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Relato erótico: “Aurora” (POR MARTINA LEMMI)

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– ¿Nombre?

– Julio.

– ¿Edad?

– … Treinta y nueve.

– Dudó al decirlo.

– Cumplo cuarenta en unos días.

– Digamos entonces que tiene casi cuarenta.

– Tengo treinta y nueve…

Asiente ligeramente, se acomoda un poco los lentes y vuelve a su bloc de anotaciones. Debo confesar que, a poco de conocerlo, mi psicoanalista comienza a caerme mal; no sé por qué, pero creo haber detectado un cierto deje de ironía en su gesto o bien un cierto aire de triunfo por haberme hecho pisar el palito: a nadie le gusta el cambio de década y, por lo tanto, uno busca prolongar los treinta y nueve lo más que puede, pero sí, la realidad es que ya tengo casi cuarenta. A propósito, él parece tener algo menos: tal vez unos treinta y cinco o treinta y seis. Retoma su interrogatorio:

-¿Estado civil?

Trago saliva antes de responder:

– Casado.

– Otra vez dudó.

Está a punto de que lo mande a la mierda en la primera sesión pues, en este caso, estoy seguro de que no fue una duda en realidad.

– Estoy casado – insisto.

– Pero algo lo perturba acerca de eso.

De todos los modelos posibles de psicólogo, éste es el que más detesto: el que, de manera odiosamente mecanicista, pretende sacar conclusiones de cada vacilación o cada mínimo carraspeo. Más allá de eso, tiene razón.

-Sí – respondo.

-¿Y es ése el problema que lo lleva a iniciar terapia?

-Básicamente no.

-¿Básicamente?

-Básicamente.

-¿Puede explicarse mejor?

Estoy a sólo un instante de preguntarle por qué carajo no infiere él mismo el contenido de mis palabras ya que hace gala de tanta perspicacia. Me contengo. No es bueno arrancar mal predispuesto en la primera sesión de una terapia.

-Mi… problema básico es la autoestima.

-Ajá.

Parece garabatear algo en su bloc. Me pregunto sinceramente si estará tomando nota de mis palabras o más bien apuntando sus primeras conclusiones a priori. Quizás, simplemente, dibuje… No agrega nada más y, al hacerlo, de algún modo me presiona a ampliar:

– Sí. Autoestima. Cargo con ese problema desde mis… doce años.

– Pero, de todas formas, cuando usted mencionó su estado civil y yo le pregunté si su problema tenía algo que ver con eso, usted respondió: “´basicamente no”

– Es que es así: no tiene relación directa.

– Seguimos en la misma línea, por lo que veo. Primero dice “básicamente no” y ahora dice que no tiene relación directa. Es fácil darse cuenta entonces que, de un modo indirecto, tiene algo que ver.

Puede ser odioso, pero hay que reconocer que el hijo de puta es bueno.

– Sí – reconozco, cabeceando -; de manera indirecta, sí.

Doy por sentado que su próxima pregunta va a apuntar justamente a mi matrimonio, pero me equivoco; parece medir el tiempo justo para todo.

-Usted dijo que su problema de autoestima comenzó a los doce años.

– Y es así.

-¿Por qué marca un momento de quiebre tan específico?

Mi mente viaja al pasado.

– Supongo que porque fue entonces cuando entró en mi vida Aurora.

– ¿Aurora?

– Sí.

– ¿Quién es?

– La chica que me cuidaba.

– Ajá. ¿Sus padres no estaban habitualmente en casa?

– Por lo general, no.

– Y contrataban a una chica para cuidarlo.

– Tal cual.

– Aurora…

– Aurora.

– ¿Qué edad tenía ella?

Mi cabeza hace cálculos, a la vez que sigue desempolvando recuerdos; increíblemente, los mismos están terriblemente vívidos e instalados en mi mente y, de hecho, así lo han estado durante todos estos años.

– Creo que… cuando comenzó a cuidarme, ella era menor: tendría unos dieciséis o diecisiete.

– Ajá. A juzgar entonces por sus palabras, Aurora cuidó de usted durante bastante tiempo.

– Seis años.

– ¿Seis? – me mira por encima de los lentes, con expresión de sorpresa.

– Sí, seis.

– Eso significa que lo cuidó hasta los dieciocho.

– Así es.

– ¿Y sus padres seguían contratando una chica para cuidarlo a esa edad?

– Sí… Sobre todo mi madre era una mujer muy conservadora, bastante pacata… y muy sobreprotectora.

La sorpresa de mi psicoanalista me lleva a reflexionar. No es difícil entender que un joven crezca con la autoestima tan baja cuando sus padres lo han sobreprotegido a tal punto.

– Bien. Ya volveremos sobre Aurora – dice, y me produce una cierta decepción, pues, para esta altura, quiero exorcizar los fantasmas relacionados a ella -. Ahora dígame por qué cree que todo esto tiene alguna relación con su matrimonio.

Una vez más trago saliva. Me mira. Aunque se mantiene serio, creo que se divierte; sí, hay algo sádico en médicos o psicoanalistas: en algún punto, creo que disfrutan de estar desnudando a sus pacientes, ya sea de manera literal en el primer caso o simbólica en el segundo.

– Verá… – comienzo a decir lentamente -. Tengo la sospecha de que mi esposa… desde hace algún tiempo… me engaña.

– ¿Sospecha o certeza?

Me está volviendo a arrojar al mismo corral que antes, al preguntarme sobre la edad.

– Sospecha… digamos, con altas probabilidades de certeza.

– ¿Edad de ella?

– Treinta y dos…

– ¿Es hermosa?

La pregunta me molesta. Lo miro con seriedad.

-¿Tiene eso que ver con la terapia?

– Absolutamente.

– Pues… sí, lo es.

– Punto interesante. ¿Por qué tan baja autoestima cuando fue capaz de seducir a una mujer hermosa y, de hecho, la tiene a su lado como compañera de vida más allá de que sospeche?

Sacudo la cabeza. No sé qué decir.

– ¿Hacia quién apuntan sus sospechas? ¿Lo conoce?

– Sí.

– ¿Amigo suyo?

– No.

Se me dibuja una sonrisa al responder, pues esta vez entiendo que es él quien ha caído en la trampa de la obviedad; durante un instante, el imbécil cree haberse encontrado con el clásico caso de infidelidad con el mejor amigo.

– ¿Amigo de ella?

– Tan amigo como se puede considerar a un amante.

– ¿De dónde lo conoce?

– ¿Ella o yo?

– Ella.

– Del grupo de tango.

– ¿Tango? ¿Ella baila?

– Sí, asiste a un lugar dedicado a eso.

– ¿Hace mucho que asiste?

– Comenzó hace… hmm, poco menos de un año, convencida por una amiga.

– Típico.

– ¿Perdón?

– Nada. ¿Y la persona de quien usted sospecha es su compañero de baile?

– Sí. No sé si siempre lo fue, pero desde hace algunos meses lo es.

– ¿Y cómo llega usted a conocerlo?

– Porque, obviamente, he ido a verla bailar a algún que otro evento.

– -Ah… y ella se lo presentó.

– Sí.

– ¿Edad?

– ¿De él?

– Sí.

– Hmm, no lo sé; tal vez unos veintisiete.

– Ah, joven…

– Menor que ella, sí.

– Y menor que usted, quizás unos doce años.

No sé por qué remarca tan especialmente ese punto, pero asiento con la cabeza.

¿Su esposa tiene buenas piernas? – pregunta, de sopetón.

La pregunta me descoloca y me hace remover en mi silla. Mi mirada vuelve a ser severa.

-¿Perdón…?

– Su esposa, ¿cómo se llama?…

– Laura.

– Laura. ¿Tiene buenas piernas?

– No entiendo. ¿Por qué lo pregunta?

– Las bailarinas de tango suelen tenerlas.

– ¿Y hace eso a la terapia?

– Usted está aquí para tratar de desentrañar su propio mundo, Julio, un mundo ante el cual, según lo que se desprende de sus propias palabras, se siente poco. Por algo habló de baja autoestima. Por lo tanto, todo aquello que nos ayude a entender mejor su entorno, nos va a ayudar también a que usted sepa más sobre usted mismo.

No me convence, pero lo dice de un modo tan seguro y consistente que pareciera no haber lugar a esquivar la respuesta.

– Sí – respondo -, tiene buenas piernas.

– Y el atuendo clásico de las bailarinas de tango ayuda a resaltar ese encanto, ¿verdad?

– Sí – contesto de mala gana.

– Me refiero a… bueno, usted ya sabe, vestido cortísimo, medias de red…

– Tenga por seguro que sé perfectamente cómo se visten – le interrumpo, con fastidio.

– Sí… así lo supongo. Y dice usted que los vio bailar.

– Tal cual.

– El tango es una danza muy sensual.

– Ya lo sé; no necesito que me lo señale.

– ¿Y qué sintió al verlos bailar entre sí?

– Obviamente… celos… y algo de rabia.

– ¿Fue viéndolos bailar cuando pasó a suponer que entre ellos había algo?

– Sí… hmm, bueno, en realidad algo después…

– ¿Algo después?

– Claro. El evento era un certamen en el cual las parejas competían. Mientras esperaban el dictamen del jurado, las parejas se ubicaron una junto a la otra sobre el escenario. Y en ese momento… noté que él la tenía tomada por el talle…

– Es lógico. Eran pareja de danza. No podía esperarse que permaneciese a la espera del veredicto sin siquiera tocarla.

– Lo sé, pero… en un momento noté que él deslizaba su mano por la espalda de ella y… la apoyaba sobre su cola.

– ¿Desde dónde los veía usted?

– Desde mi mesa… en el salón.

– ¿A qué distancia?

– No lo sé; tal vez unos diez metros.

– Y estaba ubicado de frente a ellos.

– Tal cual.

– ¿Cómo pudo, entonces, ver la mano de él deslizándose sobre la cola de ella?

– El movimiento era bien claro – respondo, con un deje despectivo -: cualquiera podía darse cuenta que le acariciaba el trasero.

– Acaba de decir que le apoyó una mano sobre la cola. Ahora resulta también que se la acariciaba.

– ¡Lo hacía!

– ¿No será, Julio, su propia paranoia la que lo lleva a ver cosas que no son?

Es la primera vez en la sesión que arroja alguna duda sobre mis sospechas de infidelidad. En lugar de consolarme y evaluarlo positivamente, siento furia, pues yo sé bien lo que he visto y me indigna que este imbécil pretenda adjudicar todo a mi imaginación.

-Yo vi lo que vi – digo, con acritud -; no intente convencerme de otra cosa.

– No intento convencerlo de nada; sólo trato de cubrir todas las posibilidades. ¿El sujeto es atractivo?

-Sí, lo es – respondo, con pesar.

– ¿Qué fue lo que más le impactó de él?

Lo miro confundido. ¿Qué está sugiriendo? De pronto me invade el terror de que ahora pretenda llevar la sesión hacia una discusión en torno a mi sexualidad: otro lugar común en los psicoanalistas; yo no vine a eso.

-¿Impactar? – pregunto.

-Sí, algún detalle en él: su físico, su musculatura, sus ojos, no sé… hmm, su elegancia…

– Su bulto.

Esta vez es él quien acusa recibo; me mira ostensiblemente sorprendido.

– ¿Perdón?

Súbitamente lamento haber dicho lo que dije; me salió del alma, sin pensar, pero ahora ya es tarde para arrepentimientos y no queda más remedio que hablarlo.

– Sí, el bulto entre las piernas mientras bailaba. Destacaba particularmente entre todos los bailarines.

Frunce la boca y revolea los ojos.

– ¿Para tanto?

– Sí; me llamó tanto la atención que me puse a recorrer con la vista a los asistentes para ver si a todos les llamaba la atención.

– ¿Y era así?

– Sí, particularmente a las damas.

– Pues debía ser un bulto bastante generoso entonces. ¿Lo escudriñaban las damas que estaban solas o…?

– Casi no las había – le corto -; prácticamente estaban todas en pareja: con sus esposos, sus novios o sus vaya a saber qué.

– ¿Y aun así lo miraban?

– Más que mirarlo, lo devoraban con la vista; había que ver sus ojos libidinosos e incluso llegué a notar que a alguna le corría baba por…

– Julio – me interrumpe -; la paranoia, muchas veces, nos lleva a ver…

– ¡Yo sé que lo vi! – le corto, tajante -. ¡No me insista con esa estupidez de la paranoia!

Elevé demasiado el tono de voz. Por un momento me da la impresión de que se va a ofender o, tal vez incluso, a dar por terminada la sesión, pero no: ni se mosquea.

– ¿Y su esposa? – pregunta -… Laura dijo que se llamaba, ¿verdad?”

– Sí, Laura. ¿Qué hay con ella?

– ¿Lo miraba también?

– ¿Al bulto?

– Sí.

Me pongo evocativo; por un momento ya no estoy el consultorio sino en aquella cantina del barrio de La Boca.

– Verá… – comienzo a decir -; no sé si usted lo sabe, pero… cuando se baila el tango, la regla dice que no se mira a los ojos del compañero de baile.

– Jamás noté eso – dice, con sorpresa -. A decir verdad, no es que tenga visto tanto tango; sólo por televisión o…”

– En efecto: la mirada de la dama, particularmente, no debe estar en los ojos de su compañero sino algo más abajo…

– Entiendo, ¿qué tan abajo?”

– Digamos… en el mentón.

– ¿Y ella le miraba al mentón?

Trago aire y lo retengo por un rato antes de contestar.

– Bastante más abajo.

– ¿Le miraba el bulto?

Me da la desagradable impresión de que el tipo se está divirtiendo con mi historia; no obstante ello, le respondo:

– Sí.

– ¿Y él?

– ¿Y él qué?

– ¿En dónde tenía su mirada?

Otra vez hago silencio.

– En las tetas de ella – contesto finalmente.

– ¿Las tiene buenas?

Me remuevo en mi silla. Mis ojos se vuelven a inyectar en odio.

– ¿Qué?

– Si su esposa tiene buenas tetas.

– Creo que… esto se está yendo a cualquier lado.

– Le aseguro que no – me replica, impertérrito -, pero si así lo siente, es libre de irse y le cobraré sólo la mitad de esta sesión.

La oferta es tentadora, hay que decirlo, pero, a la vez, siento un fuerte deseo de saber hacia dónde quiere ir. Así que, a regañadientes, termino por responder:

-Sí, tiene buenas tetas. No muy grandes ni voluptuosas…

– Pero deseables – me interrumpe, en una actitud que ya raya en la insolencia.

– Sí, tal cual: deseables. ¿Es tan importante para la cuestión?

– Digamos que para entender cómo se sintió usted ante la situación primero debo visualizar el contexto en mi cabeza, así que cuantos más detalles me dé, mejor. De todos modos, dejemos por un momento a Laura y volvamos a su compañero de baile. ¿Tiene nombre?

– Me lo presentó como Nacho.

– Bien: Ignacio entonces. ¿Cómo se sintió al contemplar el bulto de Nacho?

Nuevamente me remuevo en la silla. ¿A dónde quiere llegar este estúpido? ¿Está acaso sugiriendo que soy homosexual? Intento, a pesar de todo, contar hasta diez y mantenerme tranquilo.

– No creo haberlo “contemplado” – replico, en actitud defensiva -; en todo caso lo he “notado” o me ha llamado la atención, pero no es que haya dedicado mi atención exclusivamente a…

– Déjeme a mí sacar las conclusiones correspondientes e indagar cuál era su verdadero interés en el bulto de ese hombre. Simplemente responda a lo que le pregunto…

Me muerdo el labio. Tengo el impulso de golpear mi puño cerrado contra cualquier cosa, pero me contengo. Tomo conciencia de que mis explicaciones sólo me muestran a la defensiva y eso no es bueno si lo que quiero es alejar dudas sobre una sexualidad de la cual, por cierto, no tengo dudas.

– Sentí mucha rabia… – digo finalmente.

– ¿Qué más?

– Celos…

– ¿Qué más?

– Envidia…

– ¿De quién?

Lo miro lleno de odio y en sus ojos creo hallar un destello de diversión.

– De él, por supuesto. ¿De quién va a ser?

– Volvamos sobre Aurora…

Sus súbitos cambios de tema me descolocan todo el tiempo.

– ¿Aurora? ¿Qué tiene que ver con esto?

– No tengo idea. Espero que me lo explique.

– Pues si usted no lo sabe, yo tampoco – echo un vistazo al reloj -. ¿Falta mucho para terminar la sesión?

– Eso no le concierne a usted. Aquí soy yo quien maneja los tiempos.

– Perfecto. Y a usted no le concierne la supuesta relación entre Aurora y…

– Le recuerdo, Julio, que fue usted quien sugirió que sus problemas de autoestima comenzaron a partir de la llegada de esa chica.

Mascullo rabia. Tiene razón.

– Es verdad – concedo.

– ¿Puede explicarme qué es lo que hizo esa joven para provocar un efecto a futuro tan nocivo sobre su autoestima?

Me está haciendo recordar situaciones traumáticas de mi niñez, pero, en fin, supongo que ése es precisamente su trabajo. Me quedo durante un rato tratando de procesar los recuerdos y, en la medida en que lo hago, me siento caer en un pozo.

– Ella… se complacía en humillarme.

– ¿Humillarlo?

– Sí. Ignoro la razón pero eso era lo que hacía. Parecía complacerse en degradarme públicamente.

. ¿Públicamente? ¿De qué modo? ¿Ante quiénes?

Se advierte en el tono de mi psicoanalista que está claramente interesado en el tema; lo que no logro determinar es si ello se debe a su trabajo o a un simple morbo.

– Lo hacía ante quien fuera que se le presentase la oportunidad de hacerlo, pero… sobre todo ante mis amigos.

– ¿Sus amigos? ¿Ello ocurría en su casa?

– Sí; era ella quien me insistía en que los invitase a venir.

– Usted no quería hacerlo…

– Al principio sí: eran muchas las horas que transcurrían sin que mis padres estuviesen en casa y ello daba una excelente oportunidad para reunirse, juntarse y divertirse.

– ¿Y luego qué pasó?

– Lo que ya sabe.

– Yo no sé nada, sólo lo que usted me dice.

– Aurora.

– ¿Qué ocurrió con ella?

– Lo que ya le dije; se dedicaba a humillarme ante ellos.

– ¿Podría decirme más específicamente cómo lo hacía?

– Es que… no había un único modo; lo hacía de varias maneras.

– ¿Por ejemplo?

– Bien, verá: mi madre, sobreprotectora como era, le daba precisas instrucciones de que yo no debía bañarme solo, así que ella se encargaba de hacerlo…

– Pero eso no tiene nada de humillación pública, creo; doy por descontado que lo hacía en el cuarto de baño.

– Sí.

– ¿Entonces?

– Es que… eso fue lo que permitió que ella me viera desnudo.

Me mira con extrañeza; se acomoda los lentes una vez más.

– ¿Y qué es lo que vio?

Silencio. Apesadumbrado, bajo la vista hacia mi entrepierna.

– Mi… pito.

– ¿Se refiere a su pene?

– Tal cual.

– ¿Qué hay con él?

– Pues… digamos que lo contrario de lo que le comenté con respecto al bulto del compañero de tango de Laura.

Frunce el entrecejo y mira hacia el techo como si tratara de unir cabos; de pronto la expresión de su rostro se transforma: al parecer lo ha comprendido.

– ¿Usted… tenía un pene pequeño?

– Lo sigo teniendo…

– Está bien, pero supongo que en aquel momento y siendo aún un niño, era lógico que así fuese.

– Era demasiado pequeño, aun para mi edad.

– Ajá. Entiendo. Pero sigo sin darme cuenta de por qué eso podía constituir, para usted, una humillación pública. Era algo que sabían sólo Aurora y usted. ¿O lo hizo público?

– Desde el momento en que lo supo, se valió de eso para degradarme cada vez que pudo. Cuando mis amigos venían a casa, ella, por alguna razón, oficiaba como maestra de ceremonias o animadora. Nadie le había otorgado ese rol pero, sin embargo, era la que se encargaba de organizar los juegos y demás.

– ¿Y los demás le llevaban el apunte?

– Eran chiquillos, preadolescentes… y Aurora era una adolescente ya hecha y derecha, con los correspondientes atributos.

– Entiendo. Estaba buena…

– Al menos para la mirada de un chico de doce o trece años lo estaba…

– Y entonces la seguían ciegamente en todo: si Aurora les decía que se arrojasen a un pozo ciego, lo hacían. Bien, voy entendiendo; ahora: ¿qué fue lo que hizo entonces para, como usted dice, humillarlo frente a sus amigos?

– Se le dio por organizar un torneo para ver quién tenía el pito más largo.

Abre los ojos grandes y se toma de la silla como tratando de mantenerse sobre la misma.

– ¿Hizo eso?

– Sí, hacía eso.

– ¿Hacía? ¿Está diciéndome que lo hacía regularmente?

– Sí. Su argumento era que estábamos creciendo y que, por lo tanto, las mediciones podían cambiar de una semana a la otra; eso era cierto, desde luego, pero digamos que las posiciones en el “ránking” no cambiaban demasiado.

– El pito más largo seguía siendo el más largo y el más corto seguía siendo el más corto.

– Así es…

– ¿Quién resultaba siempre el vencedor?

– Lucas. Y era lógico. Nos llevaba un par de años al resto.

– ¿Y usted en qué posición estaba?

Bajo la cabeza.

– Siempre último.

– ¿Lejos?

– Sí.

– ¿Y cómo era que terminaban mostrando sus penes? ¿Aurora les hacía bajarse los pantalones?

– Sí, a todos menos a mí.

– ¿A usted? No entiendo…

– A mí me lo bajaba ella. Y no sólo eso: me dejaba siempre para el final.

Abre los ojos enormes, mostrando sorpresa; se le escapa una ligera sonrisa.

– Es decir: a una orden de ella, todos se bajaban los pantalones, menos usted…

– Así es.

– ¿Dónde estaba ella en ese momento?

– A mi espalda y tomándome por los bordes del pantalón.

– Y una vez que todos se habían bajado el pantalón para mostrar sus penes…

– Ella me bajaba el mío.

– ¿Qué ocurría cuando lo hacía?

– Inevitablemente, una estruendosa carcajada a coro.

– ¿Ella también reía?

– Sí.

– ¿Usted se sentía muy humillado?

– ¿Y a usted qué le parece?

– ¿Lo comentó alguna vez con sus padres?

– Nunca.

– ¿Por qué?

– No lo sé; creo que le tenía miedo a Aurora.

– ¿Lo amenazaba ella?

– En realidad, no. A veces me golpeaba por tonterías: ensuciar la alfombra y cosas así, pero jamás me advirtió acerca de guardar silencio.

– Y sin embargo usted lo hacía…

– Sí.

– Le temía.

– Ya le dije que sí.

– Volvamos a su esposa… o mejor dicho, a su compañero de baile: cuando usted percibió el bulto generoso que él tenía, le retrotrajo a la vergüenza que sintió en aquellos días.

– Tal cual.

– En ese caso, usted vio a cada uno de sus amigos representado en su esposa…

– No sé si le entiendo bien.

– Claro. Al igual que pasaba con sus amigos, ella tuvo, según usted, oportunidad de comparar.

– Ah, ahora entiendo. Sí, eso es lo que creo.

– Y por eso usted sintió vergüenza. Se avergonzó de su propio pene al saber que, tal vez, su esposa estuviera disfrutando de uno mucho mayor.

– Tal cual.

– E incluso pensó en la posibilidad de que ella, secretamente, pasara a reírse de usted…

– En efecto; es la sensación que tengo.

– ¿Usted siente que, con su pene tan pequeñito, no le puede dar a ella la satisfacción que desea?

Lágrimas acuden a mis ojos.

– Sí, eso es lo que siento.

– ¿Usted le ha planteado a ella acerca de sus sospechas de infidelidad?

Niego con la cabeza.

– ¿Por qué no? – me pregunta, encogiéndose de hombros.

– Por temor…

– ¿Temor a qué? Laura no es Aurora…

– Temor a lo que pueda llegar a decir o a argumentar en su defensa…

– ¿Por ejemplo?

– Que mi pequeño miembro no puede darle satisfacción.

– ¿La cree capaz de decirle algo así?

– No lo sé, pero ante la duda no planteo el tema.

– Prefiere quedar con la duda indefinidamente…

– A veces es mejor.

– Además de reírse, ¿lo humillaba Aurora de alguna otra forma al enseñar a todos su pitito?

Cierro los ojos y cuento hasta diez para no insultarlo ni levantarme ni golpearlo. ¿Por qué tiene que decir “pitito”? Desde hace ya algún rato pareciera haber dejado atrás ciertos códigos profesionales o, lo que al menos uno piensa a priori que deberían serlo. De todas formas, me siento en necesidad de hablar el tema Aurora pues es la primera vez que lo charlo con alguien en años.

– Me lo… zamarreaba… mientras hacía voces que parecían querer sonar infantiles o bien imitar a personajes de caricatura o algo así.

– ¿Sólo ante sus amigos hacía esas cosas?

– Con el tiempo… me hizo invitar a más gente.

– ¿Ejemplo?

– Bueno… había una chica en el barrio, a la vuelta de la esquina, de quien Aurora sabía bien que yo estaba enamorado.

– ¿Cómo lo sabía? ¿Era su confesora?

– No hacía falta ser demasiado avispada para darse cuenta de cómo me ponía yo cuando la veía.

– Ajá… Entonces Aurora le dijo que la invitase, ¿es así?

– Tal cual.

– ¿Va a decirme que también le bajó el pantalón delante de ella? ¿A título de qué? Lo que quiero decir es que no es lo mismo que con sus amigos; allí no había lugar para competencia alguna.

– En realidad lo hizo estando todos; simplemente repitió la competencia y a ella le tocó ser espectadora privilegiada.

– Y así lo humilló también delante de ella.

– Sí…

– Pero usted sabía que había altas probabilidades de que eso ocurriera: es decir, si Aurora quería a esa chica en la casa, no podía ser para ora cosa más que para humillarlo ante ella.

Lo miro, rojo en furia. Él permanece con los brazos en jarras a la espera de una respuesta de mi parte que, al parecer, debe considerar que se cae de madura.

. No, no lo sabía – digo, tajante.

– Yo creo que sí.

Juro que me falta poco para saltarle encima. Está queriendo decir que yo, en realidad, me sometía a esos juegos queriendo ser humillado. No obstante, hago el esfuerzo por mantenerme calmo y replico con firmeza, pero tranquilo:

– No, no lo sabía – insisto.

– Bien, no importa; ¿esa chica también se rio de usted?

– Hmm, creo que se sintió algo sorprendida o confundida; no dijo nada en realidad.

– ¿Volvió luego de eso?

– No.

– ¿Se siguió hablando con ella?

– En realidad no nos hablábamos demasiado ya antes de ese episodio; yo estaba enamorado de ella, pero mucho lugar no me daba…

– ¿Y después de eso?

– Menos que menos…

– Lógico.

– ¿Perdón?

– ¿Fue la única vez en que Aurora lo humilló ante mujeres?

– No; volvió a hacerlo ante amigas, compañeras de colegio.

– ¿Lo obligó también a invitarlas?

– Suena raro decir que me obligó…

– Pero en la práctica fue lo que hizo.

– Sí. En la práctica, sí…

– ¿Y cómo reaccionaron ellas al verle con el pantalón bajo?

– Rieron a carcajadas.

– Claro, estaban en grupo; eso desinhibe. Julio, voy a pedirle algo…

– ¿Qué vuelva la próxima semana?

– Quedan aún unos minutos de sesión; es otra cosa en realidad. ¿Se podría poner de pie?

Mi confusión es absoluta. Lo miro sin entender, pero él, simplemente, gesticula con la palma de su mano izquierda hacia arriba, conminándome claramente a pararme. Hago lo que me dice.

– Ahora bájese el pantalón – me dice, de sopetón.

Es como un golpe en pleno pecho; no esperaba algo así: es psicoanalista, no médico.

– ¿P… perdón?

– Necesito saber qué tan fundamentadas estaban todas esas burlas y humillaciones de las que usted era objeto.

O sea, está claro: el tipo quiere ver si mi miembro, ése del cual hace rato que le vengo hablando, es justo merecedor de tanta mofa. La situación es de lo más incómoda y sólo pienso en irme.

– ¿Es… necesario? – pregunto.

– Absolutamente. Y ya sabe que puede dar por terminada la sesión e inclusive la terapia cuando no se sienta a gusto.

De pie en el centro del consultorio, vacilo durante algún rato. Sí, él tiene razón: yo puedo perfectamente marcharme cuando así lo desee; sin embargo, soy consciente de que, por primera vez en años, estoy desentrañando traumas de infancia y adolescencia, lo cual es motivo suficiente para no querer cortar lo que ya empecé. No hay tanto problema, después de todo, en enseñarle lo que quiere ver. Así que, lentamente, me desabrocho el pantalón y me lo bajo a la mitad de los muslos.

– También el calzoncillo – me dice él, en lo que ya para esta altura es obvio. Hago lo que me dice, dejando así mi pitulín al aire; no puedo evitar bajar la cabeza al piso con vergüenza.

– Acérquese un poco – me dice, mientras se acomoda por enésima vez los lentes; ignoro si en ese acto hay también algo de burla. De hecho, yo estoy bastante cerca de él, de modo tal que para hacer lo que me pide, sólo recorro un paso. No sé: la sensación que me deja es que me hace acercar como un modo de dejarme en claro que mi pito no se puede visualizar bien a la distancia.

Me estudia la entrepierna con detenimiento durante algún rato, lo cual contribuye a aumentar mi nerviosismo. Intento descubrir en la expresión de su rostro si se está divirtiendo o, simplemente, siente lástima, pero nada: no trasunta sensación alguna. Luego baja nuevamente la vista hacia el bloc de notas y garabatea algo: ¿qué carajo puede estar anotando? ¿Pito corto? Por lo pronto, mi nerviosismo sigue en aumento y las piernas comienzan a temblarme.

– ¿Me subo el pantalón? – pregunto.

– No. Quédese así – responde, sin dejar de anotar ni levantar la vista del papel -. Le hago una pregunta, Julio: ¿tiene usted sexo normal con su esposa?

Bien; su rostro no dejó traslucir nada al ver mi miembro, pero con esta pregunta me termina de confirmar que lo que ha visto en mí es, en efecto, un pene bien pequeño.

– No… sé qué es lo que define como normal.

– ¿La encuentra satisfecha luego de tener relaciones?

Otra vez me comienza a rodar una lágrima. Carraspeo antes de responder:

– No sé qué decir…

– Eso significa que no – dictamina él, siempre manteniendo el tono profesional (aunque no sé si los códigos) -. ¿Le practica sexo anal?

La pregunta es tan embarazosa que no puedo responderla; sólo niego con la cabeza. Él levanta la vista de sus notas ante mi silencio y, cuando me clava la vista, vuelvo a negar.

– ¿Porque ella no quiere? – me pregunta.

– Al contrario – respondo, con pesar -: ella sí quiere.

– Pero con esa pequeñez apenas puede hacerle cosquillas en la cola, ¿verdad?

Cada vez es más gráfico en sus comentarios y, ahora sí, siento claramente que me ridiculiza. Asiento con la cabeza.

– ¿Lo intentó? – me repregunta.

– ¿El sexo anal?…

– Sí.

– Sí.

– ¿Y cómo funcionó?

No contesto; mantengo la vista baja y me muerdo el labio inferior. Durante algún rato, permanezco buscando las palabras justas, pero no las encuentro, así que mi silencio termina por ser la más clara respuesta. Él asiente con la cabeza y vuelve a su bloc de notas.

– ¿Era su pequeño pene el único motivo de humillación permanente por parte de Aurora? – me pregunta.

– N… no… había también otros.

– ¿En relación con su anatomía?

– Sí.

– ¿Ejemplo?

– Mi cola…

– ¿Qué pasa con ella?

– Bien, es que… – se me quiebra la voz -, yo iba creciendo y veía que a otros chicos les salía vello por todo el cuerpo y a mí no.

– Aurora se dio cuenta de eso, ¿verdad? De hecho, lo bañaba a diario.

– No sólo se dio cuenta, sino que se encargó de hacérmelo sentir.

– ¿También lo sometió a juegos de comparación con sus amigos?

– Tal cual.

– ¿Qué edad tenía usted para entonces?

– Unos… quince o dieciséis.

– Ups, bastante grande; ¿y aún lo seguía bañando ella?

– Ya le dije que sí…

– Bueno, y dígame: ¿los hacía desnudarse a todos para así dejar en evidencia que a usted no le había salido vello corporal?

– Hmm, no nos hacía desnudar exactamente, sino… mostrar la cola.

– Entiendo: usted no tenía vello en la cola, ¿verdad?

– Sigo sin tenerlo… – digo, con la mayor vergüenza.

– A ver, gírese.

Lo miro con cara de pocos amigos; su rostro sigue sin trasuntar nada y se cae de maduro que lo único que espera de mí es que haga lo que me está ordenando (porque, sí, literalmente es así: me ordena). Avergonzado al punto de lo indecible, me giro y le muestro mis nalgas. En eso siento que una mano de él se apoya sobre mi carne y doy un respingo.

– Lindo culito… – me dice, al tiempo que me entierra las uñas al punto de hacerme casi gritar; aun así, busco permanecer en mi sitio -. ¿Y qué decía Aurora al respecto?

– Que… yo… tenía un… culo muy femenino, casi de chica.

– Y tenía razón. Perfectamente redondeado y terso, sin vello alguno.

Realmente me cuesta creer lo que oigo y… siento. No sé qué clase de psicólogo le toca las nalgas a sus pacientes; de hecho, ya ahora ni siquiera me toca: me acaricia abiertamente. Quiero despegarme, rehuir del contacto, pero, sin embargo, parece como que me tuviera sujeto por la cola sin dejarme mover. Es una sensación, desde luego, ya que todo lo que hace es apoyar su mano sobre mi nalga… y acariciarme con total descaro.

– ¿Y cómo reaccionaban el resto al ver su cola? – me pregunta, sin dejar de tocarme.

– Reían… se burlaban… me chiflaban como si yo fuera una chica, algunos incluso me tocaban…

– ¿Tal como yo lo estoy haciendo ahora?

Trago saliva; me corren gotas de sudor por la frente.

– Sí, tal cual.

– Y a usted le gustaba, ¿verdad?

– ¡No! – exclamo, colérico.

Mi brusquedad al responder lo deja en silencio por algunos segundos; sin embargo no da la sensación de haberse amilanado; me sigue recorriendo la carne del mismo modo que hace rato lo viene haciendo.

– Es que… – dice, finalmente -; la verdad es que el suyo es un culito bien de nena y muy apetecible. Era lógico que quisieran tocarlo. ¿Y qué hacía Aurora ante eso?

– Nada… Sólo los dejaba hacer.

– Y usted también…

Giro la cabeza por sobre mi hombro, inyectado en furia. Lo miro con ojos llenos de ponzoña, pero él no parece inmutarse demasiado; no deja de acariciarme y, por el contrario, esboza una ligera sonrisa.

– No se ponga nervioso, Julio. Es mi trabajo rastrear posibles manifestaciones del inconsciente de cuya existencia el paciente nunca se haya percatado.

– ¡Inconsciente una mierda! – bramo -. ¡Yo no soy puto!

Vuelve a sonreír:

– Si usted lo dice…

A cada momento lo detesto más. Ese deje de burla en su odiosa sonrisita está a punto de hacerme perder los estribos de un momento a otro.

– Explíqueme eso de que Aurora “los dejaba hacer” – me pregunta.

– Pues… simplemente no hacía nada al respecto – respondo mientras vuelvo a girar mi mirada hacia el frente -; por el contrario, los conminaba e invitaba a tocarme.

– Interesante. ¿Y algo más?

– A veces me… obligaba a inclinarme para facilitarles su labor.

– ¿Lo obligaba?

– Sí.

– Ella no lo obligaba, Julio.

– Sí lo hacía.

– ¿De qué modo? ¿Lo amenazaba en alguna forma?

– No.

– Entonces no lo obligaba, Julio.

Resoplo. Tomo aire. Una vez más, busco mantenerme calmo para responder.

– Quizás no me obligaba, pero ella…

– ¿Perdón?

– ¿Hmm?

– ¿Qué dijo?

– ¿Cuándo?

– Recién…

– Estaba por decir que ella era bastante mayor que yo y…

– No le pregunto qué estaba por decir, sino pidiéndole que repita lo que dijo…

Otra vez resoplo.

– No entiendo adónde va…

– Me pareció que usted dijo que quizás ella no lo obligaba…

– Sí – concedo, a regañadientes -; precisamente, estaba diciendo que ella quizás no me obligaba, pero…

– Quizás no lo obligaba – repite, como si me hiciera eco; giro mi cabeza nuevamente por sobre el hombro y lo veo anotando algo en su bloc. Cuando menos, dejó de tocarme, pero me intriga sobremanera el saber qué escribe; luego vuelve su atención hacia mí -. Adelante, prosiga…

El muy maldito está poniendo a prueba mi paciencia, pero también mis defensas. No sé si lo mejor es largarme de allí o seguirle la corriente.

– Bien… – digo, en voz baja y luego de aclararme la garganta -: lo que le… decía es que… Aurora era mayor que yo; mis padres le habían otorgado el trabajo de cuidarme y yo no podía contradecir mucho su voluntad.

– Lo está diciendo bien: sus padres le habían dado el trabajo de cuidarlo, no de disponer por usted.

– Pero… tácitamente le habían dado ese poder.

– Usted se lo dio…

El sudor sigue perlando cada vez más mi frente.

– Como sea… – digo finalmente, en lo que termina por ser una claudicación -; a esa edad, ella para mí era enorme, inmensa… y no entraba dentro de mi mente el contradecirla.

– Ya para ese entonces usted no era un niño; me acaba de decir que era un adolescente.

– Sí, lo era pero… la imagen de ella me quedó marcada desde mis doce años y, por lo tanto…

– Se supone que al entrar en la pubertad, se comienza a reaccionar contra lo instituido y, de manera muy particular, contra las imágenes que nos retrotraen a la infancia.

Lo odio, pero insisto: hay que conceder que el tipo es bueno en lo suyo.

– Sí, puede ser… o no, no lo sé…

– Volvamos a su culo – vuelve a apoyar su mano sobre mi nalga y doy un nuevo respingo -. ¿qué más hacía Aurora que lo humillara?

La cabeza me da vueltas; hurgo en el pasado una y otra vez y desempolvo recuerdos que preferiría mantener allí, encerrados. Sin embargo, me debato entre la doble necesidad de callar y hablar; después de todo, necesito de una vez por todas arrancar los fantasmas de mi pasado.

– En ocasiones… recuerdo haberme sentido algo afiebrado. Cuando eso ocurría, mi madre, antes de irse, le encomendaba especialmente a Aurora que me controlase.

– ¿Cómo?

– Pues… debía tomarme la fiebre cada tanto.

– Ajá. ¿Y cómo se relaciona eso con la humillación? Y con su cola, je…

Es la primera vez que le oigo reírse: fue sólo un “je”, pero ya se halla un paso por encima de las mordaces y sutiles sonrisitas que le había captado antes. Maldito imbécil, ¿acaso lo está disfrutando?

– Es que… mi madre le dejaba encargado a Aurora que debía tomarme la fiebre colocándome el termómetro en…

Esta vez el tipo se ríe abiertamente y sin ningún reparo.

– ¿En la… colita? – me pregunta, con la voz entrecortada por la risa.

– Tal cual… – respondo, apenas en un susurro mientras las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas.

– Bien. Y supongo que Aurora cumplía con lo encomendado…

– Más de la cuenta…

– ¿Más de la cuenta?

– Sí

– Explíquese, por favor.

– A veces… ni siquiera hacía falta que me tomara la temperatura. Ésa era una instrucción específica que mi madre le daba cuando yo me encontraba afiebrado, pero Aurora lo convirtió en rutina…

– ¿Le metía el termómetro en el ano todos los días?

– Sí… – mi voz ya es un débil hilillo.

– No entiendo. Es decir… entiendo que, en sí, es humillante, pero me dio la impresión de que usted hablaba de humillación pública y no privada…

– Lo hacía delante de mis amigos

– ¿Sus amigos? – pregunta el psicoanalista, lleno de incredulidad.

– Sí. Y mis amigas también.

– ¿Cómo era eso?

– Lo hacía a propósito – digo, entre sollozos -. Ella… esperaba a que ellos llegaran para venir a tomarme la fiebre. No había ninguna necesidad de hacerlo.

– ¿Y lo hacía a la vista de todos? ¿No lo llevaba aparte? ¿A su cuarto o al baño?

– No, jamás. Siempre a la vista de todo el mundo. Me hacía colocar boca abajo en el sofá que se hallaba en el medio del living.

– ¿Qué hacían sus amigos? O sus amigas…

– Reían a más no poder, desde ya. Ella, inclusive, a veces se marchaba para hacer algo en la cocina y me dejaba allí, largo rato sobre el sofá con el termómetro enterrado en la cola.

– A la vista de ellos.

– Claro…

– ¿Qué hacían ellos?

– Reían… todavía más; se burlaban de mí con absoluta crueldad. O jugueteaban con el termómetro en mi cola: me lo introducían aun más adentro… o imitaban una penetración… o bien lo hacían girar en círculos dentro de mi orificio anal.

– ¿Las chicas también le hacían eso?

– Ellas eran, justamente, quienes más se ensañaban. Y mostraban un morbo muy espe…

De pronto doy un salto hacia adelante; acabo de sentir un objeto largo y fino intentando entrar en mi orificio. Al girarme, me encuentro con que el tipo me mira sonriente mientras sostiene el bolígrafo en su mano: es eso lo que acabo de sentir en mi retaguardia. Mi rostro se tiñe de odio:

– ¿Qué… hace?

– Le informo, Julio: para que usted pueda resolver sus problemas de autoestima, es imprescindible desenterrar todos los traumas del pasado. Y la mejor forma de hacerlo es reconstruyendo el marco en el cual esos traumas aparecieron. Si tuviera un termómetro aquí, se lo metería en el culo ya mismo; le puedo asegurar que nos sería muy útil. Pero no habiendo termómetro, bueno es un bolígrafo, así que le pido que me deje continuar con mi trabajo.

Crispo los puños. Estoy perplejo y no puedo dar crédito a lo que oigo: definitivamente, ésta no es la idea que tengo de una terapia ni, mucho menos, este sujeto representa la imagen que tengo de lo que debe ser un psicoanalista. Mis piernas tiemblan y no puedo controlarlo. Echo un vistazo a mi reloj.

– Creo que… estamos pasados de hora – digo -; sería mejor ir terminando por hoy…”

– Déjeme a mí el decidir cuándo se termina la sesión –me replica, tajante -. Además, no hay nadie después: el suyo es el último turno, así que no se preocupe; podemos estirarnos. Y por otra parte… mírese un poco. ¿Adónde piensa ir así?”

Al principio no entiendo a qué se refiere; sólo veo que señala hacia mi entrepierna. Bajo despaciosamente la vista y me encuentro con que mi pene, diminuto e insignificante… ¡está erecto! Muero por la vergüenza y busco cubrirme inmediatamente con las manos aunque, claro, ya no tiene sentido. ¡Con tanto toqueteo, sumado al bolígrafo en mi cola, este hijo de puta me ha hecho parar la verga! Lo miro de reojo y apenas por debajo de las cejas: luce una expresión algo divertida en su rostro.

– ¿Ya se calmó, Julio? – me pregunta, aunque bien sabe que mi aparente calma es en realidad frustración y resignación -. Ahora, ubíquese en el diván por favor.

Era raro que no me lo hubiese indicado antes. De hecho, al entrar yo ya había notado la presencia del mueble icónico del psicoanálisis, pero sé que hay profesionales que lo usan y otros que no; como él no me había dicho nada al respecto, di por sentado que era, más bien, de los que, justamente, tienen el diván sólo por cuestiones ornamentales o, tal vez, por considerar que la presencia del mueble les ayudaba a provocar una buena impresión inicial en sus clientes. Sin embargo, nunca esperé que me saliera con eso de ir al diván cuando ya la sesión lleva largo rato comenzada.

Él tiene razón: por pequeño que sea mi bulto bajo el pantalón, no puedo ir así a ningún lado así a ningún lado en caso de pretender hacerlo. Opto entonces por hacer lo que está pidiendo… u ordenando: camino los pocos pasos que me separan del diván y, una vez ante el mismo, comienzo a girar mi cuerpo de tal modo de dejarme caer de espaldas.

– No – me interrumpe, en seco -: colóquese boca abajo.

Es la primera vez que oigo una cosa así. Lo miro lleno de incredulidad.

– ¿B… boca abajo?- balbuceo.

– Sí – me responde, y en lo breve de su respuesta siento que me está diciendo que no tiene por qué explicarme sus decisiones.

Hago, desde luego, un amago por subirme el pantalón, ya que me turba sobremanera el hecho de quedar sobre el diván con mi culo expuesto para él; sin embargo, me detiene en el acto:

– Mantenga el pantalón bajo. Y el calzoncillo también.

No parece haber lugar para discusión posible y mi poca capacidad de resistencia ha quedado prácticamente anulada desde el momento en que descubrí mi pene erecto. Me acomodo, justamente, tratando de introducirlo entre dos almohadones para que así no me sea tan incómodo el estar boca abajo. No puedo ver al psicoanalista, pero oigo sus pasos: se acerca. De pronto, siento otra vez el frío contacto de un objeto delgado y alargado hurgando en mi entrada anal; juega un poco allí, como describiendo círculos y, finalmente, entra. Se me escapa un involuntario gemido mientras el bolígrafo va ingresando hasta que me da la impresión de que está enterrado en su casi totalidad.

– ¿Así era como Aurora le tomaba la temperatura? – me pregunta; sigo encontrándole un deje divertido en el tono de su voz.

– Sí. S… suponiendo que eso fuera un termómetro, sí: tal cual.

– ¿Se siente ahora transportado a ese momento?

Silencio: no respondo; la realidad es que sí.

– Y usted dice que a veces Aurora se marchaba y lo dejaba así, en presencia de sus amigos.

– Sí… eso era lo que hacía.

– ¿Hasta qué edad ocurrió eso?

– Hasta mis dieciocho años, cuando Aurora dejó de trabajar con nosotros.

– ¿Qué ocurrió? ¿La despidieron?

– Nunca lo supe; supongo que yo era ya lo suficientemente grande como para cuidarme por mí mismo.

– Entiendo. ¿Y no volvió a saber de ella?

– No.

– ¿Le hubiera gustado?

Silencio.

– ¿Lamentó que ella fuera despedida?

Silencio.

– ¿La extrañó durante todos estos años?

Silencio, silencio y más silencio…Dicen que el que calla otorga: yo lo hice tres veces, pero el hecho de no haber respondido de manera decidida con la negativa, ya es en sí mismo un dato que me atormenta. Al menos Pedro, según se dice, negó a Cristo tres veces, pero no guardó silencio: yo ni siquiera tengo esa dignidad… O bien mis defensas ya prácticamente no existen.

CONTINUARÁ


“LA SECRETARIA, ESE OBJETO DE DESEO”, (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR.

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Sinopsis:

Tirarse a una secretaria es uno de las fantasías mas concurrentes en la mente de todo hombre. GOLFO como autor erótico nos ha descrito muchas veces el amor o el desamor entre un jefe y una secretaria. Aquí encontrareis los mejores relatos escritos por el teniendo a ese oscuro objeto de deseo como protagonista.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

Descubrí a mi secretaria en mi jardín.
Eran las once de la noche de un viernes cuando escuché a Sultán. El perro iba a despertar a toda la urbanización con sus ladridos. “Seguramente debe de haber pillado a un gato”, pensé al levantarme del sofá donde estaba viendo la televisión. Al abrir la puerta, el frío de la noche me golpeó la cara, y para colmo, llovía a mares, por lo que volví a entrar para ponerme un abrigo.
Enfundado en el anorak empecé a buscar al animal por el jardín, disgustado por salir a esas horas y encima tener que empaparme. Al irme acercando me di cuenta que tenía algo acorralado, pero por el tamaño de la sombra no era un gato, debía de ser un perro, por lo que agarré un tubo por si tenía que defenderme. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que su presa consistía en una mujer totalmente empapada, por lo que para evitar que le hiciera daño tuve que atar al perro, antes de preguntarle que narices hacían en mi jardín. Con Sultán a buen recaudo, me aproximé a la mujer, que resultó ser Carmen, mi secretaria.
―¿Qué coño haces aquí?―, le pregunté hecho una furia, mientras la levantaba del suelo.
No me contestó, por lo que decidí que lo mejor era entrar en la casa, la mujer estaba aterrada, y no me extrañaba después de pasar al menos cinco minutos acorralada sin saber si alguien la iba a oír.
Estaba hecha un desastre, el barro la cubría por completo, pelo, cara y ropa era todo uno, debió de tropezarse al huir del animal y rodar por el suelo. Ella siempre tan formal, tan bien conjuntada, tan discreta, debía de estar fatal para ni siquiera quejarse.
―No puedes estar así―, le dije mientras sacaba de un armario una toalla, para que se bañara.
Al extenderle la toalla, seguía con la mirada ausente.
―Carmen, despierta.
Nada, era como un mueble, seguía de pie en el mismo sitio que la había dejado.
―Tienes que tomar una ducha, sino te vas a enfermar.
Me empecé a preocupar, no reaccionaba. Estaba en estado de shock, por lo que tuve que obligarla a acompañarme al baño y abriéndole la ducha, la metí vestida debajo del agua caliente. No me lo podía creer, ni siquiera al sentir como el chorro golpeaba en su cara, se reanimaba, era una muñeca que se quedaba quieta en la posición que su dueño la dejaba. “Necesitará ropa seca”, por lo que temiendo que se cayera, la senté en la bañera, dejándola sola en el baño.
Rápidamente busqué en mi armario algo que pudiera servirle, cosa difícil ya que yo era mucho más alto que ella, por lo que me decidí por una camiseta y un pantalón de deporte. Al volver, al baño, no se había movido. Si no fuera por el hecho de que tenía los ojos abiertos, hubiera pensado que se había desmayado. “Joder, y ahora qué hago”, nunca en mi vida me había enfrentado con una situación semejante, lo único que tenía claro es que tenía que terminar de quitarle el barro, esperando que para entonces hubiera recuperado la cordura.
Cortado por la situación, con el teléfono de la ducha le fui retirando la tierra tanto del pelo como de la ropa, no me entraba en la cabeza que ni siquiera reaccionara al notar como le retiraba los restos de césped de sus piernas. Sin saber cómo actuar, la puse en pie para terminar de bañarla, como una autómata me obedecía, se dejaba limpiar sin oponer resistencia. Al cerrar el grifo, ya mi preocupación era máxima, tenía que secarla y cambiarla, pero para ello había que desnudarla, y no me sentía con ganas de hacerlo, no fuera a pensar mal de mí cuando se recuperara. Decidí que tenía que reanimarla de alguna manera, por lo que volví a sentarla y corriendo fui a por un café.
Suerte que en mi cocina siempre hay una cafetera lista, por lo que entre que saqué una taza y lo serví, no debí de abandonarla más de un minuto. “Madre mía, que broncón”, pensé al retornar a su lado, y descubrir que todo seguía igual. Me senté en el suelo, para que me fuera más fácil dárselo, pero descubrí lo complicado que era intentar obligar a beber a alguien que no responde. Tuve que usar mis dos manos para hacerlo, mientras que con una, le abría la boca, con la otra le vertía el café dentro. Tardé una eternidad en que se lo terminara, constantemente se atragantaba y vomitaba encima de mí.
Todo seguía igual, aunque no me gustara, tenía que quitarle la ropa, por lo que la saqué de la bañera, dejándola en medio del baño. Estaba totalmente descolocado, indeciso de cómo empezar. Traté de pensar como sería más sencillo, si debía de empezar por arriba con la camisa, o por abajo con la falda. Muchas veces había desnudado a una mujer, pero jamás me había visto en algo parecido. Decidí quitarle primero la falda, por lo que bajándole el cierre, esta cayó al suelo. El agacharme a retirársela de los pies, me dio la oportunidad de verla sus piernas, la blancura de su piel resaltaba con el tanga rojo que llevaba puesto. La situación se estaba empezando a convertir en morbosa, nunca hubiera supuesto que una mojigata como ella, usara una prenda tan sexi. Le tocaba el turno a la blusa, por lo que me puse en frente de ella, y botón a botón fui desabrochándola. Cada vez que abría uno, el escote crecía dejándome entrever más porción de su pecho. “Me estoy poniendo bruto”, reconocí molesto conmigo mismo, por lo que me di prisa en terminar.
Al quitarle la camisa, Carmen se quedó en ropa interior, su sujetador más que esconder, exhibía la perfección de sus pechos, nunca me había fijado pero la señorita tenía un par dignos de museo. Tuve que rodearla con mis brazos para alcanzar el broche, lo que provocó que me tuviera que pegar a ella, la ducha no había conseguido acabar con su perfume, por lo que me llegó el olor a mujer en su totalidad. Me costó un poco pero conseguí abrir el corchete, y ya sin disimulo, la despojé con cuidado disfrutando de la visión de sus pezones. “Está buena la cabrona”, sentencié al verla desnuda. Durante dos años había tenido a mi lado a un cañón y no me percaté de ello.
No solo tenía buen cuerpo, al quitarle el maquillaje resultaba que era guapa, hay mujeres que lejos de mejorar pintadas, lo único que hacen es estropearse. Secarla fue otra cosa, al no tener ninguna prenda que la tapara, pude disfrutar y mucho de ella, cualquiera que me hubiese visto, no podría quejarse de la forma profesional en que la sequé, pero yo sí sé, que sentí al recorrer con la toalla todo su cuerpo, que noté al levantarle los pechos para secarle sus pliegues, rozándole el borde de sus pezones, cómo me encantó el abrirle las piernas y descubrir un sexo perfectamente depilado, que tuve que secar concienzudamente, quedando impregnado su olor en mi mano.
Totalmente excitado le puse mi camiseta, y viendo lo bien que le quedaba con sus pitones marcándose sobre la tela, me olvidé de colocarle los pantalones, dejando su sexo al aire.
Llevándola de la mano, fuimos hasta salón, dejándola en el sofá de enfrente de la tele, mientras revisaba su bolso, tratando de descubrir algo de ella. Solo sabía que vivía por Móstoles y que su familia era de un pueblo de Burgos. En el bolso llevaba de todo pero nada que me sirviera para localizar a nadie amigo suyo, por lo que contrariado volví a la habitación. Me había dejado puesta la película porno, y Carmen absorta seguía las escenas que se estaban desarrollando. Me senté a su lado observándola, mientras en la tele una rubia le bajaba la bragueta al protagonista, cuando de pronto la muchacha se levanta e imitando a la actriz empieza a copiar sus movimientos. “No estoy abusando de ella”, me repetía, intentándome de auto convencer que no estaba haciendo nada malo, al notar como se introducía mi pene en su boca, y empezaba a realizarme una exquisita mamada.
Seguía al pie de la letra, a la protagonista. Acelerando sus maniobras cuando la rubia incrementaba las suyas, mordisqueándome los testículos cuando la mujer lo hacía, y lo más importante, tragándose todo mi semen como ocurría en la película.
Éramos parte de elenco, sin haber rodado ni un solo segundo de celuloide. Estaba siendo participe de la imaginación degenerada del guionista, por lo que esperé que nos deparaba la siguiente escena. Lo supe en cuanto se puso a cuatro piernas, iba a ser una escena de sexo anal, por lo que imitando en este caso al actor, me mojé las manos con el flujo de su sexo e introduciendo dos dedos relajé su esfínter, a la vez que le colocaba la punta de mi glande en su agujero. Fueron dos penetraciones brutales, una ficticia y una real, cabalgando sobre nuestras monturas en una carrera en la que los dos jinetes íbamos a resultar vencedores, golpeábamos sus lomos mientras tirábamos de las riendas de su pelo. Mi yegua relinchó desbocada al sentir como mi simiente le regaba el interior, y desplomada cayó sobre el sofá.
Desgraciadamente, la película terminó en ese momento y de igual forma Carmen recuperó en ese instante su pose distraída. Incrédulo esperé unos minutos a ver si la muchacha respondía pero fue una espera infructuosa, seguía en otra galaxia sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Entre tanto, mi mente trabajaba a mil, el sentimiento de culpabilidad que sentía me obligo a vestirla y esta vez sí le puse los pantalones, llevándola a la cama de invitados.
“Me he pasado dos pueblos”, era todo lo que me machaconamente pensaba mientras metía la ropa de mi secretaria en la secadora, “mañana como se acuerde de algo, me va a acusar de haberla violado”. Sin tener ni idea de cómo se lo iba a explicar, me acerqué al cuarto donde la había depositado, encontrándomela totalmente dormida, por lo que tomé la decisión de hacer lo mismo.
Dormí realmente mal, me pasé toda la noche imaginando que me metían en la cárcel y que un negrazo me usaba en la celda, por lo que a las ocho de la mañana ya estaba en pie desayunando, cuando apareció medio dormida en la cocina.
―Don Manuel, ¿qué ha pasado?, solo me acuerdo de venir a su casa a traerle unos papeles―, me preguntó totalmente ajena a lo que realmente había ocurrido.
―Carmen, anoche te encontré en estado de shock en mi jardín, , por lo que te metí en la casa, estabas empapada y helada por lo que tuve que cambiarte ―, el rubor apareció en su cara al oír que yo la había desvestido,―como no me sabía ningún teléfono de tus amigos, te dejé durmiendo aquí.
―Gracias, no sé qué me ocurrió. Perdone, ¿y mi ropa?
―Arrugada pero seca, disculpa que no sepa planchar―, le respondí más tranquilo, sacando la ropa de la secadora.
Mientras se vestía en otra habitación, me senté a terminar de desayunar, respirando tranquilo, no se acordaba de nada, por lo que mis problemas habían terminado. Al volver la muchacha le ofrecí un café, pero me dijo que tenía prisa, por lo que la acompañe a la verja del jardín. Ya se iba cuando se dio la vuelta y mirándome me dijo:
―Don Manuel, siempre he pensado de usted que era un GOLFO…, pero cuando quiera puede invitarme a ver otra película―
Cerró la puerta, dejándome solo.

