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Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Antonio) Parte 4” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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Cuando volvimos pasado un tiempo la relación mejoro un poco ya Diana me permitía tocarla y meterle mano me dejaba tocarle su coño y masturbarla tocarle esas ricas tetas ella me cogía la polla y me masturbaba hasta hacerme acabar igual yo todo eso lo hacíamos cuando estábamos solos yo le pedía que me hiciera sexo oral pero decía que no que le daba asco meterse un pipi en la boca, después de que la vi hacer de todo con sus familiares a mí me decía que no eso me enojaba y pues penetrarla menos decía que no estaba lista para tener relaciones, eso me frustraba me hacía sentir mal.

En esa época empezaba hacerse popular los teléfonos celulares en el país yo ahorrando logre conseguir uno y a mi novia sus padres le regalaron uno para estar más pendiente de ella.

Un día Diana me había dicho que iba estar sola su casa para que fuera ella salía del colegio a las 12pm y yo no tenía clases en la universidad sabía que ella llegaría a eso de las 12:30pm a su casa a así que la llame a esa hora me dijo que llegaría en 5 min que me llamaba apenas estuviera en su casa para que fuera eran como las 12:45pm y no recibí llamada alguna decidí ir a ver cómo vivimos cerca me fui caminando en 5 minutos llegue afuera de su casa estaba el carro que le asigna la empresa al padrastro de Diana, me quede extrañado pues me dijo mi novia que no habría nadie, me acerque a la casa que tiene una reja con unos muros bajos y dentro de ellos un pino pequeño que casi cubre una de las ventanas del frente de la casa con cuidado me observe por ella entre las cortinas pude ver la sala a mi suegro junto a el sofá no veía a mi novia, de repente mi suegro se empieza a desabrochar e pantalón a quitárselo junto con su camisa y ropa interior quedando desnudo en medio de la sala en ese momento veo bajar a mi novia por las escaleras de la casa llevaba su uniforme del colegio zapatos negros, medias blancas hasta las rodillas, una faldita azul oscuro amplia más arriba de sus rodillas que le llegaba hasta la mitad de esos carnosos y deliciosos muslos una camisa blanca manga corta con todos los botones abiertos a excepción del que le queda cerca de su cuello toda abierta dejando ver ese par de tetas grandes bien paradas suaves al tacto con sus pezones rozados perfectos en punta, con su carita de niña buena e inocente, su par de trencitas toda una lolita que la naturaleza doto con un cuerpo de escándalo.

Diana: papi ya me quité el sostén y me dejé el uniforme como te gusta.

Padrastro: si mi nenita que linda adolecente tengo en la casa, ven que tu papá te va dar lo que te gusta.

Mi novia se acercó a su padrastro este la tomo de culote con una mano se lo amaso a gusto con la otra le cogió una tetota se la apretó le estiraba el pezón mientras la besaba y le metía la lengua en su boquita carnosa, la cual recibía gustosa con sus ojitos cerrados, su padrastro le dijo:

—ven.

Se sentó en el sofá desnudo con las piernas abiertas mi novia se arrodillo entre ella con su manita tomo la polla de su padre la empezó acariciar esta empezó a cobrar vida se puso toda morcillona hasta alcanzar sus 20cm dejando ver esos huevos grandes y peludos los cuales empezó acariciar mientras le lamia todo el tronco desde las bolas hasta la punta la cual empezó a darle besitos hasta que se metió esa cabezota en la boca y empezó a chupar, mi suegro empezó a retorcerse de placer estuvo un rato haciéndole una mamada de campeonato. Su padrastro la detuvo y le dijo….

—Para putica me vas hacer venir, ven quiero que te sientes en mi verga.

Mi novia se paró le dio la espalda se levantó la falda dejando ver ese maravilloso culo redondo grande con ese par de nalgas gorditas perfectas y firmes por su juventud, tenía puesta una tanguita blanca muy pequeña que se le metía por el culo, apenas le cubría chochito apretado carnocito que ya estaba empapado su tanguita estaba toda mojada, mi novia se la corrió a un lado dejando ver su vulva y se empezó a sentar sobre el tronco de su padre solo veía como se le empezaba a estirar su vaginita a todo lo que da mientras gemía metiéndose toda esa vergota de golpe….

—Aahhh putica me vas a matar como aprendiste a coger así….

—Te gusta papi….

—Si puta síguete moviendo.

Diana cabalgaba a su padrastro mientras este se aferraba a su cintura y su culo se lo apretaba le daba nalgadas estuvieron un rato así cogiendo, ver como mi novia se comportaba como una puta me excitaba decidí tomar mi celular y llamarla a ver que me decía, su celular se encontraba en la mesa de la sala solo timbraba, pero ellos seguían como si nada, le insistí varias veces hasta que mi suegro le dijo….

—Contesta de una puta vez que me tiene loco ese timbre…

—no papi es Antonio….

—Contéstale a ese cornudo y decile que estas ocupada….

—Entonces voy a dejar de cabalgar papá para poder hablar con el….

—No puta vos no paras seguí moviéndote.

En esas veo que mi novia estira su manita recoge el teléfono y me responde con vos agitada y disimulando….

—Hola amor….

—Hola mi vida como estas….

—Bien amorcito….

—No me llamaste….

—Es que mi papá vino a la casa a almorzar pues estoy ocupada con él por eso no te llame….

—Te encuentras bien….

—Si porque me preguntas….

—Es que suenas extraña como agitada…

—es que estoy atendiendo a mi papá con la comida, le estoy dando de comer….

—A ok me avisas cuando se vaya para yo ir….

—Hay amor lo siento creo que no voy a poder tengo mucha tarea estoy muy ocupada te hablo en la noche….

—Pero bebe yo quería estar contigo….

—Lo siento amor estoy muy ocupada no puedo más.

Me colgó justo en ese momento soltó un alarido de placer y se vino toda, mi suegro le dijo….

—Aaahh puta como te venís me exprimes la verga aaahhh.

Yo solo pensaba lo puta que es mi novia diciéndome que le daba de comer al papá y que comida se estaba pegando mi suegrito con ese suculento pedazo de hembra que se estaba comiendo, me sentía poco hombre con miedo, con el pene duro totalmente excitado de ver como mi amada novia me ponía los cuernos con mi suegro.

Siguieron gimiendo de placer luego estiro sus manos la agarro de ese par de tetas que se le hincharon de la excitación tenia los pezones brotados y la cara de puta perdida la trajo hacia el así ella con la espalda sobre su pecho con las tetas apretadas se empezaron a besar con lujuria, luego su querido papi la volteo y la hizo cabalgar de frente mientras le manoseaba las tetas y se las chupaba estirándole los pezones, mi novia solo gemía como una puta perdida, ya estando los dos alcanzando el éxtasis del placer la hizo descabalgar la puso en cuatro apoyando sus manos en el respaldo del sofá subiéndole la falda hasta la cintura y bajándole la tanguita a medio muslo le reacomodo ese delicioso par de nalgas dejándolas paradas ofrecidas con facilidad mi niña solo sonreía pícaramente mirándolo entonces este agarro su enorme polla y se la clavo toda por el coños que le empezó a chorrear la cogió con todas sus fuerzas le dio durísimo mi pobre novia solo gemía de placer pidiendo más que le dieran más duro ya su padrastro no pudo más y en medo de un grito le empezó a llenar el coño a mi novia mientras esta tenía un brutal orgasmo que le puso los ojos en blanco con la mirada perdida del placer que recibía mientras los testículos de mi suegra se movían en espasmos llenándola de leche….

—Aaahhh puta como te corres mucho mejor que tu mamá me estas exprimiendo toda la vega aaaahhh.

Luego cayeron sobre el sofá mientras mi suegro le sacaba la polla morcillona de su abierto y babeante vagina que le escurría una gran cantidad de leche….

—Gracias papi me dejaste muerta voy a tener que descansar un rato….

—Ok bebe yo voy a ducharme y a ir al trabajo no me puedo demorar mucho acá.

Le dio un beso apasionado el cual ella correspondió, cogió su ropa y subió al segundo piso mi novia quedo tirada en el sofá un rato luego se subió su tanguita y fue al segundo piso solo vi que iba con una cara de placer y una gran sonrisa.

Me fui a mi casa totalmente caliente la verga me dolía entre a mi habitación cerré la puerta con seguro, solo recordé la cogida que le metió mi suegro a mi novia y me vine a chorros sintiéndome el más cornudo de todos.

Antonio: ahí confirme que el padrastro de Diana se la estaba cogiendo cada vez que podía y tenía el fetiche de cogérsela con su uniforme de colegio.

Steven: no mi suegro se dio un gran festín con mi mujer cuando estaba en el colegio y quien sabe cuánto tiempo más, espero que no me la vaya a seguir cogiendo ahora que está conmigo.

Antonio: esperemos que no jejejeje.

Bueno les sigo contando lo que paso en otra ocasión esta vez la vi con un amigo supuestamente un muy buen amigo que me la cogió toda y creo que por un buen tiempo fueron amantes.

Yo estaba cerca de cumplir los 19 años nos reuníamos con los amigos a pasar el tiempo ir a cine de paseo o a tomarnos unas cervezas en la casa de alguien por lo general era en la caza de Fabián ya que la mayor parte del tiempo permanecía solo.

En una de esas ocasiones nos reunimos todos en casa de Fabián a tomarnos unos tragos y escuchar música, estábamos Dana, Leandro, Fabián y las parejas Alejandra, José y Diana y yo, mucha cerveza y música la pasábamos bien llego la media noche ya todos estábamos perdidos por el alcohol yo notaba a mi novia muy alegre y coqueta especialmente con José debo decir que él es una persona alta bien parecida a las mujeres les gusta mucho siempre con una actitud sobradora y de ser el alma de la fiesta tenía un ego muy grande y con su apariencia eso le daba más alas era de esas personas con esa personalidad arrogante era mi amigo porque nos conocimos desde muy niños creo que solo por eso lo aguantaba.

Notaba esa coquetería y creo que José se daba cuenta y no perdía oportunidad para coquetearle el también y hacerse lucir frente a ella Alejandra no se daba cuenta de eso estaba muy borracha para rematar Fabián saco una botellita de ron y la repartió entre todos eso fue el acabose eso dejo fuera de combate a más de uno José y yo lo resistimos bien sobre todo el yo quede muy mareado las mujeres quedaron sin poder parase Leandro quedo dormido y Fabián se puso mal como con ganas de vomitar.

Estábamos mal en una de esas Fabián no aguanto y como pudo salió corriendo al baño del primer piso de su caza, Dana fue tras de el a ayudarlo como estaba tan borracha solo cayo al lado de el sin poder pararse, Alejandra al ver eso también se descompuso como pudo llego al mismo baño a vomitar Dana solo la sostenía del cabello, los demás sonreíamos divertidos sin poder pararnos yo ya empezaba a cabecear y a quedarme dormido entre sueño y despierto alcanzo a escuchar a mi novia decirme voy al baño de arriba y José dice yo la ayudo alcanzo a ver que el la ayuda a levantar y la lleva por las escaleras ahí pierdo el conocimiento por 5 minutos me despierto algo alterado al recordar esa última imagen miro en la sala no estaba mi novia y José, solo veía a Leandro dormido en una silla y a Dana, Alejandra y Fabián tirados en el piso del baño dormidos, como pude me pare y subí hacia el baño no los vi ahí mire la habitación de Fabián y tampoco estaban ahí de repente escuche un gemido que venía de la habitación de los padres de Fabián el pasillo que da a la habitación estaba totalmente oscuro por lo cual no me vieron llegar mi novia estaba sobre la cama boca abajo con su jean y su tanga en los tobillos y José atrás de ella abriéndole esas apetitosas nalgas con las manos y metiendo su cabeza entre ellas lamiéndole el coño y el culo a placer, ya estaba chorreándose mi novia.

No podía creer lo que veía mi novia poniéndome los cuernos otra vez y con mi amigo que supuestamente nos conocíamos desde niños y ahora me traicionaba se estaba empezando a coger a mi novia lo maldije en mi mente, pero me quede quieto escondido en la oscuridad dejando que se beneficie de mi adorada y rica novia.

—José que rico me comes el culo y el coño Joselito seguí así….

—Que rica estas putota no puedo creer que seas novia del imbécil de Antonio estas muy buena como para estar con el….

—No te pongas celoso mi Josecito que podemos compartir cada que quieras te puedo dar todo mi cuerpecito, pero mi corazón es de mi Antonio a él lo amo….

—Bueno perrita, pero entonces todo ese delicioso cuerpo será mío cuando quiera….

—Siiii papacito.

José le termino de quitar el pantalón con su tanga, le quito la camiseta le quito el sostén apenas vio ese enorme par de tetas perfectas con esos pezones rosas parados se relamió los labios y le dijo…

—que tetas tan rica tenés mamacita ni comparación a los de Alejandra que los tiene chiquitos vos estas más buena que ella mil veces….

—En serio te gusto más….

—Si puta te voy a coger por siempre.

Le cogió ese par de tetas con las manos y se las empezó a chupar como recién nacido queriéndoles sacar leche, luego se separó se empezó a sacar la ropa cuando quedo en bóxer se le veía un bulto impresionante, mi novia solo le miraba ese bulto con cara depravada de puta sedienta por verga José se quitó el bóxer dejando ver una polla parada descomunal de 23cm gruesa como brazo de bebe con unas pelotas grandes como pelotas de ping pong toda depilada blanca con una cabeza grade rosada surcada por unas venas gruesas, mi novia al ver eso se le hizo agua la boca le dijo:

—ven que me muero de ganas por chupártela.

Mi amigo se acercó Diana la levanto dejándole al descubierto ese par de pelotas empezó a pasarle la lengua y a chuparlas glotonería dejado caer esa barra de carne sobre su linda carita, se veía descomunal ese pedazo de verga sobre el rostro de mi novia empezó a lamerle todo el tronco hasta llegar a la cabeza la cual se metió y empezó a chupar con un mete y saca acelerado se deleitaba con ese pedazo de carne en su boca….

—Como la chupas, puta, eres una puta profesional si seguís así me vas hacer acabar….

—No todavía no hasta que me la metas quiero sentir todo eso dentro de mí.

José la acostó en la cama la abrió de piernas las puso en sus hombros se agarró ese monstro de verga y se lo empezó a estregar sobre ese coño chorreante solo gemía hasta que le puso la punta cabezona en la entrada y empezó hacerle fuerza su cuquita apretadita se empezó abrir recibiendo ese invitado sus paredes se estiraban de manera impresionante mi novia solo se quejaba y gemía de placer cuando le había metido la mita de la verga en la concha paro y le dijo….

—Alejandra solo me deja meterle la mitad dice que le duele mucho si le meto más, pero yo creo que tú eres una grandísima puta y puedes con más….

—Siiii meeteemelaaa todaaa hastaaa laaass pelotaaass….

—Que puta eres pobre Antonio.

Luego de decir esto le enterró toda la verga de un solo empujón mi pobre novia solo se quedó muda con los ojos y la boca abierta al máximo con una expresión de sorpresa de una muy grata sorpresa y le dijo….

—Siiii mi amoooor que grande eres empezate a mover por favor….

—Toma puta.

Le empezó a bombear el coño a mi novia gozaban a gusto solo gemían se besaban, le besaba el cuello, le chupaba las tetas le apretaba el culo estuvieron un rato así hasta que José se acostó y mi novia como una campeona lo monto y lo empezó a cabalgar mientras este le apretaba las tetas le cogía el culo y le daba nalgadas, mi dulce novia solo sentía placer tenía la mirada perdida empezaba a tener un orgasmo se dejaba hacer….

—Que rico como me aprietas la verga ni comparación a la de Alejandra esto si es una delicia sentirla toda adentro de una concha tan apretada y jugosa, mierda siento esos espasmos como me la aprieta puta aaaahhh.

Yo solo veía en la oscuridad del pasillo con la verga afuera dura haciéndome una paja extremadamente placentera disfrutaba viendo lo que me hacían, sintiéndome engañado con miedo a perderla con una calentura y una excitación que no me cabían en el cuerpo mientras mi novia como la más puta de todas montaba como la mejor a uno de mis mejores amigos poniéndome unos grandes cuernos.

La tuvo un rato así hasta que se la saco la puso en cuatro le abrió esas redondas nalgas le puso la verga en su vagina babeante al sentir eso mi novia arque la espalda parando ese hermoso culo grande y José solo se la dejo ir toda mi novia solo metió un grito José solo se agarró a sus caderas y la empezó a clavar la bombeo duro como desquitándose con ella mi amorcito solo gemía de placer con la cara perdida sus ojos se empezaron a ir para atrás empezó a venirse otra vez José al sentir como le empezó a exprimir la polla no aguanto….

—Puta me estas ordeñando te voy a llenar el coño de leche que es bastante….

—Si lléname toda la quiero toda adentro aaaahhh.

José le empezó a llenar el coño a mi novia esas enormes pelotas se movían en espasmos surtiéndole leche a mi amorcito quien paraba ese culo para recibirla toda, se la dejo toda adentro ya por sus piernas empezaba a chorrear semen.

Yo me vine a chorros en medio de la oscuridad en el suelo de aquel pasillo oscuro sintiendo mucho placer total mente arrepentido de dejar que se cogieran a mi novia, pero en silencio sin hacer nada, José le saco el pene a mi novia y la levanto rápido le dijo…

—ven no vayas a manchar la cama.

La levanto rápido de ella le dijo:

—vístete que no nos vayan a ver…

—si amor que rico te sentí esto lo vamos a repetir cierto…

—claro putica me aguantaste toda la verga y estas muy rica claro que esto lo vamos a repetir muchas veces vas a ser mi puta favorita.

Baje a la sala sin hacer ruido todos estaban dormidos me senté en una silla y me hice el dormido 5 minutos después bajaron José le decía en voz baja:

—ves todos están dormidos tu cornudito también nadie se enteró.

Después escuche a Diana llamándome tratando de despertarme…

—amor ya despierta llévame a casa que ya es muy tarde.

Solo desperté y le dije que si vamos te llevo salimos de la casa no sin antes ver una gran sonrisa en la cara de José.

Diana ya empezó a cambiar en ocasiones se desaparecía me decía que estaba ocupada o me sacaba alguna excusa para no verme también me enteraba por Alejandra que José también se le perdía en ocasiones de seguro estaba con mi novia cogiéndosela.

La relación duro un año más aguantándome sus engaños con su tío, primo, padrastro, quien sabe con quién más.

Todos en medio de la sala escuchaban el final de lo que les contaba Antonio con unos bultos en los pantalones llenos de excitación y morbo por saber más.

Steven: uff que fuerte eso, solo espero que no me pase.

Antonio: si, pero ya eso es pasado y si fue duro.

Adrián: con José, a mí también me engaño con el cuándo salía conmigo.

Steven: no espero que no se meta con el ahora.

Adrián: pues no hay que darle oportunidad a que se queden solos jajajaja y si eso les parece fuerte déjenme contarles mi experiencia con Diana, solo espero que guarden el secreto porque no quiero que se enteren lo que paso conmigo.

Intrigados Steven y Antonio se miraron y todos estuvieron de acuerdo de que lo que se hablara ahí era secreto eso si no sabían si Leandro quien espiaba también lo haría.

¿Continuará?

Recibo críticas y comentarios.


Relato erótico: La señora (Jueves, el pago) POR RUN214)

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Estaba de pie frente a Zarrio, el encargado de las caballerizas y marido de su ama de llaves.
-Le di esto a Elise. ¿Por qué has obligado a tu mujer a devolvérmelo?
-Es dinero.
-Sí, es mucho dinero. Se lo di a ella por un favor que me hizo a cambio.
-Dejarse follar por su marido no es un favor, Señora Brucel.
Bethelyn se quedó de piedra. Sintió un calambrazo en el estómago como si acabase de tragar un vaso de amoniaco.
-¿Te ha contado Elise…?
-Por supuesto que me lo ha contado. Me pidió permiso para ir a su dormitorio. Me dijo que usted la obligó a hacerlo.
No estaba muy confundido su criado. Acosó a su mujer todo el día intentando convencerla. Como ella seguía reticente terminó por asustarla con el fantasma del despido. Nunca se desharía de su ama de llaves y no estaba orgullosa de haberla amenazado con aquello pero a veces situaciones difíciles requieren medidas desesperadas.
-¿Qué te ha contado tu mujer?
-Me lo ha contado todo. Incluido que usted y ella se lamieron el coño. ¡Vaya par de cerdas!
No se lo podía creer. Se supone que debía quedar en secreto. ¿Por qué cojones tuvo que contárselo al paleto de su marido? Además no era necesario darle ese tipo de detalles.
-Aun así, insisto. Quedaos con el dinero. –Titubeó.
-¿Es para aliviar su conciencia o para comprar nuestro silencio?
-Ambos. –Cortó Bethelyn tajante.
-Pues guárdeselo. A mi no me comprará con dinero.
-No quiero ofenderte ofreciéndote dinero, solo pretendo…
-Tendrá que comprarme con otra cosa.
-¿Q…Qué?
-Le dijo a mi mujer que usted no le pedía nada que no estuviera dispuesta a ofrecer. Pues bien, ofrézcamelo.
Tiró al hombrecillo como quien mira lo que acaba de caer del culo de un perro. No estaba segura de lo que le estaba proponiendo. ¿Aquel sucio empleado de cuadras quería follar con ella, su señora? Le señaló con el dedo antes de escupir sus palabras.
-¿Pretendes que me acueste contigo… en tu cama?
-¿En mi cama? No, no, de acostarse nada, lo que quiero es follarla a usted aquí, a 4 patas como una yegua.
Bethelyn parpadeó varias veces. Pasó la mirada por la cuadra donde había encontrado a su criado. Un establo de madera mal oliente con varios compartimentos para caballos. Se encontraban en uno de los compartimentos, un recinto cuadrangular con espacio para 2 animales con el suelo repleto de paja y olor a mierda. Arrugó la cara como si fuera a escupir.
Dio 2 pasos dejando tras de si la puerta que cerraba el habitáculo.
-¿Ponerme a 4 patas como una perra en un establo maloliente para que me monte un miserable criado que huele a culo de caballo? ¿Con quién coño te crees que estas hablando?
-Con una zorra que se lame el coño con mi mujer. Me limpio el culo con su alta alcurnia y la de su marido. Creen que pueden hacer lo que quieran con la gente humilde. Pues yo también puedo. Así que deje de hacerme perder el tiempo. Quítese el vestido o lárguese y aténgase a las consecuencias cuando cuente lo que sé de usted.
La boca abierta, las cejas levantadas, los ojos parpadeando sin cesar, a punto de mearse en las bragas. Ese hombrecillo no era un ser inteligente. Jamás había dado muestras de merecer ningún cargo de responsabilidad. “Encargado de cuadras” era un eufemismo para definir su cargo de “limpiador de estiércol caballar”. ¿Sería posible que el más insignificante de sus criados estuviera en disposición de chantajearla?
-No te atreverás… soy tu señora… -Titubeó -Te pido de rodillas…
-Pídamelo a 4 patas.
Bethelyn le rogó, le amenazó, le insultó e incluso le escupió, pero minutos más tarde su vestido caía al suelo dejándola en bragas y camisola.
-Joder que ancas tiene señora. Enséñeme las ubres, destápese.
Obedeció sacándose la camisola por la cabeza. Sus tetazas pendularon antes de ser atrapadas por las zarpas del caballerizo.
-Mmmmff, menudas ubres que tiene señora. Con esto sí que habrá alimentado bien a su potrillo, el señorito, ¿eh?
El señorito, el cabrón violador del señorito. Bethelyn se mordió la lengua, y la siguió mordiendo cuando la mano del criado se metió bajo sus bragas y rebuscó entre su bosque negro y cuando se las quitó de un tirón.
-Menudo coño que tiene usted señora. Esto si que es una yegua como Dios manda.
-Ten más cuidado, me haces daño.
-Vamos, póngase a 4 patas, potranca. Que ganas tengo de montarla.
-No seas tan cortés.
-¿Cómo?
-Nada.
-No se le ocurra soltarme una coz, ¿eh?
-¿También vas a mirarme los dientes?
-¿Cómo dice?
Tan espabilado para follarse a su señora y tan corto para todo lo demás. Sucio, mal oliente, haragán ¿Sabría leer aquel hombre? ¿Cómo era posible que una mujer de la valía de Elise hubiese acabado casada con ese gañán ignorante?
Se colocó a 4 patas sobre la paja y sintió la polla caliente del caballerizo deslizarse entre sus piernas y sus nalgas mientras sus manos la acariciaban más como una yegua que como una mujer. ¿Como había llegado a esto? Se iba a dejar follar por el limpia cuadras.
El metesaca no se hizo esperar. Al menos no le hacía daño al follársela. Lo peor era oírle.
-Cabalga jaca, cabalga. Vas a relinchar de gusto cuando acabe. Dios, si fuera tu marido.
La escena era de lo más dramática. El marido de Elise, la sostenía por las caderas mientras la follaba. En un momento de excitación la había agarrado del pelo como si de una rienda se tratase. Tiraba hacía él, obligando a la mujer a echar la cabeza hacía atrás. La polla del hombre entraba y salía sin parar, sus tetas se balanceaban adelante y atrás mientras soportaba el calvario estoicamente. Alguien dijo:
-Papá, ¿Qué haces?
El grito de la mujer se oyó en todo el establo. Dio un bote y se colocó con la espalda en la pared. Frente a ella, en el quicio de la puerta, acababa de aparecer un joven imberbe. Se acurrucó en el suelo intentando tapar su desnudez con las manos.
-¿Quién es esa mujer, papá?
El hombrecillo y padre del intruso miraba con asombro el lugar donde otrora se encontrara el cuerpo de su señora. Conservaba las manos en el aire en la misma posición que cuando la sujetaba por las caderas. Miró a su hijo, después a Bethelyn y después otra vez a su hijo.
-Quien va a ser. Pues la señora Brucel. ¡Me la has espantado!
El zagal abrió los ojos como platos y se puso colorado cuando la reconoció.
-¿S…Señora Brucel?
-¡Fuera de aquí! Vete.
-De eso nada. El chaval se queda que para eso es mi hijo. Además, el también tiene derecho a follar.
-¿Queeee?
La pregunta la habían formulado al unísono la señora y el hijo del caballerizo que miraban al hombre todavía de rodillas.
-Mira hijo, tú ya tienes edad de follar así que hoy te vas a estrenar.
-Ni hablar. No pienso dejarme follar por este mequetrefe.
-Mi mujer folló con usted y su marido. Ahora usted follará con nosotros 2.
-¿Q…Que mamá follo con “Los Señores”?
Bethelyn se golpeó la frente con la palma de la mano. Iba a matar al bocazas de su criado. Levantó la vista y miró de nuevo al zagal. No se parecía en absoluto a su padre. Pelo y ojos claros, espigado, nervudo. Todo lo contrario que su padre. Bajo, rechoncho, moreno de piel, pelo y ojos y sumamente estúpido. El chico no había heredado nada de su padre. ¿O tal vez sí? Sopesó la situación antes de tomar una decisión.
-Está bien. Está bien. Tú ganas. Me dejaré follar. Total, puestos ya. Pero acabemos de una vez, no quiero que se entere nadie más.
Se destapó las tetas y abrió ligeramente las piernas.
-Jodd…dder, que tetas más grandes.
-Sí, tu madre también las tiene así. –Contestó su padre ufano.
-¿Mamá también las tiene así de grandes?
-Y el coño. Son iguales. Mira.
Lesmo, el ayudante e hijo del encargado de cuadras, se acercó y miro a la mujer babeando. Se arrodilló frente a ella durante un rato, después estiró los brazos para acariciarle las tetas.
-Que calentitas. Y que blanditas.
Bethelyn se dejó hacer con la cara roja como un tomate mientras el adolescente le amasaba sus tetas como si fueran masa de pan.
-Tu madre y ella se lamiscaron el coño.
-¿Q…Queeé? ¿Por qué?
-No sé. Me lo contó tu madre. Creo que es para comprobar si están en celo. Las yeguas también lo hacen.
-Señora, ¿Mi madre y usted se lamiscaron el coño?
Abrió la boca formando una O de sorpresa. Ese bocazas limpiador de cuadras mejor estaba calladito. Se puso más colorada de lo que ya estaba pero no contestó. El muchacho por su parte miró el coño de la mujer con más detenimiento y tras una breve reflexión acercó su lengua al pubis. Lo olió, sacó la lengua y la pasó por encima del vello púbico.
-No entiendo como a mamá le gusta hacer esto. Me he raspado la lengua.
Volvió a lamer a su Señora mientras su padre le miraba fijamente, pensativo, con la cara contraída. Parecía que estaba resolviendo mentalmente una raíz cúbica de 6 dígitos. Su frente estaba tan arrugada que ambas cejas se juntaban en el centro.
-Hijo, creo que no lo haces bien. Me parece que debes lamer el botoncito.
-Ah,…
Realizó un nuevo intento. Esta vez se entretuvo mas tiempo lamiendo. Bethelyn le miraba atónita mientras el padre seguía con el mismo rictus facial. Había entrecerrado los ojos y apretado el mentón. Sus brazos estaban cruzados con las manos bajo las axilas. La raíz cúbica debía tener por lo menos 9 dígitos ahora.
-No hijo, ese botón no. Eso es el ombligo. Tienes que lamer mucho más abajo, donde está el agujerito.
El muchacho levantó la cabeza perplejo.
-¿Mi madre le lamió ahí? –Bethelyn tragó saliva y asintió con la cabeza sin mirarle a la cara.
Se puso tensa cuando el muchacho realizó un nuevo intento. El mozo vio su cara de horror, por lo que dedujo que algo no debía hacer bien. Su padre seguía observando paciente.
-Ese agujero no. Eso el es culo. Tienes que lamer dentro de la raja.
-¿Dentro de la raja? ¡No me jodas!
-Ande señora, dígale donde para que acabemos antes.
Roja como un tomate maduro. Colocó 2 dedos a cada lado de sus labios vaginales y los separó. Apareció entonces una zona rosada que provocó la cara de sorpresa del chico.
-¿Estas seguro papá?
Su padre dudó y miro a la mujer que asintió ligeramente con la cabeza. La iban a follar 2 patanes ignorantes.
Por fin el zagal lamía en el sitio correcto. En el sitio correcto y alrededor del sitio correcto. Dentro de lo humillante que estaba siendo al menos quedaría bien lubricada para cuando quisiera meterla, si es que acertaba.
-Sabe raro. ¿Esto le gusta a mamá?
-Les debe gustar si lo han hecho, digo yo. Si las yeguas también lo hacen… por algo será.
-¿El coño de mi madre sabe igual que el suyo, señora? –Ella sabía la respuesta pero no se lo iba a decir.
-Bueno señora, ha llegado el momento de que mi hijo aprenda a follar. Túmbate hijo.
-¿C…Como, no querrás que sea yo la que le mote a él como si fuera una fulana?
-¿No querrá que estemos aquí toda la mañana para meterla, verdad?
Touché.
Lesmo se tumbó boca arriba, desnudo con la polla dura como solo un adolescente puede tenerla. Su señora se le acercó.
-Chúpesela.
-¿Cómo?
-Es lo justo, él también la ha chupado a usted.
-Serás cabrón. ¿Quieres que se la chupe al ayudante de limpiador de mierda de caballo?
-Su madre se la chupó a su marido. Es lo justo.
Desvió la mirada y apretó los labios. ¿Era lo justo? Que más daba. Se arrodilló entre sus piernas, se agachó, asió su polla y la metió en la boca.
La cara del chico era un poema. Los ojos como platos y la boca formando una O. ¿Sentirían su madre y la señora en el coño lo que estaba sintiendo en la polla?
Poco después la mujer se colocó por fin sobre él. Aquellas tetazas y aquel coño le parecían lo mas bonito que hubiese visto nunca. Y eran de la señora de la mansión, la dueña. La jefa de todos y cada uno de los criados incluidos sus padres. ¡Iba a follar con ella!
Su polla de deslizó dentro de la mujer hasta desaparecer por completo. Volvió a verla de nuevo cuando la mujer comenzó a subir y bajar sus caderas. Las tetas botaban y no perdió tiempo en atraparlas y mamar de ellas.
Zarrio miraba la escena embelesado. Que grande se estaba haciendo el mozuelo. Que orgulloso estaba de él. Su primera mujer era nada menos que la dueña de la mansión. Nada parecido a la primera mujer con la que se estrenó en su juventud, una vecina fea del pueblo.
Lo mejor era que la muy noble señora se comportaba como una puta cualquiera. Su culo subía y bajaba como si fuera una yegua en pleno galope.
Bethelyn Sintió un dedo toqueteando su ano. Notó como presionaba por entrar a través de él. Estaba tan lubricado con saliva que no le costó mucho esfuerzo lograrlo. Era más grueso de lo normal. Cuando Bethelyn se dio cuanta de que lo que entraba por su ano era la polla del sucio criado quiso evitar su progresión saltando hacia adelante pero las zarpas del caballerizo la sujetaron por las caderas.
-Quieta jamelga, quieta.
-No, por el culo no.
-Te va a montar un verdadero semental.
-Dios, me estáis follando los 2 a la vez. Para de una vez. Hacedlo de uno en uno.
-Una jaca como tú puede con 2 jinetes al mismo tiempo.
Zarrio agarró a su señora por el pelo y le azotó el culo.
-Galopa, galopa.
Envestía a su señora con brío. Cada sacudida del hombre hacía que ella se bamboleara adelante y atrás a lo largo de la polla del muchacho provocándole una follada de campeonato.
-Joder…, joder… ¿Con mamá también follas así?
-¿Con tu madre? ¿Follar así?… eh… sí, claro.
Su madre, la disciplinada ama de llaves de la prestigiosa mansión de los Brucel, una mujer metódica y dedicada en cuerpo y alma a su trabajo. La madre que le educó con valores rectos y castos gustaba de lamerse el coño con otras mujeres tan estiradas como ella y follaba como una yegua en celo. Miraba las tetas de la distinguida señora que tenia encima y se imaginó a su madre en esa posición con su polla entrando y saliendo a través de su negro coño. Cerró los ojos y meneó la cabeza. No, mi madre no.
La corrida de los 2 hombres no tardó en llegar. Inundaron su coño y su culo a la vez. Los 3 mantuvieron la posición en la que estaban durante los instantes que tomaron aire para recuperarse del esfuerzo. La señora Brucel, todavía a 4 patas meneaba la cabeza incrédula, al borde del llanto mientras los hombres se apearon de ella de uno en uno y se tumbaron en la paja ufanos.
-¿Ves hijo, las cosas que aprendes de tu padre?
-Y de mi madre. –Susurró con hastío.
Mientras tanto su señora se vestía rápidamente para salir de allí cuanto antes.
-Confío en su silencio y discreción. No quiero que nadie sepa jamás lo que ha pasado. ¿Entendido?
-¿Esta loca? ¿Cree que voy a ir por ahí diciendo que me he follado a la mujer de mi señor por que antes él se follo a la mía? Nadie me creería, excepto en lo de que se tira a mi mujer. A la gente le gusta mucho murmurar. Bastantes bromas tengo ya que soportar por estar casado con ella. ¿No le parece increíble que una mujer como Elise me haya escogido a mí como marido? Si alguien dijera algo de lo que ha pasado pensarían que soy un cornudo. Por no hablar de mi hijo. Dirían que es hijo de una puta. No soy tonto ¿sabe?
Bethelyn le miró incrédula. No, no era tonto. La tonta era ella, tonta de remate. Había dejado que la follara el que limpia la mierda del establo y su ayudante. Un analfabeto que huele a culo de caballo y un imberbe ignorante por… ¿nada?
Soltó un bufido y salió del establo como una exhalación en dirección a su casa.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

“Las dos aliens que llegaron a mi puerta” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cansado de su ajetreada vida, Miguel vende todo para irse a vivir a Costa Rica. Allí se compra una pequeña finca sin saber que al cabo de unos meses su existencia se verá trastocada cuando dos mujeres aparecen en su puerta en mitad de una tormenta. Al percatarse de que, agotadas y llenas de barro, necesitan ayuda tanto él como su empleada acuden a auxiliarlas.
Es tal su estado y el miedo que muestran a quedarse solas que en un principio creen que esas dos muchachas se han escapado de un maltratador. Esa sensación se incrementa al ver que no solo no hablan, sino que son incapaces de hacer cosas tan básicas como comer solas. Por ello y a pesar de no ser pareja, ambos se prometen en cuidarlas sin darse cuenta que con ello están sembrando las bases para formar una familia.
Todo se trastoca cuando comprenden que no son humanas, que su presencia allí no es casualidad y que esos dos angelicales seres tienen una misión… ¡averiguar si la humanidad es la solución para su especie!
Desde ese momento, los protagonistas de nuestra historia se debaten entre cumplir la promesa de cuidarlas o ser fieles al ser humano.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

1

Hasta las narices de una vida llena de estrés decidí dar carpetazo a todo lo anterior y tras vender mi empresa, mi casa y mi coche, llegué al aeropuerto donde cogí el primer vuelo hacia Costa Rica. Con euros suficientes en mi cuenta bancaria para rehacer mi vida, me compré una finca muy cerca del Parque Nacional de Corcovado en la provincia de Puntarenas. Elegí ese sitio para retirarme con cuarenta años gracias a la belleza de su naturaleza y la bondad de sus gentes.  Con una casa colonial y una playa semiprivada, la extensión de mi terreno no era mucha, pero si la suficiente para no tenerme que preocupar de los turistas y poder disfrutar así de mi auto impuesta soledad. Después de un matrimonio fallido, veía en ese paraíso el retiro merecido tras tantos años de esfuerzo. Con la única compañía de Tomasa, mi cocinera, una mulata más o menos de mi edad, mis días pasaban con pasmosa lentitud sin otra decisión que tomar que decidir que si me iba a la playa o al monte. Confieso a mis detractores que mi existencia era deliciosamente rutinaria. Desayunar, dar una vuelta a los alrededores o tumbarme al sol, comer, beberme cuatro cervezas bajo mi porche, cenar y la cama.

No echaba de menos Madrid, ni a los amigotes. Vivía para mí y nada más. Hasta que un día al volver de comprar comida y whisky en Puerto Jimenez, vi una humareda saliendo de mitad del bosque. Preocupado por si ese incendio pudiese llegar a los árboles de mi propiedad, fui a ver su origen. Al llegar a un pequeño promontorio, divisé una lengua de devastación en mitad de la nada.

«Qué raro», pensé al ver toda esa extensión de selva baja destrozada y temiendo que fuera producto de la mafia maderera, decidí no acercarme y comentárselo a Manuel, un conocido que era la máxima autoridad policial por esos rubros. Al llegar a casa lo llamé, pero no estaba. Por lo visto le habían avisado de un conato de incendio.

Asumiendo que era la misma humareda que había visto, mandé el tema a un rincón de mi cerebro.

― ¿Qué me has preparado mujer? ― pregunté a la cuarentona a pesar de las muchas veces que me había dicho que no me refiera a ella de esa forma. Según Tomasa, si alguien me oía podía pensar que nos unía algo más que una relación laboral. ―Calamares en salsa, patrón― respondió secretamente alagada, aunque nunca lo quisiera reconocer.

Sentándome a la mesa, observé el movimiento de su trasero mientras me servía esa delicia y por un momento, pensé que ante cualquier avance por mi parte esa monada de hembra no dudaría en caer en mis brazos. Viuda y sin hijos, para ella le había caído del cielo mi oferta de trabajo, ya que no tendría que preocuparse por pagar casa ni sustento al ir implícito en el puesto. Desde mi silla, recordé que el cura del lugar me la había presentado al preguntarle por alguien que se ocupara de la casa.  Y lo fácil que había resultado mi convivencia con ella porque a pesar de estar solos, siempre había mantenido su lugar sin tomarse ninguna libertad o confianza fuera de la propia de alguien de servicio. Descendiente de esclavos, su ajetreada y dura vida no solo había forjado su carácter sino otras partes más evidentes de su anatomía. Sin un átomo de grasa, su cuerpo no parecía el de una mujer de cuarenta. Alta, delgada y con grandes tetas, me parecía imposible que no hubiese rehecho su vida tras tantos años sin marido. Las malas lenguas hablaban de que, escarmentada de un marido celoso y violento, había cerrado el capítulo de los hombres. Reconozco estar estaba encantado con ella, debido al carácter jovial y alegre que me demostraba día tras día esa mujer, carácter tan propio de las latinas y tan alejado del de mi ex. Hablando de Maria, a ella sí que no la echaba de menos. Sin desearla ningún mal, estaba feliz con que no fuese yo el que tuviese que soportar su mala leche y sus continuas depresiones.

«Ojalá le vaya bien con Pedro, aunque lo dudo», dije para mí dando un sorbo a mi cerveza al recordar que su traición, lejos de molestarme, me había aliviado dándome un motivo para romper una inercia que me tenía encadenado a un matrimonio sin futuro.

Volví a la realidad cuando la morena me puso el plato en frente. El olor era delicioso y su sabor más. Agradeciendo nuevamente el buen tino que había tenido al contratarla, di cuenta de esa ambrosia mientras escuchaba a Tomasa cantar en la cocina un bolero de los Panchos.

―Si tú me dices ven, lo dejo todo. Si tú me dices ven, será todo para ti. Mis momentos más ocultos, también te los daré, mis secretos que son pocos, serán tuyos también…

Dado el rumbo que habían tomado mis pensamientos, me pareció una premonición de lo que ocurriría si algún día le hacía una caricia y rehuyéndolos, preferí tomarme el café en el porche en vez de hacerlo en el comedor desde donde podía ver y oír a esa atractiva señora trajinando con las ollas para que a la hora de cenar todo estuviera listo.

Ya sentado en la mecedora que había instalado allí, me puse a observar la belleza de esa zona donde se mezclaba selva, playa y plataneros, y donde el verdor era la nota predominante en vez del dorado secarral que predominaba en mi Castilla natal. La fertilidad de esas tierras hacía más chocante la pobreza de sus gentes, pobreza alegre del que vivía el día a día sin mirar con desconfianza al futuro. Pensando en ello y recordando la fábula infantil, los europeos eran las hormigas del cuento mientras los costarricenses se los podía considerar las cigarras. Hasta el propio lema de país ratificaba mi opinión: “Pura vida”. Ese “pura vida” simboliza para los costarricenses la simplicidad con la que se tomaban su paso por este mundo, su amor por el buen vivir, la abundancia y exuberancia de sus tierras, la felicidad y el optimismo de sus gentes, pero sobre todo a su cultura que les permitía apreciar lo sencillo y natural.

«Hice cojonudamente viniendo a vivir aquí», sentencié mirando como en el horizonte se empezaba a formar unos nubarrones que no tardarían en aligerar su carga sobre mi finca.

Me seguía maravillando ese fenómeno meteorológico por el cual, en época de lluvias, todas las tardes de tres a cuatro la naturaleza riega sus dones sobre esa área, refrescando el ambiente y dando vida a su vegetación. Nuevamente, “pura vida”, medité mientras veía a Tomasa colocando un café recién hecho y un whisky con hielos sobre la mesita del porche.

―Va a diluviar― comenté a la mujer.

―Sí, patrón. Este año la cosecha va a ser buena. Debería ir pensando en contratar las cuadrillas antes que se comprometan con los vecinos, no vaya a ser que llegado el corte no haya nadie que la recoja.

Su consejo no cayó en saco roto, ya que estaba lleno de sentido común y más viniendo de una nativa de la zona que conocía perfectamente el uso y las costumbres de la Costa Rica rural. Sabiendo que además de cocinar me podía servir de consejera, le pedí que se sentara y me explicara con quien tenía que tratar.

―El más fiable de los capataces es José, el matancero. Si llega a un acuerdo con él en las próximas dos semanas, podrá confiar que las pencas no se queden sin recolectar― me dijo mientras comenzaban a caer las primeras gotas.

Como conocía al sujeto, gracias a ser el dueño de la única carnicería del pueblo, no tuve que preguntar cómo contactar con él y anotándolo en mi cerebro, decidí que al día siguiente me pasaría por su local para tratar el tema. Para entonces, las gotas se habían convertido en un chubasco y sabiendo que la presencia de rayos no iba a tardar en llegar, le pedí que me trajera otro café para poder admirar desde ese privilegiado observatorio el espectáculo de luces y sonido que diariamente la naturaleza me regalaba. Tal y como me tenía acostumbrado, el chubasco no tardó en convertirse en tormenta tropical con murallas de agua cayendo mientras se oscurecía el día. Si Asterix o cualquiera de sus galos hubiera contemplado ese momento, a buen seguro hubiese temido que el cielo iba a caer sobre él al ver esa inmensa y brutal lluvia.

«Es impresionante», sentencié subyugado por ese prodigio tan raro y extraño para un castellano de pro: «En dos días, aquí llueve más que en un año en Segovia».

Estaba divisando a buen recaudo la escena cuando Tomasa volvió con el café, pero justo cuando iba a dármelo en la mano se quedó mirando a la plantación y me señaló la presencia de personas al borde de los plataneros. Tardé en unos segundos en localizar de quien hablaba y cuando lo hice me percaté que era dos mujeres completamente embarradas las que se dirigían hacia la casa.

―Deben ser turistas a las que la tormenta ha pillado dando un paseo― comenté sin salir del porche al no tener intención alguna de exponerme a los elementos y mojarme.

Mi cocinera, en cambio, previendo que iban a necesitar unas mantas con las que secarse corrió hacia el interior. Estaba observando las dificultades de una de ellas al caminar apoyada en la otra cuando de improviso tropezaron cayendo de bruces justo cuanto mi empleada volvía. Sin pensar en que nos íbamos a empapar, salimos a ayudarlas y envolviéndolas en las franelas, las llevamos hasta la casa.

Desde el primer momento, la joven que me tocó en suerte me sorprendió por liviana. Viendo los problemas tenía en mantenerse en pie, decidí tomarla en brazos y correr con ella hacia la seguridad que el techo de mi vivienda nos proporcionaba. El peso de la chavala me ayudó a hacerlo rápidamente. Estaba esperando que mi cocinera llegara con su compañera cuando caí en que, acurrucándose sobre mi pecho como un bebé, mi auxiliada gemía muerta de frio.

―Necesitan una ducha caliente― comenté a la mulata.

Tomasa me dio la razón y sin importarla llenar de barro el suelo que tan esmeradamente limpiaba a diario, entró a la casa. Todavía con la niña en brazos, la seguí por el pasillo mientras me envolvía una extraña satisfacción por haberla ayudado. Aduje esa sensación a mi vida solitaria y quizás por ello, no me percaté de la forma con la que se aferraba a mí. Ya en el baño, mi empleada había abierto la ducha mientras la cría que había ayudado se mantenía pegada a ella manteniendo el contacto con una mano sobre el hombro de la mulata. Tras verificar la temperatura, le pidió que pasara dentro, pero, tuvo que obligarla a ducharse. Por extraño que parezca, esa criatura temía alejarse de la mujer que la había salvado y a Tomasa no le quedó más remedio que meterse con ella.

―Patrón, le juro que luego limpio todo― dijo riendo al ver que el agua se desbordaba poniendo perdido la totalidad del baño.

No contesté al contemplar como el líquido iba despojando el barro que cubría el pelo de la recién llegada y que su melena era casi albina.

―Debe ser gringa― murmuró la negra al ver los ojos azules y la blancura de la joven que permanecía abrazada a ella sin moverse y sin colaborar en su propia limpieza.

Yo en cambio asumí que ambas eran nórdicas al vislumbrar de reojo que la joven que tenía en volandas tenía la misma clase de melena. El barro al desaparecer fue dejándonos observar sus ropas y mi turbación creció a pasos agigantados cuando ante mi mirada en vez de la típica vestimenta de los turistas, la joven llevaba una especie de mono casi trasparente.

«Menudos uniformes llevan», musité entre dientes al verificar que la otra iba vestida igual y que lejos de cubrirla, esa tela dejaba entrever unos juveniles pechos y un culito que haría las delicias de cualquier hetero.

Ya sin rastro de tierra en la primera, comprendí que era mi turno y sin soltar a la mía, entré en la ducha. El calor del agua cayendo por su cuerpo la hizo sollozar y dando la impresión de temer que la dejara sola se pegó todavía más a mí, mientras la mulata se llevaba a la compañera a su cuarto para prestarle algo de ropa.

―Tranquila, bonita― traté de tranquilizarla y asumiendo que no me entendía, intenté que mi tono fuera lo más suave posible.

La joven suspiró al sentir mis dedos entrelazándose en su pelo. Por un momento, me pareció el maullido de un gatito que hubiese perdido a su madre y quizás por ello, seguí susurrando en su oído mientras intentaba despojarla de los restos del barro que todavía llevaba incrustado en su melena. La angustia que mostró al intentar dejarla en pie me hizo saber que necesitaba el contacto y por ello manteniéndola entre mis brazos, usé una mano para levantarle la mejilla.

Sus ojos verdes abiertos de par en par daban a la expresión de su rostro una mezcla de miedo y agradecimiento vital, lo que curiosamente me alagó y acercando mis labios, le di un beso casto en la mejilla.  Ese beso sin segundas intenciones, un mimo que bien podía haber sido de un padre con su retoño, la hizo llorar y como si para ella fuera algo necesario, volvió a abrazarse a mí con desesperación. Fue entonces cuando caí en su altura y en que a pesar de mi casi uno noventa, esa niña era de mi tamaño.

―No me voy a ningún sitio― murmuré alucinado de la dependencia que mostraba la criatura hacia su salvador.

Mis palabras consiguieron sosegarla y mirándome a los ojos, me regaló una sonrisa tan tierna como bella. Mi corazón comenzó a palpitar sin freno al advertir en mi interior que crecía un sentimiento protector que jamás había experimentado con nadie y un tanto azorado por ello, le pasé la esponja para que ella terminara de limpiarse. Comprendí que seguía en shock cuando no la tomó entre sus manos. Sin otro remedio que ser yo quien la aseara, comencé a pasársela por el cuello esperando que al verlo ella siguiera. Para mi sorpresa, al sentir mis dedos recorriendo su piel, lejos de mostrarse escandalizada, su mirada reflejó satisfacción y comportándose como un cachorrito al que la vida hubiese dejado huérfano, volvió a maullar suavemente mientras con la mirada me pedía que continuara. Sabiendo que era preciosa, un tanto cortado fui retirando la tierra de su ropa no fuera a que al contemplar su cuerpo me excitara. Por extraño que parezca y a pesar de reconocer que la chavala tenía un cuerpo impresionante, al recorrer sus pechos con la esponja solo pude pensar en cómo era posible que una tormenta le hubiese dejado tan desvalida y quizás por eso, no reparé en la reacción de sus pezones al tocarlos hasta que de sus labios salió un gemido que interpreté como deseo.

Preocupado de que viera en mis actos un intento de aprovecharme de ella retiré mis manos, pero entonces tomando la que seguía con la esponja, fue ella la que la volvió a colocarla sobre sus senos.

―Nena soy muy viejo para ti― susurré inexplicablemente contento al contemplar que lejos de rehuirme esa joven me rogaba con los ojos que la acariciara.

Todavía hoy me avergüenza reconocer que disfruté de sobremanera recorriendo con mis yemas su delicado cuerpo y más aún confesar que al posar mis manos sobre su trasero no pude evitar palpar discretamente la dureza de esas nalgas que el destino me había dado la oportunidad de tener entre las manos. Por raro que parezca, la desconocida no vio en ese gesto nada malo y meneando su culito, me dio la impresión de que deseaba que siguiera manoseándola. Afortunadamente un enano de mi interior me impidió cometer esa felonía y llamando a Tomasa, le pedí ayuda para secar a la pobre desdichada.

Mi empleada tardó casi medio minuto en llegar y cuando lo hizo casi me caigo de espaldas al contemplar que, cogida de la mano, llegaba con una valquiria que bien hubiera sido el impúdico sueño de cualquier vikingo. La belleza sin par de la joven con su pelo blanco ya seco cayendo por los hombros me impactó y más cuando advertí que únicamente llevaba puesta una camiseta.

― ¿Puedes ocuparte ahora de esta? ― pregunté con los ojos fijos en los eternos muslos sin fin de la suya.

―Ojalá pudiera, pero es como una lapa― contestó quejándose que no la soltaba ni por un instante.

Sabiendo que la cría que tenía pegada actuaba igual, insistí diciendo que no era decente que un maduro como yo fuera el encargado de desnudarla. Dándome la razón, se acercó a nosotros con una toalla en las manos y comenzó a secarla. Viendo que estaba en buenas manos intenté irme a cambiar, pero entonces pegando un grito lleno de ansiedad, mi desconocida corrió a aferrarse a mí.

―Patrón, antes me pasó lo mismo. No pude retirarme ni un metro sin que se echara a llorar― comentó preocupada: ―Me da la impresión de que estás niñas se deben haber escapado de un maltratador y por ello ven en nosotros el sostén que necesitan para no volverse locas.

― ¿Y qué hago? No me parece correcto desnudarla yo― casi gritando pregunté al saber que me estaba insinuado que al menos debía estar presente mientras le quitaba la ropa.

―Tenemos que hacerlo, patrón. Si quiere mire a otro lado, pero es necesario que no se vaya― dijo mientras le empezaba a desabrochar el mono.

Tal como me había pedido, giré la cabeza para no observar cómo la despojaba de esa indumentaria, temiendo una reacción normal de mis hormonas. Lo malo fue que, al quedarse desnuda, esa criatura albina buscó mi consuelo pegando su cara contra mi pecho. Al verlo, la mulata me informó que de nada servía haberla secado si me abrazaba con la ropa empapada y con una sonrisa un tanto picara, me pidió que me quitara la camisa. Como muchas veces me había visto en bañador, no me pareció inusual quedarme con el dorso desnudo en frente de ella y la obedecí despojándome de esa prenda sin esperar que, al ver mi pecho, la joven posara su cara en él,

―No quise decírselo antes, pero eso mismo hizo la mía. Ya verá cómo se tranquiliza al escuchar su respiración― comentó intrigada observando la escena.

Su predicción resultó acertada y tras unos momentos en los que no separó su rostro de mí, la chavala levantó su mirada y me sonrió antes de comenzar a acariciarme con sus dedos. Al fijarme en la cocinera, advertí que sabía por anticipado lo que iba a pasar y por ello, un tanto molesto pregunté qué más podía esperar de la desconocida.

Totalmente avergonzada, Tomasa me explicó que, al desnudarse para mudarse de ropa, su “niña” había reconocido su cuerpo con las manos antes de dejar que se pusiera algo.

― ¿Me estás diciendo que tengo que dejar que “me reconozca”? ― quise saber indignado y preocupado por igual.

―Le parecerá una locura, pero es como si en su desesperación estas nenas vean en el tacto una forma de comunicar su agradecimiento― contestó, pero al ver mi cara de espanto rápidamente aclaró que los mimos que la suya le había regalado no tenían una connotación sexual.

No teniendo claro como reaccionaria mi cuerpo ante unas caricias le pedí que dejara la camiseta que había traído para la muchacha y que me dejara solo, prometiendo que no me aprovecharía de la desgraciada.

―Patrón, no hace falta que me lo diga. Le conozco de sobra y sé que es un hombre bueno― dijo mientras desaparecía llevando su perrito faldero agarrada a su cintura.

Ya solo con la cría, intenté comunicarme con ella informando que me iba a desnudar, pero no conseguí sacarle palabra alguna y totalmente colorado, me quité el pantalón. La preciosa albina miró con curiosidad mis piernas y ante mi asombro comenzó a jugar con los pelos de mis muslos como si jamás hubiese sentido nada igual. Fue entonces cuando caí en que su coño estaba totalmente desprovisto de vello púbico y asumí que no solo habían estado en manos de un maltratador, sino también que eran miembros de una secta donde la norma era ir totalmente depilado.

Si ya de por sí eso era raro de cojones, al despojarme del calzón la cría observó mi virilidad y llevando sus yemas a ella, comenzó a palparla con un brillo lleno de curiosidad en su mirada. Sé qué actué mal, no entendía su actitud interesada y a la vez fría, pero al sentir la forma en que examinaba mi prepucio y cómo retiraba el pellejo para descapucharlo, riendo pregunté si es que acaso nunca había visto la polla a un hombre. Demostrando con hechos que debía ser así, se agachó frente a mí y usando mi glande, recorrió la piel de sus mejillas con él sin ningún tipo de excitación.  Contra mi voluntad, al ser objeto de ese extraño estudio, mi pene comenzó a crecer ante sus ojos. En vez de asustarla o preocuparle, vio en ese anómalo crecimiento algo que debía explorar y pasando sus yemas por mi escroto, se puso a palpar mis huevos mientras admiraba mi progresiva erección.

―Nena, no soy de piedra― comenté al ver que parecía atraída por la dureza que había adquirido cerrando sus dedos en mi extensión.

Mi tono debió de alertarla de que algo me pasaba e incorporándose, se puso a escuchar mi corazón pegando su oreja sobre mi pecho sin soltar su presa. La insistencia de la paliducha se incrementó al oírlo y luciendo una curiosidad insana, siguió meneando mi trabuco al comprobar que con ello se disparaba la velocidad mi palpitar sin que ello supusiera que se excitara. Nada en ella reflejaba ningún tipo de lujuria. Todo lo contrario, parecía un médico palpando a un paciente.

― ¿Qué coño haces? No ves que si sigues voy a terminar corriéndome― tan excitado como asustado, murmuré tratando de adivinar en ella si se veía afectada por las caricias que me estaba brindando.

Juro que intenté calmar mi calentura aduciendo el comportamiento de la joven al desconocimiento, pero no pude hacer nada contra mi naturaleza y totalmente entregado permití que siguiera con su examen mientras clamaba al cielo que tuviese piedad de mí. Producto de su tozudez en averiguar qué era lo que le ocurría a mi cuerpo, con mayor energía, siguió erre que erre estudiando el fenómeno hasta que el conjunto de estímulos que poblaban mi cerebro dio como resultado mi eyaculación.   

 Asombrada al sentir mi simiente sobre su mano, lejos de compadecerse de su conejillo de indias, la desconocida hizo algo que me terminó de perturbar y es que, acercando sus dedos manchados con semen a su boca, probó su sabor. La expresión de su cara cambió de golpe al catar mi esencia e impulsada por un ansia inexplicable comenzó a lamerlos con desesperación. No contenta con ello, al terminar de devorar lo que había depositado en sus manos, se agachó a hacer lo mismo con las descargas que había caído al suelo, tras lo cual insatisfecha buscó en mi miembro cualquier resto que hubiera quedado en él.  Lo más humillante de todo fue observar que una vez lo había dejado inmaculado, la joven se levantaba del suelo y abrazándome con ternura, me daba la sensación de que era el modo que tenía de agradecerme el regalo.

Aterrorizado por haberme dejado llevar y sintiendo que me había aprovechado de su inocencia, conseguí vestirme y olvidándome de que ella seguía desnuda, fui a buscar a Tomasa. Encontré a la mulata en una situación al menos embarazosa ya que al entrar en la cocina y mientras ella intentaba cocinar, su extraña desconocida estaba manoseándola sin disimulo.

―Patrón, desconozco que le ocurre a esta desgraciada, pero no deja de meterme mano― tan pálida como su partenaire comentó.

Sin revelar que había sido objeto de una paja de la recién llegada, me senté en una silla moralmente destrozado y más cuando al encontrarse con su compañera, mi desconocida regurgitó parte de mi semen en su boca.  La expresión de esta al compartirle mi esencia fue algo inenarrable, ya que cerrando los ojos degustó con placer la ofrenda.

―Se nota que las pobrecillas tienen hambre― compadeciéndose de ellas, mi empleada masculló y sin caer en la verdadera naturaleza del alimento que estaban compartiendo, llenó dos platos con comida.

Las jóvenes nos miraron sin saber cómo actuar hasta que tomando un tenedor acerqué un trozo de la carne guisada a la boca de la cría que había venido conmigo. Esta al observar mi maniobra, abrió sus labios y la masticó como probando tanto su textura como su sabor. Tras tragar, volvió a abrirla esperando que siguiera dándole de comer mientras la otra rubia la imitaba mirando a mi empleada.

―Don Miguel, ¿qué clase de malvado las ha tenido retenidas hasta ahora? ¡No saben ni comer solas! ― casi llorando, murmuró la mulata mientras llevaba un pedazo a la joven que como un pajarito en su nido pedía su sustento a su madre.

La certeza de que era así y que ambas habían tenido una existencia brutal hasta la fecha azuzó un sentimiento paterno que desconocía tener y dirigiéndome a las chavalas, les hice saber con tono dulce que sus padecimientos habían terminado y que nos ocuparíamos de ellas como si fueran nuestras hijas.

―Ya habéis escuchado a papá. Comed todo lo que tenéis en el plato y si al terminar os quedáis con hambre, no os preocupéis ¡mamá os pondrá más! ― respondió la mulata mientras las acariciaba.

No supe si iba en guasa o si realmente sentía que éramos una pareja que las había adoptado, lo cierto es que no me molestó y, es más, aunque en ese momento no me diese cuenta, di por hecho que era así. Por ello al terminar de saciar su apetito, me pareció natural pedirle a Tomasa que cenara conmigo antes de llevar a las desconocidas, que seguían pegadas a nuestra vera, a descansar.

Mientras cenábamos por primera vez juntos, la cuarentona con su sentido práctico me preguntó dónde iban a dormir las niñas, ya que en la casa había dos camas, la suya que era individual mientras la mía era una King Size.

―Mañana compraré un par de ellas en el pueblo― respondí para acto seguida ofrecerme a dormir en el sofá.

  La mulata enternecida con mi gesto tomó mi mano y la besó diciendo que no se había equivocado al suponer mi bondad. Acomplejado al recordar que me había corrido entre los dedos de una de las crías que había decidido cuidar, me quedé callado mientras se levantaba a recoger los platos. 

«¿Que narices voy a decir cuando se dé cuenta de la clase de hombre que es su patrón?», me pregunté en completo silencio…

2

Sin otra cosa qué hacer y mientras Tomasa metía la vajilla en el friegaplatos, decidí consultar en mi ordenador si alguien había denunciado la desaparición de esas crías. No quise llamar a Manuel, el policía. Preferí mirar si descubría algo en internet antes de ponerlas en bandeja de un desalmado que las reclamara como suyas. Curiosamente lo único que encontré fue una mención a la devastación sufrida en el bosque que los periodistas consideraban inexplicable y que buscando una razón sobre el origen de esa lengua de árboles quemados achacaban a la caída de un pequeño meteoro. 

            ―Serán amarillistas― me dije viendo poco creíble esa explicación. Sospechando en cambio que lo ocurrido se debía deber al accidente de una avioneta cargada con drogas que las autoridades querían evitar dar a conocer. Mientras leía la noticia, pegada a mí, la puñetera chavala no me perdía ojo.

            Mirándola, comenté que dado que se negaba a hablar debía al menos saber su nombre y por ello pegándome en el pecho, le dije que me llamaba Miguel. Tras repetírselo un par de veces y ver que no parecía entenderme, aproveché la llegada de la mulata con su cachorrito albino para acercándome a ella, repetir:

            ―Miguel, Tomasa. Tomasa, Miguel.

            Las rubias parecieron percatarse de lo que quería comunicarles y haciendo un esfuerzo fue la joven de mi empleada la que abriendo los ojos musitó algo parecido a “íel” y a “asa”. El aplauso de la mulata hizo que la mía lo intentara y por vez primera escuché que repetía “íel” y “asa”. Casi con el convencimiento que para esas criaturas esas dos palabras eran las primeras que pronunciaban, di por bueno que me llamaran así y posando mis manos sobre la que tenía a mi vera, quise saber su nombre. Al no dármelo, se me ocurrió decir mía. La preciosa bebita abrió sus labios y pegando la palma en su pecho repitió “ía”.          

            Alentado por ese gran paso, miré a su compañera y dando su lugar a la morena, la bauticé como tuya.

―Ua― musitó feliz de tener un nombre la jovencita.

Riendo a carcajadas, Tomasa puso su mano sobre mi pecho diciendo “Íel”, acto seguido tocó el suyo mientras decía “Asa” y posándola a continuación sobre los de las crías dijo sus nuevos apelativos “Ía” y “Ua”. Las desconocidas con alegría en su mirada la imitaron y alternando entre nosotros repitieron Íel, Asa, Ía y Ua.

Ya pudiendo diferenciarlas pedí a Ía que se acercara y dándole un abrazo le di la bienvenida a la que ya era su casa. La chavala debió de comprender al menos la esencia de mis palabras al reaccionar derramando una lágrima. Al repetir lo mismo con Ua, esta se mostró quizás más emocionada al sentir que era la primera vez que la abrazaba y posando su cara en mi pecho, comenzó a llorar.

― ¿Tengo que ponerme celosa? ― preguntó con dulzura la cuarentona mientras extendía sus brazos a Ía.

La criatura reaccionó igual que su compañera hundiendo la cara entre los hinchados pechos de la morera y sellando sin saberlo nuestro destino:

«Estas bebitas nos han adoptado como sus padres sin pedir nuestra opinión», sentencié observando la tierna escena preocupado, pero en absoluto molesto.

Nuestro siguiente problema vino al percatarnos de su cansancio e intentar que se acostaran en mi cama, ya que si bien eso nos resultó fácil tumbarlas al ver que nos levantábamos y las dejábamos solas, tanto Ía como Ua comenzaron a berrear temiendo quizás que las abandonáramos.

―Don Miguel, no nos queda más que acompañarlas mientras se duermen― murmuró indecisa por mi reacción mi cocinera.

Aceptando que era así, me quité los zapatos y me tumbé a un lado de la cama. Tomasa comprendió que le acababa de darle permiso de compartir mi cama y despojándose de sus sandalias, posó su cabeza en la almohada al otro extremo. Al acomodarnos, las dos albinas nos abrazaron y pegando sus cuerpos a los nuestros, sonrieron llenas de felicidad.

―Patrón, ¿qué vamos a hacer si el malnacido que las ha tenido cautivas viene y quiere quitárnoslas? ― preguntó llena de tristeza buscando mi apoyo.

Sin pensar detenidamente, repliqué:

―Por encima de mi cadáver, se las lleva. Somos una familia.

Comprendí el alcance de mi respuesta cuando con voz tímida, ella contestó:

―Don Miguel, a partir de ahora no me quejaré cuando me llame mujer.

Con esa sencilla pero emotiva frase, la atractiva cuarentona me dio a entender que se entregaba a mí y no queriendo rechazar su oferta, le pedí que intentara descansar y que al día siguiente tendríamos tiempo de hablar. En vez de hacerme caso, acunando a Ua, empezó a canturrear una nana que parecía compuesta exprofeso para la situación que nos encontrábamos:

Los pollitos dicen pío, pío, pío

cuando tienen hambre

cuando tienen frío.

La gallina busca el maíz y el trigo

les da la comida y les presta abrigo.

Bajo de sus alas, acurrucaditos

¡duermen los pollitos

hasta el otro día!

Con su voz dulce resonando en la habitación cerré los ojos mientras meditaba sobre como la llegada de esas dos linduras había trastocado tanto mi vida como la de mi fiel empleada y espoleado por la dulce melodía, me quedé dormido. Reconozco que descansé como un bendito hasta que bien entrada la noche sentí unas manos acariciándome. Al abrir los ojos contemplé que las dos desconocidas habían conseguido no solo desnudarme sino también a la mulata y que no satisfechas con ello, recorrían con sus dedos nuestra piel. Sin sentirme culpable espié a Ua acariciando el pecho de Tomasa mientras Ía hacia lo mismo con el mío. Cuando de pronto sentí que unos pequeños filamentos que salían de sus uñas se hundían en mi piel. En mi interior asumí por vez primera que esas dos nenas no eran siquiera humanas, pero por inaudito que parezca no me espanté y completamente tranquilo me pregunté qué estaban haciendo y lo que es más importante, qué eran esas criaturas.

Girándome hacia la mulata, advertí que también ella se había despertado y que al igual que yo contemplaba con una calma extraña cómo los extraños apéndices de Ua se incrustaban en su pecho.

―Miguel― sollozó al sentir bajo su epidermis un raro pero encantador escozor.

No pude contestar a su petición de ayuda al experimentar el placer que las insólitas extensiones que salía de Ía estaban provocando en mí.

―Íel no te preocupes soy tu bebé― me pareció escuchar en mi cerebro: ―Estoy devolviéndote tus atenciones.

No me preguntes porqué la creí, pero lo cierto es que una felicidad sin igual se apoderó de mí y alzando la voz, pregunté a la mulata si ella estaba sintiendo lo mismo.

―Ua está hurgando en mí, porque según ella necesito sus cuidados.

La ternura de su voz no pudo evitar que notara que estaba impregnada de deseo y alucinado admiré que tenía los pezones totalmente erectos.

― ¿Qué le está haciendo? ― comenté al ser que tenía esas incrustadas en mi pecho.

Nuevamente, me pareció escuchar su respuesta en mi mente.

―Mi hermana está reparando el aparato reproductor de su mujer para que pueda darle descendencia, mi Íel.

Intrigado en la naturaleza de esa ayuda, quise saber porque lo hacían y entonces ante mi sorpresa, Ía contestó:

―Fuimos creadas para cuidar de los “¿padres? ¿dueños?” – dudó al comunicarse: ―Esta tarde hemos perdido a nuestros antiguos “¿padres? ¿dueños?” – nuevamente titubeó: ―Pero la luz quiso que no tardáramos en encontrar sus sustitutos y que dándonos vuestro cuidado nos aceptarais como vuestras sanadoras.

Aturdido por sus palabras, pregunté que nos pedirían a cambio y entonces con una pícara sonrisa, ese bello ser respondió:

―Mi “¿padre? ¿dueño?” Ya lo sabes. Al igual que nuestros creadores sellaron el pacto con nuestra especie dándonos su esencia, tú firmaste nuestra entrega al regalarnos tu simiente.

―No hace falta que nos deis nada― contesté todavía pasmado al recordar la forma en que había actuado al ordeñarme. 

―Íel, no lo entiendes. Cuidar de nuestros “¿padres? ¿dueños?” y obtener nuestro sustento de ellos forma parte de nuestra naturaleza ― con una seguridad aplastante replicó mientras deslizaba sus manos por mi pecho.

 Al asumir que quería renovar su pacto miré a Tomasa y ésta sonriendo como si supiera lo que iba a suceder me pidió que diera de beber a nuestras niñas mientras azuzaba a Ua a acompañar a su casi gemela.  Supe por la naturalidad con la que se tomaba el que esas dos bellezas se abalanzaran sobre mi miembro que su “sanadora” le había explicado telepáticamente la clase de sustento que nos iban a exigir y que ella había aceptado.

― ¡Dios! ― gemí al sentir dos lenguas recorriendo mi pene.

El ataque coordinado de las albinas despertó mi lujuria y fijándome en la humana que tenía a mi lado, comprobé que también ella estaba excitada.

―Mujer, dame un beso― pedí sin saber si me había sobrepasado.

Su respuesta no pudo ser más elocuente y reptando hacia mí, buscó mi boca con una pasión que desbordó mis previsiones y más cuando murmurando a mi oído, me informó que llevaba soñando hacerlo desde que había conocido a su hombre. El deseo que impregnaba su voz me dio la confianza de acariciar sus senos mientras en mi entrepierna las dos jóvenes pugnaban entre ellas en buscar su alimento. La mulata al sentir mis yemas recorriendo sus areolas no se lo pensó y alzándose sobre la cama, me dio de mamar. Ante mi sorpresa, sus negros cantaros se desbordaron llenando mi boca con su leche. El sabor dulzón de ese inesperado manjar avivó mi apetito y en plan desesperado me puse a ordeñarla.

―Come mi niño, come de tu negra― musitó al reponerse de la impresión que también para ella era que sus tetas me pudiesen amamantar.

Sin hacer saber a nuestras sanadoras que habían cometido un error y que las humanas solo producían leche tras dar a luz, seguí recolectando son mi boca la láctea producción que manaba de sus tetas. Supe el placer que la proporcionaba al hacerlo cuando de improviso la sentí correrse y luciendo su alegría tras tantos años sin caricias, mi antigua cocinera y ahora pareja me agradeció el placer que la había brindado, acompañando a nuestras sanadoras en su misión. Tomasa nunca se imaginó al hundir mi pene en su garganta que al hacerlo estaba enseñando el camino a las dos crías y tras sacársela durante un instante para respirar, fue sustituida alternativamente por ellas, que impresionadas por ese novedoso método buscaron con mayor ahínco mi placer. No deseando que esta vez se desperdiciara nada de mi esencia, avisé a las chavalas de la cercanía de mi orgasmo y como dos cachorritas esperando que su dueño les diera de comer, aguardaron ansiosas que derramara su simiente sobre sus bocas sin moverse.

Riéndose de ellas, Tomasa les estaba explicando que pajeándome que con ese movimiento de muñeca podían acelerar la llegada de su sustento cuando de pronto me vi sumido en un orgasmo cómo nunca había sentido. La viuda al ver que mi polla explotaba repartió equitativamente entre ellas mi simiente. Las dos criaturas devoraron golosas mi ambrosia mientras su “¿madre? ¿dueña?” sonreía encantada con el pacto que nos uniría a ellas de por vida. Demostrando cómo había asumido su papel de protectora, esperó a que dejaran mi herramienta inmaculada para preguntar si seguían con hambre. Al contestar ellas afirmativamente con la cabeza, les informó que un hombre sano como yo era capaz de dar más de un biberón y que solo tenían que seguir lamiendo para que me recuperara.  

Ía me miró alucinada y hundiendo sus dedos en mí, preguntó si yo estaba de acuerdo. Esa pregunta disparatada me hizo sospechar de un maltrato y en plan gallego, quise saber por qué cuestionaba las palabras de la mulata.

―El macho de la pareja bajo la cual vivimos amparadas nos tenía racionada su esencia y solo cuando veía que no podíamos aguantar más, accedía a proporcionárnosla.

Dando por sentado que, al limitarles el acceso a su sustento, ese capullo se aseguraba su fidelidad, respondí acariciándola mientras buscaba con la mirada el permiso de Tomasa:

―Conmigo, no tendréis ese problema. Cuando tengáis hambre, decídmelo e intentaré complaceros.

Turbada por mi respuesta, la chavalita se la debió de hacerle llegar a su compañera y ésta metiendo sus apéndices en mí, me hizo saber que siempre tenían hambre. Asumiendo que cualquier hombre estaría encantado de alimentarlas, les pedí que tuviesen cuidado a quien se lo pedían porque si se llegaba a saber su existencia era posible que las encerraran para someterlas a estudio. Mi sincera preocupación las indignó y a través de sus dedos, me hicieron saber que siempre me serían fieles y que les enfadaba que pudiese pensar tan mal de ellas.

―Cuando una sanadora es adoptada por una pareja, es de por vida. Nunca podríamos siquiera plantearnos buscar otro macho que nos alimente― protestó Ua con el completo acuerdo de la otra.

El cabreo de esas criaturas era tal que incluso perdieron las ganas de alimentarse y fue mi buena Tomasa la que ejerciendo de “¿madre? ¿dueña?” les pidió que se tranquilizaran porque mi intención al advertirlas del peligro era motivada al cariño que sentíamos por ellas.

― ¿Cariño? No entiendo― asombrada preguntó Ía: ― ¿No es eso una forma de amor?

No sé a cuál de nosotros le sorprendió más esa pregunta, pero fue la mulata la que respondió:

― ¿Acaso dudáis que daríamos la vida por vosotras? ¿Qué clase de existencia habéis tenido que no creéis que alguien pueda amaros?

Apoyando sus palabras, comenté:

―Aunque no somos ni vuestros padres ni vuestros dueños, nuestro deber es protegeros y quereros. Ya os dije que no necesitábamos que nos dieseis nada a cambio y os pido que nos consideréis como de la familia.

―Íel, ¿por qué dices que no sois nuestros dueños? Fuimos creadas para sanar, no para ser amadas.

Comprendí que se consideraban unos robots incapaces de tener sentimientos y menos de provocar los mismos. No podía hablar sobre su origen al desconocer cómo habían llegado al mundo, pero convencido de que eran unas niñas indefensas y no unas máquinas, sin alzar la voz, les hice ver su error lanzando un órdago a la grande respecto a los sentimientos de la morena:

―Cuando Tomasa accedió a ser mi mujer, no significó que pasara a ser de mi propiedad, sino que se comprometía a compartir conmigo los años que nos quedan. A igual que no soy su dueño, tampoco lo soy de vosotras. Si permanece a mi lado es porque ella quiere. Lo mismo os pido. Aunque deseo de corazón que os quedéis y que nos dejéis cuidaros, será solo si voluntariamente accedéis. No me sirve, no nos sirve― rectifiqué― que lo hagáis obligadas por unas normas que no conozco ni quiero conocer.

―Si no somos vuestras, no lo seremos de nadie― con lágrimas en los ojos respondió Ua.

―Mi amorcito― interviniendo, la morena le dijo: ―Que no seáis de nuestra propiedad no quiere decir que no seáis nuestras… para Miguel y para mí sois un par de mujercitas que queremos tener a nuestro lado, pero sin ataduras. Queremos que os sintáis libres y no esclavizadas.

Tratando de asimilar lo que acababa de oír, Ía murmuró sin levantar su mirada:

―Si para vosotros somos vuestras mujercitas, ¿podemos considerar a Íel nuestro hombre y a ti nuestra mujer?

Aunque había malinterpretado sus palabras, sonriendo, Tomasa contestó:

―Por supuesto, cariño. Seremos una familia.

― ¡Qué raros sois los humanos! ― sentimos ambos que exclamaban al unísono esas dos bellas criaturas mientras se lanzaban a nuestros brazos.

Descojonado por esa reacción, me puse a hacerles cosquillas. Las chavalitas se quedaron petrificadas al sentir que sus cuerpos reaccionaban y que eran incapaces de dejar de reír. Pero cuando la negra me imitó fue cuando totalmente confundida Ía me pidió a través de sus hebras que parara y que le explicara qué les estaba haciendo.

Por un momento, creí que me estaba tomando el pelo, pero al observar su mirada comprendí que jamás había sentido algo así y sin ocultar mi sorpresa, le pedí perdón si se había sentido molesta.

