y me encanta exhibirme.

− ¿No te importa que vaya desnudo, verdad? – le pregunté apuntándole con mi erecta polla, ofreciéndosela con descaro.

La chica no contestó y seguía inmóvil agachada en una esquina de mi cama, con la boca abierta, totalmente paralizada. Mis ojos no se apartaban de aquella estrecha cintura y esas enormes tetas, algo que reavivaba más mi grandiosa empalmada. Su mirada, en cambio, no se apartaba de mi tiesa verga.

− Es que me gusta ir cómodo, además como haces nudismo también estarás acostumbrada… por eso he salido así – comenté abriendo el armario y dejando que mirase mi espalda y mi culo.

Reconozco que no soy ningún crio, pero aun despierto esos instintos a las mujeres, aunque pocas veces lo había conseguido con una tan jovencita. Sentirme observado por esa preciosa chica me encantaba y yo me recreaba en el tiempo que hacía estar rebuscando una toalla, aunque mi idea era que ella se deleitase con mi desnudez. Me giré poniéndome muy cerca, frente a ella.

− ¿Todo bien? – le pregunté ante su inmovilidad mientras mi polla se movía de lado a lado muy cerca de su cuerpo.

− No, esto… sí, es que…

− ¿Qué ocurre? Estarás acostumbrada a ver hombres desnudos en la playa, ¿no? Parece que nunca has visto un tío en bolas – añadí con chulería moviendo mis caderas para que mi polla en ristre se balancease ante sus ojos.

− Sí, pero… – decía ella sin quitar la vista de mi miembro.

− Si quieres, desnúdate tú y así estamos a la par. – comenté lanzado sin cortarme ni un gramo con mi sonrisa lasciva.

− ¿Cómo? – contestó cubriendo instintivamente con sus antebrazos las enormes tetas que adornaban aquel precioso cuerpo como si de esa manera tapase algo que no hubiera visto ya.

− Vamos, mujer, ¿Vas a sentir vergüenza a estas alturas? Tú como si estuvieras en la playa.

− Don Luis…

− Entonces dudo que hagas nudismo – añadí con toda mi valentía y sin dejar de ofrecerle mi polla totalmente tiesa.

− Sí, que lo hago, pero aquí…

− ¿Y si te contratase tres veces por semana…? – solté interrumpiéndola.

La chica estuvo quieta durante unos segundos para decir con asombro:

− ¿Me haría un contrato de tres días por quedarme desnuda?

− No mujer, ya te dije antes. Es por cómo trabajas, lo otro es porque hemos conseguido empatizar desde el principio y llegar a tener buen rollo, aunque tengo que reconocer que sí que me gustaría mucho verte desnuda.

− ¿Lunes, miércoles y viernes? – añadió ella.

− ¿Perdona? – pregunté pues el sorprendido era yo.

− Es que me gustaría los sábados y domingos libres, para estar con mi novio.

María no solo iba cogiendo confianza, sino que le dio la vuelta a la tortilla y era ella la que se lanzaba a poner las condiciones. ¿Ya no era yo el que tenía el poder? De todos modos, la sola idea de verla desnuda me parecía algo impensable y maravilloso, por lo que no tuve que pensarlo mucho.

− Me parece justo, María.

− Luego no me engañará – intervino la chica con sus pulgares metidos en los costados de su pequeña braguita dispuesta a bajársela.

− ¡No, por Dios! Soy un hombre de palabra. Te contrato esos tres días, prometido. Confía en mí.

− ¡Ufff, no sé ni cómo me atrevo a hacer esto! – añadió con vergüenza.

− ¡Simplemente, hazlo!

En ese mismo instante, bajó la prenda lentamente, recreándose claramente en la acción, tal y como debía hacerlo delante de su novio. Yo me tuve que agarrar a una de las puertas del armario, pues aquella belleza desnudándose era demasiado para un mortal como yo. Al fin levantó un pie de su tacón y luego el otro para tirar la braguita sobre una silla y sin taparse quedarse parada observando mis movimientos y especialmente mi polla que empezaba a gotear. Ella sonrió al ver mi cara, sabedora de su extraordinario potencial, de su endiablado cuerpo y de su precioso coño.

− ¡Dios, María, eres increíble!

− Gracias – respondió ilusionada, muy segura de ser la atracción increíble de un cuerpo perfecto.

La chica lanzó la nueva sábana sobre mi cama y parecía más relajada, a pesar de estar completamente desnuda ante mí. Ella siguió con su tarea como si fuera la cosa más natural del mundo. El efecto del vermut era claro y la promesa de la ampliación de su contrato habían hecho el resto.

− Me voy a sentar – dije al tiempo que me agarraba a una silla para no caerme desmayado.

Una vez sentado, sin que mi miembro hubiera bajado un ápice, me quedé estupefacto viendo a aquel ángel en sus quehaceres con las almohadas, las sábanas, el edredón y todos los movimientos que hacía maravillosamente alrededor de mi cama. Unas veces su culo se quedaba ante mí, mostrando toda la hermosura de unos muslos torneados, morenos y sin marcas y entre ellos, aparecía una rajita depilada y aparentemente brillante. Ella, de vez en cuando, volvía su cara para observar mis reacciones y mirar de paso a mi polla que seguía pletórica. Sabía que me tenía loco y le gustaba provocarme y tenerme con aquella empalmada brutal.

Se me hizo corto todo el espectáculo de hacer la cama y no podía ni soñar que aquella preciosa joven lo hiciera desnuda.

− Bueno, esto ya está – dijo con sus manos sobre sus caderas frente a mí sin quitar la vista ni un momento de aquel palo que yo lucía orgulloso y que parecía crecer por momentos ante esa diosa desnuda.

− Bueno, te queda una hora. ¿Puedes limpiar el polvo del salón? – le comenté.

− Claro. ¿Sigo desnuda, verdad? – preguntó colocando su dedo sobre sus dientes a modo de inocente gatita.

− ¡Por favor! – respondí como un ruego.

María sonrió levemente y echando una última mirada a mi polla salió andando sensualmente hacia el salón. Allí cogió un plumero y empezó a pasar el polvo para deleite de mis ojos que disfrutaban de aquel cuerpo desnudo y sus provocadores movimientos.

− María, tú siéntete como en casa, recuerda. Yo haré como si tú no estuvieras. – le solté de pronto, aunque aquello era del todo increíble.

Mientras ella seguía limpiando el polvo, meneando de manera exhibicionista sus caderas, sus tetas y todo su precioso cuerpo, yo tuve que agarrarme el miembro para empezar a acariciarme subiendo y bajando la piel lentamente justo detrás de ella. No podía más. Ella se dio cuenta en una de sus ojeadas y se quedó con la boca abierta.

− ¿Te molesta que me toque? – dije mostrando mi capullo fuera de su capuchón sabiendo que ella le gustaba lo que veía.

− No… es que…

− Parece que no has visto nunca una polla. – dejé caer totalmente decidido sin dejar de acariciarme.

− Sí, pero…

− ¿Pero qué?

− Es que… es tan gorda. – afirmó mordiéndose su labio inferior.

Joder, eso me gustó. Es cierto que tengo una buena herramienta, de la que me siento orgulloso, tampoco es un obús, pero sé que tiene un tamaño más que decente, aunque posiblemente aumentado gracias a las maravillas que tenía delante. Pero el hecho de que ella me lo comentase, me hacía sentirme pletórico.

− ¿Más grande que la de tu novio? – le pregunté sin rodeos.

− ¡Sí! – contestó eufórica y luego se dio cuenta mirando a otro lado.

− No pasa nada. Pero el tamaño no importa. Todas hacen su función o eso dicen…

− Claro.

− Tu novio ¿folla bien?

La chica miró a otro lado y continuó limpiando, mostrándome ese trasero tan apetecible.

− No contestes si no quieres, era solo curiosidad.

− Sí, folla muy bien. – dijo al fin.

− Con ese cuerpazo tuyo seguro que le inspiras.

− Gracias.

− No, es la verdad. Debe ser una maravilla follar contigo. – dije ya totalmente desmelenado sabiendo que a esas alturas la muchacha no se iba a escandalizar.

− No sé. Eso tendría que decirlo él.

− ¿Queda satisfecho?

− Eso sí.

− Entonces está claro y no me extraña.

La chica se sentía mucho más relajada, inevitablemente más excitada y al tiempo notablemente halagada por ese descaro mío, añadido a la paja descarada que me hacía frente a ella. Tenía sus mejillas coloradas, sus pezones tiesos y su sexo brillante, algo que me confirmaba su enorme calentura… supongo que a la altura de la mía. La chica se giró para colocar las revistas de la mesita que estaba delante del sofá, ofreciéndome una caída de tetas brutal a apenas dos palmos de mí, viendo esos pezones enormes y en apariencia durísimos. Lo hacía con un exhibicionismo total y aproveché para abrir mis piernas y a pajearme con mayor velocidad, con total desvergüenza ante ella, mirando ese cuerpazo desnudo y deleitándome con cada curva.

− No te molesta, ¿verdad? – le pregunté en un instante soñando en tener mi polla metida en esas preciosas y perfectas protuberancias..

− Está es su casa, don Luis. – dijo como si tal cosa.

− También la tuya, recuérdalo.

María estaba muy cachonda, seguramente nerviosa y cortada por mis acciones, pero caliente, eso era evidente. Yo, al tiempo seguía cascándomela sin detenerme y de paso preguntarle:

− ¿Te gusta ver a un hombre masturbarse?

− Si.- respondió en un hipido que me pareció un gemido y clavando su vista en mi glande brillante…

− Es normal, a mí también me gusta ver a una mujer masturbarse. Tu también lo haces, ¿verdad? – le pregunté sin detener mi meneo y sin que sus ojos pudieran quitar la vista.

− No…

− ¿No?

− Bueno sí, pero no en público. – añadió para dejar claro que lo mío era del todo demente.

− Ven siéntate frente a mí y te masturbas conmigo.

− Pero yo… ¡don Luis!, ¡No puedo!

No dejé que protestase ni un segundo más, agarré su muñeca y la conduje hasta que quedó sentada en la pequeña mesita que estaba frente al sofá. Yo podría parecer un acosador, pero en el fondo, la chavala también podía haberse largado en cualquier momento, darme una bofetada incluso, sin embargo, ella deseaba estar allí, estaba claro. Se quedó quieta, mirándome sin saber qué hacer, pero sin quitar ojo de mi polla que seguía siendo mecida por mi mano. Estaba preciosa, con sus tetas tan firmes, su cintura estrecha, aquellas caderas prodigiosas sentadas sobre la mesita y sus muslos pegaditos y alzados gracias a sus tacones…

Se puso más colorada todavía pero me confirmó que le gustaban los pollones.

− María, tócate.

− Es que…

− ¿No lo hago yo delante de ti? Y te gusta verme, ¿no?

− Sí, pero…

Mis ojos se iban por esas curvas que deseaba acariciar, chupar, morder, lamer…

− ¿Te gusta o no? – le apremié.

− Sí, claro. – afirmó por fin, certificando su enorme calentura

− Pues a mí me gustaría verte como te haces un dedito, anda…

Ella solo meneo la cabeza negativamente pero sin dejar de acariciar sus muslos con la punta de los dedos. Estaba muy excitada, no había duda. Estábamos tan cerca que seguramente podríamos notar el calor que desprendíamos cada uno.

− ¡Mastúrbate, mujer! – era casi una orden más que un ruego.

− ¡No puedo don Luis! – respondió mirándome fijamente con un brillo especial en sus ojos.

− Vamos, lo estás deseando.

− No.

− Mira, hacemos una cosa, cada uno a lo suyo, yo me sigo masturbando y tú haces lo mismo. Como si no estuviéramos uno frente al otro. Cierras los ojos si quieres.

Yo seguía cascándomela sin dejar de admirar a esa preciosa chica que lentamente empezó a tocarse. Primero los pechos, pellizcándose los pezones y luego metiendo una mano entre sus muslos pero tímidamente.

− ¡Estás buenísima, María! – le dije envalentonado.

Noté que ese comentario le gustó cuando abrió ligeramente las piernas y tocarse con menos cortedad. Sus ojos seguían fijos en mi mano que seguía dándole a la zambomba a mi polla tiesa. Entonces ella echó la cabeza hacia atrás suspirando. ¡Estaba cachonda como una perra! Se abrió completamente de piernas, mientras sus dedos frotaban con energía su vulva y sus tetas bailaban al compás. ¡Cuánto me apetecía tocarla, chupar esas tetas, morder esos labios, follarme ese coño depilado y empapado!

Me levanté y me puse frente a ese cuerpo para ver aun más cerca como se masturbaba y como gozaba con cada una de sus caricias. Entonces ella abrió los ojos y me descubrió allí frente a su cuerpo tembloroso y excitado. Mi polla estaba a escasos centímetros de su cara. Cerró instintivamente sus muslos dejando su mano atrapada entre ellos.

− ¿Quieres seguir tú?

− ¿Cómo? – preguntó asustada.

− ¿Crees que vas a tener otra oportunidad de tocar una polla tan grande? – le pregunté moviendo mi pelvis para que mi verga se moviera desafiante.

− No, pero…

− Vamos, solo comprueba lo dura que es…

Yo estaba a tope y no esperé más, agarre su muñeca e hice que se levantara. Tenerla allí de pie frente a mí, a escasos centímetros, con aquel espectacular cuerpo era algo del todo soñado Sin soltar su mano la acerqué hasta que tocó mi miembro enhiesto. Su manita rodeó mi polla y tuve que cerrar los ojos del placer inusitado que me invadía al sentir a esa chica desnuda sosteniendo mi rabo tieso. Ella se mordió el labio inferior..

− ¡Mastúrbame! – le ordené.

Esta vez no había dudas, mi mirada se cruzó con la de mi empleada y sin más dilación, empezó un movimiento rítmico y lento de mi polla.

− ¿Qué tal?

− Es enorme.

− ¿Tanto te parece? – pregunté con cierta vanidad.

− Sí y está muy dura.

− Por tu culpa – dije al tiempo que comencé a acariciar sus tetas.

Esa sonrisa, era divina y no pude evitar sostener su mentón para plantarle un beso en esos tiernos labios. Mi lengua intentaba abrirse paso entre ellos, pero ella aun seguía con sus miedos. Mi mano derecha seguía amasando uno de sus enormes pechos y mi mano libre izquierda libre se lanzó entre sus piernas directamente en la diana, que no era otra cosa que su empapada rajita. ¡Estaba ardiendo!

− ¡No! – dijo separando su cara de la mía y agarrando fuertemente mi muñeca con la lejana intención de que sacara mi mano de allí.

− Vamos, preciosa. Déjame tocarte, así estamos iguales.

Lo cierto es que mi polla no la soltó y su otra mano fue aflojándose para permitir que mis dedos jugasen con aquel delicioso manjar que se escondía en su entrepierna. Logré meter un dedo, luego dos y jugué a meterlos y sacarlos, haciendo que suspirase, cerrando los ojos presa del placer. Aproveché el momento para devorar con mi boca fue su teta derecha y lamer el pezón. Aunque abrió los ojos asustada, esta vez no dijo nada y así continuamos tocando mutuamente nuestras partes más sensibles.

La mano de la chica se fue acelerando y no podía aguantar más aquella paja con aquella pequeña mano tan suave.

− Espera. – le dije separando su mano de mi polla que estaba más tiesa que un poste.

− ¿Qué ocurre, don Luis? – preguntó como si hubiera hecho algo malo.

− No, cariño, no pasa nada, pero ahora quiero que te la comas. – dije señalando ese palo duro.

− No, don Luis, eso no puedo hacerlo. No puedo chupársela.

− ¿Estás segura de no querer devorarte este caramelo? – le dije provocándola, sabiendo de su enorme excitación.

− Tengo novio… – afirmó de nuevo absurdamente.

− ¿Y la tiene como esta?

− No, pero…

− ¿Qué tal si firmamos por cuatro días a la semana? Serían 200 a la semana – le imploré sabiendo que eso me echaría el cable definitivo.

Una leve sonrisa apareció en su rostro, pues aquello no se le podía poner más a tiro, primero por hacer una mamada a un miembro evidentemente más grande que el de su novio y además consiguiendo unas mejores expectativas de empleo. ¿Quién se lo iba a decir a ella, media hora antes?

María se separó ligeramente de mí, observándome, intentando asimilar todo lo que estaba sucediendo y que a mí también me tenía completamente sorprendido. Admiré una vez más ese cuerpo completamente desnudo realzado con sus zapatos de fino tacón. Sostuve su mano y le ayudé a arrodillarse entre mis piernas.

− ¡Eres preciosa! – le dije acariciando sus tetas momentos antes de que quedara arrodillada a mis pies.

− Gracias, don Luis. Entonces ¿Cuatro días por semana?

− Sí

− Cuatro días, con viernes y fin de semana libre por 1000 y un mes de vacaciones – añadió ella muy decidida con su gran sonrisa apoyando sus tetas por encima de mis rodillas, agarrando con fuerza mi polla mientras apoyaba mi glande sobre su labio inferior. La muy puta sabía cómo hacer negocio.

− ¡Joder, de acuerdo María, pero chúpamela ya! – dije excitadísimo.

Creo que en ese momento le hubiera dado la luna, pero ella, a pesar de estar tan cachonda como yo, lo tenía todo mucho más controlado. Tras su nueva sonrisa, sin soltar mi daga por la base, empezó a lamer con su lengua mi glande del que salían gotitas. Las recogió y las saboreó gustosa.

− Solo una mamada, don Luis. – añadió, sosteniendo en sus dedos mi violáceo capullo.

− ¡Claro!

− Pero no vamos a follar. ¡Eso sí que no! – añadió sin vacilación.

− No, tranquila, haremos lo que tú quieras.

− No podrá metérmela. – añadió pasando toda la largura de mi polla por su cara.

− Lo que tú digas, preciosa. Yo tampoco me sentiría bien… tu padre… solo me la chupas y luego te como a ti ese coño. ¿Te parece?

Ella me miró con cara de duda con sus ojazos completamente abiertos.

− Sin follar, María, te lo prometo. Ese coño solo te lo perfora tu novio. ¿De acuerdo? – dije estirando la mano para rubricar el acuerdo.

La mamada me iba a salir cara, pero qué coño, una chica así no te la chupa todos los días. Al instante, tras agarrar firmemente mi miembro, me miró a los ojos, me lanzó una bonita sonrisa y se engulló mi polla en un visto y no visto.

− ¡Dios! – es lo único que pude decir al notar sus labios apretados contra mi miembro.

Sin duda a la niña le gustaba comer buenos rabos, pues con el mío se iba a saciar. A continuación se la sacó de la boca, jugó con sus labios en mi glande, chupó el frenillo y pasó su lengua por toda su largura. Era claro que no era la primera polla que devoraba. Después cruzó nuevamente su mirada con la mía para deslizar sus labios lentamente hasta una buena porción de carne, hasta que topó con su garganta y la sacó de nuevo, con sus ojos llenos de lágrimas.

− ¡Qué bien lo haces, preciosa!- le dije acariciando su pelo.

La chica se esmeró aún más, disfrutando de una mamada y yo no digamos, la cosa era realmente antológica, sabiendo que una chiquilla de diecinueve años, desnuda entre mis piernas, con un cuerpo de infarto y una boca increíble, me estaba comiendo la polla como pocas veces. Mira que han pasado mujeres por ese apartamento, de todas las edades, creencias y clases, pero nunca antes ninguna me la había chupado así, y eso que a priori podría ser la más inexperta, pues nada de eso, aquella lengua hacía maravillas, recorriendo toda la largura de mi miembro, jugando con mis huevos, los metía y sacaba de su boca, succionaba, lamía, mordía, engullía… como una auténtica diosa del porno.

