Las mujeres casadas cuando se sienten insatisfechas sexualmente, lo tenemos complicado. Nuestros hombres por lo
general nos ven como unos seres asexuados que “de vez en cuando” desean que se les haga caso. Nunca perciben que su pareja tiene las mismas necesidades o más que ellos.
Aunque suene extraño:
¡A muchas mujeres nos encanta follar!
Y cuando digo follar, no me refiero a un mísero y rápido misionero una vez al mes. Muchas de nosotras queremos que nuestro marido o novio al llegar a casa nos empotre contra la pared y sin darnos tiempo a reaccionar nos tome.
¡Y qué decir del sexo oral!
El chiste más famoso entre los hombres es:
Pregunta: “¿En qué se parece una langosta a la americana a una buena mamada?
Respuesta: ¡En que no te la hacen en casa!
¡Y encima se descojonan!
Desde aquí quiero reivindicarme y conmigo a todo el sexo femenino:
Aunque Manuel, mi marido, siempre había supuesto que me daba asco: ¡Era mentira!. Desde la primera vez que saboreé su semen, deseaba que una noche me dejara que se la mamara.
¡Pero no!
El muy cretino había sido educado a la antigua y sostenía que una mujer decente nunca podría disfrutar comiéndose una buena polla. Por eso cada vez que intentaba hundir mi cara entre sus piernas, el gilipollas me obligaba a levantar sin dejar que metiera su verga en mi boca.
Si hablamos de mi autentica necesidad de que me chupe mi coño, ¡Peor!
Os juro que las pocas veces que mi hombre se había dignado a bajar y comerme el chumino, había disfrutado como una perra. Pero por mucho que le insinuaba que deseaba que me gustaría que me lo hiciera, el tonto de las pelotas se reía creyendo que iba de broma.
Para colmo, cuando el imbécil llegaba con ganas me echaba un polvo de tres minutos que, lejos de satisfacerme, solo me conseguía calentar. En pocas palabras, Manuel y su poco interés por mí me tenían ¡hasta las tetas!
Como la mujer fogosa y cachonda que soy, necesito mi dosis diaria de sexo. Desde niña me ha gustado que me follen a lo bestia, que mi hombre use mi trasero a su antojo pero sobre todo explorar y abusar de mi cuerpo con nuevas experiencias.
¡Joder! Hasta hace seis meses, ¡Nunca me habían dado por culo!, ¡Jamás me habían dado un azote! Ni se me hubiese pasado por mi cabeza que mi marido me obligara a desnudarme en público y menos que sin pedirme opinión, ¡Me compartiera con otra mujer!.
Afortunadamente, gracias a una conversación con su mejor amigo, ¡Todo cambió!
Cuando más desesperada estaba, se me ocurrió pedirle consejo porque estaba seriamente meditando el divorciarme. Fernando, así se llama nuestro compadre, al explicarle que no me sentía deseada por Manuel, me preguntó:
-¿Tú le quieres?
-Por supuesto, sigo enamorada de él y si te lo estoy diciendo es porque necesito que le cuentes como me siento- respondí.
Fue entonces cuando ese mujeriego me soltó:
-Sé cómo solucionar tu tema pero no te va a gustar.
Tan desmoralizada estaba que cogiendo sus manos, le pedí que me dijera cual era esa solución. Fernando soltando una carcajada me contestó:
-Debes hacerle creer que te ha perdido.
Comprendí que su respuesta tenía gato encerrado y por eso con la mosca detrás de la oreja, le pedí que me aclarara como conseguirlo:
-Manu tiene que descubrir que le has puesto los cuernos.
-¡Estás loco!-respondí encolerizada pensando que ese capullo me estaba echando los tejos- ¡No pienso acostarme contigo ni con ningún otro!
El cabronazo, muerto de risa, me contestó:
-No seas bruta, ¡No es eso lo que te sugiero!- y con voz dulce, prosiguió diciendo: -No te digo que se los pongas sino que Manuel crea que lo has hecho.
Más tranquila pero en absoluto convencida, le expliqué que en cuanto se enterara me mandaría a la mierda. Descojonado, su amigo me explicó que a ningún hombre le gusta perder y que por eso haría lo indecible por recuperarme. Fue entonces cuando le pregunté que conseguiría con eso, ya que mi único interés es que me deseara como mujer.
-Eso déjamelo a mí- respondió- si sigues mis instrucciones, tu marido no solo te obligara a mamársela sino que te follara todos tus agujeros tan frecuentemente que terminarás harta.
Al no tener nada que perder porque mi matrimonio era un desastre y de seguir así terminaríamos en divorcio, acepté. Fernando viendo que había captado su atención, me explicó su plan.
Al seguir sus instrucciones, arreglo mi relación con Manuel.
Siguiendo sus directrices, abrí una cuenta de correo a nombre de un compañero de trabajo y desde allí me mandé una serie de mails bastante picantes donde ese supuesto amante me decía lo mucho que me deseaba y las cosas que me haría si tenía la oportunidad de estar conmigo.
Como no las tenía todas conmigo, si leías con detenimiento los mensajes todo eran intenciones pero nada en firme. Es decir, en vez de poner “te follé” escribí “te follaría”, en vez de decir “cuando me hiciste una mamada”, tecleé “el día que me la mames”. De forma que si las cosas se torcían siempre podía explicar que era un pesado que me acosaba.
Aun así, os reconozco que disfruté escribiéndolos porque en gran medida plasmé en ellos lo que realmente deseaba que hiciera Manuel conmigo. Quizás fue entonces cuando realmente me percaté de mi lado más morboso porque al describir situaciones en las que abusaba de mí, os tengo que reconocer que me puse cachonda y para bajarme la calentura tuve que hacerme más de un dedo.
Fue tanto el morbo que me daba que mi hombre me follara sin compasión que el día en que haciendo una prueba me los mandé, tuve que darme una ducha fría para calmarme.
Reconozco que: ¡Estaba en celo!
Al ducharme y aunque el agua estaba gélida, no conseguí apaciguarme y por eso involuntariamente, me pellizqué los pezones erizados por el frio. El dolor que sentí al hacerlo, tuvo un efecto no esperado: “lejos de tranquilizarme, me puso como una moto”.
Totalmente verraca deslicé mis manos por mi cuerpo y al enjabonarme las nalgas, creí que me moría porque aunque nunca lo había intentado dejé que uno de mis dedos tonteara con mi ojete.
“¡Qué bruta estoy!”, pensé y ya con mi coño totalmente empapado, separé sus pliegues y me puse a pajearme.
Mi fiebre se incrementó como por efecto de magia y no contenta con los que sentía penetrándome con mis dedos, me pareció buena idea coger el mango de la ducha y metérmelo hasta dentro. Cómo era bastante estrecho, no tuve problema para que mi sexo lo absorbiera con facilidad pero lo que nunca preví fue que el chorro llenara de agua mi vagina y esa presión me hiciera sentir más guarra.
Habiendo descubierto esa sensación, me dediqué a meterlo para que se anegara mi chocho y sacarlo a continuación para relajarlo, de manera que ese mete-saca me llevó a un placer tal que me corrí al menos una docena de veces antes de caer agotada en la bañera.
Una vez saciada, coloqué mi nuevo juguete en su lugar y saliendo de la ducha, me sequé mientras pensaba en como haría que Manuel leyera mi email. Mi sorpresa fue que al llegar a mi habitación enfundada con la toalla, descubrí que la chaqueta de mi marido estaba colgada en el galán de noche y que mi ordenador estaba cerrado. Como estaba segura de que lo había dejado abierto antes de entrar al baño, aterrorizada descubrí que mi marido lo había leído. Temblando y decidida a reconocerle todo el plan, lo busqué por la casa pero no lo encontré.
Casi llorando cogí mi móvil y llamé a Fernando a contarle lo ocurrido. El amigo de mi marido al escucharme, me tranquilizó diciendo:
-No te preocupes, ya lo sabía porque tal y como habíamos planeado, Manuel me ha llamado nada más enterarse de que le has puesto los cuernos. Ahora es importante que cumplas con tu papel: en cuanto llegue tu marido, tírate a sus pies y pídele que te perdone.
Realmente acojonada le prometí que así lo haría y aunque se estaba cumpliendo a raja tabla lo que habíamos previsto, no estaba segura de lo que haría mi esposo al volver a casa. Igual loco de celos me pegaba o lo que más temía, podía coger las maletas y abandonarme. Por eso os confieso que las dos horas que tardó en llegar se me hicieron eternas. Según Fernando, le convencería de aprovechar mi supuesto desliz para obligarme a cumplir sus fantasías, por eso tenía que mostrarme ante él como arrepentida y prometerle que si me perdonaba, haría todo lo que me pidiera. Su retorcido plan consistía en que Manuel se aprovechara de mí y cambiara su forma de verme, al obligarme a realizar todo tipo de prácticas sexuales que hasta entonces me tenía vedadas.
Reconozco que estaba espantada por haber hecho caso a su colega cuando Manuel abrió la puerta y por eso en cuanto entró al salón, caí a sus pies llorando. En ese momento no estaba actuando, realmente me sentía perdida y necesitaba su perdón.
Negándose a hablar de lo que había pasado, me dejó sola en mitad de la habitación, diciendo:
-Estoy demasiado dolido para hablar hoy.
Tras lo cual, le vi coger su almohada y entrar en la habitación de invitados. Al observar que se estaba haciendo la cama, le pedí que me dejara ayudarle pero con voz cortante, me dijo que le dejara en paz y me fuera a MI cama. Con la puerta cerrada, intenté que me escuchara pero no me hizo ni puñetero caso y por eso al cabo de diez minutos no tuve mas remedio que irme a mi cuarto.
Ya acostada, hice recuento de ese día y viendo que aunque fuera increíble, todo lo ocurrido era lo habíamos previsto me fui tranquilizando. Curiosamente, la angustia se transformó en deseo al imaginarme como sería su venganza. Lo creáis o no, al pensar en lo que haría Manuel para castigarme me ví siendo forzada a cumplir con las mayores aberraciones y eso me puso nuevamente cachonda.
Por mi mente pasaron imágenes grotescas, como que mi marido me obligaba a ver como orinaba para después ordenarme que limpiara los restos de orín con la lengua. También me imaginé atada a la cama y siendo azotada por él tal y como había escrito en el mensaje que había leído…
Mi fecunda imaginación me llevó al borde del orgasmo y sin poderme retener, no me quedó mas remedio que pajearme mientras soñaba que esas locuras se hicieran realidad.
No sé cuántas veces me pajeé esa noche pero lo que si sé es que, a la mañana siguiente, había dormido pocas horas. Siguiendo las instrucciones de Fernando, me levante antes que Manuel y le hice el desayuno de forma que cuando despertara se encontrara que su avergonzada esposa le tuviera preparado su café.
Por eso en cuanto oñi que se abría la puerta del cuarto de invitados, corrí a intentar recibir su perdón. Aunque sabía que su amigo le habñia prohibido montarme un escándalo, al ver su cara de agotamiento además de comprender que tampoco él había descansado, temí que todo se fuera al traste.
-Buenos días- me gruñó sin dignarse a mirarme y cogiendo el café de la mesa del salón, se lo bebió de un trago.
Nada más terminar, sin despedirse, se fue a trabajar dejándome confusa y esperanzada a la vez. Mi estado de ánimo se debatía entre el miedo de ser abandonada y la ilusión de que se cumplieran mis deseos. Siguiendo el papel que me había asignado su amigo, nada más irse le mandé un whatsapp donde le rogaba que me perdonara.
Durante todo el día le estuve mandando mensajes a cual mas humillante pero no obtuve contestación. Ya eran cerca de las seis cuando le escribí el último donde le decía que si quería sería yo quien se fuera de casa. A ese si contestó. Os juro que salté de alegría al leer:
-No eso lo que quiero.
Sabiendo que era el momento que Manuel pusiera sus condiciones, le llamé pero no tampoco me contestó. Tras insistir varias veces, le mandé otro mensaje diciendo:
-¿Qué quieres?
Esta vez, me respondió inmediatamente diciendo:
-Una mujer que me quiera y me respete.
Al leerlo supe que mi sueño estaba a punto de hacerse realidad y cogiendo mi móvil, tecleé:
-Te quiero y te respeto.
Nuevamente no tardé en recibir su contestación, al leerlo sentí que mi chumino se empapaba de gusto
-Demuéstralo- me decía.
Aleccionada por su amigo, me di una ducha, me perfumé y me vestí con el sugerente picardías que esa mañana me había comprado. Ya preparada, me miré al espejo y satisfecha por el resultado, me dije en voz alta:
-Parezco una puta. Solo espero que Manuel me vea así y me trate como una fulana.
Fue sobre las ocho cuando llegó a casa. Nada mas entrar, dejó su maletín en el suelo y tirándose en el sofá, puso la tele.
¡Era el momento decisivo!
Moviendo mi culo como una gata en celo, hice mi aparición en el salón. Si bien había supuesto que al verme vestida de esa guisa me follaría allí mismo, me equivoqué porque Manuel ni siquiera se dignó a mirarme y siguió con los ojos fijos en la televisión. Al ver su falta de reacción pensé:
“Este no se me escapa” y arrodillándome en mitad de la habitación, gateé hasta él diciéndole lo mucho que le quería y lo arrepentida que estaba.
Tampoco me contesto y sin dar mi brazo a torcer, me encaramé sobre sus rodillas y le empecé a besar. Haciéndose el duro pero sin rechazar mis caricias, cerró sus ojos.
“Si cree que me voy a dar por vencida, ¡Va jodido!” exclamé mentalmente.
Comportándome como una guarra de un striptease, froté mi sexo contra su entrepierna. Aunque seguía sin hacerme caso, su pene le traicionó porque creciendo bajo su pantalón, me dejó claro que le estaba poniendo bruto. Frotando mi coño contra su polla conseguí que en menos de dos minutos su erección fuera considerable y decidida a aprovechar la oportunidad, le bajé la bragueta y lo liberé.
“¡Que preciosidad”, pensé al verlo totalmente tieso.
Estaba todavía decidiendo si penetrarme con él o hacerle una felación cuando escuche que mi marido. me decía:
-Con la boca.
Os juro que fui la primera sorprendida de lo rápido que se iban a hacer realidad mis deseos y por eso sentí que mi vulva se derretía cuando con gesto autoritario, el propio Manuel me lo puso en la boca. Ni os tengo que contar que hice. Disfrutando como la perra en que me había convertido tanta necesidad, abrí mis labios sin quejarme y poco a poco lo fui introduciendo en mi boca. No os podeis hacer una idea de lo caliente que me puso sentir como poco a poco su verga iba rellenando mi garganta.
Tratando de concentrarme en ello cerré los ojos para así recordar lo que había sentido. Él, malinterpretando ese gesto, me gritó:
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a tu marido al que se la chupas.
Al escucharlo, lloré de felicidad y mientras por mis mejillas caían dos lagrimones, con mi lengua empecé a acariciar ese manjar tantos años prohibido. Decidida a que esa mamada fuera memorable, introduje toda su extensión hasta el fondo de mi garganta.
“¡Cómo me gusta!”, me dije.
A partir de ese momento, mi boca fue mi sexo y metiendo y sacando su verqa de su interior fui calentándome cada vez más. Ya estaba sobre excitada cuando de pronto, presionó mi cabeza contra su entrepierna clavándome su polla sin misericordia. Cuando ya creía que nada se podía comparar, le oí decir:
-Mastúrbate con la mano, ¡Zorra!.
Su insulto me enloqueció y sintiéndome su sumisa por primera vez, obedecí separando los pliegues de mi vulva y comenzado a pajearme. Nada más tocar mi clítoris estuve a punto de correrme y por eso pegando un berrido, torturé ese botón con rapidez sin dejar de mamarle. La sensación de sentirme usada no tardó en que llevarme hasta el orgasmo y pegando un chillido, me corrí sobre la alfombra.
Espoleado por el volumen de sus gritos, mi marido usando mi boca como receptáculo de su venganza, se dejó llevar y con brutales sacudidas, explotó derramando su simiente dentro de mi boca. Al paladear su agridulce sabor, me volví loca y ya sin ningún recato me puse a disfrutar de su lefa. Usando mi lengua como cuchara, devoré todo su eyaculación sin dejar que se desperdiciara nada.
Como si una desconocida se hubiera apropiado de mi cuerpo, ordeñé su miembro con un frenesí que ni siquiera me avergonzó oírle decir al terminar:
-¿Te ha gustado putita mía?
Necesitada de polla, me puse a cuatro patas y pegando un berrido, le pedí que me follara. Fue entonces cuando le vi acercarse a mí y poniéndose a mi espalda, me pegó un azote mientras con voz dura, me decía:
-Abre tu puto culo con las manos.
Si bien estaba aterrorizada porque nunca nadie había usado mi entrada trasera, no pude negarme a hacerlo aunque veía sus intenciones. Rogándole que tuviera cuidado porque mi culo era virgen, separé mis nalgas. En ese momento pensé que me iba a romper mi ojete sin más pero afortunadamente, lo que sentí fue a su lengua recorriendo los bordes de mi esfínter mientras sus dedos se dedicaban a acariciar mi ya mas que excitado clítoris.
-¡Que gusto- suspiré aliviada al notar que no iba a darme por culo a lo bestia y ya más tranquila me puse a disfrutar de esa doble caricia.
Mi marido, viendo mi entrega, embadurnó sus dedos con mi flujo y como si fuera algo habitual en él comenzó a untar mi ano con ese líquido viscoso. Al sentir que uno de sus dedos se abría paso por mi esfínter, me entró miedo y aunque no me atreví a separarme, le chillé aterrorizada:
-¡Por favor! ¡No lo hagas!
-Cállate puta- fue su respuesta a mi petición.
Asumiendo que me iba a desflorar lo quisiera o no, apoyé mi cabeza en el sofá tratando de facilitar sus maniobras. Satisfecho por mi claudicación se recreó jugando con su yema en el interior de mi culo. Si ya de por sí esa sensación me estaba encantando, no sabeís lo que fue el recibir en ese instante otro duro azote sobre mis nalgas.
-Ahhhh- grité mordiéndome el labio.
Mi gemido de placer fue erróneamente interpretado por Manuel y pensando que me dolía, volvió a coger más flujo de mi coño y con sus dedos impregnados, siguió relajando mi culito.
“¡Dios como me gusta”, pensé moviendo mis caderas para disfrutar aún más de ese momento.
Mi marido, rompiéndome los esquemas, me sorprendió gratamente porque comportándose como un amante experimentado en vez de sodomizarme directamente, tuvo cuidado y siguió dilatándolo mientras que con la otra mano, me volvía a masturbar.
-¡No puede ser!- aullé confundida al percatarme de que lo mucho que me estaba empezando a gustar que miss dos entradas fueran objeto de sus caricias y sin poderlo evitar me llevé las manos a los pechos y pellizqué con fiereza mis pezones, buscando incrementar aún más mi excitación.
Al notar que Manuel forzaba mi ano con dos dedos, sentí que moría y pegando un aullido me corrí como hacía años que no lo hacía. Mi placer le informó que estaba dispuesta y sin dejarme reposar, untó su órgano con mi flujo y abriendo mis dos cachetes, llevó su glande ante mi entrada:
-¿Deseas que tu marido tome lo que es suyo?- me preguntó sabiéndose al mando mientras jugueteaba con mi esfínter.
Tan necesitada estaba de experimentar por primera vez que alguien me daba por culo que ni siquiera esperé a que terminara de hablar y echando mi cuerpo hacia atrás, empecé a empalarse. El miedo me hizo hacerlo lentamente y por eso disfruté de cada centímetro de su pollón abriéndose camino a través de mi ano.
El placer de sentirme indefensa mientras mi marido desvirgaba mi trasero pudo más que el dolor que subía desde mi ano.
“Dios, ¡Cómo duele!” exclamé en silencio.
Casi llorando soporté ese delicioso castigo y sin quejarme seguí embutiéndome su miembro hasta que sentí su base contra mi culo, llenándome por completo. Temblando de arriba abajo pero decidida a buscar el perdón por mi supuesto desliz, le pedí que me follara. El deseo reflejado en mi voz le convenció que había conseguido su objetivo y disfrutando de su nuevo poder, con parsimonia, fue extrayendo su sexo de mi interior.
Al hacerlo, experimenté dichosa de como su verga iba forzando los músculos de mi ano. Deseando seguir disfrutando de ese placer y cuando casi había terminado de sacarla de mi culo, con un movimiento de sus caderas, me la volvió a introducir hasta el fondo. La mezcla de dolor y de placer me dominó por completo y deseando que nunca terminase, fui objeto de su lujuria mientras mi marido aceleraba el ritmo con el que me daba por culo.
“¡Madre mía!”, deseé, “¡No pares!”
Sintiendo que mi esfínter suficientemente relajado, Manuel convirtió su tranquilo trotar en un desbocado galope y queriendo tener un punto de agarre, me cogió de los pechos para no descabalgar.
-¡Me encanta!- no tuve reparo en confesar al experimentar lo mucho que estaba disfrutando.
Al escuchar mi sollozo y mientras me daba otro doloroso azote, contestó.
-¡Serás puta!
Lejos de molestarme su insulto, me azuzó a demostrarle la clase de zorra con la se había casado y por eso, le imploré que me diera otra nalgada. Si le sorprendió esa confesión, no lo demostró y sin que se lo tuviera que volver a pedir, alternando entre mis dos cachetes, me fue propinando sonoros t dolorosos azotes marcando el compás con el que me penetraba.
Os sonara raro e incluso pervertido pero ese rudo trato me llevó al borde de un desconocido éxtasis y sin previo aviso comencé a estremecerme al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Disfrutando como nunca y mientras todo mi cuerpo temblaba de placer, berreando como una cierva en celo, le rogué que siguiera azotándome:
-¡No Pares!, ¡Por favor!- aullé al sentir que todas mis células colapsaban por las sensaciones que brotaban del interior de mi culo.
Mi completa entrega fue el acicate que le faltaba y cogiendo mis pezones entre sus dedos, los pellizcó con dureza mientras usaba mi culo como frontón. Sin poder soportar tanto goce, pegando un alarido, me corrí cayendo desplomada sobre la alfombra.
-¡No aguanto más- chillé
Manuel, decidido a castigar mi infidelidad no se quiso perder esa oportunidad y forzó mi esfínter al máximo con fieras cuchilladas de su estoque. Reconozco que aunque estaba agotada, me gustó que no me dejara descansar y que siguiera violando sin parar mi adolorido ano. Es más cuando pegando un grito me exigió que colaborara en su placer, sentí nuevos bríos y meneando mis caderas, convertí mi trasero en una especie de ordeñadora. Presionando con mi ano sobre su pene, busqué su eyaculación con un fervor que hasta a mí me dejó sorprendida.
Mi nuevo entusiasmo provocó en mi marido un brutal orgasmo y derramando su simiente en mis intestinos, le ví estremecerse de placer mientras me llamaba traidora. Convencida de cual era mi papel, seguí ordeñando su miembro hasta dejarlo seco. Al terminar, Manuel sacó su pene de mi culo y agotado, se dejó caer sobre el sofá.
Sabiendo que era el momento de demostrarle mi total sumisión, me acurruqué a su lado y con besos apasionados, le agradecí tanto el haberme como el haberme dado tanto placer.
Fue entonces cuando por primera vez, mi marido me trató como sumisa y pegándome un empujón, me tiró al suelo mientras me decía:
-No te he perdonado. ¡Eres una puta pero quiero que seas mi puta!. Si me prometes darme placer, haré como si nada hubiera ocurrido.
Arrodillada a sus pies y bajando mi mirada, le pedí que me diera una nueva oportunidad:
-Si me permites servirte, te juro que nunca te arrepentirás.
Satisfecho por mi respuesta, soltando una carcajada, me contestó:
-Me voy a la cama. Tráeme un whisky. Quiero una copa mientras observo como me la vuelves a mamar.
Supe al escuchar de su boca cual era mi destino que había ganado y no pudiendo evitar que mi rostro mostrara mi alegría, me levanté a cumplir su orden. Mientras le servía la copa, con una sonrisa en los labios, pensé en todos los años que había perdido y con una felicidad desbordante, me dije:
“Ahora que he descubierto soy una zorra, ¡Pienso disfrutar!…. y si Manuel no está a la altura, me buscaré un macho que si lo esté”.
Al volver a la habitación, ¡Ya tenía un candidato!
Si mi esposo no lograba satisfacerme, supe que su amigo Fernando sí lo haría.
Si ya de por sí trabajar es un coñazo, el tener como jefa a una hija de puta con tetas es una auténtica guarrada. No sé si será vuestro caso pero imaginaros lo mal que llevo el qué la directora de mi departamento sea una zorra malnacida de pésimo carácter pero que cada vez que me hecha la bronca, además de bajar la cabeza en plan sumiso, no puedo evitar sentirme excitado.
Os preguntareis porqué. Bien sencillo:
¡Esa cabrona tiene un polvo descomunal!
Con treinta años recién cumplidos, Doña María es una morenaza de casi un metro setenta con un culo de ensueño. Aun así la parte de su anatomía que me trae por jodido son sus enormes pechos. Nunca he sido bueno para calcular pero estoy convencido que ese par de ubres deben de pesar cada una al menos…
¡Un kilo!
No os podéis hacer una idea. Son inmensas y aun así como por arte de magia se mantienen inhiestas. Sé que en el futuro esos manjares llegarán a convertirse en unas tristes lágrimas pero hoy en día, cuando desde mi silla la veo pasar, no puedo evitar recrearme soñando con tenerlos entre mis labios.
Durante los dos años que llevaba trabajando en esa compañía, nunca pensé que llegara el día que pudiera decir:
¡Ese par de tetas son mías!
La actitud déspota y tiránica de esa mujer evitaba que ninguno de sus subalternos se atreviera siquiera a tratar de intimar con ella. Aunque estuviera buenísima y fuera soltera, no había nadie con los huevos suficientes de intentar enrollársela. Por mucho que todos deseáramos hundir nuestra cara entre sus pechos, el terror a su reacción nos mantenía alejados.
Aun así, cada mañana, cuando esa zorra llegaba a la oficina y con paso firme, se dirigía a su despacho, no podía dejar de recrearme con el hipnótico bamboleo de sus dos tetas al caminar. Sé que no era el único y que muchos de mis compañeros seguían con la cabeza arriba y abajo las secuencia de sus senos, pero en mi interior soñaba con que Doña María me estaba modelando a mí.
Secretamente obsesionado por esa arpía, no podía dejar de suspirar apesadumbrado cuando pasaba una hora sin que esa morena saliera de su despacho. Me daba igual si al hacerlo, se metía conmigo. ¡Necesitaba verla! No sé la de veces que me habré pajeado pensando el ella. La de ocasiones en la que mi mente habrá dado rienda suelta a mi lujuria con Doña María como protagonista.
Desgraciadamente para ella, yo era un cero a la izquierda, un objeto sin valor que se sentaba a la salida de su oficina. La relación entre nosotros era casi inexistente. Siendo ella mi jefa, apenas se dirigía a mí y si deseaba algo, usaba a mi supervisora como interlocutora.
Mientras el resto de mis compañeros recibía continuamente sus broncas, en mi caso era raro que lo hiciera y aunque os parezca absurdo, eso me parecía injusto. ¡Quería ser como todos los demás!, por eso mientras la gente de la oficina rehuía su mirada, yo en cambio buscaba su contacto. Ingenuamente, deseaba que al notar mis ojos fijos en los suyos Doña María se percatara de mi existencia. Pero cuanto más intentaba hacerme patente, menos caso me hacía.
Convencido de que me ignoraba a propósito, decidí quejarme….
Me quejo a esa zorra
Como no podía llegar y preguntarle porque no me echaba a mí broncas como a los demás, resolví planteárselo de otra manera. Como sabía que a nuestra división nos había caído el marrón de levantar la sucursal portuguesa, me estudié los informes a conciencia y con la situación fresca en mi mente, fui a su despacho.
Doña María estaba como de costumbre de un pésimo humor y por eso al verme entrar, casi gritando, me preguntó que narices quería:
-Jefa, quiero que me encargue el tema de Lisboa- contesté acojonado.
Su reacción al oírme fue soltar una carcajada pero viendo que me mantenía firme en mi postura, me pregunto:
-¿Qué cojones sabes tú de ese asunto?
Como lo traía preparado, rápidamente le explique a grandes rasgos la situación y una vez la había descrito, le propuse un plan de acción alternativo que no era otro más que directamente cargarme a media estructura de esa oficina. Tal y como había previsto, eso era lo que esa ejecutiva pensaba pero cansada de ser ella siempre la ejecutora había pospuesto esas medidas.
En ese momento, Doña María debió de pensar que le convenía que uno de sus lacayos fuera por una vez el hombre malo y por eso tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-No sabía que además de guapo, tenías cojones.
Su piropo consiguió darme los suficientes arrestos para decirla:
-Tengo ya preparadas las cartas de los despidos, si quiere me puedo firmarlas yo y así si algo sale mal será mi culpa.
Asumiendo que la responsabilidad seguiría siendo suya, dijo con voz fría:
-Me parece bien pero si hacemos eso, el trabajo de nuestra unidad se incrementará…
-Puedo ocuparme de ello- respondí- ¡Tengo tiempo!
Para mi desgracia, la morena se levantó de su asiento y dando un paseo por su oficina, se puso a pensárselo. Y digo para mi desgracia porque al hacerlo, me quedé embobado mirándole el trasero.
“¡Qué maravilla!”, estaba pensando cuando al girarse me pilló con la boca abierta y los ojos fijos en sus nalgas.
Supe que me había cazado porque con muy mala leche, respondió:
-De acuerdo, probaremos- y cuando ya pensaba que no se había dado cuenta, me soltó: -Manuel, como a partir de hoy trabajaremos codo con codo, te exijo que te comportes profesionalmente y dejes de babear cada vez que me muevo.
Abochornado, contesté:
-No se preocupe, no volverá a pasar- tras lo cual salí de su despacho.
Al salir me sentía el hombre más feliz del mundo por un doble motivo:
¡Iba a trabajar con mi diosa! Y para colmo: ¡Al pillarme excitado, no se había molestado!
Sin poderlo evitar, dejé los papeles encima de mi mesa y casi corriendo fui a aliviar mi excitación al baño. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando a mi jefa. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, me imaginé que un día al terminar la jornada esa puta me pedía que me quedara un poco más…
En mi mente, Doña María empezaba a flirtear conmigo y cuando ya iba lanzado a por ella, me pegaba un corte. Pero entonces y por primera vez, me arriesgué abrazándola porque en mi sueño, el quese comportara como una estrecha cuando me había provocado, me terminó de enervar y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su mesa. Mientras la llevaba en los hombros, no paró de insultar y de gritarme que me iba a despedir. Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y tirándola en la tabla, me puse a desnudar.
Desde su mesa, mi jefa no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con ir a la policía si la violaba. Cabreado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda.
-¿Qué vas a hacer?
-Lo que llevas deseando desde que me contrataste. ¡Voy a follarte! ¡Puta!- respondí separando sus rodillas.
Al hacerlo, descubrí que no llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.
-¡Cerdo!- gritó intentando repeler mi ataque dando manotadas.
Su violenta reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y dándole un sonoro bofetón, le ordené quedarse callada. La humedad que encontré en su sexo, me informó que esa mujer estaba cachonda y sabiendo que todo era un paripé y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Eres un maldito!- chilló al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.
En mi imaginación, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa zorra empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Cabrón!
Violentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follándola con mis manos y lengua, percibí que esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez.
-¡Te gusta! ¿Verdad? ¡Puta!- le grité en mi sueño.
Mi insulto la hizo llegar al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la mesa mientras de su sexo brotaba un manantial.
-¡Capullo!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y chilló con voz entrecortada: -¡No me folles!
Habiendo cruzado mi Rubicón particular, cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡No me violes!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Estaba a punto de horadar su sexo con mi estoque cuando el ruido de la puerta del baño, me sacó de mi ensoñación y temiendo que quien hubiera entrado me pillara, guardé mi pene y disimulando salí del retrete. Más excitado que antes de entrar, volví a mi sitio y sin poder dejar de pensar en doña María, la busqué con la mirada.
Me sorprendió verla mirándome desde su despacho y más aún descubrir en sus ojos un raro fulgor que no supe interpretar.
El resto del día, me ocupé del papeleo de los despidos y sin pensar en que iban haberse afectadas un montón de familias, firmé los ceses deseando que al día siguiente al enseñárselos a mi jefa, esta me recompensara con una mirada.
Mi primer día como su ayudante.
Esa mañana llegué temprano y como faltaban cinco minutos para que Doña María llegara a la oficina, decidí hacerme un café y otro a ella, de forma que cuando oí su taconeo por el pasillo, me levanté a llevarle tanto los papeles como la bebida recién hecha.
Sin agradecer el detalle, cogió el café y se puso a revisar el dosier que le había hecho entrega. Tras cinco minutos en los que examinó a conciencia mi trabajo, levantó su mirada y me sonrió diciendo:
-Bien hecho- tras lo cual me dio instrucciones y trabajo que me mantendría atareado al menos un par de días.
El cúmulo de tareas que exigió me dio igual porque esa fue la primera ocasión en la que oí de sus labios una frase amable. Satisfecho y creyéndome “Supermán” volví a mi mesa. Enfrascado en la reestructuración de esa sucursal, no solo pasó la mañana sino que incluso gran parte de la tarde sin que me diese cuenta y solo cuando a las siete, mis compañeros empezaron a marcharse, caí en que ni siquiera había comido.
Completamente famélico, saqué unos sándwiches y empecé a comer. Acababa de terminar con el primero cuando la jefa me llamó a su despacho. Extrañado porque me llamara, me levanté y fui a ver que quería.
-¿Cómo vas con lo que te he pedido?- dijo nada más entrar.
Brevemente le expliqué que casi había terminado con el plan de viabilidad pero que no lo tendría terminado hasta el día siguiente. Fue entonces cuando la vi mirar hacia la sala común donde ya no quedaba nadie y con voz seria pedirme que le enseñara lo que llevaba hecho. Sin poner excusa alguna, imprimí mi trabajo y volví a su lado para llevarme la sorpresa que se había sentado en el sofá y aprovechando que estábamos los dos solos, ¡Se había descalzado!
Si eso era algo inusual en esa morena, más lo fue que al tomar los papales entre sus manos, me dijera con voz quejumbrosa:
-Estoy agotada. ¿Por qué no me das un masajito mientras lo reviso?”.
Cortado pero excitado no pude negarme y comprendiendo que se refería a sus pies, me senté y empecé a masajearle sin importarme la humillación. Sabedora de que me tenía en sus manos, se tendió en el sofá y mientras repasaba el dossier, se dedicó a disfrutar de mi masaje.
Yo, por mi parte, me sentía en la gloria al sentir su piel bajo mis manos. Tanteando en un principio, acaricié su tobillo y su empeine sin atreverme a ir más allá.
-Me encanta- dijo al notar la acción de mis dedos.
Sus palabras me dieron la confianza necesaria para presionar con mis yemas en las patas de sus pies mientras Doña María ni siquiera se dignaba a mirarme. Sé que sonará servil pero os juro que no me importó su descarada manipulación y con cuidado, me concentré en el tobillo derecho trazando círculos a su alrededor.
-Usted descanse, se lo merece- me atreví a decir.
No me contestó por lo que presioné su talón, estirándole el empeine. Reconozco que me excitó tanto oler el aroma de sus pies como notar el sudor acumulado después de un día de trabajo y colocándome mejor, tomé entre mis yemas los delicados dedos pintados de rojo que llevaba mi superiora.
-¡Más fuerte!- exigió pegando un gemido.
Como podréis suponer, obedecí incrementando la fuerza con la que masajeaba su empeine, mientras estiraba una a una sus falanges. Para entonces, mi jefa había dejado los papeles en la mesa y cerrando los ojos, se dedicó a disfrutar con descaro de mis caricias. Imbuido en una especie de trance, presioné con mi pulgar en su puente.
Mi dura maniobra no solo le gustó sino que pegando un inaudible sollozo, me rogó que continuara sin darse cuenta que su falda se había descolocado, dejándome admirar la belleza de sus muslos.
“¡Qué monumento de mujer!”, pensé al recorrer con mi mirada sus piernas.
Ajena a ser observada tan íntimamente, se dejó llevar y con un sensual susurro, me preguntó si no sabía hacer nada más. Sin llegármelo a creer, comprendí que me pedía que profundizara en el masaje y no atreviéndome a subir por sus pantorrillas, levanté sus tobillos y acercando sus pies a mi boca, me quedé pensando en que hacer.
Tenía ese par de bellezas a breves centímetros de mi cara y viendo que mi jefa seguía con los ojos cerrados, reuní el valor para inclinarme y empezarlos a besar. Mi atrevimiento no la molestó y lo sé porque no solo nos lo retiró sino que los acercó más aún. Su aprobación me dio alas y sin medir las consecuencias, saqué la lengua y empecé a recorrer con ella sus plantas.
Totalmente fascinado, las lamí con auténtica dedicación mientras ella, de vez en cuando se estremecía disfrutando de mis atenciones. Durante cerca de dos minutos me recreé dándole lengüetazos arriba y abajo hasta que abriendo sus ojos, me miró diciendo:
-Chúpame los dedos- tras lo cual introdujo el dedo gordo de su pie en mi boca.
Su actitud despótica no me molestó y embadurnando de saliva su dedo, cumplí fielmente su capricho. Para cualquiera que hubiera visto la escena, le habría resultado humillante la forma en que me lo introducía y sacaba de la boca. Era como si me follara la boca con él. Satisfecha decidió que le gustaba y cambiando de pie, repitió su maniobra diciendo:
-Termina lo que has empezado.
Uno a uno, los diez dedos de la morena fueron objeto de mis caricias y mientras obedecía como su rendido siervo, esa morena sabía de lo mucho que yo estaba disfrutando. El poder que ejercía sobre mí era total y abusando de él, me exigió:
-Cómeme el coño.
Para entonces mi capacidad de razonar estaba completamente anulada y sin poder pensar en otra cosa que en corresponderla, separé suavemente sus piernas y levantándole la falda, veo por primera vez sus bragas de encaje negras. Perdiendo la vergüenza y dejando salir al amante que tenía en mi interior, le empiezo a bajar esa prenda dejando al descubierto un chocho peludo.
Al descubrir que su mata crecía salvaje y que esa mujer no se depilaba me terminó de desarmar y ya dominado por un deseo loco e intenso, fui recorriendo con mi lengua sus pantorrillas, acercándome a la meta.
Si esa puta se esperaba que me lanzará de inmediato entre sus muslos, se equivocó y con una lentitud exasperante fui recorriendo la distancia que me separaba de ese manjar. Doña María no pudo reprimir un gemido al sentir mi aliento acercándose a su coño y pegando un berrido, me exigió que culminase.
Pero desobedeciéndola por vez primera, soplé sobre los labios de su vulva mientras con los dedos los abría suavemente, dejando al descubierto su ansiado clítoris.
-Date prisa, ¡Inútil!- se quejó amargamente al sentir que usando una de mis yemas, acariciaba su botón con delicadeza.
Su queja lejos de servirme de acicate, ralentizó más si cabe la velocidad mis maniobras, mientras ella se ponía a cien. Sabiendo que era mi momento y que la tenía en mi poder, me dediqué a saborear lo más despacio que pude de ese banquete. Para ese instante, mi jefa estaba poseída por la lujuria y sin importarle que pensara, se sacó los pechos de su blusa y comenzó a pellizcarse los pezones, totalmente excitada.
Sabiendo de antemano que era mi dulce venganza, rodeé con la punta de mi lengua su botón sin llegarlo a atacar de pleno. Aunque deseaba hundirme entre sus piernas, no lo hice y en plan capullo, seguí elevando su excitación hasta llevarla a donde yo quería.
-¡Por favor! ¡No aguanto más!- gritó desencajada.
Su ruego me supo a rendición y apiadándome de ella, deje que mi lengua se recreara con largos y profundos lametazos sobre su clítoris. Ella al sentir mis húmedas caricias, se puso a gemir como una loca. Con el convencimiento que con cada lametazo me iba apropiando de su ser, seguí haciendo hervir su sangre poco a poco.
-¡Dios! ¡Qué gusto!- bramó voz en grito al experimentar que mis dientes tomaban al asalto su botón.
Como si fuera el hueso de un melocotón, mordisqueé sin cesar mi presa mientras la puta de mi jefa convulsionaba de placer sobre el sofá. Habiéndola llevado hasta ese punto, usé un par de dedos para hoyar su agujero. Doña María al notar esa intrusión, contrajo sus piernas y buscando un mayor contacto, presionó mi cabeza con sus manos:
-No pares, cabrón- chilló mientras todo su cuerpo se arqueaba en busca del placer.
El orgasmo de la mujer era inminente y por eso, me recreé metiendo y sacando mis yemas de su interior mientras lamía su clítoris con mayor énfasis. Su explosión no tardó en llegar y derramando su gozo en mi boca, convirtió sus caderas en un torbellino. Recolectando su néctar con mi lengua, profundicé su clímax, uniendo una descarga de gozo con la siguiente hasta que totalmente agotada me pidió parar.
Malinterpretando sus deseos, me levanté y me despojé del pantalón, sacando de su encierro a mi pene. Confieso que pensaba que esa zorra iba a dejar que me la follara allí mismo pero, al ver mis intenciones, se mostró indignada y mientras se colocaba las bragas, me miró despectivamente diciendo:
-Mañana al llegar a las nueve, quiero el informe sobre mi mesa.
Tras lo cual, la vi marcharse a toda prisa, dejándome excitado, con la polla tiesa y más humillado de lo que me gusta reconocer…
Mi segundo día como su ayudante.
Al quedarme solo me sentí hundido y sin otra cosa que hacer porque nadie me esperaba en mi casa, me puse a terminar el trabajo que me había encomendado. Lo creáis o no, eran más de las cuatro de la mañana cuando al final lo acabé por lo que solo me dio tiempo de dormir tres horas antes de levantarme y pegarme una ducha.
Agotado y cansado, salí de casa increíblemente contento porque no en vano el día anterior había hecho realidad un sueño. Por mucho que me jodiera, no podía dejar de estar encantado de haber servido como esclavo sexual de esa zorra y por eso al llegar a la oficina, me sentía el más feliz de los mortales.
Siguiendo la rutina de todos los días, mi jefa llegó a las nueve menos cinco y encerrándose en su despacho, me mandó llamar. Nada más entrar me exigió ver el informe y al contestarle que lo tenía sobre su mesa, me miró con gesto despreciativo diciendo:
-¿Y mi café?
El hecho que me exigiera algo tan nimio después de haberme pasado toda la noche trabajando, me cabreó pero bajando la cabeza, fui a hacérselo. Al volver la vi revisando concienzudamente mi trabajo y no queriendo interrumpirla, le dejé su bebida y salí de su despacho.
“¡Será guarra!”, me quejé, “ni siquiera me ha dado los buenos días”.
Durante una hora, Doña María estuvo estudiándose los papales y cuando ya le había dado varias vueltas, me llamó para que le hiciera un par de cambios. Curiosamente cuando rectifiqué siguiendo sus instrucciones el plan, lo miró y sonriendo me dijo:
-Parece que además de tener una buena lengua, sabes de números.
Su extraña flor me dio ánimos de que lo de la noche anterior se iba a repetir y extralimitándome de mis funciones, contesté:
-Mi lengua es suya.
Soltando una carcajada, respondió que ya lo sabía y saliendo por la puerta, se fue a ver al director de la empresa. Aunque no me lo dijo, esa zorra se fue a mostrarle al gran jefe mi trabajo como si fuera el suyo. Tan contento se quedó ese cabrón que después de pasarse toda la mañana analizando los pros y las contras del plan, lo dio por bueno y como muestra de agradecimiento, se la llevó a comer.
Para mí, su ausencia fue dolorosa porque secretamente esperaba que cuando mis compañeros se marcharan del trabajo, repetiríamos lo sucedido la tarde anterior y por eso al ver que no regresaba, me empecé a poner nervioso dándole pábulo a los comentarios de que María era la amante del director.
Mirando el reloj cada cinco minutos, la tarde se me hizo eterna pero no queriéndome perder la oportunidad de volver a disfrutar de su coño, no me fui de la oficina y eran más de las ocho cuando recibí su llamada a mi móvil.
-¿Dónde estás?- me preguntó nada más contestar. Por su voz supe que llevaba algunas copas.
-Todavía en el trabajo, esperándola- contesté.
Mi afirmación la hizo reír y sin importarle que ya no fuera horario de oficina, me pidió que le llevara a su casa su maletín porque tenía unos papeles que quería revisar esa noche.
Comportándome como un simple subordinado, le pedí su dirección y cogiendo el puñetero maletín de su despacho, me fui a la dirección que me había dado. Como esa maldita me dijo que le urgía, tomé un taxi sabiendo que la tarifa correría de mi parte pero no me importó porque necesitaba verla.
Lo quisiera o no, ella era mi diosa y yo su triste vasallo.
Al llegar a su domicilio, me quedé impactado al descubrir que esa zorra vivía en un chalet impresionante. Si de algún modo, todavía creía en mi subconsciente que tendría alguna oportunidad, quedó hecha trizas al ver el cochazo del jefe aparcado en su jardín.
-¡Mierda!- exclamé convencido de que esa morena era la puta del director.
Mis temores parecieron hacerse realidad cuando en el hall de entrada me recibió con una bata casi trasparente que dejaba vislumbrar la coqueta lencería negra que llevaba. No me cupo ninguna duda de que esa mujer estaba acompañada al verla con una copa de champagne en la mano y con el pelo mojado como si se hubiera dado una ducha.
Aun así no pude dejar de valorar su belleza y dándole su maletín, me la quedé mirando mientras ella revisaba sus papeles:
“¡Qué buena está!”, mascullé entre dientes al observar la perfección de esas dos ubres que me traían por la calle de la amargura desde que la conocí.
María tras comprobar que estaban los papeles que necesitaba, me soltó:
-¿Te apetece una copa?
Estuve a punto de negarme pero en el último instante, di mi brazo a torcer diciendo por si acaso:
-No quiero resultar un estorbo. Si está ocupada lo dejamos para otro día.
Como la hembra astuta que era adivinó mis reparos y soltando una carcajada, me dijo:
-Lo dices por el coche de Don Jaime. Me lo he traído porque el vejete llevaba muchas copas para conducir- y elevando su tono, me preguntó: -¿No te creerás que lo que dice la gente?
Sabiendo a qué se refería, negué con la cabeza. Mi sumisa respuesta le satisfizo y mirando de arriba a abajo, me soltó:
-Desnúdate-
Me la quedé mirando sin saber cómo reaccionar mientras se sentaba en un sofá y solo cuando me exigió que empezara, me fui desabrochando uno a uno los botones de mi camisa. Por su cara comprendí que ni siquiera había empezado a desnudarme y ya estaba claramente excitada.
La forma en que fijó sus ojos en mi cuerpo me provocaron un escalofrío, de forma que antes de despojarme de esa prenda, ya tenía la piel de gallina. Deseando complacerla, di inicio a un striptease. Tratando de dotar a mis movimientos de una sensualidad que carecía solo pude hacerla sonreír por mi torpeza. Cabreado por su descojone, le pregunté:
-¿Qué es lo que quiere de mí?-
-Poca cosa, me apetece verte desnudo- respondió mordiéndose los labios.
“Será hija de perra” pensé mientras dejaba caer mi pantalón al suelo. Fue entonces cuando mi jefa ya convertida en una perra ansiosa de sexo, se me quedó mirando el paquete y contenta de lo que se escondía debajo del calzón, se levantó y puso música diciendo:
-Baila para mí.
Cortado pero azuzado por el gesto de puro vicio que hallé en su cara, empecé a menear mi cuerpo al son de la canción mientras acariciaba con mis manos mi cuerpo casi desnudo. Paulatinamente me fui poniendo cada vez más caliente y tratando de forzar su reacción, llevé las manos a mi pecho y cogiendo mis pequeños pezones entre mis dedos, los pellizqué sin dejar de gemir tratando que abandonara su actitud pasiva.
Sin hacer el menor caso a mis maniobras, mi jefa se mantuvo sentada en silencio. Decidido a forzar su calentura, tomé la iniciativa y me bajé el calzoncillo, dejando al aire mi pene completamente erecto. Ni siquiera la visión de mi sexo empalmado, consiguió alterarla y pegando un sorbo a su copa, me pidió que me masturbara.
Para entonces, mi sumisión era completa y asiendo mi pene entre mis dedos, comencé a pajearme ante su cara. Solo por el brillo de sus ojos, supe que le estaba gustando mi exhibición y sin dejar de jalar de mi extensión se la acerqué hasta sus labios.
Con mi corazón latiendo a mil por hora, puse mi miembro a su disposición. Durante unos segundos, esa zorra no hizo nada y solo cuando de mi glande, brotó una gota de líquido pre-seminal abrió su boca y la recogió con la lengua. Saboreó durante unos instantes ese néctar que su empleado le brindaba para, ya sin ningún reparo, abrir la boca y engullirla. Lentamente, se fui introduciendo mi extensión mientras me acariciaba el culo con sus manos. Al sentir que uno de sus dedos se introducía sin previo aviso en mi ojete, gemí de placer y con más ahínco dejé que me la mamara.
Usando su boca como si de un sexo se tratara, metió mi falo en su garganta y solo cuando esos labios rojos besaron su base, se la sacó y diciendo:
-Está muy rica.
Mi jefa que hasta entonces era ajena a haber sido mi objeto de mis sueños durante dos años, se la volvió a embutir con rapidez. Actuando como una posesa, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve apoyarme en el sofá.
-Tranquila- le pedí.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Su completa entrega provocó que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Mi jefa, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, devoró los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose a cuatro patas sobre el sofá, me pidió que la follase por detrás. Incapaz de negarme le bajé las bragas de encaje y mojando mi glande en su vulva, lo llevé a si entrada trasera y sin dudar, se lo clavé hasta el fondo.
No pude dejar de observar que el sexo anal era uno de sus caprichos porque a pesar del modo tan brutal con el que la sodomicé, no se quejó al sentir su ojete siendo maltratado por mí. Os juro que me creí en el cielo al tener mi pene dentro del culo de esa diosa y aunque me apetecía dar rienda suelta a mi lujuria, al ver unas lágrimas recorriendo sus mejillas, decidí esperar a que el sufrimiento cesara.
-¡Qué esperas para follarme!- gritó al ver mi inactividad.
Dejando a un lado la cordura, decidí que esa puta iba ser mi yegua y montándola en plan cabrito azucé sus movimientos con una serie de suaves azotes.
-¡Dios!- aulló al sentir que se desgarraba pero en vez de intentar que parara, me pidió que siguiera.
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando María con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
-¡Más rápido!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di esta vez un fuerte azote.
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una zorra desorejada, me imploró que quería más.
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Mi jefa ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre el sofá, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa morena, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando ya dándome igual que fuera mi diosa, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras mi víctima no dejaba de aullar desesperada. Mi orgasmo no tardó en llegar y mientras me vertía en el interior de sus intestinos usé su melena como riendas. Ya una vez había llenado su culo con mi simiente, me dejé caer a su lado agotado y exhausto.
Fue entonces cuando, levantándose del sofá, cogió la botella de champagne y dos copas y desde el umbral de la puerta, sonriendo me dijo:
-Levántate vago y acompáñame.
-¿Adonde?- pregunté.
-A celebrar mi ascenso- respondió y con una sonrisa en los labios, me informó de su nuevo puesto diciendo: -Me han nombrado directora de Portugal y he exigido para aceptar que tú me acompañes.
-¿En calidad de qué?
Poniendo un tono pícaro en su voz me contestó:
-Para la empresa como mi ayudante, pero en realidad te necesito para clamar mi fuego todas las noches.
Muerto de risa, me hice el duro diciendo:
-Entonces voy de bombero.
Soltando una carcajada mi jefa, me respondió:
-Así es. Desde que ayer vi tu manguera supe que tenía que probarla- y cogiéndome de la polla, tiró de ella, diciendo: -Te aviso que una vez encendida, ¡Soy difícil de apagar!
Hola queridos lectores de Todorelatos. Mi nombre es Rocío y tengo 19 años, soy autora primeriza así que espero que sepan perdonar mis fallas, he recibido muchos consejos y apoyo así que traté de mejorar la ortografía y la redacción, perdón si vuelvo a cometer faltas, perdóooon. En mi anterior relato conté cómo mi instructor de tenis y dos negros me hicieron su putita a base de calentarme poco a poco.
Ya pasó una semana de aquello y los tres me usaban a su antojo. El viejo verde de mi instructor lo hacía en su oficina pero a los dos negros les encantaba utilizarme juntos en los vestidores. Como mi culito aún no estaba preparado para recibir sus enormes trancas, se decidían solo a follarme por el ano con dos dedos mientras el otro me daba duro por mi coñito. La verdad es que a veces me dolía un montón pero debo confesar que la dureza también me excitaba un poquito, por lo que esos dos me volvían loca hasta el punto de ni siquiera ser capaz de hablar fluido o pensar con claridad cuando me follaban.
Tras terminar mi entrenamiento, en donde por cierto lo practico sin mallas ni ropa interior por orden de mi instructor, se acercó él:
-Muy bien, Rocío, ya te puedes ir a casa – rarísimo que no se me haya acercado a tocarme, o a exigir el uso de mi cuerpito.
-¿En serio, señor Gonzáles?
-Sí, ¿o quieres quedarte un ratito conmigo?
La verdad es que sí quería quedarme. Pero por un lado no quería decirle eso, no quería quedar como una putita adicta al sexo, no iba a admitirlo al menos no fácilmente. Ellos solo creían que yo aceptaba las guarrerías por el chantaje que me hicieron.
-Me quiero ir a mi casa, pero… Profe, la verdad es que me duele un poquito el tobillo, tal vez si da unos masajitos se me pasará.
-Ah, ¿pero otra vez ese tobillo, Rocío?
-Síiii –mentí-. Me lo he aguantado toda la tarde, pero cuando los swings me salían perfectos, no quise dejar la cancha.
-Mírate nada más, te pareces una profesional. Pero la próxima vez no vamos a forzar esta piernita, ¿vale?
Se acuclilló y tomó de mi pie. Yo gemí como una cerdita, porque sé que eso le calienta mucho.
-No parece estar hinchado…
-Pero me duele mucho, por favor profe –le puse una carita de pucherito.
-Tengo un spray por aquí, déjame buscar.
La verdad es que podría pasar toda la vida buscando su maldito spray, yo ya me había anticipado y lo lancé lejos, hacia los arbustos que lindaban la cancha de tenis cuando tuve la oportunidad. De esa manera tendríamos que ir a su oficina en búsqueda de un repuesto.
-Vaya, Rocío… no encuentro el spray.
-Seguro que en tu oficina tienes más, los he visto – los vi en un estante una tarde, cuando me llevó para comerme el coño como recompensa por haber mejorado mucho mis golpes.
-Joder, muchacha… la verdad es que por hoy quería evitar cualquier tentación contigo, pero no me queda otra. Vamos.
Y así fuimos. Yo estaba calentísima pero estaba disimulando muy bien, rengueando débilmente como si realmente estuviera lastimada, llevada de su brazo. Enredé mis dedos entre los de él para acariciarlo un poco pero muy extrañamente mi instructor se portaba muy bien. No entendí por qué no quería jugar conmigo, pero si quería guerra la tendría, lo iba a calentar hasta que me dé lo que yo anhelaba: su tranca venosa.
Y por suerte lo conseguí, no se aguantó: Él ya estaba sentado en su silla, yo debajo del escritorio. No sé por qué razón se le ocurrió meterme allí, pero bueno, me pidió que le hiciera una mamada. A mí me costaba acostumbrarme al olor de la polla de ese maduro, pero poco a poco y con la costumbre me estaba volviendo adicta a ella. No era tan grande como la de los dos negros, ni siquiera como la de mi cornudo novio, pero era el pedazo de carne más experto de todos ellos y el que más me hacía delirar cada vez que entraba en mi conejito.
Mamársela es de lo más cansador porque parece que el cabrón tiene un aguante bestial, no miento cuando digo que he estado más de veinte minutos chupándosela en los vestidores esperando que me regalara toda su espesa y caliente leche. Mi boca y mi lengua realmente se cansaban y llegaba hasta a doler de tanto chupeteo. Además el señor tiene la mala costumbre de agarrarme de mis pelos, meterme un pollazo hasta la campanilla, y sujetarme bien fuerte para correrse todo directamente en mi garganta, sin darme tregua ni posibilidad de desperdiciar una mísera gotita.
Cuando mi lengüita tocaba la puntita de su polla, jugando con ese agujerito de donde sale la leche, y con mis manitos jugando con sus huevos y con su tranca, escuché que la puerta se había abierto. Al principio me dio un poquito de corte y dejé de chupar, pero rápidamente me dio un golpecito en mi cabeza para que siguiera con lo mío. Así pues seguí lamiendo el falo mientras esa desconocida persona entraba en el lugar. Una voz de hombre mayor y muy conocida le dijo:
-Buen día, Instructor Gonzáles. ¿Ha visto a mi hija Rocío?
-Ah, es usted su padre. Le estaba esperando, por favor siéntese. Por cierto, su hija ya se fue hace rato, creo que dijo que iba a la casa de una de sus amigas a pasar el resto de la tarde.
En ese momento toda mi calentura bajó hasta el suelo. Quise dejar de chupar su verga pero el cabronazo de mi instructor hizo presión con su mano para que mi boquita no le abandonara. Y así, impotente, seguí ensalivando y succionando débilmente, atenta a la charla.
-Ah, ya veo, se ha ido temprano. Pues nada, vine a preguntar cómo le va a mi hija.
-Pues le va de fábulas, es una buena muchacha, muy aplicada y siempre da el 100%.
Eso me gustó mucho, muy orgullosa aumenté la fuerza de mi lengüita sobre esa polla.
-Me alegra oírlo. Yo ando muy ocupado y no puedo compartir mucho con ella, así que me alegra que esté en buenas manos.
-Me halagan sus palabras, señor. Pero solo hago mi trabajo.
-Vamos al grano, que no tengo tiempo. Me gustaría inscribir a mi hijo también, que, siendo sincero, es un vago. Creo que la disciplina y el deporte le harán bien, que pronto comenzará la universidad y parece que no endereza su estilo de vida.
¡Eso sería terrible para mí! Apreté los huevos de mi maduro amante y también mordí muy ligeramente ese enorme glande, dejándole claro que yo no quería que aceptara a mi hermano como alumno. Él se removió un poquito, como queriendo escapar de mis dedos y mis dientes, pero yo lo sujetaba fuerte al cabrón. No quería que aceptara eso, sería el fin de mis tardes de sexo con él y los negros, con mi hermanito pegado a mi lado durante todo el entrenamiento.
-Va a ser un placer tener al hermano de Rocío aquí, señor.
Me enojé muchísimo, le di un mordisco, pero el instructor no mostró ninguna queja.
-Muy amable de su parte, instructor, le dejo con sus asuntos.
-Adiós, señor.
Cuando cerró la puerta, salí del escritorio con mi carita evidentemente muy enojada. Y muy roja, que apenas podía respirar con su polla hasta mi garganta. El instructor me tomó de la mano cuando yo amagué irme de la oficina:
-¿Pero qué te pasa, mi putita?
-Ya veo que me vuelves a hablar como el viejo verde de siempre.
-¿Ves por qué no quería que te quedaras? Sabía que tu papá vendría a visitarme. Pero bueno, la verdad es que estuvo muy morboso.
-¿Va a aceptar a mi hermanito como alumno, Señor Gonzáles?
-Venga, marranita, no te me enojes. Ven que te voy a dar bien duro como te gusta. Hoy probaré meterte tres dedos en el culo, seguro que ya puedes aguantar.
-Estoy muy enojada, señor Gonzáles. ¡Me voy!
Cuando me alejé me dijo:
-¿Pero no te dolían los tobillos? ¡Ja, todo fue una excusa para venir aquí!, ¿no, putita? Por cierto, Rocío, tú no tienes ningún tipo de autoridad. Véngase para aquí, apóyate del escritorio y pon el culito en pompa.
Yo estaba nerviosa, vale, pero esas palabras me hicieron mojar un poquito por dentro. Así que me acerqué como me pidió, con la cara falsamente rabiosa, no sin antes sacar de mi bolsita un pote de vaselina. Si me iba a follar por el culo con sus dedos al menos debería tratar de hacerlo de la manera menos dolorosa posible, que yo no estaba para aguantar que me volviera a partir en dos.
-Vale, Señor Gonzáles, perdón. Pero por favor use la crema que en los últimos días me duele solo de sentarme.
-¿Te has traído vaselina?
-Sí, apúrese que no tengo tiempo para esto, Señor Gonzáles. Cuanto antes terminemos, mejor – Perdón padre, por ser tan mentirosa. Me levanté y remangué mi faldita muy arriba, y me sujeté del escritorio. Abrí bien mis piernas y miré a mi instructor.
Se untó la vaselina por los dedos de una mano, se levantó y se dirigió detrás de mí. Me dio una nalgada muy fuerte, pero resistí. Sabía que me daba nalgadas porque estaba haciendo algo mal. Puse mi cabeza en el escritorio a modo de apoyo y llevé mis manos en mi trasero, separé mis nalgas lo más que pude para que él pudiera penetrarme a gusto.
-¿Ya te has lavado el culito?
-Sí, Señor Gonzáles, puede hacerlo sin miedo.
-Muy bien. Por cierto, mi putita. ¿Ves el televisor frente a ti?
-¿Qué pasa con ese televisor, profe?
Un dedo empezó a entrar en mi ano. Chillé un poquito pero ya me estaba acostumbrando. Volví a mirar la TV. No podía creerlo, estaba viendo cómo los negros me estaban montando en los vestidores. Yo estaba siendo brutalmente follada, aplastada entre esos dos enormes tíos. Chillando y revolviéndome como loca. Para qué mentir, eso me excitó un montón:
-No puedo creer que me has vuelto a filmar, profe. Eso es asqueroso, no puedo verlo más.
-No seas ingenua, mi putita. Siempre filmamos. Algún día aprenderás a hacerlo tú también.
-¡Aaauuchhh! Mffff… ¡Duele-duele-duele!… -dos dedos ya entraban y me follaban el culo de manera violenta. Dejé de abrir mis nalgas y me sujeté de nuevo en el escritorio.
-Vas a venir con tu hermano todos los días, putita, ¿entendido?
Empezó a estimular mi clítoris. El cabrón ya me conocía muy bien. Yo gemía como una cerda, viendo la TV, sintiendo sus dedos pervertidos. Mis tetitas se bamboleaban sobre la mesa, de hecho un par de bolígrafos y carpetitas se cayeron al suelo por eso.
-Vaaaaleeee joderrrr… me da iguaaallll…
-Veremos qué tan puta eres, te tengo preparado un plan.
Me corrí muy rápido. Con tres dedos en el culo y otros entrando en mi chochito visiblemente húmedo y enrojecido. Me quedé así, babeando y gimiendo débilmente sobre su escritorio, mirando de reojo cómo me montaban esos dos negros hermanos en la TV. Pero la tarde era muy larga y seguro que mi maduro amante tenía más guarrerías preparadas.
………………….
Al día siguiente yo y mi hermano Sebastián íbamos juntos al predio. No vivimos muy lejos, pero aun así sentí que toda la caminata era incomodísima y parecía muy larga. Para colmo mi hermano no le gustaba la idea de practicar, y menos conmigo. Que si era por él se dedicaría a jugar fútbol con los muchachos del barrio.
-Oye, flaca, ¿cuánto más falta para llegar?
-Solo hemos caminado diez minutos y ya te estás quejando, Sebastián.
-Vaya mierda, debería estar mi novia en el Mall o en cualquier otro lugar. Pero no, estoy aquí contigo.
-Mbufff, yo más que nadie deseo que estés bien lejos de aquí. Esto es una pesadilla.