―Me ha resultado raro el no poder contener la risa― respondió alucinada: ―Era como si no fuera dueña de mis actos.

Asumiendo lo mucho que esas crías tenían que aprender, volví a hacérselas mientras le decía:

―Es un juego que los humanos aprendemos de niños y es otra forma de demostrarnos cariño.

Impactada, se echó a llorar. Al creer que me había pasado nuevamente me disculpé, pero entonces sonriendo me reconoció que su antiguo dueño nunca había jugado con ellas y que no sabía cómo hacerlo.

―Tú imítame― repliqué mientras me lanzaba sobre Tomasa.

La mulata no se esperaba mi traicionero ataque y menos que sumándose a él, las dos nenas se dedicaran a hacerla reír.

― ¡Qué rápido aprendéis lo malo! ― desternillada comentó mientras se revolvía contra todos.

Al sentir las manos de la mujer, instintivamente cambié de juego y la besé. Ella olvidándose de las criaturas respondió con pasión cuando forcé sus labios y metiendo su lengua en mi boca, me pidió que la amara y sintiendo entre sus piernas mi erección, no se lo pensó dos veces. Tomando mi pene entre sus manos, se empaló. A pesar de la rapidez con la que se embutió mi miembro, pude sentir cada uno de sus pliegues forzándose a aceptar esa intromisión y comprendiendo que no estaba acostumbrada a ser amada, decidí esperar antes de abalanzarme sobre ella.

― ¡Dios mío! ― sollozó la mulata al sentirse llena y con una mezcla se felicidad y de sorpresa volvió a rogarme que la tomara.

Lentamente, comencé a moverme disfrutando de la estrechez de su conducto. Al notar el vaivén de mis caderas, Tomasa me abrazó con sus piernas decidida a no dejar que me separara de ella.

―Disfruta y no pienses― susurré en su oído mientras lentamente iba incrementando el ritmo.

Las chavalas se habían quedado quietas. Y sin atreverse a intervenir, observaban como nuestras respiraciones y nuestros corazones se iban acelerando. Concentrado en la mulata, no me percaté que parecían deslumbradas al sentirse copartícipes del momento. Sin prestarles atención, me agaché sobre los pechos de Tomasa y comencé a mamar de ellos. El doble estímulo magnificó la calentura de la morena y completamente entregada, chilló de gozo.

―Mi amor, mi hombre, mi vida.

Su grito de felicidad me permitió seguir, sin asumir que con cada una de mis penetraciones disolvía el recuerdo de su infausto matrimonio.

― ¡Qué bello es veros amando! ― escuché que Ua decía sin perder detalle de lo que estábamos haciendo.

 No caí en que esa exclamación llevaba implícita lo insólito que les resultaba el que dos seres pudieran dar y recibir placer al mismo tiempo. Centrado en lo que hacía profundicé en Tomasa con nuevas y continúas estocadas. Para entonces, los senos de mi recién estrenada pareja estaban en plena efervescencia y al no poder absorber toda su leche, pedí a las niñas que me ayudaran.

― ¿Nos estás pidiendo que participemos? ― preguntó Ía.

En vez de ser yo quien contestara, fue Tomasa la que lo hizo poniendo una de sus tetas a su disposición mientras decía:

―Sois nuestras mujercitas y nuestro amor debe ser también vuestro.

Indecisa, la joven acercó su boca al manantial en que se había convertido el pezón de la mujer e imitando la forma en que me había visto hacerlo, comenzó a mamar. La expresión de su cara reflejó su sorpresa al saborear ese blanco manjar y haciendo un gesto a su compañera, pidió que también ella lo probara. Ua titubeó antes de posar sus labios en la areola, pero en cuanto bebió las primeras gotas de leche humana, no se pudo reprimir y se lanzó a gozar de ese regalo. Tal era el hambre con el que las chiquillas competían por ese erecto botón que riendo les cedí el otro pecho y mientras mi pareja era dulcemente ordeñada por ellas, busqué con urgencia dar placer a la preciosa viuda. Sobrepasada por ese triple ataque, no tardó en gritar que nos amaba.

Su chillido me alertó de la cercanía de su orgasmo y queriendo compartir con ella el momento con fieras, pero dulces, estocadas incrementé mi acoso.

―Me corro― aulló al sentir que tras tantos años sola formaba parte de una familia y ante mis ojos y los de las dos nenas colapsó de gozo.

El clímax de Tomasa fue el acicate que me faltaba y olvidando que mi semen era el sustento de esos bellos seres, derramé mi esencia en ella. La negra al sentir en su vagina mis descargas se echó a llorar de alegría diciendo que por fin la había hecho mía. No creo que ni Ua ni Ía se dieran cuenta de lo que había sucedido al estar obsesionadas en que no se perdiera nada de la leche que seguía brotando sin parar de los pechos de la morena.

―No puedo más― suspiró la cuarentona al sentir que el placer seguía asolando sus neuronas.

Las chavalas ni la oyeron e involuntariamente contribuyeron a que presa de un nuevo orgasmo Tomasa comenzara a retorcerse sobre las sábanas. Observando el ansia con el que mamaban, permití que saciaran su hambre, aunque con ello mi adorada mulata fuera pasto de las llamas de su propia calentura y solo cuando la vi desplomarse agotada, separándolas de los inacabables cantaros, les pedí que pararan.

Ambas se quejaron al verse despojadas de los senos de la viuda y sin dejar de mirarlos con genuino apetito, preguntaron el porqué. En sus caras adiviné lo que pasaba y riendo señalé que si seguían ordeñando a la mujer la matarían. Lo dije metafóricamente, pero ellas se lo tomaron de manera literal y olvidándose del hambre que sentían, introdujeron sus hebras en ella preocupadas.

Despelotado de risa viendo en sus rostros que no encontraban nada que sanar, les aclaré lo que pasaba y que había querido decir que la pobre Tomasa estaba cansada, pero que al igual que mi pene, los pechos de la morena siempre estarían para ellas.

Ua respiró aliviada, pero fue Ía la que venciendo su timidez comentó que las perdonáramos y que se habían dejado llevar por la sorpresa de que las hembras humanas también fueran capaces de derramar su esencia. Recibí a carcajadas sus palabras y abrazando a las chiquillas les dije que tenían mucho que aprender de la anatomía humana.

Sin entender mi sentido del humor, Ua protestó diciendo que para adoptar la forma humana habían tenido que conocerla y que nada de ella le era desconocido. Obviando la información que me acababa de dar, contesté que si tanto conocían como era posible que no supieran la función que en nuestra especie tenía la leche materna.

Mis palabras las dejaron conmocionadas y entablando un dialogo sordo entre ellas al que no tuve acceso, se debieron hacer la misma pregunta. Tan agotado como Tomasa miré mi reloj y viendo que eran las cuatro de la mañana, les rogué que descansaran y dejaran para mañana sus dudas.

―Amado Íel, ¿me permitirías ser quien se abrace a ti? ― con ojos tiernos, susurró Ua en mi oído, temiendo quizás que no quisiera.

Enternecido por esa suplica, le di un azote mientras le decía:

―No te lo permito, te lo exijo mi amada Ua.

Extrañamente complacida con esa ruda caricia, la joven posando su cara en mi pecho cerró sus ojos mientras su compañera se tumbaba junto a la morena.

― ¿Mañana podremos desayunar tu esencia? ― escuché que me decía.

Pasando mi mano por su cintura, no contesté.

Relato erótico: Los compañeros de papá me cosieron a pollazos (POR ROCIO)

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Mi papá solía traer a nuestra casa a muchos de sus compañeros de trabajo, tras un día arduo en la oficina, para beber y pasar el rato. A mi hermano Sebastián le saludaban como si fueran colegas de toda la vida: chocaban los cinco, le preguntaban cómo le iba con sus conquistas y comentaban sobre su equipo de fútbol. Pero a mí en cambio siempre me trataban con mucho respeto, imagino que era así porque mi padre estaba allí.

Pero en una tarde me fui al baño para darme una ducha. Cuando terminé me di cuenta que no llevé conmigo mi bata, por lo que tuve que salir con una toallita muy pequeña remangada por mi cintura y con un brazo cubriéndome las tetas. Me topé con uno de sus amigos que quería entrar en el baño. Me miró de arriba para abajo sin mucha vergüenza, yo no sabía dónde meter mi cara porque estaba coloradísima.
Me dijo con una gran sonrisa:
-Hola Rocío. Soy el señor López, el jefe de tu padre.
Su propio jefe nada más y nada menos, pero yo no le hice mucho caso, me fui a pasos rápidos de allí pidiéndole disculpas.
Un par de noches después, mientras yo estaba hablando con mi novio por el móvil, ese mismo hombre entró en mi habitación. Fue muy rápido, se disculpó y dijo: “Así que aquí es tu habitación, yo estaba buscando el baño, perdón Rocío”. Y cerró la puerta inmediatamente. No le di mucha importancia pero más tarde entendería su extraño actuar.
Una tarde me fui a la casa de una amiga, y cuando volví, ese mismo señor me esperaba cerca de la entrada de mi casa, apoyado en su lujoso coche y con una tarjetita en su mano. A mí me daba mucho corte mirarle a los ojos.
-Hola señor López. ¿Vino con mi papá?
-No, Rocío, he venido por mi cuenta.
-¿Y por qué?
Yo me aparté un poquito para entrar en mi casa pero él me cerró el paso.
-Tu papá va a perder el trabajo a manos de un muchacho más joven y activo. ¿Lo sabías? Por eso nos ha estado invitando a su casa, para mostrarnos cómo se las arregla solo, con un hijo que pronto comenzará la universidad y una hija muy preciosa que comenzará ya su segundo año de la facultad.
-Eso es terrible, señor López. ¿Y por qué me lo cuenta a mí?
-Porque si tú quieres, puedo hacer que tu padre no solo siga en la empresa, sino que suba de puesto.
-¿Si yo quiero?
Me pasó su tarjetita y dijo que me esperaría con otros hombres en un departamento ubicado en el centro de Montevideo. Yo me quedé muda, arrugué la tarjetita y le solté un sonoro bofetón. Le grité un montón de cosas y me daba rabia que ese pervertido no borrara nunca la sonrisa de su cara. No quise armar más escándalo porque tengo vecinas chismosas y repelentes que ya estaban mirando el show que monté.
Esa noche discutí con mi papá al respecto, en su habitación, porque no quise que mi hermano escuchara. Me lo confesó todo, que su puesto apeligraba porque una persona que comenzó como auxiliar terminó escalando puestos y amenazaba con quitarle su lugar en la gerencia administrativa. Obviamente mi papá no sabía que su jefe me hizo una propuesta indecente, eso sí que le iba a enfurecer y ahí se iría al traste todo.
Le vi tan triste y preocupado, así que decidí abrazarlo y quedarme a dormir con él para tranquilizarle un poco. Me dije para mí misma que yo iba a hacer lo posible para salvar a nuestra familia, que iba a hacer un sacrificio y aceptar la propuesta indecente.
Al día siguiente le llamé a su jefe y tuve la conversación más surreal de mi vida:
-Hola señor López. Soy Rocío.
-Hola putita.
Me quedé cortada por unos segundos, vaya maneras del señor.
-Voy a irme esta noche al edificio que me dijo… Lo haré por mi padre, por mi familia, usted esta noche tendrá mi cuerpo pero nunca mi alma.
-¡Pfff! Me da igual, putita, la verdad. Ve junto a la señora Rosa en la portería a las cuatro de la tarde. Y trae unas almohadillas, que vas a pasar mucho tiempo de rodillas, ¡jajaja!
-Imbécil, no le da vergüenza hablar así.
-A las putas las hablo como quiero. Y tú eres una putita muy preciosa, cuando te vi salir del baño me dejaste muy caliente. Tengo unas ganas de ponerte de cuatro y reventarte el culo hasta que llores, marrana.
La verdad es que me calentó un poco pues de siempre he fantaseado con el sexo duro, pero nunca lo he admitido por temor a lo que diría mi novio, que seguro lo terminaría contando a sus amigos, que yo le conozco bien al cabrón. Y si bien con mis amigas soy muy abierta, hasta ese punto no llego. Así que dentro de mí, la cosa se puso algo ardiente.
-¡Marrano usted, viejo verde!
A la tarde me “preparé”. Es decir, me puse ropa holgada, me despeiné adrede, nada de maquillaje y hasta incluso me comí una cebolla entre lágrimas para que esos perros no disfrutaran nada conmigo. Llevé mi carterita con tan solo mi móvil y la camiseta de Peñarol de mi hermano, que si en ese edificio iban a llenarme de semen, qué mejor trapito para limpiarme toda que ese pedazo de tela de odiosos colores.
Envié sendos mensajes a mi papá y a mi hermano. Al primero le escribí: “Papi te amo un montón, no te preocupes por el trabajo que seguro lograrás demostrarle lo que vales. Voy a dormir en la casa de Andrea. TQM”. A mi hermano le envié: “Subnormal, ojalá te mueras”. En el fondo quiero mucho a mi hermano Sebastián y seguro que él lo sabe, pero no sé por qué me resulta más fácil insultarle antes de admitir que tiene un lugar en mi corazón.
Cuando llegué al edificio tras abordar un taxi, me quedé sorprendida: era de lujo y para colmo mi pinta no congeniaba con ese lugar repleto de hombres trajeados y mujeres con vestidos carísimos que me miraban por sobre el hombro. Por suerte la señora Rosa vino rápidamente hasta mí y me agarró del brazo para llevarme a uno de los baños para funcionarios.
-Así que tú eres la putita que va a hacerle la fiesta a esos hombres.
-No soy ninguna putita, me llamo Rocío.
-¡Joooo! ¿Pero y ese aliento que tienes, querida? Y menudas pintas tienes, no sé qué vieron en ti. Por suerte me han pagado para que te arregle un poco…
Me dijo que me quitara las ropas porque ella me iba a dar una ducha, yo le dije que eso lo podría hacer yo sola y en privacidad. La mujer me dijo que eso iba a ser imposible, porque le pagaron muy bien para asegurarse de que yo estuviera en condiciones, y que si me negaba, iba a traer a los de seguridad del edificio y entre ellos me iban a forzar a bañarme.
No tuve mucha opción realmente, me quité las ropas holgadas y me metí bajo la tibia ducha. Ella se encargaba de mirarme con los brazos cruzados y la mirada maliciosa. Me decía “Límpiate allí, te falta allá”, etc. Luego se soltó más y empezó a tirar dardos: “Qué lindo chochito tienes, ¿no te gustaría depilarlo?”, “Ese culito seguro que es apretadito, tras esta noche no vas a poder sentarte durante una semana, jajaja”.
Luego de la ducha, me dijo que me apoyara contra la pared y pusiera mi culo en pompa. Yo lo hice pero la verdad es que tenía muchísimo miedo, pensé que ella iba a tocarme, darme nalgadas o alguna perversión similar, pero no fue así:
-¿Rocío, ya practicaste sexo anal?
-No, Señora Rosa…
-Sé sincera, nena.
-Diosss… la verdad es que ya puedo aguantar hasta cuatro dedos, pero no más… ¿Por qué?
-Ay, por favor, como si fuera que no lo sabes.
Introdujo en el ano su dedito, hizo unos círculos allí para ensanchar un poquito pero yo aguanté, me mordí los labios y arañé la pared. Luego metió una manguerita especial y me dijo que me iba a limpiar el culo porque esa noche iba a debutar por detrás. La hija de puta me llenó las tripas tres malditas veces, yo parecía una embarazada de lo llena que me dejaba. Tenía unas ganas de metérsela yo misma en su trasero para que sintiera el mismo martirio que yo.
Cada vez que tenía las tripas llenas, debía evacuar en el inodoro como proceso de limpieza. Y así, a la tercera ocasión, ya solo salía agua limpia de mi culo. Yo estaba rojísima, fue súper humillante y cuando todo acabó pensé que por fin terminó lo peor de la noche. Pero qué burra fui al creer eso.
Le dije que me dolía la pancita pero me respondió que pronto me pasaría. Me mostró luego un trajecito de mucama francesa, me dijo que ese iba a ser mi uniforme, era demasiado corto y me desesperé. Me pidió que me tranquilizara y me sentara en el inodoro, porque iba a maquillarme. Arregló mi cabello en una coleta y le introdujo pernos de pelos con terminación en forma de rosas rojas. Me delineó los ojos con color negro para resaltar mis ojos café, delineó también mis labios con un lápiz rosa pálido y así coloreármelos con un labial del mismo tono. Cuando me vi en el espejo me quedé muda, yo lucía preciosísima, como una actriz de cabaret… lástima la ocasión no era la mejor de todas.
Me puso el collarcito de cuero, era bastante cómodo pues el interior estaba acolchado. Me ayudó luego a ponerme unas medias de red que llegaban hasta medio muslo, sin liguero. Y llegó lo peor, el trajecito de mucama: era de corsé, se iba a tardar su tiempo cosérmelo. Y por lo que se veía, era demasiado revelador, empujaría mis tetas para lucirlas en todo su esplendor, y por otro lado ni siquiera llegaría a cubrirme la mitad de mis muslos. Para colmo no iba a llevar ropa interior, nada de nada, con tan solo inclinarme ya se podía apreciar mis nalguitas y mi coño, fue demasiado vergonzoso al comprobarlo frente a un espejo.
Y así llegó por fin las ocho de la noche, mientras yo trataba de luchar contra esos malditos tacos altos, con la Señora Rosa sentada y fumándose un cigarrillo mientras me aconsejaba.

-Luces muy bien, Rocío. Estás perfecta, nada que ver con la campechana que eras hace unas horas.

-Señora Rosa, tengo miedo.
-¿Ah, sí? Pues no tienes por qué. Relájate, querida. Sírveles el champagne, los bocaditos, muéstrales tus encantos. Por lo que sé te van a pagar muy bien.
-Sí, un montonazo de dinero –mentí. Por lo visto ella no sabía que todo era un chantaje.
-¿Ya terminaste con el caramelito de menta? ¡Ese aliento era terrible!
-Sí, ya está todo, joder…
Me acompañó hasta el elevador, y antes de que se cerrara la puerta me dijo que todo lo que yo necesitaba estaba en el bar de ese departamento al que iba: la bandeja, las bebidas, las copas, los bocaditos… y los condones también estarían ahí. Con las piernas y manos temblándome, presioné el botón del último piso.
Cuando llegué y entré en la habitación que me indicaron, vi a ocho hombres maduros y trajeados en sillones que formaban un enorme círculo. En el centro había un colchón y un par de cámaras en trípode. La verdad es que por un momento pensé en salir corriendo de allí porque no me esperaba tanta gente pero me armé de valor por mi papá y nuestro futuro.
Todos y cada uno de esos hombres me comían con la mirada, murmuraron mucho cuando yo avanzaba hasta el bar para coger la bandeja. “¿Ella es la hija de Javier? Joder”, “No te puedo creer, Señor López, pensé que nos estabas mintiendo”, “Vamos a pasar una noche de lujo, por lo que se ve”. El Señor López carraspeó para silenciarlos a todos y me llamó:
-Oye, putita, ven aquí que te quiero presentar a los muchachos.
-No me vuelva a llamar putita, marrano.
-¡Es brava la nena! –dijo un señor.
-Así me gustan las mujeres, seguro es toda una guerrerita en la cama también.
-A pollazos te vamos a cambiar la actitud, Rocío, ¡jaja!
El señor López me ordenó que me sentara en su regazo. Yo estaba coloradísima y miraba solamente al suelo mientras ellos hacían comentarios obscenos acerca de mis tetas y mis piernas. Empezó a meter su mano bajo mi corto vestido de mucama. Gemí como cerdita cuando sentí sus enormes dedos jugar entre mis labios vaginales.
-Estás húmeda, putita.
-Ughhh… diosss… eso es porque me he dado una ducha, imbécil…
-¡Jaja, qué marrana es, cómo le gusta!
-¡Qué linda mucama tienes, pero parece que no tiene modales para hablar!
-No te puedo creer, Don López, si mi señora me pilla…
El señor dejó de manosearme: -Bueno, Rocío, me alegra tenerte aquí con nosotros. Quiero que empieces a servir los bocaditos y la cerveza, que ya va a comenzar el partido entre Peñarol y Nacional, ¡el superclásico! Sé buenita y nosotros vamos a portarnos también bien contigo.
-Está bien señor López –dije tratando de no gemir más porque el infeliz fue muy bueno tocándome y dejándome encharcada. Seguro que los demás podían ver en mi carita viciosa que aquello me gustaba, pero no les iba a dar el gusto de decírselos.
Me ordenó levantarme y que comenzara a trabajar. Me dirigí al bar y comprobé que, como Rosa me dijo, ya había bocaditos listos para ser cargados en la bandeja. Miré a los hombres y estos ya observaban la previa del juego por la TV, sonreí y aproveché para escupir en algunos sándwiches, con toda la rabia del mundo.
Al principio ellos estaban muy concentrados en la transmisión, así que realmente solo fue servirles cerveza y los bocaditos. Algunos que otros me daban cachetadas en el culo y me decían guarradas cuando estaba cerca, pero se nota que el fútbol corre por la sangre de los uruguayos porque aparte de eso, no me hacían mucho caso.
Todo comenzó a desmadrarse cuando terminó el primer tiempo. Un maduro muy gordo me pidió que me sentara en su regazo. Nada más sentarme, me metió mano y me hizo una fuertísima estimulación vaginal con sus expertos dedos, yo por un momento me dejé llevar, cerré los ojitos y gemí. Me gustó tanto que perdí el control de mis manos y la bandeja se cayó, con los bocaditos y alguna copa.
-¡Esta putita se corre rápido, Don López! Le falta más experiencia –dijo haciendo que sus dedos vibraran más y más fuerte dentro de mí.
-Ughhh… cabrónnnn… suficienteeee…
-Joder con la nena, es muy bocona. Sé obediente y recoge lo que has tirado…
-Ufff… sí señor –dije arrodillándome en el suelo para recoger lo que se había caído. Tenía que tirarlos al basurero pero buscaría una forma de servírselos de nuevo sin que se dieran cuenta.
Pero mientras recogía, el gordo tomó de mi collar y me atrajo hasta sus piernas, agarró mi mentón y me ordenó que abriera la boca porque me iba a dar de tomar cerveza. Vació media latita de cerveza que apenas pude tragar. Con los ojos cristalinos, con algo de la bebida escurriéndoseme de la boca y algo mareada, traté de reponerme pero él me sostuvo del hombro:
-Oye, putita, ¿de qué club eres?
-De Nacional, señor… pero no soy fanática…
-¿Sabes que mi señora no entiende una mierda del fútbol? Una vez festejó gol cuando la pelota se fue al lateral… ¡jajaja! Pero tú entiendes, ¿no?
No creo que le importara mucho mi respuesta porque metió mano entre mis tetas y empezó a magrearlas descaradamente. A mí me dolía un montón porque se notaba que era un bruto. Uno de sus amigos se levantó del asiento y, colocándose detrás de mí, levantó la faldita de mi vestido para revelar mis carnes:
-Hace rato que no tenía frente a mis ojos un culito como este, prieto, jugoso y con mucha carne –dijo dándome nalgadas.
-No puedo creer que la hija de Javier esté aquí, eres increíble don López.
Se arrodilló y metió un dedo en mi culo. Empezó a jugar, haciendo ganchitos y dibujando círculos adentro de mí.
-Uffff… por favor no muy fuerte señorrrr… -gemí mientras su dedo empezaba a follarme el culo con velocidad.
-Mira putita, será mejor uses esa boquita para otra cosa que no sea quejarte –dijo el gordo.

Se abrió la bragueta y sacó su tranca venosa y larga. Tomó un puñado de mi cabello e hizo restregar su glande entre mis labios. Era enorme y me iba a desencajar la mandíbula si me atrevía a dejarme follar por la boca. Como vio que yo no quería chupársela, tapó mi nariz y esperó a que yo abriera la boca para respirar. Me la metió al fondo cuando no pude aguantar más, y me folló la boca violentamente sin hacer caso a mi rostro coloradísimo y los sonidos de gárgaras. Su panza y su vello púbico me golpeaban toda la cara, la verdad es que ese señor me pareció todo un puerco y maleducado.

Repentinamente me soltaron, dejaron de macharme la boca y el culo, y me quedé tirada en el suelo tratando de respirar normalmente. Me sentía mareada y sobre todo, muy cabreada. Al parecer el segundo tiempo iba a comenzar y querían continuar viéndolo. El Señor López me ordenó muy rudamente que me levantara y que siguiera sirviendo. Me arreglé el vestido y, bastante cachonda, seguí sirviéndoles bocaditos sucios y bebidas escupidas sin ellos darse cuenta.
No sé cuánto terminó el juego, yo no estaba con muchas ganas de saberlo. Unos festejaron y otros se enojaron, y yo temblaba como loca porque el final del juego llegó y ellos se dedicarían a mí. Estaban borrachos, estaban eufóricos, se olía la testosterona en el aire y yo estaba a merced.
Tras servirles unas bebidas, otro señor me ordenó que me sentara en sus piernas para tocarme las tetas y culo tímidamente mientras veía las mejores jugadas del partido (así me enteré que ganó mi equipo por dos a uno). Mientras yo gemía y me restregaba contra él porque era muy gentil y sensual, el jefe ordenó que apagaran la televisión. Casi me caí al suelo del susto cuando dijo “enciendan ya las dos cámaras”, pues claro, me había olvidado que iban a filmar.
Temblando como una poseída, me levanté y les llené las copas de champagne a todos, y al terminar de servirle al último, el señor López me ordenó que me colocara en el centro del círculo, parada sobre el colchón. Uno de sus amigos se acercó a mí y me entregó una mascarilla veneciana para ocultar mi rostro (pero dejaría mi nariz y boca libres).
-Póntelo, putita, que si papi se entera que sus compañeros de trabajo te cocieron a pollazos…
-Diossss… Sois todos unos cabrones hijos de putas –dije poniéndomelo.
-Te juro que todavía creo que esto es un sueño, don López, ¡la hija de Javier!
-¡Ya está grabando!
Me ordenaron que me quitara las ropas. Yo temblaba un montón y realmente habrá sido patético cómo quedó filmado. Me costó demasiado deshacerme de tan ajustado traje, me ayudaron dos hombres a desatármelo, y al final me quedé solo con un collar, las medias de red y los tacos altos, parada en el centro.
-Vamos a comenzar un jueguito, Rocío.
-¡No diga mi nombre, que se va a grabar, viejo verde!
-Ah, pero putita, vamos a editar el sonido y ponerle música de fondo para que no se oiga. Escucha con atención. Somos ocho hombres, si logras que los ocho nos corramos en tu boca en menos de cincuenta minutos, tu padre va a obtener un aumento salarial del 50%. Solo puedes usar una mano, y desde luego tu boquita. Con la otra mano te vas a tocar tu chochito, ¿entendido? Cuando logres sacarle la leche a uno, beberás un traguito de cerveza y posteriormente deberás limpiar la polla recién ordeñada, usando solo tu lengua. ¡Cuidado, algunos tenemos mucho aguante, así que ponle empeño!
-¿Has traído las rodilleras, putita? ¡Jajaja!

Se bajaron las braguetas. Tragué saliva presa del desconcierto, no podía ser verdd lo que me dijo. Empezaron a hablar entre ellos, a beber de las copas. Cuando me dijo que el tiempo empezaba a correr, rápidamente me armé de valor. Me dirigí hacia el gordo pues ya se había follado mi boca y seguro que se quedó con las ganas de correrse, probablemente lograría sacarle la leche muy rápidamente.

Nada más me acerqué a su asquerosa polla, me tomó del cabello, bruto como siempre, y me folló violentamente hasta la garganta. Yo me retorcía como si estuviera poseída, me iba a matar, me iba a asfixiar, ni siquiera sabía dónde poner mis manos, instintivamente quise salirme pero el gordo era muy fuerte y me atajó hasta de mi collar. Por suerte, tal como sospeché, él ya estaba al borde del orgasmo. No tardé en sentir su leche en mi boca, y muy para mi mala suerte, llegó incluso a escurrirse la leche por mi nariz puesto que el maldito me la clavó hasta el fondo cuando se corrió.
Me quedé ahí, arrodillada y con la cabeza reposando en uno de sus muslos, tratando de recuperar la respiración. El gordo me tomó del mentón y me dio de beber un trago de algo fuertísimo que me quemó la boca y todas mis tripas. Pero hice fuerzas porque tenía que limpiar su tranca. Me dio un leve zurrón en la cabeza cuando toqué su polla:
-¡Solo usa la lengua para limpiar, putón!
-Ughh… Valeeee…
Fue ridículo, y de hecho ellos se reían mientras me veían limpiándosela a lengüetazos, con mis manos apoyadas en mi regazo. Como estaba morcillona, fue muy difícil que se quedara quieto ese pedazo de carne, y debía corregir constantemente mi cabeza y mi lengua para poder hacerlo bien. Tras poco más de un minuto, y con la lengua muy cansada, el gordo me acarició el hombro:
-Muy bien, Rocío, has cumplido conmigo. Te quedan siete más… ¡Arre!
-Joder… ¡son unos hijos de puta!
-Uy, la hija de Javier sigue con esa actitud peleona. En fin, tic tac, tic tac, ¡jajaja!
El hombre de al lado se inclinó desde su asiento y me agarró del collar para llevarme violentamente hasta su tranca. Se puso a masturbarse groseramente frente a mi atónita mirada, pero rápidamente su jefe le ordenó a todos que la única que iba a masturbarles era yo. Tragué saliva, puse mi mano en su polla y me la metí en la boca. No sé qué fijación tienen los hombres con metérmela hasta el fondo, pero por lo visto les gusta hacerlo. A mí me mareaba y apenas podía respirar, pero puse muchísimo empeño para poder ordeñarle rápido.
Con el correr de los hombres, perdí la noción del tiempo, perdí la sensibilidad de mi boca y hasta la de mi lengua. Me sentía tan sucia, una ramerita barata que buscaba pollas nada más ordeñar una. Les hacía una paja con mi mano mientras con la otra me tocaba mi coñito para poder excitarles más rápido, metí la puntita de mi lengua en las uretras de esos viejos, mordisqueé esos trocos y hasta aprendí que chupando los huevos, se corren más rápido. Bebí la cerveza, limpié las trancas solo con mi lengua. Me gradué de puta esa noche.
-La próxima vez te vamos a comprar un piercing para que te lo pongas en la lengua, la vamos a pasar de lujo contigo, Rocío.
-Escupe antes de chupar la polla, puta.
-No pongas carita fea cuando te tragas mi corrida, marrana.
Cuando llegué al séptimo hombre mi cara era una mezcla de sudor y semen. Respiraba por la boca porque mi nariz ya estaba repleta de leche, de la comisura de mmislabios se escurría semen sin parar, mi cabello antes bonito se había desparramado todo, uno de mis ojos lo tenía entreabierto porque una maldita gota de leche se fue allí, cuando un viejo se corrió violentamente. Mi cara estaba rojísima y me encontraba muy mareada de tanta cerveza.
-Hip… señññorrr… ¿cuánto tiempo me queda? –dije agarrando la carne del séptimo hombre.
-Pues lo siento Rocío, hace veinte minutos que perdiste.
-¡Jajajaja!
-Si es que… son unos cabronazos, les voy a matarrrr….
-Claro que sí, Rocío, claro que sí. Ahora vamos a jugar otro juego. Ponte de cuatro patas, trata de poner el culo en pompa. El Señor Mereles, al que no has podido llegar a chupársela, te va dar una rica pajita con sus dedos. Si logras aguantar diez minutos sin correrte, tu padre va a recibir…  ¡Un 70% de aumento!
-¡La puta, don López, por qué no me da a mí ese aumento!
-Hip… cabroneeeessss… quiero ir al baño para lavarme la cara…
-Nada de eso, putita. Vamos, que no tenemos todo el tiempo del mundo.
-Pues vale señorrrr…
Me coloqué de cuatro patas. Estaba muy mareada, me costaba mantener el culo en pompa sin balancearme. Por eso vinieron dos hombres y me sujetaron de la cintura. Otros pusieron la cámara justo frente a mi carita de cerda viciosa, seguramente para no perderse nada de mis expresiones.
Sentí que alguien me magreaba el culo mientras me decía guarradas. Algo de carne magra y yo qué sé, ya no podía entender nada de todos modos con lo borracha y cachonda que estaba. Me metió un dedo en el culo y empezó a jugar adentro. Con su otra mano se dedicó a masturbarme, pasando sus dedos entre mis abultados labios vaginales, tocando mi puntito de vez en cuando. Yo empezaba a gemir mientras los otros hacían comentarios obscenos. Se sentía tan rico y quería correrme pero tenía que aguantar por el futuro de mi padre, pero es que joder qué bien se sentía la mano del señor jugando ahí.
Aguanté muy bien, sin muchas quejas, incluso cuando metió un tercer dedo en el culo mientras dos entraban en mi coño. Tiempo atrás yo lloraba de dolor cuando me lo hacían, pero no sé si era porque yo estaba volada, borracha y muy cachonda, pero tampoco me dolió mucho cuando metió cuatro dedos hasta casi sus nudillos en mi culo. Sacaba y metía, sacaba y metía, su otra mano apretaba mi puntito y lo sacudía.
El señor dejó de darme tan rica pajita, y con sus dedos jugando en mi culo, le escuché hablar por su móvil:
-Hola querida, estoy aquí con mis amigos del trabajo.
-Uffff… señor por favor sea más gentil conmigo mmffff… -murmuré porque su mano era muy brusca follándome el culo.
Uno de los hombres cogió la cámara e hizo zoom apuntando mi cara. Dicha cámara estaba conectada al televisor HD de la sala, y de reojo vi mi carita de vicio, toda enrojecida y repleta de semen, viéndome gesticular del dolor porque los dedos del señor se ensañaban con mi culito.
-¡Jajaja! Deja de ser tan preocupada querida mía, simplemente estamos tomando una cervecita tras ver un buen partido de fútbol.
-Oohhhh diosssss… me va a romper en dos pedazos… díganle por favor que afloje el ritmo… uffff….
-Shhhh, silencio putita, no queremos que le descubran a nuestro amigo –me dijo uno de los dos hombres que me sujetaban.
-No soy ninguna putitaaaa… joderrrr…
-Vale cariño, trataré de no excederme con las bebidas. Te quiero mucho… Sí, adiós.
-¡Mffff… Uffff… Señor por favor, ¡va a romperme el culo! –grité cuando escuché que cortó la llamada.
-Mi señora casi te oye, furcia, te vamos a castigar.
-Noooo… no castigos… perdóooonnn… es que dueleee…
Me volvió a meter mano en el coño, jugando entre mis hinchadísimos labios vaginales, metiendo dedo y tocando mi puntito. Yo ya no disimulaba, me encontraba berreando y babeando del placer. Sabía que tenía que aguantar pero era imposible, para colmo los hombres que me sujetaban, empezaron a magrear mis tetas y a meter dedos en mi boca para que los lamiera.
Y me corrí, mordí el dedo de uno de los señores, que rápidamente lo quitó para que no le lastimara más. Arañé el colchón, vi de reojo en la tele que puse una cara feísima, abriendo mi boquita repleta de semen y gritando como cerdita mientras babeaba de placer. Me sentí tan decepcionada conmigo misma porque no fui capaz de aguantar más de cinco minutos. Los hombres me soltaron, se rieron de mí, viéndome retorcerme de placer en el colchón. Uno de ellos me tomó otra vez del mentón y vertió cerveza en mi boca, como castigo por volver a perder su maldito juego. Se fueron a sus asientos y el señor López, tras servirse de una copa de champagne, me habló:
-Perdiste, Rocío, te corriste en tan solo tres minutos… y treinta y dos segundos exactos, sí. Vamos a jugar a otra cosa, ¿vale?
-Tiempo… hip… ¡Tiempo de descanso, señor!
-Nada de eso, puta. Quítate la mascarilla un rato porque te voy a poner esta pañoleta para cubrir tus ojos. No te preocupes porque te va a gustar.
Se inclinó para cegarme con ese pedacito de tela negra. Me dijo que me iba a gustar, solo por eso me desesperé un montón.
-Muy bien. Ahora no puedes ver una mierda, y eso es bueno. Uno de los seis hombres a quienes se las has chupado te va a follar bien follada, y cuando termine de hacerlo, te quitaremos la pañoleta y vas a tener que adivinar quién fue. Si adivinas, le aumentaremos el salario a tu papá un… ¡100%!
-Joder don López, quisiera follarla yo –dijo uno, no sé quién.
-No, venga, don López, déjeme a mí, por fa, mi señora es una remilgada y no mojo desde hace rato.
-¡Te pago ahora mismo si me deja a mí, señor López!
-¡Suficiente, amigos! Van a sacar un palillo de estos seis que tengo. El más largo, se la monta, así de simple.
La verdad es que me sentía de todo menos afortunada, con tantos borrachos maduros con ganas de darme carne de la buena. Pasaron un par de minutos eternos para mí, pues estaba esperando al ganador, tirada en el colchón, tratando de que el alcohol, el olor a semen y el cansancio no me vencieran.
-¡Sí, putamadre, he ganado yo! –dijo un hombre con voz potente.
-Felicidades, pues comienza ya.
-Ayyy, diosss… por favor sea amable conmigo, señor…  -dije al desconocido ganador.
-A las putas las trato como se me antoja, ¿entiendes?
-Se nos está poniendo blandita la nena, ya no es tan respondona.

Como yo estaba acostada boca abajo porque estaba muy mareada, el hombre me tomó de la cintura y me dio media vuelta como si yo fuera una muñequita de juguete. Abrió mis piernas con una facilidad inusitada, me agarró de mis tobillos y las levantó. Luego reposó la punta de su pollón humedecido en mi rajita, restregándolo poco a poco para mi martirio, pues se sentía muy rico. Pero yo no iba a admitir que me estaba poniendo muy caliente.

Alguien, otra persona, o creo que fueron dos, me sujetaron nuevamente muy fuerte de la cintura, como para evitar que yo me retorciese mucho:
-Es por precaución, Rocío, verás, el que te va a follar es un auténtico toro. Es bien conocido por ser tan cascarrabias, y seguro que contigo se desquitará toda la rabia por el mal día de hoy en la oficina.
-Peeerooo… ¡yo no tengo la culpa de su mal día, señor!
-Hace años que no follaba con una chica tan linda como tú, con este chochito tan chiquito y apretadito como el que seguro tienes.
-Joooderrrr… -su polla cada vez se restregaba más fuerte por mi rajita -. Por favoooorrr… sea gentiiiillll….
-No me hables así, puta. Te voy a dar lo tuyo, por puta y por bocona.
Y me la clavó hasta el fondo. Chillé fuertísimo y me retorcí, arqueé la espalda y arañé el colchón. Ya supe por qué sus amigos me sujetaban tan fuerte, porque follaba muy rápido y violento. Por suerte yo estaba lubricada y ciertamente a gusto porque de otra forma sería un martirio para mí. Su enorme pollón entraba y salía con demasiada facilidad, y el cabrón gemía como un caballo o algo similar, era asqueroso. Me di cuenta de que tenía que adivinar quién me estaba metiéndola, así que traté de prestar atención a los detalles.
Sus amigos me soltaron y, casi inmediatamente, el hombre dejó mis tobillos y se acostó sobre mí,  aumentando el ritmo de sus envites, podía sentir su aliento a cerveza y escuchar sus bufidos asquerosos de animal. Me decía guarrerías y cosas terribles, vaya que era un maleducado, y cada vez que yo gemía por la forma brusca en que me follaba, me metía su lengua asquerosa hasta el fondo de mi boca para callarme.
Y se llegó, me la clavó hasta el fondo otra vez y se corrió dentro de mí. Vi las estrellas, grité muy fuerte y me retorcí como si estuviera poseída. Sentí toda la lechita desparramándose dentro de mis carnes, y para qué mentir, se sentía tan bien. Poco a poco fue bajando su ritmo mientras yo estaba tirada como un muñeco de trapo, dejándome hacer. Me besaba las tetas, me lamía la boca y mi nariz, ese olor a alcohol era muy fuerte pero me estaba acostumbrando.
-Mmmgg… ¡Se ha corrido dentro! No quiero quedar… hip… embarazada…
-Pues estás de suerte porque ya no puedo tener hijos, Rocío.
Se levantó y tras unos minutos en donde les oía moverse a mi alrededor, el señor López me quitó la venda:
-Adivina adivinador, Rocío. ¿Quién te folló de estos seis hombres sentados?
-Dios mío, señor…  ¿Cómo voy a saber?
-Pues trata.
-Joder… -vi a todos esos compañeros de trabjo de mi padre, sentados, sonriéndome -. Pues el viejo calvo, no sé…
-Me decepcionas, puta. Fallaste, te folló don Carlos –me señaló al tal Carlos, que me sonreía y levantaba su copa de champagne-. Como castigo, tomarás este vasito de cerveza. Abre la boca, puta.
-No quiero, así que gracias…
Tapó mi nariz y nada más abrir la boca vertió la bebida. Asqueada y cabreada, me tumbé en el colchón mientras uno de los hombres se dirigía a mí. Me puso la máscara veneciana y me dijo:
-Vaya, putita, no es hora de dormir aún.
-¿Y ahora… hip… y ahora quéee?
-Pues has perdido tres veces ya, Rocío. Creo que es hora de otro juego, ¿no? Ponte esta gabardina, iremos todos afuera para dar un paseo. Quítate la mascarilla, que esto no lo vamos a filmar. ¡Vamos a dar un paseo por la plaza frente al edificio!
Pensé que me iban a dejar vestir al menos, pero no. Me quitaron los zapatos de tacón porque no había forma humana de usarlas en mi condición, quedándome solo con las medias de red. Uno de los señores me prestó su gabardina, me la pusieron y de brazos me llevaron hasta el elevador. Bajamos hasta el primer piso y posteriormente nos fuimos a la plaza. Los hombres se sentaron en un banquillo más alejado, y me quedé sola con el señor López.
-Rocío, quiero que te ofrezcas a un muchacho que va a venir por este lugar. Es un chico con anteojos cuadrados, un auxiliar contable de nuestra oficina. Cóbrale unos dos mil pesos por follar.
-Hip… ¿Quéee? ¡Estás loco, viejo! –Dos mil pesos son como noventa dólares, para que se hagan una idea.
-400% de aumento salarial.
-Diossss… míooo… 400%.
-Yo y los demás estaremos viéndote desde el banquillo del fondo. ¡Ánimo, putita! –me dio una nalgada y se fue con sus compañeros.
Yo estaba hecha una calamidad. No sé qué hombre en este mundo querría estar conmigo, con mi cara hecha un desastre, borracha y sin ropas más que una gabardina y medias de red desgastadas. Ni siquiera  sabía cuánto tendría que esperar al chico. 400% de aumento salarial, madre mía, ya pensaba salir corriendo de ahí y arrastrar a mi papá hasta el centro comercial más cercano.
Vi a un muchacho de veintitantos, trajeado, proveniente de una oficina. No sabía si era él la persona con quien debía encontrarme, pero cuando vi los anteojos cuadrados lo confirmé. Me armé de valor para acercarme y hablarle, de todos modos con tanto alcohol en las venas no me fue difícil.
-Pss…. Pstttt… -le llamé.
-¿Me estás llamando a mí?
-Papi… ¿Te ha enviado el señor López?
-¿Pero qué cojones, cómo lo sabes?
-Dos mil pesos y soy tuya –le dije abriendo la gabardina y mostrándole mi completa desnudez. 400%. 400%.
-Joder qué asco –seguramente vio que estaba bañada en semen -. Pues ya veo, Don López me llamó por el móvil para que viniera a buscar una “sorpresa” en la plaza. Así que eres tú la “sorpresa”. Mira, marrana, resulta que tengo una novia que aún no quiere follar conmigo y por eso estoy con las hormonas reventando. Por lo visto don López lo notó. Así que mira nada más, me mandó a una putaca como tú. ¡Qué grande es mi jefe! ¿Vamos a mi coche?
Me llevó del brazo hasta su vehículo, estacionado cerca. Me introduje en el asiento trasero y me acosté. Estuve a punto de dormir hasta que el muchacho me dio un pellizco en una teta. Le mandé a la mierda porque no es forma de tratar a una chica, por más cansada y borracha que estuviera.
-Ya me quité las ropas, nena, y tengo puesto el forro. Ahora siéntate sobre mí que te voy a dar lo tuyo.
-Hip… vale papi… tranquilo y dulce, por favor…
-¡Ja! Una puta como tú merece ser taladrada sin piedad. Sube, que tengo que ir junto a mi novia dentro de unos veinte minutos.
Pobrecita la novia, porque su chico de follar poco sabía. Era el ser humano más torpe, brusco y grosero que he visto y oído en mi vida. No tardó más de cinco minutos, vociferando lo muy puta que soy. Yo bostecé para cabrearlo porque mucho habló de “taladrarme” y poco lo demostró. Realmente no creo que haya muchas cosas más interesantes que contar al respecto, salvo que vi a una chica que se tropezó en la calle mientras el muchacho esquelético me follaba. Cuando se corrió, me salí y le reclamé el dinero bastante molesta porque no gocé nada. Así pues, volví junto a los hombres trajeados que estaban charlando en el banquillo.
-Hip… el dinero, señor López… aquí está…

-¡Le has cobrado los dos mil pesos, jaja! Quédatelo para ti, Rocío. Lo prometido es deuda, tu papá tendrá un aumento del 400% y seguirá trabajando con nosotros. Volvamos al depa, que por si no lo has notado, yo aún no te he follado. Y necesito meterte la tranca hasta el fondo para cerrar este trato, ¿vale?

-Ojalá te mueras camino al edificio, cabrón.
-Me gustaba más cuando te ponías buenita. ¡Ahora volvió la puta perra, jaja!
-No  soy… hip… ¡ninguna puta! –vociferé mientras me tomaban de los brazos para volver.
De vuelta al departamento, me hicieron acostar en el colchón. Volvieron a ponerme la mascarilla, encendieron las cámaras, y el señor López con un amigo se empezaron a desnudar frente a mí mientras los otros miraban. Ellos fueron los dos únicos a quienes no se las he chupado en el primer juego, así que imagino que querían descargarse ya.
Se colocaron cada uno a sendos lados míos, desnudos y con sus enormes pollas morcillonas a centímetros de mí. Mientras, yo de rodillas, me quitaba el vello púbico y semen que se me había quedado pegado en mis labios por las marranadas que hice anteriormente.
-Cáscame la polla, puta, que me cuesta un poco “armarme”, jaja.
-Vale, don López.
-A mí también, y ponme un condón porque no te quiero preñar, puta -dijo tirándome un condón.
-Diosss… por favor sea gentil, señor.
Con cada mano en una polla, fui chupándoselas alternativamente mientras sus amigos se sentaban y se masturbaban a mi alrededor. No tardó la polla del jefe en armarse a pleno, pero me costó más ponérsela dura al otro, a quien tuve que chupar sus huevos y lamer el tronco de su polla para ponerlo a tope y forrarlo. Me sentía tan caliente, con el alcohol haciendo de las suyas, me dejé llevar por el deseo, mirando de vez en cuando la película porno que mostraba en la TV, una película porno en donde yo era la protagonista.
El amigo del señor López se acostó en el colchón y me ordenó que me acostara encima de él. Así lo hice, reposé mi cabeza en su velludo pecho mientras mis manos se clavaban en sus hombros. Me dijo que no me atreva a arañarle porque su señora le iba a pillar las marcas, y que yo me iba a arrepentir. Me dio un miedo tremendo cómo lo dijo así que muy sumisa le dije que no iba a arañarle si me follaba duro.
Y mientras su pollón entraba en mi encharcado agujero y me arrancaba un gemido, el señor López se arrodilló detrás de mí y me sujetó de la cadera. Pude sentir la cabeza caliente de su tranca queriendo entrar en mi culo, la verdad es que eso me alarmó, nunca he follado por el culo, y no quería que un hombre tan marrano y detestable como él fuera quien tuviera el privilegio.
-Te voy a romper el culo, puta.
-Señor… diossss míooo…. por favor no por atrás, aún no lo he hecho por ahí… ufffff…
-Pues ya se puede meter cuatro dedos en tu culo, no sé por qué te pones así, Rocío.
-Sepárale las nalgas, voy a filmar su agujerito.
-Ughhh… diossss…
-Mira la TV, puta, ¿ves ahí este hoyo que tienes? Está en alta definición, no te pierdas los detalles. ¿Ves cómo puedo meter mi dedo con facilidad? Y ahora dos… Ves qué fácil. Es tu ano, putita, y está bien ensanchado.
-Es asquerossssoooo… no miren, ¡dejen de ver la TV, apaguen esooo!
-Jajaja, qué cosas dices, es el culito más hermoso que he visto. Como verás, ya he metido tres dedos y tú apenas lo sientes. ¿Ves? Mira cómo agito…
-Ufff… ¡Ughhh joderrrr! Ojalá le metan dedos a usted, ya veremos si “apenas lo siente”, ¡cabrón!
Pero la verdad es que me ponía a cien ver mi culo sometido en la TV. Chillé cuando, tras retirar sus dedos, escupió en mi agujerito. Vi, mordiéndome los labios, cómo metía la punta de su polla muy forzadamente en la entrada. Poco a poco fue introdujendo el glande mientras yo me retorcía como una loca, si seguía así iba a arañar a mi amante que me follaba por el coño.
-Noooo….. uffff…. Duele… dueleeeee don Lópezzz…. –apenas podía hablar bien porque su socio era un buen follador.
-Joder qué apretadito tienes el culo, siento que me va a reventar el glande por la presión.
-Ughhhmm… es demasiado granddeeee…. Diossss santooooooo me voy a morir aquíiiiii….
-Vale, vale, marrana, no te pongas así, se ve que aún no estás lista para que te den por el culo, y no es plan de romper un juguete tan lindo como tú tan pronto.
-Uffff… uffff… gracias… ufffff…. –ya no pude hablar mucho porque su amigo me metió la lengua hasta el fondo, besándome por varios minutos. Yo estaba tan caliente y tan feliz porque mi culito estaba a salvo, que empecé a chupar la lengua del hombre mientras el señor López se conformó con follarme el culo con tres dedos.
-Mira cómo quedó de dilatado tu culo, puta. Mira la TV.
Casi me desmayé del susto, podía ver el enorme agujero que me hizo e incluso aprecié mis propias carnes interiores gracias a que quedó tan ensanchado y vejado. Me excitó muchísimo cuando vi, un poquito más abajo, la polla de su socio taladrándome sin piedad el coñito, enrojecido e hinchadísimo. Los otros hombres se levantaron y se acercaron para separar mis nalgas, quitando fotos, filmando, metiendo dedos y escupiendo adentro. Se sentía tan rico que pensé que me iba a desmayar del gusto.
Mis ojitos se pusieron blancos, empecé a gritar cosas inentendibles mientras poco a poco mis extremidades perdían la sensibilidad. Me corrí como una cerda mientras mi maduro amante seguía follándome con todo. A mi alrededor todos se masturbaban y me miraban con deseo, por primera vez en la noche me sentí la reina del lugar, siendo admirada por todos esos hombres, siendo la dueña de sus pajas.
Creo que terminé por desmayarme sobre el pecho del hombre que aún me follaba, con los dedos del señor López jugando dentro de mi culito adolorido, y el semen de los demás cayendo sobre mis nalgas. Uno me tomó del collar y me obligó a tragar la leche que se le escurría de su polla, y yo gustosa acepté antes de perder el conocimiento.
Cuando abrí los ojos, estaba sobre la hermosa y enorme cama del departamento. No sé cuánto tiempo pasó, pero allí estaban los ocho tíos hablando entre ellos, a mi alrededor. Todos ya vestidos como si no hubiera pasado nada. Había un par sentados en el borde de la cama, con sus manos acariciándome dulcemente. Uno de ellos era el señor López.
-Ha sido una gran noche, Rocío, la hemos pasado muy bien. Tenemos que irnos, nos esperan nuestras esposas en casa. Tú no te preocupes porque esta habitación tan bonita la hemos alquilado solo para ti. Duerme en la cama lo que resta de la madrugada, al amanecer vendrá Rosa con tus ropas y te acompañará hasta la salida, ¿vale?
-Señor López estoy demasiado mareada… madre mía…
-Tranquila, duerme ya. Y no te preocupes por tu padre, mañana le comunico de su aumento salarial. Le diré que lleve a su hermosa hija a pasear por el shopping y le compre lindas cosas, porque se lo merece. Por cierto, el jovencito con el que follaste en el coche, es el que pretende quitarle el puesto a tu padre… Pero ya no.
-Hip… ¿Ese esqueleto?… Pues folla como el culo….
-¡Jajaja! Qué marrana eres, Rocío. En fin, adiós bonita. Tienes mi número por si quieres repetir.
-En la puta vida volveré a repetir esta guarrada, viejos pervertidos… hip….
-Pues algunos de mis amigos aquí se quedaron con las ganas de montarte. ¿Piénsalo, vale? La recompensa será muy grande.
Me besó en la boca. Y los otros siete hombres hicieron fila también para meterme lengua, y yo muy cansada y tirada en la cama, poco hice para oponerme. Alguno me magreó el coñito, otro me mordió el muslo, uno me metió un dedo en la boca para que lo chupara. En fin, me alegró un montón saber que todo había terminado. Enredada entre las mantas, me dormí.
Al día siguiente me despertó Rosa. Me ayudó a cambiarme y me acompañó hasta la salida. Me dijo que pediría un taxi pero yo le dije que le llamaría a alguien muy especial para que me buscara. En menos de quince minutos, mi hermano Sebastián llegó en su coche de mierda (en serio, es feísimo) para recogerme.
-Rocío… ¿Qué haces en este lugar? ¿No iba a dormir en la casa de tu amiga?
-Cállate, ¿sí? Vayamos a tomar un café, que tengo resaca…
-Qué dices… ¿Resaca? ¿Estuviste aquí con tu novio, no es así, flaca?
-No te pongas celoso, Sebastián. Simplemente… arranca el coche.
-¿Ese trapito que llevas en la carterita es mi camiseta de Peñarol? ¿Por qué está tan sucio?
-¡Arrancaaaaa!
-Está bien, está bien, vamos a una cafetería… Pero no traje dinero conmigo.
-Pues yo invito el café, idiota. Mira, tengo dos mil pesos…
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Gracias por leerme, queridos lectores de PORNOGRAFO AFICIONADO. Espero que les haya gustado el texto tanto como a mí me ha gustado escribirlo.
Besitos!
Rocío.
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
rociohot19@yahoo.es

Conociendo a Pamela 2 (POR KAISER)

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Conociendo a Pamela
 
 

Tras llegar a la casa y saludar a su primo Pamela va a darse una ducha antes de irse a dormir, en su habitación Sebastián aun se mata a pajas, nunca pensó que ella podía llegar a ser así de ardiente.

Por la mañana Pamela actúa de lo más normal, como si nada hubiera sucedido. Sebastián se levanta temprano y ella le pide que la acompañe hasta el colegio hoy, él acepta de buen agrado y ambos toman el bus, que para variar esta atestado.
“Quédate cerca mió” le dice ella y Sebastián esta a su lado, sin embargo pronto el bus se llena aun más y él se percata de cómo unos tipos tratan de pasarse de listos con su prima. Él observa con atención como le soban el culo entre ambos y le suben un poco su ya corta falda de colegio, Sebastián se excita un poco al ver como manosean a su prima y ella no hace nada por evitarlo, al parecer le gusta al ver la expresión en su rostro. De pronto Pamela se mueve hacia él y se pone delante de Sebastián. “Espero que no te moleste, pero estoy harta que me agarren el culo todos los días” le dice ella.
Sebastián se siente algo incomodo al tenerla ahí, por más que trata no puede evitar quedar encima de ella a causa de los empujones y de pronto le pasa a dar una fuerte punteada en el culo, Sebastián tiene su miembro totalmente erecto y Pamela lo siente con claridad, “solo por ser a ti te lo permito” le dice al oído con una coqueta sonrisa, incluso Pamela se carga un poco hacia él poniendo a su primo aun más nervioso y excitado.
Él la acompaña hasta la entrada del colegio, Sebastián se sorprende por la cantidad de chicos que la saludan, sin duda ella es muy popular. Pamela lo lleva tomado del brazo y las miradas de envidia no se hacen esperar. “¿Pensé que te gustaban más crecidos?” le dice en ese instante una chica a Pamela, es una de sus compañeras de curso y amiga. “¿Y este quien es?” pregunta otra, Pamela les presenta a su primo a sus amigas las cuales lo molestan al ver su aspecto de cabro chico, pero ella lo defiende.
“¿Y dime ustedes ya han tenido sexo?” le pregunta otra, Sebastián se sonroja, como le gustaría que eso fuese verdad. Finalmente ellas lo dejan en paz cuando Pamela se despide de él. “Nos vemos en la tarde” le dice ella y lo despide con un beso.
Sebastián regresa a la casa y se dedica a su rutina, la de ordenar y ayudar en algo mientras los demás están fuera. Tras desocuparse él vuelve a la habitación de Pamela donde, tras revisar su velador, encuentra su diario de vida el cual esta cerrado con un pequeño candado. Sebastián se imagina la clase de secretos que ese diario puede contener y de inmediato se pone manos a la obra para tratar de abrirlo de alguna forma.
Le toma más de una hora poder abrir el dichoso diario, finalmente escondida entre unos libros, encuentra la llave del candado y lo abre. De inmediato deja la llave donde estaba para no ser descubierto, luego se tira encima de la cama de Pamela y comienza a leer los secretos que su prima a escrito ahí.
12 de Enero.
 

Fuimos a la playa con mis viejos, estaba ansiosa por ir pues hacia años que no iba, además quería estrenar el nuevo bikini que me había comprado, mi mama se escandalizo un poco al verlo pero finalmente acepto que lo usara.

Sebastián se adelanta unas páginas buscando algo más interesante.
Nos conocimos a la pasada, él era un estudiante universitario bastante guapo, tendría unos 19 o 20 años, en todo caso era menor que el tipo que me desvirgo, el nombre de este tipo era Diego. En cuanto me miro se me acerco y me invito a salir, quería que lo acompañara a beber con sus amigos pero le dije que no podía, que estaba con mis padres y que no me darían permiso. Ocasionalmente conversábamos a escondidas detrás de las cabañas o cuando yo iba a comprar, pero en cuanto me demoraba un poco mi viejo salía a buscarme o me llamaba por celular.
Finalmente una noche pude salir con él, mis viejos habían ido a una fiesta y volvieron bastante bebidos a la cabaña, así que aproveche mi oportunidad. Me puse una minifalda y peto, me escabullí por la ventana del baño y baje a la playa donde nos encontramos cerca de un kiosco.
Nos tomamos unas cervezas y después caminamos un rato por la playa, me tomaba de las caderas y en ocasiones bajaba sus manos buscando agarrarme el culo. Yo lo dejaba actuar.
Sebastián lee atentamente.
Llegamos cerca de la cabaña que él y sus amigos ocupaban, entonces me abrazo y comenzó a besarme apasionadamente, yo no me resistí ni nada, lo deje hacer lo que quisiera conmigo. Me subió la falda y me agarraba el culo mientras me besaba, metía su lengua en mi boca y yo sentía sus dedos deslizándose entre mis nalgas. Su miembro lo sentía duro y palpitante bajo sus shorts.
Me puso contra la pared de la cabaña, me subió el peto y comenzó a sobar mis tetas, se impresionaba que una chica de mi edad las tuviera así de grandes. Me las chupaba y lamía mis erectos pezones, yo le sobaba su paquete por encima de sus shorts, lo tenía tan duro, me moría de ganas por comenzar a chupársela, pero él estaba en control de la situación.
Rápidamente me subió la falda metió su mano entre mis piernas y me frotaba mi coño, me aparto mi calzón y hundió su rostro entre mis muslos, era increíble sentir su lengua moviéndose en mi sexo, me follaba con sus dedos mientras yo me acariciaba mis tetas, realmente sabia lo que hacia este tipo.
Sebastián esta verga en mano haciéndose una paja mientras lee el diario de vida de su prima.
Me ordeno que me hincara y saco su miembro de sus shorts, lo atrape entre mis manos y él de improviso me la metió en la boca. Casi me atraganta con su verga mientras la mete y la saca de mi boca, pero me las arreglo para atraparla entre mis labios y se la froto con ellos, sabe increíble y siento como derrama un poco de semen dentro.
Me puse encima de una banca y separe mis piernas, Diego se puso encima mió y apunto su verga directo a mi coño, cuando me la comenzó a meter casi me corrí ahí mismo, grande y dura tal como me gustan. Me bombea con todo, siento su miembro moverse dentro de mi, nos besamos y cruzamos nuestras lenguas en cada beso mientras él me penetra, cada acometida que me da me hace delirar, no haber follado antes con él.
 
Me monte sobre él, me empale bien firme en su verga y le comencé a cabalgar encima, le restregaba mis tetas en la cara mientras me dejaba caer una y otra vez sobre su verga. Mientras follabamos sentí que hurgaba mi culo con sus dedos, me besaba o chupaba mis pezones y sentía sus dedos meterse entre mis nalgas, hasta ese momento yo aun era virgen por el culo.
Sebastián esta más interesado que nunca, seguía leyendo y seguía masturbándose.
Quede en cuatro sobre la banca, me sujetaba de las caderas y me daba con todo, bien duro como a mi me gusta, mis pechos no dejaban de moverse al ritmo de cada embestida y al mismo tiempo sentía como me metía un dedo en culo, “te lo voy a partir” me dijo, yo estaba de lo más extasiada. “Prepárate” me dijo al oído, entonces sentí su lengua sobre mi ano, me metía la punta de ella y después sus dedos para abrirme el culo. Yo estaba algo temerosa acerca de esto, pero la sola idea de ser follada por el culo me calentaba de sobre manera.
“Solo relájate” me dice él, entonces me la empezó a meter, la sentía deslizarse entre mis nalgas y como se cargaba sobre mi estrecho ano. Diego me empujaba con más fuerza cada vez, me dolía, pero me gustaba la idea. Él seguía empujando hasta que poco a poco se fue abriendo paso en mi culo, me dolía bastante ahora y yo no dejaba de quejarme, pero él no me dejaba, “solo un poco más, tu culo es muy estrecho” me decía él mientras seguía bombeándome.
Luego de unas cuantas acometidas ya la tenia toda dentro, la sentía palpitar en mi trasero y Diego me daba cada vez con más fuerza, sentía que me iba a partir en dos, pero lo disfrutaba tanto que me aguantaba el dolor. Al cabo de un rato su miembro se deslizaba con toda comodidad, yo deliraba con su miembro bien metido en mi culo y me movía cargándome hacia él para recibirla mejor. “¡Córrete en mi culo, córrete dentro!” le decía yo en medio de mis quejidos mientras me follaba, yo ya no daba más y ambos estábamos por corrernos.
Sebastián ya no da más y siente que también esta por correrse.
De pronto sentí como mi culo se lleno de un espeso y calido semen, nos corrimos juntos y fue increíble y jamás pensé que el sexo anal fuese tan excitante. Tras sacar su verga de mi culo me la puso en la cara para descargar el resto, se la chupe hasta sacarle todo el semen que se escurre por mi boca y mis tetas.
En ese instante el miembro de Sebastián prácticamente explota esparciendo su semen por encima de sus ropas y la cama de Pamela.
Diego quería que me fuera a su cabaña con él y hacer una “fiesta” con otras chicas y chicos, la idea me gustaba pero le dije que no podía, así que me despedí de él y volví a la cabaña antes que mis viejos se dieran cuenta, al día siguiente nos vinimos y no lo volví a ver, pero ocasionalmente me masturbo cuando recuerdo esto.
Sebastián se limpia como puede, se ha corrido como nunca y el desastre que dejo es enorme. Del baño saca una toalla con la cual limpia lo que puede. En ese momento escucha que los sus tíos viene llegando, Sebastián deja el diario escondido bajo la cama dispuesto a seguir leyendo una vez que este solo de nuevo.
 

Relato erótico: “Dominada por mi alumno 4” (POR TALIBOS)

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DESCUBRIMIENTO:

Aún con el paso vacilante, guié a Jesús hacia el ascensor. Usé la llave (no había botón en el sótano, para impedir el acceso a los maleantes) y esperamos a que llegase. Cuando las puertas se abrieron, nos metimos dentro y pulsé el botón del octavo piso, mi planta.
El ascensor arrancó y comenzamos a subir, pero se detuvo enseguida en la planta baja, porque algún otro vecino lo había llamado.
Se abrieron las puertas y nos encontramos con un quinceañero que vivía un par de plantas por debajo de mí.
–          Buenas tar… – comenzó a saludar el chico, aunque la voz le murió en los labios.
Yo no entendía qué le pasaba al chaval, habitualmente muy educado, hasta que me di cuenta de que su mirada estaba clavada en mis pechos. ¡Claro! Era lógico. Excitada por los acontecimientos del día y aún insatisfecha, mis pezones seguían duros a más no poder, y al no llevar sostén, se marcaban contra mi ajustado jersey, provocando el aturrullamiento del muchacho.
Avergonzada, crucé mis brazos frente al pecho, simulando que no me había dado cuenta, pero Jesús negó silenciosamente con la cabeza, obligándome a bajarlos de nuevo.
El chico, muy colorado, se echó a un lado tras pulsar el botón del sexto, intentando no mirarme directamente, aunque se notaba sin problemas que, de reojo, no le quitaba la vista de encima a mis pezones.
El ascensor continuó su viaje, en un trayecto que se me hizo largo y corto a la vez, avergonzada y excitada al mismo tiempo.
Por fin, llegamos al sexto, las puertas se abrieron y el chico, tras balbucear una despedida, salió del ascensor atropelladamente, echándome un último vistazo, mientras sus orejas parecían estar a punto de arder de rojas que las tenía.
–          ¡Eh, chico! – le llamó Jesús haciéndole que se diera la vuelta.
El corazón me volaba en el pecho. Sabía lo que se avecinaba, pues Jesús mantenía pulsado el botón de apertura de la puerta, impidiendo que se cerrara.
–          ¿Quieres ver algo increíble? – le preguntó.
El chico, avergonzado, simplemente asintió.
–          Enséñaselas – me susurró Jesús al oído.
Y yo obedecí sin dudarlo. Me subí el jersey manteniéndolo arriba, enseñándole al afortunado chaval mis tetas al natural.
El chico, alucinado, se quedó con la boca abierta admirando mis mamas, que estaban tan duras que los pezones hasta me dolían.
–          ¿Qué te parecen? – le preguntó.
–          Preciosas… – respondió el chico sin pensar.
–          ¿Y esto?
Mientras pronunciaba esas palabras, Jesús me subió la falda hasta arriba, enseñándole al chico mi coñito desnudo. Al chaval, los ojos iban a salírsele de las órbitas mientras la puerta del ascensor se cerraba poniendo punto y final al espectáculo.
–          ¿Ves? – me dijo Jesús – Otro beneficio sensorial. Me he puesto cachondo.
–          Y, yo, Amo.
–          Estupendo. Dentro de un rato solucionaremos eso. Pero antes vamos a comer, que tengo hambre.
–          Claro, Amo. Le prepararé algo. ¿Qué es lo que te gusta?
–          No te preocupes de eso ahora. Estás cansada y no voy a ponerte a cocinar. Tengo otras cosas en mente. Nos preparamos un par de sándwiches y ya está.
–          Como quieras.
Llegamos a mi planta y entramos en mi casa. Estúpidamente, como si se tratara de un amigo que visitaba mi hogar por primera vez, me esforcé en enseñarle el piso a Jesús, mientras él fingía interés.
–          Muy bonito. Lo tienes decorado con muy buen gusto.
–          Me alegro de que te guste, Amo.
–          Oye, no es necesario que me llames Amo cada vez que abres la boca. Es cansino. Basta con que lo hagas de vez en cuando, pero procurando hablarme siempre con respeto. Si lo haces así, no me importa que me llames por mi nombre. Esa fase ya quedó atrás.
–          Va… vale… Jesús – asentí dubitativa.
–          Venga, vamos a comer.
Contrariamente a lo que yo esperaba, Jesús participó activamente en la preparación del tentempié, ocupándose de cortar el embutido mientras yo preparaba las demás cosas. Cuando acabamos, recogí lo poco que habíamos ensuciado y aguardé instrucciones.
–          Edurne, tengo que hacer unas llamadas. Prepara el baño con mucha espuma y espérame allí. Enseguida me reúno contigo.
–          ¿Le espero en la bañera, Amo?
–          No. Quiero ver cómo te desnudas. ¡Ah! Y el agua bien caliente.
Emocionada, corrí al baño y abrí el grifo de la bañera, deseando saber qué planes tenía Jesús en mente. Me senté en el borde y esperé, comenzando otra vez a mover frenéticamente la pierna, por el tic que tengo cuando estoy nerviosa.
Jesús tardó casi 10 minutos en aparecer y para ese entonces yo ya había tenido que vaciar la bañera y vuelto a llenarla para mantener el agua caliente al máximo. El vapor comenzaba a invadir el cuarto de baño.
–          Buen trabajo – me alabó – Ahora quiero que me quites la ropa.
Como un rayo, le obedecí, quitándole el jersey y la camiseta interior, contemplando por vez primera su torso desnudo. Era musculoso, bien formado y, aun sin llegar a los extremos del culturismo, se observaba una apetitosa tableta de chocolate en la zona abdominal.
 

Diez días antes, no me hubiera creído que semejante cuerpazo se ocultara bajo la ropa del tímido alumno que me miraba con ojos de cordero degollado durante las clases.

Continué con los zapatos, calcetines, el pantalón. Cuando estuvo solamente con los calzoncillos puestos, un latido de excitación azotó mi vagina, pues se notaba el bulto que su morcillona polla provocaba en los bóxer. Tratando de contenerme, le bajé los calzones mientras él levantaba alternativamente los pies para permitirme librarle de ellos.
Yo trataba de no mirar directamente su bamboleante falo, pero era superior a mí y lo observaba de reojo. Comprendí cómo había debido de sentirse el chico del ascensor, mirándome de refilón los pezones, aunque en su caso, sin posibilidad de hacerse con ellos y en el mío… deseando que aquel rabo se ocupara de mí.
Lentamente, Jesús se introdujo en el baño de espuma, permitiendo que el agua caliente borrara el cansancio de la intensa mañana. Su expresión me hizo comprender que a mi Amo le gustaba bañarse, con lo que algo teníamos en común.
–          En cuanto he visto esta bañera tan grande, me han entrado ganas de probarla.
–          ¿Activo el hidromasaje?
–          Espera un poco. Ya te avisaré. Ahora, desnúdate tú.
No había mucha ropa que quitarse y en un segundo, mi falda y el jersey estaban en el suelo, quedándome sólo con el liguero y las medias.
–          Lástima de medias – me dijo Jesús – Tenían pinta de caras.
Miré hacia abajo y me di cuenta de que las medias estaban destrozadas. No me había dado ni cuenta. No era extraño, debido a que había estado mucho rato de rodillas sobre una mesa de madera, donde me habían tratado con rudeza. Me encogí de hombros, qué se le iba a hacer.
–          Bueno – dije – Ya me compraré otras.
–          No lo hagas hasta que yo te lo indique – me respondió enigmáticamente.
–          Claro, Amo. Como ordenes.
–          Venga, quítate el liguero y métete conmigo. Tienes que lavarme.
Como un rayo, le obedecí, arrojando la prenda al suelo y metiéndome en la bañera. Iba a sentarme delante de Jesús (cabíamos perfectamente, la bañera es muy grande) pero él se puso de pié, con su espléndido cuerpo cubierto espuma.
–          Lávame – me indicó dándome la espalda.
Obediente. Cogí una esponja y me dediqué a limpiar su cuerpo. Le frotaba dulcemente, sin apretar, pues no veía nada sucio y mi Amo no me indicó otra cosa. Froté su espalda, sus piernas, su trasero hasta que quedó satisfecho y se volvió hacia mí.
Repetí el proceso con su pecho, sus brazos, su estómago, sus muslos… dejando lo mejor para el final.
Delicadamente, agarré su miembro y deslicé la esponja sobre él, aunque procuraba asearlo directamente con la mano desnuda, sintiendo cómo comenzaba a incrementarse su dureza.
–          No puedes más, ¿eh? – me preguntó sonriendo Jesús.
–          No, Amo… la necesito.
–          Espera un poco… Sé obediente y pronto te la daré.
Diciendo esto se sentó de espaldas a mí, dejándome de nuevo frustrada. Comprendía que a él le gustaba jugar con mi excitación, pero si seguía así, iba a ser yo la que acabara violándole.
–          Lávame el pelo… Con ese champú – me dijo señalando uno de los botes.
Me gustó que escogiera el que yo usaba. La idea de que su cabello oliera como el mío me agradaba.
Me arrodillé detrás de él para lavarle el pelo, pero entonces sucedió algo inesperado. Al agacharme, mi trasero quedó sumergido bajo el agua, con lo que el agua caliente rozó por fin mi torturado ano. Me dolió.
–          ¡Ay! – me quejé dando un respingo que salpicó agua fuera de la bañera.
–          ¿Qué te pasa? – me interrogó Jesús volviéndose.
–          ¡Mi culo! – gemí – ¡Me duele!
En la cara de Jesús se dibujó un gesto de comprensión.
–          Vaya, joder, me había olvidado. Ahora mismo tu ano está muy sensible y escocido. Debería haberte avisado de que podía dolerte el contacto con el agua caliente. Aguanta unos segundos, enseguida se te pasará.
Poco después el dolor pareció remitir, como si mi desflorado culito se acostumbrara a la temperatura del agua. Haciendo de tripas corazón, comencé a lavarle el pelo al Amo, poniendo especial cuidado en que la espuma no le llegara a los ojos.
–          Buena chica – me susurró.
Cuando estuvo satisfecho, me hizo enjuagarle con la ducha de teléfono, primero la cabeza y luego, poniéndose en pié, el resto del cuerpo.
–          Vacía la bañera de esta agua sucia y vuélvela a llenar.
Yo obedecí sin dudarlo, quitando el tapón y usando el chorro de la ducha para eliminar los restos de espuma de nuestros cuerpos y de la superficie de la bañera. Cuando estuvo todo limpio, volví a poner el tapón y abrí el grifo, para que, lentamente, fuera llenándose de nuevo.
Jesús, que seguía de pie, observaba mis manejos en silencio. Cuando abrí los grifos le miré en busca de nuevas órdenes. No me hizo esperar.
–          Métetela en la boca – me dijo – Sácala cuando la bañera esté llena.
Un nuevo estremecimiento me recorrió al escuchar sus palabras. Con ansia, me arrodillé frente a él y engullí la todavía blanda polla, comenzando juguetear con mi lengua sobre ella.
–          ¡No te he dicho que me la chupes! ¡Sólo que te la metas en la boca!
Obediente, dejé de lamerle el nabo y me limité a permanecer con él dentro de la boca, con mi nariz clavada en su ingle, mientras escuchaba el sonido del agua del grifo llenando la bañera.
 
