Al morir mi hijo, tengo que hacerme responsable de su mujer e intentar que salga de su depresión. Tomo esa decisión sin saber que Jimena desarrollará una fijación por mí e intentará llevarme a la cama. Con el tiempo, se va afianzando mi relación con ella a pesar que mi nuera no deja de mostrar síntomas de desequilibrio mental.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:
Capítulo 1.
Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido. Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José. ¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos! Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido. Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo: ―Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta. Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital. Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido. Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos. « Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama. Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme: ―Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería. El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté: ―No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo. Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo. ―Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido. Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante: « Mi nuera compartía mi pena y mi angustia». María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle: ―Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona. La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar. Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor. “¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura. Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre. ―Don Felipe― dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: ―Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda… ―¿Mi ayuda?― interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio. ―Sí― contestó ese chaval que había visto crecer,― su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver… Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo: ―Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla! ―No comprendo― respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:― ¿Qué cojones quieres que haga? Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó: ―Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro. Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro: ―Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted! En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo: ―Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
Capítulo 2.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor. Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer. ―Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe. Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar. Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido. « Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza. Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso: ―Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted. Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle. ―Manolo, ¿Qué ocurre? Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso. Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó: ―Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia… ―¡Tú dirás!― respondí más tranquilo. ―Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés… ―Lo sé― interrumpí molesto por que lo me recordara: ― ¡Dime algo que no sepa! Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo: ―Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar― la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría. ―Comprendo― mascullé. ―¡Qué vas a comprender!― indignado protestó: ―En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir. ―¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro. ―Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar. ―Me he perdido― reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento. ―Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos. ―¿Me estás diciendo que intentará seducirme? ―Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta. ―No te creo― contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: ―Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted! ―Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote. El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije: ―Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas. ―Eso espero― contestó mientras me acompañaba a la puerta. Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría. El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre. Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía: ―He pensado que me llevaras al Pardo. Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo: ―Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta. Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara. Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo: ―¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista. Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado. « Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver». Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador. « ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación». Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer. Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño. Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa. «La chica es mona», admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día. Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto. Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra: ―Será normal para ella el veros como pareja. La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro: ―Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje. Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo: ―Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir. El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas: ―¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano! Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí: ―Me encantaría. La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó: ―Entonces, ¿Este verano me llevas? «Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena. El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual. Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba: ―He soñado que me dejabas― consiguió decir con su respiración entrecortada. ―Tranquila, era solo un sueño― respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos. Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó: ―¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado? ―Claro que no, princesa― contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña. Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó: ―No te vayas. ¡Quédate conmigo! Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos. « Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado. Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo: ―Gracias, mi amor…
Todo empezó cuando, debido a la puta crisis económica, la empresa en la que trabajaba se vino a pique acabando todos los trabajadores en la calle. Yo, que había estudiado la carrera de Filosofía y Letras, había encontrado un cómodo trabajo en el departamento jurídico de una empresa de fabricación de muebles en la zona de La Mancha. Me gustaba.
Como era de esperar, la formación que tenía me dificultó mucho la búsqueda de un nuevo trabajo pero, con mucha fortuna, fui contratado para cubrir la baja de un profesor de literatura en un instituto concertado de la capital de mi provincia. El sueldo era bajo, pero el trabajo de profesor siempre deja bastante más tiempo libre del que estaba acostumbrado a tener. Como no me quedaba otro remedio que aceptar, así lo hice, pensando además que “no hay mal que por bien no venga”, que me podía dedicar a continuar mi gran pasión que es escribir. Me gusta mucho escribir. Sobre todo relatos eróticos y, como sabéis, tengo varios publicados y me hace feliz que la gente los disfrute.
Bueno, antes de nada voy a describirme un poco. Tengo 37 años, soy fuerte y delgado, alto pero no mucho, y moreno de pelo aunque ya me están saliendo algunas canas en mi cabeza. Desde siempre he hecho mucho deporte y mantengo un buen tono muscular, sin ser de gimnasio. Mis puntos fuertes son mis manos y mi sonrisa. Mis manos son grandes, anchas pero esbeltas. Y en cuanto a la sonrisa, tengo la suerte de que suelo estar de buen humor de forma natural.
Bueno, volvamos al relato. Mi tendencia natural es hacia la timidez, así que podéis imaginar el primer día de clase como profesor. Intentaba no dejar entrever mis nervios ante una clase con 25 adoloescentes de 17 y 18 años con todas sus hormonas disparadas, tal como marcan las reglas de la naturaleza. En esta asignatura de letras había mayoría de chicas, y algunas me parecían preciosas o al menos encantadoras. Me llamaba la atención ver cómo cada vez actuaban y miraban menos como niñas, y más como las mujeres que ya eran. Por supuesto, también estaba el típico grupo de gamberretes deseoso de “demostrar su valentía ante las chicas” y destacar, sin darse cuenta de que ellos sí se comportaban como niños.
Al principio notaba que hablaban o hacían el tonto a mi espalda. Ante ello, comencé mostrándome indiferente, pero poco a poco fui cogiendo cierta confianza con ellos. Me ayudó que mi “antecesor” en el puesto era un “viejo ogro” (bueno era no, es, que aún vive aunque creo que está muy malito). También me ayudó proponerles que leyesen ciertos textos de autores más actuales y no los típicos clásicos y aburridos. Incluso algunos con una determinada componente morbosa… pero sin nada explícito, ya que no quería corromperlos ni podía permitirme que me echasen del instituto.
A veces les animaba a escribir a ellos mismos y alguno (o alguna) tenía cierto talento. Me divertía mucho con sus textos, pero tampoco permitía que se sobrepasasen en materia erótica. Claro. En cuanto a mí, yo sí escribía mucho del género erótico, pero ellos no lo sabían. La vida que que llevaba relacionándome con mucha gente (profesoras, madres, alumnas…) me generaba muchas ideas para mis relatos. Como siempre, yo llevaba encima una agenda y tenía la costumbre de escribir en ella las ideas guarras que me venían a la mente para luego convertirlas en literatura erótica. Por supuesto, eso no se lo dije a ellos, pero mi agenda era digna de verse… toda llena de ideas y de textos morbosos.
Lo que pasó fue que un día me dejé la agenda en clase a la hora del recreo y fui a tomar un café. Cuando volví a por ella, veinte minutos después, encontré a Andrea, una de mis alumnas estudiando en el aula. Al recoger mi agenda, tuve la sensación de que las hojas que dejo en su interior estaban algo desordenadas. La saludé y la noté algo nerviosa. Me dio un cierto reparo que pudiera haberlo leído ella o alguien, pues todos sabéis cuál es el tipo de relatos que escribo pero al día siguiente ya había olvidado el episodio.
Pasaron unas semanas y una tarde me encontré con un mensaje de una chica en mi correo Hotmail que uso para publicar relatos. Un mensaje jovial y fresco… pero también irónico y morboso… de los que hacen a uno reconciliarse con el mundo y pensar que lo que escribe le resulta interesante a personas también interesantes. Entre otras cosas, la chica decía “que había descubierto mis relatos”, “que estaba absolutamente enganchada a ellos”, “que por favor escribiese más”… y me aportaba algunas ideas que a ella le gustaría desarrollar pero decía que no creía que lo fuese a escribir bien. Por ejemplo, me redactó un pequeño texto sobre un episodio ardiente entre una pareja en la última fila de una sala de cine, mientras se proyecta una película de miedo y el resto del público atiende a la peli.
Inicialmente, no lo relacioné con Andrea, porque a mí me escriben normalmente personas atraídas por mis relatos… además firmaba como Isabella. Sin embargo, leyendo despacio el correo, empecé a ver similitudes entre su texto del cine y algo que yo había escrito y aún no había publicado. Algo que estaba en mi agenda. Y era un esbozo de relato que estaba escribiendo entre dos desconocidos que se encontraban en la cola del cine y luego algo hacía saltar una chispa por la cual se pasaban toda la película besándose y manoseándose, para acabar haciendo el amor en silencio en la última fila del cine. Algunos detalles eran tan parecidos a los que yo había escrito que me dio por sospechar, así que la contesté agradeciendo su correo y le pedí que me diese su dirección msn para que un día chateásemos.
Mi intención era ver su nombre y su foto para descartar que fuese mi alumna… lo cual era una situación incómoda en mis circunstancias. Aunque no niego que bastante morbosa. Andrea es una chica morena de pelo largo y liso, dientes blanquísimos y casi siempre sonriendo con timidez. Un precioso cuerpo femenino con curvas y no demasiado pecho. Un poco al estilo pocahontas con un toque de frescura muy atractivo.
Tardó unos días en contestar pero lo hizo y, mirando el perfil que salía asociado a su dirección, puede ver que “mi admiradora” acababa de crearse la dirección. En cuanto vi la foto ya me quedé más tranquilo: era de una chica que se parecía a Andrea, que era de quien yo sospechaba, pero no era ella… confieso que me quedé un poco decepcionado pero, en parte, me alivió porque soy profesor y no debo tener fantasías con mis alumnas. Dado que no se trataba de mi alumna, empecé a chatear con ella.
Al principio intercambiábamos frases corteses, pero poco a poco la charla se convirtió en divertida y morbosa. Rápidamente encontramos un feeling especial y empezamos a imaginarnos situaciones eróticas. Ella me había dicho que tenía 18 años y a mí me daba cierto reparo contarle cosas muy salvajes a una chica tan joven. Aún tenía una cierta duda de si era Andrea que se había puesto una foto falsa. Miré su ficha académica comprobando que, como mi admiradora Isabella, también tenía 18 años. No quise pedir más fotos ni más datos personales porque, debo confesar, pero me gustaba esa situación de incertidumbre. Aunque quería tener cierta precaución, nuestra conversación siempre nos llevaba a situaciones calientes y sucias. Siempre acabábamos así.
Por ejemplo, si un día había salido de compras, hablábamos de que éramos unos desconocidos que se habían encontrado y que acababan follando salvajemente en un probador… Si se iba a duchar, me picaba describiéndome lo que hacía, cómo se desnudaba o cómo se aplicaba la crema después… entonces fantaseábamos con que yo estaba allí, sentado en el suelo acariciándola suavemente la piel de sus muslos mientras ella se maquillaba, de pié ante el lavabo y sólo con las braguitas puestas.
Ella me contaba todo: los relatos que leía, las veces que se tocaba tumbada en la cama, lo que pensaba en esos momentos y cómo lo hacía, los episodios que tenía cuando salía los fines de semana… sus sentimientos y sensaciones cuando se enrollaba con un chico y se dejaba meter mano, o tenía sexo con él. Me describía cómo se ponía, como se calentaba, lo que se dejaba hacer, lo que realmente la excitaba, el efecto en su cuerpo… Pero nuestro episodio “estrella” era siempre la fantasía del cine. Aquella donde follábamos en silencio en la última fila, mientras el resto del cine estaba atento a la película.
Un día nuestra relación dio un salto de calidad y morbo. No sé porque me dio el impulso, pero se me ocurrió proponerle que me pusiese la webcam. Estaba seguro de que no querría para no descubrir si es que en realidad Isabella era Andrea. Pero para mi sorpresa, aceptó. Sólo me pidió que no pusiésemos sonido y claro, acepté. También me pidió que pusiese yo la mía pero, por suerte, mi portátil no tenía y no podía hacerlo. Digo por suerte porque creo que como profesor no debo hacer este tipo de cosas.
Nunca me habían puesto una webcam y lo que ocurrió me sorprendió. Ella debía tener pensada una situación así, porque había puesto la luz de su cuarto muy bajita, sólo el flexo de su mesa y apuntando hacia abajo. La justa para que se viera bien su cuerpo, pero no su rostro. Aunque colocó la cámara para que llegase sólo a su cuello y no dejar ver su cara, la parte alta estaba sumida en la oscuridad y no habría podido reconocerla si en un descuido se hubiese enfocado. Yo, que había propuesto lo de la cam sólo para picarla y meterme con ella, me encontré metido de lleno en una situación que comenzó a darme mucho vértigo.
Al principio le pedía cosas inocentes, y me empezaba a gustar mandarle. Me excitaba brutalmente pidiendole cosas que ella hacía disciplinadamente. La hacía sentarse en una silla frente a mí, vestida pero con falda. Entonces le pedía que se pusiese unas medias frente a mí como si se estuviera vistiendo y yo fuese un voyeur. Unos leotrados de punto, finitos hasta medio muslo que son mis favoritos. Ella, que había captado lo que a mí me producía morbo, actuaba de forma distraída como si yo no estuviese. Sin mostrarse impúdica, pero sin ocultar sus encantos. A continuación le pedía que cruzase lentamente las piernas en plan Sharon Stone pero con ropa interior (de momento). Luego la mandaba ponerse en pie y hacer el gesto distraído de subirse las medias como si estuviese sola… ummmm eso me encantaba. Mostraba sus piernas preciosas envueltas en las medias, su piel apetitosa y sus braguitas de chica bien… como me gustaban a mí. Era brutal.
Al día siguiente, en la clase, miraba a Andrea intentando averiguar si era ella o no. ¿Sería Andrea Isabella o no? Desde luego, en clase Andrea me ignoraba, no me hacía ningún caso. No fijaba sus ojos directamente en mí. Yo, sin embargo, miraba sus piernas envueltas en unos vaqueros y me atormentaba pensando si bajo ellos estaría la preciosa piel que por la noche me mostraba y que tanto deseaba.
Poco a poco, en el chat empecé a pedirle cosas que ella debía hacer al día siguiente, y ella me contestaba siempre con frases del tipo “como quieras” o “haré lo que tú digas”… ufffffff me ponía mucho esa fantasía en la que ella hacía lo que yo decía. Empezó a llevar cada día ropa interior que yo la indicaba, me mostraba en la cam cómo le quedaban. Siguiendo nuestro juego, no le pedía cosas que se notasen externamente me producía morbo mantener la intriga de si Isabella era Andrea o no. Llevaba días observándola y tenía la sensación de que últimamente huía mi mirada. De que ahora no atendía de la misma forma que antes. Entonces, para provocar, sacaba en mis explicaciones a la clase algún tema de los que habíamos hablado por el chat… o hacía alguna broma al salir de clase los viernes… por ejemplo “hasta el lunes chicos… sed buenos y no os pongáis en la última fila del cine…”. Nadie sabía el sentido exacto de mis palabras salvo ella. Salvo ella en el caso de que fuera Isabella… pero seguía sin estar seguro del todo. De todas formas el juego era genial, creía notar cómo se ruborizaba… y se incrementaba mi deseo por ella… por que mi fantasía de que Isabella fuese Andrea se hiciese real.
El siguiente día la pedí que no llevase ropa interior… y me pasé toda la clase mirando disimuladamente el cuerpo de Andrea envuelto en un vestidito de invierno con leotardos, para ver si había alguna pista o alguna marca que me dijese si Andrea llevaba o no bragas. Uffffff me estaba metiendo demasiado en la situación. Por chat me decía “como quieras”… “eso haré mañana”… pero en nuestro juego no entraba la pregunta directa… ¿tú eres Andrea?, y yo no tenía la certeza…
Lo siguiente que le pedí esa noche fue que estuviese el día siguiente con las piernas abiertas… le pedí que me hiciese una demostración con la cam y fue la primera vez que vi su caliente y depilado coñito. Ufffffffffff me puse supercachondo. Claro, para el día siguiente le dije que se pusiese pantalón. Se supone que yo no sabía si estudiaba o trabajaba, y no quería hacerla pasar algo explícito. Por supuesto, Andrea estuvo todo el día con las piernas ligeramente abiertas y sin mirarme nada en absoluto. Estaba preciosa… sentada en la primera fila, se había puesto un vaquero azul oscuro, unas botas planas, un jersey gris entallado de cuello alto que realzaba su figura… y yo me moría por que se girase hacia mí y abriese las piernas provocadoramente mientras me miraba con cierto rubor en sus mejillas.
No lo hizo, no era su estilo… o eso pensaba yo, pero el hecho de que pasase todo el día con las piernas abiertas me empezaba a tener muy excitado… maquinando cuál iba a ser mi próxima petición.
La idea me la dio Isabella esa noche, me dijo que el día siguiente tendría que rozarse disimuladamente su sexo con la mano en varias ocasiones. A mí me entusiasmó la idea, pero no pude evitar contestarle “las chicas buenas no hacen eso…”… y ella dijo poniendo una sonrisa en el chat “¿y quién te ha dicho que yo soy una chica buena???”. Por supuesto, encendió la cam y me hizo una pequeña demostración antes de cortar. Joder, verla frente a mí tocándose simuladamente el coño… sólo de recordarlo estuve excitado toda la noche.
En nuestro juego nunca nos preguntábamos a qué nos dedicábamos cada uno. En el chat dábamos por hecho que no nos conocíamos… pero lo cierto es que ese día me puse muy contento, porque Andrea en varias ocasiones y sin mirarme se llevó disimuladamente su mano a su ingle. Uffffff, a pesar de que su gesto fue distinto al que me enseñó en la cam, cada vez estaba más convencido que Isabella y Andrea eran la misma persona y cada vez me daba más vértigo la situación. Con todo, esa noche me hice el tonto y la pregunté inocentemente:
– “¿lo has hecho?”
– “sí, como tú dijiste”
– “qué guarra”… dije para picarla un poco
– “jaja tú eres peor, que eres el que lo inventa” Estaba claro que no se iba a amilanar con mis palabras… y eso me encantaba…
– “seguro que te has excitado haciéndolo”
– “sí, qué pasa?”
– “jajajaja un día te voy a hacer que me describas cómo es el lugar donde trabajas o estudias” Ya estaba casi seguro de que Andrea e Isabella eran la misma persona, pero no quería transmitírselo…
Esa noche le pedí que el siguiente jueves (que era la próxima clase) fuese otra vez sin ropa interior, pero me confesó que tenía la regla y que creía que no podría… jajajaja me puso un monigote triste, lo que significaba que realmente estaba loca por hacerlo y eso me animaba un montón. Entonces le dije que no se preocupase, pero que el próximo martes quería que repitiese lo de tocarse disimuladamente, pero esta vez mirando a la cara a un hombre de su alrededor (en realidad tenía la intención secreta de que fuera a mí).
Y continué inventándome una fantasía imaginaria. Dije “luego, si te has excitado, irás al aseo y de desprenderás de tus braguitas. Las meterás en un cajón que esté por allí”. Seguía simulando que no sabía cuál sería ese lugar, pero lo cierto es que en el aula, los únicos cajones que había eran los de la mesa del profesor. Ella contestó como siempre “haré lo que tú digas, profe”…. Jajajajjajajajjjaaja se le había escapado la palabra “profe”!!! ya era seguro que se trataba de Andrea!! Ahora sí que estaba excitadísimo y nervioso… me estaba jugando mi puesto de trabajo, pero algo en mí me impedía detener esta espiral… la verdad es que ella era mayor de edad… éramos adultos y no haciamos daño a nadie… era nuestro y a nadie le importaba…
Mi plan estaba trazado, ella tendría que esperar a que todos saliesen al recreo para hacerlo, yo saldría del aula y volvería a entrar a los 5 minutos, estaba seguro que ella estaría en su pupitre simulando estudiar. Entonces yo iría a mi mesa, me sentaría, abriría el cajón y… en fin, ya estaba otra vez excitado sólo de pensarlo. Durante todo el fin de semana no quise conectarme, quería dejar todo como habíamos quedado… pero estaba nervioso y empalmando con mucha frecuencia.
El martes llegué bien vestido, con mi mejor camisa, afeitado y con la colonia de las grandes ocasiones. Cuando la vi, con su maravillosa sonrisa blanca… esta vez decidida a mirarme durante toda mi explicación, pero ligeramente ruborizada, me convertí en la persona más feliz del mundo. Hizo todo lo que le había pedido: rozarse disimuladamente, abrir las piernas… sonreirme… Supongo que mi lección ese día a los alumnos no fue muy buena, me equivoqué varias veces y todos se rieron… incluso ella. La clase se me hizo eterna, todo el rato miraba el reloj… pero al final todo pasa y justo al sonar la sirena fue la primera en salir. Sonriéndome, sabía que iba al aseo a traer lo que le había pedido. Hoy se había puesto unos leggins grises, unas converse rosas, una camiseta blanca y una sudadera. Me fijé disimuladamente en su culito, tapado parcialmente por la camiseta… y en la forma de caminar tan femenina… joder, a veces la vida te da un golpe de suerte.
Esperé a que todos se fueran, me aseguré que los cajones estaban vacíos, y me fui al cuarto de profesores 2 minutos… 2 minutos justos. Cuando volví al aula allí estaba ella estudiando en su pupitre, según lo previsto… al entrar cerré la puerta con llave. Ella me miró sonriendo y dijo “hola profe”… pero su voz la delataba nerviosismo… uffffffffffff hacía años que no me sentía tan vivo. Me senté en mi mesa y abrí el cajón mirándola. Allí estaban, las tomé en mi mano sin apartar la mirada de ella, que simulaba estudiar. Estaba alucinado de verme en esta situación. Lo tomé en mi puño y amasaba mi mano mientras la miraba, como disimulaba haciéndo que leía el libro y mirando de reojo para apartar la mirada con timidez al darse cuenta de que yo la miraba.
Dejé pasar unos segundos y dije, Andrea, por favor ven. Quiero que leas este texto para que hagas un trabajo. Se acercó a mí despacio, y se puso a mi lado, a mí derecha, de pié… temblaba ligeramente. Saqué unas hojas de mi agenda y en ellas había un relato mío. Ella las cogió y comenzó a leer torpemente, mientras yo pasaba mis manos por sus piernas sobre los leggins… la parte interior de sus muslos, desde las rodillas hasta su culito evitando su sexo… y de nuevo a sus gemelos. Uffffff ella leía jadeando ligeramente una historia de una chica que hace todo lo que le dice su chico. Donde se exhibía ante la webcam y usaba distintos elementos como juguetes sexuales. De nuevo subía mi mano… su culito… y me metía bajo su camiseta para sentir la piel de su espalda… ufff super suave.
– “Profe…” dijo jadeando
– “sssssssssssssssshhhhhhhhh, tú lee”
– “es que me voy a mojar los leggins” dijo con un hilo de voz
– “pues bájatelos” – la situación era morbosa y arriesgada, pues cualquiera podía entrar, pero ella fue obediente una vez más y los bajo hasta las rodillas-
– “si no llevas bragas, las chicas bien no hacen esto…” me hice el sorprendido para picarla con lo que ya era una frase nuestra
– “¿y quién te ha dicho que soy una chica bien, profe?”
– “jajajjajajjajajjjaa ya veo lo que eres” dije dándo un pequeño azote a su culito redondo… “tenías razón, has mojado un poco los leggins”
– “jo”
– “venga lee” dije haciéndo el papel de dueño de la situación… no tenía mucho tiempo, pues el recreo era de media hora y ya habían pasado 10 minutos.
Mientras leía la empujé un poco hacia adelante, inclinándola y, con un gesto, la obligué a abrir ligeramente sus piernas. Yo seguía sentado a su lado, frente a mi mesa. Era impresionante verla, con los leggins por las rodillas, los codos sobre la mesa sujetando las hojas de un relato completamente pornográfico, y tratando de leer correctamente mi texto. Entonces comencé a tocar su sexo… cuánto había deseado este momento, me encantó sentir el tacto de su coño completamente depilado… y sí, también estaba completamente empapada… se estremecía con mis caricias.
La verdad es que yo también estaba tan excitado que tuve que mirar por la ventana varas veces para cambiar mi pensamiento. Afuera había árboles. También casas bajas. Por suerte estábamos en la tercera planta y desde las casas no se veía lo que pasaba en el aula. Y lo que estaba pasando… lo que estaba pasando es que mi mano jugaba con su clítoris, hacía circulos alrededor muy suavemente… ella se movía como queriendo que mis dedos fuesen más incisivos, pero yo la obligaba a continuar leyendo… me encantaba mandarla.
Ya leía con un hilo de voz… casi sonaba más el chip chip de mis dedos al introducirse en su coñito caliente y joven, que lo que ella era capaz de leer. No tenía mucho tiempo, así que me puse detrás de ella e intensifiqué mis caricias. Ella estaba tan tan excitada que estaba a punto de correrse, así que me puse a jugar con mi polla sobre su culito. Ella seguía leyendo y empezó a moverse hacia mí, intentando clavarse ella sola. Parece que estaba ansiosa, así que le di un azote en tu culito redondo y dije “eres lo peor”… y contestó “ummmmm tú tambien eres lo peor… mira cómo me tienes, a una pobre niña inocente jiji”…
Yo también estaba muy empalmado… así que la cogí de la cintura y la acerqué mucho hacia mí diciendo bajito en su oído “¿cómo te tengo? Mira cómo me tienes tú… esto es por ti” Ella sentía mi polla verticalmente a lo largo de su desnudo culo… y así, mandándola seguir leyendo me dediqué un rato a besar su cuello. Estábamos desatados. Dije “voy a follarte Isabella, te voy a dar todo lo que te debo de estos días” y la incliné un poco más… ya no podía leer y puso sus manos sobre la mesa. En esa posición primero rocé mi polla por su culito y su coñito, estaba ardiendo… uffffff comencé a meterla un poquito, no lo pude evitar, pero fueron unos segundos y me salí a ponerme un preservativo (soy un profesor… lo último sería dejarla embarazada…)
Ella se quedó quieta, esperando. Me moría por ver su carita de ansiedad y de vicio, pero en mi posición sólo veía su perfil… cómo se mordía el labio… me separé un poco para mirar su coñito desde atrás… precioso, algo hinchadito… y ella guapísima, inclinada hacia adelante, esperando… se moría de ganas, lo notaba en su respiración, así que la hice esperar unos segundos más hasta que dijo “quiero que me folles YA!”
Entonces la di una palmadita en su precioso y redondo trasero, desnudito para mí, y dije “eso no lo dicen las chicas bien!, pero te follaré igualmente”. La verdad es que no teníamos mucho tiempo para perder así que comencé a meterla en su intimidad. Estaba completamente preparada para mí, así que aunque comencé despacio, poco a poco fui entrando y saliendo cada vez más profundo. Notaba como su joven coño se iba adaptando a mí, muy muy húmeda… me volvía loco sentir como gemía, ummmmmmm aún me acuerdo.
Estuve un poquito follándola suave y profundo, de forma cariñosa… le decía que era una preciosidad y que me lo paso genial chateando con ella, porque “es lo peor, pero es mi niña”… ella se clavaba en mí, siguiendo el rimo, y miraba cada poco para verme detrás de ella dándole. Se mordía el labio inferior… Pasaban los minutos y decidí intensificar todo el movimiento. Tomé un papel más rudo, la sujeté bien de las caderas y comence a follármela mucho más fuerte. Mas fuerte y más rápido… ella comenzó a jadear más y más y dando un pequeño gritito sentí como todo su cuerpo se contraía en un profundo orgasmo. Tuve que tapar su boca y seguir haciendo mi trabajo para que fuese más largo su momento.
La verdad es que yo también estaba a punto y me dejé ir, tenía miedo de que se nos pasase el tiempo del recreo… se la clavé hasta el fondo y la sujeté fuerte de las caderas para que estuviese quieta… Uffffffff según le daba mis descargas, no podía parar de pensar en qué culo tan bonito tenía y que ahora estaba en mis manos… yo le enseñaría muchas más cosas que literatura.
Nos vestimos rápidamente. Le mandé que se pusiese las bragas que me había dado. Justo me dio tiempo a abrir la puerta unos segundos antes que empezase a oir el bullicio de los alumnos que volvían. Ella se fue a su sitio caminando alegremente y con un cierto color rosado en la carita. Sonreía. Dije antes de que llegase nadie “Isabella, esta noche te daré unas instrucciones” y contestó con una mueca divertida y preciosa “Lo que tú quieras profe”.
Muchas gracias por leer hasta aquí. Ese fue el primer episodio en vivo… pero hubo algunos más que iré contando si queréis.
Por fin soy feliz. Hubo un tiempo en que pensé que jamás lo sería, debido a mi particular condición. ¿Que cuál es esa condición? Amigo mío, ¿no has leído el título? Creí que hablaba por si solo.
Sí. Lo soy. Un exhibicionista. Ya conoces mi secreto. Quizás pienses que soy un enfermo, un pervertido. No te falta razón. Pero no puedo hacer nada por evitarlo. Soy así.
Pero no te equivoques, no ando por ahí persiguiendo crías para enseñarles el pajarito, traumatizando de por vida a tiernas niñas. No. A mí me excita que me miren auténticas mujeres. Ver el deseo, la lujuria brillando en la mirada de la chica para la que me exhibo. No pretendo darles miedo, asco o incomodarlas. No, cuando disfruto de verdad es cuando ellas también disfrutan. Un poco retorcido ¿verdad?
Pues eso. Mi condición me ha limitado durante toda mi existencia, aunque yo he acabado por aprender a sacarle partido. Bueno, toda mi existencia es exagerar un poco, más bien desde la pubertad, cuando mis instintos sexuales despertaron y descubrí cuales eran mis inclinaciones.
No, no, no me malinterpretes. No es que no disfrute con el sexo. Me encanta follar, por supuesto. Y he follado todo lo que he podido. Pero cuando me exhibo… Cuando siento los ojos de una hermosa mujer sobre mí… no puedo describirlo, me faltan palabras.
¿Cómo? ¿Que por qué soy feliz ahora? ¡Ah, amigo, ese es el quid de la cuestión! ¿Por qué ahora sí soy feliz?
Porque la conocí a ella.
Alicia.
CAPÍTULO 1: EL HÉROE:
Todo comenzó hace 3 meses. Mi vida trascurría alternando entre la monotonía del trabajo y la de la vida en pareja, combinadas con los intensos momentos en que me sentía auténticamente vivo, cuando daba rienda suelta a mis verdaderos deseos.
Trabajo como gerente comercial en una importante empresa, lo que me obliga a viajar continuamente por todo el país. La empresa siempre se mostró dispuesta a pagarme los desplazamientos de larga distancia en tren o avión, pero yo prefería el coche, pues me daba mayor libertad y movilidad para poner en práctica mis “incursiones exhibicionistas”.
En cuanto a mi vida familiar… No, no estoy casado. Tengo novia, Tatiana, con la que llevo saliendo ya 2 años, los últimos 8 meses viviendo bajo el mismo techo.
Siendo sincero, no puedo decir que la ame. Lo siento, pero es así. Ella es todo lo que un hombre podría desear; es dulce, tranquila, amable, hacendosa… Y está buenísima.
Pelirroja, 100 de pecho, unos muslazos imponentes, unos labios carnosos que hacen que todos los hombres se pregunten qué se sentirá al tenerlos rodeando su… ya sabes. Su perfil de mujer no es diabolo, cilindro, campana, ni ostias. El suyo es jamona. Es la mejor manera de describirla. Tremendamente voluptuosa.
Y es genial en la cama, se entrega al sexo con toda el alma, uno disfruta porque ve que ella está disfrutando también, no le dice que no a nada y, además, es super sensible, cualquier caricia la enardece, se pone a mil… es una diosa del sexo…
Sin embargo, hay cosas en ella… Joder, está muy feo lo que voy a decir, pero es la verdad. Tatiana no es demasiado… despierta. No destaca por su inteligencia precisamente. Y eso se refleja especialmente en su forma de actuar, se comporta de manera demasiado dependiente de mí y eso es algo que, a la larga, cansa.
Y además, no comparte para nada mis “aficiones”. En casa es una auténtica leona, pero fuera… le da vergüenza absolutamente todo. Si se hubiera enterado entonces de las cosas que hacía…
Pero bueno, ya basta de hablar de ella. En este capítulo la protagonista es otra.
Sí. Alicia.
Retomando el hilo. Aquella tarde de hace 3 meses, había salido pronto de trabajar. Me sentía bien, relajado, pues el balance trimestral había salido mejor de lo esperado y los jefes estaban contentos, con lo que pude aparcar un poco el stress, así que se me ocurrió que podía divertirme un poco, pues hacía tiempo que no lo hacía.
Ya sabes, hacer un poco el guarro.
Tranquilamente, conduje hasta el otro extremo de la ciudad, lo más alejado posible del barrio en que vivía, para minimizar el riesgo de tropezarme con algún conocido.
Tenía elegido mi destino, un parque enorme que se despliega en el lado oeste de la urbe, donde, con un poco de suerte, podría calmar mi excitación con una discreta sesión de exhibicionismo en el paseo con la que calmar mi libido.
Aparqué el coche como a medio kilómetro de mi destino, a suficiente distancia como para que nadie viera donde lo había dejado, pero lo suficientemente cerca por si tenía que realizar una retirada estratégica.
Aunque estábamos a finales de otoño, hacía un poco de calor, así que dejé la gabardina en el coche junto con la corbata, que había empezado a agobiarme y cogí un libro de la guantera que siempre llevaba para estos menesteres, pues permitía cubrirme en caso de necesidad.
Y me dirigí al parque.
Mi idea esa tarde no era hacer nada especial. Simplemente quería hacer lo que muchas otras veces. Conocía un sendero que atravesaba el parque que estaba un poco apartado del camino principal, pero que era bastante transitado pues servía como atajo para cruzar el recinto. Como había hecho muchas otras veces, había planeado sentarme en uno de los bancos que había junto al sendero y masturbarme, procurando eso sí que el espectáculo fuera disfrutado por alguna encantadora dama.
De hecho, yo sospechaba que algunas mujeres sabían perfectamente que de vez en cuando un exhibicionista se apostaba allí y era por eso que utilizaban ese sendero, pues más de una ocasión me había parecido reconocer a alguna de mis “víctimas”. Quizás fueran imaginaciones mías, no sé.
Poco después me sentaba en uno de los bancos, uno que quedaba parcialmente oculto por un seto, lo que me permitía ver a quien se aproximara antes de que ellos me vieran a mí, lo que ofrecía ventajas obvias a la hora de no exhibirme ante la persona equivocada.
Abrí el libro y me puse a simular que leía, con el corazón atronándome en el pecho, como me sucedía siempre que me embarcaba en una de estas aventuras. No importaba cuantas veces lo hubiera hecho, la emoción era siempre la misma.
Mi pene comenzó a endurecerse inmediatamente, a pesar de que no había ninguna moza en el horizonte, lo que me hizo sonreír al pensar que estaba hecho un pervertido de cuidado.
Esperé un rato. La erección no se me bajaba, como me sucedía invariablemente cuando estaba en esas situaciones, formando un notorio bulto en la entrepierna del pantalón, que yo ocultaba hábilmente con el libro, a la espera de que se aproximara alguna señorita a la que brindarle el espectáculo. La expectación era máxima, la tensión insoportable.
En un banco que había a mi izquierda, como a 15 o 20 metros, se sentó un señor bastante mayor que se apoyaba en un bastón. No me importó, pues, aunque podía resultar un estorbo para lo que yo pretendía hacer, estaba seguro de que si el viejo echaba a correr detrás de mí, no me pillaba. Sonreí en silencio.
La verdad es que casi nadie me habría pillado, yo era rápido corriendo. A pesar de ir con traje y todo. Ya lo había comprobado.
Y es que me mantenía en forma, no sólo porque deseaba ofrecer una imagen atractiva para las damas para las que me exhibía, sino también porque, con mis aficiones, era necesario estar en forma por si había que salir por piernas. Y qué demonios, la verdad es que la rutina del gimnasio me gustaba. Si no fuera así, no habría aguantado 20 años practicando karate. No es broma, estoy cachas.
Estaba tan perdido divagando en mis pensamientos que al principio no la vi, pero cuando lo hice… no pude sino maldecirme en silencio al ver que semejante oportunidad se desaprovechaba. Ella era justo lo que iba buscando, una chica joven, veintitantos, guapísima, caminado tranquilamente por el paseo… y sola.
Si la hubiera visto a tiempo, hubiera abierto la bragueta el pantalón, extraído mi durísimo falo y habría empezado a masturbarme lentamente, cubriéndome al principio con el libro, pero haciéndolo de manera que fuera obvio lo que estaba haciendo. Cuando sus ojos se clavaran en mí, si no veía en ellos miedo, enfado o ganas de ponerse a gritar, hubiera apartado el libro y…
Joder, se me había escapado. Y estaba seguro de que hubiera sido una víctima propicia, pues, al pasar por delante de mi banco, la chica me había dirigido una mirada apreciativa, contemplándome durante unos segundos, así que seguro que le hubiera gustado el espectáculo.
Pensé en levantarme y seguirla, pero experiencias previas me habían demostrado que no era buena idea. Que un tío se levantara repentinamente de un banco para seguir a una mujer sola por el parque… menudo susto se iba a llevar la pobre. Y si ese tío encima le enseñaba la chorra…
Inesperadamente, la chica se sentó, justo en el banco que había enfrente del ocupado por el vejete. Con expresión nerviosa, miró al viejo unos segundos y luego hacia los lados, lo que me pareció extraño.
Simulé seguir concentrado en la lectura, pero mi intuición me decía que allí pasaba algo raro, aunque no sabía qué. La chica, a la que yo vigilaba desde detrás del libro, parecía estar muy nerviosa, agitada, mirando una y otra vez a su alrededor, como asegurándose de que no venía nadie.
Y de repente lo hizo. La joven, que seguía dando muestras de nerviosismo, colocó sus manos junto a sus muslos y, tirando de ella, subió su falda unos centímetros, hasta que podían verse sus rodillas. El vejete, sentado tranquilamente en su banco, no parecía haberse dado cuenta de nada, rebuscando tranquilamente en su cartera, sin prestar atención a la hermosa mujer que se había sentado enfrente suyo y que aparentaba estar…
No podía ser. Estaba soñando. La chica no podía estar haciendo lo que parecía…
Pero sí que lo hacía. Una vez más miró a los lados, asegurándose de que nadie venía, vigilándome especialmente a mí, que seguía disimulando con mi libro. Cuando se aseguró de que nadie más la veía, se subió la falda un poco más, a medio muslo y separó bien las piernas.
El viejo sí que se dio cuenta entonces, pues la cartera se le cayó al suelo. Muy lentamente, sin acabar de creerse el espectáculo que le estaba siendo ofrecido, el anciano se agachó con torpeza para recoger su billetera del suelo, sin apartar ni un segundo la mirada de la joven, a la que debía estar viéndole hasta los pensamientos.
Y ella, aunque bastante acongojada, no cerró las piernas en absoluto, sino que las separó descaradamente, con lo que la falda se le subió más todavía.
Justo entonces, ella se dio cuenta de que yo también la miraba alucinado y, durante un instante, pareció estar a punto de levantarse y largarse pitando de allí. Pero no lo hizo. Siguió sentada, mirándome. A pesar de la distancia, pude percibir que sentía vergüenza por lo que estaba haciendo, que estaba ruborizada… pero no dejó de hacerlo.
Tenía la boca seca, el corazón me iba a estallar. Me veía reflejado en ella, era como yo, aquella mujer… Procurando disimular lo mejor que pude, extraje el teléfono móvil de mi chaqueta y empecé a grabar a escondidas el espectáculo que la joven estaba ofreciendo. No me fue difícil, pues tenía bastante experiencia en hacer ese tipo de grabaciones, sólo que el protagonista solía ser yo mismo.
Repentinamente, decidida a brindarnos el show de nuestras vidas, la joven levantó un pié y lo subió al banco, despatarrándose por completo. La falda se le subió hasta la cintura y pude apreciar perfectamente que iba sin ropa interior. Libidinosamente, se chupó los dedos y los deslizó hasta su entrepierna, donde empezó a frotarlos voluptuosamente, mientras nos miraba con lujuria al anciano y a mí.
Conocía esa sensación, sabía perfectamente lo que ella experimentaba, lo que estaba buscando. Me sentí eufórico, transportado, había encontrado a alguien como yo, tenía que conocerla, confesarle que éramos iguales, decirle…
Justo entonces los vi. Concentrados como estábamos los tres en nuestro show privado, no los vimos acercarse.
Inmediatamente supe que iba a haber problemas.
– ¡Pero mira que pedazo de puta! – aulló uno de los niñatos que venían por el sendero – ¡Si está enseñando el coño!
El fulano que había hablado y sus dos amigos se acercaron riendo al banco donde estaba la joven. Eran tres macarras de barrio, del tipo que todos conocemos, con litronas de cerveza en la mano y todo, para encajar perfectamente en el perfil; pero estos no eran niñatos descerebrados sin más, sino que debían rondar ya los 30 años, lo que los volvía infinitamente más peligrosos, aunque igualmente descerebrados.
– ¡Venga, guarra, no te cortes, que yo también quiero verlo! – gritó otro de los simios.
Ni que decir tiene que, en cuanto percibió la presencia de los tres primates, la joven se había colocado bien el vestido y había tratado de poner pies en polvorosa, consciente de estar metida en un buen lío.
Sin embargo, los macarras la habían pillado en el peor momento posible y de allí no podía salir nada bueno.
– ¿Qué dices puta? – le espetó otro.
La chica contestó algo que no pude oír e intentó marcharse por el sendero.
– ¿Adonde vas guapetona? ¿Te parece bien enseñarle el coño a un viejo y no a nosotros? ¡Venga guapa, que nosotros sí sabríamos lo que hay que hacer con él!
La joven hizo un nuevo intento de largarse de allí, pero volvieron a detenerla, esta vez con peores modos. De un empujón, la tiraron encima del banco. La pobre chica manoteó desesperada, hasta que uno de los tipejos la sujetó por las muñecas. Entonces, de un tirón, el cerdo desgarró el vestido de la chica, de forma que un perfecto seno quedó completamente a la vista, mientras los otros dos bestias jaleaban a su amigo.
– ¡Fíjate qué zorra, si no lleva sujetador ni bragas! ¡Ésta está deseando un buen pollazo! – gritó uno.
– ¡Pues se va a llevar unos cuantos!
Uno de los hijos de puta ya se había sacado la picha del pantalón y con fiereza empezó a restregarlo en la cara de la chica, intentando que ella abriera la boca para recibir su asquerosa cosa entre sus labios.
El gilipollas ni me vio venir. Como dije antes, llevo 20 años en el gimnasio practicando karate. Y lo siento, yo soy español, así que lo mío no son las doctrinas budistas del señor Miyagi; eso de “karate para defensa sólo” no va conmigo. ¡Nah! A mí me va más el refranero español y aquí decimos que el que da primero, da dos veces…
No me dolió en absoluto atacarlos a traición. Ni el más ligero remordimiento, puedo jurarlo. Pateé con ganas las pelotas del desgraciado que se había sacado la polla, desde atrás, con la puntera del zapato. Algo sonó a roto y el tipo se derrumbó.
Agarré por el cuello de la camisa a su colega y le propiné tres golpes secos en el pecho, hasta dejarle sin aire. Por desgracia, el tercero fue más rápido de lo que yo me esperaba y logró golpearme con la botella de cerveza en el rostro, haciéndome un corte en la ceja. Yo se lo devolví con una rápida patada circular que me salió de lujo, ni en los entrenamientos me salían mejor, alcanzándole en toda la jeta y haciéndole salir volando por encima del banco.
– ¡Vamos, larguémonos de aquí! – apremié a la joven, tendiéndole una mano.
Ella dudó menos de un segundo antes de tomar mi mano y permitir que la ayudara a levantarse. Sin poder evitarlo, mi mirada se clavó en el exquisito seno expuesto y ella se dio cuenta, aunque no dijo nada, sin molestarse en intentar cubrir su desnudez.
– Abuelo, será mejor que se largue también, no vayan a tomarla con usted ahora – le dije al anciano del otro banco.
El viejo, boquiabierto, asintió con la cabeza y, ayudado por su bastón, siguió su camino.
– Hijo de putaaa… – jadeó uno de los simios mientras se retorcía en el suelo.
La mano de la chica apretó la mía, asustada, así que tiré de ella y la hice salir corriendo por el sendero, largándonos de allí lo más deprisa que pudimos.
En un par de minutos, salimos del parque, deteniéndonos un instante, para decidir a donde ir. La joven jadeaba ligeramente, pero no parecía nada cansada, lo que me confirmó que también estaba en forma.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Tu ojo! – exclamó de repente al darse cuenta de que el corte en la ceja estaba sangrando.
Madre mía, hasta su voz era sensual. Las rodillas me temblaron.
– No te preocupes, no es nada, un arañazo. El tipo no me dio de lleno.
– Pero estás sangrando.
– Ya, bueno, una tirita y listo…
No pude evitarlo, volví a mirar su seno desnudo. Era hermoso, de piel pálida, con un delicioso y erecto pezón brillando en una areola sonrosada…
– Perdona, no me había dado cuenta de que te habían roto el vestido – mentí, como ambos sabíamos perfectamente – Toma.
Me quité la chaqueta y se la alargué.
– Gracias. Eres muy amable – dijo ella poniéndosela.
Estaba bellísima, con el rostro sudoroso, vestida con mi chaqueta, que le quedaba enorme.
– Venga, vamos a buscar una cafetería. Allí podré curarme esto. Además, seguro que esos mierdas nos buscan en cuanto se recuperen.
– Vale – respondió la joven simplemente.
Sentí un gran alivio, pues durante un segundo pensé que quizás se negaría a acompañarme y yo estaba deseando conocerla mejor.
CAPÍTULO 2: PRIMERA CITA:
Caminamos unos minutos, alejándonos del parque. Ya no íbamos cogidos de la mano, lo que lamenté profundamente. Me sentía muy nervioso, pensando en qué decirle para lograr saber más de ella.
Por fin, encontramos una cafetería tranquila y entramos, sentándonos en una de las mesas, una que estaba apartada de las ventanas, por si acaso los energúmenos nos buscaban por la zona.
Con gran aplomo, la joven le explicó a la camarera que habían intentado robarnos y le pidió que nos dejara el botiquín, cosa que la chica hizo con gran diligencia.
Fui al baño a limpiar la herida, descubriendo que era poca cosa, como había sospechado. Lo lamenté bastante, pues pensaba que, si hubiera sido grave, ella habría tenido que cuidarme. Si seré imbécil.
Poco después, sentados de nuevo en la mesa, la joven se encargaba de desinfectar la herida y ponerle una tirita. El contacto de sus manos me enervó tremendamente. Alcé la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos un instante, aunque ella los apartó enseguida, avergonzada. Sabía perfectamente en qué estaba pensando.
Habría querido decirle que no sintiera vergüenza, que yo era como ella, que había disfrutado enormemente con su show en el parque… quería decirle tantas cosas… Pero lo único que se me ocurrió decir fue:
– ¿Qué quieres tomar?
– Un café americano.
Instantes después, regresé a la mesa tras haber pedido dos cafés americanos y de haber devuelto el botiquín a la camarera, dándole las gracias efusivamente. Me senté y me quedé callado unos segundos, tratando desesperadamente de saber qué decir. Pero fue ella la que habló.
– Te doy asco, ¿verdad?
Me quedé atónito. Con la boca abierta, literalmente.
– ¿Có… cómo? – balbuceé.
– Vamos, no disimules. Me has visto antes en el parque. Has visto la clase de enferma que soy…
Y se echó a llorar, tapándose el rostro con las manos. Me quedé petrificado, no sabía qué hacer. Torpemente, intenté consolarla, aunque sabía que era mejor que se desahogara un poco, pues el susto que se había llevado había sido importante.
– ¿Se encuentra bien? – preguntó la camarera mientras dejaba los cafés encima de la mesa.
– Sí, sí – me apresuré a responder – Son sólo nervios por lo que ha pasado. Hasta le han roto el vestido…
– Pobrecita – dijo la joven mirando con compasión a mi llorosa compañera – No me extraña. Creo que le vendrá bien una dosis extra.
Mientras decía esto, la chica sirvió una generosa ración de licor en el café, llenando la taza hasta el borde. Tras dedicarme un guiño cómplice, la guapa camarera regresó a su puesto en la barra, mientras yo pensaba que me encantaría sentir sus hermosos ojos azules clavados en mi verga.
Sacudí la cabeza, alejando tales pensamientos y volví a concentrarme en mi compañera.
– Vamos, tranquilízate – dije alargándole un pañuelo – Ya ha pasado todo. Te aseguro que eso tíos se lo pensarán dos veces antes de volver…
– ¡Eso me da igual! – exclamó ella mirándome con ojos furiosos – ¡Me hubiera estado bien empleado si me hubieran violado! ¡Es lo menos que se merece una pervertida asquerosa como yo!
Comprendí perfectamente lo que le pasaba. Aquella chica no había aceptado aún su condición. Se sentía culpable por actuar siguiendo sus instintos. Y supe lo que tenía que hacer.
– Espero que no hayas dicho eso en serio – dije.
– ¡¿Y por qué no?! ¡Es lo que me merezco! – respondió ella descargando su rabia en mí.
– No te conozco de nada – dije con tranquilidad – Ignoro por completo lo que te mereces y lo que no. Pero, si lo que estás diciendo es que te mereces que te hagan daño por hacer lo de antes…
– ¡Sí! ¡Por ser una enferma, una pervertida asquerosa! ¡Me merezco eso y más!
– Vaya – dije bebiendo calmadamente de mi café – Pues ahora sí que has logrado ofenderme, pues si estás diciendo que los pervertidos merecen que les pasen cosas malas… me doy por aludido.
Ella me miró fijamente, sin comprender.
– ¿Qué quieres decir?
– Que según tú, me merezco que me pasen cosas malas, pues yo soy también… ¿cómo has dicho antes! ¡Ah, sí! Un pervertido asqueroso.
La joven me miró fijamente, con los ojos brillantes por las lágrimas, repentinamente nerviosa y asustada.
– ¿Cómo? – preguntó con voz temblorosa.
– Tranquila, chica. No me refiero a que sea un violador, ni nada de eso.
– No… no te entiendo – insistió ella.
– Quiero decir… Que soy exhibicionista. Como tú.
Se quedó alucinada, boquiabierta. Aún así, estaba guapísima con el rostro empapado de lágrimas. Sonrió entonces, más calmada, encajando lo que acababa de decirle en sus esquemas.
– Madre mía tío. He escuchado historias raras para ligar, pero tú te llevas la palma – me soltó.
– ¿Eso crees que hago? ¿Inventármelo para ligar contigo?
– Bueno…
– Te lo tienes muy creído tú – le espeté para confundirla.
Se ruborizó muchísimo, cosa que me encantó. Poco a poco, me sentía más seguro.
– Eres muy guapa, lo admito – continué – Pero si me crees capaz de inventarme semejante historia para meterme en tus bragas… me has juzgado muy mal. Además, si ni siquiera llevas…
Se puso aún más roja si es que eso era posible. Por lo menos, había logrado que dejara de llorar, que era lo que en realidad pretendía.
– Bueno, yo – dijo titubeante – Perdona, pero creo que debería marcharme…
– ¿No me crees? – dije en voz alta, atrayendo de nuevo su atención hacia mí.
Ella no contestó.
– No importa. Puedo demostrártelo.
Metí la mano en mi chaqueta y, por un segundo, ella pensó que iba a desnudarme allí en medio, por lo que se le pusieron los ojos como platos por la sorpresa. Pero mi intención era otra. Simplemente saqué mi móvil y me puse a buscar un fichero en la memoria.
– ¡Ajá! ¡Aquí está! – exclamé cuando hallé lo que estaba buscando – Échale un vistazo a esto.
Le pasé el móvil con un vídeo en marcha. Con mano temblorosa, la chica cogió el teléfono, miró la pantalla y pude ver perfectamente cómo sus pupilas se dilataban con estupor.
Alucinada, la bella señorita se quedó con la boca abierta mirando el vídeo en silencio, lo que me permitió observarla a placer.
Madre mía, qué bonita era. Rubia, ojos claros, rasgos dulces y encantadores, piel suave, sin mácula. Una mujer guapa de verdad, de las que necesitan muy poco maquillaje, pues no tiene defectos que esconder.
Ella seguía mirando el vídeo, hipnotizada. Yo sabía perfectamente lo que estaba viendo, al fin y al cabo lo había filmado yo. Deseando hacer nuestro contacto más íntimo, me cambié de silla y me senté a su lado, para poder ver la pantalla yo también.
Miré el teléfono y vi mi propia polla, completamente erecta, siendo masturbada suavemente por mi mano derecha. El plano se abrió un poco, permitiendo ver que iba sentado en el interior de un autobús público, pajeándome tranquilamente, con el móvil escondido bajo una chaqueta, de forma que podía grabar el espectáculo a escondidas.
En pantalla sólo se me veía del pecho hacia abajo, no la cara, pues lo que me interesaba grabar estaba en realidad al otro lado del bus, en la fila de asientos posterior a la que yo ocupaba. Allí estaba sentada una guapa señorita de unos 20 años, que, inclinada hacia delante, no se perdía detalle de la paja que yo me estaba haciendo, con los ojos clavados en mi erección, casi sin parpadear.
– ¿Ves? – le dije en voz baja a la chica – No te he mentido. Y ahora viene lo mejor.
Justo en ese momento, la joven del vídeo, bastante excitada por la situación, se mordía el labio inferior de forma harto erótica y poco después, se acariciaba un seno por encima de la ropa.
– Te juro que cada vez que lo veo me excito terriblemente – le susurré a mi compañera al oído.
Ella clavó su mirada en mí un segundo, pero enseguida volvió a desviarla hacia la pantalla. Y justo en ese momento, mi polla entró en erupción en el vídeo, vomitando semen que resbalaba por mis dedos y manchaba el asiento de delante, mientras la joven del bus daba un gracioso respingo.
– ¡Oh! – exclamó sensualmente mi compañera, excitándome muchísimo.
– ¿Te ha gustado? – le dije sonriendo.
Ella clavó sus hermosos ojos en los míos, todavía alucinando por lo que acababa de ver. Sin embargo, recobró la compostura inmediatamente y me alargó el teléfono.
– Esto no demuestra nada. Podría ser cualquiera, no se ve la cara…
– Mira un poco más – respondí sencillamente.
Volvimos a mirar la pantalla justo a tiempo de ver cómo la joven se levantaba de su asiento y caminaba hacia la salida del bus, pasando a mi lado. Mientras lo hacía, me miró detenidamente y sonrió, siguiendo su camino. Entonces la filmación se agitaba hacia los lados, mientras yo movía el móvil hasta que mi rostro apareció mirando a cámara, diciendo algo que no se entendió.
Mi acompañante, anonadada, sólo atinó a preguntar:
– ¿Qué fue lo que dijiste?
– “Espero que se haya grabado bien”
Ambos nos reclinamos en nuestros asientos, mirándonos el uno al otro. El corazón me latía desaforado, mientras me preguntaba si a ella le pasaría lo mismo.
– No puedo creérmelo – dijo ella por fin.
– ¿Por qué no? No es tan raro. Hay por ahí mucha gente con nuestras mismas inclinaciones, no es tan extraño que dos…
– ¿Inclinaciones? – me interrumpió ella – Querrás decir depravaciones, somos enfermos, pervertidos…
– Como quieras. Si lo prefieres, somos pervertidos. Pero entendiendo la perversión simplemente como una desviación del comportamiento normal, no como algo malo.
– ¿No te parece malo? ¿Te parece bien masturbarte en un autobús para que una chica te mire? ¿Para asustarla?
– ¿Te pareció asustada? Chica, pues a mí no me lo pareció para nada.
Ella no respondió, reacia a darme la razón.
– Hay quien piensa que los homosexuales son enfermos, pervertidos – continué – Y no es así, simplemente su sexualidad los aparta del comportamiento habitual. Hay gente a la que le gusta la dominación, el bondage, el voyeurismo… Pues lo mismo. Para mí, no son “pervertidos” como tú dices, simplemente son personas con una sexualidad diferente. Desde luego, yo no me tengo por un enfermo…
– Pues no estoy de acuerdo – dijo ella con testarudez.
– Lo que te pasa a ti es que todavía no has aceptado lo que eres. Sólo eso. Cuando lo hagas, disfrutarás mucho más. Serás tú misma y dejarás de sentirte culpable.
– ¿Disfrutar con esas cosas? – profirió ella indignada.
– Pues claro. No irás a decirme que no estabas excitada mientras te exhibías en el parque…
Volvió a quedarse callada.
– Entiendo que, por ser mujer, todo esto es más difícil para ti, pero…
– ¿Cómo que “por ser mujer”? – exclamó enfadada.
– No, tranquila – dije alzando las manos en gesto de paz – No es un comentario machista, Dios me libre, me refiero a que para ti es más difícil que para mí poder poner en práctica esos instintos.
– No te entiendo.
– A ver, me explico – dije – Verás, cuando yo me exhibo (y que te quede claro que me gusta hacerlo frente a mujeres, no niñas ni nada por el estilo), es bastante habitual que la cosa salga mal; que la chica se asuste y se largue, que se monte un follón, que intente atizarme (aunque esto no pasa muy a menudo). Lo más habitual es que haga como que no me ha visto y me ignore; algunas veces, simplemente disfruta del espectáculo, como la del vídeo y otras, las más lanzadas, se animan a participar…
– ¿En serio? – dijo la chica con incredulidad.
– Algunas veces – asentí – Lo que no me ha pasado nunca, es que, al verme exhibirme, una mujer haya decidido violarme.
– Creo que ya sé por donde vas.
– A eso me refería con lo de “ser mujer”. Si a ti, con lo guapa que eres, se te ocurre exhibirte delante de un hombre, lo normal es que lo interprete como una invitación y vaya a por ti, aunque no sea lo que tú quieres y en casos extremos… te encuentras con bestias como los de antes.
Ella apartó la mirada, confirmándome que le había pasado en más de una ocasión.
– Yo… Yo intento luchar contra esos impulsos – me dijo con desesperación – Y a veces lo logro, pero al final siempre…
– Acabas sucumbiendo – asentí – Es normal, está en tu naturaleza.
Volvió a mirarme con desesperación.
– Lo que tienes que hacer es aceptarlo y aprender a comportarte de forma que puedas disfrutar, sentir el placer de que te miren, pero de forma segura, con cuidado.
– ¿Cómo?
– Usando la cabeza – respondí – Debes aprender cómo, cuando y donde.
– ¿Y cómo puedo aprender? No es algo que se aprenda en la escuela…
– Bueno… Quizás haya sido el destino el que nos ha reunido…
La chica me miró fijamente, callada como una muerta. Podía percibir perfectamente el debate en su interior, deseando por un lado que la ayudara a liberar sus instintos y por otro, el lógico miedo a que un desconocido hubiera descubierto su secreto.
¿Desconocido? En ese instante me di cuenta. Con el cerebro totalmente concentrado en todo lo que acababa de pasar, no había caído siquiera. Me eché a reír, desconcertándola más si cabe.
– ¿Se puede saber de qué te ríes? ¿Es que te has vuelto loco?
– No, no – negué con la cabeza – Es que acabo de caer en que los dos nos hemos visto muy bien el uno al otro, con todo lujo de detalles… y ni siquiera sabemos cómo nos llamamos.
Se quedó sorprendida un instante, mirándome con desconcierto, hasta que acabó por echarse también a reír. Entonces, bruscamente, se tapó la boca con las manos y me miró con estupefacción.
– ¡Dios mío! – exclamó – ¡Acabo de darme cuenta de que ni siquiera te he dado las gracias por salvarme!
– Pues sí, es verdad. Ya estaba pensando que eras una desagradecida – bromeé – Anda mujer, no le des más importancia. Te aseguro que ha sido un placer. Ya sabes, rescatar a la damisela en apuros…
Ella me dirigió una sonrisa capaz de derretir un iceberg.
– Aún así… muchas gracias.
– De nada – dije guiñándole un ojo – Por cierto, me llamo Víctor.
– Alicia. Encantada.
Nos estrechamos la mano.
– Mi héroe – dijo Alicia sonriéndome.
Seguimos charlando un rato, tras pedir un par de combinados. La conversación giró sobre nuestra vida personal. Yo le hablé de mi trabajo y de Tatiana y ella me contó que trabajaba como diseñadora de interiores y que estaba prometida con un tal Javier. Su rostro se ensombreció un poco al mencionarle, así que decidí no insistir en el tema.
Pero ella quería hablar de otra cosa.
– Bueno, y volviendo a lo del vídeo… ¿Lo haces muy a menudo?
– De vez en cuando. No sé, una o dos veces al mes.
– ¿Y siempre en el autobús?
– No, no. En muchas partes. En el cine, en el coche, en tiendas…
Ella me miraba boquiabierta.
– ¿En serio?
– Claro. Es sólo cuestión de saber escoger el momento, minimizar los riesgos y tener buen ojo para elegir. Por ejemplo, el vídeo de antes. Esa es una forma ideal de hacerlo. Como la chica está en la fila detrás de la mía, piensa que no puedo verla. Así, se siente segura y puede dar rienda suelta a sus impulsos. Para ella yo era un tipejo al que le gusta pajearse en el bus, pero no que estuviera haciéndolo para ella, pues no se daba cuenta de que la veía.
– Pero, ¿cómo la veías? Si estabas de espaldas a ella…
– Por el reflejo de la ventana – respondí – Estaba anocheciendo y con la iluminación interior del bus, los cristales actúan como espejos.
– Ya veo. ¿Y cómo lo grabaste?
– Con el móvil. Lo llevaba tapado con la chaqueta. Soy un experto grabando a escondidas.
Ella asintió con la cabeza. Y yo me decidí a atacar a fondo.
– De hecho, antes te grabé a ti.
Se quedó petrificada, mirándome sin saber qué decir. Sin darle tregua, activé de nuevo el móvil y se lo alargué. Como un autómata, Alicia cogió el aparato y miró la pantalla, viéndose a sí misma, despatarrada en el banco del parque, frotándose el coñito con voluptuosidad.
– ¿Te gusta? – le susurré.
Ella no dijo nada. Se limitó a observar atónita el vídeo hasta que éste terminó. Aparentando estar enfadada, me devolvió el móvil.
– Bórralo inmediatamente – me ordenó con voz temblorosa.
Yo sonreí, pues sabía que no deseaba que lo hiciera. Si hubiera querido, podría haberlo borrado ella misma en vez de devolverme el teléfono, pero no lo había hecho.
– De eso nada – respondí – Luego voy a usarlo para masturbarme.
Volvió a quedarse anonadada, sin saber qué decir, con sus incrédulos ojos clavados en los míos. Yo había apostado fuerte, creyendo que la había calado bien, pero, aún así, su reacción me sorprendió.
– Demuéstramelo.
Esta vez fui yo el que se quedó parado, sin saber qué responder. Con una insinuante sonrisa, se reclinó en su asiento y se mordió levemente el labio inferior, como la chica del vídeo, sólo que de una forma mil veces más erótica. Me estremecí.
– ¿Ahora? – dije sin acabar de creérmelo.
Ella asintió en silencio.
Miré a mi alrededor, calibrando la situación. La cafetería estaba casi vacía y nuestra mesa estaba completamente al fondo, apartada del resto de clientes, con lo que no había mucho riesgo. El único problema era la camarera, pero la idea de que ella me viera… me gustaba.
– De acuerdo.
Mi súbita aceptación la pilló por sorpresa y esta vez fue ella la que miró a nuestro alrededor con nerviosismo. Mientras, la excitación que yo tan bien conocía ya se había apoderado de mí y mi miembro, que llevaba un rato semi erecto por lo erótico de la conversación, se puso duro de golpe, apretando con fuerza contra la bragueta del pantalón.
Un segundo después, me bajaba la cremallera y mi pene surgía majestuoso, durísimo, aunque oculto bajo la mesa. Eché la silla un poco hacia atrás y, para mi infinito placer, Alicia se asomó disimuladamente, echando un buen vistazo a mi erección con ojos brillantes. En cuanto sentí su mirada sobre mí, un ramalazo de placer recorrió mi cuerpo y, sin pensármelo dos veces, empecé a deslizar mi mano sobre el erecto falo.
– ¿Te gusta? – le susurré sin dejar de pajearme, sintiendo su ardiente mirada sobre mi piel.
Ella no respondió, limitándose a disfrutar del espectáculo sin perderse detalle.
Guiado por la excitación, incrementé el ritmo de la paja, mientras emitía suaves gruñidos de placer, provocados por la mirada de Alicia. Creo que hubiera bastado con que ella me mirara la polla un rato para acabar por correrme, sin necesidad de masturbarme.
Entonces me di cuenta de que Alicia no era la única espectadora. La camarera, bastante sorprendida, nos miraba de reojo desde la barra, simulando estar ordenando unos vasos. Reconocí sin dificultad su expresión de excitación contenida. La había visto muchas veces.
Sin cortarme un pelo, levanté un poco el culo de la silla, para que la punta de mi cipote asomara por encima de la mesa. La camarera dio un respingo y fingió estar superconcentrada en la vajilla, pero yo sabía que no se estaba perdiendo detalle.
– ¿Qué haces? – preguntó Alicia en voz baja.
– Nuestra amiga también tiene derecho a disfrutar del espectáculo – siseé – Ha sido tan amable…
Comprendiendo, Alicia miró con disimulo a la camarera, comprobando que nos estaba espiando.
– Joder, es verdad. Te está mirando…
Y yo ya no pude más. La voluptuosidad, el morbo del momento fueron demasiado. Me corrí con ganas, gimoteando, apuntando mi pene hacia el suelo con cuidado de no manchar a mi acompañante, pues intuía que nuestra relación no había llegado aún a ese punto.
Cuando me descargué, miré a Alicia, que me dedicó una sonrisa temblorosa. Podía leer la lujuria en su mirada.
– No puedo creer que lo hayas hecho – me dijo simplemente.
– ¿Por qué no? Seré un pervertido, pero no un mentiroso.
Alicia me dedicó una encantadora sonrisa, que me hizo estremecer de nuevo. Por desgracia, justo entonces regresó al mundo real y miró hacia los lados, como si no supiera muy bien donde estaba.
– ¡Dios mío! ¡Que tarde es! – exclamó mirando su reloj – ¡Se me ha ido el santo al cielo! ¡Y tengo que pasar por la tintorería a por los trajes de Javi! ¡Oh!
Sabiendo que lo bueno había acabado, le hice un gesto a la camarera pidiéndole la cuenta. La chica, roja como un tomate, nos la trajo instantes después. Pagué dejándole una buena propina, al fin y al cabo muy probablemente iba a tener que encargarse de limpiar los restos de nuestra aventurilla que habían quedado bajo la mesa.
Alicia, una vez de vuelta a la vida real, parecía estar deseando largarse de allí y perderme de vista, lo que me dolió un poco. No quería que se fuera, pero no veía el modo de retenerla. Me sentía un poquito angustiado mientras salíamos de la cafetería. Como era final de otoño, a esas horas ya había anochecido.
– Vamos – le dije – Te acompaño a tu coche.
– No… no es necesario.
– No seas tonta. No me iría tranquilo sin saber si habías vuelto a tropezarte con esos tíos. Además, si me llevo la chaqueta irás por ahí con una teta al aire…
Ella sonrió por mi broma, más relajada y aceptó que la acompañara.
– Es por aquí – dijo – Está cerca del parque.
Caminamos en silencio. Yo estaba que me moría por volver a verla, pero no se me ocurría qué decir. Allí en medio de la calle, los dos solos, sabiendo de mis aficiones particulares, me daba miedo decir algo y asustarla.
– Éste es – dijo ella deteniéndose junto a un Audi gris.
– ¡Oh! Vaya… – dije angustiado porque pensaba que no volvería a verla.
Ella se quedó un instante junto al coche, remoloneando, como vacilando en subir. Me armé de valor y se lo solté:
– Quiero volver a verte.
Alicia me miró fijamente, sin decir nada. Su intensa mirada provocó que la boca se me quedara seca.
– No sé si sería una buena idea – respondió tras unos instantes.
– Como quieras – dije suspirando – Pero opino que es una pena. Podría enseñarte mucho y ayudarte a que te aceptes a ti misma…
– ¿Yo? – dije pensándomelo unos segundos – No tengo palabras para describirte lo muchísimo que me he excitado esta tarde. Lo he pasado tan bien como hacía mucho tiempo. Por fin he conocido a alguien que es como yo, que podría comprenderme y compartir mis experiencias…
– ¿Y nada más?
La miré fijamente a los ojos, comprendiendo perfectamente a qué se refería.
– Si lo que preguntas es si me siento atraído por ti… Por supuesto. Eres bellísima y además, compartes mis aficiones. Pero te juro que yo jamás intentaré nada… a no ser que tú quieras…
Volvió a mirarme en silencio. Sentí miedo de que se negara.
– Pero mira, no me contestes ahora – dije tratando de aparentar indiferencia – Déjame tu número, o si lo prefieres te doy yo el mío…
– No sé… – dijo ella dudando todavía – Entiende que no te conozco de nada…
– Lo comprendo. Bueno, como tú quieras – dije resignado.
En sus ojos leí perfectamente la decepción, ella quería que insistiera, pero le daba vergüenza admitirlo. Entonces se me ocurrió la solución.
– Espera – le dije – Entiendo que no quieras darme tu número, por si soy un psicópata o algo así.
Ella sonrió avergonzada, demostrando que tal idea ya había pasado por su cabeza.
– ¿Qué propones? – preguntó con impaciencia, indicándome que ella también quería volver a saber de mí.
– Dame un correo electrónico. Seguro que tienes alguno que no sea de trabajo. Así podremos mantener el contacto y, si finalmente no quieres volver a saber nada de mí, no tendré forma de localizarte. Por si soy un acosador… – dije riendo.
Se lo pensó sólo un segundo.
– De acuerdo. A ver, apunta – accedió para mi infinita alegría.
Tomé nota de su mail y, por si acaso, le apunté el mío en un papel, que ella apretó en su puño.
– Bueno – dijo – Me voy ya. Le prometí a Javier que pasaría a recoger unos trajes y ya se ha hecho tarde.
– Pues deberías buscar algo para taparte el… ya sabes – dije sonriendo – Aunque, a lo mejor prefieres no hacerlo y darle al de la lavandería un bellísimo regalo…
Ella sonrió y agitó la cabeza, divertida. Entonces, respiró profundamente, como armándose de valor y, bruscamente, se quitó la chaqueta, devolviéndomela.
Su delicioso seno, con el pezón todavía enhiesto, quedó expuesto a mi vista nuevamente. Esta vez no me anduve con disimulos y recreé mi vista con el hermoso paisaje sin cortarme un pelo. Alicia toleró mi mirada sin decir nada, exhibiéndose para mí.
– De nuevo, muchas gracias – dijo rompiendo el hechizo – Si no llega a ser por ti, no sé qué habría pasado. Bueno, sí lo sé, pero…
– Pero ¿qué dices loca? ¿No viste que el anciano estaba a punto de liarse a bastonazos? – bromeé – ¡Anda que no se cabreó cuando los capullos aquellos le interrumpieron el show!
Alicia volvió a dedicarme una de sus luminosas sonrisas y abrió la puerta del coche. Justo antes de meterse, apoyó una de sus manos en las mías y me acarició suavemente, provocando que se me erizasen los pelos de la nuca.
– En serio. Gracias.
Subió al coche y cerró la puerta, dejándome espantosamente excitado. Pero, como soy maniático de tener la última palabra, quise rematar la escena, así que di unos golpecitos en el cristal para que ella lo bajara.
– Dime – me dijo desde su asiento tras accionar el elevalunas.
– Tienes unos senos preciosos – le dije guiñándole un ojo – Bueno, al menos uno de ellos.
Ella se rió.
– Te aseguro que el otro es igual.
– ¿En serio? Me encantaría verlo…
Volvió a sonreírme seductoramente.
– Otro día.
– Te tomo la palabra – respondí.
Y me alejé del coche. ¡Bien! La última palabra había sido mía.
CAPÍTULO 3: PREPARANDO LA SEGUNDA CITA:
No tengo palabras para describir el estado de extrema excitación que experimentaba en mi camino de regreso a casa. Ni siquiera el tener que concentrarme en la conducción sirvió para que se borraran de mi mente las voluptuosas imágenes de todo lo que me había acontecido esa tarde.
Llegué a casa con la sangre hirviéndome en las venas, caliente como hacía mucho tiempo no me sentía. Obviamente, tenía que sacarme del cuerpo aquella calentura que no me dejaba ni pensar y, por supuesto, iba a ser Tatiana la que pagara el pato.
Sin embargo, lo que en realidad estaba deseando era contactar de nuevo con Alicia; saber si iba a aceptar encontrarse de nuevo conmigo o no, era incapaz de pensar en otra cosa.
Abrí la puerta y penetré en mi piso con todas estas ideas atronándome en la cabeza. Tati, como siempre, salió a recibirme en cuanto escuchó el sonido de la llave en la cerradura, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas. Iba descalza, vestida con un vestido ligerito con estampado de flores que solía ponerse en casa, con la falda a medio muslo, que realzaba espectacularmente sus sensuales curvas, ya que le quedaba un poco estrecho en el pecho. Para no pasar frío, tenía conectada la calefacción de casa.
– ¡Hola cariño! – me saludó con entusiasmo, besándome en los labios – ¡Qué tarde vienes! ¿Se ha alargado la reunión?
– Sí, guapa – le mentí devolviéndole el beso y dándole una ligera palmada en el trasero – ha sido agotador.
– Pobrecito – dijo ella rodeándome el cuello con los brazos y apretando sus turgentes senos contra mi pecho, volviendo a darme un besito – Luego podemos hacer algo para relajarte.
Sonreí para mí. Estupendo. Ella también tenía ganas de marcha. Pues yo le iba a dar marcha.
– ¿Quieres cenar? – me preguntó.
– Es a ti a quien quiero comerme – respondí pellizcándole el culo.
– ¡Ay! ¡Guarro! – exclamó riendo y dando un gracioso saltito.
Sin embargo, a pesar del tonteo con Tatiana, en mi cabeza seguía flotando todavía la imagen de Alicia. Decidí que lo primero era escribirle un mail. Quizás con ello me mostrara demasiado ansioso, pero la realidad era que así me sentía: con ansia.
– Cariño, primero tengo que escribir un par de correos para el trabajo. Cenamos más tarde ¿vale?
Ella hizo un delicioso mohín de contrariedad, pero, como siempre, no protestó y se plegó a mis deseos.
– Como quieras. Voy a ver la tele. Date prisa, que la cena está en el horno.
– Vale – respondí, besándola de nuevo.
Sonriéndome con dulzura, Tatiana me despojó de la chaqueta para colgarla en el perchero y regresó al salón. Yo me fui a mi estudio, tremendamente excitado, rogando mentalmente que Alicia se mostrara receptiva a quedar conmigo. A Tatiana ya me la follaría luego…
Cerré la puerta del despacho, encendí el ordenador y, en cuanto arrancó el sistema, conecté el móvil y descargué el vídeo que había grabado con el show de Alicia en el parque.
Joder, qué cachondo me puse cuando la vi aparecer en la pantalla del ordenador, abierta de piernas sobre el banco, mostrándonos el coñito al afortunado vejete y a mí, acariciándoselo con lujuria. La polla se me puso tan dura que noté cómo se apretaba contra la parte inferior del escritorio.
A pesar de la distancia a que estaba grabado, el vídeo se veía bastante bien. Qué demonios, mi buen dinero me había costado el maldito móvil. El que tenía integrada la mejor cámara del mercado. Mucho cuidado que había puesto en eso.
No pude evitarlo, estaba medio hipnotizado, así que reproduje el vídeo 4 o 5 veces, poniéndome cada vez más caliente. Tatiana se iba a cagar.
Por fin, abrí el correo electrónico y empecé a escribirle a Alicia. Traté de parecer razonable, intentando que no trasluciera mi desesperación por volver a verla, tratando de aparentar estar sereno.
Le escribí esgrimiendo mis mejores argumentos para convencerla, haciendo hincapié en que podía ayudarla a conocerse mejor a sí misma y a aceptar su sexualidad. Además, le adjunté una copia escaneada de mi DNI, para que se quedara tranquila y se convenciera de que yo no era ningún asesino en serie.
Entonces se me ocurrió una idea. Adjunté también los vídeos, el mío en el autobús y el suyo en el parque. De esta forma, también se eliminaba la posibilidad de que yo fuera un chantajista, pues, si yo tenía pruebas de su secretillo, ella también las tendría del mío.
Mientras la barra de proceso de los archivos adjuntos se movía lentamente, pegaron a la puerta del despacho. Obviamente era Tatiana, que sabía perfectamente que debía llamar antes de entrar en ese cuarto. Como dije antes, era muy obediente.
– ¿Cariño? ¿Te queda mucho? – preguntó desde el otro lado de la puerta.
– Un poco todavía.
Entonces me poseyó el diablillo de la lujuria.
– Pero pasa, ven un segundo – le indiqué.
La puerta se abrió y mi sensual noviecita penetró en el cuarto, un tanto cohibida como siempre que venía allí, pues sabía que el despacho era mi reino particular y que no me gustaba que entrara nadie.
Tatiana caminó hasta quedar de pie a mi lado, mirando la pantalla del ordenador. Yo había abierto unos documentos del trabajo y había dejado el correo electrónico en segundo plano, sabiendo perfectamente que ella no entendía nada de informática y que no iba a darse cuenta de que estaba haciendo otra cosa.
En cuanto la tuve junto a mí, deslicé una mano a su espalda y, metiéndola por debajo de su falda, la planté directamente en los rotundos molletes del culito de mi novia, empezando a estrujarlo y amasarlo con deleite. Ella soltó un gracioso gemidito y se apoyó en mi hombro, sin protestar ni quejarse en absoluto.
– Joder, Tati… ¡Qué buena estás! – siseé estrujando su culo con más ganas – Si no tuviera que terminar esto, te follaba ahora mismo.
Ella no dijo nada, limitándose a sonreírme y a dejar que le metiera mano donde se me antojara.
– Nena… si tú quisieras… – dije dejando la frase en el aire.
– ¿Qué? – preguntó inmediatamente, deseosa como siempre de complacerme.
– Nena, mira como la tengo – le dije retirando un poco la silla del escritorio para que pudiera apreciar el bulto de mi pantalón – Anda, cari, ¿por qué no me haces una mamadita mientras termino de enviar estos informes?
Me miró un poco sorprendida, mostrando cierta reticencia a hacer lo que le pedía, aunque yo sabía perfectamente que iba a acabar por acceder a mis deseos, como hacía siempre.
– Ay, ¿por qué no esperas a después de cenar? Si quieres luego te doy un masaje en el cuarto y…
– Bueno. Como quieras – dije simulando estar molesto y sacando la mano de debajo de su falda – Entonces déjame que acabe con esto. Ya te avisaré cuando esté listo para la cena.
Ella se quedó callada un segundo antes de ceder.
– Anda, no seas tonto – dijo haciendo un puchero – No te enfades. Si tanto te apetece…
Que levante la mano al que no le apetezca que le chupen la polla.
Con una sonrisa de oreja a oreja, aparté la silla del escritorio y mi novia, toda hacendosa, se arrodilló en el suelo, metiéndose bajo la mesa. Yo tardé menos de un segundo en abrirme la bragueta y en sacar mi polla, completamente dura, gorda y amoratada, rezumando líquidos preseminales debido a la extrema excitación que sentía.
Justo antes de que Tatiana empezara la faena, me di cuenta de que la carga de los ficheros había terminado, así que pulsé enviar y le mandé el correo a Alicia, aparcando momentáneamente ese asunto de mi mente y pudiendo por fin dedicarme a disfrutar de las atenciones de mi voluptuosa novia.
Tatiana, perfectamente conocedora de cómo me gustaba que me la mamase, empezó a lamerme suavemente las bolas, mientras su cálida manita acariciaba el duro tronco lentamente, dándole cariñosos apretoncitos que provocaban que la sangre me hirviera en las venas. Cuando mis pelotas estuvieron bien ensalivadas, empezó a deslizar la lengua por todo el nabo, desde la base a la punta, lubricándolo bien antes de hundirlo entre sus carnosos labios.
Yo, con los ojos cerrados, disfrutando como un enano, le acariciaba el cabello con ternura, lo que la hacía ronronear como un gatito. Entonces se me ocurrió que la experiencia podía mejorar, así que decidí poner el vídeo de Alicia en marcha, para verlo mientras Tatiana me comía la polla. Total, mi chica estaba bajo la mesa y no podía ver la pantalla, concentrada como estaba en su tarea.
Pero entonces vi que tenía un nuevo correo. Era de Alicia.
No podía creerlo, el corazón se me disparó en el pecho. Por un instante, me olvidé de que Tatiana me la estaba chupando, me olvidé de todo, con mi mente completamente ocupada por Alicia.
No me atrevía a abrir el correo. ¿Y si decía que no? Pero entonces pensé que, para responder de forma tan inmediata, Alicia debía estar sentada delante de su ordenador. Quizás pensando en escribirme.
Abrí el correo.
No he podido dejar de pensar en lo que ha pasado esta tarde. Me siento confusa, has alterado mis esquemas. No estoy segura de que tengas razón en lo que me has dicho, pero no tengo más remedio que aceptar que he disfrutado mucho.
Creo que más que nunca.
Está bien. Estoy de acuerdo en que volvamos a vernos.
Te agradezco que me hayas mandado tus datos, aunque no era necesario.
Y los vídeos… No sé cual me ha excitado más, si el tuyo o el mío… Me siento extraña.
Di cuando quieres que volvamos a vernos. Me vendría bien el sábado. Podríamos quedar para almorzar…
Dime si estás de acuerdo.
Me sentí eufórico. Exultante. Estuve a punto de gritar de felicidad. Le contesté inmediatamente. Me parecía bien. El sábado. Cuando ella quisiera.
Entonces me asaltó una súbita inspiración y añadí una frase al mail que iba a enviarle.
– ¿Tienes Messenger?
Segundos después me llegaba la respuesta. Alicia seguía sentada delante de su PC. Cojonudo.
El correo únicamente contenía el enlace para añadirme como contacto a su cuenta de Messenger. La configuré inmediatamente.
Mientras, Tatiana seguía chupa que te chupa, redoblando sus esfuerzos mamatorios sobre mi nabo, quizás un poco extrañada porque estuviera aguantando tanto. No era tan raro, pues durante unos instantes hasta me olvidé de que me la estaban chupando, concentrado únicamente en contactar con Alicia.
Pero Tati es muy buena en esos menesteres y poco a poco iba aproximándome al orgasmo. Pero yo no quería acabar todavía, así que le puse la mano en la cabeza y le hice aflojar el ritmo, obligándola a deslizar más suavemente mi duro falo entre sus lujuriosos labios.
– Chúpame un poco más las pelotas, cariño – le susurré – No quiero acabar todavía.
Obediente, mi chica liberó mi polla de su enloquecedora boca y volvió a dedicarse a acariciar y lamer mi escroto, gimiendo y jadeando como si fuera a ella a quien estuvieran comiéndole el coño. Tatiana es genial para el sexo, disfruta absolutamente con todo.
De pronto, se inició en pantalla una sesión privada de Messenger. Con el corazón a punto de salírseme por la boca, conecté a la sesión.
– ¿Estás ahí? – preguntó Alicia.
– ¿Tú que crees? No, no estoy – respondí.
– Muy gracioso. No tengo mucho tiempo. Javier debe estar a punto de llegar. ¿Cuándo quieres quedar?
– El sábado me va bien.
Intercambiamos unas cuantas frases y acabamos citándonos a las dos de la tarde en un restaurante de un pueblo cercano, donde no había riesgo de que alguien nos conociera.
Entonces se me ocurrió una idea picarona.
– ¿A que no sabes lo que estoy haciendo? – escribí.
– ¿Es una pregunta con trampa?
– Más o menos. ¿Lo adivinas?
– Ni idea.
– ¿Seguro?
Pasaron unos segundos antes de que Alicia me respondiera.
– Te estás masturbando.
– Casi. Pero no. Tatiana está bajo la mesa, chupándomela.
Nueva pausa en los mensajes.
– No me lo creo.
No le respondí. Simplemente, encendí la webcam y la conecté al Messenger. En una ventanita de la pantalla apareció mi rostro sonriente. Sin pensármelo dos veces, cogí la webcam y la moví hasta enfocar el espectáculo de debajo de la mesa, pudiendo disfrutar en el ordenador de un espectacular primer plano de mi novia, completamente entregada a la tarea de chupármela.
– ¿Me crees ahora? – escribí sin dejar de filmar la escenita.
Nada. No hubo respuesta. Pasó un minuto sin que apareciera nada en pantalla. Me puse hasta nervioso. ¿Se habría cabreado?
Justo entonces se activó una sesión de webcam y en mi pantalla apareció Alicia. No puedo describir lo feliz que me sentí.
Se apartó un poco del ordenador, alejándose de la mesa, con lo que el plano se amplió. Y entonces, sin cortarse un pelo, se subió la falda hasta la cintura, volviendo a exhibir su delicioso coñito, que esta vez pude ver con más detalle.