− ¡No aguanto más! – dije desesperadamente agarrado a su pelo.

Ella me miró una vez más sin sacarla de su boca. De pronto, tragó más porción de carme, para introducir mi cimbel hasta casi sus tres cuartas partes. El primer impacto de mi corrida salió con fuerza hasta el fondo de su garganta. No retiró ni un centímetro su boca de mi verga, que no dejaba de lanzar inconmensurables cantidades de semen en su interior. Ni por lo más remoto pensé que iba a mantener mi polla dentro y aquello me excitó mucho más, haciendo que mis corridas fueran más enérgicas, más abundantes y mis jadeos convertidos casi en gritos.

Una vez terminé de descargar la chica sacó mi polla y me limpió del todo, dejándome resplandeciente aquel trozo de carne que decayó por momentos mientras ella se relamía y se metía con sus dedos en la boca algunos regueros que se habían escapado por la comisura de sus labios

− ¡Joder, cómo la chupas, nena! – dije una vez que recobré el aliento acariciando aquella carita que me sonreía.

− ¿Le ha gustado? – dijo ella, todavía tratándome de usted.

− ¿Qué si me ha gustado?, ¡Eres increíble! Nunca me habían hecho una mamada así. Te lo juro. Te has ganado con creces ese contrato de cuatro días por semana. Ahora siéntate tú que me voy a comer ese precioso coño.

La chica dudó unos instantes, pero yo se lo recordé levantando mi dedo índice.

− Es lo que acordamos…

María se levantó y ya sin ningún tipo de reparo se sentó en el sofá totalmente abierta de piernas al borde esperando mi ataque. Yo me agaché, aspirando profundamente el delicioso olor que emanaba de aquel coño empapado y le pegué una lengüetada, haciendo que mi nueva empleada explotase en un suspiro enorme. Luego lamí en los alrededores, sin atacar directamente la rajita, sino chupando sus ingles, lamiendo la cara interna de sus muslos, dando mordisquitos en su monte de venus, pero ella redirigía su coño para que mi boca lo atrapase. Estaba encendidísima. De pronto abrí mi boca y abarqué cuanto pude aquella rajita húmeda, para luego pasar mi lengua lentamente de arriba a abajo sin cesar.

− ¡Sí, qué delicia! – decía acariciando mi pelo.

− ¿Voy bien?

− ¡Sí, sí, sí, muy bien! – repetía arqueando su espalda y cerrando los ojos entre suspiros.

Sonaba gracioso que a esas alturas todavía siguiera tratándome de usted, por muy jefe suyo que fuera. Me enfrasqué en aquel coño, que además de atrayente, resultaba delicioso en su sabor, haciendo que ella soltase más más y fluidos que se mezclaban en mi lengua y mis encías… De pronto apretó sus muslos contra mi cara y unos vaivenes de su pelvis me indicaron que comenzaba el orgasmo. Me tiré de nuevo con la punta de la lengua a su clítoris y entonces se aferró a mi pelo con fuerza al tiempo que gritaba y jadeaba con sus ojos cerrados y sus muslos apretados contra mi cabeza. Se corrió con todas las ganas mientras yo seguía enfrascado en recibir aquellos deliciosos líquidos en mi boca. ¡Dios, no acababa de creerme que hubiera devorado aquel riquísimo chochito!

Una vez repuestos de aquella comida de coño espectacular, la chica se incorporó y me sonrió agradecida.

− Tienes un coño que sabe a gloria. – le dije.

− Gracias.

− ¡Follárselo debe ser increíble! – dije esperando su reacción.

Ella se puso en pie y me miró de arriba a abajo, para luego añadir muy seria.

− Quedamos que nada de follar.

− Lo sé María, pero no puedo resistirme a tu cuerpo y a ese coño.

− Por favor… don Luis. Recuerde… mi padre, además.

− Vale. – aquel último comentario fue el detonante para que yo no insistiera más.

Tras levantarse y limpiarse con un pañuelo de papel, se dirigió al cuarto de plancha para vestirse. Y yo fui tras ella, pues no podía dejar de observar aquel cuerpo maravilloso. Mientras se ponía la ropa, mi polla parecía querer despertar de nuevo y a ella no le pasó desapercibida esa acción, pues tras ver mi semi erección, me dedicó una de sus bonitas sonrisas

− Lo has hecho de maravilla, María.

− Sí, gracias por contratarme, don Luis. – dijo ella como si habláramos de la limpieza del apartamento, pero yo me refería, evidentemente, a otra cosa.

− ¡Claro, mujer!

− Entonces, ¿Cuando firmo el contrato? – añadió ella para asegurarse que no era todo fruto un engaño.

− Pues el lunes a primera hora lo tienes preparado. Te lo prometo.

− Gracias por todo, don Luis.

− Gracias a ti, María.

− Bien, iré a primera hora a firmar y luego vendré a terminar de limpiar.

− Vale. Toma la llave y vienes cuando quieras.

− ¿Me compro la bata entonces? – dijo ella sonriéndome con descaro.

− No, mejor trabajarás desnuda siempre. – añadí, viendo en su cara la victoria dibujada.

María terminó de vestirse y abandonó mi casa, dejándome enamorado y atraído aún más por ese cuerpo increíble que salía por la puerta.

− Hasta el lunes. – dijo despidiéndose con su gran sonrisa.

El resto del fin de semana lo pasé pensando en María, mi espectacular asistenta, con un cuerpo de infarto, pero que además había conseguido llevarme al paroxismo con una mamada colosal. Sé que no me comporté bien, que abusé de mi poder y de mi posición de jefe, de ser además el propio jefe de su padre, con una chavala que, por cierto, podría ser mi hija, sin embargo no pude resistirme a tanta provocación andante.

Llegué a casa, besé a mi mujer como de costumbre y no me sentí tan mal con ella, pues ya le había puesto los cuernos en multitud de ocasiones, como ella a mí, supongo, era algo que ambos sabíamos sin decírnoslo, sin embargo, lo que me fue angustiando por momentos era encontrarme con Ramón. En el fondo sentía que le había traicionado, que había abusado de su confianza y de mi poder sobre su hija. Cuando el lunes me metí con el coche con él, yo me disponía a darle alguna explicación, aunque no sabía qué contarle. Fue él el primero que habló, mostrándome lo feliz que se sentía:

− Don Luis, estoy muy agradecido porque haya contratado a María.

− Es un placer, Ramon – pensé para mis adentros, aunque el placer había sido de otro tipo.

− Es usted muy bueno, don Luis. – añadió el hombre.

Al decir eso, no pude evitar sentirme peor por ese hombre, que había depositado toda su confianza en mí, mientras yo me había aprovechado de la situación y descaradamente de su hija.

− Ella es una buena chica ¿verdad? – me comentó emprendiendo el trayecto hasta el trabajo y mirándome, como siempre, por el espejo retrovisor.

− Muy trabajadora. – intervine, aunque por dentro yo solo pensaba en lo cerdo que había sido y me arrepentía por momentos. No era capaz ni de sostener la mirada con aquel hombre.

− Sabía que le iba a gustar. – dijo con su gran sonrisa.

− Claro.

Ramón mantuvo la mirada clavada en la mía como si quisiera sacarme lo que llevaba dentro. Así permanecimos unos minutos, en silencio mirándonos de vez en cuando, hasta que de pronto me soltó:

− Y tiene un coño maravilloso, ¿verdad?

Casi me da algo cuando me comentó eso, no me creía que hubiera dicho tal cosa.

− ¿Cómo dices, Ramón? – pregunté alarmado.

− Sí, don Luis, entiendo que se sienta turbado, pero no es para menos.

− No te entiendo.

− No hace falta que disimule conmigo. La chavala tiene un coño divino, ¿A que si?

No daba crédito a las palabras de mi chófer, pero estaba claro que esa chiquilla aparentemente inocente a la que yo creía tener dominada, de la que yo pensaba haber abusado bajo mi poder de jefe, no era otra que una putilla que conseguía todo, incluso con su padre. Eso o definitivamente me estaba volviendo loco.

− Ramón, ¿estamos hablando de tu hija?

− Claro, don Luis.

− Ella y yo… Tú y ella… ¿quieres decir…?

− No se preocupe, don Luis, entiendo su confusión. A mí me pasó lo mismo al principio, pero ahora no puedo más que ser su corderito, por eso me pidió que le consiguiera un trabajo con usted.

− Pero…

− Mi nena folla bien, ¿no? Con ese coño consigue lo que quiere.- añadió el hombre como si hablara de cualquier otra mujer.

− ¡No, no, Ramón, no hemos follado! – respondí enérgicamente.

El hombre levantó las cejas y me observó incrédulo. Yo le insistí serio.

− Te lo juro, Ramón, no me he follado a tu hija.

− ¿En serio? Entonces ella tenía razón, que mamándosela ha conseguido el contrato.

− ¿Ella te lo ha contado?

− Claro, me lo cuenta todo. Me dijo que le hizo una mamada antológica de las suyas. La chupa bien la cabrona ¿eh? – me dijo orgulloso.

− ¡Joder Ramón! – le recriminé aturdido.

− Dígalo con confianza, don Luis. ¿No tiene la chica una boca divina que la chupa como nadie?

− Ya lo creo. Nunca me habían hecho nada igual.

− Pues le ha resultado más fácil de lo que yo creía.

− No te entiendo…

− Pues que pensé que usted no iba a darle ese contrato, así como así, aún no sé por qué no se la ha follado. En eso es la bomba, créame.

− No, por Dios, Ramón – dije yo intentando hacerme el ofendido, aunque creo que estaba haciendo el gilipollas.

− ¡Esta niña mía es una zorra de cuidado! – añadió sonriente.

− ¿Cómo?

− Sí, ya le dije que con ese coño consigue lo que quiere, de mí el primero, por eso pensé que había conseguido el empleo follando con usted.

− Pero ella me dijo que no… que solo su novio…

− ¡Pero qué pedazo de putilla está hecha! – afirmó el hombre riendo con ganas.

− Me dijo que no podía hacer eso conmigo.

− Pues le mintió.

− Pero Ramón tú sí…

− ¿Qué sí me la he follado? Pues sí, a menudo, ya le digo que consigue de mí lo que quiere. Esa boca y ese coño son de otro mundo. Se lo aseguro.

− ¡Estoy en shock, Ramón!

− No me extraña. Es para estarlo.

− Pero tú y ella… María me dijo que su coño era exclusividad de su novio.

− Bueno, pues le ha engañado clarísimamente. Ese coño y esa boca han conseguido de todo, incluso entrar en la universidad esa de arte dramático tan exclusiva.

− Entonces yo…Ramón… ella…

− No se preocupe. Supongo que quería asegurarse de que no fuera usted quien la engañase a ella y que lo del contrato iba realmente en serio.

− Naturalmente que va en serio, Ramón, la chica trabaja muy bien.

− Ya lo creo que sí y eso que no ha probado a follarse ese coño, no hay nada igual, se lo aseguro, jajaja.

Las palabras de mi chófer me desconcertaban del todo. No podía creer que esa chica hubiera follado para conseguirlo todo, era increíble, pero más de su propio padre.

− Pero Ramón, eres su padre. Estoy alucinando… – dije.

− Con más motivo. Eso no me deja alternativa. Reconozco que la primera vez estuve muy arrepentido, hasta que me ofreció de nuevo ese coñito y follármelo es lo mejor que le pueda suceder a uno. Así que no se sienta mal por eso. Ella consigue su objetivo y sabía que en su caso no iba a ser menos.

− Y yo que creía estar abusando de ella…

− Pues no. Ya ve que le encandilado desde el principio y no solo eso, sino que ha conseguido todo su objetivo. Su cuerpo y su labia los usa como arma y vaya cómo los usa. Además le gustan los maduritos y usted, según me dijo, está muy bueno.

− ¿Eso te dijo? – le pregunté más sorprendido.

− Sí, me lo dijo esta mañana. “Que tiene usted un polvazo”, palabras textuales – añadió el hombre.

− Joder, Ramón, es que no acabo de creerme lo que me cuentas. – añadí realmente aturdido.

− Va a tener que follársela, don Luis y comprobarlo de primera mano.

− Pero… ¿Ella querrá?

− Claro que sí. Ya le dije que usted le atrae, lo está deseando. Me lo dijo esta mañana, que no paraba de imaginarse esa enorme polla dentro de su coño.

− ¡Joder! – respondí notando como mi verga palpitaba bajo mi pantalón.

− La muy puta solo se ha asegurado lo del contrato, ya dije que es muy lista. Ya lo firmó esta mañana, por cierto.

− ¿Esta mañana? ¿Lo ha firmado? – repetía yo como un idiota sin casi poder reaccionar.

− Claro, esta mañana a primera hora. Y luego la llevé a su apartamento.

− ¿Ella está allí ahora?

Aquella chiquilla era una sorpresa tras otra y yo hablando con su padre como si tal cosa, pero eso no podía quedar así, mi polla estaba totalmente dura pensando en aquella asistenta tan ingeniosa y divina.

− Ramón, llévame al apartamento.

− Muy bien, señor. – añadió con una gran sonrisa y dando un giro para cambiar el rumbo que teníamos planeado.

− Tendrás que ir a buscar al hotel a los clientes con los que habíamos quedado ¿Me harás ese favor, Ramón?

− Claro, don Luis. Usted relájese y disfrute de ese coño. – añadió mi chófer con su amplia sonrisa.

No podía creerme que Ramón me llevase a follarme a su propia hija con tantos ánimos. Cuando llegamos a la altura de mi apartamento, salí disparado del coche recibiendo un pulgar levantado de mi empleado fiel.

Nada más llegar al piso y abrir la puerta me encontré a María desnuda delante de mí con sus brazos en jarras y una gran sonrisa. No daba crédito, la muy ladina me estaba esperando sonriente, con aquel preciosísimo cuerpo despelotado.

− Buenos días don Luis. Gracias por contratarme. – dijo la chica sonriente.

− Eres muy puta, ¿lo sabes?

− ¿Yo? – respondió con cara de inocente, pero sin poder borrar su sonrisa socarrona.

Casi sin tiempo a cerrar la puerta detrás de mí, mi nueva empleada se arrodilló a mis pies y me soltó el cinturón del pantalón sin dejar de mirarme.

− Me estabas esperando. – le dije.

− ¡Sí, claro! Tenemos que cerrar el contrato del todo.

− ¿Me vas a dejar follarte?

− Creo que se lo ha ganado usted, don Luis.

− Me engañaste, María. ¿No te fiabas de mí? – dije agarrando su barbilla y mirando a aquellos ojazos mientras ella seguía desabrochando mi bragueta.

− Lo siento, don Luis, pero no me fío de ningún hombre… no me fío ni de mi padre. – añadió guiñando un ojo.

Sin duda que la chica era de todo menos inocente e inexperta y era lógico que hubiera conseguido más de un objetivo con ese cuerpo, con su habilidad y sus dotes de actriz, además de su prodigiosa boca y el coño que, según palabras de su propio padre, hacía maravillas.

Mientras ella bajaba mis pantalones, yo me fui quitando la chaqueta, la corbata hasta quedar completamente desnudo y con una erección descomunal. Ella observó aquella largura frente a sus ojos.

− ¡Me encanta esa polla, don Luis!

− Es toda tuya. – respondí orgulloso acariciando su pómulo.

Empezó a masajearla lentamente con sus dedos, iba pasando de una a otra, para luego llenar la palma de su mano con una gran cantidad de saliva y empezar a pajearme.

− ¡María! – suspiré al sentir aquellos hábiles dedos.

Se limitó a sonreír sin dejar de masturbarme.

− ¿Quiere que se la chupe otra vez?

− ¡Sí! – respondí eufórico.

Metió mi polla entre sus tetas y aprisionándolas contra ella empezó a subirlas y bajarlas en una cubana divina. Luego apoyó el glande sobre su lengua y sin dejar de sonreír comenzó a darle lamidas a toda la largura de mi polla que estaba a punto de reventar. Sostuvo mi polla con sus dos manos y me sonrió una vez más. Después su lengua comenzó a jugar con mi frenillo mientras su mano deslizaba la piel de aquel tronco duro. Tras guiñarme un ojo, se metió toda mi verga en su boca, haciéndola desaparecer. Las piernas me temblaban de ver a aquella chiquilla tan habilidosa tragándose por entero mi polla. Tuve que detenerla porque si seguía con aquellas artes, me correría en pocos segundos.

− ¡Para María, por Dios!

− ¿No le gusta, don Luis? – dijo con cara de niña buena pegándose la largura de mi hombría contra su cara.

− ¡Lo que quiero es metértela en ese coño de una puta vez! – dije desesperado.

La chica se levantó sonriente y se pegó a mi cuerpo. Ambos desnudos nos abrazamos, nos acariciamos, apretando sendos culos y mordiendo nuestros labios, juntando nuestras lenguas….

− ¿Dónde quiere follarme? – dijo mordiéndose de forma sensual su labio inferior

− Donde tú quieras, preciosa.

− ¿Sobre la encimera le gusta? – preguntó mordiéndose la punta de la lengua.

La chica agarró mi falo y tiró de él en dirección a la cocina. Era todo un espectáculo ver aquel culo y esos andares delante de mí tirando de mi polla. Casi me da algo. Al llegar, María se sentó de un salto sobre la encimera abriendo completamente sus piernas. Volvió a tirar de mi polla hasta que chocó contra aquel coño empapado.

− ¡María! – dije amasando aquellas enormes tetas y mordiendo ligeramente sus pezones, de uno a otro, sin saber por cual decidirme.

Oírla gemir era demasiado, más aun cuando con la punta de sus dedos dirigía lentamente mi glande de arriba a abajo a lo largo de su rajita.

− ¡Dios, eres increíble! – repetía yo totalmente nervioso.

− ¿Va a follarme, don Luis?

− Claro que voy a hacerlo – dije apretando mi pelvis haciendo que mi capullo entrase ligeramente en aquella cálida cueva.

− Pero antes, quiero otra cosa. – intervino, empujando mi pecho y separándome de ella.

− Lo que me pidas. – dije nervioso.

− ¿Quiero ir a Roma?

− ¿Cómo?

− Sí, quiero ir con usted. Va a ir la semana que viene, ¿No?- dijo sin dejar de apretar su piernas contra mi cintura, haciendo que mi glande se aprisionase contra su vulva pero sin poder avanzar más.

− ¿A Roma?

− Sí, ¿Me llevará?

− Pero…

− Sí y seré su asistenta particular.

− ¿En mi hotel?

− Claro, cuando llegue de trabajar estaré dispuesta a lo que me pida. Y totalmente desnuda, claro.

Joder no podía creerme que esa chiquilla hiciese conmigo lo que quisiera, me había dejado a su merced totalmente, sin tiempo a reaccionar, ni a discutirlo. Tendría que llevarla conmigo, pero es que en ese momento solo pensaba en follármela. Yo ya no mandaba, sino que era un corderito frente a esa loba.

− Lo que tú quieras, preciosa, pero ahora… ¡Déjame metértela, por Dios!