-Sé que en el fondo me quieres, Rocío –dijo abrazándome.
No es verdad, en serio, yo creo que el cabrón es adoptado o algo. Si no fuera porque sus ojos y su nariz son idénticos a los míos… Pero me niego a pensar que comparta sangre con un subnormal como él, que cambia de pareja al dos por tres. Y para colmo es hincha del Peñarol, yo que soy seguidora de Nacional, su equipo archirrival.
Lo último que yo quería era escuchar su voz. Como dije en su momento, cada vez que lleva una chica a la casa para montarla, no puedo evitar oír sus gemidos pues su habitación está pegada a la mía, oigo los jadeos y groserías varias que se gasta aprovechando que no está mi padre. Es un asqueroso, básicamente.
Llegamos y se presentó a mi instructor. Se quedaron hablando un rato y yo aproveché para cambiarme en el vestidor. Fue cuando los negros entraron en el lugar y, muy a su estilo, me arrinconaron contra la pared para meterme dedos y lengua sin darme tiempo ni de respirar.
-Hola putita, ¿cómo estás?
-¿Nos extrañaste? Ayer no pudimos verte, seguro que el profe gozó todo este cuerpito para él solo.
Yo me hice de la remolona e hice fuerza para salirme de sus manos perversas.
-¡Basta! No, no les extrañé, por mí como si nunca vuelven aquí, par de pervertidos – mentí, claro que extrañaba el contacto de esos pollones. Era lo único en lo que pedía pensar en la noche anterior mientras yo y mi novio nos besábamos en el portal de mi casa. No me sé aún el nombre de esos dos hermanos pero es lo que menos me interesa de ellos, sinceramente.
-¡Ja, seguro que sí! Nos ha pedido el Señor Gonzáles que nos aseguremos que te quites las mallas.
-¿Pero por qué debería quitármela, tontos? Voy a entrenar con mi hermano, este juego ya no puede seguir. Si queréis usarme lo haremos luego del entrenamiento cuando él se vaya.
-¿Te tengo que recordar quién es el que manda aquí? – dijo el otro negro, que me aplastó contra la pared para meterme su lengua en mi boca.
-Ufff… bastaaa…
El otro empezó a meter sus dedos bajo mi faldita para masajear vulgarmente mi chumino, la meció bajo mi malla y buscó mi puntito que poco a poco se humedecía.
-Rocío, vas a entrenar sin las mallas. ¡Es una orden!
-Diossss… estás loco, no haré eso… ufff…
El cabronazo me pajeó la concha con maestría, separaba mis pequeños labios vaginales y buscaba mi clítoris. Yo me volvía loca y apenas podía hablar, pero con lágrimas en los casi cerrados ojos intenté armar una frase:
-Está bien… mffff… ufff… valeeee… lo haré, lo haré… pero déjenme en pazzzz…
-¡Jaja, eres increíble!, es darte una paja y convertirte en perra.
-Ahora quítate la malla y ve a la cancha, putita -ordenó su hermano.
No sé si existe alguien tan hijo de puta como para calentar a una chica de esa manera para dejarla luego a medias. Son un par de imbéciles, encima se llevaron mi malla, oliéndola y riendo mientras yo, muy calentita y algo cabreada, me dispuse a prepararme.
Llegué a la cancha y mi instructor se acercó:
-Vas a jugar un set contra tu hermano, ya estará terminando de calentar.
-No tengo mallas, profe – le susurré –. Y ese muchacho es mi hermano. Va a verme TODA. T-O-D-A.
-Si pierdes el set te vamos a follar yo y los negros en el vestidor, a modo de castigo. Ahora prepárate.
-¿Qué?
Me palmeó la espalda y se sentó en el banquillo. Los dos negros le acompañaron muy sonrientes.
Yo me posicioné en mi puesto. Por un lado no quería hacer movimientos bruscos para levantar mi faldita y revelarle a mi hermanito que estaba sin mallas. Yo quería perder para que ellos me follaran entre los tres, era lo que yo anhelaba pues me dejaron muy calentita, pero tampoco quería que fuera muy evidente que me iba a dejar ganar.
Mi instructor gritó:
-¡Rocío, tu hermano va a sacar. Apóyate sobre las puntas de los pies, da pequeños saltitos a la espera del remate!
-Ya lo sé, cabrón, no es a mí a quien deberías dar clases –dije inclinándome, dando ligeros saltitos, mirando fijamente la bola en la mano de mi hermano.
-¡Ahí va, flaca!
La verdad es que yo esperaba mucho más de un hombre. Ese muchacho sí que era malo, la mayoría de sus remates iban en las redes o eran fáciles de devolver. Así, en un santiamén, el set se puso 1-0 a mi favor sin mucho esfuerzo.
-¡Sebastián, mira la bola, mira sus pies, sus manos, anticípate a sus movimientos! –gritaba el entrenador.
-¡No voy a perder contra una chica, flaca! ¡Toma!
Qué irónico, pues yo quería perder para ser montada. Ese último remate me exigió más de lo normal, por lo que tuve que correr tras la bola para poder devolvérsela. Sin darme cuenta el esfuerzo hizo que se levantara mi ya cortita falda y revelara mis carnes. Mi hermanito lo vio y se quedó estático, mirándome a mí y no la bola que pasó a su lado.
-¡Sebastián, qué cojones te pasa! –gritó el entrenador-. ¡Fíjate en la bola, en la bola!
Los negros se rieron. Uno de ellos sacó mi malla que la tenía guardada y lo olió, mirándome pícaro. Yo aún estaba a tope, y la verdad es que ver a mi hermano embobado por mi culito y mi entrepierna me pareció cuanto menos excitante.
El resto del juego me pasé exagerando los movimientos para revelar mis nalguitas y la bella mata de pelos que estaba encima de mis mojadísimos labios vaginales. El set ya estaba 5-0 a mi favor, y me di cuenta que yo no obtendría la carne que exigía mi cuerpo. Mi hermano, con una media erección evidente, poco podía hacer para ganarme. Así que le grité:
-¿¡Pero qué te pasa, Sebastián!? Sostén fuerte del mango.
-¿¡Qué dices!? ¿De qué… qué mango hablas?
-De tu raqueta, imbécil –dije mirando su casi evidente erección-. Cuando llega el momento de golpear el golpe de drive, tu cuerpo debe estar de lado, perpendicular a la red. Tú eres diestro, así que la punta de tu pie derecho debería apuntar al poste de la red de mi izquierda.
-¡Bien dicho, Rocío! –gritó uno de los negros.
-Escucha a tu hermana, Sebastián, ella sabe –dijo mi orgulloso entrenador.
Se sacudió la cabeza mientras yo trataba de bajar un poquito mi faldita. Si yo quería perder, necesitaba que el cabroncito se concentrara en el juego y no en mi mojado coñito. Hice de todo, dejé pasar golpes muy fáciles, le puse en bandeja de plata remates que me dejarían de contrapié. Y así, con mucho sacrificio y con una gran sonrisa en mi rostro, conseguí perder ante el peor jugador de tenis de la historia.
-¡Te vencí, Rocío!
-Es la derrota más sabrosa de mi vida – me dije a mí misma, mirando de reojo a mis tres amantes en el banquillo.
-Creo que por esta tarde es suficiente, Sebastián –mi entrenador se levantó y le dio unas palmadas en el hombro-. ¿Cómo estás, hombre?
-¡Buf!, un poco cansado, Señor Gonzáles.
-Pues claro, te falta ritmo. Ve a las duchas a descansar, por hoy hemos terminado.
Luego se acercó a mí, que yo estaba tomando agua de una botella que los negros me pasaron.
-Lo has hecho mal, putita. Seguro que lo has hecho adrede para que te montemos en las duchas.
-No, Señor Gonzáles, es que me da mucho corte jugar contra mi hermano estando yo sin mallas. Por eso perdí.
-Pues nada, tú también puedes ir a cambiarte e irte a tu casa.
-¿Pero qué dices, profe, no habrá castigo?
-¡Ja! Esta putita quiere pollas, perdió adrede –dijo uno de los negros.
-No quiero nada de ustedes cabrones, estoy bastante feliz de que no haya castigo –fingí una sonrisa mientras llevaba la botella a la boca.
-Te irás a tu casa y se acabó, marranita – me dijo dándome una fuerte nalgada que hizo que el agua se desparramara toda por mí.
Y así siguieron los siguientes días de entrenamiento. Mis tres amantes no me tocaban más que un poquito antes de jugar, en los vestidores, y me soltaban al campo toda caliente para jugar o entrenar con mi hermano. Para colmo el instructor me pedía que ayudara al chaval a adoptar una buena posición, decirle cómo recibir los golpes y consejos varios que requerían de contacto físico de mi parte. Obviamente mi hermano se calentaba un montón porque sabía que yo lo hacía sin nada debajo de mi faldita. Más de una vez en busca de explicarle cómo agarrar su raqueta, terminé rozando la polla morcillona.
Tras una semana ya, sin recibir contacto de parte de los negros, del viejo verde e incluso de mi novio que hizo un viaje familiar, recibiendo solo leves caricias antes de empezar las clases de tenis, yo estaba demasiado caliente. No sé si mi entrenador estaba jugando conmigo, acercándome más y más a mi hermano, calentándolo a él con mis carnes y dejándome a mí evidentemente excitada de tanto toqueteo, pero la verdad es que ese viejo verde sí que conoce mañas, no me extrañaría que su plan maestro fuera que yo terminara loca por Sebastián.
Esa noche el cabrón de mi hermano se trajo de nuevo a su novia a casa, pues papá salió. Yo escuchaba los jadeos y movimientos de la cama detrás de mi pared. Normalmente yo me bajaría a la sala para escuchar música bien fuerte, pero como estaba tan cachonda no pude evitar meterme dedos con una manito, mientras con la otra sostenía un vaso entre la pared y mi oído a fin de escuchar mejor a Sebastián y la putita de su novia.
Media hora después él se despidió de ella en la puerta de la casa, y quiso voler a su habitación, subiendo por las escaleras. Pero me aparecí para atajarle. Yo estaba tan solo con una remerilla de tiras que no me tapaba mi ombligo, y con un pantaloncillo muy cortito y apretado. Mi mirada molesta, cruzada de brazos.
-Joder, flaca, me has asustado. ¿Qué te pasa?
-Eres un marrano, eso pasa. ¿Hasta cuándo tengo que soportar tus gritos?
-A ver, ¿yo un marrano? Mira, no quería decírtelo, pero me asombra que me lo diga una chica que ENTRENA TENIS CON EL PUTO COÑO AL AIRE.
Me quedé rojísima, era la primera vez que me lo sacaba a colación.
-Me incomodan las mallas, es todo.
-Claro que sí, Rocío, claro que sí. He visto cómo miras al entrenador Gonzáles, y también a Richard y Germán.
-¿Quiénes son Richard y Germán?
-Los dos negros, tonta.
-Con que así se llaman…
-Se lo voy a decir a papá, Rocío.
-Vaaaale, idiota, no se lo digas. Yo no diré nada al respecto de la novia que traes cuando él no está.
-Genial, estamos a mano, hermanita. Entonces solo se lo diré a tu novio, Christian.
-¡Te mato, infeliz! ¿Qué más quieres?
-La verdad es que me pareces una puta. Pero una puta muy bonita –me sonrojé, la verdad -. De hecho creo que eres más bonita que cualquiera de las novias que he tenido.
-Te odio, cabrón, eso lo dices porque soy tu hermana.
-No, en serio, Rocío. Yo estoy caliente de tanto toqueteo en la cancha, tú lo sabes bien. Y sinceramente con mi novia no logro contentarme, es una puta remilgada que no quiere ni chupar mi polla.
-¡Controla tu lenguaje, cabrón!
-Venga, Rocío, si hubiera una chica más bonita que tú, no estaría aquí proponiéndote algo indecente. No se lo diré a tu novio si accedes – me tomó de la mano. Si antes yo estaba roja, no sé cuál sería el color intenso de mi rostro. Era demasiado halagador. Él es guapo, pero es mi hermano también. Le solté la mano y le di una bofetada cruel, solo para encerrarme en mi cuarto. El resto de la noche se la pasó golpeando mi puerta y llamándome a mi móvil, pero yo me limité a no hacerle ningún caso, a ponerme un auricular enorme y escuchar mi música, volviéndome a tocar mis pequeño y mojadito puntito imaginando que mi propio hermanito me daba una follada en su habitación.
El maldito entrenador había obtenido lo que quería. Yo estaba con ganas de mi hermano. Es un cabronazo mañoso, lo admito. Con rabia, con dos deditos entrando y con mucha excitación me corrí muy rico. Simplemente no estaba lista para dar ese paso en la vida real.
Al día siguiente llegamos al entrenamiento pero separados. Yo no iba a hablarle más, o al menos eso quería que él pensara. En el vestidor, los dos negros me hicieron una rica paja a mi clítoris mientras el otro me chupaba las tetas y mordisqueaba mis rosaditos pezones. Y como siempre, me dejaron a mitad solo para poder entrenar cachonda y con muchas ganas.
-Chicos, estoy harta de esto… mmffff… diosssss…
-¿Qué te pasa, perrita? ¿Quieres que te follemos como antes?
La punta de su polla se restregaba por mi rajita. Yo gemía como una maldita perrita en celo. Quería que me follaran duro y sin piedad.
-Cabronazossss… claro que síiiii… todos los días me dejáis a mediassss… ufff…
-Te jodes, princesita. Ahora ve a entrenar –dijo quitando su gigantesco glande de mi mojado chumino.
-Nooo… por favorrrr… solo un ratito, no le diré nada al Señor Gonzáles – le tomé de la mano a uno de ellos y lo traje para lamer un poquito sus enormes dedos. Lo que daría para que me la metiera un ratito más, ¡diossss! Le puse una carita de pucherito otra vez con la esperanza de que se apiadara de mí y me hiciera correr como cerdita.
-¡Jajaja, serás puta! –dijo su hermano.
-Lo siento, ¡a entrenar, Rocío!
Y otra vez de vuelta al entrenamiento. Estaba yo tras mi hermanito tratando de explicarle cómo jugar, poniendo mis manos en su cintura y trayéndolo junto a mí. Ni él ni yo entendíamos por qué mi padre le pagaba al entrenador, la verdad, ¿solo para mirarnos desde el banquillo?
-Sebastián, es importante finalizar el golpe de drive con la raqueta por encima de tu hombro izquierdo, ya que eres diestro. Recoge el cuello de la raqueta con la mano izquierda. Al finalizar el golpe, deberías quedarte parado.
-Vale, Rocío. Por cierto… quiero follarte –me susurró.
-¿Qué dices, cabrón?
-Te esperaré esta noche en la cocina. A las ocho, ¿qué dices? Papá volverá a salir por cuestiones de negocios. Mi novia quiere venir pero le dije que se vaya a la mierda, que encontré a la mujer de mis sueños.
Lo admito, si antes me dejaron caliente los negros, eso casi me dio un orgasmo instantáneo. También me dio mucha ternura, para qué mentir: “La mujer de mis sueños” ha dicho, ni siquiera mi novio me ha dicho algo tan bonito. Para colmo noté que mi hermano tenía la polla erecta bajo el short deportivo. Si mi instructor y los negros no iban a darme carne, entonces decidí que yo lo obtendría de alguien más.
-Jamás haré guarrerías contigo, pervertido – le susurré –. Ahora fíjate en la bola.
………………
Bajé a la cocina para tomar agua. Coincidentemente fui a la hora en la que me esperaría mi hermano allí. Y fui con una faldita muy corta y una remerilla también cortita y desgastada. Me hice de la sorprendida cuando lo vi sentado en la silla del comedor, como esperándome. Me sonreía mucho, pero yo hice como si no estuviera allí. Me dirigí a la heladera:
-Rocío, sabía que vendrías.
-Si supiera que tú estarías realmente esperándome, no vendría a tomar agua – mentí. Abrí la heladera y me agaché mucho para coger una jarra.
-Flaca, qué culito tienes.
-Eres un pervertido asqueroso – cargué el agua en el vasito y lo tomé.
-¿Vas a derramarte el agua por la remerilla, verdad?
La verdad es que el desgraciado me pilló. Solo por eso decidí no derramármela.
-No haré eso ni en tus sueños, tarado. Quítate esa idea loca que tienes en la cabeza.
Tomé el agua rápidamente y me acerqué a un florero. Esa tarde había escondido una cámara allí, apuntando la mesa de la cocina. Mi hermano ni enterado del tema, y apreté el botón REC.
-Venga, Rocío, estoy que me muero por ti –me tomó de la mano. Yo no pude disimular mi rostro colorado. Varios días sin recibir mi ración de sexo, con la calentura a tope terminó por destruirme. Y mirándolo con ternura le pregunté:
-¿Realmente quieres hacerlo? Somos hermanos, imbécil –nunca en mi vida dije una grosería con tanto cariño.
-Mi corazón no me engaña, flaca.
-“Flaca” dices… -me acerqué a él y puse mi mano en su mejilla para acariciarlo-. Jamás en la vida me rebajaré a follar contigo, pero de hacerlo… ¿serías tierno conmigo, Sebastián?
-¿Tierno, yo? No, no seré tierno y lo sabes, que siempre me escuchas tras la pared cuando follo con mi novia. Digo, a mi ex. Te haré chillar como perra en celo, Rocío.
Me puso a tope eso. Lo abracé y lo besé. Fue tan eléctrico el choque. Eléctrica la sensación en mi boquita recibiendo las caricias de la lengua de él, recibiendo sus manos en mi culo, esas poderosas manos que me apretaron las nalgas. Se levantó de la silla y hábilmente, con sus fuertes brazos, me cargó. Me iba a llevar a su habitación pero yo le puse una mano en su pecho para gemirle:
-Sebas… no, no, no… quiero hacerlo aquí, en la mesa.
-¿Qué? Será más cómodo en una cama.
-Aquí o en ningún otro lugar, es que me parece más morboso aquí – evidentemente quería que la cámara nos filmara, y jamás en la vida a mí se me ocurriría llevarlo a mi habitación, que es sagrado para mí. Y en su habitación ni en sueños, que no pienso acostarme donde esa putita de su ex gozaba como perra.
-Qué rara eres, Rocío. Pero en serio esa carita de vicio que tienes me vuelve loco, así que por ti iría hasta el fin del mundo.
El chumino estaba chorreando, la verdad, ya entendí por qué tenía tantas novias, sabía cómo hablar a una puta. Me sentó sobre la mesa, quitó los platos rápidamente, me subió la faldita, remangándola en mi vientre. Posteriormente me quitó la remerilla mientras yo gemía como una putita a cada tacto. Libre de ropas los dos, le abracé con mis piernitas y atraje su pelvis contra la mía, sintiendo su polla creciente contra mi chochito.
Me tumbó contra la mesa y se inclinó para chupar mis pezoncitos. Yo gemía un poco, trataba de atajarme porque quería que pareciera que yo le estaba haciendo un favor, que apenas iba a disfrutar con él. Pero por más de que lo intentara, mi hermano me conocía más bien que yo misma, sus manos me apretaron fuerte de la cintura –me encanta eso-, y puso la punta de su pene entre mis hinchadísimos y mojados labios. Dejó de chupar mis tetas y me habló:
-Rocío, quiero que me ruegues que te folle.
-Ufff… En la p-u-t-a vida, Sebastián, mmmfff, aaghhmm…
Su polla ahí se sentía riquísima, caliente y palpitante a la espera de entrar. Si fuera por mí, que me la metiera hasta el fondo, que ya he soportado bastante sin follar.
-No te la voy a meter hasta que me lo ruegues, flaca.
Con sus dedos empezó a jugar con mi clítoris. Es mi punto débil, volví a entrecerrar mis ojos y a babear como perra sin siquiera ser capaz de pronunciar palabra alguna. Parecía que hablaba en un idioma extranjero, o que estuviera poseída:
-Diosss… mmfffff… sigue soñandooooo… cabróoon… ufff…
Volvió a chupar mis tetas. Joder, yo quería que me metiera la lengua hasta el fondo de la boca, y luego su polla hasta mi garganta, pero se ve que había que explicárselo con carteles y señales de humo o algo así. Mi cuerpo entero me pedía carne, más carne.
-Rocío, si no quieres pues me voy a la sala, que ya va a jugar Peñarol.
-Vaaaaleee…. Joddderrrr… métemela, Sebas… por favoooor, estoy cansada de que siempre me dejen a medias, cabróooon…
-¿Mande, chica? No entendí una mierda. Repítelo más lento.
El desgraciado no dejaba de masturbarme, de restregar su polla por mis labios que ya estaban hinchadísimos. Sin quererlo yo ya estaba empujando mi caderita contra la suya para comer ese pedazo de tranca que se gastaba.
-Que me la metasssss… que me la metassss de una vezzzz que no aguanto mássss… uffff…. Me voy a correr antes de que me la metassss hijoputaaa…
-¿Eres mi putita, vas a ser mi putita?
-Síiiii, toda tuyaaa… solo mételaaaaa…
Fue un poco doloroso porque, al plegar su polla en la raja, presionó con mucha fuerza. Grité un poquito fuerte y rápidamente atraje su cuerpo para que se recostara sobre mí, le arañé con fuerza su espalda. Para no seguir gritando le mordí el cuello, pero él aguantó como un auténtico macho mientras su enorme verga se abría paso en mi calentito interior.
Los dos jadeábamos mirándonos mientras su cadera describía un violento ir y venir que me ponía como loca. Quería decirle que lo amaba, seguro que él también, pero algo en los dos nos lo impedía. De todos modos yo estaba más que contenta, tras casi semana y media de dejarme cachonda, por fin podía desquitarme. No sé si fue plan de mi instructor, pero ya no importaba.
Sebastián se sabía trucos. Su polla describía ligeros círculos dentro de mí, antes de entrar hasta el fondo. Lo retiraba un poquito y volvía a dibujar formas circulares. Mis piernas y brazos colgaron rendidos, ya no podía controlarlos, mi boquita ya no decía nada entendible, solo mascullaba y gemía como cerdita. De vez en cuando él me besaba y chupaba mis labios. Mis ojos ya no veían nada, era todo blanco, me sentía en el cielo. Ni mi instructor ni los negros sabían follar como él.
A lo lejos escuché mi móvil, me devolvió al mundo real, seguramente era mi novio que me llamaba pues ya regresó de su viaje familiar. Pero me importaba una mierda él. Así como mi hermano rompió con su novia para estar conmigo, yo no tendría problemas en cortar con él. Sebastián miró mi móvil y empezó a reírse. Luego me besó con mucha fuerza, lamió mis labios y luego mi sonrojada mejilla. Fue cuando empezó follarme más duro, más rápido. Seguramente quería que me volviera más loca hasta el punto de olvidarme del móvil. Y así fue, me rendí ante su hermosa y venosa polla que se encharcaba de mis jugos.
-Me voy a correr, Rocío, mmff.
La mesa parecía que iba a romperse de tanto tambalearse.
-Hazlo dentro, por favor, mmm… ufff… he tomado la píldora…
-Eres una putita en serio, te has preparado bien, ¿no? Mmfff…
-Fue coincidencia que la tomara hoy, pensé en salir con mi novio, cabronazo… uuuuffff… -mentí descaradamente.
Me tomó fuerte de la cadera y su cara se puso muy rara. Jadeó muy fuerte y sus ojos parecían querer ponerse en blanco. Me la metió hasta el fondo y sentí toda su leche caliente dentro de mi chochito. Estuvo dándome tímidamente unos segundos más hasta que se retiró de mí. Yo estaba muerta, feliz pero muy cansada, tirada sobre la mesa con la baba escapándose vulgarmente de mi abierta boca. Desde allí le pregunté débilmente:
-Oye, Sebas… ¿Ha sido mejor que con tu novia?
-No, para nada. Con ella fue mejor.
-Eres un hijo de puta.
-Si me la chupas, vaya… entonces sí serás mejor que mi novia, Rocío. Ya te dije que ella es una remilgada.
-No voy a chuparte nada, idiota, sigue soñando. Extírpate las costillas y chúpatela tú mismo.
-Lo que tú digas, flaca – se sentó en la silla y abrió sus piernas. Puso sus manos tras su nuca y me sonrió.
-No me llames flaca, Sebastián, ya no más.
-¿Y cómo quieres que te llame, Rocío? Seguro que eres torpe chupando pollas.
Me levanté. El cabroncito iba a ver lo que era una buena mamada, sí señor. Tenía que apurarme, que realmente quería ver a mi novio esa noche porque hacía días que no estaba con él. Vale, pensé en cortar mi relación solo por la calentura, pero Christian (mi novio) es demasiado importante para mí. Seguro que también querría algo de mí esa noche, pero yo estaba un poco adolorida porque mi hermano fue muy bruto. Y eso que al día siguiente teníamos más clases de tenis, no habría descanso.
Me arrodillé y agarré su enorme tranca como si de una raqueta se tratase:
-Llámame “putita”. Soy tu putita, cabrón.
Continuará, si eso quieren ustedes. Espero q a alguien le haya gustado porque a mí sí. Nuevamente mil perdooooones si he cometido errores, es mi segundo relato ya.
Me llamo Erika Kaestner. Al menos eso es lo que dicen los nuevos documentos de identidad que recibí esta misma mañana antes de subirme al coche que me lleva hacia la casa en la que ejerceré como institutriz para la hija pequeña de un coronel de las SS. Viviré allí -a unos treinta kilómetros al norte de una intratable ciudad de Berlín que un día me vio jugar en sus calles- hasta nueva orden y con el propósito de informar una vez a la semana de cada uno de los movimientos del Coronel Scholz.
Suena arriesgado pero ya lo he hecho muchas veces. He conseguido información de incalculable valor para mis superiores valiéndome de todo tipo de engaños, artimañas, falacias y promesas vacías. Recapitulando en la brevedad del cuarto de siglo de mi vida encuentro que he sido actriz, cantante, prostituta, rica heredera, mujer de negocios y hasta una simple rubia tonta que parece no enterarse de nada. Soy cualquier cosa que requiera la situación. No sé si nací para esto, pero desde luego, sí me formaron para ello hasta el punto de poder decirse que no sé hacer otra cosa.
Ni siquiera me acuerdo de mi nombre. La persona que era, o la que iba a ser, murió el día en que mi padre intentó sacarnos de Alemania cuando todo esto comenzó a gestarse. Éramos ciudadanos alemanes pero a nadie le importó porque no estábamos de acuerdo con la ideología que avanzaba imparable como la lepra por todo el territorio de nuestro país. Sólo los ciudadanos alemanes que se comprometiesen con el partido o sus causas podían seguir siéndolo. A mi padre lo mataron cerca de la prometedora frontera con Suiza que queríamos cruzar, mi madre corrió la misma suerte tras servir primero para el deleite de unos cuantos “soldaditos valientes” y yo… yo fui encontrada cerca de la frontera después de que un jodido teniente pedófilo me reventase las entrañas y me diese por muerta con trece años. Crecí en un orfanato para huérfanos alemanes en territorio suizo, situado cerca del cantón francés. Decidí colaborar con las tropas francesas tan pronto como me fue posible y por circunstancias de la vida, terminé trabajando para algún departamento del servicio de inteligencia francés.
Mi puerta se abrió pocos segundos después de que el vehículo se detuviese y me apeé delante de la fachada principal de la vivienda. Un caserón imponente con hectáreas de finca, cuadras, jardines y todo un sinfín de comodidades que la familia Scholz podía permitirse gracias a un linaje militar estrechamente ligado al partido.
-¿Erika Kaestner?
Me volví hacia la voz que me llamaba y me quedé anonadada. Se suponía que el Coronel Scholz era un hombre que casi rondaba los sesenta años, de aspecto frágil, pelo canoso y nada agraciado pero el hombre que se dirigía hacia mí era todo lo contrario. Un apuesto joven de aproximadamente mi edad -quizás unos veintiséis o veintisiete años como mucho-, alto, perfectamente uniformado, peinado con raya al lado e intachablemente afeitado. Asentí cuando me dio la mano.
-Soy Herman Scholz, usted es la nueva institutriz de mi hermana, si no me equivoco – le asentí de nuevo sacando mi pitillera -. Mi padre me ha pedido que la reciba, ha tenido que ausentarse por asuntos de su cargo.
¿Herman Scholz? Tenía entendido que no iba a cruzarme con el hijo mayor del Coronel, me habían dicho que se encontraba destinado cerca de Polonia.
-No sabía que el Coronel Scholz tuviese un hijo – le mentí esperando que mi curiosidad le invitase a justificar su presencia.
Me sonrió gentilmente dejándome ver unos remarcados rasgos masculinos.
-Permítame – dijo sacándose un mechero del bolsillo y acercándose un poco para darme fuego antes de seguir hablando -. Supongo que nadie se lo habrá mencionado, he estado un par de años fuera. Acaban de ascenderme y mi padre ha movido algunos hilos para que pudiese desempeñar mi nuevo cargo aquí. Tendré que ir a Berlín todas las mañanas, pero podré vivir en casa.
-Vaya, me alegro entonces. Le resultará infinitamente más cómodo que estar lejos de su familia – le contesté con mi mejor cara mientras comenzaba a elaborar un plan alternativo.
Herman no estaba en mis planes y no era precisamente un sirviente más o una criada menos, era otro hijo de puta de las SS. No me gusta nada encontrarme con algo así cuando me juego el cuello. Tenía que informar rápidamente de que estaba de vuelta en casa y tenían que reportarme un informe acerca de él. Para jugar bien, hay que tenerlo todo bien atado.
-Acompáñeme, por favor. Le mostraré su habitación y le presentaré a Berta. Es encantadora.
<> pensé mientras le seguía.
Un mes. Tardé casi un mes en controlarlo todo en aquella maldita casa de cabrones engreídos y adinerados a base de un régimen abocado al fracaso. Lo sabía todo del Coronel, de la zorra de su mujer, de Herman, de Berta y de todo el servicio. Sabía por fin a qué hora iban y venían hasta los empleados que se ocupaban de la finca, del huerto y de las caballerizas. Incluso supe en menos de un mes lo que el Coronel ni siquiera sospechaba; que su petulante señora se la estaba pegando bien con uno de sus subordinados favoritos: Furhmann, un oficial pretencioso y lameculos que apenas debía sobrepasar la treintena y que se las daba de dandy. Por eso costaba encontrarla en casa, siempre estaba “atareadísima” hasta el punto de quedarse de vez en cuando a dormir en la casa que la familia tenía en Berlín, y desde luego, no lo hacía sola. Herman lo sabía también, no habíamos hablado de ello pero no hacía falta, se le notaba demasiado. Odiaba al tal Furhmann – que para colmo se dejaba caer por casa a menudo acompañando al Coronel – pero parecía no tener la menor intención de interferir en aquello de ninguna manera.
No me compadecía del Coronel, a él le gustaban más las mujeres que un caramelo a un niño. Se regocijaba con los escotes y los traseros de cada una de las criadas de la casa y yo misma le había sorprendido más de una vez mirándome. Pero no me mostraba nunca cohibida por ello, me daba asco, sí, pero eso me facilitaría las cosas. Cuando un hombre se encapricha con una mujer, por norma general suele acabar haciendo tonterías. Justo lo que necesito para que mi trabajo se simplifique notablemente.
La vida allí era tranquila, apenas ocurría nada especial salvo cuando se montaba una de esas fiestas de sociedad que llenaba la casa de gente absolutamente despreciable. Herman me propuso asistir a una de ellas casi tres meses después de mi llegada, y aunque jamás hubiese aceptado compartir una velada con todas aquellas ratas que conformaban la cúpula del poder alemán, acepté esa invitación teniéndola en cuenta como lo que era; el acceso a un tesoro. En las fiestas se habla, y se habla mucho.
Aquel día la casa Scholz amaneció entre una frenética organización que se afanaba por convertir el amplio comedor en una estancia digna del más refinado salón de fiestas. Los Scholz tenían que dar una imagen a la altura de lo que eran, asistirían mandatarios, cargos militares, pudientes empresarios… y todos ellos acompañadas por sus charlatanas esposas a las que seguramente se les escaparía más de una perla que yo sabría guardar a buen recaudo en mi mente. Y si ellas no se mostraban muy por la labor de “cooperar” con sus tertulias, siempre podría arrimarme a uno de sus esposos para entablar conversación. Con un buen vestido como el que tenía reservado, pocos se resisten a poner a una dama al tanto de su situación o sus quehaceres.
Me crucé con Herman en el recibidor después de desayunar y le miré de arriba abajo con curiosidad al comprobar que no llevaba el uniforme que lucía día a día. En su lugar vestía la indumentaria de un jinete y sinceramente, arrancaría los suspiros de más de una. El hijo del Coronel era un regalo para la vista, no hacía falta observarle demasiado para percatarse de ese detalle.
-¿Día libre? – inquirí amablemente en mi afán por no dejar que nada se me escapase. Si Herman disfrutaba de algún tiempo de permiso de vez en cuando, también era mi obligación saberlo.
-¡Buenos días, señorita Kaestner! Berta acaba de ir a buscarla a su habitación, la envié para que le dijese que hoy me la llevo a dar un paseo a caballo. Me debían un día libre y he pensado que a usted tampoco le vendría nada mal disfrutar de uno antes de la fiesta de esta noche.
Le sonreí sinceramente. Herman no sólo era indiscutiblemente guapo, también era un tipo amable. Me negaba a creer que fuese hijo de su padre, prefería pensar que la zorra de su madre había tenido las luces de no dejar que su primogénito heredase la sangre de aquel bastardo con el que se había casado persiguiendo un status social, como la mayoría de sus amigas. A veces manteníamos alguna que otra charla y para mi gran sorpresa, Herman resultaba incluso interesante. No decía tonterías la mayor parte del tiempo, ni trataba mal al servicio, como su padre. Tenía un extraño don del saber estar del que carecía por completo su progenitor. Aunque eso no le eximía de lo que era ni hacía que yo olvidase para qué estaba allí. Solamente hacía que de vez en cuando dejase a un lado mi trabajo para disfrutar de un hombre agradable.
-¡Qué detalle por su parte! – exclamé ante su propuesta.
Se lo agradecía de verdad, estaba infinitamente agradecida de que me librase por un día de ese calco de su superficial y caprichosa madre que era la fiera de Berta. Nunca antes había odiado a un niño hasta el punto de olvidarme que era sólo eso, un niño.
-¿Se anima usted a acompañarnos? Puede coger cualquiera de mis caballos.
-No, no. Muchas gracias. Prefiero quedarme aquí y relajarme un poco antes de la velada. Quizás a su madre no le venga mal que le eche una mano.
Herman me sonrió retocándose el pelo. Era muy atractivo cuando sus ojos azules se entrecerraban al sonreír.
-Claro. De todos modos, si quiere escaparse un rato, no dude en pedir que le ensillen uno de mis caballos.
-¡Herman, Erika no está! – la aguda voz de Berta nos perforó los tímpanos desde el piso superior.
-¡Baja, Berta! ¡Está aquí! – contestó su hermano.
Los pasos de la diabólica niña se escucharon mientras descendía las escaleras y tras pasar airosa a mi lado cogió la mano de Herman para dirigirse a la puerta.
–Au revoir, madame Kaestner! – me dijo ese proyecto de diva haciendo referencia a nuestras clases de francés.
–Mademoiselle, Berta. Erika es todavía una mademoiselle… – la corrigió su hermano mientras se encaminaban hacia la salida.
Invertí mi inesperado día libre en ir hasta Berlín. Todavía no me había acercado a la ciudad sólo para pasar el tiempo libre. La visitaba rigurosamente una vez a la semana, con el pretexto de enviar una carta a mi familia por medio de un intermediario que viajaba a mi supuesto pueblo todos los fines de semana. Pero mis informes eran lo único que depositaba en la trastienda de una taberna situada en los barrios bajos, leía algo si es que me remitían algún tipo de correspondencia con información o instrucciones y luego regresaba a la casa.
El día transcurrió rápido para mí mientras paseaba por una ciudad que no lograba reconocer. Todo estaba cambiado, lo único que merecía la pena ver era los barrios que frecuentaban los asociados al partido. Más allá de eso todo era un desorden generalizado lleno de propaganda ideológica y militares. Militares por todas partes que daban un aspecto triste y áspero a la ciudad.
Ya de vuelta en la casa de los Scholz, dediqué las pocas horas que me quedaban antes de la gran cita para prepararme debidamente. Lucir como una buena presa era crucial para entablar “interesantes conversaciones”. Eché un vistazo por la ventana para llevar un control de los invitados que iban llegando, a la espera de determinar un momento oportuno para presentarme cuando el salón estuviese lo suficientemente lleno como para que mi llegada no llamase la atención, pero alguien llamó a mi puerta. Al abrir me encontré a una de las sirvientas en el pasillo.
-Me envía el señorito Scholz para decirle que la está esperando al lado de la escalera principal.
-Gracias, dígale que bajo enseguida.
Herman había precipitado mi aparición así que no tuve más remedio que armarme con lo más imprescindible por si sucedía algún contratiempo y salir a escena. Me dirigí hacia la escalera principal y encontré a Herman, tal y como me habían indicado.
-Está usted muy guapa, si me permite que se lo diga – le dediqué una amable sonrisa aceptando el cumplido y me pregunté por primera vez hasta qué punto las palabras de Herman eran pura cortesía -. Veamos, no se separe de mí y deje que yo hable cuando la gente se acerque. Preguntarán quién es usted, por descontado, pero yo se lo explicaré. Los amigos de mi padre son lo menos original que se puede encontrar en cien kilómetros a la redonda, siempre quieren escuchar lo mismo.
¡Perfecto! Con el modélico hijo del Coronel Scholz se despacharían más a gusto que con una desconocida. Nos paseamos por todo el salón saludando a los invitados pero pude relajarme, la mayoría sólo se interesó por mí o por el reciente ascenso de Herman, ninguno soltó nada interesante, esas cosas se dejan siempre para la sobremesa.
Nos sentamos con los padres de Herman y algunos de los amigos de éstos, todos ellos cargos de las SS o íntimos del poder. Tenía razón, eran demasiado poco originales así que me dediqué a hablar con él sin dejar de prestar atención a la conversación que su padre mantenía con el resto de sus amigos. Al final, entre todo un elenco de anécdotas, conseguí anotar mentalmente un par de nombres y lugares que incluiría en el próximo informe.
Tuve que darme por satisfecha con aquello. La alternativa de bailar con alguno de aquellos imbéciles e intentar que soltasen algo más no me agradaba en absoluto y tampoco conseguiría gran cosa. El plato fuerte ya había pasado, los hombres en los bailes sólo abren la boca para cortejar a las damas y a mí no me gusta bailar ni dejarme cortejar. De modo que cuando las señoras decidieron que era hora de saltar a la pista me escabullí hábilmente hacia la balconada que daba al jardín trasero de la casa, me saqué los guantes y me dispuse a fumar un cigarrillo disfrutando del cuidado jardín que aquella noche lucía su iluminación con motivo de la gran fiesta de los Scholz.
-Creí que se quedaría por lo menos para el primer baile… – la voz de Herman me sorprendió cuando me quedaba aproximadamente la mitad del cigarro. Cualquier otro me hubiera molestado, pero no fue así con él – ¿una copa?
Asentí por pura curiosidad. Había gente del servicio portando bebidas por todo el salón pero Herman traía dos copas vacías en una mano. Se acercó a donde yo estaba, las dejó sobre la balaustrada y tras desabrocharse la chaqueta de su impecable uniforme de gala sacó del bolsillo interior de la misma una petaca. Me reí de un modo exagerado, él no encajaba para nada con el tipo de hombre que no podía vivir sin una de aquéllas.
-¿Pero qué lleva ahí? – quise saber cuando sirvió una pequeña cantidad de líquido transparente en los vasos emulando un chupito presentado en copa.
-Ginebra – me contestó entre risas –. Ya ha comprobado de primera mano que no le mentía con lo de los amigos de mi padre y supongo que estoy en deuda con usted por acompañarme esta noche.
Me senté sobre el balcón de piedra cogiendo mi copa y esperé a que Herman encendiese el cigarro que acababa de sacar de su bolsillo. Tras guardarse el encendedor se asomó fugazmente a la balaustrada y me sonrió.
-¿Está sopesando las posibilidades que tengo si me cayese? – le pregunté incrédula.
-Sí, más o menos… – vaciló durante unos segundos pero al final continuó hablando -. Lo cierto es que sólo quería ver qué flores tenía mi madre debajo… para hacerme una idea del desastre que usted causaría si tal cosa ocurriese…
Le sonreí abiertamente mientras se apoyaba a mi lado y levantaba la copa a modo de brindis.
-Por los amigos de mi padre, que hacen que uno salga al balcón con este frío a beber ginebra antes que aguantarles -. Ambos bebimos de un trago el contenido de los vasos y esperé a que sirviera otro -. Sabe, creo que usted y yo deberíamos pasar de las formalidades y tutearnos… – propuso con demasiada naturalidad mientras servía.
-Claro, Herman. Será un honor, ¡nunca había tuteado a nadie con tantos galones! – exclamé recogiendo de nuevo mi vaso mientras contemplaba la blanca sonrisa de mi acompañante.
-¡Pues olvídate de los galones! ¡A veces creo que sólo me los han dado por mi familia!
Bebimos de nuevo y me aventuré a usar aquel nuevo status un poco más íntimo que el hijo del Coronel acababa de otorgarme. Podría haberlo utilizado para intentar sonsacarle algo pero sentí la necesidad de interesarme por él, nada más.
-¿No te da miedo ser como ellos cuando tengas su edad? – pregunté como si sólo estuviese haciendo una reflexión.
-¿Te da miedo a ti ser como cualquiera de ellas? – ambos nos sonreímos sin decir nada, pero negué con la cabeza pasado un instante -. Porque no lo serás, supongo… ni yo seré como ellos… – admitió borrando la sonrisa con una nota de tristeza.
-No te discutiré que yo no vaya a ser así, pero tú… no vas nada desencaminado…
Herman suspiró y miró hacia el jardín mientras daba la última calada a su cigarrillo.
-Erika, estamos en guerra… de momento podemos hacer frente al conflicto pero llegarán tiempos difíciles… tiempos en los que quizás yo tenga que responder por los actos de otros, quizás de cualquiera de los que ahora están bailando en el salón de mi casa…
Mi sonrisa también se borró, mi cuerpo se tensó al sopesar la opción de que fuese a confesarme algo que me interesase y en el fondo, si tenía que ser sincera, también sentía un ápice de preocupación por Herman.
-Haces lo que tienes que hacer. Nadie te pedirá que respondas por nada – le apoyé siguiendo mi papel de patriota alemana que se solidariza con los líderes de su bando.
Él me sonrió de nuevo pero pude ver la preocupación parapetada tras el gesto de su cara. Iba a decirme algo cuando la voz de su padre deshizo la atmósfera de intimidad que ambos habíamos creado.
-¡Herman! Tu madre ha ido a acostar a Berta y le ha costado lo suyo, no quería irse a cama sin que le dieses las buenas noches. Ve rápido para que se duerma de una vez.
-Por supuesto, Padre.
Herman acató inmediatamente la orden de su padre al tiempo que éste se aventuraba hacia el balcón donde su hijo me había dejado con las dos copas.
-¿Ginebra? – Me preguntó el Coronel tras olisquear uno de los vasos – ¿Tengo la casa llena de gente que mañana mismo podría ascenderle y mi hijo está aquí fuera bebiendo ginebra con usted?
-Así es, Coronel. Sólo estábamos tomando el aire, nada más.
-Claro… – refunfuñó mientras apartaba las copas y se apoyaba en el mismo lugar en el que había estado su hijo. Supongo que no hace falta mencionar que las comparaciones pueden resultar odiosas –. No le culpo, de verdad que no lo hago. Por una mujer como usted bien valdría la pena renunciar a la oportunidad de ascender… – añadió casi con socarronería. Le sonreí con descaro mientras él echaba una rápida mirada al interior de la casa y luego volvía a clavar los ojos en mí, dejando que cayesen hasta mi busto al tiempo que comenzaba a hablar de nuevo -. Dígame, ¿hay algo entre Herman y usted? Me refiero a que, bueno… no sólo la ha invitado a la cena de esta noche, sino que tampoco se han separado en toda la noche…
-Su hijo ha heredado de usted muchas cosas, Coronel… – contesté en el tono adecuado – una de ellas es la galantería. Se agradece que a una le presten atención cuando se la invita a una fiesta en la que apenas conoce a nadie. Pero créame, entre Herman y yo no hay nada. Ni creo que pudiese haberlo, mi Coronel. A mí me gustan otro tipo de hombres…
¡Pero qué fácil me lo estaba poniendo! Apenas había terminado de pronunciar la frase y ya me estaba devorando con los ojos. Estaba un poco nervioso, dirigía sus pupilas una y otra vez hacia el salón, como si temiese que alguien le estuviese observando y sin darse cuenta de que precisamente ese gesto sería mucho más delatador que mostrarse sereno.
-No me diga… ¿qué tipo de hombres?
Casi se me escapa una carcajada al comprobar que le costaba entonar debidamente. Me arreglé el pelo sutilmente y cogí un cigarro de mi pitillera.
-Si es tan amable de darme fuego se lo diré encantada, Coronel -. Aguardé paciente mientras se sacaba el encendedor del bolsillo y me arrimaba aquella llama que bailaba entre sus manos debido al temblor de éstas. Aspiré el humo de la primera calada y tras soltarlo entre una sonrisa, continué hablando -. Hombres valientes, Coronel. Hombres que asuman su papel… el bueno de Herman está lleno de inseguridades, es demasiado joven…
Mi voz se deslizaba entre mis labios haciendo que el Coronel tuviese que ajustarse el cuello del uniforme y que entrase en mi juego.
-Sí, bueno… todavía le queda mucho que aprender, pero tiene una meteórica carrera por delante…
-Sin duda. Siendo hijo de quién es, lo lleva en la sangre… usted sin embargo… usted está en lo más alto y eso, Coronel, eso es algo que a las mujeres nos vuelve locas – el Coronel tragó saliva cuando le hice esta última confesión casi en un susurro. Cada vez que bajaba la voz, subía el tono del juego, es un contraste que siempre juega a mi favor –. Envidio a su señora esposa, Coronel Scholz, compartir cama con un héroe es algo que no nos toca a todas…
-Tampoco es para tanto, señorita Kaestner…
Su voz titubeó al pronunciar mi nombre mientras oteaba de nuevo el salón. Esta vez también echó un vistazo rápido a las ventanas de la parte trasera en la que estábamos.
-¡Ya lo creo que es para tanto, Coronel! – exclamé despreocupadamente mientras volvía a sentarme sobre la balaustrada y cruzaba las piernas dejando que mi vestido se deslizase a un lado mostrando buena parte del muslo que apuntaba a mi interlocutor. Sus ojos se posaron allí en menos de un segundo -. Si yo pudiese ser ella… – susurré de una manera felina como si de verdad me sedujese la idea.
-¿Qué? – me apremió el Coronel pasándose una mano por la frente antes de dirigir la mirada hacia el interior de la casa y volver a dejarla sobre mis pantorrillas.
-Pues que si yo fuese su señora, rara vez dormiría alguien en esta casa…
El Coronel se rió de una forma nerviosa que no le quedaba nada bien. En realidad, pocas cosas le quedaban bien a aquel hombre, pero estaba a punto de pedirle que me llevase a un lugar en el que una institutriz no debería estar y al que yo, precisamente, estaría encantada de ir.
-Coronel, ¿sabe que no me gusta nada esa manía que usted tiene de mirar continuamente hacia la casa? ¿No está cómodo?
-Sí, claro que lo estoy… – dijo con inseguridad. Si le pillaban en la guerra y mentía de aquella manera, estaría bien jodido.
Sonreí de forma melosa.
-¿Por qué no vamos a su despacho? Allí podremos hablar sin que nadie nos observe…
El Coronel Scholz me miró tragando saliva y echó un último vistazo al salón. A continuación se enderezó levemente y me habló llevándose las manos tras su espalda.
-Está bien. Pero deje que yo vaya primero, quédese aquí y venga tras unos diez minutos. Si alguien le pregunta, diga que se retira ya a su habitación.
Acepté con deseosa apariencia mientras atrapaba mi labio inferior bajo mis dientes antes de que se diese media vuelta para marcharse y esperé incluso un poco más de lo necesario. No esperaba que Herman regresase, la caprichosa de Berta seguramente le tendría leyéndole algo al borde de su cama, pero en el fondo me apetecía verle para darle las buenas noches, aunque en lugar de ir a mi dormitorio fuese al despacho de su padre.
Atravesé el salón de casa despidiéndome de un par de invitados que me había presentado Herman y tomé el corredor que llevaba al despacho del Coronel en lugar del que llevaba a mi habitación. Mi corazón tendría que latir atropelladamente pero marcaba el mismo compás de siempre. No había nada que temer, mi cabeza ya tenía la respuesta perfecta para cualquiera con el que me pudiese cruzar, siempre se me ha dado bien mentir. Llamé a la puerta del despacho y la cerradura se abrió. Entré cerrando la puerta a mis espaldas y dejé que el Coronel volviese a asegurar la puerta con su llave.
Caminé decididamente hacia la mesa tras dedicarle una juguetona sonrisa y me senté echando una discreta mirada alrededor. Casi me hacía cierta gracia dejar que me jodiese allí mismo, en medio de todos esos relicarios nacionalsocialistas.
-¿Le importa si me siento y me fumo un cigarro? – me preguntó.
Su voz me sorprendió. De repente parecía más decidido que antes. Encontré la razón a poca distancia de la puerta, donde sobre una mesilla auxiliar descansaba un vaso de whisky con apenas unas gotas de bebida y una botella al lado. El Coronel seguramente se habría metido un par de lingotazos entre pecho y espalda. Le sonreí de nuevo.
-Claro que no, ¿sería tan amable de darme uno?
Se acercó sacando los cigarrillos del interior de su chaqueta y me pasó uno. Luego me dejó su encendedor y se sentó en la silla, a mis espaldas. Elevé las piernas y giré sobre mis posaderas para mirarle frente a frente con picardía tras dejar los zapatos en el suelo.
-Herman me tiene preocupada, ¿sabe? Me ha hablado de sus inquietudes acerca de la guerra, le he dicho que no tiene nada que temer, que Alemania saldrá airosa pero no está seguro…
-Bueno, ya habíamos quedado en que mi hijo es todavía muy joven para tomar parte en algo así sin temer no estar a la altura… Alemania vencerá, está claro. No tiene por qué preocuparse…
-No. Si no soy yo la que se preocupa. Es él, ¿en qué anda metido exactamente? Me dejó bastante intranquila…
El Coronel se rió dejando a la vista una dentadura que haría las delicias de un odontólogo especializado en correctores. Cada vez ganaba más terreno en mi cabeza la idea de que él no había puesto la otra mitad de Herman. Deslicé una de mis piernas hasta apoyarla sobre un reposabrazos de la silla del Coronel y dejándole apreciar mi liguero mientras jugaba a repasar con los dedos del pie el ornamento tallado en la madera.
-Pues… lo cierto es que Herman desempeña un trabajo de lo más normal… – casi no podía hablar mientras daba una calada a su cigarro con la mirada puesta en mis muslos – …tenía pensado procurarle un puesto de más relevancia cerca de aquí…
-¿Ah, sí? Seguro que le hace muchísima ilusión… – susurré reajustándome una de mis medias – ¿puedo saber de qué se trata?
-Claro… es… es un trabajo de campo… ya sabe… – le miré fijamente mientras soltaba una calada de humo acercándome un poco, quería que se explicase mejor – Herman tendría que vigilar al enemigo de cerca, cobraría más y tendría más posibilidades de ascender…
-¿Al enemigo? – Pregunté haciéndome la tonta – creí que el enemigo andaba todavía muy lejos…
-No, no… no me refiero a las tropas rusas ni nada de eso… sólo debería asegurarse de que las cosas están en orden con los insurrectos, nada más…
El Coronel estaba tan entusiasmado hablándole a mis piernas que casi no se percata de que su colilla estaba consumiéndose peligrosamente llegando a rozar sus dedos. La temperatura debió avisarle porque buscó un cenicero aprisa y espachurró lo que quedaba de su cigarro contra él. Acto seguido lo dejó a mi lado y volvió a poner la vista allí donde la tenía.
-¿Quiere tocarme? – le pregunté invitándole a hacerlo mientras me inclinaba hacia delante y apoyaba uno de mis codos sobre mi rodilla.
Vi como su cuerpo se tensaba en aquella silla. Curvé una las comisuras de mi boca conformando una media sonrisa a la vez que apoyaba el otro pie en el otro reposabrazos y recogí el vestido un poco más, abriendo mis piernas completamente ante el Coronel.
-Vamos, Coronel. No haga ahora como que no me ha mirado desde que he puesto un pie en esta casa… – mis palabras le arrancaron una nerviosa sonrisa -. Hagamos una cosa… ¿por qué no me toca un poco mientras me habla de ese trabajo que tiene para nuestro Herman? No se lo diré, respetaré la sorpresa. Es sólo que… – bajé la voz un poco más mientras la mano del Coronel se posaba en mi muslo – todas esas cosas de soldados… me excitan demasiado, ¿sabe usted? Creo que es por los uniformes… las condecoraciones… – dije suavemente acariciando con mis dedos las insignias que lucía sobre su clavícula – todo esto me pone demasiado juguetona…
-Verá… toda esa escoria que estamos limpiando de las calles ha de ir a un lugar… un lugar en el que trabajen y hagan algo productivo para el país… pero no quieren, son unos vagos los muy hijos de puta. Sólo quieren estar por ahí holgazaneando… nosotros les vigilaremos para que lo hagan…
Sus manos habían ido trepando por mis piernas hasta llegar a mi ingle pero se habían detenido. No estaba seguro y si no estaba seguro de que pudiese tocar, tampoco lo estaría sobre si podía hablar. Apoyé mi peso en el reposabrazos de la silla del Coronel y tras apagar mi cigarrillo incliné mis caderas hacia delante ofreciéndome por completo.
-No tenga miedo mi Coronel… cuénteme más… así que nuestro querido Herman va a ser un carcelero, no le pega mucho…
-No exactamente – vaciló entre risas mientras su mano rozaba mi ropa interior – tampoco sería una cárcel… él sólo tendría que ocuparse de un tipo de lacra en concreto… un carcelero especializado, quizás…
-¿Por qué no lo hace usted? Seguro que a usted le sobra esa seguridad que a Herman le falta todavía – le dije apartando la tela y llevando su mano sobre mi sexo para que se dejase de rodeos.
Necesitaba que lo hiciera porque de ese modo hablaría casi sin pensar y probablemente el subidón de adrenalina que acababa de experimentar al rozarme le impediría recordar con claridad lo que me había dicho.
-Porque yo ya tengo una edad y ahora necesitan a gente que llegue a conocer bien el funcionamiento de esas cosas… especializarse en su trabajo… eso reduce costes y aumenta la efectividad…
Buena observación pero no entendía del todo lo que esperaba de su hijo ni qué clase de cargo le quería dar exactamente. Decidí usar el viejo truco de la ropa interior, quizás pudiese encontrar algo luego.
Me acomodé sobre la mesa y tras bajarme disimuladamente la cremallera del vestido dejé que éste se escurriese hasta mi cintura descubriendo el sostén. Los ojos del Coronel no me perdían de vista mientras sus dedos comenzaban a hurgar torpemente entre mis piernas, forcejeando tímidamente con los labios de mi sexo para abrirse sitio entre ellos. Comencé a gemir débilmente a la vez que masajeaba su miembro erecto con la planta de mi pie derecho y arrastraba el sujetador hasta dejarlo por debajo de mis senos, amasándolos hipnóticamente a escasos centímetros de su cara.
-¿Sabe qué? No tengo ni idea de nada sobre lo que hemos estado hablando… – le susurré con abierto descaro.
Era una gran mentira, pero alimentaba tanto su ego masculino que ésas serían las únicas palabras que recordaría de nuestra conversación.
Su lengua apenas tardó un instante en abalanzarse sobre mi cuerpo. Sujeté su cabeza con firmeza y la presioné contra mí mientras intentaba elevar un poco las caderas para que sus huesudos dedos entrasen con mayor facilidad e hiciesen que mi sexo comenzase a humedecerse con la fricción de sus manos ante la imposibilidad de que eso sucediese de otra manera. El Coronel, un hombre enclenque y consumido, con un bigote amarillo y desgastado por el humo del tabaco, difícilmente podría despertar el deseo de una mujer. Casi me sentí culpable por pensar en los escarceos de la señora Scholz de un modo negativo, cualquiera con un marido así necesitaría otro hombre o terminaría arrojándose desde algún tejado.
Una de sus manos apartó mi pie de su entrepierna antes de que se levantase de su asiento e intentase besarme. Desvié su intención rápidamente, dejando que mis párpados se deslizasen sobre mis ojos y que mi cabeza cayese hacia un lado mientras mis manos traspasaban una a una todas las barreras que se interponían entre ellas y el que en aquel momento constituía el punto débil del Coronel. Masajeé suavemente sus testículos con una mano mientras apoyaba la otra en su nuca y luego recorrí toda la verticalidad de aquel miembro que se alzaba de una forma pasmosa. No estaba nada mal para alguien de su edad, era como si el tiempo no hubiese pasado por aquella parte de su anatomía y todavía conservase allí el furor de la juventud que un día le correspondió. Comencé a masturbarle despacio, con suavidad, como si de verdad me fascinase lo que le hacía mientras él buscaba mis pechos con la mano que no estaba usando para provocarme la placentera sensación que comenzaba a sentir con la trayectoria de sus dedos.
Sentía también su aliento, estampándose contra mi cuello con cada uno de sus espiraciones justo debajo del incómodo roce de su bigote que casi me torturaba con su desagradable picor mientras mis manos se entretenían con aquella cosa que tanto me había sorprendido. Estaba dura, mucho más de lo que nunca habría jurado. Casi sentía ganas de reírme a causa de mi propia estupefacción. Apenas cedía unos centímetros a los movimientos que yo hacía y estaba consiguiendo que naciesen en mí las ganas de tenerla dentro para comprobar si también allí, enterrada entre mis piernas, esa barra podía sentirse así de inflexible.
Las manos del Coronel me abandonaron para anclarse con autoridad sobre mis nalgas y arrastrarme hacia delante hasta dejarme al borde de la mesa. Una de ellas desprendió mis manos de su falo para sujetarlo él mismo y tras dejar su cabeza sobre mi yugular, dejándome escuchar de nuevo sus profundas exhalaciones, su bálano me atravesó provocándome un escalofrío y entrando impasible hasta clavarse en el punto más profundo que podía alcanzar. Era placentero, allí dentro no sólo se sentía dura, también estaba suave y cálida.
Preferí no arruinar la cascada de agradables sensaciones que aquello me provocaba y cerré los ojos cuando las caderas del Coronel comenzaron a moverse entre mis muslos.
Nadie me manda expresamente acostarme con aquellos de los que necesito sustraer información, pero sí me invitan a valerme de lo que yo quiera para hacerlo y me han enseñado que el sexo no sólo me facilita infinitamente la tarea, sino que también puede ayudarme a mantenerme con vida. A partir de ese momento, el Coronel desconfiaría antes de cualquier persona de aquella casa que de mí. Así que mi única norma a la hora de hacer mi trabajo es que si me los tiro, entonces por lo menos he de disfrutarlo. Es otra manera de que todos salgamos ganando. Si me hundo en la miseria pensando en la facilidad con la que soy capaz de ceder mi cuerpo en beneficio de unos superiores que ni siquiera conozco, no me serviría de nada. Es preferible pensar que me sacrifico voluntariamente por un bien mayor y que como compensación, tengo derecho a correrme de vez en cuando. Aunque sea con un sucio cabrón entre las piernas.
Pero ahora estaba a salvo, el Coronel estaría lejos mientras mis ojos no le encontrasen. En mi cabeza aquella pelvis que empujaba con decisión, haciendo que respirase con dificultad cada vez que sentía aquello entrando y saliendo, introduciéndose hasta el final de mi cuerpo… todo aquello estaba llevado a cabo por alguien totalmente distinto. Quizás por un apuesto soldado francés con el que me había cruzado una vez en una cafetería de Besançon, la primera vez que viajé a Francia tras abandonar el orfanato. Supongo que puede parecer una estupidez pero la verdad es que si me cruzase con él de nuevo, estaría en la obligación de darle las gracias por el buen número de orgasmos que los diez minutos que pude contemplarle me reportaron a lo largo de mi carrera.
Allí estaba de nuevo, el apuesto soldado haciéndomelo con una pasión desbocada. Bajando el ritmo de vez en cuando para volver a embestirme con más fuerza tras unos instantes. Jadeando cerca de mi oído con una voz que esta vez era un poco más grave. Pero no me importaba, había aprendido a imaginármelo de mil formas y ésa tampoco era la peor. Seguía siendo igual de joven que aquel día que le vi, aunque quizás fuese incluso más guapo cuando nos encontrábamos en la intimidad de mis pensamientos. Le pasé un brazo por debajo de su nuca para agarrarme a él mientras me concentraba en sentirle dentro, afanándose por conquistar un poco más de mi cuerpo con cada uno de sus vaivenes. Me gusta abrazarle porque su forma de llevar el uniforme deja adivinar que tiene el mejor cuerpo del mundo, con unos anchos hombros musculados que mis manos no encontraban por ninguna parte y que mi mente me enseñaba con total nitidez.
Prefería esa última percepción, no cabía duda. Y la prefería porque sólo así era capaz de cumplir con mi propia norma. Si mi brazo rodeaba a mi apuesto soldado francés, disfrutaba cada uno de sus movimientos y disfrutaba acompañándolos con los míos tal y como lo estaba haciendo, elevando mis caderas al ritmo de sus empujones, dejando que me produjesen todavía más placer mientras gemíamos como posesos en medio de ese halo de calor que inundaba el espacio de la habitación.
Sus brazos me sujetaron con fuerza a la vez que sus mandíbulas se apretaban ahogando el sonido que pujaba por salir de su boca, excitándome al reparar en aquella perfecta cara de mi flamante soldado, que ahora tendría que lucir fruncida al verse envuelta en la imposición de hacer que yo tuviese el final que merecía. Sí, me encanta el empeño que pone en darme lo que me merezco, por eso me quedo quieta cuando sé que estoy a punto de obtenerlo y dejo que sea él quien me dé el empujón final.
Aparté el vestido torpemente, dejándome caer hacia atrás sobre mis codos y con mis ojos todavía cerrados apuntando al techo. Mi soldado siempre me miraba a los ojos mientras mi sexo encogía sus paredes involuntariamente antes de estallar en satisfactorias contracciones que me hacen gritar y retorcerme hasta el ocaso de mi deleite. Pero esta vez mi adorado soldado me abandonó antes de la última de mis sacudidas, escuché sus gemidos mientras una de sus manos sujetaba uno de mis muslos abiertos y algo duro y húmedo le propinaba leves golpecitos. Apenas un par de esos superficiales roces fueron suficientes para que un cálido fluido resbalase perezosamente por mi piel tras estamparse en distintos puntos de mi pierna.
Abrí los ojos justo a tiempo de ver cómo el Coronel con el que yo jamás haría lo que acababa de hacer con mi apuesto soldado se derrumbaba sobre la silla de su despacho y me miraba con incredulidad sin dejar de jadear de un modo demasiado acelerado.
-Estoy deseando que esto se repita, Coronel Scholz. Ni en mis sueños hubiera sido mejor… – dije posando mis pupilas sobre él con el mismo deseo con el que un alcohólico miraría una botella de añejo.
-Será usted mi perdición, señorita Kaestner… – articuló como pudo.
Me reí imitando con una mueca juguetona. El Coronel acababa de “entrar en nómina”. Tenía que poner a mis superiores al corriente, la nueva situación me brindaría la oportunidad de hacer algo más que atender a la rutina diaria. Eso resulta extremadamente aburrido tras unos meses.
-Debo regresar con los invitados, empezarán a echarme en falta… – anunció el Coronel levantándose de la silla tras recomponerse durante algunos minutos.