Lo llevaba afeitadito, bien cuidado, con un pequeño mechoncito de vello en la parte superior de la rajita. Los labios se veían hinchados, excitados, brillantes por los flujos que brotaban de sus entrañas.
Entonces Alicia mostró a cámara lo que llevaba en la mano. Un pequeño vibrador. Sin perder un instante, se separó los labios vaginales con dos deditos, mientras su otra mano encendía el aparatejo y empezaba a frotarlo lujuriosamente en su clítoris.
Estuve a punto de correrme en ese instante, pero, por fortuna, Tatiana se dio cuenta de que estaba grabándola y dejó de chupármela, protestando sin demasiada convicción.
– Pero, ¿qué haces, cari? ¿Me estás grabando?
– Nena – jadeé – No te pares. Es que estabas haciéndolo tan bien. Me ha parecido una idea excitante, sigue, sigue, por favor.
Mientras hablaba, posé mi mano en su cabeza y la empujé de nuevo contra mi polla, con la doble intención de que siguiera chupando y de evitar que le diera por echar un vistazo a la pantalla.
Como siempre, Tatiana obedeció y volvió a tragarse mi polla hasta el fondo.
En mi vida había estado más excitado. Estaba disfrutando como nunca.
Y por fin estallé. Me corrí como una bestia. Con miedo a que Tatiana saliera de debajo de la mesa y viera a Alicia masturbándose, hice lo único que se me ocurrió: sujeté su cabeza con mis manos, obligándola a permanecer con mi verga incrustada hasta la garganta mientras mis pelotas vaciaban su carga directamente en su estómago.
Me encantó hacerlo.
Tatiana se resistió un poco, apoyando sus manos en mis muslos y tratando de apartarse. Pero yo no la dejé, me volvía loco de excitación que Alicia viera cómo me corría en la boca de mi novia.
Entonces Alicia también alcanzó el orgasmo, sus caderas se movieron de forma espasmódica, mientras ella boqueaba descontrolada. De pronto, un chorro de líquido salió disparado de su coño, no sé si se meó o qué fue, sólo sé que me excitó terriblemente.
Cuando acabé de correrme, liberé por fin a la pobre Tatiana, que salió de entre mis piernas con los ojos llorosos y dando arcadas. Por la comisura de sus labios se escurría un grueso pegote de semen, aunque yo sabía perfectamente que la mayor parte de mi corrida había ido a parar a su estómago.
¡Hala! Ya se había tomado el primer plato de la cena.
– ¡Tonto! – gimoteó Tatiana dándome un débil golpe en el hombro con la mano – ¿Por qué has hecho eso?
Un poco enfadada, salió del estudio disparada, sin mirar siquiera a la pantalla, aunque yo había tenido la precaución de minimizar las ventanas comprometedoras.
En cuanto salió, volví a maximizarlas y le escribí a Alicia.
– Ha estado genial. He disfrutado como nunca.
– No me extraña – contestó ella con filosofía.
– Y ahora voy a follármela.
De pronto, Alicia alzó la vista repentinamente, como sorprendida.
– Mierda. Javi acaba de llegar. Te dejo.
– Nos vemos el sábado. No te olvides.
Y cerró la sesión, cosa que yo imité enseguida. Tras hacerlo, apagué el ordenador y salí en busca de Tatiana, pues mi libido no estaba ni mucho menos calmada.
La encontré en la cocina, inclinada sobre el fregadero, tomando agua directamente del grifo para enjuagarse la boca, que a continuación escupía por el desagüe. Como no llegaba bien al fregadero, se ponía de puntillas, lo que me resultaba harto erótico, al ver cómo el vestido se le subía y mostraba la parte trasera de sus esculturales muslos.
Me acerqué por detrás y pegué mi entrepierna a su tierno culito, colocando mis manos en sus caderas. Ella, todavía enfadada, sacudió el cuerpo tratando de librarse de mí, pero lo único que logró fue que me apretara con más ganas.
– Perdóname, cari – le susurré dándole un besito en el cuello – Me he vuelto loco de caliente que estaba. Te juro que ha sido la mejor mamada que me has hecho en mi vida, no he podido resistirme, se me ha ido la cabeza…
Mientras le susurraba, mis manos se habían deslizado hasta sus pechos, amasándolos con pasión por encima del vestido, sintiéndolos endurecerse bajo mis caricias. Yo sabía que ella no iba a resistírseme mucho rato, pero decidí que le debía una pequeña disculpa.
– Vamos amor, perdóname… No te enfades – dije sin dejar de sobarle las tetas.
– Me has hecho daño, idiota. Me has torcido el cuello. Has sido muy bruto.
– ¿Dónde? ¿Aquí? – dije apartando su cabello y dándole tiernos mordisquitos en la nuca, que la hicieron retorcerse contra mi cuerpo
– Ay, quita – gimió, aunque yo sabía perfectamente que no quería que lo hiciera.
Gruñendo como un perro en celo y apretando con ganas mi erección contra su grupa, deslicé una de mis manos hasta volver a colarla bajo su falda, incrustándola esta vez entre sus muslos.
Tatiana gimió estremecedoramente, apretando con fuerza las piernas, mientras mi inquieta mano se colaba dentro de sus braguitas y se ponía a bucear en la inmensa humedad que allí había.
Cuando tuve los dedos bien empapados de su esencia, saqué la mano, brillante por sus flujos y la situé frente a sus ojos.
– ¿Seguro que quieres que me vaya? Entonces dime por qué está esto así de mojado…
Tatiana apartó la mirada, avergonzada, aunque yo sabía por lo agitado de su respiración y por la forma en que apretaba con disimulo su culito contra mí, que estaba a punto de caramelo…
– No, tonto, déjame… – suspiró.
– De eso nada.
Súbitamente, la rodeé con mis brazos y la levanté, haciéndole dar un gritito de sorpresa. Haciendo gala de mi fuerza, la transporté por la cocina y la senté encima de la mesa, mientras ella pataleaba fingiendo que estaba raptándola.
Sin perder un segundo, la atraje hasta el borde de la mesa y me arrodillé entre sus piernas, sepultando mi cabeza bajo su falda, provocando que ella diera un auténtico grito de estupor.
Deseando complacerla, hundí mi rostro entre sus muslos y empecé a chuparla, a morderla como loco, mientras ella daba grititos y reía, tratando infructuosamente de sacarme de debajo de su vestido.
Era verdad. Acababa de darle un pequeño mordisco en el chochito, por encima de las bragas.
Tatiana se resistía sin verdadera convicción, gimiendo y disfrutando con mi apasionado tratamiento. Sus braguitas estaban a esas alturas completamente empapadas, tanto por sus jugos como por mi propia saliva.
Sin pensármelo más, se las bajé de un tirón hasta medio muslo y volví a enterrar mi cara entre sus muslos, deslizando mi serpenteante lengua por su coño, logrando que dejara de fingir resistencia, para empezar a apretar mi cabeza contra si.
Pero yo estaba a punto de reventar. No podía más, así que salí de debajo de su vestido, sin que Tatiana acertara a reprimir un gemido de frustración. No tenía por qué preocuparse, yo estaba decidido a darle lo suyo y lo del inglés.
– Nooo. ¿Adónde vas? – gimoteó.
Con cierta rudeza, volví a atraerla hacia mí y le subí el vestido hasta la cintura, dejando expuesto su coño chorreante. Con violencia, le quité las bragas del todo, desgarrándolas y las arrojé a un lado, sin que ella protestara lo más mínimo.
Por fin, embrutecido por la pasión, se la clavé hasta los huevos en el coño logrando que mi querida Tatiana, que ya estaba en plena ebullición, se corriera como una burra empapando la mesa de la cocina.
– ¡AAAAAAAHHHH! ¡DIOOOSSSSSS! ¡NOOOOOOOOO! – gemía la pobre dedicando sus gritos a los vecinos.
No me extrañaba que, cuando me los tropezaba en el ascensor, los vecinos me miraran como a un dios, debían de pensar que las cosas que le hacía a Tatiana eran para hacerme un monumento.
Empecé a follármela con ganas, sujetándola por los muslos, mientras ella se derrumbaba sobre la mesa de la cocina, quedando tumbada. Al hacerlo, derribó con el brazo un frutero que teníamos allí, que se hizo añicos contra el suelo, cosa que me importó una mierda.
Seguí bombeándola enfebrecido, follándomela con todo, aunque mi mente no estaba llena con imágenes de mi novia, sino que rememoraba una y otra vez los sucesos de la tarde. Y lo que podía pasar el sábado…
– Enséñamelas tetas – gemí siseando por el esfuerzo – Tus tetas…
Tatiana, obediente, se desabrochó los botones de la pechera del vestido y dejó sus senos al aire. Sabiendo lo que yo quería, desplazó las copas del sostén hacia arriba, liberando sus dos magníficos pechos, que se agitaban y bamboleaban al ritmo de los culetazos que yo le propinaba.
Me sentí exultante, poderoso, aquel estaba siendo uno de los mejores días de mi vida. Sentí que mi orgasmo se avecinaba, pero yo quería retrasarlo, alargar el placer del momento.
Soñando con que era Alicia la que tenía ensartada, rodeé la cintura de mi chica con los brazos y la levanté de la mesa, sin desclavarla en ningún momento. Ella, acostumbrada a que la manejara a mi antojo, se abrazó a mi cuello sin quejarse, estrujando sus tetas contra mí, dejándome hacer lo que me diera la gana.
Con ella empalada en mi polla, caminé pisoteando los trozos del frutero roto y salí de la cocina, llevando a mi novia hasta el salón.
– Quiero correrme en tus tetas – le susurré al oído sin que ella pusiera la más mínima objeción.
De no ser por el frutero roto, lo habría hecho directamente en el suelo de la cocina, pero, como no podía ser, la llevé hasta el sofá del salón donde la hice tumbarse, sin sacársela en ningún momento. Para volver a estar a punto, le propiné unos cuantos pollazos más y cuando sentí que estaba a punto de correrme, se la saqué del coño, me subí al sofá y me senté en su estómago, ubicando mi enhiesto rabo entre sus espléndidas montañas. Ella, sabiendo perfectamente lo que yo pretendía, se apretó los pechos con las manos, estrujando mi polla en medio, con lo que yo sólo tuve que mover las caderas hacia delante y hacia atrás para follarme sus magníficas tetas, hasta que acabé por correrme con violencia.
Espesos lechazos impactaron en su cara, pringándola por completo, sin que ella se quejara en absoluto. La embadurné por completo de semen, la boca, la nariz, los ojos… todo pegoteado, en una de las corridas más espectaculares de mi vida, lo que me llenó de orgullo al ser la tercera del día. Estaba hecho un chaval.
Cuando acabé, me bajé de encima de Tatiana, mientras ella permanecía tumbada, recuperando el resuello. Agotado, me senté a sus pies e hice que colocara sus piernas sobre las mías. La miré y me deleité con su belleza. Estaba matadora, con el vestido enrollado en la cintura, el coño palpitante e hinchado, las tetas al aire y la cara completamente embadurnada de semen.
– ¿Te has corrido? – le pregunté.
Ella sabía perfectamente que a mí me gustaba que fuera sincera, así que admitió que sólo una vez, cuando se la metí en la cocina.
– Mastúrbate – le dije.
Y ella, acostumbrada a obedecerme, lo hizo. Con voluptuosidad, empezó a deslizar una mano por su coñito, frotándose con delicadeza el clítoris, mientras su otra mano empezó a acariciar su pecho.
No tardó ni un minuto en correrse, jadeando y convulsionándose sobre el sofá. Me gustó verla, aunque en el fondo no le presté mucha atención, pues una vez vaciadas mis pelotas, había vuelto a centrar mis pensamientos en Alicia.
Deseé que fuera ya sábado.
CONTINUARÁ
TALIBOS
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En el colegio nadie entiende que es lo que sucede, todos están sorprendidos al ver a Susana aparecer tan amiga de Sebastian. Es como si de pronto 2+2 sumaran 7, simplemente es algo raro e inexplicable, los hermanos de Sebastian, que siempre le han tenido unas ganas a la morena, se mueren de envidia cuando los ven juntos.
A Sebastian todos le preguntan como lo hizo, pero se hace el tonto a la hora de responder, ciertamente no esta dispuesto a decirle a nadie acerca de sus nuevas habilidades y de lo “cercano” que es con Susana en realidad. En el caso de la morena sus amigas están prácticamente escandalizadas, no pueden entender que una chica de su porte, belleza y reputación de pronto aparezca con tan poca cosa al lado, peor aun considerando, según ellas, el problema que sufre Sebastian. La que lleva la voz cantante en estas críticas es Jessica, prima de Susana.
“Aquí realmente caíste bajo” le reclama Jessica que se arregla su uniforme al sentarse en una silla de la cafetería. Susana recién venia llegando acompañada de Sebastian que ahora esta con sus compañeros de curso, “miren quien lo dice” replica Susana con desdén, ambas tiene un largo historial juntas y se conocen a la perfección. “Al menos yo nunca me he juntado con un pendejo así” contesta, “no por que te has buscado tipos aun más pendejos” responde Susana con algo de dureza.
Jessica no es la única, varias de las amigas de Susana le reclaman lo mismo, pero a la morena parece no importarle y de hecho ni siquiera se inmuta, se ríe de los comentarios de sus amigas y apenas las toma en cuenta. “Siempre has sido una chica lista Susana, cuenta la verdad que hay en todo esto” le insiste Julia. Finalmente Susana decide relatar lo sucedido como una forma de terminar con los rumores.
Sebastian esta comiendo en la mesa de enfrente cuando de pronto se percata que todas las amigas de Susana lo observan mientras la morena habla. Un escalofrío lo recorre por dentro, siente sus miradas y las expresiones en sus rostros cambian a medida que Susana les cuenta todo, el accidente del bus, lo que sucedió en el parque y lo que ha sucedido después pero él realmente se alarma cuando ve que Susana hace un gesto con sus manos indicando de forma inequívoca largo y grosor, lo cual fue seguido por una serie de expresiones de asombro e incredulidad por parte de las amigas de la morena.
“¡No puede ser cierto, debes estar bromeando!” dice Jessica, “si ustedes me creen o no, me importa un bledo, yo les cuento lo que sucedió y nada más, ahora si quieren compruébenlo ustedes mismas” replica Susana que recoge sus cosas y se va a. Sebastián se pone de pie y sale corriendo tras ella para saber que sucedió.
“¿Qué conversabas tanto con tus amigas?” le pregunta ansioso, “nada importante, me preguntaban por que ahora me juntaba tanto contigo y me fastidiaban a cada rato por ello”, “¿pero que les dijiste?” insiste Sebastian, “solo la verdad, ya es hora que te dejen en paz así que les dije todo lo que sucedió”, la cara de espanto de Sebastian al escuchar esto es evidente, “¡vamos no te preocupes, es para mejor, además podrías disfrutarlo!” le dice Susana con una coqueta sonrisa, luego sigue su camino.
Algo intranquilo por lo sucedido Sebastian regresa a la cafetería, al darse media vuelta se topa cara a cara con las amigas de Susana las cuales lo miran fijamente y lo saludan para luego seguir su camino murmurando. Sebastian esta sorprendido, normalmente ni siquiera lo miran, con suerte lo insultan. “Tengo un mal presentimiento” se dice a si mismo.
Al día siguiente Sebastian esta en el recreo estudiando, tiene una prueba de matemáticas y no quiere que le vaya mal. De memoria repasa una y otra vez los ejercicios aprendidos en la clase y trata de concentrarse lo más que puede. “¿Puedo sentarme?” le dice una voz femenina que rompe su concentración, Sebastian levanta lentamente la mirada y lo primero que ve son una hermosas piernas y una falda de colegio bastante corta, sigue subiendo la vista y aprecia una blusa blanca desarreglada con algunos botones abiertos luciendo un escote muy llamativo, labios carnosos pintados de un furioso color rojo y finalmente un rostro redondeado lleno de pecas, unos bellos ojos verdes y una frondosa cabellera llena de rulos, es Jessica, la prima de Susana.
Cuando Jessica llego al colegio hace un año le dio otro significado a lo que se entiende por una chica osada. Es directa, con una gran personalidad y sin pelos en la lengua, no se queda ante nada ni nadie y ni siquiera se inmuta cuando asegura que ha probado de todo en el sexo. Es casi tan alta como su prima pero algo menos voluptuosa, en todo caso es una belleza y Jessica no duda en usar sus encantos con los chicos con tal de conseguir lo que quiere, eso le ha valido la enemistad de varias pero poco le importa lo que piensen los demás.
Aun algo descolocado al verla Sebastian duda antes de responder, “claro, no hay problema”. Jessica se sienta a su lado y sube sus piernas a la banca, como su falda es bastante corta le enseña todo sin tapujos, algo que lo pone muy nervioso pues Sebastian sabe bien cual es la reputación de Jessica. Ella se entretiene escuchando música y tararea su canciones favoritas como si nada, Sebastian trata desesperadamente de concentrase en lo suyo, pero la espectacular vista que Jessica le da se lo impide pese a su esfuerzo.
“Así que eres el nuevo amigo de Susana, nos ha contado cosas bastante interesantes de ti”, “ella es my buena persona” es lo único que atina a responder Sebastian que trata de no mirarla. “Con la morena somos muy unidas lo sabias, siempre andamos juntas y a Susana la conozco muy bien” agrega Jessica en una voz cargada de malicia, “pues me alegro” replica Sebastian, “yo se bien lo que le gusta, y como le gusta, cuando estamos solas lo pasamos tan bien, en la ducha, en la cama y en una ocasión en la playa con varios amigos” agrega como si fuese algo sin importancia. De inmediato en la mente de Sebastian todo lo memorizado desparece y ahora sugerentes imágenes llenan su cabeza, el solo imaginarse a lo que Jessica se refiere lo deja hirviendo con el consabido problema que ello implica.
“Si me disculpas debo irme”, raudo se para y pone su cuaderno delante, pero Jessica es mas rápida y lo toma de la mano y lo jala de vuelta a la banca, antes que Sebastián pueda hacer algo Jessica se le sienta encima haciendo que su miembro se ponga duro como fierro, algo que sorprende gratamente a Jessica, “vaya, veo que Susana no hablaba por hablar, el recreo es largo por que no vamos a un baño y me muestras lo que puedes hacer con esto”, al tiempo que ella le habla con su mano aprieta el miembro de Sebastián comprobando de mejor manera su tamaño, “¡notable!” exclama.
Sin saber bien que hacer Sebastian se queda ahí como estupido hasta que finalmente reacciona, “lo siento debo irme” le dice y aparta a Jessica con tan mala suerte que pasa a golpear a Elena, la inspectora, una mujer realmente aborrecible que no pierde el tiempo en darle un severo sermón a Sebastian y más encima le ordena que se presente a su oficina después de clases, “¡y usted señorita arréglese su ropa, este no es lugar para este tipo de cosas!” le ordena a Jessica la cual no la toma en cuenta y se pone sus audífonos, resignado a su suerte Sebastian se va antes que la inspectora se ponga peor aun. “¡Eres una perra, te dije que no le hicieras eso!” reclama Susana que vio todo, “lo sé, pero me pareció tan divertido” responde Jessica con una sonrisa.
A la salida del colegio Sebastian pasa a la oficina de Elena donde la espera por unos instantes. Como inspectora ella no duda en hacerse odiar por sus alumnos y esta no es la excepción. “¿Y esa cara hombre, acaso te van a fusilar?”, esa voz se le hace conocida a Sebastian de inmediato, “¿acaso vienes a hacer que me castiguen de nuevo?” le responde con algo de sequedad, “no para nada, solo vengo a recibir mi propio castigo de parte del director por escaparme de clases el otro día” responde mientras se pinta sus labios y se encarga de acrecentar el escote de blusa, Jessica se le acerca como si fuera a besarlo y apoya sus pechos sobre Sebastian. “¡Compórtese señorita!” exclama Elena que viene llegando, Jessica se hace la sorda y entra a la oficina del director y Sebastian a la de Elena que le vuelve a dar un sermón acerca de lo importante que es mantener la cordura y la moral en el colegio, además le ordena que limpie un armario en castigo por haberla pisado, a pesar que Sebastián le dice que fue un lamentable accidente ella no atiende excusas.
Al cabo de unos minutos termina y Elena lo deja ir, al pasar frente a la oficina del director escucha un fuerte suspiro y unos ruidos raros, con bastante curiosidad se acerca a la puerta y pega la oreja a la misma, “¡pero que vigor, más fuerte, más fuerte!” dice Jessica en medio de sus gemidos. Sebastián se aleja de inmediato, ya no da más con la calentura que le dejo.
“¿Así que conociste a mi prima?” le dice Susana a Sebastián mientras salen del colegio al día siguiente, “pues es bastante, cariñosa, por decirlo de alguna manera” responde. “No le hagas caso, siempre es así, le gusta jugar con los hombres”, “ya me di cuenta, y vaya que es persuasiva cuando quiere serlo”. Tras caminar por el patio hacia la salida Susana toma a Sebastián de la mano, “¡ven conmigo!” le dice y lo lleva hasta un baño que normalmente esta desocupado, lo jala dentro y antes que Sebastián pueda decir algo Susana le da un tremendo beso. “Estas muy nervioso, déjame darte un relajador masaje” le dice la morena.
Susana se apoya sobre él haciendo sentir el tamaño de sus pechos, lo besa sin cesar y le toma las manos para que recorra su cuerpo, pronto su miembro alcanza su máximo tamaño, “ahora cierra los ojos y deja todo en mi boca”. Sin dudarlo Sebastián lo hace y pronto siente los carnosos labios de Susana cubriendo su verga.
Como nunca le hace una buena mamada, se muestra más intensa de lo habitual, se lo pasa en la cara y después lo envuelve con sus labios y se lo lame como si se tratara de un cono de helado. Juguetea con su roja cabeza a cada momento y lo saborea con intensidad. Sebastián siente que se va a correr pese a sus esfuerzos y finalmente lo hace, “¡esto fue espectacular!”, Sebastián abre los ojos de par en par y en lugar de Susana ve a Jessica la cual se limpia el rostro del semen. “Ahora veo que Susana no hablaba por hablar”, Sebastián no atina a nada y solo mira para todos lados, “mi prima no esta, le propuse que se quedara e hiciéramos un trío pero dijo que debía probarte a solas primero, me hizo el favor de traerte aquí” agrega.
Jessica se abre su blusa y se aparta su sostén exhibiendo sus pechos, son algo más pequeños que los de Susana pero igual de firmes, luego se inclina sobre la pared y se sube su falda exhibiendo su coño, “mira lo mojada que estoy, por que no vienes aquí y me demuestras que más puedes hacer con esa maravilla que tienes entre tus piernas”. Sebastián ya no da más y en privado admite que Jessica también lo vuelve loco, así que decide ponerse a trabajar de una buen vez.
Jessica sintió como la lengua de Sebastián se hunde en su sexo y se mueve con vigor en el, “¡oye, yo esperaba tu miembro!”, “¡me dejas a mi ahora o no!” replica Sebastián que le demuestra que también sabe usar su boca. Pronto Jessica comenzó a gemir, Sebastián se lo hace muy bien y devora ansiosamente su sexo usando con habilidad su lengua y sus dedos. Jessica agita sus caderas y no para de gemir y suspirar, esta impresionada y muy excitada por la forma en que se lo hace, siente que su coño se derrite con cada lamida que le dan.
“Ahora lo que tanto querías” le susurra Sebastián al oído al tiempo que entierra su miembro en el coño de Jessica, “¡es increíble, es enorme!” exclama la ardiente pecosa. Sebastián la sujeta con fuerza de sus anchas caderas y comienza a darle con todo como a Jessica le gusta. Sebastián la empala en su verga sin darle aliento, Jessica se muestra increíblemente ardiente y goza como una loca cada acometida, “¡vamos más duro, párteme en dos!” le dice a cada momento mientras delira con el miembro de Sebastián recorriendo su sexo de manera tan ruda. Ambos se besan y cruzan sus lenguas con cada beso y Jessica se carga sobre él para recibir cada milímetro de su miembro, ella lo quiere todo.
“Espera, deja acomodarme un poco”, Jessica se pone en el piso separando sus piernas y exhibiendo su coño, “ven aquí”. Sebastián se ubica entre sus tersos muslos y su miembro pronto se abre paso en su sexo. Jessica lo envuelve con sus piernas y lo aprisiona contra su cuerpo, “¡así es, bien duro y fuerte!” le dice ella que se retuerce ante cada acometida. Sebastián presiona sobre Jessica que se mueve como una loba en celo gozando y disfrutando, él pudo comprobar que las historias acerca de lo fogosa que es Jessica en el sexo son verdad.
“¡Te quiero cabalgar encima, te quiero dejar seca tu verga!”. Jessica se le monta encima y le restriega sus pechos en la cara, Sebastián se los chupa y los lame mientras ella se deja con fuerza sobre su miembro, “¡esto es fantástico, grande, dura y como me recorre por dentro es increíble!” exclama Jessica entre sus gemidos, Sebastián se percata de lo apasionada que es en comparación con Susana. Jessica dejo salir toda su lujuria montándoselo furiosamente con Sebastián que se dio el gusto de su vida. Mientras ella sube y baja por su verga él le hunde un dedo en el culo haciéndola sobresaltarse, pero a Jessica le encanta.
Abrazándola con fuerza Sebastián la sujeta en el momento en que comienza a acabar, Jessica lo siente y se impresiona por lo abundante de su descarga. La pecosa usa hábilmente su boca para saborear el espeso semen de Sebastián, “¡vaya, esto fue increíble, ahora veo por que Susana te defiende tanto!” le dice Jessica mientras suspira recuperando el aliento, “y tu eres bueno, única”, Jessica se ríe al escucharlo. Rápidamente se pone de pie y se arregla su ropa, “pues te aseguro que esta no será la ultima vez, ahora debo ir a reportarme”, antes que Sebastián le diga algo Jessica le da un apasionado beso y se va raudamente, “¡mujeres!” exclama él.
Afuera del colegio en una esquina esta Susana con el resto de su grupo de amigas que ansiosamente esperan a Jessica, “¿y bien?” pregunta Julia ansiosa, “pues, que quieren que les diga, en la escala de uno al diez, un diez es poco” responde. Las amigas de Susana no lo pueden creer, Jessica es muy exigente con los hombres y es la primera vez que la escuchan hablar de uno, “pues parece que tenemos algo interesante entre manos” agrega Natalia sonriendo.
Abrazada a tío Sergio me cayó la realidad del enorme cambio que había tenido mi vida. La inocente niña de una villa perdida en un lugar de la tierra, tenía ahora un mundo que por mucho tiempo fue algo que no creía poder alcanzar algún día. O sea que me sentía la niña más afortunada del planeta. Y lo que más le daba más fundamento a mi felicidad era el hecho de que mi deseo de hacer lo que sentía como mis propias decisiones, era que me apoyaba una de las personas más importantes de mi vida…, mi propia madre. Ella me permitía caminar por ese callejón hermoso, por esa ruta de felicidad que solo me hacía sonreír. Así de relajada estaba cuando me trajo a la realidad un grito desde abajo, en la cocina: – El desayuno está servido! Vamos que se enfría…!
Ya en la mesa estaba todo listo. Ni bien me senté y empecé a comer, caí cuenta del hambre que tenía. Me provocaba comer sin pausas, lo cual les dio risa a mi madre y a Sergio. – Hay cosas que dan hambre mi amor… -dijo ella sonriendo y pasando la mano por mi cabello. Charlamos un rato hasta que aparecieron mis hermanitos y detrás mi padre listos para ir a hacer las compras del mercado para la semana ya que iba a ser intensa para él. Mami decidió quedarse porque no estaba con ánimos de caminar mucho por el mercado: – Vayan ustedes los varones a divertirse -les dijo cariñosamente.
Papá lo tomó con mucho agrado y dandole un beso le dijo en broma: – Me los llevo a un club… -guiñándole un ojo para darle a entender el tipo de club al que se refería y se rieron. – Si tu los llevas a un club de esos yo te cuelgo de ya sabes donde! Y siguieron las bromas de ida y vuelta por unos minutos. Desde que habíamos llegado el buen humor se hacía sentir constantemente en todo el ambiente.
Así fueron pasando los días, las semanas y los meses. En todo ese tiempo fui conociendo el área donde vivía, las costumbres de Sergio y el ritmo en que se moviliza la gente de aquí. También conocí a Javier un guapísimo hombre que resultó ser el mejor amigo del tío y tres matrimonios mas o menos contemporáneos. Uno de ellos tenía dos niños y una niña que jugaban con mis hermanitos cada vez que venían. Por otra parte como ya yo estaba estudiando inglés intensamente y me preparaba para ingresar al colegio a estudiar en el próximo año, viajaba en tren a cinco estaciones de distancia que me llevaba unos 45 minutos de viaje. A mi regreso siempre que llegaba a la estación para esperar mi tren, coincidía con una pareja que a la tercera vez de vernos me preguntaron de donde era. Casualmente ellos eran un joven matrimonio peruano que habían nacido en Lima, la capital de mi país. Con el correr del tiempo nos hicimos amigos. No podían creer la suerte que nosotros habíamos tenido de poder salir de esa villa donde vivíamos. Claro que les expliqué que quien había provocado todo ese movimiento había sido mi propio tío. En fin, a medida que pasaba el tiempo la vida me ofrecía más descubrimientos y un crecimiento con mayor seguridad, que me permitía disfrutar y aprender.
En todo este tiempo fui desarrollando una curiosa forma de entretenerme. Me picaba la curiosidad de cómo funcionaba la sociedad del norte y ya fuera en la calle, en el lugar donde vivíamos, en un restaurante o en el tren, estudiaba los gestos, las reacciones de las personas y sacaba conclusiones de cómo eran, qué buscaban en ciertos momentos y cual sería su carácter y sus emociones. Y lo mejor de todo es que pocas veces me equivocaba.
Hasta ese momento no lo había puesto en práctica en la casa, hasta que accidentalmente un día me llamó la atención un comportamiento de mi madre que se repetía cada vez que estaba en presencia de Javier cuando no estaba mi padre delante. Se comportaba con acciones de una chica joven, nerviosa, pendiente a cualquier deseo que él tuviera como por ejemplo alcanzarle una cerveza o tonterías de esas. Yo estaba segura de que a ella le gustaba demasiado porque nunca la había visto comportarse de esa forma, y no lo dudo porque él estaba muy apetecible… A pesar de ser menor que ella, cuando estábamos juntos el comportamiento de Javier parecía más adulto que el de mi madre. Pero por el momento él no reaccionaba a esos “mensajes” corporales que mi madre exteriorizaba inconscientemente. Tengo que confesar que este suceso no me hizo sentir mal para nada. Al contrario, me sentía que era el momento de obrar como ella lo había hecho conmigo. Quería ayudarla a contarme lo que le pasaba, pero esperaba que ella misma tomara la iniciativa.
Javier y Sergio se llevaban una buena diferencia de edades de casi 17 años. Pero él fue quien ayudó a mi tío cuando emprendió su aventura en el negocio y desde ese momento se convirtieron en amigos inseparables. Por eso es que a nuestro arribo y ni bien estuvimos acomodados, fue la primera persona de su grupo que conocimos. El día que vino por primera vez a casa, charlamos muchísimo. Los niños lo agotaron con sus correrías y él se prestaba para todos esos juegos. Luego cuando los mandaron a dormir, nos acomodamos en el living, mi padre, mi madre, tío Sergio, Javier y yo y hablamos de muchas cosas.
Javier siempre lucía guapísimo, vestía con muy buen gusto. Era alto, delgado de cintura y una espalda bastante ancha. Sus brazos denotaban que era de los que van a menudo al gimnasio, aunque nada exagerado. Tenía la cara bien limpia y siempre medio-afeitada, nariz fina, cejas abundantes y bien oscuras, ojos oscuros y vivaces y el pelo bien negro, perfectamente cortado y peinado. Sonreía constantemente y poseía un muy buen sentido del humor. A partir de ese momento comenzó a aparecer en la casa bien a menudo. Se notaba que en esa amistad con mi tío no se guardaban muchos secretos. Y entre algunas de sus acciones y por la forma en que Sergio se comportaba conmigo frente a su amigo, mi insoportable instinto permitió que comprendiera de que Javier ya sabía lo que había entre nosotros. Por lo tanto, yo tampoco me sentía incómoda de poder sentarme con mi tío en sus piernas o al lado de él apoyando mi cabeza en su pecho. También lo descubrí varias veces mirándome por entre mis cortitas faldas cuando me tiraba en el sofá con Sergio a lo que -por la confianza que habíamos desarrollado- no me daba vergüenza fastidiarlo y le abría más las piernas en tono de broma. Era algo en que los tres participábamos. El siempre nos decía: – “No me provoquen porque yo soy como un animalito que siempre está con hambre…” y continuábamos con las bromas “sensuales” siempre que se daba la oportunidad. Pero esa distancia que todavía nos separaba de la confianza total, una vez se acortó un poco cuando los tres mirando una película en el sofá del living, yo me había tendido a lo largo entre los dos. Cada uno ocupaba las puntas opuestas. Mi cabeza apoyada en Sergio y mis pies tocándole la pierna a Javier por la falta de más espacio para estirarme. Después de un par de escenas bien atrevidas de la película donde una pareja estaba en la cama haciendo el amor, sentí sus manos acariciándome los tobillos. Luego llegó varias veces hasta mis rodillas. Tío Sergio lo había visto pero parecía no importarle. Seguía absorto en la película pero en mi mejilla me hizo sentir que le provocaba calentura la situación ya que le sentí crecer el bulto mientras eso sucedía. Por un momento miré por sobre mi cuerpo estirado y vi que el bulto de Javier también estaba bien crecido. Sonreí internamente porque me gustaba ser responsable de esas reacciones. Lo estaba disfrutando.
Después de la película, Sergio le dijo que se quedara en el cuarto de al lado nuestro y al Javier decirme las buenas noches con su pijama puesto se pegó a mi más de lo acostumbrado haciéndome sentir claramente su dureza por un par de segundos. Fue la primera vez que hubo un acercamiento físico. Me sonrió y se fue. La primera vez que me hacia saber de su sexualidad y también fue la primera noche en que cogiendo con Sergio mientras me tenía penetrada por delante, me acarició con un dedo la entrada de mi trasero y me dijo: – ¿Te imaginas la pija de otro hombre metiéndotela aquí mientras tu y yo cogemos así…? Lo único que hice fue gemir por lo que estábamos haciendo, sin prestarle mucha atención a lo que me había dicho. Pero luego, atando cabos me di cuenta que él había pensado en la posibilidad de Javier como ese “segundo hombre” en medio de nuestro acto sexual y de seguro esperó una respuesta de mi parte para que sucediera! Pero no me di cuenta a tiempo y nada pasó.
Por un tiempo todo siguió igual y seguíamos esas reuniones y no existieron mas acciones de ese tipo. Preparábamos comida, a veces se abría una botella de vino rojo y una de blanco efervescente que a mi me encantaba, tirándonos en el suelo, en el sofá o en el dormitorio a ver la copa europea que era lo que más recibíamos en el cable o alguna película. Javier no era nada tímido y no ocultaba sus reacciones cuando veíamos películas fuertes, las cuales ponían cada vez con más frecuencia, pero todo continuaba igual, sin otras provocaciones mas que las de acariciarme las piernas. Su presencia de hizo rutinaria. Ya tenía confianza con toda la familia. Pero había algo especial en Javier, que empezó a llamarme la atención cuando él estaba en presencia de mi madre. Cuando no estaba mi padre ni los niños, ahora era él quien la miraba alejarse o acercarse cada vez que mi madre se levantaba de la mesa o de un sofá. Finalmente parecía haber cedido a las provocaciones disimuladas. Buscaba sentarse siempre del lado donde ella estuviera y le daba conversación constantemente. Entonces le puse atención a mi madre y noté que ella reaccionaba con una constante sonrisa desde que Javier llegaba y se ponía muy nerviosa cuando le daba un beso en la mejilla separándose rápidamente de él si estábamos todos presentes. Pero cuando estábamos solos mi madre, Sergio, Javier y yo, no se separaba con tanto apuro del beso de bienvenida. Otra señal que comprobaba mi teoría, era que ella venía vestida cada vez más coqueta.
Ver esas reacciones es a lo que se le llaman “lenguaje corporal” y a mi me fascina poner atención a ese comportamiento con el que nadie puede ocultar el verdadero sentimiento con que se actúa ante cualquier situación. Sentí que mi teoría tenía bases fundamentadas una tarde de las tantas en las que mi padre se iba con los niños a ver baseball (se habían hecho fanáticos del equipo de la zona) y luego los llevaba a comer como siempre. Como en otras veces, decidimos ver televisión en el dormitorio grande de Sergio. Yo me había tirado sentada sobre tío Sergio con mis piernas enrolladas sobre las de él como en posición fetal, abrazada de su cuello, ya que él se había recostado sentado contra el respaldar de la cama. Estaba de espaldas a Javier que también estaba sentado contra el respaldar al lado de su amigo y después de él mi madre acostada de lado sobre la almohada con sus rodillas casi pegadas a él. Yo tenía puesto un short bien corto de paño que dejaba descubiertas las curvas de mis nalgas y una camiseta sin mangas. Mamá, se había venido con un short de paño también pegado aunque un poco más largo que el mío y un top de tela delgado sin sostén que dejaba notar sus todavía buenos pechos y algo de sus pezones que se ponían duros porque creo que a propósito se ubicaba donde el aire acondicionado le daba de lleno. Esa tarde decidimos ver una película. La eligió Sergio. Luego me di cuenta que era una de las más fuertes que yo había visto hasta ese momento. El argumento era totalmente sexual. Una mujer semi-frígida le es infiel a su novio cuando conoce a otro hombre que la calentaba con solo mirarla. Éste la transformaba en una máquina sexual infernal y en la primera escena a los casi cinco minutos de película, la mujer le chupa la pija debajo de una mesa en un restaurante. De allí se la lleva a un motel donde en la escena siguiente la desnuda lentamente besándola por todas partes hasta que se la monta encima con ella prácticamente gritando gemidos de goce. Esa escena extremadamente sensual duró una eternidad. Algo que calentaba a cualquiera que la viera.
En ese instante, el brazo de Sergio bajaba por mi espalda metiendo su mano por detrás de mi short. No me había puesto bombachas. Empezó a acariciarme con el dedo entre las piernas y como estaba de espaldas a Javier y mi madre, no veía si me estaban mirando, pero si lo hacían estaban viendo claramente que yo movía la cola disfrutándolo sin pena. Levanté la cabeza y besé a Sergio en los labios con pasión. Cuando nos separamos de ese beso, me miró a los ojos sonriente y me dijo en un susurro: – Mira a tu madre y a Javier. Cuando voltee la cara, me encontré con que la mano de mi madre acariciaba la pierna de Javier mirándolo fijamente a su dura pija por sobre el pantalón. Él le acariciaba el cabello y los ojos de mi madre subieron hasta encontrarse con los de Javier. Ahora se miraban intensamente a los ojos. Se veía claramente que la calentura de ella la tenía totalmente descontrolada y abría un poco la boca para gemir en silencio. Parece que intuyó que Sergio y yo la veíamos y por un instante las dos nos encontramos mirándonos. Le sonreí aprobando lo que sucedía en medio de un gemido y entrecerrando los ojos porque el dedo de Sergio se habían colado entre los labios de mi vagina entrando suavemente por la humedad que me invadía. Volví a besarlo. Ahora las lenguas, la saliva y los labios se restregaban con más frenesí. Era un momento muy intenso. Los gemidos que salían del televisor eran de una mujer en celo teniendo un orgasmo inacabable. Mi mano bajó hasta encontrar el elástico del short de Sergio y atrapé lo que tanto deseaba. Sin prestar atención a lo que sucedía a mi lado lo empecé a masturbar mientras nos besábamos. Se sumaban dos dedos dentro de mi y cada tanto los llevaba hacia atrás mojándome con mis propios jugos la entrada de mi trasero. Mi tío giró junto conmigo mientras me bajaba el short por completo. Quedé pegada al lado de Javier y al mirar hacia abajo vi a mi madre chupándole la verga ayudándose con las dos manos en el tronco. Él tenía los ojos cerrados. Sergio bajó hasta ubicarse entre mis piernas y me penetró con la lengua con sus manos apartando las rodillas lo más que podía. Por esta nueva posición, mi pierna derecha descansaba en la de su amigo que al sentirla giró su cabeza mirándome tan cerca que me provocó más calentura y sin ofrecer más resistencia nos besamos en la boca con una intensidad poco común. ¡Por fin sentía esos labios a los que tantas ganas de tenía! Los dos nos movíamos de la cintura para abajo por la sensación que nos hacían sentir y en cada estocada nuestras bocas se chupaban y volvían a aplastarse para darle entrada a las lenguas.
Pasados unos minutos sentí que Sergio abandonaba mi ensopada concha y Javier me rogaba: – Súbete en mi boca Andreíta que tengo muchas ganas de chupártela. Sin hacerme esperar miré a Sergio que se había parado de la cama y me hacía un gesto afirmativo dándome su aprobación para que cumpliera con lo que su amigo me pedía. Abrí las piernas a cada lado de su cara y tomándolo del cabello le dirigí la boca a mi concha apretándolo mientras mis caderas empezaban a subir y bajar con un ritmo que comunicaba mi calentura total! Un gemido de mi madre me recordó que estaba también allí y me di vuelta encontrándome con otra sorpresa. Seguía con la pija de Javier en la boca ayudada ahora con solo una mano mientras la otra se la había pasado por debajo de trasero de Javier para empujarla bien adentro de su garganta. Pero por detrás del trasero de mi madre, Sergio le abría las nalgas con las manos mientras la penetraba por la concha a un ritmo continuado. A cada embestida ella gemía y se tragaba más profundamente la verga de nuestro amigo. Los gemidos y el olor a sexo invadieron el dormitorio. Yo me aferraba con fuerza apretando el clítoris contra la nariz de Javier cuando me vino el primer orgasmo rogándole que no parara. Mi madre en ese momento le empezó a gritar a mi tío: – ¡Métemela por el culo! Era una escena dantesca. Nunca había estado en algo así pero me encantaba ver a mi madre en pleno acto sexual descontrolado. Las veces que la había visto coger con mi padre había sido algo muy formal y tranquilo. Esta vez era totalmente diferente. Parecía una mujer sin límites en su lenguaje ni en sus movidas. Para ese momento mi madre ya había abandonado la pija de Javier y él tomándome de la cintura me dirigió hacia la punta que apuntaba hacia el techo. Me depositó soltándome y la dura, caliente y brillante cabeza la sentí abrir los ensopados labios de mi vulva provocando que todo mi ser se concentrara en ese punto. Mi concha se adueñaba de mi mente y se convertía en el centro de todos mis movimientos, de mi esencia. Era el centro de control absoluto. Con las manos en su pecho tomaba el control de penetrármela a mi gusto y a mi tiempo. Bajé un poco la cintura y la cabeza de esa pija se coló como un golpe seco y me detuve otra vez. Moví imperceptiblemente la cintura, luego la saqué un poco y volví a penetrarme, pero solo hasta allí… hasta que la cabeza entraba. Repetí esto varias veces y cada vez mis conexiones nerviosas me recorrían el cuerpo como si estuviera de orgasmo en orgasmo en cada movimiento. Javier me quería agarrar de la cintura para meterla toda de un empellón, pero yo no se lo permitía. Otra vez movía mi cintura en círculo y dejé entrar un poco más de esa dura carne que me abría más los labios de la vulva. La pija de Javier estaba tan dura que si se zafaba de entre mis piernas, se pegaría violentamente a su propio estómago, y esa dureza me rozaba toda la parte superior del interior de mi concha tocándome un punto muy especial que me provocaba más calentura. Ahora volvía a sacarla y empujaba con mi cintura otra vez y otro pedazo de dureza me llegaba más adentro. Poco a poco le fui dando el permiso de entrar dentro de mí hasta que el clítoris tocó su pelvis y mi culo rozaba sus testículos. Cuando llegué a ese punto me quedé pegada con fuerza y movía los músculos internos para masturbarlo con la concha mientras la cintura apenas se revolvía de lado a lado. Fue la primera vez que Javier me dijo algo: – …huy Andreíta. Qué forma de cojer más rica que tienes! Nunca ninguna mujer me hizo sentir lo que me estas haciendo sentir ahora…! Entonces escuché a tío diciéndole a mi madre: – ¡Mira como se lo coge tu hija! ¡La tiene tan metida que cuando le suelte la leche la va a dejar preñada! Javier, ponla de frente para que podamos verla… Y girándome quedé dandole la espalda a Javier. Mi madre estaba doblada a los pies de la cama con la cara hacia donde yo estaba. Por detrás Sergio la tenía penetrada. Mi concha abierta por esa hermosa pija que me estaba volviendo loca frente a los ojos de ellos dos a lo que mi madre dijo: – Mi chiquita… te la tiene toda tan adentro! ¿Te gusta su pija? – Siiih…! -dije casi en un suspiro. Javier, con las manos en mi cintura me empezó a empujar duro aumentando la velocidad de sus estocadas diciendo: – ¡Qué ganas de cogermelas que tenía! Sergio, deja a la madre con ganas que después me la quiero coger a ella también. – No te preocupes, yo solo le voy a llenar el culo -le dijo mi tío- Te dejo el resto para ti. Y sentí una estocada más fuerte y por unos segundos se quedó pegado a mi con fuerza aguantando la respiración mientras la pija palpitaba haciéndome sentir el calor de esa leche que escupía dentro de mis entrañas. Mi madre le decía a mi tío: – ¡Así Sergio, así como solo tu me lo sabes hacer! – Te encanta que yo siempre te la meta por el culo! – Siiihhh!! Llénamelo ya! – Toma! Toma! Toma! -repetía a cada vez que lanzaba la leche en ella. Y se quedó acostado encima de mi madre. Por mi parte volví a girar quedando de lado a Javier porque tenía ganas de volver a besarlo. Y Sergio volvió a dar órdenes a mi madre: – Chúpate la leche de Javier. Y sentí las manos de ella abriéndome y con su boca me empezó a chupar intentando beber todo lo que pudiera sacar. Como una autómata la agarré del cabello y la apreté contra mi restregándola mientras no dejaba de besar a Javier. Su lengua escudriñaba lo más adentro que podía. Me apretaba los labios de la vulva para que saliera más y poco a poco se la fue bebiendo y tragando. Siguió por un minuto más hasta que me arrancó otro orgasmo y por fin comenzaba a calmarme… Mi madre me había chupado la concha igual que lo había hecho Rosa en la villa. Me sentía en las nubes. El sexo comenzaba a convertirse en un vicio para mi. Al rato todo estaba en silencio. Descansábamos, pero no por mucho tiempo.
Desperté descansado… la luz del día entraba por la ventana, el canto de las aves, era un día cálido con una fresca brisa, todo parecía perfecto… pero estaba solo… ¿dónde estaba Mili?… otra vez se me activo en mi cabeza la alarma paranoica por lo que pudiera hacer o decir Vane….
Esa loca podía cambiar de humor y planes fácilmente, si nos escuchó anoche en el baño y se puso celosa… podía contarle a Mili todo… total ya era de día y podía largarse cuando quisiera en su auto… salte de la cama y me disponía a salir en busca de Mili…
– ¿A dónde vas?… me pregunto una voz detrás mío.
– Ufff… que susto… iba a buscarte… repuse viendo a Mili en la puerta del baño.
Ella sonrió coqueta y volvió a entrar al baño… creo que tras todas las veces que la poseí en ese club y en todas las formas posibles… estaba por muy satisfecha y despertó de muy buen ánimo… yo más aliviado aún tenía la duda de donde estaba Vane… así que le saque la información a mi manera.
Me acerque al baño, Mili ahora tenía un polo translucido, que igual le llegaba hasta la mitad de la cadera, dejando ver sus gordas nalgas, el camisón de la noche anterior estaba deshecho en una esquina… Mili orgullosa de lo que sus formas causaban en mí, me miraba a través del espejo del lavabo…
– ¿Estamos solos?… pregunte, abrazándola por detrás y sintiendo sus formas.
– Uhmmm… si… dijo complacida de sentirme, luego agrego… Guille vino a buscar a Vane temprano, creo que para disculparse, salieron juntos, seguro estarán desayunando…
Yo comenzaba a acariciarla por encima de su corta y delgada ropa… Mili procuraba hacerse la difícil, la desentendida… pero viendo sus gestos a través del espejo, sabía que estaba cediendo… más aun cuando yo tenía la clásica y habitual erección matutina intentando abrir sus gordas nalgas…
– Ay… yaaa… no te basto abusar de mi anoche… se quejó ella pícaramente, apartándome un poco.
A decir verdad me dio un culazo para hacerme retroceder y me causo gracia. Mili tenía el cabello desordenado, parecía escoba vieja… dándose cuenta tomo una liga y levantando los brazos fue acomodándose el cabello hasta formar una cola… mientras yo me morboseaba mirando su otra cola, la de sus apetitosas nalgas.
Al levantar la vista y ver su sonrisa mientras ella miraba abajo buscando la pasta de dientes… me di cuenta que Mili cometió el error de que al hacerse la cola en el cabello, dejo descubierto su cuello, su punto débil que aprovecharía para abusar nuevamente de su otra esponjada cola.
La abrace por detrás nuevamente, empujando con mis manos su vientre para que su trasero se hunda en mi ingle otra vez… y bese su cuello desnudo… aquel punto débil que le hizo erizar la piel y ponerse nerviosa… soltó el cepillo y la pasta de dientes…
– Qué terrible eres… repuso con los ojos entrecerrados.
– Sera la última antes de irnos… insistí, porque debíamos partir más tarde.
– Nooo… esperaaa un pocooo… refuto Mili.
Seguro quería que me aguante hasta que termine de acicalarse, para que se siente mejor… pero para mí ese era el momento… Mili procuro no prestarme atención, aunque tenía mi verga dura dividiendo sus gordos glúteos. Siguió echando pasta de dientes al cepillo y luego se lo metió a la boca…
Esa espuma blanca que se formaban en sus labios, me recordó como la noche anterior mi leche la salpico por todo el rostro y como incluso se le metió a la boca… no resistí más… me baje el short, le subí un poco el polo y mi verga rebusco entre sus infladas posaderas…
– Ohhhh… exclamo sorprendida al sentirme piel con piel.
En ese instante, la mezcla de agua y dentífrico, se le escapó de la boca, yendo a parar sobre sus senos que ya traslucían a través del polo delgado… pero que ahora mojados se mostraban en todo su esplendor, más aun con su pezón endurecido…
Ella miro sus enormes melones con satisfacción, tratando de oponerse a esa febril excitación… con un dedo tomo un poco de pasta que había chorreado en su seno izquierdo y se lo metió con su dedo en la boca, casi chupándoselo… en una infartante imagen provocadora… eso era todo… no podía masss…
– Ayyy… ouuu… se quejó Mili al sentir mi verga la perforándola otra vez por donde le gustaba.
Nuevamente soltó el dentífrico y el cepillo, esta vez no los quiso recuperar, solo se aferró a los bordes del lavabo sintiendo sus entrañas invadidas por mi erección matinal… tenía los ojos entrecerrados, una expresión de disfrute, aun se escurría algo de espuma entre su mentón y sus senos…
– Nooo… yaaa nooo… insistía Mili resistiéndose a lo inevitable.
Procuro volver a sostener el cepillo, como para continuar limpiándose los dientes… abrió el grifo de agua para enjuagarse, se inclinó para tomar agua y lo hizo… pero fue una mala jugada para ella y buena para mi… en esa inclinación, sus nalgas se abrieron de par en par y no desaproveche la ocasión para hundirle unos centímetros más de tiesa estaca, apretándola más contra mí con mis manos en su cintura…
– Oufff… Ouuu… uhmmm… gimió casi ahogándose.
Ante esa brutal clavada, su vientre se contrajo, obligándola a votar de su boca todo el agua que recién acaba de absorber para enjuagarse… nuevamente su pecho se llenaba de humedad, su polo ya parecía el de esos concursos de camisetas mojadas… donde se aprecian por completo los senos…
No me resiste a jalonear esos deliciosos globos… Mili me miraba sorprendida por el espejo, respirando aun forzadamente… luego volteo aun con la boca, abierta… su cuerpo había despertado hace poco y esa avalancha de sensaciones la estaba inundando y sacándola de sus cabales…
– Ayyy… ¿qué me haces?… uhmmm… gimoteo sorprendida casi sin voz.
Tenía apresada a Mili por todos lados, como un pulpo: una mano apresando su vientre y jalándola hacia mí entrepierna que a su vez apresaban sus pulposas nalgas, mi otra mano estrujaba sus senos que se inflaban con su respiración agitada… y obvio, mi verga empalándola dulcemente por su arrugado anillo…
Mili en vez de intentar huir, más bien frotaba su cuerpo contra el mío nerviosamente, producto de su excitación… tanto que casi me hizo perder el equilibrio porque se apoyaba mucho en mi… en rápida maniobra me recompuse parándome mejor… pero prácticamente la levante un poco… la tenía como bandera en ristre y en vez de quejarse lo disfruto…
– Ohhh… uhmmm…
En mi nueva posición, dada nuestra diferencia de altura hasta ella misma se había empinado un poco como para acomodarse, para evitar que mi verga saliera de su ano… quería conservar cada centímetro llenándola hasta la raíz… en esa extraña posición sus nalgas se abrían más aún…
Mi verga atorando sus entrañas era nuestro punto de apoyo, su senos subían y bajaban con su agitada respiración… sin embargo, se dio maña para voltear el rostro y robarme un jugoso y desesperado beso, mezcla de todas las sensaciones que disfrutaba… al menos ahora su aliento era a fresca menta…
Cuando no soporto más, nuevamente se apoyó contra el lavabo, yo abrí un poco las piernas para no tenerla empinada en esa forzosa posición… ella sola se rindió, ya había olvidado el cepillo y la pasta, esa labor quedo a medias dejando huellas blancas en sus labios, mentón y senos…
– Ayyy… me encanta lo que me haces sentir… uhmmm… dijo en voz ahogada.
Mili solita se iba inclinando y empinando su gordo rabo, para que lo fustigue en una cabalgata feroz, esta vez con los codos y brazos apoyados en el lavabo y las manos aferradas al borde, para resistir todo.
No necesite mayor consentimiento para comenzar a taladrarle su cálido esfínter que ya palpitaba ansioso sobre mi verga… la tome de la cintura y empecé a estamparla contra el lavabo. Era temprano, había descansado bien y tenía todo el ímpetu de tener las cosas más claras respecto a Mili, la adoraba.
– Uyyy… que biennn… asiii… uhmmm… exclamaba satisfecha.
En esa posición semi agazapada, me dejaba su culo a mi merced, para que se lo rompa a placer… mientras veía sus senos saltar… con cada incursión veía sus nalgas remangarse en mi ingle y rebotar, yo estaba aferrado a su estrecha cintura que por momentos parecía que se iba a quebrar…
Puse mis manos a los lados de lavabo para apoyarme en él y darme impulso, ahora los recorridos de mi verga en sus entrañas no eran tan largos, más bien eran más rápidos y cortos pero con mayor impacto…
– Ayyy diosss… que fuerteee… me partesss… siii… uhmmm… gemía enloquecida.
Ella me miraba sorprendida, con la boca abierta en expresión entre aterrada y placentera… yo estaba completamente absorto en sus nalgas rebotando en mí, en esa dulce fricción que me generaba… pero sentí que me miraba… y fue peor para ella…
Note que su otra cola, la de su cabello, también saltaba por el ímpetu que le imprimía a su enorme trasero… me dije ¿Por qué no?… la tome del cabello con una mano y la jale hacia atrás, mi otra mano la apoye en su cintura para evitar que deje esa posición…
– Ahhh…. Ouuu… se quejó levemente por mi accionar.
Más bien en esta maniobra le estaba arqueando la espalda… ella sumisa me seguía en todo lo que hiciera, sabía que también se beneficiaría, que le proporcionaría más placer… con sus manos aun aferradas en el lavabo, los senos saltando, ella lagrimeaba de placer…
En esa posición, la estaba cabalgando en todo el sentido de la palabra… ella nuevamente se retorcía de placer… parecía estar esperando que me viniera para dejarse llevar… pero su cuerpo no pudo más y en violentos pero reconfortantes espasmos termino su dulce agonía en un violento orgasmo…
– No amorrr esperaaa… reclame sintiéndome cerca de llegar.
– Si… si…. Ven… me dijo.
Evidentemente su inflado trasero y su goloso esfínter estaban sensibles tras ese brutal orgasmo… me di cuenta de eso y solté un poco las riendas, dándole cierta libertad…
– ¿Qué haces?… exclame al verla actuar inusualmente.
Ella se desengancho de mí rápidamente, aun la veía agitada… pero inmediatamente se arrodillo frente a mi… al ver que no actuaba o le seguía la corriente… increíblemente… procedió a pajearme y succionarme la verga… terminando la tarea que su delicioso rabo dejo casi por terminar…
– Ay mierd… salteee… le advertí.
Pero no hizo caso, mi verga exploto sobre su garganta, cuando empezó ahogarse la alejo un poco… pero sin dejar de pajearla como para que escupa todo… no le importaba que le manchara el rostro, esta vez se esparció más que el día anterior por todo su rostro…
Otra vez, en agradecimiento por el fenomenal orgasmo que le di… procedió a limpiarme la verga, exprimiendo hasta la última gota de semen en mí…. Luego se alejó sonriendo, aun con leche escurriendo de su rostro… tomo un poco del mentón y se lo metió con un dedo…
Eso me hizo escupir una gota más que con su lengua limpia… antes se había tragado mi leche, creo que esta vez quiso probarlo… en ese momento de placer y locura dimos rienda suelta a disfrutar sin complejos ni limites… ella me estaba enloqueciendo…
Creo que el día anterior, al notar como casualmente al acabar en su boca me excito al máximo, Mili quiso repetir esa situación… si yo hacia todo por satisfacerla analmente, porque ella no podía complacerme de esa forma…
Había algo de reciprocidad en esto… yo hacia el esfuerzo físico sometiéndola para darle placer y ella me causaba un impacto visual con sus formas, su entrega y ahora con sus mamadas y tragadas de leche…
También creo que había algo de competencia por lo de Vane… Mili quería mostrarse más audaz y atrevida conmigo en el sexo, cosa que seguramente no tendría con la blanquiñosa y desabrida de Vane… así que Mili decidió desinhibirse por completo como para darme la más grata experiencia y que no mire a otros lados…
Por otro lado, luego me dijo que se atrevió a eso porque temía que me canse de ella, que su cuerpo dejara de excitarme… ya que en algunas de las ocasiones en el club yo la hice llegar 2 veces (en el rio y en la fiesta) y ella solo me hizo llegar una vez… entonces pensó que quizás me estaba volviendo inmune a sus encantos… que debía encontrar otras formas de hacerme llegar con ella…
Bueno, no podía decirle que aquellas veces que me demore más fueron porque tenía la cabeza en otro lado por culpa de Vane… al final gracias a ella conseguí mayor satisfacción con Mili… creo que en parte debía estar agradecido porque la presencia de Vane ayudo a mejorar mis encuentros sexuales con Mili…
Volviendo al relato, Mili y yo habíamos quedado extasiados en el baño, recuperando la respiración ambos sin dejar de mirarnos y sonreír satisfechos… yo estaba feliz, encontrar una mujer que haga de todo por complacerte es genial… estábamos tan abstraídos, perdidos en nuestras miradas y sonrisas, que para nosotros no importaba nada más… pero…
– Ayyy… uds. son… son unos cochinos… aggg… exclamo Vane con expresión asqueada.
No nos percatamos que Vane toco la puerta del cuarto, ni de sus pasos yendo al baño… la imagen que ella encontró fue: Yo aun de pie exhausto apoyado contra la pared con mi verga aun parada y Mili arrodillada frente a mí con todos mis líquidos chorreando por su rostro, sobre todo su boca y labios, y también sobre sus senos…
– No le hagas caso amor a esa reprimida… me dijo Mili en voz baja, luego agregó: esta celosa porque solo puede llegar así en sus sueños húmedos…
– Jajaja… ¿en serio?… reí nervioso recordando y haciéndome el desentendido por lo de ayer.
– En realidad creo que… ella se estuvo masturbando ayer… olía terrible su cuarto… me dijo Mili.
– Ah sí… seguramente… agregue siguiéndole la corriente a Mili y aliviado que pensara así.
No quise profundizar más en lo sucedido anoche, no me convenía… solo le di a entender a Mili que poco importaba lo que pensara la loca de Vane, (total cada quien disfruta su sexualidad como le plazca)… cerramos la puerta, por si acaso el fisgón de Guille se asomaba… después nos reímos de la situación… Vane parecía destinada a atraparnos en las situaciones más íntimas, para incrementar su envidia…
Escuchamos afuera la voz curiosa de Guille preguntando qué pasó… pero oímos que se alejaron de la cabaña para darnos nuestro espacio. Después nos enteramos que habían ido a buscarnos preocupados porque no aparecimos en el restaurante para desayunar… Además debíamos abandonar las cabañas a mediodía, teníamos alistar nuestras cosas para preparar nuestro regreso a la ciudad.
Mili y yo nos acicalamos rápidamente y fuimos al restaurante a devorar el desayuno… la expresión de felicidad que teníamos nadie nos la borraba. Tampoco nadie le borraba la extraña expresión que traía Vane, mezcla de molestia y asco… seguro recordaba lo que había visto… en parte fue bueno, porque por esa aversión que nos tenía, se le había pegado más a Guille y la inhibió de mandarme indirectas…
El problema era que Vane al principio también sintió asco de vernos follando como perros en la casa de Guille y en la oficina del profesor, pero luego se le antojo que le hiciera lo mismo, hasta me chantajeo… ahora, según ella, yo le debía algo… solo esperaba que no pidiera eso… a estas alturas, esperaba que con el shock que le causamos, se le hubiera olvidado eso…
Subimos nuestras cosas al auto de Vane, ahora el problema es quien manejaba… Vane aduciendo que estaba muy cansada no quería manejar, esa fue una indirecta que me mando sonriendo por mi inesperada visita del día anterior… por suerte Mili lo tomo como que nosotros no la dejamos dormir, y bueno Mili tampoco tenía licencia para conducir.
Guille, era el más descansado, quería continuar amistándose con Vane, si ella no conducía era obvio que iría en los asientos de atrás, y el iría con ella… entendiendo eso, me ofrecí a manejar… solo esperaba que no le pasaran factura a mis reflejos lo poco que dormí, todo lo que bebí y lo mucho que cogí esos días…
Con las cosas en el auto y decidido el conductor, almorzamos en el club a manera de despedida y confraternidad… esperaba que después de eso, no volviéramos a estar tanto tiempo juntos otra vez, más que nada por Vane, que con sus locuras y enredos desestabilizaba al grupo…
Enrumbe por la carretera de regreso, con una sonriente Mili de copiloto. A los pocos minutos, producto del calor y de la merienda, mis compañeros cayeron somnolientos. Poco después me di cuenta que el retrovisor frente a mí no estaba ajustado a mi medida, lo iba mover.
En eso note la mirada coqueta de Vane que había despertado y me miraba casi desvistiéndome… no quise distraerme viéndola… pero sentí su mirada persistente… al voltear nuevamente note que me mostraba 2 dedos, en forma de V… luego hizo una mueca a manera de beso entre ellos…
Dándole sentido a sus señas, habían sido 2 veces las que estuvimos juntos en el club, mejor dicho enganchados sexualmente en las cabañas… bueno, para mi ahí quedaron las cosas… pero Vane insistía en distraerme… otra vez al ver por el retrovisor, me hizo los gestos que temía…
– Me debes una… dijo en voz baja, luego haciendo un puño movió su mano como cuando se come un helado, con la boca abierta y lengua hacia un gesto como de una mamada.
Parecía que después de todo Vane, a pesar de lo que me dijo mientras bailábamos, no dejaría las cosas zanjadas en el club y que nuevamente a pesar de todo el asco que mostro… se le antojo lo que vio…
Vane quería prolongar mi agonía en la ciudad… sospechaba que eso no terminaría bien para nadie…
Fui a buscar las putas cervezas, tenía la sensación de que en cuanto salí de casa, Jaime ya se estaba follando a Sonia, y si tardaba mucho mi madre iba detrás. Así que en 5 minutos regresé con otros 4 packs de 24 latas a los pies de la moto, al entrar temía ver a Jaime ya en acción, pero estaban todos en la puerta esperándome, se habían puesto el biquini y mi madre era la única con un camisón fino, Jaime solo con el bañador. Yo me puse una camiseta por tener una prenda más. Mientras las chicas se turnaban en hacer manitas con Jaime camino de la playa, solo mi hermana me ayudó con las cervezas y la nevera hasta arriba de hielos. Al llegar hicimos un círculo y comenzamos.
Seria repetitivo decir que ocurrió, resumiré en que la 1º hora fue inocente, a partir de ahí Jaime se volvió osado, y ya tenia a mi madre sin ropa, a Sonia con las tetas fuera y mi hermana tuvo que dejarse meter mano, a mi me hacia tonterías para humillarme, hacer verme con un crío, para minimizarme ante las demás. Al par de horas estabamos todos desnudos y con un subidón de cerveza notable, por suerte era una playa apartada y en esas horas no pasaba mucha gente. A estas alturas Jaime se había cebado con mi madre, le había comida la tetas, le había hecho hacerle una paja, y se dieron el lote unos 5 minutos, eso me dejó cierta libertad con las demás, y Sonia fue asediada, bailes, caricias, y llegué a pedirla una cuabana que me dejó muerto, mi polla desaparecía entre aquellas montañas. Mi hermana y Sara fueron castigadas por elegir verdad, descubrimos que mi hermana había probado el sexo anal, y cual de sus ex follaba mejor, un tal Pedro, mientras que Sara relató como perdió su virginidad con el hijo del carnicero a los 16 años, y que tuvo líos lésbicos en la universidad.
-JAIME: pierde Carmen – que se bebía las cervezas como chupitos.
-CARMEN: verdad jajaja
-JAIME: ¿te follaste al mulato de anoche? – se puso azul de congestión, pero ante la mirada atónita de Marta, asintió.
-CARMEN: ¡si, jajajaja dios!, es que tenia un calentón…….
-MARTA: ¡pero mamá, ¿y papá?! – la cogió de la mano con dulzura.
-CARMEN: hija, tu padre no está, y estoy harta de dormir sola, no es nada, solo me divierto, como tú.
-JAIME: quedan pocas latas – quería pasar rápido para evitar discusiones morales. Perdió Sara, y aproveché que mi madre distraía a Jaime.
-YO: quiero que me a la chupes, tía – sonó tan decidido que gateó hasta mi y comenzó a chupar el glande, aquello abrió los ojos de todos, le costaba horrores metérsela pasado el capullo, pero lo compensaba con una lengua viva.
-JAIME: mira como le comen la polla a tu hijo – apretó a mi madre contra él, pegando su culo a su erección sin que mi madre apartara la vista de mí.
-CARMEN: jajaja es que es hijo de su padre, casi no puede tragársela jajajaja.
Me hizo hundir los dedos en la arena de placer, y en 5 minutos me vacié en su boca, la mayor parte se lo tragó. La siguiente mano perdió mi madre, que seguía eligiendo atrevimiento pese a todo.
-JAIME: ummmmmm ¿que se me ocurre….?
-CARMEN: poco se me ocurre ya, golfo, me has hecho de todo……jajajajaja
-JAIME: cierto, háztelo tu misma, hazte un dedo.
Se tumbó en mitad del circulo y se abrió de piernas mirando a Jaime, chupó varios dedos y empezó a jugar con sus labios mayores, los separó y frotó su clítoris mordiéndose el labio, para terminar metiéndose 3 dedos, se martirizaba ella sola con un ritmo animal, se arqueaba mostrando unos pezones que rayarían diamantes, comenzó a pellizcarse uno, y luego a suspirar rápido dando golpes con el culo contra la arena, hasta que tembló de gusto y se hico un bola.
-JAIME: espectacular, dios…. ¡que mujer! – recibió un aplauso tímido. Otra mano, perdió Marta, que ya estaba colorada como una fresa, eligió verdad.
-JAIME: ayer te follaste a uno, ¿te dejó satisfecha?
-MARTA: jajaja ¡que cerdo eres!…… ¡pues no!……se quedó dormido y no me gustó – terminó su cerveza.
-YO: solo queda una lata.
-JAIME: tengo una idea, pero no se si os gustará, sois demasiado remilgadas……- aquello fue justo lo que era, una trampa.
-SARA: claro, míranos que recatadas, aquí desnudas y chupando pollas……..dilo.
-CARMEN: eso, podemos con todo ajjajaja.
-SONIA: yo hago lo que sea…….
-JAIME: me gustó mucho terminar follando con Sara, y creo que a todos verlo, ¿que tal si la última lata siempre sea el colofón con sexo? El que pierda tiene que dejarse follar, pero puede escoger con quien, tienen que ser hombre y mujer, nada de rollos gay, ¿que os parece?
-MARTA: un poco fuerte…..pero…… ¡que coño!
-CARMEN: claro que si, reparte jajajjaa – parecía ansiosa por que le tocara.
-SONIA: ¡madre mía!, estamos locos….
-SARA: pues no juegues, niña…- seguían picadas.
Jaime era un genio, si tenían que ser hombre y mujer, siempre ganaba, de las 4 mujeres, una era madre, otra mi hermana, y la 3º mi tía, a la que ya se tiraba, las 3 le elegirían a él de cabeza, aparte de que si perdía él podía follarse a cualquiera, y si perdía yo solo podría ir a por Sonia. Al repartir estaba nervioso, dimos la vuelta a la carta a la vez, y la matemática no fallaba, perdió Jaime.
-JAIME: jajajaja que bien – se frotaba las manos mientras abrió la última cerveza que le se bebió mirando a las 4 mujeres, Sara casi parecía ya dispuesta cuando – ….me follo a Marta – me quedé de piedra, “mi pobre hermana”, pero tenia sentido, Jaime ya tenia a mi tía, mi madre estaba cerca, y había empezado a camelarse a Sonia, mi hermana era la única que no caía en su juego, y no perdió la oportunidad.
-MARTA: ¿en serio,? es que……..
-CARMEN: ¡no seas boba, ¿no ves que guapo es Jaime?! tendrías que estar agradecida – no seria real decir que eso fue el alcohol, mi padre había enseñado a pensar de esa forma a mi madre. La mujer estaba para complacer, el mulato podía dar fe.
-JAIME: yo decido, así que……ven aquí – Marta se puso en pie, ruborizada, borracha y avergonzada, pero seguía preciosa.
Se acercó a él sin saber que hacer, Jaime la cogió de la mano y se la puso de rodillas encima, se besaron un poco, de forma torpe, Marta estaba incomoda, mientras Jaime repasaba sus nalgas. Pasaron unos minutos largos en que Marta se excitó, ya estaba metiéndole la lengua buscando la suya. Jaime se recostó en la arena y mi hermana cogió su pene, apuntó y bajó la cintura con cuidado, soltó un par de gemidos agudos hasta meter medio miembro.
-JAIME: es la más grande que te han metido, ¿verdad? – mi hermana no dijo nada, pero su cara roja decía que si. Por un momento pensé que si la de Jaime la hacia gozar, siendo un miembro ligeramente por encima de las medidas estándar, la mía debería hacerla ver las estrellas.
-CARMEN: jajajaja pobre hija mía, mírala como disfruta – lo hacia, tenia sus reparos pero el movimiento lento de sube y baja la estaba llevando al cielo.
-JAIME: dime, ¿te gusta como te follo?
-MARTA: si…..- susurró tímidamente.
-JAIME: ¿mejor que el de ayer?
-MARTA: ¡ohhhhhhh si!, mucho mejor….. – apretaba los labios para no gemir cuando Jaime ya embestía con fuerza haciendo temblar los senos y las nalgas de mi hermana.
-JAIME: ¿y mejor que Pedro? – el que nos había dicho que fue su mejor polvo, mi hermana guardó silencio y aguantó la respiraron unos segundos mientras la estaban matando.
-MARTA: ¡DIOS, SI, MEJOR, JODER, COMO ME GUSTA! – estaba gozando mucho más de lo que admitió nunca.
-JAIME: ¡pues muévete un poco, no voy a hacerlo yo todo! – y la soltó uno de sus azotes, lo que provocó que mi hermana se soltara, se puso a 4 patas sobre él y movió su cadera con energía.
-SARA: joder como se mueve la niña…..
-CARMEN: es hija mía, seguro jajajajaja
Marta dio un recital, hasta Jaime la paraba alguna vez entre besos, tuvo que darla la vuelta para dominar, la abrió de piernas, de espaldas contra la arena, y la folló como mejor sabia, mi hermana cerró los ojos y se frotaba su cuerpo de adolescente terminándose de desarrollar, sintiendo cada penetración. Jaime cayó sobre ella y le rodeó con los muslos, lamía sus senos que estaban tensos y firmes. Sonia estaba a su lado masturbándose al ver aquello, mi madre no perdía detalle y mi tía estaba furiosa, quería haber sido ella. Jaime duró bastante, la estaba llevando a disfrutar de aquello, la puso de lado y la estaba penetrando desde atrás acariciando su clítoris, Marta golpeaba la arena al sentir como una oleada de calor la llenaba, y estalló soltando lo que seguro fue su 1º orgasmo vaginal, hasta para mi fue reconocible en su cara esa sensación de sorpresa o confusión al sentir algo nuevo y placentero. Poco después la llenó de esperma caliente, mi hermana había cogido cierto ritmo y aún se movía mientras la polla que la había encendido se desinflaba.
-JAIME: ¡puf…….madre mía…….me vais a matar!
-CARMEN: como las gasta mi niña eh…..
-JAIME: solo espero que su madre sea mejor – se puso en pie y azotó el culo de mi madre, que le miró con ojos lujuriosos.
-CARMEN: ya lo probarás…
-MARTA: ¡dios…..se me ha corrido dentro…..estoy llena de…..! – se colocaba en pie mientras se tocaba el pubis manchado de semen y sus propios fluidos.
-JAIME: de mi, princesita – se fue a por ella, que le recibió de brazos abiertos medio ida, se besaron con calma y la azotó el culo varias veces.
-MARTA: ¡joder, me haces daño!, dame más suave – ya era suya, fue dándola azotes hasta que dio con la intensidad que a mi hermana le pareció idónea.
Regresamos desnudos a casa, nos dimos una ducha, al rato cenamos, para vestirnos e ir de fiesta, nada había cambiado los planes. Jaime y yo nos pusimos algo decentes en pocos minutos, ellas se pasaban media hora cambiándose de ropa, y maquillándose, pero merecía la pena.
Todas bajaron con una capa de maquillaje extra, y a mi entender innecesaria, iban muy borrachas como para hacerlo bien. Mi madre eligió un vestido blanco con tirantes, largo hasta lo pies y vaporoso, a contra luz se le marcaba una figura apoteósica, y casi se intuían sus pezones al ir sin sujetador. Mi hermana la siguió con una camiseta blanca enseñando un hombro y el biquini, con unos shorts negros elásticos del que sobresalían los lazos de las bragas del bañador. Sonia arrasó con un top de flores elástico marcando un sujetador al límite de su capacidad en un escote tan vulgar como atrayente, y unos shors blancos sin abrochar del todo. Mi tía Sara esta vez jugó fuerte, con solo un corsé negro arriba, que le realzaban los senos hasta el punto de que al caminar vibraban como flanes, con un pantalón largo de cuero negro pegado a su piel. Todas con las bragas del biquini “por si acaso” se daban un chapuzón, pero solo mi hermana llevaba el sujetador arriba.
Fue como volver al pasado un día entero, ronda de chupitos al comenzar, y mojitos infernales, a la 2º copa ya estabamos con la cabeza perdida. Sara tuvo que buscarse un maromo, no le faltarían pretendientes, por que Jaime se quedó pegado a mi madre, sobándola por encima del vestido. Sonia se encontró a su noviete, y me quedé con mi hermana bailando de forma graciosa, pero no me miraba a los ojos.
-YO: ¿que te pasa?
-MARTA: nada……es que…lo de Jaime….me ha dejado traspuesta.
-YO: folla bien……- dije triste.
-MARTA: puffff joder que si……bueno, si…… pero no es eso….es que….me has visto……. y mamá.
-YO: es algo raro, pero……me gusta este rollo, así conocí a Vanesa – me miró por fin, con un halo de la luz que era de mi vida.
-MARTA: ¡es verdad!, una lastima que no pudiera venir, te puedo buscar a otra…….- sopesé si seria acertado, había demostrado tener buen ojo.
-YO: no, creo que Vanesa será mi chica este verano…….si es que no la cago…….
-MARTA: bobadas, es una afortunada, eres un cielo, no se que haría yo sin ti……. pero es que Jaime está desmadrando todo un poco….
-YO: ¿un poco?
-MARTA: si, pero estamos de vacaciones, y no vengo a pasarlo mal, que sea lo que dios quiera, por que necesitaba un buen polvo y me lo ha dado.
-YO: es un cerdo…..
-MARTA: lo sé, y mamá o la tía, hasta Sonia, pero de vez en cuando las mujeres necesitamos un hombre así, han idealizado el amor, y no siempre buscamos a un chico bueno, dulce y tímido como tú – no supe como sentirme, si eso era bueno o malo para mi.
Nos pasamos una hora riéndonos, me usaba para espantar a algún moscón que la pretendida, luego vimos a Sonia sin el top de flores, subida a hombros de un chico gritando a pleno pulmón, y a Sara como una reina mora con 4 tíos a su alrededor regalándole los oídos.
-MARTA: a quien no veo es a mamá…….
-YO: estaba con Jaime, o eso espero.
-MARTA: ¿oíste lo que dijo jugando?……..¿lo del mulato?
-YO: si……les vi ayer tonteando.
-MARTA: y yo, pero no pensé que…….ya sabes, es mamá.
-YO: ¿por que para ti está bien liarte con Jaime pero no ella con un mulato? – se me había bajado un poco el pedo y fue un pregunta demasiado sesuda.
-MARTA: por que yo no estoy casada.
-YO: ella también ha venido a pasárselo bien, fue papá el que se fue y la dejó aquí, nos dejó a todos, y a mamá le gusta el sexo bastante, y si es duro mejor, yo creo que papá la templaba y la deja saciada.
-MARTA: ¿si?
-YO: bueno, no deja de decir que la tiene muy ancha, que la encanta……..siempre que ha estado con papá se comporta como una novicia, pero lleva una semana larga sin él, y mírala…….
-MARTA: ahora que lo dices, no recuerdo nunca que papá se haya ido más de unos días de casa, pufff pues aún quedan 2 meses……me preguntó…¿como lo hará mamá?
-YO: pues es muy animal, se mueve como una tigresa……- me miró extrañada.
-MARTA: ¿como lo sabes?
-YO: bueno…..es que la he visto un par de veces en casa, la 1º con papá la primera semana…..y ayer….la vigilaba……la vi con el mulato, con lo de Vanesa……… les seguimos a casa y los vimos……
-MARTA: ¿de verdad?, ¿y como fue?
-YO: pues la verdad es que parecía que mamá estaba un poco perdida, el mulato la llevaba de la manita, la tiene grande el cabrón, pero cuando empezaron de verdad……. mamá le sobrepasó, me quedé de piedra.
-MARTA: ¡que fuerte!, ¿crees que estarán ahora por aquí?
-YO: no lo sé, ¿les buscamos?
Me cogió de la mano y como niños traviesos correteamos, la llevé a la zona de los mulatos, eran fácilmente reconocibles, había un corrillo de mujeres buscando a un varón disponible para “bailar”, la fama latina es merecida, verlos moverse era mágico, o al menos tenia a las mujeres absortas y con ganas de ser las elegidas, estaba el mulato grandullón, se lo señalé a Marta que se rió al verlo de cerca, le estaba metiendo tal meneo a una chica que la tenia cogida de las tetas sacadas de su top y le daba golpe tras golpe en el culo con la cadera, tan fuertes que la chica se quejaba entre sonrisas.
-MARTA: ¡madre mía, pobre mamá, mira que mostrenco!
-YO: y ese otro de la rubia pegada al cuello también la metió mano.
-MARTA: es mas bajito pero tiene aspecto de fortachón jajajaja, que golfa es mamá jajajajja.
-YO: si…….- tuve que reconocer – …. pero aquí no está.
-MARTA: ¿no es esa de la plataforma? – al girarme la vi subida a una tarima que había en mitad de la discoteca, junto a otras chicas, nos acercamos lo que pudimos ya que se formó un pelotón de gente.
-DJ: ¡MUY BIEN, HA LLEGADO LA HORA, CAAAAAAAAAAAAAAAAAAMISETAS MOJADAS!, la vencedora se lleva una copa gratis – Marta y yo nos miramos asombrados, mientras Jaime cuchicheaba al oído del DJ.
Fue de película americana, había 5 chicas, todas de entre 18 y 25 años, jóvenes y guapas, 2 con pechos tan grandes como Sonia o Vanesa, se quitaron los sostenes, las que lo llevaban, dejándose los top o camisetas, y una a una las fueron presentando, entrevistando y tirado cubos de agua encima, mientras se movían o contoneaban, fue divertido. Mi madre era la última, solo por su edad madura evidente en su rostro, pero hermosa, fue aplaudida y piropeada ante su atrevimiento, se reía a carcajadas mientras la preguntaban cosas picantes, y 2 tipos terminaron volcando un barreño en su cabeza, mi madre no bailó, al sentir el agua taconeó de frío e impresión, echándose la melena hacia atrás mientras el agua no dejaba de caer, luego se tuvo que sujetar el vestido por que se le salió un tirante. Pasado el mal trago dejó que la empaparan moviendo las caderas, al acabar toda la discoteca retumbaba de aplausos, gritos de ánimo y silbidos, mi madre estaba para follársela allí mismo, todo el pelo mojado goteando con un flequillo travieso cayendo por su frente hasta sus senos, una sonrisa divina mientras se apartaba el agua del rostro con gestos elegantes, ya fuera frotándose las mejillas hacia fuera o apretándose la nariz con los dedos índice y pulgar, es colmo era un vestido que la envasaba al vacío, se marcaban sus pezones duros y las bragas del biquini, su figura era un escándalo y ganó de calle el concurso, dando una lección de sensualidad y erotismo a las otras chicas.
Jaime la abrazó y la alzó en el aire, y la dejarla caer la dio tantos azotes en el culo que salían volando gotas de agua con cada impacto, la gente se reía ante aquello, pero mi madre se mordió a un dedo juguetona, le cogió la cara a Jaime y le besó metiéndole la lengua, Jaime respondió con gusto y la temperatura de la discoteca subió 5 grados, la cogió del culo y se la montó encima bajándola de la plataforma. Les seguimos hasta la barra, donde mi madre sonreía con la mano de Jaime en su trasero, la susurraba cosas que la hacían sacar la cintura con ritmo sobre su mano, y pidió su premio, otro mojito que se bebió del tirón, apoyada de espaldas a la barra, Jaime la besaba sin parar, mi madre se los devolvía y se dejaba hacer con un brillo en los ojos anti natural, pero que ya vi la noche anterior al llevarse al mulato a casa.
-YO: se la va a follar.
-MARTA: puffff ya ves…..mamá me ha puesto cachonda hasta a mi………
-YO: ¿que hacemos? – pretendía que me ayudara a impedirlo.
-MARTA: quiero verlo…. – me cogió del brazo con fuerza –…. necesito verlo.
Jaime estaba desesperado, tiraba de mi madre para sacarla de allí mientras ella bailoteaba sin parar, ni nos vieron pasar a su lado, salieron como almas que persiguiera el diablo y les seguimos, Marta se apoyaba en mi muy perjudicada, pero segura de querer ver aquello. Esta vez mi madre no paró por el paseo marítimo a jugar, llevaba de la mano a Jaime a toda velocidad, al llegar a casa dimos un rodeo para ir por la escalera exterior, vi de refilón como en el sofá de abajo estaba Sara, sin el corsé y a 4 patas con le pantalón y las bragas a medio muslo, siendo follada por un completo desconocido, de fondo entraron mi madre y Jaime, que pasaron sin prestar atención, subimos antes que ellos y le enseñé a Marta el “rincón de la lujuria”, una zona de un balcón del cuarto de mi madre desde el que se veía todo, pero no te veían.
