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Relato erótico: “El ídolo 1: Mi compañera no es puta, es ninfomana”. (POR GOLFO)

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Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue real y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar mi antigua profesora de arqueología me trae desnuda el desayuno a mi cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado….
Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva Lacandona (para quien no lo sepa, esta selva está en Chiapas, un estado del sureste mexicano famoso por conservar sus raíces indígenas).
Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Ixcel Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir, vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles  y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres  suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Ixcell en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca,  mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar. Pensad que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana.  Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión lo pasó realmente mal.
Ahora me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio:
En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces.
Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí  me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.
El viaje hasta el yacimiento.
Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta  San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser  nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Ixcell ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
-Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayacks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl  . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayack varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando  consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
“¡Menudo par de tetas!”, pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún mas al llegar a la orilla y sin importarle que estuviéramos presentes, se despojara de la camisa empapada para ponerse otra.
“¡Joder! ¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Ixcell estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilometro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener mas que cuatro kayacks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada mas entrar en la tienda, la morena me soltó:
-No sabes cómo me alegro de dormir contigo- mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: -¿Te fijaste en cómo Ixcell me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
-Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando  el terreno:
-Yo también te miré así.
-Sí, pero tú eres hombre- contestó y recalcando sus palabras, me confesó:  – No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
-Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara  respondió:
-Te vas a hartar porque duermo en tanga- tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: -Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
-Eres mala- siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: -¿Cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
-¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
-¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
-¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
-¡Me encanta cabrón!- gimió sin dejar de mirarme- ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
-Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
-Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
-Te voy a dejar seco esta noche- tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
-Dios, ¡Qué gusto!- exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
-Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
El rutinario trabajo de campo tiene sus satisfacciones.
Esa mañana nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Ixcell y Luis se nos habían adelantado y ya habiendo desayunado, nos azuzaron a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
-Joder, ¿Qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?- contestó con sorna -¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
“¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado”, pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
-Menudos cabrones- murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
-Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado- tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
-Gracias- respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
-Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
-Mira que eres bestia, no les llames así- recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
-El más alto de ellos, no me llega al hombro- y entornando los ojos, me soltó: -De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
-A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Ixcell no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
-Tienes razón- contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: -Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar.  El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Ixcell la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
“Menos mal”, me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
-Voy a darme un baño a la laguna. ¿Te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
-Tienes un culo precioso- dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
-¿Qué esperas?- gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
-Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
-Muérdelos, ¡Hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
-Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
-¡Me tienes ensartada!- gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
-¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
-¡Maldito!- gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
-¡Mas rápido! ¡Puta!- chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco.  Aullando a voz en grito, me rogó que  siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
-¡Dale duro a tu zorra!- me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su  culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna.  Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
-¿Qué pasa?- le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
-¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones- tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
-Ha sido Luis- dije nada más verlas.
-Te equivocas- me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: -¡Ha sido Ixcell!
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
-Será zorra- indignada se quejó y clamando venganza, dijo: -Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡Qué no espere que hoy la deje dormir!
Su amenaza me alegró porque significaría que  esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
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“EDUCANDO A UNA MALCRIADA. LA HIJA DE UN AMIGO” libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:

El destino quiso que la hija de un amigo se metiera en problemas en Houston y que tuviera que ser yo quien la auxiliara. Su padre cansado de esa malcriada me pide que la eduque. Al intentarlo, esa pelirroja decide intentar seducirme sin saber adónde nos iba a llevar esa fijación.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1

Toda mi vida he tenido fama de hombre serio y responsable. Celoso de mi vida privada, nunca se me ha conocido un desliz y menos algo escandaloso. Soltero empedernido, nunca he necesitado de la presencia de una mujer fija en mi casa para ser feliz. Aunque eso no quiere decir que no haya novias y parejas, soy y siempre seré heterosexual activo pero no un petimetre que babea ante las primeras faldas que se le cruzan.
Escojo con cuidado con quien me acuesto y por eso puedo vanagloriarme de haber disfrutado de los mejores culos de las distintas ciudades donde he vivido. A través de los años, han pasado por mi cama mujeres de distintas razas y condición. Blancas y negras, morenas y rubias, ricas y pobres pero todas de mi edad. Nunca me habían gustado las crías, es más, siempre me había repelido ver en una reunión al clásico ricachón con la jovencita de turno. Para mí, una mujer debe ser ante todo mujer y por eso nunca cuando veía a una monada recién salida de la adolescencia, podía opinar que la niña era preciosa pero no me sentía atraído.
Desgraciadamente eso cambió por culpa de Manolo, ¡Mi mejor amigo!.
Con cuarenta y cinco años, llevaba tres años viviendo en Houston cuando me llamó para decirme que su hija Isabel iba a pasar un año estudiando en esa ciudad. Reconozco que en un principio pensé que el motivo de esa llamada era que me iba a pedir que viviera conmigo pero me sacó de mi error al explicar que la universidad le pedía un contacto en los Estados Unidos y preguntarme si podía dar mi teléfono.
Cómo en teoría eso no me comprometía en absoluto, acepté desconociendo las consecuencias que esa decisión iba a tener en mi futuro y comportándome como un buen amigo, también me comprometí en irla a recoger al aeropuerto para acompañarla hasta la residencia donde se iba a quedar.
Ese día estaba en la zona de llegadas esperándola cuando la vi salir por lo puerta. Enseguida la reconocí porque era una versión en guapa y joven de su madre. Flaca, pelirroja y llena de pecas era una chavala muy atractiva pero en cuanto la examiné más de cerca, su poco pecho me recordó sus dieciochos años recién cumplidos y perdió cualquier tipo de interés sexual.
Isabel al verme, se acercó a mí y dándome un beso en la mejilla, agradeció que la llevara. No queriendo eternizar nuestra estancia en ese lugar, cogí su equipaje y lo metí en mi coche. La chavala al comprobar el enorme tamaño del vehículo, se quedó admirada y con naturalidad dijo riéndose:
―Este todoterreno es un típico ejemplo de los gustos masculinos― y olvidándose que era el amigo de su viejo, me soltó: ―Os gusta todo grande. Las tetas grandes, los culos enormes y las tías gordas.
Indignado por esa generalización, no pude contener mi lengua y contesté:
―Pues tú no debes comerte una rosca. Pecho enano, trasero diminuto y flaca como un suspiro.
Mi respuesta le sorprendió quizás porque no estaba acostumbrada a que nadie y menos un viejo le llevara la contraria. Durante unos segundos se quedó callada y tras reponerse del golpe a su autoestima, con todo el descaro del mundo, preguntó:
―Ya que crees que me hace falta unos kilos, ¿dónde me vas a llevar a comer?
Os confieso que si llego a saber el martirio que pasaría con ella ese restaurante, en vez de a uno de lujo, le hubiese llevado a un tugurio de carretera porque allí, entre moteros y camioneros, hubiera pasado desapercibida. Pero como era la hija de Manolo creí conveniente enseñarle Morson´s, uno de los locales más famosos de la ciudad.
¡Menudo desastre!
La maldita pecosa se comportó como una malcriada rechazando hasta tres veces los platos que el pobre maître le recomendaba diciendo lindezas como: ¿Me has visto cara de conejo?, ¿Al ser hispanos nos recomiendas los más baratos de la carta porque temes que no paguemos? , pero fue peor cuando al final acertó con un plato de su gusto, entonces con ganas de molestar tanto al empleado como a mí, le dijo:
―Haber empezado por ahí, mi acompañante piensa que estoy en los huesos y un grasiento filetón al estilo tejano me hará ponerme como una vaca para ser de su gusto.
“Esta tía es idiota”, pensé y asumiendo que no volvería a verla durante su estancia, me mordí un huevo y pedí mi comanda.
El resto de la comida fue de mar en peor. Isabel se dedicó a beber vino como si fuera agua hasta que bastante “alegre” empezó a meterse con los presentes en el lugar. Molesto y sobre todo alucinado de lo mal que había mi amigo educado a su hija, di por concluida la comida.
Al dejarla en la residencia, respiré aliviado y deseando no volver a estar a menos de un kilómetro de ella, le ofrecí hipócritamente mi ayuda durante su estancia en la capital del estado. La mujercita, segura de que nunca la iba a necesitar, me respondió:
―Gracias pero tendría que estar muy desesperada para llamar a un anciano.
Para mi desgracia los hechos posteriores la sacaron de su error….

Capítulo 2.

Llevaba un mes sin recibir noticias suyas cuando me despertó el teléfono de mi mesilla sonando. Todavía medio dormido, escuché al contestar que mi interlocutor me preguntaba si estaba hablando con Javier Coronado.
―Sí― respondí.
Tras lo cual se presentó como el sargento Ramirez de la policía metropolitana de Houston y me informó que tenían detenida a Isabel Sílbela.
―¿Qué ha hecho esa cretina? – comenté ya totalmente despierto.
―La hemos detenido por alteración del orden público, consumo de drogas y resistencia a la autoridad.
Os juro que no me extrañó porque esa niñata era perfecta irresponsable y asumiendo su culpabilidad, quise saber cuál era su actual estatus y cuánto tiempo tenía que pasar en el calabozo. El agente revisando el dossier me comunicó que habían fijado el juicio para dentro de un mes y que como era su primer delito el juez había fijado la primera audiencia para en unas horas.
Una vez colgué, estuve a un tris de volverme a la cama pero el jodido enano que todos tenemos como conciencia no me dejó hacerlo y por eso vistiéndome fui llamé a un abogado y me fui a la comisaria.
“¡Menuda pieza!”, pensé mientras conducía hacía allí, “Lo que le debe haber hecho sufrir a su padre esta malcriada”.
Al presentarme ante el sargento en cuestión y ver este que yo era un hombre respetable, amablemente me informó de lo sucedido. Por lo visto, Isabel y unas amigas habían montado una fiestecita con alcohol y algún que otra gramo de coca que se les había ido de la mano. Totalmente borracha cuando llegó la patrulla del campus, se enfrentó a ellos y trató de resistirse.
“Será tonta, ¡No sabe que la policía de este país no se anda con bromas!”, exclamé mentalmente mientras pedía perdón al sujeto en nombre de su padre.
Fue entonces cuando Ramirez me comunicó que tenía que esperar a las ocho de la mañana para tener la audiencia preliminar con el juez donde tendría la oportunidad de pagar una fianza. Viendo que todavía eran las cinco y que no podía hacer nada en tres horas, me dirigí a un 24 horas a desayunar. Allí, sentado en la barra, llamé a Manolo para informarle de lo sucedido.
Como no podía ser de otra forma, mi amigo se cogió un rebote enorme y llamando de todo a su querida hija, me pidió que en cuanto pudiera la metiera en un avión y se la mandara.
―No te preocupes eso haré― respondí convencido de que esa misma tarde llevaría a Isabel al aeropuerto y la empaquetaría hacía España.
Pero como bien ha enunciado Murphy, “Cualquier situación por mala que sea es susceptible de empeorar y así fue. La maldita niñata al ser presentada ante el juez, se comportó como una irresponsable y tras llamarle fascista, se negó a declarar. El abogado que le conseguí había pactado con el fiscal que si aceptaba su culpabilidad, quedaría en una multa pero como no había cumplido con su parte, el letrado pidió prisión con fianza hasta que tuviese lugar el juicio. El juez no solo impuso una fianza de cinco mil dólares sino que en caso de aportarla, exigió que alguien se responsabilizara que la chavala no volviera a cometer ningún delito.
¿Os imagináis quien fue al idiota que le tocó?
Cabreado porque encima le había quitado el pasaporte, pagué la fianza y me comprometí a tenerla durante un mes bajo mi supervisión hasta que se celebrara el puñetero juicio.
Ya en el coche, empecé a echarle la bronca mientras la cría me miraba todavía en plan perdonavidas. Indignado por su actitud, le estaba recriminando su falta de cerebro cuando de pronto comenzó a vomitar manchando toda la tapicería. Todavía hoy no sé qué me enfadó más, si la peste o que al terminar Isabel tras limpiarse las babas, me dijera:
―Viejo, ¡Corta el rollo!
Aunque todo mi cuerpo me pedía darle un bofetón, me contuve y concentrándome en la conducción, fui directo a su residencia a recoger sus cosas porque tal y como había ordenado el magistrado, esa mujercita quedaba bajo mi supervisión y por lo tanto debía de vivir conmigo. El colmo fue cuando vi que al hacer la maleta, esa chavala metía entre sus ropas una bolsa con marihuana.
―¿Qué coño haces?― pregunté y sin darle tiempo a reaccionar, se la quité de la mano y arrojándolo en el wáter, tiré de la cadena.
―¡Te odio!― fueron las últimas palabras que pronunció hasta que ya en mi casa, se metió en la cama a dormir.
Aprovechando que esa boba estaba durmiendo la mona, llamé a su padre y de muy mala leche, le expliqué que gracias a la idiotez de su hija el juicio había ido de culo y que no solo le habían prohibido salir del país, sino que encima me había tenido que comprometer con el juez a que me hacía responsable de ella.
Manuel que hasta entonces se había mantenido entero, se desmoronó y mientras me pedía perdón, me explicó que desde que se había separado de su esposa, su retoño no había parado de darle problemas. Destrozado, me confesó que se veía incapaz de reeducarla porque en cuanto lo intentaba, su ex se ponía de parte de su hija, mandando al traste sus buenas intenciones.
―A mí, esa rebeldía me dura tres días. Si fuera su padre, sacaría mi mala leche y la pondría firme― comenté sin percatarme que mi amigo se agarraría a mis palabras como a un clavo ardiendo.
Fue entonces cuando llorando me pidió:
―¿Me harías ese favor?― y cogiéndome con el paso cambiado, me dijo:―Te ruego que lo intentes, es más, no quiero saber cómo lo abordas. Si tienes que encerrarla, ¡Hazlo!.
Aunque mi propuesta había sido retórica, la desesperación de Manolo me hizo compadecerme de él y por eso acepté el reto de convertir a esa niña malcriada en una persona de bien.
Hablo con Isabel.
Sin conocer las dificultades con las que me encontraría, había prometido a mi amigo que durante el mes en que esa deslenguada iba a permanecer en mi casa iba a reformar su actitud y por eso esperé a que se despertara para dejarle las cosas claras.
Sobre las seis de la tarde, Isabel hizo su aparición convencida de que nada había cambiado y que podría seguir comportándose como la niña caprichosa y conflictiva que llevaba tres años siendo. Desconociendo las órdenes de su padre había quedado con unos amigos para salir de copas y ya estaba cogiendo la puerta cuando escuchó que la decía:
―¿Dónde crees que vas?
―Con mis colegas― contestó y enfrentándose a mí, recalcó sus intenciones diciendo: ―¿Algún problema?
―Dos. Primero que vas vestida como una puta. Segundo y más importante, ¡No tienes permiso!
La pelirroja me miró atónita y creyendo que sería incapaz de obligarla a quedarse en casa, lanzó una carcajada antes de soltarme:
―¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme a la cama?
Con tono tranquilo, respondí:
―Si me obligas, no dudaré en hacerlo pero preferiría que no tomar esa medida― y pidiéndole que se sentara, proseguí diciendo: ―He hablado con tu padre y me ha autorizado a usar inclusive la violencia para conseguir educarte de un puñetera vez.
―No te creo― contestó y cogiendo el teléfono, llamó a su viejo.
No me hizo falta oír la conversación porque con satisfacción observé que su rostro iba perdiendo el color mientras crecía su indignación. Al colgar, cabreadísima, me gritó que no pensaba obedecer y que iba jodido si pensaba que se comportaría como una niña buena. Lo que Isabel no se esperaba fue que al terminar de soltar su perorata, me levantara de mi asiento y sin hablar le soltara un tremendo tortazo.
Fue tanta la fuerza que imprimí a la bofetada que la chavala dio con sus huesos en el suelo. Entonces y sin compadecerme de ella, le solté:
―A partir de hoy, tienes prohibido el alcohol y cualquier tipo de drogas. Me pedirás permiso para todo. Si quieres salir, comer, ver la tele o dormir primero tendrás que pedir mi autorización.
Acostumbrada a hacer de su capa un sayo, por primera vez en su vida, tuvo que enfrentarse a alguien con más carácter y con los últimos restos de coraje, me lanzó una andanada diciendo:
―¿Y si quiero masturbarme? ¿También tendré que pedirte permiso?
Muerto de risa, le contesté:
―No soy un tirano y aunque tienes estrictamente prohibido el acostarte con alguien, comprendo que eres joven― y actuando como un rey magnánimo, cedí en ese extremo, diciendo: ―Si quieres masturbarte veinte veces al día, tienes mi palabra que nunca te diré nada.
Os confieso que en ese momento no supe interpretar el brillo de sus ojos cuando oyó mis palabras, de haber supuesto que esa arpía utilizaría mi promesa contra mí, jamás le hubiera otorgado tal permiso.
Habiendo dejado las cosas claras, permití que volviera a su habitación…

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Relato erótico: Entresijos de una guerra 3 (POR HELENA)

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Cuando llegué a la cabaña disminuí el paso, haciendo que el caballo caminase con sigilo entre la maleza que rodeaba el camino de acceso. Todo iba bien hasta que relinchó sin aviso previo, descubriendo mi posición a pocos metros de la casa y haciendo que mi mano derecha se deslizase ágilmente dentro de la alforja para empuñar la pistola sin sacarla a la vista. Me quedé quieta delante de la escalera que llevaba a la puerta principal, observando en todas direcciones sin bajarme del caballo y sin alcanzar a ver nada, ¿qué coño ocurría? ¿A qué estaba jugando Furhmann?

Estreché la pistola con fuerza cuando la puerta se abrió y entonces, paré en seco la maniobra de sacarla rápidamente y disparar.
-¡¿Herman?! – Exclamé con sorpresa mientras él se dirigía hacia mí y se hacía con las riendas desde abajo para amarrar a Bisendorff a la barandilla de madera – ¿qué haces aquí?
-¿Por qué te sorprendes tanto? Creí que sabrías que era yo, ¿quién iba a pedirte que vinieses aquí? – contestó con total despreocupación mientras acariciaba el caballo -. Gracias por venir pero, ¿vas a quedarte ahí arriba? – Preguntó ofreciéndome su mano para ayudarme a bajar.
Decliné la oferta y bajé sin ayuda, ni siquiera me planteé que pudiese resultar un gesto grosero hasta que tuve los pies en el suelo.
-¿por qué no anunciaste que venías? – Quise saber.
-Porque oficialmente no he venido – argumentó sonriente -. Vamos dentro, quiero hablar contigo.
Le seguí desconcertada sin entender nada. Entramos y tras colgar mi abrigo me condujo hasta el gran salón, había una chimenea enorme con unos leños apilados que parecían estar esperando que alguien les prendiese fuego. Di un pequeño rodeo observando todos los trofeos de caza que colgaban de las paredes y los animales disecados que adornaban las estanterías. Una decoración muy acertada para aquel lugar, supongo.
-Erika, ¿me habías dicho tú que te encantaban los chocolates artesanos de Notre Dame? ¿O había sido Berta? – le miré contrariada por la inesperada pregunta pero la caja que tenía en sus manos me hizo guardarme cualquier palabra que no fuese de agradecimiento.
Nos sentamos en el sofá y tras saborear un par de piezas de chocolate le ofrecí una, pero Herman la rechazó.
-¿Por qué te quedas en la cabaña en lugar de ir a casa? Tu madre ni siquiera está, se ha ido a Berlín con Berta…
-Ya, pero la casa está llena de gente… gente con ojos y boca… – apostilló de un modo gracioso mientras cogía un cigarrillo y me ofrecía uno.
-Vale, yo también tengo ojos y boca.
-Me fío de ti, me lo debes por lo del chocolate – dijo tras darle la primera calada a su cigarro.
Me reí de nuevo sin llegar a entender por qué no iba a casa “oficialmente”.
-Bueno, está bien. Pero entonces dime qué demonios haces aquí, por qué me has mandado esa carta tan formal para pedirme que viniese y por qué no vas a casa.
-He venido porque me han dado unos días de permiso pero no voy a casa porque me apetece descansar, no quiero tener que aguantar a mi madre ni cruzarme con el gilipollas de Furhmann, y te he llamado porque quiero preguntarte una par de cosas y porque te he traído los chocolates para te sientas en la obligación de contestarme sinceramente. La carta era tan formal porque tuve que dictársela a una señorita a través de un teléfono, no quería parecer poco correcto – confesó con una enorme sonrisa.
-Muy bien, ¿qué quieres saber?
-¿Qué tal van las cosas en casa? ¿Qué tal mi madre y Berta? ¿Cómo están llevando lo de mi padre? Un poco de todo…
-Pues las cosas están como siempre. Tu madre ya está mejor, este verano ha aprovechado para cambiar la decoración de la casa de BerchstesgadenDijo que tu padre no le había dejado hacerlo el año anterior, pero que ahora que no puede verlo, no le parecerá mal. Y Berta, también se va sobreponiendo…
-¿Y Furhmann? ¿Va mucho por casa?
Casi me atraganto con el humo del cigarrillo al escuchar su pregunta, pero me recompuse lo mejor que pude y contesté.
-Sí. Se deja caer a menudo, para ver cómo está tu madre y todo eso…
-Ya… ¿Y nada más?
-No.
-¿Te molesta Furhmann?
-¿A mí? – Pregunté con un tono que pretendía indicarle que su anterior pregunta era una tontería – ¿por qué iba a molestarme que vaya a ver a tu madre?
-Claro, claro… – admitió mientras dejaba escapar el humo de sus labios al mismo tiempo que me fulminaba con la siguiente pregunta – no te pregunto si te molesta que vaya a ver a mi madre, te pregunto si Furhmann te incordia.
Tragué saliva antes de negar con la cabeza.
-¿Cuántos chocolates necesitas para contármelo, Erika? – Le miré preguntándome a qué se refería y él mismo me dio la respuesta casi de inmediato –. Verás, me han contado que hace unas semanas Furhmann apareció con Bisendorff en pésimas condiciones. Lo curioso es que tú habías pedido que lo ensillasen para ti esa tarde. Es más, el caballo tenía las monturas que usas tú cuando Furhmann lo dejó en la cuadra, el muy subnormal ni siquiera ajustó los estribos a su altura. Cuando se le preguntó al respecto dijo que le habías dado permiso para llevártelo pero sin embargo acudiste a la cuadra hecha una furia en cuanto él se fue y además, te vieron gritándole de todo cuando se llevó al caballo. ¿Vas a contarme qué pasa con el capullo de Furhmann o voy a volver a Francia con la intriga?
Estuve a punto de derrumbarme al recordar aquel día y por primera vez pensé en lo terriblemente estúpida que había sido. Si alguien le estaba enviando información a Herman de lo que pasaba en casa, una poderosa razón para hacer que alguien como él abandonase su puesto durante algunos días, era el descubrir que una espía le enseñaba francés a su hermana. Y de haber sido esa la razón que le había traído de vuelta, ahora tendría una bala en el cerebro, porque me había metido sin preocupación ni precaución alguna en una cabaña en medio de la nada con un oficial de las SS. Intenté no reprocharme nada, no era el momento. No tenía una bala en la mollera, tenía chocolate francés y Herman sólo quería saber lo de Furhmann. No podía contárselo pero tenía que decirle algo, me obligaba la sola forma que sus pupilas tenían de acribillarme.
-Aquella tarde iba a salir a pasear pero Furhmann llegó y comenzó a hacerme preguntas sobre el caballo… si tú estabas al tanto de que yo montaba a Bisendorff y esas cosas…
-¿Le dijiste que tenías mi consentimiento? – asentí mientras dejaba escapar el humo entre mis labios – ¿y qué te dijo? – pensé en las palabras de Furhmann y me asombré de la habilidad de Herman para meter el dedo en la llaga. Al parecer conocía demasiado bien al amante de su madre.
-Me dijo; “bájese del puñetero caballo, señorita Kaestner…” y luego amenazó con pegarle un tiro al animal, así que me bajé – mentí esperando que quien quiera que le hubiese dicho lo que había pasado no le hubiese descrito la situación al detalle – y Furhmann salió galopando como un loco en dirección al bosque.
-¿Y ya está? – Asentí de nuevo tras pensarlo durante algunos segundos. Ya no podía contarle más -. Es decir, ese imbécil fue a casa sólo para coger un caballo que estabas montando tú… – recapituló de un modo pensativo mientras yo movía la cabeza con un gesto afirmativo – tenía casi treinta caballos en las cuadras y sin embargo tuvo que escoger precisamente el que tú tenías… repito la pregunta, Erika, ¿te incordia Furhmann? Porque a mí sí me incordiaría que me hiciera eso.
-Bueno, supongo que le molestó no encontrar a tu madre y al verme salir a caballo se le antojó dar una vuelta. Es como un niño pequeño… – dije tratando de esconder mi nerviosismo mientras apagaba el cigarrillo.
-Furhmann está en pleno conocimiento de las idas y venidas de mi madre. Ni siquiera pretendía tocar el tema de por qué había aparecido allí cuando solamente estabas tú, ¿lo hace a menudo?
Suspiré acorralada, a lo mejor ya sabía la respuesta, porque estaba claro que eso se lo tenía que haber contado alguien del servicio, y el servicio sabía perfectamente que Furhmann se presentaba más de lo que yo quisiera cuando estaba sola. Me levanté dispuesta a enfilar el camino hacia la puerta. Lo último que quería en aquel momento era hablar de aquel bastardo.
-¿Te vas?
-Claro que me voy. Ya te he dicho de mil formas que Furhmann no me incordia. No sé qué pretendes que diga, ¿qué no me cae bien? ¡Claro que no! Yo también sé que a ti tampoco te entusiasma su presencia pero todos le aguantamos, ¿no?
-Vale, no pasa nada con Furhmann. Ven, siéntate por favor… ya que estás aquí, hazme compañía.
Me acerqué de nuevo y me apoyé sobre el respaldo del sofá, sin dejarme seducir demasiado por la idea de quedarme. Conocía a Herman lo suficiente como para saber que sometería mis gestos a un exhaustivo escrutinio y que intentaría sonsacarme algo en cuanto le fuese posible.
-¿Cuántos días vas a estar aquí? – pregunté sin mucho entusiasmo.
-Una semana – arqueé las cejas en señal de sorpresa. No me creía que fuese a estar siete días refugiado de su propia familia -. Mi madre recibirá mañana a primera hora la carta que le comunica que llegaré el lunes para la comida. Necesitaba un descanso, pero no puedo irme de aquí sin verlas.
La idea de tenerle en casa una semana me tranquilizó un poco. Furhmann evitaba a Herman, era de dominio público que había asperezas entre ellos que resultaban imposibles de limar.
-¿Has pedido el traslado?
-Sí. Por eso se supone que he venido… – fruncí el ceño con curiosidad, había dicho que sólo estaba de permiso – van a ascenderme por mi impecable labor en la campaña del “nuevo estado dentro del estado”. Los amigos de mi padre dicen que sería el superior perfecto para un puesto cerca de aquí. No sé… tampoco me han contado demasiado ni he preguntado mucho, me basta con que me saquen de allí y pueda volver a casa – me informó con desgana, no debía hacerle demasiada ilusión el ascenso -. No digas nada, se supone que es una sorpresa.
-No, claro… ¿qué serás a partir de ahora?
-El lunes me presentaré como el Teniente Scholz…
¡¿Teniente?! ¡Era impensable encontrar un teniente que no llegase a la treintena! Mi cara debió delatar mi sorpresa porque Herman me dedicó una tenue sonrisa.
-¿Por qué no te hace ilusión? Tu padre estaría orgulloso, eres muy joven para ser teniente.
-Me hace muchísima ilusión, créeme.
-Muy bien – dije ante su evidente falta de entusiasmo -. ¿Y después de la visita, cuándo tendremos al Teniente Scholz en casa?
-Supongo que regresaré para Navidad y ya me quedaré.
-Todavía quedan un par de meses… – reflexioné en voz alta mientras hacía cábalas.
-¿Te parece mucho? – preguntó con curiosidad. No supe qué contestar, simplemente me encogí de hombros – Tendré que asistir un tiempo a la escuela de oficiales. Vendé a Berlín de vez en cuando y pasaré algún fin de semana en casa. O en la cabaña, depende de la tranquilidad que necesite…
Nos quedamos en silencio durante un buen rato, sin saber qué decir. La idea fugaz de confesarle lo de Furhmann invadió mis pensamientos. Pero si se lo contaba y él empezaba a tirar del hilo, era inevitable que llegásemos a la parte que concernía a su difunto padre, de modo que determiné que mi silencio era una opción más prudente.
-Creo que va a llover, Erika, deberías irte antes de que empiece… – miré hacia afuera a través de la ventana. Tenía razón – ¿tienes planes para mañana?
-No, ¿quieres que venga?
Herman dudó durante unos instantes y finalmente me dio una respuesta.
-Si no es ninguna molestia, sería agradable. ¿Te importaría traerme un caballo? Podríamos salir a dar una vuelta.
-Claro, ¿necesitas algo más? Comida, algún libro, ropa… – mi interés le provocó una de sus arrebatadoras sonrisas.
-Trae lo que creas necesario – me contestó entre risas -. Sólo una cosa, el caballo pídeselo a Frank. Él sabe que estoy aquí.
Asentí antes de que se levantase y me acompañase gentilmente hasta el caballo. Así que el viejo Frank -el encargado de las cuadras- sabía que Herman estaba allí. Entonces debía ser él quien le informaba de lo que pasaba en casa. No tenía ni idea de que tuviese soplones entre el servicio, a su padre no le tragaban. Llegué a la cuadra justo antes de que la primera llovizna se precipitase y tras guardarme la pistola bajo la cazadora busqué a Frank. Le encontré enseñándole a un mozo en qué dirección tenía que cepillar a los caballos.
-Frank – le llamé -, ¿podría venir un momento para ayudarme con Bisendorff?
 
 
 

-Claro.

Dio las últimas instrucciones al muchacho y me acompañó amablemente.
-¿Quiere que lo desensille? – preguntó al llegar donde el caballo.
-Bueno, ayúdeme si es tan amable, pero puedo hacerlo yo – le dije mientras comenzaba a recoger los estribos -. Quería pedirle que me ensillase a Bisendorff mañana después de desayunar y a otro caballo más, si no es demasiada molestia. Póngales alforjas, necesito llevar cosas.
-Muy bien, señorita Kaestner. ¿Algún caballo en especial a parte de Bisendorff?
-No lo sé, es para Herman – le dejé caer con naturalidad provocándole una mueca asustada, como si acabase de descubrirle haciendo algo indebido -. Él me dijo que se lo pidiese a usted, no me dijo nada más.
Frank asintió y se dedicó a partir de ese momento a echarme una mano en el más estricto silencio, pensando seguramente sobre lo que podía y no podía decir. Un gesto que delataba demasiada complicidad.
-Frank, ¿fue usted quien le contó a Herman el incidente de Furhmann? Ya sabe, cuando se llevó a Bisendorff hace unas semanas…
-Sí – admitió en voz baja -. Tengo órdenes de comunicarle al señorito Scholz cualquier percance que ocurra con los animales. La cría de caballos es uno de los negocios más lucrativos de la familia y él es quién se ocupa de ello… – Me explicó como si hubiese guardado una intrínseca disculpa en sus palabras -. Mi lealtad hacia él es total y Bisendorff es ahora mismo uno de los mejores sementales de nuestras cuadras, ¿ha saltado usted con él? – Negué sin preocupación -. Pues hágalo, merece la pena. Superó sin esfuerzo el 1,65 en el campeonato nacional de salto de altura del año pasado – tras escuchar las palabras de Frank miré al animal con infinito respeto, después de todo, acababa de decirme que era capaz de saltar a una mujer de estatura media -. Sale usted a pasear a lomos de un campeón, señorita Kaestner – añadió de un modo bonachón.
Le observé mientras lo metía en la cuadra, tratando de hacerme una idea aproximada del dinero que aquel animal podía llegar a mover. Si Frank hubiese visto cómo Furhmann lo había encañonado sin miramientos, Herman se hubiese presentado en casa mucho antes. De repente me sentí aplastantemente culpable por el riesgo que había corrido mi precioso amigo equino.
-Muchas gracias, Frank – le dije educadamente antes de retirarme.
Di una vuelta por las cuadras antes de entrar en la casa, temiendo la posibilidad de una visita inesperada. Pero regresé cuando la noche comenzaba a caer, cené algo por mi cuenta para no importunar a la cocinera y me fui a cama. Mis últimos pensamientos giraron en torno a Herman “refugiándose” en aquella cabaña del bosque de algo que sólo él sabía, porque desde luego, nunca me imaginé que fuese alguien que necesitase la soledad de ese modo. Adoraba a Berta y si era capaz de hacer eso, entonces era una especie de superdotado para las relaciones sociales.
El día siguiente no amaneció de una manera espectacularmente buena, las nubes no daban tregua y la lluvia amenazaba con convertirse en una constante, dando fe de que ya estábamos a mediados de octubre. La nieve no tardaría mucho en llegar y me sorprendí a mí misma pensando que aquel lugar tenía que ser precioso cubierto de blanco. Cuando yo había llegado ya había comenzado el deshielo. Desayuné entre mis propias ideas y después de informar de que no iba a comer en casa, llené las alforjas con una buena cantidad de comida y fruta, una baraja de póker, un par de libros que cogí en la biblioteca de la casa y un par de cajetillas de tabaco. Frank me explicó antes de salir hacia la cabaña que no me había ensillado el caballo que solía montar Herman porque él nunca quería que supieran que estaba allí cuando iba a la cabaña. Se lo agradecí ocultando mi sorpresa. Aquel detalle dejaba al descubierto que no era la primera vez que hacía aquello.
-¿Te quedas aquí hasta mañana? – Bromeó Herman cuando me ayudó a vaciar las alforjas.
-¿Acaso tiene miedo, Teniente? – Contesté en su mismo tono de voz haciendo que menease la cabeza mientras se reía – no sabía si tenías comida, ni si querrías leer algo durante la noche… me dijiste que trajese lo que considerase necesario.
-Viajar contigo tiene que ser encantador, ¿cuántos pajes necesitarías para un viaje de una semana, por ejemplo?
-Está bien – le solté en un suspiro – me lo llevaré todo de vuelta, no te preocupes.
Se rió mientras me decía que no sería necesario y me daba las gracias. Después de dejarlo todo en la cabaña, salimos a pasear durante la mañana, bajo un cielo que amenazaba con empaparnos en cualquier momento y que sin embargo no terminaba de hacerlo. Nos quedamos a comer en una pradera rodeada de pinos que no sabría ubicar y por la que discurría un arroyo y después de eso, amenizamos la sobremesa con una partida de póker. Herman me enseñó una versión americana para dos jugadores tras reírse durante un buen rato de que hubiese incluido una baraja en el equipaje y me vapuleó sin esfuerzo aunque mentir fuese una de mis grandes habilidades. Estaba demasiado entretenida escuchándole hablar sobre su campaña en Francia – nada importante, casi todo eran anécdotas personales que a mis superiores no le importarían lo más mínimo – y echando un vistazo a los caballos para que no fuesen demasiado lejos mientras pastaban. Después de lo que me había contado el viejo Frank, sentía más cariño por Bisendorff que por cualquier persona de la familia Scholz a parte de Herman. Claro que, por otro lado, él también era la única persona de la familia Scholz con más mollera que el animal. Lástima que las SS estuviesen esperándole desde que había llegado al mundo, no podía haber sido de otro modo descendiendo de los ancestros que tenía.
Regresamos cuando la densidad de las nubes se intensificó peligrosamente sobre nosotros. Apuramos el paso pero el chaparrón que había estado al acecho durante todo el día hizo una estelar aparición a medio camino de la cabaña. Durante los diez primeros minutos traté de encontrar desesperadamente algo con lo que cubrirme pero cuando aparté el pelo mojado que caía sobre mi cara como si estuviese en medio de un baño y vi que Herman mantenía el ritmo sin molestarse por la lluvia, decidí hacer lo mismo en lugar de quejarme. Aguanté estoicamente el resto del trayecto y en cuanto llegamos, dejé que él guardase los caballos en las pequeñas cuadras que había tras la cabaña para escaparme rápidamente al interior de la casa. Me senté tiritando en una de las sillas de la cocina, necesitaba entrar en calor pero no quería manchar todo con aquellas botas embarradas.
-¿Estás bien? – Me preguntó Herman extrañado.
-Sí – mentí tratando de controlar mis dientes.
-Vale, entonces no será necesario que me moleste en encender la chimenea para que puedas secarte un poco, ¿te vas ya? – Preguntó divertido mientras se apoyaba en el umbral de la puerta.
Miré hacia la ventana, estaba oscureciendo pero aquella lluvia fría como el hielo seguía cayendo a mares sobre el bosque. Le miré de nuevo dejándole ver que la idea no me atraía demasiado. Él también estaba chorreando, ¿por qué no parecía importarle?
-No. Enciende la chimenea, por favor… – susurré.
Herman se retiró riéndose. Escuché sus pasos sobre la madera yendo de un lado a otro, subiendo al piso superior y luego bajando las escaleras de nuevo hasta que por fin apareció otra vez en la cocina.
-La chimenea ya está encendida. Te he preparado una de las habitaciones, la segunda a mano derecha tras subir las escaleras – anunció dejándome una de las mantas que llevaba bajo el brazo sobre la mesa. Le miré pasmada ante el cambio de planes -. Admite que no llegarías de una pieza si volvieses a casa – añadió con condescendencia.
No lo admití pero supongo que él aplicó eso de; “el que calla, otorga” porque salió riéndose después de decirme que iba a ocuparse de los caballos. Cuando estuve sola me levanté, me quité el abrigo y me descalcé antes de caminar con impunidad sobre el suelo o las alfombras. En especial sobre la del salón, que era la piel de un gran oso pardo que seguramente habría terminado sus días durante alguna de las cacerías del Coronel. Me paré delante la cabeza del animal envuelta en mi manta, me agaché y escruté sus ojos antes de deslizar mi mano sobre su cabeza como si fuese un gato. Era lo más suave que había tocado en mi vida pero la alfombra hubiese ganado muchísimo si la cabeza no te mirase de aquel modo mientras enseñaba los dientes. Me levanté cuando un escalofrío me recorrió la espalda y estiré mi manta sobre el oso para sentarme encima mirando hacia la chimenea y recibiendo el agradable calor que irradiaba la hoguera.
 
-Erika, la manta era para ti, mujer… – dijo Herman colocando a un lado la leña que traía en brazos.
-Ya… pero el oso… no sé, prefiero no sentarme directamente encima de él -. Él se rió mientras removía el fuego.

Volvió a desaparecer y al cabo de poco tiempo regresó con un par de mantas más. ¿Cuántas mantas había en aquella casa? Acepté mi nuevo abrigo y me envolví en él mientras Herman se sentaba a mi lado justo al tiempo que un rayo caía en algún lugar del campo iluminando el salón.
-¿Te dan miedo las tormentas? – Me preguntó.
-No -. Era cierto, los rayos nunca me han alterado lo más mínimo pero me dio la sensación de que no me creía.
-¿Un trago para entrar en calor? – Torcí la cara para mirarle y reparé en la botella de ginebra que había traído.
-Claro – acepté cogiendo la botella y sacudiendo la cabeza tras la primera toma de contacto con el líquido – ¿me das uno? – Le pregunté al verle sacar la pitillera.
El frío de mi cuerpo fue menguando a medida que la botella de ginebra iba bajando entre risas, cigarrillos y una agradable conversación, de forma que para cuando Herman se levantó a echar al fuego un par de leños más, lo hizo tambaleándose ligeramente.
-¡Creo que es hora de guardar la botella! – Exclamé con una carcajada mientras me dejaba caer sobre la manta que cubría la alfombra.
-¿En serio? Tiene gracia, yo pensé lo mismo hace una hora… – me contestó haciéndome reír todavía más mientras se sentaba a mis pies – ¡Levanta! Estás encima de mi manta…
-Venga, Herman, estoy demasiado cómoda…
-Muy bien, muy bien… – se quejó mientras elevaba mis piernas y las colocaba sobre su regazo para taparse con parte de mi manta.
Alcanzó una cajetilla de tabaco, encendió un cigarrillo y me lo pasó antes de encenderse otro para él.
-Háblame de esa novia que me mencionaste – le pedí con diversión.
Me había hablado de una chica con la que había estado un par de años y todo parecía indicar que era una de esas jóvenes de sociedad, educada desde la infancia para casarse con alguien como él. Me picaba la curiosidad por saber más acerca de ese romance.
-Pues lo cierto es que ahora no me acuerdo de mucho… – admitió riéndose – si querías saber más cosas sobre ella, no debiste dejarme beber tanto…
-Tampoco estás tan borracho, Herman – alegué tras observarle dar un par de caladas a su cigarrillo. Ni siquiera se le había caído la ceniza fuera del cenicero -. Venga, ¿la querías mucho?
-¡Claro! fue la primera mujer con la que me acosté – me soltó con aplastante obviedad haciendo que me retorciese de risa.
-¡Herman! ¡Un caballero no dice esas cosas! – le reprendí casi por obligación.
Lo cierto es que me había parecido graciosísimo. Quizás porque me resultó un razonamiento demasiado tierno que no me esperaba. Había admitido que la quería mucho haciendo referencia a que ella había sido la primera, como si eso fuese algo inherente. ¡¿Qué coño hacía aquel hombre en las SS?! La primera vez que yo me había acostado voluntariamente con alguien, amor, cariño o afecto eran tan sólo palabras del diccionario.
-¿Por qué no? Sólo lo he dicho aquí, entre nosotros dos… no vayas pregonándolo y punto. A mí no me importa que lo sepas – admitió sin tapujos -. ¿Y qué hay de ti?
-Yo tampoco soy virgen – admití correspondiendo su sinceridad.
Herman cerró los ojos y acto seguido estalló de risa mientras se dejaba caer en la alfombra. Me pregunté qué le hacía tanta gracia pero no me atreví a entonar la pregunta, esperé a que dejase de reírse, segura de que él mismo lo haría.
-Vale, supongo que las damas sí dicen esas cosas… de cualquier manera, sólo te estaba preguntando si habías tenido alguna relación seria.
Me sonrojé un poco pero no fui capaz de contener las carcajadas cuando se explicó. Comenzamos a reírnos de un modo enfermizo y cuando conseguí calmarme lo suficiente, le di una respuesta.
-Claro. Tuve un par de “relaciones serias” –. De repente me asustó la idea de defraudarle así que me sentí casi obligada a darle a entender que yo también me había entregado por amor -. Bueno, ¿y qué pasó luego? ¿Por qué lo dejasteis?
-Porque le dije que quería tener al menos ocho hijos y se escandalizó – dijo de una forma muy seria. Quería reírme, me parecía ridículo pero me aguantaba la risa porque era la historia de su ruptura -. Es broma – dijo su voz liberándome de la barrera que contenía mis carcajadas – no te rías tanto, ¡habría que ver tu cara si un hombre te dijese eso!
-Bueno, en ese caso sería yo la que me riese de él porque no puedo tener descendencia -. Herman se incorporó sobre sus codos y tras apagar el cigarro en el cenicero me miró fijamente.
No se lo creía pero yo no estaba bromeando. Me habían violado brutalmente con trece años. El hombre que lo hizo me había llegado a dar por muerta, así que considerando los daños internos que aquello me causó, quedarme estéril era casi lo más leve que podía haberme pasado.
-¿En serio? – Me preguntó – pues no parece que te importe mucho, creí que te encantaría tener niños, eres institutriz.
-Es que me así con trece años, ni siquiera tuve la oportunidad de plantearme seriamente si querría descendencia.
-¡Venga, Erika! ¡Sé que me estás tomando el pelo! – Exclamó tras unos minutos de silencio.
Me reí. Pero lo hice de su incredulidad. Le insistí en que era verdad, le solté la historia de siempre; que me había ocurrido a raíz de que varios doctores no hubiesen sabido tratarme correctamente una rara enfermedad que casi me manda al otro barrio.
-Bueno, si es así, lo siento de verdad. Pero si es una broma, te acordarás de ésta…
-Me parece bien – admití sin darle importancia -. ¡Así que el Teniente Herman Scholz estuvo locamente enamorado…! – dejé caer en un suspiro para desviar la atención.
-Yo no diría tanto. Creí que lo estaba pero luego me di cuenta de que no.
Me quedé un rato mirando hacia el fuego, que se empeñaba en sobrevivir a base de quemar los restos de la leña que había consumido. Pensé en aquella novia de Herman y casi sentí envidia. Aquella mujer había tenido suerte, aparte de ser guapísimo y atractivo, seguramente la habría tratado bien. Sonreí al vacío y me aclaré la voz antes de retomar la conversación, que había ido decayendo un poco.
-Eso lo dices porque seguramente fue ella la que te dejó – dije con una voz débil. El furor del alcohol comenzaba a pasarse y ahora casi me costaba entonar -. Sé un hombre y admite que te enamoraste de ella, es más fácil.
-No, no es verdad – solté un vago quejido al escuchar de nuevo su negación pero siguió hablando –. Creí que estaba enamorado, pero después de que todo eso terminase, me enamoré. Por eso sé que antes no lo había estado.
-¿En serio? ¡Vaya! ¿Y quién era la otra? – Pregunté con curiosidad, me estaba empezando a interesar demasiado la vida amorosa de Herman.
-No hables en pasado, aún están las dos vivas… – protestó con cierta gracia.
-Perdona, lo hago inconscientemente al referirme sólo al espacio temporal que compartisteis juntos.
-Bueno, con esta última no he tenido nada. Me enamoré, nada más.
-¡¿Te dio calabazas?! – Exclamé riéndome de nuevo.
-No. Tampoco eso. No le dije nada.
-¡¿Por qué?! – Le exigí casi ofendida.
-No sé… – hizo una pausa para pensar algo y luego continuó hablando – supongo que porque las cosas no se me pusieron como yo esperaba. Además, ahora estoy muy enfadado con ella – añadió riéndose de algo que sólo él sabía y alargando la mano para coger la botella y terminarse la poca ginebra que quedaba.
-¿En serio? O sea, que aún estás enamorado de ella… – reflexioné mirando al techo sin que mi propia conclusión me hiciese demasiada gracia. Pero ahora tenía que seguir preguntando, si me callaba parecería una idiota y en el fondo, quería saber quién era la muy puñetera – ¿por qué estás tan enfadado con ella?
Herman se rió de nuevo y tras dejar la botella en su sitio para dejarse caer de nuevo sobre la alfombra me contestó.
-Porque hay algo que me preocupa muchísimo. Le he preguntado acerca de ello y sé que no me ha dicho la verdad.
No entendí nada. Tampoco me esforcé demasiado, desconecté en cuanto me dijo que “había algo que le preocupaba muchísimo”, eso significaba que tampoco iba a decir qué era lo que le preocupaba, así que al darme cuenta de que iba a encriptarlo todo, sus palabras dejaron de resultarme interesantes.
-Pues para empezar, tú tampoco le has dicho que estás enamorado de ella, así que no te enfades tanto. A lo mejor si se lo dices, se siente un poco obligada a decirte eso .Y si no, llévale chocolates, como haces conmigo… por cierto, ¿y mi caja?
-¿En serio crees que si se lo digo se sentirá “obligada” a ser sincera? – Preguntó con incredulidad.
-Te he dicho que pruebes, ¿dónde pusiste mi caja de chocolates?
-Vale, probaré. Tus chocolates están allí, en la mesa de comedor – dijo señalando hacia la mesa que había en la parte del salón destinada para el comedor – ¿voy a por ellos?
-No. Sólo quería saber dónde estaban.
Nos quedamos un rato en silencio, mirando al techo sin hacer nada más, sólo escuchando la lluvia y los débiles petardazos que el fuego provocaba sobre la leña de vez en cuando. Empezaba a creer que Herman se había quedado dormido, pero entonces me habló.
-Erika – me costó escucharle porque me llamó casi en un susurro. No contesté, sólo ladeé la cabeza para verle allí, mirándome desde más abajo, tumbados de forma que mis piernas quedasen apoyadas sobre su regazo formando un ángulo recto. Creí que me estaba vacilando porque no decía nada, pero de repente continuó hablando – ya he probado con los chocolates… – volvió a hacer una pausa. Juraría que estuvo a punto de reírse pero aguantó el tipo – me sentí un poco idiota cuando me di cuenta de que ni siquiera te los habías llevado – susurró sin apartar sus ojos de los míos.
Mi reacción fue nula. Me sentí como uno de aquellos animales disecados, con una expresión congelada e inamovible hasta el fin de los tiempos. Incapaz de apartar mis pupilas de aquellos ojos azules que seguían mirándome bajo la luz del fuego. Y aun con aquel rictus inducido por sus palabras, barajaba la opción de ir allí y besarle pero, ¿por qué habría de hacerlo? ¿Qué conseguiría yo a cambio? Quizás adelantar un poco el trabajo, ya que cuando volviese a casa, él sería mi nuevo objeto de marcaje. Pero todavía no lo era. Sin embargo, en un completo silencio que sólo se rompía con los atropellados latidos de mi propio corazón, sentí por primera vez en mi vida la necesidad de hacerlo desinteresadamente.
-¿Te molesta Furhmann? – Me preguntó despacio – dime la verdad, por favor.
-Sí – contesté tras mirarle un poco más en silencio.
Supongo que pensó que estaba debatiéndome entre si decirle la verdad o intentar mantener mi respuesta del día anterior. Pero sólo estaba mirándole, ya era consciente de que no sería capaz de mentirle después de que me hubiese dicho aquello. Mi corazón empezó a latir aceleradamente cuando Herman se incorporó mientras dejaba escapar un suspiro y se acercó para tumbarse a mi lado. Podría haber hecho miles de cosas, pero lo único que mi atrofiado cerebro me permitió hacer fue cederle un poco de manta para que se tapase. Lo hizo, se cubrió un poco y tras apoyar su cabeza sobre su brazo flexionado, volvió a mirarme de esa forma.
-¿Qué te hace?
-Nada – contesté. Su repentina declaración me había descolocado, pero no tanto como para contarle lo de Furhmann.
 

-Erika… – canturreó con los ojos cerrados, exigiendo de nuevo la respuesta – si no me lo cuentas tú, seguramente pensaré en cosas mucho peores. Anda, ¿qué te hace?

Suspiré pensando que eso ya era imposible, pero le solté una versión muy light sobre la manera que tenía Furhmann de molestarme. Omití cualquier contacto físico y armé para él una especie de “acoso” que se limitaba a alguna frase grosera de vez en cuando por parte del capullo de Furhmann. Decidí no incluir nada más en vista de que eso ya había sido suficiente para endurecer el gesto de su cara.
-Vale – dijo cuando terminé de narrarle mi escueta versión de los hechos -. Haré que le manden a otra parte, ¿quieres? – Abrí los ojos con incredulidad, ¿de verdad era así de fácil? ¿Contárselo a Herman y perderle de vista?
-¿Y tu madre? – Inquirí.
-Probablemente mi madre me pida que medie, o intentará mediar ella misma hablando con algún amigo de mi padre, pero nadie le librará. Te lo aseguro.
Justo en ese momento un relámpago iluminó de nuevo la habitación. Miré hacia la ventana y pude ver cómo la lluvia azotaba sin piedad los árboles que rodeaban la cabaña.
-Sabes que antes, cuando te pregunté si te daban miedo las tormentas, esperaba que me dijeras que sí para poder abrazarte… – me confesó con dejadez.
Giré para quedarme tumbada de lado, mirando hacia él. Y tras intentar controlar mi propia respiración o escuchar más allá de mis latidos, tomé el brazo sobre el que no estaba apoyándose y lo pasé alrededor de mi cintura tímidamente. Esperaba que fuese suficiente para que hiciese algo pero solamente me sonrió, así que mi siguiente paso fue arrimarme a su pecho y esconder mi cabeza bajo la suya. Olía bien a pesar de haber pasado un día al aire libre, haber regresado empapado y haberse secado encima de un oso bebiendo ginebra. Apoyé mis manos sobre su pecho, medio aturdida por la forma en la que mi sangre corría por mis venas, tan rápido que mis órganos apenas podían coger el oxígeno que necesitaban.
-Herman – le llamé con miedo. Su respuesta fue un vago sonido – lo de que estabas enamorado de mí… no sería una broma, ¿verdad?
-Depende – contestó después de reírse – ¿qué estás haciendo tú exactamente?
La pregunta me desconcertó pero el brazo que yo había colocado alrededor de mi cintura se estrechó suavemente para abrazarme, así que analicé mi comportamiento y contesté lo que me pareció más lógico.
-Intento que hagas algo.
-Bueno, entonces no. Para ser sincero, yo quería besarte pero me lo has puesto sustancialmente difícil al esconderte ahí. Creí que este abrazo era mi premio de consolación.
Sujeté una risa nerviosa hasta convertirla en una sonrisa invisible y separé mi cara de la parte baja de su cuello para elevarla hacia arriba y verle todavía apoyado sobre su mano. No dijo nada, estiró el brazo que sujetaba su cara y coló el antebrazo bajo mi nuca. Dejó que mi cabeza descansase sobre él mientras me volvía a dejar cuidadosamente boca arriba, al abrigo de aquel torso que me incapacitaba por completo para determinar qué hacer con mis temblorosas piernas, o para hacer que mis pulmones retomasen la misma frecuencia de trabajo de siempre. Pero yo no culpaba a mi cuerpo, reconocía la insalvable dificultad de hacer todo aquello mientras los ojos de Herman me miraban a menos de un palmo de distancia. Como también reconocía que suficiente hacía mi corazón al no pararse cuando aquellos labios comenzaron a descender sobre mí. Cortándome la respiración justo antes de establecer un dulce contacto, como si el aire que me mantenía con vida hubiese podido enturbiar un momento tan crucial.

Me besó con conmovedora inseguridad, moviendo los labios lentamente y abandonando mi cintura tras un par de segundos para sujetar mi cara, como si yo fuese a cometer la tontería de apartarla. No lo hubiese hecho por nada del mundo, lo que sentí cuando mi boca empezó a moverse guiada por la suya marcó la diferencia desde el primer momento. Podía repetirme que Herman era sólo un trabajo más, uno agradable que no me costaba hacer o que disfrutaba haciendo, pero estaba lejos de ser “uno más”. Y en el fondo lo sabía perfectamente, porque resultaba imposible obviar lo que le hacía diferente. Él hacía que todo cambiase, el ruido de la lluvia cayendo a mares allí fuera me pareció el ruido más sugerente del mundo, porque yo estaba al abrigo, a menos de un par de metros de un fuego casi extinto que seguía regalándonos sus últimos esfuerzos por mantener una agradable temperatura. Todo era inmejorable entre unos brazos que echaría de menos en el mismo instante en que me abandonasen, al igual que los labios que estaba besando o la cara que de repente rodeaba una de mis manos mientras la otra tanteaba un pecho tan firme como el antebrazo que soportaba mi cabeza.

Comencé a desabrochar los botones de su camisa mientras su mano se enredaba en mi pelo y nuestras lenguas se encontraban tímidamente en un primer abrazo que enseguida perdió la inocencia para dejar claro lo que ambos queríamos. Mis manos llegaron al último botón visible y tiraron de la camisa hacia arriba para liberarla del perímetro del pantalón al que Herman la había sometido. Todavía quedaba un botón más, uno que me pareció insignificante porque ya podía sentir su pecho desnudo a centímetros del mío. Lo acaricié. Deslicé mis manos desde su vientre insultantemente plano hasta su amplio tórax, dirigiéndolas luego hacia una espalda perfecta a través de unos hombros que se mostraban tensos mientras Herman se posicionaba entre mis piernas sin dejar de besarme y yo recorría una y otra vez la musculatura que había dejado al descubierto su camisa.
Su boca se despidió de la mía con un tenue y sensual movimiento que aunque daba a entender que volvería, resultaba ligeramente desesperante en un momento así, cuando yo ya me había acostumbrado a ese epicentro que eran nuestros labios. Su torso también se escapó de mis manos cuando él se incorporó hasta quedarse de rodillas entre mis piernas flexionadas. Se quitó la camisa sin dejar de mirarme y apoyó sus manos en mis caderas, deslizándolas sobre la ropa hasta encontrar el cierre de mi pantalón de montar. Dejé caer los párpados cuando sus dedos lo desabrocharon sutilmente, imaginándome ya aquellas manos desnudándome de aquella forma, erizándome la piel con su simple tacto. Suspiré débilmente cuando tras deslizar mi camisa fuera del pantalón abierto, comenzó a abrir el último botón, descamisándome al revés de como yo lo había hecho con él.
-Erika… – me susurró mientras sus manos desarmaban la siguiente barrera. Abrí los ojos y le encontré ligeramente inclinado sobre mí, mirándome de esa forma tan placenteramente aplastante – aun a riesgo de que esta noche tenga que seguir soñando por mi cuenta… – dijo lentamente antes de hacer una pausa y agacharse para besarme cerca del ombligo mientras seguía abriendo botones – supongo que sería correcto preguntarte si no prefieres esperar… – mi sujetador acababa de quedar al descubierto e hizo otra pausa para besarme entre ambos pechos – y también supongo que tengo que decirte que en caso de que quisieras hacerlo, no me importaría… – me reí antes de que terminase de desabrocharme la blusa y me besase el cuello mientras volvía a tumbarse sobre mí -. Aunque puestos a ser sinceros, esto último lo digo por ser cortés, porque sí que me importaría un poco. En realidad tendría que decirte que en caso de que quisieras esperar, quizás me enfadase conmigo mismo durante un par de segundos, pero ni siquiera lo notarías, así que puedes decirme la verdad…
-Muy bien Herman, te diré la verdad – le prometí mientras volvía a rodear su cuello con mis brazos -. Si alguna vez hubiese tenido ganas de esperar, se me habrían pasado en cuanto te quitaste la camisa – mi respuesta le causó un ataque de risa que controló para darme un beso.
-A veces eres demasiado sincera para ser una dama, ¿nunca te lo han dicho? – Pensé sobre lo que acababa de preguntarme, llegando a la conclusión de que efectivamente, no me lo había dicho nadie. Iba a contestarle pero uno de sus dedos silenció mis labios – Mejor no digas nada, cuando callas eres la criatura más adorable del mundo.
Casi me enfado. Casi, pero no pude porque sus labios atraparon mi labio inferior con inmenso cariño antes de dejarse caer hacia mi busto regalándole a mi cuerpo sensuales caricias y besos mientras me despojaba de cada una de mis prendas hasta dejarme completamente desnuda en una semioscuridad truncada por la luz que emitían las brasas a las que se había reducido el montón de leña de la chimenea. Apenas podía ver su cara con claridad mientras besaba mi vientre, pero su simple roce era irresistible e incomparable a la vez. Hacía que no necesitase nada más y que sin embargo lo desease. Siempre me había preguntado cómo sería en la cama, y siempre me había gustado concluir que debía ser atento. Pero lo que nunca me había imaginado, era la especial tranquilidad que suponía ser el centro de sus atenciones, o lo bien que sentaba que sus labios te besasen, sin importar dónde, porque cualquier sitio que escogiese resultaría idóneo. Era sencillamente fantástico.
Mi ensimismamiento en sus manos y su boca se rompió cuando su lengua me arrancó un profundo suspiro al hundirse en mi sexo, recorriéndolo de una forma tan suave que en un momento dado hizo que mi cuerpo temblase levemente. Estuve a punto de reírme de mi propia reacción pero me gustaba demasiado lo que Herman me hacía y el minucioso trabajo de su boca volvió a atraparme rápidamente. Me concentré en aquello, me gustaba más que nada de lo que me habían hecho hasta el momento, y estuve a punto de decírselo pero me limité a intentar controlar mis inspiraciones y espiraciones al recordar que me había dicho que cuando callaba era la criatura más adorable del mundo. Así que preferí seguir siendo adorable para él y no permitirme más que esos gemidos que no lograba contener mientras me abandonaba por completo a una dinámica que me llevaba directa a donde tanto me costaba llegar en otras ocasiones. Y entonces, cuando mi cabeza comenzaba a apoyarse sobre el suelo haciendo tanta fuerza que casi lograba elevar mi espalda y una de mis manos se aferraba a un mechón del lomo de aquel oso enfadado, Herman paró.
Por un instante me sentí sola a pesar de sentirle allí cerca, a muy poca distancia sobre mí. Abrí los ojos y vi su cara justo antes de que se perdiese en mi cuello, dejándome sentir más besos. Pequeños y diminutos contactos de sus labios sobre mi piel mezclados con su aliento, con su respiración y con ese aroma que él mismo desprendía, un aroma masculino y agradable que no le había abandonado a pesar de las adversidades del día. Ya no llevaba ropa encima, me di cuenta cuando dejó caer sus caderas entre la confluencia de mis muslos y su dura calidez se apoyó sobre la mía, blanda e impaciente por acogerle. Impaciente por ver cómo Herman Scholz se movía dentro de una mujer, e impaciente porque aquella mujer, era yo. No me hizo esperar demasiado. Elevó su cara sobre la mía mientras dejaba que su miembro excitantemente erecto tantease la entrada a mi cuerpo a la vez que yo le abría mis piernas un poco más en mi afán por facilitárselo todo lo posible, y comenzó a entrar. Despacio, con la misma delicadeza que había puesto en cada uno de sus movimientos anteriores. Alcanzando su meta casi con pereza y alejándose de ella, de nuevo con una estudiada parsimonia que empujaba el deseo como un resorte contenido y liberado de repente. Me resultaba imposible no retorcerme bajo su cuerpo, no apretar sus tríceps cuando su pelvis encajaba lentamente en la mía o no intentar seguirla cuando retrocedía para volver a empezar otra vez. Y todo mientras me miraba desde una penumbra que sólo nos dejaba percibir lo justo, mientras me apartaba el pelo de la cara y aprovechaba para acariciarla o mientras me callaba con algún beso que lograba hacerme caminar sobre la cuerda floja, a punto de caer de cabeza a un mar de placer infinito que resultaba tan tentador cuando sentía que estaba a punto de zambullirme en él… y de nuevo Herman, echándome una mano, descansando en mi interior durante el tiempo exacto que yo necesitaba para no caer. Frustrándome durante unas décimas de segundo por sujetarme de aquella manera tan cruel y recompensándome de nuevo con sus dulces movimientos cuando el peligro había pasado.
Sujeté su cara, sonriéndole con la boca entreabierta que mi torpe forma me respirar me obligaba a mantener e intentando mantener aquella mirada que no perdía detalle de mis reacciones. Me pareció que sonreía sutilmente antes de que su cabeza bajase una vez más hasta la mía. Esperaba uno de esos besos pero sentí el roce de su nariz en mi mejilla al mismo tiempo que una de sus manos cubría mi frente y parte de mi sien, conformando un marco para mi cara mientras su cuerpo se posaba por completo sobre el mío, sin dejar de empujar en ningún momento, pero en su línea, sin acelerar más de la cuenta. Obligándome constantemente a sentir cada detalle de cada vaivén mientras mis piernas rodeaban su cintura, dispuestas a quedarse allí el tiempo que hiciese falta, aunque todo parecía indicar que no iba a ser mucho más.
Su aliento se estampó cerca de la comisura de mi boca al tiempo que un rebelde empujón parecía escaparse del guión proporcionándome una dosis extra de placer y excitación. Busqué sus labios, encontrándome con ellos sin esfuerzo tras hacer un leve movimiento que los dejó directamente sobre los de Herman, y entonces mi lengua corrió directa hacia la suya, buscándola descaradamente para que no me pusiese ningún freno, para decirle explícitamente sin ningún sonido más que el de nuestros gemidos, que necesitaba que me dejase caer y que ya no me sujetase, ni me mirase, sino que cayese conmigo.
 

Y él lo entendió, porque la mano que cubría mi frente se desplazó hasta sujetar mi nuca mientras su boca me besaba con una fogosidad marca de la casa, porque tampoco llegaba a descuidarse en lo que parecía descontrolado, y eso resultaba irresistible viniendo de él. Tan irresistible como su vientre deslizándose sobre el mío a la vez que me penetraba con una extraña mezcla de énfasis y cuidado. Siempre sin perder el control, incluso en el momento en el que el aire de su garganta se escapó dando lugar a un quejido que se coló en mi boca e hizo que mi piel se erizase bajo la suya mientras mis caderas se tensaban, arrastrando su sexo dentro de ellas y haciendo que nuestros movimientos terminasen en aquello que yo ansiaba de un modo que rozaba la desesperación. Recuerdo que me aferré con fuerza a su cuello, que cerré los ojos mientras nuestro gimoteo resonaba en mis oídos y que Herman me besaba en la yugular justo antes de que mi cuerpo se saturase y experimentase el orgasmo más intenso al que jamás me habían arrastrado. Un orgasmo que me mostró un exponente del placer que yo desconocía y que se prolongó hasta que nuestro gran final comenzó a despedirse entre espasmos cada vez más débiles y escasos en el tiempo.