Traté de esconder la sonrisa que casi me aflora, era mi momento.
-Yo todavía tengo que arreglarme un poco. Vaya usted, tampoco le convendrá que aparezcamos juntos…
-No puedo dejar el despacho abierto con la casa llena de gente… – vaciló terminando de ajustarse la bragueta.
-Lo cerraré y bajaré a darle la llave sin que nadie se dé cuenta – le propuse como si todo aquello me divirtiese.
-Está bien. Pero no baje a darme la llave, será mejor que no volvamos a cruzarnos en toda la noche. Déjela en el baño que hay aquí al lado. Los invitados están usando los servicios de la planta baja pero por si acaso, métala dentro del mueble de las toallas, debajo de la primera.
Asentí como una colegiala obediente mientras comenzaba a colocarme el sostén y me reí cuando el Coronel pellizcó uno de mis pezones tras besarme rápidamente. Le seguí con la mirada hasta la puerta sin creerme todavía que hubiese tenido tripas para abrirme de piernas con él y en cuanto estuve sola me limpié un poco y me vestí a toda prisa para comenzar a rebuscar en todos los cajones en busca de algún tipo de documentación que pudiese resultarme de utilidad. Encontré una carpeta que contenía información que podría interesar a mis superiores pero no podía sustraer nada, se daría cuenta. Memoricé lo más primordial tras echar un vistazo rápido y salí de allí corriendo hacia mi habitación para apuntarlo todo después de dejar la llave donde me había dicho el Coronel.
Algún tiempo después de aquella noche, cuando llegué a la trastienda del local en el que dejaba mis informes para reportar el de la correspondiente semana, me encontré con un hombre esperándome en el reducido espacio sin apenas luz.
Respiré tranquila, ningún alemán podía bordar el inconfundible acento francés con aquella minuciosidad. Aquel hombre pertenecía a mi bando.
-¿Es que hay otra? – Contesté en francés siguiendo mi parte del guión y dejando claro con nuestras respectivas contraseñas que ambos éramos camaradas.
-Me envían porque necesita órdenes – me informó tras sonreír en la penumbra -. Hace aproximadamente un par de meses usted escribió esto, ¿cierto? – Le asentí tras ojear los papeles que me había extendido y comprobar que era el informe de la semana correspondiente a la fiesta en la que me había tirado por primera vez al Coronel -. Desde entonces usted ha aportado información que pertenece a archivos e informes del bando alemán que ha tenido en sus manos… ¿podría seguir haciéndolo? ¿No?
-Por supuesto, es mi trabajo -. Contesté con seguridad.
-Bien. Es de suma importancia que siga teniendo a acceso a esos documentos – el hombre sacó un maletín de la sombra y lo abrió a mis pies – a partir de ahora fotografiará cada papel que esté a su alcance en esa casa y en sus informes incluirá los carretes.
Me enseñó el interior del maletín, allí había una pequeña cámara fotográfica un poco más grande que un carrete normal y un par de cajas de carretes y pilas. Tras hacer un par de pruebas para mostrarme cómo funcionaba, cerró el maletín y me lo entregó.
-Oiga, ¿cómo anda el tiempo en el Elíseo? – quise saber.
La pregunta resultaría ridícula teniendo en cuenta que estábamos ya entrando en la primavera de 1940, pero era la forma en la que nos preguntábamos qué tal iban las cosas en la capital francesa respecto al conflicto internacional.
-Revuelto – me contestó con cierta aprehensión -.Tenga cuidado y mucha suerte – dijo finalmente encaminándose hacia la puerta trasera.
Nunca volví a ver a aquel hombre, simplemente me limité a hacer lo que me ordenó.
Las cosas se pusieron feas en la casa. El Coronel “seguía en nómina” así que nos veíamos a solas un par de veces por semana y casi siempre lograba encontrar algo de tiempo para fotografiar documentos en ese despacho que habíamos convertido en nuestro picadero. La zorra de su mujer no se enteraba de nada porque estaba demasiado ocupada con Furhmann pero comenzaba a preocuparme Herman. Las cosas estaban tensas entre él y su padre porque pasaba demasiado tiempo conmigo sin saber que era eso lo que precisamente le molestaba al Coronel, y yo me vi arrastrada en medio de una crisis padre-hijo sin posibilidad de mediar al respecto.
Aguanté como pude la situación, solidarizándome con Herman e intentando calmar a su padre, que un día me soltó de repente que le andaba rondando la idea de destinar a su hijo a la frontera con Francia para un cometido mucho más importante que el que estaba desempeñando. Como si yo no supiera que era tan rastrero que le quería lo más lejos posible de casa porque no podía ver cómo discutíamos sobre algún libro en el jardín, cómo bromeábamos delante de todos en francés porque éramos los únicos que lo hablábamos a la perfección en aquella casa de dementes o cómo me esperaba las tardes de domingo con dos caballos ensillados delante de las cuadras para enseñarme los bosques cercanos. El Coronel no quería gloria para Herman, quería privarme de la única persona cuerda de aquel desguace de intelectos que era la puñetera residencia de los Scholz.
Logré convencerle de que no le enviase allí, alegando que se sentiría mal si algo le pasaba, enviar a un hijo a invadir un país como Francia no era algo que alguien con dos dedos de frente haría. Pero ese cerdo se lo pensó mejor y sin consultarme nada un buen día me encontré con el equipaje de Herman en el recibidor. Se incorporaba de urgencia al batallón que custodiaba la frontera del nuevo territorio ocupado, justo cuando más herida estaba Francia. Si el territorio se sublevaba ya podíamos olvidarnos de Herman.
Le echaría de menos pero decidí centrarme en mi trabajo para no pensar demasiado en cómo le irían las cosas allí. En realidad, una noche concluí que debería reprenderme cada vez que me sorprendiese a mí misma deseando que nada malo le pasase, ¡Herman era un capullo de las SS! ¡Debería alegrarme si le volaban la cabeza en el frente!
Tan sólo tres semanas después de que fuésemos uno menos en casa, al llegar a la trastienda de Berlín me esperaba otra persona, esta vez una mujer. Me hizo la misma pregunta que el último hombre que me habían enviado pero de una manera mucho más nerviosa y atropellada que me hizo dudar de que verdaderamente fuese uno de los míos. Agarré mi bolso con fuerza, dispuesta a sacar en cualquier momento la pistola que me acompañaba siempre que salía de casa. Pero lo repitió más convencida, mostrándome un documento con el sello del departamento de inteligencia francés. Contesté tal y como tenía que hacerlo para dejar claro que era yo.
-Se cae el Elíseo – soltó de repente sin mediar más palabras.
¡¿Qué?! ¡Joder! Me acerqué para ver el informe. Ella también estaba en Alemania por lo mismo que yo y tenía órdenes de encontrarme e informarme. Los alemanes estaban a un paso de tomar París y no podían contenerles. El Gobierno se trasladaba a Toulouse pero nosotras teníamos que mantener la posición y continuar con nuestro trabajo extremando las precauciones. Si algo salía mal podíamos darnos por muertas, ya no podían sacarnos de allí.
Aquella tarde regresé a casa hundida moralmente y sin ganas de hacer nada más que encerrarme en mi habitación. Me lo concedí por aquel día pero al siguiente retomé mi misión, no le iba a ser de ayuda a nadie si me quedaba en cama fingiendo estar enferma y dándole vueltas a la cabeza. Lo hice a pesar de que no podía quitarme de la cabeza dos cosas: París tambaleándose y Herman en primera línea.
Dos días después la estridente voz de Berta me espetó lo que temía escuchar en cualquier momento.
-Supongo que ya no la necesitaré más, París ha caído… En Francia se habla ahora alemán.
Tuve que cerrar el puño con fuerza para no partirle la cara en aquel mismo momento. Respiré profundamente un par de veces y me di la vuelta.
-Estudiarás francés hasta que tu padre diga lo contrario.
<> pensé mientras retomaba la lección acribillada por aquellos ojos azules que jamás tendrían la amabilidad de los de su hermano. Impartí mis clases y después de comer esperé en mi habitación a que el Coronel llegase a casa. Tan pronto lo hizo – bien entrada la tarde –, busqué la forma de acudir a su encuentro en el despacho. La suerte me sonreía, la señora Scholz se había llevado a Berta a Berlín para comprarle un par de vestidos y aunque era el peor momento para hacerlo, necesitaba conseguir algo que pudiese servirle a mis superiores. Era una necesidad personal por la que no debía dejarme llevar, esas cosas suelen salir mal, pero me dejé llevar y llamé a su puerta. Prácticamente me abalancé sobre él cuando cerré la puerta tras pasar, besándole apasionadamente mientras comenzaba a desabrochar su uniforme.
-Señorita Kaestner, está usted muy efusiva… – me dijo extrañado mientras mis manos abrían sus pantalones para colarse bajo ellos.
-Desde que me enteré de lo de París no he podido pensar en otra cosa que en verle a solas, Coronel. Golpes como ése son los que hacen que una caiga a los pies de hombres con uniformes como el suyo… – contesté deseosa mientras comenzaba a despertar su deseo con mis manos.
Él se rió vagamente mientras yo sacudía su verga un par de veces más antes de arrodillarme frente a él y metérmela en la boca. Sus débiles gemidos aparecieron casi en el mismo momento en el que lo hice para tornarse rápidamente más fuertes, denotando la placentera sensación que estaba experimentando al tiempo que yo deslizaba mis labios sobre él, jugando con mi lengua, haciéndoselo lo mejor que sabía, como si por ello fuese a recompensarme dejándome indagar libremente en el universo de papeles que era aquella estancia de la casa. Me rodeó la cabeza con sus manos, pero a modo de mero trámite porque en realidad me dejaba hacer, y yo seguía haciendo.
Me levanté después de darle unos buenos lametones y me saqué la blusa y la falda delante de un Coronel que hacía gala de una brillante erección. Arrugué la ropa para que la cámara fotográfica que iba sujeta a una de las costuras de la falda no me delatase al caer y la arrojé encima del sofá que había en una esquina del despacho.
Le dediqué una mirada llena de lascivia y me dirigí a su mesa tras deslizar mi lengua sobre sus labios con trabajada sugerencia. Esta vez no me subí a la mesa, apoyé mi torso sobre ella, estiré mis piernas y deslicé mis manos entre ellas, apartando mi ropa interior y toqueteando lentamente mi sexo ante los ojos del Coronel. Después de un par de pasos sobre el suelo, sus dedos se unieron a los míos y los apartaron tras jugar durante un instante con ellos. Sus manos abrieron mis nalgas sujetando la prenda de lencería con ellas y su lengua se hundió en mis bajos en busca de mi clítoris, deslizándose hacia el interior de vez en cuando para regresar hacia afuera mientras emitía débiles sonidos al hacerlo. Siempre me ha gustado que me laman en esa postura, me excita demasiado.
Continué disfrutando de aquello, retorciéndome cada vez que su lengua acertaba al repasar algún rincón en concreto o cada vez que se extendía sobre la superficie de mi sexo para recorrerlo de arriba abajo hasta que sentí que se incorporaba desde la superficie de la mesa en la que apoyaba mi cara y casi al instante, esa verga se incrustaba entre mis piernas con implacable decisión. El placer de una deseada penetración después de una grata sesión de sexo oral me hizo gemir casi de manera inconsciente a medida que avanzaba hacia mi interior. Retrocedió lentamente cuando llegó hasta el fondo y arremetió de nuevo contra mis glúteos violentamente, estampándome el escroto en mis labios vaginales. No era la única que estaba más efusiva de lo normal aquella tarde, él me lo hacía de un modo que rozaba lo violento, pero que me provocaba cierta excitación sin necesidad de correr a refugiarme en brazos de mi recurrido soldado francés desconocido. Aquella vez no me hizo falta, supongo que las ganas de hacer mi trabajo lo barrieron todo. Deslicé una de mis manos hacia mi clítoris y comencé a masturbarme mientras el Coronel me penetraba una y otra vez, arrastrándome con su pelvis cada vez que tocaba fondo con ese venoso miembro que seguía sorprendiéndome meses después.
Me desligué de todo y me dejé llevar por el movimiento de mis dedos, acompañando los empellones que no me concedían tregua y que me obligaban a gemir con cada una de mis respiraciones. Me gustaba, el sexo no tiene nada que ver con el amor, era algo que había tenido que aprender y que me daba la oportunidad de disfrutar de él independientemente del sujeto al que permitiese la entrada a mi cuerpo.
Elevé las caderas sutilmente, abriendo las piernas y acelerando el ritmo con el que masajeaba mi clítoris a la vez que unos testículos golpeaban mi mano con cada penetración. El placer se hacía más intenso, no importaba quién estuviese allí detrás, me gustaba y me hacía disfrutar. Hacía que mi respiración ocurriese atropelladamente sobre la mesa y hacía que mis ojos se cerrasen para concentrarse en el éxtasis previo que precedía al estremecimiento que bajó como un latigazo desde mi cerebro, recorriéndome la espalda hasta hacer que mi cuerpo se convulsionase de forma arrolladora en un orgasmo que duró hasta poco antes de que el Coronel saliese de mí y apoyase su pene sobre mi ropa interior, dejándome sentir cómo sus espasmos repartían una característica humedad sobre mi prenda a la vez que comenzaba a ser consciente de sus jadeos. Me había olvidado por completo de él hasta ese momento. O más bien debería decir que había rehuido el hacer hincapié en su presencia mientras intentaba correrme.
Me incorporé trabajosamente esperando que buscase algo que hacer para concederme esos minutos de rigor durante los cuales me recomponía en su despacho, pero su voz frustró mis planes.
-Hoy tengo cosas importantes que hacer – articuló con esfuerzo -. Vístase y déjeme solo, si no le importa.
Pensé algo rápido y contesté lo primero que se me ocurrió. No podía tirar la toalla tan rápido.
-¿Me haría el enorme favor de traerme un vaso de agua? – pregunté como una niña que pide algún capricho – Me ha dejado exhausta.
Torció el gesto cuando mi mano acarició su mejilla, pero tras ajustarse el pantalón se encaminó a la puerta.
-Ahora vuelvo – anunció antes de desaparecer.
Corrí atropelladamente en busca de mi cámara y rebusqué entre la estantería que había tras la mesa a la procura de algún dossier nuevo o alguna carpeta cuyo título resultase prometedor. Encontré un portafolios con el escudo de armas del Tercer Reich. Era nuevo, eso no estaba allí hacía un par de días. Lo cogí y lo abrí. Fotografié el primer documento sin pararme a leer si era verdaderamente importante e hice lo mismo con un par de hojas más hasta que la puerta del despacho se abrió de golpe.
El Coronel la cerró rápidamente después de verme y dejó el vaso en la mesa auxiliar de la entrada. No dije nada, simplemente dejé que me llevase en volandas hasta arrojarme sobre el sofá.
-¡Serás puta! ¡¿Para quién coño trabajas, maldita zorra?! – exigió hecho una furia mientras el cañón de su pistola se posaba en mi sien.
Estaba bien jodida, no tenía ningún arma pero tenía que calmarme. No iba a disparar porque no le convenía en ningún sentido. Querría respuestas primero y yo estaba desnuda, las preguntas que le lloverían cuando encontrasen a la institutriz sin vida y sin ropa en su despacho serían bastante incómodas. No sólo a nivel familiar, si se defendía alegando que yo era una espía su reputación caería en picado entre sus colegas del ejército. Casi podía imaginarme los titulares que proporcionaría si trascendía que le habían colado una espía a un conocido Coronel de las SS.
-Para Francia – susurré asustada.
-¡Debí imaginarlo! ¡Sucia embustera! ¡¿Cómo has tenido las narices de meterte en mi casa?! Lo vas a pagar, créeme… ¡¿Qué coño te han mandado buscar?!
-Nada en concreto… no sé lo que saben ni lo que no… yo sólo consigo documentación, nada más…
Intenté derramar algunas lágrimas. La única forma de que él se relajase un poco era que yo pareciese asustada. Me insultó en repetidas ocasiones mientras apretaba su pistola contra mi cabeza pero eso era una buena señal, la estaba apoyando…
-¡¡Contesta, furcia!! ¡¿Eres una jodida judía?!
¿Acaso importaba? De todos modos negué con la cabeza mientras agarraba con fuerza el cojín del sofá. Comenzó a hablar de nuevo pero no le escuché, simplemente pensé en lo que me habían enseñado y lo ejecuté. Cuando la pistola volvió a apoyarse sobre mi sien le di un golpe rápido en la mano. Tuve suerte, mi reacción le sorprendió tanto que se le cayó. Pero no me detuve por ello. Antes de que reaccionase me abalancé sobre él colocando el cojín sobre su cara y rodeando su cabeza con mi brazo para que no pudiese respirar. Intentaba gritar y se movía demasiado, tenía que tumbarle. Le puse la zancadilla, me tumbé sobre él y logré sobreponerme a lo peor, tras un infructuoso intento de detenerme con su escasa fuerza, sólo alcanzaba a arañar la alfombra o ponerse de rodillas. Le inmovilicé con relativa facilidad, era demasiado enclenque… nada que ver con su hijo… si hubiera sido Herman ni siquiera me plantearía aquella salida. Apreté con fuerza hasta la última sacudida de su cuerpo y continué apretando un par de minutos más hasta comprobar que no tenía pulso.
Me levanté y sopesé la situación, me había salvado pero estaba en un aprieto. Ordené el despacho hasta dejarlo impecable, sin ningún indicio de lo que había pasado allí. Me vestí y coloqué al Coronel en su silla, con la pistola en su funda, el vaso de agua a medio beber y aparentemente trabajando antes de que algún tipo de ataque hubiese puesto fin a su vida. Al menos, más me valía que las primeras hipótesis descartasen el asesinato. A parte del servicio, todo el mundo sabía que en casa solo estaba él y yo aquella tarde. Recogí mi cámara de fotos y me la guardé. La había cagado a base de bien y me acordé de aquello, así que me concedí el capricho de coger una buena pila de carpetas y documentos que nadie echaría de menos allí. En caso de conocer su existencia pensarían que Scholz los guardaba en otro lugar. Toda aquella documentación quedaría de perlas al lado de un informe que tendría que concluir con una posdata que mencionaba que había tenido que cargarme al Coronel Scholz. Eché un vistazo al pasillo y tras comprobar que no venía nadie, caminé con decisión hacia mi dormitorio. Guardé las carpetas y documentos que acababa de requisar y me dormí.
Unas horas después me desperté a causa del barullo que se sentía en la casa. Puse una oreja en la puerta y constaté mis sospechas. La señora Scholz y Berta habían llegado y ya era oficial que el Coronel había muerto. Respiré profundamente un par de veces antes de salir y me hice la derrotada en cuanto se me comunicó oficialmente la terrible noticia. También me enteré de que Herman estaba de camino.
-Vaya con Berta, señorita Kaestner… – me pidió la reciente viuda cuando ofrecí voluntariosamente mi ayuda.
Hubiese preferido lavar al difunto, pero atravesé el salón camino de las escaleras y me encontré con el cabrón de Furhmann en el pasillo.
-¿Le ha visto un médico o algo…? – le pregunté señalando con la cabeza hacia el despacho con un gesto compungido, completamente metida en mi papel.
-Sí.
Un escalofrío recorrió mi espalda ante su respuesta. No parecía que nadie barajase hipótesis como el asesinato pero ya le había visto un especialista y nadie me había puesto al corriente de su dictamen.
-¿Y…? ¿Qué ha dicho? ¿No van a hacerle una autopsia?
Furhmann se rió en mi cara.
-¿Está de broma? El doctor de la familia dentro de poco tendrá que hacerse la suya propia pero no chochea tanto como para no saber qué tipo de molestia debe ahorrarse… le puso un dedo en la yugular y anunció lo que todos sabíamos. El cabrón de Scholz llevaba años padeciendo de corazón, la señora ni siquiera ha pedido la autopsia, prefiere enterrarle de una pieza… ya ve…
Me sorprendí ante su inalterable estado y me retiré fingiendo un profundo pesar, pero profundamente aliviada con el veredicto del doctor. Apenas tuve tiempo para regocijarme en la victoria, la voz de Furhmann me llamó.
-Señorita Kaestner… – me giré para atenderle y sus palabras me dejaron clavada en el primer escalón – …acabo de perder a un amigo de un repentino ataque cardíaco y estoy profundamente dolido, ¿sabe? – asentí asustada por el tono prepotente de su voz -. Bien, cuando termine todo esto me gustaría hablar con usted para discutir un par de cosas…
Segunda parte de Mi jefa es una hija de puta con tetas.
Como expliqué en el relato anterior, mi jefa una zorra intratable y caprichosa decidió hacerme suyo y ¡Yo me dejé!. Cautivado por ese monumento de mujer, me convertí no solo en su más cercano colaborador sino en su obediente amante.
Desde que me entregué en cuerpo y alma a esa mujer, ella ha tomado por mí las grandes decisiones de mi vida. No solo me tuve que trasladar a trabajar a Lisboa siguiéndola sino que desde entonces tengo un hueco en su cama pero solo en ella. Durante el día soy su asistente pero al llegar la noche, me convierto en el instrumento con el que apacigua su lujuria.
Nuestra relación es un tanto extraña, aunque yo estoy completamente subyugado por la personalidad y el cuerpo de doña Maria, sé que ella solo me toma en cuenta por ser bueno en la cama. Para ella soy poco más que un consolador con patas. Me usa cuando le viene en gana pero para mantener su teórica independencia no me deja colaborar con el mantenimiento de la casa donde vivimos porque tal y como no se cansa de recordar, soy su mantenido y cuando quiera me pone de patitas en la calle.
-Tú estás aquí para follar- me soltó un día en que me quejé de que ella pagaba todo.
Ese status-quo, envidiado por la mayoría, a mí me resultaba una losa difícil de soportar. Si bien al no tener que gastar en el día a día, hacía que mi cuenta corriente se fuera engrosando a pasos agigantados, en mi interior me sentía un prostituto vulgar. Os resultara raro pero a pesar de sus muchos desplantes, amó a esa mujer.
Sé que es una zorra libertina, me consta que es egoísta, vanidosa y caprichosa pero con solo sonreírme hace que me olvide de sus defectos y que mis quejas se disuelvan como un azucarillo entre sus brazos. Doña María me tiene bien medido, cuando nota que estoy indignado me llama a su lado y me exige que satisfaga su calentura. Sabe que con eso, olvidaré durante semanas cualquier tentación de volver a Madrid.
Soy un puñetero títere en sus manos y como tal, me trata.
Para que os hagáis una idea del modo en que esa morena me trata, os voy a contar lo que ocurrió una noche cuando acabábamos de llegar a su casa. Tal y como tenía costumbre, nada más cerrar la puerta del apartamento se tumbó en el sofá y mientras yo me ocupaba de preparar la cena, ella se puso a ver la televisión. Todavía recuerdo que le estaba preparando el risotto de setas que tanto le gusta cuando escuché que sonaba su móvil.
Conociendo el morbo que le daba que le comiera el coño mientras ella hablaba por teléfono, dejé lo que estaba haciendo y quitándome el delantal, me acerqué al salón. Doña María al verme entrar separó sus rodillas y levantándose la falda me exigió que comenzara.
Sabiendo mi función, me arrodillé a su lado absorto contemplando la belleza de su sexo. Mi jefa entonces separando sus labios con dos dedos, lo puso a mi entera disposición y mientras ella seguía hablando por el móvil, rocé con mi dedo el botón que se escondía entre sus pliegues.
Dando un suspiro, tapó con su mano el auricular y me dijo:
-Date prisa que llevo cachonda todo el día.
Sin quejarme, le metí un primer dedo dentro mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras. Lo supe no solo ni siquiera tuve que lamer su clítoris para que ver su cara de lujuria. El aroma a hembra hambrienta de sexo llenó mis papilas en cuanto separé con mis yemas sus labios.
Buscando facilitar mi cometido, separó aún más sus rodillas mientras le decía a su interlocutor:
-¿Y cuando dices que vas a venir?
Su nueva posición permitió que mi lengua recorriera sus pliegues mientras no dejaba de gemir y jugueteando con la punta su clítoris, di un buen repaso a ese coño antes de concentrarme en él. Al recogerlo entre mis dientes con un suave mordisco, mi jefa reprimió un aullido y presionando mi cabeza contra su coño, me exigió que continuara. Obedeciendo a su muda orden, volví a meter mi dedo en su interior sin dejar de chupar el bulto que ya estaba totalmente erecto entre sus labios. Doña María al sentir esa doble estimulación, movió brutalmente sus caderas y pero manteniendo la cordura, dijo al que estaba al otro lado del teléfono:
-Está bien, mañana te recojo en el tren- y mientras le contestan , volvió a tapar el micrófono y dejándose llevar por el placer, me soltó: -¡Cabrón! ¡Date prisa que quiero correrme!- y sin importarle lo que pensara, me pidió que le metiera el segundo.
Siguiendo sus instrucciones, le incrusté otro dedo y moviéndolos rápido en su interior, me la quedé mirando mientras esa mujer sacudía las caderas restregando su sexo contra mi boca. No tarde en observar como su coño se contraía de placer y sin que me lo tuviera que pedir, decidí a meter el tercero. Saboreando su chocho con profundos lametazos, seguí follando con mis dedos el coño de la morena mientras ella intentaba que quien estuviera hablando con ella no notara que estaba descompuesta por el placer.
Sabiendo que estaba a punto de correrse, le seguí sacando y metiendo mis tres falanges cada vez más rápido. Doña María, temblando de placer sobre el sofá, se mantenía en silencio. Pero el morbo de estar siendo comida mientras hablaba con otra persona pudo mas que ella y al sentir que su cuerpo se crispaba, me agarró la cabeza y la presionó contra su sexo. Decidido a incrementar su calentura y a que esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño, continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe.
-¡Que sí! ¡Mañana hablamos!- soltó cortando la comunicación mientras mi boca se llenaba con su flujo.
La intensidad de su orgasmo fue brutal y derramando su placer por mis mejillas, usé mi lengua para sorber una parte del torrente en que se convirtió su chocho. Las piernas de mi jefa se cerraron sobre mi cara en un intento de retener el goce que la estaba asolando. Durante una eternidad, Doña María se corrió en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos, tras lo cual se derrumbó sobre el sofá y sin estar totalmente satisfecha, me soltó:
-Mañana llega mi hermana. Como no sé si voy a poder usarte mientras ella está aquí, esta noche tendrás que esforzarte. ¿Lo has entendido?
-Sí- respondí.
Sara es tan hija de puta como su hermana.
Cuando ya creía que mi humillación era total apareció en mi vida Sara, la hermana mayor de mi jefa. Tal y como habían quedado, a la mañana siguiente Doña María fue por ella a la estación de tren. Nada mas recogerla la trajo a su casa donde yo las esperaba haciendo la limpieza.
Esa tarde y como gesto de rebeldía decidí que aunque sabía que mi jefa no quería que su pariente se enterara de que se estaba acostando conmigo, iba a pasar la aspiradora tal y como le gustaba a ella que lo hiciera, es decir, en pelotas y con un delantal que me cubriera las miserias. Anticipando su reacción, disfruté por primera vez de las labores caseras imaginándome a cada instante la cara que pondría cuando entrara con su hermana y me viera casi desnudo.
“Se va a cabrear” pensé descojonado y obviando que a buen seguro me iba a castigar, me dije: “¡Qué se joda!”
Tal y como preví, las dos mujeres nada mas cruzar la puerta se toparon con la imagen de mi culo en la mitad del salón. Si bien mi jefa se indignó conmigo tal y como había planeado, nunca anticipé que la zorra de su hermana al ver que estaba como dios me trajo al mundo soltara una carcajada diciendo:
-María, ¡Eres la leche!-y menos que acercándose hasta mí, me acariciara el trasero mientras le decía: -¡No me puedo creer que has contratado a un prostituto para mí!
Hecha una furia, Doña María le soltó:
-No lo he contratado. Manuel es un inútil que uso cuando me apetece.
Creyendo todavía que era una broma orquestada por su hermana, la mujer contestó mientras levantaba mi delantal:
-Pues tengo que reconocerte que tienes buen gusto: ¡Me encantan los hombres depilados!- y por si eso no fuera poca humillación, siguió diciendo:- ¿Me lo prestas?
-¡Ni de coña! Este idiota es de mi uso exclusivo, si quieres uno: ¡Búscatelo!
Por su mala leche, Sara comprendió que María estaba cabreadísima y por eso decidió no seguir provocándola, no fuera a ser que tuvieran un altercado nada más llegar. Por mi parte y aunque sea difícil de comprender, yo estaba en la gloria porque de cierta y cruel forma, mi jefa me consideraba suyo y le había enfadado que le preguntara si podía hacer uso de mí.
Como no podía ser de otra forma, mi jefa ni siquiera se dignó a hablarme en toda la noche. Haciendo como si fuera un mueble, me ignoró durante horas. Aunque normalmente, que me ignorara era para mí un castigo, esa noche no. Si os preguntáis el porqué, es muy fácil:
¡Su hermana se dedicó a devorarme con sus ojos!
Buscando incrementar sus celos, mi actitud con Sara excedió lo meramente servicial ya que descaradamente tonteé con ella. Realmente disfruté haciéndolo y no solo porque con ello estaba sacando de quicio a Doña María sino porque aunque tuviera casi quince años mas que yo, esa madura estaba buena. Rubia de peluquería, esa hembra estaba dotada con una de las mejores delanteras que nunca había visto. La enormidad de sus pechos se realzaba aún más debido a la delgadez de su dueña. Imaginándome como sería pellizcar esas dos ubres se pasaron las horas sin que me molestara el ser ignorado.
Cuando el reloj marcaba las doce, mi jefa se disculpó con Sara diciéndola que se iba a su cuarto y de malos modos, me exigió que la acompañase. Sumisamente la seguí hasta la habitación, nada mas entrar me soltó un tortazo y me recriminó la manera tan descarada con la que estaba flirteando con su hermana.
-No sé de qué habla- me defendí- ¡He sido solo agradable!
-¿Te crees que soy tonta? ¡Lo has hecho a propósito!- tras lo cual se metió en la cama.
Esa noche por mucho que intenté congraciarme con ella, me resultó imposible porque en cuanto intenté tumbarme junto a ella, me echó de su cuarto con grandes gritos, de forma que no me quedó más remedio que coger una almohada e irme a dormir al sofá del salón. Afortunadamente cuando llegué, Sara se había acostado y por eso pensando que al día siguiente a mi jefa se le había pasado, me dormí…
Al día siguiente, al ser sábado, no trabajábamos y como seguía cabreada, mi jefa decidió salir de casa temprano para no verme siquiera. Ajeno a estar solo con su hermana en la casa estaba plácidamente durmiendo cuando sentí que alguien acariciaba mi sexo. Todavía adormilado, abrí los ojos para descubrir a Sara desnuda a mi lado. Comprendiendo lo delicado de la situación y que Doña María no me iba a perdonar si me acostaba con ella, intenté escapar de su abrazo pero la mujer, haciendo sacando un cuchillo me lo puso en el cuello diciendo:
-Llevo bruta desde que vi tu culito. ¡Lo quieras o no vas a ser mío.
Asustado por las consecuencias, le grité que me dejara en paz pero esa mujer no me hizo caso y con gran violencia, me desgarró el pijama, dejándome desnudo. Aún seguía intentando zafarme de ella cuando esa mujer se apoderó de mi miembro. El sentir la presión de sus manos sobre mi sexo, me obligó a permanecer paralizado, ya que temía que si la rechazaba me hiciera daño.
Al tenerme dominado, sonrió y sin quitar la hoja de mi cuello, esa puta me empezó a pajear. Aunque fue algo forzado, tengo que reconocer que en poco más de un minuto, mi pene había alcanzado su máxima longitud. Sara, en cuanto sintió mi dureza, se agachó entre mis piernas y abriendo su boca, se la introdujo en su interior.
“Doña María no me va a perdonar”, me dije mientras sentía cómo engullía mi pene.
Si al principio intenté permanecer impasible, con el paso del tiempo, sin darme cuenta, empecé a colaborar con mi captora. Mis manos se posaron en su cabeza y marcándole el paso, dejé que esa puta devorara mi extensión. Al igual que su hermana, esa rubia demostró ser una mamadora de primera y sin problema consiguió introducírselo totalmente en su garganta. Alucinado por el modo tan experto en que me lo chupaba, no tardé en sentir sus labios recorriendo la base de mi pene.
No se si fue el morbo o el miedo a que nos descubrieran pero rápidamente exploté en su boca y cuando lo hice, absorto, vi cómo se tragaba todo mi semen mientras no paraba de gritar el mucho tiempo que saboreaba una buena ración de semen. Si pensaba que ahí se había acabado todo, me equivocaba, porque sin darme tiempo a descansar, girando sobre sí misma, puso su sexo en mi boca.
Al contrario que su hermana, Sara llevaba el coño exquisitamente depilado. Aterrorizado por lo que me estaba obligando hacer, tardé en responderla. La mujer, sin hablar y apretándome suavemente mis testículos, dejó claro que era lo que esperaba de mí y forzado por las circunstancias, comencé a acariciar su clítoris. Su aroma dulzón me embriagó y ya sin reparo, separé sus labios y usando mi lengua como si de mi pene se tratara, empecé a penetrarla mientras que con mis dedos torturaba su botón.
“Sabe tan bien como el de su hermana”, acepté en mi fuero interno.
No recuerdo cuantas veces llegó esa mujer al orgasmo con mi boca pero, tras media hora dándole placer, sentí que bajando por mi cuerpo, cogía mi sexo y sin pedirme opinión, se ensartaba de un solo golpe.
-¡Serás puta!- le dije al sentir como esa puta forzaba mi pene hasta extremos impensables.
Obviando mis quejas, esa zorra usó mi miembro para apuñalarse repetidamente la vagina sin importarle nada más. Decidida a obtener su placer a costa de lo que fuese, me usó como instrumento de su lujuria y no paró hasta que por segunda vez, descargué en su interior.
Con una alegría insana y mientras me dejaba descansar, me dijo desapareciendo por la puerta:
-Con razón mi hermana te mantiene.
Jodido, agotado y nuevamente solo, lloré por la humillación de haber sido violado. Había sido un puto objeto en la lujuria de esa maldita. Y sin ser plenamente consciente de que eso se iba a repetir mientras esa rubia siguiera en Portugal, desee que volviera mi jefa.
Mi jefa vuelve con una sorpresa.
Sobre las doce de la mañana, María volvió al apartamento llevando una bolsa con compras. Al verla entrar supe que tramaba algo. Su sonrisa maliciosa escondía algún plan pero sabiendo que no tardaría en descubrir que cojones había elucubrado, decidí callar y esperar. Conociéndola como la conocía sabía que, si le preguntaba, no me iba a decir nada. Si a eso le añadimos la pseudo-violación de la que había sido objeto por parte de su hermana, era mejor esperar acontecimientos y no forzarlos.
Nada mas entrar se encerró con su hermana en el cuarto de invitados. Me acojonó empezar a oir gritos y suponiendo que esa puta le había contado lo sucedido, preferí no intervenir. Solo al cabo de un cuarto de hora, me mandó llamar. Acudiendo a su llamado, pasé a la habitación para llevarme una sorpresa mayúscula:
“¡Sara estaba atada sobre la cama!”
Sin saber a qué atenerme, me quedé paralizado en el quicio de la puerta. Mi jefa muerta de risa me soltó:
-Cómo la zorra de mi hermana quería follarte, he decidido darle una lección.
-¿Quiere que me la tire?- pregunté totalmente confundido al comprobar el modo tan brutal con el que había inmovilizado a la rubia.
-¡Eres idiota o qué! ¡Eres solamente mío!
-¿Entonces?
Soltando una carcajada, respondió:
-Ya que necesitaba ser follada, voy a satisfacerla. Prepárame su culo, ¡Qué se lo voy a estrenar!
No comprendí el alcance de sus palabras hasta que la vi sacar de una de las bolsas un arnés con un tremendo falo adosado a él:
“La va a destrozar” pensé al comprobar el tamaño de ese aparato pero mas excitado de lo que podía reconocer a esa hija de puta, no me quedó mas remedio que obedecer.
Acercándome a su víctima, le separé los cachetes de su trasero para descubrir que tal y como me había anticipado mi jefa, el ojete con el que me encontré permanecía virgen. Su permiso me dio alas e introduciendo mi cara entre las piernas de la ahora asustada sádica, le introduje dos dedos en el coño mientras la rubia se retorcía pidiendo mi ayuda. Los chillidos de la mujer no consiguieron su objetivo y incrementando el ritmo de mis yemas, seguí violando su interior mientras Doña maría se terminaba de ajustar el arnes.
-María, por favor, ¡No lo hagas!- imploró con lágrimas en los ojos.
Desgraciadamente para ella, la morena no se apiadó de sus lloros y con mayor énfasis, me exigió que la preparara. Siguiendo sus instrucciones, ninguna parte de su cuerpo se libró de mis duros toqueteos. Devolviendo una parte de lo que me me hizo esa mañana. Le pellizqué cruelmente sus pezones antes de dedicarme a su culo. Una vez saciada parcialmente mi venganza, con sadismo violé su esfínter con mis dedos sin usar ningún tipo de lubricación.
-¡Me duele! ¡Maldito!- aulló al sentir como forzaba su ojete.
Temiendo la reacción de Doña María, intenté que no se percatara de que me había puesto bruto y que tenía mi pene tieso. Afortunadamente para mí al ver a su hermana con el el culo en pompa, sin mediar conversación alguna, me separó de ella y separando sus nalgas con las manos, escupió en su ojete mientras metía una de sus yemas para relajarlo.
-Será mejor que no te muevas y me dejes darte por culo. ¡Te dolerá menos!- le dijo obviando las quejas de la pobre mujer.
Cual convidado de piedra, me quedé mirando como la morena poco a poco conseguía su objetivo mientras Sara totalmente acojonada se dejaba hacer.
-¡No sé porque lloras! ¡Zorra!- le soltó al ver sus lagrimas- ¿No es esto lo que venías buscando?
Sacando fuerzas de su flaqueza, Sara le contestó:
-¡No! Cuando me dijiste que en Portugal me iban a follar, ¡No sabía que iba a ser por ti!
-¡Nada es perfecto!- respondió y mientras cogía el artificial pene entre sus manos, soltó una carcajada.
Haciendo caso omiso de su chillido, posó el glande en su hoyo, tras lo cual tanteó su relajación. Al haber comprobado la misma, de un solo golpe lo introdujo por entero en el interior de sus intestinos. La brutalidad fue tal que de Sara no pudo reprimir un alarido mientras de sus ojos afloraron las lágrimas en señal de dolor. La forma en la que invadió su trasero no solo le hizo gritar sino que intentó zafarse del ataque.
Doña María profundizando el sufrimiento de su hermana empezó a sacar y a meter el tremebundo aparato con rápidos movimientos de su cadera.
-¡Sigue llorando puta! ¡Me ponen bruta!- berreó mi jefa ya absorta en su función.
Apiadandome de Sara, llevé mis manos a su coño y la empecé a masturbar mientras su hermana seguía campeando libremente sobre su culo. Mi antigua torturadora al sentir sus dos entradas forzadas, apretó sus mandíbulas intentando relajarse pero le resultó imposible porque con un sonoro azote, Doña Maria le ordenó que se moviera. Los chillidos de la rubia al sentir los ataques en su culo fueron atroces, demostración palpable del daño que estaba experimentando en su cuerpo.
Al cabo de unos minutos y ya con su esfínter relajado, la rubia fue empezando a relajarse de manera que empezó a experimentar placer cada vez que mi jefa la penetraba.
-¡Dios!- aulló al sentir los primeros síntomas del orgasmo y retorciéndose sobre las sábanas, buscó el placer pegando otro berrido.
Curiosamente, su hermana se mostró menos dura y mas cariñosa al sentir que se aproximaba el clímax de su víctima y con una breve orden me pidió que la besara. Al acercar mis labios a los de Sara, pegando gritos y con su cuerpo convulsionando, se corrió mientras Doña María seguía retozando en el interior de su culo. Al oír su orgasmo, dejó de torturarla y ya claramente excitada me pidió que me la follara.
Sin sacar el aparato del culo de la rubia, puso su culo en pompa dándome acceso. Incapaz de discernir por donde quería que me la tirase, se lo pregunté:
-¡Eres imbécil!- contestó sin aclarar nada.
Asustado por la decisión, acerqué mi pene a su coño. Al sentir que lo tenía totalmente empapado, se lo fui metiendo poco a poco mientras la morena reiniciaba el acoso sobre el culo de su hermana. Sara al sentir nuevamente hoyado su esfínter, gritó pero esta vez de placer.
No sé qué fue lo que provocó que mi jefa se contagiara del orgasmo de su hermana, si la acción de mi miembro en el interior de su chocho o los gemidos de Sara pero lo cierto es que casí no había empezado a moverme cuando pegando un aullido se corrió como una puta y cayendo sobre la rubia, se derrumbó exhausta.
Quise seguir tirándomela pero separándome de un empujón, me soltó:
-¡Quédate quieto!.
Mas excitado de lo humanamente posible, me humillé diciendo:
-Por favor, necesito correrme.
Fue entonces cuando desatando a su hermana, me ordenó:
-Mastúrbate para nosotras-
Mientras Sara se incorporaba sobre la cama, intenté protestar pero al chocar contra su total intransigencia, decidí cumplir su capricho. Cogiendo mi pene entre mis manos, empecé a pajearme mientras desde el colchón esas dos putas me miraban. Increíblemente Sara había olvidado la afrenta y con su respiración agitada, se me quedó mirando. Alucinando observé que sus pezones se erizaban aun antes de que me empezase a tocar.
Con mi mente y mi cuerpo entablando una lucha entre la humillación que sentía y la calentura que dominaba mi cuerpo, seguí masturbándome. No tuve que ser ningún genio para comprender que mi jefa estaba probando a su pariente y supe de antemano quién iba a ganar.
-Acércate- me exigió.
En cuanto me aproximé, cogió a su Sara de la melena y poniendo mi pene entre sus labios, le preguntó:
-¿Quieres mamársela?
-Sí- le contesto.
Disfrutando de su poder, la soltó un bofetón diciendo:
-Esa polla es solamente mía- y soltando una carcajada, le soltó: -Si quieres mamar, ¡Mama mi coño!
Colaborando con ella, cogí la cabeza de Sara y la puse entre sus piernas sin que me lo pidieran. ¿Por qué hice eso? Os preguntareis:
¡Claramente me apetecía ver como su hermana se comía el coño de mi jefa!
La rubia al sentirse desvalida no pudo desobedecer y separando los pliegues del sexo que tenía enfrente, sacó su lengua y se puso a dar largos lametazos sobre el clítoris de Doña María. El brillo que manaba de su coño desnudo me anticipó que estaba cachonda y por eso decidí acercar mi pene a su boca.
Fue entonces cuando mi jefa me dijo antes de meterse mi miembro en su boca:
-Acaríciame los pechos.
Esa orden emitida solo para mí pero produjo un fenómeno curioso puesto que tanto Sara como yo obedecimos cogiéndole las peras. Sin que se lo hubiese mandado, Sara me imitó y cogiendo uno de los pezones de la morena entre los dedos, empezó a acariciarlo. Mi jefa al sentir las caricias de ambos pegó un gemido y ya incapaz de contenerse, se dedicó a mi miembro mientras su hermana se apoderara de su sexo.
Entusiasmado por el modo en que se iban desarrollando las cosas, me concentré en la rosada aureola de mi superiora sin darme cuenta de que como me estaba afectando su mamada y mientras Sara le incrustaba dos dedos en el interior, la morena me ordenó:
-¡Córrete ya!, ¡Necesito mi ración de leche!
La explosión de mi pene coincidió con su climax y mientras se dedicaba a absorber el semen que brotaba de mi sexo, se corrió. Ya totalmente verraca, Doña Maria buscó mi simiente mientras los dedos de su pariente seguían torturando su ansioso sexo.
Os juro que fue impresionante sentir como me dejaba seco mientras su cuerpo se retorcía de placer pero mas observar que Sara venciendo su natural reluctancia a lo que estaba siendo obligada a hacer, se masturbaba con frenesí mientras su lengua seguía dando cuenta del coño de la morena.
-¡Me corro!- berreó mi jefa olvidándose de mi verga y presionando la cabeza de la rubia contra su entrepierna.
Sus palabras fueron el acicate que necesitaba Sara para ya sin ningún tipo de resquemor follarla con sus dedos. Esa maniobra prolongó el éxtasis de mi jefa que retorciéndose sobre las sábanas. Esa visión fue mas de lo que pude aguantar y con mi pene nuevamente tieso, separé a la mujer y acercándome a mi jefa, introduje de un solo empujón mi sexo en su coño.
Doña María, agradecida al sentir mi polla retozando en su interior, gimió de placer mientras no dejaba de mover sus caderas. La sobre excitación que asolaba su cuerpo la llevó de un orgasmo a otro mientras yo seguía machacando su chocho con mi instrumento.
-¡Te deseo!- gritó sorprendida por la fuerza de sus sensaciones.
Sin saber todavía lo que se avecinaba, le contesté que yo también sin dejar de penetrarla. Lo que no me esperaba fue que mi jefa se abrazara a mí y llorando me preguntase si también la quería.
-¡Más que a nadie en este mundo!- respondí con sinceridad porque lo quisiera o no, estaba prendado de ella.
La morena al oírme se volvió a correr mientras Sara convulsionaba a su lado con los dedos metidos en el interior de su coño. Ver a esas dos presas de la lujuria fue superior a mis fuerzas y derramándome con brutales sacudidas, llegué al orgasmo. Mi eyaculación fue total y vaciando mi semen en el coño de mi jefa, asolé con ello también la última de sus defensas. Ya agotada sobre el colchón, se quedó en silencio durante un minuto.
Debió estar meditando lo sucedido mirándome por primera vez con cariño y me dijo:
-Túmbate a mi lado y abrázame.
Sintiéndose marginada, Sara protestó diciendo:
-¿Y Yo?
Al oírla su hermana, le dijo:
-Bésame y si lo haces bien quizás te preste a mi hombre.
Pegando un grito de alegría, se lanzó sobre los brazos de su querida pariente.
Un buen día, el piso de al lado se ocupa. Marcos, un abogado, se sorprende al descubrir que sus vecinas son la esposa y la hermana de un narco que defendió. Todo se complica por la atracción que demuestran por él. Cuando ya no creía que podría sorprenderle, esas dos mujeres sacan los trapos sucios de su propia familia y para colmo, reconocen ser la jefas de una secta de fanáticos, llamada LA HERMANDAD.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Capítulo uno.
Estoy jodido. Mi ritmo de vida se ha visto alterado por culpa de mis vecinas. Hasta hace seis meses, siempre me había considerado un perro en lo que respecta a mujeres y aun así, con cuarenta y tres años, me he visto sorprendido por la actitud que han mostrado desde que se mudaron al ático de al lado.
Todavía recuerdo el sábado que hicieron la mudanza. Ese día tenía una resaca monumental producto de la ingesta incontrolada de Whisky a la que estoy fatalmente habituado. Me había acostado pasadas las seis de la madrugada con una borrachera de las que hacen época pero con una borracha del montón.
Estaba durmiendo cuando sin previo aviso, llegó a mis oídos el escándalo de los trabajadores de la empresa de mudanza subiendo y colocando los muebles. Tardé en reconocer la razón de tamaño estrépito, el dolor de mi cabeza me hizo levantarme y sin darme cuenta que como única vestimenta llevaba unos calzoncillos, salí al rellano a ver cuál era la razón de semejante ruido. Al abrir la puerta me encontré de bruces con un enorme aparador que bloqueaba la salida de mi piso. Hecho una furia, obligué a los operarios a desbloquear el paso y cabreado volví a mi cama.
En mi cuarto, María, una asidua visitante de la casa, se estaba vistiendo.
―Marcos. Me voy. Gracias por lo de ayer.
En mis planes estaba pasarme todo el fin de semana retozando con esa mujer, pero gracias a mis “amables vecinos” me lo iba a pasar solo. Comprendiendo a la mujer, no hice ningún intento para que cambiara de opinión. De haber sido al revés, yo hubiera tardado incluso menos tiempo en salir huyendo de ese infierno.
―Te invito a tomar un café al bar de abajo― le dije mientras me ponía una camiseta y un pantalón corto. Necesitaba inyectarme en vena cafeína.
Mi amiga aceptó mi invitación de buen grado y en menos de cinco minutos estábamos sentados en la barra desayunando. Ella quiso que me fuera a su casa a seguir con lo nuestro pero ya se había perdido la magia. Sus negras ojeras me hicieron recordar una vieja expresión: “ayer me acosté a las tres con una chica diez, hoy me levanté a las diez con una chica tres”. Buscando una excusa, rechacé su oferta amablemente prometiéndole que el siguiente viernes iba a invitarla a cenar en compensación. Prefería quedarme solo a tener que volver a empezar con el galanteo con ese gallo desplumado que era María sin el maquillaje. Ambos sabíamos que era mentira, nuestra relación consiste solo en sexo esporádico, cuando ella o yo estábamos sin plan, nos llamábamos para echar un polvo y nada más.
Al despedirnos, decidí salir a correr por el Retiro con la sana intención de sudar todo el alcohol ingerido. Tengo la costumbre de darle cuatro vueltas a ese parque a diario, pero ese día fui incapaz de completar la segunda. Con el bofe fuera, me tuve que sentar en uno de sus bancos a intenta normalizar mi respiración. “Joder, anoche me pasé”, pensé sin reconocer que un cuarentón no tiene el mismo aguante que un muchacho y que aunque había bebido en exceso, la realidad de mi estado tenía mucho más que ver con mi edad. Con la moral por los suelos, volví a mi piso.
Había trascurrido solo dos horas y por eso me sorprendió descubrir que habían acabado con la mudanza. Encantado con el silencio reinante en casa, me metí en la sauna que había hecho instalar en la terraza. El vapor obró maravillas, abriendo mis poros y eliminando las toxinas de poblaban mis venas. Al cabo de media hora, completamente sudado salí y sin pensar en que después de dos años volvía a tener vecinos, me tiré desnudo a la pequeña piscina que tengo en el segundo piso del dúplex donde vivo. Sé que es un lujo carísimo, pero después de quince años ejerciendo como abogado penalista es un capricho al que no estoy dispuesto a renunciar. Estuve haciendo largos un buen rato, hasta que el frio de esa mañana primaveral me obligó a salir.
Estaba secándome las piernas cuando a mi espalda escuché unas risas de mujer. Al girarme, descubrí que dos mujeres, que debían rondar los treinta años, estaban mirándome al otro lado del murete que dividía nuestras terrazas. Avergonzado, me enrollé la toalla y sonriendo en plan hipócrita, me metí de nuevo en mi habitación.
«¡Mierda!, voy a tener que poner un seto si quiero seguir bañándome en pelotas», me dije molesto por la intromisión de las dos muchachas.
Acababa de terminar de vestirme cuando escuché que alguien tocaba el timbre, y sin terminar de arreglarme salí a ver quién era. Me sorprendió toparme de frente con mis dos vecinas. Debido al corte de verme siendo observado, ni siquiera había tenido tiempo de percatarme que además de ser dos preciosidades de mujer, las conocía:
Eran Tania y Sofía, la esposa y la hermana de Dmitri Paulovich, un narco al que había defendido hacía tres meses y que aprovechando que había conseguido sacarle de la trena mediante una elevada fianza, había huido de España, o al menos eso era lo que se suponía. Sin saber que decir, les abrí la puerta de par en par y bastante más asustado de lo que me hubiese gustado reconocer les pregunté en qué podía servirles.
Tanía, la mujer de ese sanguinario, en un perfecto español pero imbuido en un fuerte acento ruso, me pidió perdón si me habían molestado sus risas pero que les había sorprendido darse cuenta que su vecino no era otro que el abogado de su marido.
―Soy yo el que les tiene que pedir perdón. Llevo demasiado tiempo sin vecinos, y me había acostumbrado a nadar desnudo. Lo siento no se volverá a repetir.
―No se preocupe por eso. En nuestra Rusia natal el desnudo no es ningún tabú. Hemos venido a invitarle a cenar como muestra de nuestro arrepentimiento.
La naturalidad con la que se refirió a mi escena nudista, me tranquilizó y sin pensármelo dos veces, acepté su invitación, tras lo cual se despidieron de mí con un “hasta luego”. De haber visto como Sofía me miraba el culo, quizás no hubiese aceptado ir esa noche a cenar, no en vano su hermano era el responsable directo de medio centenar de muertes.
Al cerrar la puerta, me desmoroné. Había luchado duro para conseguir un estatus y ahora de un plumazo, mi paraíso se iba a convertir en un infierno. Vivir pared con pared con uno de los tipos más peligroso de toda el hampa ruso era una idea que no me agradaba nada y peor, si ese hombre me había pagado una suculenta suma para conseguir que le sacara. Nadie se iba a creer que nuestra relación solo había consistido en dos visitas a la cárcel y que no tenía nada que ver con sus sucios enjuagues y negocios. Hecho un manojo de nervios, decidí salir a comer a un restaurante para pensar qué narices iba a hacer con mi vida ahora que la mafia había llamado a mi puerta. Nada más salir, comprendí que debía de vender mi casa y mudarme por mucho que la crisis estuviera en su máximo apogeo. En el portal de mi casa dos enormes sicarios estaban haciendo guardia con caras de pocos amigos.
Durante la comida, hice un recuento de los diferentes escenarios con los que me iba a encontrar. Si seguía viviendo a su lado, era un hecho que no iba a poderme escapar de formar parte de su organización, pero si me iba de espantada, ese hijo de puta se enteraría y podía pensar que no le quería como vecino, lo que era en la práctica una condena a muerte. Hiciera lo que hiciese, estaba jodido. «Lo mejor que puedo hacer es ser educado pero intentar reducir al mínimo el trato», pensé mientras me prometía a mí mismo que esa noche iba a ser la primera y última que cenara con ellos.
Recordando las normas de educación rusa, salí a comprar unos presentes que llevar a la cena. Según su estricto protocolo el invitado debía de llevar regalos a todos los anfitriones y como no sabía si Dmitri estaba escondido en la casa, opté por ser prudente y decidí también comprarle a él. No me resultó fácil elegir, un mafioso tiene de todo por lo que me incliné por lo caro y entrando en Loewe le compré unos gemelos de oro. Ya que estaba allí, pedí consejo a la dependienta respecto a las dos mujeres.
―A las rusas les encantan los pañuelos― me respondió.
Al salir por la puerta, mi cuenta corriente había recibido un bajón considerable pero estaba contento, no iban a poderse quejar de mi esplendidez. No me apetecía volver a casa, por lo que para hacer tiempo, me fui al corte inglés de Serrano a comprarme un traje. De vuelta a mi piso, me dediqué a leer un rato en una tumbona de la piscina, esperando que así se me hiciera más corta la espera. Estaba totalmente enfrascado en la lectura, cuando un ruido me hizo levantar mi mirada del libro. Sofía, la hermana pequeña del mafioso, estaba dándose crema completamente desnuda en su terraza. La visión de ese pedazo de mujer en cueros mientras se extendía la protección por toda su piel, hizo que se me cayera el café, estrellándose la taza contra el suelo.
Asustado, me puse a recoger los pedazos, cuando de repente escuché que me decía si necesitaba ayuda. Tratando de parecer tranquilo, le dije que no, que lo único que pasaba era que había roto una taza.
―¿Qué es lo que ponerle nervioso?― contestó.
Al mirarla, me quedé petrificado, la muchacha se estaba pellizcando su pezones mientras con su lengua recorría sensualmente sus labios. Sin saber qué hacer ni que responder, terminé de recoger el estropicio y sin hablar, me metí a la casa. Ya en el salón, miré hacia atrás a ver que hacía. Sofía, consciente de ser observada, se abrió de piernas y separando los labios de su sexo, empezó a masturbarse sin pudor. No tuve que ver más, si antes tenía miedo de tenerles de vecinos, tras esa demostración estaba aterrorizado. Dmitri era un hijo de perra celoso y no creí que le hiciera ninguna gracia que un picapleitos se enrollara con su hermanita.
« Para colmo de males, la niña es una calientapollas», pensé mientras trataba de tranquilizarme metiéndome en la bañera. «Joder, si su hermano no fuera quién es, le iba a dar a esa cría lo que se merece», me dije al recordar lo buenísima que estaba, «la haría berrear de placer y la pondría a besarme los pies».
Excitado, cerré los ojos y me dediqué a relajar mi inhiesto miembro. Dejándome llevar por la fantasía, visualicé como sería ponerla en plan perrito sobre mis sabanas. Me la imaginé entrando en mi habitación y suplicando que le hiciera el amor. En mi mente, me tumbé en la cama y le ordené que se hiciera cargo de mi pene. Sofía no se hizo de rogar y acercando su boca, me empezó a dar una mamada de campeonato. Me vi penetrándola, haciéndola chillar de placer mientras me pedía más. En mi mente, su cuñada, alertada por los gritos, entraba en mi cuarto. Al vernos disfrutando, se excitó y retirando a la pelirroja de mí, hizo explotar mi sexo en el interior de su boca.
Era un imposible, aunque se metieran en mi cama desnudas nunca podría disfrutar de sus caricias, era demasiado peligroso, pero el morbo de esa situación hizo que no tardara en correrme. Ya tranquilo, observé que sobre el agua mi semen navegaba formando figuras. «¡Qué desperdicio!», exclamé para mí y fijándome en el reloj, supe que ya era la hora de vestirme para la cena.
A las nueve en punto, estaba tocando el timbre de su casa. Para los rusos la puntualidad es una virtud y su ausencia una falta de educación imperdonable. Una sirvienta me abrió la puerta con una sonrisa y, cortésmente, me hizo pasar a la biblioteca. Tuve que reconocer que la empresa de mudanzas había hecho un buen trabajo, era difícil darse cuenta que esas dos mujeres llevaban escasas doce horas en ese piso. Todo estaba en su lugar y en contra de lo que me esperaba, la elección de la decoración denotaba un gusto que poco tenía que ver con la idea preconcebida de lo que me iba encontrar. Había supuesto que esa familia iba hacer uso de la típica ostentación del nuevo rico. Sobre la mesa, una botella de vodka helado y tres vasos.
―Bienvenido―, escuché a mi espalda. Al darme la vuelta, vi que Tanía, mi anfitriona, era la que me había saludado. Su elegancia volvió a sorprenderme. Enfundada en un traje largo sin escote parecía una diosa. Su pelo rubio y su piel blanca eran realzados por la negra tela.
―Gracias― respondí ―¿su marido?
―No va a venir, pero le ha dejado un mensaje― me contestó y con gesto serio encendió el DVD.
En la pantalla de la televisión apareció un suntuoso despacho y detrás de la mesa, Dmitri. No me costó reconocer esa cara, puesto que, ya formaba parte de mis pesadillas. Parecía contento, sin hacer caso a que estaba siendo grabado, bromeaba con uno de sus esbirros. Al cabo de dos minutos, debieron de avisarle y dirigiéndose a la cámara, empezó a dirigirse a mí.
―Marcos, ¡Querido hermano!, siento no haberme podido despedirme de ti pero, como sabes mis negocios, requerían mi presencia fuera de España. Solo nos hemos visto un par de veces pero ya te considero de mi sangre y por eso te encomiendo lo más sagrado para mí, mi esposa y mi dulce hermana. Necesito que no les falte de nada y que te ocupes de defenderlas si las autoridades buscan una posible deportación. Sé que no vas a defraudar la confianza que deposito en ti y como muestra de mi agradecimiento, permíteme darte este ejemplo de amistad.
En ese momento, su esposa puso en mis manos un maletín. Dudé un instante si abrirlo o no, ese cabrón no había pedido mi opinión, me estaba ordenando no solo que me hiciera cargo de la defensa legal de ambas mujeres sino que ocupara de ellas por completo.
«No tengo más remedio que aceptar sino lo hago soy hombre muerto», pensé mientras abría el maletín. Me quedé sin habla al contemplar su contenido, estaba repleto de fajos de billetes de cien euros. No pude evitar exclamar:
―¡Debe haber más de quinientos mil euros!
―Setecientos cincuenta mil, exactamente― Tania rectificó. ―Es para cubrir los gastos que le ocasionemos durante los próximos doce meses.
«¡Puta madre! Son ciento veinticinco millones de pesetas, por ese dinero vendo hasta mi madre», me dije sin salir de mi asombro. El ruso jugaba duro, si aguantaba, sin meterme en demasiados líos, cinco años, me podía jubilar en las Islas vírgenes.
―Considéreme su abogado― las informé extendiendo la mano.
La mujer, tirando de ella, me plantó un beso en la mejilla y al hacerlo pegó su cuerpo contra el mío. Sentir sus pechos me excitó. La mujer se dio cuenta y alargando el abrazo, sonriendo, me respondió cogiendo la botella de la mesa:
―Hay que celebrarlo.
Sirvió dos copas y de un solo trago se bebió su contenido. Al imitarla, el vodka quemó dolorosamente mi garganta, haciéndome toser. Ella se percató que no estaba habituado a ese licor y aun así las rellenó nuevamente, alzando su copa, hizo un brindis en ruso que no comprendí y al interrogarla por su significado, me respondió:
― Qué no sea ésta la última vez que bebemos juntos, con ayuda de Dios.
Es de todos conocidos la importancia que dan lo eslavos a los brindis, y por eso buscando satisfacer esa costumbre, levanté mi bebida diciendo:
―Señora, juro por mi honor servirla. ¡Que nuestra amistad dure muchos años!
Satisfecha por mis palabras, vació su vodka y señalándome el mío, esperó a que yo hiciera lo mismo. No me hice de rogar, pensaba que mi estómago no iba a soportar otra agresión igual pero en contra de lo que parecía lógico, ese segundo trago me encantó. En ese momento, Sofía hizo su entrada a la habitación, preguntando que estábamos celebrando. Su cuñada acercándose a ella, le explicó:
―Marcos ha aceptado ser el hombre de confianza de Dmitri, sabes lo que significa, a partir de ahora debes obedecerle.
―Por mí, estar bien. Yo contenta― respondió en ese español chapurreado tan característico, tras lo cual me miró y poniéndose melosa, dijo: ―no dudar de colaboración mía.
Su tono me puso la piel de gallina. Era una declaración de guerra, la muchacha se me estaba insinuando sin importarle que la esposa de su hermano estuviera presente. Tratando de quitar hierro al asunto, decidí preguntarles si había algo urgente que tratar.
―Eso, ¡mañana! Te hemos invitado y la cena ya está lista―, contestó Tanía, zanjando el asunto.
―Perdone mi despiste, señora, le he traído un presente― dije dando a cada una su paquete. La dependienta de Loewe había acertado de pleno, a las dos mujeres les entusiasmó su regalo. Según ellas, se notaba que conocía al sexo femenino, Dmitri les había obsequiado muchas cosas pero ninguna tan fina.
―¿Pasamos a cenar?― preguntó Tania.
No esperó mi respuesta, abriendo una puerta corrediza me mostró el comedor. Al entrar estuve a punto de gritar al sentir la mano de Sofía magreándome descaradamente el culo. Intenté que la señora de la casa no se diera cuenta de los toqueteos que estaba siendo objeto pero dudo mucho que una mujer, tan avispada, no se percatara de lo que estaba haciendo su cuñada. Con educación les acerqué la silla para que se sentaran.
―Eres todo un caballero― galantemente me agradeció Tania. ―En nuestra patria se ha perdido la buena educación. Ahora solo abundan los patanes.
Esa rubia destilaba clase por todos sus poros, su delicado modo de moverse, la finura de sus rasgos, hablaban de sus orígenes cien por cien aristocráticos. En cambio, Sofía era un volcán a punto de explotar, su enorme vitalidad iba acorde con el tamaño de sus pechos. La naturaleza la había dotado de dos enormes senos, que en ese mismo instante me mostraba en su plenitud a través del escote de su vestido.