-MARTA: ¡dios…esto es muy fuerte!
-YO: no tenemos por que verlo.
-MARTA: pero quiero hacerlo…..ese cerdo casi me mata en la playa.
La luz se encendió y entraron a trompicones en la habitación, Jaime acosaba a mi madre que se reía ante su ímpetu, recostó a mi madre en la cama boca arriba y se tumbó encima dándola un fuerte chupetón en el cuello mientras amasaba sus senos bajo la tela mojada, Jaime estaba loco de lujuria, la cogió del escote y rasgó la tela que, vaporosa y húmeda, cedió hasta el ombligo sin problemas, le cogió de los pezones y los chupó con dureza, mi madre gimió y le apretó contra ella.
-JAIME: ¡dios, llevo semanas deseando follarte!
-CARMEN: pues haberlo hecho – le quitó la camiseta a Jaime y le besó por todo el pecho, llegando a morderle en el vientre un poco marcado abdominal.
-JAIME: tu hijo no me dejaba, pero lo voy ha hacer ahora – le rompió de todo el vestido quedando hecho jirones, le levantó las piernas y sacó las bragas con firmeza, la abrió de piernas y se regaló la vista con el coño de mi madre.
-CARMEN: ¿me lo comes? – Jaime obedeció, se sintió en la cara de mi madre como le gustaba cierto gesto de su boca ente sus muslos, aunque no adiviné cual era.
-JAIME: ¡que buena estás! – y hundía su lengua en sus labios mayores, tirando con la boca de ellos.
Pasados unos minutos mi madre gemía con cierta vibración en el vientre, Jaime se desnudó por completo, tumbándose boca arriba, mi madre acudió a su pene y le devolvió el favor con un mamada que le costaría hacer a muchas profesionales, se la metía entera y se la llenaba de babas para luego dejarla seca.
-MARTA: joder con mamá, ¡como la chupa!
-YO: si papá la tiene grande, esta le resultará fácil.
-MARTA: ya, pero aún así……- disimulaba, pero se había metido la mano dentro del short y se estaba acariciando.
Jaime la cogió de la cabeza a mi madre y la subía hasta besarse de nuevo, mi madre pasó una pierna por encima para montarlo y buscar su miembro.
-CARMEN: la verdad es que no la tienes tan grande como el mulato o mi marido.
-JAIME: ya sabe lo que dicen, no importa el tamaño del barco, si no el movimiento de la marea…..- una carcajada sonora se el escapó a madre, que al instante ejerció fuerza y se la metió entera de golpe, entrenada por el mulato el día anterior, era normal.
Mi madre sonreía mientras Jaime casi estaba en una nube, fue la 1º vez que le vi perder el control de la situación, mi madre movía la cadera como un oleaje, se apoyó en la cabecera de la cama con la manos, y rompía con la cintura en aquella verga que la abría, Jaime probó azotándola el culo, eso solo la aceleró más, a cama parecía dar saltos con cada gesto y Jaime trataba de contenerse, fueron 10 minutos en que Jaime logró sacarla de rueda, y antes de poder hacer nada mi madre tembló varias veces y se dejó caer de lado.
-JAIME: ¡puffffff como se mueve!
-CARMEN: jajaja muchas gracias, pero no hemos terminado, a mi no me dejas a medias – le comió la polla hasta recuperar el aliento, Jaime la miraba asombrado.
La puso a 4 patas, y lamió sus dedos para acariciarla entre los muslos, mi madre había cogido ritmo, no dejaba de mover la cintura, hasta que la empaló, soltó un par de gritos leves y luego sintió cada azote en las nalgas hasta el fondo de su ser. Marta se corrió delante de mí, pero no por ello dejó de mover su mano entre sus piernas, yo me estaba pajeando sin remedio. Marta estaba cachonda, seguramente recordando como la había hecho gozar Jaime hacia unas cuantas horas.
-CARMEN: ¡vamos, dame fuerte, necesito correrme! – Jaime la miraba atónito, estaba sudando y dejándose la piel y mi madre le empujaba hacia atrás buscándole con la cadera.
-JAIME: ¡dios, que mujer, que loba, folla como una diosa!
Mi madre clavó las 20 uñas en un sprin final quedándose quieta, y rompió a gritar con una explosión de sensaciones que bañó las sabanas, Jaime la azotó tanto que se hizo daño en un dedo acabó de a descargar dentro de mi madre. Ambos cayeron de lado a la cama, mi madre sonreía con diversión mientras Jaime cogía aire a bocanadas.
-JAIME: ¡joder!…me ha pillado con la guardia baja….puedo hacerlo mejor…..- lo había dado todo y estaba exhausto.
-CARMEN: no, ha sido increíble…..mejor que el de ayer – era cortés hasta mintiendo, el mulato la dio más trabajo y no creo que ella se quedara contenta del todo – …..te mueves muy bien, verte con Sara, y hoy con mi hija me hizo pensar y mojar mis muslos jajajajaja soy insaciable.
Lo decía de forma dulce, sin darle importancia, se acurrucó a su pecho, se quedaron riendo y susurrando. Marta me cogió de la mano y me llevó a la piscina, con la boca abierta y a carcajadas.
-MARTA: ¡jajajaja le ha dejad seco!
-YO: ya te lo dije…….
-MARTA: ¡pero si Jaime me ha follado como en mi vida!, ¡y mamá en media hora lo ha matado!
-YO: ya lo dijo Sara, mamá ha despertado.
Nos dimos un necesario chapuzón en la piscina, tenia que rebajar el calor de mi cuerpo, y Marta también, chapoteamos rememorando lo visto. Al rato vimos a Sonia con su noviete entrando a hurtadillas en casa, y unos minutos la oíamos gritar desde la piscina.
-MARTA: pufff con lo borracha que va, y follando, esta noche no duermo, ¿puedes dormir conmigo? me ayuda.
-YO: claro – me revolvió el pelo con ternura.
Nos dimos una buena ducha antes de meternos en la cama libre, yo me quedé en calzoncillos, y ella se fue a cambiarse, se duchó y volvió con un camisón de satén dorado de tirantes hasta medio muslo, sin sujetador y con el pelo así estaba para comérsela, se tumbó, y de forma natural se hizo un bola sobre mi pecho, obligándome a abrazarla.
Dormimos una barbaridad, nos habíamos pasado 3 dais de fiesta, más tiempo borrachos que sobrios, o desnudos y jugando, que vestidos. Me desperté con Marta apoyada en mi hombro, con su cara pegada a mi cuello y su olor en el pelo a limpio y manzana del champú. Me dolía el brazo del peso de su cuerpo y tenia los dedos entumecidos, pero me negaba a si quiera moverme, parecía tan inocente y dulce así dormida, que no quería despertarla. Escuché algún ruido de vida pasadas las 5 de la tarde y no antes. El ruido y el olor de la cocina por fin despertaron a Marta media hora después, me pilló mirándola a los ojos, y al reconocerme sonrío, me rozó con la nariz en la barbilla con una de esas sonrisas tan naturales que derretirían los polos.
-MARTA: ¡dios!……que bien he dormido, ¿y tú?
-YO: he dormido con un ángel, creo que bien – torneaba los ojos y me ponía morritos cuando le decía esas cosas.
-MARTA: tienes que decirle eso a Vanesa, te la llevarás de calle.
-YO: si me atreviera……
-MARTA: eres duro de roer, pero un sol de chico jajaja – se me abrazó más fuerte, sentí sus senos en mi piel, y una pierna suya sobre mi, la estruje con fuerza hasta que gritó con dulzura y la solté.
Recuperé mi brazo cuando se puso en pie, pude llegar a ver medio culo de mi hermana, que iba en tanga, antes de que se colocara el camisón, me fui a dar una ducha y ella también, al salir del baño estaba Jaime sentado en una silla, fumando en el balcón un porro.
-YO: hola…….- al verme siseó.
-JAIME: hola………
-YO: ¿que tal ayer?
-JAIME: pues me folle a tu madre, si es lo que quieres saber, guarro, ¡y no vas que bien folla!, me dejó tiritando la muy puta.
-YO: creo que esta buscando sustituir a papá, y tú no das la talla – le solté como respuesta a sus comentarios groseros.
-JAIME: jajaja está comiendo de mi mano, solo me pilló cansado, ¡que tres días niño!…….no puedo con mi alma – sonó a excusa, pero tampoco puedo decir que mintiera, yo había “jugado” mucho menos que él, y estaba roto, con las piernas rígidas y como si tuviera unas obras en la cabeza.
Bajamos a comer algo, mi madre estaba preparando una ensalada mientras Sara la hablaba del tipo de anoche, al vernos cambiaron de tema, y charlamos mientras comíamos, Marta y Sonia bajaron después, y nos volvimos todos a las camas para dormir hasta tarde, cenamos ligero y ya, algo más enteros, y vimos un par de películas para reírnos, fue como si de golpe esos 3 días se hubieran esfumado, y todos fuéramos una gran familia feliz y normal. Llegó a ser raro acostarse a la 1 de la mañana, y no a las 6 o 7, pero nuestros cuerpos pedían descanso a gritos.
-MARTA: ¿puedes dormir conmigo esta noche Samuel? Te juro que eres como un somnífero…..
-YO: claro, como hoy jajaja
-CARMEN: eh, yo también tengo la cama fría.
-JAIME: ya me acuesto yo con usted – Sara echaba chispas al ver como Jaime azotaba a mi madre y esta le daba golpecitos con la cadera, pero se mantenía callada.
-CARMEN: vale, pero sin cosas raras, que te conozco jajaja – fingían que no habían follado ya, sin convencer a nadie, Jaime la cogió de la mano y subieron juntos con el sonido de un azote tras otro de fondo.
-SARA: pues yo también quiero dormir con alguien……
-SONIA: a mi no me mires, estoy destrozada, y necesito mi espacio.
-MARTA: bueno, podríamos dormir los 3 en tu cama tía, que es más grande…..- su solución me encantó.
Subimos a su cuarto, Marta fue a cambiarse para dormir, y Sara me invitó a quedarme mientras hacia lo mismo, se desnudó por completo y se puso un tanga tan diminuto que apenas se veía, se tumbó en la cama llamándome, me recosté sobre ella por detrás y la abracé con fuerza.
-SARA: sabes…….estoy harta de Jaime, es un niñato.
-YO: ¿y por que le has dejado…….tomarte? – no supe decirlo más suave.
-SARA: no se, al principio me gustaba jugar con él, pero ahora, está detrás de todas, y me ignora – “mientras eras tú la que jugaba te parecía bien”.
-YO: es un cerdo, y seguro que se ha metido en la cama de mi madre para tirársela.
-SARA: eso ya lo hicieron anoche, me la dicho tu madre, jajaja la muy loca dice que le gustó, que la tiene como un fideo pero la divierte, puf, lo que le ha hecho tu padre no tiene cura, Jaime a mi me vuelve loca, veo las estrellas y me desvanezco, y a ella “le divierte”, no se, quizá es que hacia mucho que no me tomaba nadie.
-YO: ¿y el de ayer?, te vi abajo al llegar……
-SARA: un cualquiera, ni me acuerdo de su nombre o su cara, fue amable conmigo y me folló bastante bien.
-YO: se me hace raro hablar de esto………así.
-SARA: mi niño, a estas alturas las cosas están claras, vamos a disfrutar mientras dure – se giró y me dio un tierno y cariñoso beso en los labios, me recordó a la 1º vez que la vi en casa, aquella mujer de bandera fuerte y sensual.
Marta entró traspuesta, iba con otro camisón idéntico al de la noche anterior, pero blanco, al verla Sara la sonrió con amabilidad, y al instó a quitarse el camisón, algo avergonzada accedió quedando como mi tía, solo con un tanga blanco, algo más grande que el de Sara. Me recosté y por unos minutos las tuve a las dos en mis brazos, sentía sus pechos en mi y su respiración calmándose al son del ritmo de mi corazón, hasta que se durmieron. Pasados unos minutos comencé a escuchar a mi madre gemir, sonidos de azotes uno tras otro seguidos de risas, y Jaime soltando improperios, estaban follando de nuevo, y ahora sin poder culpar a la bebida, pero el sopor y el calor corporal de mis 2 acompañantes me vencieron, y caí dormido junto a ellas.
La joven sonreía agarrada al cuello de Piper, acoplándose a sus movimientos y dejando que su larga melena castaña ondease al viento. Los pantalones de montar se ceñían a su culo grande y musculoso haciendo que todas las promesas del dios se tambalearan.
Hacía siglos que no veía una mujer tan deliciosa. Sabía de su existencia desde pequeña. Sus ojos grandes y grises y su cara angelical de nariz pequeña y labios gruesos habían sido la delicia de la familia y el objeto de las carantoñas de amigos y conocidos. Con el tiempo, esos rasgos adorables habían dado lugar a una belleza arrebatadora cuando llegó a la mayoría de edad.
Tan atractivo como su exterior, era su carácter dulce y apasionado, siempre buscando una causa que defender y su debilidad eran los animales. Desde pequeña siempre había deseado tenerlos a su alrededor, perros, gatos, tortugas, peces… hasta que con su decimoquinto cumpleaños, su padre le regaló un espléndido hannoveriano de seis años al que llamó Piper.
Desde el primer instante se estableció una indisoluble relación entre la joven y el animal. Juntos aprendieron los rudimentos del salto de obstáculos y la perseverancia de la joven, junto con el gran instinto del animal y las indicaciones de un buen entrenador, convirtieron a la pareja en un tándem ganador.
Pero se podía ver a la legua que para Diana los trofeos y los premios, aunque reconfortantes, eran secundarios. De lo que realmente disfrutaba era de las largas cabalgadas a pelo por la finca familiar, agarrada al cuello del animal, sintiendo toda su potencia y haciéndole sentir al caballo sus deseos con leves movimientos de su cuerpo.
—¿Ya estás vigilándola otra vez? —le preguntó Hera con tono agrio— Te recuerdo que hace siglos hicimos el solemne juramento de no volver a inmiscuirnos en la vida de los mortales, incluso a costa de que nos olvidasen y dejasen de venerarnos.
Zeus gruñó y asintió distraídamente, pero no podía evitar el fuerte hormigueo que crecía en sus testículos, que ni siquiera la más bella de las ninfas del Olimpo y menos su celosa esposa, podían aplacar.
Mientras observaba a la mujer desmontar y llevar a su caballo de vuelta al establo, no dejaba de pensar con satisfacción, que no tenía más remedio que romper su juramento. Una cosa era no inmiscuirse en la vida de la humanidad y otra era dejar que esta se fuese al carajo. En cuanto Hera se dio la vuelta, Zeus volvió a fijar su atención en la joven. Con las mejillas arreboladas y su deliciosa boca arqueada en una alegre sonrisa estaba arrebatadora. De tener que saltarse el juramento, por lo menos hacer que fuese inolvidable.
Zeus se revolvió en su trono y siguió a la esbelta joven hasta el interior de las caballerizas donde una mujer vestida con un mono vaquero le ayudó a lavar y a refrescar a Piper.
***
Siempre que salía con Piper volvía llena de energía, era como recargar las pilas tras un día de intenso trabajo en los negocios de su padre. Mientras cepillaba y refrescaba a su montura dejaba que su mente volara y se perdiera en fantasías y ensoñaciones, olvidándose de los problemas del día a día y concentrándose únicamente en su próxima competición. Cuando volvió a la realidad, se encontró, como siempre, con los ojos oscuros y profundos de Angélica, la joven encargada de los establos, fijos en ella.
En cuanto la mujer se dio cuenta de que estaba provocando su incomodidad se disculpó y se alejó llevándose consigo a Piper camino de su box. Diana la observó alejarse, era una chica extraña. Su padre la había contratado por la recomendación de un amigo que le había dicho que a pesar de su timidez y juventud tenía muy buena mano con los caballos. Y era cierto. En cierta forma Diana la envidiaba porque el vinculo que ella había forjado con Piper Angélica lo establecía con cualquier animal casi inmediatamente y sin esfuerzo.
Sin embargo con las personas no era demasiado buena. Hablaba poco y era cortante. Decía siempre lo que pensaba y eso le había acarreado más de un disgusto, o eso creía Diana, porque jamás la había visto cambiar su hierático gesto.
Mientras abandonaba las caballerizas, Diana pensó en la joven, en su eterno mono vaquero, su pelo negro ensortijado y enmarañado y su mirada intensa y sonrió pensando que, a pesar de llevar varios años viéndose casi a diario, podía contar con los dedos de las manos las veces en que habían tenido una conversación.
Cuando entró en la casa, su padre ya le estaba esperando para cenar.
—Como siempre que sales con ese condenado bicho llegas tarde a la cena. —dijo su padre abriendo sus brazos en un gesto inequívoco— A veces pienso que quieres más a ese jamelgo que a mí.
—No seas idiota papá, deja que me aseé un poco y cenamos. —replicó ella abrazando a su padre.
—De eso nada, Lupe ya tiene servida la cena y como vi que tardabas he ordenado que la sirvan en el porche de atrás, así no harás que apeste todo el comedor con el sudor de ese bicho.
Diana le dio a su padre su suave puñetazo en el hombro y le acompañó resignada al porche donde otras tres personas más, su madre, y un par de vecinos conversaban y esperaban pacientemente a que todos estuviesen a la mesa.
La joven llegó sonriendo, saludó a los presentes y le dio un par de besos a su madre que resopló como siempre que la veía con el traje de montar. Siempre había sido una remilgada y a pesar de que la quería, odiaba que su hija se dedicase a montar a caballo y correr con su descapotable en vez de acudir a fiestas para conseguir un buen marido y darle un nieto que continuase con su ilustre estirpe.
Lupe era una cocinera magnifica y pronto todos estuvieron comiendo como lobos y bebiendo como camellos después de una larga travesía en el desierto. Diana, a pesar de no seguir el ritmo de los mayores, pronto se sintió mareada por el vino y la opípara cena.
Cuando terminaron con el helado de té verde y caramelo los hombres se sirvieron unas generosas medidas de Coñac Jenssen Arcana y encendieron unos habanos. Cuando comenzaron a contar chistes subidos de tono, su madre se retiró poniendo mala cara, pero Diana se quedó solo por llevarle la contraria.
La velada fue larga y los hombres, que ya conocían a Diana, intentaron sonrojarla con historias subidas de tono. La joven no mostró ninguna incomodidad aunque las historias unidas a la larga cabalgada hicieron que empezase a sentir un incómodo calor en sus entrañas.
Diana intentó relajarse y pensar en otra cosa, pero las imágenes de parejas follando con furia y en estrambóticas posturas que le sugerían los relatos de los hombres la estaban poniendo tan caliente que decidió irse a sus habitaciones antes de que su cara delatase su excitación.
Con una excusa dejó a los tres hombres, medio piripis, contando guarradas y subió apresuradamente las escaleras hasta su habitación.
Como una exhalación atravesó la pequeña sala de estar y el dormitorio sacándose la ropa por el camino y se metió en la ducha. Con un suspiro dejó que el agua tibia golpease su cara y escurriese por su ardiente cuerpo. Al contrario de lo que esperaba, en vez de aliviar el calentón, los chorros de la ducha golpeando su cuello y sus pechos la excitaron aun más. Era como si alguna fuerza extraña la excitase y la incitase a aliviar esa ansia creciente. Entreabrió la boca y dejó que el fuerte chorro tibió golpease sus labios y su lengua imaginando que eran los apresurados besos de un fornido atleta.
Se cogió la melena y la enjabonó delicadamente mientras escupía agua de su boca y se lamía los labios. Con la espuma restante se frotó el cuello y los pechos haciendo que finos relámpagos de placer recorriesen su cuerpo. Con la respiración agitada se abrazó y elevó su busto lo justo para poder llegar a acariciar sus pezones con la punta de su lengua. El placer era cada vez más intenso y sus manos se deslizaron por su vientre terso y mojado hasta el interior de su piernas.
Con un suspiro salió de la ducha y se miró al gigantesco espejo. Observó sus pechos grandes y tiesos con los pezones rosados erizados. Se giró ligeramente y contempló su vientre plano, con su pubis rasurado tapado por las manos que jugueteaban en él. Se puso de puntillas maravillándose con sus piernas largas y sus muslos y su culo potentes y musculosos. Sin dejar de acariciarse con una mano se agarró el culo con la otra, imaginando que era un amante el que lo hacía.
Pronto notó como su coño se inundaba con los líquidos provenientes de su excitación e introdujo sus dedos en él, soltando un apagado gemido. Sus manos comenzaron a moverse con suavidad penetrando en su sexo una y otra vez. Cuando las retiró pudo ver como su vulva enrojecida e hinchada estaba entreabierta y de ella asomaba un fino hilo de flujos. Lo recogió con sus dedos y se lo llevó a la boca saboreando su excitación.
Con un suspiro se tumbó en la cama abriendo las piernas y acariciándose el interior de los muslos con una mano mientras que con la otra se estrujaba los pechos. Cerró los ojos e imaginó que eran las manos de otro las que lo hacían. Su mano resbaló de entre sus muslos hasta internase de nuevo en su sexo.
Esta vez lo hizo con violencia, haciendo que su palma golpease contra su clítoris. El intenso placer le obligó a morder la almohada para ahogar sus gemidos.
A punto de correrse, apartó sus manos y respiró profundamente. Con un gesto ansioso se dio la vuelta y a gatas se acercó a la mesita de noche, hurgando unos segundos en el cajón hasta que encontró el consolador.
Era un cacharro grande y dorado que una amiga le había regalado en su cumpleaños, medio en broma, medio en serio, al ver el lamentable historial de novios que había tenido últimamente. Giró el interruptor y el suave zumbido le confirmó que aun tenía pilas.
No tenía lubricante y tras dudar un momento, se lo metió en la boca, sintiéndose un poco tonta. Lo metió y lo sacó de la boca, lo embadurnó con su saliva recorriendo toda su bruñida longitud con placer anticipado.
Con un movimiento lento y sinuoso, lo sacó de su boca y recorrió su cuello, sus pechos y su vientre con la punta del aparato dejando un rastro de excitación allí por donde pasaba.
Dándose la vuelta, se puso a cuatro patas y se lo metió en su anegada vagina que se distendió para abrazar el rugiente aparato, emitiendo relámpagos de placer por todo su cuerpo. Con un suspiro enterró de nuevo la cabeza entre las sabanas gimiendo con intensidad.
Con una mano se apuñalaba con el trasto dorado mientras que con la otra se acariciaba el clítoris con tal intensidad que no tardó más de dos minutos en correrse. El grito salvaje de satisfacción quedó ahogado por la ropa de cama. Diana cayó de lado en posición fetal, gimiendo y jadeando con el vibrador enterrado en su coño, zumbando como una abeja furiosa.
***
Zeus se recostó en su trono satisfecho, al menos de momento. Le encantaba recurrir a esos trucos para aumentar la sed de sexo de la joven. Sabía que masturbarse no sería suficiente para aplacar el deseo de la mujer. Tarde o temprano caería en la tentación y aquella joven de incomparable belleza caería en sus brazos.
El único problema era su jodida mujer. Cada vez que se calzaba una tipa, su esposa se enteraba y la amante de turno acababa convertida en vaca… o en algo peor. La única forma en que podía hacerlo era disfrazarse, pero en qué… La repuesta le vino a la cabeza casi instantáneamente.
***
Dos semanas después.
Había hecho un recorrido impecable. Dos trancos más y superó el vertical con solvencia. Dando un apagado grito de animo a Piper, giró a la izquierda y encaró el triple; cuatro trancos salto, dos trancos y el segundo obstáculo quedo atrás, pero cuando afrontaba el tercero Diana sintió que algo iba mal.
El segundo transcurrido entre el despegue del suelo y el aterrizaje al otro lado del obstáculo le pareció eterno. Piper aterrizó con la pata delantera izquierda encogida y su casco se hincó en el suelo descargando todo el peso de animal y jinete en él. Tanto articulación como hueso no lo resistieron y se rompieron con un crujido que se escuchó en todo el estadio sobrecogiendo a todos los asistentes.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
A la mañana siguiente me marché al trabajo mucho más temprano de lo habitual, deseando tener que concentrarme en otra cosa y evitar así pensar en Alicia. Además, Tatiana me estaba agobiando un poco, pues se dio cuenta de la herida de mi ceja y empezó a insistirme en que fuéramos al médico, así que me largué.
El resto de los días de la semana fueron clónicos, los recuerdo como un borrón, sin acertar a precisar donde terminaba uno y empezaba el siguiente, pues en mi cabeza sólo tenía cabida una cosa: la cita con Alicia.
Me sentía en un estado de excitación permanente, repasando una y otra vez todo lo que quería decirle a Alicia, todo lo que necesitaba contarle.
Innegablemente me sentía atraído por ella, tendría que haber estado ciego para no encontrarla irresistible, pero, si se hubiera tratado de mera atracción física, te aseguro que no me habría sentido tan nervioso.
Pero es que no era así, me encontraba emocionado. Por fin había encontrado a alguien con quien compartir mi secreto, alguien que me entendería y no me juzgaría por lo que hacía, sino que me ayudaría a llevar la excitación a nuevos niveles. O eso esperaba yo.
Me moría por contactar con ella y volver a repetir el numerito de la webcam, pero ella no parecía estar muy por la labor, así que no insistí. Me sentía ansioso, estaba deseando irme a trabajar por las mañanas, para así mantener la cabeza ocupada en algo que me impidiera fantasear con Alicia. Por las noches, me follaba a Tatiana de todas las formas que se me ocurrían, disfrutando del voluptuoso cuerpecito de mi novia como se me antojaba, pero con la imagen de Alicia grabada a fuego en mi mente, pensando en ella hasta el último segundo.
Pasé unos momentos de pánico cuando, el viernes, Alicia me envió un correo diciéndome que tenía el coche averiado. Pensé que era una excusa para cancelar la cita, así que le escribí diciéndole que yo podía recogerla sin problemas. El alivio que sentí cuando ella aceptó inmediatamente fue infinito.
Por fin llegó el gran día. Le conté a Tati no sé qué rollo acerca del trabajo. Algo de una reunión creo. No me esforcé mucho con la excusa, pues ella se lo creía todo. Me vestí con sencillez, unos pantalones chinos, camisa y una cazadora, sin ropa interior, pues tenía la esperanza de continuar con nuestras experiencias exhibicionistas.
Llegué al lugar de la cita con 15 minutos de adelanto, aparcando el coche en doble fila y quedándome sentado al volante, no me fueran a multar. Miré a mi alrededor observando la zona, gente acomodada, de alto poder adquisitivo, sin llegar a ser millonarios, pues todo eran pisos de lujo, pero nada de chalets ni mansiones.
En eso estaba cuando la vi salir de un portal, con lo que el corazón me dio un vuelco. Me sentí feliz al comprobar que aún faltaban 10 minutos para la hora acordada, con lo que comprendí que ella también se sentía ansiosa. Genial.
Hice sonar el claxon y ella me vio inmediatamente. En su rostro se dibujó una sonrisa y alzó la mano a modo de saludo, cruzando la calle con rapidez. Mientras se acercaba, pude admirarla a mis anchas. Estaba preciosa.
Se había puesto un conjunto de lana de color gris, compuesto de falda a medio muslo y jersey de cuello alto, bastante apropiado pues, aunque el día había amanecido despejado, hacía un poco de frío. Sus piernas estaban enfundadas en unas medias oscuras, que hacían juego con el resto del atuendo. En el brazo llevaba además una gabardina doblada, por si refrescaba aún más.
Se había recogido el pelo en un moño, despejando por completo su cara, permitiendo así admirar lo bonita que era. Por supuesto, el maquillaje era muy ligero, pues Alicia no lo precisaba. Elegante y sensual.
– Hola – me saludó tras abrir la puerta del pasajero.
– Hola – respondí yo – Estás preciosa. Ese conjunto te queda realmente bien.
Su expresión cambió momentáneamente. Pareció dudar un segundo en entrar en el coche tras escuchar mis palabras.
– Oye. Que era un simple cumplido – le dije – No pretendía flirtear contigo ni nada. Ya te dije que no he quedado contigo para ligar. No es eso lo que busco.
Sonriendo levemente, Alicia entró en el coche y cerró la puerta.
– ¿Y qué es lo que buscas entonces?
– Ya te lo dije. Alguien con quien compartir mi secreto. Alguien con quien disfrutar con mayor profundidad de mis inclinaciones, alguien…
– Vale, vale, ya lo pillo.
– Te aseguro que estás completamente a salvo conmigo. No haré nada que tú no quieras.
Te aseguro que lo dije completamente en serio, aunque mis afirmaciones perdieron fuerza cuando ella se percató de que mis ojos estaban clavados en sus torneados muslos. Sin embargo, lejos de decir nada, Alicia se limitó a cruzar las piernas, de forma que el vestido se le subiera unos centímetros y me dejara ver una porción mayor de cacha.
Con una sonrisa de oreja a oreja, arranqué el motor y nos pusimos en marcha.
– La verdad es que no esperaba que me citaras en tu casa – le dije tras incorporarnos al tráfico – Ya sabes, por si soy un acosador y eso…
– Con eso estoy tranquila. He dejado tus datos a Javier y si no regreso…
– ¿En serio? – pregunté sorprendidísimo.
Ella se echó a reír.
– No, tonto. Le he dicho que iba a comer con unos amigos y que uno de ellos venía a recogerme por lo de la avería del coche. Total, tampoco es que fuera a preocuparse demasiado…
Noté un inconfundible tono de amargura en su voz, pero no insistí en el tema, pues no quería que se pusiera de mal humor.
– ¿Y tú que tal? ¿Cómo tienes el ojo?
– Bien – respondí girando la cabeza para que pudiera apreciarlo – ya te dije que era sólo un arañazo.
– Me alegro. ¿Y tu novia que tal? ¿No se ha enfadado porque su novio la deje sola un sábado?
Aproveché la pregunta para soltárselo todo. Le hablé de Tatiana, de su dependencia y de que no la amaba realmente. Ella escuchó en silencio, sin juzgarme. Me hizo mucho bien poder contarle mis problemas a alguien. Fue todo un desahogo que además permitió que mi relación con Alicia se hiciera más estrecha. Empezábamos a intimar.
Tardamos como una hora en llegar a nuestro destino, un pueblecito a unos 50 kilómetros de la ciudad, donde me habían hablado de un restaurante donde se comía muy bien. Lo suficientemente lejano como para que el riesgo de tropezarnos con algún conocido fuera mínimo. Teníamos mesa para las 14:00 y faltaban unos 15 minutos, con lo que puede decirse que llegamos justo a tiempo.
Aparqué y entramos al restaurante. El camarero nos condujo al comedor y nos llevó a nuestra mesa, aunque yo pedí que nos cambiara a una que estuviera más apartada, para poder charlar con mayor intimidad. Alicia me miró, pero no dijo nada.
Finalmente nos sentamos en una de las mesas del fondo, un poco retirada. Cerca de nosotros sólo había dos mesas ocupadas, una de una pareja de cincuentones y otra con unos novios bastante jóvenes, de veintipocos. No pude evitar echarle un vistazo apreciativo a la jovencita. Era bastante guapa.
Nos sentamos y ambos pedimos un vermouth. Mientras lo traían, nos pusimos un poquito nerviosos, pues ninguno sabía muy bien cómo empezar la conversación. Finalmente, me decidí a coger el toro por los cuernos y di el primer paso.
– ¿Has pensado en lo del otro día? – pregunté sabiendo perfectamente cual iba a ser la respuesta.
– No he hecho otra cosa. ¿Y tú? – respondió Alicia, para mi infinito goce.
– Lo mismo. No he dejado de pensar en ti y en lo que pasó. ¿Y qué has decidido?
Se lo pensó un segundo antes de contestar.
– Que quizás tengas razón. Puede que haya estado agobiándome sin necesidad. Mi educación, mi pareja, la sociedad, me dictan unas normas de comportamiento que debo seguir, pero… ¿quién me asegura que sean las correctas?
Me sentí exultante. Estaba a punto de lograr mi sueño. Alguien con quien compartir mis experiencias.
– ¿Y qué quieres hacer? – dije con el corazón en un puño.
– ¿Hacer? – preguntó sin entender.
– Ya sabes. Si quieres que te dé algunos consejos, si te cuento alguna anécdota, si quieres que te pase algún vídeo más de los que tengo grabados…
– ¿Tienes más? – preguntó con interés.
– Alguno hay. Aunque no es lo que suelo hacer habitualmente.
– ¿Por qué no?
– Ya sabes. Si tienes que estar pendiente de grabar, no puedes concentrarte en disfrutar del morbo de las situaciones.
– Pero podrías verlo luego en vídeo.
– Sí. Pero no es lo mismo. Dime, el otro día ¿cuándo te excitaste más, mientras te toqueteabas en el parque o cuando lo viste después en mi móvil?
Alicia no respondió, aunque se notaba perfectamente que me había entendido. Justo entonces llegó el camarero con la carta y las copas.
Pedimos enseguida, apenas miramos el menú. Yo entrecot y ella pescado. Daba igual la comida. Habíamos venido a otra cosa.
– ¿Tienes más vídeos en el móvil? – me preguntó tras marcharse el camarero a ordenar nuestro pedido.
– Ahora mismo no. Los descargué en el ordenador.
– ¿No puede encontrarlos tu novia?
– Tengo las carpetas protegidas con un programa de encriptación. Además, ella no sabe nada de ordenadores, ni distingue el teclado del ratón, así que….
– Comprendo.
– ¿No quieres saber nada más? ¿No hay nada que quieras preguntarme?
Alicia me miró fijamente un instante, en silencio. Entonces, se inclinó sobre la mesa y me dijo en voz baja:
– Quiero saberlo todo. Necesito que me ayudes a ser como tú. He comprendido que no puedo negar mi naturaleza y necesito tu ayuda, tu experiencia para poder conseguirlo. Necesito tu consejo.
Me sentí feliz. Aquello era justo lo que yo quería.
– Pues dispara. No te cortes – asentí – A estas alturas no vamos a andarnos con vergüenzas ni remilgos. Pregunta lo que quieras, que te aseguro que te contestaré a todo con sinceridad.
– De acuerdo. Dime. ¿Disfrutaste el otro día?
No hacía falta preguntar a qué día se refería.
– Fue uno de los mejores días de mi vida.
– ¿Te acostaste con tu novia?
– ¿Después de que me la chupara? Por supuesto, me la follé en la cocina y en el salón.
Yo sabía perfectamente que lo que Alicia estaba haciendo era calibrar mi afirmación de ser sincero en cualquier cosa que me preguntara.
– No sé si lo pudiste apreciar en la webcam, pero tiene unas tetas cojonudas. Acabé corriéndome entre ellas y pringándole toda la cara de leche.
Decidí ser todo lo descarado que fuera posible. Quería el morbo de la situación la encendiera.
– ¿Y tú? ¿Te acostaste con tu novio? – le pregunté sin cortarme.
– Sí – respondió – Estaba muy excitada y lo hicimos. Estuvo bien.
Poco entusiasmo en su respuesta.
– ¿Y siempre te ha salido bien? – me preguntó – ¿Siempre que “te exhibes” tienes éxito?
– Pero, ¿qué dices chiquilla? – reí – Por supuesto que no. No creas que todos los días encuentras chicas tan dispuestas como la del vídeo. Lo normal es que pasen de mí, simplemente me ignoran.
– ¿Y ninguna te ha echado la bronca?
– Alguna vez. Incluso en un par de ocasiones me han gritado diciéndome que habían avisado a la poli.
– ¿Y tú que hiciste?
– ¿Tú que crees? Salir pitando de allí.
Ella sonrió.
– Pero, no hemos venido aquí para hablar de mis fracasos, ¿no? – dije bebiendo de mi copa.
– Supongo que no. De lo que quiero hablar es de cómo lo haces. Cómo sabes en qué situaciones puedes hacerlo sin que te pillen y con posibilidades de éxito…
– A ver, Alicia…
– Llámame Ali – me interrumpió.
Me encantó que me pidiera que la llamara así.
– De acuerdo. Pero tú no me llames “Vic” – respondí – Lo odio.
Ella volvió a dedicarme una sonrisa electrizante.
– Vamos a ver. Supongo que es algo que te da la experiencia. Poco a poco vas aprendiendo a reconocer los lugares y situaciones en que puedes hacerlo, así como calibrar a las chicas que pueden colaborar…
– ¿Y qué me aconsejas?
– Bien. Creo que debes empezar con situaciones de muy bajo riesgo.
– ¿Por ejemplo?
– Ya sabes. Situaciones en las que puedas exhibirte y disfrutar con que te miren, pudiendo disimular en caso de necesidad.
– Vale. Entonces pasamos al siguiente paso. Topless en la playa…
– Hecho. Reconozco que he disfrutado cuando los hombres me miraban, pero yo quiero otra cosa… algo como lo de tu vídeo…
– Vale. Te entiendo. El topless es algo corriente. Tú quieres algo más… intenso.
– Exacto. Y que no me pase como el otro día. No quiero acabar violada en una cuneta.
– ¿Has probado en enseñar “al descuido”?
– ¿Qué quieres decir?
– Por ejemplo, te abrochas mal la camisa cuando vas sin sostén. Seguro que más de mil veces has notado cómo los tíos te miran el escote. Todos lo hacemos. Pero si tú enseñas un poquito…
Aquello le gustó más.
– Después puedes pasar a ir sin bragas, pongamos…. en un transporte público. Te sientas enfrente de algún tío, abres las piernas como si no te dieras cuenta…
– ¿Y si me asalta?
– El riesgo es mínimo. Estarías en un autobús, no va a violarte allí mismo. Y al bajar, puedes hacerlo cerca de una parada de taxis, te subes en uno y te largas.
– Y le enseño el chumino también al taxista – dijo ella riendo.
– ¡Ja, ja, exacto! Pero cuidado, que si el taxista se pone verraco…
– Jo. Tienes razón. Para los tíos es más fácil. A ti no va a violarte nadie…
Me quedé en silencio unos segundos, tratando de pensar una situación en la que Alicia pudiera exhibirse con cierta seguridad. Entonces me acordé de unas experiencias que tuve un par de años antes.
– ¡Ya lo tengo! – exclamé – Se me ocurre una manera de que puedas hacerlo sin peligro alguno. Sólo tienes que buscar situaciones en las que el tío no pueda hacer nada.
– ¿Cómo cuales?
– El trabajo.
– ¿El trabajo? ¡Estás loco! ¡Anda que iban a tardar mucho en despedirme si me pusiera a hacer esas cosas en la agencia!
– No, no, Ali, no me has entendido. En tu trabajo no. En el de ellos.
Alicia se quedó callada, mientras la idea de lo que acababa de decirle penetraba en su mente.
– Imagínate que vas sin bragas a una zapatería de esas caras, en las que el vendedor te ayuda a probarte los zapatos. Cuando se agache frente a ti, separas un poco los muslos…
Una sonrisilla lasciva se dibujó en los labios de Alicia. Algo se agitó inquieto en el interior de mi pantalón.
– El tipo no podría hacer nada, no iba a arriesgar su trabajo…
– Comprendo – dijo ella pensándoselo.
– O también podrías ir a un masajista.
– ¿Un masajista?
– Sí. Yo lo hice hace algún tiempo.
Ella clavó sus ojos en mí.
– Cuéntamelo – dijo simplemente.
En ese instante nos sirvieron la comida, interrumpiéndonos. Le devolví la mirada, sintiendo la complicidad que se establecía entre nosotros mientras el camarero servía los platos. Era muy excitante.
En cuanto el tipo se fue, le conté la historia a Alicia.
– Este es uno de los que considero mis éxitos, aunque fuera a medias. En esta historia la cosa salió bastante bien. A ver, no llegué a follármela ni nada, pero tuvo un morbo…
– Cuenta, cuenta – dijo ella acercándose un poco a la mesa, para poder hablar con mayor intimidad.
– Fue hace un par de años. Un poco antes de conocer a Tatiana. Yo acudo con regularidad a un gimnasio y un compañero me había recomendado a una masajista que era muy buena. La pobre estaba en el paro y se sacaba unas perrillas dando masajes por libre. Como andaba un poco fastidiado de la espalda, la llamé y concerté una cita.
– ¿En tu casa?
– No. En la suya. Y eso me vino bien, pues ya sabes, en su casa se sentía más relajada.
– Comprendo.
– Pues eso. En cuanto la vi… supe que tenía que intentarlo. Era muy guapa; bajita, poquita cosa, con las tetitas pequeñas pero respingonas. Iba vestida con un top de lycra y unos leggins, muy deportiva ella…
– ¿Y cómo supiste que ella no iba a montarte un follón?
– Cariño. No lo supe hasta que no lo intenté. El riesgo es parte del morbo de exhibirse…
– Vale, vale, continúa.
– Pues bien. Ella me condujo al salón, donde tenía colocada una camilla de masajes. Me dejó a solas para que me desnudara y yo lo hice por completo, tumbándome y tapándome con una toalla. Ella volvió y empezó el masaje por la espalda, mientras yo iba excitándome cada vez más al pensar en que iba a verme…
– Lo entiendo – asintió Ali.
– Entonces me di la vuelta, tapado por la toalla. Pero el bulto que se veía en ella…
– No se podía disimular – dijo Ali con una sonrisa.
– Ni yo quería hacerlo. Obviamente, ella se dio enseguida cuenta de mi estado, pero hizo como si nada. Estoy convencido de que no era la primera vez que le pasaba algo semejante.
– Seguro que no.
– Ella siguió con el masaje, los tobillos, los muslos, acercándose cada vez más a la zona de conflicto. Yo, como el que no quiere la cosa, le indiqué que subiera un poco por los muslos. Ella, para hacerlo, me enrolló la toalla en la ingle, tapando a duras penas mi erección, que era hasta dolorosa. Estoy seguro de que, por debajo de la tela, la chica tenía un buen primer plano de mis huevos, lo que me excitó más todavía.
– Ya.
– Ella continuó el masaje como si nada, pero yo veía que, de vez en cuando, echaba disimuladas miraditas al bulto, lo que me volvía loco de excitación. Sus manos, que masajeaban con fuerza mis muslos, subían cada vez más y noté cómo rozaban levemente mi escroto. Estaba a punto de estallar.
– ¿Y qué hizo?
– Seguimos así un rato, varios minutos de hecho, bastante más de lo que era necesario, cosa de la que me di cuenta enseguida. Ella no estaba pasándolo nada mal. En su top se marcaban perfectamente dos pequeños bultitos que indicaban que la masajista no era inmune a la excitación que flotaba en el ambiente, así que, cuando ella decidió cambiar y empezar a masajearme el pecho, no me corté en pedirle que mejor continuara con los muslos, que los tenía muy tensos.
– No eran los muslos lo que tenías tenso precisamente.
– Ya te digo.
– ¿Y te hizo caso?
– Por supuesto. Yo era el cliente que pagaba. ¿Qué iba a decir?
– Es verdad.
– Seguimos un par de minutos. Yo ya no podía más, así que me jugué el todo por el todo y aparté la toalla, quedando completamente desnudo sobre la camilla, con la polla al rojo vivo apoyada sobre mi vientre. Ella profirió una pequeña exclamación de sorpresa, lo que me resultó inmensamente erótico. Como si fuera lo más natural del mundo, me puse las manos detrás de la nuca y le indiqué que siguiera con el masaje.
– ¿Y lo hizo?
– Dudó sólo un segundo. Pensé que iba a protestar, a mandarme a la mierda o algo así. Pero finalmente continuó. Ya no volvió a intentar masajearme el torso, se dedicó exclusivamente a los muslos, llegando cada vez más arriba…
Miré un segundo a Alicia, que me escuchaba con atención, el rostro arrebolado por la excitación, hermosa como un ángel.
– ¿Y qué hizo?
– Para mi decepción no hizo nada. Siguió masajeándome los muslos con intensidad. Cuando lo hacía, mi polla daba botes y se movía al compás del masaje y ella ya no se cortaba un pelo en mirarla con descaro, aunque sin llegar a hacer nada inapropiado.
– ¿Y no pasó nada más?
– Pues sí. Le dije que le pagaría el doble “si acababa el trabajo”.
– Y tanto. Y te juro que no se lo pensó ni un segundo. Dijo la cantidad de euros y cuando dije que sí, me agarró la polla y empezó a meneármela.
– ¡Madre mía!
– No se le daba mal el asunto. Su manita, embadurnada de aceite para el masaje se deslizaba por mi tronco con bastante habilidad. Y claro, yo estaba a mil por hora por el morbo de la situación, así que acabé enseguida. Cuando me corrí, ella me envolvió la polla con la toalla y dejó que se vaciaran mis pelotas. Al final me la limpió un poco y dio por concluido el masaje.
– Joder. Increíble. ¿Y eso fue “un éxito a medias”?
– Pues claro. Tuve que pagarle.
Alicia me miró un segundo antes de volver a preguntar.
– ¿Quieres decir que alguna vez más has conseguido que…?
– Claro. Ya te hablaré de mis éxitos. Pero ahora vamos a comer, que esto se está quedando frío.
Era verdad. Ninguno de los dos había probado bocado.
Con desgana, pues ambos estábamos deseando continuar, nos dedicamos a vaciar nuestros platos. Estaba todo muy bueno, la carne en su punto y el vino que nos sirvieron era excelente. Mientras comíamos, la pareja mayor, que acababa de pagar la cuenta, se levantó y se marchó. Enseguida acudió un camarero a despejar su mesa.
Seguimos charlando, de temas más banales, pero la curiosidad que sentía Alicia se impuso finalmente y volvió al ataque.
– Y esa chica… la masajista. ¿La volviste a ver?
– Seguí siendo cliente suyo unos meses. Y todas las sesiones incluyeron masaje y paja.
– Ja, ja – se rió Ali.
– Me salió carillo, pero lo pasé bien.
– ¿Y por qué lo dejaste?
– Bueno… empecé a salir con Tatiana. Ya no tenía sentido pagar porque me menearan la polla cuando tenía una chica que lo hacía gratis. Pero sobre todo fue porque, después de la primera sesión, la cosa perdió un poco de interés para mí. Me excitaba que me mirara, pero, perdida la novedad, ya no era lo mismo.
– Comprendo. ¿Y alguna otra vez te has exhibido para alguien conocido?
– Bueno… – dudé en responder – Un par de veces con la peluquera de mi barrio. Yo era joven entonces y me faltaba experiencia y ella era la típica cuarentona de muy buen ver.
– ¿Qué hiciste?
– Nada espectacular. Lo que hacía era ir a la peluquería en pantalón corto y sin ropa interior. Ella gustaba de usar jerseys bastante escotados y apretaditos, lo que era bastante sexy. Cuando me sentaba en la butaca y ella empezaba a tocarme la cabeza, su cuerpo se arrimaba al mío… ya sabes, me empalmaba enseguida, ofreciéndole un buen espectáculo en la bragueta. Y ella me miraba, vaya si lo hacía. Yo podía verla perfectamente gracias al espejo que teníamos delante y me ponía malísimo. Pero, por desgracia, nunca fuimos más allá. Nunca me dijo nada, ni protestó, ni me llamó la atención. Los dos lo pasábamos bien. Por desgracia se casó y cerró la peluquería.
– ¿Y ninguna conocida más? – preguntó Ali, que había detectado perfectamente mi anterior vacilación a la hora de responderle.
La miré un segundo, fijamente, con intensidad. ¿Debía confiar en ella? ¿Debía confesarle todos mis secretos?
– Hay otra historia que podría contarte – le dije – Es mucho más intensa y bueno… no sé si te resultará demasiado escandalosa…
– ¿En serio crees que a estas alturas voy a escandalizarme? – dijo sonriendo.
– Me da un poco de miedo confesártelo… Es la historia de mi primera vez, cuando descubrí mis inclinaciones. Y fue con… alguien de mi familia.
Alcé los ojos y los clavé en los de Alicia, temeroso de que el tema del incesto fuera tabú para ella. Para mi sorpresa, ella se inclinó sobre la mesa y hablándome en voz baja me dijo:
– Yo he sido educada en el seno de una familia bastante tradicional y te aseguro que eso es decir poco. De niña estuve en un colegio de monjas, casi sin contacto con chicos.
– Ya bueno, pero… – dije sin saber muy bien adonde quería ir a parar.
– Cuando tenía catorce pasé un verano en casa de mis abuelos, junto con varios primos. Había dos de mi edad, hermanos, Carlota y Joaquín, que mantenían una relación… bastante estrecha.
La boca se me secó, así que bebí un poco de vino.
– En cuanto tuvimos confianza, me incluyeron en sus juegos. Ya sabes, a médicos, cosquillas…
Empezaba a intuir por donde iban los tiros.
– De ahí, pasamos bastante pronto al “si tú me enseñas lo tuyo, yo te enseño lo mío” Y te aseguro que no les costó nada convencerme de que me levantara las faldas y les enseñara el coñito… me encantó hacerlo…
Yo miraba a Alicia con los ojos como platos. Mi polla era un auténtico leño que apretaba desesperado dentro de mi pantalón.
– ¿Tuvisteis sexo? – le pregunté.
– Relaciones completas no.
– ¿Completas? – pregunté.
– La de Joaquín fue la primera polla que me comí. Y descubrí que me gustaba mucho más hacerlo cuando Carlota nos miraba… Pero no llegamos a follar. Al menos yo no. Como ves, el incesto no es un problema para mí…
– ¿Y no me vas a dar más detalles? – indagué con avidez – Tu historia me ha puesto a tono…
– Otro día – dijo ella para mi desilusión – Hoy hemos venido a que me ilustres tú a mí…
La miré en silencio, sonriente, mientras ella apuraba su copa de vino. Se la rellené inmediatamente. Me sentí feliz, pues había dicho “otro día”. Iba a haber más…
– ¿Y bien? – me interrogó Ali – ¿Me cuentas ahora esa historia?
– Aún no – respondí sonriendo enigmáticamente – Falta algo…
– ¿El qué?
– Tus bragas. Dámelas. Ahora mismo.
Ella me miró atónita, sin saber qué decir. Pero su perplejidad duró sólo un segundo.
– ¿Y si te digo que no llevo? – me respondió.
– Sabría que mientes. Cuando hemos entrado al comedor te he mirado el culo y se notaba el contorno de tu ropa interior bajo la falda…
Ali esbozó una sonrisilla.
– Yo sí que de verdad no llevo – continué – Así estaremos los dos igual…
Eso acabó de convencerla. Miró a un lado y al otro, pero los únicos que estaban cerca eran la pareja de jóvenes. Con una expresión indescifrable en el rostro y ligeramente ruborizada, Alicia escondió sus manos bajo la mesa. Levantando un poco el trasero del asiento, se subió el vestido lo suficiente para que sus dedos se colaran por debajo y alcanzaran la cinturilla de su ropa interior. Contorsionándose levemente, fue logrando que sus braguitas se deslizaran por sus muslos.
Mientras lo hacía, yo controlaba a la pareja de jóvenes. El chico, de repente, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en nuestra mesa y se inclinó hacia su compañera para susurrarle algo. La chica también nos miró entonces con disimulo y, a pesar de la distancia, pude notar perfectamente cómo sus pupilas se dilataban.
– Te están mirando, ¿te has dado cuenta? – le susurré a mi acompañante.
El rubor de su rostro se acentuó cuando, con el rabillo del ojo, comprobó que le estaba diciendo la verdad. Sin embargo eso no la detuvo en absoluto y pude leer perfectamente en su mirada que estaba muy excitada.
Por fin, Alicia consiguió librarse de sus braguitas y, encerrándolas en un puño, me las alargó para que yo pudiera guardarlas en un bolsillo de mi cazadora.
– Buena chica – dije sonriéndole.
Ella me devolvió la sonrisa, dándole un buen trago a su copa.
– Me debes una historia – me dijo cuando estuvo más recuperada.
– Desde luego – asentí.
Y empecé a contársela.
CAPÍTULO 5: MI PRIMERA VEZ:
– Esto fue hace bastantes años, cuando yo tenía casi 17 años. Como ves, yo no fui tan precoz como tú en materia de sexo, fui más bien de pubertad tardía.
– ¿A los 17?
– A ver, no es que con esa edad me llegara la adolescencia. Es sólo que tardé más que otros chicos. Recuerdo a muchos amigos que con 13 ya andaban detrás de las faldas pero yo no me interesé por las chicas hasta los 15 o 16.
– Ya veo. Lentito – dijo Ali riendo.
– Es decir, que a pesar de mi edad, casi no tenía experiencia con mujeres.
– Vale. Lo pillo – asintió ella.
– Pues bien. Era verano y yo andaba en la fase rebelde, así que me había negado a irme de vacaciones con mis padres, pues iban a ir con un matrimonio que me caía bastante gordo, así que me escaqueé. Mis padres y mi hermana se fueron de viaje y, como no se fiaban de dejarme solo en casa, me hicieron irme a pasar 15 días en el pueblo, en casa de mi tía Aurora y de su hija Carolina. A mí me pareció muy bien, me gustaba ir al pueblo y no veía a mi familia desde el verano anterior, así que pillé un tren y me planté en el pueblo.
– A casa de tu tía y tu prima. ¿No tenías tío?
– Tía Aurora era viuda desde 10 años antes. No había vuelto a casarse y no por falta de candidatos. Por lo visto salió un poco escaldada de su matrimonio. Mi tío era un poquito cabrón y nadie lamentó demasiado cuando se estampó con el coche.
– Comprendo – dijo Ali muy seria.
– Aurora y su hija estaban (bueno y están) realmente buenas. Morenas, de senos bien grandes, macizas… espera, será más fácil si las ves en foto.
Saqué el móvil y le enseñé una foto de unos meses atrás, tomada durante la boda de otro primo. Las dos estaban guapísimas vestidas de fiesta. Mi tía, ya con más de 50 en la foto, aún estaba de muy buen ver y mi prima, que era una versión más joven de su madre, había sido el auténtico centro de atención durante el banquete.
– ¿Y quién fue la afortunada, la hija o la madre? – preguntó Alicia devolviéndome el móvil.
– Deja que te cuente. No nos adelantemos. Como te decía, me fui al pueblo dispuesto a disfrutar de las vacaciones y dormir bajo el mismo techo que aquellas dos mujeres era un aliciente más.
– Ya lo supongo.
– Al principio todo fue muy bien, las dos me recibieron efusivamente, como siempre y empecé a disfrutar de las vacaciones. Reanudé viejas amistades con los chicos del pueblo, salía por ahí con Caro, disfrutaba de la cocina estupenda de mi tía… Lo único que resultaba un poco extraño era que la relación entre madre e hija parecía un poco tensa. Algo había pasado entre ellas antes de mi llegada, pero nunca me enteré de qué fue.
– ¿Discutían?
– No, no. Simplemente no se mostraban tan cariñosas la una con la otra como otros años. Ya te digo, se notaba cierta tensión. Pero ninguna me dijo nada.
– Vale, vale – dijo Ali deseando que me metiera en materia.
– Bueno, pues ya sabes. Un adolescente… bajo el mismo techo que dos bellas mujeres…
Alicia sonrió, comprendiendo a qué me refería.
– Te la machacabas como un mono – sentenció.
– Pues prácticamente – asentí riendo – Un buen par de pajas caían todos los días. No me va el fetichismo, así que no me dedicaba a cogerles la ropa interior ni nada de eso, me limitaba, ya sabes, a pelármela siempre que podía. Me aliviaba, claro, pero siempre sentí… que me faltaba algo.
– Exhibirte.
– Exacto. Sólo que entonces aún no lo sabía. Pero lo descubrí pronto.
Alicia se inclinó sobre la mesa, prestándome toda su atención.
– Una tarde, mi tía salió de compras y Caro estaba en casa de una amiga. Quedándome solo en casa, bajé un poco la guardia y harto de hacerme pajas encerrado en el baño, pensé que estaría bien variar un poco y cascármela en el salón.
– Ja, ja – rió Ali.
– Ni corto ni perezoso, me senté en el sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, iniciando tranquilamente la paja. Para motivarme, encendí la tele, a ver si salía alguna moza de buen ver. Tuve suerte, pues estaban echando “Los vigilantes de la playa”, así que me puse a meneármela a la salud de las socorristas, que salían corriendo en bañador cada dos minutos.
– Ja, ja. Cuantas pajas habrán provocado esas carreras…
– Millones – asentí – Pues bien, concentrado en lo que hacía, no me di cuenta de que mi tía había regresado, pues se había olvidado el monedero. Ella lo cogió y debió de escuchar ruido, pues se asomó al salón.
– Y se encontró con el espectáculo.
– Y tanto.
– ¿Te echó la bronca?
– De eso nada. Se quedó callada como una muerta, sin hacer ni un ruido… Y se dedicó a disfrutar del show.
Alicia me miró sorprendida, con la boca abierta por la sorpresa.
– ¿En serio?
– Te lo juro. Yo seguía dale que te pego al invento, no me había dado cuenta para nada de que mi tía estaba asomada a la puerta, medio escondida, así que seguí pajeándome tranquilamente. Pero entonces, no sé, quizás fue un ruido, quizás percibí su presencia… lo cierto es que me di cuenta de que no estaba solo y, por el rabillo del ojo, vi que tita Aurora me estaba espiando.
– Joder.
– No sé qué me sucedió. La cabeza me daba vueltas. Me excité como nunca antes. Ya te imaginarás que, a mis 17, me la había machacado cientos de veces, pero ni una sola vez se acercaba al placer que experimenté simplemente por saberme observado. Se me puso más dura que nunca, la sentía vibrar en mi mano. Todo el cuerpo me sudaba, la respiración se me alteró… no sé cómo, pero reuní la suficiente presencia de ánimo para continuar masturbándome, simulando no haberme percatado de la presencia de mi tía.
– ¿Y ella no se dio cuenta?
– No. Estaba absolutamente hipnotizada por lo que yo estaba haciendo. Yo seguí pajeándome, loco de excitación, tratando de observarla de reojo, rezando para que no se diera cuenta de que la había visto. Por desgracia, aquello me había puesto tan caliente que no aguanté ni un minuto. Mi polla pegó un taponazo y te juro que la corrida casi impacta en el techo.
– Ji, ji.
– Como pude, me las apañé para coger los kleenex que había dejado preparados y conseguí contener los últimos lechazos, si no, lo habría puesto todo perdido. Cuando recuperé el aliento, me puse a limpiarlo todo, frenético, pensando en que mi tía iba a pegarme la bronca de mi vida. Pero, cuando alcé la vista, ella ya no estaba allí. Había vuelto a marcharse.
– Joder. Qué situación tan morbosa – dijo Alicia mirándome con ojos ardientes.
– Cariño, eso no es nada. La historia sigue.
Ali volvió a sonreírme pícaramente y me instó a continuar.
– Esa noche, cuando nos reunimos para cenar, yo estaba que la camisa no me llegaba al cuerpo. Estaba acojonado por si mi tía me decía algo. Pero se comportó con absoluta normalidad, con lo que, poco a poco, fui tranquilizándome.
– Hizo como que no había visto nada.
– Exacto – asentí – Más tarde, ya en mi cama, me sentía completamente excitado al rememorar los sucesos del salón. Empecé a entender que mi tía también había disfrutado mirándome y que era eso precisamente lo que me había puesto tan cachondo. Que me mirara.
– Ya veo.
– Pensé que quizás había sido porque era mi tía quien lo había hecho, ya sabes, por lo prohibido y eso. El morbo del incesto. Más adelante descubriría que no era así, que simplemente era un exhibicionista, pero esa noche, la única conclusión que saqué era…
– Que querías que se repitiera.
Le sonreí a Alicia de oreja a oreja.
– Bingo – dije guiñándole el ojo a mi compañera.
Ella me devolvió el guiño.
– Y la oportunidad se presentó a la mañana siguiente. No había pasado muy buena noche, pues la inquietud y la excitación no me dejaron dormir, pero aún así me levanté temprano. Caro, que es bastante dormilona, seguía sobando en su cuarto, pero mi tía llevaba levantada un buen rato. Ya sabes, la gente del campo…
– Sí, ya sé. Yo también tengo familia en un pueblo y no veas cómo madrugan.
– Y yo contaba con eso. Salí de mi cuarto con cuidado, procurando no tropezarme con ella y me colé en el baño. Dejé la puerta entreabierta, espiando por la rendija hasta que mi tía, que andaba por allí, se acercó al baño. Como un rayo, me situé delante del espejo, me saqué la chorra y empecé a masturbarme lentamente, procurando gemir y jadear un tanto exageradamente.
– Para hacer que se acercara.
– Así es. Y no me costó mucho lograrlo… Segundos después, gracias al espejo, pude ver cómo mi tía se asomaba por la rendija de la puerta y volvía a espiar a su sobrino mientras se pajeaba.
– Tu tía estaba hecha toda una voyeur.
– Todos estamos hechos unos voyeurs. A todos nos gusta mirar.
Alicia me miró muy seria, sopesando mi afirmación.
– Todas las sensaciones del día anterior, la excitación, el ansia, la lujuria, regresaron en cuanto vi que mi tía estaba mirándome. Empecé a gemir y a jadear intensamente, esta vez sin exagerar un ápice, pues el placer que sentía no se puede describir.
Ali bebió de su copa, sin dejar de mirarme.
– Mis caderas se movían espasmódicamente, sintiendo un placer que nunca antes había experimentado. La cabeza se me quedó en blanco. Y me corrí. Un lechazo salió disparado e impactó en el espejo y yo lo seguí con los ojos. Al hacerlo, mi mirada se encontró de repente con la de mi tía a través del reflejo. Ambos nos quedamos paralizados, mirándonos; yo con mi polla vomitando semen a diestro y siniestro y ella absolutamente petrificada. Y ese fue el momento en que más excitado me sentí: cuando ella se dio cuenta de que la había pillado.
– ¿Y qué pasó? – preguntó Ali completamente cautivada por la historia.
– Cuando recuperó un poco el sentido, tía Aurora se largó como alma que lleva el diablo. Yo, recuperando el resuello, abrí el grifo y arreglé el desastre lo mejor que pude, regresando después a mi cuarto. Seguía excitadísimo, pero bastante inquieto pues no sabía qué iba a pasar.
– ¿Y qué hiciste?
– Esperar hasta que Caro se levantó y bajamos juntos a desayunar. Me daba miedo enfrentarme a solas con mi tía.
– ¿Y ella?
– No dijo ni pío. Se comportó con absoluta normalidad. Lo único raro fue que no se atrevía a mirarme a los ojos, apartando continuamente la mirada.
– Menuda situación – dijo Ali.
– Esa tarde volví a intentarlo, pero esta vez mi tía no apareció. Ni tampoco a la mañana siguiente.
– Sabía que la habías pillado.
– Justo eso. Le daba vergüenza, así que no volvió a caer en mi trampa.
– Pues te quedarías bien fastidiado, ¿verdad?
– Ni te cuento. Pero fue precisamente el ansia por repetirlo, las ganas irresistibles de volver a experimentar aquella sensación, las que me dieron el valor para dar el siguiente paso.
– ¿Qué hiciste? – indagó Ali muy interesada.
– Si Mahoma no va a la montaña…
Ali abrió los ojos como platos, cuando comprendió a qué me refería.
– Joder, cuéntamelo, que no puedo más – dijo entusiasmada.
– Al día siguiente, tras haber intentado de nuevo el numerito del baño y haber fracasado estrepitosamente, me sentía inmensamente frustrado, triste y desesperado.
– Ja, ja. Qué exagerado eres – rió Alicia.
– No te creas. No ando muy lejos de la verdad. Y, a medida que la frustración subía, la vergüenza y la preocupación por las consecuencias caían en picado, así que me armé de valor y pasé al ataque.
Esta vez fue Ali la que llenó las copas, haciendo un gesto al camarero para que trajese otra botella.
– A media mañana, Caro salió de casa para ir con unos amigos. Me dijo que la acompañara, pero le contesté que no me encontraba muy bien, así que me quedé a solas con mi tía.
– Sigue, sigue – me apremió la chica.
– Tía Aurora estaba en la cocina, preparando el almuerzo, ajena a que yo había entrado y estaba sentado junto a la mesa. Al poco, se volvió a coger algo y me vio, dando un respingo de sorpresa. Inmediatamente se puso muy roja, hablándome con nerviosismo, sin mirarme a la cara, mientras yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Empecé a excitarme.
– ¿Y qué hiciste?
– Ella trató de disimular, me preguntó que qué hacía allí y yo le dije que nada, que descansar un poco. Estaba visiblemente alterada y eso, curiosamente, contribuyó a serenarme a mí. Mi polla fue creciendo dentro del pantalón y yo procuré que el bulto fuera bien visible, lo que aturrulló todavía más a mi tía. Temblorosa, decidió ignorar nuevamente lo que estaba pasando y me dio la espalda, volviendo a liarse con las cacerolas. En cuanto lo hizo, ya dejadas atrás todas las dudas, me bajé los pantalones hasta los tobillos y empecé a masturbarme lentamente.
– ¿Y qué pasó?
– Ella se resistía a darse la vuelta, no podía creerse lo que estaba pasando. Escuchaba perfectamente los rítmicos movimientos de mi mano deslizándose sobre mi falo, así como mis jadeos de placer. Por fin, no resistiendo más, se volvió, encontrándose frente a frente con su sobrino, que se masturbaba con voluptuosidad. No importó que estuviera esperándoselo, del sobresalto que se llevó se le cayó el plato que llevaba en la mano al suelo, donde se hizo añicos.
– Dios, qué morbo… – siseó Alicia.
– Yo seguí masturbándome, experimentando un placer indescriptible al sentir sus ojos clavados en mí. Queriendo incrementar la excitación, me puse en pié, sin dejar de pajearme y di un paso hacia mi tía. A ella le fallaron las fuerzas y cayó de rodillas al suelo, pero sin dejar de mirarme, cosa que me encantó. Yo me acerqué hasta que mi nabo quedó justo frente a su cara y seguí masturbándome sin dejar de mirarla, sintiendo cómo su mirada ardía sobre mi piel.
– ¿Y no dijo nada?
– Ninguno de los dos habló. Sobraban las palabras. Yo seguí pajeándome, con ella arrodillada frente a mí, sin perderse detalle, los ojos vidriosos admirando mi erección, los labios entreabiertos, jadeando, absolutamente poseída por la lujuria.
– ¿Y no hizo nada?
– Nada de nada. Se limitó a disfrutar del espectáculo en silencio, hasta que me corrí como una bestia. Como pude, me las apañé para colocar la picha en el fregadero y descargarme allí aullando de placer. Cuando me calmé, me subí los pantalones y salí de la cocina, dejándola arrodillada entre los cristales rotos.
– ¿No intentaste nada más?
– No. Me sentía satisfecho. Había disfrutado como nunca y, además, me faltaba experiencia.
– Podrías habértela follado allí mismo.
– Sin duda. Pero, como te digo, me faltaba experiencia. Y estaba empezando a descubrir que mi instinto primario era dejar que me miraran, más que el sexo propiamente dicho.
– ¿Sucedió más veces?
– Y tanto. Ella comprendió que le gustaba mirar y yo que me mirasen. Así que volvimos a repetirlo los siguientes días. Esa misma noche ella se presentó en mi dormitorio, vestida sólo con un camisón. Yo estaba esperándola, no me preguntes cómo, pero sabía que iba a venir. En cuanto entró, aparté la sábana y dejé expuesto mi cuerpo desnudo. Ella permaneció de pie, junto a la cama, mirándome hasta que me corrí.
– Madre mía.
– Y lo repetimos varias veces en los días siguientes. El morbo era tan intenso, la excitación tan alta y el placer tan indescriptible que empecé a obsesionarme, no le prestaba atención a nada más. Eso hizo que empezara a rechazar todas las invitaciones de Caro a salir por ahí. Me pasaba el día encerrado en casa, suspirando por disfrutar de otra tórrida sesión con mi tía.
– Y tu prima descubrió el pastel.
– Vaya si lo hizo. Pero no como tú crees. Una tarde, tía Aurora y yo estábamos en el salón, disfrutando de una de nuestras aventurillas. Caro había fingido marcharse, pero no lo había hecho, así que nos pilló en plena faena. Pero, como había hecho su madre, permaneció en silencio y se quedó espiándonos a escondidas.
– ¡No puede ser!
– Y lo mejor fue que la descubrí muy pronto. Y estar allí masturbándome delante de mi tía, mientras mi prima también me miraba…
– Disfrutarías como nunca.
– Ya puedes jurarlo. Sin embargo duró poco, pues Caro se marchó enseguida, enfadada.
– ¿Se cabreó?
– Bastante. Aunque no dijo absolutamente nada de lo que había visto. Esa noche, durante la cena, estuvo especialmente arisca con su madre, que estaba muy sorprendida con la actitud de su hija, pues ella no se había dado cuenta de que nos habían pillado.
– ¿No se lo dijiste?
– Ni de coña. Me daba miedo que, al saberse descubierta, decidiera poner fin a nuestra relación.
– Comprendo.
– Pues espera que lo mejor está por llegar.
– No fastidies – dijo Ali mirándome admirada.
– Como te lo cuento. Esa noche, desnudo bajo las sábanas, esperaba a que tía Aurora viniera de nuevo a hacerme una visita. Estaba muy excitado y no paraba de recordar el rostro de Carolina mientras nos espiaba. Entonces se abrió la puerta y una mujer penetró en la habitación. Pero no era mi tía…
– ¡No fastidies! ¿Tu prima?
Asentí con la cabeza.
– Sin decir nada caminó hasta quedar junto a mi cama, mirándome con intensidad. A pesar de estar la habitación en penumbras, pude ver que tenía los ojos brillantes.
– ¿Y qué hizo?
– Traté de incorporarme y de decir algo, pero ella me lo impidió poniendo un dedo en mis labios. Me quedé parado, sin saber qué hacer y entonces ella, sin pensárselo un segundo, se libró del camisón y quedó completamente desnuda junto a mi cama.
– ¡Oh! – exclamó atónita mi interlocutora.
– Sin decir nada, Caro agarró el borde de la sábana y la apartó de un tirón.
– Y tú estabas desnudo, esperando a tu tía…
– Desnudo y con la polla como una roca.
– No me extraña.
– Caro me sonrió y, lentamente, se deslizó en la cama junto a mí, pegando su cuerpo contra el mío. Cuando sentí cómo su mano me acariciaba y se apoderaba de mi miembro… joder. Fue la ostia.
– ¿Y lo hicisteis?
– Te dije que era mi primera vez. Tanto en el exhibicionismo como en el sexo…
– Ja, ja – rió Alicia.
– Yo estaba bastante alucinado como comprenderás, no acertaba a hacer nada, por lo que ella tuvo que tomar la iniciativa. Empezó a pajearme muy lentamente, pegando su cuerpo contra el mío, permitiéndome sentir cómo se apretaban sus tetas contra mi pecho. Sin saber muy bien qué hacer, intenté besarla y me sorprendió la intensidad con que su boca correspondió a la mía.
– Sigue. No te pares – dijo Ali mientras yo echaba un trago.
– Sin dejar de besarme y sin soltarme la polla, fue deslizando su cuerpo hasta quedar tumbada sobre mí. Entonces sus labios me abandonaron y yo traté de volver a alcanzarlos haciéndola sonreír. Pero ella no me dejó y me obligó a seguir tumbado.
– Quería controlar la situación.
– Y bien que hizo – coincidí – Incorporándose, se sentó encima de mi estómago, provocando que mi erección se apretara contra su culo, haciéndome gemir. Entonces me pidió que le acariciara las tetas, cosa que hice sin perder un segundo, sobándolas con torpeza y ansia, pero aún así logré que jadeara de placer. Empezó entonces a deslizar su culito adelante y atrás, sobre mi cuerpo, frotándose, permitiéndome sentir su calor, su humedad. Se echó más para atrás, hasta que su coñito quedó encima de mi polla y allí volvió a restregarse.
– Debías estar a punto de estallar.
– Imagínate. Por fin, decidió que ya estaba bien de calentarme y, agarrándome la polla, la colocó en su coñito y se la clavó hasta el fondo, dando un fuerte gemido. Yo no me había sentido igual en mi vida, tenerla metida en un coño era la ostia, pero aún así, no podía evitar pensar que había sido más excitante cuando me había espiado por la tarde.
– Te comprendo – asintió Ali.
– Empezó a mover las caderas sobre mí, con las manos apoyadas en mi pecho, mientras yo no dejaba de acariciarle los senos. Qué quieres que te diga. No duré ni un minuto. Me corrí como un verraco dentro de su coño, llenándola de leche.
– No la dejarías embarazada, ¿verdad?
– ¡No! – exclamé – Por fortuna no. Aunque ella me reprochó que lo hubiera hecho, mientras yo me deshacía en disculpas.
– Menuda primera vez.
– Espera. Que aún queda. Caro, muy lejos de estar satisfecha, se tumbó a mi lado, volviendo a besarme y acariciando mi rezumante falo con la mano, tratando de volver a ponerlo en forma, cosa que no le costó demasiado. Yo me sentía un poco avergonzado por haber acabado tan rápido. Había visto películas y leído historias en las que se hablaba de los monumentales orgasmos femeninos y desde luego no se parecía en nada a aquello. Caro me daba besitos, me acariciaba y me susurraba que había estado muy bien para ser la primera vez.
– Pero tú no estabas satisfecho.
– Por supuesto que no. Cuando estuve otra vez a punto, decidí que esa vez iba a llevar yo la voz cantante, así que me puse encima, en la postura del misionero. Caro se abrió de piernas, guiando mi polla hasta ponerla en posición y me hizo que empujara, clavándosela de nuevo. Enseguida empecé a bombearla, siguiendo sus indicaciones, hasta que le fui cogiendo el ritmo y empezamos a disfrutar los dos.
– ¿Y esta vez sí se corrió?
– Espera, que ya llego. En esas estábamos, en plena follada, cuando, sin saber por qué, alcé la vista y me di cuenta de que la puerta del dormitorio no estaba cerrada.
Alicia me miró boquiabierta.
– Tu tía… – siseó.
– Mi tía. Estaba espiándonos desde la puerta. Nuestras miradas se encontraron enseguida, pero ella no dijo nada, limitándose a seguir mirándonos. Imagínate, me puse como una moto.
– Te excitó que te mirase…
– Y tanto. Empecé a follarme a Caro a lo bestia, encendido de nuevo como una antorcha; Carolina resoplaba bajo mi cuerpo, abrazándome con fiereza, anudando sus piernas a mi espalda, mientras mi polla, que parecía haber activado el turbo, la martilleaba una y otra vez, haciéndola llorar de gusto.
– ¿Y tu tía seguía mirando?
– Sin perderse detalle. Creí que iba a perder el juicio, a medias por el placer, a medias por la excitación. Y entonces Carolina sí que se corrió. Logré llevarla al orgasmo y la exaltación que sentí fue sencillamente increíble. A duras penas logré sacársela del coño justo antes de correrme. Mi miembro quedó atrapado entre nuestros cuerpos, vomitando semen y empapándonos a los dos. Agotado, me derrumbé al lado de Carolina jadeando, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho y se relajaba. Pocos minutos después se quedó dormida.
– ¿Y tú?
– ¿Yo? Yo no podía dejar de pensar en mi tía.
– ¿Y qué hiciste?
– Con cuidado de no despertar a mi prima, logré deslizarme fuera de la cama y, desnudo, salí de mi habitación.
– ¿Fuiste a su dormitorio?
– No hizo falta. Mi tía estaba en el pasillo, sentada en el suelo, apoyada en la pared. Se había subido el camisón hasta la cintura y estaba masturbándose furiosamente, con los ojos cerrados.
– Madre mía.
– Bastó verla para empalmarme nuevamente. Y, sin pensármelo, volví a situarme frente a ella, empezando yo también a pajearme. Aurora percibió enseguida mi presencia, abriendo los ojos y encontrándose de bruces con mi cipote. Eso no la alteró en absoluto, se limitó a clavar sus ojos en los míos y seguimos masturbándonos, sin decir nada.
– Joder. Increíble. ¿Y no hicisteis nada? ¿No la tocaste?
– No. No era eso lo que queríamos el uno del otro. Nos pajeamos hasta llegar al orgasmo. Pero esta vez hubo algo diferente.
– ¿El qué? – pregunto Alicia con ansiedad.
– Cuando estuve a punto de correrme, tía Aurora se abrió la pechera del camisón, dejando sus formidables ubres al descubierto, ofreciéndomelas. Yo comprendí lo que quería, así que, cuando me corrí, lo hice directamente sobre sus tetas, empapándolas de semen, mientras mi tía alcanzaba su propio orgasmo.
– Menuda historia.
– Te lo advertí.
– Aunque creo que tu tía estaba deseando que te la follaras. Eso de hacer que te corrieras en sus tetas…
– No te falta razón. De hecho, me la follé al verano siguiente.
– ¿En serio?
– Te lo juro. Esa vez fue ella la que vino a casa de mis padres, pues tenía que arreglar unos papeles en la ciudad, así que se quedó en casa. En cuanto pudimos, nos quedamos solos y yo intenté volver a repetir el numerito… pero esta vez, creo que habiendo aceptado por completo lo que había pasado, mi tía buscaba algo más y, cuando me quise dar cuenta, estaba chupándomela como una aspiradora. Y claro, acabamos en la cama.
– Impresionante. No sabes cuanto me he excitado con tu historia – me dijo Ali haciéndome muy feliz.
– Pues bien, termino ya. Después de la corrida, regresé al dormitorio y me colé en la cama junto a Caro. Entonces, en la penumbra del cuarto, mi prima me preguntó en un susurro:
¿Acabas de acostarte con mamá?
No – le respondí – Nunca me he acostado con ella.
– Caro me abrazó con fuerza y nos quedamos así, juntitos. Nos dormimos enseguida.
– ¿Te acostaste más veces con ella?
– No. Creo que aquello no lo hizo porque se sintiera especialmente atraída por mí. Fue para fastidiar a su madre. Ya te dije que andaban peleadas. O al menos eso fue lo que pensé.
– Pues vaya palo. Una vez que habías probado el sexo…
– No fue para tanto. El día siguiente era el último de estancia en el pueblo, así que no lo pasé demasiado mal. Tuve que regresar con mis padres. Y fin de la historia.
Alicia me miraba con admiración. Se reclinó en su asiento, mirándome sonriente y me dijo en voz alta:
– No puedes ni imaginarte lo increíblemente mojada que estoy.
– No me extraña – respondí – Yo la tengo tan dura que parece que me va a explotar.
Nuestras frases fueron oídas perfectamente por los chicos de la mesa vecina, que nos miraban atónitos. Alicia, con descaro, les sonrió abiertamente, logrando que apartaran la vista, avergonzados.
Feliz y satisfecha, me dijo que fuéramos a tomar un café a otro sitio, que quería estirar las piernas.
Pedí la cuenta y, tras pagar, salimos cogidos del brazo, mientras la parejita de novios nos miraba con los ojos como platos.
TALIBOS
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Por primera vez en mucho tiempo el despertador interrumpe mis sueños. Normalmente llevo despabilado un buen rato antes de que suene. Un buen rato en el que me estoy pajeando bajo las sábanas pensando en tetas y coños. Me la meneo hasta que estoy a punto de correrme y justo entonces sujeto la punta de mi prepucio mientras eyaculo almacenando el semen en esa bolsita que forma la punta del pellejo. Después me quedo adormilado hasta que el despertador suena. Lo apago y espero hasta que mi madre entre unos minutos después para ver si estoy despierto. Me pone la mano en el pecho y me susurra para que me levante sin saber que llevo en vela más de media hora y que estoy sujetando el semen dentro de mi polla con la punta de mis dedos para que no se escape.
Hago como que me desperezo y espero hasta que sale de mi cuarto para ir al baño donde suelto mi carga y aprovecho para mear contento de que nadie conozca mi secreto pajeril.
Pero hoy es distinto. He dormido de un tirón y estoy descansado. No estoy cachondo, no pienso en tías ni en follar. No me maldigo por no parar de pensar en sexo continuamente en lugar de dedicar el tiempo a cosas más provechosas como estudiar.
Saco los pies de las sábanas y me quedo sentado en el borde de mi cama. Siempre duermo en calzoncillos y camiseta pero hoy estoy completamente desnudo. Miro a mi pene sorprendido. Es increíble que no me esté apuntando a la cara a estas horas, él siempre se levanta antes que yo, duro y firme.
Mi madre no ha entrado aun en mi cuarto para asegurarse de que sigo vivo. Salgo al pasillo en pelotas. Hoy no me importa que alguien me pueda ver así. Cruzo hasta el baño, levanto la tapa del váter y meo sin utilizar las manos. Me miro en el espejo y me encuentro guapo. No es normal que me vea guapo. Sonrío, estoy feliz.
De vuelta a mi cuarto oigo a mi madre en la cocina. Estará preparando mi desayuno, como siempre. Mi padre está en la cama todavía, ha tenido turno de noche y se levantará tarde. Entro en mi habitación y veo mi ropa sobre la silla junto a la pared. Es una mierda de ropa pero yo no sé vestir bien, no tengo gusto para eso. Nunca he ido de compras, no me atrevo, es como si tuviera una especie de miedo escénico a entrar en una tienda.
Levanto mis pantalones y los miro con los ojos de alguien que ha renacido durante la noche y tiene una visión distinta y renovada, más madura. Son de una tela azul que intenta imitar sin éxito a un pantalón vaquero. Es de la marca “Lemmis”. Mis zapatillas tampoco son mejores ni más esplendorosas, unas “Roedork” fabricadas en la china mandarina que ni tan siquiera son de piel.
Junto con mi camiseta, que lleva escrita unas letras enormes formando la palabra “COLORADO”, hacen de mí un auténtico cutre. Así es normal que no haya ligado en la puta vida y me haya mantenido virgen con 25 tacos. Sin embargo hoy estoy feliz. La razón, ayer follé por primera vez.
Ayer era un pobre chico retraído y lleno de complejos, un manojo de tabúes bajo un mal corte de pelo. El típico muchacho en el que nadie se fija si no es para sentir lástima o asco o ambas cosas a la vez. Un friki pajillero y pervertido que pasa las horas tras la pantalla de su ordenador consumiendo porno.
Pero hoy soy otro distinto. Me encuentro diferente, como si fuera más inteligente o algo parecido. He hecho las paces con el mundo. De alguna manera ya soy un tío normal, bueno casi. Solo me falta un “no sé qué” para alcanzar la plenitud. Como una especie de pequeño resquemor en lo más hondo del estómago.
Me visto y voy a desayunar, tengo hambre, mucha hambre. Mi madre se pone en pie al verme entrar en la cocina, está nerviosa.
-¿Qué tal estás hijo?
-Bien mamá…, gracias. –De repente me noto nervioso yo también.
Mi madre se sienta a mi lado sin quitarme ojo mientras desayuno. El semblante de su cara es de preocupación como si pensara que me fuera a morir de un momento a otro.
-¿Qué tal has dormido?
-Eh… bien, bien. Muy bien –respondo incómodo. Sabe que he dejado de ser un niño esta noche.
-Y… bueno, si quieres…
-Está todo bien mamá.
Se levanta dubitativa y se mueve a mi alrededor abriendo y cerrando cajones. Entra y sale una y otra vez de la cocina sin saber qué hacer o a donde dirigirse. Me contagia su nerviosismo y la situación empieza a ser incómoda para mí también, necesito salir de aquí cuanto antes. Me levanto, cojo mi carpeta y me voy hacia la puerta.
-Me voy a la Uni. –digo en voz alta para que me oiga desde la sala donde está ordenando a saber qué.
-Vale. –responde-. Si necesitas algo… -dice asomando la cabeza -. Ya sabes que…
-Sí mamá, no te preocupes más por mí.
Se acerca y pone sus manos sobre mis hombros.
-Sabes que tu padre y yo te queremos mucho –le tiemblan las manos.
-Claro que lo sé. –está nidria como si tuviera miedo de algo.
-Solo queremos que tú estés bien. Haremos lo que haga falta para que…
-Que sí, que ya lo sé.
-Si quieres volver a follarme… -deja la frase en el aire y me pongo colorado de la vergüenza.
Me suben los colores porque ha sido con ella con quien he follado esta noche, con mi propia madre. Me la he follado y me he corrido dentro. Soy un pervertido.
Hace 2 días les ofrecí a mis padres una síntesis de mi vida tan patética y bochornosa que creyeron que estaba al borde del suicidio. Entre lágrimas y mocos confesé que era un pajillero de mierda obsesionado con el sexo. El día anterior había intentado al extremo de propasarme con mi propia madre en un ataque de lívido descontrolada.
Ante tales turbadores acontecimientos ambos tomaron la decisión de ayudarme de la forma más extraña que a alguien se le pudiese ocurrir.