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 1 (POR CARLOS LOPEZ)

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Hola, mi nombre es Victoria y por fin me he decidido a contar lo que me pasó en las fallas de este año. A decir verdad, Victoria es un nombre falso, pero no puedo permitirme que nadie me identifique con lo que voy a contar. Fue algo muy fuerte que aún viene con frecuencia a mi mente, y que no puede evitar. Hasta ahora no lo ha sabido nadie porque no se lo he contado ni a mi mejor amiga. Ni yo misma me explico cómo me pude ver atrapada en una situación que voy a relatar en este momento. A veces dicen que contar las cosas ayuda psicológicamente…

Antes de nada, voy a hablar un poco de mí. Soy abogada de una empresa mercantil, tengo 33 años, morena, pelo largo y ojos oscuros y grandes, ni alta ni baja, más bien delgada, pero con bastantes curvas. En concreto mi pecho es bastante grande lo cual me ha tenido siempre algo acomplejada, si bien mi pareja siempre me dice que “está loco por mis tetas” y reconozco que eso me halaga. Me gusta llevar ropa de marca y vestir bien, ya que por mi profesión estoy obligada a hacerlo. Por ello, aprovecho las salidas de fines de semana para ponerme vaqueros ajustados o vestidos más atrevidos. Soy bastante coqueta en ese sentido a pesar de que mi chico es mucho más soso y no quiere que me ponga muy provocativa. Si por él fuera iría siempre como una monja.
Bueno, volvamos a la historia que me sucedió hace unos meses en las fallas de Valencia. La pasada navidad, Marta, una de mis mejores amigas de siempre anunció su futura boda para finales del mes de abril. Después de muchos años saliendo con su chico (desde los 17), al fin había conseguido que aceptase pasar por vicaría. Así que todas sus amigas habíamos pensado que el fin de semana del 19 de marzo, en las fallas, era el mejor momento para hacer una despedida de soltera divertida.
Nos juntamos en un café un par de tardes para prepararlo en unas reuniones tipo “Sexo en Nueva York”, pese a que ninguna de nosotras se destaca por ser especialmente atrevida, representábamos ese papel y decíamos que preparar a Marta “algo especial”. Al final, después de que alguna amiga se echase atrás a última hora, nos decidimos a viajar 8 chicas. Conseguimos alquilar una casa rural súper bonita a unos 30 km de Valencia y, llegado el día, montamos a Marta en uno de los coches sin decirle a donde nos dirigíamos. Durante todo el viaje fuimos bromeando con ella sobre lo que iríamos a hacer… “Que se fuera preparando…” “que si habíamos quedado ya con un chico para ella…”, “que si en realidad eran dos chicos…” y muchas cosas de ese tipo.
Pensamos que, esa misma noche, nos acercaríamos a la ciudad a las fiestas accediendo al centro en el metro o en el tren. Así pasamos la tarde en nuestra casita rural, tomando copas y bromeando acerca de la noche que le esperaba a Marta, en la que la amenazábamos con que tenía que “probar al menos otro varón” pues en su vida sólo había estado con su chico. En realidad todas sabíamos que eran más bien fantasías que realidades, pues todas nosotras somos chicas bien, de colegio religioso y barrio bueno.
Afortunadamente, y precisamente porque ninguna nos veíamos haciendo el ridículo como en tantas despedidas de soltera se ve, llegamos al acuerdo de no usar disfraces horteras. Pero eso sí, decidimos salir todas en plan atrevido, con vestiditos cortos, escotes, medias, ropa interior sexy, etc. Mi prudencia habitual me hizo no beber exageradamente antes de salir de casa, como casi todas mis amigas hicieron, pero un par de copas sí llevaba en el cuerpo cuando salimos. También mi prudencia habitual me hizo salir sólo con el DNI y dinero, pues tenía miedo de perder el bolso o mi móvil iphone 4 regalo de mi chico, que acababa de estrenar el mes anterior. Total, íbamos a estar juntas toda la noche.
Llegamos a Valencia alrededor de las 11 de la noche, dispuestas a arrasar la ciudad. Al final, habíamos tomado el tren de cercanías que nos dejó en la estación del norte, y entre la gente nos fuimos acercando al centro. Imaginaos un grupo de 8 chicas sexys y vestidas para “matar”, encima un poco alegres. Llamábamos la atención e íbamos bromeando con unos y con otros.
Primero estuvimos viendo los ninots en distintas plazas y tomando cañas por distintos bares. La nit del foc sería al día siguiente y entonces los quemarían. Nunca había estado en las fallas. La ciudad estaba hasta los topes de gente, tanto por las calles y plazas, como por los bares. Continuamente sonaba el estallido de petardos, lo cual era un poco desagradable. Después de deambular de bar en bar y comer algún bocadillo de los puestos de la calle para acompañar la bebida, nos recomendaron una de las discotecas de moda de la ciudad, creo que se llamaba “La Indiana”. Aproximadamente a la una, cuando ya empezaba a hacer frío en la calle nos dirigimos a ella. Nada más llegar, mis amigas entraron en bloque porque querían ir todas al aseo. Pero yo me quedé con Marta un rato más en la calle ya que, al haberla hecho beber tanto estaba un poco perjudicada y era una buena idea estar afuera con ella tomando el aire. A mí también me venía bien que tampoco estoy acostumbrada a beber.
Marta y yo pasamos un rato hablando de mil cosas. De los preparativos de la boda, de nuestros respectivos novios, de nuestras aventuras de jovencitas, etc. Hasta que al cabo de unos 20 minutos me comentó que se sentía mejor y que ya podíamos pasar adentro y eso hicimos. El sitio era precioso y muy bien decorado, quizá algo oscuro. La música un poco tipo máquina, pero combinada con versiones de temas españoles del momento. El local tenía al menos 3 barras ubicadas en distintos lugares y encontramos al resto del grupo al final de una de ellas, bailando algunas y otras hablando y bebiendo. Poco a poco iba entrando más gente a la discoteca. Después de bailar unos minutos les comenté que si venía alguna al aseo, pero estaban ocupadas bromeando con un grupo de chicos, así que les dije a dos de ellas, Natalia y Ana, que me iba al aseo y que me esperasen donde estaban, a lo que asintieron.
La cola en los baños era horrible, pero no me quedó otra que esperar pues no había otros. Cuando llegué a entrar en uno de los cubículos no puede evitar oír como en el de al lado se había metido un chico y una chica y debían estar “ocupados” haciendo el amor, lo cual me indignó bastante por la cola que había. A mí nunca en mi vida se me había ocurrido hacer el amor en unos aseos sucios de discoteca, pero he de admitir que los gemidos que provenían del aseo contiguo eran realmente sugerentes. En fin, terminé de hacer pis y cuando salí me dirigí al lugar donde estaban mis amigas y donde me tenían que esperar. Entre la cola del WC y la aglomeración de gente que había en la discoteca, se puede decir que había tardado casi media hora desde que me fui.
Estaba contenta pues la noche estaba siendo genial. Hacía años que no salíamos de marcha todas las amigas en una noche tan divertida y estaba muy contenta. Incluso, el ambiente de la ciudad y de la discoteca abarrotada que normalmente me suele disgustar, hoy me parecía muy agradable. Tanto que no me pareció tan irritante volver del aseo a nuestro sitio rozando cuerpos. Después de lo que había escuchado hacer en el aseo, hasta tuve alguna idea morbosa al hacerlo, y yo misma iba sonriendo de mi travesura. Seguro que también tenía que ver el efecto de las copas que llevaba bebidas. Según llegaba al lugar dónde me esperaban mis amigas no conseguía verlas me empezó a venir a la cabeza la idea de que no estuviesen. No me puse muy nerviosa porque no me imaginaba que pudiesen no estar.
Pero bueno! ¿Dónde se han metido? Al final de la barra, en el lugar de mis amigas había un grupo de chicos de unos veinte años, y vestidos un poco macarras. Con cortes de pelo extraños, tatuajes y algunos piercings y pendientes. Uno de ellos tenía una barba en forma de perilla formando una línea recortada. Me puse a su lado intentando localizar con la mirada alrededor a mis amigas. Les noté que hablaban entre ellos y se reían. Había uno más alto, delgado pero con una camiseta ajustada que hacía el gesto de coger del brazo a otro más bajito para que viniese a mí. No vino y yo, por supuesto, no hice ningún caso.
Me quedé esperando y mirando alrededor. Pensé “éstas han ido ahora al baño y nos hemos cruzado”. Joder, con la cola que hay. No sabía muy bien si intentar buscarlas o esperarlas aquí, que era donde habíamos quedado. Ahora pensaba que tenía que haber traído el teléfono móvil. Joder, me daba cuenta lo dependiente que somos del teléfono en estos casos, no sabía de memoria ninguno de sus números teléfonos móviles. Pero estaba claro que habíamos quedado que me esperarían en la barra. Veía que los chicos de mi lado hablaban entre ellos y reían, pero me miraban de reojo o directamente continuamente. Justo eso me hacía cierta gracia, que unos chicos tan jovencitos me quisiesen ligar con una chica mucho más mayor que ellos y claramente de otra forma de ser. Incluso pensaba pedirles prestado su móvil para hacer una llamada a algún sitio, pero no se me ocurría como resolver el problema.
De todas formas los comentarios que hacían los chicos de mi lado entre ellos (quizá para que yo los oyese) empezaban a sonarme fuertes “qué buena está…” “qué tetas tiene, las cogería y…”. Parecía que alguno de ellos ya se iba a acercar hacia mí para decirme algo al verme allí solita y envalentonado por los comentarios de sus amigos. Yo ya me estaba poniendo nerviosa, más por lo disgustada que estaba por lo de mis amigas, que por los comentarios de los chicos. Por supuesto no se me pasaba por la cabeza entrar en ningún tipo de juego. Mientras me ponía de puntillas y seguía buscando con la vista a mis amigas.
Uno de los chicos, el más bajito que tenía cuerpo de gimnasio, había empezado a hablarme con su lenguaje macarra “¿qué haces aquí tan sola?” también decía “guapa, pero qué guapa estás”… pero yo le ignoraba. El seguía “¿A quién buscas guapa? ¿no te valgo yo?” e insistía ante mi indiferencia “Ven, que te invito a una copa…”. Lo curioso es que no tenía cara de mal chico y hasta dudaba de si hablar un poco con él mientras volvían. Pero el disgusto que tenía con mis amigas me había bajado un poco el estado de euforia y dije “no, gracias”. Entonces decidí salir a recorrer las zonas próximas del lugar de la barra donde nos habíamos quedado, o acercarme a los aseos. Al hacerlo no podía evitar pasar pegada a los chicos y rozarles con mi cuerpo. Ellos distraídamente reducían en hueco por el que yo tenía que pasar y mi cuerpo les rozaba. Joder, eso me producía coraje. Uno dijo “pero no te vayas…”, y no pude evitar sonreír, lo que tomaron como un juego.
Tardé unos diez minutos en volver. No veía a mis amigas por ningún sitio y no me quedaba otra opción que esperarlas ahí. Encima ahora el sitio estaba completamente abarrotado de gente. Casi empujándome con la gente llegué a mi lugar en la barra y me puse de espaldas a los chicos de antes. Sólo quedaban dos, el más alto y el más bajito que antes me había hablado. Por supuesto yo les ignoraba, y me dispuse a pedir una cocacola. El más alto estaba de espaldas a mí y ocasionalmente su cuerpo me rozaba. La chica de la barra, una adolescente rubia con escote generoso y un piercing en el labio no me hacía caso.
Sin mirar sentí que el más alto le decía a su amigo algo parecido a “nano, vas a ver cómo se hace”, y se volteó hacia mí y puso su mano en mi cintura. Dijo en plan chico duro de película”¿qué quieres guapa? Yo te invito… ” y llamó por su nombre a la chica de la barra que le atendió al momento mirándole como si fuera un dios. Mientras yo le apartaba su mano tratando de no ser muy borde, ya que estaba convencida de que iba tener que esperar en ese punto de la discoteca a mis amigas un rato grande y no quería malos rollos. Él me seguía hablando al oído cosas del tipo qué buena estoy, que si le encantan las morenas como yo…
Jo, prometo que siempre he odiado estas situaciones con chicos hablándote en una discoteca, claro, cuando me pasaban. Pero en ese momento no sé porque… pese a que mi mente no quería, no podía evitar sentirme algo estimulada con la situación. El chico era muy guapo y volvía a poner su mano en mi espalda ignorando mis intentos por librarme de él, seguía insistiendo. Nuestros cuerpos estaban juntos brazo con brazo mirando a la barra, pero esto también era por la aglomeración… distraídamente deslizaba su mano hacia mi cadera mientras me decía más cosas al oído… y yo le apartaba su mano, nerviosa, esperando que la camarera me trajese mi cocacola de una vez.
Entonces él cambiaba unas palabras con su amigo, se hacía el gallito, miraba hacia otro lado o pedía otra copa, pero al cabo de dos minutos ya estaba otra vez diciéndome cosas en mi oído. Cosas incluso soeces “Qué polvazo tienes, si quieres te lo doy yo” y sonreía contento de su propio atrevimiento. Y otra vez ponía su mano en mi cintura. Yo tenía una mezcla entre sensación de enfado y de picardía. En realidad me divertía que fuera un chico de no más de 20 años y yo tengo 33. Pero ya, cuando deslizó el tacto de su mano hacia mis costillas y posó sus labios fríos por el hielo de su copa en mi cuello, mi cuerpo me traicionó completamente con un escalofrío y mis pezones se marcaron claramente sobre la tela del vestido. Joder, me había puesto un sujetador atrevido y sin relleno y ahora me arrepentía. Le quitaba su mano, apartaba mi cuello, trataba de poner cara de enfado, pero él se reía y seguía hablándome de las chicas como yo, de lo cachondas que son, de que estaba seguro de que estaba excitada, de que él lo sabía, lo notaba en mi cuerpo… joder, y yo que encima me había vestido provocativa para esa noche. Llevaba un vestido negro de talle y pecho entallado, algo de escote, un tejido como de lycra con bordados, y una falda de vuelo hasta las rodillas con un tacto de tipo gasa. Incluso mi ropa interior… era sexy ese día.
Lo peor de todo es que tenía razón. Estaba excitada en contra de mi voluntad, y mis pezones se notaban claramente. Incluso puede que mi estado de nervios me delatase. O mi respiración. Hacía muchos años que no me veía en una situación así y no sabía manejarla bien. Diría que nunca anteriormente me había visto en algo así. Mi chico además no es de ir a discotecas y nunca salimos… Si no fuese porque no sabía qué hacer ni dónde ir… uffffff de verdad me estaba poniendo caliente con sus comentarios y el roce de los cuerpos. Era una sensación muy extraña porque estaba enfadada conmigo misma, y a la vez excitada y halagada por su dedicación hacia mí. Ahora combinaba palabras dulces como “no te enfades… que te pones muy fea y eres una princesa” con cosas del estilo de que en cuanto me bebiese mi cocacola me iba a llevar a la pista de baile porque quería que le rozase con “eso que se notaba en mi vestido”… y se atrevía a decirme que “a mí también me iba a gustar… que yo estaba loca por hacérselo… que se notaba”. Aunque me odiaba a mí misma por ello, era verdad… estaba excitada y le decía con un hilo de voz “déjame por favor”, pero en mi cabeza me veía bailando algo sensual con él. No lo podía evitar.
Joder, estaba claro que tenía que escapar de allí, porque si no iba a acabar pasando algo de lo que me arrepintiese. Reuní las fuerzas que me quedaban y, con un gesto de carácter, quité bruscamente su mano de mi cuerpo diciendo bruscamente “¡ya está!”, e hice ademán de irme, aún arriesgándome a no encontrar a mis amigas que aún tenía la esperanza de que volviesen a la discoteca. Al final me veía cogiendo un taxi los 40 km a la casa rural y esperando en la puerta. Pero no hizo falta, él no me dejó marchar y me sujetó de la parte superior de mi brazo con fuerza, como sintiéndose ofendido de mi gesto despectivo. Me dijo otra vez en mi oído con firmeza “ssssshhhhh quieta! tú te quedas aquí”.
Nunca habría admitido algo así. Ni siquiera a mi chico. Pero no sé lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. No lo puedo explicar. No sé si fue el alcohol o la situación. El saberme sola en una ciudad extraña donde nadie me conocía o el tipo de chico que me dirigía con sus palabras como si fuera un muñeco. Parecía que el que tenía 33 años era él y yo era una niña a su lado. Lo cierto es que me quedé quieta, de espaldas a él que seguía agarrando fuerte mi brazo con una mano mientras deslizaba la otra por encima de mi vestido, recorriendo la curva de mi culo y deteniéndose sobre las costuras de mis braguitas… y bajando. Uffffff me hablaba dulce pero firmemente y estaba bastante excitada. Mucho. Encima ahora, él notaba mi dejadez y ya empezaba a decirme cosas más soeces, rozando sus labios sobre mi oído que es mi punto débil. Desde su posición detrás de mí y más alto que yo veía la parte de mi pecho y decía “Pero qué tetas tienes tía… y mira cómo tienes los pezones… ¿te gusta lo que te hago?” rozaba mi pecho lateralmente con el exterior de su mano que aún sujetaba mi brazo pese a que ya no hacía falta pues estaba paralizada. No me podía resistir. Él seguía “¡te gusta! eres una zorrita, te gusta ¿eh? pero qué polvazo tienes” y metía la lengua dentro de mi oído lo cual siempre me excita sobremanera. Sabía lo que hacía.
Tiró de mí y prácticamente me arrastró otra vez hacia la barra sin ninguna resistencia por mi parte, pero esta vez entre su amigo y él. Entonces me besó los labios con rudeza, metiendo su lengua y recorriendo todos los rincones de mi boca. Y yo… yo le correspondía… casi me da vergüenza contarlo, me odiaba a mí misma por hacerlo. Nunca en mi vida me habría creído que en una situación de estas yo hubiese actuado así. No era yo. Ahora dudaba, en realidad no estaba tan bebida como para no saber lo que hacía. Lo sabía perfectamente y… me dejaba hacer. Su cuerpo me aprisionaba contra la barra. Una de sus manos presionaba mi nuca contra él que me estaba dando un morreo descomunal, y la otra mano había ascendido sobre el frente de mi vestido y envolvía presionando uno de mis pechos. Yo estaba desatada también… a veces hacía gestos de escapar como para hacerme sentir mejor, hacerme creer a mí misma que no quería la situación, pero él sin demasiado esfuerzo me fijaba en mi sitio y seguía con su boca sobre la mía o sobre mi cuello. Y yo, yo tenía los ojos cerrados y me dejaba hacer correspondiendo a su beso… incluso a veces salvajemente.
Me había atrapado entre la pared y el extremo de la barra, y su cuerpo me cubría en un rincón que era realmente oscuro… lo cual agradecí pues me había pasado por la mente la posibilidad de que mis amigas volviesen y me encontrasen así. No sé si me daba más miedo la vergüenza que iba a pasar si eso ocurriese, o lo que me habría disgustado más sería perderme la sesión de morbo y sexo que me estaba proporcionando este chico de quien ni siquiera sabía su nombre. Joder. Incluso eso me hacía sentir sucia y, a la vez, cachondísima. El ambiente estaba súper cargado de humo y la música vibraba altísima metiéndose en mi cuerpo. Ahora sus manos recorrían todo mi cuerpo sin ningún impedimento por mi parte. Se habían colado dentro de mi falda y habían subido por mis medias hasta mi culo. Al notar el encaje que mis medias tenían en la zona de mi muslo donde acababan soltó una carcajada y dijo en mi oído “si ya lo sabía yo… eres una putita caliente, mi putita de hoy… ¿verdad? ¡dime que lo eres!”. No sé que extraño mecanismo se había desatado en mi cerebro, pero para mi mayor sorpresa pude oírme a mí misma contestar “síii soy tu puta… síiiii” y pasar mi lengua por su cuello.
Entonces él puso su mano directamente sobre mi sexo. Abierta. Y empezó a presionar, a friccionar muy despacio pero con algo de presión sobre mi conejito, que por entonces estaba absolutamente hinchado y mojadísimo bajo el tanga negro de encaje que había elegido para esa noche. Ufffffff notaba sus dedos longitudinalmente sobre mis labios. Se deslizaban adelante y atrás muy despacio, sobre la tela, lubricados por mis propios jugos que tenían empapada mi braguita. Continuaba con sus comentarios bruscos sobre mi oído, y yo no podía evitar mover levemente mis caderas. Ya había asumido que esta sería mi noche de locura y que iba a dejarme hacer todo lo que él quisiese. Incluso me moría por sentirle dentro de mí, a pesar de que sólo con lo que hacía estaba al borde del orgasmo. Dios mío, si ni siquiera había tocado mi sexo dentro de la ropa, pero la situación me desbordaba. Jamás en mi vida habría pensado verme en ella, pese a que alguna vez en mis sueños me ha pasado algo parecido. Pero eran sueños.
Ahora me sujetaba la nuca presionando mi boca contra la suya, lo cual me parecía supermorboso, y había interpuesto sus dedos entre nuestras bocas. Era extremadamente excitante, sabía a mis propios flujos y me sentía muy sucia y a la vez muy caliente. Pasábamos nuestras lenguas sobre los dedos saboreándolos. Eran dedos largos y cuidados. No parecían del chico rudo que estaba presionándome contra la pared, mientras mis manos recorrían su espalda. Yo me aplicaba en pasar mi lengua frenéticamente sobre ellos y él decía “muy bien… así muy bien, zorrita”. Era como me sentía. Como una auténtica zorra manoseada en una discoteca. Ahora sentía sus dedos entrando dentro de mi tanguita y explorando entre mis labios vaginales… ufffff cómo me estaba poniendo… me estaban entrando las convulsiones que justo me vienen antes del orgasmo… pero de repente algo se disparó en mi mente ¡no podía ser! ¡no podía ser! si tenía una mano en mi nuca y otra entre nuestras bocas… ¿quién me estaba penetrando mi sexo con su dedo? ¡también tenía una mano en mi pecho!…
Ahora sí que me sacudí con fuerza. Esto ya era demasiado. Abrí los ojos y me vi ante los dos amigos, el más alto y el más bajo. Ambos estaban accediendo libremente a mi cuerpo y yo no me había dado cuenta… no sólo no me había dado cuenta, sino que estaba disfrutando sus caricias y toqueteos ¿pero cuánto llevaban así? ¡los dos! Pensé qué pasaría si llegasen mis amigas y me sacudí más… un poco desesperada ¡dejadme! Pero el chico más alto me sujetaba con fuerza y decía “¡quieta, putita! Ahora no empieces con esto… ¿qué te pasa?”… entre lágrimas dije “mis amigas… si me ven… por favor… vámonos”.
No me lo podía creer. No me había preocupado en absoluto que fuesen los dos… sólo me preocupaba que me pudiesen ver así. De mi boca salían palabras con un tono infantil “por favor, por favor, vámonos”. Entonces él, el chico alto dijo “venga, que nos vamos…”, vi como guiñaba el ojo a la chica de la barra a la que no pagó las copas, y cogió de nuevo mi brazo de la parte superior con firmeza, guiándome hacia la salida de la discoteca como si yo fuese una detenida o algo así. Yo actuaba como una autómata. Estaba completamente sojuzgada y me dejaba llevar. Cuando salimos de la discoteca, el frío de la noche me hizo reaccionar, pero sin oponerme a su comportamiento. Dije “¿pero dónde vamos?”, y él contestó “a casa de éste, que está aquí al lado”. Con lenguaje suplicante le decía “pero no me hagáis nada…”, y él “tranquila, no te vamos a hacer nada…” y añadió mirando hacia atrás a su amigo con una sonrisa infantil “nada que tú no quieras”.
No sé lo que pensaría la gente con la que nos cruzábamos. Lo cierto es que la noche de fiesta estaba ya avanzada y nadie se preocupaba por nadie. Además, para ser sincera he de reconocer que yo no me oponía a sus actos. Caminaba dirigida por él y una parte de mí estaba totalmente a su merced. Una gran parte de mí. Incluso la forma en que me dirigía agarrada por el brazo me ponía caliente. Nunca me había sentido así, me sentía lo peor del mundo.
Enseguida llegamos a un portal de un edificio de de viviendas antiguas. El chico bajito se adelantó, sacó las llaves y abrió la puerta del portal. Las escaleras eran de madera, y los techos altos. Parecía sucio, con olores añejos a otros tiempos. El chico alto dijo “no enciendas la luz” y yo me estremecí. Lo cierto es que con lo que se filtraba por el cristal del portal, y un par de focos de esos de emergencia era suficientes para vernos con cierta nitidez entre la semioscuridad. Entonces él me dirige a la pared, pone mi espalda en ella y sigue con el beso salvaje que me estaba dando en la discoteca diciendo “lo habíamos dejado aquí ¿no putita?” y llama a su amigo, “ven, vamos a seguir”… y yo, cuando iba a abrir la boca para protestar me la tapaba con un beso brusco, o poniendo su mano en mi boca, sus labios y lengua sobre mi oído y susurrándome “tú has venido a esto así que quiero verte como antes”… uffffffff no podía evitarlo, notando su lengua en mi oído hacía de mí lo que quería. Incluso su amigo ya me estaba tocando otra vez sobre el vestido. Y yo me odiaba a mí misma, pero me dejaba hacer. Estaba fuera de mí.
Estuvimos unos minutos los tres besándonos y tocándonos. Incluso yo me atrevía a tocar su cuerpo, su pecho, incluso sus bultos que se notaban bajo sus pantalones. Él lo dirigía todo y decía “así, muy bien, zorrita, venga vamos a casa” añadiendo “putita, sube delante de mí las escaleras que quiero verte bien el culo que tienes”, y yo me prestaba a hacerlo pero él me paraba “espera, primero quítate las bragas que yo te vea”. Joder, qué situación. Cada vez que pienso en ello me vuelvo a excitar. Incluso ahora, sólo de escribirlo me estoy excitando otra vez, no puedo quitármelo de la cabeza. Me da vergüenza reconocerlo, pero la verdad es que me las quité con la cara más roja que un tomate. La verdad es que subí la falda de mi vestido cuando él me lo pidió porque quería “ver mi coño de pija caliente”. La verdad es que subí las escaleras contoneándome para ellos. La verdad es que me dejé tocar mi sexo desde atrás mientras subía por parte del chico bajito. La verdad es que me excité más si cabe mientras lo hacía, y mientras decía a su amigo “nano, como me gustan las medias de puta que lleva”. No me forzaron. Era algo que había en mí, una fantasía oculta, lo que hacía que me comportase como una auténtica puta.
Mientras subíamos a la tercera planta, notaba que iban hablando de mis tetas… entonces el chico más alto q caminaba detrás de mí me las aprisionó desde atrás, dijo “espera un momento, que tienes que entrar triunfante a la casa aunque no habrá nadie”, y con un gesto abrió el escote de mi vestido y sacó mis pechos por encima de la tela del sujetador. Apoyó su espalda en la pared y me arrastró quedando mi espalda sobre su pecho, de modo que quedé completamente expuesta para que su amiguito pudiera comérmelas hasta q se cansara… delante de él. Mientras, sus manos se adentraban en mi coño sin piedad. Sólo recuerdo q empecé  a gemir como una auténtica zorra, y dijo “jajajaja, vas a despertar a los vecinos”, lo cual me puso más caliente al ser consciente de que cualquiera podía salir y verme así. Aún no había llegado al límite de mí misma, al límite de mi degradación…
Abrieron la puerta y entramos en una casa que era lo más parecido a una leonera. La luz estaba encendida aunque no parecía haber nadie. Había botellas y vasos sucios por todas partes, un olor fortísimo a tabaco e incluso a hachís. Las paredes algo sucias y con pintadas. Era como lo que una se imagina que sería una casa de ocupas…. un piso compartido por chicos hecho un desastre. Nada más llegar me inclinaron sobre la mesa y me subieron la falda, pasando el chico alto a darle una lección de anatomía a su amigo sobre mi cuerpo. Dijo, mira a esta puta… me tiene empalmado desde la discoteca… mira como está de mojada, decía mientras con sus dedos separaba mis labios vaginales… incluso me dio un azote en las nalgas diciendo, “¡abre más las piernas joder!”, a lo que yo respondí con un gemido y haciendo lo que me decían.
Llevó sus dedos a mi boca y yo entendí lo que quería y mojé sus dedos con mi propia saliva. Como si yo no estuviese presente, el chico alto le aleccionaba a su amigo “ves nano, te lo he dicho mil veces, sólo hay que sacar a la zorra que todas llevan dentro. Esta tía mañana nos despreciará, pero mira hoy…” y pasaba su mano grande y mojada sobre mi sexo tocando justo donde sabía que tenía que tocar, “mira cómo se pone” y mis caderas se movían solas sobre su mano “menos mal que no quería la zorrita… jajajaja si llega a querer…”. Y todas esas frases se me han quedado grabadas en mi mente, las he dado muchas vueltas y creo que tienen un punto de verdad. Incluso pueden valer para toda persona, hombre o mujer.
Combinaba su filosofía y su lección sobre mi cuerpo, con caricias cariñosas, azotes rudos, tocamientos expertos… era como quien mira a un caballo antes de comprarlo. Y yo dejándome hacer… la situación me tenía completamente subyugada, gemía, suplicaba, mi sexo ardía, incluso me había corrido ya sobre sus manos y me moría por que me follasen o me usasen como quisieran… Me daba igual todo. Incluso gemía con ansiedad cuando el chico bajito se puso a acariciarme el ano, siguiendo las indicaciones de su “maestro” y escupiendo primero sobre él… jo, quién me habría visto en ese momento, yo que nunca había dejado a mi chico que me hiciese nada ahí, no sé si por vergüenza o por miedo al dolor, ahora siendo manipulada por dos chavalines como si tuviesen derecho a todo sobre mí. Me sentía sucia, puta, desatada… y la verdad es que ese era mi estado.
En esta misma posición uno dice “nano, no aguanto más… vamos a follárnosla” y el otro le dice empieza tú… que aguantas más… y me puso la polla en la entrada de mi sexo desde atrás, mientras en mi boca me la había metido el chico alto que se había puesto de pié ante mí y con su mano guiaba mi cabeza para follarme literalmente sobre la boca. Joder, qué sensación con los dos disfrutando de mí y yo lamiendo su polla lo mejor que sabía y sin ningún reparo, como si me fuera la vida en ello. No tardó mucho en correrse en mi boca y me obligó a tragar el semen por primera vez en mi vida. A veces, recordándolo pienso que no era yo… que fue un sueño, o que me habrían puesto algo en la bebida… pero lo cierto es que era plenamente consciente de todo lo que me hacían, que era deseo puro lo que habían conseguido despertar en mí… no sé si fue el anonimato, el ser desconocidos, que fuesen dos o que fuesen unos macarrillas… quizá el que me dictasen sin ningún escrúpulo lo que tenía que hacer, a mí que siempre he sido una mujer de carácter… o puede que quizá tenía realmente oculto en mi ser tenía un deseo de vivir al menos una noche loca en mi vida… le doy vueltas y supongo que fue un poco todo, incluso el enfado que tenía con mis amigas.
 

Me retorcía de placer siendo penetrada desde atrás por el chico bajito… allí tuve otro orgasmo brutal, aunque tampoco duró tanto ese momento porque enseguida dijo el chico alto “vamos a la cama a follárnosla” y me guiaron a una cama grande, completamente desecha y con ropa alrededor. El chico alto se había erigido en nuestro jefe y seguía dirigiendo la operación. Mientras se sentó en un sillón a prepararse un porro, mandó a su compañero que se tumbase boca arriba y a mí que le limpiase de nuevo la polla a su amigo, que quería verme como “me iba a clavar bien clavada yo solita”, y yo obedecía sus órdenes y me ensartaba en él, llenando mi cuerpo con su miembro joven, grande y durísimo. Era la primera vez en muchísimos años que tenía sexo con alguien distinto a mi pareja… y encima con dos… como una auténtica prostituta, cabalgando sobre uno de ellos, mientras miraba a los ojos al otro, a nuestro “jefe” que se fumaba tranquilamente el porro en un sillón mientras se tocaba la polla. Cuánto deseaba aquella polla que ya veía dura de nuevo.

El chico se acercó a nosotros y, sujetándome el pelo, me daba caladas del porro mientras hacía un gesto de complicidad a su amigo que empezó a ensalivarme el ano con uno de sus dedos. Sabía lo que me iba a hacer y, aunque me daba un poco de miedo que me hiciesen daño, estaba tan sometida que no me importaba. Esa noche iba a vivir más cosas por primera vez, no sólo probar el semen o el hachís. Cada vez que era consciente de lo que estaba haciendo, en lugar de sentirme avergonzada o arrepentida, una oleada de placer me inundaba hasta el orgasmo. Había perdido la cuenta de los que llevaba. Joder, yo, que últimamente me costaba llegar al primero con mi novio y ahora…
Ya tenía al menos dos dedos dentro de mi culito y el chico alto me seguía dando a fumar lo que quedaba de porro mientras apretaba fuertemente mis pezones y tiraba de ellos hacia adelante tensando mis tetitas. Uffffffffffffff. No me dolía en absoluto. De hecho, mis manos masajeaban su polla y buscaba meterla de nuevo en mi boca… pero él decía “tranquila zorrita, ahora te doy lo tuyo y no es el la boca” y añadió “anda, ensalívala bien”, y yo obediente lo hice.
Me inclinaron hacia adelante, aún clavada en la polla de su amigo que de verdad llevaba todo el rato dándome placer sin correrse él mismo… mis tetas quedaron aplastadas sobre su pecho y mi culito expuesto al chico alto que le estaba dando unos mimos y ensalivándolo aún más. Me hablaba cariñosamente ahora “preciosa, cuando pruebes esto ya no vas a querer otra cosa”, y yo gemía y gemía, “vas a ver el cielo”, “este es tu premio por ser nuestra putita esta noche… el sueño de toda niña pija… ser penetrada por dos a la vez…”, “casi ninguna llega a realizarlo y se queda sólo en sueño, pero tú… tú lo vas a probar esta noche, ¿quieres?”… sólo acerté a decir “síiiiiiii” pero el ya tenía la cabeza de su polla dentro de mi culito… mientras me distraía hablándome, ya me había desvirgado mi agujerito. Él sabía perfectamente que su voz me fascinaba.
Estaba desatada, yo misma me clavaba en las dos pollas, sudando, con el pelo suelto sobre la cara, loca de lujuria y de vicio… oleadas de placer me invadían repetidamente y ya me dolía la musculatura de mi abdomen de tanto contraerse… Aquella noche me hicieron de todo… todas las posturas y todos los orificios de mi cuerpo quedaron saciados con su leche. Gracias a ellos he perdido muchos prejuicios en materia sexual y he tratado de practicarlos con mi pareja. Por supuesto de forma dosificada porque no quiero que piense que hubo un antes y un después de ese viaje. A veces mi chico no quiere hacer ciertas cosas, y echo de menos en ese momento a alguien más dominante sobre mi cama, o a alguien más imaginativo… cierro los ojos y veo al chico alto y entonces me pongo como una moto… Joder, ese día no podía dejar de escucharle… había algo que me lo impedía, algo en él. No sé el qué, pero no podía dejar de escucharle y ahora no puedo quitármelo de la cabeza.
Cuando la luz del día entraba por las persianas me levanté como pude y, superando todos los reparos sobre el estado de su cuarto de baño, conseguí darme una ducha y recomponer mi ropa. Un taxi me llevó a la casa rural donde, gracias a Dios, ya estaban mis amigas. En la media hora de taxi, sentada en el asiento de atrás, ponía una pose digna, erguida y con las piernas cruzadas… como hago habitualmente en mi trabajo. Yo misma iba sonriendo por dentro viendo cómo me mostraba así ahora, como una chica completamente digna y respetable, pese a que aún resbalaba líquido de dentro de mi cuerpo sobre mi vestido y la tapicería del taxi. No llevaba puestas mis braguitas pues se las había dado en las escaleras al principio y no me las quisieron devolver… era una paradoja, la paradoja de mi vida, digna por fuera y puta por dentro. Ahora pienso que realmente yo soy cualquiera de las dos personas, un ángel y un demonio. Sólo hay que cogerme en el momento preciso.
Cada vez que oigo la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, siento un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Pero lo que me ha hecho contarlo es que la semana pasada recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos donde me han mandado un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo follada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas…
 
Carlos – diablocasional@hotmail.es

Relato erótico: “Trance azul. Acto 3.” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Acto 3. Una visita inesperada.

Anne era una chica joven, apenas veinte años. Estudiante de psicología y Amante de las ciencias ocultas y el más allá, estudiosa de fenómenos paranormales. Delgada y baja, con gafas que tapaban unos bellos ojos verdes y pelo rubio que siempre llevaba recogido. Era fibrosa, atlética y deportista.

También amante de las historias incestuosas, se hacía pasar por el personaje de madre madura amante de su hijo, con el que se había realizado innumerables dedos hasta la fecha. Había ideado un plan de perversión incestuosa basándose en estudios psicológicos, y le había introducido todo lo aprendido de las ciencias ocultas, en un método de invocación al diablo que había visto funcionar con sus propios ojos, pero esta vez orientado hacia el sexo y la lujuria. Estaba segura de la existencia del príncipe de las tinieblas y sabía que el caldo de cultivo del incesto era una excelente puerta para hacerle desembarcar en el mundo.

Había engañado y logrado embaucar a diversas mujeres con su método de predisposición psicológica, algunas de las cuales le habían dado la alegría de contarle que les había funcionado. Pensaba reorientar todo su estudio para la tesis final de la carrera, convencida de ser pionera en el mundo.

Pero lo del llamamiento del Diablo era algo que había añadido sólo por diversión, pero realmente pensando que funcionaría. Convencida de que ninguna madre lo emplearía por no querer corre el riesgo de matar a su hijo de sobredosis de las “supuestas” pastillas; pues no eran más que placebo. La predisposición del hijo a copular con su madre, en los casos satisfactorios, había sido únicamente por el trabajo psicológico paciente realizado por cada deseosa y necesitada madre, convertidas en conejillos de indias no consentidas de su trabajo, en los momentos más subconscientes de sus hijos. Su trabajo, “Estudio psicológico del subconsciente como medio de consecución material”, estaba llamado a ser una auténtica revolución en el mundo de la psicología cognitiva.

Anne había logrado piratear la dirección de Tormenta y Edipo, asustada y temerosa de que hubiera intentado llevar a cabo la parte más oscura del plan. Ahora estaba bajo la vivienda, frente al campanario. Vistiendo zapatillas de deporte blancas, mallas deportivas negras y camiseta rosa. Había llegado corriendo una vez obtenida la dirección. respiraba agitada con miedo de haber llegado demasiado tarde. Se aseguró de tener bien escrita la dirección, forzando la puerta del portal y buscando los nombres en el buzón.

Edipo se adentró cauteloso y con movimientos inusualmente torpes. Su madre estaba tumbada frente a la ventana abierta, por la que se colaba una brisa cálida que expandía la luz de luna por todo el interior. La brisa recorría el cuerpo dormido de ella, trasportando su delicado aroma hasta Edipo, el que ya se encontraba de pié justo al lado de la cabeza de su madre, totalmente desnudo y empalmado.

Sabía que estaba mal lo que iba a hacer, de hecho no sabía decir si estaba despierto o aun soñaba. No había forma de saberlo pues presenciaba su entorno bajo un extraño tamiz que disminuía todos sus sentidos levemente.

Se acercó más y extendió su mano hasta acariciar el cabello de la durmiente, Tormenta cerró completamente los ojos. Con su mano derecha apretó ligeramente la cara de su madre, estrujando los labios; en un claro gesto de que había llegado el momento tan secretamente deseado por la que lo trajo al mundo.

Tormenta mojó las bragas de nuevo, esta vez asustadamente excitada ante el contacto físico brusco.

Edipo agarro su polla y la masturbó un poco para aliviar la no contenida erección. Se acercó y la deslizó por la mejilla de su madre, la cual hizo un leve movimiento. Siguió con el roce de su amplio capullo libre de pellejo, esta vez por toda la cara.

Tormenta volvió a mover un poco la cara, pero esta vez abriendo un poco la boca, buscandola. El roce llevó el capullo a su boca, ella lo engulló, abriéndola mucho. Luego intentó un patético intento de seguir haciéndose la dormida, el cual funcionó pues Edipo comenzó a empujar la polla hacia adentro de forma muy prudente. Ella abrió un poco más la boca y cuando la tenía totalmente llena, se acomodó como el dormido que busca una mejor postura, colocando la cabeza un poco más hacia arriba facilitando la labor penetradora de su vástago.

Edipo se colocó sobre ella y empujó. Le sorprendió notar como su madre movía la lengua en cada envestida, pasándola por el capullo de forma ansiosa.

“¿Será puta?” – pensó.

Al cabo de un rato la sacó de la boca. Su madre se movió, aparentemente dormida, dándole la espalda y colocándose sobre la almohada de forma que su culo quedase un poco empinado. Su hijo se colocó detrás sin titubear y le sacó las braguitas despacio, ella levantó un poco los pies para que pudiera sacarlas del todo. Pasó sus dedos por el coño, encharcado, y no tardó en meterla. Cuando empezó a follar, la polla se le salía constantemente pues la postura no era del todo cómoda. Entonces su madre, sin abrir los ojos, se colocó de rodillas, levantando mucho las caderas. y ahí se quedó, esperando la polla de su hijo mientras sus ojos se reposaban sobre la almohada, en un patético último intento de hacerse la dormida.

La puerta se le resistió más de lo esperado, teniendo que disimular al paso de algún transeunte trasnochador. Cuando logró entrar usó la luz del móvil para acercarse al único buzón, para su sorpresa, comprobando que la familia de su internauta amiga era la única que habitaba el lugar.

Miró hacia arriba de las escaleras temerosa, tratando de oír algo. Pero no percibía más que oscuridad y silencio.

Edipo no podía parar de fornicar. Estaba de pie en la cama, agachado en cuclillas para poder penetrar en plenitud, su madre estaba justo debajo de él, gimiendo entre chillidos y bufidos, ya sin molestarse en disimular que dormía. Tormenta se centraba en mantener el culo bien arriba para facilitar la labor al animal que estaba rompiéndole desde atrás. Sentía su fuerza, el impulso de los músculos y la gran polla contra ella. Se sentía feliz, dejándose llevar. Era el mejor macho que jamás la había cubierto, sin duda infinitamente mejor que su impotente padre.

Anne empezó a oír los gemidos femeninos justo al llegar arriba de la escalera, la cual desembocaba en un pequeño rellano con una única y amplia puerta. Cuidadosamente, sin encender la luz del móvil, apoyó una oreja sobre la puerta, pudiendo escuchar con más nitidez los gemidos de Tormenta. Sintió una mezcla de alivio, excitación y felicidad por comprobar una vez más que su método funcionaba. Pero pronto ese alivio y esa alegría se tornó en preocupación, al recordar que probablemente lo había conseguido por el método de invocación.

La excitación no le desapareció. El incesto era algo que siempre la entonaba y ponía a mil. Notó como su sexo se humedecía bajo las braguitas rosas de las supernenas.

Edipo no sentía que viviese el momento con claridad, se veía asimismo como en un sueño, tal vez lo fuera. Pero aquel sueño parecía demasiado real. Los gemidos de aquella perra a la que no le paraba de chorrear el coño eran demasiado reales. Se sentía pletórico. Dejó de penetrar y le dio un fuerte azote que dejó marcada la nalga derecha, la respuesta de la madre fue removerse coqueta, situándose más arriba, meciendo el culo de lado a lado pidiendo polla.

Sintió un raro impulso. que pudo controlar a medias.

Azotó en la otra nalga, esta vez con más fuerza. Tormenta gritó de dolor e intentó zafarse pero le tenía las caderas bien agarradas con las fuertes manos.

– ummm cielo ¿quieres que sea mamá la que se mueva mi vida?

La respuesta fue un gruñido ininteligible. Tormenta empezó a moverse de adelante atrás, al principio torpemente, pero al final cogió buen ritmo, abarcando toda la enorme polla de su bebé. Edipo tuvo una visión maravillosa del cuerpo de su madre, con la espalda torcida, el camisón agolpado en su nuca y el pelo vencido hacia un lado, mientras intentaba mirarle de reojo con la cabeza algo erguida. Follándole con nivel de actriz porno.

– Bien hecho perra.

– ummmm sí, así te gusta ¿eh? ahhh ahhhh ahhhh ahhhh

Anne valoraba las opciones. Si dentro de Edipo estaba el diablo este esperaría a quedar totalmente vacío de semen para actuar. Mientras no descargase Tormenta estaría a salvo. Se lamentó de no haberle contado todo tal y como era, al menos ella ahora tendría esa información y podría controlar que su hijo no descargara. Por otra parte no estaba segura que la invocación hubiera surtido efecto, igual no era así; en ese caso solo sería el nacimiento de otra maravillosa relación de sexo sin límites entre madre e hijo. Pensó que tendría que actuar pero ¿cómo?.

Presionó el timbre sin pensárselo dos veces.

El ding dong sonó estruendoso en mitad de la madrugada. Tormenta dejó de moverse en el acto y Edipo parecía no haberle hecho gracia así que abofeteó con fuerza en la espalda de su madre la cual chilló.

Anne escuchó el chillido y estuvo tentada de huir, pero algo le hizo quedarse quieta, aterrorizada pero con las braguitas encharcadas.

– ¿Qué haces vida?. No te muevas de aquí voy a ver quién es.

Edipo se quedó tumbado en la cama, ausente. Tormenta se colocó bien el camisón y se atusó los pelos.

Miró por la mirilla, todo estaba oscuro. Encendió la luz del rellano desde dentro y pudo ver a la joven. Abrió.

Cuando se abrió la puerta Tormenta vio a una joven que no era capaz de dilucidar si era mayor o menor de edad. Rubia y bella bajo la fachada de deportista que no parecía dar mucha importancia a cuidarse. Pelo rubio cogido en un moño y gafas, mallas negras apretadas que marcaba la delgadez de las piernas y camiseta rosa plana por delante. Una chiquilla.

Cuando se abrió la puerta Anne vio a una mujer madura, despeinada y con la piel enrojecida y el camisón mal colocado, dejando ver parte de uno de sus enormes pechos. Sin duda una mujer a la que acababa de interrumpir de un monumental polvazo.

– Hola chica, ¿en qué puedo ayudarte?

Notó como la joven estaba algo ausente, como pendiente de escuchar algo dentro de la casa. Le miró a los ojos torciendo un poco la cara, como pensándose bien las palabras, le sonrió de una forma en la que parecía intentar quitar hierro a que una completa desconocida le hiciese abrir la puerta en mitad de la madrugada.

– Eh……, hola, no sé muy bien cómo empezar….. ¿estás ahora sola?, ¿dónde está quien estaba contigo dentro?.

Tormenta frunció el ceño. Se atusó mejor la ropa mientras dirigió la mirada hacia la zona desde donde debería venir su hijo, pero todo estaba en silencio.

– te, te refieres a…. ¿has estado escuchando?

La joven adoptó una pose embarazosa.

– en realidad sí. Dime, ¿él escucha ahora?. ¿está ahí escondido tras la puerta o cerca de ella?.

Miró de nuevo hacia adentro, con un nerviosismo creciente.

– N…… no. Él está……. bueno, él está en la habitación. ¿Por qué lo preguntas?.

La joven parecía volver a medir las palabras con cautela.

– Verás, tú me conoces Tormenta. Te vas a reir, jajajaja…….

Dejó de reír. Prosiguió tras un gesto de su interlocutora que le animaba a seguir hablando.

– En fin, ahí va, soy Anne.

La información fue recibida con asombro. Rápidamente la agarró del brazo y la introdujo dentro, llevándola a escondidas a la habitación biblioteca. Le hizo un gesto para que esperara ahí escondida y desapareció.

Edipo la esperaba pacientemente tumbado en la cama, como digiriendo si aquello era un sueño o no, parecía estar en otro mundo. Tormenta le miró preocupada. Además notó que su erección seguía siendo máxima, relamiéndose ante la maravillosa visión.

– Cariño era solo Andrea, al parecer se había dejado aquí su móvil. Ya se ha ido. Si me esperas un momento voy a beber algo de agua, enseguida vuelvo.

-Sí mamá.

Es como si no fuese él, quizá estaba arrepentido de todo cuanto estaba haciendo. Eso le hizo sentir miedo de que no quisiera seguir follando con ella, pero no tenía tiempo para preocuparse. Ahora tocaba saber por qué la madura folladora de Anne era una joven pequeña y delgada de apenas veinte años. Y, sobre todo, qué cojones pintaba en su casa en mitad de la madrugada.

Entró en la biblioteca, Anne estaba justo tras la puerta, donde la dejó. La miró durante un rato, era considerablemente más baja que ella, debía medir un metro cincuenta como mucho.

– Está bien…… Anne…… Me entran ganas de muchas cosas, de abofetearte como mínimo. Pero te voy a dejar que te expliques.

Le explicó todo deprisa, susurrando y a trompicones. Pero le contó todo lo que debía saber. Quien era realmente, lo de su método que ya había funcionado otras veces, lo de su tesis que revolucionaría el mundo de la psicología cognitiva, lo de su morbo al incesto, su afición a las ciencias ocultas, lo de que una vez conoció al diablo, lo de que posiblemente este estaría ahora dentro del cuerpo de su hijo esperando pacientemente que eyaculara para manifestarse.

Tormenta no pudo más que reír. Justo cuando Anne estaba a punto de contagiarse de la risa se puso seria y la agarró fuerte por la coleta rubia, tirando de ella. Anne casi se arrodilló en un acto reflejo, intentando no chillar de dolor.

– Mira niña no sé de qué vas ni qué gracia o juego de roll se supone que es esto.

Anne hizo gestos suplicantes para que la soltara. Cuando lo hizo la agarró por las manos.

– Pero has visto que funciona, tu hijo te está follando bien. Se te nota en la mirada cielo, además que te he escuchado gemir como una buena perra. Debes creerme. El hecho de que tu hijo te esté follando como un animal es suficiente motivo como para que me des un voto de confianza.

Las palabras de la joven calentaron sobremanera a la madura.Mientras hablaba en esos términos ambos coños se inundaron. El de Tormenta porque quería volver a la fuerza de su hijo y el de Anne porque se moría de excitación tan solo con imaginar que un hijo follase a su madre como antiguamente lo hacían en las cavernas.

– Está bien cariño, te creeré. Entonces qué, ¿me lo follo evitando que se corra?, me muero por su leche.

– ¿Si mami?, ummm ¿te mueres por la leche de tu bebe?

Comenzaron a acariciarse las manos, los antebrazos, los pechos…..

– Sí, la quiero toda para mí.

– Pero no sería buena idea que tu hijo descargara.

– Ummmmmmmm no me digas eso nenita

Sacó su lengua dirigiéndose a la boca de la joven, la cual respondió sacando también la suya. Se morrearon durante un rato con mucha lengua y mucha saliva, ambas my perras y salidas.

Luego agarró a la joven de la mano y la llevó tras ella camino de la habitación donde aguardaba el diablo, musculado y con una polla capaz de saciar no solo a dos, sino a todas las mujeres del mundo.

Anne se dejaba llevar. De repente toda su lucidez se había esfumado, como si ésta se hubiera quedado en el rellano al entrar en la mansión. Solo deseaba dejarse llevar por las tinieblas, sin más miedo que disfrutar el momento como si no hubiera un mañana. Su mente luchaba por despertar pero no podía.

Entraron en la habitación. Anne pudo ver a Edipo tumbado sobre la cama boca arriba, durante un instante pareció verle un reflejo rojo en los ojos. Tormenta le hizo sentarse a los pies de la cama y se dirigió a su hijo.

– Hola cariño, mira, te presento a Anne, una joven que quería conocerte.

Edipo no entendía nada, debería ser ella, y no Andrea, quien presionó el timbre un rato antes. Pero, ¿quién era?, ¿qué hacía allí?. Se le acumulaban las preguntas pero algo hacía que no las formulase, algo externo a él se imponía a su lógica y le hacía sentir con un halo de normalidad todo aquello. Sin duda debía ser un sueño.

Anne se fijó en el joven, que le sonrió con un leve asentimiento de cabeza a modo de saludo. Su comportamiento era extraño, como si estuviera drogado; se preguntó si su madre no lo hubiera drogado para conseguir tenerlo, eso le tranquilizaría. No obstante tendría que andarse con cuidado; era plenamente consciente que Tormenta iba a pedirle a su hijo que le follara, tendría que cuidarse de que no eyaculase por si acaso.

– Mira Anne, mira que polla tiene mi hijo.

Tormenta se había sentado al otro lado, dejándole en medio de las dos. Su aparato seguía en plenitud y ahora su mami orgullosa la acariciaba delicadamente en movimiento de masturbación, como quien venera a un tótem. Edipo extendió su mano y pellizcaba el pezón izquierdo de su madre sobre el camisón de seda.

– Ya veo…… verdaderamente grande y….. muy guapo y fuerte tu hijo.

– ¿verdad?

Lo dijo con orgullo de madre justo antes de bajar a comer la polla de su pequeño. Anne empezaba a estar con verdaderas ganas, y esperaba ansiosa su turno.

La mamada fue larga y calmada, recibida con silencio por parte de Edipo. La joven temió que no aguantase pero parecía tener una gran capacidad y fuerza, aquel treintañero musculado la tenía absorta.

Tormenta dejó de comer y se inclinó sobre la cama pidiendo la boca de la joven. Se morrearon un poco delante del hijo. Entonces se levantó y se sentó a la altura de la cabeza de Edipo.

– Nene, me gustaría que te follaras a esta chica.

Edipo asintió obediente.

– De acuerdo mamá.

Anne empezó a hiperventilar disimuladamente mientras veía como un cuerpo el doble de grande que el de ella se levantaba mientras sus ojos neutros la miraban sin expresión.

-Desnúdate y ven nena.

La orden había sido concisa y con voz tan masculina como serena.

Se puso de pié frente a la cama, bajo la atenta mirada de madre e hijo, ella sonriente, él ausente.

En primer lugar se despojó de las gafas, la coleta y los zapatos. Un bello cabello rubio cayó sobre sus hombros, encerrando como si de rejas de oro se tratara a unos hermosos ojos verdes. Después se quitó la camiseta, dejando un mínimo sujetador rosa de las supernenas. Luego extrajo las mallas y unas braguitas, a juego con el sujetador, relucieron ceñidas y pequeñitas. Luego se quitó la parte de arriba del conjuntito, quedando dos peritas diminutas al aire. Concluyó con las braguitas, dejando un depilado, pequeñito, prieto y humedecido coño a la vista de sus peculiares espectadores.

Toda una delicia.

Se le veía muy pequeña, baja y delgada, muy poca cosa. Edipo gruñó satisfecho, su polla le ardía más aun. Se fue hacia ella como un lobo hambriento, ante la asustada, aunque excitada, mirada de la pequeñita rubia del conejito apretado.

La levantó en peso como si no pesara. La colocó abierta de patas a los pies de la cama. La agarró por la cintura y la atrajo hasta el borde. Donde se agachó lo justo como para poderla penetrar.

Tormenta estaba fascinada de lo fácil que manejaba su hijo a aquella chica. Un brazo de su hijo era medio cuerpo de ella, que por momentos parecía desaparecer bajo sus músculos, como si de un truco de magia se tratara.

La penetró con fuerza, le proporcionó un gran placer meterla en aquel coñito tan pequeño y firme, soltando un largo gemido de oso en celo. Ella, en cambio, se tragó el dolor sin chillar, con una lágrima que le resbaló por la mejilla. Pero no tardó en disfrutar de aquel excelso follador, sintiéndose extrañamente a gusto bajo aquel semental fortachón.

Tormenta les rodeó contemplando la ejemplar follada. Se detuvo justo al lado, colocando sus manos en el vientre de la joven, sintiendo como la polla de su hijo entraba. Acarició los brazos y los pectorales de él, lamiendo un poco sus pezones para motivarlo todavía más.

Él la sacó y le dio la vuelta con excesiva facilidad. Tormenta abrió muchos los ojos al verla a cuatro patas. Se agachó y agarró la polla de su hijo, mamándola un poco. Luego la masturbó un rato mientras se acercó al coño invertido para lamerlo. Anne sintió un alivio de placer al notar la humedad de la lengua madura, acompañandolo de un gemidito de gata traviesa.

A Tormenta le parecía increible que aquel pollón pudiera entrar en aquel pequeño coñito. La agarró y lo puso en el borde, ayudando a su hijo a empujar. Ya estaba totalmente lubricada, así que Edipo no tuvo ningún problema en meterla a fondo y coger ritmo constante y fuerte.

Anne sentía como la tenía fuertemente agarrada por las caderas, las cuales casi desaparecían entre sus manos. No se podía mover, se centró en disfrutar.

Tormenta se acercó a ella y le besó un poco, se desnudó y se sentó a su lado dejando reposar su cabeza en sus grandes pechos, los cuales amamantó ansiosa.

Tormenta le susurró algo al oído.

– Dime, si el cuento ese del Diablo fuera verdad, ¿qué crees que ocurriría al correse?

Anne respondió como pudo, entre gemidos y chillidos suaves de gata.

– El príncipe de las sombras se alimenta del ser humano. Imagino que nos mataría a una de las dos, tal vez a las dos, hasta saciar su hambre de muerte. Luego volvería a ser tu hijo hasta la siguiente corrida. Según creo aparecería tras cada eyaculación y luego quedaría dormido dentro de su mente.

Tormenta pareció pensativa. Anne fue a decir algo más pero la madre le acalló besándola. Luego se tumbó abierta de patas ante ella para que pudiera comer su coño.

Anne lo lamió, era algo peludo pero cuidado, y muy mojado. Le supo muy sabroso y delicioso y pudo notar lo verdaderamente caliente que estaba aquella perra, totalmente fuera de sí en los gemidos profundos y movimiento poseído de su cuerpo al sentir la lengua de la pequeña.

Edipo notó la necesidad de su madre y se la sacó a la chica para cubrirla. Su polla estaba aun perfecta, notaba lejos la corrida. Sentía que podría cubrir y dejar satisfechas a cuanta mujer se le pusiera por delante.

Anne estaba a punto de correrse cuando se detuvo.

– noooooo

Él hizo caso omiso y se subió encima de su madre la cual le recibió abriendo mucho las piernas, colocándolas alrededor de su trasero, para que no pudiera escapar hasta hacerla mujer. Mientras la follaba, su madre se erguía mínimamente para lamer sus fuertes y trabajados pechos de gimnasio. Anne se quedó tumbada al lado, a escasos centímetros de la cara de Tormenta, refregándose el coño con la mano abierta, como una posesa . Tormenta no tardó en correrse, emitiendo un gemido interminable y profundo, mientras su peque no paraba de taladrar con fuerza.

Tuvo que pedirle, exhausta, que parase.

Edipo estaba al máximo de su capacidad y no podía parar, así que saltó desde su madre hasta la chica. Ella se abrió y dejó que hiciera, la taladró fuerte hasta que ella se corrió. Luego, ansiosa y deseosa, le pidió que se tumbara y se pinchó. Le cabalgaba con alegría, con sus diminutos pechos saltando como bolitas, con las carnes duras y rítmica, perfectamente acoplada al varón.

Tormenta despertó al ver el alegre cabalgar de la mojigata. Se subió sobre su hijo, dando la espaldas a la improvisada amazona, colocando su coño sobre la cara de su hijo. Se agarró al respaldo de la cama y se medio levantó, de forma que pudiera refregarlo bien. Edipo se centró en lamer y comer todo cuanto podía, llenándose los morros de flujo de mamá, mientras tenía agarrada a Anne por las nalgas, ayudando en cierto modo a su trote goloso.

La chica tuvo un segundo orgasmo, que le llevó a levantarse para descansar al lado del semental. Su madre también se levantó y se tumbó al otro lado. Espontáneamente su madre agarró su polla y la masturbó un poco mientras lamia el pezón que tenía más cerca. La chica comenzó a lamer el otro y acabó besando a Edipo mientras miraba de reojo como su madre le masturbaba. La boca del hijo le supo al coño de la madre en una deliciosa mezcla del placer más prohibido. Se sentía motivada y feliz.

Al cabo de un rato Edipo comenzó a respirar más agitadamente. Temió que se corriera y pidió a Tormenta que parase con la vista. Esta lo entendió y se detuvo. Ambas dejaron caer sus cabezas en el torso de Edipo, como musas descansando sobre los pechos del guerrero.

Tormenta permaneció un rato pensativa, y decidió subirse encima de su hijo, ignorando la señal de negación de Anne, la cual temía que tal vez le quedase poco.

Le besó y lamió el torso hasta la polla, metiéndosela entera en la boca, acabando con los huevos, los cuales le dejó bien ensalivados, mientras le masturbaba. Luego se subió y le cabalgó dejando que sus generosos pechos se rozasen durante el vaivén.

Anne seguía negando pero su calentura volvió a toda velocidad y no podo evitar gemir y tocarse al ver a esa madre follar de esa manera a su hijo.

– Eres una loba – le dijo

– Soy la perra de mi hijo- le susurró en respuesta.

Edipo enloqueció y taladró desde abajo con fuerza. Sintió como empezaba a venirle poco a poco el manantial de leche. Motivado por el momento se levantó y tumbó a su madre boca arriba. Luego cogió en peso, como si nada, a la chica y la colocó encima de su madre, boca abajo. Se acomodaron de forma que sus coños quedasen uno encima del otro, como piezas que encajaban.

Ambas se miraban sorprendidas por el arranque, pero en sus miradas había un infinito de pornografía y deseo. Comenzaron a besarse y a escupirse la una a la otra cuando comenzó a follarlas.

Iba saltando de coño en coño, de pié frente a ellas. Una vez se agachaba un poco para poder penetrar el conejito prieto y depilado de la joven. Al rato la sacaba y se aupaba ligeramente para entrar desde arriba al coño más amplio y peludo de su madre.

Las dos perras no paraban de gemir y gemir cuando dejaban de besarse y escupirse como cerdas.

Estuvieron así largo rato hasta que Edipo notó que el final era inminente.

-Me voyyyy

Tormenta ahogó un “noooo” de Anne besándole. Él la sacó de su madre, a quien follaba en el momento de notar que le venía. Las movió y colocó de rodillas en el suelo.

Anne se vio envuelta en todo aquello como un huracán acaba cogiendo al ciudadano confiado. No tardó en correrse, apenas empezó a masturbarse. Su madre, lejos de estar asustada, lo recibió ya preparada con la boca muy abierta mientras le miraba con ojos sonrientes de madre orgullosa de su bebé.

El gemido de oso resonó en la oscuridad de la ciudad. Hasta las palomas salieron volando de la repisa del ayuntamiento.

Tuvo semen para las dos. Una auténtica fuente de la que las dos bebieron y quedaron totalmente impregnadas; el pelo, la cara, y los pechos.

Durante un instante algo le pasó a Edipo. Ambas le miraban expectantes pero no tardaron en asustarse. Se le ensangrentaron los ojos y apartó a su madre agarrándola por los pelos, la cual chilló pero se sintió a salvo, iba a por Anne.

La pobre chica no tuvo ni tiempo de gritar. En un instante la levantó en peso y la estrelló contra la pared, rompiéndole el cuello. Luego, se avalanzó sobre ella y comenzó a devorarla.

Miró de reojo a su madre.

– Sal de aquí.

Su madre se fue despacio y gustosa. Estaba sorprendentemente tranquila. Sabía que estaba a salvo.

– ¿Mamá?.

Lloraba, como si se hubiera despertado de una pesadilla.

Su madre entró en la habitación, la joven estaba totalmente desfigurada, con las tripas esparcidas por la habitación y parcialmente devorada. Su hijo estaba lleno de sangre, como la habitación.

Le besó en la mejilla, llenando sus labios de sangre.

– No te preocupes hijo, no es tu culpa. A partir de ahora solo obedece a mamá y haz lo que te diga, ve a la ducha y déjame a mi limpiar todo esto. Necesitas tiempo para digerir todo lo que te ha pasado y el cambio que va a suponer en tu ida. Pero tranquilo, mami te protegerá siempre.

Mientras limpiaba y se deshacía de lo que quedaba de la desgraciada chica pensó en las palabras de la joven.

” El Diablo se manifestará tras cada corrida, y lo hará con ganas de sangre. Entre eyaculación y eyaculación volverá a ser tu hijo, pero cuando se caliente no será él y sólo buscará saciarse por completo; primero su sed de sexo y luego su sed de sangre”.

No había problema. Ella le mantendría a ralla. Solo necesitaba a una mujer diferente cada vez que su hijo tuviera ganas. De lo que estaba segura era de que pensaba hartarse de follar a ese macho fuerte y semental, y de que a ella nunca le haría nada, porque sería la mano que le diera de comer.

Imaginó que nadie vincularía la desaparición de aquella chica con ellos. Aunque un problema llegó a su mente, su marido. Deberían dejar aquella vida. Debería fugarse lejos con su hijo y empezar desde cero en aquella nueva situación.

Se sintió bien con todo eso. Ahora cuidaría de su bebé como nunca antes lo había hecho.

Relato erótico: “Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada 2” (POR GOLFO).