«Tranquilo macho, esa mujer es un peligro», tuve que repetir mentalmente varias veces para que la excitación no me dominara: «Si le pones la mano encima, su hermano te corta los huevos». La incomodidad inicial se fue relajando durante el trascurso de la cena. Ambas jóvenes no solo eran unas modelos de belleza sino que demostraron tener una extensa cultura y un gran sentido del humor, de modo que cuando cayó la primera botella, ya habíamos entrado en confianza y fue Sofía, la que preguntó si tenía novia.
―No, ninguna mujer con un poco de sentido común me aguanta. Soy el prototipo de solterón empedernido.
―Las españolas no saber de hombres, ¿Verdad?
Esperaba que Tanía, cortarse la conversación pero en vez de ello, contestó:
―Si, en Moscú no duras seis meses soltero. Alguna compatriota te echaría el lazo nada más verte.
―¿El lazo? Y ¡un polvo!― soltó la pelirroja con una sonrisa pícara.
Su cuñada, lejos de escandalizarse de la burrada que había soltado la pelirroja, se destornilló de risa, dándole la razón:
―Si nunca he comprendido porqué en España piensan que las rusas somos frías, no hay nadie más caliente que una moscovita. Sino que le pregunten a mi marido.
Las carcajadas de ambas bellezas fueron un aviso de que me estaba moviendo por arenas movedizas y tratando de salirme del pantano en el que me había metido, contesté que la próxima vez que fuera tenía que presentarme a una de sus amigas. Fue entonces cuando noté que un pie desnudo estaba subiendo por mi pantalón y se concentraba en mi entrepierna. No tenía ninguna duda sobre quien era la propietaria del pie que frotaba mi pene. Durante unos minutos tuve que soportar que la muchacha intentara hacerme una paja mientras yo seguía platicando tranquilamente con Tania. Afortunadamente cuando ya creía que no iba a poder aguantar sin correrme, la criada llegó y susurró al oído de su señora que acababan de llegar otros invitados.
Sonriendo, me explicó que habían invitado a unos amigos a tomar una copa, si no me importaba, tomaríamos el café en la terraza. Accedí encantado, ya que eso me daba la oportunidad de salir airoso del acoso de Sofía. Camino de la azotea volví a ser objeto de las caricias de la pelirroja. Con la desfachatez que da la juventud, me agarró de la cintura y me dijo que estaba cachonda desde que me vio desnudo esa mañana. Tratando de evitar un escándalo, no tuve más remedio que llevármela a un rincón y pedirle que parara que no estaba bien porque yo era un empleado de Dmitri,
La muchacha me escuchó poniendo un puchero, para acto seguido decirme:
―Yo dejarte por hoy pero tú dame beso.
No sé por qué cedí a su chantaje y cogiéndola entre mis brazos acerqué mis labios a los suyos. Si pensaba que se iba a conformar con un morreo corto, estaba equivocado, pegándose a mí, me besó sensualmente mientras rozaba sin disimulo su sexo contra mi pierna. Tenía que haberme separado en ese instante pero me dejé llevar por la lujuria y agarrando sus nalgas, profundicé en ella de tal manera que si no llega a ser porque escuchamos que los invitados se acercaban la hubiese desnudado allí mismo.
«¡Cómo me pone esta cría!», pensé mientras disimulaba la erección.
Tania, ejerciendo de anfitriona, me introdujo a las tres parejas. Dos de ellas trabajaban en la embajada mientras que el otro matrimonio estaba de visita, lo más curioso fue el modo en que me presentó:
―Marcos es el encargado de España, cualquier tema en ausencia de mi marido tendréis que tratarlo con él.
Las caras de los asistentes se transformaron y con un respeto desmedido se fueron presentado, explicando cuáles eran sus funciones dentro de la organización. Asustado por lo súbito de mi nombramiento, me quedé callado memorizando lo que me estaban diciendo. Cuando acabaron esperé a que Tania estuviese sola y acercándome a ella, le pedí explicaciones:
―Tú no te preocupes, poca gente lo sabe pero yo soy la verdadera jefa de la familia. Cuando te lleguen con un problema, solo tendrás que preguntarme.
Creo que fue entonces cuando realmente caí en la bronca en la que me había metido. Dmitri no era más que el lacayo que su mujer usaba para sortear el machismo imperante dentro de la mafia y ella, sabiendo que su marido iba a estar inoperante durante largo tiempo, había decidido sustituirlo por mí. Estaba en las manos de esa bella y fría mujer. Sintiéndome una mierda, cogí una botella y sentado en un rincón, empecé a beber sin control. Desconozco si me pidieron opinión o si lo dieron por hecho, pero al cabo de media hora la fiesta se trasladó a mi terraza porqué la gente quería tomarse un baño. Totalmente borracho aproveché para ausentarme y sin despedirme, me fui a dormir la moña en mi cama.
Debían de ser las cinco de la madrugada cuando me desperté con la garganta reseca. Sin encender la luz, me levanté a servirme un coctel de aspirinas que me permitiera seguir durmiendo. Tras ponerme el albornoz, salí rumbo a la cocina pero al cruzar el salón, escuché que todavía quedaba alguien de la fiesta en la piscina. No queriendo molestar pero intrigado por los jadeos que llegaban a mis oídos, fui sigilosamente hasta la ventana para descubrir una escena que me dejó de piedra. Sobre una de las tumbonas, Tania estaba totalmente desnuda y Sofía le estaba comiendo con pasión su sexo. No pude retirar la vista de esas dos mujeres haciendo el amor. La rubia con la cabeza echada hacia atrás disfrutaba de las caricias de la hermana de su marido mientras con sus dedos no dejaba de pellizcarse los pechos. Era alucinante ser coparticipe involuntario de tanto placer, incapaz de dejar de mirarlas mi miembro despertó de su letargo e irguiéndose, me pidió que le hiciera caso. Nunca he sido un voyeur pero reconozco que ver a Sofía disfrutando del coño de Tania era algo que jamás iba a volver a tener la oportunidad de ver y asiéndolo con mi mano, empecé a masturbarme.
Llevaban tiempo haciéndolo porque la rubia no tardó en retorcerse gritando mientras se corría en la boca de su amante. Pensé que con su orgasmo había terminado el espectáculo, pero me llevé una grata sorpresa al ver como cambiaban de postura y Sofía se ponía a cuatro patas, para facilitar que las caricias de la otra mujer. Fue entonces cuando me percaté que Tanía estaba totalmente depilada y que encima tenía un culo de infarto. Completamente dominado por la lujuria, disfruté del modo en que le separó las nalgas. Mi recién estrenada jefa sacando su lengua se entretuvo relajando los músculos del esfínter. Sofía tuvo que morderse los labios para no gritar al sentir que su ano era violado por los dedos de la mujer.
Si aquello ya era de por sí alucinante, más aún fue ver que Tanía se levantaba y se ajustaba un arnés con un tremendo falo a su cintura. Le susurró unas dulces palabras mientras se acercaba y colocando la punta del consolador en el esfínter de su indefensa cuñada, de un solo golpe se lo introdujo por completo en su interior. Sofía gritó al sentir que se desgarraba por dentro, pero no intentó liberarse del castigo, sino que meneando sus caderas buscó amoldarse al instrumento antes de empezar a moverse como posesa. Su cuñada esperó que se acomodase antes de darle una fuerte nalgada en el culo. Fue el estímulo que ambas necesitaban para lanzarse en un galope desbocado. Para afianzarse, la rubia uso los pechos de su cuñada como agarre y mordiéndole el cuello, cambió el culo de la muchacha por su sexo y con fuerza la penetró mientras su indefensa víctima se derrumbaba sobre la tumbona. Los gemidos de placer de Sofía coincidieron con mi orgasmo y retirándome sin hacer ruido, volví a mi cama aún más sediento de lo que me levanté.
«Hay que joderse, pensaba que la fijación de Sofía por mí me iba a traer problemas con Dmitri, pero ahora resulta que también es la putita de su cuñada. Sera mejor que evite cualquier relación con ella».
Gracias a todos mis lectores por el interés en las desventuras de Shadow Angel. Fuisteis varios los interesados en ver un final “no tan dulce”. Os traigo esta conclusión alternativa. No dejéis de escribir vuestros comentarios. Me gustaría saber veustra opinión.
Detroit. Primera hora de la mañana. Prisión de Hard Rock. Peche Island
El plan iba sobre ruedas. Antes de su captura, Skull había escondido varios artefactos explosivos por la ciudad que ahora les servirían para generar el caos necesario para poder escapar sin peligro.Cuando los reclusos terminaron con Shadow Angel sacaron a todas las chicas de la prisión sin ningún tipo de inconveniente. Todas menos una. En la prisión no quedaba casi nadie, excepto Skull, y una veintena de reclusos que se habían quedado montando guardia hasta el último momento. Una simple medida de prevención ante una posible intervención policial que no se produjo, otras preocupaciones tenía la policía.
Mikoto Amy estaba completamente acabada. Se encontraba en el patio interior de la prisión de Black Rock, inmovilizada a un cepo que aquellos tipos sacaron de una de las celdas de castigo, completamente desnuda. Su pelo ya no era suave y sedoso sino que estaba sucio y enmarañado. Ese artilugio le sujetaba firmemente la cabeza y las manos, sus piernas estaban esposadas a las patas del cepo, forzándola a mantenerlas abiertas. Skull estaba satisfecho con el aspecto que presentaba, como más humillada estuviera la chica, más fácil sería moldear su carácter de acuerdo con lo que tenía planeado para ella.
Aquellos individuos le tenían auténticas ganas a Shadow Angel y se habían divertido enormemente. Su cara, su pelo, su espalda, casi todo su cuerpo estaba cubierto por las pegajosas eyaculaciones de quienes habían disfrutado de cada rincón de su piel. Cuando la sujetaron en el cepo, uno de los reclusos tuvo la genial idea de coger un rotulador y garabatear “zorra” en su trasero. Pronto el resto de individuos se sumaron a la iniciativa y llenaron cada rincón de su piel con insultos: “comepollas” tenía escrito en la frente, “usadme” había garabateado en su escote… otros pusieron su firma en su piel, otros dibujaron penes. Amy no llevaba más de dos horas en ese cepo pero le parecían semanas. La chica tenía todo el cuerpo dolorido y mantenía la mirada fija en el suelo, contemplando el uniforme de Shadow Angel, convertido en un sucio amasijo. Su rota katana y su equipo estaban encima, como recuerdo de su derrota.
Par mayor burla, Skull había hecho desfilar a las chicas ante la desnuda e indefensa heroína. Amy simplemente no pudo aguantar tal humillación, ver salir las primeras chicas, ver sus miradas de lástima y desesperación fue demasiado. La chica cerró fuertemente los ojos para evitar ver como la miraban. No iba a poder resistir la mirada de Claire o Felina. Simplemente no podría resistirlo. Así que había estado incontables minutos, con los ojos cerrados mientras las chicas, poco a poco, pasaban ante ella camino de su nefasto destino.
Skull se retiró al interior del edificio. No había tiempo que perder, todo estaba a punto y sólo faltaba que él y Amy abandonaran el edificio. Evidentemente, los reclusos que habían quedado como refuerzo, pese a lo que les había prometido, no iban a salir de allí. Aunque tampoco iba a dejar cabos sueltos. Pronto los gritos y los disparos llenaron el edificio, para poco a poco silenciarse.
Aún no había pasado media hora que Skull regresó al patio, cargaba una pesada jaula con barrotes de hierro. Un artilugio utilizado para aislar e intimidar a los presos más violentos. La dejó caer enfrente de la derrotada heroína.
-Ahora te soltaré, y quiero que tu solita te metas ahí dentro ¿vale? No me hagas obligarte a ello.- Dijo el villano acariciando suavemente el pelo de Shadow Angel en un falso gesto tranquilizador.
Mientras Skull rompía los candados, la chica contempló la jaula y sospesó sus opciones. En todo el edificio sólo quedaban ellos dos. Si había un momento en que debía aprovechar para escapar era ese. Pero meditó unos instantes ¿dónde iría? Su identidad había sido expuesta de la forma más denigrante posible. Su familia no querría saber nada de ella, aunque lograra escapar de allí, sus padres ni tan siquiera le abrirían la puerta de casa. Y sus amigos, ¿cómo iba a mirarles a la cara? Su mejor amiga iba camino de un aciago destino del que ella había sido incapaz de salvarla. ¿Cómo podría aguantar las miradas de desprecio que le dirigirían? Y Tom… No quería ni pensar en qué le diría el chico. Ser vendida a un rico dictador africano, o ser la concubina de Skull era una salida mucho mejor que la que le esperaría en caso de escapar. Ni tan siquiera intentaría luchar contra ello, simplemente se resignaría a aceptar su destino. Se sentía la viva imagen de la derrota, aunque escapara, nadie iba a dar la cara por ella.
Contempló la jaula con indiferencia, su cuerpo cabría dentro, pero quedaría en una incómoda posición, permanentemente acurrucada, sin poder ponerse tan siquiera de rodillas. Como si fuera una mascota camino a una nueva vivienda. Cuando estuvo libre del cepo, se dejó caer al suelo, estaba agotada y tenía sus músculos agarrotados. No intentaría escapar, pero tampoco le apetecía entrar allí dentro. Si en el cepo estaba incómoda, en la jaula lo estaría aún más. Miró a Skull con ojos suplicantes, implorándole algo de clemencia, pero la mirada del villano no dejaba lugar a dudas. Si ella no entraba voluntariamente, la haría entrar a la fuerza.
Al final Amy se resignó. Si osaba contrariarlo aún sería peor. Había luchado contra él en plena forma y había sido plenamente derrotada. En el estado en que estaba ahora ni tan siquiera lo iba a intentar. Gateando, llegó hasta la jaula, abrió la puerta y se dispuso a entrar. Tuvo que agacharse un poco más, entró de cara pero se lo pensó. Volvió a salir y se dio la vuelta, mejor entrar de espaldas, así podría ver a cualquiera que se acercara a la puerta.
Skull contempló con una mirada de satisfacción en el rostro como Shadow Angel, como una gatita obediente entraba de espaldas a la jaula. La antes temida heroína, ahora no tenía ninguna voluntad de lucha. No pudo evitar una involuntaria carcajada al ver que, sin que le dijera nada, la chica, sacando los dedos entre los barrotes cerró ella misma el candado. Moldear su carácter iba a ser más fácil de lo que suponía. Antes de salir de allí, el villano recogió del suelo el sucio traje de la heroína y lo colgó en la puerta principal del edificio. Cuando la policía llegara allí, sabrían que Shadow Angel había desaparecido para siempre.
El peso de la jaula con la chica no implicó ningún esfuerzo para el musculoso villano. Skull como quien llevaría un perro en un transportín, abandonó la prisión y se dirigió a la pequeña ensenada de Peche Island dónde lo esperaba una lancha neumática. Metió la jaula en ella y arrancó el motor.
Una hora después, a bordo del Poseidón.
El Poseidón era un buque pesquero de altura. Con sus 22 metros de eslora, tenía autonomía suficiente para permanecer 30 días en alta mar. Todo estaba saliendo sobre ruedas. Aunque habían tenido un pequeño incidente.
Cuando Skull subió al barco, se dirigió inmediatamente a su camarote a dejar su preciada carga. Pero no había tenido casi tiempo a saborearla. El buque empezó a girar y a través del intercomunicador le advirtieron que una chica había escapado. Skull se dirigió inmediatamente a la bodega, deteniendo en el último momento a uno de los suyos que en un arrebato de impulsividad casi elimina a una de las chicas. Skull no era hombre que tolerase ese tipo de negligencias. Solucionado el pequeño “incidente” y con las 34 chicas de nuevo aseguradas, tan solo quedaba por localizar a la fugada. Por radio le indicaron que las otras dos chicas recluidas en la sentina seguían allí y aunque les habían quitado las esposas, ahora volvían a estar encadenadas.
Para Felina había ido de poco. Gracias a un oxidado tornillo había logrado quitarse las esposas y escapar del húmedo cuartucho en que la tenían encerrada. Saboteó el timón para generar una distracción. Aunque ella no era una heroína, tampoco le apetecía dejar a las otras chicas a merced de aquella banda, así que intentó liberarlas. La interrumpió un hombre armado con un subfusil que por poco la alcanza. Por suerte pudo meterse en el conducto de ventilación que pasaba por debajo la bodega. Salió al pasillo que conducía a los camarotes justo cuando Skull pasaba delante de la salida del conducto. Si quería tener éxito en su fuga, debía escapar como fuera de aquella mole de músculo. Felina, había visto lo que le habían hecho a la ninja y no quería pasar por el mismo trance. Sin ropa y sin equipo, sus posibilidades de éxito eran escasas, así que abrió la puerta del primer camarote y entró. Lo que vio, la dejó unos instantes sin aliento.
En la pequeña estancia estaba Mikoto Amy encerrada en una jaula en la que a penas cabía su cuerpo. La japonesa la miró con ojos implorantes, Felina no supo determinar si le pedía perdón o le suplicaba que la liberase. La heroína, con todo su cuerpo sucio y garabateado, daba pena. Aunque era ella la que la había entregado a esa maldita Red. Por su culpa se encontraba allí desnuda en ese maldito barco. “Justicia poética” pensó la ladrona.
– Mírate… no puedes ser más patética – Le espetó a Amy, que agachó la cabeza con indiferencia. Felina no pudo evitar recrearse al verla así.- ¡Jódete!… Te lo tienes merecido, tu me pusiste en manos de esos desgraciados.
Acto seguido Felina abandonó el camarote. La ladrona había cometido dos errores que le resultaron fatales. El primero, no abrir el pequeño armario del camarote de Skull. Allí habría descubierto no solo uno de los trajes de Shadow Angel sino también una letal y fiable katana. El segundo, fue no haber parado la oreja antes de salir al pasillo. En su impulso por apartarse de aquella patética Shadow Angel, había olvidado parar la atención necesaria. Skull la había visto salir del camarote.
Amy a través de la puerta escuchó los inútiles gritos y golpes de Felina, que intentaba zafarse del poderoso villano. “Tu también lo tienes merecido. Por fin alguien te dará una buena lección” pensó. Desde que muchos meses atrás había caído por primera vez en las garras de Felina, para Shadow Angel casi todo habían sido derrotas. La ladrona había intentado adueñarse de su vida, pero ahora por fin alguien la pondría en su sitio. Mikoto Amy se permitió una cruel sonrisa al pensar lo que haría Skull con ella. Le gustaría verla implorar y suplicar como había hecho ella.
El buque recuperó su rumbo sin incidencias. Amy pese a su incómoda postura no tardó en caer dormida. Su cuerpo estaba agotado y llevaba demasiado tiempo sin dormir. El ruido de la puerta al abrirse la despertó, no sabía precisar si habían transcurrido minutos o horas desde que sus ojos se cerraron. Skull entró en la pequeña estancia llevando un bol y una botella de agua.Dejó ambas cosas en una pequeña mesita y se acercó a Amy, acariciándole el pelo.
– Buena chica-. Dijo en tono calmado.- Debes estar agotada y hambrienta, tranquila, no soy un monstruo.
Para dominar completamente a la chica, Skull sabía que no tendría suficiente con la mera intimidación física. Debía darle también algo positivo a cambio, que supiera que si se portaba bien, obtendría ciertas recompensas. Su socio Calvo seguía obstinado en su loca idea de vender a la chica, sabía que podrían obtener una auténtica fortuna sólo por ella. Pero Skull tenía otros planes, la había visto luchar, la había visto vencer a uno de los más letales asesinos que había conocido nunca. Y también la había visto gozar entre sus piernas. Una chica así no podía ser vendida a cualquiera, Mikoto Amy tendría que ser suya. Tarde o temprano tendría que dejarles las cosas claras a su socio, pero ahora no era el momento.
Quitó el candado de la jaula y abrió la puertecita. Con su fuerte brazo ayudó a la chica a salir e incorporarse. Admiró su hermoso cuerpo mientras ella hacía estiramientos para liberar sus músculos y articulaciones.
– Arrodíllate.- Le dijo. Complacido, vio como la chica obedecía inmediatamente y se agachaba frente a sus piernas. Convencida de que el villano le pediría alguna satisfacción sexual.
Skull notó como su miembro volvía a endurecerse al tener los dulces labios de la chica tan cerca de su entrepierna. Pero contuvo su impulso.
– Abre la boquita.- Le dijo. Cuando vio que la chica abría sus labios, sacando su lengua fuera, desenroscó el tapón de la botella y vertió el agua en su boca.
Amy no era consciente de estar deshidratada hasta el momento en que el agua rozó sus labios. Inmediatamente hizo el impulso de levantarse para agarrar la botella, aunque una brusca orden de Skull la detuvo. “¡Quieta! ¡Sentada!” le dijo imperante. La chica obedeció, y moviendo la lengua procuró no desperdiciar ninguna gota de aquel líquido. Skull terminó de verter todo el contenido de la botella sobre su cabeza. Satisfecho, contempló como la chica, desesperada, intentaba absorber toda el agua posible, lamiendo el pequeño charco que se había formado en el suelo.
– Más… quiero más…- Le imploró.
Él la convenció que ya había bebido suficiente, que si se portaba bien, tendría toda el agua que quisiera. Depositó el bol en el suelo, dentro había una ensalada de pasta y atún. Justo los nutrientes que el agotado cuerpo de la chica necesitaba. De nuevo, le ordenó que comiera de rodillas, y sin usar las manos. Satisfecho contempló como la chica juntaba las manos a su espalda y devoraba el contenido con su boca, lamiendo hasta el último rincón del cuenco.
La chica protestó ligeramente cuando le ordenó que volviera a la jaula, pero terminó obedeciendo. Skull, satisfecho, salió del camarote.
Cinco días después
El Poseidón había atravesado sin problemas Montreal y Quebec. Al llevar todos los papeles en regla, no tuvieron que ser inspeccionados. Habían pasado Terranova el día anterior y ahora se encontraban en aguas internacionales. Toda la tripulación respiraba con más calma, habían sorteado todos los obstáculos sin problema.
Skull entró en su camarote, su “mascota” le devolvió una mirada de indiferencia, a cada día que pasaba, más se resignaba a su nueva situación. Su voluntad de luchar era inexistente. Y ahora iba a anularla por completo. El villano abrió el candado de la jaula y le tendió a Amy una tablet.
– En un rato estoy contigo. Mientras tanto, yo de ti echaría una mirada a lo que dicen de ti en internet. Eres famosa.- Le dijo mientras abandonaba la estancia, dejando a la chica sola en sus pensamientos.
La tablet disponía de conexión a internet, si la chica quería, podría alertar a las autoridades que podrían rastrear la ubicación del buque. Pero estaba completamente convencido de que no lo haría, no después de lo que la chica leería. De hecho, ni tan siquiera se había molestado en volver a cerrar la jaula ni en echar la llave a la puerta del camarote. Si la chica iba a tener una oportunidad para frustrar sus planes era esa. No consideraba ningún riesgo en lo que había hecho, simplemente quería poner a prueba su voluntad. Si la chica no iba a aprovechar esa oportunidad, estaba definitivamente anulada. Skull se dirigió al puente, su socio quería hablar con él.
Amy tardó unos minutos en asimilar lo que estaba leyendo. Temblorosa y sin comprender que pretendía Skull con ello, había cogido la tablet y había empezado a curiosear las distintas pestañas que tenía abiertas. La mayoría eran perfiles de redes sociales en los que había publicado no sólo el vídeo en el que era desenmascarada, sino todas las imágenes y vídeos que el Calvo había grabado de ella semanas atrás mientras estaba bajo los efectos del cloroformo. En ellas aparecía Amy indistintamente con y sin la máscara, totalmente desnuda o medio vestida con el uniforme, a fin de que se viera que era la famosa heroína.
Aquello era de lo más humillante, aunque ella estaba inconsciente, las imágenes estaban tomadas de tal forma que no sólo parecía que la chica estuviera consciente sino que además daba la sensación que gozaba enormemente y participaba activamente de lo que le hacían. En cualquier otra circunstancia la chica se habría echado a llorar desesperadamente con solo verlas. Pero no fue eso lo que la impactó, sino los comentarios que la gente decía al respecto.
“Menuda zorra está hecha” decía uno que acumulaba más de 100 likes.
“Siempre pensé que esa tipa lo que quería era sexo fácil” decía otro.
“¿Y esa guarra es una heroína?” “¿vistéis como la chupa?” “¿Creéis que Supergirl también será tan puta?” “pero que tetazas” “empezaré a ahorrar a ver si puedo pagarme una noche con ella”… eran varios de los comentarios que la chica leía.
También había otros, antiguos compañeros de clase, aquellos le dolieron aún más.
“¿Así que Shadow Angel es esa putita japonesa que se hace la estrecha en clase?” decía un chico que Amy recordaba de vista.
“Nos mira siempre por encima del hombro y mirala, hasta tres pollas se mete en la boca a la vez. Shadow Furcia es un apodo que le quedaría mejor” decía una chica.
“A mi nunca me engañó, bajo esos aires de princesita inocente siempre pensé que se escondía una putita lasciva.” decía otra compañera.
“¿Cuantos tipos hacen falta para satisfacer a esa zorra en celo? Mirad como disfruta siendo penetrada por delante y por detrás a la vez”. Decía una chica a la que Amy había ayudado alguna vez con alguna asignatura.
“¿El arma de Shadow Angel para combatir el crimen son sus tetas y sus mamadas?” Decía un chico que a Amy le caía relativamente bien. En clase parecía un buen chaval pero ahora se recreaba en todo tipo de comentarios.
“Siempre supe que no era más que una ramera, recuerdo especialmente un día, vino a clase vistiendo top y minifalda, seguro que venía de atender algún cliente, pero lo más divertido de todo fue que después de subir a la pizarra, resbaló y nos regaló una preciosa vista de su lindo coñito. La muy guarra no llevaba ropa interior” ese último comentario por parte de una chica que nunca había sentido mucho aprecio por Amy tenía multitud de interacciones.
Después de eso, no pudo seguir leyendo, no había ningún comentario positivo, nadie hablaba en su favor. El silencio de sus amigos le sentó peor que los comentarios que leyó. Estaba a punto de soltar la tablet pero un titular captó su atención.
Una de las pestañas había una pequeña noticia. Lo que leyó, la dejó completamente sin habla:
“Hace varios días, internet se vio sacudido por un vídeo en el que la famosa heroína de Detroit, Shadow Angel aparecía desnudándose y afirmando ser una prostituta para acto seguido ser desenmascarada. Días después, múltiples imágenes sexuales de la chica circulan por las redes sociales. Son varios los usuarios que afirman que tras la máscara de Shadow Angel se oculta Mikoto Amy, una joven estudiante procedente de Japón, miembro de una de las familias de la más alta aristocracia.
Hoy, la familia Mikoto ha decidido romper su silencio, declinando hacer declaraciones en directo han emitido un comunicado de prensa. En él niegan que forme parte de la familia Mikoto ninguna chica con el nombre de Amy. Acompaña el comunicado una fotografía de la familia con la única hija del matrimonio, Mikoto Keiko, de 19 años. La familia afirma que esas imágenes no son sino una campaña de difamación contra el buen nombre de uno de los más respetables linajes de Japón, afirmando claramente que no existe tal Mikoto Amy. Y que vincular a esa ramera (cito textualmente) que se disfraza de heroína no es sino un intento de socavar el buen nombre de la familia Mikoto. Negando rotundamente que dicha chica sea miembro de su familia, por mucho que varios medios de comunicación así lo afirmen. La familia anuncia acciones legales contra cualquiera que se atreva a vincular a Shadow Angel y la chica tras su máscara con la familia Mikoto.”
Después de leer aquello, Amy no pudo continuar, la tablet se deslizó de sus manos y se acurrucó en su incómoda jaula. Al final de todo, incluso su propia familia le había dado la espalda. La habían repudiado con un simple comunicado de prensa, ni tan siquiera iban a hacer el mínimo esfuerzo para rescatarla. Simplemente había dejado de existir. Y sus conciudadanos de Detroit, después de tantos meses luchando por ellos. Después de todo el esfuerzo, todos los sacrificios, ahora la menospreciaban y se burlaban de ella. Se dio cuenta que no había servido de nada adoptar la identidad de Shadow Angel, había intentado ayudar a unos seres despreciables que ahora la insultaban y la veían como una prostituta. Aunque tal vez, pensó ella, tuvieran parte de razón y no fuera más que eso. Al fin y al cabo eran muchos los hombres que habían gozado con ella de cualquier forma en los últimos meses, y ella lo había terminado disfrutando. Tal vez estuviera predestinada a ello. Ni tan siquiera se planteó escapar de allí, no tenía dónde ir. Ni tan siquiera pensó en ayudar a las otras chicas, su voluntad de lucha había sido totalmente anulada, ya no era una heroína, era una prostituta más. Pasadas unas horas, la puerta volvió a abrirse.
– ¡Oh! Que descuidado soy.- Dijo Skull divertido al entrar.- Parece ser que me olvidé de cerrar, vaya ¿tampoco cerré el candado de la jaula? Podrías haber escapado.
Amy tardó en responder, le miró con ojos enrojecidos por el llanto
– ¿Por que me hacen eso? ¿Qué va a ser de mi ahora?
Skull casi sentía pena por la chica. Era una lástima que su socio siguiera obcecado en su idea de venderla a ese maldito dictador, él veía mucho potencial en ella. Estaba completamente derrotada, física y mentalmente. Ya no les podía suponer ningún problema.
– Ya ves… lo das todo para luchar por ellos y cuando fracasas se deleitan con ello. ¿Sabes? Creo que nunca han sentido ningún aprecio por ti, siempre han estado allí, esperando el momento en que metieras la pata para recrearse en tu derrota. Estoy seguro que con cada victoria tuya se llevaban una decepción, ellos esperaban ese momento, verte derrotada, humillada, completamente fracasada. En el fondo todos sabían lo que ahora sabes, que no eres más que una vulgar ramera. Estoy seguro que disfrutaron con los primeros vídeos que publicamos hace un tiempo, y ahora se deleitan enormemente con tus nuevas imágenes. En cuanto a tu situación, ya no supones ningún peligro para nosotros. Vamos a llevarte con las otras chicas, creo que tendrán algo que decirte.- Dijo con una risita.- Tal vez, si te portas bien, tu destino sea distinto al suyo.
Obligó a Amy a salir de su jaula y le puso un collar y una correa. No pudo resistirse a acariciar su cuerpo. Como llevaba haciendo constantemente durante esos días, quería gozar de nuevo con ella. La tumbó en la cama, la chica ni tan siquiera se resistió. Las marcas de rotulador dejadas por los reclusos de Black Rock aún eran perfectamente visibles sobre su pálida piel. Skull acarició los senos de la chica, recorriendo todas las palabras e insultos que había escritos por su cuerpo. Al llegar a su vagina, se sorprendió al verla humedecida, cada vez reaccionaba mejor a sus estímulos. Su miembro empezó a apretarle en el pantalón.
La tomó con pasión, y ella le correspondió de la misma manera. La chica apretaba sus piernas contra su cintura, buscando el máximo placer que su enorme miembro le producía en toda su dilatada vagina. “Sí… soy una puta… una ramera… soy tu perrita cachonda” le iba susurrando en su oreja entre gemidos para complacerlo, tal vez con la esperanza de que no la llevara con las otras. Aquello lo excitó del todo, derritiéndose abundantemente en su vagina pocos minutos después. Había sido corto pero intenso. La chica aún no había terminado, pero no se atrevía a pedirle más, vio como ella misma acercaba la mano a su sexo, buscando su orgasmo. La dejó hacer durante unos minutos, contemplando como la chica introducía dos dedos y los iba moviendo. Era obvio que no le producían el mismo placer que su grueso miembro, instantes después, la chica se humedeció la mano con la lengua e introdujo cuatro dedos en su vagina, buscando lo que sólo Skull podía darle. Al final, no tardó en alcanzar el clímax.
– Venga… perrita.- Dijo arrastrando especialmente esa última palabra.- Las otras chicas te están esperando.
Amy ni tan siquiera hizo el esfuerzo de ponerse en pie, a cuatro patas, como si de una mascota se tratara, avanzó guiada por Skull. Él la llevaba con la correa como si paseara un perrito. Por el camino se cruzó con varios de los secuestradores, que se burlaron de ella, lanzándole pullas y escupitajos. A Skull aquello le divirtió, de forma que en lugar de llevarla directamente a la bodega la paseó por todo el barco, quería que toda la tripulación viera lo amansada que estaba Shadow Angel.
Amy, sin protestar ni un instante aguantó todas las burlas y humillaciones que le iban lanzando, hasta que Skull la llevó a la cubierta. Al salir a la superficie, la luz del sol la cegó durante unos instantes, su cabeza de Amy tropezó torpemente con las piernas de alguien. Tímidamente alzó la cabeza para encontrarse con una cara que le era muy familiar.
– ¿Qué te parece mi mascota, socio?- Le dijo Skull.- Adelante, tócala, te aseguro que no te va a morder.
El Calvo, divertido, empezó a acariciar la cabeza de Amy, como si no fuera más que un perrito sociable. Por iniciativa propia, la chica empezó a lamer la mano que la acariciaba.
– ¿Qué me dices? ¿Quieres que te la preste por un rato? Comprobarás que es totalmente inofensiva.
El Calvo se descalzó y dirigió una sonriente mirada a Amy al ver como la heroína, empezaba a lamer sus pies, complaciente. Tal vez Skull tuviera razón, tal vez aquella chica pudiera serles de utilidad. Ver a la temible Shadow Angel lamiendo sus pies de forma totalmente voluntaria era algo sumamente estimulante. Su socio había gozado con ella durante casi una semana entera, ahora era él quién tenía ganas de disfrutar de lo que ofrecía ese hermoso y humillado cuerpo.
Con una sonrisa cogió la correa que le tendía Skull y arrastró a Amy hasta la barandilla. Skull contempló la escena sentado sobre un arcón. La idea de contemplar como otra persona disfrutaba de su mascota le parecía excitante, divertida incluso. Quería ver si con su socio ella gemía tanto.
Amy no tenía ninguna voluntad de lucha. Cualquier intento seria inútil, así que ya se había resignado a ello. Su cuerpo agradecía verse libre de la jaula, ese paseo, aunque a cuatro patas, le había sentado de maravilla. Poder mover sus articulaciones durante un buen rato, gateando, gozar ahora de las vistas que ofrecía la inmensidad del océano, respirar la brisa marina… le sabía a gloria. En cualquier otra circunstancia no habría tolerado de ninguna manera que ese calvo individuo le pusiera la mano encima, seguramente fuera la persona que más odiaba del mundo. Pero después de lo que había leído, cualquier cosa que le hicieran le era completamente indiferente. Lo peor que le podría haber pasado, ya había sucedido. Así que obedientemente, abrió sus piernas para lo que vendría.
El Calvo se quitó los pantalones, la levantó y le dio la vuelta, quería que la chica lo mirase, quería ver su cara mientras la penetraba. Sentó su pálido trasero sobre la barandilla del barco, sujetando a la chica con sus brazos para que no pudiera escurrirse por la borda. Y empezó a penetrarla. Su primera reacción fue sorprenderse al notar la vagina de la chica húmeda y dilatada. A través de su camisa, notaba la tibieza del cuerpo de la ninja. Quería saborear ese momento, su victoria final sobre la heroína que tan cerca había estado de arruinar sus planes. La penetró suavemente pero con firmeza, que ella lo notara. El balanceo del barco acompañaba sus movimientos de cadera. La respiración de la chica se volvió más lenta, acompasando el ritmo de su penetración. Quien iba a decir que Shadow Angel, la chica que había estado a punto de dejarlo medio ciego, se abrazaría a su cuello mientras se la follaba. Realmente Skull tenía razón, esa chica en nada se parecía a la incansable justiciera que tantos problemas les había causado.
Mientras gozaba con su cuerpo, enterrando su cara entre sus pechos, mordiendo sus rosados pezones, endurecidos con el contacto de la brisa marina, pensó en la fortuna que sacaría por ella. Realmente esa chica valía un millón de dólares. Pese a que su familia había renegado de ella, estaba seguro que su mecenas pagaría ese importe por ella. Al fin y al cabo, pocos podrían presumir de tener una auténtica heroína en su harén. Pensando en el dinero, eyaculó abundantemente en su vagina, soltando un intenso gemido de satisfacción.
Skull contempló satisfecho como la chica gemía débilmente al alcanzar el clímax, como suponía, sólo él podía hacerla chillar de placer. El Calvo dejó que Amy se derrumbase en el suelo del barco pero aún no había terminado con ella. Divertido empezó a azotarla y patearla en el trasero. “¡Gime zorra!” le gritaba. Ella obedeció y empezó a gemir, como si encontrara placer en sus azotes. “¡Ladra!, demuestra que no eres más que una sucia perra”. Amy volvió a obedecer, imitando los ladridos de un perro como había hecho tiempo atrás. Aquello provocó risas en los tripulantes que, atraídos por sus gemidos habían acudido a ver la escena. La famosa Shadow Angel se estaba autohumillando ante ellos.
“¡Dinos! ¿que eres?” Le volvió a gritar el Calvo al ver que habían acudido más secuaces a presenciar la escena. “Una puta, no soy más que una puta… una perra, sí eso es lo que soy… ahora soy vuestra mascota”. Decía Amy mientras el calvó se recreaba en ella y ponía su pie encima de su cabeza.
Al final se cansó de ella y la dejó tumbada en la cubierta. Complacido, Skull contempló como la chica se incorporaba y gateaba hasta él, hacia su amo, llevando la correa en su boca.
– ¿Qué te pareció? ¿Lo hace mejor que yo?- Le preguntó burlón mientras la chica negaba con la cabeza y acariciaba sus musculosas piernas. Volverla totalmente complaciente había sido mucho más fácil de lo esperado.
Usando el montacargas, la llevó a la bodega del barco. Alejados del peligro y ya en aguas internacionales, los secuestradores habían sacado a las chicas de su escondite y las habían encadenado, distribuidas a lo largo de las cuatro paredes. Una cadena las sujetaba a su cuello hasta una larga barra de hierro, que firmemente anclada al suelo, recorría la bodega de arriba a abajo. La cadena tenía una longitud de unos dos metros, lo justo para que las chicas pudieran moverse pero lo suficientemente corta como para que no pudieran ser una amenaza para los secuestradores que les dejaban la comida justo en el límite de su movilidad. El motivo de ello era que las chicas pudieran moverse y hacer ejercicio. Cada día las obligarían a hacer una dura rutina física, por encima de todo querían que las chicas conservaran su atractivo al llegar a su destino, o su “valor de mercado” se depreciaría.
Cada chica podía tener contacto con las que tenía a ambos lados pero nada más. Cerca de ellas había varias bandejas con varias piezas de fruta y agua. La comida que les daban era lo más saludable posible. Había 34 chicas cuando entraron a Amy, otras tres chicas, las que consideraban más peligrosas, las mantenían firmemente inmovilizadas a la sentina del buque.
Skull llevó a Amy alúnico rincón disponible, entre una chica morena de unos veinte años y una rubia que tenía aspecto de modelo. Amy era una chica altamente atractiva, pero su forma física no destacaba especialmente entre las chicas que la rodeaban. Los días transcurridos en la incómoda jaula habían ablandado su cuerpo, perdiendo parte de su atractivo. La Red había seleccionado detenidamente sus presas, bonitas influencers, modelos profesionales, deportistas de élite… había incluso un par de atractivas profesoras. Cuanto más hermosas fueran sus chicas, más dinero obtenían.
Amarró a Amy a la cadena y Skull ordenó a uno de los secuestradores que le pusiera una chapa en el cuello. Todas las chicas disponían de una, su número variaba en función del grado de peligrosidad que consideraban que tenía la chica en cuestión. La rubia que Amy tenía al lado tenía el número 17 en el cuello, la morena tenía el 4. A Amy le pusieron el número 38, entre todas las chicas que tenían, era la que consideraban más inofensiva. La única que no anhelaba escapar, la única cuya vida en el exterior sería aún peor que en esas paredes de hierro.
Una vez sujeta, Skull y los otros secuestradores abandonaron la bodega. Amy le dirigió una mirada de súplica, prefería estar encerrada en esa jaula, en su camarote, antes de estar rodeada por esas chicas ¿qué les iba a decir? Pero el villano no vio su súplica, o no quiso prestarle atención. Pronto la gruesa puerta de la bodega se cerró, dejándola allí encerrada con las otras 34 chicas. Enfrente a ella tenía una bandeja con aguacates y uvas. La chica notó como rugía su estómago, tenía hambre así que se dirigió a comer. Evidentemente no tenían cubiertos y las chicas comían con la mano. Ella, acostumbrada a las instrucciones de Skull, comió directamente con la boca, sin usar las manos, engullendo las uvas con hambre y usando hábilmente sus dientes y lengua, quitó la piel del aguacate para comérselo hasta dejar el hueso limpio.
Cuando terminó, se acurrucó en un rincón, sin decir nada, cuando alguien interrumpió sus pensamientos.
– ¿De verdad eres una comepollas?- Preguntó una chica castaña desde otra pared. Amy, sobresaltada por la dureza de la pregunta, no supo que responder. La morena que tenía a su lado, respondió por ella.
– Pues claro que lo es, ¿no ves que lo lleva escrito en la frente?- Dijo, haciendo estallar en carcajadas al resto ante esa ocurrencia.
Skull había sido tajante en ello, Amy no debía borrarse en ningún caso las marcas dejadas en su cuerpo por los reclusos de Black Rock o sería castigada. De forma que los garabatos hechos a rotulador, aunque un poco borrosos por el paso de los días, seguían siendo perfectamente legibles.
– ¿Sabes que estamos aquí por tu culpa, verdad?- Dijo la rubia que tenía a su izquierda.
– ¿Cómo…? – Balbuceó Amy.- Eso no es verdad… yo… intenté rescataros… hice todo lo posible… yo…
– No hiciste ¡nada!.- Replicó la morena.- Te dejaste capturar a la primera de cambio como la maldita zorra sumisa que eres.
– No es verdad… yo… Skull… él me venció y…- Intentó justificarse Amy que no entendía tal ataque por parte de a quienes había intentado rescatar.
– ¡Tus ansias de protagonismo pudieron por encima de la lógica!- Replicó otra chica desde otro extremo de la bodega.- En lugar de hacer lo que hubiera hecho todo el mundo, que es avisar a la policía, no… tu tenías que hacerte la superheroína. Tu ego te impedía llamar a los auténticos profesionales ¿verdad? Buscando la fama nos has condenado a todas.
– Eso no es verdad…- Se justificó Amy intentando contener los sollozos.- Teníamos un plan, pero salió mal, fui capturada… pasé un infierno y…
– Sí, ya escuchamos qué mal lo pasaste.- La interrumpió la morena.- Tus gemidos de placer llegaron hasta nuestras celdas. Pobrecita… mientras nosotros estábamos encerradas tu jadeabas de placer.
Amy intentó responder pero la rubia se acercó a ella y la abofeteó para acto seguido sujetarla fuertemente por los brazos.
– ¡Miradla!- Dijo la morena señalando el garabato que decía “usadme” escrito en el escote de la japonesa.- Quiere que la usemos.
La rubia le dio la vuelta para que las otras chicas contemplaran su espalda “zorra” tenía escrito en su trasero y “metedme algo” había escrito en su espalda con unas flechas que señalaban hacia su culito.
– Si ella misma nos lo pide, algo tendremos que hacer al respecto ¿no? ¿Qué podemos meterle en ese hermoso trasero?- Dijo la rubia mientras la morena gateaba hacia la bandeja de Amy y cogía con la mano el hueso del aguacate y lo mostraba sonriente.
– No… eso no… por favor, no os he hecho nada…- Imploró la chica al ver las intenciones de las otras.
La rubia la tenía fuertemente sujeta, por mucho que lo intentó, Amy no pudo liberarse de su agarre. Todos esos días encerrada en la jaula habían ablandado sus músculos y su cuerpo no respondía como debería. Pese a todo, ella intentó luchar con todas sus fuerzas, pero ello no hizo sino divertir aún más a las otras chicas que contemplaban como la tanto admirada Shadow Angel era incapaz de quitarse de encima a una chica normal y corriente.
La rubia la tumbó boca abajo contra el suelo de cara a la pared y se sentó sobre ella para inmovilizarla. Su culo se apoyaba en la nuca de Amy y sus brazos hacían fuerza para mantener sus piernas abiertas mientras la morena lamía el hueso de aguacate con una clara intención.
Amy aulló, no de dolor, sino por la humillación de notar como introducían el hueso de la fruta en su trasero. Verse impotente ante una chica que en otras circunstancias podría haber derrotado sin problema era mucho más de lo que el poco amor propio que le quedaba podía aguantar. Amy pensaba que ya había tocado fondo, pero aún podía verse más humillada de lo que estaba. Poco a poco, aquél grueso y duro hueso se iba introduciendo en su ano causando la diversión de todas las chicas. Amy pataleaba con piernas y manos, intentando golpear a las chicas, pero la tenían bien sujeta y casi no les causaba daño. Los gritos se convirtieron en gemidos al notar el hueso de aguacate totalmente dentro de su culo.
– Vaya… eso ha sido más fácil de lo que pensaba.- Dijo la morena sorprendida.- Quien te haya escrito eso tenía toda la razón, tu culo imploraba a gritos que alguien te metiera algo.
La rubia salió de encima de Amy y dejó que la chica se incorporada. Ella no se atrevió a intentar quitarse lo que le habían introducido por miedo a más represalias por parte de las chicas. ¿Por qué le hacían eso? ¿Por que la trataban así? Por otro lado, después de las múltiples veces en que la habían penetrado analmente, el hueso de la fruta no le hacía daño, al contrario, incluso relajaba sus músculos.
Otra de las chicas, lanzó algo a la morena desde el otro lado de la bodega.
– Usa eso también, seguro que le gusta.- Le dijo mientras la otra chica lo cogía al vuelo. Era una banana perfectamente pelada.
La sonrisa que le dirigieron las chicas, no dejaba lugar a dudas sobre lo que iba a suceder.
– Ahora te toca a ti.- Dijo la morena a la rubia mientras le pasaba la banana.
La morena sujetó con fuerza los brazos de Amy contra su espalda. Puso sus piernas entre las de la japonesa, forzándola a mantener los muslos abiertos. Amy ni siquiera intentó luchar tanto como antes. Empezaba a darle todo igual, que se divirtieran con ella, parte de razón tenían. La había fastidiado completamente y por culpa de su fracaso, esas chicas iban a ser vendidas como mercancía. Que se divirtieran un poco con ella si querían, en parte se sentía culpable de su situación.
La rubia introdujo la banana en su vagina, sorprendiéndose por encontrarla húmeda pero no dijo nada al respecto. Poco a poco fue penetrándola con aquella fruta.
Amy llevaba días en que los únicos estímulos positivos que recibía eran sexuales. Cuando Skull la tumbaba en la cama de su camarote y la penetraba apasionadamente, era el mejor momento del día, los pocos momentos en que se veía fuera de esa incómoda jaula. Llevaba pocos días en ese barco, pero el cuerpo de Amy ya había acostumbrado a asimilar el estímulo sexual con esos pequeños y únicos momentos de cierta comodidad. Así que su cuerpo, al notar como la fruta se introducía en su interior, con sus músculos vaginales apretados por la presión que ejercía el hueso del aguacate, reaccionó en consecuencia. Humedeciéndose cada vez más y estimulando su libido.
La chica se olvidó de dónde estaba. Cerró los ojos para no ver las miradas de burla de las chicas y se dejó llevar por el placer que sentía. Involuntariamente, empezó a gemir, haciendo fuerza con sus brazos. La morena interpretó esa fuerza como un intento de liberarse y la sujetó aún más. Al cabo de unos minutos, una intensa exclamación salió de los labios de la japonesa.
– ¡JO-DER!- Exclamó una chica al otro lado de la bodega.- No me digas que…
– ¡Sí!- Afirmó la rubia contemplando como los fluidos chorreaban por la vagina de Amy a través de la banana que aún tenía insertada.- Nuestra heroína, nuestra flamante rescatadora acaba de correrse.
– ¡Menuda zorra está hecha!- Exclamó otra chica, mientras las otras asentían.
– Menudo charco has generado- Se burló la morena mientras aflojaba su presión.
– ¡Oye!- Le gritó otra chica.- La comida aquí no abunda, eso no es un bufet libre, así que ni se te ocurra desperdiciar esa sabrosa banana.
Las otras chicas estallaron en carcajadas y animaron a Amy a comerse la fruta. Justo cuando terminó de sacársela de su vagina, la morena se la arrebató de las manos y cogiéndola con fuerza por el pelo se la fue metiendo y sacando de su boca. Mofándose acerca de lo buena que era la “banana con miel”.
Amy, aturdida por lo sucedido, sintiéndose totalmente una auténtica piltrafa, no tuvo voluntad para negarse a ello. Sus fluidos chorreaban hacia el suelo, mientras poco a poco iba engullendo la fruta, degustando el sabor dulzón de sus propios jugos.
Las otras chicas se burlaban acerca de lo bien que lo hacía. “Una auténtica comepollas” concluyeron.
Después de aquello, Amy se acurrucó en un rincón, metiendo la cabeza entre sus piernas para evitar mirar a las chicas. Sus compañeras, la dejaron en paz, suficiente se habían divertido.
Dos semanas después
Skull estaba francamente decepcionado con Amy. Al parecer, desde que la habían puesto con las otras chicas, no habían hecho sino maltratarla y convertirla en objeto de sus burlas. Las que estaban a su lado la azotaban en el trasero o los pechos impunemente, sin que la chica se defendiera. Enterraban su cabeza en los platos de comida, hasta que toda su cara y su pelo quedaban pringados de sopa, arroz, pasta… La obligaban a darles masajes y a lamer sus pies mientras las otras chicas lo contemplaban y se burlaban de ella. Parecía que en Mikoto Amy ya no quedaba ningún rastro de la fiera guerrera que había sido anteriormente.
El villano hasta había perdido interés en la chica, cada vez que entraba en la bodega, ella se lanzaba a sus piernas, implorándole que la sacara de allí, que la volviera a meter en la jaula. Suplicando que la llevara a su camarote, que le daría tanto placer como quisiera, que sería su perrita obediente. Pero él estaba cansado de ella. No quería una furcia sumisa, quería una leona, una asesina. Hasta se había resignado a los planes de su Calvo socio. Mikoto Amy sería vendida junto con las otras chicas, en el estado en que estaba, ya no servía a sus intereses. Era una lástima, Shadow Angel parecía perfecta, pero al parecer, debería buscarse otra.
Skull miró con desprecio a Amy por última vez antes de salir de la bodega.
– Ya no me sirves.- Le dijo.- No eres más que una perrita apaleada. Estoy seguro que esa rubia que nos conseguiste, me complacerá mucho mejor. Ella no deja de luchar para liberarse, y en varias ocasiones casi lo consigue, ella sí que es una guerrera.
Aquello desesperó completamente a Amy, que imploró y suplicó a Skull que no la abandonara, que nadie podría darle tanto placer como ella, que tenía muchas habilidades que él aún no había visto, que podría complacerlo de mil formas distintas. Pero el villano cerró la puerta sin volver a mirarla.
Las otras chicas se burlaron de ella al verla arrastrarse de esa forma.
– ¿Qué te pensabas, que por ser la putita del jefe tendrías algún tipo de privilegio?- Le dijo la morena con una carcajada.- Mírate, te has humillado totalmente, y ahora te desprecia.
Aquello cambió la mirada de Amy, la chica tenía razón, se había resignado a ser la putita de todos, incluso de las chicas que compartían su destino. Había dejado que le hicieran de todo y la convirtieran en objeto de sus burlas y descargaran en ella su frustración. Había dejado que la patearan y la humillaran de todas las formas posibles. Y con ello únicamente había conseguido que Skull, la única persona en ese barco que la había tratado bien, la mirara con desprecio.
Con el paso de los días y las semanas, Amy había empezado a mirar a Skull con otros ojos. De ser el villano causante de la derrota final de Shadow Angel, ahora había empezado a verlo como una persona atractiva y comprensiva con ella. Nunca se burlaba de ella, cuando le traía comida, la acariciaba suavemente, se interesaba por su estado, hablaba con ella unos minutos… Los días en su camarote, habían sido los mejores entre las últimas semanas. Poco a poco, Amy había empezado a generar una relación de dependencia con el villano. Haría todo lo que fuera por poder pasar una noche entera con él, en su camarote nadie la había maltratado. En cambio desde que estaba en la bodega, su vida había ido aún peor. Esa jaula le parecía el paraíso en comparación con su actual situación.
Al ver que había perdido incluso el respeto de Skull, ver como la morena hacía burla de su estado, saber que los secuestradores la consideraban la más inofensiva de todas las chicas que tenían, hizo aflorar un sentimiento que hacía tiempo que creía olvidado. La ira.
Horas después
Skull estaba en el puente de mando, hablando con su socio cuando uno de sus secuaces informó de una incidencia por el comunicador.
– Esa chica, la japonesa, ha golpeado a sus dos compañeras. Uno de los nuestros ha intentado separarlas pero esa maldita fiera lo ha dejado inconsciente con un par de golpes.
– Yo me encargo.- Dijo Skull.
“Vaya vaya” pensó el villano mientras se dirigía a la bodega. Tal vez aún quedara parte de su espíritu guerrero dentro de Amy, aquello fue toda una grata sorpresa. Cuando entró allí, hizo salir a los otros secuestradores, que intentaban sin éxito refrenar a una encadenada Amy. Skull los tachó de inútiles. Los tipos se llevaron a su inconsciente compañero en brazos. Skull se acercó a Amy y se arrodilló ante ella, acariciándole suavemente el pelo y la cabeza. Se fijó en sus ojos, en ellos brillaba “algo” como una pequeña llama que hacía tiempo que no veía. Esa misma llama que había visto en sus ojos mientras luchaba contra ella semanas atrás.
– Bien pequeña, bien, así me gusta.- Le dijo como quien hace un gesto de agradecimiento hacia un perro se ha portado bien mientras señalaba a la chica a su lado que se frotaba la nariz.- Pero ten cuidado, puedes castigar, pero no dañar a nuestra mercancía.
Skull se dirigió a la morena y le quitó su chapa con el número 4 y la intercambió con el número 38 de Amy. Era evidente cual de las chicas era ahora más peligrosa. Skull salió con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
Después de aquello. Ninguna de las chicas tuvo el valor de volver a insultar a Amy. La última que lo había hecho se había encontrado con una manzana estrellándose de pleno en su rostro. De esta forma aprendieron a respetar y temer a Mikoto Amy, incluso le pasaban las piezas de comida más apetecibles cuando ella se lo pedía.
Y así, los días se convirtieron en semanas, y el Poseidón se acercó a la costa africana.
Puente de mando del Poseidón
El timonel estaba absorto en su trabajo, asustado. Sabía que sus jefes tenían sus diferencias, pero hasta ahora no los había visto discutir nunca tan acaloradamente.
– ¡No, no y no! Skull ya hemos hablado de eso. El dinero que nos van a dar por ella hace inviable cualquier otro planteamiento. Además, ya la tengo apalabrada con nuestro patrocinador. Un millón de dólares por UNA sola chica. Tu estás loco.
Skull calló, su socio no daba su brazo a torcer, él era incapaz de mirar más allá del dinero. Era incapaz de apreciar las posibilidades que ofrecía una Mikoto Amy a su lado totalmente amaestrada. Podría ser una socia muy valiosa. En el resto del viaje, la chica había logrado controlar a las otras 34 de la bodega. Después de cómo la habían tratado, era obvio que la perspectiva en Amy había cambiado, ya no las veía como inocentes rehenes a quién rescatar. La japonesa se moría por complacer a Skull y demostrar su valía. Después de esas semanas, estaba totalmente colaborativa con él. Incluso había dejado que fuera ella quien sirviera la comida a las otras chicas, y se encargara de ejecutar los castigos a los que se portaban mal o no cumplían con la rutina de ejercicio físico. A decir verdad, Amy se había convertido en una chica muy solícita con sus secuestradores. Y su socio pretendía venderla como si nada.
Algo tendría que hacer al respecto.
Una semana y varios días después. En un desconocido país del Golfo de Guinea
Skull llevaba más de una hora hablando con aquél dictador y había llegado a la conclusión que era un individuo de lo más despreciable. Vivía en un lujoso palacio rodeado de tapices, esculturas de mármol, alfombras de piel de los más exóticos animales, colecciones de antigüedades… Todo inmensamente sobrecargado y sin ningún tipo de gusto ni criterio. El Dictador, un individuo de baja estatura y complexión gruesa, no se alejaba en ningún momento de su cuerpo de guardia, diez individuos fuertemente armados que lo seguían como si fueran su sombra. “Un individuo que necesita diez tipos que le cubran constantemente las espaldas no se merece gobernar nada” pensó Skull mientras el Dictador examinaba a las chicas.
Gracias a la rutina de ejercicios a bordo, las 37 chicas que se mostraban ante el Dictador tenían una forma física envidiable. Para hacerlas lo más atractivas posible ante los ojos de su comprador, las habían vestido con un disfraz de conejita, que se componía de un bodi aterciopelado de color rosa que por detrás terminaba en forma de tanga, revelando el trasero de las chicas, rematado con una bola de algodón a modo de colita. Todas tenían una diadema a juego que imitaba las orejas de un conejo y estaban fuertemente engrilletadas y amordazadas. Pese a no poder pronunciar más que gemidos, era obvio el miedo que se reflejaba en sus caras. Sólo había una chica que no vestía como las otras. A Jill, la agente de policía, la habían vestido con su uniforme y su placa, esperando aumentar con ello su “valor de mercado”.
El Dictador manoseaba a las chicas con la excusa de “inspeccionar el producto”, pero aquel tacto iba mucho más allá de la mera “inspección”. A Skull aquello empezaba a inquietarlo.
El Dictador los había hecho registrar nada más llegar al puerto y había mandado un camión para trasladar a las chicas directamente a su palacio, sólo permitiendo que las acompañaran Skull y dos de sus hombres totalmente desarmados. No es que a Skull le preocupara encontrarse ante 10 tipos fuertemente armados, de situaciones peores había salido, sólo que la pomposidad con que se movía el Dictador lo sacaba de quicio. Finalmente el tipo dejó de manosear a las chicas y se dirigió a él.
– Me gustaría hablar con tu socio, que por cierto nunca me dijo su nombre. Tenía un trato con él. Me prometió una chica “especial” que me aseguró que por ella sola yo estaría dispuesto a pagar un millón de dólares. Pero no veo a ninguna que valga tanto. ¿No se referiría a esa policía verdad? Acepto que es atractiva, y que su identificación sea verídica la hace aún más deseable. Pero no creo que valga más de trescientos mil, como mucho cuatrocientos mil.
Skull se encogió de hombros antes de responder. Cierto era que el Calvo nunca le había dicho tampoco su nombre, pero eso no importaba ya.
– Nos sorprendió una tormenta en el Atlántico, poco antes de alcanzar la costa africana. Perdimos a algunos hombres. Entre ellos mi socio. En cuanto a esa chica a la que te refieres… Nunca me concretó nada al respecto. Así que lo que ves aquí, es todo lo que tenemos.- Respondió tajante.
– De acuerdo… de acuerdo.- Dijo el Dictador antes de retirarse de hacia otra estancia, con sus diez guardaespaldas detrás de él.
Al cabo de unos minutos, aquel tipo volvió a entrar acarreando un maletín que depositó sobre una mesa.
– Aquí lo tenéis.- Dijo mientras abría el maletín, revelando varios diamantes en su interior.- El valor de las chicas en diamantes, tal como acordamos.
Skull se acercó a examinar el pago. Los diamantes eran auténticos, y los había por valor de unos dos millones y medio de dólares.
– ¡Eso no llega a la mitad de lo que nos prometieron! – Dijo visiblemente enfadado.- Esas chicas valen como mínimo el doble, somos los únicos que hemos podido sacar con éxito a casi cuarenta atractivas chicas de Estados Unidos. Nadie más podría haberte conseguido un lote tan variado y valioso.
El Dictador se mesó suavemente su abundante barba, como si meditara la respuesta.
– Mi agente hizo tratos con tu socio… y ahora tu socio no está aquí ¿verdad? Por otro lado, si habéis perdido hombres por el camino, también seréis menos a repartir y tocaréis a más por cabeza. ¿Sabes? Te tengo por un tipo listo. No seas estúpido, coge el maletín y sal de mi presencia antes de que decida cancelar mi oferta y en lugar de diamantes os ofrezca una bala en el pecho.
Skull apretó los puños y se planteó seriamente romperle la cara a aquel odioso individuo. Podría deshacerse sin problema de los diez guardaespaldas. Claro que el pequeño ejército que vigilaba el exterior del palacio podría suponer un pequeño problema. Nunca se había enfrentado a armamento pesado y no quería poner a prueba su resistencia. Además, había otros medios de devolverle esa jugarreta. Con un gesto de cabeza indicó a uno de sus hombres que recogiera el maletín y se dispuso a abandonar el palacio.
– Un placer hacer negocios con vosotros.- Dijo el Dictador en tono burlón mientras se marchaban.
“Maldito” masculló Skull mientras volvía al barco. Si algo no soportaba era que lo tomaran por tonto.
De nuevo a bordo del Poseidón, Skull se dirigió a su camarote. Lo que vio, le hizo cambiar su mirada. Tumbada encima de la cama, contoneándose como una serpiente la esperaba Mikoto Amy totalmente desnuda.
– ¿Todo bien cariño?- Le dijo mientras se levantaba dispuesta a masajearle la espalda.
Skull le contó lo sucedido mientras le tendía una pequeña bolsa con varios diamantes.
– Tu parte, te la has ganado.
Skull tenía que reconocer que en los últimos días de travesía Amy había sido una valiosa colaboradora. Con un látigo mantenía a raya a todas las prisioneras y ella sola había resuelto más de un altercado entre las chicas. Todas, sin excepción la terminaron mirando con más pavor del que miraban a cualquiera de sus secuestradores, incluyendo a Skull. Además ella, con buen ojo, le había advertido que tuviera cuidado con ese Dictador. Que le daba mala espina que entrara sólo con dos acompañantes y todas las chicas dentro del palacio fortificado. La chica interrumpió sus pensamientos.
– No quiero diamantes.- Le dijo mientras le devolvía la bolsa.- Podría incluso ocuparme de ese estúpido líder, pero a cambio me gustaría pedirte algo.
Skull escuchó atentamente a la chica. Su idea era entrar él mismo esa noche en el palacio y sorprender a aquel maldito individuo con la guardia baja. Aunque el brillo de furia que había en la mirada de Amy le dijo que tal vez ella podría hacerlo. Skull no lamentó haberse quedado con ella, esa chica podía valer mucho más que su peso en diamantes.
– ¿Y no crees que tus habilidades estarán un poco oxidadas después de tantas semanas en el barco?- Le preguntó mientras abría el armario del camarote.
– ¿Bromeas?- Respondió Amy con una pícara sonrisa mientras Skull le tendía el uniforme de Shadow Angel que una eternidad atrás había quedado en manos del Calvo.
El cuerpo de Amy volvía a ser el de antaño. Desde que Skull arrojó al maldito Calvo y sus más leales hombres por la borda, la había tratado francamente bien. Tenía a su disposición la ducha del camarote y podía recorrer el barco a placer. La única norma era que no podía cubrir su cuerpo desnudo, algo que a Amy poco le importaba a esas alturas. Cuando no vigilaba a las chicas ni se entretenía en la cama de Skull, la japonesa volvió a practicar su intensa rutina de ejercicios. Sentía su cuerpo de nuevo en plena forma mientras se enfundaba de nuevo en el uniforme de Shadow Angel.
