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Relato erótico: “La casa en la playa 8.” (POR SAULILLO77)

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verano inolvidable2Inevitable.

sin-tituloYa era de día cuando nos despertamos, Sara tenia un dolor de cabeza descomunal, y al verme desnudo a su lado con Vanesa en mis brazos, sonrió como si se hubiera enterado en ese momento de lo que pasó esa noche. Vanesa estaba jugando con sus dedos en mis labios y mi hermana se había acostado a nuestro lado, los 4 en una sola cama, Jaime apareció, y al ver el percal bufó hastiado, y se durmió. Encontré a Sonia desnuda en la cama de Jaime y con un aspecto horrible, y lo peor fue al bajar al salón, estaba mi madre cocinando, y el puto mulato estaba allí.

-YO: hola.

-CARMEN: hola hijo, ¿que tal?

-YO: bien……..¿y este quien es? – el mulato se puso en pie mostrando que iba solo con unos calzoncillos nada disimuladores, y me saludó.

-MULATO: soy Joel.

-CARMEN: si, es…… un amigo que hecho……. no tenia donde pasar la noche, así que ha dormido aquí….pero ya se iba….. ¡¿verdad?!

-JOEL: claro mami, gracias por….su hospitalidad – se dieron un abrazo extrañamente incomodo.

-CARMEN: adiós, nos vemos……. esta noche…..- le acompañó a la puerta y se dieron un largo beso con lengua tratando de que no les viera. Al volver mi madre estaba roja, y no se atrevía a mirarme.

-YO: no pasa nada mamá, no tienes por que andar a escondidas.

-CARMEN: no se de que me hablas…….- la cogí de la mano y la abracé.

-YO: si lo sabes, igual que yo, ayer me acosté con mi tía haciéndome un trío con, desde hace menos de 24 horas, mi primera novia, no creo que sirva de nada avergonzarnos por lo que está pasando, que te traigas a un mulato de polla enorme y te des unas alegrías es de lo más normal que ha pasado por aquí – me miró abochornada.

-CARMEN: hijo……es que yo……hacia mucho que no me comportaba así….tu padre es muy estricto….y por 1º vez en mucho tiempo me estoy divirtiendo como nunca pensé que volviera a sentirme….¿hago mal?

-YO: no lo sé, pero ¿por que el mulato teniendo a Jaime?

-CARMEN: bueno…….es que Jaime se mueve bien, es divertido y me entretiene…….pero Joel…….ufff, me recuerda a tu padre de joven…. no solo es grande y fuerte, se maneja bien y me deja sin aliento – bajaba la cabeza algo abrumada.

-YO: solo te pido que tengas cuidado, no quiero que termines en líos de los que no puedas salir…no hace falta ir borrachos, ya no – me abrazó llena de felicidad al ver mi comprensión.

-CARMEN: gracias.

Vanesa bajó y desayunó con una naturalidad y desparpajo que me dejó helado, hablando con mi madre, o con Sara cuando bajó, de lo que había pasado y de cómo se había divertido. Acompañé a Vanesa a su casa, por el camino nos cuestionábamos un poco todo, aunque la verdad es que nos besamos más que hablar.

-VANESA: así que tu madre se tiró al mulato otra vez jajajaja.

-YO: es tan impropio de ella, pero creo que ella era así de cría, a nuestra edad, mi padre la ha encerrado estos años, y ahora se ha liberado la fiera.

-VANESA: pues como haya disfrutado la mitad que yo…….- al despedirnos sentí pena, pero quedamos más tarde, teníamos que descansar, era viernes y tocaba más fiesta.

Acelerando la historia, nos pasamos viernes y sábado de igual manera, Vanesa regresó a mi casa a las 7 del viernes ya con una mochila con ropa y sus cosas, no volvió a su casa hasta el domingo de tarde. Por la mañana algo de playa o piscina antes de comer. De tarde siesta con Vanesa y Marta, que seguía buscándome para dormir.

Luego jugábamos a las cartas, aunque rebajamos un poco el ritmo del alcohol, algo que en principio solo nos desinhibía, pero eso ya no parecía necesario. Pasó de todo, aunque con ciertos limites, no dejé que Jaime se aprovechara de Vanesa, aunque lo correcto seria decir que ella se defendía sola, Jaime trataba de llevarla a su terreno, la volvió a comer las tetas y la hizo hacerle una paja y al día siguiente una cubana, pero cuando trató de propasarse….Como ejemplo mencionaré que el sábado, mientras jugábamos, Vanesa se vengó de una jugarreta pidiéndole que la dejara darle un puñetazo en los huevos, Jaime se tuvo que dejar, acabó tirado en el suelo entre gruñidos de dolor, y juró venganza en la siguiente mano que pillara a Vanesa. Vanesa, sin casi mencionarlo, preguntó si para la siguiente prueba que le tocara a Jaime, teníamos pepinos o berenjenas en la nevera, y vaselina…Fue suficiente para que Jaime jugara con las demás y la dejara de lado. El 1º día perdió mi madre la última mano, que tardando un poco, escogió a Jaime, verles follar me la puso tan dura que me follé las tetas de Vanesa sin ningún problema delante de todos. El 2º día perdió Vanesa, que ni dudó y la tuve que montar encima de la mesa, creo que luciéndome, por que Jaime no daba abasto de follarse a Sonia y mi madre, Marta recibió una comida de coño por parte de Vanesa, mientras la destrozaba a su espalda.

Por la noche salíamos a la discoteca, y los 2 días mi madre se llevó a Joel a casa, el 1º día fueron los últimos en volver, y les oímos durante 2 horas, el 2º día fueron los primeros en regresar, y pasadas 3 horas, volvimos a casa los demás y todavía se les oía gritar como auténticas bestias. Escuchábamos a mi madre gemir y jadear por toda la casa, Joel era un buen amante, y me bajaba junto a Vanesa a ver turcos para ponerlos en practica, siempre desde el balcón para no cortar el rollo. Mi madre necesitaba a un hombre así en su vida, ni el mejor día de Jaime le vi hacerla correrse tantas veces como esos días, y aún así, siempre al terminar me quedaba la sensación de que mi madre no terminaba de disfrutar con él, pese a su larga tranca.

Por mi parte diría que me harté de tirarme a Vanesa, pero mentiría, era imposible cansarme de ella, disfrutamos como adolescentes que éramos, solos o con Sara uniéndose alguna vez, pero mis atenciones eran para Vanesa, mientras ella se ocupaba de Sara, que relevaba a Vanesa cuando la hacia correrse 2 o 3 veces seguidas y no podía continuar. Se podría decir que fue un curso acelerado de sexo, en el que saqué mi nota media en los estudios, un sobresaliente, perdí el miedo a tocar a una mujer de esa forma, y gané confianza en mi mismo, (algo que casi no tenia), al verme colosal en una cama junto a 2 mujeres de bandera, satisfechas y remoloneado del placer que yo las daba. Lo mejor era que cuando no estabamos teniendo sexo, Vanesa era tan…..no se cual es la palabra, “tan Vanesa”, pizpireta, alegre, risueña, y a la vez tan fuerte, decidida y segura.

Marta en cambió un día regresó sola a casa, al siguiente se acostó a mi lado al volver a escoger a un amante poco dignno y rápido. Jaime en contra de todo, se pasó 2 días haciendo de todo a Sonia, creo que llegó a estrenarle el ano, según dijeron. Sonia si que no paraba de beber y podías hacerle cualquier cosa, pero sentía que Jaime en la discoteca miraba mucho a mi madre, con ganas de volver a tenerla para él solo, y al verla con el mulato le hervía la sangre.

Por la mañana del domingo…….vamos, a partir de las 12 que era cuando nos podíamos levantar, me desperté con Vanesa abrazada de cara a mi, y Marta en mi cama, Sara se habría ido a la suya después de que esa noche volviera a probar el sexo anal con ella, creo que terminó desmayándose, al tener un orgasmo 4 veces seguidas en menos de 5 minutos, pero estaba muy ocupado con Vanesa como para percatarme de ello. Hice el desayuno por que mi madre tardaba mucho en levantarse, y fueron bajando todos, nos reíamos y comíamos algo, la última en bajar fue mi madre que se abrazaba con Joel mientras se dependían, al regresar, mi madre andaba con aires de superioridad disimulando un ligero escozor entre sus piernas.

-MARTA: ¿que tal mamá? jajaja

-CARMEN: en la gloria, hija…….ese hombre es una maquina….

-JAIME: al menos te dejará libre hasta el próximo jueves.

-SONIA: ¿ya te has cansado de mi o que?

-SARA: le pasa a menudo…..

-CARMEN: lo siento, pero esta noche salgo a cenar con Joel – Jaime se acercó con su chulería natural y la metió mano por detrás.

-JAIME: pensaba que me echarías de menos.

-CARMEN: claro que si, pero no puede hacerle un feo después de darle mi palabra.

-VANESA: claro que si, disfrute jajaja – la tenia entre mis brazos y la besaba en el hombro, sintiendo sus rizos en mi mejilla.

-JAIME: pues no me apetece pasarme otro ida sin follarte – la azotó el culo y sonrió perversamente.

-CARMEN: bueno, si quieres ahora en la sienta podemos subir un rato, y luego me voy a cenar con Joel.

-JAIME: ¿que pasa? ¿ya no me quieres? – sonó lastimero, mi madre se dio la vuelta y le besó con dulzura.

-CARMEN: claro que si, ya sabes que me diviertes mucho, pero siempre que pueda, Joel será mi 1º opción…..- aquello sonó como una bofetada a Jaime, que se le borró la sonrisa de golpe.

-JAIME: no soy el 2º plato de nadie… – la azotó – ….así que, que te quede claro, que aquí mando yo …– la volvió a azotar más fuerte –…. ¿queda claro? – mi madre le cogió de la cara y le dio un beso que me la puso dura hasta a mi, luego le acariciaba la cara con ternura.

-CARMEN: como tu digas, cielo, pero por mucho que me azotes no te va a crecer la polla – si lo de antes fue una bofetada eso fue un torpedo a la línea de flotación que hundió el barco.

-JAIME: pero yo….penaba que…..- mi madre le abrazó.

-CARMEN: no te preocupes, siempre tendré un rato para ti – y se fue a darse un ducha, Jaime se quedó petrificado, yo me reía por debajo ocultándome tras a mata de pelo de Vanesa, mientras Sara tenia una sonrisa enorme en su cara.

-MARTA: no te preocupes Jaime, está divirtiéndose un poco, déjala…..

-JAIME: no lo entiendo, creía que era mía…….- Sara se levantó y le dio un pico cogiéndole de los morros.

-SARA: tú eras suyo, mi pequeño idiota……… se habrá cansado de ti…….- se giró con suficiencia y Vanesa no pudo más que chocar las manos con Sara al pasar a nuestro lado. Jaime se quedó con la misma cara que se te tiene que quedar cuando te roban el coche en la cara, y luego se giró a Marta.

-MARTA: ¡a mi no me mires!, mi hermano ya me calienta la cama….- y se fue bebiendo un café humeante y revolviéndome el pelo.

-VANESA: ánimo, que al menos tienes a Sonia – me cogió de la mano y salí tras ella al porche, a tomar el sol un rato con los demás.

Pasados unos minutos escuchábamos a Sonia berrear en las habitaciones con Jaime azotándola, creo que quería asegurarse al menos tenerla a ella, pero de golpe, y sin saber como, Jaime no me parecía tan listo, ni tan sabio, y empecé a verle como lo que era, un juguete que habían usado. Nos pasamos la siesta jugando Vanesa y yo en la cama, y la acompañé a su casa, donde me quedé unas horas junto a ella, no quería separarme nunca de ella.

Una semana pasó, fue un calco, pero Vanesa y yo quedamos a diario, fue dulce y tierno salir a tomar helados o pasear sin más, pero al volver a casa montábamos un escándalo mayor que nadie, casi siempre empezábamos nosotros, junto a Sara cuando se terciaba, y luego terminaba follando toda la casa al oírnos, Joel era muy atento en eso con mi madre. Sonia había convencido a Marta para unirse a Jaime en sus sesiones de sexo a modo de apoyo lésbico, y sin estar seguro, creo que Jaime se follaba a mi hermana también. Pasado ese tiempo, fue inevitable que Vanesa quisiera venir a vivir conmigo, se pasaba más tiempo en mi casa que en la suya, así que nos acomodamos como pudimos, ya con las cartas sobre la mesa. Vanesa y yo en un cuarto, mi madre y Joel en otro, Sonia y Jaime en el 3º con Marta, a la que no entendía, podía tener a 3 o 4 chicos viviendo con ella, era preciosa, lista, divertida y alegre, pero fue mucho más recatada en ese aspecto, solo en alguna fiesta se cansaba de Jaime y se llevaba a casa algún chico, pero se los tiraba y los echaba por la mañana.

Era la tarde del sábado, y estabamos preparando la cena para luego ir a la disco, bueno, ellos, yo estaba con Vanesa en la piscina calentándonos hasta llevar el agua a punto de ebullición, se quitaba el biquini y me dejaba comérselas durante horas, creo que la divertía verme como un bebé al que alimentaba, entrelazaba sus dedos con mi pelo y me apretaba contra sus senos. Habíamos estado la tarde jugando, pasaron muchas cosas pero nada que no hubiera pasado antes, solo que cuando palmó Sara la última mano, me eligió a mi y no a Jaime para el sexo. Me la estuve follando, tirada sobre la mesa, tan fuerte que todo lo que había encima cayó al suelo, mi madre tuvo que pedirle a Jaime que dejara a Sonia y la tomara allí mismo para calmar su cuerpo, mientras Vanesa se apartó con mi hermana, las veía de fondo, Marta abierta de piernas y gozando como una recién liberada de la cárcel, la masturbación y la lengua de mi novia fue tal, que la locura me nubló, di la vuelta a Sara y la destrocé el ano haciéndola correrse 3 veces, se quedó tiritando sobre la mesa, con convulsiones lentas en su cadera la sentir como me vaciaba dentro de su esfínter. Fue natural que tuviera que salir a la piscina, me ardía todo.

-YO: no se que ha pasado, Jaime me parecía tan……..y míralo ahora – era como un cachorro apaleado.

-VANESA: es un cerdo, no dudes que se volverá a meter en la cama de todas, ahora usa la lastima, es su juego, y mientras ellas quieran jugar, tendrá ventaja.

-YO: pero mi madre…- caí de golpe, pero sonó a táctica desesperada de Jaime – ….no se si es buena idea intercambiar a Jaime por el mulato….

-VANESA: eso lo decide tu madre.

-YO: me gustaría tanto que todo se tranquilizara, esto ha perdido su gracia.

-VANESA: no puede tranquilizarse, esto está desmadrado, o metes mano dura o seguirá así.

-YO: ¿yo?

-VANESA: ¿quien si no?, Jaime es un crío comparado con el mulato, él lleva jugando a esto mucho tiempo, lo he visto antes, uno del grupo se la gana, y se la terminan follando todos sus amigos, se te meten en casa y se aprovechan de la gente, luego se cansarán de esperar turno y se follaran a Sonia o Sara, y cuando se aburran, Marta será la siguiente.

-YO: exageras…….

-VANESA: con su tranca es solo cuestión de tiempo que tu madre meta a Joel en casa a vivir, ¿cuanto tardó Jaime en ganárselas?, ¿y cuanto crees que tardará Joel en ventilarse a todas?

-YO: ¡no!, eso si que no, ya he soportado suficientes vejaciones por parte de Jaime, no pienso pasar por ello otra vez.

-VANESA: pues solo queda una opción…….

-YO: ¿cual?

-VANESA: está claro que todas necesitan a alguien que las de lo que piden, Jaime ha tratado de serlo, pero se ha visto superado, y ahora Joel ocupará ese lugar…..si no lo ocupa otro antes….

-YO: ¿quien…….- se me encendió la bombilla – ….¿dices que yo….? – asintió.

-VANESA: es lo mejor, si quieres cortar de raíz tanta locura, haz una locura mayor, no podrás impedir que busquen a un líder, así que solo te queda convertirte en uno.

-YO: pero no lo soy….ya me conoces……

-VANESA: por que te conozco se que lo eres, pero aún no lo quieres admitir.

-YO: no podría……..son mi familia…

-VANESA: Sara parece contenta y es tu tía, tu madre no para de decir que la tienes como tu padre, el cual la domina, y tu hermana, medio desnuda, pasa más tiempo en tu cama que en la suya……muy preocupadas por la moralidad del asunto no parecen.

-YO: yo no soy así, no sabría ni por donde empezar.

-VANESA: como te dije, puedo ayudarte.

-YO: ¿y por que lo harías? Eres mi novia, tendrías que estar muerta de celos o conmocionada……

-VANESA: por un reto, por divertirme, por la emoción, y sobre todo por que soy tu novia y quiero hacerte feliz de todas las formas posibles, soy tuya, Samuel, te quiero – me besó con tanta delicadez que cerré los ojos y quise morir en ese momento.

-YO: te amo, y soy tan tuyo como puedo serlo, pero Vanesa, me resultaría muy difícil.

-VANESA: ¿acaso son orcos?

-YO: no, son preciosas, ya las ves, pero…..

-VANESA: ¿nunca has tenido la fantasía de acostarte con tu madre o tu hermana?

-YO: ¡no!……….bueno…….si…claro….pero eso son jugarretas de la mente, el complejo de Edipo si quieres llamarlo, pero de ahí a acostarme con ellas….

-VANESA: tú sabrás, tampoco quiero obligarte, pero ¿que pasará cuando acabe el verano? Tu madre, quieras o no, pensará en volver a su rutinaria vida, o quedarse con Joel en una juerga sin fin….y puede decidir no volver a casa.

-YO: ¿crees que nos haría eso?

-VANESA: antes no, pero ahora, tiene a sus 2 hijos ya criados, y ninguna obligación más que con su marido, ¿y si encuentra a otro hombre que la dé lo que tu padre ya no le da? ¿No preferirías ser tú ese hombre y volver a casa con ella? – me acariciaba el rostro para mirarme a los ojos, la evitaba por que no pensaba con claridad si la miraba.

-YO: ¿estás disfrutando torturándome? – sonrió al verse un poco pillada.

-VANESA: soy traviesa por naturaleza, pero eso no cambia que pueda ser verdad.

-YO: no, me niego, yo no seria capaz, y aunque lo fuera, está mal, yo te quiero a ti, y a nadie más – la cogí con fuerza de la cintura y la pegué a mi pecho.

-VANESA: si es lo que quieres, así será.

Cenamos y nos vestimos de fiesta, para el caso vale con describir solo a mi madre, iba con un mini falda de licra negra y un top ceñido sin sujetador, mientras que los demás íbamos como casi siempre, arreglados sin más. Pasé media noche con Vanesa pegada a mí, y con Jaime comiéndole la oreja a mi hermana, que jugaba a no dejarse engatusar pero caía en sus brazos, con Sonia roja de furia al ver como le quitaban a su chico. Sara danzaba a nuestro alrededor con 4 tontos persiguiéndola por ver quien se la llevaba a casa. Mi madre, que ya iba algo tocada del juego en casa, se bebió 3 cubatas y 2 mojitos, con 2 chupitos de tequila y absenta respectivamente, iba con tal ciego que no se tenia en pie sola, pero Joel fue tan “amable” de tenerla sujeta todo el tiempo, del culo y la entrepierna en concreto. Llegado un momento la perdí la pista, Vanesa me centraba demasiado la atención.

-VANESA: oye, ¿y tu madre donde está?

-YO: con Joel, seguro……

-VANESA: ¿vamos a ver que hacen? – me cogió de la mano y me llevó con ella, tardamos poco, estaba con el grupo de mulatos.

Era tan fácil localizarlos, con buscar un corrillo de salidas esperando turno, pero hoy había invitada especial, mi madre. Estaba subida a horcajadas sobre un mulato nuevo, abierta de piernas y siendo follada delante de todos, tenía el tanga metido en la boca, y botaba sin parar, casi me acerco para decir algo, pero no sabía que decir o hacer. El tipo bajaba la cadera y embestía tan fuerte que quedaba suspendida en el aire gritando de placer, terminó levantando el culo al sentir como la llenaban, el mulato la cogió con las manos a la espalda y se dedicó 15 minutos a montarla, mi madre seguía sin soltar el tanga ente los dientes y coceaba de rabia, hasta que se le vaciaron dentro. Al soltarla fue a los brazos de Joel, que se la subió encima, la abrió de piernas y la perforó de cara, soltó 3 alaridos histriónicos antes de besarlo, para luego rebotar contra él como contra un muro, pero partiéndola en 2. Pasado ese tiempo un 3º mulato se puso detrás de mi madre, la preparó el ano, y se la folló por el culo a la vez que Joel la martirizaba, mi madre se arqueó y se retorció entre la suplica y la lujuria más absoluta, se puso de medio lado apoyando un brazo en cada mulato, subiendo y bajando sin cesar, su cara era descompuesta y casi parecía perder el conocimiento, pero no lo hacia, volvía a subir y bajar, con la gente alrededor masturbándose, hombres y mujeres, algunos lo grababan con el móvil, y otros 2 mulatos esperaban turno.

-YO: ¿que hago?

-VANESA: pufff te diría que follarme, me están poniendo a 100, pero si te refieres a ella, nada, no puedes hacer nada a menos que seas capaz de tumbar a 4 mulatos.

-YO: ¡esto es injusto, no, no tendría que pasar!

-VANESA: te lo dije……esto pasaría, y más tarde o más temprano alguna la dejará satisfecha, y no tendrá motivos para volver a casa.

El mulato de detrás la llenó el culo de un semen espeso y brillante, se apartó y uno de los que estaban a la espera la metió antes de que empezara a cerrarse el agujero, eso mató a mi madre que empezó a soltar chorros como un grifo abierto, Joel se reía y seguía abriéndola, el de atrás se corrió y el 4º en discordia iba al relevo, pero Joel la dio la vuelta en el aire, la cogió de la cintura y se la metió por el culo hasta hacerla desmayarse, el relevo la abrió de piernas igual y se la metió por el coño haciendo un emparedado con el cuerpo inerte de mi madre.

-VANESA: yo ya estaría rota….bastante ha durado.

-YO: ¡por favor, ¿que hago?!

-VANESA: ya sabes lo que tienes que hacer, o eso, o llamar a tu padre y decírselo todo.

-YO: ¿pero tú los has visto? ¿Como voy a competir con ellos?

-VANESA: diría que eres el único que puede, no conozco a gente por aquí que la tenga tan gorda como tú, ninguna de esas butifarras de ébano lo son, pero son negros, altos, fuertes y con buenas pollas, las chicas se derriten, pero tú…….eres dulce, sensible y cariñoso, tú puedes hacerla ver las estrellas sin necesidad de emborracharse y follarse a 4.

Mi madre permanecía casi inconsciente mientras Joel y el otro la llenaron de más semen, al acabar la dejaron en el suelo, desorientada, todos se reían y la metían mano, hasta que Joel la cogió y se la subió al hombro como un cadáver.

-JOEL: me voy a terminar la fiesta con esta mami guarra a su casa.

Y se la llevó, le seguí junto a Vanesa, me preocupé mucho del estado de mi madre, pero a medio camino reaccionó, y pudo caminar, o algo parecido, hasta casa. Nos subimos al balcón y allí vimos como la tumbó en la cama, la abrió de piernas y la penetró tan fuerte que creo que la hizo daño, pero se acomodaron y comenzó a reventarla de nuevo, tan fuerte y tan salvajemente que mi madre ni pudo plantear batalla, tampoco es que pudiera debido a su estado, era un trozo de carne siendo acribillado, pero su cuerpo si que respondía, y se corrió varias veces. Vanesa se desnudó y me pegó a su espalda, la penetré en cuanto pude y estuve media hora follándomela de forma tan animal como estaba viendo que hacían a mi madre, Vanesa no pudo evitar jadear pero nadie nos oía, la cogí de los senos y la daba tales golpes que sentía la piel de la pelvis arder en su trasero.

Joel le dio la vuelta a mi madre, que de medio lado sacó el culo, él apretó contra su ano y la perforó como quien pincha un pavo muerto, la azotaba sin recibir más que un gemido ahogado, y se pasó 10 minutos gustándose con ella. Vanesa se corrió tantes veces que perdí la cuenta, y yo al vaciarme la puse de cara a mi, la acaricié hasta volver a tenerla dura, para subírmela encima y volver a metérsela sin descanso. Me besó de forma airada, y botando con sus rizos alegres y sus ojos azules perdidos en mí, lamía y chupaba sus pezones con arte y le llevé a otra serie de orgasmos seguidos que acabaron eclosionando de tal forma que sentí como las contracciones internas de Vanesa me rodeaban el miembro. Mi madre soportó su propia tortura hasta que Joel quiso, y se derrumbó con 5 latigazos que sentía mi madre cerrando los ojos con satisfacción por terminar.

-YO: vamos arriba, estoy cansado y borracho, tengo……….tengo que pensar.

-VANESA: si, mi amor – me cogió del cuello y la subí en brazos a la cama.

Pasado un buen rato escuché a mi hermana meterse en mi cama con nosotros, y a Sonia y Sara follándose a Jaime a la vez, “la lastima fusiona”. Por la mañana estaba abrazado a Marta, que dormitaba en mi brazo, Vanesa estaba despierta, a mi espalda acariciando mi piel, dando besos en algunas partes y lamiendo lentamente otras.

-YO: no puedo hacerlo, Vanesa.

-VANESA: si puedes, y debes.

-YO: mírala, aunque mi madre cayera y la alejara de Joel, no podría hacerlo con Marta.

-VANESA: piensa en lo que viste anoche, aunque te libraras de Joel, ¿cuanto tardarán en meterse otros entre sus piernas, y que le hagan lo mismo a Marta? – cerré el puño lleno de ira solo de imaginármelo.

-YO: no, eso no, antes llamó a mi padre.

-VANESA: o puedes convertirte en el macho alfa, Samuel, toma control.

-YO: ¿y si solo es a mi madre?

-VANESA: puede funcionar, pero Marta querrá lo mismo que todas, creo que ya lo quiere, por eso no busca chicos, ni se aferra a nadie, y está ahí, durmiendo a tu lado, noche tras noche, inconscientemente está esperando que pase algo…..te espera a ti, pero no esperará eternamente, y alguien le dará lo que quiere.

-YO: lo haré, ¿como? – me abrazó con ternura, como sin estar segura de algo, o escuchármelo decir la hubiera dolido.

-VANESA: déjame eso a mí.

Al levantarnos y darnos unas duchas pensé en que si iba ha hacerlo, tenia que darme prisa, tenia 1 mes escaso para doblegar a mi madre y a Marta, de tal forma que se olvidaran de líos de playa o de mulatos, y solo existiera yo. No me convencía el plan, no me gustaba ni deseaba hacerlo, no lo necesitaba, las fantasías o los pensamientos lujuriosos se habían desvanecido con Vanesa, ella era todo lo que yo siempre quise encontrar en una mujer, y lo tenía entre mis brazos. Pero no dejaría que mi familia se descompusiera, y que Marta terminara medio muerta en la cama con 2 mulatos y mi madre nos abandonara por seguir como una perra adiestrada a Joel, por duro que fuera admitirlo, habían demostrado que eran personas sugestionables. Lo haría por un absurdo sentimiento de culpa, por que me sentía responsable de todo, y si yo no lo arreglaba, nadie lo haría.

Me pasé toda la mañana en la playa con Vanesa, hablando de cómo proceder, se cabreaba por que no la prestaba atención y me quedaba embobado repasando el contorno de su espalda con mis dedos, y estirando de sus rizos hasta dejarlos largos, si tiraba de su pelo seria casi tan largo como el de Sonia, pero al soltarlo volvía a su lugar.

-VANESA: ¡¿quieres estarte quieto y dejarme el pelo?!… – se lo atusaba con fuerza –… tendría que alisármelo como suelo hacer, pero con esta humedad me duraría 2 días….

-YO: me encanta como te queda.

-VANESA: ¿en serio? siempre lo llevaba así antes, pero un chico con el que salí me dijo que me lo alisara, y desde entonces siempre lo he llevado liso.

-YO: no te lo alises, estás preciosa con el pelo así de natural – me miró agradecida.

-VANESA: jope, no me despistes con tus tonterías …..– se sujetó un mechón y se lo llevó a la nariz para olérselo, en un gesto dulce y sensual – ….tenemos que trazar un plan que te lleve a dominar esa casa.

-YO: creía que bastaba con mí……..

-VANESA: no seas crédulo Samuel, si eso fuera suficiente las mujeres gobernarían el mundo con un consolador enorme en su cajón…… no, tienes que convertirte en tu padre, pero de una forma mucho más sórdida, imponer un respeto con tu presencia que solo se gana con mano dura y firmeza.

-YO: yo no soy así.

-VANESA: pues tendrás que serlo, piensa que es una fachada, una careta, o un escudo, algo que enseñas para ocultar lo que ahí detrás.

-YO: ¿y como lo hago?

-VANESA: para empezar tienes que ir a por Sonia.

-YO: está enamorada de Jaime.

-VANESA: ¡deja de usar ese verbo!… – pareció enfadarla – …aquí nadie se ha enamorado de nadie, Jaime ofrece solo diversión, travesura y algo de buen sexo, y si él se lo da, tú puedes dar más.

-YO: ¿y que gano?

-VANESA: lo 1º es que demuestres que eres mejor que Jaime, Sara ayuda en eso, pero arrebatarle a la única que se tira de la casa es dejarle en evidencia, y todas te verán superior a él.

-YO: en cuanto lo haga, si es que puedo, irá a por Marta, creo que ya se la tira.

-VANESA: por falta de opciones, solo estás tú y Jaime, por eso no puedes dejar que Joel se meta en casa, Jaime con poco la tiene desbordada, imagina que le haría a Joel o sus “amigotes”, tu hermana es muy inexperta

-YO: yo lo soy…….

-VANESA: cualquiera lo diría…- su gesto al girar medio centímetro la cabeza arqueando las cejas, me hizo sonreír -……en fin, una vez que tengas a Sonia, le dará la patada a Jaime tal como se la dio al tal Jony que me dijiste, él tratará de ir a por Marta o a por a Sara, si, pero ahí es cuando tienes que ser rápido, actuar antes de que pueda pillar a alguna con la guardia baja, y ponerte firme, lograr que no se gane a ninguna. Marta es fuerte y si no es con 5 copas no se lo tira, y Sara está resentida por que se cansó de ella, podemos lograr que Jaime se quedé solo, y si tenemos suerte le echemos de casa.

-YO: ¿echarle? ¿y donde va a ir?

-VANESA: conozco a unas cuantas en la casa de mi amiga que le darían cobijo, en su cuarto, y entre sus piernas, si es listo se pasará todo lo que queda de mes jugando con universitarias, y lo más importante, lejos de tu casa.

-YO: ¿y después?

-VANESA: vayamos por partes, 1º Sonia, y luego ya veremos… – me miró con cariño al verme admirándola el pelo, había enrollado un dedo en sus rizos – … ¡y deja de tirarme del pelo jajajajjaa! – y se abalanzó sobre mi retozado en la arena entre risas.

El plan parecía tener una lógica rara y extraña, pero lógica al menos, así que me pasé 2 días tonteando de más con Sonia, con Jaime atento a lo que ocurría. No era nada, una carantoña en la cintura al pasar a su lado, una mención a su bonito pelo, quedarme mirándola a los ojos verdes, o hacerla alguna foto, todo guiado por Vanesa. Bastó para que se alejara de Jaime lo suficiente como para quedarme a solas un par de veces con ella, eso, y que Vanesa se dejaba llevar por Jaime lo justo para que se olvidara de Sonia, y de paso darla celos. Supongo que Jaime pensaría que si yo iba a por su chica, el iría a por la mía, pero no contaba con que, todo eso, ya se le había pasado por la cabeza a Vanesa. Estabamos jugando a eso y me quedé en la piscina a solas con Sonia, yo iba ya acostumbrado a mi bañador marca/paquete, y ella a ir en top less y la parte de abajo del biquini minúsculo de tanga, estaba boca arriba mirándola mientras ella estaba igual, mirando al cielo tomando el sol. Fuera de maquinaciones, su tetas eran un espectáculo digno de ver y admirar, así que no me resultó difícil quedarme mirándoselas, me pillaba a menudo pero antes apartaba la vista avergonzado, ahora dejaba que me observara hacerlo.

-YO: joder……- me di la vuelta tumbándome boca abajo.

-SONIA: ¿que te pasa?

-YO: nada…..

-SONIA: dime renacuajo……

-YO: es que……tus……..me ponen algo contento….- sonrió mientras se las miraba.

-SONIA: ¿mis tetas? jajaja gracias, y tranquilo, no eres el único….

-YO: te debe doler la espalda un montón.

-SONIA: pues si, un poco, son tan grandes…..

-YO: no es solo eso, además las tienes bien puestas, no caen las cabronas, deben estar tan tirantes que cargar con su peso debe ser un martirio.

-SONIA: jajajja nada que no pueda soportar, y tienen su ventajas….

-YO: ¿por ejemplo?

-SONIA: estas 2 me han invitado a más copas de las que puedas imaginar, además me siento muy a gusto con ellas, me hacen sentir muy mujer.

-YO: es que lo eres, estás muy buena.

–SONIA: ¡mira al mocoso! jajaja no deberías decirme esas cosas o Vanesa se enfadará.

-YO: no es una novia al uso.

-SONIA: puede que no la moleste que me sueltes piropos, pero si la dices eso de mis pechos se puede ofender, ella no va nada mal cargada tampoco…

-YO: si, es cierto, pero las tuyas……….puffff son una barbaridad de bonitas.

Con eso era suficiente, pasarme era descarado, hasta yo lo sentía, según Vanesa planté una semilla, una idea, y con los días Sonia me vería de otra forma. Llegó el Jueves y nos pasamos la tarde entera jugando a las cartas, pese a querer beber menos todos íbamos con un punto alegre de más. Jaime seguía tratando de reconquistar a mi madre o a Sara, y como pensábamos, daba a Sonia de lado, esta se la devolvió en la última mano, perdió Sonia y me eligió a mi.

-SONIA: ¡quiero que me folle Samuel!, por lo visto mis tetas le vuelven un poco loco.

-VANESA: bonita, las tendrás más grandes, pero a mi chico solo le gusto yo…….- era lista hasta medio borracha, la había picado en el orgullo.

-SONIA: ¿ah si? Ven aquí Sam, que te voy a pegar el polvo de tu vida – cogí aire, y Vanesa me dio la mano para darme ánimos, no es que fuera un calvario, pero necesitaba de su aprobación.

Me levanté y caminé hacia Sonia, que se sentó en la mesa totalmente desnuda abriéndose de piernas, me encajé allí y la cogí de la cadera, sentí sus manos en mi pecho desnudo y me agarró la nuca para besarme, fue raro, la conocía desde crío, y sabia de sus muchas andanzas, pero sentir su lengua entrando en mi boca me dejó confuso. Me cogió de las manos y se las puso en el pecho, fue como querer agarrar 2 globos de agua del tamaño de un balón de baloncesto, sentí sus oscuros y granulados pezones endurecerse al tacto y luego me rodeó con la piernas para empujarme y caer sobre ella, que se estiró como una serpiente por la mesa. Lamí apretando uno de sus senos mientras el otro se me salía de la mano, y al alzarla vi sus ojos verdes escondidos tras una cara colorada y viva, con el largo pelo caoba puesto en forma de abanico que la coronaba. Busqué sus labios y esta vez sentí su pasión, abría la boca tanto que parecía que se le iba a salir la mandíbula, para cerrarla lentamente sobre la mía. Sentí sus manos acariciar mis hombros y mi espalda mientras regresaba a sus senos, y luego las bajó a mi cintura para quitarme el bañador, mi única prenda.

-SONIA: eres una caja de sorpresas, me tienes cachonda perdida…..- los trucos aprendidos eso días la hacían efecto.

-YO: te voy a dejar que no vas a querer que te folle nadie más – sentí su escalofrío en la piel y lamí su cuello con delicadeza mientras mi miembro daba cabezazos en sus muslos.

-SONIA: ¡fóllame ya cabrón, me vuelves loca! – antes hubiera bajado entre sus muslos a masturbarla o comérselo, pero eso ya lo había hecho durante la partida, así que froté mi glande contra sus labios un rato, y acerté contra su entrada.

Soltó un gemido travieso al sentir como la penetraba, pero llegado cierto punto noté como mi tranca se abría paso con dificultades, y la casa de Sonia cambió a un grata sorpresa, no la dejé pensar y embestí hasta metérsela hasta la base, gritó descontrolada tratando de sacarme de ella, era un rodeo conmigo tratando de montarla sin caerme.

-SONIA: ¡DIOS QUE GRANDE, JODER, SÁCAMELA CABRÓN, ME HACES POLVO! – en vez de eso, sin mover mi cadera me pasé 3 minutos lamiendo, o chupando, con lentitud y tranquilidad sus pechos, lo que la hacia gritar menos, y jadear más.

No tenia ojos para nadie, creo que mi madre se estaba masturbando junto a Sara, y Vanesa se ocupaba de mi hermana mientras Jaime miraba de reojo .Cuando Sonia volvió a abrazarme, entendí que ya estaba lista y comencé un movimiento lento y cauto de caderas, que ella acompañaba para no sentir otro espasmo al enterrarla de golpe, se generó un movimiento constante que la hacia delirar mordiéndose le labio. Me alcé sobre ella y la abrí de piernas hasta el máximo, sujetándolas con las manos y empezando a subir el ritmo rápidamente, quería ir despacio pero ver sus senos ondular me desquiciaron, y para cuando quise parar no pude, embestía de tal forma que sus pechos le daban en la cara, así que se los agarró pellizcándoselos, y tratando de cerrar las pierans a cada penetración, pero se lo prohibía, y en unos 3 minutos que me hicieron sudar, Sonia guardo silencio absoluto con la cara desencajada, y explotó sacándome de ella, frotándose los labios mayores y manchando la mesa y el suelo.

-SONIA: ¡JODER QUE PUTO GUSTO, MÁS, DAME MÁS!

Me pegó a su cadera de nuevo y la ensarté con facilidad, no sin rozarme y sentir sus interior ardiendo, esta vez la cogí de las caderas y mantuve un ritmo acelerado pero sin esforzarme, fueron al menos 10minutos en que Sonia se retorcía como un hierro candente en el agua y la llevó a otro orgasmos que la hizo resbalar de la mesa y caer al suelo. La cogí de la cabeza y me la chupó con ansia y devoción. Como a todas, no le pasaba demasiado del glande, pero me gustó la forma en que lamía la base. Se puso en pie y se acarició el coño por detrás para recostarse sobre la mesa y ofrecerme su culo, lo amasé y solté algún azote, golpeaba con mi miembro entre sus mulos como castigo, y la penetré otra vez, se resbalaba sobre la mesa, tuve que cogerla de los hombros para tirar de ella hacía atrás y dejarla empalada totalmente, me fundió con un movimiento de caderas en círculos, y no podía permitirlo, tenia que dejarla ida, así que la cogí del pelo haciendo un nudo en mi mano como las crines de un caballo y empecé a darla rápidos y potentes golpes de cadera, al 4º ya a tenia sollozando, con la cabeza echada hacia atrás de tirarla del pelo y las manos dobladas, como colocándose unas gafas imaginarias, con sus senos mojados se sus propios fluidos aplastados bajo su propio peso en la mesa. Fue colosal, así lo sentí, la estaba matando como nunca nadie lo habría hecho, lo sentía en el fondo de de mi ser, daba cortos gritos agudos y golpeaba la mesa con las plasmas de las manos tratando de aliviarse.

-YO: ¿te gusta?

-SONIA: ¡ME ENCANTA, DIOS, ME MATAS, LA TIENES GORDÍSIMA, ME ARDE TODO Y ME ENCANTA! – me tumbe sobre su espalda oprimiendola sin dejar de dar golpes de cintura aferrado a la mesa con las manos , la arqueé al espalda para llegar a su ido.

-YO: dilo…….joder….dilo…..dilo que te gusta como te follo yo.

-SONIA: ¡OHHHHHH DIOS….SI….ME ENCANTA COMO ME FOLLAS…..QUE LES DEN POR EL CULO A TODOS……A JONY, A PEDRO, A LORENZO Y A MI ENTRENADOR PERSONAL, JODER, HASTA AL PUTO JAIME, ME ESTÁS DESTROZNADO MALDITO CABRÓN! – la levante de los senos para ponerla de pie, y sin separarnos, percutir con energía, ahora con la gravedad de mi lado, ella caía clavándosela entera y se giraba besándome desesperada.

Yo ya no podía más, sentir sus senos rebosando y temblando por mis acometidas animales, me hizo explotar en su interior, pata cerciorame, llevé mi mano a su clítoris y se lo frotaba con delicadeza mientras terminaba de cabecear en su interior, cosa que llegado a tal punto, hizo a Sonia vaciarse por completo en el suelo. Me quedé de pie, sudando y agitado, con ella entre mis brazos, una teta en la mano y su coño rezumando de todo en la otra, sintiendo como me deshinchaba,

-YO: ¡joder!

-SONIA: ¡si!……..uf…..si……esto es joder como dios manda…..jajajajaja….que pena que no me haya dado cuenta antes….. ¡Me matas Sam!, dios….estoy rota.

-CARMEN: madre mía Samuel, Vanesa te ha enseñado unos trucos…..

-YO: no ha sido la única – guiñé un ojo a Sara, que se estaba recuperando de aquella visión de mí machacando a Sonia.

-VANESA: es un hombre con todas las letras ya, a mi me deja igual cada día.

-SONIA: ¡pues que suerte zorra de mierda! jajajajaa – pese al insulto todas se rieron mientras Jaime estaba cruzado de brazos.

-JAIME: ¿suéltala ya, no?, tenemos que ir a ducharnos para la discoteca – miré a Vanesa buscado su señal.

-YO: yo me quedó hoy, estoy molido, Sonia me ha dejado doblado.

-SONIA: ¿ah si? Pues yo estoy igual, me quedo a descansar.

-JAIME: pues no quedamos entonces…..

-CARMEN: ¡no!, yo, después de esto, me voy a por Joel…….

-SARA: te sigo hermana, a ver si me presentas a alguno de sus amigos jajajajaja – “tengo que darme prisa o serán 2 mulatos en casa”.

-VANESA; pues yo tengo ganas de bailar, ¿me acompañas Marta?

-MARTA: claro, un placer…….

-VANESA: pero 2 chicas solas………Jaime, ¿nos acompañas? – Jaime sonrió, supongo que pensando que era una ventana abierta.

-JAIME: claro, como podría rechazarlo.

Se vistieron y se fueron de fiesta, yo me quedé con el bañador en la piscina, al rato Sonia apareció completamente desnuda, se metió en el agua y se acercaba peligrosamente, sabia que estabamos solos, Vanesa se ocupó de ello, como planeamos.

-YO: perdona lo de antes……creo que me he pasado….

-SONIA: nada que perdonar tonto, me ha encantado, si te digo la verdad, ha sido el mejor de mi vida.

-YO: ¿de verdad? creía que tenías mucha….experiencia.

-SONIA: y la tengo, tiene su mérito jajajaja, y por eso me ha encantado, si hasta creo que me ha crecido la cadera, me he intentado poner unas bragas y no me entraban – como excusa era pésima.

-YO: pufffff como sea verdad vas a terminar siendo perfecta – se pegó a mi pecho con una sonrisa malvada en los labios.

-SONIA: ¿puedo preguntarte una cosa?

-YO: claro

-SONIA: ¿follo mejor que Vanesa? – una alerta saltó en mi cabeza, Vanesa me dijo que podía pasar.

-YO: no……..vamos….no se….contigo ha sido medio borracha en un juego…..a ella en cambio la dedico horas, y me saca de mis casillas.

-SONIA: ¿y que opinaría ella de que nos acostáramos…….ya sabes……. fuera del juego?

-YO: no creo que la molestara…….es extrañamente liberal…..¿por que? – se pegó a mi presionándome con los senos y besándome en la oreja.

-SONIA: por que quiero demostrarte que se hacerlo mejor, aquí y ahora – sus ojos verdes brillaban con fulgor al separarse un poco, y sus labios se relamieron.

Me besó con fuerza, y la cogí del culo, que al sentir mis manos se abrió de piernas montándome, con el agua hasta media cintura no pesaba nada, así que di vueltas, con ella besándome y su lengua jugando a encontrar todos mis dientes. Ya la tenia dura cuando me puso sus senos en la cara, mojados y con la piel tierna del agua y la noche, lamí uno de ello, succioné con fuerza tirando de él, hasta que cayó rebotando. Con una habilidad anti natural, al bajarse de mi, me quitó el bañador, y me la cogió arrastrándome, me llevó al borde de la piscina y me pidió que la penetrará por detrás, como antes. Fue embestirla y se tuvo que apoyar en el borde para no salirse del agua, la cogí una pierna para levantarla de medio lado y empecé un ritmo que estaba aprendiendo a controlar, ella arrancaba briznas de hierba con cada golpe y sin dame cuenta tuvo un orgasmo, supongo que aún estaba a “punto de nieve”, del polvo de antes.

-SONIA: ¡joder Samuel, me corro, me corro y me encanta!

-YO: eres una mujer espectacular – “si, pero Vanesa es LA mujer.”

Se dio la vuelta y me sentó en el borde de la piscina, cogió mi tranca con ambas manos y la dio lametones con besos hasta dejarla seca, se agachó mojarse los senos y plantó mi polla entre ellos, mi ancha herramienta se vio ridiculizada por aquellas tetas, que la devoraban sin piedad, las movía como sacos de arena, levantándolas y dejándolas caer, no pude evitar correrme como un cerdo y llenarla de semen desde los pechos hasta el pelo.

-YO: ¡madre mia, que pedazo de tetas!

-SONIA: jajaja ¿a que son geniales?

Me bajé al agua y la cogí de los costados sentándola en mi lugar, la abrí de piernas y estuve 10 minutos comiéndoselo con descaro, metiendo dedos y chupando su clítoris, se retorció como un culebra mientras se “sintonizaba” los pezones Cuando ya la tenia dura, la volví a penetrar y no dejé de cabalgarla hasta que media hora más tarde le metí el esperma tan dentro que lo escuché rebotar en la pared de su útero, Sonia se había corrido tantas veces que solo aguantaba la respiración entre cada explosión de sensaciones.

-SONIA: ¡joder con el hermanito, me vas a dejar muerta!

-YO: una pena que Jaime te acapare.

-SONIA: le mando a la mierda a la de ya…..

-YO: hazlo – era lo que buscaba, y me resultó más fácil de lo que pensaba……. bueno, más simple, fácil para nada, me había desfondado con Sonia.

Nos dimos una ducha y nos quedamos en el salón viendo la TV. Regresó mi madre, con Joel, iba pedo y se subieron a follar como mejor sabían, la oírles, Sonia se masturbaba delante mía, y me daba con le pie para que me percatara, al 3º orgasmo de mi madre, claramente identificables según al tonalidad de sus alaridos, Sonia me saltó al cuello y se abrió de piernas montándome de rodillas, se penetró ella sola y se pasó un cuarto de hora botando a diferente rimo que sus senos, hasta que la llegó su orgasmo final, la cogí del culo y planté lo pies destrozándola y sacando mi reserva. Sonia gemía y se frotaba la cabeza de compresión, empezó a tener convulsiones, tembló como una hoja al viento, sacudiendo las manos como si se hubiera quemado, cayendo a mi pecho sin fuerzas, tardé unos minutos más en lograr llenarla de un par de chorros de semen casi trasparente, al sacarla mi polla aún estaba a tensa, y la golpeaba entre las piernas con ella.

-SONIA: ¡puffff me matas, es increíble, 4 en una noche!

-YO: me pasaría el día follándote.

-SONIA: jajaja yo no puedo más, me he mareado esta última vez, otra y me tienen que llevar a urgencias.

-YO: dame unos días y me vas a durar toda la noche – se arqueó posando sus senos en mi barbilla, a los que daba pequeños besos y lamidas.

-SONIA: iba en serio lo de Jaime, le mando a paseo en cuanto vuelva, ¿y tú que harás con Vanesa?

-YO: ¿que voy ha hacer? Es mi novia….

-SONIA: pero después de esto……..yo pensaba…..- la besé.

-YO: ¿que la iba a deja por ti? jajajaja, si quieres eso tendrás que ganártelo en la cama, y por ahora Vanesa te lleva mucha ventaja.

-SONIA: puffff es que ella lleva 3 semanas contigo, dame tiempo.

-YO: tienes 1 mes, hasta la vuelta, si no soy tuyo para entonces, se acabó.

-SONIA: trato hecho – y me extendió la mano, se la di, sin soltarla el culo.

“Una menos”, pensé, Sonia era demasiado orgullosa y terca como para creerse inferior a nadie, y se pasaría el mes entero a mi disposición solo por demostrarlo, antes de darse cuenta de que la había embaucado, o eso me dijo Vanesa. Al rato apareció Sara colgada del brazo de otro mulato, y se subieron a sumarse a los gritos de mi madre y Joel. Al llegar Jaime con mi hermana y mi novia, y vernos en el sofá desnudos y el olor a sexo, ellas sonrieron medio idas, pero Jaime me miró cabreado.

-JAIME: ¿que pasa aquí?

-SONIA: ¡que te dejó!, vete a tomar por culo, ahora Samuel se ocupará de mis orgasmos jajaja – Jaime parecía muy furioso.

-MARTA: ¡joder Sonia!, mira como has puesto el sofá jajajaja – estaba empapado.

-SONIA: ¡tu puto hermano!, que me ha follado 4 veces ya, y no puedo con él…- miró a Vanesa y no mostró arrepentimiento alguno – …perdona Vanesa.

-VANESA: jajaja no pasa nada, mi chico es fuerte como un toro, seguro que ahora subimos y me deja sin aire.

-JAIME: ¡esto es la polla, se folla a Sonia 4 veces y en vez de molestarte te lo quieres subir arriba ¿a él?! ¡¿Cuando llevo toda la noche detrás de ti?! ¡NO ME JODAS! – me saqué a Sonia de encima, y le di un morreo a Vanesa que la dejó saboreando mis labios en el aire con los ojos cerrados.

-YO: ¿hablamos fuera Jaime? así te fumas un porro y te tranquillas – me miró odiándome, seguro que como yo le miraba a él no hacia mucho. Al salir a la terraza me cogió del brazo zarandeándome.

-JAIME: ¿se puede saber que haces? Sonia es mía.

-YO: suéltame……..ella se me ha echado encima…….ya la has visto en el juego de cartas.

-JAIME: ¡a mi no me la pegas!, llevas 2 días tras ella, si Vanesa no es suficiente me la follo yo y tú quédate con Sonia – le aparté el brazo con un monotazo airado.

-YO: te dije que como toques Vanesa te tiro por el balcón, ella es mía por que quiere serlo, no por manipulaciones de críos como tú, si Sonia ha abierto los ojos no es culpa mía, es mayorcita para decidir por si sola.

-JAIME: ¡a mi no me hables así, o te parto la cara! – alzó la mano.

-YO: ya no me das miedo……..eres un niñato, engreído y superficial, y me das lastima – me soltó un bofetón que me dio de lleno en el labio, pero me rehice.

-JAIME: ¡escúchame mierdecilla, estoy hasta la polla de que se rían de mi en esta casa, me vas a respetar! – alzó la mano, y cuando caía, sin pensar, le cogí de la muñeca parando el golpe, fue como si creciera medio metro de golpe ante sus ojos.

-YO: si estás harto de estar aquí, en la casa de las amigas de Vanesa tienen una habitación libre, una llena de fiestas con universitarias salidas, seguro que es tu ambiente, aquí ya no tienes sitio, ya no eres mi amigo, no sé si alguna vez lo fuiste, pero se que no te necesito en mi vida, así que pasa el mes queda aquí encerrado, o lárgate a otra casa, me da igual, pero ya no eres nadie – esta vez él se soltó la mano de un manotazo, y se frotó la muñeca sintiendo el dolor de cómo se la había apretado.

-JAIME: ¿me echas?, ¡¿como tienes los santos cojones?!, desde que estás con la puta de tu novia no hay quien te soporte.

-YO: ¿como la has llamado?

-JAIME: ¡PUTA! ¡Si, a esa guarra que se te ha metido en el coco, se pasa aquí todo el día jodiéndome la vida, y ahora mírate, todo gallito, seguro que por que vas lamiéndola el culo te crees especial, pero ya me ocuparé de ella, que sepas que me la voy a follar tanto que me la va a desgastar, son todas unas zorras, Sonia no era más que un calentamiento, me las he follado a todas, a tu tía, a tu madre y hasta a tu querida hermanita, y entérate bien de esto, como a ellas, ME VOY A FOLLAR A LA PUTA DE TU NOVIA! – según lo dijo mi puño se cerró justo antes de impactar en la boca de su estómago, del golpe se dobló dando un brinco de medio palmo y cayó de rodillas al suelo, escupiendo babas y tratando de coger aire.

-YO: te quiero fuera de esta casa mañana, ya no es opcional, no quiero volver a verte hasta el día de vuelta, y como se te ocurra volver a insultar a nadie de esta casa, incluida mi novia, te juro que te parto el cuello como una rama seca – fue sin gritar, pero mi voz salió del mismo infierno.

Jaime estaba con una mano en alto protegiéndose de mi airada postura, amenazaba con golpearle de nuevo, tenia ganas de darle más puñetazos, tantos como me había guardado todos estos años, pero ante mi solo había un chico patético y asustado, lloriqueando postrado en el suelo, tratando de no ahogarse del poco oxigeno que lograba pasar por la garganta.

Al volver dentro me temblaba el cuerpo entero, sentía que me fallaban las rodillas y que el corazón hacia un agujero en mi pecho a cada latido para salir disparado, me miraba el puño, aún cerrado, magullado y como si vibrara, el cerebro daba la orden de que se abrieran los dedos y dejaran de hacer presión contra mi palma, pero no obedecían los músculos, “adrenalina, es la adrenalina, tienes que calmarte”. No me percaté de que tenia a Vanesa hablándome delante de mi hasta que me cogió de la cara y me la levantó, al ver tras las gafas sus ojos azules escondidos bajo los rizos recordé que tenia que respirar, solté 4 bufidos nerviosos e intermitentes por la boca antes de caer de rodillas ante ella, me abracé a su cintura y ella me envolvió la cabeza con sus brazos.

-VANESA: calma……..ya pasó.

-YO: ¡lo……lo siento…no se que……no debería!- sentía sus dedos acariciar mi pelo.

-VANESA: shhhh tu tranquilízate, respira profundo y céntrate en mi voz, piensa en el mar, en las olas y sus movimientos constantes, piensa en una huella en la arena que se va borrando con el paso de la marea, poco a poco, una y otra vez, céntrate en como se desvanece lentamente, y acompasa tu respiración con la espuma de mar, lentamente – lo hice, vi esa orilla y me pasé unos minutos enfocándola en mi mente, hasta que dejé de temblar, alcé la mirada y vi la cara de Vanesa, era casi maternal, jugaba a peinarme con sus dedos, con un brillo inusitado en sus ojos azules.

-YO: te quiero – y la apreté tanto que la doblé..

-VANESA: jajja para que me vas a romper, ¿estás mejor?

-YO: si………..no…….no lo sé……quiero irme.

-VANESA: vamos arriba mi amor – me cogió de la mano y la seguí sin importarme la dirección, nos tumbamos en mi cama, y me aferré como un niño de 5 años a su madre tras un susto. Marta no apareció esa anoche en mi cama, ni nadie, por un momento toda la casa se paralizó, y solo existamos Vanesa y yo.

-YO: no he debido hacerlo.

-VANESA: no creo que nadie te culpe por lo que has hecho, alguno hasta te aplaudiría.

-YO: pero mañana se enfadará conmigo y …..- me besó tiernamente, tan dulce y livianamente que fue como si me besara por 1º vez, pero nunca la había sentido así.

-VANESA: si sabe lo que le conviene mañana se irá a casa de mis amigas como le has ordenado.

-YO: ¿lo habéis oido?

-VANESA: no hemos podido evitar pegarnos al cristal de la terraza, Sonia, tu hermana y yo lo hemos visto, hasta Sara ha bajado a ver que eran esos gritos, ¿no nos has visto?

-YO: no….yo…….estaba…….furioso, no se si estaban cuando he vuelto, ¿que pensaran de mi?

-VANESA: pues que tienes unos cojones como el caballo de Espartero……- fue su apreciación inicial, luego recapacitó – ….has dado un paso de gigante de cara a nuestros objetivos.

-YO: ¡me dan igual!, ahora solo quiero tenerte entre mis brazos.

-VANESA: cariño, me……me gustara que esta noche no…… hiciéramos nada…..¿te importa?

-YO: claro que no, no me refería a eso – la rodeé la cintura y apoyé mi cabeza en su pecho, acostados de lado mirándonos el uno al otro, con ella cogiéndome de la cabeza, y la acariciaba como un ente diferente a mi, sintiendo como me atusaba con los dedos el cabello, me estaba quedando dormido sintiendo su corazón latir acelerado y el ritmo de su respiración.

-VANESA: gracias.

-YO: ¿por que? – dije cansado.

-VANESA: nadie nunca me había defendido así – solo obtuvo un gemido ronco de mi parte, estaba cansado y abrumado, solo quería perderme y me quedé profanamente dormido.

Por la mañana seguíamos igual, estaba abrazado a su pecho, al mirarla la vi dormida, casi como un ángel con el pelo revuelto y sus rizos tapándola medio rostro, le aparté los mechones y la di un tierno beso en la frente. Eso la desperezó, estiró los brazos y abrió la boca en un bostezo descomunal, al abrir los ojos me vio, y se le escapó una sonrisa arrebatadora, me acarició la cara con los dedos y sentí que nuestro amor duraría milenios.

-YO: hola.

-VANESA: hola, mi galante caballero de blanca armadura – se me enrojecieron las mejillas.

-YO: no digas eso, no estuvo bien.

-VANESA: pues la sensación que tengo es que te quedaste bien a gusto – eso seria si le hubiera reventado la cabeza de Jaime el 1º día que me pidió ir a mi casa para “ver como meneaba el culo mi madre”, a gusto no, pero si obtuve una satisfacción nueva para mi al hacerlo, me habían enseñado a ser un chico formal y educado, nadie me dijo que placentero, o cuan satisfactorio podía llegar a ser darle un puñetazo a un pedazo de gilipollas.

-YO: ¿que hora es? – me cogió del brazo para mirar mi reloj de pulsera.

-VANESA: las 12:15…. – al girar mi mano vio mis nudillos amoratado, con una ligera capa de piel levantada en uno de ellos, con restos de sangre reseca –…. ¡joder si que le diste bien!, ¿te duele?

-YO: no.

-VANESA: deja que te limpie la herida, no se te infecte…. – me miró a la cara y rozó mi labio con un dedo, lo noté abombado –…además tendré que poner hielo en ese labio, está hinchado – antes de levantarse me dio un corto beso, se quiso separar pero la apreté y nos dimos 3 o 4, sonreía alegre cuando la solté.

Regresó con una pomada y unos hielos de la nevera dentro de un paño, me senté en la cama, ella me montó de cara, yo solo iba con el bañador y ella en bragas blancas de libra con un camisón amplío sin sostén. Me puso a sujetar el hielo en el labio y luego, con un pañuelo húmedo, limpió mi mano, echó alcohol etílico y se rió al verme quejándome por el escozor, juntó sus labios y sopló con dulzura aliviándome, para acabar extendiendo delicadamente la pomada en los nudillos.

-VANESA: ya está mi hombretón jajajaja – apoyó sus manos en mi cuello y me frotaba las mejillas con las yemas de sus dedos, todo su proceso lo hice mirándola a los ojos, y ella se daba cuenta pero me huía la mirada abochornada.

-YO: ¿que pasará con nosotros al final del verano?

-VANESA: ¿a que te refieres?

-YO: lo sabes bien, hablamos de que pasará con mi madre pero no de nosotros, tú empezarás el 2º año en la universidad, encima en Madrid, yo empiezo el 1º año, podríamos vernos…quedar……seguir siendo….novios……..y eso….- apretó los ojos con ternura.

-VANESA: nada me gustaría más que eso, pero no puede ser, esto es uno de esos amores de verano, es mejor que queden bonitos y bellos en nuestros recuerdos, que descubramos la realidad del día a día.

-YO: no creo que pueda apagarme como un interruptor, te quiero, y se que pensaré en ti cada día del resto de mi vida – me huyó los ojos y esta vez fue de forma cansada.

-VANESA: Samuel, créeme, no te gustaría saber como soy en realidad, si lo supieras me tendrías asco, y todas estas palabras dulces y todo este cariño se desvanecería, no quiero que eso te pase a ti, prefiero que este sueño sea bonito y se quede así para siempre.

-YO: lo dices como si fueras una asesina en serie o algo.

-VANESA: no, pero si que te mentí.

-YO: ¿en que?

-VANESA: en que si soy venenosa……..dejémoslo así, no quiero hablar de ello ahora……..- se reactivó cambiando de tema -……..¿que tal ayer con Sonia?

-YO: bien……- la seguí el juego, pero me dejó preocupado – ….fue como dijiste, paso a paso.

-VANESA: lo que no esperaba era lo de Jaime, ahora estaba abajo con las maletas hechas, se va con mis amigas, me ha pedido que las avise.

-YO: ni siquiera se ha despedido.

-VANESA: algunos tienen mal perder…….ahora es importante jugar rápido, queda menos de un mes para terminar esto, Sonia ya es nuestra, unos días en la cama con los 2 y no podrá escapar, Sara ayer se zumbó a un mulato, pero por lo visto la dejó insatisfecha, así que es tu oportunidad, me llevaré a Sonia al pueblo y esta tarde házselo como mejor sepas, y será un más.

-YO: ¿y después?

-VANESA: eso ya depende de tu hermana y de tu madre, una de las 2 se ofrecerá, más tarde o más temprano, pero con Joel por medio apuesto por tu hermana.

-YO: Vanesa, contigo y Sonia ya me costará, si le sumas a Sara……..no voy a poder con todas.

-VANESA: no aprendes……esto no es solo sexo, con Sonia bastará, con su orgullo solo con oírte con otras querrá superarlas, pero con las demás no. Lo de ayer con Jaime te ha hecho ganar puntos, he escuchado a Marta relatárselo a tu madre y a Sara, que llegó tarde y solo te vio asestarle el puñetazo, Carmen ni se lo creía….ahora mismo no hay nadie en esta casa que no te vea como un hombre firme y duro, así que no pierdas ese escudo, deja que se maravillen con él.

 

“DE LOCA A LOCA, ME LAS TIRO PORQUE ME TOCAN” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. I LIBRO PARA DESCARGAR

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

Sinopsis:

Un universitario al entrar a vivir en una pensión que le eligió su madre, descubre que las únicas personas que viven ahí son la dueña y su hija. La primera es una viuda estricta y religiosa mientras que la segunda es una rubia preciosa. Lo que no sabe es que ambas creen que su llegada a la casa es un regalo de Dios y que su misión será sustituir al difunto en la cama de la primera.

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

Mi vida dio un giro de ciento ochenta grados cuando me mudé a Madrid a estudiar la carrera. Acostumbrado a la rutina de un pueblo de montaña, me costó asimilar el ritmo de esa gran ciudad pero sobre todo cuando el destino quiso que cayera en esa pensión regentada por una cuarentona y una hija de mi edad.
Como cualquiera en su lugar, al saber que me pasaría cinco años estudiando fuera de casa, mi madre se ocupó de seleccionar personalmente donde iba a vivir. Aunque os parezca increíble se pasó una semana recorriendo hostales, residencias y hasta colegios mayores sin encontrar nada que fuera acorde a sus rígidos conceptos morales y ya cuando creía que se iba volver de vacío, visitó una coqueta casa de huéspedes ubicada muy cerca de mi universidad.
-No sabes la suerte que hemos tenido- recalcó mi vieja al explicarme las virtudes del lugar. –Resulta que acaban de abrir y son muy selectas a la hora de elegir quien se puede alojar con ellas. Para aceptarte, tuve que aguantar un largo interrogatorio, durante el cual se querían asegurar que eras un muchacho de una moralidad intachable.
-¿Y eso?- pregunté extrañado que se pusieran tan exigentes.
En eso, mi queridísima progenitora se hizo la despistada al responder:
-Creía que te lo había comentado. La dueña de la pensión es una señora que se acaba de quedar viuda y que debido a su exigua pensión se ha visto obligada a alquilar cuartos para llegar a fin de mes.
Oliéndome la encerrona, insistí:
-¿No me estarás mandando a un campo de concentración?
Ni se dignó a contestar directamente a la pregunta sino que saliéndose por la tangente, me soltó:
-Un poco de disciplina no te vendrá mal.
Sus palabras junto con la religiosidad de mi madre me hicieron saber de antemano que mis sueños de juerga aprovechando los años de universidad se desvanecerían si aceptaba de buen grado vivir ahí. Por eso, intenté razonar con ella y pedirle que se replanteara el asunto amparándome en que necesitaba vivir cerca de la facultad.
-Por eso no te preocupes, está a una manzana de dónde vas a estudiar.
Sin dar mi brazo a torcer, comenté mis reparos a compartir cuarto con otro estudiante:
-Te han asignado un cuarto para ti solo- y viendo por donde iba, prosiguió: -La habitación es enorme y cuenta con una mesa de estudios para que nadie te moleste.
«¡Mierda!», mascullé pero no dejándome vencer busqué en el precio una excusa para optar por un colegio mayor.
-Es más barato e incluye la limpieza de tu ropa…
Mi llegada a “la cárcel”.
Cómo supondréis por mucho que intenté zafarme de ese marrón, me resultó imposible y por eso me vi maleta en mano en las puertas de ese lugar el día anterior a comenzar las clases. Todavía recuerdo las bromas de mis amigos sobre el tema. Mientras ellos iban a residencias “normales”, a mí me había tocado una con toque de queda.
-Recuerda que me he comprometido a que entre semana, llegarás a cenar y a que durante los fines de semana la hora máxima que volverás serán las dos de la madrugada.
-Joder, mamá. Si en casa llego más tarde- protesté al escuchar de sus labios semejante disparate.
A mis quejas, mi madre contestó:
– Vas a Madrid a estudiar.
Cabreado pero sobre todo convencido en hacer lo imposible para que esa viuda me echara en el menos tiempo posible, miré el chalet donde estaba ubicada la pensión y muy a mi pesar tuve que reconocer que al menos exteriormente, era un sitio agradable para vivir. Desde fuera, lo primero que pude observar fue el coqueto jardín que rodeaba la casa.
Aun así, la perspectiva de convivir con una mujer tan mojigata como mi vieja seguía sin hacerme ni puñetera gracia.
«Menudo coñazo me voy a correr», pensé mientras tocaba el timbre.
Al salir la dueña a abrirme y a pesar de ser una mujer atractiva, mis temores se vieron incrementados al salir vestida con un traje completamente de negro y cuya falda casi le llegaba a los tobillos.
«¡Sigue de luto!», titubeé durante un segundo antes de presentarme.
La mujer ni siquiera sonrió al escuchar mi nombre. Al contrario creí ver en su gesto adusto una muestra más de la incomodidad que para ella representaba que un desconocido invadiera su privacidad. Asumiendo que mi estancia sería corta, decidí no decir nada y cogiendo mi equipaje la seguí al interior. Apenas traspasé el recibidor, me percaté que ese lugar denotaba clase y lujo por doquier, lo que afianzó mi idea que en vida de su esposo a esa bruja no le había faltado de nada. Y en vez de alegrarme por las aparentes comodidades que iba a tener, me concentré en los aspectos negativos catalogando a esa señora como “una ricachona venida a menos”.
Tampoco pude exteriorizar queja alguna de mi habitación porque además de su tamaño, estaba decorada con muebles de diseño de alto standing pero fue la cama lo que me dejó impresionado:
«Es una King size», me dije nada más entrar.
Mi sorpresa se incrementó cuando la cuarentona me enseñó que por medio de una puerta tenía acceso a un lujoso baño con jacuzzi pero entonces bajando mis expectativas, Doña Consuelo me informó que tendría que compartir ese baño con ellas. No queriendo parecer un caprichoso, me abstuve de informarle que según mi madre iba a tener baño propio.
«No creo que eso sea problema», me dije al ver que tenía pestillo mientras me imaginaba disfrutando de esa enorme bañera llena de espuma.
Fue entonces cuando con tono serio, mi casera me informó que la comida estaba programada a las dos y que se exigía un mínimo de decoro para sentarse en la mesa. Asumiendo que no era bueno causar problemas desde el primer día, pero como desconocía a qué se refería con ello, se lo pregunté directamente:
-Somos una familia clásica y por ello deberá llevar corbata.
Comprenderéis que para un muchacho actual esa prenda era algo que jamás se pondría para comer y por eso comprendí medio mosqueado que mi madre hubiese insistido en meter una en la maleta.
«¡La jefa lo sabía y se lo calló!», maldije en silencio mientras me retiraba ya cabreado a mi habitación.
Me sentía estafado al no saber qué otras cosas me había ocultado para que aceptara a regañadientes vivir allí. Cómo comprenderéis me esperaba cualquier otra idiotez y reteniendo las ganas de mandar todo a la mierda, me tumbé en la cama a descansar.
«Al menos es cómoda», murmuré al disfrutar de la suavidad de las sábanas de hilo y lo mullido del colchón.
Sin darme cuenta y quizás porque estaba cansado por el viaje, me quedé dormido. Durante casi una hora disfruté del sueño de los justos hasta que un pequeño ruido me despertó. Al abrir los ojos, me encontré con la que debía ser la criada de la pensión deshaciendo mi maleta y colocando mi ropa en el armario.
«No debe haberse dado cuenta que estoy en la habitación», pensé mientras disfrutaba del estupendo cuerpo que alcanzaba a imaginar tras el uniforme que llevaba. «Tiene un culo de infarto», sentencié ya espabilado al contemplar las duras nalgas que involuntariamente exhibió frente a mí mientras se agachaba a recoger uno de mis calzoncillos. Fue entonces cuando de improviso, vi que esa rubita se llevaba esa prenda a la nariz y se ponía a olerla con una expresión de deseo reflejada en su rostro.
«Joder con la cría», me dije al comprobar que bajo la tela de su camisa dos bultitos reflejaban la calentura que le producía husmear mi ropa interior. Reconozco que me pasé dos pueblos al querer aprovechar ese momento:
-Si quieres te dejó oler uno usado- le solté señalando mi entrepierna.
La muchacha, al oírme, se giró asustada y al comprobar que no solo el cuarto estaba ocupado, sino que el huésped había descubierto su fetiche, huyó sin mirar atrás. Esa reacción me hizo reír y por primera vez pensé que no sería tan desagradable vivir allí si todo el servicio se comportaba así…

Conozco a Laura, la hija de la dueña de la pensión.
Sobre las dos menos cuarto, decidí que ya era hora de cambiarme de atuendo y ponerme la dichosa corbata. Había pensado en seguir vestido igual y anudármela sobre la camisa que llevaba pero la visita que había recibido en mi habitación, cambié de opinión y deseando dejar un regalito a la criada, me puse otra muda dejando el calzón usado colocado en una silla.
«Espero que le guste», murmuré, tras lo cual, bajé al comedor a enfrentarme con la siguiente excentricidad de Doña Consuelo.
La señora se estaba tomando un jerez en el salón, haciendo tiempo a que yo bajara. Al verme entrar, me preguntó si deseaba algo de aperitivo antes de comer.
-Lo mismo que usted- respondí.
Luciendo una extraña sonrisa, abrió un barreño y sacando una botella, rellenó una copa mientras por mi parte, echaba una ojeada a las innumerables fotos que había en esa habitación. La presencia en todas ellas de un tipo, me indujo a pensar que era el difunto marido de esa cuarentona. Siendo eso normal, lo que me extrañó fue que en ninguna aparecía nadie más.
«Parece un homenaje al muerto», resolví y no dándole mayor importancia, recogí de sus manos la bebida que me ofrecía.
Curiosamente al llevármela a los labios, la viuda se quedó mirando fijamente a mi boca y creí vislumbrar en sus ojos un raro fulgor que no comprendí. Medio cortado al sentirme observado, alabé la calidad del vino.
-Era el preferido de mi marido. Juan siempre se tomaba una copa antes de comer. Me alegro que sea de tu gusto, es agradable tener nuevamente un hombre en casa que disfrute de las pequeñas cosas de la vida- contestó saliendo de su mutismo.
La inesperada expresión de felicidad que leí en su hasta entonces hierática cara, despertó mis dudas del estado mental de esa mujer pero cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, vi entrar a la criada al salón. Las mejillas de esa chica se ruborizaron al advertir que aprovechaba su llegada para dar un rápido repaso a su anatomía. No queriendo que su patrona me descubriera admirando las contorneadas formas con las que la naturaleza había dotado a esa cría, dirigiéndome a Doña Consuelo comenté:
-Aunque mi madre había alabado esta casa, tengo que reconocer que nunca creí que iba a vivir entre tanta belleza- ni siquiera había terminado de hablar cuando me percaté que mis palabras podía ser malinterpretadas. Había querido ensalzar el buen gusto de la decoración pero, aterrorizado, comprendí que podía tomarse por un piropo hacia ellas.
No tardé en advertir que la cuarentona lo había entendido en ese sentido porque, entornando en plan coqueto sus ojos, me respondió:
-Gracias. Siempre es agradable escuchar un halago y más cuando llevaba tiempo sin oírlo.
Sabiendo que había metido la pata, me tranquilizó comprobar que no se había enfadado, me abstuve de aclarar el malentendido. Justo en ese momento, la uniformada rubia murmuró:
-Mamá, la cena ya está lista.
Mi sorpresa fue total y mientras trataba de asimilar que una madre humillara a su hija vistiéndola de esa forma, la cuarentona respondió:
-Gracias- y pidiéndola que se acercara, me presentó diciendo: -Laura, Jaime se va a queda a vivir con nosotras.
La cría, incapaz de mirarme a la cara, bajó sus ojos al contestar:
-Encantada de tenerle en casa.
«¡Qué tía más rara!», reflexioné al notar que se dirigía a mí de usted siendo más o menos de mi edad. «Debe de estar cortada al saber que conozco su secreto».
No queriendo parecer grosero, fui a darle un beso en la mejilla pero retirando su cara, alargó su mano y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:
-El placer es mío.
La reacción de la chiquilla poniéndose instantáneamente colorada me indujo a pensar que me había malinterpretado y que veía en esa fórmula coloquial, una velada referencia a su fetiche. No queriendo prolongar su angustia, pregunté a la madre si pasábamos a comer.
La cuarentona debió ver en esa pregunta una galantería porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo como antiguamente se colgaban las damas de su pareja al entrar a un baile y sin mayor comentario, me llevó al comedor.
«¡No entiendo nada!», mascullé sorprendido.
Si estaba pasmado por el comportamiento de esas mujeres, realmente no supe a qué atenerme cuando ya sentados a la mesa, Doña Consuelo bendijo la comida diciendo:
-Señor, te damos las gracias por los alimentos que vamos a tomar y por haber escuchado nuestras oraciones al permitir nuevamente la presencia de un hombre en nuestro hogar.
«¿De qué va esta tía?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”.
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar y más nervioso de lo que me gustaría reconocer pronuncié “amen”, mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban. Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa señora me estaba mirando con deseo y no queriéndome creer que fuera verdad, esperé a que comenzaran a comer antes de atreverme a coger los cubiertos.
Afortunadamente, Laura rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al preguntar qué iba a estudiar. Agradeciendo su intervención, le contesté:
-Ingeniería Industrial.
Al oírme, dio un suspiro diciendo:
-¡Cómo me hubiese gustado estudiar esa carrera!
Desconociendo que iba a pisar terreno resbaladizo, cortésmente, le pedí que me dijera porque no lo hacía pero entonces de muy mal genio, su madre respondió por ella:
-Esa no es una carrera para una dama. Laura debe centrarse saber llevar una casa para así conseguir un buen marido.
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa respuesta un grotesco machismo pasado de moda pero sabiendo que no era un tema mío, me abstuve de hacer ningún comentario y mirando a la muchacha, le informé con la mirada que no estaba de acuerdo.
Al darse cuenta, la cría sonrió y al pasarme la panera aprovechó para agradecérmelo con una caricia sobre mi mano. La ternura de sus dedos recorriendo brevemente mi palma tuvo un efecto no deseado y bajo mi bragueta, mi pene se desperezó adquiriendo un notorio tamaño. De no estar sentado, estoy seguro que la hinchazón de mi entrepierna me hubiese delatado.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé excitado.
Doña Consuelo, o no vio la carantoña o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a enumerar las costumbres de esa casa:
-Como ya sabes, somos una familia tradicional. Comemos a las dos y cenamos a las nueve. Si algún día no puedes venir, deberás avisarnos para que no te esperemos…
-No se preocupe- dije molesto al recordar el estricto horario que debería cumplir durante mi estancia allí. –Si por algún motivo me retraso, se lo haré saber con tiempo.
La mueca de la cuarentona me informó que no le había gustado mi interrupción y me lo dejó meridianamente claro al seguir diciendo:
-Tu madre me informó que tus clases empiezan a las ocho y media de la mañana por lo que diariamente, te despertaremos a las siete para que así te dé tiempo de darte un baño y desayunar antes de salir de casa…
«¡Qué mujer tan pesada!», sentencié mientras escuchaba las reglas por las que se regía esa casa.
-Todas las mañanas, Laura recogerá tu ropa y arreglará tu cuarto para que al llegar, encuentres todo listo.
Acostumbrado a valerme por mi mismo, le expliqué que no hacía falta y que desde niño me hacía la cama pero entonces casi gritando, la cuarentona me soltó:
-En esta casa, ¡Un hombre no realiza labores del hogar!- y dándose cuenta que había exagerado, cambió su tono diciendo: -Queremos que te sientas en familia y no nos gustaría que pensaras que somos de esas feministas que no saben ocupar su lugar.
«Esta mujer sigue anclada en el siglo xix», me dije alucinado por lo rancio de sus pensamientos justo cuando ya creía que nada me podía sorprender, Doña Consuelo exigió a su hija que se pronunciara al respecto:
-Laura, ¡Dile a Jaime qué opinas!
La rubia, mirándome a los ojos, contestó:
-Don Jaime, lo que mi madre quiere decir es que mientras viva en esta casa, nos ocuparemos gustosamente de satisfacer todas sus necesidades.
Os juro que fui incapaz de contestar porque mientras la hija hablaba, un pie desnudo estaba recorriendo uno de mis tobillos.
«¡Cómo se pasa teniendo a su madre enfrente!», rumié mientras mis hormonas se alborotaban al sentir que esos dedos no se conformaban con eso y que seguían subiendo por mis muslos.
«Va a conseguir ponerme bruto», temí cuando noté que se hacían fuertes entre mis piernas y comenzaban a rozarse contra mi pene.
Preocupado por las consecuencias de tamaño descaro, retiré ese indiscreto pie y mientras lo hacía, devolví la caricia regalándole un cómplice apretón con mi mano. Laura debió decidir que había captado la idea porque no volvió a intentar masturbarme durante la comida.
Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a Doña Consuelo. No tuve que ser un genio para comprender que se había dado cuenta de lo ocurrido al ver que, bajo la tela negra de su vestido, los pezones de la viuda mostraban una dureza que segundos antes no tenían.
«¡Lo sabe y no le importa!», proferí en silencio una exclamación mientras pensaba en lo extrañas que eran esas dos mujeres. «Exteriormente se comportan como unas mojigatas pero algo me dice que son un par de putas», sentencié ilusionado. Ya creía que sin saberlo mi madre me había colocado en mitad de un harén cuando la cuarentona pidió a Laura que bajara el aire acondicionado porque tenía frio.
«Era eso», mascullé mientras me recriminaba lo imbécil que había sido al pensar que Doña Consuelo se sentía atraída por mí.
Asimilando mi error, todavía me quedó la certeza que al menos la hija era un putón desorejado y sabiendo que tendría muchas oportunidades de calzármela, decidí tomármelo con calma:
«¡Ya caerá!».
El resto de la comida transcurrió sin nada más que reseñar y por eso al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando recordé las normas de la casa y girándome, informé que en media hora me iba de la casa.
-Señora, he quedado con un amigo pero no se preocupe, volveré antes de la nueve.
-Te estaremos esperando- contestó la viuda mientras ordenaba a su hija que recogiera los platos.
Y en mi habitación, vi el calzoncillo que había dejado en la silla y recordando las caricias de la rubia decidí premiarla con otro regalo.
«Estoy seguro que le gustará», sonreí y cogiéndolo, me puse a pajearme mientras me imaginaba a la muchacha entrando en la habitación maullando como una gata en celo.
Era tanta la excitación que me había producido su magreo durante la comida que no tardé en descargar mi simiente sobre la prenda. Satisfecho cogí un boli y un papel para escribir una dedicatoria:
“Zorra, dejo mi leche para tu boquita”.
Tras lo cual la escondí en su interior y devolví el calzón a la silla de donde lo había cogido. Sin nada más que hacer, me quité la corbata y salí a recorrer Madrid como el muchacho de dieciocho años que era….