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Eran más de las once y Jimena y yo todavía seguíamos en la cama. Habiendo olvidado que éramos suegro y nuera, nos habíamos dejado llevar por nuestra pasión y por eso cuando Manolo me llamó, ella seguía entre mis brazos.
Ese amigo que era a la vez el psiquiatra de Jimena estaba preocupado por si había tomado alguna decisión. Un tanto cortado le respondí que en ese momento no podía hablar. Para los que no habéis leído la primera parte de este relato debéis saber que con anterioridad a nuestro desliz, me había avisado del difícil equilibrio mental de la viuda de mi hijo y de la fijación que estaba experimentando por mí:
-¿La tienes ahí?- me soltó comprendiendo que no estaba solo.
-Así es- respondí.
Al escuchar mi respuesta, se quedó pensando un momento tras lo cual insistió:
-¿Te has acostado con ella?
Colorado e incómodo, reconocí a Manolo lo que había hecho y curiosamente, mi amigo lejos de enfadarse únicamente comentó:
-Os invito a comer. Quiero hablar con los dos.
Más que una invitación era una orden y no queriendo que por ningún motivo, el estado psíquico de Jimena se viera perjudicado por mis reparos, acepté colgando la comunicación.
-¿Quién era?- dijo mi nuera con una sonrisa.
-Manolo, hemos quedado en comer en su casa.
Curiosamente, esa cría ni siquiera preguntó para qué y dando por sentado que iba a ser una reunión de amigos, me preguntó cómo era la esposa de su psiquiatra. Al responderla que era la típica ama de casa, amante de su marido, se rio y me dijo:
-Entonces nos llevaremos bien, no me gustaría descubrir que te anda seduciendo.
-Estás loca. Además de no ser mi tipo, es la mujer de un amigo- le contesté mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban al asumir que tal como me dijo Manolo, Jimena se comportaría con unos celos enfermizos.
-Y ¿Cómo es tu tipo?- insistió mi nuera.
Comprendí que estaba tanteando el terreno y que esa pregunta me la había hecho en realidad para que le contestara que era ella la que realmente me gustaba. Un poco mosqueado por su actitud, decidí darle un pequeño escarmiento y mirando su pelo castaño, le solté:
-Las rubias.
Mi respuesta la sacó de las casillas y con un cabreo de narices, se levantó de la cama sin dignarse siquiera a mirarme. Para terminarla de joder, solté una carcajada. Mi nuera al oírme, pegando un portazo, se encerró en el baño y no salió de él por mucho que intenté disculparme diciéndole que era broma.
-¡No te quiero ni ver! ¡Vete!- contestó llorando desde dentro.
Al ver su intransigencia, no me quedó otra que irme a la cocina a desayunar mientras esperaba a que se le pasase el berrinche para hacer las paces con ella. Desgraciadamente el cabreo de la muchacha era tal que en cuanto pudo me dio esquinazo y salió huyendo sin darme oportunidad de hablar con ella….
Jimena desaparece toda la mañana y vuelve cambiada.
No tuve noticias de mi nuera hasta la una y media cuando ya estaba preocupado porque desde que había tenido la crisis nerviosa, Jimena siempre me avisaba de lo que iba a hacer o donde estaba. Al no ser normal que desapareciera durante tres horas, estaba ya de los nervios pensando que había hecho alguna tontería y por eso cuando escuché abrirse la puerta del garaje, salí a ver en que estado llegaba.
Conociendo el débil equilibrio mental de mi nuera me esperaba cualquier cosa, desde que llegara borracha a que siguiera reusando hablar conmigo pero lo que nunca preví fue que la mujer a la que abriera la puerta del coche fuera una despampanante rubia:
-¿Qué has hecho?- pregunté al ver que se había teñido y que su melena negra había desaparecido.
Con una sonrisa de oreja a oreja, respondió:
-¿Te gusto más ahora? Como me dijiste que te gustaban las rubias, he decidido complacerte-. Su respuesta de por sí clarificadora me dejó helado cuando me modeló su cambio de look, diciendo: – Mira lo que he comprado para ti, ¡un tanga rojo!
Sin llegar a entrar en la casa y todavía en el garaje, meneando su pandero, se bajó los pantalones para mostrarme satisfecha la ropa interior que se había comprado. Su descaro me hizo reír y dando un sonoro cachete en una de sus nalgas, le comenté que llegábamos tarde a la comida con Manuel, olvidando aunque fuera temporalmente esa transformación.
Ya en el coche, Jimena me dio más claves que le habían llevado a cambiar completamente su apariencia al decirme:
-Amor, no sabes lo feliz que soy desde que vivo contigo. Cuando murió tu hijo creí que mi vida había terminado pero gracias a ti, tengo un futuro. Si algo no te gusta de mí, dímelo y cambiaré.
Racionalizando sus palabras, me quedó claro que mi nuera veía natural adaptarse a mis gustos como medio de mantener nuestra relación pero de un modo enfermizo. Por eso, respondí:
-No necesito que cambies, me gustas tal y como eres.
La alegría desbordada de la muchacha al oír mi respuesta me confirmó que había un problema sobretodo porque sin venir a cuento, me soltó:
-¿Te apetece que hagamos el amor?
Calculando la frase no fuera a ver en ella un rechazo, respondí:
-No creo que sea lo más adecuado, estamos en el coche y llegamos tarde.
Muerta de risa, contestó:
-Por eso no te preocupes- y poniendo cara de putón desorejado, descojonada prosiguió diciendo mientras llevaba sus manos a mi bragueta: – Tú conduce.
Antes de que pudiese reaccionar, Jimena obviando que estábamos en mitad de la calle se puso de rodillas sobre su asiento y sacando mi verga de su encierro, la comenzó a acariciar con ternura. Mi pene reaccionó irguiéndose y ella al verlo pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande mientras ronroneando me decía lo mucho que me amaba, para acto seguido, con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca.
-Estás loca- comenté ya excitado.
Durante un segundo alzó su vista para comprobar que me gustaba y al verificar que no ponía reparos, se lo volvió a meter. La lentitud con la que lo hizo, me permitió experimentar la tersura de sus labios al recorrer mi pene. Imbuida en su papel, Jimena no cejó hasta que consiguió que su garganta absorbiera por completo toda mi extensión. Una vez lo había conseguido, sacando y metiendo mi polla de su boca, comenzó un lento vaivén.
Mi nuera viendo que la excitación me dominaba, aceleró la velocidad de su mamada mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Para entonces reconozco que me costaba seguir conduciendo ya que la cadencia que estaba imprimiendo a su boca era brutal y eso dificultaba el concentrarme en otra cosa que no fuera sus maniobras. Coincidiendo con un semáforo, no pude seguir reteniendo mi placer y avisándola, me derramé en su interior. Jimena al sentir las explosiones de mi pene sobre su paladar, incrementó más si cabe el ritmo y no se quedó contenta hasta que  consiguió extraer la última gota de mi sexo.
Entonces y con un brillo extraño en sus ojos, me dijo:
– A tu mujercita le pone cachonda tu sabor- y acomodándose en su sitio, separó sus rodillas mientras metía una de sus manos por dentro de su pantalón.  Mi cara de sorpresa la hizo reír y no satisfecha con ello, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras me guiñaba un ojo, diciendo: -¿te importa que tu zorrita se masturbe?
-Para nada- respondí nuevamente excitado con la idea de verla satisfaciendo sus necesidades.
Jimena no se hizo de rogar y llevando su mano a uno de sus pechos, pellizcó su pezón sin dejar de gemir. Con las manos en el volante, fui testigo como separaba los pliegues de su sexo y con dos dedos torturaba su botón, concentrando así toda su calentura en su entrepierna.
-Necesito correrme- gritó como pidiendo mi permiso.
No contesté al estar alucinado por la furia con la que mi nuera empezaba a masajear su clítoris. Dominada por la lujuria, la muchacha convulsionó sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. El elevado volumen de sus gemidos terminó por acallar la canción de la radio y entonces con la melodía de sus aullidos llenando el habitáculo del coche, se corrió sobre su asiento. Al terminar y mientras se cerraba el pantalón me dio un beso y dijo:
-Gracias amor, por darme tanto placer.
Aunque su orgasmo casi coincidió con nuestra llegada a casa de Manolo, tuve tiempo de analizar lo que me había dicho y entonces con mis nervios a flor de piel comprendí que en su mente el placer iba unido a mí y por eso incluso adjudicaba a mi autoría, lo que acababa de sentir.
Mi amigo, que como sabéis era su psiquiatra, fue quien nos abrió la puerta y al ver que se había cambiado el color del pelo, le comentó que estaba muy guapa. Jimena al escuchar el piropo, le contestó:
-Muchas gracias. Fue Felipe quien me lo insinuó.
Manolo, que no era tonto, no dijo nada y esperó a presentarle a su esposa para que aprovechando que se la llevaba a mostrarle el piso, preguntarme si era eso cierto.
-Para nada- respondí. –Cuando me preguntó cómo era el tipo de mujer que me gustaba, le contesté de broma que rubias y ella al escucharlo, se fue directo a la peluquería a teñirse la melena.
-Típico en las personas con su trastorno- comentó entre dientes.
-¿Qué trastorno?- escandalizado exclamé.
-Joder, Felipe, ¡pareces tonto! Mira que te avisé de lo que se te avecinaba y olvidando mi advertencia, te acuestas con ella.  Tu nuera sufre un trastorno de personalidad dependiente emocional y hará todo lo que le mandes para evitar tu rechazo.
-Manolo, ¡Qué no se lo pedí!- protesté aun sabiendo que no era  injustificada esa reprimenda.
-¡No entiendes! Para Jimena, una sugerencia, un deseo o una insinuación por tu parte es una orden que no puede evitar cumplir- comentó y para darle mayor énfasis a su posición, me dijo: -Solo por complacerte, aceptaría de buen grado hacer cosas que de otro modo nunca realizaría. Tu nuera, o mejor dicho, tu pareja siente una necesidad excesiva por ti y buscará tu aprobación cueste lo que le cueste.
-¡No será para tanto!- contesté no muy seguro.
-Es peor de lo que te imaginas. Veras como esa cría terminará asumiendo tus propios gustos con una naturalidad total. Si no me crees, piensa en algo que sepas que no le guste y coméntale que a ti sí.
Como esa prueba era inocua, decidí hacer la comprobación en cuanto volvieran de dar la vuelta por la casa. Recordando que nunca le había gustado la cerveza al llegar, le comenté a la mujer de Manolo:
-María, ¿no tendrás una cerveza bien fría? Hace calor y nada mejor que una para combatirlo.
Os juro que se me erizó hasta el último vello de mi cuerpo al escuchar a mi nuera pedir que le trajera otra a ella. La inmediatez con la que confirmó los síntomas de su problema mental me dejaron hecho mierda y por ello, llevando a Manolo a un rincón le pregunté qué era lo que podía hacer.
-Lo primero, ¡No abuses! Aunque ahora parecerá una exageración, te será muy fácil dejarte llevar y poco a poco, ir moldeándola a tu gusto. Lo quieras  o no, a ti también te resultará natural ir ejerciendo tu autoridad sobre ella invadiendo todos sus recodos. Te advierto, no caigas en un dominio absoluto. Ninguno de los dos sería feliz.
El sentido común que manaba de sus palabras me hizo tomar nota mentalmente de sus consejos y de esa forma supe que debía de forzarle a tomar sus decisiones para que no adoptara las mías como propias, así como, intentar reforzar su autoestima.
Entre tanto, Jimena y María habían hecho buenas migas. Se notaba que la esposa del psiquiatra debía estar al tanto de lo peculiar de nuestra relación porque no hizo ningún comentario y aceptó como normal  tanto el parentesco que nos unía como nuestra diferencia de edad. Solo metió la pata cuando en mitad de la comida, le dijo:
-Y niña, ¿Cómo es eso de vivir con tu suegro?
De muy mala leche, Jimena le contestó:
-Felipe era mi suegro, ahora aunque todavía no nos hayamos casado es mi marido.
Su psiquiatra intervino, calmando la tormenta, al decir:
-Y nos alegramos por los dos. Se nota que estáis hechos el uno para el otro.
Sonriendo de oreja a oreja, soltó un grito de alegría, diciendo:
-¿Verdad que si? Desde que me rescató en el hospital, supe que debía dedicar mi vida a hacerle feliz.
Puede advertir el disgusto de su médico antes de contestar:
-Jimena, debes de pensar en ti en primer lugar. Felipe es una buena persona pero tú también y por eso no te costaría encontrar a otro que te quisiera.
La indignación con la que recibió ese consejo fue total y agarrando su bolso, dejó plantado al matrimonio. Alucinado, pedí perdón a mis amigos y corrí tras ella. Al alcanzarla en el coche, se lanzó a mis brazos llorando mientras me decía:
-Júrame que nunca me dejarás sola.
Me quedé mudo al notar su dolor y besándola con cariño, le prometí amor eterno…
La dependencia de Jimena empeora.
Esa tarde al llegar a nuestra casa me tuve que multiplicar para consolarla. Su estado de tristeza la llevó a pasarse berreando durante horas mientras yo permanecía a su lado sin saber qué hacer. Los sollozos de mi nuera se prolongaron tanto tiempo que al final consiguieron sacarme de mis casillas y creyendo que lo que necesitaba Jimena para dejar atrás sus lamentos era una buena ración de sexo, le fui desabrochando su camisa mientras le decía:
      Voy a demostrarte lo mucho que te quiero.
Mis palabras fueron el empujoncito que esa niña necesitaba para dejar de llorar y con sus mejillas al rojo vivo, me miró como el que admira a su salvador. Al observar su reacción, ralenticé mis maniobras mientras llevaba una de mis manos a sus piernas.
-Ummm- gimió separando sus rodillas al notar mi caricia en sus muslos.
Para entonces los pezones de esa mujer estaban duros como piedras y mordiéndose el labio, me miró pidiendo que la amara. Viendo que la calentura que la embriagaba era patente, terminé de despojarle de su blusa sin que ella hiciera nada por impedirlo.
Su entrega me terminó de convencer y abriendo su sujetador, le dije:
-Tienes unos pechos preciosos.
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta sin dejar de mirarme mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Sabiéndome al mando, recogí ese sudor de entre sus tetas y llevándomelo a mi boca, susurré en su oído:
-Abre tus piernas, putita mía.
Mi dulce insulto la terminó de excitar y queriéndome agradar, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Sabiendo su necesidad de cariño, no dejé de susurrarle lo bella que era mientras le quitaba el pantalón, dejando solamente su ropa interior.
Jimena, excitada tanto por mis lisonjas como por mis toqueteos, quiso quitarse el tanga para dejar su sexo a mi alcance. Deseando que esa noche fuera inolvidable, se lo impedí y deslizándome por su cuerpo, fui dejando un húmedo rastro sobre sus pechos mientras bajaba.
-Hazme tuya- suspiró ya entregada al notar que me aproximaba a su entrepierna.
La que hasta hacía apenas unos días era solo mi nuera suspiró al sentir mi mano deslizándose por su piel hasta que llegar a su trasero. Y al notar mis yemas acariciando sin pudor sus nalgas, gritó llena de placer mientras su coño se encharcaba,  Al comprobar su necesidad, sonreí y con delicadeza separé sus rodillas dejando a mi alcance su coño todavía oculto por un tanga rojo.
-Quiero que disfrutes- dije mientras comenzaba a mordisquear su vulva por encima de la tela.
Jimena al notar mis dientes jugueteando con su sexo, suspiró y ya como en celo, me rogó que me diera prisa. Cómo gracias a mis años, sabía que una mujer disfruta más cuanto más lento la aman, contrariando mis deseos me entretuve jugueteando con los bordes de su botón sin llegar a quitar esa braguita.
Completamente excitada, presionó con sus manos mi cabeza en un intento de forzar el contacto de mi boca contra su ya erecto clítoris. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y separando con mi lengua la tela colorada, dí un lametazo a su sexo mientras le decía:
-Cuando termine esta noche contigo, no te podrás ni sentar.
Tras lo cual deslicé su tanga por sus piernas, dejando al descubierto su depilado sexo.
-Por favor, ¡fóllame ya!- chilló descompuesta.
Fue entonces cuando los dedos de mi nuera se apoderaron de su clítoris y compitiendo con mi boca, se me empezó a masturbar. Satisfecho al percatarme que estaba a punto, usé mi lengua para penetrar en su entrada y mientras saboreaba su flujo,  pasé un dedo por su esfínter deseando darle uso.
-Me corro-  gritó en cuanto sintió que empezaba a relajar su ojete con suaves movimientos circulares.
Ese triple estimulo, mi lengua en su sexo, sus dedos masturbando su clítoris y el dedo en su culo fueron un estímulo excesivo y llegando al orgasmo, comenzó a dar tantos alaridos que de tener vecinos hubiesen llamado a la policía.
-Tranquila, zorrita- mascullé mientras unía otro dedo al que ya se encontraba en su trasero y sin dejar de usar mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de su interior.
-¡No aguanto más!- chilló al sentir que una a una sus defensas se iban hundiendo ante mi ataque.
Sin apiadarme de ella seguí  metiendo y sacando mi lengua de su interior hasta que con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara. Solo entonces y mirándola directamente  a los ojos, forcé su coño de un solo empujón.
-¿Te gusta ser mía? Mi querida guarrilla- pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
-¡Sí!- ladró convertida Jimena en mi perra.
Ya teniéndola en mi poder, imprimí a mis  caderas una velocidad creciente, apuñalando sin descanso su sexo. Dominada por la lujuria mi nuera respondió a  cada una de mis incursiones con un berrido.
-¡No pares de follarme!- chillaba sin parar.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y viendo que estaba a punto de eyacular, recordé que no me había puesto un condón. Al sacársela y abrir el cajón de mi mesilla protestó intentando que volviera a introducirla en su interior.
-Espera, no quiero dejarte embarazada- dije mientras me lo ponía.
Pero entonces con un histerismo atroz me tumbó sobre la cama y poniéndose a horcajadas sobre mí, me quitó el preservativo mientras decía:
-Yo sí quiero.
Su cara era la de una loca y eso me impidió reaccionar cuando usando mi pene como lanza, se empaló una y otra vez hasta que no pude aguantar más y esparcí mi simiente por su fértil vientre. Mi coincidió con el suyo. Su coño se abrazó a mi polla como una lapa y Jimena disfrutó de mis cañonazos con una expresión de felicidad que me dejó aterrado. Ya agotada se quedó abrazada a mí. La sonrisa de sus labios me dejó claro que en ese momento mi nuera  soñaba con la posibilidad de haberse quedado en cinta.
La dejé descansar durante cinco largos minutos y viéndola ya repuesta, supe que tenía que hablar con ello de lo que acababa de suceder. A mi edad, lo último que me apetecía era volver a ser padre y por eso midiendo mis palabras, quise que me contara porque deseaba que la embarazara.
-Amor mío, darte un hijo me haría la mujer más feliz del mundo tuyo – respondió con tono alegre: -¿Te imaginas?  ¡Un bebe nuestro al que cuidar!
Mintiendo descaradamente contesté abusando de lo que sabía de su trastorno:
-Me encantaría pero ahora no es el momento. Primero quiero disfrutar de mi nueva esposa y te necesito las veinticuatro horas del día para mí.
Mis palabras la convencieron al encerrar una confesión de dependencia que no sentía y haciendo un puchero, respondió:
-Tienes razón, Cariño. Los niños pueden esperar.
El oírla hablar en plural de nuestra descendencia me obligó a preguntar cuántos quería tener. Jimena  se quedó haciendo cálculos durante unos segundos:
-Cómo tengo veintitrés años me da tiempo de tener… ¡Doce chavales!
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino” (POR GOLFO)

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 Toda mujer que se precie debería de huir de mi vecino si quiere mantener un mínimo de dignidad. Desgraciadamente desde casi niña me han gustado los “malotes” y por mucho que intento evitarlos, siempre caigo en sus redes.  Me imagino que si algún día se lo contara a un psicólogo, este me vendría con la típica explicación freudiana pero yo me conozco y sin entrar en más detalles, sé que me vuelven loca los tipos golfos.

Ya en el instituto solo salía con los más mujeriegos y si encima eran repetidores, mucho mejor. Un claro ejemplo es el imbécil que me desvirgó. No es que esté muy orgullosa de esa etapa pero, para que me comprendáis mejor, debo contároslo. Fue en el penúltimo curso y tenía apenas dieciséis años cuando Tato me pidió salir.
El tal Tato era tres años mayor que yo, borracho, impresentable y  un desastre en los estudios pero tenía dos grandes virtudes: Era relaciones de una discoteca y para colmo, guapo. Por eso no es de extrañar que mi primera relación sexual fuera en los baños de un bar y sin preservativo. Nunca creí que ese subnormal fuera mi príncipe azul pero tampoco que al terminar y todavía con mi coñito sangrando, me dejara.
Como os imaginaréis, me pasé quince días temiendo haberme quedado preñada. Por suerte, no fue así y pude seguir con mi vida. 
Mi segundo noviete fue el capitán del equipo de futbol de mi curso, otro idiota. Don Juan en ciernes, Eduardo repartía sus favores a cuantas tontas podía, sin importarle que ellas sí estuvieran enamoradas. Una de esas tontas fui yo. Ver a ese chaval en un pasillo era motivo suficiente para que mi entrepierna se mojara. Por eso cuando después de un partido, él y sus amigos lo estaban celebrando, le di mi primer beso y durante tres meses fui su puta.
Me follaba cuando y donde quería. Daba igual que fuera el cole, su casa o el parque, en cuanto Edu me tocaba las tetas sabía que lo siguiente era quitarme las bragas.
Terminó ese noviazgo como empezó, un día de partido ese mocoso descubrió que estaba cansado de mí y mandándome a la mierda, se fue con mi mejor amiga.
Aunque puedo seguir enumerando mis parejas, en realidad, no importa, porque el objeto de este relato es mi vecino del octavo. Se llama José y para haceros el cuento corto, si cogéis todos los defectos posibles en un hombre y los metéis en una envoltura atractiva, así es él.
Golfo, dominante, egoísta, manipulador… pero para mi desgracia amante cojonudo.
Conozco a ese mal bicho desde que llegué a Madrid cuando el destino quiso que el piso que había alquilado fuera el contiguo al suyo. Mi mal fario empezó el día de mi mudanza cuando al salir cargada del ascensor con dos cajas, me topé con él y luciendo una espléndida sonrisa y mirándome con sus negros ojos, me preguntó si podía ayudarme. Pesaban tanto los dos bultos que no pude negarme y por eso, ese cabrón entró no solo en mi casa sino en mi vida.  
 Reconozco que me encantó su profunda y varonil voz pero lo que realmente me puso a mil fue observar sus músculos cuando me quitó las cajas y las llevó hasta mi salón.
-Muchas gracias- alcancé a decir mientras sentía que mi respiración se aceleraba.
Quitándole importancia, ese moreno comentó:



-Los vecinos estamos para ayudarnos.
Os juro que mis braguitas se mojaron al oír que ese machote vivía en el mismo edificio pero pensé que me había meado al verle entrar en la puerta de al lado de la mía diciendo:
-Por cierto, me llamo José- tras lo cual sin darme tiempo de decirle  el mío, cerró la puerta dejándome con las palabras en la boca.
Lo peor fue al volver a mi apartamento y descubrir que antes de irse, ese “señor” había dejado su aroma por doquier. Con los restos de su colonia perfumando mi habitación, comencé a desembalar mis cosas pero su recuerdo hizo que mis hormonas se alteraran.
“¡Qué bueno está!” pensé mientras involuntariamente me iba calentando al rememorar el volumen de sus bíceps.
Al poco, me tumbé en la cama y ya cachonda perdida, llevé una de mis manos hasta mi pecho mientras la otra se hundía en el calor de mi chochito. La humedad que descubrí en mi sexo fue la confirmación de la atracción que sentía por ese desconocido y recreándome con caricias en el clítoris, me imaginé como sería su miembro.
“Sera enorme y sabroso”, me dije soñando con el pedazo de verga que suponía habitaba entre las piernas de ese moreno.
Mi propia calentura y lo que sentí al notar mis dedos hurgando dentro de mi vulva, me hicieron comprender que estaba bien jodida si alguna vez llegaba a convencerlo de compartir mi cama. Dejándome llevar, incrementé mi toqueteó figurándome que era él quien me tocaba. Aun sabiendo que no era más que una ilusión, sentí un latigazo en mi entrepierna al soñar con su caricia.
En mi imaginación, José pellizcó mis aureolas de una forma tan sensual con la que asoló de inmediato mis defensas. Caliente como una perra, soñé con su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda. 
-¡Mierda!, estoy brutísima- grité al visualizar a mi vecino comiéndome a besos.
La temperatura de mi cuerpo subía por momentos. La imagen de semental me estaba volviendo loca y rendida a sus supuestos encantos, gemí fantaseando con que sus dedos se hacían fuertes en mi trasero. Verraca como pocas veces, traté de acelerar mi masturbación y gimiendo de placer, cerré mis ojos mientras soñaba con el pene de mi vecino tomando posesión de mi coñito.
-Fóllame- chillé por mucho que sabía que era irreal.
Que no estuviera a mi lado  no consiguió enfriar mi pasión y por eso cuando en mi mente, José aceleró sus caderas,  me corrí. Mi excitación no concluyó con ese orgasmo y profundizando en mi ensoñación, imaginé  que su mano había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas. Sonriendo, me miró diciendo:
-¡Qué putita es mi vecina!
Me mordí los labios al oír su masculina voz y sabiéndome suya, mi deseo volvió a alcanzar límites desconocidos cuando el moreno me agarró de la cintura y me acomodó sobre sus rodillas.  

-¿Me vas a dar tu culo o tendré que buscarme otro? – me soltó con descaro mientras sus manos se apoderaban de mis nalgas.
“¡No puedo ser tan zorra!”, pensé al disfrutar por anticipado del placer y del dolor que ese enorme aparato me iba a regalar y tragando saliva, esperé su siguiente paso.
Entonces, José viendo mi entrega, cogió su pene y acercándolo  a mi entrada trasera, susurró en mi oído:
-No me has contestado.
Su pregunta me sacó lo perra y chillando,  grité:
-Tómalo, cabrón.
Mi insulto espoleó su lujuria y presionando mi esfínter con la punta de su enorme glande, fue forzándolo lentamente. Adolorida pero más excitada de lo que me gustaría reconocer, sentí el paso de su gigantesca extensión mientras invadía mi estrecho conducto.

-¡Dios! ¡Cómo duele!- aullé  al notar que su pene me rompía el culito.
A partir de ahí, el dolor fue menguando y ya dominada por el placer, disfruté como una cerda de sus huevos rebotando contra mi culo con cada embestida.
-¡Muévete! ¡Zorra!- susurró y recalcando sus palabras con hechos, me soltó un sonoro azote.
Obedeciendo sus deseos, salté sobre su verga empalándome con rapidez hasta que, de improviso, su verga explotó en mi interior. Y aunque era imposible, sentí su semen como si fuera real rellenando mi conducto trasero. Cada una de las explosiones con las que regó mi interior provocaron que mi deseo se tornara en placer y temblando sobre mi colchón, me corrí nuevamente.
Agotada me desplomé en la cama. Durante largos minutos, fui incapaz de levantarme y solo cuando comprendí que había mucho que hacer, me incorporé. Con mi mente a años luz y mi chocho chorreando, terminé de deshacer mi equipaje. El convencimiento que ante cualquier avance de mi vecino, me sería imposible evitar caer entre sus brazos, me llevó a  evitarle a partir de ese día.
José se entera de la atracción que genera en mí.

Sabiendo del peligro, durante dos semanas conseguí no toparme con él pero el calor del mes de agosto en Madrid y el tiempo trascurrido, hicieron que bajara mis defensas. Todavía recuerdo que esa tarde llegué a casa sudando y sin pensar en que José podía aparecer por ahí, bajé a la piscina comunitaria.
Aunque ya eran las seis de la tarde, el sol seguía cayendo a plomo sobre la capital. Por eso al comprobar que no había nadie en esa zona, directamente me tiré al agua.
-¡Qué gozada!- grité al notar que estaba fresca y por eso disfrutando del cambio de temperatura, durante un rato, disfruté del baño sin percatarme de su llegada.
Al salir, vi que mi vecino venía acompañado de una rubia tetona. Os reconozco que en un primer momento agradecí que no estuviera solo y por eso no me importó que habiendo al menos dos docenas de tumbonas, hubiesen elegido unas pegadas a mí para tumbarse.
Obviando su presencia, fui hasta la mía y cerrando mis ojos,  me puse a tomar el sol.  No llevaba ni dos minutos allí, cuando oí que el putón con voz sensual le decía:
-Cariño, ¿Me puedes poner crema?
El tono de la pregunta me mosqueó y más cuando descojonado el tipo le contestó:
-De acuerdo aunque dudo que tengas bronceador suficiente para tus tetas.
Sé que me comporté como una autentica voyeur y que eso estuvo mal pero entreabriendo mis ojos, me puse a espiarlos. Desconozco si José se dio cuenta desde el principio que les estaba observando o por el contrario si me pilló más tarde pero lo cierto es que recreándose en ello, le pidió que se quitara la parte de arriba del bikini.
La rubia al escuchar su orden, no le importó que estuviera a su lado y con gran descaro, se despojó de la prenda. El tamaño de sus senos me pareció todavía más grande cuando al quitárselo rebotaron ya libres de la prisión que suponía esa tela.
-Tienes un par de tetas muy ricas- exclamó mi vecino entusiasmado y cogiendo el bronceador, lo comenzó a extender por su piel.
Si al principio sus manos evitaron esas moles y todo parecía normal, la situación cambió en cuanto mi vecino se acercó a las tetas de la rubia porque la muchacha al sentir la cercanía de sus dedos, pegó un gemido apagado. Al escucharlo, José se rio y cogiendo más crema, se puso a extenderla por sus pezones.
-Ummm- volvió a gemir la amiga al sentir que extralimitándose en sus funciones, el tipo le estaba pellizcando ambos pezones.
Reconozco que en ese momento lo correcto hubiese sido levantarme pero algo me lo impidió y cada vez más interesada, seguí observándolos de reojo.
Durante unos minutos, José se contentó con solo los pechos pero el continuo concierto de gemidos y sollozos le debió azuzar su lado oscuro y por eso, dejando caer una de las manos por el cuerpo de la rubia, la llevó hasta su entrepierna.
-Quítate las bragas- escuché que le ordenaba.
Medio escandalizada abrí los ojos sin llegarme a creer que esa puta fuera capaz de obedecer esa sugerencia. Mi sorpresa fue total al observar que señalando mi presencia, la chavala se las quitó mientras le decía muerta de risa:
-¡Estás loco! ¡Tenemos público!
Fue entonces cuando José, mirándome a los ojos, le respondió:
-Cállate y abre las piernas.
La sonrisa que lucía en su rostro me dejó paralizada y por eso fui testigo de cómo la rubia separaba sus rodillas dejando el campo libre a sus maniobras. El descaro de ese tipo fue total y sacando de su bolsillo un chupa-chups, le quitó el papel y metiéndoselo en la boca, lo embardunó con su saliva mientras con la otra mano comenzaba a pajearla.
Para entonces, mis hormonas estaban más que alborotadas y perdiendo parte de mi vergüenza, me acomodé en la tumbona para no perder nada de lo que ocurriera. Lo que no me esperaba fue que ese cabrón disfrutando del momento, me diese ese dulce diciendo:
-Es para ti.
La escena me había puesto tan cachonda que no dudé en cogerlo y llevándolo hasta mi boca, abrí mis labios y me puse a chuparlo como si fuera un micropene. Mi rápida respuesta le satisfizo y olvidándose de mí, se concentró en su amiguita. Dando una clase magistral de cómo se masturba a una mujer, mi vecino separó los pliegues de la rubia y cogió entre sus dedos  su clítoris mientras le decía:
 
-Tu público espera que le demuestres lo puta que eres.
La dulce tortura que imprimió a su erecto botón y la certeza de estar siendo observada por mí, excitó a la tetona, la cual llevando sus manos hasta sus pezones, los empezó a retorcer entre sus dedos.
-Así me gusta- comentó su amante y recalcando el poder sobre ella, le dijo: -Córrete.
La orden provocó un terremoto en la chavala y berreando como si estuviese en celo, descargó su tensión con un sonoro orgasmo. La facilidad con la que ese hombre la manejaba me fascinó y por eso deseé ser yo el objeto de sus caricias. Sin darme cuenta, había retirado una de las copas de la parte superior de mi bikini y me estaba acariciando con el caramelo y su palito.
Para entonces, José se sentía dueño de la situación y sentándose en la tumbona, se bajó el traje de baño y cogiendo a su amiga, le soltó:
-Ya sabes que tienes que hacer.
El putón sin cortarse un pelo, se arrodilló frente a él y sacando la lengua, comenzó a lamer su hermoso talle. Ya dominada por el ardor que me quemaba el chochito, me empecé a masturbar mientras admiraba la belleza del sexo de ese Don Juan.
“¡Menuda polla!”, exclamé mentalmente valorando que diría mi vecino si me sumaba a esa mujer.
Conocedora de un buen número de penes, ese en particular me pareció un sueño. No solo era grande y gordo sino tenía una apariencia tan dura que me hizo derretir al imaginarla retozando en mi interior. Visualizando mi entrega, babeé tanto como la rubia con las venas hinchadas de esa verga que temiendo ser capaz de arrodillarme frente a José, preferí usar el puñetero chupa-chups como consuelo y llevándolo hasta mi sexo, lo sumergí entre mis muslos.
“Joder, ¡No puedo ser tan zorra!”, maldije mi calentura al percatarme de lo caliente que me ponía ese capullo.
La verdad es que si en ese momento, mi vecino me hubiese pedido que me pusiera a cuatro patas, lo hubiera  hecho pero para mi desgracia no solo no lo hizo, sino que viendo lo perra que estaba, se levantó y cogiéndome en los brazos, me tiró a la piscina.
Al salir del agua, recriminé su actitud pero entonces, soltando una carcajada, José me soltó:
-Tu chocho estaba al rojo vivo.
Tras lo cual dejándome empapada y frustrada, se llevó a esa rubia a su apartamento a terminar lo que habían empezado. Nunca en mi vida me había sentido más humillada y aunque esa noche tuve que pajearme sin parar, me juré que aunque fuera el último hombre en el mundo, ¡Nunca cedería ante mi vecino!…
José se recrea con mi cachondez.

Los siguientes dos meses fueron una jodida tortura. Noche tras noche y semana tras semana, ese maldito tenía siempre compañía. Si ya de por sí era duro saber que al menos una docena de mujeres disfrutaban alternativamente de sus caricias, esa época coincidió con una absoluta sequía de amantes en lo que a mí respecta.

No os podéis imaginar lo que me molestaba cuando al llegar a la cama, tenía que soportar los gritos y gemidos que ese cabrón conseguía sacar de su hembra de turno. Al estar mi piso mal insonorizado parecía que José se las tiraba en mi oreja y eso solo pudo incrementar mi desasosiego.
Las paredes eran tan delgadas que al cabo de los días, comencé a reconocer a sus parejas por sus berridos y aunque intenté no oírlas, al final les puse hasta mote. La rubia era la gritona, una morena que al final de cada polvo se echaba a llorar era la infiel. Luego estaba una que le gustaban los azotes a la que llamé  la sumisa, otra que no paraba de recriminarle que anduviera con más mujeres era la mojigata y así hasta completar la extensa lista.
En contraposición con su éxito, estaba mi infortunio. Por mucho que intenté llevarme a varios tipos a la cama, solo obtuve fracaso  tras fracaso. El que no era gay, tenía pareja y mientras tanto mi almejita desfallecía por la ausencia de caricias.
Si eso ya era frustrante, lo peor comenzó a partir de una tarde en que al llegar a mi edificio, me topé con él y con una vecina al tomar el ascensor. Mascullando un breve saludo, entré en él. Como nuestra vecina llevaba la compra, observé a José ayudando tras lo cual se colocó a mi lado.
Todavía no había llegado a cerrarse cuando de pronto sentí su mano acariciando mi trasero. Creo que de haber ido sola con él, le hubiese abofeteado pero la presencia de esa viejita me hizo callar por miedo al escándalo.  Mi ausencia de respuesta le animó y poniéndose a mi espalda, llevó sus manos hasta mis muslos y levantando mi falda, dejó mi culo al aire.
“¡Sera hijo de perra!” exclamé mentalmente al notarlo pero increíblemente no hice nada y permití que con descaro, magreara ambas nalgas.
La sensación de estar siendo cuasi violada frente a esa vecina me puso como una moto y pegando mi trasero contra su sexo, descubrí que mi agresor estaba también excitado. Ese descubrimiento me hizo sonrojar y sin meditar las consecuencias, comencé a rozarme  con su miembro mientras la señora no paraba de quejarse de lo caro que estaba el supermercado.
Mi actitud se vio recompensada al bajarse la vecina en el segundo. Sin cambiar de posición, José metió su mano entre mis piernas y mientras se hacía fuerte en mi clítoris, susurró en mi oído:
-Te espero todas las tardes a las ocho aquí.
Su repetida caricia durante los siguientes seis pisos, hizo que al llegar a nuestro destino mi sexo ya estuviera chorreando. Sin salir del ascensor, mi agresor introdujo dos de sus dedos en mi agujerito y con movimientos rápidos me llevó en volandas hasta el placer. La violencia de mi orgasmo me dejó noqueada y cuando ya creía que iba a tener la suerte de acompañarle a su piso, mi odioso vecino se despidió de mí diciendo:
-Hasta mañana, zorrita.
No comprendí que había sido todo por ese día hasta que me vi sola en el ascensor y a José abriendo la puerta de su casa.
-¡No pensaras dejarme así!- protesté insatisfecha.
El muy cretino se giró y luciendo la sonrisa que también conocía, me soltó:
-Como bien sabes soy un hombre muy ocupado.
Os juro que al llegar a mi salón, de haberlo tenido enfrente, lo hubiese matado y por eso decidí por enésima vez, no permitir que me usara a su antojo. Muy a mi pesar su aroma me acompañó durante toda esa tarde-noche y continuamente venían a mi mente, las imágenes de ese maldito jugando con mi cuerpo. No sé las veces que recreé el instante en que empezó a magrear con sus manos mis nalgas o el momento en que asaltó con sus yemas mi coñito, lo cierto es que al llegar a mi cama ya estaba nuevamente cachonda y aprovechando los gritos de la pareja de esa noche, me hice un dedito soñando que era yo la que berreaba entre sus brazos.
Ni que decir tiene que al día siguiente, esperé puntualmente a que llegara. José nada más verme, sonrió y galantemente me cedió el paso al ascensor. Esa cortesía terminó justo cuando se cerraron las puertas y atrayéndome hacia él, me cogió de la cintura diciendo:
-¿Cuántas pajas te has hecho en mi honor?
-¡Ninguna!- cabreada exclamé.
Mi respuesta lejos de molestarle, exacerbó sus ánimos y abriéndome la camisa, sacó uno de mis pechos mientras me decía:
-No te creo.
Su cara de recochineo no menguó al escuchar mis protestas y regodeándose en humillarme, comenzó a mamar de esa teta sin importar que no estuviera dispuesta. Durante ocho largos pisos, ese tipejo me manoseó por entero hasta que al parar el ascensor, soltando una carcajada, me soltó:
-Mañana, sin bragas.

La seguridad de sus palabras me destanteó y llorando a moco tendido, busqué la seguridad de mis sabanas porque supe que aunque mi mente me aconsejara desobedecer, el resto de las células de mi cuerpo me pedían lo contrario.

La calentura que atenazaba todo mi ser, me llevó a creer una buena paja era lo que necesitaba y por eso con esmero, preparé el escenario. Para ello, llené la bañera con agua caliente, cogí un libro y al más fiel de mis amantes, un patito rosa que también era un suave vibrador y con esos tres elementos juntos, me sumergí en la lectura.
Si os he de ser sincera, ni siquiera recuerdo el libro solo sé que letra a letra, palabra a palabra me fui imbuyendo en la historia mientras mi “amiguito” se dedicaba a hacer carantoñas sobre mi coño. La dulzura de sus caricias sumado al calor de la espuma lentamente incrementaron mi deseo y cerrando los ojos me imaginé que yo era la heroína de la novela. 
No tardé en verme en los brazos del  apuesto príncipe. Todo iba genial hasta que sus enormes bíceps me hicieron recordar los de mi “simpático” vecino y a partir de ahí, su cara sustituyó a la del protagonista y nuevamente deseé con fiereza que me hiciera suya.  Usando el pico de mi inanimado amante busqué su consuelo con un ardor hasta entonces desconocido pero desgraciadamente su pequeño tamaño, aunque consiguió que me corriera un par de veces, me dejó totalmente frustrada y por eso en mitad de mi locura, hice algo de lo que me arrepentiré toda la vida.

 

Sin secarme el pelo, me puse un albornoz y descalza, fui a tocar a la puerta del que me traía tan excitada. José abrió la puerta y con su típica sonrisa autosuficiente, me preguntó que deseaba. Mi respuesta no pudo ser más elocuente, dejando caer mi bata me quedé desnuda frente a él. Comprendió a la primera mis intenciones y tirando de mi brazo me metió en su piso.
-Me siento sola- dije entre sollozos reconociendo mi claudicación.
Al oír mi confesión, me besó. Y lo que en un inicio fue un beso suave se tornó en posesivo. Necesitada de sus caricias, empecé a desnudarle. Su ropa cayó al suelo sin que José expresara ni aceptación ni rechazo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. Asustada por la posibilidad de que me echara, llorando le rogué:
-Necesito que me folles.
Azuzado por mi urgencia, me cogió en brazos y me llevó hasta el comedor. Al sentir que me depositaba en la mesa, agarré su pene con mis manos y lo coloqué a la entrada de mi sexo. Muerto de risa, mi vecino se entretuvo jugando con los pliegues de mi coño mientras yo intentaba que me penetrara de una puta vez.
-Tranquila- me espetó satisfecho por el poder que ejercía sobre mí.
Reconozco que su renuencia me estaba volviendo loca y por eso acomodando mis caderas, busqué forzar su contacto pero él reteniéndome llevó sus manos hasta mis pechos diciendo:
-Estás demasiado bruta… mejor lo dejamos para otro día.
-No- grité descompuesta. La mera perspectiva de volver a mi casa sin haber conseguido ser suya era demasiado humillante y por eso con lágrimas en los ojos, le pedí: -Por favor, ¡Tómame!

Su respuesta fue física y cogiendo mis pezones entre sus dedos, me los pellizcó saboreando su triunfo. Tras esa ruda caricia, introdujo un par de centímetros de su hermosa verga en mi coñito haciéndome gozar por vez primera de la forma que semejante aparato iba rellenando mi conducto.
-¡Qué maravilla!- chillé anticipando el placer que el moreno me iba a dar.
La humedad de mi cueva le confirmó mi estado y por eso no le extrañó que exigiendo más acción le clavara mis uñas en su espalda mientras me retorcía de placer.  Obviando mis deseos, José siguió tomando lentamente posesión de mi cuerpo y por eso pude experimentar cómo su polla iba abriéndose paso en mi interior.
En un vano intento de acelerar las cosas, le solté  un tortazo. Cabreado por mi golpe, mi odioso vecino sacó su pene  y dándome la vuelta sobre el tablero, me  azotó el trasero diciendo:
-¿Esto es lo que quieres?

 

Fuera de mí, todavía me permití enfrentarme a él:
-No, cabronazo. Castígame lo que quieras pero fóllame ya.
Mi descaro le terminó de enfadar y sin mediar palabra, insertó toda su extensión en mi cueva sin dejar de fustigar su culo con mis manos. El dolor que sentí al ser objeto de tanta violencia, me compensó porque estaba demasiado cachonda que necesitaba sentirme sucia, humillada pero ¡llena!. Mi sumisión afloró su lado oscuro y agarrándome del cuello, empezó a estrangularme. El sentir sus dedos presionando sobre mi garganta me aterrorizó y pateando intenté librarme de su acoso pero José incrementando la fuerza de sus yemas, me inmovilizó.
Asustada por la falta de aire pero a mi modo totalmente verraca, creí que me había orinado al sentir el río que brotando de mi coño recorría mis piernas. Fue entonces cuando como si fuera una llamarada, una corriente eléctrica discurrió por mi cuerpo y de improviso fui presa de un brutal orgasmo. Mi siniestro amante se percató del clímax que estaba experimentando y soltando una carcajada, comenzó a galopar sobre mí alargando una y otra vez mi placer. No contento con ello, usó mis pechos como asas mientras incrementaba la velocidad de su asalto sobre mi anegada cueva.
-No pares- imploré  temiendo que acabara y nunca volviera a disfrutar de él –¡Quiero más!
Sé que mi frase me delató y José queriendo mantener el control abusivo que estaba ejerciendo en mí, sacó su pene de mi interior y dándome nuevamente la vuelta, me soltó:
-Quiero correrme en tu boca.
Olvidándome de todo, me agaché y metiendo mi cara entre sus piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
-Puta, ¡Te he dicho que uses tu boca!
Indefensa ante mi vecino pero ante todo sobre excitada, me dejé de tonterías y lamí su glande. Su gigantesco tamaño despertó mis dudas que me cupiera. José enfadado por mi tardanza, se incorporó y pellizcó con fuerza uno de mis pezones, exigiendo que introdujera su verga en mi boca. No me quedó mas remedio que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras él se jactaba de la sucia sumisa que estaba hecha su vecina. Ninguno de mis antiguos novios me había tratado así pero en vez de escandalizarme ese trato, mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba. Por eso imprimiendo velocidad a mi mamada, quise complacerle por el placer que me estaba regalando.

Usando mi boca como si fuera mi sexo, metí y saqué ese tronco con rapidez hasta que conseguí que ese cabrón se vaciara en mi boca. El sabor de su semen me pareció riquísimo y no queriendo que tuviese ninguna queja,  intenté tragarme toda su eyaculación mientras José se reía. Sus oleadas eran tan brutales que  mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotaba de su interior y por eso al terminar de exprimir su virilidad, con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno,  observé que una vez saciado se levantaba y se empezaba a vestir.

Humillada, le imité y recogiendo mi bata del suelo, me quedé callada. Abriendo la puerta de su casa, me miró y me dijo:
-Mañana, te quiero en el ascensor sin bragas.
Tras lo cual, me echó de su apartamento dejándome sola y medio desnuda en el rellano  de la escalera. Asustada por la fuerza de la atracción que ese maldito ejercía sobre mí, corrí hasta mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar.
-¡Te odio!- grité deseando que me oyera.

 

Mi vida había quedado destrozada por  ese hombre y hundiéndome en la desesperación, comprendí que a partir de esa noche sería un juguete en sus manos y que  a no ser que me suicidara, al día siguiente, a las ocho, estaría esperándole en el portal con mi sexo desnudo deseando ser tomada.
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es

 

Relato erótico: “La gemela 3” (POR JAVIET)

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Hola lectores, voy a continuar relatando las andanzas de mi amigo Paco y su ligue una chica llamada Paula, como recordareis estos dos se conocieron en un local llamado “El bareto” y allí comenzó una relación que ya dura meses, naturalmente el bueno de Paco salía cada vez más con ella y menos con la cuadrilla de amigos, hasta que hace unos días en que discutieron y como vulgarmente se dice, la oveja volvió al redil.

Naturalmente la panda le acogió y le animó a superar su disgusto por el viejo sistema de hacerle beber muchas birras y darle palmaditas entre frases de:

– Ya te lo dijimos, te alejaba de nosotros.

– Era demasiada tía para ti.

– Menuda zorra debía ser, se la veía en la cara.

– Jo tío, si no la vas usar mas, pásanos el teléfono.

Así un largo etcétera en que cada amiguete daba su opinión, esta terapia alcohólica llego a su clímax cuando le hicimos tragar varios “submarinos” de Ron junto con mas birra, un rato después un Paco semidormido empezó a hablar con su voz de borracho, contándonos su historia con Laura con todo lujo de detalles hasta más allá de la hora de cierre del bar en que estábamos, su charla era tan entretenida que aparte del dueño del local y el barman se quedaron más clientes asiduos, haciendo junto a nuestra cuadrilla un circulo de atentos curiosos a la excitante historia que nos contó hasta el amanecer; Ahora tras asimilarla y ordenarla debidamente permitidme que la comparta con todos vosotros.

Unos días después de su primer encuentro en el bar y de follarse mutuamente en el coche, Paco llamó a Laura para ver si quedaban a tomar algo, a lo que la chica accedió encantada pues según dijo le había echado de menos, quedaron para verse el viernes por la tarde y ella le dio su dirección para que pasara a recogerla a casa, pues estaba cuidando a su hermana Lola que tenía una luxación en un tobillo, pero esperaba que para ese día estaría ya repuesta.

Llegado el día, Paco se vistió más elegante de lo normal, pues vería a Laura y por lo que dedujo posiblemente también a su hermana, además no sabía si estarían allí sus padres y quería dar buena imagen (recordemos que Paco es algo feo, de hecho estuvo mamando de su madre hasta los dos años en lugar de tomar el biberón, pues de esa manera ella le veía la coronilla y no la cara, como a un “terribleador” que yo me sé) salió de casa, tomó su coche y en breve llego con ayuda del GPS a casa de Laura situada a las afueras de la ciudad.

Sin salir del coche la llamó por el móvil:

– Hola, Laura ¿qué tal estas?

– ¡hola Paco estoy bien, ya he memorizado tu numero en mi móvil ¿estás bien, vienes ya?

– La verdad es que estoy en la puerta de tu casa, dentro del coche esperándote.

– Pues estoy casi lista pero me falta un poquito, ¿Por qué no entras a buscarme y te presento a mi familia?

– Estoo… me parece algo precipitado, solo nos conocemos de una tarde y…

– No seas tonto, no te van a comer, además a ellos les gustara conocerte estoy segura.

– Está bien, voy para allá.

Colgó el teléfono y salió del coche, dirigiéndose a aquella casita unifamiliar blanca de dos pisos y un pequeño patio, al llegar a la puerta pulsó el timbre y esperó unos segundos a que su chica le abriese la puerta, cuando esta se abrió vio a Laura, con unos 20 añitos de mas, la misma cara con forma de corazón, melena larga de color negro azabache, las tetas más grandes de lo que recordaba bajo un fino vestido amarillo, a través del cual se apreciaban unos pezones pujantes del tamaño de garbanzos, la impresión le dejo mudo y permaneció quieto, observando la silueta de la hembra de estrecha cintura y amplias caderas que la luz, proveniente de una ventana revelaba al pasar desde detrás de ella y a través del fino vestido.

Pili había oído el timbre de la puerta, estaba en la cocina y por tanto era la más cercana a esta, sabía que vendría el chico del otro día a buscar a Laura pues ella se lo había anunciado dos días antes. Recordó que la noche en que su hija le conoció, ella estaba en la cama echando un polvo con su marido Jesús, tras calentarse al sentir a Lola teniendo sexo telefónico con Marcos, estaba a cuatro patas recibiendo gustosa el bien dotado miembro de su marido por el culo, disfrutando de cada arremetida que recibía a través del abierto esfínter y sintiendo cada centímetro de caliente y pulsante verga recorrerla por dentro, cuando sintió la calentura de Laura y supo que estaba teniendo sexo con alguien.

Pili de inmediato y sin dejar de agitar las caderas para mayor disfrute de su macho, cerró los ojos y se concentro en la mente de Laura, hasta que vio lo que ella estaba haciendo, le estaba chupando la verga a un tío y menuda pedazo de tranca que se gastaba el maromo ¡parecía una mortadela! aquello la excito más si cabe, sin dejar de recibir los pollazos de su amado por el conducto anal se llevó tres dedos a su chochete y se los clavo a fondo, seguía con los ojos cerrados pero viendo en su mente como su hija le hacia una mamada fabulosa al desconocido.

Pili incluso sacaba la lengua y creía ayudar a Laura a lamer aquel pedazo de verga, todo esto sin dejar de meterse los dedos en su empapada grieta, mientras recibía los embates de Jesús por su atractivo trasero, cuando el chico de Laura eyaculó en su boca un torrente de semen, Pili sentía en su mente la sensación que tenía su hija saboreándolo, con lo cual prácticamente percibió el sabor ligeramente salado, espeso y cálido de aquel macho mientras aceleraba sus dedos dentro de su chochete en un ir y venir casi salvaje, en su culo Jesús arremetía cada vez mas vigorosamente notándola estremecerse entre gemidos de placer y sacudirse mientras se arqueaba entre grititos corriéndose sin dejar de meterse los dedos en el chochete, hasta que el eyaculo entre jadeos varios chorros potentes y cálidos dentro de ella, provocándola otro fuerte y liberador orgasmo que la hizo quedar derrengada en la cama.

También percibió a medias debido al agotamiento, como la vigorosa herramienta de Paco se follaba a Laura hasta correrse de nuevo, a la vez que su hija y en su interior hasta casi desbordarla, Pili inmediatamente se había propuesto probarlo, no sería la primera vez que probaba a un noviete de alguna de ellas, como había hecho con Marcos cuando este empezó a follarse a Lola, las chicas ya sabían el secreto de su madre, así como que ella podía “ver” lo que ellas veían, aunque ellas podían excitarse entre sí no podían ver lo que veía ella pues Pili sabia bloquearlas cuando quería, su precio por consentirlas ser un poco putitas era que ella debía probar y disfrutar esporádicamente de sus chicos, e incluso las animó a que los compartiesen entre ellas.

Aquello paso cuando cumplieron los 18 años, al principio las costó un poco pero pasado un año llegaron a protagonizar autenticas orgias en su pequeña ciudad natal, ahora que contaban 22 añitos el intercambio de novietes entre ellas les parecía algo normal, además de que los chicos solían estar encantados por el hecho te tirarse a dos gemelas, al llegar a la capital Pili las exigió que no fueran tan promiscuas y se echaran por fin novios formales, aunque podían seguir intercambiándoselos si querían, ellas tras alguna discusión habían finalmente aceptado todas sus condiciones.

Pili quería probar al chico nuevo, saborearlo y ser penetrada por aquel gorda miembro, así que se lo dijo a Jesús el cual acepto su propuesta, pues como imaginareis ya estaba acostumbrado a estas alturas a dejarla que hiciera lo que quisiera, pues de una manera u otra el siempre salía beneficiado con las aventurillas de su mujer.

Nunca habían tocado a sus hijas, pero disfrutaban con sus aventuras sexuales desde el instituto, Pili le contaba lo que hacían y así se calentaban para follar, además aquellas experiencias convertían a la mujer en una ninfómana desbocada, cuando se follaba a un novio o amigo de una de ellas, Jesús pedía una satisfacción y solían ir a un local de intercambio para que el pudiera estar con otras mientras la observaba, ella solo se masturbaba o hacia sexo oral, pues tenía prohibido en esas ocasiones follarse a nadie sin que su marido lo autorizase como venganza por los cuernos, con lo cual ambos salían beneficiados con aquel acuerdo.

Pero ella estaba decidida a probar en persona la mortadela del chico nuevo, con esta idea en la cabeza se había puesto aquel vestido semitransparente, Pili estaba casualmente en la cocina cuando oyó el timbre de la puerta y vio su oportunidad, pues quería impresionar a Paco en su primera visita, así que dijo:

– Llaman a la puerta.

– Ese es Paco seguro, ya voy. –Dijo Laura desde el baño.

– No te preocupes, ya le abro yo, tú acaba de arreglarte.

Pili abrió la puerta y miró a su visitante, el muchacho aparentaba unos 23 ó 25 años, vestía bien y de sport, la ropa de tonos claros hacia resaltar el tono moreno de piscina de sus facciones, de cara no era una belleza pero tampoco era feo, se le veía de aspecto fuerte y musculado, naturalmente y como de pasada le miro el paquete que ya abultaba un poco, debía de gustarle lo que estaba viendo a través del vestido amarillo, le llamo la atención que permaneciera allí quieto mirándola sin decir ni pio y con la boca semiabierta, ella dijo:

– Hola soy Pili la madre de Laura, tú debes de ser Paco.

– Estoo.. si claro, disculpe me he quedado asombrado, es usted clavada a su hija.

– Querrás decir a mis hijas.

– A su hija Laura claro y permítame decirla que son ambas muy guapas.

– Ya veo que mi hija no te ha hablado de su hermana Lola.

– Si me ha hablado de ella ¿Por qué lo dice?

– Porque son gemelas idénticas, ¿no te mencionó ese detalle?

– No me lo dijo, estoy seguro y tampoco dijo que fuera clavadita a su madre e igual de guapa.

– Gracias por el piropo chavalote, se bienvenido y anda, pasa al comedor que te presentare a la familia.

Ella le dejo entrar y le indico hacia dónde ir, Pili caminó tras el mirándole descaradamente el culo mientras se daba un pequeño y lujurioso mordisquito en los labios. Sentado en el sofá viendo la tele estaba un hombre de 50 años, moreno de pelo corto, se notaba que se mantenía en forma, era Jesús el padre, se levanto al verle entrar revelando su estatura de 1´80 y Pili los presentó, se estrecharon la mano y el hizo el gesto de darla a ella un beso en la mejilla, la mujer se lo devolvió aprovechando para darle a Paco ese beso muy cerca de la boca.

Los dos hombres se sentaron a charlar ante la tele, entretanto la mujer fue a por unas cervezas y algo de picar que trajo a la mesa y se unió a la conversación, más bien interrogatorio al que Jesús sometía al “nuevo” afortunadamente unos minutos después volvió a sonar el timbre, Pili fue a abrir la puerta bajo la mirada atenta de los dos conversadores, que como de común acuerdo admiraban sus curvas y su bonito culo, la oyeron saludar a Marcos el novio de Lola, el cual aprovechando que nadie les veía, la dio un suave beso en la boca antes de pasar hacia la sala donde Jesús le presentó a Paco, enseguida el chico de 1´70 de altura se sirvió una cerveza, tenía 23 años cabeza rapada, llevaba una camisa floreada y tenía algo de barriguita, pantalones vaqueros y náuticos a juego, todos se pusieron a charlar mientras esperaban a las chicas y veían la tele.

CONTINUARA…

Bueno amig@s este episodio a sido algo flojillo en tema de sexo, dado que tenía que presentar al resto de personajes, así como perfilar algunos detalles de la historia como son los límites del “don” de las protagonistas, pero prometo compensarlo en el siguiente capítulo cuando las chicas bajen de arreglarse.

Entretanto pasadlo bien y sed felices.

Relato erótico: “Destructo III No hagamos esperar al infierno” (POR VIERI32)

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I. Año 1368

La Luna no era más que una pálida y delgada línea en un cielo negro atiborrado de estrellas. La brisa era fría, pero aquello no aminoró el espíritu de los miles de jinetes que se agolpaban al frente de la capital del reino de Xin, expectantes a la orden de entrar y asaltar el castillo del emperador. Levantaban la mirada y veían, más allá de las altas murallas que protegían la ciudad, cómo grandes volutas de humo ascendían por el aire para dibujar figuras informes en el cielo ennegrecido.

El último bastión del viejo imperio, Ciudad del Jan, una dinastía dominada por soberanos mongoles, pronto caería bajo el fuego y aquella sola imagen encendía los corazones de los guerreros.

El comandante de la legión invasora, Syaoran, cabalgaba al frente de la fila de jinetes. Su armadura lamelar, al igual que el de sus hombres, era de un negro oscuro e intimidante; se retiró el yelmo de penacho rojo y echó un vistazo a la gigantesca muralla. Desde que amaneciera hasta que el sol se ocultara, el sitio había sido férreamente defendido por los vasallos del emperador, con arqueros, lanceros y hasta arrojándoles acero fundido. Ahora no quedaba nadie y tenía la sospecha de que se habían resguardado en el castillo, en el centro mismo de Ciudad de Jan.

La muralla tenía al menos diez hombres de altura y rodeaba por completo la capital, una suerte de anillo de apariencia infranqueable; pero una súbita ola de orgullo lo invadió al reconocer que pronto rendiría frutos su estrategia de enviar infiltrados que escalasen las murallas en tanto atacaban con catapultas.

Pronto, pensó, las puertas se abrirían y pondrían fin a la dinastía mongola.

Luego se giró sobre su montura y vio a su ejército expectante. Eran casi diez mil hombres. Se impresionó al comprobar la disciplina de sus exhaustos guerreros ordenados en largas columnas que se extendían por las llanuras; los más alejados parecían más bien manchas sobre la hierba plateada.

El agua y la comida habían escaseado durante los últimos días de su viaje, pero con la toma de la ciudad vendría un festín. Recordó cómo los mongoles solían no solo llevarse las provisiones sino también a las mujeres antes de arrasar las ciudades xin; meneó la cabeza para quitarse los recuerdos amargos, por más que tuviera sus ansias de venganza, daría muestras de civilización a su enemigo… si es que decidían rendirse.

La gigantesca puerta principal chirrió y un par de golpes se oyeron desde adentro. Cuando un grupo de infiltrados consiguieron abrirla de par en par, otros sostenían de los brazos a un asustado hombre vestido con un deel azulado cruzado por una faja dorada. Luego de postrarse en el suelo, se presentó como un enviado diplomático de parte del emperador; esperaba pactar un cese a las hostilidades. Había mujeres y niños en Ciudad del Jan.

El comandante se mantuvo inmutable y esperó un tiempo antes de pronunciarse. Podría hacer caso omiso a las súplicas y dirigir a su ejército para adentrarse en las angostas calles de la ciudad, aplastando al enviado bajo las líneas de jinetes, pero Syaoran lo sorprendió.

—Hemos venido por la cabeza de vuestro emperador. Puedes decirles a las mujeres de la ciudad que estarán a salvo, a menos que yo encuentre una muy bonita.

El enviado dio un respingo al oír aquello y se estremeció al imaginar cómo Toghon Temur, el emperador mongol, era ejecutado por aquellos “salvajes y piojosos rebeldes”. Intentó convencerlo de que desistiera, pero el comandante volvió a interceder.

—Los hombres de tu emperador han luchado bien. Si se rinden, les perdonaré la vida.

—¿Y perdonar la vida de mi emperador? ¿No es más importante tenerlo vivo para que predique vuestra victoria por todo el reino?

—No solté la teta ayer. No dejaré que reúna fuerzas en otras tierras — Syaoran se inclinó sobre su montura y fijó su mirada en el aterrorizado diplomático—. Su cuello probará el acero de mi sable. Hemos venido hasta aquí como una rebelión del pueblo xin y pretendemos irnos como una nueva dinastía. Solo lo conseguiremos cuando ate su cabeza en la grupa de mi caballo y la presente a mi señor.

El enviado tragó saliva; no había forma de convencerlo.

—Me temo que mi emperador no se rendirá y peleará hasta el último de sus hombres.

Syaoran levantó su arma, cuya hoja refulgía bajo la luna como una línea luminosa.

—¡Wu huang wangsui!

Sus guerreros rugieron eufóricos al escuchar el grito de guerra xin. “¡Diez mil años para el nuevo emperador!”; tanto él como la caballería galopó rumbo la ciudad, elevando al aire gritos de júbilo. El diplomático se lanzó hacia un lado para evitar ser pisoteado.

Tras el comandante iban cabalgando los portaestandartes, elevando al aire las banderas de colores dorado y carmesí del nuevo orden xin. Eran llamativos los penachos rojos agitándose sobre sus yelmos; como una ola de fuego que flameaba en las calles; después de todo, eran conocido como el ejército del Turbante Rojo.

Las angostas calles se encontraban despobladas y los ciudadanos se habían resguardado en sus hogares, apenas asomándose por las ventanas para ver aquellos estandartes agitándose. Ya no había guardias mongoles defendiendo la ciudad y por un momento los rugidos de los guerreros superaron el golpear de las herraduras contra el empedrado.

El castillo del emperador estaba erigido sobre un terreno elevado, protegido por murallas. A su alrededor se extendían gigantescos jardines, aunque en algunas zonas el fuego crepitaba. No había señal de sus vasallos a la vista. El comandante levantó el puño para que los que lo seguían detuvieran a sus caballos; los demás imitaron el gesto para que la orden recorriera toda la caballería. Había que recuperar el aliento; al frente estaba el castillo y la imagen del mismo también siendo invadido por el fuego les volvió a inyectar de confianza.

—¡Mensajeros! —gritó.

Los guerreros esperaban con ansias la orden de abalanzarse para cortar la cabeza del emperador. Aproximadamente eran seiscientos los pasos que los separaban del castillo y aunque la victoria pareciera estar al caer, aún había toda una fortaleza en la que adentrarse y en donde probablemente se resguardaban los últimos de los vasallos. Se erigía altísima y arriba asomaban contados arqueros. Pero los jinetes xin estaban imbuidos de valor; tamborileaban sus lanzas, contaban sus flechas antes de guardarlas de nuevo en su carcaj, sacudían sus hombros para que el frío no entumeciera los músculos.

Los mensajeros se habían abierto paso entre los jinetes y avisaron al comandante acerca del imprevisto contratiempo: las catapultas debían ser desarmadas para atravesar las calles, y ahora avanzaban lentas a través de Ciudad de Jan.

El comandante gruñó. De todas formas, ya tenía el castillo rodeado y el emperador no escaparía.

—Montad un puesto de guardia. Atacaremos al amanecer.

Un guerrero frunció el ceño y tensó las riendas de su caballo. No tenía muchas nociones sobre la milicia, pero sabía que había una disposición de hombres con rangos y que, tal vez, lo mejor sería quedarse callado.

No obstante, tragó saliva y se armó de valor.

—Solo quedan arqueros defendiendo el lugar —dijo con voz firme, y algunos jinetes giraron la cabeza para verlo—. Podemos embestir mientras nuestros propios arqueros nos cubren.

El comandante fulminó con la mirada al joven. Había campesinos entre sus soldados y lo sabía; no todos estaban educados como debieran. Pero necesitaban de activos de guerra y en la nueva dinastía que pretendía alzarse no escatimaron en detalles. Si sabían levantar picas, iban al frente. Si sabían montar caballos, los entrenarían rápidamente en el arte de disparar desde sus monturas.

Lo vio detenidamente. Se veía fuerte y en su rostro había sangre seca desperdigada, prueba de que había participado en las batallas. Su sable, sujetado por el fajín de su armadura, también estaba teñida de rojo. “Pero es un campesino”, concluyó el comandante. Lo miró a los ojos; los tenía de color miel, de un amarillo tan luminoso que parecía un lobo.

—¿Cómo te llamas?

El guerrero sonrió, revelando dientes ensangrentados.

—Wezen.

—Al amanecer vendrán las catapultas para abrirnos el camino. Y cuando lleguen, mandaré a que te azoten la espalda hasta que aprendas a respetar a tus superiores.

Carcajadas poblaron el lugar. En cambio, los labios de Wezen se convirtieron en una delgada línea en su rostro pálido. Quién querría varazos. Mujeres, flores y vino de arroz, eso era lo que debían esperarlo luego de la victoria, pensó.

—Tienes valor, soldado —continuó el comandante—. ¿De dónde eres?

—Tangut —dijo; inmediatamente se corrigió—. De los reinos Xi Xia.

Syaoran enarcó una ceja. Se trataba una ciudad del reino Xin, ya inexistente, avasallada y destruida por los antepasados del emperador mongol. Entonces entendió los motivos del joven de seguir el asedio. Cómo no comprenderlo si él mismo también se movía por deseos de revancha. Desenvainó su sable que refulgía bajo la Luna y apuntó al extenso jardín del castillo, en una gran zona que aún no había sido alcanzada por el fuego, y luego miró al atrevido guerrero.

—¿Sabrás marcar el terreno para las catapultas?

—Claro que sí.

Un jinete dio un coscorrón fuerte al yelmo de Wezen. Este se giró y notó que su amigo, Zhao, estaba allí, con la armadura también empañada de sangre además de una mirada fulminante. En la caballería el trato era completamente distinto al que Wezen acostumbraba en las campiñas.

—Quiero decir… ¡S-sí, comandante!

Syaoran cerró los ojos, tratando de apaciguar su ira. La paciencia no era una de sus dotes, pero cómo iba a perder los estribos cuando la victoria ya estaba saboreándose. Cuando los abrió, calmo, asintió al joven.

Wezen hinchó el pecho, orgulloso. Ignoró los repentinos latidos frenéticos de su corazón y espoleó su montura, abriéndose paso entre los jinetes y adentrándose en los jardines, todo un terreno peligroso en el que podría ser víctima de los flechazos enemigos.