Aquello bastó para que mi excitación se desbocase. El coño me latía de placer mientras el culo lo hacía de dolor, pero no me importaba, pues tenía allí a mi Amo conmigo. Y su polla crecía dentro de mi boca.
Cuando la bañera estuvo llena, Jesús me avisó y yo, con desgana, saqué su falo de entre mis labios y cerré los grifos. Jesús volvió a sentarse en el agua, mientras yo permanecía de rodillas frente a él, aguardando instrucciones.
–          ¿Confías en mí, putilla? – me preguntó.
Yo no dudé al responder.
–          Sí, Amo.
–          Bien. Buena chica. Puedes chupármela.
Al estar sentado, su polla quedaba debajo del agua, pero yo no dudé un instante en sumergirme entre sus abiertos muslos y volver a tragarme su cada vez más enhiesto falo. Comencé a chupársela aplicando todo mi arte, mientras cerraba los ojos y aguantaba la respiración bajo el agua.
Tras treinta o cuarenta segundos de mamada, saqué la cabeza un segundo para respirar y volví a sumergirme para reanudar mi tarea. Me encantaba sentir cómo su polla iba ganando vigor gracias a mi tratamiento; se la chupaba con la boca llena de agua caliente, jugueteando con mi lengua en la punta.
Entonces la cosa cambió. Tras haber salido varias veces a respirar, me quedé sin aire una vez más e intenté volver a emerger a por más oxígeno. Sin embargo, esta vez la mano de Jesús sobre mi cabeza me impidió salir, obligándome a mantenerme bajo el agua con su verga hundida hasta la garganta.
El pánico me asaltó y luché por escapar de su garra, apoyando mis manos en su muslos y tirando hacia arriba, pero su mano se mantuvo firme manteniéndome bajo el agua.
¿Qué pretendía? ¿Matarme? ¡No podía más! ¡No me quedaba aire en los pulmones!
Entonces recordé su pregunta de antes “¿Confías en mí?” y comprendí sus intenciones.
Dejé de luchar y, haciendo un esfuerzo supremo, reanudé decididamente la mamada, a pesar de que ya veía lucecitas a causa de la falta de aire. Pocos instantes después, la mano de Jesús me liberó y me ayudó a salir del agua, donde su sonriente rostro me esperaba para besarme tiernamente en los labios.
–          Buena perrita – me susurró mientras tironeaba de uno de mis pezones – Te has ganado tu recompensa.
Mientras yo boqueaba, tratando de recobrar el aliento, Jesús, muy dulcemente, hizo que me diera la vuelta, quedando a cuatro patas, arrodillada en la bañera de espaldas a él. Entonces, agarrándome por la cintura, me incorporó, haciendo que quedara sentada sobre su regazo.
Podía sentir su nabo, ya completamente duro, apretado contra mi culo, lo que me inquietó un poco, pero Jesús quería darme mi premio.
Con habilidad, levantó mis caderas y ubicó su polla a la entrada de mi vagina. Dándome una palmadita, me dio permiso para deslizarme hacia atrás y empalarme por completo en su erección.
Bastó aquello para que me corriera. La excitación de la jornada, las revelaciones experimentadas, las emociones, todo se concentró en un enorme y devastador orgasmo que azotó mi cuerpo, haciéndome salpicar agua por todas partes, mientras sentía cómo las manos de mi Amo se apoderaban de mis senos y los estrujaban con ganas.
Tras darme unos minutos para recuperarme, Jesús me obligó a comenzar a cabalgar sobre él. Dada nuestra posición, yo era la encargada de marcar el ritmo de la follada y pronto, sabedora de que al chico le gustaba bien duro, me encontré galopando desbocada sobre su verga, aullando de placer, olvidados ya el dolor de mi culo, los vecinos o la puta que los parió a todos. Todo mi mundo era mi Amo.
Me corrí nuevamente antes de que el joven alcanzara el clímax, así que éste, un poco harto de la posición, me hizo levantarme y ponerme de nuevo a cuatro patas. Colocándose a popa, Jesús volvió a clavármela desde atrás y enseguida me tuvo rendida frente a él, manteniendo a duras penas la cabeza fuera del agua, mientras se follaba sin piedad mi tierno chochito.
–          ¡AAAAAAAHH! ¡MÁSSSSSS! – gemía yo – ¡ASÍ! ¡FÓLLAME!
Y por una vez, mi Amo me hizo caso.
La tercera corrida fue igual de violenta que las anteriores, por lo que ya me quedé sin fuerzas. Derrotada, me derrumbé en la bañera, con la cabeza bajo el agua, pues me daba igual hasta ahogarme allí mismo, qué mejor manera de morir que empalada en la verga de mi Amo.
Medio desmayada, sentí que la polla de Jesús entraba en erupción, desparramando su semilla en mi interior. Su semen ardía como el fuego y yo apreté los muslos tratando de retenerlo dentro, de fundirme con él.
Si no me ahogué durante esa follada fue porque Jesús tuvo la precaución de tirar de la cadena del tapón, vaciando la bañera mientras me embestía. No me había dado ni cuenta.
Finalmente y una vez vaciadas sus pelotas, Jesús se apartó de mí y salió de la bañera, dejándome desmadejada dentro.
Desde mi posición, pude percibir cómo Jesús se secaba con una toalla. Una vez seco, salió del baño y me dejó allí, con las fuerzas justas para respirar. Me pareció escucharlo hablar por teléfono, aunque no entendí nada.
Sin embargo, cuando minutos después sonó el timbre de la puerta, me desperté un poco, asustada por quien pudiera ser. Reuniendo mis últimas fuerzas, me senté en la bañera y así pude oír cómo Jesús abría la puerta e intercambiaba unas palabras con alguien. Inquieta por lo que podía estar pasando, traté de incorporarme, pero las piernas no me sostenían, así que desistí.
Instantes después, Jesús, aún completamente desnudo, regresó al cuarto de baño y me miró.
–          Menudo desastre has montado aquí – me dijo mientras chapoteaba en el agua que inundaba el suelo.
–          Lo… lo siento – balbuceé.
–          No, si a mí me da igual. Vas a ser tú quien tenga que limpiarlo.
–          Lo haré… luego.
–          Sí, ya te veo. Ven aquí.
Diciendo esto, Jesús se inclinó hacia mí y, por segunda vez ese día, me encontré transportada por sus fuertes brazos.
Me llevó hasta el salón, depositándome cuidadosamente sobre el sofá, donde me acurruqué agotada.
Regresó al baño y poco después volvió con una gran toalla y mi albornoz, que había estado colgado tras la puerta.
Con delicadeza, dedicó varios minutos a secar mi cuerpo, poniendo especial cuidado en no dañar las partes de mi piel especialmente sensibles, como los pechos, la vagina y el culito. Una vez satisfecho, me colocó boca arriba sobre el sofá y se dirigió a una bolsa que había sobre una silla. Una bolsa que yo jamás había visto antes.
De su interior sacó dos botes. Uno era de la misma marca de crema anti hematomas que yo había usado en mi pecho la semana anterior, pero el otro no supe lo que era.
Con delicadeza, casi amorosamente, Jesús extendió por mi pecho una fina capa de la crema para los moratones, acariciando y masajeando mi seno con cariño. El pezón se me puso duro, no pude controlarme.
Ignorándolo, Jesús volvió a levantarme a pulso del sofá, como si yo fuera una muñeca y esta vez fue él el que se sentó, conmigo tumbada boca abajo en su regazo. Entonces, repitió el proceso sobre mis castigadas nalgas, haciendo que me estremeciera de dolor cuando rozó la zona en que me había azotado. El alivio fue inmediato.
–          Gracias, Amo – susurré amándole intensamente.
–          No es nada, Edurne. Te has portado muy bien y yo soy amable cuando me obedecen.
Me sentí feliz en su regazo, allí tumbada con el culo en pompa mientras se ocupaba de las contusiones que él mismo me había provocado. No tiene sentido, pero le amé.
–          Esto te va a doler un poco –  me susurró.
Volví a asustarme y le miré. Vi que había dejado a un lado el bote de crema y había cogido el otro. Debió leer el pánico en mirada, pues me explicó lo que pretendía.
–          Esta otra crema es para tu culito. Sirve para calmarte un poco el dolor y para ayudar a cicatrizar los desgarros que hayas podido sufrir en el ano. Te escocerá un poco al principio, pero pronto notarás el alivio. ¿Confías en mí?
Vaya si confiaba.
Más tranquila, volví a darme la vuelta y le dejé a cargo de las operaciones. Aún así me mis nalgas se tensaron cuando noté que él las separaba, pero me las arreglé para relajarme y dejarle hacer.
Cuando la punta de su dedo empapado del potingue me rozó el ano, vi las estrellas y los luceros por el dolor que me sacudió. Con un supremo acto de voluntad, intenté relajarme de nuevo, dejando que Jesús me aplicara la crema.
Lo hizo con mucho cuidado, extendiéndola por la parte de fuera. Poco a poco, fue introduciendo su dedo en mi interior, llevando la crema adentro. Repitió el proceso varias veces y, cuando estaba acabando, me di cuenta de que el dolor había remitido y una refrescante sensación invadía mi culo. ¡Ni que me hubiera metido un Happydent, coño!
Cuando hubo acabado, volvió a levantarme en volandas y, tras ayudarme a ponerme el albornoz, me depositó de nuevo en el sofá.
–          Jesús – le dije – Si quieres, puedes usar el albornoz de Mario. Estaba en la puerta junto a éste.
–          Mario es tu novio, ¿no? – me preguntó.
–          Sí, así es – respondí algo cohibida.
–          No, gracias, no quiero usar nada suyo. Hay una sola cosa de ese hombre que quiero y ya es mía.
Volví a estremecerme.
–          Por cierto, he puesto la calefacción. No quiero resfriarme por pasearme en pelotas por tu casa.
No respondí. Yo era suya, por lo que podía hacer en mi casa lo que le viniera en gana.
Nos quedamos sentados, charlando, o más bien conmigo respondiendo a todas las preguntas que Jesús me hacía. Algunas eran muy personales, que cuando había perdido la virginidad (a los 15), si me había enrollado con alguna chica (no), que a qué edad me había comido mi primera polla (a los 16)… pero otras eran más coloquiales, gustos en cine, literatura, televisión… Allí me enteré de que mi Amo era aficionado al fútbol, aunque no diré de qué equipo para no provocar polémicas.
Hablamos más de una hora y poco a poco, fui recuperando fuerzas. Cuando me encontré mejor, me senté en el sofá, enfrente de mi Amo, que seguía tranquilamente desnudo. Seguimos hablando y así se enteró de que el piso me pertenecía a mí y no a Mario, pues mis padres me habían pagado la entrada cuando acabé la carrera. Que llevábamos poco más de un año viviendo juntos y que, aunque no habíamos hablado de matrimonio, pensaba que antes o después Mario querría sentar la cabeza.
De pronto, Jesús, que había echado algunas miradas al ventanal que había a mi espalda, me dijo con voz firme:
–          Desabróchate el albornoz.
Yo obedecí con el corazón latiéndome en el pecho y le mostré mi cuerpo desnudo a mi Amo.
–          Hay que reconocer que estás buenísima – dijo mientras se acariciaba la polla distraídamente.
–          Gracias, Amo.
–          Oye, ¿quién cojones es el tipo ese que nos mira desde la ventana de enfrente?
El corazón me dio un vuelco y miré hacia atrás, hacia la ventana, notando que, efectivamente, el salido de mi vecino estaba espiándome de nuevo. Sin darme cuenta, me cerré el albornoz tapando mi cuerpo, pero eso a Jesús no le gustó.
–          ¿Acaso te he dicho que te tapes? – me dijo con dureza.
–          Perdón, Amo – respondí soltando los bordes del albornoz  y volviendo a revelar mi desnudez.
–          ¿Y bien? ¿Quién es ese?
–          Es un asqueroso salido que vive enfrente. Más de una vez le he visto espiándome. Por eso casi siempre tengo las cortinas echadas.
–          Ya lo noté antes. Pero a mí me gustan abiertas, por eso las abrí mientras descansabas en el baño.
No me había dado cuenta.
–          Por tu tono deduzco que no te gustan mucho los voyeurs – me dijo.
–          No – respondí.
–          ¿Y por qué?
–          Son asquerosos.
–          ¿Más asquerosos que una puta que le enseña las tetas a un crío? ¿Más asquerosos que una guarra que permite que le revienten el culo?
No supe qué responder.
–          Pues a mí me dan pena. Son tristes reprimidos que no se ven capaces de enfrentarse a una mujer y darle lo que necesita. Perdedores.
–          Es verdad.
–          Pero, como te digo, me dan pena.
Ya sabía lo que iba a pasar a continuación.
–          Así que vamos a darle un regalito a nuestro amigo. Ve a la ventana y quítate el albornoz.
Traté de obedecer, pero las piernas casi no me sostenían de puro agotamiento. Tambaleante, me acerqué a la ventana, pero mis temblores le restaban erotismo al asunto. Jesús lo solucionó
–          Espera – me dijo – Que te vas a caer.
Con su proverbial fuerza, agarró uno de los dos sillones individuales que había en el salón y lo colocó frente al ventanal, encarado hacia la calle. Con un gesto, hizo que me quitara el albornoz y que, completamente desnuda, me sentara en el sillón para ofrecerle un espectáculo al vecino.
Por los movimientos que aprecié en la cortina de su ventana, estuve bastante segura de que el asqueroso no se estaba perdiendo detalle.
–          Tócate – me ordenó Jesús.
Sin dudarlo un instante, me despatarré en el sillón, colocando una pierna en cada brazo. Así, completamente abierta hacia la ventana, recorrí mi vulva con mis dedos, que previamente había ensalivado en mi boca. Mi otra mano se dedicó a mis pechos, tironeando y pellizcando mis duros pezones.
Seguí masturbándome unos minutos, excitada más por el morbo de saberme observada que por las caricias que me estaba suministrando. Quien sí que estaba excitado era Jesús, que de pronto apareció a mi lado exhibiendo una gran erección.
–          Chúpamela – me exigió.
Y yo obedecí con rapidez, recibiendo entre mis labios su durísimo nabo. En pocos segundos, me encontré chupando decididamente la polla de mi Amo, mientras mi mano se movía con frenesí entre mis piernas. Tras un rato de intensa chupada, Jesús me detuvo y me hizo levantarme del sillón para sentarse él, atrayendo a continuación mis caderas hacia su regazo, con la indudable intención de empalarme de nuevo.
Cuando quise darme cuenta, estaba de nuevo ensartada en la gorda polla de mi alumno, cabalgando frenética sobre su hombría, sacando energías de no sé dónde.
Cada vez más excitada, alcé los ojos y miré por la ventana, encontrándome con que mi vecino, abandonada cualquier precaución de voyeur, nos miraba desde la ventana mientras se masturbaba con furia.
Me dio asco pero, al mismo tiempo, me excitó enormemente. El morbo de la situación era insoportable y, cuando quise darme cuenta, un nuevo orgasmo recorrió mi cuerpo, dejándome por fin completamente derrotada y sin fuerzas.
Jesús, próximo a su propio clímax, usó mi desmadejado cuerpo a su antojo, corriéndose por fin dentro de mí.
Medio desmayada, noté cómo Jesús me llevaba a mi dormitorio en brazos y me deslizaba entre las sábanas, arropándome a continuación. Después, salió del cuarto y regresó al salón, pero ya no sé lo que hizo, pues me quedé dormida.
Cuando desperté, era ya de noche. Miré el reloj de mi mesita y comprobé que eran cerca de las once. No sabía si Jesús se habría marchado pero, al escuchar ruido en el salón, comprendí que no era así. Me alegré.
Tras ponerme una bata de mi armario, entré renqueante en el salón, encontrándome con que Jesús estaba viendo la tele con el volumen muy bajo, supongo que para no perturbar mi sueño. Seguía descolocándome la aparente ambigüedad de su comportamiento, pues tan pronto se mostraba duro e inflexible, como atento y considerado. Era un misterio para mí.
Al notar que entraba en la habitación, levantó la cabeza hacia mí y me sonrió.
–          ¿Has dormido bien? – me preguntó.
Yo asentí con la cabeza.
–          Me alegro. Necesitabas recuperar fuerzas. ¿Tienes hambre?
Me di cuenta de que estaba hambrienta. Fue mencionarlo él y mi estómago comenzó a hacer sonidos bastante reveladores. Jesús se rió por lo bajo y me dijo:
–          Tomaré eso como un sí. Vamos. He pedido la cena y la he guardado en el horno. Te he esperado para comer.
Otra vez se mostraba considerado. Me desconcertaba.
–          He pedido comida fácil de digerir y con poca fibra, pues ahora mismo es mejor… que uses poco el inodoro.
Enrojecí como una colegiala estúpida.
–          Co… comprendo – balbuceé.
–          Durante unos días, es posible que en ocasiones sientas que tienes que ir al baño, pero una vez sentada en la taza no harás nada. No te preocupes, es completamente normal.
–          Vale.
–          Y sigue usando la crema durante unos días, hasta que ya no notes molestia alguna.
–          De acuerdo.
Mientras hablaba, Jesús había ido un par de veces a la cocina, colocando los recipientes con la comida en la mesa del salón, que había organizado antes. Justo entonces, me di cuenta de que ya no iba desnudo, sino que vestía una ropa distinta de la que trajo puesta. Intrigada, y confiada por lo amable que se estaba mostrando, me aventuré a preguntarle.
–          Perdona, Amo. Esa no es la ropa que traías puesta, ¿verdad?
–          No, no lo es. Ésta la he sacado de la bolsa en que estaban las cremas.
–          ¿Y de dónde salió esa bolsa?
–          Me la trajeron antes, mientras estabas en el baño.
Recordé el timbre sonando mientras yacía agotada en el fondo de la bañera. Quise saber más.
–          ¿Y quién la trajo?
–          Eso no te importa. Ya te enterarás si yo lo juzgo necesario. Ahora cenemos, que tengo hambre.
Como  no quería cabrearle (no me veía con fuerzas de soportar otra sesión intensa con Jesús esa noche) y además tenía mucha hambre, le obedecí y me senté a la mesa, disfrutando de una agradable cena.
Conversamos un buen rato, pero esta vez logré que la conversación girara un poco más en torno a él.
Descubrí así que vivía con su padre y su madrastra, que era mucho más joven que su padre. Jesús hablaba con cierto resentimiento sobre su progenitor, lo que me indicó que la relación entre ambos no era demasiado fluida. Aunque, por lo visto, eso no importaba mucho, pues el trabajo de su padre, comercial de una gran empresa, le mantenía fuera de casa la mayor parte del tiempo.
Tras la agradable cena, recogimos los platos entre los dos y entonces me di cuenta de que era tardísimo. Preocupada, me ofrecí a acercarle a su casa, pero él me contestó con una sonrisa sardónica.
–          ¿Acaso quieres que me vaya? – me dijo sonriente.
–          ¡No! ¡Por supuesto que no! – respondí de inmediato.
–          Pues entonces me quedo.
–          ¡Estupendo! ¿Pero no tienes que avisar en casa?
–          Ya lo hice antes, mientras dormías.
Me sentía feliz. Mi Amo se había dignado a pasar la noche en mi casa. Me estremecí de pensar en si tendría algún plan especial en mente, por más que no me viera con fuerzas de afrontar otra sesión con él.
Pero resultó que no era así y que su intención era simplemente descansar.
–          Edurne – me dijo de pronto.
–          ¿Sí?
–          Habrás visto que esta tarde he sido muy amable contigo.
–          Es verdad, has sido muy dulce – respondí sonriendo.
–          Me alegro de que lo pienses así. Has de saber que ésta es mi forma habitual de comportarme con mis chicas, siempre y cuando ellas se porten bien y me obedezcan en todo.
–          Comprendo.
–          Pero eso sí, en cualquier momento puede antojárseme cualquier cosa, ordenar lo que me parezca y espero una pronta respuesta por su parte. La menor duda o vacilación puede desatar mi ira y el castigo contra quien sea.
–          Lo entiendo.
–          Bien. Pues ahora vamos a dormir.
–          Estupendo.
Apagamos las luces de la casa y regresamos al dormitorio. Jesús se desnudó por completo y se metió bajo las sábanas. Pensé en ofrecerle un pijama de Mario, pero, recordando su comentario de por la tarde, no lo hice.
No queriendo ser más que mi Amo, me acosté también desnuda, acurrucándome junto a él. Jesús, que reposaba boca arriba, me dio unas palmaditas en el hombro, indicándome que podía recostarme en su pecho. Agradecida, así lo hice, mientras sentía que su brazo me rodeaba los hombros. Me sentí feliz.
–          Mañana por la mañana, quiero el desayuno listo a las nueve y media – me dijo.
–          Sin problemas – respondí mientras ponía la alarma del despertador a las 8:30.
–          Y debes recoger también el desastre del baño, que está todavía patas arriba.
–          Claro.
–          Después, ven a levantarme, y espero que lo hagas de forma agradable, pues tengo muy mal despertar.
–          De acuerdo.
–          Hoy ha sido un día muy largo, pero provechoso ¿verdad?
–          Ahá.
–          ¿No quieres preguntarme nada? – me dijo.
Dudé un instante antes de interrogarle.
–          ¿No le tienes miedo a nada?
–          No te entiendo.
–          Antes, con el voyeur de enfrente. Ese tío ha podido grabarnos en vídeo y buscarnos la ruina. Si se descubre que una profesora de instituto y un alumno…
–          No tienes que preocuparte de ese tío en absoluto – me dijo – Confía en mí.
Me sentí tranquila, pues pude sentir cómo él sonreía en la oscuridad.
–          He cumplido lo que te dije. Te has quedado satisfecha ¿verdad?
–          No sabes hasta que punto – respondí, ronroneando como una gatita contra su pecho.
Estaba ya medio dormida, cuando Jesús me hizo una última pregunta.
–          Por cierto, ¿tu novio no regresa mañana?
–          Sí, por la tarde.
–          Estupendo. Tendremos la mañana para nosotros.
Y me dormí.
…………………………..
Por la mañana estaba despierta antes de que sonara el despertador, cosa muy rara en mí, así que pude pararlo antes de que perturbara el sueño de Jesús.
Me levanté cuidadosamente y me eché la bata por encima, dirigiéndome silenciosamente al baño. Tras usar el inodoro (afortunadamente sólo para orinar, pues el ano me latía con un dolor sordo), me lavé un poco la cara y dediqué la media hora siguiente a limpiar el follón que había organizado en el suelo.
Por fortuna, esta vez el desastre había quedado limitado al cuarto de baño, así que pude arreglarlo con rapidez.
Tras acabar, y siguiendo las instrucciones recibidas, preparé el desayuno: café, leche, tostadas, zumo de naranja, jamón cocido, queso… todo lo que se me ocurrió quedó dispuesto sobre la mesa del salón, pues no sabía cuáles eran los gustos del chico.
Controlando la hora, cuando eran casi las nueve y media, regresé al cuarto, donde, dejando caer la bata, volví a quedar completamente desnuda.
Deslizándome bajo las sábanas, busqué en la penumbra la ansiada polla de mi Amo, que presentaba, divina juventud, una deliciosa erección matutina.
Sin dudarlo ni un segundo, engullí su pene con deseo, comenzando a practicarle una cadenciosa mamada, notando pronto cómo su volumen aumentaba todavía más entre mis labios.
Mi lengua bailaba sobre su carne, haciendo que mi cuerpo se estremeciera al sentir su dureza. Mis manos acariciaban sus rotundos huevos, palpándolos y sopesándolos con cariño.
Pronto noté que una mano de mi Amo se apoyaba en mi cabeza, haciéndome ajustar el ritmo de la chupada a lo que él le apetecía.
En el cuarto, bajo las sábanas, sólo se escuchaba el sonido de los chupetones que le estaba proporcionando a su verga y los quedos gemidos de placer del chico, señal inequívoca de que le estaba gustando lo que le hacía, llenándome de felicidad.
Finalmente, Jesús alcanzó el clímax y yo, sabedora de que no le gustaba mancharse de semen, lo engullí todo sin dudar, recibiendo la semilla del muchacho una vez más en la boca y tragándola sin perder un instante. Cuando hubo acabado, la agarré por la base y terminé de limpiarla con la lengua, dejándola aseada y preparada para la nueva jornada.
–          Buenos días, putita – me saludó mi Amo mientras nos destapaba a ambos.
–          Buenos días, Amo.
Desperezándose, me miró sonriente y me preguntó si el desayuno estaba listo.
–          Por supuesto, ¿quiere desayunar en la cama?
–          No, no… es mejor levantarse, que si me apoltrono aquí, luego no va a haber quien me saque.
Jesús se levantó, estirándose de nuevo voluptuosamente, permitiéndome admirar su cuerpo. Se dirigió a la puerta del dormitorio, haciéndome un gesto de que le siguiera.
Juntos, fuimos al baño, y él se paró delante del inodoro.
–          Quiero mear – me dijo.
Durante un segundo, no entendí qué quería, pero enseguida la luz se hizo en mi mente y acudí rauda a su lado. Levanté la tapa del váter y, agarrando su polla, esperé unos segundos hasta que el poderoso chorro de orina surgió, encargándome yo de dirigirlo convenientemente para no salpicar nada, hasta que hubo acabado.
–          ¿A qué esperas? – me dijo entonces – ¡Sacúdemela!
Sin tener una idea clara de lo que debía hacer, le sacudí el pene un par de veces, procurando que las últimas gotitas cayeran en la taza. Una vez satisfecho, Jesús salió del baño, mientras yo tiraba de la cisterna, bajaba la tapa y me lavaba las manos, pues no quería tocar el desayuno de mi Amo con las manos sucias.
Pero no hizo falta, pues, cuando llegué al salón, Jesús ya estaba sirviéndose café y tostadas y, para mi sorpresa, también me las sirvió a mí.
–          ¿No quieres que te unte las tostadas ni nada? – le pregunté.
–          Habrá ocasiones en que así será, pero esta mañana me siento muy bien. Tú simplemente obedece lo que te pida.
–          Por supuesto, Amo – respondí.
Desayunamos en silencio, con la mirada de Jesús clavada en mi desnudez. Me agradaba sentir los ojos del chico recorriendo mi cuerpo y pronto comencé a notar que los rescoldos de la excitación comenzaban a reavivarse.
–          Después tendré que salir un momento – me dijo mientras mordía una tostada.
–          ¿Te acompaño?
–          No, no tardaré mucho. Aprovecha para cambiar las sábanas de tu cama. No queremos que tu novio note el olor de otro macho…
–          Claro.
–          Y recoge toda mi ropa y la metes en la bolsa. Nos la llevaremos luego cuando me lleves a mi casa.
–          ¿Es que se va, Amo? – pregunté súbitamente alterada.
–          Pues claro. No voy a quedarme a vivir aquí. No tengo ganas de encontrarme con tu novio.
–          ¡Ah! Es verdad – dije, dándome cuenta de que me había olvidado por completo de Mario.
–          Pero antes… – dijo mirándome sonriente – Vamos a darnos una ducha. Me apetece follarte de nuevo en la bañera.
El corazón volvió a desbocárseme de alegría. ¡Menuda forma de empezar el día! Nerviosa, terminé de desayunar y esperé a que Jesús acabara, para recoger los platos con rapidez, deseando que nos metiéramos en la ducha.
Cuando todo estuvo listo, nos metimos en la bañera, donde repetimos el ritual de limpieza del día anterior, conmigo aseando el soberbio y juvenil cuerpo de mi alumno.
Esta vez no llenamos la bañera, sino que dejamos que el agua de la ducha limpiara nuestros cuerpos. De pronto, Jesús me atrajo hacia sí y me besó con intensidad, recorriendo por vez primera mi extasiada boca con su lengua.
Enseguida sentí cómo uno de sus muslos se metía entre los míos, apretándose vigorosamente contra mi entrepierna. Cuando quise darme cuenta, la excitación había hecho que me frotara como una perra contra su muslo, gimiendo y suplicando que me la metiera ya.
Bruscamente, Jesús apoyó mi espalda contra la pared y, mientras el agua de la ducha resbalaba por nuestros cuerpos, me la metió de un tirón, haciéndome ver las estrellas.
Con fuerza y poderío, comenzó a machacarme el coño a pollazos, mientras yo me abrazada a su cuello y apoyaba un pié en el borde de la bañera, para ofrecerme por completo.
Aquella máquina sexual logró hacer que me corriera dos veces antes de hacerlo él, con lo que la debilidad del día anterior retornó con intensidad. Pero Jesús no me dejó caer, sino que me sujetó con fuerza mientras descargaba los últimos culetazos en mi coño.
Cuando estuvo a punto, deslizó mi cuerpo hasta dejarme sentada en la bañera y, agarrándose el nabo, descargó una buena cantidad de leche en mi rostro, que estaba levantado hacia él, esperando recibir su cálida esencia.
Por fin satisfecho, Jesús nos enjuagó a ambos con la ducha, para a continuación, muy amablemente, ayudarme a salir y secar mi cuerpo y el suyo con la toalla.
Después, regresamos al salón, donde repetimos las operaciones del día anterior con las cremas.
Noté que el ano me dolía un poquito menos que el día anterior y así se lo hice saber.
–          Estupendo. Creo que en una semana estará lo suficientemente recuperado como para ser mío. Estoy deseándolo.
Sus palabras me hicieron estremecer. Sentí miedo, al recordar el doloroso desfloramiento del día anterior, pero también deseo y expectación porque fuera esta vez Jesús quien se encargara de mi culo.
Seguimos hablando mientras se vestía, poniéndose otra muda limpia que sacó de la bolsa, que ya quedó vacía. Eso me hizo volver a preguntarme que quien la habría traído, pero no dije nada. Ya me enteraría si mi Amo lo juzgaba necesario.
–          Bien, me voy – me dijo cuando estuvo vestido – Quiero que abras las cortinas de par en par y que hagas las tareas de la casa completamente desnuda.
Me estremecí al recordar al voyeur de enfrente, que, al parecer, iba a tener una nueva ración de espectáculo, pero ni se me pasó por la imaginación desobedecer.
–          Claro, Amo.
Jesús se marchó y yo me dediqué a las tareas del hogar. Encendí el lavavajillas, recogí su ropa y la guardé doblada en la bolsa, cambié las sábanas, limpié un poco el polvo… todo en pelotas como me había ordenado Jesús, mientras miraba de reojo por la ventana para ver si descubría al pervertido de enfrente espiándome. He de reconocer que estaba un poquito cachonda por la morbosa situación, pero, como me encontraba muy satisfecha y mi Amo no me había dado instrucciones al respecto, no hice nada para aliviarme.
Como una hora después sonó el timbre y, tras comprobar por la mirilla que era Jesús el que llamaba, abrí la puerta.
Pero la sonrisa con que le recibí murió en mis labios cuando, tras abrir, apareció desde un lado un hombre mayor, de cincuenta y tantos, que miraba mi desnudez con los ojos desencajados.
Jesús, como si fuera lo más natural del mundo, le hizo pasar al piso y cerró la puerta. Yo miraba asustada al tipo, recordando el episodio del día anterior y pensando que volvía a verme envuelta en uno similar. Me equivocaba.
–          Edurne, te presento al señor Roberto Ramírez, tu vecino de enfrente.
Entonces le reconocí. ¡Era el voyeur de enfrente! ¡El que se masturbaba mientras follábamos! Me asusté mucho.
–          Si recuerdas, ayer te dije que no tenías que preocuparte por este tío ¿verdad?
–          Sí – respondí yo con el corazón disparado.
–          Pues verás, he ido al bloque de enfrente para localizar la casa de este señor y, tras hacerlo, hemos tenido una charla muy interesante. ¿No es cierto, señor Ramírez?
El hombre, con los ojos clavados en mi cuerpo, sólo emitió un gruñido de asentimiento, mientras literalmente me follaba con la mirada. No pude evitarlo, pero mis ojos se desviaron para constatar que se apreciaba un notable bulto en su pantalón. Me dio asco y me excitó al mismo tiempo.
–          Bien, ambos hemos llegado a un acuerdo que será beneficioso para ambas partes.
¿Un acuerdo? Me temía lo peor.
–          Edurne, tú, por tu parte, te comprometes a darle periódicos shows a nuestro querido vecino desde tu ventana. No es preciso que sea todos los días ni mucho menos, pero sí de vez en cuando, para darle un poco de vidilla a la existencia de nuestro amigo.
Me tranquilicé. Parecía que, de momento, mi culo estaba a salvo.
–          Él, por su parte, se convertirá en tu recadero particular. Te dará su número de móvil y estará siempre a tu entera disposición siempre que lo necesites.
–          ¿Recadero? – pregunté dubitativa.
–          Para lo que quieras. Que te haga la compra, te haga recados, lo que se te ocurra.
–          Entiendo – asentí.
–          Y además, nuestro amigo Roberto, que es conductor de mercancías en el mercado central, se encargará de traerte “obsequios” de su trabajo, como esta deliciosa bolsa de manzanas que ha tenido a bien regalarnos.
Me fijé entonces en que Jesús llevaba en la mano una enorme bolsa con fruta. El susto que había pasado había hecho que no me diera cuenta de nada.
–          Bien, Roberto, eso es todo – dijo Jesús abriendo de nuevo la puerta – Recuerda nuestro acuerdo y lo que puede pasar si no lo cumples.
–          Sí, sí claro – dijo el tipo en voz baja, sin apartar la vista de mis tetas ni un segundo.
Sonriente, Jesús prácticamente tuvo que echarle fuera del piso, cerrando la puerta tras de él.
–          ¿Y bien? – me dijo – ¿Qué te parece?
–          No sé qué decir – respondí todavía nerviosa.
–          Te dije que no tenías que preocuparte del voyeur. Conozco a este tipo de gente.
–          Pero, Amo, ¿para qué quiero yo un recadero?
–          ¿No te dije que mis putitas también obtenían beneficio? Pues ahí tienes. Tu esclavo particular.
–          ¿Esclavo?
–          ¡Pues claro! Ese cerdo hará cualquier cosa que le pidas y a cambio sólo tendrás que pasearte desnuda por la casa de vez en cuando y a lo sumo hacerte alguna pajita.
–          Ya.
–          A cambio, lo tendrás comiendo en la palma de tu mano. Y tendrás frutas y hortalizas gratis, que, con esta crisis, un ahorro es un ahorro – dijo pragmáticamente.
–          Pero, ¿y si se va de la lengua?
–          ¿Qué crees? ¿Que no he pensado en todo? – me reprendió.
–          No, no es eso – dije compungida.
–          Ayer, mientras te follaba en el sillón, grabé con el móvil a ese cerdo pajeándose en la ventana. A pesar del movimiento, me ha salido un vídeo bastante bueno, ¿quieres verlo?
–          No gracias, ya lo vi en directo.
Aquello le hizo reír.
–          Muy graciosa. Pues eso, he ido a su piso y le he amenazado con enseñarle el vídeo a sus hijos (tiene dos, que ya me he informado con los vecinos) y ahora le tengo en la palma de la mano. Pero, como premio por haber sido una putita buena, te lo regalo a ti, para que lo uses como te venga en gana. ¡Ni siquiera tendrás que verle si no quieres, pues hemos acordado que te dejará los obsequios delante de tu puerta!
La idea empezaba a gustarme.
–          Gracias Amo.
–          Buena chica – dijo él dándome unas palmaditas en la cabeza, como si yo fuera un cachorrito.
Jesús entró en la casa y echó un vistazo, comprobando que había recogido su ropa y limpiado el baño. Le seguí hasta el dormitorio y entonces, inesperadamente, se puso a registrar los cajones de mi cómoda, hasta localizar el cajón que estaba buscando.
–          ¡Ah! ¡Aquí están!
El chico había localizado el cajón donde guardaba mis braguitas y el resto de la ropa interior. Sacándolo por completo del mueble, lo vació sobre la cama y parsimoniosamente, comenzó a arrojar al suelo todas las bragas y sostenes que no le satisfacían. Y por supuesto, todos los panties, prenda que no le gustaba lo más mínimo.
–          Mete todo esto en una bolsa, que vamos a tirarlo.
Obediente, fui a la cocina a por una bolsa de basura y me dediqué a recoger todas mis cómodas braguitas de algodón, pues, obviamente, Jesús sólo me iba a permitir conservar los tanguitas y la lencería sexy.
–          Tienes poca lencería – me dijo contemplando el género que había quedado sobre el colchón – Tendrás que comprarte más.
–          A la tarde iré – respondí.
–          No. Ya te avisaré yo cuando. ¿Dónde está tu maletín? – preguntó inesperadamente.
–          En el salón – respondí.
–          Tráelo.
Sin dudar, fui en busca del bolso y regresé, entregándoselo, sin saber para qué lo quería.
Jesús lo abrió y enseguida extrajo las bragas y el sostén que había llevado puestas el día anterior. Ya no me acordaba de que el chico las había metido allí cuando me sacó del instituto.
–          Toma, esto para lavar – me dijo alargándome el sostén.
Sin embargo, se quedó con el tanga. Con él salió del dormitorio hacia el salón, para guardarlo en la bolsa junto con su ropa.
–          Beneficios adicionales – me dijo misteriosamente mientras lo hacía.
No pregunté.
Después, regresamos al cuarto donde repetimos el proceso con la ropa de mi armario, aunque aquí no se mostró tan exigente y sólo me hizo librarme de una par de conjuntos bastante serios que, de todas formas, casi no me ponía.
–          Por cierto – me dijo entonces – Tu móvil sigue en el maletín.
Me había olvidado. Agitada, saqué el teléfono de la cartera, encontrándome con que estaba todo pegajoso, sin duda por haber estado metido el día anterior donde nunca debe meterse un teléfono.
Poco después, Jesús me observaba divertido desde la puerta del baño mientras yo me afanaba en limpiar como podía el teléfono con alcohol.
Cuando acabé, era casi la una de la tarde; hora de llevar a mi Amo a su casa.
Me vestí con la ropa que él me indicó, un juego de lencería celeste, con liguero y medias de color claro, falda por debajo de la rodilla, camisa blanca y una chaqueta. Un conjunto sorprendentemente sobrio para lo que yo esperaba.
Una vez lista, Jesús recogió la bolsa con sus cosas, haciendo yo lo mismo con la que contenía toda la ropa de la que debía librarme y salimos, tomando a continuación el ascensor. Hice girar la llave para poder acceder al sótano y el elevador se puso en marcha.
Me acordé entonces del episodio del día anterior, en el que suministré a mi vecinito del sexto material para pajearse durante una buena temporada. Jesús, como si me leyera el pensamiento, me interrogó al respecto:
–          Te estabas acordando del chaval de ayer, ¿verdad? – susurró.
–          Sí.
–          ¿Te pone cachonda?
Debía admitir que así era.
–          Sí – repetí.
–          Bien, buena chica. Me gusta que seas sincera – hizo una pausa – Se me ocurre una cosa…
Me estremecí.
–          De ahora en adelante… cada vez que coincidas a solas con el chico… le harás… un regalito.
–          ¿Qué clase de regalito?
–          Lo dejo a tu elección. Pero no te pases.
–          De acuerdo Amo – respondí mucho más excitada por la idea de lo que estaba dispuesta a admitir.
–          Y después, cuando estés conmigo, me lo cuentas con todo lujo de detalles. Ya sabes que esas cosas me ponen – me susurró al oído mientras me acariciaba el culo con la mano.
Llegamos al garaje y enseguida estuvimos a bordo de mi coche, con las bolsas de ropa en el asiento trasero. Conduje mientras charlábamos amigablemente, por una vez, de temas relacionados con el colegio. Me enteré de que Jesús deseaba ser maestro, lo que hizo que me echara a temblar al pensar en el futuro que esperaba a sus alumnas.
Pronto llegamos a su casa, pero, en vez de bajarse, Jesús me hizo estacionar el coche, indicándome que bajara.
Nerviosa, obedecí, presintiendo que la jornada con mi Amo no había terminado todavía para mí.
–          Tu novio no regresa hasta la tarde, ¿verdad? – me preguntó.
–          Sí, así es – asentí.
–          Bien.
Y me condujo hasta el portal de su edificio, aunque antes aprovechamos para echar la bolsa con mi ropa en un contenedor de beneficencia que había por allí cerca.
Tomamos el ascensor y subimos a su piso, encontrándonos pronto en su casa. Me sentía nerviosa mientras miraba a mi alrededor, estúpidamente sorprendida de lo normal que parecía todo. No sé qué esperaba, una mazmorra con látigos y cadenas o algo así.
De repente, escuché pasos en la habitación de al lado y una voz femenina preguntó:
 
–          Jesús, ¿eres tú?
Se abrió una puerta y entró en la estancia la que supuse era la madrastra de mi Amo. Era sorprendentemente joven, a ojo le calculé poco más de los treinta y he de reconocer que realmente bonita. Rubia, ojos claros, vestida con sobriedad, con falda ajustada por debajo de las rodillas y un suéter de algodón de color negro, que dibujaba sus sensuales formas.
Sentí un ramalazo de celos cuando Jesús se adelantó para saludarla, dándole un beso en la mejilla, sobre todo cuando noté que los ojos de la mujer estaban clavados en mí.
–          ¡Oh! – dijo con voz suave – Tenemos una invitada.
–          Sí. Señorita Sánchez, le presento a Esther, mi madrastra.
–          Encantada.
–          Esther, esta es mi profesora del instituto, la señorita Sánchez.
–          Por favor, llámeme Edurne – dije adelantándome para estrecharle la mano.
Mientras lo hacía, noté que, de pronto, la mano de Esther se ponía tensa y pude ver cómo sus pupilas se dilataban por la sorpresa. En ese instante no supe lo que le pasaba, pero la mujer pronto se recuperó y me dedicó una encantadora sonrisa.
–          ¡Oh! ¿Y qué haces con tu profesora en sábado? – preguntó la mujer.
–          Ya te he hablado de esta maestra – respondió Jesús – Es la que me cateó el primer trimestre. Pero ha sido muy amable y me está dando unas clases de “refuerzo”.
Me estaba poniendo nerviosa otra vez.
–          Como agradecimiento, la he invitado a comer. No hay problema, ¿verdad Esther?
Más por la fuerza de la costumbre que por otra cosa, intenté protestar por la inesperada invitación, pero una mirada de Jesús bastó para que la queja muriera en mis labios.
–          No, no… por supuesto que no es molestia – dijo Esther con voz dubitativa – Será un placer que almuerce con nosotros. Además, así podrá contarme qué tal va mi chico este trimestre y si cree usted que va recuperar la asignatura.
–          ¡Oh, encantada! Seguro que la aprueba sin problemas. De hecho está haciendo méritos más que suficientes para el sobresaliente – respondí juguetona, haciendo sonreír a Jesús.
–          Ven por aquí, Edurne. Quiero enseñarte donde estudio. Por cierto, Esther, ¿le queda mucho a la comida?
–          Como una media hora.
–          Avísanos.
–          Claro.
Tomándome de la mano, me condujo fuera del salón, llevándome a su dormitorio. Era bastante normal, propio de un chico de su edad, abarrotado de libros, discos y videojuegos.
Haciéndome un gesto, Jesús me indicó que me sentara en la cama. Él, por su parte, se ubicó ante su escritorio, encendiendo el ordenador.
Cuando estuvo arrancado, enchufó su móvil y procedió a descargar todos los archivos recopilados el día anterior. Mientras se realizaba la descarga, Jesús se dio una palmaditas en el regazo, indicándome que quería que me sentara allí.
Obediente, pero un poco nerviosa por si su madrastra nos pillaba, me senté encima suyo, apoyando mi culito en uno de sus muslos. Para entretenerse, Jesús me acarició un seno con aire distraído, mientras se completaba la transferencia de archivos.
Cuando hubo terminado, desenchufó el teléfono y ejecutó algunos de los ficheros, para que yo viese su contenido. El primero resultó ser el vídeo de mi vecino el pajillero, lo que hizo reír a Jesús al ver la cara que yo ponía, pero los demás eran fotos mías.
Así pude contemplarme en la pantalla de su ordenador desnuda con las bolas chinas en el culo, con el dolor dibujado en la cara mientras el director me sodomizaba, en pelotas sobre el sofá de mi casa o medio desmayada en el fondo de mi bañera. Ni siquiera me había enterado de cuando me hizo la mayor parte de ellas.
–          Ya las ordenaré luego – dijo mientras me daba unas palmaditas en el culo para hacerme levantar.
Un poco remolona, me levanté de su regazo y le seguí fuera del dormitorio. Fuimos a la cocina, donde Esther se afanaba entre los fogones.
Por cortesía, me ofrecí a echarle una mano y Esther, un poco agobiada, me pidió que pusiera la mesa. Acepté sin problemas, aunque me extrañó un poco que no le ordenase a su hijastro que me ayudara a ponerla.
Mientras preparábamos el almuerzo, Jesús se retrepó en el sofá encendiendo la tele para ver un programa deportivo que hablaba de los partidos que se celebrarían por la tarde.
Cuando todo estuvo listo, avisamos a Jesús, que se sentó a la mesa con nosotras, mientras yo me quitaba la chaqueta y la colgaba en el respaldo de la silla. Nos pusimos a comer, teniendo un almuerzo bastante agradable. Esther resultó ser una mujer moderna y culta, y descubrimos que teníamos bastantes cosas en común, lo que no era de extrañar pues sólo nos llevábamos 4 años, pues ella tenía 30.
Me interrogó sobre el suspenso de Jesús, pero yo la tranquilicé asegurándole que estaba tomándose mucho más en serio la asignatura y que, de hecho, había sacado muy buena nota en el examen de recuperación (aunque, en realidad todavía no los había corregido, mi idea era ponerle un sobresaliente a Jesús). Justo entonces, Jesús nos interrumpió.
–          Esther. El almuerzo estaba delicioso. Hoy te has superado.
Esther, que estaba hablando en ese momento, se calló bruscamente, mirando nerviosa a su hijastro. Yo, un poco despistada, me apresuré a alabar la categoría de la cocina de la mujer, pero ella ni siquiera me escuchó, mirando fijamente al chico.
–          Te has ganado un buen premio. Puedes tomártelo.
–          Gracias, Amo – respondió Esther haciendo que me quedara estupefacta.
Deslizándose de su silla, Esther se metió bajo la mesa y en pocos segundos escuché el característico sonido de una cremallera al bajarse.
Todavía en shock, me quedé con la boca abierta mirando el sonriente rostro de Jesús, que me observaba divertido. Cuando por fin reaccioné, me incliné bajo la mesa, encontrándome con la escena que ya esperaba: Esther estaba arrodillada entre las piernas de su hijo y le estaba comiendo la polla con una pasión y un deseo tales que volvieron a despertar mis celos.
–          Edurne, guapa – me dijo Jesús haciéndome sacar la cabeza de bajo la mesa – Me  apetece un flan de postre. Ve a la nevera a por uno.
Como un autómata y sin acabar de creerme lo que estaba pasando, fui a la cocina a por el flan y una cucharilla. Regresé al salón y se los entregué a mi alumno, mientras escuchaba de fondo los jadeos y chupetones que venían de debajo de la mesa.
–          Buena chica – me dijo Jesús – ¿Tú también quieres tu premio?
Estaba cachonda perdida. Por supuesto que lo quería, así que asentí con la cabeza.
–          Pues adelante, compartidlo como buenas hermanas.
En un segundo, estuve codo con codo con Esther bajo la mesa, disputando por el duro falo del chico que nos había cambiado la vida a ambas. Mirándonos a los ojos, descubrimos la una en la otra idéntico brillo de adoración, esclavas sumisas de aquella polla y de lo que ésta deseara.
Yo jamás había hecho un trío, por lo que no sabía muy bien cómo practicar una mamada a dúo, pero la lengua de Esther, que se enlazaba con la mía, me fue mostrando el camino, elaborando una complicada danza de lenguas con el enhiesto rabo de Jesús atrapado en medio.
En un momento dado, Esther, guiñándome un ojo, deslizó sus labios hacia abajo y empezó a chupetearle las pelotas al chico, absorbiéndolas por completo entre sus labios. Agradecida, no desaproveché la oportunidad que se me brindaba y me apoderé de la polla, hundiéndome un buen trozo en la garganta.
En ese preciso momento, mi móvil se puso a sonar en mi chaqueta, que seguía colgada en la silla. Nerviosa, no supe qué hacer y pensé en salir de debajo de la mesa para colgar rápidamente, pero Jesús, estirando el brazo, sacó el teléfono y, tras mirarlo, me lo pasó y me indicó que contestara.
El corazón me dio un vuelco cuando comprobé que era Mario quien llamaba. Haciendo de tripas corazón y nerviosísima, pulsé el botón verde, contestando la llamada de mi novio.
–          Hola cariño – dije titubeante mientras veía por el rabillo del ojo cómo Esther seguía chupando polla.
–          ¿Se puede saber dónde estás? – me dijo Mario.
–          Pues… – dudé sin saber qué decir.
–          Miéntele – oí que me susurraba Jesús.
–          Estoy… comiendo con una amiga – dije mientras miraba a Esther comiendo de verdad.
–          ¡Vaya! ¡Y yo que había pensado darte una sorpresa llegando antes de tiempo! – dijo él.
La sorpresa te la hubieras llevado tú si hubieras llegado todavía más temprano.
–          Lo siento cariño – respondí – No te esperaba hasta la tarde. Y he quedado para almorzar con Esther.
Mientras decía esto, la mano de Jesús se posó en mi cabeza y me atrajo de nuevo hacia su polla. Entendiendo sus deseos, volvía a lamérsela y chupársela mientras conversaba con el cornudo de mi novio.
–          ¿Esther? – dijo Mario – No la conozco.
–          Egh que haghcia muchof que no la feiiaff – le respondí como pude con la polla de Jesús entre los labios.
–          ¿Cómo dices?
–          Que hacía mucho que no la veía. Es compañera de la universidad – repetí sacándome el nabo de la boca un segundo.
Mientras, Esther, sin dejar de chupar, se reía a mi lado. Divertida, le di un codazo amistoso en el costado.
–          ¿Quieres saludarla? – se me ocurrió decirle – ¡Esther, saluda a Mario! – exclamé acercándole el móvil.
–          ¡Hofa, Maddio! – exclamó Esther con entusiasmo, con uno de los huevos de su hijo en la boca.
–          Ho… hola – respondió mi novio – ¿Tenéis poca cobertura? No os entiendo bien.
–          Sí – respondió Esther riendo – Ahora mismo estamos bajo techo y tampoco te escuchamos bien.
–          Oye, pues encantado. A ver cuando nos conocemos.
–          Cuando quieras – respondió Esther con aplomo – Podríamos quedar para comer un día de estos. Podríamos venir a este restaurante, ¡tienen unas salchichas estupendas!
–          ¡Es verdad! – asentí riendo, volviendo a ocuparme de la salchicha.
–          Bueno, pásatelo bien, cariño. Yo te espero en casa. Voy a darme una ducha y a echar una siesta…
–          Falef, cadiño – respondí concentrada de nuevo en mi tarea.
–          Adiof, Maddio – añadió Esther jovialmente.
–          Hasta luego.
Y se cortó la comunicación, permitiéndonos volver a centrarnos en lo que nos interesaba.
–          Menudo par de putas estáis hechas. Pobre hombre – oí que decía Jesús.
Me sorprendí. Era verdad. Apenas una semana antes, Mario era lo más importante para mí, todo mi mundo, y ahora estaba burlándome de él, conversando tranquilamente por teléfono mientras le comía la polla a uno de mis alumnos. Me dio exactamente igual.
Seguimos con la mamada un buen rato, hasta que nuestro Amo notó que se aproximaba su corrida. Apartando las silla, se puso en pié ante nosotras que esperábamos su bautismo arrodilladas frente a él.
–          Enseñadme las tetas – nos ordenó.
Y ambas obedecimos con presteza, subiéndonos la ropa y apartando los sostenes, con lo que pude constatar, con cierto orgullo, que mis senos eran algo más grandes que los de mi compañera de viaje.
Pronto ambas estuvimos empapadas de los lechazos que Jesús nos propinaba, haciendo que la piel nos ardiera al sentir su calor. Esther, más conocedora de los gustos del Amo, usó sus manos para extenderse la corrida por el pecho, mientras se relamía de gusto con expresión lujuriosa. Yo, deseosa de complacer, la imité enseguida, quedando las dos embadurnadas de semen.
–          Buenas zorritas – nos dijo Jesús sonriente.
–          Gracias, Amo – respondimos las dos al unísono.
–          Bueno, ahora recogedlo todo, que vamos a asearnos.
Debía reconocer que aquel chico sería muchas cosas, pero desde luego limpio sí que lo era. Aprovechaba la mínima ocasión para ducharse.
Mientras él volvía a su sofá, Esther y yo recogimos la mesa. Ella seguía con el jersey subido y las tetas al aire, pero a mí se me había desenrollado la camisa, cubriéndolas.
–          Ábrete la camisa – me susurró mientras recogíamos.
–          ¿Por?
–          Él no te ha ordenado que te las tapes. No le gusta que nos vistamos si él no lo dice.
Agradecida por el consejo, desabotoné por completo mi camisa, dejando los faldones colgando y mis tetas al aire.
–          Bonito colgante – me dijo Esther apuntando con la barbilla a mi corazón de acero.
–          Gracias – respondí – ¿Tú no tienes el tuyo?
–          Claro que lo tengo. Como todas – respondió con sonrisa enigmática.
Cuando hubimos acabado, nos reunimos con Jesús y entramos en el baño.
En la bañera repetimos la secuencia del aseo del Amo, pero esta vez con una chica a cada lado, ocupándome yo del frente y ella de la espalda. Pronto observé que Esther no usaba sólo la esponja para asear a Jesús, sino que, usando sus propios senos, los deslizaba jabonosos sobre la piel del muchacho, acariciándole con cuidado con sus duros pezones.
Tomando buena nota del sistema, volví a imitarla, y pronto Jesús se encontró rodeado de cuatro tetas, que le acariciaban y se deslizaban por su piel.
Cuando estuvimos limpios, salimos de la bañera y nos secamos, permaneciendo nosotras unos instantes más limpiando el baño.
Esther, tras acabar, me condujo su propio dormitorio, donde ya nos esperaba Jesús, desnudo sobre la cama y con la polla bastante morcillona por  el lavado que acabábamos de propinarle. Nos quedamos de pié, desnudas junto a la cama, esperando que el chico expresara sus deseos.
–          Besaos – nos ordenó.
Nunca antes había besado a una chica (exceptuando un rato antes, cuando teníamos una polla entre nuestras bocas), pero no dudé un instante en hacerlo. La excitación flotaba en el aire y aquella atmósfera cargada de sexo hacía que olvidara las pocas inhibiciones que pudieran quedarme… si es que me quedaba alguna.
Nuestras lenguas bailaron la una con la otra de nuevo y pronto me encontré con la de Esther metida en mi boca, recorriéndola hasta el último rincón.
–          Frotaos las tetas.
Agarré mis senos con las manos y los hice frotarse con los de Esther, que sujetaba los suyos de igual modo. Noté que mis pezones se endurecían y podía percibir que los de Esther también hubieran podido cortar el cristal.
Tras unos minutos de morreo, Jesús dio unas palmaditas en la cama, haciendo que nos tumbáramos en el colchón junto a él. Mientras me acercaba, pude constatar con alegría que su polla había recuperado completamente su vigor y nos contemplaba orgullosa.
–          Haced el 69. Pero no vayas a tocarle el culo, Esther, que lo tiene recién estrenado
Madre mía. Iba a comerme mi primer coño. Estaba un poco inquieta.
Me tumbé boca arriba y Esther se colocó sobre mí, colocando su bien depilada rajita al alcance de mis labios. La tenía muy cerradita, pues era chica de coño estrecho, así que yo, un poco titubeante, separé sus labios vaginales, encontrándome con una buena sorpresa.
–          ¡OH! – exclamé sin poder contenerme.
Entonces el rostro de Jesús apareció junto a mí y me susurró al oído.
–          Ya lo has visto, ¿verdad putita?
Asentí vigorosamente con la cabeza, mientras mis ojos seguían clavados en el pequeñito corazón metálico que la madrastra llevaba como piercing en el clítoris.
–          Aprendiz de esclava – me dijo Jesús – Te presento a mi esclava número uno. Ella fue la primera ¿no querías saber quién era?
–          Sí.
–          Desde los catorce años me estoy follando a la puta de mi madrastra. Aliviando su frustración porque el imbécil de mi padre no sabe satisfacerla…
Ahora lo entendía todo.
–          Bueno, pues ya que sois buenas amigas… dale un besito.
Con cuidado y un poco temerosa, mis labios se apoderaron del diminuto dije en forma de corazón y lo absorbieron, tirando suavemente de él, provocando que el cuerpo femenino se estremeciera sobre el mío.
Esther, agradecida, hundió su cara entre mis muslos y enseguida noté cómo su lengua se abría paso en mi coño con habilidad. Un ramalazo de placer azotó mi cuerpo y decidí darle las gracias a la chica de la forma apropiada.
Nos dedicamos a comernos el coño mutuamente durante un buen rato; Esther, con más práctica en estas lides, enseguida penetró mi coñito con dos dedos, masturbándome dulcemente mientras me lamía y chupaba por todas partes. Yo, por mi parte, aprendía rápido, pues me bastaba con aplicarle el tratamiento que me gustaba que me aplicaran a mí, aunque entreteniéndome especialmente a juguetear con el pequeño colgante, lo que provocaba continuos espasmos de placer en el cuerpo de la chica.
De pronto, noté que la cama se agitaba, pues Jesús se estaba moviendo encima del colchón. Se situó detrás de Esther, con sus rodillas a los lados de mi cabeza y comprendí que su intención era follarse a su madrastra desde atrás.
Deseosa de ayudarle, le agarré la verga y la coloqué en posición, provocándole a Jesús un gruñido de placer. De un solo viaje, se la clavó hasta el fondo, mientras yo contemplaba atónita, desde primerísima fila, cómo la polla de Jesús se hundía una y otra vez en el chorreante coño de la mujer.
Extasiada por el placer, Esther redobló sus esfuerzos en mi coño, pajeándome con velocidad y con su legua moviéndose por todas partes. Deseando devolver el placer recibido, estiré la lengua para poder chupar los labios vaginales de la chica y el nabo de mi Amo a medida que se lo enterraba una y otra vez.
Por fin, me alcanzó el orgasmo, obligándome a apretar los muslos, atrapando en medio la cabeza de Esther, a la que no le importó, pues continuó chupando y bebiendo todo lo que surgía de mi coño.
De repente, Jesús se la sacó de golpe del coño, sorprendiéndome. Agarrándosela  firmemente, la situó a la entrada del culito de la chica y se la clavó hasta los huevos, mientras yo lo miraba alucinada en primer plano.
–          Pronto ésa seré yo – pensé mientras veía cómo la verga de Jesús se enterraba en el culo de su madrastra.
En cuanto la enculó, Esther, se corrió como una burra, derrumbándose sobre mi cuerpo. Mientras, yo le daba besitos y lametoncitos en sus labios vaginales, notando perfectamente cómo se estremecían y temblaban por los estertores del orgasmo.
Tras bombearla unos minutos, Jesús se la sacó del culo y se bajó de la cama, rodeándola hasta quedar a mis pies.
–          Quiero acabar en tu coño – me dijo, llenándome de felicidad.
Con cierta rudeza, Jesús me quitó de encima el exangüe cuerpo de Esther, que quedó desmadejado sobre el colchón. Agarrándome por las caderas, me levantó el culo del colchón y, de rodillas, me la clavó de un viaje. A pesar de estar empapada, vi las estrellas por el zurriagazo que me endiñó, pero no me importó pues sentía que se aproximaba un nuevo orgasmo como una ola devastadora.
Nos corrimos casi al unísono, lo que me llenó de ilusión, mientras sentía cómo la leche de mi Amo volvía a derramarse en mi seno, llenándome por completo. El éxtasis.
Tardé un buen rato en recuperar las fuerzas para levantarme de aquella cama. Jesús no estaba en el cuarto y nos había dejado allí a las dos, desmayadas, descansando un rato.
Sentí un poco de frío, pero no me atreví a vestirme sin permiso de Jesús, así que me reuní con él en el salón completamente desnuda. Él estaba tumbado, leyendo un libro, también en pelotas, aunque la temperatura en el salón era más agradable, supongo que por la calefacción.
–          Siento que tengas que irte – me dijo apartando la mirada de su libro.
–          Yo también lo siento. Si quieres, me quedo.
–          ¿Y tu novio?
–          Me da igual – respondí.
–          ¿Le quieres?
–          Sí. Pero no tanto como a ti.
–          Si te lo ordeno, ¿cortarías con él?
Un pequeño aguijonazo de pena me sacudió. Pero no dudé.
–          Ahora mismo si hace falta – respondí con firmeza.
–          Buena perrita – me dijo sonriente – Creo que ya estás lista para convertirte en esclava.
Una sonrisa radiante se dibujó en mi cara. Me sentía feliz y emocionada.
–          ¿Estás segura de que quieres hacerlo? – me preguntó.
–          Segurísima.
–          Bien, entonces está decidido. La semana que viene iremos  a que te marquen.
Aunque no se explicó, entendí perfectamente a qué se refería.
–          ¿Dónde lo quieres? – me preguntó.
–          ¿Cómo?
–          El piercing. Puedes llevarlo en el clítoris, en los labios vaginales o en un pezón…
Me lo pensé unos segundos hasta que se me ocurrió una idea.
–          ¿Y qué tal un tatuaje? – le pregunté.
–          ¿Un tatuaje?
–          Sí. Un piercing se puede quitar, pero un tatuaje es mucho más difícil. Demostraría que soy tuya para siempre.
Jesús sonrió. La idea le gustaba.
–          ¿Y dónde te lo harías?
–          Donde tú quieras.
–          Me gustan en la base de la espalda, un poco por encima del culo.
–          Perfecto. Además, así podré seguir llevando este bonito colgante – dije acariciándolo.
–          Me parece bien.
Sonriente, me incliné y le besé suavemente en los labios.
–          Creo que ha llegado la hora de irte. Se hace tarde.
–          De acuerdo – asentí con tristeza.
Recuperé mis ropas y me vestí, comprobando que Esther seguía dormida. Regresé al salón a despedirme, pero Jesús aún tenía otra orden.
–          Tus bragas – dámelas.
Con torpeza, me libré del tanga y lo saqué de bajo la falda, entregándoselo. Él, las olió profundamente, haciendo que me sorprendiera bastante al descubrir que Jesús, que disponía de mujeres a su antojo, tuviera un fetiche como ese.
–          Bien – dijo entonces – Huelen a hembra cachonda.
Vaya si debían de oler a eso.
Volví a besarle y le dije adiós, pidiéndole que me despidiera de Esther.
Me marché con el corazón rebosante de alegría, satisfecha y con una sonrisa de felicidad en el rostro.
Conduje hasta casa y me reuní con Mario, que me esperaba muy solito, el pobre.
Cenamos e hicimos el amor, con la luz apagada, no fuera a ser que notase las marcas que tenía por todo el cuerpo.
Creo que quedó un poco insatisfecho, pues esperaba una nueva sesión con la tigresa de días atrás. Pero yo no tenía ganas.
El domingo se presentaba aburrido, pues pensaba que no volvería ver a Jesús hasta el lunes.
Craso error.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
Ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “QUIEN SERA LA MEJOR LA MADRE O LAS HIJAS” (PUBLICADO POR JIHNM).

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QUIEN SERA LA MEJOR

LA MADRE O LAS HIJAS.

 

Era el año de 1981, un año muy violento para Centro América, dos países hermanos sufrían en carne propia un estado de guerra interna, producto de una revolución sandinista y el otro de una lucha fratricida en el país más pequeño de américa central.

Una cadena de televisión de Sudamérica, me contrato para cubrir los acontecimientos que se estaban desarrollando en esos países.

Estaba bien pagado en dólares, y hay que decirlo la televisión es un mundo apasionante, porque la rutina no existe, ya que todos los días se viven historias diferentes y es muy parecido al arte, porque todo es creatividad y tú tienes que imaginarte como se presentara la noticia, desde el principio hasta su final, además te codeas con la gente que maneja el poder detrás de un escritorio y eres bien recibido y a veces hasta cobras, porque salgan diciendo, una serie de mentiras y pendejadas y a ese servicio se le conoce como relaciones públicas.

Otro de los privilegios de la profesión, es que tu micrófono y tu cámara, te abren puertas que para muchos, solo sueñan con entrar.

Dicho de otra manera, el militar tiene poder a través de su uniforme, el político detrás de su curul o escritorio, el religioso por la sotana o la biblia en la mano y por último el periodista con sus herramientas de trabajo.

Todo lo anterior significaba, que cuando uno se movía en busca de la noticia, por lo general y no todas las veces, eres bien recibido cuando llegas a cubrir algún evento noticioso, y te vuelves el centro de la atención, porque muchos se creen importantes que hasta pagarían de cualquier forma por salir en pantalla.

Hice toda esta introducción, para darles una idea del porque y cómo sucedieron las cosas, en este relato, ahora entremos de lleno en la trama.

Me encontraba en mi oficina, cuando recibí una llamada del secretario de prensa, comunicándome que una enorme cantidad de personas se encontraban en una de las fronteras y que funcionarios del gobierno como también embajadores de gobiernos amigos llegarían al lugar para ser testigos de la marea de gente que en calidad de refugiados y otros como sobrevivientes de atrocidades  venían huyendo de sus perseguidores,

 Pedían asilo para entrar al país.

Busque a mi camarógrafo y tomamos una camioneta Toyota de doble tracción, que nos servía para movilizarnos por cualquier carretera.

Tras varias horas de jornada llegamos a nuestro destino, hicimos tomas, entrevistas y tratamos de buscar el interés humano para trasladarlo al público y para el final los representantes del gobierno nos dieron, logística, información y alimentos que también eran servidos a las delegaciones diplomáticas.

Estando en la frontera, y caminando a la par de mi camarógrafo le pido que caminemos en medio de la gente para captar en sus rostros, el  sufrimiento que vivió esa población al salir huyendo de su país,

En medio de esa cantidad de personas algo me impresiono de gran manera, la vi de espaldas y ante mis ojos vi, el cuerpo más curvilíneo y hermoso que se podía esperar de una mujer.

 Tenía el pelo muy largo de color castaño y su piel blanca. Vestía unos sensuales pantaloncitos cortos, con una blusa manga larga y su estatura cuando mucho 1.65 mts.

Además note como que temblaba porque la temperatura se sentía muy baja en esa hora y apenas comenzaba la noche.

Me acerque donde ella y al llamarla diciéndole señorita, se da la media vuelta y una cara de niña de lo más preciosa, me sonríe al verme,

¿Cómo te llamas?

KARLA

¿Qué edad tienes?

Voy a cumplir 17 el próximo mes

¿Estás sola?

No, estoy con mi madre y mi hermana, que andan buscando comida, ya que no hemos comido nada desde ayer,

¿Tienes frio verdad, estas temblando?

Mucho y no tengo suéter.

Era lindísima con una inocencia que te robaba el corazón con solo verla y escucharla.

Sígueme al carro y te daré algo de comer y creo que mi abrigo te servirá para el frio.

Íbamos en camino cuando se escucho

¿Karla adónde vas?

Eran la madre y la hermana.

Mama él es el periodista que vino a ver qué nos pasa.

Yo solo me reí  y me presente con ellas.

Yo soy Héctor y él es Luis mi camarógrafo, y queríamos ayudar a su hija con algo de comer y un abrigo para el frio.

Su madre, con lo mal vestida que andaba no parecía gran cosa, porque usaba unos pantalones que no eran de su talla y se cubría el pelo con una especie de gorro en punta, pero su cara era de rasgos finos, y una estatura de 1.70 mts,

Por su parte la hermana, estaba más desarrollada pero igual de preciosa y era la más alta de todas, y un cuerpazo, que mostraba un redondo y escultural trasero en unos jeans todo sucios

´Por favor síganme, nuestro carro que está a unos quinientos metros y luego veremos qué puedo hacer por ustedes.

Nos siguieron y les dije que subieran al automóvil por el frio, y les fui a buscar raciones de comida que habían sobrado en las oficinas de la aduana.

Muy amables me dieron lo que les pedí, incluyendo algunas bebidas para ayudar a digerir los alimentos, que realmente eran deliciosos.

Volví con ellas y verdaderamente devoraron lo que les lleve y al terminar  pedí que me contaran su historia.

Su odisea comienza así, según lo que me conto la madre.

Eran una familia, que tenían una buena posición económica ya que su esposo y padre de las niñas había sido un coronel activo de las fuerzas armadas que se encargaba de la contra inteligencia y además especialista en lucha contra insurgentes y era el que tenía a su cargo el interrogatorio y el destino de todo aquel que caía en su jurisdicción.

En una revuelta en la pequeña ciudad donde habitaban, todos los elementos del gobierno, fueron asesinados por las tropas rebeldes.

El coronel fue de los últimos en caer y fue colgado en uno de los arboles más altos del parque central de la ciudad.

El odio hacia la persona del coronel no tenía límites, porque era conocido como el principal responsable de muchas muertes y desaparecidos en la zona, como también de las peores atrocidades en sus interrogatorios, cuando una persona estaba en sus manos.

La venganza del pueblo fue salvaje y a su mujer e hijas tuvieron que salir huyendo, solo con lo que tenían puesto y hasta tuvieron que disfrazarse, para no ser reconocidas y huir con la multitud que salió en veloz carrera con rumbo desconocido, hasta llegar a la frontera.

Durante la fuga, recibieron ayuda de almas caritativas pero también habían soplones que deseaban una recompensa por descubrirlas ante sus perseguidores.

Tuvieron que esconderse y viajar de noche, algunas veces en automóvil y otras simplemente a pie.

Nos contó que su marido no tenía familiares en el país y que realmente ella creía que era un mercenario que trabajaba para el gobierno de turno.

Nos dijo también, que ella conoció a su marido en un país de sur américa, cuando este llego a estudiar a una de las academias de su nación. Ahí se conocieron y el la trajo a centro américa donde nacieron sus hijas.

Además nos explicó, que sentían mucho miedo de ser reconocidas, porque la vida de sus hijas como la de ella, estarían en gran peligro porque dentro de los exiliados venían familiares de insurgentes y eso les provocaba una enorme inseguridad y no sabían que hacer para seguir adelante o ese lugar se convertiría en su trágico final.

Realmente su historia me conmovió y me atreví a decirles que yo sería su amigo y protector y que las llevaría conmigo, y trataría que la pasaran más o menos, mientras se mejoraba la situación en su lugar de origen.

Me vieron al rostro con mucho agradecimiento y no se cansaban de darme las gracias por la ayuda que les estaba ofreciendo.

Fui a buscar al coronel que tenía el mando en esa región fronteriza y amablemente le expuse mi deseo de ayudar a esas mujeres y que yo me haría cargo y responsable por ellas y que deseaba llevármelas a la capital en vista de que su seguridad estaba en riesgo por ser hijas y esposa de un  coronel  que fue asesinado en una zona próxima donde se presentaron las contingencias.

El coronel al darse cuenta que eran familia de un ex compañero de armas, me dio todas las facilidades y me asigno un oficial para que aligerara los trámites para su ingreso legal al país.

Se hicieron todos los arreglos y con ellas abordo, iniciamos nuestro regreso.

Durante los primeros kilómetros confirme los nombres de las tres.

Katia la madre

Karen la hija mayor y

Karla, la más tierna y menor de las hijas.

Después de unos minutos se durmieron, como si no lo hubieran hecho en días y despertaron hasta llegar a ciudad capital.

Llegamos en la madrugada y las lleve a mi departamento para luego irme a la oficina y editar  las tomas  y pegarnos al satélite para enviar la información.

Quiero aclarar que el trabajo de corresponsal, no significa que tengas que reportear todos los días, el trabajo se hace cuando hay una noticia, que pueda trascender a nivel mundial o es muy importante para la región, donde se viven los hechos.

Regrese a mi condominio, pero al entrar me fui directamente a mi habitación donde dormían en un profundo sueño y no quise despertarlas por lo que me quede en el sofá.

Cuando me desperté, ellas velaban mi descanso y me sentí apenado por lo tarde y porque sabía que no habían comido.

Como solo traían lo que tenían puesto era imperativo comprarles una muda de ropa y les dije.

Vamos a organizarnos, y por favor hagan una lista para el súper mercado, para víveres y todo lo que falte en la cocina para la preparación de la comida, y recuerden que hay que llenar el refrigerador para que no falte nada, postres, carnes y todo tipo de vegetales y bebidas.

También necesitamos una cama para usar la segunda habitación, Otra cosa es que necesitan ropa  y algunos accesorios que es propio de mujeres, les daré mi llave para que saquen copia y puedan entrar y salir cuando yo esté ausente.

Vamos a ir al banco para darles dinero y ustedes hacen las compras y como el departamento está muy cerca del centro comercial compren lo más necesario y lo demás lo compramos por la tarde, como es la cama.

Pero primero vamos a desayunar y comprar su ropa.

Retire dinero, y les entregue una buena suma y les dije que lo supieran administrar.

El dinero lo iba a recuperar y con bastante ganancia y me fui a la secretaria de prensa para pedir ayuda al ministro, consistente en una donación para realizar el proyecto humanitario de proteger una familia, que venía huyendo de la guerra.

Las autoridades al saber que yo era el protagonista del cuidado de esas mujeres, me asignaron una partida de fondos para los próximos tres meses, con la promesa de que ellos me seguirían ayudando  con toda seguridad para no desamparar a esa gente.

Por otro lado hice varias llamadas a empresarios solicitando ayuda en especies  y de todos, recibí notas especiales para entregarlas en los almacenes de su propiedad y que me fueran entregados los  artículos de acuerdo a las cantidades apuntadas en las mismas.

Eso es parte del poder que ofrece la profesión cuando hay credibilidad o hay el respaldo de un medio de información muy importante.

Cuando regrese para ir a comprar la cama, me estaban esperando modestamente vestidas con pantalones jeans y camisas y me di cuenta que la madre también era un espectáculo con un soberano trasero sumando a eso, una cara con un poco de maquillaje, que la hacía lucir realmente atractiva.

Nos organizamos, me prepararon la cena que resulto apetitosa y les dije que al día siguiente tendríamos otra jornada de compras y que se prepararan porque compraríamos un guardarropa completo para cada una.

La más alegre era la pequeña Karla, que se acercó a mí para abrazarme y darme las gracias a nombre de todas ellas.

Fuimos de tiendas y todas me llegaban a modelar para ver si me agradaba lo que estaban escogiendo.

Terminamos y regresamos a casa.

Yo tuve que salir y les aconseje que fueran al cine, porque habían unos multicines muy cerca y yo me fui de juerga a buscar los colegas para enterarme de las últimas novedades.

Al regresar me encontré a Katia despierta que me estaba esperando a media noche por si se me ofrecía algo, porque eso era lo que hacía cuando su marido salía por las noches, ya que algunas veces regresaba con hambre.

Insistió por ofrecerme algo, y de tanto, le pedí unos huevos a la ranchera.

Mientras comía me relato su vida de casada, diciéndome que la pasión entre ellos había terminado, y que si seguía con él era simplemente por las hijas, pero que su matrimonio hacía tiempo que había acabado.

Me conto que su marido la conoció cuando ella hacia vida nocturna como vedette en su país, y que al principio lo que la atrajo de su persona, es que se miraba muy importante, porque siempre andaba acompañado de altos oficiales de las fuerzas armadas.

Gastaba mucho dinero y daba excelentes propinas, y cuando la empezó a enamorar le obsequiaba costosos regalos.

También me explico que una vedette, no era una prostituta sino que una bella mujer, que monta un show de baile, en poca ropa.

Con el tiempo descubrió que su marido era un verdadero déspota en la casa y que sometía a sus hijas a duros castigos especialmente si fraternizaban con cualquier muchacho de la vecindad porque era extremadamente celoso.

Es por eso del comportamiento de sus hijas, que no se sentían tan adoloridas por la muerte de su padre, en verdad lo querían, pero ahora se sienten con más libertad y no tienen que ocultar sus deseos o su forma de ser.

Me decía que de dos años atrás ella estaba pensando en abandonarlo y que sus hijas la animaban a hacerlo, pero por temor al poder que tenía, tuvo miedo de provocarlo y que le hiciera un daño.

Se acercó a mí y me dio un beso muy cerca de los labios para hacerme la siguiente promesa.

Héctor, usted es el hombre de nuestra familia y de parte de todas nosotras, cualquier cosa que usted desee solo tiene que pedirla que nosotras estaremos para atenderlo.

Mi hija Karla lo adora porque siempre está hablando de usted, de lo guapo y varonil que luce como hombre.

Por su parte Karen, dice que usted es  el hombre perfecto para casarse con ella y esas declaraciones hacen que se produzca una riña de niñas enamoradas del mismo hombre.

De mi parte, desde hace tiempo que nadie me hace la corte, y todavía tengo mucho que ofrecer  y como muestra me dio un beso en la boca que me dejo con las ganas locas de cogerla en ese instante.

Pasaron los días, las semanas y de pronto se cumplió el mes de su estadía en mi casa.

Terminaba el mes de febrero, y las oleadas de calor se hacían presentes en el ambiente con temperaturas que llegaban en promedio a los 35 grados Celsius y el único cuarto que tenía aire acondicionado era el mío.

 Cierta mañana entro mi preciosa Karla, con una taza de café como es mi costumbre de tomar en las mañanas y se puso a hacerme cosquillas para que me levantara, me senté en la cama para tomarlo y ella se tiro en mi cama, y aspiraba fuertemente las sabanas porque decía que mi olor lo sentía en ellas.

De repente se levantó y se puso de pie frente a mí y me pregunto.

Héctor tengo un fuerte dolor aquí y se levantó la falda enseñándome su ropa interior blanca y se podía ver muy fácil ese pequeño chochito con escaso bello y se observaba el canal que la seda hacia dentro de sus labios vaginales y tomo una de mis manos para que palpara su entrepierna.

Mi verga inmediatamente cobro una erección salvaje, que para mí era muy difícil de disimular y que me duro todo el día y era peor cuando estaba cerca de mí.

Sus provocaciones siguieron y lo máximo fue, cuando estábamos cenando que se sentó a la par mío y bajo su mano y busco mi bragueta y me estuvo sobando la tranca por encima de la tela,  por momentos la apretaba para calcular sus dimensiones y me miraba con  una sonrisa maliciosa, como preguntándome si me gustaba.

Me fui de farra otra vez y cuando regreso, Katia me estaba esperando despierta, esa noche estaba vestida con un minúsculo pantaloncito y una camiseta de algodón producto de la gran ola de calor que se movía en el interior del departamento.

Vestida así, observe que tenía unos pechos muy redondos y de gran volumen, que se miraban impresionantes porque no usaba sujetador y aun así  lucían excepcionalmente firmes sobresaliendo la punta de sus pezones.

Su trasero era divino, con unas curvas y unos glúteos que daban cuenta de lo perfectos que eran debido al ejercicio de largas horas de baile, lo mismo que sus robustas y largas piernas y todo ese cuerpo serbia de base, a una cara tan bella que confirmaba lo dicho por ella con respecto a su trabajo como vedette en su juventud.

Me ofreció que me apetecía y le conteste que una cerveza.

Me la trajo con un vaso, y ella se sentó frente a mí tomándose un refresco de cola.

Sabes una cosa Katia…

Tu hija Karla, ha pasado todo el día provocándome y recuerda que soy hombre y no sé hasta cuando pueda soportar.

Ella me quedo viendo y me dijo, yo perdí mi virginidad a los 16 y fue muy dolorosa, que pase mucho tiempo odiando al maldito por el daño que me causo.

Mi hija está en esa etapa, cuando está descubriendo todo su potencial de mujer y te ha elegido a ti para que le enseñes el camino, para hacerse una mujer completa.

Prefiero que seas tú y no que se tope con un energúmeno, como me tocó a mí.

Karen y yo, vimos tu cara y tu reacción y no dijimos nada, pero sabíamos que algo estaba sucediendo porque Karla tenía su mano abajo y la estiraba para tocarte.

Por favor trátala con ternura y no hables de esta plática con ella porque la podría acomplejar o dañarla psicológicamente.

¿Pero a poco, no es bellísima mi hija? ¿O es que no te gusta?

Si pudieras leer mis pensamientos. Sabrías de mis deseos por ti y tus hijas.

Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla y se despidió sonriendo empinando su cuerpo para que viera su trasero en su máxima expresión al caminar.

Pasaron dos días y la ola de calor aumento de intensidad y cuando regrese muy noche de la oficina encontré nuevamente a Katia y me dijo que las muchachas no aguantaban el calor y se durmieron en mi cama.

Llegue hasta mi habitación y Katia las quiso despertar y le dije que no lo hiciera, por lo que me quite la ropa y me quede en bóxer y le dije a Katia que se quedara pero que no cabríamos los cuatro en la cama y ella escogió traer una almohada y tirarse al suelo muy cerca de mi lado.

Karen estaba en el extremo y vestía un pantaloncito igual a la madre y Karla quedo en el medio de nosotros vistiendo un coqueto camisón de jersey hasta la media pierna que apenas enseñaba sus preciosas nalgas.

Me dispuse a dormir y solo habían pasado una media hora cuando sentí la mano de Karla acariciando totalmente mi verga y la apretaba y  deslizaba su mano de arriba abajo como si estuviera masturbándome, acerco su pequeña boca y me dio un beso que duro una eternidad, para luego darse la espalda y acercar su trasero para pegarlo completamente a mí y jalar mi verga para colocarla entre sus piernas muy cerca de su chochito, usando los dedos de su mano para pegarlo lo más posible a su virginal entrada.