 

Relato erótico: “El pequeñín 6” (POR KAISER)

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“¡Ya yo me voy a estudiar con mis amigas chao!” grita Carolina, la hermana mayor de Sebastián, antes de irse, “¡pórtate bien!” le replica su madre, “mama si solo voy a estudiar”, “y yo soy un monje tibetano” agrega de Sebastián de manera sarcástica, sabe bien lo que significan esas “reuniones de estudio” de su hermana, Carolina lo mira con furia pero no dice nada. “No seas pesado Sebastián, sabes que tu hermana es muy estudiosa y le va muy bien en sus exámenes” le contesta su madre, “de seguro da puros exámenes orales” murmura en voz baja de tal forma que solo Carolina lo escucha.
“¡Ven acá pequeño renacuajo te romperé la cabeza!”, Sebastián sale corriendo y se encierra en su habitación antes que ella lo atrape, “¡eres un imbecil ya te voy a agarrar!” le grita pero Sebastián no se preocupa. La relación entre ambos antes era fluida pero desde que Carolina le hizo unas burlas en el pasado se han vuelto bastante tormentosas, Sebastián ahora ya no se preocupa por las bromas que le hacen, pero aprovecha cada ocasión que puede para fastidiar a su hermana y devolverle el favor.
Ya es de noche cuando el teléfono de la casa suena, Sebastián esta por irse a dormir cuando escucha que su madre lo llama a gritos. “¡Que pasa, que pasa me voy a dormir!”, “¡vístete de inmediato y quiero que te vayas con tu hermana!” esto por que los hermanos sus hermanos están en un viaje de estudios, Sebastián abre los ojos de par en par, “¿debe ser un chiste?”, “¡no, no lo es, me acaban de llamar tu padre desde la oficina, se colapsaron cuatro servidores y hay un desastre con toda la información perdida así que deberé ir a ayudarle y esto nos tomara toda la noche!”. Sebastián no comprende mucho, “¿y eso que tiene que ver conmigo?, puedo cuidarme solo”, pero su madre no lo ve de esa manera.
De malos modos sube a su habitación y se viste, “Carolina va a matarme por esto” piensa para si mismo. Tras vestirse recoge unas cosas en su bolso, “que raro tu hermana no contesta, bueno vete en un taxi y cuando llegues allá me llamas”, Sebastián intenta alegar por ultima vez pero es en vano, a pesar de todo aun lo tratan como a un niño chico algo que él detesta y lo pone de mal humor.
Al bajarse del taxi frente a la casa de Rachel, la amiga de Carolina donde están estudiando, Sebastián escucha el sonido de la música a todo volumen, tras asomarse por la cerca observa que en el patio de la casa hay una feroz fiesta que esta en lo mejor. “¡Ja, con que reunión de estudio ni que carajo!”, decidido a hacerla pasar un mal rato Sebastián se cuela sin tocar la puerta, con el ruido de la música nadie escucha cuando él salta el cerco y casi se rompe el cuello al caer encima de unas cajas de madera que no vio.
Carolina comparte con sus amigas cerca de la parrilla donde se están preparando unas carnes junto a otros amigos, ella conversa alegremente y se bebe un trago cuando Rachel se le acerca, “oye, ¿no es ese tu hermano menor?”. La cara de horror que Carolina puso al ver a Sebastián lo dijo todo, “¡ahora si que te voy a asesinar!”. “¡Tranquila, tranquila no fue idea mía venir!”. Sebastián entonces procede a explicar lo sucedido y el por que lo enviaron. Las demás amigas y amigos de Carolina se acercan a ver que sucede.
“Realmente te compadezco por tener como hermano a este perdedor” dice Rachel haciéndole un gesto de desprecio, Sebastián no se inmuta. “¡No se como lo vas a hacer pero te largas en el acto!” le grita Carolina furiosa, “si así lo quieres me voy, total no era mi intención venir a este, prostibulo” responde Sebastián mirando de reojo a Rachel que es la dueña de casa, “iré a la oficina de los viejos y les diré que no me quisiste recibir en la fiesta en la que estas y me enviaste solo de regreso”, se da media vuelta y se pone en marcha, pero en ese momento Carolina lo sujeta y lo tira de vuelta.
“¿Cómo que fiesta?, es una reunión de estudios” le dice en un tono amenazante, “pues yo no veo ninguna reunión de estudios, yo veo una fiesta y más encima estas hedionda a alcohol” responde Sebastián desafiándola. “Hermanita, no hay nada que puedas hacerme que no me hayan hecho antes” agrega después. Carolina suspira profundamente, “esta bien, dime tu precio”, “¡vaya, así que esto es lo que se siente tener el sartén por el mango, es reconfortante!” y suspira profundamente lleno de satisfacción. “¡Ve al grano de una vez!” le grita su hermana exasperada, “bueno ya que lo mencionas y lo pides con amabilidad, en primer lugar quiero bebida, comida, una habitación alejada y un televisor”, “hecho” responde Rachel, “y en segundo lugar quiero que te hagas cargo de hacer mis tareas por todo un mes y me vas a dar la mitad de tu mesada”, “¡pues te vas al demonio en este instante!” responde su hermana escandalizada ante semejante trato, “¡esto es un chantaje, no un acuerdo comercial, tómalo o déjalo ese es el precio de mi silencio!”, Carolina sabe muy bien que Sebastián es capaz de delatarla, apretando los dientes acepta.
“Ven por aquí” le dice Rachel, cuando Sebastián se pone en marcha tras ella, “¡eres todo un pendejo!” le dice Valentina, una de las amigas de Carolina, “¡señor pendejo para ti mujer, además si yo soy un pendejo tu eres una puta!”. Valentina no estando dispuesta a soportar insultos se abalanza sobre Sebastián y lo sujeta del cuello, pero él permanece tranquilo, “sabes hermanita, cualquier agresión física a mi hermosa persona significaría el rompimiento inmediato de nuestro acuerdo”, Carolina los separa a ambos, sabe bien que no esta en posición de hacer demasiado por ahora, “gracias, así esta mejor, pero vamos sigan adelante no se preocupen por mi”.
Rachel lo deja en una habitación del segundo piso con todo lo que pidió. “¿Satisfecho?” le pregunta con sarcasmo, “pues por ahora si, puedes irte te llamare cuando te necesite” le responde Sebastián con arrogancia, “no te pases de listo mocoso imprudente” y da un violento portazo. Ciertamente Sebastián esta gozando esto.
A medida que transcurre la noche y la fiesta la cosa se pone cada vez más intensa. Luego de un par de copas todos se olvidan de Sebastián que se entretiene comiendo, viendo tele y después con un computador portátil que le prestaron. Aprovecha de ver varios videos pornográficos que están en el además de algunos juegos. Abajo ya el alcohol esta haciendo efecto y en varios rincones se va a algunas parejas metiendose mano, Carolina ciertamente no es la excepción siendo una chica bastante guapa y popular comienza a hacer un trío con Rachel y otro amigo. Otros ya están desnudos en la piscina, pero los chicos están tan ebrios que según Valentina, “no sirven de mucho a estas alturas”.
“Vamos llévalos, sácalos en silencio que no te escuche el pendejo ese”, sin embargo Sebastián escucha claramente todo, pero se hace el desentendido. Luego de escucharlas bajar las escaleras Sebastián mira, a escondidas, por la ventana hacia la piscina y el lugar de la fiesta, pero un árbol no lo deja ver mucho salvo un grupo de chicos borrachos que siguen bebiendo y apenas se mantiene en pie. Creyendo que se trata de una falsa alarma va a cerrar la ventana cuando se percata de algo. Daniela y Jocelyn están besándose apasionadamente y corriéndose mano entre ellas a vista de los demás.
Sebastián bien escondido las observa, ve como se van quitando la ropa y siguen dándose unos apasionados besos con lengua y empiezan a lamerse entre si. Ambas se dan con todo sin tapujos. Sebastián queda con la boca abierta, todas estas chicas ya son bastante mayores que él, todas universitarias como su hermana e incluso Carolina se muestra muy desinhibida a estas alturas.
Si bien por sentido común Sebastián sabe que debe quedarse donde esta su calentura termina por ganarle y en silencio baja al primer piso y desde ahí trata de ver algo más aunque sin mucho éxito, la piscina esta algo alejada y donde se encuentra no se ve demasiado. Así que se dirige a la cocina y sale por la puerta posterior. Se oculta tras unos arbustos y observa lo que ocurre en la piscina, es toda una orgía lesbica.
Daniela, Rachel, Jocelyn, Valentina y Carolina están ahí montándoselo entre ellas mientras los chicos están todos borrachos incapaces de hacer algo. Observa a su hermana de espaldas en el borde de la piscina con sus piernas abiertas y Rachel lamiéndole el coño, Daniela se pone encima de su hermana y se soba sus pechos, lejos posee el busto más grande entre todas, mientras Carolina le hace sexo oral. En otro lado Valentina esta en cuatro sobre una mesa con su gran trasero bien expuesto y Jocelyn le mete incansablemente un consolador en el culo mientras usa sus dedos en su sexo.
Sebastián siente que su miembro le va a romper los pantalones por la erección que tiene, nunca pensó que su hermana fuese así de caliente ya que ella siempre se había mostrado más recatada. “¡Vaya, vaya pero que tenemos aquí!”, Sebastián se da media vuelta y se topa cara a cara con Francesca a quien no había visto y que se encuentra también desnuda. Sebastián trata de arrancar pero ella lo reduce de inmediato, por desgracia Francesca es cinturón negro en karate y muy buena también.
“¡Oigan chicas miren lo que me encontré por aquí!” grita Francesca alertando a las demás. “¡Pequeño degenerado estabas espiándonos aquí te pasaste de la raya!” le dice Rachel que se pone frente a él, Carolina se cubre un poco y se muestra algo más seria ahora. Francesca con ayuda de Valentina sujetan a Sebastián de pies y manos. “No sean malas, el pobre seguramente nunca había visto a una mujer desnuda”, Sebastián se hace el tonto, Susana, Isabel, Mónica, Jessica, Elena, piensa él, para evitarse más líos prefiere no responder.
“¿Saben por le dicen el pequeñín?” habla Rachel y todas le ponen atención, “por que tiene así un maní” agrega después burlándose y haciendo un gesto con los dedos, las carcajadas brotan de inmediato incluso Carolina se ríe. “Saben, ya es hora de darle una lección a este pendejo” dice Valentina que no se olvida como la trato Sebastián antes, “bajémosle los pantalones lo fotografiamos y lo subimos a Internet”. “Eh chicas no creo que sea una buena idea” les dice Sebastián, que aun siente su miembro terriblemente erecto y duro, solo lo ajustado de sus pantalones y ropa interior oculta su tremenda erección.
“Oh que pasa, el nene quiere llorar” se burla Rachel, “demasiadas palabras ya bájaselos de una vez” demanda Jocelyn. Todas, incluso Carolina, se le acercan y lo rodean. Rachel se hinca frente a él y le desabrocha el pantalón, “¡es en serio no es una buena idea!” les ruega Sebastián, “ahora ajustaremos cuentas” dice Carolina.
“¡Aquí esta!” dice Rachel al tiempo que le baja los pantalones y ropa interior a Sebastián de un solo movimiento, sin embargo la verga de Sebastián sale disparada como si tuviera un resorte y golpea a Rachel en la punta de su prominente y afinada nariz. “¡Idiota me pegaste con… que…!”, las caras burlescas de todas se borraron como por arte de magia, algunas no dan crédito a lo que tiene ante sus ojos y después se voltean hacia Carolina que tampoco cree lo que ve.
“¡A esto le llamas un maní, pero si es enorme!” le reclama Francesca. El miembro de Sebastián esta en plena demostración de poder, con su cabeza roja brillante y su tronco completamente erecto y duro como acero. “¿Oye y es de verdad?” pregunta Daniela con algo de ingenuidad. Francesca lo toma con sus manos haciendo saltar a Sebastián, “pues si es de verdad, es increíble esta tan dura y tiesa, la siento palpitar en mis manos”, de inmediato todas, excepto Carolina, se lanzan a manosear el miembro de Sebastián como para asegurarse que es real, “¡oigan, oigan más respeto!” se queja él, pero no le ponen atención.
Valentina tiene una idea, “tráiganlo y pónganlo aquí”, entre todas lo levantan y lo ponen encima de silla de playa. Pese a los forcejeos de Sebastián ellas se las arreglan para amarrarlo a la silla e inmovilizarlo dejándolo acostado. Sebastián sigue intentando liberarse pero es inútil, ellas por su parte tiene otros planes en mente.
Luego de unos instantes de vacilación Jocelyn toma la iniciativa y se la comienza a masajear con ambas manos, de arriba abajo apretándola con fuerza, “¡pero de donde sacaste esto, pero si esta tan dura es como si tuviera un hueso dentro!”, “¡a un lado déjame probar!”, Valentina desea cerciorarse por si misma si es verdad tanta maravilla y tras masajeársela un rato le hace una mamada ante la sorpresa de las demás que observan atentamente como semejante miembro desaparece en su boca y luego le pasa su lengua por toda su extensión. “¡Oye me toca!”, “¡a mi también!”, Francesca y Daniela se lanzan y entre ambas comienzan a mamarsela sin detenerse. Daniela y Rachel tampoco se quedan atrás y entre todas se turnan para mamar semejante miembro que es el más grande que han visto.
“¡Siempre había querido pajear con mis pechos una verga así!” dice Daniela que posee los pechos más grandes entre sus amigas. Lo envuelve por completo y lo restriega con fuerza. Sebastián se siente en las nubes, pero así y todo reclama para que lo dejen ir, “¡hablas demasiado!” le dice Rachel que se monta sobre él poniéndole su coño en la cara, “¡oh vaya, pero si hasta su lengua la sabe usar!” y mueve lentamente sus caderas. “que pasa, ¿no vienes?” agrega después mirando a Carolina cuya boca se le hace agua. Todas la miran y Francesca mueve el miembro de Sebastián como ofreciéndoselo.
Carolina se acerca y se hinca al lado de su hermano que apenas ve algo con Rachel en su rostro, “vamos, has los honores” dice Valentina y Carolina lo pone en su boca y se la empieza a mamar. “¡Eres toda una puta mamandosela a tu hermano menor!” bromea Francesca. Las chicas se la chuparon con tantas ganas que Sebastián se esfuerza por no acabar, algo que le resulta sumamente difícil ante la intensidad con que se lo hacen, además ellas siguen dándose entre si y ve como Francesca y Daniela le meten mano a su hermana mayor y la hacen que siga mamando su miembro.
“¡Ya es hora, ve tu primero!” le dice Jocelyn a Carolina que se pone sobre Sebastián que la observa algo confundido, nunca había visto a su hermana con esa mirada tan lujuriosa en sus ojos. Rachel sujeta su miembro y Carolina, que es más esbelta y delgada, se va dejando caer encima. Carolina empieza a gemir a medida que el enorme miembro de su hermano menor se va metiendo en su sexo hasta que finalmente lo acoge todo. “¡Presiona contra mi sexo es impresionante!” exclama ella que poco a poco le cabalga encima con más fuerza, a Carolina le toma un tiempo acostumbrarse pero lo esta gozando como nunca, incluso Sebastián se relaja y deja todo en manos de las chicas.
Carolina se folla bien duro a su hermano y las otras chicas no se quedan solo mirando. Se besan entre ellas y a Carolina le acarician sus pechos, pequeños, pero bien formados. Francesca le hace un dedo en el culo y pronto Sebastián se ve con Valentina poniéndole su sexo en la cara. Es una orgía con todas sus letras y él en el centro de todo.
“¡Oye deja algo para las demás te lo puedes follar cuando quieras!” reclama Daniela que de inmediato toma el lugar de Carolina, sus pechos se agitan vigorosamente mientras se lo monta sobre Sebastián. Francesca y Rachel le chupan sus pechos y Carolina le mete mano a diestra y siniestra, “¡oh si es tan dura, tan tiesa, tan exquisita!” exclama en medio de sus fuertes gemidos. Sebastián no solo se ve obligado a satisfacerlas con su miembro, también con su lengua ya que ellas se turnan para ponerse encima de su rostro. Rachel, Francesca y Jocelyn se le montan después dándole con todo y quedando impresionadas por lo bien que se mantiene pese a que lo han follado de forma bien salvaje.
Valentina sin embargo, tiene otros planes para él. Ella va a buscar a su bolso una botella con lubricante y la aplica sobre el miembro de Sebastián y después con ayuda de Rachel y Daniela en su culo. “Siempre había querido recibir una así aquí atrás” comenta algo nerviosa. Valentina es la más bajita en estatura, pero posee un enorme trasero. Sebastián la observa incrédulo como se le acerca, Carolina sujeta su miembro y lo guía entre las prominentes nalgas de Valentina. Sebastián ve como su miembro se empieza a abrir paso y los quejidos de Valentina delatan como su se abre ante semejante miembro. “¡Me va a partir en dos!” grita ella hasta que poco a poco lo recibe por completo, Sebastián siente como su miembro se ve apretado de una forma increíble.
Fueron los minutos más placenteros de su vida, Sebastián siempre había querido darle por el culo a una chica pero siempre dudo seriamente que alguna se lo permitiría, hasta ahora. Valentina arremete con todo y pronto Daniela coge el consolador y se lo mete en su coño mientras las demás se lo montan entre ellas. Valentina lo follo hasta que Sebastián no pudo más y termino acabando de una manera tan abundante que las dejo sorprendidas a todas. Incluso Francesca y Rachel se lo volvieron a follar para hacerlo acabar de nuevo.
“¡Uff, pero que bien estuviste, parece que no eres tan pendejo después de todo!” le dice una sonriente Valentina a Sebastián que aun amarrado trata de recuperar el aliento, Sebastián y Carolina intercambian miradas cómplices, “esta bien, si alguien pregunta fue una reunión de estudios pero con una condición”, todas lo miran extrañadas, “¡que me desaten en este instante con un demonio!”.
Durante una semana ni Sebastián ni Carolina hicieron comentario alguno por lo sucedido, lo único extraño en casa era la paz que reina entre ellos pero aparte de eso nada más. El sábado los padres de Sebastián tuvieron que ir a la oficina otra vez y él se queda solo en la casa. Tras jugar un rato en su computador baja a buscarse algo de comer cuando se topa cara a cara con su hermana y con las amigas de esta que lo rodean en el acto.
“Hola” dice él visiblemente nervioso, “hola” le responden ellas que lo miran fijamente y de forma bastante lasciva. “Decidimos tener una reunión de estudios aquí” le dice Carolina, Sebastián trata de alejarse pero le cierran el paso, Valentina le muestra una botella con un liquido bastante familiar y Daniela juguetea con una cuerda en sus manos. Carolina chasquea sus dedos y antes que Sebastián se de cuenta Francesca aparece por su espalda.
Una hora después Sebastián se encuentra atado a la mesa de centro, nuevamente las chicas se turnan sobre él mientras beben unas cervezas, “¡es realmente necesario que me amarren!” se queja Sebastián, “¡pues si, te ves mejor!” le responde su hermana. En ese momento se oye el timbre de la puerta y Daniela, desnuda y todo, va a ver. Se asoma un poco y después abre dejando pasar a otro grupo de chicas. “Decidí invitar a otras amigas para que las conozcas mejor” dice Carolina, “esta será una larga noche” piensa Sebastián.
 
 

Relato erótico: (Once minutos en el infierno) (POR VIERI32)

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NUERA4¿Inmortalidad? Nunca creí que en ella pero cada vez que veía ese tatuaje; esos extraños símbolos que me dibujó ella Sin-t-C3-ADtulo12bajo las luces de las velas… cada vez que lo veía, no hacía más que preguntarme en mis adentros; ¿Y si realmente funciona? ¿Pude alguien engañar a la Muerte? Aunque lo mío era pura curiosidad, jamás depositaría mi esperanza y fe en un bonito tattoo de origen indígena.
– ¡Ariel!
Repentinamente oí su voz, tocando la puerta de mi departamento e inmediatamente alcé la voz para decir que estaba abierta. Sandra Ramírez… siempre fue la buena para nada que conocí en una noche de bar, jamás dejaría de serlo ni aunque pasaran mil años. Y yo tan enfermo por sonreír cada vez que me rondaba con esos ojos de gatita. Ambos sabíamos que no debíamos, pero a ella no le importaba, siempre que podía la jodía, y yo no dejaba pasar cada ocasión de tenerla pese a que un maldito anillo se nos interponía, parecía que sólo en otra vida ella y yo estaríamos juntos sin tener que desviar constantemente la mirada a los relojes para ver si aún nos quedaba tiempo.
Entró en mi departamento con ese vestidito negro que tanto escote sabía dar, lanzando su cartera al suelo a escasos centímetros de mis pies, sin saludos, sin abrazos ni miradas, ella era así. Se dirigió hacia el mini bar que estaba cerca del ventanal para hacerse de una copa, quise ver su rostro pero como afuera atardecía, la luz naranja del sol le daba en la espalda y no hacía sino oscurecer tanto el rostro como el cuerpo. Y entonces, mientras yo estaba echado en el sofá, fumando, contemplando su silueta oscura, pronunció las palabras que jamás quería escuchar;
– No podremos volver a vernos.
– ¿Y eso? – respondí echando una bocanada del humo de mi cigarro, intentando verle el rostro – ¿ahora te vas a poner puritana? ¡Por favor! Van dos años que estás con Arturo y nunca dejaste de visitarme…
– ¿Puritana? No es por eso, Ariel – dijo acercándose con una copa en mano, por fin pude contemplar sus ojos de gatita, amansados, casi tristes – iré con él a vivir en…
– Ni me lo digas – interrumpí – ¿piensas irte tan lejos?
– Consiguió el contrato por el que tanto trabajó, ambos lo hablamos y concluimos que lo mejor sería mudarnos allí, crecer… tener una familia.
– Familia… te conozco, ¿planes de familia?… te conozco más que él, ésa no eres tú.
Sin hacerme caso, bebió de la copa y la devolvió al mini bar. Jugó luego con su anillo matrimonial, con unos giros lo retiró del dedo para ponerlo dentro la copa. Ahí íbamos de nuevo, otra vez pecaríamos y nos reiríamos de sus promesas matrimoniales.
– Entonces viniste para darme tu último adiós – dije mientras ella se retiraba los tacos altos para lanzarlos por el alfombrado.
– Mmm… no, no me gustan las despedidas – respondió acercándose, arrodillándose ante mí, dándome la espalda para que yo pudiera bajarle el cierre del vestido negro.
– Entonces viniste por una última noche – le susurré al tiempo en que el cierre bajaba y bajaba.
– Casi acertaste, corazón. Hoy vine por… la mejor noche.
Se levantó, imponente, infinitamente alta ante mí con tan sólo un tanga negro cubriendo el objeto de mis deseos, apenas un triangulito sobre su monte de venus – hoy te daré lo que siempre quisiste – y recogió su cartera del suelo.
– Quédate conmigo.
– ¿Cómo?
– Es lo que siempre quise, preciosa.
– No, eso no – sonrió, poniendo un dedo entre mis labios, acercándose a mi oído– me refiero a… “eso que tanto quisiste”.
– No me bromees, Sandra.
– Ni que fuera la gran cosa… además, ya he tenido relaciones de ese tipo, sé cuánto duele pero a la vez sé el grado de satisfacción que trae.
– ¿Ya has tenido… ? Joder, y en dos años siempre te me has negado…
– ¡Ah, no! No me entrego a ese tipo de placeres carnales así por así, querido, ni siquiera mi marido ha tenido ese privilegio.
– Tu marido… ese afeminado ricachón jamás te pediría lo que yo.
– ¡Eso no es de tu incumbencia!
– Ah, aquí vamos de nuevo… lo siento, preciosa.
– Como sea, veremos si soy tan puritana como creías – dijo retirando una bolsita negra de su carterita.
– ¿Es un juguete?
– No, es un… – y metió su mano en la mencionada bolsa para retirarla con una sonrisa de punta a punta.
– Qué morbosa eres.
– Ah, ¿ya no soy puritana?
– Una puritana jamás se compraría un jodido enema. Y tampoco una casada con planes de tener una familia.
– ¿Y cómo vas a saber eso? En fin, que voy al baño un momento… al parecer esto llevará su tiempo, ¿me esperarás?
– A ti te espero toda la vida.
Toda una vida y más. Tres años atrás era el hombre más desgraciado, la muerte de mi primera esposa y una depresión horrible me perseguían, pero todo terminó cuando conocí a Sandra en una noche en el bar Puerto Montt, una noche más que especial para ella; su despedida de soltera.
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Por eso ella representaba algo más que una mujer amante, casi mi salvación, una noche con ella me libró los años de sufrimiento que cargaba… ¡y el hecho de que ella pronto tomaría un avión rumbo a otro continente era algo que me sobrepasaba! ¡Cómo me enfermaba esa sensación quemándome las entrañas, tenerla y saber que pronto no estaría conmigo! ¡No otra vez! ¿¡Primero mi esposa y ahora ella!? Tal vez en otra vida encontraría goce y prosperidad porque en la actual todo parecía ser un castigo tras otro, tal vez… ¡tal vez en otra vida!
Pasaron los minutos y mi rabia fue calmándose con el correr de los cigarros. Pasaron otro minutos y por fin Sandra salió del baño; “Estoy… estoy lista” – dijo recostada sobre el marco de la puerta del baño, desnuda, imponente, hermosa, con el mismo tatuaje que el mío impreso cerca del pubis;
– Ese tattoo… ¿qué coñazos significaba? – pregunté levantándome, acercándome a la copa que contenía su anillo.
– ¿Ya lo olvidaste? Qué vergüenza… si tú tienes el mismo en el brazo.
– Sí, cómo olvidar la tarde en que me lo dibujaste a las luces de las velas.
– Dicen que es una burla a la muerte… casi como una fórmula de inmortalidad.
– Ya recuerdo, quienes tengan estos dibujitos se reencontrarán en otra vida, ¿no? Sí, recuerdo que me descojoné bonito al oír eso… ¿a cuántos se los has hecho?
– ¡No te burles! Parte del mito es que, cuando una mujer recibe el tatuaje, ella podrá dibujárselo sólo a una persona más… y yo te elegí a ti.
– Qué bonito gesto, preciosa, pero a mí no me van esos cuentitos – Y apagué mi cigarro dentro de la copa que contenía su anillo de matrimonio. Sandra se enojó cuando me vio hacerlo…
– ¿Por qué lo apagas ahí? Sabes que luego me lo tengo que poner.
– Es que… como sé que no te gusta el olor a cigarro cuando estamos en la cama– sonreí antes de acercarme a ella para tomarla de la mano.
– Y tampoco me gusta el olor a cigarro en mi anillo, cabroncito.
Entramos en la habitación, inmediatamente Sandra apagó las luces y dejó que la única luz fuera la del atardecer que atravesaba la cortina.
– ¿No es hermoso? Extrañaré nuestras tardes, Ariel. Y créelo o no, extrañaré mirar el reloj para ver si aún nos queda tiempo.
– No tienes por qué extrañarlas.
– ¿Seguirás insistiendo que me quede?
– Toda la vida, y si tu tatuaje funciona, te insistiré otra vida más.
Se sentó en el borde de la cama, el gatito de sus ojos se había transformado en una tigresa en celo, un animal feroz que me ordenaba que la hiciera suya por última vez.
– ¿Hasta en otra vida? Esa pesadez me hace recordar a mi marido – y abrió las piernas.
– ¿Tu marido jamás sospechó en estos dos años? – pregunté arrodillándome pero manteniendo mis ojos clavados en los suyos, justo con mi boca a centímetros de su sexo. Soplé y ella se estremeció, mordiéndose el labio inferior.
– ¿Nunca te cansas de preguntar lo mismo? Pues n-n-n-no… ¡nooo!.. – respondió en el preciso instante en que mi lengua se introducía en los secretos de su sexo, comiendo, mordiendo, lamiendo, chupando todo aquello que se cruzara con mi boca.
Me aparté por unos segundos para mirarla fijamente; – ¿Y tú nunca sospechaste algo de él?
– ¿Yo de él? Él no sería cap… cap… capaz… joder… él no sería capaz de hacerme eso.
– ¿Y …?
– Te mataré como sigas preguntándome tonterías mientras metes lengua… m-m-me entendiste… ah, cabrón… ¿¡me entendiste!?
Llevé sus muslos sobre mis hombros para facilitar mi tarea mientras ella se tumbaba en la cama, jadeando, susurrando lo muy maldito que era yo por hacerle recordar a su marido. Y justo en ese instante mi lengua fue bajando desde su sexo hasta su ano, recorriendo y ensalivando la distancia entre ellas… juro que jamás oí a Sandra gemir tan endemoniadamente.
– Te entendí.
– Huuumm… ¿por qué eres tan cruel conmigo, Ariel?
– ¿Cruel yo?
– Sólo… sólo deja de hablar, interrumpes constantemente el morbo… sólo sigue haciendo lo que estabas ha… hacien… joder, de eso mismo habl… ¡hablaba!
Metí el dedo corazón en aquel pequeño agujero, tan apretado, ¡casi podía sentir la rugosidad del lugar! Sandra se estremeció, arañó levemente la sábana. Dos dedos, arqueó su espalda y gimió algo poco entendible. Nuevamente pasé la lengua, Sandra casi parecía estar poseída, retorciéndose, rodeando mi cuello con sus piernas… y por fin, a duras penas logré introducir el tercer dedo que terminó por arrancarle un quejido de dolor.
– Tres dedos – dije tensándolos en su esfínter– mírate nada más, qué viciosa eres.
– ¿P-Por qué no te callas?
– Ahora chúpamela – dije retirándolos cosa que terminó por tranquilizarla un poco, su cuerpo antes atiesado se relajó inmediatamente.
– ¿¡Ahora!? – preguntó reponiéndose a duras penas.
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Sonreí, parándome con mi miembro balanceándose frente a ella; – Por más de que te hayas puesto un enema allí, las cosas siguen siendo muy… apretadas, por decirlo de alguna manera. Así que chupándomela te ahorrarás mucho dolor… digamos que tu saliva es el lubricante perfecto.
– Estás loco, ¿mi saliva?, ¡que para eso traje el lubricante!, sólo debes buscarlo en mi cartera.
– ¿El que estaba en tu cartera? Pues… mientras fuiste al baño me encargué de tirar el jodido lubricante por la ventana – mentí.
– Serás un pervertido jodido hasta la cabeza, sabes que es nuestra última noche… ¡sabes que no me queda otra opción! – y me sonrió maliciosamente.
– Sólo nos quedan dieciséis minutos más, ¿no? Pues bien, te daré cinco minutos para que me la chupes como la casada pervertida que eres, de ti depende, sabes que si no lubricas mi verga como se debe, la penetración podría ser más dolorosa. Y otra orden corazón, con tu mano derecha estimulará tu clítoris.
– ¿Me ordenas? Humm… me encanta cuando te pones así.
– El líquido de tu coñito también es un buen lubricante, así que de vez en cuando, restriega los dedos encharcados de tus jugos, en tu ano… será un buen ejercicio, cuatro tareas al mismo tiempo, ¿no? Chupar y lubricar con la boca… y masturbarte y lubricarte con tu mano derecha.
– ¿Vamos a jugar de nuevo a lo del amo y la sumisa? Porque creo que no tenemos tiempo Ariel.
– Cuatro minutos y cincuenta segundos…
– ¿Qué?
– Se te acaba el tiempo, preciosa.
– Serás… ¡serás pervertido! – y dicho esto se inclinó para meter mi sexo en su boca, pajeándolo, sujetándolo con su mano izquierda mientras que su derecha fue directamente a restregarse su botoncito de placer.
Sí que la conocía, si su esposo supiera que la futura madre de sus hijos se empeñaba a ensalivar mi sexo para facilitarme las cosas. Si él supiera que ella lubricaba mi verga con su propia saliva para que le rompiera el culo… yo la conocía, una casada con planes de formar una familia no haría eso. Una mujer así no se me acercará en una noche del bar Puerto Montt para invitarme a salir afuera. ¡Una mujer así no se masturbaría como posesa para enviar el caldo de su coñito directo al ano!
– Mírame a los ojos Sandra – dije dando un cachetazo a uno de sus pómulos- Eso, así me gustas… q-qué guarra eres.
Por cinco minutos sólo se oía la saliva chocando constantemente entre su lengua y el glande. Esos ojos, esos ojos de tigresa en un rostro tan bello haciendo un acto repugnante… si tan sólo su marido supiera.
Bruscamente volví a interrumpirla con un suave golpe en su mejilla.
– Terminó el tiempo.
– Mmm… joder, mi boca… mi aliento huele a tu… nada.
– Ahora preciosa, ponte en esa pose con la que me matas… sobre la cama… de cuatro patas, tú sabes.
– Pervertido, que eres un pervertido… … ¿así?
Era una imagen celestial, la diosa de mis sueños más perversos de cuatro patas, con su rostro hacia la cabecera de la cama. Fui a la cama para arrodillarme ante el monumental trasero, llevando nuevamente tres dedos en su ano…
– ¡Ouch!… definitivamente no sabes cómo tratar a una dama, cabrón.
– Definitivamente has hecho un buen trabajo… mira con qué facilidad entran tres dedos… cuatro dedos… – dije introduciéndolos, sacándolos, introduciéndolos, Sandra hundió su rostro en la almohada, arqueando su espalda, tensando sus piernas, arañando más fuerte la sábana.
Los retiré lentamente, ella suspiró, relajándose, me dijo algo pero debido a su respiración agitada no pude entenderla. No me importó mucho, sobretodo porque la punta de mi sexo ya estaba reposando justo en la entrada de su lubricado agujero repleto de los jugos de su feminidad, brillante, ansioso por la orden de entrada, firme, palpitante ante el tembloroso cuerpo de mi amante.
– O-Once minutos – suspiró ella.
– ¿Qué? – pregunté reposando mis manos en sendos lados de su cadera.
– Sólo nos quedan… once minutos.
– Once minutos, ¿eh?
– Y si sigues repitiéndolo serán menos, cabr… ¡ooouch!
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Nuevamente hundió su rostro en las almohadas, apenas logré introducir una porción pero al parecer era demasiado. La sujeté con más fuerza por la cadera, poco a poco fui introduciendo otra porción pero realmente era un pasaje extremadamente apretado.
– Preciosa… relájate… sólo relájate y pronto estarás disfrutando.
– ¿Q-que me relaje, dices? Es fácil dec… – y nuevamente entró otra porción que la hizo chillar como posesa. Arqueó su espalda perlada del sudor, casi intentando zafarse de mí por instinto, pero mis manos eran más fuertes y la mantenía en su lugar.
Y por fin pude adquirir ritmo, por fin comencé a disfrutar el placer carnal más delicioso, más apretado, rugoso, más morboso, mi sexo desaparecía a la vista, ella casi lloraba… un tabú menos en mi vida y una sonrisa oscura más en mi haber.
Por unos segundos me preocupé por Sandra debido a la sinfonía de chillidos que se gastaba con gestos físicos muy notorios, pero mi preocupación duró sólo segundos… desde mi posición no podía ver su rostro, pero sí pude ver su mano derecha moviéndose, dirigiéndose hacia su entrepierna para posteriormente friccionar su sexo. Su cuerpo había hecho desaparecer la tensión, los músculos del esfínter parecían dar abasto a mi sexo… Sandra disfrutaba conmigo.
– Guarra. Serás guarra hasta en tu otra vida.
Once minutos, once minutos de sexo obsceno en mi departamento. Sandra terminó por correrse, encharcando nuevamente su mano de sus jugos, inmediatamente me ordenó que la soltara porque empezaba a sentir un dolor que la sobrepasaba. Al menos eso fue lo que entendí ya que ella no era capaz de articular una palabra debido al dolor. Fueron mis últimos once minutos con ella y cerré la jornada corriéndome en su interior. Sandra se molestó y cayó sobre la cama pero con su mirada fija en el reloj de la pared.
Pasaron unos minutos, ya era de noche pero ella no hacía más que mantener su mirada en la hora, acostada, débil, cansada mientras yo la consolaba a besos en el cuello, era lo menos que podía hacer por una mujer que representaba mi todo, por la mujer que me había salvado de una vida de dolor y oscuridad, por aquélla quien tiernamente creía que nos reencontraríamos en otra vida.
Pareció salir por fin de su estado para susurrarme; – Tu baño… necesito usar tu…
– Quédate acostada, vamos, sólo unos minutos más.
– Joder… mira la hora… ¡llegaré tarde!
– En estas condiciones caminarás como pingüino y delatarás a medio mundo lo que has hecho – reí -… vamos, quédate.
– ¿Por qué te empeñas tanto? Por más que lo intentes…
– …
Silencio… sólo hubo silencio. Ella sabía perfectamente el porqué de mi insistencia. El perder a mi primera esposa representó la muerte de una parte importante de mi vida, y haber conocido a Sandra fue casi una experiencia religiosa, casi una resurrección… perderla, dejar que ella viajara para vivir a miles de kilómetros de distancia era para mí una segunda muerte… sí, ella lo entendió perfectamente. Se acercó para abrazarme y hacerme dormir en sus pechos como consuelo.
– Me quedaré un rato más… – susurró mientras acariciaba mi pelo y el tatuaje del brazo – pero en el fondo sé que entiendes y respetas mi decisión, Ariel.
– – –
Era de madrugada, un par de ruidos me habían despertado. A mi lado no estaba ella, nunca estaba allí, era su marido quien gozaba ese privilegio… maldito. Inmediatamente salí del cuarto y la vi girando el pomo de la puerta para salir, de reojo observé la copa del minibar y ésta ya no poseía su anillo;
– ¿Te vas? Sabes que puedes quedarte.
– Ariel… y tú sabes que no puedo. ¿Ves la hora? ¿Con qué excusa tendré que presentarme a mi hogar?
– Siempre serás la buena para nada que conocí en el bar Puerto Montt…
– ¿Qué? ¿Y eso a qué viene?
– La que conocí… la que siempre vuelve en busca de más. ¿Por eso no te gusta despedirte? Porque sabes que volverás, ¿no?
imagen41– Y tú siempre serás el pervertido que me miraba con una sonrisa bonita… Si te dijera… estuve a punto, pero a punto de dejar a Arturo por ti… ¡pero él habló de tener una familia, Ariel!, una parte de mí desea abandonarlo y vivir contigo, pero la otra parte… la otra parte quiere… enmendar mis malos actos para comenzar una vida decente.
– Pues bien, despídete, preciosa. Si te vas para siempre, al menos despídete, mírate, tan fría…
– ¿Despedirme? ¿Qué sentido tiene despedirse de alguien a quien tarde o temprano volveré a ver?
– ¿¡Pero qué!?
– Nos encontraremos en otra vida, de eso estoy segura – dijo secándose unas repentinas lágrimas – Sólo asegúrate de buscarme en un bar donde pasen buena música, como en el bar Puerto Montt… te estaré esperando con esa misma mirada que tanto te fascina… y yo te reconoceré por esa sonrisa que tienes.
– Genial, te me volviste loca.
– ¿Recuerdas el tattoo que te hice? ¡No son sólo bonitos símbolos con contenidos vacíos o sin sentido! Te lo dije, es una burla a la mismísima Muerte, un sacrilegio casi… y cuando te digo que en otra vida nos encontraremos, será así. Así que… ¿ qué sentido tiene despedirme, corazón?
Y se fue tras la puerta, dejándome caer de rodillas e inconsolable, dedicándome esos ojos de gatita que parecían a punto de llorar… sólo me dio una última mirada y un extraño adiós. Creyó que fueron los mejores minutos de mi vida al darme lo que siempre le rogué, pero sólo me regaló el peor infierno.
¡Juraría que había un millón de años entre ambos!, entre mis deseos y mis realidades. ¿De qué me sirvieron esos once minutos de sexo delicioso si yo sólo pensaba que jamás volvería a tener ese inmenso placer carnal con ella? Once minutos entre el placer más grato y el dolor más cruel… juraría que el tiempo en que uno toca el cielo con la punta de los dedos para caer y morir desangrado contra el suelo del infierno… es de once minutos exactos. Y todo sucedió sin adioses, sin despedidas melancólicas, sólo dos, tres, cuatro lágrimas y un abrazo final. Otra muerte más en mi haber.
Once minutos en el infierno, y cada segundo me supo a tu nombre, tu cuerpo y todo lo que representas para mí. ¿Acaso esperábamos un final feliz? Como mucho me queda la vaga esperanza de que en otro tiempo nos conoceremos de nuevo en una ocasión más propicia, sin anillos de por medio.
Miré el tatto de mi brazo… ¿realmente nos reencontraríamos en otra vida?, ¿realmente nos burlarnos de la mismísima Muerte sólo por un mito impreso en un tatuaje? Lo último que perderé será mi esperanza y mi fe, y todas las depositaré en los sacrilegios que dibujaste en mi brazo.
Hasta otra vida entonces, preciosa, con suerte allí encontraremos un final feliz.
– Once minutos en el infierno –
 Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com
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Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (2)” (POR ALFASCORPII)

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no son dos sino tres2Mi cuñada, mi alumna, mi amante (2)

sin-tituloCon el agua caliente cayendo sobre mi cabeza, los remordimientos volvieron a aparecer. Tras 12 años de monogamia, al segundo mes de casado, le había puesto los cuernos a mi reciente esposa, y nada menos que con su hermana pequeña.

Miré mi entrepierna, y vi mi flácido miembro aún embadurnado con los restos del fluido vaginal de mi cuñada mezclado con mi propio semen. Me limpié bien, y mientras me aclaraba, el sentimiento de culpa se convirtió en satisfacción por el polvazo que acababa de echar con el ardiente volcán que es mi joven cuñadita. Salí de la ducha rememorando cada detalle y, recordando con una sonrisa lo de mi mote, me sequé bien con la toalla. En ese momento me di cuenta de que toda mi ropa estaba en el salón-comedor, así que salí desnudo y me quedé petrificado cuando entré en el salón y me encontré con Patty de nuevo.

No se había movido de donde la había dejado, seguía desnuda sentada en el sofá, exhalando humo a través de sus sensuales labios, con una pierna cruzada sobre la otra y con sus pezones duros como para rayar cristal.

Mi polla reaccionó antes que yo mismo, y empezó a alzarse ante la visión de tan sensual imagen.

– ¿Pero no te habías ido?- pregunté sorprendido.

– No hay ninguna prisa, Tere no llegará antes de las 9, así que tenemos tiempo. Acércate.

Seguí paralizado observándola, recorrí con mi mirada su cara y todo su cuerpo desnudo salvo por las botas, ante esta visión mi verga respondió endureciéndose al máximo para apuntar al objeto de su deseo.

Me acerqué al sofá y me quedé de pie ante ella, totalmente desnudo, con mi polla tiesa como una estaca. Ella no se levantó, siguió fumando tranquilamente estudiando con su verdeazulada mirada todo mi cuerpo.

– ¡Cómo me gusta lo que veo!- susurró.

Descruzó la pierna y me mostró su coño con sus labios bien abultados de excitación. Comenzó a acariciarme el pecho con una mano, recorriéndolo y acariciando mis pezones para ponerlos duros. Bajó por mi vientre, deslizando sus dedos con suavidad, y siguió bajando. Acarició mi tremenda erección con delicadeza y sopesó con dulzura mis testículos produciéndome un agradable cosquilleo. Dio la última calada al cigarrillo, lo apagó, y mientras su mano izquierda acariciaba mis huevos su mano derecha empezó a acariciarme mi glúteo izquierdo. Fijó sus ojos en los míos, y sin dejar de acariciarme dijo:

– ¿Te chupa la polla mi hermana?.

– Sí- contesté yo anhelando lo que parecía que estaba por llegar.

– Tienes una polla deliciosa, no me extraña que mi hermana te la chupe todos los días y la quiera para ella sola.

– No me la chupa todos los días, sólo de vez en cuando.

– ¿No te hace una mamada cada mañana?. ¡Qué desperdicio!.

– Me la chupa alguna que otra vez, hasta que ve que estoy a punto y me pide que la folle.

– ¡Qué tía más egoísta!, entonces nunca te ha hecho una mamada como te mereces.

Sus palabras y caricias hicieron brotar la primera gota de mi polla.

– Me voy a comer esta polla y te voy a hacer la mejor mamada de tu vida, ¿te apetece?.

Esa pregunta estaba empezando a convertirse en una especie de código entre ambos. Yo no contesté, simplemente acerqué mi polla hasta sus jugosos labios. Patty besó la punta de mi verga y relamió la gota de líquido mirándome a los ojos. Su mano seguía acariciándome los huevos mientras su lengua recorría toda mi verga. Con los labios de nuevo sobre el glande me miró fijamente con sus ojazos y, sin apartar la vista, fue deslizando mi polla hacia su boca succionándola golosamente.

Sus labios eran suaves y su boca cálida y húmeda. Todo mi cuerpo se estremeció de placer y solté un profundo: “¡Ooooohhhh!”.

Mi cuñada se metió mi rabo en la boca todo lo que pudo, hasta que la punta tocó su garganta, pero aún así no llegaba a meterse todo mi marmóreo falo. Y si cuando se la metió me gustó, ni que decir tiene el gustazo que me dio cuando empezó a sacársela lentamente succionando con fuerza con los labios, hasta que el extremo volvió a salir con un característico: “¡Flock!”, fue increíble.

– Tienes una pollaza enorme y deliciosa- me dijo pajeándome suavemente con su mano.

– Ahora mismo es tuya, preciosa. Si me la chupas tan bien como acabas de empezar, conseguirás que me corra rápido.

– Mmm, es lo que quiero, que te corras pero sin prisa. Quiero disfrutar la polla de mi cuñado y hacerle sufrir de placer hasta dejarle seco. Quiero que nunca puedas olvidar esta mamada y no puedas pensar más que en repetirla.

– Ufff, la expectativa me está matando… ¡cómete mi polla de una vez!.

Patty me sonrió con cara de viciosa, y de nuevo, sin dejar de mirarme volvió a succionarme la verga. Sus movimientos eran pausados, con auténtica dedicación en cada uno. Chupaba y chupaba succionando mi músculo y acariciándolo a la par con su lengua. Yo estaba en la gloria, sin poder dejar de mirar cómo mi falo era engullido por sus sonrosados labios mientras sus ojos me miraban llenos de lujuria.

Poco a poco fui sintiendo que el orgasmo me llegaba, pero ella me la chupaba tan bien y despacio que en lugar de provocármelo inmediatamente, me mantenía todo el tiempo en un preorgasmo placentero y a la vez doloroso, porque mis huevos estaban totalmente llenos y necesitaban descargar.

Estaba volviéndome loco de placer, y empezaba a sufrir deseando correrme. Tras 15 minutos de increíble mamada estaba tan a punto que tuve que avisarla:

– ¡Patty, estoy a punto de correrme!.

Pero ella, en lugar de hacer lo que siempre hace mi mujer: dejar de chupármela y metérsela en el coño, o como mucho hacer que me corra terminándome lo empezado con una decepcionante paja, mi cuñada bajó la vista, cerró los ojos, y continuó succionando con más fuerza acelerando, ahora sí, el ritmo de las chupadas.

Entonces todo ocurrió como a cámara lenta. Sentí los primeros espasmos de mi próstata liberando el contenido que subía desde mis doloridos testículos.

– ¡Patty, me voy a correr en tu boca!- conseguí decir entre jadeos.

Mi querida cuñada debió sentir cómo mi polla se hinchaba aún más y palpitaba dentro de su boca, porque hizo una última y profunda succión con la que se sacó casi toda mi verga de la boca, dejando únicamente mi glande sujeto por sus labios y apoyado sobre su lengua. Esta última succión fue lo máximo para mí.

– ¡Patty me corro!, ¡me corro!, ¡me corroooooohhhh!.

Y así fue cómo todo mi cuerpo se estremeció con un tremendo orgasmo que me hizo mirar hacia el techo con los ojos en blanco. La corrida fue gloriosa, abundante y ardiente. Con varios espasmos descargué toda mi leche en la boca de mi cuñada, que sin sacarse mi glande lo acariciaba con su lengua degustando los borbotones de lefa. Sentí cómo le llené la boca con mi leche caliente y cómo poco a poco la iba tragando para poder seguir succionando y no dejarse ni una gota de mi esencia.

Cuando al fin terminé de correrme, sin respiración, volví a mirar hacia abajo para ver cómo Patty se sacaba la polla de la boca dejándomela totalmente limpia, sin rastro de semen. Se relamió de tal manera, tan eróticamente, que si no hubiese acabado de correrme en ese instante le habría embadurnado la cara de blanco.

– Deliciosa- dijo dándome un cachete en el culo y recostándose en el respaldo del sofá.

Encendió un cigarrillo, y mirándome mientras fumaba, comenzó a acariciarse el clítoris con la mano libre. Tenía el coño empapado, y estaba tan sexy fumando desnuda salvo por las altas botas negras, con las piernas abiertas y masturbándose, que no pude reprimirme. Me puse de rodillas y comencé a chuparle sus enormes tetas, acariciando con mi lengua sus duros pezones. Bajé por su vientre y le metí la lengua en el ombligo, lo que le produjo una carcajada. Seguí bajando y su mano me separó sus labios vaginales para mostrarme su clítoris, y lo ataqué. Estaba duro, caliente y muy suave. Lo acaricié con mi lengua una y otra vez, y ella tuvo que dejar el cigarrillo en el cenicero porque empezó a jadear.

Le succioné el clítoris con mis labios, y ella tuvo que agarrarse sus pechos con fuerza mientras su espalda se despegaba del sofá. Le agarré de su culito y bajé hasta amoldar mis labios a los suyos. El olor de su coño me embriagó y metí la lengua cuanto pude por su chochito dando giros circulares. Su coño ardía y de él manaban deliciosos jugos salados que yo bebía con devoción.

– ¡Ooooh, sssí, cariño!- decía ella entre jadeos-, así es como me gusta. ¡Ooooooohh!, cómeme el coño, ¡ooohhh!.

A pesar de mi reciente corrida en su boca, y del polvazo que le había echado sobre la mesa, mi cuerpo reaccionó como el de un adolescente y mi polla empezó a hincharse de nuevo animada por sus gemidos.

Volví a lamerle el clítoris y succionárselo con los labios. Sus gemidos eran cada vez más largos y aumentaban de tono. De su chocho fluían tantos jugos que con glotonería volví a bajar para bebérmelos todos metiéndole la lengua.

– ¡Ummm, me corro!- exclamó entre gemidos-, ¡Mmmm, Carlosssss, mmme corrrroooo!, ¡Oooooooooohhhhhhh!.

Me agarró de la cabeza atrayéndome a su coño con fuerza, todo su cuerpo se convulsionó y alcanzó un orgasmo que la hizo gritar con mi lengua dentro de su chochito.

Con unos rápidos lengüetazos relamí todos sus jugos, y ella se dejó caer de nuevo totalmente extasiada.

Con mi polla ya morcillona, me levanté y me senté a su lado. Ella me agarró la cara y me dio un largo y profundo beso metiéndome la lengua hasta la garganta y saboreando sus propios fluidos en mi boca. Después, buscó el cigarrillo que apenas había comenzado cuando empecé a comerle el coño y al comprobar que se había consumido, encendió otro ofreciéndomelo.

Al igual que en la ocasión anterior, compartimos el cigarrillo relajadamente y conversamos.

– Qué placer más increíble me has dado- dijo Patty sonriente-. Ha sido una gran comida de coño.

– Aunque creo que no ha sido comparable a la mamada que me has hecho- le contesté-. Ha sido la mejor mamada de mi vida, nunca había llegado tan lejos como para correrme dentro de la boca, ¡ha sido increíble!.

– Cariño, conozco mis dotes como felatriz, y llevaba tanto tiempo deseando probar tu leche que me he recreado especialmente. Tu corrida ha sido deliciosa, he sentido cómo tu polla estallaba en mi boca y me la llenaba con abundante leche densa y caliente. Me ha encantado saborearla, y sentir cómo se deslizaba ardiente por mi garganta ha hecho que mi coño se empapase.

Sus últimas palabras lograron el milagro final, a pesar del poco tiempo transcurrido, mi polla estaba de nuevo lista para la acción. Patty se la quedó mirando mientras le daba la última calada al cigarrillo, y tras apagarlo, me dedicó una mirada cargada de deseo acompañada de una viciosa sonrisa.

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Relato erótico: Casanova (01: El Despertar) (POR TALIBOS)

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Tengo un don. No hay mujer en el mundo capaz de resistírseme. Es cierto, no miento ni exagero, he logrado follarme Sin-t-C3-ADtulo6a todas las mujeres con las que me lo he propuesto. No se trata de un poder mágico o mental, sino como una especie de instinto que me hace capaz de tratar a cualquier mujer justo como desea, haciendo que se derritan en mis manos. Y lo que es más, sé de donde procede este maravilloso poder. Directamente de mi abuelo.
Mi abuelo era un hombre fantástico, increíble. Estuvo follando mujeres hasta su muerte, a los 86 años. Y fue así siempre. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi abuelo rodeado de mujeres y dicen las malas lengua que amasó su fortuna a base de tirarse a las esposas de los terratenientes de la zona. La verdad es que eso es algo que no me extrañaría lo más mínimo.
Mi abuelo fue el mayor admirador del mundo de la belleza femenina, no había más que ver la casa donde vivíamos, donde yo crecí, siempre llena de mujeres. Era una enorme finca, rodeada de prados y pastos destinados a los dos negocios familiares, los cítricos (naranjas y limones) y a la cría de caballos. Incluso había una pequeña escuela de equitación regentada por mi abuelo mientras que mi padre se encargaba del negocio de la fruta.
Mi padre había sido una gran decepción para mi abuelo, tengo entendido que incluso estuvieron varios años sin hablarse, teniendo mi padre que marcharse de casa. Poca gente conoce el motivo real de la disputa, pero yo, a lo largo de los años, fui dilucidando el porqué: simplemente, mi padre no era un mujeriego, era tímido con las mujeres y eso molestaba mucho al abuelo, ya que según él, nuestro don era parte de la herencia familiar y mi padre lo estaba desperdiciando. Además mi padre era su único hijo varón, pues mi abuelo sólo tenía dos hijos (al menos legítimos), Ernesto, mi padre, y Laura, mi tía, 2 años menor que él. Así pues, mi padre era el único que podía poseer el don, pero no lo aprovechaba, y mi tía, que se casó muy joven, había tenido dos hijas, pero ningún varón.
Mi padre nunca entendió la manera de ser de mi abuelo, supongo que influenciado por mi abuela, que murió siendo mi padre un adolescente, y que por lo visto lo pasaba bastante mal con las aventuras del viejo.
Pero pasaron los años, mi padre conoció a una hermosa mujer de 17 años, Leonor, y se casó con ella. Esto hizo que mi abuelo, como por arte de magia, hiciera las paces con mi padre y le invitara a regresar a la mansión con su bella mujer y le nombrara administrador de la plantación de frutas.
Poco después nacía Marina, mi hermana, lo que también fue un palo para el abuelo, que esperaba un niño.
Afortunadamente, cuatro años después nací yo, Oscar, y desde mi nacimiento me convertí en el ojito derecho de mi abuelo, que veía en mí la posibilidad de continuar con su saga. Y vaya si lo consiguió.
Mi historia comienza ya en 1929.
Fue entonces cuando noté que vivía absolutamente rodeado de mujeres, pues los hombres en la casa éramos minoría. Con el transcurrir de los años me di cuenta de que mi abuelo, a la hora de contratar gente para la casa, se decidía siempre por mujeres jóvenes y atractivas, que iban cambiando con los años. Es decir, el abuelo contrataba mujeres hermosas, se las follaba, y cuando comenzaban a hacerse mayores (o se aburría de ellas), las despedía con una buena paga y contrataba a otra que estuviera bien buena.
En cambio, el personal masculino era siempre muy escaso y casi no cambiaba. Se limitaba a Nicolás, que hacía las veces de mayordomo y chófer de mi abuelo (que era el único de la zona que poseía un coche, traído desde Francia) y Juan que trabajaba tanto de jardinero como de mozo de cuadra, ayudado por Antonio, su sobrino. Estos tres fueron empleados de mi abuelo durante muchos años y eran los que trabajaban en la casa en el momento en que arranca mi historia. Naturalmente había más hombres trabajando en la plantación, pero eran jornaleros del pueblo y no vivían en la propiedad. Además como el negocio de la fruta lo llevaba mi padre, el abuelo no tenía contacto con ellos (aunque sí lo tuvo con muchas de las mujeres que trabajaban recogiendo fruta…)
En la casa vivíamos todos, incluyendo los miembros del servicio, que tenían un ala de la casa para ellos, un lujo impensable para la época, pues cada criado tenía su propia habitación, lo que desde luego ofrecía interesantes ventajas para mi abuelo.
Como decía antes, la casa estaba repleta de mujeres. El servicio estaba compuesto por 4 criadas, Tomasa, una muchacha del pueblo, de unos 20 años, bastante tonta, pero con un par de tetas como un demonio; también estaba Loli, la más guarra de todas, una morena con unos ojazos negros impresionantes. Tengo entendido que ésta ya sabía donde se metía cuando vino a trabajar a la finca, pero pensó que allí podría ganar dinero fácilmente. Brigitte, era la doncella francesa de mi tía Laura, era preciosa, rubia, con los ojos azules y una sonrisa tan dulce e inocente, que tumbaba de espaldas. Por último estaba María, con un tipo muy atractivo, pero que era bastante seria. Ella actuaba como ama de llaves, se encargaba de gestionar la casa, ayudando a mi madre y a mi tía en las tareas de ordenar el servicio, encargar las compras y demás cosas.
De la cocina se encargaba Luisa, era la mayor de todas, de unos 40 años, aunque nunca supe su edad exacta. Además de estar muy buena, era una excelente cocinera, lo que la convertía en el miembro más eficaz del servicio junto con María, pues sucedía que las demás criadas no eran demasiado buenas en su trabajo, pero eso no importaba demasiado. En la cocina ayudaban además Vito y Mar, dos chicas que hacían de pinches y aprendían el oficio (supongo que para cuando mi abuelo jubilara a Luisa). Las dos eran muy guapas y simpáticas, me mimaban mucho y siempre que yo pasaba por la cocina tenían algún dulce preparado para mí.
Además mi abuelo había contratado a Mrs. Dickinson, una institutriz inglesa para que diera clases a sus nietos. Como he dicho, era inglesa, aunque de madre española. Era muy alta, por lo que imponía bastante respeto, pero era muy simpática y alegre, menos cuando estábamos en clase, eso sí, porque allí se transformaba en un monstruo severo e inflexible. Las chicas (mis primas y mi hermana) la detestaban bastante, pero a mí me caía bien.
Aparte del servicio, estaba por supuesto mi tía Laura. Era morena, muy alta y con los ojos verdes. Se había casado muy joven, a los 16, y se marchó a Francia con su marido, pero éste murió de pulmonía, por lo que regresó al hogar familiar junto con sus dos hijas pequeñas, Andrea y Marta. Con los años, se transformaron en dos chicas preciosas, muy rubias y jamás perdieron del todo su acento francés, lo que resultaba muy sexy. Al comienzo de mi historia, ellas contaban con 18 y 16 años respectivamente. Andrea era bastante despabilada, pero Marta era muy tímida y apocada, por lo que era la mejor amiga de mi hermana Marina, que tenía el mismo carácter. Así pues, Andrea era la jefa del grupo, y dirigía siempre a las otras dos. En ocasiones me llevaban con ellas, pero como yo era pequeño, y ellas hacían “cosas de chicas”, esto no era muy frecuente.
También estaban mi madre, Leonor. Durante mi infancia siempre la vi un poco melancólica, pero con el tiempo aquello cambió y pasó a ser una mujer muy alegre y feliz. Eso sí, era un poco autoritaria, trataba con dureza al servicio (que a su juicio dejaba bastante que desear) y esa actitud se extendía sobre todos los que la rodeábamos, especialmente sobre mi padre. Mi hermana Marina tenía 16 años, y se había transformado en una auténtica belleza. Era guapa hasta tal punto que incluso en alguna ocasión sorprendí a mi padre mirándola con deseo, cosa que no le había visto hacer con ninguna otra mujer. Todos los hombres se volvían para mirarla, lo que la ponía muy nerviosa, dado su carácter apocado.
Pues bien, ya conocen mi particular “teatro de los sueños”, donde crecí, donde viví, donde aprendí a usar mi don.
Desde que me acuerdo, siempre estuve cerca de mi abuelo. A él le encantaba contarme historias y aunque yo no solía entenderlas, me gustaban mucho. Siempre me aconsejaba sobre cómo tratar a las mujeres, aunque yo no sabía por qué. Lo que hacía era prepararme, enseñarme para sacar partido de mi don. Pero yo era aún muy pequeño y él lo sabía. Lo único que intentaba era grabar en mi subconsciente el interés por la mujer. Frases como: “Mira qué culo tiene aquella” eran el lenguaje habitual entre nosotros, aunque delante de los demás se comportaba con exquisita educación y yo sabía instintivamente que aquello era nuestro secreto, que era importante para él, por lo que yo tampoco decía cosas como esa mas que cuando estábamos solos. Incluso en más de una ocasión se permitió cogerle el culo o meter la mano dentro del vestido de alguna de las criadas cuando sabía que yo podía verle, para despertar mis instintos. Y fue precisamente así como sucedió, espiando a mi abuelo.
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Recuerdo perfectamente aquella mañana de primavera. Era muy temprano cuando desperté, y, como cada día desde hacía algún tiempo, mi pene estaba durísimo dentro de mi pijama. Yo no sabía muy bien por qué pasaba eso, pero me gustaba. Cuando se frotaba con la tela del pijama me producía una sensación muy placentera y eso me encantaba. Estuve así un rato en la cama y aquello no se bajaba, por lo que decidí levantarme sin más, antes de que alguna criada pasara para despertarme.
Fui a lavarme al baño del pasillo, que era el más cercano. La puerta estaba cerrada, pero se abrió de repente, y salió mi prima Marta, vestida con un camisón.
Hola Marta, buenos días.
Buenos días, hoy te has levantado temprano ¿eh?, ¿a qué se debe es…
En ese momento se quedó callada. Yo, extrañado, la miré a la cara y vi que se había puesto muy colorada. Sus ojos estaban fijos en el bulto de mi pijama y allí se quedaron durante unos segundos. Yo no sabía por qué, pero el simple hecho de verla tan turbada me resultó muy agradable (hoy diría que excitante). Y en ese momento miré a mi prima como un hombre mira a una mujer. Tenía un cuerpo magnífico para su edad, que se adivinaba completamente desnudo bajo su blanco camisón, donde se marcaban dos pequeños bultitos coronando sus pechos. Yo aún no sabía qué eran, aunque mi abuelo me los había mencionado antes, pero lo cierto es que me gustaron mucho. La miré de arriba abajo y comprobé complacido que aquello la turbaba todavía más, sobre todo cuando me quedé mirando la oscura zona que se transparentaba a través de su camisón a la altura de su entrepierna.
Sin saber por qué, me acerqué a ella y abrazándola le di un beso en la mejilla.
Primita, hoy estás más guapa que nunca – le dije.
Mientras la abrazaba procuré que mi bulto presionara fuertemente contra su muslo y al ser ella algo más alta que yo, tuvo que agacharse un poco para que la besara, frotando su pierna contra mi pene muy placenteramente.
Marta, sin decir nada, se dio la vuelta y se fue corriendo hasta su cuarto, donde se metió dando un portazo.
Allí me quedé yo, sin saber muy bien qué había pasado, habiendo tan sólo seguido mi instinto. La experiencia me había gustado mucho, pero me sentía bastante insatisfecho.
Entré al baño, donde me lavé y pude comprobar que con la picha en ese estado, no se puede mear. Como quiera que no me quitaba a mi prima de la cabeza, aquello no se bajaba, por lo que estuve allí bastante rato. Sucedió que cuando comenzaba a preocuparme por aquello (pensando si no me quedaría así para siempre), el bulto comenzó a menguar.
Me vestí en mi cuarto, y bajé a la cocina a comer algo. Como aún era temprano, faltaba más de una hora para tener mi clase con Mrs. Dickinson, por lo que decidí ir afuera a volar mi cometa. Salí por la puerta de la cocina, que daba a la parte trasera de la casa.
Estuve un rato jugando con ella, pero de pronto, un golpe de viento la enredó en un árbol que había pegado a la pared. Yo estaba más que harto de subirme allí, así que no lo dudé un segundo y me encaramé en las ramas. Mientras estaba desliando el cordel, miré por una de las ventanas, la que daba al despacho – biblioteca de mi abuelo. En ese momento Loli estaba pasando el plumero por los estantes y yo me quedé espiándola. Estaba subida en una banqueta para llegar a los más altos y no se dio cuenta de que yo la miraba.
Me gustó esa sensación de prohibido, tampoco es que estuviera haciendo nada malo, pero me gustaba mirarla sin que me viera. En ese momento mi abuelo entró en la habitación y cerró la puerta.
¡Ah! Señor, es usted, me había asustado – dijo Loli.
No te preocupes Loli, sigue con lo tuyo.
De acuerdo.
Mi abuelo se sentó en su escritorio y se puso a repasar unos papeles. Yo me iba a bajar ya cuando vi que empezaba a mirarle el culo a Loli mientras limpiaba. Yo sabía que allí iba a pasar algo, no sé cómo, pero lo sabía, así que me quedé muy quieto, sin mover ni un músculo Mi abuelo se levantó y, sin hacer ruido, se acercó a Loli por detrás, se agachó un poco y metió sus dos manos por debajo de su falda.
Ya estamos otra vez, parece mentira, a su edad ¡estése quieto coño!.
Vamos Loli, si te encanta.
¡Que no! Mire que grito.
Mi abuelo no hacía ni caso y seguía abrazándola desde atrás mientras la magreaba por todos lados.
Qué buena estás zorra, voy a metértela ahora mismo.
Que nos van a pillar, déjeme, ¿no tuvo bastante con lo de anoche? Bien que lo escuché en el cuarto de la tonta.
Nunca es bastante puta mía, mira como es verdad.
La cogió por la cintura y la bajó del banco, Loli se sostenía contra los estantes, mientras mi abuelo le agarraba las tetas y apretaba su paquete contra su culo. Comenzó a besarle el cuello desde atrás, mientras le iba subiendo la falda.
Yo seguía abrazado al árbol, mi pene era una roca que yo apretaba contra el tronco. Nunca me había sentido igual, la cabeza me zumbaba y no podía pensar en nada. Comencé a frotarme levemente contra el árbol, y en ese momento se produjo un leve chasquido. Mi abuelo levantó la vista y me vio. Yo me quedé helado, aterrorizado, pero entonces mi abuelo me sonrió y me guiñó un ojo.
Bueno, si no quieres follar, de acuerdo, pero no me puedes dejar así.
¿Cómo?
Loli estaba muy sofocada y no parecía entender lo que le decían. Mi abuelo cogió una silla y la colocó frente a la ventana, de perfil, y se sentó en ella.
De rodillas, rápido. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Venga vale, follemos – dijo Loli mientras se subía la falda.
No, ahora quiero que me la chupes.
Pero…
¡Ya, coño!
Loli puso cara de resignación y se arrodilló frente a mi abuelo. Desde mi posición tenía una vista inmejorable del panorama, así que pude ver perfectamente cómo Loli desabrochaba los botones del pantalón del viejo y extraía su dura polla. Era bastante grande, desde luego mucho mayor que la mía y la punta me parecía enorme, muy roja. Loli la agarró con su mano y comenzó a subirla y bajarla suavemente. Aquello parecía gustar mucho al abuelo, pero quería algo más, pues tras unos segundos le dijo:
¡Chupa ya, puta!
Loli comenzó a lamer aquel mástil de carne, empezando por la base y subiendo hasta la punta. Allí se detenía dando lametones y después se metía unos 5 cm en la boca. Mi abuelo disfrutaba como un loco, tenía los ojos cerrados mientras una de sus manos reposaba sobre la cabeza de la chica y parecía marcar el ritmo de la chupada.
Súbete la falda y frótate el chocho.
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Loli no dudó ni un segundo, se remangó la falda sobre las caderas y una de sus manos desapareció entre sus piernas. Comenzó a mover la mano cada vez más rápidamente aumentando también el ritmo de la mamada. Los gemidos de ambos llegaban perfectamente hasta mí, que estaba completamente hipnotizado. Mi excitación había alcanzado límites insospechados, pero no sabía cómo aliviarme. Me sentía febril, un extraño calor invadía mi cuerpo. Jamás me había sentido así.
Mientras, en la habitación, la escena seguía su curso, Loli chupaba cada vez más rápido, cada vez más hondo. Mi abuelo farfullaba incoherencias, hasta que, de pronto, sujetó con firmeza la cabeza de Loli, introduciendo totalmente su polla en su garganta mientras gritaba:
¡Todo, puta, trágatelo todo!
Loli se puso tensa, apoyó las manos en los muslos de mi abuelo intentando separarse, pero el hombre era más fuerte, y la mantuvo allí unos segundos. Por fin, la soltó y Loli se incorporó como movida por un resorte. Al ponerse de pié pude ver fugazmente una mata de pelo negro, pero su falda se desenrolló y lo tapó todo. Loli daba arcadas mientras de su boca caía un extraño líquido blanquecino.
¡Es usted un hijo de puta! Venga, niña, no te enfades, si en el fondo te gusta.
No vuelva a hacerme algo así, o le pegaré un bocado en la polla que se le terminarán los años de picos pardos en un segundo.
Sí, y perder tu fuente de ingresos… Vamos, vamos preciosa, sabes que me gustan estas cosas, además la culpa ha sido tuya, por no dejarme metértela.
Venga ya, si usted sabía que sólo estaba jugando un poco…
Sí, pero hoy no tenía ganas de jugar, sino de descargarme.
¿Y yo qué? Venga, ahora vamos contigo…
El abuelo se acercó hacia Loli y comenzó a subirle la falda. La besó en el cuello y la colocó de espaldas a la ventana. Dirigió una mirada hacia donde yo estaba mientras esbozaba una sonrisa. Yo, con la mente obnubilada, no estaba pendiente de nada más, por lo que no vi a mi prima Andrea, que se acercaba al árbol.
¡Qué haces ahí subido idiota! ¡La Dicky te está buscando para tu clase!
Del susto casi me caigo del árbol. Me aferré fuerte y miré hacia abajo. Con frecuencia pienso que aquella mañana realmente se despertó algo en mí. Mi don o lo que sea, pero lo cierto es que desde entonces mi percepción se alteró, me fijaba en cosas en las que nunca antes había reparado, cosas relativas al sexo y a las mujeres, por supuesto. Así pues, cuando miré a mi prima, mis ojos se fueron directamente a sus pechos. Desde mi posición podía ver directamente por el escote de su camisa, pues la llevaba mal abrochada. Una nueva ola de calor recorrió mi cuerpo y mi cabeza parecía volar.
Andrea se dio cuenta de la dirección de mi mirada y se sonrojó un poco, cerrando el cuello de la camisa con una de sus manos.
Vamos, baja de una vez.
Ya voy, es que se me ha enganchado la cometa.
Sí, sí, vale.
Parecía un poco incómoda, pues se volvió hacia la casa y se dirigió a la puerta trasera. Yo, mientras bajaba, no paraba de mirar la forma en que su trasero se bamboleaba bajo su falda. Hasta tal punto me despisté, que me caí de culo al llegar al suelo y se partió el cordel de la cometa, que seguía enganchado.
Aún estaba aturdido, sabía que tenía que ir a clase, pero sólo podía pensar en lo que debía de estar pasando en el despacho del abuelo. Quería volver a subir, pero entonces se asomó mi madre:
Vamos, niño, que ya vas tarde.
Pero mamá, es que…
¡Ahora!
Mi madre no admitía réplicas, así que fui hacia la puerta de la cocina, procurando llevar siempre la cometa por delante para que no se viera la tienda de campaña. Atravesé la cocina como una exhalación y subí al segundo piso.
El dormitorio de Mrs. Dickinson era bastante grande y tenía una salita anexa que hacía las veces de aula. Allí había una mesa camilla, con un mantel muy amplio que llegaba hasta el suelo, donde nos sentábamos para dar clase mientras Mrs. Dickinson daba las lecciones en un pequeño encerado. En invierno, colocábamos allí un brasero. Dicky (como la llamábamos en secreto) nos daba clases por turno, primero un par de horas conmigo (que era el más pequeño) y después con las chicas, a las que además de darles una formación académica, les enseñaba ciertas labores, costura y esas cosas. En esas clases también participaban mi madre y mi tía, e incluso en alguna ocasión, una o dos de las doncellas, espacialmente Brigitte.
Buenos días Mrs. Dickinson.
Llegas tarde, Oscar. ¿Adónde vas con esa cometa? Perdone – le dije mientras me sentaba con cuidado, dejando la cometa en el suelo.
Comencemos.
No recuerdo de qué iba la clase. No recuerdo nada. Mi mente funcionaba cien veces más rápido de lo normal, sólo podía pensar en lo que estaría pasando en ese cuarto y en lo que había visto. Por mi mente pasaban imágenes como relámpagos, Loli desnuda, mi prima en camisón, el escote de Andrea… las tetas de Mrs. Dickinson… ¿las tetas de Mrs. Dickinson? de repente volví a la realidad y frente a mis ojos estaba el majestuoso pecho de Dicky, me estaba hablando, pero yo no la oía…
Oscar, querido, ¿estás bien?. Estás muy colorado. ¿Tienes fiebre?
Mientras decía esto se inclinó sobre mí, poniendo su mano en mi frente.
Dios mío, sí que tienes fiebre, espera, avisaré a tu madre.
Si no se llega a marchar en ese momento, sin duda me abría abalanzado sobre ella, aferrándome a aquellas dos ubres como una garrapata. En eso llegó mi madre junto con Dicky. Me preguntaron si estaba bien y yo acerté a balbucear que estaba cansado, que no había dormido bien. Entre las dos me llevaron a mi cuarto y mi madre se quedó conmigo.
Vamos, cariño, ponte el pijama y métete en la cama, que ahora te traigo un poco de caldo.
Yo no me movía, si me desnudaba iba a ver mi polla como un leño. Mi madre se impacientaba.
Venga, tendré que hacerlo yo misma.
Se arrodilló ante mí y comenzó a quitarme el pantalón. La situación era delicada, pero yo sólo atinaba a mirar por los botones desabrochados de su camisa, viendo la delicada curva de un seno cubierto por un fino sostén de encaje. Desde luego, aquello no contribuía a bajar mi calentura.
En ese momento me bajó el pantalón, mi pene se escapó del calzoncillo y casi se la meto en un ojo a mi madre. Ella se quedó helada, sin hablar. Yo me quería morir. No sabía qué hacer. Entonces ella, ante mi sorpresa, estiró mi calzoncillo con una mano mientras con la otra agarraba mi polla y la volvía a guardar en su sitio. Después y como si nada hubiese pasado, continuó poniéndome el pijama, me metió en la cama y me dio un beso en la mejilla.
Descansa, cariño, luego vendré a verte.
En ese momento me di cuenta de que un fino rubor teñía sus mejillas, y eso me excitó aún más. Mi madre se incorporó y se marchó. Yo permanecí en la cama, mirando al techo. El calor desbordaba mi cuerpo, ¡mujeres, mujeres!, no podía pensar en otra cosa, mi abuelo, Loli, Andrea, era una obsesión. Casi sin darme cuenta, metí mis manos bajo las sábanas, y me aferré fuertemente el miembro. Aquella presión me gustaba, así que comencé a darme estrujones, lo que resultaba placentero, pero un poco doloroso.
No sé cuanto rato estuve así, pero de pronto vi a mi hermana junto a mi cama con un tazón humeante en las manos.
¿Cómo estás? Mejor, Marina.
Aparentemente no había notado nada extraño.
¿Dónde te dejo esto? Dice mamá que te lo tomes todo.
¿Podrías dármelo tú?
No sé por qué dije eso, ella me miró, sonrió un poco y dijo:
Sigues igual que un bebé ¿eh?
Si ella supiera…
Por favor…
Bueeeno…
Se sentó en el lado derecho de la cama, justo a mi vera. Yo me incorporé un poco y me arropé hasta el cuello. Así mientras con una mano sujetaba las sábanas, la otra empuñaba mi bálano bien tieso.
Abre la boca, aahh…
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Ella abría la boca, como para demostrarme cómo hacerlo y hasta eso me resultaba excitante. Yo la miraba disimuladamente, sus ojos, su pelo, su cuello, sus pechos y mientras, me iba dando apretones en la polla. Estaba a mil, mi hermana me tenía cachondísimo. Ella, inocentemente, me daba la sopa y yo pensando en cómo sería que ella me hiciera lo que la Loli al abuelo. En esas estábamos cuando me envalentoné. Poco a poco encogí mi pierna derecha, hasta que mi rodilla quedó apoyada en su culo. No había contacto real, había sábanas, colcha, ropa, pero a mí me daba igual, casi me desmayo. Cerré los ojos y creo que me mareé. Sea como fuere, debí de poner una cara muy rara, porque mi hermana, pareció asustarse y se incorporó, inclinándose sobre mí.
¿Estás bien? Sí, sí, es que me he quemado.
Al incorporase, me sobresalté y saqué la mano de mi pijama, dejándola sobre el colchón. Mi hermana fue a sentarse otra vez y yo, instintivamente, moví la mano de forma que su culo aterrizó justo sobre ella. Sólo la colcha separaba mi mano de la gloria. Me iba a morir, me agarré la polla tan fuerte con la izquierda, que me dolió.
Yo esperaba que ella dijese algo, que me gritara, pero no lo hizo. Siguió dándome sopa mientras hablaba de banalidades. Era raro que mi hermana hablara tanto y fue entonces cuando pensé que quizás le gustara un poco aquello, o quizás no se hubiese dado cuenta. Lo que hice fue apretarle el culo con la mano. Ella se puso muy roja, pero siguió con la sopa; ya no hablaba, estaba muy callada, así que yo comencé a magrearle el culo. Es cierto que había una colcha de por medio, pero fue increíble. Las manos de un hombre son alucinantes, estaba bastante seguro de cuando tocaba una parte cubierta por las bragas y cuando era carne libre. Curiosamente, en vez de estallarme la cabeza por la excitación, se apoderó de mí una extraña calma. “Le está gustando” me dije, “mi hermana también es una zorra como Loli”.
A pesar de todo, no me atrevía a hacer nada más; le decía “chúpamela zorra” como el abuelo, le cogía una teta, o qué. Afortunadamente mi instinto me dijo que de momento era mejor dejar las cosas así, por lo que continué sobándola con delicadeza, hasta que se acabó la sopa. Pasé un momento crítico cuando vi sus pezones marcados en su jersey, estuve a punto de lanzarme sobre ella, pero me controlé. Ella se levantó, recogió el tazón y se marchó como si nada hubiese pasado. Sólo el rubor de sus mejillas y los bultitos de su jersey demostraban lo que ella experimentaba (y la humedad entre sus piernas supongo). Mientras salía le dije:
Marina, ven también a darme la cena – mientras esbozaba una sonrisa pícara. Ella me miró con los ojos echando chispas y salió dando un portazo.
Allí me quedé, caliente como un horno, pero, curiosamente, algo más calmado, como si supiera que lo bueno en mi vida estaba por llegar, que aquello sólo era el principio. Traté de dormir un rato, pero no lo conseguí. No hacía más que dar vueltas en la cama y pensar. Quería levantarme e ir a hablar con el abuelo, seguro que él me entendería, pero mi madre no lo permitiría de ninguna manera. De pronto, y como respuesta a mis plegarias, se abrió la puerta y mi abuelo se asomó:
Oscar, ¿estás despierto? Sí, abuelo, pasa por favor.
Espera un segundo.
Volvió a salir y regresó enseguida con una silla del pasillo. La colocó junto a mi cama y se sentó. Me puso una mano en la frente.
No se te pasa la calentura ¿eh? Je, je – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
……..
Vamos, chico, que te he visto en el árbol. ¿Te gustó el espectáculo? Lo hice en tu honor. Lástima que te perdiste el final.
Sí.
¿Ves?, así me gusta. ¿Qué te pareció?
En ese momento decidí confesarme, si alguien podía explicarme lo que me pasaba, ése era el abuelo.
Fue increíble, jamás me había sentido así. Últimamente he sentido cosas raras, pero nunca como hoy.
Ya lo supongo, en serio, ¿no me habías visto otras veces? No, abuelo, de verdad, bueno, escucho tus historias y eso, pero nunca me pude imaginar algo así.
No son historias hijo, son lecciones, y te aseguro que a partir de ahora las entenderás mucho mejor.
Abuelo, ¿puedo preguntarte algo? Lo que quieras.
¿Qué puedo hacer con esto?
Bajé las sábanas y dejé a la vista el bulto en mi pijama.
Vaya, veo que estás hecho todo un hombre. Gracias.
A ver, enséñamela.
Sin dudar ni un segundo me bajé el pijama.
Está muy bien para tu edad. ¿la usas mucho? ¿Cómo? Que si te la meneas mucho, es normal aliviarse.
No sé de qué hablas.
Chico, no me digas que llevas así desde que me viste esta mañana.
Y desde antes.
¿En serio? Sí, me desperté así, últimamente me pasa mucho, pero se baja sola al rato, pero hoy con todo lo que ha pasado…
Ya, Loli está muy buena ¿eh? Sí, y las demás también ¿Las demás? Sí.
Me decidí a contárselo todo, desde que me desperté hasta ese momento. Lo único que no le dije fue lo del culo de Marina, porque no sabía cómo iba a reaccionar, pues una cosa es mirarle las tetas a tu prima o que se te salga el pito del pantalón y otra magrear a tu propia hermana. Mi abuelo se partía de risa:
¿Y tu madre qué hizo? Guardármela otra vez.
¡Qué bueno! Casi puedo ver su cara, con lo que le gustan las…
¿Cómo? No nada, nada.
Se me quedó mirando fijamente y me dijo:
No sabes lo orgulloso que estoy de ti.
¿Por qué abuelo? Porque veo que te gustan mucho las mujeres, tanto como a mí. Afortunadamente no has salido a tu padre.
¿Mi padre? Sí, hijo, tu padre. Mira Oscar, los varones de esta familia tenemos un don, yo lo llamo la herencia de Casanova.
¿Casanova? Sí, el gran amante. ¿Y qué tiene que ver con nosotros? Nada, pero las mujeres se rinden a nuestros pies, como lo hacían con él. Es un don del cielo, y ni se te ocurra desperdiciarlo.
¿Desperdiciarlo? Sí, como hace tu padre. Si quisiera podría tirarse a todas las mujeres del país, y sin embargo no se atreve ni con tu madre.
¿Qué? Bah, olvídalo, eso no es asunto tuyo. Volvamos a lo de antes, así que te gustan mucho las mujeres ¿eh, bribón? Sí.
¿Has visto alguna desnuda? Sólo hoy, un poco a Loli.
Eso hay que solucionarlo, espera.
Se levantó y salió del cuarto. Mi pene latía de expectación, ¿qué iría a hacer? Unos minutos después el abuelo regresó.
Escucha bien hijo. Las mujeres son la más sublime obra de Dios, son las que auténticamente dirigen el mundo, porque tienen el poder de doblegar a los hombres a su voluntad, usarlos y manipularlos. Por una mujer hermosa, los hombres son capaces de cometer cualquier locura, el patriota traicionará a su país, el marido fiel olvidará a su esposa, el hijo se enfrentará al padre. No hay nada en el mundo como las hembras.
Ya veo.
No, aún no lo ves, pero lo verás cuando seas mayor, más maduro. Lo único que quiero que entiendas es esto, cuidado con las mujeres, ámalas, úsalas, fóllalas, pero sólo en la medida en que ellas te amen, usen y follen a ti. Jamás las desprecies o subestimes. Si atiendes a esta simple regla, disfrutarás como ningún otro mortal, porque nosotros sí sabemos cómo tratar a las mujeres, pues nuestro don es justo eso. Sabemos si a una le gusta dominar u obedecer, ser amada o maltratada, tratada con delicadeza o con dureza. Parece una tontería, pero así conseguirás ser el más poderoso entre los hombres, pues las mujeres siempre te querrán.
Creo que lo entiendo abuelo.
Sí, ya sé que eres muy listo. Bueno, tras este pequeño discurso que hace tiempo tenía preparado (Dios sabe las ganas que tenía de usarlo), vamos a comenzar tu adiestramiento.
¿Adiestramiento? Sí. Verás, a lo largo de tu vida aprenderás muchas cosas sobre las mujeres, más que cualquier otro hombre, pero eso no quita que yo pueda darte un pequeño empujón.
Se acercó a la puerta y dijo:
Pasa.
Allí estaba Loli. Con el rostro muy colorado y una expresión de azoramiento que yo jamás le había visto.
¿Está usted seguro? Vamos, pasa, niña. Tranquila, que nadie se va a enterar de esto.
Pero…
Tranquila te digo, además sólo vamos a enseñarle cómo es una mujer. Ya te he dicho que te pagaré bien.
Sí Loli, por favor – dije mientras me incorporaba en la cama.
¿Eso es por mí? – dijo ella mientras echaba una mirada apreciativa al bulto de mi pijama y sonreía pícaramente.
Sí, Loli, sólo por ti – le dije mientras los ojos del abuelo brillaban.
Bueno, si es así…
Vamos, desnúdate – dijo el abuelo mientras cerraba el pestillo de la puerta.
Loli suspiró y comenzó a quitarse la ropa, la falda, el refajo, el corpiño, fueron cayendo al suelo en un confuso montón. Yo no podía quitarle los ojos de encima, cada pedazo de carne que iba mostrándose a mis ojos era como un pinchazo en mi miembro. Casi sin darme cuenta, me lo saqué del pantalón y empecé a apretarlo.
Joder con el niño – dijo la zorra – Va a arrancársela.
Para eso estamos aquí, para que aprenda – dijo mi abuelo.
Cariño, no te hagas eso, déjame a mí.
No, espera, vayamos por partes – dijo el abuelo.
En ese momento lo hubiera matado, le eché una mirada llameante mientras él sonreía divertido.
Para aprender hay que sacrificarse, hijo. Y tú termina de desvestirte.
Loli, aún cubierta por la combinación, puso cara de circunstancias, se sentó en la silla y comenzó a bajarse las medias. Me miró a los ojos, y al darse cuenta de que amenazaban con salirse de las órbitas decidió divertirse a mi costa. Así pues, comenzó a quitárselas muy despacio, deshaciendo los nudos de las medias poco a poco, mientras se acariciaba las piernas con las manos. Cruzaba y descruzaba las piernas con deleite, frotándolas entre sí, impidiéndome ver ese mágico triángulo que mis ojos pugnaban por ver. Sus manos recorrían sus muslos, subían por sus caderas, sus costados, sus brazos, su cuello y luego descendían describiendo la curva de sus pechos…
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Ya no pude más, sentí como una electricidad por el cuerpo, experimenté una especie de espasmos en la ingle, jamás me había pasado algo así. Y me corrí. De mi pito surgió un líquido blancuzco, semitransparente, como si de un surtidor se tratara. Pero no brotaba simplemente, salía disparado. No sé por qué, pero me la agarré fuertemente y apunté hacia Loli, de forma que varios pegotes de líquido fueron a caer en su regazo, e incluso uno alcanzó de lleno su cara. Supongo que lo hice como castigo por haberme torturado.
¿Qué coño haces cabrón? – gritó mientras se incorporaba.
Shiisst. Calla, que te van a oír – siseó mi abuelo.
¡Me importa una mierda! Mira, zorra, o te callas o te despido ahora mismo. Además ha sido culpa tuya, ya habías visto cómo estaba el chico y has tenido que montar el numerito.
……..
De pronto llamaron a la puerta, era mi tía Laura.
¿Qué pasa ahí dentro? Nada Laura, estoy contándole batallitas a Oscar, no te preocupes – dijo mi abuelo mientras hacía gestos a Loli para que se metiera bajo la cama, cosa que la chica hizo sin dudar.
¿Por qué está esto cerrado? – dijo mi tía mientras giraba el picaporte.
Tranquila, ya te abro.
Mi tía entró en la habitación. Yo me había vuelto a arropar y la miraba con cara de ser el más bueno del mundo.
Ay, Dios, qué estaréis tramando los dos.
¿Quieres quedarte? No, gracias, papá, que tus cuentos ya me los conozco. Y tú no te creas nada de lo que te diga ¿eh? No tía.
Así me gusta. ¡Ah!, no hagáis tanto ruido que los demás están durmiendo la siesta.
Vale.
Mi tía se disponía a salir, cuando sus ojos se quedaron fijos en el montón de ropa que había en el suelo. ¡La muy zorra no había recogido la ropa antes de esconderse! Laura miró fijamente a mi abuelo y después a mí.
¿Pasa algo cariño? – preguntó mi abuelo.
No, nada.
Y se marchó. Yo estaba nervioso, ¿se habría dado cuenta?. Mi abuelo, en cambio, como si nada, cerró el pestillo de nuevo.
Vamos Loli, sal. Anda que no eres tonta ni nada.
Lo siento, pero es que el enano este se me ha corrido encima.
Ya y resulta que eso ahora no te gusta.
Bueno, pero es que no me lo esperaba.
¿Y lo de dejar la ropa en el suelo? Perdón.
Pues mi hija se ha dado cuenta, ¿y ahora qué hago? ……
Parecía compungida de verdad, sacó un pañuelo de entre sus ropas y se limpió la cara, me dio hasta lástima.
Bueno, abuelo, da igual – dije.
Sí, ya sé que tú lo que quieres es que sigamos ¿eh? Sí claro.
Loli me dirigió una mirada de agradecimiento, y sin tener que decirle nada, deslizó los tirantes de su combinación por los hombros, de forma que ésta cayó al suelo. Me quedé alucinado, bajo la combinación no llevaba nada. Luego supe que solía hacerlo por petición expresa de mi abuelo, que quería tenerla siempre accesible.
Era preciosa, delgada, sus caderas eran un poco anchas, pero qué importaba. Su piel era blanca, delicada, hermosa, impropia de una chica de pueblo. Sus pechos eran grandes, firmes, las areolas rosadas estaban culminadas por dos pezones gruesos, bien marcados, apetecibles y completamente excitados. Sus piernas eran largas, exquisitas, las rodillas afeaban un poco el conjunto, pues estaban un poco marcadas, supongo que de tanto arrodillarse para fregar suelos y chupar cosas, pero sus muslos eran perfectos. Entre sus piernas destacaba una mata de pelo negrísimo como el azabache, misterioso, tentador. Durante la mañana había tenido una visión fugaz de esa maravilla y ahora lo tenía ante mí, hermoso, sublime. ¿Cómo podía mi padre ignorar tanta belleza? Ese pensamiento penetró por sorpresa en mi mente, y creo que durante un segundo llegué incluso a odiar un poco a mi padre, así estaba de alucinado. Sin darme cuenta me había puesto de rodillas sobre la cama, por lo que las sábanas cayeron y mi pene volvió a surgir majestuoso. Ni me había dado cuenta de que volvía a estar duro. Sólo tenía ojos para Loli.
Ella dirigió su mirada a mi miembro, y con placer noté que se ruborizaba un poco.
Vaya, parece que te gusto ¿eh? Eres preciosa.
Gracias.
Sus manos se deslizaron hasta su nuca, deshaciendo el moño que recogía su cabello. Éste cayó en bucles lujuriosos sobre su espalda. Tenía un pelo precioso. Dio una vuelta sobre sí misma mientras decía:
¿En serio te gusto? Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.
Loli se rió como una niña, se acercó a la cama y puso una rodilla sobre ella, e inclinándose sobre mí, me dio un ligero beso en los labios.
Gracias, eres maravilloso.
Si yo era maravilloso, ¿qué palabra podría usar entonces para describir lo que sentí al ver cómo sus pechos colgaban cuando se inclinó? Aquello era demasiado. Mi abuelo nos interrumpió.
Vamos, chico, levanta de ahí, y tú, túmbate en la cama.
Ambos obedecimos sin rechistar. Loli se tumbó sobre las sábanas y curiosamente, se tapó el pecho con un brazo y el coño con la otra mano, como si de pronto todo aquello le diese vergüenza. ¡Manda huevos!
Mi abuelo se inclinó y con delicadeza puso los brazos de Loli junto a sus costados mientras le daba un beso en la frente.
Tranquila mi niña, lo que ha dicho es verdad.
Loli sonreía como una niña. Yo, en cambio, tenía pensamientos muy poco infantiles. Había decidido dejar mi picha por fuera del pantalón, porque me gustaba mucho ver cómo Loli desviaba de vez en cuando los ojos hacia ella, me hacía sentir mayor, no sé.
Bueno, Oscar, aquí tienes uno de los más bellos ejemplares de mujer que podrás encontrar. A lo largo de tu vida verás otras y aunque todas se parecen en lo físico, cada una de ellas es en realidad todo un mundo que explorar.
Mi abuelo pasó a explicarme los pormenores del cuerpo femenino, usando como modelo la maravilla que había en mi cama, de la misma forma que Dicky usaba el mapamundi para explicarme geografía, sólo que esta materia me gustaba (y me gusta) infinitamente más. Me habló de los pechos, los pezones, los muslos, el monte de Venus (me encantó esa expresión)…
…La mujer está compuesta de infinidad de zonas erógenas, y hay que saber cuales son las que le gustan más a cada una. Por ejemplo, a Loli le encanta que le besen y acaricien el cuello ¿verdad? ………
Abuelo, ¿y cómo se sabe eso? Lo sabrás, tranquilo, probando y aprendiendo. La experiencia es un grado.
Genial.
Pero hay una zona que a todas les encanta.
¿Cuál? El coño, aún no he encontrado una mujer a la que no le guste que le estimulen el chocho.
¿Cómo? Con cualquier cosa, un dedo, una mano, lo que se te ocurra. A veces he usado incluso un palo o un pepino. Pero lo mejor, lo más satisfactorio, es hacerlo con los labios y con la lengua.
¿Con la boca? Sí, es muy placentero, tanto para la mujer como para el hombre.
¿En serio?
Mi abuelo se acercó a mi oído y me dijo:
Recuerda lo de esta mañana.
……
Siguió hablándome durante una hora al menos, de las mujeres, del sexo, de cómo saber si una mujer está excitada mirándola a los ojos, o mediante las señales externas, dureza de los pezones, hinchazón de los labios vaginales, humedad entre las piernas, me explicó lo que era el clítoris. Fue así como me di cuenta de que Loli estaba terriblemente excitada.
¿Ves?, eso es el clítoris.
Abuelo…
¿Sí? Ya no puedo más.
Pues verás ahora. Ven.
Me llevó hasta los pies de la cama e hizo que Loli se abriera bien de piernas.
Ahora vas a saber a qué sabe un coño.
Me hizo colocarme entre las piernas de Loli. Pude sentir la fragancia que de allí surgía, era el mismo olor que había en la habitación, pero mucho más fuerte. No hay nada en el mundo como el aroma de mujer.
Torpemente, acerqué una de mis manos hacia la espesa mata de la chica, fue tocarla y un estremecedor espasmo recorrió su cuerpo y pareció contagiarse a mi pene. Era increíble, por la mañana yo era sólo un niño, y por la tarde estaba entre las piernas de una hermosa mujer.
Acerqué mi cara y aspiré profundamente. Tenía el pito tan duro que hasta me dolía. Miré detenidamente el coño que ante mí se abría, era maravilloso, los labios, sonrosados, se mostraban entreabiertos, dejando adivinar el oscuro hueco que ocultaban. Los acaricié con la punta de mis dedos y poco a poco introduje uno entre ellos.
Aahhhh. Dioosss.
¿Te gusta? Lámelo, le gustará mucho más – dijo mi abuelo.
Sin pensármelo más, posé mis labios sobre el coño, estaba muy caliente. Recordé lo que había visto por la mañana, así que comencé a recorrerlo de arriba abajo con la lengua.
Aahhhhhh – gemía Loli.
Me concentré en seguir las instrucciones del abuelo, le separaba los labios con los dedos y metía mi lengua en su interior, moviéndola hacia los lados. Chupaba y tragaba los flujos que de allí brotaban. Subía y lamía el clítoris, dándole delicados mordisquitos, lo que parecía volver loca a Loli.
Oooohhh. Así, así…
En estas estábamos cuando mi abuelo me separó de aquel volcán y me dijo con voz queda:
Así es una mujer excitada.
Miré a Loli, estaba como poseída. Se estrujaba los pechos con las manos, se tironeaba de los pezones, se acariciaba el cuerpo, la cara, el cuello, se metía un dedo en la boca y lo chupaba. Estaba ardiendo.
Una mujer es este estado hará cualquier cosa que le pidas. Recuérdalo.
Yo asentí con la cabeza y volví a sumergirme en las entrañas de Loli.
Así, cabrón, no pares, no pares máaaaaas…
De pronto el cuerpo de Loli se tensó. Su coño pareció contraerse, se puso aún más caliente.
Me corro, me corrooo…
Yo seguía pegado a ella como una ventosa. Cada vez salía más líquido del aquel glorioso chocho y yo intentaba chuparlo todo.
Síiiiii.
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Loli alzaba la voz cada vez más, así que mi abuelo se sentó junto a ella y la besó. Alcé los ojos, y desde mi posición, mirando a través de las tetas de Loli, vi cómo la muy zorra mordía los labios de mi abuelo.
Por fin Loli se relajó, pareció apoderarse de ella una extraña laxitud.
¿Ves? Así es como se corre una mujer.
Increíble, abuelo – dije mientras miraba hacia abajo y veía mi polla a punto de estallar.
Tranquilo, Oscar. Déjala reposar unos instantes y enseguida se ocupará de ti.
Eso espero, abuelo. Empieza a dolerme.
Lo sé hijo, lo sé. Verás, te he torturado un poco a posta.
¿Por qué? Para que no olvides esto jamás. Lo increíbles que son las mujeres.
No lo olvidaré.
Estoy seguro – dijo mi abuelo mientras me revolvía el pelo cariñosamente.
Abuelo, ¿las mujeres se quedan siempre así tras correrse? No, hijo. Verás, la situación hoy era muy erótica y eso incide en la excitación de la persona, eso sí lo sabes ¿verdad? Vaya que sí.
Pues eso, el orgasmo es una experiencia muy intensa y en él inciden muchas cosas, el placer físico, la excitación, los sentimientos…
Comprendo – dije, aunque en realidad no lo entendía del todo, sólo podía pensar en los latidos que sentía en la punta del cipote.
Abuelo…
Sí, tranquilo. Loli, hija…
¿Ummmm? Mi nieto necesita que lo alivies.
¿Ummmm? ¡Levanta ya, coño!
Loli se desperezó, estirándose sobre la cama, se puso boca abajo, y se incorporó colocándose a cuatro patas sobre el colchón. Parecía una gatita satisfecha.
Siéntate aquí nene – me dijo dando palmaditas sobre el colchón – que mami va a mostrarte lo agradecida que está.
Ni que decir tiene que no tardé ni un segundo en tumbarme allí, con la polla como un leño. La calentura hacía que mi pene tuviera pequeños espasmos, parecía estar vivo.
Loli miró inquisitivamente a mi abuelo y él dijo:
Con la mano.
Loli se apoderó de mi pene y comenzó a subir y bajar la mano a lo largo del mástil muy lentamente. Creí que me moría, cerré los ojos y me dediqué a disfrutar; qué sensación tan fantástica, desde entonces me han hecho muchas pajas, pero sin duda aquella fue una de las mejores. Loli sabía lo que hacía. Poco a poco incrementaba el ritmo, lo que me ponía a cien, pero mágicamente parecía saber cuando estaba a punto de correrme, deteniendo entonces su mano, me soltaba la polla, recorriéndola en toda su longitud con uno de sus dedos, desde la punta a la base de los huevos, donde daba un ligero apretón que parecía tener la virtud de calmarme. Entonces volvía a masturbarme, pero más lentamente que antes, era enloquecedor.
Escuché un gemido y abrí los ojos. Vi que Loli tenía los suyos cerrados y que su otra mano se perdía entre sus muslos.
Acércate más – le dije.
Ella abrió los ojos y me dirigió una mirada de entendimiento. Se acercó a mí y se sentó a mi lado. Volvió a empuñar mi pene y comenzó de nuevo a masturbarme, pero esta vez fue mi mano la que se perdió entre sus piernas. Aquello parecía un charco, estaba empapada. Comencé a mover mi mano allí dentro, a tocar, a palpar, a meter y mientras, ella daba bufidos, gemidos, desde luego aquello le gustaba. Yo deseaba que se corriera, pero ella parecía querer que yo lo hiciera antes, por lo que incrementó el ritmo de su mano. No sé por qué, pero no quería correrme antes, por lo que intenté retrasar mi propio orgasmo, concentrándome en ella, quería “ganar” esa carrera. Y lo logré, simplemente tuve que buscar su clítoris con mis dedos y apretarlo un poco.
Aaaaahhhhh. Diosssss.
Loli apretó sus piernas, atrapando mi mano y se derrumbó sobre mi pecho, dejando de masturbarme. Mi polla se quejaba pero yo no podía evitar un sentimiento de triunfo. Loli me miró a los ojos y vi que los suyos estaban vidriosos, llorosos.
Acaba con la boca por favor, como al abuelo – le dije.
Loli sólo atinó a asentir con la cabeza. Se deslizó lentamente sobre el colchón y su cara quedó a la altura de mi polla. No la chupó, ni la lamió, se la metió directamente hasta el fondo y su lengua, sus labios, su boca, su garganta parecieron apretar simultáneamente sobre mi torturado pene. No aguanté más. Si la corrida de antes había sido bestial, ésta la superó con creces.
Dioss, Diosss, Loli, joder…
No atinaba ni a balbucear, me incorporé como si me hubiesen dado una descarga y sólo acerté a sujetar la cabeza de Loli con mis manos y apretarla contra mi ingle, aunque ella no parecía tener ninguna intención de separarse de mí. Yo notaba cómo ella iba tragando lo que de mi polla surgía y ese mismo efecto de succión acentuaba el placer. Finalmente el orgasmo terminó con unos leves espasmos que recorrieron mi cuerpo. Me dejé caer hacia atrás, rendido, pero ella permaneció aún con mi polla en la boca durante un rato, hasta que empezó a decrecer.
Finalmente, fue sacándola de su garganta, pero lentamente, recorriendo con sus labios toda la longitud de mi miembro que empezaba a perder su dureza, como si quisiera limpiarla por completo. Se incorporó, quedando sentada y con las manos apoyadas en el colchón. La miré fijamente y es una imagen que jamás olvidaré, su piel, empapada de sudor, sus ojos, negros como la noche y con un extraño brillo en el fondo, sus pechos, redondos y perfectos, su vagina, aún entreabierta y brillante por los flujos, pero lo que me mató, lo que más me excitó, fue esa gota de líquido blanco que asomaba por la comisura de sus labios y el instante en que su lengua recorrió esos labios relamiéndose, como si en vez de haberse tragado mi esperma hubiese sido un simple vaso de leche.
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Todo esto me excitó, pero de momento mi pene no reaccionaba.
Loli, vístete, ya está bien por hoy – dijo mi abuelo.
Ella me miró a mi abuelo y sin decir palabra se levantó y comenzó a vestirse. Yo no podía apartar los ojos de ella. Quería más.
¿Qué te ha parecido? – dijo mi abuelo.
Fantástica – le respondí. Loli me dirigió una mirada cómplice.
Bien, bien.
Nadie añadió nada, éramos dos hombres mirando cómo una mujer se vestía. Loli terminó y se sentó en la cama para ponerse los zapatos. Tras hacerlo se acercó a mí y me besó en la boca. Yo respondí al beso y noté cómo su lengua se introducía entre mis labios y se enroscaba con la mía. Estuvimos un segundo así y de pronto acabó.
Loli se fue hacia la puerta, pero antes de salir se volvió hacia mí y me sonrió. Mi abuelo cerró la puerta tras ella. Allí estaba yo, saboreando a Loli, pero también mi propio sabor, y no me desagradó, supongo que es verdad que los hombres no nos la chupamos porque no llegamos.
Hay otra cosa que debes saber- dijo mi abuelo.
¿El qué? Como habrás observado Loli seguía cachonda tras vuestro encuentro.
¡Toma, y yo! Sí, pero ¿a que tu pito no está en pié de guerra? No, es verdad.
Verás hijo, los hombres nos excitamos más fácilmente que las mujeres, pero también mermamos nuestro vigor antes. Es decir los tíos nos ponemos a punto enseguida, pero excitar a una mujer requiere tiempo y dedicación. Además, tras el orgasmo, el hombre se viene un poco abajo, pero la mujer sigue dispuesta ¿me sigues? Creo que sí.
Hoy lo has hecho muy bien, preocupándote tanto de su placer como del tuyo. No hay peor amante que aquel que se dedica a satisfacer sus apetitos dejando a su pareja insatisfecha.
Comprendo.
Bien.
Abuelo.
¿Sí? ¿Por qué has hecho que Loli se fuera? Porque querías follártela.
Sí ¿y qué? Mira Oscar, yo te he ayudado hoy, y siempre estaré ahí para darte consejo de lo que quieras, pero no es bueno que yo te haga todo el trabajo. Tienes un don, y debes aprender a desarrollarlo por ti mismo. Además, no quiero que te encoñes demasiado con Loli, a tu edad es peligroso.
¿Cómo? Supón que te la hubieras tirado, podrías ver en ella a la mujer perfecta, que te da todo lo que deseas. Loli es muy experta en estos temas y podría llegar a sorberte el seso.
¿Y qué? Pues que tienes todo un mundo que explorar, en esta misma casa hay un montón de mujeres, debes probar un poco de cada cosa para disfrutar plenamente tu vida, no dedicarte a una sola. Sería un desperdicio.
Ya.
Pues eso. Sin duda acabarás follándote a Loli, tranquilo, pero hay muchas más.
De acuerdo.
Otra cosa.
Dime.
Aún eres muy joven, te queda mucho por aprender sobre tu don y sobre cómo seducir a una mujer.
Claro.
Pues eso, habrá ocasiones en que estés muy caliente y no tengas una mujer para aliviarte.
Ya, hoy por ejemplo.
Exacto. Pues cuando pase eso o simplemente cuando te apetezca, hazte una paja.
¿Cómo ha hecho Loli? Eso es, puedes hacerlo tú solo. Al final te corres igual; no es tan bueno como con una mujer, pero alivia.
Entiendo.
Y no hagas caso de las habladurías de viejas que dicen que te quedas ciego y otras gilipolleces. Yo me la he cascado muchas veces y aquí estoy.
Sí, je, je.
Bueno, te dejo que descanses. Apuesto a que ahora sí serás capaz de dormir. Espera, abriré la ventana para ventilar esto un poco.
Tras abrir la ventana, se dirigió a la puerta.
Abuelo.
¿Sí? He dejado a Loli muy caliente ¿verdad? Sí hijo, sí. De hecho, esta noche yo me aprovecharé de ello.
¿Irás a su cuarto? Todas las noches voy a algún cuarto.
Y salió de la habitación.
Abuelo.
Volvió a asomarse.
¿Sí?
Lo miré fijamente y le dije:
Gracias.
Él me guiñó un ojo y salió, cerrando la puerta.
En una cosa sí se equivocó mi abuelo. Fui incapaz de dormir en toda la tarde. Mi cabeza era un torbellino de imágenes y sensaciones y poco a poco mi pito fue despertando. Estaba bastante decidido a intentar el sistema que me recomendó el abuelo, pero no pude.
Mi madre entró a verme, y al notar que estaba mejor y que ya no tenía fiebre dejó la puerta abierta “para que me diera el aire”. Además todo el mundo empezó a pasar por el cuarto para interesarse por mi estado, mi padre, mi tía, mis primas, Dicky… La única que no vino fue Marina.
No fue del todo desagradable, porque mientras las chicas iban desfilando por mi cuarto y me tocaban la frente, me daban besos, me revolvían el pelo… yo no paraba de sobarme la polla bajo las sábanas. De todas ellas creo que sólo mi tía sospechó algo, pues me miró con cierto reproche en los ojos, pero no dijo nada.
Por la noche fue mi padre quien me trajo la cena, con la consiguiente decepción, por lo que le dije que ya estaba bien, que podía comer solo. Así que me dejó la bandeja y se marchó.
Pasaron un par de horas, el silencio se apoderó de la casa, pero yo seguía despierto. Volvía a tenerla dura, así que comencé a pajearme. Desde luego no era tan bueno como con Loli, pero no estaba mal. De pronto se me ocurrió que podía estar mejor. Recordé lo mucho que me había excitado espiar al abuelo ¿por qué no repetirlo? Sabía exactamente donde debía estar.
Si me pillaban me la cargaba, pues no tenía ninguna razón para ir al ala de los criados, pero ¡qué coño!.
Me levanté sigilosamente y me calcé las zapatillas. Sentía mi pene bien duro, presionando contra el pijama. Encendí el candil de mi mesilla y salí del cuarto tapando la luz con la mano, para que no me vieran.
Me dirigí lentamente hacia la escalera, pero, al pasar por delante del dormitorio de mis padres, escuché unos ruidos. Me quedé helado, esperando que la puerta se abriera, pero no fue así. Agucé el oído y logré distinguir unos gemidos. Algo más tranquilo me acerqué a la puerta y me agaché para mirar por el ojo de la cerradura.
La luz estaba apagada, pero por la ventana abierta entraban los rayos de la luna, lo que me permitía ver bastante bien lo que pasaba.
Mi madre yacía tumbada sobre la cama, mientras mi padre se la follaba en la postura del misionero (entonces no sabía su nombre). El culo de mi padre subía y bajaba rápidamente mientras una de sus manos sobaba los pechos de mi madre. Bueno – me dije – pues aquí mismo.
Apagué el candil de un soplido, me arrodillé en el suelo mirando por la cerradura y me saqué el pito del pijama. Comencé a pajearme lentamente, disfrutando, pero enseguida vi que no era igual que por la mañana, no estaba tan excitado. Se oían los bufidos de mi padre, pero mi madre permanecía extrañamente laxa, no colaboraba, no parecía estar disfrutando demasiado. De vez en cuando mi padre la besaba y ella respondía, pero no había pasión. Fallaba algo.
De pronto mi padre pegó dos o tres culetazos más fuertes, se puso tenso y se derrumbó sobre mi madre. Poco después se deslizaba hacia un lado en la cama y se arropaba.
Yo permanecí allí, espiando con la polla en la mano. La luz de la luna me permitía ver bastante bien a mi madre, con las piernas abiertas, el camisón subido y uno de sus pechos asomando por un lado. Miraba al techo, como distraída. De pronto se levantó.
Voy al baño – dijo.
Ummmm.
Joder, qué susto. Casi me caigo de culo. Iba a correr hacia mi cuarto, pero afortunadamente vi el candil en el suelo. Lo recogí y me precipité en mi habitación. Entorné la puerta y me quedé observando por la rendija.
No había tanta prisa, pues mi madre aún tardó un poco en salir, supongo que estuvo encendiendo la vela que llevaba en la mano. Yo la espiaba desde mi puerta y me quedé alelado. Estaba preciosa con el pelo revuelto, además aunque se había bajado el camisón, no lo había colocado bien por arriba, por lo que uno de sus pechos asomaba libre. Se dirigió con paso cansino hacia el baño del pasillo.
Mientras lo hacía, yo me la machacaba silenciosamente. Ella entró al baño, pero yo no acabé, por lo que decidí esperar a que saliera. Esperé unos minutos, pero no salía, así que me atreví a asomarme al baño. Por debajo de la puerta podía ver la luz de la vela de mi madre y si ésta se movía, regresaría corriendo a mi cuarto.
Como estaba cerca, dejé mi candil apagado en la mesilla y salí. Escuché unos segundos por si había ruido y me arrodillé frente a la cerradura del baño. Allí estaba mi madre. Había encendido también un quinqué que había dentro, por lo que había bastante luz. Estaba de pié con las manos apoyadas en el mueble de la jofaina, mirándose al espejo. Mi posición era un poco escorada, pero no importaba, pues el reflejo del espejo era perfecto.
Mi madre seguía allí, contemplándose. Su pecho izquierdo continuaba por fuera del camisón. Yo me bajé los pantalones del pijama y reanudé mi paja, un poco nervioso por si tenía que salir corriendo.
Ella sumergió una de sus manos en el agua de la jofaina, y suavemente la deslizó por su cuello, por su garganta. Las gotas de agua resbalaban por su piel y volvían a caer en la palangana. “Plic”, aquel sonido pareció retumbar en la casa; yo volvía a estar excitadísimo, mis sentidos estaban agudizados. Ella siguió mojándose el cuello hasta que en una de las pasadas, su mano bajó hasta su pecho desnudo y comenzó a acariciarlo. Sus dedos empezaron a recorrer el contorno de su pecho, a acariciar su pezón, que enseguida se irguió orgulloso.
Lentamente, deslizó con su mano el tirante del camisón que aún llevaba puesto, con lo que éste cayó al suelo. Se contempló unos instantes en el espejo y continuó sobándose las tetas con una mano. Pude ver cómo la otra se metía entre sus piernas y comenzaba a moverse. En realidad, y dada mi posición, sólo podía ver cómo se acariciaba los pechos, pues el espejo no era de cuerpo entero, pero nuevamente la excitación acudió en mi ayuda.
La mano de mi madre pareció incrementar su ritmo y de pronto estuvo a punto de caerse, como si las piernas le fallasen. Así que se tumbó en el suelo, separó bien las piernas y siguió masturbándose.
¡Qué visión sublime! Se acariciaba con fruición, se tocaba por todas partes, se retorcía de placer. Yo podía oír perfectamente sus gemidos, sus suspiros.
Uuff. Ahhhh. Ummm.
Seguí masturbándome y poco a poco fui acomodando mi ritmo al que marcaba mi madre. Quería correrme con ella.
Súbitamente, la espalda de mi madre se arqueó. Ella encogió las piernas y emitió un pequeño gritito de placer:
¡AAAHHH!
Alguien podía haberlo oído y salir a ver qué pasaba, pero a mí me importaba una mierda. Aceleré el ritmo de mi paja y me corrí. Varios lechazos cayeron sobre mis muslos, en el suelo, en la puerta. Había sido genial.
Sin darme cuenta, me dejé ir un poco hacia delante, por lo que mi cabeza chocó levemente con la puerta. No hizo mucho ruido, pero bastó para devolverme a la realidad. Me asomé a la cerradura y vi que mi madre se había sentado en el suelo y se tapaba el pecho con el camisón mientras miraba hacia la puerta.
¡Me había oído! ¡Joder! Me incorporé como pude y sin subirme los pantalones fui hacia mi cuarto. Entonces, por el rabillo del ojo vi cómo la puerta del cuarto de mi hermana se cerraba rápidamente.
Vaya con Marina – pensé y me metí en mi cuarto como una exhalación, cerré la puerta y a la cama volando.
La sangre me latía en los oídos, estaba muy nervioso y decidí hacerme el dormido. Entonces se abrió la puerta de mi cuarto, una luz penetró en él y se dirigió a la cabecera de mi cama. Era mi madre.
Permaneció allí, de pié unos minutos. Yo, asustado, no me atrevía a mover ni un músculo. De pronto mi nariz captó un aroma familiar, el olor de hembra caliente. Lentamente, procurando que mi madre no me viera, abrí los ojos. Frente a mi cara estaba el coño de mamá. Tapado con el camisón claro, pero por el olor yo sabía que estaba caliente. Y yo también; a pesar del susto, noté cómo mi miembro se endurecía de nuevo (ah, la juventud).
Ella permaneció allí un poco más, hasta que finalmente me acarició la cabeza y me besó, dirigiéndose hacia la puerta. Yo la seguí con la mirada mientras salía y gracias a la luz de su vela, pude ver su silueta desnuda perfectamente recortada a través del camisón.
Un rato después me hice una buena paja recordando esa silueta, y con esa imagen en mente, me dormí.
A la mañana siguiente desperté renovado, con la mente más clara, relajado. Y por supuesto con la picha tiesa, maravillosa juventud.
Me desperecé deliciosamente en la cama, mientras rememoraba los excitantes sucesos del día anterior, hasta que un recuerdo penetró de golpe en mi mente. ¡La corrida!, ¡me había corrido contra la puerta del baño y no lo había limpiado!
Me levanté como un resorte y corrí hacia el baño. La puerta estaba abierta y no se veían restos de semen por ninguna parte, ni siquiera en el suelo. Alguien lo había limpiado. Lo cierto es que jamás me enteré de quién me hizo ese favor.05503625373895522895
 

