Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 7997 articles
Browse latest View live

Relato erótico: Dulce cuñadita mía (POR VIERI32)

$
0
0
 
 

Amo a Sandra, o al menos eso creía cuando comenzó todo.

A ella la había conocido en unas clases de refuerzo para el ingreso en la universidad en la que nos postulamos. Desde que la vi, abandoné al par de amigos con el que habíamos acordado ingresar para sentarme junto a ella y sus amigas. Una bella muchacha de tez blanca y un look conservador, sin maquillajes pero a la vez sin dejar de perder su encanto. Parecía como si ella no quisiera sobresalir de las mil y unas putas que pululan en la universidad. Supongo que eso fue lo que me llamó la atención de ella.
Cuando me la había acercado, Sandra pensaba que yo no tenía ningún conocido en el lugar y, tras ver mis apuntes de las clases de Lengua Castellana, se apiadó de mí y con una sonrisa aceptó que me sentara en su grupo. Mis amigos me perdonaron, por cierto.
Nunca insistí tanto con una muchacha y, válgame, literalmente la seguí a todas partes; la cafetería de la uni, centros comerciales e incluso íbamos en el mismo bus pese a que el que ella tomaba no me dejaba ni cerca de mi hogar. Hasta que por fin el destino se compadeció de mí; Sandra entendió todas mis indirectas y en una tarde de verano en el patio de su casa, a tan sólo dos días de los exámenes, dejamos a un lado el montón de apuntes apilados en la mesa y nos besamos como unos malditos posesos… si la madre de ella estuviera allí, seguramente habría corrido a separarnos. La mujer era de las celosas y desconfiadas, nunca la soporté de todos modos. Y creo que tampoco la soportó el marido, que vivía separado de ella y en la ciudad lindante.
La cosa siguió de parabienes cuando, cuatro días después de haber rendido los exámenes, supimos que habíamos ingresado. Tres años después de aquel victorioso momento, aún seguíamos juntos. Sí, algunas peleíllas hubieron, algunos momentos en que uno no quería ver al otro, nuevas amigas o amigos que nos encelaban… supongo que todo ello era normal.
Pero nada de esos problemas se compararon con lo que iba a venir. Estábamos en la sala de su casa al mediodía, viendo el televisor con un par de horas antes de las clases pues yo tenía como costumbre visitarla antes de salir ambos para la uni. Sandra estaba reposando su cabeza contra mi hombro y viendo plácidamente la película. Su hermana Dulce había entrado a la sala y como siempre nos saludó tímidamente, con sus cuadernos pegados contra sus pechos aún niños y su cabeza gacha como si aún tuviera vergüenza de mí. La nena de dieciséis vivía con el padre, pero como éste tuvo un imprevisto viaje al exterior, no le quedó otra que venir a la casa de la odiosa madre. La saludé con una risa, es que la timidez de la chiquilla me parecía muy graciosa.
Minutos más tarde se había vuelto a aparecer por la sala y venía con unos pantaloncillos bastante pequeños y una remerilla rosada y ajustada, pasó frente a nosotros pues había dejado un par de cuadernos sobre el televisor. Cuando la tuve frente a mí, caí en la cuenta; no pensé que la nena pudiera haber crecido tanto en tan poco tiempo, las piernas largas y la cintura asomándose tras el pantaloncillo… los senos aún niños y el rostro casi angelical… ¿para qué mentir? Me excitó… yo estaba enfermo por mirar a la hermanita de esa manera, lo sé.
No podía creer cuánto había crecido de un momento para otro, tenía fija mi vista en su generoso trasero hasta que ella giró su vista hacia nosotros y se percató que yo la estaba comiendo con los ojos. Se puso roja, bajó la cabeza con una fina sonrisa y volvió a su cuarto. Tragué saliva, menos mal Sandra no se percató de lo acontecido. Pero yo aún tenía varios problemas metidos en la cabeza como para andar calentándome por una chiquilla como ella. Esa misma tarde volví a entrar en mi mundillo de deudas y exámenes pendientes…
Ese momento de “pensamientos impuros” quedó en el olvido hasta que Sandra me había invitado nuevamente a su casa pues se le antojaba ver un devedé romántico. Nunca me gustaron de ese tipo… pero bueno, como que ya me estaba acostumbrando a Julia Roberts y sus sopocientas películas sensibleras. Compramos un par de cervezas y nos sentamos en el sofá. Al rato Sandra empezó a sentirse fatal, fue al baño y tras regresar me contó que el alcohol le había caído bastante mal. La acompañé hasta su habitación y le dije que yo me volvería para mi casa pero que la llamaría enseguida para saber cómo seguía. Cuando bajé hacia la sala, me di cuenta que la nena estaba sentada en el sofá, observando el televisor y con la latilla de cerveza en una mano, no la estaba bebiendo, sólo estaba observando. Y los malditos “pensamientos impuros” volvieron a mí al verla con tan poca ropa. Fue allí cuando comenzó todo;
– Mira nada más – dije en plan bromista – ¿que no eres aún menor de edad como para andar bebiendo?

– No, no… no estaba bebiendo… – dijo ella mientras rápidamente devolvía la lata en la mesa.

– ¿Qué estás haciendo tan tarde por la sala, nena?
– Nada, nada… es que no puedo dormir. La bicha de mi compañera me envió un mensaje al celular sobre algo…
– ¿Algo?
– Nada que te interese. – dijo cruzando sus brazos.
– Anda, cuéntame. Puedes confiar en mí.- respondí dibujando una sonrisa mientras me sentaba a su lado en el sofá. Rápidamente puse ambos pies sobre la mesa frente a mí y descansé mis manos tras mi nuca; – Anda, nena, que seguro no es para tanto.
– ¿Cómo? No voy a confiarte nada.
– Ah, bueno, ¿y a quién le vas a contar lo que te sucede? ¿A la rabiosa de tu hermana, a la monja de tu madre, o al encantador de tu cuñado?
– ¿Encantador? – rió despacio.
– ¡Va!, que yo soy muy encantador.- y ella volvió a regalarme su risa tan encantadora. Luego de contarme el problema por el cual no podía dormir – nada de otro mundo- nos pusimos a ver el devedé que había alquilado. La nena resultó ser divertida durante todo el transcurrir del filme, pero en un momento erótico de la película – un beso con lengua al más estilo Hollywood entre la Robert y un no sé quién – la noté como curiosa, así que decidí codearle;
– Oye… ¿y tú ya te pusiste a besar a algún chico? – Su inmediata respuesta fue un tremendo golpe a mi brazo, ella volvió a sonreír, respondiéndome que “eso no se pregunta”.
– Va, nena, pero qué mojigata te pones… cuenta, cuenta. – le volví a codear a expensas de un nuevo golpe.
– Ya me han besado. – susurró sentándose más recta y con aire de orgullosa.
– Ah, menos mal, nena.
– Dulce, soy Dulce y no una nena.
– Está bien, Dulce. Pero cuando me refiero a un beso, me refiero al chapoteo que se está dando la Julia ahí en la tele… ¿ves? Un beso con lengua… no hablo de piquitos con chiquilines.
– Con lengua aún no me han besado… ¿por? ¿Acaso tú me vas a mostrar cómo? – y Dulce rió tanto que mi ego cayó al suelo.
– ¡Qué va!, si tu hermana nunca se ha quejado.
– ¿Mi hermana? Ah, la que ahora está vomitando…
– Está vomitando porque le cayó mal la bebida, ¿eh? Que no soy tan malo besando, nena… digo, Dulce.
– ¿Y vas a demostrarme? – dijo bromeando, yo simplemente le seguí el juego y me acerqué para besarla. Pensé que ella retrocedería su cabeza y volvería a pegarme entre risas, pero la muchacha unió violentamente sus labios a los míos. Fue más un golpe de bocas que un beso. Al instante retiré mi rostro del suyo y la miré atónito:
– Esto… ¿He? Digo…
– ¿Así besas? Pues esos “chiquilines” con quienes estuve, besaron mucho mejor. – rió nuevamente ella. Y otra vez mi ego quedó maltrecho, así que sin mediar palabras tomé su mentón, levanté su rostro y pegué mis labios a los de ella para enterrar mi lengua en lo más profundo de su húmeda boquita. ¿Para qué mentir? Me excité a lo bestia y mis manos rápidamente bajaron por las curvas de su cuerpo. Coincidentemente Julia Robert pasaba por la misma situación en la televisión. Pero al rato fue Dulce quien se apartó de nuestro breve morreo.
– Uh… nena, lo siento… es que las bebidas. Lo siento, Dulce. – dije con el corazón a mil por hora y mi sexo creciendo y demandando las generosas carnes de mi cuñadita. Lastimosamente para mi sexo, la nena quedó muy confundida y sin decirme nada más, ni dedicarme una mirada al menos, subió corriendo a su habitación. Pensé que mi mundo se caía. Me retiré del hogar de ellas y esa noche no pude dormir, pensando que al día siguiente Sandra y su madre me demandarían por haber tocado a la nena o algo por el estilo. Muy para mi suerte, Dulce no contó absolutamente nada ya que cuando fui al mediodía para recoger a Sandra en el coche, la misma salió de su hogar para saludarme.
– Hola. – dijo ella parándose en la vereda, frente a mi puerta, mirándome aunque ya sin su acostumbrada timidez.
– ¿Te he dicho cuánto lo siento, nena? De veras, creo que anoche…
– Lo de anoche me gustó – dijo con su cara levemente roja y cabizbaja.
– ¿Te gustó? ¿Y no se lo vas a contar a alguien?
– No, no pienso decirle ni a la rabiosa de mi hermana ni a la monja de mi madre. – respondió guiñándome el ojo.
– Ahí viene tu hermana, mejor vuelves para tu casa.
– ¿Vendrás hoy?
– Yo… este, sí, sí… vendré hoy.
– ¡Ah, pero mírense ustedes, parece que ya se llevan muy bien! – chilló Sandra ni bien nos vio. – Ya pensaba que tú no lo soportabas, Mari. ¿Y de qué estaban hablando?
– De la película que vimos ayer – respondió Dulce mientras yo estaba blanco y hecho un saco de mierda -… ya sabes, con la Julia Roberts.
– ¿Te gustó? Bueno, hoy veremos otra por si quieres acompañarnos…
– ¡Sí, no hay problema! – sonrió la jovencita.

Genial, mi puto mundo se estaba convirtiendo en el nudo de una película hollywodense. Esa tarde en la uni fue peor, mis amigos preguntaron qué diablos me pasaba pues me veían como si estuviera dopado, es que yo aún no estaba como para confesar que me había echado un morreo ardiente con mi cuñada de dieciséis. Terminada las clases fui con Sandra al Club de Devedé para buscar algo que ver. Ella se decidió nuevamente por uno romántico y cargado de escenas de sensualidad… yo, a sabiendas de lo que podría suceder si su hermanita nos acompañaba, le rogué alquilar alguna película de terror y sin erotismo. Sandra terminó pensando que yo estaba bromeando…

Pero al llegar a su hogar nos percatamos que Dulce no estaba. La madre tampoco, aunque ésta porque siempre trabajaba hasta tarde. Al rato sonó el teléfono de la sala. Sandra atendió y volvió junto a mí para decirme;
– Era Dulce, está en la casa de su amiga Sofía y no tiene cómo volver.
– Entiendo, ¿quieres que la busque?
– ¿No te enojarás? Según Mari, los padres de Sofía no están y por eso no tiene cómo regresar. Yo debo quedarme, si mamá se entera de que dejamos la casa abandonada nos mata.
– No hay problema, corazón… dame la dirección de la casa y ya vuelvo.
Tras darme un croquis, salí afuera para tomar el coche. Al avanzar una mísera cuadra vi a Dulce levantándome la mano en la calle. Perplejo y aturdido, estacioné en la vereda hacia ella, estaba vestida con una faldita que mostraba sus piernas de campeonato así como una remerilla del que apenas se insinuaban sus senos. “Diosa” pensé al verla;
– ¿Nena? ¿No estabas en la casa de tu compañerita?
– No – dijo mordiéndose los labios – llamé a casa por el celular. ¿Puedo subir?
– Claro que sí… retrocederemos una cuadra y ya estarás en casa.
– No vamos a volver a casa – respondió ni bien se subió en el asiento del acompañante. – Sandra sabe que la casa de Sofía queda a quince minutos de aquí… con la ida y vuelta, eso nos da media hora para nosotros, ¿no?
Madre Santa de todos los Cielos que la parió; la nena era lista y sabía lo que quería. Y ni qué decir, media hora era para mí más que suficiente. A lo sumo necesitaría sólo unos quince para terminar de hacerle las guarradas que me imaginaba… No más, ¿para qué mentir? Ni siquiera lo pensé dos veces, cuando los “pensamientos impuros” empezaron a joder, simplemente aceleré el coche y lo estacioné en la vereda de una plaza.
La invité cortésmente al asiento trasero y una vez allí la vi muy nerviosa, así que decidí tomarle del mentón y levantar su rostro;
– A ver, Dulce, te veo miedosa… ¿no eras tú la que planeo todo?
– Sí… ¿pero estacionarse en una plaza? ¿Y si viene alguna patrullera?
– ¿Patrullera? Ostras… tienes razón, podemos ser descubiertos…
– Eso da morbo, ¿verdad? – sonrió ella- Nos pueden descubrir.
– Hmm… está prohibido hacerlo aquí, niña… es un “tabú”… – si esa palabra no agregaba morbo, pues no sé qué más podría hacerlo. La besé con lengua incluida por un buen momento hasta que mi mano más rebelde se dirigió hacia su entrepierna, recogió su faldita por su torso y apartó la braga para manosear sus carnosos labios.
– Esto… ¿eres virgen, princesa?
– ¡No! ¡No lo soy!
– Ah, uno de los “chiquilines”, ¿verdad?
– Pues sí. – se volvió a reír.
– Bien, bien, una culpa menos que cargar.
– ¿Qué dijiste?
– Nada, nada… ven. – volví a besarla mientras mis dedos apartaban su fina mata de vellos para recorrer su rajita en búsqueda de su agujero. Mi dedo corazón empezó a ingresar y salir lentamente, la nena empezó a profesar unas cuantas groserías para luego aumentar la violencia de nuestro beso. Al introducir un segundo dedo en tan estrecho agujerito, ella empezó a mover su cintura adelante y atrás de manera endemoniada… ni qué decir cuando el tercer dedo entraba y se mojaba de sus jugos, la chiquilla empezó a arañar mi espalda mientras me rogaba entre gritos que siga y siga.
Ya no daba más, me retiré el jean y me puse el condón que tenía guardado en la guantera. A la muchacha la tomé por su cintura; “Siéntate sobre mí” – le susurré antes de clavar otro beso. Ella se posicionó torpemente encima de mí pero al fin y al cabo el glande logró reposar entre sus labios, a puerta de su húmeda entrada. Lentamente ella fue bajando y engullendo mi sexo, inclinó su rostro y mordió mi cuello para acallarse el dolor que le ocasionó la penetración.
Yo por mi parte luchaba por chuparme ese par de pezones pequeños y rosados que tenía, ladeaba mi cabeza para alcanzarlos y lamerlos mientras su cuerpo saltaba sobre mi sexo a un ritmo lento. Dulce gemía despacio pero empezó a chillar lastimeramente conforme yo aumentaba la velocidad de mi sexo.
– ¡Me haces daño! – sollozó mientras sus manitos reposaban sobre mis hombros.
– ¡Lo siento, princesa! – la tomé de su cintura y la ayudé a salirse. Su capullo estaba rojizo e hinchado, la nena lloraba en mis hombros, le pregunté varias veces por qué gimoteaba mientras la acicalaba el pelo, pero no me respondía. Y fue cuando me percaté de que sus ojos estaban clavados en mi sexo;
– ¿Tú… tú te llegaste? – me preguntó mientras se secaba las lágrimas.
– No, ¿quieres ayudarme? – le sonreí mientras mis manos tomaron de su rostro, lentamente bajé su cara hasta lo mío.
Sentir su boquita intentando acaparar el glande, las finas punzadas de su lengua y su mano subiendo y bajando por el largor de mi sexo fue una explosión de éxtasis… la nena chupaba como las diosas.
Con mis manos guié su rostro para que saboree mejor… tras esa felación caída del cielo, no tardé en depositar todo lo mío en su boca. Irónicamente Dulce salió del auto para escupir todo…
Tras vestirnos no tardamos en volver a su hogar. Sandra nos recibió alegre y sin levantar la más mínima sospecha. Aquella noche terminamos viendo la película, con mi novia durmiendo en mi hombro derecho y la nena en el otro. Qué lejos estaba Sandra de saber que la boca de su hermanita olía a mi semen y que su tierno sexo había quedado algo irritado “gracias” a mí.
Tras casi un mes de lo acontecido, sólo pude estar una vez más con la nena. Fue cuando Sandra comenzó una pasantía en un banco y yo fui a “visitar” a Dulce en su hogar. Comí sus carnosos labios vaginales y busqué su agujerito con mi lengua en su propia habitación, la niña se corrió en mi boca. Me encantó… ¿para qué mentir?
Unos días después Dulce tuvo que volver a la ciudad lindante para vivir con su padre nuevamente, pues ya había vuelto del exterior. Nunca más me topé con ella, a no ser alguna que otra fiesta familiar a las que me invitaban. Cuando el padre cumplió años, fuimos a su ciudad para visitarlo y allí la volví a ver; seguía igual de nena y prometí visitarla con su hermana el día de su cumpleaños diecinueve. Desde luego a ella le gustó la idea y quedó emocionada.
Pero aún hoy, cuando yo y Sandra nos ponemos a ver algún devedé romántico con la Julia Roberts como protagonista y teniendo algún beso, no puedo evitar recordarla. Pienso en ella y la breve pero caliente aventura que tuvimos, cercana al más estilo hollywodense. Y simplemente espero que ella también esté pensando en “su encantador cuñado”… ¿para qué mentir?
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

relato erótico: “la puta de mi maestro” (POR VALERIA313 Y GOLFO)

$
0
0

El día que agarré el vuelo que me llevaría a vivir a San Diego no podía imaginarme como cambiaría mi vida en pocos meses. Mis padres desaparecieron en una tormenta en alta mar y no han encontrado sus restos. Por lo tanto al no tener más familia me tuve que ir a vivir a EUA con mi tía Angélica, la hermana pequeña de mi papá. A pesar de que no era la mejor de las tías, me aceptó muy a regañadientes. Tras muchas discusiones, entre quién se quedaría con las ganancias y la empresa de mi padre, se optó por tomar la decisión de que yo me haría cargo de todo una vez que cumpliera 22 años. Me mudé con ella, su marido y su hijo de 6 años para además seguir con mis estudios.
San Diego me gustó desde que puse mis pies allí. Cosmopolita y poblada por gente de muchos países, se parece a mí, que entre mis genes podéis encontrar los aquellos españoles, portugueses e italianos que buscaron en el nuevo mundo otra oportunidad para hacer dinero. Según mi padre, mi pelo rubio oscuro se lo debo a mi abuela Luciana una mujerona del norte de Provenza, mi cuerpo pequeño y proporcionado a su marido, Antonio, un diminuto brasileño nacido en Río pero de padres lisboetas y lo que nunca me ha dicho pero sé bien es que mi pecho grande y duro que tantas miradas provoca en los hombres viene de mi abuela Amara, una gallega cuyos exuberantes senos eran legendarios en mi familia.
Gracias a esa mezcolanza, hablo inglés, español y brasileiro y por eso no me costó adaptarme al instituto donde estudio el último año antes de entrar a la universidad aunque llegué ya empezado el semestre.
El instituto donde estudio, no se parece en nada en el que estaba antes; gracias a la buena posición de mi padre y sus ganancias estudiaba en un colegio privado y nunca me hacía falta nada, sin embargo, al querer ingresar ya iniciado el ciclo, muchos colegios no me aceptaron por lo que tuve que ingresar en una escuela pública y ésta está muy descuidada.
El primer día me presenté y muchos se me quedaban viendo, todos mis compañeros y compañeras eran de piel morena y cabello oscuro, siendo yo la única rubia del salón. Me sentí un poco incómoda mientras todos me miraban pero el maestro de matemáticas les pidió que me trataran bien y que me hicieran sentir como en casa.
Los días pasaban y me fui adaptando bien a mi nueva escuela, rápido hice amigas y amigos y todos me trataban bien. En cuanto a los maestros algunos eran a todo dar y otros no tanto. Tal es el caso de mi maestro de Biología III, Carlos. Un tipo de 53 años, de anatomía robusta y gran panza, cabello oscuro grasoso y con barba descuidada. Sentía que era un viejo asqueroso y lascivo, ya que siempre en clase me pedía que me pusiera de pie para leer un texto y mientras lo hacía podía sentir como me miraba de forma pervertida. Sin cortarse, ese cerdo recorría mis piernas, mi culito y para terminar recreándose en mis senos sabiendo que eso me hacía morir de vergüenza.
Lo único bueno era que después de su clase teníamos clase de deporte y era la clase que más me gustaba. Siempre me han gustado los deportes y en esta clase destacaba mucho en Voleibol, tanto así que el maestro de deporte me pidió que me integrara al equipo femenil.
Antes de empezar la clase mis amigas y yo nos fuimos a cambiar los vestidores. Como hacia algo de calor me hice una cola en el cabello y me puse un top azul junto con un short corto de color rojo y unos tenis para deporte. Me estaba mirando en el espejo y podía notar como mis pechos resaltaban por el top azul, así que decidí ponerme una camiseta holgada que los cubriera un poco y parte de mi vientre y mi tatoo.

Cuando salimos el maestro de deporte nos puso a calentar y después dijo que haríamos un partido de futbol entre hombres y mujeres, muchas renegaron de la decisión del maestro pero no quedaba de otra. El partido empezó y a pesar de la diferencia del sexo en este deporte, nos defendíamos bien y yo al ser de un país donde se nace con futbol en la sangre me destacaba más que los chicos en las entradas, jugadas y los goles. Al final el encuentro quedo 8 a 5, ganando los chicos, pero esos 5 goles fueron míos.
Mientras recogíamos todo, pude ver que el maestro de deporte platicaba con el maestro de Biología, pero no le di importancia y seguí con lo mío. Antes de entrar a las regaderas, el maestro me habló y me dijo:
–Celia, quiero verte mañana en el campo de arena de voleibol a las 17:00 hrs para que empieces a entrenar con el equipo. Yo emocionada le contesté que me parecía bien y que ahí nos veríamos.
El resto del día transcurrió bien; en casa mis tíos trabajan todo el día por lo que mi primo y yo estamos solos en casa, mientras él jugaba sus videojuegos yo buscaba en internet trabajo en alguna tienda ya que no contaba con tanto dinero como antes y mi tía me exigía que ayudara en los gasto de la casa.
Al día siguiente me quedé después de clases para el entrenamiento. Como esta ocasión seríamos puras chicas, no me contuve y me puse otro top de color azul, un mini short negro, unas zapatillas de color azul y esta vez me hice un pequeño chongo en el cabello. Esta vez me sentía un poco más libre y mis tatuajes se podían ver mejor.
Eran las 17:00 hrs cuando llegué al campo pero no había nadie aun, así que decidí esperar. Alrededor no se veía ninguna persona, ya que era viernes y nadie se queda en la escuela, el tiempo pasaba y no llegaba nadie, traté de entrar a internet desde mi iPhone pero no tenía red. Cuando me dieron las cinco y cuarto pensé que había equivocado de día y decidí regresar a los vestidores para cambiarme y regresar a casa cuando de pronto veo al maestro Carlos con Lucy saliendo de uno de los salones. Me extrañó ver a esa negrita con ese cerdo y más a esas horas. Y no queriendo que me viera, me escondí:
«¿Qué hará con ella?» pensé y sin pensar las consecuencias, los seguí por los pasillos.
A buen seguro si el director me pillaba allí, me ganaría una buena regañina pero la curiosidad de saber que iban a hacer, me llevó a perseguirlos hasta su despacho.
«¡Qué raro!», me dije viendo la expresión de la pobre niña.
La morenita parecía feliz pero curiosamente no paraba de temblar mientras seguía al maestro por el colegio. Su nerviosismo se incrementó cuando Don Carlos abriendo la puerta de su oficina, le ordenó con voz seria que pasara. Mi compañera bajó la cabeza y entró obedeciendo a esa habitación. Os confieso que creía que iba a recibir una amonestación por algo que había hecho pero al pasar por frente del maestro, ese gordo le dio un azote en el trasero mientras le decía:
-Te quiero como a mí me gusta, apoyada contra la mesa.
Si ya me sorprendió ese castigo corporal al estar prohibido en todo Estados Unidos, mas fue ver antes de cerrarse la puerta la postura de mi compañera. Con su pecho apoyado sobre el despacho de madera, tenía su falda levantada la falda, dejando al aire sus negras nalgas sin ni siquiera un tanga que lo cubriera.
El ruido de la puerta al cerrarse, me sacó de mi parálisis y actuando como una idiota, quise observar lo que iba a pasar en ese cubículo. Por ello, acerqué una silla y desde un ventanuco, obtuve una vista razonablemente buena de todo.
« ¡No puede ser!», exclamé mentalmente al ver con mis ojos al maestro de Biología bajándose los pantalones mientras escuchaba a Lucy pedirle que la castigara muy duro.
Alucinada, le vi sacar su pene de su calzón y cogiéndolo entre sus manos, apuntar a la entrada trasera de la negrita para acto seguido, de un solo golpe, metérsela hasta el fondo. Los chillidos de Lucy se debieron escuchar por los pasillos pero al no hacer nadie en ellos, solo fui yo la testigo de la angustia de la pobre y de la cruel risa de don Carlos mientras la sodomizaba.

Estuve a un tris de intervenir pero cuando ya había tomado la determinación de estrellar la silla contra la ventana, la morenita le gritó que siguiera castigándola porque se había portado mal.
« ¡Está loca!» sentencié al percatarme que su voz no solo translucía aceptación sino lujuria. « ¡Pero si es un cerdo panzón!», me dije sabiendo que esa monada podía tener al chico que deseara.
Fue entonces cuando Lucy terminó de trastocar mi mente al recibir con gozo y pidiendo más, una serie de duras nalgadas. Asustada tanto por la violencia de los golpes como por los gemidos de placer que salieron de la garganta de la morena al ver forzado su trasero y sus cachetes, me bajé de la silla y salí huyendo de allí, deseando olvidar lo que había visto.
Ya estaba fuera del edificio cuando al cruzar el parque, me encontré de frente con el equipo de futbol que venía de dar una vuelta corriendo al estadio de Béisbol. El entrenador al verme me echó la bronca por llegar tarde e incapaz de contarle lo que acababa de ver, me uní a esas muchachas en silencio pero con mi mente todavía recordando el despacho de mi profesor de Biología.
« ¿Cómo es posible que le guste que la traten así?», me pregunté sin saber que en mi rápida huida había dejado mi estuche tirado junto a su puerta.
El duro entrenamiento me hizo olvidar momentáneamente lo ocurrido. Una hora después y totalmente sudada llegué junto a mi nuevo equipo al vestuario. Con ganas de pegarme una ducha, abrí el grifo y mientras el agua se calentaba, me desnudé. No llevaba ni dos minutos bajo el chorro cuando de pronto el ruido de la puerta de la ducha me hizo abrir los ojos y escandalizada ver a Lucy entrando donde yo estaba.
Antes que pudiese quejarme esa negrita me jaló del pelo y empujándome contra los azulejos, me amenazó diciendo:
-Sé que nos has visto. Si se te ocurre decírselo a alguien, ¡Te mato!
-¡No sé de qué hablas!- protesté aterrorizada.
Sin importarle el que se estuviera empapando su ropa Lucy presionó mi cara contra la pared y acercando su boca a mi oído, me soltó:
-Lo sabes bien. Si me entero que te has ido de la lengua, sufrirás las consecuencias.
E incrementando mi miedo me acarició el trasero para acto seguido darme un doloroso azote como anticipo a lo que me ocurriría si iba con el chisme. El miedo que sentí por su violencia aumentó cuando saliendo de ese estrecho cubículo, la negrita gritó al resto de las muchachas que estaban en el vestuario:
-Si alguien os pregunta, ¡No me habéis visto!
Ninguna de las presentes osó rebatirla ni tampoco ninguna se atrevió a consolarme cuando tirada bajo la ducha me quedé llorando durante un rato….
Tras un periodo de tranquilidad, meto la pata.
Durante dos semanas cada vez que llegaba a clase temía que Lucia volviera a agredirme pero no fue así, parecía que se había olvidado de mí y por eso mis miedos fueron pasando a un segundo plano. En cambio con Don Carlos, la situación fue otra. En sus clases, ese panzón se dedicó a acosarme a través del estudio. Raro era el día que no me sacaba a la pizarra para ponerme en ridículo frente a mis compañeras mientras sentía como me desnudaba con su mirada.
Creyendo que era un tipo ruin pero inofensivo, no podía comprender que esa negrita hubiese accedido a acostarse con un cerdo como aquel:
«Vomitaría si me tocara», me decía al observar su papada.
Harta de su maneras decidí coger el toro por los cuernos y enfrentarme con ese maestro. Aprovechando el final de una de sus clases, me acerqué y le informé que quería hablar con él.
«¡Qué asco!», maldije al sentir el repaso que hizo a mi anatomía, mirándome de arriba abajo sin cortarse.
Sé que Don Carlos se percató de la repulsión que me provocaba pero en vez de enfadarse, me preguntó qué era lo que quería comentarle:
-Usted lo sabe- contesté envalentonada por su tono suave.
Captó mi indirecta a la primera porque no pudo evitar mirar a Lucia que en ese momento salía del aula buscando su ayuda. En ese momento concluí que sin el auxilio de mi compañera, ese maduro era un pobre hombrecillo que temía a las mujeres. Por eso cuando me dijo que no podía atenderme porque tenía prisa, le solté:
-Si quiere puedo irle a ver a su casa.
Don Carlos se negó en un principio a recibirme en su hogar por lo que insistí hasta que dando su brazo a torcer, accedió a verme esa misma tarde al salir del instituto. Satisfecha por haberle obligado a verme y asumiendo que iba a obligarle a cambiar su actitud hacía mí, quedé con él que llegaría sobre las seis porque antes tenía entrenamiento con mi equipo.
Mi plan era chantajearle con lo que sabía para que dejara de meterse conmigo. Tan convencida estaba del éxito que no queriendo que se me escapara, esa tarde ni siquiera me duché al acabar de entrenar y todavía vestida de deporte, fui a verle a su oficina. Mi profesor ni siquiera levantó su mirada cuando entré y eso me hizo creer en que lo tenía en mis manos.
-Estoy harta de cómo me trata- dije en voz alta tratando que me hiciera caso.
Fue entonces cuando poniéndose en pie, cerró la puerta con pestillo y acercándose a mí, me preguntó a qué me refería. Sin ser consciente del embolado en el que me metía, respondí:
-Desde que le vi tirándose a su putita, no ha dejado de meterse conmigo en público.
-Y ¿qué quieres?- Insistió con su cuerpo excesivamente pegado al mío.
Molesta con su cercanía, retiré mi silla y contesté en plan altanero:
-Si no quiere que le denuncie, me tratará con respeto.
Carlos, soltando una carcajada y mientras pellizcaba uno de mis pezoncitos, me refutó:
-Te equivocas zorrita. En primer lugar, nadie te creería y en segundo lugar, estoy pensando en cambiar de puta.
-Quíteme sus sucias manos de encima – le grité. Y sin avisarme el sr. Carlos me dio una bofetada que me tiró al piso y me quedé paralizada del mismo golpe.
En eso el Sr. Carlos comenzó a desabrocharse el pantalón.
–Ahora vas a saber quién soy hija de perra, con qué crees que puedes venir a mi cubículo y chantajearme, ya verás cómo te garcho hasta que llores.
Al verlo acercarse hacia mí lo único que podía hacer era arrastrarme hacia atrás para alejarme de él, pero todo terminó cuando choqué con un estante de libros.
El Sr Carlos me tomó de mi cabello y me hizo ponerme de pie para seguidamente lanzarme a su sillón. Sin darme tiempo de levantarme se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme el cuello y manosearme toda.
-Auxiiiliiooo…. Ayudenmeee… -gritaba desesperada.
– No gastes tus fuerzas putita, a esta hora no hay nadie cerca que pueda escucharnos- me estaba contestando cuando de pronto sentí que metía su mano debajo de mi top y comenzaba a apretarme uno de mis pechos. -Mmmm… qué ricas tetas tienes zorrita… cómo me moría por sentirlas en mi mano.
Poco a poco fue levantando mi top hasta que mis pechos quedaron al aire y el sr. Carlos pudo contemplarlos de manera más libre.
-Eres una Diosa Celia, mira que tener ese par de tetas a tu edad y con unos pezones pequeños y rosados, eres perfecta.
Impidiéndome que me levantara y tomándome de mis muñecas, el asqueroso profesor comenzó a succionar y morder mis pezones. La sensación de placer comenzó a expandirse desde mis pechos a todo mi cuerpo, víctima de las depravaciones que estaba haciendo en mí. De pronto el sr. Carlos se puso de pie y rápidamente se sacó el cinturón. Sin dejarme reaccionar me tomó de ambas muñecas con su cinturón y me amarró para impedir que lo golpeara con mis manos.

-Ahora si te tengo como quiero preciosa- susurró con su voz cargada de lujuria.
Tomándome de los bordes de mi calza comenzó a sacármela lentamente, al llegar a mi conchita se detuvo y mirándome a los ojos me dijo:
–No sabes las ganas que tengo de probar tu rajita putita. –y sin decir más continuó bajando hasta que me dejó completamente desnuda en el sillón.
Trataba de patearlo pero el miedo y la desesperación no me dejaban reaccionar. Tomándome de los muslos, el sr. Carlos fue abriéndome lentamente hasta que mi conchita quedó expuesta completamente a su mirada lasciva y depravada.
Con lágrimas en los ojos le rogaba que me dejara, que no lo acusaría. Pero no me escuchaba, ni siquiera volteaba a verme. Y sin más hundió su cara en mi sexo y comenzó a devorarlo frenéticamente.
El placer que sentí fue instantáneo y explosivo. Podía sentir como su lengua recorría cada parte de mí y de vez en cuando me penetraba con ella, sus mordidas en mis labios, ocasionaba ligeros espasmos y cada vez oponía menos resistencia. Aunque no lo quisiera, el placer me estaba venciendo y de vez en cuando dejaba escapar inconscientemente algún gemido, cosa que a mi maestro parecía gustarle.
-Ves lo puta que eres- dijo al tiempo que con su lengua penetraba una y otra vez en mi conchita. -¡Estás disfrutando!
Para entonces mi mente daba vueltas. Aunque me resistía a reconocerlo, el tratamiento que me estaba dando ese cerdo me estaba gustando y solo mordiendo mis labios pude evitar gritar de placer al notar sus sucios dedos pellizcando mis tetitas mientras continuaba devorando mi coño.
-Tu chochito es tan dulce como me imaginaba- masculló entre dientes al notar el sabor del flujo que ya encharcaba mi cueva.
Me sentía humillada e indefensa. Con mis manos atadas y echadas hacia atrás, mi profesor me tenía a su entera disposición sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Recreándose en el dominio que ejercía sobre mí, me obligó a separar aún más mis muslos y mientras me empezaba a follar con uno de sus dedos, susurró en mi oído:
-Pídeme que te folle como la guarrilla que eres.
Su tono lascivo me asqueó y sacando las pocas fuerzas que me quedaban, respondí:
-¡Nunca! Antes prefiero morir.
Mi aullido le divirtió y acercando su boca, se puso a lamer mi cara dejando un rastro de su saliva sobre mis mejillas, mis ojos y mi boca. Aunque sus lametazos tenían la intención clara de denigrarme, en realidad tuvieron un efecto no previsto porque al sentir su lengua recorriendo mi piel me excitó y sin poder retenerlo sentí un orgasmo que nacía de mi entrepierna y que me dominaba por completo.
-¡Por favor!- chillé descompuesta -¡Déjeme!
Don Carlos al notar que mi vulva se encharcaba y que mi cuerpo temblaba de placer, se rio y llevando una de sus manos hasta mis tetitas, me dijo acercando su boca a un pezón:
-Nunca te dejaré mientras sigas teniendo estos pechos tan apetecibles.
Tras lo cual empezó a mamar de mi seno al mismo tiempo que seguía masturbándome con sus dedos. Ese asalto doble consiguió prolongar mi gozo durante largo rato, rato que mi agresor aprovechó para ir demoliendo mis defensas contándome lo mucho que iba a disfrutar cuando él me poseyera. Susurrando en mi oído, Don Carlos me explicó que todo lo que estaba ocurriendo estaba siendo grabado y que si no quería que fuera de dominio público tendría que ser su zorrita lo que quedaba de curso.
Pensar en que mis compañeros vieran como ese cabrón abusaba de mí me aterrorizó y casi llorando le rogué que no lo publicara y qué yo haría lo que él quisiera. Mi entrega le satisfizo y colocándose entre mis piernas, ese cerdo jugó con su glande en los pliegues de mi sexo mientras me ordenaba:
-Ruégame que te folle.
Todavía hoy no comprendo como pude humillarme de esa forma pero lo cierto es que obedeciendo, rogué a mi captor que me tomara. El capullo de mi profesor se destornilló de risa antes de poseerme y retorciendo uno de mis pezoncitos entre sus dedos, lentamente fue metiendo su asqueroso trabuco dentro de mí.
«Me va a romper por la mitad», pensé extrañamente satisfecha al notar su extensión forzando los pliegues casi virginales de mi sexo, «¡Qué delicia!».
Lo quisiera o no, disfruté como una perra al experimentar por primera vez de ese pene haciéndome suya e involuntariamente comencé a gemir en voz alta sin importarme que él lo escuchara. Por su parte mi coñito colaboró con él al anegarse de flujo, de forma que las penetraciones se hicieron más profundas y largas. Al sentir la cabeza de su polla chocando contra la pared de mi vagina, me creí morir y solo el hecho de estar atada de manos evitó que las usara para obligar a ese viejo a incrementar el ritmo con el que me follaba. Ya dominada por mi calentura, di otro paso hacia mi denigración al chillarle que me tomara.
Don Carlos sonrió al oírme e imprimiendo a sus caderas un movimiento brutal consiguió que me corriera mientras gruesos lagrimones caían por mis mejillas al saberme y sentirme su puta. Mi total emputecimiento llegó cuando enardecido por el dominio que tenía sobre mí, ese profesor sacó su verga de mi coñito y rozó con ella mis labios. Lo creáis o no, supe que se esperaba de mí y como una posesa abrí mi boca y comencé a engullir ese miembro deseando con todo mi corazón saborear su semen.
Por la pasión con la que devoré su instrumento, ese cerdo supo que ya era mi dueño y presionando con sus manos mi cabeza, me lo metió hasta el fondo de la garganta. Os juro que aunque tuve que reprimir las arcadas que sentí cuando su glande rozó mi campanilla, algo en mi interior se transformó y disfruté de su agresión como si fuera una sucia sumisa. Retorciéndome de placer, me corrí al saborear la explosión de semen que golpeó mi paladar y como si me fuera la vida en ello, usé mi lengua para evitar que ni una sola gota de ese manjar se desperdiciara.
Mi profesor esperó a que terminara de limpiar su verga y entonces, sonriendo, hundió su lengua dentro de mi boca mientras estrujaba mi trasero. Confieso que al sentirlo, me derretí y colaboré con él, jugando con la mía mientras deseaba que ese cabrón me volviera a hacer suya. Lo humillante para mí fue que separándome, ese cabrón me obligara a vestirlo y que ya con toda su ropa puesta, me dejará desnuda en su despacho diciendo:
-Limpia toda tu porquería y mañana te quiero aquí antes de entrar a clase.
Os confieso que lloré al cerrar la puerta y comenzar a secar el sillón donde él me poseyó. Pero no por estar recogiendo mi flujo sino porque sabía que al día siguiente y siempre que ese maldito quisiera, ahí estaría yo para ser SU PUTA.

 

“COMO DESCUBRÍ MI NATURALEZA DOMINANTE” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

$
0
0

 

Sinopsis:

Una universitaria se va a vivir a casa de su tía enferma, cuando muere tiene que hacerse cuidado de un bebé sin saber que terminará entre las sábanas del viudo. Junto con él descubrirá su verdadera naturaleza. Mientras con su amado es todo dulzura, con las mujeres se comportará como una estricta dominante

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/gp/product/B01882R4LO

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo 1.

Mi nombre es Elena y soy una estudiante de medicina de veintidós años. Mi vida sería como la de cualquier otra si no llega a ser porque actualmente caliento las sábanas de mi tío. Muchos se podrán ver sorprendidos e incluso escandalizados pero soy feliz amando y deseando a ese hombre.
Si quiero explicaros como llegué a acostarme con el tío Manuel, tengo que retroceder cuatro años cuando llegué a Madrid a estudiar. Habiendo acabado el colegio en mi Valladolid natal, mis padres decidieron que cursara medicina en la Autónoma de Madrid y por eso me vi viviendo en la capital. Aunque iba a residir en un colegio mayor, mi madre me encomendó a su hermana pequeña que vivía también ahí. La tía Susana me tomó bajo su amparo y de esa forma, empecé a frecuentar su casa. Allí fue donde conocí a su marido, un moreno de muy buen ver que además de estar bueno, era uno de los directivos más jóvenes de un gran banco.
Desde un primer momento, comprendí que eran un matrimonio ideal. Guapos y ricos, estaban enamorados uno del otro. Su esposo estaba dedicado en cuerpo y alma a satisfacer a la tía. Nada era poco para ella, mi tío la consentía y mimaba de tal forma que empecé sin darme cuenta a envidiar su relación. Muchas veces desee que llegado el momento, encontrara yo también una pareja que me quisiera con locura.
Para colmo, mi tía Susana era un bellezón por lo que siempre me sentí apocada en su presencia. Dulce y buena, esa mujer me trató con un cariño tal que jamás se me ocurrió que algún día la sustituiría en su cama. Aunque apreciaba en su justa medida a su marido y sabía que destilaba virilidad por todos sus poros, nunca llegué a verlo como era un hombre, siempre lo consideré materia prohibida. Por eso me alegré cuando me enteré de que se había quedado embarazada.
Esa pareja llevaba buscando muchos años el tener hijos y siendo profundamente conservadora, Susana vio en el fruto que crecía en su vientre un regalo de Dios. Por eso cuando en una revisión rutinaria le descubrieron que padecía cáncer, se negó en rotundo a tratárselo porque eso pondría en peligro la viabilidad del feto. Inútilmente la intenté convencer de que ya tendría otras oportunidades de ser madre pero mis palabras cargadas de razón cayeron en saco roto.
Lo único de lo que pude convencerla fue de que me dejara cuidarla en su casa. Al principio se negó también pero con la ayuda de mi tío, al final dio su brazo a torcer. Por esa desgraciada circunstancia me fui a vivir a ese chalet del Viso y eso cambió mi vida. Nunca he vuelto a dejar esas paredes y os confieso que espero nunca tenerlo que hacer.
La tía estaba de cinco meses cuando se enteró y viéndola parecía imposible que estuviera tan mal y que el cáncer le estuviera corroyendo por dentro. Sus pechos que ya eran grandes, se pusieron enormes al entrar en estado y su cara nunca reflejó la enfermedad de forma clara su enfermedad. Al llegar a su casa, me acogió como si fuera su propia hermana y me dio el cuarto de invitados que estaba junto al suyo. Debido a que mi pared pegaba con la suya, fui testigo de las noches de dolor que pasó esa pareja y de cómo Manuel lloraba en silencio la agonía de la que era su vida.
Gracias a mis estudios, casi a diario le tenía que explicar cómo iba evolucionando el cáncer de su amada y aunque las noticias eran cada vez peores, nunca se mostró desánimo y cuanto peor pintaba la cosa, con más cariño cuidaba a su amor. Fue entonces cuando poco a poco me enamoré de ese buen hombre. Aunque fuera mi tío y me llevara quince años, no pude dejar de valorar su dedicación y sin darme cuenta, su presencia se hizo parte esencial en mi vida.
A los ochos meses de embarazo, el cáncer se le había extendido a los pulmones y por eso su médico insistió en adelantar el parto. Todavía recuerdo esa tarde. Mi tía me llamó a su cuarto y con gran entereza, me pidió que le dijera la verdad:
―Si lo adelantamos, ¿Mi hijo correrá peligro?
―No― contesté sin mentir – ya tiene buen peso y es más dañino para él seguir dentro de tu útero por si todo falla.
Indirectamente, le estaba diciendo que su hígado no podía dar más de sí y que en cualquier momento podría colapsar, matando no solo a ella sino a su retoño. Mi franqueza la convenció y cogiéndome de la mano, me soltó:
―Elena. Quiero que me prometas algo….
―Por supuesto, tía― respondí sin saber que quería.
―….si muero, quiero que te ocupes de criar a mi hijo. ¡Debes ser su madre!
Aunque estaba escandalizada por el verdadero significado de sus palabras, no pude contrariarla y se lo prometí. “La pobre debe de estar delirando”, me dije mientras le prestaba ese extraño juramento porque no en vano el niño tendría un padre. Un gemido de dolor me hizo olvidar el asunto y llamando al médico pedí su ayuda. El médico al ver que había empeorado su estado, decidió no esperar más y llamando a una ambulancia, se la llevó al hospital.
De esa forma, tuve que ser yo quien le diera la noticia a su marido:
―Tío, tienes que venir. Estamos en el hospital San Carlos. Van a provocar el parto.
Ni que decir tiene que dejó todo y acudió lo más rápido que pudo a esa clínica. Cuando llegó, su mujer estaba en quirófano y por eso fui testigo de su derrumbe. Completamente deshecho, se hundió en un sillón y sin hacer aspavientos, se puso a llorar como un crio. Al cabo de una hora, uno de los que la trataban nos vino avisar de que el niño había nacido bien y que se tendría que pasar unos días en la incubadora.
Acababa de darnos la buena noticia, cuando mi tío preguntó por su mujer. El medico puso cara de circunstancias y con voz pausada, contestó que la estaban tratando de extirpar el cáncer del hígado. Sus palabras tranquilizaron a Manuel pero no a mí, porque no me cupo ninguna duda de que esa operación solo serviría para alargarle la vida pero no para salvarla.
La noticia del nacimiento de Manolito le alegró y confiado en la salvación de la madre me pidió que le acompañara a ver al crío en el nido. Os juro que viendo su alegría, no fui capaz de decirle la verdad y con el corazón encogido acudí con él a ver al bebé.
En cuanto lo vi, me eché a llorar porque no en vano sabía que ya se le podía considerar huérfano:
“¡Nunca iba a llegar a conocer a su madre!”
En cambio su padre al verlo no pudo reprimir el orgullo y casi a voz en grito, empezó a alabar la fortaleza que mostraba ya en la cuna. Tampoco en esa ocasión me fue posible explicarle el motivo de mi llanto y secándome las lágrimas, sonreí diciendo que estaba de acuerdo.
Como os podréis imaginar cuatro horas después apareció su médico y cogiendo del brazo al marido de la paciente, le explicó que se habían encontrado con que el cáncer se había extendido de forma tal que no había nada que hacer. Mi tío estaba tan destrozado que no pudo preguntar por la esperanza de vida de su mujer, por lo que tuve que ser yo quien lo hiciera.
―Dudo que tenga un mes― contestó el cirujano apesadumbrado.
La noticia le cayó como un jarro de agua fría a su marido y hundiéndose en un doloroso silencio, se quedó callado el resto de la tarde. Os juro que se ya quería a ese hombre, el duelo del que fui testigo me hizo amarlo más. Nunca había visto y estoy segura que nunca veré a nadie que adore de esa forma a su mujer.
La agonía de mi tía Susana iba a ser larga y por eso decidí exponerle a mi tío que durante el tiempo que me necesitara allí me tendría y que por el cuidado de su hijo, no se preocupara porque yo me ocuparía de él.
―Gracias― contestó con la voz tomada― te lo agradezco. Voy a necesitar toda la ayuda posible.
Tras lo cual se encerró en el baño para que no le viera llorar. Esa noche, dormimos los dos en la habitación y a la mañana siguiente, una enfermera nos vino a avisar que Susana quería vernos. Al llegar a la UCI, Manuel volvió a demostrar un coraje digno de encomio porque el hombre que saludó a su mujer, era otro. Frente a ella, no hizo muestra del dolor que sentía e incluso bromeó con ella sobre el próximo verano.
Su esposa, que no era tonta, se dio cuenta de la farsa de su marido pero no dijo nada. En un momento que me quedé con ella a solas, me preguntó:
―¿Cuánto me queda?
―Muy poco― respondí con el corazón encogido.
Fue entonces cuando cogiéndome de la mano me recordó mi promesa diciendo:
―¡Cuida de nuestro hijo! ¡Haz que esté orgullosa de él!
Sin saber que decir, volví a reafirmar mi juramento tras lo cual mi tía sonrió diciendo:
―Manuel sabrá hacerte muy feliz.
La rotundidad de su afirmación y el hecho que el aludido volviera a entrar en la habitación hizo imposible que la contrariara. Mi rechazo no era a la idea de compartir mi vida con ese hombre sino a que conociéndolo nunca nadie podría sustituirla en su corazón.