-Querida, necesito respirar… – me susurró una voz ahogada en un agónico tono. Aflojé mis brazos para que pudiese despegar su cabeza de mi cuello y me disculpé un poco avergonzada por apretarle de aquel modo, ¿a cuántos Scholz necesitaba ahogar? – ¡Gracias! – Exclamó tras inspirar y espirar profundamente un par de veces y antes de darme un beso en la frente haciendo que me temblasen las piernas mientras las retiraba de su cintura. Nunca me habían besado en la frente -. No te molestaría si no fuese importante, pero respirar suele serlo, ¿no crees?
Asentí mientras observaba su pelo despeinado bajo la suave luz. Le quedaba bien y parecía incluso un par de años más joven. Acaricié su mandíbula en silencio, mientras notaba todavía su miembro en mi interior, comenzando a menguar. Tampoco nadie se había quedado antes tanto tiempo allí, y paradójicamente, el gesto me resultó demasiado íntimo. Me besó la palma de la mano y se incorporó despacio. Primero elevando el torso sobre sus brazos y luego haciendo lo mismo con las caderas y sus piernas. Pero no llegó a levantarse, sobrepasó una de mis piernas y se dejó caer a mi lado, ofreciéndome cobijo bajo uno de sus brazos tras alargar la mano para coger un par de cojines del sofá más cercano. Me resguardé allí, con la cabeza apoyada en el brazo que me rodeaba hasta caer sobre mis costillas y esperando a que Herman terminase de extender una de las mantas sobre nosotros. Cuando terminó de hacerlo me relajé y cerré los ojos, pensado en todo lo que acababa de ocurrir.
Lo primero que pensé fue en las caricias de Herman, que no me habían abandonado en ningún momento y todavía se resistían a hacerlo, aun cuando él casi se estaba durmiendo. Tenía que reconocer que aunque aquella firme teoría de que el sexo no tenía nada que ver con el amor siguiese en vigencia, merecía que le añadiese un apartado en el que dejase constancia de que no obstante, cuando una se siente querida el sexo es incomparable hasta el punto de ridiculizar con un polvo toda una vida de revolcones. Y si encima, el hombre que te regala todo eso es alguien como Herman Scholz… de repente reparé en algo que había olvidado por completo: estaba en brazos de un Teniente de las SS. ¡No debería haber hecho aquello! ¡Y tampoco debería quedarme allí! Debería levantarme, vestirme y dormir en la habitación que me había preparado. Acostarme con él sin ningún interés de por medio ya había sido suficiente, podía justificármelo, pero si me quedaba allí, entre sus brazos, no habría excusa posible. Abandonaría la categoría de “desliz” y entraría directamente en la de “hecatombe”.
<<¡Levántate! ¿A qué esperas?>> pensé mientras Herman apoyaba su mejilla sobre mi cabeza y me cubría un poco más con la manta, colocándola cuidadosamente bajo mi cara. Bueno, podía esperar un poco más. Quizás él también fuese a irse a cama y entonces sería más fácil.
-¿Estás dormida? – me preguntó un débil hilo de voz. Negué con una tonta sonrisa que no pude evitar -. ¿Entonces por qué no hablas?
-Porque cuando callo resulto adorable… – susurré acomodándome en su pecho.
Decidí mientras se reía que podía quedarme allí con él. Estaba de permiso, así que no estaba ejerciendo como torturador en serie y técnicamente no era “el enemigo”. Me di cuenta de que era la excusa más pobre e insostenible que me había dado jamás a mí misma, pero quería quedarme.
Erika… – levanté la cabeza un poco hasta visualizar su cara, confundida por el acento francés con el que había pronunciado mi nombre.
Oui?- pregunté con curiosidad mientras apoyaba la barbilla sobre la mano que tenía sobre su pecho.
Je t’aime – me susurró despacio. Me reí y me acomodé de nuevo sobre él, sonriendo en la semioscuridad del salón.
Moi aussi – dije finalmente después de un par de minutos. Consciente de que si antes estaba planteándome levantarme e irme, el hecho de decirle que yo también le quería no venía a cuento. Pero quería decirlo. Porque nunca me lo habían dicho y porque de todos los hombres que conocía, él era por desgracia o por fortuna, el único a quien me apetecía decírselo.
-¿Segura? Te ha costado mucho soltarlo… – su voz me hizo reír de nuevo.
-Sí, por ahora creo que sí – dije mientras me abandonaba al sueño entre sus brazos.
No sé en qué momento me dormí aquella noche, pero sí sé que dormí bien y que me desperté desnuda entre mantas, con la cabeza sobre uno de los cojines, bajo la luz del día que entraba por las ventanas y sintiendo un agradable calor. Miré hacia la chimenea, estaba encendida, la leña era nueva y todavía no se había consumido mucho así que Herman debía haberla encendido hacía poco pero, ¿dónde estaba? No había rastro de él y empezaba a pensar que quizás la noche anterior la ginebra me había ayudado a “idealizarle un poco”.
-Buenos días – escuché de repente sobre mi cabeza.
Giré sobre mí misma para ponerme boca abajo y al mirar hacia el lugar del que procedía la voz le encontré allí, sentado en el suelo con una manta echada sobre los hombros y ataviado sólo con sus pantalones mientras sujetaba una taza humeante. La visión de su torso me dejó claro que, al menos el físico, no lo había idealizado.
-¿Qué haces?
-Te miro – contestó con sinceridad.
-¿Por qué?
-Porque he hecho café y me estaba preguntando si preferirías dormir un poco más o tomarte el café caliente – me informó con una sonrisa antes de dar un sorbo -. Además, tengo que darte una noticia buena y una mala, ¿cuál prefieres primero?
-La mala -. Mi elección no debió gustarle demasiado a juzgar por la forma en que torció la boca.
-La mala es que los bollos de desayuno que me trajiste ayer se han puesto duros y la buena es que quedan bollos – fruncí el ceño creyendo que había escuchado mal -. Lo sé, no tiene sentido, pero es que tenías que haberme pedido primero la buena. ¿Café?
Acepté enrollando la manta alrededor de mi cuerpo y me desplacé caminando de rodillas hacia él. Iba a coger mi taza y sentarme en frente pero me hizo un sitio entre sus piernas y abrió sus brazos esperando que aceptase el lugar. Lo hice y avancé un poco más para sentarme entre sus piernas de forma que mi espalda se apoyase en su pecho. Me pasó la taza tras arroparme un poco y desayunamos mientras hablábamos. Decidí quedarme el resto del día y regresar por la tarde, antes de que Berta y su madre volviesen de Berlín. No hicimos nada, dormir a ratos, mirar la chimenea desde el sofá y dejar que el tiempo volase inevitablemente mientras nos regalábamos besos y muestras de cariño. Un derroche de afecto que llegué a interpretar como el pago atrasado que la vida me debía. Y entonces, cuando empezaba a sopesar la idea de regresar a la casa para decir que me ausentaría aquella noche, Herman me recordó que a pesar de lo poco que le entusiasmaba la idea, tenía que irme.
-Erika, ¿no te olvidas de algo? – me preguntó antes de que me subiese al caballo. Sonreí como una idiota y me acerqué de nuevo para besarle -. Está bien, pero me refería a los chocolates. Empiezo a creer que no te gustan tanto como dices… – me susurró antes de guardar la caja en las alforjas y volver a besarme.
Cabalgué riéndome sin saber de qué mientras los cascos de Bisendorff recorrían el camino sin interrumpirse. Cuando llegué a las cuadras Frank estaba esperándome.
-Señorita Kaestner, la señora ya ha llegado. Quería hablar con usted, al parecer le han mencionado que no durmió aquí anoche… – me anunció compungido mientras recogía el caballo de Herman. ¡Mierda! No supe qué decir ni qué cara poner, estaba pensando en una excusa cuando él siguió hablando -. Me he tomado la libertad de decirle que uno de los caballos había sufrido un cólico y que se había quedado a dormir en las cuadras para ayudarme por si pasaba algo… – la mandíbula inferior se me cayó en gesto de sorpresa. Se lo agradecí de todo corazón pero parecía tener algo más que decirme -. Mire, Furhmann vino ayer por la tarde. También quería verla pero nadie supo decirle a dónde había ido. Anduvo por aquí un buen rato, me pidió un caballo pero le dije que tenía órdenes expresas del señorito Scholz de no dejar salir ningún caballo con mal tiempo y acabó marchándose. Parecía enfadado.
-Está bien, muchas gracias por todo, Frank.
-Tenga cuidado con Furhmann. Me temo que no se creyó lo que le dije, se quedó mirando la cuadra vacía de Bisendorff con curiosidad.
Bueno, eso sí era un problema. La próxima vez que tuviese que verme las caras con él estaría de un humor de perros. Pero por lo menos, Herman estaría en casa. Me despedí de Frank agradeciéndole todo de nuevo y me retiré a la casa. La señora no parecía molesta, me dio las gracias por ocuparme de los caballos de su hijo en mi tiempo libre y me pidió que las acompañase durante la cena. Estaba contenta porque Herman iba a visitarnos. Tuve que hacer un esfuerzo titánico para no estallar de risa cuando me lo dijo como si me lo estuviese anunciando en primicia.
Al día siguiente, el Teniente Scholz se presentó en casa como tal, y tras un par de días recibiendo visitas y llamadas de amigos de la familia que se querían felicitarle por el ascenso o por su impecable carrera y labor en el cuerpo, encontró una ocasión para proponerme un paseo a caballo que terminó inevitablemente en la cabaña. Aunque Berta estuvo a punto de estropearlo porque nos pilló justo cuando salíamos hacia las caballerizas vestidos con ropa de montar. Finalmente Herman le prometió que al día siguiente, aprovechando que su madre se iría por la mañana para pasar el día en Berlín con un grupo de amigas petulantes, nos iríamos los tres a pasear. El monstruo aceptó con tal de saltarse nuestras clases.
Los días transcurrieron con normalidad, quizás con más rapidez de la que me gustaría, pero con tranquilidad. Y eso era algo que no venía nada mal en un sitio como aquel de vez en cuando. A veces resultaba difícil compartir mesa delante de su madre y del demonio de Berta, o estar pendiente del servicio cuando nos cruzábamos a solas. Pero incluso tenía su punto cómico, porque luego nos reíamos de ello durante horas cuando salíamos a pasear. El día que viajé a Berlín para enviar mi informe caí en la cuenta de que apenas había conseguido información que remitir. Mencioné el ascenso de Herman y lo poco que sabía acerca de aquel cargo que le esperaba, pero sonreí cuando dejé el sobre en aquella trastienda al pensar que podría haber añadido una posdata diciendo que había sido la mejor semana de mi vida, pero me largué en cuanto la idea me tentó demasiado. Pensarían que había perdido irremediablemente la cordura. Aproveché el viaje para hacer un par de compras en la ciudad y al regresar a casa me encontré a Berta leyendo un libro en voz alta sentada en medio del salón. Sí, era cierto que la niña me importaba bien poco, pero incluso para ella era un comportamiento demasiado extraño. Me paré en la puerta y decidí echar un vistazo. Lamentablemente, me arrepentí en cuando di el primer paso hacia el interior de la estancia.
-¡Señorita Kaestner! ¡Qué alegría! – Exclamó la voz de Furhmann con una sarcástica inocencia – quédese escuchando esta magnífica historia que me está leyendo Berta.
-Tengo cosas que hacer – le espeté de un modo cortante.
-En ese caso, deje que la ayude… – dijo levantándose.
-No, no es necesario. Supongo que todo eso puede esperar – cedí cambiando de opinión en el mismo momento en el que aquel capullo se había levantado. Berta me miró extrañada mientras me acercaba a la ventana – ¿dónde está tu madre? – Le pregunté.
-Ha ido un momento a casa de los Fischer. Dijo que no tardaría.
-¿Y tu hermano? – La niña se encogió de hombros haciendo que el aire de mis pulmones saliese despedido de una forma sonora mientras Furhmann me dedicaba una asquerosa sonrisa – está bien, sigue leyendo.
Berta obedeció. Siguió leyendo al mismo tiempo que yo buscaba desesperadamente un indicio de que Herman andaba cerca, pero no lo encontré. Y las cosas se pusieron feas porque Furhmann caminó lentamente por la estancia en dirección a la misma ventana que yo estaba a punto de abrir para salir si era necesario.

-Berta, ¿qué tal las clases de francés con la señorita Kaestner? ¿Te gustan? – preguntó la voz de Furhmann a escasa distancia de mi espalda.

-No mucho – reconoció la niña.
-¿De verdad? Pues a mí me han dicho que la señorita Kaestner domina el “francés” a la perfección… – cerré los ojos tratando de respirar a un ritmo normal mientras una mano se posaba sobre mi hombro -. De hecho, me encantaría poder tener la oportunidad de que me enseñase ese amplio dominio que tiene…
-¡Furhmann! – Exclamó la voz de Herman desde el umbral de la puerta, haciendo que aquella mano se retractase y guardase las distancias al instante – ¿qué está haciendo aquí?
-¡Herman! Me alegro de…
-Teniente Scholz, si no le importa – le interrumpió Herman mientras yo caminaba hacia Berta y le pedía que se fuese a la habitación.
-Tiene que cuadrarse, le han ascendido – dijo la niña antes de levantarse con el libro.
-Preciosa, esas cosas no se hacen entre amigos. Tu padre tenía un rango mucho más alto y nunca me exigió tal cosa… – le explicó con seguridad. Berta suspiró airosa y se retiró -. Estaba cuidando de tu hermana. Tu madre ha ido a…
 -No me importa lo que tenga que decirme – le espetó Herman interrumpiéndole de nuevo -. Y tampoco me importa lo que mi padre le exigía o no le exigía. La manera de proceder que tenía usted con él se la guarda para cuando visite su tumba, si es que hace tal cosa. Por lo que a mí respecta, tendrá que guardarme el debido respeto. Y más si está en mi casa. Así que si algún día le tengo delante y usted no se cuadra, sepa que mi queja llegará al comité de regulación interna antes de que salga por esa puerta.
Me quedé en el salón lo justo para ver cómo Furhmann se enderezaba ante Herman y después abandoné la estancia. Aunque me quedé al lado de las escaleras para escucharles.
-Sí, mi Teniente – contestó aquel cabrón con mucho menos entusiasmo del que ponía al manejar el doble sentido cuando hablaba de mi francés delante de Berta.
-Bien, ahora déjeme que le diga algunas cosas. Lo primero es que si vuelvo a encontrarle diciéndole gilipolleces de semejante calibre a una niña de doce años, me ocuparé personalmente de que se aburra usted del “francés”. Lo segundo es que si vuelve a molestar a Erika o a cualquier empleado de esta familia, y voy a enterarme si lo hace, también me ocuparé de que no le queden ganas de volver a hacerlo. Y lo tercero que quiero mencionarle es que si tiene usted la soberbia cara de volver a coger un caballo de las cuadras Scholz sin mi expreso consentimiento, también me ocuparé de que no quiera volver a tener un caballo cerca en lo que le resta de vida. ¿Me ha entendido?
-Sí, mi teniente – repitió con una voz castrada.
-Bien. Por último, sólo quería desearle suerte en la campaña del Frente Oriental.
-¡¿Qué?! – Exclamó de repente.
-¿Todavía no le han informado? – Le preguntó Herman.
-No, ¿de qué?
-Se va a Rusia el lunes de la semana que viene. Me lo mencionó el General Berg cuando me llamó ayer. Él también le desea suerte – le soltó haciendo que yo casi me desmayase en las escaleras a causa del tremendo alivio que sentí al escuchar aquello. Si Furhmann tenía la oportunidad de dejarse caer por casa después de lo que acababa de pasar, tendría que matarle o sería él quien me matase a mí -. Luche con dignidad y haga méritos. Le están dando la oportunidad de formar parte de la historia.
-¡Hijo de la grandísima puta! ¡Esto es cosa tuya, ¿verdad?! ¡Hablaré con tu madre! ¡Ella también tiene amigos, ¿pero quién coño te has creído?! – Gritó Furhmann. Su voz me sobresaltó. Creí que después de aquello llegarían a las manos, al fin y al cabo, yo conocía en primera persona lo tremendamente fácil que le resultaba a Furhmann sacar el puño a paseo.
-Dentro de un par de días recibirá la sanción correspondiente a tan gravísima falta de respeto y disciplina – le informó Herman con la mayor de las tranquilidades -. Espere a mi madre fuera, no le gusta que fumen aquí.
Me escondí de la puerta del salón en el entrante que dibujaban las escaleras pero Herman se dio de bruces conmigo cuando tomó la misma dirección. Me agarró suavemente el brazo y me obligó a subir con él.
-¿Estás bien? – me preguntó en el segundo piso mientras caminábamos a través del pasillo.
-Sí. ¿De dónde saliste? ¿De verdad le mandan a Rusia?
-Estaba en el despacho de mi padre, hablando por teléfono con Berg. ¡Ya lo creo que le mandan a Rusia! Sabía que todavía no le habrían informado porque acababan de confirmarme por teléfono que finalmente le llamaban al frente. Pero cuando bajé y me lo encontré allí, no pude esperar para decírselo – me contó con una sonrisa mientras abría la puerta de su dormitorio.
Me quedé en el pasillo, dispuesta a esperarle allí mientras hacía lo que tuviese que hacer.
-Vamos, pasa – me pidió.
Obedecí su voz y le seguí a la estancia, era la primera vez que entraba allí, parecía más amplia desde dentro pero apenas pude apreciarla. Herman cerró la puerta y me condujo a cama mientras sujetaba mi cara y me besaba sin tregua.
 

Relato erótico: “Numeros Primos I – Cony 1” (PUBLICADO POR MEWLEN)

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Las visiones eran cada vez más vívidas; le costaba diferenciar entre el sueño y la vigilia. Los medicamentos la ayudaban en algo a dormir, pero le advirtieron que el proceso de desintoxicación no sería agradable. No es que realmente tuviera alternativa, dado su estado de ingreso. Al menos volvía a soñar, se dijo… después de la balacera recordaba realmente muy poco.

Sintió acercarse a una enfermera. No fue capaz de reconocer su cara, pero al menos el tono de su voz era firme… algo de lo que aferrarse.

– La dosis de la tarde -le dijo escuetamente, mientras le aplicaba la inyección-

El dolor de la aguja le resultó ajeno. Hacía años que se había acostumbrado a la sensación. Miró la lámpara fluorescente del techo y trató de enfocarse en no sentir. Deseaba dormir más que nada en el mundo, pero los remanentes de Cristal en sus venas se lo impedían. Sentía su cuerpo como algo ajeno, y los cambios de humor no la ayudaban.

La enfermera se cercioró que sus esposas estuvieran bien firmes y apagó la luz sin siquiera despedirse, dejándola sola con una larga noche a la que enfrentar.

Era el quinto día; le habían dicho que sería el más difícil…

No le mintieron.

Lo primero fue el sentimiento: la rabia homicida que se alzaba en su cabeza. Si hubiera estado libre probablemente se habría volcado a atacar a quien estuviera a su alcance, pero las malditas esposas no cedían por más que hiciera fuerza. Llegó al extremo de hacerse sangre en las muñecas y tobillos, pero la cama no cedió. Después, comenzaron las visitas. Raúl… su amado Raúl… su cadáver lleno de impactos de bala… Peter, siempre riéndose de su ingenuidad… Danny, su última ilusión… Alfredo, su tabla de salvación… su nueva oportunidad… Gabriel, el hombre que más odiaba… y aquella figura sombría en la esquina… la niña triste… inexpresiva… su hija, Claudia.

Las imágenes comenzaron a cruzarse en su cabeza. Pasado, presente… quizás futuro, no lo sabía a ciencia cierta… gritó, luchó, forcejeó, convulsionó… no supo si quedó inconsciente o simplemente dormida.

Y recordó…

– Desnúdate -fue su saludo-
– ¿¡Perdón!?
– ¿Eres Dolores, no es cierto?
– Sí, sí, Dolores Hidalgo
– No… con ese nombre no me sirves… busca algo más llamativo para los clientes… ahora desnúdate, necesito ver la mercancía.

Tímidamente comenzó a quitarse la ropa. Danny, un hombre en la vida que deseaba dejar atrás, le hizo darse cuenta que la única forma de ganarse el sustento que tendría sería si trabajaba vendiéndose. No quiso aceptarlo en un principio, pero el dinero se termina y, cuando tienes otra boca que alimentar, con mayor velocidad aún.

– Mira, no tengo todo el día. Tengo más chicas que entrevistar y, créeme, las candidatas sobran.

Terminó la labor de forma apresurada. No pudo evitar el llevar sus manos a sus senos, pero la mirada del hombre la hizo bajarlas hasta la cintura.

– Hmmm. Veo que Danny no me mintió. Definitivamente podrías servir. ¿Cuánto llevas en el negocio?
– Dos años -mintió-
– ¿Y cuántos clientes has atendido?
– Yo diría que unos doscientos -volvió a mentir-

El hombre se acercó más y comenzó a revisarla con más detalle. La situación le resultaba bastante incómoda; se sentía como un trozo de carne en el aparador… el hombre dió una vuelta alrededor de ella y, cuando terminó, tomó sus pezones y se los retorció fuerte.

– ¿¡Qué haces, cretino!?
– Cada vez que me mientas te castigaré. Exijo de mis empleados una honestidad total… Es fundamental en este negocio.

Dolores lo miró molesta, pero a la vez sorprendida. Hacía tiempo que nadie la trataba de esa forma… la violencia, medida, le resultó deseable nuevamente.

– Está bien, lo siento… ¿qué quieres saber?
– Todo…
– Muy bien: Me llamo Dolores Hidalgo, dentro de 22 días cumplo los 26 años, tengo una hija. me prostituyo hace dos meses y he tenido 21 clientes
– Demasiado pocos, con razón reaccionas así.
– Por favor, dame una oportunidad… Danny me dijo que trabajas con clientes que pagan bien; te aseguro que puedo hacerlos pasar un buen rato… ya he estado con gente así, simplemente no cobrando.
– ¡Pero vaya desperdicio, mami!. Tienes un cuerpo de diosa y ¿te lo han estado usando gratis?
– Eso es pasado… Por favor… necesito el trabajo.
– A ver -dijo el hombre rascándose la cabeza-… es cierto: Danny siempre tuvo buen gusto en cosas de mujeres, pero tú claramente careces de experiencia.
– Mira… pruébame. Si después de una noche conmigo sigues diciendo lo mismo me voy por donde vine.
– ¡Una noche!… lo siento, mami, pero mi tiempo es valioso -dijo mientras se quitaba el reloj, una imitación de Cartier horrorosa-… tienes una hora; el tiempo corre -dijo poniendo la alarma de su reloj-.

Cerró los ojos y respiró profundamente un par de veces. “Imagina que es Raúl”, se dijo… se concentró en ese pensamiento y dejó que la inundase.

Se acercó a él y lo tomó suavemente por la cintura. Se empinó ante su cara y depositó en sus labios un tímido beso. Deslizó una de sus manos por su espalda mientras separaba sus labios, mirándolo lascivamente y mordiendo su propio labio inferior. No sintió si había logrado excitarlo, pero pudo ver un cierto brillo aprobatorio en sus ojos.

Se lanzó nuevamente en pos de sus labios, esta vez con más ahínco. Subió la mano de la espalda a la nuca y jugueteó con su ondulada cabellera rubia, mientras sus pezones hacían contacto con su camisa. El hombre comenzó a responder, pero sin desear tomar la iniciativa. resultaba claro que se trataba de una prueba y, estuviera disfrutándolo o no, el negocio estaba primero.

Ella se separó y retrocedió lentamente hasta sentarse en la cama. Juntó sus piernas y las puso de lado, proyectando una imagen de inocencia claramente estudiada, mientras apoyaba sus manos en la colcha. Sus labios se movieron sin emitir palabra y lo atrajo hacia sí solamente usando la mirada. El se acercó a ella colaborativo. La mujer comenzó a besar su abdomen mientras magreaba suavemente su trasero y se tomó un par de minutos en comenzar a quitarle el pantalón.

– ¿Siempre te tomas tu tiempo? -inquirió él-
– Casi siempre… quiero que mis clientes disfruten, que vuelvan a desear estar conmigo.
– Bien… detestaría que fueras otra buscadora de dinero que no sabe ni siquiera como mamar una verga

Entendió sus deseos y procedió segura. Le quitó el pantalón, arrodillándose a sus pies con sensualidad y luego le quitó las sandalias. Sus pies se le antojaron atractivos, así que decidió besarlos y lamerlos un poco. Miró hacia arriba y encontró aprobación, aunque no excesiva, así que se movió serpentinamente hacia su espalda mientras con sus manos indagaba dentro de sus boxers: encontró su verga a media asta. Se sorprendió cuando su tacto le reveló la circuncisión del hombre, pero este no hizo ademán de molestias antes las caricias sin lubricación. Alzó las manos hasta los pezones de su amante y desde allí trazó dos rutas curvas, acariciando cada centímetro de su pecho y abdomen. A la hora de liberar el pene de su prisión, lo hizo desde atrás, asiendo el boxer con los dientes y tirando de él hacia abajo con el peso de su cuerpo. Mordió luego suavemente sus nalgas e, incorporándose, pasó a ocupar el frente del hombre. Llevó una mano a su cuello y lo besó, esta vez intensamente, trenzando sus lenguas en un dulce combate de jadeos, mientras que con la otra mano comenzaba una suave paja. Por fin su amante respondió y comenzó a acariciarle las tetas, de forma suave, pero firme.

Se tomó su tiempo en excitarlo, deseaba disfrutarlo también. Prefirió esperar a que estuviera completamente erecto para utilizar su boca en su sexo. Bajó lenta y sinuosa hacia aquella enhiesta verga, dejando una camino de saliva a su paso. Juntó saliva unos segundos y apretó los labios. Quiso que él sintiera como si estuviese profanando una boca virginal… que le hiciera pensar en su ano. Comenzó a forzar su verga lentamente a que entrara en su boca de tal manera que la ilusión fue perfecta, tanto así que comenzó a arrancarle gemidos de genuino placer a su amante. Mantuvo apretados los labios con la fuerza suficiente para que él no perdiera un ápice la erección, mientras jugueteaba con su glande usando su lengua. El mensaje era claro, y él lo entendió.

– Muy bien, mami… si así lo quieres, voy a cogerte la boca

Puso sus manos en su cabello y lo acarició con delicadeza, mientras lentamente comenzaba a penetrar aquella boca. La garganta de Dolores comenzó a ser visitada con más insistencia por aquel glande. No supo bien porqué, pero comenzó a babear de una forma desconocida para ella hasta ahora.

– Bien… veo que te gusta lo que te hago… ahora, ¡traga!

Le incrustó con fuerza el resto de su tranca. La mujer fue tomada por sorpresa totalmente; creía que tenía el control de la situación, pero se equivocaba por completo. El vaivén de las caderas del hombre se hacía todavía más profundo y más rápido, mientras presionaba su cabeza firmemente contra él. Aún así, tuvo la prestancia para no perder el control; era demasiado lo que se jugaba, no pretendía volver con la cola entre las piernas, y menos a estar cerca de su ex-esposo. El hombre comenzó a acariciar su cabeza mientras le hablaba.

– Que maravilla… no te atragantaste… perfecto… no me has rozado con tus dientes… uffff… que delicia, mami… me das mucho placer, para ser una novata eres maravillosa… ya me vengo, sigue, sigue…

Reemplazó sus movimientos por fuertes embestidas en la boca de la mujer, buscando a la carrera el orgasmo. Ella contó once empellones que, contrario a experiencias anteriores, le provocaron una cierta excitación, hasta que pudo sentir cómo el pene del hombre comenzaba a sufrir los espasmos producto de tocar el cielo.

– Uffff, si, mami… veamos como te manejas con una buena corrida

No necesitó que le dieran pistas: el hecho que él le clavara la verga hasta el fondo de la garganta indicaba claramente, según ella, que quería que se tragase su semen, así que eso fue lo que hizo: Esperó que se descargara por completo en su boca e incluso succionó suavemente los restos que pudieran quedar dentro de su herramienta, para luego tragarlos sonoramente en dos mitades. El rostro de él era difícil de leer, pero al menos no se quejó cuando se puso de pie.

– Fue una muy buena mamada, mami… casi me haces olvidar que esto es un examen
– Y, ¿lo hice bien?
– Pues te diré: Te cogí bien la boquita, está claro que eres buena cogiendo, pero no es eso lo que necesito… al menos no es lo único que necesito
– ¡Lo que sea, haré lo que sea!
– Ya te dije, coges bien, pero… ¿que tal eres haciendo el amor?
– No te entiendo
– Eso mismo mami… mis clientes muchas veces son hombres o mujeres solos… a veces prisioneros de una vida sin amor. Para obtener una cogida, sexo, pueden hacerlo llamando a cualquier servicio de acompañantes… ¡y mira que en Miami hay montones!, pero yo no ofrezco sólo eso. Me parece bien que te tomes tu tiempo con tus clientes, y la mamas de maravilla, pero yo necesito más de tí… lo necesito todo.

El comenzó a tomar sus prendas, dispuesto a retirarse, pero ella lo detuvo.

– Me diste una hora
– Así fue, pero no creo que tenga sentido extender esto
– Calla… recién pasan de los 25 minutos.

Lo empujó suavemente a la cama. Él sonrió, quizás divertido por la determinación de la mujer.

Cambió de estrategia y se arrojó sobre él casi desesperada. Tomó su cara entre sus manos y la llenó con una lluvia de besos tal que él no tuvo más alternativa que responder uniendo su boca a la de ella y tomando por asalto su lengua con la propia. El beso fue apretado, con pasión y deseo. Sus piernas se entrelazaron y comenzaron a rodar por la cama, alternando cada tanto sus posiciones. Jugaron así varios minutos, aumentando la temperatura de la habitación mientras la de ellos no se quedaba a la zaga. En un momento de calma, con él encima, lanzaron sus manos a explorar el cuerpo del otro; Mientras ella revolvía su cabello él comenzó a amasar sus tetas con fuerza, arrancándole a la mujer una serie de jadeos que exhaló dentro de su boca. La mezcla de olores pareció volverlo loco. Se separó de ella y se arrancó la camisa y el pantalón casi rompiéndolos, mientras ella lo miraba anhelante, extendiendo sus brazos hacia él.

– Ven, tómame -susurró-

La miró, quizás sorprendido. Esa no era la prostituta con la que había tenido una sesión de sexo oral ni bien hacían 10 minutos. Tenía antes sí una mujer, una mujer deseosa de su hombre. Su miembro no necesitaba tampoco mayores razonamientos: daba botes rítmicamente pareciendo respirar, olfatear la jugosa concha de Dolores. Se concentró en no olvidar que se trataba de un examen, pero todos tenemos nuestros esqueletos en el armario, y él no era la excepción. Logró resistir el llamado de la mujer a duras penas, hasta que ella decidió usar su última arma.

El hombre pudo ver en aquella penumbra el delicado centellear de las lágrimas que comenzaban a inundar los ojos de la mujer. Observó con cuidado y no eran lágrimas de pena o desesperación por obtener el trabajo. El rubor en sus mejillas y pecho, la hinchazón en los labios mayores y en las tetas, aunadas a aquella tentadora acuosidad en los ojos, gritaban a los cuatro vientos el hecho que la mujer lo deseaba, que de veras lo deseaba. Su vagina parecía gimotear al ritmo de su respiración, invitándolo a tomar por asalto aquella jugosa entrada, a permitirse un momento de debilidad.

Y ya no quiso resistir.

No, no la penetró. Aquello fue mejor, más íntimo, más propio.

Se deslizó sobre ella y sus sexos se acoplaron de forma casi perfecta. Dolores arqueó ligeramente su espalda cuando sintió que su pelvis chocaba con la de él, en una genuina muestra de gozo. Se abrazó al hombre con todo su cuerpo, tratando inconscientemente de maximizar el contacto de pieles. Él gimió en su oreja, complacido por el calor recibido.

– Ámame, aunque sólo sea por esta noche -dijo ella-

Tomó la pierna derecha de la mujer y la levantó hasta ponerla sobre su hombro, buscando hacer sus embestidas más profundas. Dolores levantó su pelvis, curvando así su vagina y haciéndola más estrecha, acto que él claramente apreció. La mujer comenzó entonces un bamboleo con su sexo que él, claramente, no se esperaba. la cadencia del movimiento se incrementaba lentamente y él comenzaba a sentir los primeros avisos de un orgasmo. Mordió delicadamente el interior del muslo de ella y la mujer reaccionó con una contracción en su sexo. Cambió de el hombro donde apoyaba su pierna y pasó a tener a la mujer a su disposición en una posición de tijera. Desde allí lanzó sus manos ágilmente a recorrer las generosas nalgas de Dolores, cosa que su cuerpo agradeció encharcando aún más su vagina.

Mantuvieron esa posición algunos minutos; él no quería venirse aún y ella disfrutaba viendo las expresiones de placer de la cara de él. Cuando alteraron su acuerdo de placer mutuo, fue ella la que terminó de pasar su pierna al otro lado, hasta quedar de espaldas, con él arrodillado detrás de ella. Levantó levemente su culo, lo suficiente para hacer algo de espacio bajo su abdomen. Él no demoró más de un segundo en tomarla por las piernas y atraerla hacia su verga, que esperaba ansiosa el contacto con aquel agujero que tanto placer le daba. La deslizó sobre sus muslos y la empaló decidido. La cogió, la folló, la garchó y la zumbó sin parar hasta que sintió acercarse su orgasmo. Dolores giraba su cabeza para verlo disfrutar de forma tan plena de ella, de su cuerpo, de su aroma, de su sexo. Vio el brillo en sus ojos cuando decidió lanzarse en carrera por el ansiado éxtasis y se apartó de él.

El hombre sintió deseos de matarla simplemente por dejarlo a las puertas del orgasmo, pero Dolores tenía otros planes. Dejó que pasaran un par de minutos mientras se volvía a poner de espaldas en la cama, esta vez con las piernas cerradas, acariciándose en el proceso. Él trató en más de una ocasión el volver al ataque, pero ella, juguetona, le impidió el paso. Masturbó su verga con los pies para no correr riesgos que él perdiera la erección y, cuando notó que su respiración se calmaba un poco, abrió lentamente las piernas, exhibiendo ante él una vulva hinchada y enrojecida; anhelante de acción. Nuevamente extendió sus brazos hacia él y con una voz algo quebrada lo invitó a volver a ella.

– Vamos, te deseo dentro de mí.

Volvieron a fundirse en uno. Se besaron apasionadamente mientras él la penetraba con firmeza y ella hacía lo posible para contraer su sexo y darle más placer. Sintió los pezones de ella rayar sus pectorales casi como cuchillas y eso fue el disparo final que acabó por matar su cordura. Metió sus brazos bajo las axilas de ella y, sacando sus manos por detrás, la asió de los hombros y comenzó a taladrarla frenéticamente. Ella también se abandonó entonces al placer y empezó a responder al ritmo de sus caderas con un frenético bamboleo de sus caderas, buscando aumentar la profundidad de las embestidas de su amante.

La alarma del reloj sonó entonces, avisando que el encuentro debía terminar. Él, con presteza, se quitó el maldito aparato y lo estampó contra la pared, haciéndolo añicos. Ella sonrió, entendiendo que él deseaba acabar propiamente el encuentro, y se concentró en seguir brindándole placer, incrementando lentamente la presión que hacía con su vagina, y simultáneamente sintiendo ella como el calor crecía dentro de su mojado e hinchado sexo. Se concentró en sus sensaciones, despertando recuerdos olvidados acerca de cómo complacer correctamente a un hombre. Se abrazó a él aún más apretado y lo envolvió con sus piernas; quería que se viniera dentro de ella y, se dijo, no era tan sólo por el placer de su amante, sino del suyo propio. Hundió su cabeza en el cuello de su amante, musitando un par de palabras, y comenzó a mordisquearlo, terminando por dar una dentellada más fuerte mientras respiraba agitadamente sobre él. Lamió su sudor con un deseo y lujuria que creía olvidados, pero se vió sorprendida por el asalto de la lengua del hombre, primero en su lóbulo y de allí pasando diestramente a adentrarse en su boca..

Fue el mejor beso que le hubieran dado en mucho tiempo. Pasional, pero a la vez cálido; un beso en el que ella sentía posesión y deseo… un beso que le arrancó el alma y el aliento, sintiendo dentro de ella un calor especial, arrobador, que la cautivaba de formas indefinibles, transportándola a otros tiempos, donde había sido feliz.

Y, por primera vez en más de un año, tuvo un orgasmo real.

Quien primero cayó en las redes del éxtasis fue el hombre. El sentir su aliento en su oreja acabó por inclinar la balanza más allá del punto sin retorno y apenas sintió el mordisco de Dolores su verga comenzó a derramarse. Por un momento sintió como si su tranca se negara a expulsar su leche, para luego sentir una explosión en su entrepierna tan potente que no acertó en un principio a asimilar todo el placer que le causaba. Continuó embistiendo el sexo de la mujer mientras el suyo despedía aún varios chorros de semen; fue entonces cuando notó el orgasmo de ella.

Para Dolores, aquello le fue extraño. Casi pierde el control sobre sí misma, dado lo ajeno que le resultaba lo que sentía. Estaba acostumbrada a fingir sus orgasmos… incluso con su ex-esposo, sus orgasmos no pasaban más allá de lo que sentía cuando se masturbaba. no había tenido un orgasmo genuino desde que muriera su primer esposo, y este la tomaba por sorpresa. Notó como todos sus sentidos eran sobrepasados y entró en aquel divino estado de placer total, sintiendo las fuertes contracciones de su concha mientras la mezcla de jugos y leche que la llenaban comenzaba a derramarse hasta las sábanas. No supo cuánto tiempo pasó hasta que volvió a la tierra, pero su amante no se había quitado de encima; continuaba penetrándola suavemente mientras su verga se deshinchaba, mientras besaba delicadamente su cara, enjugando su sudor y sus lágrimas. Respondió a sus atenciones y estuvieron calmándose mutuamente varios minutos, hasta que él se tendió a un lado de ella.

– ¿Y bien? -preguntó una saciada Dolores-, ¿pasé la prueba?
– No -respondió él tranquilamente-
– ¿¡Qué!?… ¿¡cómo!?… pero…
– Sí, fue un sexo excelente, y no dudo que tus clientes estén complacidos contigo
– ¡Pero no puedes negar que lo deseaste!… ¡lo disfrutaste!
– Si mami, pero no hiciste lo que te pedí
– ¡Claro que lo hice, no me vengas con pendejadas!… ¡te hice el amor!
– No cariño, no me hiciste el amor
– ¿¡Cómo que no!?… puse sentimiento, puse deseo… ¡puse mi corazón en ello!
– Ya mami, pero hay un problemita
– ¿Que problema puede haber?… Ya veo, ¡tú lo que querías era cogerme gratis!, eres un cabrón, un hijo de la chingada, un…
– ¿Qué crees que pensarán tus amantes si les susurras “¡Oh Raúl!” en medio de una cogida?

Ella se detuvo en seco… no se dió cuenta, pero ante la mención recordó perfectamente haber dicho esas palabras… se había dejado llevar por lo intenso del encuentro y su mente la había transportado hasta su primer esposo, el único hombre al que le había hecho el amor.

Había perdido

Ocultó su llorosa cara entre sus piernas unos segundos y luego atinó a salir de la cama.

– Tienes razón -dijo disculpándose-, lamento haberte hecho perder tu tiempo
– Ya te dije, no puedo contratarte

Quiso retirarse, pero él la detuvo

– ¿Dónde vas?
– De vuelta a casa, a ver qué hago… ¿dónde más?
– Espera, te dije que no puedo contratarte, pero no te dije que te fueras
– No te entiendo
– Mira mami, según el reloj de la pared estuvimos cogiendo una hora y nueve minutos.
– ¿Y?
– Que yo no altero mis decisiones así como así. Te di una hora de plazo, pero fui yo quien decidió darte más tiempo. Eso me demuestra que tienes potencial.
– ¿Entonces?
– Entonces, no puedo contratarte… ahora, pero quiero proponerte un trato: llama a ese teléfono mañana -dijo extendiéndole una tarjeta que únicamente tenía un número-, a las una de la tarde me parece bien. Duerme y descansa, no quiero que decidas nada con la cabeza o la concha caliente. Si aceptas no quiero lloros después; te advierto que detesto que mis empleados rompan su palabra, lo suelen pagar caro.

Tomó la tarjeta y lo miró. Volvía a ser el cabrón, el proxeneta que había conocido al principio… la escena se nubló en su mente mientras creyó que veía algo de luz… la niebla se aclaró y le mostró lo que hizo al día siguiente.

Cuando llamó por teléfono él le indicó que lo esperara en un estacionamiento de un centro comercial. No tuvo mayores aprehensiones, considerando que era mediodía y la cantidad de gente le daba seguridad. La recogió en un sedán color negro, bastante discreto y casi nuevo, a juzgar por el olor del interior. Se saludaron sin siquiera un beso en la mejilla y él condujo hacia la zona de Coconut Grove, donde entraron a una mansión que estaba siendo remodelada. Condujeron hasta la parte trasera donde había una construcción al borde del mar; parecía una unidad de almacenamiento de dos pisos, pero claramente había también material de construcción desperdigado por allí. Detuvo el auto, tomó un maletín del asiento de atrás y le indicó que bajara y lo acompañara dentro, subiendo al segundo piso por una escalera lateral.

Lo siguió dentro, hallando en el lugar una mesa y dos sillas, bastante simples, como único mobiliario. Él le indicó con un gesto que se sentara, e hizo lo propio, al otro lado de la mesa. Una vez cómodos, le explicó su propósito.

– Verás mami, lo que quiero es que te cases conmigo.

Ella, claramente sorprendida, no hizo ningún comentario.

– No se por donde empezar, así que si te mareas me detienes y me pides que te explique, ¿bien? -continuó-. Ayer, de verdad, me impresionaste. No porque hayas sido la mejor mujer con la que haya cogido, sino por tu determinación. Cierto, tu cuerpo es un deleite y no niego que lo pasé divinamente, pero comparada con mis chicas diría que no superas a más de un par de ellas, y yo necesito lo mejor… pero, hay un trabajo que puedo darte ahora, si logramos llegar a un acuerdo
– Y dime -dijo reponiéndose-, ¿de que clase de acuerdo estamos hablando?
– Mira, por una parte, te quiero entrenar. Estoy seguro que en unos años serás la mejor de mis chicas, te divertirás un montón y ganarás mucho dinero… y lo mejor de todo, yo también ganaré mucho dinero con esa conchita tuya, mami.
– ¿Y la otra parte?
– Que me puedes servir de otra forma. Necesito arrendar algunas propiedades, esta entre ellas, y no quiero que mi nombre aparezca en ninguna parte, ¿me entiendes?
– ¿Ser tu palo blanco?
– ¡Vaya!, veo que también eres lista, mami.
– Empiezo a entender… ¿y que es lo que me ofreces?
– En rigor, te ofrezco el mundo mami. Para empezar, te ofrezco este apartamentico para que vivas tú y tu hija. No es muy lujoso pero tiene todo lo necesario, y me aseguré que tuviera todo para cuidar la belleza de quien lo ocupara. La parte de abajo aún  es un espacio de carga, pero podrás hacer con ella lo que quieras. Tiene una bonita vista al mar, está cubierto por unos setos que lo ocultan de la casa principal y tiene salida independiente a la calle, así que nadie te molestará… me dijeron que incluso cabe un carro pequeño por la callecita, y quien sabe, si reúnes suficiente dinero hasta puedes comprar un yate y lo amarras en el muelle.

Mientras él hablaba, recorrió el lugar. Claramente no era originalmente un espacio habitable, pero el trabajo hecho sobre él era suficientemente bueno. No se habían gastado un dineral, pero era acogedor y tenía todo lo necesario. Tampoco le mintieron acerca de sus necesidades para la belleza: el baño era de lujo, los ventanales amplios mostraban que estaban a metros del mar, poseía un muelle que claramente no estaba siendo utilizado y, en la azotea, había suficiente espacio para tomar el sol alejados de los mirones… Si bien es cierto las instalaciones distaban de ser lujosas, eran amplias y cumplían a la perfección con todo lo necesario, y la locación era simplemente soñada.

– ¿Supongo que de la mansión ni hablar? -dijo Dolores-
– No mami -rió él-, por ahora ni lo sueñes. Esa es para mis clientes… para hacer “reuniones de trabajo”
– Ya veo… pero, ¿dijiste que querías entrenarme?
– Por supuesto, ¿no supondrás que puedo hacer uso de tí así como estás?… no corazón, claro que no. Tendrás que aprender, y yo me encargaré que lo hagas. Aprenderás no sólo a coger como Dios manda sino que haré de tí una diosa del placer que será tan deseada que tendrás a los hombres a tus pies… si es que te dedicas a ello. Aprenderás también idiomas; veo que dominas bien el español y el inglés, pero quiero que llegues a hablarlos sin acento. Quiero que también domines el slang de los países que te vayan a aportar más clientes… no quiero que le digas a un español que te “coja” y él te levante y tú te quedes esperando el vergazo. Aprenderás además chino, japonés y alemán; te perdonaré un poco de acento, son idiomas difíciles para una latina, pero no el que no sepas lo suficiente… si aprendes algo de francés te regalaré un carro; nada ostentoso, pero te garantizo que no te decepcionará.
– Eso es lo que me pides… ¿que es lo que me prohibes?
– Chica lista, cada vez me gustas más. Lo primero es que espero que cumplas conmigo como esposa en la cama. Te usaré cuando y como yo quiera, además de tus sesiones de entrenamiento. Te convertiré en el coño más deseado de la costa este, pero te exigiré fidelidad: querré saber con quien te acuestas y con qué frecuencia. Eres libre de enamorarte de quien quieres, no es mi culpa si eres tan tonta, pero no permitiré que eso entorpezca tu trabajo, ni el sexo conmigo. Una vez que haya acabado de entrenarte seguirás siendo mi esposa, pero también serás una de mis chicas, así que esperaré de tí lo mismo que de ellas: dinero a montones, información privilegiada y el mejor sexo que me puedas dar. Por mi parte, te daré protección, dinero, lujos y placeres que ni siquiera sabes que existen. Podrás adquirir los bienes que quieras y puedas pagar; quedarán a tu nombre, nos casaremos con separación de bienes. Acerca de los vicios que tengas, o que adquieras, será exactamente lo mismo: tú te los pagas, pero si veo que afectan tu trabajo sólo te lo advertiré una vez, si no lo controlas… bueno… digamos que te estoy ofreciendo un contrato con el diablo.
– En resumen: Me ofreces seguridad a cambio de poseerme por completo
– Mami, mami… ¡veo que nos llevaremos muy bien!
– No te adelantes, aún no he aceptado. ¿Qué hay de mi hija?
– Me importa un bledo. Si quieres incluso le doy mi apellido. Te daré el dinero suficiente para que la críes, pero mantenla escondida del mundo; nada le baja el valor más a una chica que el que se sepa que tiene hijos… si quieres enviarla lejos, ocultarla o entrenarla para que sea tu sucesora, a mí me da igual.

Miró por la ventana y sopesó sus alternativas… al menos el hombre estaba siendo honesto con ella.

– Bien… acepto, ¿qué tengo que hacer?
– En verdad mami -dijo el hombre sacando un montón de papeles- quiero que leas y firmes esto. Es un detalle de lo que ya te expliqué, con el agregado que me reservo el derecho de alterar sus cláusulas como bien me parezca… no te preocupes, también prometo que, si lo hago, será solamente para mejorar lo que ahí está escrito.
– ¿Supongo que te das cuenta que esto no tiene ninguna validez legal?
– Por supuesto, muñequita, pero eso no tiene importancia para mí… lo que me interesa es que lo firmes sin sentirte obligada, que lo cumplas a cabalidad… y que sepas que si lo desobedeces habrá consecuencias. Recuerda, la ley no me importa demasiado.

Él le extendió un lápiz cuando ella terminó de leer

– Última oportunidad para arrepentirse, mami -dijo guiñando un ojo-
– Dame acá -sonrió ella-… sólo te pido que tratemos de ser buenos socios
– Tienes mi palabra

Firmó.

Apenas terminado, el hombre le entregó otro legajo de papeles, esta vez con un aspecto bastante más oficial.

– Bien mami, esto es tu primera orden: Son los papeles de tu cambio de nombre. Firma.

Los leyó rápidamente. Por medio de ese formulario su nombre cambiaba, oficialmente de “Dolores Hidalgo” a “Cony Cruz”.

– Maravilloso, mami… Cony… ahora, vamos por un juez de paz, que me muero por la noche de bodas.
– Creo que te falta algo -dijo Cony-
– ¿Que cosa, mami?… lo que sea que falte lo vemos esta tarde, ya te puedes ir mudando acá.
– Falta lo principal, tonto: tu nombre, no sé cómo te llamas

Él se puso de pié, miró a la cara de la mujer y dejó escapar una carcajada al percatarse de su omisión. Se acercó a ella y la tomó por la cintura sin miramientos

– Alfredo, Alfredo Carmona
– Bueno, Alfredo, cariño… ¿qué quieres que haga tu Cony?
– Lo primero -dijo Alfredo dándole una nalgada- será ir a casarnos; pasarás a ser Cony Carmona hoy mismo.

Se separó de ella y se dirigieron al automóvil. Ese fue el día en que Dolores desapareció para dejar paso a Cony.

La lucidez volvió esporádicamente a su cuerpo abstienente. No supo con seguridad si las largas sombras eran visiones provocadas por la fiebre que al parecer ganaba terreno sobre su cuerpo, si eran producto de la total falta de sueño o si eran parte de la realidad.

Los pinchazos de las agujas que le suministraban medicamentos se confundieron en su mente con los recuerdos de sus años locos, cuando tuvo el dinero y el poder que le hizo creer que podría ser dueña del mundo. Alfredo cumplió su promesa y ella se dedicó como una poseída, tanto así que a los tres años de firmar su enlace él consideró que Cony podía comenzar a trabajar. Fue allí cuando las cosas comenzaron a cambiar. Ahora, después de todo este tiempo, podía verlo, pero en aquel momento fue incapaz de prever el desastre que comenzaba a conjurarse.

Su historia fue típica: Bastó que se viera con el dinero suficiente en sus manos para comenzar a caer nuevamente en los vicios que había conocido con su primer esposo. Había jugado desde hacía años con las drogas y el alcohol, pero, de acuerdo a lo que ella creía, nunca permitió que la dominaran; además, tenía excelentes ganancias en el negocio, tanto así que pudo adquirir, mediante una corredora de bienes raíces, algunas propiedades en otros estados, mismas que puso en arriendo… se aventuró incluso a invertir (y perder) en la bolsa e incluso realizaba sus propios trabajos en el primer piso de su apartamento. Chequeó con su esposo y él le dió el visto bueno, siempre que no contraviniese su acuerdo ni le quitara clientes a su cartera. Puso también a su hija en un régimen de semi-internado, pudiendo así olvidarse de ella por largos períodos… la vida le iba de maravillas; nada podía salir mal.

Aún así, lo tenía bajo control, se repetía… hasta que apareció en su vida Gabriel.

La despertó el sonidos de sus propios quejidos. La neuralgia se hacía cada vez más insoportable y, por algún motivo, ahora le molestaba también la luz. La enfermera tomó su pulso y procedió a darle el alta sin fijarse en más detalles, así que una guardia la tomó de forma muy poco delicada y la llevó casi a rastras a la que sería desde ahora, y hasta que algún juez dijera lo contrario, su celda.

– ¡Abran la 38!

El grito de la carcelera casi le revienta los tímpanos, tanto así que estuvo a punto de perder el conocimiento. Lo que fuera que le habían dado en la última dosis le hacía más daño que bien.

– ¡Love, tienes compañera nueva!

Una cabeza se asomó desde la cama superior, dió una mirada a Cony y volvió a mirar el techo.

– Cony Cruz, aquella es tu nueva compañera, Lexington Love.
– Lexie… llámame de otra forma y tendrás problemas.

La guardia se retiró y cerraron la puerta. Cony no dijo palabra. La actitud de la joven dejaba claro que llevaba un tiempo en la cárcel, pero que tampoco era una reo curtida; si así hubiera sido simplemente la hubiese ignorado… Cony había tratado con ex-presidiarios y conocía bien esa mirada.

– Toma la cama de abajo -dijo Lexie asomándose nuevamente-, tampoco parece que fueras capaz de subir.

Cony musitó un “gracias” que no supo si fue oído y se recostó, buscando nuevamente el tan elusivo sueño, pero sólo encontró más visiones.

Ocho años después de su matrimonio, las cosas iban de maravilla. Dinero, influencias y placeres le llovían a montones, pero un día, al regresar a aquel apartamento donde inició su relación con Alfredo, se encontró con una sorpresa: Su hija, Claudia, estaba allí con un par de cajas.

La niña se acercó tímidamente y le extendió una carta, aguardando temerosa. En ella las autoridades de la escuela le explicaban, someramente, que dado el claro retraso de aprendizaje y comunicación de la joven, su nobilísima institución educativa se veía forzada a buscar para la muchacha otros rumbos educativos, idealmente en algún establecimiento preparado para lidiar con niños con necesidades especiales. Agradecían también los continuos aportes en dinero de Cony e incluso deslizaban la posibilidad de seguir recibiendolos, aún cuando la joven Claudia ya no formara parte del alumnado. Le informaban también que se habían tomado la libertad de inscribirla en una escuela que cumplía con los requisitos necesarios y que estaba a unos 20 minutos en coche desde su casa y se despedían con sus mejores deseos para ella y su pequeña hija.

Ni siquiera notó que la niña llevaba allí en casa varios días, que probablemente había pasado hambre y que estaba sucia. En el fondo, el sólo verle la cara le recordaba que era ella la responsable de la muerte de su amado Raúl, algo que jamás podría perdonarle.

Y, no contenta con eso, la niña resultó ser una anormal… una vergüenza, un monstruo, un desperdicio. Apenas hablaba y no reaccionaba ante nada, sólo ante sus golpes. Se “informó” en internet y determinó que su hija tenía autismo, así que la trató siempre como si tuviera la plaga… mal que mal, muchos “estudios científicos serios” aseguraban que el autismo era contagioso. Según ella, bastante hacía con cerciorarse que la niña recibiera educación y que no le faltara nada.

Pero esta vergüenza no la podía soportar: La habían expulsado de aquella escuela tan cara… seguramente sus clientes se enterarían que tenía una hija retrasada.

Levantó la mano para golpear a la niña y esta cubrió su cabeza con sus brazos… entonces sonó el timbre.

– No te alegres, condenada mocosa… una vez que atienda pondremos las cosas en orden -le dijo-

La niña corrió a esconderse

– Buenas tardes -le dijo un hombre de traje-, ¿es usted la señora o señorita Dolores Hidalgo?
– Erm… no -respondió dudosa-, mi nombre es Cony Carmona
– ¡Mierda, justo cuando pensé que la había encontrado!
– ¿Es muy importante?
– Más que importante, es urgente: Debo hacer efectiva una herencia y el plazo vence hoy a medianoche.

“Herencia”… palabra capaz de cambiar actitudes en un abrir y cerrar de ojos. Cony había aprendido a actuar bastante convincente durante esos años. Escogió una historia para convencerlo, y no le fue demasiado difícil.

Se mostró algo asustada. Miró hacia afuera y, a la entrada de la calle de servicio vio un sedán y una camioneta… nada realmente sospechoso… puso ojos llorosos y preguntó

– ¿No viene usted de parte de Peter?
– ¿Quién?
– Peter, Peter Avery, mi ex-esposo
– No… ¿señora?
– Sí, señora, pero mi nombre original es Dolores Hidalgo
– ¿Tiene usted alguna identificación que lo acredite?
– Antes de eso -Cony lo examinó-, ¿quién es usted?
– ¡Oh, perdón!… lo siento -dijo extrayendo una tarjeta de presentación-, mi nombre es Alexander Emery, y represento al bufete “Baker & Williams” de Boston. Hemos sido mandatados por el estado para intentar, in extremis, dar cumplimiento a la última voluntad de Mariana Hidalgo.
– ¿Mi prima?… ¿Marianita está muerta?
– Lamento haber sido yo quien se lo informara, pero sí. Mariana Hidalgo falleció hace casi 5 años.

La noticia la afectó de forma genuina, aunque no extrema, Mariana fue una prima muy querida en su infancia. Buscó en una pequeña caja de seguridad sus documentos y se los mostró al abogado, quien prosiguió.

– En casos como este -prosiguió el abogado- el estado hace todo lo posible por ocultarlo, pero nosotros estamos atentos
– No… no entiendo.
– Se lo explicaré brevemente. Mariana se casó y se divorció. Obtuvo un buen arreglo de aquello, recibiendo una fuerte suma de dinero para ella y un fideicomiso para su hijo.
– ¿Un hijo?
– Si, pero no nos adelantemos. Darle los detalles del caso ahora sería largo, pero el hecho es que su padre, un europeo rico y sin familia, falleció en un accidente de tráfico hace unos años, y no pudimos encontrar ningún pariente vivo en el país, además de usted. Por su parte, la señora Hidalgo se hizo asesorar bien y su testamento es claro, por lo que el estado debe esperar a que se cumplan 5 años sin reclamarlo para pasar a tomar posesión de los bienes de la señora Hidalgo… estamos hablando de bastante dinero, y el Tío Sam es el mayor buitre que pueda llegar a conocer.

Cony podía oler que no le estaba diciendo todo, pero le siguió el juego.

– Resumiendo: Si acepta usted la patria potestad del muchacho podrá usted también acceder, de forma indirecta, a los bienes heredados al joven por la señora Hidalgo
– Explíquese por favor -inquirió Cony-
– El dinero de la señora Hidalgo, a su muerte, pasó a formar parte del fideicomiso de su hijo, Gabriel Hidalgo (Antes Gabriel Jackson). que se le entregará cuando cumpla 24 años… tanto el dinero como el resto de los bienes han de ser administrados por su albacea, salvo cierto monto destinado a la manutención básica del joven, que se le entregará mensualmente, y el dinero necesario para pagar cualquier gasto médico que el joven pudiera tener… ahora, ¿está usted de acuerdo en aceptar la potestad?

Los ojos del abogado de veían suplicantes

– Muy bien -dijo Cony jugando con el lápiz-… ahora dime lo que no me estás contando.
– Por favor, firme.
– Mira, veo tu desesperación, así que aquí hay gato encerrado… ¡o me explicas todo o no firmo ni carajo!
– Está bien, señora Carmona… El muchacho es… extraño -dijo sacando un cartapacio de su maletín-

Se lo dió a leer a Cony. Si su hija tenía problemas, el muchacho no se quedaba a la zaga: Problemas del crecimiento, déficit comunicacional, trastornos de personalidad, hipersensibilidad a la luz solar (causado por un caso de porfiria leve), déficit de melanina, trastorno obsesivo compulsivo, hipersensibilidad a los olores y trastorno del sueño eran sólo algunos de los problemas.

– Le doy mi palabra que no es tan malo como se lee. Ninguna de sus condiciones son invalidantes. Además, todos sus gastos están pagados

Cony ya tenía experiencia leyendo contratos. El premio era grande, muy grande… el sólo hecho de pasar a usufructuar durante ocho años de un apartamento frente al mar en Miami Beach le hizo acelerar el pulso, eso sin contar el dinero, que era administrado por una firma de inversiones y, de acuerdo a los reportes, no hacía sino crecer. Notó también que, dadas las condiciones, no le sería muy difícil declarar interdicto al muchacho y quedarse con todo… cierto, había querido mucho a su prima, pero incluso ella le dió la espalda cuando murió Raúl… aún así, quiso presionar su suerte.

– Mira, por lo que veo me piden que me haga caso de un semi inválido, y yo no obtendré ninguna ganancia… además, mi hija ya tiene problemas y no sé si pueda atender al muchacho.
– ¡No se preocupe!, el joven es totalmente funcional. Los reportes de servicios infantiles indican que no necesitaba supervisión alguna. Además, su escolaridad está garantizada en una institución especializada al sur de la ciudad. Por otra parte, el estipendio mensual del joven es de algo más de tres mil dólares… en efectivo.
– No, lo siento, es demasiada responsabilidad para mí.

La tensión podía cortarse en el aire

– … Puedo ofrecerle un incentivo de cincuenta mil dólares, libres de impuesto… es la mitad de mi comisión -dijo derrotado-

Cony supuso que, en realidad, no sería más de un cuarto, pero no quiso seguir presionando.

– Está bien -dijo- haga los preparativos.

El abogado simplemente se asomó fuera e hizo una señal.

– El tiempo apremia -dijo escuetamente-

Entraron en el lugar tres personas más. Uno de ellos portando una maleta y una especie de gran saco de dormir, otro que procedió a revisar el lugar y preguntar algunas cosas hasta quedar conforme y un muchacho alto y delgado… daba la impresión de que si lo golpeaban podría quebrarse. El primer tipo siguió trayendo algunas cosas, y lo último que hizo fue entregarle un laptop al muchacho, quien lo abrió, esperó que la pantalla se pusiera blanca e hizo una señal afirmativa.

– Cierto -le dijo el abogado en voz baja-… tiene cierta fijación con su computador: puede estar horas “tecleando” frente a esa pantalla en blanco… no intente quitárselo, podría ponerse violento

Cony puso cara de resignada, pero, aparte de la posibilidad de obtener ese dinero, hubo otra cosa que la motivó a firmar: si el muchacho era tan independiente como le decía podría encajarle el cuidado de su hija, ¡y gratis!… seguro que entre fenómenos se entenderían.

La persona que revisó todo resultó ser un oficial judicial, quien, constatando que se cumplieran las condiciones mínimas requeridas, procedió a dar por válida la firma, indicando los trámites posteriores necesarios. Actuó también como ministro de fé para el improvisado contrato verbal entre Cony y el abogado, cobró sus “honorarios” por aquella visita a terreno y se largó feliz de la vida.

Acompañó al abogado a su hotel a firmar algunos papeles. Cuando recibió una llamada de su esposo con la información del trabajo de esa noche le explicó someramente el porqué no podía atender y que ya hablarían mañana.

Firmó… uuuf, ¡vaya que firmó! Tres veces, por ambas caras, arriba y abajo de la hoja firmó.

Quizás fue la adrenalina, o la excitación de aprovecharse de una oportunidad única, pero Cony comenzaba a sentir deseos de sexo. Quería algo rápido y caliente… una explosión de placer lo más intensa que pudiera… lo quería ahora… lo quería en ese instante.

Miró hacia Alexander y se encontró con un tipo joven, de menos de 30 años, bien vestido -sin caer en la ostentación- y suficientemente atractivo… el típico abogado estadounidense con deseos de arrasar en el mundo legal… decidió empezar al asalto sin demora.

Botó un lápiz y se inclinó lascivamente a recogerlo, mostrando su bien formado culo a menos de un metro del abogado, mirándolo coquetamente mientras se volvía a erguir. La mirada de Alexander fue inquisitiva, y ella contestó llevando sus manos hacia abajo para usar sus brazos y exhibir su pecho, invitándolo con la mirada.

No era la primera “firma de contrato” de Alexander.

Se abalanzó sobre ella besándola, mientras sus manos comenzaba a remover su blusa. Cony contestó el beso colgándose de él con brazos y piernas. Así la llevó Alexander hasta el escritorio y, cumpliendo lo que exige aquel ritual, echó a un lado todas las cosas que había sobre él, para luego poner a Cony sobre el mismo. Se separó de ella y comenzó a quitarse su camisa, mientras Cony terminaba de quitarse la blusa y subía su falda. No quiso privarse del placer de sentir al abogado rasgando sus pantimedias y a su vez Alexander no la hizo esperar.

La primera embestida vino cuando ella aún no tenía tiempo de calentar motores debidamente. Alexander, después de romper las pantimedias simplemente echó a un lado la tanga de Cony y sin demora aquella ansiosa verga se clavó por completo en las carnes de su amante.

– Veo que la información no estaba equivocada… ¡Eres una puta de tomo y lomo!
– ¡Si, soy una puta!… ¡la mejor de Miami!
– ¡Mi puta!
– ¡Si, tu puta!… ¡toda tuya!… ¡tu perra!

Alexander magreó sus tetas con fuerza, mientras Cony se retorcía de placer

– Más fuerte, cabrón… ¡méteme tu tranca hasta el fondo, que me vengo!

El abogado obedeció, aún a sabiendas que así no aguantaría demasiado. Atrajo un poco a Cony hacia sí y comenzó a taladrarla frenéticamente.

– ¡Sí, sí, sí!… ¡sigue maldito hijo de la chingada!
– ¿Te gusta dure, eh, puta?
– ¡Sí, duro!… ¡me gusta tu verga, maldito!, ¡me vengo con tu verga!
– Ya me vengo, perra… ¿dónde la quieres?

Por toda respuesta Cony simplemente disfrutó de su orgasmo y cruzó las piernas tras el culo de Alexander, quien descargó su leche lo más profundo que fue capaz… Cony, sin embargo, no había dado por finalizada la batalla

Apenas el abogado se separó de ella la mujer se puso de rodillas y metió el rezumante pene dentro de su experta boca, comenzando la labor de devolverle la vitalidad. Enrolló su lengua alrededor del glande y succionó con fuerza, casi forzando a volver a levantarse a aquella tranca. Alexander estaba en la gloria, tanto así que ni siquiera acertaba a insultarla como hacía unos minutos… simplemente se limitaba a acompañar los movimientos de su cabeza con suaves caricias… nunca le había hecho una mamada así de buena, y no sabía cuándo podría volver a disfrutar de ella, así que simplemente se dejó llevar, hasta que, a los pocos minutos, las pulsaciones de su pene le dijeron a Cony que se estaba viniendo

– Dámela toda, cochino… quiero beberme tu leche

Se descargó por completo dentro de ella, pintando de blanco el interior de su boca, partiendo en su garganta y terminando en sus labios. Una gota alcanzó a escapar por una de las comisuras, pero Cony la atrapó diestramente con su índice y lo chupó gustosa. Volvió a mamar el pene de Alexander, esta vez cerciorándose de limpiarlo bien y succionando los restos de leche de su interior… jugueteó también traviesamente con un dedo cerca del ano del abogado, encontrándose con que su pene reaccionaba positivamente.

– Veo que te gusta emplearte por completo
– Hey, preciosa… un buen abogado tiene que saber satisfacer las necesidades de sus clientes.
– Mira eh… me has dado una idea

Dió una última mamada, asegurándose de dejar el pene bien mojado con su saliva. Se puso en pié y se tumbó sobre el escritorio, mostrando su culo en gloria y majestad.

– No se si te quedan ganas… o fuerzas… pero a mí no me alcanza con la entrada y el plato de fondo… se me antoja el postre.

Separó sus nalgas mientras hablaba. Los ojos de Alexander no daban crédito al ofrecimiento. Pensó en negarse, considerando que dejaría el lugar echo un asco después del lance, pero el ver como el ano de Cony se abría sin ayuda, dejando un agujero oscuro de un par de centímetros que parecía invitarlo cual canto de sirena, despedazó todas sus dudas. Más aún, su verga se puso a tope cuando Cony repitió la maniobra, abriendo y cerrando a voluntad ese excitante agujerito.

– Ven, te quiero dentro de mí… si mi concha te gustó te juro que mi culo te volverá loco.

Fue todo lo que necesitó. La cabalgó con furia, casi con locura, jalandola del pelo y clavando las uñas de la otra mano en sus nalgas y sus tetas. El placer que le daba Cony con su ano era increíble. Apretaba y soltaba su esfínter con una maestría que él no había encontrado jamás. Trató de controlarse, pero los gemidos y berridos de Cony no hacían la cosa más fácil, menos aún cuando en un momento ella giró la cabeza para mirarlo y en sus ojos se dibujaba un orgasmo avasallador. Chilló y puñeteó el escritorio con fuerza, mientras las oleadas de placer la recorrían.

– ¡Sigue, sigue! -gritó a Alexander-… ¡reviéntame el culo, pinche cabrón!… ¡llévame a otro orgasmo!
– Como sigas así no aguanto… ¿quieres más placer?… ¡mastúrbate, puta!
– ¡Dios, eres un genio!… ¡me tienes tan estúpida con tu verga que no se me había ocurrido!

Cony llevó sus dedos a su clítoris y Alexander la acompañó penetrando su vagina y juntos la endilgaron directo a su tercera corrida, tan monumental que no alcanzó a gemir como deseaba, sino simplemente volvieron los puñetazos al escritorio, esta vez acompañados por espasmos en sus piernas y una generosa ración de fluidos escapando de su concha. Alexander, viéndola rendida, cargó todo su peso sobre el culo de Cony y en unas pocas estocadas descargó también su leche dentro de ella y la llevó, ya casi sin fuerzas pero totalmente satisfecho por las “negociaciones”, hasta su cama.

La noche fue fructífera, tanto en papeleo como en sexo. Despertaron alegres, adoloridos y abrazados al día siguiente, pasado mediodía. La llevó al apartamento que “heredaría” y ella quedó encantada. Volvieron a tener sexo, esta vez “probando la acústica” del lugar. A ella le gustaba gritar sus orgasmos, y Alexander no la defraudó en ganas. Cuando no pudo responder con su verga la lengua y los dedos hicieron un buen trabajo.

Quedaron satisfechos, había sido un buen negocio.