Relato erótico: “Secreto de Familia: ¿Has hecho alguna vez un trio?2” (POR MARQUESDUQUE)

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no son dos sino tres2José:

sin-titulo-¿Has hecho alguna vez un trío?- La escena era impresionante. Llego a casa, no parece haber nadie, escucho voces en el cuarto del niño, entro y me encuentro al bebe dormidito en la cuna y en la cama dos mujeres de infarto, desnudas, en posición de estar haciendo un 69.

-Pero… ¿Qué está pasando aquí?

-Hola José- dice la más joven de las dos, un bombón castaño de 19 años, sacando la cabeza de entre las piernas de la otra, una rubia de ojos azules de treinta y tantos.- ¿Has hecho alguna vez un trío?- y las dos se ponen a reír, como si esa ocurrencia fuera lo más gracioso del mundo.

-Sabes que sí. Tú estabas.- digo reponiéndome de mi asombro. Ciertamente Sandra, la que me hacía tan singular pregunta, era mi novia, y habíamos experimentado un par de veces con su hermano adoptivo y con mi mejor amigo.

-No- me corrigió ella desdeñosa- me refiero a un trío con dos chicas- que insistiera en esa idea en aquellas circunstancias, con Lorena y ella desnudas y olor a sexo en la habitación, me estaba volviendo loco.

-No- respondí todo lo serio que pude- sabes que te lo cuento todo, a parte de con Lorena no he estado con nadie más que contigo.

-¡Que mono!- saltó la rubia y las dos rieron de nuevo- Anda desnúdate para que estemos en igualdad de condiciones y ven con nosotras.- Así lo hice. Me quité la ropa tan rápido como pude y salté sobre la cama. Me habían hecho un hueco entre ellas, que ahora estaban sentadas sobre sus piernas- Sandra me estaba contando cuando hicisteis un trío con Javi y nos calentamos, pero ahora que me acuerdo aún no me había explicado el de Manolo. Anda, cuéntalo tú, ya que has llegado.

Como digo Sandra es mi novia, además de mi prima y medio hermana, pero esa es otra historia. Lorena es la pareja lesbiana de mi madre y siempre ha sido mi fantasía, es una mujer impresionante, de una belleza extrema. Sabía que ella nunca había estado con un hombre, hasta que me propuso tener un hijo, juntos. Tanto mi madre como mi novia lo sabían y estaban de acuerdo. Mi familia es un poco extraña, ya lo sé. El caso es que aquellas dos mujeres eran, sin duda, las mujeres de mi vida, y mis sueños sexuales hechos realidad… y ahora estaban las dos juntas, desnudas, rodeándome…

-Manolo es mi mejor amigo. Me daba pena que nunca hubiera hecho el amor, que fuera virgen aún. Sandra y yo le buscábamos citas, le presentábamos chicas, pero las cosas no salían bien con ninguna, hasta que se me ocurrió. Yo estaba acostándome contigo, sabía que ella lo hacía a veces con Javi, a Manolo le habíamos dejado mirar mientras follábamos, era obvio que la adoraba… porque no dejar que hicieran el amor, que perdiera la virginidad con ella.

-¿Le habíais dejado mirar mientras follabais?- preguntó Lorena asombrada

-Pues sí, igual que a ti- respondió riendo Sandra. Era cierto, Lorena nos había espiado en la cama algunas veces, antes de que decidiéramos tener un niño.

-¡Eh! Vosotros lo hicisteis antes- protestó la rubia. También tenía razón. Primero yo solo y luego con Sandra, habíamos conocido el sexo observando a Lorena con mi madre, pero se suponía que ellas no eran conscientes.

-Así que sabíais que os espiábamos…

-Solo yo, tu madre sigue en la inopia. Me excitaba tanto que nos miraseis, que procuraba que no se diera cuenta… Volviendo al tema, le diste a Manolo fotos sexis de Sandra, me ha dicho ella antes, ahora tú me dices que le dejasteis mirar… ¿algo más?

-Una vez le hice una pajita- comentó Sandra

-¡Serás puta!- dijo Lorena riendo y fingiendo indignación- Ese chico debe considerar a José un cornudo…

-¿Puta yo?

Las dos comenzaron a reír y a hacerse cosquillas. El problema es que estaban desnudas y yo estaba en medio, así que su pelo y sus tetas rozándome en sus juegos hicieron que mi polla comenzara a reaccionar. Finalmente sellaron la paz con un beso. ¿Y para mí no hay beso?, me quejé yo. ¡Claro que sí, tonto!, dijo Lorena y me besó. Luego Sandra hizo lo mismo. Esta vez su lengua contactó débilmente con la mía. ¡Eh! El mío ha sido sin lengua, se quejó la primera. Pero es mi novio, dijo posesivamente la segunda. Es verdad, aceptó Lore. ¡Que no, tonta!, gritó Sandra, morréale tu también. Y vaya si lo hizo. Lorena me metió la lengua hasta la garganta. Fue uno de esos besos que quitan el aliento- ¡Eso no vale!- se quejó mi novia- Mira como se la has puesto- añadió cogiéndome la polla que, ciertamente, estaba ya completamente dura con tanto besuqueo.

-No te pongas celosa- respondió la madre de mi hijo- También puedo besarte así a ti- dicho y hecho, las dos unieron sus bocas ante mí. Las tetas de Lorena descansaban además sobre mi pecho y las de Sandra me rozaban el hombro. Las dos se estaban comiendo los labios y juntando sus lenguas con pasión y Sandra aun tenía mi miembro en su mano, aunque no la movía. No lo resistí más y acerque también la cara. Ellas me hicieron sitio y juntamos las tres lenguas.- Bueno- dijo Lorena finamente- sigue contando lo de Manolo.- la mano de Sandra había bajado lánguidamente a mis huevos y los acariciaba con suavidad. Me recompuse como pude y reanudé mi relato:

-Cuando le propuse follar con Sandra el pobre no se lo podía creer, no entendía nada. La gente tiene un concepto posesivo del sexo y del amor que no es nada sano. Así pasan luego las cosas que pasan, corazones rotos, crímenes pasionales… En fin, él es mi amigo, sé que Sandra seguirá conmigo. ¿Por qué no darle ese gusto? Traté de explicárselo sin darle demasiados detalles, pero estoy seguro de que no lo entendió mucho, aún así accedió y follaron… o sea, que sí, seguro que me considera un cornudo- dije riendo- Después, Manolo estuvo algunos días esquivo conmigo. Se sentía incomodo, supongo. Poco a poco fuimos recuperando la normalidad. Sandra le había dicho que yo me acostaba con otra, sin explicarle que eras tú. Cuando me preguntó quién era mi amante misteriosa no supe que decirle, no podía confesarle que era la compañera de mi madre, sería demasiado para él. Le dije que era un secreto. Tanto misterio le confundía aún más.

-También fue incomodo para mí al principio- intervino Sandra- Me había confesado su amor y yo solo había podido darle sexo. Ponía cara de novela romántica cada vez que me veía. No entendía nuestra peculiar relación y yo no podía explicárselo.

-¿Te había confesado su amor?- intervino Lorena- ¡Que tierno!

-¡Que cabronazo más bien!- objeté yo- Encima que le dejo a mi novia intenta levantármela… El caso es que con el tiempo fuimos recuperando la confianza, hasta que le invité a pasar el fin de semana conmigo y accedió.

-Cuando me lo dijo, ya supe lo que iba a pasar. Habíamos hecho el trío con Javi y al ver que mi hermanito me la metía por detrás José se había empeñado en probar mi culo él también, así que últimamente casi siempre lo hacíamos por ahí.

– A ver, que tiene ese culo de especial- dijo Lorena y Sandra se colocó a cuatro patas mostrándoselo- Es un gran culo- añadió riéndose y comenzó a meterle el dedo índice entre las nalgas.

-Esa misma noche lo hicimos pensando en cómo sería ensartarme entre los dos- continuó mi novia. Siguiendo el hilo de sus palabras, metí mi dedo por su coño- Sí- dijo entre jadeos- más o menos así- Lorena dio por concluidas sus comprobaciones con un beso, luego le dio una palmada y Sandra volvió a su sitio.

-Fue un polvazo- retomé la palabra- Como plan para el fin de semana propuse que fuéramos los tres a la playa nudista. Pensé que así rebajaríamos las tensiones, todos desnudos, sin nada que ocultar. Al principio no fue demasiado bien. Sandra y yo íbamos de la mano y él, a una distancia prudencial, visiblemente incómodo, con la desnudez y con los celos que le carcomían. Llegamos a una cala desierta que conocíamos y nos tumbamos en la arena. Sandra me besó- y, mientras lo contaba la aludida me metió la lengua en la boca- Sí- dije cuando pude hablar de nuevo- más o menos así. Como digo me besó y Manolo algo molesto dijo que prefería seguir paseando.

-Entonces yo le dije que no fuera bobo y se tumbara con nosotros. A regañadientes lo hizo, no sabía negarme nada. Cuando estuvo lo bastante cerca tire de él, así- y tiró de Lorena cogiéndola por el brazo para demostrárselo, de modo que quedó sobre mi novia, como Manolo había quedado ese día en la playa- y comencé a darle besitos en los labios, así- y comenzó a besar a Lorena de la forma que decía. La rubia le devolvió enseguida los besos. Sus tetas se rozaban. Mi pene, que estaba perdiendo rigidez, la recuperó de nuevo ante el espectáculo.- Luego besé a José- y me besó. Lorena volvió a tumbarse.

-La estuvimos morreando los dos y nuestras pollas se pusieron duras- proseguí yo narrando- Sandra nos las agarraba una con cada mano, como agarra ahora la mía- así era, me la había vuelto a coger con firmeza, como para que no se escapara- Pronto empezó a comérsela a Manolo.

-Sí, mira, así- interrumpió la aludida y, con algo de sorna, como si Lorena no supiera lo que es una mamada, usó mis dedos como si fueran una polla para chuparlos sensualmente.

-Sí, así- confirme yo- entonces yo me puse detrás de ella y le pasé mi verga por el chocho y el culo.

-¿De esta forma?- preguntó Lorena y se puso a frotar su pubis contra el culo de Sandra tan sensualmente que me azoró.

-Poco más o menos- asentí. Las dos rieron y se tumbaron de nuevo a mi alrededor.- Lentamente- proseguí- metí el miembro en el coño de Sandra. Ella seguía chupándole la polla a mi amigo, que nos miraba sin poder creer lo que estaba pasando. Cogí a Sandra por la cintura para follarla mejor. En cada embestida sentía su culo en mi cadera, el culo que iba a penetrar en unos minutos. Me excitaba verla mamándosela a Manolo y la cara de capullo que ponía él- al recordarla se me escapó una sonrisa.

-Estar chupándosela a ese chico mientras José me follaba a cuatro patas era una pasada- intervino Sandra- Le lamía el tronco, le besaba la punta, me pasaba su polla por las tetas y este semental- aquí me dio una palmada en la pierna- sin parar con el mete-saca, como a mí me gusta- giró la cara tras decir esto y nos besamos. Le cogí la mano que tenía sobre mi pierna y entrelazamos los dedos.

-Tras un rato haciéndolo así Sandra se desencajó de mi pene y fue subiendo con la lengua por el cuerpo de Manolo, restregándose de pasó con la polla del chico, hasta juntar los labios y besarlo. A él se le notaba traspasado por los acontecimientos y se dejaba llevar. Ella misma se metió el cimborrio de mi colega por donde antes había estado el mío y se quedó quieta para que yo se la metiera por el culo. Así lo hice, como Javi lo había hecho en aquella ocasión y sentí temblar a esta cachorrilla entre nuestros cuerpos.

-Duele un poco- intervino la “cachorrilla”- pero no puedes imaginarte lo brutal que es, lo llena que te sientes, como si estallaras de placer…

-Primero metí el glande. Noté que le hacía un poco de daño y me detuve. Sentí que se iba acostumbrando a mi miembro y relajaba el esfínter, así que la metí un poco más. Le acariciaba las tetas y la besaba en el cuello y en la nuca para que estuviera cómoda. Cuando me pareció que lo estaba disfrutando la metí del todo. Nos estuvimos quietos un momento. Nunca había tenido la polla tan apretada como entonces. Lentamente empezamos a movernos. Podía sentir los embates de Manolo a través de los delgados pliegues de carne que separaban su polla de la mía. Los gemidos de Sandra eran ensordecedores. Temí que atrajeran a algún curioso, no hay que olvidar que estábamos en la playa, al aire libre, con la arena metiéndoseme entre los dedos de los pies. Estuvimos follándola entre los dos mucho rato. A veces nos deteníamos agotados, pero enseguida retomábamos el balanceo, arrancándole a Sandra gritos de placer. Manolo tenía menos práctica y se corrió primero. Yo aún estuve dándole por culo un rato a esta nena antes de terminar- y le di una palmada en el muslo, ante lo que ella sonrió.

-Me corrí varias veces- confesó ella- Fue muy intenso. Absolutamente brutal. Me he puesto cachonda al recordarlo, mira.- En efecto, tenía el coño mojado. Le pasé la mano por la rajita, introduje un dedo en el orificio y le acaricié el clítoris con la yema de otro.

-Yo también me he calentado escuchándoos- intervino Lorena. Con la otra mano comprobé que lo que decía era cierto. Sandra me abrazó y nos recostamos de nuevo. A lo tonto estaba masturbando a las dos hembras, una con cada mano, mientras ellas me besaban en el cuello, las orejas, las mejillas o la boca. Junté mi lengua con la de Sandra, luego con la de Lorena, finalmente las unimos las tres. Mi novia había vuelto a tocarme la polla y el movimiento de su mano ya se parecía mucho a una paja. Lorena por su parte me acariciaba los huevos. Sentía sus tetas frotarse contra mis hombros y contra mi pecho. Ver a los dos mayores objetos de mi deseo procurarme juntas tales atenciones me volvía loco.

-Entonces… ¿nunca has estado con dos chicas?- preguntó de nuevo maliciosamente Sandra en un susurro.

-Yo sí- respondió sorpresivamente Lorena. Sandra abandonó mi polla y se irguió para mirar mejor a su interlocutora.

-¿Sí? ¿Con quién?

-Pueeeees… con tu madre y con la tuya…- y después de soltar esa bomba rió inocente con una carcajada cristalina…

 

Relato erótico: “Soldados del espacio” (POR OMNICRON)

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herederas3-Tu nombre.

sin-tituloMe incorporé, aturdida por los golpes, completamente desnuda. Escupí un esputo sanguinoliento al suelo de la sombría celda.

-Nash.

El puñetazo se clavó en mi estómago, dejándome sin aliento. Volví a caer de rodillas.

-No, escoria. Tu nombre es “escoria”. Repítelo. ¿Cuál es tu nombre, escoria?

Miré con odio al hombre que me hablaba. Targhan, un sargento de los Regimientos Coloniales de aspecto duro como el acero. Sus puños desde luego sí que lo eran. Mi labio partido me dolía casi tanto como mi ojo amoratado.

-Nash. Me llamo… Nash.

Sonrió.

-Eres dura, escoria. Lo reconozco. Y lo admiro.

Un nuevo puñetazo en el rostro me envió al suelo. Durante unos segundos me pareció perder el sentido y toda mi visión se llenó de puntitos brillantes. La fría voz del sargento me devolvió a la realidad.

-Una soldado prometedora. Pero te convertiste en escoria en el momento en que desertaste, en el momento en que asesinaste a comerciantes terrestres para saquear sus posesiones. Si por mí fuera, apretaría ahora mismo este botón.

Sentí un escalofrío. A pesar de mi visión borrosa, pude distinguir un pequeño objeto en la mano del sargento. Se trataba del detonador de mi collar explosivo, la bomba alrededor de mi cuello que portaban todos los componentes de las legiones penales para asegurar su obediencia. Si Targhan pulsara ese botón, mi cabeza volaría por los aires.

-Pero las autoridades de Nuevo Altair te dieron a elegir cuando te pescaron: muerte o regimiento penal. Has optado por lo segundo, escoria, y te has equivocado. Alguien inteligente hubiera elegido la muerte. Porque ahora, ya estás en el infierno.

La patada del sargento en las costillas me cogió de improviso. Ni siquiera tuve tiempo de protegerme. Al golpe le siguió otro y otro.

Targhan se dirigió hacia la puerta.

-Mis deberes me reclaman, escoria. Pero no pienses que hemos terminado contigo.

Apenas notaba la frialdad del suelo contra mi cuerpo desnudo. Pude contemplar a una mujer que entraba en la celda.

-Audrey, ablándala un poco y después llévala a los barracones. –El sargento se dirigió hacia mí antes de salir. –Que no te engañe su delicada apariencia, escoria. La cabo Audrey es una verdadera cabrona.

Durante un buen rato, la mujer recién llegada se limitó a contemplarme. Era una mujer euroasiana, con el pelo moreno corto y unos penetrantes ojos verdes ligeramente rasgados. Tuve que reconocer que la zorra era hermosa. No me levanté del suelo. Me limité a respirar pesadamente mientras le devolvía la mirada con rencor. Cuando habló, su voz era suave, casi hipnótica.

-Mi hermano murió a manos de piratas como tú.

-Me vas a partir el corazón.

Ella se limitó a seguir mirándome, sin caer en mis provocaciones. Cuando habló, su voz era tranquila.

-¿Te crees dura, rubita? Puedo traer a tres de mis hombres aquí y ahora. Te aseguro que estarían encantados de romperle el culo durante horas y horas a una chica guapa como tú. Son muy fogosos. ¿Quieres que lo haga?

Vacilé.

-N… no.

-¿Y qué gano yo a cambio de no hacerlo? ¿Vas a prometer que vas a hacer lo que yo diga?

Permanecí en silencio. La mujer sacó un intercomunicador.

-¿Brannar? Aquí la cabo Audrey. Llama a Quinn, a Goodwinne… Ah, y también a Carnodón. Diles que se preparen para venir ahora mismo.

-Está bien, tú ganas. –Dije. El sabor amargo de la derrota se me hizo insoportable.

-¿Vas a obedecerme?

-Sí.

-No te he oído.

-Sí, mi señora. –Dije elevando la voz.

-Así me gusta, zorrita. Ahora vamos a comprobar que estés diciendo la verdad.

Me quedé estupefacta cuando la cabo Audrey se desabrochó sus pantalones de tela de flak y los bajó hasta las rodillas. No llevaba ropa interior. Ante mi vista quedó un sexo completamente depilado. Ella se acercó y permaneció de pie ante mí. Yo me levanté del suelo y me arrodillé hasta que su vagina quedó a escasos centímetros de mi rostro.

-Vas a comerme el coño ahora mismo.

Con vacilación saqué la lengua y la posé sobre aquel sexo. No me disgustó el acto en sí, lo que verdaderamente me repateó fue contemplar la sonrisa de suficiencia en el rostro de Audrey. Su sexo rasurado parecía latir incesante mientras lo lamí arriba y abajo.

Sabía dulce y salado, caliente, en absoluto desagradable. Audrey colocó una pierna sobre una silla para abrirse y facilitarme al máximo el acceso. Su coño estaba totalmente abierto ante mí y no pude sino sumergirme de lleno en él. Lo besé como si fuera una boca mientras Audrey gimió complacida. Con las manos separé sus labios hasta que su clítoris quedó indefenso y expuesto. Quise terminar con aquello cuanto antes. Me lancé con más fuerza y avidez, con rabiosos movimientos circulares en torno a la parte superior. Sentí mi boca y barbilla inundada de sus flujos.

-Qué… qué bien lo haces, zorrita. Seguro que no es el primer coño que te comes.

Queriendo acallarla, mi lengua se lanzó sobre su clítoris, con un rápido y efectivo lengüeteo sobre su coño en el que intercalé chupadas largas de arriba abajo.

Pronto escuché un gruñido, mientras la mano de Audrey me cogía dolorosamente por el pelo. Se estaba corriendo y estrelló húmedamente mi rostro contra su sexo, moviéndolo espasmódicamente y restregándolo contra ella mientras jadeaba. Cerré los ojos mientras creí ahogarme y mi boca se inundaba de sus flujos.

Por fin pude liberarme. El rubor del orgasmo teñía las mejillas de la mujer que sonreía sofocada.

-Vaya… así que eres toda una experta lamecoños, putita. ¿Sabes? A partir de hoy vas a ser mi perrita particular.

-Qué te den por culo, zorra.

-Oh, pero qué perrita más malhablada. ¿Darme por culo? Eso no está nada bien. Creo que necesitas que te castigue.

Con fuerza, la cabo Audrey me tumbó bocabajo sobre el suelo y clavó una rodilla en mi espalda. Me quejé por el dolor y volví a quejarme cuando me abofeteó mis pálidas nalgas, una y otra vez.

-Tienes un culo precioso, rubita.

Sacó algo de su bolsillo que no pude ver bien. ¿Un tubo? La cabo Audrey esparció una sustancia fría y viscosa sobre mi culo y la extendió con sus manos. Se recreó embarrando mis nalgas, los pliegues vaginales, los muslos y, más arriba, los alrededores del ano. Finalmente, mi ano quedó totalmente lubricado con una enorme cantidad de algo que debía ser vaselina. Temblé. La sensación era placentera, pero me aterrorizaba lo que pudiera venir a continuación.

-Y un chochito muy hermoso, también.

Audrey me acarició los labios vaginales, antes de introducirme un dedo. Gemí quedamente. A los pocos segundos, metió otro dedo que, junto con el anterior, entraban y salían viscosamente. Me mordí el labio inferior para no gimotear mientras un tercer dedo se unió a sus compañeros.

Aullé de dolor cuando los dientes de Audrey mordieron el lóbulo de mi oreja. Aquella zorra era toda una experta en mezclar dolor y placer. Ya eran cuatro los dedos que entraban y salían de mi sexo. El movimiento era difícil aunque mi coño estaba ya enormemente dilatado.

Mis manos se abrían y cerraban inútilmente mientras la saliva caía por la comisura de mis temblorosos labios. Me revolví inútilmente cuando un dedo comenzó a masajear mi ano y comenzó a introducirse poco a poco, hasta ensartarse entero.

-Pero qué culo tan goloso, perrita.

Audrey masajeó el esfínter hasta hacer sitio a un segundo dedo que pareció explorar mis entrañas. El tercero costó más, pero acabó por penetrar por mis intestinos. Abrí los ojos como platos y me mordí el dorso de la mano para no gritar.

Cuatro dedos dentro de mi coño y cuatro dentro del culo.

-No… no puedo más… -me quejé débilmente.

Sonriendo, ajena a mis gemidos, la cabo Audrey comenzó a empujar mientras yo aullaba. Mi ano acabó por ceder con un sonido viscoso y húmedo mientras la mano de la mujer entraba completamente dentro de mí.

Me retorcí de dolor mientras creí desmayarme.

-¡Basta! ¡Basta, por favor! Te lo suplico…

Audrey se levantó lentamente después de sacar lentamente sus manos de mis dilatados agujeros. Sonreía triunfalmente. Yo permanecí en el suelo, jadeando, completamente quebrada y rota, con los ojos cerrados, incapaz de mirarla.

Audrey se limpió la mano con una toalla antes de coger su transmisor.

-¿Brannar? Aquí la cabo Audrey. Que vengan a recoger a la soldado penal Nash y la lleven a los barracones.

La mujer me miró divertida mientras se dirigía a la salida.

-Me lo he pasado muy bien contigo, perrita. En breve volveremos a vernos, te lo prometo.

*******************************************

-Joder, tía, estás hecha una mierda.

-Gracias, Derrio, yo también te quiero.

Apoyé mi cabeza sobre la dura almohada, tirada hecha una piltrafa boca abajo en mi camastro del barracón de la legión penal. El culo me dolía como si me hubiera impactado allí una granada de mortero. Sentía mi ano completamente escocido y dolorido, como si hubiera sido agrandado hasta tres veces su tamaño. Mi coño no estaba mucho mejor.

-Esa zorra de Audrey me ha jodido pero bien. Debería haber elegido a los tres tíos. Dudo que hubiera sido peor.

A mi lado, Derrio, un chaval menudo de mirada aguda como un zorro miró a izquierda y derecha antes de sacar algo de su bolsillo y deslizarlo en mi mano con aire furtivo.

-Toma, tía, para ti.

Cogí las dos capsulas. Obskura, una de las drogas más populares del sector 417-A. Justo lo que necesitaba.

-No puedo darte nada a cambio. Estoy tiesa.

-No pasa nada, Nash. La casa invita.

Me tomé una dosis. Pronto comencé a notar el embotamiento previo a los efectos narcóticos. En breve, una sensación soporífera me invadiría. Se dice que un usuario de obskura podía llegar a tardar más de dos horas en deletrear su nombre.

-Eres un tío de puta madre, Derrio. ¿Cuántos años tienes?

-Casi dieciocho.

-¿Y cómo es que un chavalín como tú ha acabado en un regimiento penal?

-Me pillaron traficando en Nuevo Altair hace unos meses. Mi novia pudo escabullirse antes de que la echaran el guante, pero yo no tuve tanta suerte. Eran veinte años de trabajos forzados en la Luna de Stinger o cinco en un regimiento penal. Callidia, mi chica, me dijo que me esperaría y yo preferí acabar cuanto antes. Me dijeron, además, que así me redimiría, sirviendo a la Tierra, protegiendo a los colonos.

Me reí sin fuerzas, aunque me arrepentí cuando sentí pinchazos en el labio partido.

-Redención… Malditos bastardos… Yo fui soldado antes de desertar. Sé lo que hay. Los Regimientos Coloniales se han convertido en bandas de mercenarios al servicio de la codicia de los Gobernadores Planetarios. Y las legiones penales no somos más que los pobres desgraciados a los que endosan los trabajos más miserables que nadie quiere hacer.

Derrio me miró indeciso.

-No sé, Nash, la verdad es que…

Dudó antes de seguir hablando, como si buscara las palabras.

-¿No estás harta de la vida que llevabas antes de que te pescaran? Yo sí. Quizás esto sea una segunda oportunidad. Está bien hacer algo útil, estar con los buenos por una vez.

Reí de nuevo.

-¿Los “buenos”? Eres un ingenuo, Derrio. Acabas de llegar, no llevas una semana aquí. Dentro de unos cuantos días ya me contarás.

La obskura terminó de hacerme efecto. Una sensación placentera de languidez me invadió completamente y me encontré demasiado cansada incluso para hablar. No sé en qué momento se fue Derrio.

El muchacho era afortunado. Tenía a su chica que le esperaría. Sí, era importante tener a alguien…

Karel. ¿Por qué esos cabrones te tenían que haber destinado a otra legión penal? ¿Qué había sido de ti? ¿Dónde estarías ahora? … Karel…

*********************************************************

-Movimiento en el objetivo, señor.

Intenté serenar mi respiración. Mi collar explosivo parecía que pesara toneladas sobre mi cuello.

Hacía más de media hora que la nave de transporte de tropas “Therion” nos había desembarcado sobre la superficie del planeta Tellar y habíamos emprendido la marcha hacia el norte. Parecía que por fin habíamos alcanzado nuestro destino.

A mi derecha, el explorador señaló con su dedo hacia la aldea, en el claro de aquel extraño bosque de colores azulados. La formaban una docena de cabañas de madera. El capitán Kennoch observó con sus magnoculares.

-Una treintena de xenomorfos. Probablemente el doble. Preparen las armas.

Mecánicamente, sujeté mi rifle laser y comprobé que la batería estuviera al máximo. A lo lejos pude distinguir las figuras de los alienígenas. Humanoides de un color grisáceo de unos dos metros. El Mando los había bautizado como tellaritas. Una raza sentiente del sector 417-A, herbívoros con una tecnología tan primitiva como irrisoria. Valor de amenaza nula. Por desgracia para ellos, su mundo era uno de los planetas más ricos en minerales de todo el sector. Una trágica circunstancia que les marcaba para el exterminio.

La voz de la cabo Audrey pudo escucharse a través del microcomunicador.

-Señor, respetuosamente, no estoy segura del curso de actuación fijado. No están armados y sus intenciones no…

El capitán Kennoch la interrumpió.

-Cabo Audrey, le sugiero que cierre inmediatamente el pico si no quiere ser relevada del mando de su unidad penal. Y pase a engrosarla.

-S… sí, señor.

-Prepárense, soldados. Marcha ligera hasta ellos y fuego a mi señal.

Me incorporé lentamente para avanzar. A mi lado se hallaba Derrio, que agarraba nerviosamente su rifle láser. Estaba pálido como la cera.

El capitán no debió estar conforme con la insuficiente velocidad que adoptamos ni con el escaso ardor guerrero mostrado. Escuché su voz, dirigiéndose al Centro de Mando.

-Conecten los frenetizadores.

Me quedé helada al oírlo. Frenetizadores. La droga de combate más eficaz de la galaxia, capaz de convertir a un pacífico niño de diez años en un violento psicópata con una simple dosis. Se decía que los regimientos penales no podrían existir sin ella.

Intenté serenarme mientras sentía el pinchazo en mi cuello, la aguja inyectando su carga en mi torrente sanguíneo. Fue como si fuego líquido corriera por mis venas. Respiré profundamente mientras cerraba los ojos. Creí estar preparada para la sensación que me invadiría, pero no fue así.

Oleadas de rabia asesina nublaron mi cerebro, cada una más fuerte que la anterior. Mi mente pareció descender como en una interminable montaña rusa hacia un rojo estado de locura homicida. En mi cabeza podía ver miles de falsos recuerdos: tellaritas violando y asesinando a indefensas mujeres humanas, antes de arrancarles las entrañas y devorarlas con fruición, alienígenas destruyendo y saqueando ciudades coloniales y matando a inocentes personas que se rendían desesperadamente.

Una pequeña vocecilla en mi mente se quejó débilmente. Los tellaritas eran herbívoros, ¿cómo era entonces posible que comieran carne humana? No se había establecido ningún asentamiento humano en el planeta de los tellaritas, por lo que era imposible que aquellos alienígenas hubieran conquistado o saqueado una ciudad humana.

Pero aquello fue inútil. El frenetizador se encargó de acallar aquellos últimos resquicios de lógica. Mis dientes comenzaron a rechinar y mi rostro se deformó en una mueca de furia.

Por los microcomunicadores, un gutural gruñido de furia brotaba al unísono de nuestras gargantas. Alguien reía y lloraba a la vez.

Todos escuchamos con claridad la potente voz de capitán Kennoch.

-¡Soldados del Regimiento Penal! ¡Somos el Escudo de la Humanidad! ¡Hacedme sentir orgulloso! ¡Por la Tierra! ¡Por la libertad! ¡Cargad!

Y la masacre comenzó.

Apunté y disparé el láser mientras gritaba y cargaba hacia los alienígenas.

Por el intercomunicador pude escuchar una llorosa voz, casi gimiendo:

-Cerdos… cerdos asquerosos hijos de puta…

Los tellaritas, completamente desprevenidos, recibían los impactos de nuestras armas láser antes de caer segados como espigas maduras. Sin dejar de correr, agoté mi munición, antes de quedar frente a frente con uno de aquellos alienígenas. A la entrada de una cabaña, uno de aquellos seres sujetaba una azada y me contemplaba agresivamente, con la desesperación del condenado en su mirada. Grité, lista para lanzarme contra aquel alienígena y reventar su repugnante rostro a culatazos, pero antes de poder hacerlo, otro de los soldados, equipado con un lanzallamas, barrió todo la zona.

Sonreí mientras contemplaba a aquel ser gritar, convertido en una gran bola de fuego, eufórica por la muerte de aquellos alienígenas asesinos y violadores. Las llamas lamían y consumían las cabañas, calcinándolas. Ya no quedaban más. Ni uno solo había logrado escapar.

El efecto de los frenetizadores se fue diluyendo hasta desaparecer. Un espantoso hedor a carne quemada atenazó mis fosas nasales. A mi alrededor, otros soldados deambulaban con la mirada perdida, incapaces de creer que nosotros hubiéramos sido los autores de aquella carnicería. A lo lejos, creí contemplar a Derrio, doblándose sobre sí mismo y vomitando sobre sus botas.

Mi mano temblaba cuando rebusqué en uno de mis bolsillos. Por fin encontré una dosis de obskura y la engullí rápidamente. Dudé sólo unos segundos antes de tragar otra.

Contemplé el cielo sobre mi cabeza. La irrealidad empezó a invadir mis sentidos. Era como si fuera otra persona la que sostuviera el rifle láser, otra persona la que pisara con sus botas militares los cultivos quemados.

De repente me puse en guardia cuando escuché unos sollozos. Miré alarmada a mi alrededor, buscando el origen de aquel sonido. Tardé mucho en darme cuenta de que era yo misma, que lloraba como una niña pequeña.

************************************************************

-¿Derrio? Sí, claro. Esta noche le ha tocado limpieza en el cuarto de mantenimiento. Supongo que allí estará.

Agradecí la información al recluta con un gesto de cabeza y me apresuré en ir hacia allá. Necesitaba como fuera más dosis de obskura. Tras la vuelta del planeta Tellia a nuestra base no me quedaba ninguna.

Abrí la puerta del cuarto y pasé con sigilo. No quería que nos pillara nadie o nos podían caer varios meses de arresto incomunicado por trapichear con drogas. Pude ver a Derrio sentado sobre unas cajas. Ni siquiera me había visto entrar. Su rostro estaba contraído en una mueca de desesperación, pero me alarmé de verdad cuando vi que su mano derecha empuñaba una pistola láser. Con vacilación, se llevó el cañón de su arma a su boca.

-¡Derrio!

El muchacho me miró y su voz se quebró en sollozos.

-Nash… Yo… Tenías razón… Somos monstruos… Escoria… No puedo…

Con brusquedad le quité la pistola de su mano y la arrojé lejos.

-No, Derrio. No lo eres. No eres escoria.

-Los tellaritas… ni siquiera… no nos había hecho nada…

Cogí su cabeza con ambas manos y le obligué a mirarme.

-Escúchame, Derrio. No te derrumbes. Eso es lo que ellos quieren. Quieren que creas que eres escoria. Quieren machacarte, aplastarte, romperte. No les des esa satisfacción.

-Nash…

-No somos escoria, Derrio. Somos seres humanos… humanos…

Su rostro estaba cubierto de lágrimas. Parecía un niño pequeño. Poco a poco acerqué mi rostro al suyo hasta que, como si fuera una progresión lógica, le besé. No se resistió. Poco a poco, fue respondiendo a mi beso.

Con dificultad por el maldito collar explosivo, me quité mi ceñida camiseta de tirantes por encima de mi cabeza y continuamos besándonos, mientras me sentaba sobre sus rodillas. Su rostro quedó a la altura de mis pechos y el muchacho los besó con delicadeza al principio. Pero yo no quería delicadeza. Queríamos lamer nuestras heridas, celebrar que estábamos vivos en un mundo de muerte y destrucción. Pronto, nos encontramos devorándonos, como un par de desesperados animales famélicos, hambrientos hasta la inanición. Nuestras manos acariciaron, agarraron, arañaron. Me estremecí mientras sentía la erección de Derrio bajo mis muslos. Como pudimos desabrochamos nuestros pantalones y, de una embestida, me penetró.

Gruñí como un animal, contrayéndome ante cada acometida y moviéndome pidiendo más. Las manos de Derrio se cerraron sobre mis pechos y yo abracé al hombre con fuerza, acelerando el ritmo, gimiendo hasta que ambos llegamos al orgasmo y él se corrió en mi interior.

Nos miramos, jadeantes, agotados, los rostros perlados de sudor con mechones de cabello pegados a la frente por la contienda amorosa. Derrio me sonreía, su rostro todavía húmedo por las lágrimas. Volvimos a besarnos.

No sé cuánto tiempo había transcurrido. Ambos estábamos tumbados, entrelazados encima de una lona del pequeño cuarto de mantenimiento. Derrio dormitaba, su rostro sobre mi hombro. Hablaba en sueños.

-…Callidia…

Acaricié su corto cabello moreno, y me sumí en mis recuerdos, que jamás podrían quitarme.

Karel. Mi compañera de piratería, destinada a otro regimiento penal lejos de mí. Mi mano acariciaba su rostro, desfigurado por la cicatriz de su antigua herida de guerra, mientras ambas nos besábamos, nerviosas, inseguras. Mis labios recorrían sus hombros, desde la base del desnudo cuello hasta el extremo, besos carnosos y húmedos, mientras Karel respiraba agitadamente, sonriendo. Nos abrazábamos sin dejar de besarnos, como si pretendiéramos que nuestros cuerpos se fundieran en uno solo.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos. Karel, mi amor… ¿dónde estabas?

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Relato erótico: “Rencores III (La convivencia)” (POR RUN214)

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no son dos sino tres2EPISODIO  III 
LA CONVIVENCIA
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Marta descansaba junto a su piscina, ataviada con un bikini y tumbada sobre una toalla de playa recibía los rayos del astro rey. Acababa de tomar un frugal desayuno. Aquel día no le apeteció levantarse temprano. Había pasado mucho tiempo desde aquella fatal noche y desde entonces se dedicó a recuperar su cuerpo y alma a base de sesiones de masaje, peluquería y largas charlas con sus amigas de café.
El sol acariciaba su cara y su cuerpo y ella se lo agradecía dedicándole sus mejores siestas a cualquier hora.
Oyó acercarse a Benito y se alegró al verle. Unos meses atrás su sola presencia le hubiese incomodado, ahora su relación había cambiado. Hablaba más con él y pasaban juntos más tiempo a diferencia de Bea, que si bien nunca hubo buena relación entre ellas ahora ésta era apenas existente.
-te has levantado muy tarde –dijo ella.
-es sábado –replicó –además tú tampoco has madrugado demasiado.
-yo no tengo obligaciones
-ni yo
-tú si, tienes que estudiar.
-¡vamos mujer!, pero como me mandas a estudiar con el día que hace, ya estudiaré a la tarde.
-Como quieras, tú veras. Ya eres mayorcito para saber cuanto y cuando debes hacerlo.
Que su madre delegara en él cualquier tipo de responsabilidad era todo un hito histórico aunque solo fuera el hecho de administrar sus propias horarios de estudio. No podía defraudarla con sus notas, aun no se atrevía. No obstante prefirió recostarse en la tumbona junto a ella y leer un rato los comics que distaban mucho de ser infantiles y que otrora estuvieran prohibidos en esa casa debido a la violencia que en ellos se dibujaba.
– · –
Fermín se encontraba en su despacho escondido de Bea. Aunque la relación entre ellos también había mejorado desde aquella noche el concepto que tenía de ella había bajado muchos enteros. No había en ella rastro de inocencia o candidez y había perdido por el todo el respeto que antes le guardaba como progenitor. Cada vez que miraba a su hija veía a su mujer hace 20 años. Fría, calculadora, ladina pero sobretodo implacable. “nunca pierdo una batalla” oyó decir a Bea, y ese era exactamente el lema de Marta. Sin duda, Beatriz era hija de su madre.
-¿Papá?
-Horror -pensó Fermín –ya está otra vez aquí.
-¿Puedo pasar? Repitió la misma voz
-No, no puedes, estoy ocupado. Muy ocupado. –metió algo en un cajón y lo cerró apresuradamente.
-Acabo de levantarme y te estaba buscando. Como me dijiste ayer que hoy hablaríamos del coche…
-No, no te dije que hablaríamos hoy, te dije “el día de mañana” hablaremos del tema.
-Eso son excusas. Pero ¿porqué no quieres comprármelo?
-Por que es muy caro, por que solo tienes 18, pero sobretodo, porque no me fío de ti.
-Casi 19. –replicó ella.
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Fermín intentó concentrar su mirada en el periódico que intentaba leer sin embargo la incomodidad por la presencia de la pequeña ladilla pedigueña, lo hacía imposible.
Entonces notó como Bea, que había rodeado la mesa, le apartaba los brazos que descansaban sobre el periódico y se sentaba en su regazo.
-Me dijiste que me lo comprarías cuando tuviera 18. –insistió.
-No, te dije “cuando seas responsable”. Además, no me estás pidiendo cualquier coche…
-Quedamos en que el modelo lo elegiría yo…
-…de entre los que yo seleccionara –cortó Fermín.
-No estás siendo justo -respondía seria.
Un indeseable efecto puso en alerta a Fermín que notó con horror como comenzaba a sufrir una erección.
-¡BASTA! –grito Fermín, enfadado por culpa de la traición de su polla. –he dicho que no y punto
Cortó la conversación para evitar una escena embarazosa. Empujó a Bea fuera de sus brazos y se levantó dispuesto a abandonar la habitación dándole la espalda y ocultando la visión de la polla dura que transportaba.
Bea atajó rápidamente a su padre interponiéndose entre él y la puerta para que no abandonara ni la habitación ni la conversación topándose de frente entre ambos.
-Perdona hombre, no te enfades conmigo, ya veras como…
La cara de ella palideció de inmediato. Pudo notar a través de la fina tela del pantalón, la erección de su padre. De un brinco se alejó de él. Mirando su entrepierna consternada.
-No me lo puedo creer. –dijo ella.
Fermín desolado, intentó excusarse.
-No es lo que parece, no pienses mal. Te lo puedo explicar. Es que hace un rato…
-No hace falta que me des excusas, si está muy claro. Se te ha puesto la polla dura cuando te he puesto el culo encima.
Su padre cerró los ojos con resignación, tomó aire y continuó la explicación pero Bea ya abandonaba la estancia sin prestarle atención.
– · –
Marta estaba junto a Benito disfrutando de su sueño. Ataviada con un pañuelo en la cabeza y un florido bikini. Sus brazos y sus piernas desparramadas sobre la toalla intentando captar la mayor cantidad de sol posible.
Mientras él leía placidamente, ojeaba de cuando en cuando el cuerpo de su madre y cada vez que lo hacía posaba su mirada en el mismo sitio, el bulto de su entrepierna.
Hubo un momento en el que ya no leía, su mirada estaba fija en la parte inferior del bikini que cubría su coño. Marta tenía la boca entre abierta y su respiración era lenta y constante. Estaba profundamente dormida.
Benito se acercó más para poder contemplar de cerca aquel mullido bulto. Las últimas semanas se había convertido en una obsesión. Posó su mano sobre el bikini vigilando que ella no despertara. Lo palpó suavemente y lo acarició con un leve roce.
La respiración de ella era profunda, no movía ni un músculo.
Cogió con cuidado el elástico de la prenda y tiró de él hacia arriba destapando aquel bosque maldito. Cuando lo vio, su corazón latió desbocado, podía sentir sus golpes en las sienes.
Entonces lo hizo.
Deslizó su mano bajo la prenda notando el vello bajo sus dedos. Introdujo toda la mano palpando su pubis en toda su plenitud.
Sus piernas estaban entre abiertas por lo que pudo recorrer todo el coño de arriba abajo una y otra vez con las yemas de sus dedos recreándose en cada rincón, notando sus labios gruesos, sintiendo el suave tacto de su vello.
-necesito una novia cuanto antes –pensó Benito -¿Porque no puedo tener una? Hasta el hermano de Vero se lía con un montón de tías incluida su propia hermana que está de puta madre. Y yo aquí espiando el coño de mi madre, joder. Ese chulo bobalicón, no es justo.
Recorrió el cuerpo con la mirada, llegó hasta las tetas y pensó en lo que disfrutaría lamiéndoselas a su imaginaria novia. Entonces vio los ojos abiertos de su madre que le observaba con el ceño y los labios fruncidos. Paralizado, lentamente, como si aun ella no se hubiera dado cuenta, comenzó a deslizar la mano hasta sacarla por completo del bikini y se giro con intención de irse.
-lo…, lo siento –dijo en un susurro. –no es lo que parece.
-menos mal, porque parecía que me estabas sobando el coño.
Vio a su madre levantando una mano y Benito cerró los ojos a la espera del bofetón. Cuando sintió que la mano se posaba en su hombro suavemente, quedó a la espera de algo peor por lo que no abandono su posición arrugada con la cabeza gacha.
-mírame –dijo ella.
Él se giró y entre abrió los ojos hasta cruzar su mirada con la de ella.
-Benito, no me ha gustado que me metas mano.
-sí, ya lo sé, pero no es lo que parece. De verdad. –parecía un polluelo herido.
-No quiero que vuelvas a hacerlo. –repitió ella.
-no lo haré. Pero te aseguro que no intentaba lo que tú crees.
-¿lo que creo?–dijo ella –cada vez que te descubro mirándome con esos ojos de pervertido me acuerdo de aquella noche. Y lo que creo es que el bueno de Benito no ha dejado de ser en realidad aquel cabronazo que me folló el culo y el coño y se corrió dentro.
Ahora hasta me metes mano, a plena luz del día. Lo que creo… –continuó. -es que no puedo esperar nada bueno de ti.
-espera, déjame explicarte.
Marta bajó la vista hacía su bikini y comprobó que parte de su vello escapaba por un costado. Se lo colocó correctamente e intentó levantarse.
-¡espera! –dijo Benito sujetándole un brazo –por favor deja que te explique.
Marta aguardó unos instantes con la mirada fija en él.
-Llevo mucho tiempo obsesionado con el sexo. Ya sé que no está bien que diga esto pero…, es que no puedo pensar en otra cosa, sobre todo desde lo de aquella noche…, con vosotras.
Los ojos de Marta se pusieron como platos –¿Como dices?
-no, no –cortó Benito –no, quiero decir eso, por dios.
A ver, la culpa de que os hiciera aquello fue por lo pervertido y salido que soy. Llevaba tanto tiempo deseando estar con una mujer que cuando tuve la oportunidad, la aproveché sin mirar siquiera con quien lo hacía. Solo quería follar, follar y follar, y en aquel momento me daba igual con quien.
-Hijo, te aseguro que no te entiendo. –dijo en tono serio.
-cuando acabó todo y durante los siguientes días, no entendía como pude excitarme contigo.
¡Me había puesto cachondo con mi madre y había follado con ella!, ¡joder, que asco! Cada vez que recordaba como te sobaba las tetas o el coño, me daban arcadas.
Pero a medida que pasa el tiempo y mi mente calenturienta comienza a cargarse más y más, las cosas empiezan a no ser tan repulsivas. Y lo que antes era negro ahora es gris y quizá mañana sea blanco.
Su madre, que le miraba con ojos escrutadores, seguía sin comprender lo que trataba de decir.
-hasta aquel día, era virgen en todos los sentidos, pero a partir de entonces y después de probar lo que tanto deseaba ya no puedo parar de pensar en otra cosa. Bueno, quiero decir, a pensar todavía más.
-Lo que necesito… –titubeó Benito, pensando en lo que quería decir.
-… es mi coño. –sentenció Marta.
-no, no, no, eso no, joder. Es lo que trato de explicar.
Vale, sí que necesito un coño y necesito follar con alguna tía. Pero como la única mujer semidesnuda que veo eres tú, termino obsesionándome con tu cuerpo y acabo por meterte mano.
El problema es que voy a volverme loco si no follo pronto con una tía, joder ya, ostia.
Con tono relajado y la mirada fija en él Marta dijo.
-hijo, eso le pasa a muchos y la solución es bien sencilla. Hazte una paja, o mejor hazte dos.
-¡pero si no paro de hacerme pajas todo el día!, joder. Y creo que estoy peor.
-pues échate una novia.
-cojonudo, así de fácil, ahora mismo salgo a la calle y me pillo una. ¡Mamá, por favor!
-no creo que sea tan complicado.
-vale, pues tráeme una.
-no digas bobadas. Sal y búscate la vida. No importa que sea fea, si solo la quieres para follar.
-el problema es que me conocen en todo el mundo como “el rarito de las bragas”. Y ninguna tía quiere nada conmigo, incluidas feas, gordas, ogros y demás esperpentos.
Marta se sonrojó al oírle pues era la culpable de ese rumor, aunque no pudo reprimir una sonrisa por la sorna con que se tomaba el asunto.
-¿y entonces? –preguntó ella
-pues entonces seguiré dándome duchas frías, practicando control mental y haciéndome pajas sin parar hasta que se me seque la médula.
-y metiéndome mano en el coño.
-Que no, ya te he dicho que lo siento y que no volverá a ocurrir.
-si me duermo boca abajo espero no despertar con un dedo metido en el culo, o tu polla.
Benito la miró serio y su tono sonó más grave
-Te juro que solo quería verlo y tocarlo un poco. Nada más.
-Está bien, te perdono, dejémoslo estar, no pasa nada.
Marta apoyó su mano en el hombro de Benito, se levantó y se fue hacia la casa.
– · –
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Beatriz entró en su cuarto, iba a salir y antes quería ducharse. Se desnudó a toda prisa. Echó la ropa sucia en una la esquina de la habitación y se dirigió hacia la puerta donde tenía colgado su albornoz. Se paró en seco y no pudo evitar un grito.
Su padre estaba allí, en el quicio de la puerta con la misma expresión de horror que ella.
-lo…, lo siento no sabia…, quería explicarte…
Beatriz intentaba cubrir su desnudez con ambos brazos como podía. Fermín se percató de ello se quitó su camiseta y se la ofreció. Bea la atrapó por instinto y se tapó con ella.
-perdona…, no quise…, solo vine a hablar contigo…
Todas las palabras que Fermín pudiese haber utilizado hubiesen sido inútiles. El pantaloncillo que vestía mostraba una erección en toda su plenitud llegando al punto de necesitar más tela para poder cubrir su polla dura por completo.
-¿que está pasando aquí?
Ambos miraron hacia el pasillo de donde surgió Marta que miraba la escena con cara enojada esperando una respuesta a su pregunta.
Beatriz, desnuda y con la camiseta de Fermín entre sus brazos. Este último, en completa erección en el cuarto de ella.
-yo …, venía …, tenía que explicar a Bea… –comenzó a balbucear Fermín.
-terapia de choque –cortó tajante Beatriz que había abandonado su posición arrugada para adoptar otra más altiva y segura de sí misma frente a su madre. Sus brazos estaban en jarras sobre sus caderas, ya no ocultaba sus tetas ni su mata de vello púbico y levantaba su barbilla en posición desafiante.
Ambas mujeres se miraron fijamente durante rato. Al final Marta fue la que habló.
-Entiendo –les miró uno a uno con desprecio y se fue por donde había venido.
Fermín quedó impresionado por la reacción de Marta que no montó un escándalo como hubiera sido lo usual.
-¿por qué tu madre…? –comenzó a decir Fermín.
-toma tu camiseta y lárgate –interrumpió Bea. –estiró el brazo, él la cogió sin poder apartar la mirada de sus tetas.
-espero que te hagas una buena paja a mi costa. –dijo enfadada.
Fermín reaccionó y miró su polla dura a punto de reventar sobresaliendo por la parte superior del pantaloncillo, después vio sus ojos encolerizados intentando fulminarle.
-Espera, esto tiene una explicación. –tomó aire para continuar hablando –mira el caso es…
La puerta se cerro de golpe en sus narices.
-Puta niña engreída, puta bruja paranoica, puta viagra de los cojones, ¡joder! –murmuró frente a la puerta.
Apretó los puños y se marchó de muy mal humor.
– · –
Marta volvió junto a Benito que seguía sentado junto a su toalla con la cabeza cabizbaja. Se sentó junto a él y colocó el bote de crema solar que acababa de traer entre los 2.
-Anda Benito, dame crema en la espalda, y de paso un masaje en los pies. Como tú sabes.
Se tumbó boca abajo y se soltó la parte superior de su bikini dejando la amplia espalda para las manos de Benito.
Ya le advirtió Bea lo de su “terapia de choque”. Fermín, siempre fue un cerdo. No podía esperar otra cosa de ellos. Cada vez se encontraba más irritada.
Benito puso cara de fastidio, vertió parte de su contenido en la espalda y piernas y comenzó su tarea con esmero. Para que no se manchara el bikini tiró de él hacia abajo descubriendo parte de su trasero en el que se podía apreciar la blancura de la piel que tapaba la prenda.
No tardó en notar que su madre estaba extremadamente tensa, algo muy habitual en ella. Apretaba sus puños con fuerza, lo que significaba una solo una cosa, estaba muy enfadada con él. No debió propasarse con ella antes.
Después de un buen rato frotando la espalda comenzó con las piernas.
-después le daré un buen masaje de pies –pensó Benito –Así recuperaría parte del terreno perdido en su nueva relación madre hijo.
Masajeaba sus pantorrillas cuando se percató de algo que le cortó la respiración.
Al bajar el bikini y dejar al descubierto parte del blanco trasero de su madre, la tela de la parte inferior de éste se había despegado del cuerpo de ella lo que dejaba a la vista los labios recubiertos de vello de su madre. El negro bosquecillo semioculto entre sus piernas turbó de nuevo a Benito. Que comenzó a sentir una nueva erección. Miró en todas direcciones deseando que nadie le viese en ese momento con su erección.
Su madre, se mantenía bocabajo con los ojos cerrados en un intento por relajarse o cuando menos concentrarse en el masaje. Apretaba aun con fuerza los puños, síntoma de que su alteración o enojo se mantenía si es que no iba en aumento.
Benito se sintió culpable por espiar de nuevo el coño de su madre pero no le quitó ojo.
-adiós, me voy, no me esperéis a comer. –gritó Bea mientras salía de casa alejándose.
Benito dio un brinco cuando oyó a su hermana y rogó que ninguna se fijara en su polla dura.
Marta abrió los ojos y la vio alejarse, la observó durante el tiempo que permaneció en su campo de visión. Un rato después de que hubiese desaparecido seguía con la vista fija en el mismo punto.
De repente su madre hizo algo que jamás antes había hecho incluso estando sola. Se giró boca arriba sin haberse colocado la parte superior de su bikini. Cerró los ojos y dejó de apretar los puños.
Benito no daba crédito. Recorría con la vista su cuerpo arriba y abajo sin cesar obnubilado por el tamaño y forma de sus tetas. Estaba de rodillas junto a ella absorto cuando oyó decir.
-dame crema en el vientre. –lo dijo sin abrir los ojos, en un tono cansado.
Con pulso tembloroso comenzó a acariciar su vientre.
-dame por el torso y los hombros, no quiero que me queme el sol.
Con mayor turbación posó sus manos en el torso y por los hombros. También extendió crema pos los brazos que ahora caían inertes a ambos lados de su cuerpo.
Llegó el momento en el que toda la parte delantera excepto 2 grandes zonas circulares tenía crema.
-no tengas remilgos en darme crema en las tetas, ya las tocaste una vez. La piel ahí es más delicada que el resto y las quemaduras duelen mucho más.
Benito tardó en reaccionar. No era posible que le pidiera eso, y menos después de lo de esta mañana. ¿Sería algún tipo de prueba?
No obstante no lo pensó mucho más y posó una mano en cada teta y extendió la crema lentamente. Acarició con delicada suavidad, más tarde las caricias fueron sustituidas por manoseos e incluso en pleno estado de excitación y atrevimiento las amasó con lujuria.
Extendía de vez en cuando la crema por el resto del cuerpo llegando hasta el límite del bikini y encontró aquí la siguiente de las sorpresas. El bikini estaba desplazado hacia abajo destapando el nacimiento de su pubis. Una pequeña porción de vello escapaba por la parte superior de la tela.
En pleno estado de excitación y con poca sangre en el cerebro para pensar coherentemente empujó disimuladamente cada costado del bikini en varios pases de su mano por los costados de su cadera.
Al cabo de un rato el bikini dejaba al descubierto la mitad de su coño. Benito no aguantó más y se atrevió a dar el paso, aunque lo hizo con cautela. Su mano se desplazó desde su cadera a lo largo de su vientre hasta llegar a la cadera contraria, en su paso rozó tímidamente el inicio de su vello con el borde de la mano.
Una y otra vez las pasadas de su mano bajaban más y más hasta que llegado el momento acariciaba toda la pelvis que el bikini no cubría llenando de vello toda la palma de la mano.
En todo ese tiempo, Marta no se había movido un ápice ni había dado señales que indicaran un cese de lo que estaba haciendo.
Éste, absorto en los encantos de su madre, no paraba de recorrer su cuerpo desde las tetas hasta el pubis incesantemente.
Al final, Benito introdujo la mano dentro del bikini palpando la parte oculta de su madre tal y como había hecho tiempo antes, llenándose la mano con su coño y acariciándolo suavemente. Marta abrió los ojos mirándole fijamente con expresión serena.
Benito detuvo su mano petrificado pero no la retiró. Marta volvió a cerrar los ojos y Benito, empapado de sudor frío, continuó palpando el sexo de ella sin entender nada pero aprovechando lo que fuera que estuviera pasando. Lo recorría con los dedos, sentía la suavidad de su vello, notaba la forma de sus labios.
Por alguna razón, su madre le permitía un exceso otrora impensable.
Deslizó un dedo entre los labios, recorriéndolos por su interior desde abajo hacia arriba hasta llegar a la zona del clítoris que rodeó una y varías veces. Repitió el recorrido hasta que decidió introducir el dedo dentro de la vagina. Comenzó a penetrar su coño lentamente.
Cuando casi tenía el dedo dentro por completo Marta se incorporó como un muelle cerrando sus piernas e impidiendo con ello nuevas exploraciones a su intimidad.
-Ya está -dijo Marta –no sigas.
-pe …, perdona …, pensaba … –comenzó a decir Benito. –joder, lo siento, de verdad, creía…
-tranquilo –interrumpió ella -no pasa nada. Está todo bien. No quiero que sigas, eso es todo.
-¿estás enfadada? –preguntó
-no, no lo estoy. No has hecho nada que no quisiera y me has dado un buen masaje y te lo agradezco. Pero, es que ahora tengo que irme. Quédate aquí descansando.
Se colocó la parte superior del bikini y se subió y acomodó la parte inferior volviendo a ocultar de la vista el negro vello de su coño. Se levantó para irse y al hacerlo vio la enorme excitación de Benito bajo su bañador que le produjo una mueca de sorpresa. Benito se dio cuenta del descubrimiento de su madre lo que produjo una incómoda situación.
Sin más comentarios Marta entró en la casa, momentos después Benito hizo lo mismo y se dirigió a su cuarto. Necesitaba hacerse una paja urgentemente.
– · –
El día transcurrió sin más incidencias. Ya por la tarde cada uno de los integrantes de la familia hacía, como es habitual, su vida por separado.
Marta descansaba en el jardín, benito mataba sus horas estudiando, leyendo comics o trasteando con su ordenador. Bea, desaparecía de casa cuanto podía junto con su amiga. Por último Fermín pasaba innumerables horas en su santuario particular, su despacho, que utilizaba tanto para llevar sus negocios como para leer el periódico o descansar sobre su butaca.
En esta ocasión, se encontraba absorto en sus cavilaciones familiares. No podía quitarse de la cabeza a Bea ni a su mujer. Esa pequeña putilla presuntuosa se había confundido con él y la bruja paranoica de su mujer hizo otro tanto sin darle el beneficio de la duda sin esperar ningún tipo de explicación. Que se jodan pensó. Y que se joda también juanito y su puta viagra adulterada de mierda con sus putos consejos.
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En medio de sus negros pensamientos se abrió la puerta del despacho y del pasillo apareció Beatriz. Llevaba una camiseta que, sin ser ajustada, le marcaba la figura y unas bragas como únicas prendas.
-¿puedo pasar? –preguntó desde el quicio de la puerta.
-ya estás dentro ¿que quieres? –pregunto enfadado.
-hablar del coche.
-pues yo no. Ya estoy hasta los huevos de repetirlo.
-quiero que me lo compres -insistía
-ya hemos hablado de ello. Y he dicho que no.
-a lo mejor si escuchas lo que tengo que decirte…
-a lo mejor si escucharas tú cuando yo te hablo… –corto tajante.
Beatriz se había estado acercando, había rodeado la mesa y se encontraba junto a él. Se sentó sobre la mesa, con los pies colgando, junto al periódico que leía Fermín frente a él.
-Seguro que te interesa un trato.
-seguro que no. Déjame leer tranquilo y vete a corretear histérica a tu habitación. –apoyó sus brazos sobre la mesa a cada lado del periódico e inclino la cabeza sobre él en ademán de leerlo.
Beatriz levanto una pierna por encima del brazo de él posando su pie desnudo sobre el periódico. Al hacerlo, toda la parte frontal de sus bragas quedaban expuestas a la vista justo delante de la cara de su padre.
No lo pudo pasar por alto. Miro con atención sus bragas, se apreciaba el nacimiento de un fino vello en las ingles. El mullido bulto que escondían bajo sí, aquel bosquecillo negro. Se intuía el perfil que marcaban sus labios adolescentes bajo aquella fina tela.
Levanto la vista hasta cruzarla con la de ella. Que le miraba impasible y fría.
-Podemos llegar a un trato. –dijo ella. -Yo quiero algo que tú tienes y tú quieres algo que yo tengo.
-¿Por que supones que voy a querer un tratos contigo?
-Por qué eres un cerdo -le atajó ella -La pregunta es: ¿cuanto vale para cada uno lo que tiene el otro?
Fermín volvió a bajar la vista hacia sus bragas, horrorizado por lo que su hija le estaba proponiendo, recorriendo con la vista en toda su dimensión aquella prenda. Levantó la cabeza de nuevo hasta cruzarse con su mirada gélida.
– · –
Cuando la luz del sol comenzaba a desaparecer Marta se encontraba sentada en el salón absorta en sus pensamientos, pensando en lo ocurrido durante la mañana, el manoseo de Benito, Fermín en erección, Bea desnuda y su “terapia de choque”.
Pensaba también en el deterioro de su relación con Fermín. Le detestaba pero era su marido, debía intentar un acercamiento con él o la familia terminaría desintegrándose. Si habían superado lo de aquella noche podrían superar cualquier cosa. Había mucho en juego y tanto ella como él debían permanecer siempre juntos y a ser posible unidos.
Se dirigió a su despacho. Llamó a la puerta y entró. Beatriz estaba dentro con su padre, al parecer se estaban despidiendo y ella se dirigía hacia la puerta. Pasó junto a ella sin decir palabra y con cara de hastío. Desapareció por el pasillo.
Fermín, en pie se abrochaba la camisa y se la metía dentro del pantalón.
-una escena curiosa cuando menos. –pensó Marta.
-¿tienes calor?, estas sudando.
-sí. -contestó él titubeando. –He hecho un poco de ejercicio.
-no me digas, ¿de que tipo?
-flexiones
-ya, ya veo. ¿Y Bea te ayudaba?
-la verdad es que no- dijo con enojo -he hecho ejercicio yo solo.
-típico de ella. Nunca hace nada.
-¿a quien me recuerda?
-a su padre, sin duda. –atajó Marta.
Tras unos segundos Fermín fue el que habló.
-y bien, ¿qué querías?
-hablar contigo, pero casi mejor lo dejamos para otro momento.
-¿que tiene de malo este?
-todo, lo tiene todo.
-¿por qué?
-Porque es imposible hablar con alguien que se aleja cada vez más de su matrimonio.
-eso no es cierto.
-Mira Fermín, es inútil negar que entre nosotros hay una distancia insalvable que cada vez se hace más grande.
-Cierto, ¿y de quien es la culpa?
-Ahora mismo tuya.
-¿Mía?, ¡vaya por dios!, siempre soy yo el culpable de todo.
-Siempre no. Yo tengo mucha culpa de lo que nos pasa. Pero ahora mismo hay cosas que ya no estoy dispuesta a tolerar.
-¿qué “YA” no estás dispuesta?, no digas bobadas. Tú nunca has tolerado nada.
Marta le miró irritada.
–He consentido muchas cosas en silencio. Que tú no lo sepas o no hayas querido darte cuenta no quiere decir que no lo haya hecho.
-No me digas, ¿como cual, si puede sab… –Marta no le dejó terminar.
-Verónica, Amanda, la madre de…
-vale, ¡vale ya! No sigas por ahí. -Cortó Fermín incómodo. –tampoco tú eres un alma cándida.
-no, no lo soy y por eso había venido aquí. Para hablar, para solucionar, hacer borrón y cuenta nueva. Pero de momento prefiero dedicar un tiempo a pensar cierta serie de cosas.
-¿Pensar?, ¡Maquinar!, querrás decir.
Marta se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Antes de que abandonara el despacho Fermín gritó.
-yo también he hecho la vista gorda contigo muchas veces. ¿Qué diferencia hay ahora?
Se detuvo en el quicio de la puerta.
-pues que no estoy dispuesta a añadir a tu propia hija en tu lista de deslices.
-¡eres una paranoica!, ¿lo dices por lo de esta mañana?
-Lo digo por que sus bragas cubren la lámpara de tu escritorio.
Fermín se giró consternado en busca de la prueba del delito. Al verlas se lamentó de haberlas dejado allí. Miró a su mujer con cara de fastidio a la espera de lo que esta tuviera que decir.
-Bueno. -dijo ella. –al menos ahora, no tratas de darme excusas baratas. Siempre me hizo pensar que me tomabas por tonta. Dicho esto, abandonó el despacho.
– · –
Recorrió el pasillo hasta el jardín. Necesitaba espacio abierto para respirar y pensar con claridad. Anduvo por la hierba sin rumbo fijo, se paró frente al ventanal del salón donde Benito, sentado en el sofá, de espaldas a ella, estaba viendo una película.
Entró sin hacer ruido, al colocarse justo detrás de él comprobó con asombro la realidad de la escena. Benito estaba viendo una película porno. Tenía una mano dentro del pijama meneándose la polla. Marta cerró los ojos con aire cansado.
-¿es que no hay nadie normal en esta casa? –pensó.
Rodeó el sofá y se sentó junto a él. Benito dio un bote al ver a su madre a su lado y se cubrió con ambas manos intentando cubrir su erección bajo el pijama.
-Ah …, mamá …, joder …, estaba viendo …
-ya sé lo que estabas viendo.
-espera, ahora cambio… el mando está…
-no hace falta. –dijo cansada. –me da igual.
Se hizo el silencio entre ellos. Marta miraba el televisor sin interés. Pasaron así un pequeño rato. Ella, seria con la mirada perdida en el televisor. Él, buscando el mando con la vista sin encontrarlo, rojo de la vergüenza.
-tu padre es un cerdo.
-sí… ¿eh?, ¿ah, sí?
-tu padre es un cerdo y tu hermana… una hija de puta.
-eh, sí…, sí…, eso es verdad, sí…, es una hija de puta… ¿po… por qué?
-el cerdo de tu padre… –no acabó la frase.
Se miraban el uno al otro. La expresión de Marta era de amargura, la de Benito de desconcierto, estaba nervioso, con la frente empapada de sudor por el bochorno de la situación.
Entonces se dibujó en su cara una mueca de sorpresa, se le pusieron los ojos como platos y se le cortó la respiración. Marta había puesto una mano en su entrepierna y la estaba deslizando bajo el pijama.
Pudo sentir sus dedos alrededor de su polla que lo cogieron suavemente y comenzaron a acariciarlo. Al desconcierto inicial le siguió una tremenda erección. Miraba a su madre con expresión horrorizada. Ella guardaba la misma expresión inerte. Cerró los ojos un momento y cuando los abrió, tomó una decisión.
Alargó sus manos, asió las tetas de ella y comenzó a masajearlas. Ella no se inmutó. Seguía sin decir palabra con la misma expresión de amargura y la vista fija en su entrepierna, por lo que Benito, se atrevió a desabrochar su camisa lo más rápida y suavemente que pudo para acto seguido introducir sus manos bajo el sujetador.
Sintió el calor y la suavidad de aquellas tetas, se regodeó en sus pezones grandes y blanditos por los cuales pudo adivinar que su madre no estaba nada excitada. Se deshizo del sujetador para poder regodearse de la vista de aquellos cántaros de miel. Los besó, lamió y chupó como un poseso hasta quedar harto de ellos.
Cuando tuvo suficiente dosis, se atrevió a deslizar su mano bajo la falda a través de la cual, y sin encontrar resistencia, topó con sus bragas que, con habilidad, corrió hasta las rodillas donde una vez allí cayeron hasta los tobillos. Una patada al aire de ella terminó por disparar la prenda lejos.
Su mano recorría nerviosa su coño, acariciaba su pubis, sus ingles y sus labios que, a diferencia de esa mañana, no se atrevía a invadir.
Marta se tumbó hacia atrás a lo largo del sofá, levantó una pierna y la desplazó hasta colocarla por detrás de la espalda de Benito quedando él de esta manera entre sus piernas y con el coño de ella totalmente expuesto. Con 2 rápidos movimientos se quitó la camiseta y el pantalón del pijama, que ya llevaban rato molestándole.
Se echó sobre ella que lo esperaba tumbada, asió la polla de él y lo colocó en la entrada de su coño.
Casi se desmayó al notarlo, un pequeño mareo sacudió su cabeza que no era capaz de procesar lo que estaba a punto de ocurrir y sobre todo, por qué estaba a punto de ocurrir. Respiraba con dificultad, le sudaba todo el cuerpo que le temblaba desde hacía rato. Entonces, sin pensarlo más tiempo, presionó su polla ligeramente y comenzó a introducirse en ella.
A medida que su polla entraba por el coño de su madre, su corazón le golpeaba con más fuerza, amenazando con salirse por la boca. Ella en cambio no padecía ninguno de los síntomas de su hijo que, como muñeca de goma, participaba de manera más pasiva que activa. Sus movimientos, tan lentos como escasos, eran como de un autómata.
No dejó de acariciar el cuerpo de su madre durante todo el tiempo que estuvo penetrándola. Besó su cuello, sus hombros y sus tetas. Los lamió, chupó, y disfrutó de su vista todo lo que pudo mientras se la follaba. Excitándose más y más con los vaivenes que en ellos producían los envites que Marta recibía. Benito la galopaba desbocado. Su excitación estaba llegando al límite.
-me voy a… correr. –susurraba con voz entrecortada.
Faltaba poco para culminar su felonía y recordaba cuanto se enfadó su madre la vez que se corrió dentro de ella.
-mama, me… voy a… correr.- repetía
-tranquilo –contesto –no pasa nada. –la parsimonia en el tono de ella era evidente.
Entonces llegó el orgasmo que le produjo oleadas de placer.
-jod… der. Me corro… mi semen… tu coño… me corro.
Su madre aguantaba paciente las arremetidas de su hijo hasta que de improvisto recibió un profundo beso en mitad de la boca. Benito, en la cumbre de su orgasmo propinó un húmedo y largo beso a su madre introduciendo su lengua en busca de la de ella. Ella, horrorizada, trató de zafarse de él, pero le sujetaba con fuerza la barbilla por lo que no encontró la forma de esquivarlo. Sentía su lengua recorriendo su boca cruzándose contra la de ella. No podía respirar y empezó a ponerse nerviosa. Al final terminó por respirar a través de la nariz, soportando resignada los lametones de Benito hasta que este decidiera parar.
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Cuando lo hizo, se dejó caer extenuado sobre su cuerpo colocando su cabeza en el cuello de ella.
-me he corrido. –decía –mi semen… lo siento. No he podido parar.
Benito respiraba agitadamente empapado de sudor.
-me he corrido dentro… lo siento.
-tranquilo Benito, ya te he dicho que no pasa nada. Todo está bien.
-pero mi semen…
-¡he dicho que no pasa nada! Quédate tranquilo.
-podría dejarte embarazada.
-podrías, pero no lo has hecho.
Pasaron un buen rato en aquella posición. Al final ella rompió el silencio.
-anda Beni, vístete y vete a tu cuarto.
-¿estás enfadada?
-no
-Tú no te has corrido
-No, no lo he hecho.
-Te he hecho daño
-¿qué dices? ¡No!
-¿y porque quieres que me vaya?
-Porque ahora quiero estar un rato a solas.
-¿Me odias?
Marta cogió a su hijo con suavidad por la cabeza y le miró a los ojos.
-Benito, no me has hecho daño, no te odio y no has hecho nada que yo no quisiera. ¿está claro?
 Benito asintió indeciso
-Entré aquí porque me gusta tu compañía. Y ahora me gustaría estar sola un rato antes de irme a dormir. Anda, coge tu ropa y vete tranquilo.
Benito obedeció y abandonó la habitación mientras Marta se sentaba en el sofá, se abrochaba la camisa y se bajaba la falda. Cerró los ojos y apoyó su cara en las palmas de las manos preguntándose por que lo había hecho. No disfrutó con ello y no se sentía mejor. ¿lo hizo por Fermín o por Bea?, ¿tal vez fue por Benito?, ¿o solamente le apeteció en ese momento?
– · –
Marta cavilaba por lo que acababa de hacer, seguía con la cara entre sus manos cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. Un calambrazo le recorrió el estómago.
-¿qué haces aquí? –preguntó Marta.
Fermín se tomó su tiempo en contestar.
-Después de irte de mi despacho me quedé pensando en nuestra breve conversación. Así que salí a buscarte. He recorrido toda la casa hasta llegar al jardín. Desde allí he visto luz que salía desde el salón. Me he acercado y te he visto viendo la tele. Buena peli por cierto.
Seguían dando la misma película porno. Pero eso era lo que menos le preocupaba en ese momento.
-¿cuanto tiempo llevas en el jardín?
-¿qué preguntas son esas?, ¡que más da!
-pues… –no sabía que contestar.
-¿te da vergüenza que te pille viendo una peli porno?
-yo no estaba…, en fin, dejémoslo estar. –dijo con resignación. -¿qué querías?
-hablar. Solo quería hablar y continuar con la conversación que dejamos a medias.
-Mira Fermín. –comenzó a decir Marta. –si aquel no fue un buen momento para tener una conversación te advierto que este es peor aún.
Fermín tomó aire con lentitud y comenzó a hablar sin importarle la petición de su mujer.
-cada vez que hablo contigo consigues que me sienta fatal. Y no es que te falte razón.
-¡porque no me falta!
-Ya, pero tú también tienes tus deslices y yo no te los restriego por la cara para que pases el resto de la semana como un perro apaleado.
-He visto cosas que…
-Y otras te la imaginas. –cortó tajante.
-¿Y que tengo que imaginar de ti y Bea?
-¿Qué debo imaginar yo de ti y de Benito?
-¿Lo dices por que ahora estoy más tiempo con él? –preguntó a la defensiva
-Lo digo por que acabo de verle salir, tu sujetador está detrás del sofá y tus bragas colgando de aquella estantería.
Se quedó helada, con los ojos y la boca abiertas sin saber que decir. Cerró los ojos y hundió su cara en sus manos desolada.
-¿ves?, así me he sentido yo durante todo el matrimonio. Y digo yo: puesto que ninguno de nosotros 2 es perfecto, ¿no sería mejor cada uno no le restregara los errores del otro? Yo lo llevo haciendo desde que nos casamos.
Marta apenas le oía. Se había caído del pedestal al que ella sola se había subido. Y lo tenía merecido.
-Me voy a dormir. –dijo entonces Fermín -que pases buenas noches… si puedes.
– · –
Al día siguiente Marta estaba sentada en la tumbona del jardín junto a Benito. El día había amanecido espléndido y decidió descansar bajo el sol mañanero lo que no pudo durante la noche.
-¡Que madrugador! –le dijo Marta a Benito cuando le vio llegar y sentarse a su lado. –te has levantado, has hecho tu cama, has recogido tu cuarto, has estudiado durante 2 horas y ahora… ¡hala!, a tomar el sol. ¡Muy bien hecho hijo!
-Eh…, bueno…, el… la cama…
-Era broma. Ya sé que acabas de levantarte y aun no has abierto un libro. –dijo con sorna.
-Bueno sí… pero a la tarde…
-A la tarde volverás a tomar el sol junto a mi. No te engañes.
Intentaba mantener una conversación informal como si no hubiera sucedido nada entre ellos esa noche.
Al cabo de un rato apareció Bea, pasó por detrás de ellos y se sentó en el lado opuesto de la piscina.
-La hija de puta.
-¿Qué? –preguntó Marta.
-Digo que ahí está “la hija de puta” –repitió Benito –así la llamaste anoche –la “hija de puta” de tu hermana y el “cerdo de tu padre”, o sea el mío.
-Ah, -respondió azorada –sí, no me acordaba.
-¿Qué te pasó con ella?
-Nada. –contestó incómoda
-Vale, luego se lo preguntaré al “cerdo de tu padre”, o sea al mío.
-¡Ni se te ocurra!
-Tranquila, era broma. –dijo con el mismo tono burlón que utilizó ella antes. -Ojo por ojo ¿eh?
Sorprendida por esa nueva faceta humorística de Benito sonrió aliviada.
-¿me lo contarás algún día? –preguntó Benito
-Es posible…
-Bien
-…que no lo haga nunca.
-Joe…, que tía moñas eres. ¿No te fías de mí?, sangre de tu sangre. –dijo melodramático.
Marta rió su comentario. Le agradaba cada vez más su compañía y hoy especialmente. Algo había cambiado en su actitud.
Siguieron conversando un rato. En varias ocasiones Marta no pudo contener una carcajada o una sonrisa producida por sus comentarios.
-Me alegro de que te rías de mí. –decía Benito simuladamente ofendido.
-No me río de ti, me río contigo, que es diferente. –contestaba Marta alegre. -bueno sí, me río de ti. De lo payaso que eres. –rectificó jocosa.
-Gracias maja. Me lo tomaré como un cumplido.
-Que tonto eres.
-Y a mucha honra.
Nunca había visto reír a su madre de esa manera y menos con él. Estaba contento, le gustaba charlar y pasar el rato a su lado.
-Me alegra verte reír. Pensaba que estabas enfadada conmigo.
Se puso seria. -¿por qué iba a estarlo?
-Por lo de ayer.
-¿Por lo de ayer?. –estaba tensa, por fin se enfrentaba a la conversación que trataba de evitar. -¿por qué iba a estarlo?
-Estabas seria, me dijiste que me fuera…
-Ya te expliqué el motivo. Quería estar sola. Necesitaba pensar.
-¿En que?, ¿en lo que te había hecho?
-Tú no me hiciste nada que yo no quisiera. Fui yo quien provocó lo de anoche. ¿por qué iba a estar enfadada contigo entonces?
-No lo sé. Estabas fría y sería. Antes de salir vi como hundías la cara entre tus manos. Ibas a echarte a llorar. Tal vez por algo que hice durante…
-Ya te he dicho que quería estar sola.
-Eso es lo que no entiendo.
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-Mira: lo que pasó… lo que yo misma provoqué… no supe por que lo hice. Y por eso necesitaba estar a solas, para pensar. Todavía ahora sigo preguntándome el motivo.
-Entonces está muy claro. Por la “hija de puta” y el “cerdo”. ¿qué te pasó con ellos?
-Nada. Ya te lo he dicho.
-Vale, no me lo quieres contar. No pasa nada, es tu secreto.
-Por ahora sí. Cuando me aclare yo misma, entonces te contaré todo lo que quieras saber.
Al cabo de unos momentos Marta dijo. -No he podido conciliar el sueño en toda la noche.
-Ni yo tampoco. ¿Como acabó la peli?
No pudo reprimir una carcajada al oírle.
-¿Acaso eso te importa? –rió –¿pero es que esas películas tienen argumento?
-Bueno, de vez en cuando hablan.
Marta volvía a estar contenta una vez que desapareció la tensión de la conversación. Se levantó de la tumbona y se colocó un pareo.
-Me apetece picar algo. ¿quieres que te traiga algo de la cocina?
-Una coca-cola fresca señorita.
Abandonó el lugar, pasó junto a la tumbona vacía de Bea y entró en la casa. Recorrió el pasillo despacio y al pasar junto a la puerta del despacho de Fermín se detuvo. Se giró mirando hacía el jardín donde se veía la tumbona vacía de Bea. Entonces apoyó su mano en el pomo de la puerta y lo giró con suavidad. Abrió la puerta por completo y allí dentro pudo encontrarla.
Ambas mujeres se encontraron cara a cara, mirándose con expresión dura y fría, ninguna de las 2 habló. Se limitaron a contemplarse en silencio con una expresión de desdén hacia la otra.
Bea estaba frente a ella, de pie tras el escritorio con la piernas ligeramente abiertas y las manos apoyadas en sobre el escritorio. La parte superior de su bikini colgaba del cuello permitiendo que sus tetas desnudas pendularan arriba y abajo debido a los envites de su padre que, desde atrás, la estaba follando.
Fermín, con la cara y el cuerpo empapados en sudor, sujetaba a Bea por las caderas, las cuales solo soltaba para asir alguna de sus tetas y amasarla durante algunos segundos. Su pijama descansaba sobre sus tobillos, junto a los cuales reposaba la parte inferior del bikini de Bea.
Marta, asida al pomo de la puerta miraba impasible la escena cuyos protagonistas no trataron de ocultar o justificar.
Fermín, colorado como un tomate, a punto de alcanzar el orgasmo, aceleró su cadencia, tensando al máximo los músculos de su cuerpo y gimiendo ostentosamente mientras comenzaba a eyacular dentro de su hija.
Bea por su parte, recibía impertérrita las penetraciones de su padre, que parecía llegar a los últimos estadios del orgasmo esperando paciente que terminara aquella situación humillante.
Cuando sintió como su padre introducía un dedo por el ano, tensó el cuerpo y una arcada recorrió su estómago. Estuvo a punto de dar un brinco y abofetearlo pero se contuvo. No quería a dar el gusto a su madre de verlo. Mantuvo las manos sobre el escritorio, apretó los dientes y recibió con disimulado desagrado el semen que su padre eyaculaba dentro de su coño mientras notaba como su dedo entraba hasta lo más hondo para salir de nuevo hacia fuera una y otra vez. Su padre se había tomado la molestia de lubricarlo con abundante saliva aun así, no podía evitar contraer continuamente su ano por acto reflejo cada vez que notaba el dedo resbaladizo a través de su culo.
Marta miraba con expresión gélida desde el quicio de la puerta.
Una vez acabado el acto, Fermín se desplomó sobre su sillón totalmente extenuado. Bea, en silencio, se subía el bikini y se ataba la parte superior de la prenda. Se alisó el pelo y se dio la vuelta colocándose frente a su padre.
Éste la miro unos segundos para, con cara de fastidio, abrir un cajón y sacar unos billetes que ella le arrebato de inmediato.
Sin un gesto en su cara abandonó el habitáculo. Cuando llegó a la altura de su madre se detuvo unos instantes frente a ella con la misma mirada fría.
-Me voy a casa de Vero. –Como queriendo decir “hago lo que me da la gana”
-No te olvides de que esta tarde vienen tus abuelos. –respondió Marta en un tono que decía “me importa un comino”.
Cuando desapareció por el pasillo, Marta se acercó a su marido que descansaba sobre su sillón completamente extenuado y con el pijama aún en los tobillos. Se colocó frente a él, cruzó los brazos lentamente y apoyó su trasero en el escritorio justo donde antes Bea apoyaba sus manos. El cajón aún estaba abierto y Marta ojeó en él. Después volvió la mirada hacia Fermín y se fijó con sorpresa en su polla aun dura.
-No se que es más patético. Que te tires a tu hija o que tomes viagra para hacerlo.
Fermín cerró el cajón de un empujón.
-Tú también te cepillas a tu hijo. No me des clases de moral.
-Pero yo no le pago por ello. –respondió con escozor.
-Pues yo sí.
-Y lo de la viagra… ¿qué pasa, que ya no…?
-No, no es por eso.
-Ya.
-Que no lo es, ¡cojones! Ya empiezas otra vez.
Marta miraba a su marido con desdén.
Fermín tomo aire. No le debía explicaciones a su mujer, sin embargo…
-El caso es que Juanito…
-¿¡Juanito!? acabáramos. Que raro que ese no ande por medio.
-Que no, joder. No pienses cosas raras. Déjame acabar.
-Me dijo –continuó. –que con viagra las eyaculaciones eran más duraderas. Las iba a utilizar para mis pajas, como que tú y yo ya no…
-No se como sigues haciéndole caso a ese imbécil. ¿Y que?, ¿te da resultado?
-Quise hacer una prueba el otro día pero…  desde luego no elegí el mejor momento. Así que las utilizo con ella, pero con esta cabrona de niñata que no para de meterme prisa no hay forma de concentrarse ni de correrse artanquilo.
-Espero que valga lo que le pagas. Se ha llevado un buen fajo.
-Pues no, no lo vale. Es como follar contigo. Parece que estoy follando un trapo. –Miró con asqueo hacia la puerta por la que había salido Bea -Solo se mueve si tiene algo en el culo, joder.
-No hace más que soplarme el dinero. –Continuó – Echarle 2 seguidos sería una forma de abaratar costes.
-Ja, te sale el polvo a mitad de precio. A eso se le llama economía de mercado, ¡si señor!
Marta no sabía si reír o llorar por lo patético del cerdo de su marido.
-Me las he visto putas para acabar uno solo. Y además ahora… a esperar a que baje esto.
Miró a Marta con ojos de perro herido y ella adivino sus intenciones.
-¿a lo mejor…?
-Ni hablar. –cortó Marta. –te haces una paja.
Dicho esto se dio media vuelta y se marchó.
-O le dices a ella que te la haga. –grito desde la puerta antes de cerrarla de un portazo.
– · –
Benito sintió el frío de una lata fresca en su pecho. Su madre había traído algo para picar y beber.
-¡pero si esto es cerveza! –exclamó
-¿no te gusta?
-si…, bueno… no se, tú nunca me dejas…
-pues ahora sí te dejo. Ábrela y bebe conmigo. ¡Salud!
-¡pero si tú tampoco bebes!
-pues ahora sí. ¡Que pesadito el niño!
Abrió la lata, brindó con su madre y ambos bebieron largos tragos.
-Ahora sería buen momento para fumar algo de eso que guardas en la caja del armario. –dijo Marta.
Un repentino acceso de tos provocó que la cerveza saliera disparada por su nariz y su boca.
-tjo, tjo… ¿eh?…, tjo, tjo, tjo,  ¿qué has…?
-Vamos hombre. ¿Crees que no lo sabía?
-¿Pero…, y por que nunca…?
-Porque así tenía la oportunidad de sisarte alguno de vez en cuando. Y si te llego a descubrir… adiós a mi proveedor habitual.
-¿Qu…que?, ¿que tú…?, me sisabas… porros. ¿eras tú?. T… tú… pero si tú no…
-Joder Benito, deja de tartamudear que no te entiendo. -Dijo volviendo a dar otro trago.
Calló de súbito, tomo aire y, con ojos como platos y la boca abierta miró fijamente a su madre, esa gran desconocida.
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Entonces, sin previo aviso, se levantó como un muelle, corrió dentro de la casa como un rayo, subió las escaleras de 2 en 2 hasta que se dio cuenta que podía hacerlo de 3 en 3, llegó a su cuarto, abrió el armario, saco una caja de cartón, vació su contenido hasta sacar del fondo una caja plana de metal, volvió sobre sus pasos, descendió por la escalera cual eslalon gigante, salió al jardín derrapando al llegar donde estaba su madre y se tiró en la tumbona con la caja en su regazo.
-Ya… –decía jadeando –…, estoy…, aquí…
Ahora fue su madre la que le miró con asombro. Había comenzado a dar un trago a su cerveza cuando Benito salía disparado y todavía no lo había terminado cuando ya llegaba con una caja que reconoció nada más verla.
-Como seas así para todo…
-Aquí la tengo. –interrumpió ofreciendo un canuto con una sonrisa de oreja a oreja.
Unos minutos después ambos reían como 2 idiotas fumados y en estado de semiembriaguez buena parte de la mañana. Parecían 2 amigos en una mañana de resaca.
Pasado un buen tiempo el silencio se hizo entre ellos.
-¿Te gustó?
-¿El porro?, si ha estado bien –dijo Benito
-Lo de ayer
Benito miró la cara de su madre. Seria, como siempre, pero sin ese brillo de odio crónico con el que había convivido toda su vida.
-Ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida. –y añadió. -¿por qué lo hiciste?
-No lo sé.
-¿Qué han hecho papá y Bea?
No contestó al instante
-follar. –dijo al fin. –lo que han hecho es follar.
-¿Papá? ¿con Bea?. p… pero eso…, no puede ser. Si son…
-¿Qué son?, interrumpió Marta. ¿Padre e hija? ¿como tú y yo?.
-Bea detesta a papá.
-Pero no a su dinero.
-¿Bea… con papa… por dinero? ¿Se prostituye con papá por dinero?
-Tú los has dicho. Se prostituye… la muy puta.
-¡No me lo puedo creer!
-Y además no le sale barata.
-joder, joder, joder. ¿Entonces?…, ¿por eso lo hiciste conmigo?…, por venganza.
Marta se dio la vuelta sin contestar.
-no lo sé.
-o… a lo mejor… ¿simplemente te apetecía follar?
-No. Eso no. Quería tu compañía, no follar contigo. Aguanté durante el tiempo que me estuviste follando porque sabía que te gustaba, nada más.
Supongo que quería que disfrutaras. Era una mujer lo que querías y sabía que eras feliz conmigo debajo. Estabas que no cabías en ti de gozo y no parabas de gemir. Por eso dejé que te corrieras dentro.
Aunque, cuando acabó todo, me sentí como una desgraciada que no sabe ni lo que hace ni lo que quiere.
-O sea que follaste conmigo… por compasión.
-No lo sé. Lo que si sé es que me siento culpable de tu obsesión con el sexo. –Y añadió -Siento lo de anoche, no volverá a suceder.
-¿Qué sientes el qué?, que me dejaras follarte. ¿pero que dices?
-¿No te molesta que te hubiera dejado follar por compasión?
-En absoluto. Ojalá más tías hagan lo mismo, joder, mi sueño hecho realidad.
El semblante de Marta cambió adoptando un gesto desenfadado. -Desde luego, ¡que simples sois los hombres!
-Simples, como el mecanismo de un sonajero. Sonrió Benito.
Después de eso ambos se mantuvieron en silencio.
-¿Me enseñas las tetas?
-Benito, por favor, no seas impertinente. –respondió con mal genio –Olvida lo de ayer, no se volverá a repetir. Pasó y punto.
 Antes de acabar el día, Marta tomaría el sol en topless.
Si tienes algún comentario que hacerme, bueno o malo. Por favor, no te imaginas la ilusión que me hace leerlo. Una frase de apoyo o para decir que algo no te gusto. Gracias.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
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Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 2” (POR SOLITARIO)