Lentamente se movía para provocar que mi glande hiciera fricción contra su clítoris que estaba protegido por una delgada y fina tela.

Pasamos como 20 minutos en esa deliciosa y erótica situación y fue cuando sus dedos separaron la  diminuta y delicada barrera de la tela y mi glande nadaba en esa conchita que estaba inundada a lo máximo de sus fluidos,

Karla trato de exponer más su bellísimo trasero arqueando su espalda , trataba como desesperada por sentir mi verga dentro de ella, le acaricie el pelo y quedamente le dije al oído que este no era el momento.

Me di la media vuelta y  pude ver a Katia que estaba en el  suelo a través de la  penumbra, que se estaba riendo y  acerco su mano para tocarme los labios   y llevar mi mano cerca de sus boca y chuparme uno de mis dedos para luego acercar uno de sus pechos para que se los tocara.

Parecía una tortura y solo me levante para ir al baño que estaba en el corredor y me di una ducha y al salir estaba Katia esperándome y solo se hinco ante mí y me pego una mamada que me hizo estallar en menos de tres minutos, para luego decirme…

Tenía unos deseos enormes de hacer esto  desde hace días, y es que tienes una tranca amorcito, que todas la hemos visto cuando estas vestido en tu bóxer por la mañana.

Ahora regresemos que Karla no se ha dormido por estar esperándote.

Me acosté nuevamente y Karla se acercó a mí para besarme de la deliciosa forma que solo ella podía hacerlo, luego se apretó lo más que pudo contra mí y busco conciliar el sueño.

Mientras tanto Karen que se hacia la dormida había estado observándonos a su hermana y  a mí en ese trance erótico, a la media luz de la penumbra.

Su mirada la tenía clavada en mis ojos y desabrocho el botón de su pantaloncito y levantando la pelvis se lo quito y metió su mano dentro de su braga como si estuviera masturbándose.

Con señas me indico que le extendiera mi mano y subió  su pelvis lo más que pudo para que estuviera a mi alcance y al no lograrlo se pegó más a su hermana y solo lograba ver en su rostro la promesa de mañana confirmándolo con señas, que la próxima noche seria de ella.

Pase la noche casi en vela, pero al final logre tomarme aunque fueran 4 horas y me levante más relajado, pero sintiendo los besos de Karla que me había traído el café.

Quiso desnudarme y la aparte y le dije…

Esto te voy hacer en la noche y le baje el jean que estaba usando y busque su chochito y lo descubrí y pase mi lengua por el varias veces hasta que casi se cae al sentir por primera vez ese tipo de emociones.

Cuando Salí, fui al comedor, y Karen y Katia me miraban pícaramente, como si hubieran sido cómplices de lo que pasó la noche anterior.

Llame a Katia y le pedí que me acompañara al centro comercial, para hacer un retiro en el banco y tuvieran suficiente dinero para sus gastos.

Íbamos saliendo cuando sus hijas dijeron que querían acompañarnos.

Cuando entramos al banco, me aparte con Katia y le murmure al oído, quiero que te compres la ropa interior más sexy, que esta noche llego a tu habitación, para que no me pase lo mismo que anoche.

Y lanzo una carcajada tapándose la boca.

Esa mañana me entere que habría una cumbre de presidentes y la misma se iba a realizar en un famoso balneario en el sur de México y toda la tarde pase acreditando mis credenciales para asistir al evento, y fui invitado a viajar en el avión presidencial,  dentro de la comitiva de prensa que lo iba a acompañar.

Llegue temprano al departamento para preparar mi equipaje y como estaban tristes por mi partida que duraría dos días, las invite a uno de los mejores restaurantes de la capital y luego al casino para que se entretuvieran en las traga perras, con el inconveniente que no querían dejar entrar a Karla por ser menor de edad y tuve que llamar al gerente quien me conocía muy bien y nos autorizó el paso y además nos obsequió una cortesía monetaria para que jugaran las damas.

Quiero agregar que las tres lucían como verdaderas bellezas y realmente era difícil escoger, pero yo siempre me quedaba con mi Karla, porque era la que no se apartaba de mí.

Regresamos al departamento y Katia se fue con sus hijas a su habitación y al cabo de media hora entraron Karla y Karen y peleándose por quien iba a estar a mi lado decidí que yo estaría en medio.

Como siempre Karla se pegó a mí y al  cabo de 15 minutos las dos quedaron en solo ropa interior,

Por primera vez siento los senos de Karla pegados contra mi pecho que decido  besarlos y tocarlos y realmente son extraordinarios con un volumen como si fueran de una mujer adulta, cuando aún les falta que desarrollar por su tierna edad

Por su parte Karen me aprisiona por la espalda y me quiere dar la media vuelta para darme un beso.

Llego donde ella y le doy un beso largo y le digo que en media hora  estaré con ella.

Se da la media vuelta y se hace al rincón contra la pared.

Karla me vuelve agarrar la verga como masturbándome y se baja la braga para que me monte en ella y coloca mi tranca en su mera entrada y se frota el clítoris  y empieza a subir y bajar su pelvis con un movimiento con mucho compas en su cintura y me jala contra ella porque se muere de las ganas de tenerla adentro.

En ese momento ya he perdido mi control y trato de meterla con un empujón. Pero ella al sentirlo retira su vagina diciéndome quedamente al oído que le duele.

Recupero mi lucidez, y bajo mis labios besando sus ojos, sus labios, su cuello, cada uno de esas deliciosas tetas para terminar hundiéndome en su pelvis que esta escasamente poblada ,continuo hasta llegar a la pequeña cereza, y la comienzo a besar, chupar y a rodearla en círculos con mi lengua.

Después de varios minutos suelta una pequeña vocecita con un tierno gemido …YAAAAAAAA

 Anunciándome que ha logrado su primer orgasmo.

 

Me levanto y voy al  baño a lavarme y untarme un poco de loción y regreso y veo a mi Karla como que ha encontrado el sendero a un sueño profundo

Busco mi lugar y Karen está esperándome, nos besamos apasionadamente y sus manos fueron a buscar el instrumento que todas querían tocar y que las tenía locas de deseo por sentir las notas que las harían calar hasta llegar al ansiado orgasmo.

Al igual que Karla, coloco mi verga muy cerca de su concha, pero no anduvo con muchos preámbulos y en un santiamén se quitó el panty  he hizo que me montara en ella y coloco mi tranca en la entrada de su virtuosa vulva.

Me imploraba que la hiciera mujer pero le pedí que se esperara porque deseaba disfrutar al máximo su virginidad.

Ella no estaba complacida con mi decisión y en un arrebato por la lujuria y el deseo, se montó encima de mí y quiso sentarse en ella para conseguir penetrarse por sí sola.

Te voy hacer una promesa, que tu primera noche como mujer, va a ser como nunca la has soñado.

Y decidí bajar al pozo para que ella también tuviera su orgasmo.

Les di tiempo suficiente para que se durmieran y Salí en dirección a buscar a KATIA,

Entre a su habitación y prendí la luz y  al verla tendida sobre la cama con una prenda de lencería de lo más sensual y erótico.

Me acerque a ella diciéndole…

En verdad ahora comprendo a tu difunto marido

, Porque en realidad  eres un espectáculo para la vista, el solo verte en poca ropa.

Katia, que ganas de cogerte tengo.

Ven aquí mi amor.

¿A cuál de mis hijas le hiciste el amor?

A ninguna cariño, las dos son vírgenes y quiero que su primera noche sea  algo especial.

Pero yo, quiero hacerte mi mujer, deseo tener mi verga en lo más profundo de ti.

Me acosté a su lado y la bese con toda la furia y pasión  resultante de la enorme excitación que sus hijas habían provocado en todo mí ser.

Palpe sus tetas, y su volumen y dureza me indicaron que eran grandiosas las libere del sujetador y eran perfectamente redondas y su pezones eran una delicia al mamarlos porque daban ganas de morderlos y entre más los acariciaba más erectos se exhibían.

Le miraba esos bellos ojos color miel, como también sus pequeños y delgados labios y una nariz perfecta de una belleza estética, que la hacían ver con rasgos de una  mujer, de la vieja Europa.

Ya no me podía contener y baje hasta su pelvis y deslice la sensual braga y un delicioso aroma de su concha llego hasta mi nariz, al mismo tiempo una fragancia de una loción muy dulce se impregnaba en toda ella.

Localice su delicado botón y lo acaricie y chupe con mis labios y mi lengua entro en acción lambiéndola  a la velocidad que me imponían sus movimientos de pelvis.

Tras unos breves minutos se llevo sus dedos a la boca para taparla y unos sordos gemidos salieron de su interior…

UUUUUUUUUUUUUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM

Mi lujuria y deseo por esa mujer estaban en lo máximo y solo me acomode e introduje mi verga, hasta el fondo que pude alcanzar.

Amorcito, que riata más grande y hermosa tienes, es más grande que la de mi marido y solo se le parece al maldito que me desvirgo,

Métala mi amor, máteme con ella, que rico coges Héctor,  dios mío me vas hacer correr, más rápido amor, mas, mas, mas ahora

SSSSSSSSSSSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII

Y casi al mismo tiempo explote dentro de ella.

Estábamos completamente sudados, y me gano el deseo de lamer el sudor que había en sus tetas y mis dedos detectaron la gran cantidad de semen que salía y brotaba de su concha.

La tome de la mano y nos metimos al baño para ducharnos y estando parados bajo el agua, la pegue fuertemente contra mi pecho y le acariciaba sus nalgas, en ese momento le pido…

Eres hermosa y bella, en la completa extensión de las palabras,

Tu cuerpo es perfecto y todo él es una visión para recordar, pero lo más espectacular es tu trasero y lo quiero hacer mío.

No me pida eso Héctor, usted está igual a mi marido que por negarme se enojaba conmigo.

Está bien Katia, no voy a insistir más, al fin que solo cumples conmigo por agradecimiento y porque necesitabas que alguien te recordara que también eres mujer.

Me di la vuelta en dirección a la puerta, cuando ella se me tiro al cuello y me dijo…

Si es cierto que necesitaba que alguien me recordara que soy mujer,

Pero también necesitaba sentirme segura, admirada y deseada y sentir algo más importante que creí que ya lo había olvidado como es enamorarme de un hombre.

Mi marido me conquisto con dinero y yo creí que podría lograr amarlo, pero ese día nunca llego y solo la costumbre y el temor hicieron que lo aguantara tantos años.

Pero ahora te tengo a ti, solo con lo que me hiciste sentir hace un rato, casi tocaba el cielo de felicidad.

Hace varias noches te dije que tú eras el hombre de la casa y de la familia y que pidieras, que nosotras estábamos para atenderte.

Así que puedes tomarme cuando quieras que yo seré feliz si tú lo estas.

La bese tiernamente en los labios por un largo rato a la vez acariciando su precioso trasero y le propongo lo siguiente.

Como fuiste vedette, coloca un pie en mi hombro.

Fácilmente lo puso y pregunto…

¿Algo más?

Y aproveche para meterle la verga.

Al sentirse penetrada lanzo su cabeza hacia atrás y proclamando al aire…

Héctor mi vida       haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagggggggg

La levante totalmente y me senté en la taza del inodoro y ella se enrosco en mi cintura y la tenía penetrada hasta el fondo y hacia palpitar mi verga dentro de ella. Que hacía que su locura aumentara y me comiera a besos, la mantuve así por un buen rato.

Para luego enterrarle el dedo medio en el ano y cuando iba por la mitad me empezó a jinetear logrando su tercer orgasmo de la noche.

Me quedo viendo con una mirada de alegría para luego mostrarse muy coqueta y dijo…

Que felices vas hacer a mis hijas con esa verga mi vida y ahora con lo que acabo de sentir mi culito es tuyo cuando quieras.

Salimos del baño y sus hijas nos estaban esperando y nos abrazamos los cuatro.

Nos fuimos a dormir y mis dos tiernas jamás se separaron de mi lado.

Ala mañana siguiente me levante a las 7am. Ya que el vuelo nuestro partía al medio día y había que preparar el equipo y la logística en México

La primera en llegar a saludarme con el café como siempre era mi adorada Karla.

Luego me fui al comedor y mis otras dos mujeres me esperaban con el desayuno servido y me recibían con un ardoroso beso.

Llame al encargado del condominio y le dije que necesitaba otro aire en la segunda habitación o que me consiguiera otro departamento con una central de aire y cualquier decisión quien tomaría la decisión final en mi ausencia seria mi familia, cuando dije esa frase, las tres se me tiraron para abrasarme y besarme.

Le di a Katia dinero, que eran parte de los viáticos que el gobierno me había asignado, y el número de la central oficial, que ellos tratarían de localizarme en caso de cualquier urgencia.

Como también hable en privado con cada una, tocándoles el chochito a excepción de Katia que le acariciaba el trasero y que los cuidaran para mi regreso en dos días.

Cumplida mi misión en México,

Hicimos el viaje de regreso tocando tierra  a las 5 pm, hicimos nuestro trabajo en la oficina, para luego conectarnos al satélite y enviar el reportaje.

Mi llegada al departamento fue como a las 10 de la noche y cuando abrí la puerta. Las tres se me tiraron encima para besarme y preguntarme si traía hambre, les conteste que sí y se pusieron a cocinarme a excepción de Karla que nunca se apartaba de mi lado.

Ya en la mesa comiendo, me preguntaban qué había pasado en México y yo les contaba la historia, las anécdotas y el volverse amigo de grandes personalidades como políticos, militares y colegas de la prensa internacional.

Ya para terminar de comer, mi pequeña Karla me lanza un comentario que casi hizo que me atragantara.

Dice mi madre, que ningún hombre la ha hecho sentirse tan feliz como tú lo hiciste la noche antes que te fueras.

Me quede sin palabras y esta vez fue Karen, quien me aclaro el comentario acercándose por mi espalda y dándome un tierno beso en la mejilla, me dijo…

Entre nosotras no hay secretos, porque además de ser nuestra madre, es también nuestra hermana mayor.

Nos pusimos a reír, pero Katia, lo hacía con carcajadas y con un movimiento afirmativo de su cabeza, me confirmaba  lo dicho por Karen.

¿QUIEN ES MEJOR, MI MADRE O UNA DE NOSOTRAS?

No puedo contestar esa pregunta, porque, solo he estado con Katia

Pero si les puedo decir que tiene un trasero y hace el amor como una real hembra,

Por parte de Karen es el vivo retrato de la madre que tiene un trasero y unas tetas pero corregido y aumentado y esos ojos color miel que son la marca registrada de todas mis mujeres.

Y yo, y yo, preguntaba Karla.

La miraba tiernamente  a los ojos y le conteste…

Tú, eres mi consentida, por ser la más pequeña y como dice el refrán la esencia no viene en barriles, viene en pequeños frascos y además son muy pero muy caros.

Tienes un trasero tan redondo y perfecto en sus curvas, al igual tus piernas y todo está repartido en una forma asombrosa que eres una maravilla cuando te veo desnuda.

Feliz y loca por mis palabras me colmo de besos por toda mi cara.

Katia se me acerco  acariciándome  y con un beso en la boca me dijo al oído…

Gracias por hacernos feliz a mí y a mis hijas.

Por su parte Karen hizo lo mismo con la diferencia que al susurrarme al oído dijo…

Nos contó mi madre que la volviste loca como ningún hombre lo había hecho, yo quiero lo mismo esta noche.

Miramos un rato televisión y de pronto de  nuevo  fue Karla la quien tomó el control remoto apagando el televisor y llamando a su madre le pidió que se desnudara como lo hacía cuando era vedette.

Busco  una música que por lo visto ya la habían usado para ensayar y marco play en la casetera.

Y una música de lo más erótica se dejó escuchar como lo es…

 “Je t’ aime… moi non plus”

Realmente la piel se me puso como de gallina y el show comenzó.

La cadencia de su cuerpo al ritmo de la música y lo sensual al desnudarse, más una ropa interior de lo más sexy me hizo ver una vez más, que Katia, cuando joven, fue de esas mujeres que paraban el tráfico y para comprobarlo solo tenía que ver a Karen.

Cuando termino, solo me levante del sofá y fui a darle un beso con todos los deseos de hacerla mía en ese lugar.  

Quedamente la escuche decir…

Cuando te suelten mis hijas, te acuerdas de mí, todavía tengo un regalo para vos.

Les pregunte si habían arreglado el problema del aire y me contestaron que sí, y pensé que por esa noche me dejarían descansar por el largo viaje.

Me fui a mi habitación y me quite la ropa.

 Estaba por apagar la luz, cuando entraron mis amores y me rasque la cabeza por lo que me esperaba.

Deje la luz encendida y camine a la cama y me tendí en medio de ellas dos y se pegaron una a cada lado utilizando mis brazos y mi pecho como almohada.

Y poco a poco sus manos iniciaron su labor en dirección de mi tranca, y en lo que termino esta frase, mostraba una enorme erección dentro de mi pequeño pantaloncillo, me lo quitaron y Karla se acercó para conocerlo a plena luz y abarcándolo con su pequeña mano dijo…

Que grande y gorda es.

Aspiro fuertemente para reconocer su olor y acerco su boca para darle un tierno beso en la punta del glande.

Bésalo más mi cielo.

Karen al  escuchar mi suplica, quiso tocarlo también y acerco sus labios y parecía que lo mordía con ellos.

De un momento a otro, ya lo chupaban y lambian y me hacían sentir su lengua alrededor y la calidez de su boca cuando trataban de disfrutar de él.

Al ver que pronto me harían explotar, llame a Karla, para besarle sus deliciosos senos.

El estado de excitación de mi criatura estaba al máximo, sus gemidos eran una súplica por llegar al orgasmo y fue entonces que le pedí que se sentara en mi boca.

Abrió las piernas para exponer su preciosa vagina en mi cara y al mismo tiempo separaba la tela que la cubría, esperando con ansia que mi lengua hiciera contacto con su clítoris.

Su chochito rebosaba de humedad y mi lengua como si fuera una serpiente con una veloz mordida se apodero de su solitaria presa y lo masacro a chupones y lambidas.

Esta vez, ya no reprimió sus quejidos y con un sonoro lamento me anunciaba su llegada al éxtasi             SSSSSSSSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII  AAAAAAMMMMOOOOOOORRRRRRRRRR.

Y tiro su cuerpo hacia delante cubriendo totalmente mi cara  con su pelvis, la cual sufría de fuertes contracciones de su corrida al clímax.

 

Quedo casi desfallecida y le ordene que me dejara solo con Karen.

Alegremente se despidió de mí con un beso y salió por la puerta.

Aparte a Karen de mi verga y ella trato de montarse sobre mí  pero fue cuando, con un beso muy largo le anuncie que esa noche seria mi mujer, pero con la condición que tendría que darme el mismo regalo que Katia, porque ella era el mejor trasero de la familia.

Muy alegre me dijo que sí, porque además ella quería que yo supiera que su cuerpo y su corazón eran de mi propiedad.

Le quite el sostén y por primera vez pude ver esa enormes tetas en toda su majestuosidad.

Seguidamente la puse en cuatro y deslice lentamente su braga y en la medida que lo iba haciendo mis labios y mi lengua nunca se despegaron de sus nalgas, para  degustar cada rincón de ese hermoso y portentoso trasero.

Le di la vuelta y la acosté abriendo sus piernas, para conocer la virginal entrada que mi verga tenía que tocar para poder entrar.

Me quede observando su inmaculado chocho, y  lo único que estaba a la vista era su rosado botón, que parecía un soldado firme custodiando la puerta sellada.

Lo bese y lo chupe para limpiarlo de los jugos que lo bañaban y fui colocando mi tranca para acariciarlo con mi glande, ante la mirada curiosa y preocupada de mi Karen, que no sabía cuándo se llevaría a cabo el asalto al interior de su lugar más resguardado de su cuerpo.

Tras restregar ni verga contra su vulva por varios minutos, hice varios empujones para puntear su puerta, mientras mi Karen colocaba sus manos en mi cintura y me hacia la advertencia que fuera gentil y que lo hiciera despacio, midiendo su dolor que no fuera mucho.

Cuando la vi que estaba más relajada, di un fuerte empujón y una mueca de dolor se dibujó en su cara y lágrimas se desprendían de sus ojos y bese sus labios para acallar su llanto y me mantuve inmóvil por varios minutos, para que ella se acostumbrara al dolor y pudiera soportar la estocada final.

Al cabo de un rato, le pregunte si todavía le dolía y me contesto que solo un poquito.

La saque y le enseñe la cabeza de mi verga cubierta de su sangre y se sonrió y fue cuando le dije que ya era mi mujer y me beso tiernamente con sus manos en mi rostro.

Volví a colocar mi verga nuevamente a la altura del mismo lugar  volví a esperar que se relajara y se la clave hasta el fondo, me quede inmóvil, pero esta vez sus brazos me abrazaban  hasta tocar mi espalda y con suaves movimientos entraba y salía de esa concha que ya mi tranca recorría en toda propiedad.

Pase un corto tiempo en esa labor, cuando sus cantos de placer aparecieron surcando el ambiente.

Imprimí velocidad a mis movimientos de cintura y frases de gozo y placer se dejaron escuchar de su boca.

QUE RICO Y DIVINO LO QUE SIENTO AMOR…

AHORA SI SOY TU MUJER… CON RAZON A MI MADRE LA TIENES LOCA…QUE RICA VERGA TIENES AMORCITO…

MAS RAPIDO AMOR…  YA SIENTO QUE ME VOY A CORRER…MAS RAPIDO… MASS…MMMAASSS…  MMMMMAAAASSSSSSSS

SSSSSSSSSSLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL.

Su orgasmo fue sonoro y las contracciones apretando mi verga, fueron el mejor premio de agradecimiento, que podía recibir mi verga, por un trabajo bien hecho.

Llena de felicidad me besaba por todas partes, en especial a mi pancho, (que todavía estaba erguido a más no poder), por todas las sensaciones que acababa de descubrir y sentir al convertirse en plena mujer.

¿Te gusto mi reina?

Héctor eres divino, me encanto y solo sentí dolor al principio pero después casi me volviste loca de placer.

Quiero más amor.

Recuerda que Katia me está esperando, ve a llamarla mientras voy al baño y me ducho.

Se despidió con mil besos y salió a buscar a la madre.

Cuando Salí del baño, me sorprendí que no encontré a Katia y espere a que apareciera.

Pasaron como cinco o más minutos y mi preciosa vedette apareció ante mí.

Desde que me vio, se lanzó sobre mí y me besaba dándome las gracias por lo feliz que había hecho a su hija en su primera vez.

Karen nos contó todo, como la trataste, lo delicado que fuiste y sobre todo lo contenta por no haber sufrido.

Porque nos confesó que sentía un terrible miedo de pasar por la misma experiencia dolorosa que yo pase.

Se quedó a dormir, pero su deseo por ti es insaciable, pero la más contenta es Karla, porque ahora que sabe lo que paso con Karen, dice que su miedo, también ha desaparecido y como ella es tu consentida, la trataras a ella como tu verdadera reina y que por eso la dejaste para el final.

Katia mi vida, estoy que exploto, porque me contuve durante toda la noche, para no terminar dentro de Karen, por temor a embarazarla.

Y solo se puso a reír.

Te cuento, que yo a las niñas, les compre las pastillas  contra el embarazo, que yo usaba, así que puedes correrte dentro de ellas sin ningún temor.

Y hasta ahora me lo dices, que tengo este gran dolor de huevos.

Y nos reímos a carcajadas.

Esta noche no te voy a cobrar mi regalo. Porque tengo mi propio plan contigo.

Mañana te daré dinero suficiente, para que vayan las tres al salón de belleza, se compran la mejor ropa interior y la ropa más sexy para que puedan usarla para una noche especial, pero Mañana concéntrate en Karla, porque le hago el amor por primera vez, o me mata.

Trata de vestirla de color blanco como, lo angelical que representa para mí.

Después de esa platica, le hice el amor como un loco y ella respondió de una forma magistral, articulando su esfínter que casi ella sola hizo todo el trabajo, de ordeñarme hasta la última gota.

Eran las ocho de la mañana, y la primera en entrar a mi habitación era Karla con mi taza de café.

Irradiaba de encanto y sensualidad, y su primera acción después de servirlo, fue sentarse en mi pierna y recostar su cabeza en mi cuello y garganta y decirme con una voz muy romántica que hoy, sería mi mujer.

 

Tomados de la mano nos sentamos en el comedor y Karen que traía mi desayuno, se sentó también a mi lado, dándome un tierno beso y con una sonrisa y una mirada me daba a entender lo feliz que estaba por lo de la noche anterior.

Después de salir del banco, me acerque a Karla para decirle que pasaría por ella a las seis de la tarde.

Cuando regrese y la vi, quede con la boca abierta.

Vestía un una licra de algodón muy pegada al cuerpo que hacían resaltar sus hermosa tetas coronadas con la punta de sus pezones que se erguían y eran remarcados claramente por la tela.

Su trasero era como una obra de arte, en el  que se podía apreciar la elegancia y la belleza de sus curvas en un culito respingón que solo verlo era un regalo a la vista de cualquiera.

Una estrecha cintura, la curva de sus caderas y unas piernas gruesas  en perfecta armonía a sus demás atributos,

Mas unos zapatos blancos de tacón alto, hacían que su caminar fuera elegante y majestuoso.

Su cara angelical, estaba adornada por una larga cabellera rubia que le llegaba al nacimiento de sus caderas.

Su maquillaje era sencillo y natural, sobresaliendo su recta y delicada nariz, unos tiernos labios remarcados en un color rosa y sus ojos color miel, La hacían verse como una niña que va a su fiesta de quince años.

La lleve a comer a uno de los mejores restaurantes, para después ir a una de las mejores discotecas de la ciudad.

A las dos horas de estar ahí, me pidió que nos fuéramos porque se sentía toda mojada de solo estar pensando que pronto estaría conmigo en la cama y que la haría mi mujer.

Tenía un serio problema en mis manos y ese también es producto que da la fama al salir en pantalla, que todo mundo te conoce.

Aunque quería llevarla al mejor hotel y pedir la mejor habitación, no podía hacerlo porque me reconocerían entrando con esta preciosura de mujer que aparentaba menor edad a la que tenía y hay que recordar que tu peor enemigo es tu compañero de profesión y más cuando son del sexo opuesto y te suben a sus crónicas de chismes.

Cambiando de idea la lleve a un motel y pedí la mejor habitación al cabo que solo estaríamos unas horas en ese lugar.

Al solo entrar,  me empujo a la cama y me beso apasionadamente como diciéndome que se quería fundir a mí, para no separarse nunca.

La acariciaba por todo el cuerpo, pero su trasero y sus tetas eran una sensibilidad, para recordar por toda una vida.

Se paró a la par de la cama y su vestido cayó al suelo, mostrándome una lencería blanca, que un fetichista de ese tipo de prendas, las hubiera guardado como la mejor pieza de su colección privada, por haber pertenecido a un ángel hecho mujer.

Se abalanzo sobre mi pecho y en una forma muy coqueta me pregunto…

Katia dijo que verme así te encantaría.

¿Es cierto?

Esto que te voy a decir, será un secreto entre los dos, porque si ellas lo supieran, les causaría un resentimiento que las tendría molestas contra mí.

Pero mi amor es solo para ti, tu eres la dueña de mi corazón, amo a tu madre y hermana, pero nunca como te amo a ti.

De la forma más tierna y cariñosa me beso y en una total entrega demando…

Hazme tuya mi amor.

La desnude lentamente, y sus redondos pechos estaban erectos y firmes y sus pezones eran su mayor debilidad que cuando coloque la punta de mi lengua en ellos, pude notar como su piel se erizaba y los botones de sus tetas cobraban una grandeza y firmeza para soportar mis lamidos y chupones en ese sector tan sensible.

Mi mano busco su virginal chochito, y mis dedos fueron recibidos con un completo baño por su abundante humedad.

Baje por su pelvis buscado su coñito, una tenue mata de bellos muy pequeños sobresalían de esa parte de su cuerpo, su rajita era bellísima con unos pequeños labios muy rosados, que al entreabrirlos,  su humedad era bastante notoria y su botoncito se mantenía firme, para no ahogarse por lo inundado que se encontraba el canal.

Su fragancia era la misma loción que usaba su madre, pero con la diferencia que su conchita transpiraba un olor fresco, suave y limpio, como cuando uno sube a un automóvil nuevo, por primera vez.

Saque mi lengua para acariciar mi  botón preferido y tras varios chupones mi tierna me toma del cabello y me aprieta contra su concha y ha tenido su primer orgasmo de la noche.

.Me levanto de la cama para quitarme la ropa y al hacerlo me sonrió con ella y me explica  que desde que se levantó, en lo único que ha pensado es en el hacer el amor conmigo y por eso estaba tan caliente, que solo sintió mi lengua y se corrió en el instante.

Con la verga en su máxima erección, me recuesto sobre la cama y la  atraigo hacia mí y la obligo a sentarse en mis huevos, quedando la punta de mi glande muy cerca de su coñito que ya se siente ansioso por estar dentro de él, como dueño de su gruta inexplorada, que pronto entrara a ser parte de su legítima propiedad.

Muy cariñosa me acerca sus labios para que se los bese y mis manos la abrazan para hacer un lento recorrido por su espalda hasta bajar a sus caderas y sentir la curva de sus nalgas para sentirlas en toda su perfección.

Acaricio sus delicados pechos extremadamente redondos y la graciosidad de sus pezones que me los brinda como un regalo para mi especial deleite.

Con la ayuda de mi mano derecha agarro mi verga que se ha convertido en un verdadero fierro y le pido que sea ella la que se siente sobre él y logre medir el grado de penetración que quiera lograr para no sentirme culpable al momento de su dolor cuando mi verga cruce el umbral de su virginal túnel que conduce a las profundidades del éxtasis.

Una de sus piernas la levanta para apoyar en ella uno de sus brazos y que además le sirva para levantar su cuerpo y con una de sus delicadas manos dirigí mi verga a su virginal entrada.

Por uno o dos minutos restriega mi glande por todo su chochito y con una mirada de decisión y valor se sienta sobre él, lanzando un pequeño gemido de dolor, pero también ha logrado que mi glande cruce la frágil barrera, y un cálido, jugoso y apretado recibimiento se cierna por todo el.

Mi tierna Karla, persiste con su mueca de dolor y para ayudarla a soportarlo mis manos van en su auxilio tomando sus pezones para acariciarlos y tomando más valor por efecto de mis caricias se decide y se lo ensarta totalmente dentro de ella y con lágrimas en su rostro baja su cabeza para descansar sobre mi pecho, yo quiero alcanzar sus labios pero casi no puedo y solo logro secar sus lágrimas que brotan de sus ojos con los besos de mis labios.

Después de varios minutos se incorpora y con leves movimientos mi verga se desliza en un ir y venir sintiéndose el amo y señor de esa gruta recién descubierta.

Sus facciones en su cara comienzan a cambiar y u gemido con canto de placer inundan la habitación, la niña temerosa ha desaparecido y una majestuosa hembra con hambre de sexo aparece en escena es una gata salvaje su ritmo  cobra velocidad, mi asombro es enorme al ver el cambio que ha tenido lugar al reconocer que una potranca de pura sangre ha venido a sustituir a una inocente criatura, muy atrás a quedado la niña y una putita se empieza a manifestar y entra en acción pellizcándose ella sola  sus  redondas tetas y sus pezones se exhiben en su máxima grandiosidad.

Su concha se revuelca contra el tronco de mi verga y pelvis buscando la máxima frotación contra su clítoris, sus caderas y cintura, se mueven en una increíble sincronía que en verdad la convierten por derecho propio en la reina de todas las putas habidas y por haber.

 Su maestría es natural, al igual de cualquier artista  y solo le falta un poco más de practica y estará lista para  hacer su obra maestra en la cama.

El manejo de su cadera y cintura me tienen anonadado y en un momento de locura me hace explotar y al mismo tiempo como queriendo ordeñarme su esfínter entra a escena con fuertes contracciones y en un acto de mucha técnica alcanza el orgasmo lanzando un quejido único que será su carta de presentación de aquí en adelante…

PPAAAAAAAAAAAAAAAPPPYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY

Medio muerto por la fuerte descarga, me levanto y quedo viendo perplejo a aquella inocente que de la noche a la mañana se había convertido sin lugar a dudas en la única mujer que me había vencido con mucha ventaja en quien aguantaba más en la cama y me di cuenta que esa niña era una verdadera artista a la hora de hacer el sexo.

Me fui al baño para recapitular en todo lo que había sucedido y lo primero que pensé es que tal vez por mi excitación sumado a lo frágil que se miraba, eso dio como resultado que me sacara de concentración y me provocara el orgasmo.

 

Tenía que repetirlo para satisfacer mi ego  y pedí unos tragos y

Emparedados mientras recuperaba fuerzas y esperaba mi segunda oportunidad.

 

CONTINUARA

 

JIHNM

Relato erótico: “la maquina del tiempo 6” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Llegaba julio cesar a Egipto fui recibido con todos los honores por parte de Cleopatra ella se presentó con sus mejores galas a él. como la aconseje a ella estaba bellísima digna de una reina.

enseguida julio cesar se prendo de ella yo también me hubiese prendido ya que era un bombón para él y la mujer era mayor igual que él. enseguida le sedujo al verle se le caía la baba y a quien no pues cleopatra era bellísima. ella me dijo:
– Ripeas es necesario esto.
– si me reina será una fuerte alianza con roma. además, estáis en guerra con vuestro hermano. el ansia mataros y gobernar Egipto solo y la mitad del ejercito lo apoya. no quiere gobernar con vos.
– lo se Ripeas -me contesto ella- pero es un viejo y me da asco.
– lo se mi reina.
– os prefiero a vos. todavía me acuerdo de la noche que me hiciste pasar a mí y a mi esclava.
– a mi siempre me tendréis mi reina, pero yo no os puedo dar un ejército el sí.
así que cleopatra hizo una magnifica fiesta para los romanos y bailo para julio cesar una danza de 7 velos para julio cesar en privado. claro para un viejo como él eso no hay quien lo resista se la llevó al lecho y creo que estuvo en el lecho con ella toda la noche sin parar cleopatra, aunque no le gustaba al final se acostumbró a él y le tenía en el lecho toda la noche.
paso que al final se quedó embarazada como era de suponer eso corrió como la pólvora tener un hijo con un romano y nada menos que con el emperador de roma el ejército de su hermano se le echo encima cuando todo estaba perdido. ella creía que iba a morir pues no podíamos aguantar mucho la dije:
– mi reina tranquila vendrán a apoyarnos.
– como los sabes Ripeas- me dijo ella.
– leo el futuro mi reina.
apareció el ejército de roma y cogió al ejército de sus hermanas entre dos fuegos. apareció julio cesar a salvar a la mujer que amaba y su hermano peloteo fue a presado su hermana le dijo:
– porque no has querido gobernar conmigo ahora tengo que ordenar tu muerte.
– hazlo zorra prefiero mil veces la muerte a tener que gobernar con una ramera tener un hijo de nuestros enemigos. mi propia hermana es una zorra al final.
peloteo fue ejecutado y cortado su cabeza el ejercito el juro fidelidad y obtuvo como reina absoluta ella estaba feliz y yo.
julio cesar tuvo que regresar a roma pues había asuntos que lo requerían el aun estando embarazada quería tener sexo y sin que se enterase nadie yo pasaba a sus aposentos y jodiamos como nadie por una puerta secreta.
– Ripeas es mi amor jódeme como tú sabes. hazme gozar ahora que no está ese viejo asqueroso de roma.
así que la dije:
– antes mi señora quiero que me bailéis para mí.
– estoy embarazada Ripeas.
– lo se mi señora, pero aun así estáis bellísima.
y empezó a bailarme la danza de los 7 vellos cada movimiento de cadera deja caer un velo y se quedaba al final desnuda. vamos que me puso la poya a tope ya no aguantaba más.
– ven aquí zorra mía- la dije yo.
enseguida la tuve entre mis brazos.
-Jódeme como tú sabes. cómo sabes que me gusta.
– si puta mía -y se la clave hasta el fondo.
cleopatra se volvía loca con mi poya dentro.
– deja que te la chupe -me dijo- me encanta tu poya. Ripeas. sabes, aunque este hijo es de julio cesar yo creo que también es parte tuyo, pues son las recientes personas que me he acostado y yo te prefiero a ti. que me vuelves loca dame por el culo sabes que me gusta como la otra vez.
– si mi puta.
– si Ripeas soy vuestra puta, pero solo lo sabes tú nada más -me dijo- y esto no tiene que saberlo nadie.
– tranquila mi reina soy muy discreto.
– eso me gusta así así maldito jódeme como me vuelves loca. córrete dentro de mí ya que estoy embarazada no pasa nada y nadie lo sabrá. dame vuestra leche en mi coño la quiero dentro ahahahahahahahaha me corro Ripeas.
-así córrete conmigo allí.
julio cesar tenía problemas en roma ya que no aceptaban su mujer ni el senado que tuviera un hijo bastardo que un día pudiera gobernar roma y menos con una egipcia para ellos era una ramera así que nos enteramos de que fue asesinado en el senado por los senadores.
– y ahora que vamos a hacer Ripeas mi amor mi fiel consejero.
– tranquila mi reina mandaran a otro para negociar una alianza con Egipto solo tenéis que seducirlo y se acabaran vuestros problemas lo veo en el el futuro.
– como os amo Ripeas. quiero hacer una fiesta privada en la que disfrutemos tu y yo y mis esclavas y nos folles como tú sabes.
la fiesta fue magnifica las esclavas eran bellísimas y cleopatra que ya había tenido el hijo estaba bellísima y muy puta como a mí me gustaba.
– como me gusta mamarte la poya Ripeas- dijo cleopatra mientras comíamos se hizo traer vino y una comida magnifica luego echo el vino en las tetas de la esclava y se las chupe ellas se movían locas.
– si mi señor así nos volvéis locas.
luego empezó a comer a cleopatra el coño mientras una esclava la comía las tetas y la besaba.
– me encanta Ripeas que nos folles a mí y a ellas.
– goza como te mereces ahora. Zorra. quiero daros por culo a todas.
había dos esclavas y cleopatra así que las tres se pusieron 4 patas y las endiñe por el culo.
– así así mi señor- dijeron las esclavas- no paréis.
luego le tocó el turno a cleopatra la cual estaba preparada y le encantaba.
– dame rómpeme el culo hasta mas no poder. fornícame el culo hasta los cojones. métemela mi amor. me volvéis loca. quiero que os corráis en mi boca.
– si putas tomar mi leche.
las esclavas se pusieron todas con la boca abierta a chuparme la poya igual que cleopatra y se lo pasaron unas a otras roma como sabia había sabia mando a marco Antonio a hacer una alianza con Egipto.
CONTINUARA


Relato erótico: “La tormenta perfecta” (POR GOLFO)

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 El fin del mundo. La tormenta solar perfecta.
“¡Malditos hijos de puta!, ¡no me hicieron caso!”, pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!.
 
Cap. 1.- Me alertan de lo que se avecina
Para narrar lo ocurrido, os tengo que explicar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad.
Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Golsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5. Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica.
Las que no compartieron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi. Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.
Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2015, les tildaron de locos de fanáticos.
Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda, vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme, lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.
-Jefe, es una tarea inmensa-, protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.
-Ya me conoces Irene,- le contesté,-no acepto que me vengas con los temas a medias, si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas-.
-De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo, tal y como, hoy lo conocemos-.
Al colgar el teléfono, me sumergí en Internet a enterarme de que coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas. Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.
Volviendo al tema, cuanto más leía, mas acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.
-Entonces ¿me cree?-, preguntó al escuchar mis directrices.
-No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado-.
-No esperaba menos de usted-, contestó dando por terminada la conversación.
—————————-

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com. Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2010 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. Mr Conry me conocía gracias a diversas donaciones, por lo que, no solo contestó la llamada sino que se comprometió a darme, en ese mismo plazo, sus conclusiones.

 
A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.
-Por tu cara, creo que no traes buenas noticias-, dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.
-No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa-.
-De ser cierto, ¿Qué pasaría?-.
-Imagínese dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una ciudad como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus cinco millones de personas?, si los camiones, los trenes, que diariamente les traen la comida, no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos-.
-Se arreglarían-, dije tratando de llevarle la contraria.
-Pero, ¿Cómo?, si las fábricas estarán igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados-.
-Entonces, ¿qué prevés?-.
-Vamos a retroceder a una sociedad pre-industrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente siete mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos y la violencia y el hambre se adueñaran del mundo-.
-¿Cuántas víctimas?-, pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.
-Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte como en el siglo xv de nuestra era, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias…-.
-¿Qué soluciones existen?-.
-Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares-.
-Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones-.
-Y ¿qué haremos?-, dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.
-No dejarnos vencer. Tengo, mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur-.
-No comprendo-, respondió levantando su cara.
-Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para mil doscientas personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que, cuando pase la tormenta, la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!-.
 
Cap. 2.- Los preparativos.
Esa misma semana me había desecho de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño. Y lo hicieron, vaya que lo hicieron. En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalets pero, bajo tierra, a más de cien metros de profundidad, se hallaba el verdadero objeto de mi inversión. Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se vería afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.
Pero mi sueño iba mas allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.
Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.
Y todo ello en menos de dos años.
Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:
-Jefe-, me dijo con su aplomo habitual, -seamos claros: partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población-.
-Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento-, contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes pero respecto a lo otro estaba en la inopia.
-Verá, aunque resulte raro, debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos mas vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres-
-Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable-.
-Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cinco mil personas. En cambio, si llevamos a quinientas difícilmente pasaríamos de las dos mil-.
-Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad-, contesté,-¿pero cómo vas a arreglar ese desajuste inicial?, ¿vas a llenar el pueblo de lesbianas?-.
-No, jefe-, me contestó, -alguna habrá que llevar pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla, sabremos que personas vivirán en cada casa-.
-¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?-.
-Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri-parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de doscientos para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de los mismos debe ser físico y el de las mujeres intelectual -.
-De acuerdo lo dejo en tus manos- respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado, -el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres-.
Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.
-Y por último-, me explicó, – como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…
-Me he perdido-, tuve que reconocer.
La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultra secretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:
-Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes-.
Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:
 

-¿Y como me garantizo yo tu obediencia?. Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado-.

-Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación-, contestó Irene, echándose a llorar. -Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento-.
-Lo haré-, dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.
Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.
La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:
-Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa-.
Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que, además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía y al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.
“Menuda zorra”, pensé mientras repasaba el dossier. No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.
“Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo”
 

Cap. 2.- Mi llegada a la isla del saber.
 
Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2015. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 523 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.
Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.
Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía, el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.
Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.
Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:
-No te das cuenta que en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada-, contesté.
-Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna sino que le he hipotecado de por vida-, respondió con una sonrisa.
-No te alcanzo a entender-, dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.
-Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad, ha existido un valor refugio-.
-Claro. El oro, ¡pero que tiene eso que ver!-.
-Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía-
-¡Serás puta!, me has arruinado-, contesté sin parar de reír, -¿Cuánto has conseguido?-.
-Veinte toneladas-.
Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de setecientos millones de euros. Sabiendo que si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable pero si la tormenta tenía lugar, eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:
-Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte-.
-¿Y no podría darme un anticipo?-, respondió poniendo un puchero, -llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas-.
Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.
-Lo necesitaba-, exclamó pasando su mano por el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.
Encerrado en el estrecho habitáculo, solo con ella, mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido, dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.
-¿Ahora?-, me preguntó confundida.
-Sí y no quiero repetirlo-.
Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual, para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.
-Hueles a zorra-, le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta. –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche-.
-Soy suya-, respondió acalorada, -pero, antes de que lo haga, debo de enseñarle el resto de la Isla-.
Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:
-Akira, ven que quiero presentarte al jefe-.
La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era la ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.
-Encantado de conocerla-, dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.
-Señor, no sabía que usted venía-, dijo tartamudeando, -Siento no haberle recibido como se merece-.
-Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo-.
-Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen-, respondió casi entre lágrimas.
No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella, con otro beso pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.
-¿A esta que le pasa?-, pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.
-No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella-.
-He adivinado que es una de las otras cuatro pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?-.
-Pues quien va a ser, ¡su amo!-, respondió poniendo sus piernas entre la mía, -jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo-.
Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:
-Desabróchate un botón-.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.
-Tócate los pechos para mí-, ordené interesado en forzar sus límites.
Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.
-Tienes unas buenas ubres-, dije con deseo, -Esta noche te prometo que si te portas bien mordisquearé tus pezones-.
Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:
-Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?-.
Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:
-¿Ahora adónde vamos?-.
-Al área de reproducción-, me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.
-¿Alguna sorpresa?-, le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.
-Sí-, respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta,- Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa-.
-Por lo que veo, haz seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia-.
-No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra-.
-Bien pensado-, respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.
El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos, esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:
-Gertud, te presento a nuestro presidente-.
La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:
-¿Dónde está la zorra de tu jefa?-
Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer. Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta que era de mi estatura y que aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes, lucía un culo aún más enorme.
Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:
-Encantado de conocerte, ¡mi amor!. No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas-.
Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.
-No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses-, respondió sonriendo con una dentadura perfecta,- pero pase a mi despacho-.
Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo, se quitó la bata, dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:
-No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen-.
-¡Qué bruta eres!-, repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.
-Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte-.
-No lo has hecho-, respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.
-¡Qué bueno!, por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo-, dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: -Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima, o ¿no?-.
-Calculamos que en menos de dos meses-, explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.
-Recuérdame que te castigue-, dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.
-¡Puta madre!, primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste, me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo, el que salía de sus labios. Además estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo-.
La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que mirando a Adriana a los ojos, le dije:
-Eso quiero verlo-.
-¿Aquí?-, respondió extrañada pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: -Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata-.
Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:
-Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre!. Cachonda y alborotada-.
Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:
-Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca-.
Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa. La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho.
-Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo como-, ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.
 

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenían una dulzura que me cautivaban.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando mi mano, levantando su falda, se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.
-Chupa mis dedos-, ordené a mi asistente. – y comprueba si está lista-.
Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:
-Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte-, dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: -Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana-.
Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.
“Poco le durará la virginidad”, pensé mientras de un solo empujón, clavé mi miembro hasta el fondo de la brasileña.
Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina e metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope, no paraba de intentar que su amiga se corriera.
Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:
-¿Suficiente meneo?-.
-Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla!-, gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.
Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.
No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:
-Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre-.
-Te equivocas-, contesté,-eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama-, respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.
Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:
-Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!-.
Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo: -son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho -.
Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto. Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:
-¿Nos acompañas?-.
-No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento-.
-Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana-, contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.
-A él quizás no pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes-, susurró a mi oído mientras me daba un beso.
Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:
-¿Verdad que es encantadora?-.
-Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres-.
-Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán-.
-Cuéntame quienes son-.
-Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará-.
-¿Y la última?-.
-Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás-.
Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:
-Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito!. Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección-.
Confiado de su buen juicio, determiné que si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.
-No lo has visto bien-, dije acariciando su trasero.
Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:
-Propiedad exclusiva de Lucas Giordano-.
 
Cap. 3.- En la casa, sigo conociendo a la familia.
 
Al llegar a la casa que sería mi hogar lo que me restara de vida, descubrí que era la única diferente de la isla. Pintada en color ladrillo, su tamaño hacía que sobresaliera sobre todas las demás. No me hizo falta preguntar el motivo de la desproporción entre ella y el resto, era la casa del mandamás y debía quedar claro desde el principio. En su interior descubrí nuevamente el buen gusto de Irene, manteniendo la sobriedad, sus estancias rezumaban clase y practicidad por igual. Decorada con un estilo minimalista, no faltaba ninguna comodidad. Una sección de oficinas daba paso a una serie de salones amplios y luminosos.
-Esta es la parte para uso oficial. Espero que la privada también le guste-.
Sin saber adónde ir, seguí a mi asistente por una escalera de mármol y en cuanto traspasé la puerta que daba acceso a nuestras dependencias, comprendí a que se refería. Era una copia de mi piso de Madrid, solo que más grande y que en vez de tener un solo dormitorio, del salón salían al menos una docena. Alucinado porque hubiese recreado hasta el último de los detalles, me dirigí hacia mi cuarto y al entrar descubrí que no solo había hecho traer todos mis muebles sino que todas mis pertenencias y mis fotos estaban ubicadas en el mismo lugar que en el departamento al que ya no volvería.
-Quería que se sintiera en su hogar-, dijo al ver mi desconcierto y señalando la cama, comentó:-Lo único que es diferente es esto. Si va a tener que acoger ocasionalmente a seis personas que menos sea de tres por tres-.
-Eres maravillosa-, le dije con ganas de estrenar tanto la cama como a ella.
La muchacha percatándose de mis siniestras intenciones, se escabulló como pudo y desde la puerta, me informó:
-He dispuesto que tuvieran su baño preparado, luego me dice que le ha parecido-.
Cabreado por quedarme con las ganas de poseerla, me quité la chaqueta y depositándola sobre un sillón me dirigí hacia el baño. Al entrar me quedé paralizado al descubrir que, de espaldas a mí, había un negrazo de más de dos metros totalmente desnudo. Solo me dio tiempo de mirar la tremenda musculatura de su espalda antes que indignado y sin medir las consecuencias, le espetara:
-¡Qué coño hace usted aquí!-.
El sujeto dio un grito por la sorpresa pero, al girarse descubrí, que no era él sino ella quien estaba en cueros sobre las baldosas de mármol. Cortado por mi equivocación, no pude más que pedirle perdón por mi exabrupto y ya tranquilo, le pregunté que quien era. La muchacha, con una dulce voz que chocaba frontalmente con el tamaño de sus antebrazos, ya que, parecía una culturista, me contestó:
-Soy Johana. Irene me ha pedido que le ayude a bañarse porque venía cansado del viaje y necesitaba un masaje, pero si le molesta mi presencia me voy-.
-No hace falta, quédate-, respondí y aunque estaba cabreado con la rubia, la pobre cría no tenía la culpa.
Johana sonrió al escucharme y cuando lo hizo su cara se trasformó, desapareciendo la dureza de sus rasgos y confiriendo a su rostro una ternura que derribó todos mis reparos. Dándose cuenta que no estaba enfadado con ella, la mujer se aproximó a mí. Cuando la tuve cerca, avergonzado, descubrí que mi cara llegaba a la altura de sus pechos, no en vano posteriormente me enteré que la pequeñaja medía dos metros diez.
“Soy un pigmeo a su lado”, pensé asustado por su tamaño.
Si se dio cuenta de mi asombro, no le demostró y llevando sus manos a mi camisa, me empezó a desabrochar los botones sin dejar de mirarme a la cara. Yo mientras tanto no podía dejar de observar lo desarrollado de los músculos de la dama y sin darme cuenta, llevé mi mano a uno de sus pechos. Al posar mi palma sobre su seno, descubrí que, lejos de ser pequeño, era enorme y que lo que me había hecho cometer el error de pensar que era plana, era que al ser ella tan musculosa, parecían a simple vista enanos. Inconscientemente, pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, como si tuviese frío, se encogió poniéndose duro al instante.
Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres, porque con lágrimas en los ojos, dijo sollozando:
-Soy una mujer, no un monstruo-.
Avergonzado por mi falta de sensibilidad, le pedí perdón y alzando mi brazo, cogí su cabeza y bajándola hasta “mi altura”, deposité un suave beso en sus labios. La muchacha al sentir mi caricia, abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y durante un minuto, nos estuvimos besando tiernamente.
Fue una sensación rara sentirme un juguete entre sus brazos. Nunca se me había pasado por la cabeza que una hembra tan alta y musculosa pudiese ser tan dulce y menos que me atrajera, pero lo cierto es que bajo mi pantalón, mi pene medio erecto opinaba lo contrario. Johana, dejándose llevar por la pasión, me terminó de desnudar y después de hacerlo, me abrazó y alzándome, me llevó hasta el jacuzzi. Protesté al sentir que mis pies abandonaban el suelo y que ella como si fuera un niño me hubiese levantado sin ningún esfuerzo.
-Deje que le cuide-, respondió la mujer, haciendo caso omiso a mis protestas y depositándome suavemente dentro de la burbujeante agua, prosiguió diciendo: -aunque ya me lo había dicho Irene, no la creí cuando me contó que el jefe me iba a conquistar con su mirada-.

Acojonado por la profundidad del afecto que leí en sus ojos, no puse reparo cuando acomodándose en la enorme bañera, me cogió con una sola mano y con cariño me colocó entre sus piernas. Sin esperar nada más, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Me retorcí de gusto al sentir sus caricias y ya convencido, apoyé mi cuerpo contra el suyo. Johana lentamente me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos. La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo, hizo que dándome la vuelta, metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara. La negra no pudo reprender un sollozo cuando sintió mis dientes contra su oscuro pecho. Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris. Como el resto de su cuerpo, su botón era enorme y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié, mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque. Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la enorme mujer me confesó:
-Nunca he estado con un hombre-.
-¿Eres lesbiana?- pregunté extrañado porque no me cuadraba con la pasión que hasta entonces había demostrado.
-No, pero nunca me han hecho caso porque les doy miedo-, me respondió llorando.
-A mí, no me das miedo-, le dije dándole un beso mientras mi mano seguía torturando su sexo y señalando mi pene ya totalmente excitado le dije: -Lo ves, está deseando tomarte-.
La mujer se quedó de piedra, tras lo cual, colmándome de besos, me dio las gracias por verla como una mujer. Sabiendo que no podía fallarle, me levanté sobre el jacuzzí y le pedí que me aclarara. Johana no se hizo de rogar, de manera que en pocos segundos ya había quitado cualquier resto de jabón de mi cuerpo. Al comprobar que estaba limpio, le solté:
-Llévame a la cama-.
Johana, sin estar segura de que hacer, se quedó mirando. Comprendí que debía aclararle que quería y por eso, dije:
-Si fueras del tamaño de Akira, te llevaría en brazos hasta la cama-.
Soltando una carcajada, levantó mis ochenta y cinco kilos sin ningún tipo de esfuerzo, de forma que en pocos segundos me depositó sobre las sábanas e indecisa sobre cómo comportarse se quedó de pie, mirándome.
Aprovechando sus dudas, apoyé mi cabeza sobre la almohada y me puse a observarla. Johana estaba enfrascada en una lucha interior, el deseo le pedía tumbarse a mi lado pero el miedo al rechazo la tenía paralizada. Yo, por mi parte, usé esos instantes para evaluarla detenidamente pero sobre todo para pensar en cómo tratarla. Físicamente era impresionante, no solo era cuestión de altura ni siquiera de músculos, lo que verdaderamente me acojonaba era que la mujer de veintiocho años que tenía enfrente solo había sufrido rechazos por parte de los hombres. Si quería que ese pedazo de hembra se integrase en la extraña familia que íbamos a formar, debía de vencer sus miedos y por eso, valiéndome de su pasado militar, le pregunté:
-¿Cuál era tu rango en los Navy?-.
-Comandante-, contestó poniéndose firme.
Verla en esa posición marcial, me dio morbo porque siempre había querido tirarme a una uniformada. Retirando de mi mente la imagen de poseerla vestida con botas y correas, le ordené:
-Comandante, túmbese a mi lado-.
Al escucharme, se le iluminó el rostro porque si entendía ese lenguaje e imprimiendo una dulzura extraña en alguien tan enorme, respondió.
-Sí, señor-.
En cuanto la tuve a mi vera, la besé mientras recorría con mis manos su negra piel. Ella, al no estar acostumbrada a recibir caricias, se mantuvo quieta sin moverse como temiendo que todo fuera un sueño y que ese hombre que recorría sus pechos desapareciera al despertarse. Su pasividad me dio alas y bajando por su cuello, recogí uno de sus pezones entre mis labios mientras el otro disfrutaba de los mimos de mis dedos. Los primeros suspiros llegaron a mis oídos y ya con confianza, descendí por su torso en dirección a su sexo. Cuando estaba a punto de alcanzar mi meta, los miedos de la mujer volvieron y asustada, juntó sus rodillas. Ya sabía cómo manejarla, esa mujer necesitaba ser tratada alternando autoridad y ternura. Por eso, levantándome de su lado, le grité:
-Abra inmediatamente sus piernas-.
Adiestrada a obedecer sin rechistar, Johana separó sus piernas, de manera que, desde mi posición, pude contemplar por primera vez su coño abierto y húmedo. Si en vez de esa virgen, la mujer de mi cama hubiera sido otra, sin dudar, me hubiese lanzado como un kamikaze, pero en vez de ello, bajé hasta sus tobillos y con la lengua fui recorriendo sus pantorrillas con lentitud estudiada.
Trazando un surco de saliva sobre su piel, fui jugando con sus sensaciones.
Cuando sentía que se acaloraba en exceso, retrocedía unos centímetros y en cambio cuando percibía que se relajaba, aceleraba mi ascenso. De esa forma, todavía seguía a mitad de sus muslos, cuando advertí los primeros síntomas de su orgasmo.
-Tiene permitido tocarse-, dije al notar que la mujer luchaba contra sus prejuicios.
Liberada por mis palabras, pellizcó sus pechos y separando sus labios, me pidió permiso para masturbarse.
-Su coño es mío y le advierto que no admito discusión-.
Mi orden causó el efecto esperado y Johana, al escuchar que reclamaba la propiedad de su sexo, se retorció sobre la cama, dominada por un deseo hasta entonces desconocido para ella. Satisfecho, recorté la distancia que me separaba de su pubis. Con la respiración entrecortada y el sudor recorriendo su cuerpo, esperó a que mi lengua rozara sus labios, para correrse ruidosamente.
Acababa de ganar una escaramuza, pero tenía que vencer en esa batalla, asolando todas sus defensas y obligarla a aceptar una rendición sin condiciones, por eso, sin darle tiempo a reponerse, tomé su clítoris entre mis dientes mientras que con un dedo, recorría la entrada a su cueva. Sollozó al notar mis mordiscos y reptando por las sábanas, intentó separarse de mi boca.
-No le he dado permiso de moverse-, solté sabiendo que su huida era producto de un miedo atroz a lo que se avecinaba. Deseaba ser tomada pero le aterraba no estar a la altura y defraudarme.
Al volver a su sitio, directamente la penetré con mi lengua, jugando con su himen aún intacto y saboreando su flujo, conseguí profundizar en su deseo. Su coño ya se había convertido en un pequeño manantial y recogiendo con mi lengua su maná, lo fui bebiendo mientras ella no paraba de gemir como una loca. Su segundo orgasmo cuajó al llevar una mano hasta mi pene y hallarlo completamente erguido. El placer de la mujer fue in crescendo hasta que gritando como posesa de desparramó sobre la cama.
Sin darle tregua, me levanté y poniendo mi glande en su entrada, la miré. En su cara pude adivinar un poco de miedo y mucho deseo. Por eso sin esperar a que recapacitara y que nuevamente se echara atrás, la penetré lentamente rompiendo no solo su himen sino el último de sus complejos. Johana sollozó al sentir su virginidad perdida. En cambio a mí, me sorprendió tanto la calidez como lo estrecho de su conducto.
“Una mujer tan enorme con un coño tan pequeño”, pensé mientras dejaba que se acostumbrara a tenerlo en su interior.
Tumbándome sobre ella, mordisqueé unos de sus pezones hasta sacar de su garganta un gemido. Cuidadosamente empecé a moverme, sacando y metiendo mi extensión de su coño mientras no dejaba de mamar el néctar de sus pechos. Johana que se había mantenido a la espera, lentamente imprimió a sus caderas un ligero ritmo que se fue incrementando a la par que mis penetraciones. Poco a poco la cadencia de nuestros movimientos fue alcanzando una velocidad de crucero, momento en que decidí que forzar su entrega y levantándome sobre ella, convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. Ella chilló descompuesta al notarlo y estrechando mi cuerpo con sus piernas, se clavó hasta el fondo de sus entrañas mi pene erecto.
Asumiendo que no iba a durar mucho y que no tardaría en derramar mi simiente en su interior, la di la vuelta y obligándola a ponerse de rodillas, la volví a tomar pero esta vez sin contemplaciones. La nueva posición le hizo experimentar sensaciones arrinconadas largo tiempo y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre las sábanas. Alargué su clímax, con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer eyaculé rellenando su sexo con mi semen.
Agotado, me tumbé a su lado. Rendida a mis pies, sus ojos me miraron con cariño mientras me decía:
-Me dejaría matar por usted-.
Estaba a punto de besarla cuando oí un ruido en la puerta, al levantar la mirada, me encontré que Irene y Adriana estaban de pie mirándonos.
-Has perdido la apuesta. Ya te dije que Lucas haría que esta estrecha se comportara como un cervatillo-, escuché decir a mi asistente antes de salir corriendo de la habitación con su amiga.
Comprendí que esa sabionda, no solo me había preparado una encerrona sino que conociendo de antemano mi modo de actuar, se había apostado a que yo vencía los miedos de Johana. Mirando a la mujer que yacía a mi lado, cabreado, ordené :
-Abrázame durante unos minutos, me apetece sentirte, pero luego quiero que me traigas Irene. Si se niega, usa la fuerza que consideres oportuna. La quiero aquí-.
La gigantesca mujer se acurrucó posando su cabeza en mi pecho. Se la veía feliz por haber mandado a la basura, en una hora, complejos que la tuvieron subyugada durante toda su vida. Por mi parte, me debatía entre la satisfacción de saber que aunque el mundo se fuera al carajo, esa isla iba a ser un oasis a salvo de la devastación mundial y el cabreo por sentirme una marioneta en manos de Miss Cerebrito.
Habiendo descansado, me di cuenta que era tarde y como quería llegar temprano a la cena, me levanté y me empecé a vestir. Johana protestó al sentir que deshacía nuestro abrazo y remoloneando, me pidió que volviese con ella.
-Comandante, tiene órdenes que cumplir-, le recordé mientras me ponía los pantalones.
La mujer obviando que estaba desnuda, se incorporó ipso facto y saliendo por la puerta, se fue a cumplir con lo que le había mandado. Al cabo de unos minutos, escuché unos gritos provenientes del pasillo, para acto seguido, ver que Johana entraba en la habitación portando en sus hombros a una indefensa Irene. Se notaba que la rubia no estaba muy de acuerdo con el modo tan brusco con el que la negra estaba llevando a cabo su misión.
-Señor, ¿dónde deposito este fardo?-, dijo marcialmente la militar.
La propia Irene había trasladado mis pertenencias y por eso, abriendo el cajón donde en mi antiguo piso tenía mis juguetes, sacando una cuerda y un bozal, contesté:
-Hasta nueva orden es una prisionera, después de inmovilizar al sujeto, amordázalo. No me apetece oír sus gritos-.
Johana, comprendió al instante lo que quería y desgarrando su vestido, se puso a cumplir mi pedido. No teniendo más que hacer allí, me alejé mientras oía las protestas de la que se consideraba mi favorita.
 
Cap. 4.- Akira y Suchín.
Como todavía quedaba media hora para la cena, me dirigí directamente hacia el salón a servirme un copazo. Me apetecía un Whisky para celebrar que había puesto a Irene en su lugar.
“Aunque se lo merece, solo espero que Johana no sea demasiado dura con ella”, pensé sin dejar de sonreír.
Aprovechando ese momento de tranquilidad, me puse a repasar los siguientes pasos que tenía que llevar a cabo. Lo primero era verificar el plan de contingencias si al final se confirmaban los negros augurios., sin olvidarme que tendría al día siguiente que juntar a los habitantes de la isla y comunicarles la inminencia del desastre. Aunque nos habíamos cuidado y mucho que ninguno de ellos dejara atrás familia, debía mentirles respecto a cuándo nos habíamos enterado de lo que iba a ocurrir. Tenía que ser fortuito que coincidiera en el tiempo con la fundación de nuestra colonia. Supe que tarde o temprano todo se sabría, pero cuando tuvieran constancia del engaño, estarían agradecidos de haber sido salvados por nosotros.
Estaba pensando en ello, cuando escuché que se abría la puerta y al mirar quien entraba, me costó reconocer que era Akira la que se acercaba. Vestida y maquillada al estilo de sus abuelos, la mujer venía ataviada como una antigua geisha.
“A esto se refería con lo de recibirme como me merecía-, recapacité sin levantarme del sillón, “en su mentalidad, ella debía servirme y que mejor ejemplo, que vestida como una de las famosas acompañantes japonesas”.
Sabiendo de antemano lo que se esperaba de mí, sonreí cuando se arrodilló a mis pies y besando el suelo que pisaba, dijo:
-Amo, vengo a presentarme a usted. Quiero que sepa que acepto plenamente las condiciones de mi contrato y que desde ahora solo existo para servirle-.
Su aceptación era algo que conocía, por eso, fríamente, rebatí sin darle otra opción:
-Todavía no he decidido si eres digna de mí-.
La oriental, interpretando a la perfección su papel, sumisamente me preguntó qué era lo que su dueño le exigía como prueba.
-¡Cántame!-, ordené, empleando mis profundos conocimientos sobre la mentalidad nipona.
Para los habitantes del Japón, las Geishas eran ante todo damas de compañía con una extensa preparación orientada a satisfacer los requerimientos de sus clientes y el primero de ellos era que valoraban ante todo una amplia educación musical.
Akira, esbozó el inicio de una sonrisa antes de tomar aire y comenzar a entonar una dulce melodía. Subiendo el volumen de su voz, interpretó una tierna canción de amor mientras mantenía sus rodillas juntas, con la cabeza erguida y sus manos extendidas hacia arriba en honor al dueño de su destino. No me costó reconocer su postura, la muchacha había adoptado la posición de alabanza, glorificando las bondades de su superior con su canto. Su prodigiosa voz se hizo dueña de la casa y respondiendo a su llamado, Adriana y Johana se vieron forzadas a entrar en la habitación.
Al verlas, le ordené silencio y los tres, sin quererlo, nos sentimos avasallados por la emoción que emanaba de la garganta de la pequeña oriental. Ni la casquivana brasileña ni la musculosa americana pudieron constreñir su llanto al disfrutar en sus oídos ese canto ancestral y tampoco pudieron evitar aplaudir a la muchacha cuando terminó. Molesto por su demostración, les devolví una dura mirada y dirigiéndome a la intérprete, le recriminé un par de notas fuera de lugar.
Aunque las otras mujeres lo desconocían, mis palabras para Akira fueron un piropo porque, en sí, no había criticado el conjunto sino una ligerísima parte de su canción y por eso, con la reducida alegría que le estaba permitida manifestar una sumisa, me besó la mano y volviendo a su posición, esperó.
-Te has ganado el derecho a darme de comer-, le solté sin demostrar ninguna emoción, -pero todavía no te has hecho merecedora de compartir mi lecho-.
-Ya es suficiente el honor que me hace-, respondió bajando su mirada.
-Tu voz ha complacido mis oídos pero mis ojos han permanecido ciegos. ¡Baila!-.
Siguiendo los acordes sordos de una insonora canción, se levantó del suelo y sin pausa interpretó con armonía los pasos de una antigua danza de unión. No hizo falta que sonara música alguna, todos los presentes nos vimos imbuidos por su danza y siguiendo uno a uno sus sensuales movimientos nos vimos zambullidos en su actuación. Miré de reojo la reacción de mis acompañantes. Adriana seguía con la cabeza el discurrir de la nipona sobre la alfombra mientras Johana babeaba, incapaz de controlar su sensualidad recién adquirida. Yo mismo me estaba viendo afectado pero, disfrazando mi beneplácito, le dije al terminar:
-Sin negar tu armonía, me veo incapaz de valorarte aún. Te doy permiso de poner tu cabeza en mi pierna-.
Akira, asumiendo que había pasado la prueba, se arrodilló y posando su negra cabellera sobre mi muslo, suspiró encantada. Acariciándola, la dejé en segundo plano y dirigiéndome a la militar, dejé caer:
-Me imagino que has cumplido mis órdenes-.
-Señor, no tiene por qué dudarlo. Su prisionera está convenientemente inmovilizada esperando que usted llegue-, respondió con un deje de complicidad que no me pasó inadvertido.
Adriana, al enterarse de que Irene yacía atada en mi habitación, soltó una carcajada diciendo:
-¡Que se joda!. Ya era hora que alguien la pusiera en su lugar-.
-Ten cuidado-, respondí mientras metía mi mano por el escote de la mujer que tenía a mi vera, -cada una de vosotras tiene un papel en esta opereta, pero no tengas creas que vacilaré en cambiar el reparto si me provocas-.
Asustada por mis palabras, se quedó en silencio. Silencio que rompió con un gemido, la oriental al sentir que acariciaba su pezón con fuerza, momento que usé para aclararle de una vez por todas mis intenciones.
-Nuestra familia está compuesta por individuos especiales. Yo soy el nexo, Akira es la sumisa, Johana la protectora, Irene la maquiavélica y tú la divertida. Todos somos complementarios-.
-Patroncito mío, ¿y dónde deja a Suchín?-, respondió con su desparpajo tan característico.
Se me había olvidado la cuarta y reconociendo mi error, respondí:
-Ni puta idea, deja que la conozca para saber cómo catalogarla-.
-Pues eso no puede ser-, exclamó, -acompáñanos que la cena está servida-.
Levantando a la japonesita del suelo, la cogí por la cintura y de la mano de la comandante, seguimos los pasos de una Adriana que, abriendo el camino, ya ha había salido de la habitación. Al llegar al comedor, comprendí a que se refería Irene cuando me dijo que me esperaba una nueva sorpresa porque las viandas que esa noche íbamos a comer estaban cuidadosamente dispuestas sobre el cuerpo desnudo de una preciosa tailandesa.
Con un cuerpo menudo que me recordó al de Akira, en cambio su piel era morena y su cara tenía una expresión libertina que nada tenía que ver con la candidez de la otra oriental. Todo en ella era morbo.
-Espero que la cena sea digna de la vajilla-, respondí mientras me sentaba en la silla.
-No lo dude-, contestó con una carcajada la brasileña, -Esta pervertida es un hacha cocinando-.
-Veremos-, farfullé mientras cogía con mi boca un trozo de sushi de uno de los pezones de la mujer.
-Amo, permítame-, dijo Akira recogiendo un poco de arroz que se había quedado en la rosada aureola, imprimió un duro pellizco al recipiente, antes de llevarlo a mis labios.
Desde mi puesto, tenía un perfecto ángulo de visión del coño de la mujer y con morbo, aprecié que cada vez que una de mis futuras compañeras cogían un pedazo de comida se las arreglaban para ir calentando a su igual con sus caricias. La brasileña, que era la más cuca, se hizo cargo de una deliciosa gamba que estaba depositada entre los rojos labios de la cocinera, dándole a la vez un dulce beso, la mojó en la salsa de soja de su ombligo. Johana, aún inexperta en estas lides, cogió un pedazo de pollo de su escote, mientras le acariciaba la cabeza. Akira, en cambio, fue más directa y removiendo una especie de salchichón encajado en el sexo de la mujer, lo sacó y tras cortar un trozo, lo acercó a mi boca y me lo dio a probar.
-Lleva una salsa tailandesa muy especial-, soltó mientras volvía a incrustarle el sobrante nuevamente.
Al verse penetrada, las piernas de Suchín se tensaron. Sonreí al comprobar que lejos de permanecer inmutable, esa mujer se estaba excitando. Sus ojos desprendían llamaradas de deseo cada vez que una de sus compañeras recogía de su piel una pieza de la estupenda cena que ella había cocinado. Disfrutando del juego, decidí incrementar la apuesta y vaciando el resto de mi copa sobre el pecho de la mujer, ordené a mi sumisa que limpiara mi estropicio.
Akira, con una voracidad inmensa, fue absorbiendo el líquido con su boca mientras confería a su acción una lascivia creciente. La pasión de la japonesita contagió a Adriana, la cual, colocándose a un lado, cogió entre sus manos el embutido encajado en la entrepierna e incrementado la avidez de la mujer, le imprimió un rápido movimiento. Los gemidos de su víctima no se hicieron de rogar e incapaz de aguantar, gimió de placer. Viendo que Johana se mantenía al margen pero que en su gesto se adivinaba que también se estaba viendo afectada, le pregunté:
-¿No tienes hambre?-.
-Sí, pero me da vergüenza-.
Levantándome de mi asiento, cogí del brazo a la enorme mujer y llevándola a los pies de la oriental, separé a Adriana y quitando el embutido, la forcé a bajar su cabeza. Poniendo en contacto sus labios con el sexo de tailandesa, le ordené:
-Come-.
La negra probó el néctar con su lengua y al comprobar que le gustaba, ya completamente convencida, separó los pliegues de Suchín y como posesa se puso a beber de su flujo. La oriental recibió la boca de su compañera con gozo y temblando sobre la mesa, se corrió.
-Sigue hasta que desfallezca-, ordené a la comandante.
Siguiendo mis instrucciones con gran diligencia, la musculosa mujer penetró el interior de la vulva con su lengua mientras pellizcaba con sus dedos los glúteos indefensos que tenía a un lado. Adriana buscando su propio placer, se quitó las bragas y subiéndose a la mesa, puso su sexo en los labios de Suchín.
Viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos y que esas dos hembras bastaban para complacer la sexualidad de la fetichista, llamando a Akira, fui a ver a la mujer que estaba atada en mi cama. La japonesa me siguió sin oponer resistencia y solo cuando estábamos a punto de entrar en mi habitación, bajando su mirada, me preguntó:
-Amo, Irene me dijo que esta noche iba a compartir lecho con ustedes dos en cuanto la desatáramos. ¿Cuál va a ser mi función?-.
-No te entiendo, ¿Cuándo te dijo eso?-.
– Hace una hora la sorprendí cenando en la cocina. Al preguntarle que hacía, Irene me contestó que usted iba a castigarla y por eso estaba comiendo algo-, me aclaró.
-¿Y que más te dijo?-.
Asustada, al darse cuenta que, con su pregunta, había descubierto a la mujer, balbuceando me contestó que mi asistente le había anticipado que esa noche, después de cenar, iba a acompañarme a liberarla.
“Será perra”, pensé. “Conoce tan bien mi forma de pensar y de actuar que para ella soy como un libro abierto”.
Meditando sobre ello, decidí no seguirle el juego y dirigiéndome a la sumisa, pregunté:
-Durante esto tres meses, me imagino que te habrá dicho alguna vez como esperaba que fuera nuestro primer encuentro-.
-Sí-, con rubor en sus mejillas, me respondió, -soñaba con que usted la tomara violentamente-.
“¡Hija de puta!, eso es lo que me apetece realmente pero ¡no es lo que voy a hacer!. Si quiere violencia, no la va a tener”, resolví.
No iba seguir su juego.
Al entrar en el cuarto, descubrí con agrado que Johana se había extralimitado. No solo la había atado sino que dando un buen uso a mis juguetes, le había incrustado un consolador en su sexo y otro en su ano.
-Desátala-, ordené a la oriental.
La muchacha se acercó a la indefensa mujer y quitándole el bozal, se puso a deshacer los nudos que la mantenían inmovilizada. Con atención, me fijé en el estupendo cuerpo de mi asistente. Siendo delgada de complexión, estaba dotada de unas curvas que harían las delicias de cualquier hombre. Lo que más me gustaba de ella eran la firmeza de sus senos y la perfección de su trasero, sin dejar de apreciar que era toda una belleza.
Una vez liberada, me senté junto a ella en la cama y acariciando su pelo, la besé mientras le decía:
-Pobrecita, debes de haber sufrido mucho. Descansa, mientras me ocupo de Akira. Ya tendremos tiempo de disfrutar uno del otro- y dirigiéndome a la oriental, le ordené que se desnudara.
De reojo, observé el desconcierto de Irene. Había supuesto que, todavía enfadado por su afrenta, la tomaría sin contemplaciones y en vez de eso, me había comportado con ternura.
Olvidándome de ella, me concentré en la sumisa que obedeciendo mis órdenes, acababa de soltarse el pelo. Su cuerpo menudo se me fue revelando lentamente. Mientras deshacía el nudo del grueso cinturón que sostenía el vestido, la japonesita mantuvo la cabeza gacha al ser incapaz de mirarnos.
-¡Levanta la cara!, quiero que seas consciente de ser observada-, ordené.
La muchacha se ruborizó al comprobar que eran dos, los pares de ojos que la examinaban. Abriendo el kimono, se lo quitó, quedando en ropa interior en mitad de la habitación. Al verla así, se me hizo agua la boca al comprobar la perfección de sus medidas. Francamente baja, la oriental estaba dotada de unos pechos de ensueño.
Sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador, lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
-Acércate-.
Akira, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies, esperó mis órdenes.
-Quiero ver tu dentadura-.
Avergonzada por el trato que estaba recibiendo frente a su compañera, abrió su boca sin rechistar al comprender que su dueño tenía que inspeccionar la mercancía antes de dar su visto bueno.
-Limpios y perfectos-, determiné después de comprobarlo.
-Gracias amo-, le escuché decir.
-No te he dado permiso de hablar-, recriminé, -date la vuelta y muéstrame si eres digna de ser usada por detrás-.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad como su limpieza, y dándole un azote, le exigí que nos exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a nuestro examen. Completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.
-Separa tus labios-, ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Levantándome de la cama, fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes y sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi esclava que se incorporara. Cumpliendo lo mandado, la muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada. Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé.
-Irene, ven y acaríciala-, dije dirigiéndome a mi asistente que hasta ese momento había permanecido al margen.
Con ello, buscaba un doble objetivo. Privada de la visión, los sentidos de la oriental se agudizarían y por otro, le dejaba claro a la rubia que esa noche no iba a haber violencia. Respondiendo a mi pedido, Irene se acercó y usando sus manos fue recorriendo la suave piel de su compañera, consiguiendo que de la garganta de Akira salieran los primeros suspiros.
-Improvisa-, le pedí, -que no sepa que parte de su cuerpo vas a tocar ni si vas a usar la lengua, los dientes o tus dedos-.
La mujer comprendió mis intenciones, al estar cegada, a su víctima se le incrementaría el deseo al ser incapaz de anticipar los movimientos de su contraparte y sin más dilación, fue tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de la oriental. Con satisfacción, fui testigo de cómo le mordía los pezones, para acto seguido lamer su cuello mientras introducía un dedo en su lubricada cueva.
-Amo, ¿quiere que la fuerce a correrse?-.
-Si-, contesté y dirigiéndome a Akira, en voz baja le susurré al oído: -tienes prohibido hacerlo-.
Viendo que la rubia, arrodillándose, introducía su lengua en el sexo de la pequeña, decidí que era el momento de desnudarme. Irene buscó que su partenaire se corriera torturando su ya inhiesto clítoris. No tardé en observar que de los ojos de Akira brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración, Necesitaba alcanzar el clímax pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, forzó la penetración con un brusco movimiento de su trasero. Mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, pero entonces sacándolo, le pregunté:
-¿Confías en mí?-.
-Sí, amo-, respondió casi llorando.
Solo quedaba confirmar su entrega ciega, por lo que acercando una silla, la puse en pie sobre el asiento, ante la atenta mirada de Irene. Comprendí que Akira estaba aterrorizada al verse en esa posición, ya que, con las manos esposadas a su espalda, si perdía el equilibrio, se golpearía contra el suelo.
-Déjate caer hacia delante-, ordené.
Durante unos instantes, la pequeña oriental se quedó petrificada porque jamás ningún amo le había exigido algo semejante. Asumiendo que si no cumplía mis órdenes, iba a fallarme, pero que si lo hacía, se iba a estrellar contra el suelo, llorando decidió obedecer y lanzándose al vacío, se temió lo peor.
Nunca llegó al suelo porque antes que su cuerpo rebotara contra el parqué, la recogí en mis brazos y besándola, le informé que había superado la prueba y que se merecía un premio. Completamente histérica, me devolvió el beso. El miedo acumulado se transmutó en deseo y como si hubiera abierto un grifo, de su sexo brotó un espeso arrollo mientras sus piernas se enlazaban con la mía.
Decidí que era el momento de cumplir con mi palabra y sentándome en la silla, la senté en mis rodillas.
-Abre las piernas-, le pedí dulcemente y cogiendo la cabeza a mi asistente, la llevé hasta su sexo.
–Tienes permiso de correrte-, le informé mientras la empalaba por detrás.
La oriental al sentir su entrada trasera violentada por mí, mientras su clítoris era lamido por Irene, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual, le quité las esposas y el antifaz. Ella, al sentir libertad de movimientos, cogió a mi empleada del pelo y autoritariamente, le exigió que le comiera los pechos. En cuanto sintió la boca de la mujer sobre sus pezones, reanudó sus movimientos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:
-Soy suya-.
Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su pequeño cuerpo, de manera que mi pene recorriera su interior a cada paso. Nuevamente, escuché sus gemidos, muestra clara que estaba disfrutando por lo que acelerando mis movimientos la llevé otra vez a un orgasmo que coincidió con el mío.
Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, comentó:
-Amo, nunca había sentido algo así. Creí morir cuando me exigió arrojarme al vacío pero se lo agradezco. Ha conseguido que comprenda que es mi dueño y que junto a usted, nada malo me pasará-.
-Esa era mi intención-, respondí y dándole un suave mordisco en el lóbulo, la levanté en mis brazos y depositándola sobre las sabanas, me tumbé a su lado.
Fue entonces cuando caí en que Irene permanecía arrodillada a los pies de la silla. Durante la media hora que llevaba en la habitación, a propósito, le había otorgado un papel secundario y era el momento de explicarle los motivos:
-Ven-, le dije haciendo un hueco en la cama. –Aunque no te lo mereces, no quiero que cojas frio-.
El rostro de mi asistente mostró la alegría de que le permitirá compartir mi lecho y como gata en celo, me abrazó restregando su cuerpo contra el mío.
-Te equivocas si crees que te voy a hacer el amor. Sigo enfadado. No creas que voy a permitir que juegues conmigo. Que sea la última vez que siento que me manipulas. Si vuelves a hacerlo, le pediré a Suchín que te busque acomodo en las pocilgas-, y forzando su boca con mi lengua, pregunté: -¿Has entendido?-.
-Sí… señor-, me respondió posando su cabeza en mi pecho mientras abrazaba con su brazo a su compañera, -No volverá a ocurrir-.
 