Mi madre, en un alarde de estoicismo y sacrificio y para calmar mis ardores sexuales para con la sociedad en general y ella en particular, se ofreció cuan mártir para que saciara mi descontrolada hambre de sexo con ella. Yo, como soy un pervertido y un mal hijo sin corazón me aproveché de ello.
No niego que follar con mi madre ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi puta, puerca y miserable vida y que gracias a ella he conseguido sacarme la espina que llevaba clavada desde hace cien años pero eso ocurrió ayer, en plena efervescencia hormonal, con la noche como cómplice, mi conciencia mirando hacia otro lado y mis neuronas sanas en huelga de brazos caídos.
Ahora mismo, libre de obsesiones y de complejos, a la luz de un nuevo y radiante día y con la realidad del vergonzoso incesto golpeándome en plena cara vuelvo a ver a mi madre como lo que es, una “madre” en el sentido estricto de la palabra. Esa señora tan entrañable que me lava la ropa, me prepara la comida y me da dinero cuando se lo pido, aunque sea poco.
Ya no me excita imaginármela desnuda o tocándole las tetas. Lo que pasó, pasó. Ayer fue ayer y hoy es hoy, borrón y cuenta nueva.
La miro abrazada a mi cuello con su bata azul sobre su camisón y me pregunto horrorizado como he sido capaz de tener mi lengua y mi polla dentro de su coño y disfrutar con ello.
-N…No, no hace falta, de verdad. -consigo balbucear.
-Ayer te fuiste a tu cuarto… si es por algo que he hice mal…
-Que no, que no. Que todo está bien.
¿Cómo le digo a esta mujer que aunque me ha dado la mejor noche de mi vida siento más vergüenza hoy que la satisfacción que tuve ayer?
-Eres la mejor madre del mundo y papá también por… por dejarme… -no sé qué decir. Estoy muerto de vergüenza. Quiero que me suelte. Quiero escapar.
-Hijo, para tu padre y para mí lo más importante eres tú. No me importa hacerlo más veces si es por tu bien.
Lo dice completamente en serio aunque le horrorice la idea de volver a abrirse de piernas para mí. Tan placentero me resultó follarla como espantoso fue para ella ser follada por su propio hijo. Ella, que está chapada a la antigua y que con toda seguridad apenas folla con mi padre, si es que aun follan.
Me deshago de su abrazo de mala manera y salgo al descansillo dejando mi madre preocupada tras la puerta. Tiene el presentimiento de que sigo siendo un suicida atormentado por sus complejos sexuales a punto de hacer una locura ¿no se da cuenta de que ya los he superado esta noche?
– – – – –
He conseguido concentrarme en clase y he podido estudiar un buen rato en la biblioteca. El día se me ha hecho largo pero aquí estoy de nuevo, frente a la puerta de mi casa. Sostengo la llave en mi mano pero me resisto a meterla en la cerradura. Me sorprende que me cueste tanto entrar en mi propio hogar pero lo cierto es que no quiero enfrentarme de nuevo a mis padres, a sus burdos intentos por mantener una charla conmigo, a los silencios incómodos, a las dolorosas verdades que ninguno se atreve a decir. A mirar a mis padres a los ojos con la realidad de nuestras vidas impresa en nuestras retinas. Al hecho de que en esta casa…
…soy un degenerado.
… y mis padres lo consienten.
A tomar por culo. Entro de una vez, lo que tenga que ser será. Me dirijo hacia mi cuarto, mi refugio, allí estaré a salvo. Tengo que recorrer todo el pasillo hasta llegar a él. Es difícil pero no imposible. No es la primera vez que consigo esquivar a los charlies.
Piso una mina antipersonal en forma aspiradora y casi me pego una hostia. ¡No siento las piernas! Mi madre asoma por una de las puertas del pasillo, me ha descubierto y se dispone a atacar.
-Hola Miguel ¡Ya estás aquí!
-Ah, sí…, hola mamá.
-¿Quieres merendar algo? Te he comprado los bollos que te gustan y también galletas.
-Eh…, bueno…
-Tengo chocolate preparado y estaba haciendo unos churros para ti.
-Bueno…, iba a…
-Anda, deja los libros y quítate la chaqueta y los zapatos, pero déjalos en la terracita no en tu cuarto. ¿Qué tal el día? ¿Has estudiado mucho?
El ataque es abrumador. Aunque ya tengo 25 años me trata como a un nene. No lo soporto e inicio una maniobra de evasión. Me giro y entro en la “sala de estar”, intentando huir de ella pero cuando me voy a sentar en el sofá me doy cuenta de mi error táctico.
Intentando escapar del demonio he tropezado con el diablo. Mi padre está sentado en el extremo opuesto mirándome con su cara lacónica. Está armado con un mando a distancia amarrado a su mano derecha. A saber lo que este hombre es capaz de poner en la tele, siempre ha sido de gatillo fácil. Lo peor es que mi madre me ha seguido por detrás cortando mi retirada. ¡Tengo un MIG-27 pegado a la cola, mierda!
Mi madre se pega a mí y entrelaza sus dedos en mi pelo mientras tomo siento. Me peina una y otra vez con su mano.
-Tú siéntate y descansa hijo. Ahora te traigo el chocolate y unos bollos.
Cuando se va me quedo custodiado por mi padre, viendo el programa de Ana Rosa Quintanilla y con el flequillo embadurnado de harina y clara de huevo apuntando al techo. Tengo una pinta ridícula.
Mi padre no deja de mirarme. Parece que quiere establecer contacto conmigo pero hace muchos años que dejamos de hablar el mismo idioma. Diría más, hace muchos años que dejamos de hablar.
Se mueve en el sofá y se acerca a mí. Por favor, que no intente mantener una charla padre-hijo.
-Eh…, Miguel… ¿Qué tal estás?
Me lo temía. Empieza la tortura. Lo peor es que esta vez no voy a poder escaquearme emitiendo sonidos guturales como tengo por costumbre.
-Bien, bien.
-Ayer…, bueno, anoche… -Dios, por favor, que no saque ese tema. Qué bochorno-. Tu madre y tú…
-Eh, ¿si?
-Quiero decir… ¿qué tal fue todo?
-Bien, bien.
-Hiciste… o sea, al final… -¿si me la follé? sí, joder sí, pero ¿por qué me lo pregunta si ya lo sabe?
-Sí papá, todo bien.
-Quiero decir que conseguiste… o sea que al final… tú con una mujer…
Mi padre se frota la frente nervioso con la palma de la mano mientras coge aire. Se gira hacia mí con forzada determinación.
-Bueno venga, cuéntame como te fue.
¿Cómo me fue el qué? ¿De qué habla este hombre? ¿Quiere que le cuente como me follé a mi madre, a su mujer?
-Bueno papá, no sé… a ver…
-¿Te gustaron sus tetas? –Está colorado. Le da tanto corte como a mí.
-Pues, pues… s…sí –confieso- mucho.
-S…Son bonitas, ¿verdad?
-Sí –hago una pausa-, lo son.
-Y grandes.
-Ya te digo. No pensaba que tenía esas tetazas.
-Y bien duras.
-Y calentitas.
-¿Y los pezones? ¿Te fijaste en ellos?
-¿Que si me fijé? La madre que me parió, son enormes y negros. No me pude resistir a chupárselos. Se los estuve mamando un buen rato.
Me doy cuenta de que he estoy babeando mientras se lo cuento y veo que la cara de mi padre se relaja. Ya no está tan cortado. Mira fugazmente hacia la puerta y se acerca un poco más a mí.
-¿Y qué te pareció el coño de tu madre? –dice bajando la voz.
Me deja helado, no esperaba oírle hablar así, a mi propio padre. Me llevo la mano a la boca y la pongo como si le estuviera contando un secreto.
-Casi me da un infarto cuando se bajó las bragas y se lo vi. Es negro y suave y tiene unos labios…
-¿Te gustan los labios gruesos?
-Mucho. Lo primero que quise hacer fue lamerle el coño –mierda, no tenía que haber sido tan franco. Me pongo tenso.
Mi padre pone unos ojos como platos. -¿Te dejó lamerle el coño?
Suelto el aire aliviado y asiento con la cabeza ufano haciendo una caída de ojos de triunfo.
-¿Y se corrió? –me pregunta atónito.
-Que va. Ni tan siquiera conseguí que le gustara un poquito.
-Ah, ya decía yo. Porque a tu madre eso nunca le ha gustado nada. A mí solo me ha dejado hacérselo una vez que yo recuerde y enseguida me pidió que parara. ¡Con lo que me a mí gusta!
Se hace un pequeño silencio hasta que mi padre habla de nuevo.
-¿Y dices que no le gustó nada?
-No.
-Pero… ¿lo hiciste bien? ¿Despacio, sin prisa, con suavidad, en el clítoris?
-Lo hice tal y como había visto en internet… pero nada.
-Quizá no estuviste el tiempo suficiente.
-Hasta que se me durmió la lengua. Te lo juro –Mi padre frunce el ceño. Algo no le cuadraba-.
Le lamí todo, de arriba abajo. Recorrí la lengua por todos lados pero nada.
-Entiendo –dice mientras cavila. –Es normal, al fin y al cabo es tu madre. No lo hizo por gusto. Cuando lo hablamos… -hace una pausa dudando continuar- lo de que ella follara contigo…, estaba muy nerviosa y sé que lo pasó muy mal. No ha sido muy agradable que digamos.
-Sí, ya me di cuenta de lo que fue para ella dejarse follar por mí.
Prefiero omitir el bochornoso detalle de que me eché a llorar cuando me percaté de que mi madre aguantaba sus lágrimas mientras le lamía el coño. En aquel momento me sentí el peor hijo del mundo y lloré como una nenaza.
Cuando mi madre me vio llorar se armó de valor, hizo de tripas corazón, se tragó sus remordimientos y me consoló para que siguiera disfrutando de ella. Consiguió que la noche transcurriera de una manera especialmente buena. La follé, me corrí, disfruté y… me convertí en una persona diferente, una crisálida con pantalones vaqueros de imitación y zapatillas made in china mangurrina.
-Bueno y… ¿qué sentiste cuando la metiste por primera vez?
La pregunta me saca de mis pensamientos. Dejo escapar el aire de mis pulmones en un largo suspiro recordando el momento pleno de felicidad.
-Joder, es tan calentito, tan suave. Mientras se la metía notaba como si me abrazara toda la polla.
-¿A que sí?
-Y mientras lo hacía le sobaba las tetas y se las chupaba. Joder que pasada.
-A mí lo que más me gusta es ver como mi polla entra y sale de su coño mientras la follo.
-¡Joder, igual que a mí! Cuando llevaba un rato follando la cogí por los tobillos y le abrí las piernas para ver mejor a mi polla en su coño entrando y saliendo.
-¿Y a 4 patas? ¿La has puesto a 4 patas? En esa postura la tienes con las tetazas balanceándose adelante y atrás. Yo la empujo con fuerza para que le boten más y se las cojo con las 2 manos. Me lleno las manos con sus tetazas.
Parecemos 2 babosos hablando de tías, fútbol y coches. Solo nos falta una lata de cerveza en una mano y rascarnos los huevos con la otra. Mi padre se acerca otro poco más, mira furtivamente a la puerta de la sala que está detrás de nosotros y vuelve a bajar la voz.
-¿Se la has metido por el culo?
-Uy no, eso no. Lo máximo que hice fue meterle la punta del dedo… –digo mientras levanto el dedo corazón frente a su cara- cuando me empecé acorrer, y no le hizo mucha gracia.
-Bueno, algo es algo. Tampoco yo tengo mucha suerte por ahí.
De nuevo se hace el silencio que está a un paso de ser incómodo hasta que mi padre lo rompe de nuevo.
-Bueno y dime hijo, ¿qué sentiste al correrte dentro de una mujer?
Le pongo la mano en el hombro a punto de emocionarme con lágrimas en los ojos y todo.
-Joder papá. Es la mejor sensación que he tenido en toda mi puerca vida. Ni mil pajas igualan la follada que tuve con mamá. Si hasta creía que le iba a llenar el coño de semen de tanto rato que estuve corriéndome. No sabes como os agradezco lo que habéis hecho por mí. Sobretodo a mamá pero a ti también.
De repente se hace una luz en mi cabeza. Acabo de comprender qué es lo que me faltaba esta mañana para alcanzar la felicidad plena. Qué era ese resquemor del fondo del estómago que me impedía ser plenamente feliz.
Perder la virginidad y follar con una mujer está bien pero lo que realmente le da el sentido a eso, lo que realmente colma el acto en sí es… tener alguien a quien contárselo.
Joder, no es solo una mujer lo que necesitaba sino un amigo a quien contarle mis penas. Eso es lo que me ha faltado siempre, un amigo de verdad, un colega, el confesor de mis pecados, el cigarro después de la comida, el hombro a que llorar, a quien acudir.
Mecagüen la puta. Que tenga que ser mi padre precisamente ese “colega” es que me toca los cojones. Toda la vida conviviendo como si fuéramos extraños, soportando silencios, situaciones incómodas, rehuyendo explicaciones nunca pedidas y de repente, estoy aquí con él, contándole mis primeras experiencias sexuales como si fuéramos dos viejos amigos.
-Lo importante es que tú estés bien –dice mi padre henchido de orgullo-. No sabes el susto que nos diste a tu madre y a mí el otro día.
Me pasa la mano por el hombro. -Estabas fatal, pensábamos que te encontrabas al borde de la locura.
Lo que pensaban era que me iba a suicidar un día de estos. Se hace el silencio y justo en ese momento mi madre entra con una bandeja por la puerta.
-Aquí está el chocolate.
Rodea la mesita y se coloca frente a mí tapando la televisión con su cuerpo. Al agacharse para colocar la taza puedo ver gran parte de su escote y no puedo evitar recordar lo que hay dentro. Permanezco con la vista fija en ellas mientras coloca las cosas en la mesita.
Me veo sobre esas tetazas unas horas atrás amasándolas, besándolas y lamiendo sus pezones. Sacudo mi cabeza. ¿Pero en qué estoy pensando? Es mi madre. Eso ya pasó y se va a quedar ahí para el recuerdo, ahora ya he madurado.
Al apartar la mirada cruzo la vista con mi padre. Él también ha visto lo mismo que yo y sabe lo que estoy pensando. Por un momento me parece ver una leve sonrisa en sus labios.
Mi madre se yergue regalándome una sonrisa cargada de ternura.
-¿Está bien así? ¿Quieres más? ¿Te traigo alguna otra cosa? ¿Estás contento, hijo?
-Sí, no, una cucharilla y sí, lo estoy.
Mi madre se sienta junto a mí y me empuja con el culo haciendo que quede aprisionado entre ella y mi padre. No es una posición muy agradable, estoy algo abrumado. Me siento como un hobbit entre dos Uruk-hai. Mi padre levanta ligeramente las cejas en un acto que puede ser de complicidad o de incomprensión. Mi madre me coge de la mano con semblante sentido.
-Bueno y dime hijo ¿qué tal estás?
-Eh…, bien mamá bien. –Por favor, que no empiece otro interrogatorio, no podría soportarlo.
-Ya, y… la universidad… ¿bien? –la universidad bien, mis amigos inexistentes bien, mis pajas bien. Qué situación más bochornosa. Voy a hacer como que me tomo el chocolate.
-Sí mamá, en la uni todo bien –digo mientras me llevo la taza a la boca.
-Tu padre y yo te queremos mucho. Si alguna vez tienes ganas de volver a…
Trago el chocolate en el momento preciso para no dejar que termine la frase.
-Gracias mamá, no hace falta, de verdad, te lo juro.
Joder, ¿pero qué mierda hace? Me está diciendo para follar delante de mi padre.
Se gira hacia mí, coge mi mano de nuevo y la pone en su corazón, bueno en la teta. Ella la pone en su corazón pero yo creo que está en su teta.
-Lo que sea que tus padres puedan hacer por ti –dice en tono solemne y compungido- no tienes más que pedirlo. Solo queremos que seas feliz y estés bien.
Al decir esto aprieta más la mano contra su teta. Solo espero no tener un bigote de chocolate porque junto con la cresta de harina y huevo de mi flequillo y con Ana Rosa Quintanilla quejándose en la tele de que Cocó chanel no diseñe saltos de cama a su gusto encuentro la situación de lo más ridícula.
Aparto con suavidad la mano de la teta y la coloco bajo la taza. Mi madre coloca ahora su mano sobre mi muslo, sobre la parte superior, sobre la parte superior de la parte superior. Esto es peor que asistir al bautizo de un Grémilin, y me está superando.
-Tu padre y yo no queremos…
-Tú y papá habéis hecho por mí algo que no haría nadie –la interrumpo-, sobre todo tú, mamá. Todavía no me puedo creer que me hayáis dejado follar contigo.
Mi padre se mueve inquieto, carraspea y se separa ligeramente de mí mientras mi madre se pone colorada como un tomate y aparta la mirada. ¡Vaya!, Ahora son ellos a los que les da corte oírme decir “follar”. Está claro que a todos nos resulta incómodo hablar de esto directamente.
-Os aseguro que estoy bien, de verdad, a los 2. Estoy bien ¿vale? –me tiembla la voz-. Estaba obsesionado con perder la virginidad y tú –digo dirigiéndome a mi madre- me has dejado follarte para que lo consiguiera. Es lo mejor que me ha pasado nunca pero… -hago una pausa lo más dramática que puedo- ahora solo quiero que seamos una familia normal, como antes.
Aguantamos juntos en el sofá el tiempo que tardo en acabarme el chocolate. Durante todo ese periodo estamos en silencio mirando como idiotas a la torda de la Quintanilla dando consejos de mierda en tele tres. Acabo el chocolate. Mi madre se lleva la bandeja y se queda en la cocina dejándome a solas con mi padre otra vez, sumidos en el silencio.
Casi un cuarto de hora después me dirijo a mi padre:
-Papá, ¿te puedo hacer una pregunta?
-Claro hijo, claro.
-A ti… ¿Cuánto te mide la polla?
– – – – –
Pasan los días y cada uno es igual al anterior. Llego a casa, comemos y después me encierro en mi cuarto. Ahora que consigo concentrarme me doy cuenta de lo fácil que es estudiar así que aprovecho las tardes repasando.
Cada uno de esos días, al cabo de una o 2 horas de encierro, entra mi madre con la merienda en una bandeja. Una merienda de un millón de miles de trillones de calorías. Cualquiera pensaría que quiere hacer de mí el hombre bola.
Se pega a mí, mientras estoy sentado estudiando, toma mi cabeza con sus manos y la acerca a su vientre. Me peina con su mano mientras recita cosas tan infantiles que abrumarían a un niño de teta.
Y cada día repite la misma rutina, hasta hoy, que le ha dado por conversar.
-Si quieres algo de mí no tienes más que decírmelo y yo…
-Mamá ya os dije que estoy bien –la interrumpo-. No necesito que… que otra vez…
-Mira Miguel –dice mi madre armándose de valor- sé que te masturbas, y lo haces muy a menudo. Te oigo desde mi cuarto que está pegado a éste. Cada noche, cada mañana. Lo haces sin parar. Eso no puede ser bueno. La última vez que te masturbabas tanto terminaste desquiciado, te volviste loco y acabaste…
Deja la frase en el aire porque no hace falta aclarar lo que pasó. Acabé intentando propasarme con ella como un pervertido mientras ella gritaba asustada. Me pongo colorado y aparto la mirada avergonzado.
-Ahora es distinto –me defiendo-, ya no estoy obsesionado con el sexo. Masturbarme es… como un alivio.
-Pues alíviate conmigo.
-Que no joe, contigo no.
-Pero ¿por qué no quieres follarme?
-Por que eres mi madre y eso no está bien.
-¿Que no está bien? Lo que no está bien es que estés al borde del suicidio por culpa de una obsesión; lo que no está bien es que tengas a tus padres con el corazón en un puño pensando que su hijo, al que quien con locura, pueda hacer una estupidez y enviarlos al cementerio de un disgusto.
Me agarra la cabeza con las 2 manos y me mira a los ojos directamente.
-Para tu padre y para mí, tú eres lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida. Nosotros somos felices si tú eres feliz. Y yo nunca he sido tan feliz como cuando te vi gozar entre mis piernas aquella noche. Si hubieras podido verte con mis ojos hubieras visto la cara de felicidad más radiante del mundo. Cómo te brillaban los ojos cuando me mamabas las tetas o esa sonrisa de satisfacción que tenías cuando te estabas corriendo dentro. Eres mi niño, siempre lo serás, no cambiaría lo que hice por nada del mundo.
-¿Ves? -intento rebatir- a eso me refería. Me corrí dentro de ti. Te dejé mi semen dentro, el semen de tu hijo en tu coño, mamá. ¿Qué diría la gente?
-La gente no tiene que decir nada. Además, tu semen fue como un regalo para mí. Me diste lo más sagrado y lo más íntimo que puede tener una persona, tu semen, tu semilla.
No sé si entiendo muy bien por donde va mi madre.
-Yo he ido muy orgullosa a la frutería con tu semen dentro, y a la carnicería. He caminado por la calle y tomado un café con mis amigas y he hecho una vida normal. Llevar algo de ti dentro de mí no me ha hecho desgraciada.
-Pues, pues…
-Anda ven, mira mis tetas, tócalas anda -dice soltándose la blusa-. Me dijiste que eran las más bonitas que habías visto nunca.
-Es…, espera… -deja caer la blusa y se suelta el sujetador destapando su melonar.
-Venga, pon aquí tus manos –coloca mis manos sobre sus tetas-, tócame como la otra vez.
Me pongo de pie intentando apartarme aunque en realidad lo hago para poder sobarla mejor. Esto no está bien, no lo está, pero sus tetas son tan bonitas, y sus pezones tan grandes…
Noto su mano soltando mi pantalón y metiéndose dentro del calzoncillo. Me coge la polla con la mano y eso me encanta. Que me toquetee con sus dedos y que me la acaricie me la pone más dura que el pito de un recién casado.
-Miguel, ya sé que te gustaría follar con otra mujer que no fuera tu madre. Te aseguro que he deseado tanto o más que tú que pudieras estar con una chica que no fuera yo. Y te doy mi palabra de que he intentado… -se interrumpe- Pero yo te puedo dar lo mismo.
Estoy tan concentrado en sus tetas que ya casi no oigo lo que dice. Joder, no puede ser que esté deseando follármela de nuevo, ¡pero si es mi madre, por dios!
Deja caer su falda al suelo y la negrura de su coño transparentado en sus bragas me vuelve loco. Meto mis dedos por los costados y las deslizo hasta que caen a sus pies. Tengo a mi madre completamente desnuda delante de mí.
Me arrodillo e intento besarle las ingles y el coño. Ella abre ligeramente las piernas para facilitar que la lama pero aun así se hace difícil.
Retrocede unos pasos hasta llegar a los pies de mi cama y se sienta en ella, después se recuesta sobre los codos y abre las piernas ampliamente exponiendo su coño en todo su esplendor. Caigo arrodillado entre sus piernas como Leónidas en la película “300” cuando fue abatido por las flechas de los persas. El olor de un coño no es como lo describen en internet, no es un olor embriagador, pero aun así tiene algo que vuelve loco y me obliga a lamerlo.
Mi madre no se excita con ello, su clítoris no se inflama y su coño tampoco lubrica como sería mi deseo. Su cara no muestra lascivia sino ternura. Le encanta verme disfrutar, y a mí disfrutar con ella. Mi lengua recorre su coño de arriba abajo. Lo beso, lo lamo, acaricio mi cara con su vello púbico.
Me desnudo por completo y me pongo sobre ella. Amaso sus tetas y se las mamo como si fuera un niño de teta. A ella le encanta tenerme así, no para de alisarme el pelo con sus dedos y de acunar mi cabeza sonriendo.
Cuando me canso de mamarla elevo mi cuerpo hasta tener la polla a la altura de su coño. Entonces ella me coge la polla y se la pasa por la raja hasta quedar colocada a la entrada del coño. Empujo ligeramente para que entre pero no hay lubricación suficiente por lo que embadurno mi polla con saliva y lo intento de nuevo. A empujoncitos voy metiéndola entera hasta quedar alojada por completo. Comienzo un suave mete saca que me eleva a la gloria mientras mi madre acaricia mi espalda desde la nuca hasta el culo.
-¿Te gusta?
-Claro.
-¿Eres feliz?
Es una pregunta capciosa. Aunque lo que más deseo ahora en el mundo es follármela hasta el infinito y correrme dentro, sé que mañana los remordimientos van a hacer de mí un desgraciado.
-Sí, mamá, lo soy.
-Claro que sí, hijo. Claro que sí.
Continúo follándola lo más despacio que puedo para alargar el polvo lo máximo posible. Me recreo mirando como se le menean las tetas o como entra y sale mi polla de su coño negro.
Mi madre no para de acariciar mi espalda y mi cara mientras sonríe con ternura hasta que de repente, sin aviso previo, su ceño se contrae y lanza un grito aterrador de pánico.
Me empuja y me aparta de ella con manos y pies mientras grita asustada. No entiendo lo que pasa. ¿La habré hecho daño?
Retrocede hasta pegar la espalda contra el cabecero y se hace un ovillo con las rodillas dobladas bajo la barbilla. Sus ojos, llenos de pavor, están abiertos como platos mientras sus labios apretados aguantan el llanto. Dirijo la mirada hacia la puerta del cuarto. Bajo el quicio hay una mujer que se tapa la boca con ambas manos intentando ahogar un grito. Tras unos segundos de incertidumbre reconozco a la mujer, es Pilar, la amiga de mi madre. ¿Qué cojjjjones está haciendo esa mujer aquí?
-Pero, pero…, tú… con tu propio hijo…
-¡Ay Dios, Pilar! Esto no es lo que parece. –Balbucea mi madre.
Pilar mira a mi madre como si estuviera viendo a Pocoyo en un prostíbulo.
-¿Que no es lo que parece? Pero si estabas… con él…
Mi madre se tapa la cara con las manos y rompe a llorar. No sabe como salir de esta, no hay explicación posible y lo cierto es que me hubiera gustado saber qué explicación iba a dar mi madre después del “no es lo que parece” porque a mi me parece que cuando un hombre está desnudo sobre una mujer con la polla dentro de ella no deja mucho lugar a la duda. A menos que quiera matizar lo que es evidente “Parece que estábamos follando un poco, realmente estábamos follando mucho”.
-Es que no me lo puedo creer. Precisamente tú, Amparo, follando con tu propio hijo.
Pilar me mira con asco mientras intento esconderme tras mis manos que desgraciadamente solo tapan mis genitales. El resto de mi cuerpo queda a exposición de su desprecio.
-M…Mi madre no tiene la culpa –intento defenderla en un burdo intento de gallardía.
-Seguro que no. –escupe sus palabras con asco mientras me traspasa con la mirada.
-U…Usted no debería estar aquí…
Los lasers de sus ojos cambian del modo aturdir a matar. Sisea al comenzar a hablar.
-Acabo de cruzarme con tu padre en la puerta cuando salía a trabajar y me ha dejado entrar. Después me ha parecido oír la voz de tu madre y me he acercado.
Se dirige a mi madre con la cara arrugada.
-Y os encuentro aquí… a los dos… Joder, Amparo, que asco. Pero… ¿cómo puedes…? ¡Con tu hijo!
-¡PORQUE TÚ NO ME QUISISTE AYUDAR! -Grita furiosa mi madre.
Pilar queda descolocada por un momento y antes de que reaccione, mi madre sigue gritando.
-Te pedí ayuda, te pedí un favor para mi hijo, te expliqué por qué te necesitaba y no me quisiste ayudar, a mí, ¡A MI ÚNICO HIJO!
-M…me contaste cómo intento propasarse contigo y yo te dije que…
-¡Bobadas!, me dijiste bobadas, y yo no quería sermones sino un favor de ti. Uno de los muchos que yo te he hecho.
-Me pediste… Amparo, me pediste…
-Que follaras con mi hijo, sí, eso te pedí –se envalentona y se seca las lágrimas-. Has abierto las piernas a otros hombres a espaldas de tu marido y yo te he encubierto. Para una vez que te pido que las abras para una causa de necesidad… me rechazas, y me tratas de loca y aprovechada.
-Es que… me pediste follar con tu hijo…
-Pues sí, follar con mi hijo, para que se quite todos sus tabúes y complejos de encima, para que consiga ver la vida de otra forma y pueda llevar una existencia normal de una vez. Pero como no lo quisiste hacer tú he decidido hacerlo yo que soy su madre.
Se hace un silencio en la habitación. Pilar está abochornada, yo estoy abochornado, mi madre está de mala hostia.
-No voy a consentir perder a mi niño por nada del mundo y si me tengo que rebajar a esto pues que así sea. Yo por mi hijo MA-TO ¿entiendes? MA-TO.
Así, con ese humor de perros, me recuerda a una tal Belén Estévez. Una vecina que tuvimos más fea que Picio y con un genio de mil demonios.
-Amparo…
-¡Lárgate! –grita-, vete de aquí, sal de mi casa, y no se te ocurra juzgarme, no eres quién para hacerlo.
-T…Tienes razón, yo menos que nadie, perdóname mujer, no te pongas así –dice frotándose las manos nerviosa.
Se sienta en el borde de la cama e intenta coger a mi madre de la mano.
-Lo siento, no he reaccionado bien pero es que no esperaba verte… nunca pensé que pudieras… precisamente tú.
-Pues ya lo ves, precisamente yo –sentencia.
-No pensé que te importaba tanto como para que decidieras hacerlo tú misma… ¡con tu propio hijo!
A pilar le tiembla el labio inferior y mi madre apoya la frente en las rodillas volviendo a llorar derrotada.
La habitación se queda en silencio. Solo se oye el llanto de mi madre. Pasan varios minutos en los que ninguno sabe qué hacer hasta que Pilar pone una mano en el hombro de mi madre.
-Es cierto que he sido muy mala amiga. Tú me has hecho muchos favores y me has encubierto muchas veces y en cambio yo… -se le quiebra la voz-. Por eso había venido, Amparo. Para hablar contigo de tu hijo, sobre lo que me pediste. Había venido dispuesta a… -se interrumpe dubitativa- pero es que al veros me he quedado de piedra. No he reaccionado bien, perdóname mujer.
Mi madre no dice nada.
-Déjame ayudarte Amparo…, déjame ayudar a tu hijo…, si todavía estoy a tiempo.
Levanto las orejas como una liebre. El tema es que Pilar cree que mi madre ha decidido ofrecérseme aquí y ahora, regalándome mi primera vez en esta cama. No sabe que fue hace días cuando me la follé bien follada y que esto es solo una especie de “vacuna de recuerdo”, pero mi madre no la saca de su error y por supuesto yo tampoco. Ya se sabe, hay que guardar las apariencias.
-Vamos Miguel, es esto lo que necesitas ¿no? –dice mientras comienza a soltar los botones de su blusa.
Yo no digo nada y mantengo mi pose de niño bueno poniendo ojitos de gatito. Miro a mi madre, que ha levantado la cabeza, y a Pilar. La primera no dice nada y la segunda no deja de soltar botones. La camisa cae y las manos de Pilar pasan a su espalda donde se encuentra el cierre del sujetador. El busto de esta mujer es impresionante, diría que las debe tener como mi madre al menos.
Cuando los melones de Pilar aparecen a mi vista el aire abandona mis pulmones a la vez que mi polla se endurece tanto que mis manos no son capaces de taparla por completo.
Pilar se da cuenta y por un momento me parece ver que levanta ligeramente las cejas en señal de sorpresa.
-¿Está bien así, Amparo? ¿Podemos volver a ser amigas?
Mi madre la mira en silencio mientras Pilar continúa desvistiéndose. Se pone en pié y deja caer su falda. Sus bragas blancas dejan intuir la mata de vello púbico tras ellas. No tengo que esperar mucho tiempo para saber que hay debajo, caen al suelo segundos después. Su coño es impresionante, negro, grande, precioso.
Se nota que hace esfuerzos por no taparse. El silencio inunda la habitación mientras la observo embelesado.
-¿Me dejas que te vea? –dice ella.
Aparto mis manos lentamente de mis genitales y su cara muestra una mezcla de desconcierto y sorpresa. Mira a mi madre, después a mí y se sienta de nuevo en la cama. Se recuesta y abre ligeramente las piernas. Mi madre se aparta a un lado para dejarle sitio a su amiga.
-¿P…Puedo? –digo mirándola cabizbajo.
Poso mi mano sobre su pubis sin esperar respuesta y lo peino con la yema de los dedos. Me resulta muy extraño que Pilar se ofrezca a mí y me deje tocarle algo tan íntimo. Disfruto con el tacto y la visión. Qué pasada, estoy en la gloria, es que no me lo creo.
¡Pilar! Joder, estoy tocándole el coño a Pilar, la madre que me parió, qué pasada. No aguanto más, estoy acojonado pero tengo que preguntárselo.
-En internet he visto…, -me paso la palma de la mano por la frente- ¿P…Puedo lamerle el coño?
Un rayo cruza la habitación electrocutando a Pilar que queda pasmada.
-Eh, pues…, claro…, supongo –dice mirando a mi madre.
Mi madre se encoge ligeramente de hombros como absteniéndose de la decisión. Me lo tomo como un sí y me acerco a Pilar. Abro suavemente sus piernas para tener mejor visión y le doy un primer beso en el ombligo, no hay que ser brusco y prefiero ser un caballero yendo poco a poco. Sin embargo Pilar toma mi galantería como una muestra de absoluta ignorancia y se pone colorada.
-B…Bueno chaval…, es más abajo, mucho más abajo.
-Ah, vale –ya lo sabía, no soy tan tonto.
El siguiente beso se lo doy en el borde el pubis, para ir calentando motores, a ver si a la señora le parece mejor así.
-Un poquito más abajo –dice intentando guiarme. Qué maja es la hija de la gran puta.
Meto mi cara entre sus muslos y acerco mi lengua a su coño. Tampoco el coño de Pilar huele a fragancia del bosque, ni a frutas, ni a almíbar de melocotón. Tienen un olor fuerte, penetrante pero que por alguna extraña e incomprensible razón hace que, desde lo más hondo de mis tripas, desee lamerlo.
La beso en mitad de los labios para que deje de pensar que soy un lerdo. Por respuesta obtengo una forzada sonrisa de aprobación. Paso la punta de la lengua por toda la raja y en su cara se dibuja un rictus de asentimiento, como si hubiese encontrado por fin la meta. Ésta tía piensa que soy tonto de verdad. Solo le falta mostrarme los pulgares y guiñarme un ojo.
Repito la operación pasando la lengua en toda su amplitud, deteniéndome al final de la raja, donde debe estar el clítoris. Me entretengo en esa zona acariciándola con suavidad, con la punta de la lengua.
Las piernas se abren y noto una mano posarse en mi pelo, es de Pilar que ya no sonríe. Tiene las cejas levantadas y su boca forma una O se sorpresa. Las piernas se abren más y lanza una mirada a mi madre y a mí.
-Joder Amparo, joder chaval.
Mi madre se ruboriza por lo sorprendentemente bien que le estoy comiendo el coño a su amiga.
-No vayas a creer que conmigo… -explica abochornada-. Eso lo ha aprendido en internet, que está todo el día dale que te pego. Yo lo único que he hecho es intentar que perdiese la virginidad.
-Pues joder con el puñetero internet –dice Pilar.
-Conmigo solo ha hecho lo que has visto. Por cierto… ¿qué es lo que has visto?
Pilar está concentrada intentando no gemir.
-¿Qué? Ah, pues…, más despacio chaval.
-¿Qué has visto?
-Solo os he visto unos segundos… -se corta la voz- ¡más despacio Miguel!
Anda, pero si sabe mi nombre. No quiero ir más despacio. Por primera vez veo que lo que dice internet se hace realidad, su clítoris está inflamado y su cadera comienza a moverse arriba y abajo. La estoy volviendo loca de placer. Según he leído no debo luchar contra su coño sino bailar con él. Qué bonito, Internet está lleno de poesía.
-Justo nos acabábamos de desnudar –explica mi madre- y me estaba penetrando… solo un poquito.
-¿Qué? –Pilar mira a mi madre pero es evidente que no ha entendido lo que ha dicho. En realidad es probable que no la esté haciendo ni puto caso.
-Por supuesto no iba a correrse dentro de mí, faltaría más. –continúa mi madre.
-Miguel, hazlo más despacio por favor –se muerde el labio inferior de placer.
-La idea era que me la metiera unas cuantas veces para que supiera lo que es… follar. Me entiendes ¿no?
-¿Qué? –Pilar no sabe de qué está hablando mi madre y a decir verdad yo tampoco.
Mueve la cadera cada vez más fuerte, tanto que me cuesta no separar mis labios de los suyos. Gracias a que la tengo bien amarrada que si no…
Cada vez me cuesta más seguir los golpes de cadera. Quieta cordera, quieeeta. Los gemidos dejan paso a los alaridos que Pilar intenta amortiguar tapándose la boca con el dorso de una mano mientras masajea las tetas con la otra.
-¡SIGUE, SIGUE, SIGUEEE!
-De esa forma –continúa mi madre-, mi hijo, ya habría conocido mujer… técnicamente. Y así podría…
-¡CÁLLATE AMPARO, JODER!
Mi madre se asusta pero mantiene la boca cerrada. Pilar se retuerce mientras se corre durante largo rato. Yo sigo dale que te pego con la lengua pero además he metido 2 dedos en el coño hasta la segunda falange. Esa es la distancia donde, siempre según internet, hay que frotar con la yema de los dedos para aumentar la excitación.
Cuando no puede más se desploma desfallecida. Yo estoy eufórico, por fin le he hecho una mamada a una tía y se ha corrido, joder qué pasada.
-¿Puedo mamarle las tetas?… señora.
Pilar me mira como si viera a un viejo en chándal con un velocímetro.
-Tu hijo es tonto ¿o qué?
-¿Puedo?
-Acabas de comerme el coño ¿y me preguntas si puedes mamarme las tetas?
Entiendo que eso es un sí y me tumbo sobre ella.
-Joe, que piel tan suave, está tan calentita como mi madre.
Las 2 mujeres se ruborizan pero mi madre no dice nada ni intenta excusarse de nuevo delante de su amiga. Mientras tanto no pierdo el tiempo y me llevo uno de sus pezones a la boca. Está duro, muy duro y me encanta sentirlo en mi lengua. Las aureolas de sus pezones son grandes y rosadas a diferencia de las de mi madre que son negras. Amaso sus tetazas con mis manos.
-Sus tetas son tan grandes y duras como las de mi madre.
Pilar contiene la respiración sorprendida de nuevo por el comentario. Mi madre se ruboriza y aparta la mirada. Ninguna parece complacida, como si la comparación entre ambas fuera algo bochornoso. Intento pensar en algo halagador como: “tienes unas tetazas que te comería el coño otra vez”. Viniendo de un consumidor de porno como yo debería resultar halagador pero con mi suerte seguro que acabo metiendo la pata, mejor mantengo la boca cerrada.
Las manos de Pilar se deslizan por mi espalda y mi trasero y una de ellas baja hasta encontrar mi polla. La acaricia y la toquetea y lo mismo hace con mis huevos, que empiezan a cocerse de placer.
-Pues no estás nada mal por aquí abajo, chaval.
-Ah ¿sí?
-Pero que nada mal. Y menudas pelotas que tienes, cabrón.
Esta mujer me dice unas cosas, tan bonitas. Nunca he sabido si tengo la polla pequeña o grande. Por su cara de satisfacción y por la forma que se muerde el labio inferior debo estar más cerca de lo segundo. Tira ligeramente de mí, o mejor dicho de mi polla hasta que toca con su coño. La mueve por su raja hasta que queda parcialmente alojada.
-Métemela.
Estoy a punto de llorar de alegría. Nunca me habían dicho nada tan romántico. Empujo suavemente y noto como se desliza dentro. A diferencia de mi madre, que no estaba lubricada, mi polla se cuela con suma facilidad hasta el fondo. Comienzo a entrar y a salir de ella.
-Joder, he deseado tanto follar.
Mi madre ve mi cara de alegría y se emociona tanto por mí que comienza a acariciarme la espalda. Lo hace con suavidad y con ternura no como la zorrupia que tengo debajo que me clava sus uñas de gata en las nalgas haciendo surcos de sangre.
-Más fuerte, más fuerte –implora Pilar.
Me separo para ver como le botan las tetazas con cada golpe de cadera, son grandes, preciosas, son…, iguales que las de mi madre. Tomo una de ellas con una mano y la amaso notando su pezón entre mis dedos.
Mi madre está de rodillas a nuestro lado, con una mano en mi espalda y la otra en el hombro de su amiga. Sus tetas están junto a mi cara. Levanto la otra mano y le tomo una de ellas, sus pezones no están duros pero me producen el mismo placer.
-S…Son iguales –digo entre jadeos-. Tenéis las tetas igual de grandes.
Pilar levanta una mano y acaricia la teta libre de su amiga. La amasa entre sus dedos y la mira con detenimiento mientras sigo follándola. Tras unos segundos se dirige a mi madre.
-Son más grandes que las mías. Y luego decíais que yo era la tetona.
-Que va. Además las tuyas son más bonitas, más firmes.
Mientras lo dice corresponde la caricia de su amiga acariciando la teta que queda libre para dar más peso a sus argumentos. Entre mi madre y yo amasamos las tetas de Pilar mientras que entre Pilar y yo amasamos las de mi madre.
-Me hubiese gustado tener los pezones negros como los tuyos. A los hombres les gustan más.
Y a mí me gustaría que me acariciasen las pelotas y que me toqueteen por ahí y no me quejo.
Mi madre baja la mano por mi espalda hasta llegar al culo, lo acaricia suavemente e introduce la mano entre las nalgas agarrándome los huevos y apretándolos ligeramente. He debido pensar en voz alta.
-Joder mamá, jod-der.
-Tú disfruta hijo –su cara de bondad me hace quererla más-, disfruta de tu “primera” vez.
Remarca la palabra “primera” para que le quede claro a Pilar que nunca antes ella y yo habíamos follado juntos ni le había lamido el coño con toda mi alma y, ni mucho menos, le había comido la boca mientras eyaculaba dentro de ella chorretadas de semen con mi dedo metida en su culo.
-Me voy a correr –dice Pilar.
-Y yo -añado.
Nos quedamos mirando a mi madre que no dice nada. Obviamente no puede decir lo mismo que nosotros y, para mi sorpresa, Pilar baja su mano desde la teta hasta la entrepierna de ella y le acaricia el vello púbico con la yema de sus dedos. Es una caricia leve, nada que ver con ningún acto masturbatorio. Mi madre se deja hacer por temor a que Pilar pueda sentirse ofendida y deje de follar conmigo.
Las yemas de de Pilar recorren su raja una y otra vez mientras su respiración se vuelve más agitada, al igual que la mía que esta a punto de convertirse en un bramido.
No aguanto más, cierro los ojos con fuerza y comienzo a correrme dentro de Pilar. La mano de mi madre aprieta mis huevos con suavidad provocándome oleadas de placer. Deslizo la mano con la que amaso la teta de mi madre hasta su culo, lo aprieto, lo acaricio y llevo mi dedo corazón hasta su ano. Noto que se contrae y que aprieta sus nalgas quedando mis dedos atrapados entre ellas.
-No, eso no –susurra-, por ahí no.
Pilar está gritando mientras me araña el culo de nuevo con una de sus garras. Si sigo perdiendo sangre de esta manera van a tener que hacerme una transfusión o algo… o una mamada. Su otra mano continúa entre las piernas de mi madre pero ahora le frota el coño con la palma de la mano, sin remilgos, sin medias tintas. Mi madre sigue sin oponerse aunque sigue sin disfrutar con ello, lo sé porque sus pezones siguen sin endurecerse y es una pena porque hubiese dado cualquier cosa por verlas a las 2 montándoselo juntas.
Acabamos de gritar y de sudar y caigo rendido sobre Pilar. Ella quita disimuladamente su mano de entre las piernas de su amiga como si nunca hubiese estado ahí. Yo consigo sacar mi mano de entre sus nalgas. Mi madre, a su vez, retira su mano de la teta de Pilar y de mis huevos vacíos.
-¿Alguna vez has besado a una chica? –dice Pilar.
-¿Qué?
Me coge la cara y me besa. Es un beso tierno, en la punta de los labios. Después abre la boca, pega sus labios a los míos y me enseña a mí, como mongolito que soy, cómo se dan los besos de verdad. Nos comemos la boca mientras hago ejercicios de respiración nasal y lucha lengua contra lengua.
Me tiro un buen rato disfrutando de sus besos y abrazos que me hacen sentir como un príncipe hasta que cada uno de nosotros se va haciendo consciente de la situación: madre, hijo, incesto, amiga de la madre, infidelidad…
Nos vamos retirando lentamente de la cama intentando no mirarnos para ir buscando nuestra ropa excepto Pilar, que se sienta en el borde de la cama y me mira con aire intrigante.
-¿Ya está? ¿No quieres más? ¿Está bien así?
-¿Que si está bien? Pues…, es lo mejor que me ha pasado nunca.
-Ya pero… ¿No quieres más? me refiero a que… ¿No quieres seguir haciendo cosas?
¿Cosas? ¿Qué cosas? A ver, que yo soy nuevo en esto. Si me dejan unos momentos para consultar en internet…
-Miguel –dice mi madre-, Pilar se refiere a que ahora ella…, o sea, como tú has hecho…
Coge aire y lo exhala de golpe. No se atreve a decir lo que piensa y seguro que es por que debe ser algo malo. Esta señora me ha dejado el culo hecho unos zorros, lo tengo como la bandera de estados unidos pero sin lo azul.
-¿M…Me va a doler?
-Lo dudo –dice pilar sonriendo.
-B…Bueno, es igual, ya estoy bien, le agradezco…
-No seas tonto, Miguel –interrumpe mi madre-. Aprovecha, hombre.
-Es igual mamá, de verdad. Ya me habéis dado lo que quería.
-Acércate –dice Pilar.
Estoy de pie frente a ella, a 2 pasos de distancia pero no pienso acercarme mientras no se corte esas uñas. Mi madre nota mi indecisión y se pone tras de mí. Aun está desnuda y noto su piel en mi espalda y su vello púbico en mi culo. Mmm, me encanta.
-Miguel –susurra- acércate, anda.
Me empuja suavemente de las caderas y avanzo con ella pegada a mi espalda hasta colocarme a dos palmos de Pilar.
-Lo que Pilar quiere hacerte es algo que les gusta mucho a los hombres.
Mi madre me coge la polla y me la menea suavemente. A mi no me hace falta mucho estímulo para que mi pito se ponga como se tiene que poner, sobretodo si además me acaricia los huevos con la otra mano. Esta manera de abrazarme desde atrás no me lo habían hecho nunca, y menos en pelotas. De estas cosas no habla internet.
Pilar está sentada con las piernas abiertas y sus tetazas colgando. Se las coge con ambas manos y se las junta una con otra. Joder, ya lo pillo, me va a hacer una cubana, ¡de puta madre!
Mi madre empuja mi polla hacia abajo a la vez que Pilar se acerca y… se la mete en la boca.
-HOS-TIASSSS, jod-der.
-¿Te gusta, hijo? –pregunta mi madre.
-¿Qué? –No me llega sangre a la cabeza, no puedo pensar. Me la está comiendo. ¡Pilar me está chupando la polla!
-¿Te gusta lo que hace?
-¿Qué?
Las manos de Pilar que suben por mi pecho están llenas de dedos y los dedos llenos de uñas afiladas como cuchillas. Lo que sea que vaya a hacer Freddy Krueger me acojona. Sus labios recorren de cabo rabo todo el nabo a la vez que mi madre masajea la parte de la polla que queda fuera de la boca. Como si fueran dos pares de labios los que me mamaran.
-Joder, esto, esto…, no lo voy a olvidar en mi puta vida.
-Mi niño, mi niño guapo –dice mi madre-. Tú disfruta, Miguel, disfruta.
La madre del niño guapo sigue pajeándome cuando Pilar suelta mi polla para meterse los huevos en la boca. Se los mete dentro, los 2. Los mama y los lame despacio. Me va a matar de placer. Mi madre me pajea en toda la extensión de la polla, desde la base hasta la punta. Se me acaba el aire de tanto suspirar y pongo los ojos en blanco. Deslizo una mano tras de mí y la meto entre las piernas de mi madre para sobarle el coño. Primero intento pajearla en el clítoris, después meto un dedo dentro. Nada, ella sigue sin excitarse, me da igual, sigo sobándola. Como tengo una mano libre la utilizo para sobarle una teta a Pilar.
Cuando los labios de Pilar sueltan mis huevos para volver a su sitio natural, que es mi polla, mi madre coge el testigo, o mejor dicho el testículo. Lo hace desde atrás, metiendo la mano entre mis nalgas, lo que me obliga a abrir las piernas para facilitar la tarea. Me pajea la base de la polla y me soba los huevos mientras le sobo el coño. Qué madre más buena tengo.
Llevo varios minutos disfrutando de la tortura más placentera que haya disfrutado en toda mi puta, puerca, asquerosa y miserable vida. Siento tanto placer que apenas noto los pellizcos y arañazos de Pilar en los pezones y el pecho.
No aguanto más, echo la cabeza hacia atrás, tenso el cuerpo y empiezo a correrme. Mi madre acelera el ritmo de la paja en la base de la polla mientras Pilar chupa el resto. Me corro dentro de su boca cuya lengua lame mi glande. Una puta profesional, eso es lo que es. Su puta madre, que buena es la tía, las dos lo son.
Menuda paja-mamada me están haciendo. Si esto tuviera nombre en internet sería algo así como: “Pajamada” o “mamaja”. Me corro tanto que gimo como un trol follándose a David el gnomo. Aunque me he corrido abundantemente cuando he follado con Pilar todavía me queda mucho semen en los huevos. Pilar lo deja caer por sus mejillas. El semen embadurna mi polla y la mano de mi madre que lo termina de esparcir por toda la polla.
Saco la mano del coño de mi madre, la paso por detrás y le acaricio el culo. Es suave, terso, del tamaño que a mí me gusta. Deslizo los dedos entre la raja hasta que la yema del dedo corazón toca su ano. Intento penetrarla pero aprieta las nalgas y mi mano queda aprisionada entre ellas de nuevo, qué cabrona.
Mis gemidos van cesando y ellas disminuyen el ritmo de la “pajamada”. Mi mástil ha terminado por perder su rigidez hasta convertirse en una polla flácida que no muestra reacción a Pilar. Estoy agotado y respiro como un jabalí a la carrera.
Pilar me suelta y se echa hacia atrás satisfecha con ella misma. Mi madre me abraza por los hombros y me besa el cuello.
-Mi niño. Mi niño guapo. ¿Te ha gustado? ¿Has disfrutado, hijo?
-¿Qué?
No me queda sangre en la cabeza, la he utilizado para otros menesteres más importantes, me falta el riego. ¿Por qué la gente me habla? Tengo la boca seca, mastico y trago varias veces para hacer saliva.
La pantera me ha hecho tantos arañazos en el pecho que parece que me han cosido a latigazos. Joder, parezco Kunta-Kinte después de que le azotaran por escaparse.
Pasa el tiempo mientras aprovecho a recobrar el aliento. El silencio se hace tan incómodo que empezamos a mirarnos los unos a los otros. De repente parece que ninguno sabemos qué hacemos aquí. Me doy cuenta de que estoy ridículo con las piernas abiertas y el pitilín colgando y me avergüenzo de mi desnudez.
Nos vamos vistiendo, cada vez más aprisa, en silencio, sin mirarnos.
– – – – –
Ha pasado el tiempo. A veces el tiempo hace que las esperanzas se hagan realidad mientras las realidades se van diluyendo en el recuerdo.
El recuerdo de un hijo sin amor, el de la soledad de una familia sin calor, el del incesto. El recuerdo de una ansiada esperanza, la esperanza de ser como los demás, la esperanza de triunfar, de llegar a la meta, de follar.
Soy un tío feliz, sí, lo soy. Quién me iba a decir a mí lo que mi vida iba a cambiar en tan poco tiempo. Faltan 5 minutos para que suene el despertador pero ya estoy despierto, despierto y feliz. Saco los pies de las sábanas y me siento en la cama. Estoy desnudo y tengo la polla flácida, eso es bueno, está cansada la pobre.
Me he pasado la tarde de ayer follando con Pilar, la amiga de mi madre. Llevo follándomela casi 2 semanas seguidas. La he follado tanto que creo que si tengo la polla enrojecida es por que me está marcando que tengo los huevos en reserva. Qué manera de correrme con esta mujer, como se nota su experiencia. Mientras ella está conmigo, toda su familia piensa que está con mi madre y lo mejor es que mis padres nos encubren.
Me levanto y voy al baño, últimamente voy siempre en pelotas, me encanta andar en pelotas en casa. Mi madre está en la cocina, como siempre. Cada vez está más rara. De vuelta a mi cuarto me pongo la ropa interior que he dejado tirada en el suelo y saco los pantalones del armario. Los levanto frente a mí y sonrío. Son unos pantalones vaqueros nuevos de marca que me ha regalado Pilar, me quedan de cojones. No sé cuanto cuestan pero no menos que la camisa a juego. Nunca he llevado camisa hasta ahora, pero me gusta, me hace más elegante, y más listo, sí, con ella parezco más listo.
Cuando entro en la cocina mi madre me espera con una actitud un tanto hosca.
-¿Por qué te vistes así?
-¿Y por qué no? Me gusta.
-Demasiado elegante para ir al colegio.
-¿Unos vaqueros y una camisa? ¿Y desde cuando a la universidad la llamas colegio?
-Se te enfría el desayuno –dice antes de salir de la cocina.
-Esta tarde va a venir Pilar –le grito para que me oiga desde fuera.
-¿Otra vez? ¿Pero es que no ha venido suficientes veces esa zorra? –dice asomando la cabeza.
-P…Pero.., ¿Por qué la llamas así?, es tu amiga. Además me está ayudando con mi… o sea…
-Esa mujer no te conviene, Miguel.
-Ni que me fuera a casar con ella.
-Que no Miguel, que no, que te lo digo en serio. Pilar se está aprovechando de ti. Ella no te quiere, no te quiere como yo, que te he parido.
-Bueno, a ver, no nos confundamos, que solo follamos. Solo es eso mamá, follar.
-Pues eso también te lo puedo dar yo, que soy tu madre. No hace falta que se pasee por aquí todos los días. Te dejó que la follaras y te desquitaras con ella. Ya está, se acabó, punto. ¿A santo de qué tiene que repetir una y otra vez contigo?
Parpadeo varias veces incrédulo. No puede ser cierto lo que he oído. Mi madre se acerca y se sienta junto a mí, me coge las manos y se las lleva al pecho.
-¿Es eso lo que quieres, follar? Pues venga, está bien, aquí me tienes –dice posando mis manos en sus tetas y restregándolas por ellas- A ti te gustaban mis tetas, venga Miguel, tócame, acarícialas lo que quieras.
-P…Pero mamá… ¿qué estas diciendo?
-No hay nada que Pilar te pueda ofrecer que no te lo pueda dar yo mil veces mejor.
-Ya pero es que ella…
-Ella es una aprovechada y yo soy tu madre. Si quieres mamar unas tetas o follar un coño aquí tienes el mío –dice perdiendo el control y casi gritando.
-Pero, es que, no es lo mismo. Tú… tú eres mi madre y eso no está bien.
-También era tu madre hace un mes cuando intentaste violarme. ¿Dónde estaban tus remordimientos entonces? ¿Dónde estaban cuando me ofrecí a ti la primera vez?
Hostia, me ha jodido. La tía me ha puesto en mi sitio. Recuerdo el día en que, fuera de mí, me saqué la chorra y me pajeé delante de ella pidiéndole que me enseñara las tetas. Intenté meterle mano, menudo susto le di. Después, cuando mis padres hablaron y acordaron dejarme disfrutar con el cuerpo de mi madre para que la follara, fue el mejor día de toda mi puta vida.
-Pero…, es que ahora…
-¿Acaso está mejor hacerlo con ella que está casada y te dobla la edad? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¿Quién te ayudo cuando estabas mal? ¿Quién te quiere tanto que ha sido capaz de hacer cualquier cosa por ti?
-Pero ¿Por qué quieres que follemos juntos si a ti no te excita? Tú no…
-¿Y qué tiene eso que ver? Ya te he dicho que disfruto viéndote feliz entre mis piernas o viéndote gozar con mis tetas.
Sé qué nombre recibe cuando un hijo está enamorado de su madre, Edipo. Pero, ¿cómo se dice cuando es la madre la que está enamorada del hijo? o peor aún ¿Cómo se dice cuando una madre no está enamorada del hijo pero lo quiere acaparar para ella sola? ¿Perro-del-hortelanensis?
Dejo a mi madre con su enfado y me voy a la uni desconcertado. Para una vez que consigo enrollarme con una mujer y que encima es una ninfómana va mi madre y me intenta chafar el plan.
– – – – –
De vuelta en casa he descubierto que mientras estoy con mi padre en la sala, mi madre no me acosa y además puedo elegir el tipo de tortura televisiva. Lo malo es que me obliga a hablar con él y siempre quiere saber cosas de Pilar, aunque en el fondo eso no me molesta demasiado. Solo hay una cosa que le oculto para no hacerle daño y es el acoso al que me tiene sometido mi madre estos últimos días. Sería un golpe muy duro si supiera de su ansia por follar conmigo. Para él sería como si yo hubiese ocupado su puesto, es decir, la consumación de Edipo y Yocasta.
Cuando dan las cinco mi padre se prepara para ir a trabajar y yo aprovecho para ducharme. Esta tarde también vendrá Pilar y quiero estar impecable. Me encanta follar con esta mujer, qué mujerón, qué loba. Mmm, si su marido y sus hijos supieran…
Entro en la ducha, abro el grifo y espero hasta que el agua sale bien caliente antes de meterme bajo el chorro. Me enjabono el cuerpo cuando oigo abrirse la puerta. Veo entrar mi madre. Está desnuda y se mete conmigo en la ducha.
-¿Q…Qué haces?
-Aprovecho para ducharme contigo y así de paso te puedo jabonar la espalda si quieres.
-Pues…, no sé, puedo hacerlo solo.
Me pasa las manos llenas de gel por la espalda y comienza a enjabonarme. Me limpia con esmero y después se aplica con mi trasero. Mete una mano por detrás y me agarra de los huevos masajeándolos.
-¿Te gusta? ¿Te gusta así?
-Host-tias.
Aprieto las piernas y las nalgas y elevo la cadera. Voy a decirle algo pero me agarra la polla con la otra mano y me pajea.
-Mi niño, mi niño bueno. Yo sí sé lo que te gusta ¿A que sí?
Voy a echarla de aquí pero primero dejo que me sobe los huevos y la polla un poquito más.
-Tócame las tetas, anda. Con lo que a ti te gusta, tócamelas. Mámamelas si quieres.
-Esto…, esto no esta bien, mamá.
-Te gustan las mujeres con pezones negros ¿no? Mira los míos, mira que oscuros los tengo ¿ves? Tus preferidos.
-Para ya, mamá.
Aunque tengo la polla a 100 no quiero seguir, no está bien.
-¿Quieres que te chupe? –dice arrodillándose frente a mí- déjame que te chupe, seguro que ésa no te chupa como yo.
-Se dice “que te la chupe” y no, no quiero. Levántate mamá –pero no me hace caso y empieza a hacerme una mamada.
Se la mete entera en la boca y me recorre de alante atrás mientras me acaricia los huevos. La cabrona sabe que me vuelve loco que me toquetee por ahí. Con gran esfuerzo la aparto de mí y la levanto. Mi madre frunce el ceño contrariada.
-Pero ¿Por qué? ¿Por qué no quieres que te mame? Sé que te gusta, anda hijo, déjame que te lo haga, ya veras como te va a gustar. Te lo voy a hacer muy bien, mejor que ella, ya verás.
Esto se me está yendo de las manos.
–He dicho que pares, por favor.
-¿Quieres meterme un dedo en el culo? –dice cogiéndome de la mano y llevándosela detrás.
-Que no mamá, en serio.
-¿Y la polla? –dice girándose y pegándose a mí- Si quieres te dejo que me la metas. ¿Te parece bien?
Me agarra la polla tiesa y se la pasa por la raja del culo arriba y abajo varias veces hasta colocar la punta en la entrada.
-¿Quieres metérmela? Venga, métela, métemela por el culo.
Me la aprieta contra su ano a la vez que se reclina poniendo el culo ligeramente en pompa, para mi sorpresa noto como se introduce la punta. Entre lo dura que me la ha puesto y el puto jabón que tengo por todo el nabo hace que la tenga más resbaladiza que una anguila con vaselina, no le ha costado nada entrar.
-Venga Miguel, dame por el culo, vamos hijo, fóllame.
No sé porqué pero empujo suavemente hasta el fondo mientras contengo un suspiro de placer.
-Así, venga hijo, dame por el culo. Más, más fuerte, dame por el culo venga, que te gusta, ¿A que te gusta darme por el culo, eh?
¿Pero qué cojones estoy haciendo? Comienzo a retirarme inmediatamente pero antes de que salga del todo mi madre me empuja de espaldas contra la pared y se vuelve a meter. Joder, que hija de puta, mmm, y como me gusta. Vale, ella gana, solo un poco más y luego paro.
-Así hijo, así. Sigue follándome, fóllate a tu madre, cariño. Fóllame por el culo, venga.
Subo las manos desde sus caderas hasta llegar a sus tetas y me lleno las manos con ellas. Las aprieto contra mí mientras entro y salgo de ella una y otra vez. Este placer es algo nuevo que acabo de descubrir, estoy en la gloria.
-Así hijo, así. ¿Ves como te gusta?, ¿ves como te gusta darle por el culo a mamá?
Mi madre pone las palmas de las manos contra la pared y abre ligeramente las piernas para acomodarse a mi metesaca. Cada vez sobo sus tetas con más fuerza, aunque sean de mi madre reconozco que son las mejores tetas que he visto nunca.
Abro los ojos de golpe, ¿qué estoy haciendo? ¿Estoy dando por el culo a mi madre?
Ralentizo la cadencia hasta casi suspender la follada. Mi madre pega la frente contra la pared. Algo no va bien. Deslizo una mano hasta su coño. Lo acaricio y lo recorro con mis dedos hasta detenerme en su clítoris. Me lo temía.
Sus pezones se están poniendo duros y su clítoris comienza a dilatarse. No tanto como a Pilar, que se pone como una perra loba, pero lo suficiente como para darme cuenta de que a mi madre… ¿le gusta que le de por el culo?
Continúo tocándole el coño mientras la enculo despacio. Intento pajearla en el clítoris como me ha enseñado Pilar mientras le sobo las tetas con la otra mano. Los pezones están tomando dimensiones considerables y mi polla también, ver a una mujer excitándose me pone a mil, aunque sea mi madre.
Pega su cara contra la pared y suelta el aire de golpe en un suspiro. Tiene los ojos cerrados, la boca abierta y el ceño fruncido. Hostias, como me pone lo que veo, como me pone verla así de cachonda. Se le escapa un gritito que intenta amortiguar tapándose la boca con el dorso de la mano.
La enculo con más fuerza y como respuesta abre la boca aun más y comienza a jadear.
-¿Te gusta? –ya sé la respuesta pero soy de los que les gusta estar seguros.
-Sssi –logra decir.
-¿Te gusta que te de por el culo?
-Sí –lo dice muy bajo, casi no la oigo.
-¿Te gusta que te de por el culo tu hijo?, ¿Que se corra dentro?
Mueve la cabeza afirmativamente pero no contesta porque está muy ocupada jadeando y tapándose la boca a la vez. Por fin voy a conseguir que mi madre se corra, algo que no pude hacer cuando estuve con ella la primera vez. Qué frustrante es disfrutar con alguien que lo está pasando mal y más cuando esa mujer es tu propia madre.
Se acerca la corrida, al menos la mía. No sé cuanto más voy a poder aguantar. Ella lleva un rato corriéndose y el final parece que no está cerca. Acelero la cadencia de mi mano en su coño pajeándola más rápido y pellizco con suavidad uno y otro pezón. Ya no puede disimular los gemidos con una mano así que se abandona y grita como una loca con la cara totalmente pegada a la pared, parece que se quisiera morrear con los azulejos.
Me excito tanto oyéndola disfrutar que me empiezo a correr yo también. Lleno su culo con chorros de semen que tenía guardado para Pilar. Lo siento por ella pero que se joda, mi madre ha llegado primero.
Giro la cabeza hacia la puerta que está a mi izquierda y veo una figura humana bajo ella. La sonrisa de bobalicón de mi cara va desapareciendo paulatinamente. Mi padre nos está mirando con semblante serio y a mí se me rompe el corazón, no tanto por lo que sus ojos ven sino por lo que sus oídos han estado oyendo.
A mi padre nunca le dejó metérsela por el culo, pero lo peor es que él nunca ha conseguido que ella se corra tanto como conmigo. El complejo de Edipo se apodera de nuevo de mí y me aplasta contra la cruda realidad. La realidad de un mindundi suicida con graves problemas para relacionase, incapaz de hacer amigos y cuya madre es la única mujer a la que es capaz de tirarse. La realidad de un cabeza de familia que ve como el inadaptado de su hijo ocupa su lugar, llegando donde él no pudo llegar y logrando lo que él siempre deseó: ser el adalid de su mujer, el héroe que proporcionara oleadas de placer a su reina en numerosas noches de lujuria.
La realidad de un administrativo reconvertido en vigilante de seguridad en un trabajo de mierda, viviendo en un piso de mierda, con unos amigos de mierda y un hijo de mierda. La realidad de un perdedor reconvertido en cornudo.
Los gritos de mi madre se van convirtiendo en jadeos antes de cruzar la mirada con la de su marido. Continuamos follando cada vez más despacio bajo su mirada, incapaces de renunciar a los últimos coletazos del orgasmo. Mis padres se contemplan el uno al otro en silencio. Nadie se molesta en dar esas ridículas excusas tales como “no es lo que parece”, “solo ha sido un polvo de nada”, “no sabía lo que hacía”… sobran las palabras, solo quedan los hechos.
Cuando se apagan los jadeos, los gemidos y los golpes de cadera dejo de encularla hasta quedarme quieto tras ella. Se hace el silencio en el baño y en toda la casa, no se oye ni una mosca.
-Se me olvidó que hoy entro más tarde en mi turno –susurra mi padre.
Mi madre se yergue sin dejar de mirarle con cara de pena, quedando su espalda contra mi pecho. Ella también sabe lo que este orgasmo significa para él.
-Miguel… -me hace una seña con la cara girándola levemente hacia mí.
Mi polla aun sigue dentro de su culo y mis manos siguen sobre su coño y sus tetas. Deslizo las manos hasta sus caderas y voy sacando la polla con suavidad hasta que sale por completo quedando en el aire en posición horizontal, señalando el sitio por el que acaba de salir. Mantenemos esa posición unos segundos hasta que ella decide girarse y salir de la ducha. Coge una toalla y comienza a secarse el cuerpo, sin molestarse en tapar sus partes ni ocultarse tras un manto de tela que disimule la vergüenza que sentimos los tres. Lo hecho, hecho está.
Cuando termina de secarse deja la toalla donde estaba y sale del baño. Mi padre, cabizbajo, se hace a un lado para dejarle paso pero mi madre se para junto a él antes de salir. Le pone una mano en el hombro y por un instante está a punto de decir algo.
Se va y nos quedamos mi padre y yo solos, mirándonos, seguramente pensando en lo mismo. El día que debía ser el más alegre y a la vez el más triste de mi vida. El día en que logro superarle y ser mejor que él, es el día en el que descubro que una etapa de nuestras vidas termina para dar paso a otra nueva. La mía, como hijo que tenía a su padre en un pedestal y la suya, como rey caído.
Está triste pero en el fondo siente ternura por mí. Fuerza una sonrisa de comprensión y señala con el dedo a mi polla.
-Al final parece que la tienes más grande que la mía.
-¿Eh? Ah, no, son iguales –le rebato con timidez-, me lo ha dicho mamá.
Nos quedamos mirando a mi polla a falta de algo más ocurrente que decir. Si tuviera a bien irse del baño podríamos morirnos de tristeza cada uno a su gusto pero algo le debe obligar a estar conmigo, quizás es lo mismo que me impide salir de la ducha e irme dejándole aquí solo.
-Siempre he tenido complejo de tenerla pequeña –no se me ocurre otra cosa para romper el hielo.
-Ah.
-Pilar dice que la tengo normal, quizás un poco por encima de la media.
-Ah… ¿Pilar ha visto muchas?
-Bueno, tuvo 3 novios antes de casarse.
-O sea, que con su marido y contigo ya son 5 las que comparar.
-Bueno y uno de sus hijos. Una vez le pilló con su novia en casa… -esta conversación empieza a ruborizarme- bueno, que según me ha dicho la mía es como la de su hijo mayor, un poco más larga y gorda que la media, y de grosor adecuado.
-Ya, así que nuestras pollas son como las de su hijo mayor.
¿Eso ha sido un chiste? De nuevo se hace el silencio.
-Tu madre… -comienza a preguntar- parece que le ha gustado mucho.
-Yo no quería…
-Déjalo Miguel, no importa, no estoy dolido. Ya sabes que tienes mi consentimiento. –su cara no dice lo mismo.
-A mamá no le gusta que esté con Pilar.
Los ojos de mi padre se entrecierran mientras espera que continúe.
-Quiere sustituirla para que me aparte de ella.
-¿Y eso por qué? –contesta sorprendido.
-No lo sé pero está haciendo todo lo posible para que no siga viéndome con pilar –digo “viéndome” por no decir “follándome”.
Por fin mi padre parece que se derrumba. Aparta la vista de mí y se sienta sobre la tapa del váter enterrando la cabeza entre sus manos.
-Yo nunca la he hecho gritar así.
Bueno, quizás si probara a limpiarse el barro de los zapatos con la cortina de la sala…
-Te juro que yo tampoco. Hasta ahora, mamá solo sonreía tiernamente mientras estaba con ella pero sin excitarse nada de nada. No sé qué le ha pasado hoy.
-Y encima te ha dejado darle por el culo -dice negando con la cabeza.
-B…Bueno, a lo mejor esa es la razón de su… calentón. Hay una peli antigua titulada “Garganta Profunda”. Va de una tía que tiene el clítoris en la garganta, así que para excitarse, en lugar de follar, tiene que chupar una polla hasta el fondo de la garganta. A lo mejor mamá tiene el… -mi padre me mira como si estuviera viendo a José Luis Torrente dando una charla sobre feminismo.
-¿Que tu madre tiene el clítoris en el culo?
-N…No quería decir eso, pero a lo mejor hay algo que haga que ella…
-Que ella ¿qué?
-Pues eso, joe papá. Que en el fondo, detrás de esa fachada ama de casa complaciente puede que haya una zorra que quiera que se la metan por el culo, una perra que quiera que se la follen por detrás, una puta que necesite que la pongan mirando pa cuenca, que le metan un pollazo por…
Mi padre mira horrorizado como utilizo mi polla para acompañar mis explicaciones. Me paro en seco y me suelto la minga.
-B…Bueno, o a lo mejor no -digo carraspeando.
El rictus de espanto de mi padre se relaja poco a poco hasta convertirse en la faz del hombre bondadoso que siempre ha sido. Cierra los ojos durante unos segundos y toma aire.
-O a lo mejor lo que le excita eres tú.
– – – – –
Pilar está sobre la cama, desnuda frente a mí. Es una mujer imponente y moderna a la que le gusta jugar con un jovenzuelo como yo. Estamos solos en mi habitación y ha aceptado dejarse “violar” por mí. He vendado sus ojos y esposado sus muñecas a la cabecera de la cama. Es mía, mi esclava.
Recorro su cuerpo con la punta de un cinturón de cuero que hace las veces de látigo improvisado. Lo hago chasquear y después le acaricio la piel con él para asustarla, para excitarla, y lo estoy consiguiendo.
Abre las piernas y levanta ligeramente la cadera, quiere que le coma el coño, le encanta como se lo hago. Y la verdad es que lo hago de puta madre, he metido muchas horas aprendiendo en internet. Dios salve a internet.
Chasqueo tres veces seguidas el cinturón y Pilar se muerde el labio inferior.
-Mmm, me pones cachonda, cabrón.
No sé por qué me tiene que insultar si yo no la he faltado al respeto, y más una señora de su edad, ya no hay educación, se han perdido las formas. Vuelvo a chasquear tres veces mi “látigo” y esta vez la puerta de mi cuarto se abre silenciosamente.
La cabeza de mi padre asoma por el hueco de la puerta y en cuanto ve lo que hay sobre la cama abre ampliamente los ojos y deja caer su mandíbula hasta la alfombra. Le hago señas para que se acerque y obedece instantáneamente pero con varios minutos de retraso ¿Alguien ha visto alguna vez moverse a un oso perezoso? Está acojonado, casi más que yo. Camina como los personajes de dibujos animados cuando quieren caminar en silencio.
Se acerca hasta donde yo estoy colocándose a mi lado. Ambos estamos desnudos y me mira la polla tiesa. Él también está empalmado. Pasa su mirada de una a otra minga y cuando me mira a la cara arquea las cejas y asiente con la cabeza como diciendo: “pues va a ser verdad lo que decía tu madre de que tenemos la polla igual de grande”.
Pilar, que está frente a nosotros, abre las piernas un poco más obsequiándonos con una visión de su coño de lo más reveladora. Se nota que la he puesto cachonda, muy cachonda.
-Vamos cabrón, ¿a qué esperas? –gime como una gata- No me hagas sufrir más.
No sé como esta mujer es capaz de hablar y lubricar así al mismo tiempo. Mi padre mira hacia la puerta donde mi madre espera apoyada en el quicio y aguarda su aprobación. Por toda respuesta, mi madre, aparta la mirada. No le hace maldita la gracia lo que su marido ha venido a hacer pero se resigna, hay una deuda entre ellos muy difícil de compensar.
Mi padre mira de nuevo el coño de Pilar mientras abre y cierra la boca y traga saliva nervioso. Necesitaré una sábana entera para recoger todas las babas que va dejando en el suelo. Poso una mano sobre su hombro y le empujo con suavidad para que inicie el cortejo, o sea, que le coma el coño, su mayor deseo en esta vida.
Mi padre ha utilizado mis productos de higiene para ducharse y perfumarse para, de esa manera, hacerse pasar por mí frente a nuestra presa. Es decir, que ha utilizado el champú tamaño familiar, el desodorante del eroski y la colonia de tarro que llevamos usando toda la vida. Aun así duda de que Pilar no se de cuenta de quién es quién.
Aunque suene raro decirlo, he impartido a mi padre unas amplias nociones de cómo yo le como el coño a todas las mujeres con las que he estado, o sea, a las dos. El hijo enseñando a su padre, ¿¡quién lo hubiera dicho!?
Al final mi padre acerca su mano al sotobosque y posa los dedos con suavidad, con miedo, como si ella fuera capaz de adivinar por el roce quién la está manoseando.
-Mmm, sí.
Mi padre desliza las yemas de los dedos por toda la raja con el miedo aun metido en el cuerpo y Pilar se contonea de placer. Mi padre me mira y frunce el ceño mientras hace un gesto negativo con la cabeza. “Esto no es buena idea”, parece decir. Como respuesta señalo su polla y después señalo el coño de Pilar que espera impaciente su siguiente caricia, bueno la mía. Él, que sigue sin estar convencido del éxito de nuestra felonía, mira a mi madre esperando ver en ella una muestra de desaprobación que aborte la misión suicida, sin embargo mi madre, que está al borde del colapso por la lentitud de su marido y que va a terminar destapando todo el pastel, le insta con gestos a que continúe de una puta vez.
Con los ojos cerrados y la frente perlada de sudor, mi padre comienza a acariciarle el coño. Cuando los abre, mete 2 dedos en su coño mientras le frota el clítoris con la otra mano. Pilar se retuerce cada vez con más fuerza.
Vuelve a mirarnos a mi madre y a mí y por fin se decide a hacer lo que ha estado deseando casi toda su vida. Mete su cabeza entre las piernas de Pilar y toca su coño con su lengua.
-Hosssstias Miguel, ya era hora.
Lame el clítoris lentamente, con miedo a ser descubierto, pero Pilar no se da cuenta del intercambio, está muy concentrada mordiéndose los labios y conteniendo sus gemidos.
Envalentonado con ello, mi padre se recrea en su lamida para llevarla al orgasmo varios minutos después. No es tarea fácil, la muy puta brinca como una cabra con una guindilla metida en el culo. Mi padre tiene que abrazarse a sus piernas para no despegar la boca de su coño y poder seguir lamiendo sin interrupción
Cuando termina de lamerla, Pilar queda despatarrada y medio muerta sobre mi cama, respirando a bocanadas. Está empapada de sudor.
Empujo de nuevo el hombro de mi padre mientras señalo el cuerpo de Pilar. Mi padre, con los ojos como platos, no se atreve a dar el siguiente paso y se separa de ella como si tuviera la peste. Vuelvo a empujar su hombro con más insistencia. Mi padre busca a su mujer que sigue apoyada en el marco como convidado de piedra. Mi madre sostiene su mirada y asiente levemente.
Mi padre mira a Pilar con una mezcla de excitación y miedo. Va a hacer lo que más desea y lo que más teme. Pilar es la mejor amiga de su mujer, la esposa de su vecino, la madre de varios hijos a los que conoce de toda la vida, una señora respetada. Se pasa los dedos por los labios, los tiene secos y se los humedece con la lengua, tiene la boca seca.
-Vamos nene, fóllate a mami, venga –dice Pilar.
Me pongo colorado y miro a mi madre de soslayo. Ella también se ha ruborizado. Mi padre no termina de decidirse y Pilar se impacienta. Intenta quitarse la venda de los ojos dando movimientos bruscos con la cabeza.
-Vamos cabrón, móntame ya.
Podría pedirlo por favor, vamos digo yo, qué modales son éstos. Doy un empujón a mi padre que cae entre las piernas de Pilar.
-Mmmm, ¿vas a utilizar la fuerza conmigo? ¿Me vas a violar?
-Te voy a hacer algo peor –contesto desde la espalda de mi padre.
-Mmm sí, viólame, viola a tu mami.
Como le gusta hacer sangre a esta señora. Por suerte para todos, mi padre ha empezado a acariciar y sobetear su melonar. Pilar se retuerce como una culebra bajo mi padre.
En los labios de mi madre se puede leer: “Z-O-R-R-A-H-I-J-A-D-E-P-U-T-A”. Algo me dice que lo piensa de verdad, quizás los puños apretados o los ojos inyectados en sangre, o el hecho de que haya levantado un puño y muestre el dedo corazón. Carraspeo antes de hablar.
-Eeeh, te voy a follar… puta.
-Mmm, más, dime más.
-Te voy a follar mucho… y fuerte… puta –digo acercándome a la nuca de mi padre.
Pilar abraza a mi padre con las piernas y lo atrae hacia si.
–Vamos cabrón, sigue diciéndome cosas. Insúltame de verdad, maricón.
Me quedo pensando pero… no sé me ocurre nada, yo soy un romántico, joder. No sé decir cosas de esas. Por suerte mi padre se lanza y la besa con pasión. Ella recibe su boca como fruta madura. Ambos se morrean con fuerza mientras mi padre restriega su herramienta por el potorro y le soba sus tetazas. En uno de los hábiles movimientos de mi padre consigue metérsela hasta el fondo y empieza a penetrarla con furia.
Lo que sucede a continuación es una concatenación de cosas predecibles en casos como éste. Mi padre se corre en menos de medio minuto, a tomar por culo, fin.
Se levanta agotado, da 2 pasos hacia atrás y pone las manos en las caderas con la satisfacción del trabajo bien hecho. Levanta dos veces las cejas y me enseña el pulgar con la cara radiante de felicidad y una sonrisa de oreja a oreja. Le miro horrorizado, con la boca tan abierta que el coche fúnebre que ha de llevarme al cementerio puede pasar a través de ella. Pero ¿¡qué cojjjjjones ha hecho este hombre!?
Miro a mi madre intentando obtener una explicación pero su semblante es el mismo que el de un mastín a la hora de la siesta.
Se mueve intentando ver algo e intenta quitarse la venda frotándola con los brazos extendidos sobre su cabeza.
-N…No mujer, que va. Solo estoy haciéndote sufrir.
-No me jodas Miguel, tú te has corrido.
Sin tiempo para pensar me echo encima de ella, cojo mi polla tiesa, apunto y se la meto antes de que la cosa pase a mayores.
-Mmmm, joder que fuerte estás. –dice Pilar.
Me muevo con fuerza para ponerla a mil cuanto antes pero noto algo desagradable. Tiene todo el coño lleno del semen de mi padre. ¡Estoy resbalando mi polla en el semen de mi padre! Jodddder, que ascazo. Y lo peor es que ya no hay marcha atrás, ya no.
Cierro los ojos y prefiero no pensar. Follo a Pilar como un toro. Al cabo de un minuto de golpes de cadera y gemidos mi padre sonríe ufano pensando “éste es mi chico”, a los 5 tiene las 2 cejas levantadas sorprendido por mi vitalidad, a los 10 está serio con el ceño fruncido, 15 minutos después oculta su cara entre sus manos, sentado en la silla que hay junto a la ventana, derrotado. Ha comprendido algo muy importante de su matrimonio, algo que le está aplastando como una losa con cada grito de Pilar y con cada una de mis embestidas. A mí solo me ha llevado comprenderlo medio minuto.
Sujeto los tobillos de Pilar en alto mientras la penetro una y otra vez. Me encanta ver mi polla entrar y salir de su coño negro mientras sus tetas botan arriba y abajo. Durante todo el tiempo Pilar no ha dejado de gemir y de pedirme más y más, contoneándose y retorciéndose como una lagartija en un bolsillo.
Mi padre observa la escena impávido. Sus ojos no me miran a mí ni a Pilar sino a si mismo 50 ó 100 años atrás. Repasa mentalmente su vida, sus mil años de patética y triste rutina marital.
Hago que Pilar se gire y se ponga a 4 patas para poder follarla desde atrás y que mi padre pueda ver sus tetazas botar como a él le gusta. Sus muñecas siguen atadas al centro de la cabecera mediante unas esposas de plástico lo que permite el cambio de posición. Sus piernas abiertas facilitan la entrada de mi “amigo pequeño” que meto y saco una y otra vez con furia para deleitar a mi padre. Me lleno las manos con sus tetazas y las amaso con exageración para él.
Pero él ya no está aquí sino a mil años de distancia. No ve como follo su coño. No le interesa cómo botan sus tetas con cada embestida mientras la galopo. Su mirada está fija en mi madre, intentando alcanzarla. Intentando pedirle perdón u ofrecer explicaciones innecesarias con angustioso mutismo. Hay silencios que hablan por si solos y miradas que perciben lo que uno no se atreve a decir.
Me concentro en lo que sé hacer bien y rezo porque mi padre se fije de una vez por todas en Pilar y se deje de frustraciones inútiles. Mis pelotas golpean contra su pubis haciendo un ruido característico como si estuviéramos aplaudiendo. Mantengo el ritmo hasta que su cuerpo se tensa. Sus manos aprietan la cabecera, abre la boca y comienza a pegar tales gritos que imagino a todos gansos de la ciudad tomando el vuelo a la vez. Muerde la almohada para no despertar a los enfermos en coma del hospital más cercano mientras se corre.
Me abandono y me corro con ella. Lleno su coño de semen que se mezcla con el de mi padre. Es triste sentir el semen de tu propio padre en la polla pero más triste es robar. Tengo una sudada de tres pares de cojones. La descabalgo despacio mientras ella se desploma sobre la cama y se da la vuelta boca arriba, despatarrada.
Respiro como un rinoceronte a la carrera. Mi padre se levanta y se dirige hacia la salida. Ya no camina encorvado con la punta de los pies como si fuera un dibujo animado sino como alguien que acaba de suspender un examen por enésima vez.
Arrastra su cuerpo hasta la puerta. Al llegar pone la mano sobre el hombro de mi madre durante un instante y agacha la cabeza. Justo cuando intenta salir mi madre retiene su mano y tira de él, le abraza. El abrazo dura una eternidad. Una eternidad de silencio contenido.
Entonces mi madre apoya sus manos en los hombros de mi padre y le empuja suavemente desde atrás hasta colocarle a la altura de la cama junto a la cabeza de Pilar.