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portada narco3Debo daros las gracias a todos los que me habéis dedicado vuestra atención.

Más aun a los que se han molestado en comentar y valorar.

sin-titulo

Martes, 9 de abril de 2013

Me despierto cerca de las ocho, en las pantallas veo a los niños correteando por el pasillo y el salón.

Con los uniformes del colegio salen con su madre hacia la puerta.

Ana debe haberse ido ya que no la veo. Pero oigo hablar a Mila desde el recibidor.

Mila.- Ana, si no quieres ir sola yo te acerco cuando vuelva de llevar a los niños.

Ana.-No, déjalo mama. Iré sola. Tengo que ir acostumbrándome.

Veo salir a Ana de su habitaciónón restregándose los ojos medio dormida y haciendo un gesto de burla sacando la lengua a su madre, aunque no puede verla.

No utiliza el baño del pasillo y entra en el de nuestra habitación, se sienta en la taza del wáter para sus necesidades y se quita la blusita y el pantaloncito corto que se pone para dormir.

Desde que la bañaba con cuatro o cinco años no la había vuelto a ver desnuda.

Se acaricia los pechos, como dos medios limones. Las aureolas pequeñas y rosadas y unos pezones apenas visibles. Al acercarse hacia el lavabo para cepillarse los dientes, la cámara la enfoca de frente y admiro su pubis cubierto por un suave vello, del mismo color del pelo pero algo más oscuro.

Físicamente se parece mucho a su madre. Ya aparecen las curvas que definen su femineidad, sus piernas largas y finas de muslos suaves coronados por un culito redondo, como tallado por un artista, respingón.

Es muy bella. Me avergüenza espiar a mi hija, pero no puedo evitarlo, quiero saber que hace, como es. Ha cogido un objeto de un cajoncito del mueble y entra con él en la ducha. Realiza extraños movimientos, al igual que su madre. Es raro.

Observo a través del cristal borroso por el vapor y el agua, que parece entretenerse en sus partes bajas, parece que se está masturbando.

Cuando termina de asearse va a la habitación de la madre donde saca, de un cajón de la cómoda, un tanga muy pequeño. No debe cubrir nada.

Unas medias de color arena, liguero y un pequeño sostén de media copa a juego. Se va a su habitación y sale vestida. Una blusita blanca, la faldita muy corta, una sudadera y un chaquetón. No desayuna. Coge su pequeño bolso de colgar y se dirige al recibidor. Se cierra la puerta.

Mi paranoia va en aumento, no conozco a mi familia.

Tengo que saber adónde va, que hace, con quien se encuentra.

Salgo corriendo para verla salir, no llego a tiempo. Corro hacia la parada del autobús y menos mal, allí está. No me puede ver.

Paro un taxi que se acerca y me subo en el. Le indico que se espere a que llegue y siga al autobús.

Tras un corto recorrido baja y se espera en la parada. Estamos lejos del instituto donde debía ir. Llega otro autobús y lo coge. El tramo es más largo, en una de las paradas desciende, yo le indico al taxista que se detenga a una distancia prudencial, lo despido.

Sigo a mi hija a pie, por las calles de un barrio poco recomendable. Cerca de la Avenida de Moratalaz. A ella parece que eso no la asusta, llama a un piso en el portero, le abren y entra en el edificio. Me acerco y casualmente en ese momento un vecino sale del bloque.

Aprovecho que está la puerta abierta para entrar.

Desde el zaguán veo que llama a un timbre en la primera planta, le abren pero no puedo ver a la persona del interior.

Realizo un cálculo para saber que és la puerta 1º D, me dirijo a los buzones de correo situados en el zaguán, donde puedo ver el nombre asociado a la puerta, una tal María López, a quien no conozco.

Salgo del bloque y cruzo la calle situándome en un café cercano, desde donde pueda verla salir, me siento a desayunar y me entretengo leyendo el periódico del bar. Pasa más de una hora cuando veo a Ana salir del edificio con el pelo revuelto, parece acongojada.

¡¡Dios mío!! ¿Qué puede haberle ocurrido? ¿Qué pasa con mi pequeña? ¿Qué ha venido a hacer aquí?.

No quiero ni imaginarlo. Me atormentan las dudas. Esto es una pesadilla.

La niña va a la parada del autobús y se sienta en el banco, está sola, veo que se cubre la cara con ambas manos y parece que está llorando.

Saca un pañuelo de papel de un paquete del bolsito que lleva colgado, se limpia las lagrima, se suena y se queda mirando al vacio.

Al llegar el autobús sube y yo me lanzo a buscar un taxi que me lleve de vuelta.

En el camino detengo el taxi, le digo que me espere unos minutos y entro un supermercado de barrio para comprar algunas cosas que necesito para mantenerme los dos días que me quedan antes de volver.

Cuando llego al apartamento de Eduardo enciendo las pantallas para ver el lupanar en que se ha convertido mi casa. Ana esta tendida en el sofá del salón, llorando.

Al parecer está sola.

Poco después llega Mila, al verla así, se acerca a ella y la abraza. Hablan muy bajo, no consigo oír nada, Mila dice, levantando la voz..No vayas más si no quieres. La besa en la frente y se la lleva a la cocina a seguir hablando, donde no tengo cámara ni micrófono.

Si no fuera por lo acontecido ayer en ese mismo piso, la imagen de esa madre consolando a su hija seria enternecedora.

Pero se me cruzaban en mi mente las imágenes de mi mujer desnuda penetrada por sus dos amigos y alcanzando orgasmo tras orgasmo hasta el desfallecimiento.

El resto del día transcurre con normalidad, el trasiego por las estancias, la merienda. Suena el teléfono, contesta Ana.

Ana.- Mama es para ti.

Mila.- ¿Quién es?

Ana.-Es Marga, que te pongas.

Mila.- Al teléfono. Hola Marga, que tal estas________ ¿Esta noche?____ ¿A qué hora? ______Vale allíí estaré, o mejor, ven a recogerme___ De acuerdo chica, un beso.

Ana.-¿Que quería mamá? ¿Tienes cita para esta noche?

Mila.- No solo saldremos a tomar una copa con unos amigos.

Ana.-¿Y vas a ir?

Mila.- Pues claro, tú ya eres mayor y te puedes hacer cargo de los niños por un rato.

Ana.-Pero no vuelvas muy tarde, por favor.

Mila.- Vale, no te preocupes.

Mila se va al baño a ducharse y acicalarse. El conjunto de lencería que saca es para morir de infarto. Imagino que esta noche tendrá fiesta. Ana se queda leyendo en el salón, con la tele encendida en un programa de cotilleos.

A las diez llaman al portero, Mila contesta.

Mila.- Ya voy Marga.

Mila.- Ana acuéstate ya.

Ana.- Vale

Oigo cerrarse la puerta.

Salgo corriendo a la calle, me acerco al bloque y llego a tiempo de ver a mi mujer salir. Marga, su amiga, la espera en el portal.

Se abrazan y se besan las dos.

Marga es una mujer bonita, con un cuerpo muy sexi, separada, al parecer por infidelidad. Me cae bien, es muy agradable y cariñosa conmigo y los niños.

¿Dónde irán las dos?. Tengo que seguirlas para saber que traman.

Se acercan al coche de la amiga y veo a dos hombres en los asientos de atrás. Uno de ellos sale del vehículo besa a mi mujer y cede el asiento, da la vuelta y se sienta en el asiento del copiloto, junto a Marga que conduce.

Mi mujer, al entrar en el coche, se abraza al otro y lo besa en la boca. El coche arranca.

Busco un taxi para seguirlos, tengo suerte y lo consigo antes de perderlos de vista.

El taxista me mira extrañado cuando le digo, “Siga ese coche, a una distancia prudente pero sin perderlo”.

Recorremos las calles hasta llegar a lo que parece un club, en un polígono industrial.

Aparcan, se apean y se dirigen al local, abrazados, besándose, entran en el establecimiento.

Yo despido al taxista que al pagarle me guiña un ojo con complicidad.

Decido acercarme y preguntar al portero que clase de local era ese, le digo que estoy de paso por la ciudad y no conozco el lugar.

El hombre joven y amable, guardia de seguridad, sonriendo, me dice que aquel era un local de “parejas”, recalcando lo de “parejas”, vamos, de intercambio de parejas.

Pregunto si puedo entrar, aun a riesgo de que me puedan ver, y me dice que bueno, pero al ir solo tengo que pagar cuarenta euros.

Al entrar en el local con las luces muy tenues, solo se veían sombras. A mi izquierda, una barra de bar de unos tres metros, con una preciosa chica de unos veinte años, de facciones inequívocamente sudamericana. Ante la barra del local, hay una pareja follando, ella sentada en un taburete, con los codos apoyados en la barra, con las nalgas hacia fuera y un tipo de unos cuarenta años follándola por detrás.

Ante la expresión de mi cara una mujer que acerca con una sonrisa en los labios.

Muy guapa, morena, casi de mi estatura, con un vestido de estilo oriental de una pieza, rojo, abierto por un lado dejando ver el muslo hasta casi la cintura.

Hola soy Alma, ¿Tu quien eres?

Yo.- Me llamo Felipe –Miento-

Alma.- ¿Es la primera vez que visitas un local así?

Yo.- Si, no he conocido nunca algo parecido. Pero alguna vez tendría que ser la primera ¿No?

Alma.- ¿No estás acostumbrado a esto verdad?

Yo.-Pues no, ciertamente.

Alma.- Ven te voy a enseñar las instalaciones. Tenemos salas para BDSM, experiencias sadomasoquistas, un yacusi y también una sala oscura.

Yo.- ¿Qué es eso? He oído hablar de ello pero no lo imagino.

Alma.- Ya lo veras. ¿Eres Voyeur?

Yo.- No lo sé, quizás descubra una faceta desconocida en mí.

La muchacha se ríe.

Alma.- Aquí hay unas normas a seguir. No forzar a nadie a nada. Todo se hace voluntariamente. Y no formar escándalo. Ah, y siempre con forro. Ya sabes.

Pasamos por pasillos con habitaciones a los lados con gente practicando sexo. Dos parejas en el yacusi disfrutando de las burbujas. Todos desnudos. Algunas parejas sentadas tomando té y combinados.

En un pasillo oscuro y estrecho percibo unos gemidos que me resultan familiares, era Mila.

Yo.- ¿Puedo mirar sin ser visto?

Alma.- Por supuesto, hay muchas parejas a las que les excita saber que un desconocido las está mirando. Acércate, mira todo lo que quieras. Yo te dejo, tengo otras obligaciones. Si necesitas algo me buscas. Que te diviertas.

Había una pequeña ventanilla por la que me asomo. A pesar de la tenue luz puedo ver a Mila a cuatro patas siendo penetrada por un hombre bajo y grueso, a mi me parece repugnante, la verga con que estaba follando a mi mujer era la mayor y más gorda que podía imaginar.

La penetraba analmente. Y al parecer ella disfrutaba.

Se la metía despacio, recreándose, con las manos tiraba de sus cabellos como si de una yegua se tratara.

Mila casi sin resuello y con la cara bañada en lágrimas gritaba.

Mila.- ¡¡Párteme en dos mierda, hijo puta, cabrón, métemela hasta el fondo!!

¡¡Joder que gusto, me muerooo!! ¡¡Quiero otra polla mas, quiero otra pollaaa!!

El lugar tenía el suelo cubierto de colchonetas.

Marga bajo tendida boca arriba en perpendicular bajo Mila le mamaba las tetas y con una mano le acariciaba los huevos al tipo que se la metía por el culo a Mila.

Mientras, a ella, el otro tipo mal encarado y flaco, se la follaba por el coño.

El gordo.- Pero que putas sois. Os encanta que os follen ¿Verdad?

Guarras, que os gusta que os metan las pollas por todos los agujeros del cuerpo. Te voy a poner el culo que no te vas a poder sentar en una semana.

Le decía a Mila y seguía bombeando. Ahora con una fuerza bestial.

Saca su verga de un tirón, que hizo gritar a Mila de dolor.

Empuja al flaco y saca a Marga de debajo de Mila, le dice al otro tipo que se tienda boca arriba y coloca a Mila sobre él boca abajo, le agarra el miembro al flaco y se lo mete en el coño a Mila, colocada encima. El gordo se colocó detrás y agarrando las caderas de mi esposa le incrusta, de golpe su badajo por el culo.

El gordo.- ¡¡Así me gusta follar un culo. Cuando otra polla por el coño me lo deja más estrecho!!.

De pronto veo con horror que el bestia se vuelve hacia la mirilla donde yo estoy gritando:

El gordo.- ¡! Ven aquí mirón, maricón y métele la polla en la boca a esta guarra que no tiene bastante con dos!! Necesita más pollas!!

Mila mira en mi dirección, no puede verme por la oscuridad que me rodea y menos reconocerme y con los jadeos y gemidos Grita.

Mila.- Deja al mirón que le dé al ojo y se la menee en paz mamón, que a mí me pone caliente que vean como me follan.

Al oír eso salgo corriendo, espantado del local, mientras escuchaba las risas de mi mujer y sus amigos, burlándose, aun oí decir.

El gordo.- El mirón se ha llevado un susto de muerte. Jajajaja. No sabe lo que se pierde.

Al salir del antro respire profundamente el aire fresco y limpio de la noche.

Detuve un taxi y regrese al apartamento.

Me tumbe en la cama y al poco estaba dormido.

No sé cuánto tiempo pasó, me desperté por el murmullo del equipo de sonido, me acerque a las pantallas y vi cual era el origen.

Mila y Marga, con los dos energúmenos estaban en el salón. Desnudos, follando.

Mila tendida a lo largo en el sofá, con la cabeza sobresaliendo doblada hacia atrás, se dejaba penetrar la boca por el canijo, se la metía hasta fondo en la garganta sin producirle arcadas.

Mientras Marga, de rodillas en el suelo, sobre el cuerpo de su amiga le comía el coño.

A su vez el gordo, agarrado a las caderas de Marga le follaba el culo y ella se quejaba por el daño que le estaba haciendo. Se la veía a disgusto.

¿Nunca tenían bastante?. ¿No se cansaban? ¿Cómo Mila, tan delicada, era capaz de soportar tamañas humillaciones?

Había botellas y copas por el suelo. Estaban borrachos. Al parecer habían continuado la juerga en mi casa, llevaban un buen rato y yo no los había oído hasta despertarme.

Mila.- Joder no hagáis ruido que no se si Ana les ha dado el las gotas a los niños y se pueden despertar.

El gordo.- No te preocupes tía, si se despiertan nos los follamos también. Jajaja

Mila.- No digas barbaridades, joder, son demasiado pequeños.

Y apretaba la cabeza de su amiga contra su vulva. Empujaba al que se la metía por la boca y se corría una y otra vez, estrujando con sus piernas a Marga, que levantaba la cara y con los ojos desencajados se relamía de gusto con los líquidos de Mila.

Por la cámara del pasillo vi como se entreabría la puerta de Ana, se asomaba y se volvía a cerrar.

Mi niña estaba despierta y se estaba enterando de todo, había visto a su madre en una orgía desenfrenada con desconocidos.

¿Que más sabia mi niña?. ¿Cuánto habría visto?

Se levantaron todos y se fueron al dormitorio.

Se revolcaron en la cama en un batiburrillo de cuerpos, manoseándose, dando palmadas y pellizcos en los cuerpos de las mujeres, les mordían los pezones hasta hacerlas gritar de dolor y ellas se agarraban a las pollas de ellos y las chupaban. Ellos metían sus dedos en los coños y culos de ellas. Risas, jadeos.

Marga se levantó y entro en el baño a orinar, tras ella entro el gordo barrigón y peludo, el vello le cubría el pecho, los hombros y la espalda, parecía un oso.

Al ver a Marga en el WC se agarro la verga, apunto a Marga y la ducho en orina.

Marga.- ¡¡No seas guarro!!

Mila.- ¿Qué está haciendo?

Marga.- Se me ha meado encima.

Mila.- ¡¡Eso no!! ¡eh! ¡¡Esas marranadas aquí no!!

El gordo, riéndose, se metió en la ducha.

¿Que podía haberla llevado a estos excesos, a esta inmoralidad? A la obscenidad más absoluta. Para mí era difícil comprender que hubiera personas a quienes estas atrocidades les produjeran satisfacción. Pero lo inaudito es que fuera mi mujer, precisamente, quien lo hiciera. Era totalmente incomprensible.

Se ducharon todos juntos entre risas y bromas pellizcos, mordiscos en los pechos de las dos, en las nalgas, que las hacían dar grititos de dolor-placer, y que dejaban marcas en sus cuerpos.

Las mujeres se tienden en la cama, besándose.

Los dos sujetos se visten, sacan unos billetes y se los tiran encima de Mila y Marga y se marchan.

Las dos amigas siguen juntas, desnudas, abrazadas y cansadas, sobre el dinero ganado vendiendo su cuerpo. Se duermen enseguida. Son casi las seis de la mañana.

Mi cabeza hervía de ideas extrañas, no comprendía nada de lo que sucedía, a Mila ¿no le importaba que los niños oyeran y vieran lo que ella hacía?.

Y si lo sabían, ¿Como les afectaba?. ¿Habrían abusado de ellos?

!!Joder, esto era una locura!!

Era preciso que yo averiguara todo lo que ocurría, por qué y cómo se había llegado a esta situación.

Caí rendido en la cama derrotado, agotado.

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noespabilo57@gmail.com

 

“NO SON DOS SINO TRES LAS ZORRAS CON LAS QUE ME CASÉ” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. II LIBRO PARA DESCARGAR

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no son dos sino tres2Sinopsis:

El pastor de la secta descubre que una de sus esposas le es infiel y en secreto la repudia. Para mantener las apariencias obliga a su hijo, nuestro protagonista, a casarse con ella. Aunque en un principio se niega, la amenaza de ser desheredado le obliga a consentir esa unión CON SU MADRASTRA….

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Introducción

A raíz de mi llegada a Madrid mi vida cambió. Tres meses antes era solo un joven estudiante de provincias, cuyo único interés era vivir la vida y al que su madre había instalado contra su voluntad en una casa de huéspedes regentada por Doña Consuelo, una viuda que acababa de perder a su marido. La intención de mi jefa había sido buscar un sitio donde tuvieran a su hijo controlado. Lo que nunca previó fue que esa mujer y su hija vieran en mi presencia una señal de Dios y a mí, en particular, al hombre que había venido a sustituir al difunto.
Tardé poco en descubrir que la dueña del hostal era una fanática religiosa de una secta fundada por un tal Pedro, que veía en el sexo una forma de combatir los demonios que la consumían por dentro y qué desde que me vio poner los pies en su casa, asumió que mi misión en este mundo era exorcizarla a base de polvos. Por eso solo tuvieron que pasar un par de días para que esa cuarentona se convirtiera en una asidua visitante de mi cama.
Laura, su hija, fue un caso diferente. Tratada como criada, era incapaz de llevarle la contraria a su madre y aunque no era tan creyente, compartía con su progenitora una sexualidad desbordada, producto de los continuos abusos que había sufrido de manos de su padre muerto. En un principio, reconozco que quise convertir a esa rubia en otra putilla a mi servicio pero sus traumas y la manía que tenía de considerarme su padre, despertaron al hombre bueno que hay en mí y me negué a participar en sus juegos, deseando cortar tantos años de explotación paterna.
Esa buena acción llevó a la cría al borde de la depresión y fue entonces cuando su vieja pidió mi ayuda. A pesar de sus rarezas, Consuelo era una buena mujer y como su amante, me vi obligado a explicarle el siniestro comportamiento con el que su esposo había tratado a su propia hija.
La viuda al enterarse, escandalizada pero sobre todo avergonzada por no haberse percatado de lo que ocurría antes sus narices, fue a hablar con su retoño para pedirle perdón y buscar una solución a sus males. Fue al volver cuando me informó que las dos juntas habían llegado a una solución y que como la Iglesia en la que creían permitía la poligamia, habían decidido que lo mejor era que yo me casara con las dos.
Cómo podréis comprender, me negué a tamaño disparate pero ante su insistencia, esa viuda consiguió que me lo pensara. Todavía hoy desconozco si hubiese aceptado finalmente, si no llego a recibir la visita de D. Pedro y de sus tres esposas. Tras una breve discusión teológica, ese pastor me mostró los aspectos prácticos que tendría esa hipotética boda: Además de tener a mi disposición a dos hermosas mujeres, sería el administrador de una fortuna valorada en más de quince millones de euros.
Si la belleza madura de Consuelo y el inocente atractivo de Laura eran motivos suficientes, tener mi futuro asegurado con ese dinero fue el empujoncito que necesitaba para aceptar. Por ello con un apretón de manos, cerré el pacto con ese sacerdote y comprometí mi asistencia al enlace que tendría lugar esa misma noche.
Al llegar a la iglesia de esa secta me quedé impresionado con el lujo de esa construcción pero lo que realmente me dejó anonadado fue la veneración con las que sus fieles trataban al anciano. Lo creáis o no, lo consideraban un profeta casi a la altura de Jesucristo. Como no podía ser de otra forma, decidí obviar el fanatismo de esa gente y concentrarme que a partir de esa noche sería rico y tendría a dos estupendos ejemplares de mujer a mi servicio.
La boda en sí fue parecida a las católicas que tantas veces había asistido por lo que en un principio nada me alteró hasta que en mitad del sermón, Don Pedro anunció que estaba enfermo ante ese gentío y que desde ese momento me nombraba a mí como su sucesor. Imaginaros mi cara cuando lo escuché pero la cosa no quedó ahí y micrófono en mano, insinuó que yo era su hijo bien amado. Como nunca había conocido a mi progenitor, me quedé pensando en si era verdad y por ello al terminar la ceremonia, lo busqué.
Ese tipo, sin perder la compostura, me reconoció que él me había engendrado y que si había caído en esa casa de huéspedes había sido cosa suya en colaboración con mi madre, la cual me había prometido siendo niño que con la mayoría de edad conocería a mi padre.
Esa revelación me dejó perplejo y me sentí una puta marioneta en sus manos. Tras unos segundos en los que dudé si salir corriendo de ahí, le comenté que me resultaba imposible aceptar ser su sustituto porque entre otras cosas era agnóstico.
Fue entonces cuando soltó una carcajada y bajando la voz, susurró en mi oído que me lo pensara ya que además de disponer de cientos de mujeres entre las que elegir para que formaran parte de mi harén, con ese “peculiar” oficio mis ingresos anuales superarían el medio millón de euros. Soy joven pero no tonto y por ello no tuve que pensármelo mucho para olvidarme de cursar Ingeniería Industrial y convertirme en un estudioso de Teología.
Despidiendo a mi padre, el pastor de esa iglesia y mi futuro profesor, fui a cumplir con mis deberes conyugales pero Consuelo, que sabía que esa noche era primordial para su hija, me pidió que la dejara quedarse en el banquete que había montado en nuestro honor.
Una vez con Laura y en la que ya era por derecho mi casa, descubrí dos cosas que marcarían el rumbo de mi vida en un futuro: la primera es que tras esa fachada de zorra manipuladora, se escondía una tierna amante necesitada de cariño y la segunda que reconozco me puso los pelos de punta, que esa secta creía en el levirato por lo que si finalmente moría don Pedro, como su heredero tendría que adoptar a sus esposas como mías…

Capítulo 1

Esa mañana seguía dormido cuando entre sueños, sentí que una dulce humedad se apropiaba de mi pene. Rápidamente vino a mi mente, el recuerdo de la noche anterior y el modo tan pleno con el que Laura se había entregado a mí. Asumiendo que era ella, deseé comprobar hasta donde llegaba su calentura y por ello, mantuve mis ojos cerrados como si no fuera consciente que mi joven esposa me estaba haciendo una mamada.
Sus manos todavía indecisas comenzaron a recorrer mi cuerpo desnudo mientras su pene cada vez más duro era absorbido una y otra vez por su boca. La maestría de sus labios era tal que parecían conocer cada centímetro de mi piel.
«Es toda una experta», pensé poniendo en duda su afirmación que mi miembro era el primero que había visto y es que la lengua de esa novicia se concentró en lamer los puntos sensibles de mi verga como si realmente lo hubiese hecho multitud de veces.
Durante un par de minutos y a pesar que entre mis piernas crecía una brutal erección, seguí disimulando hasta que sacándosela del fondo de la garganta, comenzó a mordisquear mi capullo con sus dientes. Esa caricia la conocía y por ello supe de mi error aun antes de oír a Laura saludar a su madre, muerta de risa:
― Se nota que has llegado con ganas de follarte a mi marido.
Doña Consuelo, la mayor de mis esposas, recriminó la procacidad de su hija diciendo:
―No seas vulgar. Jaime es también mío y debo complacerlo. Cuando una esposa cumple con su deber, es una forma de agradecer a nuestro señor por habernos mandado alguien que nos cuide y tú deberías hacer lo mismo.
Ni siquiera abrí los ojos, era una discusión entre ellas dos y no debía intervenir, no fuera a ser que saliera escaldado. Lo que no me esperaba fue que tomando sus palabras literalmente, la menor de mis mujeres se incorporara sobre el colchón y dijera:
―Tienes razón, échate a un lado que yo también quiero santificar mi matrimonio.
Defendiendo cada una sus derechos, mi pobre pene, mis huevos y la totalidad de mi cuerpo se vieron zarandeados por esas dos gatas. Cada una quería su porción de terreno y no se ponían de acuerdo. Aguanté estoicamente hasta que una de las dos me arañó involuntariamente con sus uñas cerca de la entrepierna y temiendo por mis partes nobles, decidí intervenir y de muy mala leche les grité:
―¿Se puede saber qué coño hacéis?
Madre e hija dejaron de discutir al momento, aunque no por ello dejaron de mostrar su cabreo con sendas miradas cargadas de reproche. Supe que debía de cortar por lo sano esa actitud y por ello, recordando las enseñanzas de él que era mi padre, les pregunté cuál era el problema.
La cuarentona de inmediato comenzó a protestar diciendo que ella se había autoexcluido para que Laura tuviera su noche de bodas y que por lo tanto, le tocaba a ella disfrutar de mis caricias.
«Tiene lógica», asumí en silencio.
Pero entonces la más joven de mis esposas echa una furia rebatió sus argumentos diciendo que entre ellas habían acordado que si un día era una, la primera en satisfacer a su marido, al día siguiente el turno era para la otra.
Dando por sentado que ambas tenían parte de razón, comprendí que debía de imponer unas reglas que las dos se vieran obligadas a cumplir en un futuro o mi vida sería un desastre y abusando de sus irracionales creencias, me inspiré en las Sagradas Escrituras para decir:
―Tal y como planteáis el asunto, decidir de quien tiene más derecho es complicado por lo que no me queda otra que adoptar una decisión salomónica y como no pienso ni quiero partir mi pene en dos, como vuestro marido, he resuelto no tocaros ni dejaros que os acerquéis a mí hasta que lleguéis a un acuerdo que se mantenga en el tiempo.
Consuelo me replicó, casi llorando, que el deber de una buena sierva del señor era cuidar de su marido. Su hija uniéndose a su madre, la secundó recitando unos versículos de la biblia:
―Está escrito: “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración”.
Reconozco que me pasé dos pueblos pero no me pude contener al oír esa cita y soltando una carcajada, repliqué:
―Vosotras rezad porque si me entran las ganas, no os preocupéis por mí, me haré una paja.
Mi falta de devoción las indignó y creyendo que era una prueba que les ponía, nuevamente se pusieron a discutir entre ellas mientras se achacaban la una a la otra la culpa que llegado el caso me tuviera que masturbar teniendo dos mujeres obligadas a hacerlo. Dándolas por imposibles, me levanté de la cama y me fui a desayunar.
Veinte minutos después, volví al cuarto y no encontrando a ninguna, comprendí que todavía no habían llegado a un pacto.
«Mientras no se maten entre ellas, debo dejarlas que entre ellas lo arreglen», pensé y por eso, me vestí y me fui a ver a don Pedro.

Mi padre vivía en una mansión dentro de los terrenos de la iglesia y por eso no me extrañó que al llegar me pararan un par de sus feligreses y me pidieran que les bendijera. Aunque me sentí ridículo haciéndolo, no me quedó más remedio que imitar lo que le había visto hacer a mi viejo y posando mis manos sobre sus cabezas, recité en silencio una plegaria. Habiendo cumplido con mi papel de heredero del “profeta”, toqué en su puerta.
Quien me abrió fue Judith, la segunda esposa que tenía la edad de Consuelo.
―¿El Pastor?
Con su gracejo caribeño, me informó que don Pedro todavía no se había levantado. Interesándome por él, preocupado le pregunté si había recaído. La cubana, muerta de risa, contestó que no pero que tras mi boda, estaba tan contento que se empeñó a cumplir con todas sus esposas.
«Joder con el anciano, todavía funciona», dije para mí.
La mulata me debió de leer los pensamientos porque, con una sonrisa de oreja a oreja, comentó:
―Debimos decirle que no pero insistió tanto que una tras otra nos satisfizo a las tres― y siguiendo con la guasa, se dio una palmada en el trasero mientras me decía: ― A su edad no es bueno tantos esfuerzos.
Descojonado por cómo esa cuarentona me había insinuado que la había tomado por detrás, no pude dejar de curiosear en la vida privada de mi progenitor y directamente la pregunté cada cuanto “santificaba” su matrimonio.
―Menos de lo que me gustaría… dos o tres veces por semana.
Haciendo cuentas, si multiplicaba esa cantidad por las mujeres de mi padre, eso suponía que el setentón era capaz de echar ¡más de un polvo diario! Pero no fue eso lo que me perturbó sino saber que una vez que faltase, yo al menos debía mantener su ritmo y si a esas tres le sumaba las mías, mi pobre pene se vería en problemas para follar a tantas y tan frecuentemente. La expresión de mi cara debió de ser tan evidente que adivinó mi problema y muerta de risa, me dijo:
―Cada una somos diferentes, ahí donde la ve, Raquel sufre de insomnio y cuando no puede dormir le ruega a nuestro esposo que le regale un poco de su néctar. En esas noches da igual a quien le toque, es la primera en… “comulgar”.
―¿Y es frecuente que le pase?
Descojonada, respondió:
― Todas las noches pero Don Pedro solo acede a complacerla noche sí, noche no.
«¡Qué caradura!», pensé. Aunque me hacía gracia el eufemismo que usaba para no decir “hacerle una mamada”, no pude más que alucinar al comprender que solo entre ellas dos le exigían eyacular casi a diario y ya escandalizado, tuve que averiguar cuantas veces Sara, la veinteañera, requería las atenciones de mi pobre viejo.
―¡Esa es la más devota! Ora con don Pedro en cuanto puede. Al menos una por día y si el Pastor no está en condiciones, viene a mi habitación y reza conmigo.
«¡La madre que las parió! Aunque se alivien entre ellas, tienen al anciano consumido. ¡Son tres putas de lo peor!», sentencié preocupado porque me veía incapaz de mantener esa frecuencia.
Como mi padre estaba indispuesto, estaba a punto de volverme a casa pero entonces Raquel apareció y me pidió que la acompañara. Dado que esa rubia era la favorita de mi padre y su primera mujer, la obedecí y junto ella, entré en un despacho. De inmediato, encendió un ordenador y mirándome a los ojos, me explicó que su marido le había ordenado mostrarme los números de la “iglesia” para que me fuera familiarizando con su obra. Aunque mi viejo me había anticipado los enormes beneficios que daba, nada me contó sobre la labor con los desfavorecidos que realizaban y por eso cuando su mujer me fue detallando lo que habían gastado en alimentos y demás ayudas, reconozco que no supe que decir.
«Han repartido más de dos millones y eso solo durante lo que va de año», recapitulé y por vez primera admití que además de un buen negocio, ese tinglado cumplía una labor social.
Durante más de dos horas, actuando como una financiera de primer nivel, Raquel desmenuzó todos y cada una de las fuentes de ingresos, recalcando también los fines a los que se dedicaban los fondos. Por ello mi idea preconcebida que mi viejo era un golfo y un estafador cambió y comprendí que a pesar de ser un putero, había fundado una gran ONG bajo el paraguas de unas creencias.
Al terminar su exposición, Raquel cerró el portátil y me miró. Por su rostro supe que iba a decirme algo importante y por eso esperé que empezara. Os juro que por mi mente habían pasado muchas cosas pero jamás me imaginé que esa mujer me dijera.
―Tu padre es un santo y debemos intentar que nos dure muchos años. Es demasiado orgulloso para decírselo personalmente por lo que me ha pedido que le diga que necesita su ayuda.
Como no podía ser de rápidamente me ofrecí a arrimar el hombro en lo que fuera. Fue entonces cuando ese supuesto modelo de rectitud me dijo sin ningún tipo de rubor que tendría que hacerme cargo de algunas labores. Creyendo que se refería a algo relacionado con su labor pastoral, accedí sin pensármelo, diciendo:
―Cuenta conmigo. Aunque necesito unas cuantas lecciones, me puedo ocupar de parte de su trabajo con los creyentes.
Ni siquiera pestañeó cuando quiso sacarme de mi error diciendo:
―Lo que su padre necesita es algo más personal. Como usted sabe anda delicado de salud y aunque quiera ya no puede aguantar el ritmo de actividad al que nos tenía acostumbradas.
Lo creáis o no, todavía seguía pensando que hablaba de temas de administrativos y por ello, no tuve reparo en insistir que no tenía inconveniente en cumplir con lo que él quisiera aunque eso supusiera quedarme hasta tarde.
Al darse cuenta que no había sabido como plantear el problema para que yo me enterara, esa cincuentona decidió que no podía seguir perdiendo el tiempo y entrando al trapo, me soltó:
―No sé si sabes que cuando él muera, tú ocuparás su lugar con nosotras, sus tres esposas…
―Lo sé― intervine cortándola al temer el rumbo que estaba tomando la conversación.
Molesta pero sabiendo que no había marcha atrás, me miró con ira y sin darme tiempo a huir, reveló a lo que había venido, diciendo:
―El pastor quiere que te anticipes y que le liberes, asumiendo desde ya la mayor parte de sus responsabilidades como marido.
Alucinado por lo que me acababa de decir, quise defenderme recordando a esa mujer que el adulterio estaba prohibido pero entonces y sin alterarse, contestó:
―Don Pedro sabía que eso iba a contestar y por eso me pidió que le recitara parte “Eclesiástico 3” ― tras lo cual sacando una biblia, leyó: ―La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados.
No sabiendo donde meterme, contesté francamente aterrorizado:
―Haber si lo entiendo, ¿me está diciendo que si me acuesto con cualquiera de vosotras cometo un pecado pero como lo hago para ayudar a mi padre, mis errores serán perdonados?
―Así es. Sé que es difícil de comprender pero si alguien tan santo como su padre afirma que sería licito, ¿quién somos sus esposas para opinar lo contrario? ―la expresión expectante de esa madura me hizo dudar si era realmente una petición de su marido o era en realidad su propia necesidad la que hablaba.
No sabiendo a qué atenerme, comprendí que al final de cuantas solo estaba acelerando lo inevitable y que si me negaba quien iba a sufrir las consecuencias era el corazón maltrecho del padre que acababa de conocer. Al no verme capaz de soportar la culpa de sentirme responsable de su muerte antes de tiempo, pregunté:
―¿Quiénes sois las que necesitáis comulgar más a menudo?
Que directamente le preguntara si ella también necesitaba saciar su lujuria, la hizo sonrojar y totalmente colorada, evitó mi mirada al contestar:
―Las tres
Se notaba que estaba pasando un mal trago con esa conversación pero cuando estaba a punto de dejar de insistir para no incrementar su vergüenza, descubrí que bajo su camisa habían aparecido como por arte de magia dos relevadores bultos. El tamaño de los mismos fue prueba suficiente para vislumbrar hasta donde llegaba la urgencia de esa mujer y olvidando que era mi madrastra, resolví comprobar los límites de su lujuria diciendo:
―¿Te apetece que te dé de comulgar ahora mismo?
Raquel no se esperaba esa pregunta por lo que tardó unos segundos en comprender a qué me refería. Cuando lo hizo, sus pezones crecieron todavía más y completamente aterrada quiso evitar ser ella la primera en convertirse en adúltera, diciendo:
―¿No sería mejor que consolara a Sara? Ella es más joven y por tanto más necesitada.
―No― contesté disfrutando de su nerviosismo― eres la favorita de mi padre y por tanto debes de ser tú quien peque antes que ninguna.
Se quedó paralizada al asumir que nada podía hacer para convencerme. En su retorcida mente había supuesto que dedicaría mis esfuerzos a las más jóvenes, dejando para ella sola las menguadas fuerzas de su marido. Al percatarme de sus planes, decidí chafárselos desde el principio. Acercándome a su silla, me puse detrás ella y metiendo mis manos por dentro de su escote, me apoderé de sus pechos mientras le comentaba que aún no había descargado esa mañana.
Raquel no pudo evitar que un suspiro se le escapara al sentir la caricia de mis dedos en sus gruesos pezones pero al escuchar que mis huevos estaban llenos, fue cuando realmente se puso cachonda y comenzó a gemir como una loca.
Por mi parte, os tengo que reconocer que me sorprendió la dureza de esas dos ubres ya que erróneamente había supuesto que debido a su edad, esa madura debía de tenerlos caídos. Por ello y queriendo confirmar mis sospechas, los saqué de su encierro ante el espanto de esa mujer.
―¡Están operadas!― exclamé al comprobar que la firmeza que demostraban solo era posible si habían pasado por las manos de un cirujano.
Raquel asintió avergonzada y me reconoció que mi padre había insistido en que la remozaran por completo. Sus palabras me hicieron intuir que la operación había ido más allá de colocarle las tetas y francamente interesado, le exigí que se desnudara ante mí:
―Soy la mujer de tu padre― protestó ante mi exigencia.
Mi carcajada resonó en sus oídos e imprimiendo un suave pellizco en sus areolas, le dije:
―Eso no te importó cuando me informaste que era mi deber el compensar con mi carne vuestras carencias.
El tono duro que usé y la certeza que de no obedecer se autoexcluiría del trato, forzó la sumisión de Raquel. Temblando como si fuera una primeriza, se puso en pie y con la cabeza gacha, comenzó a desabrochar su falda mientras la observaba.
En cuanto dejó caer esa prenda, acredité el buen trabajo que el médico había realizado también en su trasero y llamándola a mi lado, usé mis yemas para testar la dureza de esas nalgas.
―Tienes un culo de jovencita― sentencié.
La estricta rubia me agradeció el piropo sin moverse, lo que me dio la oportunidad de profundizar en ese examen, separando sus dos cachetes. Ante mí apareció un rosado agujero al que de inmediato quise comprobar si estaba acostumbrado a ser usado sometí y sin pedir su opinión, introduje un dedo en su interior.
―No seas malo― murmuró con patente deseo al experimentar que comenzaba a jugar con su entrada trasera.
Que no solo no se opusiera sino que en cierto modo aprobara mis métodos, azuzó el morbo que me daba estar jugando con mi madrastra e incrementando la presión sobre ella, llevé mi otra mano hasta su entrepierna donde descubrí un poblado bosque pero también que su coño rezumaba una densa humedad.
«Esta zorra está caliente», me dije mientras insistía en estimular ambos agujeros con mayor intensidad.
En un principio los suspiros de la madura eran casi inaudibles pero con el paso de tiempo, se fueron incrementando siguiendo el compás con el que mis dedos la estaban masturbando.
―Ummm― sollozó al sufrir en sus carnes los embates del placer al que le estaba sometiendo su teórico hijastro.
Mi pene se contagió de la calentura de esa madura y como si tuviese vida propia, con una brutal erección presionó las costuras de mi pantalón. Sin nada que me retuviera, me bajé la bragueta liberando al cautivo. Raquel que había seguido mis maniobras, se quedó embelesada al verlo aparecer. Y refrendando con hechos lo que me había dicho Judith respecto a su obsesión por el semen, me rogó si podía recibir mi bendición. No tuve problema en interpretar que estaba usando una figura retórica y que lo que realmente quería preguntarme era si podía mamármela.
―Toda tuya― reí al tiempo que ponía mi verga a su disposición al sentarme con las piernas abiertas en una silla.
Los ojos de esa cincuentona brillaron al obtener mi permiso y puesta de rodillas, fue gateando hasta donde yo me encontraba sin dejar de ronronear. A pesar de sus años Raquel tenía, además de un par de apetitosos melones, un par de viajes y por ello cuando acercó su mano a mi entrepierna, todo mi ser estaba deseando comprobar in situ que es lo que sabía hacer.
―¡No tendrás queja de esta vieja! ¡Te lo juro!― exclamó en voz baja al coger mi pene entre sus dedos.
Al oírla estuve tentado de humillarla pero con mis hormonas a plena actividad, me quedé callado cuando, acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Para facilitar sus maniobras, separé mis rodillas y acomodándome en mi asiento, la dejé hacer. La madura al advertir que no ponía ninguna pega, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces esa rubia incrementó la velocidad de su paja, desbaratando mis recelos. Para entonces me daba igual que parte de su cuerpo usara, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
―¡Dame tu néctar y yo me ocuparé de ordenar los turnos de tus otras siervas!
Su promesa me tranquilizó porque de seguro en cuanto Sara y la mulata se enteraran, vendrían a por su ración de leche. Demostrando la puta que en realidad era, llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris con los dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que me quedé impresionado por la forma en que esa alegremente nos masturbaba a ambos. Debía llevar tanta la calentura acumulada que no tardé en observar que estaba a punto de alcanzar el orgasmo sin necesidad de que yo interviniera.
Supe que mi viejo la tenía bien educada al comprobar que el placer la estaba rondando y que era inevitable, esa guarra me pidió permiso para correrse.
―Hazlo.
Nada más escuchar que daba mi autorización, la madura se entregó a lo que dictaba su cuerpo y dando gritos colapsó ante mi atenta mirada. Ni que decir tiene que al verla estremecerse, me terminé de excitar y sin esperar a que terminara el clímax que la tenía dominada, cogiendo su cabeza, la obligué a embutirse mi miembro hasta el fondo de su garganta mientras le decía:
―¡Adúltera! ¡Comulga de una puta vez!
Mi improperio lejos de apaciguar su lujuria, la exacerbó y poseída por la necesidad de catar su pecado, buscó mi placer con ahínco, usando su boca como si de su sexo se tratara. La maestría con la que se metía y se sacaba mi pene de sus labios, me informó sin lugar a equívocos que era una mamadora experta por lo que aceptando que ella iba a ser la encargada de hacérmelas cuando viviera bajo mando, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando.
El morbo que fuera mi madrastra la mujer que me estaba regalando esa felación provocó que mi espera fuese corta. Al sentir que estaba a punto de explotar y que no iba a aguantar más, le dije:
―Bébetelo todo ¡Puta!
La favorita de mi viejo recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi semen con desesperación. No os podéis hacer una idea de la alegría que sintió al sentir la primera descarga sobre su paladar. Solo deciros que pegó un grito relamiéndose, para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro hasta que consiguió ordeñar por entero mis huevos. Una vez comprobó que no salía más, usó su lengua para asear mi extensión a base de largos y sensuales lametazos que además de dejar mi polla inmaculada, tuvo como efecto no deseado que se me volviera a poner dura como una piedra.
Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su habilidad y le insinué que iba a follármela, esa cincuentona sintió nuevamente que su cuerpo era sacudido por el placer y de improviso se vio sacudida por un segundo orgasmo todavía más brutal que el anterior. Al verla berrear como una cierva en celo, creí que era el momento de tomar lo que tarde o temprano sería mío. Por eso levantándome de la silla, puse mi erección entre los pliegues de su sexo pero cuando ya iba a hundir mi estoque en su interior, la rubia se separó bruscamente y casi llorando, me rogó que no lo hiciera.
―¿Qué diferencia hay con lo que acabamos de hacer?― susurré en su oído tratando de convencerla.
Fue entonces cuando con lágrimas en sus ojos, la favorita del pastor me soltó:
―Ya he tropezado en demasía. Por favor no incrementes mi pena, sumando a la lujuria el pecado del egoísmo.
―No te comprendo― insistí.
Completamente deshecha, la rubia comenzó a vestirse sin darme una contestación a su actitud y solo cuando ya estaba junto a la puerta, se dio la vuelta y me dijo con tristeza:
―Me encantaría sentirte pero no es posible, antes que pueda repetir, es el turno de las otras mujeres de tu padre.
Tras lo cual, me dejó solo, insatisfecho y con mi verga pidiendo guerra. Juro que estuve a un tris de llamar a la mulata para que me ayudara pero con el último rastro de cordura decidí que era mejor volver a casa y que de ese problema se ocupara cualquiera de mis dos esposas…

 

Relato erótico: “La esposa del narco y su hermana. ¡Menudo par!” (POR GOLFO)

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NUERA4
La esposa del narco y su hermana.  ¡Menudo par!
077Después de una noche impresionante llena de sexo y de lujuria al despertarme la realidad me golpeó de frente. Ni siquiera me había espabilado lo suficiente cuando de pronto, me vi sorprendido por la entrada de un escuadrón de policía en la finca donde estábamos.  El estruendo de un vehículo tirando el portón del garaje, nos sorprendió todavía desnudos y solo me dio tiempo a ponerme un pantalón antes de que entraran en la habitación a un nutrido grupo de agentes perfectamente pertrechados.  Tanía y Sofía ni siquiera pudieron ponerse nada encima y por eso los policías las pillaron en ropa interior.
SI en un primer momento, me quedé abrumado por las metralletas, los chalecos antibalas y los pasamontañas, en cuanto uno de los mandos de la unidad intentó esposarnos, salió el abogado que tenía dentro y presentándome como tal exigí una explicación.  El tipo en cuestión sacó un papel firmado de su mochila y dándomela dijo:
-Esta es la orden de registro.
Rápidamente le eché una ojeada. Estaba firmada por un juez autorizando el asalto y permitiendo el arresto de las personas que encontraran en su interior.
“Estamos jodidos”, pensé en un principio pero releyéndola ponía expresamente que dicha orden solo amparaba el arresto cuando se encontraran armas  en poder de los sujetos o fuera fragrante el delito y que de no ser así, lo único que podía hacer la policía era identificarlos y como mucho citarlos en comisaría.
-¿Tenéis vuestros documentos?- pregunté a las dos hermanas.
Afortunadamente tanto ellas como yo llevábamos nuestros papeles por lo que encarándome al policía le dije:
-Como podrá comprobar, ni las señoras ni yo llevamos armas y de acuerdo a este documento, no puede detenernos sin motivo, por lo que le ruego retire inmediatamente esas esposas y si quiere extiéndanos una citación.
Al oírme, no supo qué hacer y llamó a su jefe. Quitándoles las esposas, nos hizo esperar hasta que llegara el responsable.  Los cinco minutos que tardó en llegar el comisario Enríquez nos permitió terminarnos de vestir y por eso cuando apareció por la puerta, ya no éramos un trio asustados sino un abogado con sus dos clientas.
El sujeto  llegó francamente cabreado, se le notaba molesto y no tardé en enterarme el motivo de su enfado porque haciéndose el machito me gritó:
-¿Qué cojones hubo aquí anoche?
Sus palabras me hicieron comprender que los seguidores de la hermandad habían limpiado todo y que no habían dejado nada que nos incriminara. Más tranquilo, me encaré a él diciendo:
-¡Una puñetera fiesta!-y hurgado en su herida, le solté: -¿Qué esperaba una reunión de mafiosos?
Mi recochineo le terminó de enfadar y pegando su cara a la mía, me chilló:
-¿Y tú quién eres?
Con una sonrisa en los labios le contesté:
-Para empezar le exijo que me hable de usted- haciendo una pausa para que asimilara que no me iba a achantar ante sus berridos, le solté: – Soy Marcos Pavel, el abogado de la señora Paulovich y de su hermana.
Sudando de puro coraje,  creyó que podía aprovechar la teóricamente delicada situación en que nos habían pillado sus subalternos y soltando una carcajada, me soltó:
-Su abogado y por lo que me han contado, su amante. ¿No creo que a su jefe le agrade enterarse de que se anda tirando a su mujercita?
Ajeno a que desde la noche anterior, mi puesto en la Hermandad era superior al de Dimitri, pensaba que me iba amilanar pero desgraciadamente para él no fue así:
-¿Me está amenazando? Porque de ser así, pienso demandarle- respondí y dirigiéndome a las mujeres, les dije en voz alta: -Fijaos lo mal instruida que está la policía en España que no saben que  desde 1978 ya no es delito en este país  el adulterio.
Las risas de las rusas consiguieron sacar de sus casillas al  comisario que sin saber cómo responder a mi claro insulto, salió de la habitación con el rabo entre las piernas dejándonos custodiados por dos agentes de menor graduación.  
Para entonces, Tania ya se había recuperado del sofoco y usando el croata, me dijo:
-Bien hecho, has puesto en su lugar a ese imbécil.
No sé si me sorprendió más que supiera que mi abuelo me había enseñado ese idioma o que ella lo hablara con fluidez. Pero sabiendo que era imposible que los policías encargados de custodiarnos lo conocieran, le respondí:
-Como no deben haber encontrado nada, me imagino que tu gente se ha deshecho de cualquier evidencia.
-Así es, pero no fue mi gente sino la tuya- contestó para acto seguido decirme: -Todavía no te has enterado ¿Verdad?
-¿De qué?


101Con una inclinación de cabeza, me contestó:
-Ayer no solo te casaste por el rito cosaco con las dos, sino que fuiste entronizado como el jefe supremo de la hermandad. Nuestros hermanos nunca aceptaron bien que los dirigiera una mujer y tratando de socavar mi poder, me obligaron a que te enfrentaras a esa prueba. Lo que no sabían era que ibas a vencer y que con ello, automáticamente te convertiste en el guardián de nuestra herencia.
Tratando de asimilar sus palabras, pregunté en voz alta:
-¿Me estás diciendo que mi autoridad es indiscutible?
-Así es, cualquiera que quiera cuestionarla, tendría que primero enfrentarse con un oso y después retarte a un duelo.
El hecho que nadie en su sano juicio haría semejante insensatez, no me tranquilizó porque siempre cabría la traición. Al explicarle mis reparos, Sofía decidió intervenir diciendo:
-Somos rusos. Si alguien se atreviera a traicionarte, toda su familia quedaría marcada como traidora y cualquiera que se cruzara con ellos tendría la obligación de matarlos.
Buscando argumentos, dije:
-Recordad al zar Nicolás y a sus hijos. Los mataron sin juicio.
Soltando una carcajada me contestó:
-¿Has oído hablar alguna vez de los asesinos o de su familia? Verdad que no. La razón es que la Hermandad se ocupó de castigarlos, haciendo desaparecer no solo a los culpables sino a todos los emparentados con ellos hasta la tercera generación.
Ni siquiera quise hacer el cálculo de cuantos murieron porque de ser cierto que la familia real rusa fue asesinada por un grupo de más de veinte partisanos, si incluíamos a ellos, a sus padres, abuelos, tíos, hijos, sobrinos, primos etc.. ¡Debieron de ser  más de quinientas las víctimas!
Todavía estaba pensando en ello, cuando el comisario Enríquez volvió a aparecer  y extendiéndome una citación me dijo:
-Le espero mañana en la comisaría, “Señor abogado”.
Devolviéndole la cortesía, respondí:
-Allí estaré, “Señor comisario”.
Tras lo cual, cogí del brazo a mis dos mujeres y salimos con la cabeza bien alta rumbo al edificio donde se hallaban ubicadas tanto mi casa como las de ellas. El problema de que en cual viviríamos me lo dieron ya solucionado porque al entrar vi que sin pedirme permiso una cuadrilla de obreros estaba tirando las paredes que dividían nuestro dos pisos. Sé que debía haberme molestado que tomaran esa decisión sin consultarme pero mi mente tenía temas más importantes en que pensar que ocuparme de esa nimiedad.
El ruido de la obra hacía imposible estar allí por lo que buscando un sitio donde charlar, las invité a comer en el restaurante de una amiga. Necesitaba un sitio que nunca hubieran frecuentado las hermanas ni ningún miembro de la Hermandad para que fuera desconocido para la policía y estar seguro de que no habían puesto micros en él. Por eso me resultó conveniente ir ese pequeño local cerca de Barquillo.

Lo que no me esperaba fue el cabreo que se cogieron las rusas cuando mi amiga se acercó y me pegó un beso en los morros al verme entrar. Antes de que me diera cuenta, las hermanitas habían cogido un cuchillo cada una y poniéndoselo en el cuello, la amenazaron con matarla si volvía a tocar a su hombre. Como podréis suponer Ana se quedó acojonada por la violenta reacción de mis acompañantes y casi meándose encima les aseguró que no había sido su intención el molestarlas. Gracias a que en ese momento me interpuse entre ellas y rompiendo el hielo, dije:
-Ana te presento a Tania y a Sofía. Disculpa si te han asustado, es que son cosacas.
Mi conocida se rio creyendo que había sido objeto de una broma y dándoles la mano, se presentó. Las rusas con una sonrisa helada en sus labios, la saludaron con falsa cordialidad y si eso no fue suficiente para que le quedara que era territorio prohibido, Tanía le soltó:
-Marcos, mi marido, nos ha hablado muy bien de su restaurante.
La mirada de sorpresa de Ana fue genuina, no se esperaba cuando me vio entrar que llegara con una esposa pero se convirtió en confusión cuando la pelirroja me abrazó diciendo:
-¿Porque no le explicas a “Tu amiga” quiénes somos?
Sabiendo que no iba a ser la última vez que lo hiciera, informé a mi amiga que la noche anterior me había casado con las dos:
-Son mis mujeres               .
La dueña del local se nos quedó mirando y tras pensar en lo que le había dicho, soltó una carcajada.
-¡Y pensar que me lo había creído! ¡Eres incorregible!- tras lo cual nos trajo la carta, dejándonos solos para que eligiéramos que comer.
Nada más irse, les eché la bronca por el modo tan violento con el que se habían comportado. Tras soportar durante cinco minutos mi reprimenda, en la cual les prohibí volver a actuar así, supe que les había entrado por un oído y salido por el otro cuando Sofía se disculpó diciendo:
-Lo sentimos pero la culpa fue de esa zorra.
164Para terminar de recalcar el puñetero caso que me habían hecho, su hermana riéndose, soltó:
-Te aseguro que “tu Anita”, por si las moscas, nunca volverá a comportarse como una casquivana ante nosotras.
Dándolas por imposibles, llamé al camarero y cuando iba a pedir una copa de vino, se me adelantó y pidió una botella de vodka para cada una de las mesas que estaban ocupadas a esa hora en el restaurante.  Al preguntarle qué coño hacía, con un beso selló mis quejas. Cuando el empleado vino con las ocho botellas, se levantó de la silla y pidiendo silencio al resto de los comensales, les dijo:
-Disculpen,   Don Marko quiere celebrar con todos ustedes su reciente boda. Esperamos que tengan a bien brindar con nosotros por ella- no me pasó desapercibido que usó mi nombre croata y no el españolizado pero debido a que todo el mundo nos miraba, no dije nada.
Una vez el camarero había repartido el vodka, sirvió tres copas y dando una a su hermana y otra a mí, cogió la suya y diciendo: ”Na zdorovje“, se la bebió de un golpe. Siguiéndole la corriente, me levanté y brindé diciendo:
-A su salud.
La gente si entendió ese brindis e imitándonos, vació sus copas dando inicio a una algarabía donde la mayoría de los comensales se atrevió con el vodka, de manera que en pocos minutos el hasta entonces tranquilo restaurante se había transformado en una fiesta donde la bebida corría a mansalva.
Con las dos rusas tonteando con todo el mundo, la alegría se contagió a todos y lo que iba a ser una comida íntima donde podríamos hablar se hizo a todas luces imposible.  Cuando llevaba al menos cinco copas, me levanté al servicio. Acababa de entrar al servicio cuando de improviso Tania me dio un empujón cerrando el mismo con el cerrojo.
-¿Qué haces? Pregunté muerto de risa.
La rusa mirándome con ojos inyectados en lujuria, contestó:
-Vengo a poseer a mi hombre- y sin esperar mi respuesta empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna, incrustando mi miembro entre los pliegues de su vulva.
La forma tan erótica con la que se ofreció hizo que mi pene saliera de su letargo de inmediato. La rusa sonrió al sentir mi dureza y profundizando la tentación, su pelvis adquirió una velocidad pasmosa mientras me rogaba al oído que la hiciera mía. Aunque suene una fantasmada, la mujer no tardó en gemir de pasión y ya contagiado de su calentura, no pude más que darle la vuelta y subirle la falda, dejando al aire un tanga más que húmedo. 
Cuando ya iba a bajarle las bragas y tomar posesión de su feudo, dejándose caer, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón:
-Llevo bruta desde que vi como parabas los pies a ese poli- me dijo mientras me lo desabrochaba.
Una vez acabo con los botones, me lo bajó hasta los pies y se quedó mirando mi pene inhiesto con cara de puta:
-Te voy a dejar seco- soltó y olvidando cualquier otro prolegómeno, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande.
Dejándome llevarme acomodé  en el wáter y separando mis rodillas, la dejé hacer. Tanía al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar. Reconozco que prefería que lo hiciera con la boca pero cuando usó sus manos en vez de sus labios, no dije nada al sentir como incrementaba la velocidad de su paja. En ese instante llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con pasión.
Todavía no comprendo porque no me la follé en ese instante pero lo que si reconozco es que  creí enloquecer al observar cuando alcanzó su clímax sin necesidad de que yo interviniera. Al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.
Fue entonces cuando me gritó:
-¡Dame tu leche!
Comprendí que esa rusa quería que le anticipara mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando llegar a la meta, le prometí hacerlo antes de cerrar mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, se lo dije.
Pegando un grito de alegría, Tania me volvió a sorprender porque se puso a ordeñar mi miembro dejando su boca abierta para recolectar mi semen. Como bien sabéis pocas cosas se pueden comparar a ver a la mujer de tus sueños tragándose tu eyaculación sin dejarse de masturbar.
“¡Coño con la Jefa!” pensé mientras ella seguía retorciéndose mamando mi pene hasta que dejó de brotar de él mi placer.

Sin-t-C3-ADtulo1Entonces la rubia abriendo los ojos, me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:
-¿Te gustó?
-Sí, preciosa
-Pues entonces… ¡Fóllame!
Sus palabras consiguieron su objetivo y sin esperar a que me lo volviera a repetir, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rusa al sentir su conducto lleno de golpe, chilló y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Desde un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba empapado por lo que  campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Fóllame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó contra la pared mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente por segunda vez.
Agotado, me senté y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados. Pasados un par de minutos, acomodamos nuestras ropas y volvimos al restaurante donde Sofía nos esperaba cantando con un grupo de ejecutivos mientras daba buena cuenta de la segunda botella de vodka.
-¡Hermana eres una puta!- gritó muerta de risa- ¡Te has follado a nuestro marido en el baño!
Tanto yo como los presentes nos quedamos mudos al oír la burrada pero entonces la aludida, contestó:
-Así es- y acercando su mano, le pidió la botella diciendo: -Necesito beber algo que no sea leche.
La carcajada fue unánime. Todos y cada uno de los que oyeron la contestación se pusieron a aplaudir mientras la rubia se bebía de un solo trago un vaso de ese licor. Curiosamente la más escandalosa de todos, fue mi amiga María que olvidándose de como las había conocido había hecho las paces y celebraba como la que más.
-¿Dónde tenía escondidas a estas niñas? ¡Tráelas más a menudo!- chilló mientras dejaba que la pelirroja le rellenara su copa.
La alegría del local estaba desbordada, los comensales bailaban, se abrazaban y bebían sin parar mientras la caja de la dueña crecía sin parar. Cuando creía que el alboroto no podía crecer, vi que por la puerta aparecían un grupo de músicos vestidos a la usanza cosaca y separando las mesas, se pusieron a tocar y a bailar. Para los españoles ver a esos extranjeros con sus amplios pantalones, con la espalda recta y en cuclillas, levantando los pies al ritmo de la música fue un espectáculo que causó sensación.
Siguiendo el ritmo con las palmas, azuzaron a los bailarines mientras mis dos esposas me colmaban de besos diciendo lo feliz que eran.  La comida fue lo de menos, con el alcohol que llevaba ingerido, me costó comer pero valió la pena y dos horas después y con bastantes copas, nos retiramos a casa.
En el coche, Tanía completamente borracha me dijo al oído:
-En cuanto lleguemos a casa tenemos que compensar a Sofía.
Sabiendo por donde iba, me hice el tonto y pregunté:
-¿Cómo quieres hacerlo?
-Tonto, ¿Cómo va a ser? ¡Follándonosla!
Llegamos a casa y Tanía cumple su promesa.
Nada más entrar en casa, llevamos a Sofía hasta mi habitación y antes que se diera cuenta, la empezamos a besar. La pelirroja no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de su hermana. Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre sus senos, abrió la boca y empezó a mamar.
Alucinada, vio la lengua de Tania recorriendo sus aureolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de la rubia recorrieran  su cuerpo mientras yo para forzar su calentura, abriéndole las nalgas,  jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Tania en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de su hermana, le rogó que continuara.
-Me encanta- gimió al sentir que la mayor separaba con sus dedos los pliegues de su sexo.
Aunque ya habían disfrutado una de la otra muchas veces, la pelirroja sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, Tania me miró pidiendo instrucciones:
-Sigue- ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sofía. Tras empaparlos, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras la pelirroja no paraba de berrear al sentir sus dos orificios asaltados.
Decidido a usar esa maravilla de culo, la puse a cuatro patas sobre la cama mientras la informaba que  le iba a dar por culo:
-¡Es todo tuyo!, ¡Mi amor!- chilló descompuesta.
Seguro del calor que nublaba su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré. Sofía gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal pero entonces su hermana cogiendo la cabeza de la pelirroja  entre sus manos, se fundió con ella  en un sensual beso, tras lo cual y escuché que le decía:
-Después de que nuestro marido lo use,  me ocuparé de aliviar tu culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la rusa y desbordada por el cariño que su hermana le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño. Sin ninguna vergüenza ni reparo, Tania se colocó frente a ella y separando las piernas, puso su pubis a disposición de la muchacha.
Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de Sofía separando los pliegues de la rubia antes de con la lengua saboreara su botón. La mayor de las dos debía de venir ya caliente porque en menos  se corrió dando gritos de satisfacción. La pequeña intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su hermana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba y la rubia incapaz de contenerse,  no dejaba de gritar de placer.
Esa escena, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi pelirroja.
– ¡Sigue! ¡Mi amor!- reclamó descompuesta al sentir mi pene acuchillando su interior de su culo.