No me cupo duda que iba a ser imposible que cumpliera esa promesa. Su naturaleza maquiavélica la traicionaría, pero allí estaría yo para castigarla cuando lo hiciera. Pensando en ella y en las otras cuatro, me dormí sin darme cuenta, al estar convencido de que si el desastre anunciado se terminaba produciendo, al menos, a mí, ¡me encontraría preparado!.

Relato erótico: “Laura, una profesora diferente 4, FIN DE CURSO” (POR SHADOWANGEL)

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Era una tarde calurosa de mediados de julio. Fue esa llamada la que desencadenó una serie de sucesos que cambiaron mi vida por completo. Me disponía a salir a dar un paseo cuando sonó mi teléfono. Mi primera reacción fue pensar que se trataría de alguno de mi “grupito” de cinco alumnos: Juan, Marcos, Raúl, Antonio y Andrés. Hacía un par de semanas que no tenía contacto con ellos, pero para mi sorpresa, la llamada no era de ninguno de ellos. Era el director del instituto, me llamaba para preguntar si podía ir a la escuela en un rato, que quería hablar conmigo.

Colgué hecha un amasijo de nervios. ¿Cómo podía haberlo pasado por alto? Ese día era cuando salían publicadas las notas de Selectividad. Seguro que el Director quería hablarme acerca de ello. A toda prisa, me cambié de ropa, me arreglé un poco y me dirigí corriendo al Instituto.

Al llegar, me esperaba el Director en su despacho junto con la Jefa de Estudios, aquello no pintaba demasiado bien, a esa cincuentona nunca le había caído bien. Con un nudo en el estómago entré en el despacho.

Salí un par de horas después completamente eufórica. Mis alumnos eran los que habían obtenido mejor nota en la Selectividad de todo el Instituto. Yo, una joven profesora de 27 años, sin experiencia previa, había conseguido de mis alumnos un mejor rendimiento en los exámenes que las otras profesoras con muchos años de experiencia en sus espaldas. Y no solo eso, cualquiera de mis alumnos podría acceder a la carrera que quisieran. Incluso entre las diez notas más altas del país, figuraban tres de mis alumnos. Hasta la Jefa de Estudios tuvo que reconocerme el mérito. El motivo de la reunión era no solo comunicarme eso sino indicarme que la plaza de la profesora que se jubilaba ese año era mía. No me lo podía creer, por fin había logrado mis sueños. Tenía un puesto fijo como profesora para el curso siguiente. Volvería a ocuparme del segundo de bachillerato, volvía a tener el reto de preparar a todo un curso de jóvenes para los exámenes más difíciles de su vida. Pero aquello ya no me intimidaba, me sentía motivada y suficientemente preparada para ello. Esos recientes resultados lo acreditaban.

Aquello no fue todo. El Director me preguntó si me apetecería acompañar a los que durante esos tres meses habían sido mis alumnos en el viaje de fin de curso, programado para la última semana de julio. Aquella propuesta me sorprendió, ni me acordaba que a finales de julio los chicos se iban una semana de fin de curso a París, de hecho el Director nunca me había comentado directamente nada al respecto así que ni pensaba que pudieran contar conmigo.

A decir verdad, mis planes para las vacaciones, hasta ese momento no pintaban demasiado bien. Sin pareja, y bastante desconectada de mis amigos, todo apuntaba a que iba a pasar el verano encerrada en mi piso, salvo para ir un par de días a la playa o alguna excursión. Así que aquella propuesta fue como agua de mayo. ¿Una semana en París, con gastos pagados? Evidentemente que acepté.

Salí completamente eufórica del Instituto, tenía poco más de una semana para preparar la maleta, tenía que llamar a mi madre para darle la buena noticia, y… Había olvidado algo…

En la parada del autobús que me llevaría a casa estaban mis cinco alumnos “favoritos”, esperándome con una sonrisa. “¿Sabrían algo?” era obvio que el encuentro no era fortuito.

-Hola chicos. ¿Esperando el autobús?- Dije con una alegre sonrisa.

-Esperando a nuestra profesora favorita.- Dijo Marcos.

-Te vemos muy feliz hoy, ¿algo que nos quieras comentar?- Añadió Andrés.

Estaba tan eufórica que, olvidando completamente la apuesta que había hecho con ellos, les conté mi reunión con el Director con todo detalle. Ellos escuchaban atentamente pero sin sorprenderse “¿acaso sabían ya algo?”.

-¿No te habrás olvidado de nosotros, verdad?- Dijo Raúl sacándome de mis pensamientos.

-Por supuesto que no- Respondí, tal vez demasiado eufórica- ¿Cuando entonces, esta noche, queréis esperar al fin de semana…?

-No no, esto no funciona así.- Me interrumpió Juan.- Nosotros escogeremos el cuando, y, será una sorpresa para tí.

-Exacto.- Añadió Antonio.- Tu no sabrás nada, hasta que llegue esa noche. Procura estar siempre disponible… y atractiva, nunca se sabe cuando podremos llamar a tu puerta después de cenar.

-Yo de ti empezaría a tomar anticonceptivos.- Concluyó Juan.- Más vale estar preparada.

Dicho eso, los cinco chicos se despidieron y se alejaron calle abajo dejándome completamente pensativa. Les había prometido una noche entera con ellos, sin normas. En su momento había aceptado sin dudar, los cinco eran atractivos y además ya había tenido sexo con ellos y los había tenido en mi piso. Así que en su momento no me había preocupado demasiado al aceptar esa apuesta. Ahora me daba la sensación que había aceptado demasiado a la ligera. Era obvio que ellos se traían algo entre manos, porqué no querían que supiese con antelación cuando se iban a presentar? Y sobre todo, que implicaría eso de “sin normas”?

Pensando en ello, subí al autobús.

Dos semanas después. París, viaje de fin de curso.

Estuve esas dos semanas impaciente cada noche, esperando en cualquier momento a los chicos, pero no se presentaron. Ni me llamaron. Estaba segura que no se habían olvidado de ello, pero no acababa de entender esa demora, tal vez querían ponerme nerviosa o únicamente querían evitar que saliera con otras personas. Pasé varios días examinando la ropa de mi armario pensando en que ponerme. Descarté los atuendos más atrevidos, no había necesidad de ello. El curso había terminado y no quería que la última imagen que mis alumnos tuvieran de mi fuera vestida como un putón. Así que me decanté por varios pantalones y camisetas, suficientemente ligeras y frescas pero sin ser demasiado provocativas. En cuanto a mi ropa interior, sí que me atreví a seleccionar la más atrevida. Nadie iba a contemplarla pero aún así, me gustaba esa sensación de sentirme atractiva, provocativa. Tal vez algo había cambiado en mi en las últimas semanas de clase. Sentirme objeto de deseo por parte de los chicos me empezaba a gustar cada vez más. Al final mi lado más provocativo pudo conmigo, puse también en mi maleta unos pantaloncitos tipo short y una de mis faldas más ligeras así como una de mis camisetas más escotadas. Tal vez un día me daba el gusto de pasearme lo más provocativa posible con ellos. Al fin y al cabo, París era la ciudad de la pasión ¿no? Sí, en cierto modo, quería ver sus caras de deseo por última vez antes de despedirme de quienes habían sido mis primeros alumnos.

Así que ese día estaba yo, en el Museo del Louvre haciendo alarde de mis conocimientos sobre historia del arte. Tenía a un grupito de quince chicos, todos varones, que no dejaban de seguirme, atentos a todas mis explicaciones, y atentos también al contoneo de mis caderas. Ese día vestía unas sandalias frescas y cómodas que dejaban a la vista la mayor parte de mis pequeños pies, unos apretados pantalones tejanos hasta los tobillos y un top de color blanco que dejaba mi cinturita y mi ombligo al descubierto. Como de costumbre, tenía mi pelo rubio suelto y ondulado.

Pese a mi pequeña estatura (mido poco más de metro sesenta), no tenía problemas para hacerme escuchar. Todos los chicos estaban atentos a mis explicaciones sobre Delacroix y su obra maestra “Libertad guiando al pueblo”. Aunque seguramente no apartaban mucho su mirada de mi bonito culo, que mi pantalón apretado resaltaba especialmente. Sí, mis cinco chicos “favoritos” estaban allí, sin apartarse de mi lado en ningún instante.

Ese día terminé especialmente agotada, nos pateamos todo el museo de arriba a abajo. La verdad es que muchos de los chicos me hacían interesantes preguntas y me solicitaban información acerca de una obra determinada. Era gratificante ver como mostraban interés por la cultura. Y me gustaba pensar que tal vez esos meses conmigo habían despertado ese interés. Finalmente, volvimos al hotel.

Nos alojábamos en un modesto pero céntrico hotel. Desde la azotea del mismo se divisaba la Torre Eiffel y de noche, se contemplaba la Ciudad de la Luz en todo su esplendor. Aquello era fantástico. Los profesores, se alojaban en habitaciones dobles, pero al ser número impar, a mi me habían adjudicado una habitación individual con un pequeño balcón que daba a una bonita avenida.

Justo me había terminado de quitar las sandalias y me disponía a ponerme el pijama cuando escuché que llamaban a la puerta ¿Quién sería? Tímidamente abrí la puerta para encontrarme sorprendida con los cinco chicos.

-¿Qué hacéis aquí?- Pregunté sorprendida

-¿No te acuerdas de nuestra apuesta?- Respondió Marcos. Sin darme tiempo a reaccionar, los cinco entraron en mi habitación y cerraron la puerta. Juan me sujetó los brazos a mi espalda mientras me susurró:

-Shht, ¿recuerdas lo que dijimos?

-Nosotros escogeríamos el cuando.- Añadió Andrés.

-Así que, no te resistas, recuerda que no te puedes oponer a nada de lo que te hagamos.- Dijo Antonio.

-Sin reglas es sin reglas.- Concluyó Raúl.

Pasada mi sorpresa inicial, os debo confesar que la situación tampoco me parecía del todo molesta. Aquella era la última noche del viaje así que ¿qué más daba si pringábamos un poco las sábanas? ¿Quién se iba a enterar de ello? Quizá mejor incluso en un hotel que no en mi piso, así mañana no tendría que limpiar nada. Al fin y al cabo, ¿París no es la ciudad del amor? Qué mejor forma de terminar el viaje que acostándome con cinco atractivos ex-alumnos.

A decir verdad, notar como me sujetaban los firmes brazos de Juan estaba excitándome, de alguna forma me gustaba sentirme un poco impotente ante ellos, que hicieran lo que quisieran con mi cuerpo, a ver que excitantes ideas tenían en mente.

Andrés empezó a desabrocharme mis pantalones. Por un momento desee que sus manos se entretuvieran un poco en mi entrepierna, pero por alguna razón no lo hicieron. No sin algo de esfuerzo, con el sudor de todo el día esos pantalones se habían adherido a mi piel, me los quitó. Tal vez tenían especial prisa para quitarme sin ropa, yo me dejé hacer sin oponer resistencia. Esa era su noche y se la habían merecido. Juan me levantó las manos por encima de la cabeza mientras Raúl me quitaba el top, quedando vestida únicamente por mi ropa interior.

La poca cobertura que mi braguita brasileña de encaje semitransparente ofrecía sobre mi culito debió excitar a Juan. Enseguida noté como acercaba su cintura contra mi espalda y, bajando ligeramente acercó su entrepierna a mi trasero, frotándolo ligeramente. Yo no sólo me dejé hacer sino que incluso le seguí el juego, moviendo mis caderas de forma que mi culito, que sabía que tanto les excitaba, frotara el erecto miembro del chico a través de su pantalón.

Mientras Antonio me desabrochaba el sujetador, Andrés sacó de una pequeña mochila una cinta con la que cubrió mis ojos. Ahogué un gemido, entre protesta y sorpresa que no pasó desapercibido al chico.

-Así será todo una sorpresa para ti. No sabrás lo que vamos a hacer contigo hasta el último momento.- Me susurró, aquellas palabras me excitaron aún más. ¿Qué travesuras tenían previsto hacer con mi cuerpo?

Juan liberó mis brazos para que mi sujetador cayera al suelo, quedando cubierta solo por mis finas braguitas. Unas hábiles manos empezaron a recorrer mis suaves pechos. Ahora no podía ver qué chico me haría qué, por mi cabeza cruzaron imágenes sobre lo que podrían tener previsto. Uno de los chicos volvió a sujetar mis manos a mi espalda mientras otro recorría mi barriga con sus hábiles dedos. Solté un grito de sorpresa al notar un contacto frío, metálico, en mis muñecas. ¡Me habían esposado!

Intenté protestar, nunca había practicado algo así, ni el bondage, ni las esposas me habían atraído nunca, y no estaba segura que aquello fuera a gustarme. Pese a que les había prometido una noche sin normas, intenté decir algo, aunque cuando abrí la boca, no pude articular palabra. Uno de los chicos había introducido algo en ello, como una pelotita de goma que me impedía hablar.

Primero intenté quitármela pero, obviamente debido a las esposas no pude. Mi frustrado forcejeo pareció divertir a los chicos, escuché sus risas poco disimuladas. Intenté protestar pero pese a que lo intenté, de mi boca no pudo salir ninguna palabra identificable. Aquello los divirtió aún más. Yo empezaba a ponerme nerviosa. Las suaves palabras de Juan a mi oreja me tranquilizaron:

-Sht, tranquila, respira. Piensa en el lado positivo, así nos aseguramos que nadie pueda escuchar tus gemidos- Dijo divertido.- Recuerda que aceptaste una noche sin normas, tu cuerpo está totalmente a nuestra plena disposición, podemos hacer contigo lo que queramos. Y créeme, no solo vamos a disfrutar nosotros.

Aquellas palabras me excitaron aún más. Notaba como mi vagina se endurecía y humedecía. Cogiéndome entre varios chicos, me levantaron y me tumbaron en la cama.

Con la venda en los ojos, no podía determinar cual de los chicos me hacía qué. He de reconocer, que eso daba a la sensación un punto de inquietud estimulante. Tumbada boca abajo en la cama, uno de ellos me iba besando las orejas, el cuello, la nariz… Mientras notaba como otro de ellos me iba quitando mis finas braguitas. Con un ligero movimiento de mis piernas facilité el deslizamiento de la prenda. Ahora estaba completamente desnuda ante aquellos cinco jóvenes. “¿Habrían hecho algo así con alguna otra chica?” pensé por un instante, aunque mi mente pronto se concentró en otra cosa.

Unos hábiles dedos acariciaban mis labios vaginales, notando como cada vez me humedecía más. No poder adivinar sus intenciones, sentirme completamente indefensa, no poder articular palabra… poco a poco iba entrando en ese juego y la libido se apoderaba de mi cuerpo. Sí, que hicieran lo que quisiera, esa noche mi cuerpo sería completamente suyo… Hasta que algo me sorprendió.

Estaba relajada, dejándome llevar completamente por las caricias de esas hábiles manos cuando noté algo duro y frío intentando penetrar en mi ano. Aquello me sobresaltó. Intenté incorporarme pero unas fuertes manos me lo impidieron. Con mis manos intenté impedirlo, pero esposada como estaba, no podía hacer nada. Intenté gritar, pedirles que se detuvieran, que nunca había practicado sexo anal, que no iba a gustarme, pero de mi boca tan solo salieron implorantes gemidos, ahogados por la mordaza, que divirtieron a los chicos.

-Tranquila, relájate o no entrará.- Me susurró Marcos a mi oreja.- Recuerda que esta noche las normas no las pones tu. No luches contra ello o no lo vas a gozar.

Forcejeé de nuevo, intentando incorporarme, intenté protestar, decirle que no, que de ninguna manera me gustaría eso. ¿Cómo podían estar tan seguros que me terminaría gustando? Otra voz me susurró de nuevo.

-No queremos hacerte daño, sólo vamos a pasarlo bien, todos, tu incluida. Créeme. Relájate y deja que entre, si pasados unos minutos te sigue haciendo daño, te prometo que te lo quitamos.- me dijo Andrés a mi oreja.

Aquello me tranquilizó un poco, al menos no pretendían hacerme daño. Aunque no entendía qué placer esperaban que encontrara en ello. Aún así, me relajé de nuevo, abriendo mis piernas y intentando facilitar en todo lo posible que el “plug-in” que iban a introducirme entrara de la forma más fácil posible. Sólo esperaba que cumplieran su palabra y, pasados esos minutos, me lo quitaran.

Mordí con fuerza la bolita de goma, notaba como mi saliva escapaba por la comisura de mis labios, a medida que notaba como el “plug” se iba introduciendo poco a poco en mi culito. He de reconocer que era una sensación extraña, era incómodo notar como el grueso objeto iba entrando dentro de mí, pero a su vez, el tacto frío del metal no era del todo desagradable. Pasados los primeros segundos, mi cuerpo dejó de rechazarlo y finalmente aquel objeto entró del todo. Solté un suspiro de alivio al notarlo finalmente dentro de mí. Los chicos me dejaron, aunque escuchaba su respiración, muy cerca mío.

Me quedé unos instantes tumbada en la cama, inmóvil, asimilando aquello. Pasado el primer momento de tensión, he de reconocer que no era tan desagradable como imaginaba. No era doloroso, pero tampoco cómodo del todo. Notaba como presionaba, era una sensación completamente nueva para mí. Si los chicos esperaban que les suplicara que me lo quitasen, se llevaron una decepción, no lo hice. ¿Les gustaba verme así? A mi no me desagradaba del todo, ahora quería experimentar como se sentiría el sexo con ese objeto dentro.

Sin saber muy bien por qué, me pusieron de pie. Notaba como uno de los chicos ponía algo alrededor de mi cuello, como un colgante pero algo más grueso, escuché también algo parecido a un tintineo metálico. “¿Qué pretendían?” ahora sí que no entendía nada. Un ruido inconfundible volvió a despertar mis temores. ¿Estaban abriendo la puerta de la habitación? Volví a forcejear, intenté escapar, esconderme en algún rincón. Pero un tirón en el cuello impidió que pudiera dar ningún paso atrás. ¡Me habían sujetado con algún tipo de correa!

-Venga profe, no te vas a echar atrás ahora ¿verdad?- Dijo Andrés- Que ahora viene lo mejor.

-Te aseguro que no hay nadie, venga, confía en nosotros.- Añadió Antonio.

-Fuiste tu quien aceptó eso, recuerda que estás a nuestra total merced por esta noche.- Dijo Raúl mientras notaba un pequeño tirón en el cuello como impulsándome hacia adelante.

-Cada minuto que pases aquí, dubitativa, es una oportunidad para que alguien pase por delante de esta puerta- Dijo Juan divertido.

-No querrás esperar a que alguien te vea así, ¿verdad?- Finalizó Marcos.

Suspiré profundamente. Al parecer, no tenía otra opción, ¿si me negaba a seguir su juego, iban a tenerme así, desnuda delante de la puerta durante toda la noche? Sólo confiaba en que realmente ahora no hubiera nadie en el pasillo. Por alguna razón, no estaba muy convencida de ello. Pero no tenía muchas alternativas. Maldita sea la hora en que acepté esa maldita apuesta. Pero ahora en mi situación, no había nada que pudiera hacer para oponerme a ellos. No podía más que seguirles el juego, como una gatita obediente. Así que, para su deleite, empecé a andar hacia el pasillo.

Por suerte, la venda ocultaba las lágrimas de frustración que notaba aflorar en mis ojos. Aquello no me podía estar pasando. Era lo más humillante que me había sucedido nunca. Viéndome totalmente desnuda e indefensa, andando sujeta como una perrita por un sitio público. Mi cuerpo temblaba como una hoja.

Hacía pasitos pequeños, con miedo a tropezarme. La mullida alfombra del pasillo causaba pequeñas cosquillas en mis pies descalzos. Quien fuera que sujetara la cadenita atada a mi cuello iba guiándome pasillo a través. En cualquier momento una puerta podría abrirse y entonces sería mi ruina, ¿qué pensaría cualquier persona que me viera paseando desnuda, atada como si fuera una mascota, entre cinco chicos? O peor, ¿qué sucedería si me viera un profesor? Sabía que el pasillo no tenía más de quince metros, pero a mi esa distancia se me estaba haciendo eterna. ¿Dónde pretendían llevarme? ¿Qué pensaban hacerme? por desgracia, mi mordaza impedía formular ninguna pregunta.

-Espabila un poco, vas muy lenta. Piensa que en cualquier momento podría salir alguien de la habitación- Me susurró Antonio con voz traviesa, como si anhelara que alguien abriera una puerta.

Uno de los chicos, no supe quién, me pellizcó el trasero. Sorprendida, hice un par de pasitos rápidos. Escuché las risitas de los chicos. Al parecer aquello les gustó, así que para apremiar mis pasos, iban pellizcándome el culo, a cada pellizco daba un ágil paso. Y así, entre pellizcos llegamos a un punto en que me hicieron detener. ¿Dónde estábamos? Estaba tan nerviosa que me era imposible orientarme. Tanto podría estar frente a las escaleras, como enfrente a una habitación. Un sonido inconfundible me situó. Estábamos frente a los ascensores.

Obediente, entré en el ascensor, suspirando aliviada cuando noté que el ascensor subía. Por un momento, tuve miedo de que fueran a pasearme por la calle completamente desnuda y esposada. Al cabo de unos instantes, la puerta del ascensor se abrió y una ola de aire fresco me puso la piel de gallina. Sin duda alguna estábamos en la azotea del hotel. Solo deseaba que no hubiera nadie más allí. Los chicos me confirmaron que estábamos solos y de nuevo me hicieron andar. Ahora era el césped artificial que recubría la azotea lo que me provocaba cosquillas en los pies.

El aire fresco de la noche me relajaba de nuevo. En las noches previas, había subido más de una vez a esa azotea a contemplar las hermosas vistas nocturnas de París. En ninguna de esas ocasiones había subido allí ningún otro cliente del hotel. Empecé a tranquilizarme. ¿Tener sexo en una azotea en pleno centro de París, con vistas a la Torre Eiffel? Yo creo que sería la fantasía de cualquier chica. La situación, y las suaves caricias de los chicos, volvieron a excitarme. Tuve la esperanza de que me quitaran la venda de los ojos para que pudiera gozar de las vistas de la ciudad, así como de sus cuerpos, pero para mi decepción prefirieron seguir teniéndome a oscuras.

Me tumbaron boca arriba en el suelo. El césped artificial era suficientemente tupido como para que no notara el duro suelo contra mi espalda, no era una sensación incómoda. Escuché sonido de ropa, los chicos se empezaban a desnudar, y yo privada de poder disfrutar con dicho espectáculo. Uno de ellos empezó a acariciar mis muslos, acercándose a mi lugar más íntimo, y al notar mi húmeda vagina, separó mis piernas. Yo me dejé hacer sin oponer resistencia. Sí, estaba totalmente excitada y ahora mismo deseaba que me penetrara uno de ellos. Me concentré en las sensaciones, en el duro miembro del chico entrando sin dificultad dentro de mí. ¿Sería capaz de adivinar cuál de los cinco era el que ahora mismo gozaba conmigo? La mordaza ahogó un gemido cuando noté el miembro totalmente dentro de mí. No usaba preservativo, pero no era un problema. Hacía semanas que, siguiendo su consejo, tomaba precauciones.

Con suaves movimientos el chico empezó a penetrarme, no tardé en acompañar sus movimientos con el de mis caderas. Aquello era muy estimulante. ¿Cómo os lo podría explicar? El “plug” que llevaba en el ano ya hacía rato que no me molestaba. De hecho aquel juguete hacía presión sobre mis músculos vaginales, haciendo que notara mucho más la penetración del chico, multiplicando el estímulo sobre mi cuerpo. Sí, aquello era demasiado. No tardé en alcanzar un orgasmo, bastante antes que el chico se corriera dentro de mí. Instantes más tarde, el chico se derramaba dentro de mí.

Esa era la primera vez que tenía sexo sin preservativo, fue una sensación totalmente nueva y estimulante notar como el espeso y cálido líquido del chico inundaba mi interior. Noté como retiraba su miembro, y yo que quedé allí, tumbada en el suelo con las piernas abiertas, recuperando el aliento.

¿Alguna vez habéis tenido sexo con cinco chicos a la vez? Es algo realmente intenso. Yo aún no me había recuperado que ya tenía otro miembro completamente erecto dentro de mi vagina. Mi cuerpo no tardó en reaccionar a los impulsos. Si no fuera por la mordaza, seguramente mis gemidos se habrían escuchado desde la azotea contigua. Los chicos ahogaban sus gemidos de placer en mi cuerpo, mordiéndome los pezones, succionándolos, besando mi cuello, mis orejas… notaba sus lenguas y sus labios recorrer cada parte de mi cuerpo.

Pasado un rato, no pude determinar si había sido una o varias horas, cinco chicos habían eyaculado dentro de mí. Aquella fue la experiencia sexual más intensa que había sentido nunca hasta ese momento. Mi cuerpo sudaba, yo me sentía totalmente agotada, y era incapaz de llevar la cuenta de las veces que había alcanzado el clímax. Pensé que ya habían terminado y que me iban a quitar las esposas, pero estaba equivocada.

¿Recordáis lo que los he comentado de tener sexo con cinco chicos? Pues justo se habían corrido todos, que uno o dos ya volvían a estar en plena forma. Noté como uno de ellos me desabrochaba la mordaza. Por fin podría hablar, que alivio, fue lo que pensé erróneamente. Apenas un chorro de saliva descendía por mis labios e intentaba desagarrotar mi mandíbula, noté como uno de ellos insería un duro miembro en mi boca. No era la primera vez que hacía algo así, de forma que sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Así que empecé a succionar aquél cálido miembro usando toda mi habilidad con la lengua y los labios. No debía hacerlo mal pues al cabo de no mucho el chico se corrió dentro de mi boca entre gemidos de placer. La rápida eyaculación me cogió de sopetón e, instintivamente, tragué todo aquel espeso y cálido fluido. Aquello debió sorprender a los chicos pues noté como exclamaban de admiración.

Instantes después, tenía otro miembro dentro de mi boca. Y por cierto, aquello empezaba a excitarme de nuevo, así que, insinuándome con los movimientos de mi cuerpo, indiqué a los chicos que mi cintura suplicaba atención. No tardaron en captar el mensaje y al cabo de poco tuve otro miembro entre mis piernas haciéndome gozar de placer.

Os debo confesar, que llegó un punto en que me fue imposible determinar si realmente estaba con cinco chicos o había más personas en esa azotea. Las penetraciones, en mi vagina y en mi boca eran muy constantes y seguidas. Claro que en ese momento para mí no era ningún problema, mi cuerpo lo demandaba a gritos. Pero, o aquellos chicos estaban realmente en muy buena forma, o juraría que aquella noche gozaron de mi cuerpo más de cinco personas. Aún hoy, de vez en cuando se lo pregunto a los chicos y como única respuesta recibo una enigmática sonrisa.

Hubo un momento en que noté como alguien retiraba mi “plug in” de mi trasero. Hasta me había olvidado que lo llevaba, y algo más cálido se introdujo en él. En cualquier otra circunstancia, habría protestado por ello, me habría opuesto con rotundidad, pero en ese momento estaba demasiado exhausta para negarme a nada. Además, nunca nadie me había penetrado por allí, llevada por la excitación del momento, hasta me parecía estimulante que usaran mi último orificio disponible. Así que me acomodé lo máximo que pude y disfruté del momento. Porque sí, contra todo pronóstico, he de decir que lo gocé. Y aún hoy lo sigo disfrutando de vez en cuando.

A diferencia de lo que os he contado hace unos instantes, sí que os puedo asegurar que sólo cinco personas me penetraron por el trasero. Noté cinco eyaculaciones dentro de mí. Finalmente, los atléticos chicos quedaron exhaustos, dejándome recuperar el aliento tranquilamente, tumbada en el césped artificial de la azotea, con las manos aún esposadas y con la venda que me impedía ver nada. Mientras respiraba agitadamente, notaba como mi vagina, mi culo y mi boca chorreaban un espeso y cálido líquido. Nunca había experimentado nada así (y nunca me habría imaginado haciendo aquello). Pero exhausta como estaba, debo decir que lo había disfrutado intensamente.

No se cuanto tiempo estuve así, tumbada en el suelo, respirando pesadamente dejando que los fluidos se deslizaran por mi cuerpo. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había alcanzado el clímax. Al cabo de un rato noté como me incorporaban, recostándome en una tumbona de la azotea. Alguien acercó algo a mi boca, algo duro. Intenté protestar.

-Tranquila, tranquila… Lo has hecho muy bien, has estado genial.- Era la voz de Marcos tranquilizándome.- Bebe eso, necesitas recuperar fuerzas.

-Solo es una bebida energética, necesitas rehidratarte, créeme.- Dijo Juan mientras los otros estallaban en risitas.

Ya más tranquila, acerqué mis labios a la botella y bebí, bebí con ansiedad, pues aunque en ese momento, llevada por la excitación no lo notara, mi cuerpo realmente necesitaba hidratarse. Al notar como el azúcar hacía su efecto en mi organismo, noté como poco a poco volvían mis fuerzas. Unos minutos después, ya podía andar.

Los chicos, para mi sorpresa, retiraron la venda de mis ojos, permitiéndome contemplar las primeras luces del amanecer sobre la ciudad. Os debo confesar que, pese a las circunstancias (sí, seguía esposada y tenía una cadena atada sujeta con un collar en mi cuello) fue la experiencia más romántica de mi vida. ¿Algunos de vosotros habéis contemplado el amanecer sobre la Torre Eiffel? Es algo realmente espectacular. Los cinco chicos empezaron a besar cada parte de mi cuerpo mientras no dejaban de decirme que había estado genial y que era la mejor profesora que habían tenido nunca. Yo estaba completamente ruborizada, sin saber que decir.

Al final me quitaron las esposas y, mientras me aliviaba mis muñecas, me quitaron también el collar. Con cuidado de que no nos viera nadie, volvimos dentro del hotel y me llevaron de nuevo a mi habitación. Como unos caballeros, me recostaron en la cama. Antes de que abandonaran la habitación, les susurré que siempre sería suya. Que me tendrían siempre a su plena disposición. ¿Por qué dije aquello? Sinceramente no lo se, tal vez fuera el agotamiento, o el éxtasis, lo cierto es que en ese momento, esas palabras salieron de mi boca con total naturalidad.

Aún pude dormir un par de horas antes de que tuviera que reunirme con el resto de alumnos y profesores en el desayuno. Me duché y antes de vestirme contemplé mi cuerpo en el espejo de la habitación. El collar casi no he había dejado marca en el cuello, pero sí lo habían hecho los múltiples besos y chupetones que me habían dado. Mis muñecas tenían la marca de las esposas y por todo mi cuerpo había rastro de apasionados besos y traviesas mordidas de los chicos. Y mi cara, parecía un zombie, con unas ojeras como si no hubiera dormido en años. Me vestí y cubrí mi cuello con un pañuelo para disimular los chupetones. Con algo de maquillaje traté de disimular mis ojeras lo mejor que pude. Me puse pantalones largos y una camisa también de manga larga para disimular los rastros de la pasión desenfrenada sobre mi cuerpo.

Llegué la última al salón dónde se servía el desayuno. Los cinco chicos no me dirigieron la palabra, cosa que realmente agradecí, me hubiera sido imposible mantener una conversación normal con ellos después de lo sucedido esa noche. Sí que noté que el Director, otros profesores y algunos alumnos me dirigían curiosas miradas. Seguramente fuera porque no ofrecía mi mejor aspecto, aunque me volvió a asaltar esa duda que de vez en cuando aún me corroe por dentro “¿realmente sólo había estado con cinco personas esa noche?”.

Afortunadamente, ese era el último día de viaje. ¿Qué queréis que os cuente más? Me pasé todo el viaje de vuelta dormida, completamente agotada. Pero mi historia no termina aquí.

Varias semanas después. Finales de agosto

Había perdido la cuenta de las horas que llevaba atada a la mesa del comedor de mi piso. Llevaba tres días enteros encerrada en el piso con los chicos. Se habían presentado por sorpresa un viernes por la mañana y hoy, domingo por la tarde seguíamos allí. La comida la encargábamos a domicilio para no perder tiempo en ir a comprar. ¿Y qué hacíamos? Creo que ya os lo podéis imaginar, probé todas las posturas y fantasías sexuales posibles. Esta vez fui yo quién insistió que dieran rienda suelta a sus más oscuras pasiones y no se pusieran límites. Había hecho con ellos cosas que ni tan siquiera imaginaba que fueran posibles. Y también me humillaron de casi todas las maneras posibles. Solo os diré que en varias ocasiones (tanto de día como de noche), me habían paseado, cual mascota a cuatro patas por el vestíbulo y las escaleras del bloque. Sin saber por que, no me opuse a ello, tal era el control que tenían ellos sobre mí. Y múltiples humillantes cosas más que me hicieron, y que aún me siguen haciendo. Pero volvamos dónde estábamos.

Finalmente me desataron, agotada, me derrumbé en el suelo hecha un ovillo. Uno de los chicos me trajo un cuenco con comida que devoré ávidamente. Sí, en cierto modo en esos días me había convertido en algo similar a una perrita sumisa para ellos. Y sí, disfrutaba siendo su perrita sumisa. ¿Cuantas de vosotras podéis presumir de haber tenido durante tres días seguidos a cinco atractivos chicos a vuestra plena disposición, satisfaciendo vuestros deseos sexuales hasta la extenuación?

Se empezaba a hacer tarde y mañana a primera hora tenía que acudir a la escuela para la primera reunión a fin de preparar el curso entrante. No sabía qué planes tenían ellos, si querían quedarse otra noche más, no iba a impedírselo. Tampoco es que estuviera en posición de impedirles nada.

Marcos extrajo de una bolsa un paquete pequeño. “¿Otro regalo?” pensé. No iba mal encaminada.

– Ábrelo.- Me dijo.

Abrí el pequeño envoltorio ante la atenta mirada de todos. Y para mi sorpresa no, no era un juguete sexual. Se trataba de una fina argolla de plata que se cerraba con un pequeño candado. La examiné detenidamente. En la cara externa, con finas letras, había grabado el nombre de los cinco chicos. Era evidente que aquello no les había salido barato. Los miré intrigada.

– En la antigua Roma, las esclavas debían llevar en todo momento una argolla con el nombre de sus dueños- Dijo Juan sin tapujos.

– Así se diferenciaban de las ciudadanas libres, y en caso de intentar escapar era fácil identificar a sus propietarios- Complementó Antonio.

Así que era eso, pretendían que me convirtiera en su esclava sexual. Los miré dubitativa.

– Póntelo, a ver como te queda.- Añadió Andrés.

Sin saber muy bien porque, me puse aquella fina argollita alrededor de mi cuello. Raúl la cerró el candado. Me miré frente al espejo. Realmente no me quedaba mal, era una fina línea plateada sobre mi piel. Tampoco me molestaba. Únicamente el pequeño candado le daba un aspecto sospechoso, pero no llamaba la atención. Si nadie se fijaba atentamente, los cinco nombres tampoco se leían a primera vista.

– La llave la vamos a tener nosotros.- Dijo Antonio.- No te lo vas a quitar nunca, excepto con nuestro consentimiento.

– ¿Qué pretendéis?- Pregunté intrigada sobre dónde iba a conducir aquello. Juan tomó la palabra.

– Ahora que vas a dejar de ser nuestra profe, no queremos perder el contacto contigo.

– Exacto.- Añadió Marcos.- Queremos que siempre estés disponible para nosotros. Salvo cuando estés dando clase claro.

– Que en cualquier momento que nos apetezca, podamos llamarte, o presentarnos de improvisto aquí, y repetir el plan de esos días.- Dijo Raúl.

– Y no solo eso, también queremos que estés a nuestra plena disposición para llevarte a donde queramos, para hacerte lo que deseemos. Tenemos muchos planes para tí.- Añadió Andrés.

Estuve callada unos minutos, intentando asimilar todo aquello.

– Osea, ¿queréis que sea algo como vuestra putita personal?- Otra vez las palabras salieron solas de mis labios.

– Eso lo has dicho tú, no nosotros.- Remató Antonio.- Pero, ¿qué dices a ello?

Me quedé sin palabras, estuve unos instantes balbuceando expresiones inconexas, hasta que finalmente pude articular unas palabras de forma coherente.

¿Que por qué acepté convertirme en su sumisa? Llegados a este punto, después de todo lo que habían hecho conmigo, poco más podían hacerme ya. De facto, durante esos meses me había convertido, efectivamente en su putita sumisa. Me habían usado como habían querido, y en cierto modo, yo les había usado a ellos para conseguir el trabajo de mis sueños. ¿No es eso una forma de prostitución? Mis palabras solo fueron sino una aceptación de una situación que ya era una realidad.

“Hizo profesión de puta” había escrito un día en la pizarra de clase. Hacía una eternidad para mí. Al final, aquella frase parecía dirigida a mí. Sí, más que profesora, se podía decir que ese año me había convertido en una prostituta.

Y supongo que ahora os preguntaréis si soy feliz con esa situación. ¿Lo dudáis? Tengo un trabajo que me apasiona y además, a mis 27 años tengo cinco chicos más jóvenes y realmente atractivos a mi plena disposición. Sí, hago lo que ellos desean, cumplo todas sus peticiones, pero, ¿quién me obliga a ello? Realmente se puede decir que disfruto tanto o más que ellos. Gracias a ellos he descubierto un mundo totalmente nuevo para mí. De vez en cuando salimos de noche, a otra ciudad, dónde nadie nos conozca y me llevan a clubs de striptease amateur o a locales de BDSM exhibiéndome como la esclava sumisa que soy. Alguna vez me visten con un arnés de cuero cubren mi rostro con una máscara y me llevan a pasear por el campo, atada a una correa como si fuera una mascota. Son tantas y tantas experiencias nuevas que no quiero saturaros con ellas.

Aunque esos últimos días, estoy un poco preocupada, siento que estoy poniendo en riesgo mi trabajo. Hay una extraña sensación, como un “sexto sentido” que me advierte de algo. Pero supongo que ya os habréis cansado de escuchar mi vida. ¿O no?

¿FIN?

“DE LOCA A LOCA, ME LAS TIRO PORQUE ME TOCAN” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. I LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Un universitario al entrar a vivir en una pensión que le eligió su madre, descubre que las únicas personas que viven ahí son la dueña y su hija. La primera es una viuda estricta y religiosa mientras que la segunda es una rubia preciosa. Lo que no sabe es que ambas creen que su llegada a la casa es un regalo de Dios y que su misión será sustituir al difunto en la cama de la primera.

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

Mi vida dio un giro de ciento ochenta grados cuando me mudé a Madrid a estudiar la carrera. Acostumbrado a la rutina de un pueblo de montaña, me costó asimilar el ritmo de esa gran ciudad pero sobre todo cuando el destino quiso que cayera en esa pensión regentada por una cuarentona y una hija de mi edad.
Como cualquiera en su lugar, al saber que me pasaría cinco años estudiando fuera de casa, mi madre se ocupó de seleccionar personalmente donde iba a vivir. Aunque os parezca increíble se pasó una semana recorriendo hostales, residencias y hasta colegios mayores sin encontrar nada que fuera acorde a sus rígidos conceptos morales y ya cuando creía que se iba volver de vacío, visitó una coqueta casa de huéspedes ubicada muy cerca de mi universidad.
-No sabes la suerte que hemos tenido- recalcó mi vieja al explicarme las virtudes del lugar. –Resulta que acaban de abrir y son muy selectas a la hora de elegir quien se puede alojar con ellas. Para aceptarte, tuve que aguantar un largo interrogatorio, durante el cual se querían asegurar que eras un muchacho de una moralidad intachable.
-¿Y eso?- pregunté extrañado que se pusieran tan exigentes.
En eso, mi queridísima progenitora se hizo la despistada al responder:
-Creía que te lo había comentado. La dueña de la pensión es una señora que se acaba de quedar viuda y que debido a su exigua pensión se ha visto obligada a alquilar cuartos para llegar a fin de mes.
Oliéndome la encerrona, insistí:
-¿No me estarás mandando a un campo de concentración?
Ni se dignó a contestar directamente a la pregunta sino que saliéndose por la tangente, me soltó:
-Un poco de disciplina no te vendrá mal.
Sus palabras junto con la religiosidad de mi madre me hicieron saber de antemano que mis sueños de juerga aprovechando los años de universidad se desvanecerían si aceptaba de buen grado vivir ahí. Por eso, intenté razonar con ella y pedirle que se replanteara el asunto amparándome en que necesitaba vivir cerca de la facultad.
-Por eso no te preocupes, está a una manzana de dónde vas a estudiar.
Sin dar mi brazo a torcer, comenté mis reparos a compartir cuarto con otro estudiante:
-Te han asignado un cuarto para ti solo- y viendo por donde iba, prosiguió: -La habitación es enorme y cuenta con una mesa de estudios para que nadie te moleste.
«¡Mierda!», mascullé pero no dejándome vencer busqué en el precio una excusa para optar por un colegio mayor.
-Es más barato e incluye la limpieza de tu ropa…
Mi llegada a “la cárcel”.
Cómo supondréis por mucho que intenté zafarme de ese marrón, me resultó imposible y por eso me vi maleta en mano en las puertas de ese lugar el día anterior a comenzar las clases. Todavía recuerdo las bromas de mis amigos sobre el tema. Mientras ellos iban a residencias “normales”, a mí me había tocado una con toque de queda.
-Recuerda que me he comprometido a que entre semana, llegarás a cenar y a que durante los fines de semana la hora máxima que volverás serán las dos de la madrugada.
-Joder, mamá. Si en casa llego más tarde- protesté al escuchar de sus labios semejante disparate.
A mis quejas, mi madre contestó:
– Vas a Madrid a estudiar.
Cabreado pero sobre todo convencido en hacer lo imposible para que esa viuda me echara en el menos tiempo posible, miré el chalet donde estaba ubicada la pensión y muy a mi pesar tuve que reconocer que al menos exteriormente, era un sitio agradable para vivir. Desde fuera, lo primero que pude observar fue el coqueto jardín que rodeaba la casa.
Aun así, la perspectiva de convivir con una mujer tan mojigata como mi vieja seguía sin hacerme ni puñetera gracia.
«Menudo coñazo me voy a correr», pensé mientras tocaba el timbre.
Al salir la dueña a abrirme y a pesar de ser una mujer atractiva, mis temores se vieron incrementados al salir vestida con un traje completamente de negro y cuya falda casi le llegaba a los tobillos.
«¡Sigue de luto!», titubeé durante un segundo antes de presentarme.
La mujer ni siquiera sonrió al escuchar mi nombre. Al contrario creí ver en su gesto adusto una muestra más de la incomodidad que para ella representaba que un desconocido invadiera su privacidad. Asumiendo que mi estancia sería corta, decidí no decir nada y cogiendo mi equipaje la seguí al interior. Apenas traspasé el recibidor, me percaté que ese lugar denotaba clase y lujo por doquier, lo que afianzó mi idea que en vida de su esposo a esa bruja no le había faltado de nada. Y en vez de alegrarme por las aparentes comodidades que iba a tener, me concentré en los aspectos negativos catalogando a esa señora como “una ricachona venida a menos”.
Tampoco pude exteriorizar queja alguna de mi habitación porque además de su tamaño, estaba decorada con muebles de diseño de alto standing pero fue la cama lo que me dejó impresionado:
«Es una King size», me dije nada más entrar.
Mi sorpresa se incrementó cuando la cuarentona me enseñó que por medio de una puerta tenía acceso a un lujoso baño con jacuzzi pero entonces bajando mis expectativas, Doña Consuelo me informó que tendría que compartir ese baño con ellas. No queriendo parecer un caprichoso, me abstuve de informarle que según mi madre iba a tener baño propio.
«No creo que eso sea problema», me dije al ver que tenía pestillo mientras me imaginaba disfrutando de esa enorme bañera llena de espuma.
Fue entonces cuando con tono serio, mi casera me informó que la comida estaba programada a las dos y que se exigía un mínimo de decoro para sentarse en la mesa. Asumiendo que no era bueno causar problemas desde el primer día, pero como desconocía a qué se refería con ello, se lo pregunté directamente:
-Somos una familia clásica y por ello deberá llevar corbata.
Comprenderéis que para un muchacho actual esa prenda era algo que jamás se pondría para comer y por eso comprendí medio mosqueado que mi madre hubiese insistido en meter una en la maleta.
«¡La jefa lo sabía y se lo calló!», maldije en silencio mientras me retiraba ya cabreado a mi habitación.
Me sentía estafado al no saber qué otras cosas me había ocultado para que aceptara a regañadientes vivir allí. Cómo comprenderéis me esperaba cualquier otra idiotez y reteniendo las ganas de mandar todo a la mierda, me tumbé en la cama a descansar.
«Al menos es cómoda», murmuré al disfrutar de la suavidad de las sábanas de hilo y lo mullido del colchón.
Sin darme cuenta y quizás porque estaba cansado por el viaje, me quedé dormido. Durante casi una hora disfruté del sueño de los justos hasta que un pequeño ruido me despertó. Al abrir los ojos, me encontré con la que debía ser la criada de la pensión deshaciendo mi maleta y colocando mi ropa en el armario.
«No debe haberse dado cuenta que estoy en la habitación», pensé mientras disfrutaba del estupendo cuerpo que alcanzaba a imaginar tras el uniforme que llevaba. «Tiene un culo de infarto», sentencié ya espabilado al contemplar las duras nalgas que involuntariamente exhibió frente a mí mientras se agachaba a recoger uno de mis calzoncillos. Fue entonces cuando de improviso, vi que esa rubita se llevaba esa prenda a la nariz y se ponía a olerla con una expresión de deseo reflejada en su rostro.
«Joder con la cría», me dije al comprobar que bajo la tela de su camisa dos bultitos reflejaban la calentura que le producía husmear mi ropa interior. Reconozco que me pasé dos pueblos al querer aprovechar ese momento:
-Si quieres te dejó oler uno usado- le solté señalando mi entrepierna.
La muchacha, al oírme, se giró asustada y al comprobar que no solo el cuarto estaba ocupado, sino que el huésped había descubierto su fetiche, huyó sin mirar atrás. Esa reacción me hizo reír y por primera vez pensé que no sería tan desagradable vivir allí si todo el servicio se comportaba así…

Conozco a Laura, la hija de la dueña de la pensión.
Sobre las dos menos cuarto, decidí que ya era hora de cambiarme de atuendo y ponerme la dichosa corbata. Había pensado en seguir vestido igual y anudármela sobre la camisa que llevaba pero la visita que había recibido en mi habitación, cambié de opinión y deseando dejar un regalito a la criada, me puse otra muda dejando el calzón usado colocado en una silla.
«Espero que le guste», murmuré, tras lo cual, bajé al comedor a enfrentarme con la siguiente excentricidad de Doña Consuelo.
La señora se estaba tomando un jerez en el salón, haciendo tiempo a que yo bajara. Al verme entrar, me preguntó si deseaba algo de aperitivo antes de comer.
-Lo mismo que usted- respondí.
Luciendo una extraña sonrisa, abrió un barreño y sacando una botella, rellenó una copa mientras por mi parte, echaba una ojeada a las innumerables fotos que había en esa habitación. La presencia en todas ellas de un tipo, me indujo a pensar que era el difunto marido de esa cuarentona. Siendo eso normal, lo que me extrañó fue que en ninguna aparecía nadie más.
«Parece un homenaje al muerto», resolví y no dándole mayor importancia, recogí de sus manos la bebida que me ofrecía.
Curiosamente al llevármela a los labios, la viuda se quedó mirando fijamente a mi boca y creí vislumbrar en sus ojos un raro fulgor que no comprendí. Medio cortado al sentirme observado, alabé la calidad del vino.
-Era el preferido de mi marido. Juan siempre se tomaba una copa antes de comer. Me alegro que sea de tu gusto, es agradable tener nuevamente un hombre en casa que disfrute de las pequeñas cosas de la vida- contestó saliendo de su mutismo.
La inesperada expresión de felicidad que leí en su hasta entonces hierática cara, despertó mis dudas del estado mental de esa mujer pero cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, vi entrar a la criada al salón. Las mejillas de esa chica se ruborizaron al advertir que aprovechaba su llegada para dar un rápido repaso a su anatomía. No queriendo que su patrona me descubriera admirando las contorneadas formas con las que la naturaleza había dotado a esa cría, dirigiéndome a Doña Consuelo comenté:
-Aunque mi madre había alabado esta casa, tengo que reconocer que nunca creí que iba a vivir entre tanta belleza- ni siquiera había terminado de hablar cuando me percaté que mis palabras podía ser malinterpretadas. Había querido ensalzar el buen gusto de la decoración pero, aterrorizado, comprendí que podía tomarse por un piropo hacia ellas.
No tardé en advertir que la cuarentona lo había entendido en ese sentido porque, entornando en plan coqueto sus ojos, me respondió:
-Gracias. Siempre es agradable escuchar un halago y más cuando llevaba tiempo sin oírlo.
Sabiendo que había metido la pata, me tranquilizó comprobar que no se había enfadado, me abstuve de aclarar el malentendido. Justo en ese momento, la uniformada rubia murmuró:
-Mamá, la cena ya está lista.
Mi sorpresa fue total y mientras trataba de asimilar que una madre humillara a su hija vistiéndola de esa forma, la cuarentona respondió:
-Gracias- y pidiéndola que se acercara, me presentó diciendo: -Laura, Jaime se va a queda a vivir con nosotras.
La cría, incapaz de mirarme a la cara, bajó sus ojos al contestar:
-Encantada de tenerle en casa.
«¡Qué tía más rara!», reflexioné al notar que se dirigía a mí de usted siendo más o menos de mi edad. «Debe de estar cortada al saber que conozco su secreto».
No queriendo parecer grosero, fui a darle un beso en la mejilla pero retirando su cara, alargó su mano y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:
-El placer es mío.
La reacción de la chiquilla poniéndose instantáneamente colorada me indujo a pensar que me había malinterpretado y que veía en esa fórmula coloquial, una velada referencia a su fetiche. No queriendo prolongar su angustia, pregunté a la madre si pasábamos a comer.
La cuarentona debió ver en esa pregunta una galantería porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo como antiguamente se colgaban las damas de su pareja al entrar a un baile y sin mayor comentario, me llevó al comedor.
«¡No entiendo nada!», mascullé sorprendido.
Si estaba pasmado por el comportamiento de esas mujeres, realmente no supe a qué atenerme cuando ya sentados a la mesa, Doña Consuelo bendijo la comida diciendo:
-Señor, te damos las gracias por los alimentos que vamos a tomar y por haber escuchado nuestras oraciones al permitir nuevamente la presencia de un hombre en nuestro hogar.
«¿De qué va esta tía?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”.
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar y más nervioso de lo que me gustaría reconocer pronuncié “amen”, mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban. Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa señora me estaba mirando con deseo y no queriéndome creer que fuera verdad, esperé a que comenzaran a comer antes de atreverme a coger los cubiertos.
Afortunadamente, Laura rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al preguntar qué iba a estudiar. Agradeciendo su intervención, le contesté:
-Ingeniería Industrial.
Al oírme, dio un suspiro diciendo:
-¡Cómo me hubiese gustado estudiar esa carrera!
Desconociendo que iba a pisar terreno resbaladizo, cortésmente, le pedí que me dijera porque no lo hacía pero entonces de muy mal genio, su madre respondió por ella:
-Esa no es una carrera para una dama. Laura debe centrarse saber llevar una casa para así conseguir un buen marido.
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa respuesta un grotesco machismo pasado de moda pero sabiendo que no era un tema mío, me abstuve de hacer ningún comentario y mirando a la muchacha, le informé con la mirada que no estaba de acuerdo.
Al darse cuenta, la cría sonrió y al pasarme la panera aprovechó para agradecérmelo con una caricia sobre mi mano. La ternura de sus dedos recorriendo brevemente mi palma tuvo un efecto no deseado y bajo mi bragueta, mi pene se desperezó adquiriendo un notorio tamaño. De no estar sentado, estoy seguro que la hinchazón de mi entrepierna me hubiese delatado.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé excitado.
Doña Consuelo, o no vio la carantoña o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a enumerar las costumbres de esa casa:
-Como ya sabes, somos una familia tradicional. Comemos a las dos y cenamos a las nueve. Si algún día no puedes venir, deberás avisarnos para que no te esperemos…
-No se preocupe- dije molesto al recordar el estricto horario que debería cumplir durante mi estancia allí. –Si por algún motivo me retraso, se lo haré saber con tiempo.
La mueca de la cuarentona me informó que no le había gustado mi interrupción y me lo dejó meridianamente claro al seguir diciendo:
-Tu madre me informó que tus clases empiezan a las ocho y media de la mañana por lo que diariamente, te despertaremos a las siete para que así te dé tiempo de darte un baño y desayunar antes de salir de casa…
«¡Qué mujer tan pesada!», sentencié mientras escuchaba las reglas por las que se regía esa casa.
-Todas las mañanas, Laura recogerá tu ropa y arreglará tu cuarto para que al llegar, encuentres todo listo.
Acostumbrado a valerme por mi mismo, le expliqué que no hacía falta y que desde niño me hacía la cama pero entonces casi gritando, la cuarentona me soltó:
-En esta casa, ¡Un hombre no realiza labores del hogar!- y dándose cuenta que había exagerado, cambió su tono diciendo: -Queremos que te sientas en familia y no nos gustaría que pensaras que somos de esas feministas que no saben ocupar su lugar.
«Esta mujer sigue anclada en el siglo xix», me dije alucinado por lo rancio de sus pensamientos justo cuando ya creía que nada me podía sorprender, Doña Consuelo exigió a su hija que se pronunciara al respecto:
-Laura, ¡Dile a Jaime qué opinas!
La rubia, mirándome a los ojos, contestó:
-Don Jaime, lo que mi madre quiere decir es que mientras viva en esta casa, nos ocuparemos gustosamente de satisfacer todas sus necesidades.
Os juro que fui incapaz de contestar porque mientras la hija hablaba, un pie desnudo estaba recorriendo uno de mis tobillos.
«¡Cómo se pasa teniendo a su madre enfrente!», rumié mientras mis hormonas se alborotaban al sentir que esos dedos no se conformaban con eso y que seguían subiendo por mis muslos.
«Va a conseguir ponerme bruto», temí cuando noté que se hacían fuertes entre mis piernas y comenzaban a rozarse contra mi pene.
Preocupado por las consecuencias de tamaño descaro, retiré ese indiscreto pie y mientras lo hacía, devolví la caricia regalándole un cómplice apretón con mi mano. Laura debió decidir que había captado la idea porque no volvió a intentar masturbarme durante la comida.
Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a Doña Consuelo. No tuve que ser un genio para comprender que se había dado cuenta de lo ocurrido al ver que, bajo la tela negra de su vestido, los pezones de la viuda mostraban una dureza que segundos antes no tenían.
«¡Lo sabe y no le importa!», proferí en silencio una exclamación mientras pensaba en lo extrañas que eran esas dos mujeres. «Exteriormente se comportan como unas mojigatas pero algo me dice que son un par de putas», sentencié ilusionado. Ya creía que sin saberlo mi madre me había colocado en mitad de un harén cuando la cuarentona pidió a Laura que bajara el aire acondicionado porque tenía frio.
«Era eso», mascullé mientras me recriminaba lo imbécil que había sido al pensar que Doña Consuelo se sentía atraída por mí.
Asimilando mi error, todavía me quedó la certeza que al menos la hija era un putón desorejado y sabiendo que tendría muchas oportunidades de calzármela, decidí tomármelo con calma:
«¡Ya caerá!».
El resto de la comida transcurrió sin nada más que reseñar y por eso al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando recordé las normas de la casa y girándome, informé que en media hora me iba de la casa.
-Señora, he quedado con un amigo pero no se preocupe, volveré antes de la nueve.
-Te estaremos esperando- contestó la viuda mientras ordenaba a su hija que recogiera los platos.
Y en mi habitación, vi el calzoncillo que había dejado en la silla y recordando las caricias de la rubia decidí premiarla con otro regalo.
«Estoy seguro que le gustará», sonreí y cogiéndolo, me puse a pajearme mientras me imaginaba a la muchacha entrando en la habitación maullando como una gata en celo.
Era tanta la excitación que me había producido su magreo durante la comida que no tardé en descargar mi simiente sobre la prenda. Satisfecho cogí un boli y un papel para escribir una dedicatoria:
“Zorra, dejo mi leche para tu boquita”.
Tras lo cual la escondí en su interior y devolví el calzón a la silla de donde lo había cogido. Sin nada más que hacer, me quité la corbata y salí a recorrer Madrid como el muchacho de dieciocho años que era….

Relato erótico: La mamá del colegio (POR CARLOS LOPEZ)

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Nuevo episodio de la saga de aventuras y juegos con la doctora Ortiz. Esta vez introducimos en nuestro juego a Olga, la madre de familia, elegante e irreprochable esposa, que nos encontramos en el restaurante. Verlas juntas fue bestial, como describo ahora.

Hola a todos, gracias por seguirme y gracias por los comentarios y el ánimo. Sigo con las aventuras con María, la doctora Ortiz, brillante psicóloga y guapa mujer. En mis relatos anteriores “Mi mejor conferencia”, “En el restaurante” y “La doctora Ortiz”, me aprovecho de situaciones morbosas para disfrutar del impresionante cuerpo de la doctora en distintos episodios y lugares… un aseo de un centro de conferencias (ella era la conferenciante!), mi propio coche, un restaurante de lujo, en la calle bajo la lluvia y, finalmente, en su propia consulta. Todos los casos han sido morbosos, pero el que más me impactó fue cuando nos encontramos en un restaurante de lujo a una conocida suya, Olga, y cómo ésta se quedó con ganas de verse envuelta en nuestros escarceos.
Siempre, en todos los episodios, María ha intentado dominar la situación, y yo siempre me he salido con la mía. Eso es lo que me tiene absolutamente enganchado a María. Su afán por imponerse a mí utilizando sus armas me fascina y me estimula. Al final, en todos los casos he sido capaz dar la vuelta a la situación, para que su propio morbo, generado por su propia mente sucia, la haya hecho someterse a mí. Entregarme su cuerpo para mí. Ella también ha salido ganando.
Mi última ocurrencia fue presentarme en su ciudad, y acudir a su consulta de psicología con nombre falso, en la distinguida clínica en la que trabaja. Tuve que tomar dos días libres en mi trabajo para pasar allí una noche. Mi hotel era céntrico y moderno, de esos con mesas tipo barra de bar y taburetes. En mi relato, “La doctora Ortiz” describo cómo aparecí por sorpresa en su consulta donde, después de un episodio sexual muy jugoso sobre su mesa, me fui tras darle un pequeño regalo en un paquetito con el nombre “María” y quedar citados para la noche… mis últimas palabras antes de salir de su consulta, mientras ella se vestía para atender al siguiente paciente fueron: “Luego nos vemos, María, en el paquete hay un pequeño detalle para ti, junto con una nota con el lugar y la hora de nuestra cita de esta noche. Puede que entonces tenga un regalo mejor. ¿Lo querrás probar? 🙂 …”
Había decidido hacerle un regalo. Había sido tan divertida la “lucha” en nuestros encuentros, que me había creado una enorme gran sentimiento de cariño hacia ella, además de una gran excitación cada vez que oía su voz, imaginaba su cuerpo, o su aroma estaba cerca. Es una mujer bella y sexy, de generosas curvas, pelo rubio y piel suave. En nuestras conversaciones morbosas, María me había confesado que, a pesar de ser heterosexual, tenía la fantasía de hacer el amor con una mujer, una mujer con curvas y el “culo redondo”. Según sus palabras “un culo como me gustan a mí”, y esa frase se me quedó grabada en la mente. A lo más que la doctora había sido capaz de llegar con otra mujer es a darse un beso largo en la boca en una noche de alcohol y carnaval. Y como sabía que ella no iba a atreverse nunca a propiciar algo así con una mujer, había decidido proporcionarle yo ese regalo.
Me faltaba un pequeño detalle para ello, otra mujer dispuesta. Y yo nunca he contratado ningún servicio sexual, ni pensaba hacerlo ahora. Pero estábamos en su ciudad. Es decir, también era la ciudad de la mujer con la que nos encontramos en el restaurante de Madrid el día de su conferencia… casada, elegante, impecable. Iba a intentar que fuera ella la elegida. Ya tenía pensada la maniobra para provocar toda la operación y estaba seguro de que me iba a salir bien. En el fondo, ya tenían alguna experiencia juntas. El día del restaurante, al vernos meternos mano bajo la mesa a María y a mí, Olga se excitó una barbaridad, hasta el punto que le entregó sus braguitas a María para mí en un episodio en el baño de señoras que aún no he aclarado. Aún las tengo, aunque hoy se las voy a devolver. Son suyas.
Antes de seguir, me gustaría contar lo que había en el paquete que acababa de regalar a María al salir de su consulta. Una muestra en un pequeño frasquito de la colonia que usaba yo. Por supuesto, de hombre. Un juego de ropa interior negra, que simulaba ser deportiva pero era muy exclusiva y sedosa. De la marca Chantal Thomass, me había costado un dineral, pero tanto ella como la ocasión lo merecían. Se lo había comprado porque me recordaba a los calzoncillos negros ajustaditos que uso a veces y mi objetivo, sin que ella lo supiese, era darle un cierto aire masculino esa noche. Y, por supuesto, una nota con unas breves instrucciones y comentarios. Decía así: “María, cielo, nuestros encuentros me han hecho muy feliz. Vale, reconozco que te he hecho pasar algún mal rato, aunque luego siempre te has divertido. Yo mucho, así que esta vez para compensarte, he decidido hacerte un buen y merecido regalo. Sabes que me gusta mucho jugar, y aún no te diré lo que es. Sólo quiero que esta noche, bajo tu ropa te pongas lo que va en el paquete (perfume incluido) y te espero en el restaurante japonés MIYAMA a las 21 horas. Besos, Carlos”.
Así que, como regalo para mi psicóloga, Iba a intentar un trío por sorpresa entre María, Olga y yo. No conocía a Olga bien, y había un cierto riesgo de que no aceptase, pero valía la pena correr el riesgo. Además, estaba claro que nuestros juegos la atraían y su aburrido marido no le hacía caso. Y ello pese a que Olga era mujer muy bella, morena, de pelo largo y liso, labios carnosos y bonitas curvas. María conocía a Olga porque tenía a un niño que iba al mismo colegio que sus sobrinos y, algún día que María los buscaba, coincidía con ella. Yo sabía dónde iba María al cole porque me lo había dicho, y estaba justo al lado de la clínica, así que ese día me presenté allí a la salida del colegio. Simulaba ser un padre más. Pantalones de pinzas y americana informal. Sin corbata.

Y sí allí, en la puerta del colegio estaba ella según lo previsto. Vaqueros claritos ajustados y botas de piel marrones con tacón. Cazadora marrón a juego con las botas. Impecable, como siempre. Me acerqué al corrillo de padres y madres en el que estaban esperando la apertura de la puerta del colegio. Al verme, la sorpresa fue enorme. Le cambió el color de su cara. No hay que olvidar que sólo me ha visto una vez en su vida, hacia pocas semanas, y en esa ocasión, en un restaurante de lujo, contempló como manipulaba a María bajo el mantel y se excitó tanto que quiso entrar simbólicamente en nuestro juego. Creo que el alcohol, y el poco caso que la hacía el imbécil de su marido, también la impulsaron a entrar en nuestro juego.

 

Yo me acerqué con mi mejor sonrisa al grupo de padres y, dirigiéndome a ella, dije “Olga! Qué sorpresa! Hacía tiempo que no coincidíamos…”. Ella, visiblemente nerviosa al reconocerme, correspondió a mi saludo con dos besos en las mejillas simulando también una vieja amistad, y se apartó un poco de su grupo. En ese momento, con una actitud amable y relajada, pero no insistente, le dije “es que tengo algo tuyo y te lo tenía que devolver… además, tú me hiciste un regalo precioso y yo tenía que corresponderte”. De su boca salían palabras un poco inconexas “pero… cómo has llegado… no…”. Yo, con mi mejor cortesía, contesté sus dudas “da igual cómo, no temas, no soy un loco ni nada parecido, estoy en esta ciudad circunstancialmente y sólo quería devolverte esto. Te escribí una nota también”. Y sin mucho más intercambio de palabras, le entregué el segundo paquetito que había preparado ese día (con el nombre Olga), y me alejé con una sonrisa. Había pretendido mostrar una actitud tranquila y amable, y creo que lo había conseguido Ya estaban abriendo las puertas del colegio y los padres se disponían a recoger a sus pequeños. Ella, seguro que con el corazón latiendo y una bolsita en la mano, también.

La suerte ya estaba echada.
El paquete de Olga contenía sus propias braguitas. Aquellas que llevaba y entregó a María para mí el día del restaurante. Granates y con bordados granates también. Junto con ellas, había un sobre grande que contenía un segundo sobre pequeño y una nota escrita por mí: “Perdona por no haberte devuelto la prenda lavada, me ha inspirado tu olor para lo que te voy a proponer en este mensaje. El día del restaurante en Madrid me quedé impactado con lo que pasó. Me encantaría tener un juego contigo. Por supuesto, sólo si quieres. No te preocupes, si no quieres, te prometo que no te volveré a ver y te deseo lo mejor. En caso de que quieras jugar, tienes que seguir unas reglas del juego. Son estas: 1. Sólo voy a estar un día en tu ciudad, me alojo en el hotel XXXX, y mañana me vuelvo a Madrid. A las 22:30 en punto tienes que estar en la puerta de mi habitación y sólo allí abres el segundo sobre que está dentro de éste. 2. Por supuesto, si vienes, tienes que hacer todo lo que yo diga, vas a experimentar sensaciones nuevas y yo voy a guiarte en ellas. 3. Si tu puntualidad no es absoluta, entenderé que no estás dispuesta a hacer lo que yo diga, entonces no habrá juego. 4. No temas, no habrá ningún daño físico ni sensación de dolor. Todo lo contrario, habrá placer y morbo. 5. A las 3 de la mañana, un taxi te devolverá a tu casa. 6. El vestido que traerás será el mismo que el que llevabas en el restaurante, jajajaja esta regla no es parte del juego y te lo puedes saltar. Sólo es un capricho mío.”
Ya tenía todo el juego preparado. María, la psicóloga, citada a las 21 horas en un restaurante japonés de esos en los en los que los platos de sushi circulan solos por la barra. Allí comeríamos algo, tomaríamos una copa, y la iría preparando para su regalo, aunque aún mantendría la sorpresa. En cuanto a Olga, ella debía aparecer a las 22:30 horas en la habitación de mi hotel y seguro que vendría enfundada dentro de su vestido granate. Esta petición era un capricho mío, pero me iba a servir para saber si estaba dispuesta a todo esa noche. El vestido era elegante, ajustado, ligeramente escotado con botones en la parte de delante, con tirante ancho y brazos descubiertos. Estaba loco por verla aparecer.
Algo me hacía estar seguro de que ella iba a venir. En el fondo, ya me había regalado sus braguitas el día de aquella cena, cuando la encontramos cenando con su marido y el jefe de él y su esposa. María nunca me contó lo que pasó en ese aseo de señoras. Sólo sé que María y Olga entraron juntas, y salieron con los colores subidos en las mejillas y sin ropa interior bajo el vestido. Cada vez que lo recordaba sentía excitación, y esta noche iba a tenerlas a ambas en mi habitación. No me podía sentir mejor.

La tarde era radiante, o eso me parecía a mí. Tras un breve paseo por la ciudad, volví a mi hotel y me di un largo baño relajante. Me vestí informal, con vaqueros, camisa y un toque de colonia, y a las 20:50 ya estaba en la barra del japonés esperando a María. Ella llegó con una falda de vuelo negra, zapatos de tacón negros, camisa blanca transparente bajo la que se adivinaba la lencería negra que le había comprado… ummmm estaba preciosa. Me acerqué a darla dos besos y puede percibir el olor de mi propia colonia. Era un aroma masculino, y todo iba sobre ruedas. Hasta sonrió cuando pedí al camarero un gintonic para ella sin pedirle permiso antes. Mi idea era calentarla poco a poco, empezando despacio y, cuando retornásemos al hotel, incrementar los estímulos. Así que la cena transcurrió tranquila. Ella me insistía en que le dijese su regalo, y yo le decía que fuese paciente, que era una sorpresa. Mientras, comíamos un poco de sushi y llegamos a tomar dos copas. Después de una hora, a las 22 horas, le di un largo y húmedo beso en la boca que me correspondió con pasión pegando su delicioso cuerpo al mío. Lo había conseguido, iba contenta y caliente.
Aún así, seguí con mi estrategia, y en el ascensor continué con besos y susurros cerca de su oído, que sé que la ponen a mil. Son justo las 22:15. Antes de llegar a la habitación, en el pasillo del hotel, la pongo pegada de cara a la pared y le hago un chequeo bajo su falda susurrando en su oído. Ummmmm el tacto de la ropa interior es impresionante. Digo “abre” y ella abre ligeramente las piernas, permitiéndome acceder entre sus braguitas a su sexo. Está empapado, no es sólo el juego que nos traemos, o los gintonics, o los susurros, el riesgo de poder ser sorprendidos en el pasillo del hotel también ayudan a ello.
Al entrar en la habitación, sin dar ninguna explicación, cojo un pañuelo negro de seda, grande, y lo pongo atado al pomo de la puerta, por fuera. Ella, que aún no sabe lo que va a pasar ni que está Olga implicada, me mira sorprendida y traviesa. Piensa que es para ella, pero se queda decepcionada cuando cierro la puerta y no hago más caso del pañuelo. Le digo “tranquiiiiiiiiila, María, tu regalo llegará pronto. Ven aquí!” y viene al instante… jajajaja me pone mucho verla así. Obediente y expectante. Es genial, no sé si aguantaré todo el juego sin participar.
Ya es casi la hora en la que Olga debe aparecer. María sigue sin saber nada, y yo estoy atento a los ruidos en el pasillo y parece que hay alguien al otro lado de la puerta. Ha llegado superpuntual. Estará leyendo lo que puse en el segundo sobre “Olga, si estás leyendo esto es porque quieres jugar conmigo. Verás un pañuelo de seda grande atado al pomo de la puerta. Pegado al pañuelo, hay una bolsita con unos tapones de oídos. Por favor, ponte los tapones y pliega el pañuelo y átatelo delante de los ojos. Llama a la puerta y ponte de espaldas a ella.”
Suenan sus nudillos sobre la puerta. Y observo la expresión de sorpresa en la cara de María. Ella no esperaba a nadie. Es mi momento de gloria y digo riéndome “Ha llegado tu sorpresa, a partir de ahora no puedes hablar ni emitir ningún sonido audible”. Me mira traviesa mientras me dirijo despacio hacia la puerta tomando nota mental de preguntarle más adelante a María qué esperaba. Abro y encuentro a Olga la puerta. De espaldas y temblando como un flan. Preciosa. Con su venda en los ojos. María tiene prohibido emitir ningún sonido pero su carita muestra sobre todo sorpresa, aunque también malicia. Le hago un gesto de silencio y de calma.
Con el dorso de mi mano acaricio el brazo de Olga, su carita, su pelo, le hablo al oído para que oiga. Los tapones que lleva puestos en los oídos no son demasiado efectivos. Mi pretensión es que oiga mi voz natural, pero no los susurros que intercambie con María. Mi tono es casi infantil, tranquilizador. Mientras, la guío andando hacia atrás dentro de la habitación y cierro la puerta.
– “Hola Olga, qué guapa estás, que pena que no pueda verte tus ojos, pero bueno, si te portas bien luego los liberaré y verás todo. De momento has sido muy buena… y voy a hacer que lo pases muy bien, ¿quieres?”
– “Sí” dice tímidamente
– “¿Vas a hacer todo lo que yo diga? ¿en nuestro juego? ¿con todas las reglas que había en el mensaje?”
– “Sí” aún más tímidamente, pero con algo de estremecimiento que me encanta… estoy alucinado, nunca pensé que tendría tanto poder y sigo con mi actuación de director del juego. Me aseguro de que no ve nada, y la volteo para que quede frente a nosotros. Sigo acariciando suavemente su cuerpo, brazos, espalda, pelo… despacio, tranquilizándola. Al cabo de dos minutos su respiración se nota más relajada. Continúo con el juego, mientras guiño un ojo a María.
– “Olga, desabróchate los botones del vestido, despacio, pero no te lo quites…

Mientras lo hace, voy hacia María que está sentada en un sofá de dos plazas frente a nosotros. Le hago un gesto de silencio y otro para que se levante y, como si fuera una niña, le despojo de la blusa y de la falda… está preciosa en ropa interior. Su cara es un poema. No puedo evitar detener mis dedos unos segundos sobre sus braguitas. Su sexo está hinchado, desprende mucho calor. La cojo de la mano y la acerco a Olga, pero todavía no la dejo actuar sobre ella.