Relato erótico: “El ídolo 2: Las nalgas de la profesora fueron mías” (POR GOLFO)

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Tal y como había amenazado, Olvido se encargó que esa noche nadie durmiera en el campamento. Cabreada al descubrir que nuestra jefa había estado espiándonos mientras follábamos en la laguna, decidió vengarse y cómo le interesaba tanto nuestra actividad sexual, le regaló una sinfonía de gritos y jadeos que nunca olvidaría.
Polvo tras polvo, me obligó a acompañarla en su lujuria durante horas y solo cuando comprobó que me había dejado seco y que por mucho que lo intentara, se había convertido en un imposible el reanimar a mi alicaído miembro, solo entonces me dejó descansar aunque fuera por poco tiempo.
Agotado como no podía ser de otra forma pero alegre al haber pasado unas de las mejores noches de mi vida, me levanté a desayunar. La jeta con la que nos recibió nuestra profesora fue increíble pero no hizo ningún comentario. Su gesto enfadado me informó del éxito que había obtenido mi compañera.
“¡Qué se joda!”, pensé descojonado al recordar el volumen de los gritos de Olvido y conociendo su lujuria supe que se iba a repetir durante el tiempo que tardara esa expedición.
Por su parte, mi compañera estaba en su salsa.  Sabiéndose victoriosa, demostró su buen humor a todos repartiendo sonrisas y bromas por doquier, lo que hizo todavía más amarga la derrota de Ixcell.
Media hora más tarde y acompañados por nuestros ayudantes nativos, salimos rumbo al punto donde convergían las pirámides. Lo curioso es que si bien en un principio, los lacandones no mostraron su disconformidad en cuanto se dieron cuenta, empezaron a mostrar su rechazo. En un primer momento fueron susurros entre ellos pero, al irnos acercando su malestar, fue in crescendo hasta que en un  determinado lugar se negaron de plano en seguir adelante.
La doctora intentó dialogar con su jefe pero por mucho que lo intentó no consiguió convencerle. Decidida a seguir adelante, Ixcell les pidió que nos esperaran allí pero entonces el nativo le respondió:
-Ese sitio está maldito, ¡No deben de ir allí!
La arqueóloga asumió que sus creencias y supersticiones le hacían actuar así y sin hacer caso a sus avisos, nos llamó  a los miembros de la expedición y tras informarnos, nos preguntó si alguien ponía algún reparo en continuar.
-No- respondimos casi al unísono los tres.
Una vez de acuerdo cogimos nuestras mochilas y reiniciamos la marcha hacía la montaña. El lacandón haciendo su último intento, nos gritó mientras nos internábamos en la selva:
-Los que osan entrar en esa tierra, o mueren o ¡salen cambiados!
Haciendo oídos sordos continuamos sin variar un ápice nuestro rumbo. Si de por sí sus temores me parecían fuera de lugar, no pude dejar de sonreír cuando acercándose Olvido hasta mí, susurró en mi oído:
-Te imaginas que es cierto y al salir de aquí, me ha crecido una polla. ¡Te juro que sería tu culo el primero que desvirgaría!
La burrada de la muchacha diluyó el escaso resquemor que había en mi corazón y ya completamente seguro que habíamos hecho lo correcto, le contesté:
-A lo mejor te sale otro coño. Si es así, podré decir que también yo fui el primero.
Tras lo cual al darnos cuenta que Luis e Ixcell se habían adelantado un buen trecho, tuvimos que correr para alcanzarlos. Al llegar hasta ellos, de muy mala leche, la doctora nos regañó diciendo:
-No hay que echar en saco roto sus advertencias, puede que haya animales peligrosos o trampas por lo que es mejor que vayamos juntos.
Asumiendo que esa rubia estirada tenía razón, procuré a partir de entonces seguir su ritmo. Ritmo atroz que hizo que Luis no tardara en resoplar y nos pidiera que hiciéramos una parada. Nuevamente, nuestra jefa demostró lo zorra que era y olvidando el sufrimiento de su segundo, se negó y le obligó a reiniciar la marcha. Incapaz de rebelarse y sudando a raudales, el gordito intentó seguir su paso pero no pudo evitar pegar un traspié y caer redondo sobre un matorral. Los alaridos que pegó el tipo nos alertó del problema y al aproximarnos con cuidados, Fue Ixcell la que descubrió que había caído sobre una planta que no solo tenía afiladas espinas sino que era venenosa:
-Esperad, es una “Urera baccifera” y ¡Es peligrosa!
Una vez avisado, me obligó a ponerme guantes y con mucho cuidado, ayudarla a levantar al accidentado. El pobre Luis lloraba de dolor pero eso no fue lo que me dejó aterrorizado sino el observar que en los lugares donde se le habían clavado las púas, se había formado de inmediato una pústula.
-¿Qué hacemos?- pregunté preocupado por el estado del accidentado.
Tomando el mando, la jefa vio que a cien metros había un claro y llamando a Olvido, entre los tres conseguimos llevarle a rastras para atenderlo allí. Una vez en ese lugar, lo tumbamos y con mucho cuidado empezamos a retirar una a una las espinas, aplicando al hacerlo un antiséptico en las heridas. La selva fue testigo de los berridos que pegó nuestro compañero. Su dolor fue tal que en un momento dado se desmayó, lo que facilitó nuestra labor y al fin conseguimos extraerle todas.
Acabábamos de terminar cuando al otear el cielo, vimos que se acercaba una tormenta.
-¡Mierda! ¡Hay que buscar un refugio!- gritó la arqueóloga por primera ocasión preocupada.
Fue entonces cuando mi compañera descubrió lo que parecía una cueva en un montículo cercano y señalándosela a nuestra jefa, esta decidió que valía la pena llevar a Luis hasta ese lugar. Con él a hombros, fue una tortura el recorrer ese kilometro porque una vez despierto, no dejaba de llorar. Por eso fue una liberación llegar hasta la entrada de la supuesta cueva, pero justo cuando estaba a punto de entrar en ella, mi jefa me paró diciendo:
-No es una cueva. ¡Es parte de una pirámide!
Alucinado por la noticia, levanté la mirada para descubrir que lo que suponíamos que era una montaña en realidad se trataba de una pirámide de dimensiones colosales. Os juro que me quedé sin habla al verla porque si no me fallaban mis cálculos debía ser la más grande jamás descubierta en tierras mexicanas.
Depositando al accidentado en el suelo, corrí alrededor de la increíble construcción contando los pasos. Al terminar con la respiración entrecortada por el  esfuerzo, la informé:
-Ixcell, ¡Mide unos novecientos metros de perímetro!
La constatación de que estábamos ante el mayor descubrimiento arqueológico de los últimos cien años, la trastornó y olvidándose del herido, nos exigió que empezáramos a documentar todo. Cuando le recordé que debíamos antes de terminar de cuidar a Luis, me contestó:
-Esa planta es dolorosa pero no mortal y como lo único que podemos hacer por él es esperar: ¡Pongámonos a trabajar! – y recalcando su verdadera motivación, me soltó: -¡Pasaremos a la historia!
Por eso siguiendo sus instrucciones, empezamos a fotografiar y medir la pirámide con el conjunto de aparatos que habíamos traído desde el D.F.  De esa forma confirmamos que con sus 72 metros de altura y sus 926 metros de diámetro, ¡Era mayor que la Pirámide del Sol!
“¡Cómo es posible que no se haya descubierto antes!”, estaba pensando cuando de improviso un grito de angustia retumbó en la selva.
Al reconocer la voz de Olvido salí corriendo a auxiliarla pero cuando llegue hasta ella, la encontré llorando arrodillada ante el cuerpo de Luis:
-¿Qué ha pasado?- pregunté pero al fijarme en el herido comprendí, ¡Había muerto!
Fue entonces cuando llegó nuestra jefa y al constatar el deceso de su  ayudante, se permitió el lujo de soltar una lágrima tras lo cual dirigiéndose a nosotros dos, tuvo los santos huevos de soltar:
-Me equivoqué. Luis debía de ser alérgico pero aunque hubiésemos intentado evacuarlo, su destino estaba marcado. Ahora nuestro deber es enterrarlo y honrarlo con nuestro descubrimiento.
Si no llega a ser mi profesora y necesitar su nota para doctorarme, os juro que le hubiese saltado al cuello por hija de puta. Pero en vez de hacerlo, busqué un lugar donde darle sepultura y cogiendo una pala empecé a cavar. Ixcell al ver donde había decidido excavar la tumba, pegándome un grito me obligó a buscar otro sitio más alejado, diciendo:
-Ahí no, está demasiado cerca y puedes destrozar algún vestigio.
“¡Será malparida!”, pensé y en silencio, me puse a localizar otra ubicación. Para evitar que me hiciera parar otra vez, le pregunté:
-¿Te parece bien en el claro?
La muy zorra ni siquiera me contestó porque ya había vuelto a documentar la pirámide. Gracias a que el terreno resultó blando, en media hora tenía lista la tumba y volviendo hasta donde se encontraban ellas, comenté que necesitaba ayuda para trasladar el cadáver. De muy malos modos y quejándose de tener que abandonar su trabajo, me ayudó junto con Olvido a llevar a Luis hasta su sepultura. Una vez allí y tras un breve responso, lo enterramos sin mayor ceremonia tras lo cual y con una sonrisa en su boca, comentó:
-Ahora que hemos acabado, vamos a por nuestro nombre en la posteridad.
“¡Menuda hija de la chingada!”, mascullé en silencio cabreado por su falta de humanidad pero asumiendo que una queja caería en saco roto, las acompañé de vuelta hasta las ruinas. En ese instante la hubiese matado con mis propias manos pero me tranquilizó observar en los ojos de mi compañera que ella también miraba con rencor a  nuestra jefa. Ella misma me confirmó que  albergaba mis mismos sentimientos cuando aprovechando que Ixcell se había adelantado, se acercó a mí y murmuró:
-Esta tía es una completa zorra. Si fuera por ella, nos mataría a todos para llevarse todo el mérito por nuestro descubrimiento.
Dándole toda la razón pero queriendo quitar hierro al asunto, le dije al oído:
-Quizás se lleve una sorpresa y sea ella quién desaparezca.
Aunque era broma, mis palabras la hicieron recapacitar y tras unos instantes, me soltó:
-Dejemos antes que trabaje y cuando ya hayamos documentado todo, hablamos.
Os confieso que me quedé helado al comprender que esa morena se había tomado en serio mi sugerencia y que esa idea no le desagradaba en absoluto. Si ya de por si eso era macabro, más lo fue percatarme pensando en cómo me cargaría a esa puñetera rubia.
El resto del día lo pasamos estudiando el exterior de la pirámide ya que nuestra jefa había decidido que el interior de la gruta lo haríamos al día siguiente. Faltaban dos horas para anochecer cuando Ixcell dio por terminada la jornada y recogiendo sus notas, nos ordenó volver al campamento.
Al llegar al lugar donde en teoría nos esperarían los lacandones, descubrimos que no estaban y creyendo que nos esperarían junto a las tiendas, seguimos camino hasta la base. Cuando llegamos a donde debían de estar las tiendas, nos encontramos con que no solo no estaban sino que habían desvalijado  parte de nuestras pertenencias y lo peor que habían robado nuestros kayacks.
Curiosamente lo único que no tocaron fueron los víveres y el resto de nuestros instrumentos pero lo que respecta a ropa, herramientas y demás, todo había desaparecido. Desmoralizados, nos sentamos y comenzamos a discutir sobre qué hacer. La postura de Olvido y la mía era intentar volver pero entonces Ixcell, halló que no se habían llevado el teléfono satélite y sonriendo, comentó:
-No hay problema, llamaré a la universidad y nos mandarán suministros y ayuda.  
Y tal y como había anticipado, telefoneó a uno de los catedráticos de arqueología y consiguió que se comprometiera en apoyarnos con nuevos recursos pero que tardarían una semana en llegar. Una vez había colgado, nos ordenó volver a la pirámide porque en el interior de la gruta tendríamos refugio. Retornando con los escasos suministros que habían dejado y al recordar la conversación con su colega, caí en la cuenta que en ningún momento le había mencionado nuestro descubrimiento.
“Lo quiere solo para ella”, me dije.
El camino de vuelta fue penoso porque además del peso extra de nuestras mochilas, nos tuvimos que enfrentar con la oscuridad. Por eso si bien habíamos tardado antes una hora en hacer ese trayecto, esa noche perdimos dos en llegar hasta las ruinas. Ya en la pirámide, Ixcell montó el campamento a la entrada de la gruta pero se negó de plano a que encendiéramos la hoguera en su interior, diciendo:
-Podemos dañar los restos.
Sin faltarle razón, no vi que después de seiscientos años a la intemperie que daño podía hacer un poco de humo pero como no quería discutir la prendí al aire libre. La cena como no podía ser de otra forma, fue extraña por una parte estábamos tristes por la muerte de Luis pero también entusiasmados con la idea de conocer el alcance de nuestro descubrimiento. Fue al final cuando comportándose por primera vez como humana, la profesora sacó una botella de ron y poniéndose en pie, nos pidió que brindáramos por el difunto.
No os tengo que contar que tanto Olvido como yo aceptamos de buen grado el alcohol y rellenando nuestros vasos con esa bebida, brindamos por Luis. Lo cierto fue que una vez abierta la puerta, no solo acabamos con esa botella sino que dejándonos llevar dimos buena cuenta de otra. Ese ron nos unió y empezamos a conversar como si fuéramos viejos amigos. Tras media hora y bastante borracha, la jefa nos mandó a dormir.
Asumiendo que iba a disfrutar del cuerpo de mi compañera y sin importarme que Ixcell me viera, me desnudé y metiéndome en el saco de dormir, llamé a Olvido a mi lado. La morena no hizo ascos a mi sugerencia y quitándose la ropa se unió a mí en su interior.  En cuanto sentí su piel contra la mía, la besé. Fue un beso posesivo, mi lengua forzó su boca mientras mis manos se apoderaban de su trasero. Ella, mas alterada de lo quele hubiera gustado reconocer, frotó su pubis contra mi pene, mientras me decía:
-Mira a la zorra de la jefa, ¡No nos pierde de vista!
-Tranquila, quiero disfrutar de ti-, le dije mientras la despojaba del camisón.
Saberme espiado por esa rubia, me terminó de calentar y bajando por su cuerpo, saqué la lengua dejando un reguero húmedo en su piel. Sus pezones reaccionaron incluso antes de que los chupara, de forma que recibieron las caricias de mi apendice duros y erguidos. Olvido gimió cuando pellizcándolos le dije que eran hermosos.
Tener su botón en mi boca, mientras tocaba su culo, era una gozad por lo que prolongué largo rato mi estancia entre sus pechos. Esa noche quería poseerla lentamente pero ella necesitada de ser tomada, separando sus piernas, restregó su pubis contra mi sexo. No tuve que ser un genio para comprender que buscaba que mi penetración pero decidido a dar un buen espectáculo a la puta que desde su saco nos miraba,  la rechacé diciéndole:
-¡Tranquila zorrita!
Con lentitud, seguí bajando por su cuerpo mientras le acariciaba las piernas. Mi compañera gimió al sentir que me acercaba a su entrepierna y deseando que me diera prisa, me avisó que no podía más. El sexo de la morena olía a hembra hambrienta y viendo lo dispuesta que estaba le separé aún más sus rodillas. Estaba a punto de lanzarme sobre ella cuando escuché:
-¡Déjame a mí!
Al darme la vuelta, me encontré a Ixcell totalmente desnuda frente a nosotros.  Sus pechos eran aún mejores de lo que me había imaginado y sin pedir opinión a mi compañera, dejé que ella me sustituyera entre sus piernas. Haciendome a un lado, observé como la rubia separaba los labios a mi alucinada amiga y antes que se pudiese quejar, la ví sacar la lengua y tantear con ella el botón rosado de la morena:
-No quiero- gritó al sentir que la mujer se ponía a devorar su sexo, pero no hizo ningún intento por evitar sus caricias.
Os reconozco que me puso a mil, admirar con mis propios ojos el modo tan sensual con el que esa zorra se empezaba a comer el coño que tenía a su disposición. Alternado lametazos y mordidas, la profesora llevó a mi amiga al clímax en menos de un minuto.  La morena que llevaba gimiendo un buen rato, aferró con sus manos la cabeza  de su jefa en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo mientras de su cueva brotaba un pegajoso arrollo:
-¡Qué rica estás!- soltó Ixcell paladeando su flujo y sin dejar de beber de su entrepierna, me ordenó: -¿Qué esperas para follarme?
Cumplí su mandato, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura. Al hacerlo tuve que admitir que esa zorra estaba buena y mientras jugaba con su clítoris, le pregunté:
-¿Estás segura?
-Sí-, me respondió  con la respiración entrecortada por su excitación.
“Seré idiota”, pensé mientras lentamente le metía mi pene en su interior, “¡me podía haber dicho que no y me hubiera quedado con las ganas!”.
Mi pausada forma de penetrarla, hizo que toda la piel de mi extensión disfrutara  de los pliegues de su sexo al hacerlo. La cueva de esa rubia demostró ser estrecha y suave como si casi no hubiera sido usada.  Ixcell sin dejar de dar placer a Olvido y levantando su trasero, me rogó que acelerara diciendo:
-¡Hazme gritar como a está puta!.
Tras lo cual empezó a meter y a sacar mi pene de su interior a una velocidad inusitada. Estaba como poseída, sus ganas de ser tomada eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta- grité al sentir que si seguía a ese ritmo iba a dejar mi pene inservible durante semanas.
Al ver que no respondía y seguía descontrolada, le di un duro azote en su culo diciéndole:
-O me haces caso o tendré que castigarte.
Ixcell se quedó parada esperando mis órdenes. Al comprobar que se había quedado quieta, le pedí que siguiera comiendo el chocho de una más que excitada Olvido y reinicié mi cabalgata. La profesora relinchó al sentir que me asía a sus pechos mientras mi pene la apuñalaba sin piedad. Escuchar sus gemidos y los de la morena cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina, fue el banderazo de salida para que acelerara mis incursiones. Comportándonos como un engranaje perfecto, mi pene y su lengua dieron cuenta de sendos chochos mientras sus dueñas no paraban de gemir.
-Me corro- escuché que Olvido gritaba cuando la rubia incrementando su placer metió unos de sus dedos dentro del culo de la morena.
Al comprobar que mi compañera había llegado al orgasmo, decidí ir en busca del mío y cambiando de postura, agarré la melena de la rubia y renovando mis azotes, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la cabreó y chillando me exigió que parara.
-¡No me sale de los cojones!- respondí sin dejar de castigar su trasero.
Con su respiración entrecortada por el placer pero todavía indignada, mi profesora intentó separarse de mí. Sujetándola con mi brazo se lo impedí y riéndome de ella, seguí cabalgando su cuerpo mientras mis manos castigaban sus nalgas.
Todavía no quería correrme, antes me apetecía humillarla y sacar de su cuerpo un orgasmo que recordar en el futuro. Por eso ejerciendo una autoridad que nadie me había dado exigí a Olvido que se apoderara de sus pechos y los torturara.  Mi compañera no se hizo de rogar y cumpliendo mi mandato pellizcó duramente los pechos de su profesora mientras yo seguía follándomela sin parar. El doble maltrato llevó a la rubia hasta el límite y obteniendo un placer no deseado se corrió empapando  mis piernas con su flujo.  Su evidente derrota fue demasiado para mi torturado pene y exploté en el interior de su cueva.
Mi jefa, al sentir que mi simiente bañaba su entrepierna, se zafó de nosotros y poniéndose en pie, gritó:
-Os habéis pasado. Cuando lleguen los suministros, ¡Os iréis de vuelta!
Solté una carcajada al oírla porque me daba igual, ya había tomado mi premio y nada se podía comparar con haber violado a esa estirada. Lo que no me esperé fue que Olvido, abrazándose a mí, murmurara en mi oído:
-Cuando lleguen los suministros, ¡Será su cadáver lo que se lleven!
 
 
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 7” (POR ADRIANAV)

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Al irse Luis Eduardo y quedarme sola en la casita, me invadió un sentimiento intuitivo que me hizo tomar la decisión de regresar a mi casa. Ni Arturo ni los demás todavía habían aparecido por allí, así que me vestí con la ropa seca otra vez y emprendí el camino hacia la villa. Y nada fue más acertado.

Al llegar, a lo lejos noté luz en mi casa y me pareció extraño no ver a mis hermanos afuera jugando. Al pasar por frente de la casa de Rosa salió a mi encuentro y me dijo sonriendo:

– ¡Tienes una sorpresa! Ve directo a tu casa…

Al entrar, nada menos que mis padres habían regresado de la ciudad! Corrí a abrazarlos y después de muchos besos y la alegría de verlos otra vez, me pusieron al tanto de los últimos acontecimientos.

Ya les habían otorgado las visas para viajar a Estados Unidos. Mi padre la había podido conseguir gracias a su especialización en un nuevo método de riego y fertilización que había ideado. Con la intervención de mi tío que vive allí, esto lo consideró una empresa de Estados Unidos como algo muy útil y le dieron el salvo-conducto para poder ir. Claro que mi padre puso como condición que quería llevar a su familia y se lo aceptaron. Claro que después de varios días de idas y venidas telefónicas y las documentaciones que exigía la embajada. Por eso se habían demorado.

Pero ya estaba todo listo. Me dijeron que tenían hasta los pasajes y nos deberíamos preparar en apenas cinco días para irnos. Charlamos por horas y mamá empezó distribuir las maletas que había comprado para cada uno de nosotros, además de algo de ropa nueva y zapatos deportivos. Mientras hablábamos mi madre me miraba con ojos alegres y algo curiosos. Me sentí nerviosa, no sabía porqué.

– ¿Cómo te has sentido todos estos días m’hija?

– Bien.

– ¿No has pasado trabajo? ¿Te han estado ayudando Rosa y Arturo?

– Si! Me la he pasado muy bien mami. Ellos han sido muy cariñosos conmigo (y me dio una extraña sensación, porque al pensarlo sentí que lo que realmente me había encantado era haber hecho realidad un instinto, descubriendo el sexo con ellos).

Me quedó mirando y luego de una larga pausa se sonrió.

– Bueno, me alegro m’hija. Tengo la sensación de que has crecido. Debe de ser que al estar varios días fuera, me da esa ilusión.

Y me abrazó agregando:

– Ya eres una mujercita muy linda y debes aprender a saber cuidarte. Ya hablaremos… -me dijo con la ternura que cualquier madre habla a una hija.

La abracé y le sonreí con alegría. Pero pensé que a pesar de que ella me ve todavía como niña, ya yo me sentía mujer con suficiente madurez para tomar algunas decisiones en cuanto a los cambios causados por mi inevitable crecimiento.

Mi padre, distraído como siempre no había reaccionado igual, pero me hacía muchos cariñitos y me hizo sentar al lado de él mientras del otro lado mis hermanos se pelaban para conquistar una posición cercana a él.

Me contó que su cuñado nos estaría esperando al llegar al aeropuerto. Me dijo que nos quedaríamos con él. Que tenía una pequeña casita detrás de la cabaña donde vivía.

– ¿Y dónde vive él papi?

– Bien al norte, pasando Nueva York en un lugar no muy poblado parece, por lo que me ha contado. A él siempre le ha gustado eso de vivir en parajes solitarios y como le fue muy bien con su negocio, se da el placer de hacer lo que quiere. Pero es muy bondadoso. Se ha hecho cargo de todo lo nuestro y nos da alojamiento hasta que yo pueda revolverme por mis propios medios.

Me gustaba que me contara cosas que le sucedían, así como hacerme historias. Las vivo mientras voy creando imágenes en mi mente para darle forma a sus palabras. Poco a poco me venció el cansancio y después de darle un beso de agradecimiento me fui a mi cama.

Volví a la realidad. Entonces me di cuenta de que iba a despedirme de este ambiente, de mis vecinos de mis nuevas experiencias como niña-mujer. No iba a ver más o por lo menos por un largo tiempo a Arturo, Rosa, ni a Luis Eduardo. Sobre todo en este momento en que con ellos había empezado a experimentar de algo tan disfrutable…

Poco a poco me fui quedando dormida. Estaba muy cansada, quizás por las tantas emociones vividas ese día.

Los dos días siguientes fueron de locura. Tuvimos que ir dos veces a la ciudad y regresábamos a la noche. Hasta que la última noche antes de irnos para el aeropuerto me fui a despedir de Rosa y Arturo.

Fue emocional, aunque al principio no pudieron demostrármelo mucho porque me acompañaron mis padres y mis hermanos a verlos. Pero aún así, Arturo se las ingenió para poder darme una despedida como deseábamos tener. Buscó la excusa de que lo acompañara a buscar un recuerdo que me habían preparado justo en el momento que mis padres se habían despedido para regresar a la casa a terminar de cerrar las valijas. Mis hermanos salieron a la calle con Julián y yo seguí a Arturo que me guiaba al dormitorio de la mano. Rosa, imaginándose lo que su marido planeaba, salió detrás de ellos a despedirlos afuera para asegurarse de que estaríamos unos minutos tranquilos.

El regalo era una caña de azúcar en la que habían entallado el nombre de ellos junto al mío. Cuando entramos, Arturo me empujo suavemente a un lado desde donde nadie podía divisarlo apoyado por la falta de luz eléctrica y me abrazó. Me levantó en el aire pegando los labios a mi boca. Me gustó esa acción repentina y le abrí la boca completamente, mientras abrazándolo con las piernas me llevaba a recostarme contra la pared. Nos chupamos las lenguas mientras me hacía sentir su calenturienta dureza entre las piernas.

– Hace días que tengo ganas de cojerte!

– ¿Si?

– Si. Mira cómo me tienes de solo mirarte mientras estábamos en la cocina con tus padres. Tenía ganas de abrazarte y manosear tu conchita. ¿Y tu?

– Yo también tenía ganas.

Sentía su pija rozándome entre las piernas y yo ya estaba deseando que me la metiera. dentro. La sacó lista, dura y deseosa fuera del pantalón. Yo ya estaba volada en temperatura. Ese día estaba caliente! Resultado de pensar tanto en ellos mientras daba vueltas con mis padres para los aprontes. Pensé mucho en ellos, hasta el punto de masturbarme en la noche en silencio para no ser descubierta.

Arturo hizo a un lado mi calzoncito y cuando sentí el calor de su pija en el hueco de mi entrada, me soltó la cintura y me deslicé por completo penetrándome hasta el fondo de mi ser por pura fuerza de gravedad. Se aferró desde abajo de mis nalgas y empezó a zarandearme de arriba a abajo con una demostración de calentura fuera de lo común. No paraba de babosearme la boca y estrujarnos las lenguas.

En eso vi entrar a Rosa pero ni él ni yo pudimos parar. Y le dijo a Arturo:

– Yo también quiero despedirla mi amor.

– Chúpale el culito mi cielo.

Arturo se acostó en la cama de espaldas conmigo encima. Me tenía clavada en su maravilloso mástil que estaba durísimo y parecía no querer abandonar ni un centímetro de su presa. Sentí las manos Rosa abriéndome las nalgas y atropelladamente me metió la lengua en la entrada del culo.

Con su mano libre nos acariciaba los sexos de su marido y el mío juntos mientras continuábamos cojiendo.

Yo estaba tan fuera de mi que casi saltaba y en cada penetrada parecía que me iba a salir por detrás. Me movía con fuerza desesperante hasta que sin poderme contener empecé a jadear anunciando un orgasmo inevitable. Arturo provocado por mis eróticos movimientos y sabiendo que no había mucho tiempo antes de que mis padres me llamaran, me gritó:

– Toma mi leche! Te voy a llenar esa rica conchita!

Hizo una pausa de un par de segundos y reinició la cojida que me estaba dando mientras derramaba la abundante primer esperma bien al fondo de mis entrañas.

Y le sentí cada vez que se vaciaba dentro de mi. Ese calor tan peculiar del semen caliente mezclándose con mis paredes interiores me provocaron un grito de placer al momento que el orgasmo explotaba desde lo más profundo de mi ser. Fue mucha la leche la que derramó dentro de mi. No me soltó por un buen rato. Hasta que se calmó y me la fue sacando muy lentamente hasta que mi concha la escupió totalmente fuera y ensopada.

Pero Rosa no se quería quedar sin su cuota y ni bien me giré para salirme de esa posición, ell se acostó boca arriba y me pidió que la montara en su cara. Comenzó a chupar todo los restos de semen que tenía dentro de mi conchita ayudando mis movimientos con las manos que aferraban mi culo. Cuando ya no podía sacar más de la leche de su marido y la mía, me pidió que rodara mi cuerpo para chuparnos las dos a la vez. Abrió sus pierna y le besé en la vulva con mi boca abierta sacando la lengua de vez en cuando para jugar con su clítoris. Olía a puro sexo. Me embestía con su concha moviendo las caderas y yo chupaba abrazada de sus muslos. Yo no aguantaba mas y otra vez un orgasmo se asomaba entre mis piernas. Rosa se dio cuenta y me dijo:

– Vamos chiquita, dámela que yo también te la voy a dar…

Y las dos empezamos a gemir y sacudirnos cada una en la boca de la otra. Así estuvimos un par de minutos. Se me mojaba la boca, la nariz y hasta me corría un hilo líquido por el mentón de todo lo que le salió a ella durante el orgasmo. Volví a rotar enfrentándome a su cara y sonriéndole la besé. El interior de nuestras bocas estaba pastosa y decidimos seguir besándonos hasta conseguir suavizarlas.

Cuando entramos en calma, Arturo me vino a besar y degustar la leche de su mujer en mis labios, en mi lengua.

No habían pasado ni tres minutos que entró Julián a decirnos que mis padres me estaban esperando, pero ya estábamos tranquilos y sentados hablando. Así y todo, Rosa me dio un beso en los labios, Arturo también y Julian se quedó indeciso y sorprendido. No sabía qué hacer hasta que su madre le dijo:

– ¿No la vas a besar de despedida?

Entonces vino hacia mi, me tomo por la cintura y me dio un beso tímido en la boca.

Regresé a casa pensando en la velocidad con sucedían estas cosas vinculadas con el crecimiento y el desarrollo sexual apresurado de mi cuerpo.

¿Qué iba a hacer para saciar tanto deseo que había dentro de mi, ahora que iba a un lugar nuevo? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que pudiera tener sexo otra vez?

Muchas preguntas comenzaron a agolparse en mi mente y empezaron a acumularse los nervios de una nueva aventura que caía en un momento que no quería dejar de vivir lo que estaba sucediendo.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (28)” (POR ADRIANRELOAD)

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Nos mantuvimos echados, ella sobre mí, en una extraña posición, en silencio, bueno en agitada respiración mientras nos recuperábamos… hasta que mi verga fue saliendo de su ano y la leche con ella… solo ahí ella se salió y procedió a limpiarse con su pequeña ropa interior…

En eso vimos una luz moviéndose alrededor nuestro… era una linterna… mierd… el vigilante… Mili vino rápidamente a mi lado. Nos acurrucamos silenciosamente detrás de un arbusto para ocultarnos. Esperamos un momento hasta que la luz fue desapareciendo a lo lejos.

– Ufff… suspiro ella al ver disiparse el peligro.

Luego Mili me diría que era un conocido de su padre, hijo de un militar amigo suyo que se había quedado sin empleo y que él le consiguió el trabajo ahí. Seguro era con el que me amenazo respecto a que tenía gente en el club para cuidar a su hija y vigilar la cabaña.

Al ver Mili que yo seguía inmóvil, sumido en mis pensamientos, recuerdos, remordimientos, etc., Mili se recostó de lado para verme, tal vez pensando que seguía resentido o molesto con ella… yo parecía una de esas chicas en shock después que pierden la virginidad… era casi una estatua…

– ¿Te pasa algo?… pregunto preocupada.

– Nada… me dio un mareo, el trago, la agitación, creo que fue mezcla de todo… me disculpe.

– Uhmmm… yo sé que te puede reanimar… me dijo coqueta.

Seguro pensó que en esa posición yo esperaba nuestro sabido ritual… se alejó un poco y luego se arrodillo y me limpio la verga de manera muy hacendosa. Logro relajarme, sacándome unos placenteros suspiros y algunas gotitas extra de mi leche, que ella engullo sin problemas… como para congraciarse del berrinche que hizo… después, se echó a mi lado…

– En realidad crees que seré tu ultima pareja… dijo cariñosa apoyando su cabeza en mi pecho.

– Sí, me gustaría… dije sinceramente, luego agregue… creo que te voy a regalar una lámpara, como la de Aladino…

– ¿una lámpara?¿para qué?… pregunto curiosa.

– Para que guardes ese genio de mierd… que tienes… le dije en tono de gracia y reproche.

– Jajaja… está bien… me dijo como niña regañada.

– Tienes que aprender a controlarte… eres muy explosiva… le reclame más calmado.

Quizás pueda sonar racista, pero a uno le queda la imagen, que las morenas son más belicosas o al menos es el estereotipo de algunas películas… pero yendo más por el lado familiar, su madre a pesar de ser de piel clara parecía algo colérica, si dominaba a ese moreno gigante… y bueno su padre tenía un aire autoritario también… Caraj… domesticar esta chica iba ser trabajoso, pensé.

– Pero es que mirabas mucho a Vane… dijo justificándose y luego hizo la pregunta que temía… ¿es que te hizo algo? ¿o te dijo algo?…

Quizás en ese momento debí decirle la verdad, las mentiras no duran mucho… además lo que paso con Vane no fue mi culpa… pero no quise malograrle el momento, suficiente tenía Mili con la preocupación por lo de su mama.

– Con todo lo sucedido… no la paso… no sé cómo actuar con ella… no me da confianza… y no sé si sea buena para Guille… respondí.

– Bueno, eso como me dijiste, es problema de ellos… son adultos… repuso Mili.

– Si… Tienes razón… dije callando todo.

Optamos por volver a la fiesta, en el camino me percate que Mili aún tenía la falda sobre el pubis y el escote debajo de los senos… se lo hice notar y enrojeció como tomate… luego tuvimos que escondernos otra vez… Mili me jalo repentinamente, pensé que era el vigilante de nuevo… pero…

Eran Vane y Guille, estaban saliendo de la fiesta, al parecer ellos también tenían su pequeña discusión, Guille parecía reclamarle algo… sin embargo notaba como Vane más que prestarle atención, observaba a todos lados… ¿nos estaría buscando?, saber si termine con Mili para aprovechar la situación… ¿estaría molesto Guille por la atención que aun ella me daba?…

Tras el acicalamiento de Mili, decidimos salir de entre los árboles, tomados de la mano… ahora el rostro que se descompuso fue el de Vane… su treta de hacernos pelear había funcionado al revés… Guille más bien menguo su molestia con ella, intentando disimular que ellos también estaban bien.

– Ya me imagino que habrán hecho… me dijo bromeando en voz baja, sin embargo Mili escucho.

Le hice un gesto como para que se calle, había confianza entre nosotros como amigos… pero no con Mili, que no le gustaban ese tipo de bromas… y se dio cuenta al ver que ella enrojecía.

Luego Mili fue a consolar a Vane que parecía abrumada… fuerza de genero será, en algunas situaciones las mujeres se apoyan mutuamente… y más con la arpía de Vane dándosela de victima seguro por su discusión con Guille. Ambas se fueron al baño, el pretexto que usan las féminas para hablar…

– ¿Qué paso?… me atreví a preguntar, viendo a Guille contrariado.

– Vamos… tú lo sabes… me dijo incómodo.

Pensé un instante que Vane le conto todo, pero de ser así… al igual que Javier ya me habría golpeado.

– ¿A qué te refieres?… insistí haciéndome el desentendido.

– Ella aún tiene una fijación contigo… ¿hizo algo? o ¿te dijo algo?… pregunto hastiado.

Era la segunda vez que me lo preguntaban, primero fue Mili y ahora Guille… y nuevamente me negué, esta vez con la cabeza… desperdicie la segunda oportunidad que tuve, tampoco quise malograrle la ilusión a mi amigo que tanto me apoyo… creí que no era el lugar ni el momento apropiado.

Pero sentí que por proteger a mi amigo y a mi enamorada, estaba cavando mi propia tumba… como el sabio Guille dijo “hagas lo que hagas, la vas a cagar”… antes por contarles las cosas a ellos, los metí en este lio… ahora quizás caería solo en la trampa que Vane me ponga y sufriría solo las consecuencias.

– Lo siento, no estoy cómodo con Vane cerca, no sé cómo actuar después de todo lo que paso… le confesé y agregue… es muy cambiante… no me da confianza…

– Tienes razón, ella se mostró afectuosa conmigo, ahora me dice que soy muy celoso y posesivo… pero solo quiero saber que pasa por su cabeza… ¿por qué actúa así?… me dijo afligido.

– No te ilusiones con ella… es muy complicada… te va fregar la vida… le aconseje.

– Lo se… pero ya me complique… me dijo abrumado, era un ciego enamorado o encaprichado.

Por más que le aconsejara, no me haría caso hasta que el se diera cuenta… cada quien elige la pared contra la cual estrellarse, es decir, todos nos entercamos alguna vez con una relación, forzando las cosas para que funcionen… solo me quedo invitarle un trago para que se olvide un momento de eso…

Tras un rato las chicas volvieron, se unieron un poco sombrías a nuestra mesa, luego fueron haciéndose participes de la conversación… nuevamente Vane se puso en modo neutro, decidí no darle importancia y difícil con lo ebrio que me puse y lo seco que me dejo Mili. Vane más bien enfilo su atención a Guille, el chico que la riño, le daba unas miradas rencorosas… y Mili, bueno volvió a ser cariñosa conmigo.

Mientras mirábamos a los pocos jóvenes que quedaban bailar, nos dimos cuenta que estábamos cansados y decidimos regresar a las cabañas… en el camino Guille y yo nos enteramos que las chicas habían decidido, mientras estaban en el baño, dormir en la misma cabaña, en la de Mili…

Evidentemente era el castigo que Vane le imponía a Guille por gritarla… pero que culpa tenía yo de eso, ya había ideado escabullirme a ver a Mili… después lo pensé… eso de dormir juntas, seria literal, es decir, la última venganza de Vane seria… ¿dormir con mi enamorada?… ¿volverla lesbiana?…

Creo que en mi estado etílico estaba desvariando… pero con esa loca nunca se sabe… me saco de mi abstracción, la sentida aceptación de Guille a esa situación… Caraj… Vane se estaba llevando sus bolas, lo había convertido en su perrito faldero que aceptaba todo de ella, pensé.

Las dejamos ir… voltee a ver a Mili, le hice un gesto… que se cuide de esa loca… ella entendió y me hizo un gesto para que no me preocupe. Me fui tambaleando con Guille… en el camino y en la cabaña me conto toda su relación con Vane… me estaba muriendo de sueño pero lo escuche…

Cuando se dio cuenta que me dormía con los ojos abiertos, que era como hablar con un maniquí… me libero de ese castigo y me dejo irme a dormir… otra vez me deje caer sobre esa maldita cama que no me dejaría descansar tan fácilmente…

Nuevamente empezaron mis sueños primero con Viviana, pasando después a mis sueños pseudo húmedos con Vane… había algo de lógica en mi sentimiento de culpa por lo de Viví que ahora reflejaba en Vane… sentía que todas esas situaciones eran producto de mis errores, que ellas pagaron las consecuencias de mis actos y de alguna manera debía congraciarme con Vane para sentirme perdonado.

Una cosa es pensar racionalmente en resarcir un daño… pero la otra cabeza (del pene) a veces no piensa igual, solo se queda con las imágenes candentes de mi sueño con mi cuerpo entrelazado con el de Vane en un confuso acto sexual, mezcla de pasión animal (que tenía con Mili) y cariño (que tuve con Vivi)…

– Por la put… madr… casi grite al despertarme de golpe, luego agregue palmeando mi frente… sal de mi cabeza… puta de mierd…

Aún era de noche… Guille roncaba en el cuarto de al lado… intente dormir otra vez y me asaltaban imágenes similares… Caraj… me había obsesionado con esa loca… pensé que solo había una forma de exorcizarme de eso… iría a buscarla y le haría el amor salvajemente… a mi enamorada, mal pensados…

Como en la mañana, el cuerpo de Mili me ayudaría a callar esos demonios, quizás sería bueno despertar acurrucado con ella de manera placentera y romántica… luego llamaría a Viví para hacer las paces, y buscaría la manera tranquila de conversar con Vane racionalmente… así mataría mis culpas y demonios, luego al fin volvería a dormir tranquilo…

Esperando a Mili antes del baile, fisgoneando en los alrededores de su cabaña, había encontrado un lugar por donde entrar… se trataba de una puerta de acceso secundaria, que en teoría había sido clausurada, estaba fijada por unos clavos… pero… era de esas puertas divididas en 2: una parte inferior de 1 metro de altura y la parte superior el resto…

En mi exploración note que solo la parte superior de la puerta estaba fija, la parte inferior se había descolgado un poco. Seguro los niños que se hospedaron ahí anteriormente habrán jugado con esa parte inferior de la puerta, dejándola maltrecha… ahora lucia apenas pegada o juntada al marco de la puerta, se veía que con un empujón se abriría sin problemas.

Ya que veía que mi cabaña estaba embrujada, maldita por el abuso que Vane me infringió, más aun por los sueños repetitivos que tuve… entonces tentaría suerte en la cabaña de Mili…

Me escabullí mismo Rambo, entre los arbustos alrededor de la cabaña de Mili… note, que el vigilante se había tomado a pecho su misión de cuidar ese lugar, dio minuciosamente una vuelta alrededor, seguramente esperando oír algo que pudiera interpretar como mi presencia dentro… al no notar nada fuera de lo normal, decidió proseguir su camino, pero volteando de cuando en cuando…

Al ver que estaba prudencialmente lejos, me acerque a la puerta descrita, le di un pequeño empujón, para no hacer ruido y, como esperaba, la puerta cedió fácilmente… a pesar de mi ansiedad de entrar, tuve que ser paciente y abrir de a pocos, para evitar que el chirrido de esa vieja puerta me delate… luego cerrar la puerta también lentamente, para no dejar huellas de mi ingreso…

Una vez adentro habían 2 dormitorios, igual que en mi cabaña, uno grande: que en mi caso usaron Guille y Vane, supongo que acá lo usaron los viejos de mili… y otro dormitorio más pequeño, que use yo en mi cabaña y supongo Mili aquí… entonces enrumbe a este cuarto…

Mi corazón latía a mil por la adrenalina de la situación y poseer a Mili en ese lugar prohibido, escapando de la vigilancia y tomándola por sorpresa… me recordó la vez que la desperté en mi casa con mi verga por detrás… esperaba que esta vez fuera algo diferente… debía tener cuidado también de no hacerla gritar para no llamar la atención de Vane o del vigilante en alguna de sus rondas…

Abrí esta puerta también con sigilo… dentro vi que sobre la cama se dibujaba una apetitosa silueta tapada por las sabanas… observando el cuarto, encontré que la ropa que Mili había usado en la fiesta, estaba en el suelo… su ropa de baño colgada en un mueble… algo desordenada la niña…

En este caso la luz no entraba tan directamente al dormitorio como en mi cabaña, había más penumbra… Pero igual pude distinguir que Mili descansaba boca abajo… posición propicia para mis fines, pensé… seria que me estaría esperando para que la atore por detrás como le gustaba…

Me restaba dar unos pasos para llegar a la gloria… sentí nuevamente el mareo, tomar dos días seguidos no me cayó bien, seguía semi embriagado … o era la ansiedad de tenerla otra vez… mi verga estaba dura de nuevo viendo el bulto que formaban las posaderas de Mili que sobresalían de las sabanas.

Frente a la cama, fui jalándole suavemente las sabanas para no despertarla… fueron apareciendo sus piernas y su enorme rabo… ella ni se inmuto… vi que tenía un polo que apenas si le cubrían sus nalgas… se veía esa deliciosa raja y lo abultado que se ponían glúteos al llegar a las piernas…

Yo me desnude, para que nada entorpeciera mi faena… fui subiendo lentamente a la cama, para no hacer ruido ni movimientos bruscos que la saquen de su sueño… mis piernas ladearon sus piernas, comencé a acariciar sus nalgas… maldito mareo… mis sentidos no se sentían del todo bien…

En la maraña de pelos que cubrían su rostro, podía jurar que la note sonreír o al menos emitió un sonido de complacencia entre sueños… bueno es suficiente, ya no puedo esperar más, me dije… estaba a mil, aparte con el temor que el volviera el vigilante y se le ocurriera ver por las ventanas…

Le abrí un poco las nalgas y fui enfilando mi verga a su pequeño ano… aquí si tuve un poco de paciencia, no quería clavarla de golpe y despertarla bruscamente… había llevado algo de crema por si acaso, la incursión seria repentina y necesitaría algo de ayuda para que entre mi verga.

Me unte la crema y fui metiendo de a pocos mi verga, empujando paulatinamente… apenas escuche unos leves quejidos, pero sin mayor movimiento u oposición… Mili también estaba ebria, seguro con los sentidos más adormilados y anestesiados que los míos…

Ya había logrado insertar la cabeza de mi pene, su esfínter parecía oponer resistencia, seguro inconscientemente iba apretando las nalgas… pero no me desanime…

– Ohhh… ufff… escuche su gemido entre sueños, cuando la parte más gruesa le entro.

Al oírla, casi me da un paro cardiaco… me detuve… al ver que se relajaba nuevamente y que el sonido fue más de complacencia que de queja, entonces procedí a insertarla más… ya veía media verga desaparecida entre sus golosas nalgas… más bien ella realizo un pequeño movimiento involuntario quizás, abrió un poco las piernas, como para separar las nalgas y que la atoren mejor…

A medida que le iba entrando la otra mitad, notaba como movía el cuello nerviosa, resoplando y gimoteando por momentos… cada vez más sentía que levantaba un poco sus caderas para que le entre mejor… mientras yo seguía forcejeando para metérsela toda, hasta la raíz…

Una vez que mi ingle finalmente choco con sus redondos glúteos, solté un suspiro de alivio… al fin la tenía enganchada hasta el fondo… de la emoción, una gotita de leche se me escapo… Mili a su vez, se retorció satisfecha… sus piernas se comenzaron a mover, como escaneando cada centímetro de mi verga en su interior… era como cuando uno se estira en la cama al levantarse…

– ¿Qué?… ouuu… uhmmm… exclamo suavemente, levantando un poco la cabeza.

Se estaba despertando, se había sentido deliciosamente atorada, esa opresión en sus nalgas, más esa tiesa barra de carne en sus entrañas… era evidente que por más borracha que estuviera, en algún momento se daría cuenta que se la estaban clavando, prácticamente violando…

Me incline, casi eche encima suyo, mi brazo izquierdo se apoyaba en la cama y mi mano derecha le tapaba la boca para evitar que grite… me acerque para susurrarle, al menos donde yo creía que estaba su oído, porque su cabello era un desorden que cubría su rostro…

– No te preocupes… soy yo… le dije.

– ¿Dannyyy?… pregunto excitada aun adormilada.

– Así es… replique.

– Siii… al finnn… susurro satisfecha Mili entre mis dedos.

– No grites… le advertí.

– Nooo… hazme tuyaaa… exclamo ahogadamente.

Ahora sabiendo quien la poseía, se retorció más, aun adormilada estaba disfrutando ser clavada… yo me separe un poco de ella para empezar la faena. Vi como sus manos arañaban las sabanas, mientras suspiraba ahogadamente…

Se dio cuenta que estaba haciendo ruido y no quería despertar a Vane o llamar la atención del vigilante, así que ella misma jalo una almohada hacia su rostro para ahogar sus sonidos placenteros y sus futuros gemidos ahí. Luego nuevamente sus manos buscaron que asirse del colchón… sus brazos ladeaban su cabeza cada vez más enterrada en la almohada…

Para apoyarme mejor, y a su vez someterla… tome sus muñecas y me apoye sobre ellas, con mis rodillas ladeando sus piernas y apoyadas en el colchón… estaba en una posición como manejando una de esas motos de carrera. Mili con su pequeña estatura, estaba sometida debajo de mí en una posición casi como de rana, brazos hacia arriba, piernas separadas y culo oportunamente levantado…

– Ohhh… siii… que ricooo… exclamaba ahogada entre la almohada.

Estaba meneando su delicioso culazo en mi entrepierna, gozando esa unión, por momentos relajándose y por momentos apretando sus nalgas como para comprobar si era cierto o un sueño… o solo para que su goloso trasero saboree mi verga en toda su magnitud…

Sentí que era momento de iniciar mi faena… comencé a meter y sacar lentamente mi verga… ella desesperada no me dejaba alejarme mucho… su ansioso trasero perseguía hacia atrás a mi verga, no dejando que se aleje, como si temiera que no volviera a ingresar…

Así casi sin querer, Mili fue adoptando una posición peculiar… sus caderas un poco levantadas, quebrando la espalda para recibirme… no estaba completamente echada, tampoco precisamente en 4, era una figura intermedia… con las rodillas bien fijas en el colchón como para soportar mis arremetidas…

– Ayyy que placerrr… uhmmm… suspiraba en voz baja.

Por un momento temí que se ahogara en la almohada, que parecía contener no solo sus gemidos sino también su entrecortada respiración… pero mientras siguiera arañando la cama, soportando con sus enormes nalgas levantadas, supongo que todo estaría bien…

El martilleo y rebote de mi ingle en su inflado trasero empezaba a hacer un armónico ruido, ese placentero golpeteo… pero no me importo… si nos oía Vane o si se atrevía a entrar, no vería nada que no haya visto antes… así que… que se muera de envidia esa bruja…

Cada vez nuestros movimientos eran más rápidos, producto del placer que nos causaba esa fricción, esa inesperada incursión de madrugada… cada vez mi ingle rebotaba con más fuerza en sus voluptuosas nalgas, a su vez ella empujaba con más fuerza sus caderas contra mi… esperando que la estampe mi verga con mayor dureza y profundidad… hasta que no aguantamos…

– Ohhh… Ufff… exclame casi sin aliento, con mi verga escupiendo leche en sus entrañas.

Ella se dejó desparramar sobre la cama, respirando forzadamente… había hecho un gran esfuerzo físico, me sorprendía que Mili no haya terminado acalambrada, más aun después de brincar unas horas antes sobre mi verga tras abusar de mi entre los arboles al lado de la fiesta…

Hasta que final escuche su voz más claramente, voz q no escuche bien antes entre la maraña de sus cabellos y la almohada… pero no era lo que esperaba…

– Ufff… oh my god… ufff… suspiró satisfecha.

Continuara…

Relato erótico. “la maquina del tiempo 8” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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despues de trasportame a la edad media con la maquina del tiempo me escondi en un paraje  donde habia un noble acampado estando durmiendo sin hacer ruido le robe la ropa y me la puse y le deje la mia  y me lleve el caballo lo senti por el pero necesitaba la ropa o podia ir con la ropa de egipcio estaba en la miseria ya que las monedas egipcias o romanas no me servian no sabia   en que pais de la edad media estaba si era inglaterra o españa por el escudo me parecio españa encontre  un convento no muy grande y me diriji a las monjas para pedile asilo y algo de comida efectivamente era españa por favor hermana no tengo nada que comer y estoy cansado dejeme pasar aqui la noche solo hoy aqui no puede ser le dare algo de comida pero tendra que marchase por favor solo esta noche luego me ire esta bien pero mañana se ira y  no saldra de su cuarto prometido le traire comida y se dormira y mañana se ira a primera hora entendido si hermana gracias estaba en el convento devore la comida rapidamente ya que estaba muerto de hambre y me dormi estaba reventado pero por la noche oi unos gemidos que parecian que alguien estaba follando o era un gato roronenado me levante sin baje hasta un sotano donde estaban los gemidos abrir la puerta y me quede de piedra de lo que vi todas las monjas estaban en pelotas picada chupando el chocho una a la otra y metiendose un consolador de madera joder con el credo ellas me miraron furiosas le dije que no saliera de la habitacion si lo llego a saber no le doi hospedaje maldito cabron dijo la monja la cula es tuya por hospedarle iremos a la hoguera por tu culpa  cuando nos denuncie tranquilas hermanas no pienso denunciar a ana nadie yo sabia que las tenia a mi merce primero  quiero que prepareis bastante comida para llevar no hay poblema dijeron las monjas aqui sobra comida luego me derais algo de dinero no tenemos mucho pero algo sacaremos y despues quiero que me complacais las 4 habia4 monjas dos novicias y dos maduras una era la superiora que me atendio asi que me baje las calzas como e aquellos tiempos se llamaban y saque mi verga toda dura las maduras no estaban mal tendria n unos 4 3 y 39 años era sor agueda y sor viginia y las novicias eran sor cristina y sor manuela cuando vieron mi verga se relamieron vi en ellas una cara de viciosas que para que mas viciosas que cualquier puta de un burdel joder que cabron deijeron sor agueda y sor viginia que verga teneis me muero por probarla dijeron las monja y las jovenes nunca hemos visto una verga y queremos probarla asi que dije tranquilas habra para todas por de pronto agueda y virginia que me la chupen la poya que rica tanto tiempo por aqui sin ver una verga y emepezaron  a mamar comosi se le fuera la vida en ella mientra sor cristina y sor manuela se chupaban sus chocho la una a la otra ahora quiero follaros el culo dije yo sor agueda dijo yo primero que soy la superiora y se la endiñe en el ojete y vos hermana virginia dijo sor agueda comeme las tetas ya la empece a follar y decia asi cabron dare verga hasta los huevos que putas sois madre si lo dijo ella y me encanta antes mi oficio era mujer de la vida hasta que me hice monja jodeer pues seguis de puta como antes decia yo mientras la endiñaba por el culo esos palaceres no se olvidan tomar poya zorra dije yo sisis romperme el culo a vergazos mientras virgia la comia las tetas agueda emepezo a correrreseeahahahahaha me corrroooooooooo como una guarrrrrrra ahora me toca a mi dijo sor viginia ella mela chupo  hasta ponerme la otra vez como una piedra de dura y se la metio en el chocho aha joder como necesitaba una poya en el chocho asi asi cabron follame bien no pares rompeme el choocho a poyazos mientras sor agueda se masturbaba y sor cristina le chupaba el ajete a sor virginia manuelita ven aqui chupame las tetas mientras me folla este caballero ahahahahahahha me corrroooo dijo sor virginia luego la toco el turno a sor manuela ella era una novicia mas jovencita no era virgen por supuesto pero habia sido con consoladores no con una poya autentica y queria probrar asi que mientras sor agueda y sor viginia se comian la  boca yo me ocupe ahora de las novicias hice que me la chupara  sor cristina y sor manuelaes deliciosa caballero que rica la teneis me pasaria el dia chupandosela a vos señor  abrir vuestros chochos que os voy a follar a las dos primero a una y despues a otra si señor aqui os teneis queeremos probar lo que es una verga de verdad asi que se la meti a manuela que era la mas jovencita tendria unos 19 años ahahahahaha que gusto dijo estoy en el paraiso esto es el cielo  me muero de gusto s corrio enseguida pues  nunca la habia probado solo con mastubadores de madera o los dedos de las otras monjas ahora dijo sor cristina ahora me toca ami me la volvio a chupar y se la meti en el culo despues de preparaselo sor cristina era virgen de culopero no de coño y se la endiñe por detras y emepeze a darle toma zorra toma mi verga sor guarrra si caballero soy vuestra guarrra vuestra puta no pareis de darme por culo que rico mientras la tocabael chocho se corrio a mares ahora quiero romperla a sor manuela el culo nuca lo ha echo por ahi es muy estrecho tendreis cuidado verdad dijeron las otras hermanas si nos os procupeis ya verreis como la gustara a la muy zorra despues asi que prepare al igual que cristina a manuela y se lo comi el ojete ella se moria de gusto y me dijo estoy dispuesta caballero quiero sentir ese deliciosa verga en mi culo se la fui meitiendo despacito hasta que la tuvo dentro y emepece a moverme dentro de ella ahahahahahaha esto es divino mi amor decia me corrro que poya teneis me vuelve loca romrperme el culo me da igual simee haceis sangre ahahaha como disfruto que guarra nos ha salido la hermana maanuela dijeron las otras igual que nosstras de putas ahora ponervuestra bocas zorra me corrroooooooooodije  yo ahahahahahahha todasse bebieron mi leche pasamos toda la noche follando estaba desehecho `por la mañana me prepararon un buen desayuno con picatotes y un tazon de leche podeis venir cuando querais caballero charles aqui teneis vuestra casa y estaremos para vos siempre que querais yo me despedi de ellas siguendo mi camino prometiendo que las volveria haber y me dirigi hacia valencia enel camino vi a dos chicas jovenes quelas hiban a quemar en una hoguera corri corriendo con mi caballo y dije fuera dejar a esas mujeres malditos ello s intentaron hacerme frente somos la inqusicion quiennes sois vosostros para inpedir que quememos a estas brujas en la hoguera torquemada os matara habia oido hablar de el era el mayor asesino de la historia de la inquisicion mujer que se la resistia en la cama la acusaba de bruja y la quemaba viva todas le temian asi que desenvaine mi espada menos mal que en la epoca actual habia dado leciones de esgrima y me enfrente a ellos y los desarme salieron corriendo jurando que me lo harian pagar yo desate a las mujeres las cuales llorando se me echaron encima dandome ls gracias no sosmos brujas señor solo vendemos pocimas para las enfemedades nos ganamos asi la vida esta es mi hermana isabel y yo soy estefania las acompañes a su casa y las dije coger todo lo que tengais que os sirva y abandonar esta casa vendra arpor  vosostras y os buscaran a l igual que ami  las pague una posada dormieron en otra habitacion contigua a la mia cenaron y se acostaron pero por la noche estando yo dormid senti que alguien venia a mi cama me quede de piedra venian las dos desnudas riendose os gusta lo que veis señor por supuesto dije yo y que esperais para cogerlo somos vuestras se metieron en mi cama y me las folle estefania me comio la poya y  isabel los huevos estabaos en la gloria meterme vuestra verga caballero lo estamos deseando mi hermana y yo asi que emepece a follar a estefania ah que rico como follais que gusto  me dais seguir mi señor no pareis mientras su hermana la comia las tetas si  hermana qe gusto nos pareis ninguno de los dos luego cogi a isabel y la di por el culo que rico dijo ellas asi hasta los huevos mi señor meterme todaa la quiero toda vuestra verga hasta los huevos dijo ella mientras u hermana la comia el chocho luego cambiamos di por el culo a estefania mientras isabel la comia a ella el coño ahahaha mi señor que rico como follais me corrro mi señor follarme como una puta a hahahahaha que gusto me folle a las dos y las dipor el culo al dia siguente nos levantamos tarde de  tanto follar CONTINUARA


Relato erótico: “El ídolo 3: la profesora y mi compañera, mis putas”. (POR GOLFO)

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Al amanecer, me despertó el ruido de Ixcell al levantarse. Zafándome del abrazo de Ol
vido, salí del saco de dormir y cogiendo un pantalón, me vestí al recordar que la noche anterior y motivado quizás por el alcohol, había medio violado a esa profesora.
La rubia al contemplar que me había despertado, ni se dignó a mirarme y obviándome se puso a preparar el desayuno, sin darse cuenta de la sorpresa que nos tenía preparada esa mañana.
En un principio tampoco yo, advertí que a escasos metros de la hoguera, alguien había dejado frutas y un pequeño cervatillo a modo de ofrenda.
-¡No comprendo!- exclamé al saber que quien lo había dejado allí no podían ser más que los lacandones. Que esos hombres que el día anterior habían robado nuestro equipo hubieran dejado todo eso, era algo que no me entraba en la cabeza. Era como si a su modo, nos estuvieran pidiendo perdón.
Mi exabrupto alertó a la arqueóloga de las viandas y acercándose a ellas, su cara mostró también su extrañeza pero tras pensarlo durante unos instantes, se dirigió a mí diciendo:
-Si hubieses estudiado en vez de andar violando mujeres, comprenderías que por alguna razón nos están reverenciando. Y ya que lo único que hemos hecho ha sido sobrevivir una noche en este lugar, deben vernos como seres superiores dotados con algún poder.
-¿Qué poder? ¡Estamos varados en mitad de la selva!- respondí pasando por alto la pulla que me había lanzado.
Con genuina tranquilidad, peló uno de los mangos que nos habían dejado antes de contestar:
-No tengo ni idea pero sé que no tardaremos en descubrirlo.
Confieso que me deslumbró su serenidad pero aún más su mente porque sin dejarse llevar por el pánico, había buscado una respuesta aceptable a ese cambio de actitud de los indígenas.
“Será una zorra estirada pero tengo que reconocer que sabe de lo que habla”, refunfuñé admirando además lo bella que estaba esa mañana.
Tratando de sacar de mi cerebro la imagen de las piernas de esa rubia, volví a donde seguía durmiendo mi compañera y la desperté. Debido a la resaca, Olvido tardó unos instantes en espabilarse y cuando lo hizo, me sonrió diciendo:
-¿Cómo está la lesbiana? ¿Está escocida?
Su burrada me reveló que al contrario que yo, ella no estaba arrepentida por haber forzado a nuestra jefa. Obviando su comentario, le expliqué lo sucedido y tras escucharme con atención, el único comentario que hizo fue al comerse un plátano y decir lo bueno que estaba.
Descubrimos el ídolo y sufrimos sus consecuencias.
Con el hambre saciada, nos pusimos a preparar nuestro equipo. Como esa mañana íbamos a explorar la cueva que se introducía en la ladera de la pirámide, comprobamos las linternas y sus baterías. Hallándolas en perfecto estado, Ixcell nos ordenó seguirla al interior.
La primera estancia que era la única que veíamos desde el exterior consistía en una cavidad sin ningún tipo de adorno. Eso calmó nuestra inquietud al creer que en contra de nuestras expectativas esa gruta no tendría valor arqueológico más que el de estar ubicada en el interior de esa monumento.
Pero nada más cruzar y vislumbrar la siguiente, pudimos observar que estaba profusamente decorada con símbolos mayas. Pero lo que nos dejó realmente impresionado fue un enorme monolito de más de dos metros en el que habían tallado la imagen del dios Kukulkan. Gracias a haber permanecido siempre en el interior de esa cueva todavía conservaba sus colores y por eso la “serpiente alada” mantenía el esplendor de cuando fue tallada.
-¡Qué maravilla!- exclamó la arqueóloga emocionada.
Dejándose llevar por la emoción de sus ojos brotaron unas lágrimas al contemplar tamaña belleza, tras lo cual, empezó a fotografiar la estancia mientras yo intentaba traducir los mal llamados jeroglificos porque en realidad se trataba de un sistema silábico. Centrándome en los esculpidos en el dintel de la puerta,  fui anotando el significado de cada uno pero no fue hasta que había acabado cuando caí en su significado:
-¡Es una amenaza!- grité consiguiendo obtener la atención de mi jefa.
Llegando a mi lado, la arqueóloga leyó:
“Solos los dignos de Kukulcan serán perdonados por perturbar su descanso”
En cuanto acabó, girándose buscó a Olvido con la vista y al no verla se preocupó:
-¿Dónde está esta pendeja?
La respuesta a su pregunta llegó a nuestros oídos cuando desde el fondo de la gruta, oímos gritar a la morena llamándonos. Sin pensar en la maldición cruzamos dos nuevas habitaciones antes de llegar a donde estaba mi compañera. La encontramos en una estancia mucho mayor que las anteriores señalando con la linterna un altar en honor a ese dios.
-Leed- gritó emocionada.
Al revisar el conjunto de grafías, Ixcell las leyó de corrido:
“KuKulcan elige a sus favoritos con gran sabiduría, solos los dignos podrán lucir su emblema mientras los indignos sufrirán su venganza. El poder sobre la vida y la muerte quedará reservado al elegido”.
-¿De qué emblema habla?- pregunté confundido.
La boba de la morena olvidando todas las precauciones y antes de que pudiéramos avisarle cogió del altar un colgante de oro con el rostro de ese dios. Inmediatamente empezó a sufrir convulsiones E Ixcell queriendo ayudar intentó quitarle la joya de sus manos pero por desgracia sufrió las mismas consecuencias.
Sin saber que hacer me las quedé mirando mientras las veía morir ante mis ojos. El dolor que sufrían debía de ser inmenso puesto que sus rostros se retorcían presos del castigo. En ese momento escuché en mi espalda:
-Si no quiere que mueran debe ponerse a KuKulcan en el pecho.
Al girarme, descubrí al jefe de los lacandones mirándome con respeto. Sus palabras me parecieron una locura y así se lo hice saber. No estaba dispuesto a morir por ellas.
-Si han sobrevivido a esta noche, se debe a que uno de ustedes es el elegido. Como podrá comprobar, ninguna de las mujeres ha sido aceptada por mi Dios, luego usted es su predilecto.
Os juro que fueron los estremecedores gritos de las dos los que me hicieron decidirme y temblando de terror, me agaché a coger el colgante.  Al agarrarlo, en vez de notar dolor solo fui capaz de percibir que estaba templado y ya más tranquilo me lo colgué del cuello.
De improviso, vi que se iluminaba toda la gruta y aunque os parezca una mera alucinación, me vi de frente con KuKulkan. Nuevamente aterrorizado, esperé mi final pero entonces esa gigantesca serpiente con la cabeza repleta de plumas me habló:
-Cinco siglos mi pueblo ha esperado un líder que le haga resurgir de sus cenizas. Sabiéndote digno, te ordeno que recuperes su antiguo esplendor.
Sin ser todavía consciente de los designios de ese Dios, KuKulkan desapareció y con el la luz que iluminaba la gruta, dejándome solo con las dos mujeres y con el indígena que permanecía arrodillado a mis pies.
Halach uinik, su pueblo le espera.
Al escuchar que se refería a mí usando el título que los mayas daban a su rey, me percaté también que me había hablado en ese idioma que llevaba teóricamente desaparecido casi medio milenio. Si ya de por sí eso era imposible, aún más el que yo lo comprendiera como si fuera mi lengua materna. Aturdido como estaba, estuve a punto de acompañarle fuera pero entonces recordando a las dos mujeres, le pedí que me ayudara.
Fue entonces cuando me contestó:
-Si es su deseo que vivan, tóquelas. Con ello, el aliento de la serpiente las sanará.
Haciéndole caso, agachándome a su lado las toqué y como por arte de magia, ambas se recobraron recordando lo que había pasado. Asustadas por lo que habían soportado pero sobre todo por lo que habían visto, me miraron con terror al temer que una `palabra mía haría volver su sufrimiento.
Su miedo me quedó claro cuando quise ayudarlas a levantarse y la propia Olvido se retiró asustada. Incluso la jefa de la expedición rehuyó mi contacto y viendo que ya se acostumbrarían salí de la cueva.
En el exterior me llevé una nueva sorpresa porque a la salida de la pirámide, me esperaban unos quinientos lacandones. Sabiendo que solo seguían vivos unos mil, comprendí que la mitad de todo ese pueblo esperaba en silencio mis palabras y dirigiéndome a Uxmal, el jefe, le pregunté cómo era posible.
-Ayer cuando usted entró en la tierra sagrada, llamamos a nuestros hermanos para que vinieran. Solo los viejos y los niños no han podido venir.
Como sabía que esperaban un discurso, me limité a repetir la misión que me había encomendado el dios. Al oírme se echaron a llorar y a reír agradeciendo el favor divino. Fue entonces cuando Ixcell, ya medianamente recuperada, se atrevió a echarme en cara que los mintiera.
La reacción de los indígenas no se hizo esperar y antes de que pudiera intervenir la despojaron de la poca ropa que llevaba y atándola a un poste me preguntaron:
-¿Qué quiere Halach uinik hacer con su ingrata concubina?
Estaba a punto de obligarles a que la desataran cuando la arqueóloga hecha una furia, me gritó que jamás sería mi esclava.
-Darle cincuenta azotes pero que no le quede marca- respondí y dirigiéndome a Olvido, le pregunté mientras dos mujeres lacandonas empezaban a cumplir con el castigo: -¿Aceptas servirme?
Tras unos segundos de indecisión al oír los gritos que pegaba la rubia, la morena se echó a mis pies diciendo:
-Tú me has salvado, tú eres mi dueño.
Su postración dio inicio a la fiesta y mientras en la selva se escuchaban renovados gritos de guerra, uno a uno los miembros de mi pueblo se arrodillaron ante mí reconociéndome como su rey….
Mi primera noche como Halach uinik
Los cánticos se sucedieron sin pausa y mientras las mujeres preparaban la fiesta, Uxmal y un consejo de ancianos me pidieron permiso para ponerme la túnica sagrada. Aceptando de buen grado, descubrí que lejos de ser algo ostentoso consistía en una espléndida camisola blanca muy parecida a la que portaban los lacandones pero confeccionada de un lino espectacular.
Sabiendo que los más viejos llevaban debajo solamente un taparrabos, me desnudé totalmente suponiendo que me entregarían uno. Lo que no me esperé fue ver llegar a Ixcell totalmente desnuda y con la espalda y el trasero enrojecidos portando esa prenda.
-Concubina, cubre la virilidad de tu amo- le ordenó uno de los ancianos.
La pobre arqueóloga sin poderse negar se arrodilló a mis pies pensando que su única función sería ponérmela, pero entonces recibió un nuevo varazo en la espalda y escuchó:
-Límpiala antes con la boca. Nuestro rey debe estar inmaculado para su fiesta.
Por el brillo de sus ojos comprendí que estaba a punto de llorar al saber que se esperaba que me hiciera una felación enfrente de todo el pueblo. Disfrutando del momento separé mis piernas para que facilitar la labor de esa rubia. Ella al advertir que iba a colaborar con semejante felonía, me lanzó una mirada cargada de odio pero viendo que era inevitable, abrió su boca y sacó su lengua para comenzar a despojarla del polvo acumulado durante el día.
Sus lamidas no tardaron en levantar una brutal erección en mi pene. Los presentes empezaron a murmurar sobre mi tamaño y viendo que ya la había embadurnado por completo con su saliva, aproveché para decirle:
-Métetela toda.
Enfurecida por mi orden, separó sus labios y lentamente fue introduciendo mi verga en su garganta. Al sentir que empezaba a sacársela sin haberla terminado de embutir, agarré su cabeza y presionando se la incrusté hasta el fondo. Sin compadecerme de sus arcadas, una y otra vez usé su boca como si su sexo se tratara y cuando estaba a punto de descargar mi semen en su interior, me dirigí a ella, diciéndole:
-Trágate toda mi lefa si no quieres un castigo.
Temiendo que cumpliera mi amenaza, la mujer buscó complacerme imprimiendo a su lengua nuevos bríos e incluso llegando a estimular a la vez con sus manos mis testículos. Su entrega fue el acicate que necesitaba y desbordándome dentro de ella, mi semen se fue directamente a su estómago. Aleccionada mi antigua jefa no cejó en su mamada hasta dejarme seco. Habiendo comprobado que no quedaba nada en mis huevos, supo que había llegado el momento de ponerme el taparrabos y sin levantar la mirada, me colocó esa prenda.
El único vestigio de su antiguo orgullo, llegó a mis oídos mientras los ancianos me ponían la túnica. En ese momento no supe que solo lo había pensado porque lo escuché como si lo hubiese gritado:
-Mataré a este cabrón.
Agachándome donde estaba ella, murmuré en su oído:
-Soy difícil de matar- y actuando como si fuera de mi propiedad, la levanté y lanzándola a los pies de Olvido y ordené a la morena: -Ata a esta furcia. Esta noche le demostraré quien manda, rompiéndole el culo.
Mi compañera asumiendo su papel de concubina y deseando ser mi favorita, agarró a Ixcell de la melena y mientras tiraba de ella, contestó:
-No tendrá queja de mí, me ocuparé personalmente de que esté preparada.
Solté una carcajada al oírla pero sobre todo cuando se la llevó a rastras. Tras lo cual y olvidándome de ambas me uní a la fiesta de mi pueblo, sentándome en un tronco como improvisado trono. Mis nuevos súbditos recibieron mi llegada con alborozo y con canciones me hicieron saber su alegría mientras un nutrido grupo de mujeres empezaba a repartir las viandas entre los presentes.
El banquete consistió en tamales de maíz con frijoles, hongos, venado y mucho pero que mucho balché (para los que no lo sepan es una bebida alcohólica hecha a partir de la corteza del árbol que le da nombre).  Tras varios vasos de ese brebaje sagrado, vi aparecer a Olvido vestida al modo lacandón y sentándose a mis pies, puso su cabeza en mi rodilla mostrando a todos que ella era la favorita de Halach uinik.
Muerto de risa, levanté su cara y le dije que estaba preciosa vestida así. Fue entonces cuando me respondió:
-Mi rey soy suya y por lo tanto lacandona, por lo que le pido que me dé un nombre de nuestro pueblo.
Tras pensarlo unos instantes y alzando la voz para que todos lo oyeran, contesté:
-Nombre me has pedido, nombre te doy. A partir de hoy todos te conocerán como Yatzil.
Emocionada porque hubiera escogido un nombre que significa “cosa amada”, puso nuevamente su cabeza en mi rodilla y empezó a llorar. En ese momento y de no haber estado en mi fiesta de coronación, la hubiese hecho el amor allí mismo pero haciendo honor a mi papel, seguí disfrutando durante horas del acontecimiento.
Ya en los estertores de la ceremonia, se acercó Uxmall y me dijo en voz baja:
– Halach uinik, usted es el primero que debe irse. Nadie se moverá de su asiento mientras no lo haga. Hemos preparado una choza para que usted y sus concubinas descansen.
Asumí de inmediato que tenía que marcharme y levantándome del tronco, dejé que el indígena me llevara hasta donde iba a pasar la noche. No tardé en ver que justo en la entrada de la pirámide, habían construido a marchas forzadas una típica vivienda lacandona. De forma circular y con el techo formado con hojas de platanero, era la más grande que había visto.
Al entrar en ella, vi que de alguna forma se habían agenciado un colchón y que a sus pies permanecía amordazada y atada mi antigua profesora. Satisfecho por la imagen, me acerqué a ella y mientras Olvido-Yatzil me desnudaba, me entretuve acariciando su sexo. Ixcell incapaz de moverse, tuvo que soportar mis toqueteos con lágrimas en los ojos y sin poder hablar.
-Quítale la mordaza-, ordené a la concubina.
Mientras la morena se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a la rubia acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no le guardaba rencor pero que ella era la culpable de lo que le había pasado. Totalmente aterrada,al sentir que ya podía hablar me imploró:
-Por favor, no vuelvas a violarme. Te juro que nunca te denunciaré.
Sonreí al escucharla y tirándola sobre el colchón, la contesté:
-Un rey no viola, toma lo que es suyo. Tu destino es servirme y eso harás.
Yatzil sabía en cambio que debía hacer y solo estaba esperando mis órdenes. Cuando le hice la seña, le separó las piernas y comenzó a besarle los pies sin importarle los gritos de su antigua profesora. Descojonado mientras mi concubina cumplía mis deseos, me entretuve acariciando sus pechos. Involuntariamente los pezones de la rubia se erizaron y profundizando en su desesperación, bordeé  con mi lengua su aureola.
-No quiero- la escuché decir con su boca pero en su mente descubrí que había despertado su deseo y por eso me entretuve en morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta putita?
-No- me dijo con la respiración entrecortada pero su cerebro empezaba a cambiar.
Mi otra concubina ya estaba a la altura de sus muslos cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Valorando que esa mujer tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis disfruté de su indefensión y forzando su entrega, le pedí a Yatzil que introdujera su lengua en su vagina.
-Os lo ruego, dejadme- gritó descompuesta al sentir que iba a ser incapaz de resistir mucho tiempo sin correrse.
Dejé que durante un minuto, la morena le comiese el coño hasta que pegando un grito no pudo evitar sufrir un largo e intenso orgasmo mientras derramaba su flujo sobre el colchón.
-Ves que no somos tan malos- me reí de ella.
Sin dejarla descansar, le di la vuelta y separando sus dos nalgas, le informé que iba a cumplir mi promesa:
– Hoy romperé este culito- y dejando mi lugar a la morena le ordené que me preparara ese virginal ojete.
Yatzil con un brillo en los ojos que nunca le había visto, se puso entre sus piernas y dando primero un sonoro azote a una de las nalgas de la rubia, le dijo:
-Será mejor que te quedes quieta.  Aunque no quieras, nuestro rey tomará lo que es suyo y te aconsejo que te relajes- tras lo cual introdujo un dedo en el rosado ano de la mujer.
Esta lloró y se quejó pero no sé si por la imposibilidad de evitarlo o porque las caricias de la morena le empezaba a hacer efecto pero lo cierto es que cuando Yatzil metió el segundo ningún lamento salió de su garganta. Poco a poco observé que la estirada rubia entraba en calor.  Por mi parte el sentirla en mi poder me excitó y cuando comprendí por el movimiento de sus caderas que estaba empezando a gozar, retirando a mi concubina me acomodé entre sus piernas. Tras lo cual, colocando mi pene en la entrada de su ojete, esperé…
La mujer al sentir mi glande, se quedó aterrorizada pero en vez de penetrarla, ordené a Yatzil:
-Pon tu coño en su boca.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de Ixcell pero sin forzarla a que se lo comiera. Satisfecho al ver que estábamos listos, me agarré a las sogas que la tenían inmovilizada y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su ano. La catedrática jadeó al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión tomaba posesión de su trasero.
-¿Quieres que siga?- pregunté sabiendo que me daba igual lo que respondiera.
Sin ser consciente de que eso significaba su entrega, echándose hacia atrás buscó que la penetrara. Su movimiento no por inesperado resultó menos placentero y tirando nuevamente de las sogas, forcé su entrada dolorosamente hasta que sumergí todo mi miembro en el interior de su intestino.
-¡Viólame!- gritó con una mezcla de dolor y placer.
Apiadándome de ella, no quise forzar aún más su ano y esperé a que se relajara, momento que Yatzil aprovechó para presionar la cabeza de la rubia contra su sexo. Ese fue el instante en que todo se desencadenó. Sus barreras cayeron y olvidando su papel de víctima, hizo que su lengua se apoderara del clítoris de la morena mientras yo penetraba su trasero sin piedad. La estirada rubia no tardó en correrse, y con ella, mi concubina. Los jadeos y gemidos de ambas mujeres fueron la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer y agarrando firmemente las cuerdas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñaló su culo impunemente mientras ella se retorcía gritando su sumisión. Disfrutando de mi poder, metí y saqué mi miembro cada vez más rápido, cuando de improviso sentí que mi mente se unía a la de ellas. Fue esa la primera vez que experimenté que el colgante que me regaló KuKulcan servía de amplificador y dominando mi cuerpo, empezó a apoderarse de mí algo que  me obligaba a seguir montando a Ixcell sin importarme su destino. Me dio lo mismo que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual.
Al estar atada, su espalda se dobló cruelmente pero el dolor se mezcló con el placer y  pegando sonoros aullidos  se corrió una y otra vez. Dominada por una lujuria suicida, se retorcía buscando sufrimiento al saber que eso acarrearía de igual forma un gozo sin igual. La propia Olvido-Yatzil sin saber por qué,  estaba igualmente dominada por la lujuria y se masturbaba con dedos de las dos manos.  
La escena era dantesca, mientras la morena reptaba por el colchón en busca de la boca de Ixcell, yo empalaba a la susodicha. Fue entonces cuando sin dejar de penetrarla, me vi dominado por el placer y explotando en su culo, derramé mi simiente en su interior.
Cayendo agotado, me desplomé sobre el colchón. Tardé un  buen rato en recuperarme y cuando lo hice, vi que mi concubina estaba desatando a la mujer, la cual permanecía postrada babeando y con la mirada perdida.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo su estado.
-No ha aguantado tanto placer – contestó la morena y sonriendo, me preguntó:  -¿Desea mi rey hacer uso de su favorita?