CAPÍTULO 2

A los dos días, nos dieron al niño. Siendo sano no tenía ningún sentido que estuviera más tiempo en el hospital por lo que tuvimos que llevárnoslo a casa mientras su madre agonizaba en una habitación. Todavía recuerdo esa mañana, Manuel lo cogió en brazos y su cara reflejó la angustia que sentía. Compadeciéndome de él, se lo retiré y con todo el cariño que pude, dije:
―Tío, déjamelo a mí. Tú ocúpate de Susana y no te preocupes, lo cuidaré como si fuera mío hasta que puedas hacerlo.
Indirectamente, le estaba diciendo que yo lo cuidaría hasta que su madre hubiese muerto pero lejos de caer en lo inevitable, ese hombretón me contestó:
―Gracias, cuando salga Susana de esta, también sabrá compensarte.
No quise responderle que nunca saldría y despidiéndome de él, llevé al bebe hasta su casa. Durante el trayecto, pensé en el lio que me había metido pero mirando al bebe y verlo tan indefenso decidí que debía dejar ese tema para el futuro. Acostumbrada a los recién nacidos por las prácticas que había hecho en Pediatría neonatal, no tuve problemas en hacerme con todo lo indispensable para cuidarlo y por eso una hora después, ya cómodamente instalada en el salón, empecé a darle el biberón.
Eso que es tan normal y que toda madre sabe hacer, me resultó imposible porque el chaval no cogía la tetina y desesperada llamé a mi madre. Tal y como me esperaba mientras marcaba, se rió de mí llamándome novata y ante mi insistencia, me preguntó:
―¿Por qué no intentas dárselo con el pecho descubierto?
Al preguntarle el por qué, soltó una carcajada diciendo:
―Tonta, porque al oír tu corazón y sentir tu piel, se tranquilizará.
Su respuesta me convenció y quitándome la camisa, puse su carita contra mi pecho. Ocurrió exactamente como había predicho, en cuanto Manolito sintió mi corazón, se asió como un loco del biberón y empezó a comer. Lo que no me había avisado mi madre, fue que al sentir yo su cara contra mi seno, me indujo a considerarlo ya mío y con una alegría que me invadió por completo, sonreí pensando en que no sería tan desagradable cumplir la promesa dada.
Una vez se había terminado las dos onzas y al ir a cambiarle ocurrió otra cosa que me dejó apabullada. Entretenida colocando el portabebé, no me percaté que había puesto su cabeza contra mi pecho y el enano al sentir uno de mis pezones contra su boca, instintivamente se puso a mamar. El placer físico que sentí fue inmenso (no un orgasmo no penséis mal). La sensación de notar sus labios succionando en busca de una leche inexistente fue tan tierna que de mis ojos brotaron unas lágrimas de dicha que me dejaron confundida.
No sé si obré mal pero lo cierto es que a partir de entonces después de cada toma, dejaba que el bebé se durmiera con mi pezón en su boca.
“Es como darle un chupete”, me decía para convencerme de que no era raro pero lo cierto es que cuanto más mamaba ese crio de mis pechos, mi amor por él se incrementaba y empecé a verlo como hijo mío.
Lo que no fue tan normal y lo reconozco fue que ya a partir del tercer día, me entraran verdaderas ganas de amamantarlo y obviando toda cordura, investigué si había algo que me provocara leche. No tardé en hallar que la Prolactina ayudaba y sin meditar las consecuencias, busqué estimular la producción de leche con ella.
Mientras esto ocurría, mi tía agonizaba y Manuel vivía día y noche en el hospital solo viniendo a casa durante un par de horas para ver al chaval. Dueña absoluta de la casa, nadie fue consciente de que me empezaba a tomar esa medicina. A la semana justa de nacer, fue la primera vez que mi niño bebió la leche de mis pechos y al notarlo, me creí la mujer más feliz del mundo. No sé si fue la medicina, el estímulo de mis pezones o algo psicológico pero la verdad es que mis pechos no solo crecieron sino que se convirtieron en un par de tetas que rivalizaban con los de cualquier ama de cría.
Mi producción fue tal que dejé de darle biberón y solo mamando de mis pechos, Manolito empezó a coger peso y a criarse estupendamente. El primer problema fue a los quince días de nacido que aprovechando que su madre había mejorado momentáneamente, Manuel decidió bautizarle junto a ella. La presencia del padre mientras le vestía y las tres horas que estuvimos en el Hospital, provocaron que mis pechos se inflaran como balones, llegando incluso, a sin necesidad de que el bebé me estimulara, de mis pezones brotara un manantial de leche dejándome perdida la camisa. Sé que mi tío se percató de algo por el modo en que me miró al darse cuenta de los dos manchones que tenía en mi blusa, pero creo que no quiso investigar más cuando ante la pregunta de cómo me había manchado, le contesté que se me había caído café.
La cara con la que se me quedó mirando los pechos, no solo me intranquilizó porque me descubriera sino porque percibí un ramalazo de deseo en ella. Lo cierto es que más excitada de lo que me gustaría reconocer, al llegar a casa di de mamar al que ya consideraba propio y tumbándome en la cama, no pude evitar masturbarme pensando en Manuel.
Al principio fue casi involuntario, mientras recordaba sus ojos fijos en mi escote, dejé caer una mano sobre mis pechos y lentamente me puse a acariciarlos. Mis pezones se pusieron inmediatamente duros y al sentirlos no fui capaz de parar. Como una quinceañera, me desabroché la blusa y pasando mi mano por encima de mi sujetador, empecé a estimularlos mientras con los ojos cerrados soñaba que era mi tío quien los tocaba.
Mi calentura fue en aumento y ya ni siquiera pellizcarlos me fue suficiente y por eso levantándome la falda, comencé a sobar mi pubis mientras seguía imaginado que eran sus dedos los que se acercaban cada vez más a mi sexo. Por mucho que intenté un par de veces dejarlo, no pude y al cabo de cinco minutos, no solo me terminé de desnudar sino que abriendo el cajón de la mesilla, saqué un consolador.
Comportándome como una actriz porno en una escena, lamí ese pene artificial suspirando por que algún fuera el de él y ya completamente lubricado con mi saliva, me lo introduje hasta el fondo mientras me derretía deseando que fuera Manuel el que me hubiese separado las rodillas y me estuviese follando. La lujuria me dominó al imaginar a mi tío entre mis piernas y uniendo un orgasmo con el siguiente no paré hasta que agotada, caí desplomada pero insatisfecha. Cuando me recuperé, cayeron sobre mí los remordimientos de haberme dejado llevar por esos sentimientos mientras el objeto de mis deseos estaba cuidando a la mujer que realmente amaba y por eso no pude evitar echarme a llorar, prometiéndome a mí misma que eso no se volvería a repetir.
Tratando de olvidar lo ocurrido, intenté estudiar algo porque tenía bastante dejadas las materias de mi carrera. Llevaba media hora enfrascada entre los libros cuando escuché el llanto de mi bebe y corriendo fui a ver que le pasaba. Manolito en cuanto le cogí en brazos, buscó mi pezón y olvidándome de todo, sonreí dejando que mamara.
―Voy a ser tu madre aunque tu padre todavía no lo sepa― susurré al oído del niño mientras mi entrepierna se volvía a encharcar.

Relato erótico: “la mujer de mi amigo se hace muy puta 2” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

$
0
0


María me llamo otra vez lo cual yo me enfade muchísimo, diciéndome que por favor que quería verme. yo accedí, aunque no quería. ya sabía para qué.

así que nos vimos después de dejar su hijo en el colegio ella me digo:
– mira quiero a mi marido, pero viene tan cansando que ni me toca. ya lo sabes tú y yo necesito sexo. si no tendré que buscar a un extraño y prefiero que seas tú, no una persona desconocida.
– sí, pero es mi mejor amigo.
– yo también le quiero, pero no puedo estar así. además, después de lo que me hiciste me gusto. nunca me lo había echo por ahí y me encanto. el viene y se queda dormido y he intentado hablar con él, pero nada.
-está bien, pero escucha esta será la última. te lo aseguro -dije yo.
así que fuimos a un hotel ella estaba muy caliente y con muchas ganas. enseguida la besé y empecé a desnudarla ella. enseguida me quito los pantalones y me bajo el calzoncillo y se metió mi poya en la boca como una mujer desesperada que no ha tenido sexo en muchos meses.
-que gusto que poya tienes como me gusta mamarla -me dijo- no puedo remediarlo. darme por el culo. todavía me acuerdo de la última vez y lo deseo.
así que se lo prepare se lo chupe y la metí los dedos ella ese Moria de gusto.
– que guarro eres. como me gusta. mi marido no es como tú.
y se la endiñe por el culo.
– así así rómpeme el culo. que cesación más rica. follaje bien me muero de gusto cuanto lo deseaba desde la última vez.
ella se corrió enseguida.
– ahahahaha me corooooooooo cabron como folla.
luego la di a mamar mi polla la cual se tragó sin miramiento alguna.
– que rica esta tu chorra- me dijo y me la puso duro.
la cual se la metí, pero esta vez por el chocho.
– aahahaha así cabron como me follas como una puta. me encanta- y se volvió a correr otra vez- aahhahha esto es increíble. me vengo otra vez. Ahahahahaha.
luego me la chupo y se tragó mi lefa.
– ahahaha que rica esta.
yo la dije:
– escúchame esta ha sido la última no quiero acostúmbrame a ti. te enteras. habla con él y di lo que te pasa y lo solucionáis, pero no cuentes más conmigo. te enteras.
después de unas semanas me llamo por teléfono. yo la dije:
– te he dicho que esto tiene que terminar.
cuando me dijo:
– escucha esto y se puso otra amiga mía. eres un cabron ella me ha contado todo lo que habéis echo se lo voy a decir a su marido y te romperá la cara. cómo has podido hacer esto después de tantos años siendo amigos.
-pero que dices si ha sido ella.
– vamos a vernos y vamos a hablar hablaremos, pero no va a convencerme. se lo diré a su marido ya verás.
así que me reuní con las dos con gema y María la dije:
– como se lo has dicho lo nuestro. es que te has vuelto loca.
María se echó a llorar:
– no pude contenerme tu no querías saber nada de mí y yo estaba desesperada. al final me desahogue contándoselo a ella.
– pues como sabrás yo no he tenido la culpa. fue ella la que me busco.
– sí, pero tú tampoco te negaste.
– no me vengas con esas ella se hubiese ido con otro si yo no lo he evito.
– claro menuda manera de evitarlo además me ha contado que la has roto el culo y que la encantado y que no puede vivir sin ello. no creo que sea para tanto -me dijo ella.
– tú lo has probado -dije yo.
– te Cres que soy una zorra como ella y tan guarra como tú.
– tú lo que pasa dije yo es que te mueres por probarlo y no te atreves. dime tu marido te da bien.
– él está trabajando y yo no soy capaz de ponerle los cuernos me aguanto hasta que podamos hacerlo de verdad.
yo la traje hasta mí y la metí mano.
– esta empapada zorra mentirosa.
ella me pego una bofetada por abrazarla y besarla yo seguí besándola y la dije a María:
-vamos a yódame a desnudarla.
– qué haces.
– evitar que se lo diga a tu marido y se arme la de dios.
entre los dos desnudamos a gema que estaba furiosa:
– se lo diré a tu marido zorra y a ti, mi marido y y suyo te romperán la cara.
sujetándola el dije:
-María cómela el chocho.
– que dices.
– haz lo que te digo. ella tiene que participar con nosotros sino se lo dirá a tu marido y se armara la de dios. eso quieres.
– no por supuesto.
– María empezó a comerla el chocho y gema empezó a resistirse:
– no no no- pero ya no se resistía tanto.
yo la comí la boca mientras Maréala comía las tetas ella empezó a disfrutar:
– lo ves y me dices que te aguantas cuando hasta que viene tu marido. puta mentirosa estas mojadas hasta mas no poder. cuanto haces que no follas tu también.
– dos meses ella- dijo llorando.
– chupa.
– no por favor.
pero yo no podía dejarla ir pues se lo diría a su marido y al de María y se almiararía la de dios. la metí la poya en la boca a gema. no quería, pero después la cogió el gusto.
-cabrón- y empezó a mamarla mientras María la comía el chocho ella se Moria de gusto.
– dala por el culo igual que a mí -dijo María- ya verás a ver quién es la zorra ahora.
así que la preparé el culo se lo lamí y la fui metiendo los dedos ella decía:
– por ahí no cabrán me haces daño.
pero yo no la hice caso cuando estuvo bien preparada le fui metiendo la poya despacio.
– ahí me haces daño cabrán. sácala me duele.
– tranquila zorra ya verás cómo te gusta.
poco a poco empezó a disfrutar y se volvía loca.
– así así follaje bien rómpeme el culo. que gusto. esto no lo había probado nunca ni con mi marido. tú tienes razón María, esto es divino. no pares de follarme hasta los huevos. méteme –mientras María la chupaba las tetas ella se estaba corriendo.
– joder que gusto.
luego la toco el turno a María las di por el culo y me la follé por el chocho. ella estaba en la gloria y se corrió sin pensárselo mucho:
– así así. que rico. cuanto necesitaba esto.
– follaos entre vosotras chocho contra choco.
estaban tan calientes que no pusieron reparos y lo hicieron y se corrieron las dos.
– ah esto es divino -dijeron- que placer.
– joder ahora quiero correrme zorras abrir vuestras bocas- y las solté la leche a las dos. la dos empezaron a pasarse la leche como buenas putas la una a la otra.
– y ahora que va a pasar -dije yo.
– nada seguiremos con nuestros maridos porque los queremos, pero cuando ellos estén de viaje o cansados tu serás su sustituto y nos follaras. no te quejes -dijo María- 0tendras a dos putas para ti solo.
-ya estoy deseando que nos des por culo otra vez y disfrutar- dijo ella.
– yo también- dijo gema- que rico solo pensarlo tenerla en mi culo me corro de gusto.
CONTINUARA

Relato erótico: “Diario de George Geldof -12 FIN” (POR AMORBOSO)

$
0
0

Diario de George Geldof -12

Cuando entré en casa, me esperaba Betty desnuda y tan necesitada, que se arrojó a mis pies, sacó mi polla y se puso a chuparla, mientras decía cuando podía:

-Gracias, amo. Lo has puesto muy fácil. Desde ahora tienes una esclava más.

Yo me pregunté en qué problema me estaba metiendo. Tenía a Melinda y Pauline, se añade Wiki, de vez en cuando y ahora Betty. ¿Serían demasiadas mujeres para mí? No tenía edad ya de mantener sesiones de sexo maratonianas, y no sabía como iba a enfocar aquello.

-Bien, entonces vas a empezar a aprender alguna cosa. ¡Melinda, trae la paleta!

-Si amo. –Dijo, seguramente pensando que la iba a utilizar con ella.

-Pauline, colócate sobre la mesa, a lo largo, culo a un lado, pies en el suelo. Melinda, coloca tu coño a la distancia suficiente para que ella te lo coma y flexiona las piernas. Pauline tu sujétate a la piernas de Melinda. Anoche pusiste cara de disgusto por no dejarte participar, y eso sabes que no me gusta. Voy a castigarte con 25 golpes en el culo, tu le comerás el coño y solo te separarás para darme las gracias por corregirte y cuando haya terminado. Cada vez que ella se corra, descontaré un golpe.

-Si, amo. –Dijo colocándose en posición y empezando con Melinda que también estaba ya colocada.

Las piernas de Melinda dificultaban su visión para ubicarme mientras me movía de un lado a otro.

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

Volví a moverme

-Mmmmmmmm. –Gemía Melinda.

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

Volvía a la labor de comerle el coño a Melinda con tanto interés que sus gemidos nos impidieron oír que la puerta se abría y solo me enteré por el cambio de luz, dando paso a Wiki, a una hora extraña, ya que solía venir por la tarde y marchar al día siguiente.

Continué con lo que estaba.

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

-Aaaaaahhhhhhh

-ZASS

-Gracias, amo por corregirme.

-Aaaaaahhhhhhh

Siguiendo así hasta completar los 21 golpes, una vez descontados los cuatro orgasmos que había tenido. Siendo madre e hija, no quise que hiciesen trampas, así que, cada vez que anunciaba su corrida, le metía los dedos para comprobar su flujo y continuar después de limpiarla.

– Betty, ahora te toca a ti. Vas a hacer tu estreno como esclava mía. A partir de ahora, no tienes derecho a nada. Ni siquiera al orgasmo. Para correrte necesitarás mi permiso y tus obligaciones serán atenderme y obedecerme en todo. Te follaré solamente yo y aquellos a los que les permita, gratis o por dinero y tú no dirás ni una palabra de oposición. Si recibo una queja de ellos, serás castigada.

-Te castigaré si no obedeces, porque cometas faltas como le ha pasado a Pauline o si me apetece, como ahora. Y los premios tendrás que ganártelos. Te harás un vestido como los que llevan Melinda y Pauline, de fácil quitar y en la intimidad, ante mí, estarás siempre desnuda.

-Ahora, recuéstate boca abajo sobre la mesa y abre las piernas. Voy a darte seis golpes. Deberás contarlos en voz alta y decir “Gracias amo” con cada uno. Si no lo dices, te quejas o te mueves, el golpe no contará. ¿Entendido?

-Si amo. –Y fue directa a la mesa.

-Amo. ¿Puedo pedirle un favor?

-¿Qué quieres?

-Amo, esta situación me ha dejado muy excitada. Fólleme antes del castigo, por favor.

Realmente debía de estarlo, sus muslos brillaban hasta la rodilla de su excitación.

-Yo decido cuando te corres. Colócate en posición. Pies en el suelo y recostada sobre la mesa, a lo ancho y puedes sujetarte al borde contrario. Dame las gracias con cada golpe.

Una vez colocada, tomé la pala y con el mismo movimiento solté un fuerte golpe en su culo.

-Zass.

Dio un salto y se puso en pie frotándose el glúteo azotado.

-Todavía estoy a tiempo de acercarte con el caballo hasta la carreta de Bryan.

-No, amo. Perdóname. No lo esperaba y me ha pillado de sorpresa.

-¿Y qué esperabas entonces? ¿Qué te follara?

-No amo, pero creí que tardarías algo mas.

-Colócate y no hagas que me enfade más.

Se colocó nuevamente. Yo me movía de lado a lado, hasta que solté el siguiente.

-Zass.

-Dos. Gracias amo.

-Zass, zass.

-AAAAAgggggg

-¿En qué número empiezan las cuentas?

-En el uno amo.

-¿Y porqué has empezado en el dos y as gritado?

-Perdón amo. Empezaré de nuevo.

-Así me gusta.

-Zass

-Mmm. Uno. Gracias, amo.

-Zass

-Dos. Gracias, amo.

-ZASSS.

-Aaaaaaahhhhh. Me corro, amo. Me estoy corriendo. Gracias, amo. Aaaaahhhh.

-Por haberte corrido sin mi permiso y por ser la primera vez, solamente de daré cinco golpes más.

-Si, amo. –Dijo cuando se recuperó.

-ZASSS.

-Pffffsss. Uno. Gracias amo.

-No quiero oír nada más que tu agradecimiento.

-ZASSS.

-Dos. Gracias amo.

-Once. Gracias, amo.

Cuando terminé, me saqué la polla, dura ya desde hacía rato y se la clavé en el culo.

-Aaaaaahhhhh. Gracias, amo. Estoy nuevamente excitada. ¿Puedo correrme?

Yo también estaba a punto.

-Si, córrete.

Me moví deprisa, hasta que sentí las contracciones de su ano como consecuencia de su orgasmo.

-Aaaaaaaaaaahhhhhhh. Me corroooo, Gracias amo.

Y seguido descargué mi leche en su culo.

Se dio la vuelta, me limpió la polla, por lo que asumí que Melinda le había enseñado bien y me la guardó.

Mientras hacía esto, Wiki se había desnudado y puesto en la misma posición que Betty para recibir su castigo.

-¿Qué haces?

-Amo, quiero ser tu esclava también, vivir aquí contigo y quiero recibir mis cinco golpes. –Dijo en su mezcla de inglés y su propio idioma.

-No Wiki, no puedes quedarte. Ven siempre que quieras, pero no puedes dejar a tu gente así sin más. El jefe y los guerreros se ofenderían si me llevo a una de sus mujeres y tendríamos problemas con todos ellos

-Ningún guerrero se acerca a mí, desde que falleció mi marido. No tengo hombre para el que preparar pieles, ni comida, ni nada.

-Habla con el jefe. Si está de acuerdo con que vengas con nosotros, te recibiré con los brazos abiertos, pero sin su consentimiento, no puedo admitirte. No obstante, puedes ser mi esclava todas las veces que vengas a visitarnos.

Parece que la convencí, al menos de momento, y menos mal que no accedí, porque el jefe no se lo consintió y le asignó un nuevo guerrero. Ella siguió viniendo periódicamente.

Procedí a darle sus cinco golpes de iniciación y la follé seguidamente para bajarme la calentura a mi mismo.

Los días siguieron pasando, las mujeres cultivaron un enorme huerto, que nos suministró verduras frescas y frutas de algún árbol plantado. También llegó para poner en conserva y vender a los viajeros.

Tuve que organizar las relaciones con ellas, porque todas a la vez era imposible de mantener todos los días.

Durante un año aproximadamente, las cosas marcharon bien. El negocio marchaba, ellas satisfechas y yo también, pero al cabo de ese tiempo, vimos una solitaria carreta que se acercaba. Tras la preparación de rigor, vimos que era Bryan, que volvía de las minas.

Cuando me acerqué con precaución, vi su mirada seria, sin signos de amistad ni de odio. Me saludó:

-Hola George. He venido por Betty.

-Hola Bryan. No quiero problemas aquí. –Dije acercando la mano a mi arma.

-No te preocupes, solo quiero hablar con ella y convencerla de que he cambiado y que quiero que venga conmigo. Se que ahora seremos felices. ¿Te vas a oponer?

-No, es libre de hacer lo que quiera sin ningún tipo de traba. ¡¡Betty!! –La llamé, acudiendo rápidamente a mi lado.

-Os dejo para que habléis, pero estaré vigilante.

-No le haré ningún daño.

Me alejé y senté en la entrada de la casa, ellos estuvieron paseando y hablando mucho rato. Nunca supe qué se dijeron, aunque subían de tono la voz algunas veces. Se alejaban y volvían, alejaban y volvían. En una de las vueltas, observé que iban de la mano. Pensé que ya había pasado el peligro. Como era la hora de comer, mandé a Melisa que les llevase comida al barracón de alojamientos y les invitase a ir.

No aparecieron durante toda la tarde. Estuve nervioso, hasta el punto de pedir que preparasen la cena antes para que Melinda se la llevase.

Según me contó, estaban en el dormitorio individual, acostados. Ella haciéndole una mamada y que él había intentado guardar la compostura y taparse, pero ella lo había retenido sin dejar su labor. Melinda había dejado la cena en la mesita y se había marchado.

Yo, más tranquilo, desenganché los caballos de la carreta, los atendí y metí al establo. Al día siguiente, seguí con mis quehaceres durante la mañana. A medio día, les volvieron a llevar comida. Salieron después de comer, para pasear abrazados y fueron hasta el riachuelo donde debieron bañarse juntos.

Por la noche, les llevaron la cena, y cuando nosotros estábamos terminando, entraron ambos en la casa y Betty nos dijo:

-Mañana al amanecer nos iremos juntos. Hemos hablado mucho y ambos estamos de acuerdo en olvidar el pasado y empezar una nueva vida juntos. Volvemos al pueblo de donde vinimos, donde Bryan era Pastor. Trabajará menos y tendremos tiempo para nosotros. Queremos un hijo o los que el Señor quiera darnos. Gracias a todos, y en especial a ti George. Porque por ti voy a ser totalmente feliz. Lo he sido contigo, pero me faltaba lo que Bryan puede ofrecerme. Gracias.

Bryan solamente dijo.

-Gracias, George. Sigo debiéndote mucho.

Y se fueron.

Cuando me acosté, me llevé a Melinda a la cama e hicimos el amor despacio, solamente acaricié su cuerpo hasta que estuvo excitada lo suficiente y entré en ella

A la mañana siguiente los vi partir. No encendí fuego para que no se enterasen y evitar despedidas. Antes de acostarme había cargado la carreta con provisiones para que no tuviesen necesidad de parar en mucho tiempo y me volví a la cama deseándoles mentalmente, buen viaje y felicidad.

Nuevamente pasaron los días, las caravanas y los jinetes. Se alojaban, compraban y se iban. Nuestra vida transcurría tranquila, hasta que una noche, cuando estábamos apunto de cenar, con las mujeres hablando sin parar y yendo y viniendo para poner la mesa, llamaron a la puerta.

Me senté en mi sitio, puse mi mano en el arma oculta y dije con voz potente:

-¡SILENCIO! –Acallando todas la voces.

-Wiki, abre la puerta. –Ese día estaba con nosotros y era la más cercana.

Al abrirla, apareció en el umbral un negro enorme, más bien mulato.

-Bu, bu, buenas noches, señor Geldof. ¿Podemos pasar?

-Adelante. -dije yo, mientras mi corazón se aceleraba.

Al entrar, quedó en la puerta Sara. Una Sara más madura, pero igual de preciosa.

-¡Sara, Richard! ¡Qué alegría! –Dije lanzándome hacia ellos y fundiéndonos en un abrazo.

Después de las presentaciones saludos y abrazos, les invitamos a cenar con nosotros. Reconocieron que no habían comido nada desde la mañana por lo que les dimos todo lo que quisieron, mientras nos contaron algo de sus peripecias.

-En los últimos días de la guerra –dijo Richard- llegaron a la plantación un grupo de jinetes. Venían huyendo del frente y buscaban oro y provisiones para seguir su huida. Entraron en la casa y permanecieron muchas horas. Otros de los hombres fueron al pabellón de las mujeres, eligiendo algunas de las que quedaban, porque muchos hombres y mujeres se habían ido ya, las violaron y golpearon hasta matarlas o dejarlas medio muertas. Cuando mamá vio lo que ocurría cogió lo imprescindible y salimos por la puerta de tu sala de juego, yendo a ocultarnos entre los árboles más cercanos. Al amanecer se marcharon al galope. Volvimos y mamá fue a la casa…

-El ama estaba herida, la habían golpeado mucho para que dijese donde tenían el dinero y el oro. Se llevaron lo que encontraron de valor y la dejaron malherida. Los niños llorando y asustados, sin comer, la casa sucia y revuelta. Curé sus heridas y la conseguimos llevar a su cama donde la dejé reposando. Di de comer a los niños y recogí lo que pude de la casa.

-Estuve con ellos hasta que Yulia se recuperó un poco y se fueron a casa de unos familiares. Entonces nos fuimos nosotros. Estuvimos recorriendo pueblos trabajando en lo que salía, hasta que encontré trabajo en un hotel y alojamiento en una habitación de la parte trasera. Richard pudo ir a la escuela y cuando creció un poco, consiguió un trabajo como ayudante del herrero. Hace un mes vino al hotel el hijo del amo Tom y nos reconocimos. Nos dijo que usted había venido a buscarnos y que dejó dicho donde localizarle. Como no se acordaba, puso un telegrama a la plantación y nos la enviaron.

-Nos pusimos en marcha hacia aquí y… aquí estamos.

Yo les conté mis aventuras y cómo había llegado a la actual situación.

-No sabes la alegría que me habéis dado. Os consideraba perdidos. Ahora seremos una gran familia…

En ese momento me di cuenta de la nueva situación: otra mujer más. Pero luego caí en la cuenta de que también había otro hombre más.

-Recoged todo esto. –Dije, obedeciendo todas al instante.

Cuando terminaron les dije:

-Os quiero a todas desnudas.

Rápidamente se desnudaron, incluso Sara, que lucía una sonrisa de oreja a oreja.

Yo me desnudé también a la par que ellas.

Richard me miraba y las miraba a ellas con ojos como platos.

-Y tú ¿a qué esperas? –Le dije

-Yo, yo…

-¡Desnúdate! ¡A ver si te crees que esto es para mi solo!

Se desnudó en un instante y pude admirar un cuerpo musculoso, con un pecho marcado, fuerte todo él, pero sin estar gordo, sin un solo gramo de grasa. Y lo mejor de todo, una polla más grande que la mía, unos cuatro dedos y considerablemente más gruesa.

Las mujeres se lo quedaron mirando embobadas.

-Melinda y Wiki, subid a la mesa y comeos el coño mutuamente. Pauline pon bien a tono a Richard para que te folle. Richard, cuando termines con ella, que cambien los papeles y vayan rotando con Melinda y Wiki. No quiero que queden insatisfechas.

-Lo que tú digas, padre. –Eso me produjo un escalofrío en la espada. Pauline también me había llamado padre, pero no era lo mismo.

-Tu Sara, ven conmigo a la habitación.

Nada más entrar, me dijo:

-Amo, no se si sabré. Hace más de veinte años que no estoy con un hombre.

-¿No te has acostado con nadie?

-Con nadie, amo. El último fue usted.

-Pobrecita mi esclava. Habrá que abrirte nuevamente tus agujeros.

-Hace rato que están ansiosos de que lo haga, amo.

-Quiero hacerte disfrutar tanto que olvides las penalidades que has pasado hasta hoy.

Me desnudé y senté en el borde de la cama. En esa posición, mi boca quedaba a la altura de sus pechos, algo caídos ya del embarazo y los años.

La acerqué hacia mí sujetándola por los glúteos, presioné su cuerpo contra mi pecho y besé sus pezones con calma, los lamí. Ella acariciaba y presionaba mi cabeza contra si.

Bajé mi mano por la raja de su culo, acariciando su ano, seguí hasta meter mi dedo en su coño, ya encharcado. Ella echaba el culo hacia atrás, buscando un mejor contacto y el roce con su clítoris, que yo evitaba para mantenerla excitada.

Quise besarla y me eché un poco hacia atrás, ella se inclinó apoyándose sobre mí y obligándome a seguir cayendo hasta quedar con la espalda acostada, mientras ella manipulaba para caer sobre mi, al tiempo que mi polla entraba en su coño.

Eso la hizo quedar en una postura que limitaba mucho sus movimientos. Los muslos pegados al borde de la cama no le dejaban bajar las piernas para apoyar los pies en el suelo, si subía las rodillas a la cama, no podía meterse la polla.

En esa postura incómoda para ella, la sujeté por los glúteos y empecé a darle un movimiento circular, que con mi polla clavada hasta los huevos, se convertía en un frotamiento de su clítoris contra mi cuerpo.

-MMMMMMMM. –Gemía constantemente.

-Aaaaahhhhhhh. Si, amo.

-Me gusta, amo. Cuanto lo he echado de menos.

Se agarró a mi cuello y así pudo desplazarse arriba y abajo lo suficiente para que mi polla saliese y entrase rozando fuertemente su clítoris, lo que la llevó en un momento a su primer orgasmo de la noche, que refrendó con un fuerte grito y apretándose contra mí.

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH.

Cuando se relajó, la subí a la cama y seguí acariciándola, besé sus pechos, lamí y chupé sus pezones un buen rato, hasta que noté que reaccionaba de nuevo. Bajé lamiendo su cuerpo hasta llegar a su clítoris, que dejé olvidado, pasando la lengua a ambos lados, rozándolo solamente por los costados.

-Mmmmmmmm –Fue su respuesta.

Mojé un dedo con mi saliva y acaricié su ano con él para ir metiéndolo poco a poco. No dejé que mi lengua abandonase su trabajo. Ella arqueaba su cuerpo para intentar ponerme delante lo que más placer le daba y yo lo evitaba todo lo que podía.

-Amo, por favor, necesito correrme otra vez.

-Ummm. ¿De verdad lo necesitas ya?

-SIII. Por favor, amo.

Entonces le metí dos dedos en su coño, moviéndolos con rapidez, al tiempo que atacaba directamente su clítoris.

-Siiiiiiiiiiiiii

-MMMMMMMMMMMMMMM

-Me corroooo.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH.

Ya más tranquila, hice que me la chupara hasta ponérmela bien dura. Ella se esmeró. Fue lamiéndola toda hasta que estuvo bien ensalivada, sin olvidar mis huevos, luego metió la punta en su boca, acariciándolo con la lengua y pasándola por los bordes del glande.

Seguidamente, se la metió hasta la garganta para volverla a sacar mientras la presionaba con la lengua sobre el paladar, mientras su mano acariciaba mis huevos.

Apunto de correrme ya, la detuve, la hice acostarse y separando bien sus piernas se la fui metiendo poco a poco, hasta que mis huevos golpearon su culo.

Volvió a gemir

-MMMMMMMMMMMMMM

Yo me movía lentamente.

-Aaaaahhhhhh. Siiii.

Necesitaba correrme, pero no quería hacerlo antes que ella. Intercambiaba movimientos rápidos que me llevaban al borde del orgasmo, con otros más lentos que me relajaban.

-Mmmmmmmmmm. Mmmmmmmmmmmmmm

Sus gemidos fueron en aumento hasta que se convirtieron en gritos. Entonces aceleré mis arremetidas hasta que

-AAAAAAAAAHHHHHHH. Me corroooo, amo, me corroooo. AAAAAAHHHHHH.

Entonces, le di la vuelta y se la clavé por el culo, y lo encontré tan estrecho que me corrí al momento.

Sara, relajada y cansada se durmió al instante. Yo oía los gemidos en la otra habitación y fui junto a ellos.

Encontré a Wiki y Pauline comiéndose el coño mutuamente, mientras Richard se follaba a Melinda. La tenía sentada en el borde de la mesa, sujetando sus piernas por las rodillas, mientras ella se abrazaba a su cuello. Ver la escena volvió a excitarme y, arrodillándome entre las piernas de Pauline que era la que estaba debajo, hice que Wiki me la chupase, mientras le metía dos dedos a Pauline y los movía rápidamente, haciendo que mi pulgar chocase con su clítoris.

-AAAAAAAAAHHHHHHHHH

Gritó Pauline cuando se corrió con mis manipulaciones.

Los gemidos de Melinda me hicieron levantar la vista, viendo su culo en primer lugar, apeteciéndome follarlo en ese momento. Se me ocurrió una idea y dejé que Wiki continuase con lo que estaba y me fui hacia Melinda y Richard.

-Melinda, agárrate bien al cuello de Richard y tú, Richard, sepárala de la mesa y fóllatela en el aire.

Cuando estuvieron en posición, me acerqué por detrás de Melinda y se la metí por el culo, empezando a movernos ambos

-OOOOOOOOOOOPPPPPPPPSSSSSSSS.

Gritó Melinda

-SSIIIIIIII. Que bueno. Siii.

Pauline y Wiki pararon para mirarnos.

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH. Siii

-Mmmmmmm

Yo sentía la polla de Richard cuando en algunos momentos nos cruzábamos en su interior. La presión era fuerte y el placer increíble.

-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH. –Gritaba Melinda

-MMMMMMMMMMMMMM. Y gemía

No sé cuantos orgasmos habría tenido Melinda antes, pero en ese momento le conté dos, antes de correrme en su culo.

Después de esto, me salí y fui a dormir con Sara.

-Amo, ¿y nosotras? También queremos lo mismo. –Dijo Wiki.

-Mañana. –Respondí y me fui a la cama.

Había montado, en uno de los edificios, una fragua y un yunque, completado con distintas herramientas, para hacer pequeñas reparaciones en las carretas hasta que pudiesen llegar a algún lugar done hiciesen una buena reparación.

Al día siguiente, hablé con mi hijo para montar una buena herrería y conseguir dar un servicio completo. El vio lo que tenía con mirada experta y decidió que estaba bien, que podríamos trabajar, aunque habría que encargar algunas cosas, lo que hicimos con la primera diligencia que pasó.

Resultó ser buen herrero y su fama llegó lejos, pues vinieron de pueblos de hasta varios días de camino para encargarle trabajos.

En la casa, ampliamos la cama para dar cabida a los cinco, seis a veces, cuando venía Wiki, llenando casi completamente la habitación.

Todas quisieron probar la experiencia de ser penetradas por dos pollas a la vez, y nos tuvimos que multiplicar para darles gusto.

Unas semanas después, pasó un buhonero, al que compré este libro de cuentas y que decidí utilizar para escribir mis experiencias, tanto anteriores como futuras, aunque solamente de aquellas que recuerdo con alegría o que supusieron un hecho importante en mi vida.

Desde entonces he estado escribiendo mis vivencias, las que más he disfrutado o más he sufrido y he informado a todos para que, cuando yo falte, sea enviada a mi hermano en Inglaterra.

————————————-

Hoy hemos tenido una sorpresa. Esta mañana hemos oído un ruido extraño, al tiempo que por el camino se veía una nube de polvo que venía hacia nosotros.

Cuando han llegado, he podido observar que era una calesa sin caballos sobre la que iban un hombre y una mujer. Pensando que era algún tipo de magia maligna, he sacado mi revolver y disparado al aire para alejarlos.

El hombre ha saltado al suelo con las manos en alto diciendo completamente asustado:

-¡No dispare, por favor, somos gente pacífica! ¡No haga daño a mi esposa!

-¿Quienes sois y qué es esa cosa del demonio?

-Soy William Thorm, vendedor de maquinaria agrícola y ella es Emma, mi esposa y esto es uno de los nuevos carruajes sin caballos que se han inventado.

Me daba miedo, pero me he acercado y con las explicaciones de William, he visto que es un gran invento. Eso me ha creado la duda de mi futuro y el de mi negocio. ¿Sustituirán a las carretas y las diligencias? ¿Desaparecerán los caballos?

Estas dudas estuve comentando con él, mientras dábamos cuenta de una botella de Whisky. Me ha contado las grandes ventajas que tienen estos carruajes, de rapidez y comodidad. Puede llegar a alcanzar hasta 20 Km./h, según me ha dicho, aunque el estado de los caminos hace imposible alcanzar esa altísima velocidad. A veces tiene que salirse de ellos y viajar por las praderas, generalmente en mejor estado que los propios caminos.

Los baches y las piedras los perjudican, rompen sus ballestas y ejes y no son fáciles de cambiar. También necesitan un combustible para funcionar, le ha llamado gasolina, que se saca del petróleo y no hay en muchos sitios. También me ha dicho que no todos los herreros se atreven a realizar reparaciones en ellos.

Hemos pasado el día juntos, hablando de todo. También han hablado mi hijo y él. Los he invitado a comer y también han cenado con nosotros. Ahora están durmiendo en el alojamiento. Se irán por la mañana.

Mi hijo y yo hemos estado hablando también y hemos llegado a la conclusión de que debemos prepararnos para el futuro. Ya tengo una carta preparada para mi hijo Robert, que al terminar sus estudios, ingresó en la academia de West Point y es oficial del ejército en Washington, para que haga gestiones con el fin de que Richard aprenda cosas de esas máquinas y para conseguir vender combustible, que saldrá en la próxima diligencia.

————————–

Anoche vino Wiki y decidimos hacer un juego. Pusimos a las cuatro mujeres a cuatro patas en la cama, la primera de un lado puso a tono a Richard con la boca, la del otro me la puso a mí.

Cuando estuvo listo, Richard empezó a follar el coño de la de su lado. 10 empujones y pasar a la siguiente, mientras ellas se frotaban el clítoris. Cuando llegó a la tercera, me puse yo con la primera. Al llegar al final, dábamos la vuelta a la cama y volvíamos a empezar. Estuvimos un buen rato. Las mujeres gemían y se quejaban cuando las dejábamos para pasar a ala siguiente.

-MMMMMMMMMMM

-Noooooooooooooo. Máaaaaas.

Lo estábamos pasando de miedo, cuando llegó una diligencia con el gran alboroto de costumbre, teniendo que vestirnos rápidamente, nosotros disimulando las erecciones y ellas la calentura.

Dimos de cenar a toda velocidad a los seis pasajeros y los dos conductores, los alojamos en los dormitorios y volvimos como flechas a la cama para terminar nuestro juego.

Las cuatro estaban chorreando cuando volvimos a empezar. Solo se oían los gemidos de ellas y el choque de nuestros cuerpos contra sus culos

-MMMMMMM

-Siiii

-Maasssss

Casi a la vez se fueron corriendo una a una, todas con grandes gritos de placer, retirándose del juego. Con las dos últimas nos corrimos nosotros. Justo a tiempo, porque han llamado a la puerta y era uno de los conductores, que había oído gritos y pensaba que ocurría algo. No nos hemos dado cuenta, pero se nos ha pasado la noche follando y era hora de partir la diligencia.

Hemos preparado el desayuno rápidamente y se han marchado. Nosotros nos hemos ido a dormir entonces.

Hace un rato que se ha marchado Wiki. Nos ha dicho que no vendrá en un tiempo, está embarazada y no montará a caballo. Le hemos dado la enhorabuena con alegría y hemos quedado que vendrá a enseñarnos a su hijo o hija.

————————–

He recibido carta de contestación a la que hace dos meses envié a mi hijo Robert. Ha facilitado mucho las cosas. Richard irá a un fabricante de automóviles, donde le enseñarán a desmontar y montar un motor, a sustituir piezas y ajustarlo de nuevo. También tiene solucionado el alojamiento mientras esté allí.

También ha hablado con otra empresa de combustibles, y les ha convencido de que, por su ubicación, el rancho es un lugar excelente para distribuir gasolina por la zona. Yo pongo el terreno y ellos lo montan todo.

Hemos preparado todo para que mañana salga Richard con la diligencia. Mientras tendré que hacerme cargo de la herrería y de los peones que cuidan del ganado que en estos años ha ido incrementándose mucho y ya está repartido por todo el rancho.

————————

Esta mañana hemos tenido visita. Estábamos en nuestro baño los cinco, jugando como niños y alborotando tanto que no hemos oído la llegada de otro vehículo de esos con motor.

Yo había mandado colocarse a Sara y Pauline recostadas boca abajo en el borde del baño y Melisa ante ellas con las piernas bien abiertas y el coño a la altura de sus bocas.

Una vez colocadas, he sacado mi polla, dura ya, y se la he metido a Sara por el culo mientras acariciaba el coño de Pauline y ella le comía el coño a Melinda. Después de un rato dándole, y conforme aumentaban sus gemidos, cambiaba de pareja, enculando a Pauline y acariciando a Sara y entonces era Sara la que se lo comía a Melinda. Cuando los gemidos de Pauline aumentaban, cambiaba a Sara. He seguido así hasta que Sara ha tenido un orgasmo que la ha hecho gritar:

-Amo, me corrooooo.

Las contracciones me han hecho correrme a mí también. La he puesto a mamarla hasta tenerla dura otra vez, y he continuado con Pauline. Mientras a Sara, colocada de nuevo en su sitio, le daba con la pala en el culo, como castigo por haberse corrido sin permiso.

-Amo, no aguanto más. Necesito correrme. –Me ha dicho al fin Pauline

-Yo también lo necesito ya. –Dijo Melinda.

Yo volvía a estar a punto.

-Podéis correros. –Les he dicho.

-Mmmmm. Aaahhh. Gracias, amo… -Decían mientras estallaban en sus orgasmos.

A su vez he aprovechado para descargar el resto en su culo.

Después de sacarla, me la han limpiado entre ambas y he salido del baño, para vestirme y dispuesto a irme para realizar las tareas del día.

Nada más girarme y empezar a salir del agua, me he encontrado de frente con una mujer bien arreglada debajo de un guardapolvo, con un coqueto sombrero en su cabeza y bastante bonita de cara, que miraba con los ojos muy abiertos, como si estuviera ida.

Hemos dejado la cortina que cubre la entrada al baño abierta y ella ha debido de ver bastante de lo que hacíamos.

-¿Quién es usted? –He dicho mientras tomaba una toalla y me cubría, no sin antes ver dónde tenía puesta la mirada.

-Disculpe. Soy Felicia Harris y vengo con mi doncella Ingrid. Vamos de paso y le ruego perdone la intromisión, pero he llamado a la puerta y como nadie respondía y se oían ruidos y voces, me he atrevido a entrar. Siento haberles interrumpido en una situación tan íntima.

-No se preocupe, no ha interrumpido nada, le he dicho mientras pasaba a mi habitación para vestirme. ¿Qué les trae por aquí?

-Voy a una boda que se celebrará mañana y hemos parado para ver si podíamos comer algo y lavarnos y asearnos un poco.

-Entonces están en el sitio adecuado. Siéntese mientras desengancho su caballo, lo cepillo y le pongo una buena ración de pienso en la caballeriza.

-Bueno, no he venido a caballo, ni en calesa, he venido en mi vehículo a motor.

-Entonces siéntese igualmente y que venga su doncella también. –Le he dicho mientras abría la puerta y le daba entrada.- Mis mujeres les atenderán hasta la hora de comer.

-Preferiría dar un paseo para estirar las piernas, si no le importa.

-En absoluto. Si quiere le enseño un poco esto.

Me ha acompañado y le he ido enseñando la herrería, los alojamientos, almacén, caballerizas y granero. Aquí me ha dicho:

-¿Puedo hacerle una pregunta personal?

-Si, por su puesto.

-¿Vive usted sólo con las tres mujeres?

-Ahora si, pero normalmente está mi hijo, que ahora lleva varios meses aprendiendo a reparar vehículos como el suyo.

-¿Y todos los días hacen eso?

-¿El qué?

-Lo que he visto que hacían en esa gran bañera.

-No, a veces lo hacemos en el río, otras en la cama, incluso aquí en la paja.

-¿Le molesta que las mujeres se le insinúen?

-No. En absoluto. ¿Qué prefiere? ¿El baño? ¿La cama?

-Primero aquí, luego ya lo pensaré.

-¿Tienes marido?

-No. Soy independiente. Dirijo un periódico de mi propiedad en el este, y en mi vida no cabe un hombre solo.

La he cogido entre mis brazos y la he besado, más bien ha sido un beso salvaje por parte de ambos, mientras la acercaba al montón de heno y nos íbamos desnudando.

Desnudos ya, me he dedicado a acariciar sus pezones, ya duros como piedras. He recorrido su cuerpo con una mano mientras con la otra la presionaba contra mí. Al pasar sobre su coño me he dado cuenta de que estaba empapado.

-Chúpamela. -Le he dicho.

-Yo no hago eso.

-SAS. –Le he dado una bofetada que la ha hecho caer al suelo.

La he tomado del pelo y la he puesto de rodillas, acercando su cara a mi polla.

-Chupa si no quieres que te muela a palos.

-Si, si, lo que ordenes.

No me he equivocado. Aunque acostumbrada a mandar, es una sumisa en potencia. He debido ser el primero que la ha hecho rendirse, porque no tenía mucha práctica y he tenido que corregirla.

-SAS. Ten cuidado con los dientes, puta, no quiero que me rocen por ningún lado.

-SAS. Métetela entera. Vaya mierda puta que estás hecha. No sabes ni chuparla.

-SAS. Lámela y ensalívala bien.

A todo ello, respondía:

-Si, perdóname mi torpeza. –Y volvía con renovado interés.

Cuando me la ha puesto bien dura, la he mandado colocar a cuatro patas y abrir bien las piernas. Me he puesto detrás y la he frotado por su raja.

-MMMMMMMMMMMM. SIIIIIIIIIII. Necesito que me la metas yaaa.

Eso he hecho, pues yo tenía también muchas ganas, y ha entrado como si hubiese sido en el agua.