María dejó de apretar con fuerza sus piernas liberando mi aprisionamiento lo que hizo que mi polla entrase lentamente en su coño, como el cuchillo en la mantequilla. Cuando quise darme cuenta estaba totalmente dentro de ella y un suspiro de ambos envolvió aquella cocina. Sus dedos apretaron mi culo y echó su cabeza hacia atrás, mientras mi boca se apoderó de su cuello para morderlo ligeramente. Aquella chica me tenía loco.

Saqué mi polla lentamente notando como aquel estrecho agujero se aferraba para no dejarla salir, algo que provocaba un placer inusitado en mí.

− ¡Dios! ¿Cómo haces eso, chiquilla?- alcancé a decir al notar aquella presión maravillosa sobre mi polla.

− ¿Le gusta? – dijo pasando su lengua sobre mis labios.

− ¡Joder, me encanta! – dije sintiendo como los músculos de esa vagina hacían maravillas alrededor de mi polla.

Entonces se aferró más fuerte a mi culo con sus manos y me apretó para que volviese a metérsela una vez más. Apreté mi pelvis con fuerza contra ese delicioso chochito que seguía estrecho tras dos o tres embestidas. No quería correrme, deseaba estar así eternamente, dentro del coño más delicioso y acogedor que nunca hubiera encontrado. Empecé a martillear sin dejar de ver su preciosa cara, oyendo sus gemidos, chillando en alguna ocasión cuando se la metía con fuerza.

Se podía decir que no me la follé, pues me estaba follando ella a mí. La chiquilla se movía de forma magistral, haciendo que mi cuerpo se tambalease. A continuación cerró los ojos cuando mi peso cayó sobre ella y se aferró aun más fuerte, apretando sus tobillos contra mis caderas, quería tener toda la presión de mi verga en su interior y yo mientras tanto veía las estrellas. Cerró los ojos y con su boca abierta empezó a emitir unos gemidos cada vez más intensos, hasta llegar al orgasmo. Yo seguía con mi polla metida disfrutando de la visión de su cara totalmente ida y desencajada, estaba preciosa y en ese momento sentí todo un estremecimiento por mi cuerpo. Abrió los ojos cuando empecé un mete y saca continuo viendo como mi polla salía hasta casi la punta y como se la volvía a enterrar chocando cuerpo contra cuerpo en un chop-chop que era música celestial. María mordió mis labios, sacó su lengua, chocando con la mía y morreándonos con total frenesí, hasta que en un momento dado ya no pude aguantar más y me corrí, haciendo que la chica volviese a gemir presa de un segundo orgasmo. Nunca había sentido nada igual y por su cara, creo que ella tampoco, seguí follándola incesantemente sin que mi miembro redujese su tamaño y sin dejar de regarla con mi semen en el interior de aquel coño estrecho, caliente y tan acogedor.

Cuando nos separamos, nos fundimos en un beso largo e intenso, en el que no hacía falta decir nada más, pero esa chiquilla había conseguido llevarme al paraíso, incluso quitarme un montón de años de encima, casi como si fuera la mujer que siempre hubiera estado esperando y nunca encontré. No podía perderla y estaba totalmente entregado a sus caprichos, peticiones y condiciones. Ya no era su jefe, sino que ella mandaba sobre mí y especialmente aquella boca divina y ese coño celestial.

Tras reponernos, la chica se metió en el baño para darse una ducha y yo aproveché para llamar a Ramón.

− Hola, Ramón. ¿Fuiste a buscar a los clientes?

− Sí, tranquilo, don Luis. Están desayunando todavía.

− Gracias.

− ¿Qué tal el coño de mi niña?

− Joder, Ramón, es increíble.

− ¿Tenía razón o no?

− Ya lo creo.

− Sabía que le iba a encantar y conseguirá de usted lo que quiera.

− Sí, de hecho ha conseguido sacarme un viaje a Roma para la semana que viene.

− ¡Qué hija de puta!

− ¡Pero Ramón…!

− Sí, su difunta madre era igual, don Luis. – respondió el hombre.

En ese instante apareció María envuelta en una toalla y siempre con su gran sonrisa de la que yo me sentía hipnotizado. Ella no debía saber con quien hablaba y me dijo.

− ¿Dónde me va a follar ahora, don Luis?

A continuación soltó la toalla ofreciéndome, una vez más, su increíble desnudez. Me quedé mudo y creo que con la boca abierta y mi polla en ristre de nuevo.

Fue la voz de Ramón la que me despertó de esa ensoñación y habló al otro lado del teléfono:

− Vamos, don Luis, échele otro buen polvo a esa zorrita. Yo me encargo de entretener a los clientes.

Colgué totalmente alucinado, primero por tener a esa increíble chica desnuda ante mí y segundo que fuese su padre el que me animase a volvérmela a follar, pero tenía razón mi chófer, con ese cuerpo y ese coño único en el mundo ¿Quién se podría resistir?… ¡Ni su padre, claro!

Juliaki

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR.

juliaki@ymail.com

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Steven) parte14” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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El fin de semana paso ya era lunes y teníamos la última clase del curso prematrimonial ya habíamos conseguido el sitio para la boda en una hacienda grade muy bonita con un aspecto colonial pero con todas las comodidades modernas con pista de baile y una pequeña capilla en donde se realizaría la ceremonia estábamos muy contentos esperando que llegara el gran día ya faltaba solo 10 días, nos organizamos me puse un jean una camisa y unos tenis, Diana por su parte me sorprendió como siempre tal parece que le gustaba incomodar al pobre curita, se puso unos tenis blancos un jean que le quedaba ceñido dejando ver la silueta de esas piernas gruesas y torneadas dibujándole ese hermoso y redondo culazo perfecto, para rematar se puso una camiseta de la selección la de color blanco que le quedaba pegada a su cuerpo y apenas le llegaba al ombligo a la cual ella decidió reorganizar cortándole el cuello en forma de v creándole un escote muy grande que le dejaba ver esas grandes tetas que ya se le iban a salir, se puso bajo ella un sostén de encaje blanco que le realzaba más sus ya parados senos, su cabello lo llevaba recogido con un mechón hacia su lado izquierdo, brillo labial y sus gafas medicadas para darse un aspecto de niña buena, no quise decirle nada para evitar problemas tomamos un taxi llegando a nuestro destino.

Como siempre a esas horas temprano en la mañana y por la ubicación la iglesia estaba sola, al llegar el pobre padre Manuel casi se le salen los ojos trataba de disimular pero sus ojos se desviaban a su escote sin poder evitarlo, nos invitó a entrar a la iglesia nos sentarnos en la primera fila frente al altar hacia el lado derecho, se sentó primero el quedando en la punta luego mi prometida a su lado y yo al final al lado de ella, estuvo hablándonos de cómo iba hacer la ceremonia y que debíamos hacer sobre el paso importante que dábamos en nuestra vida etc., etc., de vez en cuando le daba una miradita al escote de mi novia ya después de un tiempo me pidió que los dejara solos que tenía que hablar con Diana y después hablaría conmigo, había cogido esa costumbre de hablar con nosotros a solas lo que me extraño fue que con Diana se demoraba mucho tiempo y conmigo a los 5 minutos me despachaba, yo empecé a salir de la iglesia dejándolos solos mientras salía observe que el padre Manuel estaba pendiente de mí, Salí de la iglesia a esperar mi turno y pensé será que mi novia está haciendo algo con el cura pero me dije que no podría ser capaz igual Manuel es un siervo del señor luego pensé en Diana y empecé a sentir una sensación familiar en el estómago rápidamente las dudas me asaltaron así que mejor me acercaba para observar y estar seguro pero al tener la iglesia solo una entrada principal y estar ellos al frente del altar me podrían ver entrar con facilidad, ahí recordé la entrada lateral que da a la oficina de la iglesia y que esta se comunica con la capilla por una puerta que esta hacia el lado derecho de está quedando justa hacia el lado donde ellos estaban y me permitirían escuchar de lo que hablaban y ver que hacían si miraba con cuidado.

Rápidamente corrí al costado de la iglesia esperando que la puerta estuviera abierta, conté con suerte ya que así era entre al pequeño estar que había con cuidado de que no hubiera nadie más y me acerque a la puerta sigilosamente para que no advirtieran mi presencia puse la oreja junto a la puerta para tratar de escuchar lo que pasaba a duras penas se podía oír suavemente cuando el padre Manuel le decía a mi novia…. Hija que linda eres Steven es muy afortunado…. Ay padre que cosas dice…. Si mira como me pones cada vez que te veo…. Huy Padre que pena no pensé que lo fuera a poner así no era mi intensión…. Si hija yo creo que esa era tu intensión creo que te gusta provocar y eso es pecado además es muy doloroso para mi….ay no padre me hace sentir mal que este así por mi culpa…. Si Dianita eres pecado, eres la lujuria hecha carne y debes enmendar el daño que estás haciendo…. Usted cree padre…. Si hija así que tendrás que arreglar esto como la última vez esta será tu penitencia…. Si padre está bien lo hare.

Deje de escuchar palabras por un momento hasta que de nuevo escuche al padre…. Hmmm si hija lo haces bien hmmm sigue así…. Ay padre que pena con usted ponerlo así, está muy hinchada y dura pero ya vera como le quito esa hinchazón. Al escuchar eso sentí un escalofrió que me recorrió el cuerpo y una dura erección dentro de mis pantalones queriendo escapar así que no aguante tenía que ver qué pasaba entre abrí un poco la puerta para poder ver lo que sucedía y pude verla ahí a mi dulce novia sentada junto al padre Manuel agarrando con su mano derecha una pija gorda como de 22cm la cual no podía cerrar con sus delicados dedos, de esta colgaban una pelotas grandes y peludas gordas como ese monstruoso pene, mi prometía movía su mano de arriba abajo haciéndole una paja con gran maestría, el padre Manuel solo la miraba con cara de degenerado con los botones de su sotana abierto y su pantalón junto a su ropa interior en los tobillos, el padre estaba disfrutando de las caricias de mi novia cuando le dijo…. Preciosa muéstrame esas tetas que ya prácticamente las tienes afuera…. Ay padre como dice eso…. Vamos preciosa como la última vez ya sabes que me encantan…. Bueno jijiji.

Acto seguido mi novia se empezó a sacar ese par de tetas con su mano libre por el escote que había rediseñado en su camiseta deportiva debo decir que fue sencillo gracias al gran corte que le hizo, ese par de grandes tetas cargadas de leche salieron por encima de su sostén de encaje y su camiseta desafiantes totalmente erguidas con esos bellos pezones rozados totalmente en punta era todo un espectáculo digno de ver…. Aaahhh siii hija que puta eres, dijo el padre, ahora ven te las toco…. Ay no padre es pecado…. No me vengas con eso putica que me estas agarrando la polla…. Pero yo estoy ayudándolo por la hinchazón que le cauce…. Jajaja ya deja de hacerte la tonta que la otra vez te metí mano no te hagas la difícil que no te queda jajaja. Al terminar de decir eso el padre la rodeo con sus brazos agarrando las tetas de mi prometida desde la espalda jugando con ellas estirándole los pezones apretándoselas a gusto haciéndola gemir mientras ahí sentados los dos frente al altar mi novia le continuaba haciendo una paja con una sonrisa y mirada de pervertida a través de sus anteojos gimiendo de placer por las caricias recibidas.

Los dos estuvieron así como por 5 minutos hasta que el cura con su mano izquierda y con gran habilidad desabotono el botón de su jean y bajo su cierre para meter su mano en el interior de la entrepierna de mi prometida y empezarle hacer una paja de campeonato que logro que mi novia volteara los ojos y empezara a gemir…. Aaaayyy padre por Dios que me hace hmmm aaaa…. Te gusta hija…. Si padre no se detenga siga por favor hhmmm. Estuvieron así por 10 minutos mientras el padre manoseaba, masturbaba a mi novia y esta hacía lo propio con el pedazote de carne del cura cuando ella empezó a tener un orgasmo que la hizo gemir fuerte, tener convulsiones y blanquear los ojos, el cura la tuvo que sostener para que no se callera del asiento de la iglesia, Diana quedo sudada se veía como sus tetas con esos pezones rosa totalmente brotados se movían agitadamente por su respiración acelerada…. Hija estas bien…. Si padre…. Bueno aun falto yo no he terminado como tu…. Si padre ya lo hago terminar. Diana sentada a su lado se inclinó sobre él y con las dos manos cogió esa enorme verga y le empezó hacer una paja acelerada de vez en cuando con una mano le agarraba esas enormes pelotas apretándolas con delicadeza sobándoselas hasta que el padre le anuncio que estaba llegando a su fin…. Me vengo hija me vengo me vas a sacar toda la leche puton aaaahhhh. Del cura salieron como 8 chorros de leche bien cargados que dejaron un gran manchón en el piso de la iglesia y a una Diana impresionada por la gran cantidad de semen que salía del padre Manuel…. Uff por Dios padre que es todo eso…. Eso es lo que causas puta preciosa unas deslechadas únicas…. Jijiji hay padre me alaga…. Bueno hija acomódate el pantalón y ese par de tetas y vamos a buscar a tu noviecito.

Vi como Diana se subía el cierre y abotonaba su pantalón para después acomodarse ese par de melones que se gasta dentro de su escote y como el padre empezaba a subirse el pantalón, salí corriendo afuera de la iglesia con un dolor en mis huevos que me gritaban que querían descargarse, estuve afuera 5 minutos después aparecieron por la entrada de la iglesia muy sonrientes, Diana se veía ruborizada como si hubiera sudado se lograba ver que su sostén no le quedo bien acomodado ya que sus pezones se alcanzaban a dibujar atreves de su camisa además de que los traía en punta y se notaban sobre la delicada tela de la prenda que vestía, era evidente no notarlo. El padre Manuel me llamo me dijo que siguiera a la iglesia para hablar nos sentamos al final de la iglesia creo que para que evitara ver cómo habían dejado el piso en la primera fila, me estuvo hablando de lo afortunado de haber encontrado una mujer como Diana que era maravillosa, que me iba hacer muy feliz ya que era de buen corazón y muy entregada resaltándome lo de entregada que él veía que realmente éramos el uno para el otro y que los dos íbamos a encontrar la felicidad que debía cuidarla y cumplir sus sueños además de ser comprensiva con ella ya que una mujer así necesita ser bien atendida.

Sus palabras me dejaron pensando sobre lo que me iba a esperar en el futuro, luego de hablarme me dijo que ya podía irme salimos de la iglesia se despidió de mí y de Diana con un fuerte abrazo sintiendo toda la delantera de mi prometida, de ahí fuimos a un centro comercial a pasar el rato y comer para volver a casa como era de esperarse Diana no pasó desapercibida y con lo ocurrido en la iglesia tal parece que debió quedar excitada ya que a cada que podía se pegaba a mí me daba besos, me abrazaba buscando rozarse conmigo podía sentir sus pezones duros, se podían notar sobre su camiseta y claro yo le correspondía le daba besos la abrazaba estaba con una erección y dolor en los huevos de no poder descargar quería hacerle el amor y así se lo hice saber mientras comíamos le propuse ir a un motel tal como estaba y de lo caliente que la veía acepto pero justo cuando estábamos terminando de comer recibió una llamada mientras hablaba pude ver una sonrisa pícara al parecer estaban acordando una salida y quedaron de verse mañana colgaron ya después Diana me explico que era Leandro que nos había invitado para ir a rio el día de mañana en la mañana que como era semana y temprano no iba a ver mucha gente que había invitado a Fabián con su esposa y niño también a José que los demás no podían ir porque tenían trabajo…. Mejor vamos a casa a preparar las cosas para el siguiente día y a ver cómo está el niño, me dijo Diana…. Pero amor quedamos de estar un rato los dos juntos…. Tranquilo ya verás yo te recompenso después tal vez en la noche cuando todos duerman podemos hacer algo ya vez que ahora es difícil todos van a estar ahí en la casa…. Está bien. Le dije pero en el fondo estaba con una calentura y en la noche tal vez podríamos estar juntos.

Pasamos toda la tarde con la familia Diana continuo muy cariñosa conmigo durante todo el día nos besábamos y cuando podíamos nos metíamos mano al llegar la noche nos pusimos a ver televisión en el tercer piso de la casa había una sala con un televisor led grande ya eran las 11pm cuando el resto de la familia se retiró ya que al siguiente día tenían trabajo o estaban muy cansados Diana y yo nos quedamos para seguir viendo películas toqueteándonos y besándonos en ocasiones Diana se levantaba me miraba y caminaba en forma coqueta hacia el balcón que había en el tercer piso miraba un rato parando su hermoso culo mostrándomelo coqueteándome y volvía en una de esas me pareció ver como si saludara con la mano a alguien afuera, le pregunte que si había alguien me dijo que sí que era el indigente que rondaba por ahí…. Pobrecito ese muchacho ahí afuera sin nada debe ser muy difícil, dijo Diana…. Si debe ser muy difícil pero que podemos hacer, respondí…. Quisiera poder hacer algo por el pero bueno ya que se puede hacer dijo mi prometida. Dejamos el tema ahí ya eran 12:30 am ya el sueño me estaba venciendo le recordé a Diana lo que me había prometido me dijo que bajara y la esperara mientras ella apagaba y cerraba la puerta del balcón la vi dirigirse al balcón hacer una seña y cerrar le pregunte si pasaba algo me dijo que no que se despedía del indigente yo baje al primer piso me quite toda la ropa y me acosté mientras que esperaba a Diana pero el sueño era tan fuerte que cabeceé y quede dormido cuando mire el reloj eran la 1am me había quedado dormido 15 minutos estire la mano y la cama estaba vacía me levante a buscar a Diana y todo estaba oscuro en el primer piso subí con cuidado al segundo donde dormía la familia y no escuchaba nada fui al tercero estaba oscuro no había nadie me pareció extraño no encontrar a Diana así que me acerque al balcón al mirar afuera hacia abajo al antejardín de la casa la encontré.

Mi prometida tan noble al parecer le había llevado algo de comer al indigente pues había un plato con un pan y un vaso con leche en el piso mientras ella con sus enormes tetas al aire fuera de su camiseta de la selección, su jean y tanga en las rodillas pegaba su culazo redondo grande y perfecto a la reja de la casa que tenía unas barras horizontales con espacio de alrededor de 15 cm entre cada una y al otro lado estaba el indigente totalmente desnudo con su cuerpo delgado, fibrado su piel totalmente sucia curtida por el sol, su ropa se encontraba tirada en el suelo al lado de su bolsa de reciclaje clavaba a mi prometida con todas sus fuerzas, Diana tenía el culo entre dos de las barras de la reja y el indigente al otro lado pasaba sus manos entre la reja aferrándose a su cintura, le metía la verga podía ver como el cuerpo de mi novia se sacudía y reprimía sus gemido con cada embate, el indigente estaba eufórico por estarce cogiendo una hembra tan buena como estaba mi mujer gemía sin reprimirse así que Diana tuvo que alejarse de la reja y decirle que se calmara que no hiciera tanto ruido o no podrían continuar, ahí pude verle el pene al habitante de la calle era gordo muy grueso como de 24 cm sin circuncidar lleno de pelos se veía sucio con unas pelotas grandes, el indigente al ver que Diana lo podía dejar iniciado le prometió no hacer ruido y hacerlo con más calma.