Los arqueros a lo alto del muro tensaron sus cuerdas y lanzaron al menos una decena de flechas al jinete que se acercaba. Las saetas apenas eran visibles debido a la oscuridad de la noche, pero los silbidos eran inconfundibles. Wezen se inclinó hacia adelante y elevó su escudo para protegerse, pero de reojo notó que las saetas se clavaban mucho más delante de él. Entonces supo que las flechas tenían un límite de distancia y él aún podía avanzar más; lo que fuera para marcar la línea donde las catapultas pudieran ser instaladas sin temer a los arqueros.

“No lo conseguirá”, pensó más de uno. “Lo mandó a una muerte segura”, sonrió otro. Su amigo, en cambio, apretaba los dientes. Se inclinó sobre su montura como un halcón que desea levantar vuelo, cuánto deseaba romper fila para acompañarlo. Vino a su mente la hermana de Wezen y apretó los puños. Cómo ese necio se atrevía a hacerlo, pensó; arriesgar su promesa de volver de una pieza. “Sobrevive”, susurró para sí. “Por Xue”.

El caballo relinchó al recibir un flechazo en el muslo y Wezen se giró sobre la montura; había llegado al límite, allí donde los arcos enemigos podían hacerle daño. Alargó el brazo y, torciendo la saeta, se la retiró de la pierna del animal. Volvió a galope tendido mientras se hacía con la lanza que colgaba en su espalda, sujeta por correas.

Marcó un tajo al suelo.

Zhao, a lo lejos, cerró los ojos y suspiró entre el murmullo aprobativo de los guerreros. Su amigo lo había conseguido.

Wezen detuvo al animal para apaciguarlo. Miró la fortaleza, allá a lo lejos, allá a lo alto, a los arqueros. Cuánto había deseado y soñado ese momento. Casi un siglo de sometimiento extranjero sobre el reino Xin terminaría esa noche y, sobre todo, las heridas provocadas a su familia tendrían venganza.

Bajó de su caballo y se plantó firme sobre la línea que había marcado. De la grupa del animal descosió los emblemas dorado y carmesí de la nueva dinastía. A lo lejos, su comandante apretaba los dientes pensando en que debería doblar la dosis de varazos cuando llegara al amanecer.

El guerrero enlazó los emblemas en la base de su lanza. Levantó el arma sobre su cabeza, haciéndola girar, y los pedazos de tela flamearon al viento. Revelándoles los dientes de su sonrisa, clavó la punta de la lanza en el suelo marcado.

—¡Oíd, perros! ¡Diez mil años para el nuevo emperador!

Enervados, los enemigos lanzaron una descarga incontable de flechas, pero ninguna alcanzó a Wezen. Tras él, todos los jinetes estallaron en gritos de júbilo mientras más saetas surcaban los cielos para clavarse en el suelo, pero lejos del confianzudo guerrero.

Wezen se giró para ver a sus camaradas. Volvió a gritar, levantando el puño al aire, pero era ensordecedor el sonido de victoria que atronaba la ciudad, así como las flechas cortando el aire, que ni él mismo se pudo oír.

Cuando montó de nuevo, se presentó ante su comandante. El griterío era imparable y el joven tenía la culpa de ello. Tuvo que alzar la voz para que su superior, cruzado de brazos, le oyera.

—¿Lo de los varazos sigue en pie, comandante?

—¿Qué varazos? Hoy comienza una nueva dinastía, Wezen. Preséntate en mi tienda para el mediodía.

El guerrero asintió. Observó de nuevo para ver aquel castillo. Cuando llegaran las catapultas todo aquello estaría convertido en un montón de escombros pedregosos. Y él era parte de ese hito.

“Una nueva dinastía”, pensó. Acarició a su animal, que apenas podía mantenerse tranquilo, tal vez por el griterío, tal vez por la herida. “Hoy comienza una nueva historia”.

II. Año 2332

Varias hembras aladas paseaban por un campo amplio de color del barro, aunque en diversas secciones ya asomaban brotes verdes y zonas floreadas. Con rastrillos, palas y escardillos en mano, las floricultoras de la legión de ángeles trabajaban el terreno que en un futuro sería la Floresta del Sol, un nuevo jardín de ocio de los Campos Elíseos, ubicado en las afueras de Paraisópolis.

Destacaba en el centro del terreno una hembra de alas finas, larga cabellera ensortijada y cobriza, además de unos llamativos ojos atigrados. Clavó una pala en el suelo y se frotó la frente sudorosa. Ondina, la líder de las jardineras, se encontraba cansada y con la túnica sucia de barro, pero sonrió al tener una panorámica del lugar; poco a poco el campo de tierra iba quedando hermoseado tras intensos días de trabajo.

Era una Virtud, rango angelical destinado a la protección de la naturaleza y fuertemente relacionadas a las flores. Solo esperaba que la reciente declaración de guerra contra el Segador no trajera ninguna batalla allí y destruyera el campo. Se estremecía solo de pensarlo.

Spica, otra Virtud, llegó para interrumpir sus cavilaciones. Tan sucia y cansada como ella, tiró su rastrillo al suelo y levantó tanto alas como manos al aire.

—¡Libre por hoy! —chilló—. Hablé con las otras y nos iremos al lago. ¿Te vienes?

Ondina meneó la cabeza.

—Tengo un asunto pendiente.

Y desclavó la pala de la tierra para seguir trabajando. Spica sospechó cuál era el asunto, por lo que fue inevitable sonreír por lo bajo, mordiéndose la punta de la lengua.

—Asunto… ¿pendiente?

Ondina frunció el ceño.

—Eso he dicho. ¿Qué te pasa?

—Nada. Pues no te tardes. Te estaré guardando un espacio en el lago.

—Antes de irte, ¿me traes unas bolsas de semillas? —agarró las bolsillas de cuero que pendían de su cinturón—. Ya se me están acabando.

Spica sonrió con los labios apretados. Las semillas estaban en la otra punta de la floresta, en la caseta de herramientas que habían construido. Estaba cansada y ya ni quería usar sus alas. Además, el sol aún golpeaba con fuerza y un baño en el lago era lo único que se priorizaba en su mente.

—¿No podrías continuar mañana?

Ondina la fulminó con la mirada.

—No.

—¡Ah! —Spica dio un respingo—. Está bien. Tú mandas …

Se giró en búsqueda de las “condenadas semillas”, como las pensó. Por más que fueran del mismo rango era notoria la dedicación de Ondina, no por nada era considerada la líder de las Virtudes. El jardín y su mantenimiento eran su vida y dedicación hasta un punto, según sus subordinadas, desmedido. “Algún día tiene que darse un respiro, por los dioses”, se quejó Spica, rascándose la frente. “Y a nosotras también”.

Poco a poco, ángel tras ángel, Ondina se había convertido en la única Virtud presente en medio del terreno que poco a poco se teñía por una luz ocre propia del atardecer. Cerró los ojos e imaginó el mismo campo ahora repleto de flores coloridas y paseos de árboles erigiéndose para todos lados. Levantó una mano al aire y casi pudo sentir esos pétalos imaginarios flotando en el aire y colándose entre sus dedos.

Un ángel descendió tras Ondina sin que esta se percatara de su presencia, absorta en sus imaginaciones como estaba. El arquero Próxima era fácilmente reconocible por las plumas de puntas rojizas de sus alas, además de llevar su arco cruzado en la espalda. Se lo retiró y lo lanzó a un lado, agarrando de paso el rastrillo que Spica había echado.

Empezó a trabajar la tierra, silbando una canción que solía escuchar en las noches del coro.

Ondina dio un respingo cuando lo oyó. Se giró para verlo y habló en tono quejumbroso.

—¡Ah! Tú. Deberías saludar, ¿no te enseña la Serafín los buenos modales?

—Intenté venir temprano —se excusó el arquero—. Pero me temo que tuve que quedarme para discutir los pormenores de mi misión. Lo siento, Ondina.

Pero Ondina hizo caso omiso a las disculpas. Frunció el ceño y continuó con su labor.

—¿Cuándo te marchas?

—Mañana al amanecer.

—Deberías prepararte entonces. Pierdes el tiempo aquí.

—Me gusta ayudar en la jardinería —se acercó a la Virtud y llevó sus dedos a la cintura femenina, deslizándolos por la tela de la túnica hasta que se introdujeron dentro de una de las bolsillas que pendían del cinturón—. Es relajante.

Ondina se estremeció al sentirlo, pero lo disimuló como pudo. Próxima sacó unas semillas y las desperdigó sobre la tierra.

—Cuida dónde pones esos dedos —amenazó altiva.

—Y me gusta estar contigo —asintió, volviendo a pasar el rastrillo.

Aquello fue un golpe bajo para la hembra. A ella también le agradaba su presencia. Más de lo que hubiera deseado. Apretujó sus labios y torció las puntas de sus alas porque ya no podía sostener su acto. Estaba preocupada. Todo el día lo estuvo. Abrazó la pala contra sus pechos y se giró para verlo.

—Si tanto te gusta estar a mi lado —ladeó el rostro, incapaz de mirarlo a los ojos—. ¿Por qué tienes que alejarte? Quédate. Dile a la Serafín que no deseas esa misión.

—Y si me quedo —sonrió el arquero, llevando la pala sobre uno de sus hombros, señalándose el pecho con el pulgar—. ¿Quién salvará los Campos Elíseos de las garras del Inframundo?

—¡Hmm! —gruñó ella—. ¿Ahora te crees un gran héroe? Que no se te suban los humos a la cabeza, los espectros del Inframundo no perdonan.

Había advertencia en sus palabras, una clara preocupación en su tono. La hembra se fijó en Próxima, pero este ahora echaba un vistazo a los alrededores, escabulléndose de las reprimendas y advertencias.

—Por los dioses —suspiró Próxima—. Este lugar es horrible.

—¡Ah!

—Pero lo conseguirás —asintió. Y luego se fijó en ella—. Siempre lo consigues.

—¿Quiénes irán contigo?

—Uno es Pólux. El otro…

—¿Pólux? —la hembra arrugó la nariz—. ¿Por qué no enviarán a otro guerrero como tú? El Inframundo es un lugar peligroso, ¿y deciden enviar a un bibliotecario? Un ángel gordo y perezoso, además.

Próxima rio. Tenía razón, Pólux podría ser de todo menos un guerrero. Aun así, lo defendió.

—Pólux será un gran aliado. Pero es cierto que yo preferiría tener de compañía a cierta Virtud, es la más hermosa que han visto mis ojos, no sé si la habrás visto por aquí —y al oír las palabras, las mejillas de la hembra ardieron—. Pero, a falta de ti, creo que el ángel más sabio de la legión será un gran compañero de viajes.

Ondina calló incapaz de librarse del sonrojo. Próxima siempre fue bueno con las palabras. Volvió a trabajar la tierra, pero esta vez el arquero se acercó no para meter la mano en las bolsas de semilla, sino para abrazarla por detrás y buscar consolarla.

—Te preocupas demasiado, Ondina.

—¿Lo hago? Es una misión suicida. Si la Serafín tanto desea hacerlo, ¿por qué no va ella?

—Es la líder ahora. Tiene asuntos más importantes.

—¿Y yo? ¿Acaso no tengo importancia alguna para ti?

Cayó un beso en el cuello de la hembra que hizo que por dentro su cabeza diera vueltas y vueltas. Siempre era avasallante sentir el tacto del amante; para seres como los ángeles a quienes se les había negado y arrancado esos placeres del cuerpo todo era vivido con más intensidad.

—Lo hago por ti.

—No —Ondina meneó la cabeza—. Lo haces por la legión. Yo entiendo. ¡Pero…! Llámame egoísta si quieres, deseo que te quedes —torció las puntas de sus alas cuando su amante la mordisqueó—. ¡Ah! ¡Próxima!…

El guerrero la tomó de la mano y levantó vuelo, aunque la hembra no deseaba volar ni apartarse de la tierra que trabajaba. Pero había un riachuelo en las inmediaciones y la llevaría a trompicones si fuera necesario.

—¡Aún tengo trabajo que hacer! —protestó la Virtud, tirando de la mano, pero el arquero no la soltaría fácilmente.

—La Floresta puede esperar. Yo no.

—¡Hmm! —gruñó, dejándose llevar.

El agua del río les llegaba por encima de la cintura, empapando sus túnicas y adhiriéndolas en el cuerpo; arriba, la luna arrojaba un destello plateado sobre el agua de modo que los amantes no perdían el detalle del otro. Ondina desnudó al guerrero, quien se giró para darle la espalda. La hembra deseaba tocarlo, aunque se contuvo porque aún no era el momento, además tenía la manía de arañarlo si esta se excitaba en exceso; meneó la cabeza para apartar el deseo carnal y empezó a lavar las alas del arquero.

Próxima quiso girarse para verla a los ojos, pero ella lo sujetó para limpiarle el barro de las plumas.

—Quieto. Y cuéntame, ¿es verdad lo que cuentan de Curasán y Celes? —la hembra encorvó las alas, había oído los rumores de parte de sus pupilas, pero quería confirmarlo con un testigo como Próxima—. Tú los has visto, ¿no es así?

—Fue una sorpresa —asintió, recordando la noche que la Querubín huyó de los Campos Elíseos—. Se tomaron de la mano delante de la luna. Frente a todos los guerreros. Los guardianes de la Querubín son amantes.

—¿Y cómo reaccionaron los demás? —preguntó curiosa, aunque realmente quería saber qué dirían “los demás” si se enterasen que la Virtud y el arquero también eran pareja.

Próxima se giró y la tomó de las manos, imitando a Curasán y Celes.

—No sabría decirte. No me fijé en la reacción de los otros. Pero, ¿cómo te sientes tú ahora mismo?

La hembra sonrió con los labios apretados. Se sentía bien, demasiado bien. La sangre hervía y las hormigas inexistentes poblaban su vientre. Claro que, para su pesar, la culpa por hacer algo prohibido siempre asomaba.

Miró hacia la orilla, allí donde varias flores crecían entre los hierbajos. Levantó su mano y, con un movimiento grácil de dedos, dichas flores empezaron a elevarse y dirigirse al río, desafiando la corriente de aire y la propia gravedad. Revoloteaban entre la pareja; era un espectáculo colorido que hechizó al arquero.

Ondina reía y cogió al vuelo varios pétalos.

—Estas servirán —asintió divertida.

—Estaría bien aprender eso —dijo Próxima moviendo torpemente los dedos, como esperando levantar las flores.

—¡Bueno! Y a mí me gustaría invocar rastrillos y palas, como cuando vosotros los guerreros invocáis vuestras armas. Pero eres un ángel guerrero y yo una Virtud. La guerra no es lo mío y la naturaleza no es lo tuyo.

Formó una pulsera de pétalos y la cerró en la muñeca de su amante.

—No te pediré que me prometas que volverás. Yo sé. Volverás a mí, guerrero.

—¿Segura? Tal vez me agrade el Inframundo y decida asentarme. Es decir, ¿qué me espera a mi vuelta?

Corrían los ángeles desnudos sobre la hierba de los Campos Elíseos, perdidos en la oscuridad plateada por la luna que ahora asomaba tímida tras las nubes, única testigo de la unión clandestina de los amantes. Ondina se abalanzó sobre Próxima, abrazándolo con brazos, alas y piernas, uniendo sus labios con fruición; el tacto era desinhibido; la mente apenas sabía cómo moverse, cómo actuar, pero era como si el cuerpo se activara y tomara las riendas de la situación.

Una larga estela de pétalos los persiguió desde el lago y danzaba alrededor de los amantes. A Ondina le hacía gracia cómo Próxima las miraba con recelo, como si fueran espías; no lo tranquilizaba por más que se gastara con explicaciones de que las flores la seguían a ella porque era su guardiana y cuando esta experimentaba felicidad, toda la flora respondía a su manera.

El guerrero, entorpecido por tener a Ondina atenazándolo, cayó tropezado sobre la hierba. Ella reía, pero al arquero le sonrojó aquello; uno de los ángeles más letales de los Campos Elíseos tropezándose por los prados tal querubín. Hizo acopio para olvidarse de los pétalos espías y, mientras la Virtud se acomodaba sobre él, palpó suavemente aquellos pechos orgullosos por donde algunas gotas de agua trazaban caminos.

Acercó sus labios y degustó los pezones con delicadeza porque había aprendido con el tiempo que Ondina no toleraba la brusquedad. La lengua dibujaba círculos alrededor de la aureola y luego incitaba al pezón a despertar. Cerró los ojos y se deleitó de los gemidos de su pareja.

La jardinera intentaba ofrecer los pechos, empujándose contra su amante, pero a la vez su espalda se arqueaba cuando los dedos del arquero se recreaban en las redondeces de su trasero; sus alas se torcían de placer y sus manos empuñaban la hierba debido a la intensidad con la que vivía todo.

Cuando unieron los cuerpos todo se les volvió más intenso. Se preguntaron para sí mismos, como otras tantas veces, si realmente tenía sentido que los dioses les prohibieran aquello. Esa estrechez húmeda que abrigaba el sexo del varón, esa plenitud, el sentirse llena y unida, que vivía ella dentro de sí cada vez que la penetraba. En ese instante que todo se desbordaba en un intenso orgasmo no cabía dudas de por qué Lucifer se reveló en los inicios de los tiempos. Más que deseos de libertad, tal vez, pensaban los amantes, el ángel caído habría experimentado el amor y con ello despertó el deseo del cuerpo.

Exhausta, Ondina se arrimó sobre el arquero.

—Volveré —dijo él, enredando los dedos entre la cabellera mojada de su amante—. Y cuando regrese, te tomaré de la mano frente a todos.

—Nos colgarán —rio Ondina—. A ver qué cara pondrá Irisiel cuando vea a su estudiante predilecto unido a una jardinera…

—Pues a mí me gustaría ver la cara que pondrá Spica —y la hembra carcajeó por el comentario al imaginar a su mejor amiga boquiabierta.

—Y pasearemos de la mano por la Floresta del Sol —Ondina asintió—. Yo misma haré un sendero de tierra rodeado de árboles y flores. Para los dos. Para más ángeles amantes.

Próxima cerró los ojos e imaginó todo aquello. En su mente los caminos de tierra serpenteaban por la floresta y cientos de parejas recorrían sus senderos entre el revoloteo de plumas y hojas de los más variopintos colores. Sonrió al entender, por fin, por qué Ondina ponía tanto empeño en trabajar el jardín.

—Ya veo. Entonces me apresuraré en volver.

Pólux bajó por las escaleras de la Gran Biblioteca conforme su rostro se torcía por la fuerte luz del sol. De una peculiar calvicie y una prominente barriga que demostraba su excesivo gusto por la bebida, el sabio ángel de rango Potestad levantó la mano e invocó su libro de apuntes, todo un grueso compendio de conocimientos adquiridos a través de los siglos.

Creados por los dioses para proteger los conocimientos, la Potestad usó el libro invocado para taparse los ojos del sol.

Se ajustó el fajín de su túnica y echó la mirada para atrás; definitivamente, pensó, extrañaría su lugar de trabajo; a saber cuánto tiempo estaría afuera en la misión que le había encomendado la Serafín Irisiel. Pero a la vez lo deseaba; salir de aquella suerte de claustro, de aquel gigantesco salón repleto de estanterías y libros varios que los ángeles de la legión utilizaban ya sea para adquirir sabiduría o como simple pasatiempo.

Si bien viajar al Inframundo no era precisamente una idea que le causara tranquilidad, se hacía inevitable sentir algo de orgullo al haber sido encomendado con semejante misión en unas tierras cuyo paso para los ángeles estaba prohibido.

Aprovecharía para recabar toda información acerca de aquel temible lugar, asintió decidido.

—¡Maestro!

Un grupo de Potestades salió de la Gran Biblioteca. Destacaba Naos por su aspecto larguirucho y su rostro de facciones igualmente alargadas; se trataba de uno de sus subordinados más fieles. Si bien todos compartían el mismo rango angelical que Pólux, era inevitable para ellos referirse a este como su superior; fue idea de él la de crear la Gran Biblioteca en los inicios de los tiempos, en medio mismo de la ciudadela de Paraisópolis.

—Me temo que estaré fuera por unos días —dijo Pólux.

—Lo sabemos, Maestro —Naos se acercó con un objeto en las manos, enrollado por una tela blanca.

—¿Y esto?

Se lo entregó y el maestro descubrió la tela para revelar el regalo. Pólux silbó largamente mientras torcía las puntas de sus alas.

—Es del viñedo de Spica —Naos esbozó una gran sonrisa—. Es un encargo especial.

Pólux miró para ambos lados de la calle. Había un montón de ángeles yendo y viniendo por las calles de Paraisópolis, pero no les prestaban atención. Mejor así. Su fama de ángel bebedor no era desconocida en los Campos Elíseos, pero deseaba mantener cierta privacidad. Agarró la botella de vino y la ocultó tras su fajín.

—¿Encargo especial? ¿Acaso ya lo sabéis? —preguntó Pólux.

—Los rumores corren rápido, Maestro.

—Hmm —asintió Pólux—. Mantened la biblioteca ordenada durante mi ausencia.

—Pero hay algo que me tiene curioso, Maestro —dijo otra Potestad—. Si se topa con un espectro del Inframundo, ¿acaso va a darle librazos a la cabeza hasta que muera?

Sus estudiantes carcajearon estruendosamente, aunque Pólux se estremeció de imaginarse haciendo algo como aquello.

—Si sucede lo peor, me temo que tendré que hacer un gran sacrificio y reventarle la botella de vino en la cabeza.

Más de un ángel detuvo su rutina y miró a ese grupo de sabias Potestades riendo sonoramente en la entrada a la Gran Biblioteca. Era usual verlos siempre de buen humor y tratarse con camaradería.

—De todos los ángeles de la legión, usted es el menos adecuado para esta misión, Maestro.

Ahora las risas fueron menos pronunciadas porque era una verdad incómoda. Las Potestades no estaban hechas para la batalla. Pólux ni siquiera sabía manejar un arma, tal vez una daga, como mucho, pero desde luego insuficiente para una misión al Inframundo.

—Estarás bien resguardado, eso sí —dijo uno—. Tu compañero es nada más y nada menos que Próxima.

Ahora todos asentían entre murmullos. Probablemente, luego de los Serafines, Próxima era uno de los guerreros más respetados de los Campos Elíseos. El alumno más audaz de la Serafín Irisiel era una excelente garantía de seguridad para una misión tan peligrosa.

—Pero tu otro compañero —Naos frunció el ceño—, no me inspira mucha confianza…

—No seas agorero —interrumpió Pólux—. No puede ser tan malo. Si Irisiel lo eligió, tendrá sus razones.

—La Serafín puede equivocarse —devolvió Naos—. Ya ves. Te eligió a ti.

De nuevo los estruendos de las carcajadas rebotaban por las callejuelas. El ambiente de despedida fue grato y entre amigos. Con sendos abrazos se despidieron de Pólux con la esperanza de verlo más temprano que tarde. El robusto ángel se ajustó su fajín y les sonrió, antes de girarse y perderse en las calles de Paraisópolis.

—Pero, realmente —insistió Naos a sus compañeros—. De todos los ángeles que Irisiel podría haber elegido para acompañar a Pólux y Próxima, ¿ha tenido que nombrar justamente a ese?

—No puede ser tan malo —dijo otro—. ¿O sí?

Varias hembras se encontraban apelotonadas en un rincón de la cala del Río Aqueronte, tras unos arbustos. Estaban nerviosas, pero a la vez emocionadas ante lo que contemplaban. Celes y Curasán, los guardianes de la Querubín, charlaban amenamente a orillas del río. Jamás hubieran creído que dos ángeles de la legión pudieran ser pareja, tal y como los mortales lo hacían en el reino humano. Ni bien pudieran, escribirían una canción acerca de aquel romance prohibido. Después de todo, como miembros del coro angelical, no se podía esperar menos. A ellas, todo les inspiraba letras de canciones.

Suspiraron en el preciso momento que Curasán tomó de la mano de Celes. Quién diría que el ángel más torpe de los Campos Elíseos luciera tan galán, iluminado especialmente por un haz de luz del sol mientras el viento mecía su corta cabellera. Sonreía y desde luego afectaba a Celes quien, enrojecida, no sabía dónde mirar.

Enrojecimiento que, súbitamente, invadió a varias de las hembras que espiaban. Una incluso llegó a suspirar mientras torcía las puntas de sus alas.

Curasán elevó la mano de su amante y la besó.

—Esas arpías curiosas —dijo él—. Nos están mirando desde lo lejos, ¿no es así?

Celes se encontraba nerviosa y le costaba concentrarse. Era la segunda vez en toda su vida que demostrara su afecto en público. La primera fue ante la legión de guerreros, pero ahora ante sus amigas más cercanas. Por más que el amor hacia Curasán lo sintiera reconfortante, no podía quitarse el hecho de que, al fin y al cabo, era algo innatural en los ángeles.

—Ah, Curasán —respondió al fin—. No las llames así. Son mis amigas.

—Pues que no espíen.

Celes meneó la cabeza para enfocarse. Había un par de asuntos mucho más importantes. La primera, ella misma debía bajar al reino de los humanos para ir junto a su protegida. Su “pequeña hermana”, como la llamaba. Y lo haría en compañía de las cantantes del coro angelical que aún estaban en los Campos Elíseos, quienes deseaban ir junto a su maestra Zadekiel. Las guiaría el Dominio Sirio, uno de los pocos Dominios al servicio de la Serafín Irisiel.

—Recuerda —dijo Celes, acariciando la mejilla de su amante—. Te estaremos esperando. Eres su guardián. Su hermano. Y tú… tú me perteneces, ¿no es así? —hizo una pausa porque se emocionaba con sus propias palabras—. Prométeme que volverás vivo.

—No podría volver muerto.

Aquello era el otro asunto que la tenía en ascuas. Si bien la Serafín Irisiel los había liberado, ahora los separaría. Celes bajaría al reino de los mortales para cuidar de su protegida, mientras que Curasán tendría una misión peligrosa: adentrarse, junto con otros dos compañeros, en las desconocidas y prohibidas tierras del Inframundo.

Pero él tenía confianza. En sí mismo. En sus dos compañeros: Próxima, el habilidoso arquero, y Pólux, la Potestad más sabia de los Campos Elíseos.

Celes se apartó, ofuscada ante el desenfado con el que se tomaba su amante todo aquello.

—¡Tengo mis razones para preocuparme! ¿Qué será de tu protegida si pereces? ¿Qué será…? ¡Ah! Ríete si quieres, pero, ¿qué será de mí?

—Y de mis otras amantes —Curasán se acarició la barbilla—. Mi muerte traerá mucha desesperanza, ahora que lo pienso.

—¡Necio!

Se abalanzó para abrazarlo. Y su amante correspondió, esta vez le invadió una súbita emoción al percibir en su pecho el llanto ahogado de Celes. Por más que fuera probablemente el más torpe de los Campos Elíseos supo comprender que no había lugar para bromas. Al menos, no en ese preciso instante.

—Volveré —susurró, acariciándole la cabellera—. Y cuando regrese, se lo diremos a Perla.

—Hmm —gruñó suavemente ella, asintiendo conforme hundía más su rostro en el pecho del joven.

—Me pregunto qué dirá…

—Trastabillará palabras por horas, seguro —rio la hembra.

Un ángel plateado descendió en la playa, entre el grupo de las cantoras espías y la pareja de amantes. Las hembras del coro respingaron al reconocer al mismísimo Dominio Sirio, con aquel llamativo y enorme mandoble cruzado en su espalda, y rápidamente se acercaron, unas aleteando, otras dando presurosas zancadas. Pero absolutamente todas miraban curiosas la despedida de los ángeles amantes.

Cuando el ángel plateado notó a todas las hembras tras él, les asintió.

—¿Estáis todas? Es momento —dijo él—. Dependiendo de dónde caigamos, podríamos llegar junto a Zadekiel en cuestión de pocos minutos o cuestión de dos días, como mucho.

Celes se apartó al oírle, pero cuánto deseaba unos segundos más al lado de su pareja. Dos de sus amigas se acercaron y acariciaron sus alas para, lentamente, llevarla de la mano al río Aqueronte. “Ve”, susurró Curasán, animándola. Cuando todas pisaron el agua en la orilla, Celes se giró y reveló sus ojos humedecidos.

—¡Curasán! ¡No lo olvides! Te estaremos esperando.

—No podría olvidarlo, no dejas de repetirlo —se palpó la cintura, buscando algo en su cinturón—. Oye, espera, Celes…

Levantó un papel de lino enrollado y se la lanzó.

—Entrégasela a la enana —le guiñó el ojo—. Y aguántate las ganas, curiosa, es solo para ella.

Sus amigas tomaron de su mano al ver que el Dominio Sirio ya entraba al agua. Al grito de “¡Vamos!”, se adentraron en el río. Tomadas de las manos, todas las hembras desaparecieron entre chillidos y risas, dejando sobre la superficie las espumas informes sobre el agua. Curasán dobló las puntas de sus alas; cuánto deseaba estar en ese grupo, cuánto deseaba ver de nuevo a su protegida y rodearla con sus brazos.

Pero él comprendía que era el guardián. Y como tal, tenía sus responsabilidades.

Silenciosa como una brisa, Irisiel descendió en la orilla, detrás de Curasán que miraba melancólicamente el río. La Serafín lo había visto todo desde la distancia. Era inevitable sentirse, en cierta manera, culpable por estar separando a la pareja de amantes. Pero era lo que tenía que hacerse. No podía dejar que Curasán y Celes dieran el mal ejemplo en la legión e incitaran a los demás ángeles a romper una promesa sagrada de servidumbre exclusivo para los hacedores, por más que estos estuvieran desaparecidos.

—Curasán —dijo apenas; su voz se perdía en el murmullo del viento.

El ángel no se giró para verla. Irisiel apretó los labios; de seguro estaba molesto con ella por ser la causante de la separación.

—Puedes estar todo lo enojado que quieras, pero lo hago porque creo que es lo adecuado para la legión. Y, sobre todo, por el bien de Perla. Porque tú eres uno de los pocos ángeles que puede cumplir con la misión.

No hubo respuesta. Solo el húmedo viento meciendo las alas del joven ángel.

—Pero te prometo —la hembra ladeó el rostro y apretó los dientes—. Te prometo que, si todo sale bien, podrás reunirte con Celes. Si esto es lo que te hace feliz, no me entrometeré. Pero, por favor… ¿Cómo te demuestro que no lo hago por caprichosa? ¡Eres el guardián de Perla, maldita sea, hoy más que nunca necesitas ser su escudo! ¡Háblame al menos!

Curasán lentamente se giró y vio a la Serafín. Sonrió e Irisiel se estremeció. No podía negar que el muchacho tenía su encanto. Era torpe, claro, pero irradiaba un aura que era capaz de tranquilizarla aún pese al clima de guerra que se olía en los Campos Elíseos. Tal vez fue el destino lo que hizo que criara a la Querubín, porque cuando veía sus ojos, veía un poco de Perla. Veía un poco de esperanza. De que todo saldría bien.

“Ojalá”, pensó ella, devolviéndole la sonrisa. “Ojalá muchos fueran como él”.

—Esto… —Curasán achinó los ojos y se limpió los oídos—. ¿Desde cuándo estás ahí?

III. Año 1368

Cuando el sol estaba en lo alto del cielo, cientos de jinetes en formación partieron rumbo al diezmado castillo; las murallas se habían convertido en escombros pedregosos y desnivelados que ya no protegían los salones del emperador mongol. El polvo, acuchillado por haces de luz, había menguado y la visibilidad no era perfecta. Pero los guerreros xin, al ver a sus enemigos, levantaron los sables al aire que refulgían como líneas doradas al sol. Los casquetazos hacían temblar el suelo y pronto se llenó de rugidos de guerra cuando se dio el encontronazo contra los vasallos del derrocado emperador, quienes contaban con una disminuida caballería protegiendo los salones.

Iban y venían los sablazos durante el violento cruce entre las líneas enemigas; gotas de sangre se desparramaban por los aires y caían sobre la hierba del jardín. Wezen se adentró en medio del tumulto, como una lanza en medio del fuego, repartiendo tanto sablazo como podía dar. Recibió un inesperado corte en un hombro, pero el enemigo rápidamente cayó de su montura, con un flechazo atravesándole el yelmo. Wezen giró la cabeza y sonrió al ver a Zhao, arco en ristre, atento a él.

—¡Gracias, Zhao! ¿¡A cuántos mataste ya!?

Zhao no lo escuchó debido al griterío, pero entendió por los movimientos de labios.

—¡Recuerda a Xue!

Wezen tampoco oyó, pero entendió.

—¡Lo hago!

Recibió un martilleo de sable contra su yelmo, de parte de algún enemigo, aunque otros de sus compañeros entraron para embestirlo. A Wezen la cabeza le daba vueltas, pero no era momento de mostrar debilidad. Estaba en medio de una batalla y era hora de reclamar venganza. Espoleó su montura y siguió adentrándose entre los enemigos.

Se agachó al ver venir a uno y atizó un tajo bajo el brazo para que este cayera cercenado. Sintió sangre caer de su frente y saboreó el gusto amargo en sus labios; aquello pareció inyectarle de más vigor y consiguió deshacerse de otro con un rápido sablazo. Escupió un cuajo de sangre en el preciso instante que cortó el cuello de un enemigo más; era un auténtico carnicero y sentía que podría hacerlo durante horas.

Detuvo su montura al haber atravesado las diezmadas líneas enemigas. Vino la repentina quietud. Eso era todo. Al frente tenía las escaleras que daban el acceso a los salones del emperador. Se giró y vio con satisfacción cómo sus compañeros lo seguían y derribaban a cuanto se les atravesara. Los que caían eran rápidamente rematados por las picas para que no volvieran a levantarse.

Los gritos de guerra fueron disminuyendo de intensidad en el jardín para dar paso al griterío de júbilo, un grito que se repetía hasta el hartazgo. “¡Diez mil años para el nuevo emperador, diez mil, diez mil!”; pronto la noticia correría por todos los rincones del reino de los Xin: la batalla en Ciudad de Jan había terminado.

Zhao se abrió paso hasta llegar junto a Wezen y notó con espanto cómo la armadura de este estaba bañada de sangre. Pasó su mano por la pechera de su amigo y luego se restregó en su propio rostro el líquido viscoso, causando una mueca graciosa en Wezen. Lo hacía para aparentar ante los superiores, de que también había participado de la batalla como uno más.

—Mataste a uno, Zhao. Lo vi con mis propios ojos.

—Buda lo vio mejor —se excusó con un ademán—. Fue para protegerte.

Wezen lo tomó del hombro y sacudió, riéndose. Intentó quitarle el yelmo, para bromear, pero a su amigo le aterrorizaba que le vieran la calva y los demás sospecharan de su religión. Un budista no mataba, al menos no hasta que fuera necesario, y alguien con ideales tan diferentes a los de ellos no sería visto con buenos ojos en la caballería xin.

—Este Buda del que hablas… —Wezen frunció el ceño al fijarse mejor en Zhao; su armadura no tenía ningún rasguño—. ¿También atrapa las flechas y te escuda de los golpes?

—No. Solo estoy atento en el campo de batalla.

Wezen enarcó una ceja. Lo sintió como un regaño.

—No mientas, ¿Buda no castiga los mentirosos? Tú estás huyendo de la lucha.

—¿Huir? Me gustaría, pero no puedo —se encogió de hombros—. Te sigo donde vas. Y solo vas allá donde hay problemas.

El ejército había acampado en las afueras de la ciudad y el clima de festejo era notorio. La brisa se había vuelto aún más fría, pero ahora arrastraba un olor a carne asada que agradaba. Wezen y Zhao cabalgaban hacia al centro del sitio, por un camino de tierra que serpenteaba entre las tiendas, rumbo a la yurta del comandante. El estómago del guerrero protestó varias veces cuando reconoció el olor a carne de cordero, pero se recompuso pensando que en la tienda principal de seguro lo invitarían a algo.

Miró a Zhao y este ni se inmutaba.

—¿Tienes hambre, Zhao?

—No. ¿Y tú?

Abrió los ojos cuanto pudo y señaló con ambos brazos el campamento. El olor era embriagador para cualquier hombre y en serio no comprendía cómo ese budista era capaz de resistir semejante tentación.

—Pero, ¿tú qué crees?

—Estoy seguro que el comandante te invitará algo. Lo has impresionado.

Wezen asintió. Aunque Zhao aún no había terminado.

—O, por el contrario, podría darte los varazos que amenazó darte. Tal vez todo esto no sea sino una mentira para que vayas directo a la boca del lobo.

—La boca del lobo…. Ah, ya veo. ¡Eres un gran amigo! Me pregunto si ese Buda será capaz de evitar que me mee en tu desayuno…

—Sí sé que nadie te salvará de los varazos… —sonrió y lo miró divertido—. Amigo.

Desmontaron al llegar a la tienda principal, armada sobre una carreta de gran tamaño y vigilada por dos soldados. Zhao se arrodilló sobre la hierba y cerró los ojos. Wezen creyó oírle decir “Te estaré esperando”. Se había olvidado de nuevo sobre el asunto de las formalidades militares. Solo él estaba invitado, no el budista. Se dirigió a la tienda y uno de los guardias intentó interrumpir el paso, aunque el otro reconoció al joven y le indicó, con un cabeceo, que entrara a la yurta.

Agachó la cabeza para pasar bajo el dintel. El olor del cordero volvió a invadir sus pulmones. Se preguntó por un momento si lo que le había dicho el budista era verdad; tal vez se divertirían azotándolo mientras comían y bebían. Meneó la cabeza porque la sola imagen era aterradora.

Luego levantó la mirada y vio al comandante sentado en un asiento mullido, siendo masajeado por dos esclavas tan pálidas como la nieve; se encontraba con el torso desnudo, repleto de cicatrices; la cabeza echada hacia adelante y, ahora sin casco, podía verle las trenzas de su cabellera balanceándose.

Wezen se inclinó como saludo, ahora con más dudas asaltándole la cabeza. Tal vez ese hombre era algo más que un comandante.

—Comandante Syaoran, he venido. Como ordenó.

De un movimiento de brazo, el hombre apartó a una esclava y levantó la mirada.

—Ha venido el guerrero Xi Xia —Luego miró a una de sus esclavas y ordenó algo.

Mientras una muchacha acariciaba el pecho del comandante, la otra se hizo con una botella de vino de arroz y destapó la cera para servirle en una taza al joven guerrero. Este no dudó en tomarlo con ambas manos. La bebida quemó su garganta y gruñó; era más fuerte de lo que recordaba. Recordó que Zhao ya probó del mismo, en las campiñas de Xi´an. “Sabe a pis de caballo”, dijo en ese entonces, y el guerrero sonrió al terminarse la bebida.

—El emperador mongol no se encontraba en la ciudad —Syaoran elevó su propia taza—. Todo fue una trampa bien elaborada para hacernos perder el tiempo. Pero a falta de su cabeza, los sesos de su enviado diplomático y las ruinas de su castillo servirán como tributo.

Bebió de un trago y miró al joven.

—Es extraño que nombres tierras que ya no existen. ¿Cuál es tu historia?

—Mi abuelo. Era arquitecto y servía al rey Xi Xia.

Wezen respondió luchando contra un repentino mareo que causaba la bebida. Miró a la joven esclava, arrodillada a su lado, quien se sorprendió del color amarillento de los ojos del xin; él, en cambio, se deleitó de la vista de sus apetitosos senos y luego de la fina mata de vello recortada sobre la atractiva carne de su sexo… y le sonrió de lado.

—Mi abuelo también servía como vasallo del rey Xi Xia. Aunque no era arquitecto, sí sirvió como uno de sus escuderos.

Wezen lo miró con asombro. Entonces los antepasados del comandante también habían servido al mismo reino que los suyos. No había duda de por qué lo mandó llamar.

—¿Tienes familia, Wezen?

—Tengo una hermana, comandante. Vive en Congli, con mi tío… Eso es en la frontera. Al oeste.

—Queda lejos, pero lo conoceré. Nuestro ejército pertenece a la Sociedad del Loto Blanco y nos consideramos la mano derecha del emperador. Por decisión suya, deberé llevar mil hombres a la frontera con Transoxiana, al oeste. El resto del ejército volverá a Nankín a la espera de nuevas órdenes. Me gustaría llevarte como miembro de mi caballería.

—¿Transoxiana? —Para llegar allí debían pasar por Congli, por lo que sintió un cosquilleo en el pecho al saber que volvería a ver a Xue luego de año y medio de estar separados—. Puede confiar en mí, comandante.

—Lo sé. Quien honra a sus antepasados me merece la confianza. Por eso te pedí venir aquí.

—¿Qué sucede en Transoxiana, mi señor?

—Esperamos encontrarnos con unos emisarios de Occidente. De Rusia —el comandante bebió otra vez de su copa; su voz apenas se mantenía firme y ya arrastraba algunas palabras—. Hace años que nuestro emperador está en contacto con ellos. Serán aliados importantes… si los encontramos vivos.

Wezen desconocía de otros reinos, pero sí relacionaba las tierras del Occidente con algo.

—Cristianos.

—Hmm —gruñó el comandante, haciendo un ademán—. Son aliados. Musulmanes, cristianos, incluso ese amigo tuyo, el budista —Wezen dio un respingo al oír aquello. Definitivamente, al comandante no se le escapaban detalles—. ¿Qué importa cuando hay un enemigo en común? Los mongoles también asolan su reino.

Imprevistamente la esclava mordió el pezón de Syaoran, quien respingó. Su cabeza daba vueltas y vueltas, pero consiguió sonreírle a la joven, cuya mano se escondía bajo su pantalón en buscaba despertar la virilidad del hombre. Pronto se sentó sobre su regazo para encontrarse rodeada por los fuertes brazos del comandante.

Wezen notó cómo la segunda esclava se le despedía con una reverencia para unirse al dúo. El guerrero apretó los labios, decepcionado; esperaba que ella se le ofreciera. La muchacha abrazó a su amo por detrás, presionando sus nimios pechos contra su espalda, en tanto que este saboreaba de la boca de la otra joven.

Syaoran se apartó suavemente y fijó la mirada en Wezen.

—Si tienes hambre, llévate cuanto quieras.

El sol se ocultaba y teñía el horizonte poblado de lejanas colinas. En las afueras del campamento, Wezen ajustó la bolsa de la grupa de su caballo, cargada de bebidas y algo de carne asada, y montó de un enérgico brinco. Zhao lo esperaba más adelante, sobre su montura y conversando con un par de soldados. Era extraño verlo charlar con otros hombres; de seguro, pensó, se ganó algo de admiración en los demás por cómo se desenvolvió en el campo de batalla.

—Toma —Wezen le acercó un odre con vino—. Para calentar el cuerpo. Nos esperan tierras frías, Zhao. Y peligrosas. Quién sabe si aún hay mongoles acechando. ¡Pero …! Pero luego se nos abrirán de brazos las tierras más cálidas que te podrás imaginar.

—¿El desierto de Gobi?

—No —rio, no era ese tipo de calidez al que se refería, sino a algo más hogareño—. Volvemos a Congli.

—Ya veo. Xue estará feliz de verte.

Y él estaba de acuerdo. Avanzó unos pasos más, mirando las lejanas colinas por las que tendrían que buscar un camino rumbo a casa. Se inclinó ligeramente hacia adelante sobre su montura, como si quisiera partir cuanto antes. Acarició a su caballo, animándolo porque pronto afrontarían una larga travesía.

Mientras una fría brisa mecía la aparente infinitas extensiones de hierba, se giró para ver a su amigo.

—¿Qué sucede, Zhao? ¡Vamos! —elevó la mano, levantando el pulgar y cortando el gigantesco sol naranja—. Ya sabes lo que dicen. No hagamos esperar al infierno.

IV. Año 2332

En los lejanos límites de los Campos Elíseos, hacia el norte de Paraisópolis, cruzaba el gran Río Lete que delimitaba el fin del reino de los ángeles además de marcar, con una gigantesca bruma neblinosa, los inicios de un reino oscuro y desconocido para ellos. De una altura considerable, el grisáceo muro humeante del Inframundo no permitía el acceso a nadie.

Solo en los inicios de los tiempos, cuando Lucifer se recluyó allí con sus huestes además de sus dragones, los dioses permitieron a un ejército de ángeles adentrarse para darle caza. Pero hacía milenios de aquello y muchos guerreros de aquel entonces ya no se encontraban vivos.

Amontonados al borde una colina, varios ángeles se habían agrupado para despedir a los tres elegidos por la Serafín Irisiel, quienes estaban de pie frente al muro de niebla, fascinados. Fue la propia Serafina quien se abrió paso en el grupo para quedar al frente y hablar con sus elegidos una última vez.

—Cuidaos los unos a los otros —dijo la Serafín, y los tres ángeles se giraron para verla.

Próxima se fijó en el grupo y se sorprendió de ver a Ondina quien, como líder de las jardineras, se ofreció para desearle suerte a los tres enviados con regalos florales. Pulseras de pétalos flotaron en el aire y se cerraron en las muñecas de los tres elegidos al son de los movimientos de dedos de la hembra. El arquero sonrió de lado y la Virtud le devolvió la sonrisa.

Algunas Potestades también fueron. Naos estaba al frente, de brazos cruzados, totalmente preocupado por su maestro. Pólux le guiñó el ojo y su alumno asintió serio, incapaz de librarse de la inquietud que lo acosaba.

—Un mundo desconocido y prohibido les espera—continuó la Serafín—. Supongo que cada uno de ustedes hizo sus investigaciones sobre el Inframundo.

Próxima recordó que no dejó de consultar con la propia Serafín sobre qué peligros podría encontrar allí. Ya sabía, en menor medida, qué esperar de los espectros, así como de las bestias que pululaban en aquel reino. Pólux cerró los ojos y recordó sus noches en vela; cómo no iba a investigar sobre lo que pudiera. Incluso charló varias veces con los pocos guerreros que habían hecho incursiones hacía milenios. En su mente, ciudades y castillos se erigían bajo la oscuridad. Curasán, por otro lado, sonrió con los labios apretados. La verdad es que no se le había ocurrido investigar de alguna manera.

Cuánto le gustaría a la Serafín enviar todo un ejército al Inframundo, pero el enemigo era cauto e inteligente. Si ya fue por sí solo capaz de manipular al Serafín Rigel y a toda su legión de guerreros, cómo no iba a poder hacerlo con los demás. Sabía que no debía llamar la atención y solo debía enviar un grupo reducido.

Siguió hablando no solo para los tres, sino para tranquilizar a los ángeles que habían ido allí para despedirse.

—Os elegí a los tres porque confío en vosotros. Próxima, mi mano derecha. Pólux, mi sabio consejero. Y Curasán… —hizo una pausa y sonrió al joven ángel mientras algunas risillas cómplices se oyeron tras la Serafín—. Curasán, tú eres el ángel más noble de la legión.

El muchacho se rascó la frente, tratando de ocultar su sonrojo. Era la primera vez en milenios que la Serafín le regalaba un elogio como aquel. A pesar de que esa mañana, en la cala del Aqueronte, la hembra se abalanzó sobre por él para arrancarle varias plumas de sus alas, ahora sentía que sus palabras venían cargadas de sinceridad y admiración.

—Os adentraréis en las tierras prohibidas porque hay una amenaza que busca dividirnos con el miedo como arma principal. Os encontraréis con dificultades y probablemente el horror os espere, pero cuando sintáis que nada vale la pena, cuando sintáis que el miedo os presione el pecho, recordad que estás allí frente a frente contra un enemigo no porque odiéis al que tenéis adelante, sino porque amáis lo que habéis dejado atrás. ¡Así que extended las alas, mostradles que los ángeles abrazarán a todos aquellos que busquen la paz y el conocimiento, pero darán caza sin tregua a todo aquel que amenace nuestro reino! ¡Brillad allá en las tierras donde no alcanza la luz! ¡Llevad la esperanza en las tierras donde no la conocen!

Invocó un arco dorado en una mano y una saeta entre los dedos de la otra. Relucían con intensidad y los que estaban cerca admiraron aquello con largos suspiros y silbidos. Irisiel vio el arma detenidamente, rememorando aquella lejana guerra contra las huestes de Lucifer. Los dioses se lo habían regalado para cazar a los dragones, caballería por excelencia del ángel renegado, y había rendido con creces la confianza que depositaron en ella.

Ahora sería su turno de cederla, pero no sin antes hacer un último disparo. Tensó la cuerda hasta la oreja y apuntó al frente, allí en esa muralla de neblina en apariencia inexpugnable.

—¡Cazad al Segador y ponedle fin a la amenaza! ¡Id, mis elegidos! ¡Yo os nombro los Ángeles de la Luz!

La flecha salió disparada, generando un violento torbellino a su paso, levantando pedazos de piedrecillas al aire, atravesando y partiendo en dos el muro de niebla, revelando el sendero pedregoso y en apariencia infinita que conducía al Inframundo.

La legión elevó gritos de júbilo al aire que luego se convirtieron en rugidos que parecían inyectar de confianza y valor a los tres enviados. Mientras la Serafín lanzaba el arco dorado hacia Próxima para que este lo cogiera al vuelo, Pólux hinchó el pecho con orgullo. Fue un discurso motivador y propio de una guerrera tan distinta como lo era la Serafín, quien lejos de ensalzar la fuerza de los ángeles buscaba resquicio de valor en sus corazones.

—No te decepcionaremos, Serafín —dijo la Potestad.

—Volveremos, Maestra —respondió Próxima, ajustándose el arco dorado en la espalda.

Pero cuando el arquero volvió la mirada para observar el camino abierto, notó sorprendido que Curasán ya se adentraba con pasos firmes y decididos.

El guardián se giró, levantando la mano con el pulgar elevado. Los demás lo vitorearon porque el mensaje para el oscuro Inframundo y sus huestes estaba más que claro: en el reino de los ángeles no había amenaza que temer. La Serafina sonrió conmovida, en tanto que Pólux lo regañó por apurarse. Próxima, por su parte, apuró el paso para alcanzarlo.

Realmente había esperanzas, pensó la Serafina, viendo a sus tres elegidos.

—¿Y bien? ¡Vámonos! —ordenó Curasán—. No hagamos esperar al Infierno.

Continuará.

Nota del autor: Pido enormes disculpas por la tardanza. Espero que aún haya alguien interesado en la serie… China tuvo varios nombres en la antigüedad, generalmente asociada a la dinastía imperante. En la época ambientada ya adoptaba el nombre de una antigua dinastía: “Xin” o “Quin”, aunque la dinastía imperante en ese entonces se denominaba “Yuan”, regida por mongoles. Gobernaban en Ciudad del Jan, hoy Beijing.

En Europa era mayormente conocida como Catay. Transoxiana, por otro lado, se situaba principalmente en Afganistán.


Relato erótico: “Una amiga me ayuda con el cabrón de mi vecino” (POR GOLFO)

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Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino 2.

 


Mi desesperación creció de manera exponencial al saberme en sus manos y aunque sabía que la manera en que ese maldito me dosificaba sus caricias era con el objeto de volverme loca, no pude evitar que cómo un tsunami mi calentura alcanzara unos límites ridículos.

Considerándome una mujer atractiva, sus continuos rechazos me estaban hundiendo en la miseria y tratando de sacudirme su influjo, nada mas llegar a casa llamé a una amiga y le pedí que me sacara de copas. Alicia no puso reparo alguno en acompañarme y quedé con ella en una hora.
Decidida a triunfar esa noche, me puse un sexy vestido rojo que me sentaba de vicio y unos tacones de trece centímetros con los que aliviar mi  impotencia. Antes de salir me tomé un par de chupitos para ir calentando y ya medio entonada, llamé al ascensor.
Para mi desgracia en ese preciso momento, José salió de su piso y dando un repaso a mis pintas,  con descaro comentó:
-¿Te he dejado tan caliente que vas en busca de guerra?
Más que una pregunta era una afirmación y humillada hasta decir basta porque aunque me costara reconocerlo era verdad, contesté muy cabreada:
-No eres el único.
Muerto de risa, ese cabrón me levantó la falda y dejándome claro el poder que ejercía en mí, manoseó mi culo mientras decía:
-Lo sé pero soy el mejor.
Si  ya estaba bruta de por sí, cuando sentí sus dedos hurgando en mi trasero,  creí que me iba a dar un sofoco por la temperatura tan alta que alcanzó mi chumino e intentando zafarme de su abrazo, le solté:
-He quedado con uno que si cumple, ¡No cómo tú!
Nada más decirlo me arrepentí porque de mis palabras se podía deducir que aceptaba que me ponía cachonda. Mi inútil rebelión le divirtió y mientras me daba un suave pellizco en las nalgas, me informó:
-Mañana, no quedes con nadie.
La promesa que se escondía detrás de esa orden, terminó de ponerme como una moto y babeando ante la perspectiva de pasar toda una noche con él, salí huyendo  rumbo a las escaleras sin esperar que llegara el ascensor. No había recorrido ni el primer tramo, cuando escuché que me gritaba:
-Recuerda, te quiero sin bragas.
Con mi mente hecha un lio, caminé hasta el bar donde había quedado con mi amiga. Durante el trayecto, me recriminé mi falta de autoestima por no haberle soltado una bofetada cuando me tocó y debido a eso, estaba casi llorando cuando saludé a Alicia.
-¿Qué te ocurre?- preguntó al verme en ese estado.
Incapaz de quedarme con ese dolor dentro, le expliqué lo mal que me sentía por culpa del capullo de mi vecino. Con todo lujo de detalles, narré mi desgracia mientras ella se iba enfadando cada vez más hasta que ya hecha una furia, me comentó:
-No te comprendo. Eres un cañón de mujer y mírate, ¡Parece que disfrutas humillándote!
Dejándome llevar por la desesperación, empecé a berrear en sus brazos mientras la música del local amortiguaba mis gemidos. Alicia me estuvo consolando durante un rato hasta que harta de mi insensatez, me soltó;
-Vamos a emborracharnos.
Tras lo cual, llamó al camarero y pidió un par de copas. No sé si fue el cariño que me demostró o el efecto del alcohol que recorría mis venas pero poco a poco fui olvidándome de José mientras bailábamos como locas en mitad de la pista. Varios cafres se nos acercaron pero en ese momento lo que nos apetecía era divertirnos entre nosotras y por eso no hicimos caso a sus ataques. Tres horas más tarde, ya bastante borrachitas, salimos del bar y sin ganas de seguir deambulando por las calles, pregunté a mi amiga:
-¿Nos tomamos la última en mi casa?
Alicia aceptó sin pensárselo y por eso a los quince minutos estábamos abriendo la puerta de mi apartamento. Al entrar no tardamos en oir el sonido de un berrido que venía de casa del vecino.
-Lo ves. Ese cabrón todas las noches se folla a una diferente- comenté y muerta de risa, dije: -Si no me equivoco esta es la gritona.
 
-Joder, ¡Se oye todo!- Alicia respondió pidiéndome que me callara.
Acostumbrada a ese tipo de serenatas, la dejé en mitad del salón y me fui a servir un par de copas. Ya de vuelta, no tardé en descubrir que mi amiga se había visto afectada por la demostración de mi vecino al ver que estaba completamente colorada.
-Es alucinante, ¿Verdad?
El volumen de los gemidos de la pareja de esa noche de mi vecino lejos de menguar, habían aumentado y por eso tras pensárselo un momento, me contestó mientras cogía su vaso de mis manos:
-Ahora comprendo cómo te tiene. ¡Ese tipo es un semental! Reconozco que me ha puesto cachonda.
Esa confesión no hubiera tenido importancia si en ese momento, no se hubiera acercado a mí y pegando su cara a la mía, preguntara:
-¿Qué te apetece hacer?
Aunque nunca me he considerado lesbiana, la cercanía de sus labios entreabiertos me excitó y no pude resistir acariciar sus pechos por encima de la tela. Fue entonces cuando Alicia sonrió al ver mis labios tan cerca de los suyos y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó. Sentir su lengua introduciéndose en mi boca fue maravilloso, pero aún más el notar sus pechos posándose delicadamente contra los míos.
Desinhibida por el alcohol y azuzada por el ruido que venía del apartamento de mi vecino, deslicé los tirantes del vestido de mi amiga, dejando al aire sus bonitos pechos. Ella no solo no puso impedimento alguno sino que luciendo una extraña sonrisa, alentó descaradamente mis maniobras diciendo:
-Vamos a enseñar a ese cabrón que también en esta casa ¡Sabemos gritar!
Sus palabras me permitieron continuar y por eso recorrí con mi lengua su cuello en dirección a sus oscuros pezones que erizados esperaban con ansía mi llegada. Alicia no pudo reprimir un suspiro cuando sintió la humedad de mi boca recorriendo sus areolas. Yo por mi parte, deseaba aunque fuera con ella liberar la excitación que llevaba acumulando durante meses aunque al día siguiente nos odiáramos  por caer en la tentación.
-¡Me encanta!- gritó al notar que con mis dientes estaba mordisqueando sus pechos mientras la terminaba de desnudar.
Ya desnuda, mi amiga me miró con el deseo reflejado en sus ojos y sin pedir mi permiso, fue desabrochando los botones de mi traje mientras permitía que mi mano se apoderara de su trasero.
-Nunca he estado con otra mujer- reconocí al quedar en pelotas frente a ella.
-Para mí, también es mi primera vez-, respondió y sin dar importancia a que ambas fuéramos nuevas en esas lides, me cogió de la mano y me llevó hasta mi cama.
Una vez allí, levantando mi trasero, me despojó del tanga dejándome totalmente desnuda. Para entonces, éramos dos mujeres necesitadas y nuestra excitación inundó la habitación con su sonido.
 
-Te deseo- susurró en mi oído mientras se quitaba sus bragas y se acostaba a mi lado.
La confianza que nos teníamos le permitió apoderarse con su boca  de mis pechos mientras sus dedos se iban acercando cautelosamente a mi sexo. Os juro que al experimentar la suavidad de su piel sobre la mía, me hizo olvidarme de José y respondiendo a sus caricias, me tumbé sobre las sábanas mientras gemía de placer. Alicia al percatarse de mi entrega,  separando mis piernas, fue bajando por mi cuerpo. Cuando su lengua entretuvo jugando con mi ombligo, creí que me moría y pegando un aullido, le grité:
-¡Hazme sentir nuevamente viva!
Mi amiga ya imbuida por su papel, abrió con sus dedos los labios de mi sexo y dejó mi botón al descubierto. Fue entonces cuando llevando su cabeza hasta mi entrepierna, la punta de su lengua se aproximó a mi coño. La dudas de lo que estábamos haciendo vinieron a mi mente y suspirando le pregunté si estaba segura. Alicia, sonriendo, comprendió mis reparos y dejándolos a un lado, con una exasperante lentitud se fue acercando.
-Dios!-gemí al sentir su aliento.
Con los nervios a flor de piel pero ya dispuesta, le pedí que tomara posesión de su feudo y para recalcar mi deseo, acerqué su cabeza a mi sexo mientras le rogaba que no me dejara a medias.
-No pienso hacerlo- respondió  mientras recorría  mis pliegues y se concentraba en mi erecto botón.
Tanto tiempo a dieta y la ternura de mi amiga hicieron que el efecto de sus caricias fuese inmediato y retorciéndome en la cama,  me corrí salvajemente. Sorprendida pero igualmente encantada por la violencia de mi orgasmo, mi amante se fue bebiendo mi flujo al ritmo que brotaba de mi chocho. Su insistencia prolongó mi placer en un éxtasis continuado que me hizo desear  más.  Fuera de sí y con las hormonas de una hembra en celo, Alicia cambio de postura y  entrelazó nuestras piernas, pegando mi torturado sexo al suyo. Esa maniobra que tantas veces había visto en las películas pero que nunca había practicado, fue el banderazo de salida a una loca carrera de ambas por encontrar el placer.

Fundidas nuestras pieles por la fuerza de nuestra pasión nos lanzamos al galope. Rozando nuestros coños con un frenesí sin igual, compartimos la humedad de nuestros sexos mientras como si estuviéramos lejos de la civilización, no dejábamos de gritar.  El escándalo de nuestros gritos debía de oírse en toda la planta y aun así, no sentí ningún reparo porque de esa manera estaba haciendo partícipe a José, mi vecino, que también yo tenía compañía.

Alicia debió pensar algo parecido porque mientras posaba sus manos sobre mis pechos y así forzarme a acelerar mis movimientos, me dijo:
-¡Mas alto! ¡Qué se entere de lo puta que es su vecina!
Sus palabras me contagiaron de un fervor mayor y lanzándome al galope, busqué tanto su placer como el mío. Chocando continuamente mi coño contra el suyo, conseguí desbordar la pasión de mi amiga y al cabo de unos minutos, la oí gemir de gozo. Su orgasmo aceleró el mío y anegándome por segunda vez en la noche, me desplomé entre sus brazos.
Ya relajadas, nos quedamos abrazadas una a la otra y en esa postura, nos dormimos.
A la mañana siguiente al despertarme, Alicia seguía abrazada a mí y observando su cuerpo desnudo, rememoré el placer que había disfrutado con un sentimiento extraño. Por una parte me era complicado porque no en vano, había sido mi amiga durante años y no sabía cómo iba a reaccionar cuando abriera los ojos, pero por otra no podía negar el placer que sus caricias me habían provocado y por eso me mantuve quieta y que fuera ella quien diera el primer paso.
No llevaba ni cinco minutos despierta cuando noté que se movía y no queriendo que me descubriera cerré mis ojos y me hice la dormida. Os reconozco que estaba horrorizada porque pensaba que sin el aliciente del alcohol tanto ella como yo íbamos a hacer como si nada hubiese ocurrido pero Alicia me sacó de mi error, cuando en silencio y con una ternura sin igual, empezó a acariciar mi cuerpo aprovechando que para ella, estaba todavía soñando.
-Eres un putón- susurré al notar sus dedos recorriendo mis pechos.
El tono dulce con el que le solté ese improperio, le hizo saber que no ponía ningún reparo a reanudar lo de la noche anterior  y por eso ya confiada, usando su lengua recorrió todos mis pliegues y se apoderó del clítoris que tanto le había gustado unas horas antes. Imbuida por la lujuria, usó su lengua para recrearse en mi almeja. Su sabor agridulce la cautivó y por eso no le pareció extraño usarla para follarme como si de su pene se tratara.
Al sentir que el placer se iba acumulando en mi entrepierna fue cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual disfrutaba siéndolo.
-¡Por favor! ¡Sigue!- aullé al experimentar la caricia de uno de sus dedos en mi ojete.
Decidida a darme nuevamente  placer, metió una de sus yemas en mi ojete mientras escuchaba como mi respiración se aceleraba. Alicia estaba tan ansiosa por servirme que no anticipó mi orgasmo hasta que mi flujo empapó sus mejillas y entonces completamente cachonda y con su propio coño anegado de placer, se dedicó a satisfacer a mi gozo.  Sus renovadas ganas  me llevaron a alcanzar un orgasmo tras otro retorciéndome en la cama y justo cuando caía rendida en el colchón, Alicia comentó:
-Llevo desde anoche pensando en tu vecino- y poniendo cara de putilla, me preguntó: -¿Te apetece que hoy nos lo follemos entre las dos?….
Como “buenas amigas” decidimos enfrentarnos con José.