-Aaaaaaaaahhhhhhhhh. Siiii. ¡Qué gusto!

-MMMMMMMM. Estás estrecha, puta. –Le he dicho.-Follas poco, ¿verdad?

-Ffffffff. Si, no tengo muchas oportunidades. Y nunca una polla como la tuya.

-¿Y cómo te consuelas? –Le he preguntado sin parar de moverme y presionando con mi pulgar en su ano.

-Con Ingrid. MMMMMMMMM. Ella me da placer cuando no tengo un hombre.

-Tampoco te la han metido por el culo ¿verdad? Mi pulgar se encontraba dentro ya.

-No, nunca me he prestado a esas prácticas.

-Si sigues aquí esta tarde, te la meteré yo.

-No, no quiero. Siempre he tenido miedo a que me hagan daño. Y con tu polla, más. Pero me estás dando un morbo tremendo.

-No te preocupes, no te hará daño, o al menos muy poco.

He movido mi dedo por el interior de su culo, sin dejar de machacar el coño. Se ha puesto a berrear de gusto.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGG. SIIIIIIIIII. MMMMMMMMMMMM.

-Me viene, no pares. Maaasss. Siiiiiii.

Su corrida ha sido bestial. Debía terne muchas ganas.

Ha caído sobre el heno, pero la he cogido del pelo, se la he metido en la boca y se la he follado hasta correrme yo.

-Trágatelo todo, puta. –Le he dicho metiéndosela hasta la garganta y soltando mi leche directamente a su estómago.

Ha tosido y le han dado náuseas, pero cuando se ha recuperado ha dicho:

-Nunca había follado así. Ha sido el mejor orgasmo de mi vida.

Me he fijado en su cuerpo. Algo delgada para mi gusto y con poco culo, tetas bien, aunque con tendencia a caer ya. Se conserva bien, aparentando unos treinta años, aunque debe de tener algunos más.

Todavía a medio vestir, la he cogido del brazo y hemos vuelto a la casa. La sirvienta, al verla medio desnuda, con el pelo revuelto, lleno de briznas y conmigo tirando de su brazo, ha saltado de la silla diciendo:

-¿Qué le ha ocurrido, señora? ¿Le ha hecho algo este hombre?

-Si, me la he follado. Y ahora le vamos a preparar el culo. ¡Melinda, prepara el culo de esta puta, que me lo quiero follar esta tarde! –Le he dicho mientras la llevaba al baño.

Melinda ha ido inmediatamente tras de mí se está encargando de dilatarlo mientras espero.

Tengo la polla dura otra vez. No sé si podré esperar.

—————————

Esta tarde ha sido buena. Melinda ha preparado a Felicia, poniéndole el dilatador de madera. Ha comido desnuda, con él puesto y la vista baja. Ingrid la miraba y nos miraba a todos sin entender bien qué pasaba.

Después de comer les he dicho:

-No quiero que se toque ella ni que se corra. Vosotras podéis tocarla, chuparla o lo que queráis, pero si alguna la hace correrse, la azotaré hasta dejarla sin piel. A no ser que quieran marcharse, en cuyo caso deberéis mantener la orden hasta que se vayan, sin impedírselo.

Después me he ido a realizar los trabajos del rancho que tenía pendientes.

Cuando he vuelto, ya había anochecido. Lo primero que he observado ha sido que el vehículo no había sido movido.

Al entrar en la casa, lo primero que he notado ha sido el fuerte olor a sexo, que ni siquiera el de la cena podía disimular. Me he acercado a Felicia, acariciando sus pechos y presionando sus pezones entre mis dedos.

-¿Y qué tal ha pasado la tarde mi putita?

-Señor, no puedo más. Necesito correrme.

-No te preocupes, que todo llegará. Primero cenar, luego disfrutar. Y mis mujeres ¿qué tal están?

-Estamos todas muy excitadas, amo. –Ha dicho Sara. –Estar toda la tarde excitándola a ella nos ha excitado también a nosotras.

Después de la cena y recogerlo todo, he mandado sentar a Felicia en el borde de la mesa y acostarse sobre ella. Le he dicho a Melinda que se colocase encima de ella para comerse el coño mutuamente y Sara y Pauline que le levantaran una pierna cada una, manteniéndola en alto mientras le acariciaban los pechos.

-Señor. ¿Puedo participar yo? –Ha dicho Ingrid.

-Si lo deseas, claro que si.

-Pero, por favor, señor, no me penetre. Soy virgen y quiero llegar así a mi matrimonio.

-¿De culo también?

-Si, señor.

-Está bien. Sustituye a Melinda y tu Melinda ve comiéndoles el coño a Sara y Pauline.

Una vez colocadas todas le he dicho a Ingrid.

-Dale solamente pequeños toques con la lengua en el coño. Evita el clítoris y le metes un par de dedos de vez en cuando.

Las he dejado unos minutos para que se fuesen excitando, mientras me untaba la polla con manteca, le he quitado el tapón del culo y se la he ido metiendo poco a poco. La he oído gemir, a pesar de tener ocupada la boca con su doncella.

-MMMMMMMMM

Cuando he empezado a moverme, ha empezado a gritar de gusto y he visto que se iba a correr de un momento a otro. He mandado a Ingrid que se retirara y pasase a comerle el coño a Pauline, para que Melinda se lo hiciera a Sara.

Yo he seguido con mis movimientos.

Entraba hasta el fondo

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH.

-Y se la sacaba y presionaba con mi dedo en su clítoris.

-MMMMMMMMMMMMMMMMM

Volvía a entrar

-AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH.

Y salir.

-MMMMMMMMMMMMMMMMM

Después de un buen rato con este juego he ido acelerando mis movimientos, ha empezado a pedirme más.

-Siiiii. Más fuerte. Siiii. Maaasss.

Yo, que también estaba apunto, le he hecho caso y he empezado a darle duro, mientras le metía dos dedos en su coño y frotaba el clítoris con el pulgar.

-AAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGG. SIIII. ME CORROOOOO.

Su orgasmo ha sido tan fuerte que se ha orinado y lo ha puesto todo perdido. Yo he descargado todo en su recto y me he ido a bañarme, después de decirles que limpiasen todo al terminar.

Mientras escribo esto, sentado en mi cama, las cinco mujeres siguen con su entretenimiento.

———————————–

Hoy se han marchado Felicia e Ingrid, después de tres días con nosotros. Espero que no fuera ninguna de ellas la novia, porque llegan dos días tarde. No hemos dejado de darles follarla y darles placer a ambas durante este tiempo.

Antes de irse, Ingrid ha querido probar lo que se siente cuando se la meten por el culo y le hemos dado una sesión similar a la de Felicia.

Se han ido tan agotadas que hemos tenido que ayudarlas a subir a su vehículo

————————————-

Hoy ha llegado mi hijo Richard, dice que ha aprendido mucho sobre motores y automóviles, que es como llaman a esos cacharros ruidosos.

También han llegado dos cartas, una de la empresa de combustibles, avisando de que van a empezar la instalación en los próximos días y la otra de mi hija Hanna, anunciándonos que se casa con un muchacho que es senador y que quiere que vayamos para la petición de mano y la boda.

Hemos decidido ir Melinda, Pauline y yo, quedando al cargo de todo Richard y Sara. Creo que será cosa de un mes.

————————————-

Ya hemos vuelto de la boda de mi hija, no hemos reparado en gastos. Estaba preciosa, tan bonita que todo el mundo se ha quedado embobado. Al final, han sido tres meses, entre el tiempo que hemos estado con ella y con Robert. Las ciudades son lugares horribles para vivir. Mañana saldré a dar una vuelta a caballo por el campo para recuperar mi tranquilidad.

Lo primero que hemos hecho nada más llegar ha sido ir los cinco a la habitación para follar y ser folladas por todos los agujeros. En la ciudad no hemos podido hacer casi nada al tener que guardar las apariencias. Las mujeres en una habitación y yo en otra.

Al entrar, Sara me ha echado los brazos al cuello y nos hemos besado con pasión. La he abrazado contra mi cuerpo que ha reaccionado al sentirla con una erección instantánea.

Al sentirla, me ha sacado la camisa mientras tiraba de mí hacia la cama, soltándome solamente para sacarse su vestido y quedar desnuda. Yo he terminado de desnudarme y hemos caído sobre la cama besándonos, con mi polla pegada a su coño.

Las demás, al vernos, nos han seguido a la carrera desnudándose por el camino. Richard, que entraba con las maletas, las ha dejado en la puerta y nos ha seguido a toda prisa.

Sara ha empezado a mover su cuerpo para rozar su coño contra mi polla. Yo le acariciaba un pecho mientras la dejaba hacer sin parar de besarnos.

Cuando he notado mis huevos mojados, he empezado a ser yo el que frotara mi polla contra su coño.

-MMMMMMMMMMMM. –Ha empezado a gemir.

-¿Tienes ganas? –Le he preguntado, sabedor de que eran muchas.

-Oh. Siii. Penétrame ya, por favor.

Yo se la he metido y le he dado unos vaivenes para mojarla bien.

-Siiii. ¡Qué gusto!

He cogido una de las almohadas y se la he metido bajo los riñones para levantar su culo, se la he sacado del coño y directamente se la he metido poco a poco por el culo.

-AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH.- -Ha gritado, mezcla de dolor y placer.

He visto que al lado estaba Richard boca arriba sobre la cama, con Melinda empalada y Pauline con una pierna a cada lado de su cabeza y el coño en su boca. Ambas gimiendo de placer.

-MMMMMMMMMM. ¡Cómo me llena! – Melinda.

-Siiiiii MMMMMMM. ¡Qué lengua! –Pauline.

Yo he empezado a moverme, sujetándola con dos dedos en su coño y el pulgar en el clítoris.

-MMMMMMMMMM. ¡Gracias amo!

-Siiiiiiiiiiiiiiii. ¡No se detenga, amo!

-OOOOOOOOOHHHH. ¡Qué gusto, amo!

He visto cómo Melinda empezaba a botar más deprisa.

-Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah.

-Siiiiiiiiiiiiiiii. Me corroooooo. Ah, ah, ah, ah.

Se ha tumbado al lado y Pauline ha aprovechado para moverse y clavarse ella en la polla.

Los gritos de Melinda han debido provocar el orgasmo de Sara, porque ha su orgasmo ha sido casi simultáneo.

-Amo, me corroooo. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHhhhhhh.

Yo no he parado y tampoco a ella le ha bajado la calentura, gimiendo sin parar y pidiendo más.

Cuando ha tenido su segundo orgasmo yo ya no podía más y me he corrido en su culo.

Richard también se ha corrido, seguida por Pauline.

Aún hemos estado un buen rato, intercambiando parejas y posiciones, hasta que cerca del anochecer lo hemos dejado para comer algo, ya que hemos llegado antes de la comida y no hemos probado bocado en todo el día.

—————————-

Hoy me siento un poco mejor y me atrevo a escribir algo. Hace unos días, después de venir de viaje, salí a dar una vuelta con el caballo. Una serpiente lo asustó en un sendero estrecho y caímos por un terraplén, quedando con el animal encima de mí.

Debo llevar la columna rota y varias costillas. Toso sangre y se que debo llevar algún pulmón perforado. Creo que me queda poco de vida.

He pedido a mis mujeres y Richard que follen a mi lado para verlos. Sara está chupando y meneando mi polla. ¡Ilusa! Le he dicho un montón de veces que no siento nada, pero ella no ceja en el empeño.

A mi lado, los culos y coños de Pauline y Melinda, puestas a cuatro patas, totalmente mojados y abiertos, deleitan mi vista. La enorme polla de Richard entra y sale del coño de Melinda en este momento, aunque cambia cada poco rato.

Me siento peor.

¿Quién me iba a decir a mi que terminaría mi vida como la empecé? De voyeur.

No me apena morir. He vivido mucho y muy intensamente. Solamente lo siento por los que quedan aquí. No quiero que sufran por mi.

Le he dicho a Sara, una ez más, qu-

Gracias a todos por sus valoraciones y comentarios. Si prefieren en privado amorboso@hotmail.com

Relato erótico: “La suegra de mi hijo me entregó su culo” (POR GOLFO)

$
0
0
Reconozco que la primera vez que vi a esa señora no me llamó la atención. Para entonces y recién divorciado, mis intereses iban por alguien más joven. A raíz que mi mujer me dejara por un antiguo novio, llevaba la vida de soltero maduro y era rara la semana que no conseguía levantar a una treintañera en busca de pareja.
Quizás por eso no me fijé en la suegra de mi hijo. Cuando me la presentó pocos días antes de la boda, Helga me pareció la típica noruega de cincuenta años. Con su metro ochenta era demasiado alta para mí y a pesar de tener un buen par de pechos, solo le eché un par de miradas. Todavía recuerdo que pensé al ver su tamaño:
« ¡Menuda yegua!».
Aunque era el prototipo de nórdica, rubia con ojos azules, nada en ella me atrajo y más cuando mi chaval me comentó que se había quedado viuda hacía diez años y que desde entonces no había tenido pareja alguna. Hoy sé que me equivoqué al juzgar precipitadamente a esa mujer y que me dejé llevar por su apariencia sin valorar que detrás de esa envergadura se escondía una dama divertida y coqueta.
No enmendé mi error hasta que con la excusa de celebrar su segundo aniversario, José y Britta nos invitaron a los dos a pasar el verano con ellos en el chalet que habían alquilado en Haugenes, un pequeño pueblo de Noruega. También os reconozco que en un primer momento, el pasar mi mes de vacaciones enterrado en mitad de un fiordo no me atraía para nada, sobretodo porque temía el frio clima de esas tierras. Fue mi hijo el que me convenció al comentarme que la temperatura iba rondar los veinticinco grados.
Por eso el primero de agosto me vi cogiendo un avión hacia ese remoto lugar sin prever que, durante mi estancia allí, mi vida daría un giro de ciento ochenta grados…
Mi húmeda llegada a Haugenes
El día que llegué a esa aldea de pescadores estaba lloviendo. Sin ser una lluvia torrencial, fue lo suficiente para que me empapara esperando al taxi que me llevaría hasta la casa donde iba a pasar ese mes.
«¡Mierda de clima!», en silencio maldije al sentir ateridos hasta el último de mis huesos.
Para colmo el puñetero taxista, al ver que me estaba muriendo de frio, se rio de mí preguntándome en inglés qué narices hacía allí cuando me podía estar tostando en cualquier playa del litoral español.
-El imbécil- contesté de muy mala leche.
Al llegar a mi destino y aunque era un paraje de ensueño, mi cabreo se incrementó hasta niveles insoportables al comprobar que ese chalet con su embarcadero estaba alejado de la civilización.
«¿Dónde me he metido?», pensé mirando  el espectacular fiordo donde estaba construido, «¡no hay nada más que montañas y agua!
Con un mosqueo evidente, pregunté al conductor donde podía tomarme una copa. La respuesta del sujeto no pudo ser más esclarecedora, soltando una carcajada me soltó:
-El bar más cercano  está en el pueblo, a cinco kilómetros.
Mi cara debió de ser un poema.  Ya estaba meditando seriamente dar la vuelta y volver a mi amada España, cuando mi chaval y su mujer salieron a darme la bienvenida.
«Aguantaré un par de días y luego buscaré cualquier excusa para huir de aquí», decidí mientras los saludaba con una alegría que no sentía y mentalmente me cagaba en sus muertos.
Tras los saludos iniciales entré con ellos en la casa, si es que se puede llamar así a esa cabaña de madera. Aun teniendo tres habitaciones, su pequeño tamaño me pareció minúsculo sobre todo si como en teoría iba a compartirlo con otras tres personas.
«Voy a terminar hasta los cojones de ellos», me dije al observar  que los elementos comunes se limitaban a un salón de poco más quince metros cuadrados.
Acostumbrado a mi piso de soltero, comprendí que esa “choza” me resultaría una ratonera a los pocos días. Afortunadamente al entrar en la que iba a ser mi habitación, comprobé que al menos la cama era grande y que tenía un baño para uso exclusivo mío.
«Menos mal», refunfuñé al deshacer mi maleta, «hubiese sido horrible el encontrarme las bragas usadas de la elefanta».
Fue entonces cuando me percaté que no había visto a la suegra de mi hijo. Por eso cuando salí y me encontré con mi nuera cocinando, pregunté dónde estaba su madre:
-Ha salido a pescar y todavía no ha vuelto- Britta respondió tranquilamente.
-¿Pero si está lloviendo?- alucinado contesté.
La chavala riendo me comentó que su vieja estaba habituada a salir con el barco en mitad de las tormentas y que esa llovizna no era nada para ella. Parafraseando a Obelix, pensé: « ¡Están locos estos noruegos!». En mi mentalidad mediterránea me parecía absurdo salir de casa un día como ese. Con ese clima yo no saldría ni a la esquina sino mediara una urgencia.
Hundido en la miseria y sin nada qué hacer, sacando un libro, me senté en el sofá a leer mientras mi nuera terminaba la cena. No llevaba ni diez minutos enfrascado en la lectura cuando el ruido de la puerta abriéndose me hizo levantar la mirada. Era Helga que llegaba enfundada en el típico traje de hule amarillo que usan los pescadores y que tantas veces había visto en los reportajes del National Geografic pero nunca me había puesto.
«Ya llegó el cachalote», rumié en silencio mientras me levantaba a saludar.
La mujer al verme, se acercó a mí y sin importarle el hecho que estaba  empapada, me abrazó efusivamente. Al hacerlo sentí sus pechos presionando el mío y por primera vez supe que esa giganta era una mujer.  Ella con las botas que llevaba puestas y yo con mi metro setenta y seis, me sentí ridículamente enano al percatarme que mis ojos quedaban a la altura de su boca.
«¡Es enorme!», exclamé en silencio mientras intentaba recuperar el resuello, «¡Y sus tetas todavía más!
Helga, o no se dio cuenta de mi cara de asombro, o quiso evitarme el sonrojo de darse por aludida y dirigiéndose a su hija, le dio una bolsa con lo que había pescado durante el día. Tras lo cual, se marchó a su habitación a cambiarse.
A los pocos minutos, escuché el ruido de la ducha y curiosamente me pregunté cómo estaría esa mujer en pelotas. Mi imaginación me jugó una mala pasada al visualizar a la noruega enjabonando esas dos ubres, ya que producto de esa imagen en mi cerebro entre mis piernas sentí a mi pene creciendo sin control. Asustado por que mi nuera se diese cuenta, volví a mi sofá esperando que la lectura terminara de espantar el recuerdo de su madre desnuda.
Media hora más tarde, ya estaba tranquilo cuando de pronto vi a Helga saliendo de su cuarto enfundada en un traje de terciopelo negro muy corto. Hasta ese momento, siempre había pensado que mi consuegra debía de tener dos gruesas moles, en vez de las dos maravillosas piernas que gracias a la poca tela de ese vestido estaba admirando.  Babeando descaradamente, me quedé absorto contemplando a la madre de mi nuera mientras ella charlaba en noruego con su hija.
Fue mi propio chaval quien me devolvió a la realidad cuando en voz baja me soltó:
-Papá, ¿le estás mirando el culo a mi suegra?
Al girarme hacia él, descubrí que José estaba descojonado y que lejos de cabrearle el asunto, le hacía gracia. Al saberme descubierto, mi rostro se tornó colorado y buscando una excusa, dije:
-Estaba intentando entender su idioma pero es totalmente inteligible.
Por supuesto, mi hijo no me creyó y recreándose en mi vergüenza, me soltó:
-Helga no es tu tipo. Es toda una señora y no una zorrita con las que andas.
Que José me diera clases de moral, me cabreó pero sabiendo que tenía razón y que todas mis amiguitas eran bastante casquivanas, preferí como dicen en Madrid “hacer mutis por el foro” y no contestar.
Mientras esto ocurría, mi nuera había sacado una botella de aquavit y unos arenques escabechados como aperitivo. No habiendo probado nunca esa bebida, tomé precauciones antes de apurar mi copa y dándole un sorbo, comprobé que era fuerte y que su sabor no me desagradaba.
-Está bueno- comenté mientras alzaba mi vaso y brindaba con Helga.
-Skal- sonriendo contestó la nórdica bebiéndoselo de un trago.
Al imitarla, los cuarenta grados de alcohol de ese mejunje abrasaron mi garganta.
«Coño, ¡Está fuerte!», mentalmente protesté mientras veía que esa cincuentona volvía a rellenar nuestras copas.
No me quedó duda que esa mujer estaba más que habituada al aquavit cuando en español con un fuerte acento brindó por el joven matrimonio para acto seguido volver a vaciar su copa.
«A este paso me voy a emborrachar», sentencié mientras observaba de reojo los enormes pechos que el escote de su vestido dejaba entrever.
Producto del alcohol el ambiente se fue relajando y  por eso al sentarnos a cenar, las risas y las bromas eran constantes. La gran mayoría aludían a las diferencias culturales entre España y Noruega, y mientras las dos mujeres se metían con el estereotipo del latino desorganizado, nosotros bromeábamos con el carácter frio y cuadriculado de los habitantes de ese país.
En un momento dado,  Britta, queriéndose defenderse de una burrada que había soltado su marido, dijo muerta de risa:
-Es falso que las noruegas seamos frígidas. Piensa que en invierno, con el frio que hace, nos pasamos seis meses sin salir de la cama.
Fue entonces cuando interviniendo a favor de su hija, Helga comentó:
-Ningún hombre que ha probado mis besos se ha quejado.
Sin darme cuenta de lo duro que sonaría al ser viuda, respondí:
-Con las tetas que calzas, ¡han muerto de sobredosis!
Durante unos instantes, se hizo el silencio en la habitación hasta que, soltando una carcajada, mi consuegra  me rellenó por enésima vez la copa y demostrando que no se había ofendido por mi comentario, contestó mientras adornaba sus palabras agarrándose los pechos:
-Aunque según dicen tienes una vasta experiencia, no te aconsejo probarlos, llevo tanto tiempo sin que nadie lo haya intentado que podría dejarte agotado.
La barbaridad de su comentario hizo que su hija la reprendiera diciendo que se comportara, pero entonces su madre se defendió diciendo:
-Él ha empezado.
Mediando entre las dos, comenté:
-Helga tiene razón. No debía haberlo dicho.
La cincuentona me miró con una sonrisa en los labios y cambiando de tema, preguntó a José que tenían pensado para nosotros al día siguiente. Mi chaval se disculpó diciendo que iban a visitar a un amigo y que por lo tanto, íbamos a quedarnos solos Helga y yo. Curiosamente, mi consuegra se tomó con alegría esa circunstancia y como si fuéramos amigos de toda la vida, me preguntó si quería acompañarla a la playa.
-Por supuesto que iré – comenté – ¡siempre que Dios y el clima nos lo permitan!…
Con Helga en la playa.
Al día siguiente me levanté cansado debido a que mi hijo y su flamante esposa no cayendo en que estábamos en una cabaña, se pasaron toda la noche haciendo el amor y por sus gritos supe que mi nuera había disfrutado aunque a mí no me dejaron dormir. Por eso cuando vi entrar a Helga sonriendo en la cocina mientras desayunaba, me extrañó verla tan descansada porque si a mí me habían despertado las voces de su hija, a ella que su habitación estaba pegada a la de los muchachos debió de resultarle  insoportable.
Si estaba enfadada no lo demostró. Es más, comportándose con una energía desbocada, me contó que la playa que íbamos a ir estaba a dos kilómetros de la casa y que había que ir allí en bicicleta. Al quejarme, Helga se destornilló de risa al oír mis lamentos y acercándose a mí, me pasó una taza con café mientras me decía que el ejercicio era bueno para mantenerse joven.
En ese momento al tenerla tan cerca pude admirar el profundo canalillo que se formaba entre sus tetas, por eso el único deporte en que mi mente podía pensar era el de sumergirme entre sus pechos. La cincuentona se debió de percatar de cómo la miraba porque vi crecer entusiasmado sus pezones.
-Voy a cambiarme- comentó totalmente colorada  dejándome solo en la cocina.
«¡Menos mal que se fue!», sentencié agradecido al notar que bajo mi bragueta mi apetito crecía sin control, « esa nórdica me pone bruto».
Como yo ya iba vestido para la playa, terminé de desayunar tranquilamente mientras trataba de alejar de mi mente la imagen de esa madura de grandes tetas desnuda poniéndose el traje de baño.
«Debe de estar estupenda en bikini», pensé dejando en el olvido que esa mujer era más alta que yo.
Cuando al cabo de cinco minutos, Helga apareció sonriendo y luciendo un escueto conjunto morado, creí estar contemplando una diosa mitológica.
-¡Estás impresionante!- exclamé casi gritando al verificar que me había quedado corto y que en carne y hueso, esa mujer era todavía mas atractiva.
Dotada de un culo grande y sin apenas celulitis, mi consuegra parecía sacada de un cuadro vikingo y solo le faltaba un hacha en la mano para representar con realismo la imagen que tenemos todos de una guerrera escandinava.
Muerta de vergüenza pero alagada a la vez, bajó la mirada mientras me daba las gracias por las lisonjas que salían de mi boca. Su timidez me permitió recorrer su cuerpo con la mirada. De esa forma, verifiqué que ella, al sentir la caricia de mis ojos acariciando sus muslos, se ponía más nerviosa y que involuntariamente dos pequeños montículos crecían bajo la parte de arriba de su bikini. Al comprender que me estaba pasando y que de enfadarse conmigo podía tener problemas con mi hijo, dejé de examinarla y pregunté si nos íbamos a la playa.
Todavía con el rubor coloreando su rostro, la cincuentona agarró el bolso con sus cosas y señalando una de las bicis, me dijo que la cogiera. Os confieso que obedecí como un zombie porque en ese instante al subirse en la suya, me imaginé que era mi pene en vez del sillín el que se acomodaba entre sus nalgas.
«¡Quién se la follara!», rumié entre dientes al saber que era algo prohibido al ser la madre de mi nuera y nuevamente intenté olvidarme de ella.
Desgraciadamente, al pedalear, el vaivén de sus pechos lo hicieron imposible y lo que debía de ser un tranquilo paseo hasta la playa se convirtió en un infierno. No pude dejar de observarla aunque ello supuso que al bajarme de la bici, bajo mi traje de baño, luciera una tremenda erección que no le pasó inadvertida.
«¡Joder! ¡Parezco un crío!», me quejé en silencio, abochornado por la falta de sensatez que estaba demostrando.
A la noruega, o no le molestó comprobar el efecto que ella causaba en mí, o lo que es más seguro su timidez le impidió comentar nada. Lo cierto es que abriendo el camino, me guio a través de un prado hasta una coqueta cala. Os juro que no me esperaba encontrarme en ese recóndito y frio lugar un arenal blanco, al que las montañas cercanas protegían del viento creando un entorno casi paradisiaco y borrando de mi mente momentáneamente a mi consuegra, con la boca abierta me puse a admirar el paisaje.
-¿Es precioso verdad?- Helga comentó mientras me imitaba.
El verde casi fosforito de la hierba que llegaba hasta el borde de la playa, el blanco de la arena y el azul de esas aguas cristalinas dotaban a ese paisaje de una belleza sin igual.
-Sí que lo es- respondí y señalando una poza en un extremo de esa playa sin darme cuenta que había pasado mi brazo por la cintura de esa mujer, dije en plan de broma: -Seguro que ahí, el agua estará más caliente: ¡puede que hasta me bañe!
A Helga se le iluminó su cara al escuchar mi broma y cogiéndome de la mano, corrió hasta la orilla para una vez allí salpicarme con el pie mientras me decía:
-Está buena, lo que pasa es que eres un friolero.
Muerto de risa, la abracé para evitar que siguiera mojándome con esa gélida agua con tal mala suerte que trastabilló y caímos sobre la arena. El contacto de su piel contra mi pecho fue el acicate que necesitaba para besarla aprovechando que la tenía totalmente pegada. La cincuentona al sentir quizás por primera vez en años una lengua forzando sus labios, respondió con pasión y dejó que esta jugara con la suya mientras presionaba mi entrepierna con su sexo.
La pasión que demostró me permitió incrementar el ardor con el que la besaba y llevar una de mis manos hasta su pecho. Helga al sentir la caricia de mis dedos sobre la parte de arriba de su bikini, gimió de placer. Si ya había dejado clara su calentura, cuando retirando la tela toqueteé con mis yemas su pezón berreó como una cierva en celo.
Todavía sin saber dónde me metía, usé mi lengua para deslizándome por su cuello irme aproximando hasta su pecho. La noruega, al experimentar esa húmeda caricia, clavó sus uñas en mi trasero denotando una excitación que creía olvidada. Su entrega azuzó mi lujuria y me puse a mamar de esas dos ubres mientras su dueña se estremecía de gozo.
-¡Me enloquece que comas de mis tetas!- aulló como loca mientras se despojaba de su bikini y ponía la otra en mi boca.
Al comprobar que sin el sostén del sujetador seguían firmes, me volví loco y alternando de un seno al otro, mordisqueé sus pezones sin parar. Mi consuegra al sentir la presión de mis dientes sobre sus erectos botones, pegó un chillido y llevando sus manos a mi pantalón, me trató de desnudar.
La urgencia de esa rubia me demostró que en su interior existía una mujer ardiente que las circunstancias de la vida no habían dejado aflorar y por ello tras ayudar a despojarme de mi traje de baño, hice lo propio con la braguita de su bikini.
Durante unos segundos me quedé embelesado mirando a mi consuegra desnuda. No fue hasta que fijé mi mirada en su sexo, cuando descubrí que al contrario de las mujeres de su edad Helga llevaba su pubis totalmente depilado.
-¡Que belleza!- exclamé pero como estaba lanzado no pude evitar recorrer con mi mano su entrepierna.
Os juro que no sé qué me resultó más excitante, si oír su gemido o descubrir que tenía su coño empapado.
-No seas malo, llevo mucho tiempo sin que un hombre me toque-  protestó con los ojos inyectados de lujuria.
Sabiendo que no había marcha atrás,  mis dedos se apoderaron de su clítoris y recreándome con una caricia circular sobre ese botón, observé a Helga apretando sus mandíbulas para no gritar. Totalmente indefensa, sufrió en silencio la tortura de su botón mientras observaba de reojo mi pene totalmente tieso. Por mi parte, estaba alucinado de mi valentía al estar masturbando a la madre de mi nuera pero al comprobar que poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo, no paré hasta que mis oídos escucharon su brutal orgasmo.
-¡Eres un cabrón!- me dijo con una sonrisa al recuperar el resuello y arrodillándose frente a mí, me soltó al tiempo que sus manos agarraban mi pene: -Ahora, ¡me toca a mí!
Aunque parezca raro, esa viuda no se lo pensó dos veces al tener mi pene entre sus dedos y sin esperar mi permiso, se lo introdujo  en la boca. Os juro que creí morir al comprobar que no se le había olvidado como se mama y esperanzado pensé que al final ese verano en esas gélidas tierras no sería tan mala idea al acreditar que era tanta su necesidad que esa rubia no iba a parar hasta que recuperara los años perdidos. Ajena a lo que estaba pasando por mi cabeza, Helga me demostró su maestría,  cogiendo entre sus yemas mis testículos e imprimiendo un suave masaje mientras su lengua recorría los pliegues de mi glande.
-¡Cèst magnifique!- exclamó en francés al comprobar la longitud que había alcanzado mi verga y abriendo sus labios, la fue devorando lentamente hasta que acomodó toda mi extensión en su garganta.
El elogio me supo doblemente dulce porque en ese instante y usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó a meter y a sacar mi polla de su interior con un ritmo endiablado. Deslumbrado por su mamada todo mi ser reaccionó incrementando la presión sobre mis genitales. Estos explotaron en continuas explosiones  de placer mientras mi consuegra, arrodillada sobre la arena, no  dejaba que se desperdiciara nada y golosamente fue tragándose mi semen a la par que mi pene lo expulsaba.
Acababa de ordeñarme cuando las risas de unos críos nos avisó de su llegada. Muertos de risa, apresuradamente nos vestimos para que no nos pillaran en pelotas. Una vez vestida, me dijo sonriendo antes de salir corriendo hacia las bicis:
-¡Volvamos a casa! ¡El primero se ducha primero!
Al ver esas dos tetonas rebotando mientras trotaba de salida, reavivó mi deseo y aunque traté de alcanzarla antes que cogiera la suya al llegar donde las habíamos dejado, Helga ya pedaleaba de vuelta. Montándome en la bicicleta, salí tras ella pero nuevamente el mejor estado físico de esa cincuentona provocó que ella entrara primero a la cabaña.
Medio minuto después y con la lengua fuera, llegué a la casa. Una vez allí, dejé tirado el rudimentario vehículo en el porche y me senté a recuperar el aliento, mientras me decía que tenía que dejar de fumar.
«Estoy hecho una pena».
Ya descansado, pasé dentro y el ruido del agua cayendo me informó que mi consuegra se estaba duchando. Con nuevo ánimos, abrí la puerta para encontrarme a esa mujer apoyada contra los azulejos mientras me miraba. Si me quedaba alguna duda que intentaba provocarme, esta desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a mientras sonreía. Era una invitación imposible de rehusar y por eso a toda prisa, me desnudé sin dejar de mirar a esa zorra.
-¡Me encantan tus tetas!- dije mientras pasaba dentro de la ducha.
Descojonada y alagada por mi exabrupto, se pellizcó los pezones diciendo:
-¿No los tengo muy caídos?
-Para nada- respondí. –Me pasaría la vida comiéndotelos.
Helga soltó una carcajada al ver que mi pene ya estaba tieso y  dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me  volvió a preguntar:
-¿Y mi culo no te gusta?
-Es maravilloso- admití babeando al observar que se separaba ambas nalgas con las manos y me regalaba con la visión de un ojete casi virginal.
Mi respuesta le agradó y tirando de mí, me metió junto a ella bajo el grifo. Al sentir su piel mojada sobre la mía, mi miembro alcanzó de golpe toda su extensión. Hecho que no le pasó desapercibido y partiéndose de risa, me soltó:
-¡Parece que te pone cachondo esta vieja!
Al escucharla me reí y mientras llevaba mis manos hasta sus pechos, contesté:
-No eres una vieja, ¡tienes mi edad! Y sí, me pones bruto pero tú también tienes los pezones duros -mientras agachaba mi cabeza y cogía al primero entre mis dientes.
Disfrutando con el tratamiento que estaban recibiendo sus pechos,  pegó un gemido de placer, cuando masajeé su otra teta mientras con la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo. Mi consuegra separó sus rodillas al sentir mi caricia cerca de su entrepiernas.  
-¡Te necesito!- exclamó con su respiración entrecortada por la excitación que la dominaba.
-Para ser casi abuela, eres un poco puta–solté riendo mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras.
-¡Y tú para ser un abuelo eres muy pervertido! – gritó ya totalmente dominada por la lujuria.
Incrementando su calentura, me arrodillé frente a ella y usando mis dedos, separé sus labios para acto seguido quedarme embobado con su inmaculado sexo mientras pasaba una de mis yemas por la raja de  su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El chillido que pegó a notar como la súbita penetración, me informó que Helga estaba disfrutando y por eso me atreví a preguntarle:
-¿Hace cuánto que no  te lo han comido?
Apoyándose en la pared, me explicó que desde que había muerto su marido nadie se había ocupado de ello.
-¿Diez años? ¡Ahora lo soluciono!– respondí mientras sacando mi lengua le daba un primer lametazo.
Viéndome arrodillado a sus pies y con mi boca en su sexo, mi consuegra aulló como loca. Al escuchar su gemido, aumenté la velocidad con la que mi dedo se estaba follando su coño mientras con mis dientes mordisqueaba su clítoris Helga al sentir la doble caricia se estremeció bajo la ducha. Sabiendo que su entrega era total, metí un segundo dedo en su interior alargando  los preparativos.
Lo que no había previsto era que mi consuegra, buscando aliviar la calentura que la consumía,  pegara su sexo a mi cara mientras movía rítmicamente sus caderas restregándome su sexo por la cara. Satisfecho, sacando la lengua le pegué un segundo lametazo.
-¡Cómelo ya!, ¡Lo estoy deseando!
Muerto de risa, la chantajeé diciendo:
-Te lo como ya, si luego me dejas follarte.
Me respondió separando sus rodillas. Siguiendo el plan previsto, la penetré añadiendo otro dedo. La rubia en vez de quejarse, no paró de sacudir las caderas restregando su sexo contra mi boca. Su cuerpo tiritando de placer me permitió meter el  cuarto.
-¡Me duele pero me gusta!- berreó la mujer al experimentar que tantos dedos forzaban su entrada.
Mi lado perverso me indujo a mordisquear el botón que escondía entre sus pliegues con tanta fuerza que la noruega mientras daba un tuvo que apoyarse contra los azulejos al notar que estaba perdiendo fuerza en sus piernas.
-¡No pares! ¡Sígue comiendo! – aulló al tiempo que con sus manos presionaba mi cabeza contra su coño.
Alternando penetraciones con lametazos, hice que la rubia alcanzara una excitación desconocida. Al comprender que estaba a punto de correrse, seguí sacando y metiendo mis dedos cada vez más rápido.
-¡Dios! ¡Me corro!– aulló casi llorando de placer gimoteó mientras la seguía masturbando.
Ya que hacía tantos años que no se lo comían, decidí que era hora que  esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño y por eso,  continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe pero en ese instante, rocé su ojete con una de mis yemas.
-¡Ese es mi culo!- protestó pero contra toda lógica, llevó su mano a la mía y me obligó a seguir acariciando su esfínter mientras mi boca se llenaba con su flujo.
Su orgasmo fue brutal y con su flujo por mis mejillas, usé mi lengua para beber del riachuelo en que se convirtió su chocho, al tiempo que relajaba los músculos  de su entrada trasera. Helga, con un dedo ya dentro de su culo, convulsionó en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos.
Tras su clímax, se dejó caer  sobre el plato de la ducha y sonriendo, me soltó:
-¡Nunca nadie me había nadie comido mientras me metía un dedo por el ojete!
-¿Te ha gustado?- pregunté tanteando el terreno.
La suegra de mi chaval agachando su cabeza avergonzada contestó que sí, momento que aproveché para darle la vuelta y separando sus dos cachetes, volver a juguetear con una de mis yemas en su entrada trasera:
-¡Tienes un culo precioso!- susurré en su oído mientras hurgaba sensualmente con mi dedo su interior: -¿Te gustaría que te lo rompiera?
Al oír su suspiro, comprendí que mi fantasía era compartida por esa cincuentona y por eso relajando poco a poco su ano, decidí usar toda mi experiencia para hacerla realidad. Para entonces la noruega estaba cachonda de nuevo y sin poder soportar la excitación que le nacía de dentro, me rogó que la tomara. Dudé unos instantes porque también me apetecía follarla al modo tradicional y mientras decidía qué hacer,  seguí masajeando su esfínter mientras con la otra mano le empezaba a frotar su clítoris.
-¡Me vuelves loca! – chilló mordiéndose los labios y sin dejar de su culo contra mi dedo.
Aunque estaba ya bruta, comprendí  que debía de relajarlo antes de dar otro paso, pero entonces Helga comportándose como una perra en celo, lanzó su mano hacia atrás y cogiendo mi pene, intentó ensartarse con él.  Al percatarme de sus prisas, le solté un sonoro azote mientras le decía;
 -Tranquila, putilla mía. No quiero destrozarte el ojete.
Mi consuegra gimió descompuesta al sentir mi dura caricia y poniendo cara de puta, me rogó que le diera otra nalgada.  Sorprendido por su pedido, en un principio hice oídos sordos a us petición y seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado. Fue entonces cuando Helga presionando sus nalgas contra mi pene, me mostró su aprobación. Como no deseaba provocarle más daño del necesario, introduje suavemente la cabeza de mi miembro en su interior. Ella al sentir mi glande forzando su entrada trasera, no hizo ningún intento de separarse y esperó pacientemente a que se diluyera su dolor para con un breve movimiento de sus caderas, írselo introduciendo lentamente en su interior. La pausada forma en que se fue empalando, me hizo disfrutar de cómo mi extensión iba constriñendo los pliegues de su ano al hacerlo. Curiosamente, ese castigo azuzó su lujuria  y echándose hacia atrás, consiguió embutírselo por completo.
-¡Duele!- gritó pero, pasados unos segundos,  retomó con mayor frenesí el zarandeo de sus caderas.
El compás  parsimonioso que marcó permitió que mi sexo deambulara libremente por el interior de sus intestinos mientras esa rubia me rogaba una y otra vez que la poseyera. Obedeciendo sus deseos, me agarré de  sus pechos e incrementando el ritmo con el que tomaba posesión de su culo, cabalgué sobre mi consuegra usado mi pene como ariete. Helga, con lujuria en sus ojos, gimió su placer mientras me pedía la follara sin contemplaciones.
Me parecía imposible que esa mujer, que parecía tan dulce y recatada, se estuviera comportando como una zorra. Su calentura era tal que a voz en grito me repitió que necesitaba ser usada.  Su confidencia extinguió todas mis dudas y forzando su culo al máximo, decidí recrearme ferozmente en la entrada trasera de esa mujer y mientras ella no paraba de berrear,  usé, gocé y exploté su ojete con largas y profundas cuchilladas. La noruega, absolutamente poseída por una olvidada pasión,  se apoyó en los azulejos de la ducha y gritando, me imploró que siguiera machacando su esfínter con mi polla.
-Me corro- escuché que decía al usar sus pechos como apoyo para incrementar el ritmo de mi follada.
Aullando como una loba a la que le está montando su macho, Helga me reclamó que siguiera porque todavía no estaba satisfecha. Deseando complacerla, comprendí que podía dejar atrás todas mis precauciones y usarla de un modo más salvaje. Por eso descargando un mandoble sobre una de sus nalgas, solté una carcajada y mordiéndole la oreja, le solté:
-¡Puta! ¡Mueve el culo y demuéstrame lo zorras que son las noruegas!
Al oir Merceditas a su vecino reclamándole su poca pasión, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de gemir con  cada penetración con la que forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cara a la pared, hasta que aprisionada tuvo que soportar que el frio de las baldosas contra la su piel de sus mejillas mientras se derretía por el duro trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Puta! ¿Primero me provocas y ahora me pides que pare? ¡No pienso hacerlo!
Azuzada por mi orden y no queriendo dejar en mal lugar a sus compatriotas, mi consuegra se abrió los cachetes con sus manos y me dijo gritando:
-¡Rómpele el culo a tu guarra!
En ese instante, era tal la cantidad de flujo que brotaba de entre sus piernas que con cada cuchillada sobre sus grandes nalgas, este salpicaba  mis piernas y aromatizaba con su olor a hembra excitada el ambiente
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- ladró mientras chillaba de placer.
La excitación que llevaba acumulando durante el día provocó que no pudiese aguantar mas sin descargar mi simiente y por ello cogiéndola de los hombros, profundicé mi ataque mientras castigaba sus cuartos traseros con mi polla. No tardé en correrme esparciendo mi semilla en el interior de sus intestinos y Helga al notar como rellenaba su conducto con mi semen, convirtió su culo en una ordeñadora y moviéndolo con desenfreno buscó sacar hasta la última gota depositada en mis testículos. Satisfecho y exhausto, cuando sentí que mi verga iba ya perdiendo fuelle, di la vuelta a esa mujer y la besé.
Mi beso fue el de un amante agradecido pero el de Helga al responder lo fue aún más y con una ternura brutal, dejó que mi lengua jugueteara con la suya hasta que con una sonrisa en sus labios, me preguntó:
-¿Qué van a decir los muchachos cuando sepan lo nuestro?
-No lo sé- respondí- pero piensa una excusa porque acabo de escuchar la puerta.
En un principio, Helga pensó que le estaba tomando el pelo pero abriendo la puerta un poco comprobó que su hija y mi chaval no solo habían llegado sino que estaban sentados en el salón esperando que saliéramos.
-¿Qué hacemos?
Estaba abochornada, sabiendo que la había escuchado gritar mientras la poseía, Se sentía incapaz de enfrentarse con Britta y por eso me imploró a que una vez vestido, fuera yo quien saliera del baño. Aunque tampoco era un plato de mi gusto, decidí hacerla caso y ser yo quien diera la cara.
Con ganas de fugarme a España por el corte de enfrentarme con mi nuera después de haberme follado a su madre, salí del baño. Pensaba que Britta estaría encabronada pero al verme salió corriendo a mis brazos y tras darme un beso en la mejilla, me dio las gracias. Si la actitud de ella era de por sí extraña, mas lo fue ver llegar a mi hijo y después de darme un abrazo que con una sonrisa, me dijera:
-Gracias Papá, sabía que podía confiar en ti pero tengo que reconocer que me ha sorprendido la prisa que te has dado.
Os juro que estaba tan nervioso y confundido que no comprendí sus palabras y por eso le pregunté a qué se refería. José muerto de risa me respondió:
-Mi esposa estaba preocupada por madre porque llevaba mucho tiempo sin pareja y conociéndote, le dije que bastaba con invitaros a pasar una temporada juntos para solucionar ese tema.

Cabreado por  el modo que nos habían manipulado, quise cerciorarme de sus intenciones y por eso dirigiéndome a su esposa le pregunté:
-¿Planeaste esto con mi hijo?
Muerta de risa, la chavala contestó:
-Al principio no estaba segura pero,  sabiendo que eres un buen hombre, no tenía nada que perder si probábamos.
Al evidenciar que habíamos sido unas marionetas en manos de los muchachos  me divirtió y aprovechando que Helga estaba saliendo en ese momento del baño, la agarré de la cintura y dándola un beso de tornillo en la boca, susurré en su oído:
-Todo va bien, tu hija y mi hijo nos han invitado a este viaje esperando que nos acostáramos.
-No te creo- respondió pero al ver el rubor que coloreaba las mejillas de Britta, supo que era verdad.
Entonces soltando una carcajada, la llevé rumbo a mi habitación mientras decía a la intrigante pareja:
-Espero que os hayais traído tapones para las orejas porque esta noche no os pensamos dejar dormir- y dando  un azote en el trasero a mi consuegra, le pregunté: -Cariño, ¿estás de acuerdo?
Mirando a su retoño, contestó:
-Por supuesto, vamos a enseñar a estos dos cómo con nuestra edad, ¡se puede follar sin parar!
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “MI DON: Lola- la balsa (42)” (POR SAULILLO77)

$
0
0

Se me presenta un dilema, una dicotomía más bien, por un lado podría estirar y alargar esta serie de relatos contando en detalle mi relación con Casandra, antes conocida como Lola, pero he empezado 6 veces a escribir esa historia y no me gusta, me da la sensación de volverme repetitivo, predecible y una sensación de perder magia o chispa en los relatos. La verdad es que poco puedo decir de la relación con Casandra que se salga de lo habitual como para ser mentado en estos relatos, lo que es técnicamente la relación, fue de lo más normal, así que os describo por encima lo mundano.

Habíamos pasado las Navidades de forma muy jovial y ya tenia a mi familia viviendo conmigo en el ático de lujo, dividimos las habitaciones y quise quedarme con la habitación de invitados de abajo, al estar separada del resto Casandra y yo tendríamos nuestro espacio, pero las escaleras eran un sufrimiento para mis padres, así que no me quedó otra que dejarles la de abajo a ellos, y yo quedarme con la más grande de arriba, con la cama de 3×3, mi hermana se quedó con la otra habitación, al otro lado del piso de arriba, con baño, se quedó libre la 4º, pegada a la de mi hermana, y empezamos a vivir allí como la familia que recordaba que éramos, quité todas las cámaras y micros, no las necesitaba ni me interesaba nada que me pudieran ofrecer. Era increíble lo mucho que echaba de menos a mi familia, y ellos se acostumbraron a la buena vida bastante bien, fue una gran decisión regalarles el piso, casi tan buena como ir despacio con Casandra, nos veíamos todas las tardes entre semana, después del instituto, la ayudaba con los deberes y como la casa esta vacía, ya que todos trabajaban o salían, quizá para dejarnos solos, teníamos nuestros momentos, y lo fines de semana se quedaba con nosotros, íbamos a bailar, y hacer el ganso con los amigos. Poco a poco, la confianza en ella fue aumentando y en semana santa ella y yo nos fuimos ha hacer un viaje al norte del país, se le regalé por su cumpleaños y por su mejoría en las notas, no pasaba de 6 en nada, pero al menos aprobaba casi todas, en vez de suspenderlas todas.