Recalcando sus palabras y abriendo su boca, se puso a reanimar mi alicaído miembro… 

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es

 

 

Relato erótico: Dominada por mi alumno 6 (POR TALIBOS)

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HISTORIAS:
Gloria y yo charlábamos relajadamente en el jacuzzi mientras la obediente Rocío me traía la bebida que habíamos pedido. Con un simple gesto, Gloria le indicó a la chica que se arrodillara detrás de ella y le masajeara suavemente los hombros mientras me contaba su historia.
Saboreé con placer el refrescante batido, sonriéndole a Rocío para demostrarle que me gustaba mucho. Ella agradeció el gesto con un leve asentimiento, sin dejar en ningún momento de acariciar y masajear la espalda de la otra joven, que continuó con su narración.
–         Como te decía – dijo Gloria – No hay nada especial que contar sobre cómo empecé con Jesús. Era un chico guapo e inteligente y todas las chicas andábamos detrás de él.
–         Me lo creo – asentí.
–         Por fin, reuní el valor suficiente y le invité a salir. Y él aceptó.
–         ¿Fuiste tú el que le invitó a él?
–         Sí. Tenía miedo de que otra se me adelantara, así que reuní valor y lo hice.
–         Vaya. Yo nunca he sido lo bastante valiente como para declararme a un chico – confesé.
–         Bueno – dijo Gloria – Yo sólo lo he hecho una vez…
–         Ya. Claro.
–         Pues eso. Salimos durante un tiempo y la cosa fue normal al principio. Ya sabes, dos adolescentes tímidos yendo al cine y a pasear. Lo típico, vaya.
–         ¿En serio?
–         Sí. Todo muy corriente y moliente. Empezamos a tener sexo a los dos meses de empezar a salir.
–         ¿Perdisteis la virginidad juntos?
–         Yo sí. Pero, para ese entonces, Jesús ya no era virgen. Y entonces la cosa empezó a cambiar.
–         Ya veo – asentí – Fue cuando empezó a montárselo con su madrastra.
–         Exacto – corroboró Gloria – Ella le descubrió un mundo nuevo, pues Esther es una sumisa de cuidado y claro, todo lo que aprendía con ella lo aplicaba luego conmigo. Fue todo tan progresivo que casi no me di cuenta de que cada día me iba pidiendo un poco más.
–         Entiendo.
–         Cuando me quise dar cuenta, me encontré totalmente dependiente de él. Sólo vivía para complacer sus deseos y era feliz únicamente cuando él me usaba como quería. Me volví una adicta. Ya verás, ya, a ti acabará pasándote lo mismo.
–         Creo que ya me está pasando – asentí dándole otro sorbo al batido.
–         Pues claro.
–         Y fue entonces cuando Jesús te hizo el piercing – dije señalando el corazoncito de plata que colgaba del pezón de mi alumna.
–         No, no… Lo de marcar a sus esclavas se le ocurrió tiempo después, cuando Kimiko se unió al grupo.
–         ¿Kimiko? ¿Ella fue la tercera?
–         No, la tercera fue nuestra querida amiga aquí presente. Y esa sí que es una historia interesante. ¿Verdad Rocío?
–         Sí, Ama – respondió la chica sin dejar su masaje.
–         ¿Te gustaría oírla? – me interrogó Gloria – Aunque te advierto que es un poco dura.
Miré unos instantes a Rocío, tratando de descubrir alguna señal que mostrase si le daba vergüenza o no que me contaran su historia, aunque su rostro impasible no dejaba traslucir nada.
Entonces me acordé del masaje que la chica me había administrado un rato antes y de  lo bien que me había comido el coño… Y ya no tuve dudas.
–         Claro que me gustará escucharlo. A partir de ahora vamos a pasar mucho tiempo juntas; mejor será que nos conozcamos bien.
–         ¡Estupendo! – exclamó Gloria – Pero antes, Rocío, tráenos un par de batidos más…
Mientras la joven se marchaba con los vasos vacíos, Gloria comenzó su historia…
SUMISIÓN DE ROCÍO:
–         Bueno. Todo empezó hace un par de años, en el instituto. Rocío estaba en nuestra misma clase…
–         ¿En serio? – la interrumpí – ¿Y cómo es que no sigue en vuestro curso?
–         Verás, ella nunca fue muy buena estudiante. Aunque no lo aparenta, es un par de años mayor que Jesús y que yo, tiene 20 tacos. Había repetido un par de cursos y por eso estaba en nuestro grupo; tenía fama de ser bastante… busca problemas.
–         ¿Quién? ¿Esa chica tan tranquila?
–         Te lo juro. Frecuentaba compañías bastante malas y en más de una ocasión la expulsaron temporalmente del centro.
–         ¿Por qué?
–         Una vez por acoso a un alumno de primero. Ya sabes, le dieron una paliza para quitarle el móvil o dinero, o algo así. Otra vez se rumoreó que fue por un asunto de drogas… La pillaron trapicheando en los servicios.
–         ¡Joder!
–         Sí, estaba hecha un elemento bueno. Era muy conocida en el insti, tanto por lo peligrosa que era como por lo buena que estaba, porque además, se vestía de una forma que… vaya, que revolucionaba bastante a los chicos. Pero claro, ninguno se atrevía a intentar nada con ella, pues siempre se mostraba muy arrogante y despreciativa. A más de uno lo cascó por mirarla de forma que no le gustó.
–         ¿En serio? ¿Esa chica? Si parece muy poca cosa.
–         Sí, así quedó después de que Jesús terminara con ella…
Un escalofrío me recorrió al escuchar esas palabras.
–         Pues eso, que era una quinqui de cuidado hasta que un día… tropezó con Jesús.
–         ¿Jesús fue a por ella?
–         No, no… Lo digo literalmente. En ese tiempo, Jesús no tenía ni el pensamiento de montarse un harén de esclavas. Se acostaba con dos mujeres que hacían todo lo que se le antojaba, ¿para qué quería más? Además, también ligaba bastante y se follaba a toda la que se le ponía a tiro, aunque claro, era sexo más “convencional”.
–         Ya, claro – asentí.
–         Hasta que una mañana… Jesús y Rocío atravesaron la puerta de la clase en direcciones opuestas… y exactamente al mismo tiempo.
–         No te entiendo – dije un poco despistada.
–         Jesús iba distraído hablando conmigo mientras entraba al aula y Rocío salía a la misma vez; y claro, chocaron.
–         ¿Se cayeron?
–         No, pero se dieron un buen golpe. Jesús, más inseguro de lo que es ahora, se apresuró a disculparse, pero Rocío cometió el error de enfrentarse a él.

–         ¿Cómo?

–         Aún recuerdo exactamente sus palabras:

  •  ¿Qué coño haces, imbécil? – le espetó Rocío a Jesús.
  • Perdona. No te había visto.
  • Pues ten más cuidado gilipollas.
–         La cosa podía haber terminado ahí – continuó Gloria – Pero Rocío tenía ganas de marcha y continuó atacando.
  • Vaya, vaya, empolloncete… Tienes cara de no haber cagado esta mañana – le dijo con una sonrisa maligna.
–         Jesús nunca me lo ha dicho, pero creo que lo que en realidad le cabreó fue que la gente que había alrededor se riera del comentario de Rocío. Así que no dudó ni un segundo en contestarle.
  • En cambio tú tienes cara de haber desayunado bien esta mañana… Por cierto, tienes una cosa blanca en la comisura de los labios. ¿No has estado antes en el despacho del director?
–         La gente se descojonó con la respuesta. Rocío se puso lívida de ira y no estando acostumbrada a que le plantaran cara en el instituto, hizo lo peor que pudo hacer.
–         ¿Qué hizo? – pregunté con interés, cautivada ya por la narración.
–         Abofeteó a Jesús.
–         ¡¿CÓMO?!
–         En serio. Allí delante de todo el mundo le dio una buena torta.
–         ¡Madre mía! ¿Y el profesor no hizo nada?
–         Todavía no había llegado.
–         ¿Y qué pasó?
–         En ese momento, nada más. Jesús se quedó mirando a Rocío con desprecio, pero no le devolvió la bofetada.
–         Claro, no iba a pegarle a una chica.
–         Exacto. De hecho, el respeto que todos sentían por Jesús aumentó mucho, pues le había plantado cara a la macarra de la clase y encima había sabido mantener el tipo. Quizás la cosa habría acabado ahí, pero Rocío no tuvo bastante y se dedicó a meterse con Jesús.
–         Menuda estúpida.
–         Digo… Durante los días siguientes, aprovechaba cualquier momento para burlarse de Jesús. Ya sabes, humillarle delante de los demás, insultarle… una vez, cuando iba con un par de amigotes suyos, llegó incluso a tirarle al suelo de un empujón.
–         ¡Joder!
–         Hasta que Jesús se hartó y puso su plan en marcha.
–         Cuenta, cuenta – le dije.
–         Un viernes, Jesús me dijo que no me marchara al acabar las clases.
–         Ahá.
–         Además, me entregó una bolsa que pesaba bastante para que la guardara en mi taquilla.
–         ¿Y qué contenía?
–         Como Jesús no me lo había prohibido, le eché un vistazo en durante el recreo. Y lo que vi me acojonó al máximo.
–         ¿Y qué era?
–         Un montón de parafernalia de sexshop. Había consoladores, una mordaza, esposas… pero lo peor de todo era un pedazo de consolador negro de casi medio metro tan grueso como mi brazo – dijo la chica mostrándome su antebrazo.
–         ¡Joder! – exclamé.
–         Y claro, yo no sabía que todo aquello era para Rocío, por lo que pensé que estaba destinado a mí, con lo que me pasé el resto de la mañana con el corazón en un puño.
–         Ya me lo imagino.
–         Yo pensaba que íbamos a montarnos algún numerito de los nuestros después de clase, por lo que, al ver todas aquellas cosas, me preocupé un montón.
–         Lo entiendo.
–         Por fin, a última hora, Jesús me indicó que le siguiera y yo, aunque he de reconocer que dudé un segundo, le obedecí. Pero no me esperaba lo que pasó.
–         ¿El qué?
–         Jesús, cuando el insti fue vaciándose, me llevó hasta el gimnasio y, cuando entramos, nos dimos de bruces con Rocío, que estaba dentro.
–         ¿Y qué hacía allí?
–         Al parecer la había citado el director.
–         ¿Armando?
–         Sí. Para ese entonces ya estaba en el ajo. No sé muy bien cómo, pero Jesús ya tenía algún tipo de trato con él. Creo que al principio le pasaba vídeos en los que salía follándose a alguna de las alumnas y el director se los pagaba, o bien con pasta o bien con favores…
–         Sí, ya lo supongo – asentí rememorando mi escabroso encuentro con Armando.  
–         Pues eso. Cuando entramos en el gimnasio no sé quien se sorprendió más, si Rocío o yo. Casi se me cayó la bolsa al suelo. El único tranquilo era Jesús.
–         Lógico – asentí.
–         Sí. Lógico. En cuanto se recuperó de la impresión, Rocío empezó a insultar de nuevo a Jesús, pero, esta vez, vio algo en su mirada que hizo que perdiera la seguridad en sí misma. Empezó a mirar a los lados con nerviosismo, supongo que pensando en cómo salir de allí, pues Jesús no se había movido de la puerta.
–         Seguro que se asustó al verse allí a solas con vosotros.
–         Claro. Estaba acostumbrada a ir con sus amiguitos para abusar de la gente. Encontrarse de pronto sola era algo nuevo para ella.
–         Sigue, sigue – la apremié.
–         Tras comprender que el director no venía con nosotros, Rocío hizo ademán de marcharse. Jesús, se echó a un lado para dejarla salir, pero entonces hizo algo que me dejó paralizada.
–         ¿El qué?
–         Cuando Rocío pasó a su lado, la agarró por la espalda y le puso en la cara un pañuelo con no sé qué coño impregnado. La cuestión fue que, tras forcejear un instante, Rocío se desmayó en sus brazos.
 

–         ¡Madre mía!

–         Yo estaba aterrada, pero Jesús me hizo reaccionar ordenándome que cerrara la puerta. Estaba asustada pero también… – dijo Gloria dubitativa.
–         Estabas deseando ver qué iba a pasar – terminé yo.
–         ¡Exacto! – exclamó la chica sonriéndome agradecida – Tras obedecerle, Jesús empezó a darme órdenes.
  • Ayúdame a moverla – me indicó.
–         Yo, como un autómata, sólo acerté a obedecer. Dejé la bolsa con las cosas en el suelo y ayudé a Jesús a arrastrarla al interior del gimnasio. La llevamos hasta uno de los lados, donde están los listones esos de madera en la pared que usamos en gimnasia.
–         Sí ya sé.
  • Desnúdala – me ordenó Jesús mientras él regresaba a recoger la bolsa con los artilugios.
–         Temblorosa, sólo pude obedecer lo que me ordenaba. Estaba medio en shock, aturdida por lo que estaba pasando. Y claro, llevaba ya mucho tiempo dedicada a obedecer hasta el más ínfimo de los deseos de Jesús, por lo que hice lo de siempre: acatar sus órdenes.
–         Lo entiendo – respondí al recordar cómo yo misma había permitido incluso que un viejo verde me desvirgara el culo por explícito deseo de mi Amo.
–         En cuanto la tuve desnuda, Jesús usó un juego de esposas para atarle las muñecas al listón más bajo de la escalera, para que no pudiera levantarse. Después, con mi ayuda, le sujetamos las piernas con unos grilletes para los tobillos.
–         ¿Cómo? – dije sin entender.
–         Mira, es una barra metálica como de medio metro más o menos – me dijo Gloria señalando la distancia aproximada con sus manos – En cada extremo hay un grillete, de forma que si sujetas uno en cada tobillo, es imposible cerrar las piernas.
–         Ya veo – asentí, haciéndome una imagen mental de la escena.
–         Pero no se conformó con eso.
–         ¿No?
–         No. Además, usó unas ligaduras especiales en las piernas sujetándolas encogidas.
–         ¿Para qué?
–         Para evitar que Rocío pudiera incorporarse. Verás, las cuerdas le permitían como máximo ponerse en cuclillas, pero nunca ponerse de pié. Si a eso le unimos que estaba esposada a la barra más baja de la escalera…
–         Le impedía por completo levantarse…
–         Correcto.
–         ¿Y para qué?
–         Eso me pregunté yo hasta que ví que Jesús sacaba de la bolsa el descomunal consolador.
–         ¡Joder!
–         ¡Digo! Primero amordazó a Rocío con una correa con una bolita roja en el centro. ¿Sabes cómo te digo?
–         Sí. Como las que salían en Pulp Fiction.
–         ¡Eso! Le colocó a Rocío la bola en la boca y le anudó la correa en la parte posterior de la cabeza.
–         Para que no pudiera pedir ayuda.
–         Bingo. Y entonces…
–         ¿Qué pasó?
–         La despertó.
Un nuevo escalofrío volvió a agitar mi cuerpo.
–         Aún puedo recordar la cara de espanto que puso Rocío cuando se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y atada. Nos miró con los ojos como platos, forcejeando desesperada con sus ataduras, sin lograr hacerlas ceder lo más mínimo.
  • Ahora no te metes con el empollón de mierda, ¿eh? No pareces tan valiente sin los macarras de tus amigos a tu alrededor – le espetó Jesús.
–         Rocío se puso a llorar por toda respuesta – dijo Gloria.
  • ¿A que ahora no quieres darme una torta?¡Puta! Por fin estas en la postura que mejor te queda. ¡De rodillas y atada como una perra!
–         Siguió insultándola un buen rato más, usando un pié para tocarle los pechos y el coño. Rocío se estremecía ante su contacto, aterrorizada por lo que estaba pasando (y por lo que iba a pasarle). Cuando se hartó de insultarla, Jesús me hizo ayudarle a poner en práctica lo que tenía en mente.
–         ¿Qué hicisteis? – pregunté sobrecogida.
–         Jesús la cogió por las caderas desde detrás y la levantó del suelo como si fuese una pluma (aunque seguía esposada a la escalera). Después me dio indicaciones para que fijara el consolador gigante al piso, usando una ventosa que tenía en la base para que no se moviera.
–         ¡Dios! – exclamé.
–         Rocío, que ya se imaginaba lo que venía a continuación, se debatió en los brazos de Jesús, aunque claro, no podía hacer nada.
Yo también me imaginaba lo que venía después.
–         Lentamente, fue haciendo bajar el cuerpo de la chica, mientras yo me encargaba de mantener su coño bien abierto para que fuera empalándose en el consolador. Rocío luchaba como una posesa mientras sentía cómo el artilugio iba enterrándose en su vagina.
–         Joder – acerté a decir.
–         Por fin, los pies de Rocío tocaron el suelo, con lo que pudo detener la penetración. Aún así, tenía sus buenos catorce o quince centímetros en su interior, lo que hacía que espesos lagrimones resbalaran por sus mejillas. Su cuerpo estaba tenso como un arco, en cuclillas sobre el consolador, con el torso inclinado hacia delante, pues seguía esposada.
–         Vaya posturita.
–         Ya te digo. Era imposible que aguantara así mucho tiempo y ella lo sabía, por lo que miraba con ojos suplicantes a Jesús.
–         Pero él no se ablandó – concluí.
–         Ni un pelo – asintió ella – Yo, en cambio, sentía pena por la chica, pero a la vez estaba…
–         Extrañamente excitada – continué.
–         Exacto – dijo Gloria sonriéndome.
–         Te entiendo – dije – Yo me siento así ahora.
–         Sabía que lo entenderías. Pues bien, tras mirarla un par de minutos, Jesús me tomó de la mano y me condujo hacia la puerta. No podía creérmelo…
–         ¿La dejasteis allí? – exclamé atónita.
–         Vaya que sí. Cuando Rocío comprendió nuestras intenciones, volvió a agitarse presa del pánico, pero lo único que logró fue empalarse todavía más.
–         Por Dios…
  • Ahora vamos a comprobar la clase de zorra que estás hecha – le dijo – Tu te has pasado el último mes puteándome todo lo que has podido. Yo, como soy mejor persona que tú, voy a putearte sólo un par de horas. Nos vemos luego.
–         Antes de que cerrara la puerta, eché un último vistazo a Rocío y pude ver cómo forcejeaba frenéticamente, mirándonos con ojos desencajados. Ella gritaba y aullaba, aunque la mordaza evitaba que se oyera nada. Y hablando del rey de Roma…
Levanté la vista y vi que Rocío se aproximaba llevando nuestros batidos en una bandeja. Con habilidad, depositó los vasos junto a nosotras, al borde del jacuzzi.
–         Justo ahora le estaba contando a Edurne cómo fue tu primera tarde con el Amo – le dijo Gloria – ¿No te importa, ¿verdad?
–         Por supuesto que no – respondió Rocío sumisamente.
–         Voy por cuando te dejamos encerrada en el gimnasio, empalada en el consolador…

–         Ya veo.

 

–         No… ¿No te dolía? – balbuceé.

–         Al principio sí. Pero después empezó a gustarme – respondió la chica.
–         ¿En serio? – pregunté atónita.
Rocío miró a Gloria, como solicitando permiso para continuar.
–         Habla con libertad, Rocío. No pasa nada.
La muchacha asintió con la mirada y contestó a mi pregunta.
–         Me quería morir. Sentí vergüenza, asco, miedo… pero por encima de todo… terror. No sabía qué iba a pasarme. Hasta donde yo sabía, podían dejarme allí hasta el lunes, porque nadie iba a echarme de menos.
–         ¿Y tus padres? – indagué.
–         No estaban en la ciudad. Y si hubieran estado, no les habría importado mucho que yo no apareciera. Tampoco podía esperar ayuda del director, pues fue él quien me engañó para que fuera al gimnasio. Y mis amigos no me esperaban hasta la noche. Y aún así, a saber…
–         Sí, claro.
–         Me sentí desamparada, no sabía lo que iba a pasarme. La vagina me dolía por el consolador, pero pronto empezaron a dolerme mucho más las piernas, por tener que mantenerme casi de puntillas para evitar que se me clavara todavía más. El tiempo pasaba y yo estaba cada vez más cansada. No podía más, así que no tuve más remedio que aceptar que lo único que podía hacer era relajar el cuerpo para tratar de meterme aquella cosa lo máximo posible y poder así arrodillarme en el suelo. Como pude, me empalé al máximo en el consolador. Sudaba a chorros y podía sentir las lágrimas en mis mejillas. Por fin, lo logré y pude quedar arrodillada, aunque claro, eso hacía que el consolador se me clavara hasta el fondo. Tenía hasta calambres en las piernas.
–         Dios – siseé.
–         Pero fue entonces cuando noté el placer. Me sentía humillada al máximo, pero, extrañamente bien…
No podía creer lo que escuchaba.
–         Mientras tanto – la interrumpió Gloria, continuando con su narración – Jesús me llevó a un restaurante a almorzar. Se lo tomó con calma, con toda la tranquilidad del mundo, pero yo era un manojo de nervios, sin poder quitarme de la cabeza lo que le habíamos hecho a Rocío y lo que nos podía pasar si nos pillaban.
–         ¿Y Jesús? – pregunté.
–         Perfectamente tranquilo. En un par de ocasiones llegó a regañarme para que me tranquilizara. Me aseguró que no iba a pasar nada, que tenía a Rocío bien calada y pronto iba a tenerla comiendo de la palma de su mano. Fue entonces cuando dije una tontería.
  • ¿Y qué es lo que vas a hacer con otra chica? ¿Vas a montarte un harén?
–         Jesús se me quedó mirando con un extraño brillo en los ojos.
  • No es mala idea – me dijo – Tendré que meditarlo.
–         ¿Me estás diciendo que fuiste tú quien le dio la idea del grupo de esclavas? – casi grité.
–         Precisamente – dijo Gloria dándole un sorbo al batido – Aunque, tal y como se desarrollaron las cosas, se le habría ocurrido a él solito.
–         Sí, en eso tienes razón – asentí.
–         Pues bien, después de un par de horas y tras habernos dado un buen paseo, regresamos al instituto. Jesús, que llevaba las llaves en el bolsillo, abrió una puerta de servicio y nos colamos dentro, con cuidado de que nadie nos viera, aunque un viernes por la tarde aquello estaba desierto.
–         Ya.
–         Fuimos al gimnasio y Jesús abrió la puerta. Entré rápidamente, para ver cómo se encontraba Rocío…
–         ¿Y cómo estaba? – dije mirando a la muchacha.
–         Se había desmayado clavada en el consolador.
–         ¡Uf!
–         Estaba de rodillas, con el torso pegado al suelo y las manos todavía esposadas. El consolador se había enterrado en su interior mucho más de la mitad, no sé cómo no la partió en dos.
–         ¡Fiuuuu! – silbé admirada.
–         Junto a su cara, que estaba apoyada en el suelo, se había formado un charco de saliva que resbalaba de su boca por la comisura de los labios, señal de que llevaba un buen rato en coma.
–         Joder.
–         Pero, el charco era todavía mayor alrededor de la base del consolador – dijo Gloria mirando con ojos brillantes a Rocío.
–         ¿Cómo?
–         Lo que oyes. La vagina de Rocío había segregado tanto jugo que había resbalado por el consolador hasta formar un enorme charco en el suelo.
–         Madre mía – dije mirando con los ojos como platos a la chica.
–         Te lo juro. La tía se había corrido como una burra allí clavada, ¿digo o no digo la verdad?
Un tanto avergonzada, Rocío se limitó a asentir con la cabeza.
–         ¿Entiendes lo que te digo, Edurne? Jesús había comprendido la clase de golfa que es nuestra querida Rocío y le administró el tratamiento que necesitaba y que, desde luego, le gustaba más, ¿verdad?
Nuevo asentimiento.
–         Entonces, Jesús se agachó al lado de Rocío y dándole unos suaves cachetes en la cara, volvió a despertarla.
  • Despierta, zorra… Que ahora empieza lo bueno y no querrás perdértelo.
 

–         Rocío se despertó con la mirada perdida, como si no supiera donde estaba. La saliva seguía escurriéndosele por la comisura de los labios, por un lado de la bolita, dándole un aspecto todavía más desamparado.

  • ¿Sabes lo que viene ahora, puta? ¡Mira cómo tienes el coño! ¡Menuda puta! ¡Te has metido un consolador de medio metro sin problemas! ¡Te has corrido!
–         Rocío lloraba – decía Gloria mirándola – Pero algo en su expresión había cambiado. Ya no había miedo como antes, parecía más bien… como si estuviera en otro sitio. Me pareció incluso que sonreía, aunque la bola de su boca me impidió estar segura. ¿No es cierto?
–         No recuerdo muy bien aquel momento – respondió Rocío – Recuerdo el intenso dolor que sentía en las piernas, pero internamente me sentía… bien.
Yo estaba flipando.
–         Entonces, Jesús le dijo:
  • Madre mía, qué pedazo de coño de guarra que tienes. ¡Si la meto ahí no me voy ni a enterar, así que vamos a probar por otro sitio!
–         Mientras decía esto – dijo Gloria – le separó las nalgas con las manos dejando al aire su ano. Se veía hinchado y mojado, sin duda por el sudor y por la presencia del descomunal consolador en su vagina y supe sin lugar a dudas lo que se proponía a hacer Jesús.
  • Chúpaselo un poco, Gloria – me ordenó- Creo que voy a encularla un rato. Me apetece.
–         Como siempre, obedecí con presteza. Me arrodillé detrás del culo en pompa de Rocío y, separando sus nalgas, comencé a chuparle el ano. Lo tenía muy dilatado, por lo que no me costó nada meterle la lengua dentro. Por fortuna, Rocío lo tenía bastante limpito.
–         ¿Te gustó? – pregunté a Rocío.
–         Sí. Noté cómo su lengua se introducía en mi interior. Seguía llorando de miedo por lo que iba a pasarme, pero también… lo deseaba – respondió la chica.
–         ¿Era tu primera vez? – indagué.
–         ¿Por el culo? – intervino Gloria en vez de Rocío – ¡Ni de coña! ¡A ésta se la habían follado sus amigos de todas las maneras posibles! ¿No es verdad?
Rocío simplemente asintió, con una leve sonrisilla en los labios.
–         Y desde luego Jesús notó que el culito de Rocío estaba ya estrenado.
  • ¡Joder, puta! ¿Cuántas veces te han dado por el culo? ¡No voy a tener nada para estrenar!¡Déjalo ya, Gloria, que me muero por meterla!
–         Sabiendo por experiencias previas con Esther lo que le apetecía al Amo, abandoné el culito de Rocío y me arrodillé frente a él – dijo Gloria – En un segundo le saqué el nabo de la bragueta, que ya estaba bastante duro, y empecé a chupárselo para acabar de empalmarlo y para ensalivarlo bien. Cuando estuvo a punto, Jesús me apartó de su polla y se colocó detrás de Rocío, que ya no forcejeaba como antes.
–         ¿Se la metió con todo aquello metido en el coño? – pregunté incrédula.
–         No. Pero no lo hizo gracias a mí – respondió mi alumna.
–         ¿Cómo?
–         Me di cuenta de que si se la metía con el consolador dentro de la vagina iba a hacerle daño de verdad y así se lo hice notar a Jesús.
  • Amo – le dije un tanto insegura – Si se la metes en el culo con ese pedazo de consolador en el coño la vas a partir en dos. Le vas a hacer mucho daño.
–         Se lo pensó unos segundos antes de contestar.
  • Tienes razón – dijo – No quiero desgraciarla y que luego no me sirva. Sácaselo y desátale las piernas, pero no los tobillos.
–         Dando gracias mentalmente, me apresuré a liberar a Rocío de sus ataduras. Las cuerdas le habían dejado fuertes marcas en la piel y Rocío gemía mientras la desataba.
–         Es que me dolía un montón – dijo la chica ante la mirada de Gloria – Tenía fortísimos calambres.
–         Te entiendo – dije rememorando mi experiencia con cuerdas y directores.
–         Estaba completamente agarrotada – siguió Gloria – Tanto que, cuando le solté las piernas, no se sostuvo y se derrumbó, clavándose otro buen palmo de consolador en el coño.
–         ¿No te dolió? – pregunté.
–         Vi las estrellas. Eso sí, durante un segundo me olvidé de lo mucho que me dolían las piernas – respondió la chica.
–         Jesús me hizo darle masajes en las piernas, mientras él se acariciaba distraídamente el falo. Entonces, se lo pensó mejor y se acercó a nosotras. Con habilidad, le quitó a Rocío la mordaza y, antes de que me diera cuenta, la agarró por el pelo, le levantó la cabeza y le metió la polla en la boca hasta el fondo.
  • Así no perderé dureza – dijo por toda explicación – Ensalívala bien, que así te entrará más fácilmente en el culo.
–         ¿No pensaste en resistirte? – le pregunté a Rocío pensando en la técnica del mordisco en la salchicha.
–         No tenía fuerzas… Ni ganas… En aquel momento no lo hubiera admitido de ninguna manera… Pero hoy reconozco que tenía ganas de que me follara de una vez.
–         Continúo – dijo Gloria retomando el hilo – Con cuidado, le saqué el consolador del coño, mientras Jesús se movía lentamente en el interior de su boca. A medida que iba saliendo cada centímetro, Rocío gemía y se estremecía levemente, mientras yo contemplaba atónita el increíble trozo de consolador que esta zorra había logrado meterse.
Yo miraba con admiración a la zorra.
–         Por fin, salió la punta y, junto con ella, un buen borbotón de flujos del coño de esta guarra, ¿verdad?
–         Sí. Cuando salió por completo sentí un mini orgasmo.
–         Le di unas cuantas friegas más y, después de que Jesús la sacara de su boca, la ayudé a ponerse de rodillas con la cara pegada al suelo y el culo en pompa. Jesús, majestuosamente, se situó a su grupa y mirándome a los ojos, me indicó que quería que yo hiciera de mamporrera.
–         Joder… je, je – reí sin poder evitarlo.
–         Pues eso. Le agarré la verga toda pringosa de babas y coloqué la punta en la entrada del culito de la zorrita. ¿Y qué hizo Jesús entonces, chata?
–         Me la clavó hasta el fondo de un tirón. Primero metió la punta con cuidado y recuerdo que pensé tontamente que estaba siendo muy delicado. Pero, en cuanto comenzó a entrar el tronco, me dio un viaje que me hizo ver las estrellas. Cuando me quise dar cuenta su ingle estaba apretada contra mis nalgas y su pene me llegaba hasta las tripas. Ni siquiera noté que estaba gritando como loca.
–         Digo. Menudo cipotazo – dijo Gloria – Yo ni me lo creía. Lo único que atinaba a pensar era que, si se le ocurría hacerme eso a mí, me mataba fijo. Ésta daba auténticos alaridos mientras Jesús, sonriente, la agarraba de las caderas y empezaba a bombearle el culo. Rocío, desesperada, tironeaba de las esposas y chillaba, mientras el nabo se hundía inmisericorde una y otra vez en su culo.
–         Sentí un dolor atroz. Pensaba que me había destrozado el culo. Yo lloraba y le pedía perdón, le rogaba que parase, pero él no hacía caso – dijo Rocío ya inmersa en la narración – Entonces, Jesús llevó una mano hasta mi coño y empezó a frotármelo.
  • ¿De qué te quejas, puta? – me gritó – ¡Si estás empapada! ¡No me digas que no te está gustando!
–         No me preguntes por qué – dijo Rocío – pero sus palabras me hicieron darme cuenta de que… ¡en el fondo disfrutaba! ¡Me gustaba lo que hacía! Estaba alucinada, no podía creérmelo, así que seguí chillando y pidiéndole que parara, pero, en realidad, ¡no quería que parase!
–         Te entiendo – le dije recordando cómo me sentí yo después de que Jesús me follara la primera vez.
–         Jesús siguió enculándola un buen rato – continuó Gloria – sobándole las tetas y dándole unos empellones que amenazaban con estrellarla contra la pared. He de reconocer que aquello me había puesto cachondísima, sobre todo desde el momento en que los gritos de ésta comenzaron a menguar y sus gemidos de placer empezaron a subir…
–         Me corrí varias veces – siguió Rocío – Aunque yo me esforzaba por disimularlo mordiéndome los labios, pues no quería que se diera cuenta de que estaba disfrutando… pero era inútil, pues él leía en mí como en un libro abierto.
  • Te lo pasas bien, ¿eh, puta? ¿Cuántas veces te has corrido ya?
  • ¡Ni…ninguna! – mentí – ¡Déjame ya, hijo de puta!
  • ¿En serio? ¿Quieres que deje tu culo?
  • ¡SÍ!
  • ¡Pues va a ser que no!
–         Y la verdad es que me alegré de que no parase.
Se produjo entonces una pausa en el relato. Gloria y yo aprovechamos para echar sendos tragos a los batidos, para recobrar el aliento. Amablemente, le ofrecí mi batido a Rocío, que dudó unos segundos hasta que Gloria asintió con la cabeza.
–         Gracias, Ama – me dijo la chica.
Tras calmar la sed, nos quedamos mirándonos las unas a las otras unos segundos, hasta que Gloria decidió seguir.
–         Por fin, Jesús se corrió a lo bestia. No sólo le llenó el culo hasta el fondo, sino que después se la sacó y se le corrió encima pringándola por completo.
–         Sentí como fuego en mis entrañas cuando el Amo se derramó en mi interior. Mi mente se quedó en blanco y volví a correrme simplemente por sentir su semilla dentro de mí. Después noté mareada cómo su semen quemaba mi piel y me sentí feliz… aunque no quería reconocerlo.
  • Hi… hijo de puta – sollocé – Ya te has quedado a gusto. Ahora suéltame.
  • ¿Por qué? ¿Ya no tienes más ganas de fiesta? ¡Porque yo sí!
–         Entonces me dí cuenta de que, a pesar de la monumental corrida, su polla seguía como el mástil de la bandera. No podía creérmelo. Nunca había visto nada así con ninguno de los chicos con que me había acostado.
–         Y fueron unos cuantos, ¿verdad, guarra? – la interrumpió Gloria riendo – Aunque hay que reconocer que la semana previa a tu fiestecita Jesús se había abstenido de… usarnos, por lo que iba bien cargado y dispuesto.
–         Y es algo que le agradezco profundamente al Amo – dijo Rocío, sumisa.
–         Entonces Jesús me indicó que le alcanzase las llaves de las esposas. Lo hice un poco remisa, pues lo que me apetecía era que me dedicase a mí un rato – dijo Gloria – Él debió de notarlo, porque me dijo:
  • Te estás portando muy bien, nena. Tienes permiso para masturbarte.

–         Tras decirme esto, desató una de las muñecas de Rocío y, con bastante rudeza, la hizo incorporarse…

 

–         Las piernas no me sostenían, de lo contrario habría intentado huir. Aunque quizás no, pues en el fondo deseaba que me maltratara un rato más.

–         Estirando sus brazos hacia arriba – siguió Gloria – pasó las esposas por el listón más alto y volvió a atarla, de forma que quedó de pié con los brazos alzados. Como los grilletes le estorbaban, Jesús se arrodilló y la libró de ellos. Supongo que primero pensó en ordenármelo a mí, pero, cuando me miró, yo ya estaba despatarrada en el suelo, con las bragas en los tobillos y pasándome un vibrador por la vulva, mientras observaba sus maniobras, anhelando ser yo la afortunada.
  • Siempre he deseado hacer esto – dijo Jesús acercándose a Rocío con la verga en ristre.
–         Yo – dijo Rocío – al verle venir, pataleé indefensa, aunque sin mucha convicción. Jesús lo notó, pues me miraba con su típica sonrisa en los labios.
–         La conozco bien – asentí.
–         Agarrándome por los muslos, apretó su erección contra mi entrepierna y empezó a frotarla. Yo, deseando que me la metiera de una vez, cerré los ojos y aparté la cabeza, pero el Amo tenía ganas de jugar.
  • ¿La quieres? – me preguntó sin dejar de frotarla contra mis hinchados labios.
  • ¡NO! ¡Suéltame, cabrón! – atiné a decir, aunque me moría por tenerla dentro.
  • ¿En serio? – dijo él, juguetón – ¿De veras que no la quieres? Entonces será para otra. ¡Gloria, ven aquí!
–         Como un cohete me levanté y corrí hacia el Amo. Me agarró con rudeza y me dio la vuelta, obligándome a inclinarme y a agarrarme a un peldaño de la escalera junto a Rocío. Sin miramientos, como a él le gusta, me la clavó en mi encharcado coño y empezó a follarme. Me corrí a los cinco segundos y si no me derrumbé fue porque él me sostuvo en pié con sus fuertes brazos. 
  • Deberías ser más sincera – dijo Jesús mirando a Rocío a los ojos – ¿Ves cómo hace Gloria? Como se porta bien obtiene su recompensa. ¿No quieres tú lo mismo?
  • N… no – balbuceé.
  • Pues tu cuerpo dice otra cosa. ¡Gloria, tócale el coño y dime cómo está!
–         Como buenamente pude, solté una mano del peldaño y lo llevé a la entrepierna de Rocío. Efectivamente, Jesús tenía razón y los jugos resbalaban por la cara interna de los muslos de esta guarra, mientras que su coño estaba caliente y palpitante.
  • E… está empapada Amo – gemí mientras él seguía follándome, arrastrándome hacia un nuevo orgasmo.
  • ¿Lo ves? – resolló Jesús bombeando con más ganas. ¿Seguro que no la quieres? ¡Puede ser tuya sólo con pedirlo!
–         Me resistí un par de minutos más, aunque sabía que no iba a conseguirlo. Además, el Ama Gloria no dejó en ningún momento de juguetear en mi vagina con sus dedos, por lo que estaba caliente al máximo. Finalmente, me rendí.
  • Va… vale… – farfullé.
  • ¿Cómo dices? – dijo el Amo.
  • Que tú ganas… La quiero…
  • ¿El qué quieres? No te entiendo.
  • ¡TU POLLA! – aullé – ¡QUIERO TU POLLA! ¡QUIERO QUE ME FOLLES!
–         Por desgracia – dijo Gloria – eso era justo lo que Jesús estaba esperando. Sin perder un segundo, me la sacó del coño y se fue a por esta guarra, que ya estaba abierta de patas. En un momento, la tuvo ensartada y empezó a follársela, mientras la muy zorra gemía y chillaba con las piernas anudadas a la cintura de Jesús.
–         Me pasó como al Ama Gloria – dijo Rocío – En cuanto me penetró, el Amo me llevó al orgasmo. Estaba como loca, nunca me había sentido así. Me encantaba que me insultara, que me llamara guarra, puta… estaba excitadísima. Ya se me había olvidado todo lo que me había hecho, mis amigos, mi novio… todo. Lo único que quería era sentir cómo me follaba… cómo me usaba…
–         Yo, por mi parte – dijo Gloria – a pesar de haberme corrido una vez no tenía bastante, pues Jesús me había dejado a medias. Como tenía permiso volví a sentarme en el suelo y cogí el consolador. Entonces me asaltó una duda y cogí el consolador gigante, el de Rocío y, torpemente, me metí la punta en el coño.
–         Yo vi cómo el Ama Gloria hacía aquello, y eso me encendió más todavía.
–         Sin embargo, al sentir aquella enormidad en mi interior, me di cuenta de que era demasiado para mis posibilidades, así que lo saqué y seguí masturbándome con uno más normalito.
–         No se ofenda, Ama Gloria, pero el ver que usted no podía con el grande me llenó de estúpido orgullo.
–         No me ofendo, no me extraña que tu coño hubiera dado tanto de sí. Con tanta gente como lo usaba… – dijo Gloria un poco picada.
–         El Amo hizo que me corriera varias veces – siguió Rocío mirándome – Hasta que finalmente se corrió él también. Lo hizo directamente en mi interior, sin preocuparse, como es su derecho. Tras correrse, me la sacó de dentro, con lo que volví a quedar colgada de las esposas, con los pies en el suelo, mientras sentía cómo su simiente se deslizaba en mi interior y por mis muslos. Él, tranquilamente, sacó un paquete de tabaco y se tumbó en una colchoneta a echar un pitillo.
–         Se quedó allí tumbadito mirándonos – dijo Gloria – A mí machacándome el coño con un consolador y a esta zorra atada, sudorosa y pringada de semen. Cuando por fin me corrí, Jesús me dio un par de minutos para recuperarme y me dijo:
  • Gloria, son casi las siete de la tarde. Tengo un poco de hambre. Ve a comprar unos cafés y unos bollos.
–         Yo obedecí con presteza y, cogiendo las llaves que Jesús me ofrecía, salí del gimnasio.
–         ¿Y qué pasó mientras estuviste fuera?
–         Nada – intervino Rocío – El Amo se echó una cabezadita en la colchoneta, dejándome allí esposada, mientras mi mente trataba de encajar lo que había pasado. No podía creer lo que el Amo me había hecho pero, sobre todo, no podía creer estar deseando que me hiciera mucho más.
Los batidos se habían acabado, así que Rocío fue a por más. Gloria le dio permiso para traerse uno para ella. Durante un rato, no dijimos nada, mientras yo trataba de asimilar lo que me habían contado, representando en mi mente con gran claridad los fotogramas de la película que acababan de contarme.
Gloria también estaba extrañamente callada, contemplándome como tratando de sopesar cómo había encajado yo aquel relato.
Lo cierto era que, aunque estaba un poco aturdida por la magnitud de lo que acababa de escuchar (la narración de una violación en toda regla), me sentía muy excitada, sobre todo por haberlo escuchado todo directamente de labios de la víctima, que confesaba sin tapujos haber disfrutado de aquello.
No podía evitar trazar paralelismos entre la iniciación de Rocío y la mía propia, descubriendo que no me costaba tanto el aceptar que la chica hubiera sido capaz de disfrutar en una situación como esa pues, al fin y al cabo, a mí me había pasado algo semejante.
Poco después regresó Rocío con las bebidas. Sin decir nada, las repartió y volvió a situarse a espaldas de Gloria, reanudando el masaje en sus hombros.

–         A ver, por donde iba – dijo Gloria como si la pausa no hubiese existido – Regresé como a la media hora, con cafés y unos croissants que compré por allí cerca.

 

Efectivamente, cuando volví me encontré con Jesús dormitando sobre una colchoneta, mientras Rocío, medio desmayada, seguía esposada al listón.

–         Me dolían las muñecas por las esposas, pero apenas lo notaba, pues el coño me latía tan fuerte que tuve que empezar a frotar los muslos intentando darme un poco de placer. Estaba llorando y siseaba por lo bajo insultando y maldiciendo al Amo, pero interiormente estaba deseando que se levantara de la colchoneta y volviera a follarme – intervino Rocío mientras Gloria sorbía su batido.
–         O sea que, en el fondo, Jesús te había calado bien – dije.
–         Sí. Con el tiempo me contó que había percibido mi sumisión latente observándome con mi pandilla. Yo nunca llevaba la voz cantante, excepto cuando me enfrentaba a gente más débil que yo y siempre que me sintiera respaldada por mis amigos. Creo que por eso me metí tanto con el Amo antes de que me iniciara: porque había tenido miedo de él cuando nos enfrentamos en el aula y esa era una sensación que yo odiaba con toda mi alma. En el fondo, lo que yo quería era que alguien me dijera lo que debía hacer. Y eso lo notaban mis amigos y se aprovechaban de mí.
–         Sí – dijo Gloria – En realidad, aunque Rocío era una macarra en el colegio, metiéndose con los alumnos más jóvenes, en su grupo era una piltrafilla y todos hacían con ella lo que querían. Era un juguete sexual.
–         ¿En serio? – pregunté.
–         Desde luego. Pero todo eso cambió gracias a Jesús, ¿verdad, Rocío?
–         Así es.
Se produjo una nueva pausa hasta que Gloria continuó.
–         Desperté a Jesús y nos sentamos en la colchoneta a merendar. Ésta – dijo señalando a Rocío con el pulgar – nos insultaba sin mucho entusiasmo. Yo ya no sentía miedo porque fuera a denunciarnos o algo así, sobre todo después de haberla escuchado gemir de gusto y pedirle a Jesús que se la follara. Comprendí que seguía resistiéndose más porque era lo que se suponía que tenía que hacer que porque quisiera hacerlo realmente.
–         Es cierto. Era así – confirmó Rocío.
–         Jesús estaba super tranquilo, charlando amigablemente conmigo, haciendo planes para después. Yo pensaba que íbamos a reanudar la sesión de sexo, pues, desde luego, yo tenía ganas de más, pero Jesús estaba satisfecho, por lo que tuve que conformarme. Tras acabar, Jesús me ordenó que recogiera todas las cosas y yo obedecí mientras él se componía la ropa. Cuando estuvimos listos, me dijo que saliera.
–         En ese momento volví a asustarme muchísimo, pues pensé que pretendía dejarme allí atada – dijo Rocío – Pero no era así. Mientras me soltaba, el Amo me dio las primeras instrucciones de nuestra relación:
  • Ahora estamos en paz, putilla – me susurró – Puedes hacer lo que te venga en gana. Si quieres ir a la policía a denunciarme, no te cortes, aunque te advierto que te tengo grabada suplicando que te follara.
–         ¿Era cierto? – pregunté.
–         Nunca lo supe – dijo Rocío – Pero me daba igual, no pensaba denunciarle. Lo único que sentía en ese momento era ansiedad porque no se marchara.
  • Ahora me voy con Gloria a mi casa. Mis padres no regresan hasta el lunes y hoy se ha ganado que me la folle bien follada. Ésta es mi dirección – dijo dejando caer una tarjeta a mis pies – Si quieres que retomemos esto donde lo hemos dejado, puedes venir en cualquier momento de este fin de semana.
  • Una mierda voy a ir – respondí sin mucha convicción.
  • Como tú quieras – dijo el Amo sonriendo – Tú te lo pierdes.
  • Bastardo – acerté a escupirle.
  • Sí, sí, lo que tú quieras – dijo él riendo – Pero eso sí, las putas que entran en mi casa han de venir sin bragas. Así que ya sabes, si quieres volver a disfrutar de mi polla tendrás que venir en plan comando a mi casita. Por cierto, me gustan las minifaldas esas que sueles ponerte.
–         Tras decirme esto, las esposas se soltaron y caí de rodillas al suelo, completamente sin fuerzas. Miré cómo el Amo se alejaba de mí, dirigiéndose a la puerta del gimnasio, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado, tratando de resistir el impulso de gritarle que volviera y acabara lo que había empezado… Lo logré a duras penas…
–         Jesús se reunió conmigo fuera del gimnasio – continuó Gloria – sonriente como si no hubiera pasado nada. Sorprendiéndome un poco, pues no solía mostrarse muy cariñoso en público, me rodeó los hombros con el brazo, atrayéndome hacia sí y me dio un beso en el pelo, agradeciéndome mi ayuda.
  • Te has portado muy bien, perrita – me dijo – Ahora vamos a pasar por tu casa y cogerás ropa para todo el fin de semana. Te vienes a mi casa, que mis padres no están y te quedas hasta el lunes conmigo. Te has ganado tu premio.
–         Salimos del colegio abrazados, con mi brazo rodeando su cintura mientras su mano se posaba directamente en mi culo. Me dio igual que nos viera la gente, pues me sentía totalmente feliz de saber que ese fin de semana Jesús era completamente mío. O eso me creía yo.
Se quedaron calladas tras acabar su relato. Yo me sentía bastante caliente por todo aquello e incluso sopesé ordenarle a Rocío que volviera a aplicarme el “tratamiento completo”, pero no me atreví. En vez de eso pregunté:
–         ¿Y qué pasó? ¿Fuiste finalmente a casa de Jesús?
–         ¿Tú que crees? – dijo riendo Gloria.
–         Supongo que sí – respondí encogiéndome de hombros.
–         ¿Quieres saber el resto?
–         ¡Claro!
–         Te has puesto un poquito cachonda, ¿verdad?
–         La verdad es que sí – respondí incorporándome un poco para que mis tetas surgieran del agua y pudieran observar lo duros que estaban mis pezones.
Aquello hizo sonreír a Rocío. Tenía una bonita sonrisa.
–         Bueno – dijo Gloria – pues Jesús cumplió lo prometido y se pasó la tarde-noche del viernes follándome a tutiplén. Me lo pasé de puta madre. Por desgracia, esta guarra no aguantó más y el sábado se presentó en casa de Jesús.
–         Lo siento, Ama Gloria – dijo Rocío bajando la mirada.
–         ¡No seas tonta! – rió Gloria – ¡Estoy de broma! Sabes perfectamente que me alegro mucho de que te unieras a nosotras…
–         Gracias, Ama.
Era obvio que a Gloria Rocío le caía infinitamente mejor que Kimiko. Mentalmente, me juré que averiguaría qué había pasado entre las dos para detestarse tanto.
–         Pues eso, estábamos en plena faena en la cama de sus padres cuando el timbre sonó – continuó Gloria – Extrañamente, pues lo habitual era que me ordenase a mí abrir la puerta, Jesús me la sacó del coño y se levantó de la cama, saliendo del dormitorio en pelotas, sudoroso y con la polla como un leño, dejándome confundida y agitada.
–         Ya lo supongo – reí.
–         Sist., no interrumpas, guarrilla – bromeó Gloria – Escuché cómo la puerta se abría y a Jesús saludando. Oí una voz femenina que respondía, pero claro, yo no sabía quien era porque no había estado presente durante la conversación final en el gimnasio y desde luego, Jesús no me había dicho nada.
–         Comprendo.
–         Muerta de curiosidad, me asomé con cuidado a la puerta para ver quien era la visitante y me encontré con ésta, con la falda levantada en el umbral de la puerta, enseñándole el coño a Jesús, para que pudiera comprobar que iba sin bragas.
–         ¡Vaya! – exclamé – Así que te rendiste sin contemplaciones.
–         ¡Oh, no! – respondió Rocío – En absoluto fue así.
–         ¿En serio?
–         Y tan en serio. Después de que me dejaran sola en el gimnasio, tardé un buen rato en reunir fuerzas suficientes para vestirme. Medio sonámbula, abandoné el centro aprovechando una puerta que me habían dejado abierta. Hundida, pues estando sola no tenía más remedio que reconocer que me había quedado con ganas de más, me dirigí a mi casa y me encerré en mi cuarto.
–         ¿No lloraste? – pregunté infantilmente, acordándome de mi propia reacción tras mi primer encuentro con Jesús.
–         Como una condenada. Me sentía triste, asqueada conmigo misma, pero sobre todo insatisfecha, lo que acentuaba el asco que sentía por mí.
–         Te entiendo – afirmé.
–         Aunque me repugnaba hacerlo, no tuve más remedio que masturbarme varias veces, tratando de calmar el fuego que ardía en mis entrañas, intentando calmarme lo suficiente para no salir corriendo en busca de la casa del Amo.
¡Joder! Aquella chica había experimentado exactamente los mismos sentimientos que yo.
–         A medida que iba calmándome, la rabia iba creciendo en mi interior. Y cuando llegó la noche, estaba más que decidida a vengarme.
–         ¡Oh!
–         La mañana del sábado me sorprendió sin haber pegado ojo. Ni siquiera había tratado de dormir. Completamente decidida, me duché para despejarme la cabeza y me colé en el despacho de mi padre.
–         ¿No estaban tus padres?
–         No. Estaban fuera – respondió Rocío – Me dejaban sola muy a menudo.
–         Ya.
–         Saqué la llave del escritorio de mi padre de su escondite (que yo conocía perfectamente) y abrí el cajón.
–         ¿Qué buscabas? – pregunté intrigada.
–         La pistola de mi padre.
–         ¡Dios mío! – exclamé al comprender las implicaciones de lo que Rocío me decía.
–         Me vestí como el Amo me había indicado, sin usar ropa interior, pero mi intención era únicamente lograr que me dejara entrar en su casa.
–         ¿Ibas a matarle? – exclamé horrorizada.
–         Estaba completamente decidida. O eso creía yo.
Estaba flipando con lo que escuchaba. Aunque, en realidad, tampoco era nada tan extraño. ¿Acaso no había deseado yo misma que Jesús se muriera la noche después de nuestro primer encuentro?
–         Me dirigí a la dirección que figuraba en la tarjeta y subí al piso. Jesús me abrió la puerta y, al verle, me quedé paralizada.
–         ¿Por qué? – pregunté.
–         ¡Porque estaba en pelotas y empalmado, tonta – exclamó Gloria riendo, incapaz de permanecer callada ni un segundo más.
–         Exactamente. Cuando le vi, con el pene erecto apuntando hacia mí, con la piel brillante por el sudor… sentí cómo mi vagina se estremecía, mientras un escalofrío me recorría de la cabeza a los pies.
–         Ya me imagino – asentí.
–         Durante un instante, me olvidé por completo de mis intenciones y me quedé mirando embobada su erección. Entonces escuché la risilla del Amo, lo que me devolvió a la realidad.
  • Vaya, vaya, has tardado un poco más de lo que pensaba. Pensé que vendrías ayer mismo.
  • No… no… – acerté a responder
  • Y bien, ¿has traído tu entrada?
–         Comprendí perfectamente a qué se refería, así que lentamente, me subí la falda para que pudiera verificar que iba sin bragas. Lo hice con cuidado, pues llevaba la pistola a mi espalda, metida en la cinturilla de la falda, no fuera a ser que se cayese.

–         Jesús, al comprobar que llevaba el coño al aire, sonrió y la hizo pasar – continuó Gloria, necesitada de hablar – Yo, que no quería que me pillaran espiando, corrí a la cama y me eché encima de un salto. Pocos segundos después, entró en el cuarto Jesús, aún con su empalmada en ristre, seguido por esta guarrilla, con una cara de acojone que daba risa.

–         Era normal – intervine –teniendo en cuenta lo que pensaba hacer…

–         Sí, supongo – coincidió mi alumna – Pues bien, Jesús se tumbó a mi lado y empezó a acariciarme las tetas. Me empujó un poco para que quedara de espaldas a él, estando los dos de costado y empezó a frotarme la polla por mi rajita desde atrás, lo que me hizo abrir las piernas, loca porque continuase con la faena, pero entonces…
–         Jesús me indicó que me desnudara – siguió Rocío – Durante un segundo estuve tentada de obedecerle, pero logré reunir valor suficiente y saqué la pistola apuntándoles a ambos.
–         Lo de valor suficiente es un decir – interrumpió Gloria – Porque las manos le temblaban tanto que, aunque estaba a menos de un metro de nosotros, no creo que nos hubiera acertado a ninguno.
–         ¿No te dio miedo? – pregunté dirigiéndome a Gloria.
–         ¿Estás de coña? – exclamó ésta – ¡Casi me cago encima del colchón! De no ser porque Jesús me agarró con fuerza, impidiéndome levantarme, hubiera quedado una silueta de mí atravesando la puerta de la casa…
–         Yo también estaba asustadísima… No comprendo cómo se me ocurrió hacer aquello – susurró Rocío.
Estuve a punto de decirle que la comprendía, pero me lo pensé mejor y callé, no fuera a ser que alguna le contara a Jesús que yo también había pensado en cargármelo.
–         Pues ni te cuento yo. En mi vida me habían apuntado con un arma. Y espero que esa fuese la última vez…
–         Ya me imagino – coincidí.
–         Estaba aterrorizada – siguió Rocío – A esas alturas no sé si pretendía hacerle daño de verdad, creo que realmente no me hubiese atrevido a apretar el gatillo, pero al menos quería darle un susto de muerte al Amo, vengarme y humillarle… hacerle suplicar por su vida, porque sentía que eso me ayudaría a recuperar el control de la mía pero…
–         Pero, ¿qué? – pregunté al ver que Rocío detenía la narración.
–         No conseguí nada – concluyó.
–         ¿Por qué no?
–         Porque el Amo no se amilanó lo más mínimo.
  • Vaya, así que has decidido acabar conmigo para vengarte – me dijo tranquilamente.
  • ¡Sí, cabrón, voy a volarte las pelotas! – respondí, enfadada sobre todo porque él no se mostrara asustado.
  • Pues vale, si es lo que quieres hacer…
  • ¿Q… qué?- balbuceé sin podérmelo creer.
–         Yo tampoco podía creérmelo – interrumpió Gloria.
  • Que si es lo que quieres hacer… no puedo hacer nada para impedírtelo. Estoy tumbado en la cama y tú estás de pié con un arma. Si intento quitártela me volarás la cabeza, así que no puedo hacer nada. Si estás decidida a ir a la cárcel, adelante, dispara.
  • ¡Voy a hacerlo! – grité reuniendo los pocos arrestos que me quedaban.
  • Pues hazlo. Pero antes quiero pedirte dos pequeños favores.
  • ¿Có… cómo? – murmuré.
  • Que me concedas dos favores antes de matarme. Ya sabes, la última voluntad del condenado.
  • Ha… habla – tartamudeé.
  • Primero, que no le hagas daño Gloria. Ella no tuvo la culpa de lo que pasó y no podría haber hecho nada para impedirlo. Además, si yo se lo ordeno no testificará en tu contra en el juicio así que no tendrás que preocuparte.
–         ¡Cuánto quise a Jesús en ese momento! Casi me echo a llorar – exclamó Gloria, incapaz de contenerse.
  • Y… ¿y el otro…? – susurré.
  • Que me dejes terminar el polvo que estaba echando. No quisiera morirme empalmado sin haberme corrido.
–         No podía creérmelo. La desfachatez del Amo me dejaba anonadada. Nada estaba saliendo como yo había planeado.
  • Quien calla otorga – dijo el Amo al ver que yo me había quedado con la boca abierta.
–         Y ni corto ni perezoso me endiñó un cipotazo desde atrás. Yo no me lo esperaba para nada, pues no podía creerme que se dedicara a follarme tranquilamente mientras una loca nos apuntaba con una pistola, pero, cuando quise darme cuenta, ya la tenía enterrada hasta el fondo y me estaba propinando sus formidables culetazos en el coño.
–         Me quedé atónita al ver cómo empezaba a tener sexo con el Ama Gloria ignorándome por completo. Yo miraba estúpidamente la pistola, como queriendo asegurarme de que realmente estaba allí…
–         Y Jesús, importándole todo un bledo, siguió folla que te folla, sujetándome bien fuerte, no fuera a ser que me diera por salir cagando leches de allí.
–         ¿Y te hubieras escapado dejándole allí? – pregunté.
–         ¡Ay, cariño! ¡En cuanto me la metió se me fueron de la cabeza todas las ideas de fuga! ¡No sé si fue porque aquel podía ser su último polvo, pero lo cierto es que me aplicó un tratamiento de primera categoría.
–         Madre mía – dije sin saber si reír o llorar.
–         Jesús siguió martilleándome el coño a lo bestia. Cuando se hartó de la posición me cogió por la cintura y, sin sacármela, me puso a cuatro patas y siguió follándome de rodillas desde atrás. Me penetraba con violencia, con empellones secos y certeros, que me hacían ver las estrellas. Me corrí a lo bestia, escuchando cómo su polla chapoteaba en mi inundado coño.
–         ¡Es verdad! – exclamó Rocío – ¡Aquel sonido! El ruido que hacía su pene al clavarse me estaba volviendo loca. Me sentía caliente, no podía pensar con claridad. Mis ojos estaban fijos en el pene del Amo, viendo cómo se hundía una y otra vez en Ama Gloria… y yo solamente deseaba ocupar su lugar….
  • Déjate ya de tonterías y únete a nosotros. Desnúdate de una puta vez – me ordenó el Amo de repente.
 