072Decidido a liberar mi simiente cuanto antes, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi recién estrenada esposa se desgarrara por dentro pero ella, en vez de quejarse, pidió a su hermana que me ayudara. Esta soltó una carcajada al saber que era lo que quería y sin pedir más explicaciones, le soltó una nalgada.
Me quedé alucinado al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de la muchacha y antes de que terminara de asimilar lo ocurrido, Tanía le dio el segundo. No satisfecha, Sofía  le exigió que continuara. La rubia complaciéndola,   le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado,  la pelirroja  se corrió sobre las sábanas.  Sus chillidos azuzaron mi placer y pegando un aullido, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
Completamente exhausto, me tumbé a  su lado. Con un cariño y una adoración total, se quedaron abrazadas a mí  y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido esa mañana.
Las dos rusas parecían no comprender el alcance del problema, por mucho que les trataba de explicar que no era bueno estar bajo la vigilancia de ese comisario, a ellas les parecía algo anecdótico. Tanto desdén me empezó a mosquear y percibiendo que detrás del menosprecio con el que trataban al policía se escondía algo más, directamente les pedí que me lo aclararan.
-A ese patán lo tenemos en nómina- me informó Tania y con una sonrisa en los labios, me soltó: -Ya sabíamos que iba a haber una redada.
Al escucharla me indigné y encarándome a ellas, les pedí que me explicaran porque no me habían contado nada:
-Queríamos ver como actuabas- dijo la pelirroja con tono dulce mientras intentaba reanimar mi extenuado miembro.
Haber sido objeto de una nueva prueba, me terminó de sacar de las casillas y hecho una furia, me levanté de la cama. Desde la mitad de la habitación, las mandé a la mierda. La respuesta de las dos no pudo ser más típica de ellas, muertas de risa me llamaron a la cama implorando mis caricias.
Ya desde la puerta, oí a la mayor decir:
-Amado, no tardes mucho en calmarte: ¡No vaya ser que empecemos sin ti!
 
058
 

Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (1) (POR MARTINA LEMMI)

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no son dos sino tres2

Mi nombre es Mariana Ryan.  Y soy médica.  Felizmente casada además con un esposo divino que siempre me dio Sin-t-C3-ADtulotodo desde el punto de vista sentimental y afectivo y a quien me entregué en un ciento por ciento desde que hace tres años decidí unirme a él en matrimonio.  Aún no tenemos hijos aunque supongo que a mis treinta y un años de edad empieza a ser previsible que no tardemos mucho más en ir encargando nuestro primer crío.  Quisimos (y quise) disfrutar de la vida en pareja y de la convivencia lo más que pudiésemos estirando el momento todo cuanto fuese posible.  Debo decir que tengo mis buenos atributos físicos y puedo afirmar que luzco un cuerpo no exuberante pero armonioso y deseable para cualquier hombre.  En la clínica, en el consultorio, en la calle, los hombres me echan el ojo constantemente y si bien eso es algo que me ayuda (como a cualquier mujer) a enaltecer el ego y la autoestima, lo cierto es que siempre tuve en claro que cuando una se entrega a un hombre, se entrega por completo, en cuerpo y alma y, por lo tanto, no hay lugar para andar mirando a los demás.  O sea que ni en los cinco años que tuve de noviazgo con Damián ni en los tres que llevamos de casados le he sido infiel y, por lo menos creía, jamás lo sería… Pero nunca se sabe en qué momento pueden cambiar las cosas…

           Fue, de hecho, gracias a él que conseguí mi nuevo trabajo haciendo el control médico del alumnado de un prestigioso y caro colegio secundario en el que mi esposo es profesor de química.  En efecto, fue él mismo quien me recomendó y me tomaron muy rápidamente.  Es posible que mis ya mencionados atributos, sumados a mis ojos verdes y mi pelo castaño claro leve y delicadamente ensortijado hayan contribuido a ello, sobre todo considerando la lascivia con que me miraba uno de los dueños del colegio, el que me tomó una entrevista laboral tan breve como la falda que yo llevaba (y que suelo llevar) puesta.  Siempre me gustó mostrar mis piernas y Damián, por suerte, jamás me hizo historia alguna por ello ni se mostró celoso, tal la confianza ciega que siempre me tuvo.  Así que si en este caso la corta falda podía actuar como elemento adicional para conseguir el trabajo bienvenido fuera.  Así es la vida; así es la supervivencia en la selva: si se tienen, como yo los tengo, los encantos necesarios para que te abran las puertas, ¿cuál es el problema?  Mientras no se abran las piernas, todo lo demás vale…
       Por cierto mi nuevo trabajo resultaba un excelente complemento económico para sumar a mis labores en la clínica o en el consultorio.  El primer día todo venía transcurriendo sin novedades.  Llegué al colegio alrededor de las nueve de la mañana y, dado que estaban en recreo, atravesé el patio bajo las miradas hambrientas de los jovencitos y rabiosas de las muchachas e incluso de las profesoras: a las mujeres nunca les gusta la llegada de competencia al avispero.  Entré al aula que habían despejado y que haría las veces de sala consultorio y en ese momento se abrió la puerta detrás de mí y entró mi querido esposo, Damián, quien no podía permitir que yo estuviese en el colegio sin pasar a estamparme un beso.  Nos abrazamos y nos besamos con el mismo amor con que lo hacíamos siempre: el nuestro era un amor que, hasta ese momento, jamás había sufrido desgaste ni acusado recibo de los siempre anunciados y temidos efectos de la rutina.  Nos dijimos que nos queríamos, como también siempre lo hacíamos.
        “Cuidado con mis alumnitos” – bromeó él y ambos reímos.  Luego quedé sola en el lugar; una preceptora que entró me miró de arriba abajo no sé si con envidia o con algún rapto de deseo lésbico.
         “Buen día, doctora – me saludó tan cortésmente como pudo -.  Voy a ir pasando por los salones y haciéndolos venir de a uno, ¿le parece?”
         Asentí y, en efecto, al rato, ya con el recreo concluido, comenzó el desfile.  Ese día me tocaban sólo varones y, por cierto, no podría ver a más de unos veinte en toda la mañana para ir continuando en días subsiguientes en los cuales también tendría que ir revisando a las muchachitas.  A ninguno lo hice desnudarse: no estaba dentro del plan; además de unas cuantas preguntas de rutina y revisar ojos y garganta, sólo tenía que tomarles la presión así que con que se arremangaran la camisa alcanzaba.  No obstante, embelesados como estaban conmigo, algunos no dejaron oportunidad para exhibir pectorales y, por lo tanto, se quitaron la camisa con el poco sólido fundamento de que la manga era muy ajustada y costaba levantarla.  Daba gracia verlos jugar a seductores con la corta edad que tenían y la poca experiencia que les cabría en el terreno de la conquista y la seducción.  Algunos eran lindos, no voy a negarlo, pero eran nenes: ellos, en su ingenuidad, creían que una mujer de treinta y un años podría fijarse en ellos en cuanto hombres.  Pero cuando llegó el vigésimo de la lista y último de la mañana, todo cambió…
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Desde el momento en que entró ya se notó una diferencia.  Mientras que los demás habían ingresado tímidamente y pidiendo permiso (incluso algunos tartamudeando) éste lo hizo sin pedirlo en absoluto aunque saludando con mucha formalidad pero sin sonrisa.  No sé bien qué me pasó en ese momento, pero estoy segura de que me quedé mirándolo con cara de idiota y la mandíbula algo caída: ¡por Dios! ¡Qué hermoso muchacho! Qué bello ejemplar del sexo masculino aun cuando tuviera… ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho?

         Se acercó a paso firme hacia el escritorio al cual yo me hallaba sentada y no pude dejar de mirarlo un momento.  De hecho, me sostuvo la mirada todo el tiempo.  Precioso.  Ojos verdes, como yo.  Rasgos tan finamente delineados que parecían haber sido dibujados y, a la vez, por debajo de esa delicadeza, un inconfundible e irresistible sesgo de masculinidad, de macho dominante.  El físico, por debajo de la ropa, se intuía hermoso.
        Bajé la vista nerviosamente.  Me di cuenta de que tal vez estuviera quedando en evidencia y tenía que disimular.  Por cierto sentí culpa de experimentar tan súbita atracción por un chiquillo.  Busqué con mis ojos su nombre en la lista que me habían dado pero mi vista bailoteó sin hallarlo; no era tan difícil después de todo porque era el último pero, créanme, yo ya no podía pensar nada.
        “Franco Tagliano… – se anunció él como si percibiera claramente que yo estaba perdida -. Diecisiete años…”
        “S… sí, sí – dije yo, asintiendo con la cabeza y tratando de fingir no haber quedado tan descolocada -.  Tomá asiento, p… por favor”
        No podía creer estar tartamudeando.  Durante todo el curso de la mañana habían sido los adolescentes quienes tartamudeaban en mi presencia y, debo confesar, me divertía con eso.  Ahora la situación no tenía nada de divertido.  Mantuve mi vista sobre los papeles para no mirarlo a los ojos: tenía que reacomodarme por dentro.  Aun así por el rabillo llegué a ver cómo tomaba asiento frente a mí.  Le hice las preguntas de rigor: los datos personales y de filiación, así como los antecedentes de estudios, análisis, enfermedades congénitas, etc.  Fue respondiendo a cada una de ellas bastante lacónicamente; en un momento yo me demoré en preguntar mientras completaba alguno de los casilleros de acuerdo a las respuestas que me había dado.
          “¿Usted es la esposa del profesor Damián Clavero, no?”
          La pregunta, obviamente, me tomó desprevenida.  No estoy, por cierto, acostumbrada a ser interrogada sino que la rutina es más bien todo lo contrario.  Levanté la vista y mis ojos se clavaron en los suyos.  ¡Dios mío!  ¡Qué hermoso!  Dolía mirarlo…
        “S… sí – contesté -.  Él es mi esposo”
         Me odié por tartamudear nuevamente.  Y varias sensaciones se cruzaron, entre ellas la culpa y la vergüenza.  No podía asegurar si ese pendejito insolente buscaba eso o no, pero lo cierto era que la pregunta haciendo referencia a mi situación conyugal entraba como una cuchillada de hielo considerando el deseo vergonzante que el muchachito me generaba.  Quizás fue mi imaginación o mi paranoia pero creo que no: estoy segura de haber percibido en la comisura de sus labios una ligera sonrisita, como si gozara con lo que me estaba haciendo; permanecimos unos instantes mirándonos el uno al otro y de repente me invadieron unas ganas incontenibles de besarlo.  ¡Pero tenía que contenerme!  Tenía que ubicarme en mi rol.  Yo, una médica graduada y mujer casada pasando los treinta, él apenas un adolescente.  ¡Pero qué adolescente!  Envidia me producían repentinamente sus compañeras de curso, las que debían tener el placer de verlo todos los días.  ¿Tendría novia?  De ser así, no puedo decir hasta qué punto llegaba mi envidia.  Pero… ¡debía controlarme!  Deslicé una de mis piernas sobre la otra en una especie de gesto reflejo para descargar súbitas sensaciones que se apoderaban de mi femineidad.  Y a la vez algo dentro de mí me impulsaba a querer ir un paso más allá: yo era la doctora, tenía el control, no había que olvidarlo… Así que decidí hacerme cargo de eso:
            “Sacate la camisa – le ordené, lo más imperativa e indiferente que pude sonar -.  Te tengo que tomar la presión”.
             “Hmm… ¿Me la saco? – preguntó, como extrañado -.  Para tomarme la presión alcanza con levantar la manga”
            Touché.  Pendejo de porquería.  Pero yo no podía ni debía ahora perder el control de la situación.  Él iba a hacer lo que yo decía.
            “Sacatela” – insistí.
             Sonrió.  Se incorporó un poco sobre la silla.
            “Como usted diga, doc” – me dijo.
            Estaba claro que, sorprendentemente para su corta edad, sabía jugar bien el juego.  Ese “como usted diga” era su forma más cruda de restregar en mi cara que era yo quien quería verlo sin camisa.  Y lo peor de todo… era que tenía razón.  Me avergoncé; supongo que me debo haber puesto roja como un tomate y desvié la vista hacia los papeles nuevamente como si estuviera desentendida o desinteresada por la situación.  De reojo advertí cómo la corbata, ya desanudada, caía sobre el respaldo de la silla que momentáneamente había dejado libre y, más que ver, lo adiviné desprendiéndose los botones de la camisa.  “No debes mirar” – me dije a mí misma -.  No debes mirar, no debes mirar”.  Es que si lo hacía le estaba dando un punto importantísimo a su favor; de algún modo era empezar a reconocer su triunfo.  Bajé la vista más aún, hacia algún punto indefinido en los formularios que llenaba; tomé el bolígrafo y amagué garabatear algo pero la realidad fue que sólo describí círculos en el aire sin apoyarlo jamás sobre el papel: no había nada que escribir.
              “Listo, doc” – anunció.
              Supongo que debo haber sido muy obvia al momento de levantar mi vista hacia él.  Es que habían sido largos segundos conteniéndome, reprimiéndome a mí misma y tratando de no mirar; inevitablemente su anuncio funcionó como un liberador y mis ojos fueron disparados hacia él.  Una vez más me avergoncé: porque estaba más que claro que él notó la ansiedad y prontitud que yo había denotado en el acto.  Allí estaba, una vez más luciendo su ligera sonrisa pero, por sobre todo, luciendo un pecho hermosamente masculino y que pedía a gritos ser acariciado, arañado, besado, lamido…
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           Estoy segura de que mi labio inferior cayó estúpidamente y durante unos segundos me fue imposible volver a poner mis pensamientos en orden.  ¡No podía estar experimentando eso!  ¡Era un sentimiento impuro!  Degenerado diríase.  Pervertido.  ¡Era apenas un chico!  Cuando parpadeé debí dejar mis ojos cerrados durante unos segundos y ahí me di cuenta de que debía llevar largo rato sin hacerlo.  Tomé el medidor de presión.  Usualmente el modo habitual de tomarle la presión a mis pacientes era sin levantarme de mi lugar sino haciéndolo desde mi lugar, en el lado opuesto del escritorio.  Esta vez, por alguna razón, me levanté y giré alrededor del mueble.  Me acerqué a él y, créanme, a medida que lo hacía, mi respiración iba en aumento y mi ritmo cardíaco también.  ¿Y yo iba a tomarle la presión a ese pendejo que lucía insolentemente apaciguado y tranquilo?
          “Sentate” – le ordené, en un intento por recuperar el control de la situación que a cada rato perdía.  Lo peor de todo fue que, casi sin darme cuenta y como un movimiento reflejo, apoyé las puntas de los dedos de mi mano derecha a la altura de su clavícula para impelerlo a hacer lo que yo le decía. ¡Lo toqué!  Retiré la mano avergonzada, tanto que el movimiento fue exagerado por lo brusco, como también el hecho de que llevé prácticamente la mano hacia mi pecho, tanta la distancia que había procurado poner con aquel chiquillo que me llamaba al deseo más perverso.  Él se sentó.  Yo, sin poder salir de mi asombro por cómo me estaba sintiendo, me incliné ligeramente sobre él y envolví el manguito del medidor alrededor de su codo.  Cada roce con su piel me ponía a mil y hasta confieso que temí hacerme pis encima.  “No podés estar tan bueno, pendejo”, me dije.
        Comencé a bombear para tomarle la presión.  Sentía su respiración muy cerca de mí al punto de que me daba la sensación de que me empañaba los lentes pero eso, desde luego, era mi imaginación.  También tenía la sensación de que mi propio aliento, nervioso y entrecortado, debía estar llegando al rostro del hermoso muchacho así como que él posiblemente estuviera captando que yo me estaba viendo superada por la situación.  Traté de mantener la vista en el aparatito de tal modo de aparecer como compenetrada con mi trabajo cuando la realidad era que ni siquiera estaba atenta a lo que el medidor indicaba… Hice varias mediciones de hecho.
         “Doce, siete… ¿No?” – me preguntó… y la cercanía de su voz me hizo dar un respingo y levantar la vista para que mis ojos se encontraran con los suyos.  Su mirada destilaba un deje de satisfacción: era obvio que estaba disfrutando el hecho de habérseme adelantado en la lectura de la medición lo cual no podía deberse a otra cosa más que a mi estado de extravío… No sólo eso: el hecho de que su presión estuviera normal era también bastante significativo pues venía a querer decir que él no estaba nervioso en absoluto y que controlaba la situación.  Me puse tan nerviosa que, a pesar de lo hermoso de sus ojos no pude evitar bajar los míos para encontrarme con la visión de su boca: perfecta y sugerente con esos labios bien carnosos.  ¡Dios mío!  ¡Qué ganas de besarlo!  ¡Quería besarlo!
          Sentí, de hecho, como si una mano invisible me empujara por la nuca llevándome al encuentro de sus labios pero… de algún lugar saqué fuerzas.  Prácticamente de un tirón solté el abrojo del medidor de presión y me incorporé, alejándome un poco de él y desviando la vista hacia el escritorio, como fingiendo premura para ir a llenar los papeles del caso.
           “Sí, es una presión normal” – dije, buscando sonar segura y profesional.
           “¿Todo listo, doctora?” – me preguntó.
           “S… sí” – respondí dándome cuenta casi al instante de que no le había revisado la garganta.  Pero… ¡Dios!  ¿Cómo iba a poder hacerlo cuando hacía solo unos segundos había estado a punto de no contenerme en mis ganas irresistibles de besarlo?
           Caminé hacia mi sitio original, al otro lado del escritorio.  Mientras lo hacía tuve la sensación de sus ojos clavados en mis piernas o en mi cola que, en parte, se intuía por debajo del ambo y de la corta falda.  Fue una sensación, desde ya, pero qué sensación…
        Mientras mi bolígrafo volvía a bailotear sobre los formularios, lo espié por el rabillo del ojo y pude darme cuenta de que aún no se había vuelto a colocar la camisa.  ¿Qué esperaba para hacerlo?  ¿Podía ser tan guacho de jugar conmigo de esa manera, presentándose allí como un objeto de deseo y sabiendo que a mí me costaría mucho darle la orden de que volviera a vestirse?  En efecto, la orden no me salía… Un par de veces mis labios se entreabrieron y una letra “p” pareció amagar por entre ellos pero nada… ni un sonido brotó, creo yo.
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           Él se paró.  Tomó del respaldo la camisa entre sus manos, lo cual yo percibía mirando aún de reojo y enarcando un poco las cejas para espiar.  Un problema menos: parecía que finalmente se pondría la camisa por su cuenta, se iría… y yo volvería a la tranquilidad… o a algo parecido.  Pero una vez más volvió a actuar en mí una fuerza invisible: la misma que momentos antes había querido empujarme por la nuca hacia él pero que ahora se apoderaba de mi lengua para hablar, cosa que segundos antes no había podido hacer.
          “Esperá un momentito” – le dije… y juntando coraje levanté la vista hacia él, aún allí y con su magnífico pecho al descubierto, casi sin vello o con apenas el suficiente como para transmitir inequívocas señales acerca de la virilidad del dueño de tan espléndido tórax.  Me miró con sorpresa, pero siempre con el mismo aire sutilmente divertido.
          “¿Sí, doc?  ¿Hay algo más?”
           Mi vista ahora estaba disparada sin freno, alocada: lo recorría de arriba abajo, centímetro a centímetro, deteniéndose en cada detalle de su lustroso pecho e incluso siguiendo más abajo e imaginando qué habría debajo del pantalón.
            “Sí – le dije -. Bajate el pantalón”
            No puedo creer lo que dije.  Al momento mismo de decirlo la vergüenza me invadió de la cabeza a los pies y supongo que él lo notó.  Se quedó mirándome con extrañeza pero a la vez con ese deje de diversión que nunca abandonaba del todo su rostro.
            “¿El pantalón?” – me preguntó.
             Me tomó sin defensas.  Yo debía buscar la forma de dibujar lo más posible la situación a los efectos de que mis verdaderas intenciones no fueran tan evidentes.
            “S… sí – tartamudeé nuevamente y me odié por ello -.  E… es que tengo que tomar también la presión en la pierna”
            Ahora el deje de diversión pasó a ser abierta sonrisa en su rostro, mezclado con sorpresa.  Claro, él sabía perfectamente en qué había consistido el chequeo que les había hecho a todos sus compañeros y era de suponer que ninguno le hubiera comentado algo semejante ya que la realidad era que a nadie le había tomado la presión en la pierna.  Rogué a Dios que no hiciera referencia a eso, que no me preguntara por qué él sí y los demás no, porque si me preguntaba eso: ¿qué podía yo responderle?   Por suerte no dijo nada al respecto; hizo un gesto como de desdén a la vez que se encogía de hombros y luego comenzó a desabrocharse el pantalón.  Las pulsaciones se me comenzaron a acelerar a un ritmo creciente en la medida en que iba deslizando la prenda hacia abajo.  Supo ser sensual al hacerlo y eso me turbó aún más.  Lo dejó algo más abajo de las rodillas y quedé, una vez más, con el labio inferior caído contemplando sus hermosas piernas y el bóxer de color gris oscuro que cubría un soberbio bulto, tan prominente como apetecible.  No sé qué hice.  Estoy casi segura de haber deslizado la lengua por la comisura del labio y que hasta me cayó un hilillo de baba que espero haya sido imperceptible.  Flexioné una de las piernas llevándola al contacto con la otra y rogué que el escritorio que mediaba entre ambos ayudara a que tal movimiento no fuera visible para él.
           “¿Y ahora, doc?” – preguntó él.
            Volví como pude de mi obnubilada estupidez.  La realidad es que para tomar la presión arterial en una pierna, es necesario que el paciente esté echado boca abajo pero allí no había dónde hacerlo.  Por otra parte necesitaba un brazalete más grande de tal modo de poder envolver el muslo: eso no fue problema porque afortunadamente solía llevar uno en mi bolso.  Le dije que permaneciera de pie, allí.  Giré una vez más en torno al escritorio en dirección a él llevando en mis manos el medidor de presión y el brazalete que extraje del bolso.  Cuando estuve a su lado, el corazón me latía con tanta fuerza en el pecho que hasta temí que él lo estuviera oyendo.  Apoyé una mano sobre mi espalda y fue como si una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo y cosquilleara muy especialmente en mi pubis.
             “Inclinate un poquito hacia adelante – le dije -.  Colocá las manos sobre el escritorio y aflojá un poco esta pierna”

Rematé la orden con una fugaz y pequeña cachetada con el canto de la mano sobre la pierna que él tenía más cerca de mi posición y les puedo asegurar que ése fue otro momento de indescriptible excitación para mí.  Él hizo lo que yo le decía y la idea de tenerlo a mi disposición para lo que yo quisiese me aguijoneó en la cabeza como la más hermosa fantasía que pudiera imaginar en ese momento y en esa situación.

           Me hinqué a su lado y ése fue otro momento cargado de intenso  erotismo.  Apoyé una rodilla en el suelo.  Mi rostro estaba a la altura de su bóxer y ésa era una sensación difícil de describir, una incitación al pecado demasiado cercana como para resistirla.  Aun así tenía que hacerlo: ¡Dios!  ¡Era un chico!  ¡No tenía que olvidarme de eso!
         Me aboqué a la tarea de rodearle el muslo con el brazalete y fue todo un suplicio, pero un suplicio cargado de placer por el contacto.  Es que fue inevitable tocarlo: tuve que pasar mi mano en un momento casi por entre sus piernas y aproveché para producir todo el roce que pude.  Qué hermosa piel y qué bello muslo: sólo producía ganas de acariciarlo, morderlo y besarlo.  El trabajo que yo estaba haciendo, por supuesto, servía como pretexto para el roce físico aun cuando pretendiera que el mismo aparentara ser casual o circunstancial.  Fingí, de hecho, no lograr ajustar el abrojo más de una vez para volver a pasar mi mano por entre sus piernas, pero en la última oportunidad en que lo hice al retirar la mano la elevé un poco y pasé el canto por la parte baja del hermoso monte que se percibía bajo el bóxer.  Un nuevo estremecimiento, semejante a un sismo interno, me recorrió; ignoro cómo lo habrá percibido él pero cada vez estaba más obvio que debía controlarme, que mis movimientos empezaban a estar no gobernados por mi voluntad y ello me hacía ya entrar en un terreno peligroso.  Bajé la vista hacia el medidor; tenía que tratar de concentrarme en mi trabajo: hice varias lecturas tal como había hecho antes y finalmente anuncié (tratando de recuperar lo que más pudiese mi tono profesional) que la presión arterial en la pierna era un poco más alta que en el brazo y, por lo tanto, era normal.
          “¿Ya puedo vestirme, doc?” – me preguntó.
          No me atreví a levantar la vista hacia él; yo seguía hincada a su lado.  Una vez más el pendejo jugaba conmigo: la pregunta que había hecho tenía un tono claramente sugerente y buscaba acentuar el hecho de que era yo quien quería tenerlo con los pantalones bajos.  Lo peor del caso era que tenía razón.  Más aún: mis ojos se detuvieron otra vez en la región del bóxer y un hilillo de baba me volvió a recorrer la comisura: ¿iba yo a dejarlo ir de allí sin ponerlo en bolas?  Por supuesto que no…
            “No.  Todavía no” – contesté de un modo tan resuelto que me sorprendí a mí misma; de hecho no tartamudeé.  Lo sorprendente del caso fue que no le ordené que se bajara el bóxer sino que yo misma lo hice: atrapé las costuras a ambos lados de la prenda entre mis respectivos dedos pulgar e índice y tiré hacia abajo  dejándosela un poco más abajo de donde terminaba la cola.
          Y me sentí en cualquier planeta.  Debía estarlo o no podía entenderse cómo yo, una doctora casada y profesional, había hecho lo que acababa de hacer.  De la forma en que él estaba ladeado lo que yo más veía era su cola.  ¡Qué culito precioso!  Nalgas perfectamente redondeadas y sin vello alguno, con una piel que se advertía tan tersa como la seda.
          “¿Y eso doc? – preguntó -.  No sabía que también…”
          “Sí… – me apresuré a contestar casi callándolo -.  Tengo que revisar el orificio anal por si hubiera hemorroides o afecciones bacterianas de cualquier tipo…”
          “M… ¿mi cola, doctora?” – ahora el que tartamudeaba era él.
          “Sí, sí, tu colita… – me encanta usar diminutivos cuando quiero humillar un poquito a mis pacientes; eso los hace sentir poco o que están en mis manos y no pueden hacer absolutamente nada  -, así que inclínate un poco apoyando la pancita sobre el escritorio” – mientras me incorporaba, rematé la frase dándole una cachetadita en el culo.  No me pregunten de dónde había sacado de pronto tanta seguridad.
         Él se inclinó como yo le pedía; apoyó las manos sobre el escritorio pero mantuvo su hermoso pecho a unos centímetros de la superficie del mueble, sin terminar de apoyarlo.  “No importa – me dije para mis adentros -.  Ya me voy a encargar de que lo hagas”.  Me dirigí hacia mi bolso y extraje un guante de hule; lo calcé en mi mano derecha mientras mantenía mi vista clavada en él.  Levantó un poco la vista hacia mí y me divirtió ver su cara de preocupación, como todo hombre cuando sabe que están a punto de enterrarle un dedo en el culito.  A mí particularmente me divierte verlos en esa situación de indefensión y ésta no fue, por supuesto, la excepción: supongo que detectó un brillo de malicia en mis ojos y una ligera sonrisa dibujándose en mi rostro.  “¿Ves pendejo? – pensé -. La doc es quien ahora tiene el control”.
           Volví hacia su retaguardia y me quedé un momento mirándolo, con sus hermosas nalgas expuestas por orden mía.  Me relamí varias veces disfrutando la nueva situación que me ubicaba a mí como la dueña de las acciones.  Esos segundos en los que permanecí inactiva lo pusieron nervioso; se notó.  Y me gustó.
           “Muy bien – le dije, tratando de que mi tono, no por profesional, dejara de sonar imperativo -.  Ahora apoyá las manos sobre las nalgas y separalas un poco.  Quiero ver bien tu colita…”
           Vaciló un poco pero obedeció.  Cuando se llevó las manos a las nalgas para hacer lo que yo le había ordenado aproveché para apoyarle mi mano izquierda sobre la nuca y así hacerlo bajar del todo hasta tocar el escritorio con rostro y pecho.  Prácticamente lo aplasté.
            “Así – le dije -.  No levantes la cabecita”
            Me hinqué una vez más, apoyando una rodilla en el suelo.  Allí estaba su agujerito expuesto en tan hermoso trasero.  No había nada que revisar, por supuesto: aquello no era parte de la rutina.  Era tanta la excitación que me embargaba en ese momento que ni siquiera pensé que en cuanto hablara con sus compañeros y cotejara experiencias, se daría cuenta de que sólo a él le había hecho un control semejante.  Llevé mi dedo enguantado hacia la entradita que se abría invitando a ser profanada.  Jugueteé un poco entre sus esfínteres recorriendo el agujerito y trazando círculos en él; no puedo describir la sensación de felicidad que me invadía.  De haber podido él verme en ese momento, hubiera visto en mi rostro una sonrisa de oreja a oreja peligrosamente cercana a una risa de placer que busqué controlar cuanto pude.  Fue entonces cuando decidí hacer una nueva jugada pero sin decirle nada: me quité el guante; él no se daría cuenta.  Y ahora sí, mi dedo mayor, ya desnudo, entró y hurgó como si buscara alguna imperfección cuando estaba más que obvio que en todo aquel cuerpo no había ninguna.  Metí y saqué el dedo varias veces y él soltó algún quejido que, sinceramente, me llenó de placer.  Seguía sosteniendo sus nalgas para separarlas y yo tenía su hermosísimo culo a escasos centímetros de mi rostro.  Un irrefrenable deseo de besar esa piel se apoderó de mí.  Una parte de mí, la doctora seria y casada, se resistía, pero otra parte, recientemente descubierta y liberada, quería hacerlo.  Ganó la segunda…
             Llevé mis labios hacia su culo y, cerrando los ojos, lo besé.  ¡Dios!  Apenas lo hice me di cuenta de lo que había hecho.  ¡Qué locura!  ¡Estaba perdiendo absolutamente el control!  ¿Era posible que fuera incapaz de controlarme a mí misma?  Me desconocía en la mayoría de mis reacciones.  Sólo esperaba que él no se hubiera dado cuenta de mi beso; había sido bastante suave o, al menos… eso me pareció.  Retiré mi dedo y me quedé mirando hacia su agujerito abierto: juro que daban ganas de entrar en él con la lengüita y mandársela bien adentro…  Pero en eso mis ojos bajaron un poco entre sus piernas y ahí reparé en que, al tenerlas separadas, se veían asomando allí sus testículos.  Yo estaba tan caliente que ya no dominaba mis acciones así que no sé en qué segundo ocurrió ni cómo no pude contenerme pero, como si yo fuera un animalillo que respondiera a un reflejo condicionado, saqué mi lengua por entre los labios y me acerqué hacia la zona.  Le propiné un rápido lengüetazo pero no retiré la lengua en el acto sino que luego subí con ella recorriéndole toda la zanjita de la cola entre ambas nalgas.  Estaba totalmente fuera de mí, como si estuviera drogada.  Un súbito mareo me invadió repentinamente y como si fueran destellos de conciencia me aparecían pequeños atisbos de culpa que me ponían al corriente de la locura que estaba haciendo… ¿Se habría dado cuenta de lo que hice?  ¡Mi Dios!  Era impensable suponer que no lo hubiera advertido; a lo sumo, podía no haberse dado cuenta de con qué lo había recorrido desde las bolitas hasta la base de la espalda; el movimiento, como dije, había sido bastante rápido… pero algo habría advertido: algo…
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            De repente se giró.  Y la situación se puso más tensa e incómoda que nunca.  Se había incorporado de la posición en que yo lo había puesto contra el escritorio y ahora apoyaba un codo sobre el mueble.  Lo más fuerte del asunto fue que, al girarse, lo que quedó a pocos centímetros de mi cara fue un hermoso pene que llamaba a devorarlo.  La imagen fue tan poderosa que de algún modo me encandiló y, manteniendo yo aún una rodilla en el piso, levanté la vista hasta encontrar la suya…
           Allí estaba.  Exultante.  Dominante.  Y obviamente divertido ante la situación que, al parecer, volvía a tener en sus manos.  Se llevó la mano derecha hacia el pito y echó hacia atrás el prepucio, descubriendo la apetecible cabeza.  Demás está decir que bajé los ojos nuevamente.  Lo que más rabia me daba era que ni siquiera tenía la pija parada, lo cual venía a restregarme en la cara que la que estaba excitada y al borde de la locura era yo y no él: una forma de sobrar la situación.  Jugueteó un poco con el pene entre sus dedos y lo extendió hacia mí como ofreciéndolo.  No puedo describir cómo me sentía yo: una no sabe lo que es no tener control de la voluntad hasta que finalmente ocurre.  Y en esos casos la culpa y la conciencia pierden ostensiblemente en la pulseada.  Comencé a respirar más agitada y entrecortadamente; sin poder impedirlo, mi cabeza se vio empujada hacia el exquisito bocado que se me ofrecía… o que yo al menos creía que me ofrecía, pues en el preciso momento en que estaba a punto de capturarlo entre mis labios para tragarlo con fruición, sentí un impacto sobre mi rostro y tardé unos segundos en darme cuenta que el pendejo de mierda me había propinado una cachetada.
           Elevé la vista con ojos de fuego, aunque debo decir que la furia por el golpe recibido quedaba eclipsada por la excitación incontenible que sentía.
            “No tan rápido, señora puta – me dijo sin ningún respeto -.  Ya sé que desde que yo entré por esa puerta en lo único que pensó es en comerme la pija – no se podía creer tanta insolencia; yo estaba anonadada, aunque no sabía si el motivo de ello era su actitud o la mía, increíblemente pasiva ante tal humillación verbal y psicológica -, pero le aclaro que esa pija que usted tanto desea es la misma que desean comerse todas las nenas de este colegio…”
             Me quedé mirándolo sin entender.  Jamás había visto exhibir tanta arrogancia a sujeto alguno, hombre o mujer.  ¡Y éste era apenas un chico!  ¿De dónde había salido?  El hecho fue que me quedé estúpidamente sin articular palabra y una nueva cachetada se estrelló en mi rostro.
            “¿Todavía no entendés,  pedazo de putita?” – me reprendió no sólo como si tuviera muchos más años que yo sino además como si hubiera dispuesto sobre mis acciones desde que yo había nacido.
             Moví la cabeza lateralmente en señal de negación.
             “Uuuuy la puta madre – se quejó -: encima de atorranta, la señora es tarada, lenta de acá…” – me golpeó sobre la cabeza con los nudillos -.  Lo que te estoy diciendo pero que obviamente no entendés por tu estupidez es que este caramelo, obviamente, no es para cualquiera… Y si querés comértelo, vas a tener que pagar”
              Yo seguía sin dar crédito a lo que oía.  Una parte de mí quería mandarlo a la mierda y otra quería permanecer allí, sumisa y ahora de rodillas ante él, ya que el segundo cachetazo me hizo perder algo el equilibrio y ahora tenía yo ambas rodillas sobre el piso: imposible imaginar una situación de mayor sometimiento.  Y pensar que sólo unos instantes antes, ilusa de mí, había creído tener la situación bajo control y que él respondía a mis órdenes.  Tal vez, después de todo, él  tuviera razón y yo era, efectivamente, una grandísima idiota.  Al ver que yo no hacía movimiento ni emitía sonido alguno hizo un ademán de buscar con la mano el bóxer que tenía muslo abajo con el aparente objetivo de empezar a levantarlo.
           “Y bueno – dijo, sonriendo pícaramente -.  Si no hay platita, no hay bocado para su boquita”
           “¡No!” – solté un gritito que no pude contener y que era más de espanto que de otra cosa; apenas lo pronuncié, me llevé ambas manos a la boca con mucha vergüenza como no pudiendo creer lo que había hecho.  La realidad era que no podía creerlo.  La realidad era que yo no podía permitir que el más hermoso ejemplar de macho que hubiera tenido ante mí en el ejercicio de mi profesión se fuera a retirar de aquel improvisado consultorio sin antes haber saboreado su pija.  Él sonrió maliciosa y triunfalmente.
            “Aaaah, bueno… – dijo con tono de burla -.  Parece que la doctora quiere pija y está dispuesta a desembolsar platita, ¿no?”
            Estaba totalmente vencida.  Esta vez bajé la cabeza con humillación y asentí.
            “Así me gusta – enfatizó -.  Ahora vaya a ese bolso suyo y traiga lo que le pedí”
            Tragué saliva, me acomodé un poco el ambo y flexioné una rodilla como para empezar a ponerme de pie.
            “¿Quién te dijo que te pararas?” – preguntó, con tono de reprimenda.
            Yo ya estaba en cualquier lado.  Había perdido absolutamente toda dignidad y toda reacción.  Sin entender demasiado, levanté la vista hacia él nuevamente.
             “Vas a ir en cuatro patas – ordenó -, como una perra… Es lo que sos, ¿o no?” – soltó una sonrisa tan ladina y perversa que no se puede explicar con palabras y, con un gesto de la cabeza, me indicó que comenzara a gatear en dirección al bolso.
               Volví a tragar saliva.  ¿Yo iba a obedecer semejante orden?  ¿Yo iba a hacer semejante cosa?  En cualquier otro contexto les diría que no; de hecho siempre fui una defensora a ultranza de los derechos de la mujer, contraria a todo avasallamiento de la dignidad femenina.  Pero lo que irradiaba ese pendejo era algo que nunca había visto en nadie.  Y la premura de las órdenes impelían todo el tiempo a actuar con urgencia y sacrificar toda reflexión ética acerca de cuán digna estaba siendo yo.  Por lo pronto (hasta me da vergüenza mencionarlo al recordarlo), comencé a marchar en cuatro patas en dirección hacia la silla sobre la que estaba el bolso.  Mientras lo hacía, a mis espaldas, pude escuchar como él reía satisfecho.  Llegué hasta el bolso: era tal la turbación que yo experimentaba que estoy segura que en algún momento me rodó una lágrima… pero por otra parte la excitación que estaba viviendo y la ansiedad que me despertaba el avanzar hacia el siguiente paso arrasaban con cualquier otra sensación que pudiera boicotear a los sentidos.  Hurgué buscando mi billetera hasta que la encontré.  No me había hablado de un precio.  Tomé doscientos pesos; lo consideré muchísimo.  ¿Estaría conforme con ello?  En todo caso, con los dos billetes en mano, desanduve en cuatro patas el camino que había recorrido unos instantes antes para ir hacia él.  Una vez enfrente del chico, me arrodillé nuevamente y le extendí una mano con los doscientos pesos.  Los tomó y, en un principio, me dio la impresión de parecer satisfecho pero, para mi sorpresa, me estrelló los billetes en la cara y me propinó una nueva cachetada.
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            “Por esta plata lo único que te puedo permitir es que me la mires un rato y te masturbes” – dijo, con una furia que no supe interpretar si era real o parte de un exagerado histrionismo que usaba para humillarme aún más -.  Andá a buscar más”
              Yo quería llorar.  En mi vida nadie, pero nadie, me había humillado tanto.  Bajé la cabeza avergonzada y, una vez más, marché en cuatro patas hacia el lugar en que el bolso se hallaba.
             “Mové el culo mientras vas yendo – me ordenó -.  Mostrá bien lo puta que sos”
               Cada orden que emanaba de sus labios tenía el efecto de una cuchillada a la dignidad.  Y yo, sin objetar palabra alguna,  comencé a contonear mis caderas mientras gateaba a los efectos de mover mi culo tal cual él me había exigido.  Una vez más llegué al bolso.  ¿Cuánto querría aquel pendejo?  Seguía sin poner precio y eso era, sin duda alguna, parte también de su perverso juego.  Tomé otros doscientos pesos.  ¿Sería suficiente?  ¿Y si me hacía volver?  Para estar segura, extraje otros cien… Por cierto, en mi billetera ya no quedaba mucho más, sólo algo de cambio chico.  Si me volvía a decir que no, me quedaría sin mi sabroso manjar…
        “Ponete la plata en la boca y trámela” – me ordenó desde donde se hallaba.
         Y yo, obedientemente, coloqué los tres billetes atrapándolos entre mis labios cual si fuera un perrito y, para que la analogía se hiciera aún más gráfica, volví a iniciar la marcha en cuatro patas hacia él.
        “Juntá también los que están en el piso” – me ordenó cuando estuve a escaso metro y medio de él.
          Así que, siempre en cuatro patas, recogí los dos billetes que antes le había llevado y que él había estrellado contra mi rostro con tanto desprecio.  Y así, con quinientos pesos en mi boca, me quedé de rodillas ante él rogando al cielo o a quien fuese que esta vez quedara satisfecho.
         Por suerte pareció ser así.  Me guiñó un ojo y sonrió.  Tomó de mi boca los billetes que yo le llevaba y me acarició la cabeza como si lo estuviera haciendo con un perrito.
          “Muy bien – me felicitó con sorna -.  Así me gusta…”
           Volvió a llevarse una mano al pene y otra vez tiró de la piel hacia atrás, exponiendo su hermosa cabeza ante mis ojos y mi ansiosa boca, la cual ya no podía esperar.
            “A ver cómo chupa, señora” – dijo mientras echaba la cabeza ligeramente hacia atrás como en una actitud de relajación.
             Fue como si me hubieran dado un empujón.  Esta vez me arrojé hacia él.  No podía dejar pasar un segundo más sin tenerlo en mi boca.  Lo tragué todo cuanto pude y recorrí su hermosa glande haciendo círculos con mi lengua.  Sólo quería devorarla… sentirla entrando en mí… Tocame la garganta, pendejo…
abpYkvB5             Ahora sí noté cómo se le iba poniendo dura.  Me apoyó una mano sobre la nuca y me empujó con fuerza hacia él de tal modo que su miembro entró en mi boca tan grande y carnoso como era y, por un momento, tuve arcadas y hasta sentí que me asfixiaba.  Nada de eso, sin embargo, me impidió seguir con mi “labor”.  Lo aferré con mis manos por la cola y prácticamente le enterré las uñas en las nalgas; lo atraje hacia mí de modo análogo y complementario a cómo él me atraía hacia sí, todo ello sin parar de atragantarme ni un solo segundo con su hermosa y portentosa pija ocupando mi boca.  Él comenzó a mover caderas y cintura acompasadamente de tal modo de estarme, literalmente, cogiendo por la boca.  Y yo, para esa altura, sólo deseaba hacerlo acabar y sentir su leche llenándome; paradójicamente, deseaba que aquel éxtasis de erotismo no terminara nunca.  Ni por un momento se me cruzó por la cabeza, al menos mientras se la mamaba, el contexto de la situación: que estábamos en un colegio, que la puerta no estaba cerrada con llave y que existía por lo tanto la posibilidad de que de un momento a otro pudiera girarse el picaporte; tampoco se me ocurrió pensar en mi marido, que estaba trabajando en ese mismo colegio y tal vez a unos pocos metros de distancia, explicando alguna ecuación “redox” o algo por el estilo.  No… en ese instante lo único que había en mi cabeza era lo mismo que había en mi boca… y, de algún modo, también en mi sexo, ya que me daba cuenta de que tenía la bombacha totalmente mojada.
           “Así, puta, así” – no paraba de decirme entre dientes y diríase con desprecio, a la vez que seguía empujando mi cabeza contra él y por momentos me estrujaba los cabellos de tal modo que hubiera yo soltado agudos alaridos de dolor en caso de tener la boca libre.  Su respiración se comenzó a acelerar y supe que ya estaba llegando al momento.  Aumenté el movimiento de succión a los efectos de aumentar la intensidad del inminente orgasmo y, además, porque sinceramente, yo ya no daba más y me sentía, como él, a punto de estallar.  Y estalló.  De pronto mi boca se inundó de leche amarga que, al instante, comenzó a bajar por mi garganta buscando el estómago.
            “Ni se te ocurra escupir – me ordenó él entre dientes a la vez que aumentaba la tensión con que tiraba de mis cabellos -.  A tragar, vamos… a tragársela toda… ¡Toda!”
             La verdad era que ni se cruzaba por mi cabeza la posibilidad de  no hacerlo.  Sólo quería su semen adentro mío y, en efecto, eso fue lo que sentí: un río caliente que serpeaba en dirección a mi estómago.  No paré de mamar: no quería que quedara una sola gota sin entrar en mí.  Él jadeaba y, pensándolo hoy, me cuesta creer, que sus gritos no fueran escuchados desde el exterior.  ¿Qué habría pasado si alguien se hubiera presentado en el lugar para ver qué estaba ocurriendo?  No sé; ignoro si escucharon o no, pero el hecho fue que nadie vino.  Una vez que su respiración se fue calmando y dejó de jadear y gritar, me apartó de su verga con un violento empellón sobre la frente, exhibiendo el mismo desprecio hacia mí que había mostrado durante todo el acto.
            Durante un rato me ignoró.  Mantuvo los ojos cerrados y buscó volver a la normalidad, bajando el nivel de agitación.  Era como si yo no existiese: era sólo un objeto y mi boca era un agujero en el cual él había eyaculado; nada más.  Luego se subió el bóxer y el pantalón, lo cual indicaba su intención de vestirse y marcharse.  Como se imaginarán, lo sufrí.  Yo estaba en el piso, ya ahora directamente con mis caderas apoyadas sobre el mismo.
           “Muy bien, doc – me felicitó con el mismo tono mordaz que había utilizado antes -, lo hizo muy bien, señora Clavero”
             Remarcó el apellido de mi esposo, es decir de su profesor, para aumentar el impacto sobre mí y, por cierto, lo logró.  Fue el peor recordatorio posible de que yo era una mujer casada, que mi marido no andaba lejos del lugar y que, por cierto, había sido él quien me había conseguido aquel trabajo.
             El muchachito se volvió a colocar camisa y corbata.  Sin mediar más trámite se dirigió hacia la puerta.
             “Será hasta la próxima, doc… Si es un poquito inteligente, se las va a arreglar para tenerme otra vez por acá, je… Y con lo puta que es, no tengo duda de que va a hacerlo… – se volvió y me guiñó un ojo -.  Que tenga un buen día…doctora…”
                                                                                                                             CONTINUARÁadcGbIWh
 
 

Relato erótico: “Cartas de mis novias infieles: Belén.” (POR JULIAKI)

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no son dos sino tres2Belén fue otra de mis espectaculares novias y la que también me hizo un regalo de cuernos sin-tituloespectaculares, pues me la pegó a base de bien con un desconocido a la primera de cambio, justo cuando había decidido bajarse a la playa a tomar el sol y encontrarse con un tipo que la despertó los más bajos instintos. No contenta con eso, me lo relató con todo lujo de detalles en esta carta:

Hola cielo:

Esta mañana me ha pasado una cosa algo extraña que todavía no llego a asimilar, pero ha sido algo tan raro que ni yo misma comprendo todavía, te lo prometo, pero en cambio así ha sucedido.

Resulta que como tú estabas trabajando y hacía tantísimo calor, me bajé a la playa para tomar un poco el sol, ya sabes cuanto me gusta la playa y aunque sea sola o acompañada, me encanta tumbarme para ponerme morena, quedarme en top less y sentir como los rayos solares acarician mi cuerpo, notar ese calorcito sobre mi piel… es algo sensacional y por cierto algo, que como sabes, me pone bastante cachonda.

Lo peor de todo es realmente no había sitio donde colocar la toalla entre tanta gente, la verdad es que era un día de los que más personas he visto en esa playa y sabes que también me agobian mucho los sitios tan abarrotados, pero claro, no había otra cosa que escoger y como buenamente pude, me ubiqué en el primer sitio que vi más o menos vacío, entre innumerables toallas y tumbonas, pero bien situado de cara al sol y también cerca del agua, para poder zambullirme en caso de que aumentase el calor, pero sobre todo un sitio para ponerme bien morenita, tal y como a ti te gusta que esté, bien tostadita ¿a que si, amor?

Bien, pues nada más llegar me di cuenta que un chico que estaba cerca de mí no me quitaba ojo de encima y como soy un poco mala pues me puse en plan exhibicionista y quise ponerle un poco cachondo, sabes que no puedo remediar hacerme la desentendida y poner como motos a los tíos, pero eso me calienta tanto a mi como a ellos, ¡que le vamos a hacer!

Me bajé lentamente el vestido blanco que llevaba y le enseñé las tetas para que disfrutara el pobrecillo, moví mis caderas para terminar de sacarme el vestido y que aquel chico no perdiera detalle de mi anatomía. Al principio crei que solo me miraría un rato, pero es que no me quitaba la vista de encima, sé que le gusté desde el principio y eso me gustaba a mí tambien.

Le notaba excitado por la situación pero no se cortaba a la hora de mirarme, debía estar muy caliente pues en su bañador se notaba un bulto considerable. Eso ya sabes que me supera y ver que un hombre se pone burro por mi culpa es demasiado para mi, así que decidí ponerle aun más caliente e incluso nervioso cuando meneaba mis caderas, cuando me contoneaba con toda la malicia del mundo y cuando me hacía la loca como si estuviese buscando algo o a alguien y estirando mi cuerpo delante de él. Ese chico no separaba su vista de mi cuerpo y parecía estar dibujándolo en su mente, lo cierto es que me sorprendía su descaro, pero al mismo tiempo me volvía loca…

Como soy algo perversa, me recreé aún más acercándome incluso a él, oteando el horizonte como si buscara a alguien en aquella playa y él desde abajo me vería bastante cerca. Esa situación me estaba poniendo caliente solo por exhibirme y seguí contoneandome una y otra vez, mostraba orgullosa mis tetas, acariciaba su contorno de forma desentendida o ponía mi uña entre mis dientes en plan inocente, porque se que esas cosas os gustan tanto a los hombres… la verdad es que os teníais que ver muchos chicos la cara que se os queda viendo a una chica en plan sexy.

Luego más atrevida, me lancé y le pregunté:

– Está la playa a tope, ¿sabes si hay algún otro sitio por aqui para tomar el sol con más tranquilidad y menos agobio de gente?

– Claro, – me contestó – me conozco esto muy bien y sé de un sitio muy cerca de aqui, que además es muy tranquilo y solitario, ¿quieres que te acompañe?, ya verás como te gustará.

No lo dudé y aunque no le conocía de nada, me cayó bien desde el principio. Me fié de él, le vi un chico serio, se que no debería ir por ahi con un desconocido, pero ¿que quieres? el chico estaba buenísimo y yo más caliente que una tabla de planchar, lo cierto es que me encantaba estar con él, para que mentirte:

– Vale. Recojo mis cosas y te acompaño. – contesté.

Allí estaba yo, en top less y de la mano de un desconocido que me llevaba detrás de unas dunas con la polla más que tiesa que un poste de teléfonos debajo de su bañador. El solo hecho de ponerle cachondo me ponía a mi más todavia y no me corté a la hora de susurrarle:

– ¿Se te ha puesto así por mi culpa?

– Pues sí bonita, estas tan buena que no me voy a controlar…

– Pues no te controles, tonto… – le contesté y fueron mis últimas palabras. A partir de ese momento fue todo silencio, lo único que deseaba es que me abrazara y me besara, sentir sus manos sobre mi piel y su lengua contra la mía.

Escondidos tras las dunas, nos abrazamos y sentimos nuestras pieles unidas y calientes. No tardó un segundo más en besarme con auténtica devoción, la verdad es que no desaprovechó la ocasión, pero yo, para serte sincera, tampoco la dejé pasar disfrutando del momento como nunca. Estaba cachondísima.

Sus manos agarraban mi cintura, mientras yo le pasaba los brazos por su cuello. Nuestros cuerpos estaban pegados e incluso podía notar las palpitaciones de su polla contra mi sexo, algo que me estaba matando de gusto. No te puedes imaginar el placer que sentía en ese momento sin pensar en nada más que en ese hombre y que me follase cuanto antes, ese era mi unico deseo, sentir su dura verga dentro de mi.

Su segundo paso fue besarme por los hombros, luego los brazos, pero lo que más le encantó fue chuparme las tetas y especialmente los pezones, algo que me volvía realmente loca y que me hacía estremecer de gusto. Solo paraba de vez en cuando para tomar algo de oxígeno y mirándome a los ojos, tomando aire, repetía una y otra vez:

– Que preciosa eres, que tetas más deliciosas…

Su juguetona lengua succionaba el pezon y luego lo bordeaba saboreando cada centímetro como un poseso. Yo tenía que sujetarme a él para no caerme y cuando pensaba lo que estaba haciendo me sentía más a gusto todavía, pues cuando estas entregada al placer, nada ni nadie puede frenarte y yo seguí disfrutando de pleno.

Cuando ese chico acabó con mi teta derecha, se dirigió a saborear mi teta izquierda y cuando me dió un pequeño mordisco en el pezón solo le dije gimiendo:

– Si, si…. que bien, que gusto…. me estas matando de gusto cabrón….no pares, por favor…

Eso pareció encenderle más y siguió chupando con más ahinco y más placer me estaba dando a mi. Mi chochito estaba más que mojado, yo diría que goteando del gusto que estaba experimentando con aquel desconocido que trabajaba con toda la pasión sobre mi cuerpo. Nunca había sentido nada igual y no dejaba de gemir, de jadear y de agradecer a ese chico el chupeteo que me estaba proporcionando y lo a gusto que me sentía en sus brazos o mejor dicho en sus labios…

– Sigue, sigue, que bien, que bien… – repetía yo una y otra vez presa del placer…

Él volvió a mirarme a los ojos, me sonrió y dijo:

– Ahora túmbate preciosa que vas a gozar como nunca…

Asi lo hice. Me tumbé en el suelo y observándome lentamnte volvió a repetir esa frase que parecía lo único que le venía a la mente:

– Que preciosa eres…

De pronto sacó su lengua, retiró la braguita de mi bikini y yo empecé a disfrutar de la comida de coño más bestial que nunca me han dado. Como chupaba el muy cabrón y que bien lo hacía…

Despues de estar un buen rato lamiéndome el chochito, estremeciéndome de gusto le dije que no se iba a marchar de rositas y poniéndome de rodillas frente a él le dije:

– Machote, te toca, saca esa polla que te la voy a devorar… dámela entera.

Asi fue, entonces me la metí entera en la boca hasta que su glande tocó mi campanilla, que maravilla sentir la dureza de esa cosa tan rica, esa cosa tan dura, esa cosa que quería dentro de mi cuanto antes….

No hubo que repetírselo más de una vez, cuando le propuse si quería metérmela, tan solo dijo un:

– Siiiiii.

Me desnudé por completo y él hizo lo mismo, se tumbó sobre la arena y yo en cuclillas encima de su enorme polla que estaba deseando estar dentro de mi chochito caliente. Abrí mis piernas y poco a poco fui bajando y bajando hasta que mi coño se aproximó hasta su verga dura. De un golpe me la insertó hasta dentro.

Yo estaba tumbada de espaldas a él y podía notar como cada centímetro de su poderoso miembro se abría paso entre mis labios vaginales y me llegaba hasta la matriz.

Empezamos a bombear nuestros cuerpos en un baile sin fin que solo dejaba en el aire los sonidos de nuetras agitadas respiraciones y nuestros jadeos, yo incluso soltaba algún grito que otro y no me importaba nada que nos oyesen, quería disfrutar a tope ese momento.

Cuando salía aquella polla de dentro de mi, la quería otra vez dentro, la necesitaba dentro y le pedía una y otra vez entre gemidos:

– Fóllame, fóllame, así, así….

El chico se agarraba a mi cintura y no pronunciaba palabra, solo su respiración y sus quejidos por el esfuerzo y el gusto que estaba sintiendo al follarme con tantas ganas y el gusto que yo sentía de sentirle tan dentro de mi. Tenías que ver lo bonita que se veía esa polla entrando en mi coño una y otra vez, era maravilloso…

Me dió la vuelta y me dijo:

– Prepárate rubita, que te voy a llenar enterita de leche.

Me tumbé boca arriba se puso encima de mi y empezó a penetrarme con mayor rapidez y en un visto y no visto empezó a correrse en mi interior, pudiendo notar como a cada embestida soltaba un buen chorro de su semen en mi interior, estaba caliente, tan caliente que parecía estar hirviendo, a continuación me llegó un orgasmo increíble y los no dejábamos de mover nuestros cuerpos, de sentirlos unidos en un polvo maravilloso, un polvo como nunca me han echado y perdóname cariño, por haberte sido infiel de esta manera, pero en cambio me sentía en la obligación de decírtelo, porque nunca me habían follado así. No sé si podrás perdonarme… lo siento mucho amor mío… pero ese polvo no podré olvidarle nunca…

Perdóname amor mío, por favor.

Tu querida.

Belén.

Naturalmente, mis relaciones con Belén finalizaron a partir de ese mismo instante.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

juliaki@ymail.com

 

Relato erótico: El Pequeñin 7 (POR KAISER)

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El Pequeñín
Sin-t-C3-ADtulo29“¡Oye, oye!” le dice Susana y con Jessica lo miran fijamente y de brazos cruzados, Sebastián reacciona como si lo hubieran hecho volver a la tierra, “¡ah, que, que pasa!” dice él moviendo su cabeza en todas direcciones, “¿se te perdió algo?” le pregunta Jessica mirándolo fríamente, “eh, no nada” y de reojo observa a alguien que esta del otro lado de la calle, detrás de ambas chicas que al darse cuenta le cierran la visual.
“¿Por si no lo sabias nosotras también tenemos lo mismo?” le recuerda Susana cruzando sus brazos de tal forma que realza el tamaño de sus pechos, “y también en abundancia” agrega Jessica, ante el silencio de Sebastián y viendo que aun trata de mirar, ambas lo toman de los brazos y se lo llevan, “concéntrate en lo que debes hacer ahora” dice Susana muy seria y entran a la casa de él donde le siguen reclamando por lo distraído que esta. “No se como la puedes mirar tanto, es pura silicona lo que tiene además de estar muy vieja” continua Jessica mientras intentan hacer una tarea, Sebastián se queda callado y trata de cambiar la conversación pero sigue pensando en otra cosa, o más bien en su nueva vecina que llego hace una semana.
La presencia de Sara ha causado revuelo en el vecindario, se mudo a una casa que esta a una calle de donde vive Sebastián y a pesar que vive sola no pasa desapercibida ni mucho menos, al contrario, Sara se hace notar y eso es lo que ha provocado toda clase de reacciones entre las mujeres del vecindario. “¡Es una exhibicionista!”, “¡no tiene moral esta mujerzuela!”, “¡es una roba hombres, hay que hacerle la ley del hielo para que se vaya del vecindario!”, “¡es una come vergas!” dice otra. Sebastián se habituó a escuchar esos comentarios cuando las amigas de su madre van a la casa, solo Mónica se mantiene en silencio y prefiere ponerle más atención a Sebastián que a los comentarios acerca de Sara.
Sin embargo Sara, que esta muy al tanto del pelambre en contra de su persona, no les presta mayor atención y tampoco parece molestarle ser el centro de tantas miradas indiscretas, la razón de esto se puede describir en una sola palabra, voluptuosa. Sara tiene de todo y lo tiene en abundancia, además hace todo lo posible por lucir esos atributos. No es muy alta, rubia teñida y con unos bien llevados cuarenta y tantos años, ciertamente no posee rostro de modelo pero Sara tiene unos generosos y enormes atributos que se encarga de lucir. Sus pechos parece que se le van a escapar de los petos o poleras que usa y sus faldas, en realidad ultra mini faldas, recortan la silueta de su enorme culo el cual mueve de forma muy sexy cuando camina y eso ya ha provocado más de un accidente en el vecindario.
“¡Es que las tiene tan grandes y apetecibles!” dice de pronto Sebastián con una boba sonrisa en su rostro justo cuando Susana y Jessica hablan mal de Sara y aseguran que sus pechos son pura silicona, algo que a él parece no importarle, de inmediato se impuso un silencio digno del más escalofriante cementerio y Sebastián podía sentir el peso de las miradas de ambas chicas sobre él que no tomaron de buena manera su lapsus. Sebastián debió pasar el resto de la tarde dando explicaciones y disculpándose con ambas que tomaron de muy mala manera su desliz mental.
Caminando se vuelve a casa el día siguiente, se las arreglo para evitar a Jessica y Susana las cuales aun están en pie de guerra tras lo sucedido ayer. Sebastián apura el paso ya que el día esta muy nublado y una fría brisa que corre en el ambiente hace presagiar la lluvia que se avecina. Viene pasando frente a un gimnasio cuando de improviso choca con alguien, “uy perdón señora disculpe no fue mi… intención”, ante su sorpresa se encuentra con Sara que le sonríe de forma coqueta, algo muy típico en ella. “No te preocupes, no hay problema jovencito” que recibe de vuelta su bolso que se le paso a caer. “¿Te he visto en otro lado como te llamas?”, “Sebastián” le responde él, “y si nos hemos visto en la calle señora”, ella se ríe, “no que va no me trates de señora solo dime Sara” insiste.
Ambos se van caminando juntos, Sebastián tiene serios problemas en concentrarse en el camino, Sara va enfundada en una ajustadísima tenida deportiva que marca al milímetro cada curva de su voluptuoso ser. Sus pechos lucen con un escote de infarto y mientras Sara le habla él se pasa películas acerca de cómo se vería su miembro deslizándose entre esos enormes senos.
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“Y como te decía con los problemas que hay en la oficina el gimnasio siempre me sirve para relajarme un poco y olvidarme de los problemas pero hoy ni siquiera eso pude hacer”, “ya veo” dice él que trata de engancharse de nuevo en la conversación. “Lo malo es que parece que se metió un virus en mi computador y perdí gran cantidad de información que ahora debo reponer, nadie ha podido ir a mi casa a resolver el problema y…”, “yo la puedo ayudar” dice Sebastián de improviso, “¿en serio?” le dice Sara que lo mira con incredulidad, “pues si, bueno no es mucho lo que se pero al menos he podido salvar información valiosa de mi computador que a veces también se llena de virus”. Sara lo invita a pasar a su casa y Sebastián se pone manos a la obra de inmediato, lo que sea con tal de verla por un rato más.
La casa de Sara esta bastante desordenada, algo que sorprende un poco a Sebastián, ella de inmediato se excusa diciéndole que la empleada no ha venido en varios días. Sara lo lleva a una habitación que usa como oficina y le muestra su computador detallándole los problemas que tiene. Sebastián de inmediato reconoce la situación y le explica lo que va a hacer y mientras él le habla Sara se pone detrás y apoya sus monumentales pechos en su espalda, al sentirlos Sebastián cierra sus piernas con fuerza tratando de controlar su erección.
“Bueno, veo que sabes bastante así que te dejo trabajar mientras yo me voy a dar una ducha”, Sara se retira cuando Sebastián le pide un pendrive para guardar unos datos, “esta en mi cartera, la deje en mi dormitorio en el segundo piso cuando lo necesites ve a buscarlo no más”.
Sebastián revisa el computador de Sara y se sorprende al encontrar grandes cantidades de pornografía en el. Videos donde aparecen mujeres maduras como en ella envueltas en tremendas orgías con varios hombres. En cuestión de un instante Sebastián ya esta hirviendo. Finalmente decide volver a su trabajo y cierra todo lo que abrió en ese momento decide ir por el pendrive de Sara con el fin de guardarle unos datos importantes en el.
Al ir a su dormitorio pasa junto al baño donde escucha el agua de la ducha caer, muerto de calentura y curiosidad decide tratar de espiarla por el ojo de la cerradura, pero por desgracia Sara cerro las cortinas de la ducha así que se ve solo su silueta sin embargo Sebastián pronto advierte algo más. Unos ardientes suspiros escucha y estos se van haciendo cada vez más fuertes, Sara se esta masturbando, y por lo fuertes de sus gemidos lo esta disfrutando una barbaridad, “si así goza sola como será con un hombre”, piensa él.
Al entrar a su dormitorio lo primero que encuentra es ropa tirada encima de la cama, incluida una muy sexy ropa interior, sostenes de generosas dimensiones y unos calzones tipo tanga que se pierden entre sus apetecibles nalgas. También ve abierto un cajón del mueble donde guarda su ropa el cual esta lleno de lencería muy fina. Curioso Sebastián saca uno de sus sostenes y lo inspecciona en detalle y debajo encuentra la mayor colección de vibradores que jamás había visto, algunos de notables dimensiones.
Delicadamente saca uno y lo sujeta como si se tratara de una bomba, mientras lo inspecciona lo pasa a encender y el artefacto vibra con fuerza en sus manos, Sebastián se asusta y se le cae al suelo, desesperadamente trata de apagarlo, al levantarse no se fija en el cajón y se asota la cabeza con el mismo, “¡maldito hijo de p…!” murmura en voz baja mientras se sacude su cabeza. El sonido de una puerta abriéndose lo espanta y rápidamente guarda todo y cierra el cajón con tanta prisa que no saca sus dedos de el dándose un fuerte apretón, con un supremo esfuerzo no grito y no dijo las barbaridades que llenaron su boca. Al ver la cartera de Sara saca el pendrive y trata de escabullirse a la oficina pero se topa con ella en la entrada del dormitorio. “¿Buscando el pendrive?” le dice ella en un tono casual, Sebastián demora en responder, esta descolocado al verla envuelta en una pequeña toalla que apenas la cubre, “eh, si venia por el” responde nervioso y se aleja rápidamente.
 


admTb98MAun se soba la cabeza y los dedos cuando finalmente termina con su trabajo, Sara aparece entonces y le ofrece un jugo algo que realmente necesita. Sara ahora luce un vestido largo pero bien ajustado que resalta la voluptuosidad de su cuerpo, para variar el escote es notable. Tras una ligera charla Sara le pregunta cuanto va a cobrar, lo primero que se viene a Sebastián a la cabeza es una buena mamada y una paja con sus senos pero después cambia a una suma de dinero la cual Sara no objeta en absoluto. Sebastián se excusa que debe volver a casa y que se le ha hecho tarde, Sara se despide de forma muy cariñosa y lo sorprende al darle un pequeño beso en la boca, “adiós guapo” le dice con una muy coqueta sonrisa. Sebastián llega hirviendo a su casa y al ver que esta solo con su hermana mayor, Carolina, va a su habitación dispuesto a calmarse con ella, se la follo de tal manera que casi la partió en dos.

Es sábado en la tarde Sebastián regresa corriendo a casa tras un intenso partido de fútbol, lo único que desea es una ducha caliente y algo que comer ya que esta hambriento, esta a una calle cuando un fuerte golpe lo envía con violencia al piso y queda tirado en la calle, al mirar al lado ve un auto ahí detenido. “¡Pero que horror no te vi venir!” exclama Sara que se para al lado de Sebastián y le pregunta si se encuentra bien, “¡por estar pendiente de mi celular no me di cuenta que venias!” dice ella que revisa a Sebastián viendo si esta herido o algo similar. Sebastián se excusa diciéndole que esta bien pero cojea visiblemente y en una rodilla se le ve una herida, Sara esta espantada, “¡tu no vas a ningún lado así, ven a mi casa y te haré una curación en la herida!” le dice ella y Sebastián es literalmente arrastrado dentro.
En un sillón del living Sara lo tiene sentado mientras busca algo de algodón y alcohol para limpiar la herida, Sebastián esta nervioso ante esta situación. “Bien muchachito, ahora bájate los pantalones” le dice Sara que luce un peto y una mini bastante corta. Sebastián no hace nada, “vamos bájate los pantalones como quieres que limpie esa herida que tienes”, durante unos instantes Sebastián se hace el tonto pero ante la insistencia de Sara accede y se baja sus pantalones y con sus manos trata de tapar su erección.
Sara se hinca ante él y pasa un algodón con alcohol sobre la herida, esto le arde una barbaridad y de improviso saca sus manos, Sara se percata en el acto. “Vaya veo que no es muy grave pero de todas formas te debo una compensación” le dice con una voz cargada de sensualidad y erotismo. Discretamente ella sube su mano hasta llegar al miembro de Sebastián que se recorta a la perfección bajo sus calzoncillos, “pero mira nada más que tenemos aquí” dice ella haciéndose la sorprendida al ver la erección, solo cuando le aparta bien las manos a Sebastián se toma una idea de lo grande que es.
Durante unos instantes ella juguetea con él, se divierte pasándole las manos encima, Sara lo provoca y se divierte, sin embargo Sebastián ya ha tenido suficiente con ella. De improviso se pone de pie y se baja su ropa interior exhibiendo por completo su miembro totalmente erecto, Sara esta incrédula, no todos los días se ve algo así, pero antes que pueda decir algo Sebastián se le arroja encima.
No tiene tiempo para reaccionar cuando Sebastián la tiene de espaldas sobre la alfombra y a tirones le quita el peto para descubrir su enormes pechos que de inmediato le empieza a chupar y lamer, Sara siente como él le sube su mini y mueve sus caderas restregando su enorme verga contra su vientre y su coño. Sebastián le mete mano y le frota su entrepierna también mientras sigue mamando aquellos pechos que tanto lo enloquecen.
“¡Oye espera un poco, déjame siquiera ah…!”, pero Sebastián no le deja hacer nada, “¡ahora te daré lo tuyo!” y antes que Sara haga algo él se le pone encima y comienza a hacerse una paja con los pechos de su vecina. De pronto Sara se ve con un grueso miembro que se desliza rápidamente entre sus senos y su roja cabeza le llega hasta su boca. Sebastián cumple su sueño y sigue pajeandose con ella, “¡vamos abre esa boca!” le exige y Sara le obedece recibiendo entre sus labios la verga de su joven vecino.
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Sara se ve atragantada por semejante miembro que trata de degustar y atraparlo con sus labios, lo chupa y lo acaricia con su lengua mientras este se desliza con fuerza en su boca. Sebastián le exprime sus enormes pechos y sigue pasando su miembro entre ellos. Sara pasa su lengua por su roja cabeza y Sebastián se la folla por la boca casi sin dejarla respirar.
En completo control de la situación Sebastián le sujeta firmemente los muslos a Sara y su miembro apunta hacia su de manera amenazante. Ella ni siquiera tiene tiempo de decirle algo cuando siente que es penetrada por el enorme miembro de Sebastián que se hunde de una sola vez en su sexo, Sara apenas puede creer que él se lo haya así, de manera tan directa y ruda. Sebastián la empieza a bombear con todas sus fuerzas y Sara se estremece ante cada acometida que recibe. Sobre la alfombra ambos se deslizan y Sebastián la besa apasionadamente y Sara lo envuelve con sus piernas presionándolo sobre su cuerpo. Sebastián no le da tregua y la sigue penetrando incansablemente, Sara delira al sentir aquel miembro recorriéndola de manera tan ruda por dentro, le encanta que se la follen así.
Con un gran esfuerzo Sebastián la voltea y la pone en cuatro sobre la alfombra
 

presionándola contra la misma, Sara mira hacia atrás y siente de nuevo el miembro de Sebastián hundiéndose en su cuerpo. Los gritos y gemidos de Sara se escuchan en toda la casa, incluso transitando en la calle la escucha claramente y Sebastián le sigue dando tan duro como puede, el tener ese culo tan exquisito al alcance lo hace aprovechar su oportunidad y Sara reacciona incrédula al sentir como le abren su culo, “¡ahhh!” grita Sara al sentir el enorme miembro de Sebastián enterrándose en su trasero, ella aprieta sus puños y él se carga con todo su peso sobre ella hasta penetrarla por completo.

Abrazándola de sus anchas caderas Sebastián la bombea tan duro como puede. Su miembro entra y sale furiosamente del espléndido culo de Sara que se entrega completa y goza como loca de semejante cogida, ruda y apasionada como a ella le gusta. Ambos ruedan sobre la alfombra y Sara queda encima de él y le cabalga sobre su miembro que se pierde en su culo. Ella le da con todo y se maravilla de la resistencia y capacidad de Sebastián que la hace gozar como nunca hasta que un enorme orgasmo la invade y siente una calidez en su trasero, al levantarse Sara desliza su lengua ávidamente por el miembro de Sebastián, pero ellos aun no terminan.
El baño se convierte en el nuevo escenario donde se lo montan, Sara se encarga de dejar reluciente la verga de Sebastián con agua, jabón y sus labios haciéndole tal mamada que lo hace correrse en su boca y luego ser empalada ahí mismo otra vez a ella le encanta el sexo anal y nunca había encontrado una verga capaz de satisfacerla a ese nivel.
En su dormitorio siguen follando, Sara esta asombrada por la habilidad de Sebastián que se lo sigue dando bien duro en su sexo o en su trasero de todas las formas posibles. Ella se le monta encima y mientras la folla por su culo Sara usa uno de sus varios consoladores para satisfacer su sexo. Sus gemidos y gritos son tales que en la calle gente que pasa se queda impresionada por los mismos. Solo el cansancio finalmente los detiene y Sara esta más que satisfecha. “Pues vas a tener que venir a verme bastante seguido” le dice Sara que aun esta desnuda en su cama a Sebastián que se esta vistiendo. “Con ese talento que tienes podrías ganar mucho dinero” agrega después, pero Sebastián no le pone mucha atención, ya es bastante tarde y debe volver a su casa.
El domingo a medio día Sara llega a un conocido country club en las afueras de la ciudad, ahí la esperan algunas de sus amigas y Mónica esta en el grupo. “¿Y bien?” pregunta una de ellas ansiosa, Sara se toma su tiempo antes de responder, “pues, es todo un semental, realmente increíble me dejo más que satisfecha”, “Vez te lo dije, es increíble” dice Mónica con satisfacción. Las expresiones de asombro de las presentes, excepto Mónica, son evidentes, Sara jamás había hablado así de uno de sus amantes ya que saben que es muy exigente en la materia. “Es un poco tímido pero una vez motivado no hay como detenerlo” agrega después. “Bien señoras” dice una de ellas, “al parecer ya tenemos algo interesante entre manos aquí” y todas se muestran de acuerdo.
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Relato erótico: “V de venganza, 20 años despues” (POR ROGER DAVID)

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no son dos sino tres2V de Venganza… 20 Años Después.

sin-tituloEsta historia comienza en un remoto y empobrecido pueblo ubicado en una alejada región montañosa, lugar predilecto para algunos narco traficantes para mantener escondidas sus plantaciones de drogas, y como así mismo otros pocos laboratorios para la producción de la misma.

Los habitantes del lugar de por si gentes sumamente humildes y trabajadores vivían aterrados por esa horda de mal vivientes que habían llegado a convivir con ellos solo hace algunos años, estos casi se habían adueñado de la región sembrando violencia, asesinándose entre ellos y haciendo que los originarios de la zona vivieran día y noche asustados e intimidados.

El joven Her con 31 años de edad, vivía solitario en una pequeña casa habitación la cual había heredado de sus abuelos, los cuales ya habían fallecido desde hace ya unos buenos años.

Su vivienda se encontraba a la orilla de un sombreado camino rural poco transitado, a los pies de uno de los muchos cerros que adornaban aquel bellísimo paisaje, contaba con unas cuantas hectáreas de terreno en donde reinaban inmensos árboles ancestrales, y riachuelos que bajaban serpenteantes de las colinas que les antecedían.

Debido a la humildad de su familia, nunca se le prestó atención al valor de los terrenos que ellos poseían, que si bien no eran una cantidad incalculable, no dejaban de tener un buen valor comercial si alguien estuviese interesado en comprarlos, pero para la familia contar con aquellos paradisiacos paisajes era lo más normal del mundo, nunca le dieron real importancia, ya que ellos los habían heredado de sus padres y ellos de los padres de sus padres, y así sucesivamente.

A su progenitor nunca lo había conocido y de su madre lo único que sabía de ella es que una vez de haberlo dado a luz había viajado hasta capital a trabajar de empleada doméstica.

Solo fueron los primeros meses de ausencia en que la madre de Her había enviado dinero a sus padres para la mantención del pequeño que había dejado a sus cuidados, hasta en que en un momento dado las escasas cantidades de dinero simplemente ya no llegaron, como así mismo nunca más se supo de su vida.

Su educación había sido escasa, ya que por necesidades de la vida su abuelo había tenido que retirarlo del colegio y ponerlo a trabajar junto con él en la única empresa maderera que funcionaba por aquella lejana región montañosa en la cual ellos vivían.

En sus días de pago era común que él niño debía volver solo a su casa, ya que una vez de hacer la larga fila para recibir su salario, este le era arrebatado por su abuelo quien se largaba a beber por las cantinas del lugar con sus amigos, dejándole solo lo necesario para algunas compras de golosinas o algún juguete barato.

Pero tampoco se puede decir que su infancia haya sido del todo mala, al chico le encantaban los días en que don Queno, su abuelo, lo sacaba de madrugada, y juntos se internaban montaña adentro buscando en diversos riachuelos el mejor pozón para pescar truchas, y volver por las tardes al calor de su hogar en donde su abuela los esperaba a ambos con la sartén lista para freír el pescado fresco recién salido del agua.

Su mejor navidad fue en la ocasión en que mientras cenaba junto a su abuela, vio llegar a don Queno casi cayéndose de borracho cargando una vieja y destartalada bicicleta que a los días fue el mismo Her quien la reparo. Este fue su único y mejor regalo que recibió en su solitaria infancia, pero que hicieron de esta navidad la más feliz y la más recordada hasta los años que cambiaron el rumbo de su existencia.

Ya con 17 años y convertido en todo un jovenzuelo, con su abuelo habían creado un fuerte lazo de amistad que iban más allá del cariño filial, alternaban sus salidas a pescar con la caza, se pasaban días enteros recorriendo los cerros en busca de jabalíes salvajes.

Su primer trofeo de caza le salió caro, pues fue en la ocasión que después de un certero tiro de escopeta por parte de su abuelo, Her sigilosamente se acercó al cuerpo del animal, que aún se mantenía respirando pesadamente, no supo en que momento fue que el marrano sacando sus últimas fuerzas y guiado por su instinto de supervivencia se abalanzo sobre el cuerpo del chico.

El impacto acompañado del miedo tomaron por sorpresa al pobre muchacho iniciándose un verdadero combate cuerpo a cuerpo entre el joven y el animal que luchaba por su vida, su abuelo asustado y temiendo por la vida de su único nieto no se atrevía a disparar el arma temiendo no darle al jabalí y despacharse al otro mundo a su muchacho. Her sintió en las carnes de su propia cara la feroz mordida del animal, la cual le dejaría una horrenda cicatriz que lo acompañaría por el resto de su vida, como pudo se las fue arreglando para sacar de entre sus ropas la afilada cuchilla que solía cargar los días en que se internaba en los cerros con su abuelo, el viejo por su parte le gritaba con todo su vozarrón…

–En el corazón Herrrr!!! En el corazonnnn!!!

Her como pudo en forma temblorosa y desesperada enterró la cuchilla en las carnes del animal, que a pesar de estar siendo acuchillado en el mismo corazón no dejaba de jadear y embestir al aplastado cuerpo de Her, este a su vez con la navaja y mano enterradas ambas dentro del cuerpo del salvaje marrano no dejaba de acuchillar y revolver lo que hubiera dentro de aquel pesado y hediondo cuerpo de jabalí, hasta que este lentamente comenzó a cesar en los movimientos hasta caer muerto junto al cuerpo del ensangrentado muchacho.

Fueron a los pocos meses de esta trágica experiencia en que en un furtivo viaje de sus abuelos a la ciudad más cercana, el bus en cual viajaban se desbarranco, dejando al pobre jovenzuelo solo en esta vida.

Her no era un chico de malos sentimientos, era moreno, de gruesas y toscas facciones en su rostro marcado por la llamativa cicatriz, de ojos negros y bien cejudos. De anchas espaldas y brazos fuertes, 1.80 mts. de estatura por lo menos, en esos tiempos había desarrollado una llamativa musculatura debido al esforzado trabajo en la empresa maderera.

Después de la muerte de sus abuelos, el joven dejo el trabajo en la empresa y monto afuera de su casa, aprovechando que esta se encontraba a orillas del frondoso camino, un improvisado taller de bicicletas que a los dos años y con mucho esfuerzo lo transformo en un consolidado taller mecánico (para variar).

Se dio el lujo hasta de contratar a tres jóvenes ayudantes que residían en el pueblo, este se encontraba a solo unos cuantos kilómetros de donde él vivía, con los cuales no tuvo ningún tipo de problemas, uno de ellos era el flaco Petronilo, un joven mecánico de 21 años, era su mejor ayudante y mano derecha en el taller, de temperamento lujurioso y desequilibrado, este aprovechaba cualquier momento del día para ver revistas pornográficas y masturbarse a espaldas de Her, sus revistas favoritas eran de BDSM o Humillaciones, le encantaba ver este tipo de material.

Lamentablemente el flaco Petronilo no tenía suerte en el amor, era extremadamente delgado, su mandíbula superior sobresalía de las facciones de su cara, mostrando a la vista de quien tuviera al frente una ensalada de dientes amarillentos y de todos los portes posibles, unos montados arriba de los otros, en donde también se veía claramente restos de comida que ya estaban petrificados a ellos debido a la casi nula higiene bucal, de ojos pequeños que hasta costaba saber si los tenia abiertos o cerrados, y a pesar de tener una caliente mirada de degenerado que no se le quitaba a ninguna hora del día, el pobre daba el aspecto de estar enfermo de Sida.

Muchas mujeres del pueblo con solo verlo cambiaban de dirección asustadas, ya que era una lluvia de leperadas que este les mandaba en forma desvergonzada, de hecho era el mismo quien se encargaba de la decoración del taller de Her, tapizándolo con fotografías de mujeres desnudas, esto A Her le causaba un poco de gracia, por lo tanto no le decía nada, el hombre hacia muy bien su trabajo, y además ellos trabajaban en un taller, así que era normal lo de las fotos de mujeres hermosas y sin nada de ropa.

Her poco a poco se había ganado el respeto y cariño de las gentes del lugar, ya que habían pocos hombres que hasta el momento no se dejaban llevar ni intimidar, por las numerosas bandas de traficantes que ya se creían los únicos dueños de aquellas tierras.

Por las tardes después de cerrar el taller se iba a juntar con su novia, una hermosa chica de 17 años llamada Odette que era las más deseada por todos los hombres de la zona, a pesar de su edad esta poseía un tremendo cuerpazo de Diosa, llevaban solo 5 meses de noviazgo y se juntaban a escondidas de todo el mundo en un apartado riachuelo que se encontraba dentro de los terrenos que el joven mecánico había heredado, en donde pasaban por lo menos tres tardes a la semana, Her ni siquiera se lo había contado al Petronilo su único y fiel amigo.

La nena estaba segura y así se lo había hecho saber a Her que su familia, una de las más acomodadas de la zona, jamás aprobarían el noviazgo de ella con un hombre tan humilde y trabajador como lo era él, y sumado por la notoria diferencia de edad.

Odette de mejor condición social que Her, le había presentado a su hermano mayor Julián que vivía en el mismo pueblo, este le enviaba varios vehículos a Her para su reparación ya que poseía una pequeña empresa de transporte de documentación que prestaban servicio en las escasas industrias madereras que estaban instaladas en los bosques aledaños al pueblo.

Ambos jóvenes hacían planes de casarse, de tener hijos y quizás algún día marcharse juntos y empezar una nueva vida lejos de todo, en donde nadie se interpusiera a los sentimientos de ellos, todo era romántico e idílico para Her,

–Deseo tanto que reúnas el dinero que me has dicho para que nos vayamos de este pueblo que detesto, le decía la joven mientras miraba como el viento mecía los árboles que estaban frente a ellos,

–Dame un año y nos largaremos, te aseguro que mientras estemos juntos nada te faltara, le decía Her, con sus negros ojos de romántico enamorado y que con una de sus manos intentaba disimuladamente cubrir su cicatriz, a la vez que la veía hermosa, con sus lacios cabellos castaños claros que caían desordenadamente sobre sus hombros y su carita de niña buena, de nariz respingona y labios rojos carmesí, con una figura tremenda llena de curvas que invitaban al pecado carnal y que ella escondía tímidamente bajo sus ropas, con unas hermosas rodillas dobladas, al estar sentada sobre el pasto, que daban paso a unos enloquecedores y apetitosos muslos torneaos y bien dibujados por debajo del vestido.

Her debido a su solitaria infancia, era un hombre muy tímido con las mujeres, solo en muy pocas ocasiones e inducido por el Petronilo, había intimado con unas cuantas prostitutas del pueblo, su tosquedad y su notoria cicatriz en el rostro le hacían cohibirse delante de cualquier chica, por eso se sintió perdido de amor cuando conoció a la bella y candorosa Odette en una oportunidad en que ella le llevo una pequeña motocicleta para su reparación.

Con una casi nula experiencia en el plano sexual y de cómo seducir íntimamente a una mujer, sentía en su pene una fuerte erección en las oportunidades en que ambos se juntaban para hacerse cariño y hablar de sus cosas, las ganas que le tenía el joven a la muchacha eran tremendas, a estas alturas y a pesar del candor que irradiaba la nena la veía como a una verdadera hembra, Odette como ya se dijo se gastaba un físico de infarto, pero Her sabía de la nobleza de la chica, además que ella en estos casi 5 meses de noviazgo no le había dado pie para que lo de ellos llegara más allá en lo que se refiere a intimidad, por ello Her la respetaba, estaba seguro de su amor, y además que sabía que ella estaba decidida a fugarse con el cuándo lo estimaran conveniente.

Fue una soleada tarde en que Her se encontraba reparando una de las tres camionetas del hermano de Odette, que debían viajar para esa misma tarde hacia la capital, cuando se fijó en una extraña protuberancia en la carrocería, con sus expertas manos tanteo los latones dándose cuenta al instante que la pintura no era la original del vehículo, agudizo su vista y vio la tapa sobrepuesta en aquella superficie de lata, con un atornillador dibujo y carcomió el cuadrado de la lata hasta que por fin pudo quitarla, sus ojos no lo creían cuando con una de sus manos retiro del interior de la especie de cajón, un pesado paquete cuadrado que daba el aspecto de ser un queso envuelto en bolsas, su estupefacción se terminó de golpe cuando cayó en cuenta de que lo que tenía en sus manos era un paquete de droga de alta pureza.

Como pudo llego a la oficina del taller y tomo el teléfono, llamo nerviosamente a Odette para decirle lo que había encontrado en uno de los vehículos de su hermano,

–Her!! Estas seguro de lo que me estás diciendo!?,

–Claro que estoy seguro!… si en este mismo momento tengo un paquete de droga en mis manos, y por lo menos deben haber unos 10 en el compartimento de la camioneta, tu hermano sabe algo de esto?