Centrándome en Olga, está preciosa, con el vestido abierto sobre su pecho y el sujetador bordado sin tirantes ante mi vista. Su labio superior tiembla, introduzco mis manos en su vestido y acaricio directamente su piel. Ufffffffffff es brutal, acerco mis labios a los suyos y la beso despacio. Me corresponde con ansiedad y voy incrementando la intensidad cogiendo además su cabeza con mis manos. Ella coge la mía y me doy cuenta de que me he equivocado en algo.
Horror!!! No puedo dejar que use sus manos!! Mi diabólico plan es que María suplante mi papel ante Olga sin que ella lo sepa!!! Al menos sin que lo sepa inicialmente. Para eso he quitado la falda a María, para que el vuelo de la falda no roce a Olga y la haga sospechar. Entonces la hablo al oído de nuevo “Olga, eres preciosa, me muero por acariciar todo tu cuerpo, pero no quiero que uses tus manos. Quiero que tú sólo sientas lo que te hago, que lo esperes con ansiedad, pero que no dirijas nada. Voy a sujetarte las manos con una corbata, cielo. No te asustes”. No sólo no se asustó, sino que ella misma puso sus manos atrás. Y cuando llegué con mi corbata se dejaba hacer. Había entendido el juego. Su pecho se agitaba, ahora con excitación. Aún estaba de pié y até suavemente sus manos a la espalda.
Continué con mi beso con Olga, pero María ya estaba nerviosa y comenzó a rozar su cuerpo sobre mi espalda como una gata. Uffffff sabe que eso me vuelve loco. Sé que tengo poco tiempo sobre Olga, y meto de nuevo mis manos en su vestido, voy a su espalda y le desprendo el sujetador sacándolo y tirándolo sobre el sofá. Mis manos están sobre sus pechos. Son duros duros y los pezones parecen diamantes. Miran hacia arriba. Es hermosa. Mis deditos juegan con sus pezones y ella empieza a gemir… con movimientos muy leves tiro de ellos, los aplasto, los presiono con mis dedos. Estoy excitadísimo, no imaginaba que nunca fuera a tener a esta elegante mujer en este estado. A mi disposición.
Con cierto disgusto le doy la alternativa a María. Su carita de ansiedad es la de un niño esperando a que el dependiente de la pastelería le entregue su porción de tarta de chocolate. Con un gesto le pido suavidad, pero no hacía falta, sólo viendo las primeras caricias se nota claramente que, aunque nunca haya acariciado a otra mujer que no sea ella misma, sabe perfectamente lo que hay que hacer. Y lo hace.
Me siento en el sofá y contemplo. No puedo evitar pasar mi mano sobre mis vaqueros a lo largo de mi polla. Estoy muy excitado pero sé que me tengo que reservar para después. Cojo mi teléfono móvil y hago alguna foto sin que ellas se enteren. A María no le gusta mucho aunque alguna ya la he hecho. No pretendo nada raro con ellas, sólo recoger este momento. Dejo a María acariciarla… a su criterio. Va deteniéndose en distintos rincones de su cuerpo. Usa sus manos y sus labios. Tarda en introducirse dentro de su falda, pero cuando lo hace Olga esta gimiendo como si acabase de correr 5 kilómetros. Y aún no se ha metido en sus braguitas. Por cierto, Olga lleva las mismas braguitas que la devolví esta tarde y estaban sin lavar. Me produce una curiosidad extrema saber que pasa por la mente de una mujer así cuando, vistiéndose en su casa se las pone para venir con un desconocido. No sé si algún día se lo podré preguntar al ponérselas
María aún no ha besado sus labios y ese es el momento clave, en el que Olga puede sospechar que no soy yo quien la besa y descubrir el juego. Me levanto y observo de cerca los cuidados que proporciona María. Estoy alucinado, la situación me fascina, excitado al máximo sigo con mis ojos las manos de mi amiga a escasos centímetros. Ahora se centra en el entorno de su sexo, en la piel de sus muslos, pero sigue sin introducirse en el interior de sus ya húmedas braguitas. Con un gesto de besarme la palma de la mano, indico a María que bese a Olga, y ella me guiña el ojo incrementando el ritmo de su mano sobre el cuerpo de Olga, esta vez ya encima de su sexo sobre la ropa interior. Las caderas de Olga tienen vida propia sobre la mano de María, está casi fuera de sí.

A continuación María hace algo que me sorprende y me enardece más si cabe: con su otra mano toma a Olga del pelo tirando de él con suavidad y firmeza hacia atrás, y acopla su boca abierta sobre el cuello de su amiga… que gime y se agita con gran intensidad. No puedo aguantar más y yo mismo tomo la mano de María y la introduzco dentro de las braguitas de Olga, a la vez que me sitúo detrás de María y meto mi propia mano dentro de las braguitas de ella misma. Ha entendido mi juego y repite los movimientos de mis dedos sobre su sexo, con sus propios dedos sobre el sexo de Olga. Es como una correa de transmisión. No hace falta decir mucho más del estado de excitación de ella misma, su sexo está completamente encharcado.

Con un susurro sobre su oído, ordeno a María que bese la boca de Olga… y sujetando aún a Olga de su melena, se funden en un morreo brutal. No sé si Olga nota que esos labios no son los míos, pero si lo ha notado no parece importarle en absoluto. Poco a poco y moviéndose helicoidalmente, introduzco mis dedos más profundamente en María y ella hace lo propio sobre Olga, que sigue sus gestos con sus caderas. Es una grata sorpresa comprobar que María sabe lo que hace, tanto con sus dedos como con sus labios. En pocos segundos, Olga comienza a convulsionarse y a gemir en un volumen altísimo. Se será corriendo como posiblemente nunca ha hecho con su marido. La imagen es brutal. Ambas mujeres de pié, semidesnudas, una de ellas con los ojos vendados sin saber lo que está pasando, y la otra con una mirada diabólica haciéndola gozar.

Dejo que Olga acabe su largo orgasmo y, cuando noto que ambas se van relajando, yo Intensifico mis movimientos sobre el coño de María. Sigo situado detrás de ella, con los dedos de una mano dentro de su cuerpo, me centro en determinados rincones que ya voy conociendo, a la vez que con mi otra mano, humedeciendo mis deditos los deslizo con suavidad y rapidez sobre su clítoris. Acabo consiguiendo lo que pretendía. María, suelta el cuerpo de Olga separándose un paso de ella hacia atrás, agarra con fuerza mis muñecas sobre su sexo y experimenta su propio orgasmo profundo y silencioso. María está pendiente de todo, creo que el hecho de tener que guardar silencio potencia su clímax. Gira el cuello mirando tímidamente hacia atrás. Preciosa. De pié, con los colores subidos, y el cuerpo ligeramente encogido. Todo está saliendo de forma inmejorable. Dejo un minuto que se relaje, y con la mano aún en su sexo, la dirijo al sofá, dos metros más atrás. Digo “quédate aquí, tesoro”… y ella susurra “no te la folles aún, no sé si me gustaría verlo, al menos fóllame a mí primero”. “Ssssshhhh tranquila tesoro, aún tienes tú que jugar un poco más con ella, además, es tu regalo, no el mío”. Y su sonrisa la delata.

 

Olga, de pié, está a la espera de que yo le diga como seguir. Ha adoptado el papel de dejarse hacer y no emite ninguna protesta, pese a tenerla de pie ya un ratito. Voy hacia ella y no puedo evitar sólo rozar mínimamente su cuerpo con las yemas de mis dedos. Sus pezones responden al instante. Son morenos, con una aureola reducida y concentrada en su color café. Son largos y apuntan orgullosamente hacia arriba. Las palmas de mis manos se mueven como si estuvieran dejándose pintar una imaginaria línea por ellos. Deslizo los tirantes de su vestido hacia atrás, por sus hombros, y este cae al suelo. Me separo un metro y la contemplo. Está preciosa, aún un poco nerviosa y excitada. Con sus braguitas granates aún puestas y sin medias. Vino sin ellas.

La beso suavemente. Con mi mano en su brazo, la hago caminar “vamos preciosa, lo estás haciendo genial”, la siento en un taburete con la espalda apoyada en la mesa tipo barra de bar que hay en la habitación. La sensación de frío al apoyar su espalda la pone una vez más la piel de gallina. Uffffffffffffff otra vez los pezones duros. Dudo si soltar sus manos, pero no lo hago aún, me gusta tenerla así, obediente y expuesta. Y sigo acariciando sus hombros y sus brazos con mis manos. Bajando llego a sus caderas, la parte exterior de sus muslos, sus rodillas… las separo para ver su sexo. Es precioso, el vello es corto y presenta una forma triangular mayor de lo que es común ver hoy en día. Los labios son muy oscuros, bien marcados. Brillan semiabiertos. No puedo evitar comenzar un recorrido con mi boca y mi lengua sobre su piel. He empezado en su oído y sé perfectamente dónde voy a acabar. Lo hago despacio. Muy despacio. Concienzudamente.
Por la cara interna de sus brazos, entre sus costillas, la piel de sus muslos, o la zona de la clavícula… la parte inferior de sus senos, una curva perfecta… y bajo hacia su ombligo. Presiono ciertas partes aparentemente no erógenas con mis manos y noto su reacción excitada. Todo el cuerpo es sensible en este momento. Pero yo sigo mi camino a su sexo. Me agacho ante ella contemplando su precioso coñito que se muestra ante mí según abro más sus piernas con mis manos en sus rodillas. Se deja hacer. Se recoloca en el taburete deslizando su cuerpo hacia delante, para que tenga mejor acceso. Ella también se muere porque llegue al lugar que yo deseo llegar. Acabo mi disimulo y mi boca queda conectada a su vulva. Paso mi lengua suavemente. Está gimiendo otra vez, echa su cabeza hacia atrás y emite sonidos ininteligibles al ritmo de mi lengua en su interior. De nuevo estoy completamente empalmado pero sigo disfrutando este delicioso manjar. Concentrado en ella. Siento que goza con mis juegos.
Súbitamente, las palabras que salen de la boca de Olga me dejan paralizado “Uffffffffffffff mmmmm me encanta, pero quiero que me lo haga María… que lo haga ella, por favor”, y María estalla en una carcajada gigante “¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA nos ha pillado…!”. Yo, entre divertido y excitado simulo tomar de nuevo el control de la situación y digo secamente “Ahh síiiii? María, ven!”. Ella se levanta con parsimonia, y moviendo sus caderas al andar al estilo Marilyn se sitúa a mi ladito. “Si, jefe?” dice divertida, justo antes de recibir un azote de mi mano en su precioso culito “Venga, doctora, ya ha oído a su paciente de esta noche, y creo que es una urgencia”.
Y después de quitarse sensualmente las braguitas para mí, se inclina provocativamente sobre el cuerpo de su amiga queriendo pasar los labios por la cara interior de sus muslos para jugar con ella de nuevo. Pero yo no quiero ya juegos. Me hago el ofendido en mi amor propio por haber sido descubierto en mi “siniestro” plan, siempre actuando (por dentro estoy muerto de risa) y, en mi papel de director de orquesta disgustado con los músicos, la cojo del pelo y centro su boca sobre el sexo de Olga, que sigue sentada en el taburete con las piernas abiertas… digo imperativo “tú ahí, que es tu regalo”. María separa su boca, me sonríe golosa y vuelve a la labor encomendada.
A continuación, simulando decisión en mis movimientos, hago lo siguiente que me da morbo: soltar las manos de Olga, liberar sus ojos del pañuelo y sus oídos. Estoy loco por que se vean la una a la otra… salvo el día del restaurante en el aseo siempre sus relaciones y conversaciones han sido formales y educadas. Dos chicas de orden. Y ahora se encuentran en este registro totalmente diferente. Dando rienda suelta a sus deseos ocultos. Es delicioso contemplarlo y participar. Jo, y eso que nunca he sido un fan de las relaciones entre chicas, pero en el momento, estar dentro del círculo me tenía hechizado. Tomé una cierta distancia, más o menos un metro, y me puse a contemplar la escena. Habían juntado sus bocas otra vez y las manos de ambas recorrían el cuerpo ajeno con ansiedad. Dejé esto suceder durante unos minutos, recostado en el sofá y con la mano sobre mi polla, me sentía satisfecho con la obra creada por mi sucia mente.
 

Pero María era golosa. Y su boca volvía a recorrer el cuerpo de Olga. Ella también sabía perfectamente dónde terminaba el recorrido de sus labios. La meta estaba entre las piernas de Olga. Ahora Olga sujetaba la cabeza de María contra su cuerpo a la vez que impulsaba su pelvis hacia ella. Las manos de María, abiertas, abarcaban los maravillosos glúteos de Olga sobre el taburete. Por su parte, el precioso culo de María, redondo y firme, se movía ligeramente con la escena. Entre sus piernas, la imagen de la grieta de su sexo, hinchado, era grandiosa. Olga tenía sus ojos clavados en mí, me miraba sin hacer nada, pero la carga sexual de sus ojos no soy capaz de describirla con palabras.

Me fui acercando, mi miembro estaba completamente excitado y, como los pezones de Olga que continuaba mirándome, también apuntaba hacia arriba. Me situé detrás de María, y con una pequeña advertencia consistente en situar mi mano sobre su grupa acariciándola, fui introduciendo poco a poco mi polla dentro de esa húmeda y caliente gruta, que últimamente me alojaba en su interior gustosamente. Sí, tengo mil cosas que probar con María y al final tiendo a acabármela follando en esta posición, pero este día era distinto. Olga me miraba, se mordía su labio inferior en una imagen preciosa. Yo también le miraba a ella como indicando que esta penetración no era sólo para María. También para ella. María me confesaría después que esos momentos en los que estaba en el medio de nosotros dos se sentía también la mujer más feliz del mundo.
Y sí, empecé a acelerar el ritmo y a poner cara de salvaje. Ocasionalmente, apretaba yo mismo desde atrás la cabeza de María contra el sexo de Olga. Otras veces acariciaba su longitudinalmente su columna. O le daba un azote. En realidad, todo ello formaba parte de una especie de actuación que le estaba dedicando a Olga. Algo así como “mira como dispongo de María”. Y poco a poco, quizá más por el trabajo que la boca de María la hacía sobre su coño, que por la imagen que yo le proporcionaba, empezó a contraerse… cerraba los ojos y los volvía a abrir para mirarme, como rebelándose ante lo que su cuerpo la ordenaba en otro profundo orgasmo. Y yo, actuando para ella y su momento, y para María que me sentía directamente, aceleré el ritmo al máximo de mi cuerpo, en un polvo salvaje y brutal, pero que dio el resultado esperado cuando los músculos internos de la doctora Ortiz tomaron vida propia sobre mi polla y ella se puso a gritar. A gritar a milímetros del coño de su amiga.
La escena era impresionante. Me hubiera encantado tenerla en un vídeo. Tomé nota mental de buscar algo así en Internet y mandárselo a ellas para que fueran conscientes del momento que me estaban regalando. Y así, luchando también contra mi mente que me llevaba a la explosión de mis sensaciones, y contra el ritmo diabólico que me impulsaba, me mantuve todo lo que pude sintiendo los últimos estertores del orgasmo de María. Después, tampoco aguanté mucho más, y notaba como se acercaba mi propio orgasmo. Envuelto por un aroma completamente sexual, me dejé llevar, pero aún quería añadir una guinda al momento. Saqué mi polla de dentro de María para que Olga la contemplase, la apoyé longitudinalmente sobre el valle de sus glúteos y, mirando a Olga en sus ojitos estallé brutalmente. Me encantó ver cómo la primera gota de mi semen impactó contra el torso desnudo de Olga. Estábamos desatados. Sin el menor pudor, la recogió con un dedo y se la llevó a la boca sin dejar de mirarme a los ojos. Era el paraíso. María también experimentaba escalofríos al sentir los chorros de mi caliente fluido sobre la piel sudorosa de su columna. Lo prolongué todo lo que pude y luego me dejé caer suavemente sobre su espalda, cubriéndola. Olga acariciaba cariñosamente nuestras cabezas. Nuestros cabellos.
Esa misma noche, hasta las 3 de la mañana en que llegó el taxi prometido a recoger a Olga, probamos muchas cosas más. Casi siempre las contemplé, y sólo participé completando escenas cuando ellas me lo pedían. Aún guardo algunas fotos en mi teléfono móvil que me comprometí a convertir en archivos protegidos y ocultos y enviárselas. Reímos, nos entregamos y gozamos. Tomamos varias copas. Incluso me di el placer de tumbarme en medio de la cama con cada una de ellas enroscada a cada lado de mi cuerpo. Una fantasía que no tenía mucho peso en mi sucia mente, pero que no pude evitar en ese momento practicarla. Mientras estaba en ese paraíso pensaba cómo dar una vuelta de tuerca más a nuestra historia. Pero de eso hablaré en el próximo capítulo.

Muchas gracias por llegar hasta aquí. Carlos López. diablocasional@hotmail.com

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre las modelos que inspiran este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: Conociendo a Pamela 3 (POR KAISER)

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Conociendo a Pamela
Sebastián almuerza con sus tíos, conversan un rato y los acompaña después de comer, sin embargo no haya el momento para que se vayan, solo quiere volver a la habitación de su prima y seguir leyendo su diario de vida para saber que otra aventura ella ha tenido.
Ese día ellos se van a trabajar más tarde de lo previsto, Sebastián se encarga de lavar la loza y ordenar, no quiere ser molestado por detalles. Después se va al living y espera con unas ansias cada vez más crecientes que ellos se vayan. Apenas lo hacen sale disparado hacia la habitación de Pamela.
De inmediato busca el diario de vida y salta sobre la cama para seguir leyendo y pajeandose. Pronto encuentra algo interesante.
19 de junio.
Había prueba de ciencias y yo no había estudiado nada, nada en absoluto, pero si me ausentaba seria peor, así que decidí lanzarme así no más a ver como iba.
Para variar la prueba estaba muy difícil, respondí lo que podía, que no fue mucho, y después me quede haciéndome la tonta tratando de ver si le podía copiar a alguien. En ese momento cayo un papel en mi mesa y después otro. Discretamente los tome y los abrí, eran parte de las respuestas de la prueba. Mire en todas direcciones pero no puede ver quien me los había lanzado, lo importante es que contenían parte de las respuestas.
Ya llevaba casi la mitad de la prueba cuando me di cuenta de donde venían los papeles. Eran dos chicos que estaban sentados tras de mi, Braulio y Miguel, chicos a los cuales yo no les hablaba en absoluto pues son unos nerds, por ello me sorprendió que me ayudaran. No son especialmente guapos, Braulio usa lentes y Miguel parece que no se peinara nunca, en realidad yo los evitaba antes, así que me sorprendió que salieran en mi ayuda ahora en especial considerando las bromas pesadas que les hice antes.
Sebastián sigue con interés el relato de Pamela.
Tenia casi toda la prueba respondida cuando de pronto el profesor noto algo, yo juraba que me había sorprendido y avanzaba hacia mí, pero paso a mi lado y se detuvo, les pregunto a Braulio y Miguel acerca de los papeles que tenían escritos y para quien eran. Ellos no dijeron nada y el profesor les quito las pruebas a ambos, “nota máxima un 3” les dijo, ellos tomaron sus cosas y se fueron, yo me sentí miserable por lo sucedido, mal que mal fue por mi culpa, por querer ayudarme les fue peor.
26 de junio.
A la semana siguiente me entregaron la prueba, el profesor estaba sorprendido al ver mi nota, yo también pero me quede callada. Me di media vuelta y ambos me miraban, yo les sonreí de vuelta y se sorprendieron, quise acercarme a ellos para darles las gracias pero unos chicos se me acercaron antes y no pude pasar, en realidad quería darles las gracias por su ayuda desinteresada no como la mayoría que solo me pedía algo a cambio de cualquier cosa.
Sebastián se sorprende al ver esta faceta de su prima, él creía que por su popularidad era más selectiva con sus amigos.
Durante el recreo fui al patio trasero donde suelen estar, los vi leyendo una revista y les hable, “¡gracias se pasaron!” les dije, al principio ellos no sabían que decir pues normalmente yo nunca los saludaba, les pregunte por que me ayudaron y Miguel me respondió, “te vimos en problemas”, lo dijo con mucha franqueza y honestidad, algo que me agrado en ellos. Me senté entre ambos, claramente los ponía nerviosos con mi presencia, de reojo me miraban las piernas pues mi falda es bastante corta o mis pechos dado el escote de mi blusa, a mi me divertía ponerlos así, nerviosos y cachondos. Ambos resultaron ser bastante simpáticos y bien educados pues en ningún momento trataron de pasarse de listos.
Tras calentarlos por un rato una amiga apareció y me llamo, me puse de pie asegurándome que vieran bien mis piernas luego me di vuelta y les dije, “espérenme después de clases” ellos mi miraron sorprendidos y yo les hice un guiño, después me fui. Decidí darles un premio a los dos.
Sebastián esta más expectante que nunca y sigue leyendo con atención.
Llegado el momento al terminar las clases me separe de mi grupo y fui hacia el patio trasero, ahí estaban ambos con cara de no entender nada, que ingenuos, pensé en ese momento. Antes que me vieran me arregle un poco, solté mi cabello y me abrí un par de botones de la blusa para que mis grandes pechos se vean mejor. Luego me acerque y les hable, los tome por sorpresa y casi los mate del susto. La expresión de sus rostros me hizo reír, ya me imaginaba como estos se deben matar a pajas pensando en mí.
Les dije que me acompañaran a un rincón del patio donde habían unos viejos escritorios botados, durante los recreos los chicos se vienen a fumar aquí pero a esta hora ya no hay nadie cerca. Braulio iba a hablar pero yo lo tome por sorpresa y le di un tremendo beso en la boca, lo deje helado y sin reacción. Miguel nos mira con cara de no creerlo, luego lo tomo a él y también le doy su beso, busco cruzar mi lengua con la suya y le tomo sus manos y las pongo sobre mi cuerpo. Hasta ese momento mi intención era excitarlos, dejarlos que me toquen y hacerles una buena mamada, pero nada más.
Los jale a ambos para quedar atrapada entre ellos, les comencé a sobar sus bultos que ya estaban más duros que nunca, al principio ellos estaban incrédulos, no creían lo que sucedía, que yo estuviera ahí, pero poco a poco fueron ganando confianza y comencé a sentir sus manos en mi cuerpo. Me empezaron a sobar el culo y a levantarme la falda y a acariciarme mis pechos. Me empezó a llamar la atención la forma en que me metían mano, no era de una manera torpe y brusca, lo hacían con suavidad usando bien sus manos y sus dedos al punto que comencé a gemir con bastante intensidad cuando los dedos de Braulio se deslizaron entre mis muslos.
Sebastián ya esta verga en mano, el solo imaginarse a su prima entre dos tipos lo hace hervir.
Rápidamente Miguel me desabrocho la blusa, se lanzo como loco sobre mis pechos, me quito el sostén y comenzó a devorarlos, a lamer mis pezones y a chuparlos de una forma increíble, me sobresalte cuando sentí como se metía una lengua entre mis nalgas, Braulio se agacho detrás de mi, me subió mi falda y deslizaba su lengua entre mis nalgas mientras sus dedos hurgaban en mi coño, a estas alturas estaba más que claro que mi idea de solo hacerles con mucho una simple mamada se había ido al trasto.
Sobre unos escritorios abandonados ahí Braulio se recostó y me hizo ponerse encima de su rostro, así puede sentir mejor su lengua paseándose por mi ardiente sexo, ¡rayos realmente sabia usar su lengua! Miguel se abrió sus pantalones y saco su miembro, de dimensiones nada despreciables, de inmediato empecé a degustarlo con mis labios, se lo chupaba y le pasaba mi lengua por su deliciosa y roja cabeza, después lo puse entre mis tetas y lo empecé a pajear con ellas. Su verga se perdía entre mis pechos y se lo hacia con más cada vez, todo esto mientras mi coño no dejaba de ser lamido por Braulio, pero esto apenas comenzaba.
Ellos se pusieron de pie y le dije a Braulio que era su turno, le abrí los pantalones y saque su miembro para empezar a atenderlo como se lo merecía, me incline frente a él y le hice la mejor mamada de su vida, Miguel no se quedo de ocioso y tras hacerme delirar haciéndome sexo oral decidió usar su verga la cual sentí poco a poco como me la fue metiendo hasta recibirla toda. Me sujeta de mis caderas y me folla con fuerza, como a mi me gusta, siento su verga moverse dentro de mi sexo, lo hace tan bien, además me gusta esta situación, recibir un miembro en mi boca y otro en mi coño a la vez, si bien antes me había besado con dos chicos al mismo tiempo esta es la primera vez que tengo sexo con dos.
El miembro de Sebastián esta que explota, con una mano sujeta el diario de vida y con la otra se masturba.
Entre ambos me pusieron de espaldas sobre aquel escritorio, Braulio no tardo en empalarme con su miembro, puse mis piernas sobre sus hombros y comenzó a darme bien duro, mis gemidos se escuchaban por todo el lugar, si alguien nos descubría me importaba un cuerno, hombre o mujer me lo follaba igual. A Miguel no tuve que decirle nada, de inmediato me la metió en la boca hasta el fondo, casi no me deja respirar al principio pero pronto le tome el ritmo, ¡me daba rabia conmigo misma, tanto tiempo despreciando estas dos vergas solo por que ellos se veían raros!, que idiota de mi parte.
Mis pechos no dejan de agitarse mientras entre los dos me cogen, se turnaban para follarme, yo pasaba de verga en verga y eso me encantaba. No dejaban de follarme y yo de mamar sus vergas, follamos como animales, sin parar. Braulio me dijo que se quería correr en mi boca y Miguel en mis tetas, decidí concederles a ambos lo que quieren. Me acosté en el suelo para hacerlo más fácil, Miguel se puso encima mió y su verga entre mis pechos de inmediato comenzó a hacerse una paja con ellos aprentadolos con firmeza contra su miembro, Braulio se hinco a mi lado y recibí su miembro en mi boca, y con mis manos le estimulaba sus testículos.
Me excitaba de manera increíble no solo lo que hacia y lo que ya habíamos hecho, la expresión de placer en sus rostros me calentaba aun más, estaba decidida a sacarles hasta la ultima gota de semen. A Braulio se la chupaba con todo, recorría su verga con mis labios y de pronto sentí que palpitaba, que se convulsionaba, entonces un torrente de semen inundo mi boca hasta rebosarla, sabia delicioso, casi al mismo tiempo Miguel cubrió mis senos con su semen el cual chorreaba sobre ellos.
En ese momento Sebastián se corre sobre la cama de Pamela, la descarga fue tal que salpica sus sabanas y este se escurre en su mano.
Tras recuperar el aliento y limpiarme un poco me ayudaron a ponerme de pie, jamás me habían follado, así fue algo increíble y digno de repetir en otra ocasión. Pasamos al baño y aproveche de lavarme y ordenarme la ropa. Los tres salimos del colegio y ellos me dejaron en el paradero, les di las gracias por tan excitante momento y me despedí dándoles unos ardientes besos, desde entonces ya no los considero unos nerds y en realidad somos ahora íntimos amigos.
Sebastián respira profundo, entre extasiado y cansado después de pajearse de esa forma. “¡Sebastián, Sebastián ya llegue!” escucha en ese momento. Él abre sus ojos espantado al ver el desorden, “Pamela, ¿a esta hora? No puede ser” se dice a si mismo, además escucha otras voces, las amigas de Pamela también están aquí, si no hace algo pronto se meterá en un tremendo lió.

Relato erótico: “Descubro que mi madre es tan puta como yo” (POR GOLFO)

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Mi historia con ese maduro comenzó de la forma más imprevista y para mi desgracia, cambió mi vida. Hasta que le conocí era una mujer preocupada solo por mi profesión y sin tiempo de buscarme una pareja.  No penséis por ello que era un bicho raro, al contrario siempre me he considerado bastante normal.
Antes de nada quiero  presentarme, me llamo Martha tengo 28 años y soy de la ciudad de Monterrey. Físicamente atractiva,  cuando ando por la calle soy objeto de las lisonjas subida de tono de los babosos. Especialmente atraigo a los albañiles y por eso cuando paso por una obra, es raro que no escuchar una serie de piropos. Sé que mi cabello negro junto con mi apariencia elegante despierta en esa gente sus bajos instintos y por eso, llego hasta cruzarme de acera para pasar por enfrente de esos pazguatos. Nunca he comprendido porque lo hago pero reconozco que me resulta reconfortante recibir sus alabanzas quizás porque como estoy soltera y sin novio no tengo quien me las diga.
Muchas veces mis compañeras de la clínica donde trabajo como odontóloga me han recriminado este comportamiento. No les parece sensato ni moral que una bonita flaca  disfrute alegrando la vista a esos trabajadores.   Siempre les había contestado:
-¿Qué hay de malo?
De tanto tentar a la suerte, un día que iba a trabajar un grupo de seis tipos decidió pasar un buen rato divirtiéndose a mi costa. Totalmente despistada no los vi llegar y cuando quise darme cuenta, los tenía encima.
-¿Dónde vas con tanta prisa?- preguntó el líder de esa panda cerrándome el paso.
Por su tono comprendí que estaba en problemas e intenté huir pero sus amigotes me lo impidieron. Muertos de risa, me rodearon mientras me manoseaban de arriba abajo, de modo que en solo unos segundos mi trasero y mis pechos recibieron más “caricias” que durante un par de años.
-¡Dejadme!- lloré sabiendo que si no conseguía que se apiadaran de mí, lo menos que me podía pasar era que esos cabrones me violaran.
El que me cortó el paso me agarró de la cintura y me obligó a pegarme a su cuerpo. Os juro que no sé qué fue más desagradable si su olor fétido o sentir su pene erecto rozando contra mi entrepierna. 
Cuando ya me daba por perdida, apareció un hombretón grande y maduro e interponiéndose entre ellos y yo, me protegió diciendo:
-¿Por qué no os metéis con alguien de vuestro tamaño?
La seguridad que manaba de su voz hizo que el grupo retrocediera, momento que él aprovechó para llevarme en volandas hasta su auto. La facilidad con la que cargó mis casi cincuenta kilos me hizo comprender que estaba ante un gigante y en vez de aterrarme, hundí mi cabeza en su pecho y me puse a llorar.
El moreno me acunó entre sus brazos sin importarle el hecho de no conocerme y durante unos minutos dejó que me desahogara sollozando. Poco a poco, fui tranquilizándome al saberme segura pero al mismo tiempo al oler su fragancia masculina me percaté de lo rara que era esa situación y por eso, le pedí que me dejara en el suelo.
Soltando una carcajada, obvió mis deseos y en vez de dejarme donde yo quería, me depositó en el asiento del copiloto de su carrazo.  Tras lo cual cerrando la puerta, se puso en el lado del volante.
-Niña, ¿Dónde te llevo?- preguntó mientras me ayudaba a abrocharme el cinturón de seguridad.
-Tengo que ir a trabajar- respondí muerta de vergüenza al notar que los botones de mi blusa estaban sueltos y que ese hombre podía ver en su totalidad el brasier de encaje que llevaba.
Muerto de risa, comentó:
-Tapate y dime dónde vives. Así no puedes aparecer en la oficina.
Comprendí que tenía razón y por eso le di la dirección de la casa donde vivía con mis padres. El enorme y guapo sujeto asintió y sin preguntar me llevó hasta allá. Me estaba bajando cuando caí en la cuenta que no sabía nada de mi salvador y por eso dándome la vuelta, le agradecí el favor y le pregunté su nombre.
-Fernando- contestó mientras dejaba en mis manos una de sus tarjetas de visita, tras lo cual me dio un beso en la mejilla y despareció entre el tráfico.
Todavía con los nervios a flor de piel, subí en el elevador y abrí la puerta. Pensando que no habría nadie en casa, directamente me fui a mi habitación mientras no dejaba de pensar en ese hombre que me había salvado. Tuve que reconocer que la virilidad que me transmitió, me había puesto cachonda y por eso abriendo mi armario, saqué de él una minifalda y un top color melón que sabía que me sentaba de maravilla.
Satisfecha me miré en el espejo. Allí descubrí que el pensar en ese moreno me había alterado y que la muchachita delgada  que devolvía ese cristal, tenía mis pechitos en punta. En ese momento decidí que iba a llamarle esa misma tarde y que intentaría quedar a cenar con él.
Fue entonces   cuando de pronto un ruido me hizo comprender que no estaba sola y fui a ver quién estaba a esas horas en mi casa. Imaginaros mi sorpresa cuando al llegar a la cocina me encontré a  mi madre con  Mario, el hijo del portero. Si por si eso no fuera poco, me quedé lívida  al comprobar que esa mujer educada a la antigua y de la que nadie nunca ha murmurado siquiera un chisme, estaba besando a ese chaval. Paralizada, me escondí y desde el quicio de la puerta, me quedé espiando la escena. Pegando mi cuerpo a la pared, saqué la cabeza para mirar sin ser vista.
En la habitación y vestida con un traje negro, mi madre llevaba su blusa medio abierta y lo sé porque pude ver como Mario metía su mano bajo la tela y cogía entre sus manos los enormes pechos con los que la naturaleza la había dotado. Dándole lo mismo,   no puso reparo a sus toqueteos y con un extraño fulgor en sus negros ojos, dejó que se los sacara dejándome admirar que la edad había hecho poco daño en ellos y que venciendo la gravedad, se mantenían duros u firmes.
Justo cuando el hijo del portero se estaba metiendo un negro pezón en su boca, mi madre buscó sus besos diciendo:
-¿No prefieres que te la chupe?.
La lujuria sin límite que proyectaba mi vieja convenció al muchacho el cual bajándose los pantalones, sacó su miembro del encierro y  le dijo:
-Cómetela, ¡Puta!.
Creí que mi madre iba a responder con una cachetada a semejante insulto pero completamente ruborizada, se arrodilló frente a él y obedeciendo, lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base. Satisfecho su amante le presionó la cabeza con sus manos forzándola a proseguir su mamada. No pude evitar quedarme petrificada al comprobar que ese pene se acomodaba perfectamente en la garganta de mi mamá.
-Eres una vieja mamona- alegremente Mario le gritó al sentir la humedad de su boca.
Su madura pareja incrementó la velocidad de la maniobra buscando como loca el conseguir el anhelado alimento  y no contenta con ello, con sus dedos comenzó a acariciar los huevazos del muchacho. Para entonces, mi sorpresa había menguado y viendo la maestría con la que estaba mamando esa verga, me empecé a calentar.
Todavía no estoy muy orgullosa, pero  la cachondez con la que mi amada madre la comía provocó que llevara una mano bajo mis propias pantaletas y sin perder ojo, me pusiera a masturbarme. Acariciando con delicadeza mi clítoris, disfruté de ese incestuoso espectáculo cada vez más alterada. Mi pubis me recibió lleno de flujo al admirar a la que siempre había considerado una mojigata mamando sin parar. Descubrir que era al menos tan caliente como yo, me excitó e introduciendo un dedo en mi coñito, gemí calladamente.
Para entonces, los mimos de esa felación había llevado a Mario al borde del orgasmo por lo que gritando le informó que se iba a correr. Mi madre sorprendiéndome nuevamente le pidió que lo hiciera en su boca y acelerara el  compás de su boca hasta que el hijo del portero explotó en su interior. Ella no le hizo ascos a ese semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda la blanca simiente del chaval sin que por ello ni una gota manchara su inmaculado traje.
La cara de deseo que descubrí en mi madre me llevó a un nada filial clímax y con mi entrepierna empapada, hui de allí mientras Mario la colocaba a cuatro patas y cogiéndole de su cintura, le levantaba la falda aireando un culo prieto y bien puesto. Solo me dio tiempo de observar su glande recorriendo los pliegues de mi vieja antes oír que le decía:
-Fóllame, por favor.
No me podía creer que mi madre le estuviese poniendo los cuernos a mi padre.
-Dame lo que mi marido no me da- insistió olvidando que era una señora casi de cincuenta años y que al menos le llevaba treinta al crio,
Cumpliendo sus deseos, Mario cogiéndole su lisa melena negra, la usó como riendas y metiéndosela de un golpe, empezó a cabalgarla. El modo tan brutal con la que apuñaló su sexo la hizo gemir y comportándose como si estuviera en celo, le rogó que no parara.
Ya no pude oír más porque salí del apartamento, incapaz de soportar la calentura que me producía el saber que mi padre tenía una cornamenta descomunal.
Ya en la calle, agarré un taxi que me llevara hasta la clínica odontológica en la que trabajo. Durante el trayecto, la imagen de la zorra de mi  madre y la de mi moreno salvador hicieron que me fuera poniendo aún más cachonda. Por eso al llegar a mi destino tras pedir perdón por mi retraso, entré directamente en el baño.
Sofocada y con mi respiración entrecortada, me senté  y bajándome el tanga, llevé mi mano hasta mi sexo.
“¡Que bruta estoy!”, me dije al recorrer los pliegues de mi vulva y descubrir que estaban húmedos y calientes.
Dejándome llevar, traté de visualizar que se escondía debajo de los pantalones de Fernando y a tenor de su tamaño, me imaginé que ese hombre tenía entre las piernas una hermosa verga coronada con un enorme glande.
No sé si fueron las extrañas circunstancias que me habían pasado pero en cuanto  puse forma a ese aparato deseé hundir mi cara en él y abriendo mis labios, dejar que me entrara hasta la garganta. Os reconozco que sentí como me licuaba con solo pensarlo y dando uso a mis deditos, intenté complacer mi calentura.
Muchas mujeres se niegan a mamar una buena herramienta pero a mí, os confieso que me pone burrísima. Hay pocas cosas que me gusten más que sentir una polla en mi boca mientras mi pareja me dice burradas al oído. Por eso me imaginé que al recogerme a la salida de mi trabajo, ese moreno iba conduciendo cuando sin más prolegómeno aprovechaba un semáforo para bajarle el cierre de su pantalón.
Y que al hacerlo, ese desconocido sonreía y sin dejar de conducir, me cogía de mi negra melena y llevando mi cabeza hasta su entrepierna, me decía:
-Flaca, ¿A qué estas esperando?
Su permiso me dio alas y retirando mi cabello, me permití contemplar su atrayente aparato. El aroma a macho que desprendía me hizo relamerme mis labios anticipando el banquete que me iba a dar en su honor y sacando la lengua me puse a lamer con sensual lentitud cada centímetro de su verga.
En mi imaginación, Fernando comportándose como un exigente amo, me ordenó que separara las piernas y que usara una de mis manos para masturbarme. Ni que decir tiene que fue el modo en que mi mente buscó una explicación para el par de dedos que ya tenía clavados hasta el fondo de mi sexo y por eso, todavía con más ardor, seguí pajeándome.
Cada vez más cachonda, me vi lamiendo dos sabrosos huevos antes de abriendo los labios, introducirme toda su extensión hasta el fondo de mi garganta. Ya sentía la acción de su pene contra mis mofletes cuando escuché que una compañera entraba en el baño. Con disgusto comprendí que debía dejarlo para otro momento y bastante acalorada, me vestí y salí del cubículo.
-Martha, ¿Te sientes bien?- preguntó mi amiga al ver mi cara totalmente colorada.
-¿Creo que me voy a poner enferma?- respondí buscando una exclusa creíble para el color de mis mejillas-
Lupe creyó mi versión y sin darle mayor importancia, me dijo que tenía que cuidarme y siguió maquillándose. Roja de vergüenza fui a mi  despacho, deseando que con el trabajo se me pasara el sofoco.
Desgraciadamente, durante toda la mañana, dejé que mi imaginación volara con cada uno de mis clientes. Si era una mujer la paciente a la que tenía que arreglar los dientes, me inventaba que era la zorra de mi madre la mujer que se sentaba en mi consulta y que los instrumentos de dentista con los que trasteaba en su boca, eran la verga de mi salvador. Si por el contrario era un hombre, le cambiaba de cara y me imaginaba que era ese moreno, quien descansaba esperando mis caricias.
De esa forma, al llegar la hora de comer, lejos de tranquilizarme estaba dominada por una brutal lujuria y sin tomar en cuenta las consecuencias, agarré la tarjeta de visita de ese desconocido y le llamé.
Reconocí su voz en cuanto descolgó y temiendo que no se acordara de mí, le dije:
-Fernando, Soy Martha. La boba que esta mañana salvaste.
-Sé quién eres- respondió y muerto de risa, me soltó: -No todos los días están a punto de partirme la cara y menos por culpa de una preciosa flaquita de largas piernas.
El piropo me encantó y más segura de mi misma, comenté:
-Quiero agradecerte el favor y he pensado en invitarte a cenar esta noche.
Mi petición le hizo gracia pero haciéndose el caballero, me respondió:
-Acepto si me dejas elegir el restaurante y pagar la cena.
Su respuesta me satisfizo y con mi coñito rebosando de humedad, le pregunté únicamente como debía ir vestida.  El maduro tonteando descaradamente conmigo, contestó:
– Quiero que esta noche te esmeres y cuando te recoja en tu casa, la mujer que entre en mi coche sea una diosa.
Como imaginareis,  prometí sorprenderle y colgando el teléfono, me puse a planear la forma en que me llevaría a ese gigante a la cama….
La cena donde realmente le conozco.
Tal y como habíamos quedado, Fernando pasó a por mí, lo que nunca me esperé fue que respetando unas costumbres que creía ya anquilosadas, tocara al timbre y se plantara en mi casa. No os podéis imaginar la cara de mi madre cuando vio que esa masa de músculos de más de uno noventa era mi pareja de esa noche. Alucinada por la diferencia de edad, me fue a buscar a mi habitación diciendo:
-Hija, abajo hay un tipo que dice que viene a buscarte.
Por su tono comprendí que estaba molesta pero recordando la postura en que la había pillado esa mañana, decidí castigar su maternal preocupación diciendo:
-Verdad que es impresionante. ¡Está buenísimo!
Cabreada por mi descaro, me exigió que guardase al menos la compostura frente a él y que no notara lo mucho que me atraía. Muerta de risa por su hipocresía, seguí profundizando en una nada inocua rebelión diciendo:
-No me esperes. Si todo sale como espero, ¡Mañana despertaré en sus brazos!
Ni se dignó a contestar mi impertinencia y dejándome sola en mi cuarto, bajó a hacer compañía a Fernando. Creyendo que había ganado esa batalla, tranquilamente terminé de arreglarme. Como deseaba conquistarle, me vestí con un escueto traje de negro bastante sensual y muy escotado que  dejaba también al aire la mayor parte de mis piernas. Encantada por la imagen sexi y elegante del espejo, me eché perfume y bajé a encontrarme con mi cita.
El guapetón que me esperaba recorrió con sus ojos mi cuerpo mientras me deslizaba por las escaleras meneando mi pandero. En su rostro descubrí que había acertado con la vestimenta pero cuando realmente confirmé que le atraía, fue cuando me dijo:
-Nunca creí que con mis años vería a un ángel recién caído del cielo.
Ese educado piropo tan diferente a los que estaba habituada, consiguió sonrojarme y devolviendo su lisonja, le respondí:
-Si yo soy ese ángel, tú eres mi Zeus.
Fernando soltó una carcajada y asiéndome de la cintura, me dio un suave beso en los labios mientras me decía:
-Me podías haber avisado que tu madre nos acompañaría.
La tersura de sus labios y el aroma a macho que desprendía no me dejó asimilar su queja hasta que vi en la puerta a mi vieja lista para salir. La muy pérfida con una sonrisa en su cara, comentó:
-Como tu padre está de viaje, me he auto invitado. ¿Verdad que no te importa?
“¡Será zorra!”, pensé, “¡No le basta con ponerle los cuernos a su marido que encima quiere chafarme los planes!”
Disgustada por partida doble con la mujer que me había traído al mundo, tomé mi bolso y abracé a mi pareja mientras mi madre nos seguía unos pasos atrás. Fernando debió notar mi encabronamiento porque susurrando me preguntó:
-¿Por qué estás tan enfadada con ella?
No pude confesarle la verdad y en vez de ello, pegándome a su cuerpo, respondí:
-Deseaba divertirme contigo esta noche.
Os juro que mi respuesta no tenía un sentido sexual pero mi  pareja de esa noche, me malinterpretó y rozando uno de mis pechos, me dijo al oído:
-No te preocupes, tu madre no tiene por qué enterarse.
Esa robada caricia hizo que mis dos pezones se pusieran como piedras y mi coñito se empapara mientras galantemente Fernando me abría la puerta del copiloto. Rápidamente me subí, no fuera a ser que mi vieja quisiera ocupar el lugar que por derecho tenía reservado. Al ver su gesto de disgusto, comprendí que esa había sido su intención y por ello, sonreí mientras se sentaba en la parte trasera.
Ajeno a ello, el enorme maduro cogió el volante y como si fuera algo normal en él, nos informó que había reservado una mesa en el mejor restaurante de la ciudad.
-¿Cómo has conseguido mesa?- pregunté porque era famoso por estar siempre lleno y que si querías ir al él tenías que pedirlo con dos semanas de anticipación.
Muerto de risa, contestó:
-Es mío.
Fue entonces cuando caí en el apellido de su tarjeta y descubrí que estaba con un afamadísimo millonario que no solo era dueño de una cadena de restaurantes sino que era el propietario del casino de mi ciudad.
“¡Dios!, es Fernando Legorreta.
Saber que muchas mujeres hubiesen dado la mitad de su vida por disfrutar de su compañía, me dejó alelada al no comprender que había visto ese hombre en mí. Mientras mi mente rulaba a mil por hora, ese don Juan charlaba animadamente con mi madre.
Un pelín envidiosa de las atenciones con las que trataba a esa zorra, agarré una de sus manos y la puse sobre mi muslo. El maduro no se mostró sorprendido por mi acción y antes de que me diera cuenta me estaba acariciando sin importarle que la mujer que tenía detrás fuera mi madre.
Azuzada por sus caricias, separé mis piernas y levantando mi falda, le dejé clara mi disposición. Él al percatarse de mi entrega, disimulando fue subiendo por mis muslos desnudos acercándose poco a poco a mi sexo. La sensación de estar siendo acariciada con ese público tan selecto, me terminó de excitar y moviendo mis caderas hacia delante busqué el contacto con su mano.
-Señora, ¿sabía que su hija en un poco aventada?- preguntó mientras uno de sus dedos se abría camino bajo mi tanga.
-¿Por qué lo dice don Fernando? – preguntó mi vieja sin saber que en ese momento su hijita estaba siendo gratamente recompensada.
Y mientras le narraba la difícil situación en la que me había conocido, se apoderó de mi clítoris con una de sus yemas. Os reconozco que me creí morir al sentir su dedo hurgando en mi sexo y mordiéndome los labios deje que ese casi desconocido me masturbara mientras a pocos centímetros mi madre conversaba con él, cómodamente aposentada en el sillón trasero.
“¡No puedo ser tan zorra!” pensé mientras todas las células de mi cuerpo ardían por la lujuria.
Mi calentura era máxima cuando sentí que como si fuera un pene, su yema se introducía en mi interior y comenzaba un delicioso vaivén de fuera a adentro y viceversa.
“Me voy a correr”, adiviné al notar que una maravillosa corriente eléctrica asolaba mi anatomía.
Reteniendo las ganas de gritar, sufrí un gigantesco orgasmo mientras mi madre me recriminaba el haberme puesto en riesgo con esos albañiles.
Al maduro no le resultó indiferente comprobar que sus dedos se impregnaban de la pringosa prueba de mi placer e incrementando sus toqueteos, me llevó a la locura mientras su propio pene se alzaba bajo su pantalón. No os tengo que decir que si no llegamos a tener compañía me hubiera lanzado golosa contra su verga porque en ese momento, lo que me hubiese apetecido hubiera sido incrustar ese manjar entre mis mofletes.

En vez de ello, me tuve que conformar con ver que Fernando retiraba su mano de mi entrepierna y llevándosela a su boca, lamía con gusto el flujo que había quedado entre sus dedos. Al verlo, casi me vuelvo a correr y fue entonces cuando decidí que de esa noche no pasaba que yo catara la simiente de ese macho.
Cinco minutos después llegamos a nuestro destino, como el caballero que es, ese maduro nos abrió la puerta y nos llevó a un elegante apartado dentro del restaurante. Al no estar habituada a tanto lujo, tanto mi vieja como yo nos quedamos impresionadas con el detalle de reservar la mejor mesa para nosotros.
Educadamente, nos hizo sentar a cada lado, de forma que yo quedé a su izquierda mientras mi madre se sentaba a su derecha. Comportándose como el perfecto anfitrión, nos preguntó que queríamos beber y en vista que tanto las dos queríamos vino, llamó a su sumiller y le pidió uno de los caldos de su bodega personal.
Al oír que su elección era un Petrus, me quedé nuevamente impresionada porque una botella de ese tinto francés bien podía costar los tres mil quinientos pesos. Al protestar porque me parecía muy caro, Fernando contestó:
-Los buenos vinos están para las grandes ocasiones y qué mejor que estar acompañado de dos bellezas.
La puta de mi vieja quedó encantada con el piropo y luciendo conocimientos, se puso a comentar con él las virtudes de los vinos de Francia contra los de origen español. No sabiendo nada sobre ese tema, me tuve que quedar en silencio y dándole vueltas al placer que ese hombre me había dado, despertó mi lado salvaje y por eso llevé mi mano bajo el mantel.
Mientras mamá y Fernando charlaban posé mis dedos sobre su musculoso muslo y viendo que no repelaba, fui recorriendo la tela de su pantalón hasta llegar a su bragueta. Al hurgar en su entrepierna, me encontré con una enorme verga que confirmó mis previsiones: ¡Fernando estaba magníficamente dotado!. Por eso importándome un carajo que mi vieja estuviera hablando con el, comencé a jalar de ese maravilloso instrumento, devolviendo parte de la vergüenza que me hizo pasar.
Mi maduro estaba aguantando estoicamente el tipo sin quejarse cuando mi madre afortunadamente preguntó dónde estaba el baño y tras recibir las indicaciones se levantó y salió del reservado. Ya solos, Fernando acomodándose en su silla, me preguntó si no prefería mamársela.
¡No me lo tuvo que pedir dos veces!
Cumpliendo mi sueño, me arrodillé bajo la mesa y al amparo del mantel, desabroché su pantalón y saqué de su encierro su aparato.
-¡Es enorme!- exclamé al coger por primera vez esa belleza entre mis dedos.
Larga, gorda y con un capuchón a modo de champiñón  me dejó extasiada y disfrutando como una perra, acerqué mi lengua a esa maravilla. La fuerza de su virilidad era evidente y no solo por los más que llenos huevos que con gozo absorbí sino por el tamaño de las venas que decoraban esa extensión.
Recreándome en la mamada, embadurné con mi saliva todo su pene antes de abriendo mis labios, meterlo hasta el fondo de mi garganta. Fernando al sentirlo, presionó mi cabeza con sus manos forzando aún más esa profunda felación e increíblemente noté que no solo era capaz de absorberla por completo sino que mis labios entraban en contacto con la base de su sexo.
-Supe en cuanto te vi que eras una putita y que te tendría en esta postura- satisfecho, mi maduro me informó.
Ese insulto lejos de cortarme, me azuzó y con más ímpetu, fui metiendo y sacando su miembro de mi boca a la vez que con mis dedos acariciaba la bolsa de sus gordos testículos. Los golpes de su verga contra mis mofletes y garganta, me indujeron un trance lujurioso donde el mundo desapareció y solo existía para mí,  esa polla que rellenaba todo mi ser. Necesitada de hacer la mamada de mi vida, cumplí sus deseos fielmente hasta que el placer se acumuló en sus huevos y pegando un grito, se derramó explosionando en mi boca.
Fue increíble, golpeando mi paladar ese semen se me antojó un manjar solo al alcance de los dioses y no sabiendo si tendría otra oportunidad, devoré su semen como si me fuera la vida en ello, no fuera a ser que nunca beber de ese alucinante manantial y por eso no desperdicié ni una gota. Recorriendo su piel con mi lengua limpié su falo hasta que quedó inmaculado y solo entonces, escuché que mi madre había vuelto y que preguntaba a Fernando por mí:
-Se encontró con un amigo y ahora vuelve- respondió salvaguardando mi honor pero sobretodo evitando el escándalo de que mi vieja se enterara que su hija era una zorrita mamona.
Increíblemente, la mujer que me había dado a luz aprovechando mi teórica ausencia, empezó a tontear con el maduro de una forma tal que apenas tuve tiempo de meter su verga dentro del pantalón y cerrar su bragueta antes que esa guarra pusiera su mano sobre el muslo de mi adorado mientras le decía:
– Don Fernando, ¿Qué ha visto en mi hija?, no le parece que es demasiado joven para usted.
“¡Maldita hija de perra!”, pensé al ver que con todo descaro los dedos de esa puta se acercaban a la virilidad del tipo. No me podía creer el marrón en el que estaba. Despatarrada y con mi coño encharcado bajo la mesa mientras mi madre manoseaba al hombre que me volvía loca.
Disfrutando del momento, el maduro le contestó:
-Piense que su hija es igual que usted pero con veinte años menos. Y viendo como de guapa es usted, me garantizó que con los años no pierda atractivo.
Mi vieja cogiendo ya su instrumento, contestó:
-¿Y no prefiere alguien con más experiencia?
La escena curiosamente me empezó a calentar pero temiendo que esa mujer quisiera también meterse bajo la mesa, pellizqué uno de los gemelos de Fernando para que buscara el modo de que pudiera salir de ese problemazo. Mi maduro comprendió el dilema y soltando una carcajada, le soltó:
-Me encantaría- y haciendo como si buscaba un anticipo, acarició uno de sus pechos, derramando “involuntariamente” la copa de vino sobre su vestido.
Pidiendo disculpas Fernando la ayudó a secarse. Mi madre un tanto molesta, le dijo que no importaba pero que tenía que limpiar esa mancha si no quería que le quedara un cerco y por eso, desapareció rumbo al baño.
Nada más irse, salí de  debajo del mantel mientras muerto de risa, ese Don Juan  se reía de mí diciendo:
-¡Menudo par de putas están hechas la madre y la hija!
Su vulgar exclamación me hizo gracia y siguiéndole la corriente, respondí:
-¿Te imaginas tirarte a la mamá mientras su hija os mira?
Mis palabras cayeron como un obús en su mente y tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-Paso, tu vieja no me gusta. Pero te propongo otra cosa: ¿Qué opinas de que te encule mientras observas como otro tipo se la folla?
La idea me resultó cautivante y por eso no dudé en aceptar, diciendo:
-Me gustaría pero dudo que pueda ser. ¿Cómo vas a conseguirlo?
Descojonado, me respondió:
-Fácil, tu vieja va a creer que soy yo quien la folla cuando realmente mi verga estará incrustada en tu  culo- y recalcando sus palabras, me pellizcó un pezón diciendo: -Mientras cenamos la voy a poner tan cachonda que no va a poder negarse a que me la tire con una venda en sus ojos.
De esa forma y mientras mi coñito se anegaba de flujo, anticipando el placer que ese millonario me iba a dar esa noche, esperamos a que mi madre volviera del baño.
 
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

 

Relato erótico: “la maquina del tiempo 7” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Marco Antonio termino con los asesinos de julio cesar, pero prometió a julio cesar que cuidaría de ella y de su hijo. roma le mando allí para negociar con Egipto, pero al ver a la reina Cleopatra se enamoraron. la reina le recibió. él era muy apuesto. a ella le gusto enseguida y al igual.

cuando la vio vi su mirada sabía lo que iba a pasar no podía intervenir y cambiar la historia vi cómo se miraba una o al otro hasta que era inevitable. terminaron en la cama o en el lecho como dicen allí. fue un escándalo ya que Marco Antonio estaba programado por orden de Octavio el emperador para casarse con sus hermanas.
cuando se enteraron en roma desato la ira de Octavio a ella la acusaron de puta y a el de traidor roma declaro la guerra Egipto y Marco Antonio se unió a cleopatra.
– lo derrotaremos amor mio, verdad Ripeas. que me dices mi fiel consejero que todo lo sabe.
– no se mi señora- dije yo mintiendo- la cosa no pinta bien.
– vamos mi reina -dijo Marco Antonio – vas a creer a un consejero.
-él me ha ayudado mucho.
– no tiene magia ni ve el futuro- dijo Marco Antonio- pura casualidad.
a mí no me gustaba era muy prepotente.
– yo ganare esta guerra para ti y hare que Octavio se coma sus legiones -dijo Marco Antonio- ven aquí amor mío- dijo Marco Antonio a Cleopatra en el lecho y la beso.
ella enseguida fue a él y empezó a comerle la poya y empezaron a follar como animales yo me retiré por más que quise advertir a Cleopatra que los dioses no eran favorables y que no había buenos augurios, ella no me hacía caso. solo pensaba en estar con él y follar para ella.
él era su príncipe, un dios. a mí solo me quería por sexo nada más así lo comprendí yo me retiré con mis esclavas a follar en el lecho ya que Cleopatra no me hacía ya ni caso.
estaba yo follando con Cloe y zoo dos de mis esclavas mientas una me coma i la poya otra me chupaba el culo.
-así esclava mía así zorra.
– si mi señor. Os gusto como os doy placer.
– mucho esclavo.
luego me folle a zoo mientras Cloe me restregaba su coño por mi cuerpo.
– así mi señor que gusto. joderme hasta los huevos- decía una esclava- ahaja mi señor que poya tenéis.
luego di por el culo a Cloe mientras zoo la comía el coño.
– así mi señor. follarnos somos vuestras. hacemos disfrutar mi señor.
yo quería ver a Cleopatra y -por un agujero oculto que ella no sabía los oía a los dos follar. ellos no me oían a mí, pero yo sí. los oía follar a ellos. Marco Antonio la estaba dando por el culo a Cleopatra mientras ella le decía:
-así mi amor mi vida mi bien no paréis.
me di cuenta de que ello se querían de verdad y follaban con amor mientras mis dos esclavas me chupaban la verga hasta que me viene en sus bocas.
– a mi señor que rico néctar tenéis es deliciosos -me dijeron ellas mientras veía como cleopatra era follada por Marco Antonio y se corrieron juntos los dos se quedaron dormidos en el lecho. así que tape el agujero secreto y me quede juntos a mis esclavas dormido también. de pronto cuando estábamos dormidos viene un soldado egipcio llamando urgentemente a la reina.
– cómo te atreves a molestarme ahora- dijo ella.
– mi reina es urgente se aproxima un ejército contra nosotros de barcos de roma.
ellas se levantaron deprisa del lecho y marco Antonio se vistió de soldado. ella dijo:
– pongo mi ejercito a tu mando mi amor.
me hizo llamar lo cual respondí a su llamada:
– qué opinas Ripeas.
mi señora lo siento, pero los augurios no son propicios- dije yo.
– no hagas caso a este charlatán ya verás no dejare un barco de roma a flote -dijo Marco Antonio. así que partió. yo sabía lo que iba a pasar ya que venia del futuro como sabe el lector, pero no podía cambiar la historia, ya que tendría consecuencias en el futuro. cayó en una trampa, seguido a unos cuantos barcos de cebo y los destruyo cuando se creía que había vencido, el verdadero ejercito romano de Octavio con él a la cabeza le rodeo por dos fuegos y destruyo todo el ejercito Egipto y parte del romano de Marco Antonio.
los demás se rindieron y se pasaron al enemigo los romanos que quedaron él pudo escapar y llego al palacio Cleopatra le recibió:
– amor que ha pasado.
– ha sido una trampa del maldito Octavio. nos rodearon y destruyeron nuestro ejército. he perdido a mis hombres y tu ejercito esta destruido- dijo el -huye amor ya no me queda nada ni honor ni nada.
Octavio ya venía en camino y había entrado ya en Egipto.
Me quedo yo tu reina.
– vámonos juntos.
– nos encontrarían y nos matarían -dijo él.
– huir mi amor.
el cogió una espada y se atravesó el pecho sabía que era inútil huir. ella lloro desconsoladamente y me dijo:
– si te hubiese hecho caso Limpias.
– lo siento mi señora son los dioses el destino estaba sellado. no se podía hacer nada.
– he perdido a mi amor y he perdido a mi pueblo en poder de los romanos, solo me queda morir no se puede hacer nada.
– lo siento mi señora.
– antes quiero gozar contigo dentro de unas horas estará aquí Octavio para detenerme y ejecutarme. hazme el amor como tú sabes. hazme gozar.
llamo a su fiel esclava que también quería sacrificarse con ella y me dijo:
– ella y yo queremos pasar contigo las últimas horas que nos quedan.
así que nos desnudamos. ella estaba bellísima empezaron a chuparme la poya y empecé a podérmelas como nunca lo había echo antes ya que era su última voluntad.
– tomas zorras- y me follé a Cleopatra se la metí hasta los huevos.
ella se Moria de gusto mientras su esclava favorita la comía el culo luego me folle a su esclava ya que ella me pidió que la hiciera también disfrutar.
– así haznos disfrutar como nunca ya que pronto nos reuniremos con Osiris.
me folle a Cleopatra por el culo hasta mas no poder.
-ahahahaha pensare en ti en el más allá- dijo Cleopatra.
y luego a su esclava se la clave también mientras me decía:
– así mi señor hacerme gozar ahahahahah me corrroooooo mi señor.
luego ya las dije:
– comerme la poya.
me corrí en sus bocas lo cual se tragaron felices después me dijo Cleopatra:
– dejarnos solas. Ripeas tu podrás escapar. hay un pasadizo allí.
ella cogió un áspid una serpiente muy venenosa y se dejó morder en el seno mientras la esclava se degollaba ella misma. yo ya oía a los romanos llegar al salón del trono donde estaba así que cogiera reloj del tiempo y moví las manillas desaparecí de allí.
no me quedaba nada por hacer allí encontrarían a Cleopatra y a su esclava muertas desnudas suicidadas por ellas mismas.
no sé a dónde estaba así que oí voces y me escondí había hombres con espada y mallas me di cuenta de que estaba en la edad media CONTINUARA


Relato erótico: La señora ( Viernes, la quiebra) (POR RUN214)

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VIERNES. LA QUIEBRA

                        Cuando Bethelyn llegó a la entrada de su casa, Elise acompañaba a un hombre hacia la salida. Éste se adelantó para saludarla.
-Buenos días señora Brucel, es un placer volver a verla.
-El placer es mutuo señor Janacec.
 El señor Janacec era el asesor financiero de su marido. En los últimos meses, su esposo, había pasado más tiempo con él que con ella misma. Era un hombre repelente, con el pelo aceitoso y muy pagado de sí mismo. Dirigía el banco en el que su marido tenía depositado gran parte de sus bienes.
-Es una pena que deba irme. Siempre es un placer verla pero el tiempo es tan escaso.
-Pues entonces no pierda más el tiempo. –Contestó lo más cortésmente que pudo.
 Elise estuvo todo el tiempo mirándola fijamente. Bethelyn pensó en ella con su marido y se la imaginó a 4 patas con su esposo galopándola como a una jaca en la intimidad de su alcoba.
 Sacudió la cabeza y borró esos pensamientos de un plumazo. Abandonó a ambos en la entrada y fue directamente a hablar con su marido a su despacho.
 Le encontró sentado tras su escritorio con los codos apoyados sobre la mesa y la cabeza entre sus manos. Abatido. La primera intención de confesarle lo ocurrido en el establo quedó aparcada de momento. Avanzó hacia él despacio.
-¿Que pasa Eduard? –No contestó.
-Ed ¿Qué ocurre?
-Estamos arruinados Bet.
-¿Qué?
-Acaban de decírmelo.
 Bethelyn recordó al petulante del señor Janacec. Eso era a lo que había venido ese pajarraco de mal agüero, para a comunicarle a su marido que estaba en bancarrota.
-Pero no puede ser. Somos la familia más influyente y poderosa de toda la región.
-El poder se consigue con dinero. Ya no tenemos dinero.
-Puedes vender algunas tierras o alguna casa.
-Está todo hipotecado. No tengo nada que canjear por dinero.
-¿Nada? Pero… al menos nos quedará esta mansión… ¿No? -Eduard Brucel negó con la cabeza.
-Pero… ¿Como es posible?
-He estado comprando todas las explotaciones de mineral de carbón de la región. El carbón es energía, quien posea la energía poseerá el poder y además obtendrá pingües beneficios. He hipotecado todo cuanto tenía para adquirirlas.
-Entonces… ¿por que estás arruinado? Explótalas, vende el mineral y recupera la inversión.
 Miró a su mujer con tristeza.
-Han aparecido varios yacimientos en países extranjeros. El precio dentro del país ha caído tanto que el coste de explotación es muy superior al de venta en el mercado.
-Pues…, pues…, véndelas todas y recupera tu dinero.
-Nadie las compraría.
 La mujer se sentó abatida en una de las sillas frente a él.
-¿Y ahora?
-Hay que sacar a nuestra hija de su internado. Despedir a nuestros criados y… recoger lo que nos quepa en un baúl. El resto está en manos de los acreedores.
-¿Sacarla del internado? ¿Y donde iremos? No pienso volver a casa de tus padres, y menos con Garse allí.
-Ya hablaremos de eso. De momento no tenemos otra opción, no hay a donde ir, no tenemos nada, menos que nada. Viviremos con ellos hasta que encontremos algún lugar. De momento he enviado recado para que Berta abandone la institución inmediatamente, mañana sábado podrá llegar aquí. Espero que seas tú quien se lo explique todo.
 

Berta era la hija de ambos. Estudiaba en el mejor y más refinado internado femenino del país. Muchacha educada y modesta pero con el mismo porte de dama señorial que su madre. Decirle que a partir de ahora formaría parte de la clase social más baja sería lo mismo que decirle a un jeque árabe que cambiara su palacio por un báter.

-Eduard, ¿No hay ninguna solución?
 Su marido la miraba con amargura sostenida.
-Una mínima esperanza. Se está debatiendo la posibilidad de gravar aranceles a las importaciones. Si se llevara a cabo, el precio del mineral subiría y haría viable la extracción en mis explotaciones. Pero es casi seguro que no se apruebe.
-Tú puedes influir en el consejo. Haz que se apruebe.
-Ya no puedo. He perdido el respeto. Lo único que se puede hacer es comprar el voto de algunos políticos ambiciosos. Sobornarlos.
-Hazlo, hazlo.
-Ya no tengo dinero Bet. Lo siento, quería conseguir algo grande pero… se ha convertido en humo.
-¡Janacec! Te debe mucho. Dile que su banco te preste el dinero. Estará dispuesto a hacerlo si se lo pides.
-Lo está Bet. Lo malo es el interés que pide a cambio.
-Ese usurero de mierda. Acéptalo, haz lo que sea para no perderlo todo. ¿Qué tipo de interés pide?
 Su marido la miraba con ojos tristes.
-Eres una mujer muy guapa Bet, Janacec no deja de recordármelo. ¿Sabes las pasiones que levantas en los hombres?
 No era momento de ponerse romántico. Le sostuvo la mirada largo rato hasta que cayó en la cuenta. Se levantó de la silla despacio mientras abría la boca incrédula.
-¿Qué interés pide esa sabandija, Ed? –Eduard no respondió. No hacía falta.
-¿A mí? ¿Me quiere a mí?
-Quiere lo que tienes entre las piernas.
-¡Que hijo de puta! ¿Quiere follarse a la mujer del hombre que le ha colocado donde está?
 El respetable señor Janacec. El ladino, falso y confabulador señor Janacec quería follarse a la mujer de su mentor. Un hombre de tez pálida y gestos amanerados. El típico hombre que saluda con la mano blanda y sudada. Un hombre que habla entre susurros y miradas de reojo.
 -¿Ese cerdo quiere follarme a cambio de prestarte calderilla? –Daba vueltas por el habitáculo, nerviosa. –Está bien. –Bufó. -Si el bienestar de todos nosotros pasa por mi coño, que así sea.
-Lo siento Bet. Odio que nadie te toque pero…
-Que más da. Acabo de dejarme follar por el encargado de las cuadras. Uno más que importancia tiene.
-¿Cómo dices?
-Lo que has oído. Había venido a decírtelo.
-¿Te ha follado el caballerizo?
-Te juro que he tenido que hacerlo, Ed. Me amenazó con contar lo que sabía. No tenía opción.
-¿Me estás diciendo que te acaba de follar el más mierdoso de mis criados?
-Y su hijo.
-¿También su… su…?
 
 

Eduard estaba nidrio. Miraba a su mujer a la que no conocía. Estaba metamorfoseando del abatimiento absoluto a una ira incontrolada. Las venas de su cuello se hinchaban a la par que las de sus ojos rojos como la sangre. Comenzó a gritar.

-¡Eres la señora de la mansión más importante de toda la región! ¿Como te puedes dejar follar por unos limpiadores de cuadras uno tras otro?
-En realidad lo hicieron a la vez. Mientras follaba con el hijo su padre me daba por el culo.
-¿Queee? ¿Pero es que todo el mundo le va ha follar el culo a mi mujer menos yo? Lo mato, juro que lo mato.
-¿Por qué? ¿Por follarse a tu mujer? ¿Acaso no te follaste tú a la suya? -Escupió sus palabras. -Mientras me obligabas a follármela yo también. Mientras nos obligabas a lamernos el coño.
 Mierda, tenía razón, y lo peor era que no podía montar un escándalo con eso. Y menos con la que se venía encima.
 Bethelyn se dio la vuelta y se dirigió a la salida. Su marido se calmó un poco y rebajó el tono.
-Espera, hay algo más que quiere el señor Janacec.
-¿También él quiere darme por el culo? –Dijo sin parar de andar.
-Es algo respecto a Berta.
 Casi se cae al suelo cuando le oyó nombrarla. Se paró en seco y se giró consternada hacia su marido ¿Que quería de su hija el cerdo de Janacec?
– · –
Berta, la hija de los Brucel, llego al día siguiente por la mañana. Su madre la abrazó con fuerza en cuanto bajó del carruaje. En otras circunstancias hubiese admirado su cuerpo de mujercita que abandona la adolescencia. Pero hoy su cuerpo le parecía una aberración. Estuvieron casi toda la mañana en su cuarto donde se lo explicó todo.
-No me lo puedo creer, entonces ahora somos… ¿Pobres?
-Hay una mínima posibilidad de pasar el bache.
-¿Cómo de mínima?
-Desesperada.

Berta estaba sentada en el borde de su cama con los ojos llorosos mientras retorcía un pañuelo de seda. Su madre la miraba apenada sin saber como comenzar lo que había venido a decirle.

-Dime Berta… tú… en todo el tiempo en el internado… ¿Has conocido varón?
-¿Como?
-Quiero decir, que si ya has intimado con algún hombre… a solas.
-Mamá, ¡que soy una señorita!
-Sí, bueno, verás… Es muy difícil explicarte esto Berta. A ver como te lo digo. Lo que quiero saber… lo que necesito saber, es si ya has follado.
-¿C…Comooo?
-Basta ya de rodeos hija. Mira, yo sé lo que se cuece dentro de un internado. Me he pasado más años que tú en uno de ellos. Sé de sobra que se pueden tener encuentros con un hombre si una quiere. Ahora dime la verdad porque necesito saberla. ¿Has follado ya o no?
 Se puso colorada como un tomate, bajó la mirada y asintió levemente con la cabeza. Su madre, en contra de lo que cabría esperar, respiró aliviada.
-¿Cuántas veces?
-Pero mamá…, pues…, no sé, varias.
-Dos, tres…
 Berta tragó saliva y no se atrevió a contestar.
-¿Diez? ¿Más de diez? ¿Cuántas?
-S…Sí… más de diez.
-¿Cómo la tenía de grande?
-¿Queeeé, pero, pero…, que preguntas son esas? ¿Y a ti que más te da como la tenía?
-Contéstame. ¿Cómo era su polla?
-Pues, pues…, normal, no sé.
 Bethelyn juntó la punta del índice y el pulgar formando un círculo.
-¿Era así de gorda?
 Berta estaba colorada de vergüenza. ¿Así eran las conversaciones madre e hija sobre temas sexuales? ¿Las madres preguntaban a sus hijas casaderas por el tamaño de las pollas de sus prometidos?
 

-¿Qué importancia tiene eso, mamá? Déjalo, por favor.

 Su madre separó ligeramente las puntas de los dedos haciendo el círculo un poco más grande.
-Tu padre tiene la polla así de gorda y a mi me entra sin problemas, sin dolor. Excepto por el culo. Por ahí no entra. ¿Cómo de grande te entra a ti una polla en el coño?
 Berta miró a su madre como quien mira a un leproso sacudirse la caspa.
-Me preguntas por el tamaño de la polla de mi prometido, me hablas de tus logros vaginales metiéndote pollas de tal o cual tamaño y lo peor, me cuentas como es la polla de papá. Mamá por favor, que asco.
 Su madre se masajeó las sienes con fruición.
-Mira hija, si te estoy preguntando todo esto es porque tu coño… y el mío, pueden ser los que nos devuelvan todo lo que hemos perdido. Podemos recuperarlo todo.
-¿C…Como? ¿Pero que dices?
-¿Te dejarías follar para recuperar todo lo que tienes?
-¿Dejarme follar?
-Sí, dejarte follar por alguien que te daría mucho asco. Dime ¿Lo harías?
– · –
El señor Janacec disfrutaba de la cena que le ofrecían sus anfitriones en su mansión. Había sido invitado a pasar una velada con ellos. Los sirvientes que rodeaban la mesa atendían prestos las necesidades de los comensales. Solo los asistentes sentados en aquella mesa conocían el propósito de tal invitación. La cena ofrecida era buena pero la noche iba a ser aun mejor para el ladino Janacec.
 Eduard Brucel apenas dijo nada durante la cena al igual que Berta, su hija. Bethelyn, en contra de lo que cabría esperar intercambió alguna frase hiriente con el que iba a ser otro crápula aprovechándose de ella. Siempre se creyó superior a aquel ser debilucho y lánguido pero a partir de esa noche sabía que se iba a rebajar a una miserable muesca en la cabecera de la cama de ese insecto.
 Cuando la cena acabó y las luces se apagaron, cada habitante de aquella mansión se retiró a su dormitorio. Una vez que todos estuvieron dormidos, el señor Janacec salió entonces de la alcoba de los invitados en dirección al dormitorio principal. Anduvo con paso sigiloso hasta alcanzar la puerta del dormitorio del gran Eduard Brucel.
 Cuando la abrió se encontró de frente con la señora Brucel que estaba sentada en el borde de la cama. Junto a ella estaba su hija que le miraba como una ardilla temerosa. El señor Brucel estaba de pie junto al ventanal observándole con gesto frío y distante.
-Acabemos de una puta vez.
-Claro, señor Brucel.
 Janacec se adelantó hasta situarse frente a las mujeres y se quitó las prendas de dormir que traía, quedando totalmente desnudo. Su polla estaba en erección, probablemente desde el momento en el que recibió la invitación de su mentor aceptando el trato. Ambas mujeres le contemplaban.
 Era un ser repelente, de aspecto blandito y contrahecho. Berta miraba su polla como quien está oliendo una mierda en el suelo. Su tamaño no le preocupó tanto como su aspecto. Janacec acarició a Bethelyn en la mejilla.
-¿Saben lo que tienen que hacer?
-Demasiado bien. –Contestó Eduard molesto desde la ventana.
-Pues a que esperan. Y usted, señora Brucel ¿Sabe cuanto tiempo he deseado esto?
-Sí, desde el día en que te cagó aquella mofeta.
-Se equivoca. Desde el día en que me abofeteó por piropearla.
-“Tienes unas tetas que te follaría por el culo” no es un piropo señor Janacec. Y menos el día de su propia boda con mi mejor amiga. La mujer que le ayudó a llegar donde está. Junto con mi marido, claro. Al que usted le va a convertir en un cornudo.
-Y algo más. Pero basta de hablar. Ahora chúpemela.
 Berta pestañeó varias veces para creerse lo que estaba viendo. Su madre abrió la boca y dejó que el hombre le metiera su polla dentro. Empezó a chupársela mientras aquel ser sobaba sus tetas por encima del vestido.
-Mire señor Brucel, mire como me la chupa su mujer.
 Había deseado tanto a Bethelyn, la mujer de aquel gran señor y cliente, pero sobre todo había deseado follarla delante de él. Por fin se hacía realidad. Le gustaba ver su polla entrando y saliendo de su boca pero sobretodo ver la cara de Eduard.
 Eduard estaba rojo de rabia. Apoyado en la ventana para no caerse o lanzarse a por ese gusano que mancillaba a su mujer y a él mismo. Pero había hecho un trato, necesitaba su dinero, su calderilla. Ya arreglarían cuentas a su debido momento.
-Menudas tetas que tiene su mujer señor Brucel. Estas sí que son ubres y no las de mi mujer.
 Janacec miraba a sus tres anfitriones ufano.
-Quítate el vestido, desnúdate tú también, vamos, todo el mundo desnudo, ya. Quiero ver los coños de tus 2 putas.
 Eduard cerró los ojos para no ver a su mujer y su hija.
-Mira Brucel, mira como le voy a follar el coño a tu puta. Jod…der, está muy calentito su coño. Vamos Brucel, mírame, cojones. Todo el mundo sabe lo que debe hacer, pues que se haga, vamos.
 Eduard miraba a su mujer. Seguía sentada en el borde de la cama pero ahora estaba desnuda y abierta de piernas con Janacec entre ellas follándosela mientras amasaba sus tetas. A su lado Berta, de pie y en paños menores, seguía con la cara desencajada por el asco, sin poder dejar de mirar a su madre humillada.
-Mira como la follo Brucel, mira como la preño para que tenga un bastardo mío. La voy a llenar de semen.
 Las tetas de Bethelyn botaban con cada sacudida de Janacec.
-Vamos muchacha, ahora te toca a ti. Quiero que hagas tu parte.
 Berta negó con la cabeza. No se atrevía. No podía.
-Vamos, ya sabes lo que tienes que hacer. Ya has visto como hay que chupar. Hazlo de una vez.
-Hazlo Berta. –Insistió su madre.
 

-N…No puedo.