–         Y obedecí. Como un autómata dejé caer la pistola sobre la alfombra. Con rapidez, me despojé del jersey, la minifalda y los zapatos y me subí a la cama donde el Amo seguía hundiéndose una y otra vez en ella – dijo Rocío apretando levemente sobre los hombros de Gloria – Me acerqué al rostro del Amo e intenté besarle, pero él apartó la cara, poco dispuesto a perdonarme.

  • ¿Quieres besarme? – siseó – ¿Crees que voy a besar a una furcia que ha intentado matarme? ¡Aún te queda mucho antes de que te permita algo semejante!
  • Jesús, yo… – balbuceé confundida.
  • ¡Nada de Jesús, zorra! ¡Para ti soy, ahora y para siempre tu AMO!
  • Sí, Amo, lo que usted diga – asentí.
  • Y si quieres besar algo de mí, puedes empezar por ¡MI CULO!
–         Entendí perfectamente lo que el Amo me pedía. Ya lo había hecho antes con otros chicos. Me arrodillé detrás de él y le separé las nalgas con mis temblorosas manos, hundiendo mi cara en medio. Enseguida, empecé a estimular su ano con mi lengua, chupándolo con ardor y tratando de llegar cada vez más adentro.
–         Aquello le gustó mucho a Jesús, pues empezó a jadear y a gemir de placer y redobló sus esfuerzos en mi coño. Yo se lo agradecí con un nuevo orgasmo, que me dejó ya medio desmayada y sin fuerzas, aunque a él le dio igual pues siguió follándome con las mismas ganas.
  • ¡Límpiamelo bien, puerca! – gritó Jesús – ¡Que esta mañana he cagado un montón y no me he limpiado!
–         ¿En serio? – exclamé incrédula.
–         ¡Bah! – dijo Gloria – era una mentira para humillar a Rocío. ¿No te has dado cuenta de que Jesús es muy limpio?
–         Sí, era mentira – dijo Rocío – Y yo lo sabía, pero me encendió el que me insultara. Tenía la vagina empapada….
–         Jesús te calibró bien, ¿eh guarrilla? – rió Gloria.
–         Sí. El leyó a través de mí y comprendió mis auténticos deseos…
Las miré un par de segundos, atónita y alucinada por lo que me estaban contando. Aunque, en el fondo, lo que pensaba es que me hubiera gustado estar en su lugar.
–         Cuando Jesús notó que iba a correrse me la sacó del coño y apartó a Rocío de un empujón, dejándola tumbada sobre el colchón. De rodillas acercó su polla hasta la cara de esta guarra y se la metió en la boca hasta la garganta.
–         Casi me ahogo de la impresión, su pene se abrió paso sin compasión entre mis labios y se deslizó por mi garganta. No pude soportar las arcadas y traté de apartarme, pero el me sujetó con fuerza, manteniendo mi cara apretada contra su ingle.
–         Y se corrió, claro – aseveré de forma totalmente innecesaria.
–         ¡Y tanto que lo hizo! – rió Gloria – ¡Esta golfa no podía con tanta leche y gemía y lloraba tratando de escapar de Jesús, pero él se mantenía firme vaciando las pelotas en su garganta!
–         Comprendí que lo único que podía hacer era tragármelo todo – siguió Rocío con entusiasmo – aunque no podía con tanto semen y parte se escapaba por la comisura de mis labios, pues tenía toda la boca llena. Cuando el Amo estuvo satisfecho, me empujó a un lado y yo caí sobre el colchón, escupiendo sobre la alfombra gruesos pegotes de semen.
–         Me dio hasta pena verla así, pero ni se me pasó por la cabeza protestar, no fuera a ser que me hicieran a mí lo mismo – dijo Gloria.
  • Vamos, venid conmigo, que estoy todo sudado y quiero ducharme – ordenó Jesús.
–         En cuanto salió del dormitorio ayudé a Rocío a levantarse. Tenía miedo de que se cabreara otra vez y cogiera de nuevo el arma, pues Jesús había pasado olímpicamente de ella y la había dejado allí tirada.
–         Pero a mí ni se me pasó por la imaginación hacer algo semejante. Sólo quería ir detrás del Amo y hacer lo que me ordenara, para ver si así recibía un premio como el Ama Gloria.
–         Le seguimos al baño y nos metimos todos en la bañera, donde las dos nos dedicamos a lavar el cuerpo de Jesús.
–         Sí, ya sé cómo va eso – dije.
–         Lo que le hacíamos debía de gustarle, pues poco a poco la polla fue poniéndosele morcillona. Entonces nos ordenó que se la chupáramos. Ni cortas ni perezosas nos arrodillamos frente a él y procedimos a asearle el falo con nuestras lenguas, mientras éste crecía cada vez más.
–         Cuando estuvo bien duro – siguió Rocío – el Amo me obligó a darme la vuelta y a ofrecerle mi culo.
–         Con la habilidad que le caracteriza en estos menesteres, Jesús se la colocó en el culo y se la clavó hasta el fondo, mientras Rocío gritaba como si le rompieran el alma.
–         Es que me dolió mucho, Ama Gloria, yo no esperaba que me sodomizaran con tanta fuerza, sino que pensaba que el Amo iba a usar mi vagina.
–         Sea como fuere, los gritos de esta golfa molestaron a Jesús.
  • Tápale la boca a esta puta, Gloria – me ordenó.
–         Y claro, yo se la tapé con lo que más tenía a mano.
–         Déjame que lo adivine – la interrumpí riendo – Le pusiste el coño en la boca.
–         ¡Toma, claro! ¡Y la verdad es que me lo comió bien comido! ¡Desde luego no era su primera vez.
–         No, no lo era. Como mi Amo me ordenaba que le diera placer al Ama Gloria, yo me dediqué a ello con ahínco, mientras sentía cómo el pene del Amo se hundía una y otra vez en mi trasero. Poco a poco el dolor fue menguando y enseguida me encontré disfrutando al máximo.
–         ¡Digo! ¡No veas cómo gemía y aullaba contra mi coño! ¡Había hasta eco! – exclamó Gloria.
–         Eso es mérito suyo – retrucó Rocío haciéndonos reír a la tres.
–         Jesús siguió dale que te pego en el culo de ésta hasta que se hartó y se la clavó en el coño.

–         ¡Oh, fue maravilloso cuando la verga del Amo se deslizó en mi vagina! ¡Me sentí tan feliz que llegué al orgasmo!

–         Y yo también. Cuando esta guarra se corrió me chupó el coño con tantas ganas que yo también me corrí.

–         Por desgracia el Amo también estaba a punto y llegó al clímax enseguida, pues por mí hubiéramos seguido así para siempre. Su semen inundó mi vientre como antes había hecho en mi boca y me sentí feliz y satisfecha.
  • Será mejor que empieces a tomar la píldora si es que no lo haces ya – me dijo el Amo mientras se retiraba de mi interior – Aunque la verdad es que me importa una mierda si lo haces o no.
  • Sí, que lo hago… Amo – respondí.
  • Pues vale.
–         Dicho esto terminó de enjuagarse y salió de la bañera con una toalla.
  • ¡Recoged esta pocilga! – nos gritó.
–         Obviamente, ambas obedecimos rápidamente – dijo Rocío.
–         Y tanto. El resto del fin de semana fue más o menos igual. Jesús nos hizo estar desnudas a todas horas y nos usaba cómo y cuando quería – dijo Gloria.
–         Sí.  Yo estaba deseando en todo momento que el Amo viniera y se encargara de mí.
–         Supongo que por la novedad, Jesús se folló a esta guarra más veces que a mí ese fin de semana.
–         Lo siento mucho, Ama – dijo Rocío, de nuevo compungida.
–         ¡Bah! No fue culpa tuya. Además, yo también tuve mi ración, pues Jesús me dijo que podía ordenarle a Rocío lo que me diera la gana.
–         Y tú le pediste el tratamiento completo, claro – dije sonriendo.
–         El completo… varias veces. Y el completísimo… Unas cuantas también – respondió Gloria sonriendo a su vez.
–         El Amo me usó como quiso, lo que me llenó de felicidad. Por ejemplo, esa noche televisaron el partido de su equipo y el Amo me hizo chupársela mientras veía el partido.
–         ¡Seguro que se corrió cuando marcaron un gol! – reí.
–         Bueno, la verdad es que primero marcaron los del otro equipo. El Amo se enfadó y dijo que era culpa mía, por no chupársela bien, por lo que me dio unos azotes.
–         ¿Que era culpa tuya? – exclamé sorprendida.
–         Era solamente una forma de marcar territorio – intervino Gloria – Aunque el culo se lo dejó como un tomate.
–         No me importó. Me había portado muy mal con el Amo… le había amenazado con un arma… me merecía el castigo – dijo Rocío con la mirada baja.
–         Esa noche yo dormí con Jesús en la cama – dijo Gloria – Y ésta tuvo que dormir en la alfombra… con el consolador negro otra vez metido en el coño…
–         ¿En serio? – exclamé atónita – ¿Te ató otra vez?
–         No, no – dijo Rocío meneando la cabeza – Sólo me hizo dormir con el dildo alojado en mi interior. Y ni siquiera fue entero…
–         ¿Y por qué hizo eso?
–         Para que aprendiera cual era mi lugar.
Las tres nos quedamos calladas. Rocío se mostraba ahora un tanto cohibida, como si se avergonzara ahora de todo lo que me había contado.
–         El domingo por la noche regresó Esther a la casa. Jesús sabía que su padre no vendría, así que nos quedamos con él las tres – dijo Gloria – Entonces nos indicó a su madrastra y a mí que, a partir de entonces, Rocío sería una más del grupo y que cualquiera de nosotras podría ordenarle lo que le viniera en gana, pues tendría que obedecernos como si se tratara de él.
–         A mí no me importó en absoluto – siguió Rocío – Pues lo único en que podía pensar era en que Jesús volviera a usarme como le complaciera.
–         Y entonces instauró lo de los rangos – intervine.
–         ¡No, no! Eso fue mucho después. En ese momento éramos sólo tres y, aunque Esther y yo no nos llevábamos muy bien, todavía no era necesario nada semejante, pues Jesús se las apañaba para tenernos controladas. Esther me veía como algo parecido a la novia de Jesús, por lo que se sentía celosa y me incordiaba todo lo que podía, pero Rocío… no era una amenaza para nadie, pues lo único que quería era que le mandáramos cosas.
–         Sí, así descubrí mi verdadera naturaleza – dijo la chica.
–         ¡Joder! – exclamé – ¡Menuda historia! ¡Y yo que pensaba que lo mío había sido fuerte! ¡No sé si habría podido soportar lo que te pasó a ti!
–         Oh, sí que lo hubieras hecho… – dijo Rocío mirándome enigmáticamente.
Un nuevo silencio sepulcral se apoderó de la sala del jacuzzi.
–         Pero no te creas que todo fueron cosas malas para nuestra Rocío, ¿verdad, nena? – dijo Gloria.
–         No, por supuesto que no – respondió la aludida.
–         Sí, ya lo pillo – intervine yo – Lo que a ella le gusta es ser humillada y maltratada por todos, así que se lo pasa muy bien con todo esto.
–         ¡No sólo me refiero a eso! – exclamó Gloria – ¡Hablo de cambios en su vida!
–         ¿En su vida? – pregunté extrañada.
–         ¡Claro! – exclamó Gloria – A partir de ese instante, Jesús la apartó de esa pandilla de macarras que abusaban de ella.
–         Para abusar de ella él mismo – pensé en silencio.
–         Se acabaron los trapicheos de drogas, las peleas y los follones. Como se veía que Rocío no valía para estudiar bachillerato, le consiguió plaza en una academia de estética. ¡Y lo pagó todo de su bolsillo!
–         ¿En serio? – exclamé sorprendida.
–         ¡Y tanto! Entre los tres buscamos cual podría ser la vocación de Rocío y descubrimos que era muy buena con los masajes, así que la metimos en el cursillo y ya lleva casi un año trabajando aquí. Le va muy bien, folla cuanto quiere y gana un buen dinero ¿verdad, golfilla?
–         Es cierto. Además, desde mi posición puedo colaborar para que las el Amo y las otras siervas puedan disfrutar de estas instalaciones – dijo la chica.
–         ¿Y no pueden pillarte? – pregunté.
–         No lo creo. Tengo mucho cuidado. Pero, si pasara algo… mantengo una relación con el encargado del centro y estoy segura de que podría evitar el castigo.
–         Eso es por todo lo que le haces, guarrilla… – bromeó Gloria salpicando con agua a Rocío.
–         Y eso… ¿te lo ordenó Jesús? – indagué.
–         ¡Oh, no! El Amo nos permite a todas mantener relaciones con quien queramos, siempre que estemos listas en cualquier momento para que él pueda usarnos. Martín es simplemente… algo así como un novio.
–         ¿Y disfrutas con él? – pregunté mirando fijamente a Rocío.
–         Ni la milésima parte que con el Amo – respondió ella sin dudar un segundo – Aunque me temo que eso mismo me pasaría con cualquier hombre que no fuera él.
Eso mismo me temía yo.
Rocío tuvo que marcharse a seguir con sus quehaceres, pues se había hecho tarde y ya no íbamos a tener tiempo de aplicarnos los tratamientos de belleza, así que ella se reincorporó al trabajo.
Gloria y yo seguimos charlando un rato más, especialmente sobre Rocío y su particular relación con el grupo, hasta que el pellejo empezó a ponérsenos como los garbanzos en remojo.
Así me enteré de que Jesús se enfrentó con un par de macarras de la pandilla de Rocío, que no se resignaban a quedarse sin su juguete favorito, pero por lo visto eran unos mierdas y no se atrevieron con él.
Rocío, además, descubrió así quienes eran sus auténticos amigos dentro de su grupo y quienes se juntaban con ella para aprovecharse, con lo que consolidó una fuerte amistad con un par de chicas, a las que ella misma ayudó a salir de esos ambientes tan feos.
Aquello me dejó mucho más tranquila, pues el relato de la historia de Rocío había hecho que me formara una imagen de un Jesús despótico y sin sentimientos y eso era algo que no acababa de gustarme.
Pero al final comprendí que no era así, sino que Jesús, simplemente, nos daba a cada una lo que necesitábamos.
Hartas de estar en remojo salimos del jacuzzi y nos pusimos los albornoces. No hizo falta llamar a nadie para salir de allí, pues Gloria se conocía las instalaciones como la palma de la mano y me llevó sin problemas al cuarto donde estaba mi ropa.
Tras vestirnos, nos reunimos de nuevo en el hall y allí rellené el formulario para darme de alta como socia, que entregamos a la recepcionista. Justo cuando nos marchábamos, Rocío apareció para despedirse y Gloria, sorprendiéndome, le dio dos cariñosos besos en las mejillas. Yo la imité.
–         De vez en cuando agradece una pequeña muestra de cariño – me susurró mientras nos marchábamos.
Gloria me cayó todavía mejor después de eso.
……………………………………
Cuando llegamos al bloque era bastante tarde, casi la hora de cenar. Nos montamos juntas en el ascensor y Gloria se despidió de mí en el cuarto, quedando en venir a recogerme por la mañana para ir juntas al colegio. Aunque no tan temprano como ese día.
–         Y tranquila, que mañana no hay que masturbar a ningún conserje – me dijo sonriendo mientras se cerraba la puerta del ascensor.
Mi encantador novio me esperaba con la cena preparada, cosa que le agradecí enormemente. Como estaba hambrienta, prácticamente devoré la comida. Como estaba cachonda, prácticamente devoré su polla cuando nos fuimos al dormitorio.
Fue una noche de sexo genial. Pero me dormí algo insatisfecha, pues ese día no había estado con mi Amo Jesús.
Continuará.
                                                                                                       TALIBOS
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Ernestalibos@hotmail.com

 

 

 

Relato erótico: “Numeros Primos II – Cony 2” (PUBLICADO POR MEWLEN)

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Regresó a casa cuando casi era ya de madrugada y se sorprendió por aquella figura extraña. El muchacho, de 16 años, era alto, de más de 1 metro y 90 centímetros, pero demasiado delgado; no creyó que pesara más de 60 kilos. Su piel era de una palidez casi fantasmagórica y su pelo de un color entre cenizo y blanco. Algunas manchas en la piel indicaban donde hubo llagas por el sol y quizás alguna otra enfermedad no mencionada… todo eso era enmarcado en unas sandalias, bermudas y camisa hawaiana, que no se había cambiado desde el día anterior.

En general, le pareció un muchacho feo… frío y maleducado: ni siquiera apartó su vista de aquella pantalla blanca

Cony dió un portazo, el chico se sobresaltó y se puso de pie, inclinando la cabeza para mirarla a los ojos y le dijo.

– Hola tía.

Anticlimático, como mínimo.

– ¿Gabriel, no es cierto?

Cony trató de sonar despectiva… el muchacho sintió su intención.

– Me instalé en la habitación más pequeña, espero que esté bien.

Era hora de poner los puntos sobre las íes.

– Mira niño, seré directa: Desde ahora te harás cargo de cuidar esta casa. Mi trabajo me mantiene alejada y no puedo pasar mucho tiempo acá
– Entiendo: escuché de los abogados acerca de su trabajo
– ¿Ah sí?… y dime, ¿qué escuchaste?
– Pues…  que usted se dedica a vender su cuerpo

Le cruzó la cara de una bofetada, el muchacho no alcanzó a verla venir

– Lo siento, no se enfade por favor.

Volvió a golpearlo.

– ¡No te permito que me faltes el respeto!, ¡y menos en mi casa!
– Lo siento. Las delicadezas suelen escapárseme. No pretendía ofenderla, tía, me disculpo nuevamente.

¿Podía ser tan tarado? -pensó Cony-… vería si se podía aprovechar de él aún más.

– Nada de eso. Si quieres seguir viviendo conmigo te ajustarás a mis reglas y me respetarás. No hay nada de malo en lo que hago para vivir…
– Pero yo no dije eso, tía

Lo abofeteó nuevamente

– … y no me interrumpirás jamás. Ahora, por atrevido, además de la casa te harás cargo de Claudia, mi hija… ¿dónde anda esa mocosa?… ¡Claudia!

Ante el grito, la muchacha apareció en instantes, jadeando, asustada.

– Claudia, saluda a Gabriel. Es tu primo. Se quedará a vivir acá con nosotras, contigo… le harás caso en todo lo que te diga, ¡o ya verás!, ahora ¡vete a tu cuarto!

El miedo era obvio en los ojos de la niña: el muchacho era un aliado de su madre, alguien a quien temer.

Gabriel se quedó parado donde estaba.

– ¿Qué haces ahí?
– No me ha dicho nada más.
– ¿Cómo?
– Qué tengo que hacer, cuáles son mis obligaciones.
– Mientras hagas lo que te dije, puedes hacer lo que quieras… ya me arreglaré yo con la trabajadora social.

El muchacho se sentó entonces y volvió a teclear como un poseído. ella se fue a dormir sin decir siquiera “buenas noches”.

Al día siguiente le sorprendió encontrar todo ordenado y razonablemente limpio, incluso había olor a comida. Gabriel estaba exactamente en la misma posición del día anterior, tecleando furiosamente sobre ese laptop roto… se puso de pié al verla entrar a la sala.

– Hice como usted me dijo, tía: las necesidades de la casa que pude notar están cubiertas, por favor dígame si puedo hacer algo más.

Siempre lo supo: con los niños había que aplicar mano dura.

– ¿Y Claudia?
– Es su habitación.
– ¿No la llevaste a la escuela?
– No supe a dónde debía llevarla, y cuando le pregunté a ella no recibí respuesta

Cony llamó a su hija a gritos… la niña apareció tan rauda como el día anterior.

– ¡¿Qué te dije de obedecer a Gabriel?! -preguntó Cony mientras comenzaba a golpearla-… A ver, ¡dime!… ¡te dije que hicieras lo que él te dijera!

La recriminó y golpeó un par de veces más, hasta que notó que Gabriel se tensaba con cada golpe…

– Y a tí, ¿qué te pasa?
– No se enfade, tía. Está claro que la niña necesita orden, estructura, pero no debe usted esforzarse en darle esa dádiva a alguien quien, claramente, no es capaz de  apreciarla.

Cony se detuvo y lo observó. El brillo en los ojos del joven le resultaba obvio… no supo a qué adjudicarlo hasta que notó su incipiente erección. “Con razón ayer aguantó todos mis golpes sin rechistar… ¡los estaba disfrutando!” pensó.

– Claudia, vete a tu cuarto y no salgas hasta que Gabriel o yo te llamemos.

Una vez que la niña se hubo retirado, se acercó decidida a Gabriel. El muchacho la miró tímidamente como siempre, pero el brillo de sus ojos seguía ahí. Se atrevió a probar su teoría.

– Me fallaste, Gabriel… no atendiste a mi hija como yo esperaba -dijo mientras retorcía un pezón del muchacho con toda su fuerza-

La cara de Gabriel se mantuvo impertérrita unos segundos, hasta que un mordisco en su labio inferior lo traicionó… “Vaya, vaya” se dijo Cony… “quedarme con su dinero será aún más sencillo”… decidió darle una probada de lo que podía esperar si se llevaban bien.

Lo tomó de una oreja y llevó su cara al suelo con violencia, mientras comenzaba a preparar el terreno.

– ¡Me desobedeciste!, ¡¿acaso no puedes controlar ni siquiera a una niña pequeña?!
– Perdóneme tía… no quise faltar a su confianza
– ¡Cállate!… ¡besa mis pies!…

El muchacho obedeció inseguro, besando tímidamente los pies de su tía, quien sonrió complacida.

– ¿Lo hago bien, tía?
– ¡Calla! -le atizó un puntapié mientras comenzaba a quitarse la ropa-, ¡ve a mi cuarto!.

Cony sacó un cinturón de su armario y le dedicó a Gabriel un latigazo en el culo. El muchacho dio un respingo, pero no se quejó

– Veo que es necesario que te discipline, Gabriel… dime, ¿te gusto?
– Es usted una madre preocupada, tía
– ¡No te hagas! -le gritó dándole otro latigazo-… me refiero si te atraigo como mujer
– Es usted una mujer muy hermosa, tía
– Y dime… ¿qué querrías hacer con esta hermosa mujer, cochino?
– Nada tía
– ¿Nada?
– Nada, sólo haría lo que usted quisiera que haga.

El papel comenzaba a gustarle a Cony. Tener un esclavo nerd virgen era una de sus fantasías menores aún no realizadas, y, si le servía para hacerse de la herencia del muchacho, cuánto mejor.

– Bueno -dijo ella-… entonces tu tía quiere que te desvistas y tiendas boca arriba en la cama.

Gabriel obedeció sorprendido por la orden, pero visiblemente complacido. Cony tuvo que contener la risa que le provocó la falta de experiencia del muchacho. Quería mantener la ilusión a toda costa, había una herencia en juego. Si lograba que se obsesionara con ella podría hacer lo que quisiera con él.

… Sería un trabajo fácil, se dijo… no más de 3 sesiones y lo tendría en la palma de su mano… quizás ni siquiera tuviera que cogérselo.

Comenzó la sesión de la misma forma que le agradaba a sus clientes con inclinaciones sádicas: Esposó a su sobrino a la cama con unas esposas que usaba para esos casos y, después de darle un par de caricias con el cinturón, pasó a vendarlo con una bufanda de seda. Una vez hecho eso trajo rápidamente el bolso que tenía preparado para estos lances.

Decidió empezar fuerte de inmediato. Tomó una vela y la encendió. Gabriel se tensó visiblemente, pero no dijo palabra. Comenzó a derramar la cera derretida por todo su pecho, arrancando ocasionalmente algún sonido, en particular cuando la derramaba sobre los pezones del muchacho. Viendo que podía avanzar aplicó una docena de pinzas de metal por todo el cuerpo del joven. Después de eso, puso otras pinzas en sus pezones, con la salvedad que estas estaban atadas entre ellas. Se entretuvo jugando a tirarlas mientras el muchacho se retorcía suavemente… demasiado suavemente para su gusto. Volvió a subir las apuestas algo de juego rudo, jalando juntamente el pelo y los pezones. Se alegró al ver que la erección del joven se había incrementado, pero el resto de las reacciones no le satisfacían. Había comenzado como un juego, pero, para ella, se estaba volviendo un asunto de orgullo: el mocoso tenía algo más de 16 años, era claramente un masoquista, y ella, una de las mujeres más deseadas de Miami, no era capaz de sacarle ni siquiera un gemido de placer.

Se arriesgó con todo: Subió a la cama y clavó fuerte sus tacones de aguja en el pecho del muchacho. No quiso aplicar todo su peso por miedo a hacerle daño real (y perder su premio), pero vio como se hundían profundo en su piel….

Cualquiera de sus clientes ya habría tenido un orgasmo… Gabriel recién manifestó algo de movimiento en su entrepierna… eso la irritó; había desvirgado a más de un mozalbete, normalmente a pedido de sus padres, y nunca había recibido queja de su desempeño… y ahora esta rareza, este fenómeno le gritaba en la cara que era incapaz… ahora vería.

Tomó el pene de Gabriel en sus manos y lo sopesó. No era nada comparado con otras trancas que le había tocado satisfacer, pero el muchacho calzaba un buen fierro, considerando su edad. Se permitió reconocer, eso sí, que le agradaba su forma, algo curva hacia arriba, y las venas le daban un aspecto de masculinidad madura. Se quitó las bragas y el sujetador con maestría… una lástima, pensó, tener que hacer el trabajo completo. Se tragó la verga enhiesta de Gabriel con un movimiento rápido y la enjugó abundantemente en su saliva. No había tenido tiempo de excitarse propiamente, así que su sexo estaba apenas húmedo.

– ¿Quieres que tía Cony te haga un hombre? -dijo cuando se separó-
– Sólo quiero lo que usted quiera, tía.

Cony se montó sobre él con presteza. Comenzó a frotar su vagina contra el sexo de Gabriel de forma lenta, buscando excitarlo más antes de proseguir. Separó sus labios: los de la boca buscando más aire y los de su sexo buscando más placer… encontró ambos, y en abundancia.

Notó, algo asustada, como su concha respondía a las caricias que le daba el pene de Gabriel. Hacía tiempo que no reaccionaba tan rápido ni tan efectivamente a la estimulación. Notó como sus pezones empezaban a elevarse y como su vulva comenzaba a engullir aquel pene, producto de la hinchazón de sus labios mayores. Su depilado sexo empezó a emitir fluidos, como reconociendo el hambre de verga. Aún estaba caliente, se dijo Cony… el abogado fue un buen amante, pero ella aún deseaba más. Los pliegues de su vagina se lubricaban más cada momento y ella, involuntariamente, dejó escapar un gemido.

Se llevó las manos a la boca. Una cosa era disfrutar del cuento, pero otra era perder el control. Azuzó nuevamente el pecho de Gabriel con el cinturón y, luego de eso, arrancó las pinzas de los pezones con rapidez. Gabriel levantó la cintura y su pene creció aún un poco más, pudo sentirlo cuando comenzó a rascar su clítoris… debió contenerse, pero el incendio en su entrepierna comenzaba a salirse de control.

Llevó su  pelvis hasta la cara de Gabriel, ofreciendo su mojado sexo ante la lengua del joven, quien, dada su inexperiencia, no supo qué hacer aparte de besar aquella concha. Tuvo que ser ella misma quien le diera las indicaciones básicas.

– Saca tu lengua… eso… ahora, muévela arriba y abajo… así… ufff, sigue… ahora más arriba… ahí… ese es mi clítoris… rodéalo con tus labios y juega con él… muy bien sobrino… mmm… eres un excelente alumno… continúa… ahora vuelve a bajar… sigue las líneas de mis labios… busca, hurga con tu leeeeeeengua… así, perfecto… hmmmm… bien, eso, traga mis jugos… ¿te gustan?
– Mucho, tía -dijo en una pausa-

Cony giró la cabeza y volvió a mirar la entrepierna de Gabriel. Por fin pudo ver algo de líquido preseminal en la punta de su glande, pero el muchacho claramente no daba señas de venirse… decidió quemar sus puentes.

– ¿Quieres que tía Cony te coja, degenerado?
– Haga usted lo que quiera conmigo, tía… es lo que más deseo desde que la ví.

Volvió a ponerse sobre su verga. Quizás sería su excitación, pero creyó verla más grande. Se frotó con ella nuevamente mientras le decía.

– Las esposas tienen un botón, búscalo y presiónalo… quedarás libre

Apenas escuchó el clic, les espetó

– ¡Y ahora, hijo de la chingada!, ¡muévete y dame placer!

Se empaló a sí misma en aquella tranca y se dejó ir, presa del primer orgasmo, sin detener el movimiento. Sentía como cada penetración causaba una creciente humedad entre sus piernas. Le extrañó por un instante que, siendo ella una amante que prefería sentirse llena de carne, un pene que no alcanza a sus gustos le provocase tanto placer… lo atribuyó al morbo cuando recordó que se estaba cogiendo a su sobrino.

Notó que Gabriel prácticamente no tomaba la iniciativa, así que guió sus manos a sus tetas y le indicó con gestos como debía jugar con ellas. Primero masajeándolas suavemente, de arriba hacia abajo, deslizando los pezones entre sus dedos; luego, desde abajo, acunándolos en sus palmas, para terminar juntándolos y mordisqueando sus pezones, ambos a la vez. Gabriel resultó un alumno aventajado… no necesitó palabras en todo ese proceso para entender cómo a ella le gustaba que acariciaran sus tetas, como prefería que le dieran placer. Pasado un rato el muchacho comenzó a alternar esos movimientos, agregando de su cosecha el lamer aquellos preciosos montículos en toda su extensión.

El segundo orgasmo le sobrevino a Cony gracias la succión de ambos pezones, justo en el momento de una penetración. A diferencia de otros encuentros y otros amantes, sus orgasmos no resultaban tan devastadores, pero los estaba alcanzando con mucha mayor facilidad… cosa de química, supuso: lo llevaban en la sangre.

Se abrazó al cuerpo de Gabriel y llevó sus tetas a su boca, diciéndole simplemente que “ya sabía que hacer”. Los lengüetazos no tardaron en regresar, acompañados de sonoros chupetones y un intenso magreo de aquellos monumentos. Cuando sintió que comenzaba a acercarse otro orgasmo se echó hacia atrás, separándose, y comenzó a controlar la penetración ella, apoyándose en sus propias manos y levantando la pelvis. Eso le permitió demorar el estallido… demasiado, para su gusto. Pasados unos minutos se percató que no sólo lo demoraba, sino que lo alejaba con sus propios movimientos… Gabriel, por su parte, seguía en la misma posición, como si esperara que aquellos pechos soñados volvieran a su boca

– Muévete tú también… no esperes que haga… todo el trabajo -le dijo desesperada-
– Hay algo que… quiero…. hacer que… espero le… guste
– ¡Hazlo ya y deja… de pedir… permiso… por todo!

Llevó sus manos a aquella curva bendita entre las caderas y la cintura de Cony y tomó el control de los movimientos de ella. Hizo que dejara de moverse tan frenéticamente y pasara a dejarse fluir, mientras él daba a su cintura un movimiento cadencioso, ondulante. Cony pudo ver nuevamente en la cara del muchacho su inexperiencia; parecía concentrado, como si explorara las sensaciones de ella… eso provocó en Cony un sentimiento extraño, desconocido, olvidado. No recordaba cuándo fue la última vez que uno de sus amantes se preocupó de hacerla gozar a ella olvidándose del placer propio. Le dedicó una sonrisa que se perdió entre sus jadeos.

Sí, jadeaba; para su sorpresa, Cony jadeaba como una posesa… como si pretendiera absorber el placer del aire. Gabriel pasó a recorrer con una de sus manos su abdomen, con dedos que a ella se le antojaron de seda… dedos que quemaban a su paso y dejaban rastros obscenos de gemidos candentes que subían desde su pecho a su garganta… que amenazaban con ahogarla. Sintió también la otra mano subiendo hasta su cintura por el centro de su espalda, jugando con el sudor que comenzaba condensarse en ese río natural…

… Y también sintió cuando ambas manos trabajaban juntas.

Gabriel usó de apoyo la mano que tenía en la espalda de su ardiente tía y subió la que jugaba en su abdomen hasta el centro de su pecho, haciendo presión y encorvando a Cony suavemente, haciéndola adoptar una pose extraña, pero para nada incómoda… Muy por el contrario, Cony disfrutó de la tensión que le brindaba y notó que en la cara de Gabriel había una mirada aprobatoria. Se sorprendió a sí misma al darse cuenta que le agradaba aquello, que deseaba la aprobación del joven.

Entonces, comenzó a entender el porqué de aquella preparación.

Gabriel la volvió a tomar por sobre las caderas hundiendo sin prisa, pero con todas sus fuerzas, su pene en la entrepierna de Cony. Dejó escapar un gemido aprobatorio de la labor del joven, quien continuó explorando en busca del placer de su amante. Cuando estuvo seguro de no poder adentrarse más, comenzó nuevamente con el mismo bamboleo que había probado antes, pero esta vez dirigiendo en todo momento los movimiento de Cony. No la forzaba -una obviedad dada su poca potencia física-, sino más bien la dirigía en la búsqueda de un camino ignoto, cosa que ella agradecía mediante su aroma, su sudor, sus jugos, sus gemidos, mientras se sentía subir y subir hasta una altura hasta ahora desconocida… le recordaba el calor del sol y la frescura del viento que cuando niña sintió más de una vez, estando en lo alto de una colina… la sensación la llenaba, la embriagaba… la hacía sentir bien.

Pasaron los minutos… quizás las horas, no lo sabía, pero la temperatura no hacía sino subir. En su pecho, sus labios, su entrepierna, toda ella estaba hecha un incendio… ¡Virgen santísima, como le gustaba!. Se encharcaba cada vez más, podía sentirlo. Hacía un rato había dejado de sentir sus piernas, pero no le importaba… bien podría habérselas cortado y no hubiera acusado recibo ante la calidez que sentía.

Fue allí que se desató. La tomó totalmente por sorpresa.

Gabriel presionó un poco más hacia adelante, haciendo que su clítoris se rozara con la piel del muchacho, y eso la hizo alcanzar otro cielo. Nació desde dentro de su sexo, hubiera deseado poder decir más, pero creció tan rápido que no pudo, no quiso oponerse al placer. Uno tras otro, una serie de gentiles orgasmos la llevaron al éxtasis. Trató de contar, pero cesó el empeño al llegar al sexto… de allí en más todo se volvió una masa de luz, calor, gemidos y humedad que duró un segundo o un siglo. Se sintió morir, sobrepasada por las sensaciones… se sintió más viva que nunca, conociendo un nuevo placer, una forma distinta de sentir. No era consciente de sus espasmos, de su respiración, de los rasguños en el pecho de Gabriel; nada de eso importaba.

Despertó.

Se había dormido sobre el pecho de Gabriel… se había desmayado… no lo sabía bien. Sintió en su cara la tensión de lágrimas secas y pudo oler los aromas que aquel encuentro había dejado en el ambiente. Miró a su amante, aún cubierto por la ridícula venda con la que había pretendido dominarlo.

– Perdona… no se que me pasó… ¿que fue lo que me hiciste?
– Erm…. bueno… no sabía si iba a funcionar, tía, pero parece que sí… espero le haya gustado
– Aún no me respondes -inquirió separándose un poco-, ¿qué fue eso?… ¿dónde lo aprendiste?… ¿no decías que eras virgen?.
– Lo soy, en serio… o sea, quiero decir… nadie me ha podido dar un orgasmo… ni las chicas en el orfanato, ni las chicas en las casas de tutelaje…

Se detuvo… ella lo noto… lo sintió.

Él seguía dentro de ella, igualmente erecto que antes…

… Ella se había venido como una loca, gozando como nadie la había hecho gozar en años, y él, un mocoso que ni siquiera era mayor de edad, un mocoso virgen -según sus palabras-, alguien a quien con sólo mirarlo debió deshacerse en una piscina de semen, seguía allí, insatisfecho, luego de horas de sexo con la mujer más deseada de Miami.

… No podía entenderlo.

– Lo siento tía, pero no se sienta mal; no es su culpa… soy yo quien está mal

¿¡Qué hacía!?… ¿el mocoso trataba de consolarla?… ¿a ella, una sacerdotisa del placer?

– … es un problema neurológico… mi sensibilidad es tan baja que sólo mediante el dolor siento algo; aún así nunca me he venido… bueno, los sueños no cuentan, supongo…

Su reacción fue casi visceral. Tomó el pene de Gabriel y lo metió en su boca, comenzando una furiosa mamada. Se aplicó con lo mejor de sus trucos, usando incluso su lengua, su mejor arma, en todo su esplendor. Los minutos fueron pasando y los quejidos del muchacho no llegaban…. se negaba a aceptarlo, pero con cada embiste de su boca la respuesta era más obvia.

Fue extraño; ella no era de esa forma. No se permitía esos deslices. Le afectaba demasiado el sentirse incapaz…el saber que Gabriel no había disfrutado le dolía más de lo que quería aceptar. Algo creció en su pecho y se forzó a callarlo, a pesar de querer gritarlo a los cuatro vientos.

Un momento de introspección, quizás, eso era lo que aquello había provocado. El verse a la cara en el espejo de su alma y saber que la visión no le gustaba… el conocer aquella faceta que no mostraba a nadie, ni siquiera a sí misma.

… Odiaba sentirse no deseada.

Se tragó las lágrimas que amenazaban con explotar en su pecho, contuvo aquel grito que quería narrar al mundo todo su sufrimiento. Simplemente tomó un par de piezas de ropa y se retiró del lugar… salió del apartamento y subió a su automóvil.

Allí, mientras las nieblas del sueño la envolvían, comenzó amargamente a llorar

– ¡Deja de sollozar!, ¿quieres?

Las palabras de la compañera de celda de Cony la hicieron dar un respingo. Era la primera noche que pasaba en la cárcel, luego de una semana en desintoxicación. Las drogas que le suministraron como reemplazo se le entregaron únicamente para sacarla de peligro vital; como imputada por el crimen que, orgullosamente, había cometido. Tristemente, sus derechos no le daban el privilegio de tener acceso a un tratamiento, simplemente a lo justo y necesario para no morir..

– Perdona Lexie -dijo mientras se limpiaba el sudor de su frente- … pensé que dormías
– Mira, está bien que sea tu primer día, la pálida por la abstención y todo eso, pero si no cierras el pico te juro que te daré verdaderas razones para llorar
– ¡Já!… Quizás eso sea una buena idea

La cara de Lexie asomó, intrigada, por el borde de la cama superior

– ¿No me digas que eres de las depresivas?… a ver, ¿qué fue lo que te metiste?
– … Euforia (metanfetamina de cristal)
– Fiuuuu… de las duras, ¿eh?, ¿y cuanto tiempo?
– ¿Diez… quince… veinte años?… no lo sé realmente
– ¡Jajajajaja!… ¡esa no te la cree nadie cariño!, ¿veinte años adicta al cristal?, ¡nadie dura tanto!
– No, supongo que no -dijo Cony conteniendo el dolor-… probablemente partí con algo más suave, no lo sé… mi mente no es lo que solía ser.
– ¡Eso, usa esa estrategia!… a veces el jurado lo cree -dijo secamente Lexie volviendo a acostarse-… buenas noches.

Pasaron los minutos y, por más que lo intentó, Cony no logró contener los embates de la abstinencia. Lo peor de los sueños vívidos ya habían cedido, gracias a la medicación, pero aún no era dueña de su cuerpo. Se sentía como una babosa en sal, no coordinaba bien sus movimientos, no podía dormir a pesar de que su cuerpo se lo pedía e, internamente, se sentía a punto de estallar. Se volvió a mirar el techo y un súbito ataque de claridad mental le reveló la mierda en que se había convertido su vida en un abrir y cerrar de ojos, y no pudo menos que llorar.

– ¡Ah mierda! -gritó hastiada Lexie- ¡ya cállate!
– Perdona, no puedo controlarlo
– Uy, “perdona, no puedo controlarlo” -se burló-… deja de quejarte si no quieres un puntapié en la cara.
– En serio… no puedo
– ¡Estoy hasta las tetas de tus cambios de humor!, ¡parece la regla con patas!
– Si tanto te molesta ve a quejarte al dueño del hotel
– ¡Ah, y graciosa la lindura!
– Cállate quieres…
– Cállate tú, idiota… eres tú la que no deja de quejarse, revolverse y llorar.
– Es que… nada es como debiera
– ¿Qué?… ¿arrepentida?
– Sí… no… no lo sé
– ¡Eres una puta drogadicta y mataste a alguien simplemente!, ¡ya supéralo!.

Eso le dió a Lexie unos minutos de paz… hasta verse interrumpida nuevamente

– Pero, ¡era mi familia! -sentenció Cony al borde de las lágrimas-

Casi… casi, tan cerca del sueño y tan lejos a la vez… Maldita vieja panchita… ¿acaso estaba buscando pelea?.

– A ver -juntó toda la paciencia que pudo reunir-, mira, yo maté a un cliente que se quiso propasar… tú y yo sabemos que el trabajo es peligroso, tus razones habrás tenido para hacer lo que hiciste, muñeca
– Por supuesto que las tengo: por su culpa mi hombre está en la cárcel… me traicionó, se lo merecía

El hastío en la voz de Lexie fue notorio, pero no pudo determinar si Cony se percató

– ¡Ja, ya decía yo!… tenía que haber un hombre metido… una movida de polla y te mojaste tó el coño, seguro
– Sí, claro… como si todo en la vida fuera tan simple… si hubiera podido arreglarlo con una cogida no estaría acá
– Pero cómo… ¿fue entonces culpa de un hombre que no te follaste?
– No, por supuesto que no… la culpa fue de dos personas.
– Entonces no te entiendo, “chavalilla”.
– Es algo más complicado de explicar
– Ah, ya… a ver -suspiró Lexie- cuéntamelo… ya que no me vas a dejar dormir tranquila, en el peor de los casos me tienes bien despierta hasta el desayuno y en el mejor de los casos tu historia es entretenida.. hazme un lugar en tu cama, no quiero que un guardia venga a molestar

Cony miró a su compañera de celda. Cuando se conocieron, hacía unas 16 horas, no había necesitado ser una detective para darse cuenta que era una prostituta al igual que ella. pero el desparpajo de la joven le resultaba divertido. Tenía la actitud de querer comerse el mundo y claramente no tenía los años de experiencia con los que contaba Cony, pero era también obvio que la vida la había hecho madurar a la fuerza.

– … Además -le dijo Lexie casi al oído-, si tu historia es buena prometo compensarte…

La midió un par de segundos más. No era excesivamente atractiva, pero el hecho de no haber perdido aún su acento español la volvía muy deseable para los clientes… La oferta era tentadora simplemente por el hecho de poder olvidarse, al menos vagamente, de su dolor, tanto del cuerpo como del corazón… y, le resultó sorprendente luego de días de total apatía, a ella también le provocaba un leve cosquilleo la idea.

Se movió hacia el lado y abrió las mantas

– Entra rápido… y no te olvides de poner tu almohada arriba para que no te echen en falta
– Mi vida, tú serás más vieja, pero yo llevo mucho más tiempo en el circo de overoles naranja.

Lexie entró lentamente en la cama, haciendo del proceso un pequeño ritual. Una vez dentro, se acercó a Cony coqueteándole de forma burlona, acariciando su culo y bajando por su pierna

– Bueno, ¿quieres o no escucharme?
– ¡Ay, que pesada!… está bien -dijo calmándose mientras ponía su cabeza sobre el hombro de Cony-… recuerda hablar bajito.

Cony miró a Lexie. La expresión de la chica era un tanto infantil, llena de curiosidad y con un dejo de morbo. Sus ojos cafés parecían atraerle de una forma misteriosa y, extrañamente, no sexual. La chica tenía esa propiedad de generar el deseo de estar con ella, no solo de poseerla.

– A ver, muñequita… ¿por donde empiezo?
– Ehm… ¿por el principio?
– Já… no, es mejor que empiece un poco antes: Verás, no siempre fui prostituta… claro, no nacemos siéndolo, pero la vida es la más puta de todas las putas y siempre quiere compañeras.
– ¡Buena esa!… recuérdame que la anote.
– Nací en El Paso, pero mi familia venía originalmente del otro lado del río, desde Ciudad Juárez. Me casé una vez en las Vegas, otra en San Francisco y otra en Miami, del primer matrimonio, con mi verdadero amor, me quedaron una viudez inesperada, una hija y el enfrentarme a la dura realidad que no sabía cómo ganarme la vida. Del segundo matrimonio me quedaron un par de fracturas y el saber que podía ganarme el pan para mi hija y yo en camas ajenas. El tercer matrimonio aún no se acaba, pero el lío en el que estoy tiene que ver con él.
– – Te sigo, continúa… pero te advierto que me empiezas a aburrir -dijo Lexie con una sonrisa pícara-… tu premio está corriendo peligro.
– Mi primer esposo, como te dije, fue mi único amor: Raúl Beltrán… un hombre donde los haya. Sabía tratarme, me cuidaba, en la cama era mi dios… yo besaba el suelo que él pisaba. Lo conocí una noche en un casino en Las Vegas cuando estaba en mi viaje de licenciatura y el amor fue instantáneo. Yo era una jovencita que aspiraba a ingresar a la universidad y el un joven comerciante que quería conquistar el mundo.  Estuvo dos semanas en la ciudad y no recuerdo haber salido más de 6 veces de la habitación. Pasadas esas dos semanas él tendría que viajar con urgencia a Sacramento y, la última noche que pasamos juntos, me propuso matrimonio.

Por primera vez en la velada, una sonrisa acudió al rostro de Cony… Continuó.

– Obviamente no es que no fuéramos a volver a encontrarnos. El era soltero y yo también, y teníamos los teléfonos y direcciones postales y de email del otro. Además de eso aún me quedaban algunos ahorros y podría haber acudido donde él me llamase… realmente si me hubiera pedido ir al infierno con él también le hubiera dicho que sí.
– No me digas nada: Tu boda fué de las instantáneas y Elvis fué tu juez de paz.
– ¡Ja!… te equivocas: Nos casó un imitador de Cantinflas… Raúl era fanático -recordó Cony-
– ¿Y luego?
– … Los mejores años de mi vida; nunca me faltó nada a su lado, ni material ni sentimentalmente. Trabajaba en el negocio de importaciones, así que sus labores lo llevaban a viajar constantemente; yo iba con él casi siempre, y gracias a eso pasamos años hermosos viajando por todo el país… una locura padrísima, conocí los 50 estados, más algunos de los mexicanos… fuí a las mejores fiestas, me codeé con gente sofisticada… y tuve mis primeros acercamientos con el mundo real.
– ¿Sexo… drogas?
– … Y rock and roll, chavita. Raúl era un hombre fogoso, amante de la vida… además, tú y yo sabemos bien que. si quieres obtener dinero y poder, tienes que ir donde esos bienes se transan… y esas “reuniones” no son más que orgías para gente rica.
– Lo siento, no sabría decirlo: mi manager nunca me consiguió un trabajo tan bueno como uno de esos.
– Quizás sea mejor así. Allí conocí el sexo duro, intercambio de parejas, tríos, cuadros plásticos y salté del caño ocasional de maría a darme una ración de azúcar (cocaína) de cuando en cuando… todo eso de bajo la atenta mirada de mi esposo.
– Hmmm… sigue, se empieza a poner interesante -dijo Lexie deslizando sus dedos por una de las piernas de Cony-
– Tranquila chiquita, no comas ansias… aún no llego a lo bueno. Toda esa vorágine terminó de golpe. Primero, me embaracé. No cabía en mí de felicidad y, al principio, Raúl estaba felicísimo… hasta que empecé a engordar
– Ya sé: el muy puerco te dejó botada… ¡todos los hombres son unos putos cerdos guarros!
– No exactamente. Al pasar los meses ya no me dejó acompañarlo en sus viajes… decía que le podía hacer mal al bebé…. Supuse también que se buscó una amante, porque comenzó a tener menos sexo conmigo… me juraba que estaba cada día más hermosa, pero había días en los que incluso su herramienta no funcionaba… lo notaba ojeroso, cansado. Peleamos varias veces y un día, en el parking de un centro comercial, después de habernos reconciliado en un hotel cercano, una rubia aparcó una furgoneta, se bajó de ella y mi mundo se fué al carajo -dijo Cony ya presa de las las lágrimas-

Lexie la miró con ternura. Fuera fingida o real, Cony no logró determinarlo… luego le dió un tierno beso en los labios y se abrazó a ella tratando de reconfortarla.

– Ya panchita… no llores… ¡todos los hombres son unos cerdos!.
– ¡No entiendes, pendeja!
– ¡SHHHHH!
– La rubia sacó un par de pistolas mientras que de la furgoneta bajaban 2 tipos más, con más armas, y empezaban a disparar hacia un automóvil a nuestras espaldas. Muerte por fuego cruzado en un asunto entre bandas de drogas, dijo la policía. Yo estuve en el hospital porque recibí dos balazos, uno de ellos en la panza… casi casi pierdo el bebé.
– Vaya…
– Desde el hospital, directo al abismo: Los últimos años me había portado muy mal con mi familia, así que me desconocieron. Las cuentas del hospital eran gigantescas y la familia de Raúl también desapareció. Afortunadamente, o eso pensé, uno de los hombres que conocí en aquellas fiestas me deseaba lo suficiente para casarse conmigo… ¡ja!, afortunadamente mis cacahuates…

Lexie comenzaba a adormilarse. Cony lo notó, pero sabía que dentro de poco su historia se pondría algo más interesante… quiso continuar.

– Al cabrón se llamaba Peter Avery, y luego de la primera semana, las cosas empezaron a ir mal. Nos instaló en una casa en los suburbios de San Francisco, pagó las cuentas vencidas del hospital y tuvimos aquella semana de “luna de miel en casa”. No se caracterizó por ser suave conmigo, pero no era algo que me incomodara realmente. Mi cuerpo era joven y supuse que podía afrontarlo sin problemas. Además, siendo sincera, me encantaba el sentirme deseada aún con la panza que tenía.
– Cuéntame, que te hacía -dijo Lexie volviendo a interesarse-
– A ver… para empezar, apenas me cargó dentro de la casa me empujó contra la pared, me levantó el vestido, bajó mis bragas y me clavó la verga hasta el fondo, en seco
– ¡Uy, que daño!
– Sí, pero realmente no me importaba. Era mi esposo y no hacía más que tomar posesión de lo que era suyo… lo que había comprado. Masajeó mis tetas sin piedad mientras que mordía mi cuello hasta hacerme un poco de sangre. Decía que quería borrar a mi anterior dueño y yo, en medio de esa vorágine de placer y dolor, estaba en el cielo. Me estuvo clavando más de veinte minutos y no parecía querer venirse. Me dio vuelta y me agachó para que comenzara a mamársela… ¡Dios, que pedazo de tranca tenía el desgraciado!, no por lo gigante, aunque tampoco era pequeña, sino por el aguante. Arrodillada frente a él comencé a usar mi lengua para darle placer; recorría su verga a lo largo y ancho, me la tragaba completa y aún así no se venía. Empezó violar mi boca, forzando su herramienta hasta atragantarme. Comenzó a jugar a asfixiarme con ella hasta que lo obligué a acabar metiéndole un dedo en el culo… y eso fue apenas entrando a la casa.
– ¿Y luego?
– El resto de la primera semana fue igual o más intenso. Yo quería olvidar la muerte de Raúl y él quería dar rienda suelta a su obsesión por mí. Me clavó y enculó en cada lugar de la casa. Se la mamé y me comió en los lugares que faltaron… la casa entera olía a sexo, era entrar él a la casa y buscarme como perro en celo y, sin darme tiempo a decir hola, embutir su herramienta en mí.
– Espera, espera, espera… hay algo que no me cuadra: ¿No estabas tú embarazada?
– Sí -dijo Cony sollozando-, pero entonces deseaba que ese bebé no existiera. Raúl dejó de amarme por su culpa… si no hubiera sido por él no hubiéramos estado en aquel parking… francamente quería que Peter me rompiera el coño y también mi útero… si aún hubiese sido legal habría abortado el bebé, pero el embarazo estaba demasiado avanzado…

A veces el universo es tan cruel como irónico

– Pasada la primera semana, se ausentó por medio mes. Un viaje de negocios, fue lo que me dijo. Dejó el dinero justo para mantener la casa y, cuando volvió, comencé a ver que aquel “afortunadamente” no era tal
– ¿Te metió cuernos?
– No chiquita… cuernos incluso los hubiera entendido. Cuando lo recibí con un beso iba, según yo, vestida para matar. Un babydoll que ocultaba bastante bien mi barriga y mostraba mis enormes tetas, regalo de las hormonas del embarazo y un conjunto de lencería color violeta eran mi armadura de combate para esa noche. También preparé el lugar con velas, incienso, luces bajas y música suave.
– Hmmm… puedo verlo -intervino Lexie, relamiéndose y tomando uno de los pechos de Cony-
– Mmmm… tranquila, aún es muy pronto -dijo Cony con un quejido, pero sin retirar la mano de la española-… No Lexie, lo siguiente que supe es que estaba en el suelo en una posición extraña, mirando entre la pared y el techo… mi visión se  movía rítmicamente, me dolía la cara de forma brutal y escuchaba sólo un pitido… mi cuerpo se negaba a responder e incluso algunos destellos de luz aparecían en mi visión
– ¡Maldito! -exclamó Lexie interrumpiendo su masaje-
– Veo que también te ha pasado. El sabor de la sangre en la boca fué lo que me devolvió al instante la conciencia. Escuché como él gritaba mientras me penetraba con algo más grande que su verga. Decía que era una puta, que cómo me había atrevido a traer acá a mi amante, que si hubiera llegado unos minutos antes también podría haberlo encontrado a él, que vió su carro irse cuando él llegaba, que me reventaría el coño con el bat como la puta que era, que me gustaba, que mis jugos no mentían, que cuando me compró no pensó que sería como las otras… que me mataría.
– ¡No!
– Después de ese día, me encerró en el sótano… casi me muero cuando me dí cuenta que, detrás de un estante de herramientas, había una puerta reforzada y, dentro de ella, la que sería mi “habitación” por casi dos meses… lo peor de todo fue cuando me encontré con que eso no detendría su modo de ser. Que abusara de mí se volvió cosa de todos los días… que me golpeara, también.
– ¿Cómo lo sobrellevaste?
– Hmpf… es extraño como la vida juega con la ironía, ¿no?. Soñé… Soñé con mi bebé; yo la estaba abrazando en un hospital… parecía recién nacida, pero su cara me recordaba tanto a Raúl que no podía sino llorar. Eso fue lo que me ayudó a soportar el encierro, los abusos, las golpizas… y el hambre.
– No te sigo
– Era una prueba de amor, me dijo Peter: me dejó sola por un mes, encerrada en aquella celda, vestida únicamente con una bolsa de estiércol, sin luz, calefacción, con un goteo de una cañerías rota como fuente de agua y con 3 latas de carne enlatada por toda comida.
– ¡Dios mío!
– Cuando volvió fue lo peor de todo -comenzó Cony mientras las lágrimas corrían por su rostro-… me tomó del pelo y me arrancó un buen mechón, mientras comenzaba a gritar y golpearme… decía que sólo teniendo un amante era posible que yo siguiera viva… que estaba harto de las putas como yo y que me haría pagar por reírme de él… el ambiente se llenaba con gritos, míos, de él, ¿qué más daba?… comenzó a llorar pidiéndome perdón pero al tocarme los golpes volvieron… que no toleraba que otro hombre me hubiera tocado, que era culpa de mi barriga, que le recordaba que no siempre fui suya… me golpeó, me orinó encima, según él, para marcarme como suya… yo no hacía sino pedirle que parara, que me perdonara, que me dejara ir y se olvidara de mí, que haría lo que él quisiera… “¡lo que quiero es que me respetes!” me gritó junto a un puñetazo en la cabeza que me mandó al suelo… entonces comenzó a patearme en la cara, el pecho, la barriga, la entrepierna… sentí que me fracturaba un par de costillas. Al cuarto o quinto golpe de patada en la cabeza casi pierdo el conocimiento… lo oí salir hecho una furia, diciendo que ahora sí que me mataba… dejando la puerta abierta.
– ¡Para Cony, ya no sigas! -dijo Lexie viendo los sollozos de Cony-
– No Lexie, déjame… me hace bien, me siento más ligera… ya casi termino… No se como pude pararme; un dolor horrible en una pierna casi me hace caer y podía respirar mal y ver peor. Llegué al patio y lo volví a ver: tenía una pistola en las manos… traté de correr pero apenas lograba caminar. Yo lloraba y gritaba pidiendo ayuda cuando escuché un disparo… comencé a correr, el dolor dejó de ser importante… “corre puta, la próxima no tendrás tanta suerte” me gritó a mis espaldas tan cerca que sentí el “clic” del arma cuando se preparaba a disparar… el tiro sonó cuando yo me perdía por la esquina del patio, a unos metros de la puerta del jardín… entonces escuché la música más linda, como enviada del cielo: sirenas de policía.
– ¿Te salvaron ellos?
– A medias. Los gritos de la pelea habían sido escuchados por los niños de uno de los vecinos; ellos le avisaron a sus padres y ellos a su vez a la policía. Entre que yo llegaba a la calle, esquivando un tercer balazo y mi esposo aparecía por el portón dos carros de la policía aparecieron en el lugar, uno de ellos se puso entre Peter y yo y el otro se detuvo detrás bajando rápidamente una pareja de policías pistola en mano. Peter no era tan idiota como yo creía y soltó el arma de inmediato y levantó las manos… si hubiera sido negro o latino yo creo que lo mataban, pero le ordenaron ponerse de rodillas con las piernas cruzadas y poner las manos tras la cabeza. Cuando lo detuvieron decía que todo había sido una broma; el arma resultó ser de fogueo, pero los golpes no tenía cómo explicarlos ni que yo estuviera vestida con una bolsa maloliente de arpillera… entonces… entonces, cuando ya me creía segura, ví como se hacía realidad el deseo que había pedido hacía algunos meses

La española le dedicó una larga mirada… al ver débilmente el rostro apretado de Cony comprendió

– … Vi como rompía aguas cuando me llevaban a una ambulancia… y el líquido no era claro, sino con sangre.

Lexie la miró casi llorando. Ambas eran prostitutas, mujeres que conocían el lado menos amable de la vida, mujeres que habían caminado por más calles de las que les gustaría reconocer, mujeres que sabían que tan bajo o que tan lejos puede llegar la irracionalidad del ser humano… mujeres al fin y al cabo.

Tímidamente acercó su cara a la de Cony hasta tocar su frente con la propia y le sonrió de forma inocente. Lexie conocía perfectamente el sentimiento; también había pasado por aquel lance en su trabajo, quizás de forma no tan brutal ,pero sabía perfectamente lo que se sentía. Nada puede realmente prepararte para el dolor, la humillación, el miedo, la vergüenza, las lágrimas. Te mientes, te dices que no fue nada, que ni siquiera lo sentiste, pero no es tu cuerpo el que más duele. Quiso, sinceramente, consolarla… en aquel agujero de mierda quería ser para ella un bálsamo, un oasis que le permitiera olvidar aquello.

Cony tampoco necesitó que le explicaran nada. Las miradas entre colegas le eran más elocuentes que las palabras. Aceptó simplemente el consuelo y lloró

– En serio, perdóname por lo de antes -dijo Cony enjugándose las lágrimas-… la pálida me tiene idiota, no sé lo que hago… ni siquiera sé cómo me siento
– Ya, tranquila… mi veneno no es ese pero entiendo como funciona. ¿Has logrado dormir algo?
– Nada… hace tres días que no duermo… me siento morir -dijo sollozando nuevamente-
– ¿Y el cuerpo?
– Lento… no me responde… estoy como ida… estoy cansada, hastiada…quiero…
– No sigas…
– Pero
– Shhh… todos tenemos algo… alguien.
– Yo… yo.

Lexie le dió un abrazo. Rodeó a Cony lo mejor que pudo con su cuerpo e intentó traspasarle su calor, su aliento, su cercanía. Ambas estaban vestidas con las prendas reglamentarias de la prisión a la hora de dormir, a saber: camiseta, sostén y braga holgada, tipo boxer, todo de algodón y de color blanco; difícilmente ropa para seducir… cosa que no tenía demasiada importancia en ese momento.

Comenzó por tocar las manos de Cony casi con reverencia. Envolvió la izquierda entre las dos suyas, la acarició y examinó con sus labios, usándolos como sus ojos en aquella oscuridad. Recorrió cada arruga, cada marca, cada accidente de esa mano. Paseó por las uñas, tan dañadas luego de los días en desintoxicación. Dibujó las venas del dorso de la mano, alzándose desafiantes aún de haber recibido el castigo de las agujas. Por algún motivo la fragancia de aquella mano le provocó un cosquilleo, era más que el simple jabón de la correccional… le dió un mordisquito a la parte gruesa antes del pulgar mientras iba en busca de la otra mano.

Un gritito coqueto de Cony le dijo que lo estaba haciendo bien.

– Tienes unas manos preciosas -le dijo Lexie besando efusivamente una de ellas-
– Estás loca -contestó Cony esbozando una sonrisa melancólica-… son feas… son manos de vieja… tienen arrugas… y cicatrices
– No son cicatrices Cony: son medallas de guerra -dijo Lexie mirándola, decidida a cambiar de juego-

Entrelazó los dedos de su mano derecha con la izquierda de Cony y, llevando la derecha de la misma a sus labios, exhaló el calor de sus pulmones en ella. Notó como Cony se movía discretamente mientras ella comenzó primero a mordisquear aquella mano y luego a besarla… eso la envalentonó a empezar a recorrerla con su lengua.

Otro cosquilleo le recorrió la nuca cuando notó en su lengua la sal de esa piel. Eso la hizo descargar otra andanada de lengüetazos entre los dedos de Cony, quien, por su parte, no daba crédito a las sensaciones que la joven Lexie le provocaba con sólo jugar con sus manos. Fuera de los márgenes de una relación, estaba acostumbrada a lo típico: un rápido mete y saca y el cliente había terminado. Si tenía suerte el galán o la dama de turno resultaba ser alguien con iniciativa y aguante, en cuyo caso solía olvidarse de los límites de tiempo y simplemente dejarse llevar… pero esos eran casos contados… ahora aún no se habían besado y la tristeza que habitaba su corazón de unos minutos atrás comenzaba a ser rápidamente reemplazada por una sensación de calor que nacía desde su bajo vientre.

No quiso seguir siendo una mera espectadora. Lexie tenía placenteramente inmovilizadas sus dos manos, pero esas no eran todas sus armas. Distrajo un poco la atención de la joven al presionar su entrepierna con su muslo, provocándole un pequeño quejido de placer y haciendo que mirara en dirección de su sexo: eso era lo que esperaba. Lanzó su boca en busca del lóbulo de la oreja de la española y, mordiéndolo con sus colmillos, comenzó a aplicar presión de forma intermitente.

Al tercer embate en su oreja, Lexie tuvo que interrumpir su juego de manos para exhalar un decidor gemido. Se miraron unos segundos y fue como si alguien hubiese dado el pistoletazo de partida a una carrera de placer y morbo.

Volvieron las dos a lo que estaban, pero con renovados ímpetus. Cony pudo notar fácilmente que las orejas eran uno de los puntos débiles de Lexie. Bastó con la estimulación anterior para que pudiera notar como subía la temperatura y el respirar de la muchacha se hacía más irregular, así que se decidió a recorrer el resto de esas curvas normalmente olvidadas de su anatomía y, una vez bien excitada, preparar el asalto sobre el cuello y el hombro a base de más besos y mordidas.

Lexie por su parte tampoco se andaba con juegos. Adivinó bien la sorpresa en el respirar de Cony al empezar a recibir placer desde sus manos, así que decidió pasar al siguiente nivel. Mientras recorría el espacio entre los dedos de Cony metió por sorpresa el dedo índice de la mayor dentro de su boca y lo envolvió con su lengua. La saliva embadurnó rápidamente el dedo y comenzó a escurrir por la mano de Cony de una forma tan obscena que a esta le recordó un coño mojado. Lexie aprovechó para meter en su boca en una sucesión continua los dedos medio, anular y meñique y comenzar a darles el mismo tratamiento que a su compañero.

La sensación fue extraña para Cony: Normalmente, era ella la obligada a recibir actos como ese; nunca había experimentado el placer de aquello y comenzaba a maldecirse por no haberlo hecho. Separó su cara del cuello de Lexie para mirarla en la penumbra. El brillo en sus ojos era acompañado por pequeños destellos alrededor de su boca. La saliva que escurría por su brazo le daba aún un toque más morboso a la escena… era como si Lexie le dijera que se follara su boca con su mano. La lengua de la joven tampoco hacía más fácil el mantener la calma y los apagados gemidos y la respiración entrecortada acentuaban el ambiente de erotismo… entonces le llegó la primera sorpresa.

Lexie metió su lengua entre sus dedos medio y anular y presionó hasta el final.

… y Cony tuvo un pequeño orgasmo.

No fue apoteósico ni la hizo conocer nuevas dimensiones. Fue una pequeña contracción en su vagina, casi como si su coño despertara, sin embargo el latigazo de placer fue real y, lo peor, totalmente sorpresivo. Según ella, aún no estaba ni cerca de venirse… cierto, la cosa iba por buen camino, pero el juego recién comenzaba.

Se separó para mirar a Lexie. Pudo notar en sus ojos un toque de superioridad que le divirtió y enfadó a la vez… No supo si besarla, golpearla, cogerla, nalgearla, comérsela o todo ello simultáneamente.

– ¡Que!… ¿te gustó? -preguntó Lexie-
– Condenada muchachita… ¿como hiciste eso?
– A todo el mundo le sorprende -rió Lexie-… no se porqué, pero casi nadie se da cuenta de lo excitado que está cuando lo hago. A los hombres normalmente les despierta la polla de inmediato.
– Pues yo como que me anduve viniendo
– Lo noté -dijo Lexie divertida-… eres una guarrilla oye, a la mayoría le toma unos diez o veinte lametones
– … Debe ser porque estaba fuera de forma.
– … O porque empiezo a gustarte.
– No lo creo chiquita… no podría gustarme alguien tan descuidada

Lexie no entendió de inmediato la frase, pero la sonrisa de triunfo de Cony la excitó sobremanera…

La mayor de acercó lentamente a su oído para hablarle… la voz fue fría, acerada… casi ajena.

– Olvidaste algo: Me soltaste las manos.

El movimiento fue sorpresivo. Cony abrazó a Lexie con brazos y piernas y, aprovechándose de su tamaño y fuerza superiores, se puso encima de Lexie con la facilidad que le entregaban sus años de experiencia en las lides del amor comprado.

Lexie no entendía qué pasaba. Era como si de pronto estuviese en la cama con otra persona. El brillo en los ojos de Cony era distinto; amenazador, leonino, hipnótico… aterrador.

– Me enseñaste algo nuevo usando la lengua, y no permito que nadie me supere en mi juego

El tono de Cony era verdaderamente intimidante… ¿¡Quién era esa mujer!?. Tenía una fuerza inesperada y una actitud que rezumaba peligro.

Lexie recordó entonces un detalle que había olvidado: no conocía los detalles reales del delito de Cony; bien podría ser que todo lo anterior fuera una pantomima y tratarse de una asesina a sangre fría. había leído un montón de casos similares y, si bien es cierto era pocas, existían mujeres que cometían semejante crimen simplemente porque podían hacerlo.