Diana se acercó a él le dio la espalda cogiendo su enorme polla para pasarla atreves de la reja y poniendo su culo en pompa la dirigió a su vagina donde fue entrando lentamente haciendo que mi novia diera un suave gemido de placer hasta que el hermoso culo de Diana y la enorme polla del indigente quedaron pegados a la reja consiguiendo así una penetración total, comenzó un nuevo mete y saca más suave que los dos disfrutaban gimiendo en vos baja, debes en cuando escuchaba al indigente que le decía…. Que rica estas mami, que puta salió esta princesa, como me aprietas la verga, quien la ve con hijo y marido y como culea, estas riquillas son las más putas. Y a todas esas mi prometida le respondía…. Que buena verga tenes, te la siento toda, da gusto poder ayudar al prójimo así, gamín hijo de puta como me la metes.

Estuvieron así hasta que el ritmo de la cogida se empezó a acelerar y Diana tuvo un espasmo que la hizo caer de rodillas y tener un orgasmo que la dejo en el piso con los ojos en blanco, el habitante de calle le aviso que ya casi se iba a venir así que como pudo Diana se incorporó y se arrodillo frente a él empezándole hacer una mamada de campeonato le pasaba la lengua por todo el tronco le chupaba sus enormes huevos sin importarle que estuvieran llenos de pelos se metía su enorme polla a la boca y le hacía una garganta profunda le cogía el cuerito de su pene y se lo estiraba y chupaba después lo descapuchaba y le chupaba el glande le pasaba la lengua intentaba metérsela por el huequito de su uretra para después metérsela de nuevo a la boca y chuparla haciendo un mete y saca lento que estaba volviendo loco al indigente y lo hacía quejarse de placer hasta que ya no pudo más y se empezó a venir dentro de su boca, al parecer fue bastante ya que le empezó a salir abundante semen por la comisura de la boca a mi novia que fue a parar a sus voluminosas tetas que quedaron todas chorreadas de la leche del indigente.

Terminado de deslechar al indigente con los labios y tetas llenas de semen Diana le ofreció el vaso de leche y el pan para que recuperara energías este se tomó apresuradamente el vaso con leche y luego el pan agradeciéndoselo…. Gracias princesa todo estuvo muy delicioso mi reina…. De nada gracias a usted ya sabe que esto es entre nosotros otro día volvemos a coincidir…. Claro que si mamacita que lastima que no tenga un poquito más de leche que no me paso muy bien el pan…. Porque no me lo dijo antes claro que tengo y bastante estas están bien cargadas. Dijo eso cogiendo sus enormes tetas que estaban fuera de su escote chorreadas de semen y las paso a través de los barrotes de la reja…. Mi reina usted tan atenta voy a tomar un poquito…. Tranquilo tome todo lo que quiera…. Con su permiso mami. Al hombre no le importó que estuvieran untadas de su semen simplemente cogió la enorme teta derecha de mi mujer y empezó a chupar y a sacarle la leche le pasaba la lengua la mordisqueaba, la chupaba fuertemente estirándola para dejarla goteando leche y pasar a su gorda teta izquierda y darle el mismo tratamiento mi novia solo se quejaba suavemente tratando de no hacer ruido resistiendo el rudo trato que le daba el indigente a sus grandes y suculentos melones estuvo así como por 10 minutos veía como el hombre le estiraba las tetas, se las apretaba, se aprovechaba de la generosidad de mi mujer amamantándose de ella quitándole el alimento a nuestro hijo hasta que se cansó y la soltó Diana saco las tetas de entre la reja y las pude ver enrojecidas, coloradas sus bellos pezones totalmente brotados rojizos de ellos brotaban góticas de leche sus tetas se veían brillosas de todas las babas que le había dejado se movían de lo agitada y sudada que estaba Diana…. Gracias mi reina usted es ángel y una puta como ninguna, le dijo el indigente a mi prometida. Cogió su ropa, su bolsa y se fue desnudo perdiéndose por la calle, Diana quedo como en un estado de éxtasis yo aproveche y baje lo más rápido que pude, entre a nuestra habitación para hacerme el dormido un instante después escuche ruido afuera y como Diana entraba sin hacer ruido buscar algo y después entrar al baño para después escuchar el agua correr no podía creer lo arriesgada que había sido Diana al tener relaciones sexuales en la calle y sobre todo con un indigente no debió aguantar la calentura que traía todo el día gracias al padre Manuel, yo no aguantaba el dolor en los huevos así que aproveche me hice una paja rápida y placentera recordando todo lo ocurrido en el día para venirme dentro de mi ropa interior quedando todo untado caliente por tener una novia tan buena y tan puta finalmente quede dormido antes de que ella saliera del baño.

Al otro día eran las 8 am cuando Diana me despertó me dijo que lastima no haber podido hacer nada la noche anterior que cuando ella entro a la habitación me encontró dormido así que decidió dejarme descansar también me dijo que a las 9 pasaría José por nosotros que me alistara ella mientras tanto le iba a organizar lo que íbamos a llevar la ropa del niño y después le va dar de comer a nuestro hijo solo decir eso me recordó que horas a tras le había dado de comer a un indigente y empecé a tener una erección tuve que meterme rápido al baño y hacerme una paja que solo duro 3 minutos de lo caliente que estaba, termine de bañarme salí a la habitación ahí se encontraba Diana dándole de comer a nuestro bebe con su blusita levantada dejando su seno izquierdo afuera, ya tenía lista la maleta con las cosas del bebe una bermuda para bañarme la ropa que me iba a poner toallas la ropa de ella en fin, empecé a vestirme y el niño termino de comer cuando se despegó del seno de su madre pude ver que tenía varios chupetones rápidamente Diana se cubrió y trato de disimular, entro con él bebe al baño para bañarse juntos termine vestirme salude a la familia desayune algo Diana salió después con el niño vestido ella llevaba un vestido de tiritas azul enterizo corto de algodón con un escote grande, y una falda que le llegaba a medio muslo debajo llevaba un bikini blanco en sus pies unos tenis blancos, su rostro sin nada de maquillaje y su cabello con un moño sobre su cabeza la hacían lucir hermosa desayuno algo cuando termino llego José quien saludo muy cariñosamente a Diana luego a mí y después al resto de la familia salimos camino al rio José nos dijo que Fabián, Leandro, sus esposas y los niños nos esperaban en nuestro destino.

A eso de las 9:30 am llegamos a nuestro destino era un sitio muy bonito con muchos árboles y un hermoso rio un sitio muy fresco para pasar un gran día en el sitio ya estaban Fabián y Leandro con sus familias nos saludamos todo muy normal y tal como lo habían dicho en el sitio no había mucha gente solo unas cuantas familias y algunas que otra persona que iba hacer ejercicio ya que había un sendero para correr que bordeaba el rio decidimos buscar un sitio que estuviera más solo para nosotros así que seguimos el sendero para ir un poco más arriba del rio caminamos 10 minutos y pasamos una caseta donde habían baños para mujeres y hombres con vestir detrás de ella había una pequeña colina con arbustos tupidos 5 minutos más encontramos un claro que estaba solo con una mesa grande con bancos de madera y donde el rio pasaba tranquilamente la gente había colocado piedras para que el agua se represara e hiciera una especie de pequeña piscina natural el sitio era perfecto así que decidimos quedarnos ahí y disfrutar del agua.

Empezamos a cambiarnos para entrar al rio dejamos las cosas organizadas José y Leandro entraron con Felipe y Diego sus pequeños hijos de 8 y 6 años al rio y empezaron a Jugar con una pelota después entro Marcela con un vestido de baño enterizo rojo que hacían denotar sus enormes tetas y su gran culo después entraron Fabián y su esposa quien llevaba en brazos a su pequeño hijo yo tome a mi hijo y también en mis brazos entramos al agua y me uní a Fabián y su esposa para empezar a dialogar por ultimo faltaba Diana quien se quitó su pequeño vestido por sobre la cabeza fue como si lo hiciera en cámara lenta no pasó desapercibida todas las miradas estaban sobre ella lucia espectacular en su bikini blanco sus grandes senos quedaban juntos bien parados, la tanga de su vestido era un poco pequeña al frente un triángulo cubría su zona intima pero en la parte de atrás era más revelador solo era una tira que se metía entre sus grandes redondas y carnosas nalgas lucían imponentes, entro al agua quedando todos alucinados por el escultural cuerpo de mi prometida se acercó a mi tomo a nuestro bebe en brazos el pobre Fabián se veía algo incómodo tratando de disimular pero después ya empezamos a conversar y a disfrutar del agua el tiempo paso entre charlas, juegos y alguna otra mirada que le daban a mi mujer, no note nada extraño que pudiera intranquilizarme, media hora después Diana con él bebe y Marcela salían del rio para tomar el sol mientras lo hacían dos personas que pasaban corriendo por el sendero vieron a mi mujer se quedaron embobados con cara de salidos y mordiéndose los labios pero igual siguieron su camino, Diana y Marcela pusieron unas toallas en el suelo y se acostaron para tomar el sol la esposa de Fabián también salió a tomar el sol junto con su bebe, Fabián y yo decidimos seguirla José se quedó en el agua jugando con Dieguito a las luchitas y Leandro con Felipe jugando con la pelota aunque Leandro estaba más pendiente viendo como mi mujer tomaba el sol.

Nos dio algo de hambre así que decidimos comer en la mesa Leandro, José y los niños salieron del agua, Felipe y Diego le dijeron a su madre que querían ir al baño así que le dijo a Leandro que los iba a llevar a la caseta que había junto a la pequeña colina e iba aprovechar para cambiarse de ropa ella y los niños, Fabián y su esposa también decidieron ir para hacer lo mismo a nuestro hijo le dio hambre así que Diana no pudo ir y saco un tetero con leche que tenía preparado para darle, en la mesa solo quedamos Leandro, José, Diana Nuestro bebe y yo así que entre José, Leandro y Yo empezamos a preparar unos sándwiches y a servir unas gaseosas mientras los demás venían terminado de organizar la comida en 10 minutos, Leandro Dijo que se iba a cambiar y fue hacia la caseta iba a ir pero vi que dejaría a Diana en su pequeño bikini a solas con José que no desaprovechaba oportunidad para darle una repasada con la mirada y le ponía conversación 5 minutos después llegaron los demás y sin Leandro que debía estarce vistiendo Diana me entrego al niño para que le terminara de dar el tetero, lo cambiara y comiera algo para ella ir al baño a cambiarse y que después yo fuera se puso su pequeño vestido azul sobre su Bikini saco algo de ropa del bolso que traíamos y se fue, José iba a acompañarla pero inocentemente Dieguito se sentó en sus piernas y se puso a buscarle juego y no lo dejo ir pasaron 10 minutos en los que termine de darle el tetero al niño, lo cambie de ropa de nuevo pasaron de vuelta los corredores que habían estado mirando a mi mujer, decidí comerme un sándwich pasaron 5 minutos más y ni Diana ni Leandro venían ya preocupado y disimulando le dije a Marcela que me cuidara el niño un momento que quería ir al baño.

Me fui lo más rápido que pude llegue en 3 minutos decidí entrar primero con mucho cuidado al baño de mujeres buscando a Diana pero este baño estaba vacío así que ya sospechaba donde estaba mi dulce novia fui al de hombres también entre cuidadosamente sin hacer ruido pero solo encontré a los dos corredores que estaban sobre los sanitarios uno en cada cubículo mirando con sus celulares grabando hacia afuera por una rendija que hay sobre ellos que da a la parte trasera de la caseta hacia la pequeña colina el más cercano a mí me alcanza a ver y con una seña de guardar silencio me dice que me acerque al estar cerca pude notar que tenía su pantaloneta abajo y una polla enorme con una tremenda erección y en vos baja me dice…. Gringo un negro con una polla descomunal le está metiendo una tremenda enculada a una milf que esta rebuena. Señalándome el siguiente cubículo me dice…. Suba para que vea el espectáculo que está dando esa putota y pensar que hace rato la vimos con un bebe en sus brazos pobre el marido debe tener unos cuernos enormes como la polla de ese negro. Al parecer no debieron reconocerme o verme en el rio tal vez porque sus miradas solo se dirigieron al imponente cuerpo de mi prometida.

Fui al siguiente cubículo me subí al baño y con cuidado mire ahí estaba mi prometida inclinada hacia adelante apoyada en una roca con el sostén y la tanga del bikini tirados en el suelo pero aun con su pequeño vestido azul puesto aunque con sus enormes tetas al aire sacudiéndose por las penetradas que recibía y su falda levantada sobre si espalda exponiendo ese carnoso y redondo trasero que era ofrecido en pompa al negro y monstruoso pedazo de carne que posee Leandro entre sus piernas, detrás de mí hermosa novia se encontraba Leandro totalmente desnudo con un gesto triunfal quien profanaba con la mitad de sus 28 cm de hombría el hermoso recto de mi novia que estaba abierto a mas no poder tratando de recibir la totalidad de tan gigantesco instrumento se la sacaba suavemente para volver a metérsela lentamente hasta la mitad donde se encontraba la parte más gorda de ese pene mi novia no gemía solo se quejaba…. Aaaayyy Leandro es muy grandeaaayy nooo no me va a caber to da aaayyy…. A Marcela le cabe estoy seguro que a ti también mmmnnnn que rico ooohh…. Como puede aguantar aaayy este monstruo ooohh Marcela…. Jajaja practica vas a ver que tu también puedes ooohh…. Dios me abres toda mmmnn ooohhh…. Veo que te estas acostumbrando voy a empezar a meter un poquito más…. Por favor despacio aaahhh.

Leandro sacaba y metía su pene por el culo de mi novia lentamente cada vez que lo metía le dejaba ir uno o dos centímetros de más y así sucesivamente mientras se aferraba a las caderas de mi prometida le metía 20cm luego 22 luego 24, 25 mi novia sudaba se quejaba aguantando luego 26 cm y después 28cm dejándoselos totalmente enterrados, le enterró toda esa verga por el culo a mi prometida hasta los huevos no lo podía creer los dos mirones alucinaban al ver tremenda enculada haciéndose una paja en honor de mi mujer la dejo acostumbrarse un rato para después empezarla a sacar y a meter lentamente ya cuando Diana empezó a gemir Leandro empezó a tomar más velocidad ya las penetradas eran a buen ritmo Diana gemia….aaaahhh me estas partiendo en dos aaahhh Dios mío que vergota ooohhh…. Te gusta ehh puton…. Me estas matandoaaaahh…. Pero de placer mamasota mmmnnn aaah. Seguían en el mete y saca cuando me pareció escuchar un ruido en la puerta del baño mire pero no vi nada así que seguí mirado es espectáculo que me ofrecía mi mujer decidí sacarme la verga y empezarme a masturbar.

Diana gemía y se quejaba…. Aaayyy por dios mis piernas, mis piernas no me puedo sostener aaaahhh…. No te puedes sostener mami por que…. Me estoy que dando sin fuerza no ciento las piernas aahhh dios me voy a caer aaahhh…. Tranquila yo no te dejo caer. Acto seguido Leandro le paso el brazo derecho por su abdomen y su brazo izquierdo también terminando su mano izquierda sobre su enorme teta derecha apretándola y dándole un fuerte abrazo le empezó a dar con todas sus fuerzas con penetradas rápidas y profundas evitando que mi prometida se cayera y empezara a gritar como loca…. Aaaayyyy dios mío nooooo me estas rompiendo todaaaaa aaaahhh no puedo maaaasss me voy a veniiirrr aaaahhh…. Me estas apretando la polla con el culoooo aaaahhh ve vengo te voy a llenar todaaaa de lecheeeee aaaahhhh. Los dos tuvieron un orgasmo simultaneo y al parecer la eyaculación de Leandro fue bastante ya que le empezó a escurrir por las piernas a mi mujer mientras la mantenía aferrada a él Diana tenía los ojos en blanco con pequeños espasmos estaba totalmente ida del fuerte orgasmos de su vagina escurrían sus jugos, en eso se escucha una vocecita que dice…. Papi que le haces a la tía Diana. Era Felipe el hijo mayor de Leandro con una sonrisa pícara dibujada en su rostro.

Diana al escucharlo fue como si le tiraran un baldado de agua fría encima intento incorporarse pero su cuerpo le fallaba se fue al suelo haciendo que el pene morcilludo de Leandro saliera de ella haciéndola gemir involuntariamente su ano totalmente abierto escurría gran cantidad de semen que terminaba en el piso mi pobre novia trataba de incorporase de taparse pero no podía controlar su cuerpo Leandro tuvo que ayudarla para que se sentara y le ayudara a cubrir sus enormes senos y culo acomodándole el vestido luego trato de calmarla…. Tranquila Diana tranquila no pasa nada…. Como que no pasa nada tu hijo acaba de vernos que le vamos a decir a nuestras familias no puede ser no me voy a poder casar dios mío no…. Ya cálmate tranquila ya verás yo hablo con el niño y no va a decir nada…. Que como que no va a decir nada…. No te preocupes yo puedo controlarlo ya verás que él no dice nada y nos guarda el secreto…. No te puedo creer eso él va a hablar…. Tranquila yo le compro un juego que él quiere le doy juguetes lo que él quiera y me guarda el secreto es mi hijo y yo lo conozco sé cómo tratarlo bien así que tranquila…. Me prometes que no va a decir nada…. si te lo prometo…. Cierto Felipe que tu no vas a decir nada de lo que viste tú ya sabes guardar secretos cierto…. Si papi yo no digo nada yo se guardar secretos yo guardo los secretos de papi…. Vez que te dije Diana él no dice nada, ahora vamos a vestirnos que nos deben estar esperando.

No podíamos creer lo que acabamos de ver ni yo ni los otros dos mirones que habíamos eyaculado mirando semejante escena los otros dos tipos subieron sus pantalonetas y uno me dijo…. Mejor nos vamos antes de que se complique más la cosa jajaja y se fueron yo salí de vuelta con los demás sin saber que decir al llegar me recibió Marcela me entrego el niño y me pregunto por Leandro y Diana les dije que ya venían que estaban hablando también me pregunto por Felipe que quería volver a ir al baño le dije que si lo vi que está con ellos 5 minutos después los vi venir a los tres diana caminaba con dificultad sujetándose de Leandro al llegar todos preguntaron qué paso Diana dijo que se resbalo y cayo sentada lastimándose pero que estaba bien que solo se iba a sentar un rato mientras comía algo para que le pasara el dolor del golpe yo miraba a Diana se veía nerviosa como evitando hablar mucho y hacer contacto visual conmigo, Leandro y el pequeño Felipe disimulaban como si no hubiera pasado nada no lo podía creer, Felipe estaba a cada rato al lado de su padre como pidiéndole algo acosándolo hasta que dijo a Marcela que ya venía que iba con Felipe por un helado yo mientras tanto me quede con Diana ayudándola con el niño mientras descansaba José se fue a cambiar de ropa decidimos espera a que los demás volvieran para irnos a casa esperamos 30 minutos cuando aparecieron José, Leandro y el pequeño Felipe que venía comiéndose un helado contento.

Porque se demoraron tanto le pregunto Marcela a Leandro le respondió que Felipe lo tenía loco por un helado que no lo dejaba en paz así que estuvieron buscando hasta conseguir uno de ahí nos dirigimos de vuelta yo aproveche para entrar al vestidor cambiarme rápidamente orinar y salir nos despedimos de todos José nos llevó de nuevo a casa llegamos a eso de las 12:30pm a la casa Diana totalmente cansada y adolorida dijo que iba a dormir estuvo así hasta la hora de comer le daba de comer al niño y volvía a acostarse en la cama yo mientras tanto tuve que estar pendiente del bebe cambiándole los pañales bañándolo poniéndole atención así estuvo dos días hasta que al tercero ya estaba más recuperada nos avisaron que al día siguiente la tía de Diana nos había invitado a su finca para que alistáramos lo que íbamos a llevar.