-Sí que puedes. Todo el mundo puede. Sabéis lo que tenéis que hacer. ¡Hacedlo ya!
-Berta, hazlo, por favor.
-Y quítate toda la ropa, joder. Quiero verte las tetas y el coño.
 Miró a su padre y a su madre, después miró a la puerta. Podría salir corriendo pero la cara de angustia de su padre se lo impedía. Su padre estaba blanco como la leche. Tampoco para él iba a ser agradable ver a su hija haciendo lo que tenía que hacer.
 A regañadientes se deshizo de la camisola descubriendo sus tetas adolescentes. En un primer momento las tapó con las manos aunque terminó por descubrirlas a la vista de todos. Se deshizo de las bragas. Janacec babeaba.
 Tras unos momentos de duda se acercó a la cama y se subió a ella. Se colocó entre las piernas del hombre tumbado en ella con la cara a escasa distancia de su polla. Asió el miembro con una mano. La bilis le corroía el estómago que no paraba de dar arcadas.
-Piensa que es la polla de tu novio. –Dijo su madre.
 Cerró los ojos, abrió la boca y acercó la cara hacia aquella polla. Notó el sabor del glande cuando tocó su paladar. El tamaño era lo que más le llamó la atención. Empezó a chuparle metiéndose la polla adentro y afuera de su boca.
 Su padre no se hacía a la idea de lo que veía. Su mujer seguía sentada en el borde de la cama con los codos apoyados hacia atrás mientras ese mal nacido que no paraba de amasar sus tetas, Se la follaba. Su hija, a la que nunca había visto desnuda, mostraba su cuerpo esbelto. No había pensado que hubiera podido desarrollarse tanto. Estas tetas, esas caderas, ese bosquecillo entre las piernas. ¿Cuándo había empezado a cambiar su princesa?
 La había visto trepar a la cama donde él se había tumbado desnudo, tal y como había acordado en el trato con Janacec, y estaba chupándosela. Su hija, su princesa. Estaba chupando la polla flácida de su padre.
-Vamos Brucel. Tu polla dura en la boca de tu hija. ¡Vamos!
-No puedo Janacec. ¿No ves que es mi hija?
-Pues piensa en tu mujer, en la mía o en tu puta madre pero la tienes que tener bien dura.
 Eduard Brucel tenía la frente perlada de sudor. Si ya era humillante que su hija le viera con la polla al aire, tenerla dentro de su boca lo era aun más.
 Para ella no era menos humillante el hecho de chupársela. Para más INRI tenía que conseguir que se le pusiera dura a su propio padre…
-Acaríciale los huevos, hija. –Pidió su madre. –Utiliza tu mano libre.
-Sí, acaricia los huevos de tu padre pequeña putita. –Janacec no cabía en si de gozo.
 Berta obedeció y masajeó las pelotas de su padre. Sus testículos velludos, las ingles, el pubis y todo lo que se le ocurrió que fuera necesario para que su padre entrara en erección. Desgraciadamente los resultados eran escasos. Bethelyn sufría en silencio. El final de la tortura pasaba por su erección.
-El ano. –dijo entonces Janacec. –Métele el dedo por el culo.
 Berta escupió la polla de su padre. Éste a su vez levantó la cabeza y el cuerpo como un muelle.
-¡No! –Gritaron padre e hija a la vez.
-Hazlo de una vez, entraba en el trato, acabemos cuanto antes.
 Eduard cerró los ojos y se volvió a tumbar tapándose la cara con las manos; su hija contuvo una arcada de asco todavía con la polla de su padre en la mano; Janacec les miraba con la cara desencajada de excitación mientras Bethelyn retomaba de nuevo la tarea felatoria por orden de Janacec.
 Se chupó el dedo untándolo con abundante saliva. Su padre ya había abierto las piernas cuanto pudo. Puso la punta del dedo en la entrada del ano de su padre mientras sostenía su polla con la otra mano y apretó hacia dentro. De deslizó suavemente.
 Le hacía una mamada a su padre mientras le follaba el culo con el dedo. De vez en cuando acariciaba y masajeaba sus pelotas. La reacción no se hizo esperar. Se le estaba poniendo dura.
 Janacec sonrió. Contempló como crecía en el tamaño. La boca de la muchacha no era suficiente para abarcarla por completo.
-Te gusta ¿Eh, Brucel? Te gusta que te la metan por el culo.
 

Eduard Brucel se puso rojo de vergüenza. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Se le estaba poniendo dura por la mamada o por meterle un dedo por el culo?

 Berta notó las primeras secreciones seminales de la polla de su padre. No era la primera vez que ese tipo de lubricantes pasaban por su boca. También a ella le habían lamido el coño pero esto era distinto, era una aberración. Una hija lamiendo a su padre.
-¡Ahora! Señor Brucel, éste es el momento. Vamos muchacha, levántate.
 Berta sabía lo que debía hacer. Se colocó a horcajadas sobre su padre y colocó la punta de la polla en la entrada de su coño. Bajó lentamente su cuerpo hasta que entró por completo.
 La cara de su padre era un poema. No sabía si estaba más impresionado por estar penetrando a su propia hija o por el hecho de que su polla hubiera desaparecido por completo dentro de su coño. No era una polla pequeña ni mucho menos. Pocos eran los coños que alojasen su mástil. Su mujer era una de ellas. Al parecer, Berta había heredado el coño de su madre.
 Cuando su hija empezó a subir y bajar sobre él, la cosa empeoró aun más. Sentía placer, mucho placer. Eso ni era normal ni era sano. Cerró los ojos. Una cosa era follar obligado y otra muy diferente disfrutarlo. Cuando volvió a abrirlos lo primero que vio fueron las tetas de la fémina botar arriba y abajo. No eran grandes… aun. Si también heredaba las tetas de su madre, esa muchacha iba a dar más de un quebradero de cabeza a alguno que otro muchacho. ¿Cómo sería su hija con unas ubres así? Sacudió la cabeza y se maldijo por pensar en eso.
 Janacec había dado la vuelta a Bethelyn. Estaba apoyada con los codos sobre la cama mientras era follaba desde atrás. Janacec no podía estar más feliz. Se estaba follando a la mujer del gran Eduard Brucel, la altiva y señorial Bethelyn Brucel. Frente a él se encontraba el autoritario Eduard follándose nada menos que a su estirada hija. Babeaba de gusto.
-Se la está follando. –Pensaba. –A su propia hija. Se la está follando delante de mí.
 Eduard estaba pasando el peor y más humillante momento de su vida. Su mujer follada por un pusilánime mientras el se veía obligado a follarse a su princesa a la que le colgaban 2 tetas como 2 cántaros que no dejaban de menearse. Estaba a punto de correrse, no aguantaba más.
 Levantó sus manos y atrapó las tetas de su hija. Las sobó y lamió. Deslizó los pezones entre sus dedos sintiendo su cálido tacto. Se estaba corriendo. Se estaba corriendo mucho.
 Empujó a su hija dándole la vuelta y colocándose encima. La tumbó sobre la cama sin parar de follarla. Berta quedó boca arriba con su padre entre las piernas brincando y gimiendo como un mandril. Embestía como un loco contra su coño una y otra vez metiendo y sacando su polla mientras amasaba y lamía sus tetas. Parecía una morsa follándose a una muñeca.
 Berta no salía de su asombro. Su padre, empapado en sudor, la estaba follando salvajemente. Amasaba sus tetas y lamía sus pezones metía y sacaba su polla sin parar. Ese no era su padre, no le conocía. Pero lo peor es que ella se estaba corriendo también. ¿Qué coño estaba pasando?
 Detestaba a su padre. Había aguantado varias arcadas de asco mientras follaba con él. Ver su cuerpo desnudo y velludo era tan agradable como ver a un leproso tocando la guitarra. ¿Por qué le traicionaba su cuerpo? ¡Que alguien pare esto por dios!
 Cerró los ojos y apartó las manos del cuerpo de su padre y las apretó sobre el edredón. Rogó al cielo por que nadie se diera cuenta de su orgasmo. Se quedó inmóvil y apretó los dientes intentando no gemir.
 Cuando Eduard terminó de correrse se quedó sobre ella, extenuado. Su hija le miraba como un cordero asustado. ¿Habría sido muy cruel con ella? Dios santo. ¡La había violado!
 Berta estaba temblando de miedo. El peor y más desagradable orgasmo de toda su miserable vida.
 Bethelyn miraba confusa a su marido. Había follado a su hija como un poseso bramando como un búfalo mientras se corría. Ni en sus momentos más tórridos le había visto disfrutar así. Tras ella, Janacec daba los últimos estertores de placer contra su ano. Otro más que se la metía por el culo y se corría dentro.
 Janacec se apartó empapado en sudor, babeando de satisfacción.
-Bueno señor Brucel. Ha sido una noche estupenda. Su mujer tiene unas tetas y un culo maravillosos. Ha sido un placer follarla. Y por lo que veo el placer ha sido mutuo.
 Eduard no se atrevió a mirarle a la cara. Se giró de espaldas avergonzado, con las manos sobre la cabeza.
-Señor Brucel, señora Brucel, putita. Que tengan buenas noches.
 Recogió sus prendas de dormir y abandonó la habitación, ufano y satisfecho.
 Se hizo el silencio en el dormitorio. Berta fue la primera en reaccionar. Recogió sus ropas y abandonó el cuarto sin mirar atrás. Bethelyn estaba en la cama sentada con la mirada en el suelo.
-Te has follado a tu hija como un poseso.
-No sé que me pasó.
-Y te has corrido como nunca.
-Perdí el control, no era yo. Joder, no se que ha pasado. Lo juro.
-Yo sí lo sé. –Murmuró para sus adentros.
 Esa noche nadie durmió, excepto Janacec.
 
 
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
 

Relato erótico: ¿Harías un trio con un par de putas como nosotras? (POR GOLFO)

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Una de las fantasías que más se repite entre los hombres es la de realizar un trio con dos mujeres pero, si las candidatas son encima dos compañeras de trabajo, se convierte en una obsesión. Aunque suene a sueño masturbatorio de un adolescente y sea difícil de creer: ¡A mí me ocurrió!
Antes de explicaros cómo llegué a realizar esa fantasía, debo presentarme. Soy Manuel Astorga, un tipo normal. Cuando digo que soy normal, quiero decir que no soy un modelo de revista ni un culturista lleno de músculos y  tampoco puedo vanagloriarme de poseer un miembro de veinticinco centímetros. Con dos o tres kilos de más, mi cintura tiene algún que otro Michelin  pero como nunca he podido ni querido vivir de mi cuerpo, eso es algo que me la trae al pairo.  Ni siquiera puedo deciros que poseo una melena cojonuda porque la realidad es que estoy bastante calvo. De lo único que si puedo estar orgulloso es de tener una mente sucia y lujurienta que unida a una profusa labia, me ha permitido acostarme con la gran mayoría de las mujeres que me han interesado.
Llevo dos años trabajando para una empresa y es justamente entre las paredes de sus oficinas donde me he encontrado con dos mujeres que rivalizan conmigo respecto al sexo.  Lidia y Patricia son lo que usualmente llamamos los hombres un par de ninfómanas. Abiertas a experimentar con el sexo, no dudan en traspasar los límites de la moral si ello les reporta placer. Tampoco tienen tabú alguno, con gracia y maestría practican todo tipo de sexo ya sea en solitario, en pareja o en cualquier otra modalidad. Desde que las conozco me han demostrado que nada les está vedado.
¡Le entran a todo!
Pero volviendo al tema que nos atañe, ya me había acostado con ambas con anterioridad a esa pregunta. Para que os hagáis una idea del tipo de mujer que son, os voy a contar mi primera vez con cada una:
Primera vez con Lidia:
Descubrí que esta rubia es una fiera en la cama, un día que la invité a cenar en mi casa. Aunque hasta ese momento nunca nos habíamos enrollado,  esperaba que tras la cena el hacerlo porque no en vano era clara la química que había entre los dos. Lo que no me esperaba fue que una vez vencida la timidez inicial y quizás gracias al vino, Lidia empezara a contarme las distintas anécdotas que le habían ocurrido en su vida desde el punto de vista sexual.
Sin cortarse un pelo y muerta de risa, me explicó sus gustos por el sexo salvaje y las buenas pollas. Aunque no la tenía por una mojigata, hasta ese momento no supe el tipo de zorrón desorejado que era y por eso, a la vez que ella se iba revelando como una rapaz sexual, la empecé a catalogar como francamente apetecible. Es decir, a los pocos minutos de estar charlando, ya tenía ganas de echarla un buen polvo.
Medio en serio y medio en broma, tanteé que de verdad había en lo que me estaba contando, diciendo mientras pasaba sin disimulo una mano por su culo:
-La verdad es que cualquiera que te vea, desearía ponerte mirando a Cuenca.
Sin quejarse por esa caricia no pedida, me respondió:
-¡Ten cuidado! ¡Me caliento rápido!
Su respuesta me dio alas y subiendo por su cuerpo empecé a acariciar uno de sus pechos con mis dedos.
 
Lidia me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mío, dejó que siguiera tocándola. Habiendo recibido su permiso, no tardé en descubrir que debajo de esa falda larga, había un culo duro y bien formado. Los gemidos con los que contestó a mis avances, me dieron la razón y cogiéndola en mis brazos, la llevé hasta mi cuarto. Sin  darle opción a negarse, desabroché su blusa. Bajo un sujetador de encaje rojo, sus pezones me esperaban completamente erguidos. Como un obseso, la despojé del resto de la ropa y separando sus rodillas, pasé mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y sin más prolegómenos, me terminé de desnudar.
 
Desde la cama, la rubia, pellizcándose los pechos, me dijo que esa no era forma de tratar a una dama. Al ver la cara de deseo que tenía, comprendí que era lo que esa mujer necesitaba y olvidándome que era su compañero de trabajo, le ordené:
-Ponte a cuatro patas-
Lidia se quedó pálida e intentó protestar pero, obviando sus reparos, llegué hasta ella y dándole la vuelta, le espeté:
-Has venido a follar, ¿No es así?-.
-Sí- contestó, en absoluto avergonzada.
-Pues entonces relájate y disfruta- le dije mientras jugueteaba con mi glande en la entrada de su sexo.
La humedad de sus labios me indujeron a forzar su vulva de un solo empujón. La rubia gritó de dolor por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión.
-Eres una guarra-, susurré a su oído, penetrándola una y otra vez.
Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y sin ningún reparo, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.
-Sigue, ¡que me encanta!-, chilló al sentir la dura caricia.
El flujo, que manando de su interior, recorría mis muslos, anticipó su orgasmo y acelerando aún más si caben mis movimientos, no tardé en escuchar como la mujer se corría. Con los cachetes colorados y gritando ordinarieces, me dio a entender que no tenía bastante. Eso fue la gota que colmó el vaso, y cogiendo su espesa cabellera como si de riendas se tratara,  forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió perpetuar su clímax y totalmente desbocada, mi montura me exigió que continuara.
Su calentura era tanta, que no se quejó cuando cogiendo parte del líquido que anegaba su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, introduje en él mi extensión.
-¡Qué cabrón!-, aulló de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por las sabanas intentó separarse.
No la dejé y atrayéndola hacia mí, rellené con mi sexo el interior de la mujer. El sufrimiento  de su culo se convirtió en desenfreno y bramando sin parar, se dejó caer sobre la cama. Nuevamente, la incorporé y metí mi pene hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con mis testículos rebotando en su sexo, no paré hasta que sacándole un nuevo orgasmo, me derramé rellenando con mi simiente sus intestinos.
Agotado, me tumbé a su lado. Lidia al ver mi estado, me abrazó y pasando su pierna sobre las mías, me dijo:
-¿No estarás cansado? ¡Para mí esto solo ha sido el aperitivo!-.
-No-, le confesé sonriendo.
La cría me miró muerta de risa y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó reanimarlo, mientras me soltaba:

-¡Te voy a dejar seco!-.

Primera vez con Patricia:
Si la forma en que me follé a Lidia, da una idea de lo caliente que es, esperad a leer mi vez primera con Patricia. Esta compañera es morena y gordita. Dotada por la naturaleza de unas curvas generosas, para colmo, está permanentemente en celo. Como ambos estábamos en el mismo departamento, solíamos comer juntos pero no fue hasta que un día se me ocurrió contarle que ese fin de semana había triunfado y me había tirado a una negrita, cuando descubrí el furor uterino que escondía.
-¿En serio?- me preguntó y antes que pudiese contestarla, me pidió que le contara como me había ido.
Recreándome en mi conquista, le expliqué que la había conocido en una discoteca y que tras media hora tonteando en mitad de la pista, nos habíamos dejado llevar por la lujuria en los baños del lugar. Sin ahorrar ningún punto y con todo lujo de detalles, le narré nuestro encuentro en ese habitáculo.
-¡Dios! ¡Cómo me gustaría hacerlo algún día!- respondió sin darse cuenta mientras sus pezones la traicionaban bajo la tela de su blusa.
Descojonado y sin saber a ciencia cierta si me iba a llevar una bofetada, la cogí de la cintura y mientras la pegaba a mi cuerpo, le susurré en su oído:
-Vamos al baño-
Al principio creyó que estaba bromeando pero al darse cuenta que no era así, sus reservas iniciales trasformaron en gozo en gozo al percatarse que, si la llevaba al servicio, era para que cumplir su fantasía. Mientras íbamos hacia allí, todavía no sabía lo hambrienta que estaba esa mujer. Os juro que no me esperaba que esa gordita pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres y que nada más cerrar la puerta, se arrodillara a mis pies.
Actuando como una posesa, me abrió la bragueta y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
 

El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Patricia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.

Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose frente al espejo, se levantó las faldas y bajándose las bragas, me miró mientras me decía:
-¿A qué esperas? ¡Necesito que me folles!
Levantandome del wáter, me puse a su espalda y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La gordita chilló al disfrutar de mi miembro abriéndose camino por su sexo y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en espejo, se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
 
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Joder!- aulló y encantada con mi brutalidad, me dijo: -¡Fóllame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí pensando que esa gordita estaría saciada.
Patricia no tardó en sacarme de mi error. Al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una ninfomana” sentencié cuando de un empujón, me obligó a sentarme nuevamente en el wáter y poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. La morena, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Dame duro!-
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su morbo, le solté:
-Esta tarde al salir de la oficina, ¡me darás todos tus agujeros!-
La gordita al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Cómo me gusta!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Cómo me gusta!- suspiró al sentir a  mi extensión rellenado su conducto.
 
No me lo podía creer lo puta que era. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose en el estrecho baño, me rogó que no tuviera cuidado:
-¡Rómpeme el culo!
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi compañera, que de por sí era una mujer calientea, se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el lavabo, gritó vociferando lo mucho que le gustaba el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando Patricia se corrió pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“Es incansable” pensé al saber que con mucho menos la mayoría de las mujeres se hubiese rendido agotada y en cambio esa gorda seguía exigiendo más. Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve tu puto culo!-
La gorda, completamente dominada por el placer, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi estocada forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Primero quiero correrme!-
Que no la hiciera caso y siguiese a lo mío, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando mis piernas.
-¡Córrete! ¡Por favor!- gritó.
Aunque deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi semilla en su interior, eyacule en su interior mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer sobre mí.
Satisfecho y exhausto, la senté en mis rodillas y abrazándola, la besé mientras con una sonrisa en los labios, la invitaba esa misma tarde a continuar con nuestro asunto al salir de la oficina. Muerta de risa, me soltó:
-¡Espero que tengas en casa viagra! ¡No soy fácil de contentar!
 
Como comprenderéis, el hecho de que me estuviera acostando con las dos fue algo difícil de mantener en secreto. Lo curioso fue que una vez se enteraron que mi relación con cada una de ellas no era la única, ninguna de esas dos mujeres se enfadó sino que empezaron a competir entre ellas, para ver cuál de las dos era más fogosa en la cama.
Tanto Lidia como Patricia tomaron como un juego el explorar los límites de su sexualidad para luego durante las comidas, reírse entre ellas, contando lo que habían experimentado. Lo creáis o no, ese par sin darse cuenta se fueron introduciendo en un camino sin retorno que llegó a su culmen un día en que al salir de la oficina, estábamos tomándonos unas cañas en un bar.
La rubia estaba contando a la morena que el día anterior, habíamos follado en un cine mientras veíamos una película. Lo erótico de la escena, sacó de quicio a la gordita que excitada por las palabras de su compañera y sin pedirle permiso, me preguntó:
-¿Harías un trio con un par de putas como nosotras?
Os juro que estuve a punto de dejar caer mi copa al oírla pero más aún cuando soltando una carcajada, Lidia insistiendo en la idea soltó:
-Aunque no lo había pensado, me encantaría probarlo.
Más excitado de lo que me gustaría reconocer, creí que me estaban tomando el pelo y por eso en plan de broma, contesté:
-Si queréis, podemos ir a mi casa.
Contra todo pronóstico, pidieron la cuenta de forma que en menos de diez minutos, estábamos entrando por la puerta de mi piso. Aunque ambas sabían a qué íbamos y lo deseaban, se mostraron cortadas en un principio. Mientras les servía una copa, me fijé en mis dos amantes.
Rubia y morena, delgada y gordita, ambas eran dos ejemplares diferentes de mujer y no sabía cuál me gustaba más.
Al comprobar mis sentimientos y descubrir que esa era mi fantasía más que las de ellas, sonreí. Mi sonrisa fue el detonante, acercándose a mí, Lidia empezó a acariciarme la entrepierna. Mi pene respondió a sus maniobras y ya totalmente excitado, las llamé diciendo:
-Venid aquí.
Mis dos niñas respondieron pegándose a mí. Con sus dos coños rozando sensualmente mis piernas, las muchachas empezaron a tocarme con sus manos. Las risas se sucedían, las bromas, los recuerdos de cuando nos conocimos y el calor del alcohol en nuestros cuerpos, terminaron de caldear caldearon el ambiente y acariciando sus traseros, me recreé en ellas mientras les decía:
Que suerte que tengo!, ¡Dos pedazos de mujeres para mí solo!
 
La mirada pícara de Lidia me avisó que había llegado la hora, por eso no me extraño, que poniendo música la oyera decir:
-¿Quieres vernos bailar?-.
No dejó que contestara y dándole la mano a Patricia,  la sacó a mitad del saló que se convirtió en improvisada pista de baile.
Observé como con su mano, la obligaba a pegarse a ella. Su cuerpo soldándose con el de la gordita, inició una sensual danza. Sus pechos se clavaron en los  de la morena mientras sin ningún pudor recorría su trasero. Excitado por la escena, la ví besarla en los labios antes de quitarle los tirantes que sostenían su vestido mientras, coquetamente me miraba al desprenderse los corchetes que mantenía el suyo. Piel contra piel bailaron mientras con su pierna tomaba posiciones en la encharcada cueva de su compañera. Sabiéndome convidado de piedra no intervine cuando bajando por el cuello, vi la lengua de mi amiga acercándose a la rosada aureola de la morena. Patricia no pudo reprimir un gemido cuando sintió unos dedos colaborando con la boca de la rubia, pellizcar su pezón, e impertérrita aguantó sus ganas al experimentar  que Lidia seguía bajando por su cuerpo, dejando un húmedo rastro sobre su estómago al irse acercando al tanga que lucía entre sus piernas.
Arrodillándose, le quitó la tela mojada y obligándola a abrir las piernas se apoderó de ese sexo que tenía a su disposición. Con suavidad, la vi retirar los hinchados labios del sexo de la morena, para concentrarse en su botón. Fue entonces cuando con los dientes y a base de pequeños mordiscos, la llevó a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos en su larga cabellera, mirándome un tanto cortada , se corrió en la boca de la rubia. Lidia, al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo y profundizando en su tortura, introdujo dos dedos en la vagina. Sin importarle que pensara, gritó su deseo y olvidándose de su papel, levantó a la mujer que le estaba comiendo el coño mientras le decía:
-Eres preciosa.
Desde mi sitio, no pude mas que darle la razón. La piel blanca de Lidia resaltaba su belleza y dominada por la pasión lésbica, su boca disfrutó de un pecho de mujer por primera vez. Aunque para ella  era una sensación rara el sentir en sus labios la curvatura de un seno,  lejos de asquearle le encantó y ya envalentonada, siguió bajando por el cuerpo de su compañera. La rubia dejo que le abriese las piernas y al hacerlo, pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que me indicara el camino.
Nuevamente el sabor agridulce de su coño, era una novedad, pero en este caso fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara sus dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. La rubia recibió húmeda las caricias de la lengua de la gordita sobre su clítoris, y sin pedirle su opinión me exigió que la follase, diciendo:

anuel, ¡Quiero ver como penetras a Patricia!.
Los primeros gemidos de Lidia coincidieron en el tiempo con mi llegada a su lado. Mientras la gordita seguía chupando el clítoris de mi amiga, abrí sus nalgas y satisfecho al escuchar un aullido de deseo, le solté un duro azote. Excitada por mi duro trato, pegando un grito, me exigió:
-¡Tómame! ¡Quiero sentir tu verga en mi interior!
Su lenguaje soez espoleó mi lujuria y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, fuí forzándola de forma que pude sentir el paso de toda la piel de mi miembro, abriéndose paso por los labios de su sexo mientras la llenaba.

Lidia exigiendo su parte, tiró del pelo de Patricia y acercando su cara a su pubis obligó que su lengua volviera a introducirse en el interior de su vagina, al mismo tiempo que mi pene chocaba con la pared de la de la gordita. Patricia gimió desesperada al sentir mis huevos rebotando contra su culo. Dotando a mis embestidas de un ritmo brutal, empecé a cabalgarla mientras su boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de la rubia.
Éramos un engranaje perfecto, mi embestidas obligaban a la lengua de Patricia a penetrar más hondo en el interior de su amante y los gritos de Lidia al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque por mi parte. La rubia fue la primera en correrse retorciéndose sobre la mesa y mientras se pellizcaba sus pezones, nos pidió que la acompañáramos. Al oírla, aceleré y cayendo sobre la espalda de la otra mujer, me derramé regando el interior de su vientre con mi semilla. Lo de Patricia fue algo brutal, desgarrador, al sentir mi semen en su interior mientras seguía penetrándola sin parar, hizo que licuándose al sentirlo, chillara y llorara a los cuatro vientos su placer.
Durante unos minutos, nos mantuvimos en la misma posición hasta que ya descansado me levanté y tomándolas de la cinturas, las llevé entre sus fuertes hasta mi cama.
-Lo teníais preparado, ¿no es verdad?- afirmé mientras las depositaba sobre el colchón.
No, ¡Cómo crees!-, rio descaradamente Lidia mientras besaba los labios de la morena.
Sabiendo que era mentira y que antes de ir esa tarde al bar, ese par de zorras ya lo tenían planeado, les solté:
-¡Sois un par de zorras ninfómanas!.

Muertas de risa, no me contestaron y cambiando de posición, las dos mujeres, se pusieron a hacer un delicioso sesenta y nueve.

 

Relato erótico: “Preñé a mi madrastra durante una noche de verano” (POR GOLFO).

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Si habéis entrado  en este relato por el título esperando un relato de infidelidad, buscando a un hijo maltratado por su padre o a una mujer parecida a la madrastra de Blanca Nieves, os habéis equivocado.
Para empezar no tengo queja de mi viejo. Viudo desde que yo era un niño, se dedicó en cuerpo y alma a cuidarme. Padre cariñoso y atento usó todo su tiempo libre para que, yo, su hijo fuera un hombre de provecho. Nada era suficiente para él; si creía que para mi futuro era necesario un verano en Inglaterra, me lo pagaba aunque eso supusiera que en su vida personal tuviese que aguantar estrecheces. Si por el contrario, veía que me estaba descarriando, no dudaba en llamarme al orden. Fue un padre con mayúsculas y un ser humano todavía mejor. Solo y sin pareja durante la mitad de su vida, esperó a que cumpliera dieciocho años para empezarla a buscar. Si ya de por sí eso es raro, ¡Primero me pidió permiso!
Creo necesario contaros la conversación que tuvimos para que os hagáis una idea del tipo de persona que fue.  Recuerdo que ni siquiera fue él quien sacó el tema, sino yo…
Estábamos tirados en una playa de La Manga cuando en un momento dado me percaté que mi padre no perdía ojo a una rubia que estaba tomando el sol en topless. La mujer en cuestión estaba buenísima y encima lo sabía. Acostumbrada a las miradas de todos los hombres de su alrededor, no solo no le molestaban sino que las buscaba. Por eso,  sintiéndose observada por mi viejo, con gran descaro empezó a tontear con él con las típicas sonrisitas. Fue entonces cuando viendo que progenitor reaccionaba a su ataque bajando la cabeza y poniéndose rojo, le solté:
-¿Porque no vas a hablar con ella? Se nota que le gustas.
Don Raúl, poco acostumbrado a ese tipo de conversación, contestó:
-No me parece apropiado. Soy viudo.
-Papá, ¡No jodas!- reaccioné diciendo- Mamá murió hace mucho tiempo y sigues siendo joven. Tienes que rehacer tu vida porque en pocos años ya no viviré contigo.
Durante un buen rato, se quedó callado. Comprendí que aunque sabía que llevaba toda la razón, estaba tan oxidado que no se atrevía a dar el primer paso y por eso, lo di yo. Levantándome de mi tumbona, me acerqué a ese monumento y le pregunté si quería acompañarnos a tomar el aperitivo. Contra todo pronóstico, la rubia aceptó y cogida de mi brazo, fuimos hasta mi padre, el cual viendo mi jugada solo pudo sonreír y acompañarnos hasta el chiringuito. Ya en ese local, me tomé una cerveza con ellos y viendo que sobraba, los dejé solos y me largué con mis amigos. Esa noche, mi padre triunfó y por primera vez en mi vida, llegó más tarde que yo al hotel.
A partir de ese verano, nuestra vida en común cambió para bien. Mi viejo aunque siguió siendo el padre ideal, empezó a salir con amigos y a alternar. Fui yo también el que viendo como a los dos años que derrochaba buen humor, el que directamente preguntó:
-Papa, ¿Tienes novia?
Colorado como un tomate y tartamudeando, me respondió que sí. Al oírlo, sinceramente me alegré por él y sin pensármelo dos veces, le pedí que me la presentara.
-Es demasiado pronto- contestó- solo llevo saliendo con Carmen un par de meses.
Descojonado porque lo hubiese mantenido en secreto, me cachondeé de su timidez y forzando al extremo su confianza, le espeté:
-No me la presentas porque es un cardo.
Herido en su orgullo, mi viejo respondió:
-Al contrario, es una belleza.
Su respuesta me divirtió y en plan de guasa, le dije que era imposible que siendo así se hubiera fijado en él.
-No soy tan mal partido- protestó muy enfadado y para demostrármelo, prometió que al día siguiente la conocería…
Papá me presenta a su novia.
Tal y como había prometido me la presentó ese día. Mi viejo eligió un restaurante de lujo para hacerlo. Como había quedado  en pasar por ella, fui directamente desde la universidad. Al llegar antes, pregunté por la mesa y pidiendo una cerveza al camarero, me senté a esperarlos. Llevaba menos de cinco minutos en ese local cuando vi entrar a una morenaza unos cinco años mayor que yo.
Confieso que me fijé en ella pero en mi descargo, el cien por cien de los hombres presentes hicieron lo mismo, cautivados por el espectáculo que suponía verla andar.  Embutida en un pegado vestido azul, los dones que la naturaleza le había otorgado se veían magnificados y por eso no pude mas que sorprenderme cuando llegando hasta mí,  se sentó frente a mí.
-Perdona, estoy esperando a mi padre- solté totalmente cortado.
Ese pibón sonriendo contestó:
-Lo sé, vengo con él.
Cayendo en la cuenta que era la novia de mi viejo, tuve que pedirle perdón y metiendo la pata nuevamente, me excusé diciendo:
-Disculpa pero me esperaba otra cosa.
Soltando una carcajada, contestó:
-Te comprendo, a mi misma me sorprende haberme  enamorado de un hombre veinte años mayor que yo.
Me agradó que fuera ella la que sacara el tema y medio mosqueado, le dije:
-Sinceramente, me parece imposible.  
La muchacha con una naturalidad que me dejó alelado aceptó mis dudas diciendo:
-Por eso le pedí a Raúl que llegara media hora tarde. Creo que debía exponerte sola mi versión sobre lo nuestro.
Tras lo cual, me narró que le había conocido hacía más de un año en un congreso de la empresa donde ambos trabajaban. Al escucharlo, creí erróneamente que esa belleza sería una secretaria pero ella me sacó del error cuando me dijo:
-Pero fue hace seis meses cuando me nombraron directora de su departamento cuando realmente empecé a conocer a tu padre y me enamoré de él.
-¿Me estás diciendo que eres su jefa?
Muerta de risa al ver mi cara, respondió justo cuando entraba el aludido:
-Sí, ¡Tu padre tiene buen gusto! ¿O no?
Como comprenderéis no quedé satisfecho pero  comportándome como persona educada  nunca volví a sacar ese tema en su presencia, sobre todo porque los hechos posteriores me terminaron de convencer de la sinceridad de esa mujer.
Curiosamente  mi padre que se había mantenido célibe durante dos décadas, cayó rendido ante Carmen y en menos de tres meses, le pidió que se casara con él. Esa morena le rogó que le dejara pensárselo durante unos días.
¿Os imagináis la razón?
¡A buen seguro os equivocáis!
Nada de inseguridades de última hora, ni la presencia de un tipo mas joven. Lo que retuvo a esa mujer fui yo. Pero no porque secretamente estuviera colada por mí sino porque antes de contestar quería conocer mi opinión.   Ella sabía que debía contar con mi aprobación si quería que mi viejo fuera feliz y por eso quedó en secreto conmigo.
Para entonces, mi aversión a esa unión contra natura había menguado y creyendo que si me oponía eso iba a distanciarme de mi padre, accedí. Mi “permiso” aceleró las cosas y justo el día que hacían un año de novios, se casaron.
A partir de esa fecha, mi vida cambió y no porque esa muchacha se convirtiera en una arpía sino porque con el trascurso del tiempo, la madrastra mala de los cuentos nunca apareció y en cambio gracias al roce diario, la comencé a considerar  una buena amiga que además hacía inmensamente feliz a mi padre.
Paralelamente, su gran sueldo sumado al de mi viejo nos permitió vivir mejor. Nos trasladamos a un chalet de las afueras, cambiamos de coche e incluso entre los dos se compraron una casita de veraneo donde años después ocurriría algo que nos uniría aún más.
Mi  padre fallece.
Cinco años estuvieron juntos, cinco años durante los cuales, terminé mi carrera, conseguí trabajo y me independicé. Su idilio no parecía tener fin, enamorados uno del otro, parecían unos quinceañeros haciéndose continuas carantoñas en público y en privado.
Solo puedo manifestar que fueron felices hasta el día que desgraciadamente un ataque al corazón, separó ese matrimonio. Fue algo imprevisto, mi padre era un hombre sano que se cuidaba y aun así, sufrió un infarto masivo del que no pudo salir.   
Al morir, Carmen estaba deshecha. Según ella, su vida no tenía sentido sin mi viejo y por eso se hundió en una brutal depresión. Viendo cómo se dejaba ir por la tristeza no me quedó más remedio que apoyarla y actuando más como un amigo que como un hijastro, hablaba con ella todos los días y al menos una vez a la semana, quedábamos a comer.
Poco a poco, su destino quedó en mis manos. Con treinta y tres años y siendo una ejecutiva de prestigio, mi madrastra dependía de mí para todo. Yo era quien la llevaba de compras, quien la sacaba a comer e incluso con el tiempo, dejó de frecuentar a sus conocidos y  mis amigos se convirtieron en los suyos.
No pocas veces, tuve que soportar estoicamente los recochineos de mis colegas que, sin faltarles razón, se reían de nosotros diciendo que parecíamos novios. Pero os juro que aunque era consciente de su belleza, nunca se me pasó por la cabeza tener un rollo con ella.
Carmen, era mi amiga y ¡Nada más!
Confiaba en ella y ella en mí. Nuestra extraña relación cada día se hacía más fuerte. Compartía con ella el día a día, las cosas nimias y las importantes pero cuando realmente me demostraba su cariño era  cuando tenía problemas. Entonces esa mujer lo dejaba todo  y acudía rauda en mi ayuda. Daba igual el motivo, ante cualquier flaqueza por mi parte, Carmen se ponía al timón y me rescataba.
Reconozco que también tuvo que mucho que ver el hecho que solo nos lleváramos seis años porque al ser de la misma generación, teníamos puntos de vistas parecidos.
Todo cambió un día del mes de junio que mientras tomábamos unas copas en un bar, mi madrastra me preguntó que iba a hacer ese verano.
-No lo tengo todavía pensado- respondí.
Mi respuesta le dio la oportunidad para decirme:
-Necesito que me hagas un favor. Desde que murió Raúl, no me atrevo a ir a Marbella. ¿Te importaría acompañarme?
Me quedé alucinado al escucharlo ya que hacía dos años que mi padre había fallecido y realmente pensaba que Carmen ya lo había superado. Por eso sin pensar en las consecuencias, prometí acompañarla…
El viaje a Marbella.
Dos meses más tarde, exactamente el primero de agosto, pasé por ella a su casa.  Mi madrastra me esperaba en la puerta con tres enormes maletas. Nuestra relación era tan asexual que en un primer momento no me fijé en ella sino en su equipaje.
-¡Dónde vas! ¿Te mudas?- protesté al temer que no cupieran en el maletero.
Carmen, muerta de risa, respondió a mi exabrupto con una sonrisa mientras me decía:
-Después de los años que me conoces, ¿Te sorprende que sea coqueta?- y dándose la vuelta, me modeló su vestido- ¡Es nuevo!
Fue entonces cuando al contemplarla, cuando realmente empezaron mis problemas porque por mucho que fuera la viuda de mi padre no pude dejar de admirarla. Enfundado en un vaporoso tul, su cuerpo era una tentación para cualquier hombre. Por eso aunque de reojo, me quedé maravillado con su escote. El profundo canalillo de sus pechos no dejaba lugar a dudas:
“Carmen  tenía un par de tetas de ensueño”.
Para mi desgracia, cuando todavía no me había recuperado de la impresión de descubrir que mi madrastra me atraía, entramos en el coche y mientras se ponía el cinturón, observé que la falda se le había subido mostrando con descaro la casi totalidad de sus muslos.
Medio cortado, intenté retirar mi mirada pero era tanta la atracción que producía en mí que continuamente volvía una y otra vez a  deleitarme con sus jamones.
-¿Qué te ocurre?- un tanto extrañada me preguntó al percatarse que estaba en silencio.
Luchando con todas mis fuerzas contra ese descubrimiento, molesto  le solté:
-¡Tápate! ¡Que no soy de piedra!
La morena creyendo que era broma, sonrió y siguiendo la teórica guasa, me contestó mientras incrementaba mi turbación dejando más porción de sus piernas al aire:
-¿No fastidies que te molesta que las enseñe? ¿Acaso no las tengo bonitas?
Hoy comprendo que nunca se hubiera atrevido a tontear de esa forma si hubiera sabido lo que su acción provocaría porque al contemplar el principio de su tanga, mi pene reaccionó con una gran erección. Fue algo tan imprevisto y evidente que mi madrastra no pudo más que cubrirse. A partir de ese instante, se formó una barrera entre nosotros que unos segundos antes no existía. Sé que tanto yo como ella, fuimos por primera vez conscientes que el otro existía, cayendo el velo que nos había mantenido tan alejados como unidos.
En completo silencio, recorrimos los primeros trescientos kilómetros. Silencio que tuve que romper para recordarle que habíamos quedado en visitar a mi abuela aprovechando que pasábamos por cerca de Linares. Creo que mi madrastra agradeció esa parada porque recordando el cariño que su suegra siempre le había mostrado, me preguntó:
-¿Cómo sigue la viejita?
-Un poco ida pero bien. A veces confunde las cosas pero gracias a Dios mantiene su buen humor.
Siguiendo lo planeado, salimos de la autopista y entramos en el pueblo del que salió mi padre siendo un niño. Al llegar a la casa familiar, Doña Mercedes nos estaba esperando sentada en el salón. Nada más vernos me saludó diciendo:
-Ya te vale, ¿Hace cuánto tiempo que no vienes a ver a tu madre?
Me quedé de piedra al comprender que me había confundido con su hijo y no deseando hacer que recordara su muerte, lo dejé estar y con cariño la besé mientras le decía:
-¿Te acuerdas de Carmen?
La anciana sonriendo, respondió:
-Por supuesto que recuerdo a tu novia.
Mi madrastra haciendo caso omiso a la confusión, la abrazó como si nada sin saber que durante la comida, el principio de demencia senil que sufría la viejita nos volvería a poner en un aprieto.
Tal y  como era costumbre en ella, Doña Mercedes se mostró afable y divertida durante toda nuestra visita pero cuando ya estábamos en el postre, de improviso empezó a quejarse del peso de los años y a tenor de ello, comentó:
-¿Sabes Carmen lo único que me mantiene con vida?- la aludida contestó que no, cogiendo la mano de la anciana entre las suyas. Fue entonces cuando mi abuela le soltó: -Me gustaría conocer a mi nieto antes de morir.
Interviniendo exclamé:
-¿Qué nieto?
Muerta de risa, la viejita respondió:
-¡Cual va a ser! ¡El vuestro! Estaré chocha pero no me creo que estéis tan anticuados que no os hayáis ya acostado y dirigiéndose a la viuda prosiguió diciendo: -Cariño, sé lo mucho que le quieres así que olvídate de lo que piense la gente  y ten un niño.
Con una sonrisa, mi madrastra prometió pensarlo aunque interiormente estaba pasando un mal rato. Mal rato que se incrementó cuando mi abuela le pidió que le acompañara a su cuarto dejándome solo en el comedor. Aproveché la ausencia de las dos mujeres para recoger los platos y llevarlos a la cocina. Aun así tuve que esperar cinco minutos a que volvieran. Cuando lo hicieron, Carmen tenía los ojos rojos, señal de que había llorado.
-¿Qué ha pasado? – pregunté extrañado.
Aunque la pregunta iba dirigida a Carmen, fue mi abuela la que contestó:
-Se ha puesto tierna cuando le regalé el broche de mi madre.
Confieso que la creí y tratando de evitarle otro disgusto, cogí a Carmen de la cintura y nos despedimos de ella. En ese momento, me pareció natural ese gesto pero mientras nos dirigíamos hacía el coche fue cuando comprendí aterrorizado que nos estábamos comportando como si fuéramos pareja y que curiosamente, me alegraba que mi madrastra no pusiera ningún impedimento.
Tres horas más tarde, llegamos a la coqueta casa que había compartido con mi padre. Al aparcar, empezaron sus nervios y comprendiendo su angustia, no dije nada mientras bajaba las maletas. Cómo conocía el chalet, directamente llevé su equipaje hasta su habitación dejando el mío en la habitación de invitados. Al terminar, la busqué y me la encontré muy triste en el salón.
“Pobre”, pensé al comprobar su dolor y con ganas de consolarla,  me senté a su lado y la abracé.
Carmen me recibió entre sus brazos y apoyando su cabeza en mi pecho, se desmoronó llorando a moco tendido. Sin moverse y entre mis brazos, esa morena se desahogó durante largo rato hasta que ya más tranquila, limpiándose las lágrimas me rogó que la sacara a cenar.
-¿Estas segura? – pregunté un tanto extrañado.
Con una determinación que no supe interpretar en ese momento, respondió:
-Tu abuela tiene razón, tengo que seguir adelante- y saliendo de la habitación, me informó que iba a cambiarse.
Os confieso que me sorprendieron sus palabras y tratando de asimilarlas, me fui a arreglar:
“¿Qué coño habrá querido decir?”, continuamente me repetí al recordar que de lo único que había sido testigo había sido de la confusión senil de la viejita y suponiendo que debía referirse a algo que le había dicho en su habitación.
El galimatías de mi mente se incrementó al verla bajar por las escaleras ya que la mujer triste había desaparecido dando paso a una versión espectacular de mi madrastra.
-¡Dios!- exclamé admirado.
Carmen sonrió al escucharme y llegando ante mí, se recreó modelando su vestido. Reconozco que babeé mientras daba un buen repaso a su anatomía.
-¡Estás preciosa!- tartamudeando mascullé al admirar el erotismo que manaba esa mujer embutida en ese negro vestido.
Prendado y confundido, me quedé mirando tanto sus pechos como su culo. Mi desconcierto no le pasó inadvertido y soltando una carcajada, me espetó mientras cogía mi mano entre las suyas:
-¡Vámonos de farra!
Su alegría contrastó con el caos de mi cerebro porque al sentir la caricia de sus dedos, mi corazón empezó a palpitar con rapidez mientras bajo mi pantalón, mi pene traicionándome se alzaba dispuesto para la acción.
“Es la viuda de mi padre”, indignado conmigo mismo porfié en un vano intento de espantar la atracción que sentía por esa morena.
Como su restaurante favorito estaba a cinco minutos, dejamos el coche en el chalet y nos fuimos caminando. Carmen comportándose como una chiquilla se pegó a mí durante ese trayecto, acrecentando mi desasosiego al llegar hasta mis papilas su aroma.
“Tío, ¡Tranquilízate!”, rumié entre dientes mientras entrabamos en el local.
Una vez allí, mi madrastra impelida por un renovado fervor no paró de bromear y beber mientras cenábamos. Sus risas consiguieron poco a poco diluir mi turbación y al terminar, nuevamente éramos los dos amigos de siempre, o eso creí, porque ya en la calle, Carmen insinuó que le apetecía ir a bailar.
Aceptando su sugerencia, la llevé a una discoteca donde sin esperar que nos dieran mesa, se puso a bailar. El camarero viendo que mi pareja estaba  en la pista, nos acomodó justo al lado de forma que al sentarme, pude contemplar el baile de mi madrastra sin impedimento alguno.
La sensualidad con la que se movía reavivó los rescoldos nunca apagados de la atracción que ejercía en mí y por eso en cuanto llegó el empleado con las copas, me bebí medio whisky de golpe. Mi exceso no le pasó inadvertido a Carmen, la cual  llegó a mi lado y con una enigmática sonrisa, me soltó:
-Yo también lo necesito- y ratificando lo dicho, vació su vaso sin  respirar.
Tras lo cual, llamó al camarero y pidió otra ronda. Confieso que malinterpreté su deseo de emborracharse y asumiendo que quería ahogar sus penas, permití que  en una hora, diera buena cuenta de otras cinco copas.
Ya evidentemente alcoholizada, me sacó a la pista y mientras ella se dedicaba a mover su trasero con desenfreno, para mi desgracia una rubia se fijó en mí y comenzó a tontear conmigo acercando su cuerpo al mío. Mi madrastra al reparar en las intenciones de la muchacha, se cabreó y pegándole un empujón, la sustituyó  pasando una de sus piernas entre las mías.
-¡Qué haces!- exclamé al sentir sus pechos mientras sus pubis rozaba mi entrepierna
-No digas nada y déjate llevar- me susurró al oído sin para de moverse con descaro.
Como comprenderéis y aceptareis, mi pene reaccionó a sus caricias con una erección. Asustado por que se diera cuenta, traté zafarme pero entonces Carmen con un brillo desconocido en mis ojos, me soltó:
-Por favor, ¡Lo necesito!
Anonadado por su actitud, me quedé paralizado al comprobar que notando mi dureza, lejos de cortarla, la azuzó a seguir frotando sensualmente su sexo contra el mío. Os juro que si no llega a ser ella, la mujer que con descaro estaba calentándome de esa forma, la hubiese llevado al baño y me la hubiese tirado, pero con la poca cordura que me quedaba rechacé esa idea y sacándola de la pista, la llevé  a casa.
Al llegar y al amparo de la intimidad que nos ofrecían esas paredes, mi madrastra incrementó su acoso mordiendo mi oreja mientras con voz suave me decía:
-¿Adivina que fue lo que me dijo tu abuela en la habitación?
No contesté porque era incapaz de articular palabra.
-La astuta vieja me confesó que sabía que no eras tu padre y que nos había soltado lo del nieto para obligarme a reconocer lo que para ella era evidente.
-¿El qué? – pregunté escandalizado.
Cambiando de actitud, se puso a llorar y con lágrimas en los ojos, respondió:
-¡Que estoy enamorada de mi hijastro!
Por si no fuera poca esa confesión, buscó con sus labios los míos. No sabiendo a qué atenerme, respondí con pasión a su beso y olvidando nuestro parentesco, mis manos recorrieron la tela que cubría sus pechos. Carmen al sentir mi caricia, dejó caer los tirantes de su vestido, permitiendo por primera vez que observara su torso desnudo.
La belleza de sus negros pezones me obligaron a acariciarlos, los cuales como si estuvieran asustados se contrajeron mientras su dueña emitía un dulce gemido.
-¡Hazme el amor! – me imploró levantándose del sofá y llevándome hasta su cuarto.
Aturdido por la profundidad de los sentimientos que descubrí al seguirla por el pasillo, no pude reaccionar cuando al llegar a su habitación dejó caer su vestido, dejándome contemplar por entero la belleza de mi madrastra. Tal y como me había imaginado, Carmen tenía un cuerpo espectacular. Sus pechos daban paso a una estrecha cintura, bello anticipo del maravilloso culo con forma de corazón que lucía la treintañera.
Viendo mi indecisión, tomó ella la iniciativa y arrodillándose a mis pies, comenzó a desabrochar mi cinturón. Sentir sus manos abriendo mi bragueta fue el acicate que necesitaba mi verga para conseguir su longitud máxima y por eso cuando mi madrastra la liberó, se topó con una dura erección.
-¡Que bella!- suspiró justo antes de besarla, para acto seguido, sacar su lengua y usándola como un pincel, comenzar a embadurnar mi extensión con su saliva.
El morbo que sentía en ese momento al tener a esa morena a mis pies, fue tal que no dije nada cuando observe a Carmen relamiéndose los labios antes de antes de metérsela en la boca. De rodillas y sin parar de gemir, se fue introdujo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
Deseando esa mamada, observé como la viuda de mi viejo abría su boca y  engullía la mitad de mi rabo. No satisfecha con ello, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande,  se lo volvió a enterrar en su garganta.
-Joder- gruñí de satisfacción al sentir dicha caricia  y olvidando quien era, presioné su cabeza con mis manos y le ordené que se la tragara por completo.
La morena obedeció y sín ningún recato, tomó en su interior toda mi verga. Entonces mi dulce y bellísima madrastra apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene en el fondo de su garganta.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Dejándose llevar por la calentura que la domina, Carmen separó sus piernas y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡No sabía lo mucho que te necesitaba!- berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que la tomara.
Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso llevándola hasta la cama, la dejé tumbada mientras terminaba de desvestirme. Desde el colchón, la morena no perdió detalle de mi rápido striptease y viendo que ya estaba desnudo, me llamó a su lado diciendo:
-Quiero ser tu mujer.
Al llegar a su lado, empezó a besarme mientras intentaba que la penetrara pero entonces, le susurré que se quedara quieta. La mujer se quejó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que bajando por su cuerpo iba besando cada centímetro de su piel, cumplió mi capricho. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias mientras me acercaba lentamente hasta su sexo. El aroma de una hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo y disfrutando del momento,  pasé de largo descendiendo por sus piernas.
-No- refunfuño al notar que me concentraba en sus piernas y que mi lengua recorría  sus muslos hasta sus pies.
Sus gemidos me confirmaron que estaba en mis manos y antes de subir por sus tobillos hacia mi verdadero objetivo, alcé la mirada para comprobar que Carmen había separado con sus dedos los labios de su sexo y sin disimulo se masturbaba presa de la pasión. Esa erótica escena había sido suficiente para que con otra mujer me hubiese lanzado contra su clítoris, pero Carmen no era cualquiera y por eso y en contra de lo que me reclamaba mi entrepierna, seguí lentamente  incrementando su calentura. La que había sido durante años  había sido primero  la esposa de mi padre y luego mi mejor amiga no pudo aguantar más y en cuanto notó que mi lengua reiniciaba su caminar por sus piernas, se corrió sonoramente.
-Te amo- soltó gritando.
Su afirmación lejos de acelerar mis pasos, los ralentizó. Habiendo dejado mis prejuicios, todo mi ser deseaba poseerla  pero comprendí que si no quería que a la mañana siguiente se arrepintiera y me echara en cara el haber abusado de su borrachera, debía esa noche usar todas mis artes.
Al aproximarme a su sexo, la excitación de Carmen era más que evidente. Desde el interior de su vulva brotaba un riachuelo mojando las sábanas mientras  su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, implorando a base de gritos que la tomara. Haciendo caso omiso de sus ruegos, separé sus labios para descubrir su clítoris completamente erizado.
-No aguanto más- berreó en cuanto posé mi lengua en ese botón.
Sabiendo que estaba ganando la batalla pero deseando ganar la guerra, me concentré en conseguirlo y por vez primera probé con la lengua su néctar. Su sabor agridulce me cautivó y usando mi húmedo apéndice como si de un micro pene se tratara, penetré con él su interior.
-Me corro- gritó descompuesta.
Durante unos minutos, disfruté de su entrega y solo cuando mi madrastra ya había encadenado un par de orgasmos, me levanté y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su sexo. La lentitud con la que lo hice, me permitió sentir como mi extensión forzaba cada uno de sus pliegues hasta que  chocó contra la pared de su vagina. Carmen al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera.
Obedeciendo,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo como con pereza, hasta el fondo de su cueva. La morena totalmente entregada, me rogaba que acelerara a base de gritos. Pero no fue hasta que noté su flujo recorriendo  mis piernas cuando decidí  incrementar el ritmo.
Desplomándose sobre las sábanas, mi madrastra clamó su derrota y capitulando, nuevamente obtuvo su dosis de placer. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse dándome la espalda. Teniéndola a cuatro patas, volví a meter mi pene en su interior y y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla. La nueva postura magnificó su gozo y le permitió disfrutar de sensaciones hasta entonces desconocidas.
-Soy tuya- aulló asolada por un nuevo clímax.
Sus chillidos fueron el estímulo que necesitaba y dejándome llevar, me uní a ella explotando y regando su interior con mi simiente. Carmen al sentir mi semen rellenado su cueva, buscó con sus caderas ordeñar hasta mi última gota y solo paró cuando habiéndome dejado totalmente seco, se dejó caer exhausta sobre las sábanas. 
Agotado yo también, la abracé y juntos en esa posición nos quedamos dormidos…
A la mañana siguiente descubro que fui víctima de un engaño.
Aunque nos habíamos acostado tarde, acababan de dar las nueve cuando me desperté todavía abrazado a mi madrastra. Con la luz del día, lo ocurrido la noche anterior me parecía despreciable porque en cierta medida me había aprovechado de una mujer borracha. Acomplejado por mis remordimientos, no pude moverme porque temía que al despertar Carmen descubriera haber sido objeto de la lujuria de su hijastro y que por ello, me echara de su lado. El imaginar mi vida sin ella fue tan doloroso, que involuntariamente un par de lágrimas brotaron de mis ojos. Al darme cuenta de mis verdaderos sentimientos decidí que llegado el caso no dudaría en humillarme para evitar que me dejara.
Estaba todavía pensando en ella cuando de pronto, sonó su teléfono y abriendo los ojos, Carmen me miró con ternura diciendo:
-Buenos días cariño.
Tras lo cual contestó la llamada. Su interlocutor debió de preguntarle algo porque soltando una carcajada, esa morena contestó:
-No te preocupes, te hice caso y todo ha salido perfecto. Tengo a Miguel desnudo en mi cama.
Como podréis imaginar, me quedé pálido y por eso en cuanto colgó, le pregunté con quien hablaba. Muerta de risa, mi madrastra, contestó:
-¡Con tu abuela! Quería preguntarme si había seguido su consejo.
Sus palabras me dejaron alucinado y por eso tuve que preguntar cual era. Carmen poniendo cara de puta mientras aprovechaba a subirse encima de mí, respondió:
-Lo mismo que voy a hacer ahora, ¡Violarte!
 
 
Esa mañana y todos los días durante ese mes, mi madrastra me violó cuantas veces quiso. Por supuesto que no solo me dejé sino que colaboré con ella y  nueve meses después, otra vez en Linares fuimos a ver a mi abuela con nuestro hijo entre los brazos.
Nada más depositar al crío en sus brazos, la que hoy es mi esposa dándole un beso, susurró en su oído:
-Gracias por todo pero ¡No hace falta que te mueras!
 
 
 
 

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Relato erótico: Conociendo a pamela 4 (POR KAISER)

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Conociendo a Pamela
 

Las voces se hacen cada vez más fuertes, de inmediato Sebastián ordena la cama y esconde el diario arrojándolo bajo la cama. Pamela sigue acercándose, si ella lo sorprende saliendo de su habitación le hará muchas preguntas sin mencionar que será el objeto de burla de las amigas de ella. Rápidamente se esconde en su armario y guarda absoluto silencio.

“¡Sebastián, Sebastián estas aquí!” le llama ella a gritos, él mantiene silencio en su escondite, “se te perdió tu primo parece” le dice una de sus amigas, “donde se metió este, ya se lo voy a llamar a su celular”, al oír esto Sebastián desesperadamente se busca su celular, sin embargo en el armario esta bastante apretado y no lo encuentra. “¡Malditos pantalones!” dice él al no poder sacarlo de su bolsillo, alcanza a quitarle el sonido justo en el momento en que Pamela marcaba su número. “Que raro no contesta, debió ir a los videojuegos seguramente” dice ella.

Sebastián consigue observarla a través de una rendija en el armario, ella conversa con sus amigas y acuerda ir a la casa de una de ellas mañana por la tarde después de clases para terminar un trabajo bastante urgente. Pamela sale de la habitación un instante, Sebastián piensa en salir pero antes que pueda hacerlo ella vuelve a entrar y deja una botella de agua mineral en su velador y luego se tira en su cama.
Desde su escondite Sebastián observa como la corta falda de colegio de su prima se levanto bastante, sus piernas y esos muslos tan bien formados se aprecian en gloria y majestad. Ella suspira profundamente, el día esta bastante caluroso y ella se agita su blusa para ventilarse un poco, “en ocasiones ustedes son un verdadero problema” dice ella refiriéndose a su busto de notable tamaño para su edad. Sebastián esta boquiabierto cuando ella se desabrocha su blusa dejando sus pechos cubiertos solo por el sostén que da la impresión de contenerlos apenas. Los pezones se marcan en el sostén que usa y el sudor se escurre por su cuerpo.
Sebastián trata de no moverse pero esta muy incomodo, al tratar de ubicarse mejor pasa a golpear la pared lo que de inmediato hace reaccionar a Pamela que mira directamente hacia el armario. Sebastián se queda quieto, “malditos ratones” dice ella que toma una pequeña botella de agua mineral y comienza a beber. Desde su escondite Sebastián no le pierde la vista a su prima, bebe lentamente y cada vez que la botella llega a sus carnosos labios él ya se imagina su verga deslizándose entre ellos.
Pamela sigue bebiendo, el agua esta bien fría y ella se pasa la botella por su rostro, de pronto derrama parte del agua sobre sus pechos por accidente. Ella se sobresalta un poco pero después intencionalmente lo hace con la idea de refrescarse. Sebastián no pierde detalle alguno de lo que sucede. Para su asombro Pamela se abre su sostén y descubre totalmente sus pechos con sus pezones erectos y firmes. Ella se los vuelve a moja y después se pasa la fría botella de agua entre los mismos y sobre sus pezones. Pamela suspira delicadamente, “esto se siente super rico” dice en voz alta.
Ella se sube su falda descubriendo su ropa interior, desliza la fría botella por entre sus pechos y después la hace descender por su vientre hasta llegar a su entrepierna donde la pasa por encima de su coño cada vez con más fuerza. Pamela comienza a gemir mientras Sebastián atónito la observa. Con una mano ella presiona la botella sobre su coño y con la otra se masajea sus pechos, sus gemidos y suspiros inundan la habitación mientras su primo trata desesperadamente de abrirse sus pantalones, su verga ya no da más de dura y tiesa.
Con sus dedos Pamela se aparta su ropa interior, Sebastián ve su sexo por primera vez, esta cubierto con un poco vello algo oscuro. Pamela se acaricia su sexo y separa los labios de su vagina buscando su clítoris, cada vez que se lo toca ella se retuerce en la cama. Sebastián esta más caliente que nunca y siente una tremenda envidia de aquellos que ya han disfrutado de su prima. Nuevamente ella usa la botella para masturbarse, se frota con fuerza su sexo y ella se agita y retuerce descontrolada sobre la cama. La botella se la pasa sin cesar sobre su sexo y la carga usando ambas manos.
Pamela se saca su calzón y lo tira al suelo, ella coge la botella y comienza a chuparla y a lamerla como si de una verga se tratara. La lubrica bien con saliva y después ella se pone en cuatro sobre la cama dándole a Sebastián la mejor vista posible. Tomándola con fuerza Pamela guía la botella hasta su coño y comienza a metérsela lentamente. Con la boca abierta Sebastián la observa, su verga esta que explota mientras la botella se va perdiendo en el ardiente y húmedo sexo de Pamela.

“¡Oh siii!” exclama ella terriblemente excitada mientras se va metiendo la botella rítmicamente. Sus pechos se agitan cada vez que ella la empuja dentro de su cuerpo, no conforme con ello se chupa sus dedos y después busca ansiosamente su culo, ella se masturba de forma fanática gimiendo como loca. Sebastián esta atónito observándola mientras se masturba por ambos agujeros hasta que ella se corre varias veces sobre su cama, Sebastián le salpica parte de la ropa en el armario al correrse.

Pamela coge la botella y la lame lentamente, ella saborea los jugos de su sexo y suspira profundamente. Luego se pone de pie y se desnuda por completo y su primo admira con detenimiento cada una de las curvas de su magnifico cuerpo, “es perfecta” se dice Sebastián a si mismo, ella saca una toalla de un mueble y sale de la habitación. Sebastián escucha el sonido de la ducha en el baño y luego como se cierra una puerta. Él espera unos minutos y finalmente sale del armario, sobre la cama ve la botella y la olfatea, “esta impregnada con tu olor” dice en alusión a Pamela.
Como puede se arregla los pantalones y sale lentamente por el pasillo, va a comenzar a bajar por la escalera cuando Pamela lo ve, “¿vaya estabas aquí, no te sentí?”, “eh, vengo llegando, como me di cuenta que te estabas duchando decidí ir a preparar algo de comer” responde con algo de nerviosismo. Pamela esta envuelta en la toalla y se seca su cabello mientras le habla, “¡que rico, prepárate una pizza, mi vieja dejo una lista en refrigerador!”, “hecho”, “yo bajo enseguida me voy a arreglar y voy, necesitaba darme una ducha, quede exhausta con tanto… ejercicio” le dice ella sonriendo, Pamela entra en su habitación y cierra la puerta. “Ya creo que hiciste mucho ejercicio” dice Sebastián en voz baja.
 
 

Relato erótico: Dominada por mi alumno 5 (POR TALIBOS)

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ENCAJANDO PIEZAS:

Me desperté tarde la mañana del domingo, gracias a que Mario, tan dulce y solícito como siempre, me trajo el desayuno a la cama, que si no, yo hubiera seguido gustosa durmiendo a pierna suelta, pues seguía muy cansada por el intenso sábado que había vivido.
Mientras comía, Mario se tumbó a mi lado en el colchón y se puso a contarme cómo le habían ido las cosas en el trabajo durante los días que había estado fuera. Yo le escuchaba sólo a medias, pues mi mente estaba puesta en los fabulosos sucesos que habían azotado mi vida en los últimos días.
Bastaba acordarme del rostro de Jesús, para que un embriagador calorcillo recorriera mi cuerpo de la cabeza a los pies, haciéndome desear que ya fuera lunes. Como pude, me las apañé para simular que estaba pendiente de lo que Mario me decía, asintiendo de vez en cuando y procurando tener siempre la boca llena para no tener que contestarle.
Por fortuna, Mario simplemente tenía ganas de desahogarse y no pretendía conversar, por lo que no se dio cuenta de nada. Mientras hablaba, su mano se posó distraída sobre mi muslo, acariciándome dulcemente sobre las sábanas, pero yo no me sentía demasiado juguetona, por lo que no hice caso.
Cuando acabé de desayunar, Mario recogió los platos y se los llevó a la cocina. Yo, un poco a regañadientes, me levanté por fin y arreglé el dormitorio, cambiando las sábanas, bastante revueltas después de haber follado con Mario la noche anterior. Más tarde, los dos nos dedicamos a adecentar un poco el piso, aunque no hizo falta esmerarse demasiado, pues yo ya había estado limpiando la mañana anterior, mientras Jesús iba a charlar con mi vecino, el voyeur pajillero.
Después me duché y me vestí con un chándal y una camiseta para estar cómoda, pero, eso sí, llevando un tanguita negro como ropa interior, pues Jesús se había deshecho de todas mis bragas. Sostén no me puse… total, para estar por casa…
Mario me preguntó que si íbamos a salir a comer fuera, pero yo le dije que no, pues tenía que corregir todos los exámenes de recuperación, pues iba muy retrasada, así que él, amable como siempre, se ofreció a preparar el almuerzo.
Agradecida, recogí mi maletín con todos mis papeles y me encerré en mi despachito, un cuarto pequeño que usaba para estos menesteres.
Tardé un buen rato en ordenar todos los papeles de examen, pues días atrás los metí sin ton ni son dentro del maletín, alterada por haber recibido la llamada de mi Amo.
La mañana se me fue corrigiendo exámenes y tratando de digerir los disparates que algunos de los chicos cometían al resolver los problemas. Me sentí, como supongo les pasa a todos los maestros en estas ocasiones, un poco frustrada al ver que mis clases y explicaciones no servían de mucho, pues había alumnos que no comprendían absolutamente nada de la asignatura.
Afortunadamente, había excepciones, claro, y eran precisamente esas las que me devolvían el optimismo. Chicos que habían mejorado claramente sus resultados, logrando aprobar o mejorar su nota anterior.
Y por encima de todos estaba Jesús.
Me quedé de piedra. Sabía que era inteligente, así que no me remordía mucho la conciencia por tener la intención de aprobarle por la cara. Sin embargo, pronto descubrí que mi ayuda era completamente innecesaria, pues el chico había clavado el examen hasta la última letra. Un sobresaliente perfecto.
Y encima, lo había logrado en menos tiempo que los demás, pues buena parte del tiempo de examen lo había dedicado a que su profesora le hiciera una paja y se tragara su corrida. Menuda guarra era esa tía.
Sintiéndome inexplicablemente orgullosa, seguí corrigiendo exámenes hasta la hora de comer. Creo que los que corregí después del de Jesús tuvieron suerte, pues al sentirme contenta, fui un poco más benevolente con ellos.
Sobre las dos, Mario llamó a la puerta para indicarme que el almuerzo estaba listo. Comimos juntos entre risas, pues la comida se le había quemado un poco, por lo que no paré de burlarme (cariñosamente) de él.
Agradecida por su amabilidad, le besé profundamente a modo de postre y le prometí que esa noche iba a “recompensarle” convenientemente, con lo que sus ojos brillaron de felicidad.
Satisfecha y con la barriga llena, regresé al despacho para terminar con el trabajo, pensando que, si terminaba pronto, podría salir un rato con Mario por ahí para tomar un café y pasar una agradable tarde de domingo juntos, para intentar reforzar un poco los cada vez más tenues sentimientos que me unían a él.
Estuve pensando un rato en ello, a solas en el despacho, antes de reiniciar la tarea. Me daba cuenta de que le quería, de que estaba a gusto con él, pero también comprendía que, a esas alturas, lo que Jesús era capaz de ofrecerme me atraía mucho más que la vida de paz y armonía que suponía estar con Mario. Antes o después tendría que tomar una decisión. ¿Cortar con Mario? ¿O seguir engañándole con Jesús, aparentando que todo estaba bien entre nosotros? Como pueden ver, en ningún momento me planteé siquiera la tercera opción: abandonar a Jesús.
Como buenamente pude, volví a concentrarme en la corrección de exámenes y logré alcanzar un buen ritmo. Pero, cuando eran más o menos las cinco de la tarde, el timbre de la entrada sonó de pronto. Me sorprendí bastante, pues no esperábamos a nadie y no era muy habitual que ningún amigo se presentara un domingo por la tarde sin avisar.
Oí los pasos de Mario dirigiéndose a la puerta y yo, bastante curiosa, me acerqué a la del despacho y la abrí un poquito, para poder escuchar y enterarme así de quien era el molesto visitante.
Oí el sonido de la puerta al abrirse y a Mario saludando cortésmente al recién llegado.
–         Hola, buenas tardes.
–         Buenas tardes – respondió una juvenil voz femenina que me sonaba muchísimo – ¿Es esta la casa de la señorita Sánchez?
–         Sí, aquí es. Y tú eres…
No escuché bien la respuesta, pero mi cerebro trabajaba a toda velocidad tratando de poner rostro a la conocida voz.
–         ¡Ah! – exclamó Mario – ¡Eres alumna de Edurne!
–         Sí, verá, mi padre es vecino de ustedes, vive en este mismo edificio, en el cuarto.
¡Coño! ¡Si era Gloria! En mi mente evoqué el encantador rostro de mi alumna, no una de las más brillantes por desgracia, pero eso sí, con lo buena que estaba y la fama de ligera de cascos que tenía, seguro que no le costaría mucho abrirse paso en la vida. Precisamente, no hacía ni diez minutos que acababa de suspenderle el examen de recuperación. Interesada, asomé la cabeza por la puerta, para escuchar mejor.
–         ¿Y qué queréis, hablar con ella?
–         Sí – respondió la chica – Es que… el otro día hicimos el examen de recuperación. Y mi padre me ha dado mucho la lata durante las vacaciones por el suspenso. Me ha dicho que ni de coña me compra la moto como no las apruebe todas y claro, no podía esperar hasta mañana para ver si he aprobado o no… Y se me ha ocurrido, ya que estaba en casa de mi padre, subir un segundo a ver si la señorita me podía decir la nota. Es que estoy intentando convencerle…
En soltar toda esa parrafada, Gloria no tardó ni 5 segundos. Podía imaginarme la cara divertida de Mario mientras la aturrullada joven intentaba explicarle el por qué de su visita.
–         Iré a ver si quiere recibiros. A propósito, soy Mario, el novio de Edurne.
–         Yo soy Gloria.
Resignada, pues sabía que Mario no iba a negarle la entrada a una cara bonita, regresé al interior del despacho para buscar el examen de Gloria. No me apetecía nada hacerlo, conociéndola, era capaz de echarse a llorar allí mismo por el suspenso, pero no se me ocurría cómo negarme a decirle la nota, pues no había nada malo en ello. Justo cuando lo encontré, llamaron a la puerta del despacho.
–         ¿Edurne? – dijo Mario desde el otro lado de la puerta – Han venido a verte unos alumnos tuyos.
–         Adelante – dije antes de darme cuenta de que había dicho “alumnos” en plural.
Cuando se abrió la puerta me quedé petrificada. Detrás de Mario, acompañando a la bonita Gloria, se encontraba mi Amo Jesús, con una sonrisa de oreja a oreja, mirándome con expresión divertida.
Mario les hizo pasar, un poco sorprendido por la expresión atónita que había en mi rostro.
Gloria, un poquito avergonzada, intentó explicarme el motivo de su visita, hablándome de su padre, de una moto y no sé de qué demonios más, pues yo no le prestaba la más mínima atención, con mis cinco sentidos enfocados en la perturbadora presencia de Jesús.
Tras unos instantes de indecisión, Mario acudió en mi rescate, haciendo pasar a los chicos al interior del despacho. Yo, aún sin saber qué decir, estrujaba entre mis dedos el examen suspenso de la chica, sin saber cómo reaccionar. Hasta que Jesús tomó las riendas de la situación.
–         Pues eso, señorita – dijo de repente interrumpiendo la explicación de Gloria – Como estaba en casa de mi novia y ella me había dicho que usted también vivía en este bloque, se me ha ocurrido subir a ver si era posible que nos dijera usted la nota del examen. Ya sabe, para quedarnos más tranquilos.
¿Su novia? Yo aún me quedé sin habla unos segundos, pero Mario, creyendo que me lo estaba pensando, intercedió a favor de los chicos.
–         Vamos, cariño, no seas tan estricta. No pasa nada porque les digas a estos chicos la nota. Estoy seguro de que no se lo dirán a nadie y, aunque lo hicieran, no creo que nadie considerara que es un trato de favor el simple hecho de decírselo.
–         Por favor, señorita… – me dijo Gloria con expresión suplicante.
Fue justo en ese instante cuando me di cuenta de que Mario no le quitaba ojo de encima a mi encantadora alumna. Y no era para menos, pues la muy zorrita iba vestida de forma bastante provocativa. Llevaba una minifalda a cuadros que dejaba ver perfectamente una buena porción de sus juveniles muslos, combinada con unos calcetines largos que le llegaban por encima de la rodilla. El torso lo cubría con una camisa blanca con varios botones desabrochados y encima de todo una rebeca de color azul. Era justo el look de Britney Spears en su primer videoclip.
Una semana atrás me hubiese molestado mucho que mi novio se comiera con los ojos a una zorrilla como aquella, pero, en aquel instante, nada estaba más lejos de mi mente que los celos porque Mario mirara a otra.
–         Venga, señorita Sánchez – me dijo Jesús mirándome a los ojos – No nos haga suplicar…
Por fin, logré reaccionar y sacudiendo la cabeza, regresé al mundo real justo a tiempo de evitar destrozar los papeles que tenía en las manos.
–         Está bien, está bien – asentí – Supongo que no pasa nada si os adelanto los resultados.
–         Buena, chica – me dijo Mario besándome en la mejilla – Aunque aquí vais a estar un poco apretados ¿Por qué no vamos al salón?
Diciendo esto, se llevó a mis alumnos del despacho, dejándome tiempo para recuperar el aliento y buscar también el examen de Jesús.
Estaba nerviosísima, pues la presencia de mi Amo allí sólo podía tener un significado. Y el hecho de que Gloria le acompañara, dejaba pocas dudas acerca de la relación que les unía. De todas formas, no me había gustado que la llamara “su novia”. Un poco picada, recogí los papeles, apagué la luz y salí del despacho.
En el salón me encontré con los chicos sentados a la mesa que usábamos para almorzar, mientras conversaban animadamente, con Mario sonriendo como un bobo a la guarrilla de Gloria.
Aún con los nervios a flor de piel, me acerqué al grupo y tomé asiento junto a Jesús, que no me quitaba los ojos de encima. Miré a Mario un segundo, asustada por lo que podía pasar, pero él malinterpretó esa mirada, pues pensó que era debida a que no me gustaba cómo miraba a Gloria. Un poco turbado, se disculpó y nos dejó solos, yendo a sentarse en el sofá, donde se puso a ver la tele.
–         A ver, señorita – dijo Gloria sentándose a mi otro lado, de forma que yo quedaba en medio de los dos alumnos – ¿He aprobado o no?
Mientras decía esto, Jesús me dirigió una mirada muy significativa. Temerosa de no haberle entendido, guardé silencio, pero Gloria, muy entusiasmada cogió su examen con el suspenso bien visible en tinta roja y dio un gritito de alegría:
–         ¡Estupendo! ¡Un notable! – exclamó ante mi sorpresa.
Mientras gritaba, se abalanzó sobre mí y rodeándome el cuello con los brazos, me estampó un sonoro beso en la mejilla.
–         ¡Gracias, señorita! ¡Es usted estupenda!
En ese preciso instante, la mano de Jesús apretó con fuerza mi muñeca. Me puse tensa bajo su contacto, sabiendo lo que venía a continuación. Con firmeza, Jesús tiró de mi mano, arrastrándola debajo de la mesa, aprovechando que el cuerpo de Gloria nos tapaba de la vista de Mario, aunque éste estaba enfrascado en la tele.
En un segundo, mi mano fue apretada contra la entrepierna del chico, notando perfectamente la dureza que se ocultaba bajo el pantalón. Excitada por el morbo de la situación, no dudé un segundo en sobar su dura polla por debajo de la mesa, mientras con el rabillo del ojo controlaba que Mario no nos pillara.
Entonces Jesús le hizo un simple gesto a Gloria con la cabeza y ella, entendiéndole perfectamente, se levantó de la mesa y dando saltitos se aproximó al sofá donde estaba Mario, dejándose caer sentada a su lado.
–         ¡Mario, he aprobado! – exclamaba la chica dando pequeños botes sobre el sofá, provocando que su faldita se agitara y lograra borrar de un plumazo el interés de mi novio por lo que emitían por televisión.
Comprendiendo la maniobra de distracción, aproveché sin dudarlo para abrir la bragueta de mi excitado alumno para dejar expuesta su enhiesta verga, que comencé a pajear lentamente, sopesando y sintiendo su embriagadora dureza en mi mano, mientras miraba divertida cómo mi novio desnudaba con la mirada a la diabólica ninfa.
Jesús, satisfecho por mi comportamiento, me dedicó una de sus seductoras sonrisas, permitiendo que yo le sobara el falo con una mano mientras con la otra le enseñaba su examen, con un soberano 10 estampado en la primera hoja.
Yo, más tranquila, apenas prestaba atención a las maniobras de seducción que Gloria estaba utilizando con Mario, pero he de reconocer que debían ser muy eficaces pues mi novio ni siquiera sospechó que, a menos de dos metros de donde se sentaba, su modosita novia le estaba pelando la polla a un chaval.
De repente, Mario habló, sobresaltándome un poco.
–         ¿Os apetece un café? – dijo el buen anfitrión – Así podremos celebrar el aprobado.
–         ¡Genial! – exclamó Gloria entusiasmada – ¡Déjame que te ayude!
–         ¡Vale! ¿Cómo os gusta tomarlo?
A pesar de que Mario se había puesto de pié y nos miraba, mantuve la sangre fría y no solté mi presa ni un momento. Jesús, impertérrito, contestó a Mario que lo tomaba solo, con una cucharada de azúcar.
Como sabía perfectamente cómo lo tomaba yo, se marchó a la cocina, seguido de cerca por la entusiasta Gloria, que parloteaba sin parar. En cuanto hubieron salido del salón, Jesús se levantó de golpe y me agarró por la cintura, metiéndome la lengua hasta la tráquea.
Sin decir nada más, me dio bruscamente la vuelta, haciéndome quedar de espaldas a él. Empujándome, me echó contra la mesa y me bajó el pantalón del chándal de un tirón junto con el tanga. En menos que canta un gallo, colocó su espolón en la posición adecuada y me la clavó hasta las entrañas, tapándome la boca con la mano para ahogar mis gritos.
–         He echado de menos tu coñito esta noche – me susurró al oído acercando su rostro al mío.
Yo no pude contestarle con la boca tapada, pero estoy segura de que los líquidos que chorreaban entre mis muslos eran respuesta suficiente.
Con fuerza y firmeza, como a mí me gustaba, Jesús empezó a follarme el coño sin compasión. Yo literalmente aullaba de placer contra su mano, con la mente en blanco, sin importarme un carajo que volviera Mario y nos pillara.
El martilleo inmisericorde de aquella dura barra de carne, unida a la extremada excitación que me embargaba debido a la morbosa situación, provocaron que el orgasmo me devastara con rapidez. Desmadejada sobre la mesa, soporté un par de minutos más los culetazos de Jesús contra mi grupa, mientras sentía cómo su polla llegaba cada vez más adentro.
Cuando por fin se corrió, sentí cómo su fuego se desparramaba por mis entrañas, llenándome por completo, estremeciendo hasta la última fibra de mi ser. Con pena noté cómo la polla de mi Amo se retiraba satisfecha de mi interior, dejándome medio desmayada sobre la mesa.
Tardé un par de minutos en recuperarme lo suficiente como para incorporarme, mientras Jesús esperaba tranquilamente sentado en su silla a mi lado, al parecer tan indiferente como yo a que Mario pudiese volver.
Cuando me sentí capaz, me incorporé y, con torpeza, me subí el tanga y el pantalón del chándal, sintiendo cómo el semen de Jesús desbordaba mi vagina y resbalaba por la cara interna de mis muslos.
Segundos después de que me sentara, Gloria regresó de la cocina portando una bandeja con tazas y una jarra de café. Echándonos una mirada divertida, dejó la bandeja en la mesa y volvió a sentarse a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja. Instantes después, regresó Mario con expresión un poco turbada y se sentó al otro lado de la mesa, sirviéndonos el café.
No recuerdo muy bien de qué charlamos, pues mi mente estaba centrada únicamente en Jesús, mientras sentía cómo su semilla rezumaba entre mis piernas.
Un rato después, los chicos anunciaron que se marchaban, lo que me contrarió un poco, pues al tener a mi Amo tan cerca, mi libido había vuelto a dispararse y no bastaba con un solo orgasmo para quedar satisfecha. Por desgracia, no había forma de que Jesús volviera a follarme en ese momento sin descubrir el pastel, por lo que tuve que conformarme.
Mario y yo les acompañamos a la puerta para despedirles, felicitándoles a ambos por haber aprobado el examen de recuperación. Aprovechando que Mario estaba un poco distraído por llevar a la pizpireta jovencita agarrada de su brazo, Jesús me llevó aparte un segundo y me dijo en voz baja:
–         Mañana por la mañana, Gloria pasará a recogerte para que vayáis juntas al instituto. Quiero que pases todo el día con ella y que obedezcas todas sus instrucciones.
–         Entonces, ella es una de tus esclavas – pregunté estúpidamente.
–         No preguntes tonterías – respondió Mario secamente.
–         Sí, Amo.
Y se marcharon.
Esa noche, la tigresa cachonda asaltó de nuevo al pobrecito piloto. Me follé a Mario con violencia en todas las posturas que se me ocurrieron, mientras rezaba para que no se diera cuenta de que el motivo de que estuviera tan  cachonda no era él precisamente.
No importaba, pues él también se mostró más intenso de lo habitual, supongo que porque en su cabeza bailaba la imagen de una jovencita guarrilla vestida de colegiala de película porno.
Fue una buena sesión de sexo. Pero con Jesús era mejor.
………………………..
Por la mañana me desperté agotada, apagando con pereza el despertador. Mario, derrengado, dormía como un tronco a mi lado y ni siquiera escuchó cómo me levantaba y me daba una ducha.
Estaba acabando de vestirme, cuando el timbre sonó, volviéndome a poner en tensión.
¿Qué sería lo que Jesús me había preparado para ese lunes?
Queriendo evitar que el timbre despertase a Mario y tener así que enfrentarme a sus preguntas, me apresuré en acudir a abrir la puerta, encontrándome, como ya esperaba, con Gloria y con su sonrisilla sarcástica.
–         ¿Aún no estás lista? – me preguntó a modo de saludo.
–         No, estoy a medio vestir. Y todavía no he desayunado.
–         Pues termina de vestirte y vayámonos.
–         Espera un segundo, Gloria, no tardo ni 5 minutos en prepararme un café y nos vamos. Todavía es temprano.
–         He dicho AHORA – respondió la chica en tono severo.
Sus palabras me frenaron en seco, estremeciéndome. La miré y percibí el brillo cortante en su mirada, lo que me hizo comprender que más me valía hacerle caso. Recordé las palabras de Jesús diciéndome que debía “obedecer” las órdenes de Gloria y supe lo que tenía que hacer.
–         De acuerdo, Ama – le respondí sin pensar.
–         No seas estúpida – me replicó ella – Yo no soy tu ama. Soy Gloria. Es sólo que hoy tienes que hacerme caso en todo, pues debo explicarte una serie de cosas e ir a un par de sitios. Así que no pierdas tiempo y haz lo que te digo.
Asintiendo con la cabeza, regresé al baño y terminé de acicalarme y vestirme lo más rápido que pude. Enseguida me reuní con Gloria y juntas tomamos el ascensor al sótano y cogimos mi coche, sin mediar palabra. Una vez en el coche, Gloria pareció relajarse un poco y empezamos a charlar animadamente.
–         Ji, ji – me dijo de pronto – Si a principios de curso me hubieran dicho que la “Dama de Hielo” del instituto iba a convertirse en miembro del grupito de Jesús, no me lo habría creído ni en mil años.
–         ¿Dama de Hielo? – pregunté yo, aunque ya había escuchado ese mote anteriormente.
–         Sí, es como te llaman muchos chicos en el insti. “Está muy buena y yo me la follaba, pero seguro que la polla se me quedaba congelada” – me dijo riendo – Eso decía el otro día un compañero de clase.
–         ¿En serio? – respondí divertida – ¿Y quién fue?
–         ¿Ves? Por eso te llaman así. Ya estás maquinando para atrapar al alumno y castigarle.
–         Vale, vale… No te chives… Aunque, podríamos cambiar tu notable por un sobresaliente ahora mismo – bromeé – Ya sabes, como en la peli esa, “quid pro cuo”
–         ¡Ah, no! Mis labios están sellados. Además, no debemos abusar. Nadie de la clase iba a creerse que he sacado un sobresaliente. ¡Pensarían que estábamos liadas!
–         Menuda putada para ti – respondí – ¡Liarte con la “Dama de Hielo”!
–         Bueno, no sé si eso sería tan malo – respondió ella con una curiosa mirada en los ojos – ¡Por lo poco que he visto, la “Dama” es bastante ardiente!
–         ¿Lo poco que has visto? – pregunté extrañada.
–         ¡Digo! ¡Me quedé alucinada cuando te comiste la polla de Jesús en el examen! ¡No podía creer que te atrevieras!
–         ¡¿Nos viste?! – exclamé incrédula.
–         ¡Coño, claro! Yo sabía que Jesús iba a hacer algo contigo ese día. Y cuando vi que se sentaba atrás, no a mi lado como siempre y que tú también te ibas para allá y empezabas a gritarnos que no nos moviéramos, ya no tuve dudas. Así que os espié con disimulo… ¡y no veas si me pusisteis cachonda! A lo mejor hubiera aprobado la recuperación yo solita si no me hubierais dado el espectáculo. ¡Tuve que hacerme una paja en el baño al salir del examen y todo!
–         Madre mía, qué vergüenza – dije sin poderlo evitar.
–         ¿Vergüenza? Cariño, si vas a entrar a formar parte de nuestro grupito será mejor que te olvides por completo de lo que es eso.
–         Ya, ya, si lo entiendo…
–         Aunque la verdad, no creo que tengas problemas con eso – dijo Gloria.
–         ¿Por qué dice eso?
–         ¡Porque te he visto en acción! Mira, cuando yo empecé con Jesús pasaron meses hasta que me atreví a hacer cosas semejantes con él. En cambio tú, las haces como si tal cosa desde el primer día. ¡Eres una guarra! – me dijo riendo la joven.
–         Oye, no te pases, que soy tu profesora – le espeté un poco picada.
–         En eso te equivocas, Edurne – respondió ella sonriente – Puedo hablarte como me dé la gana. Ahora mismo eres una simple aprendiz de esclava, por lo que mi jerarquía es superior a la tuya.
–         ¿Jerarquía? – pregunté sin entender.
–         Dentro del grupo. Jesús mantiene una jerarquía entre sus mujeres. Cuando una ingresa en el grupo, empieza por abajo y después, con su comportamiento, puede subir o bajar de rango.
–         Parece el ejército.
–         Parecido, sólo que no hay rangos iguales. No hay chicas de igual rango, todas tenemos que obedecer a las que tenemos por encima y podemos ordenar lo que sea a las que tenemos por debajo.
–          ¿Y por qué este sistema?
–         Porque funciona. Verás, al principio no era así, pero se daba el problema de que había rencillas entre nosotras.
–         ¿Rencillas?
–         Sí, peleas. Chica, es obvio, todas las que estamos en el grupo estamos enamoradas de Jesús…
Un escalofrío recorrió mi espalda.
–         ¿Enamoradas? – repetí estúpidamente.
–         Sí, enamoradas. O al menos sentimos algo muy intenso por él. ¿Acaso no te sucede a ti?
–         He de reconocer que sí – respondí tras meditarlo un segundo.
–         Pues eso, un grupo de chicas disputando por el mismo hombre, hacían que surgieran celos, peleas… la cosa no funcionaba.
–         E instauró el sistema de rangos.
–         Exacto – asintió Gloria – Y funciona realmente bien.
–         Pero, si una quiere fastidiar a una de rango inferior… puede hacer lo que le venga en gana.
–         Sí, es cierto. Pero piensa que Jesús hace muy frecuentes cambios en los rangos y que, si un día puteas a alguna, a lo mejor al día siguiente ella puede putearte a ti, así que procuramos no jodernos mucho las unas a las otras. Ya te digo… funciona.
–         Y oye… – dije un poco nerviosa.
–         Dime.
–         ¿Y no nos vio nadie más?
–         ¿A Jesús y a ti durante el examen? No, no lo creo.
–         ¿Estás segura?
–         Bastante. Imagínate, un rumor así habría corrido como la pólvora.
–         Sí, tienes razón – asentí más tranquila.
Nos callamos un par de minutos, pues había un poco de tráfico y tuve que concentrarme en la conducción. Aproveché para digerir todo lo que Gloria acababa de contarme, lo que no me costó mucho, pues no había nada que me costara asimilar. Mi único deseo era seguir junto a Jesús y no me importaba si para ello tenía que obedecer las órdenes de unas cuantas chicas.
–         Bueno – dije más tranquila – Supongo que ésta es una de las cosas que debías explicarme hoy, ¿verdad?
–         Exacto.
–         Oye, no he podido evitar darme cuenta de que el tono estúpido e infantil que usabas ayer al hablar ha desaparecido… – le dije.
–         ¿Te molesta?
–         ¡Oh, no! ¡Para nada! Prefiero con mucho conversar con una mujer que escuchar las tonterías de una niñata sin cerebro.
–         ¿Eso te parecí ayer? – rió ella.
–         No te ofendas, pero sí.
–         ¡Si no me ofendo! Más bien es un halago. Quiere decir que tengo dotes de actriz.
–         ¿De actriz?
–         ¡Claro! Ayer interpretaba un personaje. Colegiala guarrilla…
Empezaba a comprender.
–         Jesús vino a casa y me dijo que era necesario distraer un poco a tu novio. Así que adopté ese personaje. Todavía no conozco a ningún tío hetero que sea capaz de no despistarse cuando la colegiala guarrilla está cerca.
–         Madre  mía – dije riendo – ¿Y qué pasó?
–         ¿Estás celosa?
Volví a meditarlo un segundo.
–         No sé. Quizás un poco. Pero la verdad es que, estando Jesús allí, no me paré a pensar en Mario ni un segundo.
–         Te comprendo – dijo ella.
–         Bueno, pero entonces, ¿qué pasó?
–         Ja, ja, ja, ja… Así que no te importaba…
–         Ya te he dicho que un poco sí…
Gloria me miró unos segundos antes de contestar.
–         ¡Bah! No te preocupes. Me limité a enseñarle un poco de carne y él se aturrulló por completo. Pero no pasó nada.
–         ¿Y qué hubiera pasado si él hubiera intentado propasarse?
–         Pues que le habría dejado. Me habían ordenado entretenerle como fuera para que os quedarais los dos a solas durante un rato. Así que si lo hubiera intentado…
No completó la frase. No hacía falta.
–         O sea – continué – Que cuando entre definitivamente en el grupo seré el último mono y todas podréis hacer conmigo lo que os venga en gana.
–         Casi.
–         ¿Casi? – la interrogué.
–         Hay una chica que siempre está por debajo de los demás. Ella es la última de todas.
–         ¿Por qué?
–         Luego te lo cuento.
–         Vale.
–         Y además, no es cierto que podamos hacer lo que queramos con las que están por debajo. Si alguna se pasa, Jesús puede bajarte el rango rápidamente, con lo que podrías pasarlo bastante mal.
–         ¿Y cuál es tu rango? – pregunté con curiosidad.
–         ¿Ahora mismo? Soy el número dos.
–         El uno será Esther, ¿verdad?
–         En efecto.
–         ¿Y cuántas chicas hay en el grupo?
–         ¿No lo sabes?
–         Si lo supiera, no te preguntaría.
–         A ver un segundo – dijo Gloria mientras hacía sus cálculos – Contigo seremos siete.
–         ¿Siete? No son tantas… – dije sin pensar.
–         ¿Te parecen pocas? Pues no es nada fácil para Jesús encargarse de un grupo de mozas lozanas como nosotras, no te creas…
–         Pero todas nos dedicamos a complacerle a él…
–         ¿Y él te ha dejado alguna vez insatisfecha? Profe, Jesús es nuestro Amo y hacemos lo que nos ordena, pero si estamos con él es porque nos da a todas lo que necesitamos. Y por lo menos a mí, lo que me gusta es que me folle bien follada.
–         Supongo que tienes razón – dije encogiéndome de hombros.
–         Pues claro.
Seguimos charlando de cosas intrascendentes hasta que llegamos al instituto. Era temprano, pues faltaba más de media hora para que empezaran las clases. Yo me preguntaba por qué habíamos ido tan pronto y la respuesta no tardó en llegar.
–         Acompáñame – me dijo Gloria una vez hube aparcado.
Sin hacer preguntas, la seguí al interior del edificio. Gloria llevaba en las manos su carpeta con los apuntes de clase y una bolsa de plástico. En vez de dirigirnos a la zona de las aulas, fuimos a la parte trasera, donde estaba el gimnasio. Cuando llegamos al fondo del edificio, Gloria, tras mirar a los lados para asegurarse de que no había nadie por allí cerca, sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta de un pequeño cuartillo, que yo sabía se usaba como almacén de material de limpieza.
Efectivamente, tras entrar en el cuartucho (muy pequeño, de un par de metros de ancho por dos de largo, más o menos), pude verificar que así era. Era un sucio cuchitril, con estanterías metálicas en las paredes, llenas de botes de productos de limpieza, rollos de papel, trapos y cosas por el estilo.
Para acabar de completar el cuadro, la única luz existente provenía de una solitaria bombilla que colgaba de un cable suspendido del techo en el centro de la habitación.
–         ¿Qué coño hacemos aquí? – pregunté un poco preocupada.
–         Ahora lo verás – respondió Gloria mientras hacía una llamada por el móvil y colgaba antes de permitir que su interlocutor contestara.
Yo estaba con la mosca detrás de la oreja, temiéndome lo peor, pero Gloria se apresuró a tranquilizarme.
–         Jesús me ha dicho que ya te contó que sus chicas tienen ciertas… “obligaciones” para obtener ciertos “beneficios”, ¿verdad?
–         Sí, así es – respondí recordando la charla en cuestión.
–         Pues bien, te he traído para que veas cómo desempeño una de mis obligaciones – me dijo mientras dejaba su carpeta y la bolsa en uno de los estantes.
–         ¿Y cuál es?
No le dio tiempo a contestar, pues, en ese preciso momento, la puerta del cuartillo se abrió y apareció en el umbral el conserje del instituto, un vejete de sesenta y pico años que debía estar a punto de jubilarse.
El hombre se quedó parado un segundo mirándome, sorprendido de mi presencia allí, pero Gloria intervino enseguida.
–         Tranquilo, Mariano – le dijo – Ella está sólo para mirar. Cosas de Jesús.
¿Mirar? Comenzaba a intuir por donde iban los tiros.
–         Vale, no me importa – dijo el conserje – ¿Las has traído?
–         Claro, como siempre – respondió la chica.
Yo aún no sabía lo que estábamos haciendo allí los tres en ese cuartillo, pero empezaba a tenerlo claro.
–         Venga, sácatela, que las clases empiezan ya mismo y esto se va a llenar de gente.
–         Sí, sí, lo que tú digas – dijo Mariano un tanto cohibido – Pero ya sabes que aquí detrás no viene nunca nadie….
Mientras hablaba, Mariano había comenzado a forcejear con su cinturón y en menos que canta un gallo, se había bajado los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, enarbolando una erección bastante respetable. No estaba nada mal dotado el Mariano.
Gloria, sonriente, se agachó un poco y, ni corta ni perezosa, agarró el cimbreante nabo con su manita y empezó a administrarle una experta paja.
–         ¡Uffffffff! – resopló Mariano al sentir el contacto de los juveniles dedos sobre su verga.
–         Te gusta, ¿eh? – dijo risueña Gloria, mientras seguía cascándosela.
–         Ya… ya lo sabes – balbuceaba Mariano mientras se agarraba a los estantes con las manos para no caerse.
Yo contemplaba atónita la escena, con los ojos bien clavados en la formidable erección del conserje. La mano de Gloria se deslizaba sobre la polla con habilidad, haciendo unos elegantes giros de muñeca que, al parecer, le encantaban al vejete.
–         ¿Ves? – dijo Gloria mirándome – Esta es una de mis tareas. Los lunes vengo temprano y le doy a Mariano una enjabonadita rápida, ya sabes, para que empiece la semana con energía. ¿Verdad Mariano?
Él asintió con una especie de mugido.
–         A cambio, tenemos acceso al instituto siempre que nos dé la gana. Una copia de la llave maestra, acceso a los despachos de los profesores, el gimnasio… lo que nos haga falta…
Ahora entendía las misteriosas desapariciones del conserje cada vez que Jesús me pillaba en el instituto. Las piezas empezaban a encajar.
–         Alguna de las tareas que tengo que hacer no son muy agradables, pero esta no está nada mal, pues Mariano es muuuuuuy amable y su pichita es bastante respetable – dijo la zorrilla dándole un cariñoso apretón al endurecido nabo.
–         Sí… – resoplaba Mariano – Yo estoy aquí para servir…
–         Ji, ji, ji – se reía Gloria sin dejar de meneársela – ¿A que mi Mariano tiene una buena polla, Edurne?
La muy guarra me miraba sonriente mientras decía esto. Mariano, por su parte, al oír mi nombre, había abierto sus ojos y me miraba con lujuria.
–         Sí, sí – asentí avergonzada – Está muy bien.
–         ¡Y está durísima! ¡Y sin pastillitas ni nada! ¡Mariano está hecho un campeón!
El campeón resoplaba como un fuelle; parecía que iba a darle una apoplejía de un momento a otro.
–         ¿Cuántos años tienes ya,  Mariano? – le preguntó Gloria acelerando el ritmo de su manita.
–         Se… sesenta y dos – farfulló el tipo.
–         ¡Sesenta y dos! ¡Y se le pone como un leño! ¡Mi padre tiene cuarenta y tres y ya he visto que tiene las pastillitas azules en un cajón! ¡Eres un monstruo, Mariano!
El vejete simplemente se reía resollando.
–         ¿No quieres tocarla, Edurne? ¡Verás lo dura que está!
Mariano, encantado con la idea, clavó sus suplicantes ojos en mí, lo que me hizo gracia. Pensé en acceder, pero, al no estar Jesús presente, algunas de mis inhibiciones volvían a aflorar, así que atiné a negarme.
–         No, no, no te preocupes. Estoy bien así – respondí como una imbécil.
–         ¿Entonces por qué la miras tanto? – insistió la chica – ¡Estoy segura de que te apetece sobarla un poco!
–         No, no…
–         Te he dicho que la toques – ordenó Gloria, repentinamente seria, mientras dejaba libre la verga del viejo.
Un estremecimiento me sacudió al percibir el tono perentorio en la voz de Gloria. Como una autómata, estiré la mano y agarré la dura barra de carne del conserje, que me miraba con los ojos desorbitados.
Me gustó.
Aunque no me habían ordenado nada, reanudé la paja a Mariano, pero mi estilo era más lento que el de Gloria, deslizando mi mano muy despacio por toda la longitud de la polla del vejete. Era verdad que estaba durísima, podía sentir cómo palpitaba en mi mano; me estaba poniendo un poquito cachonda.
Mariano, por su parte, estaba a punto de caramelo. Mi inesperada intervención le había llevado a niveles altísimos de excitación y estaba a punto de correrse. Me disponía a culminar la faena cuando Gloria me detuvo.
–         Espera, déjale. Yo me encargo.
A regañadientes, solté la dura polla del viejo. El pene daba pequeños saltitos espasmódicos, señal inequívoca de que iba a disparar su carga de un momento a otro.
–         Me han ordenado a mí que Mariano se corra. Es mi tarea – dijo Gloria a modo de explicación mientras volvía a empuñar el arma.
Yo me aparté un paso, pues no sabía a dónde podían ir a parar los disparos, aunque Gloria parecía tenerlo todo controlado. Entonces, Mariano balbuceó unas palabras:
–         Glo… Gloria… por favor… ¿me dejas?
–         ¿Cómo? – dijo la chica haciéndose la sorprendida – ¿No te ha parecido bastante que te la toquen dos mujeres en vez de una?
–         Por favor… – insistió Mariano, suplicante.
–         ¿Y qué me das a cambio?
–         Lle… llevo 10€ en la cartera…
–         No seas idiota. Sabes que no quiero tu dinero. Haremos una cosa. Habla con Manolo, el del bar y que nos invite a las dos a desayunar en el recreo.
–         Cla… claro – asintió Mariano.
–         Bueeeeeno. Entonces vale.
Con la mano izquierda, pues la derecha seguía ocupada, Gloria se subió el jersey hasta el cuello, dejando al aire sus turgentes senos enfundados en un precioso sostén de encaje blanco. Con habilidad, soltó el broche de la parte delantera, de forma que el sujetador se abrió de golpe, descubriendo sus juveniles pechos. En ese momento, vi que de uno de sus pezones colgaba el corazoncito que la marcaba como esclava de nuestro Amo. Mariano, sin perder un segundo, disparó su mano hasta posarla en las tetas que tan gustosamente se le ofrecían y las acarició y sobó con delicadeza.
Y, claro, se corrió.
Mientras Mariano bufaba y resoplaba como un tren diesel subiendo una cuesta (eso sí, sin soltar las tetas ni un segundo), Gloria, con la habilidad que da la experiencia, apuntó la rezumante polla hacia abajo, con lo que los espesos goterones de semen cayeron directamente al suelo.
El cuerpo de Mariano se agitaba con los espasmos del orgasmo, especialmente en la zona pélvica, que se movía sin control mientras se le vaciaban los huevos por completo.
Por fin, las últimas gotas salieron de la ya menguante polla y Gloria, ya acostumbrada a esas situaciones, la soltó, procediendo a limpiarse las manos con un rollo de papel que cogió de un estante.
Cuando se recuperó, Mariano volvió a vestirse con aire avergonzado, como si una vez culminada la tarea, se diese cuenta de lo que había estado haciendo.
Gloria, una vez aseada y con la ropa arreglada, cogió la bolsa de plástico que había traído consigo y se la alargó a Mariano, que la agarró con presteza. Con los ojos brillantes, el vejete abrió la bolsa y sacó su contenido: un puñado de bragas usadas.
–         Un momento, ese tanga es mío – protesté al reconocer la braguita que Jesús me había pedido el sábado cuando me marché de su casa.
–         ¿En serio? ¿Son tuyas? – exclamó Mariano entusiasmado.
–         Sí, son mías. Me las…. – traté de contestar.
Sin esperar a mi respuesta, Mariano se llevó las bragas a la cara y aspiró profundamente. Yo le miraba alucinada, viendo cómo el viejo olisqueaba mi olor corporal como si le fuera la vida en ello.
–         Déjalo – me dijo Gloria poniendo su mano sobre mi brazo – Es parte del trato. Aunque normalmente no se entera de a quién pertenece la ropa interior que le damos. Pero eso ha sido fallo tuyo.
Todavía un poco aturdida, dejé que Gloria me sacara de aquel armario. Antes de salir, la chica se aseguró de que no hubiera moros en la costa y, tras recordarle a Mariano que nos debía un desayuno, se despidió de él hasta el lunes siguiente.
Tardé un par de minutos en recuperarme lo bastante del shock como para volver a dirigirme a Gloria.
–         ¿Y esto lo haces todos los lunes? – fue lo único que se me ocurrió preguntar.
–         Sí, así es – asintió Gloria – Y no te creas que me importa hacerlo. Mariano es un tipo muy amable y simpático. Nunca intenta propasarse y respeta los términos de su acuerdo con Jesús al milímetro. La única putada es tener que darme un madrugón por la mañana.
–         Comprendo.
–         Yo lo veo un poco como hacerle un pequeño favor a un anciano. Me recuerda a mi abuelo.
–         ¿También se la meneabas a tu abuelo? – bromeé.
–         ¡No, tonta! – respondió Gloria riendo – Aunque he de reconocer que era un poco viejo verde. Le gustaba demasiado sentarme en sus rodillas.
–         Bueno, eso es normal en un abuelo con su nieta.
–         Sí. Pero es que no empezó a hacerlo hasta que cumplí los quince – respondió Gloria entre carcajadas.
Como yo tenía que ir a la sala de profesores y Gloria a sus clases, nos despedimos hasta la hora del desayuno, que tomaríamos en el bar del instituto, cortesía del pervertido de Mariano.
Las clases de la mañana fueron bien e incluso la hora que tenía libre antes del recreo pasó muy deprisa, pues la dediqué a actualizar las actas de notas con los alumnos que habían aprobado los exámenes de recuperación.
Cuando terminé, era casi la hora del recreo, así que le llevé las actas al jefe de estudios. Me quedé parada al ver que estaba charlando con el director, pero hice de tripas corazón y me acerqué a los dos hombres, entregando los papeles.
No me gustó nada la sonrisilla socarrona con la que me miraba Armando, pero aguanté el tirón como pude y me marché de la sala, dirigiendo mis pasos al bar.
Gloria ya me esperaba allí y había logrado guardarme sitio en una de las mesas. Para disimular, me había llevado una copia de su examen de recuperación, aunque Gloria me dijo que no era necesario, pues había comentado con algunos compañeros que su padre vivía en mi mismo bloque y que fuera del trabajo yo era muy enrollada, por lo que estábamos empezando a hacernos amigas.
–         Así no le extrañará a nadie si alguna mañana me traes al insti en el coche – dijo riendo.
–         Muy lista – concedí.
–         ¡No te quejes! ¡que lo estoy haciendo por ti! ¡Poco a poco, lograré que pierdas la fama de “Dama de Hielo”!
–         Vaya, gracias – respondí riendo.
Me sorprendí en ese instante al darme cuenta de que Gloria me caía bastante bien. Una vez abandonada la pose de niñata pijilla y estúpida, descubrí que era una chica bastante más inteligente de lo que yo pensaba y, sobre todo, enormemente directa.
Charlamos un rato sobre nosotras, conociéndonos un poco más. Ya sabía que sus padres estaban divorciados, por lo que Gloria orbitaba entre los pisos de ambos. Últimamente pasaba más tiempo en casa de su padre (en mi edificio) pues, al parecer, su madre se había echado un novio nuevo y a Gloria no le gustaban las miraditas que el tipo le echaba.
Yo, por mi parte, le hablé un poco de mi relación con Mario, de mis estudios y de mi familia. Pronto estuvimos las dos contándonos cosas personales, pero, cuando la conversación iba a empezar a derivar hacia Jesús, sonó el timbre del fin del recreo y tuvimos que marcharnos a clase.
Como me tocaba precisamente con la clase de Jesús y Gloria, fuimos juntas hacia el aula y fue entonces cuando Gloria me dio mis siguientes instrucciones.
–         La nuestra es tu última clase del día ¿verdad? – me dijo.
–         Sí, los lunes, a última hora, no tengo clase, así que suelo marcharme a casa.
–         Estupendo. Pues cuando acabemos la clase me voy contigo.
–         ¿Te vas a saltar la última hora?
–         Pues claro. Es gimnasia y como ves, no me he traído el chándal – dijo abriendo los brazos para que observara cómo iba vestida.
–         Vale, ¿y adónde vamos?
–         Primero de compras y después a almorzar. Luego ya veremos.
–         ¿De compras? – inquirí.
–         Exacto.
Llegamos a la clase y nos sumergimos en la algarabía de alumnos charlando y gritándose unos a otros. Tras poner orden y lograr que todos se sentaran, impartí la materia del día bastante contenta y relajada.
 Jesús, tras intercambiar unas palabras con Gloria, me miró sonriente y me guiñó un ojo, lo que hizo que me ruborizara como una colegiala.
La clase pasó volando y, cuando acabó, todos los chicos recogieron sus cosas para ir al patio a clase de gimnasia. En la algarabía que se organizó, nadie se dio cuenta de que Gloria y yo nos marchábamos juntas camino del aparcamiento, sin olvidarnos eso sí, de despedirnos subrepticiamente de nuestro Amo Jesús.
Para evitarme complicaciones posteriores, aproveché para llamar a Mario con el móvil, para avisarle de que no iba a almorzar. No hubo problema, pues él también iba a salir con un compañero y estaba a punto de llamarme para decirme que no venía a casa. Un problema menos.
Una vez en el coche, Gloria me dio la dirección de un conocido centro comercial y allí nos marchamos retomando nuestra conversación.
–         ¿Y también todos los lunes le llevas bragas usadas al conserje? – le pregunté tras unos minutos de charla.
–         Sí. El pobre tiene un fetichismo incurable por la lencería femenina usada. Muchas veces le digo que debe tener antepasados japoneses – me respondió.
–         Sí, alguna vez he escuchado por la tele que en Japón esas cosas son muy normales.
–         Digo. ¿Y no has visto los vídeos con las cosas que hacen?
–         Alguno.
–         Una vez Jesús me enseñó uno alucinante en el que habían puesto una caja enorme en mitad de la calle. Por fuera era como de espejos, pero desde dentro se veía la calle perfectamente. ¿Entiendes lo que digo?
–         Sí, desde dentro se veía a la gente, pero desde fuera no se podía ver el interior de la caja.
–         Exacto, como en los espejos de las ruedas de identificación en las pelis de policías.
–         Sí ya sé.
–         Pues eso. Dentro de la caja, había una pareja de chinos…
–         Japoneses – la interrumpí.
–         Bueno, lo que sea… – dijo ella agitando una mano – Pues eso… En la caja había un agujero grande por el que la chica sacaba la cabeza a la calle y charlaba con los transeúntes. Mientras, el chino se la follaba a lo bestia dentro de la caja y la tía aguantaba el tirón poniendo unas caras de gusto que te cagabas, mientras la gente, que se imaginaba lo que estaba pasando dentro, le daba palique a la tía como si nada.
–         ¡Joder! – exclamé sorprendida.
–         ¡Y eso no es lo mejor! Cuando el tío se iba a correr la quitó del agujero y se le corrió en toda la boca. ¡Y la tía volvió a sacar la cabeza y a seguir charlando con la gente mientras la lefa le resbalaba de los labios! ¡Increíble!
–         Madre mía, espero que a Jesús no se le ocurra hacer algo como eso.
–         Ya te digo. Eso mismo le dije a él cuando vimos el vídeo y me miró con una sonrisilla que me acojonó bastante.
–         ¡Joder! – exclamé, haciéndonos reír a las dos.
Finalmente llegamos al centro comercial, en cuyo parking dejamos el coche. Dejándome guiar por Gloria, fuimos a la zona de las boutiques y la chica me condujo como una flecha hasta una de ellas, cuyo nombre no daré por si algún lector lo reconoce.
Entramos en el establecimiento y pude ver que era una elegante tienda de ropa femenina. A primera vista tenían de todo, elegantes trajes de noche, ropa más juvenil, vestidos de temporada… y una amplia sección de lencería.
Yo me había fijado en alguna ocasión en la tienda cuando venía de compras al centro comercial, pero nunca me había decidido a entrar, pues mi sueldo de profesora chocaba frontalmente con los precios de los vestidos que había en el escaparate.
Nada más entrar, una bonita joven vestida con sobriedad se acercó para atendernos, pero, al fijarse en Gloria, se detuvo y, tras saludarla, dijo que iba a avisar a su jefa.
–         Veo que aquí te conocen – le dije mientras esperábamos.
–         Sí. Soy amiga de la dueña.
–         Esto… Gloria – dije un poco titubeante.
–         Dime.
–         Esta tienda… Es un poco cara ¿no?
–         Sí que lo es.
–         Pues eso, cariño, yo no gano mucho y…
–         ¡Anda, no seas tonta! – me interrumpió – ¡No te preocupes por eso!
Un poco desconcertada, vi cómo se aproximaba a nosotras la que debía ser la encargada de la boutique. Era una mujer de unos cuarenta años, pero increíblemente bien llevados, guapísima, de ojos almendrados y con una mata de pelo negrísimo recogido en un moño muy profesional. Vestía un traje de falda y chaqueta que debía costar lo que yo ganaba en un mes.
Pero lo que realmente impresionaba de aquella mujer era el formidable par de tetas que abultaban su camisa. A ojo, debían de medirle120 centímetrosde contorno, si es que no me quedaba corta debido a que llevaba los botones de la parte baja de la chaqueta abrochados, comprimiendo un poco su pecho.
–         ¡Gloria, cariño! – saludó acercándose – ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Me tienes abandonada!
–         ¡Hola, Natalia! ¿Cómo estás? – respondió Gloria besándola en ambas mejillas – Perdona que no haya pasado últimamente por aquí. Ya sabes, los exámenes y eso…
–         Nada, nada, no tienes excusa – bromeó la mujer – Sólo vienes a verme cuando necesitas algo…
–         Vamos, vamos, Nati, no te pases. Si nos vimos la semana pasada ¿no te acuerdas? Cuando comimos con Yolanda.
–         ¡Ah, es verdad! Y por cierto, ¿no vas a presentarme a tu amiga?
–         ¡Oh! Disculpa. Esta es mi profesora del instituto, la señorita Sánchez.
–         Edurne, por favor – saludé yo estirando la mano.
Natalia ignoró mi mano por completo y acercándose a mí, me estampó dos ligeros besitos en las mejillas, mientras yo notaba cómo sus formidables aldabas se estrujaban contra mis pechos, de los que yo me había sentido tan orgullosa hasta hacía dos minutos.
–         Yo soy Natalia. Encantada de conocerte. Las amigas de Gloria son mis amigas. ¿Y bien, nena, qué necesitas esta vez? – dijo la mujer volviéndose hacia mi alumna.
–         No he venido por mí. Necesitamos algo de ropa para mi amiga Edurne.
–         ¿Para ella? – dijo Natalia algo extrañada –
–         Sí, para ella.
–         ¡Ah, comprendo! Venid por aquí.
La siguiente hora me la pasé acompañada de las dos mujeres escogiendo y probándome ropa. Yo aún seguía nerviosa, pues cuando lograba atisbar el precio de alguno de los modelitos, no podía evitar que la sangre se me helara en las venas.
Gloria, con toda confianza, se metía al probador conmigo para ayudarme a vestirme y yo enseguida perdí el pudor, como si fuéramos amigas de toda la vida.
Finalmente escogimos tres conjuntos, uno de minifalda de color gris y chaqueta a juego, con camisa blanca, un vestido largo de color verde y un precioso vestido de noche negro que casi me hizo caer de culo al mirar el precio.
–         Estás preciosa con éste, querida – me dijo Natalia mientras me miraba al espejo.
–         Gracias – respondí encantada.
–         Bueno, Natalia y ahora tráenos lencería. Mi amiga necesita reponer de todo. Braguitas, sostenes, medias… Ya sabes lo que a mí me gusta.
–         ¿Lo que a ti te gusta? – dijo Natalia.
–         Sí, ya sabes… Como si fuera para mí.
A esas alturas, Natalia sabía perfectamente mi talla, así que se marchó a por la lencería. Aprovechando que la mujer salía de la zona de los probadores, decidí insistirle a Gloria sobre el tema del dinero.
–         Gloria, ¿cómo voy a pagar esto? ¡Para poder pagarme este vestido tendría que estar sin comer un mes!
–         Te he dicho que no te preocupes – respondió ella distraída – Ahora quítatelo que tienes que probarte la ropa interior.
–         ¿Probármela? – dije extrañada – pero la lencería no se prueba.
–         Aquí sí. ¡Vamos, desnúdate!
Otra vez el tono perentorio.
Obediente, me quité el vestido y lo colgué de una percha, quedando vestida únicamente con mis braguitas y el sujetador. Gloria me echó un vistazo apreciativo tan intenso, que hasta sentí el calor de su mirada sobre mi piel.
En ese momento, se abrió la cortina del probador y entró Natalia, cargada con un montón de cajas que Gloria le ayudó a depositar en el asiento que había en el probador.
Me sentí un poco avergonzada, allí en bragas delante de aquella mujer a la que conocía desde hacía un rato. Percibiendo mi incomodidad, Gloria intervino, mostrándome lo que yo debería haber comprendido sola.
–         Y bien, ¿a qué esperas? ¡Desnúdate que vamos a probarte algunos conjuntos!
–         Pero, ¿no basta con la talla? Normalmente en las tiendas no permiten que una se pruebe la ropa interior.
–         Cariño – intervino Natalia – Esta tienda es especial ¿no te habías dado cuenta?
–         La verdad es que eres un poco espesita para ser maestra, Edurne – me zahirió mi alumna – Anda Nati, enséñaselas.
Ni corta ni perezosa, Natalia se desabotonó la chaqueta por completo y sin dudar un segundo, se subió el suéter dejando al aire el más formidable par de domingas que había visto en mi vida. Mientras yo la contemplaba con la boca abierta, la dependienta soltó el broche del sujetador y sus monumentales tetas quedaron libres, botando a su aire en el interior del probador.
En sus gruesos pezones, aparecía lo que debería de haber imaginado mucho antes: un par de piercings de acero representando un corazón atravesado por una espada. Lógico.
Lo único distinto en aquellos adornos era que llevaban un pequeño aro en la parte inferior, colgando de la base del corazón. No sabía por qué y no me atreví a preguntar.
–         Número 3, te presento a la futura número 6.
–         Encantada – dijo burlona Natalia, estrechándome enérgicamente la mano, lo que hizo que sus tetas botaran sin control.
Yo, aún estupefacta, le devolví el saludo sin quitarle ojo de encima a sus senos, lo que hizo que las dos mujeres se carcajearan a mi costa.
–         Oye, seguro que ésta es hetero, ¿no? – dijo Natalia – Como no me quita ojo de las tetas…
–         Sí, querida, doy fe de ello. Aunque a lo mejor también le gusta el rollo bollo…
Avergonzada, aparté la vista mientras las dos esclavas se reían de mí. Afortunadamente, no se pasaron mucho y enseguida retomamos la sesión de lencería.
Me obligaron a probarme varios conjuntos de ropa interior de lujo, braguitas de encaje, tangas, medias, sostenes… todo de gran calidad, bastante superior a lo que solía comprarme. Ellas no abandonaron el probador en ningún momento, sentadas muy juntitas en el asiento del cuartito, mientras hacían comentarios bastante descarados sobre mi anatomía. Mientras charlaban, Gloria le había pasado una mano por encima de hombro a Natalia y jugueteaba distraídamente con uno de los piercings, lo que no parecía molestar en absoluto a su dueña.
Estuvimos cerca de una hora allí metidas, hasta que finalmente juntaron un considerable montón de lencería fina, incluyendo un par de bodies de color negro que resaltaban especialmente mis senos.
–         A Jesús le va a encantar todo esto – me dijo Gloria guiñándome un ojo.
–         Doy fe – aseveró Nati mientras se abrochaba el sostén y se recomponía la ropa.
Por fin, salieron juntas, dejándome sola para que me vistiera, una vez finalizado el espectáculo. Eran más de las tres y mis tripas rugían de hambre.
Cuando salí, me encontré con que ambas me esperaban charlando junto a la caja registradora. Gloria iba cargada con un montón de bolsas, de las que me entregó la mitad, para repartir el peso.
–         Bueno, Nati, gracias por todo. Ya te avisaré cuando quedemos para la cena.
–         Estupendo. Oye, ¿por qué no coméis conmigo y con Yoli? Debe estar al llegar.
–         Lo siento guapa, no podemos – respondió Gloria – Tengo que presentarle a Kimiko y seguir explicándole el tema.
–         Bueno, qué se le va hacer. Pues otro día.
–         Claro, Nati, sin problemas. Nos vemos – dijo la chica volviendo a besar a la tetona en las mejillas.
–         Y a ti te digo lo mismo, Edurne – dijo la mujer dirigiéndose a mí – A partir de hoy, ésta es tu casa, puedes venir siempre que quieras.
–         Muchas gracias – atiné a decir, aún un tanto avergonzada.
–         Estoy segura de que seremos buenas amigas – se despidió Natalia besándome a mí también.
–         Hasta la semana que viene entonces – dijo Gloria.
–         Adiós.
Nos marchamos dejando a la exuberante mujer despidiéndose desde la puerta de su tienda. Gloria iba risueña, moviendo de un lado a otro las bolsas como si bailara. Yo me moría por hacerle un montón de preguntas, pero decidí esperar hasta el coche.
Cuando salimos del parking conduciendo (nos salió gratis, pues Natalia nos había sellado el ticket), no aguanté más y comencé el interrogatorio:
–         O sea que Natalia es una del grupo, ¿no? – empecé torpemente.
–         Es obvio.
–         ¿Y todo lo que hemos comprado lo paga ella? – pregunté, pues era consciente de que Gloria no había pagado nada.
–         Más o menos.
–         Pero, esto es pasarse ¿no? ¿Has visto el montón de ropa que llevamos? ¡El vestido de noche vale cerca de 1500€!
–         Pues mejor para ti…
–         Pero…
–         Pero nada – me cortó Gloria – Ella es una más de las esclavas de Jesús. Su tarea es proveernos a todas de ropa, especialmente de lencería. Cuando seas iniciada tendrás una cuenta abierta en esta tienda de 3000€ mensuales.
–         ¡¿3000?! – exclamé incrédula.
–         Ya me has oído. Bueno, la verdad es que casi nunca lo gastamos todo, pero ese es el límite que Jesús nos impuso. Todas intentamos no abusar, claro, pero siempre que te apetezca, puedes pasarte por aquí a pillar ropa. Y si algún mes te pasas del límite, pues pagas lo que sea y punto. Natalia te hará descuento de todas maneras. ¿No te habló Jesús de los beneficios que tenía estar con él?
–         Pero, no lo entiendo… ¿De qué vive? Si anda regalando ropa.
–         Ya veo que no lo entiendes. Jesús lo ordena así y ya está. Mira, el marido de Natalia es precisamente el jefe del padre de Jesús. Es director de una compañía y gana miles de euros al mes. Le puso esta tienda a su esposa para que tuviera algo en lo que entretenerse y le da igual si gana o no dinero. Además, la tienda es bastante famosa y factura un montón todos los meses, por lo que no se nota si regala algo a unas cuantas chicas un par de veces al mes.
–         Madre mía.
–         Jesús piensa que incluso es muy probable que el marido de Nati use la boutique para blanquear dinero, pues dice que es bastante corrupto, así que imagínate.
–         Joder…
–         Pues eso, Natalia es sin duda la más amable de todas las chicas del grupo y no le importa que vengamos a llevarnos ropa si es para hacer feliz a nuestro Amo.
–         ¿En serio? ¿Más amable que tú? – pregunté jocosa.
–         Cariño… Tú todavía no me has visto cabreada.
Tardé un par de minutos en digerir todo aquello, hasta que Gloria rompió el silencio.
–         Te he visto bastante cortada en la tienda. La verdad, no me lo esperaba.
–         No creas, normalmente soy así. Me avergüenzo con facilidad.
–         Ya veo, pero Jesús es capaz de sacar a flote tu lado más salvaje – concluyó ella.
–         Ni te lo imaginas – respondí sin pensar.
–         Claro que me lo imagino. A todas nos pasa igual.
Tras un segundo de pausa, me di cuenta de que no sabía a dónde íbamos, por lo que interrogué a Gloria.
–         ¿Adónde crees que vamos? ¡A comer! ¿Acaso no tienes hambre?
–         Pues la verdad es que sí.
–         ¡Estupendo! ¿Te gusta el sushi?
–         Sí, bastante – asentí.
–         Pues de coña, pues vamos al restaurante de Kimiko.
–         ¿Kimiko? Antes te he oído mencionar ese nombre. ¿Quién es?
–         ¿Tú quién crees?
Mi cerebro, un poco menos embotado, fue capaz esta vez de procesar mejor la información.
–         Otra esclava – sentencié.
–         ¡Premio!
–         Y tiene un restaurante japonés donde vamos a comer gratis.
–         ¡Coño! ¡Por fin espabilas! ¡Pareces Sherlock Holmes! – rió ella.
–         ¿En serio?
–         ¡Lo has clavado, chata! Vamos a presentarte a la número cinco.
Hice mis cuentas mentales.
–         A ver, seríamos Esther la número uno, tú la dos, Natalia la tres, Kimiko la cinco y yo la siete, ¿no es así? – le pregunté.
–         No. Tú serás la seis. Hay una chica que es siempre la última. Luego la conocerás.
–         ¿Y por qué?
–         Luego, si tenemos tiempo, te lo explico.
–         Vale – asentí – ¿Y la número cuatro?
–         No la has conocido por poco. Es Yolanda, la hija de Natalia.
–         ¿Su hija? – grité alucinada.
–         ¡No chilles, coño! – exclamó Gloria algo molesta – Sí, su hija, ya me has oído.
–         ¿Jesús se está follando a la madre y a la hija? ¿Y a ellas les parece bien?
–         Si tu madre tuviera un par de tetas como las de Natalia y Jesús quisiera follársela ¿tú se lo impedirías?
La idea de que mi Amo quisiera zumbarse a mi madre no entraba en mi cabeza, pero la de que ella tuviera aquellas ubres de vaca me parecía todavía más remota, pues mi madre es delgadísima y pequeñita, pesando apenas 45 kilos.
–         Bueno, supongo que no – concedí no muy convencida.
–         Pues Yoli está casi tan bien dotada como su madre.
–         ¿De veras?
–         Te lo juro. Entre las dos hacen que me sienta muy pequeñita, no sé si me entiendes.
–         A mí ya me ha pasado simplemente con ver a la madre – dije riendo.
–         Tienes razón. Con la madre basta.
–         ¡Menudo par de campanas! – exclamé divertida.
–         ¡Cierto! ¡Una casi espera escucharlas repicar!
Nos reímos un buen rato, mientras Gloria me hacía gestos indicándome la dirección. A una indicación suya, busqué aparcamiento, encontrándolo en zona azul, por lo que tuvimos que pagar un par de horitas en el parquímetro, por si las moscas. Por desgracia, no todo iba a salirme gratis ese día.
Dejando la ropa en el maletero del coche, caminamos un par de calles hasta un restaurante japonés del que había oído hablar. En un par de ocasiones había intentado que Mario me llevara, pero él odia el sushi.
–         Oye – le dije a Gloria – ¿No es un poco tarde para ir a un restaurante?
–         Normalmente lo sería – respondió Gloria mirando su reloj y viendo que eran cerca de las cuatro – Pero en éste sitio nos atienden siempre que queramos.
–         Y no nos cobran nada – concluí.
–         Lo vas pillando.
Entramos al local, que me impresionó por lo exquisitamente decorado que estaba. Tenía el aspecto de un restaurante tradicional japonés, nada de los locales chillones y funcionales en que había estado otras veces.
El centro lo ocupaba una enorme barra cuadrada con una plancha rodeándola, para que el cocinero pudiera preparar la comida delante de los clientes. Las paredes estaban decoradas con láminas clásicas japonesas, pero nada de geishas y samurais con katanas, sino con motivos florales y escenas de la naturaleza. Todo muy zen.
Al fondo había varios reservados, con puertas hechas con papel de arroz, para reuniones de grupos más numerosos. La atmósfera que desprendía el local era de tranquilidad absoluta y de paz.
Un chico asiático muy joven nos saludó al entrar y, como había pasado en la boutique, tras reconocer a Gloria se marchó en busca de la tal Kimiko. Cuando la chica apareció, pude confirmar una vez más que, a Jesús, desde luego no le gustan feas (aunque esté mal que yo lo diga).
Kimiko era sencillamente preciosa. Más o menos de mi edad, bajita, de 1,60 aproximadamente y bastante delgada; su pelo, muy negro como el de Natalia, iba recogido en el tradicional peinado japonés, sujeto con dos palillos. Parecía una muñequita de porcelana.
Tras las presentaciones de rigor, durante las que Kimiko no paró de hacerme reverencias que yo devolví con torpeza, nos condujo hasta uno de los reservados del fondo. Nos dejó solas unos segundos, en los que supongo encargó la comida y enseguida volvió a reunirse con nosotras.
–         Kimiko – le dijo Gloria – ¿Por qué no comes con nosotras? Conociéndote, seguro que todavía no has almorzado.
–         ¡Oh! No quisiera ser una molestia.
–         ¡En absoluto! Insisto – repitió la chica – Así podréis conoceros mejor.
Un poco avergonzadas, pues ambas conocíamos el secreto que nos unía, esperamos a que nos trajeran la comida. Poco a poco, fuimos empezando a charlar, más que nada por combatir el tenso silencio que se había producido. Por una vez, eché de menos el incesante parloteo de Gloria, pues la chica permanecía callada, observándonos divertida.
–         Entonces, ¿este establecimiento es tuyo? – le pregunté.
–         Sí, así es. Este humilde local pertenece a mi familia y yo soy la encargada de dirigirlo.
–         Pues es un sitio precioso. He tenido ganas de venir muchas veces, pero mi novio no es muy aficionado al sushi.
–         ¿Tu novio? – preguntó con interés.
–         Sí – dijo Gloria interviniendo groseramente – A mi profesora no le basta con el rabo del Amo Jesús, así que tiene otro más para que se la folle por las noches.
–         ¡Gloria! – exclamé escandalizada.
–         ¿Qué pasa? ¿No es verdad? – respondió la chica con descaro.
Me sentí avergonzada por el exabrupto de la joven y, al parecer, lo mismo le sucedía a Kimiko, pues su pálida piel había enrojecido enormemente.
–         Bueno – continué tratando de aliviar la situación – Es cierto que tengo pareja desde hace tiempo, pero ahora que el Amo ha aparecido en mi vida, no tengo muy claro de si seguiré con él o no.
–         Simplemente, haz lo que el Amo te ordene – me dijo Kimiko mirándome con simpatía – Es lo más fácil.
–         Pues tienes razón, esperaré a que él me diga lo que hacer – respondí, sorprendida de que algo tan obvio no se me hubiese ocurrido antes.
En ese momento abrieron un panel de la pared y dos camareros entraron portando bandejas de sushi y sashimi, acompañadas con botellitas de sake frío.
Como me pirro por el sushi y tenía un hambre de lobo, me concentré en disfrutar de la comida. Sin duda, era el mejor sushi que había probado en mi vida, lejos de esos sucedáneos que sirven en los restaurantes chinos y woks en que había estado.
Encantada, no paré de ponderar las virtudes del cocinero y la exquisitez de la comida, lo que hizo que mi interlocutora, sonriente, enrojeciera de nuevo mientras me hacía nuevas reverencias.
No me di cuenta en ese momento, pero el hecho de que Kimiko y yo congeniáramos, no le gustó demasiado a Gloria, por lo que trató de fastidiar un poco.
–         Oye, Kimiko, me he dado cuenta de que no nos das el tratamiento debido, ¿por qué?
Kimiko se puso muy seria, callándose de repente.
–         ¿Y bien?
–         Tiene razón, Gloria-sama – dijo la japonesa agachando la cabeza.
–         Así está mejor. No te olvides de que soy la número dos.
–         No lo olvido. Espero que me perdone.
–         Gloria –intervine – No creo que sea necesario…
–         ¡Tú te callas! – me espetó – Parece que también has olvidado cual es tu lugar.
Me quedé helada. Tenía razón. Me había relajado pasando un día de compras con Gloria, pensando que nos estábamos haciendo amigas, pero, en realidad, lo único que nos unía era la devoción por nuestro Amo.
–         Lo siento Gloria – me disculpé – No volverá a pasar.
–         Bueno, no pasa nada. Sigamos comiendo, que es cierto que está muy rico.
En un violento silencio, continuamos almorzando. Gloria, feliz por haber dejado claro quién mandaba y volviendo a llevar la voz cantante, fue la encargada de romperlo.
–         Y bien, Kimiko, ¿cómo van los preparativos para lo de la semana que viene?
–         Perfectamente, Gloria-sama. La noche del martes de la próxima semana el local permanecerá cerrado al público. Acondicionaremos la sala grande con las comodidades que Esther-sama me ha solicitado y prepararemos también comida occidental para las invitadas a las que no les guste la japonesa.
–         Muy bien.
–         Ya he cursado las invitaciones para todas.
–         Estupendo. ¿Ves? Cuando haces las cosas bien no me enfado contigo. Has hecho un buen trabajo.
–         Domo arigato, Gloria-sama.
–         ¡Muy bien! ¡Me encanta que me hables en japonés!
Un poco más relajadas, continuamos comiendo. De todas formas, Kimiko no decía nada y se limitaba a contestar cuando nosotras nos dirigíamos a ella, siempre con la cabeza gacha, sin atreverse a mirarnos a los ojos. Me dio pena.
–         No sé si debo preguntar – me atreví a decir – Pero, ¿a qué os referís con lo del martes?
–         ¡Coño, es verdad! ¡Tú aún no lo sabes! – exclamó Gloria.
–         Que no sé el qué.
–         Cuéntaselo, Kimiko.
–         De acuerdo, Gloria-sama. El martes que viene es el cumpleaños del Amo.
–         ¿En serio?
–         Sí, el Amo alcanza la mayoría de edad.
–         ¡Vaya!
–         Esther-sama ha organizado una cena en mi humilde local a la que asistirán todas las honorables compañeras del Amo.
–         ¿Yo también? – pregunté.
–         Por supuesto. El Amo me llamó esta mañana y me dio su dirección. Hace un rato he echado su invitación al correo, Edurne-san; la recibirá en un par de días.
–         ¿Y qué voy a regalarle? – pregunté súbitamente angustiada.
–         Si me permite la sugerencia, Edurne-san, todas nos hemos puesto de acuerdo en hacerle un regalo en común.
–         ¡Estupendo! – exclamé con alivio – ¿Y qué es?
–         Un coche.
–         ¿Un coche? – exclamé atónita.
–         Así es. Obviamente, cada una de nosotras colabora de acuerdo a la medida de sus posibilidades.
–         Claro, tía – intervino Gloria – Yo no puedo poner tanta pasta como por ejemplo Natalia, que está forrada, así que pon lo que puedas y punto.
–         Cla… claro – respondí insegura.
–         Si le parece bien, Edurne san, ahora le doy un número de cuenta en el que

podrá efectuar el ingreso. No es preciso que ponga su nombre, así no se sabe quien ha puesto cada cantidad.

–         Bien pensado – dijo Gloria – Seguro que es idea de Esther y no tuya.
–         Así es – dijo Kimiko con humildad.
Empezaba a molestarme la actitud de Gloria hacia Kimiko, pero ¿qué podía hacer?
–         Por cierto – continuó mi alumna – Has dicho antes que Jesús te ha llamado, ¿verdad?
–         Así es. El Amo ha tenido a bien llamarme esta mañana por teléfono.
–         ¿Y ha sido sólo para darte la dirección de Edurne? ¿No podíamos encargarnos Esther o yo misma de eso?
–         El Amo también me ha anunciado que esta noche pasará por mi humilde morada.
–         ¡Vaya! ¡Así que esta noche le apetece la japo! Entonces, ¿las llevas puestas?
–         Hai, así es… – respondió Kimiko toda colorada.
–         ¡Quiero verlas! ¡Enséñanoslas!
Yo no sabía de qué demonios hablaban, así que, cuando Kimiko se puso lentamente de pié y empezó a desnudarse, me quedé de piedra.
En cuanto se sacó el jersey, comprendí a qué se refería Gloria. Bajo la ropa, Kimiko iba completamente desnuda, pues, en vez de ropa interior, llevaba atada al cuerpo una cuerda que describía complicadas líneas sobre la pálida piel de la chica. Sus pequeños senos, aprisionados por la cuerda, apuntaban al frente con los pezones muy duros. Su vagina, por otra parte, estaba abierta por una cuerda incrustada en medio, deslizándose también entre las nalgas.
Colgando de cada labio vaginal, aparecían dos corazones de acero a modo de piercing. Como los que llevaba Natalia, ambos disponían de un pequeño arito en la parte inferior.
–         ¿Ves esos aros? – me dijo radiante Gloria, leyéndome el pensamiento.
–         Sí – respondí.
–         De ahí se le ata una cadenita y se puede estirar de ellos.
–         ¿Y no le duele?
–         Supongo. ¡Pero a esta furcia es lo que le pone! ¡Menudo descubrimiento hizo Jesús con ella! ¡A ésta le da igual que se la follen, lo que la calienta es que la aten y la humillen!
–         Gloria, no sé si… – dije avergonzada.
–         ¿No te lo crees? ¡Tócale el coño y verás que está empapada! ¡Y mira esos pezones como rocas!
–         Pero…
–         ¡Que se lo toques!
Mirando compungida a Kimiko a modo de disculpa, introduje mi mano entre los muslos de la chica y palpé con cuidado el chochito japonés, lo que la hizo estremecerse, supongo que porque tenía la zona muy sensible.
–         Qué, ¿está mojada o no?
–         Sí que lo está – respondí en voz baja.
–         ¡Y eso no es lo mejor! ¡Kimiko, dile a Edurne quién te ha atado así para el Amo! Porque claro, esto no ha podido hacérselo ella sola.
–         Ha sido Yoshi-chan – respondió Kimiko avergonzadísima.
–         ¿Y quién es Yoshi-chan, eh? ¡Díselo a Edurne!
–         Mi hermano. Yoshi es mi hermano.
–         ¿Lo ves? ¡Menuda puta!
Estaba alucinada. Me daba cuenta de que me estaba sumergiendo en un mundo sórdido del que quizás no podría escapar nunca. Y lo peor era que me encontraba a gusto, estaba excitada.
Una vez satisfechas las ganas de humillar a la pobre Kimiko, Gloria permitió que se vistiera. Kimiko se veía avergonzada, por lo que mi simpatía por ella aumentó notablemente, no sé si por pena o por qué.
Gloria, muy satisfecha de sí misma, la miraba triunfante en silencio, mientras la pobre chica se vestía.
Una vez arreglada y a una señal de Gloria, Kimiko avisó a sus empleados para que despejaran la mesa. Nos ofreció tomar una copa de licor pero Gloria contestó que no podíamos, pues eran las cinco pasadas y teníamos una cita a las seis.
Nos despedimos y Kimiko me entregó una tarjeta del restaurante y un papel con un número de cuenta. Subrepticiamente, deslizó en mi mano otra tarjeta, esta vez con su número personal, procurando que Gloria no lo viera.
Nos despedimos entre obsequiosas reverencias, que al parecer divertían mucho a Gloria, pues la obligó a repetirlas varias veces.
–         ¡Espero que te lo pases bien esta noche! – le gritó socarrona mi alumna desde la puerta.
Y salimos.
Fuimos hacia el coche sin mediar palabra, pues yo iba bastante molesta con Gloria por su forma de comportarse con Kimiko y ella, a su vez, iba sumida en sus propios pensamientos.
–         ¿Adónde vamos? – le pregunté mientras abría las puertas del coche.
–         Regresamos al centro comercial.
–         ¿A la boutique? – dije extrañada.
–         No. A un centro de estética. También está allí.
–         No me digas que…
–         Sí. Allí trabaja Rocío. Ella es la eterna última de la lista. Vamos a ponernos guapas y a que nos den un buen masaje.
–         Y supongo que allí tampoco pagaremos nada – dije con filosofía.
–         Exacto.
–         ¿Y la tal Rocío es la dueña del negocio?
–         ¿Quién? ¿Rocío? ¡Ni de coña! Allí es el último mono.
–         Entonces, ¿cómo?
–         Luego le damos tus datos para que te hagan socia del centro de estética. Cuando te vayan a pasar el cobro, Rocío se encarga de anularlo. De todas formas de vez en cuando, para disimular, te cobrarán algo, pero poca cosa.
–         ¿Y no la pueden pillar?
–         Por lo que me ha explicado es difícil que la pillen, por lo visto el encargado es un poco gilipollas y mientras Rocío sigua follándoselo, no va ni a sospechar.
–         ¿Se acuesta con el jefe para que nosotras no paguemos? – exclamé.
–         Órdenes de Jesús.
–         Pero él me dijo que no era normal que nos obligara a acostarnos con otros hombres, que quería a sus chicas para él – insistí preocupada.
–         Y así es. Pero es que Rocío es un caso especial.
–         ¿Por qué?
–         Ya te lo contaré.
Tratando de digerir la nueva información, me callé un rato, concentrándome en el tráfico. Gloria, que no podía estar callada dos minutos, retomó la charla.
–         Vas muy callada – me dijo.
–         Tengo mucho en qué pensar – respondí sin hacerlo.
–         ¿Te ha molestado cómo he tratado a Kimiko?
Desvié la mirada hacia ella un segundo por toda respuesta.
–         Puedes hablar con franqueza. No te preocupes – me dijo para tranquilizarme.
–         Pues entonces te diré que creo que te has pasado un montón con ella. No había necesidad de humillarla de esa forma. No somos precisamente nosotras las más adecuadas para juzgar a nadie por tener unas preferencias sexuales “especiales”…
–         Es cierto.
–         Y se veía que la pobre lo estaba pasando mal.
–         Sí, pasándolo mal, pero cachonda perdida.
–         Bueno, como tú digas, pero creo que te has pasado.
Gloria guardó silencio durante unos minutos, meditando mis palabras, hasta que decidió cómo continuar.
–         Ya te dije antes que las relaciones entre las chicas eran complicadas a veces.
–         Ya veo – asentí.
–         Kimiko y yo nos hemos llevado bastante mal desde siempre.
–         Y tú aprovechas que ahora estás por encima de ella para putearla.
–         ¿Putearla? ¡Eso no ha sido nada!
–         Pues a mí me ha parecido que lo pasaba mal.
–         ¿Mal? ¡Mal lo pasé yo cuando esa puta me obligó a acostarme con su hermano! ¡No sabes lo que es que te metan una polla como la suya cuando no quieres!
Me quedé estupefacta, pero la respuesta no tardó en acudir a mis labios.
–         No te creas, niña, que a lo mejor sí que lo sé.
–         ¿El qué? ¿Te quejas por la polla de Armando? ¡Cuando veas la de Yoshi ya me contarás!
Permanecimos en silencio. Me di cuenta de que Gloria estaba muy enfadada, tanto que hasta los ojos le brillaban por las lágrimas.
–         Vale, vale, lo siento – me disculpé – No tengo ni idea de lo que ha pasado antes entre vosotras, ni de qué te ha hecho…
–         ¡Bah! No te preocupes – dijo ella desviando los ojos hacia la ventanilla.
–         No te enfades, que hoy lo estábamos pasando muy bien.
–         Si no me enfado – dijo ella infantilmente, haciéndome recordar que todavía era una cría de 17 años.
Tras unos segundos de violento silencio, decidí bromear un poco para aliviar la tensión.
–         ¿Tan grande era el pene del tal Yoshi? Tenía entendido que los asiáticos la tenían pequeña.
–         Eso es un mito.
–         ¿En serio? ¿Y cómo la tenía?
Por toda respuesta, Gloria separó las manos dejando un buen espacio entre ambas, tanto que pensé que exageraba.
–         ¡Dios mío! ¿Y te metió todo eso?
–         Me llegó hasta el estómago…
–         ¡Joder! ¡No me extraña que estés cabreada!
Nos miramos a los ojos y nos echamos a reír. Estaba contenta de haber solucionado el mal rollo con Gloria, pero en mi interior, seguía pensando que se había pasado humillando a Kimiko delante de una extraña, con lo que mi simpatía hacia la japonesa no disminuyó.
–         Y prepárate tú – me dijo entonces – Porque pronto vas a conocer a Yoshi.
–         ¿Y por qué? – pregunté sorprendida.
–         Es el que nos hace los piercings. A través de él conoció Jesús a Kimiko. Y normalmente cobra “en especie”.
–         Bueno, no sé si Jesús te lo habrá dicho, pero yo me voy a hacer un tatuaje, no un piercing…
–         No te preocupes, Yoshi es un experto tatuador.
Tragué saliva, repentinamente inquieta.
Llegamos al centro comercial y volvimos a meter el auto en el parking. Gloria me llevó esta vez a la planta superior, donde estaba el centro de estética. Era un lugar enorme, perteneciente a una franquicia, y tenía de todo, gimnasio, spa, sauna, peluquería, clínica láser. Ocupaba prácticamente toda la planta superior del edificio.
Nos dirigimos a la recepción, donde una bellísima chica nos saludó con una sonrisa, preguntándonos si teníamos cita. Gloria le dijo que sí, dándole nuestros nombres y la chica confirmó nuestra reserva, con Rocío y con una tal Romina.
Mientras esperábamos sentadas en unos sillones junto a la recepción, le pregunté a Gloria algo que llevaba un rato reconcomiéndome por dentro:
–         Perdona, Gloria, no sé si debo preguntarte esto…
–         Dispara.
–         ¿Cuánto vas a poner tú para el regalo de Jesús? No es por nada, pero es que no tengo ni idea…
–         ¿Yo? Unos 2000€. Pero no te preocupes, si no puedes poner tanto no pasa nada. De hecho, Jesús ni sabe que le vamos a comprar el coche, ha sido todo idea de Natalia y Esther, que son las que más pasta tienen.
–         No, no, creo que algo así puedo permitírmelo. El otro día me gané un extra…
–         Sí, sí, ya me lo contó Jesús. A propósito, ¿cómo tienes el culo? ¿Aún te duele?
–         Estoy mejor, gracias – respondí ruborizada.
–         La primera vez es jodida, pero luego se le va cogiendo el gusto.
–         ¿En serio? – respondí dudosa.
–         De verdad. Y mejor que te acostumbres pronto, pues a Jesús le encanta el anal y anda loquito porque te recuperes para poder encularte.
–         ¡Oh!
Me di cuenta de que la recepcionista no se estaba perdiendo detalle de nuestra conversación, pues nos dirigía disimuladas miradas de asombro. Gloria también se había dado cuenta, pero no le importó en absoluto.
–         ¡Ah! – dijo de repente la joven – Aquí están.
Nos levantamos y saludamos a las dos chicas que venían. Ambas eran muy guapas, vestidas con el uniforme del centro de estética, pantalón y camisa de enfermera blancos. Me sorprendió enterarme de que Rocío era la más joven de las dos, más o menos de la misma edad que Gloria. Romina, por su parte, era una mujer muy alta, rumana creo a juzgar por el acento, que tomaba nota profesionalmente, mientras Gloria le explicaba lo que habíamos venido a hacernos.
Rocío, por su parte, permanecía en un discreto segundo plano, sin atreverse a mirar a Gloria directamente, aunque a mí me echaba disimuladas miraditas.
Una vez concretados los tratamientos a recibir, Gloria me indicó que me marchara con Rocío, mientras que de ella se encargaría Romina.
–         Trátamela bien, Rocío – le dijo mientras se alejaba – ¡Ya sabes, tratamiento completo!
Con un educado gesto, Rocío me indicó que la siguiera, lo que hice obediente. Me condujo a través de unos sobrios pasillos con puertas a los lados, que supongo que llevarían a las diferentes salas de tratamiento.
Por fin, Rocío abrió una de las puertas y se apartó para que yo pasara primero. Me encontré en una sala pintada de blanco, con una camilla de masajes en el centro. A un lado había un enorme espejo y un sillón. En la otra pared, unos estantes estaban a rebosar de toallas blancas y junto a la camilla, una mesita con ruedas estaba llena de botes y potingues.
–         Desnúdese y túmbese en la camilla. Cúbrase con una toalla. Yo regresaré en unos minutos.
Tras decir esto, Rocío salió de la sala cerrando la puerta. Yo eché un vistazo a mi alrededor y, un poco cohibida, comencé a quitarme la ropa, que deposité en el sillón.
Una vez desnuda, me contemplé en el espejo, constatando que las marcas de las sesiones con Jesús estaban comenzando a desaparecer. Tras acariciarme distraídamente un pecho como suelo hacer, me tumbé boca abajo en la camilla, cubriendo mi trasero con una toalla.
Tras esperar un par de minutos, oí que llamaban a la puerta y, después de que yo diera permiso, Rocío se asomó para asegurarse de que estaba lista.
–         ¿Puedo pasar? – preguntó cortésmente.
–         Sí, claro, adelante.
Ella entró cerrando la puerta tras de sí. Muy profesional, ordenó los botes que había encima del carrito y cogió uno que tenía un expendedor como los del jabón líquido y se lo guardó en un bolsillo que tenía en la cadera; de esta forma, le bastaba con bajar la mano y presionar el botón para echarse un chorro de crema en la mano.
–         Coloque la cara en el hueco, por favor.
Yo obedecí y puse mi rostro contra la almohadilla circular de la camilla, con lo que mi vista quedó clavada en las baldosas del suelo. Enseguida noté las cálidas manos de Rocío, embadurnadas de aceite, deslizándose por mi espalda. Tras unos segundos en los que extendió la crema sobre mi piel, comenzó el masaje propiamente dicho, empezando por los dorsales para ir subiendo hasta los hombros y el cuello.
Era bastante buena y pronto empecé a sentir cómo la tensión que últimamente acumulaba en los músculos se desvanecía. Sus manos se deslizaban con habilidad por mi espalda, deshaciendo nudos y refrescando músculos. De vez en cuando, sus manos resbalaban por mis costados, rozando levemente mis senos apretados contra la camilla, lo que me provocaba unas cosquillitas deliciosas.
Me relajé por competo, disfrutando enormemente de aquel soberbio masaje. Al rato, Roció abandonó mi espalda y se dedicó a mis pies, presionando en los puntos justos para aliviar la tensión. Mis pantorrillas y mis muslos fueron acariciados con vigor y delicadeza, aproximándose cada vez más a la parte tapada por la toalla.
–         ¿Quiere que la masajee bajo la toalla?
Tan bien lo estaba haciendo que no tardé ni un segundo en responder.
–         Sí, por favor. Quita la toalla si te estorba – dije sin pensar.
Rocío descubrió mi culo, dejando caer la toalla al suelo. Sus manos se posaron en mis nalgas, que pasó a amasar con intensidad. Notaba perfectamente cómo la chica separaba mis nalgas al masajearlas, con lo que imaginé que estaría obteniendo un panorama perfecto de mi ano y de mi coñito, pero me daba igual, al fin y al cabo ella era como yo.
Giré la cabeza para mirar nuestro reflejo en el espejo y pude ver cómo la preciosa chica me amasaba una y otra vez el culo, deslizando sus manos entre mis muslos hasta casi rozar mis labios vaginales.
Ella alzó entonces la cabeza, encontrándose nuestras miradas en el reflejo del espejo. Yo le sonreí un poco atontada, pero ella no me devolvió la sonrisa, sino que me preguntó:
–         El Ama Gloria me ha dicho que el tratamiento completo, ¿lo quiere así, Ama Edurne?
–         Sí, sí, por supuesto – respondí sin pensar – Pero no hace falta que me llames Ama. Puedes llamarme Edurne.
–         No, no puedo – respondió la chica.
Mientras decía esto, una de sus manos completó el viaje hacia el norte entre mis muslos, frotando directamente sobre mi vulva. Sorprendida, di un respingo levantando la pelvis de la camilla, lo que ella aprovechó para meter la mano bien adentro entre mis muslos. Su otra mano, mientras, presionaba sobre mi culo para impedir que me levantara.
–         Pe… pero ¿qué haces?
–         El tratamiento completo – contestó ella simplemente.
Completamente embadurnado de aceite, su inquieto dedo corazón penetró en mi vagina fácilmente, haciendo que mi cuerpo se estremeciera de placer. Con gran habilidad, Rocío empezó a masturbarme dulcemente, haciéndome notar cómo sus juguetones dedos se hundían una y otra vez en mi intimidad.
Poco después, otro de sus dedos comenzó a acariciar suavemente la zona clitoriana, haciéndome morder la sábana de la camilla de puro placer.
Rocío, con dulzura, tiró de mi cuerpo para hacerme quedar a cuatro patas sobre la camilla, para tener mejor acceso a mi coño. Yo, sin dudar, le hice caso, aunque mantuve el torso abajo, con la cara apretada contra la almohadilla para ahogar mis gritos y jadeos.
Entonces, aprovechando que estaba abierta de piernas para sentirla mejor, Rocío aprovechó para deslizar suavemente un dedo de la otra mano en el interior de mi culo. Me tensé como la cuerda de un arco al sentir la súbita intromisión, pero me relajé enseguida al darme cuenta de que no me dolía en absoluto, sino que sentía sólo placer.
Poco después, me corrí como loca, mientras Rocío acariciaba mi clítoris describiendo suaves movimientos circulares con los dedos de una mano sobre él, mientras el dedo corazón de la otra mano se agitaba dulcemente en mi culo.
Me derrumbé extenuada sobre la camilla y Rocío, muy diligente, me ayudó a tumbarme boca arriba, reanudando el masaje sobre mi cuerpo, esta vez por la zona delantera.
Yo estaba desmadejada, dejándome hacer, mientras sus expertas manos recorrían hasta el último centímetro de mi piel, extendiendo el cálido aceite por mis senos, mis muslos, mi vientre… Una delicia.
Pero me di cuenta de que seguía cachonda. Cada vez que sus manos se deslizaban por mis pechos y rozaban mis durísimos pezones, sentía un estremecimiento que me llegaba hasta el alma. Necesitaba más.
Entonces caí en las cosas que me había contado Gloria.
–         Rocío – le dije.
–         ¿Sí, Ama? – respondió ella.
–         Según me han contado tú eres siempre la última en el escalafón, ¿verdad?
–         Sí, así es Ama Edurne.
–         ¿Y estás incluso por debajo de mí, aunque yo todavía no sea miembro del grupo?
–         Sí, Ama. Yo debo obedecer incluso a las aprendices del Amo Jesús.
–         O sea, que debes hacer lo que yo te mande, ¿no?
–         Sí.
El diablillo juguetón de mi cerebro estaba  los mandos en ese momento.
–         Pues entonces, cómemelo – le ordené mientras me abría de piernas al máximo sobre la camilla.
Sin dudarlo un segundo, Rocío, que estaba a la cabecera de la camilla, la rodeó y se colocó entre mis abiertas piernas. Ya he dicho antes que no soy lesbiana, pero entre que me acordaba con placer de la sesión con Esther y que estaba cachonda como una perra, no dudé en obligarla a que me comiera el coño.
Y desde luego, ella no se quejó.
Con habilidad, Rocío hundió su cara entre mis muslos, chupándome el coño con pasión  sin importarle que estuviera empapado de aceite y de flujos. Me hizo ver las estrellas cuando un par de sus deditos se clavaron en mi vagina, mientras mi clítoris era lamido y chupeteado con habilidad.
Enloquecida por el placer, mis caderas se agitaban espasmódicamente, golpeando sus mejillas con mis muslos, que se abrían y cerraban de forma incontrolada. No le llevó más de un par de minutos llevarme a un nuevo orgasmo, que me dejó derrengada sobre la camilla.
–         ¿Desea algo más, Ama? – me preguntó Rocío saliendo de entre mis piernas y limpiándose la boca con la manga del uniforme, como si acabase de darse una comilona.
–         No, no, nada más – resollé – Puedes seguir con el masaje.
Obediente y profesional, Rocío continuó masajeándome durante unos diez minutos más, hasta que sonó un suave timbre que marcaba el final de los 45 minutos de rigor.
Tras ayudarme a levantarme, Rocío me entregó un albornoz blanco e hizo que me lo pusiera. Una vez abrochada la bata me calzó unas zapatillas y me condujo fuera de la sala.
–         Luego podrá volver a por su ropa – me dijo.
Yo sólo asentí con la cabeza.
Volvió a llevarme por los pasillos, hasta que llegamos a la zona de las piscinas. Me condujo hasta una habitación en la que había un jacuzzi, en el que me esperaba, totalmente desnuda, la pequeña Gloria.
–         ¿Qué tal ha ido? – me dijo mi alumna mientras daba un sorbo a un batido de frutas que tenía junto al borde del jacuzzi.
–         Ha sido fabuloso – respondí quitándome el albornoz y deslizándome en el agua junto a la joven.
Total, ya me había visto desnuda aquel día cuanto había querido en los probadores.
–         Ya veo, ya. Te han aplicado el tratamiento completo ¿eh? – dijo ella, burlona.
–         ¿Tú que crees?
–         Rocío, tráele a Edurne otro batido.
Sumisamente, Rocío se marchó y nos dejó solas.
–         Oye, en estos sitios ¿no se exige llevar bañador?
–         No te preocupes, este jacuzzi es privado y no va a venir nadie.
–         ¡Ah, vale!
–         Por cierto, cuéntame cómo te ha ido con Rocío.
Durante un rato, sólo hablé yo, describiéndole con todo lujo de detalles la sesión de masaje.
–         Vaya – dijo Gloria cuando hube acabado – Ya vas cogiéndole el truco a esto.
–         Gracias.
–         Y no me refiero tan sólo al tema de los rangos, sino al de contar tus aventurillas.
–         ¿Por qué dices eso?
–         Verás, una cosa que le gusta mucho a Jesús es que le contemos las situaciones eróticas o sexuales en las que nos veamos mezcladas. Se pone muy caliente. Es bueno que se te dé bien hacerlo, pues te lo pedirá muy a menudo.
–         ¿Y a ti que tal se te da?
–         Me defiendo.
–         Pues, ¿por qué no me cuentas cómo empezaste con Jesús? Total, tú ya sabes cómo me fue a mí porque él te lo ha contado ¿no?
–         No hay problema, aunque te advierto que no es nada especial. Empezamos hace 3 años, como una pareja de adolescentes normal y corriente. Salimos juntos y eso.
–         No me lo creo – dije sonriendo.
–         En serio. Pero no hay problema, te lo cuento…
Y comenzó a narrarme su historia mientras veíamos cómo Rocío se aproximaba con mi batido en una bandeja.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
Ernestalibos@hotmail.com
 
 
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