Un escalofrío recorrió su espalda. Sus vellos se erizaron por todo el cuerpo y su sudor se tornó frío. La palidez acudió a su rostro y comenzó a forcejear, pero la superioridad física de Cony era obvia. Recurrió a todas las armas que disponía, pero cada intento de zafarse era ágilmente contrarrestado por Cony. La maldita puta vieja era más ducha que ella. Quizás sabía artes marciales, quizás era la escuela de la calle, el hecho es que se veía indefectiblemente vencida.

– Condenada mocosa… -interrumpió Cony- te haré pagar la humillación hasta que no te quede sangre en las venas…
– No… ¡no! -sollozó Lexie-
– ¿Nunca te dije cómo fue que me gané mi estadía en la cárcel, cierto?
– … Para… para por favor
– … Asfixia
– ¡NO! -gritó brevemente Lexie-

Cony no le permitió seguir. Introdujo su lengua en la boca de Lexie con tal fuerza que la joven casi pierde el aliento, mientras sujetaba sus manos por sobre su cabeza… Lexie había pisado el terreno de Cony y no estaba dispuesta a dejar que la muchacha se marchara de allí con aquella victoria.

Lexie sintió como esa lengua invadía su boca inexorablemente. Palpando, presionando, removiéndose. Su propia lengua retrocedió ante el impulso de la intrusa y comenzaron a forcejear. Su cerebro pareció fallarle; en ningún momento se le cruzó por la cabeza el morderla, solamente el expulsarla. No permitiría que se quedara con su boca, pero de pronto se dió cuenta que su respiración se entrecortaba… ¿Qué tan larga era la lengua de esa maldita?.

Forcejeó por cosa de dos minutos hasta que la sensación de hormigueo en la cabeza empezó a ganarle. Recién entonces contempló la posibilidad: Estaba ante las puertas de la muerte y las fuerzas le fallaban. Comenzaron a pasar por su cabeza imágenes inconexas acerca de diversos estadios en su vida. Le costó un poco darse cuenta, ya que no fue en orden cronológico, pero al final notó que era aquel mítico momento en que ves tu vida antes de morir… cerró los ojos y se abandonó al destino.

Cony sintió que las fuerzas de Lexie se apagaban de forma definitiva y se supo por fin victoriosa. Apretó fuertemente el clítoris de Lexie con su rodilla mientras se separaba de ella, sin soltar sus manos.

… Lexie volvió a la vida, y se corrió.

No, eso no cabía dentro de ese parámetro. Se corrió, se vino, terminó, acabó, coceó como una burra, mató al monstruo de dos espaldas, sufrió la pequeña muerte… todo ello combinado y sin posibilidad de redención para ella.

Aspiró aire como quien, literalmente, aspira la vida, mientras que Cony seguía presionando rítmicamente su clítoris. Los orgasmos se sucedían uno tras otro sin que ella pudiera identificar dónde terminaba uno y comenzaba el otro. Le embargaba la alegría, estaba viva… coño, ¡estaba viva!, ¡estaba cachonda!, ¡estaba satisfecha!… y no paraba de correrse.

Dejó las sábanas perdidas con su sudor y algo de orina que escapó de su control. Al día siguiente les esperaría un castigo por el descalabro, pero ahora eso no le importaba… ¿cómo podría importarle algo tan banal?. Las oleadas de placer aún continuaban azotándola con menor intensidad cuando su cerebro volvió a funcionar. Sintió… sintió… Dios, no sabía que sentía, todo estaba confuso en su cabeza, lo único que tenía claro es que había sido la experiencia más placentera de su vida; bien valía el precio que había tenido que pagar por ella.

Cuando comenzó a calmarse se dio cuenta que Cony la miraba desde arriba… la mirada de superioridad había cambiado de dueño y, ahora lo sabía, estaba con quien la merecía. ¡Loores a quien se los merezca!: La experiencia triunfó sobre el brío.

– Y… ¿te gustó lo que te tenía que enseñar la viejita? -dijo Cony-
– Cabrona.. puta… capulla… zorra -dijo mientras comenzaba a sollozar-
– Shhh… no hables… descansa.

La soltó y la joven no hizo ademán de querer desembarazarse de ella. Cony atinó a pararse para dejar a Lexie sola en la cama, pero la muchacha le tomó la mano.

– No me dejes sola -le dijo-
– Lexie…

Cony no se pudo resistir a su mirada… se odió por ello, pero los ojos de la chiquilla comenzaban a hechizarla de una forma que no podía explicar y, lo peor de todo, le advertía una vocecita en su cerebro, no quería ignorar.

Volvió a entrar a la cama. Lexie la abrazó con fuerza

– Quédate conmigo… la noche aún no termina
– ¡¿Todavía quieres más?! -preguntó Cony sorprendida-
– ¡Sí!, ¡no!… no lo sé… me pusiste cachonda perdida, ya no sé que es arriba y que es abajo… ¿qué me hiciste?
– Una forma de asfixia erótica… me la enseñó mi sobrino, y a él se la enseñó un japonés… supongo que cuando tienes la verga pequeña no te queda otra que ser creativo

Se miraron unos segundos y estallaron en una risita cómplice.

– Serás tonta -dijo Lexie-
– Oye, oye, no me mires en menos… me conocen en Little Havana como “La mejor lengua de Miami”… mira

La lengua de Cony, estirada, le llegaba casi diez centímetros bajo el mentón.

– ¡Madre de Dios todopoderoso!… ¿es natural?
– Claro, como todo lo que ves… bueno, tengo un par de retoques encima, nada más que cosméticos, pero todo natural, nada más que lo que me dio la virgen y pervirtió el diablo

Rieron por lo bajo y al cabo de un rato Lexie volvió a mirarla de forma especial. Definitivamente Cony empezaba a odiarse seriamente por ello, pero comprendió que, le gustara la idea o no, la noche aún no había terminado

– Aún quiero jugar -dijo Lexie-, pero no seas tan violenta esta vez
– Anda, a dormir -dijo Cony sin mucho convencimiento-, que ya va a amanecer
– Todavía hay tiempo, además, tengo que darte tu premio por la historia
– Pero mi historia todavía no termina
– ¿¡Hay más!?
– Pues sí… no sé si igual de intensa, pero creo que más caliente
– ¿Cómo es eso?
– Pues, aún no te he hablado de mi manager, mi esposo actual… ni de mi sobrino.
– Hmmm… ¿tres hombres para la dama?
– Sólo dos: mi esposo es mi manager
– ¡Ah caray!
– Ya te dije, a dormir y mañana continuamos hablando, prometo entretenerte.
– No quiero… arrúllame.

Decir quien inició el beso no tendría sentido… la única verdad es que un par de horas antes del amanecer dos pares de tibios labios se encontraron en la oscuridad. Se besaron suavemente por varios minutos, sin siquiera sacar sus lenguas de sus vainas. Para sorpresa de la agresiva Lexie, fue Cony quien abrió los fuegos acariciando distraídamente el culo de su compañera, quien correspondió la atención con un mordisquito en el labio de Cony.

Las acrobacias, si no querían llamar la atención, les estaban vedadas. Eso no impidió que, cuando las respiraciones se hicieron entrecortadas, las manos no comenzaran un viaje de exploración. Cony mantenía la voz cantante, era para ella un asunto de antigüedad entre las sábanas. Además, el exiguo peso de Lexie le permitía moverla a su antojo. la atrajo aún más hacia su cuerpo, casi poniéndola del todo encima de ella y comenzó a masajear sus nalgas de forma lenta e inexorable. El gemido que dio Lexie cuando uno de sus dedos traviesamente se paseó acercándose su ano le dijo que sus caricias eran bien recibidas por la más joven. Metió su mano bajo las bragas y acaparó con su dedo medio la atención de su abertura, simplemente jugando sobre ella. Llevó su otra mano a la parte frontal del calzón y Lexie arqueó su espalda para levantar su pelvis, sin embargo se llevó una sopresa cuando Cony, en vez de quitarle la prenda, jaló suave y rítmicamente de ella, usando la tensión para estimular su vulva y apresar su clítoris

– Nggghhh… me matas… -dijo Lexie-… más rápido.

Cony simplemente atacó su boca con su larga lengua. La de Lexie de inmediato salió al encuentro y comenzaron una dura batalla. Cony sin embargo no aceleró sus acometidas con sus manos, excepto cuando notaba que Lexie quería tomar el control. La maestría de la mayor se demostraba por el hecho que la más joven no atinaba a nada más que masajear los senos de Cony… hasta que esta última cometió un pequeño error.

Cony retiró su mano con la que jugaba con la braga y quiso llevarla a la nuca de Lexie para forzar un beso más profundo, pero eso fue suficiente para Lexie. Con la agilidad que le daba su juventud se desembarazó de los labios de Cony y comenzó a serpentear con su lengua en dirección al coño de su compañera. Partió su recorrido con un certero mordisquillo a uno de sus lóbulos y fue bajando hasta llegar a su cuello. Se detuvo un momento a chupar con intensidad entre el cuello y el hombro de aquella hembra mientras levantaba velozmente su camiseta, dejándole un chupetón de recuerdo. Siguió su viaje dejando un rastro de saliva en pos de su canalillo y hundió su cara entre aquellos dos monumentos a la femineidad, mientras que con sus manos los acariciaba de arriba hacia abajo, deslizando los enhiestos pezones entre las comisuras de sus dedos… eso fue la perdición de Cony.

– Aaaaah!!!!… chiquilla traviesa, ¿cómo lo supiste?

Cony sacó su cara del sandwich de teta que se había fabricado, sonriendo por su ocurrencia

– No lo sabía, pero tus pitones son tremendos y están durísimos… los imagino rosado oscuro, sin ser aún café… me pregunto, ¿a qué saben?
– Noooooooooo…… ahhhhh…. mmmm….

… Y ya no se escucharon quejas por parte de Cony. Quejidos sí, a montones. Lexie había tomado con destreza entre sus labios uno de los pezones de Cony y lo aplastaba suavemente con los mismos, mientras que con su lengua estimulaba la punta de pezón sin chuparlo. Cuando la mayor de acostumbró, abrió su boca en plenitud y tragó, succionó y relamió en un solo movimiento cuanta teta le cupo dentro. La lengua de Lexie hacía el trabajo simultáneo de pistón y brocha y el orgasmo de Cony comenzaba a verse venir.

– Ufff… déjaaaaaame… déjame hacer algo por tí también, chiquilla

Con el poco autocontrol que le quedaba, Cony atacó con sus manos la zona en la que Lexie había mostrado respuesta. Se humedeció generosamente los dedos de ambas manos mientras jalaba de las nalgas a Lexie. Esta entendió de inmediato el mensaje y, buscando también ella disfrutar del encuentro, se encorvó lo suficiente para que Cony tuviera acceso a su entrada trasera. Hizo que la misma Lexie lamiera sus dedos antes de comenzar a trabajar el ano de la española.

– Hmmmm… se nota que no lo usas demasiado, Lexie
– No… como trabajo en la calle, mis clientes son casi todos jovencitos con poco aguante y no alcanzan a catarme el culo… ¿te gusta?
– Es estrecho, pero no me costará entrar… elástico… caliente… ¡Dios, te lo quiero comer!
– ¡Ja!, tranquila, tenemos años de encierro

Ambas aceleraron sus empeños… estaban seguras que al menos uno de los guardias debía haber pasado ya.

Cony empezó a masajear lentamente la abertura de Lexie. El sudor empezó a empapar la raja de ese pequeño culo y al rostro de Cony comenzó a llegar ese aroma inconfundible que le decía que su compañera estaba excitada, sin embargo no cambió de objetivo; quería probar si la chica era capaz de venirse usando sólo su ano. Cuando lo invadió con su índice el cuerpo de Lexie se tensó, pero no se quejó ni dijo nada. Empezó a moverlo y el culo de Lexie comenzó a acompañar el movimiento, regando con los jugos de su sexo el monte de venus de Cony. Aumentó las apuestas metiendo su dedo medio y Lexie tuvo un pequeño orgasmo que hizo que interrumpiera por un segundo el trabajo que hacía sobre las tetas de Cony. Volvió de inmediato a la faena: La estadounidense le sacaba unos diez años de edad, calculó, pero eso no implicaba que ella no tuviera también su orgullo… le demostraría lo que puede hacer la juventud.

Cony sintió el cambio de ritmo en sus senos, y le gustó. Las caricias y chupetones eran aplicados de forma experta por Lexie… casi diría que nadie le había comido nunca las tetas de esa forma. Con hambre, con pasión, con deseo e incluso con cariño. La chica sabía dónde apretar, cuándo chupar, y cómo lengüetear… y había descubierto sin ayuda una de las formas que más le gustaba que le chupasen sus hermosos y largos pezones.

Se estuvieron dando placer varios minutos más hasta que escucharon los ruidos que indicaban que comenzaba la última ronda de la noche… sí, se habían saltado una, y era imposible que el guardia no lo hubiera notado… mañana tendrían un segundo motivo para ser castigadas. Quizás las mandaran un día o dos a solitario, pero ya no importaba… todo lo que importaba era el ahora.

Cony usó su pulgar para atenazar el ano de Lexie desde afuera y comenzó frenéticamente a frotar esa pinza. Lexie por su parte, aprovechando la generosa anatomía de Cony, metió ambos pezones en su boca a la vez que clavaba dos de sus dedos en el sexo de la mayor. La corrida de ambas fue casi simultánea y, si bien para Lexie no fue tan intensa como la anterior, debieron ahogar sus berridos mutuamente con un beso largo y caliente.

Cuando se separaron, Lexie llevó sus dedos a su boca.

– Cony, sabes deliciosa
– ¿Que pasa? -le contestó con un beso en la frente-… ¿acaso quieres enamorarme?
– Bueno… sólo si tú te dejas.
– ¿Es eso una propuesta?
– Más o menos… -dijo Lexie con un leve sonrojo-
– ¿Y eso, chavita?… ¿no eras tú la dura prisionera con experiencia?
– … Digamos que me das pena, panchita.
– ¿Cómo dices?
– Sí, eso… tienes el aire como a perrito abandonado… “la mirada mustia” como decía mi abuela
– ¿O sea que soy como tu mascota?
– Hey, tampoco es eso… en ningún momento dejaría que mi mascota me comiera el coño -dijo Lexie con una mirada pícara-
– ¿Es otra propuesta?
– Es una promesa

Lexie le dió un pequeño beso en los labios a modo de buenas noches y se abrazó a ella. Cony aspiró nuevamente el aroma de su cabello y miró al cielo… no sabía que le estaba pasando, pero seguramente tendría mucho tiempo para averiguarlo.

… Esa noche, dos ángeles naranja soñaron amor.

Relato erótico: En pecado concebida (POR VIERI32)

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En Pecado Concebida
En unas cortas vacaciones familiares la conocí como nunca. Mi prima, con quien toqué el Cielo… y caí al Infierno.

El sol naranja del crepúsculo me golpeó al salir del auto y la vista de la playa se me hizo imposible. Lo primero que pensé fue que había caído al mismísimo infierno, lejos de la tecnología, lejos de los amigos… y lo peor de todo, cerca de todos los familiares.

Cada año viajábamos a este “paraíso” en donde todos nos encontrábamos, tíos, sobrinos, primas, más tías… a reunirnos por al menos un día en una casa de playa bastante bien amoblada y dispuesta a soportar varios hospedantes. Era sábado atardeciendo, ya que mis padres decidieron venir un día antes que el resto, en el horizonte el sol desapareciendo lentamente, la panorámica del mar resplandeciente me pareció de lo más aburrido, melancólica sí, aunque debo admitir que estos atardeceres nunca me gustaron en absoluto.
Sí fue grata la sorpresa al descubrir que no fuimos los primeros en querer adelantarnos al resto, pues al entrar en la casa ya nos topamos con una tía y su hija, cuyo padre por cierto no pudo venir por cuestiones laborales.
Y es ahí donde la vi… Adela, mi prima. La última vez que nos encontramos – también hace un año en las últimas vacaciones- parecía una niña mal criada que protestaba y lloraba por cualquier nimiedad… pero ella, la que estaba actualmente observando, simplemente había desarrollado su físico de manera insospechada.
Diecisiete años en su pequeño cuerpo, ojos miel y la piel bronceada, vestida con únicamente una franela blanca, que si bien larga, apenas llegaba a ocultar sus muslos,. Sufrí todo un nudo en la garganta cuando ella se acercó a saludarme con unos corteses besos en ambas mejillas.
Los cinco entonces, nos sentamos en una sala en donde las sillas hacían un redondel, cada uno agarró alguna que otra lata de cerveza, incluso nosotros dos, sin siquiera causarle la molestia a los adultos. Adela se había sentado frente a mí, dejándome la visión de sus constantes cruces de piernas, comprobando mis sospechas, no tenía nada bajo la franela.
Si mis familiares hablaban de viejos recuerdos o estaban actualizándose, no me importaba, mi mirada estaba fija en aquel capullo delicadamente cubierto de vellos, casi ocultos por el par de muslos dorados y torneados… subí mi vista y vi a Adela, recogiéndose un mechón que le ocultaba un ojo.. estaba mirándome y se me cayó el mundo.
Ahora sí había jodido mi fin de semana, metí un gran trago de la cerveza, si Adela se los contaba, ¿¡quién sabe a qué reformatorio me enviarían!? Conociendo a mis padres, lo más probable me manden junto a un sacerdote a exorcizarme por mirar a mi prima.
Mi rostro estaba en extremo rojo cuando volví a reparar en su rostro… ella estaba sonriendo… y abriéndome más sus piernas. ¿Me estaba invitando a verla?
– Madre mía… – susurré y le sonreí, tomando otro trago.
Adela arrugó su nariz y mordió su labio inferior, negándome lentamente con su cabeza… y cerró sus piernas. Varios minutos pasaron y ella ni siquiera me devolvía la vista, se limitaba a escuchar y sonreír por las anécdotas de su madre. Cuando pensé que simplemente todo había acabado, ella me lanzó un guiño… y volvió a abrir sus piernas.
Definitivamente estaba endureciéndome, no lo podía evitar, aunque lo que más me desagradaba de ella era su juego a cerrar sus piernas y no hacerme caso por varios minutos para luego abrírmelas y mostrarme sus carnes sin pudor. Y lo hacía una y otra vez, sí, me estaba demostrando quién era el desesperado.
Nuestros padres se levantaron y nos invitaron a pasear por la bahía de noche con la luna como único farol;
– Estoy cansada- dijo Adela alzando sus brazos y bostezando falsamente, me observaron ahora a mí, preguntándome lo mismo:
– Yo también- dije alzando los brazos y bostezando falsamente.

Salieron ellos hacia la noche -protestando el porqué traer a sus hijos si sólo venían a dormir -fui a despedirlos en la salida y volví sonriente a la sala… con mi entrepierna vergonzosamente vigorizada. Pero Adela no estaba allí, miré más al fondo y ella estaba subiendo las escaleras;

– ¿Acaso subes a tu cuarto?
– ¿Qué crees?- dijo pasiva. La nena me estaba jugando duro, seguro esperaba que corra hacía ella y la tome, surque mis manos entre sus piernas y la bese con violencia… no, no me rebajaría a buscarla. Tan desesperado no estaba.
Bueno, sí lo estaba. Fui a buscarla en un momento surrealista y con mi corazón a reventar, la aprisioné contra la pared, mecí mis manos entre sus piernas y la besé con violencia, girando mi boca como una rosca mientras, Adela, lejos de resistirse, llevó una mano hacia mi sexo.
– ¿Te encanta hacerte la difícil?- dije mientras hundía unos dedos en ella.
– No. – sonrió, y sentándose en la escalera, me abrió sus piernitas, invitándome a penetrarla mientras subía su franela por su torso para revelar sus poco insinuantes senos, su pancita dorada… aquel ombligo… ¡Qué perversa! Sí la notaba un tanto rara, tal vez las bebidas… recogió un mechón rebelde y me sonrió más;
– ¿Qué esperas, pendejo?- definitivamente ella no era fácil, me era indescifrable su forma de operar.
– No debo seguir con esto – pensé. Tenía que reunir fuerzas para no rendirme al júbilo de tener sexo salvaje con mi primita… debía ser fuerte, por más surrealista que me resultase, por más hermosa, caliente y seductora que se veía desnuda y dorada. ¡Debía aguantar!

No aguanté, me incliné para clavar el beso-tuerca más sucio y morboso de mi vi

da, mis dedos desaparecieron en su sexo y comprobé que estaba en una especie de periodo de celo, chorreante a más no poder. Vibré mi mano allí, Adela jadeó y sucumbiendo posaron sus manos en mi hombro.

Presioné con soltura mi mano entre sus labios tal cuchara, hundiéndolos hasta que sus jugos rezumaron entre mis dedos mientras ella abría la boca y cerraba los ojos en obvia señal de calentura… tal cual yo.
Que me perdone el Cielo. Reposé el glande en su rajita. Iría al infierno. La sujeté por la cadera mientras se inclinaba a morder mi cuello. Ni mil y un Ave María me salvarían. La besé y observé sus hermosos ojos miel antes de penetrarla. Me despedía del paraíso. Se la introduje, se la hundí sin reparos… chilló como nunca y enterró sus uñas en mi espalda mientras que su estrecha vagina me la engullía.
Adela gritaba que la lastimaba, que le dolía. ¡Que el cielo me destierre, en aquella noche de incesto firmaba mi sentencia de muerte!
Ella suplicaba con su tierna voz y con lágrimas que disminuya la velocidad, sus intensos chillidos de pequeña fueron alimento para mis arremetidas. Hasta el fondo, hasta sentir su cuello uterino, llevando mis manos por su espalda tan recta y bajarlos hasta sus nalgas, apretarlas y alzarla. Sus muslos me rodearon, sus pezones se erguían y punzaban mi pecho, sus apenas visibles vellos espoleándose contra mí, la espalda me ardía a puro fuego gracias a sus uñas, ¡hasta el fondo de su vagina, pasaje directo al infierno!
Sexo sucio, obsceno y de lo más tórrido en la casa de playa, miré nuestros sexos unidos en el incesto y surgieron mis miedos, sendas gotitas rojizas se mezclaban con nuestros líquidos, sus labios vaginales estaban hinchados y con una tonalidad escarlata… Adela era virgen.
– ¿Adela?
– Duele… – musitó con lágrimas mientras sus manos dejaron de rasguñarme y cayeron debilitadas. Su virgo ya no era virgo, mi alma quedó condenada, mi sexo repletándola, ella sollozando…
– ¿Adela? – cayó desmayada en mi pecho y la reposé sobre la escalera. Estaba impávido, si por mirarla me mandaban a exorcizar… por tener sexo incestuoso con ella, seguro me cortaban mis… mejor no pensar en ello. En ese momento lo mejor que pude idear fue vestirla, cargarla en mis brazos, atravesando a pasos lentos para llevarla a su habitación.
Tal vez lo mejor fuera callarlo… sería mi cruz el secreto, que el semen que se le escurría de su entrepierna era el mío, que fui yo quien la hizo gritar en aquella tierna feminidad… ella estaría en mis pensamientos en cada libro que intentara estudiar, en cada encuentro incómodo que tengamos, si aquello fue producto de las cervezas o no, quedó como incógnita por la eternidad.
Bueno, al menos hasta el día siguiente, ya domingo, día en el cual toda la familia llegaba a reunirse para el almuerzo. No pude dormir pensando en ella, el cómo sería hablar nuevamente con Adela… la incomodidad de hacerlo sin que me vengan los recuerdos de su pequeño cuerpo unido al mío, chillando del sexo más caliente que tuve.
Genial, ya llegaron todos, abuelos, tíos, más tíos, sobrinos y compañía que se la pasaban gritando, abrazándose y chismorreando de felicidad en la sala, debía alejarme de todo ello, fui de nuevo a mi habitación no sin antes saludar a mis familiares. Sí se extrañaron de que fuera bastante frío al saludarlos… ¿Pero cómo encararles que la causa de mi agonía fuera mi prima Adela? ¿Cómo decirles todo lo que había hecho la noche anterior, lo que sentía por ella? Con la excusa de seguir estudiando fui a mi habitación a caerme rendido en la cama.
Alguien entraba… levanté la vista y era ella, con el cabello desaliñado por su reciente despertar y un corto vestido de dormir de rosas, me revelaba demasiado.
– ¿Qué pasa? Me estás interrumpiendo- mentí.
– Me molestan cómo gritan los tíos – mintió- y quise venir aquí.
Por un momento pensé que todo había quedado en el olvido, pero…
Cerró la puerta y la aseguró, giró su rostro hacia mí y pícaramente me sonrió como sólo ella sabía hacerlo, mordiéndose su labio inferior, junto a su cabello desarreglado, ojos miel, pómulos sonrosados, vestida de una sola pieza… ¡Cómo me calentaba la muy zorrilla! ¡No lo podía evitar!
– Lo de anoche – dijo ella y mi corazón subió a mi boca- no me gustó nada.
– Dicen… dicen que la… primera vez no es tan agradable… – solté apenas, es que el corazón seguía en mi boca.
– ¿Y de la segunda vez, qué dicen? – entonces mi sexo subió hasta el techo al oírla.
– Que son mejores – mentí, y me senté en la cama para disimular mi erección.
Al decir ello se acercó y cayó arrodillada frente a mí;
– Esto lo vi a mamá haciéndoselo a papá. – Sin dejar de mirarme, agarró de mi jean desajustado y me los bajó hasta la rodilla, allí sí me vio totalmente vigorizado.
– ¿A tus padres? ¿Los descubriste en una felación?- pregunté incrédulo.
– No los descubrí.- y bajó mi ropa interior, tomó sin vergüenza alguna de mi sexo y empezó a subir y bajar la piel por el largor con una tranquilidad y experiencia de locos y nada correspondiente a la de una recién desvirgada.
– ¿No los descubriste?
– Los espié… – dicho esto se la metió en su boca lentamente, el sentir su humedad me hizo quedar boquiabierto, mis venas a reventar y mi temperatura era tal que me había olvidado que afuera yacían nuestros parientes.
– ¿Los… los espiaste?
– Mmm…
Menuda fiera, el incesto le caía de mil y un maravillas, espiaba a sus padres cuando tenían sexo. Y con razón tanta calentura acumulada, vivía muy sobreprotegida, patrullada, se me estaba haciendo obvio el porqué libraba su éxtasis conmigo… Simplemente no tenía con quién hacerlo.
Su lengua tibia y juguetona repasaba mi glande, me llevaba al paraíso los sonidos de succión, la lenta paja bucal y manual, los hilos de saliva con líquido preseminal que se le escurrían de su boca y caían en sus tostados pechos.
No pude evitar mandar mis manos tras su nuca y obligarla a aumentar la profundidad y velocidad de la chupada, mi sexo repletaba completamente su boca, mi glande reluciendo bajo uno de sus pómulos, Adela no tardó en lanzar sonidos de gárgaras, intentó salirse pero fue muy tarde, deposité todo lo mío en su boca. Me miró con sus ojos lacrimosos, quise pedirle perdón… pero era enorme el morbo de verla con mi semen escurriendo de sus labios mientras la tenía sujeta de la nuca, resbalando por sus senos y aureolas hasta su pancita…
Se apartó y se levantó con la cara molesta, fue en busca de un pañuelo para escupir con asco todo el semen que había caído en su cavidad.
– Me voy.
– ¿¡Qué!? ¿Por venirme dentro de tu boca?
– No. Me refiero a Ruth.- dijo entrecruzando sus brazos.
– ¿Mi novia? ¿Cómo sabías que tengo…?
– Vi la foto de ustedes dos en tu billetera esta mañana.
– ¿Estás celosa?
– ¿Celosa yo?… Sólo te pido que la abandones pues no la soporto verte contigo.
– ¿No exageras? Ni la conoces.
– Entonces contaré todo. A todos. – dijo con una sonrisa diabólica que me hizo sentir nuevamente de lo peor. Se me caía el mundo, se me nublaba la vista, caía desmayado…
– Estoy jugando – dijo mientras se despojaba de su ropa de dormir, revelándoseme, una vez más, completamente desnuda- Pero quiero que termines con ella, que de verdad, no la aguanto. ¡Y no lo digo por celosa!
El sentimiento de celo más indecente que haya visto lo veía en sus ojos, sonreí afirmando con mi cabeza: – La dejaré, por ti la dejaré… – la vi reír como un ángel mientras la luz del sol que entraba iluminaba su cuerpo bronceado como a una diosa.
Me levanté y pegué nuestros cuerpos hasta cercarla contra la pared, besándola mientras que con una mano otra apreté su trasero con fuerza.
– Pero no vuelvas a bromear así, Adela. ¿Tienes idea del lío en el que nos estamos metiendo?
Cuando me afirmó como el ángel que era, la llevé en la cama y reposando ella allí, me arrodillé en el suelo para hundir mi rostro en su entrepierna. Gimió y tembló cuando soplé en su vagina, aquel que fue desvirgado por mi sexo la noche anterior, pequeño capullo con finos vellos, abultado, húmedo y carmesí.
Acerqué mi rostro, tremendo olor que emanaba su feminidad tras su reciente ducha, Adela temblaba y gemía al ritmo de mi lengua que empezaba a punzar y hundirse en sus carnes. Incesto de lo más bello y delicioso… afuera los gritos y risas de nuestros familiares… aunque aquello ya no importaba.
Al parecer se mandó un puño a su boca, sus gritos estaban siendo ya muy notables por lo que decidió acallárselo, su cuerpo se convulsionaba a cada arremetida bucal, la sentía llegarse en mi boca, se venía, se retorcía, sus muslos rodearon mi cuello, no aguantó y gritó mi nombre como si fuera el último hálito de su vida que salía de su boca repleta aún de mi semen. Y afuera seguían los gritos y risas…
Mi sexo volvió a vigorizarse al escucharla… subí en la cama para abrazarla y hacer el amor.
Abracé y mimé aquel pequeño cuerpo que se entregó a mi perversión, besé sus pómulos surcados por las lágrimas que ella derramó del placer mientras la cama se bamboleaba de mis lentas embestidas… clavé mi mirada en sus ojos miel mientras ella fruncía su naricita… y pactamos nuestro secreto, de mantener nuestra inmoral pasión. Y afuera los gritos y risas…
– ¿Sabes en qué nos estamos metiendo? – decía conforme besaba el nacimiento de sus pechos y limpiaba su rostro de sus lágrimas.
– ¿Acaso tú sí?
Le sonreí, supe, que por el resto de mi vida, sería mi cruz su sonrisa perversa y mirada corrompida. Abrazados continuamos nuestro incesto… y afuera seguían los gritos y risas…
Ya atardecía y el domingo terminaba, sí fue raro que, a diferencia de nuestros familiares, no hayamos tenido ganas de lanzarnos al agua turquesa del mar con ellos… “Para la próxima ocasión” me susurró ella mientras compartíamos una bebida.
Y ambos sentados en el balcón, miramos el atardecer, nunca pensé que ello sí pudiera ser bonito, el sol ocultándose y bañando de un naranja rojizo todo el paisaje, tomé de su mentón y la giré hacia mí, antes de besarla vi su rostro bañado con las luces naranjas del crepúsculo, sus ojos tan parecidos a lo que acontecía en el horizonte… y supe que mi excitación se convirtió en amor.
Intercambiamos unas cartas y juramos volver a encontrarnos al año siguiente en la próxima reunión, en la misma playa y con nuestras mismas pasiones. Nos besamos como si fuera la última vez… y tal vez así lo fuera.
Más tarde nos distanciaron nuestros padres y nos fuimos cada uno por nuestro rumbo. Fue de lo más cruel verla partir con su madre en su coche al otro extremo de la autopista mientras yo yacía en el asiento trasero del nuestro auto, abatido abrí la carta que con tanto amor me escribió, en donde dibujó un corazón con nuestros nombres junto a un “Te espero aquí“. Acompañaba una postal del atardecer de la misma playa.
Con la misma carta seguiré aguantando su ausencia, y con la misma regresaré a la playa en donde nos conocimos de verdad, no como primos… sino como amantes. Tenerla nuevamente, con sus locuras, depravaciones y juegos. Aún falta todo un año… pero resistiré… su mirada, su sonrisa, su cuerpo y mi esperanza serán mi viga.
Mientras, me quedaré con sus ojos miel que resucitarán con los hermosos atardeceres que aquí caerán todos los días.
 
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

“LA HEREDERA NO TIENE QUIEN LA MIME” Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:

En este libro, el autor nos narra la historia de la extraña relación entre una rica heredera de origen asiático y una pareja especialista en seguridad . Recién llegada a Nueva York, Mei Ouyangy contrata para su protección personal a Walter Lynch y a su gente sin saber que esa decisión cambiaría su destino irremediablemente.
Su padre le había preparado para hacerse cargo de su emporio pero no para el sexo y a los veinticinco años, su mundo se vuelve del revés al verse atraída tanto por Linch como por su novia, Elizabeth Lancaster, una ex militar que colabora con él.
Acostumbrada al éxito, la joven ejecutiva no comprende las señales que le manda su cuerpo cuando está con la pareja y tras una lucha interior, decide enfrentar todos los tabúes y miedos aprendidos desde niña y explorar esas nuevas sensaciones…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:  

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO primeros capítulos:

1

La vida de Walter Lynch cambió diametralmente una mañana que se suponía que iba a ser tranquila. Como consultor en seguridad personal, su mayor carga de trabajo era durante la temporada de conciertos de Nueva York. Temporada en la cual su trabajo protegiendo la vida de las estrellas que llegaban a la ciudad le ocupaba todo el día. Pasados esos meses de actividad frenética, todo se relajaba y ocupaba su tiempo practicando artes marciales y ejercitándose en el gimnasio, pero sobre todo estudiando las nuevas herramientas de vigilancia que salían al mercado para seguir estando a la vanguardia en esos temas. Acababa de llegar a su oficina, cuando una de sus ayudantes le informó que tenía visita. Tras dos semanas de sequía en lo que respecta a trabajo, vio en ello una oportunidad y ni siquiera preguntó quién requería de sus servicios.

        Debido a ello, no supo reaccionar cuando por su puerta apareció Mei Ouyang. Aunque nadie se la había presentado, Walter sabía de ella por las revistas y es que esa joven era la hija un famoso magnate chino que al fallecer le había dejado una lluvia de millones que la había catapultado en la clasificación de las mujeres más ricas de Forbes.

       ―Señorita Ouyang, ¿en qué le puedo servir? – tartamudeó más nervioso de lo que le hubiera gustado parecer al verse afectado por el sensual exotismo que esa muñequita oriental destilaba por todos sus poros.

       La dueña del setenta por ciento de un emporio inmobiliario que había irrumpido con fuerza en el mercado estadunidense en el último año sonrió al saber que la había reconocido y sin importarle que el hombre que había venido a ver no hubiera tenido la delicadeza de pedirle que se sentara, tomó asiento antes de contestar:

       ―Como usted sabe, tengo muchos intereses en este país. Para gestionarlos, he abierto una oficina en Nueva York y he trasladado mi casa aquí. Todavía estoy en plena mudanza y quiero reunir a mi lado a los mejores.

La voz grave pero dulce de esa mujer no engañó a Lynch y comprendió que era alguien acostumbrada a mandar:

―Alabo su decisión, pero… ¿qué tengo que ver yo en ello?― descolocado replicó al percatarse que contra su voluntad sus hormonas le estaban traicionando.

La oriental entrecerró sus ojos y luciendo una sonrisa que terminó de excitar a su contertulio, comentó:

―Debido a mis responsabilidades requiero de protección y mis asesores me han hablado de usted. He revisado su perfil y quiero hacerle una oferta que confío no pueda rechazar.

Acostumbrado a las excentricidades de sus adinerados clientes, Walter Lynch se quedó esperando a que la mujer le hiciese llegar su propuesta pensando que ésta consistiría en una colaboración puntual para instaurar un sistema de seguridad en sus oficinas. Lo que nunca sospechó fue que esa monada de pelo liso le soltara a bocajarro que le deseaba contratar a tiempo completo en calidad de guardaespaldas personal.

―Disculpe, señorita. Eso es imposible. Tengo un equipo, otros clientes y una carrera― musitó sin alzar la voz para que no se le notase que estaba indignado al confundir su habilidades. Él era un experto en seguridad y no un mero empleado.

«Si quiere una niñera, ¡qué contrate a otro!», pensó mientras intentaba plantear un salida honrosa que no ofendiese a esa ricachona.

Ésta, sin perder la sonrisa, abrió su bolso y sacando unos papeles, se los extendió diciendo:

―Antes de decir que no, lea el contrato que le ofrezco.

Con la única intención de rechazar educadamente ese ofrecimiento, Lynch cogió el documento y comenzó a leerlo.  Su rostro fue perdiendo el color a medida que pasaba las páginas porque era un acuerdo en el que, además de contratar a toda su gente, le pedía una exclusividad que bordeaba la explotación.

«Está loca», farfulló en silencio al leer que no solo le exigía dedicación plena sino incluso que cambiara de domicilio y se fuera a vivir a una casa anexa a la de ella.

«¿Quién se cree esta zorra?», maldijo para sí y solo por mera educación, siguió leyendo mientras miraba de reojo las curvas de la joven que tenía frente a él.

Fue entonces cuando llegó al apartado de sus emolumentos y tuvo que releerlo un par de veces porque   excedía y con mucho los ingresos actuales de su pequeña empresa.

«Ganaría en cuatro años dinero suficiente para jubilarme», sentenció.

Asumiendo su derrota y que estaba vendiendo su alma al diablo, levantó la mirada y preguntó:

―¿Cuándo quiere que empecemos?

       Mei Ouyang se levantó y con una cálida sonrisa que nada tenía que ver con la tiburón de los negocios que acababa de ganar una batalla, respondió:

       ―Tengo una cita en Wall Street en una hora con unos inversores y me vendría bien dejar claro desde ahora que hay un nuevo jugador en la plaza.

       Sintiéndose la última adquisición de esa arpía, Walter Lynch recogió su pistola y siguió a su nueva jefa. La asiática dejó de manifiesto que iba a ejercer y mucho el recién adquirido poder sobre ese enorme hombre nada más salir de su despacho, cuando al llegar al ascensor esperó que Lynch tocara el botón de bajada. Este estaba tan habituado a su ofició que no advirtió ese pequeño gesto, así como tampoco que la heredera lo aprovechara para dar un repaso a la anatomía de su nuevo encargado.

«¡Fuerte está!», exclamó para sí impresionada por el tamaño de los bíceps mientras inconscientemente se relamía los labios pensando en qué se sentiría al ser abrazada por esas dos moles.

Nunca aceptaría ante un tercero que en el último momento se decidió por él frente a otro de sus competidores por la virilidad que desprendía en las fotos.

«No hay nada de malo en que además de eficiente mi guardaespaldas esté bueno», se repitió a sí misma mientras admiraba las brutales espaldas y el musculoso trasero del sujeto que la precedía al salir al hall.

Como no era idiota, esa mentira no pudo ocultar la atracción que le provocaba esa masa de músculos perfectamente adiestrados y con pesar comprendió que de vivir su padre nunca hubiese aceptado que su hijita hubiera elegido un adonis de casi dos metros para cuidarla.

«Papá estaba chapado a la antigua y no he cometido nada inmoral al contratarlo», musitó entre dientes mientras se subía a su limusina por la puerta que Walter acababa de abrir para ella.

Para desgracia de la joven, el olor de ese hombre impregnó sus papilas y se aferró a cada una de sus neuronas provocando que un pequeño incendio creciera sin control entre sus piernas.

«¿Qué me ocurre?», mentalmente gritó al darse cuenta de que quizás había cometido un error al subestimar el encanto animal de su nuevo empleado y es que por su educación ese tipo de sentimientos le estaban vedados.

Asustada como pocas veces se intentó concentrar en la reunión a la que iba, pero continuamente su mirada se iba a su acompañante y al bulto que lucía bajo el pantalón mientras el objeto de sus pesquisas realizaba su trabajo buscando en el exterior del coche una posible amenaza.

«No me reconozco», entre dientes maldijo la fijación que sentía mientras hacía un último intento para olvidar a su subordinado y fijar su atención en los papeles de la presentación que tenía que realizar.

Finalmente, sus esfuerzos tuvieron éxito y consiguió abstraerse al repasar los datos de las inversiones que tenía que hacer públicos esa mañana, ya que eran tan osadas que causarían un pequeño terremoto en las anquilosadas estructuras del sector inmobiliario del país. Jamás una empresa china había tenido la temeridad de hacerse con la mayoría de unas de las compañías más reputadas de Estados Unidos.

 «He llegado para quedarme y triunfar aquí donde mi viejo no pudo», sentenció mientras recitaba en voz baja su discurso…

2

Mientras su nueva jefa entraba en la reunión, Walter Lynch usó ese tiempo para poner al corriente al equipo de su nuevo destino y planificar los primeros pasos para hacerse con el control de la seguridad del cliente. Lo primero que hizo fue mandar a Elizabeth Lancaster, una ex SEAL que ejercía de su segundo en la organización, a revisar el sistema de vigilancia de la finca donde se alojaba la heredera para certificar que, tal y como le había anticipado, contaba con la más moderna tecnología de protección.

Hora y media después seguía esperando a las puertas del número 11 de Wall Street cuando recibió la mala noticia:

―Walter, aunque se han gastado una fortuna en aparatos y en hardware, el sistema de seguridad hace aguas por todos lados. Las cámaras están mal colocadas, hay multitud de puntos ciegos, los sensores de presencia no son compatibles con los programas adquiridos por lo que no hacen más que dar falsos positivos― con su acostumbrado tono seco y profesional le comunicó su ayudante.

Conociendo el afán de protagonismo de la rubia, se tomó con tranquilidad el informe y únicamente le preguntó cuánto tardaría en arreglarlo.

―En tres horas habré conseguido cegar las áreas sin control, pero por lo menos hasta mañana nuestros técnicos no terminarán de instalar el software necesario para que no haya errores. Pero el coste inicial es de unos noventa mil dólares solo en programas.

―Por la pasta, no hay problema. Nuestra cliente se ha comprometido en sufragar todos los gastos― replicó y asumiendo que mientras el sistema no estuviera activo tendría que reforzar el grupo de gente que velara por la oriental, le pidió que llevara a otros tres elementos a la mansión para así evitar problemas.

―Ni que fuera el presidente― protestó la antigua militar, pero aceptando la sugerencia de su superior le prometió que así lo haría.

―Eres una zorra― riéndose la replicó: ―Estoy seguro de que ya lo habías tomado en cuenta. ¿Cuántos has pedido a la central?

―Soy precavida― respondió, para acto seguido, soltando una carcajada, informarle que había acertado y que había ya llamado a cuatro especialistas.

―Recuérdame que te tire de las orejas― en plan de broma, comentó a su segunda.

Ésta abusando de la confianza que Lynch sentía por ella y poniendo voz suave, le rogó si en vez de un tirón de orejas, le podía dar una serie de azotes.

―Definitivamente, lo que tienes de eficaz lo tienes de puta― y desternillado de risa, le prometió que en la primera ocasión que tuviera le pondría el culo rojo.

La respuesta del hombretón debió azuzar la calentura de Elizabeth porque, a modo de recordatorio, le mandó una foto de su trasero desnudo con un mensaje anexo:

― Siempre fiel, siempre dispuesto.

Walter leyó el texto con una sonrisa y por unos instantes, recreó su mirada en las posaderas de su asistente y amiga. Tras lo cual, apagando el móvil, se puso a repasar mentalmente lo que había planeado para la seguridad de su adinerada clienta.

«Por cada kilo de chinita, esa monada tiene mil millones de dólares y siempre habrá alguien queriendo darle un mordisco», meditó en silencio cuando de improviso se abrió paso en su mente la imagen de él dando un bocado al culete de la magnate.

La fuerza de ese pensamiento le puso nervioso porque no en vano sabía que, si quería cumplir con su cometido, debía de abstenerse de intimar con esa preciosidad y por ello sacando nuevamente su teléfono, tecleó en la pantalla:

―Beth, espérame en casa de la cliente.

No hizo falta escribir más,  supo que la destinataria había captado sus intenciones al leer que esa mujer de casi uno ochenta le respondía:

―Siempre fiel, siempre dispuesta…

3

La presentación se alargó más tiempo del que Mei había previsto por las continuas preguntas de los periodistas presentes y es que para un sector de ellos, era casi un sacrilegio que una empresa extranjera se hubiese hecho con el control de Washington Union Investments por el peso y la historia de esa compañía en el sector.

«No sé qué les fastidia más, si mi nacionalidad o que sea mujer», meditó molesta, aunque exteriormente nada revelaba su cabreo mientras recogía sus cosas. Ya en la puerta le esperaba Walter, el cual sin preguntar cómo le había ido le abrió paso entre la nutrida concurrencia.

 Gracias al tamaño del guardaespaldas, rápidamente llegaron al garaje donde aguardaba su limusina. Al acercarse a ella, la heredera se percató que a su lado había un Cadillac blindado y que del mismo salía una joven de origen asiático muy parecida a ella.

―¿Y esto?― preguntó al ver que la muchacha se metía en su lugar dentro del vehículo y que Walter la llevaba hasta el otro.

―Es preferible que no se sepa dónde va, ni en qué coche se mueve― respondió el segurata.

Incómoda porque hubiese tomado esa decisión sin consultarle, le hizo caso al comprender no solo que tenía razón, sino que el experto en esos temas era él. Aun así, no pudo dejar de manifestar su enfado y con el tono suave que tanto le caracterizaba, le dio la primera reprimenda diciendo:

―La próxima vez, exijo que me avise. No me gustan las sorpresas.

―Si quiere que forme parte de su equipo, deberá acostumbrarse porque ese es exactamente mi cometido. Que nadie pueda prever sus movimientos, ni siquiera usted― educadamente, pero con voz firme, replicó Walter mientras cerraba la puerta en las narices de su jefa.

«¡Menudo cretino!», exclamó mentalmente mientras una sonrisa aparecía en su rostro al sentirse gratamente sorprendida de que uno de sus asalariados fuera capaz de llevarle la contraria.

Ya sentado en el asiento del copiloto, Walter le presentó al conductor y le preguntó dónde quería ir.

―Tengo hambre.

Esa respuesta no aclaró el destino y por ello, el asesor en seguridad le insistió si tenía alguna preferencia.

―Quiero sentirme una neoyorquina más.

La sequedad de la muchacha no consiguió sacarle de las casillas y queriendo hacerle ver que con él no se jugaba, decidió darle una sorpresa.

―Llévanos a Columbus Park― ordenó a John, el miembro de su equipo que estaba frente al volante.

Éste, que conocía sobradamente los gustos del jefe, enfiló hacia la puerta de ese parque que había tras el City Clerk Office, mientras la limusina volvía directamente a la casa de la magnate.

Los escasos cinco minutos que tardaron en recorrer la milla que les separaba de ese lugar le sirvieron a Mei para recapitular sobre la reunión y admitir que, a pesar del machismo de los presentes, había sido un éxito.

«Lo quieran aceptar o no, ya saben que soy una jugadora que tomar en cuenta», se dijo mientras observaba las riadas de ejecutivos que salían de los edificios de esa parte de la ciudad.

Seguía meditando sobre ello, cuando el chófer paró frente a un puesto de comida ambulante.

―¿Vamos a comer aquí?― preguntó al ver que Walter se bajaba del Cadillac.

Luciendo toda su dentadura, el enorme sujeto contestó:

―Son los mejores perritos de todo Nueva York.

Nuevamente la actitud de Walter la descolocó,  ya que nunca se había planteado que la llevara a comer en la calle. Por un momento, dudó entre rectificar y pedirle que la llevara a un restaurante de lujo o experimentar ese tipo de alimento del que tanto había oído hablar, pero nunca había probado.

―Me parece estupendo― dijo tratando de parecer segura.

El guardaespaldas sonrió y explicando a John que no los perdiera de vista, la llevó frente al carrito. Al llegar, le preguntó que quería.

―Lo mismo que usted― respondió la magnate.

―Dos Dodgers, Peter.

El dueño del puesto sonrió mientras le preparaba el pedido añadiendo a la consabida salchicha mostaza, salsa de queso para nachos, jalapeños encurtidos y salsa picante. La asiática se quedó de piedra al ver la mezcla y por ello cuando Walter se le puso en sus manos el perrito, tardó en atreverse a dar el primer bocado.

―Nunca ha probado una delicia semejante― le azuzó el estadounidense.

«Seguro que no», musitó Mei mientras se hacía con el valor necesario para hincarle el diente. Para su sorpresa el revoltijo de sabores y texturas le resultó una delicia y cerrando los ojos degustó lentamente esa novedad culinaria mientras su acompañante hacía desaparecer su perrito con dos mordiscos.

 ―¿Quiere otro?― en plan educado, Walter preguntó antes de pedir uno para él.

―No, gracias― replicó la oriental absorta todavía en la experiencia sensorial que para ella era esa primicia.

Desde niña la comida había sido uno de los pocos placeres que su padre le permitía y por eso cuando disfrutaba de un plato lo hacía a conciencia. Se podía decir que era tanto su disfrute que bien uno lo podría confundir con una excitación física.

¡Eso fue exactamente lo que le pasó al gigantón!

Al volver con el segundo perrito, reparó en que a la chinita se le marcaban claramente los pezones bajo la blusa. En un principio creyó que era por el frio,  pero al momento comprendió que por ridículo que sonara, esos dos pequeños y traicioneros montículos eran producto del gozo que esa mujer sentía al probar una comida de su gusto.

«A ésta no la invito a comer a casa de mamá, con lo bien que cocina, sería capaz de correrse en la mesa», despelotado de risa,   sentenció sin perder ojo del espectáculo que Mei involuntariamente le estaba brindando: «Pero no me importaría dar un buen lametazo a esos meloncitos».

  Ajena al escrutinio al que estaba siendo sometida, la joven no tenía prisa en comer y se tomó su tiempo en masticar cada uno de los bocados antes de deglutir. Alargando con ello,  el exhaustivo examen que Walter estaba haciendo a su anatomía.

«Definitivamente, debo tener cuidado. Esta zorrita tiene algo que me vuelve loco»,  meditó preocupado al advertir que era incapaz de dejar de pensar si ese culito en forma de corazón le cabría en una mano o bien tendría que usar las dos si algún día le daba una cariñosa zurra.

4

Tras toda una mañana trasteando con el sistema, Elizabeth acababa de ajustar las diferentes cámaras repartidas por el entornó de la mansión, para que nadie pudiese llegar a ella sin que su gente se percatara de ello. Mas tranquila, sacó una chocolatina de su bolso y poniendo los pies sobre la mesa, se la empezó a comer.

No había dado cuenta de ella cuando, en el monitor que mostraba la entrada, vio llegar el Cadillac de su jefe. Sabiendo que Walter venía acompañado de la cliente, fue a conocerla.

«Por las fotos, es una mierdecilla de mujer. No debe superar el metro sesenta», se dijo mientras salía de la garita desde donde se gobernaba la seguridad de la finca.

El tamaño gigantesco jardín permitió que la ex SEAL llegara a la plazoleta que daba acceso a la casa antes que el coche del jefe y sabiendo de su función, fue ella quien abrió la puerta a la dueña del lugar.

―La señorita Lancaster, supongo – fue el saludo de la magnate.

Que supiera quien era descolocó a la rubia y por eso tuvo que ser la propia Mei Ouyang quien se lo aclarara.

―Al igual que ustedes estudian a sus clientes, mi departamento de recursos humanos estudia minuciosamente a los candidatos que vamos a contratar y por ello, sé quién es.

Picada en su amor propio, miró a su nueva jefa y la retó preguntando que aparte de su nombre que más sabía de ella. La asiática sonriendo encendió su iPad y seleccionando un documento, se lo pasó diciendo:

―Léalo usted misma. Aquí encontrara un completo dossier suyo― y disfrutando del cabreo de la atlética mujer decidió dejar claro tanto a ella como a Walter con quien se enfrentaban al añadir: ― Pero si lo que me pregunta es si soy consciente de que se acuesta con su superior, ¡lo soy!

La cara de ambos reflejó estupefacción porque nunca hubiesen supuesto que su relación sexual había traspasado los límites de su círculo más íntimo. Por eso, tuvo que ser la propia Mei la que rompiera el gélido silencio que se había instalado entre ellos diciendo que se iba a echar una siesta, para acto seguido desaparecer rumbo a la casa.

Beth esperó a que desapareciera por el pasillo, para murmurar a su amante y jefe:

―¿Vamos a tener que soportar mucho tiempo a esta puta?

―Mientras pague, lo haremos― y molesto con el tema, lo cambió pidiendo a su ayudante que le mostrara las instalaciones.

La rubia no creyó conveniente insistir y sin que se notara que seguía furiosa, le fue explicando las características del sistema de seguridad, haciendo mención expresa de la ubicación de las cámaras mientras pasaban por ellas. La majestuosidad y el lujo de la mansión no le impidió a Walter el advertir que también tenía un marcado sentido práctico.

«No está mal la choza», pensó para sí en el preciso instante en el que la rubia abría una puerta y pedía al vigilante que estaba a cargo de la garita que saliera.

―Pasa y te muestro el gran hermano que he montado.

Un neófito se hubiese apabullado con el número de monitores que había en las paredes, pero para Walter y su ojo experto lo importante no eran esos aparatos sino las imágenes que recogían y tomando asiento, pidió que se lo describiera con detalle.

―Como supondrás hemos diseñado el sistema con diversos niveles de autorización y he dejado la plena operatividad solo para nosotros, cerrando el acceso de determinadas áreas al resto de nuestra gente.

―¿Exactamente a qué te refieres?

Entornando los ojos y en plan pícaro, replicó:

―Hazme el favor de introducir tu dedo índice en el lector.

Walter jamás sospechó que Beth hubiera tecleado antes una instrucciones para que, al leer su huella dactilar, las imágenes del exterior de la casa desaparecieran y fueran sustituidas en los monitores por diferentes tomas del área privada que ocupaba la oriental.

―¿Te apetece ver que está haciendo nuestra odiosa jefa?― en plan hipócrita le preguntó porque antes de tener la oportunidad de contestar, Mei Ouyang apareció semi desnuda en mitad de su baño.

―Fíjate, la chinita se va a dar un baño― comentó la rubia y no contenta con invadir la privacidad de la magnate, se recreó acercando la imagen de forma que ambos pudieron recrearse en ella. Tras lo cual y sin apagar el indiscreto sistema, en plan de guasa, prosiguió: ― Reconozco que tiene buen tipo, aunque yo tengo muchas más tetas.

Traicionando sus principios, al ver a la heredera en lencería, acercó la silla a la mesa para ver mejor.

―Tienes razón, tú tienes mejores tetas― reconoció sin quitar la mirada de los meloncitos de la mujer a través del monitor.

―Y mejor culo― insistió su ayudante poniendo en pompa esa parte de su anatomía.

Al mirarla de reojo, el hombretón descubrió anonadado que no era el único que se había visto afectado por ese juego y que, bajo la ropa de Beth, dos pequeños bultos dejaban de manifiesto su calentura.

«¿Estará cachonda?», se preguntó y poniéndose de pie, la abrazó sin caer en que bajo el pantalón su pene lucía erecto.

La ex militar al notar el bulto de su jefe presionando contra su culo, sonrió y llevando hacia atrás una de sus manos hacia atrás, le acarició el trasero mientras susurraba:

―Siempre fiel, siempre dispuesta.

Walter no supo que le puso más caliente, si ese magreo o que coincidiera en el tiempo con el momento en que la heredera se desprendía del sujetador.

―Dios, qué bruto me tienes― sin dejar de mirar el monitor susurró al oído de la rubia mientras le agarraba los pechos.

Beth al sentir las manos de su amante, no pudo ni quiso evitar el incrustarse la erección en la raja de su culo con un breve movimiento de sus caderas.

―Fóllame― gimió descompuesta mientras en las pantallas la chinita se quedaba desnuda.

Excitado por su tono y por la escena que ambos estaban contemplando, Walter inmovilizó a su ayudante contra la mesa y sin darle opción de arrepentirse, le bajó las bragas.

―Fóllame― insistió Beth al sentir que un sonoro azote hacía estremecer una de sus nalgas.

El entusiasmo con el que recibió esa nalgada permitió a su jefe incrementar la temperatura del furtivo encuentro al soltarle una segunda. Ese nuevo castigo desbordó todas sus previsiones de la dura militar y sus defensas se desmoronaron como un castillo de naipes.

― Ya sabes lo feliz que me siento al ser tuya.

Mientras imploraba a su lado con las nalgas coloradas, en los monitores, la oriental se miraba al espejo ya desnuda. La conjunción de ambas imágenes a la vez demolió cualquier reparo y recochineándose de la calentura de su segunda, recorrió los rojos cachetes con una de sus yemas hasta llegar al coño de la rubia.

Al hallarlo totalmente anegado, le susurró al oído:

―Mi putita está hirviendo.

La calentura de la mujer quedó todavía más patente cuando comenzó a frotarse contra su pene diciendo:

― ¡Siempre fiel! ¡Siempre dispuesta!

La certeza de su deseo y contagiado de su lujuria, el gigantón la ensartó violentamente. Beth chilló al experimentar que era tomada por su amado jefe para acto seguido mover las caderas mientras gemía de placer. La humedad que inundaba su sexo permitió que Walter se recreara en ese estrecho conducto mientras ella se derretía a base de pollazos.

Apoyada sobre la mesa, se dejó follar sin dejar de gemir de placer hasta que chillando como su la estuviese degollando, se corrió.

―Zorra, no acabo más que empezar― protestó su hombre, el cual sabiendo por experiencia que su amante iba a encadenar un orgasmo tras otro, se olvidó de ella y buscó su propio placer mientras recordaba la primera vez que había estado con ella.

«Menuda sorpresa me pegué», pensó rememorando esa noche y como descubrió la facilidad con la que alcanzaba los continuos clímax, «nunca había estado con una mujer multiorgásmica».

Mientras su mente volaba a tiempos pasados, su cuerpo seguía en el presente y cogiendo los pechos de la rubia entre sus manos, forzó el ritmo de las embestidas sobre el encharcado coño de su amante.

― ¡Me vuelves loca! ― aulló ésta al sentir la humedad que rebosaba por sus piernas: ― ¡Fóllame a lo bestia!

Deseando liberar la tensión sexual acumulada desde la mañana, Lynch la siguió penetrando con más intensidad hasta que ya con las defensas asoladas Beth se desplomó convulsionando de placer.  

El volumen de los aullidos y el miedo a que el empleado que habían echado de la garita los oyera fueron el empujón que le faltaba para dejarse llevar y sembrar con su simiente en el interior de su ayudante.

Beth sollozó al sentir esas descargas y uniéndose a él, se corrió por segunda vez. Viendo que ambos habían disfrutado, Walter se sentó en la silla. Fue entonces cuando al mirar hacía las pantallas observó que Mei había desaparecido.

«Fue bueno mientras duró y más vale pájaro en mano, que ciento volando», sonriendo sentenció mientras acariciaba a la mujer que tenía a su lado, olvidando momentáneamente a su bella clienta.

Relato erótico: “El ídolo 4: la hija del jefe resultó ser una diosa”. (POR GOLFO)

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Si creía que el haber sido designado por KuKulcan como su elegido iba a ser gratuito y que si ese Dios me había encargado convertirme en rey de los lacandones no iba a traer acarreado otras obligaciones, me equivoqué.
¡KuKulcan tenía otros planes para mí!
Afortunadamente y como podréis leer a continuación, me dio un deber que me traería muchas satisfacciones.
 