Abusando de la fascinación que sentía por él, mi vecino me había citado esa tarde nuevamente en el portal, poniéndome como condición que debía acudir sin bragas. Su idea era como tantas veces aprovechar el trayecto en ascensor para volver  a ponerme bruta y después dejarme rumiando sola mi excitación pero en esa ocasión todo iba a ser diferente porque aunque no lo supiera ese día no iba a ir sola.
¡Alicia me acompañaría!
Tal y como había quedado José llegó al portal puntualmente y sonrió al verme esperándole sin percatarse de la presencia de mi amiga. Ella se comportó como si fuera una vecina que casualmente esperaba también al ascensor.
Como otros días, el ruín de ese tipo esperó a que entrara en él para ponerse detrás de mí y empezar a tocarme. Lo que no se esperaba es que al sentir sus manos rozando mis pezones, me diese la vuelta y sin darle tiempo a reaccionar bajándole su bragueta, saqué su miembro todavía morcillón de su encierro.
-¡Qué haces!- protestó cortado al no estar preparado pero sobre todo por la presencia de Alicia.
Esta ni siquiera se lo pensó y colocándose a su lado, me ayudó a bajarle el pantalón. La sorpresa que se llevó no le dio tiempo a reaccionar y para cuando se quiso enterar, ya le habíamos quitado los pantalones y le habíamos dejado en calzones.
-¿Será una broma?- exclamó cuando le dejamos allí en mitad del ascensor medio desnudo y sin llaves de su piso.
Entonces y desde la puerta de mi piso, mi amiga le respondió:
-Para nada. Si quieres que te devolvamos las llaves, antes tendrás que comportarte y dejarnos satisfechas.
Tras lo cual entrando en el apartamento, lo dejó abierto para que José entrara detrás. Mi vecino tardó solo  unos instantes en comprender que no le quedaba más remedio que acompañarnos e intentando recuperar sus pertenencias, accedió al piso de muy mal genio.
-Dadme mis cosas- exclamó al ver que Alicia le esperaba sentada en el sofá.
Con la tranquilidad del que sabe que tiene al otro en su poder, sonrió y abriéndose de piernas, le mostró su sexo desnudo y dijo:
-Cállate y empieza a comer.
Indignado, se negó amenazando con llamar a la policía. A ello e interviniendo, contesté pasándole el teléfono:
-Toma, llama. Explícales que dos jovencitas te han desnudado en el ascensor y te han quitado las llaves de tu casa. Ja jajá…
Lo absurdo del planteamiento le hizo recapacitar y todavía de mala leche, preguntó:
-Si accedo, ¿Al terminar me daréis mis llaves?
-Por supuesto- respondí- una vez que nos hayas satisfecho, no nos sirves para nada.
Mi promesa le tranquilizó y aunque era humillante para él, al final accedió y quitándose la camisa, nos soltó:
-¿Con cuál de las dos putas comienzo?
Muerta de risa, me senté junto a Alicia y levantándome la falda del vestido, contesté:
-Nos da igual. Para que te dejemos ir tendrás que habernos complacido a ambas.
Alicia, hurgando en su herido, apoyó mis palabras diciendo:
-Date prisa que se enfrían los conejos.
Derrotado por las circunstancias, a José no le quedó más remedio que arrodillarse frente a nosotras y separándole las piernas a mi amiga, empezar a lamer su sexo. Lo que no se esperaba fue que la rubia le parara y pusiera uno de sus pies a la altura de su cara, diciendo:
-Empieza por mis dedos.
Esa nueva humillación le encolerizó más pero aun así, abriendo su boca, sacó la lengua y comenzó a recorrer con ella las comisuras de sus dedos. Alicia, no contenta con ese pequeño triunfo, me abrazó y me besó mientras José obedecía sus órdenes. Os juro que ver a ese cabrón prostrado, me excitó y bajando los tirantes de mi vestido, puse mis pechos a disposición de mi amiga. La rubia no les hizo ascos y se puso a mamar de ellos mientras mi vecino seguía lamiéndole los pies.
-¡Qué boca tienes! ¡Cabrona!- exclamé al sentir la húmeda caricia de su lengua recorriendo mis areolas.
Alicia al escuchar mis gemidos, incrementó su lactancia mientras separaba sus rodillas, diciendo a José de ese modo que ya podía subir por sus piernas. El moreno quizás azuzado por la escena lésbica que estaba contemplando, fue dejando un mojado surco por sus pantorrillas en dirección a su meta. Para entonces ya estaba brutísima y por eso llevé mis manos hasta las tetas de la rubia y sacándolas por el escoté, me dediqué a acariciarlas.
Al recibir ese doble estímulo, la rubia no pudo más que empezar a gemir de placer y mordiendo uno de mis pezones, incitó mi morbo diciendo:
-Puta mía, ¡Necesito comerte el coño!
Ni que decir tiene que al oírla, la complací y poniéndome a horcajadas sobre ella, puse mi sexo en su cara. Alicia en cuanto vio mi vulva a su alcance, usó sus dedos para separarme los pliegues y ya con mi botón al descubierto, sacó su lengua y empezó a relamerlo con fruición.
-¡Cómo me gusta!- gemí olvidando momentáneamente a ese moreno que para entonces ya iba por los muslos de mi amiga.

Mi aullido aguijoneó la excitación de la rubia que mientras seguía mordisqueándome el clítoris, con un dedo comenzó a penetrar mi conducto con una rapidez que no tardó en sacar de mi garganta nuevos chillidos.
-¡Sigue que me estás volviendo loca!- grité sintiendo que mi coño se encharcaba.
Dispuesta a darme placer, Alicia incrementó la velocidad con la que sus yemas me follaban mientras entre  sus piernas, José ya había alcanzado su sexo. Al notar que mi vecino se apoderaba de su propio botón, gimió descompuesta diciendo:
-A mí, ¡No! ¡Fóllate a mi zorrita!
Mi vecino tardó en comprender los deseos de mi amiga, por lo que tuvo que ser ella quien me bajara de su cara y pusiera mis nalgas a su disposición. Aunque intenté protestar, Alicia no cedió y con tono dominante, me ordenó:
-Deja que te folle mientras tú me comes el chumino.
 
Para entonces José ya se había repuesto y colocando su glande entre mis labios, comprobó que mi sexo estaba suficientemente lubricado y de un solo empujón, hundió todo su miembro en mí.
-¡Dios!- chillé al notar mi conducto invadido y la cabeza de mi pene chocando contra la pared de mi vagina.
Increíblemente excitada, me agaché entre las piernas de mi amiga y me puse a saborear su flujo mientras ese cabrón comenzaba un mete saca de lo más estimulante.
-Te gusta, ¿Verdad?, putita- susurró la rubia en mi oído.
-Síííí..- gemí ya dominada por el placer que asolaba mis entrañas y recreándome en el chocho de Alicia, bebí sin parar del néctar que manaba de sus entrañas.
A mi espalda, José cada vez se sentía más cómodo y menos humillado por lo que ya sumido en la acción, no tuvo reparo para darme un duro azote diciendo:
-Mete dos de tus dedos en esa puta.
Su sugerencia lejos de molestarme, me estimuló y cumpliendo sus deseos, introduje dos de mis yemas en el coño hirviendo de la rubia. Mi amiga al sentir esa invasión separó aún más sus rodillas comunicándome su aceptación. 
Mi vecino viendo su entrega, volvió a azotar mi culo incitándome a sumar un tercer dedo a los otros dos. Alicia estaba tan mojada que su sexo no tuvo problemas en aceptar las caricias de tres falanges moviéndose en su interior.  La facilidad con la que los absorbió y los gemidos de placer que salieron de su garganta, incrementaron el morbo que sentía y sin que tuviera José que pedírmelo, metí un cuarto.
-Eres muy mala- chilló llena de gozo al experimentar la presión de tantos dedos en su interior.
Fue entonces cuando decidí probar su resistencia y mientras sentía que me estaba derritiendo por el acoso de la verga de mi vecino dentro de mí, introduje el último.
-¡Me encanta!- oí que Alicia decía mordiéndose los labios de placer.
Ya puesta y observando que el coño de mi amiga era capaz de todo, presioné mi mano e introduje toda ella en su interior.
-¡Me duele pero me gusta!- bramó como cierva en celo al sentir mi puño dentro de su vagina y retorciéndose sobre el sofá, gritó: -¡Hazme más puta de lo que soy!
Comprendí lo que me pedía y cerrando mi mano en su interior comencé a mover mi puño  golpeando suavemente las paredes de su sexo.
-¡No pares!- chilló y mientras todo su ser se licuaba, insistió: ¡Hazlo duro!
Sus palabras me terminaron de convencer y con rápidos movimientos de muñeca, como si fuera un martillo asolé sus defensas hasta que pidiendo una tregua se desplomó sobre el sofá. El observar su orgasmo no solo no apaciguó mi morbo sino que lo aceleró y mientras le exigía a José que siguiera follándome, usando mi puño golpeé sin parar su interior.
-¡Por favor!- aulló al notar que su clímax se prologaba uniéndose con el siguiente- ¡No puedo más!
La sensación de tenerla en mis manos fue tan placentera que sin dejarla de machacar pedí a mi vecino que derramara su simiente dentro de mí. El moreno ya contagiado de nuestra pasión me cogió  de las caderas y comenzó un cruel asalto que no tardó en conseguir sus frutos:
-¡Me corro!- berreé gritando al sentir que todo ese cúmulo de sensaciones me estaban desbordando y que mi cuerpo estaba a punto de estallar.
José al escuchar mis gritos, aceleró aún más si cabe el ritmo de sus incursiones y coincidiendo con mi orgasmo, noté las brutales explosiones de su pene bañando con su lefa mi vagina.
-Cabrón, ¡No te has puesto condón!- grité asustada al caer que me estaba follando a pelo.
Como comprenderéis trate de zafarme pero olvidando cualquier recato, me agarró de las tetas e inmovilizándome, prosiguió esparciendo su simiente en mi interior. La angustia de poder quedarme embarazada y la imposibilidad de evitarlo, amplificó ´mi placer regalándome un orgasmo tan brutal que caí sobre mi amiga, babeando e incapaz de moverme.
Fue entonces cuando José sacando su verga, no soltó:
-Ya he cumplido, ¿Dónde están mis cosas?
Agotadas y satisfechas, le dijimos donde estaban y sin movernos del sofá, observamos cómo se ponía el pantalón y revisaba si tenía las llaves. Habiendo comprobado que podía irse, mi vecino se acercó a nosotras y mientras nos pellizcaba un pezón a cada una, se despidió diciendo:
-Mañana, os espero a las ocho. ¡Venid sin bragas y con ganas que os dé por culo!

Tras lo cual, nos dejó allí tiradas sabiendo que al día siguiente ni Alicia ni yo podríamos evitar estar allí puntuales.

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “trio con la madre de mi amigo y su hermana” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Mi nombre es Charles hace tiempo fui a ver a un amigo a su casa ya que habíamos quedado para irnos a tomar algo cuando llegue él se había ido había surgido una cosa imprevista y se había ido intente irme, pero la madre que era una madura de buen ver me dijo:
-porque no te quedas y le esperas y así me haces compañía, que estoy sola. el tardara varias horas.
– vale- dije yo.
– quieres tomar algo.
– vale porque no.
y me saco un cubata y ella se tomó otro.
– tendrás muchas novias- me dijo.
– no sigo soltero.
– vamos no me lo creo- dijo ella- que no tienes alguna por ahí.
– pues no y usted que ya que era viuda porque no se echa algún novio.
– ah -dijo ella -en mí no se fija nadie. yo ya soy mayor.
– que dice dije yo todavía está de buen ver.
– tú crees.
– por supuesto.
– no creo ya soy una vieja.
– de eso nada.
-si. de verdad te gusto.
-bueno ehehe es la madre de mi amigo.
– y eso que más da -dijo ella- tú crees que todavía estoy buena.
– por supuesto para comerla- dije yo.
– que es lo que más te gusta de mí.
– bueno -dije yo un poco cortado- los pechos y menudo culo tiene usted.
– de verdad piensas eso.
– por supuesto, pero no te cortes toca aquí te gusta esto.
– claro y esto también menudas tetas -dije yo.
ella me beso me quede cortado.
– perdona -dijo ella al verme- es que estoy muy necesitada y no tengo a nadie.
– no si me ha gustado- dije yo- si si, pero es la madre de Luis mi amigo.
-sí, pero tardara varias horas y él no se va a enterar.
– vale entonces señora Charo. por donde íbamos.
– no me llames señora Charo llámame Charo a secas.
me abrazo y me metió la lengua hasta la garganta yo la empecé besar y a quitarle la ropa.
– que tetas -dije yo.
– si comételas todas son todas tuyas.
se me ha olvidado decir que Charo ósea la madre de mi amigo era rubia con el pelo corto de buen ver y mejor tocar me bajo el pantalón y me saco la poya del calzoncillo y me dijo:
– cuántas ganas tenia de poya. te la voy a comer toda.
y se la metió en la boca y empezó a chupármela y a comérmela como se se le fuera la vida en ello.
– que rica- dijo.
luego termine de desnudarla y me desnudo ella menudo culo para tener 45 años estaba para mojar pan la empecé a comer el coño y se moría de gusto.
– joder que lengua tienes no pares de comerme el chocho – me dijo- así así suavecito. cuanto deseaba esto -la metí los dedos -sigue no pares de follarme con los dedos y tu lengua. es divino.
cuando estábamos en plena faena no oímos la puerta.
– mi hijo. no puede ser tardara horas- dijo ella.
pero no era su hijo sino su hija.
– que haces mama con Charlie no me lo puedo creer. eres una zorra. mi madre es una zorra -dijo su hija.
– hija no es eso.
– no entonces dime que es.
– es que estoy muy necesitada necesito un hombre llevo mucho tiempo viuda.
– y no puedes buscarlo por ahí que tienes que tirare a Charles, el mejor amigo de tu hijo.
– no he podido remediarlo.
– tranquila señora ella es una egoísta -el dije yo- no comprendes que tu madre necesita un hombre que la cuide.
– claro y tienes que ser tu quien se folle a mi madre.
– será mejor yo que soy legal a otro que la pegaría y la trataría mal.
– no joder que poya tienes ya que todavía estaba desnudo- dijo su hija que se fijó en ella.
– lo ves dijo su madre at también te gusta. no seas hipócrita -dijo su madre.
empecé a mover la poya.
– vamos no me digas que no te mueres por chuparla tú también la verdad.
– es que es muy grande y no está mal.
y se la acerque a su mano ella me la cogió menudo rabo y empezó a meneármela.
– chúpala ya verás cómo te gusta a ti también.
total, que se la metió en la boca empezó a mamarme la poya la hija mientras yo la comí las tetas a la madre.
– así así no pare de comértelas- dijo la madre.
Dije:
– a partir de ahora sois mis zorras y os voy a follar a las dos.
– si si follanos- dijeron ambas.
así que cogí a Yoli que era su hija tendría unos 24 años y se la endiñe por el chocho hasta las bolas.
– joder que gusto -dijo Yoli- menuda poya.
– te gusta hija- dijo Charo.
– si mama me encanta este cabron como me folla. me va a sacar la poya hasta por el culo que rico.
– dala bien a mi hija que luego me tocara a mí.
– toma zorra.
– a si así cabron haz que me corra de gusto no pares de follarme.
mientras comía el chocho a la madre que se había puesto a la altura de mi cabeza.
– como me comes el coño que rico.
luego la puse con el culo en pompa a la madre.
– trae jun poco de crema o aceite te voy a dar por el culo.
– nunca lo he hecho por ahí.
– por alguna vez tenía que ser la primera. no te parece.
total, que la puse la crema y la fui metiendo los dedos poco a a poco por el ojete despacio.
– me haces daño dijo.
– tranquila te gustara.
cuando ya lo tuvo bien abierto le fui metiendo la poya hasta los huevos.
– ahaha como me follas el culo cabron que gusto dame bien por culo haz que me corra.
– te gusta madre- dijo Yoli la hija.
– me encanta hija como jode este hijo de puta me encanta.
– yo también quiero probarlo.
así que se la saque a la madre y me la chupo otra vez Charo y preparamos entre los dos a su hija y se la fui metiendo poco a poco a Yoli.
– así cabron rómpeme el culo me muero de gusto- dijo Yoli.
luego se la saqué del culo y me la volvió a chupar de nuevo y esta vez se la metí a Charo por el chocho.
– así cabron como follas me corrrrroooooooooo- dijo Charo mientras le comía el chocho a su hija que también se corrrioooo. yo también.
– ahahaha madre que gusto cómo me come el chichi este cabron.
– ahora zorras comerme la poya.
las dos quiero correrme empezaron a chupar las dos una los huevos y otra el rabo al final no pude evitarlo y me vino:
-ahahahahahha ahí tenéis putas vuestra leche. me corrrrrrrrrroorororrooooooooo.
cuando vino el hijo ósea mi amigo nos encontró tranquila mente hablando y tomando algo.
– lo siento -dijo el- pero me surgió un imprevisto no he podido avisarte. espero que no te hayas aburrido mucho.
– para nada tu hermana y tu madre me han dado mucha conversación.
– que bueno mañana tendré que ir a cierto sitio. tendrás que esperarme otra vez en casa. te importa.
– para nada seguro que con tu hermana y tu madre hablando no me aburrirle.
le guiñe un las dos estábamos deseando repetir la follada

Relato erótico: “Amor en Yavin” (POR ALEX BLAME)

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

AMOR EN YAVIN

Huyendo de la flota imperial Han Solo, Chewbacca, Luke Skyewalker y Leia Organa llegan a la base rebelde en Yavin.

DarthVader los persigue a través de la galaxia y gracias a un dispositivo buscador colocado previamente en el Halcón milenario localiza su destino.

La base rebelde se enfrenta a la batalla final por su supervivencia. Los X-Wing se preparan para un ataque desesperado sobre la estrella de la muerte fiándolo todo a la destreza de sus pilotos…

¿Qué demonios estaba pasando? Se encontraba de nuevo en la estrella de la muerte. Huyendo por aquel laberinto de pasillos, vistiendo un horrible mono que se ajustaba a su cuerpo haciendo que cualquier movimiento fuese una invitación a la lujuria.

De una esquina salió un soldado imperial apuntándola con su pistola láser. Como un relámpago echó mano a sus caderas, pero donde debía haber estado su cartuchera no había nada. Se dio la vuelta, preparada para volver por donde había venido, pero otros dos soldados más le cortaban el paso. Con un gesto contrariado levantó las manos en señal de rendición.

Uno de los soldados se acercó y antes de que pudiese decir nada le atizó con la culata de su pistola en la sien haciendo que todo se volviese negro.

Cuando despertó y abrió los ojos una intensa luz la deslumbró, los cerró con fuerza intentando concentrarse a pesar del intenso dolor que atravesaba todo el lado izquierdo de su cabeza. Tras respirar un par de veces profundamente, volvió a abrir los ojos. Intentó mover los brazos para protegerse de la intensa luz, pero estaba totalmente paralizada. Un par de soldados imperiales entraron en la sala y apagando el mecanismo paralizante que colgaba de su cuello la ayudaron a levantarse para tras maniatarla, colgar sus brazos del techo de manera que apenas podía tocar el suelo con la punta de sus delicados pies. Intentó librarse de las ataduras, pero descubrió que tenía los brazos firmemente atados . Forcejeó desesperada durante un par de minutos hasta que finalmente se dio cuenta de que no conseguiría liberarse, con lo que optó por volver a cerrar los ojos y tratar de no pensar en lo que le esperaba.

La puerta se abrió dando paso a Darth Vader, que entró acompañado por un acólito vestido totalmente de negro. Los movimientos y la constitución del acólito le resultaron familiares, pero al llevar la capucha echada sobre su rostro no logró identificarle.

—Bien. Querida hija. Estoy encantado de verte de nuevo.—dijo Darth Vader haciendo que su voz metálica reverberase por toda la estancia— La última vez que nos vimos quedaron algunas cosas pendientes.

—Cerdo. Ni te atrevas a acercarte a mí. Tú no eres mi padre. Mi padre era Anakin Skywalker un caballero Jedi. Como mi hermano…

Una risa bronca de la oscura figura interrumpió la contestación de la joven princesa. Vader se acercó a ella y con un gesto de su mano volvió a pulverizar sus ropas dejándola totalmente desnuda de nuevo.

Ya estaba empezando a mosquearse. Aquel hijoputa estaba empeñado en dejarla en pelotas cada vez que la veía. Poniendo la cara de mayor desprecio posible observó impotente como se acercaba y comenzaba a acariciar su cuerpo, utilizando la Fuerza para excitarla contra su voluntad.

Las enguantadas yemas de los dedos de aquel ser recorrían su cuerpo dejando rastros de helada lujuria sobre su piel. Leia forcejeó con sus ataduras solo para que el dolor que le infringían las ligaduras al resistirse contrarrestasen el intenso placer.

En ese momento la figura encapuchada se movió y se colocó a su espalda comenzando a acariciarla, besarla y mordisquearla con suavidad.

Leia no pudo con el nuevo ataque y se vio obligada a claudicar al fin soltando un largo gemido. El desconocido agarró su culo y hundió los dedos en el masajeándolo con fuerza y dándole dolorosos cachetes hasta que quedó rojo como la grana.

—¿Te gusta mi nuevo aprendiz? —preguntó Vader— Ya sé que es un poco brusco, pero ya sabes, el entusiasmo de la juventud.

Leia se sentía como una especie de objeto blando al que dos maníacos estaban acariciando y pellizcando. Pronto sintió como toda su piel ardía, sus pezones palpitaban y su sexo chorreaba. Ni siquiera la incómoda postura y la repugnancia que le causaba el contacto con aquellos dos cuerpos que exudaban maldad podía evitar que se sintiese profundamente excitada.

Darth Vader se apartó un instante y le hizo señas a su acólito para que se acercara . El aprendiz se colocó a la derecha de su maestro y a una señal ambos abrieron sus capas mostrándole sendas pollas.

La polla oscura y bulbosa del maestro contrastaba con el miembro rosado y palpitante de vitalidad de su acólito. Aquel miembro le resultó tan familiar como el de Darth Vader aunque no era capaz de recordar a quién podía pertenecer. Intentó estrujarse un poco más el cerebro, pero la forma en la que se acercaron los dos hombres a ella le hicieron olvidar sus elucubraciones.

Los dos hombres la rodearon y se aproximaron tanto que pudo sentir las puntas de sus miembros rozando sus muslos. Instintivamente intentó alejarse, pero solo logró atraerlos aun más con sus cuerpo tenso y el bamboleo de sus pechos.

Finalmente la abrazaron, uno por delante y el otro por detrás, frotando sus pollas contra su cuerpo y ensuciándolo con sus asquerosas secreciones.

Se sentía tan sucia como lujuriosa. A pesar del profundo asco no podía evitar sentir una tremenda excitación y cuando el acólito cogió uno de sus pechos y se lo metió en la boca deseo tener libres la manos para poder bajar aquella ominosa capucha y revolver el pelo de su violador.

Por detrás, Darth Vader se limitaba a acariciar su cuerpo emitiendo su metálica respiración muy cerca de su oído, recordándole que la polla que tanto le estaba excitando pertenecía al segundo ser más odiado de la galaxia…

Sin esperar más, el oscuro aprendiz se irguió y cogiendo una de las piernas de Leia, la puso sobre su hombro y la penetró. Leia se agarró a las ligaduras de las que colgaba e intentó que no se notase el intenso placer que sentía. El desconocido comenzó a moverse en su interior colmándola de un placer tan intenso que no pudo aguantarse más y terminó soltando un largo gemido.

Darth Vader soltó una risa cascada a la vez que frotaba la polla contra su culo y su espalda.

No había resistencia posible , sus últimas defensas cayeron y cuando se dio cuenta estaba gimiendo y disfrutando como una loca.

En ese momento Vader separó sus cachetes y cometió la humillación final. Extrañamente no sintió ningún dolor. Siempre había pensado que sería muy doloroso, pero a pesar de que aquel hijoputa le metió la polla hasta es fondo de su culo lo único que sintió fue placer.

Leia se dejó llevar jadeando y gimiendo mientras era empalada por aquellas dos fenomenales pollas una y otra vez llenándola y llevándole al éxtasis que no tardó en llegar arrasándola.

Cuando volvió a ser consciente de lo que pasaba a su alrededor alguien había cortado la cuerda que la mantenía unida al techo y se encontró tumbada encima del acólito que no paraba de moverse bajo ella mientras Vader la sodomizaba a un ritmo endiablado. De la máscara del hombre solo escapaba un risa profunda y cascada.

Durante unos minutos más estuvieron maltratando sus genitales hasta que no pudieron contenerse más y se corrieron llenando sus agujeros con su cálido semen. En ese momento el acolito retiró la capucha que cubría su rostro y con horror pudo ver la cara de su hermano… o lo que quedaba de él.

En su rostro estaba marcado el efecto del reverso oscuro de la fuerza. Había perdido casi todo el pelo y sus iris azules estaban rodeados de un cerco rojo y unas profundas ojeras.

—Sí, soy tu hermano, Leia. Ven y únete a mí, a nosotros y experimenta el poder del lado oscuro de la fuerza.

Leía se quedó quieta chorreando semen y cubierta por el sudor de aquellos dos terribles seres mientras Luke se acercaba intentando seducirla.

Leia quería negarse, pero la tentación era muy fuerte. Luchó con todas sus fuerzas, pero aquellos ojos fríos, llenos de ira y soberbia la tenía atenazada. Solo era cuestión de unos instantes y sería esclava del lado oscuro…

Se despertó con un gritó, totalmente desorientada hasta que se giró en la habitación y se dio cuenta de que estaba en la base rebelde de Yavin, justo el día previo a la batalla que decidiría el destino de la causa rebelde.

Estaba suspirando de alivio cuando la puerta se abrió y Han Solo entró con la pistola preparada.

—¿Te encuentras bien, princesa? —preguntó Solo exhibiendo su típica sonrisa de rufián.

—Sí, solo era una pesadilla.

—Sera mejor que te tapes. —dijo señalando con el dedo el vaporoso camisón de la joven que con la pesadilla había quedado a la vista—Las noches en este planeta son frescas.

La primera intención de Leia fue hacerle caso y despedirle, pero de repente se dio cuenta. Aquel inútil podía ser su salvación. A pesar de que no había hecho nada, se había llevado la fama del escape de la estrella de la muerte y había ganado cierta reputación entre el ejército rebelde.

Sabía que quería largarse para pagar un deuda con Jabba el Hutt que le tenía en el filo de la navaja, pero estaba convencida de que si insistía suficiente lograría que se uniese al ataque suicida que estaban preparando contra la estrella de la muerte para la mañana siguiente

Sí lo pensaba bien era perfecto, solo tenía que follárselo esa noche hacerle unos cariñitos delante de todo el ejercicio y despedirle para que con su habilidad a bordo del Halcón Milenario acabase desintegrado por alguno de los turboláser de la estrella de la muerte. Así ella sería una especie de viuda y no tendría que dar enojosas explicaciones sobre la criatura que crecía en su interior.

—Perdón. ¿Qué decías? —preguntó Leia volviendo a la conversación.

—Que en fin —tartamudeó el contrabandista señalando sus pezones erectos—Que estas cogiendo frío.

—¿De veras que esto es por el frío? —replicó Leia pellizcándose los pezones a través de la suave tela del camisón.

Solo hizo un gesto de indecisión. Era evidente que la deseaba, pero no se atrevía a dar el paso. Ocultando su exasperación la princesa dejó que resbalara uno de los tirantes mostrando al contrabandista un pecho grande cremoso y turgente rematado por un pezón rosado que le desafiaba erecto.

—Creí que era Luke el que te gustaba. —dijo Han acercándose.

—Vamos, no seas tonto. El chico es guapo, pero a mí me gustan hombres un poco más hechos, que tengan mundo. Él apenas acaba de salir de las faldas de su madre. —replicó Leia poniendo morritos.

Eso fue lo único que necesitó Solo para desnudarse y meterse en la cama con ella. En cuestión de segundos estaba sobre ella acariciándola y besándola.

Tenía que reconocer que todo lo que tenía de gañan lo tenía de buen amante y además estaba bastante bien dotado. Las manos del piloto resbalaron por su cuerpo acariciándolo con suavidad, excitándola y haciendo que olvidase la turbadora pesadilla que acababa de experimentar.

Con un empujón lo apartó y se puso en pie. Con lentitud se fue bajando el camisón hasta quedar totalmente desnuda. Han Solo se quedó observándola embobado y ella, consciente de que en cuestión de horas le pediría que arriesgase la vida por él, se esforzó al máximo. Se contoneó ante él mientras deshacía las trenzas dejando que una espesa mata de pelo que le llegaba hasta la cintura se derramase sobre su pálida piel.

Han Solo tragó saliva y se levantó. Su enorme erección le causó a Leia un escalofrío de placer anticipado. Quizás no fuera mala idea. Dándose la vuelta volvió a apartarse de él jugando con su deseo un poco más. Finalmente la atrapó por las caderas y la acercó hacia él. Pudo sentir como Han acariciaba su pelo mientras la dirigía contra la pared de la habitación.

Las manos del contrabandista se deslizaron por sus costillas, agarraron sus pechos y se los estrujaron. Leia suspiró mientras frotaba su culo contra la erección de Solo que sonreía satisfecho.

El hombre fue bajando poco a poco las manos a la vez que se arrodillaba. En pocos segundos sintió como tras acariciar su culo le separó los cachetes y comenzó a comerle el coño.

Leia gimió y retrasó el culo mientras sentía la lengua de Han evolucionando por su sexo acariciando su clítoris, la abertura de su ano y recogiendo los flujos que escapaban de su cada vez más anhelante coño.

No podía aguantar más, necesitaba polla. Con las mejillas ruborizadas Leia se dio la vuelta y tirando del pelo de aquel rufián le obligó a levantarse . Han se hizo el remolón y aun se quedó unos instantes besando y chupando sus pezones haciendo que su deseo fuese casi angustioso.

Con esa sonrisilla de triunfo que tanto detestaba separó las caderas de Leia de la pared y la penetró. Leia no se cortó deseosa de que toda la base se enterase y pegó un grito de placer al sentir como el miembro de Solo colmaba su sexo. La joven levantó una de sus piernas y la colocó sobre la cadera de él. Han comenzó a moverse con suavidad a la vez que le acariciaba la pierna y la besaba con suavidad.

Los movimientos se hicieron más rápidos y bruscos. Leia gimió y clavo las uñas en el peludo pecho de Solo sintiendo como cada embate la llevaba más cerca del orgasmo.

Agarrándola por el culo Solo la levantó en el aire y la posó con delicadeza sobre la cama antes de seguir follándola. Leia abrió las piernas y las estiró todo lo que pudo a la vez que alzaba las caderas para sentir los golpes del pubis de su amante en el suyo propio cada vez que le metía la polla hasta el fondo.

Agarrando a Leia por los hombros Han la folló con todas sus fuerzas hasta que se derramó en su interior. La princesa sintió un cálido torrente derramarse en su interior y no tardó en correrse también.

Instantes después Han se separó, pero Leia quería que aquella noche fuese memorable. De un empujón tumbó al hombre boca arriba y se colocó a cuatro patas sobre él. Con lentitud comenzó a retrasar su cuerpo procurando que su piel le rozase suavemente la polla. Cuando la tuvo a la altura de sus pechos comenzó a bambolearlos golpeando delicadamente aquel miembro haciendo que volviese a crecer poco a poco.

Los apagados gemidos de Han la animaron y tras demorarse unos instantes siguió bajando hasta que tuvo el pene a la altura de su boca. Tras besarlo un instante sonrió y apartó la cabeza dejando que su larga melena lo acariciara.

El contrabandista jamás había experimentado nada parecido. La suave y oscura melena de la joven acariciaba su miembro haciéndole sentir un placer desconocido. Bajo aquella espesa capa de pelo la princesa cogió su verga y comenzó a masturbarle usando su pelo como si fuese un suave guante.

Han tensó todo su cuerpo y soltó un ronco gemido. Satisfecha acercó su boca y le lamió y le mordisqueó la polla chupando con fuerza, sintiéndola palpitar en su garganta.

A continuación se apartó de nuevo y acariciándole de nuevo la polla con su melena le masturbó una vez más antes de subirse a horcajadas y meterse aquel miembro hasta el fondo de su sexo.

Solo se dejó hacer mientras la princesa saltaba con violencia y gemía y gritaba presa de un placer irrefrenable. En pocos minutos estaba jadeando y cubierta de sudor, pero no dejó de subir y bajar por la verga de él a un ritmo endemoniado hasta que no aguantó más y todo su cuerpo se crispó asaltada por un tremendo orgasmo.

El contrabandista, sin darle respiro, la puso a cuatro patas sobre la cama y la volvió a penetrar con fuerza, prolongando su orgasmo y corriéndose de nuevo en su interior con un grito de triunfo.

—¿Quién lo diría? —dijo Solo tumbándose a lado de una Leia aun jadeante— Mi madre siempre me dijo que jamás llegaría a nada y aquí me ves. Yo, un líder de la causa rebelde y follándome a una senadora imperial. ¡Chúpate esa doña perfecta!

—Creí que te irías a pagar esa deuda que tienes pendiente… —dijo Leia haciendo dibujitos con sus uñas en el pecho del contrabandista

—Verás cielo. Esa era mi intención, pero me lo he pensado mejor y creo que vais a necesitar mi ayuda. Ese chico, Luke, me cae bien y no me gustaría que le pasase nada allá arriba.

—¡Ah! ¡Qué bien! —dijo Leia cubriéndole de besos— Creo que voy a hacer que te nombren general del ejército rebelde.

Como esperaba, aquel gilipollas se hinchó como un pavo. A partir de aquel momento supo que lo tenía en el bote. Ahora solo tenía que cumplir e ir directo a una muerte segura.

Doce horas después en los alrededores de la estrella de la muerte…

—Grrr, buuf, grrr, guau, guau.

—Joder Chewbacca, ya sé que estamos en un lío. No hace falta que me lo digas. Calla y desvía la energía a los cañones de proa, tenemos que cargarnos esa torre laser si no queremos acabar convertido en una bonita bola de fuego.

—Brrr, buuuf, grrr, guau, guau.

—No soy ningún gilipollas encoñado. Soy un general rebelde y como sigas tocándome lo cojones te voy a montar un consejo de guerra que te vas a cagar, bola de pelo apestosa….

FIN

“Las jefas, esas putas que todo el mundo desea” (POR GOLFO) Libro para descargar

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Sinopsis:

Selección de los mejores relatos de Golfo sobre una jefa. 120 páginas en las que disfrutarás leyendo diferentes historias de ellas disfrutando o sufriendo con el sexo.

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http://www.amazon.com/jefas-esas-putas-mundo-desea-ebook/dp/B015QIL9M8/

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

Relato erótico: Blue margarita (POR VIERI32)

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La noche en el bar Rennes se había convertido en madrugada, y con ella se fueron mis esperanzas de encontrarme con Anastasia. El gentío que bailaba hacía unas horas, apretados en el calor infernal de la pista, e inmersos en la música fuerte de turno, se había convertido en tres, cuatro… cinco borrachos riendo en la mesa del fondo, escuchando el jazz suave que ponían cuando casi no había alma viviente. Nina Simone… nunca el jazz sonó tan bien con la voz de una mujer.

Iba a levantarme de la butaca, despegar mis brazos de la barra que me sirvió de apoyo por más de dos horas para nunca más volver, y con una idea fija recorriendo los rincones de mi cabeza; nunca más intercambiar mails con la hija de puta de Anastasia. ¿Cómo podía haber confiado en una extraña que me prometió la noche de mi vida? Pero sus palabras, las fotos que enviaba para mostrarme cómo era ella… sólo un cretino creería el paraíso que me ofreció. Sólo yo.
Fue cuando eché una ojeada alrededor del bar; entre el humo y el cabrilleo de las luces la vi mirarme con sugestión en el otro extremo de la barra; unos ojos pardos ocultos tras las ondulaciones que describía su pelo negro hasta sus pechos, ocultos tras un elegante vestido negro, tenía una copa entre manos con los vestigios de algún Martini.
Jugaba con una aceituna entre sus dedos, la hacía recorrer por los bordes de dicha copa. ¿Anastasia?, pensé. Tomó la puntita de aquella aceituna y lo llevó hasta la altura de su boca. Esos ojos gatunos, esos labios carnosos que fueron humedecidos por su lengua… ¡Anastasia!
La aceituna desapareció en su boca y ella me devolvió la mirada. Felina, erótica. Se levantó de su butaca y fue acercándose a mi lugar mientras un cosquilleo me recorría la garganta. ¿El blue margarita que me había bebido estaba haciendo efecto? ¿O era por el hecho de que aquella diosa de curvas peligrosas se acercaba inminente hacia mí?
– Rubén. – sonrió posando una mano en la barra, a centímetros de la mía. – no me fue difícil reconocerte.
– Anastasia – respondí con una mirada seria – ¿un poco tarde, no?
– Y sin embargo sigues aquí.
– Sigo aquí. Cabreado, eso sí.
– ¿Por qué no te fuiste?
– ¿Por qué? Pues… por el dinero – respondí tomando el último sorbo de mi copa.
En un desvío de mi mirada observé sus manos reposando en el bar, y lo vi… vi mis sospechas incrustadas en su dedo, brillando, un anillo de matrimonio brillando promesas rotas de quilates.
– Pensé que te ibas a divorciar.
– He decidido darle una segunda oportunidad
– ¿En serio? Estaba seguro que tus mails lloraban rabia cuando te referías a tu marido.
– ¿Puedo cambiar de opinión, no?

Antes de responderle, se inclinó levemente hacia mi rostro – porque yo seguía sentado en la butaca – y dejando su boca a centímetros de la mía, restregó su lengua por mis labios, inferior a superior, rematando con un susurro crispante;

– Arriba, piso once, habitación 809. Estaremos esperando. – dijo alejándose.
Quedé estático en mi asiento. Entre el humo y el jazz me pregunté en qué situación me estaba metiendo; era mi primera incursión en el sexo bisex… sí, a mis veintinueve podía parecer un poco tarde, y sumado al hecho de no conocer del todo a quienes pagaban por estar conmigo, le agregaba un toque de inseguridad… y morbo. Riesgos de entablar contactos vía Internet.
Pedí la cuenta al barman y me encaminé hacia el salón.
– Disculpe – interrumpió el hombre – la copa que se está llevando… eso pertenece al bar.
– La copa – la observé, con los vestigios del Blue Margarita recorriendo los rincones del vidrio. Fue mi única compañía durante dos horas, casi profeta de una noche patética. ¿Quién querría la copa? ¿Quién querría tener los recuerdos de mis soledades, de dos horas sentado en un bar con un pedacito de vidrio escarchado en sal, repleto de tequila y limón? Sólo yo.
– Me la llevo – respondí- ¿Cuánto cuesta?
El maldito barman me miró como si estuviera loco de remate. No lo culpé.
. . . . .
Dos golpes a la puerta 809. Tres golpes insistentes. Oí murmurar a dos personas, voces provenientes de la habitación. Silencio. Luego el pomo giró y la voz susurra de Anastasia me indicó que pasara. Entré en el lugar, apenas iluminado con lamparitas barrocas, posicionadas en lugares estratégicos para darle un colorido naranja, crepuscular.
– ¿Y esa copa que tienes ahí? – preguntó Anastasia.
– Es del bar. Me lo regalaron.
– Sería bueno que lo llenes con algo, ¿no? Allí hay una heladerilla…
-Ya habrá un momento para eso – dije reposando la copa sobre una mesa cercana.
– Bien… Ahora, fíjate en la cama, Rubén.
Giré mi vista hacia el lugar indicado. Otro hombre, trajeado elegantemente, sentado en el borde de dicha cama, con la boquita describiendo cierta sonrisa, de facciones fuertes, de brazos poderosos y con los ojos fuertemente estacados en mí.
– Es bonito. – dije mirando a Anastasia.
– Igualmente. – sonrió el hombre.
– Es mi esposo.
– ¿¡Su esposo!? – no pude evitar poner un rostro sorprendido al ver que mi primera experiencia sería con un matrimonio. Menudo matrimonio.
– Vaya, ¿te pagamos para hacer preguntas? – ironizó el hombre.
– No me vengas con rostros hipócritas. – dijo ella al ver mi cara. – Ahora, ¿te gusta algo de música de fondo? – preguntó acercándose a un equipo de sonido.
– Nina Simone – respondí.
– ¿Y quién es ella?
– Ella… es ésta. – dije retirando un CD de mi bolsillo, para dárselo. – Me gusta follar con jazz de fondo.
La mujer tomó el disco, mirándome extrañada, no conocía nada de mi querida Nina. Tenía ganas de decirle “puta arpía sin cultura musical” pero temí perder el dineral que me había prometido.
Ni bien sonó su melodiosa voz, Anastasia se acercó a mí para retirarme el abrigo, el cinturón, la camisa… restregó su mano por mi pecho, clavó sus uñas en mí, y bajó dolorosamente rumbo a mi entrepierna. Miré a su esposo, el idiota sentado y observando con una sonrisa oscura.

Se oyó mi bragueta bajar y bajar mientras el cornudo revelaba una erección terrible bajo su pantalón. Ella se arrodilló, lista para comer mi sexo con sus carnosos labios. Se oyó un gemido femenino cuando tragó mi hombría en aquella boca de vivo fuego, sus ojos gatunos brillaban bajo las luces de las lámparas y entre sus pelos ondulados, contemplándome, escrutando mi rostro mientras yo me sentía en el puto paraíso al sentir cómo crecía dentro de su boca.

Se levantó para besarme mientras su mano empezaba a pajearme a fin de tener la erección a pleno.
– Cobras caro – dijo entre los besos con lengua – pero desde que vi tu anuncio en la web… desde que vi esa carita que tienes, mi amor… – la mujer volvió a meter el fuego de su lengua en lo más profundo de mi boca, para luego proseguir – eres un sueño, ¿lo sabías?
– ¿Cobrar? Recuerda que el dinero me lo ofrecieron ustedes– sonreí.
– Es que nosotros no fuimos la única propuesta que recibiste, ¿no? – preguntó el marido.
– Recibí otras propuestas. –respondí tocando el culo de su amada, atrayendo su cuerpo contra mi erecto sexo. – Pero pocas ofrecieron dinero… y sólo ustedes ofrecieron mucho dinero. Ahora, si me permiten, iré por una Margarita en la heladerilla.
– Hazlo… – dijo el hombre – y luego te vienes para aquí.
Me dirigí para abrir la heladera, volví mi vista hacia la cama. Anastasia estaba desnudando a su marido con la misma estrategia que utilizó conmigo. Le hizo una deliciosa chupada mientras yo cargaba la bebida en mi copa… la misma copa del bar que me había hecho compañía. Y mientras mi querida Nina Simone cantaba “Sinnerman” en la radio – un guiño cruel hacia mí- vi cómo la mujer empezó a guiarlo hasta la cabecera de la cama, para atar sus brazos y pies a sendas extremidades. El hombre quedó boca abajo, con aquel culito respingón al aire, más aún, cuando la mujer llevó un par de almohadas bajo su panza para levantar su trasero.
La mujer se sentó sobre la espalda de él, mirándome a mí;
– Acércate, Rubén. – dijo llevando sus manos en las nalgas de su marido, haciéndole escapar un ligero gemido de sorpresa. Su cuerpo se tensaba conforme ella iba separándolas hasta mostrarme el pequeño agujerito. – ¿O prefieres beberte la tequila primero?
– Blue Margarita.
– ¿Qué?
– No es sólo tequila… es Blue Margarita. – dije al beberme otro pequeño sorbo, acercándome hacia ellos. “Menudo matrimonio” volví a pensar.
Me arrodillé frente a aquel trasero separado al máximo gracias a las manos sádicas de su esposa. Un temblor me volvió a recorrer el cuerpo, era mi primera experiencia, ganas me sobraban, información también. Cayó mi querida copa sobre el alfombrado mientras mi rostro se inclinaba para lamer aquel trasero. De arriba para abajo, una y otra y otra vez.
La mujer empezó a meter los primeros dedos en el humedecido trasero de su esposo, sorteando posiciones con mi hábil lengua, el muy cabrón empezaba a gemir bajo las almohadas y yo estaba encendiéndome a mil por hora rumbo a un muro.
Me subí en la cama, de rodillas frente al trasero. La mujer tomó de mi sexo, lo escupió y llevó el glande hasta la entrada del ano de su marido. Me miró a mí, sus ojos gatunos, sus bellos ojos gatunos y sádicos me imploraron un beso.
Penetré al tío, lloró como niña mientras yo besaba con exceso morbo a su querida esposa sentada sobre él. Mis movimientos iban adquiriendo vigor, Anastasia gruñía groserías entre besos, palabras inmundas dirigidas a su hombre, como “¿te gusta cómo te folla, puta?”, “¿Acaso te duele, cariño? ¡Quiero que digas que eres una putita niña llorona!”, “Ya te irás acostumbrando a que te follen tíos, para que tú aprendas a hacerlo, cabrón”
Yo era el tercero, si no fuera por mi verga, sobraría. Sólo estaba para darle y darle al pobre diablo, mis embestidas eran terribles, un leve halo de sangre empezó a correr del ano, le estaba rompiendo el esfínter y a su esposa no le importaba.
Limón, tequila y una copa escarchada en sal. Jazz de fondo, mi primera experiencia… la primera experiencia del pobre marido. Más delicioso, imposible.
Ella se levantó y me dejó hacerle, se dirigió hacia la heladera, aunque extrañamente no la abrió, sino que se limitó a mirar cómo un hombre hacía llorar a su esposo. Aquella montada sádica duró su tiempo, mi “leche” terminó dentro de él, y caí vencido sobre el desnudo cuerpo del hombre.
La mujer interrumpió mi breve descanso con una voz autoritaria;
“Ahora fóllame” ordenó, “hazme gritar como puta, lo quiero volver loco a mi marido.”
Pensé que íbamos a hacerlo en la cama, sobre su marido, o a su lado, pero ella me hizo una seña para sentarme en el sillón. Y así lo hice, me senté en el lugar, la mujer se acercó para inclinar su dulce culito hacia mí, agarré su cintura para poder llevar el glande entre sus labios vaginales. Se sentó sobre mí y la cabalgué a lo bestia, casi hasta con ganas de destrozarla con la montada. La noche más rara y esperada de mi vida.
Anastasia sabía gritar groserías, su pobre marido estaba atado en la cama, muriendo de dolor y escuchando chillar como cerda a su querida Anastasia. Yo sobraba, el juego era entre ella, su esposo y mi sexo. Miré la alfombra, mi copa seguía ahí, brillando crepúsculos, mi única compañera en toda la noche, reflejando el cuerpo de aquella mujer siendo embestida por mí… no, no por mí, embestida por mi verga. Yo sobraba. Sólo yo.
. . . . .
El pobre diablo fue desatado mientras yo estaba sentado en el sillón, fumándome un cigarrillo y viendo cómo la esposa acariciaba a su hombre, lo besaba, lo confortaba con palabras tiernas, viendo cómo su anillo matrimonial brillaba infidelidades de quilates.
Se vistieron, el hombre no llegó ni a mirarme. Fue el primer culo masculino que saboreé y penetré… y ni siquiera se atrevió a devolverme la mirada. Anastasia se acercó a mí, y me lanzó un fajo de euros. Mi premio prometido. Pero no vi el dinero, ni me fijé, sólo observaba los ojos felinos de la mujer. “Gracias” – me susurró.
– ¿Lo haremos otra vez? – pregunté escrutando su mirada, permaneciendo indiferente ante el peso del dinero en mi pierna derecha.
– Desde luego – interrumpió el hombre, de espaldas a mí, a punto de salir de la habitación.
– Ya lo oíste – sonrió Anastasia.
Aquellos ojos felinos se retiraron con una risita, contemplándome por última vez antes de salir de la habitación, tomada de la mano con su maldito esposo.
Me recosté en el sillón mullido, mi hermosa Nina dejó de cantar hacía ratos. En el suelo seguía mi copa, sinuosa con sus curvas, brillando atardeceres bajo la luz de las lámparas. Me ardía la cabeza, ¿acaso era la bebida?, ¿acaso era un efecto natural tras mi primera experiencia?
Lo peor de todo, es que mi única compañía de aquella noche terminó siendo la copa escarchada de sal, con los vestigios de tequila y limón. Mi profeta de una noche patética, de ojos felinos que no me pertenecerán, de mis soledades con sabor a Jazz y de doscientos euros haciendo peso en mi pierna izquierda.
Entre los fajos de los billetes relucía un papelito, y en éste, se inscribía en letra apenas legible; “Si deseas quinientos euros, dirígete hacia la heladera y retira la cámara que ha estado enfocando la cama. Estuvo grabando cómo te has montado a mi marido. Por obvios motivos, no puedo llevarlo ahora mismo conmigo. Ésa será la prueba de infidelidad con el que le pediré divorcio. Avísame por mail. Un beso, Anastasia.”
Sonreí, entendí el porqué de su decisión de no follar en la cama… ella no quería salir en la filmación. ¿Qué más daba? El mundo nunca sabe a rosas, aunque tampoco es una caja llena de tragedias y sinsabores… y aquella noche de anillos brillando infidelidades de quilates, de sonrisas oscuras y de trampas mortales… aquella noche, el mundo me supo a Blue Margarita. Sólo yo.
– Blue Margarita –
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

“Niñera de un millonario” (POR LOUISE RIVERSIDE) LIBRO PARA DESCARGAR

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Nuevamente, Fernando Neira (Golfo) ha traducido este libro al español. Una historia llena de romanticismo, pero no por ello menos erótica.

SINOPSIS:

Sin novio y sin trabajo, la cuenta corriente de Mary O´Connor estaba en horas bajas. Su estancia en Nueva York corría peligro y cuando ya se estaba planteando volver con sus padres a Atlanta, su mejor amiga le informa que le ha concertado una entrevista. Al enterarse de que el puesto es para cuidar a unos niños durante el verano, está a punto de negarse a ir ya que poco tiene que ver con su profesión. Pero, Lizbeth la convence de ir al hacerle ver que está estupendamente pagado. A regañadientes, la profesora acepta y es de camino hacia la cita cuando releyendo el mensaje descubre que el padre de los críos es John Quinn, un afamado don juan que no para de salir en las revistas.
Nuevamente duda si acudir sintiéndose intimidada, no en vano ese hombre era todo un monumento erigido en honor a las mujeres, pero su frágil economía la hace acudir a sus oficinas. En persona, ese playboy es todavía más impresionante, Alto musculoso, guapo a rabiar y dotado de una voz profundamente varonil es el hombre con el que toda mujer ha soñado alguna vez.
Cuando consigue el trabajo y le informan que debe incorporarse de inmediato, Mary deja su apartamento y se muda a una mansión de los Hamptons sin ser realmente consciente del modo en que ser la niñera de los hijos de ese millonario va a trastocar su vida para siempre…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

1

Mi vida cambió una mañana cuando Lizbeth me llamó con una oferta de trabajo. Mi amiga, consciente de mis dificultades económicas, creyó oportuno preguntarme si me interesaba cuidar de dos chavales durante los meses de verano en los Hamptons.

―Mary, no fastidies. Eres profesora y pagan bastante bien― insistió cuando le comenté que no tenía experiencia como niñera.

Como acababa de salir de una relación de varios años, no tenía casa ni trabajo, la oferta de me cayó del cielo y sin nada que me retuviera, no lo dudé:

 ― ¿A quién tengo que mandar mi curriculum?

―No hace falta, llévatelo a la entrevista que te he concertado. Te mando los datos por WhatsApp― contestó mientras colgaba.

Conociendo lo ocupada que siempre estaba, no me molestó leer que solo tenía dos horas para cambiarme de ropa y acudir a la cita. Por eso, no reparé en el nombre del tipo que me iba a entrevistar hasta que en el metro repasé la dirección a la que iba.

«No puede ser el John Quinn de las revistas», me dije alucinada ya de camino.

Rechazando la idea de que ese don Juan, acostumbrado a codearse con las mujeres más bellas del firmamento, necesitara tan urgentemente de alguien que velara por sus hijos, instintivamente acomodé mi ropa mientras lamentaba el no haberme puesto algo menos casual.

«Si es ese estirado, nunca me contratará con estas pintas», pensé mirando mi reflejo en uno de los cristales del vagón. Sin tiempo de cambiar mi minifalda por un disfraz de institutriz, decidí continuar y no arriesgarme a llegar tarde, por lo que me bajé en la estación de la calle 57.

Según Google mi destino era un edificio de oficinas frente al Waldorf Astoria, uno de los míticos hoteles de Nueva York y preocupada por no ser lo que buscaban, caminé el resto del trayecto. Al llegar a la ubicación que me había dado y ver un letrero de la compañía de ese millonario, llamé de vuelta a mi conocida echándole en cara que no me hubiera avisado de quién era su cliente.

―Tranquila, no puede ser tan ogro como lo pitan― contestó y sin darme tiempo de protestar, me dejó con la palabra en la boca diciendo que entraba en una reunión.

―Te odio.

―Lo sé y el sentimiento es mutuo― fue su respuesta antes de colgar.

Solo mi delicada economía hizo que reuniera fuerzas y me encaminara a encontrarme con uno de los hombres más atractivos de la actualidad, un pibón de casi uno noventa que era famoso por la rapidez que cambiaba de novia desde que su esposa falleció tras una prolongada enfermedad.

  «No me puedo creer que me haya preparado esta encerrona», pensé mientras daba mi nombre en la recepción del edificio, diciendo que tenía una cita con el mandamás.

El conserje, quizás habituado a la legión de admiradoras que intentaban colarse en las oficinas con la esperanza de hablar, aunque fuera un minuto, con ese magnate me miró de arriba abajo sin creerme.

―Espere en la sala, alguien bajará por usted― finalmente dijo al comprobar en su ordenador que era cierto y que no era una joven en busca de su momento de gloria.

Acomodando mi trasero en un sillón reservado únicamente a las clases más altas, miré el reloj y respiré al ver que había llegado con un cuarto de hora de antelación.

«¿Qué hago aquí?», murmuré sintiéndome fuera de lugar entre tanto potentado mientras intentaba bajar el vuelo de mi falda y así no mostrar de más en un ambiente tan refinado.

Al poco tiempo, vi aparecer a una espléndida rubia. Impactada por su belleza, tardé en caer en que preguntaba por mí al portero y por ello, casi tartamudeé cuando me preguntó si era la niñera que les habían mandado de la agencia.

―Vengo a ver al señor Quinn.

―Acompáñeme, mi jefe está a punto de salir y solo tiene cinco minutos― contestó casi sin mirarme.

 Convencida de que no me iban a coger, la seguí por el hall y ya en el ascensor, repasó conmigo los datos de mi expediente.

―Según dice aquí, es usted licenciada en magisterio por la universidad de Atlanta y perteneció al equipo de equitación.

―Así es― contesté extrañada que se centrara en ese hobby que incluí para rellenar mi perfil.

― ¿Me imagino que sabe nadar? No en vano los niños están de vacaciones y gran parte de su tiempo lo pasarán en el agua.

―Sí― respondí.

― ¿Y sabe navegar?

―Tengo el título de patrón de vela.

―Perfecto. Por favor, aguarde aquí― al abrirse la puerta respondió y señalando unos asientos, entró en un despacho que asumí que era el de su jefe.

Tras ese breve interrogatorio comprendí que lo que buscaban era alguien que compartiera actividades con los críos y por primera vez me sentí capacitada para el puesto, ya que, sin ser mi expediente de primera línea, lo compensaba con la práctica de deportes.

«No creo que haya muchas candidatas que sepan tomar las riendas de un caballo y menos las que conozcan lo que es una botavara», medité más segura.

Al cabo de unos segundos la secretaria me informó que pasara.

«Allá vamos», me dije dándome ánimos.

Confieso que me creía mentalmente preparada para la entrevista, pero mi seguridad quedó en nada cuando vi a mi interlocutor discutiendo airadamente al teléfono.

«¡Es un adonis! ¡Es todavía más guapo que en las fotos!», exclamé para mí al sentirme sobrepasada por la energía que manaba del ricachón.

Físicamente era un portento, un dios del olimpo encarnado para tentar a cualquier mortal que tuviera la dicha de toparse con él y su voz profundamente varonil, no le iba a la zaga.

«No me extraña que las vuelva locas», pensé al verlo de espaldas y poderme recrear en su trasero sin miedo a que me pillara haciéndolo: «Es perfecto».

Su atractivo se incrementó cuando al girarse me estudió con sus negros ojos y contra mi voluntad, me sentí mojada.

―Tengo mucho trabajo y necesito que alguien se quede con mis hijos. ¿Cuándo puede empezar? – fue lo único que preguntó.

―De inmediato― conseguí balbucear notando la mirada que echó a mi escote.

―Estupendo. Dé la dirección a Martha y mi chofer la recogerá en dos horas.

Tras lo cual y olvidándose de mí, llamó a su ayudante para que fuera ésta la que terminara de cerrar conmigo los detalles. Juro que no comprendí que un padre pusiera a sus retoños en un desconocido tan rápido y por eso cuando me encontraba ya a solas con la rubia, no pude más que mostrar mi extrañeza.

―La hemos investigado y sus referencias son impecables― contestó poniendo en mis manos un dosier sobre mí.

No pude más que escandalizarme al leer toda mi vida reflejada en esos papeles. Desde el origen de mis padres, la escuela a donde fui, el instituto donde cursé secundaria, los cuatro novios que había tenido, extractos de mi cuenta bancaria e incluso un informe psicológico que me hice para otro trabajo. Todos y cada uno de los momentos que había vivido estaban ahí por lo que sus preguntas eran solo para confirmar lo que ya sabía.

―Como comprenderá, John no ha escatimado recursos para asegurarse que es la apropiada― añadió mientras me pedía que firmara el consentimiento a posteriori de que indagaran en mi vida privada.

Solo la altísima cifra que me pagarían evitó que saliera corriendo de ahí y que aceptara el puesto.

«En tres meses ganare más que en dos años en el colegio», pensé mientras ponía mi rúbrica al contrato…

Tal y como me había anticipado, a los ciento veinte minutos de salir del edificio, una limusina aparcó frente al apartamento donde vivía desde que había terminado con George. Con tan poco tiempo para reunir mis pertenencias y acomodarlas en un trastero del dueño, más que preparar el equipaje, lo que hice fue llenar dos maletas con la totalidad de mi ropa.

«Va llegar totalmente arrugada», sentencié preocupada por el trabajo añadido de plancha que tendría al llegar a la casa del magnate.

La rapidez con la que se estaban desarrollando los acontecimientos no me permitió pensar en donde me metía hasta que bajar las cosas y prometer al casero que, en un par de días, un amigo iría por todo lo que había dejado bajo su cuidado.

―No te preocupes, sé que puedo confiar en ti― comentó el anciano impresionado por el impecable uniforme del chofer y el pedazo de coche con el que había venido a buscarme.

El empleado de mi nuevo jefe creyó oportuno preguntar si no quería que al día siguiente una camioneta de la empresa fuera a buscar lo que faltaba y lo guardara en uno de sus almacenes hasta que terminara mi estancia en los Hamptons. Comprendiendo que había sido autorizado para ello por la secretaria del señor Quinn, di mi conformidad y con un problema menos del que ocuparme, me subí a la limusina donde el lujo de la misma me apabulló.

«No se parece a la de nuestra fiesta de graduación», pensé recordando la que unas amigas y yo alquilamos para celebrar el fin de la carrera.

Esa sensación se incrementó cuando Albert, el conductor, me informó que como tardaríamos dos horas en llegar podía hacer uso de la nevera y de todo lo que contuviera. Al abrir el compartimento me encontré con una botella de champagne y toda clase de bebidas, así como de una serie de tentempiés expresamente elaborados esa misma mañana. Sintiéndome una proletaria no quise abusar y por ello, solo cogí una coca cola.

―Por lo que me han dicho es la nueva niñera de los dos diablillos― tratando de ser agradable comentó el armario de dos metros que conducía.

―Todavía no me lo creo, pero así es― respondí para acto seguido preguntar por los críos que debía cuidar los siguientes tres meses.

―Son buenos niños, pero un tanto descarriados― comentó el gigantón: ―Echan de menos a su madre, sobretodo, la mayor.

Admitiendo mi desconocimiento, quise que me contara todo lo que supiera de ellos y así me enteré que la niña tenía siete y el niño seis años, que su padre pasaba poco tiempo con ellos y que la joven que había venido a sustituir había sido despedida al intentar meterse en la cama del progenitor.

―Julie malinterpretó las señales y creyó que la educación del patrón era su forma de flirtear― dejó caer a modo de aviso para que no cometiera el mismo error.

―Gracias por la advertencia― suspiré.

Disculpando a mi antecesora, pensé: «Ese hombre es una tentación andante» mientras me juraba no caer en lo mismo y mantener las distancias.

Con ello en mente, recordé que no había contactado con Lizbeth para agradecerle su intervención y marcando su número, la llamé. Mi amiga ya sabía que me habían contratado y por eso nada más descolgar, me preguntó si mi nuevo jefe era tan impresionante como se decía.

―Si le quitas los millones, es uno más― mentí sin reconocer la excitación que me había dominado al estar en su presencia.

―Eso es que te gusta, ¿verdad perra? ― insistió muerta de risa.

―De uno a diez, tiene un doce― bajando la voz, reconocí: ― ¡Está buenísimo!

Desternillada con mi confesión, añadió:

―Espera a que los niños vuelvan al colegio para lanzarle las bragas a la cara.

La burrada de la pelirroja me hizo reír y avisándole de que iba en un coche de la compañía, prometí que esa noche la llamaría para darle más detalles.

―No te olvides, estoy deseando que me cuentes cómo viven los ricos― con su desparpajo habitual contestó…

2

Con la frase de Lizbeth resonando todavía en mis oídos, salimos de Manhattan a través del túnel de Queens Midtown con destino a los Hamptons. Siendo nieta de emigrantes venidos de Europa, pasar una temporada viviendo en la zona más exclusiva de los Estados Unidos era algo difícil de encajar. No en vano esa zona es mundialmente conocida por ser el lugar de vacaciones donde los multimillonarios de Nueva York pasan sus vacaciones.

            «Si alguien me hubiera dicho esta mañana que dormiría en una de sus mansiones no le hubiese creído», sonreí impaciente por conocer ese paraíso.

            Recordaba haber visto en las revistas un reportaje de la casa del magnate y por tanto sabía que estaba situada en el East Hampton, el área más cara, pero no podía hacerme a la idea de cómo sería vivir en un hogar de quince habitaciones frente a la playa.

            «Según se dice, la compró por treinta millones al caer enferma su esposa para que pasara allí sus últimos días. Estar montado en el dólar no le sirvió para salvarla», pensando en ello, por primera vez no le envidié: «Debe ser durísimo perder a la madre de tus hijos».

El disoluto modo de vida que había llevado desde entonces me hizo compadecerme de sus retoños:

«Pobres niños, su madre muerta y su padre saltando de cama en cama».

 Pensando en ello, llegamos a la verja de entrada de su mansión y más nerviosa de lo que debía, me pregunté cómo me recibirían los chiquillos. Según Albert eran buenos chicos, pero un tanto malcriados, cosa que comprendí cuando a buen seguro habían visto pasar un montón de niñeras.

«No es normal que estén creciendo sin una figura materna», me dije responsabilizando de ello al que los engendró: «En vez de buscar modelos con las que saciar su hombría debería haber buscado una mujer que los amara como suyos.

El impresionante palacete que apareció ante mi vista cortó de cuajo mis reflexiones:

«¡No puede ser!», exclamé en silencio al ver que el tamaño del lugar e intimidada, me bajé de la limusina para saludar a una señora entrada en años que esperaba en la puerta.

―Es Hillary, la nana del señor― me anticipó Albert.

La dulzura del rostro de la anciana y sus dificultades al andar provocaron que asumiera una fragilidad en ella que no existía y que rápidamente desapareció cuando saludándome, estrechó con fuerza mi mano.

―Antes de presentarle a los críos, debemos hablar― me soltó a bocajarro mientras me llevaba a una salita del área de servicio.

Supe de inmediato que me iba a enfrentar a la verdadera entrevista y que, si no la pasaba con honores, el contrato que había firmado era papel mojado.

―Por supuesto, doña Hillary. Usted dirá.

Sonriendo, la señora esperó a que me sentara para preguntar si me gustaban los niños. No tuve que mentir y reconociéndole de antemano que mi experiencia laboral era con chavales de secundaria, añadí:

―Pero desde la adolescencia, he cuidado de mis primos pequeños y creo que estoy capacitada. Por eso sé que lo importante, es que confíen en mí y me vean como alguien cercano.

― ¿No pensará en sustituir a su madre? ― levantando su ceja izquierda, preguntó.

Recordando la salida de mi antecesora, comprendí el reparo que escondían sus palabras, contesté:

―Señora, sé cuál es mi lugar. Soy y seré una empleada.

―Eso dicen todas― insistió.

Echándome a reír, me levanté de la silla:

―No me considero una caza fortunas y aunque lo fuera, ¿me ha visto bien? ¡No soy el tipo de mujer que le gustan a su padre! Aunque bailara desnuda frente a él, no me miraría.