–Ehhh…no! no lo creo…Her por favor no toques nada más, yo voy para tu taller enseguida, y yo misma llamare a Julián para que nos explique, por favor no llames a nadie hasta que yo llegue, le pedía Odette a Her, en su voz se notaba la congoja y preocupación por lo que estaba sucediendo.

Una vez que Odette le cortó la llamada a Her, se dispuso inmediatamente a llamar a Julián para ponerle en conocimiento de lo que estaba sucediendo.

–Que pasa Ode?…aún estoy reponiéndome de las folladas que te pegue anoche mamacita… de verdad que te movías rico mi vida, le consultaba y decía Julián a su chica…

–Se ha dado cuenta!, tenemos que hacer algo rápido, antes que se le ocurra llamar a la policía, mira que ahí sí que mi viejo me mata!!

–Que se ha dado cuenta de que?…quién? de que mierda me hablas!?

–De la coca Julián!! Her la encontró en una de tus camionetas!! Ya has ganado bastante dinero para que nos casemos y nadie nos diga nada, así que vamos a la policía tal como la habíamos acordado…

–No mamessss y como la encontró!?…

–No lo sé… no lo sé!!!, le pedí que dejara todo tal cual, así que hagamos algo rápido antes de que se despabile…además que ya estoy aburrida de tener que dármelas de su novia y besarme con él, para mantener escondidos tus vehículos! … ese tipo me da asco… si hasta se parece al cuajinais con esa horrible cicatriz en su cara… además que es moreno y hediondo a grasas y aceites mecánicos…

–Está bien amor no te preocupes!!…me levanto y te paso a buscar en 5 minutos…

Her esperaba la llegada de Odette, sumamente nervioso paseándose entre el taller y la casa, buscaba una respuesta al hallazgo, francamente no creía que el hermano de su novia estuviera involucrado en una cosa como esa,

–Porque tan nervioso jefe, le pregunto el Petronilo, moviendo sus notorias mandíbulas a la vez que se comía un chicle y limpiaba con sus aceitados dedos un repuesto,

–Nada, le dijo Her, lo que pasa es que estoy esperando a una chica del pueblo llamada Odette, que viene para acá…

–Odette?… pero si ella no es la hija de don Ambrosio, el viejo ese que es dueño de casi todos los locales que hay en el pueblo?

–Si ella misma…

–Y a que se supone que viene?… esa chica es muy problemática y altanera, fue compañera mía en el colegio, (el Petronilo había repetido muchos cursos, además que tenía serios problemas de aprendizaje) eso sí que está muy rebuenota, se gasta un culo como para los Dioses, jejeje… pero siempre se mete en problemas para que luego su papi tenga que arreglárselos… le decía el Petronilo a Her, desconociendo la relación que su jefe tenía con la hija de uno de los hombres más pudientes y reconocidos del lugar…

Her más preocupado por lo que había encontrado no le dio importancia a como el Petronilo se refería a su novia, además que él ni se lo imaginaba,

–Es que hay un problema con uno de los vehículos de su hermano, yo la llame para…

–Y de que hermano me hablas?, le interrumpió Petronilo, –Si ella no tiene hermanos…

–Pero esos vehículos son del hermano de ella!, le decía el incrédulo Her a su joven ayudante…

–Esas camionetas son del Julián, ese es otro patán que le gusta la vida fácil y vive a costillas de sus padres, de hecho fue el padre de Julián quien le compro los vehículos para que este los trabajara en algo productivo… además que este último tiempo he visto a esos dos muy acaramelados, se juntan casi todas las tardes a beber cervezas en una de las fondas…

Her no creía en todo lo que le decía el más joven de sus ayudantes, las sirenas de los autos policiales lo sacaron del estado de embobamiento en cual se encontraba, vio a Odette bajar de la mano junto a Julián de uno de los carros, la escena era muy extraña…

–Ahí está!! Es el!!, le decía Odette a uno de los policías de civil que llego junto al llamativo operativo policial, mientras apuntaba con su dedo índice a Her…

El joven mecánico no se dio cuenta de nada, en el momento en que se preparaba para informarle a la policía de su hallazgo fue tomado y arrojado con violencia al suelo, mientras rápidamente era esposado.

Desde la tierra en donde estaba tirado muy sorprendido vio como a sus tres ayudantes también los estaban esposando, mientras Odette y Julián hablaban con la policía señalando los tres vehículos en que seguramente el traficaba la droga.

Los minutos se le hicieron eternos, un obeso policía lo tenía inmovilizado con una de sus rodillas ejerciendo fuerza en sus espaldas, Her sabía que todo era un error, apenas pudiera les iba a decir la verdad y todo iba a quedar claro, hasta que una vez que lo hicieron ponerse de pie, le notificaron que quedaba en calidad de detenido por falta grave a la ley de drogas.

La denuncia había sido hecha por la joven, declarando que esa misma tarde en el momento en que ella llego a esperar a su novio a que llegara al taller para retirar uno de los vehículos, y al haber llegado un poco más temprano, vio como el delincuente mecánico guardaba quesos de droga en uno de los vehículos, y que lo escucho hablar con alguien de que la mercancía ya iba en camino, y que había sido tanto su estupor que huyo a la casa de su novio temiendo por su propia vida, si es que los traficantes se llegaban a dar cuenta de su presencia.

–Este es un error!…yo solo soy mecánico!, no sé nada de esas cosas!!, iba diciendo Her totalmente conmocionado mientras lo arrastraban al carro policial, miraba a todos con sus ojos asustados, vio la imagen de Odette quien se mantenía abrazada por Julián quien lo miraba con una burlona sonrisa, este la abrazaba como si la estuviera protegiendo de aquel lugar en donde supuestamente se almacenaba el alucinógeno para ser enviado a la ciudad para su comercialización. –Por favor yo no he hecho nada!… Odette por favor explícales!!

Un viejo policía que en una ocasión le había llevado la bicicleta de su propio hijo para que Her la reparase, se compadeció del asustado y joven mecánico,

–Porque dice Ud. que esta joven nos puede explicar… si ella misma es la denunciante? le consulto a Her antes de que lo metieran en el calabozo del vehículo, refiriéndose a Odette,

–Ella es mi novia!…vamos Odette diles la verdad!!

–Y que dice Ud. jovencita? aquí el hombre dice que la conoce y que son novios…

Odette se desenredo del abrazo en que la mantenían, para acercarse desafiante al lugar en donde se encontraba el policía y el esposado Her,

–Escúcheme bien sargento!, le decía la rica pero calculadora jovencita de 17 años, –Yo misma fui quien les entrego a este delincuente… Usted bien conoce a mi padre y a mi familia, y ahora le pregunto yo a Usted… Como se le puede ocurrir que una chica como yo podría alguna vez involucrarse con semejante tipejo!?… solo mírelo!!!… es ordinario y feo, y el solo verle esa cicatriz en su cara me producen repulsiones que me harían hasta vomitar en cualquier momento!!, si no tiene ni familia, todos en el pueblo dicen que su madre fue una prostituta y que la mataron por drogadicta en la ciudad, solo piense en eso y se va a dar la respuesta Ud. mismo…

Con la seguridad en que hablaba la curvilínea chica, ya no se habló nada más del tema, Her fue apresado y trasladado hasta la comisaria del pueblo junto con sus ayudantes, su casa y taller fueron acordonados y clausurados para reunir más evidencias para la investigación.

Pasaron 20 largos y lúgubres días en los cuales Her espero en la fría celda de la comisaria para que se hiciera justicia y lo pusieran en libertad, pensaba en Odette aún no creía que ella se hubiera burlado de el de aquella forma, supo que a sus tres ayudantes lo dejaron libres en la misma noche del día de la detención por falta de méritos, pero sus pensamientos seguían puestos en la persona de su chica, seguramente la habían obligado, en esas confusas cavilaciones se encontraba cuando llego el fatídico día, un viejo policía fue quien lo notifico,

–De espaldas muchacho, que te vas para la ciudad, le dijo a la vez que le ponía las grilletas que lo privaban de libertad,

–Qué?, adonde me llevan!?…todo esto es un error!!… esa droga no era mía…

–jajajaja!! Eso es lo mismo que dicen todos los pelafustanes como tú, todos son inocentes… así que le tendrás que rogar al juez de la ciudad, aquí no te queremos… te sometieron a proceso, y lo más seguro es que estarás unos buenos años tras la sombra, a ver si así se te quitan las malas costumbres, andando!!, le dijo esto último dándole un fuerte empujón para que se moviera más rápido.

Her en la oscuridad del viejo vehículo estatal hiso el viaje de 7 horas hasta la ciudad meditabundo, pensaba en cómo había llegado a esta situación, poco a poco llegaba a la conclusión de que lo habían utilizado, Odette la nena más linda que había conocido en su solitaria vida solo hace algunos meses lo había traicionado, humillado y utilizado para incriminarlo, no entendía que razones pudo haber tenido ella para hacer una cosa como tal, un grueso nudo se le formo en su garganta, sus ojos se le nublaron por las lágrimas, recordó su niñez, los felices días de pesca y caza con su abuelo, la navidad en que le habían regalado una bicicleta, extrañamente vio el rostro desconocido de su madre a quien siempre amo en silencio, y simplemente rompió a llorar amargamente por su desgracia, mientras el transporte policial seguía rumbo a la penitenciaría de la ciudad.

La condena fue de 6 años por el hecho de ser primerizo, todo en la cárcel era sencillamente asqueroso, el ambiente carcelario lentamente comenzaba a absorber al joven provinciano que había caído por tráfico de drogas.

Los primeros meses Her intento mantenerse al margen de todas las atrocidades que ahí ocurrían, estaba preso en una galería de reos de alta peligrosidad, siendo que debería estar con otros de su misma condición, pero todo dentro del recinto carcelario era un desorden administrativo con letras mayúsculas, el caos imperante era de toda índole, hasta los guardias tenían aspecto de maleantes, según era lo que apreciaba el incauto y provinciano recluso.

No faltaron los reos que quisieron sacar ventaja de Her. Existían en la cárcel diversas bandas de delincuentes que hacían de las suyas molestando y aprovechándose de los reos que eran más tranquilos y solitarios, y Her era uno de ellos, su carácter tímido y solitario ya había sido advertido por la banda del “Cara de Caballo”, este era uno de los más temidos reclusos del penal.

En varias oportunidades el Cara de Caballo hostigaba a Her para tenerlo para sus mandados así como ya tenía a una docena de primerizos. Pero el rudo muchacho de campo sencillamente no mostraba ninguna intención en caer en esa condición, en varias oportunidades le robaron pertenencias, como también le habían ordenado que les lavara la ropa, situación que el muchacho se negó rotundamente, situación que llevo a que lo golpearan en grupo y en forma infame en muchas ocasiones.

La banda del Cara de Caballo también ya había advertido que nadie concurría a visitarlo, solo era un desgarbado y joven campesino con cara de deficiente mental quien lo venía a visitar una vez al mes, así que decidieron que tenían que actuar rápido.

Fue una lluviosa y estruendosa noche de invierno en que los continuos relámpagos iluminaban las altas murallas y las torres de vigilancia, mientras el joven provinciano se encontraba en su litera traspuesto tras un agotador día en la lavandería del penal, en que en la oscuridad imperante y al son de los ronquidos de sus compañeros de reclusión en los camarotes contiguos, sintió una pesada humanidad que se echaba sobre sus espaldas, la frialdad del estoque en su cuello lo dejaron aterrorizado, hasta que la pastosa voz del Cara de Caballo le ponía en antecedente de lo que ahora le iba a ocurrir,

–Hola Hercito, sientes el filo de mi cuchillo en tu cuello?, Her no podía hablar del miedo que sentía por su vida, –He intentado de hacerte ver que tú me perteneces en esta cárcel, pero eres tan pendejo para tus cosas, que tendré que tomar otra medida para hacerte entender, así que tranquilito que o si no te mando para el otro mundo…ahora prepárate que te voy a convertir en mi maricon personal…

Her sintió la dura verga del Cara de Caballo en sus glúteos, al instante se percató de la asquerosidad que pretendían hacerle, mientras el veterano delincuente intentaba bajarle los pantalones, en la mente de Her pasaban mil ideas por minuto, hasta que cayó en cuenta que si no hacía algo rápido, su hombría se vería mancillada, luego de tras muchos forcejeos como un rayo recordó la vez en que tubo encima de su cuerpo un hediondo jabalí, saco fuerzas de las mismas que hacía cuando trabajaba cargando troncos en la empresa maderera, pero el cara de equino también tenía lo suyo, prácticamente lo tenía inmovilizado, ya varios reos se habían despertado y miraban lo que sucedía en la litera de Her.

La lucha de cuerpos continuaba hasta que Her tomando fuerzas con su cabeza le planto un certero cabezazo en las mismas narices de su adversario, la sangre del cara de caballo manaba como un grifo, situación que el provinciano aprovecho para girar su cuerpo y tomar la mano que oprimía el cuchillo en su cuello, ambos hombres ejercían fuerzas descomunales, a estas alturas el reo más antiguo lo único que quería era despacharse al más nuevo, si no era así su autoridad en la cárcel se vería alterada, su error había sido no tomar en cuenta el buen estado físico que tenía su víctima.

Her por fin logro retirar la mano con el cuchillo, con fuerzas se la fue dando vuelta hasta ponerla a la altura del pecho del Cara de Caballo, hasta que en sus oídos escucho claramente la voz de su abuelo “–En el corazón Herrrr!!! En el corazonnnn!!!”, la cara del muchacho se transformó en la de un tigre enardecido, y con las mismas fuerzas que en una oportunidad había matado un animal hundió la cuchilla en el corazón de su adversario…

–No lo hagas por favor Her!!, rogaba el Cara de Caballo, con su cara descongestionada por el pánico…–Her no lo hag…

El alienado e iracundo muchacho, con su cara desfigurada por la ira, le dijo…

–Her era para mi familia hijo de puta!!… Escúchame bien pedazo de cabron… me llamo Herculano… pendejoooo!!, me llamo Herculano Pincheira Pincheira!!!… y te estoy despachando por mariconnnn!!!!, termino diciéndole cuando ya estaba revolviéndole la cuchilla enterrada en pleno corazón del infeliz del Cara de Caballo.

El joven Herculano se percató de otro cuerpo que se abalanzaba a socorrer a su mal herido jefe, pero el exaltado y joven recluso que estaba todo bañado en sangre sin pensarla fue al encuentro del otro maleante, tres certeras estocadas le propino sin darle tiempo a nada, destripándolo y mandándolo al otro mundo.

Las escasas luces de la galería se encendieron dejando la escena en semi oscuridad, a los guardias ya les habían dado aviso que en el módulo 16 se estaba produciendo una riña, cuando llegaron al lugar de la pelea encontraron a Herculano Pincheira de pie y al lado de los dos cuerpos sin vida, todo ensangrentado con el estoque aun goteando la sangre de sus dos atacantes, en ese mismo momento la luz celeste de un sonoro relámpago ilumino la cara y cuerpo de Herculano Pincheira, quien con sable en mano respiraba aceleradamente, su rostro era la de un verdadero demonio enardecido, así lo vieron todos.

Frente a las sórdidas miradas de los que fueron testigos de la osadía del muchacho que se había despachado el solo a dos de los más temidos reclusos del penal, y al ver llegar a los guardias arrojo el cuchillo al suelo, lentamente puso sus manos detrás de la cabeza en señal de que ya todo había pasado, de su cara se apodero una malévola sonrisa de triunfo, el muy maricon del cara de caballo se creía muy vivo y ni siquiera le había alcanzado a bajar los pantalones reía para sus adentros.

Dos meses se la paso Herculano en la oscuridad de una celda de castigo, odiando a la mujer causante de sus desgracias y sin ver la luz del día, sumado a que por el doble homicidio le chantaron 14 años más de presidio, ya que a los dos que se había despachado más les hacía un favor a la sociedad que un crimen mismo, opinaron las autoridades carcelarias y de justicia.

El reconocido presidario de Don Herculano como lo llamaban después de la ferocidad en que se había despachado al Cara de Caballo con uno de sus amigos, recibió por algunos años las visitas del Petronilo, su desalineado ayudante que tuvo en los tiempos en que había tenido un taller, este le dio conocimiento de lo que había sucedido con su amada Odette, después de la tragedia, Herculano ya había cumplido 37 años de edad, y aun le faltaba mucho por cumplir de su condena.

–Her porque no me dijiste que andabas con esa pendeja?, yo bien la conocía y te hubiera dicho lo muy zorra que era para sus cosas…

–Porque en esos entonces yo era todo un pendejo romántico, jajaja!!, así que la muy puta se casó con ese tal Julián?

–Así mismito como te acabo de contar Her…, Su amigo Petronilo se sentía cohibido por aquel sórdido ambiente carcelario, un tremendo negro casi azulado con cara de africano, de gruesos labios carnosos, no le quitaba la vista de encima, sus musculosos brazos daban la impresión que este podría triturar hasta el acero, si debía medir por lo menos 2 metros de altura calculaba el asustado flaco Petronilo, don Herculano se percató de esto,

–Jejejeje, no te preocupes Petronio (así le decía Her por cariño a su amigo), este es el negro Filomeno y es inofensivo, está aquí porque descuartizo a su mujer después de pillarla culiando en pelotas con su compadre, jajajaja, antes era un hombre decente y trabajador pero también se lo jodieron, me costó mucho trabajo hacer que dejara de lloriquear cuando recién cayo en la cana, jejeje, y por favor flaco de mierda dime Herculano, ese siempre fue mi nombre, solo mis abuelos que en paz descansen me llamaban Her, jejeje!!

–Y dime Herculano, te la alcanzaste a tirar… aunque sea solo una vez a la pendeja esa, le decía el Petronilo sin dejar de mirar de reojo al negro Filomeno que no le quitaba la vista de encima…

–Nooo!!, la muy zorra me decía no quería acostarse conmigo hasta después que nos casáramos…jajajaja!!!… y yo le creía a la gran puta de mierda…

–Uffff que puta esa y te digo ahora que ya está casada está más buenota que nunca, y se las da de toda una señora…

–Ya no empieces con tus webadas mira que me caliento tanto que capaz que me fugue esta misma noche para ir a culearla, jajajaja!!!, luego que hablaron de cosas sin sentido, Her le hiso la solicitud a su leal Petronilo, –Te voy a pedir un favor Petronio, le dijo don Herculano a su amigo poniéndose un poco más serio…

–Pues dime no más Her, si para eso estamos los amigos…

–De verdad agradezco que me vengas a visitar…pero aquí es donde vivo desde hace años, este es mi mundo, y te digo que por ahora no me falta nada, así que ya no te molestes en venir a visitarme, si algún día logro salir de aquí te llamare…para que me vengas a buscar y nos vayamos de putas para celebrar, jejeje …pero mientras tanto vuelve a tu hogar y hace una vida normal, solo te pido una cosa… quiero que vigiles o estés al pendiente de todo lo que haga y deje de hacer esa zorra mal parida que me destruyo la vida, porque apenas salga le voy a ir a cobrar la factura, termino diciéndole con su cara llena del más profundo odio y rencor…

–No mames Herculano y que le piensas hacer!?

–Me la voy a violar!… me la voy a culiar bien culiada!!, por perra para sus cosas!!!, le decía con sus ojos enrojecidos por un iracundo aborrecimiento, para luego continuar, –No me importa caer en cana de nuevo…le voy a romper el culo a vergazos para que aprenda a ser gente! y para que no se crea que me olvide del asuntito que tenía conmigo, con la diferencia que ahora sí que sabrá quién es don Herculano, jajajaja!!!!!, el negro Filomeno ahora se sonreía y asentía con su cabeza, aprobando todas las palabras que decía su amigo-jefe.

–Uffff que afortunado serias si lograras hacer eso Her… esa mamacita está hecha para recibir verga por todos sus orificios, ahora se las da de remilgada y elegante, ya nadie se acuerda de lo que paso, pero si yo tuviera tus cojones ya de hace rato se lo hubiera mandado a guardar, jejeje, pero es casi imposible, vez que me la topo por ahí me mira como si yo le diera asco, jajaja!!!…

–Pues si me cumples con lo que te estoy diciendo veré la forma que tú también te la culies, jejeje y que no salgas mal parado en todo este asuntito…jejeje…

–Pero y si nos denuncia, como lo hiso contigo…

–No me importaaaaa!!, vocifero don Herculano, ya lo he decidido… la vamos a culiar hasta cansarnos!!!, exclamaba a la vez que se ponía de pie abrazando al negro Filomeno, al Petronilo le dio la impresión que esos dos ya habían hablado del tema con anterioridad, –Ya verás lo bien que la vas a pasar flaquito amigo mío, a don Herculano se lo joden una sola vez en la vida, jajajaja, aún me faltan como 15 años, pero la haremos, te lo aseguro, y si caemos en la cana no te preocupes serán como las vacaciones de tu vida, jajaja!!!…

–Está bien amigo…pero como la harás con tus cosas quien te traerá lo que te haga falta,

–Observa Petronio!. Don Herculano chispeo suavemente su dedo pulgar con el índice, y de la nada y de entre medio de toda la gente que visitaban a los reclusos aparecieron tres maleantes dispuestos a todo lo que les ordenara su jefe, –Oye cara de zapatilla, le dijo a uno de ellos, –Aquí mi amigo el flaquito dientudo necesita un dinerito para poder irse a su pueblo, apenas termino de decir lo último el cara de zapatilla rápidamente desapareció volviendo a los pocos minutos con una cantidad de dinero no exorbitante pero si como para darse unos buenos gustos por un mes entero.

El Petronilo quedo sorprendido, pero más petrificado quedo cuando don Herculano le dijo a otro de sus compinches, –Ve a buscar a la nueva…

El maleante llego con una sonriente joven de quizás unos 18 años de edad, de pelo y ojos negros, no era bonita pero tampoco era fea, tenía una cara de viciosa y buena para la cama que no se la quitaban ni a palos, se gastaba un culo de concurso, andaba vestida con una cortísima minifalda negra, –Esta es la Candy, te la puedes llevar hasta mañana, jejejeje es mi regalo de despedida, y no te preocupes… porque si te roba algo mañana mismo mandamos a que se la despachen, pero no lo hará ella sabe que se tiene que portar bien, jejejeje.

–Ohhh Her de verdad que me sorprendes, y que honda?…como haces todo esto?…

–Mejor ni te cuento…, jejejeje es un negocio que me dejo un amigo a los pocos meses que llegue a esta cárcel, el pobrecito se tuvo que morir por maricon, veras aquí en la cárcel se puede hacer de todo, solo debes saber hacerla y tener los contactos precisos, jejeje…

Esa fue la última vez que Her vio a su amigo y antiguo ayudante, quien se marchó feliz con un buen dinero y con una fémina de campeonato, después de eso volvió a su pueblo y se dedicó a trabajar, pero siempre al pendiente de la hembra causante de la desgracia de un pobre hombre inocente.

El tiempo paso y don Herculano era toda una autoridad en la penitenciaría capitalina, se despachó a unos cuantos más a parte del cara de caballo, y ponía en su lugar a los que pretendían aprovecharse de los primerizos que caían presos, pero no a todos, se encargaba de saber los motivos, y cuando se enteraba de que estos eran nuevos, o que caían por haber tenido enredos con mujeres despechadas, él se encargaba de que estos tuvieran un pasar más o menos decente dentro de la cárcel, a veces hasta tenía que palmeteárselos para que se avivaran, y aprendieran a hacer caso.

(15 años después)

Aquel día lunes don Herculano ya con 51 años a cuestas bajo del bus inter provincial que lo traslado desde la capital hasta su montañoso pueblo natal, junto a él bajo el negro Filomeno, quien cargaba los únicos dos bolsos que llevaban de equipaje, estaban solo a 2 kilómetros del lugar que había sido el hogar del ex mecánico, hubiesen podido tomar un taxi, o llamar al viejo amigo Petronilo, pero don Herculano prefirió que se fueran de a pie, quería ver con sus propios ojos el estado en que se encontraba su tan añorado pueblo natal.

Nadie de las personas que se cruzaron por sus caminos pusieron atención en aquel viejo moreno, gordo y grandote con cara de delincuente que caminaba fumando y observándolo todo, acompañado por un negro que media casi 2 metros de altura.

La cicatriz de su cara iba disimuladamente escondida bajo los gruesos y tupidos pelos semi canosos de su barba sin afeitar, cruzaron el pueblo y tomaron el camino que los guio hasta la que había sido su casa, al llegar a ella tuvieron que hacer grandes esfuerzos para saltear las altas matas de zarzamora que habían tapado el ingreso a esta, del taller no quedaba nada, se lo habían robado todo, caminaron hasta la puerta de la vieja casa de madera y basto con solo empujarla para que esta se abriera completamente, al ingresar el viejo ex presidario vio que en su interior estaba todo deteriorado, y que las paredes estaban todas pintarrajeadas por sendos grafitis que él nunca en su vida había visto antes.

Luego de las primeras impresiones don Herculano de muy malas ganas se dio a ordenar un poco aquel desastre, su ordenamiento consistió solo en despejar la basura hacia los rincones de la casa, está en comparación a la celda en que estuvo por 20 años era todo un paraíso, mientras el negro Filomeno ubicaba una silla cerca de la ventana y se sentaba a mirar hacia afuera, como si estuviese vigilando.

El viejo encontró latas de cervezas y muchas colillas de cigarro, y uno que otro papelillo de marihuana, pensó que su casa estaba siendo usada por drogadictos, pero ya verían esos pendejos si se les ocurría volver a poner un solo pie en su vivienda, se juramentaba mientras recorría su casa que a pesar de la inmundicia reinante le encontró encantadoramente acogedora.

La habitación de sus abuelos estaba prácticamente vacía, solo quedaba en pie el gran camastro de fierro con un mugriento colchón que se encontraba todo cubierto por pulgas y con notorias manchas de meados de perros que llegaban a dormir por las noches, don Herculano sabiéndose ya en libertad sintió el pesado cansancio de todo aquel tiempo de reclusión, dedujo que ahora si podría dormir tranquilo, simplemente el vejete se acomodó en el suelo y acomodando un pequeño bolso que traía cruzado en su gruesa humanidad a modo de cabecera, se durmió.

Durmió y durmió todo lo que no había dormido en aquellos 20 años en que estuvo preso por culpa de una vil mujer que le había hecho una mala jugada.

Se despertó al mediodía del martes, por la ventana vio que el negro Filomeno estaba desmalezando el lugar que en su niñez había sido el patio de su casa, se estiro todo lo que pudo y bajo al riachuelo donde se lavó la cara e hizo gárgaras, una vez en condiciones que según el eran más presentables, decidió agarrar un azadón y se puso a despejar la entrada a su casa, en compañía de su buen amigo el negro.

Todos traspirados terminaron la labor. En casi un solo día habían parado todos los postes que cercaban su propiedad, ya en la tarde se dirigió al municipio para actualizar la documentación que certificaban que él era el dueño de aquellos terrenos abandonados, y una vez que termino con todo el trámite se fue a buscar a su amigo el Petronilo, para que lo acompañara a comprar cervezas y cigarros para celebrar su llegada.

Ya en la noche y una vez que con el viejo Petronilo terminaron de entrar las bolsas con las compras se dedicaron a beber cervezas y a recordar los viejos tiempos, narrándole los pormenores de la detención al negro Filomeno quien escuchaba la historia de como si se tratase de un verdadero cuento de hadas, como también hablaron de la vida de Odette, luego que su amigo le dio todos los detalles de la odiosa mujer, se le ocurrió una brillante idea,

–Como ya te dije Herculano, esa hembra esta dibujada a mano, tiene un cuerpazo que ni te lo imaginas, jejeje… si quieres le vamos a echar una miradita, aún es temprano y casi todas las noches va a cenar con el estúpido de su marido al único restorán que les va quedando, jejeje…

–Cómo? Y ellos no eran los dueños de casi todos los locales del pueblo?,

–Tú lo dijiste… “eran”. Ese Julián se encargó de despilfarrar casi todo el dinero que les dejo el padre de Odette, el pobre viejo se murió de un paro cardiaco, aún les quedan unas pocas propiedades, pero el hombre está más que endeudado, y aun así se siguen dando la gran vida de ricachones, y casi todos en el pueblo saben de sus serios problemas bancarios, don Herculano al escuchar todo lo que le decía el Petronilo en cuanto a los problemas de aquel matrimonio causantes de sus desdichas solo miraba al negro Filomeno quien parecía tomar nota mentalmente de todo lo que decía el amigo de su jefe.

–Jejeje…gran idea la tuya amigo Petronio… me encantaría echarle una miradita a la puta, aun no sé cómo la voy a hacer pero hace 15 años te jure que me las pagaría, y aun estoy dispuesto a cumplir con mi palabra, jejeje…

–Oye Herculano, no es que yo sea cobrador ni nada parecido…pero recuerdas que también te comprometiste con otra cosa?, jejeje…

–Jajajaja!!! Tú sí que eres caliente viejo dientudo hijo de puta!… Para tu suerte si, aun lo recuerdo y tu tranquilo que también probaras de ese manjar que se ha conservado tan bueno según como tú mismo me lo has dicho…jejeje…

Ya en el pueblo los dos viejos más el negro, que se veía mucho más joven que ellos, se dirigieron al restorán que según don Petronilo debía estar Odette, y efectivamente así fue.

Don Herculano quedo impactado con lo que veía desde los ventanales del local, era la misma tremenda hembra con la que en su lejana Juventud se habían besado a orillas de un riachuelo, le vio su misma hermosa cara de niña mal criada, llevaba su pelo castaño alisado, sus labios exquisitamente retocados con brillo labial que le daban un aspecto lujurioso para sus propios sentidos, se preguntaba… como se vería ella chupando una verga?.

Continuando con sus apreciaciones determino que Odette ya con 37 años de edad, estaba hecha todo un monumento de mujer, la veía fresca y radiante, su corto vestido primaveral dejaban ver sus bellas piernas y muslos que estaban para devorárselos, en esos momentos ella platicaba con su marido con una sonrisa ampliamente deslumbrante, a Julián solo podía verle las espaldas.

A don Herculano le dieron unas salvajes ganas de ingresar al local y despacharse el mismo y con sus propias manos al babosiento de Julián, para luego tomar el femenino cuerpo que desde ahora el declaraba que pasaba a ser de su propiedad, para arrancarle a la fuerza sus ropas hasta desnudarla, y nalguearla hasta pelarle el culo y sacarle sangre por haber sido tan zorra, tan puta y perra para sus cosas, y para que aprendiera a no andar haciéndole tantas mamadas a la gente.

Sus sentimientos eran encontrados, si bien la había odiado y aborrecido en el transcurso de todo ese tiempo, muy extrañamente también la deseaba, aun quería poseerla, violársela hasta preñarla, y volvérsela a violar hasta cansarse, y aun así pensaba que eso era poco, pero cuando vio la rabiosa mirada de calentura mal sana con que la miraba su leal amigo del Petronilo recordó las palabras de este mismo cuando le dijo del profundo asco que ella sentía con tal solo mirarlo, como así también recordó las nítidas palabras que le dijo ella a un policía en el mismo día de su detención: “Usted bien conoce a mi padre y a mi familia, y ahora le pregunto yo a Usted… Como se le puede ocurrir que una chica como yo podría alguna vez involucrarse con semejante tipejo!?… solo mírelo!!!… es ordinario y feo, y el solo verle esa cicatriz en su cara me producen repulsiones que me harían hasta vomitar en cualquier momento!!, si no tiene ni familia, todos en el pueblo dicen que su madre fue una prostituta y que la mataron por drogadicta en la ciudad, solo piense en eso y se va a dar la respuesta Ud. mismo…”.

Estaba decidido!!

Tenía todo el tiempo del mundo para planearlo, buscaría la instancia y la ocasión para hacerla pagar por su burlesca traición. Después de violársela el mismo, sería el negro Filomeno quien entraría en acción, el descendiente de africanos ya sabía cuál era su misión perforadora con tan suculenta hembra, y ahora su nuevo instrumento de venganza se encontraba justo parado al lado de el con su pronunciada mandíbula superior salida hacia adelante, masajeándose la verga con cara de degenerado, y perdido en la calentura por poseer el cuerpo de tan distinguida dama, se empeñaría y se encargaría el mismo de que su amigo el Petronilo preñase a tan apetitosa hembra, ese sería su mejor desquite para aquella altanera y mal criada mujer casada que durante 20 años se había dado una vida llena de lujos, mientras él se podría en una infernal cárcel capitalina.

–Suficiente… ya he visto demasiado… tenías razón Petronio la putilla esa está bien buena, veré la forma de que nos la podamos culear hasta cansarnos y que no nos pueda denunciar, jejejeje, ya se me ocurrió algo, así que junta semen Petronio, que ahí adentro de ese local está la futura madre de tus dos hijos, jajajajaja!!!…

Esa noche en que Her después de 20 años y convertido en todo un don Herculano volvió a ver a Odette en toda su magnificencia de hembra seria y felizmente casada, renacieron y se abrieron en él todas las heridas del pasado, quería venganza a bajo cualquier precio, pero esta vez no quería que nuevamente lo humillaran y lo volvieran a meter preso, por lo tanto sería cuidadoso, y como si ahora el destino estuviese de su parte y como si los planetas se alinearan de pleno en su favor, en pocos días ocurriría el acontecimiento que daría el comienzo para su tan esperado desquite.

Fueron casi 4 días de parranda en los que anduvo el ex presidiario con sus amigos, hasta que rendidos por el cansancio de las seguidas y escandalosas borracheras que se mandaron, cayeron en total estado de semi inconciencia, a duras penas pasaron a dejar a don Petronilo a su humilde morada, para luego pasar a dejar al negro a su nueva vivienda que arrendo en el pueblo, en la cual se dedicaría a realizar sus nuevas labores ahora que estaba en libertad.

Don Herculano totalmente borracho se las arregló para poder llegar hasta su casa, una vez que ya estuvo en ella solo se hecho en el viejo catre lleno de pulgas que había sido de sus abuelos y cayo profundamente dormido, en la semana tenía que ver unos asuntos con el negro Filomeno.

Aquellas juveniles voces de hembras eran como una dulce melodía que llegaban a sus oídos, el viejo Herculano creía estar en unos de sus más idílicos sueños, pero poco a poco las voces y las risas femeninas se fueron combinando con otras no tanto, estas cada vez se fueron haciendo más reales, hasta que se despertó, sumamente confundido y con un enloquecedor dolor de cabeza debido a la resaca, como pudo se paró de la cama y silenciosamente fue para la puerta de la habitación y se asomó para ver qué pasaba en la sala de estar de su casa, y fue cuando la vio por primera vez.

Su primera impresión fue de infarto, si hace 20 años había conocido a la nena más linda del mundo, esta que estaba viendo ahora en su misma casa estaba tres veces mejor. Lo malo de todo el asunto era que las chicas estaban acompañadas de dos pelafustanes que seguramente las habían llevado hasta su casa supuestamente abandonada para servírselas, los dos jóvenes bebían de sus cervezas y estaban fumando hierba, conminando a las nenas para que ellas también fumaran. Quiso escuchar más de lo que ahí pasaba:

–Vamos Ángela, convence a Jazmín para que fume con nosotros…

–Déjenla tranquila, ella ya les dijo que no quería fumar… sus padres son muy estrictos y son capaces de internarla si la llegasen a sorprender que ha fumado hierba, les contestaba Ángela a la vez que le mandaba una senda fumada al cigarrillo de marihuana…

Don Herculano seguía observándolo todo desde la puerta entre abierta de su habitación, ya caía en cuenta de que eran estos los chicuelos que tenían su humilde morada como su casa club para hacer de las suyas, estudio a la tal Ángela, se dio cuenta que la nena debía tener unos 17 o 18 años, estimo que la hembrita no era fea, pero esas raras vestimentas no lo dejaban ver nada más y eso lo confundían, la chica andaba vestida toda de negro, su pelo era azul oscuro y con chasquillas, muy blanca de cutis, y una serie de cruces y cadenas colgando que no le decían nada.

Pero ahí estaba Jazmín, una mocosa con un espeluznante cuerpo de hembra hecha y derecha, con un vestido negro que se le entallaba exquisitamente en las bondadosas y curvilíneas formas de su fina y delicada anatomía, con unos potentes y torneados muslos bien ponderados a su estatura y femenina contextura que estaban hechos para ser lamidos y besados hasta la locura, sus tetas medianamente grandes, firmes y paraditas de tamaño preciso hacían un perfecto juego con el resto de su cuerpo.

De pelo castaño claro, y de ojos entre verdosos y azulados, le daban un aspecto celestial, pero su cara, esa familiar carita de niña buena le recordaba a alguien, hasta que poco a poco se fue dando cuenta, era la misma Odette en persona, pero había algo que la diferenciaba, esta nena estaba mucho más jovial de la que él había visto solo hace 4 días, y esta era un poco más alta que la otra, era más delicada, más rica y más potente, sus marcadas y diabólicas formas en su cintura la hacían ver más antojable, más hembra, mas buenota, verdaderamente la nena estaba para comérsela así mismito y tal como estaba, decretaba finalmente don Herculano.

El viejo por un momento pensó en que se estaba volviendo loco, o sea si a Odette la había declarado una Diosa hace 20 años, esta niña de tiernos 18 añitos recién cumplidos, era un verdadero ángel en el cuerpo de una Diosa de diosas.

Mientras tanto el viejo cavilaba en su casual descubrimiento, en la sala de su vivienda los jóvenes continuaban en sus insistencia para que la bella Jazmín, probara por primera vez el estímulo de la marihuana,

–Ángela tú no te metas…es Jazmín quien debe decidir, decía un imberbe muchacho que tenía su cara poblada de espinillas… –Vamos Jazmín pruébala, yo sé que te va a gustar…

–Ay Nico…es que me da penita…yo nunca lo he hecho, y no se de los efectos que me podrían ocasionar…

Don Herculano estaba atento a todo lo que sucedía en la habitación, ya sabía que aquella endemoniada pendeja se llamaba Jazmín, pero la idea ya estaba casi clara en su mente solo tenía que confirmarlo.

La insólita situación lo tenían entre caliente y entretenido, vio que la nena finalmente se negó a fumar la droga, situación que extrañamente le agrado, esas mamadas estaban hechas para otro tipo de gentuza pero no para ella, no para “su Jazmín”, se decía inconscientemente a la vez que no dejaba de mirarla y recorrerla con su calentona mirada, aquella juvenil y curvilínea chica lo tenían en un agradable estado de excitación.

Luego de unos minutos de mantenerse observando lo que ocurría en su misma casa, vio como Ángela se comenzaba a besar con uno de los jóvenes, mientras el otro pendejo de las espinillas intentaba por todos los medios seducir a Jazmín, para hacerle cualquier tipo de cochinada, poco a poco unos extraños celos se comenzaron a apoderar de su temperamento y cuando vio que la chica se abrazaba al feliz muchacho para darse un beso en la boca, el viejo salió de su lugar para darle el susto de sus vidas,

–Y quien les ha dado permiso para entrar en mi casa!!!, les grito con su tremendo vozarrón, una vez que dejo ver su gruesa y tosca humanidad.

Uno de los jóvenes aunque temeroso de aquel obeso hombre con cara de delincuente que osaba interrumpirlos en su jarana, quiso quedar bien ante las asustadas chicas,

–Y quien eres tu vagabundo de mierda…agradece que no te vimos antes porque o si no…

El pobre muchacho no alcanzo a terminar lo que estaba diciendo, cuando fue agarrado por el pescuezo y arrimado contra una de las murallas pintadas con grafitis,

–Pues yo soy el dueño de casa pelmazo de mierda… y me llamo Herculano, te queda claro pendejo bueno para la paja…, le decía en forma amenazante y con su mano peluda rodeando todo el cuello de casi asfixiado chico, en su defensa salto el que tenía la cara con espinillas, quien no alcanzo a hacer nada ya que un rápido y certero guantazo en el rostro lo dejo fuera de combate y lloriqueando como una niña, a su lado callo su amigo recién tomando las primeras bocanadas de aire, las aterrorizadas hembras estaban agachadas y abrazadas en un rincón aun no eran conscientes de lo que estaba ocurriendo, ellas jugaban en esa casa desde que eran niñas, y nunca habían escuchado que aquellas tierras tuvieran algún dueño…

El viejo se acercó a los espantados chicos con sus manos empuñadas, como si les fuera a dar la zurra de sus vidas estos trastabillando y casi gateando se arrastraron hacia la puerta de salida y apenas pudieron salieron corriendo como si hubieran visto al demonio, las jóvenes hembritas quedaron desamparadas,

–Jajajaja!!! Y ustedes dos…a ese par de maricones tienen por novios?…jajaja, son incapaces de ni defenderlas de un pobre viejo como yo, jajajaja, y que harían ustedes si yo me las violara, las espantadas chicas estaban mudas sobre todo con esto último que estaba diciendo ese obeso monstruo que había aparecido desde la otra habitación de la casa, el viejo inspeccionaba los bolsos de las chicas, en donde encontró unos diminutos bikinis de baño…

–Y que mamadas son estos? Les pregunto mientras los olía…

Ángela que era un poco más valiente que Jazmín, se atrevió contestar,

–Son trajes de baños…señor…

–Así está mejor…pero dime don Herculano… así me llamo, te queda claro cara de Morticia!?, jajaja!!! Y donde se supone que van a bañar?, seguía interrogando a la vez que se abría una lata de cerveza y se la bebía…

–Pensábamos bajar al rio…después de fumarnos unos cuantos…

–Y quien les dio permiso para bañarse en mi propiedad!?

–Discúlpenos señor no sabíamos que Usted era el dueño…

–Pues ahora lo saben!… así que me deben!!…a parte que los muy frescos se estaban bebiendo mis cervezas…

–Señor le juro que se las pagaremos, pero por favor no nos haga daño, intervino Jazmín con sus ojos y voz suplicantes…

El viejo quedo hechizado con solo saber que la exquisita muchacha se estaba dirigiendo a él…

–Y a ti quien te dio permiso para hablar? pendeja caliente!…te vi cómo te estabas besando con aquel maricon que te acaba de dejar botada…

–Yo no me estaba besando señor…lo que pasa es que él me estaba pidiendo ser su novia, snifffs…

–Pues no tienes mi permiso para ser su novia!!! Le rugió como un oso en la misma cara de Jazmín, quien fuertemente cerró sus ojos y recibió en su rostro todas las babas que botaba el iracundo vejete,

–Usted no puede prohibirme nada…mis padres son…

El viejo se la jugo de todo a nada….

–Yo puedo prohibirte lo que quiera pendeja!… conozco muy bien a tus padres… tu eres la hija de Odette y Julián verdad?

–Ehhh siii, y como los conoce?

–Soy muy amigo de ellos pendejita rica… y estoy pensando en estos mismos momentos de ir a contarles que su hijita se viene a drogar a mi casa con su amiga la Morticia, y que crees tú que opinaran ellos?…vamos ricura dímelo…

–Yo no soy la Morticia viejo asqueroso…y para que Usted sepa soy gótica…ayyyy!! Suéltemeee!,

Don Herculano al ser interrumpido por Ángela, la tomo de las mechas e hiso que ella se pusiera de pie, para asestarle un fuerte tortazo en rostro que la dejaron paralizada y sin ganas de seguir opinando…

–Plaffff!!! Le sonó en el rostro el fiero guantazo que le propinaron por insolente, –Cuando don Herculano está hablando nadie le interrumpe!!! , Te queda claro pendeja con cara de vampira!!!, jajajaja, –Y para que tu sepas también conozco a tus padres, le mintió don Herculano, –Así que desde ahora me empiezan a respetar el par de pendejas mal paridas, jajaja!!!, o quieren que me las zurre ahorita mismo por mal criadas y por no portarse bien?!!!, les dijo a la vez que se comenzaba a sacar su grueso cinturón de cuero,

–Es usted un viejo aprovechador!!… y no le creo nada eso que usted conoce a mis padres, ellos no se mezclan con gente de su clase…le iba diciendo Jazmín al vejete mientras se ponía de pie y en forma altanera seguía con su afrenta, –Si me toca un solo pelo sabrá quien es mi familia… la gente como Usted da asco y no deber… Plafffff!!!, la chamaca fue acallada de un solo charchazo en la boca, el más fuerte y con más odio dado por el vejete en el transcurso de esa tarde, don Herculano vio en ella a Odette la misma tarde en que lo metió preso injustamente, Jazmín cayó al suelo, y se dio cuenta que el fiero vejete no le habían importado para nada sus amenazas, ahora sí que estaba más asustada que nunca, y cuando el viejo se proponía en descargar su odio ahora contra el inocente cuerpo de Ángela, esta comenzó a suplicar…

–Noooo… por favor don Herculano!!… no nos pegue plisss…nos portaremos biennnn…snifff, ahora era Ángela quien rogaba y comenzaba a llorar de miedo, el viejo al verlas a las dos hembras llorando y humilladas se calmó un poco, odio haber tenido que golpear a su Jazmín, pero su madre tenía la culpa de todo, así que tomo un poco de aire,

–Jejeje así está mejor Morticita rica…, escúchenme bien par de trolas de mierda, que les quede claro que desde hoy me pertenecen, jejeje… ahora las voy a dejar para que sigan en lo que estaban… desde hoy mi casa la pueden usar para venir a fumar sus porquerías y beber cervezas a su antojo, yo no las acusare, como también están autorizadas para bañarse en el rio, pero solo ustedes dos solas, no quiero que me traigan pelafustanes, porque les juro que si lo hacen les voy a pelar el culo a correazos a las dos, o acaso no sienten miedo a que se las culien, jajajaja!!!, y cuidadito con ir a contarle a sus padres, porque ahí las únicas que perderán son ustedes, pues a ellos no les gustara saber en las condiciones que las pille con esos dos patanes amariconados, así que ahora partieron a bañarse, que yo tengo que ir ver un negocio en el pueblo, jejeje, junto que decir lo último el vejete se retiró dando un certero portazo.

El viejo se fue pensando en que si él se las hubiese querido violar a las dos juntas lo hubiera hecho, pero lo de andar violando a pendejas calientes no era lo de él, ahora sabía que a Jazmín tendría que poseerla si o si, de la Morticia se daba cuenta que caería solita, pero la hija de Odette era altanera y orgullosa por lo tanto decidía que ella pasaba a ser su plato de fondo y este se debía ir cocinando a fuego lento para que cuando la pendeja se tuviera que acostar con el todo fuera aún más delicioso, ya tenía la receta en sus manos, y con la puta de su madre otra seria la historia.

–Estas bien?, le consulto Ángela a Jazmín, una vez que se limpió las lágrimas…

–Si…ese hombre me da miedo, y quién es? De donde apareció?

–Pero si el mismo lo dijo…es don Herculano…

–Te dolió cuando te pego?,

–Sí, pero no importa, yo tuve la culpa no debí haberle contestado…

–Como que no importa?, le consulto una escandalizada Jazmín a su amiga, –Si se atrevió a golpearte!?

–No seas tonta mira, de verdad que el Nico con el Rene ya me aburrían, y don Herculano nos tiene un refri lleno de cervezas, ya no será necesario recurrir a ellos para que nos compren, y la hierba, por aquí crece sola, jijiji…

–Tu sí que estás loca Ángela!…a ese hombre ni siquiera le conocemos, tiene una mirada extraña, y cuando me hablo cerca de mi cara le vi una horrenda cicatriz en su rostro, de seguro que es un delincuente…

–Pero dijo que conocía a nuestros padres…

–Solo lo dijo para asustarnos…mira si tú quieres venir a bañarte y a fumar es asunto tuyo…lo que es yo me largo…

–Está bien amiga, pero no te sulfures…y donde nos bañaremos ahora?, si esta era la mejor parte y nadie nos molestaba?, le iba diciendo Ángela a Jazmín cuando ya se retiraban…

–Ahí veremos pero yo no entro más a esta casa…

–Entonces prométeme que nos vendremos a bañar igual…

–No lo sé… no lo sé… quizás pero cuando ese hombre ya no lo veamos por aquí…

Ángela se apuró un poco y se interpuso en el andar de su amiga,

–Jazmín!… recuerda lo que nos dijo, que si no nos portábamos bien nos iba a zurrar…quieres eso?, quieres que él vaya y te acuse a tus padres que estábamos fumando hierba, porque aunque les jures que no lo hiciste no te lo creerán, además que don Herculano ya nos dijo que podíamos usar su casa cuando quisiéramos. Ángela noto que su amiga se lo estaba pensando, –Ves si después de todo no debe ser tan malo, solo se enojó porque le estábamos usando su casa…

–Lo pensare pero no te prometo nada, ese viejo me da asco… le contesto la asustada Jazmín a su amiga, mientras apuraba su paso para llegar lo más pronto posible a su casa.

Pasaron algunas semanas después de lo sucedido, fueron incontables las veces en que Ángela intento convencer a Jazmín para que fueran a bañarse a los terrenos de don Herculano, pero la nena se negaba rotundamente a volver por esos lugares, hasta que una tarde la joven gótica por fin la pudo convencer,

–Solo iremos a bañarnos…yo no pienso poner un solo pie en aquella miserable vivienda, le dijo Jazmín a su amiga…

–No te preocupes Jazz, solo será un ratito, nos damos unos buenos chapuzones y nos venimos de regreso, además que al viejo ese ni siquiera lo he vuelto a ver, se me hace que eso de que él era el dueño de la casa solo fueron mentiras para asustarnos.

Cuando pudieron pasar por debajo de la alambrada, bajaron por un sombreado sendero, ya casi se escuchaba el estruendo de la corriente del agua, las nenas ya iban más confiadas, y cuando ya se disponían a sacarse la ropa para quedar en sus diminutos bikinis, lo que vieron fue espeluznante y a la vez desquiciantes para sus juveniles temperamentos.

(30 minutos antes)

Don Herculano esperaba noticias del negro Filomeno, este le había pedido que le diera solo unas semanas para tener todo listo, en la ansiosa espera el vejete se lo pasaba bebiendo en el desorden de su mugrosa vivienda, pero aquella tarde era de una angustiante calor, recordó al par de pendejas que había asustado hace algún tiempo, sabía que aparecerían en cualquier momento, pensando en ello decidió que bajaría al rio a darse unos buenos chapuzones, tal como lo hacía cuando era pendejo (así pensaba ahora)…

Nado unos buenos minutos, el pozón que se formaba era perfecto para ello, intentaba quitársela de la mente pero no podía, la impresión que le había dejado la hija de Odette habían hecho que el solitario viejo deseara ahora con más ímpetu aun concretar su venganza con la familia de la pendeja con cuerpo de Diosa, y pensar que el podría haber tenido una hija o un hijo de esa misma edad, eso lo entristecía, pensando en esto se salió del agua y se fue a tirar en una sombra, estaba desnudo y no le importaba quien le iba a decir algo si todo a su alrededor le pertenecía, de pronto cayo en cuenta en que estaba sentado en la misma parte en donde hace ya más de 20 años había estado con su amada Odette, la recordó como era ella en aquellos tiempos, sus dulces 17 años, sus piernas y cuerpo perfecto, ahora se maldecía por ni siquiera haberla manoseado, la recordó tal como estaba ahora toda una dama de alta alcurnia, y lo mejor de todo… con deudas.

Extrañamente se comenzó a excitar, se maldijo por aun desearla, se maldecía por odiarla con todas sus fuerzas, pero sabía que el ya no podía ser bueno y confiado, esa mujer lo había cambiado, llevo su mano a su verga y se la comenzó a frotar imaginando a Odette desnuda y a su lado…y bueno también muchas cosas más…

Ángela y Jazmín se quedaron sin habla, ahí estaba el viejo Herculano masturbándose al aire libre, por lo que se agacharon rápidamente y aunque ellas querían no podían dejar de mirarle la verga, hasta que Jazmín más asqueada que excitada le dijo a su amiga que ella se retiraba,

–Ese viejo degenerado se está tocando su cosa, le decía bajito a su amiga…

Ángela miraba la función con sus ojos vidriosos…

–Shhh…silencio que no nos vea…

–Ángela!, no me vas a decir que te gusta lo que estás viendo…

–Es solo un pobre viejo masturbándose, anda no seas boba y miremos un ratito…

Las nenas siguieron mirando por un rato, lo veían con su rostro descongestionado por la calentura, moviendo su mano rápidamente de arriba y hacia abajo, su gruesa verga llena de pelos encrespados desde la base y los testículos apuntaba directamente hacia los cielos, su panza y pecho también estaban poblados de gruesos pelos entre canosos y negros, en definitiva don Herculano era peludo por todos lados.

–Ángela creo que me voy para mi casa, ver eso me repugna… no entiendo cómo te puede gustar mirarlo…

–Solo le veo la verga tonta…como se te ocurre que me va a gustar semejante vejestorio, si ni siquiera tiene dientes, la gótica con su vestido negro y sus cruces colgando se mordía el labio inferior mirando la caliente escena. Y en efecto en la cárcel don Herculano había perdido toda su dentadura a la falta de dentistas al interior del penal, solo habían sacamuelas como les llamaban a los reos que se ofrecían a socorrer a los adoloridos pacientes al interior de la cárcel.

El viejo quien se mantenía el plena paja, advirtió los cuchicheos que provenían desde muy cerca de donde él estaba, simplemente fue bajando su ritmo, hasta que las pudo ver parapetadas en un arbusto y mirando como él se masturbaba, situación que lo calentaron aún más, estuvo a punto de derramar sus lecherazos en el aire, pero decidió darse un descanso a ver qué pasaba con aquellas pendejas mironas.

–Ángela yo me voy…si tú quieres…

–Vete yo te sigo en un instante, le decía Ángela frotándose una pierna con su manita llena de anillos raros…–Solo esperare a que termine… Ufff que grande la tiene…mira esas venas hinchadas Jaz dime que no te gustaría pasar tu lengua por ellas…Jaz te estoy hablando mujer…Jazmín!…Jazmín!…

Ángela recién se dio cuenta que su amiga se había ido y cuando volvió su excitada mirada hacia donde el viejo obeso se corría una paja de campeonato, lo vio que este ya se había puesto sus pantalones y venia hacia donde estaba ella, la calentura sele paso en el acto y su cuerpo empezó a temblar de miedo por lo que el vejete pudiera hacerle si es que este se había dado cuenta de que lo había estado espiando.

–Hola Morticia, jejeje y que haces por aquí lindura, le dijo el viejo, y mirando hacia todas direcciones le pregunto, –Y tu amiga no vino contigo…

–Ehhh no, yo acabo de llegar…solo quería darme un baño don Herculano, como usted nos había dado permiso pensé que…

–Pues báñate pendeja, y dime desde hace cuánto rato que estas aquí…

–Como le dije… recién llegue, no me había dado cuenta que Ud. Andaba por aquí… y gracias de todas maneras pero creo que mejor me voy, no quería molestar…

–Que te bañes te dijeee!!, le grito el viejo que a estas alturas ansiaba ver el cuerpo semi desnudo de la chica gótica…

Ángela solo le contesto,

–Está bien…está bien…me bañare un ratito pero luego me voy ehhh…

–Claro que si lindura solo un ratito, jejeje…

La chica comenzó sacarse sus cruces y todos los artilugios que antecedían a su extraña vestimenta, luego muy nerviosamente continuo con sus negros botines, el vejete estaba expectante, ahora que la veía a plena luz del día se daba cuenta que Ángela también era una joven de por si exquisita, un poco rara para vestirse pero totalmente encamable, y con ese pelo azul y su extraño maquillaje vampiresco le daban una misteriosa belleza que el desconocía.

La nena desabotono su vestido con parsimonia mirando de reojo al viejo ese que deseaba verla bañándose, notaba la calentona mirada de sus ojos en su cuerpo, se estaba poniendo más nerviosa de lo que ya estaba, en el momento en que Ángela retiro su vestido hacia arriba, dejando a la vista su esplendorosa figura de adolescente amazona solo vestida con un diminuto bikini rojo, el viejo estuvo a punto de violársela así mismo como estaba de pie.

A don Herculano casi se le salieron los ojos, habían sido 20 largos años, en que ni se había imaginado un cuerpo como aquel, ninguna de las putas que por años trabajaron para el al interior de la cárcel, se gastaba un cuerpazo como el que estaba viendo solo aun metro de él, la vio con su pelo azul oscuro, la sombra de sus ojos la hacían ver coma una real y verdadera hembra vampiresa, era la verdad se decía para sus adentros, ahora no se estaba burlando, sus uñas pintadas de negro realzaban el albo color de su piel, esta no era una Diosa, era un verdadero y exquisito demonio hecho para dar placer a los pecadores, y él estaba dispuesto a probar ahora mismo lo que la tal Ángela poseía al medio de sus hermosos muslos,

–Creo que me daré una bañadita, jijiji la chica se había dado cuenta que el viejo ese no podría tener buenas intenciones con ella…

–Espera aun no!, mira ahí en aquella sombrita tengo algunas cervecitas… que tal si vamos a beber, jejeje…

La gótica sabía que no debía, pero también sabía que más peligroso seria negarse, ya que aún recordaba cuando el viejo se la había tostado por insolente…

–Está bien…pero solo una…yo no estoy acostumbrada a beber, don Herculano sabía que la pendeja mentía, pero no le importaba…

Una vez que llegaron al mismo lugar en donde el viejo se había estado masturbando y ya sentados en el pasto, le paso una lata a la nena, y abrió otra para él, se la bebía sin dejar de comérsela con la mirada, Ángela estaba arrepentida de no haberse marchado con Jazmín, la pobre chamaca a pesar de ser una nena de moda alternativa y sin perjuicios se encontraba viviendo una pesadilla, don Herculano solo hace algunos minutos que la estaba tocando en sus piernas sin dejar de mirarla.

La gótica siempre se había jactado de ser una chica liberal, hasta le había mentido a su mejor amiga contándole que ella ya había tenido relaciones con algunos chicos, y la verdad era que la pobre Ángela era virgen, era totalmente inexperta en el sexo.

El viejo que también estaba nervioso de calentura y ganas de abalanzarse sobre aquel cuerpo de 18 años, encendió un cigarrillo para darle tiempo a la hembra de que asimilara en su mente lo que en pocos minutos le iba a suceder, a la vez que notaba su piel como se erizaba al estar en contacto con sus dedos.

La chica no estaba clara de lo que realmente quería el vejete de ella, o sea sabía que corría un riesgo inminente a que se la violaran, pero extrañamente al recordar la verga que se gastaba le hacían sentirse confundida, pero en el momento en que el vejete fue acercando su mano por sus blancos muslos y en dirección a la tela que protegía su vagina, le vio sus ojos que parecían los de un lobo hambriento de carne fresca, mientras también lo veía que se lamia asquerosamente sus gruesos labios.

Automáticamente la gótica llevo su mirada a la verga del vejete y vio como esta lentamente se empezaba a parar por debajo del pantalón, don Herculano se percató de lo miraba Ángela…

–Tócala!!, le ordeno con su gruesa y grave voz,

La nena lo quedo mirando con ojos expectantes, moviendo su cabeza en forma negativa, las palabras no le salían y la boca se le había secado, su lata de cerveza aún estaba llena…

–Que la toques mierdaaaa!!!, le volvió a gritar tomando el mismo la mano de la chica y haciendo que se la agarrara de lleno, la gótica ahí supo que lo que don Herculano ordenaba esto se tenía que cumplir…–Siéntela pendeja porque ahora sí que vas a saber lo que es recibir verga de verdad, jajajaja!!!

Ángela temblaba de miedo, el viejo prácticamente le estaba confirmando sus temores, se la iban a violar en un descampado, sus ojos se llenaron de lágrimas de pánico, ya no era la nena valiente que no le temía a las reacciones de los hombres, ella sabía manejarse con chamacos de su edad y nunca imagino estar en tales condiciones con un vulgar viejo carente de dientes y cincuentón, que su ansiosa mirada de lujurioso deseo más la aterraban.

El viejo bebiéndose su último trago de cerveza arrojó ambas latas hacia un lado a la vez que él se tumbaba de espaldas en el pasto, tomo a la asustada chica de los brazos y la atrajo hacia su ancho pecho poblado de gruesos pelos canosos, clavándole su herramienta en el vientre de ella, mientras le retiraba el sujetador le consulto mirándola a sus asustados ojos,

–Te han metido alguna vez una buena verga de verdad pendeja?

Ángela sintió en sus narices el hediondo aliento a boca desaseada, a la vez que se percataba que el viejo solo tenía sus dos colmillos por dentadura.

–Noooo!!!, le pudo contestar al fin…

–No me mientas Morticia…te vi la cara de puta con la que me mirabas cuando me estaba pajeando, jejejeje… eso me dice que eres buena para la verga…así que dime la verdad!!!!, a don Herculano mas se le paro cuando sintió las desnudas y juveniles tetas de Ángela comprimirse contra su pecho.

–De verdad don Herculano…sniffs…nunca me lo han hecho…por favor no me viole…

–Jajajaja, claro que no te voy a violar pendeja buscona, vamos a culiar que es distinto, le decía mientras que con una mano la sujetaba de su cintura con la otra se sacaba los pantalones, para seguir diciéndole muy cerca de su cara,

–No te darás ni cuenta cuando tu solita te estarás clavando en mi verga, jajaja!!, arrojándola hacia un lado de su obeso cuerpo le dijo, –Miraaaa!!!, lo que vieron los asustados ojos de la antojable nena gótica fue un miembro enorme y muy gordo lleno de venas multicolores que pulsaban rápidamente producto del aceleramiento de la presión sanguínea. Desde donde había estado mirando anteriormente no había dimensionado su tamaño y grosor, noto que esa verga gruesa y nervuda mas se parecía a la de un caballo que a la de los hombres que ella había visto en algunas películas pornográficas, por lo menos esta debía medir unos 23 centímetros le calculaba la asustada pendejita, nunca en su vida había imaginado una herramienta de carne tan descomunal.

La nena al estar tan cerca de aquel monstruoso falo, cayó en un verdadero estado de pánico, sus tímidas lágrimas se transformaron en llanto,

–Buuaaaaa…no don Herculano…sniffsss con esa cosa me va a destrozar…buaaaahhh!!!! Sniffsss sniffsss….

–No llores mierdaaaaa!!!! que ni siquiera te la he empezado a meter, deja tu estúpido llanto cuando verdaderamente la estés sintiendo en la zorraaa!!! Jajajaja!!!!

–No me lo haga…por favor…sniffssss, seré buenita y me vestiré normal…pero no me la vaya a meter buaaaaa!! Snifffsss… sniffssss…

–Déjate de estupideces y tócamela estúpida!!! ya verás que te va a gustar!!!, le ordenaba el vejete con su voz ronca, mientras el mismo le limpiaba la cara con sus toscas manos, esto hiso que la desafortunada joven se sintiera un poco más segura, volvió a poner su mirada en la cosota que le estaban solicitando que ella atendiera, el vejete ya le estaba sobando una teta.

Tímidamente acerco sus manos temblorosas, ahora que la tenía cerca le daba miedo tocarla, cerro sus ojos y se dio fuerzas hasta que al fin se

la agarro, la sintió caliente, húmeda y durísima como si estuviera agarrando el palo de un hacha, miro al vejete y lo vio con sus ojos enrojecidos, este la miraba como si verdaderamente se la quisiera comer, la pobrecita y asustada chica solo se quedó agarrada a la estaca de carne sin saber qué hacer.

–Y qué esperas pendeja!?, empieza a pajearme!, con semejante tranca que me gasto te tienes que acostumbrar a ella!!, jajaja, vamos… hazlo!! yo sé que tú puedes!!, jajaja… diciéndole esto último a la avergonzada chiquilla puso sus manazas sobre las de ella y le obligo a que comenzara a subirlas y bajarlas, Ángela quien se encontraba de rodillas masturbando la estaca de don Herculano, y ya pasado unos buenos minutos, no supo en que momento el vejete había retirado sus manos, y ahí se encontraba practicándole ella solita una desvergonzada masturbación a un viejo que podía ser su abuelo y que para rematarla ni siquiera conocía, la paja continuaba frenéticamente.

A la curvilínea y portentosa joven gótica al parecer ya se le había pasado el miedo, la masturbación que le estaba propinando a don Herculano era de campeonato, pero aun así le daba algo de asco cuando le veía a la punta bajarle el pellejo, dando paso a que sus ojos miraran el glande azulado, ya notaba que sus manos y la cosa del vejete olían fuertemente a meados y otro tipo de sustancia que no pudo definir, y que sin que ella se diera cuenta esos prolíficos olores le atraían, ahora gracias a sus fuertes y rítmicos movimientos manuales se la sentía más dura y más recia que antes, cada vez que miraba al vejete como queriendo preguntarle con su mirada si es que lo estaba haciendo bien ,veía a este sonreírle en forma desvergonzada mostrándole solamente sus dos únicas piezas dentales amarillentas, hasta que escucho nuevamente lo que le tocaba hacer,

–Ahora… chúpamela Morticia!!, límpiame la verga con tu lengüita!!!,

–Me llamo Ángela… escucho!!?, la gótica ya estaba entrando en confianza con el vejete, además que no le gustaba que le tratara de Morticia.

La nena acerco su cara a la verga, en esos momentos tenia toda la intención de chupársela, pero al ver la verga con algunos gruesos y encrespados pelos pegados en el glande, y ese desagradable y fuerte olor a orina, le dieron una profundas arcadas, el vejete al percatarse de esto se semi inclino para decirle en forma aireada,

–Y que te pasa ahora zorraaaaaa!?, acaso no me la quieres chuparrrrrr!!?

–Es que me da asco… su cosa esta muy hedionda, por favor ya déjeme ir…

El viejo automáticamente se puso de pie con cara de estar muy enojado, la arrojo sobre el pasto, Ángela se contorsionaba y retorcía pataleando en todas direcciones en señal de proteger su cosita de la ansiosa mirada de degenerado que tenía ese tal don Herculano, prácticamente a puros tirones le arranco la parte de abajo del bikini, dejando a la gótica totalmente desnuda, quiso pegarle para que aprendiera a obedecer, pero cuando su tosca mirada tropezó con aquel sedoso triangulo de tiernos pelitos negros y brillosos quedo íntegramente hechizado, como pudo le tomo las piernas abriéndoselas de par en par, sin importarle el dolor que le causaba a Ángela, para luego ir acercándose a la apretada y virgen zorrita y proceder a olerla, el aroma que desprendía la tierna panocha de la joven gótica era para enloquecer a cualquier hombre, la oloroso hasta el cansancio, una vez que sus narices estuvieron impregnadas de aroma a hembra solo dijo,

–Ahhhh… que rico hueles aquí abajo lindura, de verdad que huele a hembra caliente y sedienta de verga, jejeje, diciendo esto último abrió su bocota babeante y lentamente se fue acercando a esa apetitosa y frágil panochita para comenzar a devorársela a su total antojo, se dio a lamerle el tajo hasta el cansancio, el viejo estaba fascinado nunca en su vida había chupado una zorra, esta era como su primera vez, se la chupaba, se la lamia y se la escupía, para luego explorársela con sus gruesos dedos de campesino, todo era mágico para don Herculano, por primera vez iba disfrutar de una mujer que no fuese puta, y lo más importante: estaba solo a minutos de ser él… Herculano Pincheira quien iba a descartuchar a una joven hembra gótica que tuvo la mala suerte de cruzarse por su camino, estaba en un sueño del cual no quería despertar nunca jamás.

Ángela sentía repulsión por todo lo que le hacían ahí abajo, solo a unas cuartas de donde estaba su ombligo, hiso un esfuerzo por controlar sus nauseas,

pero lo que no sabía la pobre jovencita era que lo peor estaba por llegar.

Cuando don Herculano por fin se cansó de sorber jugos, chupar, lamer y

jugar con su nunca antes penetrada zorrita le alzó las piernas doblándoselas y haciendo que se quedara con ellas abiertas, para empezar a montarse sobre su curvilínea anatomía con claras intenciones de meterle aquella monstruosidad de verga que ahora la tenía más tiesa y parada que nunca.

La gótica al notar que el vejete se le estaba montando para convertirla en su mujer instintivamente comenzó una frenética lucha para defender su virginidad, pero más que eso era el tremendo pánico que sentía al solo imaginarse estar siendo penetrada por semejante animal, el vejete que ya estaba caliente al máximo no iba a dejar pasar esa oportunidad y ya estando montado cómodamente sobre su blanco y curvilíneo cuerpo, le aplico dos severas cachetadas en el rostro, estas fueron tan bestiales y dolorosas que la nena automáticamente se quedó paralizada y shokeada esperando sin saber lo que iba a suceder…

–Ahora vas a saber lo que es culear con un verdadero macho caliente pendeja con cara de muerta!!!, jejejeje, así que déjate de pendejadas, ya estás en edad de ser gozada por un hombre de verdad putaaaa!!!,

–No… por favor don Herculanooo no me violeeeee… snifssss…

–Yo no te estoy violando pendejaaaa!…fuiste tú solita la que se vino a meter a mi propiedad, nadie te forzooo!… y vi como tú y la otra putaaa me miraban la verga escondidas detrás de un arbusto, así que no seas zorra para tus cosas, jajaja!!…viniste por verga…y verga tendrasss!!, jajajajaja!!!!!

Ángela noto como el viejo una vez que dijo esto último ubico la cabeza amoratada de su herramienta justo en la entrada de su virginal panochita, este sin esperar nada más solo comenzó a empujar con fuerzas y sin consideraciones.

A cada a empujón su enorme tranca parecía destrozarla por dentro, pero de pronto sintió que el dolor se hacía cada vez más intenso e insoportable, la dolorosa sensación en su vagina era que la estaban rompiendo por dentro, el vejete hacia fuerzas desmesuradas por meter su herramienta lo que más pudiera adentro de esa apretada panocha que se negaba a recibirlo por completo, ambos cuerpos sudaban, el suplicio para Ángela ni siquiera comenzaba aun, don Herculano volvió a acomodarse en los abiertos y blancos muslo de la gótica, le miro sus ojos negros y su cabellera azulada, el rímel ya se le había corrido y se desparramaba por la asustada lozanía de su cara, hasta que ella lo vio cerrar sus ojos como si este viejo asqueroso se concentrara en algo, y fue cuando lo sintió entrar,

–Nooooooooooooooooooooooo!!!!!, fue el primer desgarrador grito que se sintió a las orillas del rio, el viejo empujo firme y en forma salvaje alojándole su verga al interior de su cuerpo en toda su extensión, su virgen vagina ya no lo era, se lo había comido todo, –Ahhhhhhhhhhhhyyyyyyyyyyyy…que me doliooooooo!!!! Saqueloooooo!!! Buahhhhhhhh!!!! Buaaahhhhhh!!!! Ayyyyyyyyyyy!! Ayyyyyyyyyy!! No por favorrrrrrr!!!! Sniffsssssssssss! Snifsssssssssssssss!!!.

Ángela lloraba con su carita desencajada por el inmenso dolor que le causaba el sentir su coñito abierto y ensartado por una verga que le llegaba hasta la misma altura de su cintura.

–Cállate zorraaaaa!! Y acepta el dolor de la vergaaaaa!!! Jajajaja!!! Eres mía pendeja, te cabo de convertir en mi mujer, jejejeje… Te juro que desde ahora te encantara que te meta mi tranca…, el viejo le decía esto con todo su cuerpo echado hacia adelante, sintiendo en su verga la exquisita sensación en que el joven coño de Ángela le abrazaba su herramienta, –Ohhhhhh… era verdad lo que me decías pendejaaa!… tu coño me aprieta la verga en forma exquisita Mmmmmm… , el viejo lentamente empezaba a hacer unas especies de círculos con su cintura pero siempre empujando hacia adentro, para luego seguir envileciendo a la asustada chamaca, –Ahora acostúmbrate cosita que luego nos comenzaremos a mover fuerte, Ohhhh! Ahhhhhh!! Que delicia es estar adentro de tu cuerpo mi reinaaaa, le decía el salvaje de don Herculano, quien ya se había comenzado a mover lentamente, para ir agarrando ritmo y fuerzas a medida que metía y sacaba.

El viento mecía la copa de los árboles, el paisaje de por si era paradisiaco, la corriente del rio seguía por su cauce y a orillas de este una joven de 18 años estaba culiando con un viejo de 51, ella debajo de él, y el montado sobre ella dando su vida por aquella desquiciante cacha que se estaba pegando con una exquisita chica gótica.

El vejete seguía penetrándola con todas sus fuerzas, y el dolor no desaparecía del cuerpo de Ángela, a estas alturas su vagina se le había dormido de tantos feroces espolonazos, la nena solo se dejaba hacer, llorando en silencio y con su manita y deditos semi doblados en su boca no daba crédito a lo que le estaba sucediendo, sentía sobre su figura el pesado cuerpo de don Herculano que no cesaba en sus furiosas arremetidas, se quedó quieta intentando controlar su respiración, deseaba que aquel doloroso martirio terminara cuanto antes, aunque a estas alturas el vejete estaba tan metido dentro de su cuerpo que sentía los latidos de la verga al interior de su estómago, como también sentía sus testículos como le rozaban su apretado esfínter, la nena estaba clara que la habían abierto por completo.

Don Herculano aserruchaba firme, sentía el aroma de su pelo y de su piel, por ningún motivo pensaba en parar la faena copuladora, la pendeja estaba realmente exquisita, y él se había prometido que nunca más tendría consideraciones antes de poseer a alguna mujer, ya que si se les trataba bien estas se comportaban como una verdaderas zorras, y les daba por hacerles pendejadas a los hombres, así que determinaba que estaba muy bien lo que le estaba haciendo a Ángela, con esto último redoblo las fuerzas y los empujes hacia el afiebrado cuerpo de la nena.

De pronto el viejo se tomó un descanso pero se la dejo totalmente envainada, Ángela al saberse ensartada a cabalidad se sintió extraña, sentía la verga del viejo como si fuese un animal con vida propia que se movía dentro de su cuerpo, al estar totalmente ensartada por su vagina, de pronto imagino que la verga se hinchaba cada vez más y más, el vejete nuevamente había vuelto a sus enloquecedores movimientos de mete y saca, haciéndolo una y otra vez, así estuvieron por largos minutos, lo que sentía la gótica en esos momentos era algo totalmente nuevo para ella, ya no sentía dolor, sentía que mientras más fuertes fuesen los vergazos que le daban, más gustillo sentía al interior de su zorrita, Ángela no quería reconocerlo pero era su propio cuerpo quien en esos momentos le decía lo muy rico que se la estaba culiando un viejo que apenas conocía.

Don Herculano se la estuvo culiando por un buen rato, la follada ya iba como para los 45 minutos por lo menos, y Ángela ya se movía al mismo ritmo con que le empujaban la verga para adentro, mientras más firme ella empujara contra la verga más rico y delicioso era el placer que le otorgaba su sistema nervioso, de pronto sintió una sensación de como si se le fuera a parar el corazón, era algo desconocido, como una poseída empezó a menear su cuerpo en forma acelerada jadeando y gimiendo como una vulgar puta, el vejete babeaba de gusto y calentura, la pendeja ya culeaba como una verdadera mujer y él era el causante de ello y quien le había enseñado, junto su bocota de depredador junto a los morados labios de la chamaca, quien lo recibió con un exquisito beso con lengua, don Herculano no era un besador innato, pero viendo la desesperada forma en que Ángela metía su lengua dentro de la boca de él solo comenzó a hacer lo mismo, aquella juvenil boquita de 18 años sabia a menta, y era verdad.

Ambos amantes no se daban cuenta de la forma salvaje en que se estaban dando, don Herculano como pudo fue dando vuelta el cuerpo de la muchacha, hasta que quedo ella montada sobre la redonda y prominente panza peluda del vejete,

–Lo ves putaaaaa! Yo sabía que te iba a encantar la vergaaaa!!!, la gótica casi no lo escuchaba solo estaba concentrada en moverse y refregarse bien refregada la verga del viejo en su ensangrentada conchita, sus tetas saltaban exquisitamente al mismo ritmo en que la nena hacia sus movimientos de placer haciendo enloquecedores círculos, su cintura se movía desquiciantemente como una acordeón, combinando con firmes subidas y bajadas de caderas para luego hacer unas diabólicas ondulaciones como queriendo sacarse aquella deliciosa estaca de carne por la boca.

El viejo comenzó a darle unas fuertes estocadas hacia arriba, ensartándola con ferocidad…

–Mmmmfssss, gesticulaba a duras penas la diabólica muchacha…

–Te gusta zorraaaaaa!!! Te gusta que te lo hagannnnn!!!

–Siiiiiii… es muy…ri cooooooo…que a una se la cu…liennnn!!!…, le confirmaba la transpirada gótica sin dejar de menearse.

–Jejejeje…yo sabía que te iba a gustar mi vida…desde hoy eres mi hembra…quiero que vengas día por medio a acostarte conmigo…lo harás ricura?

–Siiii don Herculanoooo… Usted me culia muy ricoooooo… yo vendré todos los días a acostarme con Ustedddd…Ohhhhhh auchhhhh..que ricoooo mi amorrrrrr…le decía la caliente chamaca sin ni siquiera saber lo que estaba diciendo…

–Jajajaja con eso ultimo te sacaste el premiado lindura, jejeje…desde hoy serás mi putita… y no pienso compartirte con nadie, jejejeje solo serás miaaaaa!!!, le dijo a la vez que le mandaba una salvaje estocada, que Ángela recibió con cara de degenerada, desde hace rato que era inconsciente que se la caían las babas de su dulce boquita…

Don Herculano la atrajo hacia el abrazándola con sus peludas manazas, a la vez que le daba sendas chupadas a las duras tetas que se gastaba Ángela, ella ya lo disfrutaba todo, su mente estaba en blanco, solo sentía oleadas de placer por todo lo que le hacía don Herculano, y se lo demostraba con exquisitos movimientos de su cuerpo para el beneplácito de aquella grandiosa verga que se la tenían ensartada en lo más recóndito de su espléndida anatomía.

El vejete solo dejaba que Ángela se moviera como quisiera, hasta que al verla en el total estado de calentura en que se encontraba se la desclavo como si ella fuese una muñeca y la puso en 4 patas como a las perras, la sangre virginal corría por los potentes muslos de la hembra, pero a ella ya no le importaba nada, el viejo comenzó a chuparle el culo como si este fuese un helado, la nena sentía muy rico, la sensación de la lengua del vejete en su esfínter casi la enloquecieron, le encantaba sentir las babas de don Herculano chorrear por sus muslos, pero cuando noto la verga acomodarse en la misma entrada de su culo, nuevamente cayo en pánico…

–Nooooo!!!, noooo!!, noooo!, por favor don Herculano eso nooooo!!! Otra vez nooooo!, decía con su vocecita entre caliente y asustada.

El viejo no tubo compasión por la tierna chamaca, una vez que acomodo la tranca en el cerrado orificio posterior de Ángela no se lo metió, sencillamente fue el quien agarrando a la joven de sus muy marcadas caderas, con fuerzas la atrajo hacia el y la empujo contra su apéndice vergal enterrándose por completo el culo de la nena contra su verga.

La gótica recibió el salvaje empalamiento con un ahogado grito de tortuoso horror, sus dedos se crisparon y se enterraban en el pasto, con su cara congestionada y su boca totalmente abierta, recibía por el orto los tormentosos apuntalamientos de verga, su vista se le nublo cuando su cuerpo no fue capaz ya de resistir el desgarrador sufrimiento al cual estaba siendo sometido y la pobre sencillamente se desmayó.

Don Herculano quien no estaba al tanto de lo que le ocurría a su joven víctima y a posterior de aquel bestial enculamiento le empezó a dar con rabia, como si ella hubiese sido la culpable de todas sus desgracias, pasaban los minutos y ante las salvajes arremetidas y producto del incesante y doloroso suplicio la gótica poco a poco volvió en sí, sentía que en cualquier momento la iban a matar a vergazos por el culo, acompañado de que mientras más profundo le daban, más se le revolvía el estómago, y sabiéndose imposibilitada de cualquier tipo de escape simplemente comenzó a vomitar mientras implacablemente le seguían rompiendo el culo bestialmente,

–Jajajaja!!! Que cerda me saliste para tus cosas Mamasota, por cochinona te voy a seguir rompiendo el orto para que no puedas cagar en dos meses, jajajaja!!!!,

El vejete la seguía enculando sin piedad, la gótica una vez que se pudo limpiar la amarga bilis de la boca, y temiendo por su vida saco un poco de fuerzas y le comenzó a solicitar al vejete,

–Ayyyyyyy!!! Ohhhhhhh!!!! Don Herculano….no tan fuerte por favor!!…. que me va a matarrrrrrrrr por el culoooooooooo!!!!! Gritaba la nuevamente adolorida Ángela una vez recuperada de sus regurgitaciones…

Pero el vejete que estaba bañado en sudor solo seguía enculandola como un poseído,

–Plafff!… plafff!!… plaffff!!!… retumbaban las redondas y antojables nalgotas da la gótica ante el enardecido ataque del caliente y eufórico vejete, Ángela ahora aguantaba el brutal ataque mordiéndose el labio inferior con una verdadera expresión de doloroso pánico, sus ojos se mantenían abiertos como si estuviesen presenciando un milagro, pero ante cada brutal enterrada de verga del lujurioso vejete, de sus labios morados ya brotaban gemidos que más parecían de placer que de dolor, así lo confirmaba también su respiración agitada y excitada, el intenso dolor anal y el saberse puesta en cuatro patas le hacían sentirse más mujer, más hembra y más perra, pensaba en lo extraño que era todo esto ya que ella nunca en su vida se había sentido así.

El viejo Herculano estaba culeandosela como enloquecido, miraba ese portentoso y tremendo cuerpazo que la gótica comúnmente escondía debajo de sus oscuras ropas, le miraba ese glorioso par de nalgotas que le sorbían sus 23 centímetros de verga casi en su totalidad,

–Ayyyyyy don Herculano… más despacio por favor…que me va a rajar por el culo, el cuerpo y las tetas de la gótica se movían en forma escandalosa, al mismo ritmo en que le perforaban el culazo.

–Ya te dije que tenías que aceptar el dolor de la vergaaa!!, jajajaja!!, aguanta mi Morticia que después de unas cuantas folladas por el ano te harás una adicta a que te den por el culo!!, jajajaja!!! Tomaaaa!!!, el viejo seguía arremetiendo y la gótica continuaba recibiendo verga, –Muéveme el culo pendeja recuerda que desde hoy eres mi mujerrrr!!!, don Herculano se estaba pegando la follada de su vida, y Ángela lo secundaba en sus viles abominaciones.

La hermosa joven de pelo azul y blanca piel ya gozaba desde hace rato con lo que ahora le hacía don Herculano, estaba casi enloquecida de calentura al escuchar ese lenguaje soez y vulgar con que la trataba el miserable vejete, las estocadas que le daban por el culo cada vez eran más recias y profundas, haciendo que su delineado cuerpo le regalaran oleadas de placer anal, sensaciones que la obligaban a retorcerse de gusto intentando de atornillar por el culo a aquella gruesa verga que tan deliciosamente la perforaba, la gótica ya no podía más de tanto placer que le estaban otorgando, por su parte don Herculano al notar de lo bien que se lo estaba pasando la chiquilla, la tomo violentamente de su azulado cabello intentando tratarla como a una yegua, para luego comenzar a darle más duro por el culo, esto fue demasiado para la pobre y caliente Ángela, simplemente la nena se llegó a mear de tanto placer…

–Ayyy don Herc… siento algo raroooo!! Ayyyyyy que ric….Ohhhh que esto Diosssss!!! Ohhhhh que ricoooooo!!! Ufffffff!!, hasta que la nena exploto en un muy extraño pero enloquecedor orgasmo, –Ayyyyyy que meooooo!!! Ayyyy que me meooooooo!!!! Asiiiiiiii!! Deme más durooooo!!! Don Herculano no aguanto masssss, me voy a me…… Ayyyyyy me mieeeeeeeeeee!!!!! Ohhhhhhhh que ricooooooooo!!!

Ángela corcoveaba de auténtico placer, sus muslos y piernas chorreaban de su propia orina, el vejete estaba encantado no sabía de ninguna puta que se hubiera llegado a mear de tanta calentura, y él lo había logrado con una linda chiquilla de pelo azul y de 18 añitos, sabía que Ángela le traería buena suerte, si hasta ya le estaba empezando a tomar cariño a la pendejilla caliente esa, que seguía retorciéndose de placer con su vergota metida en lo más profundo de sus intestinos.

El viejo ex recluso que aun aguantaba sus fuerzas la desclavo de una, Ángela sintió su orificio posterior vacío en el mismo momento en que se le lleno de aire, su cuerpo estaba electrizado, aun se sentía dependiente de aquella monstruosa verga que la había convertido en mujer a orillas de un rio, con cara de viciosa se puso de espaldas y abrió sus muslos todo lo que pudo, para demandar lo que a ella le correspondía,

–Don Her…cu…la…no… síga…me cu…liando!!…

–Jejejeje, mira que eres puta y viciosa pendeja endemoniada… te he estado follando por más de una hora y todavía quieres más!!?, jajajaja!!! ni las putas profesionales piden verga con tanta ansiedad como lo estás haciendo zorraaa!!!, jajajajaja!!!!…

–Por favor don Herculano solo otro ratito, le pedía en forma suplicante y con sus ojos llorosos de calentura moviendo sus caderas ondulatoriamente, la nena ya no aguantaba más de tanta excitación al estar mirando la verga del vejete como amenazaba de lo tiesa y parada que aun la tenía, la jovencita estaba totalmente fuera de sí, mientras le abría las piernas ofreciéndose y acomodándose esperando a recibir nuevamente la tranca al interior de su cuerpo…–Por favor don Herculanoooo!… violemeeee!!…. culiemeee!!… culiemeeee una última vez y acabemos con esto!!!, empezaba a sollozar extasiada y desesperada porque el viejo le metiera la verga,

–Jajajajaja!!! Jamás me imagine lo buena que me saldrías para la verga, jajaja!!!, a ver? grita más fuerte pendeja porque no te creo mucho lo que me estas pidiendo, jejeje…

–Follemeeeeeeee!!! Culiemeeee de una buena vezzzzzzzzzz!!!!, gritaba Ángela con sus piernas totalmente abiertas…–Soy su putaaaa!!! Soy una putaaaaa y puede culiarme todo lo que quieraaaaaaaaaaaaaa!!, gritaba histérica y con voz ronca, la nena lloraba de calentura aun no saciada.

El viejo ya no aguantando más se abalanzo sobre su cuerpo y comenzó a besarla frenética y asquerosamente, le metía su inmunda lengua en la inmaculada boca con sabor a menta, Ángela recibía sus salivas y recorría con su lengüita sus rosadas encías como así mismo los dos únicos dientes que el viejo poseía, prácticamente se los estaba chupando, la gótica le lamia la cara, su sabor salado y su olor a macho la tenían cautivada, quería todo lo de él, su tranca ya estaba nuevamente en su máxima erección, don Herculano nunca en su vida imagino que aquella niña de tan solo 18 años virgen y sin usar por nadie, se iba a calentar tanto después de haber probado su verga, si eran 33 años de diferencia entre ellos.