Esa misma noche. Palacio Gubernamental
Burlar la vigilancia exterior fue un juego de niños para la oscura figura que subía hacia la terraza del palacio. El palacio no disponía de elementos modernos de seguridad electrónica, no había cámaras, ni infrarrojos, ni sensores de movimiento. Tan solo patrullas armadas y perros guardianes. Aquello hubiera supuesto un problema para cualquier otra persona, pero Mikoto Amy sabía perfectamente como evitar que el olfato entrenado de un perro la detectara. Una vez dentro, por lo que le había relatado Skull, pudo hacerse una idea aproximada de la distribución interior del edificio. Aún así, le costó dar con su objetivo. Por primera vez en mucho tiempo, la fiel katana que le había regalado su maestro salió de su vaina, sedienta de sangre. Los diez guardias que debían proteger al Dictador, no la vieron venir. En pocos segundos su objetivo se había cumplido y estaba limpiando su arma con las sábanas de seda. Las dos chicas que dormían al lado del dictador ni tan siquiera se despertaron.
Llegar al harén del palacio fue un poco más complicado. Pero de nuevo, los guardias armados no supusieron un problema para la hábil asesina. Aunque había sido entrenada para matar si era necesario, nunca había acabado con tantas vidas como esta noche. Mikoto Amy empezó a sentir cierto placer en ello, era tan fácil segar una vida… Su maestro le había enseñado que nunca debía usar sus habilidades en capricho propio y siempre para defender a alguien vulnerable. “A la mierda con tu código de honor, sensei. Ya ves a dónde me ha llevado” se dijo a si misma apartando a su maestro de su mente.
El harén era una amplia estancia adornada con grandes y mullidos cojines. La luna llena penetraba en la estancia a través de una lujosa vidriera de colores, generando un arco iris de plateadas tonalidades. Pero ella no había venido a recrearse en la belleza del lugar. Allí dentro, dormían las chicas que el dictador no había llevado hasta su cama, encadenadas con finas cadenas de plata. Su entrenada visión pronto localizó a las que buscaba. Con la ayuda de una ganzúa les quitó los grilletes que las sujetaban a la pared, aunque como medida de precaución, no soltó los que les sujetaban las muñecas y los tobillos. Con un gesto con el dedo les indicó que guardaran silencio y la siguieran. Por un momento le preocupó la posible reacción de una de las dos chicas. Para la prisionera, la perspectiva de salir de allí era mucho más atractiva que la de quedarse en manos de aquel dictador, así que terminó obedeciendo.
Justo antes de salir, el sonido de los grilletes despertó a una de las chicas.
– Por favor… llévame a mí también.- Le imploró.
Amy la miró unos instantes. Entre todas las chicas posibles, tenía que implorarle precisamente aquella maldita morena que tanto la había humillado en el barco. Había cierto aire de “justicia poética” en ello.
– ¿No dijiste que era una “comepollas”, que lo llevaba escrito en la frente?- Le respondió en un susurro.- Pues lo siento, la comepollas no te va a rescatar.
Antes de que la morena pudiera responder, Amy le escupió en la cara con desprecio para acto seguido dejarla inconsciente de un solo golpe. Antes de salir, otra chica se había despertado.
– Por favor, no nos dejes así. Tu eres de los buenos, no puedes hacernos eso.
Amy se giró dispuesta a dejarla también inconsciente, pero se detuvo en el último momento al ver que era Jill quien le había hablado. Eso era diferente, no podía negar que esa agente de policía la había sacado de la calle después de haber sido duramente derrotada y se había encargado de cuidarla y preservar su identidad. “Tonta, para lo que sirvió” se dijo Amy. Al final si había sido capturada por Skull era en parte por culpa de la torpeza de esa agente, que se había dejado capturar con facilidad. No, no consideraba que le debiera nada. Ya no era una heroína. Con una sacudida de cabeza volvió a apartar de su mente las lecciones morales de su maestro. Aunque en el último momento, en un gesto casi impulsivo, pateó hacia ella el arma de uno de los guardas que había eliminado fuera, y le lanzó una de sus ganzúas. “Espabila tu misma” le dijo antes de salir tirando de las dos chicas que llevaba consigo.
El destino de las otras 35 chicas le era indiferente, pero había dos por las que había renunciado a sus diamantes. Claire, que en el fondo, pese a todo lo transcurrido, no dejaba de ser su amiga y pese a que ella la había metido en manos de esa Red, no podía dejar de sentir cierto aprecio por ella. Sentía algún tipo de responsabilidad hacia la pelirroja, al fin y al cabo, no había habido malicia en sus actos, sólo impulsividad y temeridad. Amy aún recordaba cierta noche, meses atrás, en la habitación de Claire con las luces apagadas, las confesiones que había compartido con ella en el vestuario del gimnasio, los momentos que la había echo reír… La otra era Felina. Amy no podía quitarse de encima la mirada de desprecio que la villana le había dirigido cuando la había encontrada metida en la jaula. Ahora sería ella quién la miraría con desprecio. Quería ver a Felina arrastrándose ante ella, quería subyugarla totalmente, de un modo similar al que Skull la había subyugado a ella. Felina había sido la primera enemiga que había podido con ella, la ladrona creía haberla convertida en su gatita sumisa. Ahora ella sería la mascota de Amy. La japonesa se llevaría la victoria final sobre Felina.
Salir, fue casi tan fácil como entrar, pese a llevar a dos chicas desnudas consigo. Generó un pequeño incendio en una sala llena de tapices y aprovechando la distracción, abandonó el palacio por una salida secundaria tras deshacerse de unos pocos guardias que encontró por el camino, con las chicas detrás suyo, tirando de sus grilletes.
Después de reunirse con Skull en el punto acordado, se quitó la máscara y, con las chicas arrodilladas a sus pies, lo besó apasionadamente mientras veían las llamas del palacio elevarse en el cielo nocturno. Finalmente subieron a un camión lleno de equipo vario que Skull había comprado con parte de los diamantes. Junto a Skull había otros miembros de la Red que, tras repartir el botín, habían decidido permanecer junto al villano con la esperanza de incrementar su fortuna. Skull había repartido los diamantes de forma equitativa y les había expuesto su plan para hacerse con una fortuna mayor. Aquellos individuos no tenían demasiadas opciones, así que decidieron seguir al más fuerte.
El trayecto en barco a través del Atlántico, había dado para muchas reflexiones. Una vez cobrada la paga, Skull quería establecerse en África, alejado de las agencias estadounidenses. Pero no en ese pequeño país en el que acababan de eliminar a su dictador. Ese Estado no producía casi nada, excepto una mina de diamantes a punto de agotarse. Además, alguien podía reconocer al Poseidón en el muelle. No, se alejaría de ese pequeño país. Skull se había estado informando. África era un vasto continente lleno de posibilidades.
Mientras el camión se adentraba en el continente africano, Amy, abstraída, pensó en la máscara que había dejado abandonada kilómetros atrás. Sí, Mikoto Amy no existía, su familia así lo había afirmado. Y Shadow Angel había muerto en Black Rock, su uniforme, clavado en la puerta de la prisión a modo de última burla, así lo atestiguaba. Ahora tendría que buscarse otro nombre, otra identidad.
Dos años después. En un rincón de la selva del Congo
Los dos hombres se apearon del vehículo cuando llegaron a su destino. Dos individuos armados los guiaron hacia el interior de un antiguo recinto amurallado. Vestigio imponente de una antigua civilización desaparecida. Los dos tipos, no podían sino admirar cuanto les rodeaba. La naturaleza penetraba en las ruinas, fundiéndose raíces y lianas con la arquitectura. Pero en su interior parecía haber todas las comodidades del siglo XXI en una estructura milenaria. Salas con ordenadores, buena iluminación, agua potable, electricidad en todas las estancias… Cruzada una segunda muralla, entraron en unos amplios jardines irrigados por fuentes con formas de animales y canales de riego que nutrían unos estanques llenos de vida. Nenúfares, lirios y sobretodo crisantemos predominaban en el lugar, dando un fresco y agradable aroma. Los dos hombres se sorprendieron al ver una manada de leones guardando la puerta de entrada a lo que debía ser el edificio principal. Sus acompañantes hicieron caso omiso a las fieras miradas de los leones y con un gesto les indicaron que entraran.
Mientras cruzaban la amplia puerta, decorada con relieves antropomórficos, los dos individuos meditaron si habían hecho bien en acudir allí. Pese a que venían únicamente a hacer negocios, no las tenían todas consigo. Eran muchos los rumores acerca del tipo con el que se iban a reunir.
Los dos individuos que acababan de entrar eran un hombre alto y flaco, representante de una importante empresa minera canadiense y su acompañante un apoderado de la filial holandesa de la misma empresa, bajo y con gafas. El misterioso individuo con el que se iban a reunir era toda una incógnita. Se hacía llamar Skull y había aparecido de la nada con un pequeño grupo de mercenarios. En poco más de un año, eliminando a los líderes de las guerrillas y milicias de la zona, había logrado adueñarse de una extensión de territorio de unos 100 kilómetros cuadrados dentro de un basto estado fallido. Skull regía la zona con mano dura, manteniendo el control absoluto sobre las distintas poblaciones y, lo más importante, controlaba una importante mina de diamantes a los pies de un volcán extinguido. Ese era el motivo por el que ellos dos estaban allí.
Por el trayecto, se habían sorprendido por la cantidad de mercenarios al servicio de Skull que patrullaban la zona. Gente dura que seguían al más fuerte o al mejor postor, y si consagraban su lealtad a Skull, tenía que ser un individuo realmente temible o inmensamente rico. Ninguna fuerza en la región, ni tan siquiera las fuerzas gubernamentales del estado fallido en el que se había instalado, representaban ninguna amenaza. Skull era dueño absoluto de toda esa región.
Otro detalle había captado la atención de los dos hombres, en los poblados por los que pasaron, no se apreciaba el hambre ni la miseria que se acostumbraba a ver en el resto del territorio estatal. Parecía como si hubieran entrado en una especie de burbuja dónde había un cierto bienestar no visto en cualquier otro lugar de los alrededores.
Después de caminar por un pasillo de piedra llegaron a una amplia sala iluminada por ventanales ricamente decorados en formas vegetales. En el centro había una bonita piscina en forma hexagonal decorada con mosaicos, una fuente de piedra con cabeza de león le suministraba agua. Dentro había una chica que nadaba a ritmo tranquilo, haciendo suaves ondas en el agua. Los dos hombres no pudieron sino detenerse unos instantes a contemplar la hermosa silueta femenina.
La mirada de ambos visitantes reflejaba lascivia y temor a partes iguales. Sin duda alguna, aquella joven que nadaba debía tratarse de Orochi, la inseparable compañera de Skull. Cualquiera que hubiera estado un mínimo de tiempo en esa zona habría escuchado hablar de la temible Orochi. Los nativos la llamaban “Sombra Mortal” porque decían que podía escurrirse en tu cama en plena noche y degollarte sin despertar a quien durmiera a tu lado.
Si había que hacer caso a los rumores, esa chica eliminaba selectivamente a cualquiera que se opusiera a Skull. Líderes mercenarios, guerrilleros, agitadores, revolucionarios, mandos militares, periodistas extranjeros que hacían incómodas preguntas, o incluso miembros de ONG’s que metían las narices dónde no deberían. Allí dónde alguien incordiaba a Skull y requería un trabajo sutil, actuaba la silenciosa y letal Orochi. Sin importar dónde estuviera su objetivo, Orochi era capaz de recorrer kilómetros sin ser detectada y entrar dentro de cualquier edificio sin ser vista.
Quién era esa inquietante chica era todo un misterio, había quién aseguraba que era una antigua heroína venida en desgracia, otros decían que Skull la había criado desde pequeña convirtiéndola en una máquina de matar, había incluso quién afirmaba que era una de las sobrinas del emperador de Japón. Tal vez solo fueran meros rumores, o tal vez hubiera algo de cierto en todos esos rumores.
Los dos individuos se percataron de que nadie los había cacheado. En la sala la única arma que se apreciaba era una katana de vaina lacada en negro situada al borde de la piscina. Ciertamente la fama acerca de la habilidad asesina de Orochi debía ser merecida si Skull confiaba toda su seguridad en su katana y no se preocupaba de que sus visitantes pudieran estar armados.
– Supongo que habréis venido a algo más que disfrutar de las vistas.- Dijo una voz grave al centro de la sala. Los dos hombres inmediatamente levantaron la mirada.
Sentado en un trono de piedra, como si de un antiguo monarca se tratara, estaba sentado su anfitrión. Lo primero que saltó a la vista era que su nombre le hacía justicia, toda la piel de su corpulento y musculoso cuerpo era de color oscuro, mientras que su cara era pálida como el papel. Vestía pantalones militares y un collar con colmillos de diversas fieras adornaba su torso desnudo.
Skull se levantó de su trono y llevó a los dos visitantes a una mesa de mármol con sillas de ébano situada en un extremo de la sala. Con un gesto les indicó que tomaran asiento.
La propuesta que ellos le hacían era simple. La empresa canadiense tenía la maquinaria suficiente como para poder sacar el máximo rendimiento a la mina de diamantes. Además, contaban con otra ventaja, actualmente los diamantes que Skull sacaba de la mina se consideraban “diamantes de sangre”, ello impedía que pudieran ser vendidos en los mercados convencionales, forzándolo a venderlos a un precio mucho más bajo del que valían. El holandés en cambio, tenía muchos contactos en Amberes, suficientes como para poder hacer pasar por legales los diamantes que se extraían de la mina. Aumentar la producción y legalizar su explotación, a cambio de una parte de los beneficios. Era un trato justo, ellos conocían suficientemente al individuo con el que estaban tratando como para evitar cualquier treta. Sabían las consecuencias de intentar engañarlo. Se decía que los negocios con Skull solo podían terminar de dos formas: entre las piernas de Orochi o bajo su espada, no había término medio.
Skull meditó por unos instantes. Ciertamente la propuesta era buena. Hacía tiempo que era plenamente consciente de que malvendía sus diamantes y que la mina no operaba a pleno rendimiento. Por otro lado, la explotación actual le permitía vivir rodeado de lujos. Skull gobernaba ese territorio con mano dura y era implacable con la gente desleal, pero premiaba el esfuerzo. Todos sus trabajadores y los habitantes de la zona que controlaban, recibían un trato justo y una proporción en los beneficios a cambio de su fidelidad. La desobediencia se penaba con la muerte.
El trato que le ofrecían ambos individuos era justo, ambos ganaban. Ellos obtendrían buena parte de la producción, pero con la nueva maquinaria, Skull sacaría muchos más diamantes de los que ahora estaba extrayendo, y los vendería a más del triple de su precio actual.
Mientras Skull meditaba, el holandés miró de reojo a la piscina. La hermosa chica salía del agua y entonces comprendió el porque de su apodo. De su tobillo izquierdo, le subía un precioso y detallado tatuaje de una serpiente que se enroscaba por su pierna, subiendo por sus muslos, volteando su cadera hasta llegar a sus pechos. Las ocho cabezas de la mítica sierpe del folklore japonés convergían en los pechos de la chica, como si dos grupos de cuatro cabezas pelearan por engullir los pezones de la chica. Un tatuaje así no sólo requería un inmenso talento sino que además debía haber sido doloroso. La chica, aparentemente ajena a lo que sucedía, pero sin quitarles el ojo de encima, se recostó en las losas de granito pulido del borde de la piscina y a un gesto suyo, dos chicas acudieron desde una pequeña puerta.
Las dos chicas, no podían ser más diferentes en todo. Una pelirroja, completamente desnuda, caminaba erguida, llevando una fina correa en la mano. La otra chica, rubia, avanzaba gateando, con la correa sujeta a su cuello. Iba también desnuda, salvo un arnés de cuero que dejaba sus pechos, su barriga y su trasero al descubierto. Una máscara que imitaba el rostro de un gato cubría su cara, y en su culo asomaba lo que parecía ser un plug-in con forma de cola. La rubia, no cesaba de maullar, como si fuera la gatita doméstica de Orochi.
La pelirroja se situó a la espalda de la tatuada chica y con una peineta de marfil empezó a peinar el largo y sedoso pelo de la chica. La rubia, se tumbó a sus pies y empezó a lamer sus dedos. Orochi parecía relajada, aunque sus dedos no se separaban en ningún momento de la empuñadura de su katana.
Skull volvió a captar la atención del holandés. Con un firme apretón de manos, les indicó que aceptaba su propuesta. Con los beneficios que obtendría, podría reclutar a más mercenarios con los que ampliar su área de influencia, poco a poco su dominio se iría extendiendo. Ya eran pocos los que podían representar una amenaza para él. Quién sabe, tal vez en un tiempo pudiera apoderarse de todo ese corrupto Estado. Con un gesto indicó a Orochi que se acercara.
La chica disfrazada de gato había ido subiendo la cabeza y ahora le lamía la parte interna del muslo. La expresión lasciva en el rostro de la asesina por unos instantes turbó a los dos individuos. Orochi apartó bruscamente a la rubia, mientras se levantaba le puso el pie en la cabeza, como reafirmando su autoridad sobre ella. En cambio a la pelirroja la apartó con un gesto suave, casi una caricia.
Mientras la asesina se acercaba a ellos, ambos individuos no pudieron evitar deleitarse con las sensuales formas femeninas de su cuerpo decorado por el extenso tatuaje.
– Querida, acabo de cerrar un acuerdo con esos invitados.- Le dijo Skull mientras le besaba el cuello.- Acompañalos a la salida, se una buena anfitriona.
A Skull no le importaba que su fiel compañera se acostara con otros hombres, al contrario. Le deleitaba ver como la chica admitía que ningún hombre era capaz de darle tanto placer como le daba él.
Mientras Orochi, sin pudor alguno por su desnudez, los acompañaba de nuevo hacia afuera, el holandés no pudo evitar fijarse en otro pequeño detalle. A la derecha de su rasurado pubis, la chica tenía otro tatuaje, muy diferente a la enorme serpiente que se enroscaba entorno a su cuerpo. Ese era diminuto, mucho más sensual, una detallada huella de gato.
– Habéis venido desde muy lejos.- Les dijo la asesina, con voz sensual, interrumpiendo sus pensamientos mientras sus manos recorrían los tensos hombros de los dos individuos.- ¿No queréis tomaros un descanso antes de salir? Ese palacio ofrece muchos placeres para quién sepa apreciarlos…¿Os doy miedo?… ¿No os gusto suficiente?…¿Qué os pareció mi gatita? ¿Os gustaría satisfacer vuestras más oscuras pasiones con ella? Se deja hacer cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa…
Mientras los dos individuos, sorprendidos, intentaban mascullar una respuesta coherente, la chica los sujetó por la cintura y los condujo por otro pasillo hacia el interior del palacio.
El sonido potente de un trueno la hizo despertar y el relámpago iluminó fugazmente la habitación de la joven. Abrió sus ojos, sus rojizos pelos desparramados en su sudoroso rostro daban la atinada impresión de no haber pasado una grata noche. Esquinó la vista a la ventana, eran tempranas horas, debería retozar el sol, pero la tormenta ensombrecía el campo a lo lejos.
Más allá, tras las montañas, apenas se divisaban los restos de millares de edificios, todos ennegrecidos, propios de una ciudad carcomida en cenizas. Aurora se levantaba cansada, sumida en una remerilla beige que denotaba aquel acaramelado ombligo, aunque bien poco insinuantes senos, y un pantaloncillo blanco, en el que no solo daba la vista a sus casi perfectos y lechosos muslos juveniles, sino un sugerente monte de venus que relucía en su caminar por los pasillos de aquella mansión en donde vivía aislada con su padre.
Cercada del cruento y violento mundo que existía afuera, lleno de guerras, violencia y movilizaciones. Sanguinario mundo que una vez fue tal, hasta que el agua ocupó un lugar más importante que el petróleo, que el oro… y que la vida misma. Cercada, de un mundo que ya no reconocía fronteras, sumido en seudo dictaduras militares hostiles.
Sus pasos resonaban en el lujoso pasaje, una fuerte lluvia se evidenciaba por las tantas gigantescas ventanas dispuestas en su recorrer. En su soledoso caminar, miraba la tormenta, y una sensación de melancolía la invadía, quería volver con sus compañeros de universidad, sentir el cariño madre, hablar de nimiedades con sus amigas, todos desaparecieron por la guerra, eran todos recuerdos de su vida que la hostigaban.
Aquellos ataques de ansiedad que la carcomían, solo eran aplacados por un momento de arrebatamiento con… alguien. Un ser, con la que nuestra joven pelirroja, osaba de dar suministro a su libertino, intentando, llenar el vacío que dejaron sus seres queridos en su vida.
Seguía caminando, pasaba de largo las tantas puertas, y se detuvo ante una enmarcada muy especialmente con maderas de aspecto ondulado e histórico. Sabía que el placer y el gozo esperaban por ella tras aquél ínfimo cubículo, una leve sensación se prendió en su estómago, y entró.
Un figura erguida firmemente, ocultada en la oscuridad, se presentaba inmóvil ante ella. Cerró la puerta, apenas cabían dos personas en aquel pequeño y oscuro aposento, se acercó, pegó su cuerpo ante aquella dureza, lo palpó extasiada con sus manos, recorriendo desde aquellos durísimos abdominales hasta los adónicos brazos, lo rodeó por las caderas, y sin pudor palpó lo que parecía una virilidad sin vigor.
Máquinas similares, pululaban en la mansión, pero sólo éste, tenía la propiedad viril de los hombres, vino casi descompuesto desde la metrópoli, tras aquella rebelión de civiles la dejara en ruinas y cenizas como hoy día. Y entre sus piernas, se evidenciaban las funciones que este aparato realizaba en aquella extinta ciudad
Recorría extasiada la muy formada espalda mientras se remojaba sus labios, buscaba una pequeña depresión en su dorso, y presionó lo que pareciera ser un botón. Unos leves sonidos surgieron de aquel cuerpo, la joven retrocedió unos pasos, esperando que el hombre, no tan hombre, despierte.
Y tuvo que esperar que aquel rubio adonis actualizase su sistema por contados minutos, leves movimientos de dedos se prestaron a la vista. Luego los labios comenzaron con tics nerviosos. No tardó en abrir levemente los ojos.
La joven oyó unos pasos en el pasillo, giró la vista y sacó apenas el rostro a divisar si su padre no rondaba. No había nadie, tal vez la potente lluvia haya jugado una mala pasada. Si aquel vejete se enterase que ella jugaba con las máquinas, le reprendería a lo lindo.
Una firme mano palpó su trasero, recorrió la casi exquisita redondez juvenil, y posó unos dedos en la pequeña cintura, bajando el mínimo pantaloncillo que la joven Aurora tenía, deslizándosela hasta las rodillas. Tras darse media vuelta, cruzó la mirada con aquel personaje, si bien de ojos obviamente trucados, de plásticos y levemente humedecidos para imprimir realidad, inspiró una sensación eléctrica en la joven.
En un movimiento recto y poco natural, el personaje posó su mano bajo el mentón, lo levantó, y clavó un beso en exceso morboso. Aquella invasión labial, que Aurora había programado a sus gustos, recorría con ímpetu su pequeña boca. Y era tal la lubricidad que portaba aquella lengua quimérica, que la joven, en un momento de éxtasis, no dudó en atraparlo con sus tibios labios, y así succionar de la manera más cibernéticamente mundana.
Tras aquel beso, el hombre se rindió de rodillas frente al sexo de la joven, aquellas fuertes y grandes manos sujetaron la pequeña y temblorosa cadera de Aurora, y pegaba maquinalmente el rostro en su cálida intimidad, haciéndola vibrar, arrancándole un mísero gemido. No dio abasto, y se inclinó para sujetarse por la atlética espalda de aquel artefacto, a fin de no perder equilibrio.
Aquella lengua recorría con ahínco y fuerza el pequeño y rosado capullo en el que prosperaban rojizos vellos. Aurora sentía la lengua totalmente dentro y a más no poder, salía y recorría entera la raja, para luego prestarse con todo en sus adentros, sus piernas flaqueaban y no pudo dejar escapar una baba de entre las junturas de sus labios, quería gritar pero no podía arriesgarse a ser escuchada.
Un degenerado y violento bombeo de lengua la hizo casi perder el equilibrio, cerraba sus ojos, arañaba y enterraba sus uñas en la espalda de aquel insensible aparato, se mordía los labios a fin de no chillar por la placentera experiencia, aquel autómata sabía lo que Aurora quería.
Su clítoris se hinchaba y pulsaba cuando se lo rozaba y espoleaba. No tardó en segregar su dulce néctar, divisándoselo correr como riachuelos entre sus muslos, y bajo el mentón del hombre maquinal quien seguía metido en lo suyo, trayendo hacia sí, más y más, aquella beldad adolescente.
Retiró su boca, y sin dar respiro a la joven, se levantó, clavó aquella mirada vacía en los de ella, y la besó con acuoso vigor, momento en que Aurora osó de probar de su propia feminidad impregnada en aquella lengua sintetizada. La tomó de su sudoroso rostro, ladeando su cabeza mientras la invadía con más empeño. Sus brazos cayeron dormidos, sus piernas volvieron a aflojar y su cuerpo quedó rendido ante tanta maestría y potencia propia de aquel mecanismo.
La tomó de las caderas, girándola bruscamente, aprisionándola de espaldas a él, sus senos se comprimieron contra la pared y con un pie, separó las temblantes piernas de la joven. Bajó rápido una mano, y a lentos roces, restregó sus grosos dedos por la raja ya lubricada que ofrecía Aurora. Adentró uno dentro de la húmeda fisura, ella palpitaba y jadeaba boquiabierta, leves haces de saliva volvían a desprendérsele, pero aquello poco le importaba, eran tan expertos los movimientos y fricciones a su ya hinchado botón, que impudorosa gritó.
Para su suerte, afuera un ruidoso relámpago golpeaba, perdiéndose su alarido robóticamente excitante, entre los de aquella tormenta.
Seguía el tan placentero contoneo de los dedos, la joven se friccionaba por la puerta, gimiendo con furia, rogándole entrecortada; que ose de asediarla en su sexo. El hombre meció instintivamente aquella falsa y venosa masculinidad entre sus lubricados labios, y a lento arrebato, lo hizo adentrar en ella.
Mientras lo introducía delicadamente, el robótico amante se inclinaba para besarla el cuello, succionando y apretujando aquella piel lechosa con sus labios artificiales. Los besos seguían del cuello para abajo, entre la espalda, retumbando no sólo los lametones, sino los gemidos de Aurora, al tiempo en que la manoseaba con sus dedos por su cintura, dedos que impulsaban desde las yemas, leves vibraciones e impulsos eléctricos que la hacían retemblar impudorosa.
Eran pausados sus bombeos, le producían gemidos agitados, se contoneaba y arqueaba al ritmo del tremendo placer que sentía electrificarla en sus adentros.
La virilidad erguida a tope, despojaba de la misma, pequeñas descargas que golpeaban y rozaban las paredes internas de Aurora. Aquello atinaba a extasiarla más, pero si bien su rostro estaba estrujado del goce, unas lágrimas la surcaban. Le dolían como nunca los recuerdos, aquel hombre parecía ser su sustancia para olvidarse de las penas.
Los movimientos de caderas, de ser leves, se convirtieron en impulsos rápidos que arrancaban de la joven Aurora, mascullas cadenciosas y arqueos tremendos al ritmo de aquella embestida que la sacudía. El ente la tomaba de la cintura, pareciera tomar tracción, y la atravesaba hasta donde el físico diera, la jovencita chilló como nunca, arañaba la pared por donde era sacudida, sus cabellos se restregaban en su extasiado rostro y su cuerpo pegándose constantemente contra la puerta por las fuertes embestidas.
Sin pérdida de tiempo, el hombre arrancó su miembro de sus entrañas, la giró hacia sí, cara contra cara, y supo interpretar sus casi invisibles gestos corporales.
– ¿Por que lloras? – preguntó mecánicamente mientras seguía bordeando su cuerpo.
– Por nada – se excusó jadeante y sudorosa. Lo besó entre sus pectorales, y con tal dulzura, siguió bajando por las abdominales, hasta llegar, y a besos, a aquel miembro que yacía en su máxima expresión. Con ambas manos, Aurora lo rodeó, lo atrajo hacia sí, haciéndolo adentrar en su boca. Una degenerada succión comenzaba.
La joven empezó una lengüeteada de aquellas, recorriendo en círculos el glande. Succionaba, retirándose luego para lanzar un escupitajo al órgano, y volver al asalto para seguir engrasando y enjuagando su boca con sus propios brebajes impresos allí. En un movimiento fugaz, lo sintió hasta su garganta, y en consecuente, comprimió su rostro, lanzando un sonido retumbante de arcadas, haciendo que haces de salivas caigan desde sus labios hasta sus senos.
El hombre, tras separarse de aquella lasciva boca, no dudó en caer arrodillado frente a la joven, la miraba con los ojos fríos y perdidos, como esperando nuevas órdenes. Al verla sonrojada, pensó y volvió lentamente a mecer una mano en su feminidad, restregando nuevamente los dedos, haciéndola resoplar ruidosamente al ritmo de aquella vibración que realizaba en su lubricado sexo.
– Dime que me amas – susurró sofocada y ruborizada al máximo.
– La amo –dijo con su voz potente y fría, palpando aquel dulce cuerpo que se le entregaba sin pudor. Aurora sabía que esas palabras eran vacías, pero tanto lo necesitaba… ¡Tanto lo anhelaba! No pudo evitar sollozar, de la pena que sintió por ella misma, por haber rogado a un simple robot que se le declarase. Pero su soledad no daba para más, necesitaba escuchar aquellas dulces palabras, huecas… pero dulces.
¿Tanto se rebajó a pedirle a una máquina, un amor? ¿Era una quimera? Pero en su conciencia supo que las máquinas no aman, ni siquiera sienten como ella. El amor de Aurora hacia su madre fallecida, amigas perdidas y separadas, todo ello era verdadero, y pedírselo a aquel robot, era en definitiva tocar fondo. ¿Tan necesitada de amor? ¿Podría acaso un montón de cables corresponderle su pasión?
Ella lo abrazó, sus manos recorrieron su espalda hasta volver a encontrar el botón, lo apretó, y el hombre quedó en su posición de rodillas, inmóvil, inerte… y apagado. Aquel rostro estaba estático, frío, esos ojos quedaron abiertos y daban la impresión de haber muerto.
Retiró un minúsculo material azulino que yacía en el pecho del hombre, y lo cambió por otro en donde la experiencia sexual recientemente vivida, “nunca sucedió”. Se inclinó hacia su inerte rostro, y le echó un dulce pico entre sus falsos labios, musitándole dulcemente;
-Yo también te amo.
Volvió a vestirse con sus pequeñas ropas de dormir, salió del cubículo, y se dirigió nuevamente a los pasillos. La lluvia afuera seguía azotando fuerte, aquello le llamó la atención, fue a una ventana, y miró con melancolía la torrencial tormenta.
– ¿Que haces despierta tan temprano? – era su padre, la sorprendió desde atrás.
– Me despertó el sonido del rayo hace un rato… – e intentó disimular sus lágrimas.
– ¿Por que lloras hija?
– Por nada, son sólo tonterías. Recuerdos de amigos… de mamá, todos en la ciudad.
– Tranquila mi niña – y se prestó a abrazarla con una ternura de aquellas, la joven no pudo evitar sollozar en los pechos del padre.
– ¡Dime que me amas – susurró gimiendo- necesito escucharlo!
El hombre la bordeó por los hombros, la besó en una mejilla, Aurora lo apretaba contra ella con más fuerza, quería sentirlo. Su padre, sin dejarse de besos, bajó la mano hacia una depresión en la espalda de la muchacha, y presionó un botón.
La joven Aurora, quedó inmóvil, estática… y apagada. El hombre, tras levantar levemente la remerilla, retiró de los pechos de la joven, un pequeño material azulado, lleno de los falsos recuerdos, lo guardó e injertó otro nuevo, en donde la vida que la carcomía… “nunca sucedió”
– ¿Es probable que sepan amar? – pensó para sí, nunca la programó para tales fines, ¿Cuando una simulación de una personalidad se transforma en un ente que busca afecto?. Aún la humanidad distaba de encontrar una respuesta, a aquellos segmentos aleatorios que parecieran crear vida y sentimientos en donde no deberían existir.
Y se retiró hacia otros parajes de la mansión, giró su vista y la observó erguida e inerte, con aquella mirada perdida y muerta, se apiadó de ella, musitando un leve;
– Te amo.
Y se alejó mientras las nubes negras seguían empañando y oscureciendo más y más el pasillo. Antes que la negrura corroa el lugar, aún podréis apreciar una lágrima surcar el sonrojado pómulo de la joven Aurora.
Hola a todos, continúo con las peripecias que tuve con María, la brillante psicóloga clínica que conocí en internet. María, la doctora Ortiz, tuvo que desplazarse a Madrid, mi ciudad, a dar una conferencia sobre la materia en la que ella era una personalidad notable. Yo aproveché la ocasión para pasar a la acción y llevar a la práctica algunos episodios sexuales con los que previamente habíamos fantaseado ella y yo por internet (ver relato anterior Mi Mejor Conferencia).
De las cosas que pasaron, algunas fueron por nuestra mente sucia, y otras por casualidad y, en concreto, una de las situaciones morbosas me dejó muy marcado hasta el punto que no podía quitármela de la cabeza. Sólo recordar que María, en el lujoso restaurante donde la llevé, se encontró por casualidad una elegante mujer a la que conocía de su ciudad, y lo que allí pasó, me ponía cardiaco. Me marcó tanto este suceso durante la cena en el restaurante que no podía quitarme de la cabeza la cara de la casada desconocida cuya ropa interior llevaba en mi bolsillo (ver relato anterior En el Restaurante). En las semanas siguientes al episodio, siempre volvía a mi mente, esa carita de mujer elegante, provocándome, y yo sin poder hacer nada al respecto.
Lo cierto es que la visita que había hecho María a Madrid había sido genial en todo su conjunto. Divertida en el plano personal. Brutal en el plano sexual y morbosa al máximo en el plano psicológico. Pero el episodio de la “casada desconocida” me tenía completamente captado. Pasé varias semanas excitándome sólo de pensar que ellas dos entraron al baño del restaurante y salieron sin sus braguitas que me dieron a mí. Ufffffffff. Le pedí mil veces que me contara lo que pasó allí, pero se siempre se negó. Jugaba conmigo. Por algo era una psicóloga brillante. Sabía que esa información me iba a tener siempre a sus pies… pidiéndosela. Pero yo también tenía mis recursos para la lucha psicológica.
Pero bueno, volvamos al siguiente episodio reseñable que me sucedió en mi relación con la doctora Ortiz. Y esta vez la situación la diseñé yo mismo. Le debía una a María y no se me ocurrió otra cosa que pedir una cita en su consulta (en su ciudad) para tratar mi obsesión acerca del episodio del restaurante. Por supuesto, tuve que pedir la cita con nombre simulado porque parte del plan era darle una sorpresa. Confieso que dinero que me costó la consulta con la Doctora Ortiz, María, fue el mejor empleado de mi vida.
Se trataba de un Centro Médico elegante y moderno, de esos que hay consultas de todo tipo. Llegué tranquilo, bien vestido pero informal. Sin corbata, pantalones marrones de marca, camisa a cuadros ligeramente abierta y americana de pana beige. Muy bien peinado y con el pelo levemente engominado me presenté ante la chica de recepción. Un chico bien en sus días libres pensó ella mientras me rellenaba la ficha por ser la primera vez que acudía a la consulta de la doctora. Por supuesto, todos mis datos eran falsos. Mientras estaba en la sala de espera, mi mente maquinaba lo que sucedería en el encuentro. Me provocaba tanto pensar en ella con una bata blanca con su nombre bordado, Doctora Ortiz, que no hice caso alguno a la recepcionista ni a las personas con las que compartía espera. Con todo, estaba tranquilo, repasando mentalmente mi plan. Todo iba a salir bien. Cuando dijeron mi nombre, me levanté sonriendo y esta vez sí me fijé en la recepcionista, era alta, morena, con el pelo largo, y contemplaba sus curvas según la seguía hacia la puerta de la consulta de la Doctora.
Llamó a la puerta, y me hizo pasar. Se puso en pié. No había bata blanca ni nombre bordado, pero aún así estaba preciosa. Llevaba unos leggins oscuros, unos zapatos de tacón discretos, una blusa holgada, azul con cuello de barco y una elegante gargantilla de perlas pequeñas a juego con los pendientes. Su pelo rubio recogido y poco maquillada. Ummmmmm. Durante unas décimas de segundo me miró sonriendo, pero en cuanto me reconoció le cambió el semblante y se apreció cierto nerviosismo en su voz cuando dijo a la recepcionista “Gracias Inma”, y ésta cerraba la puerta dejándonos solos y diciendo “en 45 minutos le aviso, Doctora”. La mesa era grande, de buena madera, larga y oscura, un poco clásica para el estilo de la clínica pero los elementos sobre la misma eran modernos. Las bandejas con dossieres, el vaso con bolígrafos, o el teclado y la pantalla de ordenador que quedaban en la esquina de la mesa más cercana a ella. Con decepción aprecié que no había diván. Coloqué mi americana sobre el perchero, y me senté en la silla de cuero frente a su mesa.
María comenzó hablando un poco tensa y educada, dijo que se alegraba mucho de verme, que me echaba de menos pero que allí, en la consulta “contaba con que mi comportamiento fuera correcto” y que, aunque se muera por tocarme “no podría permitirse un escándalo en la clínica” ya que ella se jugaba mucho allí”. Añadió que por la noche iríamos a tomar una copa y que allí “iba a compensarme”, esto lo decía un poco zalamera y provocadora, con una sonrisa pícara que le sentaba genial entre sus palabras serias. Yo, por mi parte, acepté sus argumentos pero comencé a desarrollar mi plan perverso. Como siempre, entre nosotros había una cierta competencia a ver quien se salía con la suya en el dominio de la situación. Dije “María, nunca he estado en un psicólogo, pero esta vez he venido para que me trates un pequeño trauma que no acabo de sacar de mi cabeza” movía mis manos pausadamente, tratando de aparentar sinceridad “de verdad, pensé que no habría nadie mejor que tú para ello, y por eso vine a la consulta”. Y continuaba con cierta inocencia “me apetece mucho verte, pero me preocupa lo que me pasa”.
A eso no se podía negar. En el fondo los psicólogos clínicos también tienen un juramento hipocrático y deben atender a la gente que lo necesita jajaja. Dijo “¿y bien? ¿Qué es lo que te pasa…?”. Estaba entrando en mi juego. Así que yo, con mi máxima seriedad, comencé a relatar mi “problema”. Conté cómo había asistido a la conferencia de una amiga especial. Conté como ella había decidido aceptar un juego morboso. Conté cómo hice que ella impartiese la conferencia sin las braguitas puestas bajo su falda. Conté cómo la cité en el aseo, lo excitada que estaba y, con detalle, describí cómo la hice llegar al orgasmo sólo con mi lengua, mientras ella estaba inclinada en el lavabo. Conté cómo quería continuar nuestro juego morboso en un restaurante…
Ella escuchaba, manejaba nerviosamente una pluma entre sus manos, sus mejillas se estaban poniendo coloradas. Sabía que se estaba excitando de recordar nuestros juegos sexuales. Había caído en mi trampa, pero aún me quedaba lo más difícil. Tenía que hacer que se entregase allí mismo, en su consulta, y el tiempo iba pasando.
Continué con mi relato pese a que ella lo conocía mejor que yo. Le conté cómo en el restaurante nos habíamos encontrado a una elegante mujer, conocida de ella, y que estaba acompañada de su marido y otra pareja. Cómo mi compañera (que era ella, María) se dejó tocar bajo el mantel pensando que no era observada, y que tuvo que ir al aseo. Cómo se levantó la elegante mujer y cómo salieron las dos al cabo de unos minutos. Cómo habíamos creado una excitación tal en la mujer casada, que sabía lo que estábamos haciendo, que había roto todas sus esquemas y convenciones, y … ufffffff no había podido mantener la compostura y había provocado entrar en nuestro juego yendo al aseo. Le dije que no sé lo que pasó en ese aseo de señoras, pero que fuese lo que fuese debió ser brutal y ambas, las dos chicas bien, salieron sin su ropa interior puesta y dispuestas a entregármela a mí.
Seguí con el juego de la consulta psicológica “Desde que eso ha pasado, me viene continuamente a la mente el episodio, y cada vez que eso ocurre me excito… Doctora, ¿qué puedo hacer?” y me levanté poniendo mis manos sobre la mesa, para que viera mi estado. Yo mismo me había excitado un montón y se notaba en mis pantalones. Pero ella, nerviosa, evitaba mirarme de frente y empleaba toda su tensión en el juego que hacía con su pluma en sus manos. Con un gesto rápido alargué mi mano y le arrebaté la pluma. Quería captar su atención directa, y eso fue lo que desencadenó todo. Lo logré.
María estaba ya muy inquieta, se levantó para pedirme casi en susurros “por favor, dame la pluma, anda, no hagas nada aquí…” mientras sus manos se movían nerviosas para intentar recuperarla. En un gesto rápido le cogí ambas muñecas con mis manos, sonriendo dije “tranquila, no haré nada si tú no quieres…”. A pesar de tener sus muñecas en mis manos, yo no actuaba violentamente, no era mi intención, pero sí la mantenía firmemente y nuestras caras estaban a pocos centímetros. Se notaba que ella estaba excitada, en una lucha interna por dejarse vencer por el deseo o mantener la compostura. Nuestros cuerpos se tocaban. No sé los segundos que transcurrieron pero pudo ser casi un minuto de pugna interna hasta que poco a poco fui guiando sus muñecas a su espalda, casi ella tiraba de mí en ese movimiento. Cuando las junté, sujeté ambas muñecas a su espalda con una de mis manos, dejando libre mi mano derecha.
Su cuerpo quedó totalmente expuesto para mí. Acaricié su cuello, y correspondió dirigiendo su boca a mi cuello y comenzó a recorrerlo, con movimientos cada vez más acelerados. Besándome y mordiéndome, como si hubiese estado esperando ese momento mucho tiempo. Con mi mano cogí sus cabellos y guié su cabeza hasta dirigir su boca hacia la mía. Estábamos desatados. Con todo y con eso, entre sus gemidos seguía diciendo “nooo, aquí noooo…” pero su propio cuerpo actuaba en contra de sus palabras.
Mi mano libre recorría su cuerpo, con pasión, con fuerza, impetuoso. No era delicado, apretaba sus pechos sobre la ropa, los músculos de sus brazos, sus muslos, su culo… pero a ella no le importaba mi rudeza, aplastaba su cuerpo contra mí en cada movimiento, gimiendo. Por encima de los leggins puse mi mano abierta sobre su sexo, lo agarraba a veces delicadamente, a veces con cierta brusquedad. Sabía que no lo estaba haciendo mal porque ella pivotaba todo su cuerpo sobre mi mano. Notaba cómo la humedad de su cuerpo me empezaba a impregnar, y continuábamos en nuestro beso apasionado. Una vez más me había salido con la mía. El ambiente era sexo, sólo sexo, puro, primitivo… olía a sexo. Ya había soltado sus manos y me arañaban la camisa, recorrían mi espalda y me tiraban del pelo.
No sé de dónde saqué la fuerza, pero con la mano que tenía entre sus piernas y con cuidado de no hacer fuerza sobre sus partes más sensibles sino sobre sus glúteos, elevé todo su cuerpo los centímetros necesarios para sentarla sobre la mesa de su despacho, a la vez que la empujé para tumbarla sobre ella. La mesa firme de de madera oscura iba a ser mi mesa de operaciones, y la doctora esperaba ansiosa su tratamiento. La despojé de los leggins recreándome con la visión de sus piernas de marfil. Su pequeño tanguita blanco, con encajes, mostraba claramente una mancha de humedad en la parte de abajo. María levantaba su culo, ayudándome a desprenderla de la ropa, mientras tiraba algunos objetos que le molestaban. Estaba ofreciéndose a mí, en la mesa de su consulta, muy guapa, excitada, ansiosa. Aproveché para hacer realidad una de mis fantasías y metí mi cabeza entre sus piernas, acoplando mi boca abierta sobre su tanga, y dejando que mi lengua recorriera la forma de su sexo sobre la tela. Uffffffff siempre me ha gustado este juego. Mi saliva se mezclaba con su humedad, sus caderas se movían adelante y atrás, contra mi boca, y mis labios apretaban el bultito de su clítoris.
Con las manos me quería impulsar hacia ella, pero yo no soltaba la presa entre mi boca. Su sexo era mío ahora y mi lengua marcaba su respiración. Estaba ansiosa y yo jugaba con ella. Con mis manos estiré su tanga introduciéndolo entre sus labios a la vez que pasaba mi lengua. Saqué mi móvil del bolsillo e hice una foto de su sexo así, a pesar de su cara de asombro y excitación. No sé porque lo hice. Puede que para seguir provocando una lucha interna entre la pasión y lo que nunca habría dejado hacerse. Quizá sólo para demostrarle que estaba completamente en mis manos, que su cuerpo me pertenecía y que hacía lo que yo quisiese con él. En todo caso, sólo salía su sexo en la foto. Dijo “no, por favor, no me hagas esto…” y yo “tranquila, es sólo de tu sexo y nadie sabe cómo es, no sale nada más de ti y es sólo para mí”. Yo estaba crecido. Crecido en todos los aspectos. Con mis manos rompí su tanga, que estaba completamente empapado y lo guardé en mi bolsillo. Ahora sí me subí yo también sobre la mesa y cubrí todo su cuerpo con el mío.
Sus manos me colocaron la polla, me ayudaron en la penetración y luego se situaron sobre mi culo, marcando el ritmo que debía seguir. Era muy rápido, y no me dejaba profundizar demasiado en su cuerpo, pero la sensación de sentir deslizarse mi miembro dentro de ella, mi polla dentro de su coño a velocidad de vértigo, era fascinante. Sus manos se desplazaban por mi espalda, arañándome, clavándome las uñas sobre la camisa. Se las cogí otra vez de las muñecas, y las sujeté de nuevo con las mías, esta vez sobre su cabeza. Un día tengo que preguntarle, ahora que es mi psicóloga, acerca de esa fijación mía de sujetarla, aunque creo que a ella le gusta aún más que se lo haga. Mis labios recorrían su cara, sus ojos, mi lengua, su cuello, sus oídos… sudábamos, pero el ambiente que predominaba era de sexo puro.
Al contrario que en otras ocasiones, yo decía “¿y esto era lo que no querías?, doctora, pues para no quererlo te has adaptado muy bien”, y la penetraba más vigorosamente. Seguía hablando, con una de nuestras fantasías acerca de si en determinados casos yo podría hacer con ella lo que quisiera. Le decía “¿ves? puedo hacer contigo lo que quiera…” y ella sólo contestaba “síiiiii, síiiiiii, soy tuya, soy tu puta, puedes hacer lo que quierasssss…”. Yo contestaba jadeando también “Esto es lo que quiero, follarme a la Doctora Ortiz” y repetía “follarme a la Doctora Ortiz” mientras seguía entrando y saliendo de su cuerpo.
Cuando notaba que estaba cerca de alcanzar su orgasmo, reducía mi ritmo, quería hacérselo desear, que supiera que llegaría pero cuando yo quisiese. Segundos después, cuando el momento de tensión había pasado, volvía a aumentar el ritmo, a lamer su cuello, a susurrar en su oído. Empleaba palabras rudas “Doctora Ortiz, ¿le gusta mi polla? ¿le gusta cómo la follo?”, y de nuevo sentía que se acercaba al climax y reducía mis estímulos. Lo había conseguido y estaba totalmente en mi poder. En su consulta, sobre su mesa, y en mi poder.
Yo estaba también muy excitado, me quedaba poco para vaciarme sobre ella y ya no le di más treguas. Comencé un ritmo al principio sostenido y luego lo incrementaba cada vez más. Notaba que se empezaba a contraer. SE iba a correr inminentemente y yo seguía, seguía sin parar. Sus gemidos eran cada vez más fuertes y puse mi mano sobre su boca. En ese momento noté como un escalofrío bestial recorría todo su cuerpo, y al tiempo lo agarrotaba pero sin tensión, convulsionaba sus músculos, su cabeza hacia atrás y su piel brillante de sudor. Tras varias contracciones de su sexo comencé a vaciarme dentro de ella, sentía cómo mi semen recorría el interior de mi miembro se impulsaba en su interior.
Me quedé tumbado sobre ella. Sobre su mesa. Notando cómo nuestros cuerpos se relajaban y nuestras respiraciones se hacían más regulares. Cómo las gotas de sudor resbalaban por nuestros cuerpos, y dándonos pequeños besos. Bromeando. Ella decía “te voy a matar, esta te la guardo”, pero yo sabía que estaba feliz con mi visita a su consulta. Un ligero “bip” en su ordenador la hizo darse cuenta de que quedaban 5 minutos para el fin de “mi consulta” y me levanté de mi posición sobre ella.
Rápidamente nos vestimos y nos recompusimos. Abrió la ventana aún a riesgo de coger una pulmonía con nuestro sudor. Se Ya, vestida, con sus gafas puestas y su pelo recogido, volvía a ser la doctora brillante y respetada. Y yo, volvía a estar loco por tenerla de nuevo debajo de mí, con los papeles perdidos y pidiéndome más.
Antes de irme, saqué un paquete de regalo del bolsillo de mi americana y dije con una sonrisa traviesa “Doctora, su tratamiento ha sido muy bueno, pero creo que voy a necesitar más sesiones, y con carácter urgente”, y añadí “por cierto, le he traído un regalo”, y le di el paquete, marchándome sin dejando a maría con cara de sorpresa y sin poder contestar ni una palabra.
En el próximo capítulo hablaré de lo que contenía ese paquete y de las instrucciones que en él iban. Muchas gracias por llegar hasta aquí y por los comentarios de ánimo.
Mi nombre es Elena y soy una estudiante de medicina de veintidós años. Mi vida sería como la de cualquier otra si no llega a ser porque actualmente caliento las sábanas de mi tío. Muchos se podrán ver sorprendidos e incluso escandalizados pero soy feliz amando y deseando a ese hombre.
Si quiero explicaros como llegué a acostarme con el tío Manuel, tengo que retroceder cuatro años cuando llegué a Madrid a estudiar. Habiendo acabado el colegio en mi Valladolid natal, mis padres decidieron que cursara medicina en la Autónoma de Madrid y por eso me vi viviendo en la capital. Aunque iba a residir en un colegio mayor, mi madre me encomendó a su hermana pequeña que vivía también ahí. La tía Susana me tomó bajo su amparo y de esa forma, empecé a frecuentar su casa. Allí fue donde conocí a su marido, un moreno de muy buen ver que además de estar bueno, era uno de los directivos más jóvenes de un gran banco.
Desde un primer momento, comprendí que eran un matrimonio ideal. Guapos y ricos, estaban enamorados uno del otro. Su esposo estaba dedicado en cuerpo y alma a satisfacer a la tía. Nada era poco para ella, mi tío la consentía y mimaba de tal forma que empecé sin darme cuenta a envidiar su relación. Muchas veces desee que llegado el momento, encontrara yo también una pareja que me quisiera con locura.
Para colmo, mi tía Susana era un bellezón por lo que siempre me sentí apocada en su presencia. Dulce y buena, esa mujer me trató con un cariño tal que jamás se me ocurrió que algún día la sustituiría en su cama. Aunque apreciaba en su justa medida a su marido y sabía que destilaba virilidad por todos sus poros, nunca llegué a verlo como era un hombre, siempre lo consideré materia prohibida. Por eso me alegré cuando me enteré de que se había quedado embarazada.
Esa pareja llevaba buscando muchos años el tener hijos y siendo profundamente conservadora, Susana vio en el fruto que crecía en su vientre un regalo de Dios. Por eso cuando en una revisión rutinaria le descubrieron que padecía cáncer, se negó en rotundo a tratárselo porque eso pondría en peligro la viabilidad del feto. Inútilmente la intenté convencer de que ya tendría otras oportunidades de ser madre pero mis palabras cargadas de razón cayeron en saco roto.
Lo único de lo que pude convencerla fue de que me dejara cuidarla en su casa. Al principio se negó también pero con la ayuda de mi tío, al final dio su brazo a torcer. Por esa desgraciada circunstancia me fui a vivir a ese chalet del Viso y eso cambió mi vida. Nunca he vuelto a dejar esas paredes y os confieso que espero nunca tenerlo que hacer.
La tía estaba de cinco meses cuando se enteró y viéndola parecía imposible que estuviera tan mal y que el cáncer le estuviera corroyendo por dentro. Sus pechos que ya eran grandes, se pusieron enormes al entrar en estado y su cara nunca reflejó la enfermedad de forma clara su enfermedad. Al llegar a su casa, me acogió como si fuera su propia hermana y me dio el cuarto de invitados que estaba junto al suyo. Debido a que mi pared pegaba con la suya, fui testigo de las noches de dolor que pasó esa pareja y de cómo Manuel lloraba en silencio la agonía de la que era su vida.
Gracias a mis estudios, casi a diario le tenía que explicar cómo iba evolucionando el cáncer de su amada y aunque las noticias eran cada vez peores, nunca se mostró desánimo y cuanto peor pintaba la cosa, con más cariño cuidaba a su amor. Fue entonces cuando poco a poco me enamoré de ese buen hombre. Aunque fuera mi tío y me llevara quince años, no pude dejar de valorar su dedicación y sin darme cuenta, su presencia se hizo parte esencial en mi vida.
A los ochos meses de embarazo, el cáncer se le había extendido a los pulmones y por eso su médico insistió en adelantar el parto. Todavía recuerdo esa tarde. Mi tía me llamó a su cuarto y con gran entereza, me pidió que le dijera la verdad:
-Si lo adelantamos, ¿Mi hijo correrá peligro?
-No- contesté sin mentir – ya tiene buen peso y es más dañino para él seguir dentro de tu útero por si todo falla.
Indirectamente, le estaba diciendo que su hígado no podía dar más de sí y que en cualquier momento podría colapsar, matando no solo a ella sino a su retoño. Mi franqueza la convenció y cogiéndome de la mano, me soltó:
-Elena. Quiero que me prometas algo….
-Por supuesto, tía- respondí sin saber que quería.
-….si muero, quiero que te ocupes de criar a mi hijo. ¡Debes ser su madre!
Aunque estaba escandalizada por el verdadero significado de sus palabras, no pude contrariarla y se lo prometí. “La pobre debe de estar delirando”, me dije mientras le prestaba ese extraño juramento porque no en vano el niño tendría un padre. Un gemido de dolor me hizo olvidar el asunto y llamando al médico pedí su ayuda. El médico al ver que había empeorado su estado, decidió no esperar más y llamando a una ambulancia, se la llevó al hospital.
De esa forma, tuve que ser yo quien le diera la noticia a su marido:
-Tío, tienes que venir. Estamos en el hospital San Carlos. Van a provocar el parto.
Ni que decir tiene que dejó todo y acudió lo más rápido que pudo a esa clínica. Cuando llegó, su mujer estaba en quirófano y por eso fui testigo de su derrumbe. Completamente deshecho, se hundió en un sillón y sin hacer aspavientos, se puso a llorar como un crio. Al cabo de una hora, uno de los que la trataban nos vino avisar de que el niño había nacido bien y que se tendría que pasar unos días en la incubadora.
Acababa de darnos la buena noticia, cuando mi tío preguntó por su mujer. El medico puso cara de circunstancias y con voz pausada, contestó que la estaban tratando de extirpar el cáncer del hígado. Sus palabras tranquilizaron a Manuel pero no a mí, porque no me cupo ninguna duda de que esa operación solo serviría para alargarle la vida pero no para salvarla.
La noticia del nacimiento de Manolito le alegró y confiado en la salvación de la madre me pidió que le acompañara a ver al crío en el nido. Os juro que viendo su alegría, no fui capaz de decirle la verdad y con el corazón encogido acudí con él a ver al bebé.
En cuanto lo vi, me eché a llorar porque no en vano sabía que ya se le podía considerar huérfano:
“¡Nunca iba a llegar a conocer a su madre!”
En cambio su padre al verlo no pudo reprimir el orgullo y casi a voz en grito, empezó a alabar la fortaleza que mostraba ya en la cuna. Tampoco en esa ocasión me fue posible explicarle el motivo de mi llanto y secándome las lágrimas, sonreí diciendo que estaba de acuerdo.
Como os podréis imaginar cuatro horas después apareció su médico y cogiendo del brazo al marido de la paciente, le explicó que se habían encontrado con que el cáncer se había extendido de forma tal que no había nada que hacer. Mi tío estaba tan destrozado que no pudo preguntar por la esperanza de vida de su mujer, por lo que tuve que ser yo quien lo hiciera.
-Dudo que tenga un mes- contestó el cirujano apesadumbrado.
La noticia le cayó como un jarro de agua fría a su marido y hundiéndose en un doloroso silencio, se quedó callado el resto de la tarde. Os juro que se ya quería a ese hombre, el duelo del que fui testigo me hizo amarlo más. Nunca había visto y estoy segura que nunca veré a nadie que adore de esa forma a su mujer.
La agonía de mi tía Susana iba a ser larga y por eso decidí exponerle a mi tío que durante el tiempo que me necesitara allí me tendría y que por el cuidado de su hijo, no se preocupara porque yo me ocuparía de él.
-Gracias- contestó con la voz tomada- te lo agradezco. Voy a necesitar toda la ayuda posible.
Tras lo cual se encerró en el baño para que no le viera llorar. Esa noche, dormimos los dos en la habitación y a la mañana siguiente, una enfermera nos vino a avisar que Susana quería vernos. Al llegar a la UCI, Manuel volvió a demostrar un coraje digno de encomio porque el hombre que saludó a su mujer, era otro. Frente a ella, no hizo muestra del dolor que sentía e incluso bromeó con ella sobre el próximo verano.
Su esposa, que no era tonta, se dio cuenta de la farsa de su marido pero no dijo nada. En un momento que me quedé con ella a solas, me preguntó:
-¿Cuánto me queda?
-Muy poco- respondí con el corazón encogido.
Fue entonces cuando cogiéndome de la mano me recordó mi promesa diciendo:
-¡Cuida de nuestro hijo! ¡Haz que esté orgullosa de él!
Sin saber que decir, volví a reafirmar mi juramento tras lo cual mi tía sonrió diciendo:
-Manuel sabrá hacerte muy feliz.
La rotundidad de su afirmación y el hecho que el aludido volviera a entrar en la habitación hizo imposible que la contrariara. Mi rechazo no era a la idea de compartir mi vida con ese hombre sino a que conociéndolo nunca nadie podría sustituirla en su corazón.
Mi vida con Manolito.
A los dos días, nos dieron al niño. Siendo sano no tenía ningún sentido que estuviera más tiempo en el hospital por lo que tuvimos que llevárnoslo a casa mientras su madre agonizaba en una habitación. Todavía recuerdo esa mañana, Manuel lo cogió en brazos y su cara reflejó la angustia que sentía. Compadeciéndome de él, se lo retiré y con todo el cariño que pude, dije:
-Tío, déjamelo a mí. Tú ocúpate de Susana y no te preocupes, lo cuidaré como si fuera mío hasta que puedas hacerlo.
Indirectamente, le estaba diciendo que yo lo cuidaría hasta que su madre hubiese muerto pero lejos de caer en lo inevitable, ese hombretón me contestó:
-Gracias, cuando salga Susana de esta, también sabrá compensarte.
No quise responderle que nunca saldría y despidiéndome de él, llevé al bebe hasta su casa. Durante el trayecto, pensé en el lio que me había metido pero mirando al bebe y verlo tan indefenso decidí que debía dejar ese tema para el futuro. Acostumbrada a los recién nacidos por las prácticas que había hecho en Pediatría neonatal, no tuve problemas en hacerme con todo lo indispensable para cuidarlo y por eso una hora después, ya cómodamente instalada en el salón, empecé a darle el biberón.
Eso que es tan normal y que toda madre sabe hacer, me resultó imposible porque el chaval no cogía la tetina y desesperada llamé a mi madre. Tal y como me esperaba mientras marcaba, se rió de mí llamándome novata y ante mi insistencia, me preguntó:
-¿Por qué no intentas dárselo con el pecho descubierto?-
Al preguntarle el por qué, soltó una carcajada diciendo:
-Tonta, porque al oír tu corazón y sentir tu piel, se tranquilizará.
Su respuesta me convenció y quitándome la camisa, puse su carita contra mi pecho. Ocurrió exactamente como había predicho, en cuanto Manolito sintió mi corazón, se asió como un loco del biberón y empezó a comer. Lo que no me había avisado mi madre, fue que al sentir yo su cara contra mi seno, me indujo a considerarlo ya mío y con una alegría que me invadió por completo, sonreí pensando en que no sería tan desagradable cumplir la promesa dada.
Una vez se había terminado las dos onzas y al ir a cambiarle ocurrió otra cosa que me dejó apabullada. Entretenida colocando el portabebé, no me percaté que había puesto su cabeza contra mi pecho y el enano al sentir uno de mis pezones contra su boca, instintivamente se puso a mamar. El placer físico que sentí fue inmenso (no un orgasmo no penséis mal). La sensación de notar sus labios succionando en busca de una leche inexistente fue tan tierna que de mis ojos brotaron unas lágrimas de dicha que me dejaron confundida.
No sé si obré mal pero lo cierto es que a partir de entonces después de cada toma, dejaba que el bebé se durmiera con mi pezón en su boca.
“Es como darle un chupete”, me decía para convencerme de que no era raro pero lo cierto es que cuanto más mamaba ese crio de mis pechos, mi amor por él se incrementaba y empecé a verlo como hijo mío.
Lo que no fue tan normal y lo reconozco fue que ya a partir del tercer día, me entraran verdaderas ganas de amamantarlo y obviando toda cordura, investigué si había algo que me provocara leche. No tardé en hallar que la Prolactina ayudaba y sin meditar las consecuencias, busqué estimular la producción de leche con ella.
Mientras esto ocurría, mi tía agonizaba y Manuel vivía día y noche en el hospital solo viniendo a casa durante un par de horas para ver al chaval. Dueña absoluta de la casa, nadie fue consciente de que me empezaba a tomar esa medicina. A la semana justa de nacer, fue la primera vez que mi niño bebió la leche de mis pechos y al notarlo, me creí la mujer más feliz del mundo. No sé si fue la medicina, el estímulo de mis pezones o algo psicológico pero la verdad es que mis pechos no solo crecieron sino que se convirtieron en un par de tetas que rivalizaban con los de cualquier ama de cría.
Mi producción fue tal que dejé de darle biberón y solo mamando de mis pechos, Manolito empezó a coger peso y a criarse estupendamente. El primer problema fue a los quince días de nacido que aprovechando que su madre había mejorado momentáneamente, Manuel decidió bautizarle junto a ella. La presencia del padre mientras le vestía y las tres horas que estuvimos en el Hospital, provocaron que mis pechos se inflaran como balones, llegando incluso, a sin necesidad de que el bebé me estimulara, de mis pezones brotara un manantial de leche dejándome perdida la camisa. Sé que mi tío se percató de algo por el modo en que me miró al darse cuenta de los dos manchones que tenía en mi blusa, pero creo que no quiso investigar más cuando ante la pregunta de cómo me había manchado, le contesté que se me había caído café.
La cara con la que se me quedó mirando los pechos, no solo me intranquilizó porque me descubriera sino porque percibí un ramalazo de deseo en ella. Lo cierto es que más excitada de lo que me gustaría reconocer, al llegar a casa di de mamar al que ya consideraba propio y tumbándome en la cama, no pude evitar masturbarme pensando en Manuel.
Al principio fue casi involuntario, mientras recordaba sus ojos fijos en mi escote, dejé caer una mano sobre mis pechos y lentamente me puse a acariciarlos. Mis pezones se pusieron inmediatamente duros y al sentirlos no fui capaz de parar. Como una quinceañera, me desabroché la blusa y pasando mi mano por encima de mi sujetador, empecé a estimularlos mientras con los ojos cerrados soñaba que era mi tío quien los tocaba.