Mi madre coge la polla de mi padre, que parece no entender nada al igual que yo, y la acerca a la boca de su amiga que respira a bocanadas. Acaricia los labios de su amiga con la punta del pene de su marido.
-Pero Miguel, ¿es que tú no te cansas nunca? –pregunta Pilar.
Acomoda sus labios a la polla de mi padre y comienza a mamársela lenta y suavemente mientras mi madre permanece tras él besándole el cuello. El pobre hombre está tan excitado como asustado. Está atrapado entre las 2 mujeres que le maman y le acarician. Tiene la polla muy dura y Pilar se sorprende por la rapidez y vigorosidad de la erección.
-Joder Miguel, eres increíble, chico.
Mientras le mama, mi padre mete mano tanto a Pilar como a su mujer sin que la primera sea consciente de lo que pasa a su alrededor.
La mamada transcurre despacio. Pilar se esmera en proporcionar las mejores caricias que sabe ofrecer. Mi padre disfruta en silencio con el ceño fruncido y la boca abierta. Un buen rato después mi padre apenas se puede mantener en pie de tanto placer. Tiene la frente empapada de sudor y sus manos en las tetas de la mujer. Cuando se corre a duras penas puede contener unos leves gemidos mientras eyacula. Ella le deja correrse en su boca pero sin tragarse el semen que se desliza por sus labios hasta caer en las sábanaaas ¡JODDDDER! Que ahí tengo que dormir yo luego.
Mi padre, que casi no se tiene de pie, suelta la teta de Pilar que no ha parado de masajear durante toda la mamada y da un paso atrás haciendo que mi madre deba apartarse.
Solo se oye la respiración de mi padre que suda como un gorrino. Pilar, por otro lado, descansa tranquila con media cara empapada de semen. Entonces mi madre se acerca a la cama y se inclina hacia su amiga. La besa con suavidad en la comisura de los labios. Una anónima caricia de agradecimiento a los servicios que le ha regalado a su marido. Unos servicios ofrecidos sin su conocimiento ni consentimiento. Pilar corresponde en la misma medida devolviendo el beso con la punta de los labios.
Sin embargo el beso se prolonga más de lo esperado y me doy cuenta de que mi madre ha juntando sus labios con los de su amiga y ahora se besan uniendo la punta de sus lenguas. A cada momento el beso va tomando nuevas dimensiones y ahora ambas mujeres se comen la boca entrelazando sus lenguas.
Mi madre comienza a acariciar las tetas de su amiga mientras ésta corresponde al beso con pasión levantando la barbilla y estirando el cuello. Sus bocas luchan entre si a la vez que mi madre lame y muerde los labios húmedos de semen de Pilar. La mano que acariciaba sus tetas está ahora amasándolas sin pudor y con deseo desmedido. Toqueteando los pezones y deslizándolos entre sus yemas una y otra vez.
Cuando se harta de sobarle las tetas desliza la mano hasta la entrepierna y acaricia su coño. Es una caricia que busca el placer ajeno. Masajea su clítoris con 2 dedos durante un buen rato antes de decidir introducirlos en el coño y follarla despacio con la mano. Pilar se contonea disfrutando, sin saberlo, de la mano y los labios de su vecina.
Mi padre y yo nos miramos con las bocas abiertas. ¿Por qué hace esto? ¿Es en el fondo mi madre una lesbiana reprimida? ¿Era de mí de quien estaba celosa o era de Pilar?
Sus dedos entran y salen del coño de su amiga impregnados del semen de su marido y su hijo. Pilar, mientras tanto, se contonea cada vez con más fuerza intentando adelantar el orgasmo que está a punto de llegar. Al final arquea el cuerpo y abre la boca gimiendo mientras mi madre sigue besándola por toda la cara que aun tiene llena de semen.
Pilar se corre mientras gime en la boca de su amiga que se la sigue comiendo a besos. Se agarra a los barrotes de la cama y tensa el cuerpo. Bota arriba y abajo arqueando la espalda continuamente mientras su amiga termina de proporcionarle la corrida.
Cuando desfallece, mi madre continúa besándola de manera continuada con los ojos cerrados. Pilar respira a bocanadas mientras mi madre besa sus labios, su barbilla y baja por su cuello. Sigo alucinando al igual que mi padre. Nos miramos el uno al otro sin comprender qué es lo que está sucediendo realmente.
Mi madre toma una de las tetas de su amiga y se la lleva a la boca. La besa con suavidad y la acaricia con la punta de la lengua. Besa la aureola que circunda su pezón, percibe su dureza y lo lame con delicadeza.
Las lamidas son cada vez más largas. Abre la boca, se mete el pezón entero y lo chupa con fruición. Mi madre está mamando y amasando las tetas de su amiga absorta a todo lo que le rodea.
Caen los segundos y nadie se mueve de donde está. Ni tan siquiera Pilar que disfruta ignorante de las caricias de su amiga. Estoy alucinando viendo a mi madre así. Esto no entraba en el plan. A decir verdad, casi nada de lo que ha pasado hoy estaba previsto.
De repente mi madre deja de lamer, abre los ojos y se separa con lentitud. Nos mira a mi padre y a mí con cara de espanto. Ninguno de nosotros es capaz de hacer un gesto, ni tan siquiera para cerrar la boca que aun tenemos abierta.
Su respiración acelerada nos indica que está excitada. Su pecho sube y baja rítmicamente y al mirarlo puedo adivinar bajo su ropa unos pezones erectos. Continúa mirándonos a mi padre y a mí asustada al darse cuenta de lo que ha hecho. Algo que ni ella misma se cree. Parece que hoy es el día de los descubrimientos turbios.
Despega sus labios para decir algo pero por toda respuesta baja la cabeza y sale de la habitación apresuradamente con una mano en la boca y los ojos en lágrimas. Mi padre la retiene de la mano antes de cruzar la puerta y es ahora él quien la abraza con fuerza ahogando sus lágrimas en su pecho.
La escena continúa eternamente hasta que por fin la puerta se cierra en silencio. Me quedo mirando la puerta durante no sé cuanto tiempo sin poder apartar la imagen de mi madre, ¡MI MADRE!, besándose con Pilar mientras le hacía una paja. La voz de Pilar me saca de mis pensamientos.
-Joder Miguel, ¿Serás cabrón?
Cuando giro la cabeza veo con horror que se ha soltado una mano de las esposas de plástico y se ha levantado la venda bajo la cual me mira asombrada. Casi me cago en la alfombra. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo coño ha sido capaz de soltarse de unas esposas de juguete? Estos putos chinos del bazar solo saben hacer cacharros de mierda.
Me mareo y empiezo a sudar intentando explicárselo de la mejor manera posible.
-¿Eh? Ah, eeeh, a ver…
-¡Estás otra vez empalmado! Menudo salido eres.
Miro a mi polla que me está apuntando a los ojos.
-¡Te has empalmado con la paja que me has hecho!
-Pues, pues… -suelto el aire que contenía en los pulmones aliviado- me parece que sí. –Digo mientras miro de nuevo a la puerta de mi cuarto por donde han salido mis padres.
-Si te corres tantas veces solo por verme vendada y esposada –dice entre divertida y resignada- tendremos que jugar a esto más veces.
La miro fijamente unos segundos y sacudo la cabeza a un lado y a otro.
-No, mejor no repetimos esto nunca más.
Fin.
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Como siempre, el que suscribe, ruega postrado ante el monitor cualquier tipo de comentario tanto si es bueno como si es malo; tanto si es largo como si es corto del tipo ” me gusto” o “mejorable”.
Envía un comentario, “pofavo”. No sabéis la ilusión que me hace, sobre todo si son críticos (aunque no lo creais son los que más aprecio). Dime la parte que más te gustó, la que menos, lo que no soportas, lo que te pone más o te pone menos…
Si aun así no vas a hacerlo pero te gustó el relato al menos vota. Te lo agradeceré.
Cómo anteriormente conté, un viaje de trabajo me hizo volver con una esclava, Habiba, a la que habían arreglado los papeles para que entrase en el país como mi esposa. También conté que estoy divorciado y que tengo muchos gastos a mi cargo para terminar de pagar la casa común con mi ex y mantenerme yo.
Desde que Habiba está conmigo, la suerte me ha favorecido mucho. Volver de su país con una buena cantidad de dinero y con ella, a la que considero mi esposa realmente, una mujer sumisa y agradecida a mí, es algo que valoro mucho. ¿Cuántos de vosotros querríais algo así? Además, fui agraciado con una parte del primer premio de la lotería de Navidad gracias a ella. ¿Qué cómo fue?
Desde que volvimos a España, aunque yo la he tratado como a mi esposa, porque el papel dominante no lo tengo muy asumido, ella se ha mostrado siempre muy sumisa, imagino que tendrá algo que ver el haber nacido en un país árabe y que su destino era la prostitución o ser follada y castigada sin piedad por algún soldado amargado.
El caso es que aproveché unas vacaciones para llevarla visitar algunas ciudades y que conociese el país. En una de ellas visitamos la denominada Ciudad de las Artes y las Ciencias, donde ella disfrutó como una niña pequeña. A la salida, nos sentamos en la terraza de un bar, que por cierto, me costó muchísimo conseguir que se sentase, ya que siempre permanecía a mi lado de pie, cuando iba a bares o restaurantes. Había conseguido que se sentase, pero todavía no el que se tomase alguna consumición. El caso es que, frente a él, había una administración de loterías (para quien no sepa lo que es, tienda dedicada a la venta de billetes de lotería.)
-¿Por qué hay tanta gente en esa tienda de ahí delante? –Me dijo Habiba, señalando un grupo que hacía fila con inicio en la Administración de Loterías.
-Esperan comprar billetes de lotería. Es un sitio donde suelen caer muchos premios….
Tuve que explicarlo todo sobre el tema, Al final, cuando quedó satisfecha su curiosidad, me dijo que le gustaría tener un billete. Le pedí que fuese a comprar un número y que, si ganábamos algo, lo repartiríamos al cincuenta por ciento. Le di el dinero suficiente y fue como si le hubiese hecho el mejor regalo de su vida. Se acercó a comprarlo y me entregó los diez décimos en los que se divide el número. Quería que se quedase con la mitad, pero era como si le hubiese dicho que se fuese con el diablo. No consintió quedarse con nada.
-De todas formas, te los guardaré para ti. Si nos toca, podrás volver a tu país y mantenerte tú y a tu familia el resto de vuestra vida.
No podía haber dicho algo peor. Si la hubiese amenazado con desollarla viva no se habría horrorizado tanto.
-¡No amo. Por favor. Eso no! Ahora no podría volver. Déjame estar contigo. Haré todo lo que quieras. No tendrás ninguna queja de mí….
Me estuvo contando algo de que ya no era virgen y que no tenía valor para nadie, que el dinero pasaría a su padre y hermanos, que allí sería la esclava de cualquiera de su familia, que hasta su madre y hermanas la echaría de su saldo… Y un montón más de excusas para no volver. Aquí se siente segura y protegida, mientras que allí no hay ninguna seguridad.
Al día siguiente, me despertó una extraña sensación en mi polla. La sentía hinchada y dura, con una sensación de humedad. Cuando me despejé un poco, vi como Habiba se estaba metiendo totalmente la polla en la boca, hasta que su nariz chocaba contra mi pubis.
-Pero… ¿Qué haces? –No era la forma habitual de despertarme. Generalmente lo hacía besándome.
-Como sé que lo que más te gusta son las mamadas, desde ahora te voy a despertar todos los días así, además de hacértelo a cualquier hora. Así no desearás que te deje.
Yo, encantado, la dejé hacer, mientras ella lamía desde los huevos hasta la punta, deteniéndose un momento en el borde del glande para repasarlo con su lengua alrededor volver a metérsela toda entera de nuevo, succionando y soltando para darle un ligero movimiento de entrada y salida, a la vez que presionando con la lengua contra el paladar.
La sacaba, me pajeaba un poco volvía a repetir.
Me estaba matando de placer.
Tomar con una mano mis huevos y, con el dedo medio, presionar sobre mi perineo con movimiento circular, fue el detonante que lanzó toda mi corrida en su boca, sin darme tiempo a avisarla, como siempre hacía, aunque ella no se retiraba y tragaba toda.
El tiempo fue pasando, los días se convirtieron en meses y yo disfrutando como nunca con las mamadas matutinas y las folladas a medio día y/o por la noche.
Un día, estando en el trabajo (si, aunque con dinero suficiente para no necesitarlo, trabajo porque me gusta), sonó mi teléfono móvil. Ya iba a descolgar, pensando que sería Habiba, que como todas las mañanas me llamaba para decirme lo mucho que me deseaba, cuando me fijé que no era ella. Era el número de mi ex.
-¡Será hija de puta! –Exclamé sin poderme contener, mientras tiraba la llamada.
Ya de mal humor, continué con mi trabajo. Bueno, es un decir. El teléfono siguió sonando una y otra vez. Unas veces llamada, otras sms, otras guasap.
Cabreado, decidí dejar el trabajo y marchar a casa. Apagué el teléfono y me disponía a marchar, cuando mi jefe me llamó para comentar algunos proyectos muy interesantes. Eso me fue relajando poco a poco, hasta que a mediodía hicimos una parada para comer algo mientras seguíamos hablando. Yo avisé a Habiba desde el teléfono de la empresa y seguimos hasta terminar la alargada jornada.
Cuando llegué por la noche a casa me recibió Habiba totalmente desnuda y arrodillada, esperando que follásemos, ya que me había saltado la del medio día. Me acerqué, me bajó los pantalones y el slip y se llevó mi polla morcillona a la boca.
A la tercera chupada, se la sacó y me dijo:
-Amo, hace unas horas ha venido una mujer preguntando por ti, ha dicho que era tu ex y que tenía que hablar urgentemente contigo…
-Me c.go en… Si esa puta quiere algo, que lo diga a través de su abogado. ¡Que se gaste el maldito dinero que se quedó! Si vuelve, no le abras la puerta. Ni le hables.
Mi ataque de ira había vuelto, solo que más fuerte.
-Si, amo. Lo que tú digas.
-Vamos a la cama. Necesito relajarme. –Dije mientras me dirigía al dormitorio desnudándome y mascullando por el camino.
Al contrario que otras veces, esta vez no fue un sexo amable. Fue una relación brutal, más encaminada a satisfacer mi ira que a obtener placer.
Me acosté sobre la cama. La erección se me había bajado, por lo que le dije de modo imperativo:
-¡Vuelve a ponerme a tono!
Ella subió a gatas a la cama por el otro lado y se puso a chupármela. Arrodillada a mi lado, con el culo en pompa, no pude resistir la tentación de darle azotes con la mano.
-Chupa, puta. Y hazlo bien.
No se porqué, pero me estaba costando más que de costumbre. Pero Habiba se había hecho una experta y pronto la tuve como una piedra.
Me incorporé y la giré para colocarme a su espalda, dejándola a cuatro patas y se la clavé directamente en el coño. Estaba algo excitada y con la polla bien ensalivada le entro sin problemas. Un gemido, más de molestia que de placer, acompañó mi penetración.
Seguí dándole duro. Se la metía hasta el fondo para sacarla toda, volviéndola a meter con fuerza hasta que mi pelvis chocaba con su culo. Cuando se la sacaba, palmeaba los cachetes duramente.
Ella gemía con fuerza. Yo pensaba que la estaba lastimando, que era lo que pretendía para satisfacer mi venganza y calmar mi ira con ella, pero resultó que estaba disfrutando como nunca, como me diría más tarde.
Con el culo totalmente rojo y dos orgasmos a su favor, se la saqué del coño y se la metí directamente por el ano.
Su gemido coincidió con su nuevo orgasmo y mi creencia de que le había hecho realmente mucho daño.
Después de un buen rato follándole el culo, una monumental corrida que me dejó sin fuerzas, llenó su recto.
Caí rendido a su lado. Ella se abrazó a mí, puso su mejilla en mi pecho y nos quedamos dormidos.
Mis sueños estuvieron repletos de escenas vividas con mi ex. Mi cabeza se llenó de todas las vivencias que recordaba de lo que me había hecho, como ya os conté…
He vuelto a mirar lo que conté y he visto que no os dije nada, Si me perdonáis, os contaré un poco mi vida.
Aunque… Como es un poco largo, mejor os lo cuento otro día.
A raíz de una película, el protagonista descubre que su compañera tiene entre sus fantasias el sentirse dominada. Aunque en un principio se escandaliza, poco a poco se deja contagiar por el morbo de ser su dueño y a través de el sexo, su relación se consolida y juntos descubren sus límites.
Bajatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Capítulo 1
« ¿Me darías un azote?».
No creo que exista ningún hombre que no se haya imaginado alguna vez que una mujer le hiciera esa pregunta. Todos sin distinción, deseamos experimentar nuevos horizontes sexuales. Pienso que es difícil encontrar a alguien que no haya barajado saber que se siente teniendo atada en su cama a una persona del sexo opuesto. Pero como casi todas las fantasías, o bien nos ha dado miedo el realizarla o bien no hemos encontrado con quien hacerla realidad.
Hasta hace seis meses, yo era uno de esos. Aunque se me había pasado por la cabeza el intentarlo, sabía que era un sueño casi imposible de cumplir. El que encima fuera Susana quien me lo preguntara, no entraba ni en mis más descabelladas utopías. Las razones son muchas, en primer lugar porque por entonces tenía novia y esa rubia además de ser mi compañera de piso, era pareja de un buen amigo, pero lo que más inverosímil lo hacía era que esa mujer es un bombón espectacular mientras que yo soy un tipo del montón.
Ya de por sí, que viviera con esa rubia se debía a un cúmulo de casualidades. Todavía recuerdo cómo llegamos a compartir ese apartamento y sigo sin creérmelo. En septiembre de hace dos años, el muchacho que era mi compañero suspendió todas y sus padres le hicieron volver a su ciudad, dejándome tirado y por mucho que busqué alguien con el que dividir el alquiler, me resultó imposible. Estaba tan desesperado que me planteé volver a un colegio mayor o irme a otro más alejado de la universidad. La casualidad hizo que a la novia de Manel, un chaval de Barcelona, una semana antes de empezar las clases el piso de al lado donde vivía se incendiara y dejara hecho cenizas todo el edificio.
Cuando me enteré y dejé caer a mi amigo, que me sobraba un habitación. La verdad es que nunca creí que ni siquiera se lo planteara pero ese culé, no solo vio la oportunidad de que su chica se ahorrara unos euros sino que al ser yo, no pondría inconveniente en que él se quedara en casa las noches que quisiera. Por lo visto, me reconoció que había tenido problemas con las compañeras de Susana porque no veían bien la presencia de un hombre en un piso habitado solo por mujeres.
Como a mí, eso me daba igual, le insistí en que se lo preguntara en ese momento porque me urgía dar una solución a mi precaria economía. Lo cierto es que cogiendo el teléfono, la llamó y en menos de cinco minutos, la convenció de venirse a vivir a mi apartamento. Como comprenderéis no me importó que ese cabrón me cobrara el favor pidiendo dos copas porque los veinte euros que me gasté valieron la pena por los que me ahorraría teniéndola a ella. Lo que ni mi amigo el catalán ni yo imaginamos mientras nos la bebíamos era las consecuencias que su presencia tendría en nuestros mutuos noviazgos.
Os anticipo que mi novia me dejó y al él lo mandaron a volar.
Susana llega a casa.
Como nunca había vivido con ninguna mujer que no fuera mi madre, pensé que iba a resultar más difícil de lo que fue y eso que no pudo empezar peor, porque la que entonces era mi novia me montó un escándalo cuando se enteró:
― No me parece bien que esa tipa se quede en tu casa― me dijo María al conocer de que iba a ser mi nueva compañera.
― Si no la conoces, además es la novia de Manel― dije tratando de que no me jodiera el trato.
Tras más de una hora discutiendo, aceptó pero a regañadientes y eso que no la advertí de que Susana era un maravilloso ejemplar de su sexo. Sé que si se lo hubiera dicho, nunca hubiera cedido y pensando que cuando la conociera y se diera cuenta de lo enamorada que estaba de mi amigo, cambiaría de opinión, se lo oculté
Lo cierto es que aunque el día que la vio por primera vez, se volvió a enfadar, gracias al comportamiento afable de la muchacha y a la continua presencia de su novio en la casa, su cabreo no fue a más y al cabo de una semana, ya eran amigas.
Para mí, no fue tan sencillo. Aunque Susana desde el primer día se mostró como una persona ordenada y dispuesta y nunca tuve queja de ella, os tengo que confesar que por su belleza empezó a ser protagonista frecuente de mis sueños. La perfección de su rostro pero sobre todo los enormes pechos que esa cría lucía, se volvieron habituales en mis oníricas fantasías. Noche tras noche, saber que esa preciosidad dormía en la puerta de al lado, hizo que su culo y sus piernas se introdujeran a hurtadillas en mi mente y que olvidándome de María y de Manel, soñara con que algún día sería mía.
Si lo que os imagináis es que el roce la hizo descuidarse y que un día la pillé o me pilló en bolas, os equivocáis. Como teníamos dos baños, nunca tuve ocasión de que ocurriera y es más, esa chavala siempre salía perfectamente arreglada de su habitación. Durante los primeros seis meses en los que convivimos, nunca la vi en pijama o en camisón. Cuando ponía el pie fuera de sus aposentos, ya salía pintada, vestida y lista para salir a la calle. Curiosamente, su costumbre cambió incluso mis hábitos porque no queriendo parecer un patán, adopté yo también ese comportamiento, llegando al extremo de siempre afeitarme antes de desayunar.
Por lo demás, Susana era perfecta. Educada, simpática y ordenada hasta el exceso, hizo que mi piso que antaño cuando convivía con hombres era un estercolero, pudiese pasar incluso la inspección de la madre más sargento. Ni un papel tirado en el suelo, ni una mota de polvo en los muebles e incluso mejoró sensiblemente mi alimentación porque una vez repartidas las funciones, se cumplieron a rajatabla y como ella se pidió la cocina, no tardé en comprobar lo buena cocinera que era.
Su comportamiento, tal como prometí sin creerlo, derribó las suspicacias de María y se hicieron íntimas enseguida, de forma que al cabo de un mes era raro el fin de semana que no salíamos juntos a tomar una copa. Mientras eso ocurría, poco a poco me fui encoñando con ella:
« No puede ser tan perfecta», me decía una y otra vez buscando un defecto o fallo que la bajara del altar al que la había elevado. Estudiante modélica, culta, graciosa y bella. Era tal mi obsesión que incluso traté de hallar infructuosamente en la ropa sucia unas bragas usadas por ella, para al olerlas, su tufo me resultara desagradable. Limpia y pulcra hasta decir basta, mi compañera de piso lavaba sus braguitas en el lavabo antes de llevarlas a la lavadora.
A lo que si me llevó esa búsqueda, fue a comprobar que bajo su discreta vestimenta, Susana usaba unos tangas tan minúsculos que solo con imaginármela con ellos puestos, me excitara hasta el extremo de tener que encerrarme en mi cuarto a dar rienda suelta a mi lujuria.
Aprovechando un día que había salido con su novio, me metí en su cuarto y tras revisar su ropa interior, elegí el tanga más sexi que encontré y tumbándome en mi cama, me lo puse de antifaz. De esa ridícula manera y mientras aspiraba el aroma a suavizante, me imaginé que la hacía mía.
En mi mente, Susana llegaba borracha y caliente a nuestra casa. Olvidándose de Manel, se ponía uno de los sensuales camisones que había descubierto en sus cajones y se acercaba a mi cuarto. Sin pedirme permiso, se acurrucaba a mi lado mientras me decía si estaba despierto. Os parecerá raro pero incluso en mi sueño esa mujer me imponía y en vez de saltar sobre ella, me hice el dormido.
Dejando correr mi imaginación, la vi desabrochando mi pijama y bajando por mi pecho, sacar de su encierro mi pene. En mi mente, con su boca fue absorbiendo toda mi virilidad mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.
― Despierta que te necesito― me susurró al oído buscando que me excitara.
No le hizo falta nada más para que mi sexo alcanzara su máximo tamaño, tras lo cual, recorriendo con la lengua mi glande, la exploró meticulosamente. Tan perfeccionista como en la vida real, lamió mi talle estudiando cada centímetro de su piel. Ya convencida de conocerlo al detalle, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta la garganta.
« ¡Qué maravilla!», pensé al soñar que sus labios llegaban a tocar la base de mi órgano.
Sin darme tiempo a reaccionar, esa rubia empezó a sacarlo y a meterlo en su interior hasta que sintió que lo tenía suficientemente duro. Entonces se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente. Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada, pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo, presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero. Olvidándome de que en teoría estaba dormido, la sonreí.
Al verme despierto, se empezó a mover lentamente sobre mí, y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara. En mi sueño, Susana no dejaba de gemir en silencio al moverse. Sus manos, en cambio, me exigían que apretara su cuerpo. No me hice de rogar, y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. La ficticia rubia gimió al sentir como los torturaba, estirándolos cruelmente para llevarlos a mi boca.
Y gritó su excitación nada más notar a mi lengua jugueteando con su aureola. La niña perfecta había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que, restregando su cuerpo contra el mío, intentaba incrementar su calentura.
Al darme cuenta que mi fantasía no se ajustaba a la realidad, intenté reconducir y que su personaje fuera más tierno pero mi mente decidió ir por otros caminos y me vi con mis dientes mordiendo sus pechos. Su berrido fue impresionante pero más aún sentir como su coño se anegaba. Sin poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior.
Mientras mi pene se vaciaba en su cueva, me di cuenta de la hora y temiendo que Susana volviera, devolví su tanga al cajón sin dejar de saber que volvería a usarlo.
Una película trastocó a Susana
La tranquilidad con la que ambos llevábamos el compartir piso sin ser pareja se rompió por el motivo más absurdo. Un sábado en la noche, los dos con nuestras respectivas parejas nos quedamos en casa para ver una película que trajo Manel. El novio sin saber que acarrearía esa decisión fue a un videoclub y alquiló “la secretaria”, una cinta que narraba la truculenta historia de Lee: Una chica peculiar que cuando se siente superada por los acontecimientos se relaja auto agrediéndose. Tras excederse en uno de los castigos que se inflige a sí misma, pasa algún tiempo en una clínica psiquiátrica.
Si ya de por sí ese argumento no era precisamente romántico, a su salida, consigue un trabajo en un despacho de abogado y su jefe resultó ser al menos tan especial como ella y ante sus fallos la regaña de una forma humillante.
Acabábamos de empezar a ver que la joven descubre en ello una forma de placer muy superior a sus autoagresiones cuando tanto mi novia como mi amigo nos pidieron que dejáramos de verla porque era demasiado dura. Tanto Susana como yo, al principio nos negamos pero ante la insistencia de nuestras parejas tuvimos que ceder y salir a tomar unas copas.
Esa noche al volver a casa fue la primera vez que oí sus gritos al hacer el amor con su novio. Sin todavía adivinar el motivo, mi rubia compañera no se contuvo y con tremendos alaridos de placer, amenizó mi noche.
― ¿Qué le ocurre a esta?― preguntó María destornillándose de risa al escuchar la serie de orgasmos con las que nos regaló: ― ¡Nunca gritaba!
Por mi parte, tengo que confesar que sus berridos me calentaron aún más y deseé ser yo, quien estuviera entre sus piernas.
A la mañana siguiente, la casualidad hizo que Maria y Manel se tuvieran que ir temprano. Por eso, Susana y yo comimos juntos en comandita sin que nadie nos molestara. Fue en el postre cuando tomándola el pelo, le conté que la había escuchado a través de las paredes. Muerta de vergüenza, me pidió perdón. Habiendo obtenido carnaza, decidí no soltar la presa y por eso le pregunté que le había pasado.
― No lo sé― contestó –quizás esa película me afectó más de lo que creía.
Como había visto que su novio se la había dejado olvidada, le pregunté:
― ¿Te parece que al terminar de comer, la veamos?
Aunque se hizo de rogar, adiviné por su mirada que le apetecía y por eso, después de recoger los platos, no la di opción y la puse en el DVD. Si bien habíamos visto los primeros veinte minutos, decidí ponerla desde el principio. Nada más empezar, Susana se acomodó en el sofá y se concentró de tal forma viéndola que pude observarla sin que ella se diera cuenta.
« Dios, ¡está excitada!», exclamé mentalmente al percatarme de los dos bultos que aparecieron bajo su blusa.
En contra toda mi experiencia anterior con ella, descubrí en su mirada un brillo especial que no me pasó inadvertido y olvidándome de la película, me quedé observando su comportamiento al ver que los protagonistas empiezan a rebasar los límites de lo profesional. Cuando en la cinta, el jefe, enfadado, llama a la muchacha a su despacho para reprenderla, la vi morderse los labios y cuando, ese tipo la ordena inclinarse sobre la mesa y comienza a leer la carta, propinándole un sonoro azote por cada error, alucinado, la observé removerse inquieta en su asiento.
« No puede ser», pensé al darme cuenta de que esa cría tan perfecta estaba pasando un mal rato intentando que no advirtiera su calentura.
Lo peor o lo mejor según se mire, todavía no había llegado porque Susana se quedó con la boca abierta cuando la muchacha, al llegar a casa, echa de menos las palizas de su jefe y se golpea a sí misma con un cepillo. Os reconozco que al verla, me contagié de su excitación y tuve que tapar mi erección con una manta. Lo creáis o no, esa rubia que nunca había dado un escándalo no pudo retirar su mirada de la tele mientras la actriz y el actor incrementaban su relación de dominación y sumisión con un fervor casi religioso y ya al final cuando tras una serie de vicisitudes, se quedan juntos, como si hubiera visto una película romanticona, ¡lloró!
― ¿Te sientes bien?― tuve que preguntar al ver las lágrimas de sus ojos.
Pero Susana en vez de contestar, salió corriendo y se encerró en su cuarto, dejándome perplejo por su comportamiento. Tras la puerta, escuché que seguía llorando y sin comprender su actitud, la dejé que se explayara sin acudir a consolarla. En ese momento no lo supe pero mi compañera al ver esa película, sintió que algo se rompía en su interior al descubrir lo mucho que le atraía esa sexualidad. Su educación tradicional no podía aceptar que disfrutara viendo la sumisión de la protagonista.
Pensando que se calmaría, la dejé sola en casa y me fui a dar una vuelta con mi novia. Como era domingo y al día siguiente teníamos clase, llegué temprano a nuestro apartamento. No me esperaba encontrarme con mi amiga y menos verla tumbada en el salón viendo nuevamente esa cinta. Cuando la saludé estaba tan concentrada en la tele que ni siquiera me devolvió el saludo. Extrañado, no dije nada y me fui a la cocina a preparar una ensalada para la cena.
Al cabo de diez minutos, habiéndola aliñado, volví al salón y me puse a poner la mesa. Aunque siempre Susana me ayudaba a colocar los platos, en esta ocasión siguió pegada a la pantalla.
« ¡Qué cosa más rara!», pensé mientras acomodaba el mantel, « ¡Le ha pegado fuerte!».
Con la mesa ya puesta, esperé a que terminara el film. Fue entonces cuando mi compañera advirtió mi presencia y se levantó a ayudarme. Reconozco que cuando observé que tenía las mejillas coloradas, supuse que estaba sonrojada por que la hubiese pillado viéndola nuevamente y no como luego supe por la calentura que sentía en todo su cuerpo.
Mientras cenábamos, se mantuvo extrañamente callada y al terminar, me pidió si podía yo ocuparme de los platos porque se sentía mal. Como siempre ella se ocupaba de todo, le dije que no se preocupara. Susana al oírme, sonrió y directamente se encerró en su cuarto. Todavía en la inopia, metí todo en el lavavajillas y me fui a acostar.
Nada más cerrar la puerta de mi habitación, escuché a través de la pared, unos gemidos callados que si bien en un principio, los adjudiqué a su supuesto malestar, al irse elevando la intensidad y la frecuencia de los mismos, comprendí que su origen era otro:
« ¡Se está masturbando!».
La certeza de que ese bombón estaba dando rienda suelta a su lujuria, me excitó a mí también y aunque resulte embarazoso, os tengo que reconocer que pegué mi oído a la pared y sacando mi pene, me hice una paja con sus berridos como inspiración. Si pensaba al escucharla llegar al orgasmo que esa sinfonía había acabado, me equivoqué por que al cabo de un pequeño rato, escuché que la rubia reiniciaba sus toqueteos.
« ¡Ahí va otra vez!», me dije al oírla e imitándola llevé mi mano a mi entrepierna para disfrutar de sus suspiros.
Sin llegarme a creer que lo que estaba ocurriendo, acompasé mis movimientos con los que alcanzaba a distinguir del cuarto de al lado. Increíblemente, Susana bajando del altar en la que la había colocado, gritaba de placer con autenticó frenesí. Mi segunda eyaculación coincidió con unos sonidos secos que no me costó reconocer:
« ¡Son azotes!», advertí.
Ese descubrimiento fue la gota que colmó mi vaso y derramando mi placer sobre las sábanas de mi cama, obtuve mi dosis de placer imaginado que era yo quien se los daba. Francamente alucinado, fui testigo de que esa serie de azotes se prolongaron unos minutos más y de que solo cesaron cuando pegando un auténtico alarido, esa intachable niña se corrió. Tras lo cual, sus gemidos fueron sustituidos por un llanto que me confirmó su sufrimiento.
Con sus lloriqueos como música ambiente, intenté dormir pero me resultó difícil ya que su dolor me afectó y compartiendo su dolor, supe que aunque fuera una locura estaba enamorado de ella.
« ¡Su novio es mi amigo!», sentencié y ratificando mis pensamientos, decidí que jamás contaría a nadie lo que había descubierto esa noche. Esa decisión me sirvió para conciliar el sueño y con la cabeza tapada por la almohada para no escucharla, me dormí.
Susana se deja llevar por su descubrimiento.
A la mañana siguiente, mi compañera se quedó dormida. Aunque eso no era típico de ella, vacilé antes de despertarla. Dudé si hacerlo pero recordando que cuando eso había ocurrido al revés, ella había tocado a mi puerta, decidí imitarla. Con los nudillos toqué en la suya. A la primera, escuché que se levantaba y todavía medio atontada, me abrió preguntándome qué hora era. Tardé en responderla porque esa fue la primera vez que la vi despeinada. Os reconozco que me quedé absorto contemplando sus pechos a través de la translucida tela de su camisón, afortunadamente su propio sopor le impidió darse cuenta la forma tan obsesiva con la que mis ojos acariciaron su anatomía y tras unos segundos, la respondí riendo:
― Son la ocho, ¡vaga! Tienes el desayuno preparado, daté prisa y te llevo a clase.
Con su rostro trasluciendo una inmensa tristeza, me dijo que no la esperara porque no iba a ir a la universidad. No le pregunté la razón y despidiéndome de ella con un beso en la mejilla, la dejé sola con su sufrimiento. Ya en el ascensor, su aroma seguía presente en mi mente y estuve a punto de rehacer mis pasos para hacerle compañía pero supe que debía de pasar ese trago en soledad. Molesto y preocupado, salí rumbo a clase mientras una parte de mí se quedaba con ella.
Sobre las doce, la llamé a ver como seguía y al no contestarme, decidí volver a casa. Aunque no fue mi intención sorprenderla, al llegar abrí la puerta con cuidado. Desde el recibidor, escuché que la tele estaba puesta y al asomarme me encontré con Susana desnuda viendo por tercera vez la jodida película mientras con sus manos entre las piernas, se masturbaba con ardor. Os parecerá extraño pero al descubrir a esa mujer que tanto había soñado con ella en esa situación, lejos de ponerme cachondo, me preocupó y no queriendo hacerla sufrir, di la vuelta y en silencio, me fui del piso.
Necesitaba airearme y por eso deambulé sin rumbo fijo hasta la hora de comer, mientras intentaba asimilar lo ocurrido y buscaba qué hacer.
― ¡Susana necesita ayuda!― comprendí.
El problema era como hacerlo. No podía llegar y decirle de frente que sabía lo que ocurría y menos contárselo a su novio. Si lo hacía tenía claro que no solo perdería un amigo sino también a la persona con la que compartía el alquiler y por eso, zanjé el tema decidiendo darle tiempo al pensar que se le pasaría.
Al volver al apartamento, llamé primero para avisarle que llegaba porque no quería volver a encontrarla en una posición incómoda. Supe que había hecho lo correcto porque reconocí a través del teléfono que Susana no estaba lista y por eso tardé unos quince minutos en subir del portal.
Entrando en la casa, saludé desde el recibidor antes de atreverme a pasar. Al no obtener respuesta, pasé al salón y me lo encontré desordenado. Sin decir nada, recogí la taza y los restos de su desayuno pero al pasar por delante de su puerta y ver que ni siquiera había hecho la cama, entendí que el asunto era serio y que mi compañera seguía igual.
― Tengo que sacarla a comer, no puede quedarse encerrada― dije entre dientes apesadumbrado.
Justo en ese momento, salió del baño Susana y al verla, fortalecí mi decisión: ¡Seguía en camisón!
Haciendo como si no tuviese importancia, me reí y le dije que se fuera a vestir porque quería invitarla a un restaurante. Al principio la rubia intentó negarse pero entonces, y os juro por lo más sagrado que no fue mi intención, jugando con ella le di un azote en su trasero azuzándola a obedecer. Su reacción me dejó pálido, pegando un aullido, se acarició la nalga en la que había soportado esa ruda caricia y sonriendo, me pidió cinco minutos para hacerlo.
« ¡Pero que he hecho!», maldije totalmente confundido.
Estaba todavía reconcomiéndome por lo sucedido cuando mi compañera salió. La Susana que apareció no fue la depresiva de las últimas veinticuatro horas sino la alegre muchacha que tan bien conocía por lo que olvidando el tema, la cogí del brazo y la llevé a comer.
La comida resultó un éxito porque mi compañera se comportó divertida y atenta, riéndome las gracias e incluso permitiéndose soltar un par de bromas respecto a Manel, su novio. Muerta de risa, se quejó de lo serio y tradicional que era. Como el ambiente era de guasa, no advertí la crítica que estaba haciendo de su pareja ni que escondía un trasfondo de disgusto por no comprenderla.
Como había quedado en pasar por María, me despedí de ella en la puerta del restaurante, ya tranquilo. Creía firmemente que su mal rato se le había pasado y por eso, no me preocupó dejarla sola. Lo cierto es que cuando ya estaba con mi novia, me entraron las dudas y disimulando en el baño, la llamé para ver como seguía. Susana me respondió a la primera pero justo cuando ya la iba a colgar, me dijo que llegara pronto a casa porque había alquilado una película. Os juro que al escucharla se me pusieron los pelos de punta y tartamudeando le pregunté si Manel iba a acompañarnos.
Su respuesta me dejó aterrorizado porque bajando el tono de su voz, me respondió:
― No porque no creo que le guste.
No me atreví a insistir y averiguar el título de la misma, en vez de ello, le prometí que llegaría pronto y casi temblando, volví a la mesa donde María me esperaba. Mi novia se olió que me ocurría algo pero aunque quiso saber el qué, desviando el tema, no se lo dije.
¡No podía contarle lo que sabía de mi compañera de piso! Por eso el resto de la tarde fue un auténtico suplicio porque aunque físicamente estaba con mi novia, la realidad es que mi mente estaba en otro lado. Deseando pero temiendo a la vez, lo que me encontraría al llegar a casa, me hice el cansado para dejarla rápido en su casa. Admito que en el camino, estaba nervioso y dando vueltas continuamente a aquello. En mi mente las preguntas se me amontonaban:
Si ya eso era suficiente motivo para estar acojonado, mi turbación se vio incrementada cuando al entrar en casa me encontré con que Susana no solo había preparado una cena por todo lo alto sino que había movido los muebles del salón para que desde los dos sillones orejeros pudiéramos ver la tele como si en un cine se tratara.
― ¿Y esto?― pregunté al ver el montaje.
Con una sonrisa en los labios, me contestó:
― Quería que estuviésemos cómodos.
Fue entonces cuando me percaté en un detalle que me había pasado inadvertido, mi compañera de piso obviando su tradicional modo de vestir, se había puesto un jersey rosa súper pegado y unos pantalones de cuero negro, tan ajustados que marcaban a la perfección los labios de su sexo.
« ¡Viene vestida para matar!», me dije al admirar su vestimenta y con sigilo, quedarme observando la sensualidad de sus movimientos. Contra lo que era su costumbre, esa mujer se movía con una lentitud que realzaba su belleza dotándola de una femineidad desbordante. Si ya de por si esa mujer era impresionante, en ese papel, era un diosa.
« ¡Qué buena está!», pensé mientras admiraba su culo al caminar. Como si fuera la primera vez que lo contemplaba, me quedé entusiasmado con su forma de corazón y relamiéndome, comprendí estudiando la segunda piel, que eran esos pantalones, que era imposible que llevara ropa interior. Admito que me puso verraco y tratando de no evidenciar el bulto bajo mi bragueta, me senté a la mesa.
Sé a ciencia cierta que se dio cuenta porque sus ojos no pudieron reprimir su sorpresa al ver mi erección, pero no dijo nada y con una sonrisa en sus labios, me preguntó si quería algo de vino. Antes de que la contestara, sirvió mi copa y al hacerlo, dejó que sus senos rozaran mi espalda. Sin entender su actitud pero completamente excitado, soporté ese breve gesto con entereza, porque aunque lo que me apeteció en ese instante fue saltar sobre ella y follármela sin más, me quedé callado en mi asiento.
« ¿A que juega?», me pregunté al sentir que estaba tonteando conmigo, no en vano esa preciosidad era la novia de un amigo. Durante la cena pero sobre todo al terminar, no me pasó inadvertido otro sutil cambio que experimentó Susana. ¡Sus ganas de agradar rayaban la sumisión! Un ejemplo de lo que hablo fue que cuando acabamos, se negó a que la ayudara a recoger los platos. Si eso ya era raro, más lo fue cuando estando en la butaca sentado, llegó ella y para ponerme la copa, se arrodilló junto a mí. Tengo que confesar que aunque me puso como una moto, pensé que estaba jugando y por eso de muy mala leche, le pedí que se dejara de tonterías y pusiera la película.
Susana, al oír mi tono seco, reaccionó entornando los ojos con satisfacción y levantándose del suelo me obedeció. Tras lo cual y mientras empezaba los tráileres de promoción, se acurrucó en la otra butaca tapándose con una manta.
« ¿Por qué se tapa? ¡Si hace un calor endemoniado!» me dije, pero entonces la película empezó y nada más ver la primera escena, supe cuál era: « ¡Ha elegido El Juez!».
Mi sorpresa fue total porque aunque me esperaba y temía una película algo fuerte, nunca creí que fuera esa la que eligiera. Tratando de recordar el argumento de esa producción belga, palidecí al acordarme porque era la historia de un juicio al que someten a un juez, cuyo único delito es que su mujer le confiesa décadas atrás que deseaba experimentar lo que se siente en una relación sadomasoquista y le convence de probar. El pobre tipo es reacio en un principio pero como no quiere perderla, termina cediendo y juntos se lanzan a una vorágine de azotes y castigos que me impresionó cuando la vi con dieciocho años.
Pensando que se había equivocado, le pregunté:
― ¿Sabes de qué va?
― Sí y ¡Nos va a encantar!
Su respuesta prolongó mis dudas. No me entraba en la cabeza que hubiese seleccionado a propósito una cinta tan dura pero además ese “NOS VA A ENCANTAR”, significaba que compartía de algún modo su nuevo gusto por ese tipo de sexo. Aunque alguna vez había fantaseado con ello, la dominación era algo que no me atraía y menos aún la sumisión.
Llevaba apenas cinco minutos puesta cuando mirando a Susana, advertí que se estaba empezando a excitar:
« Y solo acaba de empezar», mascullé entre dientes al ver que bajo su jersey dos pequeños montículos eran una señal evidente de su calentura. Intrigado hasta donde llegaría, me olvidé de la película y me concentré en observar a mi compañera. Con curiosidad morbosa, me fijé en que el sudor había hecho su aparición en su frente al escuchar a la protagonista reconocerle a su marido que desde niña había disfrutado con el dolor. Confieso que me sentí como el Juez, un tipo que jamás pensó en practicar ese tipo de sexo y que escandalizado se negó.
La temperatura interior de esa rubia se incrementó brutalmente cuando la actriz convenció a su pareja que la azotara y mordiéndose los labios, me miró diciendo:
― ¿No te da morbo?
No supe que contestar porque aunque lo que ocurría en la tele no me lo daba, verla excitándose a mi lado, sí.
― Mucho― respondí mintiendo a medias.
Susana sonrió al escuchar mi respuesta y concentrándose nuevamente en la escena, pegó un suave gemido al ver que el juez ataba a su mujer desnuda y con los brazos hacia arriba a un soporte del techo. Para entonces bajo mi pantalón mi pene me pedía que le hiciera caso pero el corte de que esa mujer me viera, me lo impidió. Si ya me resultaba difícil permanecer sin hacer nada, cuando llegó a mis oídos el sonido de su respiración entrecortada, quedarme quieto me resultó imposible y tuve que acomodar dentro de mi calzón, mi polla.
« ¡Voy a terminar con dolor de huevos!», intuí al ser incapaz de darle salida a esa lujuria que iba asolando una a una las barreras que mi mente ponía en su camino. Entre tanto, no me cupo duda alguna de que mi compañera también lo estaba pasando mal al ver que se iba agitando por momentos. Removiéndose en su sillón, debía de estar luchando una cruenta batalla porque observé que intentando que no advirtiera su excitación, la rubia juntó sus rodillas mientras sus pezones se erizaban cada vez más.
― ¡Dios!― escuché que susurraba cuando en la pantalla el juez cogía una fusta y daba a su mujer el primer azote.
Comprendí que mientras su cerebro se debatía sobre si se dejaba llevar, su cuerpo ya le había tomado la delantera porque siguiendo un impulso involuntario, sus muslos se empezaron a frotar uno contra el otro intentando calmar el picor que sentía. En ese instante para mí, lo que ocurriera en la tele sobraba y como un auténtico voyeur, me quedé fijamente mirando a lo que ocurría a un metro escaso de mí. Me consta que Susana trató de evitar tocarse porque sus manos se aferraron al sillón intentando calmarse.
Pero fue inútil porque para el aquel entonces en la tele, los protagonistas pedían ayuda a un profesional y con su colaboración, empezaba a aprender los rudimentos con los que dar inicio una sesión. Disimulando la vi entrecruzar sus piernas y ladearse hacia la izquierda para dificultar que me diera cuenta de que había llevado una de sus manos hasta sus pechos.
« ¡Se va a masturbar!», pensé en absoluto escandalizado.
Tal y como había previsto, Susana agarró entre sus dedos un pezón cuando el juez hacía lo mismo en la película con el de su mujer, haciendo mi propia excitación insoportable. Mi pene me exigía que lo liberara de su encierro y por eso cogí una manta y me tapé porque no sabía cuánto tiempo iba a aguantar. Mi movimiento no le pasó inadvertido a la muchacha que sonriendo me dijo:
― ¿Verdad que hace frio?
Ni siquiera la contesté porque de cierta manera, mi compañera de piso me estaba dando permiso para pajearme yo también. Aunque no lo sé a ciencia cierta, creo que fue entonces cuando ella llevó sus dedos a la entrepierna porque vi que realizaba un gesto raro bajo su manta. Mirándola de reojo, vislumbré sus pechos bajo su jersey y creí morir al descubrir el tamaño que habían adquirido sus areolas mientras una de sus manos lo acariciaba.
Un profundo gemido que escapó de su garganta fue el detonante por el cual me atreví a bajar mi bragueta. Con mi miembro fuera del pantalón, seguía sin poder tocarlo porque quisiera o no, me seguía dando corte pajearme en su presencia. Aun sabiendo que en ese momento Susana tenía sus dedos dentro de las bragas, me parecía incorrecto masturbarme ante la novia de mi amigo y por eso, sufrí como una tortura no caer en la tentación.
Justo cuando en la pantalla, el juez estaba dando una tunda al culo de su mujer, advertí que la espalda de Susana se arqueaba mientras a intervalos irregulares sus piernas se abrían y cerraban bajo la franela, los continuos suspiros que llegaban a mis oídos, me hicieron asumir que en su sexo comenzaba a gestarse una explosión.
Sintiendo que si prolongaba más el suplicio de mi pene, me lanzaría sobre esa mujer, lo cogí y con una mano, empecé a pajearme. Tan concentrado estaba en la búsqueda de placer que no me percaté que Susana se había corrido y que ya más tranquila, se había dado la vuelta y con sus ojos fijos en mí, me miraba. Ajeno a ser objeto de su examen, con mi extensión bien agarrada, mi muñeca imprimió un ritmo creciente. Todo mi cuerpo necesitaba llegar al orgasmo y por eso, cerré los ojos totalmente abstraído. Esa fue la razón por la que no advertí que mi compañera se mordía los labios mientras mi mano subía y bajaba sin pausa bajo la franela y que tampoco reparara en el brillo de su mirada cuando en silencio derramé mi simiente sobre la misma.
Ya saciado, me relajé y al volver a la realidad, no noté nada raro porque disimulando la muchacha se había puesto a ver la película otra vez.
« Soy un idiota. ¡Me podía haber pillado!», maldije para dentro mientras me cerraba la bragueta y trataba de hacer como si no hubiera pasado nada.
Dos metros más allá, Susana estaba en la gloria al saber que conmigo podría hacer realidad sus fantasías. Su única duda es como lo conseguiría y cuando. Por mi parte, seguía sin comprender las intenciones de la cría, quizás porque si durante seis meses ese bombón no me había hecho caso, me costaba asimilar que a raíz de una película lo hiciera.
Al terminar y cuando ya nos íbamos cada uno a su habitación, mi compañera se acercó a mí y sonriendo, me preguntó poniendo su culo en pompa:
― ¿Me darías un azote como “buenas noches”?
Creyendo que era una broma producto de lo que habíamos visto, solté una carcajada y se lo di. Pegando un grito de alegría al sentir mi mano sobre sus nalgas, me dio un beso en la mejilla, diciendo:
― Por hoy, me basta pero mañana quiero más.
Tras lo cual, entró en su cuarto dejándome en mitad del pasillo, totalmente aterrorizado.
Hola a mis lectores. Estoy encantado de que estéis leyendo este relato.
Es una continuación de “Una enfermera virgen en el hospital” http://www.pornografoaficionado.com/una-enfermera-virgen-en-el-hospital-por-cantydero/ No tenía pensado continuar ese capítulo, pero he recibido tantas peticiones para que lo hiciese que al final me habéis convencido. Y la verdad, he disfrutado de lo lindo pensando en cómo sería esta secuela. Espero que disfrutéis del resultado.
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08.00 am.
Unas ruedas se deslizan por el pasillo del hospital. El carrito médico lo arrastra una enfermera de melena rubia y rizada, jovencita, capaz de quitar el hipo a cualquiera. De repente el ruido de arrastre cesa, y el carrito se detiene delante de una habitación.
Número 307.
La enfermera mira el número de la habitación y una extraña sonrisa se torna en su cara. Mira atentamente hacia los lados, pero aún no hay nadie más moviéndose por la planta. Llama a la habitación pero no contestan. Esa es la tónica. Abre la puerta y mete el carrito, y tras entrar ella también, cierra la puerta desde dentro, bloqueándola con el carrito.
Dos voces la saludan desde el interior de la 307. Dos viejitos vestidos con la ropa del hospital, sentados al borde de sus camas.
– Buenos días, Noemí – sonríen, y son incapaces de sonreír más abiertamente.
– Hola, ¿habéis dormido bien? – saluda Noemí, y nada más decirlo dirige sus manos a su cuello y desabrocha el botón superior de su uniforme hospitalario. La piel blanca de Noemí asoma por detrás de la ropa, y Noemí sigue desabotonándose hasta que su escote queda al descubierto.
– Hemos soñado contigo, para variar –dice Pedro, uno de ellos. Mientras, los viejos han juntado las dos camas, convirtiéndola en una familiar. – Veo que vienes con prisa, estás impaciente pequeña…
– Ya sabéis, es sólo media hora lo que puedo daros para que no sospechen…
Jorge, su desgarbado compañero, ya está en pie. De un golpe, se quita su pijama de hospital y se queda con unos calzoncillos viejos y descoloridos, donde se adivina una forma cada vez más puntiaguda. Noemí llega hasta el último botón de su camisa y se lo quita, relevando un sujetador blanco de encaje muy bonito, que esconde unas apretadas tetas que buscan salir y formar más relieve.
El viejo que está de pie la toma del sujetador sin ningún pudor y abraza sus pechos con ambas manos, masajeándolos. La respiración de la rubia se corta al instante, al sentir esas manos viejas, llenas de callos, tocando su anatomía. Ni siquiera sintió como su sujetador se liberaba por el tacto del viejo, y cómo sus redondas tetas quedaban en contacto con el aire. Unos hermosos pechos, grandes, bien formados, con pezones rosados y bien dibujados. La enfermera sexy estaba desnuda de cintura para arriba en medio de la habitación y sus pechos eran magreados descaradamente por Jorge.
Por otro lado, Pedro, que para entonces ya estaba totalmente desnudo y con la verga bien erecta, se acercó a la acción. Cogió a la enfermera de los brazos y, alejándola de Pedro, la tiró contra las camas. El cuerpo semidesnudo de Noemí cayó de espaldas contra el colchón, sus pechos miraban hacia el techo, donde aparecieron de repente los dos viejos lujuriosos, mirándola y comiéndosela con los ojos. Noemí, sintiéndose así de observada, se volvía loca. Su cuerpo sentía un hormigueo, se empezaba a acalorar…
Jorge se abalanza sobre la nena sin dudarlo, movido por el deseo hacia la diosa rubita. Sin pedir permiso, tocó sus dulces labios de chica joven con los suyos de avanzada edad, insuflando su asqueroso aliento dentro de ella, juntando su lengua áspera con la fina y sensual de Noemí. Pero a Noemí ya eso le gustaba tanto… Respondía a él, buscaba todos sus dientes y se dejaba ahogar por ese desalmado. Jorge de mientras, fundiéndose con la lengua de la joven enfermera, movió sus manos a sus pechos golosos y allí se entretuvo, removiendo su carne, amasando las glándulas poderosas y duras de aquella jovencita. A Noemí le arrancaba chillidos de placer que apenas salían de su obstruida boca cuando sus pezones ya bien duros eran castigados por los dedos de aquél hombre tan experimentado…
Mientras, la seguían desnudando. Era Pedro, claro, que no podía estar quieto, que buscaba otras zonas libres de su cuerpo. Casi sin darse cuenta, la parte de abajo del uniforme de enfermera ya no estaba con ella, y Pedro tocaba con la palma de su mano la tela del tanga. Hacía aun masaje con ella, como si quisiera meter la palma de la mano en la vulva. A Noemí le gustaba recibir ese masaje mañanero, su clítoris ya asomaba despierto por el placer… Pero no duraba mucho, Pedro había abierto el tanga de un lado, revelando la vagina tierna e infantil de la enfermera, y con los dedos recorría la abertura apretadita, deleitándose. Deleitándose a la vez que Noemí, que empezaba a sentir sensaciones estimulantes al sentir las yemas del maduro tocar sus labios íntimos. Pero Pedro no podía reprimir su tremenda hambre por aquella joven tallada por Dios, al igual que hacía Jorge con los pechos enormes de la enfermera, y su lengua no tardó en contactar con los labios de su coñito, el mismo que él conoció virgen hace poco tiempo…
Noemí se sentía en el cielo, aquellos dos viejos sabían tratarla tan bien… Eran los únicos hombres que conocía, pero no necesitaba más, eran suyos y ella era solo para ellos. Se estiraba, se retorcía de placer con sus caricias, y su sexo ardía de gozo…
Sus pechos bailaban en la boca y manos de Jorge, y Pedro recorría cada centímetro de la vagina de Noemí con su lengua. Noemí estaba bien abierta de piernas, sin resistirse lo más mínimo… Gozaba cada sensación, cada caricia. La lengua del viejo pasaba por su intimidad más profunda, rozaba los labios finos e hinchados de su coñito, y presionaba en las paredes de la forma que Noemí más gozaba. La joven pegaba gritos pequeños sin poder contenerse, su sexo era tan sensible… Su útero, su vagina ardían, reclamando más. Los pechos ya apenas sentían el placer de Jorge por la dureza de los pezones. Estaba muy húmeda, sus jugos a punto de salir por la entrada a su cuevita…
Todo en cuestión de pocos minutos. Eran unos maestros del sexo, no importaba su edad ni su apariencia. Lo conseguían. Noemí ya se iba de este mundo… sus líquidos aparecían por la entrada del chochito, era algo indescriptible para ella correrse así. No podía contenerse, gemía, casi gritaba de placer…
En medio de aquella bacanal de placer entre los dos cuerpos maduros y la joven y delicada Noemí, los dos hombres pararon al unísono, dejando que la humedad femenina de la niña siguiera escurriendo de su vagina… Estaba lista y no se podía perder un segundo del tiempo de la enfermera.
Rápidamente Jorge se tiró en la cama al lado de Noemí y, sin dejar de tocar sus pechos con sus dedos, la animó a subirse encima de él. Noemí se colocó sobre el pecho del viejo, dándole la espalda y mirando al techo. Sus piernas abiertas, sentía el tacto de la polla erecta de Jorge entre sus piernas… Ya tenían la maniobra prevista, estaba todo calculado al milímetro. Noemí separó más sus piernas y abría con sus dedos finos la estrechita entrada a su flor. Su tierna vaginita seguía siendo un sexo pequeño y cerradito pese al casi diario ejercicio sexual. Tocaba el clítoris con un dedo mientras separaba los labios carnosos y ya se vislumbraba el interior húmedo y chorreante de Noemí. Y quien lo miraba era Pedro, que estaba de pie, con su verga grande también dura por el efecto de la viagra, y de la sensual enfermera desnuda de cada mañana… Al borde la cama, Pedro se aproximó y esquivando el miembro de su amigo, apuntó el glande a la abertura vaginal que Noemí disponía para él.
Sin dudarlo, introdujo la polla dentro de Noemí, abriéndose paso por sus calientes paredes hasta tocar el fondo. La deliciosa chica seguía apretada como su primera vez, era una gozada follársela, siempre pensaba Pedro. Así es, las carnes de Noemí apretaban con fuerza el pene vigoroso de Pedro, como si ya le tuvieran cariño y no le dejasen ir. Noemí estaba empapadísima, los jugos salían empujados por la presión y resbalaban por los muslos de la joven putita. Noemí pegó un aullido al sentir la barra de aquél viejo tan caliente en su interior, le abrasaba, y estaba tan dura…. Tenía que confesar que a veces hasta le dolía un poco al principio meterse una verga así, pero eso pasaba cuando el viejo empezaba a follársela.
Pedro agarró con fuerza las nalgas prietas de Noemí, su tacto era delicioso. Siempre tan redondas y suaves… Con fuerza levantó el culo de la joven hasta dejarlo unos centímetros en el aire, por encima de la improvisada cama que ahora era Jorge, sobre la que se apoyaba la escultural enfermera. Era el turno de que, sin salir la polla de Pedro del coñito de Noemí, también Jorge se acoplase al cuerpo de ella.
La impaciente polla de Jorge se apoyó entre las nalgas prietas de la chica. La propia Noemí, también impaciente, con una mano, guio al viejo a la abertura de su ano, un orificio ya tan experimentado como su vagina. Dos dedos se colaron rápidamente en el ano para ensancharlo un poco, acompañados de lubricante que se había dispuesto para aquél momento. Después, el miembro no encontró problema y se introdujo despacio dentro del culo de la chica. Noemí se quejaba cuando dilataban su ano, no era placentero hasta que no llevaba un rato penetrada. Centímetro a centímetro, ella aguantaba la respiración hasta que el segundo rabo le completaba como la putita de aquellos señores…
Noemí, ya penetrada por sus dos orificios, sabía que la acción empezaba. Y lo deseaba así. Era Pedro el que se movía principalmente, pero Jorge también marcaba su ritmo clavándose por su trasero. Pedro comenzó a sacar su miembro de la apretada matriz de la chica, su polla ensartada se retiraba con dificultad, rasgando las paredes vaginales húmedas de la putita. Noemí enloquecía del roce de aquella gran verga saliendo de su sexo, para al rato ser de nuevo empujada hasta el fondo por la inusitada fuerza de aquél viejo. La excesiva lubricación vaginal de la hembra rubia se mezclaba con el líquido preseminal de la verga que la penetraba y juntos facilitaban la cópula. Parte de ese chorro de fluidos sexuales se escurría hacia la base del ano, atravesada totalmente también por la verga de Jorge.
La enfermera modosita en apariencia estaba allí, en aquella habitación, ensartada en sus dos orificios por las grandes pollas de dos viejos que se aplastaban contra su bello cuerpo. El movimiento del viejo que la follaba la vagina era lento al principio, para que Noemí se acostumbrase… Jorge se movía poco al principio por la misma razón, y desde abajo no perdía la ocasión de masajear los senos de aquella modelo y comerle la nuca con su boca. Eso ponía a cien a la joven virtuosa del sexo, mientras por otro lado recibía un beso de Pedro en la boca. La excitada mujercita de grandes pechos, tras sufrir un calor intenso por todo su cuerpo debido a tantas fuentes de estimulación, no tardaba en dar la señal.
– ¡Sí, por favor! ¡Seguid, más rápido! – gritó la enfermera, esclava del deseo que estaba por llegar…
Pedro ya comenzaba a ejercer más fuerza al avanzar abriendo las carnes vaginales de Noemí con su duro instrumento, abriéndolas de forma magistral y deslizando la verga hasta el fondo, clavándola hasta que los testículos chocaban contra la pelvis de la putita. Ambos sexos, tan distintos en su procedencia, uno peludísimo y el de ella cuidadosamente depilado, uno triplicando la edad del otro; hacía que sin embargo encajasen a la perfección y se complementasen. Algo muy similar ocurría con la verga del viejo Jorge que por atrás ocupaba el esfínter anal de la rubia y que se movía en la medida que Noemí empezaba a recibir con goce la follada de Pedro. Al de pocos segundos Noemí bailaba en el aire, manteniendo con la tierra el único punto de unión que sus agujeros sexuales tenían con los penes de los viejos.
Entraban y salían de ella con potencia de bombeo, con constancia. Ambos hombres empezaban a sudar, a sentirse bien, y a Noemí le ocurría lo mismo.
Agarraba las sábanas con sus manos mientras sentía las profundas penetraciones de Pedro y Jorge. Sentir sus orificios desgarrarse era demasiado, la estaban volviendo loca…
Cuando ya llevaban unos minutos de esa forma, Jorge propuso cambiar de postura y colocar a Noemí a cuatro patas, de manera que él la follase el culo mientras Pedro tumbado seguía gozando su tierno sexo. Sin dejar casi ni un momento los sexos de ella vacíos, Noemí se giró con la gracia de una atleta, ensartándose el miembro duro y tembloroso de Pedro, ahora tumbado, mientras recibía la estaca de Jorge que profundizaba de nuevo en su dilatado ano. La joven sumisa estaba ahora de nuevo repleta, aullando de placer, mientras los viejitos recuperaban la fuerza que ella necesitaba sentir en su frágil anatomía.
Ambos viejos habían acompasado la cadencia de sus empujones hacia la joven para maximizar los efectos de la follada, para hacer que Noemí notase la penetración profunda de ambos a la vez y esperase impacientemente hasta ser ensartada completamente de nuevo. Y ella misma se había acoplado a la dinámica, moviéndose cuando ellos lo hacían para permitir que su cuerpo fuese cada vez más y más penetrado, para abrirla como nunca lo hicieron antes… Los pechos de ella saltaban, como llenos de vida, con los pezones tan duros que podían hasta destrozarse…
Los gemidos de los viejos se dejaban oír, y pronto acompañaron los de la enfermerita:
– ¡Ayyyy! ¡Síiii! ¡Qué rico! ¡Folladme más duroooo, más! – les pedía. Noemí empezaba ya experimentar como a los flujos vaginales que desprendió se unirían otros…
Y ellos obedecieron a su princesa, pues el deseo era fácil de cumplir…
– ¡Toma, puta! – gritaba Jorge – ¡Mira cómo te ensarto el culo!
Noemí sentía como su culo acogía de lleno al miembro invasor y cada vez estaba más excitada, le encantaba el sexo anal desde que ellos se lo dieron a conocer. Por culpa de Jorge no podría sentarse, le dolían ya hasta las nalgas, pero era tan placentero… Un orificio apretado y estrecho que Jorge ya trabajaba con maestría y que era una de las principales fuentes erógenas de la enfermera, y que estaba siendo estimulado hasta su límite.
– Mmmmmm, tu delicioso y apretadito coñito de niña, que bueno… – comentaba Pedro sin dejar de romperlo en cada follada.
La vagina penetrada de Noemí impulsaba aún más placer en el cuerpo caliente de la joven, y se unía al que recibía por el orto. La vagina estaba húmeda, resbaladiza y apretada, pese a las duras estocadas diarias de Pedro. Pero bien cierto era que Noemí, una chica deportista, hacía lo imposible para mantener su figura estilizada y su coñito bien apretado, pues sabía que así gozaban más todos. La polla de Pedro se movía como un ariete que quisiera tumbar el útero de la enfermera, y Noemí sentía a cada retumbar como su temperatura ascendía, como perdía más y más el control…
Noemí se asaba de calor, de sudor, de placer, de cansancio incluso. Sus pechos seguían magreados ahora por cuatro manos. La boca era constantemente besada por una lengua que solo podía proceder de Pedro. Las penetraciones de ambos agotaban a la joven chica y la dejaban cada vez más cerca del siguiente orgasmo húmedo. Ella lo sabía y así se lo trasmitió a ellos, sus folladores:
-Ayyy, chicos míos, ¡¡¡yo no aguanto ya más!!! ¡¡¡Aaaah, aaaAAHHH!!! – dijo al cerrar sus ojos azules y sentir sus sexos en su piel…. Su vagina y su coño ya no le respondían, se dejaban invadir por la sensación de placer culmen, el final de la carrera.
Ambos viejos se excitaron sensiblemente al oírlo y le dijeron:
– ¡Vamos, niña, chilla que te estás corriendo!
– ¡Ay, nuestra putita! ¡Vamos, suelta tus jugooos!
Noemí no pudo cancelar ya su orgasmo. La sensación que sentía en la parte inferior de su cuerpo fue demasiado, era feroz, incontenible. Le nubló la mente, la vista y el tacto. Noemí se deshizo en chillidos de placer mientras sentía como de su coño ocupado salían nuevas secreciones calientes propias de la libido de una mujer que está disfrutando al máximo del placer carnal.
– ¡¡Siiiiiiiiiiiii!! ¡Ahí va! ¡Me corroooooooooooooooooo! ¡Diooos! – la boca de Noemí pegaba unos gritos impresionantes mientras ella se retorcía al sentir el placer brotar de su entrepierna.
Ambos viejos se excitaron aún mucho más al sentir el orgasmo de Noemí mientras la follaban. Pedro, disfrutando de los gemidos de la chica, notó como una nueva remesa de jugos se escurrían del sexo de la joven y mojaban su verga, para acabar saliendo como chorros de la vagina de la niña y mojar sus bien tallados muslos.
Que ambos viejos sintieran la humedad de la mujer no hizo más que acercar las suyas. Y Noemí, aún desbocada por el orgasmo de varios segundos que invadía su cuerpo, vio como las embestidas se acrecentaban, la expresión y respiración de ellos cambiaba…
Ambos también iban a correrse…
El final variaba, no siempre era el mismo, pero los viejitos lo decidían de antemano, eso lo sabía Noemí. Tras empezar ambos a gemir demasiado, signo inequívoco de que sus pollas estaban a punto de soltar el semen, ambos salieron de los orificios de Noemí. La vagina se derretía en más jugos de la última corrida de Noemí, mientras que el culo también contribuía al placer… Jorge apartó a Noemí de encima de él y se puso al lado de Pedro, ambos con sus pollas apuntando al cuerpo de Noemí. Y ella entendió.
– Vamos, chica – decía Pedro – no pares ahora, que viene lo mejor…
Se puso de rodillas, su escultural cuerpo expuesto a la mirada superior de ambos pacientes, y con cada mano agarró uno de los penes sudorosos que se le ofrecían. Los viejecitos babeaban sin parar por la excitación a la que habían sometido sus miembros, y la saliva agria de sus bocas caía como un manantial incesable sobre el perfecto cuerpo desnudo de su sumisa, mojando sus hombros y parte de sus potentes senos…
Aún sentía la joven sus orificios vaginal y anal placenteros por la follada que habían recibido y le dejaban con fuerzas para continuar la mañana.
La rubia de piel pálida, con las rodillas clavadas en la fría loza gris que formaba el suelo del hospital, miraba hacia lo más alto de las cabezas de sus amantes. Sus pechos se bamboleaban a la vez que con ambas manos, fuertemente, agitaba los prepucios de aquellos hombres que la habían follado y le habían hecho pasar tan buen rato. Estaban a punto de soltar su esperma y de regarla, era cuestión de segundos. Ella, como buena ambidiestra, podía repartirse entre ambos a la perfección, batía con energía esas pollas como una bien entrenada actriz porno.
Noemí sentía su vagina llena de jugos que marcaban el placer que recorría su cuerpo, podía vivir casi como gota a gota sus resbaladizos líquidos femeninos caían de los labios vaginales a las baldosas, haciendo un chasquido… Y es que el tacto sudoroso, duro y bien ardiente de aquellos dos sexos masculinos entre sus dedos hacía crujir las muñecas finas de Noemí, a la vez que desataba todos sus sentidos y llevaba a su mente al paroxismo, a la vez que sus zonas erógenas se contaminaban con el deseo de esos dos viejos pervertidos…
Los gruñidos de los sementales transmitían a su cuidadora que estaban ya a segundos del orgasmo simultáneo, mientras ella no dejaba de menear con dureza las pollas. Aprovechó para aumentar vertiginosamente el ritmo para que durase durante las corridas, en un intento nervioso de extraer el preciado líquido masculino de las vergas excitadas… Ambos penes a estaban rojizos y se movían nerviosos, como unas mangueras que de repente se conectan y comienzan a soltar fluidos…
– Noemí, cielito, yo no puedo más, ¡¡voy a echarte mi semeeeen!! – gritó Pedro, moviéndose como poseído, sin poder controlar su cuerpo.
– Guarrilla, te vamos a duchar con nuestra lefa, ¡¡yo también me corrooooo!! – coreó Jorge, desatado.
Y en menos de tres segundos, el esperado momento de todos los allí congregados llegó. Noemí ya calibraba exactamente el momento, conocía a la perfección el funcionamiento de esos órganos, ya los había trabajado en no pocas ocasiones. Por ello, anticipándose a los orgasmos húmedos, ella se inclinó sexualmente hacia atrás unos grados. Su cuerpo giró de una forma lenta e increíblemente bella, sus pechos acompañaron el impulso, su fina figura se tornó oblicua y el pelo rizado botó en el aire con total libertad. Noemí se inclinó hacia atrás, dejando expuestos sus formidables pechos a los dos ancianos, y apuntó con las pollas a sus grandes atributos de mujer, mientras sus brillantes ojos miraban ansiosos el final…
Dos gritos de hombres de la tercera edad surcaron el aire, rompiendo la tranquilidad que habían dado antes sus gemidos. Ello se acompañó de movimientos casi epilépticos de ellos mientras eran sus gruesas pollas las que tomaban vida en manos de la enfermera. Dos pares de testículos bien hinchados decidieron liberarse de su carga y los penes explotaron prácticamente a la vez…
Entonces, dos poderosos y bien caudalosos chorros salieron, como si de fuegos artificiales se tratase, de las puntas de los rabos que Noemí dirigía hacia ella. Violentamente, esos torrentes blanquecinos y espesos impactaron contra las grandes tetas de Noemí, quien al sentir la fuerza del golpe masculino casi se cae hacia atrás. La presión del semen se relaciona con la excitación y la fuerza de la virilidad, recuerda ella para sus adentros… El esperma que no para de ser lanzado contra la indefensa chica choca contra sus pezones, bañándolos y cubriéndolos de espesa leche mientras más cantidad de fluido se expande por la golosa anatomía de Noemí. Los viejos siguen chillando por el placer del orgasmo, pintando a Noemí de blanco. Pronto, el semen ha manchado el delicado cutis perfecto de Noemí por el frente, derramándose por su cuello, pechos y vientre… Siguen el camino que lleva a las ingles de Noemí, al preciado tesoro que una vez fue virgen.
Sin dejar de cubrirse de líquido, Noemí desvía con un rápido movimiento de sus manos los disparadores de leche caliente a su linda cara. Y en una fracción de segundo, el bello rostro de la enfermera, tan lleno de vida, con esos ojos azules de color cielo y esa boquita fina de labios carnosos y diminutos… queda también cubierto con las últimas gotas que los viejos desparraman sobre ella. Abruptamente, la leche llega a su fin, tras un par de estertores en los que ya solo se vierten gotas sueltas que salpican la carita angelical de la niña. La lluvia seminal cae sobre los pómulos, la nariz puntiaguda, los labios semicerrados y moja los párpados que Noemí cierra para guarecer sus ojos.
Ambos viejos, ya descargada su simiente sobre el frontal de la escultural chica, se alejan de ella con las pollas aún duras para observar su obra de arte: la preciosa pintura de una enfermera de infarto cubierta por una viscosa capa de crema blanca…
Y es ella, la divina enfermera del sexo, la que ahora gime, pues siente la viscosidad y el calor que desprende la semilla de macho que está pegada a su piel. Noemí grita del dolor que conlleva soportar ese líquido humeante sobre su piel, pero también profiere gritos de placer, pues es el mayor honor que Noemí puede conocer ahora, el bañarse completamente de semen, el sueño de Noemí de cada noche… Allí está de rodillas, rendida, y con el premio de su entrega a los amantes chorreando por la práctica totalidad de su cuerpo desnudo. Abre los ojos con lentitud y se observa el delicado y frágil cuerpo manchado y dominado por la estampa de los hombres en ella.
Y mira a los dos autores, que le dedican miradas de pura lujuria mientras aún sudan, como ella también lo hace, mientras intenta que todo vuelva a la normalidad…
Jorge sale del trance y mira el reloj de mesilla de la habitación. Se dirige a Noemí y le comenta:
-Perfecto preciosa, cada día vas mejorando. Pero date prisa, sólo quedan ocho minutos para tu turno. Métete en la ducha, rápido…
Noemí levanta rápido, llevándose la armadura de semen con ella mientras entra en la ducha de la habitación de los viejitos. Esquiva las sillas que ellos disponen ahí y se mete en la mampara, y enciende el agua. Pedro y Jorge la han seguido y se sientan en los taburetes frente al espectáculo que supone ver ducharse a la adolescente que comparten y que han criado juntos.
Noemí frota con fuerza para quitarse el semen y el olor a hombre que impregna su figura…
…
22:16
Las guardias eran un momento especial. Cuando a Noemí le tocaba una guardia, en general siempre había mucho tiempo libre por la noche. No había muchos sobresaltos, la mayoría de los pacientes dormían y era fácil vigilarlos. De manera que, como podréis imaginaros, era frecuente que Noemí bajase a la 307, con cualquier excusa.
Durante las guardias, los ancianos Pedro y Jorge preferían un plan alternativo a la doble penetración de las mañanas. Ambos tenían el suyo, un plan especial que experimentar a solas con su enfermera putita favorita. Se iban turnando las guardias para poder disfrutar de Noemí a solas, pues ya la compartían el resto del tiempo.
En esas guardias, el plan de Pedro para con Noemí era lo que él mismo llamaba “Misión Fecundación”.
A Noemí no le desagradaba, aunque pensaba que Pedro era demasiado obsesivo con el tema. Y esa guardia tocaba otra sesión de “Misión Fecundación”.
Esa guardia, por la noche, tras haber cenado Noemí con el resto de las enfermeras, se ausentó alegando que iba a hablar un buen rato por teléfono y a fumar un cigarro. Las enfermeras aprovechaban aquél rato para descansar o hacer cualquier tarea que desearan, así que nadie le dio importancia. Noemí salió vestida con la bata y bajó a la tercera planta, habitación 307.
Abrió la puerta tras llamar. Únicamente Pedro estaba en la habitación. Jorge estaba en la habitación de Samuel, otro anciano ingresado, al que solían visitar, aunque ahora mucho más para dar intimidad al compañero que se quedaba con la pechugona enfermera.
– Buenas noches, esposa – saludó Pedro desde la cama. Estaba tumbado, con las camas juntas y sólo llevaba el calzoncillo. Tenía una actitud muy lujuriosa, como siempre, claro.
Noemí entró saludando y bloqueó la puerta para no ser molestados. Se acercó a la cama, sus manos iban de nuevo a los botones, era como si en esa habitación ya jamás pudiese estar vestida. Pedro le señalaba un hueco en el lecho, donde quería que ella se tumbase desnuda como ya comenzaban a hacer desde que se decidió el juego de las guardias.
La enfermera se desprendió sin dificultad de la parte de arriba del uniforme y a la vez dejó deslizar el pantalón hacia el suelo. Vestía ropa interior de color rosa oscuro. Pedro dejó ir un silbido, pues la ropa destacaba muy bien con la figura despampanante de la rubia enfermera.
Noemí se acostó acurrucada al lado del calor de Pedro. Sus pechos se marcaban muy bien debajo del sujetador, parecían que iban a explotar. Ambos conservaban la ropa interior. Se dieron un beso cálido, un beso de personas que tienen una estrecha relación, un beso casi romántico. Pedro quería comerse a Noemí con la boca, pero la joven lo aceptaba en su boca y buscaba fundirse con él. Intercambiaban lenguas y dientes… la saliva era también compartida. Noemí salió ahogada pero feliz mientras la lengua del viejo aún chupaba los labios de la pequeña, relamiendo su sabor…
Sus manos temblorosas rápidamente se dirigieron a los melones de Noemí, a punto de salirse del sujetador. Por detrás, Noemí soltó el enganche y liberó sus enormes pechos para que Pedro los disfrutase. El viejo siempre admiraba con igual sorpresa el tamaño de las tetas de su concubina, algo que para otro viejo de su edad sería inalcanzable, para él era algo que podía palpar y chupar cuando quisiera. Ella no se sentía incómoda en la compañía de aquél hombre prácticamente calvo y ojeroso, todo lo contario. Ella era de él.
Pedro aquella noche quería ir rápido, pues mientras estaba perdido con la cabeza entre las gigantescas y suaves tetas de su cuidadora, sus manos tiraban de la braguita rosa de encaje. Con delicadeza pero sin pausa, arrastró la prenda hasta sacarla por los pies de la enfermera, dejándola totalmente desnuda a su lado. Con una tremenda erección que amenazaba con romper el slip del viejo, Pedro volvió a besar la boquita de la irresistible nena mientras amasaba sus pechos con placer. Noemí, en la oscuridad del cuarto, tan sólo con la luz de la mesita encendida, volvía a calentarse…
La “Misión Fecundación” siempre priorizaba el coñito. Pedro ya estaba en él, con sus dedos tocando la intimidad rosada de Noemí, buscando exprimirla y sacar sus jugos de su sexo. Noemí empezaba a gemir… Mientras, ella se tiró sobre el viejo y abrazó su prenda interior, tocando ya el duro miembro por efecto de la Viagra anticipada y corrió a quitar el slip. Liberó a esa polla amiga, que siempre estaba preparada. Quizás mucho más que la de cualquier jovencito…
Viendo las intenciones de Noemí, Pedro se dio la vuelta para que ella pudiese maniobrar libremente. Él estaba ahora mirando el chochito depilado de ella mientras que Noemí miraba su polla y sus testículos peludos, en un perfecto 69. Ambos pues, se dedicaron a trabajar el sexo del otro mientras el suyo era estimulado.
Pedro tenía prisa, chupaba con gran ahínco la almeja de Noemí. Ella, recién había empezado a trabajar con los dedos la emergente erección de aquél abuelo, no podía concentrarse en su trabajo pues Pedro le lamía con tanta pasión que faltaron segundos para que ella se calentase al máximo que su pequeño cuerpo podía hacerlo.
– ¡¡Ayyy, joooo, ya estoy cachonda!! – dijo ella.
Y Pedro vio como los primeros chorritos femeninos se deslizaban por la humedad de la vagina de Noemí, relacionándose con la saliva que él había impregnado. Noemí estaba lista para iniciarse. Él, en cambio, no quería excitarse de sobremanera en los preparativos, quería que hasta el líquido preseminal de su caliente rabo acabase dentro de la novia rubia.
Y sin esperar más, Pedro decidió penetrarla. Noemí también lo pedía, estaba sobradamente lubricada. Su maduro miembro se situó justo a la altura del coñito de ella, que estaba tumbada con los muslos bien separados, dispuesta a recibirlo.
Y Pedro no tardó en cumplir el deseo. Su gran polla abrió los apretados labios vaginales de Noemí y, avanzando entre las paredes vaginales, se coló hasta el fondo. Noemí gimió al sentirse llena.
Y empezó así un polvo espectacular, como Noemí ya estaba acostumbrada a recibir… El sexo del maduro se movía con mucha experiencia a lo largo de aquél sexo joven, enseñándole toda clase de trucos. Se movía hacia adelante y atrás, aserrando a la chica en cada embestida.
Ella respondía al serrucho entregándose entera. Se movía al compás, para facilitar el máximo contacto entre sus sexos, la unión más profunda. Era sorprendente, a opinión del viejo, lo mucho que Noemí se había enganchado al sexo y lo mucho que había aprendido a nivel práctico. Los sexos se entrelazaban y sabían darse uno al otro lo que cada uno quería.
Las penetraciones eran tan fuertes y profundas que dañaban la pelvis de la jovencita, pero la chica rubia pedía más y más. Pese al dolor, su placer era tal que lo compensaba con creces. Los empujones propinados por Pedro movían la cama y la hacían rebotar, a la vez que agarraba sus pechos para bambolearse con más seguridad. Noemí estaba en el clímax, la follada que le estaban dando a su cuerpo le hacía enloquecer, sus tetas se deshacían en placer y el coñito desvencijado empezaba a humedecerse de nuevo muchísimo…
– ¡Dios, creo que ya lo sientoooo! – gritó como loca Noemí, sin dejar de moverse – ¡Siento la humedad, me vengoooooo!
Su vagina empezó de nuevo a proferir chorritos de juegos mientras ella gemía como loca. Pedro, que ya también perdía el sentido al follarse a semejante hembra que se corría entre sus brazos, anunció:
– ¡¡Noemí, amor, yo ya casi, también!!! ¡Ya, ya! ¡Voy a dejar mi semilla en ti amooor, piensa en que te dejaré preñadita!
Pedro estaba convencido de que dejaría embarazada a Noemí. Pese a su edad. Noemí le había explicado que no era posible, que su potencia sexual ya no conllevaba una capacidad de dejar embarazada a una mujer, que sus espermatozoides ya no tenían fuerza, si es que existían en su esperma. Pero Pedro había oído alguna noticia de un anciano semental que había dejado preñadas a algunas jóvenes y estaba dispuesto a hacer valer su hombría.
Noemí lo creía tan improbable que follaba con los viejecitos sin preservativo ni ningún tipo de protección. Pero sabía que el viejo podía tener algo de razón, que de tanto descargar su esperma en el interior de su sexo, era posible que algún espermatozoide aún vigoroso la fecundara… Sin embargo, no pensaba casi en absoluto sobre ello, sentir el semen derramarse en su intimidad era tan delicioso que hasta valía la pena correr el riesgo…
De repente, un grito cortó el aire. Un grito de Pedro al sentir el semen agolparse en la punta de su miembro.
– ¡¡¡Me corrrooooo!!! ¡AAAHH! ¡Joder, enfermera putita, tengo que dejar mi leche en tiiiiiiiiiiiiiii!
Noemí chilló también a la vez:
– ¡Síiii! ¡Dame tu semen, por favor! ¡¡Dámelo todoooo!! ¡AAAHH!!
Pedro ya se corría, de forma que agarró bien fuerte el culo de Noemí para ahondar en su sexo. A ella casi le hacía daño el énfasis con el que se fundía con el cuerpo de él.
Apretó fuertemente contra el útero de Noemí para dirigir todo el semen a la cavidad fértil. De una explosión, la polla de Pedro liberó grandes cantidades de esperma, caliente y viscoso como la lava de un volcán, que salió disparado en varios chorros que se colaron directamente en lo más profundo del sexo de la fértil chica. Las ráfagas de esperma se diseminaron por el útero, salpicando con violencia la carne tierna de la joven, quemando su feminidad y mojando todo el espacio libre.