Don Herculano totalmente enardecido recorría con sus peludas y grotescas manos el suave y curvilíneo cuerpazo de Ángela, que a puros gemidos seguía rogando por que la ensartaran nuevamente, el viejo se subió a su desesperado cuerpo sediento de verga, y ubico su gruesa tranca en el recién estrenado reducto de amor de la nena, poco a poco se la fue metiendo mientras le decía a sus perfumados oídos,

–Que rica tienes la zorra pendeja caliente…esto es lo que querías? …pues ahí la tienes, el viejo se la fue metiendo de a poco, sintiendo la estreches de la muchacha, –Aun la tienes apretadita mi vida, le decía el viejo verde con sus ojos cerrados, y con cara de gozador, la gótica sentía que el vejete nuevamente la estaba llenando de verga, sus gemidos comenzaban a aumentar,

–Mmmmmm…, la nena se imaginaba que don Herculano jamás acabaría de meterle verga, y le encantaba sentirlo así, sus jadeos no demoraron en hacerse notar…

–Jejeje…que zorrita más rica es a la que me estoy culeando, le decía mientras empujaba profundo sobre el acalorado cuerpo de la joven el cual también jadeaba en forma exquisita, –Lo ves pendeja como te encanta la verga? Te mueves rico para culear… eres una verdadera putita, jejeje…

Don Herculano empezó con los rudos movimientos de mete y saca, ya estaba casi por llegar al tan ansiado orgasmo…

–Ahhhhh don Herculanooooo masssss!….masssss!!…..masssssssss!!!!, le imploraba Ángela quien se movía totalmente aferrada de las anchas y peludas espaldas de su amante…

–Tomaaaa!! Tomaaaaa!! Le decía el vejete apuntalándola con bestialidad, –Eres mi perraaa calienteeeee!!

–Siiiiiii yo soy su perraaaaaaaaaa!!!!, le confirmaba la nena con sus ojitos cerrados y presa por la calentura que le causaba al sentirse penetrada por aquel ordinario vejestorio…

La panochita de la gótica nuevamente chorreaba cuantiosas cantidades de líquidos vaginales, la verga de don Herculano entraba y salía sin ningún impedimento de la resbalosa entrada intima de la nena, ella también empujaba sus caderas hacia adelante en busca de verga, el viejo prácticamente la estaba matando de placer, hasta que las tibiezas de sus carnes le ganaron a la estaca penetradora,

–Ohhhh que rico estoy sintiendo pendeja te lo voy a dar…

–Demelooooooo lo quieroooooooo…echemeloooo todoooooooo!!!

Ambos se pusieron a culiar rápidamente, con sus respiraciones totalmente agitadas y entre mezcladas, –Ah ha! Ah ha!! Ah ha!! Ah ha!!! Ah ha!!!! Se escuchaba alrededor de ellos como si estuviesen dándose desesperados, hasta que el vejete sintió como si lo estuviesen noqueando…

–Arrrrrggggggggggggg!!! Tomaaaaaa pendejaaaaaaaa… ojala te quedes bien preñadaaaaaa….ahhhhhhh…que rico me comes la vergaaaaaa!….mamitaaaaaaa!! mmmmmfsssss…

Ángela al sentir por primera vez en su vida como una inmensa verga escupía cuantiosas cantidades de un líquido espeso y caliente al interior de su cuerpo, nuevamente no se aguantó y volvió a mearse de una verdadera y genuina calentura, a la vez que solo meneaba muy despacito su cintura para que aquel falo al cual ella estaba bañando con sus calientes líquidos, y que tan exquisitamente la estaba fertilizando no se le saliera ningún centímetro de su interior, solo sintió que su cuerpo se desintegraba, mordiéndose su labio inferior gozo atenazada al cuerpo de su macho, hasta que sintió que este dejo de hacer fuerzas con su verga, ambos quedaron pegados por unos buenos minutos.

El viejo Herculano la desclavo y se quedó tirado un rato junto al inmóvil cuerpo de la gótica,

–Eres toda una hembra Ángela, y me gustaría que te quedaras conmigo, pero ya está anocheciendo, toma tus ropas y lárgateee, tus papis se podrían preocupar, jejejeje, le dijo medio en serio y medio burlándose…

Mientras la avergonzada y agotada hembrita se vestía, el desnudo vejete la contemplaba, y una vez que ya estuvo completamente vestida, le dijo…

–Cuando volverás para que repitamos?, jejeje…

–No lo sé… le respondió la nena con un hilillo de voz…

–Pues yo quiero que vengas el próximo viernes, te daré una semana para que descanses… invéntate algo en tu casa para que nos acostemos en mi vivienda… quiero que pasemos un fin de semana entero encerrados y culiando, jejejeje…

–No sé si mis padres me dejaran salir…

–No me importaaaa lo que digan tus padres!!…, le vocifero en sus mismas narices, y tomándola violentamente de sus cabellos le puso en conocimiento, –Desde hoy eres mi mujerrr!!!..o acaso no recuerdas lo rico que te meneabas solo hace unos minutos… y quiero que te sigas vistiendo de la misma forma en que lo has hecho hasta hoy…te queda claro putillaaaaa!!!!

–Siiii,

–Si queeee!!

–Si don Herculano me queda claroooo…

–Así está mejor pendeja!…y no quiero enterarme que andas enredada con algún chamaco del pueblo, porque soy capaz de matarte a patadas, y de paso me despacho al pendejo que desde hoy se atreva a tocarte o molestarte…necesitas dinero!?, la nena totalmente sorprendida por la insólitas aclaraciones que le hacia el vejete, solo negó con su cabeza…–Bien! si necesitas algo solo vienes y me dices, ahora lárgate que ya es tarde… y te estaré esperando el próximo viernes en la tardecita, jejejeje…

A los dos días de ocurrida la violación de Ángela, en la casa de Odette y Julián se vivía otra situación.

Era de noche y mientras Jazmín se encontraba en su habitación, retocando su cutis y piel corporal con finas cremas y lociones, en la habitación de sus padres reinaba la preocupación,

–De verdad que no sé qué hacer Odette, los bancos ya no quieren dar más plazos, todas las propiedades están casi embargadas, y ahora les dio por encapricharse con nuestra casa…de verdad que no sé qué hacer amor, ya ni los pocos narcos que van quedando en la región quieren hacer negocios conmigo…

Odette quien vestía una fina bata de seda que le llegaba hasta un poquito más arriba de la mitad de su tonificados muslos, miraba al único hombre de su vida y a quien amaba con todas las fuerzas de su corazón, pensaba en que de alguna forma saldrían de esa situación, a ella no le importaba que él se haya despilfarrado la fortuna que ella había heredado de su familia, total lo habían hecho juntos, el pobre nunca había sido bueno para los negocios.

Ella en su juventud se la había jugado entera por estar junto a Julián, y había jurado ante Dios estar en las buenas y en las malas junto a él, a veces pensaba en lo que habían hecho producto de la inmadurez, y cuando en algunas ocasiones recordaba al pobre infeliz que habían utilizado para salirse con las suyas, prefería no pensar en el tema, estaba segura que a Her lo habían matado en la cárcel o vivía de vagabundo en la ciudad.

–Tranquilo cariño ya verás que en la reunión de mañana sabrás encontrar una solución,

–Mi vida…los del banco dijeron que ya no había más plazo, y te están citando a ti a la reunión, me han dicho que las únicas propiedades que nos quedan están a tu nombre, por lo tanto yo ya no tengo ninguna potestad ni injerencia sobre las decisiones que de ahora en adelante se tomaran, y la verdad amor yo ya estoy harto de dar explicaciones…

–No te atormentes Julián, ya has hecho suficiente… yo iré a la reunión con esa gentuza, ellos solo son empleados, con mi nombre y buen apellido sabré como dar vuelta la situación, así que tranquilo…

Julián veía lo hermosa que era ella, y tenía razón siempre en el pueblo se había hecho lo que la familia de Odette determinaba, aunque ya no estaba don Ambrosio, sabía que el nombre de su mujer aun prevalecía entre los más acomodados de la región, seguramente que a ella si le darían esperanzas se aferraba el pobre a una señal de esperanza a la delicada situación financiera en la cual estaban.

La tremenda hembra se recostó en el lecho matrimonial como queriendo tener sexo, pero su marido no estaba de ánimos para nada, la mujer entendió su reacción, así que se relajó y se prepararía para la reunión del día siguiente, ella pondría en su lugar a esa chusma que ni siquiera gozaban de un buen apellido como el de ella, y que se atrevían a tomar decisiones con el dinero que no era de ellos.

Odette iba vestida con un elegante traje color crema, al ingresar al banco fue el blanco de casi todas las miradas de los ahí presentes casi todas masculinas, prácticamente se la estaban comiendo, le miraban sus rotundas curvas provocativas haciéndola ver como una mujer totalmente apetecible, con sus piernas enfundadas en medias de seda que invitaban a cualquier macho a sobárselas. Su bello rostro de rasgos apacibles y con su cuerpo tentador despertaban las ansias carnales de todos los ahí presentes, la señora estaba hecha para el deseo sexual, con un culo impresionante y redondo daban lugar a una hembra imponente, sexy y tentadora, que estaba hecha para la cama, un hombrecillo pequeño y regordete con lentes de gruesos cristales salió a recibirla,

–Señora Odette…buenos días la estábamos esperando…

–Buenos días… vengo hablar con el gerente, le contesto a aquel tipejo con la característica altanería con los que ella trataba a los que consideraba de más baja clase social que la de ella…

–Pues el Gerente del banco no está, ha viajado a la capital… su reunión es con el abogado del banco y con los principales acreedores…

–Entonces me voy… yo no acostumbro a hablar con los empleados… así que dígame cuando puedo volver?,,,

–Señora… le repito su reunión es con los abogados, el gerente no tiene nada que ver en esto, Odette puso una cara de fastidio al tener que forzosamente entenderse con aquel hombre con cara de roedor, –Solo serán unos minutos… el principal acreedor quiere llegar a un acuerdo, pero eso depende de Usted… si se retira ya no habrán posibilidades y darán la orden de embargo para hoy mismo…, el viejo tomo un poco de aire y continuo, –Señora su situación financiera es bastante delicada le recomiendo que ingrese a la reunión…

–Está bien pero que sea rápido, dijo finalmente la elegante señora…

–Por petición de nuestro cliente y principal acreedor de sus deudas este a solicitado que la reunión sea en su residencia, vera la documentación está en poder de los abogados del banco, ellos ya han revisado todo, y si Ud. no llega a un acuerdo con el acreedor ya no habrá más que hacer…

–Y adonde es la reunión entonces?…

–No es muy lejos, por solicitud del señor Pincheira el banco ha puesto un vehículo a su disposición, le acompañara su abogado… este le está esperando afuera…

Odette fue acompañada por el hombre del banco hasta el vehículo que la llevaría hasta la residencia del señor Pincheira, principal acreedor que había comprado las deudas del feliz y respetable matrimonio.

Odette no puso atención que el abogado del señor Pincheira era un negro alto y de labios carnosos, solamente y con extrema elegancia se subió al vehículo dispuesto por el banco para que la trasladaran hasta las dependencias en donde seguramente ella llegaría a un acuerdo comercial para salir de su difícil situación financiera. El vehículo se puso en marcha y tomo rumbo hacia la casa de don Herculano.

(Continuara)

 

Relato erótico: Legión: Ícaro (POR VIERI32)

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indefensa113 de marzo de 1096
Cinco años. Años de guerra, sangre y sinsabores en donde derrotamos a los cumanos a orillas del río Temes y finalmente en Orsova. Vi las crueldades de la guerra justificadas en nombre de la religión y el reino de Hungría, y dentro de mí desfilaron incontables dudas cada vez que un enemigo probaba el acero afilado de mi espada. Pero el infierno quedó atrás, llegó el descanso para el guerrero porque por fin, cinco años después de partir, estaba de nuevo en casa.
Contemplé el oscuro río Danubio acaparando todo el horizonte como si fuera una parte más de ese cielo negro que poco a poco cedía al alba. Apurando el paso a escasa distancia del río, me quité el pesado almófar y lo lancé a la tierra. Y caí arrodillado allí donde el agua arrimaba, empapándome con una sonrisa como no esbocé en años.
Poco caso le presté a mi compañero Endré, quien venía detrás, probablemente tan cansado como yo pues la cota de malla que llevábamos los soldados del reino hacía que cada paso que diéramos en la arena fuera una tortura. Acercándose, y con su respiración entrecortada, me sacó de mis cavilaciones:
—¡Jozsúa! ¡Jozsúa, hijo de puta!
—¡Endré, necio! ¡Llegamos!
—¡Ja! ¡En casa de nuevo! … ¡Tengo… tengo que hacerlo ahora! –Rápidamente se quitó las botas y las lanzó cerca de mí. Con una enorme sonrisa surcando su flacucha cara, enterró los pies desnudos en la arena y jugó con ella entre sus dedos.
—Endré… pareces un crío.
—¡Pero qué bien se siente, mierda!
Se quitó el camisón de lino y amagó retirarse la cota de malla mientras se acercaba al agua. Se detuvo nada más le lancé arena a su rostro.
—¿Pero qué mierda te pasa, Endré? ¿Vas a darte un baño ahora? ¿Aquí? Aguanta un poco más. Zemun está a pocas leguas.
—Zemun… Y una mierda, ¡Zemun puede esperar!
—Muestra algo de porte, Endré, San Ladislao nos mira pues aún le estamos rindiendo duelo.
—Oh, vos ruego una disculpa, Jozsúa y San Ladislao –respondió masticando cada sílaba, remedando el actuar de la alta alcurnia—. Creo que tengo algo de tierra en el oído… ¿Tú sí puedes tirar toda tu puta armadura por el suelo, mas yo qué? ¿¡Mas yo qué!?
—¡Recoge tus cosas, amigo! En serio, queda poco…
Llegamos al puerto cuando el sol se asomaba en el horizonte y todo lo pintaba de un naranja nostálgico, mientras poco a poco los faroles de la ribera eran apagados por los pequeños para dar comienzo a las actividades de los mayores. El puerto y el mercado desprendían un olor a pescado que se hacía más fuerte conforme nos adentrábamos; Endré los odiaba: los peces y su tufo, pero en cambio a mí me traían buenos recuerdos de mi juventud.
Tras otra pequeña caminata logramos llegar por fin al pueblo, un incontable grupo de casonas humildes de madera añeja y paja desgastada de color ocre. En la capital no se encontraba tanta demostración de pobreza y humildad, pero prefería mil veces el calor de la gente de Zemun antes que el frío y etiquetado comportamiento al que acostumbraba en Esztergom.
Mientras más nos adentrábamos, entre los niños que admiraban nuestras armas y las damas que observaban de reojo, más se podía escuchar el sonido dulce del laúd proveniente de una de las casonas. Me fijé en una agrietada escalera que serpenteaba hasta la entrada de una casa, pues allí una hermosa morena se encontraba tocando el instrumento con los ojos cerrados, deleitando con su melodía a todo aquel que pasara.
Endré prestaba atención al tempo particular de la música: tenía un desarrollo lento de notas tristes pero remataba con un final apresurado y melodioso que invitaban a bailar hasta al más infeliz de los soldados del reino. Le tomé del hombro y le saqué de lo que fueran sus pensamientos:
—¡Endré! ¿No fue Lillia la que te despidió hace cinco años con su música de laúd?
—Lillia… Claro que la recuerdo, Jozsúa. Y la noche de despedida… ¡Ja! Nunca en mi vida disfruté tanto. ¿Sabes que usó sus dedos para…
—Ahórrate los detalles, necio. Es ella, la que está tocando en aquella escalera, ¿la ves?
—No, ¿¡qué estás diciendo!? ¿Es ella? Si es que… Jozsúa, ¿crees que me habrá estado esperando estos cinco años? ¿Reservando su esbelto cuerpo para mi retorno triunfal? –preguntó dibujando groseramente las curvaturas de una mujer.
—¿Reservado? Si es la más puta de toda Tierra Santa…
—Pero tengo un lugar en su corazón.
Lanzó su yelmo a mis pies. A los pocos segundos le acompañó el almófar y la crespina. Me miró con una sonrisa enorme y los ojos iluminados:
—Cuídamelos, Jozsúa.
—Jala-barbas, ¿tengo cara de ser tu esclavo?
Endré corrió presuroso, avanzando a empujones entre los niños y mercaderes. Idiota como siempre, se presentó bailando las notas de la chica para posteriormente hacerle una reverencia. Ella se sorprendió al verlo, asustada, dubitativa. Pronto lo reconoció y chilló de emoción para fundirse en un abrazo pasional que arrancó los aplausos de algunos curiosos.
Pero el viento frío y húmedo proveniente del mar cambió y me distrajo. De algo me avisaba; en mis años durante la guerra en Moldavia y Orsova aprendí a prestar atención al aire: algo se acercaba, algo me confesaba al oído como un susurro. A veces era una advertencia, a veces un consuelo para aguantar los momentos más oscuros.
Una repentina mano se posó en mi hombro, con tacto casi consolador. Me giré y sentí la garganta haciéndose un nudo, contemplando a la mujer más hermosa de toda la tierra: esos ojos azules como el Danubio, los labios seductores dibujado por dioses, el hermoso y largo cabello ondulado que no tardé en recorrer con mis dedos mientras ella me dedicaba una sonrisa.
—Bienvenido a casa, Jozsúa.
—¡Por San Ladislao! Te pareces mucho a mi Fabiane… Pero ella no saldría a mi encuentro, no sé quién serás tú.
—Antes que soldado, bufón –respondió acariciando mi mejilla. La sedosidad de su piel me erizó; extrañé tanto el contacto suave de su mano yendo por mi piel, de su boca y sus dedos consoladores. Todos esos recuerdos, ese calor de su cuerpo sobre el mío, sus besos, sus dulces susurros en la ribera bajo la luz de la luna, todo volvió a mis memorias.
—Fabiane, ¿recibiste mi cart…—Y me interrumpió con un bofetón.
—¿Con cuántas has estado en Esztergom? Confiesa, soldado.
—Mierda. ¿Quieres saber? Siete… creo que nueve… No, espera, que los dos últimos solo eran muchachos muy femeninos.
—Dime que estás bromeando…
—Fabiane, ¿y Gabriela? ¿Dónde está la niña?
—En casa, hoy amaneció mal. Quería venir para acompañarme, por si hoy fuera el día que llegaras… pero le dije que esperara en cama. Vine para hacerle una visita al curandero, no pensé que me toparía contigo aquí.
Mi plan para festejar mi retorno triunfal consistía en pasar el resto del día en la posada donde tan deliciosa aguamiel preparaban, pero el pichel tendría que esperar. Había algo que apremiaba atención en mi corazón:
—Vamos a casa, Fabiane, quiero ver la cara de sorpresa que pondrá la pequeña cuando me vea…
28 de octubre de 2016
—Fumar mata, Ámbar  –me advirtió el comisario desde el otro lado del móvil, justo en el momento que dejaba el coche dentro del estacionamiento de mi edificio. Eran casi las doce de la madrugada y no había ni un alma viva en las calles. De todos modos, con la infernada que se sucedía una tras otra en toda la ciudad, nadie querra salir: que los robos, que los asesinatos, que los piquetes. El fin del mundo a la vuelta de la esquina. Otra vez.
—Me convenciste, jefe. Acabo de tirar el cigarrillo por la ventana.
—Sigues fumando, ¿no es así?
—Como si no hubiera mañana.
—Suéltalo Ámbar, en serio. Te necesitamos a pleno para salvar la ciudad.
—Disculpa, pero mi idea de “salvar a la ciudad” no incluye buscar a un pobre bastardo que robó el Mercedes de último modelo de su jefe.
—¿Y tu idea consistió en decirle al hombre “Cómprate otro que se te ve forrado”, mientras le tomábamos la declaración?
—No estaba de humor, es todo. Tú sabes qué fecha es hoy, tú me conoces.
—Claro que lo sé, chica, ¿por qué crees que te estoy mandando a descansar? Despéjate, date una ducha de una hora y léete algo, ¿sí? ¡Y sobre todo suelta el puto cigarrillo!
—Gracias, comisario.
Corté la llamada y miré el reloj. Exactamente las cero horas. Una amargura pobló todo mi cuerpo como si de un extraño reloj biológico se tratara. Cinco años. Oficialmente habían pasado cinco años desde la muerte de mi hija Sofía; retiré de mi guantera mi automática y la miré, ladeándola y contemplando sus aristas.
Y enterré el cañón en mi boca. Cinco años. Cinco putos años aguantando el dolor, las heridas que no cierran y la dulce voz de una niña rogando un milagro en la camilla del hospital. Cinco años sufriendo como una mujer condenada y maldita. Fue esa actitud la que me valió la imagen de la más brava de la comisaría: siempre al frente en un tiroteo, siempre allí en un intercambio de rehenes, en una persecución, siempre la que daba un paso adelante cuando había que requisar un antro de drogas pertenecientes a una mafia brasilera. Siempre, muy en el fondo, rogando por una bala que terminara mi sufrimiento.
Uno, dos, tres golpecitos de mi lengua al cañón. Me sequé las lágrimas y devolví el arma a la guantera. A veces, pretender que estoy a centímetros de la muerte hace que el dolor se esfume por unos instantes.
Nada más salir del coche, el frío me heló la piel e hizo que el vaho de mi respiración se confundiera con el humo de mi cigarrillo; ni siquiera mi gabardina era suficiente para protegerme de la intensidad de la helada.
Antes de guardar el móvil, noté que se había apagado. Avanzando hacia la entrada, le di al botón de encendido porque estaba segura de que había cargado la batería antes de salir de la comisaría. Pocos segundos después, las luces del estacionamiento, así como las luces de las farolas de las calles, se fueron.
Un ligero silbido se escuchó proveniente del cielo. Salí a la calle para ver el causante del sonido; similar al motor de un avión, pero era imposible notar algo por más que ojeara entre las estrellas. El ruido poco a poco aumentaba y ubicar su origen me resultaba imposible… Hasta que una bola de luz blanquecina y potente atravesó el cielo. Rápida, incisiva. Se abrió paso entre un grupo de nubes y las arremolinó, transformó la negrura de la noche en día por unos instantes debido a su fuerte iluminación y, muy para mi asombro, parecía que iba a impactar entre los edificios de mi barrio.
Estaba bastante segura de que era un meteorito. Y obviamente se llevaría mi vida y la de todo el barrio en un santiamén. Me importaba una mierda, la verdad. Lancé el cigarrillo al vibrante suelo y lo maté con una pisada. Extendí los brazos en cruz con una sonrisa grande y cerré los ojos esperando la muerte. No iba a morir en un tiroteo, o en un intercambio de rehenes o durante alguna redada; iba a morir de la manera más extraña posible.
—Sofía, voy junto a ti –susurré.
Y pasaron los segundos. Uno, dos, tres. El sonido cesó, el suelo dejó de vibrar, aquella luz se esfumó y nada impactó contra la tierra. ¿Me estaba volviendo loca de remate? ¿Acaso mi mente me estaba empezando a jugar malas pasadas debido a mi forma peculiar de afrontar la vida?
—Madre mía, definitivamente me estoy volviendo loca…
Entré en mi edificio y saludé al portero que había encendido un par de velas de cera debido al apagón. Me preguntó si yo también había oído aquel ruido tan raro proveniente del cielo, pero para no complicarme las cosas me encogí de hombros y le dije que estaba muy metida en una llamada. Rauda subí por las escaleras, con mi mechero en mano iluminando pobremente mi caminar.
Llegué a mi departamento con las piernas ardiéndome pues hacía rato que no subía tantos escalones, e ingresé tras pelearme un ratito con el llavero, no sin antes encender un último cigarrillo para finiquitar mi noche.
El departamento no estaba en penumbras gracias a la luz azulada de la luna que ingresaba por el ventanal del balcón. Mientras me quitaba la gabardina, noté que el frío no había aminorado, como si me hubiera olvidado de cerrar la ventana antes de salir. Y cuando avancé, oí el crujir de varios pedacitos de vidrio bajo mis botas.
Me fijé de nuevo en mi balcón: cuando las cortinas se levantaban por el viento, se revelaba el ventanal roto…
Y lo vi. Una figura oscura y amorfa se encontraba tiritando a un par de metros delante de mí. Se me congeló la sangre, dejé de respirar y el encendedor cayó al suelo. ¿Era un ladrón? Quise desenfundar mi arma pero me acordé que la dejé en el coche: A veces me excedía con la bebida y temía que yo misma pudiera poner fin a mi vida con mi peculiar gusto suicida.
Retrocedí hasta agarrar lo primero que tenía cerca: una puta sombrilla. Aquella figura se puso de pie. Me miraba, estaba segura de ello, el cigarrillo cayó al suelo y retrocedí otro paso más.
—¿Quién eres?
—Szar, ez fáj!
—¡Quieto! ¡Y las manos arriba!
Franciául?… Nem…Olasz?…  Nem, eza spanyolMegértemspanyolDeÉn soha nembeszéltemspanyolul!
—¡Y tu puta madre también, cabrón! Quédate quieto, tengo un arma y no dudaré en usarla –mentí.
—Puta paloma, se atravesó en mi camino…
—Bien, hablas español. ¡No me obligues a disparar, ponte de rodillas y las manos tras la cabeza!
—¡Mujer, tienes que ayudarme!
—¿¡Pero quién mierda eres y qué haces en mi departamento!?
Las luces volvieron. La radio se encendió y la televisión también. Pude ver con toda claridad a esa persona; quedé muda y boquiabierta, un ligero cosquilleo me invadió el vientre mientras ese hombre se quejaba de su brazo izquierdo ensangrentado. Era alto, moreno, tenía una extraña camisilla blanca de tiras, una falda larga con corte diagonal del mismo color y unas botas de cuero marrón con lazos largos a modo de cordones. Pero había algo que me estaba descolocando demasiado, y no era su ropa.
—Tienes que estar jodiéndome, cabrón.
—Mierda, necesito un curandero, ¿sabes dónde puedo encontrar uno?
—Tienes… dos… putas… alas…
—¿Qué? –dijo mirando para atrás. Las extendió para sacudir la suciedad que se adhirió a su plumaje, golpeando una mesita por accidente, echando un par de discos—. Sí, bueno, estas alas… y tengo un brazo bastante malherido también, ¿ves? ¿Podrías ayudarme?
—Tal vez el cigarrillo que fumé tenía algo muy fuerte y estoy alucinando, no se puede asegurar…
—Mírame, mujer. ¿Cómo te llamas? Tienes que ayudarme.
—Tú…. Tú-tú-tú-tú no existes… Te estoy imaginando. Tengo que cambiar de marca de cigarrillo, sí, será eso.
—Mira, muérdete los labios y vuelve a mirarme. Y cuando sepas que soy real, por favor, ayúdame.
Cerré los ojos. Uno, dos y tres mordidas. Y al abrirlos, el extraño ser alado seguía allí.
Retrocedí hasta chocar de espaldas con mi puerta. Estaba asustada. Demasiado. El vaho revelaba mi respiración acelerada. Si era un ladrón, un drogadicto, un criminal, un violador, un asesino… Si fuera algún pedazo de basura humana podría saber cómo actuar, he lidiado con todo, pero él era algo fuera de este mundo, desconocido, inesperado. Se acercaba gesticulando debido al dolor, rogando compasión de mi parte. Casi pisó el cigarrillo, lo notó en el suelo y lo recogió.
—¿Eh? Si esto es lo que creo, te cuento que esto te puede matar…
—Dime que esto es una puta broma…
13 de marzo de 1096
Pasé toda la tarde en el puerto de Zemun, jugando con la niña y contándole mis anécdotas de las batallas contra los cumanos. En plena narración de cómo me deshice de cuatro en un río, mi hija me tomó de la mano, con su rostro delatándole que quería atajarse una carcajada.
—Padre, tú crees que olvidé lo mentiroso que eres…
—¡Pero… si es verdad! –La alcé y simulé una cara de sobre esfuerzo—. Uf, ¡vaya que has crecido, Gabriela, no parece que esté cargando a una niña de ocho años!
—¡Será porque tengo diez! –se burló mientras la cargaba entre mis hombros.
—¿Diez? Seguro que ya tienes un par de caballeros detrás de ti. Vos ruego un poquito de buen gusto a la hora de elegir uno…
—¿¡Pero qué cosas dices!?
En medio de las bromas, contemplamos a lo lejos un grupo de cinco tarides atravesando el manso azul del Danubio, de confección gala, acercándose a nuestro puerto. Las banderas blancas con cruces rojas pintadas que ondeaban me quitaron de cualquier duda: era la Cruzada Popular del Papa Urbano Segundo que estaba llegando para descansar, antes de continuar su marcha hasta Constantinopla.
Mi hija maravillóse de aquella postal, mas preguntó con preocupación si ellos eran malos o buenos. Entre risas le expliqué que ellos eran buenos, nuestro fallecido Rey Ladislao fue amigo cercano del Papa Urbano Segundo, impulsor de la Cruzada Popular, y probablemente nuestro nuevo rey había continuado reforzando las relaciones con el Sumo Pontífice.
Mientras nos retirábamos para volver a nuestro hogar, el viento húmedo y frío cambió de dirección de nuevo. Algo me quería decir. Otra vez. Un susurro, una advertencia. Apenas lo percibí en medio del gentío. Apenas tenía ganas de escucharlo.
Tras cenar y acostar a la niña, Fabiane y yo fuimos hasta nuestra habitación. No pensé que extrañaría tanto esa cama de pajas y piel de vaca, pero pasé los últimos años durmiendo en las condiciones más extremas: cuero fino, pilas de heno y hasta rocas. Una lágrima de emoción me salió nada más sentarme y comprobar la calidad del cuero.
En cambio, Fabiane tenía semblante serio, y tras encender un par de velas, cruzó los brazos y me preguntó:
—¿Es verdad lo de las siete chicas y dos chicos femeninos? Porque no soy buena para pillar tus bufonerías, Jozsúa.
—Claro que no, Fabiane. Ven… acércate. Y verás cuánto te extrañé.
—¿Extendiéndome la mano, caballero? Estar mucho tiempo en la capital te sirvió de algo, parece que te has vuelto un hombre de alta sangre.
—Fueron quince doncellas. No más.
—¡En serio eres un necio! –dijo sentándose en mi regazo y volviendo a acariciar mi rostro con esas manos tan suaves; sus insultos eran pronunciados tan dulcemente que solo me sacaba sonrisas.
—Pude haber estado con todas las mujeres de Moldavia y Esztergom, pero solo tengo ojos para una chica. ¿Sabes quién es?
—Cuéntame –ronroneó, besando mi cuello y acariciando mi vientre, amenazando con bajar y reclamar lo suyo.
—Se llama Aurora, la conocí en un día lluvioso en una posada, ella viajaba a Constantinopla en búsqueda de aventuras y vaya que las encontró conmigo.
Me mordió fuerte y apretujó mis más preciadas pertenencias con saña:
—¡Puerco! Si tu pequeña hija supiera cómo eres realmente, te hubiera puesto un mote más feo que el que te puso.
—¿Eh? ¿Qué mote me puso?
—No te lo diré, ¡por ser tan promiscuo!
Fabiane puso fuerza y me hizo acostar en la cama. Se levantó para retirarse su vestimenta de manera lenta, erótica, esbozando una ligera sonrisa, mirándome pícara. Esos senos insinuantes brillando a las luces de las velas, ese lunarcito en la cadera, la mata de vello púbico… Fue erección a primera vista.
Reptó ella como una tigresa, sonriente y con un brillo de lujuria en sus ojos. Pegó su cuerpo contra el mío, piel contra piel para que ese calor entre nuestros cuerpos resucitara. Cinco años. Cinco años de espera habían acabado. Me miró con picardía mientras sus manos acariciaban mi sexo oculto tras la tela gruesa del pantalón:
—¿Qué me dices, Jozsúa? ¿Se siente mejor que con esas chicas en Moldavia?
—No sé, Fabiane…
Se sentó sobre mi vientre, sus manos en mi pecho empezaron a acariciarme con fuego en sus yemas y empezó a gemir al ritmo del vaivén lento que describía su cintura. No pude aguantar mucho más, y tomándola de las manos, rogué con cara de perro degollado:
—No hay mujer en el mundo como tú.
—No sé, seguro que se los dices a todas, Jozsúa…
—Pero a ti te lo digo desde el alma, lo juro.
Y se acomodó mejor, retiró mis prendas lo suficiente para que mi sexo saliera de su encierro. Su rostro se envició, se mordió los labios y cerró los ojos mientras sentía cómo mi venosa hombría se abría paso en su húmeda gruta. Se sujetó de mis hombros, inclinándose para enterrar su lengua en mi boca para resucitar recuerdos y ese calorcito excitante que nace en el vientre.
A escasa  distancia nuestra pequeña dormía y debíamos poner más empeño en no dejarnos llevar demasiado por el placer, pero el deseo hervía demasiado. Ella no aguantó más, y a modo de callarse los gritos de placer, ladeó su rostro y me mordió el cuello con una fuerza demencial.
Y un frío y húmedo viento se sintió repentinamente, enredándose entre nuestros cuerpos, parecía querer amansar el fuego que habíamos despertado. Quería separarme de ella, advertirme de nuevo, susurrarme un aviso, pero pronto comprendió que era tarea imposible…  y el aire se entibió.
El ritmo aumentaba, sus chupadas al cuello también, su ronroneo, el aire tibio, su sudor, mis gemidos y el fuego en mis manos. Ella aceleró su vaivén, su interior parecía estimularme para que sacara todo lo que tenía guardado. Aguanté hasta que Fabiane se llegó, gimiendo y arañándome el hombro. Mis cinco años de espera, por fin, habían encontrado su cuna.
Y acostados, abrazados bajo la manta y bañados por las luces bailantes de las velas, nos pasamos el resto de la noche acariciándonos y recordando nuestros tiempos de jóvenes enamorados.
Mas la alegría no duró mucho; alguien golpeó la puerta de la entrada de la casa de manera violenta. Me hizo saltar del susto, cosa que le molestó también a Fabiane pues estábamos en intimidad. Me repuse y me vestí con cabreo para ver quién era.
Al abrir la puerta de la entrada quedé demasiado extrañado:
—¿¡Eres tú, Endré!? ¿Pero qué haces aquí?
—¡Jozsúa, los cruzados! ¡Los cruzados están atacando el puerto!
—¿Qué dices? ¿No habrás bebido demasiada aguamiel, jala-barbas?
—¡La verdad es que estoy hasta la médula de aguamiel, mierda! ¿Pero ves mi cara, Jozsúa? ¡Esta no es mi cara de broma!
No tenía sentido. Pero yo conocía ese flacucho rostro de mi amigo y efectivamente no estaba bufoneando.
—Endré… Tu armadura está en el establo.
—En-entendido, Jozsúa…
Volví para hacerme con mis armas. Fabiane ya estaba vistiéndose y, al verme entrar en la habitación, me preguntó con nerviosismo:
—¿Es verdad que nos están atacando?
—Fabiane… busca a la niña. Huyan en el carruaje, diríjanse a Singidúnum para protegerse y advertir a la guardia.
—Pero, ¿me vas a decir qué vas a hacer tú?
—Apúrate –ordené poniéndome la cota de malla. Ella no parecía entenderme, o no quería. Lagrimeó un poco mientras se arrodillaba frente a mí.
—¿Y tú, querido? ¿Qué harás con Endré? ¿Van a acompañarnos, no es así?
Al terminar de atarme las botas, me levanté y la miré. Yo lo sabía, el viento me lo dijo. Como soldado del Reino de Hungría tenía obligaciones que asumir con valor. Mostré porte y determinación, no me dejé ganar por la situación. Los héroes no nos quebramos en lágrimas. Nos quebramos en sangre.
—Fabiane, en Moldavia no estuve con nadie. Me la sacudí durante cinco años, mi amor, ¿ves qué ridículo suena? Pero es la verdad.
—Idiota, nunca dudé de ti. Ahora dime, ¿¡por qué no huyes con nosotras!?
—Llegaron en cinco tarides. Muy pocos, probablemente al amanecer lleguen más, pero esta tardecita eran cinco tarides las que calaron. Esos son al menos doscientos cruzados, ¡y aquí no habrá ni cincuenta soldados! Tengo que quedarme.
—Regresa con nosotras, Jozsúa, cuando todo acabe.
Me reí de tamaña ocurrencia. No iba a regresar, pero supongo que quise darle ese empujoncito que necesitaba para largarse de nuestra casa. Salimos afuera con nuestra hija cargada y durmiendo en mis brazos. Allí, en medio de la arenosa calle, Fabiane se encargó de ceñir mejor mi crespina, así como de ajustar el cinturón que portaba mi espada. Con ríos corriéndole en las mejillas, sacudió el polvo acumulado en la tela de lino, hacia el pecho, en donde estaba dibujado el símbolo del Reino de Hungría.
 —Blanco radiante como aquella vez que te fuiste –dijo con voz rota, mientras le depositaba a mi hija en sus brazos—. ¿Sabes el mote que te puso ella cuando partiste? Al verte engalanado en tu ropaje blanco, dijo que le parecías un ángel.
—Un ángel, eso está bien. Por favor no continúes…
—Me dijo entre llantos que ojalá cayeras del cielo cuanto antes, para volver de nuevo a Zemun, con nosotras. Y te puso ese mote… ¿Cómo era?
Y me quebré, no pude contener las lágrimas. Con los labios temblándome la abracé por última vez, mientras, repentinamente entre los dos, la pequeña mano de mi hija me acarició el mentón. Suave piel como la de su madre, consoladora como la de un ángel. Mostrando una templanza inaudita, pareció comprender la situación que se cernía sobre nosotros. Y mirándome a los ojos, susurró:
—Ve, padre, estaremos esperándote. Vas a volver con nosotras pronto, sé que volverás a caer…como Ícaro.
29 de octubre de 2016
Tenía unas terribles ganas de encender un cigarrillo pero mi mechero estaba definitivamente perdido. Y vaya que, tras los sucesos acaecidos en mi departamento, necesitaba fumarme al menos uno más.
Me encontraba sentada en mi mullido sillón de la sala, viéndole al cabrón durmiendo sobre sus alas en el sofá, tratando de averiguar si lo que veían mis ojos era una ilusión o en realidad se trataba de un ángel caído del cielo.
Llamar a la comisaría o a algún colega no era opción válida. Lo último que necesitaban ellos en pleno ajetreo era sospechar que su compañera estaba como una puta cabra. Independientemente del desarrollo que tuviera esa noche en adelante, concluí que debía ingeniármelas por mi cuenta.
Me levanté despacio y me acerqué a él, o mejor dicho, me acerqué a esas alas gruesas y de color blanco fuerte. Lo palpé con una curiosidad inusitada, deteniéndome concienzudamente en las plumas pequeñas que estaban protegidas por las plumas cobertoras… Forcé una, dos, tres veces y finalmente di un tirón para arrancar una pequeñita.
—¡¿Pero qué te pasa, mujer?!
—¿Te dolió?
—Estaba durmiendo, ¡necia!
—Lo siento. ¿Sabes?, para ser un ángel eres bastante grosero.
—Déjame dormir…
—¡No! Destruiste mi balcón y te hice una maldita curación, me debes una explicación.
—La muy puta me lo arrancó como si… Bien, bien, pregúntame. Y que corra el aire, ¿eh? Aléjate de las alas.
—¿Tienes nombre?
—Ícaro. ¿Y tú?
—Ámbar. Soy Ámbar López, Delegación Policial Federal de Uruguay, y próxima paciente del manicomio más cercano –me senté de nuevo en mi sillón y traté de sonar lo más seria posible, pues poco serio ya me parecía estar charlando con un hombre con alas—. Dime, Ícaro, ¿de dónde vienes?
—¿De dónde más? De arriba. ¿Ahora vas a dejarme dormir?
—¡No! ¿Por qué viniste justamente hoy? ¿Tú conoces a Sofía?
—¿Quién es Sofía? ¡Caí aquí por coincidencia!
Suspiré decepcionada. Tenía una ligera esperanza de que aquel ser tal vez, solo tal vez, podría saber algo sobre mi adorada niña.
—No importa. Ícaro, ¿no te estarán echando de menos allá de donde vienes?
—Lo dudo. Cuando desperté, alguien quiso matarme. Pero al infeliz no le salió el plan como quiso.
—Mierda, ¿por qué alguien te querría matar?
—No lo sé. Recuerdo perfectamente que un viento frío y húmedo me despertó. Similar al que sientes cuando estás cerca del mar… ¿Raro, no? Parecía decirme algo al oído: “Despierta. Esquiva”. Cuando abrí los ojos, vi la punta de una espada queriéndose enterrar en mi pecho…
—No me jodas, ¿y qué pasó?
—Pues esquivé. La espada se enterró en la dura tierra y aproveché para levantarme. Contemplé al enemigo, él tenía alas en la espalda… como un ángel. Mas no me dejé impresionar, le di una patada tan fuerte en la cara que se quedó inconsciente. Si fuera por mí, cogía su espada y lo mataba, pero estaba bien enterrada.
Sin dejar de prestar atención, me levanté del asiento y fui en búsqueda de mi botella de vodka del minibar. Corté una rodaja de limón y volví con ambos en mano.
—Pero… Ámbar, noté que yo también tenía alas. No podía ser, yo era humano y juraría que morí en batalla. ¿Dónde estaban mis compañeros de espada? ¿Qué hacía yo allí? ¡Por San Ladislao, ahora tengo un par de alas!
—Red Bull –respondí cargando una copa.
—¿Qué? Bueno, frente a mí se extendía un desierto grisáceo e infinito. Me giré y contemplé un mar oscuro y enorme. ¡Todo el lugar carecía de color! Como fuera, decidí cruzar el mar… lamentablemente no soy bueno usando estas alas, como habrás comprobado. Caí en esa agua oscura… y segundos después, ya estaba atravesando tus cielos.
—A ver –dije tragando un chupito, matando el gusto con el limón—. Ugh, diossss… Así que eras un hombre que murió en una época en donde se batallaba con espadas pero que despertó convertido en un ángel en… ¿en dónde? ¿Un lugar muerto, oscuro e incoloro? ¿Como el Limbo? ¡JA!
—No me has creído ni una sola palabra, ¿no es así? … Y para colmo me arrancaste una pluma con toda la saña…  ¿Estás contenta? Déjame dormir.
La luz de la sala se fue. Otra puta vez. Ícaro se levantó del sofá rápidamente y yo me asusté al oír de nuevo ese silbido similar a un avión cayéndose.
—Madre mía, me tomé un solo chupito y ya viene otro…
—Quédate allí, Ámbar.
Un ruido estruendoso se oyó proveniente de afuera y posteriormente un fuerte viento reventó lo que quedó de mi ventanal, haciendo que los vidrios se esparcieran por todo el lugar. Me oculté rápidamente tras el sillón tratando de calcular cuánto de mi depósito de garantía se estaba esfumando.
Al tranquilizarse el ambiente, asomé la cabeza y contemplé el balcón. Las cortinas que lo cubrían se habían desgarrado. Mis libros, cachivaches y discos estaban desperdigados. Pero sentí un nudo en la garganta cuando vi a otro ser parecido a Ícaro, parado firme tras el ventanal, con una extraña espada de hoja zigzagueante en mano y la mirada de poco amigos.
—¿Quién es? –susurré.
—¿Te… acuerdas del ángel que quiso matarme?
—Oh, dios, no debí tomar esa tequila…
—Quédate allí, Ámbar.
—¡No! Tú estás herido, yo tengo un arma, apártate un poco, Ícaro.
—¡No, no te metas!
No le hice caso. Me asomé y busqué mi automática en la funda del cinturón. Uno, dos, tres veces y no la encontraba. Hasta que me acordé que la dejé en el puto coche. Volví tras el sillón y me fijé en mi radio policial: no encendía. El móvil: más de lo mismo. Suspiré de impotencia, traté de pensar en algo que me pudiera ayudar… Y vi en el suelo el maldito mechero…
—Huye mientras puedas, Ámbar, lo voy a atajar… ¿Eh?
Una ola de fuego bañó al enemigo y lo hizo retroceder varios pasos. Ícaro quedó con los ojos abiertos como platos, se giró y me preguntó qué clase de magia había utilizado para atacarlo.
—Molotov… Hice una puta bomba Molotov con la botella de tequila, Ícaro…
—¿Molo-qué?
Pero el ser se había protegido del ataque con sus alas, y sacudiéndoselas fuertemente, se deshizo del fuego y los restos de la botella. Entró en la sala con la mirada enviciada y preparando la espada, extendiendo sus alas de manera amenazante. Ícaro respondió de la misma forma. Y yo… Yo volví a agarrar otra botella de tequila mientras me decía que ya me había vuelto loca de remate…
13 de marzo de 1096
Éramos siete soldados, dos arqueros más al fondo, cuatro soldados retirados y una treintena de pescadores quienes los esperábamos mientras todas las mujeres huían con los niños para advertir a la ciudad vecina de Singidúnum. Nos plantamos firmes, con el insoportable frío entrando en la piel, expelíamos vaho, mirándolos venir con sus lanzas, espadas y antorchas. Endré estaba a mi lado, tan nervioso como yo. Se agitó un poco antes de sacar su espada del cinturón, y mirando el ejército que se acercaba desde el puerto, cortó el silencio que se cernía sobre nuestro reducido grupo:
—¿Te acuerdas, Jozsúa, de Moldavia? Esa noche sin luna…
—Cómo olvidar. Once cumanos contra dos húngaros. Pensaron que éramos presa fácil, pero la noche era muy oscura, ¿verdad, Endré?
—¡Ja! Maté a siete, ¿recuerdas cómo quedó el último, con su cabeza en la pica? Así, boquiabierto. Nunca vio un hombre tan veloz como yo.
—¿Pero qué mierda dices? Solo te cargaste a cinco, rematé a dos que te estaban acechando mientras te quejabas del golpe en la rodilla…
—No, no, no, eran siete… Las quejas las hice adrede, sabía que tú estabas detrás de ellos.
—¿Y cuántos son ahora?
—¡Ja, Jozsúa, vienen tantos que ni siquiera puedo contarlos!
—Vamos a aguantarlos, ¿sí? Cada segundo cuenta, Endré. Hazlo por las mujeres.
—No tienes que decírmelo. Además, estos ni se comparan con los cumanos de aquella vez. ¿Qué dices, apostamos? A que los contenemos quince minutos.
—Sube a media hora. El que cae primero que vaya preparando la cena en el paraíso para el resto del grupo.
—¡Eso es! Y no cocinéis pescado, por el amor de San Ladislao, odio el pescado… Cerdo, sí, eso estaría muy bien…
—Fue un placer pelear a tu lado, Endré: “Relámpago”. Estos cinco años no pude haber pedido mejor compañero.
—Lo mismo digo, Jozsúa. ¿Qué apodo te puedo poner? No soy bueno con los motes, maldita sea…
—Serás idiota, Endré.
Empuñé la espada y preparé el escudo. El viento me llamaba. Me decía al oído: “Esquiva”. Les mostré los dientes a todos esos hijos de putas. Aquella sensación de estar volviendo a esos cinco años de guerra infestó mi cuerpo y tensó mis músculos. Aguantar hasta morir, nunca tuve las cosas tan claras en mi vida: en el río Temes maté a los enemigos en nombre de la religión, y tuve dudas. En Orsova maté a los enemigos en nombre del Reino de Hungría, y sentía que algo estaba mal. Pero ahora enterraría mi espada en aquellos hombres para proteger a mi mujer y mi hija, y por Dios, nunca he tenido las cosas tan claras en mi vida. Moriría cerca del río Danubio, aquel testigo de mi vida sería mi última morada.
—¿Un mote para mí? “Ícaro”… Llámame “Ícaro”.
29 de octubre de 2016
 
La luz azulada de la luna bañaba toda mi destrozada cocina. Parecía que había pasado un tornado, todo estaba desperdigado, roto y quemado. Adiós a mi depósito de garantía. Algunas plumas revoloteaban a nuestro alrededor como si quisieran desfilar para nosotros a modo de despedida. Ícaro y yo estábamos arrodillados, él delante de mí como queriendo protegerme de aquella espada de hoja zigzagueante que portaba el enemigo. Muy para nuestra mala fortuna, el arma nos había atravesado a los dos.
¿Era así como terminaba mi historia? No hubo balas, no hubo drogadictos ni mafiosos brasileros. Ni siquiera mi preferida: estamparme contra el coche de algún narcotraficante famoso en pleno centro de la capital y morir sacándole el dedo del medio con una sonrisa ensangrentada. No, nada de eso, mi historia terminaría con una maldita espada en medio de una pelea de ángeles acaecida en mi departamento. No es lo que esperaba, pero parecía una forma bastante original de abandonar el mundo.
El ángel enemigo nos observaba con un odio profundo en los ojos; herido estaba, pero nosotros peor. Mientras él se reponía en el fondo de la sala, abracé por detrás a Ícaro, haciéndome espacio entre sus alas.
—¿Sabes a dónde vamos, Ícaro? Cuando muramos…
—Perdón, Ámbar, pero no tengo idea…
Uno, dos, tres. Y lloré amargamente desnudándole mi verdad:
—¿Sabías, ángel, que mi hija solo tenía tres por ciento de posibilidad de sobrevivir a su operación? Antes de ingresar al quirófano, me sujetó de la mano y me preguntó con ese pequeño rostro repleto de tubos si volveríamos a vernos.
—¿Estaba enferma tu niña?
—Osteosarcoma. Tres por ciento de posibilidades. Ícaro, en qué mundo de mierda hemos venido a parar…
—Lamento oírlo, Ámbar…
Tosí, un hilo de sangre corrió de mi boca hasta mi mentón: —Mierda, ángel, pero no lamentes nada. Nunca la adrenalina se disparó tanto como esta noche. La pasé de puta madre, ¿sabes?
—Tienes…tienes un concepto raro de “pasarlo de puta madre”, Ámbar.
—Cuando nos vayamos, por favor, llévame con ella, Ícaro, llévame con mi Sofía.
—¿Cómo voy a hacerlo? ¡Bah! Trataré…  Oye, tengo que reconocerlo, eres muy brava… Si hubieras estado conmigo en Zemun, tal vez hubiera aguantado un poco más.
—Bueno, tú no lo hiciste nada mal para pelear con un brazo herido.
—Por cierto, Ámbar… ¿Qué es ese olor tan raro? ¿Y ese silbido? Proviene de allí –dijo mirando la bombona de butano de mi cocina.
Aquel extraño enemigo recogió su espada del suelo y se acercó para rematarnos. Lo que ese cabrón no sabía era que lo estaba atrayendo hasta la cocina por una razón. Mientras tiritaba por el frío y porque mi vida se escurría, logré responder con mi sonrisa ensangrentada:
—Gas.
Y cerrando los ojos, encendí el mechero. El enemigo jamás vio venir el fuego que se expandió sin piedad. La cocina se iluminó, la estructura del techo cedió y cayó sobre los tres, los tímpanos reventaron, los ojos se cegaron y pronto la negrura se apoderó de todo el lugar.
“Sofía, voy junto a ti”.
20 de marzo de 1098
El sol se asomaba sobre el azul infinito del río Danubio. Cerca de la ribera, pisando el gramado, una niña corría presurosa. Su madre se encontraba más al fondo, sentada en las escalerillas de la entrada de una humilde casa, observándola jugar. Varios años pasaron desde el inesperado ataque de los cruzados contra el pueblo de Zemun, y las heridas y recuerdos dolorosos parecían cerrarse poco a poco.
La joven levantó la mirada al cielo. Y ella juraría que, entre un grupo de nubes, algo se asomó y las arremolinó. Muy a lo alto. Muy a lo lejos. Rápido, incisivo. Sintió el frío y húmedo viento del Danubio en su rostro, como si quisiera susurrarle algo al oído. Sintió el aire enroscarse entre sus dedos como si alguien quisiera consolarla.
—Volviste, Ícaro –susurró para sí.
Y sonrió.
LEGIÓN: ÍCARO
 
 

Relato erótico: “Intercambio de fotos” (POR DOCTORBP)

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dueno-inesperado-1-Ahora que viene el buen tiempo podemos pensar en hacer alguna cosilla – propuso Luisa al resto sin-titulode amigos que la escuchaban.

-Pues sí, estaría bien – le contestó Ismael. Y a los demás también pareció gustarles la idea.

-¿Pero tú vas a poder, Ismael? – bromeó Esteban – ¡si siempre estás ocupado!

-Anda, cállate, que si tú vienes es sólo porque eres el novio de Maribel – le siguió la broma el aludido y todos rieron menos la propia Maribel.

-Sí, claro – dijo – si viene no es porque seamos novios, es que os da penita – y todos volvieron a reír, distendidos como estaban.

Mientras tanto, apartados del resto, en la cocina de la casa, Montse y Ricardo mantenían una conversación.

-La semana que viene tengo que dar una formación al cliente… – aburría Ricardo a Montse.

-Si quieres voy yo y les entretengo un poco – bromeó ella que no estaba por la labor de tener una conversación seria.

-Sí, y les enseñas una teta – bromeó él.

-Vale, verás qué contentos se quedan – dijo ella alegremente.

-¡Sí, claro! Para eso me la enseñas a mí y que le den por culo a los de la formación – y ambos se rieron.

A Ricardo aquellas palabras le salieron del alma. Y aún siendo una simple broma sin importancia se fijó en los pechos de su mejor amiga y pensó lo mucho que le gustaría que realmente sucediera lo que acababa de plantear jocosamente. Montse llevaba una camiseta blanca de tirantes que se ajustaba perfectamente a su cuerpo dibujando su vientre plano y el bello contorno de sus nada despreciables pechos. El contraste con su piel morena era espectacular.

-¡A ti te enseño las dos! –contestó entre risas rompiendo los pensamientos de su contertulio.

Ricardo era su mejor amigo y aquella contestación no era más que un ‘te aprecio tanto que te mereces más que nadie’.

-¿Y podré tocar? – continuó la broma.

-Bueno… no sé… es que no creo que te gusten…

-¿Y eso?

-Con todo el porno que has visto seguro que las mías no te parecerán muy espectaculares – ironizó.

-Calla, calla… – la interrumpió sin dar mayor importancia al comentario – que el otro día se me estropeó el PC y no puedo arrancarlo.

-¿Sí? ¿Y ahora qué harás sin todo tu porno? – le soltó para intentar hacerlo rabiar.

-Bueno, ahora tendré que conformarme con tus tetas – le replicó hábilmente.

-Sí, claro, pero te las tendré que pasar en foto para que sea como las que tienes en el ordenador – él se rió y continuó con el tono jocoso.

-Bueno, podemos empezar por ahí y luego ya subimos de nivel.

-Pero estamos hablando de fotos, ¿no? Que un video ya sí que es mucho nivel – bromeó Montse divertida con la conversación. – De hecho creo que tal vez tenga alguno en el portátil de casa… – él volvió a reír nuevamente y continuó.

-No, no, mejor empezamos con una foto de tus tetas y luego vamos subiendo el nivel hasta llegar a lo inevitable…

-¡Cochino! – terminó ella entre risas.

Cuando volvieron de la cocina se encontraron con el resto del grupo. Montse se dirigió a Ismael, su novio, lo besó y se sentó junto a él para unirse a la conversación sobre planes futuros. Por su lado, Ricardo se acercó a su chica, Noe, y se intercambiaron miradas cómplices como siempre hacían.

El resto de integrantes de la velada lo formaban los dueños de la casa, César y Luisa, y Maribel, amiga de Montse, y su novio Esteban.

Así, las 4 parejas continuaron la conversación y pasaron el resto de la noche sin llegar a concretar nada. Finalmente resolvieron dejarlo para una próxima ocasión en la que cada uno tuviera tiempo de pensarse mejor qué era lo que podían hacer para el inminente verano.

Un par de semanas después las 4 parejas se volvieron a reunir, esta vez en casa de Ismael y Montse.

-Luisa y yo hemos estado hablando esta semana y hemos pensado que podríamos ir a una casa rural – comenzó Montse.

-¡Oh! Es una gran idea – lo celebró Noe

-¿Pero yo puedo ir o no? – bromeó, como siempre, Esteban.

-Aún no hemos pensado cómo engañarte para dejarte fuera de los planes – le respondió con gracia César.

Los chicos siempre estaban bromeando y si no fuera por ellas seguramente jamás el grupo sería capaz de organizar nada. Así, entre bromas de ellos y propuestas de ellas, fueron planificando la estancia de un fin de semana en una casa rural. Quedaron en volver a verse para acabar de organizarlo todo en otras 2 semanas.

-La formación fue de puta madre – le soltó Ricardo a Montse en cuanto tuvieron un momento de intimidad, sentados en el sofá.

-Sí, no te lo quise decir, pero quedaron muy contentos con la foto que les envié de mis tetas – continuó la broma de hacía dos semanas.

-Sí, ya… ¡que no todo eran tíos, eh!… supongo que algo de mérito también tendré yo, ¿no?

-mmm sobre eso no puedo decir nada sin antes ver la foto del miembro que les hayas enviado.

-¿Me estás pidiendo que te enseñe una foto de mi miembro? No me lo digas dos veces…

-¡Que me la enseñe, que me la enseñe! – gritó divertida sin darse cuenta que la oirían los demás.

Al oír los cánticos se giraron Esteban y Noe, que estaban hablando en la misma sala que ellos, pero algo alejados, en la mesa del comedor.

-Estás loca – le dijo simpáticamente Noe sin darle más importancia y continuando su charla con Esteban.

Y Ricardo prosiguió.

-¿Y quieres que te la mande en erección o en reposo?

Ella se rió alegremente.

-Mándame el ‘antes’ y el ‘después’.

-Podemos hacer una cosa, yo te envío el antes y con lo que tú me envíes te mando el después. Dependiendo de lo que me llegue será más antes o más después – le soltó con toda la intención y ella se rió más todavía. Y tras unos segundos de silencio concluyó – Cuando quieras empezamos.

-Tú primero – le respondió ella rápidamente sin dejar de pensar en ningún momento que aquello no era más que una broma, muy divertida, eso sí.

Él se rió y, algo inseguro, preguntó.

-¿En serio?

-Sí – contestó entre carcajadas – pero no prometo que la envíe yo luego.

Ricardo soltó un gesto de desaprobación y concluyó.

-Entonces nada.

Pero ella insistió, divertida con la situación, aunque él no dio su brazo a torcer.

Mientras volvían a casa Ricardo pensó en la conversación con su amiga. Era cierto que no había sido más que una broma inocente, pero por otro lado sintió un cierto morbo sobre el cual no paraba de dar vueltas.

-¿En qué piensas? – le preguntó Noe.

-En nada, en nada.

-Y… – tras unos segundos – ¿qué es lo que te pedía Montse que le enseñaras?

Ricardo no tenía secretos para su novia y menos con algo tan tonto como aquello. Ella sabía la tan buena relación que tenía con Montse así que ni mucho menos se iba a molestar por algo así, pero instintivamente la mintió.

-Nada, estábamos bromeando sobre una cosa que me pasó en el trabajo.

Noe no dijo nada más y Ricardo no supo con certeza lo que aquel silencio significaba. ¿No necesitaba saber nada más? ¿O se había molestado al intuir que la estaba mintiendo? En cualquier caso, prefirió dejar el tema.

Por otro lado Montse estaba acabando de recoger todo cuando Ismael la llamó para irse a la cama. Ella corrió a los brazos de su novio sin acordarse ni siquiera de la conversación que había tenido horas antes con Ricardo. Pero en ese momento sonó su móvil. Un mensaje. Al abrirlo no pudo evitar una carcajada.

-¿Quién es? – preguntó su novio.

-El tonto de Ricardo – dijo cariñosamente mientras apretaba el botón de enviar mensaje.

“jajajaja ME MEOOOOOO” respondió a la foto que su mejor amigo acababa de enviarle: una foto de sus pectorales junto al texto “ahora te toca a ti ;-P”

Al cabo de un par de días, Ricardo no pudo evitar cierta decepción por la ausencia de foto por parte de su amiga así que decidió contestarle el mensaje: “creo que te has olvidado el adjunto jeje”. No sabía bien, bien que conseguiría con eso, pero al menos el juego era divertido. Al cabo de unos segundos sonó el R2D2 que anunciaba un nuevo SMS: “es que no sé qué enviarte”. A Ricardo le voló la imaginación y le contestó nuevamente: “Mujer, creo que lo justo sería pecho por pecho, no?”. Al instante el robot de la guerra de las galaxias volvió a sonar: “prrrfff”.

Every little thing that you say or do Al poco rato de enviar el mensaje, el móvil de Montse comenzó a sonar I’m hung up. Era Ricardo. I’m hung up on you.

-¿Sí? – contestó.

-Buenas, ¿qué tal?

-Muy bien – respondió contenta como siempre que su amigo la llamaba.

-Te llamo porque nos va a salir más barato que mantener una conversación vía SMS.

Ella confirmó riéndose.

-A ver, ¿qué es eso de que no sabes qué enviarme?

-Hombre, pues eso… no te voy a enviar las tetas a cambio de unos pectorales peludos – se rió.

-¿Qué no te ha gustado mi pecho?

-¡Uy! Sí, mucho – le contestó irónicamente – pero yo te he visto los pectorales un montón de veces y tú a mí no me has visto las tetas, no es lo mismo.

-Vale, se me ocurre algo que sí me puedes enviar porque ya lo he visto…

-A ver… – prosiguió ella, incrédula.

-Podrías, por ejemplo, enviarme una foto en camiseta marcando pezones.

Montse empezó a reírse a carcajadas hasta que se dio cuenta que estaba en el trabajo y que algún compañero ya se había girado para mirarla al escucharla reír.

-¿Y cuándo me has visto tú así? – le preguntó intrigada.

-Bueno, alguna vez en tu piso cuando vas con ropa de estar por casa.

-¡Ay, qué pillín! ¿Y qué haces fijándote en esas cosas?

Ricardo pensó en alguna de las veces que la había visto en camiseta sin sostén y cómo no podía evitar echar un vistazo a aquellos senos que se adivinaban bajo la fina tela, tan fina que incluso se intuía el color oscuro de las aureolas de Montse. Así que decidió desviar el tema para que no fuera demasiado peligroso.

-Pues que sepas que si no me envías foto, yo no te pasaré ninguna más.

Aquella especie de amenaza o advertencia de Ricardo no le dijo nada a Montse. A pesar de lo divertido de la situación no se había planteado en ningún momento un real intercambio de fotos con él. De hecho, estaba convencida de que Ricardo tampoco se lo planteaba así que le agradó la idea de seguir el juego.

-Bueno… –con aire indolente – te enviaré una foto…

Por la tarde, una vez en casa, Ricardo recibió el mensaje que había estado esperando todo el día.

“Aquí la tienes tontito”, acompañado de una foto de Montse haciéndole burla con la lengua, era todo lo que había recibido. “Buah! Qué decepción! ;-P Será mejor que yo suba el nivel” fue lo que le contestó Ricardo y adjuntó una nueva fotografía.

Cuando Montse abrió el mensaje de Ricardo sintió una mezcla entre extrañeza y gracia. Para nada se esperaba una foto de su mejor amigo desnudo únicamente en ropa interior y emulando una postura que pretendía ser sexy. Tras la sorpresa del impacto inicial no pudo evitar ver lo gracioso de la situación. ¡El muy bestia le había enviado una foto en calzoncillos! Se rió y pensó que, a pesar del intento de postura erótica, no enseñaba nada que no hubiera visto ya. Así que el escenario siguió pareciéndole absolutamente inocente.

Tras pensarlo un rato decidió qué podía enviarle para continuar y, supuso, terminar la divertidísima situación. Un primer plano de su trasero envuelto en esos tejanos que tan bien le quedaban podía ser una buena foto. No es que estuviera muy orgullosa de su culo, pero tampoco es que Ricardo pudiera estarlo de su cuerpo pensó con cierta malicia.

Cuando R2D2 le mostró el culo de Montse, Ricardo flipó. ¿Estaba entrando al juego completamente? Pensaba que no, pero ¿y si lo había hecho? Pensó que no podía perder la oportunidad de descubrirlo así que debía encontrar algo que subiera el nivel y no fuera demasiado grotesco para evitar malos entendidos.

Aún estaba en calzoncillos, frente al espejo, cuando se fijó en su entrepierna. La foto de Montse o más bien lo que podía significar le había levantado ligeramente el ánimo con lo que el paquete estaba levemente abultado y se le ocurrió el siguiente retrato. Volvió a mirar la foto de Montse y se bajó la única prenda que llevaba para acariciarse el pene unos instantes, lo suficiente como para tener una buena erección. Volvió a subirse el atuendo colocándose todo bien puesto y se autofotografió el paquete.

Para sorpresa de Montse, con su última foto la cosa no había terminado ya que Ricardo le envió una que aún la sorprendió más. ¿Eso era su paquete? Ahora no sabía si eso era divertido o excesivo. ¿O era morboso? Agradeció que la fotografía hubiera llegado sin texto y se fijó en el buen tamaño del paquete de su amigo. Pensó si estaría en erección y supuso que sí. O tal vez no ya que las fotos engañan mucho. Por un instante pensó en que su mejor amigo se había excitado con todo este juego al que ella no le había dado la menor importancia y se sintió halagada al tiempo que notaba una ligera reacción de sus pezones. Le gustaba sentirse deseada por su mejor amigo.

En ese momento su mente entró en un conflicto. No quería seguir el juego por miedo a lo que pudiera pensar o esperar Ricardo, pero por otro lado sintió curiosidad por saber hasta dónde podía llegar esa situación. Pensó en las palabras que el propio Ricardo le había soltado esa misma mañana “enviarme una foto en camiseta marcando pezones” y se fijó en el espejo donde, bajo su indumentaria, se mostraban sus pezones ya duros como piedras.

Ricardo no se pudo creer lo que estaba viendo. Montse le estaba regalando la inmortalidad de uno de los momentos que esa misma mañana había recordado mientras hablaba por teléfono con su amiga. Ver ese primer plano de la camiseta de estar por casa de ella con los pezones marcados a fuego fue muy excitante. Y pensó nuevamente en las miradas que únicamente furtivas podía dedicarle antaño para ahora poder recrearse con esa visión aunque sólo fuera a través de una fotografía.

Noe estaba a punto de llegar así que Ricardo reaccionó rápido. Se desnudó por completo y se hizo una foto de espaldas intentando dar pequeños pasos para que su amiga no se echara para atrás. Pero por desgracia lo había hecho. El robot que tantas alegrías le había dado esa tarde ya no volvió a sonar. Se moría de ganas de llamarla para evitar la catástrofe. ¿Había perdido su amistad por 4 fotos tontas? Le entró el pánico y el terror fue tal que no se atrevió a llamar y se quedó quieto, inmóvil, esperando que Montse no se hubiera enfadado por aquello.

Cuando el móvil de Montse sonó por última vez Ismael ya estaba en casa así que ella se apresuró a cogerlo e ignorar el mensaje que acababa de recibir.

-¿Quién es? – le preguntó incrédulamente Ismael.

-¡Publicidad de Orange! Qué pesados…

Montse no era la primera vez que engañaba a Ismael aunque nunca era por nada serio. Sin embargo, lo que hoy había sucedido… no debía enterarse, por supuesto. Aunque ella no le dio mayor importancia, él sí podía dársela y con razón, así que evitó el mal trago mintiéndole sutilmente.

Durante el día siguiente Montse esperaba la llamada de Ricardo o que diera alguna señal de vida de algún tipo, pero no lo hizo. Y se sintió extrañamente culpable por lo que había pasado. Aún no había visto el último mensaje y pensó que su amigo estaría inquieto esperando su contestación. Y no se equivocaba. Así que, en cuanto llegó a casa abrió el mensaje y se encontró con el culo de su amigo.

La foto estaba tomada desde lejos con lo que se apreciaba todo su cuerpo. No es que fuera un adonis precisamente, pero tampoco estaba gordo, era un chico corriente, del montón. Sin embargo, tenía un buen culo y a Montse le gustó poder vérselo al desnudo. En ese instante recordó el punto morboso en el que la cosa se había quedado el día anterior y eso, unido al sentimiento de culpabilidad que sentía por no haberle dicho nada a Ricardo desde ayer, la impulsó a contestarle.

Primero se quitó las botas. Cuando sus pies desnudos quedaron al descubierto empezó a desabrocharse los botones del pantalón el cual comenzó a bajarse lentamente descubriendo su culote de color gris claro. Seguidamente se llevó las manos a la camiseta y se la quitó en un rápido gesto quedando completamente en ropa interior.

Cuando R2D2 sonó casi le dio un vuelco el corazón a Ricardo. ¡Montse no se había enfadado! Y lo mejor de todo, aún seguía el juego. Parecía una auténtica diva, recostada en el sofá, en ropa interior, y con una picardía en la expresión que se la levantó de golpe. Montse era una chica espectacular no sólo en cuanto a forma de ser, no en vano era su mejor amiga, sino en cuanto al físico se refiere también. Era morena, al igual que su piel en la cual resaltaban ciertas pecas que eran apenas imperceptibles. Aunque ella no lo admitía tenía un cuerpo precioso respecto al cual nada tenía que envidiarle a ninguna otra mujer. Y sin duda esa fotografía así lo corroboraba.

A Ricardo le dio nuevamente por emular a los modelos de calendario e intentó hacerse una foto mientras se bajaba ligeramente la ropa interior mostrando su pubis medio rasurado. Aunque nuevamente el estilo no fue muy conseguido a Montse le gustó más que la primera pose, seguramente porque a estas alturas el intercambio de fotos era algo más que un juego inocente. A la foto le acompañaban unas palabras “Esto va subiendo de nivel mmm” que para Montse sobraron. Pensó que lo mejor sería acabar con aquello. Había estado bien, muy bien, pero no quería que la cosa se complicara más. Y envió el último mensaje.

Aunque la impresionante foto de Montse cautivó a Ricardo las palabras “Ricardo, ya no más” que la acompañaban le cortaron el rollo por completo. Sin embargo, se centró en el espectacular primer plano de los pechos de Montse. Recordó las innumerables veces que él le hacía broma insinuando que tenía un pecho normalito y cómo ella le recriminaba diciendo que tenía unas tetas preciosas. Sin duda estaba orgullosa de su busto y no era para menos. Aquella talla 95 se veía inmensa en aquella fotografía. Las oscuras y grandes aureolas de Montse eran tan o más espectaculares que las que se insinuaban bajo su camiseta. Y poder observar detenidamente como las tímidas pecas de su piel abarcaban todo su pecho era extraordinariamente placentero. Únicamente la punzada de las palabras que acompañaban a la foto pudo romper ese momento que, en cualquier caso, sería eterno en esa fotografía que guardaría con recelo para siempre. Y se contuvo las ganas de enviar la siguiente imagen.

Un simple “Montse, tienes unas tetas preciosas” fue todo lo que ella recibió. Y aquellas simples palabras le sonaron a gloria a la mujer.

Transcurridas las 2 semanas tras la última quedada, las 4 parejas volvieron a verse nuevamente en casa de Ismael y Montse puesto que en el portátil de estos estaba toda la información que guardaron 15 días atrás.

Los primeros en llegar fueron Ricardo y Noe. Él estaba algo inquieto pues vería por primera vez a Montse tras el intercambio de fotos. Y el saludo de ella no lo tranquilizó precisamente. Su pulso se aceleró cuando su mejor amiga le dedicó esa enorme sonrisa y lo abrazó mientras le besaba la mejilla acercando su cuerpo tanto que pudo sentir cómo sus pechos se aplastaban contra su propio cuerpo. Deseó que no se apartara jamás, pero lo hizo, momento en el cual ambos se dedicaron las cómplices miradas que Ricardo, hasta entonces, únicamente había tenido con su novia.

No mucho más tarde llegaron las 2 parejas restantes. La velada fue menos incómoda de lo que Ricardo se esperaba. Ayudó mucho que Montse no le diera ninguna importancia a lo que había sucedido. Además, el objetivo se había cumplido y esa misma tarde consiguieron organizar todo lo referente a la salida veraniega. Dentro de otras 2 semanas pasarían un fin de semana en una casa rural los 8 solos.

Mientras Montse se agachaba a recoger la servilleta que se le había caído oyó como le decían a su espalda:

-Ese culo me suena – le bromeó Ricardo quien acababa de entrar a la cocina y se encontró con Montse en pompa. Ella se rió.

-Pues no llevo los mismos tejanos – dijo en un tono pícaro mientras se incorporaba en un gesto, a los ojos de él, muy sensual.

Ricardo se acercó a ella y le dijo en voz baja:

-Por cierto, he de reconocer que tienes unas buenas tetas ¿o es que la foto engaña?

-Perdona, pero la foto muestra la realidad, tengo unas tetas perfectas, naturales, redonditas y muy bien puestas. ¿Y a ti cuánto te mide? – concluyó, con aire altivo, igualando la conversación.

-¿El ‘antes’ o el ‘después’? – preguntó jocosamente recordando la conversación que ya tuvieron semanas atrás.

-Antes y después. ¡Va, dímelo! – le insistió divertida. Él se rió y continuó.

-No te lo diré. Si hubieras seguido con el intercambio ahora podrías medirla tú misma – insinuó intencionadamente.

-Mejor me lo imagino a través de la foto de tu paquete – y le echó un vistazo a la entrepierna sin perder el rostro sonriente.

-¡Cobarde! – le susurró él.

-Sí – concluyó, entre risas, con falsa timidez.

Mientras los 2 reían les interrumpió la llegada de las otras chicas. Ambos se callaron instintivamente. Es cierto que Montse seguía sin darle importancia a la conversación y, por tanto, podía ser escuchada por cualquier otro sin malinterpretarse, no era la primera vez que ella y Ricardo se hacían bromas por el estilo, pero el hecho de que esta vez la cosa hubiera llegado más lejos le dotaba de un cierto aire tabú.

Ricardo se marchó con los chicos y lo hizo con la sensación de que el juego se había terminado. Y era lo normal. Él siempre había visto a Montse como lo que era, su mejor amiga y, sin duda, quería a Noe. Si bien es cierto que siempre se había sentido atraído por la belleza de Montse, la cosa no pasaba de ahí, como cualquier otra tía buena con la que pudiera fantasear. Así que se olvidó del tema y se conformó con las fotos que ella le había pasado y que conservaría para los restos.

Y así fueron pasando los días. A medida que se acercaba la escapada a la casa rural Ricardo se iba sintiendo inquieto. Le atraía la idea de volver a ver a Montse y pasar unos días junto a ella. Empezó a ponerse tonto y se dirigió al ordenador que ya habían arreglado. En vez de ponerse cualquier video porno fue directamente a la carpeta intencionadamente oculta con el nombre ‘Intercambio’. La abrió y creó una presentación con las 5 fotos que contenía. Mientras veía las fotos pasar, se bajó las bermudas dejando asomar un pene morcillón… burla… comenzó a masturbarse… trasero… no tardó nada en tener una erección de órdago… pezones… a los pocos segundos su mano empezó a mancharse del líquido preseminal que brotaba de su glande… cuerpo… rápidamente llegó al orgasmo provocándole una sensacional corrida… tetas… cerró los ojos por el placer y divisó en su mente las 5 fotografías… burla, trasero, pezones, cuerpo y tetas. Y mientras se corría supo que debía enviar a Montse un nuevo mensaje.

Montse se quedó anonadada al ver el SMS de Ricardo. Junto al mensaje “Ya puedes medirla” había una fotografía. No se atrevía a abrirla y deseó por lo que más quería que Ricardo no se hubiera atrevido a hacer lo que se temía. No quería seguir con aquello ni que su mejor amigo demostrara tanto entusiasmo. Pensó que tal vez le había dado falsas esperanzas de no sabía qué. Siempre habían bromeado sobre estas cosas, pero al parecer las fotos lo habían enajenado. Abrió la foto con rubor y sus peores sospechas se confirmaron. Allí estaba el ’antes’.

La primera reacción fue de repulsa, pero cuando se fijó más en aquel primer plano empezó a ver cosas que le gustaron. Aunque estaba flácida, la polla de Ricardo no parecía ser de gran tamaño, sin embargo acababa en un bonito glande rosado que parecía bastante grueso. Le gustó. Por lo demás, lo tenía todo bastante bien arregladito, algo que ya se dejó entrever en la foto del pubis de su amigo. La reprobación inicial se convirtió en diversión, le pareció graciosa la situación y pensó en no darle mayor importancia.

Con el móvil aún en las manos le llegó otro mensaje. Al ver el remitente sintió un cosquilleo en el estómago. Por un lado volvió a temer que Ricardo insistiera, pero por otro… no estaría mal ver cómo evolucionaba aquel miembro… Sin embargo no había foto, solo texto: “Que sepas que me he masturbado con tus fotos ;-P pero necesitaría alguna más…”.

Montse pensó que estaba de broma. No podía imaginarse a su mejor amigo haciendo eso pensando en ella… pero fríamente, dadas las circunstancias era más que probable. Y volvió a sentir por parte de Ricardo un extraño atisbo de halago el cual le provocaba placer al pensar en enviarle una nueva foto para deleite de sus manualidades. Sin estar demasiado convencida se dispuso a desnudarse.

¡Una foto de cuerpo entero desnuda! ¡Guau! Ricardo se maldijo por no enviarle antes la foto a Montse. El intercambio se había reanudado y el simple hecho de contemplar ese cuerpazo le llevó al estado de su siguiente envío.

Montse pudo comprobar, tal y como había deseado inconscientemente, la evolución del pene flácido de Ricardo. La nueva imagen era un calco de la anterior sólo que ahora parecía algo más grande, fuerte y vigorosa. Además, ahora la foto estaba ligeramente de perfil y se podía comprobar la leve altivez del miembro sin llegar a exhibirse exultante de lo que dedujo que aún estaba morcillona. Montse de deshizo de tapujos y admitió su inminente excitación repitiendo la foto de su culo, pero esta vez sin ropa de por medio.

Ricardo casi se corre sin tocarse cuando leyó las palabras que acompañaban a la fotografía antes de abrirla: “Ya voy a por todas, espero conseguir el después con esta”. Ricardo pensó que ya lo había conseguido sólo con esa frase. Ansioso abrió el adjunto y se encontró con un culo en pompa que dejaba entrever un apetecible manjar entre las piernas bien cerradas. No la hizo esperar y le envió lo que le había pedido.

Montse no pudo evitar pasar un dedo sobre la fotografía que mostraba la polla desafiante de su amigo mientras se mordía un labio. El muy idiota la había conseguido calentar más de lo que se había podido imaginar. No supo si fueron las fotos, la morbosa situación o la suma de todo, pero se sintió irremediablemente atraída por el tan bonito glande, culminación de aquella traviesa polla del montón. La foto estaba de perfil pero no le era posible calcular el tamaño pues no había referencias. Mas no debía ser gran cosa. Pensó que Ricardo ya no podía ofrecerle nada más así que decidió ser justa y enviarle una foto acorde para que pudiera cascarse la paja, que seguro se iba a hacer, a gusto. “No manches nada” le escribió insinuando con toda la complicidad que el momento permitía.

Y Ricardo a punto estuvo de soltar un chorretón descontrolado a pesar del poco tiempo que había pasado desde su anterior corrida cuando vio el coño abierto de Montse. El primer plano de su sexo le puso a mil. Intentó fijarse en cada detalle. Su pubis perfectamente cuidado con una ligera capa de vello central que se iba difuminando a medida que se acercaba a los laterales. Más abajo, unos labios vaginales abultados que se desplomaban sobre sí mismos y que apetecía chupar para saborearlos. Y, por último, justo encima de los labios, el clítoris al que Ricardo le pareció erecto tal vez debido a la excitación de su mejor amiga. Se miró la entrepierna y vio como el líquido preseminal volvía a hacer acto de presencia anunciado la apremiante corrida. Y decidió que esa sería su siguiente foto.

“Aún puedo aguantar un poco más y… ¿tú no te tocas?” fue la contestación de Ricardo. Ella no pudo evitar una sonrisa. La foto del primer plano del glande con aquel líquido transparente empezando a brotar fue demasiado. Sin duda, si no fuera un móvil lo que tenía en la mano, se lo hubiera llevado a la boca para saborear aquel bonito glande y el líquido preseminal que de él salía. Subió las piernas al sofá y se llevó una mano a su sexo. Pudo notar la humedad del mismo y el hilillo de los primeros flujos que se adhirió a uno de sus dedos cuando retiró la mano.

R2D2 emitió sus penúltimos pitidos. La misma foto que antes, pero esta vez el aspecto era insuperable. El brillo que provocaban los fluidos de Montse se extendía a lo largo de sus labios vaginales que ahora eran aún más apetecibles si cabe. Ya no aguantó más y soltó un par de chorros sin demasiado control. El primero de ellos fue a parar directamente al monitor del PC cuya imagen mostraba los turgentes pechos de Montse. Ahora parecía que se hubiera corrido sobre sus tetas y se apresuró a hacer una foto mientras el semen se escurría por la pantalla. Se la envió a Montse junto al texto: “Gracias. Mira lo que has conseguido, guarrilla! ;-P”

Ricardo se apresuró a limpiarlo todo antes de que llegara Noe. Mientras lo hacía esperaba recibir un nuevo mensaje, pero el inteligente robot no volvió a silbar. Lo hizo cuando Noe ya estaba en casa con lo que prefirió ignorar el mensaje y dejarlo para la intimidad, momento que llegó cuando su novia se acostó. Ricardo se sorprendió. Montse aún le tenía guardada una nueva grata sorpresa.

“Nivel máximo alcanzado. Un beso” era lo que acompañaba… ¡al video! Ricardo se puso nervioso y, totalmente expectante, le dio al play no sin antes bajar el volumen al máximo por si acaso.

Apareció un primer plano de la cara de Montse y Ricardo pudo escuchar, no sin esfuerzos por el bajo volumen y la escasa calidad del video:

-Y mira lo que tú has conseguido…

Y acto seguido la cámara se movió a lo loco de forma que era imposible captar lo que estaba pasando hasta que la imagen se centró en el sexo de Montse. Se la podía apreciar tumbada en el sofá con las piernas abiertas y la mano libre en su coño. El zoom mostraba desde un poco más arriba de su pubis hasta por encima de las rodillas. Aunque la calidad no era muy buena Ricardo pudo apreciar el dedo que su amiga le estaba dedicando. Genial. El video no era muy largo y se terminaba justo cuando empezaban a escucharse los primeros gemidos de su mejor amiga. Sin duda había dejado de grabar para terminar de masturbarse y, presumiblemente, alcanzar el orgasmo.

¿Era posible? Tenía la polla pidiendo guerra nuevamente debido al puto video. ¿3 veces en tan poco tiempo? Ni en sus mejores sueños, pero lo que no consiguiera esa pedazo de mujer… pensó. Se fue a la cama buscando a Noe, tenía ganas de acabar aquello como dios manda, con sexo de verdad, pero su novia, medio dormida, no estaba por la labor. Así que tuvo que desistir y quedarse con las ganas.

Por fin llegó el viernes previo al fin de semana de la casa rural y cada una de las 4 parejas fue saliendo con sus respectivos coches a medida que salían del trabajo.

Los primeros en llegar fueron Ismael y Montse que se encargaron de recoger todas las instrucciones de los dueños de la casa para después hacérselas saber al resto del grupo. Cuando los dueños se marcharon y se quedaron solos llegó la siguiente pareja, Esteban y Maribel.

Los primeros se dedicaron a enseñarles la casa. Un primer piso en el que se encontraba el salón y la cocina. Un segundo piso en el que habían 3 habitaciones. Y un tercer piso en el que estaba la última habitación y el único cuarto de baño. Aunque al lavabo se podía acceder desde fuera tenía una segunda puerta que se comunicaba directamente con la habitación contigua.

-Como hemos llegado los primeros tenemos derecho a escoger habitación así que nos quedamos esta – dijo Ismael mientras enseñaban la del tercer piso ya que era la que tenía el lavabo más a mano.

-¡Sí, hombre! – replicó Esteban – lo decidiremos cuando estemos todos. Yo lo haría a suertes.

-Va… cariño… déjalo, a mi me parece justo – intervino Maribel.

-Te jodes – concluyó Ismael mientras le dedicaba una sonrisa a su amigo.

-Qué mamonazo… – aceptó finalmente Esteban con resignación.

Los 4 estaban en el patio de detrás de la casa cuando llegaron Ricardo y Noe. Al patio se accedía desde el salón de la primera planta. Cuando Ricardo lo vio se maravilló con la piscina que había junto a las hamacas donde yacían sus compañeros. Todos se saludaron.

Ricardo estaba impaciente por ver cómo sería el primer encuentro con Montse desde lo que había pasado, pero la cosa fue más fría que la última vez que se vieron. Esta vez no hubo acercamiento con contacto físico tan evidente. La cosa se limitó a un saludo frío sin un solo roce. Y es que el pobre no sabía cómo iba a reaccionar ella ni cómo esperaba que él lo hiciera.

Montse no le daba tantas vueltas a la cabeza. A pesar de no sentirse especialmente orgullosa de lo que había sucedido, no le daba mayor importancia y esperaba que Ricardo tampoco lo hiciera. Pensaba pasárselo tan bien como siempre y que el incidente ocurrido no cambiara las cosas.

Mientras los 6 hablaban distendidamente como siempre, por fin, llegó la última pareja, César y Luisa.

-Ya era hora… – les bromeó Ricardo.

-Calla, calla, no me hables… – le respondió César haciendo clara alusión a que la culpa de la tardanza era debido a Luisa.

Mientras los 2 últimos integrantes se acomodaban y el resto se disgregaba en diferentes conversaciones, Ricardo y Montse tuvieron su pequeño momento.

-¿Sabes…? esta semana me han pasado unas fotos muy interesantes – le dijo Ricardo intentando evaluar la situación.

-Ah… ¿sí? – le contestó pícaramente Montse – ¿qué clase de fotos? – le siguió el rollo como siempre, quitándole hierro al asunto.

Ricardo se sintió aliviado al ver que Montse seguía siendo la misma de siempre.

-Son las mejores fotos que he recibido jamás – la piropeó – y además, también he recibido un video – ella se rió.

-¡Oh! Vaya… suena bien y…

-¡Chicos! ¿Qué tal si vamos preparando algo para cenar? – gritó César interrumpiendo todas las conversaciones mientras salía nuevamente al patio.

Ricardo y Montse se dedicaron unas miraditas de complicidad y se dirigieron, como el resto, para la casa. Tras la cena, el viernes concluyó pronto pues al día siguiente habría que madrugar para aprovechar al máximo el fin de semana.

El sábado transcurrió normalmente: una visita al pueblo más cercano para comprar, unos baños en la piscina, un poco de sol, una buena comida, unas partidas de cartas, juegos varios, muchas bromas, una buena cena, alcohol, buenas conversaciones… se podría decir que lo más atípico había sido la poca relación entre Ricardo y Montse que apenas se habían dirigido la palabra. ¿Timidez de él o distanciamiento de ella?

A la mañana siguiente, la del domingo, sin ninguna previsión como la que tenían el día anterior, la gente se fue levantando a medida que se lo pedía el cuerpo. El último en hacerlo fue Ricardo que se despertó escuchando los gritos y la algarabía que sus amigos estaban provocando en la piscina. Mientras se desperezaba en la cama, junto a la ventana que daba al patio, pudo escuchar la conversación.

-¿Aún está durmiendo? – preguntó Ismael.

-Parece mentira que no lo conozcas – le respondió Noe.

-Pues entonces nos vamos sin él – añadió César.

-¿Vosotras qué hacéis? ¿Os venís u os quedáis? – se dirigió Ismael a su novia.

-Nos quedamos mejor, ¿no? – le respondió mientras confirmaba con la mirada con el resto de chicas.