Ese Dios me da una misión
La misma noche en que fui entronizado como rey de los lacandones y luego de haber hecho uso de Olvido-Yatzil y de Ixcell como mis concubinas, ese ser me visitó. Os aviso que fue en sueños pero como comprenderéis por los hechos posteriores, ¡Fue real!
Agotado después de una jornada extenuante, caí en la cama y me quedé dormido en seguida, por lo que me resulta imposible determinar en qué momento de mi sueño recibí su visita, pero al despertar su recuerdo fue tan nítido que a raíz de él se desencadenó toda esta historia.
En  esa visión onírica, me vi entrando en la famosa gruta solo, sin compañía. En su interior me esperaba “La serpiente alada”, la más grande deidad maya y una de sus divinidades creadoras, enroscada alrededor del monolito esculpido en su honor.
Nada más verme y como desperezándose tras un largo tiempo de vigilia, se deslizó y en toda su magnificencia, pronunció mi misión y mi condena:
-Halach uinik debes saber que te he encomendado sacar a mi raza de su ignominia. El dolor acumulado durante estos seis siglos no tiene traducción humana y valorándote digno, te voy a dar los elementos para que “Los verdaderos Hombres” renazcan.
Comprendí que se refería a los indígenas que se mantuvieron fieles a sus dioses y que nunca aceptaron a los que trajeron los españoles a esta parte de América.
-Tu misión será difícil porque su degradación y muerte ha llevado a ese pueblo antes glorioso a su casi total extinción. El orgullo de los mayas ha sido salvaguardado por un puñado de hombres que sin mi ayuda difícilmente llegarían a soportar otros veinte años de pobreza y marginación. Por eso tu primera encomienda será acabar con su miseria, darles estudios y un estado para que se convierta en lo que siempre debían haber sido y no fueron: Los elegidos de KuKulcan.
“Puta madre”, pensé, “lo suyo es un mal endémico, cuya solución es un tema que rebasa la vida de un hombre”. Como si me hubiese escuchado, prosiguió:
-Los recursos te serán dados y bajo tu mando, mi pueblo debe crecer y multiplicarse. Eres mi semilla y como un manglar nace de un solo fruto, tus descendientes se extenderán por todo el orbe- y antes de desaparecer, me amenazó: -¡Hay de ti sino cumples mi mandato o permites que mi pueblo olvide quien es y será siempre su Dios!
Cuando me desperté con el vivido recuerdo de su visita, creí que había sido solo un sueño pero no llevaba ni cinco minutos en pie cuando Uxmall, me sacó del error. Pidiendo permiso para entrar en mi choza, el jefe indígena se postró ante mi diciendo:
– Halach uinik, KuKulcan me ha pedido que te haga entrega del tesoro que hemos resguardado para ti durante siglos.
Tras lo cual, me hizo salir para observar a lo que se refería. Os podréis imaginar mi sorpresa cuando vi a un nutrido grupo de cargadores trayendo un saco cada uno a sus espaldas. En cuanto el primero de ellos depositó su carga ante mí, le pedí que me la mostrara. No os puedo contar mi sorpresa al descubrir que ese pueblo que no tenía donde caerse muerto había sido depositario de una verdadera fortuna en oro y piedras preciosas. Haciendo un rápido cálculo de cincuenta kilos por porteador, esos hombres acaban de hacerme entrega de más de  una tonelada.
Mi cara de sorpresa fue malinterpretada por el indígena y saliendo al paso antes de que le preguntara, me soltó:
-No he creído conveniente traer hoy el grueso del tesoro, pero si son sus deseos deme una semana y lo tendrá aquí….
Empiezo a cumplir mi misión, empezando por casa.
Sin haber asimilado suficientemente que gracias al regalo de KuKulcan podía considerarme uno de los hombres más ricos de México y con ello del mundo, entré nuevamente en mi choza Yatzin, al verme entrar, me comentó:
-Halach uinik, Ixcell quiere comentarle algo.
Girándome hacia la nombrada, la vi con una mezcla de miedo y esperanza en sus ojos:
-¿Qué quieres?- pregunté.
Cayendo de rodillas y besándome los pies, me dijo:
-Mi rey, acabo de caer en la cuenta que por mi culpa el secreto de esta pirámide corre peligro. Le pido que me permita llamar al D.F. para que cancelen la ayuda que solicité. ¡Todavía estamos a tiempo!
Disfrutando de la sumisión de la rubia pero sobretodo deseando comprobar hasta qué punto era leal a mí, no le expliqué que la madre del profesor con el que había hablado era “lacandona” y que por lo tanto no hacía falta.
-No me fio de ti- respondí.
La mujer al oírme, se echó a llorar al saber que por su comportamiento anterior, mis dudas eran lógicas. Buscando convencerme, me confesó:
-Si vienen otros miembros de la universidad, se apropiarán de nuestros descubrimientos.
Se arrepintió nada más terminar de hablar porque me había reconocido que lo único que le seguía importando era pasar a la posteridad como una gran arqueóloga y no es destino del que ya era mi pueblo.
-Sigues siendo una zorra- dije y deseando darle un escarmiento, le ordené: -Las zorras no llevan ropa, desde ahora y hasta que cambie de opinión, irás desnuda.
Tras lo cual la obligué a salir de la choza. Aunque mi idea había sido quedarme solo porque tenía muchas cosas en las que pensar, Yatzin no cogió la indirecta y viendo que me había sentado, se acercó a mí, diciendo:
-Puedo ayudar a mi rey, ¿Necesita que le relaje?
Sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó mi túnica, empezó a acariciar mi entrepierna. Muerto de risa y recordando la misión de KuKulcan, la comenté:
-Te aviso que el Dios me ha ordenado esparcir mi semilla en todos los vientres que pueda.
Lo que no me esperaba fue que poniendo cara de putón desorejado, contestara:
-Mi cuerpo es tuyo- y recalcando sus palabras, buscó mi contacto subiéndose sobre mis rodillas.
No tardé en responder a su beso con pasión y ella al sentir que mis manos acariciaban su culo desnudo, sacó mi pene de su encierro mientras me decía:.
-Hazme madre.
Incapaz de contenerme, le separé las piernas y dejé que se incrustara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, era ella la más necesitada y quitándole la sudadera, redescubrí con placer la perfección de sus pechos. Dotados con unos pezones grandes y negros, sus pechos juveniles se me antojaron todavía más apetecibles que la primera vez y abriendo mi boca, me puse a mamar ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Olvido-Yatzin, contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras lengua jugaba con los bordes de sus areolas. Poco a poco,  mis caricias se fueron haciendo cada vez más obsesivas y disfrutando de mi ataque, sus caderas comenzaron a moverse en busca del placer. Ajeno a su calentura y mientras mi pene se afianzaba dentro de su cueva, con mis manos sopesé el tamaño de sus senos y haciéndola disfrutar, pellizqué uno de sus pezones. Al sentir mi caricia, se mojó, haciendo correr su flujo por mis muslos.
-Fóllame, mi rey- suspiró totalmente indefensa.
Comprendí que me estaba retando y por eso cogiéndola en brazos la llevé hasta el colchón.
-Quiero tener un hijo- me soltó  con voz temblorosa.
Le respondí hundiendo mi cara entre sus piernas. Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas. Recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. Mi antigua compañera colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me soltó:
-Soy toda tuya.
Su confesión me termino de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.  Yatzin bramó de gozo y reptando por la cama, me rogó que la penetrase. Haciendo caso omiso a su petición, seguí tanteando con mi lengua en el interior de su cueva hasta que comprendí que esa morena estaba lista.  Solo entonces,  puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
-Tómame-, exigió moviendo sus caderas.
Comprendiendo que de no darme prisa se correría, de un solo arreón llené su sexo con mi pene. Mi concubina, al notar la cabeza de m glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la cogiera los pechos.  Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando,  berreando entre gemidos, gritó:
-Júrame que  no vas a parar hasta preñarme. Quiero pertenecerte y que tu simiente florezca en mi vientre.
Como eso era exactamente lo que deseaba, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones. Yatzin respondió a mis esfuerzos con lujuria y sin importarle que sus gritos fueran oídos por mi pueblo, me chilló que no parara. El sonido de la selva no pudo acallar sus gemidos y completamente entregada a mí, se corrió nuevamente. Al querer yo también disfrutar, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.  Mientras alcanzaba mi meta, mi amante al soportar mi ataque unió uno tras otro una sucesión de ruidosos orgasmos.
Su rotunda entrega me terminó de excitar y por eso cuando con mi pene estaba a punto de sembrar su vientre, informé a mi concubina de lo que iba a ocurrir. Yatzin al oírlo, gritó alborozada que me corriera dentro de ella y contrayendo  los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su vagina.
-Mi rey- sollozó al notar las explosiones de mi miembro en su interior y sin dejar que me apartara de ella, convirtió su sexo en una ordeñadora y no cejó hasta que vació todo el semen de mis huevos,
Agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. La morena me abrazó y riendo, me soltó:
-Nunca creí que el pensar en quedarme embarazada me hiciera ser feliz. Durante toda mi vida, he disfrutado de mis parejas pero me sentía vacía. Ahora sé que se debía a que esperaba al hombre que me llenara.
Su confesión me hizo gracia y en plan de guasa, pregunté:
-¿Y ya lo has encontrado?
Muerta de risa al escuchar mi respuesta, se apoderó de mis huevos mientras me decía:
-Sí y aunque sea el elegido de un Dios, ¡Todavía no ha conseguido saciarme!…
Establezco el marco con el que asegurar el renacimiento del pueblo lacandón.
Mis primeras decisiones como líder de ese pueblo fue dotarle de los instrumentos económicos con los que afianzar su futuro. Acudiendo al mercado, transformé una pequeña parte del tesoro que me habían dado en dinero en metálico y con ello, me transformé en uno de los hombres más adinerados de México, para acto seguido comprar a través de un conocido participaciones en las empresas que cotizaban en la bolsa del país.
Una vez con esos paquetes en mi poder, nombré a personas de mi confianza en sus consejos y conseguí que dedicaran parte de sus recursos a invertir en la educación y la sanidad de la zona donde se ubicaba mi pueblo. Esa decisión provocó las dudas en el consejo de ancianos, el cual me pidió una reunión. En ella, fue Uxmal quien  las expresó.
Halach uinik, ¿Por qué permite que sean otros quien invierta aquí y no lo hacemos directamente?
Comprendiendo sus reticencias, contesté:
-Debemos ser cuidadosos mientras sigamos estando indefensos. Si mostramos al exterior que tenemos oro, vendrán a saquearnos. De este modo, para los demás seguiremos siendo un pueblo pobre del que nadie puede sacar nada.
Mi respuesta le satisfizo porque no en vano seguía la tradición centenaria de su gente que, siendo inmensamente ricos, habían ocultado su riqueza. Habiendo aclarado el tema, le anticipé mi siguiente paso:
-Siguiendo el mandato de KuKulcan, he concertado una cita con el Gobernador de Chiapas. En ella le vamos a pedir que dote al pueblo Lacandón de un territorio exclusivo en el que se aplique nuestras leyes.
Todos sin distinción estuvieron de acuerdo pero dudaron que fuera capaz de sacarle esa antigua reclamación:
-Jamás nos concederán ese tipo de autonomía.
Solté una carcajada, diciendo:
-¡Poderoso caballero es don dinero!
 Como en teoría yo solo era un asesor de ese pueblo, el consejo nombró unos representantes para entrevistarse con el mandatario local. La elección me sorprendió porque olvidándose del que había ejercido como su jefe durante años, Uxmal no estaba entre ellos. En cambio decidieron incluir a su hija Zulia a la que yo no conocía.
Al preguntarle la razón, el indígena me contestó:
-Zulia es entre todo mi pueblo la más capacitada para ello, no en vano, es de las pocas licenciadas con la que contamos.
Extrañado que en una sociedad tan machista, la hija del jefe hubiese estudiado en el exterior, pregunté:
-¿Qué ha cursado?
-Leyes y economía, mi rey.
Ante su respuesta, le mostré mi extrañeza de no haberla conocido antes. Creyendo que era una queja, contestó:
-Vive en Tuxtla Gutiérrez. Trabaja para el departamento de asuntos indígenas del estado.
“Vendrá estupendamente tener a alguien versado en el interior del gobierno”, pensé satisfecho. Al preguntarle cuando iba a conocerla, el antiguo jefe lacandón respondió:
-Le estará esperando en el palacio de gobierno.
Saber que no conocería a esa mujer hasta instantes antes de reunirme con el gobernador me molestó y por eso cambiando los planes, le informé:
-Como la reunión es el miércoles, llegaremos a esa ciudad el martes y así tendré tiempo de hablar con ella y que me cuente que es lo que ella piensa.
Nuevamente, Uxmal me malinterpretó y pidiéndome perdón de antemano, me soltó:
-Señor, como usted sabe mi hija le está reservada pero creí que no le urgía tomar otra esposa.
Como podréis comprender esa revelación me dejó de piedra y por eso midiendo mis palabras para que el indígena no se sintiera ofendido al pensar que rechazaba su retoño, contesté:
-No me urge pero si Zulia conoce los intríngulis del gobierno, me vendría bien conocer su punto de vista con anterioridad.
Uxmal respiró aliviado porque en su modo de pensar, el casamiento de su hija mayor exigía una fiesta y más se iba a unir con su rey. Una vez arreglado el malentendido, le expliqué pormenorizadamente mi plan….
La tarde anterior a la cita, junto con un  nutrido grupo de lacandones, Olvido-Yatzin y yo llegamos al hotel Camino Real. Mi concubina había elegido ese y no otro por su cercanía sin pensar en que dirían al vernos llegar. Siendo la cadena de lujo por excelencia de México, los empleados de la puerta nos cortaron el paso.  Solo cuando demostré que había pagado la reserva y amenacé con publicar en todos los periódicos que nos habían negado la entrada por racismo, el director salió y viendo el problema que se le avecinaba decidió dejarnos pasar. Sé que lo hizo a regañadientes y que por eso no relegó en un ala apartada del hotel.
Mi cabreo fue máximo y en mi mente decidí que lo primero que iba a hacer de vuelta a casa, iba ser dar un escarmiento a ese racista.  Durante siglos ese pueblo había recibido menosprecios sin responder y no pensaba dejar que eso siguiera siendo la norma.
“Este cabrón tiene los días contados en este Hotel”, vengativamente pensé.
Al entrar en el Hall a recoger nuestras llaves, vi que se acercaba hacia mí una belleza indígena. Morena de piel y diminuta de estatura no por ello dejaba de desprender a su alrededor un aura de extraño magnetismo. Supe que era Zulia desde que mis ojos se posaron en su cuerpo pero no tardé en confirmarlo cuando los otros miembros de la delegación se arrodillaron a sus pies. Fue entonces al honrarla cuando escuché por primera vez su título:
-¡Madre de Reyes!
La muchacha sabedora que su destino estaba unido al mío y sin importarle el que nunca nos hubiéramos visto, se inclinó ante mí diciendo:
-Señor, estoy honrada de conocer a mi rey.
Su voz grave y casi masculina contrastaba con la exquisita femineidad de su silueta pero a la vez tenía una suavidad que me erizó todos los vellos de mi piel. Cortado por desconocer cómo debía de dirigirme a ella en público, directamente se lo pregunté:
-Lo correcto sería “Cariñito” o “Amor” pero con Zulia será suficiente- bromeó luciendo una espléndida sonrisa.
La modernidad que demostró al reírse de ese ceremonial trasnochado me encantó pero no así uno de los ancianos que de muy mal humor le soltó:
-No le haga caso, debe tratarla como “Princesa”.
La regañina del viejo me hizo gracia y dotando a mi tono de una excesiva formalidad, le pedí que me acompañara diciendo:
-¿Podría escoltar a la excelsa princesa de mi pueblo a su habitación?
Mis palabras cayeron como un obús entre los lacandones porque, siguiendo su extraño protocolo, Zulia estaba bajo mi protección y por lo tanto debería dormir en mi choza. Como estábamos en un hotel, se suponía que debía de compartir mi cama. Al escuchar las quejas de mis súbditos, llevando a mi prometida a una esquina le informé que había prometido a su padre no adelantar nuestra unión:
-Se lo agradezco pero aunque no formalicemos nuestro matrimonio, aun así debo dormir con usted.
-Pues entonces no hablemos más- respondí y dirigiéndome a los miembros de la delegación, informé: -La princesa dormirá con vuestro rey.
Asumí que se habían dado por satisfechos cuando en silencio nos acompañaron hasta la habitación. En aquel momento no me fijé que Olvido había seguido nuestra conversación con cara de pocos amigos porque, no en vano, la presencia de esa monada directamente la delegaba a un segundo plano. Fue al llegar hasta nuestro cuarto cuando Zulia se quedó charlando con uno de los ancianos, la morena muy enfadada me comentó:
-¿Madre de reyes? ¡Si no mide ni siquiera un metro y medio!
-Así es- respondió desde la puerta Zulia: -Mido uno cuarenta y ocho.
Al mirarla, descubrí que seguía sonriendo como si no le hubiese afectado el insulto. Quitando hierro al asunto, pedí a mi concubina que me sirviera una copa. Ésta  viendo que había metido la pata, sin protestar fue al serví-bar y me puso un ron. La pequeña pero orgullosa dama aprovechó el momento para decirle a su rival:
-Sirvienta, ponle otra copa a la futura esposa de nuestro rey.  
Sé que fue poco apropiado pero no pude reprimir la carcajada al comprobar que Olvido refunfuñando cumplía la orden que había recibido. Al principio creí que motivada quizás por el miedo a recibir un castigo había claudicado pero me equivoqué porque de pronto al traérsela se la echó por encima, empapando por completo su vestido.
Os juro que pensé que iba a montar una buena pero en vez de ello y con una voz dulce, Zulia me rogó:
-¿Podría mi rey darse una vuelta por el hotel y no volver hasta dentro de media hora?
Comprendí que deliberadamente me estaba echando para ajustar las cuentas con la morena. Asumiendo que en algún momento ese enfrentamiento iba a ocurrir y que eso solo adelantaba acontecimientos, me despedí y huyendo de esa planta, me refugié en el bar.
Tal y como me pidió no volví a mi cuarto hasta pasados cuarenta y cinco minutos. Al entrar no me cupo duda de quién había ganado al ver a Olvido con un ojo morado peinando a la diminuta mujer que permanecía sentada totalmente desnuda.

Sin poder retirar la mirada del espectacular cuerpo de la cría, las saludé diciendo:
-Veo que habéis llegado a un acuerdo- y sentándome en una silla, pregunté a Zulia que problemas tendíamos con el gobernador.
La muchacha demostrando que tras esos ojos negros había una cabeza muy bien amueblada, me empezó a detallar uno por uno los escollos con los que nos encontraríamos sin ahorrar ningún detalle. Reconozco que me costó concentrarme en sus palabras y no en los pequeños pero perfectos pechos de la princesa. Esta con su discurso aprendido se explayó durante largo rato sin que le hiciera mella la calidez de mi mirada. Cada minuto que pasaba y ante el apabullante número de trabas, pensé que nuestra petición no tenía futuro porque era legalmente imposible el forzar esa autonomía indígena.
Pero entonces alzando tanto su voz como su diminuto cuerpo, me soltó:
-Sabiendo esto, prometí a mi padre que no fallaría a mi rey. Como sé de qué pie cojea el gobernador, mañana en la reunión, firmará el decreto reconociendo a los lacandones como pueblo y dotándolo de las cincuenta mil hectáreas que usted quería.
Disfrutando de su culo perfectamente contorneado y no por ello menos impresionado, tuve que preguntar como lo había conseguido. Zulia, sonriendo, contestó:
-De algo me ha debido servir tener unas fotos de ese hombre con su amante transexual pero también debo reconocer que aceptó gracias al cheque que usted le va a dar de un millón de dólares.
Descojonado  por la astucia de ese bicho de mujer, me atreví a agradecer su intervención con un beso en los labios. La muchacha obviando la presencia de mi concubina se dejó llevar y me respondió con pasión. Los duros pitones de la niña se clavaron en mi pecho y sin recordar la promesa que le hice a su viejo, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta la cama.
Ella al observar que bajo mi pantalón, mi pene pedía que lo sacara de su encierro, murmuró en mi oído:
-Mi rey lo deseo pero no podemos fallar a nuestro pueblo- reconociendo que tenía toda la razón, la dejé de besar porque no me fiaba de no ceder a la tentación. 
Pero nuevamente esa chavala que no parecía haber roto nunca un plato, poniendo un gestó pícaro, llamó a Olvido y la ordenó:
-Desnúdate y vente a la cama. Mi futuro marido me va a hacer el amor a través de ti.
Esa peculiar orden sorprendió a la morena que, sin saber exactamente en qué iba a consistir su función, dejó caer su vestido y tímidamente  se tumbó junto a ella. Zulia, muerta de risa, la acogió entre sus brazos diciendo:
-Mi rey tiene buen gusto a la hora de elegir sus mujeres- y ante mi atónita mirada la besó mientras le decía: – Si vamos a compartir a nuestro hombre será mejor que seamos amigas.
Y recalcando sus palabras puso su pecho en la boca de la asustada concubina. Comprendí al instante los planes de esa cría y desnudándome, acudí a mi lugar entre las sábanas.Cómodamente tumbado en el colchón fui testigo de cómo se besaban. Tengo que reconocer que por mucho que estuviese ya acostumbrado a tener a dos mujeres en mi cama, ver a Olvido separando las rodillas de la princesa me excitó. Con una ternura inaudita con una mujer que solo media hora antes odiaba, la morena se agachó a sus pies y sensualmente empezó a darle besos en los tobillos mientras le decía que nunca tendría queja de ella.
“¡Qué maravilla!” exclamé mentalmente al observar cómo sacando la lengua, iba subiendo por sus piernas mientras dejaba un húmedo surco sobre la piel de Zulia.
La lacandona cada vez más excitada, pidió a mi concubina que se diera prisa porque quería ver a su rey tomándola pero Olvido ralentizó más si cabe la velocidad de sus caricias, de forma que cuando su boca ya estaba a escasos centímetros de su sexo, Zulia no pudo evitar empezar a gemir mientras con los dedos pellizcaba sus pezones.
-Amor mio, ¡Fóllame a través de esta puta!- rogó descompuesta.
No tardé en comprender que a la morena, la idea de compartirme con ella, le había sobre excitado y por eso cuando sintió que con mi mano acariciaba sus pechos, se volvió loca y cogiendo entre sus labios el clítoris de la mujercita, empezó a masturbarla con verdadera ansia.
-¡Mas!- chilló Zulia y llevando  un pezón hasta mi boca, me lo dio como ofrenda.
Aunque temía luego no poder contenerme, no me hice de rogar y abriendo mis labios, me apoderé de si aureola. Ella al sentir la humedad de mi boca justo en el momento en que Olvido le torturaba el botón de su sexo con un par de dedos, fue más de lo que pudo soportar y se corrió sonoramente sobre el colchón. La morena al saborear su placer, decidió prolongar su orgasmo con una serie de suaves mordiscos.
Fueron tantos y tan altos sus gemidos,  que ambos pudimos comprobar que esa mujer iba a ser una fiera en la cama. Entonces aprovechando que la postura de ambas me daba una inmejorable visión del culo de Olvido,  poniéndome a su espalda, acerqué mi miembro y me puse a juguetear con sus labios inferiores. Zulia al observar mi glande acariciando la vulva de nuestra concubina, gimió de deseo y besándome, me rogó:
-Fóllanos,
Como supondréis de antemano, obedecí metiendo mi pene en el interior de la morena
-¡Gracias!- gritó la susodicha al experimentar mi intrusión.
La total aceptación de la princesa quedó clara cuando presionando con sus manos la cabeza de la mujer, forzó nuevamente su contacto. Ésta agradecida se concentró en el clítoris de la cría mientras yo iba acelerando lentamente la velocidad de mis caderas.  La calentura de ambas se iba desbordando por momentos y con las de ellas, la mía. Acuciado por las ganas de disfrutar de esa mujercita pero tirándome a la otra, en un momento, le solté:
-He prometido a tu padre que no te desvirgaría pero nada he dicho sobre tu culo.
-Será tuyo en su día – contestó con un deje de rabia- pero ahora, fóllate a nuestra putita sin contemplaciones-
Su oferta me dio alas y agarrando a la morena de las caderas, profundicé en mis embestidas. Usando mi pene apuñalé su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu provocó que Zulia deseara saber que se sentía al ser poseída por un hombre y elevando la cota de su excitación hasta límites nunca antes experimentados, gritara:
-Me corro.
Su entrega fue la gota que derramó el vaso de Olvido, la cual, uniéndose a su princesa, abrió la espita de su coño derramando su flujo por mis piernas. Demasiado excitado para aguantar más, permití que mi miembro se liberara y con una copiosa eyaculación, sembré de blanca simiente la vagina de mi concubina.
Satisfecha, Zulia me abrazó diciendo:
-Gracias mi rey por hacerme disfrutar tanto sin tocarme pero como sabes es tu deber dar a nuestro pueblo muchos descendientes… – y poniendo voz de puta, me soltó: -¿Te apetece que repitamos?
 
 

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Relato erótico: “la maquina del tiempo 9” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el lector en el capítulo anterior después de follar en la posada a Isabel y Estefanía su hermana nos levantamos tarde y nos pusimos en marcha hasta valencia. Tuvimos que ir por parajes y caminos atravesando del campo ya que nos buscaba la santa inquisición. a mí por salvarlas a ellas de la hoguera y a ellas por brujas.

así que los principales caminos estaban vigilados por hombres de la inquisición dormíamos en el campo no podíamos hacer una hoguera pues llamaríamos la atención, pero si nos calentábamos entre nosotros. el lector se imaginará como. estábamos en el campo por la noche tapados los tres bien juntos con mantas.
– tenemos frio- dijeron.
– pegaros a mi -dije yo.
ellas se rieron.
– por supuesto caballero.
note una mano en mi miembro.
– joder que calentita tenéis la mano.
– no decís que tenéis frio.
– lo que tenemos frio es en nuestros coños di que si hermana -dijo Isabel.
-necesito esa poya que me caliente el chumino -dijo Isabel.
– bueno por no la hagamos de esperar- así que me baje las calzas echado con ellas en la tierra y tapados con mantas y ella se bajó el vestido que se la clave a Isabel.
– que gusto caballero como le deseaba. tenéis vuestra verga muy caliente- mientras Estefanía que estaba detrás de mi echado también en el suelo me restregaba el coño por el culo.
– me calentáis el chocho bien caballero. que rico
y ella empezó a correrse ya que la estaba dando por atrás.
– ahahahahah me corrrorororororo mi amor.
-no os olvidéis de mi caballero.
– ni muerto me olvido de vos -así que me di la vuelta otra vez de lado y me puse enfrente de Estefanía ella me cogió la poya con la mano y empezó a menearme la y me hizo una buena paja.
cuando estuvo dura.
– daros la vuelta Estefanía ahora que os voy a joder.
– lo estoy deseando caballero.
y se la metí al igual que su hermana.
– ahaha no no paréis ahahahahha me corro -dijo.
y me corrí dentro de ella y nos quedamos dormidos nos levantamos pronto y reiniciábamos el camino no tardaríamos mucho en llegar a valencia después de varios días ocultándonos de la inquisición y durmiendo en el campo y en parajes.
– haber aquí me separo- dije yo- aquí estaréis a salvo del maldito Torquemada.
– no sabemos cómo agradeceros lo que habéis hecho por nosotras.
– ya la habéis hecho en más de una ocasión os dejare dinero para que hagáis vuestra vida comprar una casa y seguir con vuestra vida. aquí estaréis a salvo.
y así me separe de ellas y seguí mi camino me dio pena, pero era así así que continúe solo por los caminos cerca de valencia cuando oí unos gritos:
– os vamos a matar furcias ni vuestro padre os va a salvar.
– vosotros no tenéis honor no valéis como caballeros maldigo en el día en que nos casamos con vosotros.
aparecí yo y dije:
– dejar esas damas si no queréis morir.
– y quien soy vos quien os ha dado vela en este entierro- dijo uno de ellos- somos los infantes de Carrión.
– así dos cobardes que pegan a mujeres son nuestras esposas a mí me da lo mismo y el que pega una mujer se merece la muerte.
intentaron matarme con la espada, pero yo los pare la estocada y les desarme a los dos después de haberlos dado una buena paliza.
– y ahora fuera de aquí no sea que me arrepienta y os mate a los dos.
– esto no quedara así- dijeron ellos.
las mujeres se echaron a llorar entre mis brazos.
– no sé cómo daros las gracias caballero, esta es mi hermana doña el Elvira y yo soy doña sol.
– las hijas del cid- exclame.
– el mismo, esos cobardes tenían envidia a mi padre y pidieron nuestras manos para vengarse de él.
– ya estáis a salvo yo llevare al castillo.
llegamos al castillo y el cid me recibió en persona.
– no sé cómo daros las gracias por salvar a mis hijas de esos mal nacidos. si les pillo yo mismo los mato. esta es mi esposa.
Jimena era muy bella igual que las hijas el cid era un hombre apuesto bien fornido noble como se le veía y con barba todo un caballero.
– que os trae por valencia caballero.
le explique lo de la santa inquisición y las mujeres que salve.
– esos malditos- dijo- acusan a todos de brujas y sin serlo. tuvisteis suerte.
– si mi mi señor -dije yo.
– han dicho mis hijas que sabéis luchar muy bien.
-bueno exageran un poco.
– me vendríais bien ya que espero de un momento a otro un ejército de infieles que viene aquí contra nosotros.
– contar conmigo caballero.
– no se hable más. seréis mi invitado.
yo ya conocía la historia del cid campeador, pero no podía cambiarla. Pobre hombre sería un héroe y todo el mundo lo recordaría. así que me preparo una buena habitación allí no faltaba de nada buena comida y bebida me acosté pronto ya que estaba cansando del viaje que había hecho hasta valencia.
siendo ya de noche estabais tordos durmiendo cuando me asuste.
– quien anda ahí.
se había abierto una puerta secreta en mi cámara y vi a doña sol y a doña Elvira.
– no os asustéis. somos nosotras.
– pero que hacéis aquí.
ellas rieron.
-sois muy apuesto y queremos daros la gracia por habernos salvado.
y se desnudaron como dios las trajas al mundo.
– joder -dije yo- con la nobleza.
eran bellísimas una era rubia y la otra morena salían a su madre Jimena que por cierto estaba para comérsela también y empezaron a desnudarme y a bajarme las calzas.
– que dirá vuestro padre si se entera.
– mi padre siempre está guerreando para el rey no se entera de nada.
y empezaron a chuparme la verga.
– que rica verga tenéis caballero. es divina sí. jodernos con ella lo deseamos mi hermana y yo.
sique no las hice esperar las comí los coños.
– que rico caballero como nos chupáis el coño. que gusto -dijeron las dos que eran mas putas que las gallinas por lo que pude ver y me follé a sol.
– que rica como disfruto no paréis amor. no paréis que rica verga tenéis caballero.
– deja algo para mi zorra -dijo su hermana.
– tranquilas habrá para las dos- dije yo luego se la metí a sol por el culo lo cual lo preparé.
ella decía eso no lo hace una noble.
– no queréis disfrutar mucho.
– sí, pero duele.
– no os preocupéis. no os dolerá mucho.
y se la endiñe por el ojete hasta los huevos.
– sácala cabrón- dijo- que daño.
-tranquila, os costumbrares a ella.
y empecé a darla bien fuerte al rato dijo:
– que rico rómpeme el culo. esto es divino. no saben lo que se pierden las damas de la nobleza.
luego después de correrse el toco el turno a Elvira, me la folle a 4 patas mientras el otro sol la comía las tetas.
– que rico hermana esto.
– pues ya verás cuando te habrá el culo como disfrutaras.
así que se lo preparé también y se la metí hasta los huevos.
– ahahahahha me duele.
– aguanta zorra.
si luego empezó a disfrutar.
– así así así caballero que verga tenéis. joderme bien el culo. es divino. que rico.
– comerme la poya ahora las dos como buenas zorras.
empezaron a mamármela verga hasta que me vine.
– espero que esto se repita caballero más a menudo- y se fueron por la habitación secreta que habían venido.
menudos zorros era la nobleza en aquella época CONTINUARA


Relato erótico: “El ídolo 5: Vendo a mi sumisa por dinero” (POR GOLFO)

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Imaginaros que sois un niño y que después de dejaros probar un caramelo, os lo quitan. Así me sentí con Zulia. Habiendo pasado una noche de pasión con ella y con Olvido, al día siguiente y siguiendo las normas de su pueblo, desapareció de mi vida durante un mes.
Aún recuerdo su brillante actuación durante la cita con el gobernador de Chiapas. Si bien todos sabíamos que ese político había accedido a dotar de autonomía al pueblo lacandón gracias por una parte al chantaje y por otra gracias a la mordida, también era evidente que ella debía llevarse todo el mérito. Ella había adquirido las fotos de ese tipo con su “amiguita transexual” y plantándose frente a él, le había obsequiado los negativos después de acordar un precio.
Mi papel en el hito histórico más importante de los mayas desde la conquista solo consistió en sacarme una foto y extenderle un cheque al portador de un millón de dólares aunque, en un futuro, mis descendientes estudien que gracias a mí son libres.
Ya fuera del palacio de Gobierno, pedí a Zulia que me acompañara de vuelta a la sierra lacandona pero comportándose  por primera vez como una mujer de su etnia, me miró con lágrimas en los ojos diciendo:
-Mi rey, no puedo. La próxima vez que nos veamos será en nuestra boda….
Vuelvo al poblado.
Aunque no os lo había contado gracias al dinero que ahora disponíamos, estábamos construyendo un nuevo poblado lacandón a orillas del rio Ixtac. Manteniendo las tradiciones  tanto en la estructura del pueblo como el diseño de las casas, estas iban a tener todas las comodidades actuales. Agua corriente, baños, cocina, suelos y cristales se adicionaron para facilitar la vida de mi pueblo.
Mi propia “choza” era un claro ejemplo. Manteniendo la base circular y los techos cubiertos de hojas de palma, escondía en su interior todos los avances del siglo xxi. Dotada de diversas estancias, era digna de un marajá. Nada le faltaba. Desde los más novedosos sistemas de comunicación a una amplia estancia para recibir a mis súbditos.
Particularmente estaba satisfecho con el área destinada a mi uso privado. Con tres dormitorios y el mismo número de baños, mi vida era la de un rico hacendado. Mi cuarto previendo el uso que le iba a dar, era enorme y su cama mucho más.

Ese día reconozco que estaba de un pési
mo humor por tener que abandonar a la hija de Uxmal en Tuxtla y por eso quien pagó mi mala leche pero sobre todo mi calentura, fue mi antigua profesora. Ixcell, que poco a poco había asumido su papel, me recibió totalmente desnuda y con una sonrisa. Olvidando su anterior carácter altivo, cada día descubría el placer de vivir en función de mis deseos.
Desnuda y portando un collar que demostraba que no era una mujer libre sino que me pertenecía, me recibió en la puerta diciendo:
-Mi rey. Le tengo preparado el baño.
Su  sumisión me satisfizo y por eso la seguí por la casa. Nada más llegar al baño, la mujer se aproximó a mí y me empezó a desabrochar los botones sin ser capaz de mirarme a la cara. Sin dejar de valorar su entrega, llevé mi mano a uno de sus pechos. Al posar mi palma sobre su seno, disfruté de su gran tamaño. Inconscientemente, pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, como si tuviese frío, se encogió poniéndose duro al instante.
Ixcell que siempre se había mostrado altiva, con lágrimas en los ojos, dijo sollozando:
-Lo echaba de menos.
Asumiendo que a esa zorra le gustaba ese trato, torturé sus pechos durante unos instantes antes de cogerla de la melena y levantándole su cara, depositar un suave beso en sus labios.
-En verdad, ¿Me extrañabas?
La rubia respondió abriendo su boca y dejando que mi lengua jugara con la suya. Durante un minuto, nos estuvimos besando tiernamente, tras lo cual y dando un sonoro azote en su trasero, le pedí que me terminara de desnudar. Para entonces, bajo mi pantalón, mi pene medio erecto necesitaba que lo liberaran. Ixcell, haciendo honor a su condición, me terminó de desnudar y después de hacerlo, me llevó hasta el jacuzzi.
-Puedo quedarme- respondió la mujer, al verme entrar en el agua. Al escuchar mi permiso, prosiguió diciendo: -Aunque no me  crea, le necesito. Mientras estaba fuera no he podido dormir pensando en si estaría bien cuidado.
-Eso no te importa- contesté.
La mujer asintió y entrando conmigo dentro de la bañera, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Me reconfortó sentir  sus caricias y apoyando mi cabeza sobre su pecho, dejé que continuara. Mi concubina me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos. La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo, hizo que dándome la vuelta, metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara.
Ixcell no pudo reprimir un sollozo cuando sintió mis dientes jugueteando con su areola. Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris. Como el resto de su cuerpo, su botón estaba ya dispuesto y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque. Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la rubia me confesó:
-Úseme, ¡Soy suya!
Su confesión despertó mi libido y se lo hice saber acariciando su entrepierna. Sus pezones se endurecieron en cuanto mis manos tomaron posesión de su trasero. Disfrutando de mi poder, se lo toqué diciendo:
-Mi putita tiene un buen culo.
Ixcell, entendió a la primera mis intenciones y por eso, separó las piernas para facilitar que mis dedos recorrieran la abertura de su sexo. Estos se encontraron su sexo empapado y apoderándome de su botón, la empecé a masturbar, diciéndole:
-Veo que disfrutas siendo mi sumisa.
Todo su cuerpo tembló al  oírme pero se mantuvo firme mientras su vulva era penetrada por mis dedos. El morbo de tenerla así en la bañera provocó mi pene empezara a ponerse erecto.
-Fíjate cómo me pones- dije obligándola a mirar hacia mi sexo.
Se estremeció al ver mi verga totalmente erecta y mordiéndose el labio, trató de evitar que de su garganta saliera un gemido. Mi concubina se agachó a darme un beso en mi glande pero se lo impedí ya que quería otra cosa. Agarrándola de la cintura, le obligué a ponerse encima de mí de forma lentamente fui penetrándola.
La rubia gimió al sentir como se iba llenando su cavidad y asumiendo que la tenía completamente dentro, se empezó a mover buscando el placer.
-¡Quieta!- ordené.
Sin poderlo evitar, soltó un  sollozo de disgusto. Mi antigua profesora estaba excitada y deseaba sentirme en su interior. Desilusionada, se quedó inmóvil y disfrutando al observar su completa obediencia, la premié con un pellizco en su pezón.  
-Eres una zorrita muy obediente- dije recalcando mi dominio. –Si te portas bien  quizás siembre tu útero con mi semen.
Mis palabras la excitaron hasta niveles insospechados e involuntariamente su sexo se licuó producto de su excitación. Aprovechando su entrega, separé sus nalgas con mis dos manos, acariciando su entrada trasera. Sonreí al descubrir que me había obedecido y que tal y como le había ordenado, Ixcell había mantenido su ano dilatado,  de forma que no encontré impedimento a que mi dedo se introdujera totalmente en su interior.
La arqueóloga al notar que estaba haciendo uso de sus dos agujeros no pudo reprimir un jadeo y empezó a retorcerse encima de mis piernas.
-Mi concubina está que arde- susurré- pero tiene prohibido correrse.
La rubia, tratando de complacerme y evitar su orgasmo, presionó con su pubis consiguiendo solo que se acelerara su clímax. Quizás fue entonces cuando realmente se dio cuenta que le ponía cachonda el ser mi sumisa y apretando sus músculos interiores presionó mi pene, buscando el darme placer. Al sentir sus convulsiones, me corrí dentro de ella mientras le decía obscenidades. Estas lejos de cortarla, le calentaron aún más, por lo que al sentir como la regaba con mi simiente, no consiguió evitar verse dominada por un gigantesco orgasmo.
Haciéndome el enfadado, le recriminé por haberme fallado. La rubia al escuchar mi bronca, con lágrimas en sus ojos, me pidió perdón. Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde que entré a la universidad y como quería volver a de él, le dije:
-Espérame en la cama y llévate crema.
La alegría que demostró al salir de la ducha, me reveló nuevamente que esa mujer había cambiado. Por eso con tranquilidad me aclaré y secándome fui a mi habitación. Al llegar Ixcell me esperaba tumbada en la cama. Fue entonces cuando pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sabiendo de antemano que iba a hacer uso de su culo.

Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir su esfínter.
-Dame la crema-, ordené a mi concubina.
Dominada por la lujuria, la rubia  se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera, introduje un dedo en su interior.
-¡Me encanta!-, gimió al sentir horadado su agujero.
No me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, su ano se fue dilatando mientras mi zorra no dejaba de disfrutar del placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, fui empalándola lentamente sin que se quejara. La lentitud con la que se lo introduje, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser forzado por mi pene. Cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, pegó un grito y me rogó que la dejara acostumbrarse. Compadeciéndome de ella, hice tiempo cogiendo sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le ordené que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, Ixcell fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente dominada por el placer, mi profesora  chilló a sentir que se volvía a correr y pidiéndome perdón me dijo:
-Mi rey he vuelto a fallarle.
Me reí al comprender a que se refería y dando un azote en su trasero, le solté:
-Tendré que castigarte.
-Lo sé-contestó.
Cómo mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando aún más su trasero. La cachondez de esta muchacha no tenía límites y por eso no me sorprendió que, con su culito en pompa, me pidiera que la usara sin contemplaciones.
Accediendo a sus deseos, agarré su melena y la usé como riendas de un cabalgar desenfrenado, penetrando y sacando de su interior mi pene sin compasión mientras ella se derretía sollozando de placer. Atizando a mi montura, di una serie de palmadas en su trasero. La muchacha berreó como la yegua que era en ese momento lanzándose a un galope cuya meta era es ser regada. El tratamiento le gustó y chillando su calentura me pidió que no parara. Al oír que me respondía con un gemido cada vez que la atizaba en una nalga, mis caricias fueron creciendo en intensidad y frecuencia, hasta que con su culo totalmente colorado se desplomó sobre las sabanas mientras se corría.
Dejándome  llevar,  eyaculé rellenando su ano con mi semen, mientras ella se retorcía como una perra diciéndome que terminara. Los gemidos que brotaron de su garganta al recibir la ansiada recompensa, me obligaron a vaciarme por completo hasta que exhausto me dejé caer sobre las sabanas….
KuKulcan me visita:
A las tres noches el dios maya me volvió a visitar en sueños mientras descansaba en brazos de mis dos concubinas. Después de una jornada agotadora donde siguiendo las costumbres de mi pueblo de adopción, tuve que trabajar en las tierras de mi futuro suegro para demostrarle que, aun siendo su rey, era capaz de sustituirle en caso de enfermedad. Este uso ancestral tenía su lógica pero no por ello me resultó penoso y duro. Uxmal me tuvo desde las seis de la mañana hasta ponerse el sol detrás de un buey arando su terruño.
No debía llevar más de dos horas durmiendo cuando “la serpiente alada” se introdujo en mi mente.
Halach uinik, mi querido elegido, estoy satisfecho con tus progresos. Veo que poco a poco mis adoradores están recuperando su autoestima. Has hecho bien en mantener un perfil plano para no despertar envidias y por eso te informo que te he premiado germinando los vientres de las dos extranjeras que te sirven de distracción- me soltó con gran boato.
Tardé solo unos instantes en comprender a quien se refería pero sobre todo lo que significaba y hincando mi rodilla, le di las gracias. Fue entonces cuando elevando su voz me informó:
-De esas dos mujeres, solo te puedes quedar con la mayor. A la que llamas Olvido-Yatzin deberás entregársela a un enemigo para que sirva de puente entre ellos y nosotros.
Reconozco que la noticia no  me gustó sobre todo ahora que estaba preñada por mí y a regañadientes pregunté:
-¿En manos de quien debo ponerla?
-Conocerás a un poderoso cuyo único hijo acaba de morir  y que al ver a esa mujer, te ofrecerá aliarte con él siempre que le se la des.
Aterrado porque un desconocido criara a alguien de mi sangre, me invadió la ira y pensé en negarme pero entonces ese Dios, que me había leído el pensamiento,  me dijo:
-Te equivocas. Ese hombre no llegará a ser su padre. Morirá a los quince días del nacimiento de tu vástago, de forma que heredará su imperio y serás tú quien lo eduque. Así sumaremos a nuestro lado, las huestes del adversario.
Más tranquilo por el futuro del crío, acepté sabiendo que tendría que ser yo quien se lo contara a Olvido y cuando creía que había acabado, Kukulcan me ordenó:
-Se llamará Itzae.
Al escuchar que debía ponerle “regalo de dios”, no tuve más que admitir que era un buen nombre y por eso me despedí de él diciendo:
-Así se hará.
Ya sin la presencia del dios, me desperté. Mi sorpresa fue descubrir que a mi lado, Olvido estaba llorando. Comprendí que a esa morena también la había visitado KuKulcan y que por lo tanto ya conocía su destino. Tratando de consolar a mi concubina, la abracé. La mujer levantando su mirada, sonrió al decirme:
-Voy a ser madre.
Su respuesta me descolocó y  haciendo como no supiera nada, pregunté cómo lo sabía.
-KuKulcan me lo ha dicho y aunque me ha contado que deberás cederme por un tiempo, también me ha prometido que seré inmensamente rica.
Las palabras de la mujer me dejaron boquiabierto al informarme que era plenamente consciente de su destino y que lejos de revelarse, aceptaba de buen grado lo que esa deidad maya le tenía reservado. Tratando de averiguar la razón de semejante actitud, quise confirmar ese extremo:
-¿Qué es lo que te ha explicado?
Con todo lujo de detalles, la morena me relató  su sueño donde ese ser le había revelado que iba a ser la esposa de un magnate y que él aceptaría a ese hijo como suyo pero que a su muerte volvería a mi poder.
-¿Y eso no te apena?
Nuevamente me sorprendió al contestar con alegría:
-Por supuesto que no. Seré rica, nuestro hijo poderoso y si ya con eso no es suficiente, sé que dentro de menos de un año volveré a los brazos de mi rey….
Entrego a mi concubina.
La voluntad de KuKulcan no tardó en verse cumplida por que a la semana de conocerla, una mañana Uxmal el jefe lacandón me informó de la llegada de unos forasteros.
-¿Quiénes son?
El indígena solo pudo contestar que eran unos gringos que quería hablar sobre el arte maya que habíamos puesto en el mercado. Mi sorpresa fue rotunda porque hasta ese momento había pensado que era imposible que alguien pudiera seguir el rastro de las piezas que habíamos vendido y por eso bastante más nervioso de lo que me gustaría reconocer, me vestí para recibirlos.
Al bajar, encontré sentados a un par de gringos en mi  salón. No fue necesario ser un asiduo de los periódicos económicos para reconocer que el más viejo de los dos era William Default, un petrolero texano propietario de la mayor compañía de refinerías del mundo.
Sin saber a qué atenerme, me senté y protocolariamente pregunté que deseaban. Directamente, el sexagenario me contestó:
-Quiero comprar piezas únicas y sé que usted las tienes.
Haciéndome el extrañado, traté de negarlo pero entonces el tipo respondió:
-No hubiera recorrido tres mil kilómetros si no supiera que es usted quien está vendiendo. Le ofrezco el doble de lo que le paga el intermediario.
Todavía no estaba convencido y por eso le dije:
-Si hipotéticamente fuera yo, ¿para que las quiere?, ¡No sería legal poseerlas!
El anciano soltando una carcajada me comentó que su familia venia coleccionando arte maya desde hace dos generaciones y que gracias a un documento del propio gobierno mexicano, fechado ochenta años atrás, podía demostrar que había sido el propio estado quien se lo había vendido.
-No entiendo.
-Muy fácil. Cuando mi abuelo compró un lote de piezas mayas en el periodo de entreguerras, el funcionario de turno no detalló lo que vendía sino que certificó únicamente que el gobierno de entonces vendía un lote indeterminado de antigüedades mayas.
Asumiendo que era verdad, pregunté:
-¿Cuánto se podría gastar?
El señor Default guiñando un ojo me contestó:
-Usted por eso no se preocupe, necesito una verdadera obra maestra para el museo que llevará el nombre de mi hijo.
Comprendí entonces que era el viejales del que me había hablado KuKulcan y por eso hice llamar a mis concubinas. Al entrar casi desnudas en el salón vi como resoplaba mi invitado, el cual levantándose de su silla, se quedó mirando a Olvido con los ojos abiertos sin ser capaz de reaccionar. La morena se percató de esa reacción y dirigiéndose a él, se presentó con un beso en la mejilla. William al oler la natural fragancia de la mujer casi se desmaya y con un evidente bulto bajo su pantalón, me preguntó quién eran.
Muerto de risa, le expliqué que la rubia era Ixcell Ramirez y que la otra era su ayudante. Babeando e incapaz de disimularlo, respondió:
-¿La Doctora Ramirez es usted?
-Así es- contesté. –La mayor autoridad en arte maya.
El viejo estaba pasmado al descubrir que eran parte de mi equipo esa eminencia pero sobre todo al observar que ambas llevaban en sus cuellos sendos collares con mi nombre. Viendo su desconcierto, les ordené que nos acompañaran a la pirámide porque quería que le explicaran la importancia de nuestro hallazgo.
-Sus deseos son órdenes, amo- respondió Ixcell.
La confirmación que eran de mi propiedad hizo incrementarse más aún si cabe, la excitación del americano que no comprendía nada en absoluto. Ahondando su turbación, miré a Olvido y le comenté:
-Yaztin, mientras dure la estancia del señor Default, ocúpate que no le falte de nada.
La morena captando a la primera mi sugerencia, respondió mirando al anciano:
-Señor Default, ¿Me permite que le sirva de guía?
La cara del recién llegado reflejó su satisfacción cuando la morena le cogió del brazo pegando su cuerpo al suyo y juntos los seis fuimos a ver las ruinas. Ni que decir tiene que cuando entró en la gruta y observó por primera vez la estatua del dios, no pudo menos que admitir que era la mejor pieza de arte maya que había visto jamás y sin poderse aguantar me preguntó su precio:
-Ya hablaremos de eso después, ahora disfrute con nuestro descubrimiento.
Mi concubina reaccionando al instante, pasó su mano por el trasero del hombre mientras susurraba en su oído:
-Mi rey tiene razón, aproveche que está aquí y después ya en la casa, le juro que llegaran a un acuerdo mientras le ayudo a relajarse.
La promesa que encerraban sus palabras le hizo suspirar y dejando para luego la negociación, me rogó que le siguiera enseñando la excavación.  Su aceptación permitió a Ixcell lucirse explicando las distintas medidas del hallazgo así como la verdadera naturaleza de las distintas piezas durante dos horas, al cabo de las cuales y viendo que mi “invitado” estaba cansado, pregunté si ya tenía suficiente.
– Necesito descansar- respondió.
Al llegar a la mansión, como quería terminar de entretejer la red donde caería ese hombre, me deshice de su ayudante y le invité a pasar a mis dependencias privadas. Una vez allí, le dije:
-Señor Default, ¿Le importa que mis concubinas nos bañen mientras charlamos?
Antes de que pudiera reaccionar, Olvido le empezó a desnudar mientras Ixcell hacía lo propio conmigo. Si le quedaba alguna duda de las peculiares obligaciones de esas dos, estas desaparecieron cuando ya en pelotas y dentro del enorme jacuzzi, ordené que nos sirvieran una copa y que nos acompañaran. Inmediatamente la morena dejó caer su vestido y se acomodó junto al gringo mientras la rubia traía las bebidas.
Imaginaros la cara del pobre hombre cuando sin poder retirar los ojos de los pechos de la mujer, ella le comentó:
-Deje que yo le enjabone- tras lo cual cogiendo una esponja empezó a frotar su espalda.
Alucinando por el trato, Default gimió al sentir los pitones de Olvido clavándose contra su piel y no sabiendo cómo comportarse, me soltó:
-Agradezco su cortesía pero me temo que hace mucho que no estoy con una mujer.
El sufrimiento que mostró, me hizo comprender que temía no poder estar a la altura de semejante mujer y sabiendo de ante mano que gracias a KuKulcan, ese tipo  sería fácil presa en manos de mi concubina, respondí:
-Don William, ¿Cuánto pagaría por la estatua del dios?
El viejo zorro me contestó que unos diez millones de dólares. Su respuesta me hizo gracia porque yo no era un pazguato y era consciente que su valor era diez veces más, por eso, contesté:
-Vale al menos ciento cincuenta.
Por su expresión supe que me había pasado y forzando su avaricia, le solté:
-Le hago una propuesta. Déjese complacer por mis concubina, si ellas no logran satisfacerle, me pagará su precio pero si lo hace usted pagará el mío.  
El anciano debía estar muy seguro de que su edad y condición física, no le permitiría perder porque riendo y señalando su pene, me contestó:
-Muchacho, acabas de derrochar mucho dinero. Llevo años sin que esta mierda me regale una erección.
Lanzando un órdago imposible pero confiando en KuKulcan, me atreví a decirle:
-Hagamos otra apuesta, si mis dos zorritas consiguen que se corra tres veces, pagará el doble y si no nada.
El puñetero viejo se descojonó y dándole mi mano, cerramos el trato. Para aquel entonces, Ixcell había vuelto con el Champagne y metiéndose en la bañera, preguntó de qué nos reíamos. Olvido, que hasta entonces se había mantenido al margen, contestó:
-El amo se ha apostado con nuestro invitado a que somos capaces de provocarle tres orgasmo pero eso no es justo- la cara del americano mostró su decepción y cuando ya creía que no iba a haber apuesta, oyó que la morena decía: -Sin tu ayuda, soy capaz de conseguirlo.
Willian Default firmó su sentencia al contestar mirándome:
-Si lo que dice esta jovencita es verdad. Pago el triple.
Tronchándome de risa por la desfachatez de la mujer, acepté y llamando a mi lado a mi otra concubina, nos quedamos mirando mientras Olvido empezaba. Directamente, la muy bruja se puso sobre las piernas del vejestorio y mientras le daba un beso en la mejilla, susurró en su oído:
-Le aviso que ha perdido su apuesta y que estaré encantada en que lo haga porque desde que mi dueño me pidió que le cuidara estoy deseando ser suya.
La sorpresa se reflejó en el rostro del americano porque como por arte de magia su aparato adquirió una dimensiones que no recordaba. La morena al sentir la presión de su pene, se rio diciendo:
-Creo que a partir de esta noche, me tendrá en exclusiva.
Tal y como había anticipado, la chavala acomodó el glande del americano entre los labios de su sexo y con un pequeño movimiento de caderas, comenzó a empalarse:
-Dios, ¡Qué grande es!- gimió satisfecha al sentir la presión del miembro abriéndose camino por su vagina.
Ixcell al observar que Olvido estaba disfrutando no quiso ser menos y comportándose como una puta, se sentó encima de mí y llevó mis manos hasta sus pechos. No pude evitar al encontrarme con los enormes pezones de la mujer que mis dedos tomando posesión diesen sendos pellizcos a sus aureolas, mientras seguía observando al viejo. Este no cabía de gozo al ver que se le había despertado el monstruo que llevaba tanto tiempo dormido y ya sin ninguna cortapisa le cogió el culo y empezó a follársela.
Olvido al sentir que el americano empezaba a reaccionar, se retorció de gusto pensando en su futura riqueza y pegando su sexo contra la entrepierna de su víctima, buscó cumplir con el primer plazo de su promesa.  Default al notar la cabeza de su polla chocando contra la pared de la vagina de la joven, se volvió loco y hundiendo la cara entre sus pechos empezó a disfrutar de los negros pezones que tenía a su disposición.
La rubia giró la cara para observar lo que hacía la pareja y viendo que su antigua alumna tenía la situación controlada, me pidió permiso para empalarse. Lo que no se esperaba fue que le contestara:
-Quiero que mires y aprendas lo que hace una buena puta porque a partir de hoy estarás sola.
Haciendo un mohín de disgusto se bajó de mis rodillas y prestó atención a las maniobras de la otra.  Reconozco que a mí también me interesaba ver de qué herramientas se iba a valer mi concubina para cumplir los deseos del dios. La morena consciente de que la estábamos mirando, aceleró la velocidad con la que el miembro del tipo tomaba posesión de su sexo, diciendo:
-Don William demuestre a mi amo que usted es tan hombre como él.
El gringo azuzado por la mujer, no lo dudó y de un solo empellón, le incrustó toda su extensión. Olvido al sentir que su víctima estaba a punto de eyacular, gritó como si la estuvieran matando. El tipo  intimidado por sus chillidos quiso para pero entonces la muchacha incrementando su autoestima le pidió que no parara porque nunca había disfrutado tanto.
La exagerada actuación de mi sumisa me excitó y pidiendo a Ixcell que se pusiera de rodillas en la bañera, abrí sus nalgas y con urgencia coloqué mi pene en su ojete, mientras le decía:
-Me encanta tu culo.
Los ojos de William parecieron que se le iban a salir de sus orbitas cuando tomando impulso, forcé el trasero de la rubia. Esta al notar que se desgarraba por dentro, chilló como una loca pero no hizo ningún intento de retirarse y por eso tras unos instantes, comencé a cabalgarla sin contemplaciones.
Olvido, viendo que el viejo no había perdido detalle de como su amo acababa de violar el culo de la otra, incrementó su ritmo diciendo:
-Si le gusta el sexo anal, mi culo será también suyo.
Su afirmación venció todos los reparos del hombre, el cual pegando un gemido se corrió dentro de ella. La morena deseosa de no fallarme, exprimió el sexo del americano hasta que ya no salió gota y solo cuando comprendió que debía dejarle descansar, se bajó de encima suyo y dandole un cariñoso beso, le preguntó si le rellenaba la copa.
-Sí, cariño- contestó el aludido sin mirarla.
La escena con la que le estábamos regalando le tenía absorto  y por eso tuvo la morena que quejarse de que no le hacía caso diciendo:
-Esa puta no sabe hacer disfrutar a un hombre- y recalcando sus palabras con hechos cogió su cipote entre las manos.
Era tanta la concentración con la que el anciano disfrutaba del modo que cabalgaba a mi yegua que no se percató que su miembro se había levantado por segunda vez. Su sorpresa fue total cuando muerta de risa, mi sumisa le soltó:
-Futuro amo, esta zorra quiere saber que desea. ¿Prefiere mi boca o mi trasero?
Adoptando por primera vez el papel de dominante, Defualt  contestó con un berrido:
-Tu boca, ¡Puta!
La muchacha le regaló una sonrisa mientras agachaba su cabeza entre las piernas del viejo. Willian Default no se podía creer lo que estaba viviendo y por eso cuando la chavala abrió sus labios y comenzó a besar su verga, pensó que no podía permitir que esa belleza se le escapara y por eso bramó diciendo:
-José. Me da igual la puñetera apuesta. Te compro a esta mujer.
Haciéndome el duro respondí:
-No está en venta- y para reafirmar mi posición, pegué un azote a la rubia mientras le decía: -Por mil dólares, le vendo esta.
Ixcell temiendo ser objeto de una transacción, chilló:
-¡Nuestro dios me entregó a usted!
Su protesta cayó en saco roto y mientras le soltaba una serie de mandobles en sus nalgas a modo de castigo, rectifiqué:
-Es más se la regalo gratis.
Mi antigua profesora lloró por el maltrato pero no hizo ningún intento de separarse. Durante unos segundos, el anciano dudó pero justo cuando mayores eran sus dudas, Olvido se introdujo su miembro hasta el fondo de la garganta. La perfección de la mamada que estaba disfrutando, le hizo decidirse y sin pensarlo dos veces mientras eyaculaba por segunda vez, contestó:
-Gracias pero yo quiero a esta. Le pago diez millones.
-De acuerdo- respondí- pero la apuesta sigue en pie.
Tras lo cual, sabiendo que había conseguido mi objetivo, salí de la bañera y llamando a la que a partir de ese momento era mi única sumisa, le pedí que me acompañara y los dejamos solos.
Ya en mi cuarto y sin la presencia del americano, Ixcell se rio diciendo:
-Amo, por un momento creí que iba en serio cuando dijo que me vendía.
Fue entonces cuando cogiendo una fusta, le contesté:
-Iba a hacerlo pero eres tan mala puta: ¡Que no te quieren ni regalada!
 
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es

Relato erótico: A lo bruto me converti en la putita de dos perros ( POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo aficionado. Soy Rocío, de Montevideo, Uruguay. Como he comentado en otras ocasiones, mido 1.62 centímetros de estatura. Tengo senos muy insinuantes y un trasero respingón que no me gusta destacarlos pues tengo un papá celoso, de todos modos no me gusta ir de provocativa por la vida, me considero una chica decente que simplemente tuvo la mala fortuna de estar rodeada de degenerados.

Días atrás me había injertado mi primer piercing en la lengua y me anillé el pezón izquierdo por petición de los amigos de mi papá, para que me disfrutaran más. Me hacían su putita y practicaban las guarradas que no pueden con sus señoras, y si bien nunca admití disfrutar de las cerdadas a las que era sometida, la verdad es que en el fondo me calentaba.
Una tarde fui a la casa del jefe de mi papá, el señor López, al terminar mis clases de facultad, pues su esposa y e hija habían salido para veranear en Punta. Me pidió que le hiciera compañía y, como el puesto de trabajo de mi padre apeligra cada vez que rechazaba sus peticiones, no me dejó alternativa. Debo decir que ese maduro parece el ser humano más repugnante que ha pisado la tierra, pero también sabe sacar la puta que hay en mí a base de estimulaciones vaginales fuertísimas y palabras groseras.
Me hizo pasar adentro tras tocar el timbre.
—Buen día señor López –dije lanzando la mochila al suelo de la sala.
—Hola Rocío, te estaba esperando, ¿cómo te fueron las clases?
—¿Quiere saber? –pregunté mientras me quitaba mi vaquero y luego la camisa. En mi vientre se notaba el tatuaje obsceno que me hice para él, y al retirarme el sujetador vio mi pezón anillado.
—La verdad es que no me interesa, solo preguntaba. Menuda putita estás hecha, ven y hazme una mamada –dijo sentándose en su sofá y empezando a sobar su paquete de manera grosera.
—Tenga más modales al hablar. Y por cierto, actualícese, la próxima vez use el Whatsapp, ya nadie envía mensaje de textos –tiré mi tanga a un costado. Me acerqué al sofá y me incliné para besarlo pero él me agarró del cabello y me hizo arrodillar a la fuerza.
—Rocío, tuve un mal día en la oficina y me gustaría descargarme un rato, abre la boca –dijo restregándome contra su bulto.
Vaya maleducado. Desabroché su cinturón para poder acariciar su verga que ya estaba morcillona tras las telas de su ropa interior. Cuando por fin lo saqué con mis dos manos (es enorme el cabrón), me detuve para mirar el montón de venas que parecían iban a estallar.
Empecé a masturbarlo pero él me dio un bofetón que me dejó boquiabierta, vaya maneras de tratar a una chica:
—Pero en dónde tienes tu cabeza, puta. Escupe mi polla si vas a cascármela.
—Cabrón, me voy a vengar –murmuré.
Me acerqué y lancé un cuajo. Mejor dicho, traté de lanzar un cuajo de saliva pero me salió algo pequeño y ridículo. Volví a intentarlo y conseguí escupir algo más decente, y con la punta de mi lengua empecé a restregar la saliva por toda su enorme polla, recorriendo los pliegues de sus venas porque sé que a él le gusta sobremanera que las presione.
Fue justo cuando estaba mamándosela cuando escuché mi móvil, vibrando y sonando en el bolsillo de mi vaquero tirado cerca. Preferí dejarlo allí y seguir succionando la verga del señor López, pero mi maduro amante me ordenó que atendiera la llamada. Le miré cabreada pero sé que no puedo negarme a sus deseos.
Me levanté para retirar el teléfono del bolsillo. Miré la pantallita: se trataba de mi novio, Christian. Dios, qué vergüenza y rabia. Miré con carita de puchero al señor y le pedí que me dejara apagar el móvil.
—Atiende la llamada, niña –ordenó expeliendo su cigarrillo —. Y ven, sigue chupando, cerda.
—Será cabrón, viejo de mierda –le respondí tosiendo un par de veces al oler el humo. Y atendí mientras se la cascaba.
—Hola Chris.
“Rocío, no me llamaste en todo el día, ¿qué te pasa?”
—Perdóooon, estuve muy ocupada, luego te escribo, ¿síii?
“¡No! Es nuestro primer aniversario y no me dijiste ni mú”.
Se me cayó el alma al suelo. Dejé de cascársela al señor inmediatamente, aunque no aparté mi mano de su enorme verga.
—¡Mierda!, mi amor, perdón, estoy con tanto ajetreo que se me pasóooo…
El señor López sonreía, fumaba su cigarrillo y lo expelía en mi rostro para hacerme toser. Quería ponerme en un aprieto mientras hablaba con mi chico. Traté de cortar cuanto antes la llamada:
—Te lo voy a compensar, Christian, no te preocupes…
 “Y bien, ¿te paso a buscar esta noche? ¿O te olvidaste que reservé en el restaurant chino? Ese que tiene la vista al río de la Plata”.
Miré la polla venosa del señor López. Estaba metida en un dilema. Amo a mi novio, me encanta la comida china, río de la Plata me enamora, pero dios santo esa verga venosa era enorme. No todos los días tenía la oportunidad de estar con el jefe de mi papá a solas. Me mordí los labios y volví a cascársela, inclinándome hasta sus velludos huevos. Antes de metérmelos en mi boquita, le aclaré las cosas:
—Tengo que estudiar en casa de Andrea, perdóooon, no sabes cuánto lo lamento…
Me cortó la llamada. Era obvio que se cabreó, pero no pude pensar mucho porque me engullí esos huevos. Sé que es el punto débil de mi amante y se corre rápido si paso mi lengua anillada por esa piel peluda y rugosa. Y mientras  con mi nuevo piercing recorría esa piel tan áspera, el señor López volvió a expeler el humo de su cigarrillo en mi cara:
—Ufff, cabróoon, deje de hacerlo –dije mordisqueando sus huevos.
—¡Ufff! ¿Quién era, Rocío? ¿Tu novio? ¡Ja ja ja!
Tiré el móvil a un costado y miré muy enojada al señor, con ambas manos pajeando su tranca para que se corriera de una puta vez y me dejara en paz.
—No me vuelva a llamar puta, y menos vuelva a tratarme así cuando hablo con mi novio.
—Sigue, Rocío, me voy a llegar pronto –dijo gimiendo horriblemente, como si fuera un caballo.
—Ya era hora, se me entumecen las rodillas señor López.
Tomó un puñado de mi cabello y me folló la boca brutalmente. Me la metió hasta la garganta, me agarró de sorpresa y me costó respirar por unos momentos, quería apartarme pero sé que era imposible, es muy fuerte y cuando se quiere correr lo hace metiéndomela hasta la campanilla para darme toda su leche espesa y caliente, simplemente no hay forma de evitarlo.
Y se corrió, sentí que me iba a ahogar cuando su semen se escurrió incluso por mi nariz. Fue una de las corridas más asquerosas que habré sufrido, era un animal irrespetuoso, grosero y asqueroso. A la vista de todo el mundo era un hombre exitoso, profesional y educado, pero conmigo mostraba su verdadera personalidad.
Poco a poco su polla fue disminuyendo de tamaño y me dediqué a limpiársela a lengüetazos, sin usar mis manos, como le gusta. Cuando por fin quedó impoluta, la guardé tras su ropa interior.
Me senté en su regazo para besar su cuello mientras él me metía mano para poder estimularme. Me acarició la concha húmeda con un par de dedos, restregándolos entre mis calientes e hinchados labios vaginales. Confieso que me gusta cómo lo hace, me frotaba más contra su cuerpo porque si bien me parece el ser humano más detestable que existe, sabe cómo calentarme.
—Mira la TV, Rocío.
Me acomodé para ver mientras él seguía masturbándome. Y abrí los ojos como platos cuando me mostró una película porno en donde una chica estaba de cuatro patas, siendo follada por un labrador. Chillé del susto porque no estoy acostumbrada a ver cosas así, por no decir directamente que ni siquiera sabía que algo así podría ser posible.
—¡Ufff, no me extraña que a usted le gusten estas guarradas! ¡Cambie de canal, uff!
—¿Te gusta lo que ves?
—¡Es un perro, por diossss, cabrón no me muestre eso mientras me tocaaaa!
—¿Quieres que te deje de tocar, Rocío? –y empezó a buscar mi puntito, acariciando, plegando mis carnecitas húmedas con fuerza.
—¡Nooooo, por favor sigueeee… Pero cambia de canaaaal…!
—No es un canal, es una película. ¿Te gusta cómo esa puta se lo monta con el perro?
—Me confunde con su esposa, cabróoooon, yo soy una chica decenteeee…
Y me corrí tan rico, encharqué la mano del señor López mientras me mordía los labios y empuñaba mis manos con fuerza. De reojo veía aquella mujer chillando del placer o del dolor mientras el perro se la metía con violencia. O puede que la mujer chillaba del espanto, porque sé que a mí me asustaría mucho estar montándomelo con un bicho. Encima era un perro grande, a saber cómo la tendría de gruesa.
—Chupa tus jugos, puta –dijo mostrándome su mano.
Me incliné para chuparle sus dedos. Él alejó su mano y se empezó a reír de mí. Lo tomé con mis dos manos y la llevé a mi boquita para pasarle lengua entre sus dedos gruesos, succionando mis jugos. La verdad es que si antes me causaba asco, hoy día le empezaba a tomar el gusto. No se trata del sabor en sí, sino de la situación, la excitación del momento hace que mis flujos y hasta su rancio semen me sepan  agradables.
—Parece que cancelaste tu cita con tu novio porque estás estudiando en la casa de tu amiga, ¡jajaja! Menuda puta eres, Rocío. Vamos a pasarla bien.
—¿Sus colegas vendrán hoy, don López? –pregunté volviéndome para abrazarlo. Vale que lo odio, pero sabe cómo calentarme y al final mi propio cuerpo me traiciona y le pide carne. Y mientras desabotonaba su camisa para besar su peludo pecho, me aclaró las cosas:
—Sí, vendrán al anochecer. Te traerán una sorpresa. Ahora levántate y prepárame un café, marrana. Y limpia un poco la sala, de paso.
—¿Pero qué dice, viejo? ¿Tengo cara de empleada doméstica?
—¿Pensabas que ibas a venir a mi casa para estar como una reina? Reina es mi esposa, princesa es mi hija, tú eres una puta y si quieres estar aquí vas a tener que trabajártelo.
—Madre mía, viejo verde… Si lo hubiera sabido me iba a la cita con mi novio –mentí. Me levanté y recogí mis ropas con la cara enojadísima. A mi hermano y mi papá les hago el favor de prepararles el desayuno, cuando estoy de humor. Y mi casa la limpio una vez a la semana pero porque se trata, justamente, ¡de mi casa!
—¿Qué haces, Rocío?
—Me voy al baño para limpiarme y ponerme mis ropas.
—Nada de eso, si vas a estar aquí, estarás en pelotas. Quiero que estés siempre dispuesta a cualquiera de mis colegas. Quiero que se vea toda la mercancía, que se vean esos tatuajes y piercings.
Estaba entre enojada y caliente, para qué mentir.
—Dígame que está bromeando, señor.
 

—Vamos, prepárame algo y luego limpia la sala. Más vale que todo esté impoluto para cuando vengan mis colegas.

Vaya imbécil. Iba a escupir su maldito café, iba a lanzar el azúcar en el suelo antes de ponérselo en su taza, iba a remojar el pan con el agua del inodoro antes de pasarle mantequilla, pero por dios que no iba a quedarme sin mi venganza.
Se sentó en otro sillón y empezó a ver un canal deportivo.
Casi una hora después, mientras él me felicitaba por tan deliciosa merienda, sus colegas llegaron y vaya que se encargaron de hacerme saber que mi condición sería la de una puta sin muchos derechos. Desnuda como estaba ante esos maduros trajeados, no iba a tener chances.
Estaba limpiando algunos cubiertos del fregadero cuando uno de esos hombres se acercó para darme una fuerte nalgada con la mano abierta. A la fuerza me inclinó sobre dicho fregadero y empezó a restregar groseramente su enorme bulto por mi cola sin que yo pudiera hacer más que retorcerme, pero por suerte sus amigos lo apartaron mientras yo trataba de recuperarme del susto.
—Rocío, después de estos días no vas a poder sentarte por un mes, ¡ja ja ja! –dijo mientras sus amigos le tranquilizaban.
—¡Está locooo, me prometieron que nada de tocarme la cola!
—Basta, Ramiro –dijo uno, era el más guapo de todos los ocho hombres—. Tampoco es plan de matarla a pollazos. Ya saben a lo que hemos venido.
—Perdón, Rocío, es que te vi ahí desnuda y no pude aguantarme.
—Viejo gordo, tengo cuchillo en mano y no dudaré en usarlo.
—¡Ja! Tranquila, niña, es verdad que prometimos que no vamos a tocarte el culo, seguro que aún te duele desde aquella vez en el departamento. Ya habrá momento para reventártelo.
—Ojalá se lo revienten a usted primero, verá qué divertido es que le duela cada vez que se siente o camine.
Se rieron todos. No sé qué de gracioso dije, porque es verdad que días después de haberme ensanchado un poco más el ano, sufrí de lo lindo cada vez que me sentaba o me movía mucho. Subir al bus era directamente una tortura.
Repentinamente vi que uno de los hombres trajo a dos enormes perros mediante sus respectivas correas. Uno era un labrador como el de aquella asquerosa película porno y el otro era un dóberman. Mi primera reacción fue abrazarme al primer hombre que tuviera cerca porque, en serio, los perros me asustan sobre manera. Claro que ellos se la pasaron carcajeando, me dijeron que los trajeron para proteger la casa del señor López.
—Pues amárrenlos afuera, no sé por qué tienen que entrar en la casa… ¡¡¡Y están ensuciando el piso que estuve limpiando!!! –Ya estaba sonando como una madre de familia, la verdad.
El que los trajo los llevó al jardín. Luego se sentaron todos en la sala y me pidieron que me acercara. Fue un auténtico martirio estar desnuda mientras ellos estaban tan relucientes en sus trajes, me hacían sentir como un animal en el extremo más bajo de la cadena, como una perra. Me pasaba de regazo en regazo, me tomaban de la cinturita para contemplar los tatuajes obscenos del cóccix y el vientre que me puse para ellos, me invitaban la cerveza, jugaban con mi pezón anillado o pedían que les besara y que les hiciera sentir el piercing en mi lengua.
Pero como mucho llegaron a meter dedos en mi coño hinchado, yo estaba cachondísima de tanto toque y beso, pero no iba a rogarles para que me follaran, porque insisto, me considero una chica decente. Fue cuando estaba sentada a horcajadas sobre el maduro más apuesto de todos, restregándome y besándole su cuello, cuando el señor López carraspeó y me dijo que encendiera la enorme televisión HD de la sala.
Cabreada, accedí. Ya podrían apretar un puto botón ellos. Me levanté, estaba algo mareada por beber tanto, y le di al “ON”. En la televisión apareció la enorme polla de un maldito dóberman siendo acicalada por una mujer de edad. Chillé del susto, la verdad es que me tomó de sorpresa y apagué el televisor.
—¡Jajajaja!, ¿te asustó, puta?
—¡Vuelve a ponerlo, te va a gustar!
—¡Jamás!
—Vale, ven conmigo Rocío, no les hagas caso –dijo el gordo asqueroso mientras se descorría su bragueta. Sacó su polla gruesa y empezó a sacudirla como un puerco mientras se relamía sus labios.
—Panda de viejos raros –murmuré para arrodillarme ante él.
—Eso es, Rocío, tengo mucha lefa para ti. ¿La quieres?
—No.
—Sí la quieres, venga, chupa, puta.
Me acomodé entre las piernas del gordo para tomar con mis manitos su gruesa tranca. Olía asqueroso.
—Don López, me la quiero follar –dijo inclinándose para acariciar mi teta y jugar con mi pezón anillado.
—No, lo siento Ramiro, ya sabes que debemos aguantar.
No sabía a qué se estaban refiriendo. Pero es verdad que no me habían follado  aún. Me habían acariciado, besado y tocado a gusto, pero lo que era follar: nada. No le presté mucha atención, me dediqué a lo mío. Escupí un cuajo pequeño y se la sacudí para tenerla lubricada. Y mientras comenzaba a meter mi boca para meter la puntita de mi lengua en su uretra, escuché unos sonidos de jadeos provenientes de la televisión. Volvieron a encenderla para ver la maldita película.
—¡Es increíble, amigos, cómo esa chica se lo monta con el perro! –exclamó el señor López.
—Mira cómo lo disfruta.
—Chúpame los huevos, perra –me ordenó el gordo. Levanté el tronco y metí mi boca en esa asquerosa jungla de pelo para succionar una pelota rugosa.
—Rocío, tienes que follar con un perro un día de estos, ¡jajaja!
—Mffff, ¡en la puta vida! –les regañé antes de que el gordo volviera a empujar mi cabeza contra su polla.
El sonido de la película porno estaba al máximo. No podía verlo, no quería de todos modos, pero me resultaba imposible evitar escuchar los jadeos del can y los gemidos de la chica mezclándose con mis sonidos de succión. Era como si ella gozara, pero no podía ser posible, estaba follando con un perrazo, no sé qué clase de puta podría disfrutar con ello. Para colmo podía escuchar cómo los hombres a mi alrededor se la estaban cascando viendo semejante tontería.
El gordo me tomó del cabello y me levantó la cabeza. Tomó de mi mentón y restregó su enorme glande entre mis labios. Abrí la boca para que me la follara y se corriera. Sonando como un cerdo, arrugando su rostro de manera rarísima y fea, depositó toda su leche caliente en mi boca.
Con la nariz y boca chorreando semen, con los ojos casi llorosos, recosté la cabeza en su muslo para pedirle que me dejara en paz. Pero el cabrón me dio un bofetón:
—Súbete, te voy a dar una rica pajita.
—Ufff, quiero ir al bañooo…
—Arriba, vamos, perra.