Relato erótico: “Mi prima me folló gracias a Alonso, un prostituto. (POR GOLFO)

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Aunque me da mucha vergüenza reconocer, ¡Me hice bisexual gracias a Alonso!, el famoso prostituto de Nueva York y ya pasado el tiempo, os tengo que reconocer que ¡No me arrepiento!. 
Antes de explicaros mi historia, debo presentarme:
Me llamo Patricia y si bien puede resultar pretencioso, soy una monada de veintiseis años. Gracias a los genes heredados de mis antepasados europeos, tengo el pelo rubio y la piel clara, en consonancia con el verde de mis ojos.  Sé que me llamareis presumida, coqueta y vanidosa pero cuando ando por mi ciudad, los hombres de todas las edades y clases, se voltean al verme pasar.
Soy lo que se dice ¡Un bombón! Y por eso os tengo que reconocer que me jodió que la primera vez que le vi, ese hombre no me hiciera ni caso.
Como soy mexicana os preguntareis como llegué  a contratarle, pues muy sencillo: Lo conocí gracias a que  fui a visitar a mi prima que vivía en esa ciudad.
No sé si fue la casualidad, el destino o la suerte lo que me hizo coincidir con él en una conocida discoteca neoyorquina. Todavía recuerdo que estaba tomándome una copa con mi prima cuando le vi entrar. Os reconozco que me quedé impresionada de su porte de galán pero también al observar que todas las mujeres se derretían a su paso, dando igual si estaban solas o acompañadas.
Sin ser capaz de retirar mi mirada de él, pregunté a Mariola si lo conocía. Mi prima soltando una carcajada, me dijo:
-Olvídate de él, ¡No está a tu alcance!
Sus palabras y sus risas lejos de cortarme, azuzaron mi orgullo y cogiendo mi copa, me puse a bailar a su lado. Desgraciadamente por mucho que moví mi cuerpo sensualmente a escasos centímetros de él solo pude sacarle una sonrisa. Enojada hasta decir basta, pensé que era gay y ya estaba a punto de volver a mi asiento cuando levantándose, llegó a mi lado y con su voz ronca pero tierna, me dijo:
-Eres demasiado joven y bonita para necesitarme- tras lo cual se abrazó a una vieja de unos treinta y cinco años que acababa de llegar.
Derrotada por primera vez en mi vida, volví con mi prima como cachorra apaleada. No me podía creer que ese Don Juan prefiriera a esa arrugada a mí y por eso, me cabreó escuchar sus risas mientras me decía:
-¡Te lo dije! ¡No es para ti!
Fue cuando más hundida estaba, cuando decidí volver a la carga y tratarle de conquistar. Al ver mis intenciones, Mariola me impidió volver a la pista, diciendo:
-Siéntate y no hagas más el ridículo. Ese tipo es Alonso, el más famoso prostituto de Nueva York. Muchas de las mayores bellezas de la ciudad se lo han tratado de llevar a la cama pero solo lo han conseguido las que le han pagado.
Al escucharla comprendí la inutilidad de mis actos el porqué ese pedazo de hombre había pasado olímpicamente de mí:
¡Estaba esperando a su clienta!
Obsesionada con él, me lo quedé mirando mientras ese rubia de peluquería bailaba rozando su sexo contra la entrepierna del muchacho.
“¡Será zorra!” pensé al ver el modo tan lascivo con el que se pegaba.
Mientras tanto Alonso, ajeno a estar siendo observado por mí, sonreía como si nada pasase. Resulta duro de reconocer pero deseé ser yo la mujer que estaba con él en ese momento.
“¡Qué bueno está!” me dije al observar los músculos de sus brazos al bailar. Totalmente absorta seguí fijamente sus pasos en la pista e incluso cuando volvió con su pareja hasta la mesa.
Una vez allí, ese putón desorejado se pegó a su lado y haciendo como si jugaban le empezó a acariciar. Sin cortarse, pasó su mano por su pecho y bajando por su cuerpo, llegó hasta su bragueta. Creí que iba a ver cómo le hacía una paja cuando Alonso retirando la mano de la rubia de su entrepierna, le dijo algo al oído y se levantó. Supe al ver la cara de alegría de la mujer que se la iba a follar y por eso deseando que fuera en el local, los seguí a una moderada distancia.
Creí morir al verle salir de las disco y suponiendo que me iba a quedar con las ganas de verlos, los perseguí hasta el aparcamiento. Cuando ya creía que iban a coger su vehículo y marcharse, Alonso cogió a la vieja de la cintura y dándole la vuelta la apoyó contra un mercedes y antes que se diera cuenta, le había subido la falda y bajado el tanga.
Usando un coche como escudo, pude observar como Alonso la penetraba de un solo golpe mientras preguntaba:
-¿Te gusta esto?, ¿Verdad puta?-
-Sí- gimió al sentir que el pene la llenaba por entero -¡Házmelo duro!
El hombre que me tenia obsesionado no se hizo de rogar y sin piedad no dejó de follársela mientras con sus manos castigaba su trasero. Aunque había tráfico a esa hora, el ruido de los azotes llegó a mis oídos mezclado con los gemidos de la mujer.
Contra todo pronóstico algo en mí se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris al ver a esa zorra disfrutando.
-¡Dios! ¡Qué cuerpo!- exclamé al ver su dorso desnudo mostrando sus dorsales.
Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de ese sujeto cuando la penetraba. Eran enormes y definidos. No me cupo duda de que dedicaba largas horas en el gimnasio para estar así. Completamente bruta, decidí que parecía un dios. 
En cambio, al fijarme en esa rubia decidí que yo era mucho más bella. Los pechos que rebotaban al compás de la lujuria demostrada nada podían hacer contra los míos. Esa guarra los tenía grandes pero caídos mientras que yo poseo unos senos pequeños duros y bien parados.
Aun así, no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental y por enésima vez envidié a esa mujer mientras involuntariamente con los dedos, me empezaba a acariciar.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, por miedo a que me descubrieran, tuve que dejar de espiarlos y disgustada tuve que volver con mi prima. 
El resto de la noche me lo pasé rememorando cómo ese portento se había follado a esa puta y por eso al meterme en la cama, la calentura me había dominado. Como una cierva en celo, separándome los labios, empecé a torturar mi sexo pensando en ese hombre que acababa de ver.
Sin darme cuenta y con creciente lujuria, me dejé llevar. Ya no  era esa mujer a quien poseía sino a mí. En mi mente, ese hombretón me sometía contra el coche mientras la mujer me azotaba el culo. En mi imaginación me convertí en una muñeca en los brazos de los dos y por eso, soñé con que me invitaban a su cama. Una vez allí, me ataban sobre el colchón y la mujer le ayudaba separando mis piernas.
Totalmente fuera de mí, llegué al orgasmo con solo pensar que la rubia me comiera los pechos mientras Alonso llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa al imaginarme algo tan depravado, me corrí cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón de casa de mi tía.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Mariola que quería entrar a acostarse.
Si bien no era nada extraño por que esa era su habitación, asustada de que se diera cuenta de mis mejillas coloradas por la excitación, me tapé con las sábanas.  Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Patricia, perdóname, no sabía que  estabas dormida.
Mis temores desaparecieron al verla desvestirse dándome la espalda. Como no podía verme, me quedé observándola mientras lo hacía pero al darme cuenta que estaba mirando con interés a mi prima, cerré los ojos acojonada.
“¡No soy lesbiana!” me dije tratando de dormír.
Esa noche dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía Alonso y empezaba a follarme una y otra vez. Otras veces el prostituto llegaba con mi prima y entre los dos, me obligaban a comerme el coño de Laura mientras él me poseía por detrás. Lo más irritante de mis pesadillas era que aunque en un principio me negaba:
¡Terminaba disfrutando como una perra!
Mi prima y yo nos obsesionamos con Alonso.
A la mañana siguiente me desperté hecha unos zorros. Las continuas “pesadillas” con las que mi sueño se vio alterado me dejaron exhausta y caliente como nunca en mi vida había estado. Aun despierta seguía erre que erre imaginándome como protagonista de escenas altamente eróticas. Si ya de por sí eso era extraño, lo peor es que en ellas Laura tenía un papel estelar. Lo quisiera o no, me la imaginaba compartiendo conmigo los brazos de Alonso. En mi mente, entre las dos, disfrutábamos no solo de las caricias del prostituto sino que una vez dominadas por la lujuria, nos dejábamos llevar por el placer lésbico.
“Estoy cachonda” pensé dándome la vuelta en la cama.
Al hacerlo me llevé la sorpresa de descubrir que en la cama de al lado, mi prima se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No pude ser!” exclamé mentalmente al ver que bajo sus sábanas, Laura estaba usando su mano para darse placer.
Sé que no debí quedarme mirando pero el morbo de ver a mi pariente pajeándose en silencio teniéndome a mí a un par de metros, fue superior a mis fuerzas.  Cómo de antemano estaba ya caliente, en cuanto la vi se me pusieron los pezones duros como piedras.
Os juro que no recordaba estar tan excitada y por eso dude si tocarme mientras observaba como ella no dejaba de frotar su clítoris con su mano. Lo que me decidió hacerlo fue ser testigo de que ajena a ser espiada, Laura se llevaba los dedos empapados a la boca y los succionaba saboreando sus fluidos.
“¡Dios!” gemí en silencio.
No me cupo duda de que mi prima debía de estar pensando en que un tío la  estaba haciendo gozar porque sin darse cuenta la colcha se le había deslizado hacia abajo, dejándome disfrutar de sus pechos.
“¡Menudas chichis!” me dije al valorar esa parte de su cuerpo.
Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida prima cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
Queriendo calmar mi propia calentura llevé un dedo a mi tanga y retirándola con cuidado me empecé a tocar mientras, a mi lado, Laura  intensificó su paja. Os juro que podía sentir como su cuerpo se mojaba en sudor y sin poder pensar en otra cosa, me apoderé del botón que se esconde entre los pliegues de mi sexo.
Ya estaba totalmente excitada, cuando de pronto vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella, en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. Desde mi punto de observación puedo atestiguar que mi prima se corrió brutalmente. Aunque no salió de su garganta ruido alguno, su cara se contrajo y su cuerpo se tensó mientras se dejaba de llevar por su orgasmo. Al terminar, se dejó caer sobre el colchón y pegando un suspiro, se tapó.
No queriendo que me descubriera, cerré los ojos y me hice la dormida.
 
Durante unos minutos y con mi coño totalmente mojado, esperé a que ella diera el primer paso porque no quería que sospechara que había presenciado su desliz. Afortunadamente, Laura no tardó en desperezarse y levantarse, Fue entonces, aprovechando que había hecho ruido, abrí los ojos diciéndola:
-¿Qué hora es?
Lo que no me esperaba es que con una expresión pícara en sus ojos, mi prima se lanzara encima de mí y me empezara a hacer cosquillas mientras me llamaba vaga.
Al sentir sus manos tocándome mis areolas se erizaron nuevamente y completamente cortada, intenté separarme de ella.  Mi prima que no sabía nada interpretó mi intento como una mera huida de sus cosquillas y usando la fuerza, me retuvo con sus piernas e involuntariamente mis muslos entraron en contacto con la tela mojada de sus bragas, causándome un mayor embarazo.
-¡Déjame!- chillé espantada al darme cuenta de lo bruta que me estaba poniendo.
Afortunadamente  mi tía, alertada por el  escándalo, nos llamó a desayunar lo que le obligó a dejarme en paz. Pero si creía que ese mal rato había terminado, me equivoqué porque al levantarme, Laura se me quedó mirando  y  muerta de risa, me soltó:
-¡Mi primita se levanta con los pitones tiesos!
Avergonzada, miré a mi camisón para percatarme con rubor de que se notaba a la legua que tenía los pezones duros. Tratando de cortarla, le solté:
-¡No todas las mañana se mete en mi cama un bellezón como tú!
Mi burrada lejos de molestarla, le dio alas y dándome un azote en el trasero, me contestó muerta de risa:
-Como te quedas una semana, ¡Veremos si es verdad eso!- tras  lo cual salió de la habitación hacia la cocina dejándome alucinada tanto conmigo como con ella.
Con el recuerdo de su mano todavía en mi nalga, no pude dejar de pensar que sus palabras tenían doble sentido y nuevamente excitada fui a reunirme con ella. Al llegar a donde estaba, me la encontré hablando con su padre por lo que no tuve oportunidad de preguntarle a que se refería y luego como mi tío quería mostrarme Nueva York también me fue imposible por lo apretada de la agenta que me tenía preparada. Aunque parezca imposible, ese día visitamos el Empire State, el Metropolitan e incluso tuvimos tiempo de dar una vuelta rápida al Museo de Arte contemporáneo. De forma que ya era tarde cuando volvimos a la casa.
Nada más llegar Laura me preguntó dónde quería ir esa noche, sin dudarlo respondí que al sitio del día anterior. Mi prima al escuchar mi respuesta, entornó sus ojos y con tono meloso, afirmó:
-Quieres volver a ver a Alonso- el rubor de mis mejillas me delató y por eso con una sonrisa en sus labios, dijo: -Hoy es sábado.
-¿Y eso que tiene que ver?
Soltando una carcajada, respondió:
-Hoy caza en el bar del Hilton Towers. ¿Te apetece que nos tomemos algo allí?
-Sí.
Una vez habíamos decidido donde ir, nos fuimos a vestir. Aleccionada por lo ocurrido en la mañana, tomé la decisión de hacerlo sola en el baño. No me fiaba de la reacción que podía tener si volvía a ver desnuda a mi pariente. Por eso cuando ya estaba lista y Laura apareció, me quedé impresionada con su belleza.  Embutida en un traje de seda negro, parecía una modelo de revista.
“¡Qué buena está!”, pensé para rápidamente mortificarme por tener esos sentimientos por una mujer.
Los enormes pechos con los que la naturaleza le había dotado quedaban magnificados por el sugerente escote. Sé que se dio cuenta de mi mirada porque acercándose hasta mí, dijo en mi oído.
-¡Tú también estás impresionante!
Instintivamente mis pezones se marcaron bajo la tela y totalmente azorada le di las gracias, urgiéndola a que se diera prisa. Laura que no era tonta, se rio de mi vergüenza y cogiendo su bolso, salió rumbo a la calle sin hacer comentario alguno.
Agradecí su tacto y por eso en cuanto nos subimos al taxi, empezamos a charlar como si nada hubiese ocurrido. La primera en hablar fue ella que haciéndome una confidencia, reconoció que sabía dónde alternaba ese prostituto porque durante una época lo había seguido.
-¡Qué calladito te lo tenías!- le dije encantada de compartir con ella mi obsesión.
Mirando fijamente a mi ojos, respondió:
-¡Soy capaz de valorar la belleza allá donde esté! y Alonso está muy bueno.
Su respuesta me puso los vellos de punta al no estar segura de si sus palabras escondían un doble sentido. Literalmente era un piropo a ese hombre pero se podía deducir que los gustos de Laura no se limitaban a los hombres y por eso no supe que responder. Mas nerviosa de lo que me gustaría reconocer, me quedé mirando por la ventanilla el resto del viaje.
Al llegar al Hotel, directamente nos dirigimos hacia el bar. Despues de dar una vuelta rápida al local y no encontrar a Alonso, un tanto desilusionadas nos sentamos en una mesa del fondo para así tener una visión general del establecimiento.
No llevábamos ni cinco minutos allí cuando vimos entrar al hombre que nos había llevado hasta allí. Durante unos segundos, el morenazo examinó a los presentes como si buscara a alguien y sorpresivamente, se diririgió hacia nosotras.
“No puede ser”, pensé al ver que se acercaba a donde estábamos.
Y no podía ser porque, con una sonrisa en sus labios, se sentó en la mesa de una rubia otoñal justo a nuestro lado. No tuve que ser un premio nobel para entender que esa mujer con cara de zorrón era su clienta.
Laura acercándose a mí me dijo:
-¡Menuda suerte! ¡Desde aquí podremos espiarle sin que se nos note!
Ni siquiera la contesté, en ese instante, solo tenía ojos para Alonso.
“¡Con razón es el prostituto más caro de Nueva York!”, sentencié mentalmente al mirarle. “¡Está de muerte!”
Mientras mi mente divagaba en cómo le iba a hacer para contactar con él, su clienta arrimándose al morenazo le preguntó que quería beber. Alonso llamando al camarero, le pidió un whisky con hielo y volteándose hacia la rubia, empezó a hablar con ella. Sin importarle que la gente se fijara en ellos, esa guarra babeaba riéndole las gracias.
Su acoso era tan evidente que mi prima se rio a carcajadas al verla acomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó más, esa mujer al comportarse como una puta barata o  cómo él la alentaba con tímidas caricias. Lo cierto es que no tardamos en observar a ese putón manoseándole por debajo de la mesa.
Aunque Alonso solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, sin colaborar con ella, nos  resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
-Me encantaría ser yo- me susurró Laura con la voz alterada por su excitación.
-Y a mí- no dudé en contestar mientras  fulminaba con los ojos a esa cincuentona.
Aunque tenía claro que estaba cumpliendo con su trabajo, me enfadó oir a ese Don Juan diciéndole a su acompañante que se había manchado su blusa.  La rubia que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón, poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Si bien  el lamparón  era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Entonces, Alonso tiernamente llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente.  De lo obsesionada que estaba, os juro que sentí su caricia en mi pecho y más cuando la zorra no pudo evitar pegar un gemido al experimentarlo.
-¿No te excita?- preguntó a mi lado mi prima.
-Mucho- contesté en voz baja.
En la mesa de al lado, esa mujer estaba cachonda. Debajo de la tela de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que le había puesto bruta ese pellizco. Sin pensar en otra cosa que dar rienda  a su lujuria, disimulando, llevó su mano a las piernas de Alonso.
Curiosamente, su descaro consiguió calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó el pantalón del prostituto, algo se estaba empezando a poner duro. Tratando de calmarme, tomé un sorbo de mi copa  pero confieso que me resultó imposible no seguir echando un ojo a lo que ocurría en esa mesa.
-¡Fijate!- exclamó mi prima al ver que ese zorrón estaba masturbando a su acompañante por encima del pantalón.
Ambas nos quedamos de piedra cuando ese tiarrón se bajó la bragueta y sacando su miembro, obligó a su clienta a continuar.  Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que alguien la descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de ese hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Pero entonces y cuando mi sexo estaba anegado, vi que la mujer le decía algo. Alonso al oírla, cogía su móvil e hizo una llamada infructuosa. Al no contestar a quien llamaba, buscó en su agenda a otro y volvió a intentar conectar pero tampoco. Con gesto serio, informó a su clienta que no contestaban. Entonces la mujer señalándonos, susurró algo en su oído. Aunque en un principio, Alonso se sintió escandalizado, al pensárselo otra vez se levantó y vino a nuestra mesa.
-¿Puedo sentarme?- dijo con una sonrisa.
-¡Por supuesto!- tuvo que contestar mi prima porque yo estaba totalmente paralizada.
Nada más hacerlo, Alonso nos preguntó protocolariamente  si queríamos beber otra copa. Sin creérmelo todavía acepté en nombre de las dos.  El prostituto llamando al camarero pidió otra ronda y mientras el empleado del hotel nos la traía, cortésmente nos preguntó nuestros nombres. Tanto a mí como a Laura nos quedó claro que estaba haciendo tiempo para plantearnos el motivo por el que se cambió de mesa.
En cuanto nos pusieron las copas, bastante cortado, Alonso nos preguntó:
-¿Queréis ganaros mil dólares?
Os podréis imaginar nuestra sorpresa. Nuevamente mi prima fue la que reaccionó:
-¿Qué tenemos que hacer?
En ese momento, mi mente se imaginó muchas posibilidades pero no su respuesta:
-Mi acompañante desea que nos miréis haciendo el amor-contestó sinceramente.
Cómo comprenderéis nos quedamos perplejas ante semejante propuesta. Viendo nuestra indecisión Alonso, levantándose, nos dijo:
-Pensadlo entre vosotras y me decís- tras lo cual volvió junto a la rubia.
En cuanto nos dejó solas, nos pusimos a discutir. Mientras mi prima estaba encantada con la idea, a mí me parecía descabellada. No sé si fue las ganas que tenía de observarlo en faena o los quinientos dólares que me tocarían pero lo cierto es que dando mi brazo a torcer, acepté. Habiéndolo acordado, Laura fue a decírselo a la pareja.
La mujer tras abonar tanto su cuenta como la nuestra, cogió al morenazo del brazo y salió del local. Mi prima, haciendo lo propio, me llevó en volandas siguiéndoles. Para entonces, os confieso que estaba muerta de miedo y a la vez expectante por lo que íbamos a contemplar.
Ya en el ascensor, la rubia aprovechando que estábamos solos los cuatro en su interior se lanzó al cuello del prostituto. Alucinada contemplé como esa cincuentona se lo comía a besos sin dejar de rozar su sexo contra él. Si ya eso era suficiente estímulo, mi calentura se acrecentó hasta niveles impensables al llegar a la habitación de la mujer porque nada más cerrar la puerta, Alonso nos pidió que nos sentáramos en el sofá enfrente a la cama y sin más dirigiéndose a su clienta, le soltó:
-¿Qué esperas?
La zorra supo de inmediato a qué se refería y en silencio se arrodilló entre sus piernas. Desde nuestro asiento, vimos a esa guarra arrodillarse y desabrochándole los pantalones, sacar de su interior su sexo. Mierandonos entre nosotras, no nos podíamos  creer lo que estábamos viendo:
¡Esa mujer estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su conquista!
Admirándola en cierta medida, me quedé mirando la exasperante lentitud con la que lo hizo y por eso aunque quisiera evitarlo,  mi  almeja estaba ya encharcada cuando sus labios se toparon con su vientre. En mitad de ese show porno, mi prima se pegó a mí y susurrando me dijo:
-¡No te imaginabas esto!
-¡La verdad que no!- contesté.
 