―Sí que la miraría, pero luego la echaría― contenta por la franqueza de mi respuesta, sonrió: ―Mi Johnny es ante todo un hombre y usted una mujer guapa.

―Mona, atractiva y simpática más bien, pero no impresionante. Necesito el dinero y por eso no me arriesgaría a perderlo por un revolcón.

Comprendí que había pasado la prueba cuando, tocando una campana, nos trajeron a los dos enanos. Escamados quizás por el continuo trajín de niñeras, me recibieron de uñas cuando la nana me los presentó:

―La señorita O´Connor será la encargada de cuidaros.

―Llamadme Mary, señorita O´Connor me hace sentir vieja― comenté tratando de romper el hielo.

Lara, una pecosa de largos rizos, me miró:

―Para lo que va a durar, mejor la llamaré por su apellido.

―Me parece estupendo, Lady Quinn― haciendo una reverencia ante ella, contesté.

Lo aparatoso de mi gesto hizo reír a su hermano, una réplica en bajito del millonario.

―Yo, soy Sir Peter y llevo el nombre de mi abuelo.

Al comprobar que esos pitufos estaban acostumbrados a que sus niñeras fueran tan estiradas como su padre, quise hacerles ver que yo no era así y guiñando un ojo a la anciana, pregunté:

― ¿Podrían Lady Quinn y Sir Peter mostrarme su castillo? No me gustaría perderme y que, dentro de una semana, alguien encontrara mis huesos en algún rincón.

―Boba, no es un castillo. ¡No ves que no tiene almenas! ― haciéndose el sabiondo, el chavalillo contestó.

―Sí que lo es y yo soy la princesa― entrando al juego, Lara lo corrigió.

Viendo de reojo la satisfacción de la viejita, repliqué:

―Princesa Lara, ¿podría mostrarme sus dominios?

La cría miró a la anciana:

― ¿Podemos?

Que pidiera permiso a esa mujer, me hizo ver que contrariando mi previsión estaban bien educados y que la sentían de la familia.

―Antes de nada, tendréis que enseñarle el calabozo donde dormirá vuestra huésped y luego llevadla al comedor, para que cene con nosotros― desternillada de risa, respondió.

Sabiendo que había ganado la primera escaramuza, pero también que no debía confiarme, seguí a los dos mocosos por la escalera de caracol que llevaba a la planta donde estaban los cuartos. Reconozco que me impresionó el lujo de sus pasillos, pero aun así no estaba preparada para ver la habitación donde dormían:

«Es más grande que mi apartamento», me dije mientras cada uno me enseñaba su cama.

 Acostumbrados a ese nivel de vida, me mostraron el baño sin darle mayor importancia.

«Parece sacado de un spa», sentencié al ver la gigantesca bañera donde con comodidad podrían darse un homenaje dos parejas.

De ahí y usando otra puerta pasaron a otro cuarto. Al compartir baño, pensé que era del padre, pero sacándome del error la pecosa me explicó que era el mío. La inmensidad de mismo me dejó sin habla y mirando a través de la ventana, vi que daba acceso a una terraza desde la que se podía observar el mar.

―Mira. Es nuestra lancha― señalando un yate de más de veinte metros de eslora comentó el criajo.

«No me lo puedo creer, ¡es un Galeón 640!», reconociendo su esbelta forma, babeé al saber que contaba con cuatro camarotes y que cada uno de sus dos motores era de mil caballos. Esa bestia era el sueño de cualquier aficionado al mar, pero el precio lo hacía inaccesible a la mayoría de los bolsillos.

Deseando ponerme algún día frente a su timón y acelerar todos esos potros hasta los veinticinco nudos de velocidad punta, no dije nada y seguí a los pequeños hasta la habitación de enfrente. Supe que era el del padre al contemplar el cuadro de su madre frente a una cama de dimensiones colosales. Suponiendo que era allí donde el señor Quinn disfrutaba de las caricias de su amante de turno, la idea me horrorizó.

«Yo no podría acostarme con un viudo bajo la mirada de la difunta».

Tras una rápida visita a su baño que todavía era más magnifico, nos dirigimos hacia el comedor donde nos estaba aguardando la nana. La solemnidad del rezo que antecedió a la llegada de las criadas con la cena me informó de la religiosidad de esa mujer y aduje a la misma, el brillo de su mirada cuando me preguntó si era católica:

―Sí y fan de San Patricio― respondí y recordando lo aprendido siendo una cría de boca de mis abuelos, comencé a orar según el modo que enseñó el santo irlandés: ―Cristo conmigo, Cristo frente a mí, Cristo tras de mí…

Los dos niños siguieron la prez, diciendo:

―Cristo en mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo cuando me acuesto, Cristo cuando me siento, Cristo cuando me levanto…

― ¿Sabías que Helen, su madre, nació en Dublín? ― preguntó Hillary al terminar.

―No― contesté y mientras Lucy, la criada, comenzaba a servirle, le confesé las ganas que tenía de conocer la tierra de mis ancestros.

―Al igual que un buen católico debe ir alguna vez a Roma, todo irlandés tiene la obligación de visitar Eire.

No pude más que sonreír al saber que había dado la versión educada de ese mandato tan presente entre los de nuestro origen y que tantas veces había escuchado en los pubs donde nos congregábamos: “Un buen irlandés debe algún día CAGAR en la madre patria”.

―Eso también― añadió la entrañable anciana leyendo mis pensamientos.

A la estupenda crema de langosta de primer plato, le siguió un lomo de salmón al vapor y verduras hervidas de segundo que a pesar de estar buenísimos no fueron acogidos por los críos con demasiado entusiasmo.

«No me extraña, no es la cena que me hubiese gustado de niña», me dije mientras ejercía todas mis dotes de persuasión para conseguir que se lo terminaran.

Casi al final, cuando les prometí un helado al día siguiente, me enteré de que la cocinera tenía marcado mes a mes lo que se comería en la casa siguiendo la programación que el señor Quinn autorizaba. Como la alimentación de sus retoños era también responsabilidad mía, pregunté si podía ver lo que tenían señalado para la semana. Al traérmelo Lucy, no pude más que exclamar:

―Esto es el menú de un restaurant, ¡no el de un hogar!

―Estoy totalmente de acuerdo― señaló la nana: ― pero mi Johnny es tan cuadriculado que lo he dado por imposible.

Como era mi primer día preferí abstenerme de hacer cambio alguno. Antes de variar esa rutina tenía que hablar con el magnate, no fuera que lo viera como una intromisión y la misma acarreara mi despido. Aun así, lo anoté en mi memoria:

«Comer así no es lógico. Necesitan una alimentación que esté balanceada».

Tras la cena, bañé a los críos. Al irlos a acostar, Peter me rogó que les leyera un cuento como hacía su padre en las pocas ocasiones en las que se quedaba en casa. Como en la habitación no había ningún libro, les pregunté dónde podía encontrar uno:

―En la biblioteca del castillo― respondió Lara mientras la arropaba.

Siguiendo su consejo, fui en busca de algo que leerles y al entrar en la habitación donde atesoraban los libros, me quedé alucinada. La cantidad y calidad de los mismos solo podía deberse a que su dueño era un lector compulsivo. Pensando en que no me cuadraba que ese hombre fuera tan culto, me puse a revisar los estantes en busca de alguno infantil y mientras lo hacía me topé con una edición de lujo que recogía la última exposición de Patricia Stelman, una fotógrafa que era famosa por sus imágenes subidas de tono. Como esa mujer siempre me había gustado, lo abrí para echarle una ojeada.

«No me lo puedo creer», sentencié al leer la dedicatoria que le había dedicado al hombre que me había contratado.

“John, gracias por tantas noches de placer. Como te prometí, nadie podrá reconocerte en mi obra”.

Sabiendo quién era el protagonista, fui pasando las páginas y para mi sorpresa, me encontré con un homenaje al cuerpo masculino.

«Por dios, ¡qué bueno está!», con los pezones en flor, musité.

Colorada hasta decir basta al sentirme voyeur, conseguí dejar ese ejemplar y retomar mi búsqueda de algo que leer a los chavales. Tras hallar una recopilación de las historias de Christian Andersen, volví a su cuarto con los abdominales de mi nuevo jefe grabados a fuego en mi cerebro.

― ¿Qué queréis que os lea?

― ¿Puede ser la sirenita? – preguntó Lara ilusionada.

Sonriendo al ser uno de mis favoritos, puse una silla entre las dos camas y comencé:

―En medio del mar, en las más grandes profundidades, se extendía un reino mágico, el reino del pueblo del mar. Un lugar de extraordinaria belleza rodeado por flores y plantas únicas y en el que se encontraba el castillo del rey del mar…

La atención con la que seguían el relato me permitió recrearme en la lectura y cambiando el tono con cada uno de los personajes, di énfasis a la historia:

― Te prepararé tu brebaje y podrás tener dos piernecitas. Pero a cambio… ¡deberás pagar un precio! – recité imitando la voz de una anciana para hacer más creíble a la bruja.

― ¿Qué precio? – con tono infantil, leí la respuesta de la princesita…

Lentamente fui desgranando la historia, mientras veía que los niños se iban quedando dormidos. Al terminar, Lara estaba roque y su hermano casi.

 ―Es más divertido cuando nos lees tú― comentó cerrando sus ojos el enano: ―Papá es muy aburrido.

―Duerme, mi príncipe― susurré y sin hacer ruido, me marché de la habitación.

Ya en la mía, miré el reloj y recordé que había quedado en hablar con Lizbeth para contarle cómo me habían recibido en la mansión Quinn. Con ganas de compartir lo vivido, me puse un camisón, tomé el teléfono y la llamé. La pelirroja debía estar esperando porque, al segundo timbrazo, contestó:

―Cuéntame y no te ahorres ningún detalle. Quiero saberlo todo― dijo al descolgar.

Tumbada sobre la cama, le expliqué mis miedos cuando supe quién era el hombre que me iba a entrevistar y lo nerviosa que había llegado a su oficina:

―No me extraña, ese cabrón está para comérselo, pero sigue… ¿está tan bueno?

―Todo lo que te imagines se queda corto. Es puro sexo, lo tiene todo. Un cuerpo que llama a acariciarlo, una voz que embruja…

―Déjate de monsergas y descríbelo. Llevo caliente como una perra desde que te contrató. Quiero saber cómo es su culo, sus bíceps…

Al oírla, se me ocurrió una maldad y prometiendo que la volvería a llamar, corrí a la biblioteca por el libro que había ojeado. Con él, bajo el brazo, volví a llamarla y mirando las fotos, fui poniendo en palabras lo que veía:

―Lo primero que me sorprendió fue su altura. A su lado, me sentía una muñeca de porcelana. Su uno noventa enfundado en un traje te invitaba a desnudarlo tirando de su corbata― comenté describiendo la foto en la que una mujer en pelotas tenía esa prenda entre sus manos.

Pasando a la siguiente en la que la modelo, o quizás la propia fotógrafa estaba quitándole la camisa, narré a mi amiga los esculpidos pectorales de ese adonis.

―Desde que lo ves, se nota que hace ejercicio, no te haces a la idea como se le marcan los músculos mientras habla― cambiando de escenario y volviendo a su oficina, recordé.

―Sigue que me estas poniendo cachonda.

 Por su respiración supe que mi amiga se estaba masturbando con la descripción. Eso lejos de cortarme, me puso verraca. Sin decir nada al respecto, subí el vuelo de mi camisón y empecé a tocarme mientras continuaba.

―Parece el típico gladiador de las películas, sus brazos son enormes y que decir de su tableta. Jamás en mi vida he visto algo semejante, tiene músculos que nunca he visto y que creí que no existían― comenté mirando el torso desnudo de mi jefe en el libro.

El gemido que escuché a través del teléfono me azuzó a continuar y pasando a la siguiente imagen en la que se le veía totalmente desnudo, pero dado la vuelta le conté como era su cuello mientras con las yemas separaba los pliegues de mi sexo:

―Es como el de un toro. No creo que pudiese abarcarlo con las manos.

―No pares, zorra. Dime como es su trasero― casi sollozando, me exigió.

Recreándome en la foto, le expliqué la forma triangular de su espalda y los impresionantes dorsales que tenía frente a mí antes de pasar a su culo.

―No te haces idea. No tiene una gota de grasa. Estuve a punto de lanzarme sobre él cuando vi cómo se le marcaban los glúteos bajo el pantalón ―conseguí decir con la respiración ya agitada: ―Tiene el trasero que toda mujer sueña. Redondo, duro, prominente…

La calentura de Lizbeth no debía menor que la mía cuando se lo describía:

― ¿Pudiste fijarte si estaba bien dotado?

Pasando la página, me encontré con su sexo.

―Por el bulto de su bragueta, debe ser enorme y totalmente depilado― suspiré viendo el enorme trabuco que portaba en la foto mientras mis toqueteos se profundizaban.

No queriendo reconocer que lo tenía ante mi vista, haciendo cómo si me lo imaginara, seguí describiendo cada una de las venas y el grosor de su aparato.

― ¡Zorra! ¡Me tienes a cien! ― gritó ya sin importarle que supiera que se estaba pajeando.

Aguijoneada por el placer que estábamos compartiendo, torturé el botón de mi sexo mientras le narraba con todo lujo de detalle la forma y tamaño de sus testículos.

―Tal y como me cuentas, ¡debe ser un semental!

Pasando las hojas del libro, me encontré con una fotografía en la que aparecía una mujer atada a la cama mirando su erección.

― ¡Le va el sexo duro! ― exclamé fuera de mí al ver la escena, casi descubriéndome.

Envidiando a la modelo, soñé que era yo la que permanecía inmóvil y con más fuerza me masturbé mientras retrataba como si fuera yo la mujer que con la boca abierta estaba aguardando a que ese adonis acercara esa asombrosa verga a sus labios.

―Cuéntame cómo te gustaría que te azotara― dominada por la lujuria, me exigió.

―Me encantaría que me colgara de unos ganchos e indefensa, me acariciara el culo antes de soltarme un azote― susurré narrando la siguiente imagen del libro en la que la amante de mi jefe aparecía suspendida del techo. La violenta sensualidad de la escena impresa me terminó de excitar y pasando un par de páginas, narré que, tras dejarme el trasero rojo, mi jefe pellizcaría mis pechos con rudeza.

Para entonces, los continuos sollozos y gemidos de mi amiga rivalizaban con los míos, por eso no me espanté cuando ya sin cortarse y poniéndose como protagonista me pidió que el millonario se la follara.

―John te tomaría de tu melena y poniéndote a cuatro patas en el suelo, acercaría su tallo a tu sexo.

―Sigue, no pares. Quiero sentirme suya― rugió desde su móvil.

Sorprendida por lo mucho que me ponía que la pelirroja estuviese tan cachonda, susurré al micrófono que, separando los labios de su coño con el glande, el millonario la empalaría. El alarido que pegó al oírme, no solo me confirmó que se había corrido, sino que aceleró también mi placer y ya sin recato alguno, busqué mi orgasmo mientras le narraba como la domaba con sonoras pero indoloras nalgadas sobre sus ancas.

―Por dios, ¡me encanta! ― chilló mientras mi cuerpo sucumbía en el placer.

Con mi femineidad todavía babeando, escuché que Lizbeth me daba las gracias y se despedía. Entonces y solo entonces, caí en lo que habíamos hecho, en que habíamos disfrutado juntas de un sueño imposible y cerrando los ojos, traté de dormir, pero el recuerdo de lo sucedido me hizo soñar con ella y con Quinn en la misma cama…

Relato erótico: “ Pablo, Ana. José, Mila y familia.” (POR SOLITARIO)

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PABLO.

Vaya día aburrido. No tengo ganas de hacer nada…Voy a tomar algo a la cafetería.

Sentado en un taburete en la barra del bar, en la planta baja del bloque de mi apartamento, tomando mi café, solo, el café y yo, no hay más clientes.

Entra alguien. A mi espalda oigo hablar, es una voz femenina y me resulta familiar.

Me giro y me llevo una grata sorpresa, es Mila. Una muchacha que conocí en un hotel en Madrid, ella esperaba un cliente que no llegó. El maître del hotel me informo de su ocupación como acompañante, o sea, prostituta. Pero viene acompañada de un hombre, disimulo y les doy la espalda. Sé que ella me ha visto, si no me dice nada, yo tampoco, no quiero comprometerla.

Por un espejo, que hay en la pared tras la barra, les veo sentarse en una mesa. Hablan quedamente. Ella le dice algo a él, al oído. Mila se levanta y viene hacia mí. Toca mi hombro y me giro.

–¿Pablo? Me alegro mucho de verte. ¿Cómo estás?

–¡Muy bien Mila! ¡Qué sorpresa! ¿Y tú? Tan guapa como siempre.

De pie nos damos dos besos, le hablo despacio.

–Perdona si no te dije nada al entrar, no quería meter la pata.

–No te preocupes, ven, quiero presentarte a alguien.

Nos acercamos a la mesa.

— José este es Pablo, el amigo del que te hablé. Pablo, mi marido.

A pesar de mi perplejidad nos damos un fuerte apretón de manos. Me invitan a sentarme, traigo mi café y tomo asiento frente a Mila.

–Pablo, nos vienes como caído del cielo. José sabe, desde hace poco, a lo que me dedicaba. Y lo hemos pasado muy mal. Seguimos pasándolo mal. Mi vida anterior ha causado estragos en mi familia. José lo ha pasado, lo está pasando muy mal. Es muy bueno. Demasiado, no lo merezco y me quiere, nos queremos, Pablo, pero los recuerdos de mi vida pasada no dejan de hacernos daño. No sé, qué podemos hacer. Tú eres psicólogo y me consta que eres una buena persona. Hemos charlado en varias ocasiones y te he contado cosas de mi vida que nadie, más que tú, sabe. En el pasado me has dado buenos consejos que me han sido muy útiles. Por favor. Ayúdanos. Te lo suplico. Mi vida, nuestra vida, es un infierno.

Los ojos de Mila se llenan de lágrimas. La veo muy triste, muy delgada. ¿Qué está pasando aquí?

–Sabes que te aprecio y te admiro Mila. Pero estoy jubilado y no ejerzo como psicólogo. Solo puedo echar una mano como amigo. No sé, exactamente, a qué os enfrentáis. Puedo dirigiros a algún colega que pueda ayudaros.

–No, Pablo, te necesitamos a ti. No puedo confiar en nadie más, son temas muy escabrosos y cualquier profesional podría malinterpretarnos, a ti te conozco. Encontrarte ha sido providencial, ya no sabía qué hacer. Has hecho renacer la esperanza.

–Por el aprecio que te tengo acepto. Lo primero que tendremos que hacer es definir y evaluar, el problema. Después trataré de ayudaros a encontrar posibles soluciones. ¿Por qué no me lo contáis todo desde el principio?

José, muy serio, me mira fijamente a los ojos.

–Es muy largo de contar, Pablo. No te conozco pero intuyo, por lo que Mila me ha dicho, que eres una persona en la que podemos confiar. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche a casa y hablamos tranquilamente?

–Bien pues, de acuerdo.

–Vivimos cerca de aquí, en ————- Te esperamos ¿A las ocho te viene bien?

–A las ocho estaré en vuestra casa.

Me dan la dirección exacta y nos despedimos con un apretón de mano a José y un beso a Mila. Esta más delgada, pero está más bella, si cabe, que cuando la conocí. ¿Qué habrá pasado en esta pareja?

Subo a mi casa e intento meditar mientras escucho algo de Mozart, respiración, relajación. Mi mente no deja de pensar en Mila y su marido. En un par de ocasiones Mila me ofreció sus servicios, pero decline la tentadora oferta, muy a mi pesar, pero soy muy enamoradizo y corría el peligro de colarme por ella. Eso me daba miedo, saber a lo que se dedicaba me cohibía. Pero ¿Y su marido?

En la casa de José y Mila me presentan a Ana, su hija, Claudia, una amiga de Ana. Hay tres niños jugando en la planta superior. Las chicas se meten en la cocina, me quedo charlando con José. En un impasse de la conversación, me lleva a su despacho y me entrega un pendrive.

–Pablo, aquí tienes las notas y el relato que he recogido y preparado para que lo leas, lo analices y cuando volvamos a vernos hablamos de ello. ¿De acuerdo?

–Por mí de acuerdo, pero sería mejor que me adelantases algo.

José se asoma para ver si hay alguien que nos pueda escuchar.

–Mila se está recuperando de una tentativa de suicidio. Y yo me siento, en parte, responsable de ello. En el pen hay tres series de anotaciones, donde describo lo que nos ha ocurrido durante los últimos meses.

Se acerca alguien y deja de hablar, es Mila. Me guardo el pen y vamos al comedor.

Nos sentamos y las jovencitas nos sirven unos entrantes, antes de la cena. Esta transcurre en un ambiente agradable. Nadie diría que la familia atraviesa una crisis. Después de cenar nos sentamos a hablar, José, Mila, Ana y Claudia. José me mira.

–Después de lo ocurrido en Madrid, nos hemos refugiado aquí, tratando de olvidar el pasado. Pero al parecer es imposible. Continuamente están surgiendo fantasmas, relacionados con nuestra vida anterior. No es fácil empezar desde cero.

Mila me coge las manos.

–Pablo, Ana y Claudia, necesitan ayuda. Olvidar no nos es posible, necesitamos alternativas que faciliten nuestra vida, sin traumas. Creo que tú puedes ayudarnos. Hay algunos aspectos, muy críticos, que no podemos permitir que trasciendan, por eso recurrimos a ti, no queremos otro profesional. Ellas han ejercido la prostitución hasta hace poco, siendo menores. No sabemos en qué forma puede haberles afectado y como puede perturbar su comportamiento futuro. Las personas involucradas en los hechos delictivos, ya no son un problema. Unas han fallecido y otras están en la cárcel.

–Bien, siendo así, os propongo algo. Ana y Claudia, vendréis mañana, a las seis de la tarde, a mi casa, para charlar, luego ya veremos. Espero que me invitéis a comer algún que otro día para compensar el tratamiento. ¿Estáis de acuerdo? Jajaja

–Por nosotros encantados. Así podremos hablar más tranquilamente contigo. Además, también podrás conocer a Marga, amiga de Mila y a Claudia, Clau, para abreviar, madre de Claudia, que ahora están en Madrid resolviendo algunos problemas que han surgido, el peor, el fallecimiento del padre de Claudia.

–Vaya, lo siento.

–Pero háblanos de ti. ¿Qué haces aquí en Torrevieja?

–Veras Mila. Hace unos años, tuve problemas con mi trabajo. Problemas que llegaron a incapacitarme para ejercer como profesor. Me dieron de baja laboral por depresión, que luego se convirtió en indefinida, esto sumado a mi edad, me apartó, definitivamente, de mis labores docentes. Como ya sabes soy soltero, no he encontrado aún la pareja adecuada, así que compre un apartamento, en la parte de arriba del bar donde me encontrasteis y me dedico a leer y escribir, sin publicar, solo para mí. Pasear, charlar con las buenas gentes de aquí y en fin, no mucho más. Pero lo cierto es que esto es demasiado tranquilo, sobre todo en invierno. Por eso de cuando en cuando visito alguna ciudad, como Madrid, así nos conocimos.

Mila palmea el reverso de mi mano con la suya.

–Pues con nosotros no te aburrirás, te lo garantizo. Te necesitamos todos. Esta familia está muy traumatizada. Tienes mucho trabajo por delante.

José me mira con gesto serio.

–Y no somos una familia normal, al uso. Las normas que nos hemos dado son un tanto peculiares. Sobre todo en lo referente al sexo.

–Y ¿Cuáles son esas normas? Si puede saberse.

–Pues las que pueden regir en una comuna, al estilo de los años sesenta. ¿Recuerdas la ideología hippie? Todo aquello del amor libre, paz, no violencia. Pero todo esto, aderezado con las explosiones hormonales, de las jovencitas, libido exacerbado en las mayorcitas y yo en medio, soportándolas a todas. Un suplicio. Jajaja.

–¡Venga ya, José! Ya me gustaría a mí soportar ese suplicio. Jajaja

–Dejaros de bromas los dos. Que sois unos guasones.

La velada pasó entre bromas y chanzas. Fue muy agradable, me sentía muy agusto con esta familia. Realmente no se traslucía el drama por el que habían pasado. Me despedí, con abrazos y besos a todas, incluso a José, que me pareció un buen hombre, con una pesada carga.

ANA.

–¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¡Pepito se ha caído, tiene sangre en la cabeza!

Mamá y papá han cogido el coche, lo han llevado al centro de salud para curarlo.

Estamos en obras, papá ha encargado la construcción de la piscina. El lio es enorme.

Aunque la obra se realiza en el jardín, en casa todo anda manga por hombro.

Marga y Claudia se han ido a Madrid para resolver los asuntos de la muerte de Gerardo y de Isidro, el ex-marido de Claudia. Fallecidos en un ajuste de cuentas entre traficantes.

Papá ha dejado el ordenador funcionando al salir corriendo. Voy a apagarlo, no sabemos lo que van a tardar.

¡Hosti! ¿Qué es esto? Es una copia de una hoja manuscrita y parece la letra de mamá. Está en el pendrive que tiene conectado. ¿Qué dice aquí?

–Martes, 22 de Enero 2010

Hoy, por la mañana, al volver de llevar a los niños al colegio, me encontré a Pepe, mi suegro, en la entrada de casa. Sabe que su hijo, no vuelve hasta el jueves. Yo, ya sabía a qué venía. Tuve que cancelar dos citas, pero se las he cobrado a él. No hizo más que entrar, cerró la puerta y me desnudó. Me folló en el salón, sobre el sofá. Con violencia, sin un beso, sin una caricia, solo túmbate y ábrete de piernas.

Ha sido desagradable, pero ya estoy habituada a ese tipo de comportamientos. El machismo está muy arraigado en este país. Sé que mi suegro me desea y me aborrece, como tantos otros. Se siente atraído por mí, por mi cuerpo, mi experiencia en el ámbito sexual, pero no puede evitar sentirse asqueado en cuanto se derrama dentro de mí. Entonces me desprecia. Y el caso es que a mí no me importa, me comporto con él como con cualquier otro cliente. Es uno más. Solo que este me tiene atrapada, no puedo negarme a follar con él, puede contárselo a su hijo y eso me jodería más aún.

Con la excusa de estar con los nietos, se ha quedado toda la noche, conmigo claro. Me la ha metido por todos mis agujeros. Una sola vez ha hecho que me corra. Me follaba el culo y yo me tocaba el clítoris.

Creo que Ana nos ha visto. Ella lo sabe, pero no dirá nada, sigue pensando que José lo consiente. Algún día sabrá la verdad y tendré problemas con ella. Mi suegro se ha ido temprano. Al marcharse me ha dejado mil euros en la mesita de noche. Al menos es generoso.

He podido aplazar una de las citas de ayer para hoy miércoles. Más trabajo, las dos citas de hoy más la de ayer.

¡Dios mío! Mamá llevaba una especie de diario con las citas y los encuentros de sus clientes y conocidos. Y papá lo sabe. Tiene copia de todo. Aquí hay más de mil páginas con datos. Además hay videos. Voy a copiar este pendrive en mi portátil y lo dejaré todo como estaba, para que no se dé cuenta. No sé si decirle algo a mamá. O mejor no. ¡Joder, no sé qué hacer! Papá y mamá ahora se llevan bien, creo que tratan de olvidar todo lo que ha pasado. Y si meto la pata, removiendo recuerdos… ¡No! No diré nada. Lo de papá ha sido un descuido, pero ¿Por qué lee estas cosas? Lo tiene que pasar muy mal. Mi madre era una puta, mi abuelo era una mala persona, aprovechándose de lo que sabía para follársela. Y el que pagaba las consecuencias era mi padre.

Acaban de llegar con Pepito.

–Mamá, ¿Cómo está Pepito?

–Bien, cariño, solo ha sido la sangre que es muy escandalosa. Tres puntos y un dolor de cabeza nada más. Mañana estará bien.

–Menos mal, vaya susto nos ha dado.

Papá ha ido corriendo a ver si me he dado cuenta de lo que tenía en su ordenador. No miro directamente, pero por el rabillo del ojo lo veo sacar el pen y guardárselo en un bolsillo.

¿Qué hace ahora? ¿Adónde va? Ira a esconderlo al garaje. Voy tras él. Va al banco de herramientas, coge un martillo y machaca el pen sobre un trozo de hierro.

¡Lo ha destrozado!

Me voy corriendo para que no me vea. Está claro que quiere acabar con el pasado. Cuando pueda, tengo que entrar en su ordenador a ver qué más tiene.

Suena el teléfono, mamá lo ha cogido.

–No Claudia, no quiero ir a Madrid, no quiero volver, nunca. ………………Haz lo que creas conveniente. ……………¿José? Sí, está aquí,….. Se pone.

–Dime Claudia…………..Si…………..de acuerdo, iré. A ver como lo arreglamos. ……………Esta tarde salgo para Madrid y mañana hablamos con mi abogado y lo solucionamos. ……….Un beso.

–¿Qué piensas Mila? Te veo rara.

–El pasado José. Que no deja de perseguirme. Mientras estoy contigo, con los niños, en la playa, aquí. Os veo a todos felices y eso me ayuda a no pensar. Ahora esto. De nuevo el negocio, los pisos. No quiero saber nada. Nada.

–Mi vida, no tienes por qué ir, no hace falta que vengas. Iré yo solo. En un par de días lo soluciono y vuelvo con Marga y Claudia.

–Me da miedo José. No quiero quedarme sola. Ahora no.

–No estarás sola. Ana y Claudia te acompañarán. Ven bésame.

Mi madre está llorando, se abrazan y se besan. Ella se va al jardín.

–¡Ana! ¡Ven, quiero hablar contigo! ¡Llama a Claudia!

Voy por Claudia, está en la habitación. La llevo de la mano. Papá está solo en el salón.

–¿Qué pasa, papá?

–Mira Ana, tengo que ir a Madrid, salgo después de comer. Tu madre no debe estar sola en ningún momento, sigue muy delicada y puede sufrir una recaída. Tienes mi teléfono, el de Marga y Clau. Si notaras lo más mínimo en mamá, llámanos enseguida y nos lo dices. También os dejo el número de teléfono de Pablo, por si fuera muy urgente. Repito, no dejarla sola. Por favor.

–¿Qué vas a hacer en Madrid?

–Aún no lo sé. Pero al parecer se han liado las cosas. Necesitan la firma de tu madre y ella no puede ir. Pero yo tengo un poder notarial que me autoriza a firmar lo que sea necesario en su lugar y así evitarle un mal trago. Cuando vuelva podre deciros algo más concreto. Y ahora, la comida, que me voy. Mamá está en la cocina. No dejéis que se canse demasiado, aún está muy débil.

Papá se ha marchado.

Claudia lleva los niños a la playa. He preparado la cena para todos, cuando lleguen comerán y se acostaran.

Mamá está en la cama, parece dormida. Pero no, está despierta. Me acerco y me tiendo a su lado.

–Mamá, ¿No puedes dormir? ¿Qué te preocupa?

–No hija. Me cuesta conciliar el sueño. Y estoy preocupada por lo que está pasando en Madrid. La muerte de Gerardo e Isidro puede complicar las cosas. No se cuales, pero ya verás cómo se lían. Andaban en asuntos turbios. Y me siento cansada. No tengo fuerzas para enfrentarme a nuevos problemas.

De nuevo las lágrimas. Mi madre era feliz antes de todo este lio. No le he visto llorar nunca, era fuerte. Pero ahora está siempre triste, llora a cada momento, se siente desgraciada.

Oigo llegar a Claudia con los niños. Los deja jugando en su habitación. Entra sola y se tiende con nosotras.

–Hola pareja. ¿De qué habláis?

PABLO.

Estoy leyendo lo que José escribió, en el periodo desde que descubrió el engaño de Mila, hasta su asentamiento aquí en ——-. La verdad es que me tiene alucinado. ¿Cómo este hombre pudo superar tamaño golpe?

Es realmente un buen hombre, cualquier otro habría hecho alguna barbaridad irremediable, pero él no. Me resulta fascinante como una persona puede adaptarse a las circunstancias, incluso a las más dolorosas y traumatizantes.

José, con una formación tradicional, con una gran carga religiosa, con la influencia de su madre, muy de iglesia, de derechas, se ve en la tesitura de abandonar, prácticamente, todos sus principios morales, éticos, religiosos y sustituirlos por una ideología que le permite aceptar, lo que hace un tiempo sería impensable.

Llaman a la puerta, aún no son las seis. Abro y me encuentro con Ana y Claudia, las invito a pasar y sentarse en un sofá, yo ocupo el sillón, frente a ellas.

–Bien, señoritas. Cuenten como les va en este mini paraíso.

Claudia, más directa.

–Bien. No nos podemos quejar ¿Verdad Ana?

–Tienes razón. No nos podemos quejar.

–¿Ya tenéis amigos? ¿Estáis saliendo con alguien?

Ana sonríe pícaramente.

–Pues claro, estamos muy buenas, solo tenemos que dar una vuelta y tenemos a los moscones detrás. Pero hay dos chavales que nos gustan, nos vemos de cuando en cuando, salimos, charlamos…

–Claudia, ¿Puedes hablarme de tu padre? ¿Cómo te sientes?

Cambia el gesto de su cara, se torna más serio.

–Mal, si te digo la verdad, no lo quería mucho. Lo veía muy poco, su trabajo, los negocios. Además, no se portaba bien con mi madre. No le pegaba, pero si la maltrataba psicológicamente, la despreciaba, continuamente le decía que no hacía nada bien, que era un desastre de mujer, que no servía para nada. Además de controlarla constantemente, quería apartarla de todas sus amistades, sobre todo de Mila y Marga. Pero mi madre, sin que él lo supiera, aprovechaba los viajes que hacia mi padre, para salir con ellas a divertirse un poco. Desde hace tiempo vigilaba a mis padres, cuando follaban. Pronto me di cuenta que no la satisfacía, pero no podía decir nada. Hasta que una noche me pilló masturbándome y yo la sorprendí a ella, mirándome y tocándose, me levanté la llevé a mi cama y conseguí que se corriera. Fue su primera vez. Según me dijo, nunca antes había llegado al orgasmo. Mi padre era un bruto, preocupado solo por su satisfacción. Desde entonces estamos liadas. No todos los días, pero si la encuentro deprimida, sé como acariciarla para que se anime… Ahora tú Ana.

Ana sonríe y me mira fijamente.

–No sé lo que serás capaz de aguantar, Pablo, pero lo que te podemos contar te puede poner cachondo, a no ser que seas gay.

–No Ana, no soy gay, pero tengo la suficiente experiencia en estas lides como para no dejarme arrastrar por un calentón. Piensa que durante veinte años me las he visto con muchas chicas, que como vosotras, carecían de inhibiciones, me llevaba bien con ellas, e intentaba que no cometieran errores que les pasaran factura en su futuro. Me siento satisfecho por qué algunas de mis alumnas no han pasado por lo que vosotras, gracias a que se han confiado a mí y han seguido mis consejos. Ahora están casadas, tienen familia y una vida normal. Sois niñas aún, aunque tengáis el cuerpo de una mujer adulta, no lo sois. Vuestra personalidad, no está lo suficientemente madura, para hacer frente a situaciones que os desbordan.

–Ya, pero, nosotras tenemos una experiencia, que no tienen otras chicas de nuestra edad.

–Lo supongo. Pero eso puede tener aspectos positivos y negativos. ¿A qué tipo de experiencias te refieres?

–Pues con los hombres.

–¿Con qué hombres?

–¡Jope! ¡Pues con los que follábamos!

–Tranquilízate. Simplemente quiero que toméis conciencia, de la repercusión, que esos actos pueden tener en vuestra vida. ¿Cómo eran los hombres con los que habéis estado?

–¡Pues como van a ser! ¡Hombres! Altos, bajos, rubios, morenos, gordos, flacos, viejos…Puagg. Hombres, con algunos lo pasábamos bien, nos gustaban, con otros menos, pero el dinero compensaba los malos ratos. Era un trabajo. Una mujer que trabaje limpiando retretes en los bares, seguramente, lo pasara peor.

— Ante todo debéis tener en cuenta, que no soy un juez, ni un inquisidor, no voy a juzgaros. Vamos a analizar esas experiencias, para sacar algún provecho de ellas. Me gustaría que os fijarais en algo. Me habláis de la apariencia física. No de su forma de ser, de pensar. ¿Por qué solicitaban vuestros servicios? ¿Todos los hombres son como ellos?

Claudia toma la palabra.

–La verdad es que no me lo he planteado nunca. Y ahora que lo pienso, puedes tener razón. Por ejemplo, José se ha portado con mi madre, mi hermana y conmigo de forma distinta a como se portaban aquellos cerdos. Hasta el extremo de que siento más cariño por él que por mi padre. Y sé. Sabemos ¿Verdad Ana? Que nos desea como hombre, pero no se deja llevar por esos deseos, solo follamos con él una vez y fue porque lo drogamos.

–Eso es muy fuerte Ana. Se sentiría mal. ¿Y vosotras, como os sentíais después?

Ana me mira, dos lágrimas recorren sus mejillas.

–Si, Pablo, lo hicimos, fue una locura, no sabía las consecuencias que tendría. Lo veíamos muy mal, urdimos un plan para que dejara de pensar en mi madre y fue peor. Lo que conseguimos fue agravar el problema. Lo quiero mucho, el problema es que no consigo separar el cariño que le tengo, de la atracción sexual. Le quiero y le deseo y los dos sentimientos van juntos. Esto ha hecho que me replantee mi vida, ya no me atrae lo que hacía, antes disfrutaba, cada cita era una ventura. Ahora me doy asco de mi misma por las barbaridades que he llegado a hacer. Me siento mal, cuando pienso en ello me dan escalofríos y se me revuelve el estómago, de pensar las cosas que he hecho, que me han hecho.

–No te castigues así, no consigues nada, excepto atormentarte. Por lo que sé, el cariño que tu padre siente por vosotras, le ha hecho aceptar lo que hicisteis sin rechazaros. Ese es el verdadero amor. Os quiere y os acepta como sois, trata de corregir aquellos comportamientos, que sabe, que os hacen daño. Lo hecho, echo está y no tiene vuelta atrás. Hay que asumirlo, extraer lo positivo, siempre lo hay, incluso de las peores experiencias se puede aprender y vosotras, tenéis muchas experiencias, que analizaremos, para extraer lo positivo.

–Os habéis parado a pensar, que solo conocéis a un cierto tipo de hombre, sin escrúpulos, sin conciencia, capaz de tener relaciones con una menor, sin remordimiento, sin que medie el más mínimo afecto. Hombres que, en cuanto se satisfacían, os apartaban de su lado, os despreciaban. ¿Y los demás? Porque los hay, son la mayoría. Personas que no se dejan arrastrar por sus pulsiones. Me gustaría que reflexionarais sobre esto. Así qué, tranquilas. Seguiremos hablando pasado mañana, a esta misma hora ¿Os parece bien?

–Por nosotras de acuerdo, aquí estaremos. Por cierto Pablo, esta noche no está mi padre en casa y mi madre me dijo que te dijera si podías venir a cenar ¿Vendrás?

–No puedo negarme. Me pondré gordo con vosotras. Yo no suelo comer mucho y menos de noche, pero iré.

Se marchan dejándome preocupado. Los problemas de esta familia, súper familia, son mayores de lo que esperaba. Mila quiere hablar conmigo, sin que esté presente su marido.

Sigo leyendo los comentarios de José.

Realmente es una historia para ser contada. Se lo voy a proponer, le cambio nombres, lugares y en fin, cualquier dato que pueda facilitar la identificación. El comportamiento de José es digno de alabanza.

A alguien, en similares circunstancias, le podría servir como ejemplo.

Lo que más me impacta es como sus principios, el código moral, que le sirve como guía, que le fue impuesto por su familia, su educación, es desmontado por su razón y sustituido por otro, el libertario, dentro del cual, cabe su nueva forma de vida. De otra forma, sería imposible su existencia.

Una persona, que se vea forzada a vivir, de forma contraria a sus principios, es muy desgraciada.

El ejemplo de Mila es manifiesto. Era feliz, mientras se cumplían las normas que ella se impuso. La principal, no enamorarse de nadie. El amor para ella era dependencia y no quería vivir a costa de nadie.

Pero surge lo imprevisto, cuando llega al convencimiento de que está profundamente enamorada de José, ya no puede seguir sus propios principios, su mundo se viene abajo y llega un momento, en que no puede vivir con él, pero tampoco sin él y se le hace insoportable la vida, hasta el extremo de intentar suicidarse.

Solo el amor que José siente por ella y por sus hijos, puede sacarla del pozo en que está inmersa. Mila, como José, también tiene que cambiar sus principios, por otros que le permitan seguir viviendo y ser feliz.

Estas cavilaciones las hago mientras voy andando hacia la casa de Mila, son más de las ocho. Me reciben con muestras de cariño. Mi mente no deja de analizar los comportamientos de las personas que me rodean y en esta casa solo observo pautas de conducta afectiva, sin violencia, sin agresividad.

Pepito tiene un apósito en la cabeza, me cuentan que jugando se cayó al hoyo de la piscina, pero lo que me fascina es el cariño con que le tratan todos, con que se tratan entre sí. Si surge alguna disputa, normal entre niños, Ana o Claudia, median para resolverla, tratando de que no se moleste a Mila. Su cara muestra una profunda tristeza, solo paliada por alguna sonrisa que consiguen arrancarle los niños.

Cenamos todos juntos, en una gran mesa en el comedor. Se gastan algunas bromas y chanzas que hacen agradable la comida. Terminamos y las chicas se hacen cargo de retirar la mesa, Mila va al servicio, Ana me coge por el brazo.

–Pablo, necesito hablar contigo. Esta tarde, cuando llegue a tu casa, vi, antes que lo apagaras, lo que estabas leyendo en tu ordenador. Yo ya lo conocía, era lo que había escrito mi padre.

–Vaya descuido el mío, lo siento, no debías haberlo visto, no le digas nada a tu madre, por favor, tu padre me lo dio para que estudiara lo que os estaba pasando y es lo que hacía.

–No pasa nada, es solo que tengo la historia de mi madre. Una especie de diario donde registraba todo lo que hacía con sus clientes, nombres, datos personales, gastos, cobros.

–¿Y qué quieres hacer con eso?

–No lo sé, mi padre quiso destruirlo pero yo ya lo había copiado. Toma, está todo en este pendrive. Puedes hacerte una idea, más clara, de lo que ha pasado.

Me lo guarde y nos dirigimos al porche trasero, Mila ya estaba allí. Nos sentamos en dos sillones alrededor de una mesa de jardín. Ana me dice si quiero tomar algo y pregunto si tienen pacharán, dice que sí, me lo trae con un gintonic para Mila, regresa a la cocina.

–Pablo, José está en Madrid, se ha desplazado para resolver algunos problemas de herencias, como consecuencia de la muerte de Isidro y Gerardo. Por cierto, Gerardo era el padre biológico de Pepito.

Yo ya lo sabía, lo había leído en los textos de José. Pero no quise manifestárselo y simulé extrañeza.

–Sí, en mi vida he cometido muchos errores y ahora estoy pagando las consecuencias.

Me relató lo que en gran parte ya sabía, por el pendrive de José y por las charlas que manteníamos cuando nos veíamos en Madrid. En alguna ocasión estuve tentado de pedirle que me vendiera sus favores, pero ese tipo de trato, a mi no me satisfacía. Ella era muy hermosa y yo muy enamoradizo. Corría el peligro de engancharme con ella, lo que hubiera supuesto la ruptura de la confianza y la amistad que existía entre los dos. Ahora me alegraba de no haberlo hecho. No estaría aquí, con esta gran mujer, a la que admiro.

–Vamos a ver Mila, sé que es imposible olvidar. Pero si lo es asimilar, aceptar lo hecho, no se puede borrar, pero si se puede dar un giro a tu vida, no permitir que se repita lo que te ha hecho tanto daño y reorganizar vuestra vida desde otro ángulo. Es lo que creo que intenta hacer José. ¿Tú le quieres?

–¡¡Con toda mi alma Pablo!! ¡Como jamás he querido a nadie! No lo dudes.

–Pues que esa sea tu tabla de salvación. Aférrate a ella y no la sueltes, al menos, hasta que estés en condiciones de navegar sola.

–¿Navegar yo sola? ¿Qué quieres decir?

–Muy sencillo, ahora te encuentras en una situación crítica, necesitas ayuda, él, José, tus hijos, tus amigas y yo, estamos aquí para ayudarte. Incondicionalmente. Tienes que recuperar tu fortaleza, la misma que te permitió hacer lo que hiciste durante años, la misma fuerza pero con otra dirección, dedica esos esfuerzos a hacer felices a los que te rodean. Centra en ello todos tus esfuerzos. Obsesiónate con ese objetivo. Y eso te ayudará a superar cualquier obstáculo, que pueda presentarse en vuestro camino.

–Es fácil decirlo, pero me siento débil, no me quedan fuerzas, ha sido un golpe tras otro, me siento hundida, soy una mierda Pablo, he destruido todo lo que he tocado a mí alrededor.

–¿Estás segura? ¿Todo? Mira, Mila. Tienes un hombre a tu lado que, a pesar de lo que ha pasado, te quiere, estoy seguro, con verdadera devoción. Tu hija Ana, es como tú. Fuerte, inteligente y también te quiere con locura, te idolatra. Tus hijos te necesitan y tus amigas, por lo que sé, están decididas a hacer lo que sea por ti. Has destruido lo que habías construido con engaños, pero eso es bueno. Ya no necesitas mentir más. Ahora puedes empezar de nuevo, tienes los apoyos necesarios y no todo el mundo tiene esa oportunidad. ¡Aprovéchala! No la malgastes en elucubraciones negativas, eres joven y tienes una vida entera por delante.

–Si, todo eso está muy bien, pero ¿Cómo?

–Pues en principio, obligándote a no pensar en malos momentos del pasado. Cada vez que las ruedas de la cabeza te lleven a estos recuerdos, ¡Pega un grito! ¡¡Aaaahhhh!! Rompe el hilo de los pensamientos negativos y coloca en su lugar algún buen recuerdo, que seguro los hay. Y si ese recuerdo te hace reír, mejor.

Ana y Claudia se acercan alarmadas por mi grito. Mila sonríe al ver sus caras de asustadas.

–Lo ves, ya he conseguido hacerte reír. No pasa nada Ana, estamos haciendo experimentos, quedaos aquí con nosotros. Tu madre necesita risas, alegría. Alejar las preocupaciones y vosotras sois las más adecuadas para lograrlo. La tristeza es mala consejera.

Ana sonriendo.

–Bueno, buscaré en internet chistes para hacerla reír.

–No es imprescindible. Pero tu madre necesita mucho cariño y sé que la queréis, demostrádselo. Es así de simple.

–¿Cómo se lo demostramos? ¿La llevamos a la cama y le hacemos el amor?

–¡Noo! No es ese tipo de cariño el que precisa. Que, también, pero no con vosotras. Me refiero a un beso, un abrazo, una caricia, una mirada amorosa, mimos…

Se acercan las dos a Mila y comienzan a acariciarla, ella se queda quieta, sonríe. Las manos de las chicas se pierden bajo la falda. Ella reacciona y las aparta suave, pero firmemente. Se quedan sentadas una a cada lado de Mila.

–¿Entiendes ahora a lo que me refiero, Pablo? Ellas no distinguen entre amor y sexo, para ellas van unidos los dos conceptos. Cuando se ponen cariñosas no saben parar y la verdad es que me consiguen encender. Y no sé, si eso es bueno o malo.

–La verdad es que vuestras relaciones son atípicas, ya me lo dijo José, pero no imaginaba que lo fueran tanto. ¿Tenéis relaciones entre vosotras?

–Si, Pablo. Y la verdad es que no suponen un problema, José lo sabe y lo acepta, aunque no participa, a veces mira. Dice que son formas de manifestarse el amor, no hay violencia, no se obliga a nadie a hacer lo que no quiera y es muy satisfactorio. Él tiene relaciones con Marga y con Claudia con frecuencia.

–¿Y a ti no te importa? ¿No sientes celos?

–No, para nada. Sé que las quiere y ellas a él, yo también las quiero y vivimos una sexualidad sin tabúes, sin mentiras, con cariño y mucho placer. Los únicos que no participan son los niños y tenemos cuidado para que no nos vean, nada más.

–Interesante. ¿Y ocurre solo entre vosotros, o participa alguien más?

Mila me mira sonriendo.

–¿Por qué? ¿Quieres participar?

–¡¡No, por favor!! Mila, no vayas a pensar eso. No se me ocurriría.

Al ver mi cara de espanto se ríen a carcajadas las tres.

–Vaya la cara que has puesto. No te preocupes. Y sí, Ana y Claudia tienen sus amigos, con los que están empezando, llevan poco tiempo. Marga y Clau, tienen algunos conocidos con quienes salen, pero no los traen aquí y yo me dedico solo a José, aparte de algún escarceo con las chicas, normalmente cuando estoy con él. Son relaciones abiertas, aparte de mí, que no quiero contacto con ningún otro que no sea José, no me atrae ningún otro, por lo demás, todos pueden estar con quienes quieran, guardando unas mínimas formas, claro.

–Lo cierto es que como experimento sociológico no tenéis desperdicio. Se podría hacer una tesis doctoral.

Mila se ríe.

–Como conejillos de indias ¿No?

–No necesariamente. Hacéis vuestra vida, yo observo sin participar, claro, y trato de determinar que puede fallar en vuestras relaciones. Un análisis psicológico. Si detecto algo que puede afectar a vuestra estabilidad, nos reunimos y lo discutimos. ¿Qué os parece?

Mila me mira con curiosidad. Asiente con la cabeza.

–Si, puede ser interesante. Lo cierto es que, a pesar de haber tenido tantas experiencias, se han limitado al ámbito sexual, no al afectivo. Si, puede que logremos sacar algo positivo. ¿Por qué no? ¿Qué os parece chicas?

–Por nosotras no hay problema, pero ¿Tendremos que follar delante de él? No es que me importe, pero al chico le puede extrañar ¿No?

Me río de la salida de Claudia.

–No Claudia. Esas cosas las hacéis en la intimidad, pero después me informareis de las novedades que surjan, si ha ido bien, mal, peleas…

–Ya veo. Y cuando te lo contemos te dedicaras a hacerte pajas ¿No?

–¡No! Chiquilla, no. Pero en función de lo que me digáis podemos hacernos una idea de cómo va la relación, si os conviene o no, si vais demasiado rápido…Yo tengo mis vías para satisfacerme y no os las voy a contar. Son cosa mía. Y bueno, es tarde y no quiero cansarte más, Mila. Me voy a mi casa que mañana madrugo. Vamos, a descansar, que falta te hace.

Me dispongo a irme y las chicas se agarran a mis brazos, medio en serio, medio en broma.

–Quédate, Pablo, ven a nuestra habitación y nos cuentas algo.

–Anda, anda, dejad a Pablo tranquilo y vosotras a la cama sin hacer ruido, que vais a despertar a los niños. Un beso Pablo.

Nos damos dos besos en las mejillas, también a las chicas, que suben refunfuñando, de broma y riéndose. Mila me acompaña a la puerta de la parcela.

–Gracias Pablo. Estas siendo de gran ayuda para nosotros.

–No estoy haciendo nada, Mila. Solo escucho.

–Y ¿Te parece poco? No podemos hablar con nadie, fuera de nuestra familia. Hacemos verdaderos esfuerzos para que los vecinos no sepan cómo vivimos. Poder hablar libremente contigo nos hace mucho bien.

–Lo sé, Mila. Lo comprendo y ten por seguro que estaré a vuestro lado para ayudar en lo que pueda.

Me marcho a casa. Enciendo el ordenador y sigo leyendo los comentarios de José hasta muy tarde.


Relato erótico: “La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso” (POR PAULINA Y GOLFO)

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Relato escrito entre Paulina y Golfo. De todas los millones de mujeres separadas o divorciadas que hay en España buscando alguien con quien compartir aunque sea una noche de pasión fue a ella a quien me encontré. Nada más verla en el hall del hotel donde iba a tener lugar el congreso, se me cayó el alma a  los pies porque, con ella deambulando por esos pasillos, me sería imposible echar una cana al aire tal y como tenía planeado.
Al salir de casa y tomar el avión que me llevaría a Barcelona, había hecho planes para zumbarme a un par de pediatras antes de volver a casa, pero la presencia de esa castaña era un contratiempo inesperado que los truncó sin  remedio.
«¡Mierda!», pensé cuando la vi dirigirse a donde yo estaba charlando con unos colegas porque no en vano, además de ser la ex de Alberto, era una de las mejores amigas de mi esposa.
Disimulando mi decepción, saludé a Paulina de un beso y aunque sabía que también era doctora y que por eso estaba allí, pregunté qué hacía en Barcelona. Con una sonrisa, contestó:
-¿No te dijo tu mujer que me verías aquí?
No quise decirle que no me había dicho nada porque comprendí que lo había hecho a propósito para que su amigota le sirviera de espía y en vez de ello, respondí:
-Sí, me lo avisó pero me he despistado- y cambiando de tema, le pregunté si ya se había registrado.
Sé que no me creyó pero no hizo ningún comentario y respondiendo a mi pregunta, me dijo que ya había dejado su equipaje en la habitación y que se iba a dar una vuelta antes de cenar pero que sí quería me esperaba.
-No hace falta- respondí tratando de evitar que su compañía se volviera agobiante.
Aceptó a regañadientes el irse sola por esa ciudad pero justo cuando se despedía, me preguntó con quién iba a cenar. Al responderle que solo, sonriendo me soltó:
-Te equivocas, cenas conmigo.
Su actitud posesiva no era normal y por eso no me costó asumir que mi mujer le había encomendado el tenerme corto mientras durara ese congreso. Haciendo como si estuviera encantado de ello, quedé con ella en el restaurante del hotel a las nueve.
Satisfecha por mi rápida claudicación, se despidió de mí y salió rumbo a la calle.
“¡Serán putas!”, cabreado exclamé al saber que no habría modo de liberarme de su escrutinio sino quería tener bronca al volver a casa.
Ya en mi cuarto y después de deshacer mi maleta, me puse a recordar que mi amigo nunca me explicó las razones que le habían llevado a separarse de ella. Estaba claro que no era por su físico porque Paulina era una castaña espectacular ni por su inteligencia ya que todo el mundo sabía que era una lumbrera en medicina. Tampoco era por su carácter ya que muy a mi pesar tenía que reconocer que la compinche de mi señora era una mujer divertida. No sabiendo a ciencia cierta los motivos, decidí como buen hombre que debía de ser una desgracia en la cama.
«¡Seguro que no se la mamó bien!», sentencié mientras encendía la ducha.
Ya bajo el agua, me olvidé de esa arpía y me puse a planear como darle esquinazo. Para ello, decidí que la única manera que podría librarme de su acoso sería el presentarle un colega soltero que intentará seducirla. Tras mucho cavilar, el candidato idóneo  me llegó a la cabeza pero para mi desgracia, recordé que Alonso llegaba al día siguiente.
-Joder, ¡Tendré que aguantar a esa pelmaza esta noche!- maldije cabreado y en voz alta.
La esperanza que el doctorcito sexy, como le llamaban en el hospital, me la quitara de encima fue suficiente para que abordara con mayor tranquilidad el tener que malgastar una de mis cinco noches con ella.
«Ese cabrón me debe un favor», me dije rememorando cuando le libré de una demanda de acoso al testificar en su favor.

 

Ya ilusionado con que el congreso se enderezara y pudiera echar algún polvo, me terminé de vestir y fui al encuentro de mi amiga. Como buena mujer, Paulina llegó tarde pero no pude recriminarle el retraso porque me quedé embobado viéndola aparecer vestida con un discreto traje de chaqueta blanco ya que curiosamente, esa indumentaria la hacía todavía más apetecible.
«Está buenísima», pensé viéndola quizás por primera vez como mujer. «¿Por qué Alberto se habrá deshecho de un bombón así?».
Paulina ajena a lo que corría por mi mente, me saludó y cogiéndome del brazo, me llevó hasta uno de los tres restaurantes que había en ese hotel. Su elección me agradó porque eligió un japonés y ese tipo de comida siempre me apetecía. Todavía hoy en día me parece increíble que hayan elevado el pescado crudo a la categoría de arte pero sabiendo que pocos somos los que nos gusta, me sorprendió que esa fuera su elección.
Ya en la mesa, la ex de mi amigo esperó de pie a que le acercara la silla. Ese gesto de coquetería femenino me debió de poner alerta y hacerme comprender que Paulina estaba en el mercado pero estaba tan mediatizado con la idea de que mi esposa la había mandado a controlarme que no caí en ello hasta que había pasado más de media hora y las cinco copas de vino que había bebido, la habían relajado hasta el punto de preguntarme directamente si sabía porque Alberto la había dejado.
-No lo sé- respondí sinceramente.
Fue entonces cuando medio en risa, medio en serio, la castaña me soltó:
-Según ese cretino, necesitaba una mujer y no un cerebro.
Asumiendo que mi amigo la había dejado porque le dedicaba más tiempo a su trabajo que a él, contesté:
-Piensa que a muchos hombres no les gusta que sus mujeres sean mejores profesionales que ellos.
Mis palabras por mucho que fueran verdad también eran duras y por eso no me resultó extraño ver unas lágrimas brotar de sus ojos azules. Creyendo que había dado en el clavo, proseguí diciendo:
-Sé que todavía te duele pero la vida es larga y seguro que encontrarás alguien que te valore y que disfrute de tus éxitos.
Fue entonces cuando Paulina indignada respondió:
-No fue eso, ¡Joder!  ¡Alberto se quejaba que era una estrecha!
Lo delicado del asunto, me hizo intentar evitar el tema y llamando al camarero, le pedí que nos trajera unas copas. Desafortunadamente para mí esa interrupción solo sirvió para que la amiga de mi esposa cargara su escopeta con reproches y ya con su ron en la mano, me soltara:
-Sigo sin comprender, hacíamos el amor todos los sábados. Nunca me negué a disfrutar de sus caricias. Si a él le apetecía hacerlo otro día siempre accedía e intentaba que fuera lo más gratificante para ambos.
Su confesión me permitió detectar el problema y eligiendo con cuidado mi respuesta, dije:
-No solo es cuestión de frecuencia. También es importante la pasión. El sexo no es algo que se deba planificar, surge espontáneamente. Paulina, ¡No eres un robot! – y entrando al origen de su divorcio, le solté: -¿Cuántas veces recibiste a Alberto desnuda para que te hiciera el amor?
-Ninguna- reconoció pero contratacando me preguntó: -¿Tu esposa lo hace?
No pude evitar soltar una carcajada al contestar:
-Aunque menos veces de las que me gustaría, ¡Sí!
Mi confidencia la desarmó y se quedó pensativa mientras pagaba la cuenta al suponer que esa velada había terminado pero entonces Paulina vació su copa de un solo trago y con una sonrisa, dijo:
-¿Dónde vamos?
Su pregunta me hizo comprender que necesita explayarse y soltar toda la amargura que llevaba dentro. Asumiendo que era mi amiga y que no podía negarme a servir de su paño de lágrimas, elegí un pub bastante tranquilo que conocía a la vuelta del hotel.  El sino quiso que nada más entrar me percatara de mi error al ver en una de sus mesas a dos asistentes al congreso tonteando entre ellos.
Callado como una puta, busqué alejarme de ellos y nos sentamos en una cerca de la pista. Ya en nuestros sitios, Paulina no tardó en descubrir a la pareja y escandalizada exclamó:
-¿No les dará vergüenza? ¡Están casados!
No queriendo que se enteraran de que hablábamos de ellos, le susurré:
-No juzgues para que no te juzguen.
Por su cara comprendí que no me había entendido y con ganas de perturbar su supuesta decencia, dije en su oído:
-¿Qué crees que pensaran ellos al verte conmigo?
La expresión con la que recibió mi comentario me hizo saber que por fin había comprendido que a los ojos de unos extraños, parecíamos estar en mitad de una cita. Totalmente colorada intentó defenderse diciendo:
-Tú y yo somos amigos.
Riendo, contesté:
-Pero ellos no lo saben y a buen seguro si nos ven pensarán que esta noche vamos a echar un polvo- y profundizando en su bochorno, le solté: – Al menos por mi parte, estoy a salvo porque lo único que pueden decir de mí es que me han visto con una mujer bellísima.
Cortada tanto por el piropo como el hecho que alguien pudiera pensar que era mi amante, se quedó callada. No tuve que ser un premio nobel para adivinar que Paulina estaba debatiéndose entre salir huyendo o quedarse porque una rápida huida certificaría de alguna forma que nos habían cogido en un renuncio. Por eso no me extrañó cuando dejando su bolso, pidió una copa.
Estaban trayéndonos nuestras bebidas cuando desde la mesa donde estaban, nuestros dos colegas nos hicieron señas de que nos uniéramos a ellos. Estaba a punto de negarme pero entonces Paulina cogiendo mi mano, me dijo:
-Ya que creen que somos amantes, vamos a reírnos un rato.
El tono con el que imprimió a su voz me puso los pelos de punta al no saber a lo que iba a enfrentarme y por eso nada convencido la seguí hasta ese rincón. Una vez allí en plan descarado me agarró de la cintura y al sentarnos dejó su mano sobre mi muslo, dando a entender que entre nosotros había una relación que no existía.
A la mujer no le pasó inadvertido ese gesto y con más confianza, puso la suya sobre la de su pareja.  En ese momento, se despertó el diablo que tengo dentro y decidí darle el mayor corte de su vida. Sin previo aviso, acerqué mis labios a los suyos y le planté un beso. La pobre de Paulina roja como un tomate, solo abrió su boca para decirme:
-No habíamos quedado en esto.
Muerto de risa, le susurré:
-Solo te seguía la corriente.
Su pasividad me dio alas y recreándome en su estado casi catatónico, acaricié con mi lengua su oreja mientras suavemente dejaba caer mi mano sobre su muslo. Mi descaro frente a la otra pareja la sacó de las casillas y sin saber qué hacer, solo atinó a mirarme a los ojos indignada. Pero ya habiendo cruzado el precipicio, decidí ir a degüello y cogiendo su cabeza forcé sus labios nuevamente.
En esta ocasión, Paulina abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y sintiendo mis dedos acariciando su pierna bajo la mesa, no pudo reprimir un profundo suspiro mientras me decía:
-No sigas, por favor.
No acababa de pedirme que cesara en mi acoso cuando de pronto sentí como sacando su lengua empezó a recorrer la comisura de mis labios. No esperándome esa reacción me quedé impresionado por que al parar, descubrí que bajo su blusa mi amiga tenía sus pezones erectos.
«Le está gustando» confirmé al ver que acomodándose en la silla, Paulina se había colocado de tal forma que me dio un enfoque perfecto de sus pechos. “¡Menudo canalillo!”, exclamé mentalmente mientras era incapaz de retirar mi mirada de esas dos bellezas.