Fue lo que supongo que era una relación normal de noviazgo, todo lo normal que podía ser con una cabra loca como yo y una mujer tan irascible como ella, yo me mostraba demasiado abierto con todo el mundo, incluyendo mujeres, y eso a ella no le gustaba del todo, de vez en cuando se enfadaba conmigo o montaba algún pollo de celos, era incapaz de verme hablando con alguna amiga o incluso camareras o recepcionistas y no agarrarme del brazo en señal de dominio, le daba igual que estuviéramos hablando Alicia y yo sobre Teo, apartados, venia y se pegaba a mi sin participar de la conversación ni nada, me resultaba gracioso y la vez excitante, la picaba tonteando con alguna solo para enfadarla, se volvía un volcán de pasión. El sexo era bueno, sin más, siempre por el coño, no se dejaba por detrás, y no por que no me dejara intentarlo, pero era demasiado dolor, cuando lo intenté con el punta de mi enrome verga en vez de con los dedos, los cuales entraban bien, lloraba descontrolada, así que dejamos de intentarlo, no me importaba, su coño era tan prieta y cálido que era un escándalo tirársela, por delante, por detrás, en brazos o en una cama, en casa o fuera, era siempre morbo y siempre sensual, salvo los días de la regla, oh dios, que días, era mejor no verla, se le ponía un dolor agudo en los ovarios que la tenían de en estado de nervios constante, me pedía que la abrazara y luego me apartaba a empujones por que le daba calor, luego me mandaba a por chocolate y al volver ya no lo quería, y el olor de mi colonia le daba arcadas.

El tiempo fue pasando y llegó el verano, usábamos bastante la piscina de casa pero los fin de semana íbamos todos a la publica, yo ya tenia el coche que compré con Teo, mucho más adecuado a mi edad que el coche de lujo que mi padre disfrutaba, se paso 2 meses llevándonos a dar vueltas por las cercanías de Madrid solo para estar conduciendo aquella maravilla alemana. En las piscinas a las que íbamos éramos la atracción, tanto por Casandra y yo, con nuestros bellos y atractivos cuerpos, si no por que con mi familia es imposible pasar desapercibidos, y allí era yo quien se mostraba algo receloso con los chulos de playa que se abalanzaban sobre Casandra cuando la dejaba sola, o simplemente se alejaba un poco, por suerte tenia mucha más templanza que ella, y la mayoría de las veces era ella la que les dejaba a cuadros con su carácter y sus contestaciones. Terminó el instituto y se sacó el graduado ante el asombro de su propia madre, su padre no fue a la graduación, tal como prometí la pagué el curso de peluquería, no era demasiado y se lo había ganado, salimos con los de su promoción de fiesta y aquella noche me regaló 4 polvos seguidos, acabó destrozada y no pudo caminar bien en 3 días, pero con una sonrisa enorme. Nos fuimos a la playa con mis amigos 15 días y mi familia nos siguió los otros 15 de ese mes, supongo que esos 15 días que pasamos sin la familia merecerían un capitulo a aparte, con Manu y Teo, y las chicas del piso de estudiantes, las mañanas en la playa, las tardes jugando y bebiendo y las noche de fiesta en los chiringuitos de la playa, bañarnos en el mar a las 6 de la mañana totalmente desnudos, como nos alejábamos del resto Casandra y yo, haciendo el amor rodeados de la oscura noche y el mar ondulante, de cómo salió del agua antes que yo y se llevó mi ropa, teniendo que regresar a pie desnudo al piso donde veraneábamos, supongo que esperaría que me avergonzara o algo, la verdad es que iba caminando tan tranquilo con las chicas haciéndome fotos o videos con los móviles, y alguna guiri borracha, o haciéndose pasar por guiri borracha, caía en mis brazos, al llegar a casa Casandra estaba en la puerta preparada con la cámara de fotos, al ver el tumulto que me seguía de adolescentes salidas dejó la cámara y salió con un mazo de amasar pan espantando a todas. Pero serian meras anécdotas que alargarían esto sin más.

Pase miedo al acercarse la fecha de mi cumpleaños, desde los 17 no había tenido uno tranquilos, y con Casandra podría pasar de todo, pero no ocurrió nada, nada destacable, fiesta, tarta, familia y sexo animal con ella, ni antes ni durante ni pasadas 2 semanas estuve tranquilo, pero tenia 22 años y una relación formal y sólida con una belleza de mujer. Llegamos ha hacer el año juntos y lo celebramos con una fiesta con amigos de todos, Casandra había hecho nuevas amistades menos problemáticas e hicieron migas rápido con los míos, no faltó la refriega de Casandra con alguna chica, no se si era ella que era muy celosa, yo que era muy afable y guapo, o una mezcla de todo, pero me estaba cansando ya de tener que dejar la fiesta para llevármela a casa a tranquilizarla, y ya no era un volcán de pasión, si no de rabia, de sobre protección, me llamaba cada hora que estaba alejado de ella, me acompañaba al trabajo y se volvía conmigo, su curso iba bien y hasta podía descansar las horas que no estaba con ella, pero tenia que medir mis palabras, si decía que en el curro una me habían ayudado a colocar cajas era sometido a un interrogatorio peor que la SS, o si la decía que Lara o Alicia me habían llamado la siguiente vez que quedábamos terminaban a gritos, aquella pasión y lealtad me estaban hartando, y lo peor es que no me callaba, se lo decía y ella me lo reprochaba, “lo que quieres es que te deje andar con zorras por ahí” me decía, pero ya era excesivo, cuando me llamaba mi madre o mi hermana exigía ponerse al teléfono para saber que eran ellas y la tenia que entregar el móvil a menudo para que leyera los mensajes, y cualquier tontería tipo “a ver si no s vemos este finde” de alguna chica, aunque tuviera novio, desataba su ira. La verdad, me estaba planteando dejarla incluso antes de querer reconocerlo, me odiaba por que ese no era el plan, ahora seria llevarla a casa y vivir juntos, pero si ya estaba así de histérica por separado, en el mismo techo no quería ni pensarlo. Buscaba excusas para alejarla e irme solo a los sitios para no discutir, pero era casi peor, mi hermana no se mordía la lengua y discutía con ella, el colmo llegó cuando me llamó Alicia.

-ALICIA: ¿hola Raúl, como va todo?

-YO: tirando.

-ALICIA: sigues a malas con ”tu churri” – bromeaba por que así me llamaba Casandra cariñosamente.

-YO: pues algo si, pero en fin…… ¿querías algo?

-ALICIA: pues si, pero me da cosa pedírtelo….

-YO: suéltalo boba.

-ALICIA: veras, ¿sabes que andamos intentado sacarnos el carnet de conducir las chicas no?

-YO: si, ¿como os va el práctico? – en alguna de las veces que me dejaban hablar con ellas me habían dicho que estaban hartas del transporte publico y se iba a sacar los carnets y comprarse un coche entre ellas, Alicia, Naira y Lara, Mara, su hermana mayor, ya tenia carnet y coche.

-ALICIA: genial, yo ya lo tengo y estas se lo sacaran en breve……veras…andábamos practicando el teórico con las clases pero…… ¿recuerdas que te dije que Mara nos enseñaba en un descampado a conducir?

-YO: si, bueno, algo recuerdo.

-ALICIA: es que tengo el practico en 2 semanas y se le ha jodido el coche a mi hermana………- era como si su voz se endulzara acercándose a la petición.

-YO: no jodas, ¿y es grabe?

-ALICIA: no, una chorrada, pero no lo tendrá hasta después de los exámenes y………….- le daba cosa pedirlo.

-YO: quieres que os deje el mío.

-ALICIA: si, jo lo siento, no quería ser tan directa pero nos vendría muy bien, ¿te importa? Si no las digo a estas que no y punto.- lo sopesé mucho, seria hacerlas un favor y despejar mi cabeza un rato, pero seria irme con 3 mujeres a un descampado, Casandra querría ir y necesitaba alejarme de ella.

-YO: a mi no me importa hermanita, ¿cuando podéis?

-ALICIA: jajaja muchas gracias Raúl, pues estabamos dando clases por las tarde, ¿mañana te parece bien? O si no cuando puedas……..

-YO: mañana perfecto ¿os paso a recoger a las…….. ?

-ALICIA: pues sobre las 5 de la tarde, y muchas gracias, sabia que no me fallarais.- lanzó un beso sonoro por el teléfono.

-YO: ya, por eso has llamado, anda lista, mañana nos vemos – al colgar me sentí usado, no podía negarle nada y lo sabia, pero no solía pedirme nada que no necesitara realmente.

Casandra salió de la ducha y al verme con el móvil ya se puso histérica, lo cogió y miró las llamadas preguntando hoscamente.

-CASANDRA: ¿con quien hablabas?

-YO: con Alicia y las chicas, necesitan que las haga un favor….- me arrepentí enseguida de esa elección de palabras.

-CASANDRA: ya…… ¿y que coño quieren?

-YO: se le has jodido el coche con el que practicaban para el carnet, y me han pedido que las ayude por las tardes, nada más.

-CASANDRA: pues que se busquen a otro pardillo, seguro que tienen a 50 a los que llamar.

-YO: no te pongas así, solo serán unan tardes, irnos a un sitio apartado y enseñarlas como va el coche – sentado la cogí de la cintura abriéndola el albornoz y besando su ombligo húmedo y fresco, estaba totalmente desnuda salvo por el albornoz.

-CASANDRA: un sitio apartado, ya……..no me gusta, dilas que no.

-YO: ¿que nos va a pasar? Ni que nos fueran a atracar o algo………- me sujetó del pelo cuando besaba entre sus senos.

-CASANDRA: no es por que os pase algo malo idiota, es que no quiero que estés con ellas a solas, por la tarde estoy en el curso y no puedo ir contigo.

-YO: tampoco es que te necesite allí para enseñarlas.

-CASANDRA: ¿así que te quieres ir a una zona apartada con 3 zorras y sin mi………? – me enfadé y la zarandeé de la cintura.

-YO: no las llames así, son amigas mías.

-CASANDRA: ya, amigas tuyas, con una te acostaste, con otra casi y a la otra le metiste mano en este baño – señaló el cuarto de donde había salido, y bajé la cabeza dándole la razón y arrepintiéndome de haberle contado todo, últimamente me arrepentía de muchas cosas.

-YO: lo de Lara era un juego, y con Alicia no pasó nada, y por el amor de dios, ni siquiera sabia que era Naira…..- empezamos a subir el volumen de la voz.

-CASANDRA: pues no me gusta, no quiero que vayas y no iras – me amenazó con el dedo, pero lo apartó rápidamente conociéndome y siendo consciente del error que había cometido, para que hiciera algo solo necesitaba que alguien me dijera que no podía hacerlo por imperativo.

-YO: oye, déjate de celos, soy tu novio y te quiero, si hubiera querido podría haber estado con 60 mujeres.

-CASANDRA: pues a mi me pasa igual, tengo a tíos babeando por mi, así que cuidado con lo que haces.

-YO: no me entiendes, no es lo que vaya a hacer, es lo que estoy haciendo desde que estoy contigo, ¿por que no te fías de mi?

-CASANDRA: me fío de ti, es de esas lagartas de las que no me fío – rebajamos un poco el tono, me levanté abrazándola por detrás y besándola en el cuello.

-YO: solo hay una lagarta que me puede alejar de ti.

-CASANDRA: ¿quien?

-YO: tú – se giró azotándome en el pecho – eres la mujer más cabezota, celosa y territorial que he conocido, y te quiero con locura – la besé.

-CASANDRA: y yo a ti churri.

-YO: pues dame algo de aire, no puedo seguir siendo tu prisionero, no puedes impedirme que salga y haga cosas, ni puedes evitar que me relacione con otras mujeres, solo te queda confiar en mí.

Pareció convencida, aunque los rescoldos de fuego en su ojos no se apagaban, lo cambié por ojos de lujuria al ir acariciando su cuerpo, sentándola a una mesa y quitándola el albornoz, sus senos ya totalmente desarrollados eran algo más grandes que mis manos, y destacaban en un cuerpo tan fino y pequeño, me comí sus pezones sintiendo su dedos jugando en mi cabello, sus manos acariciaron mi cara, y fueron bajando por mi cuello, mi pecho y mi abdomen, hasta llegar a mis pantalones y sacar mi rabo medio tieso, lo masturbaba mientras nos fundíamos en uno solo con un beso con lengua que me dejaba sin aliento, soltando uno de sus pechos y acariciando su nuca, detrás del yodo, tal y como la excitaba, me susurraba cosas húmedas y calientes, pero siempre territoriales, “¿quien te la pone así de dura mejor que yo?” o cosas por el estilo, no la escuchaba solo me perdía en su ojos azules. Cuando ya estaba empalmado sus manos no podían con mi verga apunando a su entrepierna, rozaban la parte interior de sus muslos y le producía gemidos al meter mis dedos en su húmedo y cálido coño, pero ambos sabíamos que ya no había freno, sus suplicas por que acababa de salir de la ducha fueron fugaces, y se la introduje violentamente, sacándola un ronroneo, había aprendido a sentir placer al ser penetrada así, me aferré a sus caderas y desaté a un bestia comedida, la puerta estaba cerrada pero mi padre estaba abajo, me ocupaba de tapar su gemidos con mi boca y mi lengua mientras hacia temblar su cuerpo y la mesa, la apreté contra mi con una mano firme en su trasero sacándola la cintura y otra mano en su pecho al que me agachaba a mordisquear y lamer, mientras la follaba fuerte y con decisión, llegado un punto en el que las cosas menos pesadas de la mesa ya habían ciado al suelo, ella mismo estaba separada de la mesa, colgada de mi cuello y haciendo fuerza para subir y bajar sobe mi, acompañada de embestidas continuas de mi rabo partiéndola en 2, la tenia que coger de las piernas por que no me rodeaba con ellas, pero daba igual, el sexo era brutal y morboso, verla con sus ojos azules perdidos en el deseo y sintiendo cada uno de sus largos orgasmos en sus labios mientras la besaba, siempre me mordía el labio inferior al acabar un beso después de un orgasmo, tiraba de el hasta hacerme sangre. A esas alturas ya le metía y sacaba toda en cada vaivén, la llené de esperma a la media hora, se dejó caer en la cama y me chupó la polla como mejor podía, masturbando hasta ponérmela dura otra vez, lamiendo el glande y todo los fluidos, para ponerse de rodillas a horcajadas sobre mi y volver a penetrarla de forma grotesca, le amasaba las nalgas mientras se cuerpo se vencía para lamerla los senos, plantando los pies y follándomela tan fuerte que la tenia que sujetar con cada golpe de cintura para que no saliera disparada, el sonido era claro y alto, mis huevos rebotando en su culo, solo sus lamentos ahogados y sus giros de cadera en momentos de excitación daban descanso a mi cintura, sudábamos los 2 mientras acariciada su trasero, jugando con mis dedos en su ano y cuando volvieron sus orgasmos metiendo 1, 2 o hasta 3 dedos en su culo, le gustaba esa sensación de abrirla el culo con los dedos mientras era perforada por el coño. Al rato la puse a 4 patas y le volvía a embestirla azotándola con fuerza, cada golpe la sacaba un suspiro de gusto y mordió una almohada para acallar la fricción de mi verga en el punto G, se desvaneció sin fuerzas antes de poder correrme así que los ultimas minutos fueron como tirarse a una barbie, inerte y con una sonrisa fría y carente de vida, descargué mi semen por 2º vez y caí sobre la cama con ella encima, medio ida acariciando mi pecho con los dedos.

-CASANDRA: seguro que ni esa guarra de Lara te folla mejor que y .- la acaricié la larga cabellera rubia sonriendo, no la iba a mentir, solo le dejaría que pensara así.

La verdad en que no , a Lara no le entraba toda, pero me duraba más, todas me duraban más con ese margen de tiempo, casi un año, y si pasábamos del 2º era de milagro, lo ciertos es que el morbo y el amor habían desaparecido aunque por entonces no lo veía o quería admitirlo, ya solo era sexo y respeto el uno pro el otro, y el sexo no me llenaba ya, no habíamos evolucionado mucho, aunque esa era el plan, Ana evolucionó hasta perderse y no quería eso, pero si después de tanto tiempo Casandra no aguantaba más, nunca lo haría, y eso la restaba más puntos en la balanza de mi mente.

Pasó el día siguiente y dejé a Casandra en su curso, despidiéndonos con un fuerte y largo beso, con caricias en mi verga, siempre lo hacia, luego fui al piso de estudiantes y como aun era pronto me dejaron subir a esperar, la casa olía a rosas y estaba infinitamente mejor que cuando yo vivía allí, 4 mujeres juntas y sin hombres la tenían como una casa de muñecas.

-YO: vámonos que son casi las 5 de la tarde – grité al entrar, para bromear y para indicarlas que ya estaba por allí a todas, Naira salió de su cuarto, ya vestida, como no, con un polo amarillo chillón y un pantalón vaquero ajustado que realzaba su trasero.

-NAIRA: perdona, es que hemos salido tarde de la uni y no estabamos duchando – fui y la di mi famoso único beso en la mejilla y abrazo que distingue un saludo normal a una cualquiera, de las mujeres relevantes de mi vida, Naira no era la más cercana pero si la tenia cierto aprecio.

-YO: ¿entonces ya estáis?

-NAIRA: jajajaja que va, yo acabo de salir y aun me tengo que arreglar – la miré a sus ojos azules y su cabello rubio, misma descripción que Casandra pero ni de lejos tan guapa, aun así la halagué a mi manera.

-YO: arreglar………¿ que? si estas preciosa – se sonrojó con una leve sonrisa.

-NAIRA: pues una que si no sale con una crema en la cara se siente fea – supongo que es el precio a pagar por ir mona siempre, esa mujer ya era guapa sin nada en la cara, al darse la vuelta e irse la vi con los vaqueros ajustados un culo de infarto, y lo contoneaba andando de puntillas, lo que se conoce como llenar la ropa.

Al rato de oír puertas abrirse y cerrarse, secadores, risas y peticiones de maquillaje o ropa, apareció Lara por el salón donde estaba sentado, solo con unas bragas y secándose el pelo con una toalla, sin sujetador ni nada, aparté al vista con algo de trabajo de sus pechos enormes y turgentes.

-LARA: jajaja no me digas que ahora te da vergüenza mirarme semi desnuda, cayó sentada a mi lado con sus tetas rebotando unos segundos más tarde.

-YO: no es vergüenza Lara, es que tengo novia.- se me acercó pegándome sus protuberancias al brazo, pasando sus dedos por mí pecho.

-LARA: ya, esa perra rabiosa, que diría si te viera así conmigo – de un salto se puso de rodillas sobre mi con sus muslos apoyados en mis piernas y con sus senos a la cara pero a tener el torso lejos, de forma instintiva la sujeté del culo y la espalda al tirarse hacia atrás, la cabrona sabia que la cogería antes de que se hiciera daño.

-YO: decir no diría nada, te abriría la cabeza con una silla – sonrió al sentir mis manos en su cuerpo desnudo.

-LARA: no la dejarais…….- tenia razón pero por el amor que le tenía a Casandra, no por defenderla a ella.

-YO: anda, bájate y ponte algo de ropa que ya salimos tarde.

-LARA: relájate, Alicia acaba de meterse en la ducha y aun tardará un buen rato en salir –sus manos fueron mi polla, acariciándola por encima de la tela, mi cuerpo me traicionó, no se si era la situación con Casandra, sentir sus manos y sus senos en mi o la imagen de Alicia duchándose que había proyectada en mi cabeza, una erección bastante grande empezaba, “joder tenia que haberme puesto los slips y no solo los vaqueros.”

-YO: ya basta – espeté con cierta furia, agarrándola de las muñecas con fuerza y apartando sus manos.

Lara comprendió el tono y se apartó de mi no sin regalarme un visión de su cuerpo desnudo alejándose, pero me metió en un lío, ya estaba medio empalmado y no se me bajaba, Naira apreció 5 minutos más tarde con un capa de polvos y pintalabios rosa chicle, estaba algo mejorada pero seguía lejos de Casandra, sus ojos azules eran oscuros y su rubio era apagado, charlamos un rato de cómo iba todo hasta que apreció Lara, vestida con una minifalda de cuero negro ajustada y un top azul claro, ¡¡SIN SUJETADOR!!, Casandra tenia razón al menos en parte, Lara era un zorra que iba detrás de mi sin descanso, usando sus 2 mejores armas, sus enormes tetas apretadas por una prenda fina y elástica, y la gravedad seguía sin hacer efecto, perfectamente colocadas, se sentó enfrente y jugó conmigo como quiso, me la comía con los ojos mientras ella se movía, me pareció ver que debajo de la minifalda no llevaba nada cuando se cruzaba de piernas como cierta película famosa, pero me negué a seguir mirando, más que nada por evitar que mi erección aumentara aunque creo que ya lo hacia.

El remate fue levantarme para ir al baño y echarme un poco de agua fría, que ayudó poco, pero ayudó, al volver salió Alicia en un pasillo oscuro, la pillé de espaldas y la di un pequeño susto, se volvió con su sonrisa enrome y sincera, me abrazó con fuerza, la rodeé con las brazos besándola en la mejilla, ella ya ponía la cara solo de ese lado, sabia de mi saludo especial, y para ella siempre el abrazo duraba algo más que el resto, su larga cabellera castaña estaba húmeda aun y olía a cerezas del champú, el problemas fue que el abrazo fue tan afectuoso que mi polla medio tiesa se notaría en su piel.

-YO: hola, hermanita, ¿lista ya?

-ALICIA: si……..claro, dame 5 minutos que me arreglo y nos vamos ya….- otra vez aquella tontería, si íbamos a conducir por un descampado, ¿que se tenían que arreglar? – oye, ya estas alegre eh…..- se sonrojó señalándome el bulto de la pierna.

-YO: ya, lo siento, es que Lara…..- rió sin hacer falta más.

-ALICIA: ya, me imagino…..- la seguía por el estrecho y oscuro pasillo hasta llegar al salón y verla vestida, casi rompo la bragueta y lo poco que me había ayudado el agua en la cara se desvaneció, iba con un corpiño negro sin tirantes, apretado en la cintura acrecentando aun mas su poderosas caderas y unos leggins blancos que no daban más de si en su indecible trasero, tan tenso que la parte donde se suele hundir entre las nalgas estaba tirante y se translucía un tanga negro muy fino, le debió de costar un mundo ponerse esos leggins por que apenas le subía da la cintura, hasta podía intuir el inicio de la línea de su trasero.

-YO: hostia puta…….- se me escapó.

-ALICIA: ¿que pasa?, ¿voy muy mal? – encima se giró para que la viera mejor, tuve que echar el culo hacia atrás para no evidenciarme aunque creo que era inútil.

-YO: ¿mal? depende de para que…..si vas a cuidar ancianos, no, puedes matar a mas de 1 – rieron las 3 – ¿lo que no se es por que os arregláis tanto? – quise saber por que, más que nada por si aquello era una encerrona como se temía Casandra, pocos hombre, o ninguno, se metería en un coche con esas 3 así vestidas y no haría nada.

-LARA: para ti – soltó un beso al aire.

-YO: esto………

-ALICIA: jajaja no la hagas caso, es que después hemos quedado para ir de cañas con unos chicos, ¿te importa dejarnos allí luego? – suspiré aliviado, aunque podría no ser cierto, tenia sentido.

-YO: ah…vale…..en ese caso dios se apiade de esos pobres locos, no seáis crueles con ellos, van a ir con un calentón todo el tiempo.

-LARA: ¿como tu? – susurró mientras se colocaba las tetas de forma sensual.

-ALICIA: jajaja que boba eres – se contorsionó tratando de poder respirar con semejante corpiño, y se giró a mi – ¿entonces no dejas allí luego?

-YO: mis señoras, seré su carruaje esta noche – hice una reverencia- pero antes de las 12 tienen que regresar o se romperá el hechizo.- rompieron a reír.

-LARA: jajajaja yo a las 12 voy a tener un rabo en cada mano a si que déjate de cuentos – rompieron reír mas alto, yo incluido, no había perdido es punta de socarronería que me recordaba a mi.

Alicia se retiró y a los 3 minutos salió con una leve sombra de ojos y pintalabios rojo pasión, no necesitaba más para ser la mas bonita de las 3, bajaron por el ascensor y yo por las escaleras, no me sentía con poder como para meterme en esa cabina estrecha con 3 mujeres vestidas para ir de caza, y no arrasar con ellas, nos fuimos a una zona apartada que me indicaron, Alicia fue la 1º valiente, ya tenia el practico y había dado varias clases, era lista, pero por seguridad lo haríamos de 1 en 1 por si pasaba algo que fuera solo a los del coche, la que conduciría y yo. Alicia se repetía una serie de ordenes memorizadas y no la tuve que decir casi nada, ajustó el asiento, el cinturón, los espejos y repasó su cabeza en busca de más información apretando los pedales con el coche apagado, me hizo gracia que se llevaran las 3 unas zapatillas de tela fina y suela lisa para conducir y luego unos zapatos de tacón enormes par la fiesta, Alicia fue a arrancar y la sujeté la mano de la palanca de cambios.

-YO: ¡¡espera!! – se asustó pero no retiró la mano.

-ALICIA: ¿que pasa?

-YO: el freno de mano 1º, querida mía – abrió los ojos sorprendiéndose y riéndose.

-ALICIA: puf…lo siento……….estoy muy nerviosa, me paso lo mismo con el profesor.

Solté su delicada mano, quitó el freno de mano, y arrancó sin problemas en 1º dando vueltas amplias y lentas, cogiendo confianza, la indiqué la forma mecanizada de cambiar de marchas y lo aplicó genial, a los poco minutos ya conducía sin indicaciones dando vueltas, bajando y subvenido de marchas, sonreía sin parar sintiendo esa velocidad y poder que te da el conducir, ese subida de endorfinas, hasta que 20 minutos después paramos y la felicité, salimos del coche y corrió a abrazarme besándome en la mejilla, luego me limpió el carmín de la misma con un pañuelo, Alicia lo tenia dominado, así que le tocó a Lara que apartó de forma brusca a Naira, hizo el mismo repaso mental que Alicia, pero no ajustó el asiento, nos reímos cuando al ayudarla a colocarlo a la distancia correcta sus teas tocaron el claxon, la alejé un poco mientras me reía al mirarla y ella se mordía el labio, la miré al tetas y tenia los pezones sobresaliendo ya bajo al tela.

-YO: nena, ¿ya estas cachonda?

-LARA: jajaja si, dios, es que con el roce del cinturón y el volante……- tenia razón, el cinturón de seguridad apenas podía rodearla entre los pechos así que lo tenia puestos por debajo y el rozaba en los pezones.

-YO: pues céntrate que no me quiero estrellar.

Comenzó a conducir y de forma mucho más torpe, a duras penas, pase media hora dándola consejos que desobedecía hasta que consiguió conducir de forma calmada y continuada, sin giros bruscos ni frenazos, las marchas las dejaría para otro día y solo fue en 1º. El turno de Naira que esta roja de vergüenza y aun no se había sentado al volante, tuve que enseñarla, al ser un coche nuevo, como se ajustaba el asiento y espejos, rozándome con ella, pero estaba aun más nerviosa ante la perspectiva de conducir que por mi, cuando ya estaba lista, la hice contar hasta 100 con los ojos cerrados, su respiraron se serenó y arranco sin problemas, me sorprendió gratamente su habilidad y dimos unas cuantas vueltas con ella tranquila y serena.

-YO: muy bien.

-NAIRA: gracias, es que mi padre me dejaba de pequeña me dejaba aparcar el coche jajaja.

-YO: jajaj pues nada, ahora metemos 2º y……- se tensó de nuevo y frenó en seco.

-NAIRA: perdona….es que solo aparcaba, nunca he metido una marcha.

-YO: vale, tranquila, es muy sencillo, pisas – cambias – sueltas, es solo coger el ritmo – asintió horrorizada, empezó de nuevo y cuando le di al orden repitiéndole la secuencia no se que hizo que al mover la palanca el coche crujió como aun patata frita pisada, dio 3 tirones fuertes y se caló.

-NAIRA: dios, lo siento lo siento…..- se pegaba cabezazos con el volante – ¿no me lo habré cargado?

-YO: no, tranquila, solo se ha calado, pero……..¿de que se rompió el coche de Mara?- se puso roja otra vez.

-NAIRA: fui…..fui yo…me puse nerviosa…….Mara insistía……y le rompí la caja de cambios…..

-YO: ¿¡muy bonito, y no me avisas!?

-NAIRA: lo siento, no queria decírtelo pro si te negabas…..

-YO: joder, que me conoces, no tienes que engañarme así – agachó la cabeza avergonzada, me calmé unos segundos – mira…esas cosas me las dices antes y yo puedo actuar, si no me lo dices no puedo ayudarte y me jodes el coche también.

-NAIRA: lo se…es que……Raúl, lo siento….- la besé en la frente para calmarla antes de que sollozara, “recuerda esta frágil no seas brusco con ella.”

-YO: no pasa nada, déjame pensar…….- Naira se habia frenado delante de las chicas, estaba muy nerviosa, Lara estaba de fondo con un aparato de música y el sonido del compás me dio una idea.- esta bien, vamos a probar.

Salimos del coche y me metí en el sitio del piloto, eché el asiento atrás hasta el tope me abrí de piernas y llamé a Naira.

-NAIRA: ¿que hago?

-YO: siéntate aquí – la señalé entre mis piernas – vamos no tengo todo el día – accedió con reservas, era estrecho pero por suerte el techo era amplio y se sentó entre mis piernas, su fino cuerpo quedaba aun mal colocado así que haciendo una acrobacia ajusté el asiento, quedando pegado a su espalda con su prieto culo aplastando mi verga, ella la estaba sintiendo con claramente como yo sus nalgas.

-NAIRA: no estoy muy cómoda…..

-YO: ya lo se, pero es esto o que me jodas el coche, así que calla y escucha, pon tu pies sobre los míos.

-NAIRA: ¿como?

-YO: coño, que me pises los pies con los tuyos – lo hizo palpando con la planta de los pies – coge el volante y las marchas, conduce y haz lo mismo que antes pero usa mis pies de pedales.- asintió y arranco costó con el poco espacio pero con el traqueteo del camino nuestros cuerpos se fusionaron y yo ya veía por encima de uno de sus hombros y sentía mi polla crecer de nuevo en su culo, como ella, pero estabamos a otra cosa.

-NAIRA: vale, ¿y ahora?

-YO: ahora vamos a cambiar de marchas – se tensó, la sujeté del vientre respirando con ella – cálmate, lo haré yo, tu solo sigue mis movimientos.

La cogí una mano y la llevé a la palanca de cambios sujetándola en ella, conté hasta tres y lentamente cambié a 2º moviendo el pie y ella lo seguía, sintió como apretaba el cambio y soltaba, el coche trampeó, pero no se caló, más por la lentitud del movimiento que por otra cosa.

-NAIRA: ¡¡¡¡bien, voy en 2º!!!!

-YO: ves, no es difícil, pero ahora volvamos a 1º – repetí el gesto un poco más rápido y lo siguió mal, apretaba los 2 pies a la vez, la agarré de los muslos – no, así – y usando mis manos la moví la piernas con el gesto – 123 123 123 123, los ves, es solo ritmo, como música.

-NAIRA: vale, creo que lo tengo.

-YO: bien, volvamos a 2º – esta vez ella guiaba y yo la seguía en los gestos, pero metió 2º sin problemas.

La animé a 3º, luego a bajar y subir según la marcha, siempre seguida por mis pies, poco importaba que tuviera la polla tiesa metida entre sus nalgas, lo importante era que había quitado los pies y lo hacia ella sola, me bajé y me senté a su lado, colocándome el paquete disimuladamente, pero ya conducía bien, cambiaba de marchas y con seguridad, repitiendo “123” cada vez, podía dejar de guiarla y acariciar sus piernas y su vientre, sentir mi verga rozándose en su culo, inspirándola el pelo y riéndonos. Al terminar se sacó el cinturón y saltó a mi cuello abrazándome y besándome en la cara por mil sitios, con su cadera rozándome la polla, mi maldito instinto llevó mi mano a sus mulos, muy cerca de su trasero.

-NAIRA: ¡¡¡muchas gracias, eres un sol!!! jajajaja.

-YO: un placer.

-NAIRA: no me puedo creer que ya no tenga problemas con la palanca de cambios.

-YO: pues a ver que hago yo con la mía…..- mascullé.

-NAIRA: ¿que?

-YO: nada, cosas mías.

Se bajó tan alegre que se fue a abrazar a Alicia con felicidad extrema, Lara me pilló desprevenido, se sentó de golpe sobre mí, sintiendo mi polla presionada contra su minifalda de cuero.

-LARA: yo también quiero aprender así.

-YO: tú ya sabes, quítate de encima.- se ajustó metiendo las piernas y cerrando la puerta, más bien se frotó contra mí.

-LARA: venga no seas malo, ya lo has hecho con ella, yo cambien quiero aprender las marchas.

-YO: ya se lo que tu quieres…..

-LARA: y veo que te gusta, o eso siento en mi culo – me tenia cansado y sin palabras, y algo cachondo la verdad.

-YO: no estoy de humor para jugar, anda bájate de encima – quise parecer rudo y firme, el tono que me la sacó de encima en su casa, pero simplemente no me salió, se giró dejándome sus tetas en la cara, acariciándome la cara con su espesa melena negra cayéndole por el rostro.

-LARA: por favor, solo unas vueltas y te dejo en paz.- quería negarme pero dije que si con la cabeza, aunque sabia que su promesa era vacía, no me dejaría en paz – bien, deja que me ponga más cómoda – se sentó bien pero se elevó un poco levantándose la falda de cuero dejándome ya seguro que no llevaba nada debajo, sentándose sobre mi polla a punto de estallar.

-YO: ¿que haces?

-LARA: es que la falda no me da para mover bien las piernas, ¿te molesta?

-YO: en absoluto – ¿Qué estaba haciendo?, estaba tonteando, ya no solo con Naira si no dándole cancha a la más peligrosa de todas, fue cuando percibí su olor, a vainilla, el que le había ordenado como juego cuando la tenia de esclava.

Más atenta a restregarse contra mi que a la carretera dimos una vueltas, de los botes y movimientos me estaba poniendo malo y me descubría acariciando el inicio de sus senos, vibrando por el terreno irregular, me sacudía la cabeza negándome y colocando la manos lejos de ella, pero se movía mucho, tenia que sujetarla, pasados unos minutos que me parecieron horas terminamos y aun así la cadera de Lara jugaba traviesa sobre mi, con un esfuerzo titánico cogí de su falda y se la bajé colocándosela, sintiendo en mis dedos su piel y con un fuerte olor a hembra necesitada.

-YO: se acabó por hoy – abrí la puerta y sacó solo las piernas, de forma sensual y elegante las cruzó, mi maldito instinto otra vez llevó mis manos a sus caderas, me rodeó el cuello con sus brazos, venciéndose sobre mi cuerpo, riendo y apartándose el pelo con movimientos eróticos, sintiendo sus senos aprisionados contra mí.

-LARA: muchas gracias, profesor – se tumbó sobre mi buscando mis labios, pero sin saber como, pude girar la cara y me besó la mejilla.

-YO: por favor, lárgate de aquí- sonó a una orden férrea, aunque pareció una suplica, al levantarse se apoyó en el duro acompañante de mis piernas, apareció Alicia por la puerta de al lado.

-ALICIA: ¿todo bien? – disimulé agachándome a ajustar el asiento, una erección tan obvia que con su sonrisa denotaba ser consciente.

-YO: si, todo bien ………..tu no querrás……..- temía y deseaba a la vez sentir el mejor culo que había visto nunca embutido en unos leggins blancos, dados de si, en mi polla.

-ALICIA: jajajaja no tranquilo, ya te he visto “sufrir” suficiente.

-YO: dios, hermanita, lo que se deja de hacer por amor – sonrió de forma agradable, comprendiendo que si no es por Casandra ya me hubiera follado a 2 de las 3.

-ALICIA: es el precio a pagar por el amor – se subió al lado del copiloto.

-YO: puffffff no se si compensa.

-ALICIA: tranquilo, lo hace.

-YO: ¿tengo pinta de sentir que compensa?

-ALICIA: jajajaja pobre hermanito, no se te puede culpar de ser hombre y que tu cosita se alegre, pero lo importante es lo que hace esto – me dio con un dedo en el corazón, quería ser agradable y animarme y lo estaba empeorando, lo ultimo que necesitaba era una dosis de dulzura y cariño, y de ella.

-YO: pues mi patata esta cansada ya……- se me escapó por cambiar de tema.

-ALICIA: ya se que estáis a la gresca, pero no seguirías con ella si no la quisieras.

-YO: es que últimamente ya ni se por que la quiero……

-ALICIA: jajaja, eso suele pasar, pero si no lo hicieras ya habrías saltado al cuello de alguna de estas 2 que están babeando por ti.- de Lara lo sabia ¿pero Naira?

-YO: ¿las 2?

-ALICIA: si, solo las 2, a mi no me mires….- entendió mal mi pregunta.

-YO: no, es que me sorprende lo de Naira

-ALICIA: por favor, desde el fin de semana en tu casa esta como loca contigo, pero es muy tímida.

-YO: cualquiera lo diría con ese pedazo de culo encerrado con los vaqueros y el tanga dorado sobresaliendo.

-ALICIA: oye guapo….- sonrió reafirmando su cuerpo con un leve encorvamiento de espalda.

La conversación se cortó cuando aparecieron las otras 2, y se subieron al coche, ya era tarde y las llevé a la fiesta, me invitaron a ir con ellas, pero no podía, tenia que recoger a Casandra y necesitaba alejarme de ellas, cuanto más lejos mejor, tenia un calentón enorme, no es por que Lara hiciera lo que hiciera, o por que Naira fuera tímidamente atractiva, era por Alicia, joder, me sentía cómodo hablando con ella, tranquilo, sin tener que estar alerta, lo que me pasaba con Casandra pero que hacia días, semanas, quizá meses que no sentía, me pegué en la cabeza sacando esas ideas de la cabeza, recogí a Casandra y la llevé a casa, sin decir nada.

La subí a nuestra habitación y la desnudé violentamente, ella o entendió como un juego pero no lo era, ardía por dentro y necesitaba vaciarme, me desnudé entre sus piernas mientras se tumbaba boca arriba en la cama, ataqué su pezones y con rabia la penetré de golpe toda, su grito sonó por toda la casa, di gracias a dios que habían salido todos a cenar, y mientras la estrujaba entre mis manos la follaba sin piedad, estaba sediento y solo tenia un vaso de chupito, a la media hora se corrió tantas veces que salió de mi y continuó con una mamada para poder aguantar más, la llené la boca de semen y se lo tragó con lujuria, sus ojos azules parecía sorprendidos en todo momento. Apenas se me puso blanda y ya la estaba ensartando a 4 patas, tan fuerte que se puso de rodillas para alejarse de mi un poco, pero mi pelvis la golpeaba sin piedad y sus fluidos manchaban la sabana, la empujé a 4 patas de nuevo metiendo el pulgar en su ano, masacrándola lleno de ira y vicio, descargué en su coño con fuertes golpes de cadera, ella estaba agotada ya y aun así mi polla no bajaba, me la subí encima y la empotre contra una pared follándomela de cara, colgada del aire, la pobre ya no me devolvía los gestos o besos, era una mujer siendo humillada, sobrepasada sexualmente por mi, jadeaba y se corría sin parar, apenas sosteniéndose de piernas abiertas, siempre parecía a punto de desmayarse pero un orgasmo más la devolvía a la vida, sentía sus uñas hundidas en mi espalda y la levantaba por los aires perforándola hasta correrme de nuevo, me miraba como aun desconocido, pidiendo clemencia con sus bellos ojos mientras me acariciaba el rostro torpemente, empapada en sudor. La solté sin delicadeza alguna, gateó hasta la cama medio ida, y al ver su ano se me nubló la mente, la subí como a una gata aturdida a la cama y metí mi cara entre sus nalgas, comiéndome todo lo que salía de su coño y usándolo en su ano, follándomela con la lengua, apunté mi rabo de nuevo tieso a su ano abierto con mis dedos y empujé fuerte hasta meterla el glande por el culo, sus nulas fuerzas no la dejaron ni quejarse, solo lloraba, la iba metiendo en su culo hasta sentir el roce de sus nalgas en mi cuerpo, ella quería golpear la cama pero no tenia fuerzas, solo lloraba y ni sus lastimosas quejas no las podía oír, estaba gozando del culo más estrecho que había tenido nunca, penetrando cada vez más rápido, a esas alturas a todas las mujeres que había dado por detrás ya gritaban de gusto, Casandra no, solo lloraba, veía mi polla salir llena de sangre y aun así continuaba, la azotaba el culo con cara de sádico y cada nalgada era un gemido ahogado de ella, desaté mi ira final sacando a la bestia dándola por el culo, ya no lloraba, ni gemía, ni nada, no estaba, se había ido y me la estaba follando igual o más duramente, al correrme casi me da un espasmo en la columna al sentir como la llenaba de leche hasta las entrañas, para justo después caerme rendido a su lado, estaba agotado, sudando y me dolían los músculos, pero había apagado el fuego de mi interior, la ultima imagen fueron los ojos de Casandra, aquellos pedazos de cielo azules me miraban, inertes, sin vida, abiertos y pestañeando por reflejo puro, leía algo en su mirada, era pánico, horror.

-YO: así folla una mujer de verdad.- encima la herí en su orgullo, no sabia que me había pasado, pero lo necesitaba.

A la mañana siguiente me desperté, un fuerte olor me saco de mis sueños, Casandra esta tumbada a mi lado, apenas se había movido, y lo peor, se había cagado encima, el agujero que le había hecho aun no estaba cerrado del todo, un hilo de sangre reseca caía de el, la cogí en brazos y la tumbé en la bañera con agua tibia y sales, dejándola calmada y adormecida aun, limpié la habitación y me di una ducha rápida en otro baño, me daba miedo entrar donde estaba ella, así que solo miraba de reojo, a las 2 horas oí movimientos, y salió Casandra tapada por 4 toallas y temblando, caminando de forma torpe y dolorida.

-YO: perdóname princesa – fui a abrazarla pero se apartó.

-CASDNRA: aparta pedazo de cabrón……

-YO: mira, lo siento, no se que me paso……

-CASANDRA: yo si lo se, te aprovechaste de mi, me dejaste ida y me abriste el culo hasta hacerme sangrar y cagarme encima, eso pasó.

-YO: lo se, es que pase mal día y necesitaba un desahogo…..

-CASANDRA: ¡¡pues te vas a correr, ¿pero como se te ocurre hacerme esto?!! – me golpeó en el pecho.

-YO: esta bien, perdóname……- la iba a abrazar y puso su mano en mi pecho.

-CASANDRA: no me toques, me das asco, no me toques.

-YO: vale, estas dolorida y magullada, me pasé, no volverá a pasar.

-CASANDRA: me da igual que me hicieras daño…….- suspiró agobiada-…….. lo que más me duele es lo que dijiste, “así follan las de verdad”, ¿acaso yo no lo soy?

-YO: no es eso, fue una tontería.

-CASANDRA: ¿entonces que coño es?, ¿es que necesitas más? ¿tengo que dejar que me folles mientras me metes una puta motosierra por el culo? – gritaba demasiado alto.

-YO: no es sexo, eso nunca me ha importado.

-CASANDRA; nunca, hasta ahora…….

-YO: no, ni antes, ni ahora – mentía y lo estaba viendo claro de golpe.

-CASANDRA: ¿o quizá es que ayer te zumbaste a esas zorras y te quedaste con ganas de más? ¿Es eso?- se acercó a mi acariciándome de forma lasciva – ¿y necesitas a la puta de turno para terminar el ida?- la aparté de mi.

-YO: basta ya, no es nada de eso – iba a decirla que eso era estúpido puesto que Lara follaba mejor que ella, pero me daba que eso no la calmaría.

-CASANDRA: ¿entonces que es?, dímelo – sollozaba mientras me pegaba en el pecho- ¡¡dímelo!! ¡¡¡¡DÍMELO!!!!

-YO: ¡¡¡QUE YA NO TE QUIERO!!! – me obligó a gritárselo, pero por sus ojos ya lo sabia.

-CASANDRA: ¡¡¡eres como todos, un cerdo, me has usado hasta que te has cansado!!!

-YO: no es así, te he querido, y amado, pero estoy harto ya……

-CASANDRA: ¿de mi?

-YO: ¡¡no!!, estoy cansado de sacarte de líos, de tus celos, de tu forma de tratar a los demás, de no poder salir de casa sin darte parte y si hablo con alguien tener que darte explicaciones de que se ha dicho y con quien…estoy harto rubia, harto de no tener una novia, si no un perro guardián.

-CASANDRA: yo también estoy cansada – se sentó a mi load, llorando.- no puedo dejar de pensar en ti y en lo guapo divertido, amable y buena persona que eres, y en que cualquier mujer lo ve como yo, y que cualquiera quisiera tenerte y apartarte de mi.

-YO: te lo he dicho mil veces, yo solo te quiero a ti…..

-CASANDRA: ya no, por lo visto.

-YO: nadie me ha apartado de ti.

-CASANDRA: alguien si….alguien te ha alejado de mí.

-YO: nadie, ¿quien?

-CASANDRA: yo – rompió a llorar y la abracé con fuerza.

-YO: no rubia, eres algo cabezota y brusca, pero nada más.

-CASANDRA: pero ya no me quieres, lo has dicho.

-YO: ha sido un calentón, no quería decirlo.

-CASANDRA: pero lo has dicho, ¿acaso es mentira? – me miró con sus preciosos ojos azules bañados en lagrimas y me obligué a no mentirla, se merecía eso.

-YO: no es que ya no te quiera rubia, pero algo ha cambiado, yo no me siento como antes a tu lado.

-CASANDRA: a mi…..a mi me pasa igual…..pero has sido tan bueno conmigo……

-YO: no he sido bueno……..- me cogió de la cara.

-CASANDRA: si lo has sido, te has portado bien, me has ayudado con los estudios y ahora con el curso, me has aceptado en tu familia y me has hecho feliz, solo espero haber sido lo mismo para ti – la cogí de la mano y la besé en los labios con un agrio sabor.

-YO: has sido mucho más que eso para mí, me rescataste, estaba perdido en medio del mar y fuiste una balsa.- sonrió un poco, sacerdote la cara con la manga de una toalla.

-CASANDRA: pero ya estas en tierra – tardó en responder pero no pudo ser más precisa

-YO: no se ni donde estoy rubia, pero se que es un lugar mejor que el de antes de conocerte.

-CASANDRA: ¿y ahora que hacemos?

-YO: pues no tengo ni idea…..podríamos seguir unas semanas, a ver que tal…..lo mismo remontamos – era ingenuidad falsa, ya sabía que esto se terminaba.

-CASANDRA: esto no lo levanta ni el Extasis, churri, se acabó.

-YO: ¿estas segura?, yo no quiero dejarlo así……

-CASANDRA: nadie quiere, pero pasa………te…te devolveré el dinero del curso………no se como………. pero….- la besé con un poco del dulzura.

-YO: es tuyo, te lo ganaste, por favor, aprovechado, tienes talento, busca un buen chico y aléjate de tu familia.

-CASANDRA: no es mala idea, pero no puedo aceptarlo………..es mucho dinero.

-YO: se me ocurre que puedes pagármelo de una forma……..puedes pasarte por aquí cuando quieras, las puertas estarán abiertas para ti siempre, y así les haces tus peinados a mi madre y mi hermana cuando seas una experta, con la de veces que se tiñen o cambian de look, me voy a ahorrar mas de lo que pagué por el curso.

-CASANDRA: jajajajjaa esta bien, hecho – me besó con ternura y quedamos abrazados un buen rato, charlando del anal y de lo mucho que la dolió.

Pasaron 3 dais en los que Casandra se recuperó físicamente, antes de comentarle a mi familia que cortábamos, mi madre disimuló muy mal una sonrisa, había llegado a cogerla cariño pero no la quería de nuera, nos despedimos como amigos, y la acompañé a su casa, quise ir a montarle un pollo al padre, para que se tomara más en serio a sus hijos y moviera un poco el culo, pero seria inútil, nos besamos por ultima vez en su portal, fue el más dulce y cariñoso de los besos que nos dimos esos días, ni siquiera cuando hicimos el amor en forma de despedida, gozando de algo que sabes que se termina. Regresé a casa y me senté en el sofá, mirando la TV junto a mi padre, con mi madre poniendo por las nubes a Casandra y a la vez diciéndome que había hecho bien, murmuraba cosas de fondo, fue mi padre el que me dio una palmada en la espalda y me sacó de la ensoñación en que estaba.