Mi calentura fue en aumento y ya ni siquiera pellizcarlos me fue suficiente y por eso levantándome la falda, comencé a sobar mi pubis mientras seguía imaginado que eran sus dedos los que se acercaban cada vez más a mi sexo. Por mucho que intenté un par de veces dejarlo, no pude y al cabo de cinco minutos, no solo me terminé de desnudar sino que abriendo el cajón de la mesilla, saqué un consolador.
Comportándome como una actriz porno en una escena, lamí ese pene artificial suspirando por que algún fuera el de él y ya completamente lubricado con mi saliva, me lo introduje hasta el fondo mientras me derretía deseando que fuera Manuel el que me hubiese separado las rodillas y me estuviese follando. La lujuria me dominó al imaginar a mi tío entre mis piernas y uniendo un orgasmo con el siguiente no paré hasta que agotada, caí desplomada pero insatisfecha. Cuando me recuperé, cayeron sobre mí los remordimientos de haberme dejado llevar por esos sentimientos mientras el objeto de mis deseos estaba cuidando a la mujer que realmente amaba y por eso no pude evitar echarme a llorar, prometiéndome a mí misma que eso no se volvería a repetir.
Tratando de olvidar lo ocurrido, intenté estudiar algo porque tenía bastante dejadas las materias de mi carrera. Llevaba media hora enfrascada entre los libros cuando escuché el llanto de mi bebe y corriendo fui a ver que le pasaba. Manolito en cuanto le cogí en brazos, buscó mi pezón y olvidándome de todo, sonreí dejando que mamara.
-Voy a ser tu madre aunque tu padre todavía no lo sepa- susurré al oído del niño mientras mi entrepierna se volvía a encharcar.
La muerte de mi tía
Lo inevitable ocurrió dos semanas después. El menguado cuerpo de mi tía no pudo más y una mañana mientras su marido la tenía cogida de la mano, mi tía murió. Al estar presente, fui testigo del desmoronamiento total de Manuel. Llorando en silencio, se quedó sentado en la silla de esa habitación de hospital dejándome a mí que me ocupara de todo lo relativo con el entierro.
Lo primero que hice fue como es lógico llamar a mi madre y explicarle que su hermana pequeña había fallecido para acto seguido ponerme en contacto con la funeraria.
Al día siguiente, la enterramos en el cementerio de la Almudena. Fue una ceremonia triste porque la tía dejaba al irse un vacío inmenso en todos los que habíamos tenido la dicha de conocerla. Viendo la comitiva, comprendí que quienes realmente la iban a echar de menos eran su marido y su hijo recién nacido. El primero porque acababa de perder a su compañera y el segundo porque jamás llegaría a conocer a su madre.
Tras la ceremonia, Manuel seguía en shock. No quería irse del cementerio y por eso mi padre y unos amigos tuvieron que forzarle a irse a casa. Por mi parte, el dolor de su perdida se multiplicaba por mil porque no sabía si mi tío me iba a seguir dejando que me ocupara de Manolito. No solo lo quería sino que consideraba que el bebé me necesitaba.
Gracias al destino, mientras iba hacia la casa en el coche con mi madre, me dijo:
-Hija, sé que no es tu problema pero me gustaría que te quedaras con el tío para ayudarle con el niño.
-Mamá- respondí- por mí no hay problema pero debe ser él quien me lo pida. Es su casa y es su hijo.
Mi madre, ajena a los sentimientos que sentía por el viudo de su hermana, se quedó pensando y contestó:
-Le diré a tu padre que hable con él.
Juro que si no llega a estar presente, hubiera dado saltos de alegría porque con la ayuda de mis viejos era casi seguro que mi tío aceptara. Aun así esperé nerviosa su decisión ya que no las tenía todas conmigo. Al cabo de dos horas, vi como mi padre se llevaba a Manuel a otra habitación y sabiendo que se estaba decidiendo mi futuro entre esas cuatro paredes, me quedé sentada frente a su puerta mientras en mi interior se acumulaban las dudas.
Diez minutos más tarde, mi padre me llamó y haciéndome pasar, me pidió que me sentara. Frente a mí, Manuel seguía llorando desconsolado, por lo que tuvo que ser mi viejo quien tomara la palabra:
-Hija, tu tío y yo hemos hablado. Como bien sabes, su hijo es un bebé y necesita muchos cuidados. Cómo tú has sido quien le ha estado cuidando desde que nació y ahora mismo, su padre necesita ayuda: te pedimos que te quedes hasta fin de curso en esta casa.
Tuve que reprimir mi cara de felicidad al escuchar sus palabras y adoptando un tono tierno, contesté:
-Papá, estaré encantada de ayudar y por mis estudios no te preocupes, sabré compaginarlos con… –estuve a punto de decir el papel de madre pero rectificando, continué diciendo- su cuidado.
Mi tío levantó su cara y mirándome a los ojos, solo pudo decir:
-Gracias- tras lo cual se volvió a hundir en la desesperación.
Incapaz de ejercer de anfitrión, tuve que asumir yo esa función y durante el resto de la tarde, atendí a todos los que venían a dar el pésame. Solo desaparecí dos veces, para dar de mamar a mi niñito. Curiosamente al hacerlo, algo en mí cambió y ya sin ninguna duda, supe que ese niño era mío.
“Soy su madre” pensé mientras su boquita mamaba de mi pezón.
Manuel me sorprende dando de mamar.
Las siguientes dos semanas, fueron una mezcla de dolor y de esperanza en esa casa. Mientras Manuel deambulaba perdido de un lado a otro sin ser capaz de ocuparse de nada y con el duelo a cuesta, se iba afianzando mi amor por él y por su hijo. Como con mi tío no se podía contar, poco a poco me fui haciendo con el mando de su hogar, hasta el grado que el servicio me preguntaba a mí y no a él, asumiendo que yo era la jefa.
Mi tiempo lo dividía entre la carrera, Manolito y Manuel. Reconozco que supe adaptarme: por las mañanas antes de salir rumbo a la universidad, hacía como si preparaba el biberón del enano cuando en realidad con un sacaleches rellenaba dos frascos con el que la criada iba a alimentarlo durante mi ausencia. Al llegar, revisaba la casa y obligaba a comer a mi tío, llegando incluso a regañarle para que lo hiciera, tras lo cual, me encerraba en mi habitación con el bebé, alternando su cuidado con mis estudios. Con el pestillo echado, cogía al crio entre mis brazos y le daba de mamar frente a un libro.
Pero un día en el que el metro se había retrasado y en el que mis pechos me dolían por no haber sido vaciados, llegué a casa y cogiendo a mi chaval, no tomé la precaución de cerrar la puerta mientras le daba de mamar. Os juro que no lo hice a propósito y por eso fui la primera sorprendida cuando descubrí a mi tío mirándome desde la puerta.
Su reacción fue de sorpresa al ver a su hijo aferrado a mis pechos y sin saber cómo actuar, no dijo nada y cerró la puerta. Asustada, me abroché la camisa y casi llorando, fui a verle con Manolito entre mis brazos. Lo encontré en el salón poniéndose una copa. Al verme entrar, me pidió que me sentara y con voz tranquila, preguntó:
-¿Cómo es posible?
Aterrorizada, le mentí:
-Tío, ¡No te enfades! Debió de ser algo psicológico. Sin desearlo, desde que empecé a cuidar a tu hijo, mis pechos comenzaron a producir leche y sabiendo que se criaría mejor, decidí darle de mamar sin consultarte.
No sé si me creyó pero valorando mis palabras y viendo lo sano que estaba su retoño, dio su visto bueno diciendo:
-¿No te importa?
Aunque sabía a qué se refería me hice la tonta.
-¿El qué?
-Dar el pecho a un niño que no es tu hijo.
-Para nada- contesté: -Le quiero como si fuera mío.
La rotundidad de mi contestación, le quitó argumentos y sabiendo que era lo mejor para el bebé, cambió de conversación diciendo:
-Elena, creo que ya es hora de que vuelva a trabajar. ¿Crees que serás capaz de ocuparte tú de la casa?
Sonreí al escucharlo y pensando que ya llevaba tres semanas haciéndolo, le contesté:
-Vete tranquilo a la oficina. Cuando vuelvas cada tarde, estaremos Manolito y yo esperándote en casa.
Mis palabras escondían un significado que no le pasó inadvertido porque mi tío comprendió que había algo más que cariño de sobrina y a partir de ahí, empezó a mirarme de otra forma.
El continuo contacto hizo el resto. Por las mañanas, me levantaba antes que él y cuando por fin salía de su cuarto, se encontraba con su desayuno servido y a mí deseando complacerle. Al retornar del trabajo, le acompañaba a dar una vuelta con el niño como si fuéramos marido y mujer. Cualquiera que hubiera visto paseando y riéndonos por la calle, jamás hubiese dicho que él era mi tío y yo su sobrina.
Al llegar a casa mientras me ocupaba del niño, mi tío preparaba la cena como un matrimonio más. La diferencia llegaba cuando a la hora de ir a la cama, Manuel se dirigía a su cuarto, dejándome sola en mi habitación. Sin darnos cuenta, pasé a formar parte de su vida y poco a poco, la barrera que suponía el hecho de ser la sobrina de su esposa, se fue diluyendo a base de pequeños detalles.
Un roce aquí, una caricia allá. Manuel se comportaba como un crío, tanteando mi interés pero con miedo a ser rechazado. Mientras tanto, yo estaba cada vez más enamorada y más decidida a qué ese hombre fuera mío. Empecé a vestirme con camisones sugerentes, mientras cenábamos. Sé que mi tío se dio cuenta pero por las miradas que echaba de vez en cuando a mi escote, comprendí que no le importaba.
La manera en que me miraba no era la de un familiar y no queriendo prolongar esa absurda situación en la que ambos deseábamos ir más allá, una mañana aproveché que estaba desayunando para dejar caer mi café sobre mi camisón. Al oírme gritar, se levantó de su silla y cogiendo una servilleta, me ayudó. Juro que me encantó sentir por vez primera sus manos sobre mis pechos, aunque solo fuera para secar mi ropa.
-¿Te has quemado?- preguntó viendo que mordía mis labios.
Incapaz de confesarle que lo que realmente estaba ardiendo era mi entrepierna, separé la mojada tela de mi escote y poniendo cara de dolor, contesté:
-Un poco, ¡Me escuece!
Mi tío se quedó fijamente mirando los abultados pechos que disimuladamente mostré y casi temblando, se separó de mí. Os confieso que me encantó descubrir que su pene se había puesto duro, bajo su pantalón y prolongando su embarazo, le pedí que me trajera una crema.
Manuel obedeció mi ruego y buscó en el botiquín algo contra las quemaduras. Al dármela, haciendo como si realmente me urgiera, me empecé a untar con ella los senos. La cara de deseo que puso al ver como esparcía el ungüento por mis pezones, me convenció de que faltaba poco para ser suya.
El siguiente paso a que por fin sustituyera a su esposa por completo, lo dio Manuel después de cenar. Estábamos viendo la tele cuando escuché por el micro que el bebé lloraba en su cuna. Levantándome le informe:
-Tiene hambre.
Y fue entonces cuando medio avergonzado, me pidió que le diera de mamar frente a él:
-Te parecerá escandaloso pero me gustaría ver como lo hace.
Me quedé paralizada pero con el coño encharcado, al imaginarme a mi tío contemplando la escena. Tras unos momentos de confusión, fui a por el niño y volviendo a sentarme en el sofá, me saqué un pecho y dejé que mamara mientras Manuel no se perdía detalle de cómo lo hacía. Sentir su mirada mientras el crío se aferraba a mi pezón, me fue calentando y por eso tuve que reprimir los gemidos cuando al cabo de cinco minutos, me corrí en silencio. No hizo falta que me tocara, la caricia de sus ojos sobre mi pecho fue suficiente para que me fuera excitando y mordiéndome los labios, llegara a un dulce y tierno orgasmo. El bulto que se escondía bajo su pantalón, me confirmó que él también se había visto alterado pero bien por el duelo que todavía sentía o bien los prejuicios de que yo fuera su sobrina, evitaron que diera el siguiente paso.
Con el bebé con el estómago llenó, me cerré la camisa y le llevé hasta su cama. La vergüenza de haberme corrido frente a él, me llevó a encerrarme en mi cuarto y sacando mi consolador del cajón donde lo guardaba, me masturbé pensando en ser suya.
Todo se acelera.
A partir de esa noche, se convirtió en un ritual que al terminar de cenar fuera a por el niño y que en presencia de mi tío le diera el pecho. Ambos sabíamos lo que ocurriría a continuación. Manuel se sentaría frente a mí y se pondría a observar cómo desabrochándome el vestido dejaría caer un tirante, tras lo cual, cogería mi pecho y mirándole a los ojos, pondría mi pezón en la boca del bebé.
Todas y cada una de esas noches, me excité al sentir la caricia de su mirada y en silencio me corrí mientras él me veía hacerlo cada vez más alterado. Ninguno jamás comentó nada de lo que sucedía y siguiendo el guion de ese acuerdo tácito, al terminar de mamar me levantaba y me iba corriendo a mi cuarto. Sé que Manuel se debía suponer que era lo que yo hacía posteriormente pero nunca dijo nada aunque en sus ojos era evidente la atracción que sentía por mi cuerpo.
Ya no me escondía. En cuanto se iba el servicio, desaparecía mi ropa de niña buena y me quedaba casi desnuda, en su presencia. Había decido a seducirle pero por mucho que me exhibía ante él y comprobaba en su mirada, que me deseaba, no se decidía. Sabiendo que era una guerra en la que tenía que hacer que mi amado enemigo se fuera olvidando de su mujer, no desesperé.
“¡Serás mío!”
Fue una noche cuando Manolito se puso a llorar pidiendo su leche y en la que como estaba realmente cansada no me enteré, cuando todo se aceleró. Al oír los gritos del crío, mi tío se despertó y entrando en mi cuarto con él en sus brazos, me lo acercó. Estaba tan dormida que le cogí al niño y tumbada en la cama, me puse a darle de mamar.
Su padre, sin pedirme permiso, se tumbó a mi lado y mirando cómo el crío se aferraba a mi teta, con voz tierna, me dijo:
-Es precioso.
Sonreí al verle apoyar su cabeza en la almohada y sin importarme su presencia, terminé de alimentar al bebé. Después de cambiarle el pañal, me giré y descubrí que Manuel se había quedado dormido y decidida a no desaprovechar la oportunidad, me tumbé junto a él. Mi tío no se enteró y siguió durmiendo, por lo que pude pegarme a su cuerpo que era lo que llevaba meses deseando.
No sabía cuánto tiempo pasó pero de repente, noté que me abrazaba y mee acariciaba suavemente el cabello. No queriendo romper ese momento, seguí haciéndome la dormida, disfrutando de su caricia. Sus dedos se fueron deslizando por mi melena e intentando no despertarme, se separó un poco. Como si siguiera soñando protesté y me pegué a él con los ojos cerrados. Al sentir su pene ya duro presionando contra mis nalgas, me creí morir pero me mantuve quieta para no descubrir que estaba despierta.
Mi tío se mantuvo expectante durante unos segundos y entonces, noté como separaba la parte de arriba de mi camisón. No queriendo asustarlo, no me moví. Deseaba darme la vuelta y dejar que me hiciera suya pero no debía anticiparme. A los pocos minutos, volví a notar sus manos abriendo mi bata. Excitada, mantuve los ojos cerrados mientras su mano se deslizaba por mi escote y suavemente abarcaba mi pecho.
El pezón que dos horas antes había dado de mamar a su hijo, recibió su caricia ya duro. Tuve que morderme los labios para evitar que un aullido saliera de mi garganta pero no pude evitar que mi cuerpo temblara de deseo levemente. Y cuando sentí que presionando su pene contra mi culo, Manuel empezaba moverse un poco, creí morir de felicidad.
La calentura que recorría su cuerpo le hizo ser menos precavido y aunque temía que me despertara, me agarró una teta mientras un gemido salía de su garganta. Para entonces, mi corazón parecía salirse de mi pecho: quería darme la vuelta y decirle que me hiciera suya pero el miedo me lo impidió. Pero al sentir que bajando su mano, me levantaba el camisón dejando mi culo al aire y sus dedos acariciando mis nalgas, no pude más y pegándome a él, suspiré de placer.
Asustado, se separó de mí y salió de la cama. Comprendiendo que nunca se volvería a sobrepasar si dejaba que se fuera, me incorporé y le pedí:
-Manuel, ¡No te vayas!
La sonrisa de mis labios y el amor con el que le miré, terminó de barrer sus prejuicios y volviendo a mi lado, me besó. Abrí mi boca y deje que su lengua jugara con la mía, mientras una de sus manos me acariciaba los senos. Ya lanzada, me terminé de desnudar y poniendo mi pecho en su boca, dejé que el padre mamara como su hijo había hecho tantas noches.
-¡Te quiero!- exclamé al sentir su lengua en mis aureolas.
Si cuando el bebé se alimentaba, mi cuerpo se estremecía de ternura, al notar la boca de mi tío succionando de mis pechos, me volvió loca y pegando un grito, le imploré que necesitaba ser suya. El que hasta ese momento me consideraba su sobrina dejó que su mano se fuera deslizando por mi piel hasta llegar a mi trasero. Al sentir sus yemas acariciando sin pudor mis nalgas, noté que mi coño rebosaba de placer y pegando su sexo al mío, insistí en que me tomara.
Manuel al ver mi necesidad, sonrió y con delicadeza separó mis rodillas. Consciente de que no había marcha atrás, me miró como pidiendo permiso. Confirmé mi disposición con mi mirada, tras lo cual mi querido y amado tío, se agachó entre mis piernas.
Suspiré al sentir su lengua aproximándose a su objetivo y como una cerda en celo, le rogué que se diera prisa. Acostumbrado a su esposa y conociendo que una mujer disfruta más cuanto más lento la aman, contrariando mis deseos, se entretuvo jugueteando con los bordes de mi botón antes de conquistarlo. Completamente cachonda, presioné con mis manos su cabeza forzando el contacto de su boca contra mi entrepierna. Al percibir mi calentura, decidió prolongar mi sufrimiento y ralentizando sus maniobras, incrementó mi angustia:
-Te lo ruego: ¡Fóllame!- grité fuera de mí- ¡Me urge ser tuya!
Fue entonces cuando compitiendo con su boca, mis dedos se apoderaron de mi clítoris y me empecé a masturbar. Con su meta ocupada, me penetró con la lengua y saboreando mi flujo, se percató de que estaba a punto de correrme. Decidido a explotar mi excitación, pasó un dedo por mi esfínter y lo empezó a relajar con suaves movimientos circulares. Al experimentar el triple estímulo, no resistí más y retorciéndome sobre las sábanas, llegué al orgasmo dando tantos alaridos que temí que mis berridos despertaran al bebé.
-¡Me corro!- aullé como posesa.
Azuzando mi deseo, terminó de introducirle su dedo en mi culo mientras usaba su lengua para recoger parte del fruto que manaba de mis interior.
-¡No puede ser!- chillé al sentir que una a una mis defensas se iban desmoronando ante su ataque y temblando sobre la cama, dejé un charco, señal clara del éxtasis que la tenía subyugada.
Metiendo y sacando su lengua de mi interior, El tío consiguió una victoria aplastante y solo cuando con lágrimas en los ojos le supliqué me tomara, solo entonces, cogiendo su pene entre las manos, y mientras miraba a los ojos, forzó mi entrada de un solo empujón. Ni siquiera le hizo falta moverse: al sentir mi conducto ocupado y su glande chocando contra la pared de mi vagina, me corrí y clavando mis uñas en su espalda, le exigí que me follara.
-¿Te gusta sobrina?- preguntó al sentir mi flujo recorriendo sus piernas.
-Siiiiii, ¡Tío! Llámame como quieras pero ¡No dejes de follarme!- ladré convertida en perra.
No tardó en hacerle caso y dando a sus caderas una velocidad creciente, apuñaló sin descanso mi sexo. Dominada por la lujuria respondí a cada incursión con un gemido, de forma que mi cuarto se llenó de mis gritos.
-¡Dios! ¡No pares!- chillé.
La entrega que le demostré, rebasó en mucho sus previsiones y viendo que estaba a punto de eyacular en mi interior le pedí que no lo hiciera porque podía quedarme embarazada.
-¿No es eso lo que quieres?- pregunté pellizcándome un pezón- ¿No te gustaría darle un hermano a Manolito?
-¡Sí!- le grité y obviando el escándalo que provocaríamos si me preñaba, dejé que sembrara mi fértil sembrado con su simiente.
Mi último orgasmo, el más intenso, coincidió con el suyo. Mi coño se convulsionó alrededor de su polla, la cual sin la debida protección lanzó dentro de mí cañonazos de placer. Agotada y sin poder moverme, me quedé abrazada a mi amado tío, mientras mi mente soñaba con que me hubiese dejado embarazada.
La oscuridad ocultaba su felonía. Todo el mundo dormía y ella no hacía ruido al caminar descalza por el pasillo de la mansión. Llegó a la puerta. Palpó hasta encontrar el pomo ylo giró lentamente. Se deslizó dentro del cuarto que ella sabía vacío y se metió en la cama a esperar con una sonrisa nerviosa en los labios.
El aroma de la otra mujer, la que ocupaba esa cama cada noche, se respiraba entre las sabanas. Era una de sus empleadas, una mujer del servicio, la cocinera. Pero ahora, su sirvienta, se encontraba muy lejos. Lejos de la mansión, al igual que su propio marido, el señor de la casa.
Bethelyn tenía la noche para ella sola, libre de su marido y de la mujer de su amante.
Ernest, el jardinero y marido de la cocinera, vendría a acostarse en cualquier momento y ella sería su sorpresa de buenas noches.
La puerta se abrió, una oscura figura se coló dentro y comenzó a desnudarse, ella sonreía en silencio. Cuando el hombre se metió en la cama apenas se sorprendió al encontrarla, supo al instante quien era ella y por que estaba allí.
Sintió el cuerpo de su hombre desnudo. Él comenzó a acariciarla bajo el camisón, sus pechos, sus piernas, su coño desnudo. Estaba muy excitada. Ninguno quería romper el silencio que les protegía de los oídos de los demás miembros del servicio.
Notó como levantaba su camisón y comenzaba a lamer sus pezones mientras le recorría el cuerpo con sus manos nerviosas, húmedas y frías. Ella le abrazó, palpó su cuerpo delgado y fibroso, después llevó sus manos hasta su cabeza y le palpó su pelo lacio.
Algo no iba bien. No iba nada bien.
Aquellas no eran las manos grandes, fuertes y ásperas de su hombre. Tampoco era su lengua cálida y tierna la que le recorría el cuerpo y no había rastro de su ensortijada cabellera. No abrazaba el fornido y musculoso cuerpo de su amante sino un nervudo cuerpo de muchacho. Alguien estaba usurpando el lugar de Ernest el jardinero, su amante.
No fue difícil llegar a la conclusión de que el hombre que la lamía y sobaba era el amante de la cocinera, su sirvienta que, desconocedor de la apresurada partida de su criada a últimas horas de la tarde, creía estar regocijándose con ella.
La situación era dramática. Por un lado, alguno de sus haraposos sirvientes se estaba dando un festín con ella, mancillándola. Por otro, la vergonzosa y complicada posición en la que se encontraría si alguien supiera que la Señora de la casa, la esposa de un político y prestigioso hombre de negocios, visitaba furtivamente la cama del jardinero.
Un sudor frío le recorrió el cuerpo y el pánico hizo presa de ella. No sabía qué hacer para salir de allí sin levantar las sospechas del intruso que manoseaba y besuqueaba. Se mantuvo en silencio, con la oscuridad como cómplice de su identidad. Manteniendo su anonimato por encima de todo para salir de allí sin ser descubierta.
El zagal no dejaba de amasar sus tetas y de restregar continuamente la polla contra su cadera. En una de las ocasiones en las que su mano pasó entre las piernas de ella aprovechó para meterle un dedo en el coño que le produjo un gemido de sorpresa y asco. Arqueó en cuerpo como acto reflejo a su intromisión y se retorció levemente cuando comenzó un continuo mete-saca digital. Tenía los ojos abiertos como platos y respiraba como si estuviera hasta el cuello en una bañera de agua helada.
¿Quién coño sería este mequetrefe que se atrevía a follarla con el dedo? –Cuando descubriera quien era el sucio amante de la cocinera lo mataría y después lo despediría. Y a la cocinera también, por puta.
El muchacho se colocó entre sus piernas con la polla en ristre frotándola contra sus labios vaginales. Ella respiraba agitadamente, nerviosa, bloqueada por el miedo mientras su captor besaba su cuello y jugueteaba con sus pezones. Gimió de espanto cuando notó la punta de su polla en la entrada de su coño. Por acto reflejo puso las manos en los hombros de él y lo empujó para evitar la penetración. El intruso pareció entender la negativa de ella y no insistió en su intento por penetrarla. En lugar de eso, bajó sus labios hasta sus tetas y comenzó a besarlas. Las lamió y mordisqueó hasta hartarse de ellas y cuando lo hubo hecho, continuó su camino descendente hasta el pubis de la mujer.
Se entretuvo un buen rato antes de meter su lengua entre los pliegues de la señora. Buscó su clítoris, lo encontró e invirtió un buen tiempo en aquella zona.
La señora, horrorizada no paraba de retorcerse ligeramente para evitar, sin éxito, el contacto entre la lengua del allanador y su clítoris, lanzando apagados jadeos de repulsión.
El zagal no podía ser ninguno de los criados, todos eran gente mayor y este mequetrefe solo era un adolescente. Debía ser el hijo de alguno de ellos. Los hijos de los criados también trabajaban en la mansión. Como ayudantes.
Un dedo húmedo, empapado de saliva jugueteó con su ano y comenzó a penetrarla. Sobresaltada y horrorizada, apretó las sabanas entre sus manos, echó la cabeza hacia atrás con los ojos y la boca cerrados con fuerza. Tensó el cuerpo y levantó la cadera a la vez que contraía el ano lo que pudo. Era inútil. El dedo invasor ganaba terreno poco a poco, entrando y saliendo, se introducía lenta e irremisiblemente.
Le hacía daño, la fricción del dedo le producía dolor. Dolor y asco. Además, con la cadera levantada dejaba su coño más expuesto a los lametazos del joven que ya no se contentaba solo con su clítoris y había extendido sus caricias bucales a toda la zona oscura. Al final, después de retorcerse y de pelear contra la lengua y el dedo del muchacho una batalla perdida desde el inicio, optó por la decisión más sabía pero mas humillante.
Relajó su cuerpo, bajó la cadera, y levanto ligeramente las piernas para facilitar la violación anal y reducir de esa manera la fricción del dedo que ya se encontraba dentro de ella por completo.
Iba a matarlo en cuanto supiese quien era ese degenerado. Había varios mocosos habitando la mansión. El ayudante de cocina había partido con la cocinera aquella misma tarde, por lo que quedaba descartado. El ayudante de las cocheras era rechoncho y blandito, descartado. Uno a uno eliminó todos lo muchachos de la mansión. Solo quedaba el porquerizo pero tampoco podía ser, el olor a estiércol de ese muchacho ya le habría delatado. Entonces ¿Quién?
Notó los labios del mozo ascender por su cuerpo y llegar hasta su cuello que besó, y succionó con fruición. De nuevo la polla de aquel individuo merodeaba su coño que no estaba dispuesta a ofrecer a un ayudante de criado infecto.
Y entonces lo descubrió, supo quien era. El olor era la clave. El olor de su perfume que tantas veces ella le había visto aplicarse.
Su hijo.
Su propio hijo estaba intentando follársela. Él era el amante de la cocinera. Ese pequeño judas había ido en busca de la cocinera y sin embargo ahora estaba intentando meterle su polla a ella, a su madre. El peor de los incestos.
Abrió la boca para chillarle pero su grito quedó ahogado por un beso húmedo que le tapó la boca. Sus protestas, convertidas en sordos gemidos, nunca llegaron a salir de sus labios. El peso del muchacho y sus manos aprisionaban su cara y su cuerpo.
Volvió a notar de nuevo la punta de la polla de su hijo en la entrada de su coño. Con el corazón desbocado y paralizada por el miedo solo pudo gemir como protesta cuando la polla comenzó a deslizarse dentro de su coño mientras la mano de él apretujaba su culo contra su cuerpo. Comenzó a follársela.
A punto de llorar, con la boca tapada y recorrida por la lengua de él sintió como su hijo entraba y salía de ella frenéticamente, desbocado. Al menos su polla no era grande, pensó, el mete-saca era más desagradable que doloroso.
Su coño penetrado sin parar por la polla de su hijo, sus tetas sobadas y pellizcadas sin cesar, su cara aprisionada por una mano en su barbilla y su boca recorrida por la lengua de su captor dificultando su respiración.
Pero lo peor estaba por llegar. Su hijo aumentaba la cadencia de sus embestidas y ello solo significaba una cosa. La eyaculación. Su hijo iba a correrse dentro de ella.
Le empujó de las caderas, brincó y retorció la pelvis para zafarse todo lo que pudo pero todo fue inútil, no pudo evitar lo inevitable.
Él se corrió abundantemente mientras ella gemía de horror y asco. Dejó de arremeter con violencia el coño de su madre y convirtió su cadencia en un suave balanceo de entrada y salida de su polla. Disfrutó metiéndola y sacándola despacito en toda su longitud. Bethelyn había dejado de luchar. Había perdido. Soportaba como una espectadora de trapo el lento metesaca de su hijo, el monótono sobeteo de sus tetas y su culo. Su lengua todavía paseaba por su cara y su cuello.
Cuando por fin acabó su felonía, se quedó sobre ella, descansando, inerte, con sus manos sobre sus tetas y su polla dentro.
Aguardó en silencio, aguantando el llanto y la rabia. –me lo vas a pagar cabrón. –pensaba en la oscuridad de aquel dormitorio. –Garse, señorito de mierda.
Garse, el señorito de la casa, su vástago. El vil, cruel y mal nacido hijo del diablo que tenía por hijo se estaba tirando a su cocinera y ahora se la había follado a ella, a ella, la Señora de la casa, su madre, la dueña de la mansión, descendiente de familia ilustre, mujer de un político notable.
Pasaron los minutos, él se había dormido sobre ella, su respiración era rasposa y lenta. Lo empujó a un lado, apartando sus asquerosas manos de su cuerpo, liberándose por fin de su polla que había quedado alojada en ella durante todo el tiempo. Se deslizó por el borde de la cama y abandonó la habitación sin hacer ruido.
Cuando regresó a su habitación, a hurtadillas, protegida de nuevo por la oscuridad de la noche, sabiéndose a resguardo allí dentro, ya lo tenía claro. Al día siguiente el pequeño judas ingresaría en un internado, bien lejos. Lejos de ella y de la cocinera, esa puta. Donde no pudiera verle ni hacerle recordar aquella noche. Ciertas amistades en los puestos de dirección del colegio harían posible su ingreso de inmediato.
Arrebujada entre las sábanas de su cama y con una mueca de asco no pudo dormir esa noche. Si mi hijo supiera lo que ha hecho –pensaba. -Si tan siquiera pudiera imaginar que es su madre y no la cocinera la mujer a la que se ha follado, a la que ha llenado de semen y saliva. Si supiera que me ha hecho pasar la peor noche de mi vida.
Mientras tanto en la otra punta de la mansión, un adolescente volvía a su dormitorio y se tumbaba boca arriba en su cama. Ufano y con una sonrisa de oreja a oreja se acariciaba su polla de nuevo en erección.
A última hora de la tarde había oído a su padre pedir al marido de la cocinera que le acompañase en un viaje que les llevaría lejos de la mansión. Fue entonces cuando se le ocurrió visitar el dormitorio de ésta en el momento propicio, haciéndose pasar por el marido de la cocinera. Recreó los momentos de pasión en aquel cuarto.
Recordó como la mujer gemía de placer mientras la tocaba. Como se agitó de gusto al meterle un dedo por el culo mientras le comía el coño y como levantó las piernas para facilitarle la tarea. Como brincó y se agitó de placer mientras la follaba y se corría como una loca. Era un gran amante, un dandi, un conquistador sin parangón.
-Si mi madre supiera que era yo y no su amante el que la estaba follando. Que era mi cuerpo con el que disfrutaba. Si tan siquiera pudiese imaginar que era conmigo con quien se ha corrido como nunca y que la he hecho pasar la mejor noche de su vida.
Nota: Bueno, no se si os habrá gustado. No sé si queréis que siga con más desventuras de Bethelyn o preferís que lo deje aquí. No se si queréis historias más escabrosas o más light o si preferís que no escriba nada más.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
Tercer capítulo de “Sustituí a su esposa en la cama de mi tío”.
Mi relación con mi tío era cada vez mejor, no solo era mi macho y el hombre en el que me podía apoyar sino que también sabía mantenerse en segundo plano cuando me apetecía jugar con mi sumisa. María que, hasta un mes, solo era mi compañera de universidad, ahora vive con nosotros y como la obediente mujer que es, cuando llega de clase se cambia de vestido y se pone el uniforme de criada.
Todavía recuerdo el día que se lo hice. Como me resultó imposible encontrar uno que combinara elegancia y sensualidad, por eso tuve que comprar el típico de sirvienta antigua y arreglarlo. Mis retoques fueron mínimos: la larga falda quedó convertida en una minifalda que me permitiera disfrutar de sus piernas nada más verla e incrementé la longitud de su escote para que si nos apetecían sacarle las tetas, no tuviéramos que desabrochar ningún botón.
Acababa de terminar de coser, cuando escuché a Manolito llorar. Al mirar la hora, comprendí que lo que tenía el niño era hambre y sacándolo de la cuna, me puse a darle de mamar. El niño ya tenía nueve meses de edad y aún seguía dándole el pecho porque cuando ese crío se apoderaba de mi pezón, me hacía sentirle totalmente mío.
Esa tarde me senté con él en el salón porque quería esperar que María llegara para entregarle mi regalo. La morena no tardó en llegar y cuando lo hizo, seguía con mi niño al pecho.
Tal y como habíamos quedado, de puertas afuera, éramos amigas pero dentro de mi casa, esa muchacha debía mostrarme respeto. Por eso, tocó la puerta y pidiéndome permiso, se arrodilló a mis pies para mirar como el niño se alimentaba. Desde que descubrió que de mis pechos manaba leche, buscó limpiar ellas las gotas que mi chaval dejaba al terminar. Si para mí, era un placer criar a la antigua a mi primo, para ella, era una obsesión servirme.
Os reconozco que sentirla a mi lado mientras Manolito mama, me excitaba porque cuando el bebé dejara en paz mi pezón, vendría la boca de esa mujer a sustituirlo.
-Tienes un regalo- le dije al verla postrada a mis pies y mostrándoselo, le exigí que se lo probara.
María sonrío al ver de qué se trataba y cogiéndolo quiso ir a su habitación a probárselo pero con un breve gesto, le informé de que quería ser testigo de cómo se lo ponía.
Aun antes que empezara a desnudarse, comprendí por el brillo de sus ojos que mi sumisa estaba excitada. Dócilmente se puso en mitad del salón y con la lentitud que sabía que me gustaba, se empezó a desabrochar la blusa. Botón a botón la fue abriendo, dejándome disfrutar de cada centímetro de su escote. Una vez terminó, se despojó de ella, pudiendo por fín comprobar que bajo su sujetador, María ya tenía los pezones duros.
-¿Estas cachonda?- pregunté al advertir que le costaba respirar.
-Sí, ama- respondió sin dejar de desnudarse.
Llevando sus manos a su espalda, abrió el cierre de su brassier y tirando de él dejó libres sus senos.
-Date prisa, puta. ¡No tengo todo el día!- le dije ya acalorada y con ganas de verla vestida con ese uniforme.
María, al oír mi orden, supo que me estaba excitando y con la satisfacción de estar cumpliendo con su deber, se despojó de su falda, bajándola aún más tranquilamente por sus caderas. Al quitársela pude admirar que tal y como le había mandado esa mañana, en vez de bragas llevaba un cinturón de castidad, protegiendo mi propiedad.
-Tráeme las llaves- le pedí porque me urgía verla desnuda.
Mi sumisa, fue hasta mi bolso y me las trajo. Con verdadera ansia, abrí el candado para quitarle el siniestro aparato y aprovechando mientras se lo desprendía, pasé mis dedos por su sexo. Juro que me encantó descubrir que esa zorra lo tenía encharcado y sintiendo que bajo mi propia falda, ocurría lo mismo le ordené que acercara porque quería olerla.
Sumisamente puso su coño a mi disposición y tal como le había enseñado, con los dedos separó sus pliegues para que pudiera valorar si lo tenía como a mí me gustaba. Nada más acercar mi nariz a su entrepierna, fui testigo de la forma tan rápida con la que esa zorra se excitaba conmigo porque ante mis ojos, su sexo se anegó y derramando lágrimas de flujo, estas recorrieron sus piernas.
Satisfecha le pedí que me cogiera a Manolito. La morena lo sostuvo con cuidado porque sabía que ese crío era mi propiedad más valiosa y sin poderse ni mover, tuvo que soportar en silencio que con mis dos manos, le abriera sus nalgas para verificar que el plug anal seguía en su sitio. Al comprobar que no se lo había quitado, le di a modo de premio un sonoro azote en uno de sus cachetes y volviendo a coger a mi chaval, le ordené que se pusiera el uniforme.
Con celeridad, se vistió y tras hacerlo, bajando la cabeza me preguntó si estaba satisfecha. Al mirarla, comprobé que su belleza quedaba resaltada por esa ropa y deseando que Manuel, mi tío, estuviera ahí para verla, le dije:
-Para ser una piltrafa, no estas mal.
Como sabía que había pasado mi examen, sonrió deseando que llegara su recompensa. Usualmente si se portaba bien le dejaba que después de limpiarme del pecho los restos de leche, hiciera lo mismo entre mis piernas. La propia María era consciente de que se había vuelto una adicta de mi coño y mi peor castigo era cancelar su ración diaria de él.
-El niño ya ha terminado, cámbiale y vuelve.
Con celeridad, cumplió su cometido y colocando a Manolito en su cuna, volvió a la habitación. Ya desde la puerta, se agachó y vino hacia mí, de rodillas y maullando como una cachorrita. Aunque me gustó la forma en que me informaba de las ganas que tenía de saborear el fruto de mis pechos, para entonces ya era una necesidad sentir sus labios en mis pezones y por eso le mandé que empezara.
María ni siquiera me respondió con palabras y pegándose a mi silla, comenzó a lamerme desde mis hombros hasta el cuello. La sensación de sentir su lengua acercándose por mi cuerpo era brutal y mientras mis areolas se ponían duras, bajo mis bragas mi sexo era ya un lago de deseo. Mi sierva no hizo ningún comentario cuando percibió las contracciones de mis muslos y recreándose en mi escoté, me despojó de mi sujetador, mientras yo sentía que esa tarde iba a obtener mucho placer de su boca.
Dejando mis pechos al descubierto, acercó su boca a ellos y con tono suave, me pidió permiso para empezar.
-¡Hazlo! ¡Puta!
Era tal mi calentura que en cuanto acercó su lengua al primero de mis pezones, mis dos pechos empezaron a manar leche. María al verlo y sabiendo lo mucho que me disgustaba que se desperdiciara, se lanzó a tratar de contener esos dos torrentes. Con las mejillas empapadas, bebió de mis tetas sin darse cuenta que su urgencia me estaba poniendo bruta y que el modo en que intentaba beber toda mi producción me estaba llevando al borde del orgasmo,
-Tráete un vaso- le exigí al advertir que la leche caía en cascada por mi estómago.
Asustada por fallarme, salió corriendo y en vez de traer lo que le había pedido, trajo dos tazones. Su error resultó mejor porque cogiendo uno de ellos, su tamaño le permitió mamar de un seno mientras la producción del otro rellenaba el recipiente.
-Soy una vaca lechera- dije al comprobar que la leche recién ordeñada ya cubría la mitad del tazón.
Sonriendo, mi sierva respondió:
-Sí, ama pero me encanta.
Al irla a reprender porque nadie la había permitido hablar, descubrí que tenía toda la cara empapada y muerta de risa, le dije que dejara mis pechos y se concentrara en mi sexo.
-Pero ama, se va a desperdiciar….- contestó estupefacta.
-Por eso no te preocupes- contesté cogiendo el otro tazón y poniéndolo en el pecho libre.
Comprendiendo que no podía negarse a cumplir mis exigencias, se arrodilló entre mis piernas. Al verla en esa posición tan servil pensé que iba a ver saciada mi deseo con celeridad pero, en vez de ello, se dedicó a recorrer con su lengua mis pantorrillas mientras miraba con cara descompuesta su meta. Me sentí tan íntimamente observada que se me incrementó mi calentura e inundando la habitación con el olor de su celo, me quedó quieta esperando sus siguientes movimientos. Como una zombie controlada por sus hormonas, se vio impelida a acercar la cara a mi sexo. Ese aroma penetrante le llamaba e incapaz de negarse, introdujo su lengua en mi coño.
Mis gemidos le dieron la seguridad que le faltaba y abriendo con dos dedos mis labios, dejó al descubierto mi fijación. Con toda la parsimonia del mundo, lamió y mordió mi clítoris. Las carantoñas de su boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreó el enorme flujo que brotaba de mi manantial secreto. Ya poseída por la lujuria, su lengua recogía a borbotones mi néctar mientras con su mano se empezaba a masturbar.
Demasiado caliente para contenerme, le exigí que se atiborrara de mí. Su lengua penetró en mi interior asolando mis defensas. No solo violentó mi gruta, sino que aprovechándose de mi flaqueza, sus dedos acariciaron los bordes de mi ano. Me sentí paralizada al percibir que su índice se introducía arañando mi anillo. Totalmente empapada, me dejé hacer. Sentir que mis dos hoyuelos eran tomados al asalto fue superior a mis fuerzas y gritando, me vacié en su boca.
Todavía no me había repuesto del orgasmo cuando al levantar mi mirada, vi que Manuel nos observaba desde la puerta. Sus ojos reflejaban satisfacción pero entonces se fijó en los vasos rellenos con mi leche que todavía portaba en mis manos:
-¿Y eso?- me preguntó.
Muerta de risa, me levanté y dándoselos, le dije:
-Son para ti.
El cabrón de mi tío los cogió y llevándoselos a la boca, empezó a beber de la leche de su sobrina, diciendo:
-Cariño, cada día tu leche es más dulce.
Os juro que al verlo disfrutar del producto de mis pechos, me volvió a excitar y pasando mi mano por su bragueta, descubrí que la escena que involuntariamente le habíamos brindado, lo tenía también alborotado. Como María se había portado bien, decidí premiarla y por eso, levantándola del suelo, apoyé su cuerpo contra la mesa mientras le preguntaba a mi tío:
-¿Te apetece usarla?
Mi hombre sonrió y levantándole la falda, recorrió sus nalgas con las manos. Mi sumisa al sentir las yemas de Manuel acariciándole el trasero no pudo reprimir un gemido. Al percatarse de que la zorra tenía su chocho encharcado, no se lo pensó dos veces y sacando su pene, la penetró de un solo golpe.
Eso fue el preludio. Durante toda esa noche, tanto yo como mi marido seguimos gozando de María. Aunque nuestra relación a tres bandas no es lo habitual, os juro que no me arrepiento y es más os tengo que confesar que tanto mi tío como yo disfrutamos gustosos de la carne tibia de nuestra amante sin pensar en el futuro.
Todo se complica al venir mi madre de visita.
Nuestra idílica existencia donde mi tío, Manolito y yo formábamos junto con María una peculiar familia, se trastocó sin remedio un día que mi madre decidió visitarnos previo aviso. El azar quiso que mi sumisa se encontrara sola en casa y creyendo que era yo quien volvía de la universidad, salió a recibirla vestida de uniforme.
Os podréis imaginar la cara con la que se quedó mi madre al verla ataviada con tan poco discreta vestimenta pero obviando el tema, le preguntó por mí:
-La señora todavía no ha vuelto- contestó María dándose cuenta del percal en que se había metido: -Debe estar a punto de llegar.
Tras lo cual la llevó al salón y le preguntó si quería algo mientras esperaba. Mi progenitora con la mosca detrás de la oreja, le contestó un café. Preparárselo le dio la oportunidad de coger el teléfono y de llamarme. Al explicarme que la había pillado vestida así me dejó helada y anticipando mi vuelta, fui a su encuentro.
Al llegar a casa, dejé mis libros en el recibidor y casi temblando, la busqué. Cuando la vi, estaba jugando con Manolito que con cerca de un año ya empezaba a balbucear. El chaval en cuanto me vio vino gateando llamándome mamá. Como para mí era algo normal, no me fijé en la cara de mi propia madre que entornando los ojos, me preguntó un tanto escandalizada:
-¿Te llama mamá?
Supe que tenía que darle una explicación y optando por la más sencilla, riendo contesté:
-Pues claro. Para Manolito, soy su madre.
Mi respuesta no le satisfizo e insistió:
-Y a tu tío, ¿No le molesta?
Tratando de mostrar una tranquilidad que no sentía, le respondí:
-Piensa que soy la única figura materna que tiene y Manuel lo asume con normalidad.
-Ya veo- contestó en absoluto convencida, tras lo cual me informó que tenía unos asuntos que resolver en Madrid y si se podía quedar en la casa:
-Por supuesto, siempre serás bien recibida aquí- dije sin percatarme de que en teoría esa era la casa de mi tío y llamando a María le pedí que llevara su equipaje a mi cuarto para que durmiera allí mi madre.
Al irse la supuesta criada, francamente mosqueada, me preguntó:
-¿Y esta niña no debería ir mas vestida?
Soltando una carcajada, le mentí:
-Más bien, ¡Con ese uniforme parece una puta! El problema es que es nueva y la anterior era mucho más bajita.
Mi contestación la tranquilizó y uniéndose a mi risa, respondió:
-Deberías comprar uno de su talla, tu tío es viudo y no vaya a ser que teniendo la tentación en casa, se nos eche a perder.
Dándole la razón, le prometí que al día siguiente iría a por uno y cogiéndola del brazo, la llevé a la cocina para que me contara como estaba mi padre. Dos horas después llegó Manuel que alertado por nosotras ya sabía de la presencia de su antigua cuñada y actual suegra en la casa. Disimulando la besó en la mejilla y sentándose a nuestro lado, se unió a nuestra charla. Lo malo fue que una vez transcurrido unos minutos se relajó y me pidió:
-Cariño, ¿Puedes traerme una copa?
“¡Será bruto!” pensé al oír el apelativo pero sin darle importancia para que mi progenitora no se diera cuenta, me levanté a cumplir sus deseos. Mi madre que de tonta no tenía un pelo, se olió que nuestra relación iba más allá de lo típico entre tío y sobrina y entrando directamente al trapo, le preguntó:
-¿Cómo llevas la ausencia de mi hermana?
Manuel supo por dónde iba a discurrir esa conversación y anticipándose, le respondió:
-Todavía la echo de menos pero gracias a tu hija, su perdida me resulta más llevadera.
Mi llegada evitó que siguiera con su interrogatorio y quedándose con las ganas, guardó el resto de sus preguntas para cuando estuvieran los dos solos. Supe por las caras de ambos que había interrumpido algo serio y no queriendo que dicha conversación se reanudara, les informé que la cena ya estaba lista.
Al entrar en el comedor y sentarnos, el ambiente se tornó aún más tirante al decirme la tonta de María:
-Ama, ¿Le importa que empiece a servir por su madre?
“Joder”, pensé, “¡Estoy rodeada de brutos!, al advertir la cara de mi madre al escuchar de los labios de la criada la forma en que se había dirigido a mí y como no podía hacer nada al respecto, le contesté:
-Por favor.
Aunque no dijo nada, se la quedó mirando tratando de averiguar el sentido de tamaño respeto porque ese apelativo podría ser disculpado por un origen hispano pero en la boca de una española escondía un significado que debía indagar. Me quedó clarísimo que albergaba dudas cuando aprovechando que la teórica sirvienta estaba en la cocina, preguntó:
-Y a esta niña, ¿Dónde la habéis encontrado?
Estaba a punto de inventarme una historia cuando escuché a mi tío decir:
-Es compañera de universidad de Elena y debido a que sus padres se encuentran en mala situación económica, al enterarse de que necesitábamos una criada, le preguntó si podía optar ella al puesto.
“Definitivamente, hoy Manuel tiene el día espeso”, me dije al comprender que mi madre no se creería que una chavala española y encima universitaria fuera tan respetuosa con alguien de su misma edad y formación por lo que decidí intervenir diciendo:
-Al aceptarla y como parte de un juego, se dirige siempre a mí recalcando que si en la universidad somos compañeras aquí es nuestra empleada.
-Entiendo- contestó nada convencida.
El resto de la cena transcurrió sin novedad y al irnos a la cama, por primera vez en un año, no disfruté de las caricias de mi tío sino que tuve que compartir con mi madre la habitación. El colmo fue que cuando ya estábamos las dos acostadas, me dijera:
-Esa criada es un poco rara.
-¿Porque lo dices?- pregunté.
-No sé- me confesó. –Cuando le das una orden, te mira como a un ser superior.
Tratando de cortar esa conversación, le dije riendo que eran imaginaciones suyas tras lo cual, me di la vuelta y me hice la dormida.
Si de por sí era complicado todo se torna embarazoso al descubrir mi madre la naturaleza de María.
Al día siguiente como tenía prácticas, me desperté temprano dejando a mi madre todavía dormida. Mientras me tomaba un café, llegó a la cocina mi tío que tras preguntarme donde andaba su cuñada, me contó lo cerca que había estado la noche anterior de confesarle que éramos pareja.
Asustada, le pedí que no lo hiciera porque no sabía cómo iba a reaccionar. Mi respuesta totalmente lógica, le cabreó y hecho una furia, me preguntó:
-¿Te avergüenzas de mí?
-Para nada, mi amor. Pero dame tiempo.
Comprendí lo mucho que le había dolido al verle partir hacia su oficina sin ni siquiera despedirse, dejándome sola. Tras recapacitar sobre el asunto, decidí que esa misma tarde le iba a explicar a mi madre que estaba enamorada de Manuel y él de mí y con ese pensamiento reconcomiéndome la mente, salí rumbo al hospital.
Si ya de por sí eso era harto complicado, a las dos horas, una llamada de María me hizo saber que esa conversación era urgente pero que el contenido de la misma iba a ser diferente. Os preguntareis el porqué:
Es muy sencillo, mi madre había descubierto el carácter sumiso de María y para colmo ¡Se había aprovechado de él!
Todavía me parece imposible pero estaba en un descanso tomándome un bocadillo, cuando escuché que mi móvil sonaba. Al cogerlo, vi que era mi sumisa quien me llamaba y contestándole, le pregunté si todo iba bien.
-Ama, lo siento. ¡La he traicionado sin querer!- me contestó histérica desde el otro lado.
Su nerviosismo era tal que tuve que esperar a que se desahogara llorando antes de poder preguntarle qué había ocurrido. Os juro que mientras escuchaba sus lloriqueos pensé que se había ido de la lengua y que le había reconocido a mi madre de que era la mujer de Manuel pero lo que escuché me dejó aún más aterrorizada.
-Ama, ¡Su madre sabe que soy su sumisa!
-¡Explícate!- le respondí separándome del resto de mis compañeros.
La muchacha con la respiración entrecortada, me contó que al despertarse mi madre le ordenó que le diera de desayunar y que al hacerlo, había derramado el café sobre sus piernas.
-¿Y?- pregunté sin saber cómo eso le había llevado a confesarle nuestra particular relación.
-Le juro que fue algo instintivo. Al darme cuenta de que la había manchado, le pedí perdón y me arrodillé a limpiarla. Le prometo que yo no hice nada malo pero cuando le estaba secando con un trapo sus muslos, su madre me cogió de la melena y me ordenó que lo hiciera como si fuera usted.
-¿Y qué hiciste?
-Su tono me recordó al suyo y por eso no pude evitar cumplir su orden.
Tras lo cual me explicó que usó su lengua para retirar los restos del café de las piernas de mi madre. Alucinada por lo que me estaba contando, no pude más que quedarme callada mientras me decía que mi madre al sentir su boca había separado sus rodillas y le había ordenado que siguiera.
-¡No me jodas!- respondí estupefacta al escuchar de sus labios que mi carácter dominante era una herencia materna y decidida a averiguar hasta donde habían llegado le azucé a que continuara.
-Ama, me da mucha vergüenza pero su madre llamándome zorra, me llevó al baño y allí me obligó a bañarla.
Ya curada de espanto e interesada en cómo había terminado todo, escuché que después de secarla se la había llevado a la habitación y entre las mismas sábanas en la que habíamos dormido, mi madre le había exigido que calmara el ardor que sentía entre las piernas.
-¿Me estás diciendo que mi madre te obligó a hacerle el amor?
-No, ama- contestó reanudando su llanto- su madre: ¡Me violó!
-¡No te entiendo!- exclamé escandalizada.
La muchacha, sin dejar de llorar, me contó que la mujer que me había dado a luz, la había tumbado en la cama y obligándola a ponerse a cuatro patas, la había sodomizado usando sus dedos mientras le azotaba el culo con un cepillo.
-No te creo- respondí con esa imagen torturando mi mente, sin darme cuenta de que interiormente me estaba empezando a excitar.
Al oírme, María intentó defenderse diciendo:
-Le juro que es verdad, es más, usted misma podrá comprobarlo al ver las señales de sus mordiscos.
Su sinceridad me dejó pasmada y tratando de que esa agresión no tuviera consecuencias, le pedí que no fuera a la policía. Fue entonces cuando con voz dulce, Maria me demostró hasta donde llegaba su sumisión por mí porque en vez de quejarse, me dijo:
-No pensaba hacerlo. Usted me ha enseñado quien soy y le debo mi vida.
Antes de colgar, me explicó que mi madre le había prohibido contarlo pero que ella no me podía fallar una vez más y por eso me lo había dicho. Al escuchar su tono amoroso, comprendí que esa morena me quería y por eso, no pude más que pedirle que la disculpara. Mi sumisa se quedó en silencio durante unos segundos para acto seguido preguntarme:
-Si lo vuelve a intentar, ¿Qué hago?
No supe que contestar y tratando de averiguar que había sentido porque no en vano mi madre solo había repetido lo que yo y mi tío hacíamos todas las noches, pregunté:
-¿Has disfrutado?
Sé que si hubiera estado enfrente de ella hubiese visto que se ponía colorada pero como la tenía del otro lado del teléfono, solo puede oír que me contestaba con voz avergonzada:
-Sí pero menos que cuando es usted la que me toma.
Su respuesta me tranquilizó pero comprendiendo que tenía que aclarar ese asunto con mi madre, dejé todo y directamente volví a mi casa.
Me encaro con ella.
Mientras me dirigía hacía el piso que compartía con mi tío, me puse a recapacitar sobre lo sucedido y aunque os parezca imposible fue cuando como cayendo el velo que hasta entonces me nublaba los ojos, descubrí que desde niña había sabido que mi madre era una dominante.
Aunque en relación con mi padre se comportaba con una dulzura total, cuando era con el servicio o con sus propias amigas su carácter era despótico y reflexionando, comprendí que yo era su igual. Con Manuel, mi tío, me comportaba como la mejor y más empalagosa de las esposas pero con María se me había revelado mi faceta de domina.
“¡Qué curioso!”, pensé anticipando nuestro encuentro, “nunca me ha hablado de ello pero de alguna forma me lo enseñó desde niña”.
La certeza de que compartíamos esa cualidad, me tranquilizó de formar que cuando llegué a casa, ya sabía que le iba a decir. Aun así cuando crucé la puerta de mi hogar y la vi cómodamente sentada en el salón, me volví a poner nerviosa. Mi madre ajena a lo que se le avecinaba, me saludó alegremente sin apartar su mirada de la revista que ojeaba.
-¿Desde cuándo lo sabes?
Por mi tono adivinó a qué me refería y por eso dejando lo que estaba leyendo en la mesa, me miró diciendo:
-¿El qué? ¿Qué te acuestas con tu tío o qué eres una dominante?
-Ambas dos- respondí sorprendida por su franqueza.
-Respecto a lo segundo desde que eras una cría y en lo que concierne a Manuel, lo supuse desde el momento que te quedaste a vivir con él cuando murió mi hermana.
-No te entiendo.
Mi madre entonces acercándose a mí, tomó mi mano y me hizo una confidencia que marcaría mi futuro en adelante.
-La mayoría de las mujeres de nuestra familia viven esa dualidad. Por un lado necesitan del cariño de un hombre pero se desarrollan plenamente al poseer y disfrutar de una sumisa a su antojo. Cuando tu tía falleció comprendí que podías ser feliz con Manuel porque él aceptaba nuestra peculiaridad y por eso te pedí que le ayudaras.
Alucinada comprendí que no solo sabía de nuestra relación sino que la había fomentado pero también descubrí que mi tío me había mentido al no contarme lo de su esposa.
-¿Quieres decir que la tía también era una domina?
-Sí, hija y como sé lo difícil que es encontrar a un hombre que lo comprenda y lo acepte, me pareció ideal no dejarlo escapar y que fuera tu pareja.
Con un torbellino asolando mi mente, me senté y directamente le pregunté:
-Entonces, ¿Papá lo sabe?
-Si te refieres a mi orientación, por supuesto y disfruta de mis conquistas.
Pero si lo que quieres saber es si conoce vuestra relación, la respuesta es no.
En ese momento, María entró a ver si necesitábamos algo y como de nada servía seguir disimulando, le pedí que me diera un masaje en los pies. La pobre muchacha sin saber qué hacer, se arrodilló y me descalzó. Su cara reflejaba su desconcierto y por eso poniendo mis dedos en su boca, le dije:
-Obedece.
Mi tono duro la convenció y obedeciendo empezó a lamerme los pies mientras seguía hablando con mi madre. Haciendo como si no existiera y dirigiéndome a mi progenitora le pregunté si actualmente tenía una sumisa.
-Claro hija. Una vez descubrimos nuestra faceta, las sumisas llegan a nosotras como las moscas a la miel. Exactamente no sé cómo funciona pero esas perras andan buscando una dueña y al vernos sienten una atracción irrefrenable de ser nuestras.
Cómo no me había contestado, insistí. Mi madre soltando una carcajada me reveló su identidad diciendo:
-¿Te acuerdas de Isabel, la vecina y de doña Manuela, tu antigua profesora?
Muerta de risa comprendí que la buenorra del sexto y la zorra de mi maestra eran sus perras y ya excitada, me quité las bragas y le pedí que me lo contara mientras María se apoderaba de mi sexo.
La excitación de mi madre al observar a mi sumisa comiendo mi coño no me pasó inadvertida y recreándome en el morbo que me daba el que ella fuera testigo, le insistí en que me contara como se le habían presentado esas dos zorras.
Orgullosa de ver que había heredado su perversión, me confesó:
-Con Isabel fue algo natural, desde que se mudó al edificio descubrí que era una sumisa por la forma en que me miraba cada vez que nos cruzábamos en el portal pero como por el aquel entonces tenía otra puta, no le hice caso hasta que un día que andaba cachonda, le obligué a comerme el chocho en mitad del ascensor.
Esa imagen no solo me calentó a mí sino que a mis pies María se vio afectada e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, me informó de su calentura. Fue entonces mi madre me preguntó:
-¿Puedo usar a tu puta?
El brillo de sus ojos era tal que no pude negarme y tirando de María se la puse entre sus piernas. Mi sumisa asumió su deber y separando las rodillas que había puesto a su disposición, se dedicó a satisfacer mis exigencias.
Sé que muchos no lo comprenderéis y que incluso os sentiréis escandalizados, pero en ese momento me pareció normal compartir con mi madre los servicios de esa morena y levantándome del sofá, saqué de un cajón de la cómoda una arnés con el que usualmente me follaba a mi propiedad. Tras ajustármelo en la cintura y mientras lo embadurnaba con el flujo de María, le pedí que me explicara cómo se había agenciado a mi profesora.
-Eso fue más curioso y en gran parte gracias a ti- respondió pegando un gemido al sentir que la morena le había metido dos dedos en el interior de su vulva.
-No te entiendo- le dije porque esa madura era una zorra implacable que tenía acojonada a toda la clase.
Mientras introducía mi pene postizo en el sexo de mi sumisa, me contestó diciendo:
-Tus compañeros puede pero tú no le tenías miedo. Y fue al ver como la manejabas a tu antojo y como ella se derretía al cumplir tus caprichos cuando descubrí su faceta.
-No fastidies- ya destornillada de risa y mientras empezaba a mover mi cintura, quise averiguar el momento exacto en que la había sometido.
Mi madre que para entonces ya estaba presa de la lujuria y sin importarle que opinara, se pellizcaba los pezones teniendo a la morena entre sus piernas, me confesó:
-Fue un día que me llamó para quejarse de tu comportamiento. La muy zorra quería que te echara la bronca por el modo en que manipulabas a sus pupilos pero salió escaldada de esa reunión porque nada mas cerrar la puerta, la besé y sin darle tiempo a reaccionar la obligué a comerme el chumino.
El modo tan vulgar con el que se refirió a su sexo, me hizo saber que estaba a punto de correrse e imprimiendo una mayor velocidad a las incursiones con las que me estaba follando a Maria, le pregunté:
-¿Te lo comió mejor que mi perra?
-Mucho mejor- respondió mientras se retorcía – ¡Tu sumisa tiene mucho que aprender!
Mi menosprecio y el de mi madre, lejos de perturbarla, la calentaron aún más y mientras intentaba mejorar la forma en que satisfacía a mi progenitora, empezó a gemir de placer producto de la cercanía de su orgasmo. Satisfecha por su obediencia y fidelidad, le di un azote y jalándola del pelo, le informé que se podía correr. María al obtener mi permiso pegando un alarido llegó a su climax, derramando su flujo por doquier.
Mi madre, que hasta entonces se había estado reteniendo, dio un grito y uniéndose a mi sumisa, se corrió. Fue alucinante escuchar sus gemidos compitiendo con los de mi sierva y ya totalmente necesitada de sentirlo yo también, exigí a María que me satisficiera. La muchacha al oírme, me ayudó a quitarme el arnés y viendo que me ponía a cuatro patas, entendió a la primera que era lo que necesitaba.
No tuve ni que pedírselo, en silencio se colocó el aparato y sin esperar ninguna orden, me penetró con él. Os juro que al principio sentí vergüenza de que mi madre observara a mi putita poseyéndome pero en cuanto ese pene de plástico rellenó mi conducto me olvidé de todo y berreando como en celo, le exigí que continuara. También os tengo que reconocer que no tardé en correrme y que cuando lo hice, pegué los mismos gritos que mi madre y mi sumisa dieron escasos minutos antes.
Al terminar, me dejé caer en la alfombra agotada. Fue entonces cuando mi madre, me ayudó a volver al sofá y una vez me había repuesto, me dijo:
-Hija, esta noche duerme con tu hombre, no es bueno que se quede solo.
Su tono me reveló que quería algo más y por eso le pregunté:
-¿Qué más quieres?
-Ya que va a estar ocupada, ¿Me prestarías a tu sumisa?
Para los que no se hayan leído el primer capítulo, mi historia es un poco complicada. Me llamo Elena, estudio tercero de Medicina y soy la mujer con la que mi tío comparte su cama.
No penséis mal de Manuel, no creáis que es un degenerado que abusó de mí. Todo lo contrario, es el hombre más maravilloso del mundo que mientras su mujer estaba viva nunca le fue infiel ni siquiera con el pensamiento. Y si actualmente estamos juntos, se debe a que fui yo quien lo sedujo.
Para mí, mi tío es mi marido y su niño, no es mi primo sino mi hijo, porque al igual que ya viudo me metí en el lecho de su padre, desde que nació Manolito, he sido yo su madre.
Como comprenderéis nuestra relación no había sido fácil, porque él no había dejado nunca de echar de menos a su esposa y yo me había tenido que comer mis celos de la difunta porque si Manuel se enterara algún día, nunca lo hubiese entendido.