No tardamos en comprobar que esa mujer era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo ese inmenso pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras seguía mirándolos, sentí una mano entre mis muslos.
Al levantar mi mirada, Laura me dijo:
-Déjame y disfruta- tras lo cual empezó a  masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme al sentir sus dedos recorriendo la tela de mi tanga mientras a unos metros de nosotras, la rubia se había tomado un respiro sacándose esa verga de la boca.
-Sigue, puta- le exigió Alonso al notarlo.
Su clienta no se vio afectada por el insulto y mientras las yemas de mi prima separaban mis pliegues, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Dominada por la situación, no pude  dejar  admirar que la polla de ese hombre en todo su esplendor mientras Laura acariciaba dulcemente mi clítoris.
-Me gusta- gemí calladamente.
 
 
Para entonces, la cincuentona había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Alonso, me impulsaron a bajar mi mano hasta los muslos de mi prima. Esta al sentirlo, separó sus rodillas dejándome hacer. Aunque nunca lo había hecho, no tuve reparo en coger entre mis dedos su hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar la calentura de mi parienta.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo al hombre y la acción de mi prima en mi coño, consiguieron alterarme de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en el interior de Laura mientras sentía que estaba a punto de tener un orgasmo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo al ver como ese putón se la comía a ese hombre pero sobre todo al masturbar yo a una mujer.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de su vulva, tuve tiempo para observar mejor esa mamada. Alonso al descubrirme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de la clienta contra su entrepierna.
Con la verga completamente inmersa en la garganta de la mujer, le  preguntó si quería que se la follara ya:
-Sí- respondió con alegría.
Alonso levantándola del suelo y se puso a desnudarla mientras la mujer se nos quedaba mirando con una sonrisa. Nunca creí que ser observada me pusiera tan cachonda y menos que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Arrodillándome entre las piernas de mi prima, le quité las bragas y comencé a darle besos en las pantorrillas.
-¿Estás segura?- me preguntó Laura al sentir mis labios en su piel.
-No pero lo deseo- respondí sin dejar de acercarme hasta mi meta.
La morena, completamente acalorada, dejó que siguiera y pegando un gemido separé aun más sus rodillas. Mi actuación azuzó el deseo de la mujer y pegando un grito, rogó al hombre que se la follara. Alonso no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina. El chillido que pegó esa rubia me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que tenía entre sus piernas y tratando de excitar a mi prima, le dije:
-¡Eres tan puta como ella!
Lo sé me contestó, obligándome a subir al sofá y me besó mientras me decía:
-¿Te apetece hacer un 69?
-Lo deseo- respondí ya sobreexcitada y acomodándome sobre ella, le solté: -¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que mi prima se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer.  Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que acogió en su boca mi clítoris. Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Alonso seguía machacando otra vez a la cincuentona  con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
 
El prostituto, al escuchar mi alarido, soltó una carcajada y mientras incrementaba  sus incursione mientras exigió a Laura que buscara mi placer, diciendo:
-¡Hazle que se corra que yo me ocupo de esta zorra!
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, mi prima introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, los pellizó consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar tanto el ritmo de las caricias de mi prima como el compás de las penetraciones de ese tiarrón y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de su clienta, me corrí sobre la silla. Laura que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara con mi mamada.
Alonso, nos miró satisfecho y centrándose en la cincuentona, le dio un sonoro azote en su trasero.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
El prostituto, obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara. Mi prima presionó con su mano mi cabeza y gimiendo me rogó que la amara.
Imbuida por la lujuria que asolaba esa habitación, usé mi lengua para recrearme en la almeja de mi parienta. Su sabor agridulce me cautivó y por eso no me pareció extraño usarla para follármela como si de mi pene se tratara. Fue entonces cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual y que lejos de reconcomerme la idea, disfrutaba siéndolo.
 
-¡Por favor! ¡Sigue!- aulló Lorena al experimentar la caricia de uno de mis dedos en su ojete.
Decidida a devolverle el placer, introduje una yema en su ojete mientras en la cama el prostituto seguía follando sin parar a su clienta. Inexperta como era no anticipé el orgasmo de mi prima hasta que su flujo empapó mis mejillas y entonces completamente cachonda y con mi propio coño hirviendo de placer, me dediqué en cuerpo y alma a satisfacer a mi morena.  Mi renovado interés la llevó a alcanzar un clímax tras otro retorciéndose sobre el sofá y justo cuando la cincuentona caía rendida en el colchón, Laura me rogó que parara:
-¡No puedo más!-dijo con una enorme sonrisa.
Os juro que fue entonces cuando me enamoré de ella. Su cara radiando felicidad me enterneció y cambiando de postura, la besé con pasión. Mi prima me respondió con el mismo o mayor cariño y mientras a nuestro lado el prostituto regaba con simiente el coño de su clienta, comprendí que esa visita a Nueva York cambiaría mi vida.
Al cabo de unos minutos, Alonso que se había mantenido al margen mientras nos amábamos, se acercó con un fajo de billetes y poniéndoselo a mi prima en sus manos, nos dio las gracias.
Cómo ya no hacíamos nada allí, nos vestimos y salimos del ascensor. Ya en él, Laura se acercó a mi diciendo:
-¿Vamos a celebrarlo?
-Por supuesto- respondí- pero no en un bar, sino ¡En tu cama!
Soltando una carcajada, mi prima me besó diciendo:
-¿No te apetece otra copa?
Sabiendo que lo hacía para picarme, le di un azote en el culo mientras le contestaba:
-Tal y como estoy de bruta: si cojo una botella, ¡Es para follarte con ella! 
 

“Las dos aliens que llegaron a mi puerta” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cansado de su ajetreada vida, Miguel vende todo para irse a vivir a Costa Rica. Allí se compra una pequeña finca sin saber que al cabo de unos meses su existencia se verá trastocada cuando dos mujeres aparecen en su puerta en mitad de una tormenta. Al percatarse de que, agotadas y llenas de barro, necesitan ayuda tanto él como su empleada acuden a auxiliarlas.
Es tal su estado y el miedo que muestran a quedarse solas que en un principio creen que esas dos muchachas se han escapado de un maltratador. Esa sensación se incrementa al ver que no solo no hablan, sino que son incapaces de hacer cosas tan básicas como comer solas. Por ello y a pesar de no ser pareja, ambos se prometen en cuidarlas sin darse cuenta que con ello están sembrando las bases para formar una familia.
Todo se trastoca cuando comprenden que no son humanas, que su presencia allí no es casualidad y que esos dos angelicales seres tienen una misión… ¡averiguar si la humanidad es la solución para su especie!
Desde ese momento, los protagonistas de nuestra historia se debaten entre cumplir la promesa de cuidarlas o ser fieles al ser humano.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

1

Hasta las narices de una vida llena de estrés decidí dar carpetazo a todo lo anterior y tras vender mi empresa, mi casa y mi coche, llegué al aeropuerto donde cogí el primer vuelo hacia Costa Rica. Con euros suficientes en mi cuenta bancaria para rehacer mi vida, me compré una finca muy cerca del Parque Nacional de Corcovado en la provincia de Puntarenas. Elegí ese sitio para retirarme con cuarenta años gracias a la belleza de su naturaleza y la bondad de sus gentes.  Con una casa colonial y una playa semiprivada, la extensión de mi terreno no era mucha, pero si la suficiente para no tenerme que preocupar de los turistas y poder disfrutar así de mi auto impuesta soledad. Después de un matrimonio fallido, veía en ese paraíso el retiro merecido tras tantos años de esfuerzo. Con la única compañía de Tomasa, mi cocinera, una mulata más o menos de mi edad, mis días pasaban con pasmosa lentitud sin otra decisión que tomar que decidir que si me iba a la playa o al monte. Confieso a mis detractores que mi existencia era deliciosamente rutinaria. Desayunar, dar una vuelta a los alrededores o tumbarme al sol, comer, beberme cuatro cervezas bajo mi porche, cenar y la cama.

No echaba de menos Madrid, ni a los amigotes. Vivía para mí y nada más. Hasta que un día al volver de comprar comida y whisky en Puerto Jimenez, vi una humareda saliendo de mitad del bosque. Preocupado por si ese incendio pudiese llegar a los árboles de mi propiedad, fui a ver su origen. Al llegar a un pequeño promontorio, divisé una lengua de devastación en mitad de la nada.

«Qué raro», pensé al ver toda esa extensión de selva baja destrozada y temiendo que fuera producto de la mafia maderera, decidí no acercarme y comentárselo a Manuel, un conocido que era la máxima autoridad policial por esos rubros. Al llegar a casa lo llamé, pero no estaba. Por lo visto le habían avisado de un conato de incendio.

Asumiendo que era la misma humareda que había visto, mandé el tema a un rincón de mi cerebro.

― ¿Qué me has preparado mujer? ― pregunté a la cuarentona a pesar de las muchas veces que me había dicho que no me refiera a ella de esa forma. Según Tomasa, si alguien me oía podía pensar que nos unía algo más que una relación laboral. ―Calamares en salsa, patrón― respondió secretamente alagada, aunque nunca lo quisiera reconocer.

Sentándome a la mesa, observé el movimiento de su trasero mientras me servía esa delicia y por un momento, pensé que ante cualquier avance por mi parte esa monada de hembra no dudaría en caer en mis brazos. Viuda y sin hijos, para ella le había caído del cielo mi oferta de trabajo, ya que no tendría que preocuparse por pagar casa ni sustento al ir implícito en el puesto. Desde mi silla, recordé que el cura del lugar me la había presentado al preguntarle por alguien que se ocupara de la casa.  Y lo fácil que había resultado mi convivencia con ella porque a pesar de estar solos, siempre había mantenido su lugar sin tomarse ninguna libertad o confianza fuera de la propia de alguien de servicio. Descendiente de esclavos, su ajetreada y dura vida no solo había forjado su carácter sino otras partes más evidentes de su anatomía. Sin un átomo de grasa, su cuerpo no parecía el de una mujer de cuarenta. Alta, delgada y con grandes tetas, me parecía imposible que no hubiese rehecho su vida tras tantos años sin marido. Las malas lenguas hablaban de que, escarmentada de un marido celoso y violento, había cerrado el capítulo de los hombres. Reconozco estar estaba encantado con ella, debido al carácter jovial y alegre que me demostraba día tras día esa mujer, carácter tan propio de las latinas y tan alejado del de mi ex. Hablando de Maria, a ella sí que no la echaba de menos. Sin desearla ningún mal, estaba feliz con que no fuese yo el que tuviese que soportar su mala leche y sus continuas depresiones.

«Ojalá le vaya bien con Pedro, aunque lo dudo», dije para mí dando un sorbo a mi cerveza al recordar que su traición, lejos de molestarme, me había aliviado dándome un motivo para romper una inercia que me tenía encadenado a un matrimonio sin futuro.

Volví a la realidad cuando la morena me puso el plato en frente. El olor era delicioso y su sabor más. Agradeciendo nuevamente el buen tino que había tenido al contratarla, di cuenta de esa ambrosia mientras escuchaba a Tomasa cantar en la cocina un bolero de los Panchos.

―Si tú me dices ven, lo dejo todo. Si tú me dices ven, será todo para ti. Mis momentos más ocultos, también te los daré, mis secretos que son pocos, serán tuyos también…

Dado el rumbo que habían tomado mis pensamientos, me pareció una premonición de lo que ocurriría si algún día le hacía una caricia y rehuyéndolos, preferí tomarme el café en el porche en vez de hacerlo en el comedor desde donde podía ver y oír a esa atractiva señora trajinando con las ollas para que a la hora de cenar todo estuviera listo.

Ya sentado en la mecedora que había instalado allí, me puse a observar la belleza de esa zona donde se mezclaba selva, playa y plataneros, y donde el verdor era la nota predominante en vez del dorado secarral que predominaba en mi Castilla natal. La fertilidad de esas tierras hacía más chocante la pobreza de sus gentes, pobreza alegre del que vivía el día a día sin mirar con desconfianza al futuro. Pensando en ello y recordando la fábula infantil, los europeos eran las hormigas del cuento mientras los costarricenses se los podía considerar las cigarras. Hasta el propio lema de país ratificaba mi opinión: “Pura vida”. Ese “pura vida” simboliza para los costarricenses la simplicidad con la que se tomaban su paso por este mundo, su amor por el buen vivir, la abundancia y exuberancia de sus tierras, la felicidad y el optimismo de sus gentes, pero sobre todo a su cultura que les permitía apreciar lo sencillo y natural.

«Hice cojonudamente viniendo a vivir aquí», sentencié mirando como en el horizonte se empezaba a formar unos nubarrones que no tardarían en aligerar su carga sobre mi finca.

Me seguía maravillando ese fenómeno meteorológico por el cual, en época de lluvias, todas las tardes de tres a cuatro la naturaleza riega sus dones sobre esa área, refrescando el ambiente y dando vida a su vegetación. Nuevamente, “pura vida”, medité mientras veía a Tomasa colocando un café recién hecho y un whisky con hielos sobre la mesita del porche.

―Va a diluviar― comenté a la mujer.

―Sí, patrón. Este año la cosecha va a ser buena. Debería ir pensando en contratar las cuadrillas antes que se comprometan con los vecinos, no vaya a ser que llegado el corte no haya nadie que la recoja.

Su consejo no cayó en saco roto, ya que estaba lleno de sentido común y más viniendo de una nativa de la zona que conocía perfectamente el uso y las costumbres de la Costa Rica rural. Sabiendo que además de cocinar me podía servir de consejera, le pedí que se sentara y me explicara con quien tenía que tratar.

―El más fiable de los capataces es José, el matancero. Si llega a un acuerdo con él en las próximas dos semanas, podrá confiar que las pencas no se queden sin recolectar― me dijo mientras comenzaban a caer las primeras gotas.

Como conocía al sujeto, gracias a ser el dueño de la única carnicería del pueblo, no tuve que preguntar cómo contactar con él y anotándolo en mi cerebro, decidí que al día siguiente me pasaría por su local para tratar el tema. Para entonces, las gotas se habían convertido en un chubasco y sabiendo que la presencia de rayos no iba a tardar en llegar, le pedí que me trajera otro café para poder admirar desde ese privilegiado observatorio el espectáculo de luces y sonido que diariamente la naturaleza me regalaba. Tal y como me tenía acostumbrado, el chubasco no tardó en convertirse en tormenta tropical con murallas de agua cayendo mientras se oscurecía el día. Si Asterix o cualquiera de sus galos hubiera contemplado ese momento, a buen seguro hubiese temido que el cielo iba a caer sobre él al ver esa inmensa y brutal lluvia.

«Es impresionante», sentencié subyugado por ese prodigio tan raro y extraño para un castellano de pro: «En dos días, aquí llueve más que en un año en Segovia».

Estaba divisando a buen recaudo la escena cuando Tomasa volvió con el café, pero justo cuando iba a dármelo en la mano se quedó mirando a la plantación y me señaló la presencia de personas al borde de los plataneros. Tardé en unos segundos en localizar de quien hablaba y cuando lo hice me percaté que era dos mujeres completamente embarradas las que se dirigían hacia la casa.

―Deben ser turistas a las que la tormenta ha pillado dando un paseo― comenté sin salir del porche al no tener intención alguna de exponerme a los elementos y mojarme.

Mi cocinera, en cambio, previendo que iban a necesitar unas mantas con las que secarse corrió hacia el interior. Estaba observando las dificultades de una de ellas al caminar apoyada en la otra cuando de improviso tropezaron cayendo de bruces justo cuanto mi empleada volvía. Sin pensar en que nos íbamos a empapar, salimos a ayudarlas y envolviéndolas en las franelas, las llevamos hasta la casa.

Desde el primer momento, la joven que me tocó en suerte me sorprendió por liviana. Viendo los problemas tenía en mantenerse en pie, decidí tomarla en brazos y correr con ella hacia la seguridad que el techo de mi vivienda nos proporcionaba. El peso de la chavala me ayudó a hacerlo rápidamente. Estaba esperando que mi cocinera llegara con su compañera cuando caí en que, acurrucándose sobre mi pecho como un bebé, mi auxiliada gemía muerta de frio.

―Necesitan una ducha caliente― comenté a la mulata.

Tomasa me dio la razón y sin importarla llenar de barro el suelo que tan esmeradamente limpiaba a diario, entró a la casa. Todavía con la niña en brazos, la seguí por el pasillo mientras me envolvía una extraña satisfacción por haberla ayudado. Aduje esa sensación a mi vida solitaria y quizás por ello, no me percaté de la forma con la que se aferraba a mí. Ya en el baño, mi empleada había abierto la ducha mientras la cría que había ayudado se mantenía pegada a ella manteniendo el contacto con una mano sobre el hombro de la mulata. Tras verificar la temperatura, le pidió que pasara dentro, pero, tuvo que obligarla a ducharse. Por extraño que parezca, esa criatura temía alejarse de la mujer que la había salvado y a Tomasa no le quedó más remedio que meterse con ella.