-PADRE: ¿como estas hijo?

-YO: bien…..demasiado bien de hecho, no ha sido nada violento como con Ana, pero me siento bien, ¿es raro no?, tendría que estar echo polvo.- mi padre sonrió rascándose la barba que se dejaba.

-PADRE: ¿te acuerdas de aquel viaje de críos que hicimos a Galicia?

-YO: si claro, nos pasamos 1 semana dando vueltas por pueblos perdidos y visitando monasterios.

-PADRE: si, fue divertido, y al final cuando nos volvíamos llorabas por que no querías volverte.

-YO: jajaja si, me lo estaba pasando pipa en aquel caserón con la granja.

-PADRE: te pasaste todo el viaje de vuelta enfadado y tu hermana, no entendíais por que nos volvíamos tan pronto.

-YO: pues ahora que lo dices, si, teníamos más días libres.

-PADRE: si, los teníamos……….pero no sabíais que Mama y yo estabamos muy cansados y hartos de aquello, necesitábamos descansar un par de días para tener vacaciones de verdad.

-YO: que jodios……….¿pero a que viene ahora?

-PADRE: me pasé todo el viaje de vuelta pensando en lo bien que me lo había pasado contigo, corriendo y jugando con los animales, comiendo en tascas perdidos, pero con una ganas locas de que aquello terminara….nos lo habíamos pasado bien pero volvíamos a casa y yo me sentía bien a pesar de que habíamos dejado aquello atrás, mientras tu llorabas y pataleabas por que nos volvíamos.

-YO: ¿y que me quieres decir con esto? – sonreía de nuevo, atusándose el pelo de la barbilla.

-PADRE: nada hijo, son tonterías de un viejo cansado, recuerdos felices de un padre..…- suspiró algo cansado-……Mamá, ¿donde tienes las maquinillas de afeitar? – se levantó apoyando en mi hombro y se fue detrás de mi madre, se llamaban así desde que tengo memoria, aunque eran marido y mujer se llamaban mama y papa entre ellos.

Me quedé sentado pensando en que a mi padre se le había ido la cabeza, te solía pasar cuando hablabas con el, usaba demasiadas metáforas y rebuscados argumentos para que fueras tu el que descubrieras que quería decir, en vez de decírtelo abiertamente, me tiré no menos de una hora buscándole sentido a sus palabras, ¿a que venia recuperar aquellas vacaciones?, hasta que me di cuenta, no eran las vacaciones, era la reacción nuestra al terminarlas, mientras yo deseaba que no terminara nunca y al hacerlo estaba hecho polvo, el estaba bien, por que en el fondo, aunque estaba disfrutando, deseaba que terminaran, era mi caso, y el de Casandra, si se había terminado pero no quería que pasara, estaría mal, echo polvo como con Ana, pero ambos estabamos bien pese a cortar, por que en el fondo, ambos deseábamos que, por bonito que fuera, aquello terminara.

CONTINUARA……………

Relato erótico: Entresijos de una guerra 5 (POR HELENA)

$
0
0
 
 

A tan sólo tres días para el regreso de Herman a casa, yo todavía continuaba con aquella sensación de no pertenecer al mundo que me rodeaba. Todavía sentía unas enormes ganas de salir corriendo de quel lugar hasta que un calambre me obligase a detenerme. Barajé la posibilidad de marcharme sin darle ningún tipo de explicaciones a nadie, ni a los Scholz, ni a mis superiores. Pero ya sabía lo que pasaría si lo hacía y seguramente no alcanzaría un lugar seguro antes de que se diesen cuenta de que había desertado.

Sin embargo, necesitaba un descanso. Y desafiando toda la cadena de mando y autoridades que dirigían mi vida desde una cómoda silla de piel hasta el punto de decirme con quién debía casarme, decidí “matar a mi padre” y tomarme ese descanso.
Cuando la señora Scholz llegó aquella tarde después de una fugaz visita a Berlín para trasladar parte del mobiliario por miedo a que los bombardeos alcanzasen su propiedad, me acerqué a ella y reuniendo toda la tensión que me aplastaba – que no era poca – le expliqué entre lágrimas que me habían llamado para comunicarme que mi padre había fallecido. En una casa con al menos una docena de personas dedicadas exclusivamente al trabajo del hogar, nadie estaría pendiente de que llamasen a la institutriz, así que si preguntaba si de verdad me habían llamado, no le extrañaría nada que al menos la mitad no supiese decir si yo había hablado por teléfono o no. Aunque seguramente no lo haría.
Se limitó a darme el pésame y a decirme que podía ausentarme durante una semana. Incluso se alegró cuando le dije que sólo serían cinco días. No podía estar fuera tanto tiempo o no podría entregar puntualmente el informe de la semana. Y de todos modos, sólo necesitaba el tiempo que tardase Herman en volver a Francia. Si quería ser sincera, el hecho de que mis vacaciones sirviesen para postergar mi encuentro con el Teniente Scholz, también me empujaba inevitablemente a desearlas de un modo tan desesperado como para tomármelas por mi cuenta.
La viuda entendió que me fuese aquella misma tarde, así que después de agradecerle su comprensión y el detalle de poner un chófer a mi servicio para llevarme a Berlín y recogerme a mi vuelta tan pronto como telefonease para informar de mi llegada, cogí mi maleta y el dinero que había ganado dándole clases a Berta durante todos aquellos meses, y salí hacia la capital alemana. Pasé la noche allí – en una pensión de la ciudad – y a la mañana siguiente fui a la estación de ferrocarril. Tras debatirme entre los posibles destinos, me decanté por Leipzig. Y lo hice porque la poca variedad de horarios que permitían los contratiempos propios de un país en guerra me obligaba a esperar bastante más tiempo si quería ir a otro lugar. Compré el billete y me subí al tren, pero finalmente decidí no seguir hasta la ciudad y me bajé en un pequeño pueblo a poco más de medio camino. Busqué un lugar en el que quedarme y escogí una pequeña casa de huéspedes administrada por una familia del lugar.
Fueron unos días tranquilos. Al contrario que sus noches, en las que inevitablemente, la idea de que la fácil misión que me habían encomendado se había retorcido y estrechado como una culebra alrededor de un ratón, me embargaba hasta provocarme justo esa sensación; la de que alguien me estaba apretando hasta conseguir romperme los huesos y no dejarme respirar.
Durante mi última noche en aquel pueblo que vivía pendiente de lo que pasaba más allá de sus reducidas fronteras, estudié de nuevo mi contrato. Me negaba a creer que la información a la que tendría acceso si me convertía en la nueva señora Scholz valiese de verdad aquella suma. Sin duda, era una razón por la que en otra situación hubiese aceptado. Sí, hubiese firmado sin reparo alguno aquella hoja si pudiese ver a Herman como lo que era, pero no cuando mi sensatez se difuminaba en mis sentimientos y a cómputo general, podía confundirme como el más elaborado espejismo. No era tonto, eso era algo de lo que yo partía inequívocamente. Así que esa virtud suya se convertía en una gran desventaja para mí, que era incapaz de hacer prevalecer la razón cuando le tenía cerca.
Me dormí entre confusión, siguiendo la tónica general de mi vida. Que había alcanzado un límite a partir del cual tenía la vaga sensación de poder soportarlo todo porque mi cuerpo y mi mente ya estaban saturados. Era estresante e incómodo a partes iguales tener que vivir así, sin embargo tomé el tren de vuelta con una sorprendente tranquilidad. Pero sólo me acompañó hasta Berlín, luego, mi compañera de viaje pareció tomar un camino distinto al mío y me abandonó en algún momento mientras caminaba hacia un teléfono para pedir aquel coche que me llevaría de vuelta a la casa Scholz.
Esperé pacientemente en un café ubicado al lado mismo de la estación. Uno de los pocos que por su situación lograba mantener todavía un buen número de clientes. Si la gente no tuviese que esperar para ir de un sitio a otro, estaría tan desierto como los demás. Las apacibles tardes de café se habían extinguido para los berlineses a pesar de que su ánimo crecía cada vez que los ataques sobre la ciudad dejaban un recuento de daños ridículo comparados con los que ellos causaban al “terrible enemigo”.
Mi coche no tardó en llegar, me subí y tras saludar vagamente al conductor de la familia, me dediqué a recapitular. Mis vacaciones no me habían servido en absoluto para dar con una senda sobre la que encauzar mi vida, pero al menos me habían valido para no cruzarme con Herman y evitar que él lo confundiese todo más de lo que ya estaba. Incluso llegué a sentirme casi animada por mi pequeño gran logro. Casi. Hasta que nuestro apuesto Teniente salió a recibirme a la entrada de casa cuando llegamos. Mis músculos se quedaron petrificados al lado del coche cuando sus brazos me rodearon en un cariñoso abrazo que me causó estragos emocionales. Quería llorar, y hubiese quedado de maravilla puesto que regresaba después de perder a mi padre, pero quería hacerlo porque él no tenía que estar allí, y sin embargo, lo estaba.
-¿Cómo te encuentras? – Me preguntó con suma emotividad.
-Mal. ¿Qué haces aquí? – Quise saber mientras le obligaba a sacarme las manos de encima por miedo a que alguien más que un chófer que ya procuraba mirar hacia otro lugar viese aquello.
Antes de contestarme recogió mi maleta y luego me invitó a entrar en casa con un suave gesto.
-He pedido que me adelantasen el traslado un par de semanas para no tener que volver a Francia. Aceptaron justo un día antes de que viniese – asentí con un vago sonido mientras caminábamos hacia mi dormitorio -. Mi madre me contó lo de tu padre cuando llegué, si me hubieses esperado te habría acompañado en representación de la familia.
-Gracias, pero no era necesario. Sólo fue un sencillo acto de despedida.
-Ya, pero me hubiese gustado apoyarte. Tú estuviste ahí en todo momento cuando murió mi padre – sus palabras me obligaron a dibujar una sarcástica sonrisa que escondí de su vista fingiendo mirar hacia otro lugar.
“…En todo momento cuando murió el Coronel…” no tenía ni idea de lo acertado que estaba.
-No te preocupes, he estado con mi hermano y mi cuñada.
Me pasó un brazo alrededor de los hombros cuando terminamos de subir las escaleras y me dio un beso en la sien sin que yo hiciese nada por impedirlo. No tenía fuerzas para rebatir ese comportamiento.
-Vine a tu habitación pero la cerraste con llave… – me comentó con curiosidad a pocos metros de la puerta como si no fuese lo normal dejar las intimidades a buen recaudo. Sobre todo si entre tus intimidades figuran una cámara fotográfica de sospechoso tamaño, una pistola y una docena de objetos que podrían ser armas potenciales.
-¿Y para qué viniste? – Le exigí con la misma curiosidad intentando no mostrar desconfianza.
-Porque esperaba que guardases algún número de teléfono o alguna dirección que me sirviese para poder dar contigo.
Suspiré mientras abría la puerta y opté por no decir nada. Herman me acompañó para dejar mi maleta sobre la cama y luego me examinó con aquellos inquietantes ojos azules a los que no se les podía negar nada.
-Bueno, será mejor que descanses antes de la cena, ¿de acuerdo? – Asentí mientras volvía a abrazarme y dejé que mi cuerpo se relajase en contacto con el suyo. Rindiéndome ante la aplastante obviedad de que resistirme estaba ya lejos de mis posibilidades – ¿quieres que me quede? – Negué sin pensarlo, como si se tratase de un ejercicio de disciplina -. Está bien, si necesitas compañía ya sabes dónde encontrarme – concluyó frotándome la espalda y dejando un leve beso sobre mi mejilla antes de retirarse.
Las siguientes semanas fueron extrañas. Herman seguía con sus habituales muestras de afecto entre sus idas y venidas a Oranienburg – donde ahora desempeñaba su nuevo trabajo -. Pero parecía haberme concedido una tregua a raíz de mi pobre estado de ánimo. Causado por la anómala situación de mi vida y por el hecho de cavilar sin rumbo sobre todo en general sin llegar nunca a ninguna determinación en concreto, e interpretado por él como el duelo que yo mostraba por la reciente pérdida de mi padre.
Debería haber aprovechado aquel tiempo para decidir lo que iba a hacer. Pero dejarlo para otro momento siempre se me antojaba una opción demasiado atractiva ante la imposibilidad de verme capaz de tomar una decisión y seguirla firmemente.
Las cosas siguieron así hasta casi mediados de diciembre, cuando una visita rompió la rutina diaria de la residencia Scholz. Anna Gersten era la invitada y se quedaría un par de días con la familia porque estaba de camino a Müritz y deseaba fervientemente compartir un tiempo con nosotros –al menos, eso era lo que decía su carta -. Supuse por la alegría de la señora Scholz y el hastío de Herman cuando se conoció la noticia, que era una de esas señoras envueltas en pieles y coronada de joyas con las que tanto le gustaba charlar a la viuda de la casa. Pero dos días más tarde, Anna Gersten me abofeteó la cara con su perfecta imagen de joven de buena familia.
Y no sólo con eso. La señorita Gersten llegó mientras yo me hallaba en el salón, sentada al pie de la chimenea ayudando a Berta con un puzzle en el que una vez ordenado, tenía que verse un paisaje. Miré por la ventana cuando la señora llamó a Herman a través de las escaleras para que bajase a recibirla con ella y mis ojos captaron el preciso instante en el que la rubísima mujer con pinta de adentrarse poco más allá de la veintena se colgaba fervientemente del cuello del Teniente Scholz.
-¿Conoces a Anna Gersten? – Le pregunté a Berta mientras regresaba a mi sitio con un leve retortijón.
-Sí. Claro que sí. Es idiota – me informó sin que yo se lo hubiese pedido.
-¿De qué la conoce tu familia? – Indagué con mucho tacto.
-Nuestras madres son amigas desde niñas. Vivían antes en el pueblo y era la novia de Herman hasta que se fue a Dresden con sus padres.
El retortijón de mi estómago creció hasta convertirse en una bola que parecía querer romperme el tronco desde dentro.
-¿Es muy idiota?
No sabía exactamente por qué la niña le atribuía ese adjetivo. Podía ser que lo fuese de verdad o que simplemente no le cayese bien por algo en especial.
-De los pies a la cabeza, señorita Kaestner – me reiteró mientras se levantaba -. Si usted se queja de mí, intente enseñarle a ella la tabla del uno.
-¿A dónde vas? – Le pregunté extrañada.
-A mi habitación. No quiero que me deje sus labios en la cara, siempre los lleva pintados de un rojo asqueroso que no se borra con nada – dijo sin detenerse.
Recogí el puzzle mientras intentaba no exagerar las cosas. Sólo estaría un par de días. Era un tiempo demasiado corto como para temer aquello que no quería reconocer que temía. Además, a Herman no le agradaba demasiado su visita y no había correspondido con demasiado ímpetu el fogoso saludo de la joven.
-¿Dónde está Berta, señorita Kaestner? – Me preguntó la voz de la señora Scholz.
Al levantar la mirada me encontré con ella y con Herman escoltando a la invitada. Berta tenía razón respecto al carmín, al Teniente se le podía divisar una mejilla más roja que la otra desde kilómetros de distancia. Pero era demasiado guapa. De esas mujeres que parecen no dedicarse a otra cosa que a ser guapas, a decir verdad.
-En su habitación – contesté escuetamente.
La viuda salió bufando hacia las escaleras mientras que el Teniente Scholz invitó educadamente a la señorita Gersten a que tomase asiento al mismo tiempo que seguía frotándose disimuladamente la mejilla. Ralenticé mi labor para escuchar un retal de su conversación. O más bien, del monólogo de Anna, porque Herman sólo se dedicaba a asentir una y otra vez. Incluso cuando le dijo que seguía tan guapo como siempre. Y eso descubrió su cómoda posición de; “estoy en otro lugar mientras me hablas” porque nadie en su sano juicio asiente cuando se le dice algo así. No obstante, a ella pareció no molestarle en absoluto y yo notaba cómo el germen de la envidia crecía imparable por mis adentros, consumiendo cada célula de mi cuerpo hasta llegar al cerebro. Y entonces, reconocí en mi fuero interno que odiaba a Anna Gersten, justo al mismo tiempo que Herman me llamaba para presentármela.
 

Me pidieron que les acompañarles en aquella interesante conversación pero decliné la oferta y me retiré en vista de que el monólogo de la invitada parecía girar en torno a anécdotas de la infancia de ambos, y yo no tenía nada que pudiese añadir al respecto. Mientras me dirigía a mi habitación pude escuchar la acalorada discusión que mantenía Berta con su madre porque la niña se negaba a bajar. Pude haberle echado una mano a la señora Scholz, después de todo, la educación de Berta era mi trabajo. Pero era la primera vez que estaba de acuerdo con ella y consideré que un acto de rebeldía de vez en cuando también le serviría para no dejar que la pisoteasen en el arduo sendero de la vida.

El par de días que Anna Gersten estuvo en casa fueron una especie de castigo divino por negarme a reconocer lo evidente y para obligarme a admitir que Herman jamás me sería indiferente. La invitada resultó no ser tan idiota, aunque sí tenía detalles que rebasaban la frontera del sentido común. De cualquier forma, mi opinión sería desestimada en un juicio objetivo porque ella siempre estaba con Herman. A todas horas, desde que éste llegaba a casa hasta que se iba a cama. Incluso se levantaba para desayunar con él y cuando se iba, volvía a su dormitorio. Y eso no sólo me molestaba, también me aniquilaba y me condenaba a desear arrastrarla escaleras abajo agarrando su rubia cabellera ondulada.
Pero un par de días es sólo un par de días, e inevitablemente llegó la esperada tarde en la que se iba. Opté por no quedarme para ver aquella despedida que seguramente le procuraría al Teniente unos labios rojos grabados a fuego sobre su mejilla y me vestí para salir a dar una vuelta a caballo – algo que no hacía prácticamente desde que “mi padre había muerto” -. Estuve a punto de dar media vuelta cuando me encontré a Anna en las puertas de las caballerizas sin ninguna ocupación aparente más que la de dar cuenta de un cigarrillo, pero seguí andando con curiosidad al antojárseme aquél un sitio demasiado rebuscado como para ir a hacer solamente eso.
-Erika, ¿va a entrar ahí? – Me preguntó esperanzada desatendiendo un montoncito de nieve que estaba juntando con sus zapatos de tacón. Asentí extrañada -. ¡Qué bien! ¿Podría decirle a Herman que salga?
-Sí pero, ¿por qué no lo hace usted?
-Oh, es que me voy a ir en breve y no quisiera oler a caballo en el coche.
Intenté no mostrar mi asombro ante aquella respuesta y accedí a lo que me pedía atravesando el umbral que separaba un mundo de olores para Anna Gersten. Lo primero que hice fue buscar un mozo de cuadra para encargarle que me ensillase el caballo y después me dispuse a cumplir con mi recado mientras pensaba que Herman también “olería a caballo” y seguro que no le importaba lo más mínimo abrazarle bien fuerte.
-Herman, ¿puedes salir afuera un momento? – Le pregunté cuando le encontré. Estaba con el veterinario en la cuadra de una yegua que había dado a luz la semana pasada.
-Claro – contestó con amabilidad mientras salía al pasillo central – ¿qué tal todo? No he tenido mucho tiempo estos días y no hemos hablado nada.
-Ya me he dado cuenta – admití con aire de indiferencia para salvaguardar mi orgullo mientras caminaba hacia la cuadra de Bisendorff.
-Bueno, ¿qué querías? – Inquirió con una tenue sonrisa.
-Nada. Te he pedido que salieses afuera porque Anna está esperándote en la puerta, no quiere entrar por si luego huele a caballo y me ha pedido que te avisase.
-Creí que ya se habría ido… – reflexionó un poco descolocado.
-No creo que se vaya sin despedirse de ti después del perfecto anfitrión que has sido – solté mientras me subía al caballo.
Juraría que lo dije con la naturalidad más pura. Sin embargo Herman ahogó una risa mientras caminaba hacia la puerta.
-¿Puedes esperarme? Yo también iba a salir a dar un paseo – me pidió casi llegando al final del pasillo.
Asentí de buena gana, pero apenas un par de segundos después ya estaba arrepintiéndome y al final salí por la puerta que daba al campo sin esperar a Herman. Me sentí estúpida mientras cabalgaba entre la nieve. Que le quería resultaba tan trivial como mirar aquella extensión blanca y deducir que era invierno. Sin embargo, admitirlo abiertamente como él me había propuesto, suponía dar un paso más hacia aquella misión que no quería aceptar.
Si aquella mierda de conflicto bélico no existiese y las cosas entre nosotros hubiesen surgido de la misma manera, pero siendo yo una simple institutriz y él un militar de un país en tiempos de paz, me casaría con él sin dudarlo. A cambio de nada, sólo de estar con él. Pero ahí estaba esa guerra complicándolo todo. Haciendo de él un hombre sin escrúpulos y de mí una espía que tenía que engañarle y mentirle a todas horas, y a la que sólo le importaba el dinero que obtendría por cumplir su cometido.
Regresé a casa cuando me di cuenta de que no iba a llegar a ninguna conclusión a la que no hubiese llegado con anterioridad y no vi a Herman hasta la hora de la cena. Parecía estar de buen humor pese a haberme ido sin él. No hizo referencia alguna al detalle y hasta se ocupó de que Berta se terminase la cena antes de irse a cama después de un largo día. Así que yo simplemente me limité a cenar, a seguir la conversación y a levantarme de la mesa cuando lo hizo todo el mundo.
-¡Erika! – Me llamó su voz a pocos pasos de la puerta de mi dormitorio. Fruncí el ceño cuando le vi acercarse, parecía que acabase de subir las escaleras de dos en dos – ¿pasarás las Navidades con nosotros?
-Sí. Supongo que sí, ya te he dicho que mi hermano y mi cuñada se han ido a Norteamérica, nadie me está esperando en casa. Esperaba que tu madre me lo preguntase… – contesté extrañada por el sprint que se había marcado sólo para preguntarme algo que podía haberme preguntado durante la cena.
-Bueno, me ha pedido que lo haga yo – asentí por cortesía mientras abría la puerta y me quedé apoyada en el marco mirándole fijamente a la espera de algo más, porque no mostraba intención de irse – ¿un cigarrillo?
Resoplé braceando al aire en un desdeñoso gesto mientras entraba en la habitación dejando la puerta abierta para él. Entró riéndose y cerró tras de sí.
-Erika, créeme, no es lo que estás pensando… es que no me queda tabaco… – se disculpó entre risas.
-¡Encima! – Protesté intentando no reírme para no restar dramatismo a mi réplica. Pero mi voluntad me falló justo cuando le lancé la cajetilla de tabaco que tenía sobre la mesilla auxiliar.
-Mañana te lo devolveré, te lo prometo – dijo convencido mientras sacaba un pitillo y lo sostenía entre sus labios para devolver la cajetilla a su lugar -. ¡Bueno, cuéntame! Hoy por la tarde quería hablar contigo para saber qué tal estabas y esas cosas, pero te fuiste sin mí – dijo remarcando esa última frase de una forma que hizo que me riese.
-No creo que te molestase, te dejé en buena compañía… – me excusé vagamente mientras encendía un cigarrillo para mí.
-No, al principio no me molestó porque di por hecho que te cogería si salía rápido. Pero cuando regresé a las cuadras sin tener rastro de ti estuve a punto de decirle a Frank que a partir de ahora sólo montarías el poni de Berta, no llegarás muy lejos con él… – su fingido tono de amenaza me causó una carcajada.
-Lo siento, pero tardaste tanto que decidí irme…
-Discrepo en eso, pero no voy a rebatirlo, no tengo ganas – manifestó mientras daba una calada y se tumbaba en cama tras descalzarse -. Bueno, ¿y qué tal llevas lo de tu padre? ¿Estás mejor?
-Sí. No es que le haya visto mucho durante estos últimos años, pero era mi padre… – dije mientras observaba la total confianza con la que se apropiaba de mi lecho. Casi la misma con la que se había adueñado de mí.
-Cierto, ¡hasta yo lloré la pérdida del mío! – Ese extraño tono de auténtica indiferencia me dejó descolocada. Al Coronel siempre se le iluminaban cuando hablaba de Herman. Y él… bueno, a él no había más que verle cumplir con ese sino para el que su padre le había educado -. No quiero que me malinterpretes, para mí fue un padre estupendo. Pero como persona, admito que dejaba mucho que desear…
-¿Por qué? – La respuesta a mi pregunta era evidente pero me intrigaba sobremanera qué le hacía a él pensar de aquel modo.
-¡Bah! No me hagas demasiado caso… es que ahora me encuentro sumido en una crisis afectiva hacia mi difunto padre – me acerqué a la cama mirándole con curiosidad y apagué el cigarrillo en el cenicero de la mesilla de noche. Iba a preguntarle el motivo de esa crisis afectiva mientras me sentaba al borde del colchón pero él interpretó mis gestos y me contestó por adelantado -. No me gusta mi nuevo trabajo. Creo que ya te dije que no me iba a gustar, ¿verdad? Bien, pues es lo peor a lo que podían destinarme. En París estaba de maravilla comparado con esto. Rellenaba informes acerca de la situación de los distintos distritos de la ciudad, llevaba papeles de un órgano a otro, organizaba las tropas de guardia o de intervención… y he metido la pata hasta el fondo al pedir el traslado, ¡la he metido muy bien!
 

-¿Qué haces? – Pregunté casi con miedo al recordar aquellas fotografías de barracones en medio de una zona de campo completamente cercada.

-Todavía me dedico a ir de aquí para allá con el Comandante para que ver cómo funciona todo ese entramado de campos de prisioneros… – me contó mientras mantenía la mirada perdida en algún punto de techo – creo que me asignarán el subcampo que fabrica armamento después de las Navidades. Pero ahora no quiero hablar de eso. Prefiero olvidarme en cuanto salgo de allí…
-¿No puedes volver a Francia? – Quise saber. Mi pregunta le arrancó una mueca de preocupación.
-No, ahora no puedo dar marcha atrás. Es complicado. El General Berg me ha procurado este puesto porque, al parecer, mi padre estaba muy interesado en que lo consiguiese. Así que me ha concedido un trato de favor a la hora de dármelo y se supone que tengo que estar contento, porque es un puesto sin riesgo, con muchos “grados de libertad” y bien remunerado. Una ganga que no me gusta una mierda. Pero es que encima está el favor que Berg me ha hecho con Furhmann… ¡estoy vendido, Erika!
Le miré con cierta compasión cuando mencionó lo de Furhmann, pensando que técnicamente yo no le había pedido nada, pero indirectamente, el favor que debía por lo de aquel impresentable era gracias a mí. Así que terminé acariciando cariñosamente el dorso de la mano que tenía apoyada sobre su abdomen.
-¿Puedo dormir contigo esta noche? – Me preguntó con una tenue sonrisa mientras cogía mi mano entre las suyas.
-¡Herman! – Exclamé en tono de protesta por su pregunta. No estaba molesta, me hizo gracia su tierna espontaneidad – ya eres mayorcito para andar buscando con quien dormir como si tuvieses miedo – añadí conteniendo la risa.
 
sabrina-rose-desire-digital-9437_3_big

-No tengo miedo, pero mi edad es idónea para andar buscando con quien dormir – me contestó divertido mientras tiraba de mi brazo hasta hacerme recostar a su lado. Podía haberme levantado o buscar alguna forma de resistirme pero no quise hacerlo. Preferí dejarme arrastrar y recostarme a su lado, dejando que él me abrazase como si fuese normal que lo hiciese, pero dándole la espalda como única medida preventiva. Una que era del todo inservible cuando había accedido a recostarme, pero que quizás me permitiese pensar con claridad en caso de que lo necesitase – estoy en edad casadera, ¿no estarás interesada en dormir conmigo el resto de mi vida?

-No – contesté alegremente a la vez que pensaba que a mí ya se me había olvidado eso de pensar con claridad cuando se trataba de Herman Scholz.
-Me lo tomaré como un “probablemente sí” – tergiversó de una graciosa manera mientras me estrechaba entre sus brazos y comenzaba a besarme por debajo del lóbulo de mi oreja haciendo que mi cuello se crispase agradablemente al sentir el calor que exhalaban sus labios.
Le dejé hacer, poniendo a su plena disposición cada parte que sus cariñosos besos reclamaban. Su cuerpo se arrimó todavía más al mío, dejándome percibir algo duro a la altura de nuestras caderas al mismo tiempo que una pionera mano tiraba de mi blusa para colarse por debajo de ella y mientras el aire de su respiración seguía acariciándome allá por donde su boca se deslizaba, acercándose a la mía. Achaqué aquella superficie rígida que me rozaba las nalgas a lo primero que se le ocurriría a cualquiera que estuviese en una situación similar, pero de pronto, reparé en su perfecta forma geométrica.
-Herman Scholz… ¡¿tienes una cajetilla de tabaco en el bolsillo del pantalón?! – Pregunté como si acabase de descubrirle en algo mucho peor.
-No, mujer… ya te he dicho que no tengo tabaco. Es que me “alegro” de verte… – me contestó con naturalidad y elocuencia mientras se reía sobre mi mejilla.

Pude protestar, o por lo menos hacerme un poco la ofendida. Sin embargo, para mí estaba tan claro que aunque retrasase lo que iba a suceder, acabaría sucediendo – y en parte porque yo lo quería tanto como él -, que lo único que hice fue deslizar la mano dentro de su bolsillo y sacar la cajetilla para dejar claro que sabía distinguir un cilindro en alza de un rectángulo sólido, mientras que él parecía no poder controlar su risa al verme abrir la caja de cartón para comprobar que le quedaban más de la mitad de los cigarrillos. Supongo que me tomé su respuesta como un inusual “piropo” que solamente un ínfimo grupo de personas – constituido actualmente por él y nadie más – podía decirme sin hacer que me molestase.

Sobre todo si lo hacía con aquella melosa voz que parecía imposible para alguien con un día a día como tenía que ser el suyo.

-¡Menuda pieza estás hecha! – dije en un resignado suspiro mientras dejaba que el tabaco se cayese al suelo antes de darme la vuelta y mirarle a la cara.
-El protocolo exige que pida disculpas, ¿verdad? – Asentí esperándolas, pero no las recibí – pues no me disculpo, en el amor y en la guerra todo vale… – concluyó antes de besarme en los labios con decisión.
<> pensé al encontrarme de nuevo con el foco de todo mi desorden mental haciendo que se acabase el plazo de tiempo para pensar en las consecuencias de mis actos. Por norma general, es molesto que te priven de tu parte racional. Pero cuando tu mente es un estéril hervidero de ideas, situaciones ficticias que podrían llegar a ser reales y situaciones reales que podrían pasar a ser recuerdos según el rumbo de mis decisiones, se agradece enormemente un bálsamo como el que sus labios me proporcionaban. Quizás esa fue la razón por la que no desaproveché la ocasión de besarle, o quizás lo hice porque necesitaba hacerlo y esa necesidad era la que me impedía centrarme en algo más que no fuese él.
-Erika, ¿has pensado en lo que te dije la última vez? – Me preguntó su voz cerca de mi cuello mientras su mano abría un par de botones de mi blusa para deslizarse sobre mi busto hasta llegar a mis senos.
Su dedo girando lentamente sobre mi pezón me produjo un cosquilleo que descentró mis pensamientos. Ni siquiera recordaba a qué última vez se refería.
-¿Qué?
-Que si has pensado en lo que te dije la última vez… – repitió alargando la última palabra como si yo fuese un niño que no le escuchaba. Mantuve la mirada perdida, pensando que lo más lógico era que se refiriese a la última vez que había estado en mi cama conmigo. Porque aunque esa no era la última vez que me había hablado, en otras conversaciones no veía qué más podía darme para pensar en su ausencia. Y en ese caso, ¿a qué se refería? ¿A eso de casarme con él? ¿O a hacer público una relación que yo no tenía clara? – Erika, ¿me escuchas? – Inquirió apoyando su cara sobre mis pechos y dirigiéndome una inocente mirada desde allí abajo mientras su mano se movía ahora a ras de mi muslo, arrastrando la falda hacia arriba a su paso.
-Sí, pero no he pensado en nada – dije finalmente.
-Bueno, es mejor que un “no” rotundo como los anteriores.
No sé por qué dejé que me contagiase una sonrisa cuando dijo aquello. Estaba claro que visto así él tenía motivos para sonreír, pero yo… yo apenas tenía claro a lo que estaba contestando. Creo que me hizo gracia verle arremolinar mi falda cuidadosamente, dejándola alrededor de la cintura.
-¿Te lo pensarás? – Insistió incorporándose levemente para moverse hacia abajo hasta dejar su cabeza a la altura de mi vientre y desabrochar los últimos botones de la blusa antes de introducir su mano bajo mi ropa interior.
-¿El qué? – Pregunté inconscientemente cuando su mano comenzó a acariciar mis labios vaginales, deslizándose sobre ellos con gracia y llevándose mi atención con su roce. No me parecía una buena idea mantener una conversación de aquella forma.
-¿Me estás vacilando? ¿No? – Preguntó entre risas mirándome de nuevo desde abajo.
-No. Es que tengo muchas cosas que pensar, Herman. A ver, ¿de qué me estás hablando ahora? – Exigí ligeramente molesta conmigo misma al comprobar que me estaba dejando llevar demasiado.
-¿Cómo que de qué te hablo? ¡De que te cases conmigo! – Exclamó con naturalidad –. Ya sé que con lo de tu padre, al final no ha resultado ser el mejor momento para pedírtelo. Pero no te habrás olvidado de que te lo pedí, ¿verdad?
-No – respondí en medio de un suspiro cuando sus dedos me penetraron con cuidado mientras que la palma de su mano arrastraba mi clítoris. Todo aquello en conjunto me excitaba demasiado -. Pero no me casaré contigo… – añadí tras unos segundos que dediqué a centrarme exclusivamente en aquella mano que me hacía temblar de cintura para abajo.
-Ya – aceptó mientras se incorporaba de nuevo. Le observé coger mis bragas con la otra mano y comenzar a tirar de ellas hacia abajo. Creí que por fin se había terminado el diálogo, pero continuó hablando mientras utilizaba ahora las dos manos para deshacerme de la pieza de ropa -. Veamos, me has dicho que porque no me quieres y porque estamos en guerra, ¿no?
-Sí, más o menos… – acepté al mismo tiempo que él volvía a dejarse caer a mi lado.
-¿Alguna tontería más que añadir a la lista? – Preguntó mientras tiraba de mi sujetador hacia abajo, dejando que mis pechos se sobrepusiesen a la prenda. Guardé silencio, concentrándome en él cuando bajó su cuello y comenzó a juguetear con mi pezón entre sus labios. Cerré los ojos y simplemente dejé de pensar mientras disfrutaba de cómo el deseo comenzaba a propagarse por mi cuerpo, erizándolo con un agradable cosquilleo por donde iba pasando -. ¿No tienes ninguna? – Perseveró haciendo una parada para mirarme –. Bueno, entonces dame una razón coherente y no insistiré más.
-¿No podemos hablar de esto después? – Dije finalmente.
 

Admito que sonó un poco desesperado, pero es que sus caricias habían dejado una incómoda inquietud entre mis piernas difícil de calmar. Jamás había experimentado esa sensación de echar de menos a alguien en la entrepierna, pero era abrasadora cuando ese alguien estaba a tu lado y no volvía a tocarte de aquella manera aun sabiendo que lo necesitabas.

-¿Después de qué? – Preguntó con despreocupación – puede que no pase nada si no aclaramos esto, querida… es una crisis prematrimonial.
-No vas a dejarme así – afirmé acompañando mi suplicante voz con un movimiento de mis manos que me permitió desabrochar su pantalón para colarlas bajo su calzoncillo y masajear suavemente su sexo contenido bajo la ropa.
-Está bien – cedió en un susurro colocándose a mi altura para besarme mientras su mano se posaba de nuevo entre mis muslos -. Hablaremos después. Pero sólo porque me lo pides con esta insistencia…
Desconozco si quería seguir hablando o no, pero no le dejé. Me estaba poniendo de los nervios con aquel parloteo perfectamente estudiado para provocar exactamente eso. Lo sabía, porque yo antes solía hacer lo mismo. Claro que yo también solía pensar en un soldado francés que había visto en Besançon, y ahora ni siquiera me acordaba de la cara de aquel hombre que me había ayudado todos aquellos años en mi trabajo. El soldado ya no era francés, era alemán y yo estaba devorando su boca para evitar que continuase moldeándome a su antojo con sus palabras.
Era infinitamente mejor que lo hiciese con su cuerpo porque así yo podía disculparme más fácilmente por sucumbir de nuevo. Aunque esta vez ni siquiera intentaba excusarme, había asumido que en mi situación era perfectamente normal dejarse llevar, y aunque me repitiese que esta vez “sí que era la última”, sabía que no lo sería. Quizás por eso mi cabeza tampoco se molestó en recordármelo. Y no es que no supiese de sobra que acostumbrarse a él no era lo mejor, pero sí que era tan fascinantemente cómodo que hacía que mereciese la pena hasta el punto de olvidarme de cualquier dificultad o impedimento que me echase hacia atrás a la hora de no decantarme directamente por él. Con contrato o sin contrato, Herman era el único hombre con el que no me importaría hacer lo que estaba haciendo hasta el fin de mis días.
De pronto me sentí ligeramente mal al pensar en él como alguien completamente ajeno al negocio que yo podía hacer a costa de sus sentimientos. Y me hundí un poco más al descubrirme por primera vez pensando completamente en serio en otros sentimientos que no fuesen los míos. Eso significaba que lo que yo sentía iba por delante de lo que yo pensaba.
-¿Estás bien? – Me preguntó su voz con cierta curiosidad.
Al principio no entendí qué le había hecho pensar que pudiese no estarlo, pero luego descubrí que me había quedado completamente quieta mientras mi cabeza no hacía más que darle vueltas a lo mismo una y otra vez.
-Podemos dejarlo para otro momento – insistió antes de besarme la frente.
-No. Estoy bien – contesté con una sonrisa ante su repentina preocupación y volví a besarle.
Esta vez concentrándome en lo que hacía, sintiendo los carnosos labios de Herman moviéndose al compás de los míos mientras nuestras manos buscaban nuestros respectivos cuerpos, colándose por debajo de la ropa o simplemente deslizándose libremente sobre la superficie de la piel.
Flexioné mis rodillas y abrí las piernas sin dejar de acariciar su miembro enhiesto que asomaba sobre la ropa que yo misma había colocado por debajo. Tenerlo entre mis manos me excitaba. Hacía que mi deseo creciese a la vez que yo deslizaba mis manos sobre él, aumentando suavemente la presión de vez en cuando para recrearme en la homogénea firmeza que ofrecía a mi tacto, e intensificando de esa manera lo que su mano podía hacer entre mis piernas mientras ambos jugábamos con el sexo del otro. Haciéndonos catar un jugoso preámbulo que a mí, personalmente, me hacía anhelar el momento de tener dentro aquello que tanto prometía entre mis manos.
Dirigí mi boca hacia su oído mientras mi cuello era el objeto de las atenciones de sus labios y tras aspirar el aroma de su pelo, ahora revuelto y sin rastro del fijador que hacía que cada mañana abandonase la casa sin que ni un solo pelo osase elevarse por encima del perfil de su cráneo, sentí la tentación de despeinarle todavía un poco más, así que lo hice. Dirigí una de mis manos hacia su nuca y la acaricié hundiendo mis dedos en su cabello mientras elevaba mis caderas inconscientemente para facilitar su refinada manipulación.
-Desnúdate – le susurré con la voz que el poco aire que era capaz de retener me permitía articular.
Por norma general, si una piensa que le está susurrando a un Teniente de las SS que se desnude, eso suele ser suficiente para que la recorra un escalofrío de tensión en el segundo exacto en el que termina de hacer la petición. Pero cuando se trata del Teniente Scholz en concreto, el escalofrío se produce en el instante en el que éste te atraviesa con sus ojos antes de besarte e incorporarse con decisión para complacerte. Y mientras ves cómo lo hace delante de ti, sin apartar los ojos de los tuyos, lo que resulta imposible es no retorcerte en la creciente necesidad de tenerle.
-Ahora tú – me pidió en un cautivador tono mientras dejaba adivinar una sonrisa al final de las comisuras de su boca.
Obedecí. Aunque mi proceder fue más accidentado al hallarme tumbada en el colchón y con prácticamente todas mis prendas descolocadas, pero todavía sobre mí. Sin embargo, me desnudé ante su atenta mirada, hice oídos sordos a un par de carcajadas que retuvo como pudo cuando alguna que otra cosa me dio más problemas de los esperados, y me dejé caer donde estaba, contando con tenerle sobre mi cuerpo en breve.
No me equivoqué. Regresó sobre mí, besándome mientras una de sus manos recorría con los dedos la aureola de uno de mis pechos antes de caer hacia mis caderas e instarme con firme cuidado para que rodase hasta quedarme sobre uno de mis costados, dándole la espalda. Su cuerpo se acopló al mío casi en el acto, cubriendo mis omóplatos con el calor de su pecho y deslizando su mano a través de mi vientre para abrazarme mientras su boca llegaba desde atrás, besando mi mejilla.
Sujeté su nuca con mi mano cuando el ardiente aguijón que sobresalía de su entrepierna se hizo un hueco entre mis muslos y rozó los labios de mi sexo, resbalando en la humedad que impregnaba la zona y elevando mi libido hasta hacer que arquease mi espalda para ofrecerle una pronta entrada. Supongo que interpretó perfectamente lo que yo le pedía, pero lo desatendió con elegancia, dejando que su mano cayese hasta mi pubis y colocando sus dedos sobre la hendidura que diferenciaba las dos partes en las que se abría mi cuerpo en ese punto para dejar al descubierto mi clítoris. Una zona que respondió fiel a su tacto, haciéndome gemir cuando comenzó a frotarlo suavemente mientras su verga continuaba deslizándose entre mis muslos. Rozándolo todo a su paso, restregándome las inmensas ganas que yo tenía de que en uno de sus movimientos entrase en mi cuerpo y se moviese allí. Pero no lo hacía. No lo hacía aunque yo no paraba de elevar mis caderas hacia atrás, sintiendo su vientre empujando mis nalgas y temblando al final de cada movimiento.
Dejé la parte alta de su cuello hacia la que se había caído mi mano, llevándola ahora hacia mis posaderas mientras alzaba las caderas un poco más, dispuesta a penetrarme con su miembro en vista de que él se había propuesto provocarme un orgasmo valiéndose de una extraña mezcla de fricción y desesperación que no obstante, le estaba funcionando. Pero yo no tenía tanta paciencia ni tanto autocontrol cuando se trataba de una situación como aquella.
Su mano agarró mi muñeca con seguridad en cuanto mis dedos rozaron su vello púbico y me obligó a posarla sobre el colchón a la altura de mi pecho. Ahora no le tenía masturbándome, pero podía notar igualmente cómo el deseo que generaba su sexo alojado bajo el mío se extendía por mi cuerpo de un modo insufrible, sin encontrar frontera capaz de detenerlo.
-Dime que me quieres y yo te lo hago – me susurró tras el lóbulo de mi oreja haciéndome estremecer con su cálido aliento.
-Te quiero – ni siquiera me planteé la posibilidad de no decirlo. Abrí la boca y las palabras brotaron al mismo tiempo que mi cara se acomodaba sobre la almohada y él me besaba el cuello, dejándome percibir sus comisuras curvadas en una sonrisa mientras su mano soltaba la mía para cumplir con su palabra -. Te quiero, Herman – repetí con exasperación volviendo a sujetar su cuello con mi mano recién liberada y solicitando más besos.
 

No sabría decir si me contestó o no, porque en ese preciso instante sus dedos me penetraron desde atrás. Y tras un par de vaivenes que se produjeron sin el más mínimo rozamiento, dejaron paso al plato fuerte. Momento que concentró toda mi atención desde que su glande tanteó levemente mi orificio de entrada con la ayuda de su mano, hasta que entró majestuosamente impulsado por sus caderas, que lo incrustaron en mis entrañas con un exquisito movimiento que terminó cuando éstas dieron de nuevo con mis nalgas. Haciendo que yo intentase ahogar mis gemidos con la almohada y que Herman hiciese lo propio con mi cuello.

Dejé que mi pierna se elevase sin resistencia cuando él la sujetó y tras deleitarme con unas cuantas idas y venidas desde mi retaguardia que me hacían culebrear en busca de sus labios, volvió a dejarla con cuidado sobre la otra para rodear mi cuerpo a la altura de mis costillas, sujetando mis pechos de vez en cuando y haciendo que mis ganas de él se viesen correspondidas con cada uno de sus movimientos.
Experimenté una vez más esa sensación que me obligaba a entregarme a él aun cuando mi voluntad parecía mucho más firme que aquella noche. Una estado indescriptible proporcionado por cada una de las cosas que le caracterizaban y que en conjunto le hacían, a mi juicio, irresistible e incomparable. Sonreí contra la almohada, completamente avasallada por su aliento y pensando que era una imbécil mientras me recreaba sintiendo los músculos de su abdomen rozando mi espalda al tiempo que forcejeaban por hacer posible una penetración tras otra. Si de verdad quería creer que no quería tener nada más con él, era una imbécil consumada, porque lo que de verdad quería era que él fuese el único que me hiciera aquello. Y si no era él, el sexo volvería a ser sólo sexo. Un trabajo tras otro. Trabajos en los que a partir de ahora, mi cabeza me llevaría de vuelta a aquellos brazos en cuanto dejase caer mis párpados en compañía de cualquier otro hombre. Y entonces, volvería a llamarme imbécil por no haberme quedado a su lado.
Un jadeo bastante más fuerte que el resto me sacó de mis cavilaciones, haciendo que me descubriese a mí misma inclinándome hacia delante para ofrecer una entrada más fácil desde la parte posterior de mi cuerpo. Elevé ligeramente la cabeza para echar un vistazo hacia abajo y me dejé caer de nuevo cuando mis ojos se encontraron con los repetidos azotes que los ilíacos de mi Teniente propinaban a la altura de mis riñones, con un movimiento excitante y sugerente que, de no ser secundario gracias a la forma que tenía de empujarme a la locura cada vez que se clavaba en algún bendito punto de mi interior, hubiese captado toda la atención de mis pupilas.
Me estaba haciendo disfrutar demasiado. Me gustaba todo: su roce, su aliento, su olor, la forma que tenía de apretar su rostro contra mi mejilla, sus frenéticas acometidas o sus penetraciones perezosas cuando alguno de los dos caminaba peligrosamente al borde del orgasmo. A Herman siempre le gustaba hacer eso, llevarme al borde y no dejarme caer hasta que él lo hiciese. Incluso cuando yo sabía que él estaba tan a punto como yo, seguía haciéndome sufrir de esa manera durante algunos segundos que luego se recompensaban con creces.
Y cuando pensé en nuestros incomparables finales, no pude resistirme a estirar una mano hacia mi sexo para masturbarme suavemente mientras él continuaba desmoronándome desde atrás. Abrí ligeramente las piernas para llegar al lugar en el que su cuerpo irrumpía placenteramente en el mío y separé un par de dedos para abarcar la penetración con ellos hasta que su mano apareció bajo la mía y comenzó a hacer lo que yo había estado haciendo antes de decidir deleitarme con las incursiones de su sexo.
Aparté mi mano y me aferré a su muñeca mientras sus dedos masajeaban mi clítoris con habilidad, justo como a mí me gustaba. Poniéndome de nuevo en la complicada posición de no poder evitar correrme en medio de todo aquel despliegue de atenciones que me envolvían y me obligaban a hacerlo. Gemí desesperadamente cuando fui consciente de que él iba a dejar que lo hiciese y apreté su mano con más fuerza todavía, hasta el punto de notar sus tendones dirigiendo sus dedos rítmicamente bajo mis yemas hasta que un atropellado gemido sobre mi sien me dio el empujón definitivo. Y entonces, los segundos que él me había robado cada vez que bajaba el ritmo para que no llegase, se compensaron con uno de esos estallidos de placer que llevaban su firma. Uno enorme que convirtió mi cuerpo en un palpitante nervio que se retorcía sin final aparente en un trémulo y placentero impulso con las embestidas de un cuerpo ajeno, dulcemente aceptado como un anexo del mío propio, que empujó con igual necesidad que la mía hasta que la sangre retomó de nuevo su camino a través de mis arterias y mis sentidos pudieron devolverme la percepción habitual que yo tenía del mundo.
Relajé mis piernas reparando en la hipersensibilidad de mi sexo cuando Herman retiró su mano y la sujeté para abrazarme con ella mientras él se acomodaba a mi espalda, apoyando su rostro ligeramente sobre mi cabeza, besándome de vez en cuando en algún lugar. Estaba bien, embargada por esa característica serenidad que necesitaba y que constituía un aliciente más para recaer una y otra vez en caso de proponerme no hacerlo. <> recordé. Aquello me lo dijo una prostituta que había conocido durante un encargo en el que había tenido que hacerme pasar por una de ellas. Y aunque mencionar la fuente pudiese desmerecer aquellas sabias palabras, siempre me pareció lo más filosófico que había escuchado en mi vida. ¡Cuánta razón llevaba!
-¿Y si nos metemos en cama? – me preguntó con una débil voz recién recuperada tras el ajetreo.
Acepté contenta de que se quedase conmigo, pero ligeramente molesta por obligarme a moverme en aquel momento. Cuando él todavía estaba dentro de mí, cubriendo por completo mis espaldas y consiguiendo con ello raptarme de aquella realidad que aplastaría a cualquiera que estuviese en mi lugar. Pero fui consecuente con mi respuesta y le desatendí durante un momento para abrir la cama y meterme bajo las sábanas.
Sonreí cuando su brazo se separó de su cuerpo conformando mi lugar de reposo favorito y le abracé en cuanto me recosté sobre él, al mismo tiempo que mis pies le hacían sitio a los suyos. Más fríos que los míos, pero bien recibidos de todos modos porque nadie me había brindado nunca antes semejante muestra de cariño.
Suspiré tras unos minutos en silencio, creyendo que mi compañero de cama estaba ya dormido, pero su tenue voz rompió el silencio indicando lo contrario.
-¿Podemos hablar ahora? – Intenté ahogar una carcajada y asentí con un vago sonido acomodándome mejor cerca de su pecho -. Seré breve, ¿te casas conmigo o todavía no?
Los dos nos reímos, aunque yo ya me lo esperaba y él lo sabía. Apenas dediqué un par de segundos a pensar la respuesta, y por segunda vez en mi vida – después de haber “matado a mi padre” hacía algunas semanas – hice lo que tenía ganas de hacer sin pensar en nadie más.
-Está bien, me caso contigo – accedí sin poder contener la risa del todo.
-¿Sí? ¿De verdad? – Preguntó tan sorprendido que dejó claro su incredulidad.
-Sí – repetí pellizcándole cariñosamente el pezón que había cerca de mi cara.
Luego me reí cuando él se incomodó por ello y frotó la zona con cierta insistencia, pero sin quejarse.
-¿Te importa que espere un poco antes de comprarte un anillo? Me gustaría asegurarme de que mañana opinas igual, y pasado mañana, y dentro de tres días…

-Muy bien – acepté sin nada que objetar.