Por otra parte, estaba mi madre. Que si bien en un principio había confiado en mí y en el viudo de su hermana, ya no lo tenía claro y andaba con la mosca detrás de la oreja. Aunque aceptaba e incluso ella misma había sido la culpable de que viviera con él durante el periodo universitario, no comprendía el motivo por el que también le acompañaba de vacaciones.
-Mamá, no puedo dejar solo a Manolito, me necesita- respondía cada vez que insistía.
Por supuesto, nunca le dije que cuando llegaba Manuel a casa, le recibía casi desnuda y él invariablemente me poseía en mitad del salón o dado el caso que me encontrara cocinando, contra la lavadora. Nos daba igual donde. Al vernos, nuestras hormonas entraban en acción y tanto él como yo, nos veíamos lanzados a renovar de manera brutal esos votos que nos prometimos una noche de madrugada.
Nuestra sexualidad era tal que, para nosotros, siempre estábamos experimentando cosas nuevas. Nuestro mayor placer era descubrir una nueva postura con la que dar rienda a nuestro amor y cuando ya habíamos agotado las diferentes variedades del Kamasutra, decidimos buscar en los sitios más insospechados el morbo con el que seguir afianzando nuestra relación. Lo que nunca supuse fue que encontraríamos el aliciente definitivo para quitarnos nuestras máscaras un día en que, por motivos de estudios, vino a casa una amiga de la universidad.
María, se llamaba la muy zorra y de virgen solo tenía el nombre porque como os comentaré era una puta desorejada que en cuanto vio a mi Manuel lo quiso para ella. Por el aquel entonces, la consideraba únicamente una amiga mas y aunque sabía que vivía con mi tío, nunca le conté que era mi hombre.
Llevábamos encerradas estudiando desde la mañana, cuando cerca de las nueve de la noche, llegó Manuel a saludarnos. María, al verlo se quedó pálida y por eso nada más cerrar la puerta, me soltó entusiasmada:
-¡Qué bueno está! ¿Ese es tu tío?- y sin prever mi reacción, exclamó: -¡Le echaba un polvo!
Os juro que me encabronó su confesión y tratando de calmarme, le pedí que siguiéramos estudiando, pero ella insistiendo, me dijo:
-¿Sabes si tiene novia?
-No tiene- respondí enfadada sin mentir porque yo no me consideraba su novia sino su mujer.
Mi media verdad le dio ánimos y dejándome con la palabra en la boca, desapareció de la habitación aludiendo a que tenía que ir al baño. Aunque lo dudéis, la creí pero al cabo de cuarto de hora de no volver, fui a ver que le pasaba. Al llegar a la cocina, me la encontré tonteando con mi tío y quise matarla:
Todos los apelativos a su clase pasaron por mi mente pero cómo no podía montar un escándalo y que se enterara de nuestra relación, tuve que quedarme callada y con una sonrisa, reclamarle que me había dejado sola. Tras pedirme perdón, mintió diciendo que se había acercado por un vaso de agua pero que se había quedado hablando con Manuel.
Mi tío que, además de ser mi marido no oficial, me conocía plenamente, supo que estaba celosa y siguiéndole el juego a esa guarra me dijo que, ya que tenía la cena lista, dejáramos de estudiar y descansáramos un poco. Traté de balbucear una excusa pero poniendo tres platos, nos invitó a sentarnos. Maria, sin llegarse a creer su suerte se sentó a su lado y por eso me tuve que conformar con sentarme enfrente.
“Será perra” mascullé entre dientes al observar a esa muchacha coqueteando con mi hombre.
Con todo el descaro del mundo, la morena babeaba riéndole las gracias. Su acoso era tan evidente que Manuel me guiñó un ojo al ver a mi compañera reacomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó más, María al comportarse como una puta barata o mi tío, que disfrutando de mi cabreo, la alentaba riéndole las gracias.
En un momento dado, me encontré a ese putón manoseándole por debajo de la mesa. Aunque Manuel solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, me resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
Hecha una furia, me senté en mi silla mientras le fulminaba con los ojos. Fue entonces cuando provocándome a las claras, le informó a mi amiga de que se había manchado de salsa su blusa. María que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón de mi tío poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Aunque el lamparón era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Muerto de risa, Manuel llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente. La zorra de mi amiga no pudo evitar pegar un gemido al sentir esa dulce caricia y pidiendo perdón, se levantó a limpiarse la blusa. Reconozco que estuve a punto de saltarle al cuello pero mirándome a los ojos, mi tío me prohibió que lo hiciera.
Esperé a que mi compañera saliera del comedor para echarle en cara su comportamiento pero entonces Manuel acercándose a mí, me besó mientras me decía:
-¡Vamos a jugar un poco con esta incauta!
Sé que debí negarme a colaborar pero su promesa de que luego me haría el amor así como el leve toqueteo de su mano en mi entrepierna, consiguieron hacerme olvidar mis reparos y con mi cuerpo en ebullición, esperé a que volviera.
Al volver del baño, María nos informó involuntariamente de que estaba cachonda. Debajo de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que su dueña se había visto afectada por ese pellizco. Si bien había sido algo robado y no pedido, dejó claro nada más sentarse de que no le había resultado desagradable porque no solo pegó su silla a la de mi tío sino que olvidándose de mí, llevó su mano a las piernas de Manuel.
Curiosamente, si antes me había enfadado su acoso, desde que mi hombre me había dicho que quería jugar con ella, sus ataques no hacían más que calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó su pantalón, el pene que también conocía se estaba empezando a poner duro. Tratando de disimular, me concentré en la comida pero confieso que me resultó imposible no echar un ojo a esos dos.
El zorrón de mi amiga que con descaro masturbaba a Manuel por encima del pantalón, se quedó de piedra cuando mi tío se bajó la bragueta y sacando su miembro al exterior le obligó a continuar llevando su mano hasta allí. Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que los descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de mi hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Para entonces, mi sexo estaba anegado y disimulando saqué mi móvil y me puse a hacer fotos bajo el mantel porque una vez se hubiese ido esa zorra, quería verlas con Manuel y así, rememorar lo ocurrido. Estaba analizando, el sudor que recorría la frente de mi compañera, cuando percibí en sus ojos nuevamente la sorpresa.
“¡Está bruta!” sentencié al percatarme que su desconcierto se debía a que mi tío le había metido su mano en la entrepierna y que la muchacha no se había opuesto.
Comprendí que si permanecía allí, iba a resultar más difícil que esa puta se dejara llevar por la lujuria y por eso les dije que iba a hacer el café.
-Tardaré cinco minutos- les informé para que María creyera tener la oportunidad de dar rienda suelta a su calentura.
Saliendo del comedor, me escondí tras la puerta para espiarles. Tal y como había previsto, esa puta en cuanto se quedó sola con mi tío dejó de disimular y berreando separó sus rodillas para dar vía libre a las caricias de mi amado. Me sentí incomoda de espiarles, pero en vez de volver no hacerlo, busqué una posición donde observarles sin que me vieran.
Manuel fue consciente de que al otro lado de la puerta les miraba, y profundizando en la calentura de mi amiga, le pidió que le enseñara los pechos. María, creyendo que yo estaba en la cocina, sensualmente se desabrochó la camisa, permitiendo que mi tío disfrutara de sus melones. Mi hombre recorrió con las yemas de sus dedos sus negras areolas y tras aplicarles un duro correctivo con sendos pellizcos, le dijo:
-¿A qué esperas?
María supo a qué se refería y poniéndose a cumplir sus deseos se arrodilló entre sus piernas. Desde el pasillo, vi como esa zorra se arrodillaba y desabrochándole los pantalones, sacaba de su interior su sexo. No me podía creer lo que estaba viendo, esa dulce mujer que siempre se había hecho la estrecha, estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de mi marido. Lo hizo con exasperante lentitud y por eso mi propia almeja ya estaba mojada, cuando sus labios, se toparon con su vientre.
Como si estuviera viendo en vivo un show porno, casi pego un grito mitad celoso y mitad vicioso, cuando comprobé que esa muchacha era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo su pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras volvía agravarles, llevé una mano entre mis muslos y empecé a masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme cuando una vez había ensalivado la verga de mi amado, esa zorra extrajo su pene de la boca y sonriendo, le pidió permiso para seguir mamándosela.
-Sigue, puta.
Mi amiga no se vio afectada por el insulto y ante mis ojos, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Tal y como siempre ocurría cuando era yo quien lo hacía, no tardé en admirar que la polla de mi tío estaba en todo su esplendor.
“¡Qué bella es!” no pude más que sentenciar al observar esa polla que tanto placer me había dado.
Para entonces, María había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Manuel, me impulsaron a coger entre mis dedos mi hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar mi calentura.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo a mi hombre, me consiguió alterar de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en mi coño en un intento de anticipar mi orgasmo mientras mi amiga se concentraba en comerse esa maravilla de pene que tenía a su disposición.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo ver como ese putón se la comía a Manuel.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de mi sexo, saqué mi cabeza para observar mejor esa mamada. Mi tío al verme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de mi hasta entonces amiga contra su entrepierna.
Fue entonces, cuando tenía la verga completamente inmersa en la garganta de la muchacha cuando me pidió en voz alta, si le dejaba follársela.
-Sí- respondí descubriendo ante mi compañera que había sido testigo de todo.
María, avergonzada, se quedó paralizada e intentó disculpar su actuación pero mi hombre cortó de cuajo su explicación, levantándola del suelo y sin darle tiempo a negarse, se puso a desnudarla mientras yo me acercaba.
Nunca creí que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Sentándome en una silla, me seguí masturbando mientras Manuel la ponía a cuatro patas sobre la alfombra. La morena, completamente acalorada, dejó que le quitara las bragas. La aceptación por mi parte de su lujuria venció sus reparos y pegando un grito, rogó a mi tío que se la follara. Mi hombre no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.
El chillido que pegó esa morena me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que mi tío tenía entre sus piernas y tratando de humillarla le solté acercando mi silla:
-¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que esa muchacha se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer. Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que mi amiga cogió con su boca mi clítoris.
Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Manuel seguía machacando otra vez su cuerpo con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
Manuel al oir mi alarido, incrementó sus incursiones mientras le exigía a nuestro partenaire que buscara mi placer, diciendo:
-Hazle que se corra.
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, la morena introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, se los llevó a la boca consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar el ritmo de mi amado hasta extremos increíbles y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de mi compañera, me corrí sobre la silla. María que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara en sus ataques. Manuel satisfecho con su entrega, le dio un azote.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
Mi tío obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara pero entonces Manuel decidió darme mi lugar y dejándola tirada en mitad del comedor, me cogió entre sus brazos y me llevó hasta nuestra cama.
Ya estaba saliendo de la habitación, cuando se giró y viendo que la cría seguía postrada en el suelo, le dijo:
-Acompáñanos.
Mi compañera sonrió al poder seguir siendo participe de nuestra lujuria y con genuina alegría nos siguió por el pasillo. Mi tío, nada mas depositarme suavemente sobre el colchón, se dio la vuelta y sentando a María en una esquina de la cama, le soltó:
-Como te habrás dado cuenta, Elena es mi única mujer. Si quieres disfrutar entre nuestras sábanas debes ser aceptar que tu papel será secundario.
Contra toda lógica, mi hasta entonces amiga nos confesó no solo que era bisexual, cosa que ya sabíamos, sino que disfrutaba siendo usada. No comprendí al principio a qué se refería y por eso interviniendo, le pedí que se explicara. Manuel soltó una carcajada al comprender mi inopia y antes de que María revelara su condición, me explicó:
-Es sumisa.
Hasta entonces lo único que sabía de esa práctica venía a través de lo que había leído en algunos relatos pero os reconozco que la perspectiva de tener una a mi disposición, me hizo mojarme e imprimiendo un tono duro a mi voz, le pregunté:
-¿Estás dispuesta a obedecerme?
La muy zorra adoptando la postura de esclava del placer, contestó:
-Sí, ama.
Con la espaldatotalmente recta y los pechos erguidos, María esperó mis órdenes. Alucinada, observé que mi compañera de universidad dejaba patente su sumisión con sus rodillas separadas y sus manos apoyadas en los muslos. Buscando verificar su promesa, le pedí que me besara en los pies.
Sabiendo que era una prueba, María no tardó en acercarse a mi cama y con los brazos a su espalda, acercó su boca a mis pies. Os juro que al sentir sus labios en mis dedos, me excité como pocas veces antes y ya imbuida en mi papel, le dije:
-Quiero que me los chupes mientras veo como mi hombre te da por culo.
Ni que decir tiene que esa sucia puta se metió los dedos de mis pies en su boca mientras Manuel satisfacía mi morbo separándole los cachetes. Al hacerlo y meter un dedo en su ojete, descubrió que nunca había sido usado.
-¿Será tu primera vez?- preguntó extrañado.
-Sí. Nunca me lo han hecho- respondió con su voz teñida de miedo y de deseo.
Que esa cría pusiera a nuestra disposición un culo virgen, me hizo compadecerme de ella y por eso le pedí a mi tío que tuviera cuidado pero para su desgracia, Manuel tenía otros planes y sin hacer caso a mi sugerencia, puso su glande en ese estrecho orificio y de un solo empujón lo desvirgó. El estremecedor grito con el recibió su ataque, lejos de perturbarme me enloqueció y cogiéndola de la melena la obligué a comerse nuevamente mi sexo.
De esa forma, mientras mi hombre cabalgaba sobre su culo, mi primera sumisa se dedicó a satisfacer mi lujuria. Mi orgasmo no tardó en llegar y recreándome en el placer que me daba el tenerla como esclava, mientras mi cuerpo convulsionaba en su boca, exigí a Manuel que siguiera tomándola. Afortunadamente, eran demasiadas las sensaciones acumuladas en él y por eso se corrió rellenando sus intestinos antes que el daño fuera demasiado grave.
María al sentir el semen de mi tío, lloró de alegría al saber que aunque no le había dado tiempo a gozar, no iba a tardar en sentirlo y sin esperar a que se lo dijéramos, se deshizo de su acoso y dándose la vuelta, empezó a limpiar su pene con la lengua:
-¿Qué haces?- preguntó mi tío al ver el modo en que recogía en su boca los restos de su pasión.
-Prepararlo para que satisfaga a mi ama- contestó como si fuera algo aprendido desde niña.
Esa frase me anticipó algo a lo que no tardé en acostumbrarme: Esa cría había decidido que para ella iba a ver jerarquías. En primer lugar estaba yo, su ama y Manuel, aunque era su superior, lo consideraba así porque era el hombre con el que compartía mi lecho.
Soltando una carcajada, la ordené:
-Límpialo bien y luego quiero que chupes mi ojete, porque tengo ganas que Manuel me tome por detrás.
-Así, lo haré- respondió increíblemente alegre.
Abrazando al que consideraba mi marido, susurré en su oído:
-Esta zorra nos va a dar mucho placer.
Muerto de risa, me besó y mientras María se afanaba en cumplir mis deseos, se dedicó a acariciar mi pecho, diciendo:
-¡Dile que se dé prisa! A mí también me urge usar tu culito.
Desde el suelo, mi compañera sonrió al comprender que desde ese día tenía un ama que la haría alcanzar nuevas cuotas de placer.
o busco sino relatar el sentimiento romántico que termina desbocándose en dos jóvenes, por lo que si esperan morbo y sexo brutal de principio a fin, no les recmiendo el relato, pues saldrán decepcionad@s. Espero les guste. Gracias.
El colegio estaba prácticamente vacío a tan sólo minutos de haber sonado la campanilla. De entre el gentío que apresurado corría hacia la salida, una joven de unos 18 años caminaba en sentido contrario, dirigiéndose hacia dentro del lugar, con aspecto preocupado, apretujando sus cuadernos contra sus pechos, con su blonda cabellera dando saltos al ritmo de sus frenéticos movimientos, rebuscando con miradas rápidas en los pasillos del lugar donde sólo se presentaban vacíos a la vista.
Tras minutos de intensa búsqueda, sonrió cuando la encontró al final de uno de los tantos corredores del colegio.
Era su compañera y amiga, se encontraba en el suelo, con la espalda pegada en uno de los casilleros del lugar, y sus manos ocultando el rostro, con los cuadernos desparramados en el suelo.
-Ashley?… Estás bien? –preguntó al tiempo en que se arrodillaba frente a ella, intentando separar sus manos de su rostro.
Tras descubrir sus ojos sumidos en lágrimas, con sus ondulados y rojizos cabellos desbaratados en su rostro;
-Pero que te pasa?…
Apenas le respondió de entre sus sollozos, que el muchacho con la quien muy fascinada estaba, la había rechazado de manera brusca y vergonzosa.
Sienna, así se llama nuestra protagonista, la abrazó, no sin antes reprimirle que le había advertido que declararse a un muchacho era arriesgado y tonto.
La besó en su mejilla, sin importarle la inmensa cantidad de lágrimas que surcaban allí, ayudándola a levantarse.
Rumbeando entre los vacíos pasillos, ambas calladas y tomadas de los brazos, Sienna dejó caer bruscamente su mochila, haciendo que sus cuadernos se desparramen por el suelo, tirando las hojas sueltas por doquier.
Rápidamente Sienna los recogió, más su amiga Ashley se encontraba con un pedazo de papel que cayó cerca de ella, lo miraba fijamente;
-Que es esto?-preguntó aún con el rostro sollozante, mostrándole un enorme corazón dibujado, en el que estaban inscriptos tanto el nombre de una como la otra.
Sienna quedó ensimismada, su rostro adquirió un color rojo intenso, sus piernas flojearon y pareciera que se mareaba al verla sosteniendo un papel que expresaba los sentimientos tan íntimos de ella.
Su gusto, su amor hacia su mejor amiga estaba reflejado en un papel.
Con velocidad lo arrancó de sus manos, arrugándolo y lanzándolo a un basurero cercano;
-No es nada… –mintió, sin siquiera poder mirarla a los ojos
-Cómo no va a ser nada?! Pusiste nuestros nombres en un corazón!
Con la vergüenza invadiendo a Sienna, sus latidos haciéndose sentir fuertemente, se retiró a pasos apurados con la cabeza dándole vueltas.
Ashley consiguió atajarla por la mochila, trayéndola hacia sí;
-Es eso lo que sientes?… –Por un lado le extrañaba que una amiga de tantos años sentía aquello, más por otro, estaba bastante vulnerable por el reciente rechazo que había sufrido.
Antes de que Sienna pudiese reaccionar, al darse media vuelta para mirarla, su amiga ya acercaba sus labios a unirse junto a ella. La unión fue eléctrica, mil y una sensaciones brotando de su cuerpo tras el impacto de los labios. Aquellos celestiales segundos fueron prontamente terminados cuando Ashley volvió a retirar su boca.
Ahora era ella quien estaba sonrojada, aún así continuó;
– Por qué me lo ocultaste?
Presa del nerviosismo, atinó en responder;
-No pensaba arriesgar nuestra amist…
La volvió a besar de manera brusca, sorprendente. Sienna podía sentir las lágrimas de Ashley pegarse en su rostro. Los segundos pasaban, y una lengua ya atravesaba sin muchos inconvenientes los labios de una, jugando, liándose con la otra, mezclando los jugos salivales de ambas, con resonancias de succión que eran prodigiosos. Ashley sujetó su rostro con ambas manos, al tiempo en que la otra, presa de la calentura, envolvió con sus manos la cintura de ella, presionándola hacia sí, sintiendo sus juveniles pechos pegarse a los de ella, claro, separados por las finas telas de las camisas.
Ashley se volvió a retirar, totalmente confundida tras haberse lanzado, y dos veces. Con la cabeza gacha, se despidió fríamente, dirigiéndose rápidamente a la salida, dejándola a Sienna todavía parada, con la boca abierta y los ojos cerrados, totalmente sorprendida y por supuesto encantada de lo acontecido. Tras volver en sí, no tardó en recoger el resto de sus pertenencias, y volver para su casa, sin siquiera poder de dejar de pensar en Ashley tan sólo un segundo.
No sabía si llamarla o no, o como enfrentaría las clases el día siguiente, más aún así, sonreía dentro de ella, pues una fantasía tan acallada durante años había sido cumplida con aquel primer tierno beso, que bien pudo haber sido producto de la vulnerabilidad del rechazo, o de una sexualidad que pudiera estar aflorando en ella.
Al día siguiente, el clima estaba por lejos pésimo, las nubes negras atravesaban todo el cielo, los vientos eran fortísimos y se avecinaba una tormenta. La caminata rumbo al colegio fue poco amena, normalmente aprovecharía las condiciones del clima para faltar, más lo acontecido el día anterior la hizo reunir fuerzas.
Como era de esperar, pocos compañeros fueron, ya se notaba tras las ventanas del aula, el tremendo chaparrón que inundaba el jardín exterior del lugar.
Le extrañó que Ashley no viniese. Aprovechando el cambio de horario de profesores decidió escapar del aula, dirigiéndose al baño.
Allí se mojó el rostro, pensando si volver a su hogar era la más adecuado, puesto no había venido ella; su razón, su amor.
Su celular sonó, era un mensaje instantáneo, era Ashley!
Ella también estaba en el colegio, y tras avisarle que estaba en el baño, no tardó en toparse allí con Sienna.
Ni bien se vieron, se abrazaron, la pelirroja la besó en la mejilla, reconfortándola que no había olvidado el día anterior, es más, nunca lo olvidaría. Sienna por su parte, no pudo evitar derramar leves lágrimas, corriéndole sus rojizas mejillas, ante tan sensibles y decorosas palabras, provenientes de una voz tan delicada y angelical.
No pudo impedir culparse como es que lo había acallado tanto tiempo, tal vez por temor a no terminar una amistad de manera brusca, de no salir herida, de no echar por el suelo su dignidad. Pero ya no importaba, todo había acabado, estaba por fin con la joven de sus sueños, abrazándola con lágrimas de felicidad.
Uniendo fuertemente sus pequeños cuerpos, sumieron su amor en un largo beso, que se producía al tiempo que uno de los rayos de la tormenta afuera golpeaba con intensidad. El sonido de la lluvia afuera era intenso, más ellas dentro de aquel cálido baño, decidieron entrar en una de las puertas para consumar su amor.
Ashley quedó sentada sobre el inodoro, quitándose su camisa de colegiala, mostrando sus pequeños pechos que tenían una iluminación blanquecina por la luz reinante, abriendo sus piernas, recogiendo su falda, revelando sus muslos y blanca ropa interior, conjuntándose con una mirada hacia Sienna, una ojeada cargada de lujuria.
Por su parte, Sienna cayó arrodillada frente a ella, arrancándose también su camisa, sin importarle siquiera que algunos botones se desparramaran por el suelo. Ashley tuvo que bajar el rostro para alcanzarla y caer así en otro beso, mucho más ardiente, ya que las lenguas de ambas jugaban, succionando con la boca, recorriendo las cavidades bucales, mordiendo labios, con las manos de ambas atajando los rostros.
La arrodillada blonda, sin dejar de besarla mandó una mano hacia el sexo de su compañera, palpándola, sintiendo una leve humedad impregnarse en la ropa interior de Ashley, y por ende empapando su mano que tocaba sin pudor.
Los gemidos eran leves, la respiración de ambas eran entrecortadas producto de los toqueteos, si bien inexpertos, al menos calmaban el placer y éxtasis de sentir la lengua de su amiga invadiéndola mientras tocaba insistentemente el sexo de ella.
Recogió su mano, lamiendo sus dedos con un rostro dibujando un placer infinito, sonriendo pícaramente allí de rodillas, mirándola lascivamente mientras se mordía el dedo que estaba impregnado de jugos.
Habiéndose retirado las últimas prendas, Sienna dirigió su boca rumbo al fémino órgano de su amiga. Los sonidos de sus labios chupando superaban a los de la fuerte lluvia que acontecía afuera. Su lengua abriéndose camino entre los virginales labios, palpando los líquidos que la pelirroja derramaba a borbotones al tiempo en que Ashley mordía sus labios para no gritar del placer, pegando sus manos en las paredes del minúsculo baño.
Empujó luego con ambas manos el rostro de Sienna, como queriéndola meter mucho más hacia su sexo. La sensación de ser invadida por una jugosa lengua la ponía a mil revoluciones, su corazón latía fortísimo, el placer también.
Sienna se levantó, sentándose sobre los muslos de su amiga, volviéndose a unirse en un apasionado beso. La lengua de Sienna, impregnada de jugos de coño, danzando con la de su amiga, la llevaban a sentir la joven más dichosa. La saliva escapaba de las comisuras de los labios de sus bocas, atontadas de tanto amor, de tanto éxtasis. Alguna que otra vez Ashley se dirigía a chupar los lóbulos de la oreja, susurrándola que la amaba, la deseaba, la ansiaba ardientemente. Su amiga le correspondía con suaves y excitantes toqueteos al fémino órgano de ella, meciendo sus dedos entre sus vellos, sintiendo sus húmedos labios vaginales. Tras los intensos movimientos, jadeos, gemidos de placer, e incontables orgasmos acallados en besos, quedaron sumidas en un sentimental abrazo.
Permanecieron abrazadas así, desnudas, una sentada sobre la otra, acariciando sus juveniles cuerpos sin siquiera darse cuenta que alguien podría haber entrado allí en el baño. De todas maneras el colegio estaba con poca asistencia por la lluvia.
Por extraños motivos, ambas lloraban, tal vez de felicidad, de haber encontrado un alma gemela, que bien sabía regalar placer. Las lágrimas eran recogidas por las lenguas, consoladas con besos, y confortadas por palabras de cariño perpetuo.
Habiéndose vestido nuevamente, aunque bien Ashley tuvo que disimular su camisa sin unos cuantos botones, se dieron cuenta que habían pasado un par de horas y el colegio había suspendido las clases el resto del día. Se dirigieron felices, tomadas de las manos hacia la salida.
La lluvia era fortísima, no obstante poco les importó, tomadas siempre de las manos, bien las mujeres lo hacen sin esperar sorpresas o perjuicios, corriendo entre las gotas de aguas que transparentaban sus camisas. Más de una vez pararon, escondiéndose tras un árbol, tras un auto, donde sea, a fin de unir sus dulces labios en apasionantes muestras de afectos, sellándolos con salivosas lenguas y excitantes toqueteos a los senos de ambas, allí bajo las aguas de la lluvia. Una tarde que esperaban ambas nunca terminase. Pasaron toda la noche hablando por teléfono, sin siquiera dejar de pensar en el día siguiente, lo que harían y todo lo demás.
Planeaban dormir siempre en la casa de una, incontables noches de placer sucedían bajo las creíbles excusas de “estudiar más”. Allí pudo conocer al padre de Ashley, un viudo de más de 50 años, quien siempre la saludaba con sonrisas y bromas. Resulta que el padre andaba bien feliz, considerando que su hija al fin tenía una amiga permanente, con la quien no estuviese peleándose todo el tiempo. Es más, planeaba mudarse a otra ciudad, pero al ver que su hija la estaba pasando bien ( y vaya que sí) decidió permanecer en el lugar para alegría de ambas.
Las tantas noches en aquella habitación se encendían a mil sensaciones, con besos en sus desnudas pieles, bañadas de las leves luces del cuarto. Regodeándose bajo las sábanas de seda, pegando sus sudorosos cuerpos, donde las caricias se adentraban en sus sexos, palpándolos, meciéndolos, friccionando los dedos para sentir los chorreantes líquidos que surgían al tiempo en que las lenguas se entrelazaban, selladas con los húmedos labios de sus bocas, sintiendo los jadeos de una y la otra, la tibia respiración entrecortada por los gemidos de placer, moviendo sus cuerpos, restregándose mutuamente, con los pechos duros de ambas chocándose constantemente, sintiendo el roce de las rebeldes y punzantes aureolas.
Las palabras de amor eran pronunciadas en leves susurros, y ante vocablos tan sensibles, las lagrimas brotaban al tiempo en que sus bocas abiertas y jadeantes anunciaban un orgasmo que pensaban sólo en el nirvana podrían alcanzar. Resoplando y gimiendo al unísono en aquella lujuriosa habitación.
Las noches corrían y diversas posiciones eran probadas, con un libro que decidieron comprar tras un tiempo de ahorrar. Si bien la inexperiencia en el campo era obvia, las ganas, el amor y la calentura las hicieron experimentar nuevas posiciones en donde el placer hacía derramar jugos a borbotones, líquidos que no tardarían ser succionados tanto por una y la otra, para luego fundirse en apasionantes besuqueos donde los brebajes de ambas se mezclaban con sus salivas, produciendo hermosos y considerables retumbos de chupadas.
No había días en que una dejara de pensar en la otra, aquel amor que afloraba con el tiempo, se había convertido en una especie de droga.
Pero la felicidad que impregnaban en sus besos, manoseando sus sexos, chupando los pezones y articulando palabras de amor, nunca duraría, mucho menos en este mundo.
Habiendo pasado los días, el timbre en la casa de Ashley sonaba, quien fue a atender. Era Sienna, como siempre, quien al verla, se abalanzó chillando, abrazándola y besándola dulcemente en los labios.
Los ojos enormes de Ashley, asustados, apartándola bruscamente, hicieron a la blonda preguntar;
-Y eso porque?…
Ashley no pronunció palabras, solo esquinaba sus ojos hacia la sala. Sienna entró, observando al padre, parado y con los brazos cruzados, mirándolas con los ojos semiabiertos.
El color rojo en la cara de Sienna fue notable, más el silencio que reinaba en la casa era mucho peor. Ashley la tomó de los brazos y rumbearon afuera, preocupándose si en algún momento el padre ya estuviese sospechando.
Pasaban los días, y las sonrisas y bromas del padre se habían convertido en risas forzadas y miradas raras. La incomodidad era tremenda, más Ashley la tranquilizaba que aquello poco importaba, que ya era hora de pensar en la primera noche en que saldrían, y que incluso su padre se había ofrecido en llevarlas y traerlas, por lo que no pensara mal del hombre. Era un pub donde permitían menores, pues el control era estricto para los más jóvenes. Claro está, son mera propagandas bien tragadas por los padres. No tuvieron muchos inconvenientes en convencerlos de salir juntas esa vez.
Los días en el colegio pasaban rápidos, sentadas siempre juntas, apartadas del resto de sus compañeros. Nunca se las veía separadas, y más de una compañera habrá sospechado puesto que en los recesos no salían del baño. Nadie sabía que salían sonrientes por estar siempre intercambiando sus ropas interiores, mojadas de tantos toqueteos y caricias. Poco les importaba, se tenían a ellas, para sentir placer, llegar a los orgasmos más increíbles, para gozar como nunca podrían haberlo imaginado.
Había llegado la ansiada noche, Ashley se vistió de una pequeña falda negra, un top rojo, semejando con sus cabellos, calzándose unos tacos negros. Maquillándose tan delicadamente posible fuera, resaltando sus ojos y pómulos. Los labios parecían adquirir más carnosidad ante el labial rojo. Subió al auto de su padre, quien se dirigió a la casa de Sienna.
Allí la pelirroja la vio salir de la puerta del hogar, Sienna traía un corto vestido negro que intentaba dar la impresión de tener un gran escote. Sus torneados muslos regalaban mucho a la vista, brillando a la luz de la luna. Su maquillaje contrastaba con su rubia cabellera, venía sonriente. Se dirigía contoneando sus caderas al auto, saludando al padre, subiendo para ir al lugar.
-Miren preciosas –habló el señor mientras conducía- tienen mi número por cualquier cosa, si no pasa nada, las buscaré a eso de las 2 de la madrugada…
-Que!?-gritó Ashley- papá, es muy temprano!
-No lo es-sonrió- para ser la primera fiesta a la que van… no lo es.
No quedaron encantadas con la idea, pero tal vez tenía razón.
Bajaron frente al pub bailable, despidiéndose del señor, decidieron ir tomadas de las manos a formar la fila. Las miradas de los muchachos eran una constante, las palabrerías también. Bien supieron evitarlos hasta llegar por fin dentro.
Era tremendamente caluroso, apenas se podía mover de entre el gentío que danzaba en el oscuro lugar, que de vez en cuando centelleaban las potentes luces.
Ambas quedaron bailando juntas y con los cuerpos pegados, adhiriendo las manos en las nalgas, atrayéndose hacía sí, contoneándose al ritmo de la música, moviéndose para abajo, ciñendo sus caderas, subiendo nuevamente, sin siquiera dejarse de toqueteos intensos. Sus blancas ropas interiores brillaban a las luces de neón cuando se agachaban.
En cuestión de segundos sus encajes ya se sentían en extremo humedecidos, estaban ambas excitadas, con la calentura y el alcohol corriendo sus venas.
Se dejaron de bailes, poco tiempo les había dado el padre, por lo que sin más, se dirigieron a uno de los sofás apartados en las esquinas. Allí era más oscuro que el resto del lugar, apenas pudieron ubicarse de entre tanta gente sentada en los asientos allí, sembrando orgías de varias mujeres a un lado, y tres hombres y una joven al otro. Rodeadas de tantas muestras de placer y sexo, volvieron a los manoseos, caricias, arrancándose ambas la ropa interior, amasándolas dulcemente con sus delicadas manos al tiempo en que sus bocas no dejaban de darse muestras de constantes afectos. Las horas pasaron, ellas sin darse cuenta, de a poco el lugar se vaciaba, y las luces volvían, anunciando que la fiesta estaba terminando.
Ashley miró su reloj;
-Son las 3!
Sienna apenas podía levantar cabeza del alcohol;
-Mmmm…. mejor nos vamos….
-Pero mi pap….
Sienna selló su boca con unos dedos;
-No pasa nada, no quiero que me vea tan borracha… hip..
Ashley, cambió su rostro de preocupación a uno de sonrisas, le resultaba bastante gracioso verla así a su amiga. Se levantaron del sofá, despidiéndose entre risas de las tantas mujeres que allí continuaban con sus orgías.
Salieron apenas afuera, sintiendo una fuerte lluvia cayendo, Sienna la acorraló en la acera, rodeándola de abrazos y besuqueos;
-Te amo… –decía apenas con la lluvia bañándolas.
Ashley le devolvía con otros intensos manoseos en sus senos;
-Yo también… –respondió excitada- nunca me apartaré de ti! –expresaba mientras adentraba su lengua entre los labios de ella.
El sonido fuerte de una bocina las sacó del hermoso momento. Un auto, el del padre de Ashley, estaba en medio del camino. Obviamente se habían tardado más de lo normal, por lo que el padre de ésta ya salió a buscarlas.
Ambas quedaron boquiabiertas, mojadas por la lluvia y abrazadas. Bajó el padre, con el rostro de enojo tremendo, agarrando de bruces a su hija por el brazo, arrojando improperios a su amiga, quien aún no salía del trance de haber sido descubiertas.
La llevó al auto, mientras la pobre lloraba y pataleaba impotentemente. El hombre aseguró el auto a fin de no dejarla salir, dirigiéndose a Sienna;
-Conque eran más que amigas… me debí suponer que eras una puta lesbiana!
La tomó por el brazo, blandeándola tal muñeca de trapo;
-Pero es la última vez que la verás…
La soltó, dejándola caer de rodillas, siempre sorprendida, observando impotente el auto alejarse. Sienna empezaba a asimilar, y no tardó en llorar, sumida bajo la tormenta, abrazándose a sí misma, sus cabellos desbaratados por las aguas.
Sabía que nunca más la volvería a ver. Tal vez se mudarían a donde una vez el padre dijo irían.
Cogió un taxi para poder volver. Los días pasaban y no la encontraba ni en el colegio, ni en el ya vacío hogar de ella, en el que siempre venían camiones de mudanzas. Aquel mismo día en que pareciera haber perdido la esperanza, otra lluvia de aquellas se avecinaba. Recordándole sus primeros y últimos besos bajos las precipitaciones. Y mientras sollozaba desconsolada, mirando la lluvia en la ventana de su cuarto, se aseguró que nunca la olvidaría, que la buscaría hasta los confines de este impiadoso mundo, para rodearla de besos, caricias y palabras que ningún hombre podría ofrecer.
Una desdicha, de un amor tan incomprendido, rechazado por una ignorante sociedad, de una pasión objetada, tan enorme como hermosa, tan especial. Ella sabía que no era un simple enamoramiento, era mucho más que amor de jovencitas, mucho más.
Sólo un amor tan verdadero podría triunfar en semejantes adversidades, y por ende, sólo el tiempo y la esperanza lo dirán… y bien somos los últimos en perder la esperanza…
Otra vez conferencia en Madrid, es parte de mi trabajo y a veces lo hago con ganas y otras con resignación. Esta vez es distinto pues desde hace semanas chateo con un desconocido de Madrid. Sin saber como ni por qué creamos historias en las que plasmamos nuestras fantasías más morbosas. No sabemos nada el uno del otro, ni siquiera nos hemos visto en fotos y tan sólo nuestras respectivas imaginaciones y las descripciones que hemos hecho nos dan una idea de nuestra apariencia.
Yo soy psicóloga y, al principio, sólo me movía un mero interés profesional y científico, además de una cierta curiosidad. Poco a poco fui cambiando y un día me di cuenta de que lo que me movía era ese animal que todos llevamos dentro. Ese animal que es culpable de casi todas las circunstancias que yo misma estudio en otras personas. Ese animal que, sí, también habita en mí. Con mi carita de buena, la imagen de mojigata que aún tengo en mi círculo más íntimo de amigas, en mi interior se ha despertado un volcán, un fenómeno de la naturaleza que no puedo, pero tampoco quiero controlar. Como en “los renglones torcidos de Dios”, sin darme cuenta he pasado de ser yo quien investiga a ser yo, yo misma, un objeto digno de ser estudiado y analizado en profundidad. Él me lo dice con frecuencia, que tiene que estudiarme en profundidad, que analizarme. Le llamo él, no sé su nombre verdadero, se hace pasar por Luis Parker.
Pero volvamos a nuestro relato. Sí, tengo que dar una conferencia en Madrid, y no, no lo he forzado yo. Una parte de mí está loca por que suceda algo de lo muchas veces hecho en nuestras fantasías, mientras que otra parte se niega a mezclar la vida profesional con la vida íntima. Me juego mucho y me ha costado mucho llegar hasta aquí, escribo artículos, mi trabajo es valorado y me apasiona. Él, sin embargo, parece tranquilo, indiferente, no ha mostrado el menor interés en mi llegada a la ciudad ni ha propuesto nada. Me desconcierta, empiezo a pensar que detrás de su personaje, divertido y morboso, haya una persona muy distinta, quizá una mujer, quizá un hombre casado o mayor. Dios mío, puede que hasta sea un niño… Lo mejor es no pensar en ello. No sé porque le he dicho que iría a su ciudad y no sé porque cuando me dijo que, como era su ciudad, quería jugar a un juego en el que yo hacía lo que él me indicaba le dije que sí. Es cierto que me dijo que se iba a portar bien, lo cual me tranquilizó, pero una parte de mí se decepcionó un poco.
Luego aclaró, dijo que bien del todo no, que si no no sería él mismo, por lo que la parte de mí que antes se había decepcionado reaccionó con alegría y un pequeño cosquilleo recorrió mi cuerpo.
Me encuentro tranquila, en mi hotel de Madrid, repasando las notas. No sé porque voy a ponerme las medias fetiche que él adora en sus fantasías, negras y a medio muslo. ¿Será sólo porque estoy en Madrid y de alguna forma presiento que estoy cerca? Creo que sólo por eso tengo una cierta excitación desde que me bajé del tren. Una agitación que me hace mirar continuamente alrededor pensando quién podría ser él. Pero ahora sigo repasando mis notas y sigo con mi ropa. Mis braguitas blancas de chica bien, otra concesión a quien ni siquiera ha dicho nada, mi traje de chaqueta gris, mi pelo castaño claro un poco rebelde recogido, mi aire profesional… ufffffffffff, debí haberle llamado pero me dio miedo al final.
Bip-bip mensaje de móvil “hola mi pequeña chica bien, q pensabas q no sé cómo estás… sólo espero que seas buena y sigas mis instrucciones como siempre. Apaga el sonido del móvil y tenlo siempre cerca, allí estaré”. Dos minutos después el segundo mensaje de móvil “Me muero por ver a mi niña aparentando ser buena y profesional, pero yo sé que sucios pensamientos se estarán mezclando en su cabeza”.
Casi me da un infarto, mi sexo está mojándose ya ¿qué me pasa? Ya no soy capaz de leer las notas. La conferencia apunta a catástrofe. Mi piel está erizada, mis pezones… Suena el teléfono de la habitación y me produce otro sobresalto. Llaman de la recepción “su taxi le espera”. Me tranquilizo. Vibra el móvil, mensaje “del taxi has de salir sin tu prenda blanca de niña buena. Estaré cerca.”. El corazón me late a mil… ¿cómo sabe que las llevo? ¿por qué dice que está cerca? ¿será el taxista? ¿estará en el hotel? Me niego a jugar! Pero subo al taxi temblando, es un Skoda, inmenso, no sé porque me siento justo detrás del taxista. Me habla y contesto sólo con monosílabos. El taxista no es. Calvo, barrigudo y sesentón, vino del pueblo en los 60 y no puede ser el tipo fino e irónico que me escribe esas historias. Mi cabeza da vueltas vertiginosamente. Mi excitación es alta, la conferencia apunta a desastre, mi pelo recogido, y noto gotitas de sudor en mi cuello. Mis piernas están juntas, se mueven un poco sin dar yo ninguna orden consciente, mis braguitas húmedas en mi centro, arrugaditas. ¿cómo voy a hacerlo? ¿por qué aún pienso en ello? Estamos llegando y vibra el móvil. “ánimo, no te obligo, tú decides, si es que no, que sepas que he sido feliz con nuestras fantasías. Suerte cielo”.
Sin pensarlo dos veces, subo mi falda, levanto mi culito y saco la prenda para él. Ya no la tengo, ya no soy una niña buena. Noto al taxista mirar cuando estoy levantando los pies y sacándola por mis zapatos. No ha visto nada, pero lo sabe todo. Mi carita está roja, pero la meto en el bolso y salgo triunfante del taxi. Altiva.
Ahora voy animada a la conferencia. Chica buena, chica culta, chica demonio cuando él lo pide, miro desafiante a la concurrencia. Tengo fuerza y poder. Tengo vida. Mi respiración mueve mi blusa. Mis pezones se marcan algo pese al suje de relleno (menos mal). Conferencia acerca de relaciones interpersonales. Hombre-hombre, hombre-mujer, mujer-mujer. Lo domino. Las palabras salen de mi boca como tantas veces, con soltura y con pasión. El público me sigue y yo sigo al público. ¿Quién será él?
Ruegos y preguntas. Vibra mi móvil. “lo has hecho genial, cielo, sé que has hecho lo que te dije, lo llevas escrito en la mirada. Ruego 1, muéstrame de alguna manera que tus braguitas están en tu bolso. Si lo haces me quedo al vino español”. Silencio. Miro nerviosa a la audiencia. Mis pezones van a romper la tela. Tengo frío y calor a la vez. Se levanta una chica y le llevan el micro. Pregunta sencilla, respuesta nerviosa. Segunda pregunta, un hombre mayor, segunda respuesta nerviosa que explico de espaldas al público sobre la transparencia. Creo oír un susurro lanzado hacia mí “ánimo”. Giro como un resorte. Atrás a la derecha, joder, no sé quién es, pero mientras pasan de nuevo el micro cojo mi bolso y dentro de mi puño, simulando un pañuelo, acerco la prenda a mi boca mientras carraspeo artificialmente mirando al lugar de donde vino el susurro. Provocadora. Al menos le gusta la ropa interior blanca y puede aparentar que es un kleenex.
Siguen las preguntas y poco a poco me voy relajando de nuevo, aunque siempre teniendo en la mente que allí, en el vino español estará él, y seguirá jugando conmigo.
La moderadora da por terminado el turno de preguntas, comenta que el vino español se dará en la sala adjunta y, poco a poco, el público va abandonando la sala. Este momento siempre es el más relajado, el más tranquilo ya que me deja con la sensación de haber cumplido con mi trabajo. Sin embargo, esta vez estoy inquieta, excitada, si hasta tengo la extraña sensación de que se me va a notar.
Junto con la moderadora y los miembros de la organización me desplazo al lugar indicado para el cocktail. Mi excitación hace que tenga un nudo en el estómago y no me deje comer nada, pero la garganta seca me ha hecho ir ya por el tercer vino blanco y mi cabeza empieza a sentirse algo mareada.
Me encuentro junto a la barra de un bar en el centro de conferencias, rodeada de varias personas haciendo preguntas, y sé que entre ellos está el responsable de mi estado constante de excitación. En concreto hay uno de ellos, con el pelo rapado y una sonrisa perfecta que no quita sus ojos de los míos. Estoy segura de que es él, pero justo le he perdido de vista. Suena un mensaje en mi móvil, el sonido me sobresalta, y me confirma mi sospecha acerca del chico del pelo rapado. Digo “disculpen” mientras lo miro disimuladamente: “cielo, suéltate otro botón de la blusa, que estoy cerca de ti y quiero ver mejor los lugares por los que van a pasar mis labios”. Con el típico comentario acerca del calor que hace, y con un recato habitual en estos casos mis manos se posan en mi blusa y obedecen la orden. Vuelvo a ver al chico y mirando de frente a su sonrisa suelto el botón. Mis pezones amenazan con romper la tela y se marcan a pesar de la ropa interior.
Estamos agrupados junto a la barra y cada pocos minutos se despide gente. Yo sigo mirando al chico rapado, va bien vestido con una camisa blanca con algunos botones desabrochados también y debajo de ella se adivina un cuerpo formado en gimnasio. También me muero por pasar mis labios sobre su pecho.
Distraídamente y sin prestar atención despido a las personas que se van. Cuando doy los pertinentes dos besos a uno de ellos susurra unas palabras en mi oído que me rompen los esquemas “en un minuto tendrás un mensaje con las próximas instrucciones”. Rápidamente se da la vuelta y se va. Veo su caminar, casi no me había fijado en él. Tiene la espalda ancha, es moreno, delgado y fibroso, el pelo un poco revuelto pero tiene unas entradas que le hacen interesante. Dios mío… ha sido determinado y firme en lo que ha dicho y también lo es en su caminar. También lo es en sus instrucciones. Sólo sus palabras al oído me han producido un escalofrío de sensaciones. Sigo hablando distraídamente pero estoy tan nerviosa que ya no sé ni lo que digo. Los 4 vinos blancos también tienen que ver en mi estado. Ya no me atrae para nada el chico del pelo rapado, que sigue mirándome pero al que yo ignoro. Ahora me parece vulgar.
Noto el mensaje 3 y me sobresalto una vez más: “Discúlpate y ve al aseo, recógete el pelo en una coleta, elige el último cubículo a la derecha y entra con los ojos cerrados. Se buena”. Me disculpo torpemente, creo que mis mejillas están rojas y lo de entrar con los ojos cerrados me ha producido una excitación adicional. Camino rápido pues tengo la sensación de que de mi sexo está tan mojado que algo de fluido podría resbalar por mis muslos. Ufffff mis braguitas en el bolso.
Entro en los aseos y ahora sí estoy temblando descontroladamente, pero algo me impulsa con determinación al lugar marcado. Llamo con los nudillos y cierro los ojos… la puerta se abre y una mano firme tira de mí hacia adentro. Soy un ángel y un demonio. Una chica buena y obediente pero a la vez un animal salvaje en busca de satisfacer un instinto vital y brutal. A pesar de mis treinta y muchos años él me habla como a una niña mientras se sitúa en mi espalda.
“Lo has hecho perfecto, cielo. Me ha encantado el planteamiento de la conferencia y, como eres una niña lista, la mejor de la clase, es hora de experimentar para comprobar las teorías”. Según va diciendo esto, sus manos recorren mis brazos, mis hombros, con un ligero masaje… mi cuello. Sus labios besan mis mejillas, mi piel, mis labios, mis párpados cerrados que no oso abrir. Sólo me dejo hacer, sus movimientos me tranquilizan pero provocan reacciones en mi cuerpo que no puedo controlar.
Me dice “vamos cielo, me moría por tenerte entre mis brazos, tenía mucha curiosidad por conocer la suavidad de tu piel, por que tú sientas la mía, por llevar a la práctica todo aquello que hemos fantaseado”. Y según va diciendo estas palabras suaves y reconfortantes coge mis manos y las pone abiertas contra la pared, mientras siento el aroma de su perfume y la dureza de sus músculos, la suavidad de su aliento, el sonido de sus palabras. “pon aquí las manitas, preciosa, y no las muevas hasta que yo no te diga”. Después de haber dado una extensa conferencia, después de haber demostrado jerarquía en mi carrera, después de haber triunfado como profesional, de haber criticado la actitud de los hombres desde mi perspectiva feminista… en este momento sólo puedo obedecer lo que él me dice, abandonarme a sus deseos que son los míos, y de mi boca no puede salir ninguna palabra, sólo gemidos ocasionales y una respiración acelerada.
Allí estoy yo, contra la pared con los ojos cerrados y sintiendo como él continúa recorriendo con sus labios mi cuello, mis orejas, mis mejillas, mi pelo, mis hombros (ufffffff es uno de mis puntos débiles) deseando con todas mis fuerzas que me haga cosas, todas las que el quiera, con su cuerpo, con sus manos, con sus labios…
El hace con pausa con dedicación, como un artesano pone el máximo cariño en su labor, diciéndome palabras bonitas, al contrario de lo que habitualmente hacía en nuestras conversaciones cibernéticas y me ponía en un terrible estado de excitación, ahora muestra otra vertiente de su personalidad, cariñoso, amable, dedicado, sensual, cuidadoso, pero a la vez decidido y dominante. Me dice que me estoy portando muy bien y que voy a tener el regalo que me tiene prometido, y yo estoy loca por saber lo que va a hacerme.
Se agacha detrás de mi y sube mi falda hasta mi cintura, me abre las piernas y me inclina levemente y empieza a pasar la lengua a todo lo largo de mi sexo, de forma constante, metódica, sujetando mis caderas que se mueven solas, sujetando mis gluteos… y él en su papel, decidido, constante, firme, de la misma forma que hace todas las cosas. Creo que nunca había estado tan húmeda, mientras él trabaja con dedicación cada una de las partes sensibles de esa parte de mi anatomía. En cada momento sabe cual es el siguiente movimiento de su lengua, de sus labios para mantener e incrementar el fuego que tengo dentro de mi cuerpo, pero sobre todo en mi sexo.
Y yo, yo empiezo a pensar en mí misma, en mi situación en un aseo cerrado de un centro de estudios, con la falda en la cintura, sin ropa interior, de la cual me he despojado desinhibida en un taxi (ufff eso lo he hecho yo con naturalidad y no reconozco a la chica que era aunque soy yo misma). Pero ahora ha salido otra versión de mí. Ahora mismo estoy dejando que una persona a la que no había visto en mi vida disponga de mi cuerpo a su antojo… y mi cuerpo piensa por si mismo y decide por mí a su capricho. Según esos pensamientos llegan a mi mente, empiezo a sentirme traviesa, chica mala, sucia, desatada, puta… y una corriente eléctrica placentera empieza a recorrer todo mi cuerpo, desde el centro mismo hasta cada una de las células… mis piernas no me sostienen más y voy resbalando por la pared, entre espasmos de gusto… gozando cada décima de segundo hasta que él me recoge hecha un ovillo, con mis ojitos cerrados y aún con el mejor orgasmo que recuerdo recorriendo mi cuerpo mientras él acaricia mi cabeza, mi pelo, mis mejillas que en este momento puedo jurar que están rojas.
Ha conseguido extraer un momento de pasión completamente desatada, ha conseguido que mostrase otra versión de mí misma, pero él también ha mostrado lo que es capaz de hacer con mi cuerpo y con mi voluntad. No, no quiero que acabe, pero tras estar varios minutos abrazado a mí acariciando mi pelo como a una niña, cuando mi respiración se ha ido regularizando, se ha levantado, me ha besado y me ha dicho “vamos cielo, tienes que seguir con tus compromisos que estarán preocupados por ti, arréglate, ponte las braguitas y sal que ERES LA MEJOR”.
“Llámame cuando termines” y cerró la puerta tras de sí, saliendo con paso firme.
Es mi primer relato. Decidme si queréis que continúe o mandadme sugerencias diablocasional@hotmail.com. Muchas Gracias
Sentado en la camilla del hospital Javier se mira una y otra vez sus manos envueltas en abultados vendajes, de lejos sus padres lo observan con una expresión bastante seria, Javier baja la mirada, sabe que es culpa de él así que ahora mejor se queda callado sin quejarse en absoluto.
Tras la clase de química él y unos compañeros decidieron hacer un experimento por cuenta propia a escondidas en el laboratorio, desafortunadamente la situación se convirtió en un desastre cuando el pequeño “experimento” ocasiono una explosión y Javier sufrió quemaduras en sus manos, si bien no son severas lo tendrán con sus manos vendadas por un buen tiempo.
“¡Maldición!” exclama Javier, “¡será mejor que te calles mira que esto es tú culpa!” le recuerda su madre. Los padres de Javier conversan afuera del cuarto del hospital, ellos tienen un problema, ambos deben viajar por motivo del trabajo y a Javier no lo pueden llevar ni tampoco dejarlo solo. Conversan con algún familiar pero tampoco tienen éxito, finalmente tras hacer algunas consultas alguien les recomienda dejarlo con una empleada para que lo cuide por unos días, hasta que ellos lleguen y él se recupere. Es una decisión difícil dejar a su hijo al cuidado de una extraña pero muchas opciones no hay, finalmente consiguen a alguien con buenas referencias. La idea no le gusta nada a Javier.
Javier esta de vuelta en su casa, no podrá asistir a clases mientras se recupera, esta en su habitación viendo tele, sin embargo cuando trata de manejar el control remoto comienzan los problemas, las vendas le estorban y esto lo frustra bastante. “Será mejor que te acostumbres” le dice su madre que aparece acompañada de otra mujer, “ella es Marlene, será tu cuidadora durante los días que nosotros no estemos aquí”, Javier la observa, una mujer madura, de unos cuarenta y tantos años, cabello castaño y lentes además de un largo delantal, “tendrás que obedecerle en todo y cuidado con portarte mal” le advierte su madre en un severo tono.
Al poco rato los padres de Javier se van y Marlene comienza su trabajo ordenando la casa y preparándole la comida a Javier que debe aguantar que lo alimenten como aun bebe, “esto es humillante” dice él, Marlene solo sonríe, “para la próxima debes ser más cuidadoso” le dice ella. Sin embargo esto es solo el principio de los problemas de Javier.
Ahora depende solo de ella, hasta para sus necesidades más básicas, algo que él considera degradante, pero Marlene le ayuda en todo, es una mujer callada habla poco o nada y a pesar de los esfuerzos de Javier por saber algo más de ella, Marlene no le cuenta mucho, ni siquiera sabe si es casada o soltera.
“Ven aquí” le dice Marlene y Javier se desconcierta cuando ella comienza a desvestirlo, él se resiste, “debes bañarte, o acaso crees que estarás tanto tiempo sin darte una ducha”, con bastante vergüenza Javier permite que ella lo desvista, lo envuelve con una toalla y lo acompaña hasta el baño. El agua cae desde la ducha y Javier se para bajo ella, sus vendas están envueltas para evitar que se mojen, pero él solo le da la espalda a Marlene. “Soy una mujer de 42 años, te puede asegurar que a estas alturas de mi vida ya he visto más de un pene” le dice ella. Lo toma de los hombros y lo da media vuelta, Javier encuentra incomodo que ella lo enjabone y pase sus manos por su cuerpo, en especial cerca de su miembro.
Un chorro de agua le moja su delantal, Marlene se lo quita quedando solo con falda y sostén. Al darse media vuelta Javier queda casi boquiabierto al ver el tamaño de los pechos de Marlene, grandes, bien formados y con unos pezones que se marcan en el sostén. “¿Algún problema?” pregunta ella al ver la cara de Javier, “nada, nada” responde él nervioso. Mientras Marlene lo baña él cubre su verga con sus manos, cuando ella le lava el pelo le pone los pechos casi en la cara. “Aparta tus manos, tengo que enjuagarte bien”, al hacerlo aprecia el miembro de Javier erecto y duro, pero ella actúa con normalidad.
“Por lo visto estas contento de verme” le dice en broma al ver su erección, Javier se sonroja y aparta la mirada, pero no lo hace por mucho tiempo, al cabo de un instante tiene su vista fija en los pechos de Marlene otra vez y ella no le dice nada más al verlo tan incomodo por esta situación. “Estas listo, ahora ve a tu habitación”, le dice ella tras secarlo.
Cuando Javier esta solo lo único que hace es pensar en los pechos de Marlene, si bien al principio no le había puerto mayor atención, sin embargo ahora la observa con más detalle. Es una mujer guapa, bastante guapa ahora que la mira, tiene cierto encanto de mujer madura y sexy a pesar que siempre viste de forma recatada y no usa ropas llamativas, en ocasiones usa pantalones pero aun así se aprecia una figura bastante buena para su edad.
“¡Con un demonio!” regaña Javier, luego de unos días y un par de duchas ya no da más, Marlene lo tiene más que caliente y por más que trata no consigue hacerse una paja, las vendas se lo impiden. Trata de quitárselas pero tampoco puede. Hace de todo con tratar de masturbarse y calmar su calentura aunque sea por una vez, pero nada, fue en ese instante que Marlene entra a la habitación portando una bandeja con su once y lo sorprende en pleno intento. Desesperadamente Javier trata de cubrirse pero su erección y las vendas en sus manos le hacen imposible acomodarse los pantalones.
Avergonzado él baja la vista, Marlene lo mira con cara de compasión. “Me imagino que ha sido difícil estar sin poder relajarte” le dice ella que se sienta a su lado, Javier no la mira, “no hay por que avergonzarse, a tu edad es muy normal lo que haces”, Javier levanta la mirada, “lo malo es que con estas vendas es imposible, ¡que rabia!” exclama él.
Marlene se queda pensativa un momento, “si quieres te puedo dar una mano, pero esto será un secreto entre los dos”, Javier pone cara de sorpresa mientras ella lo pone de espaldas en la cama. Se sobresalta cuando las suaves manos de Marlene envuelven su miembro, “tranquilo, yo te voy a hacer una paja”, Javier no sabe que decir, pero pronto comienza a relajarse a medida que ella va frotando su verga suave y lentamente. Javier disfruta de aquel momento, ella frota con algo más de fuerza y rapidez su miembro y siente la mano de Marlene subir y bajar por el mismo, “esto es increíble” dice él bastante excitado, Marlene lo mira a los ojos mientras sigue masajeando su verga, le acaricia sus testículos y pasa sus dedos por encima de su glande, durante unos minutos Javier esta en las nubes disfrutando de estas caricias.
Al ver que él esta por correrse Marlene le frota su verga con ambas manos, para un chico de 12 años esto es demasiado y se corre de forma muy abundante cubriendo las manos de Marlene con su semen. “¡Uff, estuvo fantástico!” dice él aun bastante excitado, Marlene tiene picara sonrisa en su rostro, toma un poco de papel higiénico y limpia a Javier. Ella después va al baño a lavarse las manos y le sirve la once, en todo el rato Javier no deja de decirle que estuvo increíble que jamás había experimentado algo así. “¿Lo volveremos a hacer?” le pregunta, “tal vez” le responde Marlene con una sonrisa.
Temprano en la mañana Marlene lleva a Javier al doctor, él ansioso esperaba poder quitarse las vendas sin embargo el doctor determinó que si bien las heridas han cicatrizado bastante aun debe usar vendas por unos días más para total desconsuelo de Javier. “¿Le molesta mucho el uso de vendas en sus manos?” pregunta el doctor, “usted ni se lo imagina” le responde Marlene que después lleva a Javier al centro para distraerlo un rato y sacarlo del encierro de la casa. Por la tarde él recibe un llamado de sus padres que le dicen que mañana volverán a la casa. “Te echaré de menos” le dice Javier sabiendo que su cuidadora después ya no vendrá más, “¿me extrañaras a mi o a lo que hicimos el otro día?” le pregunta ella, “ambos” responde él.
Javier esta inquieto en su habitación, sabe que mañana a medio día llegan sus padres y que después ya no vera más a Marlene que simplemente lo tiene loco desde que ella accedió a sacarlo del “apuro” el otro día. Entiende que ella lo hizo más que nada por liberarlo de desesperación de no poder hacerse una paja algo habitual en un chico que esta en la “edad del mono” como dicen algunos. Javier duda en pedirle a Marlene que se lo haga por ultima vez, ella ha sido siempre bastante amable con él y lo ha cuidado con esmero y piensa que puede ser una falta de respeto pedirle que le haga una paja, sin embargo la testosterona puede más y Javier va a hablar con ella que esta en su habitación.
Usa sus pies para golpear la puerta y Marlene lo hace entrar, Javier esta visiblemente nervioso y titubea un poco mientras conversa con ella que lo escucha atentamente, no sabe bien como llevar la conversación y pedirle que lo haga otra vez. Sin embargo Marlene ya es una mujer madura y experimentada y la actitud de Javier es demasiado evidente para ella. “Por que mejor no me pides directamente que masturbe otra vez”, Javier se sonroja y finalmente lo reconoce, “me daba vergüenza pedírtelo”. “Entonces recuéstate en la cama y deja todo en mis manos” le dice ella.
Como puede Javier se el pantalón de su pijama y se acuesta en la cama, de pronto siente las manos de Marlene en su miembro y ella comienza a darle las caricias que a él tanto le gustaron el otro día. Javier nuevamente esta en otra a medida que las manos de Marlene envuelven su verga y la frotan incesantemente al igual que con sus testículos, sin embargo de pronto Javier abre sus ojos, siente algo más. Al levantarse observa su miembro desaparece entre los labios de Marlene, ella sube y baja con su boca por la erecta verga de Javier que esta por un lado atónito y por otro lado más caliente que antes al ver y sentir como ella le hace una mamada, “es hora que sepas que para frotar una verga se pueden usar más que las manos” le dice ella para después pasar su lengua desde sus testículos hasta su roja cabeza.
Javier esta en las nubes, él simplemente goza de algo inolvidable, su primera mamada y Marlene le demuestra que es una experta. Durante unos minutos ella no saca la verga de Javier de su boca, la chupa y lame sin detenerse dándole el máximo placer a este chico que ya ni siquiera habla, solo suspira al sentir la calida boca de Marlene envolviendo su miembro. “¿Por qué te detienes si esto se siente tan bien?” le dice Javier a su cuidadora al verla de pie. Sin embargo la cara de sorpresa de Javier pronto se hace presente cuando ve como ella se abre su blusa, sus pechos se aprecian cubiertos solo por el sostén negro que ella viste. Después se desabrocha lentamente sus jeans y se baja el cierre del mismo, Marlene se chupa un dedo mientras desliza una mano por su entrepierna, “es una pena que no puedas usar tus manos por aquí” le dice ella en medio de un ardiente gemido que se le escapa al frotarse su coño.
Con sutiles movimientos se va bajando los jeans, al agacharse Javier aprecia sus grandes pechos, “¡son los mejores que he visto!” dice él casi sin pensarlo. Marlene se ríe, “¿y has visto muchos acaso?”, “bueno, al menos en revistas pornográficas” responde Javier. Marlene, solo en ropa interior se pone encima de Javier haciendo sentir su cuerpo sobre el de él, “pero estos son naturales” dice ella mientras los pasa por encima del pecho de Javier hasta llegar a su rostro. “Realmente es una pena que tus manos estén vendadas, así como yo te he masturbado a ti tu podrías hacérmelo a mi”, si hay un momento en el que Javier se lamenta por haberse quemado sus manos es en este.