―Patrón, le juro que luego limpio todo― dijo riendo al ver que el agua se desbordaba poniendo perdido la totalidad del baño.

No contesté al contemplar como el líquido iba despojando el barro que cubría el pelo de la recién llegada y que su melena era casi albina.

―Debe ser gringa― murmuró la negra al ver los ojos azules y la blancura de la joven que permanecía abrazada a ella sin moverse y sin colaborar en su propia limpieza.

Yo en cambio asumí que ambas eran nórdicas al vislumbrar de reojo que la joven que tenía en volandas tenía la misma clase de melena. El barro al desaparecer fue dejándonos observar sus ropas y mi turbación creció a pasos agigantados cuando ante mi mirada en vez de la típica vestimenta de los turistas, la joven llevaba una especie de mono casi trasparente.

«Menudos uniformes llevan», musité entre dientes al verificar que la otra iba vestida igual y que lejos de cubrirla, esa tela dejaba entrever unos juveniles pechos y un culito que haría las delicias de cualquier hetero.

Ya sin rastro de tierra en la primera, comprendí que era mi turno y sin soltar a la mía, entré en la ducha. El calor del agua cayendo por su cuerpo la hizo sollozar y dando la impresión de temer que la dejara sola se pegó todavía más a mí, mientras la mulata se llevaba a la compañera a su cuarto para prestarle algo de ropa.

―Tranquila, bonita― traté de tranquilizarla y asumiendo que no me entendía, intenté que mi tono fuera lo más suave posible.

La joven suspiró al sentir mis dedos entrelazándose en su pelo. Por un momento, me pareció el maullido de un gatito que hubiese perdido a su madre y quizás por ello, seguí susurrando en su oído mientras intentaba despojarla de los restos del barro que todavía llevaba incrustado en su melena. La angustia que mostró al intentar dejarla en pie me hizo saber que necesitaba el contacto y por ello manteniéndola entre mis brazos, usé una mano para levantarle la mejilla.

Sus ojos verdes abiertos de par en par daban a la expresión de su rostro una mezcla de miedo y agradecimiento vital, lo que curiosamente me alagó y acercando mis labios, le di un beso casto en la mejilla.  Ese beso sin segundas intenciones, un mimo que bien podía haber sido de un padre con su retoño, la hizo llorar y como si para ella fuera algo necesario, volvió a abrazarse a mí con desesperación. Fue entonces cuando caí en su altura y en que a pesar de mi casi uno noventa, esa niña era de mi tamaño.

―No me voy a ningún sitio― murmuré alucinado de la dependencia que mostraba la criatura hacia su salvador.

Mis palabras consiguieron sosegarla y mirándome a los ojos, me regaló una sonrisa tan tierna como bella. Mi corazón comenzó a palpitar sin freno al advertir en mi interior que crecía un sentimiento protector que jamás había experimentado con nadie y un tanto azorado por ello, le pasé la esponja para que ella terminara de limpiarse. Comprendí que seguía en shock cuando no la tomó entre sus manos. Sin otro remedio que ser yo quien la aseara, comencé a pasársela por el cuello esperando que al verlo ella siguiera. Para mi sorpresa, al sentir mis dedos recorriendo su piel, lejos de mostrarse escandalizada, su mirada reflejó satisfacción y comportándose como un cachorrito al que la vida hubiese dejado huérfano, volvió a maullar suavemente mientras con la mirada me pedía que continuara. Sabiendo que era preciosa, un tanto cortado fui retirando la tierra de su ropa no fuera a que al contemplar su cuerpo me excitara. Por extraño que parezca y a pesar de reconocer que la chavala tenía un cuerpo impresionante, al recorrer sus pechos con la esponja solo pude pensar en cómo era posible que una tormenta le hubiese dejado tan desvalida y quizás por eso, no reparé en la reacción de sus pezones al tocarlos hasta que de sus labios salió un gemido que interpreté como deseo.

Preocupado de que viera en mis actos un intento de aprovecharme de ella retiré mis manos, pero entonces tomando la que seguía con la esponja, fue ella la que la volvió a colocarla sobre sus senos.

―Nena soy muy viejo para ti― susurré inexplicablemente contento al contemplar que lejos de rehuirme esa joven me rogaba con los ojos que la acariciara.

Todavía hoy me avergüenza reconocer que disfruté de sobremanera recorriendo con mis yemas su delicado cuerpo y más aún confesar que al posar mis manos sobre su trasero no pude evitar palpar discretamente la dureza de esas nalgas que el destino me había dado la oportunidad de tener entre las manos. Por raro que parezca, la desconocida no vio en ese gesto nada malo y meneando su culito, me dio la impresión de que deseaba que siguiera manoseándola. Afortunadamente un enano de mi interior me impidió cometer esa felonía y llamando a Tomasa, le pedí ayuda para secar a la pobre desdichada.

Mi empleada tardó casi medio minuto en llegar y cuando lo hizo casi me caigo de espaldas al contemplar que, cogida de la mano, llegaba con una valquiria que bien hubiera sido el impúdico sueño de cualquier vikingo. La belleza sin par de la joven con su pelo blanco ya seco cayendo por los hombros me impactó y más cuando advertí que únicamente llevaba puesta una camiseta.

― ¿Puedes ocuparte ahora de esta? ― pregunté con los ojos fijos en los eternos muslos sin fin de la suya.

―Ojalá pudiera, pero es como una lapa― contestó quejándose que no la soltaba ni por un instante.

Sabiendo que la cría que tenía pegada actuaba igual, insistí diciendo que no era decente que un maduro como yo fuera el encargado de desnudarla. Dándome la razón, se acercó a nosotros con una toalla en las manos y comenzó a secarla. Viendo que estaba en buenas manos intenté irme a cambiar, pero entonces pegando un grito lleno de ansiedad, mi desconocida corrió a aferrarse a mí.

―Patrón, antes me pasó lo mismo. No pude retirarme ni un metro sin que se echara a llorar― comentó preocupada: ―Me da la impresión de que estás niñas se deben haber escapado de un maltratador y por ello ven en nosotros el sostén que necesitan para no volverse locas.

― ¿Y qué hago? No me parece correcto desnudarla yo― casi gritando pregunté al saber que me estaba insinuado que al menos debía estar presente mientras le quitaba la ropa.

―Tenemos que hacerlo, patrón. Si quiere mire a otro lado, pero es necesario que no se vaya― dijo mientras le empezaba a desabrochar el mono.

Tal como me había pedido, giré la cabeza para no observar cómo la despojaba de esa indumentaria, temiendo una reacción normal de mis hormonas. Lo malo fue que, al quedarse desnuda, esa criatura albina buscó mi consuelo pegando su cara contra mi pecho. Al verlo, la mulata me informó que de nada servía haberla secado si me abrazaba con la ropa empapada y con una sonrisa un tanto picara, me pidió que me quitara la camisa. Como muchas veces me había visto en bañador, no me pareció inusual quedarme con el dorso desnudo en frente de ella y la obedecí despojándome de esa prenda sin esperar que, al ver mi pecho, la joven posara su cara en él,

―No quise decírselo antes, pero eso mismo hizo la mía. Ya verá cómo se tranquiliza al escuchar su respiración― comentó intrigada observando la escena.

Su predicción resultó acertada y tras unos momentos en los que no separó su rostro de mí, la chavala levantó su mirada y me sonrió antes de comenzar a acariciarme con sus dedos. Al fijarme en la cocinera, advertí que sabía por anticipado lo que iba a pasar y por ello, un tanto molesto pregunté qué más podía esperar de la desconocida.

Totalmente avergonzada, Tomasa me explicó que, al desnudarse para mudarse de ropa, su “niña” había reconocido su cuerpo con las manos antes de dejar que se pusiera algo.

― ¿Me estás diciendo que tengo que dejar que “me reconozca”? ― quise saber indignado y preocupado por igual.

―Le parecerá una locura, pero es como si en su desesperación estas nenas vean en el tacto una forma de comunicar su agradecimiento― contestó, pero al ver mi cara de espanto rápidamente aclaró que los mimos que la suya le había regalado no tenían una connotación sexual.

No teniendo claro como reaccionaria mi cuerpo ante unas caricias le pedí que dejara la camiseta que había traído para la muchacha y que me dejara solo, prometiendo que no me aprovecharía de la desgraciada.

―Patrón, no hace falta que me lo diga. Le conozco de sobra y sé que es un hombre bueno― dijo mientras desaparecía llevando su perrito faldero agarrada a su cintura.

Ya solo con la cría, intenté comunicarme con ella informando que me iba a desnudar, pero no conseguí sacarle palabra alguna y totalmente colorado, me quité el pantalón. La preciosa albina miró con curiosidad mis piernas y ante mi asombro comenzó a jugar con los pelos de mis muslos como si jamás hubiese sentido nada igual. Fue entonces cuando caí en que su coño estaba totalmente desprovisto de vello púbico y asumí que no solo habían estado en manos de un maltratador, sino también que eran miembros de una secta donde la norma era ir totalmente depilado.

Si ya de por sí eso era raro de cojones, al despojarme del calzón la cría observó mi virilidad y llevando sus yemas a ella, comenzó a palparla con un brillo lleno de curiosidad en su mirada. Sé qué actué mal, no entendía su actitud interesada y a la vez fría, pero al sentir la forma en que examinaba mi prepucio y cómo retiraba el pellejo para descapucharlo, riendo pregunté si es que acaso nunca había visto la polla a un hombre. Demostrando con hechos que debía ser así, se agachó frente a mí y usando mi glande, recorrió la piel de sus mejillas con él sin ningún tipo de excitación.  Contra mi voluntad, al ser objeto de ese extraño estudio, mi pene comenzó a crecer ante sus ojos. En vez de asustarla o preocuparle, vio en ese anómalo crecimiento algo que debía explorar y pasando sus yemas por mi escroto, se puso a palpar mis huevos mientras admiraba mi progresiva erección.

―Nena, no soy de piedra― comenté al ver que parecía atraída por la dureza que había adquirido cerrando sus dedos en mi extensión.

Mi tono debió de alertarla de que algo me pasaba e incorporándose, se puso a escuchar mi corazón pegando su oreja sobre mi pecho sin soltar su presa. La insistencia de la paliducha se incrementó al oírlo y luciendo una curiosidad insana, siguió meneando mi trabuco al comprobar que con ello se disparaba la velocidad mi palpitar sin que ello supusiera que se excitara. Nada en ella reflejaba ningún tipo de lujuria. Todo lo contrario, parecía un médico palpando a un paciente.

― ¿Qué coño haces? No ves que si sigues voy a terminar corriéndome― tan excitado como asustado, murmuré tratando de adivinar en ella si se veía afectada por las caricias que me estaba brindando.

Juro que intenté calmar mi calentura aduciendo el comportamiento de la joven al desconocimiento, pero no pude hacer nada contra mi naturaleza y totalmente entregado permití que siguiera con su examen mientras clamaba al cielo que tuviese piedad de mí. Producto de su tozudez en averiguar qué era lo que le ocurría a mi cuerpo, con mayor energía, siguió erre que erre estudiando el fenómeno hasta que el conjunto de estímulos que poblaban mi cerebro dio como resultado mi eyaculación.   

 Asombrada al sentir mi simiente sobre su mano, lejos de compadecerse de su conejillo de indias, la desconocida hizo algo que me terminó de perturbar y es que, acercando sus dedos manchados con semen a su boca, probó su sabor. La expresión de su cara cambió de golpe al catar mi esencia e impulsada por un ansia inexplicable comenzó a lamerlos con desesperación. No contenta con ello, al terminar de devorar lo que había depositado en sus manos, se agachó a hacer lo mismo con las descargas que había caído al suelo, tras lo cual insatisfecha buscó en mi miembro cualquier resto que hubiera quedado en él.  Lo más humillante de todo fue observar que una vez lo había dejado inmaculado, la joven se levantaba del suelo y abrazándome con ternura, me daba la sensación de que era el modo que tenía de agradecerme el regalo.

Aterrorizado por haberme dejado llevar y sintiendo que me había aprovechado de su inocencia, conseguí vestirme y olvidándome de que ella seguía desnuda, fui a buscar a Tomasa. Encontré a la mulata en una situación al menos embarazosa ya que al entrar en la cocina y mientras ella intentaba cocinar, su extraña desconocida estaba manoseándola sin disimulo.

―Patrón, desconozco que le ocurre a esta desgraciada, pero no deja de meterme mano― tan pálida como su partenaire comentó.

Sin revelar que había sido objeto de una paja de la recién llegada, me senté en una silla moralmente destrozado y más cuando al encontrarse con su compañera, mi desconocida regurgitó parte de mi semen en su boca.  La expresión de esta al compartirle mi esencia fue algo inenarrable, ya que cerrando los ojos degustó con placer la ofrenda.

―Se nota que las pobrecillas tienen hambre― compadeciéndose de ellas, mi empleada masculló y sin caer en la verdadera naturaleza del alimento que estaban compartiendo, llenó dos platos con comida.

Las jóvenes nos miraron sin saber cómo actuar hasta que tomando un tenedor acerqué un trozo de la carne guisada a la boca de la cría que había venido conmigo. Esta al observar mi maniobra, abrió sus labios y la masticó como probando tanto su textura como su sabor. Tras tragar, volvió a abrirla esperando que siguiera dándole de comer mientras la otra rubia la imitaba mirando a mi empleada.

―Don Miguel, ¿qué clase de malvado las ha tenido retenidas hasta ahora? ¡No saben ni comer solas! ― casi llorando, murmuró la mulata mientras llevaba un pedazo a la joven que como un pajarito en su nido pedía su sustento a su madre.

La certeza de que era así y que ambas habían tenido una existencia brutal hasta la fecha azuzó un sentimiento paterno que desconocía tener y dirigiéndome a las chavalas, les hice saber con tono dulce que sus padecimientos habían terminado y que nos ocuparíamos de ellas como si fueran nuestras hijas.

―Ya habéis escuchado a papá. Comed todo lo que tenéis en el plato y si al terminar os quedáis con hambre, no os preocupéis ¡mamá os pondrá más! ― respondió la mulata mientras las acariciaba.

No supe si iba en guasa o si realmente sentía que éramos una pareja que las había adoptado, lo cierto es que no me molestó y, es más, aunque en ese momento no me diese cuenta, di por hecho que era así. Por ello al terminar de saciar su apetito, me pareció natural pedirle a Tomasa que cenara conmigo antes de llevar a las desconocidas, que seguían pegadas a nuestra vera, a descansar.

Mientras cenábamos por primera vez juntos, la cuarentona con su sentido práctico me preguntó dónde iban a dormir las niñas, ya que en la casa había dos camas, la suya que era individual mientras la mía era una King Size.

―Mañana compraré un par de ellas en el pueblo― respondí para acto seguida ofrecerme a dormir en el sofá.

  La mulata enternecida con mi gesto tomó mi mano y la besó diciendo que no se había equivocado al suponer mi bondad. Acomplejado al recordar que me había corrido entre los dedos de una de las crías que había decidido cuidar, me quedé callado mientras se levantaba a recoger los platos. 

«¿Que narices voy a decir cuando se dé cuenta de la clase de hombre que es su patrón?», me pregunté en completo silencio…

2

Sin otra cosa qué hacer y mientras Tomasa metía la vajilla en el friegaplatos, decidí consultar en mi ordenador si alguien había denunciado la desaparición de esas crías. No quise llamar a Manuel, el policía. Preferí mirar si descubría algo en internet antes de ponerlas en bandeja de un desalmado que las reclamara como suyas. Curiosamente lo único que encontré fue una mención a la devastación sufrida en el bosque que los periodistas consideraban inexplicable y que buscando una razón sobre el origen de esa lengua de árboles quemados achacaban a la caída de un pequeño meteoro. 

            ―Serán amarillistas― me dije viendo poco creíble esa explicación. Sospechando en cambio que lo ocurrido se debía deber al accidente de una avioneta cargada con drogas que las autoridades querían evitar dar a conocer. Mientras leía la noticia, pegada a mí, la puñetera chavala no me perdía ojo.

            Mirándola, comenté que dado que se negaba a hablar debía al menos saber su nombre y por ello pegándome en el pecho, le dije que me llamaba Miguel. Tras repetírselo un par de veces y ver que no parecía entenderme, aproveché la llegada de la mulata con su cachorrito albino para acercándome a ella, repetir:

            ―Miguel, Tomasa. Tomasa, Miguel.

            Las rubias parecieron percatarse de lo que quería comunicarles y haciendo un esfuerzo fue la joven de mi empleada la que abriendo los ojos musitó algo parecido a “íel” y a “asa”. El aplauso de la mulata hizo que la mía lo intentara y por vez primera escuché que repetía “íel” y “asa”. Casi con el convencimiento que para esas criaturas esas dos palabras eran las primeras que pronunciaban, di por bueno que me llamaran así y posando mis manos sobre la que tenía a mi vera, quise saber su nombre. Al no dármelo, se me ocurrió decir mía. La preciosa bebita abrió sus labios y pegando la palma en su pecho repitió “ía”.          

            Alentado por ese gran paso, miré a su compañera y dando su lugar a la morena, la bauticé como tuya.

―Ua― musitó feliz de tener un nombre la jovencita.

Riendo a carcajadas, Tomasa puso su mano sobre mi pecho diciendo “Íel”, acto seguido tocó el suyo mientras decía “Asa” y posándola a continuación sobre los de las crías dijo sus nuevos apelativos “Ía” y “Ua”. Las desconocidas con alegría en su mirada la imitaron y alternando entre nosotros repitieron Íel, Asa, Ía y Ua.

Ya pudiendo diferenciarlas pedí a Ía que se acercara y dándole un abrazo le di la bienvenida a la que ya era su casa. La chavala debió de comprender al menos la esencia de mis palabras al reaccionar derramando una lágrima. Al repetir lo mismo con Ua, esta se mostró quizás más emocionada al sentir que era la primera vez que la abrazaba y posando su cara en mi pecho, comenzó a llorar.

― ¿Tengo que ponerme celosa? ― preguntó con dulzura la cuarentona mientras extendía sus brazos a Ía.

La criatura reaccionó igual que su compañera hundiendo la cara entre los hinchados pechos de la morera y sellando sin saberlo nuestro destino:

«Estas bebitas nos han adoptado como sus padres sin pedir nuestra opinión», sentencié observando la tierna escena preocupado, pero en absoluto molesto.

Nuestro siguiente problema vino al percatarnos de su cansancio e intentar que se acostaran en mi cama, ya que si bien eso nos resultó fácil tumbarlas al ver que nos levantábamos y las dejábamos solas, tanto Ía como Ua comenzaron a berrear temiendo quizás que las abandonáramos.

―Don Miguel, no nos queda más que acompañarlas mientras se duermen― murmuró indecisa por mi reacción mi cocinera.

Aceptando que era así, me quité los zapatos y me tumbé a un lado de la cama. Tomasa comprendió que le acababa de darle permiso de compartir mi cama y despojándose de sus sandalias, posó su cabeza en la almohada al otro extremo. Al acomodarnos, las dos albinas nos abrazaron y pegando sus cuerpos a los nuestros, sonrieron llenas de felicidad.

―Patrón, ¿qué vamos a hacer si el malnacido que las ha tenido cautivas viene y quiere quitárnoslas? ― preguntó llena de tristeza buscando mi apoyo.

Sin pensar detenidamente, repliqué:

―Por encima de mi cadáver, se las lleva. Somos una familia.