Estaba de acuerdo con él en que podía retractarme a corto plazo. Aunque algo me decía que no lo hiciese ahora que había dado ese paso cuya infructuosa premeditación me había prvocado tantas jaquecas.
-Entonces, si te parece bien, haré pública nuestra relación. Porque no seguirás empeñada en que no hay relación… – inquirió acariciándome el pelo. Negué con la cabeza, luchando por no quedarme dormida mientras hablaba. Sabía que aquel momento me daría pánico, pero estaba demasiado bien como para preocuparme por aquello justo en aquel instante -. Bien, pues lo haré oficial esta semana, ¿te parece bien? – Asentí sin fuerzas para objetar nada -. Y después esperaremos algunos meses para anunciar el compromiso, ¿vale?
-Sí – repetí de nuevo.
-Si mañana no me quieres, te juro que te despido – me amenazó entre risas antes de besarme la frente.
Quise decir algo que demostrase que también estaba de acuerdo con eso último, pero no llegué a saber si pude hacerlo. El sueño me venció antes.
“Erika, querida” fueron las palabras que me despertaron al día siguiente. Y cuando abrí los ojos me encontré a Herman vestido con su uniforme y sentado al borde de la cama. Miré el reloj al verle listo para irse y comprobé que faltaban unos diez minutos para que viniesen a recogerle.
-Dime que sigue en pie lo que me dijiste anoche – me pidió con una divertida solemnidad.
Mi primera reacción fue sonreír ante su insistencia que – una vez dado el fatídico paso de rendirme a lo que sentía – me resultaba entrañable. Lo segundo que hice fue reafirmarme en mi decisión, haciendo que él se inclinase para besarme.
-Estupendo, porque Marie me ha dicho mientras me servía el desayuno que debieron escucharnos desde Múnich – me informó con tranquilidad -. Supongo que nadie más se atreve a decirme algo así, pero sí que tienen oídos, ya me entiendes… – añadió alegremente.
Aunque a mí no me divertía lo más mínimo. Si lo de Marie – aquella señora de bondad infinita con pintas de tirolesa entrada en kilos que le había cambiado los pañales a Herman y que todavía seguía vanagloriándose de ello – ya me daba suficiente vergüenza, ni siquiera quería plantearme que su madre hubiese escuchado ni el más leve suspiro. Aunque seguramente no lo habría hecho.
-¡En fin! Tengo que irme, te veré a la hora de la comida. ¿Me das un beso?
Suspiré antes de incorporarme y le besé en los labios. Él simplemente me miró con una sonrisa y abandonó la estancia sigilosamente tras rebuscar en el bolsillo interior de su abrigo y sacar un cigarrillo que dejó sobre la mesilla.
 
 

Bueno, no podía quedarme en cama todo el día, pero sí podía retrasarme un poco. De modo que me cubrí con algo de ropa, cogí el cigarrillo que acababa de dejarme y rescaté del fondo del cajón aquel contrato que me habían dado. Había decidido casarme con Herman. Ahora la siguiente pregunta era si firmaba aquello o no.

Si hubiese estado en otra situación, hubiese estampado allí mi rúbrica sin ningún tipo de reparo. Pero estando enamorada de él, estaba aquella incómoda moral que me repetía lo rastrero que era aceptar dinero por eso. Un matrimonio, o bien era una farsa desde el principio, o bien iba en serio. Pero las dos cosas no, porque entonces uno no tenía claro por qué demonios hacía aquello, y yo sí que lo tenía. Lo hacía por él. Aunque tuviese que espiarle e informar de su vida mientras durase la guerra.
<>. Una horrible sensación de haber metido la pata hasta el fondo me recorrió en cuanto lo menté. Si las cosas salían bien para el mundo, el fin de la guerra nos separaría. ¿O quizás no? ¿Qué haría yo si fuese él? Obviamente, huiría. Huiría como seguramente harían el resto de familias bien posicionadas que constituían un pilar social demasiado importante para el régimen y que estaban directamente implicadas con él, justo como lo era la familia Scholz. Y yo huiría con él. Ya no tendría que trabajar más y podría seguirle a donde fuese si Alemania no vencía y era necesario abandonar el país.
No sé en qué momento exacto ocurrió, pero de repente tuve claro lo que iba a hacer.
Durante los días siguientes tuve que armarme de valor para hacer vida normal mientras el servicio al completo hablaba de nosotros en cada esquina de la casa. Seguí las instrucciones de Herman al respecto e hice caso omiso. Aunque Marie también se atrevió a bromear conmigo al respecto. Cosa que para mi sorpresa, no me importó. Era demasiado buena como para que molestase algo de aquella mujer. Además, gracias a ella supe que la madre de Herman no sabía nada.
Un par de días después, me inventé una excusa para ir a Berlín y dejar mi informe en la oficina de aquel taller. Adjunté también unas hojas en las que solicitaba que me enviasen a alguien con urgencia para renegociar algunos términos del contrato y me aseguré de que no la desatenderían manifestando que estaba decidida a firmar si llegábamos a un acuerdo.
Esperé una semana más. Una que transcurrió rápidamente entre mañanas con Berta y tardes y noches con Herman, que insistió en hacer público lo nuestro a pesar de que yo intenté retrasarlo el máximo tiempo posible. Finalmente, lo anunció tres días antes de la cena de Navidad, durante una comida. Creí que su madre moriría asfixiada con algo, pero me sorprendió tomándoselo de una manera demasiado natural y llegando incluso a bromear con una boda temprana para evitar “vivir en pecado”, ya que ambos compartíamos techo.
-¡En fin! Esas cosas ya no se llevan entre los jóvenes de ahora… supongo que podréis evitar el pecado si no compartís cama antes de uniros en matrimonio – concluyó a modo de severo aviso.
Yo logré aguantarme por puro respeto, pero Herman respondió a su seriedad con una risa que me hizo pasarlo realmente mal para lograr controlarme.
-Creo que ya me esperan en el infierno, Madre. Pero descuida, no pecaré más de lo necesario. Quizás así me rebajen el castigo…
Creí notar como los ojos de la viuda me fulminaban, pero me equivoqué, le fulminaban a él.
-Espero que tengas esas ganas de bromear cuando te llegue la hora de rendir cuentas por tus actos – le espetó de una profética manera que inundó la mesa de incomodidadg.
-¿Mis actos? – Preguntó retóricamente Herman con una cara que seguramente utilizaba cuando se metía en el papel de Teniente –. Cuando rinda cuenta de mis actos, lo último que va a importarle a quien tenga que rendirle cuentas, es en qué situación llegue a mi noche de bodas – dijo con un inquietante tono de voz -. Pero gracias por preocuparte – añadió más relajado mientras el servicio disponía los postres.
La conversación se zanjó allí. Y el pequeño cruce de opiniones entre madre e hijo no hizo que la señora Scholz viese lo nuestro con malos ojos. De hecho, a partir de aquella comida, pasó a tutearme y a prestarme más atención de la necesaria. Interesándose por mis gustos y dándome algún consejo sin importancia que yo agradecía por cortesía. Podía decirse que las cosas iban bien, aunque Herman y yo pasamos a autodenominarnos en privado “los pecadores más salientables del mundo conocido”, algo que nos hacía reírnos de la pobre viuda durante un buen rato antes de pecar siempre que podíamos. Y aunque yo temía su reacción si se enteraba de que su hijo no dormía en su cuarto desde hacía días, si estaba al tanto, nunca dio muestras de estar molesta.
El día antes de Navidad me desperté con cierta inquietud. Por la tarde tenía que ir a Berlín y seguramente me estaría esperando alguien en el mohoso taller que ahora era mi punto de encuentro. La mañana pasó rápidamente con Berta y por la tarde, después de la comida, Herman me pidió que le acompañase al despacho de su padre del que ahora se había apropiado él.
Entré en la estancia, impregnándome de la extraña familiaridad que me despertó aquel espacio. Estaba cambiado. Sólo había sobrevivido la foto de su padre estrechando la mano del Führer y una de él mismo posando de un modo amistoso con una condecoración que le estaba entregando el hijo puta de Himmler. A parte de eso, ya no había lugar para las águilas sujetando orgullosas esvásticas y en lugar de medallas de guerra, lo que ahora colgaba de las paredes eran premios o distinciones concedidas a la familia Scholz en calidad de reconocimiento por su labor en la cría de ejemplares Pura Raza Hannoveriano.
-Furhmann ha vuelto, supongo que no tardará en dejarse caer por casa – dijo su voz tras cerrar la puerta y haciendo que mi corazón se parase al escucharle -. He hecho un par de llamadas cuando me enteré de que había vuelto. Sólo ha conseguido unos días de permiso para pasar las Navidades en casa, así que se irá antes de una semana. Pero vendrá por aquí, seguro. ¿Te preocupa demasiado?
-No – mentí.
-No creo que se atreva a ponerte una mano encima en cuanto mi madre le diga que tú y yo estamos juntos. Y me juego el cuello a que es lo primero que va a decirle. Ya sabes que nos da por casados.
Intenté poner una cara que le agradeciese sus palabras. Aunque no me cabía ninguna duda de que en cuanto Furhmann lo supiese, empeoraría la situación. Primero, porque tenía claro que estaba en Rusia gracias a Herman. Y segundo, porque irreparablemente, me culparía a mí de que él hubiese decidido tirar de sus contactos para enviarle allí. Eso incluiría en su venganza la petición de favores sexuales a cambio de su silencio. Consciente de que yo no podía rechazar ninguna oferta por su parte – por muy descabellada que fuese – debido a la información que poseía y que de no estar guardándose para algo así, ya hubiera soltado. Además, de seguro me caerían algunas hostias que tendría que aguantar solemnemente.
Intenté respirar hondo para tranquilizarme. Sólo serían unos días y Herman estaría en casa, disfrutando también sus días de permiso que le habían concedido por Navidad. Si no me separaba de él, quizás no encontrase ocasión de atormentarme. O quizás fuese peor y terminase proclamando a los cuatro vientos que me tiraba al Coronel. No. Tenía la plena seguridad de que no se gastaría ese cartucho sin intentar sacar algo a cambio primero.
-Supongo que evitarle será lo más sabio – concluí con resignación.
-Supones bien. De todos modos, yo estaré en casa o en las cuadras. No voy a dejar que te haga nada, ¿de acuerdo?
Asentí mientras me abrazaba, consciente de que Furhmann no buscaría un ataque directo, como Herman esperaba. Sino que se procuraría la manera de hacer que yo me enterase pacíficamente de que si no obedecía sus órdenes, todo se terminaba. Y entonces, tendría que entrar de nuevo en su juego.
-Voy a ir a Berlín para comprarle un regalo de Navidad a Berta – dije finalmente.
-¿Quieres que vaya contigo?
Insistí hasta la saciedad para que no me acompañase. Me sería imposible hacer lo que tenía que hacer si él venía conmigo. Al final lo conseguí y tras algunos besos al abrigo de aquel despacho redecorado, puse rumbo a la ciudad.
Mis superiores no me defraudaron. Al llegar al taller me esperaba el mismo hombre que me habían enviado para “negociar”. Sonreí con un aire irónico al verle y prescindimos de formalidades mientras tomaba asiento y rompía el contrato en pequeños pedazos que cayeron sobre la mesa de oficina.
-Sepa que quizás haya cometido usted una tontería – me informó -. Bien, terminemos con esto. ¿Cuánto quiere?
-Renuncio a la prima del Estado Británico a cambio de protección, visados y una vía de escape segura en caso de que ellos ganen la guerra. Francia está demasiado tocada como para proporcionármela, pero por si acaso, también quiero esa garantía por su parte. Con respecto al dinero, he decidido que me las apañaré con ese sueldo vitalicio. En cambio, si Alemania gana, renuncio a todo a cambio de que mantengan mi identidad en activo y se olviden de mí.
Mi interlocutor se rió abiertamente.
-¿Está usted bien de la azotea? ¡En el contrato ya figuraba que se le proporcionaría todo eso! Mire – dijo sacando una copia de su carpeta de piel y señalándome el punto exacto en el que se recogía.
No lo miré. Le devolví la hoja mirándole fijamente a los ojos y le aclaré mi petición.
-Ya sé lo que pone, me lo habré leído unas cien veces. Pero ahí sólo se habla de mí. Y yo quiero lo mismo para él.
-¿Para él? – Me preguntó atónito. Asentí mientras él se sentaba, y tras pensárselo durante un par de minutos me habló de nuevo – ¿qué demonios quiere exactamente para él?
-Inmunidad y protección. Independientemente de lo que tengan que hacer para dársela. Visados, papeles, asilo político o refugio… llámenlo como quieran, pero sólo me casaré con él si ustedes me prometen que en cuanto todo esto acabe, me sacarán de ahí con el que, por ley, será mi marido. Él no necesita dinero, su familia tiene más que Francia e Inglaterra en estos momentos.
-Me está pidiendo amparo para alguien que muy posiblemente sea declarado criminal de guerra si esto se cae a nuestro favor. Lo sabe, ¿verdad?
-Lo sé. Y me da igual. En ese caso tendrían millones de criminales de guerra mucho más interesantes que Herman Scholz sólo en la ciudad de Berlín. Si no pueden renunciar a uno, entonces tendrá que ir usted y conseguir casarse con él si quieren ver esos campos de prisioneros desde dentro.
-Está bien. Inmunidad para Herman Scholz -. Accedió tras unos minutos -. Redactaré un contrato con estas condiciones y se lo entregaré la semana que viene. Si usted está de acuerdo, como dice, me hará el favor de firmarlo en mi presencia para ahorrarnos algo de tiempo.
-Si recoge claramente y sin ningún tipo de trampa legal lo que acabamos de acordar, se lo llevará usted firmado. Le doy mi palabra – acepté estrechando la mano que me ofrecía.
Después de aquello, me vi en la obligación de conseguir un regalo de Navidad para Berta. Así que me adentré en la ciudad antes de regresar. Me sentía extrañamente relajada, y no porque ingleses y alemanes hubiesen acordado una tregua de bombardeos por motivo de las fechas que se atravesaban, sino porque tenía la vaga sensación de haber hecho lo correcto.
Puede que estuviese en lo cierto, o puede que fuese incapaz de ver más allá de quién era él conmigo. Olvidándome de que era la misma persona que cada mañana acudía a un campo de prisioneros para ejercer como Teniente de uno de los cuerpos de seguridad más agresivos y dictatoriales que el mundo había conocido.
Mas relatos míos en:
 
 
 

Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (1 de 2)” (POR GOLFO)

$
0
0


La historia que os voy a contar puede parecer una fantasía de dolescente pero me ocurrió y aunque resulte un tanto hipócrita, no me siento culpable de lo que pasó porque fue Alicia no solo la que propició ese traslado sino la única responsable que yo hundiera mi cara entre sus muslos.

Antes de nada tengo que presentarme, me llamo Alejandro y soy un hombre maduro y del montón. Con casi cuarenta y cinco años, no tengo un cuerpo de modelo y aunque he perdido más pelo de lo que me gustaría, lo que no ha menguado con los años son mis ganas de follar.   Reconozco que estoy bruto todo el tiempo. Cuando no estoy mirando las piernas de las mujeres que pasan a mi lado es porque estoy mirándolas el culo. Me confieso un salido y mi mujer que lo sabe me tiene vigilado y a la menor sospecha, me monta un escándalo para que vuelva al redil. Por eso no comprendo cómo durante unas vacaciones cometió el error de no advertir las maniobras de su caprichosa hermana.

Mi querida cuñada es una de las personas más volubles que conozco. Con  treinta y cinco tacos y a pesar de estar bastante buena, no ha conseguido una pareja estable por su carácter.  Pasa de un estado de euforia a la mayor de las tristezas sin motivo aparente y lo mismo le ocurre con los hombres, un día está enamorada por un tipo y al día siguiente, ese amor se convierte en odio feroz. Siempre he opinado que estaba un poco loca pero no por ello dejaba de reconocer que esa morena tenía un par de pechos dignos de ser mordisqueados.

Por todo ello, no creáis que me hizo mucha gracia cuando María me contó que ese verano Alicia iba a acompañarnos a Gandía. Pensé que esa pesada iba a resultar un estorbo sin saber que su presencia iba a cambiar mi vida, dándole un giro de ciento ochenta grados.

El viaje en coche.

Para los que no lo sepáis Gandía es la típica ciudad de veraneo del mediterráneo español que multiplica su población en agosto gracias a los miles de turistas que recibe.  A principios de ese mes, tal y como mi esposa y su hermanita habían planeado, toda la familia salimos rumbo a esa ciudad y cuando digo toda la familia en ella incluyo a mi esposa, mi hijo de ocho años, el puto perro, mi cuñada y por supuesto a mí.

Ya desde el inicio del viaje, la bruja de Alicia se tuvo que hacer notar al negarse a viajar en la parte trasera, alegando que le daba miedo el chucho.

« ¡Será puta!», pensé al oírla porque mi perro lo que daba era lástima. Ejemplar de pura raza callejera, el pobre bicho además de escuálido y enano, era un pedazo de marica que tenía miedo hasta de su sombra. Sabiendo que era una mera excusa para ir delante, no dije nada cuando mi mujer se pasó atrás por no discutir con su hermana.

Sé que esa zorra se dio cuenta de mi cabreo porque al sentarse en el asiento del copiloto, me soltó:

― No te enfades de verdad tengo miedo de ese dinosaurio.

« Encima con recochineo», mascullé al oír el apelativo con el que se dirigía mi pobre “Fortachón” antes de percatarme que yo mismo al ponerle el nombre me había reído de su tamaño.

Durante todo el trayecto el sol nos dio de frente, de modo que el habitáculo no tardó en calentarse por mucho que teníamos el aire acondicionado a tope. Mi esposa, mi hijo y la advenediza de mi cuñada no pararon de quejarse pero fue la puta de Alicia la que aprovechando que había parado a repostar en una gasolinera, la que aprovechó para ponerse un bikini con el que ir el resto del viaje.

Os juro que al verla sentarse de esa forma en su asiento tuve que hacer un esfuerzo para no babear:

« ¡Menudas tetas!», exclamé mentalmente al observar de reojo esos dos enormes melones apenas cubiertos por dos trozos de tela negra.

Lo peor fue que al encender el coche y ponerse en funcionamiento el aire, este pegaba directamente sobre sus pechos e inconscientemente sus pezones se le pusieron duros como piedras. Fue entonces cuando aprovechando que mi mujer no había llegado con el crío, decidí soltarle una andanada diciendo de broma mientras señalaba sus pitones:

― Cuñadita, ¿te pongo cachonda?

Tras la sorpresa inicial, esa zorra me sonrió soltando:

― Ya te gustaría a ti. Tú eres el último hombre con el que me acostaría.

Muerto de risa al ver el color que habían adquirido sus mejillas, contesté sin dejar de mirar los dos bultos que pedían a gritos ser tocados bajo su bikini:

― En eso tienes razón, preferiría ser eunuco a acostarme contigo. ¡Con tu hermana tengo suficiente!

La expresión de cabreo con la que me miró me tenía que haber puesto en preaviso. Sin duda fue entonces cuando al herir su amor propio, esa guarra decidió hacerme ver cuán equivocado estaba  y solo la llegada de María impidió que esa caprichosa mujer iniciara su ataque sobre mí en ese instante.

Tampoco tardó mucho porque una vez habíamos reiniciado la marcha, ese engendro del demonio aludiendo a la temperatura que hacía se dedicó a remojarse el escote con el propósito de ponerme verraco. Ni que decir tiene ¡que lo consiguió! Ningún heterosexual hubiera permanecido indiferente a la calenturienta escena de ver a esa monada acariciándose los pechos mojados una y otra vez mientras observaba de  reojo mi reacción.

Espero que sepáis comprender que mi sobre estimulado pene reaccionara alzándose nervioso bajo mi pantalón mientras yo intentaba infructuosamente prestar atención a la carretera en vez de a ella. Pero por mucho que lo intenté mi ojos volvían inapelablemente a fijarse en el modo que Alicia se pellizcaba los pezones a pesar de saber que lo hacía para joderme.

El colmo fue que casi llegando a nuestro destino y aprovechando que su hermana mayor se había quedado dormida,  me soltó mientras rozaba con su mano mi inflada entrepierna:

― Pues va a ser que no eres eunuco.

Si mi verga ya estaba intranquila por su exhibicionismo, al sentir su leve roce alcanzó de golpe una brutal erección sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Alicia, descojonada al percatarse de mi erección, acercó su boca a mi oído y me susurró:

― Nunca debías haberme retado. De Gandía no me voy sin haberte follado.

Su amenaza me dejó paralizado porque conocía de sobra su carácter caprichoso y que cuando se proponía algo, esa zorra no paraba hasta que lo conseguía…

El apartamento tampoco ayuda.

Ya en nuestro destino, mi querida cuñadita volvió a montarla gorda al descubrir que el piso que habíamos alquilado y que en teoría era para seis adultos, en realidad era un pequeño apartamento con dos habitaciones y que cada una de ellas solo contaba con una cama de matrimonio.

― ¿No esperareis que duerma con Alejandrito?― soltó quejándose no tanto por no disponer ni de un cuarto para ella sola como por el hecho de tener que compartir colchón con su sobrino.

Maria, mi mujer, que había sido la quien se había ocupado de rentarlo, se trató de disculpar enseñándole el folleto donde se veía que había al menos tres camas. Fue entonces cuando mi cuñadita cayó en la cuenta que una de las camas que aparecían era un sofá y creyendo que se había librado de dormir con el chaval, intentó abrirlo y descubrió que estaba roto.

― Mierda― exclamó de muy mala leche― ¡mañana mismo vamos a la agencia y que nos cambien de piso!

Su cabreo era tal que me abstuve de hacer ningún comentario y huyendo de la quema, cogí a mi crio y me lo llevé a nadar a la piscina. Al cabo de unos quince minutos, las cosas se debían haber  calmado un poco porque vi entrar a María con Alicia. Mi esposa venía apesadumbrada por lo que no me costó entender que la bronca había sido total pero en cambio mi querida cuñadita venía feliz y contenta, como si nada hubiese ocurrido. Si había sospechado que era bipolar, el comportamiento de ese día me lo confirmó; una vez se había desahogado con su hermana, la morena había pasado página y se puso a jugar con Alejandrito con una alegría tal que nadie hubiera podido afirmar que minutos antes esa mujer estaba hecha un basilisco.

Tratando de calmar a mi mujer me acerqué a ella y le pregunté si quería que le pusiera bronceador. María me lo agradeció el detalle y olvidándome de su hermanita, comencé a untar la crema por su cuerpo, desconociendo que desde el agua Alicia no perdía detalle y que esa pérfida mujer querría que lo repitiera con ella.

La paz duró una media hora hasta que cansada de jugar con mi hijo, volvió a donde estaban nuestras tumbonas y comenzó a discutir con mi esposa por un motivo que la verdad ni recuerdo. Lo que si me consta es que María se levantó y hecha una furia se subió al piso sin despedirse. La sonrisa que descubrí en la cara de Alicia me alertó que se avecinaban problemas y dicho y hecho, en cuanto comprobó que su hermana había desaparecido, se acomodó en la tumbona y llamando mi atención me pidió que le pusiera protector tal y como había hecho antes con mi esposa.

Medio cortado pero ante todo alertado del peligro, me acerqué a regañadientes y comencé a echarle crema en la espalda mientras ella me provocaba con gemidos de placer cada vez que sentía mis manos recorriendo su piel.

  • No te pases― susurré en su oído, temiendo que sus suspiros llegaran a los oídos de los vecinos y creyeran estos que entre Alicia y yo había una relación que no existía.

La muy guarra, lejos de cerrar la boca y dejar de abochornarme,  siguió mostrando su satisfacción con mugidos más propios de una vaca que de una mujer decente. Viendo su actitud, di por terminado lo que estaba haciendo con un azote en su culo diciendo:

  • Pareces una cría. ¡No sé a qué juegas!

Alicia al sentir mi indoloro manotazo sobre sus nalgas, me regaló una sonrisa mientras decía:

  • ¡Qué rico! ¿Te he dicho alguna vez que me encanta que los hombres me premien con una buena azotaina después de hacer el amor?

Las palabras de mi cuñada consiguieron sonrojarme al imaginarme por primera vez haciendo uso de su espléndido cuerpo pero rápidamente me sobrepuse y en voz baja le contesté que se quedaría con las ganas porque entre ella y yo nunca pasaría nada.  Muerta de risa, la muy cretina respondió mientras se daba la vuelta y se quitaba la parte de arriba del bikini:

  • Sabes perfectamente que te haré caer y que antes de que te des cuentas estarás mamando de mis peras mientras me follas.

Sorprendido por su descaro no pude más que deleitarme mirando esas tetazas casi perfectas mientras ella las terminaba de untar con bronceador.

« ¡Con esas pechugas tendré que andarme con cuidado si no quiero caer en sus garras!», pensé al tiempo que retenía en mi retina la belleza de los pezones negros y duros que decoraban su pecho.

Sumido en una especie de trancé permanecí como un pazguato viendo como mi cuñada embadurnaba esas dos maravillas hasta que mi hijo me pidió que le acompañara a nadar a la piscina. Al levantarme, el bulto de mi entrepierna dejó claro a mi acosadora que sus maniobras habían tenido éxito y decidida a no dejar de pasar la oportunidad de restregármelo, al pasar a su lado, me dijo:

― Tu pajarito necesitan que le den de comer, si me necesitas ya sabes dónde encontrarme.

Esa nada velada invitación a desfogarme con ella, me terminó de excitar y queriendo disminuir mi calentura, me tiré al agua esperando que eso me calmara. Desgraciadamente la imagen de esa maldita y de sus peras ya se había quedado grabada en mi cerebro y por mucho que intenté borrarla jugando con mi chaval, al salir de la piscina seguía allí reconcomiéndome. Por fortuna, para entonces mi cuñadita había vuelto al apartamento.

« Alicia es peligrosa, ¡debo andar con cuidado!”, recapacité a mi pesar al  percatarme del disgusto con el que había descubierto su ausencia, « ¡Está loca!».

Alicia sigue cerrando la soga alrededor de mi cuello.

Dos horas más tarde y asumiendo que era la hora de cenar y que no podía postergar mi vuelta, agarré a mi chaval y subí con él al piso alquilado.  Al entrar todo parecía haber vuelto a la normalidad porque María y Alicia estaban charlando animadamente en el salón sin que nada revelara tirantez alguna entre ellas dos. La concordia de las hermanas me hizo temer que mi cuñada había solo aplazado su ataque y que debía de permanecer atento sino quería que mi matrimonio fuera directo al precipicio.

Por eso directamente me metí a duchar, deseando que al salir esa zumbada se hubiese olvidado de su capricho. Para mi desgracia, al sentir el chorro de agua caliente cayendo por mi cuerpo me relajé y me puse a recordar los pitones de Alicia:

« Estará loca pero también está buena», mascullé entre dientes mientras por acto reflejo mi miembro se despertaba entre mis piernas.  Todavía hoy me arrepiento de haberme dejado llevar por la imaginación pero reconozco que, al notar mi erección, cogí mi pene y mientras me imaginaba mordisqueando los pechos de la hermana de mi mujer, no pude evitar el pajearme visualizando en mi mente a ella ofreciéndome sus tetas como anticipo al resto de su cuerpo.

Mi estado febril hizo que acelerara el movimiento de mis manos al verme mordisqueando las areolas de sus senos mientras ella no paraba de ronronear como un cachorrito. En mi cabeza, mi cuñada ya no era esa mujer caprichosa y bipolar sino una hembra ardiente que reaccionaba con lujuria a mis caricias. Estaba a punto de correrme cuando un ruido me hizo despertar y al girarme hacia la puerta, pillé a esa morena observándome desde la puerta. Asustado traté de taparme pero entonces soltando una carcajada esa arpía me soltó:

― Veo que estabas pensando en mí.

El bochorno que sentía al haber sido cazado de esa forma, no me permitió responderle una fresca y por eso me sentí todavía más avergonzado cuando me dijo antes de irse:

― Por cierto, tienes un pene apetitoso.

Si de por sí eso era embarazoso más lo fue que me lo dijera relamiéndose los labios. La ausencia de moral de mi cuñada consiguió desmoronarme y de muy mala leche, salí de la ducha sabiendo que esa puta no iba a dejar de acosarme. Por su carácter, tenía claro que Alicia no iba a cejar hasta meterme en problemas. Hundido en la miseria, terminé de vestirme y salí al salón.

Supe que mis problemas no habían hecho nada más que empezar, cuando mi niño me informó que después de cenar les iba a llevar a su tía y a él al cine. Tratando de escaquearme, pregunté a mi mujer si ella no prefería ir por mí pero entonces María me contestó que se encontraba muy cansada y que prefería quedarse leyendo un libro.

« ¡Mierda!», exclamé para mis adentros sin demostrar mi disgusto, no fuera a ser que con ello mi esposa se mosqueara y empezara a sospechar. Si ya era incómodo el acoso de Alicia, no quería empeorarlo con los celos de María.

Entre tanto y desde el sofá, mi cuñadita sonreía satisfecha previendo que, sin la presencia de su hermana, yo sería una presa fácil. Confieso que en ese instante me sentía como cordero que va hacia el matadero y por eso hice el último intento que María nos acompañara.

― Te prometo que estoy muy cansada― respondió la aludida dando por zanjado el tema.

El tono cansino que usó al contestarme no me dio más alternativa que aceptar, creyendo que la presencia de su sobrino haría que esa arpía se contuviera y retrasara sus planes. Desgraciadamente nada más terminar de cenar y salir hacia el coche rumbo al cine, Alicia me sacó de mi error porque sin importarle que Alejandrito pudiera oírla, susurró en mi oído:

― Te voy a poner como una moto.

Su amenaza consiguió hacerme anticipar el suplicio que esa noche iba a tener que soportar pero simulando una tranquilidad que no tenía, me abstuve de contestarla y sin más me subí al vehículo. De camino al centro comercial, mi cuñadita se entretuvo subiéndose la minifalda que llevaba para obligarme, aunque fuera de reojo, a mirarle sus piernas y no contenta con ello, aprovechando que mi hijo llevaba cascos, me preguntó si me gustaba la ropa interior que llevaba puesta.  Girando mi cabeza, descubrí que:

 ¡La muy puta no se había puesto bragas!

Su sexo completamente depilado se mostraba en plenitud. Confieso que me sorprendió su exhibicionismo y supe que de haber estado solo con ella hubiese hundido mi cara entre sus piernas aunque me hubiese costado mi matrimonio.

― Tápate― murmuré separando mi vista de sus muslos, – ¡te puede ver el crio!

A pesar que sabía que esa maldita estaba jugando conmigo, la visión de su coño me excitó de sobremanera y temí por primera vez que si Alicia seguía jugando conmigo, tarde o temprano caería en la tentación y terminaría follándomela. En ese momento, deseé estar a mil kilómetros de mi cuñada y así estar a salvo de sus manejos. En cambio por su sonrisa, se notaba que ella estaba feliz haciéndome sufrir y más cuando se fijó que bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control. Al percatarse de ello, incrementó mi turbación pasando su mano por encima de mi bragueta mientras me decía:

― No sabes las ganas que tiene mi conejo de comerse tu zanahoria.

Sudando la gota gorda, conseguí  de alguna manera llegar a nuestro destino sin lanzarme sobre esa puta y enseñarle que conmigo no se jugaba. Mi cabreo era tal que había decidido que devolverle con creces mi angustia. Curiosamente el tomar esa decisión me tranquilizó y por ello ya no me escandalizó su forma de abrazarme al bajarme del coche ni que se pegara a mí mientras hacíamos la cola para entrar en el cine.

Una vez dentro de la sala, como teníamos tiempo, compré palomitas y refrescos para los tres porque con mi chaval entretenido, le pasaría inadvertido lo que pasara a su lado. Cuando me senté entre los dos, mi queridísima cuñada se mostró encantada pensando que así, con su sobrino alejado, iba a poder seguir con su acoso una vez se hubiesen apagado las luces.

Tal y como había previsto, al hacerse la oscuridad, la muy ramera ni siquiera esperó a que empezara la película para posar su mano sobre mi pierna. Disimulando mis planes, no reaccioné a su contacto y ella, saboreando su triunfo, fue subiendo sus dedos lentamente hasta mi entrepierna. Mi falta de rechazo le dio alas y no tardé en sentir su palma agarrando mi pene mientras con los ojos fijos en la pantalla, veía los primeros compases de la película.

« Tú sigue que luego te arrepentirás», rumié interiormente satisfecho cuando esa zorrita metió su mano en mi bragueta y comenzó a pajearme.

Reconozco que para entonces el morbo de disfrutar de una paja hecha por la hermana pequeña de mi mujer ya me tenía dominado y por eso esperé a que incrementara la velocidad con la que me estaba masturbando para dejar caer mi mano entre sus muslos. Mi cuñada pegó un grito al sentir que directamente mis dedos separaban los labios de su sexo y comenzaban a acariciarle el clítoris. Tras el susto inicial, intentó sin éxito que parara pero afianzándome en mi ataque, me dediqué a masajear con mayor énfasis ese botón.

Al notarlo, nuevamente buscó rechazarme usando las dos manos pero solo consiguió que metiera una de mis falanges en el fondo de su coño.

― Por favor, ¡para! – susurró en mi oído al comprender que el cazador se había convertido en presa.

Su nerviosismo pero sobretodo la humedad que manaba de entre sus piernas fueron el aliciente que necesitaba para comenzar a follármela con los dedos mientras tenía a mi derecha a mi hijo absorto con la película. Sin darle tiempo a acostumbrarse comencé a meter y a sacar mi dedo de su interior mientras seguía masturbándola.

Para entonces mi victima ya había comprendido que nada podía hacer por evitar mis caricias porque para ello tendría que montar un escándalo. Poco a poco se fue relajando,  al notar que su cuerpo empezaba a reaccionar e involuntariamente colaboró conmigo separando sus rodillas. Su nueva postura y el hecho de no llevar bragas me permitieron irla calentando lentamente de manera que al cabo de unos minutos, cada vez que metía mi yema dentro de su chocho, este chapoteaba encharcado. Al advertirlo, decidí dar un paso más y sacando un hielo de mi refresco, lo llevé hasta su sexo y sin pedirle opinión se lo introduje dentro de su vagina.

― ¡Dios!― escuché que gemía descompuesta antes que el contraste de temperatura la hiciera llegar a un placentero pero silencioso orgasmo.

Seguí jugando con el hielo en su interior hasta que su propia calentura lo derritió y entonces le incrusté otro para así seguir con mi maniobra. Para entonces Alicia estaba disfrutando como una loca y sin importarle que la señora de al lado pudiese verla, llevó sus manos hasta los pechos y comenzó a pellizcarse los pezones. Uno tras otro, su chocho absorbió diez hielos que se disolvieron al tiempo que ella unía un orgasmo con el siguiente, completamente entregada a mí, su cuñado.

Desconozco cuantas veces se corrió sobre la butaca de ese cine, solo puedo deciros que ya estaba terminando el coñazo de película que habíamos ido a ver cuándo acercando mi boca a su oído, le mordí la oreja mientras le susurraba:

― No debiste jugar con fuego. Ahora lo comprendes, ¿verdad putita?

Mis palabras la llevaron por enésima vez al orgasmo y sacando mi mano de entre sus piernas, la dejé convulsionando de placer sobre su asiento. Habiéndome vengado, presté atención a lo que sucedía en la gran pantalla y me olvidé de ella porque sabía que había recibido su merecido.

Al encenderse las luces, mi cuñada estaba colorada y sudorosa pero ante todo avergonzada porque era incapaz de levantarse al tener la falda empapada. Comprendiendo su problema, le cedí mi rebeca para que se tapara y que así mi chaval no se diera cuenta que su tía parecía haberse meado encima. Ella me agradeció el detalle y tras anudársela a la cintura, sonriendo se acercó a mí y me dijo:

― Eres un cabrón. Ten por seguro que me vengaré.

El tono meloso y en absoluto enfadado con el que imprimió a su amenaza, me informó que no estaba cabreada pero también que tendría que estar en alerta para cuando esa guarrilla quisiera devolverme la afrenta con creces.

A la salida, la arpía se había vuelto una corderita y se mantuvo callada todo el viaje  de vuelta. Ya en la casa, se despidió de mí meneando su trasero con descaro y aprovechando que Alejandrito iba adelante, se levantó la falda para que pudiera contemplar en toda su plenitud sus desnudas nalgas. La visión de ese culo elevó la temperatura de mi cuerpo de manera tal que nada más entrar en mi habitación me pegué a mi mujer que dormía plácidamente en su cama.

María al notar mi presencia se acurrucó contra mí, permitiendo que mis manos recorrieran su pecho. Por mi parte, comencé a acariciar sus pezones buscando despertarla. Sabía que mi mujer no se iba a oponer y deseando hacerle el amor, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón me tenía subyugado desde que la conocí pero como en ese momento lo que realmente me apetecía era una sesión de sexo tranquila, pegándome a su espalda, le acaricié el estómago. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, Siendo delgada, lo mejor de María eran sus senos. Grandes pero suaves al tacto, a pesar de sus cuarenta años se mantenían en su sitio y aunque parezca una exageración seguían pareciendo los de una veinteañera.

Al pasar mis dedos por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Mi esposa  que se había mantenido quieta, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.

― ¿Estás bruto cariño?― preguntó desperezándose.

Al escuchar su pregunta, no dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Ella, moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sin palabras su aceptación.  Cuando deslicé mi mano hasta su sexo, curiosamente me lo encontré empapado.

― Por lo que veo, tú también― respondí acariciando su clítoris.

No llevaba ni medio minuto cuando mi esposa me sorprendió levantando una de sus piernas e incrustándose mi verga en su interior. Me sentí feliz al comprobar que su sexo recibió al mío con facilidad, de forma que pude disfrutar de como mi glande iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella.  Fue entonces cuando cogí un pezón entre mis dedos y se lo apreté. María al sentirlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó nuestro mutuo placer mientras su vagina recibía golosa mi pene.

― ¿Qué tal la película?― susurró en mi oído mientras  forzaba mi penetración con sus caderas.

Separando su pelo, besé su cuello y respondiendo con un leve mordisco, le dije:

― Hasta los cojones de tu hermana. Estaba deseando volver contigo.

Mis palabras la alegraron y con su respiración entrecortada, comenzó a gemir  mientras el interior de su pubis hervía de excitación. Sus jadeos se  incrementaron a la par que el movimiento con el que respondía a cada uno de mis ataques:

―Fóllame Cabrón― chilló al notar que se corría.

Descojonado por su entrega, le di la vuelta y forzando su boca con mi  lengua, llevé mis manos hasta su culo.

― Eres un poco calentorra, putita mía, ¿lo sabías?

― Sí― me contestó al tiempo que sin esperar mi aceptación  se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.

María aulló al sentirse llena y notar mi glande chocando con la pared de su vagina justo cuando un ruido me hizo levantar la mirada y descubrir a su hermana espiando desde la puerta entre abierta. Os reconozco que me calentó ver a esa zorrita en plan voyeur e incrementando el morbo que sentía al follarme a mi mujer con ella espiando, solté a María para que lo oyera Alicia:

― No se te ocurra gritar, no vaya a ser que esa loca se despierte y quiera unirse a nosotros.

Mi mujer ajena a estar siendo observada, muerta de risa, contestó:

― Por eso no te preocupes, estoy segura que mi hermana además de medio sorda es frígida.

Sonreí al observar el gesto de cabreo con el que la aludida escuchó la burrada y disfrutando del momento, incrementé la velocidad de mis cuchilladas mientras me afianzaba cogiendo sus tetas con mis manos. El nuevo ritmo hizo que el cuerpo de Maria mostrara los primeros síntomas del orgasmo y por eso seguí machacando su interior sin dejar de mirar de reojo a mi cuñada. Justo en ese momento, me percaté de un detalle que hasta entonces me había pasado desapercibido:

“¡Alicia se estaba masturbando de pie en el pasillo!

Sin llegarme a creer lo que estaba viendo, no dije nada y mirando fijamente a esa espía, cambié de posición para que María no pudiese verla y poniéndola a cuatro patas, le pedí que se agarrara del cabecero. Mi mujer pegó un aullido al hundir mi verga de un solo golpe en su interior pero rápidamente se rehízo y con lujuria, me rogó que no parara de tomarla. Como comprenderéis lo le hice ascos a sus deseos y con mayor énfasis, seguí acuchillando su coño al tiempo que sonreía a su hermanita. Alicia, desde su privilegiado lugar, estaba desbocada y hundiendo sus dedos en su coño, no paraba de torturar el botón que escondían los pliegues de su sexo, siendo consciente de su pecado y sabiendo que yo la estaba retando al dejarla ser testigo de cómo me tiraba a mi mujer.

Fue entonces cuando María comenzó a agitarse gritando de placer presa de un gigantesco orgasmo. Deseando que mi cuñada se muriera de envidia y se diera cuenta que con mi esposa tenía suficiente, aceleré aún más el compás de mis caderas. Producto de ello, mi mujer unió un clímax con el siguiente mientras su cuerpo convulsionaba entre mis piernas. Con mi insistencia la llevé al límite y ya totalmente agotada, me rogó que me corriera diciendo:

― Lléname de tu leche.

Su ruego junto con el cúmulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi interior desde que masturbé a la zorrita de mi cuñada, hicieron que pegando un gemido descargara mis huevos, regando con mi semen su conducto. María al sentir su conducto anegado, se desplomó sobre la cama dando tiempo a Alicia a huir rumbo a su cuarto. Satisfecho, me tumbé junto a ella abrazándola deseando que con esa demostración esa perturbada se diese por enterada, pero con el convencimiento que al día siguiente tendría que seguir lidiando con su caprichoso carácter.

 

 

“UN CURA ME OBLIGÓ A CASARME CON DOS PRIMAS” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

$
0
0

 

Sinopsis:

Después de dos años trabajando como médico para una ONG en una lejana aldea de la India, llega la hora de la partida para nuestro protagonista pero entonces un monje capuchino que llevaba toda la vida trabajando para aligerar el sufrimiento de esa pobre gente, le pide un favor que no solo choca frontalmente contra la moral de ese sacerdote católico sino que a todas luces resulta inasumible para un europeo.
Esa misma mañana se ha enterado que un policía corrupto pretende a dos jóvenes de esa etnia y para salvarlas de ese cruel destino, el cura le pide que se case con ellas y se las lleve a España.
Nuestro protagonista no tarda en descubrir durante la boda que aunque ese santurrón le había asegurado que las hindúes sabían que era un matrimonio ficticio, eso no era cierto al oír que esas dos primas juraban ser sus eternas compañeras.

HISTORIA CON OCHO CAPÍTULOS TOTALMENTE INÉDITOS, NO PODRÁS LEERLOS SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO CON MÁS DE 150 PÁG.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B0757Y3KVC

Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los dos primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas Contra El Hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde curraba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
―Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
―Pedro― me dijo sentándose en un banco, ―sé que vuelves a la patria.
―Sí, Padre, me voy en siete días.
―Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco.
La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:
― Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia― no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían.
Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo:
―Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de su hija y de una prima que siempre ha dependido de ella con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos.
―¿Cuánto dinero necesita?― pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
―Poco, dos mil euros…― contestó en voz baja ― …pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
―Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?
―Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
―Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
―Pedro, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato― contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: ― Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos euros.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme le dije:
―Padre Juan, es usted un cabrón.
―Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y ¡quién soy yo para comprender los designios del señor!…

CAPÍTULO 1 LA BODA

Esa misma tarde en compañía del monje, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote. Allí me enteré que para ellos y según su cultura las dos crías eran hermanas al haberse criado bajo el mismo techo. Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
―Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
―El jefe de la policía local― respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: ―No querrás que vayan como pordioseras.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle a sus mujeres. Afortunadamente vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus niñas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
«¡Coño! Si la madre me pone bruto, ¿qué harán las hijas?», recapacité un tanto cortado esperando que el monje no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
―Te está purificando― aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
―Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
―Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
―En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño pero su misión es dejar agotado al novio.
―No entiendo.
―Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso.
No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.
Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa tratando de congraciarse con el rico extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al misionero, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano. Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
―¡Qué va! Son dulces y obedientes― contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: ―Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú.
Lo salvaje del trato al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó a mis brazos y en voz alta pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
―Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje.
―Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales.
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales.
―Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos.
―Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
―Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros.
«¡Puta madre! A mí me da lo mismo pero si estas crías son practicantes, ¡han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente!», pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura: «¡Será cabrón! Espero que me explique qué es todo esto».
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos, fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El sacerdote, con una sonrisa, respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del trato.
―Pedro, si tienes algún problema, llámame― dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.