Marlene se acuesta al lado de Javier que la observa sin poder tocarla, ella se acaricia sus pechos y se aparta el sostén, los ojos de Javier están clavados en los senos de ella y en como se los acaricia, se pellizca sus pezones y se los lame, él esta que explota. Con atención ve como ella va deslizando una mano por su cuerpo, sobre sus senos, su vientre hasta desparecer bajo el calzón. Casi de inmediato ella comienza a gemir, Javier observa como se frota su coño, Marlene se mueve sobre la cama mientras sus gemidos se hacen más fuertes, ella se aparta su calzón y él ve su coño cubierto por una pequeña mata de vello pubico, sin embargo Javier esta más pendiente de cómo ella se masturba hundiendo sus dedos en su sexo.
Durante unos instantes Marlene se masturba frente a Javier que la observa atónito, se mete dedos en su coño y en su culo, él la observa impotente sin poder acariciar aquel magnifico cuerpo. “Ya has mirado suficiente” le dice ella que se desnuda por completo, Marlene se monta sobre él pasando sus pechos por encima del cuerpo de Javier que esta entre nervioso ante esta nueva situación y muy excitado por lo demás. Un calido beso de Marlene lo hace reaccionar, “ahora mete tu lengua en mi boca” y como un buen alumno él obedece a su profesora. Mientras ambos se besan ella sigue masturbándolo frotando de forma incesante su verga.
Marlene vuelve a ocuparse de la verga de Javier, se la chupa y lame de forma muy apasionada, al ver lo excitado que él esta Marlene usa sus pechos para hacerle una paja, la verga de Javier se pierde entre aquellos impresionantes pechos. Marlene se monta sobre Javier haciendo un 69, él ahora tiene frente a su rostro el coño de Marlene, ella se vuelve a meter sus dedos en su sexo y en su culo mientras él la observa, “aquí no necesitas más que tu lengua, métela bien adentro de mi coño” le pide ella. Con algo de timidez al principio Javier comienza a pasar su lengua por encima de la vagina de ella, probando el sabor de una mujer por primera vez. Ambos se lamen entre si, Marlene continua con la verga de Javier deslizándose entre sus labios y él aprende a como lamer a una mujer.
“Ya es hora que aprendas algo más”, Marlene toma la verga de Javier en sus manos y la guía hasta su coño mientras ella se le monta encima y suavemente se va dejando caer sobre la verga de Javier hasta acogerla por completo en su coño. Marlene lo toma de las muñecas y le empieza a cabalgar haciendo que sus pechos se agiten frente al rostro de Javier, Marlene hace que él devore sus pechos poniéndole sus pezones en la boca. Ella casi deja sin aliento a Javier, lo coge sin parar y él cierra los ojos mientras siente su polla deslizándose dentro del mojado coño de Marlene. Ambos se besan a cada momento y ella le pone sus pechos en la boca continuamente.
Sobre la cama Marlene se pone en cuatro, como Javier no puede guiar su verga ella lo hace poniéndola contra su coño, Javier se carga contra ella penetrándola hasta el fondo. Marlene se mueve salvajemente y se carga contra Javier sintiendo su miembro bien adentro de su sexo, ella se mete un dedo en el culo mientras él la coge solo para excitarlo más todavía. “¡Ya no doy más, me voy a correr!” dice Javier y finalmente acaba sobre el culo de Marlene, se corre de forma abundante y su semen escurre por encima de las nalgas y el coño de ella. Marlene decidida a no perder una gota se la empieza a mamar hasta hacerlo acabar otra vez. Ambos pasaron la noche juntos, Javier se lamenta que no la vera después de mañana, “tal vez nos volvamos a ver” le dice Marlene, “así espero, ya que con mis manos libres te devolveré el favor” le dice él.
Pasa un mes, Javier ya no usa vendas y a pesar de sus esfuerzos no ha podido volver a ver a Marlene. Una tarde fue con sus padres a un conocido restaurante por una fiesta que ahí se realiza. Para Javier es toda una lata estar ahí la mayoría son adultos y él es por lejos él más joven. Sin embargo en medio de la gente aprecia a una mesera que se le hace familiar, usando un ajustado traje de dos piezas. Ella esta preparando unos tragos cuando una mano se posa en sus nalgas y las aprieta, “te dije que si te volvía a ver te devolvería el favor” le dice Javier a Marlene. Sin decirle nada ella lo toma de la mano y lo lleva hasta un baño, donde lo besa, sin embargo Javier le sube su ajustada falda de inmediato y como le había prometido, ahora usa sus dedos para recorrer cada agujero de Marlene y masturbarla hasta más no poder metiéndoselos en su sexo y en su culo incansablemente.
Pese a los esfuerzos de Marlene sus gemidos son bastante fuertes y se oyen con claridad afuera del baño de mujeres mientras su joven amante no le da tregua. “Por lo visto la pareja que esta en el baño lo esta pasando muy bien” comenta una señora, “ya lo creo, a mí me gustaría tener una amante que me haga gemir así” agrega la madre de Javier riéndose mientras su hijo folla apasionadamente con Marlene.
En todos los edificios hay una mujer buenorra que levanta el ánimo de sus vecinos cuando la ven pasar por el portal. Si por casualidad la comunidad tiene piscina, su mera presencia tomando el sol provoca que aumente el número de hombres que por casualidad bajan a darse un chapuzón. Parece algo connatural a los tíos, sabiendo que es peligroso acercarse a ella, olvidan que su esposa puede pillarlos y se pavonean metiendo tripa por el borde del jardín, con la inútil esperanza que se fije en ellos.
Así era Paloma. Una impresionante hembra de enormes senos y mejor culo. Todo lo que os diga es quedarse corto. Con sus treinta años y su melena morena era todo un espectáculo el verla andar al ser dueña de un trasero grande y duro que excitaba y estimulaba las mayores fantasías de todos aquellos que teníamos el privilegio de observarla.
Era tanto el morbo que producía entre los casados del bloque que corrió como la pólvora la noticia que se había divorciado de su marido. Curiosamente, esa buena nueva me llegó antes que por los amigotes por mi esposa cuando en una cena, me soltó como si nada ese bombazo diciendo:
―¿A que no sabes de lo que me he enterado en la peluquería?
Harto de chismes de vecindad seguí comiendo sin preguntar, pensando que iba a contarme una historia sobre un hijo de algún vecino, pero entonces poniendo cara de asco me reveló que el marido de esa belleza la había dejado por su secretaría. Reconozco que ya interesado, le pregunté cómo había sido.
Satisfecha de que le hiciera caso, me explicó:
―Por lo visto, le pilló una factura de un hotel e investigando descubrió que le ponía los cuernos con una jovencita que resultó ser su empleada.
Aunque me parecía inconcebible que alguien dejara a ese monumento, me quedé callado no queriendo hablar de más y que mi mujer se enterara que la encontraba irresistible. María ya envalentonada, prosiguió diciendo:
―Ya le he dicho que el que pierde es él porque siendo tan guapa, no le costará encontrar alguien que le sustituya.
En ese momento, mi mente trabajaba a mil por hora al imaginarme a mí remplazando a ese cretino en su cama y por eso casi me atraganto cuando sin darle mayor importancia, me dijo que había invitado a esa preciosidad a nuestra casa en la playa.
Tratando de mantener la cordura, pregunté únicamente cuando había pensado que nos acompañara:
―La pobre está tan sola que le he dicho que puede pasarse con nosotros todo el mes.
« ¡No puede ser!», pensé al comprender que se refería a nuestras vacaciones.
Asustado por tener esa tentación tan cerca, protesté diciendo que con ella en el chalet nos limitaría nuestras entradas y salidas pero entonces, insistiendo me respondió de muy mala leche:
―Seguro que ahora me dirás que si su marido la ha abandonado es por algo. Tú verás que haces pero ella viene.
Reculando di mi brazo a torcer temiendo que de insistir mi esposa sospechara que indudablemente me sentía atraído por nuestra vecina y como quedaban dos meses para el verano, lo dejé estar suponiendo que llegada la hora, Paloma no nos acompañara.
Tan desolada se había quedado esa monada con el divorcio que, buscando compañía, se convirtió en habitual de mi casa. Rara era la noche que al llegar de trabajar, no me encontraba a María y a Paloma charlando en el salón de mi casa. Afortunadamente en cuanto yo aparecía por la puerta, nuestra vecina se excusaba y desaparecía rumbo a su apartamento. Tan cotidiana era su huida que con la mosca detrás de la oreja, pregunté a mi mujer si Paloma tenía algo en contra de mí.
―¡Qué va!― contestó riendo― lo que pasa es que es muy tímida y se corta en tu presencia.
Aun pareciéndome ridículo que se sintiera cohibida ante mí, no dije nada porque me convenía que María no se percatara de lo mucho que me gustaba esa mujer. Lo que no pude evitar fue pensar que difícilmente aceptaría acompañarnos a la playa si llevaba tan mal el verme.
Contra todo pronóstico una semana antes de salir de vacaciones, mi mujer me confirmó que la vecina iba a acompañarnos. Confieso no sé si esa noticia me alegró o por el contrario me molestó, porque sentía una sentimiento ambiguo. Por una parte una pequeña porción de mi cerebro deseaba que viniera soñando con que el roce entre nosotros la hiciera caer entre mis brazos mientras el resto temía con razón que mi esposa me pillara mirándole el culo o algo peor.
«Tengo que evitar que se me note», sentencié viendo que era inevitable que esa morena tentación pasara treinta días en nuestra casa.
Reconozco que el lavado de cerebro al que me sometí durante esos días no sirvió de nada y quedó en buenas intenciones en cuanto vi aparecer a Paloma el día que nos íbamos. Ajena a la atracción que provocaba en mí, ese mujerón llegó vestido con un top y un short que más que tapar realzaban la rotundidad de sus formas. Babeando y excitado por igual tuve que retirar mi mirada de sus tetas para que bajo mi pantalón mi apetito no creciera sin control:
« ¡Está buenísima!», sentencié mientras trataba de descubrir de reojo el tamaño y el color de sus pezones.
El destino o la suerte quisieron que ni ella ni mi mujer advirtieran el sudor que recorría mi frente mientras intentaba evitar la excitación que me nublaba la mente, de forma que en un cuarto de hora y con todo el equipaje en el coche emprendimos la marcha hacia nuestro lugar de vacaciones.
Ya frente al volante y mientras María y Paloma charlaban animadamente, usé el retrovisor para recrearme la vista con la belleza de esa mujer.
«Es perfecta», admití tras notar que todas mis hormonas estaban en ebullición por el mero hecho de observarla.
Sus ojos negros y sus carnosos labios eran el aditamento necesario para que esa mujer fuera el ideal de una hembra. Para colmo hasta su voz era sensual, dotada de un timbre grave casi varonil con escucharla era suficiente para que cualquier hombre soñara con que ella te susurrara al oído que te deseaba.
«Estoy jodido», maldije mentalmente al darme cuenta que mi atención no estaba en la carretera sino en las dos piernas y en el pantaloncito de Paloma.
Las cuatro horas que tardamos en llegar a nuestro destino me resultaron un suplicio. Por mucho que intentaba olvidar a nuestra pasajera, continuamente mis ojos volvían a quedar fijos en ella. Tantas veces, la miré a través del espejo que la morena se percató e involuntariamente se puso roja.
«Estoy desvariando», pensé al ver que bajo su top dos pequeños bultos habían hecho su aparición y creer que se había sentido excitada por mi mirada. «Ni siquiera me soporta, en cuanto me ve sale por piernas».
La confirmación de mi error vino cuando charlando entre ellas, María le preguntó porque no se echaba un novio:
―Estoy bien así, no necesito un hombre que me vuelva a hacer daño― contestó mientras fijaba sus ojos en los míos.
El desprecio con el que se refirió a todos los de mis género fortaleció mi primera impresión y comprendí que sintiéndose una víctima, odiaba a todo el que llevara un pene entre sus piernas.
« ¡Qué desperdicio!», mascullé entre dientes al sentir que no existía posibilidad alguna de poner mis manos sobre esas dos nalgas.
Al llegar al chalet entraron hablando entre ellas, dejándome solo para subir las maletas. Cabreado subí primero las nuestras y fue al volver a por las de Paloma cuando localicé un consolador en una de sus bolsas.
―¡Qué calladito se lo tenía la muy puta!― reí tras asimilar la sorpresa de hallar ese enorme aparato entre sus cosas.
Ese descubrimiento me abrió los ojos e intuí que su supuesto desprecio por los hombres era una fachada con la que luchar contra su sexualidad, por eso mientras recorría el jardín rumbo a la casa decidí que haría todo lo posible por excitarla sin que mi mujer se diera cuenta…
Inicio mi acoso.
Como era temprano María y Paloma decidieron darse un baño en la piscina. La morena ignorando lo que se le venía encima tuvo a bien plantarse un bikini azul tan provocativo que temí no poder aguantar semejante provocación y lanzarme sobre ella sin importarme que mi esposa estuviera presente.
Os puede parecer una exageración pero si hubieseis contemplado como yo cómo la tela de su parte de arriba apenas conseguía ocultar de mi vista sus pezones estaríais de acuerdo. Sabiendo que de quedarme cerca María hubiese adivinado mi excitación, resolví dar una vuelta por la urbanización corriendo para borrar de mi mente su cuerpo.
Desgraciadamente por mucho que me esforcé tanto física como mentalmente, al volver todo sudado por el ejercicio seguía pensando en su culo y sus tetas.
Ya de vuelta me acerqué a la piscina y al saludarlas, el modo en que esa morena se quedó mirando a mis pectorales llenos de sudor me hizo ratificar que su desdén por los hombres era ficticio.
« ¡Está bruta!», con alegría asumí el exhaustivo examen al que me sometió y queriendo forzar su calentura, me acerqué a donde estaban y me lancé sobre mi mujer a darle besos.
―¡Para!― gritó muerta de risa por esa muestra de afecto― ¡Eres un guarro! ¡Estás empapado!
Obviando las quejas de María, la besé mientras miraba fijamente a los ojos de nuestra invitada. Esta sintió la lujuria con la que mi mirada recorrió su anatomía y mientras se ponía roja, involuntariamente cerró sus piernas para que no descubriera que había incitado su calentura. Desgraciadamente para ella, no dejé de comerla con la vista mientras descaradamente acariciaba los pechos de mi mujer por encima de su bañador. Al verlo, no pudo evitar morderse los labios exteriorizando su deseo.
―¡Vete a duchar!― me echó María de su lado sin que nada en su actitud demostrara enfado por mi exhibición ante su amiga.
Satisfecho, me despedí de las dos y subí a mi cuarto de baño. Ya bajo el chorro de agua, el recuerdo del brillo de sus ojos me hizo desearla aún más y sintiendo una brutal erección entre mis piernas, me puse a pajearme mientras planeaba mis siguientes pasos para conseguir hundir mi cara entre las tetas de la morena.
Lo que nunca preví fue saliendo de la ducha y mientras me secaba en mi habitación que mi esposa llegara y sin hablar, se arrodillara ante mí en ese momento y que viendo mi pene estaba lo suficiente erecto, sin más prolegómenos, se lo metiera de un golpe hasta el fondo de su garganta.
―¿Te ha puesto cachonda que te tocara frente a Paloma?― pregunté descojonado al comprobar la virulencia con la que me hacía esa mamada.
Azuzada por mis palabras, usó su boca para imitar a su sexo y gimiendo, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada. Era tal su calentura que mientras metía y sacaba mi extensión cada vez más rápido, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de su bikini y ya totalmente excitada, gritó en voz alta:
―¡Necesito tu leche!
Al exteriorizar su deseo elevó mi excitación y sin poderme retener me vacié en su boca. Andrea, al sentir mi semen chocando contra su paladar, se volvió loca y sin perder ni una gota, se puso a devorar mi simiente sin dejar de masturbar.
―¡Qué gusto!― la oí chillar, mientras su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies.
Absorta en su gozo, no le preocupó el volumen de sus gritos. Berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme y aún seguía masturbándose sin parar. Al ver que se comportaba como una ninfómana en celo, me excitó nuevamente y levantándola del suelo, la llevé hasta la cama.
Desde el colchón, me miro llena de lujuria y quitándose la braga se puso a cuatro patas mientras me pedía que la follara. Ver a mi mujer en esa postura, fue motivo suficiente para que mi verga recuperara todo su esplendor y acercándome hasta ella, jugueteé con mi glande en su entrada antes de que de un solo empujón se lo metiera hasta el fondo.
María, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a la cama, me pidió que la tomara sin piedad. Justo en ese momento percibí un ruido y al levantar mi mirada descubrí a nuestra vecina espiando desde la puerta. Mirándola a los ojos, agarré la melena de mi mujer y usándola como si fueran mis riendas y María, mi montura, la cabalgué con fiereza. Sin dejar de verla de pie en mitad del pasillo, mi pene empaló una y otra vez a mi esposa mientras Paloma se tocaba uno de sus enormes pechos ya excitada.
Sabiendo que la morena no perdía ojo de nuestra pasión, pregunté a mi mujer dejando caer un azote en sus nalgas:
―¿Te gusta?
―¡Sí!― aulló y levantando todavía más su culo, chilló: ―¡Me encanta que me folles como un animal!
Sé por la cara de sorpresa que lució Paloma al oír a su amiga que nunca se le pasó por la cabeza que pudiera ser tan zorra y por eso, deseando azuzar la calentura de mi vecina, incrementé mis embistes sobre el sexo de mi mujer siguiendo el ritmo de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui derribando las defensas de ambas hasta que María aulló de placer con su trasero enrojecido mientras se corría. Paloma viendo que íbamos a acabar, se tuvo que conformar con huir con una inmensa calentura hasta su cuarto.
Ya solos sin espías, cogí a mi mujer de sus pechos y despachándome a gusto, dejé que mi pene se recreara en su interior pero con mi mente soñando que a la que me estaba tirando era a la morena que se acababa de ir. El convencimiento que Paloma iba a ser mía, fue el acicate que necesitaba para no retrasar más mi propio orgasmo. Y mientras María aullaba de placer, sembré con mi semen su interior mientras mi cuerpo convulsionaba pensando en la otra. Mi mujer al sentir las descargas de mi verga en su vagina se desplomó agotada contra el colchón.
Contento y queriendo ahorrar fuerzas no fuera a ser que nuestra vecina cayera antes de tiempo en mis brazos, me acurruqué a María y mientras le acariciaba tiernamente me pareció escuchar el ruido al encenderse de un consolador. Sonriendo, pensé:
«Ya falta menos».
Pasado un rato y viendo que mi mujer se había quedado dormida, decidí levantarme e ir en busca de una cerveza fría. Al llegar a la cocina, me topé de frente con Paloma que al verme bajando su mirada intentó huir pero reteniéndola del brazo, le pregunté si le había gustado.
―¿El qué?― contestó haciéndose la despistada y sin querer reconocer que ambos sabíamos su pecado.
Me hizo gracia su amnesia y acercándola a mí, llevé su mano hasta mi entrepierna mientras le decía:
―Conmigo cerca no tienes que usar aparatos eléctricos.
Asustada, intentó retirar sus dedos de mi pene pero queriendo que sintiera una polla real, mantuve presionada su muñeca hasta que bajo mi pantalón pudo comprobar que mi miembro crecía. Cuando ya había alcanzado un tamaño decente la solté y susurrando en su oído, le dije:
―Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.
Indignada me recriminó mi comportamiento recordando que María era su amiga. Siendo cruel, acaricié su pecho al tiempo que le contestaba:
―Eso no te importó cuando te quedaste mirando ni tampoco cuando ya excitada te masturbaste pensando en mí.
Esa leve caricia provocó que bajo su bikini, su pezón la traicionara irguiéndose como impulsado por un resorte y viéndose acorralada intentó soltarme una bofetada. Como había previsto tal circunstancia, paré su golpe y atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua. Aunque en ese instante, abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya, rápidamente se sobrepuso y casi llorando se apartó de mí diciendo:
―Por favor ¡No sigas!
No queriendo violentarla en exceso, la dejé ir pero cuando ya desaparecía por la puerta, riendo le solté:
―Soy un hombre paciente. ¡Tengo un mes para que vengas rogando que te haga mía!
Consciente que esa zorrita llevaba más de cuatro meses sin follar y que su cuerpo era una bomba a punto de explotar, sabía que solo tenía que tocar las teclas adecuadas para que Paloma no pudiese aguantar más y cayera entre mis piernas. Para hacerla mía, debía conseguir que sus reparos se fueran diluyendo a la par que se incrementaba su calentura y curiosamente, María se convirtió esa noche en involuntaria cómplice de mis planes. Os preguntareis cómo. Muy sencillo, al despertar de la siesta, decidió que le apetecía salir a cenar fuera de casa y eso me dio la oportunidad de calentar esa olla a presión sin que pudiese evitarlo.
Cuando mi mujer me comentó que quería ir a conocer un restaurante que habían abierto, me hice el cansado para que no me viera ansioso de compartir mantel con ellas dos. Mi vecina al escuchar que no me apetecía, vio una escapatoria a mi acoso y con gran rapidez, aceptó la sugerencia.
―Si crees que te vas a escapar de mí, ¡Estas jodida!― susurré en su oído aprovechando que María había ido a la cocina mientras con mi mano acariciaba una de sus nalgas.
La morena no pudo evitar que un gemido saliera de su garganta al sentir mis dedos recorriendo su trasero. Me encantó comprobar que esa mujer estaba tan necesitada que cualquier caricia la volvía loca y sin ganas de apresurar su caída, me separé de ella.
―¡Maldito!― masculló entre dientes.
En ese instante, no estuve seguro si el insulto venía por haberle magreado o por el contrario por dejar de hacerlo. De lo que si estoy seguro es que esa mujer tenía su sexualidad a flor de piel porque ese leve toqueteo había provocado que sus pitones se pusieran duros como piedras.
―Estás cachonda. ¡No lo niegues!― contesté sin sentir ningún tipo de piedad.
La vuelta de María evitó que siguiera acosándola pero no me importó al saber que dispondría de muchas otras ocasiones durante esa noche. Paloma por el contrario vio en mi esposa su tabla de salvación y colgándose de su brazo, me miró retándome. El desafío de su mirada me hizo saber que se creía a salvo.
« ¡Lo llevas claro!», exclamé mentalmente resuelto a no darle tregua.
Desgraciadamente de camino al restaurante, no pude atacarla de ninguna forma porque sería demasiado evidente. Mi pasividad le permitió relajarse y por eso creyó que si se sentaba frente de mí estaría fuera del alcance de mi hostigamiento. Durante unos minutos fue así porque esperé a que hubiésemos pedido la cena y a que entre ellas ya estuvieran charlando para quitarme el zapato y con mi pie desnudo comenzar a acariciar uno de sus tobillos.
Al no esperárselo, pegó un pequeño grito.
―¿Qué te pasa?― pregunté mientras iba subiendo por su pantorrilla.
Mi descaro la dejó paralizada, lo que me permitió continuar acariciando sus muslos camino de mi meta. Su cara lívida mostraba su angustia al contrario que los dos botones que lucía bajo su blusa que exteriorizaban su excitación. Ya estaba cerca de su sexo cuando metiendo la mano bajo el mantel, Paloma retiró mi pie mientras con sus ojos me pedía compasión.
Ajena a la agresión a la que estaba sometiendo a nuestra vecina, María le comentó que estaba muy pálida.
―No me pasa nada― respondió mordiéndose los labios al notar que mi pie había vuelto a las andadas pero esta vez con mayor énfasis al estar acariciando su sexo por encima de su tanga.
La humedad que descubrí al rozar esa tela ratificó su calentura y por ello, olvidado cualquier precaución busqué con mis dedos su clítoris y al encontrarlo, disfruté torturándolo mientras su dueña disimulaba charlando con mi señora.
«Está a punto de caramelo», me dije al notar su coño totalmente encharcado, « ¡No tardará en correrse!».
Nuevamente, Paloma llevó su mano bajo la mesa pero en esta ocasión no retiró mi pie sino que empezó a acariciarlo mientras con uno de sus dedos retiraba la braga dándome acceso a su sexo. Como comprenderéis no perdí la oportunidad y hundiendo el más gordo en su interior, comencé a follarla lentamente.
« ¡Ya es mía!», pensé y recreándome en su mojada cavidad, lentamente saqué y metí mi dedo hasta que en silencio la morena no pudo evitar correrse por primera vez.
Satisfecho, volví a ponerme el zapato, al saber que ese orgasmo era su claudicación y que no tardaría en pedir que la follara. Habiendo conseguido mi objetivo, me dediqué a mi esposa dejando a Paloma caliente e insatisfecha.
Al terminar de cenar, María estaba cansada y por eso nos fuimos a casa. Y allí sabiendo que la morena nos oiría, hice el amor a mi esposa hasta bien entrada la madrugada….
Ella misma cierra el nudo alrededor de su cuello.
A la mañana siguiente me desperté sobre las diez totalmente descansado y sabiendo por experiencia que María no iba a amanecer hasta las doce, me levanté sin levantar las persianas y me fui a desayunar. En la cocina me encontré a Paloma con cara de haber dormido poco y sabiendo que yo era el causante de su insomnio, la saludé sin hacerle mucho caso.
―¿Dónde está tu mujer?― preguntó dejando traslucir su enfado.
―Por ella no te preocupes. Seguirá durmiendo hasta el mediodía― respondí dando a entender que podía entregarse a mí sin miedo a ser descubierta.
La superioridad que encerraba mi respuesta, la cabreó aún más y llegando hasta mí, se me encaró diciendo:
―¿Quién coño te crees? ¡No voy a ser tuya!
Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y pegando mi boca a la suya, forcé sus labios mientras mis manos daban un buen repaso a ese culo que llevaba tanto tiempo volviéndome loco. Durante un minuto, forniqué con mi lengua el interior de su boca mientras mi vecina se derretía y empezaba a frotar su vulva contra mi muslo. Habiendo demostrado a esa zorrita quien mandaba, le solté:
―Ya eres mía, solo falta que lo reconozcas.
Tras lo cual, la dejé sola y café en mano me fui a la piscina. Llevaba solo unos minutos sobre la tumbona, cuando la vi salir con un bikini azul aún más diminuto que el del día anterior con el que parecía completamente desnuda. Interesado en saber que se proponía, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar.
―Reconozco que tienes un par de buenas tetas― solté sonriendo al ver que arrastraba su tumbona junto a la mía
―Lo sé― contestó mientras dejaba caer la parte superior de su bikini.
Girando mi cabeza, la miré. Sus pechos eran tal y como me había imaginado: grandes, duros y con unos pezones que invitaban a ser mordidos. Sabiendo que si me mantenía calmado la pondría aún más cardiaca, me reí en su cara diciendo:
―¿Me los enseñas para que te los coma o solo para tomar el sol?― fingiendo un desapego que no sentía al contemplarla.
¡Paloma era perfecta! Su escultural cuerpo bien podría ser la portada de un Playboy. Si de por si era bellísima, si sumábamos su estrecha cintura, su culo de ensueño, esa morena era espectacular. Sonriendo, se acercó a mí y pegando su boca a mi oído, dijo con voz sensual:
―No me sigas castigando. Sabes que estoy muy bruta― Tras lo cual, sacando una botella de crema bronceadora de su bolso, se puso a untarla por sus tetas mientras me decía: ―¿Qué tengo que hacer para que me folles?
Su cambio de actitud me divirtió y mostrando indiferencia, le ordené:
―¡Pellízcate los pezones!
La morena sonrió y cogiendo sus areolas entre sus dedos, se dedicó a complacerme con una determinación que me hizo saber que podría jugar con ella.
―¡Quiero ver tu coño!― le dije mientras bajo el traje de baño mi pene iba endureciéndose poco a poco.
Bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, esperé a que esa zorrita se desprendiera de esa prenda. Paloma al comprobar mis ojos fijos en su entrepierna, gimió descompuesta mientras se bajaba la braga del bikini lentamente.
―¡Acércate!― pedí.
Rápidamente obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un largo lametazo mientras mi vecina se mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista, separé mi cara y con voz autoritaria, ordené:
―Mastúrbate para mí.
Por su gesto supe que esa zorrita había advertido que no iba a poseerla hasta que todo su cuerpo estuviera hirviendo. Esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y separando sus rodillas dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mirándome a los ojos, preguntó:
―Si te obedezco, ¿Me vas a follar?
―Sí, putita― respondí descojonado por la necesidad que su rostro reflejaba.
Mis palabras la tranquilizaron y con sus mejillas totalmente coloradas por la calentura que sentía, deslizó lentamente un dedo por su intimidad. El sollozo que surgió de su garganta ratificó mi opinión de que Paloma estaba hambrienta y gozoso observé que tras ese estremecimiento de placer, todos los vellos de su cuerpo se erizaron al sentirse observada.
―Date placer― susurré.
En silencio, mi vecina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en el polvo con el que le regalaría después. La imagen de verse tomada tras tantos meses de espera provocó que toda su vulva se encharcara a la par que su mente volaba soñando en sentir mi verga rellenando ese conducto.
―Eres un cerdo― protestó necesitada al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba.
Lo quisiera reconocer o no, Paloma comprendió que nunca había estado tan excitada y por eso decidió dar otro paso para conseguir que yo la complaciera. Sabía que en ese instante, estaba mojando la tumbona con su flujo y que desde mi lugar podía advertir que tenía los pezones duros como piedras. Decidida a provocarme, llevó sus dedos empapados a la boca y me dijo mientras los succionaba saboreando sus propios fluidos.
―¿No quieres probar?
Asumiendo que sus comentarios subidos de tono iban destinados a calentarme aún más, me negué y poniendo un tono duro, le exigí que se metiera un par de dedos en el coño. Al obedecer, esa zorrita notó que el placer invadió su cuerpo y gimiendo de gusto, empezó a meterlos y sacarlos lentamente. La calentura que asolaba su cuerpo la obligó a aumentar el ritmo de su masturbación hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡Me voy a correr!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
Pero entonces, levantando la voz le prohibí que lo hiciera y recreándome en el poder que tenía sobre ella, le solté:
―Ponme crema.
Reteniendo las ganas de llegar al orgasmo, cogiendo el bote de protector, untó sus manos con él y me obedeció. Sus ojos revelaban la lujuria que dominaba toda su mente cuando comenzó a extender con sus manos la crema sobre mi piel.
―¡Necesito que me folles!― murmuró en mi oído mientras acariciaba mi pecho con sus yemas.
Cerrando los ojos, no me digné a contestarla al saber que con solo extender mi mano y tocar su vulva, esa morena se correría sin remedio. Envalentonada por mi indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas. Al acreditar que bajo mi bañador mi pene no era inmune a sus caricias, me rogó que le diera permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad la crema bronceadora:
―¡Tú misma!― contesté al saber que era lo que esa guarrilla buscaba.
No tardé en comprobar que estaba en lo cierto porque sin pedir mi permiso y poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó el bulto de mi entrepierna en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No quise detenerla al saber que eso solo la haría más susceptible a mi poder ya que a tela de mi bañador impediría que culminara su acto, eso solo la haría calentarse aún más. Muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Paloma se frotaba con urgencia su clítoris contra mi pene.
―Me encanta― berreó mientras se dejaba caer sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel.
Sus primeros gemidos no tardaron en llegar a mis oídos. La temperatura que abrasaba sus neuronas era tal que buscó mis labios con lujuria. Sin responder a sus besos pero deseando dejar esa pose y follármela ahí mismo, aguanté su ataque hasta que pegando un grito se corrió sobré mí dejando una mancha sobre la tela de mi bañador.
Entonces y solo entonces, le ordené:
―Ponte a cuatro patas.
Mi vecina no necesitó que se lo repitiera para adoptar esa posición. Su cuerpo necesitaba mis caricias y ella lo sabía. Verla tan dispuesta, me permitió confesar:
―Llevo años deseando follarte, zorra.
Mi confesión fue el acicate que necesitaba para entregarse totalmente y por eso aun antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Paloma ya estaba berreando de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor dulzón al llenar mis papilas incrementó aún más si cabe mi lujuria y separando con dos dedos los pliegues de su sexo, me dediqué a mordisquearlo mientras la morena claudicaba sin remedio. Su segundo orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo por sus piernas, mi vecina me rogó que la tomara.
―Todavía, ¡No!― respondí decidido a conseguir su completa rendición. Para ello, usando mis dientes torturé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.
Al notar que su cuerpo convulsionaba sin parar, vi llegado el momento de cumplir mi fantasía y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué hasta su entrada. La morena al advertir que me eternizaba jugando con su coño sin metérselo chilló descompuesta:
―¡Hazme tuya! ¡Lo necesito!
Paloma era un incendio sin control. Berreaba y gemía sin pararse a pensar que mi esposa podría oír sus gritos. Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi verga disfrutó de los pliegues de su sexo mientras la empalaba. La estrechez y la suavidad de su cueva incrementaron mi deseo pero fue cuando me percaté de que entre sus nalgas se escondía un tesoro virgen y aun no hoyado cuando realmente me volví loco. Mi urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada provocaron que de un solo empujón se la clavara hasta el fondo:
―¡Házmelo como a tu esposa!― gritó al notar su sexo lleno.
Su grito me hizo recordar la tarde anterior e imitando mi actuación de entonces, la cogí de la melena y dando un primer azoté en su trasero, exigí a Paloma que empezara a moverse. Mi vecina al oírme se lanzó en un galope desenfrenado moviendo sus caderas sin parar mientras se recreaba con mi monta.
―¡Sigue!― relinchó al sentir que me agarraba a sus dos tetas y empezaba a cabalgarla.
Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina. Para entonces, su calentura era tal que mi pene chapoteaba cada vez que forzaba su vulva con una nueva penetración. Contagiando de su pasión, agarré su a modo de riendas y con una nueva serie de azotes sobre su trasero, le ordené que se moviera. Esas nalgadas la excitaron aún más y comportándose como una puta, me pidió que no parara.
Disfrutando de su estado de necesidad, decidí hacerla sufrir y saliéndome de ella, me tumbé en la tumbona mientras le decía que se sirviera ella misma.
―Eres un cabrón― me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras paraba de quejarse, se puso a horcajadas sobre mí y cerrando los ojos, se empaló con mi miembro. No tardó en reiniciar su salvaje cabalgar pero esta vez mi postura me permitió admirar sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
―¡Chúpate los pezones!― ordené.
Desbocada como estaba, mi vecino me obedeció y estrujando sus tetas, se los llevó a su boca y los lamió. Ver a esa zorra lamiendo sus pechos fue la gota que necesitaba para que el placer se extendiera por mi cuerpo y derramase mi simiente en el interior de su cueva. Paloma al sentir que las detonaciones que bañaron su vagina aceleró los movimientos de sus caderas y mientras intentaba ordeñar mi miembro, empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, saltó una y otra vez usando mi pene como eje hasta que ya agotada, se dejó caer sobre mí mientras me daba las gracias diciendo:
―Me has hecho recordar que soy una mujer.
Viendo su cara de alegría, acaricié su culito con ganas de rompérselo pero entonces miré el reloj y me percaté que mi mujer debía estar a punto de despertar. Sabiendo el riesgo que corría si María veía a su amiga tan feliz porque podría sospechar algo, le pedí que desapareciera durante un par de horas. Paloma comprendió mis razones pero antes de irse y mientras sus manos jugueteaban con mi entrepierna, me rogó:
―Espero que esto se repita. ¡Me ha encantado!
Muerto de risa, contesté:
―Dalo por seguro. ¡Estoy deseando estrenar tu pandero!
Mi vecina sonrió al escuchar mi promesa y cogiendo su ropa, se fue a vestir mientras yo subía a despertar a mi esposa. Ya en mi habitación me tumbé a su lado y pegando mi cuerpo al suyo, busqué sus pechos. María abrió los ojos al notar mis manos recorriendo sus pezones. Por su sonrisa comprendí que debía cumplir con mis obligaciones conyugales para que no sospechara y sin más prolegómeno, me desnudé mientras ella se apoderaba de mi sexo. Al contrario del día anterior, esa mañana mi mujer y yo hicimos el amor lentamente, disfrutando de nuestros cuerpos y solo cuando ambos habíamos obtenido nuestra dosis de placer, me preguntó por Paloma:
―Se ha levantado pronto y ha salido― contesté con más miedo que vergüenza que algo en mí hubiese hecho despertar su desconfianza.
Pero entonces, María soltando una carcajada comentó:
―Tenemos que buscarla un novio.
Su pregunta me cogió fuera de juego y deseando saber por qué lo decía pero sin ganas de mostrarme muy interesado, pregunté por qué:
―Ayer nos estuvo espiando cuando hacíamos el amor. La pobre lleva tanto tiempo sin un macho que está caliente- respondió en voz baja creyendo que podía enfadarme.
Haciéndome el despistado me reí y sin darle mayor importancia, contesté:
―Te lo juro: ¡No me había fijado!
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Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog: http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
como recordara el lector estábamos desechos de la orgia que habíamos tenido y estábamos medios dormidos tirados allí. algunos por el suelo cuando vino un esclavo corriendo diciendo que viene el amo. las hijas se levantaron y dijeron: – vamos quiero todo limpio como si no hubiese pasado nada y calladitos si alguno se va de la lengua la perderá y la vida también. mientras los esclavos limpiaban todo nosotros nos preparábamos para recibir a Linus que venía del viaje y muy contento ya que le había salido muy bien los negocios. traía regalos para todo el mundo sus hijas se abrazaron a su padre y le besaron. – que nos trae papa. le padre se rio: – aquí tenéis los mejores vestidos que he encontrado -dijo mi amigo Linus. yo le abrasé y le dije: – me alegro de que hayas llegado. – también te he triado un regalo para ti te he comprado una toga romana para que tires esa. era magnifica recordar que la mía era de una tienda de disfraces cuando vine en la máquina del tiempo le di las gracias. – te voy a presentar al emperador Claudio y a la emperatriz mesalina. ellos quieren saber de ti ya le he dicho que me salvaste la vida y que has estado mucho tiempo en Grecia y conoces sus costumbres. así que al final iba a conocer al emperador tartamudo Claudio. para mí era un Poble corundo que su mujer se tiraba al que podía. – así que descansa mañana iremos -me dijo Linus- al palacio imperial. al día siguiente ya me esperaba Linus para ir juntos a ver al emperador Claudio y presentarme al senado. al final me presento Linus al emperador Claudio me incline ante él me dijo: – levanta Ripeas estaba deseando conocerte. Linus no para de hablar de ti de que le salvaste la vida y que conoces las costumbres de Grecia. – si mi amigo exagera divino Claudio- dije yo- me siento muy afortunado por tenerle a él de amigo y a sus hijas también. – bien te presentare al senado y a mi esposa Mesalina -me dijo él. – es un honor para mí divino Claudio. así que al final me presento a la guarra de mesalina. debo reconocer que era bellísima con pelo negro recogido en trenza. tendría unos 28 años nada más. no me extraña que le pusiera los cuernos él era un viejo de casi 60 años. Mesalina me miro de arriba abajo y me dijo: – estoy interesada en que me cuentas cosas de Grecia como son los vestidos y las costumbres. me lo tendrás que prestar amado esposo. – lo hare querida pero ahora quiero que conozca al senado. así que me presento a todos los senadores, los cuales me saludaron me preguntaron cosas de Grecia lo cual yo respondí. menos mal que había ido en mis tiempos y sabia con era Grecia por lo que había leído. sino estaría perdido y me habría acusado de mentir. me enseño el palacio que era magnifico. cuando vino mesalina: – querido me lo prestas a Ripeas. quiero saber cosas de Grecia y sus costumbres. – de acuerdo querida todo tuyo. así que Mesalina me llevo a un apartado y me dijo: – Ripeas tengo entendido que conoces bien a las hijas de Linus. yo me quede cortado si son muy amables ella se rio: – ya se lo amables que son -yo no entendía nada- ellas me han contado todo sobre ti. ellas muchas veces vienen a mis fiestas. yo me imaginaba o que quería decir, pero me hice el loco. – quiero que me cuentes todo sobre Grecia sobre el sexo -me dijo -y como fornican las mujeres. yo me quede alucinado. – y de esto ni una palabra a el emperador por tu bien. – entendido. – desnúdate. yo me quite la toga tienes buena verga. se arrodillo y me la chupo. – Ania y Teodora no mentían -me dijo -jodeme. ellas me han contado todo sobre ti. quiero saber todo del sexo de allí. el dije: -mi señora a ellas le gusta por el culo y hacen verdaderas orgias. ella me dijo: – tengo que probar por ahí también. así que empecé a chupar su chocho. ella se volvía loca. – así así Ripeas. comételo todo. quiero estar con los dioses dime esas palabras que dices a Ania y a Teodora que le gustan tanto, como follar. dame por el culo quiero saber y hacer todo. Así que le preparé el culo con aceite de esencias y le fui metiendo los dedos poco a poco primero uno y después otro. Mesalina se volvía loca: – si así sigue que placer eres un maestro fornicando- me dijo- o follando como dices tu- al final le fui metiendo mi verga a ella le dolía, pero aguantaba como una zorra que era. así así. dame bien que placer. – os gusta- dije yo. – me encanta -dijo ella – dame fuerte que quiero correrme. Cabrán. – si emperatriz. – nada de emperatriz sino puta y zorra me gusta más. dime que soy una puta y una zorra mientras me follas fuerte. rómpeme el culo. esto es divino -me dijo- así la ladi hasta que no pude más y dije: – me corro zorra. – dámela en la boca. la quiero en la boca tu leche. Dámela. -si como ordenéis. so guarra. – si si toda la quiero toda- ella se volvió loca. luego comprende que ella estaba enferma tenía ninfomanía era ninfómana. aunque aquí en roma la acusarían de zorra por lo cual perdería la cabeza, ya que ella nunca se saciaba cada vez quería más y con quien fuera. pero sigamos se tragó toda mi leche sin dejar una gota. – ha sido divino, voy a hacer una fiesta lo cual invitare a todas las mujeres más hermosas de roma. quiero que asistáis y de esto ni una palabra a mi esposo por vuestro bien. si no perderéis la cabeza. fornicáis muy bien Ripeas. serás mi amante a partir de ahora. quiero seguir aprendiendo contigo del sexo. yo sabía ya que venia del futuro cual era el destino de todos los amantes de Mesalina y de ella misma. ya que los pasaron a todos a cuchillo. tenía que salir de allí cuando eso pasara. no podía morir en el pasado sino no hubiese existido en el futuro. – aquí esta Ripeas querido te lo devuelvo- le dijo a su esposo -me ha contado muchas cosas de Grecia muy interesantes. ya seguiremos Ripeas más adelante. menuda ninfómana era. el emperador se despidió de mí y volví a la casa de Linus que me pregunto cómo había ido con el emperador. le Conte todo. quise callarme lo de mesalina, pero Linus no era tonto y sabia con era la emperatriz. – y lo has pasado bien con la emperatriz- me dijo. – si le enseñado muchas cosas de Grecia. él se rio: – y otras cosas también. – no comprendo -dije. – conmigo no tenéis que haceros el tonto. se cómo es Mesalina la esposa del divino emperador. una zorra, pero al fin de al cabo es la emperatriz y hay que respetarla y hacer lo que diga. él me dijo: – el emperador esta ciego y la ama con toda su alma, pero todo el mundo sabe lo que es y ya la gente empieza a murmurar. si supiera que sus hijas eran iguales de zorras o más que diría, pero sigamos con el relato. había sido invitado a una fiesta de mesalina, pero lo que no esperaba era que Ania y Teodora también fueran. menos mal que el pobre de Linus no se enteró. así que me puse la toga que me regalo mi amigo Linus y me fui al palacio. di mi nombre y me hicieron pasar a una estancia secreta que solo conocían la emperatriz. allí la fiesta era magnifica. todo lleno de viandas y vinos. estaba Ania Teodora lucia Agripina había más por supuesto y hombres que no conocía del senado y otros que me eran familiares de verlo visto. comimos y bebimos hasta más no poder y luego me levanto Mesalina y dijo: -amigos vamos a divertimos y a gozar de la vida tirar vuestras copas y unámonos a la diversión. – si si si- dijeron todos. cuando todos se quedaron desnudos dejaron caer su toga y empezaron a follar como digo yo en una orgia romana. unos con otros. Mesalina me eligió a mí y me digo: – hazme gozar quiero sentir tu verga divina. empezamos a follar sin parar mientras vi a lucia ya como le chupaba la poya mientras otro le daba por el culo se había vuelto igual de putas que las otras y eso que era virgen pensé. yo luego mientras follaba a Mesalina vi Ania y a Teodora chupando poyas a mansalva y follando como zorras que eran. – pobre amigo mío -pensé. y Agripina dejando se dar por los dos agujeros. mientras yo la follaba por el coño a Mesalina otro la dio por el culo. la muy zorra aguantaba de todo lo que la dieran. otro la ponía la poya en la boca y otro le echaba la leche en las tetas y con las dos manos masturbaba a dos tíos. era increíble si la viera el emperador que hubiese pasado allí todo el mundo follaba con todo el mundo sin tapujos. viejos con jóvenes y mayores con jóvenes. el único deseo era gozar de la vida nada más. luego se la saqué a Mesalina y me hice chupar por dos romanas jovencitas. no tendrían más de 19 años. era alucínate no había visto una orgia así en toda mi vida y eso que había estado en unas cuantas. Mesalina en ese momento se la estaba chupando a dos esclavos a la vez. – así así quien es la más puta de roma. tu emperatriz -dijeron todos. – que siga la fiesta -dijo ella. por ella había puesto a toda roma a chupar y a follar pues le encantaba el sexo a mas no poder. era insaciable la orgia duro hasta la madrugada. estaba reventado de tanto follar. no había follado tanto en mi vida y me fui a casa de Linus. también llegaron Ania y Teodora medio borrachas las acompañe a su cuarto y entre un esclavo y yo las metimos en la cama para que no se enterara su padre. CONTINUARA
Al morir mi hijo, tengo que hacerme responsable de su mujer e intentar que salga de su depresión. Tomo esa decisión sin saber que Jimena desarrollará una fijación por mí e intentará llevarme a la cama. Con el tiempo, se va afianzando mi relación con ella a pesar que mi nuera no deja de mostrar síntomas de desequilibrio mental.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:
Capítulo 1.
Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido. Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José. ¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos! Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido. Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo: ―Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta. Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital. Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido. Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos. « Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama. Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme: ―Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería. El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté: ―No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo. Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo. ―Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido. Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante: « Mi nuera compartía mi pena y mi angustia». María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle: ―Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona. La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar. Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor. “¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura. Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre. ―Don Felipe― dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: ―Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda… ―¿Mi ayuda?― interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio. ―Sí― contestó ese chaval que había visto crecer,― su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver… Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo: ―Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla! ―No comprendo― respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:― ¿Qué cojones quieres que haga? Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó: ―Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro. Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro: ―Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted! En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo: ―Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
Capítulo 2.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor. Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer. ―Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe. Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar. Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido. « Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza. Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso: ―Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted. Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle. ―Manolo, ¿Qué ocurre? Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso. Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó: ―Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia… ―¡Tú dirás!― respondí más tranquilo. ―Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés… ―Lo sé― interrumpí molesto por que lo me recordara: ― ¡Dime algo que no sepa! Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo: ―Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar― la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría. ―Comprendo― mascullé. ―¡Qué vas a comprender!― indignado protestó: ―En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir. ―¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro. ―Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar. ―Me he perdido― reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento. ―Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos. ―¿Me estás diciendo que intentará seducirme? ―Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta. ―No te creo― contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: ―Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted! ―Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote. El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije: ―Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas. ―Eso espero― contestó mientras me acompañaba a la puerta. Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría. El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre. Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía: ―He pensado que me llevaras al Pardo. Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo: ―Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta. Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara. Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo: ―¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista. Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado. « Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver». Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador. « ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación». Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer. Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño. Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa. «La chica es mona», admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día. Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto. Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra: ―Será normal para ella el veros como pareja. La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro: ―Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje. Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo: ―Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir. El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas: ―¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano! Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí: ―Me encantaría. La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó: ―Entonces, ¿Este verano me llevas? «Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena. El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual. Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba: ―He soñado que me dejabas― consiguió decir con su respiración entrecortada. ―Tranquila, era solo un sueño― respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos. Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó: ―¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado? ―Claro que no, princesa― contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña. Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó: ―No te vayas. ¡Quédate conmigo! Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos. « Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado. Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo: ―Gracias, mi amor…
Aquél día me levanté de muy buen humor. Por fin, después de mucho tirar currículums, me habían aceptado como profesora en un instituto. Aunque fuera únicamente una sustitución de tres meses, no cabía de alegría. Por fin podría trabajar de lo que siempre me había gustado. Además, tendría la oportunidad de preparar a mis alumnos para la selectividad, ya que mi sustitución era durante los meses de abril, mayo y junio.
El instituto además, quedaba cerca del piso en el que vivía, un trayecto de veinte minutos en autobús, que aquél día cogí encantada.
¿Que quién soy? Me llamo Laura, tengo 27 años, estudié filosofía en la universidad y hace un año me saqué el máster de profesorado. Mi vocación siempre ha sido dar clases como profesora. Físicamente, ¿como soy? cuando me miro el espejo antes de salir de casa, no me desagrada lo que veo. Soy rubia, con el pelo largo, tengo varias pecas por todo el cuerpo, mido poco más de metro sesenta y tengo una bonita figura. Mi talla de sujetador es la 90, pero lo que siempre han destacado los chicos con los que he estado es mi bonito culo. Y sí, ahora mismo estoy soltera. Aquel día vestía una camisa blanca, con una falda de tela hasta las rodillas, medias oscuras y zapatos.
Llegué al instituto y conocí al Director. Un hombre maduro y muy agradable. Según me comentó, la política del centro es que los profesores damos las clases y preparamos los exámenes pero de la corrección de todos los exámenes se encarga él personalmente para evitar que haya ningún tipo de favoritismo entre profesor y alumno. Política que no me pareció desacertada.
En relación a mis alumnos, se trata de una clase de 20 chicos y chicas de segundo de bachillerato, todos ellos con los 18 años cumplidos. Al parecer es una muy buena clase con un único problema. Tiene 5 alumnos con muy bajo rendimiento escolar que llevan todo el curso suspendiendo varias asignaturas. Según me indicó el director, eran un caso perdido y lo mejor que podía hacer era centrarme en los 15 alumnos que sacaban buen rendimiento y dejar de lado los otros cinco que no mostraban interés por las clases y muchas veces hacían campana.
Agradecida, me dirigí a mi clase. Mientras caminaba por el pasillo, tuve una idea. Si conseguía que aquellos cinco chicos mejoraran su rendimiento escolar, me apuntaría un “tanto” con el centro y probablemente que contrataran de forma indefinida. La prueba de fuego serían los exámenes de selectividad que harían los chicos. Aunque como objetivo más próximo, estaban los exámenes parciales de abril dentro de una semana.
Según pude hablar con el Director, la biblioteca del centro está abierta las 24 horas para uso tanto de alumnos como profesores, aunque fuera del horario escolar casi nunca la utiliza nadie.
Llegué a la clase y, sorprendentemente, estaban allí todos mis 20 alumnos, incluidos los cinco problemáticos. Según consulté en el expediente académico, se llamaban Juan, Marcos, Raúl, Antonio y Andrés.
Me presenté ante la clase y empecé con la asignatura. Curiosamente, aquellos cinco estaban prestando más atención de la que esperaba. Probablemente se debiera a mi joven apariencia, la profesora a la que sustituía había pasado los 50 años y probablemente yo, por mi juventud, conectaba más con aquellos chicos.
Al finalizar la clase, les pedí que se quedaran un momento, tenía una propuesta para hacerles.
-He visto en vuestro expediente que vuestras notas son muy bajas. Mi intención es ayudaros en todo lo que pueda a mejorar vuestro rendimiento, no sólo en mis asignaturas sino en todas vuestras materias. Por eso se me ha acudido la idea de crear un grupo de estudio. Si os parece bien, al finalizar la última clase, estaré en la biblioteca para ayudaros a resolver cualquier duda o problema que tengáis. Y sobretodo, a preparar los exámenes de la semana que viene.
Los chicos no dijeron nada y abandonaron la clase. Tampoco tenía muchas expectativas en que aquello llegara a funcionar, pero era mi primer trabajo como profesora y quería dar el máximo. No me importaba que me dieran plantón.
Al finalizar la última clase, me dirigí a la biblioteca. Para sorpresa mía, al cabo de unos veinte minutos, aparecieron los cinco alumnos. Nos sentamos en una mesa y empezamos a repasar la asignatura que más les costaba, matemáticas.
Al cabo de una hora, me di cuenta que aquellos chicos no es que fueran tontos. La verdad es que eran listos. Su principal problema era la falta de motivación para ponerse a estudiar en serio, se distraían con una mosca y les aburrían las asignaturas en sobremanera. Si encontrara una forma de motivarlos para tomarse en serio las clases, conseguiría que mejoraran su rendimiento.
-Venga chicos, no es un problema difícil, sé que podéis hacerlo. Si os lo tomarais en serio obtendríais buenas notas.
Los chicos estaban más pendiente de sus teléfonos móviles que de mí. Antonio fue el primero en hablar.
-Como quieres que nos motivemos, todos nuestros compañeros están pasándolo bien con las chicas y nosotros aquí aburridos. Eso es una pérdida de tiempo.
Aquello me sentó como un jarro de agua fría. Si no conseguía conectar con ellos, hoy sería el primer y último día del grupo de estudio y perdería la oportunidad de demostrar que los chicos podían mejorar sus notas.
-Me tenéis a mí. ¿No soy suficiente buena compañía?- Dije con una sonrisa.
-Qué quieres que te diga, eres simpática, pero con esas pintas de abuela…- Respondió Raúl.
-Tienes razón, si estuviera aquí Jessica, ya verías como nos concentraríamos todos, ¿verdad?- Añadió Marcos refiriéndose a la chica más atractiva de la clase, que hoy había vestido una minifalda y una camiseta escotada. Los cinco chicos rompieron a reír.
Aquello pintaba mal, si no conseguía motivar a los chicos, ya podía decir adiós a mi plan para impresionar al Director. Yo no era Jessica, ni pretendía serlo, pero decidí tirar de lo que parecía la única forma de motivar aquellos chicos. Poco a poco, me desabroché los tres primeros botones de la camisa, mostrando un poco de escote.
-¿Tengo ahora vuestra atención?- Dije apoyándome en la mesa, dejando que contemplaran unos segundos mi escote.
-Desabróchate cuatro botones más y tendrás toda nuestra atención- Dijo Juan con una sonrisa.
Al menos había captado la atención de los chicos.
-Demostradme primero de lo que sois capaces. Resolved los tres ejercicios que os he planteado. Me desabrocharé un botón por cada ejercicio que resolváis correctamente. Si copiáis se acabó la apuesta.- Dije seriamente.
Al parecer, aquella era toda la motivación que necesitaban. En menos de veinte minutos todos habían resuelto los ejercicios de forma satisfactoria. Al menos había confirmado mi teoría, no eran tontos, sencillamente no estaban motivados.
Ahora me tocaba a mí, así que me desabroché tres botones más de mi camisa, abriéndola hasta el ombligo. Los chicos quedaron embobados contemplando mi sujetador negro “push up”.
-A ver, agáchate un poco- Dijo Raúl.
Estuve a punto de negarme, pero tampoco iba a mostrar mucho más de lo que no hubieran visto ya, así que para tenerlos contentos, me agaché a fin que pudieran contemplar mi escote en todo su esplendor.
-Ahora quítate la falda- Dijo Marcos.
-Lo siento chicos, pero esto ya ha ido demasiado lejos.- Dije mientras me volvía a abrochar la camisa. No se en qué momento me pareció buena idea montar ese numerito y entrar en ese juego.
-Si te quitas la falda te prometo que nos esforzaremos y sacaremos un excelente en los siguientes exámenes. En todas las asignaturas.- Dijo Raúl, los otros cuatro chicos asintieron afirmativamente.
No era estúpida, no pensaba darles el gusto ahora para que luego me suspendieran las asignaturas. Pero tuve una idea.
-Ahora no. Si cómo decís, me aprobáis con excelente todos los exámenes de la semana que viene, os prometo que, después de clase, me quito ante vosotros la falda y la camisa.
Mi proposición era un farol. Estaba convencida que por mucho que se esforzaran, era imposible que cinco chicos que llevaban años suspendiendo asignaturas, ahora de pronto sacaran excelentes de golpe.
-De acuerdo. Pero otra condición. Cuando estés en ropa interior, dejarás que te demos unos azotitos en tu lindo culo- Dijo Marcos.
-De acuerdo.- Dije sin pensarlo, estaba segurísima que mejorarían sus notas pero que no llegarían al excelente.
Diez días más tarde
Aquel día, el Director me felicitó personalmente. Con mi propuesta del grupo de estudio, había conseguido que en diez días, los cinco alumnos con el rendimiento más bajo sacaran una nota de excelente en todos sus exámenes. Yo no sabía como tomarme aquello. Por un lado, estaba satisfecha por mi trabajo como profesora, pero por otro lado, tendría que cumplir con lo prometido a aquellos chicos. Por fortuna, había pensado en todo.
Al salir de clases, ya me esperaban en la biblioteca. El bibliotecario, al ver que yo estaba allí me dijo que se marchaba a casa y que me encargara yo al cerrar. Aquello me dejaba en una situación incómoda, a solas con los cinco chicos. Yo contaba que la presencia del bibliotecario evitaría que las cosas se desmadraran.
-Venga, nosotros hemos cumplido. Ahora te toca a tí.- Dijo Raúl.
-¿O es que no tienes palabra?-Añadió Andrés
-Claro que tengo palabra. Por cierto, más allá de vuestra motivación, sinceramente, me alegro de vuestras notas.- Dije.
-Nosotros también nos alegramos- Dijo Antonio con una sonrisa.
Ya no había marcha atrás, así que empecé a quitarme la ropa. Poco a poco me fui desabrochando los botones de la camisa, ante la atenta mirada de los chicos, hasta quitarme completamente la camisa.
-¡Eh! Eso es trampa, llevas un bañador debajo- Exclamó Raúl.
-Qué esperabais, ¿que me desnudaría a la primera? Lo que acordamos fue que quitaría la falda y la camisa, no dijimos nada sobre mi ropa interior.
Aquí tuvieron que callar. Les había ganado en su propio terreno. En lugar de sujetador y bragas, llevaba un bikini blanco que se sujetaba con nudos. No iban a ver más de lo que vería cualquier persona que me contemplara en la playa.
Su mirada de decepción mejoró cuando me quité la falda y vestida únicamente por mis medias y el bikini me di una vuelta para que me contemplaran bien. Noté una contenida exclamación de asombro cuando les di la espalda. No había contado que, después de todo el día sentada en una silla, la braguita del bikini, se me había pegado al culo, enterrándose en él. Sin quererlo, les acababa de dar lo que ellos deseaban. Por detrás, el bikini en lugar de ofrecer una buena cobertura, metido dentro de mi culo, les daba la misma visión que si llevara un tanga.
-Bueno chicos ya es suficiente.- Dije dándome la vuelta.
-Falta la otra parte, yo de ti no me daría la vuelta tan fácilmente- Añadió Andrés.
El chico tenía razón, les había prometido unas palmadas en mi trasero.
-Mejor quítate las medias- Dijo Marcos.
-Lo siento, no estaban incluidas en el pacto.- Respondí firmemente. Aunque ello no pareció enojarlos demasiado. Mi visión con las medias y el bikini enterrado, revelando mi lindo culo, debía excitarlos suficiente. Seguramente no pensaron que yo dejaría que aquello fuera tan lejos. Lo que me hizo replantear si no había aceptado sus condiciones demasiado rápido.
Una fuerte palmada en el culo por parte de Antonio me devolvió a la realidad. Después vino la de Marcos, que resonó sonoramente en la biblioteca. Recé para que no hubiera nadie, aquello había sonado como lo que era, una palmada en el trasero. Raúl no fue tan brusco y más que una palmada, deslizó suavemente su mano por mi trasero, palpándolo a través de las medias. Juan hizo lo mismo y suavemente me palpó todo el culo. Aquello empezaba a excitarme, los chicos eran suficientemente atractivos como para que la situación no fuera del todo desagradable para mí. Andrés fue más allá, y empezando desde la parte superior de mi culo fue bajando suavemente su mano hasta empezar a palpar mis vagina a través de la tela. Por mucho que en otra circunstancia me hubiera dejado hacer, aún mantenía el control sobre mi misma. Recordé que yo era su profesora y ellos mis alumnos y que estábamos en un sitio en el que podría entrar cualquiera.
-Eso ya no es el culo- Dije apartándole la mano a Andrés, el chico sonreía, seguramente había notado mi excitación a través de la fina tela de las medias y el bikini.
-Chicos, creo que ya es suficiente. Espero que a partir de ahora os esforcéis tanto en vuestros exámenes como habéis demostrado ser capaces estos días.
Yo daba por supuesto que los chicos habían ganado motivación suficiente, pero estaba muy equivocada.
-¿Qué ganaremos a cambio de un excelente en los exámenes finales?- Preguntó Raúl.
-Mejorar vuestro expediente académico y…- Empecé a decir pero Marcos me cortó enseguida.
-Ya sabes a lo que nos referimos.
-¿Qué queréis?- Pregunté curiosamente, dejándome llevar por la excitación del momento mientras me terminaba de abrochar la camisa.
-Un Striptease, en tu casa, dónde nadie nos pueda interrumpir. Además, para mejorar nuestra atención en clase, a partir de ahora, en lugar de esos vestidos de profesora cincuentona, vas a dar las clases con la ropa más sexy que tengas en tu armario. Así prestaremos más atención. Con los muermos de profesores que tenemos no hay quien atienda una hora seguida.- Dijo Antonio, contando con la aprobación de los otros.
Medité unos segundos. Evidentemente, les había dado una golosina a los chicos y ahora querían más. Por otro lado, estaba en mis plenas facultades de cortar de raíz aquello, decir que no y que siguieran suspendiendo. Ellos mismos, era su futuro el que estaba en juego.
Asimismo, no podía negar que yo me había sentido ligeramente excitada al hacer un amago de striptease en la biblioteca, no se podía decir que lo había hecho a regañadientes. También tenía que considerar la oportunidad de sorprender al Director, si realmente ellos mejoraban su expediente, me ganaría su admiración. Era también plenamente consciente del riesgo que conllevaba todo ello.
-Una condición. Aún no he dicho que acepte nada de eso. Pero que quede claro, en el supuesto que acepte, y vosotros os ganarais el striptease. Me tenéis que prometer que no haréis nada que yo no acepte. Un striptease, puro y simplemente, ni tocareis mi cuerpo, ni habrá nada de sexo y por supuesto nada de fotos ni vídeos. Ni siquiera podréis entrar con vuestros teléfonos en mi piso.
La rapidez con que aceptaron me sorprendió. Quizá había gato encerrado. Insistí en ello.
-En caso que acepte y os lo ganéis, como os sobrepaséis un pelo os juro que os denuncio a la policía. Sois mayores de edad y os jugaréis años de cárcel. Lo digo muy en serio.
Volvieron a insistir en que aceptaban mis condiciones. La pelota estaba en mi tejado.
Estaba muy nerviosa y no sabía que responder. La parte racional de Laura me gritaba que dijera que NO, que aquello tenía todos los números de terminar mal, que una vez aceptara estaría en sus manos y que no les debía nada a esos chicos. Era su responsabilidad si querían o no sacar buenas notas, y si querían aplicarse debían hacerlo pensando en el futuro y no en la posibilidad de ver desnuda a su joven profesora.
Por otro lado, la Laura pervertida y la Laura ambiciosa me gritaban que dijera que SI. Aquello me brindaba una oportunidad de oro para ganarme una reputación en el instituto. Y por otro lado, qué diantres, esos cinco chicos eran muy guapos. El hecho que se interesaran por ese juego implicaba que me encontraban atractiva, y yo hacía demasiado tiempo que no flirteaba con ningún hombre.
-Está bien, acepto. Ni una palabra a nadie sobre esto o se terminó el juego. ¿Entendido?
Todos asintieron, recogieron sus libros y abandonaron la biblioteca.
“Madre mía, en qué lío me habré metido” pensé nerviosa mientras cerraba la biblioteca.