-Sí, iros vosotros. Nosotras nos quedamos aquí tomando el sol – concluyó Luisa.

-Está bien – dijo Esteban. Y los 3 chicos se dirigieron al coche para ir a comprar la carne para la parrillada que harían al mediodía como habían concluido.

Tras oír cómo los chicos se marchaban, Ricardo se levantó definitivamente y se dispuso a darse una ducha para lo cual tuvo que subir al último piso. No pensaba tardar demasiado con lo que no se molestó en avisar que estaría duchándose para evitar que alguien subiera al lavabo mientras él lo estaba utilizando. Sin embargo, procuró estar atento por si oía a alguien acercarse ya que ninguna de las dos puertas tenía pestillo.

Ricardo se estaba enjabonando cuando escuchó movimiento por el exterior. Alguien se acercaba. Escuchó como la persona que fuera pasaba de largo y los ruidos comenzaron a escucharse en la habitación. Supuso que era Montse puesto que era su cuarto e Ismael se había marchado al pueblo. Se concentró por si…

-¡Está ocupado! – le dio tiempo a decir justo cuando vio cómo la puerta se habría mientras se llevaba la mano que no sostenía el teléfono de la ducha a la entrepierna para taparse en un acto reflejo.

Tras la puerta, con aire despreocupado, apareció Montse que al darse cuenta de que Ricardo estaba en la ducha reaccionó.

-¡Uy! ¡Perdón!

Y se alejó no sin antes mostrar una sonrisa que no pasó desapercibida para su mejor amigo.

Cuando los chicos se marcharon a comprar la comida al pueblo las chicas se quedaron tomando el sol tranquilamente. Al poco rato Montse se dirigió a su habitación y no fue hasta una vez dentro de la misma que se dio cuenta que Ricardo se estaba duchando al oír cómo el agua estaba cayendo. Pensó en su amigo desnudo, del cual únicamente le separaba una puerta y sintió curiosidad por verle más allá de cualquier excitación que le provocara o las fotos que se habían intercambiado. Simple curiosidad. Así que se dispuso a hacerse la tonta. Una miradita rápida y ya está. Y eso hizo a pesar de escuchar la advertencia de su amigo cuando abrió la puerta.

No había podido ver gran cosa pues Ricardo estaba enjabonado y además rápidamente se tapó las partes con una sola mano, señal de que no había mucho que tapar pensó ella. Se entretuvo haciendo cualquier cosa, esperando su salida.

Cuando Ricardo terminó se dirigió directamente a la habitación de Montse pues sabía que ella aún estaba allí.

-¿Se puede saber qué haces? ¿No me has oído que me estaba duchando? – le recriminó intencionadamente. Ella le sonrió.

-Perdona, ¡eh! No me he dado cuenta… – le mintió.

-¿Pero has visto algo? Ya me entiendes…

-Pues te he visto desnudo lleno de espuma con una sola mano tapando el centro de tu gravedad. Ya está.

-Bueno, ¿pero me has visto la polla o no? – le preguntó intentando averiguar lo que realmente había pasado.

A Montse le chocó oír cómo su amigo se refería a su pene de esa forma tan soez. Al menos, no se lo esperaba.

-Ya te lo he dicho, te he visto desnudo, enjabonado y con una mano tapándote tus partes íntimas.

-Vaya imagen más ridícula – se lamentó. Una cosa era el juego del intercambio de fotos que él mismo había provocado y otra cosa que su mejor amiga le pillara en aquella situación de forma totalmente improvisada.

Ella se rió a carcajadas.

-¡Ridícula no! Divertida sí… ¡y mucho! Buenísima tu cara de medio sorpresa, medio pillo… ¡y con la manita en las partecitas! – y continuó riendo.

-¿Cara de pillo? – le preguntó haciéndose el sorprendido ya que desde que oyó ruidos en la habitación inconscientemente había deseado que Montse echara un vistazo. Y prosiguió – Oye, pues sí que te has fijado en cosas para el poco tiempo que ha durado. Por cierto, ¿y tú qué andabas buscando en el lavabo y mirando directamente a la ducha? ¡Querías verme desnudo! – dedujo para ver cómo reaccionaba.

-¡Sí! La verdad es que he entrado sabiendo que estabas en la ducha – le confesó entre ladinas risas – Pero no esperaba verte, también es cierto, solo asustarte. ¡Pero te he visto! – soltó carcajeando – Buenísimo el momento ducha – y lo miró pícaramente.

-¡Guarrilla! – le dijo riendo también – Tú pídemelo, que yo te la enseño sin necesidad de que me pilles en la ducha – insinuó devolviéndole la mirada, pero ella no paraba de reír.

-Es que ha sido un momento inolvidable – haciendo referencia a lo anecdótico de la situación.

-Bueno, me debes una visión de tu cuerpo desnudo, en la ducha, llena de jabón y tapándote lo que puedas.

Ella no le contestó. Simplemente se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Antes de sobrepasar la puerta se giró para mirar a su mejor amigo.

-Me voy a duchar.

¡¿Qué?! ¿Le estaba invitando sutilmente a verla desnuda? ¿O simplemente le advertía para que no pasara? Estaba convencido que no había subido a ducharse así que…

Cuando se decidió a abrir la puerta todo lo cuidadosamente que pudo y asomar la cabeza pudo ver el cuerpo desnudo de espaldas de su mejor amiga. Espectacular. Se acababa de quitar el bikini y se disponía a entrar en la bañera.

-Tranquilo, no es nada que no hayas visto ya – le dijo sin girarse, haciendo clara alusión a las fotos que le había enviado.

Así, mientras ella empezaba a empaparse con el agua que desprendía el teléfono de la ducha, él se acercó cautelosamente. Cuando ella se giró con las manos levantadas mojándose el pelo, Ricardo pudo contemplar los turgentes pechos de Montse y cómo las gotas de agua los recorrían hasta llegar a los pezones donde se suicidaban lanzándose al vacío. También se fijó en su pubis, tan aseado como se adivinaba en las fotos, en el que encontraban la salvación algunas de las gotas que se habían precipitado desde lo alto.

-Creo que con tu irrupción no me ha dado tiempo a ducharme todo lo bien que debería – insinuó Ricardo hábilmente – ¿Puedo? – preguntó vergonzosamente.

Ella le contestó con una sonrisa, expectante. Y no quitó ojo de su amigo cuando este se desposeyó del bañador, única tela que llevaba encima. Vio como tuvo que separar la tela de su cintura para poder liberar su pene totalmente erecto. Nuevamente fue más el halago de ver así a su amigo por ella que la visión de aquel tieso instrumento lo que la convenció de que quería seguir con aquello. Él se acercó y se metió en la bañera junto a ella, a una distancia prudencial.

Ricardo no quiso ni rozarla. Temía que cualquier mal paso pudiera acabar con aquello. Así que, aunque se hubiera abalanzado gustosamente sobre ella para magrearle los preciosos pechos y el resto de su glorioso cuerpo, se contuvo. Y aprovechó cuando ella cogió el bote de gel.

-¿Quieres que te ayude? – le propuso.

-Vale – recibió como respuesta junto a una enorme sonrisa traviesa.

Ricardo se inundó las manos de jabón mientras ella le daba la espalda con lo que se dispuso a enjabonarle la misma. Al primer contacto con su piel sintió una explosión, como si un chispazo se hubiera producido entre ambos. Su polla dio un respingo golpeándola en el culo. Ella reaccionó con condescendencia, girándose para dedicarle una divertida sonrisa y separarlo ligeramente apoyando la mano sobre su pecho.

-Cuidado con eso… Ricardito – le comentó de forma jocosa.

Ricardo masajeó la espalda de su amiga esparciendo el gel por toda su superficie. Hizo alguna pequeña incursión hacia su vientre con sumo cuidado por miedo a acercarse excesivamente y volver a tocarla con la verga.

-Creo que la espalda ya la tengo suficientemente limpia. ¿No crees? – le insinuó morbosamente.

Así que el hombre se envalentonó a bajar a sus nalgas. Ciertamente su culo no era lo mejor de su cuerpo, pero tampoco es que fuera feo, simplemente no desentonaba con el resto. Ricardo ya estaba convencido de que aquello no tenía marcha atrás así que tenía vía libre. Y lo probó llevando una de sus manos a la parte interna de los muslos de Montse. Ella abrió las piernas ligeramente y Ricardo accedió a su coño. Simplemente se limitó a enjabonarlo, sintiendo sus prominentes labios vaginales, pero no pudo reprimir introducir ligeramente sus dedos por la raja que días antes había visto a través de su móvil.

Montse estaba muy excitada. Desde que su amigo le había puesto la mano encima para enjabonarla es como si se hubiera teletransportado a otro lugar. Ya le daban igual sus amigas, su novio, las puertas sin pestillo… Hasta ese momento estaba jugando con el morbo de la situación, con lo mucho que le gustaba hacer sentir cosas a Ricardo, pero en ningún momento se imaginó que él también se las podría hacer sentir a ella, como lo que sentía ahora, cada vez que su amigo pasaba sus hábiles dedos por su entrepierna.

-Ven, que te enjabono los pechos – le dijo Ricardo mientras dejaba de acariciarle el chocho y la giraba para quedarse frente a frente.

Ricardo pensó que estaba cumpliendo un sueño. Las tetas de Montse eran posiblemente la parte de su cuerpo con la que más había fantaseado y ahora se las estaba sobando. Pudo sentir el agradable tacto, el contraste entre la excitante blandura del pecho y la rigidez del pezón. Maravilloso.

Sus cuerpos ya estaban muy juntos de forma que la polla de Ricardo golpeaba de vez en cuando contra muslos, cadera, pubis o labios vaginales de Montse llenándose de la espuma que provocaba el jabón que él esparcía sobre el cuerpo de ella. Así que, cuando la mujer se apartó de él para arrodillarse ante su verga, se la agarró con una mano mientras con la otra acercaba el teléfono para deshacer toda la espuma mostrando el hermoso glande que tanto le había gustado en fotos y que nada desmerecía en persona.

-Creo que ya está bastante limpia – le dijo antes de llevársela a la boca y empezar a hacerle una mamada.

Ricardo tuvo que apoyarse en la pared para no caerse del placer que le produjeron esas palabras y la boca de su querida mejor amiga en contacto con su polla a punto de reventar.

Montse se dio cuenta de que o paraba o aquello se acababa ya, así que se separó de él. Y mientras se levantaba le dijo:

-Ricardo… tienes una polla muy bonita y un glande muy apetecible.

Él se sintió orgulloso ante aquellas palabras y el cálido beso de su amiga le pilló de sorpresa.

Así, con el agua cayendo sobre sus cuerpos fusionados mientras se regalaban mutuamente aquel morreo, Ricardo llevó una mano a uno de los muslos de Montse para levantarle la pierna de modo que con la otra mano pudiera dirigir la polla hacia su sexo.

Y así fue como ella comenzó a moverse sobre el normalito cuerpo de su amigo. Mientras él le agarraba la pierna que tenía levantada era ella la que llevaba el ritmo del vaivén necesario para sentir placer y justo para hacer que Ricardo durara lo suficiente.

Cuando ella llegó al orgasmo casi se cayó al fallarle las fuerzas de la única pierna que estaba en contacto con el suelo. Tuvo que ser Ricardo quien la sujetara haciendo un enorme esfuerzo pues la fatiga también hacía mella en él.

Tras las pequeñas convulsiones de Montse que le hicieron entender a Ricardo que se había corrido y el esfuerzo por sujetarla para que no se partiera la cabeza en la bañera, ella se separó de él y se agachó para agarrarle la polla y masturbarlo con una mano mientras con la otra le sopesaba los testículos.

Mientras Ricardo acariciaba la espalda y el culo en pompa de ella no tardó mucho en correrse soltando los disparos de semen más potentes y numerosos que recordaba. Montse los dirigió de forma que no mancharan nada y todo quedara en la bañera desapareciendo, junto con el agua que aún seguía cayendo, por el desagüe de la casa.

-¿Qué tal, nene? – le preguntó altivamente mientras no dejaba de menearle la polla tras la corrida provocando los últimos espasmos de su amigo con la intención de sacarle un último piropo.

Casi sin aliento para responder, Ricardo le dijo lo que ella quería escuchar.

-Montse… ha si… sido maravillo… so. No es que… yo quiero a Noe, pe… pero… siempre había fantasea… do contigo…

-Gracias – le contestó ella sonriéndole, orgullosa del morbo que le provocaba a su mejor amigo – Pero has de tener claro que esto no va a suceder nunca más.

-Claro, claro – le respondió rápidamente ya algo más recuperado.

Ricardo, por un instante, pensó en lo afortunado que era. Un tío normalito como él jamás hubiera tenido la oportunidad de estar con una tía tan espectacular como Montse y se alegró de que fuera su amiga y le hubiera ofrecido aquel magnífico regalo.

Por su parte, Montse pensó en cómo había acabado todo por una simple conversación jocosa. El único motivo por el que no se arrepentía de lo que había pasado era por su mejor amigo. Y se sintió poderosa al apreciar cómo había hecho feliz a un tío que, en circunstancias normales, no podría aspirar a ella nada más que en sueños.

Mientras se secaban oyeron como alguien se acercaba.

-¿Montse?

Se apresuraron a vestirse con las únicas ropas que llevaban, bañador y bikini.

-¡Pasa! – le contestó Montse a Maribel.

Cuando esta abrió la puerta se extrañó al ver salir a Ricardo, pero no le dio mayor importancia.

-Buenos días.

-Buenos días.

-Tía, ¿qué se supone que estás haciendo?

-Es que al subir me he encontrado con este – aludiendo a Ricardo – y nos hemos puesto a hablar.

-Ok. Oye, ya han llegado los chicos. ¿Bajamos para prepararlo todo?

-Sí, vamos.

Abajo se reunieron los 8 para preparar todo lo necesario para la barbacoa que comerían al mediodía. Tras la misma y tras reposar la comilona, las 4 parejas dejaron la casa para volver a sus hogares respectivos y sus habituales vidas.

Tras el incidente del domingo en la ducha, Ricardo y Montse se esforzaron por aparentar que nada había sucedido. Aunque no fue fácil procuraron evitarse durante un tiempo de modo que nadie pudiera sospechar nada extraño entre ellos.

Por suerte, con el tiempo, las cosas volvieron a su cauce. La relación entre ambos amigos volvió a ser la de siempre y ninguno del resto de la pandilla jamás sospechó lo que ocurrió ese fin de semana en la casa rural ni en los días previos a la misma.

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“TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA DE PÓKER” (POR GOLFO) Libro para descargar

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2SINOPSIS:

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.

Cómo amigó de ese insensato quise darle un escarmiento, acepté su puja sin saber que al hacerlo mi vida quedaría irremediablemente unida a Laura…..

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y el primer capítulo:

Introducción

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.
―¡No seas idiota!― exclamé cabreado e intenté hacerle cambiar de opinión porque una cosa es que no tuviera donde caerse muerto y otra cosa es que apostara a Laura, su esposa.
Desgraciadamente no pude convencer a Mariano y emperrado en sus cartas, insistió en que la aceptáramos incluso como pago.
―¿Cómo pago?― pregunté viendo que en mi mano tenía una jugada ganadora.
―Sí― contestó y dirigiéndose al resto, dijo: ―Me comprometo que si pierdo, mañana a las nueve haré entrega de mi mujer al que gane la apuesta.
De haber sido un desconocido, jamás hubiese aceptado el trato pero deseando darle un escarmiento a ese infeliz para que nunca volviera a jugar con lo sagrado, di por buenas sus condiciones. ¡No en vano era su mejor amigo!
El resto de la mesa trató de hacernos entran en razón y viendo que ambos seguíamos firmes en nuestra decisión, renunciaron a seguir jugando y se quedaron mirando el resultado.
―¿Estás seguro?― pregunté metiendo todo el dinero que tenía sobre la mesa ― Si pierdes, ¡tendrás que cumplir!
El insensato no lo dudó un instante y levantando las cartas, mostró que llevaba un full. El silencio se adueñó de la habitación, la tensión se mascaba en el ambiente y como mi intención era darle un escarmiento, fui una a una bajando las mías. El semblante optimista de Mariano se fue diluyendo al ver cuando llevaba cuatro levantadas que era un proyecto de escalera de color.
―¿Es un rey de corazones? – preguntó pálido por la quinta carta.
―Así es― repliqué mientras depositaba la última a la vista de todos.
Nadie se movió al ver que ese pirado había perdido. Os juro que se hubiese podido oír el sonido de una mosca por lo que tuve que ser yo el que rompiera ese mutismo al decirle mientras recogía mis ganancias:
―Recuerda tu promesa, mañana a las nueve.
―Ahí estaré― contestó destrozado y huyendo como perro apaleado, se fue de la partida.
Nada más desaparecer por la puerta, todos sin distinción se echaron sobre mí y me pidieron explicaciones por ser tan cerdo y haber aceptado que apostara a Laura.
―¿Quién coño creéis que soy?― respondí – Por supuesto que nunca ha sido mi intención quedarme con ella, solo lo he hecho para darle una lección. ¡Qué pase esta noche un mal rato! Mañana vendrá con el rabo entre las piernas buscando que me olvide de esta apuesta. Pienso hacerle sufrir antes de ceder― y alzando la voz, comenté: ―Pensad que hoy ha caído entre amigos pero ¿qué ocurriría si comete esta estupidez entre desconocidos?
Al igual que todos había salido en manada contra mí, al escuchar de mis labios los motivos que me habían llevado a jugar, me dieron la razón y sirviéndome una copa, el más avispado de ellos me soltó:
―Cabrón, ¡qué mal me lo has hecho pasar! Te veía tan serio que realmente pensaba que te querías quedar con Laura.
Soltando una carcajada, respondí de broma:
―Por un momento lo pensé, porque hay que reconocer ¡qué está muy buena!
Los cinco presentes rieron mi gracia y dejando a un lado lo que había pasado, repartí la siguiente mano…

Capítulo 1

El sonido del timbre de mi casa me despertó esa mañana. Con una resaca de mil demonios miré el reloj y al ver que marcaba las nueve y un minuto, recordé entre brumas la apuesta.
«Joder con Mariano, podía haberme llamado», pensé creyendo que venía a disculparse una vez se le había pasado la borrachera. Sin ganas de bronca, me puse un albornoz y abrí la puerta. Imaginaros mi sorpresa al encontrarme a Laura de pie en el descansillo y con una maleta a cuestas.
―¿Qué narices haces aquí?― pregunté totalmente confundido.
La rubia, de muy malos modos, me empujó a un lado y mientras trataba de entrar a mi piso con todo su equipaje, me soltó:
―¡Pagar la apuesta de mi marido!
Ni que decir tiene que me desperté de golpe al escuchar semejante insensatez. No queriendo discutir en mitad de la escalera, haciéndola pasar, la llevé a la cocina y me serví un café mientras intentaba acomodar mis ideas.
«¿Cómo le explico lo de anoche?», mascullé en mi mente buscando una solución al ver que la esposa de mi amigo se sentaba en una silla y me miraba con ojos de desprecio.
Viendo que no quedaba otra, tras dar un sorbo a mi taza, entré al trapo diciendo:
―Ayer tu marido iba pedo y como sabes te apostó.
―Lo sé― respondió con voz gélida – y perdió contigo, por eso estoy aquí.
Os juro que hubiese deseado estar a mil kilómetros de esa airada mujer pero asumiendo que venía a por una explicación, tomando asiento junto a ella, le expliqué que mi intención era dar una lección a su marido pero que en absoluto quería hacer efectiva la apuesta.
Laura al oír que lo que quería era hacer recapacitar a Mariano para que se centrara, perdió la compostura y echándose a llorar, me contó la discusión que habían tenido la noche anterior. Por lo visto, mi “querido” amigo se fue directo a casa y despertándola, le había contado que había perdido todo el dinero que les quedaba. Si ya de por sí eso fue duro, lo que más le dolió a ella, fue que perdiendo los papeles, su marido me echaba en cara el haberle obligado a arriesgarla a ella.
―¡Eso no es cierto! ¡Tengo testigos que intenté hacerle entrar en razón!― protesté indignado por la poca hombría que mostró al decírselo.
―Ahora lo sé― sollozando contestó: ―Mi marido es un enfermo. Por el juego hemos perdido todo nuestro patrimonio. Llevo años aguantando pero se acabó. ¡No pienso volver con él!
Comprendiendo el cabreo de Laura, dejé que se explayara a gusto y así me enteré del modo en que había despilfarrado tanto su herencia como el amor que ella le tenía. Pensando que era pasajero y que cuando se le pasase el enfado volvería con él, pregunté a esa mujer qué tenía pensado hacer.
―No lo sé, no tengo a donde ir y si lo tuviera, no podría pagarlo― respondió con amargura.
Viendo su dolor y recordando los tiempos en que era únicamente la novia cañón que me presentó mi amigo, cometí el mayor error de mi vida al ofrecerle que se quedara en el cuarto de invitados mientras decidía su futuro.
―¿Estás seguro?― secándose las lágrimas, susurró: ―Seré un estorbo.
Tratando de quitar hierro al asunto y en plan de guasa, contesté:
―De eso nada, imagina su cara cuando se entere que vives aquí, ¡tu marido pensará que me he cobrado la apuesta!
Aunque era broma, le gustó la idea y cogiendo mis manos entre las suyas, me soltó:
―¿Me harías ese favor? ¿Me dejarías simular que he aceptado ser el pago?
Jamás debía de haber dicho que sí. Pero sabiendo que Mariano necesitaba un empujón para dejar la ludopatía y si su mujer creía que así él aprendería, como buen amigo debía de correr el riesgo. No supe cuánto me cambiaría la vida al decir:
―De acuerdo, tómate un café y acomódate en la habitación de la derecha mientras me ducho.
El chorro de la ducha me hizo reaccionar y fue entonces cuando me percaté que la presencia de Laura en mi casa despertaría no solo las suspicacias de su marido sino también la de todos nuestros conocidos.
«La noticia que vive aquí va a correr como la pólvora», determiné francamente preocupado, «y lo peor es que todo el mundo va a pensar mal». La certeza que la reputación de ambos iba a correr peligro me hizo recapacitar; por eso al salir, me vestí rápidamente y fui en busca de mi invitada.
El destino quiso que al entrar en su cuarto, no la encontrara pero que justo cuando iba a salir de allí, viera que la puerta del baño estaba entreabierta. Sin otra intención que hablar con ella, me acerqué y fue entonces cuando la vi entrando a la ducha.
Sé que hice mal pero no pude dejar de observarla. Ajena a estar siendo espiada, Laura dejó caer su vestido, quedando desnuda sobre los azulejos mientras abría el agua caliente.
«¡Dios!», exclamé para mí.
Era la primera vez que la veía en cueros y jamás me había imaginado que la esposa de Mariano tuviese un cuerpo tan espectacular. Todos sus conocidos sabíamos que estaba buena pero ni en mis sueños más calenturientos, hubiese supuesto que tras la ropa ancha que solía llevar se escondieran esos impresionantes pechos.
«¡Menudas tetas!», sentencié al disfrutar de la visión de esas maravillas. Grandes y bien colocadas, sus pechugas terminaban en punta y estaban adornadas por unas areolas rosas que invitaban a llevárselas a la boca.
Estaba a punto de escabullirme cuando sus nalgas me dejaron anonadado. Os juro que jamás en mi vida había visto un culo tan impresionante y más excitado de lo que debería estar, me pregunté si el diablo había creado esos cachetes para tentar a los humanos. Y digo humanos porque viendo ese trasero no me quedó duda que hubiese dado igual que fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, nadie en su sano juicio podía quedar indiferente.
Para colmo Laura, canturreando y creyendo que estaba sola, se metió en la ducha y empezó a enjabonarse. Ante tal sugerente escena no pude evitar que mi pene reaccionara y totalmente acalorado, seguí embobado cómo esparcía el jabón por su piel. Estaba intentando sacar fuerzas para dejar de espiarla cuando a través del resquicio de la puerta, observé a esa rubia jugueteando con sus pezones al aclararlos.
Mientras la razón me pedía salir de allí, mi bragueta me hizo permanecer inmóvil. Sé que fue un acto inmoral pero es que ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras se duchaba, fue superior a mis fuerzas y cayéndose mi baba, seguí mirando:
«¡Qué buena está», reconocí al tratar de asimilar tanta belleza. Para que os hagáis una idea y sin que sea una exageración, os tengo que decir que en Laura hasta su coño perfectamente recortado es bello.
Por suerte advertí que estaba a punto de terminar de ducharse y no queriendo que me pillara espiándola, tuve tiempo de salir huyendo con mi rabo erecto entre las piernas. Ya en mi habitación el recuerdo de su cuerpo desnudo, me hizo imaginar a Laura masturbándose. En mi cerebro, esa rubia comenzó a toquetear entre los pliegues de su sexo hasta encontrar un pequeño botón. Una vez localizado y mientras se pellizcaba con dureza las tetazas que me habían dejado sin respiración, comenzó lentamente a acariciarlo.
Poco a poco sus dedos fueron incrementando el ritmo y lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. En mi cerebro, la esposa de Mariano se dejaba llevar y separando sus rodillas, torturó su ya henchido clítoris. De su garganta comenzaron a emerger unos suaves suspiros que fueron transmutándose en profundos gemidos mientras llevando mis manos entre mis piernas, cogía mi pene y me ponía a pajear.
«¡Quién pudiera comerle el coño!», pensé mientras por primera vez sentía envidia de mi amigo, sin saber todavía que esa mujer se convertiría en mi obsesión.
Esa idílica y espectacular rubia estaba temblando de placer fruto del orgasmo que asolaba su cuerpo cuando sobre mi cama, me corrí soñando que era yo el que la tocaba…
¿Simulación o realidad?
La torpeza de Mariano no terminó con la apuesta porque, al no volver su mujer a casa, supuso que la ausencia de Laura era resultado de su ludopatía. Siendo eso parcialmente cierto, nunca se le ocurrió pensar en que su pareja y su amigo le estaban haciendo sufrir para que recapacitara y erróneamente asumió que estaba haciendo uso de mis derechos y me estaba cobrando en carne su error.
«Este tío es un cretino», sentencié cuando a la hora de comer no había llamado.
Para entonces, las paredes de mi hogar me parecían los muros de una celda al tener a Laura deambulando por ellas y no queriendo que a ella le ocurriese lo mismo, decidí invitarla a comer fuera. Al comentárselo, aceptó pero puso como salvedad que nadie nos acompañase y que fuéramos solos. Reconozco que me extrañó esa condición y por ello le pregunté el porqué.
―Si vamos con amigos, tendremos que explicarles qué tramamos y no quiero que Mariano se entere que todo es una pantomima.
Sus razones, aunque de peso, me ponían en una difícil situación, ya que si alguien nos veía, podría malinterpretarlo. No queriendo ser el causante y menos el protagonista de ese sabroso chisme, metí la pata por segunda vez en el día y llevé a esa rubia a un coqueto restaurante de las afueras donde no nos íbamos a encontrar con ningún conocido. Sabía a la perfección que era un lugar seguro porque era el garito al que acudía cuando mis conquistas o yo teníamos algo que perder si nos pillaban. En pocas palabras, era a donde llevaba a las casadas o con pareja.
Supe de lo desacertado de esa elección al verla salir de la casa y comprobar que Laura se había arreglado a conciencia:
«Viene vestida para matar», mascullé entre dientes.
Y no era para menos porque la pareja de Mariano apareció con un entallado vestido que lejos de ocultar las excelencias de su cuerpo las realzaba.
«Ahora sí, ¡cómo nos vean van a pensar que hay algo entre nosotros!», murmuré de muy mala leche al darme cuenta que era incapaz de retirar mis ojos de su escote.
Sé que Laura se percató del efecto que la poca ropa que llevaba causó en mí porque con una sonrisa de oreja a oreja, riendo, me soltó:
―¿Te parece que voy un poco descocada?
―Un poco― con una mezcla de vergüenza y excitación, reconocí.
Mi respuesta satisfizo a esa rubia y dejando meridianamente claro que esas eran sus intenciones, comentó:
―Llevaba años sin ponerme este traje. Me parecía demasiado sexy para una mujer casada.
«¡La madre que la parió!», exclamé mentalmente mientras encendía el automóvil, «¡parece una puta cara!
Descompuesto, enfilé la Castellana rumbo a la carretera de Burgos. Os juro que mi corazón vio incrementado su ritmo exponencialmente cuando en un semáforo, descubrí que si giraba un poco la cara podía ver sus patorras en plenitud.
«Joder, ¿qué se propone está tía?», me pregunté.
Laura debía saber que, en esa postura, podía ver el inicio de sus bragas pero no hizo nada por taparse y de buen humor, me interrogó sobre nuestro destino.
―A un restaurant― fue mi lacónica respuesta.
Afortunadamente, no insistió porque no ve veía capaz de conversar con ella ya que al hacerlo, mi mirada irremediablemente se enfocaría entre sus muslos.
Comprendí que había sido un error el elegir ese lugar cuando al entrar, oí a José, el maître, decir con sorna:
―Don Pedro, viene hoy muy bien acompañado.
«¡Puta madre! Ha supuesto que Laura es una de mis pilinguis», maldije para mí temiendo que lo hubiera oído y se diera por aludida. La suerte quiso que o bien no lo escuchó o bien no se lo tomó en cuenta porque nada más sentarse alegremente le pidió que le pusiera un tinto de verano.
El empleado aleccionado por mí otras tantas veces, contestó:
―Señorita, iba a descorchar una botella de Dom Pérignon.
Poco habituada a esos excesos por la difícil situación económica a la que les había abocado la afición al juego de su marido, Laura me miró con picardía y contestó:
―Siempre me olvido de lo detallista que es mi Pedro― tras lo cual dirigiéndose a José, respondió: ―Ábrala.
No que decir tiene que ese “mi Pedro” hizo despertar todas mis suspicacias y preocupado por el rumbo que iba tomando esa comida, deseé nunca haberme ofrecido a sacarla a comer mientras el maître abría ese champagne.
A partir de ese momento, la situación se fue relajando al ritmo en que vaciábamos nuestras copas. Todavía hoy no sé si fue por el efecto del alcohol o por la natural simpatía de esa rubia pero lo cierto es que al poco tiempo, empecé a disfrutar de su compañía y a reírle las gracias.
Por otra parte la fijación con la que los camareros rellenaban nuestras copas, avivaron el descaro de esa monada y susurrando en mi oído, preguntó:
―¿Me estás intentando emborrachar?
La dulzura de su tono hizo reaccionar al dormilón entre mis piernas y desperezándose se irguió bajo mi pantalón mientras le contestaba:
―No entiendo, ¿con que fin lo haría?
Muerta de risa, entrecerró sus ojos al decirme:
―No sé, se nota que traes aquí a tus amiguitas.
Tratando de echar balones fuera, solté una carcajada y cogiéndole de la mano, quité importancia al hecho diciendo:
―Jamás he venido con una mujer tan guapa― mi piropo tuvo un efecto imprevisto y ante mis ojos los pezones de la esposa de Mariano se fueron poniendo duros por momentos.
Alucinado por ello, no pude retraer mi mirada de esos dos montículos cuando siguiendo con la guasa, Laura insistió:
―¿Y han sido muchas las incautas que han caído en tus brazos en este lugar?
―Algunas― respondí un tanto incómodo.
Descojonada por el mal rato que me estaba haciendo pasar, ese engendro del demonio incrementó mi turbación al contestar:
―¿Eso es lo que pretendías al traerme aquí?
Como comprenderéis, lo negué pero dando otra vuelta de tuerca, Laura me soltó:
―¿No me encuentras atractiva?
Viendo que me tenía contra la pared y que daría igual lo que contestara, contrataqué con una broma:
―Eres preciosa pero no necesito seducirte, recuerda que te gané jugando a las cartas.
Mi burrada consiguió ruborizarla al no esperársela pero reponiéndose al instante y de bastante mala leche, respondió:
―Si eso opinas, a lo mejor deberías intentar cobrar la apuesta.
El cabreo de Laura era tan evidente que traté de disculparme diciendo:
―Para mí eres territorio vedado.
Ese comentario inocente empeoró las cosas y con voz gélida, me rogó que la llevara a casa. Como no podía ser de otra forma, pedí la cuenta y en menos de cinco minutos, estábamos en el coche de vuelta a mi piso.
«¿Qué he dicho para cabrearla así?», me pregunté mientras a mi lado, la rubia permanecía mirando por la ventana y sin dirigirme la palabra.
Tras mucho cavilar, llegué a la conclusión que su enfado venía al haberla hecho recordar el modo en que Mariano se había jugado no solo su patrimonio sino su relación en una timba de póker. Por ello decidí dejarlo pasar y no volver a mencionarlo. Al llegar a mi apartamento, Laura se encerró en su habitación y sintiéndome parcialmente culpable de su dolor, decidí ponerme una copa mientras intentaba buscar una solución satisfactoria para los tres. Y digo los tres porque con el whisky en mis manos, no pude dejar de pensar en que mi amigo también lo debería estar pasando fatal al no saber nada de la que había sido tantos años su pareja.
«¿Qué le pasa a Mariano? ¡Son las cinco y todavía no ha llamado!», refunfuñé al no comprender que no hubiese hecho acto de presencia.
«De ser yo, estaría de rodillas, pidiéndole perdón», pensé para mí.
Fue entonces cuando me di cuenta que sentía algo por esa mujer. Enojado conmigo mismo, vacié mi vaso y levantándome del asiento, fui a la barra a rellenarlo. Me parecía inconcebible el sentir algo por la esposa de un amigo y más que tuviera que haber ocurrido todo eso para darme percatarme de ello.
«Estoy como una puta cabra», sentencié molesto, «Laura, después de lo que pasó con ese insensato, necesita espacio».
Sin pérdida de tiempo me bebí esa segunda copa y me puse una tercera, intentando quizás que el alcohol apaciguara los sentimientos recién descubiertos por esa mujer. Desgraciadamente, ese whisky me hizo rememorar su cuerpo desnudo al entrar a la ducha y comportándome como un cerdo, deseé que su marido nunca volviera por ella.
«¡No se la merece!», murmuré afectado por el recuerdo mientras se enjabonaba sus pechos, ya que en mi mente como si fuera realidad, esa rubia se estaba acariciando las tetas mientras me sonreía.
Estaba soñando con los ojos cerrados cuando de pronto, el sonido del timbre me despertó y por ello, me levanté a ver quién era. Tal y como me temía, me encontré a Mariano tras la puerta.
«Viene a disculparse», mascullé y mientras le hacía pasar, me fijé en sus ojeras, «se le nota arrepentido».
Sin darle opción a negarse, le puse un whisky. Tras lo cual, ambos tomamos asiento sin que ninguno de los dos tomara la iniciativa y rompiera el hielo, entrando al trapo. El silencio mutuo me permitió observarle con detenimiento. Además de venir sin afeitar, mi amigo parecía apesadumbrado.
«No me extraña», medité, «yo estaría avergonzado».
Durante un par de minutos, solo nos miramos. Era tal la tensión que se mascaba en el ambiente que decidí cortar por lo sano y directamente, pregunté:
―¿A qué has venido?
Incapaz de mirarme y mientras se frotaba las manos con nerviosismo, contestó:
―A negociar contigo que me devuelvas a Laura.
Todavía hoy desconozco que me cabreo más; que no mostrara un claro arrepentimiento o que hablara de su esposa como fuera un objeto. Disimulando mi ira, le di una segunda oportunidad al preguntarle que me ofrecía, pensando que quizás entonces se desmoronaría y prometería dejar el juego. Lo cierto es que nunca me imaginé que ese tonto de los cojones dijera que me pagaría con lo que ganara esa noche en otra partida y que encima me pidiera dos mil euros para invertir en ella.
Estaba a punto de echarle de casa a empujones cuando escuché a Laura decir:
―Dáselos pero que sepa que, gracias a él, he encontrado alguien que me mima y que nunca volveré a ser suya porque ya tengo dueño.
Al girarme me quedé tan sorprendido como horrorizado porque esa mujer se había cambiado de ropa y se mostraba ante nosotros, vestida únicamente con un picardías negro totalmente transparente.
«¡Qué coño hace!», exclamé creyendo que se iba a montar la bronca. Durante unos segundos, no sabía si mirar la reacción de Mariano o por el contrario admirar las rosadas areolas de Laura que se conseguían adivinar a través de la tela.
Consciente del efecto que esa nada sutil entrada había producido, sonriendo, me pidió si podía ponerse una copa. No pude contestar porque temía que en cualquier momento, su marido me saltara al cuello. Laura no esperó mi respuesta y meneando su trasero, se acercó hasta la barra.
«¿De qué va esto?», medité perplejo mientras miraba de reojo tanto al que había sido su pareja tantos años, como a las impresionantes nalgas que con todo descaro estaba exhibiendo.
Mariano estaba al menos tan sorprendido cómo yo. Jamás había supuesto encontrar a su mujer casi desnuda en mi casa y enfocando su cabreo en ella, exclamó:
―¡No llevas bragas!― y rojo de rabia, le ordenó que se tapara.
Sabiendo que solo podía empeorar si intervenía, me quedé callado. Era algo entre ellos dos y si decía algo, a buen seguro saldría escaldado.
―Te recuerdo que ayer me vendiste y que ahora tengo un nuevo dueño― contestó su esposa y sin mostrar un ápice de cabreo, le dijo: ―Solo Pedro puede decirme cómo debo ir vestida.
Para colmo, luciéndose, Laura se acercó a mí y como si fuera algo pactado, se sentó en mis rodillas. Mariano al ver a su mujer abrazándome casi en pelotas, supuso que ya éramos amantes y demostrando su falta de hombría, me recordó que necesitaba esos dos mil euros.
―Trae mi cartera― pedí a Laura― ¡la tengo en el cuarto!
Dejando su copa, me besó en la mejilla y siguiendo estrictamente el papel de flamante sumisa, dejándonos solos, fue en busca de lo que le había pedido. Para entonces, os tengo que reconocer que estaba indignado con Mariano y por ello cuando su preciosa mujer me trajo la billetera, saqué la suma que me pedía y demostrando todo el desprecio que sentía por su persona, se la di diciendo:
―Ya no eres bienvenido en esta casa. No vuelvas o tendré que echarte a patadas.
El impresentable de mi conocido cogió los billetes de mi mano y enseñando nuevamente la clase de hombre que era, desde la puerta, me soltó:
―Esta puta no vale tanto dinero. Cuando la uses, te darás cuenta que te he timado.
Sé que me extralimité pero era de tal magnitud mi cabreo, que cogiendo de la cintura a su esposa, respondí:
―Te equivocas, llevamos todo el día follando y te puedo asegurar que no tengo queja.
Para dar mayor realismo a mis palabras, besé a la mujer, hundiendo mi lengua hasta el fondo de su garganta. Sorprendentemente mientras su marido salía de la casa pegando un portazo, Laura respondió con pasión a mi arrumaco pegando su pecho al mío.
Si esa mañana, alguien me hubiese dicho que pocas horas más tarde estaría besando a esa mujer no le hubiese creído pero si llega a afirmar que estaría acariciando su impresionante culo, lo hubiese tildado de loco. La verdad es que en ese momento, yo tampoco me terminaba de creer el tener a mi disposición semejantes nalgas y no queriendo perder la oportunidad durante cerca de un minuto, dejé que mis dedos recorrieran sin limitación alguna ese trasero con forma de corazón.
Lo malo fue que eso provocó que mi pene reaccionara a ese desproporcionado estímulo, irguiéndose bajo mi pantalón. Laura recapacitó al notar la presión de mi entrepierna sobre ella y separándose, se sentó frente a mí diciendo:
―Tenemos que hablar.
Todavía con la respiración entrecortada, traté de ordenar mis ideas pero la belleza de esa mujer casi desnuda me lo impidió. Para entonces mis hormonas eran dueñas de mi mente y en lo único que podía pensar era en hundir mi cara entre sus tetas pero la seriedad con la que me miraba, me devolvió a la realidad y la culpa me golpeó en la cara y me eché en mis hombros la responsabilidad de lo sucedido.
―Lo siento― conseguí murmurar.
Mi sorpresa se incrementó por mil cuando cogiendo su cubata, la esposa de mi amigo me sonrió y dijo:
―No tienes nada de que arrepentirte, gracias a ti me he librado de mi marido― y recalcando sus palabras, prosiguió diciendo: ―Tendría que haberlo hecho antes pero nunca me atreví a dar ese paso.
A pesar de estar de acuerdo con ella, sabía que a partir de ese momento, tanto ella como yo, estaríamos tachados socialmente porque todos nuestros conocidos supondrían erróneamente que éramos amantes desde antes. Al explicárselo, la rubia contestó:
―Te equivocas, Mariano me perdió en esa partida y hoy al escuchar tu ira, me ganaste a mí.
―No entiendo― alucinado respondí.
La chavala, soltando una carcajada, se explicó:
―Hasta esta tarde, seguía guardándote rencor por haberte prestado a jugar con mi futuro pero al ver como reaccionabas con mi ex, me di cuenta que tenía que hacer que cumplieras con tu obligación y exigirte que me aceptes como tu mujer.
Durante unos pocos segundos, creí que estaba bromeando pero al ver la entereza de su mirada, me hizo comprender que iba en serio y aterrorizado por su significado, exclamé:
―¡Estás loca!
Su reacción a mi exabrupto fue insólita porque imprimiendo un tono duro a su voz, me soltó:
―Mi decisión es firme, ¡seré tuya!
Tratando de hacerla razonar, le expliqué que era inmoral, que me negaba y que ella no podía obligarme. Creí que al escuchar mis razones, Laura daría marcha atrás pero en vez de hacerlo, incrementó la presión diciendo:
―Sé lo mucho que te gusta el juego por lo que te propongo una apuesta…
―¿Qué apuesta?― casi gritando pregunté.
Descojonada, se levantó del asiento y dejando caer su ropa, se quedó completamente desnuda, mientras me decía:
―Durante una semana me quedaré en esta casa, si en ese tiempo no consigo que te acuestes conmigo, buscaré otro sitio donde vivir.
Temblando al comprender lo duro que me resultarían esos siete días, contesté:
―¿Y si pierdo?
Solemnemente, respondió:
―Nunca volverás a jugar a las cartas y te casarás conmigo.
A regañadientes al saber que no podía dejarla en la estacada ya que no tenía donde caerse muerta, acepté su oferta creyendo que en cuanto recapacitara, ella misma anularía tamaña insensatez…

 

Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (2) (POR MARTINA LEMMI)

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SOMETIENDO 5  Un cúmulo de sensaciones entremezcladas me invadió una vez que la puerta se cerró detrás de él y yo quedé allí en el piso, abatida.  Por un lado angustia porque él se había ido y, a pesar de sus últimas palabras, no me iba a ser fácil tenerlo de nuevo por allí; por otro lado una terrible vergüenza de mí misma: en el hipotético caso de que alguien me hubiera visto durante toda la escena, sólo podía  ocurrírseme que mi imagen debía ser patética.  Además una intensa culpa se apoderó de mí más que nunca, ya que de pronto acudía a mi cabeza el recuerdo de quién era, cuál era mi lugar y cuál era, sobre todo, mi situación conyugal.  Tardé un rato en incorporarme.  Me acomodé el pelo y la ropa, junté mis cosas; estaba a punto de abandonar el lugar cuando la puerta se abrió y experimenté un sobresalto: sin embargo, era la preceptora, la misma que había entrado antes para anunciarme que iniciaría la pasada de los chicos para la revisación.  Era una locura, desde ya, pero me pareció descubrir en la expresión de su rostro que, o bien había oído los gritos de Franco o bien, simplemente, sospechaba por intuición lo que allí había ocurrido.  O tal vez era sólo mi imaginación, la cual, inevitablemente, rayaba en la paranoia.
             “¿Listo, doctora?” – me preguntó.  La noté algo más jovial que antes.
              “S… sí – le contesté -.  Volveré, como acordé con los dueños, pasado mañana para hacer una nueva ronda…”
             “¿Cómo se portaron los chicos?” – me interrumpió.
             Le eché una mirada de hielo.  ¿Hablaba aquella mujer con doble sentido?  ¿O era simplemente que con la culpa que yo tenía ahora todo me sonaba así?
            “B… bien” – volví a tartamudear; me quedé como buscando algo más, algo que completara la respuesta, pero no lo encontré.  Simplemente tomé mi bolso, me despedí de la preceptora lo más amablemente que pude hacerlo en medio de la conmoción que me embargaba y me fui.  Atravesé el patio agradeciendo que no hubiera recreo.  Aun así me crucé con algunas otras preceptoras y con algún directivo.  Mi paranoia iba en aumento: en cada rostro me parecía que estaban al tanto de lo ocurrido y que se divertían  a costa mía.  Rogué no cruzarme con mi esposo; en una situación más normal, hubiera preguntado en qué aula se encontraba para pasar a despedirlo, pero esta vez prefería no hacerlo, no así, no como me sentía: sucia, pecadora, indecente, indigna…  Por suerte la portera estaba en la salida y me abrió la puerta apenas me vio, lo cual me evitó el trámite embarazoso de tener que buscarla por el colegio y, tal vez, cruzarme con alguien más.  Una vez en la calle, con nerviosismo y aun mirando hacia todos lados como si viniera de robar un banco, extraje del bolso las llaves de mi auto y segundos después me estaba marchando a toda prisa del lugar.
           No tengo palabras para explicar cómo me sentía al llegar a casa.  Me parecía que el olor de él estaba impregnado por todo mi cuerpo.  Me duché; me aseé mejor que nunca y estuve un largo rato bajo el agua de la lluvia.  Me perfumé todo cuanto pude y deseché mi ropa a un costado para hacerla desaparecer en un canasto dentro del cual siempre iban a parar las prendas que llevaban como destino el lavadero.  Me sentía tan perseguida que levanté varias de las prendas que allí había y deposité mis ropas debajo, casi sobre el fondo del cesto, lo más lejos posible de la vista y el olfato de cualquiera y, muy especialmente, de Damián.  No pudo dejar de impactarme lo húmeda que estaba mi tanga: casi podía estrujarla.  Hasta me volví a lavar las manos luego de haberla tocado.  Con especial esmero, me aboqué a la tarea de cepillar mis dientes embadurnando prácticamente el interior de mi boca con la pasta dentífrica.  Fue imposible que no me martillara en la cabeza la imagen de que sólo un rato antes era la leche de él lo que llenaba esa misma boca.  Enjuagué, volví a poner pasta, cepillé y así unas cuantas veces.  No quería que  quedara rastro alguno: en parte me dolía porque hubiera querido retener para siempre el gusto de la leche de Franco en mi boca, pero por otro lado temía que Damián se fuera a dar cuenta apenas me besara.
            De hecho, cuando llegó esa noche y me besó, yo estaba terriblemente tensa ante la posibilidad de que percibiera algo; no pareció así, sin embargo.  Y fuimos a la cama como cualquier otra noche; no hubo  sexo desde ya: yo puse (también desde ya) el pretexto de que me sentía cansada.  La realidad era que no podía tener relaciones con Damián después de lo vivido ese día.  Me hubiera sentido culpable.  Y estoy segura de que él hubiera notado algo raro, mucho más que lo que pudiese sospechar ante mi burda excusa del cansancio en el caso de que realmente lo hiciese.  Como no podía ser de otra manera mi trabajo en el colegio surgió como tema de conversación casi obligado; una luz de alarma se encendió en mi interior pero traté de relajarme y tomármelo con la mayor calma posible: después de todo era lógico, siendo que era mi esposo quien me había conseguido el trabajo y que el día que terminaba había sido justamente mi primer día en el mismo.  Traté de sonar lo más tranquila posible, dándole a entender que todo había estado normal y bastante rutinario, sin nada inusual.  Fue como que intenté sofocar el tema de algún modo pero él seguía preguntando; le seguí la corriente porque decidí que si me mostraba hermética o reservada al respecto sería tanto peor y entonces sí que él sospecharía.  El momento de más tensión en la charla fue, por lo menos para mí, cuando me preguntó a qué chicos había hecho la revisión en ese día.  Claro, su curiosidad era lógica teniendo en cuenta que muchos de ellos serían, posiblemente, alumnos suyos.  Arrojé algunos nombres sin apellido, como al azar y fingiendo irlos recordando de a poco; en algunos casos, de hecho, no necesitaba fingir porque de algunos no había retenido los nombres o los apellidos o bien ambas cosas.  Como no daba para ir a buscar los papeles y fijarme, suplí en algunos casos tal detalle por una descripción física, la cual a veces llevó a que Damián identificara al joven en cuestión y otras no.  Hasta allí no hice ninguna referencia a Franco…
          Pero… ¿y qué pasaba si en realidad Damián me estaba tanteando?  Franco era un chico que resultaba imposible que pasara desapercibido debido a su obvia belleza.  Si yo no lo mencionaba o fingía no recordarlo, ¿no generaría en mi marido las sospechas que, justamente, quería yo evitar?  ¿Y qué si él realmente estaba al tanto de que yo había revisado a Franco?  ¿Hasta qué punto iba a creer que mi olvido era realmente accidental?  Así que decidí cambiar la estrategia…
            “Ah, también revisé a un tal Franco”
            Debo confesar que el hecho de nombrarlo me provocó algo de morbo.  Damián se ladeó ligeramente hacia mi lado; fruncía el ceño:
           “Franco… – repitió pensativo – ¿Apellido?”
           “Hmm… no, no lo recuerdo”
            “¿Cómo es?”
           Ahora, decididamente, parecía un interrogatorio.  Viéndolo hoy fríamente, no me parece que estuviera en la intención de Damián investigarme pero en ese momento y envuelta en culpas como yo estaba, era lógico que me llegara a parecer eso.  Traté de no sonar sorprendida o nerviosa.  Me sentí la peor actriz del mundo aunque siempre suelen decir que las mujeres sabemos mentir mucho mejor que los hombres.
            “Hmm… a ver, ¿cómo describirlo? Cabello castaño claro, ojos claritos, creo que verdes…”
             “¿Un pibe muy lindo?” – volvió a la carga Damián.
             Touché.  ¿Qué iba yo a decir?  Si negaba o me quedaba pensando si lo era, no iba a sonar creíble.  Una vez más me asaltó la duda sobre si mi marido me estaba testeando o se trataba de una simple charla producto de su curiosidad.
              “Sí – dije, tratando de sonar segura para ser más convincente -.  Es un lindo chico”
           “Franco Tagliano…” – soltó a bocajarro.
           “Sí, puede ser… – dije yo, manteniendo mi actuación -.  Es como que me suena haber anotado ese apellido.  Sí, casi segura que sí…”
            “Pendejo de mierda” – masculló Damián entre dientes y me produjo un sobresalto en la cama.  Lo miré, pero él tenía la vista perdida en algún punto de la semipenumbra que sólo bañaba la luz de la pecera -.  “Lo odio… y él me odia a mí – continuó -.  Un pendejo agrandado, maleducado, soberbio… Le hago llevar la materia a examen todos los años pero parece que ni le molestara; hasta me da la impresión de que se divierte con eso”
           El comentario, en parte, me sorprendió.  Y en parte no.
           “¿Ah, sí? – pregunté – ¿Tan forrito es?”
           “See… ¿cómo se portó con vos?”
              Estocada directa y seguramente no intencional, pero me hizo mella.  Un sudor frío me corrió por la espalda y un cosquilleo me invadió el sexo.
             “Hmm… bien, normal, qué sé yo…”
              “Encima tiene a todas las pendejas re calientes con él… y a algunas profesoras que se hacen las boludas también…” – continuó refunfuñando Damián.
               “¿Qué te pasa? ¿Le tenés envidia?” – pregunté, con una sonrisa pícara y tratando, con humor, de llevar un poco de agua para mi molino y, de alguna manera, poner la situación al revés.
                “No… – respondió Damián, aun con la vista en cualquier lado y sin que mi comentario pareciera afectarle -.  Yo no tengo por qué tenerle envidia: tendrá todas las mujeres que quiera pero la más hermosa la tengo yo – me tomó la mano por debajo de la sábana -, pero de todas formas… no sé, no sé qué le ven…”
                “Bueno… – volví a sonreír -.  Vos mismo dijiste que es muy lindo”.
                “Sí, pero… no sé… con lo desagradable que es como persona me cuesta creer que haya mujeres a las que les resulte atractivo – se giró hacia mí y apenas pude entrever su rostro en la semioscuridad -.  ¿A vos te gusta?”
                 Revoleé los ojos como haciéndome la tonta una vez más.
                “Mmm… me encanta” – respondí a la vez que lo besaba en la frente imponiéndole a mi respuesta el tono más jocoso que fuera posible.  Funcionó: no pareció ofendido; puso cara de molesto, pero siempre en el mismo tren de continuar con la broma que yo le hacía.
                 Luego me besó, se ladeó y se echó a dormir.  Yo tardé bastante rato en hacerlo.  Era mucha la conmoción que cargaba sobre mis espaldas después de semejante día.  Y debo confesar una cosa: el saber que Franco Tagliano era tan odiado por mi marido… sólo contribuyó a aumentar mi morbo y poner aun más a mil mi libido.
              El día siguiente no fue fácil.  Me tocó hacer clínica a la mañana, luego un par de horas en casa y finalmente consultorio al atardecer, pero la verdad era que no tenía la cabeza para ninguna labor de trabajo ni ninguna otra.  Sólo me daba vueltas y vueltas lo ocurrido en la víspera y, por más que quisiera (y la realidad era que tampoco quería del todo) no conseguía sacar de mi mente el recuerdo de lo ocurrido.  Sentí mareos, estuve algo extraviada, hasta me zumbaban los oídos… Una fuerte carga de culpa me apretó el pecho durante todo el día y cada vez que sonaba el teléfono (tal como ocurrió en varias oportunidades durante el rato que, después del mediodía y hasta las cinco de la tarde, pasé en casa) me asaltó la terrorífica sensación de que iba a escuchar algo así como “¿Doctora Ryan?  La llamamos desde el colegio para pedirle que se acerque a hablar algunas cuestiones”.  Créanme, es una sensación horrenda.  Franco era, después de todo, un chico de sólo diecisiete años, un adolescente.  ¿Hasta qué punto podía yo fiarme de que no iba a decir palabra alguna cuando la realidad es que, a esa edad, si hay algo que les gusta a los mozuelos es presumir de sus conquistas?  Más todavía si se consideraba que yo era la esposa del profesor que, según había manifestado mi propio marido, le odiaba tanto y con quien tan mal se llevaba.  ¿Qué mejor modo de exponer sus triunfos que comentándole a todo el mundo que la esposa del profe le había mamado la verga y hasta había pagado por ello?
           Mi otra gran preocupación era qué iba a hacer yo o bien qué iba a pasar el día siguiente.  ¿Con qué cara volvería al colegio?  ¿Cuántos y qué tanto estarían puestos al corriente de lo ocurrido?  Hay que admitir que, como rumor de pasillo o de patio, la historia de la doctora que le chupó la pija a un pendejo es totalmente morbosa  y, como tal, atractiva para el corrillo.  ¿Y si la historia había llegado a las autoridades?  ¿O a los dueños?  ¿Y qué había con los padres del chico?  ¿Cómo sabía yo que no se trataría de una familia ultra conservadora que estaría ya llamando enardecida a la dirección al haberse enterado de la situación en la cual una “médica pervertida” había involucrado a su hijo?  Tales y otras cavilaciones y pensamientos me absorbieron durante todo el día y hasta pensé en no ir al colegio al día siguiente aunque, por otra parte, también se me ocurrió pensar que si algún rumor realmente había circulado, mi ausencia al trabajo sólo contribuiría a fomentarlo aún más y a generar sospechas y presunciones.
            Así que al día siguiente volví al colegio.  El corazón me latió con fuerza ya en el trayecto desde el auto hasta la puerta de entrada.  Ni qué decir una vez  que estuve dentro del ámbito de la institución.  Me daba la sensación de que todos, pero absolutamente todos, me miraban de un modo especial: ya me pareció eso cuando la portera me abrió y esa incomodidad me siguió acompañando cada vez que me crucé con miradas de alumnos, alumnas, docentes y directivos.  Por momentos, en esos ojos que se me ocurrían punzantes y penetrantes, creí descubrir burla, otras simplemente diversión, otras repulsión, rechazo, condena… O quizás todo, pero absolutamente todo, estaba en mi cabeza.  Por lo pronto, yo no podía hacer otra cosa más que desviar la mirada o, en todo caso, mirarlos de soslayo.  No era, por supuesto, lo más conveniente si lo que quería era verme natural y tranquila, pero no tenía forma de evitarlo.  Lo que sí hice fue tratar de aparentar prisa o preocupación por mi trabajo.  Temí cruzarme con Franco en el patio pero afortunadamente no fue así.  Deliberadamente había elegido llegar al colegio unos minutos antes del recreo para no tener que hacerlo, a pesar de lo cual me crucé con varios alumnos que, tal vez, estarían en hora libre.  Evité pasar por dirección o por administración; no me daba la cara para hacerlo.  Así que fui directamente a lo mío, a mi trabajo… y me encerré en mi aula consultorio, lo más aislada posible de las miradas curiosas o incisivas.  Una sensación semejante a esas películas en las que alguien está en una cabaña rodeada por “zombies”.
           Esta vez Damián no se acercó durante el recreo a saludarme y eso me llenó de las peores sospechas.  Estúpida de mí: en mi paranoia galopante había olvidado que era miércoles y que Damián ese día trabajaba en otro colegio.  Sentí un alivio enorme al recordarlo; definitivamente tenía que tranquilizarme: me estaba enfermando y si los demás descubrían mi nerviosismo podría terminar siendo yo misma quien de algún modo me delatara.
            Desplegué mis papeles sobre mi escritorio.  Básicamente tenía que hacer dos cosas: por un lado entregar las fichas de los varones a los que había revisado cuarenta y ocho horas antes y por otra revisar una nueva tanda que, esta vez, correspondía a chicas, lo cual en parte era una suerte.  Con respecto al primer punto, lo cierto era que no había vuelto a tocar ninguna de las fichas que había hecho: no era fácil realmente; el solo pensar en volver a ver la ficha de Franco me llenaba de temblores y escozores internos.  Pero bueno, había que hacerlo… Y era el momento.  Fui pasando en limpio los datos que había ido recabando el día lunes haciendo una ficha individual para cada chico y, obviamente, dejé la de Franco para el final.  Fue muy fuerte volver a leer y repasar sus datos pero lo loco del asunto fue que en ese momento restalló en mi mente el saludo final que el chiquillo me había dado ese día, casi una sentencia: “será hasta la próxima, doc… Si es un poquito inteligente, se las va a arreglar para tenerme otra vez por acá, je… Y con lo puta que es, no tengo duda de que va a hacerlo…”.  La cabeza me daba vueltas y más vueltas; la vista se me nublaba… Casi salté de mi asiento cuando se abrió el picaporte y entró la preceptora para anunciarme que iba a ir haciendo pasar a las chicas durante las horas siguientes: veinte chicas, idéntico número al de los chicos el pasado lunes.  Di el ok o asentí con la cabeza, no recuerdo, pero lo cierto fue que la preceptora se marchó en pos de cumplir con lo que había anunciado y yo me quedé describiendo garabatos en el aire con mi bolígrafo mientras no sabía aún como cerrar la ficha de Franco en el lugar en que iba el informe de la primera revisión médica.  Cuando finalmente la punta se apoyó sobre el papel, tuve la sensación de que, una vez más, una fuerza desconocida actuaba por mí y se apoderaba de mis actos.

“Presión: 14 -11.  Alta.  Se solicita segunda revisión el día lunes 25”.  Eso fue lo que escribí.  Es decir… mentí, algo que en mi carrera profesional jamás había hecho salvo en alguna oportunidad para no decirle su verdadera situación a un paciente terminal.  Pero esta vez… ¡mentía sólo para tener una excusa a los fines de ver nuevamente a un pendejo de diecisiete años al que le había chupado el pito!  Qué locura… Ésa no era yo… ¿O era yo y no lo había sabido nunca?  Estaba en eso cuando escuché un golpeteo de nudillos sobre la puerta y autoricé el ingreso de la primera de las niñas a las que revisaría esa mañana.

              Una vez más, todo venía transcurriendo sin problemas: venía, dije…   Las chicas fueron desfilando una tras otra y en los casos en que me toca revisar a pacientes del sexo femenino, debo confesar que me invade un tipo especial de morbo, el cual más que por lo sexual (las mujeres nunca me atrajeron) pasa por la competencia y por la sensación de poder que la situación de doctora me da sobre ellas.  Es hermoso para cualquier mujer lograr que otra mujer haga lo que una quiera: rebajarla y demostrarle que una la tiene en sus manos y que es la que dispone, aun cuando no pase de algo muy “light”.  Algunas chicas eran bonitas, otras menos, pero a prácticamente todas las obligué a desnudarse y a adoptar posiciones más o menos humillantes dentro de lo que los parámetros éticos de una revisación médica permite.  Las hice inclinarse, exhibir el orificio anal, mostrar su sexo… Todo ello, admito, me divertía y me divierte, así como el percibir lo avergonzadas que se sienten.
             Pero la rutina de la mañana quedó alterada cuando cayó la decimotercera de las muchachas (no soy supersticiosa, pero el número ordinal pareció un anuncio).  En realidad no me llamó la atención de entrada y, por cierto, no creo que la pudiera haber llamado en nadie.  Bastante gordita y no muy favorecida en lo estético, Vanina (así su nombre) parecía destinada a pasar sin pena ni gloria por el consultorio.  Le hice las preguntas de rutina y las contestó siempre sonriente: no se trataba de una ligera sonrisa con deje de burla como la que había exhibido dos días antes… en fin, ya saben quién; más bien era una sonrisa campechana y afable, aunque paradójicamente la muchacha daba la impresión de ser algo tímida.  Me llamó la atención, eso sí, que de todas las alumnas, fue la única que ingresó al lugar llevando su mochila escolar, pero bueno, quizás era desconfiada y no quería dejarla en el aula; tal vez tuviera dinero o cosas de valor o muy personales, de ésas que a las mujeres no nos gusta que caigan en manos curiosas.  Así que no le di importancia al asunto y ella simplemente colgó su mochila del respaldo de la silla que ocupó.  El primer quiebre en su actitud llegó cuando le pedí que se pusiera de pie y se desvistiera; yo le di la orden mientras tenía la vista sobre los papeles y los interminables casilleros que debía completar, pero cuando alcé los ojos noté que ella seguía en su lugar y aparentemente sin intención inmediata de acceder a lo que yo le había pedido.  En realidad parecía algo ausente y ni siquiera me miraba; fue entonces cuando noté que tenía la vista clavada en su teléfono celular y que su rostro lucía como luminoso y encandilado con algo que veía.  Me pareció una falta de respeto de su parte…
            “Te dije que te pongas de pie y te saques la ropa” – le recordé, algo más enérgica que antes.
             En lugar de contestar a mi requisitoria, giró el celular hacia mí mostrándome lo que estaba viendo.
             “¿Ésta es usted, no?”
              La miré sin entender.  Tuve que aguzar un poco la vista y achinar los ojos porque tenía puestos los lentes para leer mientras que la pantalla del celular era pequeña y, encima, me lo mostraba desde el otro lado del escritorio; no mostró intención de acercarme el teléfono ni mucho menos de alcanzármelo: era como que quería tenerlo consigo y que yo lo viera a la distancia.  Una vez que mis ojos pudieron acostumbrarse a la pequeñez de la imagen pude empezar a definir algo…y, en efecto, ¡era yo!  ¡Era yo, en cuatro patas y de espaldas, moviendo el culo!
            Fue como si me hubieran propinado un puñetazo al mentón.  Una violenta sacudida recorrió todo mi cuerpo y sentí que el mundo se desmoronaba a mi alrededor.  ¡No podía ser verdad!  ¡No podía ser cierto lo que estaba viendo!  ¡Esa imagen correspondía a lo que había ocurrido dos días antes, cuando Franco me hiciera ir a buscar dinero para poderle chupar la pija!
           Supongo que, con la sorpresa y la conmoción, habré abierto la boca casi tan grande como ese mismo día cuando se la mamé.  Volví a mirar a los ojos de Vanina y la pendeja desgraciada se estaba riendo: una risilla inocente en la cual, sin embargo, se podían advertir signos de malignidad y  burla.  Sin dejar de reír, movió la cabeza hacia un hombro y hacia el otro varias veces mientras sacudía la mano en que sostenía el celular.
           Yo no sabía qué decir; mi boca seguía abierta: quería decir algo pero las palabras no me salían.  Cuando finalmente pude hacerlo, tartamudeé, tal como dos días atrás…
             “N… no entiendo… ¿Q… qué es eso?  ¿De dónde lo sacaste?.. ¿P… por q… qué lo tenés vos?”
            “Hmmmm…., no, doctora… – su rostro adoptó un cariz compungido, que, se notaba, era fingido -, no se ponga así, por favor… Relájese y siga mirando que la parte que sigue está buena, jaja”
            Juro que sólo tenía ganas de golpearla.  O de estrangularla.  Saltarle encima y hundirle las uñas en la garganta o en los ojos.  ¿De dónde había salido esta pendeja de mierda que me forreaba con tanto descaro?  Me contuve…, me costó pero lo hice; por otra parte, mis músculos estaban de pronto como agarrotados, impedidos de movimiento.  Volví a mirar hacia la pantallita, tal como ella me dijo.  Y, en efecto, lo que siguió era previsible porque yo no sólo había presenciado esa escena dos días atrás sino que además había sido parte protagónica en ella.  En el momento en el cual yo retomaba la marcha en cuatro patas en dirección a Franco, la filmación se interrumpió.  Era en parte lógico: si Franco era quien me había filmado con su celular (y a juzgar por la perspectiva y el ángulo eso parecía) seguramente había interrumpido la filmación cada vez que yo miraba hacia él.  De ser así, quizás no hubiera más nada… Me equivoqué… Luego de un corte abrupto, volví a aparecer, pero esta vez mamando a más no poder la verga de Franco.  Claro, ahí entendí mejor: yo había cerrado los ojos en ese momento, tal el grado de éxtasis en que me hallaba.  Y fue entonces cuando el muy hijo de puta aprovechó para retomar la filmación.
           Miré otra vez hacia la pendeja.  Mis ojos ahora sólo irradiaban odio.  Ella seguía sonriendo, imperturbable, pareciendo incluso como si mi furia la alimentase:
          “¿Qué pasa, doctora?  No se me ponga así: no es nada del otro mundo lo que hay en este video, jaja… Usted se comió una pija simplemente… ¡Y lo hizo muy bien!  ¡Parecía una ventosa! Ja,ja…”
             Era tanta la rabia que yo sentía que estaba al borde de las lágrimas.  Hasta me saqué los lentes durante un momento para restregarme un poco los ojos.
              “¿Cómo… te llegó eso? – pregunté -.  ¿Todos lo tienen?”
              “Nooo… – negó contundentemente -.  Quédese tranquila.  Franco me pasó esto a mí… Hmmm.. bueno, y a un par más también, jiji… Pero no se haga problema; somos pocos y hay códigos…”
              Códigos, dijo.  Me pregunté qué tantos códigos podía haber entre un grupito de adolescentes entre los cuales un muchacho que presumía de sus logros había hecho difundir un video en el cual una doctora le mamaba la verga.
               “Qué es lo que querés? – pregunté – ¿Por qué me mostrás eso…? ¿Es plata?  ¿Querés eso?”
               “Aaaah, no, de ninguna manera, jaja – soltó una carcajada que era a la vez cándida y demoníaca -.  Ya entiendo para dónde va, doctora… Pero yo no soy como Franco.  No me interesa tanto la plata, jaja…”
              Me quedé mirándola con los ojos encendidos y a la espera de que agregara algo o clarificase un poco más la situación,  pero no lo hacía.  Estaba más que obvio que quería llevarme a que fuera yo quien preguntase.  No me quedó más remedio que darle el gusto, a mi pesar:
               “Bueno… ¿y entonces?”
                Revoleó los ojillos con picardía.  Estuvo a punto de empezar a hablar un par de veces pero se interrumpió, como si le diera vergüenza lo que iba a contar, aunque no pude determinar si se trataba de un pudor real o artificial.  De algún modo, todo parecía parte de un histrionismo propio de alguien que estaba jugando con mi ansiedad y mi nerviosismo.
               “Hmmm…. bueno, a ver… le voy a explicar, doctora… Hmmm, ¿por dónde empiezo? ¡Ay, me cuesta hablar de esto! –  apoyó un dedo índice en su mentón; otra vez una larga pausa y cuando retomó lo hizo hablando más resueltamente -.  Bien, se la voy a hacer corta: yo soy lesbiana”
            Se volvió a quedar en silencio pero mirándome fijamente, como a la espera de que yo dijera algo.  Me encogí de hombros en señal de no entender.
            “Siempre me atrajeron las chicas… – retomó -.  Desde chica, jaja… parece un juego de palabras: “rebundancia” se dice, ¿no?”
            “Redundancia” – corregí con fastidio.
            “Ah, ¿ así es…?  Mire usted; toda la vida lo dije…”
              “¿Podés ir al grano?” – la interrumpí.
              Otra vez el revoleo de ojos y la risita; siguió hablando:
              “Bueno, doctora, verá, la cuestión es que… hmm, usted ya debe darse cuenta, no?  Yo no soy muy bonita ni muy atractiva, ¿verdad que no?”
              Otra vez se quedó en silencio sosteniéndome la vista.
              “ Insisto ¿A qué vas con esto?” – pregunté con cierto hastío, pero a la vez tratando de sonar lo más serena posible; si llegaba a perder el control o la trataba mal, no había forma de saber qué haría esa pendeja con ese celular que tenía en la mano… Ahí estaba, justamente, la cuestión: no era sólo su celular: era a mí a quien tenía en sus manos…
            “Hmm… bueno, a lo que voy… La verdad es que me cuesta mucho acercarme a otras chicas.  Sufrí mucho con eso toda mi vida y sigo sufriendo.   Se imaginará, doctora, que es una carga pesada.  Ya es bastante difícil encontrar otras chicas que estén en la misma que yo y cuando se encuentran… ninguna se fija en mí.  Se fijarían en cualquier otra menos en mí” – su rostro se ensombreció por un momento y adoptó una expresión triste; por primera vez en toda la charla tuve la sensación de que esta vez no fingía.
              “Sigo sin entender” – le dije.
              Otra vez silencio.  Y otra vez el revoleo de ojos que ya para esa altura yo no sabía si era un tic o un recurso escénico.  Miró hacia algún punto indefinido en el techo, luego a la pared: pareció buscar las palabras; finalmente me miró y habló:
              “Usted es una mujer hermosa, doctora”
               Un estremecimiento me recorrió la espina dorsal.  Empezaba a entender.
              “¿Qué me querés decir con eso?”
              “Que muero por ponerle las manos encima a una mujer hermosa como usted – respondió, volviendo a sonreír  y gesticulando con sus manos como si se tratara de garras-.  No es un mal trato, doctora… Usted sólo tiene que quedarse quietita y dejarme hacer.  Y este video muere acá… ¿No está tan mal, no?”
            Touché.  Apoyé las palmas de las manos sobre el escritorio con impotencia.  No podía creer el camino que habían tomado las cosas en sólo cuarenta y ocho horas.  Maldito el día en que acepté el trabajo.
              “La cosa es simple, doctora, muuuy simple…- continuaba ella; era obvio que detectaba mis debilidades y por eso daba más intensidad a su ataque: sabía que mi capacidad de resistencia estaba seriamente deteriorada -. Usted me acaba de decir que me ponga de pie y me desvista.  Ahora soy yo quien se lo dice, jiji… pero ni siquiera hace falta que se desvista… Sólo póngase de pie y quédese como está, con las palmas sobre el escritorio… De su cuerpito y de su ropita me encargo yo, jiji…”
             Supongo que recuerdan lo que mencioné antes sobre el uso de diminutivos, ¿no?: algo que, como médica, suelo usar para humillar o hacerse sentir poco a mis pacientes; una forma de diversión… Pues bien, esa chiquilla insolente, deliberadamente o no, estaba haciendo eso conmigo…
               Me sentí desfallecer, estaba abatida… No había forma de comprender cómo era que me hallaba de pronto en tal situación.  Y lo peor de todo era que sólo me quedaba hacer lo que ella me decía.  Podía intentar manotearle el celular, pero… ¿con qué sentido?  El video había sido capturado por Franco, con lo cual era de descontar que él lo tenía y la propia Vanina había señalado que había otros “pocos” que lo tenían.  ¿Qué podía yo hacer entonces?  Nada, sólo resignarme a aceptar las condiciones que aquella borrega me imponía y sin tener siquiera la garantía de que ella fuera a cumplir con lo pactado.  Y aun en el supuesto caso de que así lo hiciera, ¿qué había de Franco y de esos otros que supuestamente habían recibido o visto el video?  La situación, de tan inabarcable en su extensión, era imposible de manejar…
           Ella caminó alrededor del escritorio.  Yo tenía una mezcla de vergüenza y terror y la espiaba por el rabillo del ojo, pudiendo ver cómo sonreía y me miraba de arriba abajo.  Se ubicó finalmente a mis espaldas: una de las peores situaciones posibles a que los médicos solemos someter a nuestros pacientes; pero esta vez estaba todo invertido.
           “Tiene un hermoso cuerpo, doctora –  habló sobre mi hombro con tono libidinoso -.  Y durante este rato… va a ser mío” – remató sus palabras con un besito sobre mi cuello y un escozor me recorrió de la cabeza a los pies.  Pero eso no fue nada comparable a lo que vendría después.  Luego de sentir su aliento tan cerca de mi oreja, pude percibir cómo se acuclillaba o tal vez se hincaba detrás de mí y al momento comenzó a recorrerme con sus dedos desde mis tobillos y a lo largo de mis piernas.  Me puse tensa como una roca ante el contacto.  Se ve que lo notó.
             “Relájese doctora – me dijo, en tono imperturbable y sereno -.  La vamos a tocar un poquito…, no se ponga tensa… Piense en Franco, jijiji…”
            Me recorrió cada centímetro de las piernas; no dejó nada sin tocar y me masajeó de forma especial tanto las pantorrillas como los muslos.  Cuando ya lo había hecho todo con sus dedos se apoyó con ambas manos contra las pantorrillas y se dedicó a recorrerlas de nuevo, pero ahora con su lengua.  Fue dejando regueros de saliva mientras, aun sin verla, podía yo darme cuenta de que debía estar extasiada y entregada a lo que para ella  debía ser un placer supremo, una especie de fantasía que estaba cumpliendo.  Luego llevó arriba mi ambo y mi corta falda, con lo cual descubrió mi cola, por lo menos en el alto porcentaje de ella que mi tanga dejaba al descubierto.  Calzó un dedo (me pareció que índice) por debajo de la tirita que cubría la raya y llevó la prenda aun más arriba, con lo cual la tanga prácticamente desapareció en mi culo.
            “Qué hermoso culo tiene, doctora – dijo y, a continuación, estrelló un beso en mi nalga izquierda.  No conforme con ello, seguidamente me propinó un mordisco que me hizo arrancar un gritito de dolor -.  Hmmm… para comérselo…”
               Yo no cabía en mí de la vergüenza que sentía.  Se dedicó a toquetearme la cola en toda su extensión y varias veces me recorrió con un dedo la zanjita, de arriba abajo, de abajo arriba… Por momentos me acariciaba, en otros me clavaba las uñas al punto que me parecía increíble que mis nalgas no estuvieran sangrando, en otros me propinaba pellizcos o palmaditas.  Luego, tal como antes lo había hecho con mis piernas, se dedicó a recorrer mi zona trasera con su lengua: mi culo estaba todo ensalivado en cuestión de segundos; cada tanto alternaba con algún beso sobre mis nalgas o bien alguna succión atrapando mis carnes entre sus labios.  Me metió la lengua en la zanjita y me la recorrió toda a lo largo; en un momento la llevó tan adentro del orificio anal que empujó al límite la tirita de tela dentro de mi agujerito.  Y mientras lo hacía pasó una mano por entre mis muslos y me tocó el sexo, siempre por encima de la tanguita; se dedicó a masajeármelo tanto que, al poco rato,  yo estaba mojada.  Rogaba que ella no lo advirtiera pero, ¿cómo no iba a hacerlo cuando lo más probable era que ella estaba haciendo lo que hacía precisamente con el objetivo de ponerme cachonda aun en contra de mi voluntad?
           “¿Qué pasó, doctora? ¿Se hizo pipí?” – preguntó burlonamente retirando por un momento su cara de mi cola.
            Me quise morir, quería hacerlo ahí mismo.  Y ella, notando mi conmoción, aumentó la intensidad del movimiento de masajeo, lo cual me llevó por los aires…  Me estaba matando: la detestaba pero a la vez me encontraba en la encrucijada de que deseaba con tanto fervor que se detuviese como que siguiera.  De pronto hizo lo primero… y sí, me generó una especie de alivio mezclado con desencanto.  Ella se incorporó por detrás de mí: pude sentir su pecho contra mi espalda y su aliento sobre mi nuca; siguió aferrándome fuertemente por las nalgas durante un rato hasta que las liberó, no sin antes propinarles una cachetada.    Dejó caer nuevamente mi falda hacia su posición original y llevó las manos a mi cintura por encima del ambo.  Me capturó prácticamente por el talle y acercó su boca por detrás de mí hasta que sus labios me besaron, primero en mi cuello y luego detrás de la oreja.  Instintivamente hice un movimiento en pos de alejarme y lo notó, pero creo que la divirtió:
               “No se resista, doctora… – dijo, prácticamente susurrándome al oído -.  Usted está en mis manos… Y todo por no aguantarse y comerse una buena pija…”
                Volvió a besarme, esta vez sobre la mejilla.  Lo peor de todo era que en sus lacerantes palabras había mucha razón: yo estaba pagando el precio de haber cedido a la tentación ante un pendejo hermoso.  Qué increíble lo rápido que puede cambiar la vida de una en poco tiempo: costaba creer que habían pasado sólo cuarenta y ocho horas.  Allí me encontraba, siendo tratada como objeto por una gordita adolescente y con tendencias lésbicas terriblemente insatisfechas.  Sin dejar de soltarme el talle (por el contrario, me llevó aun más hacia ella al punto de que apoyó su sexo contra mi culo), me pasó un lengüetazo por la cara.  Fue desagradable… y humillante…  Hubiera querido secarme la saliva del rostro pero era imposible: me tenía prácticamente atrapada.  Más aún: cruzó sus manos por delante de mi vientre y me fue soltando los botones del ambo.  Una vez que lo hizo fue deslizando sus manos por sobre mi remerita musculosa hasta llegar a mis tetas.  Comenzó a manoseármelas por encima de la prenda mientras no dejaba de propinarme besos en el cuello.  Recién en ese momento atiné a hablar: le pedí por favor que parara, le pregunté si no era ya suficiente y si no pensaba en el peligro de que alguien fuese a entrar en cualquier momento o bien si no la extrañarían a ella en su curso en la medida en que se demorara en regresar más de lo que habían hecho sus compañeras.
             “Mmmm… no, doctora, relájese.  Nadie me extraña nunca, jiji… y soy yo quien decide cuando es suficiente” – me contestó, con tono casi maternal; qué irónico, era una adolescente hablándole a una mujer madura.

Era ya harto evidente que yo estaba a su merced.  Quizás fue para demostrármelo que tomó mi remerita por las costuras y la llevó hacia arriba hasta descubrir el corpiño.  Supuse lo que vendría aunque lo cierto fue que ni se molestó en desprenderlo: directamente tomó el sostén y lo levantó, dejándolo por encima de mis tetas descubiertas.

               Así, se dedicó a magrear mis senos con total lascivia.  Al igual que antes hiciera con mis piernas y con mi cola, por momentos los acarició, por momentos los estrujó con fuerza…, pero en este caso alternó con algunas otras prácticas como pellizcar mis pezones o bien trazar círculos masajeando alrededor de ellos.  Contra mi voluntad, me excitó, pero debía ahogar mis gemidos… Ya bastante derrota había sido que me encontrara mojada en mi vaginita.  Luego de un rato de dedicarse a mis pechos, pareció abandonarlos… Me quedé aguardando el siguiente movimiento, pero lo cierto fue que se apartó un poco de mí.  En un principio lo interpreté como posible señal de que mi suplicio había terminado, pero me equivoqué.
               “Quédese así, doctora – me ordenó -.  Enseguida estoy con usted.  Mientras tanto mastúrbese…”
                 Demás está decir que mis oídos no daban crédito ante las órdenes que recibía pero, por extraño que pareciese, al mismo tiempo se iban acostumbrando.  Pareciera que cuando a una la someten a tantas humillaciones, llega un momento en que ya no tiene capacidad de respuesta ni de espanto.  Bajé mi mano hacia mi conchita por delante de mi vientre, pero me interrumpió en seco:
                  “No.  Por detrás – me corrigió -.  Manito en la concha por debajo del culito…”
                  Otra vez los diminutivos.  Los mismos que durante tanto tiempo yo había esgrimido como armas de humillación en el consultorio y que ahora se volvían en mi contra.  Sentía, por otra parte, que yo ya no estaba en condiciones de objetar nada, que no existía filtro para las órdenes de Vanina.  Así que pasé mi mano por detrás hacia mi cola y luego busqué mi vagina… Tal como me había sido ordenado, me dediqué a masturbarme.  La risa de satisfacción de esa chiquilla fue una de las más odiosas que recuerdo haber escuchado.  Pero yo seguía aún intrigada sobre cuál sería su siguiente paso: pues bien, mientras yo seguía dedicada a mi acto de autosatisfacción impuesta, Vanina caminó una vez más en torno al escritorio y se dirigió hacia la silla que algún rato antes ocupara, sobre cuyo respaldo había dejado colgada su mochila.  Hurgó dentro de ella y les juro que deben haber sido los segundos más largos de mi vida puesto que yo no tenía modo alguno de imaginar qué iría a emerger de allí dentro.
                 Finalmente extrajo un objeto alargado que sostuvo en una mano mostrándomelo mientras reía.  Su risa, esta vez, más que maléfica o burlona, me sonó psicótica.  Lo que tenía en la mano era un consolador.
                ¿Qué plan tenía ahora aquella chiquilla para mí?  Me puse muy nerviosa, tanto que dejé de masturbarme y fui reprendida por ello:
               “¡No te dije que dejaras de pajearte!”
                 Elevó tanto el tono de la voz que me parecía imposible que no la hubieran oído desde otras aulas.  Miré nerviosamente hacia la puerta; estaba segura que el picaporte se giraría de un momento a otro.  No obstante, retomé el movimiento de masturbación con mi mano.  Ella sonrió complacida.  Apoyando el consolador a unos centímetros de mí por sobre el escritorio, volvió a sumergir la vista y una de sus manos en la mochila.  Finalmente extrajo un rollo de gruesa cinta que, en ese momento, se me antojó semejante a la que usan los pintores o, tal vez, los embaladores.
                “Como verá, doctora, vine equipada, jiji”
                 Dejando el consolador sobre el escritorio volvió a caminar en torno del mismo hasta ubicarse otra vez a mis espaldas.  Mi vista bajó hacia el objeto fálico que estaba allí, amenazante y delante de mis ojos: me sentí como un condenado a muerte mirando la horca o la guillotina.  La excitación, en contra de mi voluntad, aumentaba a cada instante y llegaba a niveles insoportables pues yo seguía masturbándome tal como me había sido ordenado.
                 “Ya puede parar, doctora” – me ordenó.  Resultaba casi una ironía que siguiera manteniendo el respetuoso trato deusted y no me tuteara; era como que no se condecía con la forma en que me usaba como si yo fuera sólo un objeto.  Pero bueno, tal vez era justamente eso: una ironía; otra forma de rebajarme que consistía en mostrarme en qué me había convertido a partir de remarcarme lo que yo hasta entonces creía ser.
               Eso sí: fue un alivio parar con la masturbación, aun cuando la visión del consolador que se hallaba sobre el escritorio hiciera pensar en la posibilidad de que estaba en ciernes algo mucho peor.  El nerviosismo que se apoderó de mí fue tal que no pude evitar preguntar:
           “¿P… para qué es es…?” – no pude acabar la pregunta porque me tapó la boca con un trozo de la ancha banda de cinta que mencioné antes.
            “Shhhh… Calladita, doctora – dijo sobre mi oído -.  Tengo que amordazarla porque no es cuestión de que se escuchen sus gritos por todo el colegio” – remató las palabras con un fuerte beso sobre mi mejilla.
             ¿Gritos dijo?  Yo no iba a gritar si se trataba de ser penetrada en mi sexo por un consolador… o, por lo menos, creo que sería capaz de contenerlo.  ¿Acaso esa chica perversa estaba pensando en otro plan…?  Me sobresalté al pensarlo.
            Sentí cómo sus manos volvían a introducirse por debajo de mi falda y, ahora, me bajaban la bombachita hasta dejarla a mitad de los muslos.  De algún modo mis peores sospechas comenzaban a confirmarse.   Me propinó otra cachetadita en la cola; luego me apoyó una mano sobre la nuca y otra entre los omóplatos para obligarme a inclinarme sobre el escritorio.  Se hincó a mis espaldas o bien se acuclilló: me di perfecta cuenta de ello porque volví a sentir su respiración sobre mis nalgas.  Presionando con sus dos pulgares me las separó de tal modo de abrir mi agujerito y, a continuación, escupió adentro: lo hizo una vez… y otra… y otra… Introdujo luego un dedo (tal vez el mayor) y recorrió mi orificio por dentro, jugando con la saliva y describiendo círculos que contribuían a dilatar y dejar franqueada la entrada.  Después me dio la sensación de que hurgaba y jugueteaba con dos dedos; luego paró.  Era obvio que su tarea consistía en lubricarme el culo, con lo cual pasaba a ser evidente que el consolador que tenía a tan pocos centímetros de mis retinas estaba destinado a ser alojado allí.
           “A ver, doctora – me urgió -.  Páseme eso que tiene enfrente”
            Claro.  Qué modo más humillante podía haber que pedirme a mí mismo que se lo diera.  Vencida, ya sin fuerzas, tomé el consolador de arriba del escritorio y lo llevé hacia atrás de mi cuerpo para alcanzárselo.  Lo tomó.  Rió entre dientes.  Lo acercó a mi culo.  Jugueteó varias veces sobre la entrada de mi cola.  Volvió a escupir, presumiblemente esta vez sobre el objeto mismo.  Comenzó a introducirlo y di un respingo.  Ella, sin dejar de juguetear en mi retaguardia se inclinó hacia mí hasta que su boca estuvo sobre mi oreja.  Su respiración era la de un psicópata peligroso; sin mirarla, me vino a la cabeza la imagen de un degenerado con sus fauces babeantes.
             “¿Alguna vez le han hecho esa colita, doctora?  Se ve bastante estrecha”
              Cerré los ojos.  Y sí, estaba claro que su plan era hundírmelo bien adentro.  Y la realidad era que no, mi cola no estaba hecha.  Negué con la cabeza; no podía hablar por tener la boca encintada.  Ella rió:
               “Esto le va a doler un poquito, doctora.  Jiji… Cuántas veces le habrá dicho algo así a sus pacientes, ¿no?  Lo que sí es seguro es que a mí me va a encantar, jeje… Abra la colita, vamos…”
                                                                                                                                        CONTINUARÁ
 
 
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