CAPÍTULO 2 EL VIAJE

En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos primas.
Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
―El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi prima ni yo los necesitamos― me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
«El dueño de la casa donde viviremos», tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la India las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
―Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su prima Dhara, empezó a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
―Debemos probarnos sus regalos.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
―¿Y?
―Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido.
Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:
―Son muy guapas sus esposas― dijo en un perfecto inglés ― se nota que están recién casados.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntó cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado estar, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su prima se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
―Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo.
―No tengo ninguna duda― contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su prima no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y qué decir de su trasero: ¡sin un solo gramo de grasa era el sueño de cualquier hombre!
«Menudo panorama», pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. «El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa».
―Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre― me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación ―sabremos hacerle feliz.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su prima, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las primas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India. Por eso no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
«¡Cómo echo de menos un buen entrecot!», pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
―Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, contestó:
―Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección― tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
―Temo que es mucho. No podrán terminarlo.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
―Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo― y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente, ¡cogió mi mano en público!
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
―Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su prima ésta cogiendo mi mano, la pasó por su ombligo mientras me decía:
―Un buen maestro repite sus enseñanzas.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad. Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezar a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, susurró:
―Déjenos.
Los mimos de las primas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su prima me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
―Gracias.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, “su madre” al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana la violó para posteriormente ponerla a servir en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a qué se dedicaba. Por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
«Menuda vida», pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo cuando con voz seria Dhara me replicó:
―El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas. Pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos.
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna, que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
―¿No nos venderá al llegar a su país?
Al escucharla comprendí su miedo y acariciando su mejilla, respondí:
―Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís.
Escandalizadas, contestaron al unísono:
―Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será.
Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras. Tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:
―Mi prima ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
―Tenemos toda una vida para lo hagas.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su prima se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
―Disculpe que le pregunte: ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda. El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué que no tenía ninguna mujer. También les pedí que como en España estaba prohibida la poligamia al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que si les preguntaban confirmarían mis palabras.
―Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión.
Dhara al oírme me dio un beso en los labios, lo que provocó que su prima, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por hacerlo en público.
«¡Qué curioso!», pensé, «No puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño».
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
«No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari», me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
―Están casadas― solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado y al explicarle el motivo se sonrió y excusándolo, dijo:
―No se debe haber fijado en que llevamos el bindi rojo.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó cómo se distinguía a una mujer casada. Sin ganas de explayarme y señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una porque no quería que pensaran mal de ellas.
―No te entiendo― dije.
―No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría. Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida. Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salido y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos primas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con Lourdes, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuándo había vuelto.
―Ahora mismo estoy aterrizando― contesté.
―¡Qué maravilla! Ahora tengo prisa pero tenemos que hablar. ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? Y así nos ponemos al día.
―Hecho― respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación, estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su prima en español para que yo me enterara:
―¿Has visto a esa mujer? ¿Quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su prima:
―Debe de ser de su familia porque si no lo es: ¡este viernes escupiré en su sopa!
«Mejor me callo», pensé al verlas tan indignadas y sabiendo que esa autoinvitación era un formulismo que en un noventa por ciento de los casos no se produciría, me subí al siguiente taxi. Una vez en él, pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal.
Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porqué había tan pocas bicicletas y dónde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, para acto seguido explicarles que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
―La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos― dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté qué había dicho, la pequeña avergonzada respondió:
―No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi prima que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.
Ante semejante burrada ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada. Al ver que no me había disgustado, las dos primas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos.
Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella respondió:
―No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo― respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
«O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol», pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
―¿Qué os ocurre?― pregunté.
―Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una mansión de piedra.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje, les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, pregunté que era:
―Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su prima. Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a asimilar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto. Por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos primas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor arrodillándose a mis pies dijo:
―Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes tenemos que preparar cómo marca la tradición el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas.
«¡Mierda con la puta tradición!», refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su prima a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.

Relato erótico: “El collar” (POR XELLA)

$
0
0

Belén llegó a casa después de salir de trabajar y, al igual que los últimos días, se la encontró hecha una pocilga.

(Puto Miguel, por más que se lo digo no me hace ni puto caso…)

Entró en el salón y vio un montón de ropa sucia en un lado del sofá, una caja de pizza a medio acabar en la mesa, varias latas de cerveza…

– ¡Miguel! – Gritó, llamándole – ¡Miguel! ¿Qué es este puto desorden?

No hubo respuesta.

(¡Encima no está en casa!)

No era la primera vez que Belén se encontraba con una situación así desde que Miguel vivía con ella, y por más que le echaba la bronca él pasaba y seguía igual.

– ¿Por qué coño tengo que aguantar esto? – Se dijo a sí misma – El karma me debe una bien gorda…

Y tanto. Belén, que de buena parecía tonta, había aceptado que Miguel viviera en su casa por hacerle un favor a su amiga Raquel, y sólo por eso no le había puesto de patitas en la calle.

Raquel era amiga de Belén desde pequeñita, tanto que casi no recordaba su vida sin ella al lado, y Miguel… Miguel era el hermano mayor de Raquel. Belén no le aguantaba, siempre le había caído mal, era un muchacho arrogante y machista, pero cuando su amiga le pidió si por favor podía acoger a su hermano durante un tiempo en su casa no pudo ni supo negarse.

La joven se había ido a vivir a la capital para estudiar en la universidad y, al acabar la carrera había encontrado un trabajo allí, alejada de su familia, pero era feliz, tenía independencia, trabajaba de lo suyo y realmente no vivía tan lejos como para no ver a su familia una o dos veces al mes.

Y hacía unos meses Raquel le dijo que su hermano tenía que ir a su misma ciudad para hacer un máster, que el alojamiento era muy caro, que no encontraba trabajo… Vamos, que se lo pidió sin pedírselo. Belén ofreció su casa con la boca pequeña, total, sólo sería un año y, aunque Miguel fuese un imbécil, estábamos hablando de Raquel… ¿Cómo no le iba a hacer ese favor?

En principio Miguel iba a aportar un dinero cada mes, aunque no habían acordado cantidad fija, iba a encargarse de su parte de la casa, según sus propias palabras: Ni siquiera vas a notar que estoy aquí.

(¡Ja!)

Belén estaba viendo la ropa del sofá, le estaba dando asco, también había ropa interior sucia ¿Qué tipo de cerdo deja la ropa interior sucia en el salón?

(Pues el tipo de cerdo que tienes metido en la habitación de invitados…)

Y al principio realmente la cosa iba bien, mejor de lo que Belén esperaba. El chico casi no salía de su cuarto, le pagaba puntual a primeros de mes, recogía sus cosas… Pero poco a poco se fue acomodando.

A veces se dejaba la mesa sin recoger, otras dejaba los platos en el fregadero, se le olvidaba barrer cuando le tocaba, no hacía los baños… También el dinero que aportaba comenzó a llegar tarde y mal, cada vez daba menos dinero y siempre andaba con evasivas. Belén en principio se lo tomó como despistes y, como ella no podía ver su casa desordenada, lo recogía ella misma. Siempre se lo decía a Miguel después, y éste siempre ponía excusas y se disculpaba “Lo siento, llevaba prisa” “Tenía una entrevista e iba tarde” “Se me olvidó completamente” “No volverá a pasar”

Pero siempre volvía a pasar, y cada vez con más frecuencia. Había pensado muchas veces en largarle de allí, hablar con Raquel y decirle que lo sentía mucho pero que no aguantaba más, que su hermano era un desastre y no se podía convivir con él, pero siempre se echaba atrás. Vamos, ya quedan sólo unos meses – se decía – por unos meses más no voy a dejar colgada a Raquel…

Y vuelta a empezar.

Había veces que Miguel incluso había llegado a invitar a sus amigos a ver el fútbol, y esos días parecía que la casa había sufrido un desastre natural, latas de cerveza, cajas de comida, papeles de chocolatinas, la cocina hecha un asco, el baño (por Dios, que asco le daba eso) lleno de meadas (¿Es que no pueden levantar la puta tapa? ¿Tanto esfuerzo les supone?).

Y siempre le echaba la bronca, le gritaba, le amenazaba con echarle. Miguel hacía amago de enmienda y Belén creía ver la luz al final del túnel, pero siempre volvía por sus fueros.

Entró a la cocina casi tapándose los ojos y casi se le cae el alma a los pies, ¿Cómo puede tener la cocina tan sucia? ¡Pero si no cocina nunca!

No se lo explicaba, ¡es que lo tenía que hacer a posta!

Hasta aquí llegó el agua, no iba a permitirle torearla más, se negaba a recogerlo.

Fue a su habitación a darse una ducha y a cambiarse de ropa, se iba a cenar fuera, la cocina estaba echa un asco y se negaba a recogerla por él.

(¿A quién quieres engañar? A él le da igual vivir entre la mierda, en cambio tú…)

Cuando entró a su cuarto vio una pequeña caja sobre la cama, la tapa tenía las letras XC serigrafiadas.

– ¿Qué es esto?

La cogió, parecía la caja de un collar y, al abrirla, comprobó que así era.

Dentro de la caja había una ligera gargantilla de metal, con una B de diamantes en el centro. La acarició despacio, estaba muy fría y perfectamente pulida. Después cerró la tapa y la lanzó sobre la cama de nuevo.

(Si crees que por regalarme una baratija te voy a perdonar este desastre vas listo, Miguel)

Se quitó la ropa y se metió bajo el agua tibia, lo que le sirvió para aclararse y despejarse un poco, y salió de la ducha bastante más relajada y se secó el pelo y el cuerpo.

Se vistió con ropa cómoda, unos vaqueros viejos, una camiseta de su grupo favorito y una sudadera amplia. Le gustaba vestir así y, aunque para su trabajo tenía que plegarse a las exigencias de la empresa y vestir más formal, en su tiempo libre siempre elegía un estilo casual.

Se puso las zapatillas y se miró en el espejo, se había recogido el pelo rojizo en un moño para que no la molestase, y esa ropa no realzaba su figura pero, realmente, ella nunca había sido muy coqueta. En su armario había poca ropa “elegante” o “sexy”, ¿para qué? Ella estaba a gusto consigo misma.

No tenía un cuerpo voluptuoso ni llamativo, seguramente no sería el tipo de chica a la que entrases en un pub, pero a Belén le daba igual. Cogió su bolso y salió de la habitación.

(¿Qué demonios? Ya que se ha gastado algo de dinero, voy a aprovecharlo, aunque no le voy a perdonar un céntimo del alquiler, ni se va a librar de la bronca por ello)

Volvió a su cama y cogió la gargantilla, pensando que le cantaría las cuarenta a Miguel con ella puesta, para que viera que a ella no se la compraba con regalos. La sacó de la caja y la miró bien bajo la luz, ¿los diamantes serán de verdad?

(¿Cómo van a ser de verdad? Si está pelado…)

Mientras pensaba en ello, jugueteaba con la gargantilla entre sus manos, toqueteando el cierre.

(¿La habrá robado? No creo… ¿No? En todo caso, eso no es mi problema)

Se la ajustó al cuello y enganchó el cierre.

Volvió a mirarse al espejo.

(La verdad es que no pega mucho con mi estilo, ya que me lleva viendo unos meses podría haberse fijado en lo que me gusta y lo que no…)

Y salió de casa en busca de un lugar para cenar.

———————————————

Llegó a casa mucho más relajada y tranquila, había ido a cenar a un japonés que estaba a unas manzanas de su casa y le encantaba, estaba todo buenísimo y el personal era amable y atento, pero el cabreo volvió en cuanto vio de nuevo el estado de la casa.

– ¡Miguel! Joder, ¿No ha vuelto aún? ¡Miguel! – Fue hacia su habitación y aporreó la puerta – ¡Me cago en…!

Fue hacia la cocina comenzó a recoger los cacharros entre maldiciones.

– Siempre igual, y yo como una imbécil recogiéndolo todo detrás de él, ¿Pero cómo voy a vivir entre toda esta mierda?

Dejó la cocina recogida, tiró la basura que había en el salón y metió toda la ropa sucia de su compañero en una bolsa.

(¿Cómo puedo estar tocando esto? Puajj)

Fue hacia la habitación de Miguel y entró dispuesta a lanzar allí la bolsa, cerrar la puerta y olvidarse, pero cuando abrió la puerta se quedó paralizada.

El desastre que había en su habitación era incluso mayor que el que había dejado en el resto de la casa, Cómo puede alguien vivir entre la inmundicia de aquella manera?

La cama sin hacer, todo el suelo lleno de ropa sucia y papeles de comida, latas… Dejó caer la bolsa a un lado y entró, con una curiosidad enfermiza.

La habitación olía a humanidad concentrada, a sudor, a hombre y a…

Había un olor que le resultaba familiar pero no lo reconocía, era un olor pegajoso y dulzón. Al acercarse al escritorio tocó el ratón del ordenador de Miguel y la pantalla se encendió. En pantalla había un video de una exuberante mujer devorando una enorme polla con avidez, los gemidos y gritos inundaron la habitación desde los altavoces.

(¿Pero, qué…?)

La mujer parecía neumática, unas enormes tetas operadas, unos labios carnosos y también obra de quirófano, el pelo rubio platino, las largas uñas pintadas de rosa al igual que los labios, la cara maquillada como una puta, y tan sólo con unos altísimos tacones también rosas.

(Parece una Barbie depravada…)

En la pantalla, la mujer le prestaba atención a un hombre que se veía, pasó de chupar la polla a montarse encima y comenzar a cabalgar. Los movimientos exagerados hacían que las enormes tetas botasen cual balones de baloncesto.

Apoyó la mano en el escritorio y tocó algo húmedo y viscoso.

– ¡Ahhhhhhh! – gritó con asco.

Apartó rápidamente la mano del clínex que había tocado y se fijó que había multitud de ellos en la mesa, en el suelo, en la papelera…

– ¡Joder! ¡Sabía que era un cerdo! ¡Pero esto…!

Ahora sabía de donde salía ese olor.

Salió de la habitación y se fue directa a lavarse.

Mientras se ponía el pijama se dispuso a quitarse el collar, nunca dormía con collares o joyas puestas, llevó las manos a su cuello y, de la misma manera, desistió de lo que estaba haciendo y se metió a la cama.

(Se va a enterar, no voy a estar siendo su chacha, y encima gratis, ¿Y cómo tiene su habitación? ¡Qué asco!)

Se durmió entre esos pensamientos y mientras dormía tuvo un extraño sueño. No veía nada, sólo niebla, una niebla espesa e impenetrable, pero en vez de blanca era… rosa, una bruma rosa chicle que olía a algodón de azúcar. Intentaba apartarla, avanzar, ver algo, pero era totalmente imposible.

Se despertó y salió de la cama con una energía impropia a esas horas de la mañana, se sentía bien.

(Es viernes, ¿se necesita más razón para estar contenta?

Se aseó y comenzó a vestirse, dispuesta a afrontar el último día de trabajo de la semana, pero cuando se puso el sujetador le dio la impresión de que le apretaba demasiado.

(No me digas que ha encogido…)

Se miró al espejo y observó cómo sus tetas parecían estar prisioneras en la tela del sujetador, luchando por salir. Se lo quitó de nuevo y se miró al espejo, sus pechos…

(¿Han… han crecido?)

Tenía que estar alucinando, a lo mejor la cena en el japonés le había sentado mal, ¿Cómo iban a haber crecido de repente? Las sujetó entre sus manos, sopesándolas, y entonces se fijó en que las bragas blancas que llevaba, también parecían algo más ajustadas que el día anterior.

No se veía más gorda, simplemente parecía que tenía más… volumen.

(A lo mejor estoy reteniendo líquidos…)

Y sin más comenzó a vestirse con la ropa del trabajo.

Con esas prendas le ocurría lo mismo, la zona del pecho y el culo estaba más ajustada, mientras que en los muslos, cintura y tripa parecía que le quedaba algo holgada.

Se empezó a preocupar y pidió cita para el médico.

(¿Hasta el jueves no hay? Espero que no sea nada grave…)

Antes de salir de la habitación se miró al espejo por última vez.

(La verdad es que… no me veo mal)

Llevaba un conjunto de chaqueta y falda azul marino, una blusa blanca y unos zapatos de tacón bajo, se lo ajustó con las manos a la cintura para eliminar la holgura del atuendo.

(Parece que estoy más delgada, al menos de cintura, por que…)

Estaba mirándose el escote, que normalmente llevaba abotonado hasta el cuello, y ahora parecía que los ojales de los botones iban a saltar por los aires. Se desabrochó dos de ellos y se sonrojó darse cuenta de que se veía el nacimiento de sus pechos.

Al liberar los botones de la camisa, dejó a la vista la gargantilla.

(Creía que me la había quitado anoche…)

Llevó la mano a la brillante B que llevaba al cuello.

(Me queda mejor que con la ropa que llevaba ayer)

Y con un último vistazo salió de la habitación y de la casa.

Suponía que Miguel ya estaría en casa, pero desechó la idea de enfrentarse a él a esas horas, porque lo único que conseguiría sería llegar tarde al trabajo.

Durante todo el día se extrañó de lo atentos y simpáticos que estaban hoy sus compañeros.

(¿Será por ser viernes?)

A lo largo de la mañana se acercaban a hacerle algún comentario amigable, a preguntarle qué tal llevaba la mañana, e incluso varios se ofrecieron a invitarla al desayuno, lo cual aceptó agradecida. Al acabar la jornada, Marcos, uno de sus compañeros, le ofreció tomar algo después del trabajo.

– No, gracias – contestó, halagada -. A lo mejor en otra ocasión.

– Déjame al menos que te acerque a casa.

– No hace falta, si no vivo tan lejos.

– No me supone molestia, si me pilla de camino.

– Está bien… Muchas gracias.

Cuando llegaron al coche, el chico le abrió la puerta y la ayudó a entrar. Fue sólo un instante, pero Belén notó como su mano se detuvo brevemente en su culo.

(¿Qué coño…?)

Se dio la vuelta para replicar, pero ya había cerrado la puerta y estaba yendo al asiento del conductor.

(…)

(Habrá sido un despiste, no le des importancia…)

Pero durante el resto del camino estuvo algo tensa.

Estuvieron conversando de cosas banales, pero a Belén no le pasó desapercibido que, hábilmente, su compañero había dirigido la conversación para enterarse si tenía pareja.

(¿Me está tirando los tejos?)

Se quitó la idea de la cabeza, nunca nadie había intentado ligar con ella de aquella manera, así que asumió que eran imaginaciones suyas.

Mientras conducía, el chico rozó un par de veces el muslo de Belén, al usar la palanca de cambios.

– ¡Oh, disculpa! – Dijo la primera vez.

Pero en la segunda no se molestó en disculparse.

Llegaron al destino y la joven se bajó del coche.

– Muchas gracias, ya te invitaré a un café para devolverte el favor.

– ¿Y qué hay de una copa? Podemos quedar este finde.

El comentario sorprendió a Belén, que no estaba acostumbrada a esas cosas.

– Ehhh… Yo no…

– Vamos, lo pasaremos bien. Mañana te llamo y nos vemos.

– E-está bien… – Aceptó, sonriendo tímidamente.

(¿Por qué estás aceptando? Si no te gusta salir por la noche…)

– Perfecto, pues mañana hablamos.

Le dio dos besos, situando la mano peligrosamente abajo de la cintura, y se marchó, dejando a Belén algo confundida por lo que acababa de pasar.

Se sentía bien, física, mental y anímicamente, realmente estaba teniendo un buen día, hasta…

Abrió la puerta de su casa, y se lo encontró todo igual de desordenado que el día anterior.

(¿Cómo es posible? ¡Si sólo han pasado unas horas! No hay tiempo material para hacer esto…)

– ¡Joder, Miguel! – gritó.

– ¿Qué pasa? – Una voz llegó desde el salón.

Belén, al escucharle, avanzó como una furia hacia donde estaba.

Miguel estaba tirado en el sofá viendo la tele, en calzoncillos y camiseta. En la mano tenía una botellín de cerveza medio vacío.

(¡Agggggghh! ¡Encima tengo que verle en calzoncillos por la casa!)

– ¿Cómo puedes ser tan cerdo? ¿Es que no eres capaz de mantener un mínimo de orden?

– Pero si no está tan desordenado… Solamente son unas cosillas que he sacado ahora, iba a recogerlo después.

– ¿Después? ¡Siempre después! ¿Cuándo ibas a recoger lo de ayer? ¿Después?

Miguel dio un trago al botellín, apurando su contenido.

– Vamos, vamos, no te sulfures – (¿Que no me sulfure? ¿Qué dice este imbécil?) -, no me gusta discutir con el gaznate seco, ¿Por qué no me traes una cerveza y después hablamos tranquilamente?

– ¿Una cerveza? ¡¿Quieres que te traiga una cerveza?! ¡No soy tu chacha! – Belén iba alzando la voz mientras se alejaba del salón para ir a la cocina – ¡Si quieres que alguien te traiga una cerveza te bajas al bar!

Entró en el salón gritando todavía, mientras le tendía la cerveza a Miguel.

– Gracias, ¿Ves cómo así está mejor? Ahora podremos hablar como personas normales.

(¿Q-qué acaba de pasar?)

El hombre le dio un trago a la cerveza y se levantó del sofá. Su panza prominente asomaba por debajo de la camiseta llena de lamparones, su pelo, o mejor dicho, lo poco que le quedaba, caía grasiento sobre su frente.

Belén le miraba sin ocultar la cara de asco.

Miguel apartó una silla de la mesa indicando a Belén con la mano que se sentara. A la chica no le pasó desapercibido el descarado vistazo que ese cerdo le pegó a su escote mientras lo hacía. A continuación se sentó él.

– No podemos seguir así – dijo Belén -, tenemos que poner unas normas en casa y cumplirlas.

La enorme bronca que se había imaginado en su cabeza se había convertido en un “tenemos que poner unas normas y cumplirlas”.

– Estoy de acuerdo – dijo Miguel enseguida.

– ¿Qué? – Belén estaba sorprendida, sabía que siempre se acaba plegando a sus exigencias, aunque sólo fuera la fachada, pero siempre luchaba un poco al principio y se intentaba justificar.

– Que estoy de acuerdo, la verdad es que no son comportamientos normales para alguien que comparte piso, es normal que haya que rendir cuentas cuando se hacen las cosas mal.

– Vaya… no… no me esperaba una respuesta así, yo…

– Así que espero que sea la última vez que se te ocurre entrar en mi cuarto invadiendo mi intimidad.

(¡¿Qué?!)

La cara de tonta que se le puso a Belén debió ser antológica.

(¿Qué dice éste imbécil?)

– ¡Estábamos hablando de la cochiquera que habías dejado en…! – Empezó a replicar Belén.

– ¡Me da igual de lo que estabas hablando tú! – La cortó el hombre – No pienso tolerar que entres en mi cuarto y andes husmeando por ahí, ¿Te gustaría que yo hiciese lo mismo?

– No, no, yo… ¡Claro que no!

– ¿Y entonces quién te crees tu para hacerlo?

– Yo… Nadie, nadie, lo siento, no debería haber… yo sólo…

(¡No lo siento! ¡Joder! ¡No tengo que disculparme por nada!)

– Lo siento, lo siento, yo sólo… – Miguel repetía sus palabras poniendo una vocecita de chica -. El daño ya está hecho, ¡Me tienes aquí viviendo en una pocilga y encima violas mi intimidad!

(¿Viviendo en una pocilga? ¿Dice que YO le tengo viviendo en una pocilga?)

Belén se sentía abrumada por el ímpetu de Miguel y, aunque ese último reproche hacía que le hirviese la sangre, no pudo ni supo replicar a ello.

– L-lo siento, de verdad, no es culpa mía… – las palabras salían a trompicones de la boca de la joven.

(¿Otra vez? ¿Por qué digo eso? ¡No! ¡No lo siento!)

– ¡Y más disculpas! – Belén se sobresaltó ante los aspavientos del hombre – Te disculpas con palabras pero, ¿Vas a hacer algo para compensarme?

– ¿Algo? N-no entiendo…

– ¡Ven!

Miguel se levantó y cogió a Belén del brazo, llevándola a su habitación. Estaba, al igual que ayer, llena de ropa sucia, basura y clínex pringosos.

La pantalla del ordenador estaba encendida, mostrando otro vídeo distinto pero de similares características, otra chica hinchada de silicona y llena de purpurina y rosa complacía a un hombre con sus enormes pechos.

– Lo menos que puedes hacer es limpiar mi habitación, antes de seguir con el resto de la casa – exigió Miguel, completamente convencido de que aquello era lo justo.

– ¿L-limpiar tu habitación? – Preguntó confundida Belén.

– Es lo mínimo que puedes hacer, si tanta curiosidad tenías por ver mi habitación, ahora podrás verla con total libertad mientras la recoges.

– Yo… – Balbuceó Belén.

(¡No soy tu chacha! ¡Díselo! ¡NO! ¡SOY! ¡TU! ¡CHACHA!)

– ¿Tú qué? ¿Te estoy pidiendo algo descabellado?

– No, no, es que…

(¿Por qué no soy capaz de contestarle lo que pienso?)

– Es una forma de disculparte tan buena como cualquier otra, ¿Verdad? Y además, a mí me parece bastante justa, puedes empezar con la cama y la ropa.

(¿Justa?)

– E-Está bien, lo haré…

(¿Qué acabo de decir? Esto no puede estar pasando)

Comenzó a recoger la ropa y a hacer la cama de Miguel, luchando consigo misma.

(No ¡No! ¡Suelta eso joder! ¿Por qué estoy cogiendo su ropa sucia? Dios, ¡sus calzoncillos no!)

– Con cuidado, por favor, que esos son mis calzoncillos de la suerte – dijo Miguel, con recochineo.

– ¡Ah! Claro – respondió la chica, mientras doblaba cuidadosamente los calzoncillos de la suerte de Miguel.

(¡Aaaaggggg! Esto no puede estar pasando, ¿qué me está ocurriendo? ¿Por qué no reacciono?)

En poco tiempo había acabado de doblar la ropa de su compañero de piso.

– Estupendo, Belén, la verdad es que se te da bien esto.

– ¿Recoger tu puta habitación? – gritó la mujer – ¿Es eso lo que dices que se me da bien?.

(¡Si! ¡Por fin!)

– No sé cómo estás haciendo esto, pero quiero que pares – dijo Belén.

– ¿Que pare con qué?

– ¡Con esto! ¿Cómo has hecho para que limpie tu habitación? ¡Tienes que estar haciendo algo raro!

– ¿Algo raro? Creo que no te estoy forzando a hacer nada, simplemente te lo he pedido educadamente como compensación por tu desagravio.

– ¡Y una mierda!

– Vamos, vamos, tranquilízate, estás algo acalorada, aunque no me extraña, ese traje tiene que dar calor, ¿No estarías más cómoda sin él?

– ¿Eh? Pues… Si… Es… es verdad que hace algo de calor aquí… jiji

(¡!)

(¿Y esa risita de tonta?)

Sus manos comenzaron a desabrochar la chaqueta.

(¡No! ¡No! ¡No! ¡Eso sí que no!)

Hizo acopio de toda su fuerza para detenerse pero no consiguió nada más que enredarse unos segundos más con los botones.

(¡Otra vez! ¡No puedo controlar mi cuerpo!)

Tras la chaqueta fueron los zapatos y la falda, y a continuación la blusa.

(Esto no puede estar pasando, no, no, ¡No! Tiene que ser una pesadilla…)

– Vaya… Que ropa interior tan… – comenzó a decir Miguel – sosa… – Belén llevaba un sujetador y bragas a juego, blancos y de algodón. Ni eran sexys ni pretendían serlo, aunque desde esa mañana le quedaban algo ajustados.

– ¡Vete a la mierda! – Grito Belén, llena de rabia. Tenía los ojos llorosos y los puños apretados, ¿Por qué no se iba de allí? Quería correr y dejar a aquél imbécil atrás, pero por alguna razón no podía.

– Ya te has puesto cómoda, ¿por qué no sigues recogiendo lo que queda?

(¿Lo que queda? Quiere que recoja los clínex llenos de…)

– Ni soñarlo – dijo Belén -, me da igual lo que hagas, no voy a…

Dejó la frase en el aire al ver que su cuerpo volvía a reaccionar por su cuenta, arrodillándose en el suelo para recoger los clínex que allí había.

(Quiero morirme… ¿Qué he hecho para merecer esto?)

Miguel se situó tras ella mirándola recoger, y a Belén no se le escapó que desde allí tenía una visión perfecta de su culo en pompa. Sabiendo que era incapaz de dejar de hacer la tarea que estaba llevando a cabo, puso todo su empeño en, al menos, cambiar de postura para no exponerse de aquella manera pero, en lugar de eso, lo único que hizo fue menear ligeramente su culo de un lado a otro y reírse de una manera que se le clavó en lo más hondo de su dignidad.

– Jijiji.

(¡Esa risita de descerebrada otra vez!)

No podía aguantarlo, estaba cogiendo con las manos los pañuelos llenos de la corrida seca de Miguel, y encima le estaba mostrando su culo de una manera totalmente obscena, era una situación horrible y totalmente *excitante* humillante y que la hacía sentir como una *zorra* mierda.

Recogió el último pañuelo y se incorporó pero, antes de ponerse de pie, se encontró con la pantalla del ordenador justo ante sus ojos. No pudo evitar detener su mirada en la mujer que, arrodillada, degustaba una enorme polla como la que disfruta de un polo helado.

Notó como Miguel se situaba a su lado, y sintió un irrefrenable impulso de girarse hacia él. No era la misma sensación que había tenido cuando su cuerpo había actuado por su cuenta, esto era distinto, era como si algo la llamase poderosamente y tuviese la imperiosa necesidad de girarse.

Y se giró.

Su cara quedó a escasos centímetros de la enorme tienda de campaña que había en los calzoncillos de Miguel. Belén se quedó sin habla, con los labios entreabiertos y la mirada fija en la erección de su compañero.

(¿Q-qué estoy haciendo? ¿Por qué no dejo de mirar?)

*chúpala*

Escuchó dentro de su cabeza.

(¿C-cómo? ¡No! No voy a…)

Sus ojos seguían fijos en el mismo lugar, su respiración se filtraba por sus labios entreabiertos, resecándoselos. Los recorrió con su lengua lentamente con su lengua para humedecerlos.

– ¿Te gusta lo que ves? – Preguntó Miguel.

– ¿E-eh? ¡N-no! Yo sólo…

– El video, digo – matizó el hombre, con una ladina sonrisa en sus labios.

(¿Que si me gusta el… video?)

Belén sacudió la cabeza para apartar la vista de la entrepierna de Miguel y se fijó de nuevo en la pantalla. La actriz estaba lamiendo las pelotas de su amante mientras masturbaba enérgicamente la polla que se erguía ante ella.

– No… a mi no… – las palabras salían lentamente y pesadamente de su boca, parecía que tuviera la boca llena de espesa y pegajosa brea -, no me… no me gusta… jijiji.

(No me gusta… o…)

*te encanta*

(o… me…)

*te encanta*)

(encanta…)

– …encanta… – dijo suavemente, con un hilo de voz.

Podía notar como su corazón galopaba en su pecho, notó la mano de Miguel que le acariciaba la cabeza suavemente y, al volverse, vio que se había bajado los calzoncillos y se pajeaba a escasa distancia de su cara.

– A mí me encantan estos videos – decía el hombre, pajeándose con una mano y acariciando la cabeza de Belén con la otra -, esas mujeres super operadas, dóciles y lascivas, ¿Sabes lo que es una bimbo?

– ¿Una… Bimbo?

– Exacto, una bimbo. Es una mujer exuberante y voluptuosa, sexual y femenina, y tonta, sobre todo una bimbo es muy tonta, ¿No crees que es maravilloso?

(¿Maravilloso? No… eso es… horrib…)

*excitante*

(¿Excitante?… No… no era eso lo que yo…)

*caliente*

(No es caliente… ser tonta no es…)

*maravilloso*

(¿Es maravilloso?)

*estupendo*

*excitante*

*caliente*

*maravilloso*

Las palabras golpeaban la mente de Belén, que tenía la mirada ausente.

– ¿No te gustaría ser como ella?

– No… yo no soy… tonta…

– ¿Y qué hay de malo en ser tonta? Te olvidarías de todas tus preocupaciones, solamente tendrías que preocuparte de disfrutar.

– ¿Disfrutar?

– Si, mírala, mira como disfruta esa perra.

*eres una perra*

(No, yo no soy eso… no quiero ser una… perra…)

– ¿Ves que esté preocupada? – continuó el hombre – ¿Tiene pinta de estar preocupada? Se ha dejado llevar por el deseo y es feliz, ¿Tú no quieres ser feliz?

– Yo ya soy…

(Soy feliz)

*no eres feliz*

(¿Soy feliz?)

– Haz como ella déjate llevar, sal del corsé que ha dominado tu vida, libérate y disfruta.

Miguel giró levemente la cara de Belén para enfrentarla a su polla, que seguía masturbando con calma. Belén centró su vista en el glande rosado y brillante que tenía ante ella, con cada respiración podía aspirar el fuerte aroma que desprendía.

(Esto… No… ¡No!… ¿Qué está pasando?)

*chúpala*

(No, no voy a hacer eso… M-me voy a ir, me voy a levantar y me voy a ir de esta locura)

*no te vas a levantar, no te vas a ir*

*chúpala*

La voz en su cabeza la taladraba, la escuchaba como si se la dijeran a través de un ejército de altavoces, rebotaba en cada rincón de su cabeza y se repetía en un eco interminable.

*quieres ser una perra*

(No, no quiero ser una…)

*quieres ser una bimbo*

(¿Quiero ser una… bimbo?)

*chúpala*

Belén desvió un segundo la vista hacia la pantalla de ordenador en la que la “bimbo” seguía disfrutando de su polo helado. Observó sus carnosos labios pintados de un chillón rosa chicle y cómo se deslizaban sobre la enorme polla que la mujer estaba chupando y sintió algo de desazón al pensar que sus labios no se parecían en nada a los de la actriz.

*chúpala*

(Yo… no… tengo que…)

Volvió su cabeza hacia la polla de Miguel y se la metió en la boca sin dudarlo. Miguel apartó su mano para dejar espacio a Belén, que captó la intención del hombre y comenzó a tragar cada vez más profundo.

*chúpala*

(no…)

*eso es*

(no puedo…)

*déjate llevar*

(tengo que…)

*deseas esto*

(no… yo no… no deseo…)

*has nacido para esto, tu cuerpo, tu mente… es tu objetivo en la vida*

(Mi… ¿Objetivo?)

*si, tu objetivo es chupar pollas*

(¿Chupar…? ¿Pollas?)

*eso es, déjate llevar por el deseo, disfruta*

(…Si…)

(¿Me dejo… llevar…?)

Belén entonces notó que la mano de Miguel la agarraba de la nuca, obligándola a engullir su polla hasta el gollete. El hombre comenzó a gritar cual cerdo y borbotones de lefa comenzaron a llenar la garganta de la chica, que no podía hacer nada más que aguantar tratando de no ahogarse.

– ¡Siiiiii! ¡Ufff! – gritaba Miguel – ¡Vaya puta estás hecha!

Soltó la cabeza de Belén, que cayó hacia atrás tosiendo y escupiendo la corrida que no había sido capaz de tragar. La polla flácida y aún chorreante de Miguel se bamboleaba ante la cara de la chica y, al darse cuenta de lo que acababa de pasar, comenzó a tener arcadas.

– ¡¿Qué he hecho?! – gritó, asustada – ¡¿Qué me has hecho hacer?!

La mujer seguía tosiendo mientras se levantaba.

– ¡Eh! ¡Eh! ¡Que yo no te he obligado a nada!

Belén le lanzó una mirada asesina, pero en el fondo estaba asustada y confundida por lo que acababa de pasar, era verdad que él no la había obligado a nada, pero también sabía que ella no había sido dueña de sus actos, y no dudaba que aquél cerdo tenía algo que ver.

Miguel le acercó la mano para ayudarla a levantarse.

– ¡No me toques!

– ¡Vaya humos! Cualquiera diría que no me acabas de comer la polla y tragarte mi corrida, ¿Es así como tratas a todos tus ligues? No me extraña que estés sola…

– ¡Tú no eres mi ligue! ¡Y… No…! – Belén le apartó a un lado de un manotazo – ¡Déjame!

Tras decir eso salió escopetada de la habitación y se encerró en la suya, escuchando cómo Miguel le decía, entre risas, que aún no había acabado de limpiar la habitación.

Se metió en la ducha, asqueada de sí misma, y se lavó la boca con jabón. Ese cerdo no debía de lavarse muy a menudo, porque su polla sabía a meado y a ranciedad. Estuvo a punto de vomitar en la ducha.

Cuando salió se miró al espejo, preguntándose a sí misma qué le estaba pasando. Sus ojos recorrieron inevitablemente su cuerpo.

(¿Esto es una pesadilla?)

Había cambiado.

Realmente había cambiado.

Los cambios que había apreciado por la mañana le parecían ahora más enconados. Le daba la impresión de que su pecho había crecido varias tallas, así como su culo, que se había vuelto más voluptuoso y firme. Su cintura en cambio se había estrechado y tenía el vientre casi plano.

Salió del baño y entonces se detuvo, pensativa, y volvió a entrar en él para mirarse de nuevo.

Llevaba puesto el collar.

(¡El collar!)

Lo había olvidado por completo hasta ese momento, incluso al desvestirse para ducharse lo había obviado. Sus ojos se demoraron admirando la brillante B que adornaba su cuello, parecía que refulgía por sí sola. Llevó su mano al cuello con intención de quitárselo, pero la mano se quedó allí, acariciando la suave superficie de la gargantilla, disfrutando de su especial tacto.

Belén miraba su reflejo en el espejo con la mirada perdida, centrada en la brillante B que atraía toda su atención. Respiraba lentamente a través de sus labios entreabiertos.

*mírate*

La mujer echó una rápida mirada a su cuerpo. No parecía ella, ahora era más… más…

*sexy*

(¿Sexy?)

*siempre has querido esto, siempre has querido ser sexy y deseada*

(¿Siempre? Eso no es…)

*quieres que los hombres se giren al pasar, que te devoren con los ojos*

(Yo no… no me hace falta que los hombres…)

*claro que sí, hombres y mujeres, da igual, quieres ser deseada, que te miren y se fijen en tu cuerpo*

(En mi… ¿Cuerpo? Pero… nunca se han fijado en mi cuerpo, no tengo un cuerpo deseable…)

*ahora sí*

(¿Ahora?)

*mira tus labios, tus tetas, tu culo*

Belén iba pasando la mano por cada parte de su cuerpo que la voz enumeraba.

*tu cuerpo está creado para el placer y el deseo*

La mujer se había detenido admirando su culo, redondo y terso, sin una gota de celulitis.

*mira tú coño*

Belén obedeció. Su coño estaba depilado por completo.

(¿Cuándo he…?)

*está mojado*

*estás cachonda*

La chica llevó los dedos a su coño.

(Estoy… cachonda… Si… Estoy…)

*eso es… acarícialo… déjate llevar por el placer*

Belén comenzó a masturbarse, dejándose llevar por esa voz que tan convincente parecía.

*mírate*

Abrió los ojos y contempló su reflejo.

*admira a la puta que tienes frente a ti*

(No… yo no soy una… puta)

*claro que lo eres*

*eres tan puta que le has chupado la polla a Miguel y te has tragado su corrida*

(¡No! Él me ha obligado, él…)

*él, ¿qué? él no ha hecho nada, no te ha obligado a nada, solamente te has dejado llevar por lo que realmente deseas*

(¿Lo que realmente deseo?)

*quieres ser una puta, una zorra*

(No…)

*una bimbo*

(Una… ¿Bimbo?)

*quieres dejar de pensar, de preocuparte*

(Una… Bimbo…)

*no ser más que un juguete sexual*

(Bimbo…)

*eso es*

Belén se miraba en el espejo y se masturbaba furiosamente y con su mano libre había comenzado a manosear sus tetas. Estaba cerca del orgasmo.

*di lo que eres*

(Soy… soy una bimbo…)

*¡grítalo!*

– ¡Soy una bimbo! ¡Soy una puta!

Un violento orgasmo golpeó a Belén, que cayó de rodillas al suelo aferrándose al lavabo, mientras jadeaba y seguía frotándose el coño. Otro más, y otro. La mujer temblaba de placer mientras lidiaba con las olas de éxtasis que la recorrían.

Pasados unos minutos todo estaba en silencio. Ya no había voz en su cabeza y sus jadeos se habían terminado, solamente algún estertor de los orgasmos que había tenido hacían que Belén se agitara, y entonces comenzó a sollozar.

– ¿Qué me está pasando? – Se preguntó entre lágrimas.

Estaba agotada, tanto mental como físicamente, así que se metió a duras penas en la cama.

Nuevamente una bruma rosa se adueñó de sus sueños, se encontraba sola y desnuda y cuando intentaba pedir ayuda no salían de su boca más que estúpidas risitas.

Despertó de manera suave en la mañana, con la luz del Sol que entraba a través de la ventana, se estiró mientras se desperezaba, dejando caer la sábana que la cubría. Estaba totalmente desnuda.

No le dio mucha importancia, a pesar de que nunca había dormido así, y salió de la cama.

Pasó ante el espejo sin detenerse, se dirigió al baño y, después de vaciar la vejiga, comenzó a buscar qué ponerse. Cogió la sudadera amplia y los pantalones de chándal que solía llevar para estar en casa y, después de evaluarlos durante unos instantes, los echó a un lado. Se encontraba bien, muy bien, y no le apetecía ponerse esa ropa vieja y amplia que no le favorecía nada.

Comenzó a buscar en su armario, y sólo encontró unas mallas y un top que usaba para ir al gimnasio.

(Tengo que comprar algo de ropa, todo esto está muy viejo)

Buscó también en el cajón de la ropa interior, pero todo lo que había era soso y aburrido. Fue apartando a un lado de la habitación todas las prendas que a su entender eran, “sosas y aburridas” y al poco tiempo había un pequeño montoncito de bragas y sujetadores. Sólo quedaba un tanga gastado que también usaba para el gimnasio y un culote de encaje negro que se le notaría debajo de las mallas.

Miró decepcionada y decidió ponerse el tanga. No consiguió encontrar ningún sujetador que le gustase pero no le importó, porque el top le entraba a duras penas incluso sin él.

Una vez vestida se contempló en el espejo, la ropa era ajustada, pero no recordaba que lo fuese tanto… Sus tetas pugnaban por salir disparadas de su escote, y la tela de su culo estaba tan estirada que se trasparentaba totalmente el tanga que llevaba.

(Un poco ajustado, pero para hoy me servirá)

No pareció reparar en que sus labios, sus tetas y su culo habían crecido desde el día anterior. Tampoco reparó en que sus labios estaban pintados de rosa, aunque ella no se había maquillado.

Se recogió el pelo en una coleta alta y salió del cuarto. Cuando llegó a la cocina para desayunar, allí estaba Miguel.

– Buenos días – saludó algo tirante la mujer.

– Buenos días – respondió Miguel – ¿Hoy estás más calmada?

– ¿Más calmada? jiji ¿Por qué dices eso?

– ¡Ah! Por nada…

Miguel observó como Belén se preparaba el café, no quitaba ojo del estupendo culo de su compañera de piso, que danzaba de un lado a otro de la cocina. Tampoco perdió detalle de cómo las tetas sin sujetador de Belén se bamboleaban con cada movimiento que realizaba.

Belén se tomó el café con calma, relajada, al igual que llevaba el resto de la mañana. Miguel la observaba en silencio desde el otro lado de la mesa.

Un destello de lucidez atravesó de repente la mirada de Belén.

– ¡TÚ! – grito de repente la mujer, abriendo mucho los ojos y poniendo cara de enfado. Estaba señalando a Miguel – ¡Hijo de puta!

De repente había recordado todo lo sucedido el día anterior, tanto la mamada que le hizo a Miguel como lo ocurrido después en su cuarto de baño.

– ¿Qué? – preguntó el hombre, aunque no parecía muy sorprendido.

– ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo que me hiciste ayer?

Belén le lanzó la taza de café, que se rompió contra la pared de la cocina.

– ¡Para! ¡Para! ¿Qué te hice ayer?

– ¡Cabrón! – gritaba Belén, fuera de sí – ¡Todo esto es cosa tuya! ¿Qué me has hecho?

– ¡Para de decir eso! – contestó Miguel, esquivando un sobado que le había lanzado la chica – ¡Yo no te hice nada! Fuiste tu quién me chupó la polla, ¿recuerdas?

– No, yo no fui… ¡me obligaste!

– ¿Que yo te obligué? Si eres una zorra que vas chupando pollas por ahí no es mi problema, no me hagas parecer culpable.

Las palabras de Miguel atravesaron la cabeza de Belén como un arpón.

(¿Yo? Una… ¿Una zorra?)

*eres una zorra*

*amas chupar pollas*

– No soy una zorra… yo…

– Y si no lo eres, ¿por qué te comportas como una?

– Yo no me comporto como una zorra…

– ¿Ah no? ¿Y por qué meneabas ayer tu culo delante mía de la manera que lo estabas haciendo? ¿No estabas provocándome?

– Yo no quería… no podía controlarme…

Miguel la miró con cara de incredulidad.

– ¿No podías controlarte? ¿No podías evitar bambolear tu culo delante de mi cara? ¿No pudiste evitar meterte mi polla en la boca? ¿Y eso no es comportarse como una zorra?

– Eh… S-si… Digo… ¡No! Es decir si, ¡pero no era yo misma!

– ¿Qué tontería es esa?

– ¡Tú! – Belén le señalaba con el dedo – ¡Tú me has hecho algo! ¡Todo esto está pasando desde que me puse el estúpido collar que dejaste en mi cuarto!

Miguel dejó escapar una sórdida sonrisa.

– ¿No te gusta el regalo que te hice? Sólo quería tener un detalle contigo.

– ¿Entonces admites que esto es cosa tuya?

– ¿”Esto”, qué?

– ¡Esto! – Belén se irguió y separó los brazos, para mostrar los cambios que había sufrido su cuerpo – Me has convertido en una… una…

*puta*

– ¿En una qué? ¿En qué crees que te he convertido?

– … – Belén no quiso contestar a la pregunta, no quería decirle a Miguel lo que quería escuchar – ¿Qué es este collar? ¿Qué me está haciendo?

– Es sólo un amuleto que te ayuda a desinhibirte y dar rienda suelta a tus deseos más profundos, que libera tu mente del yugo de tu moral.

– ¡¿Crees que mis deseos más profundos eran chuparte la polla?! – gritó Belén, desesperada.

– A mí no me mires, el collar sólo es un vehículo, pero tú subconsciente es el conductor.

– Quítamelo.

– No puedo.

– ¡¿Qué?!

– Que no puedo. Tú te lo has puesto y tú te lo tienes que quitar.

– ¡Pero no puedo! – Belén intentó quitárselo de nuevo, y nuevamente sus manos no la obedecieron. El collar se quedó dónde estaba – ¿Voy a quedarme así toda la vida? ¿Como una… una…?

– ¿Como una qué?

Belén le miró con rabia, quería escucharlo de sus labios y no iba a parar hasta conseguirlo.

– ¡Como una… puta! – un escalofrío recorrió su espalda y sus pezones se erizaron. Esperó con toda su alma que Miguel no se diera cuenta de ese detalle – ¿Estás contento? ¿Es eso en lo que me quieres convertir?

– Ya te he dicho que yo no quiero nada, el collar sólo responde a tu mente y a tus deseos.

– ¡Y una mierda! Yo nunca he querido esto… – Belén se dejó caer en la silla, abatida.

– ¿Seguro?

Miguel se quedó mirando a la mujer, que le devolvió una mirada dubitativa y temerosa.

(¿Lo he deseado alguna vez? No… yo nunca…)

*siempre has querido ser deseada*

(No, eso no es verdad)

*claro que sí, siempre las has envidiado, siempre has querido ser como ellas*

(¿Cómo quién?)

*como las mujeres que hacen que los hombres se den al vuelta al pasar, las que arrancan silbidos y piropos*

(Eso no es verdad, nunca me ha gustado ese comportamiento)

*siempre lo has reprobado, porque tu estúpida moral te ha dicho que lo hagas, pero en el fondo las envidias, deseas ser como ellas*

Belén pensó en cómo se sintió el día anterior en su trabajo, como los compañeros la prestaban la atención que nunca le habían dado y lo bien que la habían hecho sentir.

*quieres ser como ellas, quieres destacar, quieres atraer las miradas, quieres que te deseen*

¡Incluso había ligado! Marcos había insistido en llevarla a casa y quedar con ella hoy.

(Pero… yo… yo nunca he buscado eso…)

*porque no creías en ti, no tenías suficiente autoestima, tenías miedo al rechazo*

(¿Miedo al rechazo?)