Noemí chilló del dolor que le causó el esperma tan caliente al abrasar su anatomía reproductora. Pero Pedro no se movía en absoluto ni le dejaba librarse, quería escurrir hasta el último espermatozoide dentro de ella. El semen se acumulaba en el recipiente de Noemí, cada vez en mayor cantidad la inundaba, llegaba hasta lo más profundo… Noemí se resistía, era demasiado, la llenaba, no cabía más semilla de macho semental en esa dulce niña. Ella chillaba por la excitación al saberse desbordada por dentro por el líquido de aquél maduro…
La polla dio dos espasmos más y dejó de surtir leche a la joven “esposa” de Pedro. El experimentado follador respiró cansado, aún presa de la excitación. Noemí seguía sufriendo y disfrutando por aquella estupenda follada, estaba bien cachonda…
Una vez que hubo extraído el pene, aún mojado por la corrida y los flujos vaginales de Noemí, Pedro rápidamente agarró con sus dedos los labios vaginales de Noemí y los apretó, manteniéndolos juntos y cerrando herméticamente la vagina. También juntó un poco las despatarradas piernas de la enfermera. Noemí sintió la presión en su vulva como algo excitante, pero ya conocía bien el motivo. Pedro no deseaba que ni una sola gota del semen derramado escapase del vientre de mamá de Noemí. El semen se movía ahora también por su angosta vagina, ella sentía la leche mojar su sexo…. El viejo colocó las dos almohadas bajo el culo de Noemí para levantarle la pelvis y de esa forma llevar el semen de nuevo a lo más profundo de la mujer fértil. Ella sintió el movimiento de la leche al dejar su vagina y escurrirse de nuevo a su útero, a sus trompas de Falopio, a sus ovarios…
Así se lo contaba el propio Pedro, polla rígida aún en mano, mientras se tumbaba a su lado. Los espermatozoides de él buscaban el tierno y delicado óvulo y se unirían en una unión tan sólida como ellos acababan de experimentar… El semen viscoso empezaría la vorágine de la vida en el cuerpo de Noemí. Siempre era la misma historia, que a Noemí le empezaba a cansar, pero que fascinaba a Pedro.
El viejito tumbado al lado suyo le pasaba la mano por el pelo rizado. Noemí le devolvía la mirada, deseosa, mientras su cuerpo sudaba por la follada e intentaba restablecer el ritmo de su alterada respiración. Dada la libido insaciable del anciano y la joven, ambos no tardaban en volver a buscar sus cuerpos con sus manos… Noemí agarraba de nuevo el aún húmedo miembro de él mientras las manos del hombre agarraban los senos siempre excitados de ella.
Mientras, Pedro seguía fantaseando:
– Ya van unas cuantas veces, mi pequeña… Desde aquella primera vez que te violamos, ¿te acuerdas?
Noemí no tenía dudas. Contestó:
– Cómo para olvidarlo. Lo pasé mal pero hoy reconozco que fue muy excitante… Y sí, desde esa primera vez ya dejaste tu semilla de hombre en mi interior…
Pedro se deleitaba al recordar el momento de la violación de Noemí. Desde ese día, su vida en el hospital se había convertido en lo más parecido al cielo que había en la tierra. Tenía a esa formidable jovencita para él y para su amigo, era su esclava sexual. Su esclava sexual plenamente consentida.
Y dentro de poco, cómo él quería, Noemí se convertiría en su legítima mujer.
– Ya hemos tenido más de una decena de momentos como éste, Noemí. Litros de mi semen blanquecino han nadado en tu interior desde entonces – la aludida se puso roja mientras miraba a su monte de Venus, aún colgando en el aire, y sentía el líquido masculino correr por su profundidad de mujer…
Pedro miraba también hacia la entrepierna de Noemí, y sin dejar de estar tumbado junto a ella, piel contra piel, pasó sus dedos grandes y torpes por la hendidura vaginal de la enfermera del deseo, aún mojada por los líquidos sexuales que la rubia no puede evitar desprender por su sexo siempre que la excitan.
– Con tanta leche derramada dentro de tu coñito, gota a gota, durante tantos días, no me cabe duda de que ya se ha producido el momento de la fecundación. Hace tiempo, seguro, el momento empezó. Sólo sigo corriéndome dentro tuyo para asegurarme… Pero tu cuerpo seguramente ya haya reaccionado desde hace semanas, tus hormonas cambian su ritual habitual, tu fisiología se prepara para dejar de ser adolescente y ser madre.
Pedro enunció para finalizar su mayor deseo para con su acompañante sexual.
– Deseo una niña. Deseo que des luz a una niña preciosa, tal y como lo eres tú, más es difícil pero no imposible. La cuidaremos juntos, ya verás. Serás muy feliz, cuidándola por el día y follando conmigo a la noche.
Noemí seguía callada, pero atenta.
– Y cuando llegue un día que yo considere señalado, cuando el cuerpo de nuestra niña esté bien desarrollado, yo mismo la iniciaré en el sexo. No quiero que otro gandul se aproveche, quiero que sea mía desde el principio. La desvirgaré, y tú estarás delante. Tal y como hice contigo, se la meteré toda y romperé su himen. Ella ya sería una mujer madura, como tú lo eras, pero se resentirá al ver su sangre y quizás llore como tú…
La fantasía de Pedro llegaba a excitar a Noemí, aunque no quería reconocerlo delante de él.
De repente, Pedro cambió la expresión de su cara. Se quedó pensativo y dijo:
– Noemí, hazme un favor, ¿quieres, amor? Toma, he conseguido esto y quiero que lo pruebes.
Pedro metió una mano en el cajón de la mesilla y sacó una bolsa blanca con algo que parecía una caja alargada dentro. Le tendió el regalo a la enfermera desnuda tendida en su lecho, que lo tomó con sus manos temblorosas. La tensión por saber qué se trataba le hizo sacar el objeto de la bolsa y rasgar una tela de papel que cubría el embalaje. Todo ello mientras seguía en la posición sagrada para la fecundación que marcaba Pedro.
– Pero… esto es… – la cara de Noemí volvió a colorarse, esta vez excesivamente.
– Sí, justo eso – sonrió el acompañante.
– ¡¿Una prueba de embarazo?! – la caja no ofrecía dudas sobre su contenido. En un margen incluía una imagen de una embarazada, un bebé recién nacida y un esquema de cómo usarlo.
Noemí seguía sorprendida, aunque aún se preguntaba por qué. Tras la obsesión enfermiza de Pedro por preñarla, era lo mínimo que podía esperar recibir.
Sin esperar a una respuesta por su parte, Pedro aumentó el ritmo con el que masajeaba el clítoris de la mujer mientras aceraba sus agrietados labios a su fina boquita. Noemí devolvió el beso con lengua, acrecentando el rubor de sus mejillas, ya a punto de echar humo…
Tras el apasionado beso, Pedro le dijo al oído.
– Prométeme que lo probarás. Ánimo, no te cuesta nada. Es algo que me hace ilusión… – el viejo tenía una expresión en la cara tan dulce mientras miraba a su chica que la profesional de la salud encontró muy difícil decirle un no.
Se quedó callada unos segundos. Se miró a sí misma.
Cerró los ojos. Se imaginó que la mirasen desde la puerta, que alguien desconocido les viese. Ambos totalmente desnudos en la cama del hospital, un viejo ingresado de larga duración y ella, una tierna y jovencísima enfermera acurrucada en sus brazos, mientras le estimulaban el sexo. Ella siendo la flor de la vida, estaba pasando su tiempo con alguien a quien la arena del reloj ya se le agotaba. Y ese cuerpo desnudo, despampanante, de aquella rubia de pelo rizado, ojos claros y unas curvas por las que cualquiera mataría, ahí estaba. Sin moverse. Esos pechos enormes, esas nalgas bien estilizadas, esa cintura delgada y sin un gramo de más… Y su vagina, dolorida pero a la vez gozosa, rellena de semen de aquél viejo asqueroso. Pero no lo era para ella. Para nada. Con él se sentía divina, la mujer más feliz.
No quería quedar embarazada a su edad. ¿Alguien querría? ¿Y de aquél viejo? Pero ella a veces dudaba de sus intenciones. Su cuerpo bullía cuando él la follaba, cuando le hablaba del futuro del embrión… Cuando la inseminaba, ella se sentía única.
Agarró con fuerza el test de embarazo. Sólo era una prueba. Con toda seguridad saldría negativa. Ese señor ya no podía ser fértil. O si…
¿Qué perdía satisfaciendo su deseo de probar el test? Valía la pena intentarlo.
Noemí abrió los ojos y sin dejar de mirar a su amante, dijo:
-Vale, lo probaré. Me haré la prueba y te diré el resultado.
Pedro pegó un chillido de emoción mientras Noemí se recostaba en la almohada y seguía absorbiendo el semen, asimilándolo en su interior…
…
22:14
Segunda guardia
La guardia del día siguiente Noemí la dedicó a Jorge, quien también merecía igualdad de oportunidades a la hora de disfrutar de la enfermera viciosa compartida por ambos. Jorge prefería destinar de momento sus momentos a solas a mejorar con ella el arte de la joven putita en el sexo oral.
De manera que tras la cena, Noemí bajó con una excusa similar a la del día anterior a la habitación 307. Se moría de ganas de llegar, casi tenía que frenar sus pasos para no parecer sospechosa. El pasillo estaba desierto, y Noemí se metió sin dudar en la habitación de sus queridos viejitos verdes.
Ambas camas estaban vacías. La enfermera se preguntaba dónde estaría Jorge, pero de repente se abrió la portezuela del baño interior y apareció Jorge ya desnudo con una toalla, frotándose su grueso miembro.
– Buenas noches, Noemí. Me pillas acicalándome, jaja.
– Hola, Jorge – sonrió Noemí, por ver no solo al viejo sino a su sexo ya desenfundado y recién aseado. Sin embargo, todavía el viejo olía al característico sudor de su edad mezclado con el aroma a hospital. – Es raro que digas eso cuando lo único que lavaste fue tu polla…
– Es lo que me interesa para estar contigo, nada más, querida – se rió y se acercó a la enfermera, tomándola suavemente de la barbilla y levantándola para besar sus labios sabor a fresa. Noemí respondió al sabor de esa boca nauseabunda ofreciendo su pulcra lengua, que fue absorbida entre los pocos dientes que le quedaban a su amante y otra lengua bien distinta en limpieza…
Durante el beso, las manos de Jorge se abalanzaron sobre el uniforme de ella. Esa situación era ya normal, es como si un decreto prohibiese que Noemí pudiese estar vestida en la habitación 307.
Lo primero que hizo el encendido Jorge es tirar con fuerza de la camisa del uniforme de Noemí, como si quisiera romperla en pedazos. Ella se oponía, pues un uniforme desgarrado era muy difícil de explicar… A aquél hombre le ponía de sobremanera el sexo apasionado, bruto, casi violento, y practicarlo con aquella mujer indefensa de cuerpo hermoso. Noemí le seguía el rollo, pues sabía que era consentido y ella así lo aceptaba, pero también encontraba su punto de excitación al sentirse tratada de esa forma.
Desprendiéndose de las manazas de Jorge, la enfermera se quitó bruscamente su uniforme para evitar que se ajara y quedó de pie en ropa interior. Un apresurado Jorge se abalanzo sobre el sujetador de Noemí para desprenderlo de su cuerpo, tirando de él. Rompió uno de los tirantes, y Noemí se quejó por ello, pero gracias a ello dejó desnudo uno de los senos de la joven, al cual rápidamente atacó con sus hábiles manos, apretándolo, manoseándolo, tirando del pezón. Ella comenzaba a sentirse como una auténtica puta, mientras el resto del sujetador caía y la dejaba vestida sólo con un tanga blanco…
Con fuerza, Jorge empujó a Noemí, que cayó contra la cama haciendo un gran ruido. Antes de darse cuenta, su tanga ya había sido retirado por el viejo y estaba de nuevo desnuda en esa habitación que tan bien conocía. Los labios vaginales de ella ya estaban de nuevo expuestos al calor del sexo que se avecinaba… Pero no fueron sus labios del coñito los atacados, al contrario, la polla bien erecta de Jorge se abalanzó sobre sus pechos, que sobresalían como globos recién inflados de su anatomía.
– ¡¡Me voy a follar tus tetazas, niña mía!!
– ¡Ay, sí por favor, mis pechos! ¡Son suyos, quiero leche en ellos! – decía Noemí sin complejos, mientras con sus manos agarraba las gigantescas tetas que la Naturaleza le dio y las apretaba una contra la otra.
En medio, el grueso y largo pene del viejo recorría el marcado canalillo, que se estrechaba al aplastar las glándulas el miembro que se abría paso entre ellas. El viejo sentía una sensación agobiante en su sexo, pues la presión de las enormes tetas de Noemí era excesiva, no tardaría en venirse… Mientras, la enfermera putita disfrutaba de lo lindo al sentir la caliente y dura polla del viejo entre sus pechos, dándole un calor especial al que sus pechos respondían golosos y hambrientos…
El pene erecto literalmente follaba los pechos de la joven, abriéndose paso, moviéndose arriba y abajo mientras Noemí los mantenía juntos, y empezaba a tocarse los pezones, duros como la roca, lo cual empezaba a hacerle sudar…
Tras unas cuantas embestidas, Noemí ya volvía a notar esa sensación placentera que se transmitía de sus tetas folladas a su entrepierna, la cual empezaba a lubricarse por el placer que su núbil cuerpo sentía debido a esas embestidas. Otra vez comenzaba el hormigueo, el remolino a formarse en su vagina, siempre ávida de humedad…
– ¡Ay, de verdad, Jorge, se siente tan bien, no pares! – pedía ella – Siento como ya me empiezo a excitar muchísimo….
Pero de repente, Jorge se detuvo, sacando el pene de sus pechos, liberándolos. Antes de que ella comprendiese nada, Jorge le agarró del pelo rizado y tiró de ella. Noemí chilló del dolor y se levantó para no sufrir, siguiendo su mano.
Y Jorge aprovechó para lanzarla contra el suelo.
Noemí paró el golpe para no dañarse, y quedando de rodillas en el suelo, entendía perfectamente lo que le pedía él. Su verga ya estaba a la altura de su bello rostro, palpitante y más caliente que hace unos segundos. Noemí abrió su boquita obediente para acoger dentro de ella el sexo de hombre que quería penetrarla.
La enfermera contaba con unos labios finos y pequeños, la boca no era muy grande, por lo que hacía esfuerzos para introducirse ese gran glande en su cavidad bucal. Una vez tocándolo con su lengua, percibió el calor que desprendía, fruto de toda la sangre caliente que recorría el órgano. Le encantaba, disfrutaba, su chochito se mojaba aún más…
Y a Jorge lo mismo, no paraba de observar a esa hermosa chica de cabellera rubia que jugaba con su aparato. Con una mano, ella sujetó la base del miembro mientras ahora pasaba su lengua por toda la extensión del miembro y llegaba a las peludas bolas que se encontraban debajo. Noemí, con arte y sin dejarse enredar entre el vello masculino, lamió con ahínco los testículos de Jorge, que tenían ya un gran tamaño: estaban hinchados produciendo y almacenando la inminente ración de leche que Noemí recibiría.
– ¡Sí, nenaaaa! ¡Así! Ya veo que tienes ganas de recibir la corrida, ¡ya queda poco! – le decía el caliente viejo, cada vez con más placer en sus ancianas venas.
Noemí volvió a la punta del miembro tras estimular con su boca los cojones del hombre, y siguió con una mano sopesando las bolas sin parar. De mientras, la tierna y pequeña boca se volvía a abrir y los labios pintados de rojo intenso recibían la polla, dándole tiernos besos, para acabar permitiendo la entrada en su boca del glande. Noemí no dejaba de mirar con sus ojos azul cielo a Jorge mientras la extensión del rabo entraba poco a poco en su boca, metiéndosela con otra mano.
-¡Joder, putita! ¡¡No sabes que estampa ofreces, Noemí!! ¡¡Me calientas a tope!!
Centímetro a centímetro, sin detenerse, Noemí se comía cada vez más longitud de pene. Más de la mitad estaba en su boca, jugando con su lengua. Y de una vez, rápido, Noemí se metió todo lo que faltaba. Deslizada hasta la garganta, la polla había desaparecido a la vista y Noemí tocaba casi la pelvis del hombre con sus labios.
Eso hizo aumentar la excitación de Jorge al máximo, faltaba muy poco para correrse tras la cubana y la mamada de la niña. Ella lo notaba, y comenzó una serie de movimientos repetitivos en los que engullía y sacaba la polla caliente de su boca, al tiempo que con su lengua estimulaba el aparato en todos sus puntos. Sus manos seguían jugando con la base del sexo peludo y las hinchadas pelotas…
Sacó el pene y con la lengua, lo recorrió de arriba abajo, chupando el glande de forma deliciosa e ininterrumpida, como si fuese un caramelo…
Fue el último momento de calma, pues el ya desatado viejo exclamó:
– ¡No puedo más! ¡¡Noemí, me vengo ya!!
Noemí agitó la polla como si la batiese, ya sabía lo que estaba por venir. Abrió su boca para recibir el líquido… Pero Jorge, que no podía ya controlarse, metió el miembro enrojecido y duro en la boca de Noemí y agarrando su cabeza le obligó a mantenerla dentro. Ella no protestó tampoco, quería sentir su virilidad cuanto antes…
Y la polla ya se convulsionaba al igual que su dueño, ya estaba…
– ¡Noemí, trágatelo todoooo! ¡Aquí va mi espermaaaaa! – gritó el viejito, impulsando el sexo más adentro aún.
Los testículos explotaron y mandaron el caudal al pene, que estaba ya hirviendo. No tardó en estallar también, liberando lo que en total fueron seis potentes chorros de semen. Noemí sentía como de la caliente barra que ocupaba su boca y parte de su garganta salía de repente una gran cantidad de líquido muy viscoso y extremadamente caliente que empapó la boca de la chica. Regando su interior como una manguera, el semen no dejaba de brotar y mojar el paladar, lengua y lo más profundo de la boca de Noemí. Ella sintió como una oleada de semen se precipitaba garganta abajo y ella tenía que hacer esfuerzos por tragarlo a tiempo porque mucho más seguía saliendo de la polla. Encima, estaba tan caliente que estaba quemándole, intentaba aspirar algo de aire…
Incapaz de acoger todo en su garganta ni en su boca, Noemí sintió como el semen ahogó a su lengua y se desbordaba por sus encías. Los últimos chorros de esperma no cabían dentro y salieron chorreando por las comisuras de sus labios… Seguía hirviendo, para desazón pero a la vez libido de la enfermera. Jorge agotó sus últimas gotas y sacó el miembro, dejando toda la semilla en la boca de la putita.
Ella abrió la boca para mostrarle como el pantano de semen amarillento y denso cubría su boca, y cómo poco a poco iba tragándolo todo. Con la lengua, también mojada de semen, absorbía la leche masculina que caía por fuera de sus labios y la retornaba dentro para tragarla.
Jorge estaba a punto de correrse de nuevo viendo esa imagen tan bonita. Noemí tragaba el caliente semen, tenía la cara roja de excitación y de sudor, era una preciosa mujer a la que le encantaba el sabor de su semen…
Noemí, una vez pudo hablar, dijo mirando al viejo:
– Gracias, ya no tengo sed. Muchas gracias Jorge por alimentarme…
…
8:19 am.
Faltan escasos diez minutos para el turno de las enfermeras de mañana.
Era otra de esas mañanas que empezaban con el acelerado y apasionado sexo que Noemí mantenía en la habitación 307, antes de incorporarse a su turno de trabajo.
Estaba tumbada, sudorosa, y aún sintiendo sensaciones muy intensas en su cuerpo tras haber alcanzado dos orgasmos y haber recibido las eyaculaciones de los viejos. Sus hinchadas tetas, aún con los pezones firmes, se retorcían de gozo, y de sus agujeros inferiores, vaginal y anal, salían sendos chorros de denso esperma que manchaban las sábanas.
Aún con la respiración entrecortada, Noemí aprovechaba para recoger con sus finos dedos de manicura perfecta los rastros de semen que salían del interior de su cuerpo de mujer fértil. Untados los dedos en la cremosa cascada que salía de su prieto sexo y de su ano, la enfermera llevó el líquido a sus labios, sacó su lengua y manchó su boca con la semilla densa. Saboreaba el manjar de aquellos viejos con una total tranquilidad. Le encantaba sentirlo cerca de ella, dentro de ella, era su alimento…
Los dos viejos, expertos folladores del cuerpo de Noemí, estaban tumbados cada uno al lado de ella y observaban con deleite como la aparentemente inocente chica tragaba voluntariamente la mezcla del semen de ambos.
De repente, en medio del éxtasis, Pedro habló:
– Tenemos que pedirte un favor, Noemí. Sólo si quieres – Jorge también puso cara de complicidad.
Con la boca llena de leche, la chica les pidió con una palabra que no se entendía bien:
-Explicaros… – mientras burbujas de semen aparecían en su boca.
Jorge continuó:
-Estamos muy orgullosos de ti, como puedes ver. Era la puta más perfecta que jamás hubiéramos podido conseguir. Te gusta todo en el sexo y además disfrutas de nuestros cuerpos ya ajados por el tiempo, y de nuestro semen maloliente… Te violamos y quizás no fue lo correcto pero… Ahora somos muy felices contigo.
Noemí se puso roja de halago.
– Pero somos traviesos, ya sabes, no nos detenemos ante nada – siguió Jorge sin dejar de mirar a la nena caliente. – Te queremos profundamente, y te follamos todas las mañanas y todas las guardias, y seguiremos haciéndolo hasta que la vida decida quitarnos de en medio. Pero queremos una cosa distinta por una mañana…
Pedro asintió.
– Queremos otra enfermera de la que poder disfrutar como hacemos contigo. Queremos follárnosla, por favor. Te queremos, pero necesitamos otra niña durante un día al menos. Dulce, que incluso te quiera a ti y tú a ella y os deis besos… Tráenos una amiga, seguro que conoces alguna que quiera unirse a nosotros, tráela a esta habitación.
Noemí se quedó muy sorprendida por la propuesta. ¿Traer a otra chica? ¿A esa bacanal de sexo con los viejos? A ella le parecía ya algo del día a día, algo que necesitaba para sobrevivir. Pero… ¿cómo lo vería una de sus íntimas amigas, o una trabajadora del hospital? No se lo había dicho a nadie evidentemente, era su secreto.
– Entiendo que queráis, y creedme, no me importa hacerlo realidad- dijo Noemí tras tragar el semen y poder hablar con más naturalidad.- Pero no creo conocer a nadie dispuesta…
– Vamos, alguien tiene que haber, ¡seguro! Una enfermera amiga tuya, jovencita, guapa. Alguien a quien veas todos los días, ¡¡tiene que querer estar aquí!! – decía casi chillando Jorge.
Noemí se quedó callada durante unos segundos.
No lo veía factible pero… dio un repaso mental a su planta de enfermería, a las primerizas que entraron el mes pasado. Todas ellas bien jovencitas. ¿Era posible convencer a alguna?
Y en el imaginario de Noemí, una de ellas atrajo su atención. Recordó a esa enfermera tímida, a la vez que preciosa, que confiaba casi exclusivamente en Noemí a la hora de preguntar algo. Noemí podría sin mucha dificultad convencerla de lo que ella le quisiera recomendar.
¿Era perfecta, quizás?
Noemí habló:
-Dejadme intentarlo…
…
7:20 am
Otro nuevo día.
Una de esas mañanas de su nuevo despertar sexual, nada más levantarse, Noemí se dirigió al cuarto de baño para orinar, como hacía siempre. Pero nada más sentarse en la taza con las bragas bajadas hasta los tobillos, la chica de ojos azules recordó algo.
Se colocó bien el pijama y volvió a su habitación. Rebuscó a tientas hasta que encontró su bolso y en el interior halló lo que buscaba. Lo llevo consigo de nuevo al baño y cerró la puerta. Nadie debería verla.
Leyó atentamente las instrucciones de la caja y las del prospecto interior del test de embarazo. No era algo difícil de hacer, todo lo contrario. Noemí mojó con las gotas de su orina el sensor del aparato y aguardó a la respuesta.
El test de embarazo no tenía dudas sobre el estado de Noemí.
Mis oídos ya hace rato que no pueden creer las palabras que brotan de los labios de Liz. Por momentos me pongo a pensar que quizás todo esto sea una gran pesadilla, un maligno y prolongado sueño provocado por el coma… O quizás… O quizás esté muerto… y mi cabeza siga trabajando e inventando cosas, tal vez dando forma a mis peores temores… Pero por otro lado siento que es todo tan real: la voz de Liz, la entonación de las palabras, los movimientos que los sonidos permiten deducir… Por lo pronto él avanza hacia ella: eso está bastante claro; los pasos son lentos y pausados pero a la vez firmes y decididos. El lobo va hacia su presa, la cual se entrega mansa y plácidamente a su influjo…
Ahora escucho sus bocas besarse: también está claro; hay sonidos como de succión y reconozco auditivamente la forma en que Liz besa aun cuando, debo decir, se le detecta ahora un cariz que demuestra mucho más apasionamiento que otras veces. Hay un beso largo, prolongado, hasta que finalmente sus bocas se separan: se vuelven a besar un par de veces más pero más corto. Ahora sí, sus bocas parecen separarse definitivamente o, al menos para dar lugar al momento en que van a pasar a otro tipo de acción.
Inconfundible llega a mis oídos el sonido de la hebilla de un cinturón; lo primero que puedo suponer es que él está soltándolo para bajar su pantalón.
“Hmmmm… – dice él –. Se te nota un poco ansiosa por bajármelo…”
O sea: me equivoqué; es ella por cuenta propia quien lo está haciendo. No responde ni agrega una palabra, sin embargo, a lo que él ha dicho, sino que aparentemente sus dedos siguen aplicados a la tarea de soltarle el cinturón; a juzgar por lo que se oye, sus movimientos parecieran hacerse cada vez más nerviosos: había comenzado delicadamente pero se advierte que al haber encontrado alguna dificultad para soltar el cinturón, ahora lo hace con menos cuidado y con marcada ansiedad. Cuando finalmente lo logra, se escucha el deslizarse del pantalón hacia abajo, posiblemente también el calzoncillo… La respiración de Liz se ha vuelto entrecortada, nerviosa, algo jadeante…
Ahora sí puedo oír perfectamente que ella succiona… Se la está mamando… lo que nunca quiso hacer conmigo porque decía que era una práctica que le daba asco…
“Hmmmm… – continúa él, pues su voz es la única que se escucha; de parte de Liz sólo salen sonidos guturales y onomatopéyicos -. Qué buena lengüita que tenés… así, así… Lameme bien la cabecita… así, así.. hmmm… qué bien que lo hacés. Sos una putita…”
Esto debería ser el final. A Liz no le gusta el lenguaje guarro y menos cuando es peyorativo hacia la mujer… Sin embargo, me quedo aguardando una reacción o una negativa de su parte… pero nada; al contrario, parece como si la succión se volviera más frenética aun, como si el epíteto que el médico le había lanzado le diera nuevos bríos en lugar de ahuyentarla… Sinceramente… no puedo creerlo… Ésa no puede ser Liz…
“Hmmm… sí, putita… así, así… esoooooo… Te voy a llenar esa linda boquita de leche calentita… Así, vamos…”
Y otra vez el ritmo se acelera… Ella está chupando cada vez más y más alocadamente… Los jadeos de él invaden el aire y no puedo creer que no estén escuchando desde los pasillos, desde la enfermería, desde la guardia o desde las otras habitaciones, por más cerrada que esté la puerta… Se advierte claramente que él está a punto de eyacularle… y que va a hacerlo… en su boca… en esa boquita hermosa que tantas veces besé con pasión y sentimiento…
“Aaaahhhh… aaaaah… aaaah… – jadea él y, por momentos, me parece que Liz quedar sofocada por alguna fracción de segundo, lo cual evidencia que él debe tener todo su miembro adentro de su boca y que, además, es bastante posible que esté acompañando la succión de parte de ella con movimientos de pelvis por parte de él: en otras palabras, le está cogiendo abiertamente la boca -. Eso, puta, así, asssssí… aaaaaahhhhh…aaahhhhh…aaaaaahhhhhh…. Tragatela toda… trágatela toda, ¡todaaaaa!”
Acompaña sus palabras con un claro golpe que detecto como tal. ¿Es posible que él le haya propinado una cachetada? ¿A Liz? ¿A mi Liz? ¿Y ella nada hace al respecto y sigue chupando?
Tras el último grito de él, la respiración, si bien continúa jadeante, baja el ritmo. Está claro que el episodio terminó. ¿Le acabó en la boca? Quiero pensar que Liz haya soltado su miembro en el momento en que él eyaculaba.
“Lo hiciste muy bien, linda…” – dice él en la medida en que va recuperando el habla y la respiración; otra vez detecto que le ha propinado una cachetada, más suave que la anterior y que se me ocurre como de felicitación, como quien palmea a un perrito que ha traído de regreso el palo que han arrojado a lo lejos.
Ahora también se escucha la respiración de ella… ya no tiene el miembro en su boca.
“Así me gusta – continúa él -. Te tragaste tooooda la lechita”
Me siento un imbécil por haber llegado a creer que ella soltaría su pene en el momento de acabar. El sonido de la cama de al lado evidencia que ella, ahora se ha echado de espaldas sobre la misma… Y a continuación, la cama vuelve a crujir dejando en claro que ahora él también se trepa a la misma… Se puede percibir cómo se va arrebujando y no hace falta ser demasiado imaginativo para darse cuenta de que están uno junto al otro, probablemente él rodeándola con los brazos. Los besos recomienzan: besos cortos pero cariñosos.
“Perdón” – dice ella.
“Perdón por qué?”
“Porque supuestamente ibas a cogerme… y te hice acabar… Me ganó la ansiedad”
“Je,je.. ningún problema, linda… No te sientas mal que en un momentito más te voy a estar dando la cogida de tu vida…”
“Epa… – ella parece sorprendida -. Es que… ¡de verdad se te está parando nuevamente!”
“Jaja… se nota que estás mal acostumbrada… Ése te debía coger bastante mal”
“¡Fuera de broma! – insiste Liz – ¡Jamás recuerdo que se le haya vuelto a parar tan rápido!”
“Je… Tenías una nena al lado y no un hombre por lo que parece”
Quiero crispar los puños pero no puedo. Quiero levantarme y golpearlo… pero no puedo…
“Hmmm… qué malo que sos… – dice ella más en tono de lamento que de enojo -. No te rías de los pobres”
“Jajaja… Es que las minas como vos necesitan hombres de verdad… hmm… me gusta cómo me estás tocando…”
“Y a mí me encanta tocarte… hmm… esa pija ya está para comérsela de vuelta”
“Je,je… sé que es lo que te gustaría, putita hermosa… pero vamos a lo que me habías pedido… ¿qué era?…”
“Hmmmmm… no me acuerdo, ja…”
“Querés que te refresque un poco la memoria?”
“Eehhmmm… cómo sería eso?”
“Primero vas a empezar por ponerte en cuatro patas sobre la cama”
Lo está diciendo, claro está, en tono de orden… Es absolutamente insolente hacia ella, hacia una mujer que tiene pareja y a quien le restaban pocos días para casarse, pero una vez más el tono de macho arrogante no pareciera a ella molestarle sino más bien todo lo contrario. La estructura metálica de la cama cruje, lo cual evidencia que se está produciendo movimiento y que, más que probablemente, ella está adoptando la posición que él le acaba de demandar. Las siguientes palabras del doctorcito lo confirman:
“Muy bien, putita, así me gusta verte… en cuatro patas como una perrita. A ver si ahora te acordás un poco mejor de lo que me dijiste… ¿qué era lo que querías?”
Él paladea y saborea el placer que la situación le provoca. Ella ríe:
“No sé – responde haciéndose la tonta -, sigo sin acordarme doctor…”
“Ajá… vamos a tener que recurrir a otro método para que te acuerdes… hay que profundizar el tratamiento… A ver, paciente, súbase la pollera y bájese la bombachita…”
Se escucha ruido de tela deslizándose; la muy puta está haciendo al pie de la palabra todo lo que él le dice sin considerarlo humillante ni degradante o bien, lo que es peor, disfrutando con esa degradación a que él la somete.
“¿Y ahora paciente? ¿Estando con el culito al aire se acuerda mejor?”
Liz no contesta; la respiración se le ha empezado a entrecortar y se la nota agitada; está claramente excitada por la situación.
“Quiero que me coja… doctor”
“Aaaah, mire usted, vamos recuperando la memoria, pero todavía no del todo por lo que parece… ¿Cómo hay que hacer el pedido? ¿Ya se olvidó de las formalidades?”
“Por favor, doctor… cójame”
“Ahora me gusta más, jeje… – la risita de él rezuma triunfo -. Pero lamentablemente no puedo porque me tengo que ir a ver a mi paciente…”
“¡Noooo! – le interrumpe ella prácticamente en un alarido; difícil es creer que no haya sido oído desde los pasillos -. Por favor… nooo… no te vayas Javier, no me dejes así…”
Ella suena desesperada…
“Pero tengo que irme paciente… Volveré más tarde…”
“¡Por favooor!” – implora ella en un tono terriblemente hiriente.
Se produce un instante de silencio.
“Está bien – concede él -. Creo que podemos hacer una excepción dado el estado desesperante en que se encuentra la paciente… Además, como ya dije antes, el otro paciente no tiene demasiadas esperanzas, jeje”
Alcancé a notar un suspiro de alivio en Liz.
“A ver, putita – continúa él – quiero verla mover el culito, como hacen las perras en celo cuando hay un perro cerca”
No puedo describir el asco que siento. De no ser porque no tengo nada en el estómago estoy seguro de que vomitaría de rabia y desagrado ante lo que estoy oyendo.
“¿Así, doctor?” – dice ella, con un tono que busca sonar ingenuo y a la vez terriblemente perverso.
“Hmmmm…. sí, paciente… me gusta mucho cómo lo hace…siga así, siga así”
Mientras continúa degradándola verbalmente, puedo escuchar cómo él se va apeando a la cama; se oye el sonido de las palmas de sus manos posiblemente aferrándola a ella por la cadera; la cama cruje nuevamente… él está comenzando a montarla. Un “ooh” ahogado, surgido de labios de Liz, marca el inicio de la penetración. Y una vez más siento que una daga me estuviera lacerando por dentro, regodeándose en mis vísceras… La cama cruje pero ahora rítmicamente… y a un ritmo cada vez más acelerado. Los jadeos de él pueblan la habitación junto con los gemidos de Liz… El hijo de puta se la está montando… y todo eso está ocurriendo al lado de la cama en la que yazco… y en la misma pieza…
El ritmo se incrementa… los jadeos y gemidos también…
“Hmmmm… así, así, así… – dice él – así, puta, mové el culo que yo te la pongo bien puesta”
Ella, por supuesto, no reacciona… o, más que probablemente, reacciona positivamente a los deseos de él… Puedo imaginar la escena, puedo verla… Finalmente llega el grito de él, prolongado, sostenido… y el de ella, coronado su orgasmo en un tono sobreagudo que, a decir verdad, no le conocí en ninguna de las oportunidades en que tuvimos sexo. Por más que me duela, él la está haciendo disfrutar mucho más de lo que yo pueda haberlo hecho alguna vez… Y él la está disfrutando a ella también…, a mi prometida, a quien se iba a casar conmigo apenas unos días después del fatal momento en que me tocara estrellarme en el auto… Quiero despertar… quiero cortar estas ataduras invisibles que me mantienen atado a la cama…
“¿Lo disfrutaste o me equivoco?” – pregunta él con tono de sorna y sabedor, por supuesto, de la segura respuesta.
A ella le cuesta recuperar el aliento… Cuando finalmente habla, la voz le sale algo ahogada, lo cual me da la imagen de que permanece aún en cuatro patas y con el rostro ladeado y prácticamente estrujado contra la cama.
“Nunca nadie me cogió así en mi vida… – dice -. Nadie…”
No dejo de maldecir a quien sea que, desde el más allá, arbitró las cosas de tal modo de permitirme escuchar… Hubiera sido infinitamente más clemente no dejarme hacerlo y que las cosas simplemente discurrieran… O bien dejarme morir… Sí, eso hubiera sido más justo todavía…
Durante un rato más no se escucha crujir la cama; están seguramente arrebujados uno contra el otro.
No era gran cosa, la verdad. Todo en ella era corriente incluyendo el nombre, María, pero me permitió explorar un mundo desconocido para mí que fue más placentero de lo esperado. Era compañera de trabajo, un hábitat donde no suelo buscar sexo y menos pareja. Marcos, un colega de departamento sí se había tirado a tres chicas de la compañía, pero ni tengo su físico, ni sé imitar su labia. Solamente soy tan cínico como él, pero eso no suele abrir piernas.
María era una administrativa del departamento contable, tímida, poco dada a relacionarse con compañeros de otros departamentos, como era mi caso. Sabía que había cumplido los treinta porque entrando una tarde en Contabilidad me encontré con el pastel que le habían comprado, así que la felicité con un par de besos, poniéndose colorada como un tomate. También sabía que estaba casada y tenía un hijo y que era eficiente en su trabajo, sobre todo disciplinada y cumplidora. Algo que también aproveché en mi beneficio.
A finales de febrero conmemorábamos el aniversario de la empresa con una fiesta de obligada asistencia. Los socios solían alquilar algún local de cocina aceptable y precio moderado en el que cenábamos de pie, charlando unos con otros, para pasar a la fiesta propiamente dicha donde el baile, la bebida, las proposiciones y algunos escarceos eran los protagonistas.
Tampoco había demasiada actividad pero la poca que se producía solía tener a Marcos de instigador. Aquel año, mi amigo dio en la diana, marcando la cuarta muesca en su revólver, así como hice yo, pero lo mío no fue premeditado.
-Llevo días preparando el terreno y pienso tirarme a Merche.
-Ni de coña, –respondí –no sólo está casada, además es devota de no sé qué virgen de no sé dónde y miembro de una congregación religiosa. Por más buena que esté, es inaccesible.
-Tú déjamelo a mí.
Eso hice, dejárselo a él mientras contemplaba el espectáculo. Durante casi dos horas estuvo tonteando con ella más o menos amistosamente, hasta que decidió lanzar el ataque para lo que me solicitó ayuda. Necesito que me entretengas a Montse.
En una empresa cercana a los cien trabajadores, hay de todo, como en la Viña del Señor. Si realizáramos un ranking con las sesenta y tantas chicas de la compañía, Merche estaría sin duda en el top cinco, no así Montse que era más simpática que guapa. Pero, solidarizado con mi amigo, no le iba a hacer ascos a un buen ágape si éste era factible, por más que no me encontrara en mi hábitat natural de caza.
Tuve claro que no lograría nada con mi pareja de baile al poco de haberla apartado de su amiga y mi amigo. Supongo que por ello, no forcé la máquina en ningún momento por lo que la velada fue relativamente tranquila, hasta que inexplicablemente la mujer se encendió. Podría ser por el alcohol aunque no bebió tanto, o simplemente era una calientapollas, pues es lo que hizo la última hora, hasta que decidió dejarme tirado como a una colilla. Siendo justo, no habíamos pasado de cuatro abrazos en bailes más o menos cálidos, pero su cercanía había sido muy obscena así que me dejó palote y sin premio.
Yo también decidí largarme de la fiesta, pero antes de tomar el coche tuve que pasar por el baño. Curiosamente, el local también tenía lavabos públicos en el exterior, en una puerta colindante a la entrada principal, a los que me dirigí pues los interiores estaban llenos, donde me encontré con la sorpresa del año.
-De verdad, no puedo hacerlo. –Abrí los ojos como platos. En el cubículo del fondo, de los cuatro que tenía aquel aseo, había alguien, una mujer de la que había reconocido la voz.- Por favor, Marcos, hemos llegado demasiado lejos.
-¿No pensarás dejarme así?
-No puedo hacerlo –insistía. –Sabes que estoy casada, conoces a mi marido.
Pero se hacía el silencio y se oían suspiros y roces, así que decidí moverme sigilosamente, pues ver como mi amigo se tiraba a la beata en un baño público me puso a mil. No pude ver nada, ya que las puertas llegaban al suelo, pero escuché claramente toda la sinfonía.
-Tú también lo estás deseando, estás tan caliente como yo. –Marcos por favor, no debo. Más suspiros, sonidos de ropa, de brazos, pero ella mantenía su negativa, hasta que mi compañero planteó una alternativa. -Al menos hazme una mamada.
-Vale, te lo hago con la boca, –aceptó al cabo de unos minutos mientras mi polla cobraba un tamaño sideral –pero con una condición. Ni una palabra a nadie.
Oí una cremallera, ropa moviéndose, hasta que Marcos profirió el primer suspiro. Pero lo más excitante para mí, además de imaginar sin poder ver, fue escuchar los sonidos de succión de la felatriz, acompañados de algún que otro gemido.
El lunes siguiente, Marcos, no solamente me relataría con pelos y señales la mamada de la mujer, expulsada sobre un buen par de tetas, pues no me dejó correrme en su boca, sino que lo aderezaría con una foto tomada con el móvil en la que sus labios eran profanados por una barra de carne. Tenía los ojos cerrados, concentrados, por lo que no se dio cuenta de la toma de la instantánea.
Pero volvamos al viernes. Salía antes que ellos del cubículo, para que no se dieran cuenta de que habían tenido un espectador, ¿cómo se le llama a un mirón auditivo?, con un empalme de tres pares de cojones. Y allí me la encontré, al lado de mi coche, haciéndole señas a un taxi que no se detuvo.
-¿Quieres que te lleve a casa?
-No hace falta, gracias, eres muy amable.
-No me cuesta nada. Venga, sube al coche –ordené más expeditivo de lo que hubiera aconsejado la buena educación. Noté la sorpresa en María, pero obedeció dócilmente.
Me sorprendió la dirección que me dio, pues pensaba que vivía en mi barrio, así que me explicó que desde hacía unos meses vivía con su madre. No incidí en el tema, pero era obvio que se había separado de su marido. Preferí preguntarle por la fiesta y qué tal se lo había pasado. Bien, fue su escueta respuesta, confirmándome su conocida timidez, pues costaba arrancarle algo más que monosílabos. Su actitud sentada a mi lado, además, era vergonzosa. Temerosa, incluso, sensación que se agudizó cuando la miré, repasándola sin compasión, pues mi excitación se mantenía despierta.
Llevaba un vestido de una pieza cubierto con una chaquetita corta, por la cintura, sin abrochar. No tenía demasiado escote, pero sus pechos, medianos, potenciados por el cinturón que los cruzaba, me parecieron apetitosos. También sus piernas, enfundadas en unas medias color carne de las que veía menos de medio muslo.
El instinto me llevó a atacar cuando nos detuvimos en un semáforo, poco antes de llegar a su casa. Has venido muy atractiva esta noche. Bajó la cabeza, profiriendo un escueto gracias. No arranqué cuando las luces cambiaron a verde. Estábamos en el carril derecho de una calle que tenía tres, así que no molestábamos a otros vehículos en caso de que aparecieran. ¿Sabes qué me apetece? No respondió, agarrándose las manos entre sí, como una niña pequeña pillada en falta. Me apetece besarte. Mantuvo la cabeza baja, sin mirarme, pero tampoco negaba. Nunca me había encontrado con nadie así, por lo que continué acosando. Giré mi cuerpo, alargué la mano para tornar su cara hacia mí, siguió mirando bajo cuando esperaba que me mirara a los ojos, me acerqué y la besé.
Tardó en reaccionar pero no me pidió que me detuviera ni que la dejara marchar. Simplemente se dejó hacer pasiva. Quiero acabar la noche bien y quiero hacerlo contigo. Suspiró profundamente, nerviosa, pero no se apartó ni me rehuyó cuando la tomé de la nuca y la besé de nuevo. Abrió la boca pero no me devolvía el morreo, así que empujé mi cara hacia adelante para aprisionar su cabeza contra el respaldo del asiento. Mi lengua entró en su boca pero no encontró a su gemela. Sus brazos se mantenían inertes. Los míos, en cambio, comenzaron la expedición. Mi mano izquierda coronó su pecho, llenándola, acompañada por la derecha que en una posición incómoda tomó el otro.
Saca la lengua, ordené, a lo que obedeció instantáneamente, entrelazándola con la mía. Ahora sí era un morreo. El poco escote del vestido me impedía avanzar en mi excursión, por lo que deslicé mi mano por su vientre hasta sus muslos, que acaricié unos minutos antes de colar la mano por debajo de su falda. Mantenía las piernas cerradas, cual adolescente adoctrinada para no permitir al chico llegar al tesoro, así que ordené de nuevo. Abre las piernas. Otra vez obedeció, moviéndolas tímidamente. Colé la mano ascendiendo despacio hasta llegar a su ingle, que acaricié suavemente para pasar el dedo también por la paralela.
Mi mano derecha, invertida, había logrado colarse en su pecho pero la posición era muy incómoda. Fue entonces cuando la izquierda se encontró con una muralla. De tela y algodón. Al llevar medias tipo panty no pude colar la mano, pero no noté los labios de su sexo pues llevaba salvaslip. Habitual en muchas mujeres, me di cuenta que era más grueso de lo acostumbrado. ¿Tienes la regla? Asintió, lo que me detuvo de golpe. Mierda, pensé, pero la mamada escuchada me tenía desbocado así que decidí obviarlo. O cambiar de juego.
Puse el coche en marcha hasta aparcarlo en una zona con cierta penumbra. Volví al ataque, pero al comportarse con tanta pasividad decidí ser egoísta, además de activo. Me desabroché el pantalón, sacando mi durísimo miembro de su encierro, tomé su mano derecha posándola sobre él y nos abandonamos a juegos adolescentes. Yo sobándole las tetas por encima del vestido. Ella masturbándome rítmicamente, hasta que quise más.
Repetí una frase que había oído hacía media hora. Al menos, hazme una mamada. No tuve que insistir. Agachó la cabeza y se la metió en la boca. Chupaba mecánicamente con la mano derecha aguantando el tallo. Tuve que pedirle que lo hiciera despacio, pues es como me gusta que me la coman, degustándola, pero estaba tan caliente que no iba a durar mucho.
Quise repetir también el modus operandi de mi amigo, corriéndome en sus tetas, pero para ello debía desabrocharle el vestido por la cremallera posterior y no me apetecía detener el juego. Así que opté por una alternativa que no siempre resulta del agrado de la felatriz. Pero no se apartó. Recibió mi descarga con naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo.
Cuando consideró que ya había acabado, levantó la cabeza, aún con mi simiente en la boca. Esperaba que abriera la puerta para escupirla o sacara un pañuelo de papel para soltarla, pero se quedó quieta como si de enjuague bucal se tratara. Entonces comprendí. Trágatelo. Inmediatamente, la nuez de su cuello se movió, dejando pasar el líquido hasta su estómago.
Tumbado en el sofá de casa, al día siguiente, rememoré el episodio, sorprendiéndome aún por su comportamiento. Nos habíamos despedido ante su portal con un casto beso, como si nada hubiera ocurrido. Solamente sonrió suavemente cuando le dije, a modo de despedida, que me había gustado mucho acabar la noche con ella.
***
A diferencia de él, no conté nada a Marcos sobre mi fin de fiesta, el lunes en la oficina. Algo en mi interior me empujaba a mantenerlo en secreto, como si la protegiera. Tampoco me acerqué a ella pues quitando una pausa para tomar café fui bastante de bólido toda la mañana.
Estaba próxima la hora de comer, cuando la vi pasar por el pasillo central hacia el departamento de compras. No giró la cabeza hacia mí, pero sí la mirada, que coincidió con la mía. Vestía falda y blusa, indumentaria que en su caso prácticamente podía considerarse su uniforme, pues pocas veces la vi en pantalón. También es cierto, que no solía fijarme en ella especialmente.
Cuando notó mi mirada, bajó la vista automáticamente, en un gesto inesperado para mí, pero excitante. Supuse que había ido a entregar alguna factura o a preguntar por algún importe, así que no debía demorarse demasiado en aquella zona, por lo que estuve pendiente de su vuelta. Cuando ésta se produjo, me levanté, cruzándome con ella, pero no me detuve. Me bastó un gesto con la mano para que me siguiera.
La esperé en el pasillo que daba acceso al almacén durante diez o quince segundos. Se detuvo delante de mí, mirándome pero no a los ojos, así que le pregunté:
-¿Cómo estás? –Bien. Seguíamos en el maravilloso mundo de los monosílabos. -¿Quieres que tomemos una copa al salir? –Vale. -¿A qué hora te va bien? –A la que te vaya bien a ti.
La noticia es que había pronunciado una frase de ocho palabras, pero seguía delegando en mí cualquier decisión, ¿no tenía opinión?
-¿Siempre dices que sí a todo? –Aún con la mirada gacha, se frotó ambas manos delante del cuerpo, en un gesto ya conocido por mí. Al no responder, insistí: -¿Si te digo que me chupes el dedo, lo harás?
Su respuesta no me dejó ninguna duda. Levantó la cara ligeramente, cerrando los ojos, abriendo los labios para recibir su alimento. Levanté el dedo índice y lo apoyé entre ellos. Lo rodeó, húmedamente, para comenzar a chuparlo hambrienta.
Dediqué el minuto que le permití complacerme en mirarla detenidamente. La encontré atractiva, sobre todo chupándome el dedo. De cara infantiloide, con labios finos y nariz recta, peinaba su oscura cabellera lisa al estilo Cleopatra, hasta el cuello. De cuerpo, era un poco ancha de caderas y hombros, pero no estaba gorda. Además, tenía buenas tetas, medianas o por encima de la media.
-Espérame delante del bar de la esquina cuando salgas esta tarde, pero no entres en él –ordené quitándole el juguete para volver a mi sitio.
Salió a las 6, acompañada de otros compañeros, pero me demoré expresamente más de veinte minutos en recoger y salir a buscarla. Desde la ventana, la vi de pie, esperando impaciente. Cuando llegué a su lado le ordené seguirme sin mediar saludo ni ningún gesto de cortesía. Anduvimos dos calles hasta llegar a un bar que no solía frecuentar nadie de la empresa.
Estaba poco concurrido, unas diez personas en un local de quince mesas, así que elegí una del centro. Pedí dos cervezas y esperé que nos las trajeran. María repetía el gesto nervioso con las manos.
-Te has separado de tu marido recientemente, ¿verdad? –Asintió. -¿Qué ha pasado? –Bajó la cabeza mirándose las piernas, ofreciéndome un leve movimiento de hombros como única respuesta. Entendía que no quisiera hablar de ello, pero insistí. -¿Se ha cansado de ti? –Seguía sin contestar, así que la tomé de la barbilla, obligándola a mirarme. -¿O te has cansado tú de él? –Como tampoco soltó prenda, sentencié: -Creo que no te daba lo que necesitas. ¿Es eso?
Me sostuvo la mirada, pero era nerviosa, incómoda. Ni afirmaba ni desmentía, así que cambié de tercio.
-Corrígeme si me equivoco, pero estoy convencido que necesitas un hombre fuerte que te lleve por el buen camino, recta, que te diga qué debes hacer, cuándo debes hacerlo y cómo debes hacerlo. ¿Me equivoco? –Asintió de nuevo, sin darse cuenta que afirmar una pregunta negativa era contradictorio, pero lo tomé como la confirmación de mi percepción. -¿Quieres que sea yo ese hombre? –Tardó unos segundos, inquieta, pero asintió de nuevo con un leve movimiento de cabeza. –No te he oído.
-Sí.
Desconozco por qué me había elegido a mí, por qué creía que yo podía ser el amo dominante al que someterse, pues ni tengo experiencia en ello ni creo dar esa imagen. Tampoco soy, además, el típico triunfador guaperas por el que pierden el norte muchas mujeres, caso de Marcos, por ejemplo. Pero en esas estábamos y el juego me excitaba.
-¿Estás dispuesta a obedecer mis órdenes? –Asintió por enésima vez. -¿A comportarte como una verdadera sumisa, te pida lo que te pida? –Otro movimiento de cabeza vertical.
Volví a mirarla detenidamente, recorriéndola como si de una mercancía se tratara. Se me ocurrían un montón de cosas para mandarle, pero decidí ir paso a paso. Vete al baño y quítate el sujetador, fue mi primera orden. Un par de minutos después, reaparecía con los pezones taladrando la tela de la blusa. Tendí la mano para que me lo entregara. Estaba ruborizada, pero el brillo de sus ojos denotaba excitación. La dureza de sus pezones, lo confirmaba.
Estiré la mano derecha, estábamos sentados de lado, en forma de L, para posarla sobre el pecho izquierdo. Suspiró, apartando los brazos para facilitarme el trabajo. Lo sopesé, sintiendo su buen tamaño, para acabar pellizcándole el pezón. Dio un leve respingo, pero no emitió sonido alguno. Repetí la operación con el otro par, que subía y bajaba acelerado fruto del cambio de respiración.
Desabróchate un par de botones. Sus ojos se abrieron como platos. Esperaba que mirara en derredor, pues estábamos sentados en el centro de la sala y era probable que algún comensal nos estuviera mirando, pero no lo hizo. Obedeció, dejando tres botones desabrochados. Desde mi posición no podía verlos, para ello debería ponerme de pie a su lado.
¿Estás excitada? Asintió de nuevo, pero aún di una última vuelta de tuerca a la situación. Llamé al camarero para que cobrara las consumiciones. Este se acercó diligente, pero al darse cuenta del espectáculo que le ofrecía la chica, prefirió quedarse de pie a su lado en vez de atenderme por el mío que hubiera sido más lógico. El hombre tenía una razón de peso para elegir la más incómoda opción. El amplio canalillo le ofrecía una visión prácticamente completa del pecho de la clienta.
Demoré el momento haciéndole un par de preguntas al tío que me respondió nervioso sin mirarme, mientras los pechos de mi compañera subían y bajaban a mayor velocidad a medida que los interminables segundos avanzaban.
El hombre seguía allí, como un pasmarote, cuando anuncié que nos íbamos. No disimuló una obscena mirada a María cuando vio que yo tomaba el sujetador de encima de la mesa. Cruzamos el salón tranquilamente, ella delante, mientras ahora sí notaba sucias miradas en aquel par de piezas. La tomé de la cintura poco antes de llegar a la puerta, para bajar la mano y acomodarla sobre su nalga derecha.
En el primer portal que encontramos, la obligué a entrar, aprovechando que una abuela salía de él. La apoyé contra la pared, ordenándole soltarse otro botón para mostrármelos. Los amasé satisfecho. Tenían el tamaño idóneo y los pezones estaban bastante centrados, sobre todo debido a la excitación que, como confirmaría más adelante, los levantaba.
Abre las piernas. Colé la mano encontrándome de nuevo con un panty de nylon. Clavé las uñas y lo rompí. Si no quieres que vuelva a hacerlo, ponte medias con goma en el muslo. Asintió suspirando. Aparté el tanga, empapado, para colar los dedos. Sus piernas se abrieron más y adelantó el pubis. En cuanto acaricié aquella charca, gimió intensamente.
A escaso centímetros de mí, me pareció preciosa, jadeando con los ojos cerrados. Se lo dije. Creo que esbozó una sonrisa, pero la excitación le impidió dibujarla claramente. Sóbate las tetas. Sus gemidos aumentaron mientras su cabeza se levantaba como si buscara aire en la superficie. Estaba muy cerca de la meta, así que me detuve.
-¿Te has corrido? –Negó suspirando. -¿Quieres correrte? –Sí, verbalizó suplicante. –Te correrás cuando lo merezcas o cuando yo lo considere oportuno. Y hoy aún no has hecho méritos para ello.
Me aparté medio metro desabrochándome el pantalón. No tuve que ordenarlo. Se arrodilló en el suelo, engullendo mi falo en cuanto asomó orgulloso.
María no era una gran felatriz. Lo comprobé la primera noche y lo confirmé en aquel portal, pero le ponía ganas, voluntad, aderezada por la excitación que la consumía. Así que opté por instruirla, marcándole la velocidad que a mí me gustaba, calmada, y ordenándole lamerme los huevos cada cierto tiempo. Hasta que la detuve de nuevo. Vámonos.
No le permití abrocharse ningún botón al salir a la calle. No se veía nada de frente pero yo, que había vuelto a tomarla de la cintura, tenía una visión completa de su pecho derecho. Anduvimos un par de calles en las que nos cruzamos con poca gente, pero más de uno se dio cuenta del indecente escote y la miró con deleite. Hasta que llegamos a una parada de autobús donde acababa de detenerse uno, vaciándola. La apoyé contra la marquesina, separé las solapas de la blusa para desnudarlas, las sobé hasta ordenarle que sus manos sustituyeran a las mías, mientras mis dedos percutían de nuevo en su entrepierna.
Ni suspiró ni gimió. Directamente comenzó un concierto de jadeos, profundos y musicales, que amenazaban con llevarla a la última parada en breve. Apuré tanto como creí oportuno, evitando su explosión, lo que provocó que se venciera hacia adelante apoyando su cabeza en mi hombro mientras protestaba con otro suspiro lastimero.
-Estás caliente como una perra, -afirmé en su oído, mientras mis dedos acariciaban sus ingles y muslos, pero ya no su sexo. -¿Crees que mereces correrte? –No contestó, así que repetí la pregunta: -¿Has hecho méritos para correrte? –No, fue su dócil respuesta. -¿Qué tienes que hacer si quieres correrte? –Obedecer. -¿Harás lo que te ordene? –Sí. -¿Cualquier cosa? –Cualquier cosa.
El cuerpo me pedía arrodillarla allí en medio o darle la vuelta y ensartarla, pero mi excitación no debía nublarme la vista. La llevé hasta un parque cercano donde nos sentamos en un banco. Ya había oscurecido, por lo que elegí uno iluminado por una farola. Volví a descubrir sus pechos.
¿Te masturbas? A veces, respondió. Hazlo, ahora. Separó las piernas y coló la mano para comenzar a acariciarse. Cerró los ojos, gimiendo, pero se lo impedí. Mírame a la cara mientras te tocas. Sus ojos, inyectados en sangre, se clavaron en los míos, mientras jadeaba. No quiero que te corras. Se detuvo al instante, cerrando las piernas así como los ojos, mordiéndose el labio inferior.
-Te prometo que hoy tendrás el mejor orgasmo de tu vida, pero aún debes esperar un rato. –Metí un dedo en su vagina, penetrándola solamente para embadurnarlo, y se lo ofrecí para que lo chupara. Lo limpió hambrienta. Repetí la operación tres veces más, pero tuve que cambiar de juego pues dudé que lograra aguantar otro tacto. Sácame la polla, ordené.
Vi acercarse a una chica corriendo, enfundada en un ceñido traje de running bastante llamativo que le marcaba un cuerpo trabajado, pero no avisé a María. Había engullido mi miembro, saboreándolo con lentitud, como yo le había ordenado. La deportista no se detuvo, pero aminoró la marcha sorprendida al pasar a nuestro lado. Te están mirando, dije cuando llegaba a nuestra altura, por lo que instintivamente levantó la cabeza para detener la mamada, pero la sostuve, no te he ordenado parar. Ambas chicas se miraron, pero la respuesta de mi compañera fue engullir más profundamente, hasta que me derramé.
Levantó la cabeza cuando tiré de su cabello, miró hacia la chica que se alejaba, después de que yo se la señalara con un gesto, volvió la vista hacia mí, esperando instrucciones, así que ordené, traga.
Tomó una profunda bocanada de aire cuando vació su boca, respirando aún muy acelerada. Sus pechos desnudos se mecían al son de sus pulmones, pero su mirada era anhelante, suplicándome poder correrse también.
-Abre las piernas y enséñame el coño. Creo que hay demasiado pelo para mi gusto.
Obedeció rápida, confirmándome lo que había notado al acariciarla. Las medias rotas cubrían sus muslos, así solamente necesitó apartar el tanga para mostrarme una bonita flor rosada, brillante por la abundancia de flujo. Tiré del tanga con fuerza, rompiéndolo, pues no me permite ver bien. Gritó a la vez que abría más las piernas para aumentar la exposición de su intimidad. Un triángulo de pelo negro bastante amplio coronaba su pubis. Tomé un mechón con dos dedos, tirando de él sin pretender arrancarlo pero sí que notara el escozor, avisándola que era la última vez que le permitía tal descuido.
-No quiero ni un solo pelo en todo tu cuerpo, solamente cabello. Nos vamos a casa –anuncié levantándome.
María no pudo ocultar la decepción en su rostro pues se vio sin premio a pesar del esfuerzo realizado, que había sido más del que yo esperaba. Desanduvimos el camino hasta mi plaza de parking en el trabajo, agarrados por la cintura y sin permitirle abrocharse la blusa.
Entra, ordené, cuando lo hube abierto y me dispuse a cruzar media ciudad hasta el piso de su madre. Parados en el segundo semáforo, le ordené levantarse la falda y abrir las piernas para acariciarle el sexo, que seguía licuado.
-Si hubieras estado a punto, te hubiera devuelto la comida, pero no pienso ensuciar mi lengua en un coño descuidado. –Lo siento, pronunció suspirando. –Pero te permito acariciarte mientras me la chupas de nuevo. –Había tenido que desalojarla pues el semáforo cambiaba a verde y debía poner primera. –Pero recuerda, ni se te ocurra correrte.
Tuvo ocupada la boca y los dedos los diez minutos de trayecto, aunque tuvo que detener el trabajo de estos últimos varias veces para no acabar. Paré en doble fila delante de su portal. Puedes bajar. Me miró como un perro abandonado, pero obedeció, abrochándose la blusa. Yo también bajé acompañándola hasta la puerta cual caballero. Se sorprendió, aunque vi que le gustaba. Metió la llave en la cerradura, empujó la puerta y se giró para besarme, despidiéndose de mí, pero la empujé dentro. Entonces le ofrecí su premio.
-Aunque has cometido un error grave, por ser tu primer día lo voy a obviar. Date la vuelta y apóyate contra la pared. –Me miró sorprendida. Ahora sí miró en derredor llegando a preguntarme, ¿aquí?, pues podía sorprendernos algún vecino o su propia madre. –Si quieres correrte debe ser aquí y ahora. Si prefieres esperar a la próxima ocasión, tú misma.
Dudó unos instantes antes de decidirse a apoyar ambas manos en la pared, pero su respiración desbocada la delataba. Tiré de sus nalgas hacia atrás para llegar cómodamente, levanté la falda para acomodarla sobre su espalda, tanteé el terreno buscando el orifico par apuntar y entrar de una sola estocada. Jadeó con fuerza. La agarré de las tetas, una en cada mano, para lo que volví a desabrochar la blusa, y percutí con ganas.
-Ahora sí, ahora puedes correrte. Me has demostrado ser una buena chica, obediente y entregada. Una buena sumisa que hará todo lo que yo ordene y obedecerá todos mis caprichos.
Fue prácticamente instantáneo. Su vagina se contrajo, violentamente, mientras gemía, jadeaba, babeaba, resoplaba, se agitaba y no sé cuantas cosas más. Nunca había presenciado un orgasmo de tal intensidad.
***
Me había caído del cielo un juguete nuevo, que no había pedido y del que no conocía del todo las reglas de uso. La teoría es muy sencilla. Ordenar y ser obedecido. Pero la práctica no es tan simple. ¿Cuáles son los límites? ¿Hasta dónde puedes llegar? No me quedaba más remedio que tomar la estrategia de prueba-error. De momento, parecía que todo lo puesto en práctica el día anterior la excitaba.
Para el día siguiente le había puesto deberes. Depilarse completamente el pubis. No tuve ninguna duda de que obedecería, así que fui pensando en nuevas órdenes, más allá de follármela tantas veces y de tantos modos como me apeteciera. La segunda obligación sería cambiar su vestuario.
El martes llegué a la oficina a media mañana pues había tenido una reunión con un cliente. De pie, desde mi cubículo, podía verla, teóricamente concentrada en su labor, aunque percibí claramente que había estado atenta a mi llegada. Fui al office a prepararme un café, cuando me la encontré entrando conmigo en la salita. Una chica de compras, Ángela, salía en ese momento dejándonos solos. Maria se dirigió al fondo de la pequeña habitación para que nadie la viera, se levantó la falda, bajó el tanga hasta medio muslo y mirando al suelo me mostró las medias color carne con goma y el pubis completamente aseado.
-Así me gusta, que obedezcas mis órdenes. Luego te premiaré por ello, -sonrió ligeramente –pero tranquila que no haremos nada en el trabajo. No quiero ponerte en un aprieto, así que vístete antes de que alguien te vea.
Obedeció, pero la sorpresa vino cuando se acercó a la máquina, pulsó el botón de café express, tomó el vaso de plástico del dispensador cuando éste se hubo llenado y me lo tendió. Gracias, fue mi único comentario, cuando debería haberle preguntado cómo sabía qué café tomaba yo. Pero salió de la sala dirección a su departamento.
Hoy en día hubiera sido mucho más fácil, pero hace diez años no existía whatsapp, así que era habitual utilizar sms para no pagar por una llamada de móvil. Un buen ejemplo de mi inexperiencia en estas lides fue que no había caído en la cuenta de pedirle su número de teléfono, pues la tenía a mano en la oficina, algo en lo que reparé volviendo de comer, pues debía planear y organizar la tarde con mi juguete.
Podía llamarla directamente a su mesa, pero tanto la distribución de su área de trabajo como la mía eran en cubículos de 4 o 6 personas juntas, así que ni quería que nadie me oyera ni que la oyeran a ella, por más parca en palabras que fuera. Afortunadamente para mí, fue ella la que tomó la iniciativa, demostrándome estar mucho más versada que yo en el tema. A media tarde, cruzó el pasillo central como había hecho el día anterior, pero en vez de dirigirse a algún departamento, se desvió hacia el almacén. Comprendí la estrategia al instante, así que dejando pasar unos minutos, me levanté para acompañarla.
En cuanto me vio aparecer, se arrodilló en el suelo y bajó la cabeza. Me excitó de una manera malsana, pero mi cerebro aún funcionaba, así que la apremié a levantarse rápidamente pues ya te he avisado que no haremos nada aquí. Te recogeré dónde ayer, pero lo haré en coche.
De nuevo la tuve media hora esperando. Detuve el coche y entró, volviendo a sobarse las manos infantilmente. Desnúdate, fue mi primera orden. Como cada vez que le daba una, parecía dudar unos segundos, pero obedecía rápidamente. Chaqueta, blusa, sujetador, falda y tanga pasaron al asiento posterior, acompañados de su bolso. Acaricié su sexo, mientras conducía, ya húmedo por la excitación.
-Los otros coches te están mirando. ¿Te gusta exhibirte?
-Me gusta obedecerte.
Sonreí complacido, mientras el conductor de una camioneta de reparto soltaba sandeces a su lado. Salimos del centro de la ciudad, pues temí acabar provocando algún accidente o tener algún problema con otro conductor, para dirigirnos a la playa. Estacioné en una zona tranquila en la que había otros coches pero parecían desocupados. Seguí acariciando su sexo, alabándolo pues ahora está perfecto, le dije, subiendo a sus tetas alternativamente. Pero el juego al que dediqué más rato fue a penetrarla con un dedo para hacérselo chupar lleno de flujo.
Mientras, quise conocerla mejor, sobre todo sus hábitos y disponibilidad, pues a fin de cuentas se trataba de una madre de familia que no vivía sola. Así, supe que se había separado hacía menos de medio año, que había tenido dos amos anteriores a su marido, aunque éste no lo había sido, pues no le iba el juego. Supuse que allí había una de las razones de la ruptura.
Respecto a sus horarios, se mostró completamente abierta. Su madre cuidaba del niño, lo llevaba al cole, lo recogía, le hacía la cena, así que podía llegar tarde cuando yo decidiera. Los miércoles y un fin de semana alterno, el crío estaba con el padre.
Todo esto me lo explicó respondiendo mis preguntas con monosílabos, mientras mi dedo percutía o era limpiado. También quise conocer sus límites, pero no había ninguno, solamente se centraba en obedecer.
-¿Puedo darte por el culo? –Asintió. Por lo que entendí, su ex marido nunca se lo había hecho, pero los amos anteriores sí. ¿Pegarte? Asintió. ¿Entregarte a otros? Asintió. Todo le parecía bien, algo que confirmó pronunciando la única frase larga de la noche:
-Haré cualquier cosa que ordenes, solamente deseo obedecerte.
-Sal del coche y rodéalo. –Fue mi primera orden de prueba. No se lo pensó. Abrió la puerta, descendió completamente desnuda, obviando medias y zapatos, caminó hacia su derecha hasta volver a llegar a la puerta donde se quedó quieta, esperando, con la cabeza baja y las manos entrelazadas. –Las manos detrás.
Así estuvimos un rato, yo mirándola, ella esperando, ofreciendo su cuerpo a cualquier peatón que paseara por la zona. Pero no pasó ninguno. O yo no me di cuenta.
No sé quién estaba más excitado, pero yo lo estaba mucho, así que le ordené arrodillarse en el suelo. Bajé del coche y me acerqué a ella. Sus pechos subían y bajaban al son de una respiración acelerada, mientras sus rodillas estaban bastante separadas para dejar abiertas las piernas.
Me paré delante, obligándola a girarse hacia mí, me desabroché el pantalón y me saqué la polla, durísima. Chupa. Acercó la cabeza, sin mover las manos, y la engulló. Con verdadera ansia, gimiendo. Miré en derredor, deseando que alguien nos viera, pero no se dio el caso.
Debería haber aguantado para continuar el juego, pero estaba muy excitado, así que decidí cambiar de planes. Acogió mi simiente jadeando, para tragársela cuando se lo ordené. Pero la mantuve unos minutos lamiéndome, sobre todo los huevos, hasta que me di por satisfecho.
La hice entrar en el coche, pues había decidido proseguir la fiesta en casa, pero al sentarse en el asiento reparé en la ingente cantidad de flujo que desprendía, así que no le permití mancharlo. Arrodíllate en el asiento, irás de espaldas hasta mi piso. No debía ir cómoda con las rodillas al filo del asiento y el culo expuesto, a pesar de permitirle agarrarse al reposacabezas, pues quería evitar que frenando se pegara una torta.
Ahora sí la miraban otros vehículos, pues llamaba mucho más la atención, pero ella no podía verlo pues la obligué a cerrar los ojos para sentir mejor mis dedos acariciándole la charca que tenía por coño. Avísame para no correrte. Lo hizo en tres ocasiones, en que volví a dejarla con la miel en los labios.
Al llegar al aparcamiento de mi edificio, utilicé uno de los dedos embadurnados de flujo para penetrar su ano. Entró con gran facilidad, mientras gemía con ganas. Metí un segundo. Ahora sí noté la estrechez del conducto, lo que también sintió ella pues aumentó el volumen de sus gemidos a la vez que movía las caderas buscando una penetración más profunda.
Otra vez me detuve al acercarme a su orgasmo. Olí mis dedos, apestaban, así que se los tendí. Chupa. No se lo pensó dos veces, aunque al notar el sabor se detuvo un segundo, para sorber con ganas a continuación.
Salimos del coche, cada uno por su puerta, pero no le permití vestirse. Aunque estuve a punto de no hacerlo, tomé su ropa. Cruzamos los veinte metros que nos separaban del ascensor con mis dedos acariciando su vagina desde detrás. Para facilitármelo, andaba con las piernas ligeramente abiertas, como si montara a caballo. Dentro del elevador, le di de beber dedos de nuevo.
La paseé por todo el apartamento, mostrándole las dos habitaciones, el baño y la cocina, sin dejar de acariciarla. Me senté en el sofá y le ordené traerme una cerveza de la nevera mientras tomaba el mando de la tele. No se lo pedí, pero se arrodilló en el suelo antes de entregármela, gesto que me encantó.
Así la tuve más de media hora, sin hacerle el más mínimo caso, hasta que le tendí la botella vacía para que la llevara de nuevo a la cocina. Repitió posición al volver, pero le ordené desnudarme. Me quitó la camisa, pantalón, zapatos y calcetines, pero no el bóxer pues es como suelo estar en casa. Le indiqué donde debía dejar la ropa sucia y volvió a mi vera.
Alargué la mano y le acaricié los labios, que abrió por su debía chuparme los dedos, aunque no se lo ordené. Acaricié su barbilla, bajé a su cuello, sopesé los pechos, hinchados y duros, pellizcándole los pezones, mientras le decía lo guapa que estaba, dócil e indefensa. Una sonrisa de orgullo atravesó su semblante.
-¿Estás excitada? –Mucho. Alargué la mano para llegar a sus labios inferiores. Seguía licuada. Los acaricié, así como su clítoris, pero poco tiempo.
Volví a abandonarla un buen rato, hasta que ordené, chúpamela. Se lanzó sobre mi polla desesperada, casi arrancándome el bóxer, jadeando poseída. Se la había tragado fláccida, pero era tal su entusiasmo que la envaró en pocos segundos. Cuando consideré que ya estábamos ambos a punto, la aparté tomándola del cabello para que apoyara cara y pecho sobre el sofá, ordenándole separarse las nalgas con las manos, anunciando, voy a darte por el culo.
Aún no la había tocado y ya gemía. Acomodé el glande en su orificio, empujé pero no entró. Le di una nalgada, relaja el culo. Jadeó. Volví a probar. Pero no lograba entrar. Aunque me encanta, el sexo anal no es plato del gusto de muchas chicas, así que estoy poco versado en ello. Mi falta de experiencia y los ocho años que llevaba aquel orificio inmaculado, se lo pregunté, no ayudaban. Tuvo que ser ella la que sostuviera mi miembro con decisión mientras mantenía la mano izquierda en la nalga correspondiente. En cuanto la cabeza encontró la entrada, encajamos para avanzar lentamente. El anillo anal es la puerta propiamente dicha, así que cuando mi polla lo superó, me caí dentro fácilmente.
María jadeaba, aumentando la velocidad y escapándosele algún grito a medida que yo aceleraba o percutía más profundamente. Estaba en el Paraíso, pero ella también. No aguantaría mucho, pero la sorpresa vino de mi compañera. ¿Puedo correrme? Preguntó entre gimiendo. Córrete perra. A los pocos segundos explotó berreando, soltando roncos sonidos guturales que nunca había arrancado a ninguna amante. Pero no me detuve. Percutí y percutí hasta que mi simiente anegó aquel conducto de salida.
La chica sudaba, boqueando con la cara ladeada, mientras yo me mantenía quieto, cómodo, en aquella posición. Hasta que un calambre en la pierna me obligó a salir y sentarme en el sofá. María me miró de reojo, contenta. Le devolví la sonrisa. Pero aún se me ocurrió una última cerdada. Límpiamela.
Cumplió. La chica no dejaba de sorprenderme.
***
El miércoles tenía un viaje a Madrid, así que no la vería. Por un momento se me ocurrió que me recogiera en el aeropuerto, pero preferí ordenarle que estuviera en mi casa el jueves a las 7.30 de la mañana.
Llegó puntual, uniformada de María, un tema que debía cambiar, pensé. La hice pasar para que me acompañara al baño. Me acababa de levantar, así que la recibí en bóxer y con la polla erguida debido a la necesidad de mear.
-Sácamela, tengo que mear.
Se arrodilló a mi lado, bajó el bóxer y la tomó, apuntándola hacia el inodoro después de unos segundos de indecisión. Al momento comprendí, por lo que le pregunté si alguna vez le habían meado en la boca. Asintió. Me pareció asqueroso, pero también me lo había parecido que me limpiara la polla con la lengua después de darle por el culo, así que me lo anoté para una próxima vez.
-¿Puedo mearte en la boca?
-Puedes hacerme lo que quieras. –Pero ya estaba acabando, así que solamente le ordené limpiármela, acto que acabó convirtiéndose en una mamada. Tragó, cuando se lo ordené, pero no le permití levantarse del suelo hasta que necesité que me frotara la espalda mientras me duchaba. Me tendió la toalla y me secó, acabando arrodillada de nuevo al acabar.
Mientras me vestía la mandé a la cocina a hacerme un café. Tómate también uno si quieres. Me esperaba arrodillada con dos tazas sobre el mármol.
Salimos juntos hacia el trabajo pero la descargué dos manzanas antes de llegar para que no nos vieran hacerlo juntos. Antes de bajar le anuncié que la esperaría a las 2.30 en el coche para llevarla a comer. Se le iluminó la cara.
Salí media hora antes y me compré un sándwich. A la hora acordada, apareció en el parking para dirigirse hacia mi coche donde yo la esperaba. Montó, pero no arranqué. Hoy comerás polla. Se lanzó a por ella hambrienta, aunque antes de comenzar la mamada le ordené desabrocharse la camisa y sacarse las tetas para poder sobarlas hasta hartarme mientras ella comía. Cuando se hubo llenado el estómago le tendí una llave de mi casa.
-Esta tarde tengo lío, así que espérame en mi apartamento. –Señalé la puerta para que bajara, pero antes le di una última instrucción. –Ah, hazme algo de cena.
Los jueves juego a fútbol sala, así que no llegué a casa hasta pasadas las 9. Después del partido solemos tomarnos una cerveza, costumbre que no pensaba cambiar a pesar de que alguien me esperara y de que me gustara mucho el espectáculo preparado.
En la mesa del comedor, sobre un mantel individual, estaba dispuesto un plato con ensalada de pasta, cubiertos y servilleta perfectamente alineados, coronado con una copa de vino tinto. Al lado, solamente ataviada con medias hasta el muslo y zapatos, María esperaba arrodillada con las manos detrás.
Desconocía cuanto tiempo llevaba en aquella posición, pero si había sido diligente preparando la cena, podían ser más de dos horas. No se lo pregunté. Solamente la felicité por haber sido una buena chica, acariciándole la cara y el cabello, como si de un perro fiel se tratara.
Fui a mi habitación, me desvestí para volver al comedor en bóxers. Iba a sentarme a la mesa cuando quise tomarle la temperatura. Desde detrás, colé la mano entre sus piernas para acariciarle vagina y ano. Nunca había conocido a una mujer con tal cantidad de flujo.
Comí tranquilo, explicándole cuatro anécdotas del trabajo y del partido, cual pareja madura. Cuando hube acabado, la felicité por sus dotes caseras, culinarias hubiera sido una mofa pues se trataba de una simple ensalada, avisándola que antes de irse debía recoger la mesa.
-Pero antes debo premiarte pues has sido una chica obediente. Acompáñame al sofá –ordené levantándome. Ella me siguió gateando. –Prepáramela que quiero follarte.
Arrodillándose delante de mí me quitó el bóxer para ponérmela dura, pero le ordené hacerlo arrodillada sobre el sofá, a mi derecha. Así, mi mano se colaba entre sus piernas para masturbarla o llegaba perfectamente para pegarle alguna nalgada, algo que descubrí que le encantaba, pues emitía un pequeño grito acompañado de uno de sus roncos jadeos.
Era tal su nivel de excitación que tuvo que detener la mamada varias veces pues los gemidos le impedían chupar bien. Por lo que me harté. Arrodíllate en el suelo como una perra. Obedeció al instante, ansiosa pues iba a correrse en un par de estocadas. Se la metí en el coño, pero no te corras aún. Al tercer envite gritó, ¡ya!, por lo que la saqué, ordenándole darse la vuelta para chupármela. Engullía desesperada, jadeando poseída. Volví a penetrarla, esta vez por el culo. No me costó pero aumentó en mucho el placer que yo sentía. Ella, en cambio, aguantó varios golpes de cadera hasta que me avisó de nuevo. Me detuve, girándola. Comió desbocada, sin importarle lo más mínimo el sabor. Hasta que reanudamos la penetración, vaginal esta vez. Pero no duraba ni cinco segundos.
Entonces decidí acabar, pero usaría su recto y sus nalgas. Entré profundamente y me paré para propinarle una nalgada. Jadeó con la penetración, gritó casi orgásmica con el manotazo. Me retiré y repetí la operación, de nuevo, otra vez, otra. A la séptima u octava bramó enloquecida que se corría. No la detuve, pues dudo que hubiera podido hacerlo. Al contrario, percutí con ganas pues yo también estaba cerca.
En cuanto me vacié, su cuerpo se venció hacia adelante, cayendo yo sobre ella. Nos habíamos desacoplado, pero movió el culo para acercarlo a mi polla mientras se la encajaba de nuevo con la mano. Empujé para volver al hogar, mientras le decía al oído lo contento y orgulloso que estaba de ella. Un suave gracias, gemido, fue su plácida respuesta.
***
Durante dos semanas el juego siguió sin especiales variaciones. Algunos días la exhibía, otros íbamos directamente a mi casa, pero más allá de confirmar que se corría con la misma intensidad anal o vaginalmente, sobre todo si iba acompañado de nalgadas, no avancé demasiado.
Además, acostumbrado a vivir solo, yo tenía una agenda propia con amigos y familia, así que no nos veíamos a diario. Los dos fines de semana tampoco, pues el que tuvo a su hijo lo dedicó a estar con él, mientras el otro, yo tenía programado un viaje a Andorra para ver a mis padres.
Los lunes aparecía ansiosa, sobre todo el segundo, así que el tercero decidí ningunearla, a ver por dónde iban los tiros. Noté su mirada clavada en mí todo el día, incluso provocó que nos cruzáramos un par de veces, pero no le hice ni caso. El martes sí hablé con ella, pero no fue intencionado. Me la encontré en el ascensor al llegar. Fue casual pues yo subía del parking mientras ella entró en la planta baja. Me miró nerviosa, pero al no decirle nada reaccionó de un modo inesperado para mí, desesperado. Se arrodilló en el suelo y se llevó las manos a la espalda.
Tiré de ella en la octava planta, pues no quería que se abriera la puerta y los compañeros la vieran así. Solamente ordené: Espérame en el rellano de mi casa. Sus ojos sonrieron, aunque no sus labios.
Aunque tenía copia de las llaves de mi apartamento, obedeció sumisa. Llegué sobre las 7 y media y allí estaba, arrodillada sobre el felpudo. Vivo en un bloque con únicamente un piso por planta, así que no debería ser descubierta por nadie, pero nunca se sabe pues alguna vez mis vecinos del piso superior bajan caminando los cinco pisos del bloque. Estaba vestida.
La hice entrar, gateando a mi lado, después de desnudarse y entregarme su ropa. Seguí ninguneándola por espacio de una hora, viendo la tele mientras ella se mantenía arrodillada a mi lado. Hasta que me digné dirigirle la palabra.
-Quedamos en que yo ordenaba y tú obedecías, ¿no es así? –Asintió. –En cambio, esta mañana en el ascensor de la empresa, has tomado una iniciativa que yo no he ordenado. –Tenía la cabeza baja y se frotaba las manos en su gesto habitual, aunque ahora lo hacía en su espalda. –Es obvio que no has esperado a recibir órdenes, por lo que podemos considerarlo como una desobediencia. Y sabes tan bien como yo que la desobediencia debe ser castigada. –Hice una pausa teatral, pensando en el castigo más adecuado, aunque hacía horas que lo tenía decidido. –Hoy no te follaré. Hoy no te correrás. No he decidido aún cuando volverás a hacerlo. Dependerá de tu comportamiento y entrega, evidentemente. De momento ve a la nevera y tráeme una cerveza. A cuatro patas, como la perra que eres.
Aquel culo ancho pero bien formado desapareció en la cocina, para asomarse de nuevo a los pocos segundos con mi cerveza en la boca. La tomé, babeada, por lo que sequé la boquilla con su cabello. Mientras me la tomaba, le ordené chupármela. Tarea a la que le dedicó toda su energía hasta que decidí cambiarla de posición, súbete al sofá, para tener acceso a su vagina y nalgas.
La masturbé para acercarla al orgasmo, pero pronto cambié a nalgadas. Gemía con ganas mientras me trabajaba la polla, pero no iba a dejarla llegar. Cuando me corrí, la obligué a mantener mi simiente en la boca, sin tragársela. Al rato, me levanté, ordenándole apoyar las manos sobre la mesa del comedor para dejar sus nalgas expuestas. Como siempre, había dejado las piernas un poco abiertas, así que mis dedos se colaron en su intimidad, acariciándola. Gemía, pero no podía abrir la boca para no derramar mi semilla. Le solté la primera nalgada, con fuerza. Ahogó el grito. La segunda, más fuerte. Otro gemido ahogado. Acaricié de nuevo su sexo. Otra nalgada.