 

Revelándose como una depredadora sexual, mi amiga cogió su copa y haciendo como si sentía mucho calor, pasó el frio vaso por sus senos. Al advertir que bajo mi pantalón mi pene crecía sin control, dejó caer su bebida sobre su camisa y poniendo cara de desconsuelo, me preguntó dónde podía secarse.
«Lo ha hecho a propósito!» sentencié pero no queriendo descubrir su juego le dije que si quería le acompañaba al baño,
Paulina sin dejar de mirarme a los ojos y en silencio, se levantó de su silla y enfiló por mitad de la pista rumbo a la salida dotanto a su trasero de un meneo que me resultó una clara invitación a seguirla.
«Tiene un culo de campeonato», admití babeando mientras me levantaba y la seguía. «¡Qué imbécil fue  Alberto al dejarla!»
Como un ser si voluntad corrí tras ella con mi mente fija en esa parte de su anatomía y por eso cuando la alcancé casi en la puerta, agarré sus duras nalgas mientras le recriminaba:
-¿No pensarías escapar de mí?  ¡Fuiste tú quien empezó a provocarme!
-¿Yo? ¡Pero si has sido tú el que me ha besado!
Reconozco que me quedé helado en un principio y más cuando saliendo del local, Paulina caminó por la acera.
« ¿Qué he hecho?», pensé creyendo que le iba a ir a mi esposa con el cuento.
Justo cuando ya me veía hundido, la castaña se paró y sonriendo me hizo una seña. Ni que decir tiene que me faltó tiempo para llegar hasta donde ella seguía andando y dándole la vuelta, estampé mis labios contra los suyos como la vez primera pero en ese momento su respuesta fue distinta.
Pegando su pubis contra mi sexo,  empezó a frotar su cuerpo en el mío mientras admitía de buen grado que mi lengua fornicara con la suya en el interior de su boca. Durante más de un minuto, nos dejamos llevar por la pasión hasta que separándose de mí y mientras se limpiaba sonriendo el hilo de babas que todavía unía nuestras dos bocas, me preguntó:
-¿Qué esperas para follarme? Quiero demostrarte que además de cerebro soy una mujer ardiente- y recalcando sus palabras llevó su mano hasta mi entrepierna  para con gran desvergüenza comenzar a pajearme en mitad de la calle.
Como comprenderéis mi respuesta no pudo ser otra que con mis dedos por dentro de su falda, le estrujara el culo mientras presionaba mi dureza contra su vulva. El gemido de placer que surgió de su garganta fue el aliciente que necesitaba para contestar mientras la llevaba a rastras hasta el hotel:
-Paulina, esta noche podrás demostrarlo porque no te pienso dejar hasta haber follado todos tus agujeros.
Sus ojos brillaron al oírme pero aun más  al sentir mi polla entre sus nalgas mientras andábamos pegados hacia el hotel. 
-¡Como te eches atrás pienso contarle a tu mujer que te has tirado a un travesti!- muerta de risa me soltó ya totalmente cachonda.
Los cinco minutos que tardamos en llegar a mi habitación fueron un suplicio para los dos, por eso al cerrar la puerta la arrinconé contra la pared y  de pie, empecé a comerle la boca mientras mis manos recorrían con avidez sus enormes pechos y su exuberante culo. Los aullidos con los que me regaló, esa zorrita me hicieron comprender que estaba totalmente entregada y por eso sin darle tiempo a que se arrepintiera de tirarse al marido de su mejor amiga, desgarré su blusa dejando al aire el coqueto sujetador de encaje que decoraban sus tetas.
-¡Me encanta! ¡Cabrón! – gritó al sentir mi lengua recorriendo sus erizados pezones.
Dominada por el cúmulo de sensaciones que creía olvidadas después de tanto tiempo sin un hombre en su cama, Paulina se agachó y arrodillándose a mis pies, llevó sus manos hasta mi bragueta. Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Al ver mi erección, cerró  su palma alrededor de su presa y mientras  tanteaba su grosor,  con su lengua recorrió los bordes de mi glande en un intento de saborear de antemano mi semen. No contenta con ello, usó su otra mano para sobarme los testículos antes de acercando su cara a mi verga, dejar que esta recorriera sus mejillas hasta llegar a su boca. Una vez allí, le dio un beso suave y mirándome a los ojos, susurró:
 
-No sabes cómo necesitaba esto.
 
Tras lo cual se dedicó a dar leves mordiscos a lo largo de mi extensión para ya satisfecha separar sus labios y lentamente embutírsela hasta el fondo.
No os podéis imaginar mi gozo al comprobar que la amiga de mi mujer me miraba fijamente a los ojos mientras movía su cabeza arriba y abajo, metiendo y sacando mi verga. Si eso no fuera suficiente, esa putita usó su lengua para presionar mi miembro en el interior de su boca.
 
 -Eres una zorra mamona-  dije impresionado por su maestría.
 
 
Paulina al escuchar mi insulto vio compensada su decisión de demostrarse a sí misma que era una mujer ardiente y eso la compelió a incrementar la velocidad de su mamada mientras       se quitaba el tanga por sus pies.  Al comprobar que la ex de Alberto, al contrario de mi mujer,  no tenía un  solo pelo en su coño me puso cachondo y por eso quise levantarla del suelo y follármela ahí mismo pero negándose siguió chupando y succionando mi verga con mayor énfasis.  Viendo la inutilidad de mis esfuerzos, me relajé y cogiendo su cabeza, colaboré con ella subiendo y bajándola mientras ella se la encajaba hasta el fondo de su garganta.
Cuando mi calentura era máxima y todas las células de mi cuerpo me pedían liberar mi semilla en su boca, mi amiga sacando mi verga de su garganta me miró diciendo:
 
-Me encantaría que mi ex me viera comiendo polla.
 
Descojonado, saqué mi móvil y sin darle tiempo a opinar empecé a grabarla mientras le decía:
 
-Eso puede arreglarse. En cuanto me corra, te mando el video y tú decides si se la mandas.
 
La idea cargada de morbo azuzó a esa mujer y queriendo vengar el abandono de su marido, buscó con mayor ahínco su recompensa. Como no quería arriesgarme a ser reconocido si Paulina al fin se la enviaba a Alberto, no pude avisarle de la inminencia de mi orgasmo y por ello, la explosión de mi pene la cogió desprevenida y se tuvo que tragar parte de mi semen. Sorprendiéndome por enésima vez, una vez repuesta y con restos de lefa en sus labios, sonrió a la cámara mientras comentaba:
 
-Cariño, mira lo que te has perdido por irte con tu secretaria- tras lo cual forzó que mi eyaculación le salpicara en el rostro y sacando la lengua se puso a lamer mi glande.
Comportándose como una zorra, mi amiga siguió ordeñando mi miembro hasta dejarlo seco. Con su objetivo ya cumplido, se dedicó con sus dedos a recoger mi blanca simiente de sus mejillas y a llevársela a la boca, dejando que mi móvil inmortalizara su lujuria. Una vez hubo terminado, comentó frente al teléfono:
 
-Este es mi primer mensaje. No te preocupes, te iré retrasmitiendo mis avances. Sé que te van a molestar pero te ruego que esperes el que grabaré mientras mi nuevo amante estrena mi culito.
 
Nada más escuchar la amenaza que lanzó a su ex apagué la grabación y antes de enviársela, le pregunté si estaba segura. Paulina muerta de risa, contestó:
 
-Por supuesto. ¡Quiero que ese cabrón se entere de que lo he sustituido!
 
Obviando los sentimientos del que consideraba mi amigo, usé el WhatsApp para hacérsela llegar porque me interesaba más saber si eso incluía la  promesa de regalarme la virginidad de su trasero.
 
-Eso tendrás que ganártelo- contestó mientras se terminaba de desnudar y me llevaba hasta la cama.
 
 
Todavía no me había tumbado junto a ella cuando mi teléfono empezó a sonar. Al cogerlo, leí el nombre de Alberto en la pantalla. Fue entonces cuando comprendí que esa bruja se lo había mandado y cayendo en la gravedad de lo que habíamos hecho, la informé que era su marido quien me llamaba:
 
-Contesta. ¿Quiero saber qué quiere?- ordenó con una sonrisa diabólica en su rostro.
 
Sin estar seguro, obedecí y saludé a su ex. Mi amigo estaba hecho una furia y directamente me preguntó si había visto a su mujer:
-Me la encontré esta tarde en el hall- respondí acojonado al saber el motivo de su llamada.
 
Fuera de sí, insistió tratando de sonsacar si la había visto acompañada.  Haciendo como si o supiera nada, le dije que no y le pregunté si pasaba algo:
 
-Esa puta me acaba de mandar un video donde me restriega que tiene un amante.
 
-No entiendo- contesté antes de tapar el auricular al escuchar que  su esposa se estaba masturbando y gemía mientras yo hablaba con él.
 
Al otro lado del teléfono, Alberto me estaba explicando que había recibido un archivo en el que su mujer se la estaba mamando a un tipo cuando Paulina se acercó hasta mí y aprovechando que no podía hacer nada por evitarlo, frotó su culo contra mi sexo hasta conseguir ponerlo nuevamente erecto y poniéndose a cuatro patas, se empezó a empalar con él. Sabiendo que si cortaba la comunicación mi amigo sospecharía de mí, decidí disimular mientras la zorra de su ex se iba introduciendo mi miembro lentamente.
 
-No te creo- contesté al cornudo para que me oyera ella. –Siempre me has dicho que tu mujer es una mojigata, estrecha y falta de pasión.
 
La aludida recibió con indignación mi descripción e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Paulina no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando escuchó que le decía a mi amigo mientras mi glande chocaba una y otra vez contra la pared de su vagina:
-Ahora no puedo buscarla- y soltando una carcajada, le conté que me estaba tirando a una puta que había encontrado en un bar.
 
Mi insulto la llenó de insana lujuria y viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que Alberto reconociera sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer.  Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras su ex seguía descargando su frustración al otro lado del teléfono. Al comprobar que esa morena no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente. Su orgasmo me obligó a terminar la llamada aunque antes tuve que prometer a su marido que investigaría con quien andaba.
Habiendo colgado me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Paulina se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
 
-¡Te gusta que te traten duro! ¿Verdad puta?-  pregunté a mi montura.
 
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
 
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina.
Paulina al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Durante unos minutos, la mejor amiga de mi esposa, la ex de Alberto y mi nueva amante se fundieron en una mientras todo su cuerpo temblaba por el placer que había sentido y no fue hasta pasado un buen rato cuando todavía abrazada a mí, luciendo una sonrisa me dijo:
 
-Eres un cabrón. Nadie me había tratado así.
 
Al comprobar su alegría, comprendí que esa zorrita había descubierto conmigo una faceta de ella misma que desconocía tener y deseando afianzar mi dominio sobre esa preciosa morena, pellizqué sus negros pezones al tiempo que le contestaba:
 
-A partir de hoy, no quiero que nadie más que yo te toque. Seré tu único dueño. ¿Has comprendido?
 
-Sí, mi amo- declaró satisfecha al notar que su sexo se volvía a licuar producto de la presión que mis dedos ejercían sobre sus areolas….
 
 

 Para contactar con Paulina, la co-autora, mandadle un mail a:

paulina.ordeix@hotmail.com


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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

 

Relato erótico: “Aurora 2” (POR MARTINA LEMMI)

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– ¿Qué otras cosas le hacía Aurora? – me pregunta mi psicoanalista, cambiando el ángulo de las preguntas: no se resigna ante mi falta de respuesta sino que, por el contrario, la toma como un dato; aun sin verle, lo imagino paladeando su triunfo.

Entierro mi rostro en el diván: no es tanto que esté haciendo memoria, sino que quiero, de algún modo, ocultarme de los recuerdos tortuosos. Mi respuesta tarda en llegar pero, al parecer, esta vez el tipo no está dispuesto a concederme el beneficio del silencio; de pronto, siento que está haciendo girar el bolígrafo dentro de mi orificio de tal modo de describir círculos. Mi resistencia se afloja aun más; es evidente que él está consiguiendo su objetivo.

– Me… hacía vestir como nena – balbuceo, entrecortadamente y entre sollozos.

– Bien, seguimos encontrando cosas interesantes. No es difícil entender por qué Aurora lo traumó tanto. ¿Ella le traía la ropa?

– No… La… sacaba de… por allí…

– ¿Perdón?

– De por allí, de los cajones… en casa.

– Ah, entiendo, ¿qué tipo de ropa?

– Faldas o vestiditos cortos, sobre todo. También me hacía caminar en tacos altos.

– ¿Y ropa interior?

Hago una larga pausa; aspiro:

– Sí, también: tangas, cola – less, culotes, vedetinas…

– ¿Delante de sus amigos?

– Sí. Y de mis amigas también.

– ¿Nunca ocurrió que su madre regresara de manera inesperada y se encontrara con una escena de ésas?

– No, nunca.

– Entiendo. Digamos que Aurora, entonces, se movía a sus anchas.

– Tal cual.

– ¿Y cómo reaccionaban sus amigos al verle vestido de ese modo?

– Como cuando veían mi cola, pero creo que peor… Reían a carcajadas, se me burlaban, me ponían nombres, me insultaban, me chiflaban como si fuera una chica, me tocaban…

– ¿Dijo que le ponían nombres?

– Sí.

– ¿Por ejemplo?

– Julia era el más frecuente…

– Digamos que no esforzaron demasiado su imaginación – dictamina el psicoanalista soltando una risita.

– Sí, aunque con el tiempo lo cambiaron…

– Ajá. ¿Por…?

– Uno de los chicos, jugando un poco con lo de “Julito”, comenzó a llamarme “culito”: tuvo éxito y los demás me rebautizaron definitivamente.

Esta vez el tipo carcajea abiertamente.

– ¡Culito! ¡Ja! ¡Ése sí que es muy bueno! ¡El autor se hubiera merecido un premio! En fin, supongo que todo esto era terriblemente vergonzante para usted…

– Terriblemente…

– ¿Y las cosas quedaban sólo en casa?

– No lo entiendo…

– Claro: usted me relata una situación en la cual Aurora lo exponía vestido como una nenita ante sus amigos y amigas. ¿Va usted acaso a decirme que esos adolescentes mantenían el secreto puertas adentro y no salían a desparramarlo por ahí?

– Lo hicieron…

– Ajá. ¿En el colegio, por ejemplo?

– Fundamentalmente.

– Imagino que usted se habrá convertido en el hazmerreír oficial, el centro de las burlas…

– Tal cual.

– ¿Cómo lograba soportarlo?

– No lo soportaba. Le pedí a mi padre un par de veces que me cambiara de colegio, pero tardó mucho en darme bolilla.

– Ajá. Y… dígame: de esos chicos que lo veían en su casa vestido como nena, ¿ninguno lo cogió?

El interrogatorio (porque eso es) hace rato que dejó de encajar en los cánones normales de una terapia; por lo tanto, no sé por qué me sorprendo de que mi psicoanalista utilice ahora un lenguaje vulgar y, al parecer, impropio en un profesional.

– No, ninguno… aunque…

– ¿Aunque…?

– Les tuve que mamar la verga a casi todos…

En estos momentos es cuando agradezco no estar mirando a la cara de mi psicoanalista; no logro imaginar su expresión.

– ¿Eso fue también por orden de Aurora?

– Así es.

– ¿Orden o pedido?

– ¡Orden! – estallo -. ¡Ella lo decía todo como si fueran órdenes!

– Entiendo… ¿Y le acababan en la boca?

Larga pausa.

– Sí…

– Supongo que eso también era algo ordenado expresamente por Aurora, ¿verdad?

– Tal cual.

– Entiendo… O sea que, salvo por la boca, ninguno lo terminó cogiendo…

– Sí me cogieron…

Me arrepiento apenas lo digo; ahora es tarde para cerrar la boca.

– Me acaba de decir que no…

– Lo que le dije fue que de esos que venían a casa y me veían vestido de nena, ninguno me cogió.

Ahora la pausa la hace él; está analizando mis palabras.

– Ah, voy entendiendo – dice, finalmente -: usted me está diciendo que lo cogió alguien pero fuera de ese ámbito.

– Sí.

– ¿Quién fue?

– Un chico del colegio.

– ¿Del colegio o en el colegio?

– Ambas cosas…

– ¿Y no era de esos que venían a su casa asiduamente?

– No, porque no pertenecía al círculo de mis amigos. De hecho, yo había cruzado muy pocas palabras con él antes de eso…

– Veo que las suficientes como para que él lo terminara cogiendo – dice, con mofa -; déjeme adivinar: eso también se lo ordenó Aurora.

Acuso recibo. Me ha hecho pisar el palito.

– No. Fue en el colegio, le dije. Aurora no estaba allí…

– Ah, digamos que esta vez no puede acusarla de…

– ¡No tuve opción! – le interrumpo bruscamente, a viva voz -. Y, además… ella fue en parte responsable aunque no se hallase allí.

– Hmm, veo que Aurora era casi omnipresente; estaba en todas partes e influía en todo. ¿Por qué dice que no tuvo opción?

– ¡Porque realmente no la tuve!

– No entiendo: ¿lo violaron? Explíquese, por favor, para que pueda entenderle

Aspiro, trago saliva. No sé por dónde comenzar y la verdad es que me cuesta horrores hacerlo. Él hace nuevamente círculos con el bolígrafo dentro de mi culo y ello parece funcionar como una cuerda para que yo suelte la lengua.

– Aurora… – comienzo.

– Siempre Aurora…

– Sí, Aurora. Ella comenzó a obligarme a llevar ropa interior de mujer fuese donde fuese y, muy especialmente cuando iba al colegio.

– Epa. Muy perversa esa chica; cada vez me sorprende más, pero… bueno: al menos, siendo ropa interior, no había posibilidad de que los demás se la viesen, salvo, claro, cuando iba al baño. ¿Fue allí el problema?

– F… fue en el baño, pero no del modo en que usted lo imagina…

– ¿Ah, sí? Soy todo oídos.

Otra vez la pausa que parece eterna; el tipo parece dispuesto a esperarme cuanto sea necesario.

– En el colegio se sabía que yo usaba ropa interior femenina.

– Claro, sus amigos y amigas se habían encargado de desparramarlo al por mayor, pero… de todas formas y más allá de que lo hubieran visto en su casa usando ropa femenina, no tenían forma de saber que la llevaba bajo la otra indumentaria cuando iba al colegio, ¿o sí?

– En principio no…

– Pero…

– El problema se presentaba en los días en que teníamos educación física apenas terminado el horario normal de cursada. Sólo ocurría una vez en la semana.

– Entiendo: tenía que cambiarse de ropa en el colegio; es decir que, por más que fuera una sola vez en la semana, eso bastaba para meterle en un serio problema. Podría haberlo solucionado simplemente absteniéndose de usar esa ropa interior ese día de la semana, pero está claro que, ya para esa altura, usted tenía una necesidad muy fuerte de llevarla puesta. En fin, ¿y cómo se las arreglaba?

– Simplemente… esperaba a que todos hubiesen abandonado el sector del vestuario y, cuando ya no había nadie, me cambiaba en último lugar. En ocasiones ello me implicaba el llegar tarde cuando el profesor pasaba lista y más de una vez, de hecho, me implicó sufrir un cuarto de falta.

– ¿Y sus padres no preguntaban nada al respecto cuando veían esos cuartos de falta en el boletín? Se suponía que usted no tenía por qué llegar tarde siendo que el horario de educación física era seguido al de cursada.

– Mi… padre apenas veía el boletín o, digamos, más bien, que lo miraba sin ver. Y en cuanto a mi madre… no, no decía nada…

– Bien, pero entonces podemos decir que usted se las apañaba bastante bien para ocultar su ropa interior.

– Sí, al menos lo hice hasta que…

Otra vez la larga pausa.

– ¿Hasta que…? – me impele a hablar mientras, una vez más, describe círculos con el bolígrafo dentro de mi ano.

– Hasta que… un chico de otro curso entró sorpresivamente al vestuario en el momento en el cual yo me acababa de quitar la ropa de colegio y, por lo tanto, me hallaba en ropa interior.

– ¿Qué tenía puesto específicamente?

– Sostén y tanga…

– ¿Color?

– Rosado.

– Uf… ¿Y cómo reaccionó el jovencito? ¿Le conocía usted?

– Le conocía poco; era un par de años más chico que yo. Se quedó atónito, con los ojos desorbitados…

– No era para menos. ¿Y luego?…

– Simplemente desvió la vista y fue hacia el sitio en el que se hallaba su mochila; extrajo algo de su interior y se fue.

– Y a partir de ello su conjuntito rosado se convirtió en vox populi…

– ¿En qué?

– No importa. La cuestión es que su ropa interior femenina dejó de ser un secreto.

– Tal cual. Ya toda la escuela lo sabía.

– ¿Docentes incluso? ¿Directivos?

– Hmm… no me consta que haya llegado a oídos de ellos; creo que no. Pero sí puedo afirmar que, entre los alumnos, yo era objeto de todo tipo de comentarios y burlas sin que pudiera ya, prácticamente, andar por ningún lado. La clase era una tortura para mí: todo el mundo me miraba, reía y cuchicheaba. El recreo lo mismo. Mis amigos comenzaron a apartarse un poco de mí, pues ahora que lo mío había dejado de ser un secreto, permanecer a mi lado era casi como prenderse fuego a la vista de los demás…

– Claro. La escuela lo tenía por puto…

– Sí.

– Pero entonces, ese chico que lo vio no fue el mismo que lo cogió. ¿O sí?

– No…

– ¿Y cómo llegó a eso? ¿Con quién?

– Fue… otro chico al que apenas conocía, como le dije antes, pero éste un año mayor que yo…

– Creo haberle oído decir que fue en el baño.

– Tal cual.

– ¿Me puede contar cómo ocurrió? ¿Fue durante un recreo?

– No. A la entrada.

– ¿A la entrada? Nunca se me hubiera ocurrido.

– Sí, fue… en medio de todo el tumulto que se generaba cuando había que formar para entrar; durante algunos instantes, el patio del colegio se convertía en un caos circulatorio hasta que los distintos alumnos se terminaban por agrupar en sus filas.

– Le sigo oyendo.

– Bien, pues… los baños se hallaban como a un costado del patio en el cual formábamos para saludar a la bandera. No sé en qué momento ocurrió, pero antes de que pudiese darme cuenta de algo, alguien me tomó por la muñeca y, prácticamente, me arrastró hacia el baño de los varones.

– ¿Y nadie lo vio?

– Creo que no… O tal vez sí, pero para el caso era lo mismo. Yo ya tenía la fama hecha: ¿quién iba a defenderme?

– O a sorprenderse… Bien, volvamos entonces: el muchacho lo llevó hacia el baño; doy por descontado que no había nadie allí.

– No: ya todos estaban formando.

– ¿Era atractivo?

Otra vez me vuelve el odio. Estoy a punto de girar mi cabeza para echarle una mirada penetrante, pero no lo hago. Él vuelve a mover el bolígrafo en mi cola; parece haber entendido que cada vez que lo hace, logra calmarme y conseguir de mí lo que quiere y reclama.

– ¿Era atractivo? – insiste.

– La verdad que no: un morocho bastante rústico y, posiblemente, con poca llegada a las mujeres.

– Por algo lo tomó a usted. ¿Y no intentó gritar, pedir auxilio? Es decir: ya para ese entonces creo que estaba bastante claro que el muchacho no lo había llevado allí con buenas intenciones.

– Me tapó la boca. Me habló al oído y me dijo que me mantuviera en silencio o me reventaba la cabeza contra el lavatorio.

– Violento el joven. ¿Y qué ocurrió?…

– En ese momento comenzó a sonar el disco con una canción patria: afuera estaban saludando a la bandera; supongo que ésa era la situación por él deseada para que no se oyese nada…

– Entiendo. ¿Y entonces…?

– Una vez que estuvo seguro de que yo no gritaría, me bajó el pantalón… Me rio al oído y dijo algo sobre mi tanga, que no recuerdo bien.

– Ajá…

– Luego me apoyó una mano sobre la nuca y me obligó a inclinarme sobre el lavabo.

– Y lo cogió…

– Tal cual.

– ¿Le dolió?

– Mucho. No me lubricó ni nada.

– Claro; la urgencia apremiaba. ¿Y usted gritó?

– Sí…

– Pero nadie lo oyó.

– No.

– Afuera seguían cantando la canción patria…

– Sí…

– ¿Cuál era?

– ¿Perdón…?

– ¿Cuál era la canción?

La pregunta me descolocó. El tipo no para de sorprenderme:

– No… lo sé; es una de esas tantas canciones a la bandera: para mí son todas iguales, así que se me mezclan… Y además pasaron muchos años.

– ¿Era ésa que comienza diciendo “salve, Argentina, bandera azul y blanca”?

– Hmm, no, creo que no; conozco ésa, pero no… no era…

– ¿Era la que dice “Aquí está la bandera idolatrada…”?

– Hmm, no tampoco…

– ¿O la que dice “Alta en el cielo, un águila guerrera…”?

– Hmm… “… audaz se eleva…”

– “… en vuelo triunfal”…. ¿Era ésa?

– ¡Sí! ¡Ésa!

– ¿Seguro?

– Segurísimo…

– Se llama “Aurora”.

Momento de silencio. Sí, es cierto: ése es el título de la canción, pero con los años lo había olvidado.

– Aurora… – digo quedamente -. Qué coincidencia.

– Verdaderamente. Como dije antes, Aurora parece ser omnipresente, je… Pero bueno, volvamos al asunto: ¿cómo acabó todo?

Por un momento me parece que cuando pregunta eso, lo hace con doble sentido; ya no sé qué pensar y, además, sigo conmocionado por la increíble coincidencia del título de la canción. De cualquier forma, con doble sentido o no, opto por seguirle el juego:

– En realidad no “acabó”.

– ¿Qué?

– Que no “acabó”.

– ¿Está queriendo decir que no eyaculó?

– Tal cual.

– ¿Por qué?

– Coito interruptus…

– Ja, ahora resulta que es usted el que habla en latín; de todas formas, sería “coitus interruptus”…

– Lo que carajo sea.

– ¿Y por qué lo interrumpió?

Larguísima pausa. Él me espera, como si fuera consciente de que está bien encaminado o a punto de llegar al fondo del asunto; yo no lo veo así, pero ésa es la sensación que él transmite.

– La… canción terminó y…

– ¿Aurora?

– Sí, Aurora.

– Ajá.

– Terminó… Dejó de sonar el disco y volvió a reinar el silencio para hacer el saludo a la directora.

– Y este muchacho… sin nombre… ¿aún seguía dándole matraca?

Dándole matraca. Por Dios. Si faltaba algo para resignar totalmente la jerga profesional, era una expresión como ésa.

– Sí, aún seguía…

– ¿Y usted gritaba?

– Sí.

– Y con la excitación del momento, ninguno de ambos se dio cuenta de que afuera ya no había música, que ya no sonaba “Aurora”

Me provoca una rabia momentánea el que sugiera que ambos estábamos excitados; estoy a punto de decirle algo, pero sería desviarse del eje principal.

– No nos dimos cuenta…

– Y alguien vino…

– Tal cual.

– ¿Quién?

– La vicedirectora. Y un instante después un preceptor seguido por la directora.

– De pronto usted tenía público…

– Sí.

– ¿Qué pasó luego?

– ¿Conmigo o con él?

– Con ambos.

– A él le pusieron amonestaciones y le dieron el pase del colegio; resultó que ya tenía acumuladas unas cuantas, pero, en fin… aun de no ser así, imagino que lo hubieran sancionado con las suficientes amonestaciones como para dejarlo fuera.

– Bien. ¿Y en cuanto a usted? ¿También le dieron el pase?

– Hmm, no exactamente… En lugar de amonestarme, me apercibieron: ignoro la razón de tal diferencia; supongo que habrán considerado que al tener yo un rol pasivo en el asunto, era la parte más débil, así que no… no me dieron el pase, pero citaron a mi padre: no sé verdaderamente qué era peor.

– Citaron a su padre, quien así se enteró de todo, incluso de la ropita interior que usaba su hijo.

– Así es.

– Supongo que, no habiendo mal que por bien no venga, eso significó que su padre lo cambiara de colegio, lo cual, en definitiva, era lo que usted quería.

– Sí; lo que quedaba de ese año y el restante los hice en un colegio muy distante del otro y en el cual no conocía absolutamente a nadie.

– Un nuevo comienzo…

– Sí.

– ¿Cómo se sintió después de ese episodio?

– ¿Pregunta de verdad o en broma? ¿Cómo podía sentirme?

– No sé; eso lo sabe usted: a lo que voy es a si sintió frustración.

– Pues… sí, desde luego, más vale que la sentí.

– ¿Por el papelón o porque el chico no logró eyacular?

Hundo los puños en el diván y me incorporo parcialmente, girando la cabeza por sobre mi hombro; es más de lo que puedo soportarle: definitivamente, este tipo está buscando un golpe en la nariz. Justo en ese momento retira el bolígrafo de mi culo y se sonríe. Luego camina hacia un costado del consultorio. Doy por sentado que, ahora sí, la sesión ha terminado de una vez por todas; sin embargo, nada anuncia al respecto. Llega hasta un mueble de dos puertas, una especie de ropero empotrado en la pared; por debajo de las puertas, hay tres cajones encolumnados. Abre uno de ellos y se inclina para hurgar en el mismo; busca y rebusca durante algún rato. Finalmente se gira y, prácticamente, me arroja a la cara lo que parecen ser unas prendas que no logro precisar a primera vista, pero que, tras haber impactado en mi rostro, se depositan sobre el diván, puedo reconocer como una tanga, un sostén y unas medias bucaneras de nylon, todo en color fucsia.

– Lo más parecido al rosa que encontré – me dice -; en realidad, había un conjunto rosado pero ayer lo mandé al lavadero porque lo estuvo usando un paciente.

Yo sigo sin dar crédito ni a mis ojos ni a mis oídos. ¿Estoy ante un psicoanalista o ante un pervertidor de pacientes? ¿Hará con muchos el trabajo fino que está haciendo conmigo?

– Vamos – me apura, como si no dejara lugar a otra posibilidad más que obedecerle -; colóquese esas prendas.

La perplejidad me supera. No dejo de mirarlo, totalmente atónito.

– Creo que ya lo expliqué – me dice -. Necesito que usted se sienta lo más cerca posible de cómo se sentía en aquellos momentos. Fíjese lo que ocurrió cuando tuvo metido el bolígrafo en el culo, a modo de termómetro: funcionó perfectamente para hacerle remover viejos recuerdos que, quizás, hubiera dejado conscientemente guardados. Es necesario activar al ciento por ciento su inconsciente, Julio… o Julia… O culito, je, como más le guste…

– ¡Soy Julio! – protesto airadamente -. ¿Es… todo esto realmente una técnica?

– Lo es, claro que sí; se trata de activar el inconsciente a través de la manipulación de las condiciones del momento: una fusión entre terapia y laboratorio.

– ¿Qué… método es ése? Jamás oí hablar de algo así…

– Es mío, je, pero le puedo asegurar que da resultado. Ahora, afuera esas prendas y a colocarse las otras.

Realmente todo me supera: la situación, la explicación, los recuerdos, todo; tanto así que termino haciendo obedientemente lo que me dice. Mi pantalón y mi bóxer permanecen por las rodillas pero, luego de hacer lo propio con el calzado, me los quito del todo. En el momento en que me saco el bóxer, me lo pide:

– Deme eso.

Lo miro, más que confundido, pero, una vez más, hago lo que me ordena y le extiendo la prenda íntima. Se gira y vuelve hacia el armario empotrado en la pared pero, esta vez, abre las puertas. Cuando lo hace, veo que hay varios ganchos contra el fondo del mueble y de la mayoría de ellos pende un slip o un bóxer; elige uno que está vacío y allí cuelga el mío. No doy crédito a mis ojos; no paro de sorprenderme.

– ¿Son… de otros pacientes? – pregunto, con el rostro desencajado.

– Por supuesto. Son once, con usted doce. Doce tipos casados que han dejado aquí su calzoncillito y ya lucen lindas bombachitas.

– No… entiendo… ¿De qué se trata todo esto? ¿Es un deporte? ¿Un pasatiempo? ¿Algo parecido a una cacería?

– Llámelo como quiera, culito; yo prefiero llamarlo investigación científica. Supongo que algunos otros guardarán restos o fósiles: de algún modo es lo mismo, je. Cada una de estas prendas es un vestigio del pasado, un testimonio de algo que quisieron ocultar.

– ¿Y p… por qué insiste tanto en el hecho de que eran tipos casados?

– Porque normalmente son los más reacios a aceptar que les gusta o alguna vez les gustó la verga. Para mí, sin embargo, y de acuerdo a mi experiencia, son presas fáciles: los solteros dan mucho más trabajo.

-¿Y… ha comentado o compartido su método de trabajo con otros profesionales?

– Lo hice hace ya varios años – responde, con cierto aire de decepción – y la realidad es que la mayoría de mis colegas no lo aprueban, así que allá ellos y yo sigo con lo mío. Mis resultados son, de hecho, mucho mejores – remata con la palma de su mano hacia arriba, enseñándome las prendas colgadas -. Por cierto, culito, usted fue muy fácil: alcanzó con una sola sesión; la mayoría me demanda entre cinco y quince; y con algunos me llevó casi un año lograr que se calzaran la bombachita. Se trata de un trabajo fino, progresivo y, sobre todo, muy sutil. Pero en su caso fue sumamente fácil y, si no, mire su bóxer colgado – se gira hacia mí -. Por cierto, ¿ya se colocó esas prendas?

Niego con la cabeza; él vuelve a apurarme, así que comienzo a colocármelas una por una: primero la tanga, luego el sostén, por último las medias. Agradezco que no haya un espejo en derredor porque estoy seguro que, de haberlo, moriría ante la vista de semejante decadencia de mi parte.

– Bien – me dice, en tono aprobatorio -. Ahora, marche a cuatro patas…

– ¿Hacia dónde?

– Hacia donde sea. Vaya de un lado a otro del consultorio; marche en círculos, pero muévase.

– Hago exactamente lo que me dice. La tanga es ultra diminuta y, mientras ando a cuatro patas, puedo sentir cómo se me va enterrando en el culo. El sostén me cuelga un poco, lo cual es lógico. Y las medias… por algún momento, las siento como si fueran parte de mi piel, por lo cual trato, lo más rápidamente posible, de alejar tan perturbador pensamiento.

– ¿Por qué no me contó nada acerca de su hermana? – me pregunta, de repente.

Me detengo sobre la alfombra, claramente impactado. Giro la cabeza hacia él:

– No recuerdo haberle dicho que la tuviera… – digo, sin salir de mi asombro.

– Precisamente: no lo dijo. La pregunta es por qué.

– ¡Usted tampoco me lo preguntó!

– No, preferí dejar que todo fluyera y que usted mismo lo recordara.

Más confusión en mi mente. Las ideas me dan vueltas, yendo y viniendo. Y, al hacerlo, se cruzan con recuerdos, algunos de los cuales parecen de pronto emerger luego de estar largo tiempo sepultados y olvidados.

– ¿Cómo… supo que yo tenía una hermana?

– Es obvio, culito. Cuando le pregunté de dónde sacaba Aurora las prendas femeninas que le hacía ponerse, usted aventuró que, casi con seguridad, las tomaría de los cajones, allí en la casa. Según su relato, la única mujer en casa, aparte de Aurora, era su madre, a quien usted ha descrito como una mujer muy conservadora y recatada. ¿Tangas? ¿Cola less? ¿Vedetinas? Eso no parece ni por asomo el vestuario íntimo de una integrante de la Liga de Madres de Familia. Está más que obvio que había una hermana…

No sé qué decir. Se me cae la mandíbula; mi mirada queda perdida en algún punto del consultorio y mi mente en algún punto del pasado. Lo demencial del asunto es que en ningún momento mi intención, por lo menos consciente, ha sido mentirle u ocultar la existencia de mi hermana. Es que… simplemente siento como si la hubiera olvidado, con lo cual una fuerte carga de culpa comienza a apoderarse de cada fibra de mi cuerpo. Y las lágrimas vuelven a acudir a mis ojos:

– Se llamaba Tania – digo, con tristeza -. ¿Cómo pude haberlo olvidado?

– No lo hizo, culito. O, en todo caso, sólo su parte consciente lo hizo, pero ella siempre estuvo allí. ¿Qué diferencia de edad tenía con usted? Doy casi por sentado que era mayor.

– Sí, lo era; cuatro años… no, cinco; bueno, en verdad, cinco durante la mayor parte del año pues ella cumplía en febrero y yo en octubre.

– ¿Lo ve? Recuerda bastante… ¿Qué ocurrió con ella?

Mi mente queda en blanco. Un pasado oculto quiere aflorar, pero no lo consigue.

– Circule por el consultorio – me dice -; a cuatro patas. Manténgase en movimiento. Y mueva el culo durante la marcha.

Obedezco. Y de modo análogo a lo antes ocurrido con el bolígrafo, pareciera que el pasado, poco a poco, comienza a ser desenterrado.

– Murió… en un accidente – digo, al borde del llanto -; iba…. con su novio, en moto. Él siempre la llevaba en la parte de atrás a altísima velocidad… Mi madre siempre sufría al ver eso y yo también; le prohibió andar en moto con ese chico, pero… ella lo siguió haciendo, así que, directamente, optó por prohibirle que le viese. Ella no dejó verlo: lo seguía haciendo a escondidas; y, más de una vez en casa, mientras mis padres no estaban.

– ¿Hicieron el amor delante de ustedes?

– Un par de veces…

– ¿Qué recuerda de esa experiencia?

Me detengo un instante; giro la vista hacia él.

– No entiendo: ¿qué debería recordar?

– Lo que sea. ¿Sentía celos, por ejemplo?

– Desde luego que sí. Era mi hermana mayor: era lógico…

– ¿Y qué más?

– ¿Qué mas qué?

– ¿Qué más recuerda? No se detenga: siga marchando…

Retomo otra vez la marcha sobre manos y rodillas. Y, una vez más, los recuerdos vuelven a emerger.

– Recuerdo… la verga de él.

– ¿La tenía grande?

– Sí…

– ¿Y apetitosa?

Silencio; me detengo un momento.

– Siga marchando…

Obedezco.

– ¿Qué edad tenía usted al morir Tania?

– Doce.

– ¿Ya para ese entonces Aurora cuidaba de usted? ¿Se conocían Tania y ella?

– No. Ella comenzó a trabajar a poco de morir mi hermana.

– ¿Y le sustituyó de alguna forma?

– No sé a qué se refiere… Es obvio que no se puede sustituir a una hermana.

– No digo que la sustituyera como hermana, sino en relación a otras cosas y, más específicamente, a usted.

– No entiendo…

– ¿Fue su hermana la que comenzó con eso de hacerlo vestir como nena?

– No, de ningún modo

– ¿No?

– No.

Mi respuesta es ciento por ciento sincera. Tengo, por un momento, la esperanza de haberle frustrado su búsqueda, pero el tipo jamás da visos de desanimarse. Lo suyo es prueba y error permanentemente, así que, ante el error, simplemente intenta otro camino.

– ¿Le tomaba la fiebre?

Quedo paralizado. Todo mi cuerpo se tensa.

– Siga marchando – me reprende -. No se detenga. O la terapia no va a funcionar.

– Sí, lo hacía… – digo, en tono de lamento -. Mi… madre le encargaba que lo hiciera. Al ir creciendo Tania, ella, directamente, delegó ese rol en mi hermana.

– ¿Fue entonces ella la primera que le puso un termómetro en el culo?

– No, eso me lo hacía mi madre desde que era pequeño. Mi hermana simplemente lo copió… o mi madre se lo enseñó, no sé bien. Lo cierto fue que Tania comenzó a tomarme la fiebre cuando mamá no estaba… y, con el tiempo, terminó por ser la única que lo hacía.

– ¿En público?

– No…

– ¿No?

– No, nunca… A veces había una prima, algo más joven que ella, que venía a casa, pero cada vez que mi hermana me tomaba la temperatura, me llevaba al cuarto y no lo hacía en presencia suya.

– Pero a usted le hubiera gustado que así fuese…

Se me nubla la vista; la voz se me enronquece:

– Sí…

– ¿Tenía entonces la fantasía de que su hermana le metiera el termómetro en el culo delante de ella?

– Sí… – respondo con voz cada vez más apagada -. Tal cual.

– ¿Sólo delante de su prima?

– No… – balbuceo -. Cuando… estaba solo me gustaba imaginar que mi hermana me metía el termómetro en la cola delante de todos mis amigos… y mis amigas. Y cuando me lo estaba haciendo, me gustaba cerrar los ojos e imaginar que todos y cada uno estaban allí.

– Entiendo… ¿Y qué hay de su prima?

– ¿Qué pasa con ella?

– Dígamelo usted. ¿No hubo ninguna experiencia particular en esos días en relación con ella?

Otra vez la marea informe de recuerdos que, poco a poco, se va acomodando.

– Bien… como le dije antes, me gustaba imaginar esa escena en la cual yo tenía el termómetro metido por detrás mientras todos me veían. A veces ella me lo hacía en el cuarto, otras en el baño… o en otros lugares de la casa. Llegué incluso yo mismo, un par de veces, a tomar el termómetro cuando ella no estaba y llevarlo a algún lugar apartado para metérmelo en la cola mientras me tocaba…

– ¿Se masturbaba?

– No; aún era pequeño como para eso, pero me tocaba…

– Ajá. ¿Cómo termina esto vinculándose con su prima?

– Un día… me escondí en un pasillo que iba por el costado de la casa, a cielo abierto pero poco transitado, ya que, de hecho, conducía a una puerta secundaria que nunca se usaba. Era bastante estrecho, tanto que sólo pasaba una persona y, además, estaba lleno de plantas, lo cual ayudaba a mantenerme oculto de miradas indiscretas…

– Y se tocaba allí…

– Sí. Me llevé el termómetro y, una vez allí, me lo introduje en la cola. Cerré los ojos e imaginé a todos mis amigos y amigas en derredor. Y me toqué…

– ¿Y entonces?

– De pronto sentí ruido entre las plantas. Y al abrir los ojos, me encontré con la sorpresa de que… mi prima estaba allí; me miraba y se tapaba la boca, riendo. No sé qué hacía, pero estaba allí, casi camuflada entre las plantas.

– ¿Se reía de su termómetro en la cola?

– Tal vez sí, pero a juzgar por la dirección en que miraba, se estaba riendo de…

– Del tamaño de su pene.

– Tal cual.

– Y a partir de allí el trauma del pitulín quedó instalado en su mente.

– S… supongo que sí. ¿Podemos dar por terminada esta sesión?

– Ya le dije que eso lo decido yo. No deje de marchar. ¿Siguió teniendo contacto con su prima?

– Después de la muerte de mi hermana, prácticamente no… Ella dejó de venir; estaba muy mal.

– ¿Y usted?

– Desde luego que también; era mi hermana…

– ¿Qué fue lo que más pasó a extrañar de ella?

No sé bien qué responder.

– Pues… era mi hermana; es difícil mencionar algo específico.

– Después de lo que pasó con ella no había nadie que le pusiera el termómetro en el culo, ¿verdad?

– Aurora.

– ¿Y antes de que llegara ella?

– No, nadie, pero fue muy poco tiempo.

– ¿Su madre?

– Me… desatendió por completo en esos días; estaba devastada por lo ocurrido con Tania. Se sentía culpable…

– ¿Culpable de qué?

– Consideraba que debía haber puesto a Tania más límites, sobre todo en relación con ese chico y la moto…

– ¿Y usted?

– ¿Yo qué?

– ¿Sentía culpa?

– ¿Por qué iba a sentirla?

De pronto, en mi recorrido sin rumbo por el consultorio, me topo con el psicoanalista o, hablando, con más propiedad, con su bulto, ya que es eso justamente lo que queda a la altura de mis ojos al estar yo a cuatro patas. Hay que decir que tiene un monte generoso; por algún instante quedo turbado ante su presencia. Levanto la vista hacia y me encuentro con que mi psicoanalista sostiene en mano un lápiz labial.

– Abra la boca y estire las comisuras – me dice.

Mi incredulidad ya no da más. Niego con la cabeza.

– No – protesto débilmente -; por favor le pido que no. Tengo que regresar a mi casa después y no estoy seguro de poder quitarme el rouge.

– No se haga problema; lo más posible es que su esposa esté entretenida o incluso que ni siquiera esté en casa cuando usted llegue.

Más que una especulación, lo que acaba de decir es, para mí, un dato tan certero como devastador. Son muchas, de hecho, las veces en que llego a casa y ella no se encuentra, así como lo es que cuando sí está, no parece demasiado entusiasmada por mi presencia. Con lágrimas en los ojos, abro la boca tal como me dice que haga y él me coloca rouge en los labios. Una vez que termina de hacerlo, me mira y hace gesto de aplastar un labio contra el otro, lo cual constituye una clara orden de que yo haga lo mismo, así que, en efecto, lo imito.

– Ahora siga marchando – me dice – y mueva más el culo…

Retomo, por lo tanto, la marcha a cuatro patas por el consultorio y él, a su vez, retoma el interrogatorio:

– Cuando veía pasar a su hermana en la moto junto a ese chico, ¿entraba en su cabeza la posibilidad de que ocurriese algo como lo que finalmente ocurrió?

– Yo… era apenas un chico. A esa edad a uno no se le cruza la idea de que su hermana mayor pueda en un accidente, pero… mi madre me introdujo ese terror, ya que, prácticamente no hablaba de otra cosa: estaba aterrada, desaprobaba una y otra vez el estilo de vida, según ella, libertino, de Tania y… constantemente hacía referencia a la posibilidad de que ese imbécil la terminase matando en un accidente.

– Y así fue como su madre le instaló el mismo terror a usted…

– Tal cual.

– ¿Y qué lo aterraba de la idea?

– Volvemos a la misma tontería… – digo, resoplando – ¡Era mi hermana! ¿Qué parte no se entiende?

– Eso está claro, pero… sea sincero: ¿temía usted que, faltando su hermana, ya nadie le introdujera el termómetro en la cola?

Una estocada; me quedo paralizado por un momento.

– S… sí, temía eso…

– ¿Por sobre todo?

– C… creo que sí.

– ¿Y no lo aliviaba, en algún modo, la idea de que, llegado el caso, su madre volviera a ocuparse de eso?

– En ese momento… no lo veía así: mi madre había dejado por completo de tomarme la temperatura desde que delegara esa función en mi hermana.

– Bien, entonces, su máximo terror era quedarse sin termómetro en la colita. ¿Es así?

Tiemblo. Lloriqueo. Me invade una profunda culpa.

– Sí – respondo -; p… puede decirse que sí, pero… de todas maneras: ¡yo amaba a mi hermana!

– Nadie está dudando de eso, culito – me dice, en tono paternal -; y, además, una cosa no tiene por qué ser contradictoria con la otra. Retome la marcha, por favor…

Ya me cuesta avanzar, despegar las rodillas del piso; así y todo, con gran esfuerzo, lo hago.

– Vuelvo entonces a la pregunta de hace un momento – prosigue -: ¿sintió culpa tras la muerte de su hermana?

– Sí…

– Porque sabía que lo que más lamentaba era ya no tener el termómetro en la cola.

Otra vez la culpa me atormenta. Duele decirlo, pero sé que tiene razón, aun cuando durante todos estos años yo me lo haya querido negar a mí mismo.

– Así es… Y por eso mismo me sentí muy… egoísta, muy indigno, muy…

– Puto.

– Sí – concedo, agachando la cabeza -: puto.

– ¿Y qué pasó con su madre?

– Ya le dije…: quedó mal y…

– ¿En dónde estaba para ese entonces?

Lo miro, confundido.

– No entiendo la pregunta… Ya le dije: no estaba en casa…

– Le estoy preguntando en dónde estaba, no en dónde no estaba.

Larga pausa. Mi cerebro está sufriendo un terrible tormento.

– Bien… – digo, finalmente -: durante algún tiempo… estuvo en casa. Quedó destruida por la muerte de Tania; se la veía como ausente, ida…

– ¿Durante algún tiempo? ¿Y qué pasó luego?

Largo silencio. Finalmente es él quien lo rompe:

– Usted ha señalado más de una vez que su madre no estaba en casa…

– Y así es… O por lo menos así fue al principio, luego de la muerte de Tania.

– Pero jamás lo oí, por ejemplo, hacer referencia a que su madre trabajara fuera del hogar. Usted ha dicho, además que era una mujer muy conservadora, con lo cual la imagino muy de su familia, de su casa; es difícil imaginarla con un trabajo fuera de ello.

Otra vez un largo silencio. Los recuerdos pugnan por salir a flote pero una parte de mí quiere dejarlos sumergidos.

– Es que… no trabajaba; no fuera de casa, al menos.

– Ah, nos vamos entendiendo mejor, pero me decía que permaneció allí durante algún tiempo.

– Así es. En los días inmediatamente posteriores a la muerte de Tania mi madre era lisa y llanamente una piltrafa viviente. Ni siquiera se atrevía a subir al cuarto de mi hermana porque no podía ver sus cosas… Un día se atrevió a hacerlo…

– ¿Por qué cree que lo hizo?

– No lo sé. Creo que… con el correr de los días, fue extrañando cada vez más a Tania.

– Entiendo: necesitaba estar con sus cosas.

– Claro; de hecho, me pidió que la acompañase a entrar en la habitación, ya que ella, por su cuenta, no se había atrevido más a hacerlo: y no quería hacerlo sola.

– ¿Y la acompañó?

– Sí.

– ¿Con qué se encontraron una vez allí?

– Por lo pronto, reconocí el termómetro sobre la mesita de luz.

– Déjeme adivinar: se apropió de él.

– Sí, tal como lo había hecho alguna que otra vez mientras Tania vivía, pero desde su muerte mi madre no había dejado que nadie ingresase en la habitación, que mantenía bajo llave.

– Uf, durísimo para usted saber que el termómetro estaba allí… ¿No pensó, simplemente, en ir a comprar uno?

– “Lo pensé, sí, pero… tenía terror de que en la farmacia se dieran cuenta de para qué lo quería”

– “Lo suyo, para esa altura, era un cuadro grave de paranoia, pero bueno: fuera del termómetro, ¿qué encontró su madre allí?

– Revisó todo: la cómoda, el ropero, los cajones; se topó con todo el ajuar de ropa y lencería sexy que mi hermana ocultaba de sus ojos.

– Supongo que se irritó o, cuando menos, se conmocionó; según usted mismo dijo, su madre desaprobaba toda esa parte de la vida de Tania.

– De que se conmocionó, no me caben dudas. En cuanto a irritarse, yo también esperé que lo hiciera, pero no fue así. Me dio más bien la impresión de que, al ver esas prendas, las vio de un modo totalmente diferente a si las hubiera visto cuando Tania…

– Claro: porque eran, justamente, de Tania, que ya no estaba…

– Tal cual.

– ¿Y entonces?

– Pues… quiso que yo las usara.

– ¿Qué?

– Sí; creyó, seguramente, que si yo usaba esa ropa, sería en algún modo como mantener a Tania viva…

– ¿Fue entonces su madre la primera que lo obligó a utilizar tangas, vedetinas, cola less?

– Sí…

– ¿No fue Aurora?

– No; mi madre comenzó con eso.

– Bien. ¿Y cómo siguió el asunto?

– Durante los días siguientes quedó más claro que nunca que mi madre… ya no estaba en sus cabales; con la muerte de mi hermana, había enloquecido. Mi padre, un día llegó del trabajo y se encontró con el patético espectáculo de verme vestido como chica. Y lo peor de todo fue que mi madre no buscó en ningún momento ocultarme de sus ojos sino que, por el contrario, lo primera que hizo al recibirle fue exhibirme ante él para que viese lo bien que lucía.

– Supongo que su padre no lo tomó bien…

– En absoluto; comenzó una etapa de fuertes discusiones entre ellos.

– ¿Dejó su madre de vestirlo como jovencita?

– Para nada. Muy por el contrario, se volvió cada vez más insistente con eso y hasta me hacía salir de la casa para que el barrio me viese. La gota que colmó el vaso fue cuando intentó anotarme en el colegio como niña; eso llegó a oídos de mi padre y, desde ese momento, quedó en claro que ellos ya no podían seguir juntos. Peor que eso: mi padre consiguió que la internasen por locura…

– ¿Y ya no volvió a verla?

– Mi padre no me dejaba hacerlo; me quería lejos de ella porque decía que me confundía sexualmente.

– Ajá, duro en el dictamen, pero lo positivo para usted, hasta allí, fue que dejó de tener contacto con su madre.

– S… sí, p… pero…

– ¿Pero…?

Otra vez silencio. Otra vez sollozos. Mi voz es un hilillo cada vez más inaudible; de hecho, él ladea su cabeza para acomodar el oído de tal modo de oírme mejor.

– Lo que… ni mi padre ni los psiquiatras sabían era… que… yo amaba usar esa ropa.

– Bien: lo imaginaba. Otra pérdida más para usted…

– Así es. Empezaba a creer que las cosas buenas no duraban: el termómetro en la cola, la ropita de mujer, todo desaparecía cuando apenas comenzaba a disfrutarlo.

– Y así como lamentó más la pérdida del termómetro que la muerte de su hermana, doy por sentado que, más que por la internación de su madre, sufrió por no poder utilizar ya más esas prendas. Bien, sigamos adelante: su madre quedó entonces internada; ya tenemos la explicación de por qué desde el colegio lo citaban a su padre y no a ella, así como también de por qué su madre no veía el boletín de calificaciones.

– Claro…

– ¿Y la ropita quedó archivada para siempre?

– Hasta que apareció Aurora…

– Querido culito – me dice, adoptando súbitamente un tono paciente -; váyase poniendo al corriente de algo: Aurora nunca existió.

Experimento un sacudón tan fuerte que casi termino por ponerme en pie, pero sólo llego a quedar de rodillas; mis ojos sólo destilan odio.

– ¿Qué está diciendo?

– Que Aurora es un invento suyo; usted la creó: su inconsciente lo hizo, pero físicamente nunca existió…

– Pero… ¿qué mierda está diciendo? ¡Caro que existió! ¿Me va acaso usted a decir a mí quiénes fueron reales en mi vida y quiénes no?

– No, sólo hablo de Aurora: no existió nunca.

Crispo los puños, golpeo el piso, escupo rabia.

– ¡Puedo recordar su rostro perfectamente! ¡Recuerdo su aspecto! – objeto, con energía.

– Inténtelo…

– ¿Qué cosa?

– Describirla…

– Ah, pues… morocha, pelo corto hasta los hombros, tal vez un metro sesenta, ojos bien oscuros, un lunar sobre la mejilla derecha…

– Bien: ahora describa a Tania…

No salgo de mi incredulidad ante los constantes giros en el interrogatorio.

– ¿Q… qué?

– ¿Puede recordar el aspecto de Tania? ¿O ya lo olvidó?

– ¡Cómo voy a olvidarlo, estúpido! ¡Era mi hermana!

– Descríbala…

El tipo se mantiene sereno aun a pesar de mis reacciones e insultos; eso no sólo me termina de descolocar, sino que me enfada aun más: de manera resuelta, comienzo con la descripción:

-Tania era morocha, llevaba por lo general el cabello corto, por los hombros; debía medir un metro sesenta, sus ojos eran bien oscuros. Tenía un lunar en la mejilla derecha…

Me detengo al descubrir que mi psicoanalista, ahora de brazos cruzados, me observa con el rostro cruzado por una sonrisa. De pronto, todas las fichas me caen juntas: me pongo de todos colores, miro al piso; la cabeza me da vueltas…

– Parece que su hermana y Tania eran muy parecidas…

– N… no entiendo a lo que va con esto…

– Usted inventó a Aurora y le puso un rostro, el de Tania…

– ¡No!

– Usted inventó a Aurora y le puso un nombre: el de la canción que sonaba en el colegio mientras un chico se lo cogía en el baño…

– ¡No, no puede ser! – vuelvo a golpear el piso.

– ¿Va usted acaso a decirme que después de eso, nadie le volvió a poner el termómetro en el culo? Por algo, lo tomó de la habitación, culito; dudo que fuera sólo para observarlo o, mucho menos, guardarlo como…

Los recuerdos van aflorando, poco a poco; sin que él me diga nada, retomo la marcha que interrumpí instantes antes y muevo aun más marcadamente el culo, tal como él me pidió que hiciera.

– Yo… invitaba a mis amigos a casa… cuando mi padre no estaba.- digo, sintiendo que he redescubierto algo largamente olvidado.

– Ajá. ¿Y qué hacían?

– Jugábamos…

– ¿A qué?

– Al paciente y al doctor…

– ¿A esa edad? Eran adolescentes; creo que ya estaban algo grandes para jugar al paciente y al doctor.

– Sí, pero aun así, logré convencerlos…

– Bien, vamos progresando: los convenció usted, nadie más.

– Así fue.

– Y supongo que parte del juego consistía en que el doctor le tomara la temperatura al paciente introduciéndole un termómetro en el culo.

– Supone bien…

– ¿Cómo resolvían quién era doctor y quién paciente?

– Lo sorteábamos.

– Déjeme adivinar. A usted siempre le tocaba ser paciente.

– Tal cual…

– ¿Jamás le tocó ser doctor?

– No…

– ¿Nunca?

– Nunca…

– ¿Había usted ideado algún método para arreglar los sorteos y que no cupiese para usted otro rol más que el de paciente?

Silencio. Él lo toma como un “sí”. No sin razón, por cierto.

– O sea que se salió con la suya. Le seguían metiendo el termómetro en el culo…

– Sí… Por favor, quisiera terminar con esto… Me está doliendo la cabeza…

– Silencio. Estamos llegando al fondo del asunto y no nos vamos a detener ahora. ¿Usó también la ropa de su hermana ante ellos?

– Sí… Mi… padre había dejado la habitación bajo llave para que yo no entrase, pero…

– Encontró la llave.

– Sí.

– Digamos que la necesidad le potenció su capacidad de búsqueda, je. ¿Y cómo llega, por ejemplo, a lucir en tanga delante de ellos?

– Organizábamos juegos, competencias… de distintos tipos, pero la cuestión era que aquel que perdía o quedaba último, debía ponerse ropa de mujer.

– No hace falta ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que usted siempre perdía…

– Tal cual: siempre…

– Y tampoco para deducir que, al igual que ocurría con lo del paciente y el doctor, esos juegos estaban también arreglados y digitados por usted.

Silencio: profundo y terrible…

-¿Les mamó la verga también? – me pregunta.

– Sí…

– ¿Con qué excusa en ese caso? ¿Otro juego?

– Ya para ese entonces no hacía falta; estábamos algo más grandes y ellos comenzaban a hablar sólo de chicas y vivían con el pito parado…

– Y usted les servía para evacuar esa necesidad de sexo…

– Sí…

– ¿También lo cogieron?

Niego con la cabeza.

– No llegamos a eso; fueron dejando de venir en cuanto tuvieron novias o simplemente empezaron a franelear con chicas.

– Otra pérdida para usted…

– Sí.

– Y además una gran frustración, porque no llegaron a cogerlo.

– Así es…

– Hasta que ocurrió el incidente en el baño del colegio con ese chico mientras se izaba la bandera y se cantaba “Aurora”.

– Sí.

– Pero fue una nueva frustración porque el jovencito no llegó a eyacular.

No puedo contenerlo. Hablo con la voz entrecortada:
– Así es…

Otra vez un largo silencio. He detenido mi marcha; el esfuerzo de bucear en mi pasado ha sido tan extenuante que me flaquean los brazos y ya no tengo fuerzas para continuar. El psicoanalista, de todas formas, no me impele esta vez a continuar como lo hacía antes; echándole un vistazo de reojo, lo veo caviloso, como si estuviera procesando toda la información que acaba de lograr sacar de mi inconsciente. Y a juzgar por su expresión y por el hecho de que asiente en silencio cada tanto, parece ser que está atando cabos y que las cosas le cierran.

– Con perdón por la antigüedad del término – dice, finalmente -, rebobinemos. De acuerdo a lo que usted me cuenta, podemos más o menos reconstruir su historia del siguiente modo: le tocó vivir una infancia junto a una madre sobreprotectora que vivía obsesionada por si tenía fiebre o no. Ella fue la que comenzó con la práctica de introducirle el termómetro en la cola para tomarle la temperatura, práctica que, al ir creciendo su hermana, delegó en ella para los casos en que su madre no estuviese en casa o incluso cuando estaba. El termómetro pasó, entonces, a ser casi monopolio de Tania. A usted le excitaba eso que le hacía y, de manera muy especial, fantaseaba con que se lo hiciera en público. Pero el que Tania creciese, significó también que tuviera novio… o pareja… o muchachos. Y apareció el jovencito de la moto, con lo cual tanto su madre como usted estaban realmente preocupados y temían por la suerte de Tania… ¿Vamos bien?

Asiento en silencio.

– Bien – prosigue -: su madre le insistió tanto con el peligro en que veía a su hermana que, finalmente, logró que usted también se obsesionara con eso, pero, en su caso particular, lo que realmente le espantaba y le aterraba era que si a Tania le pasaba algo, usted se iba a quedar sin termómetro en el culito, puesto que su madre había dejado hacía ya hacía tiempo esa práctica y no había garantías de que volviera a hacerlo. En fin, sus peores temores quedaron confirmados: Tania murió en ese fatídico accidente y, desde ese momento, usted sintió un vacío en su vida, pero muy especialmente… en su culo.

Con los ojos llenos de lágrimas, bajo la cabeza con vergüenza.

– Poco después de morir Tania, su madre comenzó con eso de hacerlo vestir como ella, de que usase sus prendas, su ropa interior; era una humillación para usted y, sin embargo, le gustaba, ¿es así?

Asiento, siempre en silencio.

– Pero los trastornos psíquicos de su madre se fueron agravando; su padre lo descubrió vestido de chica y eso fue para él un terrible impacto. Seguramente por esos días deben haber discutido muy fuerte entre sí, más allá de que usted los haya oído o no, pues no sería raro que, como hacen muchas parejas ante sus hijos, hayan buscado ocultarse para discutir. Su madre quiso anotarlo a usted como chica en el colegio y eso fue la gota que derramó el vaso; ella terminó internada y usted ya no extrañaba sólo el termómetro sino ahora también la ropa interior femenina…

– Por favor – balbuceo, con voz débil -, ¿le… puedo pedir que terminemos con esto por hoy?

Él ignora mi pregunta y continúa:

– Fue entonces cuando usted comenzó a inventar esos juegos con sus amigos, juegos en los cuales, por cierto, usted siempre perdía o bien le tocaba la parte “pasiva”; así fue cómo cumplió con su fantasía de estar en público con el termómetro metidito en la cola o bien con ropa interior femenina. Pero ellos fueron dejando de venir y usted no podía desprenderse de esas prendas, las cuales, incluso, llevaba bajo la ropa cuando iba al colegio; claro, eso fue hasta que ocurrió aquel incidente en el vestuario, cuando un chico le descubrió y, al parecer, se dedicó a desparramarlo. Seguramente todo el colegio debió enterarse de que usted usaba lencería femenina. Y así caemos en el incidente del baño, a la hora de entrada, pues el rumor sobre su sexualidad habría llegado, de seguro, a un jovencito que no venía teniendo demasiada suerte con las muchachas y que encontró en usted un buen modo para evacuar sus necesidades sexuales. Ese chico lo cogió mientras en el patio entonaban la canción “Aurora”, la cual pasó, para usted, a tener un valor de fetiche desde ese momento, ya que, si bien nunca lo advirtió conscientemente, no logró ya disociar la canción de su condición sexual…

– Pero… si yo ni siquiera recordaba el título de la canción…

– Buscó olvidarlo, culito… O, mejor dicho, olvidó que Aurora era una canción y pasó a creer que era una chica. Usted inventó a esa joven como un modo de quitarse de encima las culpas que sentía. Porque, seguramente, al ser descubierto por las autoridades del colegio en tan embarazosa situación y, luego, al enterarse su padre, su vergüenza fue tanta que debió haber preferido morir.

– Sí… – balbuceó -; fue así…

– Me dice que no lo amonestaron, pero sí le colocaron un apercibimiento y citaron a su padre.

– Sí…

– ¿Puede recordar el texto de esa acta de apercibimiento?

Busco hacer memoria, pero de pronto me encuentro con que me resulta más fácil de lo que hubiera pensado. Súbitamente, esa acta escrita con letra cursiva aparece ante mis ojos de manera tan clara que no logro entender cómo pude haberla olvidado durante tantos años.

– Sí… – respondo -; decía: “se apercibe al alumno por prácticas sexuales pasivas en el baño durante la ejecución de la canción Aurora”

– Aurora…

– Sí…

– Ésa era la palabra con la cual se cerraba el acta de la vergüenza. A partir de ese momento usted o, en realidad, su inconsciente, se propuso limpiar de culpas los años previos y así fue como dio forma a Aurora: esa chica que usted inventó pasó a ser el sumidero de todo eso, culito. Al crearla, su mente se liberaba en buena medida: se convenció a sí mismo de que era ella quien le bajaba el pantalón y se reía de su pene pequeño, o quien lo obligaba a invitar a sus amigos y amigas para que vieran cómo le metía el termómetro en el culo, así como que era ella quien los incitaba a que le manosearan e, incluso, quien lo obligaba a mamarles la verga. Pero no, culito, era usted quien quería todo eso y quien lo armaba: no había ninguna Aurora… Ninguna. Aurora fue su creación: una chica imaginaria que lo humillaba públicamente y que le hacía ver su costado de nena, una chica a la cual usted le puso el rostro de su hermana y el nombre de la canción que sonaba mientras era cogido en el baño del colegio.