Comprendí el alcance de mi respuesta cuando con voz tímida, ella contestó:

―Don Miguel, a partir de ahora no me quejaré cuando me llame mujer.

Con esa sencilla pero emotiva frase, la atractiva cuarentona me dio a entender que se entregaba a mí y no queriendo rechazar su oferta, le pedí que intentara descansar y que al día siguiente tendríamos tiempo de hablar. En vez de hacerme caso, acunando a Ua, empezó a canturrear una nana que parecía compuesta exprofeso para la situación que nos encontrábamos:

Los pollitos dicen pío, pío, pío

cuando tienen hambre

cuando tienen frío.

La gallina busca el maíz y el trigo

les da la comida y les presta abrigo.

Bajo de sus alas, acurrucaditos

¡duermen los pollitos

hasta el otro día!

Con su voz dulce resonando en la habitación cerré los ojos mientras meditaba sobre como la llegada de esas dos linduras había trastocado tanto mi vida como la de mi fiel empleada y espoleado por la dulce melodía, me quedé dormido. Reconozco que descansé como un bendito hasta que bien entrada la noche sentí unas manos acariciándome. Al abrir los ojos contemplé que las dos desconocidas habían conseguido no solo desnudarme sino también a la mulata y que no satisfechas con ello, recorrían con sus dedos nuestra piel. Sin sentirme culpable espié a Ua acariciando el pecho de Tomasa mientras Ía hacia lo mismo con el mío. Cuando de pronto sentí que unos pequeños filamentos que salían de sus uñas se hundían en mi piel. En mi interior asumí por vez primera que esas dos nenas no eran siquiera humanas, pero por inaudito que parezca no me espanté y completamente tranquilo me pregunté qué estaban haciendo y lo que es más importante, qué eran esas criaturas.

Girándome hacia la mulata, advertí que también ella se había despertado y que al igual que yo contemplaba con una calma extraña cómo los extraños apéndices de Ua se incrustaban en su pecho.

―Miguel― sollozó al sentir bajo su epidermis un raro pero encantador escozor.

No pude contestar a su petición de ayuda al experimentar el placer que las insólitas extensiones que salía de Ía estaban provocando en mí.

―Íel no te preocupes soy tu bebé― me pareció escuchar en mi cerebro: ―Estoy devolviéndote tus atenciones.

No me preguntes porqué la creí, pero lo cierto es que una felicidad sin igual se apoderó de mí y alzando la voz, pregunté a la mulata si ella estaba sintiendo lo mismo.

―Ua está hurgando en mí, porque según ella necesito sus cuidados.

La ternura de su voz no pudo evitar que notara que estaba impregnada de deseo y alucinado admiré que tenía los pezones totalmente erectos.

― ¿Qué le está haciendo? ― comenté al ser que tenía esas incrustadas en mi pecho.

Nuevamente, me pareció escuchar su respuesta en mi mente.

―Mi hermana está reparando el aparato reproductor de su mujer para que pueda darle descendencia, mi Íel.

Intrigado en la naturaleza de esa ayuda, quise saber porque lo hacían y entonces ante mi sorpresa, Ía contestó:

―Fuimos creadas para cuidar de los “¿padres? ¿dueños?” – dudó al comunicarse: ―Esta tarde hemos perdido a nuestros antiguos “¿padres? ¿dueños?” – nuevamente titubeó: ―Pero la luz quiso que no tardáramos en encontrar sus sustitutos y que dándonos vuestro cuidado nos aceptarais como vuestras sanadoras.

Aturdido por sus palabras, pregunté que nos pedirían a cambio y entonces con una pícara sonrisa, ese bello ser respondió:

―Mi “¿padre? ¿dueño?” Ya lo sabes. Al igual que nuestros creadores sellaron el pacto con nuestra especie dándonos su esencia, tú firmaste nuestra entrega al regalarnos tu simiente.

―No hace falta que nos deis nada― contesté todavía pasmado al recordar la forma en que había actuado al ordeñarme. 

―Íel, no lo entiendes. Cuidar de nuestros “¿padres? ¿dueños?” y obtener nuestro sustento de ellos forma parte de nuestra naturaleza ― con una seguridad aplastante replicó mientras deslizaba sus manos por mi pecho.

 Al asumir que quería renovar su pacto miré a Tomasa y ésta sonriendo como si supiera lo que iba a suceder me pidió que diera de beber a nuestras niñas mientras azuzaba a Ua a acompañar a su casi gemela.  Supe por la naturalidad con la que se tomaba el que esas dos bellezas se abalanzaran sobre mi miembro que su “sanadora” le había explicado telepáticamente la clase de sustento que nos iban a exigir y que ella había aceptado.

― ¡Dios! ― gemí al sentir dos lenguas recorriendo mi pene.

El ataque coordinado de las albinas despertó mi lujuria y fijándome en la humana que tenía a mi lado, comprobé que también ella estaba excitada.

―Mujer, dame un beso― pedí sin saber si me había sobrepasado.

Su respuesta no pudo ser más elocuente y reptando hacia mí, buscó mi boca con una pasión que desbordó mis previsiones y más cuando murmurando a mi oído, me informó que llevaba soñando hacerlo desde que había conocido a su hombre. El deseo que impregnaba su voz me dio la confianza de acariciar sus senos mientras en mi entrepierna las dos jóvenes pugnaban entre ellas en buscar su alimento. La mulata al sentir mis yemas recorriendo sus areolas no se lo pensó y alzándose sobre la cama, me dio de mamar. Ante mi sorpresa, sus negros cantaros se desbordaron llenando mi boca con su leche. El sabor dulzón de ese inesperado manjar avivó mi apetito y en plan desesperado me puse a ordeñarla.

―Come mi niño, come de tu negra― musitó al reponerse de la impresión que también para ella era que sus tetas me pudiesen amamantar.

Sin hacer saber a nuestras sanadoras que habían cometido un error y que las humanas solo producían leche tras dar a luz, seguí recolectando son mi boca la láctea producción que manaba de sus tetas. Supe el placer que la proporcionaba al hacerlo cuando de improviso la sentí correrse y luciendo su alegría tras tantos años sin caricias, mi antigua cocinera y ahora pareja me agradeció el placer que la había brindado, acompañando a nuestras sanadoras en su misión. Tomasa nunca se imaginó al hundir mi pene en su garganta que al hacerlo estaba enseñando el camino a las dos crías y tras sacársela durante un instante para respirar, fue sustituida alternativamente por ellas, que impresionadas por ese novedoso método buscaron con mayor ahínco mi placer. No deseando que esta vez se desperdiciara nada de mi esencia, avisé a las chavalas de la cercanía de mi orgasmo y como dos cachorritas esperando que su dueño les diera de comer, aguardaron ansiosas que derramara su simiente sobre sus bocas sin moverse.

Riéndose de ellas, Tomasa les estaba explicando que pajeándome que con ese movimiento de muñeca podían acelerar la llegada de su sustento cuando de pronto me vi sumido en un orgasmo cómo nunca había sentido. La viuda al ver que mi polla explotaba repartió equitativamente entre ellas mi simiente. Las dos criaturas devoraron golosas mi ambrosia mientras su “¿madre? ¿dueña?” sonreía encantada con el pacto que nos uniría a ellas de por vida. Demostrando cómo había asumido su papel de protectora, esperó a que dejaran mi herramienta inmaculada para preguntar si seguían con hambre. Al contestar ellas afirmativamente con la cabeza, les informó que un hombre sano como yo era capaz de dar más de un biberón y que solo tenían que seguir lamiendo para que me recuperara.  

Ía me miró alucinada y hundiendo sus dedos en mí, preguntó si yo estaba de acuerdo. Esa pregunta disparatada me hizo sospechar de un maltrato y en plan gallego, quise saber por qué cuestionaba las palabras de la mulata.

―El macho de la pareja bajo la cual vivimos amparadas nos tenía racionada su esencia y solo cuando veía que no podíamos aguantar más, accedía a proporcionárnosla.

Dando por sentado que, al limitarles el acceso a su sustento, ese capullo se aseguraba su fidelidad, respondí acariciándola mientras buscaba con la mirada el permiso de Tomasa:

―Conmigo, no tendréis ese problema. Cuando tengáis hambre, decídmelo e intentaré complaceros.

Turbada por mi respuesta, la chavalita se la debió de hacerle llegar a su compañera y ésta metiendo sus apéndices en mí, me hizo saber que siempre tenían hambre. Asumiendo que cualquier hombre estaría encantado de alimentarlas, les pedí que tuviesen cuidado a quien se lo pedían porque si se llegaba a saber su existencia era posible que las encerraran para someterlas a estudio. Mi sincera preocupación las indignó y a través de sus dedos, me hicieron saber que siempre me serían fieles y que les enfadaba que pudiese pensar tan mal de ellas.

―Cuando una sanadora es adoptada por una pareja, es de por vida. Nunca podríamos siquiera plantearnos buscar otro macho que nos alimente― protestó Ua con el completo acuerdo de la otra.

El cabreo de esas criaturas era tal que incluso perdieron las ganas de alimentarse y fue mi buena Tomasa la que ejerciendo de “¿madre? ¿dueña?” les pidió que se tranquilizaran porque mi intención al advertirlas del peligro era motivada al cariño que sentíamos por ellas.

― ¿Cariño? No entiendo― asombrada preguntó Ía: ― ¿No es eso una forma de amor?

No sé a cuál de nosotros le sorprendió más esa pregunta, pero fue la mulata la que respondió:

― ¿Acaso dudáis que daríamos la vida por vosotras? ¿Qué clase de existencia habéis tenido que no creéis que alguien pueda amaros?

Apoyando sus palabras, comenté:

―Aunque no somos ni vuestros padres ni vuestros dueños, nuestro deber es protegeros y quereros. Ya os dije que no necesitábamos que nos dieseis nada a cambio y os pido que nos consideréis como de la familia.

―Íel, ¿por qué dices que no sois nuestros dueños? Fuimos creadas para sanar, no para ser amadas.

Comprendí que se consideraban unos robots incapaces de tener sentimientos y menos de provocar los mismos. No podía hablar sobre su origen al desconocer cómo habían llegado al mundo, pero convencido de que eran unas niñas indefensas y no unas máquinas, sin alzar la voz, les hice ver su error lanzando un órdago a la grande respecto a los sentimientos de la morena:

―Cuando Tomasa accedió a ser mi mujer, no significó que pasara a ser de mi propiedad, sino que se comprometía a compartir conmigo los años que nos quedan. A igual que no soy su dueño, tampoco lo soy de vosotras. Si permanece a mi lado es porque ella quiere. Lo mismo os pido. Aunque deseo de corazón que os quedéis y que nos dejéis cuidaros, será solo si voluntariamente accedéis. No me sirve, no nos sirve― rectifiqué― que lo hagáis obligadas por unas normas que no conozco ni quiero conocer.

―Si no somos vuestras, no lo seremos de nadie― con lágrimas en los ojos respondió Ua.

―Mi amorcito― interviniendo, la morena le dijo: ―Que no seáis de nuestra propiedad no quiere decir que no seáis nuestras… para Miguel y para mí sois un par de mujercitas que queremos tener a nuestro lado, pero sin ataduras. Queremos que os sintáis libres y no esclavizadas.

Tratando de asimilar lo que acababa de oír, Ía murmuró sin levantar su mirada:

―Si para vosotros somos vuestras mujercitas, ¿podemos considerar a Íel nuestro hombre y a ti nuestra mujer?

Aunque había malinterpretado sus palabras, sonriendo, Tomasa contestó:

―Por supuesto, cariño. Seremos una familia.

― ¡Qué raros sois los humanos! ― sentimos ambos que exclamaban al unísono esas dos bellas criaturas mientras se lanzaban a nuestros brazos.

Descojonado por esa reacción, me puse a hacerles cosquillas. Las chavalitas se quedaron petrificadas al sentir que sus cuerpos reaccionaban y que eran incapaces de dejar de reír. Pero cuando la negra me imitó fue cuando totalmente confundida Ía me pidió a través de sus hebras que parara y que le explicara qué les estaba haciendo.

Por un momento, creí que me estaba tomando el pelo, pero al observar su mirada comprendí que jamás había sentido algo así y sin ocultar mi sorpresa, le pedí perdón si se había sentido molesta.

―Me ha resultado raro el no poder contener la risa― respondió alucinada: ―Era como si no fuera dueña de mis actos.

Asumiendo lo mucho que esas crías tenían que aprender, volví a hacérselas mientras le decía:

―Es un juego que los humanos aprendemos de niños y es otra forma de demostrarnos cariño.

Impactada, se echó a llorar. Al creer que me había pasado nuevamente me disculpé, pero entonces sonriendo me reconoció que su antiguo dueño nunca había jugado con ellas y que no sabía cómo hacerlo.

―Tú imítame― repliqué mientras me lanzaba sobre Tomasa.

La mulata no se esperaba mi traicionero ataque y menos que sumándose a él, las dos nenas se dedicaran a hacerla reír.

― ¡Qué rápido aprendéis lo malo! ― desternillada comentó mientras se revolvía contra todos.

Al sentir las manos de la mujer, instintivamente cambié de juego y la besé. Ella olvidándose de las criaturas respondió con pasión cuando forcé sus labios y metiendo su lengua en mi boca, me pidió que la amara y sintiendo entre sus piernas mi erección, no se lo pensó dos veces. Tomando mi pene entre sus manos, se empaló. A pesar de la rapidez con la que se embutió mi miembro, pude sentir cada uno de sus pliegues forzándose a aceptar esa intromisión y comprendiendo que no estaba acostumbrada a ser amada, decidí esperar antes de abalanzarme sobre ella.

― ¡Dios mío! ― sollozó la mulata al sentirse llena y con una mezcla se felicidad y de sorpresa volvió a rogarme que la tomara.

Lentamente, comencé a moverme disfrutando de la estrechez de su conducto. Al notar el vaivén de mis caderas, Tomasa me abrazó con sus piernas decidida a no dejar que me separara de ella.

―Disfruta y no pienses― susurré en su oído mientras lentamente iba incrementando el ritmo.

Las chavalas se habían quedado quietas. Y sin atreverse a intervenir, observaban como nuestras respiraciones y nuestros corazones se iban acelerando. Concentrado en la mulata, no me percaté que parecían deslumbradas al sentirse copartícipes del momento. Sin prestarles atención, me agaché sobre los pechos de Tomasa y comencé a mamar de ellos. El doble estímulo magnificó la calentura de la morena y completamente entregada, chilló de gozo.

―Mi amor, mi hombre, mi vida.

Su grito de felicidad me permitió seguir, sin asumir que con cada una de mis penetraciones disolvía el recuerdo de su infausto matrimonio.

― ¡Qué bello es veros amando! ― escuché que Ua decía sin perder detalle de lo que estábamos haciendo.

 No caí en que esa exclamación llevaba implícita lo insólito que les resultaba el que dos seres pudieran dar y recibir placer al mismo tiempo. Centrado en lo que hacía profundicé en Tomasa con nuevas y continúas estocadas. Para entonces, los senos de mi recién estrenada pareja estaban en plena efervescencia y al no poder absorber toda su leche, pedí a las niñas que me ayudaran.

― ¿Nos estás pidiendo que participemos? ― preguntó Ía.

En vez de ser yo quien contestara, fue Tomasa la que lo hizo poniendo una de sus tetas a su disposición mientras decía:

―Sois nuestras mujercitas y nuestro amor debe ser también vuestro.

Indecisa, la joven acercó su boca al manantial en que se había convertido el pezón de la mujer e imitando la forma en que me había visto hacerlo, comenzó a mamar. La expresión de su cara reflejó su sorpresa al saborear ese blanco manjar y haciendo un gesto a su compañera, pidió que también ella lo probara. Ua titubeó antes de posar sus labios en la areola, pero en cuanto bebió las primeras gotas de leche humana, no se pudo reprimir y se lanzó a gozar de ese regalo. Tal era el hambre con el que las chiquillas competían por ese erecto botón que riendo les cedí el otro pecho y mientras mi pareja era dulcemente ordeñada por ellas, busqué con urgencia dar placer a la preciosa viuda. Sobrepasada por ese triple ataque, no tardó en gritar que nos amaba.

Su chillido me alertó de la cercanía de su orgasmo y queriendo compartir con ella el momento con fieras, pero dulces, estocadas incrementé mi acoso.

―Me corro― aulló al sentir que tras tantos años sola formaba parte de una familia y ante mis ojos y los de las dos nenas colapsó de gozo.

El clímax de Tomasa fue el acicate que me faltaba y olvidando que mi semen era el sustento de esos bellos seres, derramé mi esencia en ella. La negra al sentir en su vagina mis descargas se echó a llorar de alegría diciendo que por fin la había hecho mía. No creo que ni Ua ni Ía se dieran cuenta de lo que había sucedido al estar obsesionadas en que no se perdiera nada de la leche que seguía brotando sin parar de los pechos de la morena.

―No puedo más― suspiró la cuarentona al sentir que el placer seguía asolando sus neuronas.

Las chavalas ni la oyeron e involuntariamente contribuyeron a que presa de un nuevo orgasmo Tomasa comenzara a retorcerse sobre las sábanas. Observando el ansia con el que mamaban, permití que saciaran su hambre, aunque con ello mi adorada mulata fuera pasto de las llamas de su propia calentura y solo cuando la vi desplomarse agotada, separándolas de los inacabables cantaros, les pedí que pararan.

Ambas se quejaron al verse despojadas de los senos de la viuda y sin dejar de mirarlos con genuino apetito, preguntaron el porqué. En sus caras adiviné lo que pasaba y riendo señalé que si seguían ordeñando a la mujer la matarían. Lo dije metafóricamente, pero ellas se lo tomaron de manera literal y olvidándose del hambre que sentían, introdujeron sus hebras en ella preocupadas.

Despelotado de risa viendo en sus rostros que no encontraban nada que sanar, les aclaré lo que pasaba y que había querido decir que la pobre Tomasa estaba cansada, pero que al igual que mi pene, los pechos de la morena siempre estarían para ellas.

Ua respiró aliviada, pero fue Ía la que venciendo su timidez comentó que las perdonáramos y que se habían dejado llevar por la sorpresa de que las hembras humanas también fueran capaces de derramar su esencia. Recibí a carcajadas sus palabras y abrazando a las chiquillas les dije que tenían mucho que aprender de la anatomía humana.

Sin entender mi sentido del humor, Ua protestó diciendo que para adoptar la forma humana habían tenido que conocerla y que nada de ella le era desconocido. Obviando la información que me acababa de dar, contesté que si tanto conocían como era posible que no supieran la función que en nuestra especie tenía la leche materna.

Mis palabras las dejaron conmocionadas y entablando un dialogo sordo entre ellas al que no tuve acceso, se debieron hacer la misma pregunta. Tan agotado como Tomasa miré mi reloj y viendo que eran las cuatro de la mañana, les rogué que descansaran y dejaran para mañana sus dudas.

―Amado Íel, ¿me permitirías ser quien se abrace a ti? ― con ojos tiernos, susurró Ua en mi oído, temiendo quizás que no quisiera.

Enternecido por esa suplica, le di un azote mientras le decía:

―No te lo permito, te lo exijo mi amada Ua.

Extrañamente complacida con esa ruda caricia, la joven posando su cara en mi pecho cerró sus ojos mientras su compañera se tumbaba junto a la morena.

― ¿Mañana podremos desayunar tu esencia? ― escuché que me decía.

Pasando mi mano por su cintura, no contesté.

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