Perdí la cuenta. Pero cuando sus caderas se movían compulsivamente adelante y atrás, sus nalgas estaban completamente moradas y su sexo empezó a gotear, nunca lo había visto en una mujer, me detuve. La agarré del cabello, mírame. Tenía los ojos completamente húmedos. Ya puedes tragártelo. Obedeció con otro gemido. Vístete y vete.
Tenía pensado permitirle correrse el viernes, pero me surgió un imprevisto y cancelé mi sesión de tortura con ella. Tuve la sensación que se ponía a llorar cuando se lo comuniqué el mismo mediodía. En cambio, la cité el lunes en mi casa antes de ir a trabajar. Tú serás mi despertador a las 7.30.
Alargué la mano para tomar el despertador digital y ver la hora. 7.31. La cabeza de María se movía rítmicamente sobre mi miembro, hinchado por su labor pero también por las imperiosas ganas de mear matinales. Por un momento se me ocurrió hacerlo en su boca, pero me contuve. La llevé al baño donde la tomó para apuntar en el inodoro, pero cambié de opinión, así que detuve el chorro y le ordené. Quiero acabar en tu boca. Acercó la cara a escasos centímetros de mi glande, abrió la cavidad y esperó.
Nunca se me había ocurrido que alguien pudiera mearse sobre otra persona, menos que ésta estuviera dispuesta a beberse sus orines. Ya no me quedaba mucho líquido, pero acogió y tragó dócilmente. Cuando la fuente se agotó, reanudó la mamada con apetito renovado. Ahora fue mi semen el que la atravesó.
-Prepárame el café mientras me ducho. Cuando acabes ven para frotarme la espalda y secarme.
Antes de abandonar el piso palpé su sexo para confirmar que seguía licuado. Hoy tendrás tu premio, le anuncié.
***
Llevábamos más de un mes juntos, viéndonos tres o cuatro días por semana, en fin de semana no, cuando decidí cambiar un aspecto que cada vez me disgustaba más. Así, la tarea que le encomendé fue tener su piso vacío aquel miércoles por la tarde, echar a su madre vamos, pues quería ver su vestuario.
Me mostró un apartamento grande de cuatro habitaciones, dos baños, amplia terraza y una cocina casi tan grande como el comedor presidida por una mesa central. Me explicó que su padre había sido constructor, el bloque en que nos encontrábamos lo había edificado su empresa, por lo que se quedó el ático. Cuando murió, un seguro de vida cuantioso permitió a la viuda mantener el nivel económico.
María se iba soltando cada vez más conmigo, aunque cualquier explicación que me daba debía ser arrancada con pinzas. Pero entre mis preguntas y su mayor confianza, pude conocer la historia mientras me mostraba donde vivía. Pero no era eso lo que yo buscaba, así que le pedí que me llevara a su habitación. Sus ojos se iluminaron, estoy convencido que su sexo se humedeció, previendo nuevos juegos, pero no sería tan fácil.
-Abre los armarios y muéstrame tu ropa.
Me miró sorprendida pero obedeció. Un armario empotrado de cinco puertas almacenaba todo su vestuario. La primera puerta, la izquierda, contenía ropa de invierno en cuatro estantes, con zapateros en la zona baja. La segunda, chaquetas, abrigos y algunas americanas. La tercera era la más amplia pues eran dos puertas, donde estaban dispuestas las faldas y blusas que solía vestir en el trabajo. Al menos había quince de cada, en tonos claros, oscuros, lisos, estampados. La quinta puerta, era un cajonero donde estaba toda la ropa interior, joyeros, maquillajes y porquería variada.
-Muéstrame la falda más corta que tengas.
Me miró sorprendida, pero reaccionó al instante. No encontró ninguna, pues todas le llegaban por encima de la rodilla, hasta que del primer armario sacó un vestido de lana, de cuello alto, pero corto de falda. Póntelo. Iba a desnudarse cuando le ordené ponérselo encima pues no quería perder más tiempo. Le llegaba hasta medio muslo y no tenía mangas, pero pronto vi que se estaba asando.
-Esta es la medida máxima a la que quiero tus faldas a partir de mañana –ordené. –Ahora quiero ver alguna camiseta ceñida.
Se dio la vuelta, rebuscó en los cajones, pero todo lo que encontraba eran camisetas interiores, de tirantes la mayoría. ¿No tienes ningún top? Pregunté. Nerviosa, buscaba y buscaba pero no aparecía nada que se le pareciera. Finalmente la conminé a quitarse el vestido, así como la blusa y falda de monja, para dejarla en ropa interior. Se puso una camiseta interior e hice que se mirara en el espejo.
-Vistes como una monja pero eres una perra. Así que a partir de ya vas a mostrarle al mundo lo que realmente eres. No quiero volver a verte con prendas del siglo XIX. ¿Ves como se te marca la figura con esta camiseta? ¿Cómo destacan tus tetas? Así quiero verte a partir de ahora. –Dicho esto le pegué una buena nalgada que la hizo gemir.
También le hice mostrarme la ropa interior, pero aquí sí solía usar conjuntos más o menos provocativos. Así como las medias, la mayoría con goma.
-Vístete, nos vamos. –Me miró sorprendida, sin duda esperando jugar en su habitación, pero mis planes no iban por allí. ¿Qué quieres que me ponga? Preguntó. –Lo que llevabas está bien.
No la toqué en el ascensor ni en el coche, por más deseosa que ella estuviera. Conduje hasta el centro comercial más próximo y la guié hacia las tiendas de moda. Vamos a renovar tu vestuario, le dije, ya sabes qué quiero que te compres.
Entramos en tres tiendas. En la primera se probó un par de prendas pero no me gustaron. En la segunda sí compramos, pagué yo. Tres faldas, dos camisetas de manga tres cuartos, una blusa entallada y un vestido corto de escote en pico. Cada pieza que se probaba debía salir a mostrármela para que yo diera el visto bueno.
La tercera tienda fue la más divertida, aunque solamente se compró dos prendas. Un pantalón ceñido y un top morado. Había vuelto a entrar en el probador para ponerse su ropa de nuevo cuando entré con ella. Estaba en ropa interior así que le pregunté si le gustaba la ropa que se había comprado. Asintió, aunque lo que realmente le gustaba era comprarse lo que yo decía.
-Bien, agradécemelo.
Giró la cabeza para mirar a través de las cortinas. Estaban echadas pero siempre queda una ranura hasta la pared, que no le permití ajustar. Se arrodilló en el suelo, me la sacó y cumplió con su labor, hasta que le llené la boca. Ya puedes vestirte mientras voy a pagar esto, pero no lo hice. En cuanto llegó a mi lado, le tendí las dos prendas y le ordené pagarlo ella. Quiero que preguntes, además, si tienen el top con inscripciones obscenas. Se giró hacia mí con los ojos abiertos como platos, pero seguí caminando hacia la caja tranquilamente.
Tendió la ropa a la dependienta. Esta la desmagnetizó y la embolsó. Iba a decirnos cuánto costaba la compra, cuando María intervino con serias dificultades para vocalizar. ¿Perdón? Inquirió la desconocida, así que mi chica repitió la pregunta, ahora vocalizando más abiertamente, por lo que la vendedora pudo ver claramente que las dificultades para hablar se debían a algo espeso alojado en su boca.
María pagó, ruborizada, mientras la chica la miraba sorprendida, negando tener prendas con inscripciones obscenas. Abrí la puerta del coche al llegar al parking, ordenándole arrodillarse detrás de ella para quedar protegida de miradas extrañas. Al fin y al cabo, estábamos en su barrio.
-Lo has hecho muy bien. Ahora quiero que vuelvas a chupármela, pero no te tragues el semen aún.
Tardé más de veinte minutos en correrme de nuevo. Me excitaba que me hubiera rebozado la polla con mi propio semen, pero necesité llevarla al límite de nuevo, quítate las bragas y mastúrbate mientras chupas, para que su ansia musicada con constantes gemidos me llevaran a puerto.
Paré ante su portal pero aún no la dejé bajar. La había estado acariciando todo el camino pero seguí sin permitirle correrse. Le acomodé la falda para que le cubriera los muslos de nuevo y le ordené escupir las dos lechadas sobre ésta. Obedeció, dejando la prenda verde decorada con una mancha blancuzca aproximadamente en mitad de la tela.
-Cumple mañana con tus obligaciones y tendrás tu recompensa –me despedí echándola del coche.
***
Aquel jueves de primeros de abril, María fue la comidilla de la empresa. La modosita administrativa de contabilidad había aparecido ataviada con una blusa ceñida que le marcaba un buen par de tetas y una falda estampada que mostraba más de la mitad de sus muslos. No era un vestuario extraño en la mayoría de mujeres de la oficina, pero sí era novedoso en ella, por lo que los compañeros masculinos le dedicaron miradas obscenas mientras las compañeras cuchicheaban sorprendidas.
Incluso Marcos posó sus ojos sobre ella, confiándome que sería su próxima presa. Lo animé a ello, como había hecho otras veces cuando me avisaba que se iba a pasar por la piedra a alguna compañera, pero no solté prenda del juego que me traía entre manos.
Aquella noche la invité a cenar en un restaurante que me habían recomendado. La recogí delante de su casa, alabándola por lo guapa y excitante que estaba, y solamente le ordené quitarse la ropa interior. Sus senos se dibujaban perfectamente a través de la ceñida tela, perforada por pezones permanentemente erguidos. No pasaron desapercibidos por los camareros del local ni por otros clientes. Incluso leí claramente en los labios de una mujer como la calificaba de zorra, ante la insistente mirada de su pareja.
-La mujer de la mesa de la derecha, la del vestido azul, le acaba de decir a su marido que pareces una zorra. –Se ruborizó pero no dijo nada. -¿Qué te parece? ¿Eres una zorra?
-Soy lo que tú quieras.
La miré directamente a las tetas y continué:
-Te queda tan ceñida esta camiseta que se te marcan las tetas perfectamente. Parece que no lleves nada. La verdad es que para ir así por el mundo, casi podrías quitártela y enseñarías lo mismo.
Levantó la vista, mirándome sorprendida, sin duda preguntándose si iba a pedirle que se la quitara en medio de aquel comedor. Su respiración se intensificó, aumentando el vaivén de aquel par de globos.
-¿Qué te parecería si te ordenara quitártela? –Bajó la mirada, excitada, para asentir a continuación antes de responder que obedecería cualquier orden que le diera. La tuve un rato en ascuas, mientras su respiración se aceleraba por momentos. -¿Estás excitada? –Mucho. -¿Quieres quitarte la camiseta? –Quiero obedecerte. Sonreí satisfecho. –Buena chica. Así me gustas, obediente.
Pero no iba a provocar una situación embarazosa para mí, pues nos echarían del restaurante al momento, así que opté por algo un poco menos atrevido.
-Quiero que vayas al baño y te masturbes, pero no quiero que te corras. Cuando estés a punto paras y vuelves. Mientras te tocas, usarás tus flujos para acariciarte los pezones por encima de la tela, dejándola húmeda. –Los ardientes colores en las mejillas de mi compañera y el acelerado movimiento de sus pulmones, me demostraron que no necesitaría estar en el aseo demasiado tiempo para llegar al no-orgasmo, pero quise más. –Tanto al ir como al volver, quiero que pases por el lado de la mujer de azul y mires lascivamente a su marido.
María se levantó temblando. Titubeó en los primeros pasos pero obedeció diligentemente. La mirada que le dedicó la mujer en el trayecto de ida fue asesina, pero cuando la vio reaparecer con los pezones atravesando la tela casi transparente insinuándose a su pareja, pensé que se levantaba y se le echaba encima. Pero no ocurrió. Prefirió soltarle un exabrupto a mi chica, que se sentó tiritando.
-¿Cómo ha ido? –No respondió. Tenía la mirada baja y respiraba con cierta dificultad. -¿Qué te ha dicho?
-¿Qué miras, puta? –verbalizó en un susurro.
-Tiene razón, te has comportado como una puta. ¿Eres una puta? –No respondía, así que insistí. -¿Lo eres?
-Soy lo que tú quieras.
Aún la torturé un rato más. Pedí un café solo que me tomé degustándolo mientras María se mantenía con la cabeza gacha esperando indicaciones. Al salir del local, la tomé de la nalga sin ningún pudor, notando las miradas de los comensales acribillándonos.
Al llegar al coche, la empujé contra la carrocería, obligándola a apoyar las manos sobre el capó para darme la espalda. Le abrí la blusa para que sus tetas se mecieran libres. Le levanté la falda para mostrarme sus rotundas nalgas. Le acaricié el sexo desde detrás, arrancándole intensos jadeos, hasta que le solté la primera nalgada, preguntándole qué eres. Gimió pero no respondió. Repetí golpe y pregunta. Una puta. Otro golpe, misma pregunta. Una puta. Al noveno cachete no pudo responder, pues un intenso orgasmo la sacudió de arriba abajo.
El juego me había parecido la hostia, pero mi perfil de amo dominante que cada vez estaba desempeñando mejor apareció implacable. No le había dado permiso para correrse, así que me había desobedecido. Por lo que si quería mantener intacta mi autoridad sobre ella, debía castigarla.
-No recuerdo haberte dado permiso para correrte.
-Lo siento, no he podido evitarlo –suplicó.
-Aquí te quedas. Vas a tener que volver caminando a tu casa. Dedica el paseo a pensar en qué debes mejorar.
Suplicó, sollozó incluso, disculpándose para que no la abandonara allí, pero hice caso omiso. Monté en el coche y allí la dejé, a más de una hora de su barrio a pie.
***
Al día siguiente no le hice ni puto caso. Noté su mirada pendiente de mí pero la ninguneé completamente. Incluso a media mañana se acercó al office cuando me levanté a tomar café, pero fui acompañado de Marcos y otra compañera, así que no llegó a entrar en la pequeña sala.
El lunes apareció con el vestido de una pieza, pero seguí distante, como si no la conociera, hasta que me la encontré al lado de mi coche a última hora de la tarde. En cuanto estuve a un par de metros de ella, bajó la cabeza y se levantó la falda para que pudiera ver que no llevaba bragas.
-¿Qué haces aquí?
-Te necesito.
-¿Y?
-Haré cualquier cosa que me pidas. Te obedeceré en todo y nunca más volveré a desobedecerte. Te lo prometo.
-¿Cualquier cosa?
-Cualquier cosa.
-¿Y si te pido que subas desnuda a la octava planta…? –No me dejó terminar. Quitándose el vestido por encima de la cabeza, comenzó a caminar hacia el ascensor, desabrochándose el sujetador. Tuve que detenerla. –No te he dicho que lo hicieras. Te he preguntado si lo harías.
Bajó la cabeza, aunque pude ver sus ojos húmedos por la tensión, se arrodilló en el suelo y rogó, por favor.
No podía tenerla en aquella situación mucho rato, pues aún quedaban compañeros en la empresa, además de los inquilinos de las otras siete plantas del edificio, que podían aparecer en cualquier momento para recoger sus vehículos, así que la invité a entrar en el coche.
Me puso burrísimo tenerla completamente desnuda después de que se arrodillara en el suelo suplicando, pero le ordené taparse con el vestido cuando el coche cruzaba el dispensador del ticket, pues hay cámaras de vigilancia y no quería que el vigilante nos convirtiera en la comidilla de la empresa.
Conduje un rato sin rumbo, planeando el castigo, pues es obvio que debo castigarte, asintió prometiéndome fidelidad eterna, hasta que decidí continuar el juego del último día, pues era la manera más coherente de demostrarme obediencia.
Entró en mi apartamento gateando después de haberla obligado a subir desnuda por la escalera. Me trajo la cerveza como una perra y esperó a que le echara el hueso. Pero no lo hice. Llamé a mi hermana, con la que estuve al teléfono más de media hora pues debíamos coordinar una fiesta de mis padres. María se mantuvo en posición, desnuda, arrodillada con los brazos entrelazados a la espalda y las piernas abiertas.
Al rato, le ofrecí mis pies para que los chupara, límpiame los dedos, ordené, hasta que la hice ascender hasta mi polla, pero no le permití que la tocara. Solamente los huevos. No sé cuantificar el rato que estuvo lamiéndomelos, pero vi entera una tertulia deportiva. Cuando consideré que ya debía estar licuada, la levanté ordenándole apoyar los brazos en la mesa del comedor para ofrecerme sus nalgas. Palpé su sexo por detrás, confirmando que estaba empapada, pellizqué sus pezones, retorciéndoselos hasta que se quejó por el dolor, y la tomé del pelo, acercándome a ella para avisar al oído que hoy solamente sería castigada, nada de placer.
-Pobre de ti que te corras, no me verás nunca más, ¿entendido? –Asintió. -¿Qué eres para mí?
-Lo que tú quieras.
Cayó la primera nalgada. Chilló a la vez que gemía. ¿Qué más eres? Tu sumisa. Otro golpe. Pregunté de nuevo. Puta, perra, esclava, nada, criada fueron sonando respondiendo a cada bofetada en su cada vez más irritada piel. La masturbé, la agredí de nuevo, la penetré anal y vaginalmente, seguí pegándole, la arrodillé para que me la chupara, encajándole la polla tan profundamente como fui capaz, tosió, tuvo una arcada, se llevó una bofetada por no haber aguantado el rato que yo había considerado adecuado. Engulló de nuevo, ansiosa por satisfacerme, hasta que me corrí.
La levanté tirando de su pelo. La puse en la posición inicial y retomé las nalgadas, mientras recitaba calificativos de nuevo con la boca anegada. Tuvo espasmos vaginales, me suplicó correrse, pero se lo prohibí. Como colofón, la metí en la bañera estirada en posición fetal y oriné sobre ella. Asquerosidad que aguantó estoicamente, placenteramente me atrevo a afirmar, pues no dejó de gemir ni un segundo, hasta que el agua corriente sustituyó mis orines. Fue entonces cuando tuve con ella el primer acto se cariño de la noche.
Levántate, ordené, para lavarnos mutuamente, frotándonos con la esponja. Cuando nos secamos, no la conminé a arrodillarse en el suelo. Le pregunté si quería quedarse a dormir. Me encantaría, respondió con la mayor sonrisa que había visto nunca en la cara de una mujer, así que nos encaminamos abrazados hasta mi habitación. Yo no tenía hambre, ella me dijo que tampoco, así que nos tumbamos bajo las sábanas entrelazados mientras me susurraba gracias, gracias por perdonarme.
***
Pronto aprendí que este tipo de juegos son ascendentes, deben avanzar. En una relación de pareja tradicional también existe una evolución, tanto en la vertiente afectiva como en la sexual, pero en una relación basada en la dominación de otra persona, el dominante se cansa de repetir las mismas órdenes y el sumiso necesita nuevos retos. Lo confirmé entrando en el tercer mes de relación.
Había exhibido a María infinidad de veces, la había castigado física y verbalmente, había cumplido todas las órdenes que le había dado, fueran pequeñas o grandes, fáciles o difíciles, pero noté la llegada del aburrimiento, pues las acciones acaban siendo reiterativas.
Cada vez me sentía más cómodo en mi nueva situación, ordenando y siendo obedecido, además de permitirme tener sexo cada vez que me apetecía, como me apetecía, donde me apetecía, sin necesidad de salir a buscarlo. Por lo que tuve claro que no podía dejarlo caer en el hastío, pues María era el 50% y participaba del juego voluntariamente.
Entré en chats de dominación, leí relatos, me informé, pero cada persona es un mundo y hasta ese momento guiarme por mi intuición me había funcionado, así que mantuve la relación conduciendo por la misma carretera.
María parecía una sumisa de manual. Lo que más la excitaba era obedecer, necesitada de encontrase en situaciones levemente embarazosas y recibía los castigos complacida. Siguiendo esta fórmula, llegaba a orgasmos intensísimos. O así había sido, pues últimamente la notaba menos intensa.
Tenía que darle otra vuelta de tuerca.
Era miércoles, yo no había ido a la oficina, ya que había tenido visitas fuera de la ciudad, pero en casa, por la mañana pues había venido a despertarme, le había dado las instrucciones precisas. Ya eran casi las 8 cuando llegué al punto de encuentro, una esquina de un parque muy concurrido en un barrio de muy bajo nivel. Como esperaba, vestida con una blusa ceñida y una falda de piel negra más corta de lo que últimamente era habitual, parecía una puta en pleno escaparate. Que no llevara ropa interior, sobre todo por lo que al torso se refiere, aún la hacía más apetecible, a la par que descarada.
Subió en el coche rapidísimamente, nerviosa y muy sofocada, mirándome ansiosa esperando instrucciones. Pero no arranqué.
-¿Cuántos te han preguntado cuánto cobrabas?
–Siete.
-¿Y qué les has dicho?
-Lo que me has ordenado. No puedo hacerlo hasta que llegue mi chulo.
-¿Y qué contestaban?
-Intentaban convencerme. Uno me ha ofrecido 100€.
-¿Nada más? ¿Ninguno te ha metido mano?
-Tres. Dos el culo y uno las tetas.
-¿Se han dado cuenta que no llevas bragas?
Negó, respirando cada vez más profundamente. Como cada vez que subía al coche, se había desabrochado un par de botones de la blusa para que yo pudiera verle las tetas, ni que fuera lateralmente, y se había abierto de piernas mostrándome su rasurado pubis.
Alargué la mano y se lo acaricié. Suspiró profundamente, mientras mis dedos chapoteaban en aquel marasmo. Con la otra mano tomé uno de sus pechos preguntándole si estaba muy excitada. Asintió con un leve movimiento de cabeza, pero su respiración y el charco que tenía por vagina lo confirmaban. La masturbé un rato, mal aparcados en aquella esquina, mientras la avisaba que los siete clientes potenciales que había desestimado la estaban mirando, mirando atentamente como tu chulo te calma las ansias.
Jadeaba con fuerza, con los ojos cerrados, su cuerpo se movía buscando una mayor fricción en labios y pezones, hasta que me pidió permiso para correrse. Me detuve automáticamente, soltando ella el acostumbrado lamento, gemido entre dientes.
-Las putas no se corren. Menos delante de sus futuros clientes. -Llevé los pringados dedos a su boca para que me limpiara y arranqué.
Estábamos muy lejos de nuestros barrios respectivos. Si había salido puntual de la oficina, tenía más de media hora de trayecto en metro, supuse que había estado expuesta cerca de una hora. Ahora teníamos otro cuarto de hora hasta la próxima estación del viaje, así que la invité a ensalivarme el miembro, orden que obedeció rauda.
Aparqué con más facilidad de la prevista en una calle transversal, mientras la invitaba a bajar del coche abrochándose uno de los botones, justo para que sus tetas no asomaran completas. Al girar la esquina, entramos en un sex-shop de cartel verde.
El local era tópico, además de decrépito. Anticuado en cuanto a decoración, tenue en el pasillo de acceso y en el del fondo que daba acceso a las cabinas. La sala central estaba presidida por vitrinas laterales llenas de películas, juguetes y disfraces, con una góndola acristalada en el centro de la sala exhibiendo consoladores de variados colores y formas, la mayoría de tallas desorbitadas.
Pero lo realmente decrépito eran los clientes de la tienda. Una docena de hombres de edades comprendidas entre los cuarenta y los sesenta, que miraron a mi compañera como si de un trozo de carne se tratara, hambrientos pues no parecían haber probado bocado en años. Un par se acercaron a ella más de la cuenta pero ninguno se atrevió a tocarla, sin duda por mi presencia.
Comenté con María varios juguetes que podríamos utilizar, aunque yo tenía claro cuál había ido a buscar. No me pareció que la excitaran especialmente los vibradores o consoladores, sí en cambio los disfraces pero a mí no, por lo que los descarté, así que pedí al dependiente directamente lo que tenía en mente.
En cuanto me lo mostró, expuesto en la vitrina posterior al mostrador, María me agarró la mano complacida. Pero si la gag ball le gustaba, cuando el chico me tendió la fusta negra, noté claramente el escalofrío que recorrió el cuerpo de mi víctima.
Salimos de la tienda ansiosos por estrenar las nuevas herramientas, sobre todo María, pero el destino me puso delante una maldad. Un hombre mayor, sucio y vestido con harapos, se nos acercó cuando estábamos llegando al coche pidiéndonos limosna.
Levanté la falda de mi chica para mostrarle las nalgas al desgraciado. ¿Quieres tocarlas? Asintió babeando, con los ojos abiertos como platos. Alargó la mano derecha, tapada con un cochambroso guante sin dedos, y apretó, mirándome incrédulo. Toca, toca, le animé, le gusta. El tío se envalentonó, agarrándola con ambas manos. No vi qué había hecho con la jarrita de plástico que nos había tendido hacía escasos segundos.
María me miraba paralizada, excitada, así que opté por aumentar la apuesta. Le desabroché el botón que ella se había abotonado al salir del coche, aparté la tela, mostrando al mundo aquel par de mamas llenas. Ahora sí que los ojos del hombre se salieron de sus órbitas, preguntándome incrédulo si también podía tocarlas. Claro que sí, están para eso. Con rudeza, alargó ambas manos para asir su premio, que sobó baboso. Ahora sí caía saliva por su mentón.
-¿Quieres hacerte una paja? -Pregunté, a la vez que tenía que agarrar a la asustada chica de las nalgas para que no se fuera hacia atrás.
El hambriento indigente asintió presuroso, se sacó un miembro oscuro como la noche para sacudirlo frenético mientras sobaba y babeaba. En menos de un minuto se derramó, manchando el muslo de María. Aprovechando su estado casi místico, lo empujé, tirándolo al suelo de espaldas, mientras ambos entrábamos en el coche a toda prisa para escapar de aquel callejón.
La costumbre llevó a mi compañera a abrir las piernas al sentarse en el vehículo, esperando que mis dedos la acariciaran. Cumplí con el hábito, confirmándome que el juego había aumentado su excitación, llevándolos de nuevo a su boca para que me los limpiara de su ingente flujo. Entonces vi la mancha de semen en el muslo izquierdo, muy cerca de la rodilla, pero me dio asco tomarlo con mi dedo así que al parar en el semáforo ordené.
-Chúpalo.
Me miró interrogativa, después de haber reparado en la semilla del indigente, dudó, pero acabó levantando la pierna para acercarla a su lengua y engullirla ante mi amenaza de dejarla en su casa y no estrenar los nuevos juguetes.
-Buena chica. Te has ganado tu premio, así que puedes comerme la polla hasta que lleguemos a mi apartamento.
No le ordené desnudarse al salir del coche en el parking de mi edificio, pero sí arrodillarse al llegar al ascensor y entrar en mi casa gateando. Las medias evitaban que se pelara las rodillas pero me parecía divertido verlas siempre manchadas por el roce.
Le quité la blusa para que sus tetas colgaran, pero no la falda pues me ponía bastante el conjunto con la media hasta medio muslo. Le ordené esperarme en el comedor mientras me desvestía, arrodillada, con la fusta y la bola delante de ella, sobre la mesita, para que también salivara. Cuando volví, solamente vestido con el bóxer, respiraba ligeramente agitada y su mirada brillaba, anhelante.
-Sigue chupando mientras preparo los juguetes. –Me bajó la prenda y engulló hambrienta, jadeando a cada lamida, mientras de pie desenvolvía la ball gag. Se la tendí para que la viera pero su respuesta fue chuparla como si de una perrita se tratara. Me encantó el gesto, sobre todo porque la veía más excitada que últimamente. Le encajé el artilugio en la boca, abrochándolo por la parte posterior de la cabeza. Estás preciosa, la alagué, acariciándole la cara que me acercaba buscando mayor contacto. Bajé por su cuello, amasé los pechos, sucios por las manos del viejo asqueroso que te ha sobado, me arrodillé a su lado para llegar a su entrepierna y la palpé.
Afirmar que su sexo estaba encharcado es quedarme corto. Sus labios, además, estaban hinchadísimos. Bastó con tocar suavemente su clítoris para que rugiera como una perra en celo en un extraño concierto de gruñidos y mugidos sofocados por la bola intrusa.
Ni se te ocurra correrte, amenacé. Su respuesta fue repentina. Movió la cabeza negando, en rápidos gestos compulsivos que más que negar, me avisaban, hasta que se levantó de un salto para liberar su vagina de mi mano.
Dobló el cuerpo hacia adelante, como si le doliera la barriga, juntando ambas piernas, cruzándolas, mientras densos flujos rodaban por ellas y gruesos goterones de saliva caían al suelo.
La tomé del cabello, arrodillándola de nuevo. ¿Si te acaricio de nuevo podrás aguantar? Negó con la cabeza. ¿Si te follo podrás aguantar? Negó con mayor vehemencia. ¿Y si te follo el culo? Negó por tercera vez. Pues solamente me dejas una alternativa.
La agarré del cabello obligándola a seguirme gateando, abrí la puerta del balcón y la dejé fuera, encerrada. No estábamos en un abril especialmente frío, pero a las 9 de la noche debía haber menos de 15 grados, así que estar casi desnuda a la intemperie tenía que bajarle la temperatura corporal por narices.
Cuando una hora después abrí la puerta para que entrara, tenía la piel de gallina y salivaba intensamente, pero lo alucinante del juego fue reparar en la mancha de flujo que había dejado en la baldosa. Metí la mano entre sus piernas para medir la temperatura, pero aquello no había bajado lo más mínimo. Solamente su epidermis había perdido temperatura. Además, respiraba con cierta dificultad debido a la acumulación de saliva y a los incontrolables jadeos que la asolaban.
Le acerqué la polla a la cara, para que chupara, pero la bola se lo impedía así que optó por frotarse contra ella con mejillas y labios, desesperada. Por un momento estuve tentado de quitársela y darle el gusto, darme el gusto, pero decidí acabar la función con el kit completo.
La apoyé en el sofá, con las manos en la espalda, entrelazadas, y las rodillas en el suelo, tomé la fusta, se la mostré pasándosela por la cara, nuca, espalda y entre las nalgas, hasta que la levanté blandiéndola, para que zumbara en el espacio.
¿La oyes?, pregunté. Rugió asintiendo. Azoté el aire un par de veces más, sin tocarla, pero no por ello dejaba de gemir, hasta que sin avisarla impacté en su nalga derecha. Mugió, moviendo las caderas lateralmente. El segundo cayó en la izquierda. Rugió con más fuerza, comenzando a acelerar la respiración. Blandí un par de veces la fusta en el aire, impacientándola, hasta que la agredí de nuevo.
Al séptimo azote perdió el control de sus caderas, que se movían espasmódicamente, mientras desconocidos sonidos guturales atravesaban la bola de plástico. Supe que no aguantaría muchos golpes más antes de correrse, así que posé la fusta entre sus labios vaginales, como si la montaran, a la vez que me agarraba la polla y apuntaba a su ano.
A penas atravesé el anillo, las convulsiones del músculo me avisaron que el orgasmo de mi perra era inminente. Córrete puta, ladré mientras mi pene la profanaba completamente.
Inmediatamente, asistí al orgasmo más bestia, brutal, vehemente, descontroladamente intenso que había visto en mi vida. Lo recuerdo ruidoso, incluso, a pesar de la mordaza que la sometía. También me pareció extremadamente largo, pues no dejó de convulsionarse, de rugir, hasta que me corrí en su estómago y la descabalgué.
Volví a su lado tendiéndole un vaso de agua, que deglutió ávida cuando le quité la bola. No tuvo fuerzas para levantarse pues las piernas aún le temblaron un rato, así que la dejé descansar mientras preparaba un poco de cena.
***
La fusta y la bola dieron bastante juego unas semanas hasta que añadí un nuevo juguete. Inicialmente pensé en unas esposas, pero en un sex shop al que fui solo, hallé una especie de muñequera que le ataba las manos a la espalda. No me hacía falta atarla pues era obedientemente dócil en este sentido, pero la idea que se me había ocurrido sería más eficaz si la dejaba completamente inmovilizada.
Tenía un viaje de trabajo de dos días a Valencia, en que pasaría una noche fuera, así que la invité a acompañarme. Tuvo que cogerse dos días de fiesta a cuenta de vacaciones, pues ninguno podíamos justificar que viniera conmigo, pero obedeció mi orden sumisa.
Mayo había llegado anticipando el verano, así que la recogí delante de su casa vestida con la falda corta de piel y una blusa fina, ceñida a su cuerpo. No llevaba sujetador, tampoco tanga, pero sus pechos quedaban protegidos por el top morado que le había comprado hacía un par de meses. En la primera área de servicio en que paramos para desayunar, la hice bajar sin blusa, para captar las miradas envidiosas de viajantes, camioneros y ejecutivos.
Al volver al coche, me vació los huevos en el aparcamiento, pero le prohibí tragarse mi lefa. Le coloqué la bola y arranqué. De esta guisa entramos en la capital del Turia hora y media después, colorada de piel, encharcada de sexo.
Nos dirigimos directamente al hotel, tomé la habitación, subimos por la escalera del parking para que nadie la viera y la dejé en la habitación. Arrodillada en el suelo, sometida con la bola pringada y las manos atadas a la espalda.
Después de la primera reunión, pasé a visitarla antes de salir a comer. No se había movido. La felicité por ello, pero la abandoné de nuevo, a pesar de las caninas muestras de efusividad que me profesó.
Reaparecí a primera hora de la tarde. Temblaba. La acaricié tomándole la temperatura. Cerró las piernas en un gesto instintivo que entendí como ganas de orinar. Le pregunté si lo necesitaba a lo que me respondió afirmativamente meciendo la cabeza. Aguanta.
Acabadas las dos visitas de la tarde aparecí de nuevo en la habitación. Parecía no haberse movido, pero ya no solamente le temblaban las piernas. Su cuerpo tiritaba y gemía en lamentos quejosos acompañados de regueros de lágrimas que surcaban sus mejillas. Había una mancha en el suelo, pero no olía a pis. ¿Te has meado? Pregunté. Negó con la cabeza, pero me miraba suplicante. Acaricié su sexo, licuado, del que vi caer alguna gota. ¿Quieres mear? Asintió vehemente. Primero deberás hacer algo por mí.
Sin quitarle la bola le ordené limpiar la mancha con los labios, déjalo limpio y te llevaré al baño. A los dos minutos, el suelo brillaba. La agarré del cabello y la arrastré hasta el lavabo, pero la obligué a entrar en la bañera. Con suavidad le apoyé la cabeza contra la pared, sin soltarle el pelo con la mano izquierda, para que sus nalgas quedaran expuestas. Le mostré la fusta que sostenía con la mano derecha y le propiné el primer azote. ¿Quieres mear? Rugió gritando, asintiendo. Otro azote. Pregunté de nuevo. Mugió. Azoté.
Conté diez golpes, con sus respectivas respuestas, hasta que penetré su ano con el mango de la fusta. Allí lo dejé mientras María gemía suplicante. Entonces ordené, mea.
Un amplio chorro amarillento resonó violento contra el suelo lacado de la bañera, mientras la chica liberaba un grave quejido temblando sin parar. Cuando se agotó el manantial, le quité la bola. Sorprendentemente, una espesa masa blancuzca y espumosa se le escapó entre los labios, mezclándose con el charco orinal.
Le acaricié el sexo desde detrás pero de nuevo le prohibí correrse. Cuando me avisó que llegaba, me detuve, desalojé el mango de su recto y se lo tendí para que lo limpiara, arrodillada en la bañera. Sin dejarla salir, abrí el agua para llenarla, invitándola a un baño relajante pues hoy te lo has ganado. Aprovéchalo, pues en media hora bajaremos a cenar.
La dejé tranquila un buen rato mientras veía las noticias en el canal 24 horas tumbado en la cama descansando, hasta que decidí que la actualidad ya me había penetrado suficientemente. Me levanté y me dirigí al baño. María estaba hundida en un mar cálido, con los ojos cerrados, como si durmiera, pero los abrió automáticamente al sentirme cerca.
-¿Qué tal el baño?
-Muy bien, gracias por permitírmelo. Y gracias por traerme a Valencia, me has hecho muy feliz.
-Me alegro que te guste, pero sabes que no es con palabras como debes agradecérmelo.
Asintió congelándosele la sonrisa, a la vez que se incorporaba levemente, esperando instrucciones. Pero no se las di hasta que hube entrado yo también en la bañera, quedando de pie entre sus piernas, pues era larga pero no lo suficientemente amplia para tumbarnos ambos.
-Quédate quieta, pero abre la boca –ordené agarrándome el miembro par apuntar. Ahora fui yo el que meó, mientras María acogía y tragaba. En cuanto le pegué las últimas sacudidas, la chica se incorporó lo justo para llegar a mi pene y limpiármelo con la lengua.
Nos duchamos juntos mientras el agua sucia se perdía por el desagüe, me secó, yo no la sequé a ella, y nos preparamos para bajar a cenar.
Al tratarse de un hotel que solíamos frecuentar los ejecutivos de la empresa, no quise exhibirnos demasiado, a pesar de que ella lo deseaba más que yo. La vestí con otra falda mínima que le había regalado hacía pocas semanas, blanca, y una blusa entallada sin ropa interior. Estaba preparada para matar, pero si no desabrochabas ningún botón ni abría las piernas descaradamente, pasaba por una joven atrevida, pero no obscena.
Así que cenamos tranquilamente mientras le preguntaba qué quería hacer o ver de Valencia. Más allá de la playa de la Malvarrosa y la ciudad de las Artes y las Ciencias, no conocía gran cosa, así que debía actuar yo de Cicerone. Pero ambos sabíamos que le importaba bien poco donde la llevara pues su voluntad era mi voluntad y su deseo era obedecer, satisfacerme.
Ya que no lo había hecho en la cena, decidí exhibirla, así que nos dirigimos al puerto deportivo donde hay varios locales nocturnos que no están mal. No es la zona principal de la ciudad en cuanto a pubs y discotecas, pero en verano suele tener buen ambiente. En el trayecto en coche le estuve acariciando el sexo que seguía licuado, pero sin permitirle correrse, algo a lo que se había acostumbrado pero que me permitía cegarla y tenerla aún más a mi merced.
Tomamos la primera copa en un local poco concurrido, así que más allá de bailar y sobarla un poco, no jugamos demasiado. Cambiamos de local, donde la hice entrar sola. Este tenía más afluencia pero un lunes de mayo no tiene aún la vida que me convenía para mis intenciones, aunque ya pudimos entrar un poco en materia.
Le ordené acercarse a la barra esperando que alguien la invitara. Gracias a su provocativo atuendo y a ser la única chica sola del pub, no tardó en tener compañía. La orden era tontear con el primero que le entrara, fuera quien fuera, fuera como fuera. Obedeció, pero el tío era demasiado guapo, el típico tiburón nocturno, así que pronto opté por plegar velas.
Estaba cerca de ellos, también en la barra, para escuchar lo que se decían. María se mostró abierta al encuentro, aunque solamente le había pedido ser una calientapollas, sin darle pie a mucho más. Cumplió con creces, mirándome de reojo buscando mi aprobación cuando el tío la invitó a bailar, dejándose tomar por la cintura, caderas incluso, pero poco más pues cuando el tío se envalentonó, aparecí al rescate llevándomela de ahí.
Mientras calentaba al incauto, había logrado que el barman me aconsejara un local más propicio para mis juegos. Le comenté que me acababa de separar y que necesitaba un poco de marcha, más estando de paso por la ciudad. Tenemos un local en la zona de Cánovas frecuentado por separadas, lo dijo en femenino, donde no te resultará difícil llevarte a alguna loba al hotel, me confió el camarero dándome las señas.
Allí nos dirigimos. La hice entrar unos minutos antes que yo para dirigirse a la barra y esperar acontecimientos. Tampoco estaba muy concurrido pero supe enseguida que allí si jugaríamos al juego que yo había ideado. Si había treinta clientes, dos tercios eran hombres. María parecía el putón de la sala, pero no era la única.
Justo acercarme yo a la barra, un tío de cuarenta y largos con bigote recortado y mirada felina la asolaba. No era atractivo pero sí estaba hambriento, acostumbrado a nadar en aquel mar de peces necesitados. Como había hecho en el local precedente, me quedé cerca para que ella se sintiera tranquila, a la vez que podía escuchar parte de la conversación.
El tío no tardó ni cinco minutos en tomarla de la cintura, acercándosele mucho para hablarle al oído. María no daba ningún paso pero tampoco paraba al hombre, lo que lo envalentonó así que pronto su mano bajó a sus caderas o subió por su espalda. Se acabaron la copa y salieron a bailar. Aprovechando que la siguiente canción era lenta, el tío la tomó de las caderas directamente mientras ella se apretaba a su cuerpo clavándole las desprotegidas tetas en su torso. Si el tío no se había dado cuenta de que no llevaba sujetador, algo improbable, ahora las debía sentir perfectamente.
Le dijo algo al oído, mi chica asintió, dijo algo más y aprovechó para bajar las manos y asirla de las nalgas descaradamente. Trató de besarla en el cuello, pero ella se apartó por lo que volvieron a la barra. Pidieron otra copa sin que el tío la soltara, ahora de la cintura. Aprovechando que María me miró buscando mi asentimiento le hice un gesto con ambas manos para que se soltara un botón de la blusa. Vi como se sonrojaba, pero obedeció disimuladamente cuando el tío se giró para tomar las bebidas de la barra.
Cuando la encaró, tendiéndole el combinado, le miró las tetas sin disimulo. Si el hombre hubiera sido más alto, posiblemente se las podría haber visto, pero al tener estaturas parecidas, solamente podía verlas si se ladeaba pues el escote se ahuecaba ligeramente. Si el gesto, tal vez involuntario de la chica, ya no era de por sí invitador, dos pezones durísimos amenazando con cruzar la tela confirmaban que aquella tía había ido a por pan y mojar, así que el tío ya no se anduvo por las ramas.
La tomó del culo descaradamente, acercándola, mientras le susurraba lo guapa que era y la invitaba a ir a un lugar más tranquilo. Yo no podía oírlo claramente, pero era obvio que por allí iban los tiros. María no asentía pero no frenaba los avances por lo que la besó en el cuello aprovechando para sobarle la teta izquierda.
Mi compañera me miró, coloradísima, buscando instrucciones, pero no le di ninguna. No le había ordenado pararlo, así que desconocía hasta dónde iba a llegar. El tío prosiguió sus avances, llegó a agarrarle las dos tetas, encontrándose con que la única negativa de la tía que se iba a tirar en breve era besarlo. Por un momento me pareció que el hombre bajaba la mano a la entrepierna de su presa, pero no se atrevió. Me hubiera gustado que hubiera notado su desnudez, pero debía ser consciente de que ya estaban dando demasiado el cante, así que optó por invitarla a un lugar más discreto.
Eso pude oírlo, así que asentí con la cabeza para que María aceptara. Salieron del local con la mano derecha del maromo sobándole el culo. A penas les dejé diez metros y salí tras ellos. Justo se acercaban a un coche blanco, cuando les alcancé.
-Hola cariño, ya es hora de volver a casa.
El tío me miró como si fuera un marciano, a la vez que trataba de sujetarla por la cintura cuando se dio cuenta que María avanzaba hacia mí.
-No sé quién eres pero esta chica está conmigo.
-No creo que esté contigo pues es mi mujer y he quedado con ella en recogerla aquí al acabar una cena de negocios.
El tío nos miró a ambos, alternativamente. A María como a una puta, a mí como a su chulo, llegando a preguntarnos ¿de qué coño va esto? No respondí. Tomé a mi chica de la cintura y comenzamos a andar hacia nuestro coche.
Le habíamos quitado el juguete a un hombre vulgar que pocas veces debía encamarse con mujeres como esta, así que bramó indignado:
-Eres un cabrón. Y tú una puta, que se viste como una ramera y se deja sobar por cualquiera. Hijos de puta.
Pero no nos detuvimos. Preferí preguntarle a mi mujer si se había vestido como una ramera y se había dejado sobar por aquel mierda. Sí, lo he hecho, he obedecido a mi hombre. Buena chica, respondí, metiendo la mano por debajo de la falda para notar su sexo empapado a pesar de hacerlo desde detrás.
Al entrar en el coche le ordené abrirse la blusa completamente y sobarse las tetas mientras yo zambullía mis dedos en sus entrañas. Había tomado la fusta del asiento trasero y se la puse sobre los muslos, aumentando así su excitación.
-Has estado a punto de follarte al madurito, eh. –Suspiraba. –Te hubiera gustado abrirte de piernas en su coche. Chupársela. Has estado a punto. -No respondía con palabras. Lo hacía con gemidos, hasta que le pregunté directamente. -¿Querías follártelo? ¿Qué te follara?
-No –suspiró.
-¿Entonces qué estabas haciendo?
-Obedecerte.
-Así que si te hubiera ordenado follártelo, ¿lo hubieras hecho?
-Sí.
-O sea que el tío tiene razón. Eres una puta, una ramera.
-Soy lo que tú quieras.
En ese momento me avisó de que iba a correrse, así que quité los dedos de sus entrañas y se lo prohibí. Aún no. Como tantas otras veces, un gemido lastimero me confirmó que me había obedecido.
Circulé por la ciudad unos veinte minutos aunque antes le había atado las manos a la espalda para que no se tocara. Llevaba muchas horas caliente como una perra y temí que cualquier roce le provocara el orgasmo. Ahora el juego consistía en exhibirla desnuda, pues llevaba la blusa abierta, por lo que me acercaba a los pocos coches que circulaban por la ciudad a aquellas horas, mientras debía aguantar la fusta sobre sus muslos con las piernas completamente abiertas, para que se te ventile la calentura.
El punto álgido llegó cuando nos detuvimos en un semáforo al lado del camión de las basuras. El conductor le dijo de todo incluido guapa, mientras avisaba al compañero, un moro uniformado en verde fluorescente encargado de acercar los contenedores al triturador posterior, que también se sumó a la fiesta. Fueron menos de treinta segundos, pero tenerlos a escasos centímetros del coche, con el cristal bajado, oyendo los soeces improperios, aceleró aún más su respiración. Los tíos, además, de acercaron para tocarla, pero no lo permití pues no las tenía todas conmigo de poder salir de allí indemnes. Aceleré en el momento que las manos del moro entraban en el habitáculo.
-¿Estás caliente? –pregunté acariciándole las ingles.
-Basta, por favor, no puedo más.
-¿Quieres correrte?
-Lo necesito. Haré lo que quieras, pero déjame correrme, por favor.
Tomé la fusta y la golpeé en el muslo. Gritó jadeando. Le di otro, recordándole que yo era el único que tomaba decisiones, que ella simplemente obedecía. Jadeaba con fuerza, más próxima aún al clímax, pero ver un motorista de la policía municipal me llevó a cometer la última locura de la noche.
Aceleré como si de un niñato con un coche tuneado se tratara, haciendo chirriar las ruedas y dando un giro prohibido en la siguiente bocacalle. No tardé en ver la moto con la luz azul encendida detrás, así que le obligué a seguirme un par de manzanas más hasta que me detuve en el lateral, al lado de un pequeño parque infantil.
El agente bajó de la moto, parada detrás de nuestro coche, y se acercó por mi lado quitándose los guantes pero no el casco. Al asomarse para notificarme que había hecho una maniobra prohibida y que conducía demasiado rápido, se quedó a media frase al ver a María a mi lado, prácticamente desnuda, respirando aceleradamente.
-¿Decía agente? –pregunté como si yo no pudiera ver lo que él estaba viendo. El hombre balbuceó una par de inteligibles vocablos, así que le ayudé. –Creo que me estaba diciendo que he cometido alguna imprudencia y que tendrá que multarme.
-Sí, sí, eso… -trató de serenarse el hombre, mirando a María sorprendido, a mí como a un bicho raro.
-¿Sabe qué pasa? –continué. –El coche no es mío, es de mi empresa, y si me multa me podrían despedir. Además, mi jefe no sabe que estoy en la ciudad con su hija y, claro, si se entera, el despido será lo más suave que me ocurrirá. ¿Comprende? –El tío alucinaba más aún. Hasta que llegué al cénit. -¿Qué le parece si lo solucionamos de otra manera?
Los ojos del policía se clavaron en los míos, interrogantes. Podía leer claramente en ellos como el hombre se debatía ante el pastel que tenía delante y las consecuencias de sus actos. Llevaba anillo por lo que supuse que estaba casado. Así que le ayudé.
-Lleva toda la noche pidiendo polla. Su padre la tiene por una santa, pero es la tía más zorra que he conocido en mi vida. Si corría tanto es porque ella me lo ha pedido, que la llevara al hotel y le diera su merecido, pero creo que no le importará hacer un pequeño alto en el camino para compensar a un servidor público que se mata por sus conciudadanos currando de sol a sol.
El tío seguía alucinando, pero su mirada era cada vez más lasciva. Sus ojos estaban fijos en las apetitosas tetas de aquella zorra que se mecían al ritmo de una respiración endiablada. Le faltaba un último empujón y se lo di.
-La chupa de vicio. Sólo tiene que darle la vuelta al coche y bajarse la cremallera. Nadie se va a enterar. Venga, vale la pena. ¿A quién le amarga un dulce?
El agente se irguió, mirando a ambos lados de la calzada, pero estábamos en una zona muy tranquila, al lado de un parque, pasada la media noche, así que era difícil que alguien se diera cuenta de lo que estábamos haciendo.
Mientras rodeaba el coche por detrás, María preguntó con un hilo de voz, ¿quieres que se la chupe? La miré tomando la fusta para acariciarle con ella los pezones. Cerró los ojos reanudando los gemidos.
-Quiero que se la chupes. Pero no quiero que te tragues su semen. Hazlo por mí y te prometo que tendrás el mayor orgasmo de tu vida.
En ese momento el policía apareció al lado de María. Abrió la puerta a la vez que se abría la bragueta del pantalón, de la que asomó un miembro muy blanco, ya enhiesto. Mi chica giró el cuerpo hacia él y, sin dudarlo, la engulló.
Las manos del tío cobraron vida, sobándole las tetas, ansioso, mientras gemía al ritmo de las succiones de la felatriz. Yo colaboré verbalmente, preguntándole qué tal, a que la chupa de vicio la niña de papá, sabiendo que mi lenguaje excitaba más a María que al poli, que también gemía desbocada.
No duró ni dos minutos, pero berreó como un toro, agarrando a la chica del cabello para que no lo abandonara en el último momento. María esperó paciente a que el tío se retirara, cuando lo hizo le ordené mostrarme la simiente del hombre, que acababa de cerrar la puerta del coche dando por acabada la función.
-Asómate para enseñárselo y se lo escupes en los zapatos. –Abrió los ojos sorprendida, pero se giró hacia él abriendo la boca, a lo que el agente le dijo algo tipo buena zorrita, no pude oírlo bien, y escupió, manchándolo completamente según me confesó.
Arranqué quemando rueda, mientras me reía como un loco. Al aparcar en el parking del hotel, le acaricié la cara, lo has hecho muy bien hoy, estoy orgulloso de ti.
Saqué la bola de un bolsito que llevaba en el maletero y se la puse. Me sorprendió que no hubiera cámaras en los accesos al alojamiento pero no vi, así que la llevé casi desnuda hasta la habitación, pues le había levantado la mini falda para mostrar sexo y nalgas y seguía con la blusa abierta, además de estar atada de muñecas y boca.
Al entrar, la tiré sobre la cama ordenándole ponerse en posición. Se incorporó con dificultad, hasta que asentó las rodillas al filo del colchón quedando erguida. Tiré de la blusa pero no podía quitársela pues llevaba la muñequera de cuero atada a su espalda, así que hice un ovillo con ella alrededor de sus brazos, pues quería tener el máximo de carne disponible.
Tomé la fusta y se la mostré. Jadeaba respirando profundamente. Se la tendí, delante de la cara. Lámela. La recorrió con los labios pues no podía sacar la lengua. La bajé hasta sus pechos, acariciándolos, hasta que me desplacé a su entrepierna que también recorrí con el juguete. Tenía las piernas muy abiertas y doblaba el cuerpo hacia atrás, para mantenerse erguida y para aumentar la respiración.
¿Quieres correrte? –Asintió moviendo la cabeza. -Hoy te has portado muy bien, me has demostrado lo fiel que eres y te mereces el mayor premio, así que tal vez no debería azotarte. –Le tendí la fusta de nuevo, para que la lamiera, limpiándola de sus jugos esta vez. –Te dejo elegir. ¿Quieres que te azote o prefieres que no lo haga?
Exhaló un suspiro. Pero no me di por vencido, pues retrasar su clímax lo intensificaba.
-No me estás obedeciendo. Necesito una respuesta. Un sí o un no –ordené imperativo apartando la fusta de su cuerpo.
-Sí –acabó rogando. Al menos sonó a eso el mugido que profirió a través de la bola.
No esperé ni un segundo. La vara impactó en su nalga con violencia provocando un grito que si la bola no hubiera amortiguado, hubiéramos tenido un problema con Seguridad del hotel. Cayó un segundo golpe en la otra nalga. Un tercero, un cuarto. Sus piernas temblaban, así que la empujé agarrándola del brazo para que cayera de espaldas. Me miraba desbocada, con las piernas abiertas mostrándome una flor más roja que rosa, brillante por la ingente cantidad de flujo.
Acomodé la punta de la fusta en la entrada, ascendí hasta su clítoris, acariciándolo, continué por su estómago hasta que llegué a sus pezones. Era tal la velocidad de su respiración que me era prácticamente imposible atinar en ellos. Levanté la fusta y golpeé un pecho. Gritó de nuevo. El otro también, con un poco más de fuerza pero sin llegar a la intensidad de los dados en las nalgas. Bajé a su sexo de nuevo, a su clítoris, e hice un tanteo. Lo golpeé suavemente, pero su cuerpo se tensó como si le hubiera sobrevenido una descarga eléctrica.
Me arrodillé a su lado, pellizqué el pezón izquierdo pues era el que me quedaba más a mano, y golpeé de nuevo en su sexo, esta vez entre los labios. Volvió a sacudirse con furia, soltando lágrimas y babas. ¿Quieres más? Asintió, respirando cada vez con mayor dificultad.
Le pegué en la cara interior del muslo, en la exterior de la otra pierna, pero la respuesta no era tan intensa. Así que ataqué de nuevo su sexo. Una parte de mí me pedía azotarla con más fuerza pero temí lastimarla, así que opté por percutir con golpes firmes, consecutivos, que la sacudían en espasmos que recorrían todo su cuerpo.
Esa noche María tuvo el orgasmo más intenso de toda su vida. Fue tal la violencia de sus espasmos que tuve que desabrocharle la bola de la boca pues por poco se ahoga. Cuando logró calmarse un poco, le di la vuelta y le reventé el culo por enésima vez agarrándola del cabello para que se irguiera. Ella también se corrió por segunda vez, pero el orgasmo no tuvo nada que ver con el precedente.
Exhaustos ambos caímos derrengados en la cama. Ella se me acercó, reptando, tratando de abrazarme pero las ataduras se lo impedían, así que la tomé del cabello para pasarle la mano por debajo del cuello y quedar apoyada sobre mi pecho. Me susurró un gracias, mientras me besaba en los labios, la barbilla, en los pezones.
Sonreí. ¿Aún no has tenido bastante? Quiero agradecértelo. Bajó por mi torso hasta mi polla, que aún estaba medio viva y se la metió en la boca, chupando de nuevo, lamiendo, limpiando. La dejé hacer pero estaba fatigado, así que le ordené parar.
-No te la saques de la boca, –me lo pensé mejor –quiero que hoy duermas en este posición, para despertarme así mañana por la mañana.
Cumplió con su cometido. Y si no lo hizo, pues dormí seis horas como un tronco, tuvo la astucia de metérsela en la boca de nuevo antes de que yo despertara.
Como cada mañana, lo hice con la bufeta llena, así que lo verbalicé, tengo que mear. Su respuesta fue abrir un poco la boca para liberar carne, dejando solamente el glande acogido, esperando. Me miró un segundo, como si me avisara que ya estaba a punto, y cerró los ojos, esperando el jarabe.
Se lo bebió todo, aunque no pudo evitar derramar alguna gota que luego lamió diligente sobre mi piel. La desaté. Tuve que hacerle un masaje en los brazos para que entraran en calor pues los tenía entumecidos después de tantas horas inmovilizados.
***
El viaje a Valencia supuso el punto más álgido en nuestra relación. Tenía otro plan para ella, convertirla en el juguete inaccesible de Marcos, pues quería lograr una victoria, ni que fuera simbólica, sobre mi amigo y compañero, pero hechos externos la abortaron.
Desde que Marcos me había dicho que la nueva María, la que vestía como yo ordenaba, aunque él no lo supiera, sería la siguiente muesca en su revólver, decidí jugar con él. Las instrucciones que mi chica tenía eran muy sencillas. Debía permitir cualquier avance del playboy de la empresa, tontear con él, hacerle ver que la enorgullecía sentirse deseada, pero darle largas, no pasar de tonteos más o menos intensos.
Estábamos en pleno juego cuando fuimos a Valencia, por ello le resultó fácil alternar con desconocidos, además de excitante. Cada vez que mi amigo me comentaba algún avance, ridículos la mayoría para un tío experimentado como él, me partía de risa interiormente. Sobre todo, cuando avanzado mayo, Marcos comenzaba a estar realmente harto de perseguirla además de herido en su orgullo de macho alfa de la manada.
Pero llegó el último lunes de mayo y todo se fue al traste.
Apareció en casa por la mañana, sin que se lo hubiera ordenado, y en el rellano de mi apartamento me soltó aquella frase tan manida pero tan aterradora: tenemos que hablar.
-Hace casi un año que me separé de Carlos pero este fin de semana he decidido volver con él. –La miré sorprendido por encima del café con leche que yo había hecho para ambos. No tuve que pedir que se explicara mejor pues continuó: -Aunque yo he vuelto a mi juventud contigo, a sentir cosas que hacía casi una década que no sentía, mi hijo lo ha pasado muy mal. Me he sentido egoísta y mala madre muchas noches, sobre todo de fin de semana cuando no podía estar con él. Tal vez no lo comprendas, pero cada vez que me ha preguntado cuando volveremos a estar juntos papá y mamá se me ha partido el corazón. Así que este fin de semana he decidió darle otra oportunidad a Carlos.
-¿Estás segura de que esto es lo que te conviene? –Asintió. -¿Le quieres? –Volvió a asentir, hasta que aclaró:
-No estoy segura de que es lo que más me conviene a mí, pero estoy convencida que es lo mejor para nuestro hijo. Quiero a Carlos. Le quiero porque es un buen hombre, un buen padre, alguien ideal para formar una familia, que debe estar al lado de su hijo.
-Tal vez deberías pensar en ti también.
-Estos últimos meses sólo he pensado en mí. En mi placer. Y te agradezco lo mucho que me has dado, –me miró sonriente, forzando los labios como disculpándose –pero tú y yo no tenemos ningún futuro como pareja, más allá de disfrutar del sexo como nunca lo había hecho. –Hizo una pausa antes de sentenciar. –Y mi hijo necesita un padre.
***
Han pasado once años desde aquella conversación en la cocina de mi casa. Seguí trabajando en la empresa dos años más, viéndola cada día con sus faldas hasta las rodillas y blusas más amplias, pero sin cruzarnos palabra si no era imprescindible. Cambié de compañía. También de sector y busqué otras metas, hasta que me casé.
Mi matrimonio duró poco pues inconscientemente buscaba otra sumisa. Ni lo fue con la intensidad que yo buscaba en la cama, ni lo fue en casa, pues mi machismo cavernícola, palabras literales, la llevaron a abandonarme.
Aunque la he buscado, no he vuelto a encontrar a otra María. He jugado con sumisas, incluso he pagado por ellas, pero no he vuelto a sentir lo que sentí aquellos meses.
Hasta esta tarde.
Estaba sentada en una cafetería del centro con un adolescente que se le parecía bastante, sobre todo en la forma de los ojos. No ha cambiado demasiado. Parece conservar la misma talla de ropa y no he visto ninguna cana. Sí he apreciado, cuando me he acercado para saludarla, pequeñas arrugas al lado de ojos y labios. Maduras, bellas.
El chico se ha levantado, tomando una chaqueta y un skate, y se ha despedido de su madre con un beso en la mejilla. Ahora es la mía, me he dicho. Me he acercado y la he saludado con el tópico, ¡qué casualidad, cuánto tiempo!
Sus ojos se han iluminado al verme, alegres. Después de ponernos al día someramente, se ha hecho el silencio. Iba a levantarme, pues parecía que no quedaba más tela que cortar, cuando me ha agarrado de la muñeca y me ha dicho anhelante:
-Aún conservo la ropa que me compraste.
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Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad:
Con una sonrisa de oreja a oreja Sebastián llega del colegio, sabe que es tarde y sabe bien que le van a llamar la atención, pero no le importa en absoluto, nada de lo que le digan podría quitarle esa cara de satisfacción pues acaba de estar con Susana de nuevo y el hecho de follarse a la guapa morena y hacerla gozar lo pone de muy buen humor.
“¡Hola ya llegue!” grita anunciándose y después se dirige a su habitación, “¡ya era hora por que demoraste tanto!” le responde su madre, pero antes que Sebastián replique ella lo interrumpe, “¡lo que sea pero debes apurarte, dúchate y cámbiate de ropa ya se nos esta haciendo tarde!”. Sebastián queda intrigado por la respuesta, “¿tarde para que?”, “¡ya se te olvido, debemos ir al matrimonio del hijo de mi jefa, te lo he estado diciendo toda la semana!”.
El buen humor de Sebastián desapareció de inmediato, detesta estos matrimonios ya que siempre es el menor ahí y todos lo fastidian ya que lo encuentran gordo, que si ha crecido o no ha crecido y además que aborrece usar terno y corbata. En vano discute con su madre y trata de zafarse del compromiso, pero es inútil, “¡sube inmediatamente y has lo que te ordeno!” fue su ultima palabra.
Tras ducharse y cambiarse de ropa Sebastián desciende al living donde sus hermanos ya están listos y arreglados mientras él se hace el nudo de su corbata, “me veo estúpido” murmura, “no es cierto” le responde su madre que le arregla el cuello de la camisa. “¡Mas bien pareces un pingüino con ese traje, chico, gordo, blanco y negro!” comenta su hermana provocando risas en todos menos Sebastián, “y tu con esa ropa pareces una pu…”. “¡cállense los dos!”.
Pese al apuro de su padre llegaron algo atrasados y los novios ya están en el salón del hotel, discretamente se abren paso entre la multitud y toman su lugar en la mesa que les asignaron donde Sebastián de inmediato se pone manos a la obra, “¡deja eso ahí!” le ordena su madre, “¡debes esperar al brindis!”, Sebastián mueve la cabeza y ruega para que todos se apuren. “¡Veo que empezaste con lo tuyo!” se escucha una voz a lo lejos y una mujer discute con su marido, “parece que ya empezaron esos dos” comenta el papa de Sebastián, “así parece” responde su madre.
Mientras los demás conversan y celebran a los flamantes recién casados Sebastián se da el festín comiendo y bebiendo, sus hermanos lo observan asombrados, “¡que, no he comido en toda la tarde déjenme en paz por un rato!” les responde y sigue comiendo. Se llena el plato al menos tres veces y aprovecha que sus padres están ocupados para beberse un par de cervezas, algo que normalmente no le permiten, “al menos la comida esta bien” murmura.
Pasaron un par de horas y Sebastián esta disfrutando de la fiesta, o mejor dicho de la excelente comida, aunque se mantiene alejado de sus hermanos para evitar problemas. Saludo a los novios, más por formalidad ya que le importa un bledo que sean recién casados, y siguió degustando los manjares que hay en cada mesa pese a las objeciones de sus padres que hace bastante tiempo comenzaron a quejarse que él come demasiado, aunque Sebastián no le da mayor importancia al asunto. Tras llenarse una copa con helado se fue a sentar cerca del balcón que da vista al amplio jardín del hotel. En ese momento se escucho el sonido de una botella rompiéndose y un alegato de proporciones. Al voltearse ve a la amiga de su madre discutiendo a gritos con su esposo, ya que lo sorprendió insinuándosele a una joven mesera.
A Sebastián le divierte este escándalo, al menos le trae algo de vida a una aburrida fiesta, sin embargo pronto aparece la madre de Sebastián a calmar a la mujer y a duras penas se la lleva hacia un sitio más alejado para detener el escándalo que tiene, tarea muy difícil considerando que esta completamente ebria. Al dejarla en un sillón ella comienza a mirar en todas direcciones como buscando quien le ayude, de inmediato se percata que sus hermanos se hacen humo y él capta el mensaje, pero por desgracia fue el más lento y antes que se pueda escabullir, “¡Sebastián ven acá de inmediato!”.
“¡Por que yo, por que yo, que hice, que hice!” murmura mientras va donde su madre, “escucha yo no puedo ausentarme demasiado o mi jefa me va a matar, así que necesito pedirte un favor muy, pero muy grande”, Sebastián la mira fijamente, la expresión en su rostro es como si estuviera apunto de ser golpeado por un bate de béisbol. De su cartera ella saca lápiz y papel y después le entrega una nota y algo de dinero, “quiero que la lleves hasta su casa en un taxi”, Sebastián pone cara de “me estas tomando el pelo” tras escucharla. “Es en serio” replica ella, “¡debes estar loca yo no voy a llevar a una vieja ebria hasta su casa que la lleve su marido!” responde indignado, “¡no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando!, además su marido ya se fue”, “seguro que con otra mujer” agrega Sebastián, la mirada de su madre fue tal que de inmediato cierra la boca.
Aun dudando en obedecer ella le hace una ultima oferta, “si me haces este favor, te haré un buen regalo”. Con desconfianza Sebastián la mira, “espero que así sea” responde de malos modos y tras guardar el dinero y la nota se acerca a la mujer, “se llama Ana” le dice su madre, y con un gran esfuerzo la ayuda a ponerse de pie y comienzan a caminar muy lentamente hacia una salida lateral para no hacer más escándalo. Al pasar junto a una mesa Ana estira una mano y se apodera de otra botella de vino la cual bebe alegremente.
“Eres… eres… un joven… muy amable” murmura Ana que se tambalea de lado a lado mientras Sebastián trata de mantenerla en pie y llevarla hasta el estacionamiento, tarea casi titánica considerando el pésimo estado en que se encuentra Ana. “Oye.. por… por que no me traes… otra… otra botella de vino”, “yo creo que es suficiente con lo que ha bebido” responde tratando de apurar el paso para coger un taxi que se alcanza a divisar a la distancia. “¡oh vamos no…. no… no seas aburrido!” exclama ella que al moverse de forma tan brusca hace que Sebastián termine con su rostro metido en su escote, “¡muchacho… muchacho atrevido… te….te…te aprovechas solo por que estoy…. algo ebria!” lo reta con una sonrisa en llena de malicia. El rostro de Sebastián se vuelve de un vivo color rojo y tras forcejear por un instante consigue llegar al taxi finalmente.
“A esta dirección y rápido” le dice al chofer que lo mira algo desconcertado, “si ella vomita en el asiento trasero deberás pagarme” replica, “¡y si usted deja de reclamar y se apura nos evitaremos ese problema!” responde Sebastián algo molesto. Por fortuna el trayecto fue bastante rápido, debido a la hora las calles están despejadas y llegaron en solo unos pocos minutos. El bajar a Ana del taxi fue otra historia, el alcohol ciertamente se le fue a la cabeza y si bien ahora ya no habla tampoco se mueve demasiado y eso complica todo, aun mas.
Apenas le pago al taxista este se fue de inmediato, Sebastián se lamenta acerca de lo estúpido que fue, pudo haberle pagado después que le hubiera ayudado a dejarla en la casa siquiera. “Solo espero que su marido no este con otra mujer” piensa. A duras penas abre la puerta y con aun mayor dificultad consigue llevarla hasta el segundo piso donde esta su habitación y la deja, o más bien casi la tira sobre la cama. Exhausto Sebastián va al baño a mojarse la cara y después le va a dar un vistazo a Ana antes de irse.
Esta inmóvil sobre la cama, el vestido se le subió bastante y sus piernas se aprecian con claridad, Sebastián se muestra más interesado ahora que la puede ver con más detalle y que además Ana esta en silencio. Por las facciones de su rostro debe rondar los cuarenta y tantos años, pero muy bien llevados. Su cabello es de color café claro algo ondulado y hasta el hombro, el vestido de un color negro brillante se amolda a su cuerpo y permite ver con detalle sus curvas, al estar tendida en la cama el escote se abre más de lo debido y sus pechos prácticamente están afuera, Sebastián se le acerca y con un ligero movimiento los libera completamente dejándolos al descubierto, de buen tamaño aunque algo caídos.
Una maquiavélica sonrisa se dibuja en el rostro de Sebastián, de inmediato se asegura que Ana esta inconsciente, lo cual es prácticamente obvio considerando todo lo que bebió así que decide que es hora de cobrarse todas las molestias que ella le hizo pasar y con algo de esfuerzo la acomoda sobre la cama dejándola de espaldas y le descubre completamente sus pechos. De manera tentativa y poniendo mucha atención al rostro de Ana en caso que por alguna razón despierte. Durante largos minutos se dedico a lamerle sus pechos con bastante dedicación, Sebastián apenas detecta unos ligeros suspiros en Ana, tomando más confianza mete una mano entre sus piernas subiéndole el vestido y acariciando sus muslos, Ana se mueve un poco pero Sebastián sigue adelante y presiona sus dedos directamente sobre su coño.
Un muy débil gemido se escapa de sus labios, hace un intento de cerrar sus piernas pero es más un reflejo que una acción voluntaria. Sebastián sigue adelante, con toda la experiencia que ha adquirido últimamente pronto hunde sus dedos en el coño de Ana y se los mete furiosamente, ella apenas reacciona mientras con su boca le chupa ansiosamente sus pezones. Con algo de rudeza Sebastián le sube completamente el vestido y le separa sus piernas, la ropa interior de Ana es de color negro con encajes, bastante sexy por lo demás. Delicadamente se la aparta para poder apreciar mejor su coño cubierto por algo de bello pubico, le separa los labios de su vagina y su clítoris se ve claramente ahora. Sebastián acerca su rostro y la examina con detalle para después presionar con su lengua sobre el. Nuevamente la única respuesta de Ana fue una especie de gemido.
Sebastián estira sus manos y atrapa los senos de Ana mientras él sigue haciéndole sexo oral, ella apenas gime mientras su coño es asaltado por una hábil que se mueve dentro y por encima de el. Lo siente algo extraño hacerle esto a una mujer inconsciente, pero no se detiene y sigue adelante con más ganas que nunca. Decidido a follarse a Ana Sebastián se abre sus pantalones y su miembro sale completamente erecto mostrando su gran tamaño y grosor, “si ella lo pudiera ver, la cara que pondría”, piensa él.
Se acomoda sobre Ana que yace sobre la cama semidesnuda, Sebastián comienza a restregarle su miembro por encima de su rostro que ya tiene algunas marcas propias de la edad. Le pasa su roja cabeza sobre sus labios y lo presiona ligeramente contra su boca, le gustaría que ella le hiciera una mamada pero no se atreve, es posible que se ahogue con una verga así. A pesar de toso Sebastián se aprovecha y usa sus pechos para hacerse una paja, así como se las hace Susana. Sebastián se hace una tremenda paja con los pechos de Ana, roza su grueso miembro con ellos y se los masajea con intensidad hasta que algo de semen comienza a asomarse y el de inmediato lo derrama sobre los labios de Ana, pero ahora le va a dar con todo.
Con algo de esfuerzo la voltea y la pone boca abajo sobre la cama, durante unos instantes le soba su gran culo y le hace un dedo en el. Después coge su grueso miembro y lo apunta directamente a su coño y cargándose sobre ella este comienza a desaparecer en su sexo y Sebastián lo siente como envuelve su miembro. Ana se mueve ligeramente y emite un quejido de forma más clara, pero no reacciona a pesar de todo. “Esto es excelente” murmura Sebastián que comienza a embestir a Ana con más fuerza cada vez. La cama cruje ante cada acometida y él va tomando confianza y se lo da más duro a cada momento.
Su miembro desaparece por completo en el coño de Ana que apenas es capaz de gemir o algo así. Sebastián la voltea sobre la cama y le separa sus piernas apoyándolas sobre sus hombros para hundir su miembro en ella una vez más. Aprecia en su rostro una débil expresión como de angustia, pero aun así sigue adelante haciendo que sus pechos se agiten violentamente ante cada acometida que Sebastián le da. Ana luce tan indefensa en ese estado, pero eso solo excita más a Sebastián que no le da tregua en ningún momento mientras le destroza su coño, esta más que decidido a cobrarse todas las molestias de esta noche.
Sebastián perdió la noción del tiempo, no sabe cuanto rato a pasado pero le ha dado con todo a una inconsciente Ana que yace en la cama semidesnuda y siendo salvajemente empalada por notable miembro de Sebastián que ya siente que esta a punto de correrse. A tiempo alcanza a sacar su miembro y lo apunta sobre el cuerpo de Ana que pronto es cubierto por un espeso chorro de semen que cubre su vientre, sus pechos y su rostro. Sebastián se le encima y descarga aun más sobre su boca dejándola bien cubierta en el. En ese momento él reacciona y al ver el estado en que la dejo va al baño a buscar a buscar una toalla y delicadamente la limpia, le acomoda su ropa y después la cubre con una frazada. “Las cuatro y media” murmura al ver su reloj. Tras asegurarse de ocultar las huellas de lo sucedido, después en silencio apaga las luces de la habitación y del living enfilando hacia su casa a dormir un rato ya que esta absolutamente exhausto, sin duda ha sido una muy larga noche.
A eso del medio día Sebastián con gran dificultad abre sus ojos. Afuera el sol brilla con fuerza y su cabeza le duele de la peor manera posible. Poco a poco vuelven a su mente los recuerdos de lo sucedido y de lo que hizo anoche, pero esta confiado en que nadie sabrá nada, Ana estaba tan ebria que ni siquiera despertó cuando la cogió. Abajo en la cocina se escuchan las voces de sus padres así que aprovecha de irse a darse un baño antes de ir a tomarse un café que necesita con suma urgencia.
“¿Y bien, tuviste algún problema con Ana anoche?” le pregunta su madre al verlo llegar a la cocina, “eh, no, ninguno excepto que estaba absolutamente ebria pero nada más” responde tratando de sonar casual. “Bien, después de almuerzo iremos al centro y te comprare tu recompensa por las molestias de anoche”, Sebastián se entusiasma con la noticia.
Por la tarde salió con su madre y al regresar lo hizo con un nuevo video juego en sus manos, no es mucho pero peor es nada piensa él. Al entrar escuchan unas voces y cuando entran al living se encuentran con Ana que esta ahí conversando con el papa de Sebastián, luce radiante de muy buen humor. “Venia a darte las gracias por lo de anoche” dice ella, Sebastián trata de escabullirse pero su madre lo detiene, “ven acá ella quiere hablar contigo”. “Como anoche te arruine la fiesta y te hice pasar más de una vergüenza” dice Ana visiblemente sonrojada, “te traje esto para compensarte”. Sebastián abre un gran paquete y dentro encuentra una consola de juegos Play Station 3 con dos juegos, Sebastián casi se desmaya.
Al ver la hora Ana decide irse y Sebastián la acompaña a la puerta, “este regalo es por todos los favores que me hiciste anoche”, al decir esas palabras Sebastián se queda frió, “estaba ebria, pero aun me acuerdo de todo jovencito y déjame decirte que estuviste fantástico”, antes que él le diga algo Ana le sella los labios con un tremendo beso dejándolo estupefacto. “Maña en la tarde estaré sola, ahí te espero” y ella se aleja tranquilamente mientras Sebastián la mira estupefacto.
Antes de nada tengo que reconocer que he escrito este relato porque una buena amiga, me ha puesto una pistola en el pecho.
“O escribía un nuevo relato de prostituto sobre Ivanka o dejaba de enviarme sus sensuales fotos”
Como comprenderéis, ¡Lo he escrito!. Es la primera vez que relato algo sobre un personaje real y aunque usaré hechos verídicos para darle cierta verosimilitud, todo lo demás será parte de mi febril imaginación y no tiene nada que ver con la realidad.
Acababa de mudarme de apartamento. Después de dos años siendo el prostituto de moda de Nueva York, decidí darme un capricho y por eso me mude a un piso más grande situado en la mejor zona del Soho. Con mi cuenta corriente rebosando de dólares y apenas veinticinco años, la vida me sonreía. No solo tenía un trabajo que me reportaba pingües beneficios sino que había conseguido exponer mis cuadros en una galería de la quinta avenida.
Esa mañana de un lunes, al levantarme de la cama, no se me pasó por la cabeza que mi existencia iba a dar un vuelco y que todos mis planes. Como todos los días, después de desayunar me puse a pintar mientras esperaba una llamada de mi jefa para decirme cual sería mi siguiente contrato.
Por eso cuando sonó mi móvil y apareció Johana en la pantalla, contesté mecánicamente:
-¿Qué tal preciosa?
-¡Necesito verte!
La urgencia con la que me habló, me hizo comprender que algo pasaba. Creyendo que sería un tema suyo personal, le pregunté donde quería que nos viéramos. Me alarmó que tardara en contestar pero aún más cuando en vez de ser ella, fue otra mujer con acento extranjero la que me dijera:
-Le esperamos en la entrada del Central Park frente al Plaza en veinte minutos.
El tono seco de esa zorra me hizo salir de mi recién estrenado piso corriendo sin mirar atrás. No quería llegar tarde y por eso cogí un taxi, al recordar lo difícil que era conseguir un aparcamiento en esa zona. Por mucho que intenté darme prisa, cuando llegué a donde habíamos quedado ya estaba Johana esperándome.
Acompañada por un enorme chino y una cuarentona de su misma nacionalidad, se la veía aterrada. Os juro que algo me hizo comprender que su vida corría peligro. El dolor y el miedo reflejado en su rostro me alteró y enfrentándome a esos dos sujetos, me encaré con ellos preguntando que cojones pasaba.
La mujer en voz baja me respondió:
-Acompáñeme a dar un paseo, si hace lo que le decimos, devolveremos a su jefa sana y salva.
Aunque sopesé liarme a golpes con esa mole, la prudencia y sobre todo la seguridad de esa pelirroja, me hicieron obedecer y sumisamente acompañe a la oriental dentro del parque mientras Johana y el tipo se quedaban fuera.
La diminuta mujer, con paso firme, tomó un camino poco transitado y solo cuando llegamos a un espeso pasaje con arbusto, me hizo sentarme en un banco.
-¿Qué quiere de mi jefa? ¿Por qué la tiene retenida?
Con absoluto hieratismo, esperó que terminara y entonces, me contestó:
-De ella nada, es usted al que necesitamos.
-¿A mí?- respondí tan extrañado como furioso mientras intentaba cavilar en qué cojones me había metido para que esos dos tomaran la decisión de secuestrarla, ¿Quieren dinero?
La guarra soltó una carcajada y recuperando de inmediato su compostura, me soltó:
-Necesitamos sus dotes con las mujeres. Hay un personaje que a mis superiores les resulta muy molesto y quieren sus servicios para neutralizarlo.
Más tranquilo al saber que sin duda sería un tema de faldas pero en absoluto confiado, contesté que aceptaría acostarme con quien ellos me mandasen pero que por favor, dejaran a la mujer a un lado.
-Sabe que no podemos- me respondió- su amante se quedará con nosotros hasta que cumpla con su cometido.
Estuve a punto de decirle que entre Johana y yo no había nada pero asumiendo de que de nada serviría, le pregunté:
-¿Qué quiere que haga?
La secuestradora sonriendo dijo:
-Nada que no haya hecho antes, queremos que se acueste con Ivanka Trump- y despidiéndose de mí, dijo que ya se pondrían en contacto.
Las condiciones de mi “trabajo”.
Hecho una verdadera mierda salí del parque. Sabía que la vida de Johana dependería de lo que hiciera y al saberlo, me percaté por primera vez de lo importante que era esa pelirroja en mi vida.
Durante los últimos dos años, no solo había sido mi jefa sino también mi mejor amiga y mi confidente. Y ahora que su futuro dependía de mí, me dí cuenta de que no podía concebir una existencia sin ella a mi lado. Si durante todo ese tiempo, habíamos jugado al perro y al gato respecto a nuestros mutuos sentimientos, con ella en peligro, no podía seguir engañándome:
“Estaba totalmente colado por esa pecosa”.
En el taxi de vuelta a casa, me asaltaron imágenes de Johana siendo torturada y con un dolor que me correía las entrañas, comprendí que tenía que evitar que la mataran.
“Mierda” pensé al tratar de visualizar mis siguientes pasos, “ Aunque consiga engatusar a esa rubia, Donald Trump es un enemigo formidable”.
Mi futuro era aciago. Si no cumplía a rajatabla las instrucciones de los orientales, podía dar por perdida a mi amiga, pero si lo hacía y ese magnate se enteraba, era claro que se vengaría. Tomando eso en cuenta y también el hecho de que una vez cumplido el encargo, lo mas seguro para esos putos chinos sería acabar conmigo, comprendí que debía de alguna forma desbaratar sus planes sin poner en riesgo la propia existencia de Johana.
Si creía que ya en mi piso tendría tiempo de planear una estrategia, me equivoqué porque nada más entrar me llevé una desagradable sorpresa:
¡Sentada en mi sala había una asiática preciosa!
No me tuvo que explicar su presencia allí. Al verla supe que era parte de la trama que había secuestrado a mi jefa y por eso, sin darle importancia me quité la chaqueta y desde la cocina le pregunté si le apetecía una cerveza. La maldita china no solo me contestó que sí, sino que viniendo a donde yo estaba se sentó en una de las sillas con cara de recochineo.
-Veo que no te ha sorprendido verme aquí- dijo con marcado acento mientras tomaba un sorbo de la botella.
-La verdad que no- confesé. -Me imagino que vienes a darme las pautas que tengo que seguir.
Mis palabras le hicieron recordar su misión y apurando su bebida, me soltó:
-Así es. Como sabes para mis jefes esta misión es muy importante y por eso me han encomendado tanto instruirte como acompañarte hasta que la lleves a cabo.
Eso sí resulto una sorpresa. No me esperaba que esa mujer se quedara conmigo y viendo que era inevitable su compañía, le pregunté que era lo que realmente querían que hicieras.
-Llevamos estudiando la organización Trump mucho tiempo y hemos descubierto que la única pieza débil de toda su estructura es la hija de su dueño.
-No comprendo de qué os sirvo-, me quejé, – no solo no conozco a Ivanka sino que por lo que sé de esa rubia, de tonta no tiene un pelo y va a ser difícil de embaucar.
La mujer me miró con cara seria y tras meditar que era lo que me podía decir y que no, me explicó:
-Lo sabemos y por eso mismo su padre confía ciegamente en ella. Nunca voluntariamente lo traicionaría ni pondría en peligro sus aspiraciones políticas…- En ese momento comprendí la razón de todo ello. Donald Trump no solo recelaba de todo lo chino sino que se había postulado como candidato conservador a suceder a Obama. Por eso permanecí callado mientras la oriental seguía explicando.- pero nada va a poder hacer para evitar seguir tus órdenes.
-¿Mis órdenes?- totalmente confundido, rectifiqué: -¿Qué parte de lo que os he dicho no me has oído?. ¡No la conozco!
-Pero ella ¡Si! – respondió y ante mi cara de asombro, me dijo: -¿Recuerdas a Erica Waldorf?
-Por supuesto- respondí –Es una de mis mejores clientas.
-Pues hace casi un año te vio con ella y preguntó a las personas que tenía alrededor por si alguien te conocía.
-Vale- dije tratando de aclarar el asunto. –La tal Ivanka me ha visto un día y se ha mostrado interesada pero de eso a que venda a su viejo por mí, va un trecho.
Soltando una carcajada, me pidió otra cerveza y mientras la sacaba del refrigerador, me explicó:
-Ahí es donde entran nosotros. Llevábamos siguiendo a esa ricachona largos años y jamás se mostró interesada por otro hombre que no fuera su marido. Por eso al oir la cinta donde tan abiertamente manifestaba su admiración por ti, decidimos estudiar vuestra afinidad. No te imaginas nuestra alegría en cuanto demostramos que eras totalmente compatible.
Sin entender de que servía eso, me quedé callado. La china viendo que tenía toda mi atención, prosiguió diciendo:
-Una vez te habíamos encontrado, el resto ha sido fácil. Por medio de la estimulación de su subconsciente, hemos incrementado su atracción por ti hasta extremos impensables. En cuanto te vea no va a poder resistirse e caerá entre tus brazos.