Me senté sobre él, de espaldas, de modo que podía ver el televisor gigantesco de la sala. Y mientras me metía mano en mi agujerito y buscaba mi puntito con sus dedos, empezó a hablarme groseramente sobre lo muy puta que era por chorrear tanto.

Miré de reojo al jefe de mi papá, fumándose un cigarrillo y filmándome con su móvil mientras los otros se masturbaban viendo la película.
—Rocío, ¿es cierto lo que dice Ramiro? ¿Que eres una perra?
—Uffff… Perra su señora, sinvergüenza…
—¡Jajaja! Mi esposa es una reina, como te dije. Algo remilgada, por eso tú eres nuestra puta, para poder practicar guarrerías contigo.
El gordo era un experto estimulándome la conchita, me tocaba la teta anillada con la otra mano mientras yo me restregaba más y más contra su pollón. No podía evitar ver la maldita televisión, era demasiado grande, era inevitable ver a esa mujer siendo montada por tan asqueroso bicho.
—Hoy no me lavaré la mano, Rocío, así mismo le voy a saludar a tu papá mañana, en la oficina, con los tus jugos resecos, ¡jajaja!
—Diossss… deje de hablarme cuando me tocaaaa… uffff
—¿Eres una perra, Rocío?
—Síiii, lo sooooyyy…  ¿Va a follarme o noooooo? –dije apretando mi conchita contra su polla para que entrara. Solo era cuestión de darle un puto empujoncito, mis grutita quería pollas, no dedos. Con una mano lo tomé y quise metérmela yo por mi propia cuenta, pero él se la apartó para mi martirio.
—No me convenciste, puta, dilo de nuevo.
—Que me folle, viejo, por favoooor, soy una perraaaa, lo admitooo, lo he admitido hace una semana, ¿es que ya sufre usted de pérdida de memoria, maldita sea?
Pero no aguanté más y me corrí como una auténtica cerda. Mejor dicho, perra. Y mientras sus dedos gruesos entraban en mi grutita, no pude despegar mis ojos de la maldita pantalla. El perro se había dejado de mover violentamente, estaba como acoplado a ella, y la mujer tenía una carita de vicio similar a la que yo pongo cuando me corro del gusto.
Aprovechando que yo estaba recuperándome de aquella corrida, el gordo me tomó de la cintura y me guió hasta hacerme acostar boca abajo sobre la mesita del centro de la sala, ubicada entre los sillones y el televisor. Más caliente no podía estar, pensé que por fin me iban a follar y puse mi colita en pompa disimuladamente, no sea que pensaran que iba rogando pollas.
Vino el señor López y agarró un puñado de mi cabello para levantar mi cabeza, de modo que pudiera ver la película obscena muy de cerca.
—Ufff, no quiero veeeer, es asquerosoooo…
—Mira, te vas a ir acostumbrando a ver estas cosas, puta.

Y el gordo aprovechó, se arrodilló detrás de mí y se inclinó para meterme lengua hasta el fondo de mi culo por varios segundos. Berreé como una puta poseída, arqueé mi espalda y mis músculos se tensaron; me corrí otra vez y pensé que me iba a desmayar del gusto.

Vi de reojo, mientras me retorcía, cómo los otros se acercaban para correrse sobre mí. Estaba cansada, jadeaba y me incomodaba mi culo por el beso negro que cada vez era más brutal. La leche tibia caía sobre mi cuerpo, se oían los jadeos y algunos me daban pellizcos. Poco a poco los hombres fueron retirándose de la sala al acabarse sobre mi espalda, y por último el gordo por fin sacó su lengua y me dio una fuerte nalgada que me hizo gritar del dolor.
Se fueron para asearse y a beber en la cocina. Me dejaron allí tirada como una muñeca de trapo repleto de semen. Estaba cansadísima y algo mareada porque no estoy acostumbrada a beber mucho, a duras penas me levanté y me fui a sentarme en el sofá.
Levanté la mirada para terminar de ver la maldita película mientras me limpiaba el semen reseco en mi cara. Era una mezcla de curiosidad, alcohol y calentura. La escena cambió y entraba una jovencita con un bulldog. Me pareció más gracioso que otra cosa, el perro no era tan grande como los otros, a saber cómo lo haría. Vi con asco cómo la joven se puso algo pastoso en su pelada concha para que el animal empezara a lamerle. A la putita le encantaba cómo se la lamía, me imaginé que la lengua de los perros son más grandes y tendrían una textura diferente a la de los humanos, así que sería una experiencia de otro mundo. Luego la montó, y con la ayuda de la chica, pudo penetrarla.
Sin darme cuenta, me había visto toda la maldita escena. Y peor aún, tenía dos dedos entrando y estimulando mi grutita. Me levanté asustada. No podía ser verdad lo que me pasaba, tal vez era cosa del alcohol. Una chica decente no se toca viendo una película así de pervertida.
El señor López volvió:
—Ya se fueron mis colegas. Antes de bañarte quiero les des de comer a los perros.
—Ya es de noche, señor, quiero ir al baño, por favoooor…
—Son buenos, no te preocupes. Luego date una ducha y vente a mi habitación, quiero quitarte algunas fotos –me expelió de nuevo el humo de su cigarro.
—Ufff, hace frío afuera, quiero mis ropas.
—No hace frío, eres una niñata consentida que no quiere hacer nada productivo.
—Y usted un pervertido doble cara, con su señora, su hija y hasta con mi papá se muestra como un caballero. Pero yo lo conozco muy bien. Ojalá se tropiece rumbo a su habitación y se muera, viejo de mierda.
—¡Jajajaja! Menos ladrar y más trabajar, perra. El plato para los animales está afuera, la comida está en la cocina.
Y se fue a su habitación. No era precisamente como pensé que las cosas iban a desarrollarse cuando me dijo que íbamos a pasar la tarde y noche juntos.
Fui al jardín para busca el plato. No duró ni dos segundos en mis manos pues la lancé detrás de unos plantas. No soy la empleada particular de nadie, ni mucho menos de un degenerado. Muy para mi sorpresa, se apareció el labrador con el plato en su boca. Me causó gracia, la verdad, quise quitársela pero él forcejeó y me caí al suelo.
—Chucho malo, necesito que lo lleves lejos.
Ahí estaba yo, tirada sobre el gramado con una sonrisa de niña loca. Desnuda, sudada, algo borracha, calientey tras haberme visto un montón escenas de sexo entre mujeres y perros. Frente a mí estaba ese bicho asqueroso que por algún motivo movía la colita con emoción. No pude evitarlo, miré de reojo su polla para tratar de calcular cómo sería su tamaño a tope.
Me puse de cuatro patas, atajándole la cabeza con una mano, inclinándome para verlo mejor. No iba a tocarlo, no iba a ponerme a follar con él, soy una chica decente, simplemente tenía curiosidad. Fue cuando estaba admirando sus partes cuando sentí una lengua fría, húmeda y de textura rugosa recorriéndome desde mi coño hasta mi culo.
Gemí como cerda y arqueé la espalda. Supe inmediatamente que era el dóberman. Me tambaleé porque me agarró de sorpresa. Como aún estaba de cuatro patas, aprovechó y se subió sobre mí; mis ojos se abrieron como platos, me zarandeé pero el cabrón se ceñía muy bien a mi cintura. Fue cuando sentí lo que parecía ser la punta de su nabo golpeando mi cola cuando se me erizó toda la piel. Grité por ayuda mientras el perro trataba violentamente de metérmela, chillé para que el señor López me viniera a rescatar. Estaba a merced por ser una perra curiosa.
Mientras él estaba dándolo todo por penetrarme, vino el señor López. Pensé que me iba a rescatar pero cuando le miré, vi con toda la rabia del mundo que el cabrón estaba filmándome con su móvil, sonriendo como un malnacido:
—¡Se-señor López… sáquelo de encimaaaaa!
—Jajajaja, Rocío, no te va a follar, necesita que le ayudes a entrar. No te preocupes, se lo mostraré a los colegas, esto es divertido…
—¡Imbéciiiiiil, ojalá arda en el infiernoooo! –grité sintiendo una y otra y otra vez la punta tibia de su sexo golpeándose intermitentemente en las caras internas de mis muslos, a veces tocando ligeramente mis labios vaginales.
—Deja que se corra en tus muslos, perra.
—¡Noooo, me está lastimando la espaldaaaaa!
No pude aguantar la fuerz de sus embestidas, mis brazos cedieron y me caí. Seguí zarandeándome para librarme pero era imposible, el dóberman seguía dándole con todo aunque no podía ensartármela.
—Ya, ya, suficiente, no es para ponerse así, Rocío.
Me separó del can y salí corriendo hacia la sala. Me acaricié la espalda, el infeliz me dejó un par de rajas rojizas que ardían. Estaba cabreada, estaba nerviosa y me sentía humillada pues fui sometida por un perro frente a mi maduro amante
—¿Te gustó, Rocío? –me preguntó entrando a la sala.
—No pienso volver a ese jardín, les van a dar de comer su puta madre, su puta esposa y su puta hija, pero yo no pienso volver allí, CABRÓOOON.
—¡Bah! Ya estoy cansado de ti, niñata. Báñate, ponte tus ropas y vete a tomar por viento.
—Imbécil, ¡no sabe cuánto lo odio!
—Si vas a venir mañana será mejor que cambies tu actitud, Rocío.
—Cree que volveré después de cómo me ha tratado. ¡A tomar por viento usted!
Cogí mis ropas y me vestí, prefería bañarme en mi casa porque no iba a aguantar ni un segundo más en ese lugar. El hombre ni me acompañó, ni se despidió y ni mucho menos se ofreció para llevarme a casa, dejándome en claro qué tipo de persona es.
Más tarde, ya de vuelta en mi hogar, apenas logré conciliar el sueño. Me puse una cremita en la espalda antes de dormir; me la pasé quejándome toda la noche sobre lo atrevido que fue el señor y sobre todo, lo bruto que fue el dóberman conmigo.
Al día siguiente, en medio de mis clases, vi con una sonrisa que el señor López me envió su primer mensaje de Whatsapp. Me sorprendió un poco, se estaba modernizando por mí, parecía que en el fondo tenía en cuenta mis sugerencias y quería agradarme. Pensé que tal vez bajo esa personalidad de macho alfa de mierda se escondía un hombre interesante.
“Hola Rocío. Instalé el Whatsapp solo por ti. Discúlpame por lo de anoche”.
Le respondí un escueto “OK” pero realmente estaba sonriendo. Me envió otro mensaje un poquito después. Se trataba de un video. Suelo sentarme en el fondo de la clase con mis amigas así que no me preocupaba que alguien me pillara. Me acomodé y le di al “play”.
Se me cayó el alma al suelo. Era el video en donde su dóberman me sometía. Era asqueroso, el perro muy bravo y excitado haciéndome su putita. Yo tenía una cara de vicio, los ojitos decían que estaba asustada, mi boquita abierta de la sorpresa, mi cabello con algo de semen se desparramaba al ritmo de los vaivenes.
Me molestó muchísimo. Me envió otro mensaje que ponía “¿Te espero esta tarde?”. Le respondí “NUNCA MÁS”.
Mi novio no me hacía caso pese a mis llamadas, me evitaba en el campus y yo realmente tenía ganas de desfogarme pues todo el día anterior fui brutalmente estimulada por los colegas de mi papá, pero sin ser follada. Básicamente: no aguanté.  Al terminar las clases volví a la casa del señor López y toqué el timbre con la excusa de que no quería que despidiera a mi padre; se puso feliz al verme y me volvió a pedir que me quitara las ropas y las dejara en la entrada de la sala.
Me guió hasta su baño y me ordenó que me apoyara contra la pared, que pusiera mi colita en pompa. Utilizando solo su dedo corazón, me folló el culo mientras que con la otra mano me estimulaba el coño. La cola no me dolía tanto, me limité a morderme los labios para aguantar la pequeña molestia que sentía. De vez en cuando me pedía que hiciera presión a su dedo, cosa que no sabía cómo hacer. Me dijo que más adelante iba a aprender para cuando debutara por detrás.
Al verme toda colorada y sudada, sacó sus dedos y me dio un sonoro guantazo a la cola que me hizo gritar de sorpresa. Salió del baño para encender su cigarrillo, y me ordenó que lo acompañara hasta el jardín. Bastante confundida, lo seguí hasta salir afuera.
—Rocío, dale de comer a mis perros.
—Uffff, señor por qué me está dejando a mediasssss… por favor termine lo que estaba haciendo —protesté tomando de su mano para besar sus dedos.
—Lo siento Rocío, tal vez luego. No me hagas repetir una orden dos veces.
Antes de que volviera a oponerme, me aclaró que les ató en una esquina para que ninguno de los animales se pasara conmigo, pues es verdad que eran perros grandes y fuertes, y me sería imposible escaparme si me atrapaban.
Así pues, desnuda y caliente, cargué la comida en dos platos enormes para los animales. Me arrodillé frente a ellos para acercarles, y de paso miré las pollas de esos perros para rememorar las películas porno. El dóberman estaba excitado, me quería comer como la otra noche, se le notaba la verga bastante tiesa.
—Eres un salido, bicho –le susurré riéndome, pero no me atrevía a tocarle, simplemente estaba allí, arrodillada frente a ellos y curioseando.
Al terminar de comer los dos animales, el señor López me devolvió las ropas y me dio un par de películas para que las viera en mi casa. Le dije que quería quedarme más tiempo con él pero respondió que estaría muy ocupado pues tenía una reunión de emergencia con sus colegas. Le respondí que podía acompañarlo pero me insistió que no era el momento adecuado.
En mi casa, tras estudiar y cenar, me dirigí a mi habitación y puse el seguro de mi puerta. Puse la primera película que tenía el rótulo “Zoofilia”. No sabía qué era eso, pero el “Zoo” me estaba causando una ligera sospecha que confirmé al darle al “Play”: era otra de esas escenas de mierda con perros y mujeres. No duró dos segundos en mi reproductor. Puse la otra que no tenía rótulo: Eran dos chicas besándose. No me gustan las mujeres pero me pareció interesante verlo. Lastimosamente, al rato entró un negro con dos perros en escena. Y apagué el televisor.
Con rabia traté de conciliar el sueño. Entre que don López me dejó caliente de tanto meterme mano, mi novio que no me hacía caso, entre los dos perros del señor que me ponían nerviosa y las películas de temática bizarra que vi, me dormí y tuve sueños demasiado raros.
 

Me veía a mí misma con los ojos vendados, siendo follada por el dóberman de manera brutal. Me arañaba la espalda y los costados mientras los malditos amigos de mi papá estaban alrededor bebiendo y riéndose. Don López sujetaba de la correa a su labrador, que esperaba su turno. Una y otra y otra vez el sueño se repetía.

Me desperté toda sudada y traté de tranquilizarme. “Soy una chica decente, las chicas decentes no soñamos esas cosas” me decía una y otra vez.
En la facultad no podía pensar con claridad. En plena clase, el señor López me volvió a enviar otro video.
Lamentablemente resultó ser otra escena de zoofilia. Quise continuar escuchando al profesor, pero era demasiado aburrido. Volví a mirar el video, me acomodé en mi asiento y terminé de ver los cinco minutos en donde una rubia era vilmente sometida por un gran danés. La puta pareció gozarlo bastante, seguro que si ponía el volumen se la podía escuchar cómo chillaba de placer.
No aguanté más. Era demasiado, estaba calentísima. Ya había visto tantas veces que me estaba acostumbrando. Mi mente estaba pudriéndose, por dios, me levanté y pedí permiso para ir al baño, la concha se me estaba haciendo agua.
Me metí en un cubículo, bajé mi vaquero y me senté sobre la tapa del váter. Puse el móvil sobre mi regazo y volví a poner el video. Me toqué la teta anillada con una mano y metí dos dedos en mi coño con la otra, mientras admiraba esa mierda de escena pixelada.
Me corrí y repetí la misma operación una última vez. Me volví a correr más fuerte y casi grité con tres dedos entrando en mi grutita encharcada. Era oficial: me había convertido en la más puta de todo Uruguay. Me calentaba viendo videos de perros follando chicas. Y lo peor es que quería ver más y más.
Me recosté un rato tratando de asimilar la situación. No sabía si llorar o volver a mirar el video por tercera vez. El móvil vibró pues el señor López me envió otro mensaje. “Ojalá sea otro video” rogué para mis adentros. Pero era solo texto y decía:
“Rocío, estoy en la oficina con mucho trabajo. Te ruego que vayas a mi casa y le des de comer a los perros. La llave la dejé bajo la alfombra de la puerta de entrada”.
Dios santo. Iba a estar a solas con esos bichos. Con una mano acariciándome mi húmedo coño, le respondí lentamente con la otra:
“No soy su empleada, pero lo haré solo porque no soportaría que esos perros pasen hambre”.
Dos horas después, terminadas las clases, estaba frente a la casa de mi amante. Abrí la puerta y entré. Maquinalmente me quité las ropas porque estaba acostumbrada a hacerlo. Me reí de mí misma, no había necesidad de desnudarme si no estaba nadie en casa.
No obstante, decidí quitarme las ropas. Puse mis ropas sobre el sofá y allí comprobé que seguía mojadísima. Fui a la cocina y saqué la bolsa con la comida para perros con un par de platos grandes. Salí al jardín toda emocionada, allí estaban los dos bichos, encadenados. A esa altura ya me conocían, movía la cola el labrador, el dóberman me daba pena porque apenas tenía colita pero la sacudía con muchas ganas.
—Vino mamita, chicos  –dije sonriendo. Me arrodillé frente a ellos y les acerqué los platos repletos.
El dóberman, el más salido de los dos, empezaba a ponerse duro. Al parecer quería montarme de nuevo. Dios mío, era idéntico al perro de uno de los videos. Empecé a meterme dedos y masturbarme frente a ellos. Dejaron de comer y empezaron a mirarme con curiosidad, noté que incluso al labrador se la estaba poniendo dura; ambos querían venir hasta donde yo me retorcía pero sus cadenas eran cortas.
Me puse de cuatro y empecé a estimularme fuertísimo. Les miraba de reojo, mis ojos empezaron a humedecerse. Babeaba como una perrita, viendo a esos dos animales deseándome, queriendo montarme y hacerme su perrita como en las películas.
Me volví a correr por tercera vez en todo el día, chillé como cerda frente a ellos. Se les veía en los ojitos: querían darme carne de la buena, y yo quería recibirla porque aparentemente los humanos no querían dármela. Pero no me atrevería jamás a dejarme montar por un perro, por favor, pero como fantasía aplacaba mis ansias.
Mi conchita estaba hirviendo, hinchadísima, mis pezones estaban paraditos, se me hacía agua la boca todo el rato, era una auténtica locura, mi cuerpo me pedía que me dejara follar por cualquiera de los dos animales pero mi mente aún era muy fuerte y luchaba por la poca dignidad que tenía.
“Soy una chica decente, soy una chica decente, soy una chica decente, por diossss” –me decía mientras me volvía a meter dedos, mirando esos dos cipotes anhelantes.
Estuve tirada allí sobre el césped, jadeando, tras haberme corrido por lo menos una vez más. Pasaron los minutos y decidí volver adentro de la casa para darme una ducha. Cuando terminé de hacerme con mis ropas, le escribí al señor López:
“¿Va a volver pronto, señor? Ya alimenté a sus perros.”
“Gracias Rocío, eres mi princesa, pero no llegaré temprano. Ve a tu a casa, mañana te escribo”.
Otra vez tratándome tan bien. Si es que cuando se pone las pilas es todo un amor. Cogí mi mochila y me retiré de la casa esperando que mi cuerpo dejara de pedirme sexo con perros.
De nuevo en mi hogar, intenté estudiar en la sala. No podía. Veía mis apuntes y no podía concentrarme. Fui de nuevo a mi habitación para escuchar música o ver la televisión. Pero terminé viendo las películas que me dejó el señor López.
“Soy una chica decente” –me repetía una y otra vez mientras ponía la película en el reproductor. Terminé viéndolas dos veces cada una, de vez en cuando ponía las escenas a mitad de velocidad para percatarme de todos los detalles como los rostros de esas mujeres y los embates más fuertes de los animales.
Y al dormir volví a tener más sueños guarros pero que ya no parecían incomodarme tanto; soñaba que el labrador me hacía su putita en mi habitación. Mi papá y mi hermano miraban desde la puerta gritándome lo muy puta que era por dejarme montar. Cuando el perro se corrió, entraron a mi habitación con un montón de perros listos para follarme.
Al día siguiente, de nuevo en clases, recibí otro mensaje del señor López. Cuando lo leí se me cayó el mundo y casi me desmayé:
“Rocío, tengo cámaras en la casa y en el jardín. Vi lo que hiciste ayer frente a mis perros, puta. Bueno, mis colegas también lo están viendo”.
Mi móvil cayó al suelo y rápidamente lo recogí. Estaba temblando, estaba mareada, quería morirme, quería que la tierra me tragase. Una amiga me preguntó si me encontraba bien pero su voz parecía tan lejana. Me recuperé y le escribí:
“No es lo que cree, don López”.
“No pasa nada. Hoy iremos yo y don Ramiro para buscarte a la salida de tus clases.”
Casi me desfallecí en  plena sesión de estudios. Me critiqué. Toda la culpa la tuve yo. Por burra, por tonta, por ser una calentona. Por ser una perra. Mis amigas notaron que me había vuelto un fantasma en vida, no les hacía caso, a veces miraba al techo y me reía silenciosamente y sin razón. Era más que oficial: mi cerebro estaba podrido.
Cuando terminamos las clases, me fui a la salida y vi venir un lujoso coche. Era el gordo de don Ramiro y el señor López.  Yo estaba ida, como fuera de mí, ya no me importaba lo que mis amigas y compañeros pensaran de mí al verme subir en ese auto con dos hombres maduros. Me acosté en el asiento trasero para tratar de calmar el mareo. Y arrancaron el coche con rumbo desconocido.
—Hola putita.
—Hola señores –dije aminorada.
—¿No nos vas a mandar a la mierda como usualmente sueles hacer?
—Estoy cansada, quiero irme a casa.
—Pues va a ser que no. Vamos a una veterinaria para comprar un par de cosas.
—¿Qué? ¿Qué van a comprar?
—Jajaja, ya verás. Tenemos un buen par de sorpresas para ti.
Me recuperé poco a poco durante el viaje. Me senté adecuadamente y traté de asimilar mi nueva situación: los compañeros de mi papá y su jefe me vieron masturbarme frente a dos perros en el jardín. Vieron cómo me corrí al menos dos veces. Por dios, no había forma humana de asimilarlo…
Llegamos a la veterinaria, nos bajamos los tres. Entramos y el señor López le dijo a la encargada:
—Buenas tardes, mi hija aquí –dijo tomándome del brazo—. Ella quiere comprar unas fundas para las patitas de sus dos perros.
Imaginaba por dónde iban los tiros. Me convertí en una chica autista, fuera del mundo, estaba como drogada y la señora me miraba raro.
—Ejem…  Bueno, tienes detrás de mí un montón de colores para elegir. ¿Cuál quieres, jovencita?
—Elige, Rocío. ¿Cuál crees que le quedará mejor al dóberman?
—Al… al dóberman –me imaginé al bicho montándome duro en el jardín —. El rojo.
—¿Y para el labrador? –preguntó don Ramiro.
—Ese… me gusta el negro –mi concha estaba chorreando. El labrador haciéndome su puta en la sala.
—Pues nos los llevamos. Rocío, son tus perros, por lo tanto gastarás tu dinero. Paga.
—¿Quéeee? –me desperté de mi mundo de sueños zoofílico.
 

La dependienta se rio de mí. Con la cara enfadada pagué las malditas fundas mientras me decía para mí misma que seguía siendo una chica decente.

De nuevo en la casa de don López, me desnudé al entrar. Ambos hombres se sentaron en el sofá y me invitaron a colocarme entre ellos. Me empezaron a tocar el coño y tetas mientras me ordenaban que les masturbara con una mano a cada polla. En tanto que  uno me chupaba el cuello y el otro me metía su lengua hasta el fondo de la boca para calentarme, oí al dóberman ladrar en el jardín.
—¿Estás caliente, puta?
—Sí, dios santo, estoy que me muerooooo…
—¿Quieres polla, no, putita?
—Mi novio no me habla, ustedes solo me meten mano, claro que quiero vergas jodeeeer –dije apretando ambas trancas con fuerza.
—¡Auch, Rocío, cuidado que vas a arrancarlas!
—Pues si eso es lo que hace falta, cabrones, lo voy a hacer.
—¡Jajaja! Parece que volviste. Bueno, ya es hora. Estás a tope. Ve al jardín y elige un perro.
—¿Elegir? ¿Para qué voy a elegir uno?
—Pues para ponerle las fundas.
—¿Y… para qué voy a ponerle las fundas?
—No te hagas de la que no entiende, puta. Te di una orden, ve y elige un perro. Tráelo de la cadena.
—Perdón, se-señor López.
Me levanté. Temblaba y me sentía fuera de mí. Era la hora. Salí al jardín y me arrodillé frente a los dos bichos. El dóberman parecía muy feliz de verme. Era el más salido pero probablemente el más fuerte, me iba a matar si no sabía cómo domarlo. El labrador parecía más tranquilo y me convenía, pero era el del cipote un poquito más pequeño.
Entré de nuevo en la sala trayendo de la cadena al perro elegido.
—¡Trajiste al dóberman! Toma, ponle las fundas a las patitas.
Los hombres atajaron al animal mientras yo me arrodillaba para ponérselas. Tras un martirio que me pareció durar horas y horas, mirando de reojo la polla rosada palpitante del dóberman, logré forrar sus cuatro patas.
—Señor López, tengo miedo –dije al atarle la última fundita. Le tomé de las manos y le miré con carita de puchero.
—Esto es lo que te mereces por puta y salida. Quieres estar con los perros, pues estarás con ellos.
—Pero no quita el hecho de que tenga miedooooo….
Se sentó en su sofá y me dijo que me acercara a él a cuatro patas, como una perra. Al llegar, me senté en el suelo sobre mis talones, acomodándome entre sus piernas. Saqué su polla sin que me lo pidiera y empecé a chupar el tronco, recorriendo sus enormes venas con mi lengua.
—Rocío, solo estábamos probándote. No vas a follar con el perro –dijo acariciándome el cabello—. Vas a practicar primero. Deja que te monte, no te va a penetrar a menos que lo ayudes. Queremos ver primero si eres capaz de soportar su peso, su fuerza. Iremos paso a paso.
Sonó el timbre. Don Ramiro fue a abrir pues se trataba de los compañeros de mi papá, que vinieron a ver cómo “la hija de Javier” se lo montaba con un perro. Cuando entraron, la sala se llenó de insultos, me decían guarradas, me tocaban el culo pero yo no podía pensar con claridad, tan solo me limitaba a mamársela a don López.
—Sigue, puta, pronto tendrás toda mi lefa –ordenó don López –. Amigos, traigan al dóberman.
Me asusté un montón, el momento estaba llegando, dios santo.
 —Rocío, ¿quién te dijo que dejaras de mamar, puta?
—Diossss… perdón, don López –dije engullendo su cipote.
—Sujétate de mis piernas, puta, el perro es fuerte. Ya lo sabes.
—¿Me ayudarán si me lastima? En serio estoy que me muero de miedoooo…
—Como sigas hablando te ato afuera y te dejamos a tu suerte con los perros.
—Perdóoon, no hablo más, perdóoon –metí la puntita de mi lengua en su abertura uretral para tranquilizarlo, no es divertido cuando don López se enoja.
Escuché cómo traían al perro detrás de mí. Saqué mi boca de su tranca y abracé la cintura del señor, pegándome contra su pelvis, sintiendo su polla palpitando entre mis senos. Creo que le di pena porque normalmente me diría que soy una tonta y que me iban a dar lo mío, pero me acarició el cabello:
—Pues parece que sí tienes miedo. Joder, me vas a dar pena y todo, marrana. Mira, si quieres, pararemos con esto y lo dejaremos para otro día. ¿Qué dices?
Le miré a los ojos. Podía frenarlo; pero ya era tarde. Mi cabeza estaba podrida, mi coñito estaba que ardía. Ellos me vieron, sabían mi naturaleza de puta pese a que no lo admitía nunca.
—Quiero hacerlo, don López.
—¿Segura, quieres que te folle el dóberman?
—Síiiii –dije volviendo para chupar su enorme pija.
—Te jodes, Rocío, no te va a follar, te dije que vamos a ir paso a paso. Hoy una montada, nada de penetración, para ir cogiendo ritmo. El día que te folle tendremos que higienizar al can, consultar con un experto o algo, no quiero que te lastimes permanentemente.
E inmediatamente sentí al perro abrazándome la cinturita. Se me erizó toda la piel, sentí algo riquísimo en mi vientre, como un pequeño orgasmo expandiéndose por el cuerpo. Puse mi colita en pompa y sentí esa carnecita tibia golpeando mi cola y a veces mis muslos, balanceándose y humedeciéndome.
Empezó a iniciar su vaivén. Su carne me daba como pequeños azotes, yo me inclinaba más para sentirlo mientras mi boca seguía engullendo el pollón del señor López. Él agarró un puñado de mi cabello y me levantó la cara:
—Quiero que te filmen el rostro mientras te monta.
En la TV de alta definición podía verme a mí misma, al dóberman tratando de entrar en mí y a mis amantes masturbándose a mi alrededor. A don López se la sacudía con mis dos manos, tratando de aguantarme los embates fuertes  del animal, tratando de disfrutar de esa película de zoofilia tan obscena en donde yo era la puta principal.
Se me hizo agua la concha como nunca e hice un esfuerzo para estimularme el clítoris con una mano mientras la otra se aferraba al pollón venoso del señor López. Era demasiado delicioso, solo faltaba que me la insertara, que su bulbo se expandiera dentro de mi coño y que me hiciera su puta, que  se corriera dentro y nos quedáramos abotonados toda la noche.
—Don López, quiero que me la metaaaaa… diosss míooooo….
—Qué puta eres, la mierda, menudo putón parió tu madre… —dijo don López, corriéndose en mi boca. Nunca se llegó tan rápido, imagino que le excitaba verme sometida por un perro. Fue brutal, me la metió hasta la campanilla nuevamente haciendo que saliera semen por la nariz, la sacó y me salpicó un ojo, cegándome, pero no me importaba, quería más así que apreté su pollón y succioné con fuerza para extraer las últimas gotitas.
Me volvió a levantar la cabeza para hablarme:
—¿Te está gustando?
—Mfffff… Síiiiii… si tan solo me follara sería lo más ricoooo…
—Qué puta es la nena –dijo un señor que se masturbaba.
—La hija de Javier está salida, me la voy a llevar a mi casa el próximo finde, joder –dijo otro.
—Te voy a llevar yo a mi mansión, ramera, voy a contratar un par de travelos para que te cosan a pollazos –amenazó el gordo.
—Pues yo tengo un perro en casa, ¿quieres estar con mi can, puta?
—Síiii, señoooor, y quiero que este perro se corra en mí como en las películasssss, diossss, don López por favoooorrrr…
—¿Lo están grabando? ¡No puedo creer que la hija de Javier esté diciendo estas cochinadas!
—Lo estamos grabando todo, jaja, venga don López, que la folle de una vez, ¡todos queremos verlo!
Llevé mi mano bajo mi vientre para agarrar esa maldita polla.  Estaba cansada de sentirla golpeándose, dándome azotes a mis carnes. La quería tomar, quería que me la metiera como a esas putas de las películas. Porque vale, lo confieso: soy una puta, una perra que necesitaba ser calmada. Pero rápidamente se acercaron para sacar mi mano de allí, a la fuerza. Don López carcajeó, me dio un zurrón en la cabeza y sentenció:
—Estás loca. Te dije que hoy no follas con el perro, hay cosas que aún tenemos que averiguar –metió su dedo corazón en mi boca. La chupé con fuerza, estaba cabreadísima y de la rabia di un mordisco.
—¡Auch! Tranquila Rocío, joder, ya tendrás tu oportunidad, lo hacemos por tu bien.
El perro empezó a ser más violento. Estaba que no podía contener sus enviones, se habían vuelto tan fuerte que tuve que atajarme de las piernas de mi amante. Era obvio que se estaba por correr y me tenía como loca el hecho que no iba a penetrarme, por eso en un último intento puse mi colita en pompa tratando de que me la ensartara sin que ellos se dieran cuenta, pero simplemente no había forma de que me la metiera.
Empezó a correrse, a lanzar gotitas que se pegaron en mi cola y en la cara interna de mis muslos. Todo dios empezaba a llegarse también, y yo en cambio tenía el coño chorreando como nunca en mi vida, rogando carne, sin poder terminar la faena.
El perro se salió de encima e inmediatamente metió su hocico para comerme la concha. Luego vi en la TV que el gordo se acercó y me separó las nalgas groseramente. En el momento que me quejaba por su forma brusca, el perro ladeó su cabeza para repasarme el culo.
—Ufffff… no puede ser tan ricoooooo… —abracé de nuevo a don López, que si no me caía.
—¿Te gusta que el dóberman te coma el culo, niña?
—Qué gustazoooo me voy a moriiiirrr… Por favor traigan al otrooooo….
—¡Qué puta es la nena!
—Cuando te haga probar mi polla vas a olvidar a los perros, cerda.
Mientras su lengua se ensañaba con mi culo, volví a estimularme el clítoris para correrme. Fue muy rico pero no era lo mismo, realmente deseaba ser penetrada por el dóberman.
Pocos minutos después, con mi cuerpo exhausto, reposando la cabeza sobre el bulto del señor López, el perro dejó de comerme las carnecitas y se fue de la sala mientras yo estaba tratando de respirar bien pues la lefa de mi amante me tapó las vías nasales.
—¿Podemos… practicar con el labrador, don López? –pregunté sumisa.
—Suficiente con los perros por hoy, Rocío, ¿no ves cómo pusiste a mis colegas? Deja de pensar tanto en ti, niñata.
—Perdón, don López –dije chupando sus huevos a modo de disculpas.
—Ufff, ve a limpiarte, guarra, cuando vuelvas te vamos a dar carne hasta que veas pollas en vez de estrellas, ¡jajaja!
—Uffff… Sí, señor, pero por favor por el culo no me hagan nada…
—No sé, no sé, ya veremos. Al menos con los dedos te quiero follar ese culito, puerca.
Don López me tomó del mentón y me metió su lengua hasta el fondo. Casi vomité del asco, más que nada por su horrible aliento a cigarrillo. Pronto sentí la mano de otro tío, agarrándome de la quijada para que abriera la boca, pensé que me iba a escupir o alguna cerdada similar, pero en realidad me dio de tomar algo muy fuerte que me quemó la garganta.
Entre dos hombres me levantaron y me llevaron de los brazos al baño, para limpiarme con manguera, esponja y jabón. Yo me dejaba hacer sin poner resistencia, estaba ida, tratando de asimilar mi nueva condición de perra. Escuchaba cómo comentaban lo cerda que me había vuelto, me hacían ver las escenas con el dóberman que filmaron con sus móviles, escuchaba cómo le rogaba para que el bicho me penetrara. Mi cerebro estaba oficialmente podrido, pero no me importaba.
Cuando terminaron de bañarme, me vendaron los ojos con un paño negro y me apresaron las manos tras la espalda con lo que pensé serían esposas.
—Venga, suficiente descanso, vamos a darte lo tuyo, putita.
—Por favor, señores, no tan duro como la última veeeezzzz…
De brazos me llevaron con rumbo desconocido. Tal vez a la sala, tal vez a la habitación de don López o al sótano. Pero sí sabía que no iba a salir de ahí durante un buen rato y que mi noche recién había comenzado. Pero ya podrían desfilar todas las pollas del mundo frente a mí, yo solo podía pensar en esos dos perros.
“Soy una chica decente” dije al aire, con mi sonrisa repleta de semen mientras esos maduros me llevaban a algún lugar de la casa para darme una tunda de pollazos que no olvidaría nunca. Me lo merecía, por burra, por tonta, por ser una calentona. Por ser una perra. Por estar convirtiéndome poco a poco en la putita de un dóberman, por estar deseando ser montada también con el labrador.
No sabía dónde estaba, pero me hicieron arrodillar. No quería quitarme la venda ni las esposas, me calentaba sobremanera no saber quién tocaba, quién metía dedos, lengua y polla. Sentía a varios hombres a mi alrededor. Se oía cómo quitaban fotos, cómo se pajeaban en mi honor.
—Te voy a preñar, puta –dijo alguien, dándome latigazos en la mejillas con su tranca.
—Pues yo te voy a reventar el culo, me importa una mierda lo que te prometimos.
—Joder, aguántense las ganas, maldita sea, el culo no lo tocaremos. ¿Quién trajo los condones?
—Seguro que todavía estás pensando en ese puto perro, Rocío.
—Pero si yo soy una chica decente – les dije sumisa, ida, fuera de mí, antes de que una larga y gruesa polla me callara por el resto de la noche.
————————-
Gracias por leerme, queridos lectores de pornografo aficionado. Si les gustó, escribiré cómo terminé concretando por fin la faena con los bichitos estos. Si no les gustó, pues perdón, lo escribí con mucha ilusión.
Un besito,
Rocío.
 
 
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es
 

 
 
 

Relato erótico: “En la estrella de la muerte” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

EN LA ESTRELLA DE LA MUERTE

La princesa Leia, aliada con la causa rebelde en contra del malvado Emperador Palpatine, tras una cruenta batalla, consigue robar los planos de la estrella de la muerte.

En su desesperada huida, camino del sistema Alderaan, es interceptada por la armada imperial en las inmediaciones del planeta Tatooine. En el último momento, la princesa consigue poner los planos a salvo en la superficie del desértico planeta, pero no puede evitar caer prisionera de las tropas imperiales.

Inmediatamente, es conducida a la estrella de la muerte, donde el destino le espera para jugarle una mala pasada…

Aquella chica era un maldito incordio. Darth Vader se estiró la túnica, ajustó los graves de su micrófono manipulando un par de diales de su pechera y entro en la sala de torturas. Como había imaginado +KP2, la flamante unidad de tortura de última generación del almirante Piett, no había conseguido nada de aquella testaruda joven.

Estaba seguro de que había robado los planos de la estrella de la muerte y pretendía llevarlos a la base rebelde con la vana esperanza de encontrar un punto débil en aquella fenomenal arma de destrucción total y antes de su detención los había escondido, pero ese montón de chatarra no había conseguido extraer ni lo uno ni lo otro de aquella valiente joven rebelde.

—¡No tiene derecho a mantenerme aquí encerrada! —exclamó la joven con la voz firme como si ninguna de las torturas que le habían aplicado hubiese causado efecto en su determinación— Soy la princesa Leia Organa, miembro del Senado Imperial. Voy en misión diplomática a Alderaan. ¡Esto es una infamia! ¡Tendrá noticias de ello el Emperador!

—¡Basta! —rugió Darth Vader con una voz grave y metálica— No hace falta que sigas con esta impostura. Sé perfectamente que apoyas a la causa rebelde y voy a conseguir que me digas dónde guardas los planos de esta nave y sobre todo, dónde está la base rebelde.

Darth Vader echó un rápido vistazo a la muchacha que se había erguido y mantenía un gesto adusto. No había nada destacable en ella. Su rostro era vulgar aunque tenía unos ojos grandes y castaños que revelaban una feroz determinación. La fina túnica blanca no podía disimular un cuerpo esbelto y voluptuoso a pesar de su juventud.

Pero lo que más le sorprendió fue lo intensa que era la fuerza en ella. Mientras se acercaba a ella amenazador, se recordó a si mismo que debía hacer un recuento de midiclorianos de los restos ensangrentados del robot de tortura.

—Princesa Leia, por última vez. ¿Dónde está la base rebelde?

Aquel hosco silencio y la mirada dura de la joven despertaron algo en él, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Quizás fuese el parecido con su ya casi olvidada Padme. Perdida de una forma absurda. ¡Perdida porque él no pudo mantener su promesa! Perdida por culpa de aquel maldito Obi Wan Kenobi que le metió absurdas ideas en la cabeza…

Sintió como la ira calentaba su cuerpo, como el reverso oscuro de la fuerza le envolvía y le proporcionaba un poder aun más extraordinario hasta el punto de sentir la necesidad de hacerle experimentar a aquella joven el terrible poder que poseía.

Con lentitud levantó un brazo y haciendo un pequeño gesto consiguió levantar a la joven por el aire a la vez que cerraba su garganta. La princesa emitió un estertor, pero no apartó la firme mirada. Tampoco se debatió, consciente de la inutilidad de toda resistencia.

—Veo que eres una mujer valiente, quizás lo que debo hacer es cambiar de táctica. —dijo Vader soltando una risa cascada.

Aflojando la presión en la garganta, pero manteniendo a la princesa indefensa en el aire con un nuevo gesto hizo que la frágil túnica volara desintegrada en mil retazos.

La joven intentó tapar su cuerpo desnudo, pero Darth Vader ya se había adelantado y la mantenía totalmente paralizada. Por fin, mientras admiraba aquellos pechos pálidos y turgentes y aquella suave mata de pelo oscuro y rizado cubriendo su pubis, vio un destello de miedo en sus ojos.

—No sé qué es lo que pretendes, cerdo, pero te aseguro que nada de lo que me hagas podrá acabar con mi determinación de liberar a la galaxia de tu oscura presencia y de la del Emperador.

—Sí, sigue así. Siento como la ira y el miedo crecen en ti. Deja que la oscuridad te envuelva y te de fuerzas.

—No me das ningún miedo, cabeza de Minock, sabandija de los pantanos de Dagobah…

Darth Vader la ignoró y dio una vuelta alrededor del cuerpo paralizado, pensando que aquella joven ganaba bastante desnuda. Sus piernas eran largas y atléticas y su culo era tan apetitoso que no pudo evitar quitarse uno de sus guantes y acariciarlo con suavidad con una mano artificial.

La joven princesa crispó todo su cuerpo al notar el contacto. Era como si algo oscuro y venenoso, como un gusano geonosiano reptara por su culo amenazando con convertir su cuerpo en una yaga purulenta.

Lo que quedaba de los labios del maestro oscuro sonrieron con malicia bajo la máscara al ver la reacción de repugnancia de la joven. Con un gesto la depositó de nuevo en el suelo, aun paralizada. Quitándose el otro guante acercó una mano sarmentosa, cargada de cicatrices de las terribles quemaduras sufridas en un mundo olvidado. Acarició la espalda y el culo de la princesa, que soportaba impotente aquella nueva tortura, recorrió con sus dedos ásperos sus pechos y pellizcó sus pezones hasta que estuvieron erectos.

Leia se mordió los labios intentando mantener el control sobre sí misma. El dolor de sus pezones y la respiración metálica e intimidante hicieron que no pudiese evitar que se le escapase una solitaria lagrima que Darth Vader se apresuró a recoger con una de sus frías garras.

El húmedo calor de la lágrima de la princesa calentó su dedo. Sintió como la fuerza corría a raudales por aquella minúscula gota y la observó hipnotizado por un instante. Aquella mujer era una amenaza, tanto por su potencial para convertirse en una Jedi como por su capacidad para parir nuevos individuos con esa enorme concentración de midiclorianos… Aunque bien pensado… que mejor aprendiz que un hijo de las dos personas vivientes con mayor concentración de esas microscópicas criaturas en la galaxia. Un hijo al que poder criar y adiestrar en el reverso oscuro de la fuerza desde su más tierna infancia. Durante unos segundos fantaseó con el poder que podría acumular aquella criatura cuando fuese adulto.

Antes de que la joven se diese cuenta, salió de su ensimismamiento y acercó sus manos con desesperante lentitud a su cuerpo paralizado e indefenso, disfrutando del terror de la jovencita. Si la concepción se producía en un entorno en el que la ira y el miedo era intensos el poder de la criatura sería aun mayor.

—Es hora que sepas que tienes mucho que aprender jovencita. —dijo Darth Vader soltando una tétrica carcajada.

Manteniendo a la joven princesa inmovilizada, se abrió la túnica extrayendo de su interior un miembro negro y brillante como la carbonita. Levantando su antebrazo hasta la altura de su cintura, puso la palma de la mano hacia arriba y fue cerrando poco a poco el puño con fuerza a medida que lo levantaba ligeramente.

La polla de Darth Vader comenzó a crecer y endurecerse al mismo ritmo hasta alcanzar un grosor y tamaño considerables.

Leia miró aquella polla negra y hambrienta palpitar en busca de su coño. Si hubiese podido, hubiese salido corriendo, pero a pesar de sus esfuerzos estaba totalmente paralizada.

Cuando Darth Vader estuvo totalmente empalmado, su atención se fijo en la joven que miraba su miembro con ojos grandes y asustados, forcejeando con sus invisibles ataduras.

Aquella joven de piel tierna y cremosa le excitaba sobremanera. Con un ligero gesto hizo que el sexo de Leia se hinchase y se volviese tan sensible que hasta una leve corriente de aire conseguía estimularlo. Con un pequeño giro de muñeca hizo que la fuerza estrujase su clítoris y se introdujese por su coño expandiéndolo hasta alcanzar el límite. La joven crispó todos sus músculos al sentir como una presencia extraña la invadía y tuvo que morderse el labio para no gritar asaltada por un intenso placer.

Aquella criatura maligna la estaba violando sin apenas tocarla y lo peor de todo es que había un lado oscuro en ella que estaba disfrutando con ello. Cuando aquel hombre sin rostro se acercó y la penetró físicamente con su enorme polla, no pudo evitar un apagado suspiro. Aquella polla era fría y grande, pero sobre todo era una inmensa fuente de placer. Cuando se dio cuenta estaba tumbada sobre la mesa de torturas con las piernas abiertas deseando más.

El general imperial metía y sacaba su miembro de ella usando sus garras para estrujar sus pechos y pellizcar sus pezones mientras la invitaba a unirse al lado oscuro de la fuerza.

Leia no tuvo más opción que rendirse al placer para poder seguir concentrada en evitar la terrible tentación de sucumbir al mal.

Darth Vader estaba satisfecho. La mujer, a pesar de resistir sus intentos para unirse a él, también en mente, además de en cuerpo, estaba sucumbiendo a la lujuria, una de las más poderosas fuentes de poder del reverso oscuro de la fuerza. Su vástago sería oscuro y poderoso.

—Hijo de puta. Nunca seré tuya. —dijo la princesa entre gemidos—Puedes torturarme. Puedes dominar mi cuerpo y convertirlo en un guiñapo hambriento de sexo, pero mi espíritu está muy lejos, con mis seres queridos.

El hombre interrumpió el discurso con dos poderosos embates. El cuerpo de la mujer, al fin libre de moverse, se retorció extasiado mientras ella apretaba los dientes y soltaba un grito ahogado.

Hacía tiempo que Leia había perdido todo control sobre su cuerpo, que se estremecía aguijoneado por intensos relámpagos de placer. En ese momento, el Lord de la oscuridad la levantó en el aire y agarrándola por aquel culo terso y cremoso y separó sus cachetes.

Con su coño aun ensartado por el enorme falo de aquel espectro negro Leia sintió como algo pugnaba por penetrar en su virginal ojete.

Tras un par de tanteos sintió como una presencia atravesaba sus esfínter sin contemplaciones. Con un alarido recibió aquella presencia ardiente mientras la polla de Darth Vader seguía machacando su coño sin piedad.

Fuego y hielo, placer y dolor. Luz y profunda oscuridad. Aquel contraste era tan placentero que tardó apenas uno segundos en correrse. Su cuerpo se estremeció su culo se contrajo dolorido y su sexo vibró estrujando la polla de Darth Vader lo que a ella le pareció una eternidad.

Las oleadas de placer se sucedían mientras Darth Vader reía con voz cascada y empujaba dentro de aquel cuerpo joven e inocente con una insistencia sobrenatural.

El control sobre la fuerza le permitía machacar a la princesa todo el tiempo que le pareciese. Le preguntó una y otra vez por el planeta donde estaba la base rebelde hasta que la joven en un momento de debilidad, asaltada por un mezcla de intenso dolor y placer, susurró el planeta Dantooine.

—¿Es cierto eso? —preguntó Darth Vader dándole dos brutales empujones.

—Sí, Sí. —respondió ella entre alaridos de placer.

—Eres una perra mentirosa. —dijo él consciente de que la princesa le mentía— Pero yo voy a decirte algo que inmediatamente sabrás que es verdad; Princesa Leia, yo soy tu padre.

En ese momento un arrasador torrente de semen inundó su coño. Entre lágrimas de dolor y miedo sintió como le golpeaban cada una de las palabras amenazando con llevarla al borde de la locura, a la vez que sentía como aquella presencia maligna inundaba e impregnaba todas su entrañas buscando echar raíces en ellas para formar una nueva vida…

Continuará…

Relato erótico: “esas amigas tan putas” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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esta historia es casi verídica hace algunos años me fui a Inglaterra a estudiar allí en Londres estuve en una de las mejores escuelas en el centro de la capital allí había gente de todas las nacionalidades polacos franceses etc.… hice muchos amigos, pero entre ese grupo había dos chicas españolas gallegas es con la que más estaba se llamaban Cloti y Fátima.
Cloti era morena con pelo largo unos 22 años y Fátima era rubia con pelo más corto. yo tenía más amistad con Cloti l ya que estaba en mi clase y siempre la acompañaba a la residencia de chicas o tomábamos un café en una cafetería que había enfrente de la escuela.
ella empezó a gustarme y se lo dije al principio me dijo que no pero cuando un día la acompañe a la escuela, la atraje hacia mí y la besé. primero se resistió un poco, pero yo no paraba de besarla y ponerla caliente besándola el cuello y la oreja. al final cedió y nos fuimos a la residencia de chicas que pude entrar ya que no había nadie en la puerta y ella me coló en su habitación.
allí la quite el jersey que llevaba y la comí las tetas. ella enseguida me bajo el pantalón y nos desnudamos. ya estábamos los dos muy calientes ella me bajo el calzoncillo lo cual salto mi poya ya excitada y empezar a comerme la poya y los cojones.
yo enseguida empezó a comerla el chocho ella suspiraba;
-así cabrón no pares cabrón que gusto- me decía- al final has conseguido lo que querías no. eres un cabrón.
-si quieres lo dejamos- dije yo.
– ni se te ocurra, si me dejas así te mato.
así la hice una buena comida de chocho, ella me cogió de la cabeza para que siguiera mientras suspiraba:
– ahahahahahah así no pares cabrón. que gusto me das- mientras la metía los dedos en el chocho.
– así zorra que ganas te tenía, voy a matarte de gusto.
– si si hijo puto fóllame, no aguanto más méteme tu poya en el coño.
así que la dije.
– toma zorra hasta los cojones.
– así así no pares de follarme, que gusto.
estábamos en plena follada cuando se abrió la puerta y apareció Fátima y nos dijo:
– pero Cloti te has vuelto loca si nos pillan nos echan por meter a un tío en la habitación y encima estáis follando a tope.
– esta es también es mi habitación. no te enfades -dijo Cloti- 0ven aquí ya verás como disfrutas con el rabo que tiene este cabrón.
– que te crees que soy como tú que tío que pillas te lo follas -le dijo Fátima.
pero yo que no estaba dispuesto a que me jodieran la follada la dije:
– tú lo que pasas es que eres una estrecha y por eso te jode que ella y yo lo pasemos bien.
– eso piensas.
– si seguro que no has follado con nadie.
entonces me dijo:
– te voy a demostrar que soy tan puta como ella cuando quiero y no soy ninguna estrecha cabrón- dijo esto y se me despeloto.
no me lo esperaba.
– bueno, que no te atreves con dos mujeres- me dijo- me parece que aquí el cortado eres tú.
la dije:
– ni hablar ven aquí y entre las dos chuparme la poya, zorras.
no se lo pensaron dos veces me cogieron la poya y empezaron a mamarla. yo estaba en la gloria. después me dijo Cloti:
– fóllala a esta puta. quiero ver cómo te la follas delante de mí. métesela en el chocho.
– si cabrón, métemela. no me dices que me corto, quiero sentir tu poya hasta los huevos.
-ya verás zorra como te follo- la dije.
– si eso quiero, jódeme bien para que veas que soy tan puta como ella cuando quiero.
se la endiñé hasta los cojones y empecé a follármela.
– así así cabrón. que gusto. rómpeme el chocho, que rico. tenías tu razón Cloti cabrón que poya tiene. cómo me folla.
– déjame un poco para mí -dijo Cloti.
– tranquila chicas que tengo para las dos, no es el primer trio que hago- después las dije: – quiero que os comáis el chocho una a la otra.
-nunca he hecho. eso es de lesbianas.
– no eres lesbiana, si no lo sientes. te va a gustar probar.
así que Cloti empezó a chupar el chocho a Fátima y ella se moría de gusto mientras Fátima me comía la poya a mí.
– así así no pares zorra- dijo Fátima a Cloti- de comerme el coño.
luego fue al revés Cloti se volvía loca:
– joder cabróna que lengua tienes- mientras ella me chupaba la poya a mí.
-ahora quiero que hagáis la tijera que es eso que folléis entre vosotras.
vamos ellas estaban tan calientes que ya no pusieron objeción y juntaron chocho con chocho y empezaron a restregarse en ellas se morían de gusto.
– me corroooooooooooooo -dijeron.
ellas se habían corrido las dos a la vez mientras se frotaban sus chochos ahora dije yo:
– os voy a dar por el culo a las dos.
– estás loco si crees que te vamos a dejar. eso tiene que doler.
– no, si sabes hacerlo.
– nunca lo hemos hecho por ahí.
– pues siempre hay una primera vez, pero primero chuparme la poya otra vez y ponérmela dura.
empezaron a comerme la poya.
– ahora ir a por algo de crema para vuestro culito.
así que trajeron algo de Nivea y empecé a darles en el recto o sea en el ojete y empecé a meterles los dedos poco a poco. le metí una a cada uno con diferente mano. ellas estaban en la gloria:
– joder- dijeron- esto es alucinante. es diferente al chocho, pero me gusta.
– pues ya verás cuando tengas mi poya dentro. tengo que dilatártelo bien para poder darte bien por el culo a las dos.
luego las metí dos dedos mientras ambas estaban a 4 patas despacio dijeron ellas:
– no os preocupéis ya verás que gusto después.
seguí así hasta meter los 4 dedos de cada mano en sus culos ya bastante abiertos y lubricados por la crema aparte antes de la crema se lo había chupado a las dos. ellas ya estaban preparadas para que las rompiera el ojete. empecé a meter mi poya a Cloti despacito.
– tranquila- la dije -acostúmbrate primero a tenerla, después no querrás sacarla.
total, que ya la tenía hasta los huevos ella se quejaba.
– que daño cabrón, sácala, me duele.
– tranquila zorra, te gustara.
empecé a moverme y a follarla y a darla más fuerte hasta que se acostumbró.
– así así cabrón me muero de gusto. Sissi, rómpeme el culo hijo puta. nunca había sentido esto que rico me corrooooooooo ahahahahahay -se corrió.
– ahora tu Fátima chúpala y pónmela otra vez dura.
Fátima me la chupo y me dijo:
– con cuidado por favor.
– tranquila te pasara igual que esta cabróna. no querrás que la saque.
así que se la fui metiendo despacio hasta los cojones cuando la tuvo dentro la dije a Cloti:
– chúpala el chocho y las tetas para mitigar el dolor.
Cloti empezó a lamerla lo cual Fátima se moría de gusto y empecé a darla por culo.
– así toma zorra hasta los huevos.
– joder que sensación más rica. no pares de darme por culo. me muero de gusto- decía Fátima mientras Cloti la chupaba el chocho y la comía también las tetas.
Fátima empezó a correrse:
– me corrrroooooooooooo o dios. me muero de gusto.
– toma zorra.
– ssisssssss i -decía Fátima.
las dos se corrieron, pero yo todavía me faltaba así que las dije:
– chicas habrá para las dos. chuparme la poya que me corro. poner vuestras boquitas y compartir mi leche como buenas putas que sois. que rico me corrrrorrro -dije yo -tomad mi leche.
ellas se rieron.
– como ves -dijo Fátima- no me he cortado.
– ya lo veo -dije yo -a partir de ahora seremos los mejores amigos y follaremos cuando queráis.
– así será y gracias a ti por enseñarnos el sexo anal. nos gusta un motón.
– de nada chicas hasta la próxima.
ya no las vi más pues ellas se fueron a España y así quedo todo. nunca las olvidare y espero que os guste este relato

Relato erótico: “El ídolo 6: ” (POR GOLFO)

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Capítulo 9

A pesar de tener todas mis necesidades sexuales cubiertas no veía el día en que por fin iba a tener a Zulia entre mis brazos y es que esa preciosa lacandona de apenas un metro cincuenta me había dejado un recuerdo imborrable. El olor que desprendía había quedado impregnado en mi memoria y lo quisiera o no recorría mi hacienda soñando con hundir mi cara entre sus pequeños pechos.

Por eso cuando Uxmal, su padre, me notificó que mi boda con ella tendría lugar al día siguiente, me sentí pletórico y deseé que las horas pasaran con mayor rapidez mientras no dejaba de recordar la noche que habíamos pasado juntos y como le había hecho el amor a través de Olvido debido a la obligación de llegar virgen al matrimonio que existía en su pueblo.

Aunque durante esas horas cada vez que apuñalaba con mi verga el cuerpo de su sustituta me pareció que era el suyo y que los gritos de placer de esa morena cuando la tomaba salían de la garganta de mi princesa, necesitaba poseerla y que fuera mi pene el que desvirgara el coño lampiño de esa monada. La experiencia de esa noche me hacía no albergar duda alguna de que Zulia sería una mujer ardiente porque no en vano se había comportado como una zorra insaciable a pesar de ser virgen. Y es que usando a Olvido como instrumento de su lujuria, me había hecho el amor con una pasión pocas veces experimentada.

«Estoy deseando oír sus berridos», suspiré más afectado de lo que me gustaría reconocer al anticipar el momento en mi imaginación mientras me duchaba.

Mi pene se me había puesto duro y me pedía que me masturbara. Justo cuando estaba pensando en hacerle caso, un ruido me hizo abrir los ojos y descubrí a Yalit  desnuda junto a mí. La curva de su embarazo me  me puso a cien y tomándola en mis brazos, la introduje bajo el agua. Al depositarla sobre el suelo, vi a la rubia arrodillarse frente a mí y sin esperar a pedir mi opinión, comenzó a jugar con mi sexo. Al percatarse que mi pene había conseguido una considerable erección con solo tocarlo, me rogó que separara mis piernas y sin más prolegómeno, sacó la lengua y se puso a lamer mi extensión mientras con sus manos masajeaba mis huevos.

«Necesitaba esto», medité mientras observaba el modo en que mi concubina  se metía mi pene lentamente en la boca.

Demostrando una pericia sin igual, los labios de mi antigua profesora presionaron cada centímetro de mi miembro, dotando a su maniobra de una sensualidad sin límites. Cumpliendo su papel de sumisa, no solo fue dulce sino que se comportó como una autentica devoradora y con una sonrisa,  no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Con él incrustado, empezó a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua presionaba mi extensión contra su paladar.

Poco a poco fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en una ordeñadora y sabedora de lo que estaba sintiendo, se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:

-¿Estaba pensando en su boda?

-Así es- respondí y extrañado le pregunté cómo era que lo había adivinado.

Entornando sus ojos, me contestó:

-Hoy he conocido a su novia y me ha hecho saber que también será mi dueña.

La alegría que manaba de respuesta me hizo saber que de algún modo, Zulia había hablado con ella y por ello tuve que preguntar qué era lo que le había dicho:

-La Madre de Reyes me ha exigido que le mime hasta que ella pueda hacerlo en persona.

 Muerto de risa comprendí  a lo que se refería y con tono duro, la ordené que cumpliera con las órdenes de mi prometida. Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.

-¡Sigue!- exclamé al sentir que mi pene era zarandeado y deseando correrme dentro de ella, le avisé de la cercanía de mi orgasmo y de mi deseo que se lo tragara.

Mi aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa. Al obtenerla y explotar mi pene en bruscas sacudidas, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca.  Era tal su calentura que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:

-¡El semen de mi rey es un manjar!-tras lo cual, riendo me pidió que le diera su recompensa.

-¡Serás puta!- exclamé al ver que se daba la vuelta y separaba sus nalgas con sus dedos.

-¡Soy la puta de mi señor y mi culo es todo suyo!

Queriendo devolverle parte del placer que me otorgaba cada día, me agaché ante ella y ya de rodillas, saqué mi lengua y con ella me puse a recorrer los bordes de su ano. Yalit , al notar la húmeda caricia en su esfínter, mi pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Su entrega azuzó mi calentura y deseando romper ese hermoso trasero por enésima vez, metí toda mi lengua en su interior y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.

-¡Estoy completa siendo la esclava de mi rey!- chilló al experimentar la incursión.

Espoleado por su confesión, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo. El chillido de placer con el que esa mujer me agradeció esa maniobra, me dejó claro que iba bien encaminado y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras ella se derretía al sentirlo. Al minuto y viendo que entraba y salía con facilidad, junté un segundo y repetí la misma operación.

-¡Necesito que me encule!- gritó descompuesta mientras apoyaba su cabeza sobre los azulejos de la pared.

La urgencia de Yalit  me hizo olvidar toda cautela y ya subyugado por la pasión, cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en ese estrecho agujero, no esperé más y con lentitud forcé como si fuera su  primera ese culo con mi miembro. La rubia, sin quejarse, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se permitió decir:

-¡Solo espero que no sea la última!- tras lo cual empezó a mover sus caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos.

Paulatinamente la presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo por lo que comprendí que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer y sería sustituido por  placer. Previéndolo aceleré mis penetraciones. La arqueóloga se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:

-¡Cállate puta y disfruta!

Como su dueño, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.

-¡Ya lo hago!- aulló complacida  al sentir el rudo modo con el que la estaba empalando.

Fuera de mí y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas mientras seguía usándola. Esa nalgada exacerbó su calentura y ni siquiera esperó a que menguara el dolor que escocía en su cachete para decirme:

-¡Quiero más!

Recordando lo mucho que esa zorra disfrutaba de los azotes, decidí complacerla y castigando alternativamente ambas  nalgas, marqué con golpes el ritmo de mis incursiones. Dominada por la pasión y comportándose como una fiel sumisa, la profesora esperó con ansia cada nalgada porque sabía que a continuación mi estoque apuñalaría su trasero y dejándose llevar, me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris.

Tanto estímulo terminó por colapsar todas sus defensas y casi llorando me informó que se corría. Su desahogo  fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos, tras lo cual y sin dejar de abrazarla me dejé caer sobre la ducha. Fue entonces cuando la que en otro tiempo había sido mi adusta profesora se incorporó y arrodillándose ante mí, comenzó a pedirme perdón por lo que había hecho.

-No te comprendo-  murmuré sin saber a qué se refería.

Con dos gruesas lágrimas surcando sus mejillas, respondió:

-Su prometida quería ver cómo me sodomizaba.

Estaba a punto de contestarle cuando de pronto, escuché:

-¡Es verdad mi rey!

Al girarme y mirar quien hablaba, descubrí a Zulia sentada tranquilamente en el lavabo. Confieso que me quedé pasmado y que no supe qué decir al observar  la sonrisa que lucía en su rostro pero comprendí que al menos no le había molestado el ser testigo del modo tan violento con el que enculado a esa mujer. Muy al contrario, la expresión de su cara y el brillo de sus ojos me revelaron que no era disgusto sino deseo lo que manaba de ellos.

-No podía esperar a verle en acción- comentó un tanto avergonzada – desde que estuvimos juntos,  no he parado de soñar en la noche que mi amado me hiciera mujer.

Si sus palabras eran suficiente elocuentes, más aún lo fue verla acercarse a mí maullando y sin esperar mi consentimiento, observar a esa joven arrodillarse ante mí.

-¿Qué estás haciendo?-  pregunté impresionado por la sensualidad de sus movimientos.

-Sé que va contra las normas de mi pueblo pero no me veo capaz de aguantar una noche más sin ser suya. Ansío probar su virilidad- contestó al tiempo que acercaba su boca a mi verga.

Mi pene reaccionó como impelido por un resorte y a pesar del poco tiempo que hacía desde que me había corrido, se irguió orgulloso ante la perspectiva de ser usado por ella.

-No debemos- mascullé a la defensiva y viendo que no se detenía, me levanté de la cama.

-¡Por favor! ¡Lo necesito!- protestó con tristeza.

-Tenemos que esperar a la boda- insistí.

-No puedo aguantar otra noche- replicó a moco tendido.

Yalit , hasta entonces había permanecido al margen y comprendiendo que estábamos en un callejón sin salida, decidió intervenir:

            -Hay otra solución.

            -¿Cuál? –preguntó mi princesa totalmente angustiada.

            La rubia, que era conocedora de la función de Olvido en el Hotel de Tuxtla, se acercó a la morenita y pasando una mano por su adolorido esfínter, la impregnó con mi semen y se la dio a probar diciendo:

            -Aquí tienes la esencia de nuestro rey.

            Durante unos instantes la dulce lacandona se quedó pálida pero ante la insistencia de mi concubina abrió sus labios y tímidamente comenzó a lamer los dedos impregnados que le ofrecía, para acto seguido lanzarse como una obsesa a dejarlos limpios

            -No se preocupe tengo más- Yalit  murmuró muerta de risa al ver la cara de tristeza de la joven. Corroborando sus palabras, se tumbó sobre la cama y separó con sus manos sus dos cachetes para así mostrarle su ojete rebosante de mi semilla.

 Zulia me miró pidiendo mi aprobación.

-Yalit  es de los dos- comenté dando implícitamente mi permiso.

Dudó durante unos segundos antes de arrodillarse entre sus piernas y viendo que no me oponía, agachó su cara y comenzó a devorar con auténtica ansia los restos de mi eyaculación que brotaban del interior de la rubia.

-Gracias amado mío- repetía una y otra vez mientras daba lametazos cada vez más profundos en el forzado ojete de la sumisa.

            Esa continua estimulación provocó los gemidos de Yalit  y eso lejos de contrariarla, la azuzó a seguir hurgando con su lengua dentro de ese trasero. Por ello antes que mi prometida hubiese conseguido recoger toda mi semilla, observé que se acercaba el orgasmo de la arqueóloga y sabiendo que no iba a poder frenar mucho más mi propio apetito, decidí dejarlas solas mientras ordenaba a mi esclava:

            -Consuela a la que va a ser tu dueña.

            La rubia comprendió mi orden y cambiando de postura comenzó a besar los diminutos pechos de la chavala. Viendo que esta no se oponía, salí de la habitación…

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