Me quiero morir. Lo peor de todo es que tiene razón y recién ahora me doy cuenta. Todo lo que está diciendo es la pura verdad, pero una verdad que he olvidado durante todos estos años en los cuales intenté limpiar mi mente de traumas y culpas sin lograrlo…

– Por otra parte – continúa -, usted siente una gran frustración porque sus amigos no llegaron a cogerlo ya que, al parecer, en determinado momento, prefirieron dedicarse a las chicas, una vez que hubo pasado su “etapa adolescente exploratoria”. Y no sólo eso: la frustración se vio después acentuada cuando el chico del baño no llegó a acabarle en el culo. ¿Me equivoco?

– N… no – digo, con la voz quebradiza -: no se equivoca.

– ¿Entiende entonces el origen de tan baja autoestima?

– En parte… – respondo -. ¿Qué hay de mi pene? Yo creo que buena parte del origen de mi baja autoestima viene de ahí; sin embargo, usted lo menciona sólo al pasar y como si no tuviese relación directa, cuando para mí es lo más importante.

– Culito… Le voy a decir algo: eso también fue una creación inconsciente; su verga no es tan pequeña como usted dice.

Extrañamente, un comentario que hubiera debido aliviarme o alegrarme, me indigna aun más

– ¡Claro que lo es! ¡Usted mismo lo vio!

– ¿Y desde cuándo considera usted que empezó a sentir que su pene era pequeño?

– Pues… desde aquel día del cual le hablé.

– ¿Cuando fue sorprendido por su prima?

– Claro: ella se rio de mí.

Me mira durante unos segundos; sonríe casi con lástima.

– Culito: esa chica era casi una niña, apenas una preadolescente. Es bastante posible que se haya reído de usted y coincido en que eso no debió imaginarlo, pero no se olvide del detalle que le remarco: su prima era una niña… Si se rio, no fue por el tamaño de su miembro, sino por el hecho de verlo con el pito al aire: no hubo nada raro en la actitud de ella, culito. Su actitud fue la misma que la que hubiera tenido cualquier otra chica de esa edad, pero, créame, el tamaño no tuvo nada que ver. Por cierto, no voy a mentirle: usted no es ningún agraciado en ese aspecto y su bulto es poco generoso, pero… no al punto que usted cree verlo. Hay muchos hombres con el pene del mismo tamaño o menor…

– ¿Cómo se explica entonces lo de mi esposa?

– ¿Se refiere a la supuesta infidelidad de ella?

– Sí… y no es supuesta.

– ¿Qué hay con eso?

– Si, como usted dice, mi tamaño no es nada anormal, ¿por qué busca ella satisfacción en otro tipo que, por cierto, tiene la verga bastante grande? ¿O ahora va a decirme que eso es también producto de su paranoia?

– No, no digo que eso también lo sea, pero falta saber qué tan grande la tiene ese tipo o si usted es quien creyó verle el bulto demasiado generoso, pero… más allá del tamaño real de la verga, yo creo que el verdadero motivo por el cual su esposa busca solaz sexual en él es otro.

– ¿Ah, sí? A ver: ¿cuál?

– Usted mismo lo ha dicho: no puede hacerle sexo anal.

– ¡Por supuesto que no! ¡Porque mi pene es pequeño! Está confundiendo causa con efecto.

– Culito, piénselo bien: ¿no me ha dicho usted que lograba excitarse con un termómetro metido en el culo?

– Sí… ¿Qué tiene que ver con esto?

– Un termómetro es un objeto que está lejos de ser grueso o voluminoso, y sin embargo, usted se excitaba de todas formas. Lo que quiero decirle con esto es lo siguiente: es posible que, para muchas mujeres, el tamaño del pene sea un factor influyente en el sexo vaginal, pero dudo que lo sea en el anal… Culito, supongo que puede imaginar que hablo con infinidad de pacientes y que la sexualidad suele ser un tema recurrente en la terapia, tanto en hombres como en mujeres. Precisamente he hablado con muchas damas y el tema del sexo anal, de un modo u otro, siempre termina surgiendo. Ellas ven la penetración por detrás como un acto en el cual el macho decide, se convierte en amo, toma posesión de ellas… y eso no tiene nada que ver con el tamaño sino con la esencia del acto en sí. Le puedo asegurar que hay hombres con penes mucho más pequeños que el suyo y que, sin embargo, son capaces de dejar a sus mujeres plenamente satisfechas en el coito anal.

– Suponiendo que usted tenga razón… seguimos sin saber entonces por qué fue en busca de otra verga…

– Por lo mismo que le dije: porque usted no la penetraba por el culo. Y si no lo hacía, culito, no era por un impedimento físico en relación con el tamaño de su miembro, sino por una cuestión puramente psicológica… y muy suya. Para usted, y de acuerdo a su experiencia, el ano es un lugar de disfrute pasivo y no activo. ¿Cómo iba entonces a penetrar analmente a su esposa cuando ni siquiera estaba convencido de eso? No, culito: usted quería que se la dieran por detrás, no darla… Desde luego que no creo que le haya dicho eso a Laura; mucho más probable es que haya recurrido una y otra vez a evasivas para rehuir esa necesidad de sexo anal que ella tenía. Y así, ella se cansó de buscarlo… y buscó en otro lado. Ignoro qué tipo de relación tiene ella con ese hombre pero de una cosa estoy absolutamente seguro: él la coge por detrás; y no sería raro, incluso, que ésa sea la única forma de sexo que tengan entre sí.

Cada pieza encaja. Las lágrimas siguen rodando.

– Pero con respecto a ese tema, yo le diría que no se angustie – me dice en tono tranquilizador al notar su pesar -: es muy posible que ella sólo busque eso y no otra cosa en él y, entonces, no tiene por qué pensar que la vaya a terminar perdiendo.

– ¿Cree que… no va a dejarme entonces?

– Es imposible asegurarlo y, además, usted es mi paciente y no ella, por lo cual no puedo saber qué pasa por su cabeza, pero, de acuerdo a lo que usted me cuenta, no sería nada descabellado pensar que ella no planea abandonarle ni tampoco ha dejado de quererle: sólo quiere una verga en la cola y eso es, precisamente, lo que debe haber encontrado en su compañero de baile, quien, seguramente, sí ve el ano de ella como un sitio al cual visitar. Para usted, en cambio, el ano es un centro de placer que le corresponde a usted: es un receptáculo… Je, suena a broma, ¿verdad?: receptá… culo. Pero usted no puede ver el culo de su esposa como un lugar en el que ingresar, ya que la sola visión del mismo lo lleva a pensar en el suyo propio y a, obviamente, desear tener una verga adentro.

– ¿Significa eso que… soy homosexual? ¿Puto?

– Eso sería una afirmación demasiado concluyente. A usted le gustan las mujeres y, en particular, le gusta su esposa y la ama. Piense que de no ser así, no estaría preocupado por perderla, como lo está. Por otra parte, lo aterra, precisamente, la posibilidad de sufrir una nueva pérdida, la cual está más en su cabeza que en la realidad. Disfrute su sexualidad con ella, culito… Si en lo anal no puede satisfacerla, busque hacerlo en otros aspectos: vaginal, oral, lo que sea. Y, un consejo, deje que ella se divierta y disfrute; no la siga persiguiendo ni haciéndose la cabeza con ese asunto del bailarín de tango. Él le está dando a su mujer algo que usted no: más terrible sería pensar que lo que él le da fuese algo que usted también podría darle.

Sigo sollozando: toda exploración de la propia mente es, inevitablemente, tortuosa, y eso es lo que, ahora, estoy sufriendo, en carne propia. Por otra parte, siento que poco a poco la pena se va convirtiendo en resignación. Tengo la impresión de estar descubriendo algo más quién soy, cosa de la cual no tenía idea al comenzar la sesión. Detecto una sonrisa de satisfacción en el psicoanalista; es obvio que está paladeando un nuevo triunfo: otro tipo casado ha caído en sus redes al encontrar su costado de nena.

– Bien – me dice, finalmente -. Ahora súbase al diván y colóquese allí en cuatro patas.

Arrodillado como estoy, lo miro con ojos desorbitados y me cuesta dar crédito a lo que oigo. Él, simplemente, sonríe y me señala el diván; no me repite la orden, pero no hace falta. Miro hacia el mueble y, otra vez, las piezas parecen encajar: siento que hay una historia sin cerrar, la de aquel chico que, por la intervención de las autoridades, no logró eyacular dentro de mi culo. Y ya es hora de cerrarla…

Voy hacia el diván y, tal como él me ha ordenado, me coloco a cuatro patas sobre el mismo. De pronto, lamento que no haya un espejo: siento unas incontenibles ganas de ver qué tal luzco en sostén, tanga y medias bucaneras, todo en color fucsia. Él se me acerca por detrás y me baja la tanga; un estremecimiento me recorre la columna vertebral. Y cuando cierro los ojos para esperar el momento, oigo sonar un teléfono celular. No es mi “ringtone”, así que, obviamente, es el de él. Un súbito pesar se apodera de mí y me hace aflojar los músculos: una vez más parece a punto de repetirse la historia trunca que ha caracterizado toda mi vida. Él contesta su teléfono:

– Sí, amor – dice -: todavía estoy en el consultorio porque me quedé ordenando los papeles para el cobro de las obras sociales… Sí, supongo que en una horita más estaré por allí. ¿Los chicos ya están en casa? Comiencen a cenar sin mí; no hay problema… Ja, no, no me esperen… Bueno, está bien, en una horita estoy ahí. Besito, diosa…

Fue rápido el asunto y, en fin, parece ser que esta vez la historia no va a quedar trunca. De pronto, su mano se apoya en mi cola y todo mi cuerpo se tensa.

– Lindo culito – insiste, mientras me acaricia -, pero no es lampiño, voy a informarle. Se nota claramente que usted se lo depila.

Siento su dedo hurgarme por detrás y, claramente, reconozco que me está embadurnando el orificio por dentro con algún lubricante: mi verga se pone rígida, imposible evitarlo. Un instante después, puedo sentir la suya dentro de mí… y mi mente viaja al pasado, a un baño de colegio mientras afuera están cantando “Aurora”. No puedo evitar jadear; él me hace sentir como una nena: bombea y bombea y a cada bombeo va más adentro. Dolor y placer se mezclan y, así, el clima va in crescendo hasta que siento el líquido viscoso y caliente invadiéndome, mientras pataleo como una nenita. Y mientras caigo de bruces sobre el diván, comienzo a pensar que, finalmente, una historia que estaba inconclusa, se ha cerrado.

Una vez que acaba conmigo, él se dedica a acomodarse la ropa y yo quedo echado sobre el diván, boca abajo y extenuado, pero sereno: ya no hay fantasmas.

– Tengo que… devolverle la ropa, ¿verdad? – pregunto, con la respiración entrecortada.

– Ja, ya sé que tiene ganas de llevársela puesta, pero sí: digamos que es parte de mi equipamiento para tratar a los pacientes. De cualquier modo, ya le puedo decir, con seguridad, que ese conjunto fucsia va a quedar reservado para usted. En cuanto a su calzoncillo, queda aquí… Así que, de momento se va a ir sin nada bajo el pantalón y la próxima vez que venga lo quiero de ese modo o bien con una bombachita ya que, cuando usted se presente aquí, lo hará en su rol de nena, ¿se entiende?

De pronto, el corazón me salta en el pecho por la emoción.

– ¿Va a seguir… tratándome? – pregunto.

– Desde luego. Una buena terapia lleva por lo menos un año.

La noticia de que voy a ser su nena (o una de sus nenas) al menos por un año, me llena de alegría, al punto que le devuelvo mis prendas con entusiasmo, a la vez que una intensa ansiedad en espera de la próxima sesión. Me visto y vuelvo a ser un hombre. Me despido de mi psicoanalista y, cuando estoy yendo hacia la puerta, escucho su voz:

– No me ha pagado – me recuerda.

Una sonrisa vergonzosa me cruza el rostro.

– Disculpe – digo, mientras extraigo la billetera -. Lo había olvidado…

Relato erótico:” La ex esposa de un amigo nos folló en un congreso”. (POR GOLFO Y PAULINA)

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Segunda parte de La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso y como el anterior ha sido escrito con la ayuda de Paulina O.
A la mañana siguiente, me desperté con Paulina en mis brazos y al sentir sus pechos presionando el mío, comprendí que había sido real y no un sueño.
«¡Me he tirado a la ex de Alberto!», pensé mientras con la mirada recorría su cuerpo desnudo.
Con la luz del día sus nalgas eran todavía más atractivas. Duras y firmes eran un paraíso terrenal solo al alcance de unos pocos. Recordando su promesa de convertirse en mi amante, decidí comprobar si era una mujer de palabra y sin copas mantenía esa decisión. Para ello lentamente retiré su brazo y posándola sobre el colchón, durante un  instante, me quedé admirando su belleza mientras entre mis piernas mi pene se acababa de despertar.
«¡Qué buena está!», exclamé mentalmente ya con una erección brutal.
Sabiendo que corría el riesgo que al abrir los ojos, esa mujer se diera cuenta de lo que había hecho y se arrepintiera, acerqué mi cara a su trasero y sacando la lengua, comencé a lamer el canalillo formado por sus cachetes.
«¡Menudo culo tiene!», sentencié al acercarme poco a poco a mi objetivo.
Comprendí que Paulina se había despertado al escuchar un primer gemido cuando sintió mi húmeda caricia recorriendo los pliegues de su rosado ano.
―Eres malo― susurró con voz sensual al notar mi respiración entre sus nalgas.
―Y tú, una putita muy cerda a la que le encanta que la use― contesté dotando a mi voz de un tono morboso no carente de autoridad.
Al escuchar ese cariñoso insulto Paulina sonrió y separando sus rodillas, me informó en silencio que  deseaba que renovara con ella los votos de la noche anterior, por eso y mientras le separaba las dos partes de su trasero con mis manos, azucé su calentura mientras introducía la punta de mi apéndice en su ojete diciendo:
―Recuerda que juraste que durante todo este fin de semana serías mía y que me pediste que te usara como la guarra que eres.
―Sí― respondió casi llorando de placer.
Al recibir un permiso que no necesitaba  y sin esperar un rechazo de su parte, introduje la punta de mi apéndice en su ojete mientras le echaba mi aliento.
―Sí, ¿Qué?― pregunté hundiendo mi lengua como si de mi pene se tratara en su trasero.
La amiga de mi mujer, berreó como cierva en celo al experimentar esa intrusión en su interior y pegando un grito, confirmó su disposición diciendo:
―¡Quiero que me comas el culo!
La total entrega de Paulina me permitió ir acariciando por dentro los músculos que pensaba hoyar y que con ello, poco a poco se fuera relajando. Su respiración entrecortada ratificó que le estaba gustando y por eso, añadiendo un dedo a mi ataque seguí profundizando mi ataque.
―¡Me vuelve loca!―chilló al sentir esa segunda intrusión en sus intestinos y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó una mano a su sexo para comenzarse a masturbar.
Al comprobar su calentura y mientras introducía una segunda falange en su entrada trasera, mordiendo su oreja le susurré:
―Disfruta mientras puedas, porque pienso romperte ese culito tierno que tienes.
Añadiendo más picante a esa escena, recorrí con mi lengua su oído al tiempo que metía y sacaba cada vez más rápido mis dedos de su trasero. Al experimentar esas desconocidas sensaciones, Paulina se giró y mirándome con su boca abierta y babeando lujuria, me rogó:
―Hazme tuya.
La necesidad que lucía en su rostro me hizo gracia al recordar que Alberto la había dejado por poco fogosa y recreándome en ese recuerdo, le metí un tercer dedo mientras ordenaba a la que ya consideraba mi puta:
―Usa tu otra mano para pellizcarte los pezones.
Cumpliendo mi orden de inmediato, agarró su areola entre sus dedos y presionando duramente aceptó gustosa mi dominio sobre ella.  Al escuchar sus aullidos de placer, decidí dar mi siguiente paso y dejé que fuera ella quien con un pequeño movimiento de sus caderas se lo introdujera unos centímetros.
―¡Me duele!― gritó con su culo adolorido.
En ese instante supe que no podía dar marcha atrás porque de hacerlo esa muñeca nunca me daría una segunda oportunidad y por ello la agarré firmemente mientras presionaba mi verga. Lentamente el culo de Paulina absorbió toda mi extensión hasta que con ella rellenando su conducto por entero, decidí darme el gustazo de sodomizarla en mitad de la ducha.
Cogiéndola entre mis brazos y sin sacar mi pene de sus intestinos, la llevé al baño. Una vez allí abrí la ducha y mientras se caldeaba el agua, la besé forzando sus labios para que no se enfriara al sentir mi lengua fornicando con la suya mientras su ojete se terminaba de acostumbrar a tener mi verga insertada.
―¡Eres un cerdo!― protestó sonriendo ya más tranquila.

 

Metiéndola en la ducha, la obligué a apoyarse con sus brazos en la pared antes de comenzar a moverme. Con cuidado en un principio fui extrayendo mi verga de su hasta unos minutos virginal agujero para acto seguido volver a metérsela. Paulina que hasta entonces soportaba con resignación el dolor que surgía de sus entrañas, respiró aliviada al percatarse que iba desapareciendo y que era sustituido por placer.
Su relajación me permitió presionar su cuerpo contra los azulejos e inmovilizarla para que sintiera el frio de ese material sobre sus excitados pezones. Una vez allí y sin dejar de horadar su culito, acerqué mi boca  y mordí su oreja al tiempo que le susurraba:
―El idiota de tu marido no sabe lo perra que eres.
Mi nueva ofensa la hizo gemir de lujuria y reflejando lo puta que era en su rostro, me pidió que siguiera diciéndole guarradas al oído.
―Ves lo que te digo, eres una perrita que solo necesitaba de un dueño para renacer― y forzando mi dominio, ordené: ―Ládrame mientras te enculo.
Increíblemente la ex de Alberto me hizo caso y de su garganta salió un ladrido que fue el banderazo de salida para que la sodomizara en plan salvaje. Asiéndome a sus tetas con las manos incrementé el ritmo de mis penetraciones, provocando que con cada meneo la cara de Paulina se golpeara contra la pared. Estaba ya desbocado cuando mi móvil empezó a sonar y conociendo lo celosa y malpensada que era mi esposa, decidí para e ir a contestar dejando a la zorrita despatarrada y caliente bajo la ducha.
―Es tu marido― grité y cabreado por la interrupción tomé tres decisiones cruciales. La primera fue no contestar, la segunda que terminaría lo empezado y la tercera y más importante que lo grabaría para que ese capullo se jodiera.
Pero entonces su mujer me alcanzó en la habitación y tirándome en la cama, me rogó que descolgara porque le ponía brutísima saber que Alberto estaba al otro lado del teléfono.  Su descaro me hizo reír y contestando saludé al cornudo que nada más oírme me preguntó si ya había visto a su mujer.
―No jodas, no son las ocho de la mañana― y entonces con toda la intención, le pregunté: ―¿No creerás que soy yo el amante de tu esposa y que ella ha dormido en mi cama?
―No, ¡Cómo crees! –protestó― ¡Eres mi amigo!
Tras lo cual me explicó que no había conseguido dormir y que se había pasado la noche viendo el video en el que Paulina se la comía a un desconocido una y otra vez. Descojonado en mi interior pero con voz seria, respondí mientras la aludida se ponía mi verga entre sus tetas y aprovechando que las seguía teniendo mojadas, me empezaba a regalar una cubana:
―¡No es sano que te comas el tarro mirando a esa puta mamando verga!
Su ex no pudo reprimir una risita al escuchar que Alberto estaba sufriendo y incrementando sus maniobras, agachó su cabeza para que cada vez que mi pene se acercaba a su boca lanzarme lametazo.
―Te juro que lo sé pero no puedo dejar de verlo. Esa guarra nunca puso conmigo tanto énfasis.
No queriendo seguir con esa conversación, me despedí de él asegurándole que iba a investigar quién era el capullo que se estaba tirando a Paulina. Ya sin él, cogí a la zorra de su mujer de la melena y acercando sus labios a los míos, metí mi lengua hasta su garganta antes de decirle:
―Alberto se lo ha buscado. Pienso grabar cómo te sodomizo.
Colocando mi móvil de forma que no se me viera la cara, lo encendí y poniendo a cuatro patas a mi amante, le grité antes de ensartarla con fiereza:
―Respira hondo, ¡Qué te voy a romper el culo!
No se esperaba la violencia de mi ataque y sus brazos cedieron ante él de forma que su cara se hundió en la almohada. Sin respetar su dolor, azucé a mi montura con un severo azote en sus nalgas diciendo:
―Puta, ¡Muévete!
No hizo falta que repitiera la orden, Paulina superó mis expectativas aullando de placer y pidiéndome que no parara de usar su trasero mientras me decía con voz de santa:
―¿Soy una buena puta?
Ni que decir tiene que su pregunta me permitió seguir montándola con mayor ardor mientras ella mordía con sus dientes la almohada para no gritar y que desde la habitación  de al lado supieran lo zorra que era.
Usando a mi antojo a esa mujer, mordí su cuello, azoté sus nalgas y pellizqué sus pezones sin parar hasta que por primera vez en sus treinta y tres años de vida, Paulina disfrutó de un orgasmo total y como si fuera su coño una fuente eyaculó sin parar mientras ella era la primera sorprendida.
―¡Parece un geiser!― me reí al observar el chorro que por oleada salía de su chocho y jalando de su pelo, llevé su boca a la mía y dando un leve mordisco en sus labios, la besé preguntando: ¿De quién eres?
Mi pregunta la hizo comprender quien era su dueño y respondiendo con una pasión sin igual, sintió que todo su cuerpo se licuaba mientras me decía:
―Soy tuya. ¡Eternamente tuya!
Su confesión me dejó claro que a nuestra vuelta a Madrid esa zorra seguiría siendo mía y por eso sacando mi pene de su culo, le di la vuelta y dejándome ir, eyaculé sobre sus tetas mientras le decía:
―Úntate mi semen por tu cuerpo.
Nadie había eyaculado sobre ella y por eso le sorprendió sentir la calidez de mis explosiones recorriendo sus pezones pero una vez repuesta, comprendió que le encantaba al sentir que desde dentro de su vulva renacía con fuerza su orgasmo y pegando un gemido de placer, esparció mi simiente por sus pechos mientras entre sus piernas nuevamente brotaba su flujo con una fuerza inusual.
Al  ver esa maravilla, hundí mi cara entre sus muslos y sacando mi lengua, me puse a secar ese arroyo. El sabor agridulce de su coño invadió por completo mi mente y como un ser sin voluntad seguí agarrado a sus nalgas bebiendo su néctar mientras Paulina gemía sin parar presa del placer. Desconozco cuanto tiempo estuve comiendo, mordiendo y lamiendo ese manjar ni cuantas veces su dueña disfrutó del éxtasis de un orgasmo pero lo cierto fue que en un momento dado y casi llorando, esa zorrita me pidió que parara diciendo:
―¡No puedo más! ¡Estoy agotada!
Al saber que aunque no fuera plenamente consciente esa mujer era mía y que tendría muchas más oportunidades de deleitarme con su cuerpo, cedí y tumbándome junto a ella, descansé entre sus brazos. Durante diez minutos, nos quedamos en esa posición hasta que mirando el reloj de la mesilla, me di cuenta que llegábamos tarde a la primera conferencia y por eso, acariciando una de sus nalgas le dije que era hora de levantarnos.
Paulina frunció su ceño pero asumiendo que tenía yo razón, me dijo:
―De acuerdo pero a la hora de comer, quiero que me hagas nuevamente tuya.
Partiéndome de risa, contesté:
―¿No decía tu marido que eras poco fogosa? ¡Lo que eres es una ninfómana!
Al recoger su ropa del suelo, riendo respondió:
―Para él, yo era su mujer. Para ti, ¡Soy tu puta!….
El doctorcito sexy.
Como la ropa de Paulina seguía en su habitación, se despidió de mí y quedamos en vernos en el buffet del hotel. Por eso una vez me había vestido, bajé a desayunar y allí me encontré con el doctorcito sexy.
Alonso estaba tomándose un café y nada más verme, me llamó para que compartiera con él su mesa. Al sentarme, mi compinche en tantas aventuras, poniendo un tono pícaro,  preguntó:
―Raúl, ¿Cómo está este año el ganado?
Poniendo cara triste, contesté que había tenido poco tiempo de comprobar su calidad porque había tenido el férreo marcaje de una amiga de mi mujer. El muy cabrón soltó una carcajada al escuchar de mis labios que se habían chafado mis planes y con lágrimas en los ojos, se rio de mí diciendo:
―¡Qué putada! Tendré que ocuparme yo de todas esas pobres mujeres necesitadas de caricias.    
Haciéndome el apenado, le expliqué que era Paulina era una arpía frígida y chismosa a la que mi mujer le había ordenado traerme bien corto. Mi amigo sin apiadarse de mí, dijo fingiendo una indignación que no sentía:
―¡Al menos estará buena!
―¡Qué va!― respondí: ¡Es una gorda asquerosa con un trasero lleno de grasa y las tetas caídas!
Alonso me estaba diciendo que lo sentía por mí  y que en compensación él se tiraría a las que me tocaban cuando la aludida me preguntó:
―¿No me vas a presentar a tu amigo?
Muerto de risa, me levanté para acercarle la silla mientras respondía:
―Paulina te presento a Alonso.
El doctorcito sexy miró alucinado al bombón que supuestamente era un adefesio y devolviendo la andanada, comentó en plan ligón:
―Encantado de saber que Dios existe y que nos ha mandado uno de sus ángeles.
El descarado piropo surtió el efecto que deseaba su autor y la recién divorciada le regaló una sonrisa sin poder evitar que el rubor coloreara sus mejillas.
«Será cabrón», pensé más celoso de lo que nunca reconocería, «no pierde el tiempo andándose por las ramas».
Como experimentado Don Juan, Alonso usó toda su simpatía para hacer de ese desayuno una fiesta en honor de Paulina mientras desde mi sitio, me estaba poniendo malo al comprobar las risas de mi nueva amante ante las bromas y galanteos de mi amigo. Paulatinamente mi cabreo fue in crescendo hasta que ya claramente enfadado, levantándome les informé que llegábamos tarde a la primera conferencia.
Por mi tono, la ex de Alberto comprendió que estaba rojo de celos y disfrutando de la sensación de poder que le hacía sentir el ponerme de los nervios, susurró en mi oído:
―No seas tonto. ¿No ves que estoy disimulando?― para acto seguido y sin preguntar mi opinión, colgarse del brazo del doctorcito sexy camino del auditorio.
« ¡Será  puta!», maldije asumiendo que esa mujer estaba jugando conmigo y que estaba ganando.
En ese momento, hubiese estrangulado a Alonso aunque fuese inocente y a pesar que sabía que no tenía motivos para quejarme puesto que entre Paulina y yo no existía contrato alguno. Os reconozco que de haberme parado a pensar un poco, hubiese comprendido que tanto esa mujer como el doctorcito eran libres y que el único de los tres que estaba casado era yo. La lógica decía que me tenía que callar y disfrutar de las migajas que dejara caer esa mujer pero no pude y por eso cuando al llegar al auditorio me senté en la última fila y Paulina se puso entre los dos.
El cabronazo del doctor que desconocía que ya había hecho mía a la ex de Alberto, no perdió comba y en cuanto colocó sus posaderas en el asiento, reinició su ataque a base de bromas y chascarrillos que mas de una vez provocaron la risa de la mujer. Para entonces estaba encabronadísimo pero como no me convenía descubrir mi infidelidad ni dejar en mal lugar a Paulina, me mordí un huevo cuando lo que realmente me apetecía era soltarle un guantazo.
El colmo fue ver que ese don juan de tres al cuarto, asumiendo que ella era una presa fácil, comenzaba a acariciar disimuladamente la pierna de mi amiga y que ella aunque se puso colorada como un tomate, no opuso ningún tipo de resistencia.
«Será cabrón», pensé y conociendo la fama de ligón que se había granjeado durante años, temí por vez primera que me la levantara al ver que sin retirar su mano se acercaba a Paulina y en voz baja le susurraba algo al oído.
La sonrisa de oreja a oreja que apareció en el rostro de la mujer y el hecho que no se alejara de él, agrandó mis celos por lo que aprovechando que tenía hambre, les pregunté si nos íbamos a comer.
Ambos aceptaron de inmediato, Alonso porque así podía culminar su conquista y mi amiga creí para librarse del acoso del doctorcito. Los deseos del tipo me quedaron claros cuando aprovechando que Paulina se había ido al baño me preguntó si,  al terminar de comer, podía hacerme el desaparecido para que así se quedara un par de horas a solas con la que él suponía que era la espía que me había mandado mi mujer.
―No hay problema― contesté tragándome el orgullo.
La pericia en las artes amatorias de Alonso quedaron plenamente ratificadas con la elección del restaurant ya que no solo era coqueto y romántico sino que permanecía en una penumbra ideal para una primera cita.
Ni a mi peor enemigo le deseo la comida que ese capullo me dio porque nada más sentarse frente a ella, empezó a tontear con Paulina sin que pudiese hacer nada por evitarlo ya que corría el riesgo que en mi hospital se corriera la voz que tenía una amante y que además era la mejor amiga de mi esposa.  Por eso tuve que reírle las gracias cuando me percaté que por debajo de la mesa, Alonso se había quitado el zapato y descaradamente acariciaba los tobillos de Paulina. Mirando de reojo al objeto de tal ataque descubrí que. Aunque tenía las mejillas rojas, sonreía.
«Será zorrón, ¡le está gustando!», dije entre dientes más que molesto.
Habiendo terminado el segundo plato, al llegar el camarero y preguntarnos qué queríamos de postre, Alonso se quedó mirando fijo a Paulina, insinuando que ella era los que deseaba. La ex de Alberto al comprender la indirecta, se ruborizó aún más y bajando la cara, intentó que yo no me diera cuenta que a ella también le apetecía ser su golosina.
«Aquí sobro», maldije mentalmente y haciendo como si se me hubiera olvidado que había quedado con otro asistente del congreso, los dejé solos mientras me llevaban los demonios.
Absolutamente derrotado, salí del restaurant y me fui a aligerar mis penas con un copazo. En el bar en que entré, intenté infructuosamente ligar con una rubia pero tras media hora de cháchara, tuve que rendirme e irme a mi habitación con la cola entre las patas.
Esa tarde me sentía fatal, no solo había perdido a una amante sino que para colmo había sido en manos de un amigo. Hundido en la miseria, pasé por una tienda y compré una botella de whisky que beberme a solas en mi cuarto, maldiciendo mi suerte. Llevaba dos copas cuando reconocí la voz de los dos riendo en el pasillo.
―No puede ser― exclamé al comprobar que el destino había querido que la habitación de Alonso fuera la contigua a la mía.
Todavía hoy me avergüenzo de lo que os voy a contar pero en ese momento, era tal el odio que sentía que solo se me ocurrió salir al balcón y al descubrir que podía pasar al otro lado,   cruzar hasta el de Alonso. Nada más hacerlo, me encontré con  que esos dos se estaban besando apasionadamente.
«Menuda puta. ¡Qué rápido ha cambiado de macho!», pensé y queriendo vengar su afrenta saqué el móvil y me puse a grabarlos mientras me decía: «Veras la cara de Alberto cuando vea a su recatada esposa follando con otro».
Dentro en el cuarto, el doctorcito estaba intentando desabrochar la blusa de Paulina pero entonces le retiró sus manos y dijo:
―Júrame que Raúl no se enteraré de lo que ocurra aquí. No quiero que piense que me acuesto con el primero que pasa por la calle.
Alonso al oírla, la besó hundiendo su lengua dentro de la boca de ella y mientras le agarraba el culo, contestó:
―Te lo juro, pero ahora enséñame las tetonas.
Os confieso que me dolió ver como Paulina le sonreía y como mientras se quitaba la camisa, le miraba con cara de vicio. Alonso enmudeció al ver ese robusto par de tetas apenas cubierto por un brassiere negro y tras unos instantes en que solo pudo observar embelesado, se agachó y hundió su cara en el canalillo que discurría entre esas maravillas.
―Ahhh― escuché gemir a mi amiga mientras con sus manos presionaba la cabeza de Alonso contra su pecho.
Ese gemido fue el acicate que necesitaba el doctorcito para usando sus dedos irle bajando los tirantes del sujetador mientras no paraba de lamer la tersa piel de la mujer.
―Tienes unas tetas preciosas― soltó ya claramente excitado mi conocido al admirar los pezones rosados que decoraban sus senos.
Sintiéndome un voyeur por la excitación que empezaba a dominarme, pegué mi cara al cristal para ver mejor como Alonso la iba desnudando.
«Dios, ¡Qué culo tiene!», pensé apesadumbrado al ver como caía su falda y sus bragas al suelo por la acción de unas manos que no eran las mías.
El ardor de esos dos iba en aumento y los jadeos se iban incrementando mientras yo me tenía que conformar con ver y grabar sin ser partícipe de esa escena. Justo cuando Paulina cogía entre sus manos la verga del doctorcito, este le dijo:
―Quiero tomarte la temperatura― y acto seguido se chupó uno de sus dedos y girándola contra la mesa, se lo metió en el ojete.
El aullido de placer que salió de la garganta de Paulina al sentir su entrada trasera hoyada de ese modo tan pícaro, me recordó sus gritos cuando hacía unas pocas horas era yo quien la sodomizaba.
―Vamos a la cama― rogó la mujer deseando ser tomada.
Lo que no ella ni yo nos esperábamos fue que Alonso aprovechara su caminar para ir metiendo y sacando su dedo del culo de la mujer mientras le decía:
―Pienso follarte ese culito tan duro que no te vas a poder sentar en una semana.
La vulgaridad de sus palabras lejos de cortar o disminuir la calentura de Paulina pareció incrementarla porque tirándose sobre el colchón, se puso a cuatro patas diciendo:
―¿Me prometes que vas a montarme el culo hasta que no me pueda ni sentar?
―Sí. ¡Tu trasero no te va a servir ni para cagar!― respondió a la vez que le soltaba un azote y se colocaba en su espalda.
―Ay― soltó mi amiga al notar el escozor de esa ruda caricia, tras lo cual se dejó caer con los brazos hacia adelante y respingando el trasero, giró su cabeza y le dijo: ―Fóllame como una puta. Soy tu guarra.
Alonso al escuchar que esa mujer le pedía caña, no se lo pensó dos veces y colocando su glande a la altura de su entrada trasera, de un solo golpe la ensartó haciéndola gritar por la violencia de ese asalto. Una vez con toda su verga rellenando los intestinos de Paulina ni siquiera la dejó asimilarla y por medio de una serie de duras nalgadas, le fue marcando el ritmo mientras ella no paraba de chillar de placer y de dolor.
―Sigue, no pares― la oí decir mientras no dejaba de mover su culo en círculos como queriendo ordeñar la verga que la estaba en ese momento empalando contra la cama.
Para entonces, el sudor había hecho su aparición en Paulina y desde el balcón tuve que retenerme para no entrar y ser yo quien se la follara al ver como con el pelo pegado sobre su frente, esa mujer que había sido mi amante disfrutaba del sexo como nunca.
«Necesito que vuelva a ser mía», reconocí mientras me colocaba el paquete bajo mi pantalón.
Paulina ajena a que la estaba observando, se giró sobre las sabanas y sacándose la verga del doctorcito del trasero, se abrió de piernas y señalando su vulva, ordenó a mi sorprendido amigo:
―¡Fóllame por el coño!…¡Mi coño necesita una verga ahora!
Alonso no tardó en saltar sobre ella y usando su pene como ariete, comenzó a tumbar una a una las defensas de esa mujer mientras se asía con rudeza a sus pechos. La ex de Alberto disfrutó como una perra de ese ataque y relamiéndose los labios, gritó:
Ahhh sigue…. ¡Trátame como tu puta!
La entrega del bellezón rubio hizo despertar el lado  morboso del doctorcito y dando un doloroso pellizco a uno de sus pezones, le soltó:
―Y el pobre de Raúl que creía que eras una dama, cuando en realidad eres una sucia guarra.
Paulina recibió ese insulto con mayor excitación y con todas sus neuronas trabajando a mil por hora, contestó mientras no dejaba de retorcerse buscando mas placer:
―Me has jurado que no le ibas a decir nada.
―No hará falta― rio el puñetero.―Cuando te vea la cara de zorra sabrá que te he follado.
La tensión acumulada por el continuado martilleo contra la pared de su vagina, hizo que el cuerpo de Paulina colapsara y pegando un grito, se corriera sobre el colchón. Alonso viendo su orgasmo, siguió torpedeando sin parar los bajos fondos de la mujer provocando que esta uniera un clímax con el siguiente hasta que sintiendo que le llegaba el momento a él, se la sacó del coño  y metiéndosela en la boca, le ordenó que se la mamara. La zorra de la ex de Alberto, esa mujer que en teoría era una pazguata, no tuvo reparos en embutirse el miembro del doctorcito hasta el fondo de su garganta mientras este le presionaba su cabeza con las manos.
Al verlo, supe que estaban a punto de terminar y no queriendo que descubrieran mi presencia en el balcón, volví a mi habitación totalmente deshecho.
«Mierda», pensé, «¡he perdido a Paulina!».
Ya en mi cuarto, mi desesperación me llevó a realizar un acto del que todavía hoy me arrepiento porque cabreado hasta la médula, agarré mi móvil y mandé al otro cornudo la evidencia de su cornamenta.
«¡Qué sepa lo puta que es su mujer!», exclamé mientras apretaba el botón culminando mi venganza.
Sin saber qué hacer, me serví otra copa al tiempo que intentaba sacarme de la mente a Paulina porque, lo quisiera o no reconocer, esa mujer me tenía subyugado. Su belleza, su cuerpo y sobre todo su habilidad entre las sábanas habían conseguido conquistarme. Al darme cuenta que estaba enamorado de ella, me eché a llorar como un crio.
Durante una hora, alterné el whisky con las lágrimas hasta que alguien tocó la puerta. Medio borracho me levanté y fui a ver quién llamaba.
―Paulina, ¿qué haces aquí?― Pregunté al verla con una sonrisa de pie en el pasillo.
Muerta de risa, saltó en mis brazos mientras respondía:
―Venir a que me expliques porqué me has dejado tan sola.
Su alegría diluyó mi cabreo y mientras cerraba la puerta, supe que no podía vivir sin sus besos aunque eso supusiera el tener que llevar con la mayor entereza posible los cuernos.
«¡Seré un cornudo pero la tendré a ella!».
Para contactar con Paulina, la co-autora, mandadla un email a:

 

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Relato erótico: “La paraguaya” (POR KAISER)

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La Paraguaya
“¿Adonde vamos ahora?, ¡falta poco para que empiece el partido deberíamos estar en la casa en este momento!” se queja Sergio con su madre mientras van en la camioneta y a cada rato mira la hora, “vamos a buscar a una amiga de la familia que esta en el país y que además es fanática del fútbol”, “¿y por que no se va en taxi a la casa?, nos vamos a perder el partido” insiste él y su madre le lanza una fría mirada, “por que ella no conoce bien la ciudad, además es una amiga nuestra y te aseguro que no llegaremos tarde al partido”.
Se detienen frente a un hotel y Sergio se queda en la camioneta, mira la hora con insistencia y murmura que ya debería estar en la casa comiendo y esperando el match entre Paraguay y Chile que ya esta por comenzar. Al poco rato Sergio escucha unas voces pero se queda en la camioneta, “¡ven acá muchacho mal educado!” lo llama su madre, “ven a saludar a Lidia que no te ha visto desde que eras un bebe” agrega ella. De malos modos Sergio se baja y con la cabeza agachada y murmurando se acerca, “¡pero levanta la cabeza niño, como esperas saludarme así!” le dice Lidia que de improviso lo abraza y le da un beso en la frente, en ese momento Sergio levanta la mirada y lo primero que ve es un escote, un enorme escote y unos pechos de impresionante tamaño con su piel morena. Luego de unos instantes levanta la cabeza completamente y ve el rostro de Lidia, morena de cabello negro bien rizado, rostro redondeado y radiante sonrisa. De manera espontánea Sergio la mira de arriba abajo impresionado por su físico ya que Lidia es una mujer de cuarenta y tantos años como su madre aunque mucho más “llamativa y exuberante”, en realidad demasiado llamativa y exuberante. Caderas anchas y un culo muy sugerente resaltado por sus ajustados jeans así como su busto. Lidia luce orgullosa la camiseta de la Selección Paraguaya de fútbol. “¡Pero vamonos ya que va a empezar el partido!” dice ella y rápidamente se suben al vehículo quedando Sergio entre ambas.
En el trayecto ambas conversan amigablemente, Lidia se muestra alegre y extrovertida mientras habla demostrando tener una gran personalidad. Sergio atrapado entre ambas, no deja de mirarla, esta impresionado con la belleza y voluptuosidad de Lidia, solo en revistas había visto una mujer así y él siempre ha sentido cierta debilidad por las mujeres maduras y Lidia es su fantasía hecha realidad. Ocasionalmente se empina discretamente para mirarle el escote de reojo hasta que Lidia lo sorprende, pero se lo toma con humor y le sonríe, “atrevido”
le susurra al oído.
Ya en la casa todos se instalan en el patio donde además del televisor y el resto de la familia esta la parrilla. Lidia tras saludar a todos se instala a comer y se sienta junto a Sergio a quien abraza y le conversa de todo, en especial acerca de su país mostrándose orgullosa de él, también le recuerda que lo conoció cuando era solo un bebe, algo que él detesta que le recuerden, y le hace preguntas acerca de si tiene novia o algo así, “no” es la seca respuesta que Sergio le da más por vergüenza que otra cosa.. Lidia sin embargo esta más interesada en el partido y desestima cualquier chance de victoria de la Roja en Asunción, “¡ja, si ustedes llegan a ganarnos en casa me quito la ropa aquí mismo!” bromea ella y de inmediato salen varios a cobrarle la palabra, Sergio sobre todo, pero su madre le advierte con pasarse de listo, “¡no lo retes mujer si era en broma!” lo defiende.
El referee da el pitazo inicial y comienza el match y además el espectáculo de Lidia que no para de alentar a su equipo. Se conoce a todos los jugadores y a la madre de Sergio no deja de contarle lo que le gustaría hacer con algunos de ellos en el camarín haciéndola sonrojarse, “son muy jóvenes para ti” le dice avergonzada por el lenguaje usado por su amiga, “y que, entre más jóvenes mejor” responde Lidia en voz baja y Sergio, que se hace el sordo, de inmediato se pasa ideas por su cabeza.
En ningún momento Lidia se queda quieta, salta baila y mueve sus brazos, sus caderas se mueven de un lado para otro y Sergio tiene serios problemas para concentrarse, no sabe si mirar el partido o ese pedazo culo que se mueve de manera tan desinhibida, solo cuando alguien le habla o se escucha alguna reacción de parte de los comentaristas del partido se concentra en el, aunque no le dura mucho tiempo.

De pronto se escucha el grito de Lidia y Sergio vuelve corriendo ya que estaba en la cocina preparándose un sándwich, gol de Paraguay y ella lo celebra de la manera efusiva, al ver a Sergio le da un tremendo abrazo casi ahogándolo entre sus senos, “¡ves, que te dije, no tienen por donde ganarnos!” le dice mientras ella sigue celebrando el gol de su selección, todos la miran de forma poco amigable, es una sensación amarga que un invitado te celebre en tu propia casa, pero que se le va a hacer, todos aun apuestan por el triunfo de la Roja.
Un nuevo pitazo del arbitro y termina el primer tiempo con un triunfo parcial de Paraguay que Lidia sigue celebrando. Sergio esta con una erección enorme que trata desesperadamente de ocultar, Lidia lo tiene hirviendo y por un momento piensa en escabullirse al baño y hacerse una paja, pero hay tanta gente que se le hace imposible. Lidia aparece en la cocina a buscar más cervezas cuando lo ve, “te dije que les íbamos a ganar hoy” le dice con una sonrisa y en ese momento se inclina frente al refrigerador mostrando su trasero de forma notable. Sergio se queda hipnotizado viéndola, es perfecto, su tamaño, su forma, todo. “¿Disfrutado la vista?” le pregunta Lidia que lo sorprenden in fraganti, Sergio se sonroja como un tomate y se retira de inmediato, pero ella lo alcanza, “oh no te pongas así, no me enojo y estoy acostumbrada a que me estén mirando el culo o los pechos a cada rato” le dice poniéndose ante él dejándole su escote en la cara, “ven vamos a ver el partido” y ambos regresan al patio.
Comienza el segundo tiempo y Lidia sigue con su espectáculo alentando a su selección y de reojo mira a Sergio que de nuevo tiene su vista clavada en ella. En ese momento se produce una gran combinación de pases entre los jugadores chilenos y gol de la Roja, todos saltan de alegría pero Lidia se queda sentada en su silla cruzada de brazos y piernas, “¡bah, pura suerte, nada mas que suerte de principiantes!” alega ella. Tras ese gol el partido se vuelve cada vez más intenso con llegadas en ambos arcos.
El resto del partido fue de lo más estresante para todos. Oportunidades perdidas, tiros en los palos, errores arbítrales acompañados de sus correspondientes epítetos con el arbitro e incluso un penal perdido por Chile que Lidia celebra muy entusiasta para frustración de todos. Al final fue un empate, justo para unos e injusto para otros. “Lamentable van a tener que quedarse con las ganas de verme sin ropa” dice Lidia picaramente mirando a los presentes y notando cierta expresión de decepción en algunos, en especial en Sergio.
Hasta bien entrada la noche siguieron compartiendo las ultimas botellas de cerveza y licor que iban quedando. Algunos ya se fueron y otros están demasiado ebrios para irse, la misma Lidia ha bebido bastante y se siente algo mareada, “deberías quedarte aquí esta noche, tenemos una habitación de huéspedes que puedes usar” dice la madre de Sergio y él escucha todo atentamente, “tienes razón, mañana debo viajar y estoy muy cansada, me quedo aquí y mañana voy al hotel a retirar mis cosas”.
Sergio subió al segundo piso con la intención de espiar a Lidia en la habitación, por desgracia lo llamaron y debió ayudar a ordenar el patio antes de irse a dormir, pero a esa hora pudo ver que Lidia ya había apagado la luz de su dormitorio, “una paja será entonces” murmura algo decepcionado. Tras pasar al baño entra a su habitación y se tira en su cama bajándose los pantalones, su verga ya no da más y se muere de ganas por hacerse una paja pensando en Lidia que hoy lo dejo al rojo vivo. “Vaya, vaya, vaya pero que tenemos aquí” escucha una voz muy familiar, Sergio abre los ojos justo cuando estaba en plena faena y ve a Lidia a su lado.
De inmediato se trata de subir sus pantalones, pero su erección y la intervención de Lidia se lo impiden. “Relájate o nos van a escuchar tus padres” le susurra, con sus hábiles manos Lidia atrapa su miembro y se lo frota con delicadeza, ella lo mira a los ojos y nota de inmediato el efecto que estas tiene en Sergio que se va relajando cada vez más hasta que Lidia queda en pleno control. “Como fue un empate lo más justo es que ambos nos quitemos la ropa, ¿no lo crees?”. Lidia se pone de pie y deja sus zapatillas aun lado, de manera calmada y con sensuales movimientos se va quitando su ajustada polera descubriendo sus pechos, el sostén parece que se va a reventar en cualquier momento. “¿Me abres mis pantalones?” le pide a Sergio y a él le tiemblan las manos cuando le abre el botón y el cierre. Lidia se media vuelta y se baja sus ajustados jeans lentamente, Sergio esta con la boca abierta observando como esas generosas nalgas comienza a aparecer. El calzón de Lidia se pierde entre las mismas y ella se pasa sus manos sobre su culo.
“¿Y bien?, te estoy esperando” dice Lidia y Sergio capta el mensaje. Rápidamente comienza a sacarse la ropa tirandola en todas direcciones, esta tan nervioso y ansioso que se cae de la cama mientras pelea por quitarse sus zapatos cuyos cordones se enredaron por completo, al final lo consigue y se sienta en la cama de nuevo mientras Lidia lo observa con una sonrisa. En ese momento ella se abre sus sostén y Sergio nota de inmediato como sus pechos lo empujan hasta quedar al descubierto con sus pezones oscuros y erectos luciéndose. “¿Te gustan?” y Sergio es incapaz de hilvanar dos palabras seguidas por lo que solo mueve la cabeza. Nuevamente ella se da media vuelta y se va quitando su calzón, se inclina ligeramente y Sergio ve como esta va saliendo de entre sus nalgas y aprecia el coño de Lidia cubierto por una pequeña mata de vello oscuro. Ella se separa sus nalgas y le enseña su estrecho agujero.
Lidia se endereza y avanza sobre Sergio recostándolo sobre la cama y apoyando su cuerpo sobre él presionando sus pechos y su entrepierna con fuerza. “Que bien, se siente tan bien el cuerpo de un chico guapo y bien dotado” susurra ella que usa a Sergio para frotarse. Deliberadamente roza su coño con el miembro de Sergio y siente los espasmos que esto le provoca. Lidia se mueve sobre Sergio, baja por su cuerpo hasta frotar su miembro entre sus pechos y luego sube nuevamente hasta ponérselos en la cara, Sergio de forma instintiva los toma con sus manos y se los masajea y aprieta ligeramente, “no seas tímido, usa tu boca en ellos” le dice Lidia y Sergio se los empieza a chupar igual que cuando era un bebe. El tamaño, la forma y la firmeza de los pechos de Lidia lo enloquece y ella comienza a gozar con las caricias de su joven y precoz amante.
Mientras Sergio se deleita con los pechos de Lidia, ella mete su mano bajo su cuerpo hasta que atrapa el miembro de Sergio. Delicadamente lo frota y lo guía hasta su coño que esta completamente mojado por la calentura que tiene, en ese instante Lidia presiona sobre el hasta recibirlo dentro de su cuerpo. Sergio reacciona con sorpresa ante la movida de Lidia, pero ella lo calma, “¿cómo se siente mi coño?” le pregunta al oído al tiempo al tiempo que se mueve ligeramente haciéndolo que su miembro la recorra por dentro, “increíble” le responde él y Lidia empieza a moverse con más fuerza a cada momento haciendo que sus pechos se agiten ante los ojos de un extasiado Sergio.
Ambos se besan, Sergio se va dejando llevar por la experimentada Lidia que ahora ya le cabalga con bastante fuerza, pero ambos deben controlarse para no ser descubiertos, es difícil para los dos ya que Lidia es increíblemente fogosa en la cama y Sergio inexperto aun, pero aprende rápido la abraza presionando su cuerpo mientras la penetra. Sergio hunde su rostro entre los pechos de Lidia buscando ansiosamente sus pezones para chuparlos y lamerlos, ella lo alienta y lo incita, le gusta que saboreen sus senos y Sergio esta fascinado con los mismos.
Sobre la cama Lidia cambia de posición y se monta sobre él de tal forma que hacen un 69, pone su coño casi en la cara de Sergio y con sus dedos separa los labios de su vagina, “y bien que esperas, tu lengua debe estar metida aquí” indica ella metiendose un dedo. Sin esperar la reacción de Sergio Lidia comienza a pasar su lengua sobre la verga de su joven amante, la desliza de arriba abajo y la saborea para luego meterla en su boca donde la chupa y la frota con sus labios y su lengua. En ese momento Lidia siente una descarga recorriendo su cuerpo y debe esforzarse por no dejar escapar un fuerte gemido, ella cierra sus ojos y siente la lengua de Sergio hundiéndose en lo más profundo de su coño, “siii, así se hace muévela más fuerte, más rápido” le dice al tiempo que sigue chupandosela con más ganas aun. El silencio de la noche solo es roto por los suspiros de ambos mientras se hacen sexo oral mutuamente.
“Tranquilo, tranquilo, tenemos tiempo de sobra” le dice Lidia a Sergio controlando sus ímpetus cuando este se pone sobre ella ansioso por penetrarla de nuevo. Lidia separa ampliamente sus piernas y juega con su sexo metiendose los dedos en el y se acaricia su clítoris, “que miras tanto, deberías estarme follando ahora” le dice y rápidamente Sergio se pone manos a la obra abalanzándose sobre Lidia y hundiendo su miembro de una sola vez en su coño haciéndola liberar un fuerte gemido que resonó por toda la habitación, “¡así, así me encantan los jovencitos apasionados!” dice en voz alta mientras Sergio se la coge. Lidia le enseña como besar a una mujer y Sergio pronto le toma el ritmo al tiempo que empuja con todo sobre ella que casi no puede controlar sus gemidos.
“Sergio, ¿hijo esta todo bien?” en ese momento se oye la voz de su madre que golpea la puerta de su habitación, “si, si esta todo bien” responde él nervioso mientras Lidia presiona su boca con sus manos, “¿que es ese ruido, necesitas algo?”, “eh, es que estaba jugando en el computador” contesta él mientras sigue moviéndose sobre Lidia, “vete a dormir mejor será” le responde ella y se escuchan los pasos indicando que se aleja. “Rayos estuvo cerca” dice aliviado y le da un beso a Lidia, “¿te imaginas nos hubiera sorprendido así?”, “me mata” dice él, “quien sabe, tal vez se nos hubiera unido” dice Lidia con una sonrisa llena de lujuria.
Con las espléndidas piernas de Lidia apoyadas en sus hombros Sergio sigue con su faena, ella se retuerce en la cama, se masajea sus pechos y desliza sus dedos sobre su clítoris mientras su joven amante la penetra hasta el fondo. Ella accede de inmediato cuando Sergio le pide que le haga una nueva mamada y pronto tiene su verga perdiéndose entre esos apetecibles labios, Sergio no puede evitar el sentir enviada por aquellos que lo antecedieron y por lo que dice Lidia, han sido bastantes.
Lidia se pone en cuatro sobre la cama y Sergio la toma de las caderas bombeándola con toda su fuerza, se moría de ganas por cogerla de esta manera, el fuerte sonido de sus cuerpos golpeando entre si es lo único que delata la intensidad con la que cogen. Sergio saca todo su miembro del coño de Lidia pero antes que la penetre de nuevo ella lo detiene, “aquí mejor” dice ella mostrándole su culo y separando sus nalgas. “Se que te mueres por hundir tu verga aquí, pero antes deberás hacerme sexo oral”, tras esa invitación Lidia levanta su trasero y Sergio finalmente cumple su deseo y hunde su rostro entre las espléndidas nalgas de Lidia que se estremece al sentir su lengua subiendo y bajando, partiendo desde su coño y llegando hasta su estrecho agujero donde Sergio presiona con aun más fuerza para el deleite de Lidia.
De manera intensa y moviendo sus dedos con rapidez la hace gemir, Lidia se mueve rítmicamente hacia él y Sergio luego le hace lo mismo en su trasero masturbándola por ambos agujeros a la vez. En ese instante Sergio pone su miembro entre las nalgas de Lidia y presiona con fuerza, ella se controla para no dejar escapar un fuerte quejido que podría delatarlos a ambos. Él esta asombrado de lo estrecho que es el culo de Lidia y lo siente como este aprieta su miembro, pero aun así sigue presionando con fuerza sobre ella hasta hundirlo todo.
Durante unos momentos ambos se quedan quietos sin decir nada, Sergio trata de acostumbrarse al sentir el estrecho culo de Lidia literalmente estrujando su miembro, “siempre he sido así” confiesa Lidia, “por eso me encanta el sexo anal, por que puedo sentir esos miembros palpitar dentro de mi, los siento como se mueven en mi culo” agrega. Antes que ella diga una palabra más Sergio comienza a bombearla, lento al comienzo pero poco a poco va tomando confianza y se lo hace más rápido. Lidia aprieta sus puños mientras la cogen, le encanta, le enloquece que se lo hagan por el culo. Sergio la abraza con toda su fuerza y se mueve vigorosamente, esta extasiado, por fin puede cumplir su fantasía de cogerse a una mujer madura y a una tan guapa como Lidia que lo estuvo calentando desde el primer minuto que la vio.
Sobre la cama los ruedan de un lado para otro, Lidia se recuesta de costado y Sergio se pone detrás penetrándola fuertemente y tomándole sus pechos, ambos intercambian ardientes lamidas y besos mientras follan. Lidia se muestra insaciable y Sergio le sigue el paso lo mejor que puede tratando de satisfacer a tan ardiente dama se le hace difícil considerando que es su primera vez, pero Lidia no deja de susurrarle lo mucho que lo esta gozando en este momento, “cuando quieras me llenas el culo” y pronto sucede cuando tras una serie de fuertes acometidas Sergio se corre dentro de ella, “uy así es damelo todo”.
Para ambos fue una larga noche dando rienda suelta a toda su calentura y follando como animales, Lidia lo hizo acabar sobre sus pechos con los cuales le hizo una tremenda paja y Sergio la hizo montarse sobre su verga follandola de nuevo por el culo mientras ella se mete sus dedos en su coño, para un simple chico como él, fue la mejor noche de su vida.
En la mañana Sergio se despierta y se encuentra solo, por un instante se pregunta si lo de anoche fue solo un sueño, pero el aroma de Lidia esta impregnado en su cama. Se pone su pijama y baja a la cocina haciéndose el leso, pero se decepciona al saber que Lidia se fue muy temprano a su país, “tenia pasajes reservados” le dice su madre. Sin embargo cuando Sergio vuelve a su habitación encuentra un papel bajo su almohada, “¡estuviste maravilloso!” escrito con lápiz labial de un vivo color rojo, “prepárate” dice mas abajo, “mira que para la próxima los invitare a mi país y nos divertiremos como nunca” dice la nota que finaliza con una figura de un corazón. “¿De casualidad ella dijo algo acerca de invitarnos a Paraguay?” le pregunta a su madre, “pues si algo menciono, pero eso será para las vacaciones en el verano” responde, “demonios será una larga espera” piensa él mirando el calendario.

Relato erótico: “la mujer de mi amigo se hace muy puta 1” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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mi nombre es charles nunca me he casado ni tengo pareja ya que no soy hombre de una sola mujer, pero vamos a la historia iba yo paseando por la calle cuando me encontré una amiga mía llamada María la saludé, pero no estaba muy bien.

– que te pasa -la dije viéndola llorar.
– tengo problemas con mi marido.
– y eso- no me lo podía creer -si erais la pareja perfecta.
– si es verdad, pero de eso ya pasado historia. siempre está trabajando y viene cansado ni me mira muchas veces no tiene ni ganas ni de salir y otras veces me llama diciéndome que no podrá venir. yo creo que se está tirando alguna por ahí.
– no digas eso seguro que es por el trabajo. tu estas como un tren- dije yo -y cualquier hombre estaría deseando estar contigo.
– eso piensas.
– por supuesto -dije yo.
– yo no soy tan joven como antes.
– es verdad, pero los años han pasado para todos no solo para ti sola. aunque todavía estas de buen ver.
le invite a tomar una copa y seguimos hablando y hablando y recordando tiempos de joven en la discoteca cuando íbamos todas la pandilla entre copa y copa ella estaba un poco chispeada de pronto dijo:
– a ti te gusto.
yo trague saliva no sabía que responder.
– hombre estas casadas con un amigo mío, pero sino menudo polvo tienes todavía.
ella se rio.
– de verdad todavía lo crees.
– ya lo creo.
– pues mi marido ni me mira.
– vamos no bebas mas que ya has bebido demasiado.
se me pego a mi demasiado al quitarle la copa y no sé cómo me vi besándola y ella no se resistía el dije:
– escucha esto no puede ser tu esta casada y es uno de mis mejores amigos. no quiero ser un cabrón.
– y yo que. que te crees que no le quiero, pero ya ni me hace caso ni me toca y necesito un hombre. llevo tiempo sin sexo.
– porque no hablas con él.
– no me hace caso porque he intentado decírselo.
– tu todavía estas bien tienes 37 años.
y se echó a llorar. yo no sé como, pero intente consolarla, pero se me echo encima y me beso ya no pude resistirme ella me dijo:
– no quiero traicionar a mi marido, pero necesito un hombre compréndelo.
así que fuimos a un hotel y entramos como pareja entramos en la habitación y nos besamos o más bien ella me beso. la desnude como un loco y ella a mi también ella empezó a comerme la poya con ansia nunca lo hubiera imaginado y menos de ella.
– lo necesito- me dijo.
me di cuenta de que era una mujer necesitada de sexo si no se hubiera ido conmigo se hubiera ido con otro y empecé a comerla las tetas y a meterla los dedos en el chocho.
ella decía:
– así así no pares. no sabes cuánto lo necesito.
yo que estoy acostumbrado a tratar a las mujeres con la cama como putas la dije:
– toma zorra. mámame el rabo. perdona me ha salido así.
– no te preocupes me gusta siempre lo hecho con amor y mira como a resultado quiero hacerlo, así como a ti te gusta y probar. deja que te coma la poya y sea tu zorra. lo necesito por lo menos por esta vez- y empezó a mamarme el rabo.
yo ya no tenía miramientos con ella:
– toma hija puta mi poya en tu chocho -y empecé a follarla.
ella se volvía loca.
– si si soy una puta, tu puta pero que gusto. no pares de follarme. ahahahaha cuanto lo necesitaba deja que té coma la chorra otra vez. la quiero- dijo ella y empezó a mamarla.
estaba como una piedra.
– te voy a dar por culo.
– que dices y una mierda por ahí nadie me la ha metido.
– siempre hay una primera vez.
– me va a doler.
– no si yo lo preparo y te gustara. será una experiencia nueva para ti.
así que empecé a comerle el culo y me dijo:
– eres un guarro, pero sigue que gusto me das.
y luego los dedos bien lubricados.
– ahhhhhhhhhhhhh que gusto joder me corro. nunca lo había hecho esto nadie así.
y cuando el rector estuvo bien ensalivado y lubricado empecé a meterle la poya poco a poco pues era virgen.
– ah que daño sácala cabrón. me rompes el culo.
– tranquila zorra. te gustara. relájate tócate el chocho primero y mastúrbate ahora voy despacio. así que tranquila -y empecé a moverme despacio para que se acostumbrara con media poya en el culo- acostúmbrate a ella.
– ahajaba nunca me lo habían hecho. joder que gusto. como me das por culo. esto no lo había echo ni con mi marido.
– lo sé.
– qué rico mete más.
y empecé a meterla lo que quedaba y a follarla el culo si hasta los huevos.
– méteme joder como follas. me muero de gusto. ojalá mi marido fuera como tú de guarro. solo se la chupo y me folla y nada más y ahora ni eso.
– tranquila disfruta- y empecé a follármela y a follármela la hice correrse varias veces.
– ahahahahahahahahahah me corRoooooooooooo -dijo ellla cuando tenia mi poya en su culo y la tocaba el chocho mientras la daba a 4 patas y la lamia la oreja y el cuello.
– ahora zorra trágatela. estoy ha punto de correrme- dije yo.
– nunca me la he tragado. el escupo me da asco.
– conmigo no, trágatela- y cogi mi poya y se la meti en la boca toda- me corrrrrrro -dije yo- toma leche putaaaaaaaaaaa.
ella empezo a tragar y al final se relamía y me dijo:
– esto ha sido increíble. no he disfrutado tanto ni en muchos años incluso me has dado por el culo cosa que nunca habia echo y me ha encantado.
– ahora qu va a pasar -dije yo.
ella me dijo:
– yo seguire con mi marido. ya sabes que le quiero, pero si esto sigue igual me follaras siempre que lo necesite que seran muchas veces, ya que soy muy caliente y sere tu puta lo cual me encanta- me dijo ella.
CONTINUARA

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