-¡De acuerdo!- rebatí todavía confuso- de algún modo que no me vas a explicar, tu gente ha conseguido que esa rubia se pirre por mí. Suponiendo que es así, no creo que se deje manipular por un desconocido hasta el extremo de traicionar a su padre.
-¡Te equivocas!-contestó: -Cuando te dije que la hemos manipulado, no me he explicado bien, la realidad es que le hemos lavado el cerebro y hoy en día está condicionada a obedecerte sin rechistar.
“¡No es posible!” pensé al advertir el verdadero significado de sus palabras. Si era cierto lo que decía la pobre Ivanka estaba en sus manos al igual que yo. Tratando de encontrar la lógica al asunto, y creyendo que lo que querían era sacarle fotos comprometedoras, pregunté:
-Bien, y entonces, ¿En cuánto os la ponga en bandeja soltareis a Johana?
-No, además de acostarte con ella, deberás introducir un virus en sus ordenadores.
No tuve que ser un genio para comprender que no iban a dejar escapar una herramienta tan poderosa y que cuando terminara esa misión, me darían otra hasta que habiéndome exprimido ya no les fuera de utilidad. Cabreado, la dejé con la palabra en la boca y me dirigí a mi habitación. Iba a cerrar la puerta para quedarme solo cuando esa puta me lo impidió diciendo:
-Tienes prohibido quedarte solo. Hasta que cumplas con lo que se te ha ordenado, deberé estar siempre junto a ti.
Hecho una furia, la dejé pasar y tratándola de hacerla pasar un mal rato, le solté:
-Voy a ducharme.
La muy zorra sonrió y por mucho que intenté que se le borrara, desnudándome enfrente de ella, solo conseguí que disfrutara echando un ojo a la mercancía que tenía cautiva.
“Maldita hija de puta” mascullé entre dientes mientras entraba al baño.
La oriental sentada en la cama, se rio y sin perderme de vista, me ordenó que no cerrara la puerta. Su actitud me encabronó de sobremanera y obviando que esa monada estaba mirándome a través de la mampara, me empecé a duchar. Os reconozco que no fui insensible a su examen y cerrando los ojos me puse a imaginar cómo sería esa china en pelotas. Por el ceñido conjunto con el que iba vestida sabía que esa mujer estaba dotada de dos pechos espectaculares pero nada me hacía imaginar cómo tendría los pezones.
Un ruido en el baño, me hizo girarme y fue cuando me percaté que esa zorra se había desnudado y que con una sonrisa se aproximaba a mí. Con una superioridad clara, la jodida oriental abrió la ducha y antes de que pudiera hacer nada, se había arrodillado frente a mí y se había apoderado de mi miembro. Con auténtica maestría cogió mi pene entre sus manos y sin más prolegómeno, vi cómo sacaba la lengua y que se ponía a lamer mi extensión mientras sus manos acariciaban mis testículos. En silencio y de pie, observé a esa mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca. Sus labios presionaron cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía, dotando a su maniobra de una sensualidad sin límites.
Tengo que reconocer que me sorprendió su pericia mamando. No solo fue precisa sino que como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Entonces y solo entonces, empezó a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar dentro de su boca. Poco a poco fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertirse en una ordeñadora que podría competir con las putas mas expertas en el arte de la felación. Sabedora de lo que estaba sintiendo, se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Ves que no todo es malo?
Ni siquiera me digné en responder y satisfecha por mi falta de respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi semen como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y deseando correrme dentro de ella, no le avisé de la cercanía de mi orgasmo.
Ahora sé que de nada hubiera servido un aviso porque, con auténtica obsesión, buscó mi clímax. Al obtenerlo y explotar mi pene en su interior, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y acumulando todo el esperma que se derramaba en su boca. Con su buche lleno, salió rápidamente de la ducha dejándome insatisfecho. Acto seguido, escupió el contenido de su boca en un bote y poniéndole la tapa, sonrió encantada.
-¿Qué haces?- pregunté al ver su acción.
Muerta de risa, me contestó:
-Nos faltaba una muestra de tu semen para completar su tratamiento y que esa rubia no pueda escapar de nuestro dominio,
Comprendí que de alguna forma, iban a usar mi simiente para que si su víctima la probaba desde su envase original, quedara marcada sin remedio. Habiendo cumplida su misión, la mujer se introdujo bajo la ducha y pegando su cuerpo al mío, me soltó:
-¡Ahora quiero comprobar porque las neoyorquinas te consideran el mejor!
Indignado por el modo en que esa zorra me usaba, no me pude contener y dándole la vuelta, separé sus nalgas con mis manos y sin esperar su permiso, llevé una de mis yemas hasta su ojete. La resistencia de su ano me confirmo que se había usado poco y creyendo que si le daba por culo podría humillarla, le incrusté el segundo. El chillido de placer con el que esa oriental contestó a mi maniobra, me dejó claro que iba errado pero ya inmerso en la lujuria, decidí que no había marcha atrás. Olvidando toda precaución y cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en esa entrada trasera, forcé estrecho agujero con mi miembro.
La china sin quejarse pero con lágrimas en los ojos, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se quejó diciendo.
-¡Mas despacio!
Intentando incrementar su castigo, empecé a moverme sin esperar a que se acostumbrara mientras me aferraba a sus enormes pechos. Sin escuchar sus gritos seguí deslizando mi miembro por sus intestinos. Desgraciadamente, la presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo por lo que comprendí que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer y sería sustituido por placer.
Previéndolo aceleré mis penetraciones. La china se quejó y en vez de compadecerme de ella, le solté:
-¡Cállate puta y disfruta!
Que su víctima no le obedeciera y que encima le insultara, le cabreó y tratando de zafarse de mi acoso, me exigió que parara. Pero entonces por segunda vez, la desobedecí y recreándome en mi rebeldía, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Me haces daño!- chilló al sentir el rudo modo con el que la estaba empalando.
-¡Es tu puto problema! – fuera de mí, grité y recalcando mis insubordinación, solté un duro azote en una de sus nalgas.
El dolor que escocía en su cachete, le hizo reaccionar y sin llegárselo a creer, empezó a gozar entre gemidos. Fue entonces cuando decidí seguir castigando sus posaderas, la mujer más excitada de lo que podría reconocer a sus superiores, me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris.
La suma de todas esas experiencias terminó por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. El oír su entrega y como me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotado salí de la ducha dejando a mi captora tumbada en la ducha y dejándome caer sobre el colchón, me puse a pensar en cómo librarme de esa puta. No llevaba ni un minuto en mi cama, cuando la oí llegar y tumbándose a mi lado, sin el menor atisbo de rencor, me dijo:
-Ahora comprendo porque esa ricachonas pagan tanto dinero- y sin dar ningún valor a mi claro desagrado se agachó entre mis piernas. Ya estaba reanimando mi maltrecho pene cuando levantando su mirada, soltó: -Por cierto, ya que vamos a disfrutar uno del otro en los próximos días, me llamo Kim.
Los cinco días de espera con la china.
La compañía de Kim fue obsesiva. Cumpliendo las órdenes recibidas, no solo me quitó el móvil sino que convirtiéndose en mi sombra, no me dejó solo ni un minuto, llegando incluso, una mañana en la que la había convencido para salir a desayunar en el bar de al lado, a intentar meterse conmigo en el baño de hombres.
Cabreado, le solté que prefería hacérmelo encima a pasar la vergüenza de ni siquiera poder mear a gusto. Por vez primera, la maldita oriental se comportó como un ser humano y a regañadientes, me permitió entrar solo. El poder desayunar allí y entrar solo a hacer mis necesidades, fueron las únicas victorias que tuve en esos cinco días porque el resto de la semana, esa zorra se mostró implacable.
Para que os hagáis una idea, ni siquiera podía tener contacto por teléfono con nadie, siendo ella la que llamaba a los sitios para que nos trajeran la comida. Ella recibía al mensajero, ella le pagaba y evitaba cualquier contacto con el exterior. Su estricta vigilancia incluyó cortarme el teléfono, quitarme la cartera e incluso las llaves del coche. Ella decidía cada mañana que tenía que ponerme, que canal de televisión podía ver y sobre todo cuando follaríamos.
La muy guarra le cogió gusto a mi pene y en cuanto le picaba el chichi, me obligaba a satisfacerla sin importarle que me repeliera hacerlo. Aunque Kim era un mujer guapa, con un cuerpo exquisito y una amante sin igual, le cogí manía y por eso cuando la veía acercarse entornando los ojos, ya sabía que daba igual que me quejara porque esa mujer no cejaría hasta sentirse satisfecha.
Hastiado, hasta los cojones y harto de ser su juguete sexual, el viernes en la mañana, exploté y encarándome con ella, le exigí que me dijera cuando terminaría esa agonía. La oriental se carcajeó de mí y mientras se quitaba las bragas para reanudar su peculiar acoso me dijo:
-Hemos conseguido una invitación para una fiesta donde te encontrarás con Ivanka.
Juro que fue la primera vez, que no me importó que esa guarra hiciera uso de mí porque de alguna manera supe que a partir de esa noche todo se aceleraría. Kim ajena del rumbo de mis pensamientos, se acomodó encima de mí y tal y como había hecho durante cinco interminables días, se empezó a empalar en silencio.
“Esta tía es insaciable” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, aunque están enfadado no pude mas que admirar la perfección de sus pezones y ya excitado, llevar mis manos hasta sus pechos. Queriendo que sufriera, cogí sus botones entre mis yemas y los pellizqué salvajemente. Mi gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar.
La zorra de Kim, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Dame duro!
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su excitación, le solté:
-Eres una puta barata.
La oriental en vez de enfadarse, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Dale a esta puta lo que se merece!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré. La mujer ni siquiera se quejó al sentir mi extensión iba rellenado su conducto. No me lo pude creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me exigió más velocidad. Su petición abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer.
Os juro que usé, gocé y exploté a esa zorra con profundas estocadas, pero retorciéndose de gusto, mi captora gritó vociferando lo mucho que le gustaba que le hiciera el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la oriental se corrió por enésima vez en esa semana pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera. Pero entonces, sacándosela de su interior, le dije:
-Si quieres que esta noche cumpla con Ivanka será mejor no malgastar mis fuerzas.
Con un evidente disgusto, me dio la razón y refunfuñando dejó que me abrochara la bragueta dejándola alborotada. Esa victoria insignificante, levantó mi ánimo y con mejor humor esperé a la fiesta.
Conozco a Ivanka.
Contra toda lógica, estuve todo el día nervioso. Algo en mí, me decía que tenía que mantener la calma pero por mucho que lo intenté no pude. Deseaba no solo cumplir mi cometido para volver a ver a Johana pero también me reconcomía saber si las maniobras de esos tipos habían conseguido su objetivo e Ivanka al verme caería postrada a mis pies.
Por los periódicos, sabía que esa rubia no tenía nada que ver con la típica hija de papá y que a pesar de haber hecho sus pinitos en el mundo de la moda, había terminado una carrera y ahora era la vicepresidenta de todo el conglomerado Trump. Casada con un judío riquísimo, no se le conocía ningún tropiezo y por eso se consideraba que tenía un matrimonio a prueba de bombas.
“Lo que intentan los chinos me suena a ciencia ficción”, me dije mientras me anudaba la pajarita del frac con el que iría a esa fiesta. “Es imposible que esa pantera olvide su posición y se convierta en una dulce minina solo con mirarme”.
Ya vestido tuve que esperar a que Kim terminara. Al hacerlo y por mucho que la odiara, tuve que reconocer que esa puta estaba muy buena. Embutida en un traje de seda negro, su belleza oriental daría que hablar en esa reunión porque la delgada tela no ocultaba sino realzaba la perfección de su culo y cualquiera que lo viera, desearía hacerlo suyo.
Debido a que estaba presenté cuando se vistió no pude evitar que bajo mi pantalón, mi pene me traicionara con esa zorra y poniéndose erecto dejó claro mis pensamientos aunque cuando me preguntó si estaba guapa, yo le respondiera que parecía una criada filipina. Mi deliberado insulto no la afectó y cómo ya estábamos listos, la china me ordenó salir con ella hacía la fiesta.
Ya en el taxi, me informó que el evento al que íbamos tenía por objetivo recaudar fondos para la Fundación Trump.
“Migajas para sentirse bien” pensé al analizar la costumbre de los ricachones americanos de crear fundaciones con sus nombres. Sus propias conciencias les obligan a devolver a la sociedad parte de lo que la han robado.
La recaudación iba a tener lugar en la torre Trump y al llegar me sorprendió ver el estricto protocolo de seguridad que tuvimos que pasar. No solo nos obligaron a cruzar dos arcos detectores de metales sino que contaban con escáneres personales a los que nos tuvimos que someter. Mientras a Kim la revisó una latina, a mi me tocó soportar que un negrazo de mas de dos metros me pasara por mi cuerpo el jodido detector.
Al mirar a los demás asistentes, reconocí en sus caras a muchos de los que aparecen en las páginas salmón de los diarios financieros. Que esos chinos me hubieran conseguido una entrada personal, hablaba de su poder y con un escalofrío, supe que me iba a resultar casi imposible librarme de ellos. Como el evento consistía en un coctel, con tranquilidad me dirigí hacia la barra. Mientras pedía una copa para mí y otra para mi acompañante, busqué con la mirada a mi supuesta víctima y aunque por lo que sabía esa mujer medía uno ochenta, me resultó imposible localizarla:
-¿Estás segura de que viene?- pregunté al no encontrarla.
La oriental sonrió diciendo:
-Esa princesa no se perdería este baile por nada del mundo y mas teniendo en cuenta que su marido no está en Nueva York.
La ausencia de Jared Kushner facilitaba las cosas porque no me apetecía tener que enfrentarme con el judío. El saber que nada podía hacer hasta que llegara me permitió observar con detenimiento al público presente. Se notaba a la legua que esa gente nadaba en dinero y no solo por las joyas que lucían las mujeres sino porque todos y todas destilaban poder y clase a raudales.
Mi espera se prolongó durante más de media hora. Como en las películas la susodicha heredera apareció por las escaleras mientras un susurro de admiración se extendía entre los integrantes de esa fiesta. Os reconozco que incluso yo, que estaba habituado a las mujeres hermosas, me quedé paralizado por la prestancia de esa mujer. Tras echarla una rápida mirada, me pareció imposible que esa belleza fuera madre de dos hijos.
“Coño, ¡Está buenísima!” me dije al admirar su figura y recrearme en su cara.
En contra de la idea preconcebida que tenía de ella, Ivanka se comportó con una exquisita educación, repartiendo besos y saludos a su paso. Todo el mundo deseaba hacerse una foto con ella y en vez de quejarse, esa rubia aceptó de buen grado todas y cada una de las peticiones al respecto. Cómo su función en ese acto, era servir de anfitriona, poco a poco se fue acercando hasta el estrado. Una vez allí cogió el micrófono y pidiendo silencio a los presentes, les agradeció el haber venido.
Su voz profundamente femenina tenía un tono tan atrayente que me cautivó desde el principio. Os juro que el notar que esa mujer me atraía en vez de alegrarme, me aterró porque comprendí que o tenían razón los chinos y éramos totalmente compatibles o por el contrario de algún modo siniestro, ¡A mí también me habían manipulado!
Incapaz de retirar mi atención de ella, admire su sonrisa y la elegancia de sus gestos al hablar. Todo lo que hacía era majestuoso, el modo en que caminaba, como ladeaba su cara al posar para los fotógrafos e incluso la forma en que se sentó parecía de un miembro de la realeza de cualquier país europeo.
Confieso que empecé a ponerme nervioso, al comprobar que me resultaba extremadamente difícil retirar mis ojos de esa mujer. Cada vez que intentaba fijarme en otra persona, algo en mí me impelía a retornar a esa belleza de piel blanca y labios rojos.
“¡Estoy jodido!”, admití al notar que no era normal eso y que de alguna forma los enemigos de esa mujer, me habían lavado el cerebro.
Cabreado, me encaré con Kim y con las venas de mi cuello a punto de estallar, le exigí que me confirmara si tal y como me temía, habían experimentado con mi mente. No tuvo tiempo de contestar por que justo cuando iba hacerlo alguien me tocó en el hombro. Al girarme me encontré cara con cara con esa mujer.
La mujer luciendo una sonrisa de oreja a oreja, se presentó diciendo:
-Soy Ivanka Trump.
Confieso que creí estar en el paraíso cuando esa rubia extendió su mano y la cogí. Casi balbuceando, respondí:
-Encantado señora, me llamo Alonso Ruiz.
-Lo sé- me contestó con una alegría contagiosa.
Que supiera mi nombre, me destanteó y sin saber cómo comportarme, le pregunté si quería algo de beber. La mujer dudó durante unos instantes y tras meditarlo, me pidió una copa de champagne. Ni siquiera tuve que llamar al camarero porque como arte de magia apareció uno con lo que pedía esa rubia despampanante.
Mientras sorbía de su copa, entornó los ojos antes de decirme:
-Nunca creí que volvería a verle.
Su confesión terminó de confundirme y extrañado le pregunté cuando nos habíamos visto.
-Usted no me ha visto con anterioridad pero yo sí- respondió con tono feliz. –Un día le vi acompañando a una amiga.
Comprendí que se refería a Erica Waldorf tal y como me había revelado la china. Aunque nunca me había avergonzado mi oficio, con ella la certeza de que conocía a que me dedicaba me hundió en la miseria y solo gracias que al sentir Ivanka que de algún modo había metido la pata, decidió compensar su acción con un suave beso en mi mejilla, evitó que huyera de ese lugar.
Al sentir la dulce caricia de sus labios, creí morir y totalmente excitado, estuve a un tris de abrazarla frente a todos y besar a esa rubia tentación. Afortunadamente, no lo hice pero al mirarla, descubrí que ella también se había excitado porque bajo su vestido, dos pequeños bultos la dejaron en evidencia. Durante unos segundos nos quedamos callados porque ambos fuimos conscientes de que la atracción que asolaba nuestros cuerpos era compartida.
El rubor de sus mejillas se incrementó en cuanto le pedí que se sentara conmigo en la barra, tras dudarlo, lo pensó mejor y aceptando, cogió un taburete. Olvidándonos del resto del universo, como si fuéramos unos adolescentes y aquella nuestra primera cita nos pusimos a charlar animadamente mientras Kim permanecía en un segundo plano. Aunque resulte difícil de creer estando con ella, mis problemas desaparecieron momentáneamente y realmente disfruté de su compañía. A Ivanka le debió de pasar algo parecido porque ante varios intentos de sus ayudantes de llevársela a ver a otros donantes de su fundación, se negó en rotundo y comportándose como una dama encantadora, me apabulló con su ternura.
“Dios, ¡No puedo traicionar a esta criatura!” pensé sin darme cuenta de que eso condenaría a una muerte seguro a Johana.
Estaba a punto de reconocerle la tela de araña en la que ambos estábamos enredados cuando Kim se acercó y me dijo al oído:
-Tienes que comprobar hasta donde llegan sus cadenas mentales.
Esa frase rompió el encanto en el que me había auto instalado, olvidándome de la verdadera razón por la que estaba en ese lugar y con autentico dolor, comprendí que debía obedecerla. Haciendo caso omiso a que esa mujer estaba felizmente casada y que encima estaba rodeada de sus amistades, acerqué mi cara a la suya y le susurré:
-Te deseo.
La heredera, dejando a un lado que era un desconocido quien le había hecho esa confidencia, se puso colorada y bajando la mirada, me respondió:
-Yo también -sus pezones erectos y el sudor que empezó a recorrer su frente fueron señales inequívocas de lo que esa rubia sentía.
La confirmación de su atracción por mí, me dio alas para seguir verificando los límites de su claudicación y como no deseaba dejarla en ridículo, le pedí que fuéramos a un lugar con menos gente. Sin pensarlo dos veces, Ivanka asintió y cogiéndome de la mano, salimos del salón mientras Kim nos seguía sin hacerse notar. Disimulando ante los personajes con los que se cruzaba, la rubia me iba explicando los logros de su fundación pero en cuanto nos metimos junto con la china en el ascensor, me besó con frenética pasión.
Saber que esa lujuria era inducida me hizo sentir mal pero bajo mi pantalón mi pene no entendía de moral y ni siquiera me había tocado cuando ya había alcanzado su máxima erección. Por otra parte, la excitación de la millonaria no solo era evidente sino que sin importarle que hubiese otra mujer presente, me soltó:
-Necesito ser tuya.
Fue entonces cuando poniéndose entre nosotros dos, Kim la separó diciendo:
-Si quieres a Alonso, tendrás que ser también mía.
La cara de angustia de esa rubia me dolió pero reponiéndose en el acto, le respondió indignada:
-No soy lesbiana.
La oriental, al oírla, me miró y con gesto serio, me dijo:
-Dile que me bese.
Comprendí cual era la intención de esa zorra. Todo el mundo sabía que Ivanka Trump había hecho siempre gala de su sexualidad y nunca había dado motivo para que alguien supusiera que se sentía atraída por otras mujeres. Como no podía negarme, le dije con un sentimiento ambiguo:
-Bésala.
Olvidando sus antiguas reticencias, cogió a Kim y tal como había hecho conmigo, la besó con ardor. El verla obedecer sumisamente mis órdenes me calentó y aprovechando que habíamos llegado al piso donde tenía ella un apartamento, le pedí que se pusiera al lado de mi acompañante. La oriental no se esperó esa orden y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de Ivanka.
Esta, comprendió mis deseos y no esperó mi orden. Influenciada por el lavado de cerebro al que se había visto sometida, metiendo su cara entre los senos de la china, abrió la boca y empezó a mamar. Alucinado, vi la lengua de Ivanka recorriendo esas areolas mientras yo, también excitado, frotaba mi pene contra el culo de Kim.
Nuestro ataque a dos bandas, la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de la millonaria fueran bajando por su cuerpo pero cuando advirtió que la muchacha se acercaba a su sexo, quiso que fuera yo quien usara a la rubia porque de eso dependía su completa sumisión.
-¡Cállate y disfruta!- le dije al oído y para forzar su calentura, abriéndole las nalgas jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Ivanka en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de la rubia, le rogó que continuara. No se lo tuvo que pedir dos veces y siguiendo mis deseos, separó con sus dedos los pliegues de la oriental y con los dientes, se puso a mordisquear el botón que se escondía en su sexo. Kim que hasta ese instante había mantenido una frialdad profesional, sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió.
Tras unos momentos donde se quedó traspuesta, recordó su misión y separándose de la rubia, me dijo:
-Según mi jefa, el acondicionamiento de Ivanka es tan brutal que solo con que se lo pidas llegará al orgasmo.
Aunque no quería manipularla de ese modo, el morbo de comprobar hasta donde llegaba, me hizo mirar a la rubia y decirle:
-Córrete para mí.
La primera reacción de Ivanka fue de incredulidad pero entonces como si estuviera siendo poseída por un incendio, sintió que la excitación se iba acumulando en su entrepierna y antes de que hubiera asimilado lo que le ocurría, se corrió dando gritos. La violencia de su orgasmo fue tal que retorciéndose en el suelo, no pudo evitar que el flujo que manaba de su sexo le mojara por completo las piernas.
-¡No puede ser!- aulló al notar que ese clímax no paraba sino que incrementándose en su intensidad era cada vez mas completo.
De algún modo, se me contagió su calentura y no pudiendo aguantar más sin tocarla, la levanté del suelo y mientras le acariciaba su rubia melena, le pregunté donde estaba su habitación. Mis palabras iluminaron su cara y con manifiesta alegría me llevó hasta un lujoso cuarto.
Nada más cerrar la puerta, Ivanka se lanzó a mí. Era tanta su urgencia que ni siquiera espero a llegar a la cama para desabrocharme el cinturón. Una vez, había conseguido bajarme los pantalones, se subió sobre mía abrazándome con sus piernas y de pie, me obligó a penetrarla. La heredera chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. Al sentir cómo mi pene chocaba contra la pared de su vagina, rogó que la tomara.
Sabiendo que todavía no estaba preparada, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que empezara. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de pasión. No me podía creer que esa mujer de uno ochenta me resultara tan liviana y viendo la facilidad con la que la elevaba para dejarla caer empalándola, me hizo pensar que era parte de mi lavado de cerebro y que su peso quedaba compensado con creces por su lujuria.
Manteniéndola en volandas, disfrutó de un orgasmo tras otro, mientras mis cuerpo se preparaba para sembrar su vientre con mi semilla. Para facilitar mis maniobras la coloqué encima de la cama sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros, estaban decorados con dos rosadas areolas que se movían al ritmo de su dueña.
Maravillado por su perfección, los cogí con mi mano y me los acerqué a la boca. Ivanka aulló desesperada cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones y totalmente entregada, me clavó las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura. Su acción solo consiguió que el dolor incrementara tanto mi líbido como mis ganas de correrme en su interior y que cogiendo sus senos como agarre, comenzara un galope desenfrenado encima de ella.
Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo, de forma tal que no tardé en oír como berreaba de placer. Fue entonces cuando sentí la lengua de Kim recorriendo mi espalda y sin poderlo evitar, me derrame en el interior de mi nueva amante. Agotado me desplomé a su lado mientras la oriental, que había quedado insatisfecha se afanaba en resucitar a mi alicaído miembro.
-Joder, Kim- me quejé. -¡No soy Superman!
Soltando una carcajada, me miró y con un descaro que me dejó acojonado, me informó:
-Con esta zorra aquí, no necesitas descansar.
No comprendí sus palabras hasta que cogió la mano de IVanka y la posó sobre mi entrepierna. Como si fuera un resorte, mi pene se puso erecto. Lo extraño de su resurrección, me hizo comprender que era algo inducido y tratándolo de confirmar pregunté el motivo:
-No nos podíamos arriesgar que no funcionaras. Por eso siempre que esta mujer te toque, te excitaras sin poder evitarlo.
La certeza de ser un mero pelele en manos de esos capullos, en vez de derrotarme consiguió lo contrario y con mi mente a mil por hora, pensé en como podía liberarme de su acoso. Todavía agradezco a las musas que me inspiraran en ese momento. Como si fuera una visión, vi la solución de inmediato. Aprovechando la calentura de esa maldita oriental, le pedí que me trajera algo de beber, prometiéndola a cambio que la tomaría.
La cerda de Kim no pudo resistir la tentación y olvidando que no debía dejarme solo, salió en busca de una bebida. Nada mas desaparecer, cogí a la rubia y le dije:
-Necesito que hagas una cosa- y sin esperar su asentimiento, proseguí diciéndole: -En cuanto te dejemos, ve con tu padre y cuéntale todo. Necesito que sepa que somos ambos víctimas y que nos van a obligar a traicionarle. Dile que mande mañana a las diez a alguien de su entera confianza al Toni Roma´s del Soho pero que me espere en el baño y no intente contactar conmigo.
La muchacha, sin saber el motivo, aceptó justo en el momento en que la oriental hacía su aparición por la puerta con una botella de champagne y tres copas. Completamente desnuda, se acercó a la cama y sin hablar se empaló en mi artificialmente erecto pene, mientras me decía:
-Ordena a esa zorra que me chupe las tetas mientras te follo.
Aunque esa maldita no lo sabía, me convenía que Ivanka hiciera cosas que por ningún motivo haría siendo ella. Por eso, siguiendo sumisamente la orden que me había dado, le pedí que se apoderara de sus pechos. La heredera no solo cumplió a rajatabla lo que le había pedido sino que como si fuera algo habitual en ella, llevó su mano a la entrepierna de la china y la empezó a masturbar mientras la zorra se empalaba.
Nuestro doble ataque la desarmó y en voz en grito, nos exigió que siguiéramos. Separando sus rodillas, ordenó a Ivanka que tomara con su boca el sexo que ponía a su disposición pero esta se negó pro lo que tuve que pedírselo yo.
-¡Hazlo!- le dije al oído.
La mujer no pudo evitar hundir su cara en el coño de la oriental. Esta al sentir la húmeda caricia de la rubia en su vulva, pegó un chillido . Ivanka, inducida por su subsconciente alterado, separó con sus dedos los pliegues de la maldita china y sacando su lengua acarició el botón de la mujer.
Tratando de castigar a Kim, separé a la rubia y obligándola a ponerse a cuatro patas, le informé que le iba a dar por culo:
-¡A qué esperas!, – chilló descompuesta.
Cabreado, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré. Mi captora gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal y entonces ocurrió algo no previsto, Ivanka cogiendo la cabeza de la mujer entre sus manos, se fundió con ella en un sensual beso, tras lo cual y oí que le decía:
-Disfruta de Alonso, ahora que puedes, pero te aviso que él es solo mío.
Lo posesivo de sus palabras me dejó helado pero en cambio para Kim incrementaron su pasión y desbordada por las sensaciones acumuladas, me exigió que siguiera machacando su intestino con mi pene..
-¡Así!,¡Más fuerte!- reclamó descompuesta la muy guarra al sentir mi extensión acuchillando su interior
Humillado hasta decir basta, mis incursiones se volvieron brutales en un intento de que semejante violencia la desgarrara por dentro pero esa mujer que nunca dejaba de sorprenderme, en vez de quejarse, ordenó a nuestra acompañante que me ayudara.
-¿Qué quieres que haga?- preguntó Ivanka.
-Marca nuestro ritmo con azotes en mi culo-
La rubia dudó en obedecer, por lo que tuve que intervenir, diciendo en voz en grito:
-¡Hazlo!
Temblando, le soltó una nalgada y al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de la oriental, con más confianza y más fuerza le dio el segundo. Kim entonces le exigió que continuara. La muchacha sudando sin legarse a creer lo que estaba haciendo cumplió su cometido, soltándole una serie de mandobles que me dolieron hasta mí.
La china, con el culo rojo y con su esfínter ocupado, se corrió sobre la cama. Al dejarse caer, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando su ojete, me uní a ella en un su orgasmo. La muy zorra al sentir que regaba su intestino, unió un orgasmo con el siguiente hasta que consiguió ordeñar por completo mi miembro.
Entonces, habiendo satisfecho su lujuria, se empezó a vestir diciendo:
-Tenemos que darnos prisa. No nos conviene que alguien se asuste porque la anfitriona no aparezca.
Obedeciendo nuevamente, tanto Ivanka como yo, nos vestimos.
Ya salíamos del apartamento de esa heredera cuando Kim recordó que todavía quedaba una parte de su misión sin cumplir y pegándose a mí, me pidió que quedara con la rubia ese mismo lunes en su oficina.
Curiosamente, Ivanka mostró alegría al saber que volvería a verme y lo único que dijo cuando oyó mi petición fue:
-¿A qué hora? Mi amor
El modo en que se dirigió a mí, profundizó tanto el desprecio que sentía por la china como el genuino afecto que profesaba a esa heredera y solo pude desear que cumpliera mis órdenes y al día siguiente, un hombre de su padre se encontrara conmigo en los baños del Tony Roma´s.
En el camino Guille y Mili se despertaron un par de veces, más bien Vane, tras dejar sentado su mensaje, mejor dicho su nuevo chantaje, se durmió nuevamente. No hubo mayores contratiempos… solo en mi mente por lo que dijo Vane.
La casa de Mili estaba más cerca, así que la deje ahí y mientras me despedía cariñosamente de ella, volví a sentir la mirada de Vane clavada en mí, deseando ella que me la volviera a clavar seguramente… esperaba que Guille no lo notara… luego fuimos a la casa de Guille, pensé quedarme ahí y que el llevara a Vane… pero ella dijo que había descansado y que podía manejar sola a su casa…
Guille se acercó a conversar con ella, yo me aleje para darles su espacio… nuevamente algo de discusión y Vane se fue sin más, altiva otra vez, dejando a Guille con expresión sombría en la entrada de su casa, en ese jardín del que salimos días antes… yo no sabía que decirle… pero Guille si sabía que decirme…
– Ahora si… dime la verdad… ¿qué paso en el club?… me confronto Guille.
Era obvio que sospechaba y que Vane le dejo también la duda… estaba enamorado pero no era tonto…
– Como amigo… dime… ¿Quién te amarro?… insistió Guille, seguro lo había analizado mucho.
– Fue su manera de vengarse… confesé afligido por el dolor que causaría, no podía ocultarlo más.
– ¿Qué?… y Uds. ¿lo hicieron?… pregunto atónito a pesar que en el fondo lo sabía.
– No lo hicimos… ella me lo hizo a mi… me excuse.
Guille monto en cólera… maldijo y pateo los arbustos… cuando se calmó me pidió que le cuente, lo hice sin detalles morbosos para no torturarlo. Claro que obvie lo sucedido la noche anterior y el ultimo pedido de Vane. Creo que con de la amarrada fue suficiente para que la odie y se aleje de ella.
– Esa perr… prostitut… de mierd… bramo febril.
Guille estaba enfurecido, para él debió ser un fin de semana espectacular con la chica de sus sueños y obsesiones, pero todo se enturbio como la mente de Vane… No sabía qué hacer para calmarlo, nunca lo había visto así, al borde de la locura… Se tapó el enrojecido rostro de ira…
– Hey brother… no lo vale… le dije para evitar que derrame alguna lagrima por Vane.
– Voy por Vane… dijo alterado.
– Guille… no hagas tonterías… con la cabeza caliente será peor… le advertí.
– No, no… ya paso… esperare… me dijo aun ofuscado.
Me quede un rato, ayudándole a sacar el veneno que tenía en su alma, cuando lo vi más calmado me fui a mi casa, pero aun así me quede preocupado y lo llame después.
– ¿Cómo vas?… pregunte ante su silencio.
– Debiste decirme en el club… replico afligido, parecía haber llorado de rabia.
– Hubiera sido un escándalo… además te advertí antes de ir que no la llevemos… me excuse.
– Es cierto… ahora vera… replico volviendo a enojarse.
– ¿Qué vas a hacer?… pregunte preocupado.
– Es mejor que no lo sepas Danny… no quiero involucrarte… me dijo.
– No hagas una locura… ya viste lo que causo esto… y nunca terminara… le advertí preocupado.
Ya nos habíamos vengado de Vane una vez, para anular sus intenciones… y lo único que genero fue un juego de revancha. Por eso deje de lado desquitarme, si lo hiciera, continuaría aquel circulo vicioso de venganzas, cada cual peor que la anterior… nadie ganaría, todos perderíamos… por eso quería cortar esa secuencia antes de empeorar las cosas… pero no dependía solo de mi…
Guille sabía que me opondría, Guille se sentía traicionado, estaba muy dolido y no me haría caso… al menos sospechaba que ese día no haría nada… me dejo en silencio….
Al día siguiente Guille pondría en práctica su plan… llamo a Vane y la cito en su depa, ahí donde la desfloro analmente con mi complicidad. A pesar de la reticencia inicial de ella, termino aceptando, algo de morbo le daba volver a visitar la escena de ese crimen, donde ella fue la víctima. Quizás también, ahora en su estado amigable, quería zanjar sus problemas con Guille o quizás su ego femenino le jugó una mala pasada, al sentirse tan deseada por ese mestizo.
Al entrar al depa, Vane clavo la mirada justamente hacia el mueble donde se la clavaron… un escalofrió recorrió su cuerpo. Esta vez no iba vestida ni tan puta ni tan santa. Llevaba una falda floja por encima de las rodillas, un polo con cuello algo ceñido y que dibujaba la figura de su estrecha cintura y sus apetitosos senos, solo contenidos por unos botones de mitad del pecho hacia el cuello.
Guille al verla se puso nervioso, tal vez por lo hermosa que se veía, quizás por la ansiedad de venganza o la conciencia que aún le quedaba y que le hacía sentir que no era correcto lo que haría…
Finalmente Guille la invito a sentarse… luego le ofreció algo de beber. Se sentaron a conversar de cosas triviales y fueron pasando a lo sucedido en el club. Guille esperaba que Vane por su cuenta le confiese lo sucedido… le diga su versión de las cosas… pero ella no hizo ninguna referencia a lo de amarrarme.
– ¿Sabes que encontré a Dany amarrado al día siguiente?… pregunto Guille insidioso.
– Ah sí… bueno, de Mili y Dany se puede esperar cualquier cosa… respondió casi sin turbarse.
Guille la quedo mirando fijamente a ver si la hacía hablar, Vane se enrojeció levemente y puso algo nerviosa, entonces se dio cuenta que la consigna de ella, seria negar todo… hacerse la desentendida, por más que él le dijera que lo sabía todo, que yo le confesé lo que pasó… Vane diría que es mi versión, que me obsesione con ella y cualquier cosa que pudiera inventar… no lograría extraerle información.
De pronto Vane comenzó a sentirse más acalorada, el veneno que Guille puso en su bebida comenzaba a hacer efecto… en realidad era una pastilla usada para incitar la reproducción de animales, yo lo llamo veneno, porque envenena el juicio de las jovencitas para que se aprovechen aquellos patéticos que no pueden obtener los favores de una dama en buena lid… por eso Guille no quería contarme sus planes.
– Ufff… hace calor… ufff… se quejaba Vane perturbada.
Devolviéndole la buena actuación… Guille abrió más las ventanas, hasta prendió un ventilador. Vane no sospecho nada, a pesar que estaba atardeciendo y no había razón de sentirse tan agitada. Ella por instinto se desabotono el polo, dejando a medio ver sus deseables melones… también comenzó a subirse la falda un poco, para que sus intimidades se ventilen mejor.
El que se comenzó a calentar al verla más descubierta fue Guille, mirando esas bien trabajadas piernas y esos naturales e inflados senos. En el fondo sabía que la bebida le había hecho efecto y quería cosechar los frutos. Entonces decidió sentarse a su lado mientras le hablaba más cariñosamente.
Vane no le presto mayor importancia, ya que comenzaba a inquietarse sin saber el motivo… la comenzó a invadir ese deseo que sintió al verme amarrado en la cabaña, ese querer sentarse sobre una verga dura… en lo aun racional que le quedaba, atribuyo ese sentimiento al estar en el mismo lugar donde le hicieron conocer el placer anal, al estar al lado del chico que tanto la deseaba…
Recién se percató que Guille estaba muy cerca, llenándola de halagos y que empezaba a acariciarle el cabello y ahora el rostro… lo siguiente que supo es que la estaba besando… con la excitación que la invadía desde hacía unos minutos, ella no se negó, le correspondió efusivamente con su lengua.
– Ayyy… Guille… espera… no se… me siento rara… protesto levemente Vane.
Guille no presto mayor atención a su pedido. Ella más bien sintió sus manos estrujando sus senos, después bajando a sus piernas, subiendo por los muslos hasta meterse debajo de su falda y jalonear su ropa interior, descubriendo que su poca velluda vagina ya se encontraba completamente húmeda…
Vane comenzaba a temblar de placer, sintiendo los dedos de Guille escudriñar sus intimidades. Ya no podía soportar aquella picazón en su pubis y también el cosquilleo en su pecho… esta vez ella quería cambiar la historia… ella no sería la sometida en ese departamento…
– Ahora será como yo quiero… le espeto a Guille.
El sorprendido no atino a hacer nada, mientras ella se arrodillaba y le desenfundaba la verga del pantalón, que salió tiesa y algo le salpico… Vane estaba medio ida por efecto de la droga pero aun así desistió de mamarle la verga, solo lo toco para comprobar su dureza.
– Uhhh está bien… exclamo a gusto con lo tieso que lo palpo.
Rápidamente se quitó el calzón que usaba, en su desesperación ya no pensó en quitarse la falda, solo la aparto y fue a sentarse sobre la verga de Guille, quien la recibió gratamente, empalándola por la vagina.
– Uhmmm… siii… uhmmm… suspiro complacida de tenerla metida.
Ahora Vane acallaría esa picazón saltando sobre la verga de Guille, lo tenía apresado contra el mueble, con sus senos cubriéndole el rostro, casi asfixiándolo… el pensaría en su trauma nuevamente que Vane no quería verlo, que solo lo usaba mientras se imaginaba que algún blanquiñoso la clavaba, quizás yo.
Entonces se dio maña para zafarse un poco, tomo el polo de Vane y se lo fue subiendo para sacárselo, en mi caso en la desesperación yo le hubiera roto el polo para liberar sus senos… pero Guille tenía sus maneras, le saco el polo torpemente, mientras ella no paraba de auto castigarse… le saco el brasier y esta vez sí hundió su rostro entre los redondos melones de Vane… quien se estremeció más…
– Oh my goddd… yes… uhmmm… se retorcio Vane.
Guille estaba satisfecho de que su treta hiciera efecto, la tenía enloquecida, sin embargo olvido la otra parte de su venganza… pero pronto lo recordaría y quizás se arrepentiría de haberla puesto en práctica…
– ¿Qué?… Nooo… ¿qué es esto?… exclamo Vane aterrada.
– Sorpresa… dijo alguien socarronamente tras ella.
Mientras ella pugnaba por liberarse, Guille la había tomado de la cintura. Vane sentada sobre el con las piernas apoyadas contra el mueble, con ese envión de excitación que tenía, no se percató que se acercaron por detrás de ella, viendo su rosado y abultado trasero saltar sobre la entrepierna de Guille.
Aquel intruso desnudo y con la verga en ristre viendo ese espectáculo, pugnaba por clavársela por el único agujero libre que quedaba… si, su estrecho y hace poco desvirgado ano…
– No por favor nooo… gimió ella saliendo de esa febril excitación.
– ¿Te gusta comportarte como un perra?… le increpo Guille.
– Nooo… no lo hagasss… suplico Vane.
– Entonces serás tratada como una perra… le dijo Guille rabioso.
Al escucharlo Vane dejo de forcejear sorprendida de que lo que sucedía era en complicidad suya, como alguien que la quería le podía hacer eso, quizás pensó que sus acciones empujaron las cosas a ese absurdo desenlace… esos titubeos fueron aprovechados por su secuaz para despiadadamente atornillarle su verga hasta el fondo…
– Ouuu… nooo… auuu… sollozo Vane por lo brusco de la acción.
Vane ahora estaba empalada por su vagina y por su ano… entendió que Guille había descubierto su desliz en el club y que en su frustración y desilusión había ideado someterla cruelmente para vengarse… pensó que Guille no era así, que yo debí idear ese plan como la vez anterior… y que yo era quien estaba detrás suyo, lo que en un principio no le pareció tan mal… hasta que…
– Vamos Javier… Daleee a esta perraaa… le pidió Guille a su cómplice.
Javier que era un loco desesperado, no necesito mayor aprobación para empezar a estampar a Vane contra el cuerpo de Guille, mientras el a su vez también la empalaba a su modo, abrazándole la cintura para evitar que huya de ese castigo mientras Javier la tomaba de sus gordas nalgas.
– Paren por favor… ya nooo… se quejaba Vane sintiendo ambas vergas penetrándola.
Guille sabía que yo no aceptaría ser parte de eso, que era una atrocidad, entonces opto por buscar a alguien más… ¿quién más estaría dispuesto a un trabajo así de sucio?… solo Javier, tras perder a Mili querría aprovecharse del otro trasero más deseado de la facultad, el de Vane… en su venganza a Guille no le importaba si Javier era bocón, él pensaba que podría tenerlo controlado… tonto iluso…
– Fue asiii… así te le regalaste a Dany verdad… le reclamo Guille a Vane que se había apoyado en el llorando para soportar esa violación.
– ¿Qué? También con Danny… ese infeliz… bramo Javier enfurecido.
A Javier no solo le robaron el trasero de Mili, ahora se enteraba que yo también había tenido el trasero de Vane antes que el… y tan solo escuchar mi nombre hizo que se enoje terriblemente, atacando sin piedad el ano de Vane. Ella sumida en la vergüenza no quería gritar más alto y que la encuentren así.
– No más… ya nooo… paren yaaa… suplicaba Vane llorosa pero a ellos no les importaba.
Solo Javier se detuvo un rato, Vane pensó que todo había terminado, pero el solo quería disfrutar de su otro agujero… ella estaba como zombi, mezcla de la pastilla, el esfuerzo y la vergüenza de la vejación que sufría… Javier la hizo acomodarse bruscamente de espaldas a Guille, que ahora le clavaria por el ano… mientras Javier por delante le abría las piernas para clavársela por su ahora seca vagina…
– Sonríe a la cámara… le dijo con sorna Javier viendo ahora su sufrido rostro.
– ¿Qué?… nooo… Guilleee… nooo… se quejó Vane mientras Javier sonreía burlón.
Vane noto que sobre la mesa de la sala había una laptop con la luz encendida, la cámara sobre ella parpadeaba, la estaban grabando. Guille por su lado, la vio pararse deshecha, con el maquillaje corrido por las lágrimas, un sentimiento de culpa comenzó a invadirlo, mientras Javier obligaba matonezco a Vane a saltar sobre ambas vergas y le jaloneaba toscamente sus inflados senos… Vane a su vez cerraba los ojos llorosos para evitar ver el morboso rostro de Javier deleitándose con su cuerpo…
Guille al ver como Javier se deleitaba con Vane, como su odio febril por su amigo Dany hacia que se desquite con ella, se dio cuenta que el hacía lo mismo con Vane, le pareció grotesca la situación… ¿Cómo pudo permitir que ese salvaje goce con el cuerpo de la chica que él queria? Pero Dany también lo hizo, se dijo para justificarse, luego entendió que ella me eligió, que yo no se lo hice a la fuerza…
– Hey Guille… ¿tú crees que le entren dos vergas en el ano a esta puta?… pregunto Javier.
Javier se había hastiado de la seca vagina de Vane y veía que Guille casi ni se movía absorto en sus pensamientos y culpas… así que pensó en meterle su verga junto a la de su compañero… evidentemente eso desgarraría el ano poco lubricado de Vane… ¿en realidad merecía llegar a ese castigo?…
– No nooo… suficiente… dejenmeee… dijo pataleando Vane con la poca fuerza que le quedaba.
Sin reaccionar, Guille seguía conteniéndola de la cintura… parecía que él había tomado la droga, no ella, y Javier sin mayor respuesta, entendió el silencio como aceptación y comenzó a forcejear por meterle la verga… Vane lloraba desfalleciente… Javier le cubría la boca para evitar que grite… era una estúpida y salvaje violación, la venganza había quedado corta, eso era un crimen… Guille no sabía cómo detenerlo…
Javier había logrado meterle la cabeza desgarrando el esfínter de Vane, un hilillo de sangre discurrió en la entrepierna de Guille… mientras Vane era presa fácil producto de la pastilla, su cansancio por la continua exaltación en esos forcejeos, el estrés psicológico de la situación…
Ella estaba mareada, desvariando, casi desmayada… la excitación casi se había ido, no lo disfrutaba pero seguía agitada por la adrenalina… mientras no podía creer que esas dos vergas se frotaban en el interior de su hasta hace poco virgen y estrecho ano, en realidad ambos miembros eran delgados.
Evidentemente Guille no se movía, el que forcejeaba era Javier, que si bien le parecía extraño frotar su verga con la verga de Guille, procuraba pensar más en lo que sentía al frotar contra el esfínter de Vane, una de las chicas más deseadas de la facultad, que ahora era suya y tenía como probarlo con su video.
– No seas imbécil… ¿Y después que?¿Qué crees que pasara?¿lo publicaras en YouTube?… cada quien ira tranquilo a su casa como si nada pasara… estás loco… le grite a Guille al teléfono.
Finalmente Guille antes de actuar accedió a contarme a regañadientes por teléfono como planeaba su absurda y febril venganza contra Vane, en el fondo sabia qe estaba mal y quizas lo que le quedaba de conciencia le animo a decirme el crimen que planeaba tal vez buscando indirectamente mi intervencion salvadora que le devolviera la cordura… al escucharlo yo me imagine como sucedería en realidad (que fue lo que relate) y como comprenderán me quede horrorizado.
El muy tonto pensaba que Javier sería un títere que trataría con dulzura a Vane… locos como esos se aprovechan de la situación y no se los puede controlar… por eso en su momento yo elegí a Guille, porque era más calmado… aunque ahora tras la decepción con Vane ¿seguiría siendo el buen Guille?…
– No se… ya veré… algo se nos ocurrirá… se justificó Guille.
– ¿Has escuchado lo que dices? ¿estas demente? estas planeando una violación, uso de drogas para abusar de Vane… encima con Javier ¿crees que él no se desquitara con ella por lo de Mili?… y luego que… ¿Vane se quedara tranquila?…
– Pero ella está acostumbrada a estos juegos de revancha… se limitó a argüir Guille como débil justificación para lo que pensaba hacer.
– Te puede enviar a la cárcel si es que su viejo no te manda a castrar antes con sus mafiosos amigos… le advertí a Guille intentando que razone.
– No seas exagerado… estas paranoico, mucho le temes a sus viejos y a ella… si fue capaz de atarte, sabiendo que la quería… no tiene alma ni perdón… se merece eso y más… exploto Guille.
Luego en un arranque de ira, me colgó el teléfono…
Cuando Vane me chantajeo pensé las cosas calmadamente y pedí concejo a un amigo, hasta lo acepte, me arrepentí de lo que hice porque no fue correcto, no soluciono nada y degenero en peores cosas… yo inicie esto y… yo debía terminarlo…
Buenas tardes. Me llamo Sonia, tengo 24 años y soy de Madrid, España. Soy una chica normal, estudio el último año de Derecho en la Universidad, vivo con mis padres y hermana, y no me meto en líos. Suelo leer las historias de todorelatos a las que soy asidua desde hace ya varios años. A veces diría incluso que estoy enganchada. Me pone caliente fantasear con que yo soy la protagonista, y que lo que hacen a la chica me lo hacen a mí. Bueno, supongo que como casi todo el mundo.
Nunca pensé que en mi vida normal encontrase los argumentos para poder escribir un buen relato morboso. Y eso que creo que sin ser una chica espectacular, soy una chica bastante sexual y sensual. De hecho, trabajo de camarera en un bar de copas los sábados por la noche y siempre me dicen un millón de cosas los hombres. A veces yo misma lo provoco con mi escote. Mi jefe, el dueño del pub me lo dice siempre, medio en broma medio en serio, que tengo que provocar un poco y sí, me gusta hacerlo pero siempre sin mayores pretensiones.
Hasta hace unas 3 semanas me consideraba una persona seria y fiel a mi novio. Es verdad que fantaseo con muchas cosas, leo relatos y me toco, pero tengo claro (eso creía) que puedo vivir una vida normal dejando las fantasías para unos ratos en mi cabeza. Tuve una época bastante movida entre los 18 y los 22 años, en los que fui bastante activa sexualmente y fui saltando de chico en chico, pero desde hace dos años salgo con Dani y creo que es el hombre de mi vida.
O eso pensaba hasta que hace unos días me pasó algo increíble. Algo brutal de lo que me vi protagonista. Una historia que tengo la necesidad de contar y no me atrevo a hacerlo con mis amigas. Fue hace 3 semanas, un sábado en el que yo trabajaba en el bar de copas. Al siguiente jueves iba a ser nuestro aniversario y llevaba unos días feliz y, como diría mi abuela, con el bonito subido.
Aunque era una noche de trabajo normal y suelo ir mona, esa noche yo me había puesto especialmente guapa. Mi vestido favorito. Rojo oscuro, entallado pero con la falda de vuelo hasta las rodillas, y con un escote de vértigo en forma de pico. Me encanta porque realza mi figura y mis curvas, y quería ir provocativa ese día. Incluso me había puesto las medias con liga de encaje a medio muslo que sé que a Dani le vuelven loco, y que nunca llevo al trabajo porque son más incómodas para moverme y agacharme mucho. Tanga negro con encajes y un sujetador a juego. Y el pelo recogido arriba y dejando caer unos mechones en plan informal. Estaba que rompía. Además al gusto de Dani. Si normalmente me dicen cosas, ese sábado todos los clientes se venían a mi lado de la barra.
Habíamos quedado en que Dani vendría con sus amigos a tomar algo una hora antes de que cerrásemos, para luego estar un rato con él y luego me llevase a casa. No sé si por lo sexy que me había puesto pero me sentía especialmente caliente esa noche. Me moría de ganas porque me llevase al descampado como otras veces y me hiciese subirme encima de él mientras sus manos jugaban con mis tetas que, por cierto, son especialmente sensibles.
El pub estaba realmente lleno esa noche y no parábamos de poner copas. Continuamente miraba a la entrada a ver si venía Dani con sus amigos. Tenía ansiedad por que me viese así de guapa. Mi compañera, Lydia, se reía de mí y me decía:
– “mira que ya han venido”… y cuando miraba decía “ya han venido los dos hombres que te conté del otro día, están para perderse con ellos en cualquier sitio oscuro jajajaja… y si están los dos mejor!”.
– “Jajajajaa qué bruta eres Lydia ¿ya te has cansado de Javi?” Javi es un amigo de Dani que está muy bien y lleva un par de meses saliendo con Lydia.
– “No, no me he cansado, pero que me guste el jamón no implica que tenga que dejar de comer solomillo cuando hay” decía guiñándome el ojo.
– “¿Solomillo eh? Ya me imagino en qué estás pensando jajajaja. Eres lo peor, menos mal que ahora vendrán estos…”
Lydia en sus buenos tiempos era capaz de hacer cualquier locura con esos dos, pero ahora se le iba la fuerza por la boca. Aunque había que reconocer que esos dos eran atractivos. Treinta y muchos años, con aspectos de triunfadores en la vida, bien vestidos, de complexión fuerte. Uno tenía el pelo corto y algunas canas le hacían atractivo. El otro el pelo un poco más largo. Siempre he sentido debilidad por las personas que muestran seguridad en sí mismos. Me acerqué a su mesa a ponerles unas copas y casi no me miraron, pero cuando me sonrió uno de ellos al pagarme me desarmó.
Cuando llegué a la barra me dijo Lydia “¿Qué? ¿Sí o no? ¿Están para hacerles algo o no?… estoy pensando en arrodillarme a rezar delante de ellos en el almacén, jajajaja de los dos”. Lo de “arrodillarse a rezar” es una broma que nos traemos entre nosotras que os podéis imaginar lo que significa. En fin, lo cierto es que yo lo pensé y me entraron los calores. Pero bueno, este tipo de cosas son normales en el pub. Miré otra vez a la puerta y allí estaban entrando Dani, Javi, Miguel, Emilio y todos los demás. “mira Lydia, deja tus fantasías sucias que ya están los nuestros que tampoco están mal”.
Entraron y se quedaron cerca de la puerta. El pub estaba muy lleno. Desde la distancia y con mi mejor sonrisa, tiré un beso a Dani y él me hizo un gesto como que luego me veía. No lo noté muy cariñoso y enseguida vi por qué. Junto a ellos estaban unas chicas de su clase de la Universidad. En concreto estaba Macarena que era la exnovia de Dani y que no puedo ni verla. Ya una vez sorprendí a Dani mandandose sms con ella y estuvimos a punto de romper. Dani dice que él puede tener amigas aunque hayan sido sus exnovias. Pero que sólo son eso, amigos, y que si está conmigo es porque me quiere a mí.
El caso es que no sé si fue por las ganas que tenía de ver a Dani, o por lo guapa que me había puesto, para él y no me hacía caso, pero me enfadé terriblemente. Más aún cuando les vi hablando un poco a su aire, y al margen de los demás. Lydia que lo observó me dijo “toma anda” y me dio otra copa cargadita de ron con cocacola. Era la tercera de la noche y casi me la bebí de golpe por el enfado. Siempre bebemos algo porque estamos trabajando y hace calor, pero nunca nos pasamos.
Yo no hacía más que mirar en dirección a Dani, y él me ignoraba mientras hablaba animadamente con la puta de Maca. Cada vez estaba más cabreada. Lydia se dio cuenta y en plan broma me tomó del recogido de mi pelo y me movió la cabeza hacia sus dos clientes favoritos y decía:
– “Deja de mirar a Dani, mira a estos que están mejor, jajaja”. No pude menos que sonreír. A veces es muy graciosa.
– “Déjame, que hoy no es mi día”
– “Pero si vas preciosa, anda, ve a ellos que justo están pidiendo otra copa” y guiñando el ojo de nuevo “les dices que si en vez de copa, lo prefieren, nos pueden tomar a nosotras jajaja”
– “qué bruta eres Lydia”
– “Qué vayas! Y te ríes un poco con ellos a ver si el imbécil de Dani lo ve y que se joda” dijo dándome un azote en el culo, que ellos vieron y se pusieron a reír.
Y allí iba yo entre la gente, con mi bandeja. Muy enfadada y a la vez riéndome de las ocurrencias de Lydia. Cada vez que miraba a Dani me ponía más enferma. Estaba muy pegado a Maca y ella ponía su mano en el antebrazo de él. Qué cabrón, cómo me hacía esto… se iba a enterar. Ahora le iba a dar celos yo. Les puse las copas y les dije que a éstas invitaba la casa. Me quedé hablando un poco con ellos. Coqueteando lo reconozco. Igual que él hacía. También igual puse la mano en el antebrazo de uno de ellos. Como el bar estaba lleno, estábamos bastante juntos, y alguien me empujó al pasar detrás de mí y me desequilibré levemente contra uno de ellos. No lo pude evitar y mi pecho se pegó en él. Él puso su mano en mi cintura para sujetarme. Una mano grande y cálida que me electrizó.
Fue involuntario y me quedó una sensación agridulce. Iba un poco bebida y tenía que reconocer que me había encantado. Me daba mucho morbo la situación por el hecho coquetear con otros teniendo a Dani cerca, pero también me sentía mal por él. El muy cabrón… nunca le había sido infiel. Me separé un poco y lo busqué con la mirada. Al principio no lo ví. Se habían metido un poco más hacia atrás, en la parte más oscura y seguían hablando acaramelados. Ni me miraba.
Entonces se fue la luz. Nunca había visto un corte de luz con el pub lleno. De repente se paró la música y la gente se puso nerviosa. Aunque había algunos focos de emergencia, casi todo estaba oscuro y se oían algunos gritos, algunas risas, bromas… pero luego empezaron a caer cristales y yo siempre he tenido pánico a los vasos rotos. Encima llevaba unos zapatos que me dejaban el pie a la vista, y lo había hecho por el imbécil de Dani.
Instintivamente me pegué un poco a mis “nuevos amigos”. Me puse entre ellos, protegida. qué suerte tenemos, Carlos, una chica preciosa se ha metido entre nosotros… jajaja hay que venir a este pub más veces”. Pero el otro, notando mi nerviosismo me susurraba al oído “Tranquila pequeña, que estás conmigo… es sólo la luz”, y mientras sus manos me acariciaban peligrosamente jugando con la curva entre mi espalda y mi culo. Y sí, me protegí en él rozando mi cuerpo levemente sobre el suyo mientras su amigo “cubría mi espalda”. No me atrevía a más, pero estaba poniéndome malísima. Y sus palabras en mi oído, protegiéndome, controlándome no ayudaban nada. No sé qué impulso me dio pero giré la cabeza hacia él y le besé suavemente los labios. Automáticamente una de sus manos tomó con firmeza un puñado de mi pelo a la altura de la nuca, e intensificó el beso presionando mi cabeza hacia él y metiendo su lengua en mi boca. Yo me lo había buscado con mi beso.
Pegada a ellos. Y noté por segunda vez mi cuerpo contra el suyo. Noté sus manos sobre mi cuerpo, sobre mi cintura. Varias manos. Noté como mis pezones, pequeños y sensibles, se apretaban contra la tela del sujetador. Ellos hablaban quitando hierro al asunto. Uno de ellos decía al otro “
Fueron pocos segundos porque volvió repentinamente la luz, y también repentinamente me sentí súper culpable de lo que había hecho. Miré hacia Dani, pero esta vez ya no le ví. ¿Dónde estaría el muy cabrón? Miré hacia Lydia, que me miraba fíjamente con la boca abierta y una expresión burlona. Me temblaban las piernas por lo que había ocurrido y torpemente recogí la botella en la bandeja, y me dirigí hacia la barra donde Lydia me dio mi copa con una sonrisa de oreja a oreja. Me la bebí entera.
Dani no aparecía. Maca tampoco. Me distraje poniendo copas con cara de pocos amigos. Parece que el apagón había acentuado el ansia bebedora de nuestros clientes. No podía evitar mirar ocasionalmente a los dos tipos que seguían hablando entre ellos. Cuando alguna vez se cruzaban nuestras miradas me estremecía. Al cabo de unos minutos volví a ver a Dani junto con sus amigos y la lagarta de su exnovia ¿Dónde habrían ido? No quería ni pensarlo. El imbécil ni siquiera se había acercado a darme un beso, y ellos dos seguían hablando y riendo ajenos al resto del mundo.
Mi estado era una mezcla de enfado, excitación por lo sucedido en el apagón, embriaguez, nerviosismo… pero predominaba mis ganas de hacer algo que hiciese a Dani sentirse mal. Vi que el chico que me besó pasaba entre la gente dirigiéndose a los aseos, y rápidamente tomé una caja vacía y simule ir a recoger vasos vacíos con la intención de cruzarme con él. Me movía la rabia, pero también la excitación. Iba mirando y sonriendo a ese chico, y cuando llegué a su lado tomé su antebrazo coqueteando “Has sido malo y ni siquiera me has dicho como te llamas” dije coqueteando y mirando alternativamente a él y al lugar donde estaba Dani…
Él, que iba más sobrio que yo, debió notar que estaba jugando con él para dar celos a mi novio y me apartó mi mano con cierta brusquedad susurrándome “déjame pasar zorra”. Me quedé completamente descolocada. Nunca me habían tratado así. De hecho, muchas veces noto que los chicos no se atreven a dirigirse a mí y, cuando lo hacen, es con cierta timidez. No sé porque seguí detrás de él con lágrimas brotando de mis ojos “no me llames eso, no me lo llames”. Mientras él avanzaba hacia el pasillo de los WC sin mirar atrás. Cuando pude me puse delante de él impidiendo su paso. Era delgado pero musculoso.
– “No me llames eso… discúlpate” –casi le suplicaba-
– “Es lo que eres”
– “No lo soy!”
– “Me acabas de besar a dos metros de tu novio… estás jugando conmigo. Eres una zorra. Una putita… déjame en paz” Me había descubierto y yo no sabía que decir… sólo le miraba entre lágrimas. Sujetándole. Como esperando algo de él…
Entonces en un gesto rápido me tomó del brazo y abrió la puerta del almacén que estaba justo a nuestro lado y me arrastró detrás de él. Cerró la puerta detrás de mí y puso mi espalda contra la puerta. Me manejaba como una pluma. Una vez allí, en la semioscuridad, volvió a tomarme del pelo haciéndome erguir la cabeza y puso sus labios sobre los míos, y sus manos sobre mi cuerpo. Deseaba besarle, abrir la boca. Lo deseaba con todas mis fuerzas pero me daba corte. Ahora jugaba él conmigo. Entonces me besó bruscamente, introduciendo su lengua mientras yo correspondía apasionadamente. No me explicaba la razón, pero el hecho de arrastrarme, de imponerme, de insultarme… de dominarme y tratarme como a una guarra me tenía excitada como hacía años que no estaba. Mis manos recorrían su pecho, y las suyas cubrían los míos amasándolos con rudeza.
Mi mente estaba en blanco. No tardó demasiado en bajar los tirantes de mi vestido y arrastrar mi sujetador hacia abajo liberando mis pechos y mis pezones completamente excitados. Sabía que en cuanto pusiera sus labios en ellos me entregaría completamente a él, si es que aún no lo estaba. Y su boca iba bajando de mi cuello a mis hombros mordiendo y besando vertiginosamente. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Súbitamente me di cuenta de que gimiendo sin control. Completamente en su poder, manoseándome, llamándome zorra y mordiendo fuerte mis pezones que respondían emitiendo ondas de placer hacia todo mi ser. No podía explicarlo. Era a la vez doloroso y placentero. Estaba flotando en sus manos, que ya se habían metido dentro de mi falda y restregaban mi rajita sobre mi tanga con la misma fiereza. En ese momento me atreví a hacer lo que hacía mucho tiempo que deseaba, y bajé mi mano de su pecho a su pantalón, tocando por primera vez su verga que me pareció inmensa y durísima.
Su lengua pasaba de mis pezones a mi boca, y sus dientes le acompañaban detrás. Me llamaba puta, zorra, … me decía que era una guarra y que él sabe tratar a las guarras, aunque esté a dos metros de mi novio. Yo estaba completamente entregada. Mi sexo palpitaba empapado como el de una adolescente en su primer magreo. Era suyo. Y si no fuera porque mi jefe intentó abrir la puerta y se puso a golpearla, me habría follado allí mismo.
Los golpes en la puerta hicieron que me volviese el sentido común y le rogué que parase. Subí mis tirantes, pero antes de arreglar mi falda su mano agarró mi tanga y de un fuerte tirón lo arrancó de mi cuerpo sin inmutarse. Arreglé mi falda avergonzada por lo mojado que estaría, y disgustada pues era un precioso tanga negro de encaje. Rápidamente, tomé unas botellas de whisky en mis manos para simular haber entrado a por ellas. Sólo entonces encendí la luz y abrí a mi jefe que me lanzó un bufido a mí y una mirada asesina a él.
Con mis piernas temblando volví a la barra, mirando cómo él volvía también junto a su amigo con una sonrisa bonita y tranquila. Con un pañuelo de papel, Lydia me limpió el carmín corrido junto a mis labios y seguí trabajando sin poder evitar mirar constantemente al lugar donde estaban ellos temblando cada vez que lo hacía. Él actuaba como si no hubiese pasado nada, aunque ocasionalmente también miraba. Su posición era de espaldas a la barra y la del otro chico, su amigo, era frente a mí, y él sí me miraba con una sonrisa abierta que me hacía morirme de vergüenza.
Lydia que no es nada tonta sabía que algo había pasado. Más aún cuando me vio prepararme mi cuarta copa de la noche, pero no dijo nada. Sólo sonrió. Ella también se había dado cuenta de que otra vez no estaba ni Dani ni la zorra de su exnovia. Yo, llena de remordimientos y de enfado, hacía como si no estuviese pasando nada, y trabajaba poniendo mi mejor sonrisa a todos los que atendía. Pese a todo, estaba a punto de derrumbarme. Un rato después, Dani no había vuelto y los dos hombres pedían la cuenta, lo que me supuso un pequeño disgusto a la vez que un gran alivio. Al recibir el billete de 50 Euros, junto a él había una servilleta de papel con el nombre de otro pub cercano.
Quedaba poco para que cerrásemos, y Dani no aparecía. Así que nada más cerrar, tomé mi abrigo, di un beso a Lydia que sospechaba lo que iba a pasar, y me fui al otro pub. Habría ido más tranquila si me hubiese llevado a Lydia conmigo. Sabía que iba a hacer una locura. Pero Javi, su novio, sí estaba esperándola a ella.
Caminando por la calle me di cuenta de que estaba bastante afectada por la bebida, pero aún pensaba con claridad. El hecho de no llevar braguitas me hacía sentir extraña, incluso sentí más de un escalofrío a pesar de que no hacía mucho frío. Entré con decisión al pub donde ellos estaban y los busqué con la mirada. Estaban al final de la barra. En un lugar apartado. Venciendo a mi última resistencia llegué hasta ellos, simulando autoconfianza pese a que estaba temblando.
Ellos me hicieron un hueco de pié entre los dos. A pesar de estar ambos sentados en taburetes, ninguno de ellos me lo cedió. Hablaban entre ellos como si yo no estuviese.
– Ves como te dije que vendría. Jaja me debes una copa –dijo Carlos, el chico al que aún no había besado-
– Quizá quiera sus braguitas. Aunque seguro que no se atreve a ir sin ellas y se ha puesto otras nuevas.
– No creo, tiene cara de querer hacer una locura. Apuesto a que no lleva.
– Jajajaja ya no apuesto más contigo. Compruébalo y me dices.
– Voy
No me lo podía creer: El chico canoso, aquél que había besado en el almacén, me cedía a su compañero como si yo fuese de su propiedad. Sobre todo, el hecho de usar ese lenguaje entre ellos y sin tenerme en cuenta me resultaba extraño, pero me tenía extrañamente caliente. Miraba a uno y a otro apoyada sobre la barra del bar. Por suerte estabamos en un extremo y no se nos veía entre la gente.
– Abre un poco las piernas pequeña -dijo metiendo discretamente su mano bajo mi falda desde atrás-
– Gggmmmmmhhhh –gemí sin poder evitarlo, pero dudando si debía oponerme a que me tratasen así-
– ¡Bingo! no lleva, no. –dijo mostrándole el dedo brillante por la humedad de haber entrado en mi sexo-
– Jajaja creo que vas a ser una chica muy obediente ¿lo eres?
Yo estaba roja como un tomate. Como mi vestido. Acalorada, avergonzada y excitadísima. Nunca había experimentado una sensación así. Seguía mirando hacia abajo la mayor parte del tiempo. Colocada entre ellos, que manteniendo una conversación normal, rozaban discretamente mi cuerpo, pellizcaban mi pecho con rudeza, daban un azote a mi culito, o metían impunemente las manos bajo mi falda. A veces me hacían preguntas y yo, que estaba entregada a ellos, les contestaba aparentando normalidad mietras me dejaba tocar donde hacía años que sólo mi novio tocaba. Ni siquiera me habían pedido una copa.
En ese momento los dos tenían una mano dentro de mi falda y no sabía muy bien lo que me estaban haciendo pero estaba a punto de tener un orgasmo. “hhhhmmmmm ¿Qué hacéis?”. Yo estaba con los ojos cerrados. Dejándome hacer. Supongo que se harían una seña porque los dos a la vez sacaron su mano dejándome un vacío tremendo.
– “Venga, vámonos…” -dijo uno de ellos- “Sonia quiere que le demos lo suyo, y esta noche nos ha pedido que la cuidemos”.
– “No hay prisa, espera que me termine la copa” –dijo el otro, mientras yo me moría por salir y ellos estaban tan tranquilos jugando conmigo, y poniéndome pruebas-
– “Vamos Sonia, pon carita de chica buena y rózate un poco sobre nosotros”
Por supuesto que lo hacía. Trataba de ser discreta pero al alzar la vista me encontré con la mirada de la camarera que desde su posición ahora nos observaba curiosa. Bajé la mirada avergonzada de nuevo. Avergonzada y excitadísima. Por fin terminaron sus copas, y con la mano de uno de ellos sólo unos centímetros encima de mi culo me escoltaron a la salida del pub. La imagen que presentábamos era sutilmente morbosa. Una chica joven entre dos hombres más maduros. Sin que nada demostrase que algo raro pasaba, se intuía perfectamente y la gente nos miraba curiosa.
Me guiaron hacia su coche que estaba aparcado frente a la pared lateral de una nave industrial. Por suerte estaba apartado en una calle oscura. Al llegar, uno de ellos encendió los faros. Era un todoterreno grande de color blanco. Estábamos frente al coche. Yo no podía aguantar más mi excitación y me agaché con intención de abrir la cremallera de sus pantalones, pero no me dejaron y casi en volandas me pusieron frente al coche, con la pared detrás de mí. Ambos se sentaron en el capó con los pies en el parachoques colocándome.
– ¡Súbete la falda! –dijo uno de ellos empleando lenguaje imperativo-
– Venga, muéstranos lo que tienes ahí… –dijo el otro aunque yo me mantuve quieta, quería hacerlo, me moría por hacerlo, pero aún había algo de dignidad me lo impedía-
– ¡Vamos, dinos lo que hay ahí…! -yo seguía inmóvil-
– Es un puto juego… si no quieres jugar nos vamos Sonia. Dinos que escondes ahí.
– Mi tesoro… -acerté a decir sintiéndome ridícula…-
– ¡Usa lenguaje sucio… joder!
– Pues mi chochito –dije aparentando seriedad aunque sintiéndome aún más ridícula-
– Jaja, eso está mejor. Venga, que queremos verlo a ver si nos gusta.
Impúdicamente hice algo que jamás en mi vida había hecho anteriormente. Subí lentamente mi falda dejando a la vista de mis dos acompañantes mi sexo desnudo. En el almacén de mi pub el chico de pelo canoso me había arrancado mi tanga y no llevaba nada debajo.
– Vamos, tócatelo, que te veamos. –seguían dándome órdenes-
– ¡Pero no cierres los ojos! Eres nuestra puta esta noche, y nos tienes que mirar a la cara
Yo obedecía sin cuestionar nada. Estaba al borde del orgasmo. Frotando mi sexo ante dos extraños, excitadísima, a pesar de que aún se me pasaba por la mente la imagen de Dani, mi novio. Incomprensiblemente para mí, eso me excitaba aún más. Estaba en su poder. El chico que llevaba la voz cantante notó algo en mi rostro y me dijo: “Ven aquí, acércate”. En realidad estaba a dos pasos frente a ellos pero, una vez más, no hice caso. Quería continuar frotándome y correrme. Estaba borracha, excitada, curiosa por provocar, por ver qué pasaba si no les obedecía. Sobre todo curiosa.
Entonces uno de ellos se bajó del capó donde estaba sentado y, aplicando una fuerza controlada, me bajó los tirantes del vestido despojandome del sujetador, dejándome prácticamente desnuda salvo por los zapatos y las medias por el muslo que llevaba. Me empujó hacia su compañero que se echó un poco hacia atrás. Yo quedé contra el capó del coche, inclináda hasta el punto de notar el frío de la chapa sobre mis tetas. Mi cara estaba sobre el regazo del chico que estaba sentado, que esta vez se dejó abrir el pantalón por mis manos y saqué una gruesa y preciosa polla, algo más grande que la de Dani.
Mientras tanto, mi culito estaba al aire y el chico de las canas dijo “Ummmm qué culo más bonito”, y comenzó a pasar sus labios y su lengua por las proximidades de mi sexo y por mi culo. Yo sentía sus cosquillas y lo movía tratando de que sus labios llegasen a mi centro, pero él jugaba conmigo. En ese momento, su compañero algo cansado de la forma superficial en la que pasaba mis labios, me tomó bruscamente del pelo obligándome a tragarme su polla hasta la garganta. Cuando quise protestar, dijo “¡Las manos en el coche!” –era una orden firme, que yo obedecí sumisamente entregada.
La mezcla de sensaciones era brutal. Mis pezones tocaban la chapa entre las piernas de un hombre que doblegaba mi voluntad obligándome a tragarme una gruesa verga. El otro hombre me abría el culo con sus manos, y había colocado su sus labios sobre mi coñito y me lo follaba con sus dedos y su lengua. Sabía muy bien lo que hacía. Yo no podía aguantar más y me sumergí en un rotundo orgasmo que me dejó desmadejada. Mis piernas dejaron de aguantar mi peso y mis preciosas tetas se aplastaban aún más contra el capó.
Pero ellos no cejaban en sus maniobras. Mientras uno me movía la cabeza tirando de mi pelo y presionando mi garganta contra su polla, el otro seguía provocándome escalofríos con su boca. A mí siempre me ha gustado chupar una buena polla, pero desde hacía dos años sólo conocía la de Dani, y esta noche estaba liberando toda mi ansiedad contenida y se la comía con entusiasmo. Por mi mente se pasaban todas las imágenes de hombres atractivos y todas las fantasías que todo este tiempo había almacenado mi mente de putita. Eso es lo que era, así es como me sentía y como una putita era tratada.
Después de producirme un nuevo orgasmo, el chico que trabajaba mi coño sustituyó sus labios por su polla y, a pesar de lo lubricada que estaba en ese momento, sentí como me partía en dos según la clavaba hasta el fondo de mis entrañas. No tuvo piedad ninguna y se puso a embestirme con fuerza mientras me sujetaba de los huesos de mis caderas. Sin darme cuenta estaba gritando con cada una de sus embestidas. Su compañero sujetó con insistencia mi cabeza y, llamándome cerda viciosa, se vació sobre mi boca obligándome a tragarme toda su corrida. Hacía tiempo que no accedía a tragar el semen de un amante pero esta vez su sabor me pareció agradable “Trágatelo todo, Sonia” dijo dirigiendo mi boca hacia algunas gotas que habían caído en el capó y yo, golosamente, pasé mi lengua por ellas y por mis labios.
Seguía temblando de excitación con mi precioso culito al aire y mis tetas sobre el capó. Toda una puta en manos de dos extrañós bastante mayores que yo. Mi chochito inundado de mis jugos, envolviendo una polla que sentía dura como si fuera de madera. Ellos hacían comentarios de mí como si yo no estuviese. Decían que daba gusto encontrar a una buena zorrita… que viendo como la chupaba se notaba que pasaba hambre de polla, que me moría de ganas de ser usada.
Yo sólo podía gemir dejándome hacer, y manteniendo obediente mis manos en el coche mientras recibía las embestidas desde atrás. De repente sentí que los azotes que me daban en el culo se intensificaban y mi vagina se llenaba de líquido aún más caliente que lo que yo estaba. Al principio dudé de si había perdido el contro de mis esfínteres, pero al oir como se intensificaban los gemidos a mi espalda “Ahhhh joder, esta guarra me está ordeñando con sus contracciones”, supe que no era así, que se estaba corriendo dentro de mí. No sé por qué pero un extraño sentimiento de orgullo me llenó. De todas formas, sus palabras procaces incidían directamente en mi líbido y sin poder evitarlo, me sumergí en un tercer orgasmo tan intenso como los anteriores. Debía ser bastante escandalosa, porque volviendo a meter su polla en mi boca, el hombre del capó dijo:
– Voy a hacer algo para que te calles, jajajaja
– Ahora es tu turno –dijo el otro-
– Jajaja no me gusta mucho meterla donde ya te has corrido tú
– Pues ya sabes….
– Ya, es que no quiero hacerla daño follándome su culito – y era verdad, nunca me lo habían hecho y siempre había tenido curiosidad-.
– ¿tú crees que mi culo no merece que se lo follen? –me sorprendí a mí misma con esas palabras-
– jajajajajajaja -rieron los dos a la vez-
– Seguro que sí, está durito –dijo uno de ellos amasándolo un poco y dándome un azote-
– Te lo dije, hemos desatado la caja de pandora con esta chica. -dijo el otro-
– Eres una zorra Sonia
No puedo negar que el hecho de que usasen mi nombre me hacía protagonista, y eso me hacía sentir bien. Mientras habían intercambiado posiciones, y el chico de las canas, ahora sentado en el capó, hablaba conmigo.
– ¿te lo han estrenado?
– Aún no
– Jaja, pues éste te lo quiere petar
– No sé –dije con un cierto miedo-
– Si has dicho que sí… ¿te vas a echar atrás ahora?
– Bueno sí, pero por favor, tened cuidado…
– Espera ahí
Yo, entre palabra y palabra, seguía mamando la polla que me iba a follar por el culito. Su amigo abrió la puerta del coche y salió con un tubo de crema de manos, aplicándome una buena dosis en el culito, e introduciéndome un dedo aprovechando la lubricación
– ¡Ayyyyyy! Está helada.
– Calla, ahora vas a sentir calor…
– ¿Quieres que paremos Sonia? –Dijo el otro-
– Nooo ¡seguid!
– Pues pídelo por favor
– ¡¡Folladme cabrones!!
– Jajajaja nos ha dicho a los dos
– Los dos noooo
– Sí –dijeron al unísono-
Se notaba que el chico de las canas era un hombre de recursos y siempre tenía un punto de dominio. La verdad es que era él quien me tenía loca toda la noche. El hecho de verle un anillo de casado le hacía incluso más atractivo y morboso. Se bajó del capó, abrió el portón trasero del coche y se sentó allí con pies en el suelo, los pantalones bajados, y tocándose la polla.
– ¿A qué esperas Sonia?. ¡Súbete!
– ¿cómo?
– ¡Jajajaja qué cabrón eres! –dijo su amigo- Ya sé lo que tienes en tu sucia mente Carlitos
El otro me guió hacia su amigo sujetándome del brazo y me hicieron sentarme sobre él, con su cara en mis tetas que ya mordía, y mis piernas dentro del maletero. Por suerte era plano. Su polla entró en mí como un cuchillo caliente en mantequilla. La posición era un poco forzada pero, cuando él apoyó su espalda en el piso del maletero quedando boca arriba, se convirtió en la típica posición en la que la chica cabalga al chico tumbado. Entonces me tomó de los pezones y tiró de ellos haciéndome inclinarme sobre él. En ese momento lo entendí todo. Me iban a follar los dos a la vez. Joder, joder… me iban a reventar pero lo deseaba. Uffff cuando se lo contase a Lydia no se lo iba a creer.
Lo cierto es que era un poco humillante que me hiciese inclinarme hacia delante tirando de mis pezones, pero incomprensiblemente ese tratamiento me ponía aún más caliente. Su compañero, de pie fuera del coche y detrás de mí, apoyó la punta de su polla en mi culito.
– Despacito, no seas bruto –rogué-
– Claro que sí, putita, no queremos que tu novio aprecie mañana tu culito reventado –dijo cruel- ¿Cómo se llama?
– Dani –susurré con un hilo de voz-
– Uffff qué suerte tiene Dani. Si te viera ahora, totalmente rellena… –decía mientras iba metiendo poco a poco su polla en mi culito virgen-
La mera mención a mi novio me ponía caliente como una perra. No puedo explicarlo, pero era así. Ellos sabían perfectamente lo que hacían y, poquito a poco, cada vez estaba más dentro de mí. Partiéndome en dos. Me hacían sentir sucia, como una puta en su poder. Tiraban de mi pelo, amasaban mis tetas, jugaban con mis pezones o metían sus dedos en mi boca. La sensación era brutal. Dos pollas dentro de mí. Me moría de gusto. Esta vez me follaban con movimientos suaves, profundos, metódicos y yo me sentía como un juguete en sus manos. No pude aguantar mucho y me deshice en un orgasmo largo e intensísimo. El mejor de mi vida hasta la fecha y, en mi desesperación me dio por decir “Gracias, gracias, gracias”.
Después de vaciarse de nuevo dentro de mí me mandaron que me vistiese. A partir de ahí, su trato fue cariñoso, casi paternal. Me dejaron en el portal de mi casa y se largaron tirándome un beso. Ahí quedé yo, con mis partes íntimas algo resentidas, un reguerito de semen resbalando por mis muslos, y pensando que soy una auténtica puta. Pero no me arrepentía, Dani se lo tiene merecido.
Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por todos los comentarios y sugerencias.
Al morir mi hijo, tengo que hacerme responsable de su mujer e intentar que salga de su depresión. Tomo esa decisión sin saber que Jimena desarrollará una fijación por mí e intentará llevarme a la cama. Con el tiempo, se va afianzando mi relación con ella a pesar que mi nuera no deja de mostrar síntomas de desequilibrio mental.
Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:
Capítulo 1.
Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido. Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José. ¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos! Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido. Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo: ―Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta. Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital. Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido. Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos. « Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama. Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme: ―Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería. El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté: ―No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo. Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo. ―Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido. Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante: « Mi nuera compartía mi pena y mi angustia». María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle: ―Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona. La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar. Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor. “¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura. Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre. ―Don Felipe― dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: ―Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda… ―¿Mi ayuda?― interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio. ―Sí― contestó ese chaval que había visto crecer,― su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver… Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo: ―Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla! ―No comprendo― respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:― ¿Qué cojones quieres que haga? Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó: ―Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro. Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro: ―Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted! En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo: ―Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
Capítulo 2.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor. Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer. ―Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe. Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar. Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido. « Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza. Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso: ―Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted. Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle. ―Manolo, ¿Qué ocurre? Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso. Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó: ―Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia… ―¡Tú dirás!― respondí más tranquilo. ―Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés… ―Lo sé― interrumpí molesto por que lo me recordara: ― ¡Dime algo que no sepa! Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo: ―Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar― la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría. ―Comprendo― mascullé. ―¡Qué vas a comprender!― indignado protestó: ―En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir. ―¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro. ―Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar. ―Me he perdido― reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento. ―Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos. ―¿Me estás diciendo que intentará seducirme? ―Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta. ―No te creo― contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: ―Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted! ―Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote. El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije: ―Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas. ―Eso espero― contestó mientras me acompañaba a la puerta. Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría. El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre. Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía: ―He pensado que me llevaras al Pardo. Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo: ―Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta. Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara. Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo: ―¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista. Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado. « Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver». Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador. « ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación». Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer. Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño. Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa. «La chica es mona», admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día. Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto. Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra: ―Será normal para ella el veros como pareja. La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro: ―Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje. Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo: ―Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir. El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas: ―¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano! Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí: ―Me encantaría. La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó: ―Entonces, ¿Este verano me llevas? «Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena. El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual. Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba: ―He soñado que me dejabas― consiguió decir con su respiración entrecortada. ―Tranquila, era solo un sueño― respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos. Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó: ―¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado? ―Claro que no, princesa― contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña. Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó: ―No te vayas. ¡Quédate conmigo! Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos. « Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado. Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo: ―Gracias, mi amor…