*a ser desplazada, a ser ninguneada, pero ya no*

(No… ya…)

*mírate, eres el sueño de todos los hombres*

Belén notó las manos de su compañero posarse sobre sus hombros, estaba ensimismada en sus pensamientos y no había notado que se había colocado tras ella.

– ¿No notas la sensación de libertad que produce el dejarse llevar? – Miguel comenzó a frotar los hombros de la mujer, suave pero firmemente – ¿No tienes ganas de dejar de estar encorsetada? ¿De dejar de preocuparte por el qué dirán?

(No… no me toques… no quiero que me toques…)

Belén dejó escapar un suspiro y arqueó ligeramente la espalda.

– ¿No quieres saber cómo sería ser tu misma? Sin muros, sin problemas, sin esconderse de nada ni de nadie, sin miedo, sin ataduras… – continuaba el hombre.

(Yo… yo ya soy yo misma… no quiero…)

*mentira*

(No…)

*deja de engañarte*

– …Déjate llevar… – susurró Miguel a su oído.

*déjate llevar*

(¿Dejarme… llevar…?)

Las manos de Miguel descendieron por los brazos de la mujer y su lengua se jugueteó con su oído. Belén contrajo el cuello y cerró los ojos, soltando un nuevo suspiro. Sus labios rosados quedaron entreabiertos.

Las manos del hombre rápidamente pasaron de los brazos a las tetas de Belén, comenzando a acariciar sus pezones.

– jijiji – dejó escapar la pelirroja al notar el contacto.

(No… suelta, suéltame… déjame…)

*déjate llevar*

Miguel buscó la boca de su compañera y le plantó un profundo y húmedo beso, que fue rápidamente correspondido por la mujer. Las manos del hombre agarraban, apretaban y sobaban las enormes tetas de Belén, que no tardaron en quedar liberadas del apretado top que las retenía.

Belén se levantó de la silla y se puso frente a Miguel, mientras continuaba besándole. El hombre continuó con una mano en sus tetas mientras que la otra viajó rápidamente al culo de la mujer.

*mira cómo te desean ahora, mira lo que provocas en los hombres*

(¿Es… Esto es por mí? ¿Me desea?)

Belén notaba la dura erección que estaba provocando en su compañero.

*claro que te desea, y tú le deseas a él*

(No… a Miguel no…)

*sí, a Miguel y a cualquiera. Deseas que te posean, que te hagan vibrar, deseas abandonarte al placer de la lujuria*

(Placer… Lujuria…)

Miguel dio la vuelta a Belén y la lanzó sobre la mesa, de un tirón bajó las mallas que llevaba y dio un fuerte azote en su culo.

– ¡Ah! – gritó Belén, más de sorpresa que de dolor.

La mujer quedó el culo en pompa y las tetas bamboleándose sobre el desayuno a medio terminar.

– ¿Quieres que te folle? – preguntó Miguel.

(No, no quiero…)

*si quieres*

(Nnnnn)

*quieres que te folle, necesitas que te folle*

– Sssssí – susurró la mujer.

*necesitas sentir su polla*

– ¿Qué has dicho?

– Si… ¡Sí!

*quieres polla, necesitas polla*

Miguel acarició el coño de Belén, que estaba completamente empapado y echó a un lado el tanga.

– ¿Sí, qué?

*necesitas que te folle*

– ¡Sí! ¡Quiero que me folles! ¡Métemela! ¡Por favor!

Miguel no se lo pensó dos veces, ya tenía la polla en la mano y rápidamente la dirigió al coño de Belén, que recibió la fuerte embestida del hombre con un sonoro y anhelante gemido.

– ¡Ahhhh! ¡Ahhh! – gemía.

*eres una puta, siempre has querido ser una puta, una zorra*

Belén apartó de un manotazo los restos del desayuno y apoyó su pecho sobre la mesa, las piernas le temblaban.

– ¿Te gusta mi polla, puta?

– ¡Aaaahhh! Siii, siiii, jijiji, ¡Dame más! ¡La necesito!

Miguel aceleró sus embestidas y comenzó a azotar el culo de Belén.

– Vamos, ¡córrete para mí! – Dijo el hombre – ¡Demuéstrame la zorra que eres y córrete con la polla que siempre has despreciado! ¡No eres más que una sucia puta!

*eres una sucia puta*

*te encanta que te follen*

*te encanta ser una zorra*

*sólo sirves para ser follada*

El bombardeo de pensamientos fué la guinda que completó el clímax de la mujer, que comenzó a estremecerse y a gritar mientras su cuerpo era recorrido por un intenso orgasmo.

– ¡Aaaahhh! ¡Joooooodeeeeeer!

Miguel notaba cómo el coño de Belén se contraía sobre su polla, notaba las pulsaciones que le producía el orgasmo y sintió cómo sus pelotas iban a reventar también. Agarró a Belén del pelo y la obligó a arrodillarse ante él, descargando toda su corrida sobre la cara y las tetas de la mujer, que no hizo nada para evitarlo.

– Siempre he sabido que en el fondo eras una zorra, que lo que te hacía falta era una buena polla – Belén tenía la mirada perdida, todavía estaba sumida en los coletazos de su orgasmo – ¡La que parece que no lo sabía eras tú! ¡Y menos que la polla que te quitaría la tontería iba a ser la mía! – Se regodeó el hombre, mientras frotaba su polla semi-flácida en la cara de Belén, para limpiar los restos de su corrida.

Belén se quedó tirada en el suelo con una vaga sonrisa en la cara, mientras Miguel salía de la cocina riéndose. Tardó unos minutos en recuperar la compostura, se levantó, se colocó el tanga, se subió las mallas y se fue a dar una ducha.

Ni siquiera se miró al espejo, si lo hubiera hecho, habría visto al otro lado a la mujer que siempre había creído despreciar.

Hasta ahora.

Relato erótico: Entresijos de una guerra 6 (POR HELENA)

$
0
0
 

Tuvimos una cena de Navidad tranquila. Y amenazó con no serlo, porque la señora Scholz dejó caer en la comida que tendríamos un invitado e inmediatamente Herman desencadenó una lucha verbal para que Furhmann no cenase con nosotros. Su madre se parapetaba en el hecho de que era un amigo de la familia, amigo de su propio padre. Pero no calibró bien la estrategia y lo que tenía que ser un atenuante para su hijo, terminó siendo un agravante que se volvió contra ella cuando éste la dejó sin palabras al espetarle que precisamente por eso tenía que darle vergüenza no sólo lo que todo el mundo ya sabía cuando el Coronel todavía estaba vivo, sino la enorme desfachatez que supondría sentarle a la mesa de la familia el primer año que celebraban las Navidades sin su difunto esposo.

Un silencio sepulcral reinó después de las duras palabras de Herman. Temí que la señora Scholz contraatacase alegando que yo también iba a estar, aunque no tuviese nada personal contra mí y lo hiciese sólo por defenderse – yo lo hubiese hecho -. Pero sentí lástima por aquella mujer cuando se levantó silenciosamente y abandonó la mesa sin terminar de comer.
-Yo tampoco quiero que venga, Her – le respaldó Berta sin ningún tipo de preocupación.
Si no la conociese, la envidiaría. Cualquiera haría, porque parecía no enterarse de nada y ser capaz de mantenerse ajena a las verdaderas causas de las asperezas familiares. Pero en realidad, cuando uno conocía a Berta, le sobraba tiempo para concluir que se le escapaban menos cosas que a un adulto.
-Si aparece por aquí, nosotros nos vamos a cenar a Berlín, ¿de acuerdo? – Preguntó Herman con un tono que dejaba claro que su pregunta no admitía otra respuesta que la afirmativa.
Berta aceptó encantada, dando por hecho que cenaríamos en la capital. Pero la señora Scholz indicó al servicio que la mesa se dispusiese para cuatro y ambos enterraron el hacha de guerra para la velada, emulando con ello a Churchill y a Hitler. Y aunque la ocasión tampoco fue un derroche de amabilidades, por lo menos no salió a colación ningún tema demasiado espinoso. Lo más salientable fue que la señora Scholz dejó caer que pensaba acercarse al cementerio de Berlín a la mañana siguiente para ponerle flores al Coronel y que llevaría a Berta con ella para pasar la mañana en la ciudad. Después de eso, también mencionó que Herman y yo tendríamos que ir a la fiesta de Nochevieja de los Walden en representación de la familia, añadiendo con mucha sutileza y educación que sería una ocasión perfecta para que yo fuese presentada oficialmente como la pareja de su hijo ante esas amistades que frecuentaban los Scholz. La noticia no me hizo ni pizca de gracia, pero la encajé con una cara que expresaba todo lo contrario para no herir a aquella mujer que se dirigía a mí con una sonrisa casi maternal y porque a Herman pareció gustarle la idea. Al menos eso creía hasta que más tarde, cuando estuvimos solos, me confesó que le gustaba la idea de acudir conmigo pero que aborrecía profundamente esa “mierda de fiestas” que organizaban los Walden.
El día después me desperté relativamente tarde. Herman ya no estaba, solía madrugar por costumbre. Y aunque también solía despertarme por simple aburrimiento, después de amenazarle un par de veces con no dejarle dormir allí si me despertaba por las mañanas, conseguí que fuese autosuficiente las primeras horas del día. Me levanté y me acerqué a la ventana, el coche de la señora Scholz ya no estaba y todavía seguía nevando sobre la espesa capa de nieve que parecía no menguar nunca desde que se había formado con las primeras nevadas. Reparé en un par de mozos que limpiaban la pista de salto a lo lejos y supuse que Herman andaría por algún lugar con Frank. Sin Berta yo estaba oficialmente libre, de modo que me di un baño con deliberada parsimonia, me vestí y bajé a desayunar. Me entretuve un poco con los titulares del día, pero eran tan rancios como siempre, así que terminé el desayuno mientras Marie miraba por la ventana llena de curiosidad.
-Tengo que avisar al señorito Scholz, creo que ha llegado el veterinario… – murmuró.
-Deje, no se moleste. Yo se lo digo, iba a buscarle ahora – le dije antes de que saliese.
Me encaminé hacia el pasillo que daba a la puerta principal caminando sin preocupación alguna. Escuché la puerta de casa y di por hecho que Herman habría visto llegar al veterinario y que venía a por algo que necesitaba, pero la silueta que apareció no era la que yo esperaba.
-¡Joder! ¡Menuda puntería! – Dijo un demacrado Furhmann mientras se quitaba los guantes a medida que avanzaba por el pasillo – ¡señorita Kaestner! ¡Pero qué ganas tenía de verla!
No contesté, simplemente corrí escaleras arriba por puro instinto cuando noté que aceleraba el paso. Pero nos separaban apenas unos metros y antes de llegar al final del primer tramo de escalones sus pies ya pisoteaban los peldaños de un modo furioso a poca distancia de mí. Debí haberme parado a calibrar la distancia que nos separaba y la velocidad con la que la recorría, sin embargo no lo hice y una de sus manos sujetó mi tobillo por sorpresa poco antes de llegar al final del segundo tramo de las escaleras, haciéndome caer sobre los peldaños con un impacto que cortó mi respiración y me dejó tal dolor en el pecho que di mi pobre esternón por roto.
-No me monte ningún escándalo porque ya se podrá imaginar las ganas que tengo de dejarle un recado a su querido novio, ¿verdad? – Me preguntó agachándose sobre mí mientras inmovilizaba mis piernas con la planta de su pie y me obligaba a mirarle agarrándome del pelo.
Quise decirle que ya me lo temía, pero no fui capaz de contestar nada. Cuando quise permitirme esa estrecha muestra de fortaleza, sólo alcancé a toser, provocando que él me apretase la cabeza contra la superficie del escalón.
-Sabe que estuve un par de horas riéndome cuando “su suegra” me contó lo orgullosa que estaba de que su hijo eligiese a una mujer tan culta como usted. Estuve a un pelo de mencionarle las distintas culturas que domina, pero eso me deja a mí en posesión de una joya todavía más valiosa, ¿eh? ¿Cree que a Herman le hará gracia saber que su novia es todavía más rastrera que el amante de su madre al que envió a Rusia? Porque si ya me encanta la idea de decirle que se beneficiaba a su padre, no sabe lo increíblemente atractiva que se me antoja la de contarle lo bien que nos lo pasábamos mientras él andaba por ahí con sus tropas -. Me susurró antes de lamerme la cara con un gesto asqueroso – ¿cree que podrá usted hacer algo para que se me quiten las ganas de hablar? Porque va a tener que esmerarse mucho, encanto…
No iba a contestarle,
simplemente intentaba pensar en algo que pudiese jugar a mi favor. Pero mis posibilidades eran nulas. Me costaba respirar y él me obligaba a mantener mi cara en el suelo, con mis piernas bajo control. Con lo cual, opciones como intentar sacármelo de encima, golpearle o probar suerte con escapar, quedaban fuera de juego. Además, aunque Furhmann estaba visiblemente más delgado, seguía teniendo la fuerza de un hombre de su edad y complexión.
-¡Muévase! – Me ordenó incorporándose.
Necesitaba un milagro. Y nunca he sido muy creyente, pero sí lo justo como para saber que cuando los fieles esperan un milagro, se dedican a esperarlo. “Hacer tiempo”, esa fue la estrategia por la que me decanté en vista de lo poco que podía hacer. Fingiría no poder moverme con la esperanza de que alguien se encontrase semejante escena cuando el servicio comenzase en breve a realizar las labores domésticas diarias, y entonces Furhmann perdería el asalto.
-¡Me cago en la hostia! Muévase, porque le juro que le juro que voy a buscar a ese payaso de Herman y se lo suelto todo… – dijo regresando a mi lado y agachándose -. Venga, le prometo que hoy seré muy correcto. Sólo quiero hablar con usted para que me ayude con esa mierda de destino que me ha buscado nuestro Teniente favorito… otro día hablaremos del resto, ¿le parece?
Continué sin decir nada aun sabiendo que con toda probabilidad me estaba ganando un guantazo. Pero algo distrajo su atención y acto seguido se situó rápidamente sobre mí con las piernas abiertas, sujetándome por debajo de los brazos e intentando moverme. Se me hacía imposible escuchar nada con claridad más allá de los esfuerzos de Furhmann, pero deduje que venía alguien y en apenas unos segundos cesó en su intento por moverme para forcejear de manera estéril con alguien.
-Échese con cuidado hacia un lado – ordenó la voz de Herman con una forzada tranquilidad – si intenta algo o le pasa cualquier cosa a ella, le parto el cuello sin pensármelo, ¿entendido? – No sabía exactamente lo que estaba pasando porque no alcanzaba a ver nada, pero Furhmann asintió con docilidad -. Muy bien, ¡arriba!
Cuando sentí mi espalda liberada respiré con alivio y miré hacia un lado para encontrarme a Herman obligando a Furhmann a recostarse sobre las escaleras tal y como él me tenía a mí hacía unos segundos, pero rodeando su cuello firmemente con uno de sus brazos mientras que con la otra mano mantenía su nuca a buen recaudo.
-¿Usted no estaba de permiso? ¿A dónde coño va con la pistola y el uniforme? ¿Tanto le gusta su trabajo? – Le preguntó con sarcasmo mientras le desarmaba sin soltarle.
Una vez que tuvo su arma, dejó su cuello dejándole ver que le estaba apuntando mientras se acercaba para comprobar que yo estaba bien. Me dejé escrutar, levantándome para que comprobase que era menos de lo que parecía.

-Herman, muchacho, he venido a hablar contigo. Tengo que decirte algo que…

¡Menudo cabrón! Después de que Herman le hubiese encontrado en semejante situación, lo tenía tan jodido que estaba dispuesto a llevarme por delante. Pero antes de que terminase la frase tenía el cañón de su propia pistola en la mejilla. Le vi temblar ligeramente cuando Herman sacó el seguro del arma.

-Pues ya le adelanto que no le voy a escuchar. Es más, mejor cállese si quiere salir vivo de aquí porque ya sabe cómo somos en las SS con esto de apretar el gatillo.
-Vamos, no puedes disparar contra un soldado alemán que lucha con orgullo por su patria… escucha, de verdad… es algo importante… sólo déjame decírtelo y luego haz lo que quieras, ¿de acuerdo?
Mi corazón latía enervado mientras Furhmann hablaba, porque sabía perfectamente lo que iba a decirle y si Herman accedía a escucharle, estaba perdida.
-Le escucharía, pero ya sé lo que va a decirme. Erika se le insinuó, ¿verdad? – Le preguntó mientras le agarraba por el cuello del uniforme y le incorporaba para mirarle sin retirarle la pistola del cráneo -. Ya vi que lo estaba poniendo todo de su parte por seducirle… ¡qué mala es Erika! ¿No le parece? – Furhmann me miró de reojo conteniendo la rabia. Por un momento creí que iba a decir algo pero Herman continuó hablando -. Me recuerda ligeramente a aquella criada que teníamos… – yo no sabía de qué demonios hablaba ahora, pero me valía cualquier cosa con tal de que no le dejase hablar a él –…Sonja, ¿se acuerda?
El cuerpo me temblaba con cada pregunta de Herman, temiendo que Furhmann fuese a contestar algo que no se le había preguntado aprovechando el leve parón de la voz de su interlocutor. Le sobraban media docena de palabras para joderme por última vez, y eso me estaba poniendo demasiado nerviosa a pesar de contar con el detalle de que tener una pistola en la frente mientras te agarran firmemente por el cuello limita notablemente la capacidad de expresión.
-Sonja también era una de esas mujeres que no hacía más que insinuarse – continuó Herman con el mismo sarcasmo cargado de rabia que había utilizado desde que le había dirigido la primera palabra -, de hecho se insinuó tanto que el Espíritu Santo bajó una noche y la dejó encinta… ¿no?
Sus palabras me dejaron de piedra. Al menos hasta que la voz de Furhmann se coló en mis tímpanos de una manera sobrecogedora.
-¡A mí no! ¡Esa puta que…! – Gritó el muy cerdo en pleno ataque de desesperación antes de que el brutal golpe que encajó su cara le obligase a caer de espaldas escaleras abajo.
Le observé rodar atropelladamente mientras una bajada de tensión espontánea me mareaba y me hacía temblar ante lo inminentemente cerca que había estado de proclamarlo todo. Pero el estado en el que llegó al descanso de las escaleras me tranquilizó ligeramente. Sólo era capaz de emitir quejumbrosos alaridos.
-Estúpido cabrón de mierda… – lloriqueó mientras intentaba erguirse después de algunos minutos retorciéndose en el suelo –. Si no quieres escucharme tú, se lo diré a tu madre… – amenazó sacando fuerzas de donde parecía imposible –. Ella me escuchará, payaso… le contaré qué clase de zorra tenéis en casa. Sí, quizás le cuente mientras me la chupa esta noche que esa guarra por la que ahora bebes los vien…
No debió haber añadido aquello. Al menos, por el bien de su integridad no debió poner un énfasis despectivo cuando hizo referencia al sexo oral con su progenitora. Pero a mí me favoreció que su repentino ataque de arrogancia hubiera provocado que Herman bajase las escaleras encolerizado para propinarle una patada en el estómago con una destreza que ya quisieran muchos espartanos y que le impidió seguir hablando o ponerse de pie para obligarle a caer al borde del siguiente tramo de peldaños mientras se ahogaba en su dolorosa agonía.
-¡No tienes ni puta idea de lo harto que me tienes! ¡¡Ni puta idea, Furhmann!! – Le gritó sacando un genio que nunca antes le había visto mientras le sujetaba la cabeza para obligarle a mirarle.
Me acerqué un poco para llegar a ver cómo le empujaba con el pie para hacerle descender las escaleras con su cuerpo y continué bajando a un par de metros tras ellos, comprobando cómo un par de sirvientas contemplaban la escena desde el final del pasillo sin tener intención de meterse en nada, al mismo tiempo que más gente del servicio se agolpaba bajo la puerta de la cocina para ver cómo el refinado señorito Scholz, completamente fuera de sí, arrastraba a un moribundo Furhmann hacia la salida enganchándole por el cuello de su uniforme.
Le seguí por pura inercia, incapaz de imaginarme a dónde le llevaba ni con qué intención. Completamente noqueada por la espontánea y natural violencia que emanaba Herman y sorprendiéndome a la vez de que me chocase tanto que un Teniente de las SS fuese violento. Salí de mi ensimismamiento cuando Marie me rebasó apresurada, justo en el preciso instante que Herman se adentraba un par de pasos sobre el colchón de nieve que se extendía por todo el patio delantero sin dejar de remolcar a Furhmann.
-¿Pero qué ocurre? Este chico se ha vuelto loco… qué cree que está haciendo… – repetía Marie con desesperada preocupación mientras eclipsaba la puerta impidiéndome ver nada – ¡por el amor de Dios, señorito Scholz! ¡Déjele! – Gritó como si estuviese implorando por un hijo.
-¡¡Regrese a la cocina!!
Si no supiese de buena tinta que el único que estaba allí fuera con Furhmann era Herman, jamás hubiese dicho que aquella autoritaria voz llena de ira le pertenecía. Marie repitió la súplica, obteniendo a cambio la misma respuesta una y otra vez, de la misma impactante manera. Desobedeció la orden unas cuantas veces, pero terminó acatándola y se retiró echándose las manos a la cabeza.
No tuve tiempo de mirar hacia afuera de nuevo antes de que un disparo resonase enmudeciendo todo el circo de comentarios que la actitud del señorito Scholz había levantado. Me asomé instintivamente, a tiempo de ver cómo Herman arrojaba el arma al lado del cuerpo de Furhmann mientras un creciente halo carmesí teñía la nieve sobre la que reposaba su cráneo. Regresó a la casa con paso seguro y me sujetó el brazo obligándome a entrar con él. No hice ninguna pregunta, ni podría haberla hecho aunque quisiera.
-¡Marie! – Bramó colérico al borde de las escaleras – ¡llame a un médico! ¡Rápido!
-¿Un médico? ¿Ahora quiere un médico? – Le preguntó ésta conteniendo el llanto como si estuviese siendo objeto de una macabra broma – ¡le va a hacer mucho el médico a Furhmann! Ya lo creo, señorito Scholz… llamaremos al doctor para que vuelva a meterle los sesos en la cabeza, ¿no es así?
-No me joda, Marie… – le gruñó aniquilándola con sus ojos mientras se acercaba hasta dejar su barbilla por encima de la frente de la pobre mujer en shock – por mí pueden venir las ratas y darse un festín con los sesos de Furhmann, el médico es para Erika, ¡así que llámelo de una puta vez! ¡¿Me ha entendido?!
Estuve a punto de decir que no necesitaba ningún médico pero me pareció el momento menos indicado de mi vida para decir ni una sola palabra, así que sólo observé cómo Marie se retiraba derramando las primeras lágrimas al mismo tiempo que Frank entraba apresurado, mirando hacia nosotros y hacia el personal del servicio que se había agrupado cerca de la puerta de la cocina para intentar descifrar lo ocurrido.
-Dios mío, señorito Scholz, ¿qué ha pasado? El soldado Furhmann está…
-Furhmann se ha suicidado – le interrumpió Herman con irrebatible seguridad antes de sujetarme el brazo de nuevo y obligarme a subir las escaleras -. ¿Me han escuchado? – Preguntó hacia el servicio volviéndose desde la mitad de los escalones. Éstos se limitaron a asentir en silencio -. Pues ahora que ya tienen claro lo que ha sucedido ya pueden dedicarse a sus cosas – dijo esperando a que se retirasen -. Frank, hágame el favor de ocuparse de que quiten a ese gilipollas de ahí antes de que llegue mi madre. Voy a llamar a alguien para que vengan a buscarlo… – añadió molesto, como si fuese el muerto que había en la puerta de casa el que tendría que tener el detalle de yacer en otro lugar.
Siempre procuré tener claro lo que era, esforzándome endiabladamente por imaginarme lo que tenía que hacer cuando no estaba conmigo para refrenar la obligación de quererle. Y sin embargo, tras estar delante del verdadero Teniente Scholz, me sentí como si en realidad hubiese estado intentando excusar lo que realmente era para poder quererle.
Ahora era inevitable carcomerme en la evidencia de que Herman era alguien acostumbrado a hacer lo que acababa de hacer. Por mucho que el “suicida” se lo mereciese, acababa de volarle la cabeza y de encargarle a alguien que se ocupase de sacarle del patio de su casa, donde su madre o su hermana podían encontrar aquel cadáver que él mismo había dejado allí para seguir organizando su vida como si sólo hubiese acontecido un leve inconveniente. Y mientras le seguía guiada por la mano que sujetaba mi antebrazo a punto de resultar un contratiempo para mi circulación, reparé inconscientemente en las dimensiones morales tan distintas que toman las cosas cuando las hace uno mismo y cuando las hacen los demás. Yo también había hecho aquello con su padre – de una manera mucho más limpia, para ser sincera – y aunque también me planteaba hacerlo con Furhmann, el que Herman se me hubiera adelantado de aquella aplastante manera me había dejado completamente descolocada. No era capaz de arrancarme de la retina la limpieza con la que redujo a Furhmann, ni la facilidad con la que le hizo rodar escaleras abajo. Ni tampoco era posible para mí pensar en otra cosa que no fuese lo bien que se le daba pegar y matar. Como si yo no lo hubiese hecho en mi vida.
Pero ni comparándole conmigo – que le engañaba y le mentía a diario, que le traicionaba semanalmente informando de todo lo que me contaba y que encima iba a arreglarme la vida a su costa -, ni siquiera así podía deshacerme de la sensación de que él era peor que yo y de que había desatendido los constantes avisos de mi raciocinio sólo porque me sentía segura con alguien que si indagaba levemente sobre mí y descubría algo, me haría algo parecido.
Entramos en el despacho con paso firme y me hizo un hueco en uno de los sofás para que me sentase mientras él se limitaba a dar vueltas por la estancia todavía con esa cara de duro que acababa de estrenar en mi presencia. Comencé a acongojarme ante la posibilidad de que Furhmann le hubiese llegado a decir algo más, pero había malgastado su última oportunidad mencionando a su madre y después del rosario de golpes que le cayeron por aquello, dudaba seriamente de que pudiese haber dicho algo capaz de interpretarse.
-¿Qué vas a hacer? – Pregunté ligeramente asustada y ensombrecida por aquel nuevo Herman Scholz que tenía frente a mí.
Él se detuvo y tras mirarme durante algunos segundos, relajó la expresión de su cara mientras caminaba lentamente hacia el lugar en el que yo estaba. Se acuclilló ante mí, cogió mis manos, suspiró y me respondió.
-Tengo que llamar a Berg para que me ayude con esto – contestó el mismo Herman de siempre con un atisbo de preocupación.
Creí que llamar a Berg para que le ayudase supondría contarle lo que había ocurrido. Pero Herman le explicó por teléfono que Furhmann había perdido la cordura en Rusia y que había aparecido en casa para recriminarle embravecido que estuviese detrás de su precipitado traslado en pro de que no pudiese verse con su madre y que después, en un ataque de histeria, terminó con su vida delante de nuestras narices. Tras relatarlo al menos un par de veces añadiendo un dramatismo y confusión a su voz que su cuerpo completamente relajado no mostraba mientras fumaba tranquilamente sentado detrás del escritorio, escuché que le daba las gracias al General antes de despedirse.
-¿Qué te ha dicho? – Me aventuré a preguntar al ver que no decía nada.
-Lo que esperaba. Las SS se ocupan del muerto – me informó despreocupado mientras apagaba el cigarro. Le miré frunciendo el ceño a causa de la curiosidad, porque lo cierto es que no sabía si estaba bromeando o no -. Verás, si el caso fuese de carácter civil, tendría un problema. Pero como va a tratarse como un asunto interno de las SS, no habrá preguntas. Simplemente vendrán un par de soldados dentro de una hora y se llevarán a Furhmann.
-¿Y ya está? – Pregunté incrédula – ¿dices que se suicidó y vienen a por él sin hacer preguntas?
-Oye, ¿te encuentras bien? – Inquirió levantándose para caminar hacia mí. Le seguí con la mirada hasta que se paró frente a mis rodillas y se inclinó para sujetar mi cara -. Siento haberme puesto así. Pero te dije que no dejaría que te hiciese nada, y ya no te va a hacer nada…
Resultaba conmovedor que siguiese empeñado en que no me hiciese nada cuando el capullo que teníamos postrado en el patio delantero me había hecho lo que había querido, pero aquel sutil tono que hacía apenas media hora me hubiera desarmado ya no me parecía cariñoso, sus palabras se me antojaban ahora frívolas especulaciones camufladas con un desmedido afecto.
-Pero no tenías que haberle matado… el servicio lo sabe… – dije asustada por mis propios pensamientos.
Yo le quería, lo tenía clarísimo. Pero ahora que tenía verdadera conciencia de lo peligroso que era quererle, era como si la reacción de defensa de mi cuerpo fuese mostrármelo como otro monstruo más de las SS. Algo que ya había pensado cuando llegué a aquella casa y de lo que me retracté a medida que fui conociéndole.
-El servicio no vio nada. Y da igual, no van a hacer preguntas, se fían de la palabra de un General de peso como Berg y del testimonio de un Teniente que se apellida Scholz. Porque nadie en su sano juicio osaría poner en duda la palabra de Berg, y él jamás dudaría de mí. En realidad es mejor para todos, porque me imagino que quienes se tendrían que encargar de Furhmann también tendrán cosas más importantes que hacer.
-¿Y tu madre? ¿Tienes idea de la que se va a armar como Marie le diga algo?
-Marie no dirá nada. Puede que se permita cierta confianza conmigo, pero se lo pensará bien antes de decir nada en mi contra y al final deducirá que yo sólo he hecho lo que había que hacer. Lo peor va a ser mi madre, sin necesidad de que nadie le diga nada. Seguro que se toma peor la muerte de ese impresentable que la de mi padre.
Debo confesar que me daba miedo y que mi cerebro me estaba azotando una y otra vez con una clarísima señal de “peligro” que nunca antes había usado. Si Furhmann hubiese hablado, hubiésemos sido dos en el patio y las SS vendrían a por nosotros sin hacer ni una sola pregunta acerca de por qué dos personas deciden suicidarse con una misma pistola en el patio delantero de la residencia Scholz. Todavía estaba intentando quitarme esa imagen de la mente cuando sus labios me besaron, y fui totalmente incapaz de corresponderle mientras me imaginaba mi sangre escapándoseme por la nieve hasta mezclarse con la de Furhmann.
-Lo siento, Erika… – me susurró – lo siento si crees que he hecho algo que no debía hacer. Pero tenía que hacerlo. Furhmann no se detenía nunca, siempre iba a por más… ¿lo entiendes, querida?
Dudaba seriamente de esa facilidad que le brindaban las SS para lavarse las manos. Pero durante los días siguientes comprobé que era totalmente cierto. Marie le miraba como si no le conociese, el resto del servicio guardaba las formas más que nunca con el encantador señorito Scholz y su madre andaba como alma en pena por la pérdida de un “amigo” tan íntimo, enfadada extraoficialmente con su hijo porque sospechaba que algo había ocurrido entre éste y su amante antes de que se suicidase. Pero por lo menos se creía lo del suicidio – o quizás quería creerlo -. Sin embargo Herman Scholz seguía con su vida como si nada hubiera pasado. No llegó ninguna citación, ni se le exigió más testimonio que una declaración que firmó con aquella cutre historieta cuando dos soldados se llevaron un cuerpo lleno de golpes y con un disparo hecho a quemarropa en la sien izquierda de un hombre que era diestro y que llevaba el arma en su cadera derecha. Era cierto, las SS no metieron las narices en nada y le brindaron la impunidad más práctica que había presenciado en toda mi vida.
El shock me duró un par de días durante los que me hubiera gustado unirme a ese grupo que guardaba las distancias con Herman. Pero mi situación al respecto no era tan cómoda como la del resto, ya que el Teniente Scholz seguía colándose en mi habitación todas las noches. De modo que decidí hacer una pequeña visita a la mujer que era antes de enamorarme y tras tragarme mi shock, canalicé el susto hacia el “respeto” de forma que me ayudase a mantener los ojos bien abiertos mientras yo también fingía seguir con mi día a día. Y así, aquella desconfianza extrema que experimenté el par de días posteriores a la muerte de Furhmann se fue difuminando en una mecánica necesidad de examinar constantemente a Herman. Como si necesitase mantenerle bajo vigilancia para asegurarme de que aquel lado irascible y exterminador no encontraba ningún indicio que le hiciese volverse contra mí. Cosa que, por otro lado, no es una necesidad demasiado común en una pareja. Pero si yo realizaba metódicamente mi trabajo, sin dejar ningún cabo suelto, ni cometer ningún error… entonces, con mucho cuidado, podía seguir durmiendo todas las noches entre los brazos de Herman Scholz.

Aquella semana hice mi viaje periódico a Berlín con la excusa de conseguir un vestido para la exclusiva cena privada de Nochevieja que organizaba la familia Walden en su lujosa casa situada a diez minutos de la capital. Llegué a las oficinas del taller un poco nerviosa al escuchar de camino que Alemania acababa de terminar con la tregua navideña dejándole un recado sobre Londres a Churchill. Había tantos bombardeos que resultaba imposible llevar la cuenta o elaborar un listado ordenado de aquellos ataques aéreos de los que uno era consciente, pero aquél que cayó directamente sobre la capital inglesa tan sólo cuatro días después del día de Navidad, hizo que me sensibilizase especialmente al pensar en todas las familias que todavía estarían disfrutando de unas fechas como aquellas. Pero dejé mi humano pesar a un lado en cuanto me senté en frente de mi “negociador”, que me deslizó apresuradamente el contrato y un bolígrafo sobre la mesa muy amablemente.

-Indulto para los posibles cargos de Herman Scholz, evacuación del territorio conflictivo y protección en Inglaterra o cualquier aliado de nuestro bando si la suerte se decanta por el lado correcto, señorita Kaestner. Podrá largarse de allí con esa joya de marido, ¿está todo a su gusto?

No contesté inmediatamente, primero leí todas y cada una de las cláusulas que había redactado y comprobé que efectivamente, estaba todo como yo lo había pedido. Vacilé levemente antes de firmar, sabiendo de antemano que tenía que hacerlo porque había dado mi palabra pero recordando de nuevo la tranquilidad con la que Herman había arrojado la pistola de Furhmann al lado de su cuerpo sin vida, el arte con el que le pegó una soberana paliza antes de tomarse la molestia de sacarle fuera para no matarle dentro, la autoridad dictatorial con la que organizó a todo el mundo después de meterle una bala en el cerebro y la inquebrantable tranquilidad con la que había proseguido su vida. Pero yo no era mejor que él, y le quería. Así que tomé el bolígrafo y estampé mi rubrica sin dedicar ni un solo segundo más a pensar sobre lo que estaba haciendo.

-Ahora más vale que los americanos vengan antes de que Inglaterra desaparezca del mapa… – bromeé con sequedad mientras firmaba.
Ninguno de los dos se rió, y yo tampoco esperaba que hubiese ocurrido algo distinto, solamente lo dije por rasgar un poco aquel orgullo con el que pronunciaba “Inglaterra”.
-Muy bien, espero que sea feliz en su matrimonio y que esto acabe pronto de la mejor manera posible.
Le dirigí una mirada cargada de incredulidad. Aquello sí que era una broma, “que todo aquello terminase” estaba muy lejos a no ser que el mismísimo Jesucristo bajase a poner orden. Y si lo hacía, más le valdría bajar con algo más que con la Palabra de Dios, o no tardaría mucho en reunirse de nuevo con su padre.
Después de aquello, me informó de que cada seis meses mientras durase la guerra recibiría documentación actualizada que nos serviría a Herman y a mí para salir de Alemania con urgencia en caso de necesitar hacerlo, y tras un repaso general sobre los temas de más interés para ellos, me despedí de mi “negociador” sin mostrarle el más mínimo afecto para regresar a la casa de los Scholz en cuanto conseguí un vestido.
Durante la cena comprobé que la señora Scholz seguía con su rutina de no abrir la boca para nada que no fuese ingerir la comida. Había hecho lo mismo cuando se había quedado viuda, pero esta vez se notaba cierta nota de reticencia en el trato con Herman que evidenciaba que buena parte de su malestar se debía a lo que quiera que creyese respecto de la muerte de su amante y a que, evidentemente, su hijo entraba en la conjetura. Tampoco se pronunció cuando Herman dijo que después de la fiesta de los Walden dormiríamos en la casa de Berlín, y eso que me imagino que la sombra del “pecado” debió aplastarla al escuchar semejante noticia.
Las cosas ya no estaban tan bien. Estaban tensas, eran incómodas. Resultaba agobiante compartir mesa con una madre que sospecha “algo” de su hijo, que le guarda rencor sin saber por qué. Era igual de agobiante que sorprenderme estudiando al detalle cada gesto de Herman, siempre pendiente de que no encontrase nada que le hiciera dudar de mí para que mi cabeza, la misma que el coronaba con miles de besos cada noche, no corriese la misma suerte que la de Furhmann.
Y en medio de todo ese caos familiar, más el añadido de encontrarse en un clima de incertidumbre provocado por la guerra, llegó la Nochevieja. Una Nochevieja en un país sumido en una catástrofe política y social en el que, sin embargo, los ricos seguían disfrutando de sus fiestas y reuniones.
-¿Por qué tenemos que ir? No has hecho más que quejarte desde que tu madre te dijo que teníamos que ir – protesté mientras terminaba de calzarme.
-Porque mi familia tiene negocios con la familia Walden y no han faltado a su fiesta de Nochevieja desde que yo era niño. Ahora he crecido y me toca tomar el relevo, me guste o no.
-Pero con lo de tu padre deberían perdonártelo… además, todo el mundo sabe que hace unos días un subordinado del difunto Coronel vino a pegarse un tiro a casa.
Herman suspiró mientras se retocaba atentamente el cuello de su frac y me miró antes de retirarse sin decir nada.
-Mi madre les dijo que este año iríamos nosotros. Ya es tarde para echarse atrás – me contestó al cabo de un rato mientras entraba de nuevo en la habitación -. Te he comprado algo – anunció casi con solemnidad mientras me extendía un regalo.
La primera impresión que tuve por la forma de la caja fue la de que me había vuelto a comprar chocolates, supuse que para hacer un pequeño guiño a sus primeros regalos. Pero al retirar el envoltorio comprendí que nadie vende chocolate en cajas de fino terciopelo y la sonrisa se me paralizó en la cara cuando encontré en el interior uno de esos juegos de collar y pendientes con los que cualquier mujer sueña delante del escaparate de una joyería. Una joyería como en las que solamente la familia Scholz – y un escaso puñado de gente más – podía permitirse comprar en aquellos tiempos.
-Es mi regalo de Navidad. Supuse que te vendría bien para esta noche – matizó.
Era el primer regalo de Navidad que me hacían desde que mis padres habían sido barridos de la faz de la Tierra. Y aunque era precioso, distinguido, y seguramente carísimo, nada de aquello me importó más que el hecho de que alguien me tuviese en cuenta a la hora de comprar un regalo de Navidad después de tantos años.
-Eh, no me vayas a llorar ahora después de lo que has tardado en arreglarte… – me susurró arrancándome una risa nerviosa mientras recogía el collar del cojinete de la caja para ponérmelo con cuidado.
Supongo que le resultó inevitable fijarse en la fina capa de humedad que cubrió mis ojos cuando me encontré de bruces con el exquisito detalle. Me coloqué los pendientes y me apresuré hacia un espejo para comprobar que Herman no me sonreía por pura cortesía, constatado que con mi regalo encima me convertía automáticamente en una de aquellas mujeres como las que tanto me gustaba criticar en las fiestas de los Scholz. Pero no me desagradaba. No, mi aspecto no me desagradaba en absoluto. Aunque Herman acabó diciendo que no volvería a regalarme nada después de que se lo hubiese agradecido al menos una veintena de veces durante el trayecto que nos separaba de la casa de los Walden.
-Erika, escucha – me dijo con discreción al apearnos frente a la entrada de la casa -. No hables de lo de Furhmann. Si alguien pregunta directamente por el incidente, evita el tema – asentí sin darle importancia al imaginarme que después de todo, no le resultaba tan indiferente -. Con que digas que lo sientes mucho será suficiente.
-¿Qué esperabas que dijese? – Pregunté con cierta incredulidad.
Él se rió antes de responder.
-No es que crea que me vas a meter en un aprieto. Me refiero a que sin duda alguien te preguntará sobre el tema y simplemente no quiero dar detalles. Mejor déjame hablar a mí.
Estuve de acuerdo en ello. A mí se me daba mejor escuchar y guardar las formas mientras él parloteaba educadamente con los invitados o los anfitriones. Aunque también me tocó responder a un par de preguntas por persona en mi puesta de largo en aquel selecto grupo de personas al que unirse por méritos propios sin estar directamente implicado con el régimen era una completa odisea.
Casi todas las conversaciones resultaron banales o de inane finalidad. Excepto la que Herman mantuvo con el señor Walden, un hombre demasiado campechano para la posición que ostentaba y que era el sueño de cualquier espía del mundo, ya que no escatimaba en detalles a la hora de hablar. Sólo tenía dos problemas: que precisamente por su pasión por el habla se olía a kilómetros de distancia el patriótico aroma que desprendía. Y que su mujer – una completa cabeza hueca – hablaba tanto o más que él y me impedía escuchar la conversación que su marido mantenía con Herman. Así que sólo conseguí capturar ciertos retales del único diálogo que me resultaba de interés.
Al parecer, las industrias Walden acababan de cerrar un importante negocio con las SS y eso explicaba el por qué había gente en aquella fiesta luciendo el uniforme de gala con orgullo, aunque Herman había optado por un frac normal. Pero, ¿qué operación comercial podía cerrar con las SS? Los Walden no producían nada que en principio pudiese interesarle a un cuerpo de seguridad, ¿acaso el industrial iba a probar suerte en un campo que no era el suyo? No me encajaba en el patrón, ya eran lo suficientemente ricos como para que les llamase la atención el mercado de la guerra con tanta intensidad. Pero a la señora Walden, mi relación con Herman le importaba demasiado como para dejarme cenar en paz mientras atendía a aquel acuerdo del que hablaban. Y con lo poco que pude escuchar, deduje que tenía que tratarse de un encargo especial para el cuerpo.
-… así que el trabajo de Herman es crucial, ¿no le parece? – Mi cabeza regresó de nuevo a la conversación que mantenía con la señora Walden antes de intentar oír algo más.
-¿Perdón? Estaba distraída, lo siento… – me disculpé rápidamente cayendo en la cuenta de que Herman siempre rehuía darme detalles precisos sobre su trabajo.
Sabía que le asignarían un subcampo de prisioneros y por las fotos que me habían enseñado, también sabía que los campos de prisioneros no tenían muy buena pinta. Pero lo cierto es que me resultaba surrealista la idea de imaginármelo organizando gente para que fabricasen armas. Herman era un Teniente, no un ingeniero ni nada parecido.
-Sí, ya veo que no le quita ojo. No la culpo, es guapísimo, todas hemos intentado alguna vez organizarle citas con nuestras hijas por medio de su madre – mencionó riéndose de su propio comentario. Yo sólo esperé pacientemente con una media sonrisa a que la suerte estuviese de mi parte para que siguiese hablando. Y lo hizo -. Le decía que gracias a la labor de las SS, la industria alemana se elevará a la altura que se merece.
-¿Ah, sí? – Inquirí al constatar por el tono de su voz que la pobre estaba recitando algo que seguramente le habría escuchado a su marido. Pero si su marido le había dicho eso, entonces es que las SS serían un cliente magnífico. ¿Qué narices querían de los Walden?
 

-Sí, claro que sí. Mi marido dice que llegó el momento de que todo el mundo ocupe el lugar que se merece. Y nuestro Führer nos hará justicia con el Reich, Alemania crecerá libre de enemigos… – proclamó enérgicamente alzando el puño a la altura de su cara.

Inevitablemente sentí la necesidad propiciarle un golpe seco que le hiciese hundirse su propio tabique nasal con su patriótico puño, pero mantuve la compostura con mi mejor cara asumiendo que se le había vuelto a ir el santo al cielo.
-¿Y cómo lo hará? – Le pregunté con la boca pequeña cuestionándome seriamente si aquella mujer sabía de lo que estaba hablando.
-¡Uy! ¡Qué cosas tiene! – Exclamó con diversión – ¿en serio Herman no le ha dicho nada? – Volví la cabeza hacia él, pero seguía sumido en esa conversación de negocios con el señor Walden, de modo que me volví hacia mi interlocutora y negué con la cabeza -. Es muy modesto, otros en su lugar no dejarían escapar la oportunidad de pavonearse con sus galones y su rango. Sí, definitivamente es encantador, ¿cuántos hombres pueden presumir de conquistar Polonia y Francia y de servir a Alemania con esa pasión? Créame que es usted la envidia de muchas, ¿le ha hablado ya de matrimonio? Tendrían unos hijos guapísimos porque son ustedes dos jóvenes muy agraciados…
Tiré la toalla. Aquella mujer era incapaz de mantener una conversación seria sin irse por las ramas. Si quería enterarme de algo no me quedaba más remedio que intentar escucharles. Pero la tertulia que ahora mantenían con un par de hombres más que se habían sumado a la charla giraba en torno al Bismarck, aquel acorazado indestructible que era ya el buque insignia de la flota alemana y del que se rumoreaba que entraría en acción en breves, ¡mierda! Decidí ahogar mi frustración acompañando mi cena con unas cuantas copas, todas aderezadas con la voz de la señora Walden de fondo, de modo que cada copa que terminaba me provocaba el irrevocable deseo de reemplazarla inmediatamente por algo con más alcohol todavía.
Mis tragos parecían no pasarme factura, pero cuando todo el mundo se levantó pasadas las 23:30 para dirigirse a la pista de baile donde la orquesta comenzaba a interpretar algunos temas tras los postres, tuve que agarrarme más fuerte de lo normal al antebrazo de Herman.
-Solo por curiosidad, ¿cuántas copas te has tomado? – Me preguntó al mismo tiempo que decidía que bailar no era una buena idea y nos retirábamos discretamente hacia una ventana.
-Me has dejado a merced de la señora Walden, haz una estimación… – le reproché mientras aceptaba un cigarrillo que me ofrecía.
-Está bien – dijo resignado mientras se reía -. Nos quedaremos por aquí hasta pasada la media noche y nos iremos a casa. Arrímate a mí, nadie nos molestará si nos ven de este modo y no quiero que piensen que tienes problemas con el alcohol. Anda que pasarte con los tragos en tu primera aparición oficial… – añadió con diversión.
El anfitrión de la casa se hizo repentinamente con el micrófono para agradecer la presencia a todos los invitados y recitar un emotivo discurso haciendo mención a la gloria de la patria y centrándose sobre todo en el reciente bombardeo sobre Londres al que la prensa internacional había bautizado ya como “el segundo gran incendio” de la capital inglesa, algo que a la inmensa mayoría de los que allí estaban les llenaba de orgullo.
-Claro Walden, feliz Año Nuevo también a las miles de familias londinenses que ahora mismo están utilizando las estaciones de metro o los alcantarillados como refugio antiaéreo… – murmuró Herman mientras todo el mundo brindaba después de que el anfitrión concluyese su patriótico monólogo con un: “¡Victoria para Alemania en este 1941 y felicidad y progreso para todos nosotros!
Iba a decir algo, pero la estancia se llenó de aplausos y gritos cuando un hombre de aproximadamente la edad de Herman subió al escenario.

 

-Odio a ese cabrón de la Luftwaffe… – se quejó en voz baja.
-¿Quién es? – Me interesé.

 

-Scharner. Llegó un día a Polonia exigiendo que le habilitásemos un lugar para dejar “sus pájaros”. Como si los de las Waffen-SShubiésemos sido enviados para construirle su aeródromo. Me reí en su cara y le dije que nosotros éramos soldados de élite, no operarios de ningún capullo con complejo de Ícaro. Me soltó una hostia.
-¿En serio? – Pregunté sin creérmelo.
-Sí. Me partió el labio porque me pilló desprevenido pero él acabó con la nariz rota y yo me gané mi primera y única sanción hasta el momento. No fue mucho, el asunto no trascendió gracias a mi padre. Pero sigo esperando a que el sol le derrita las alas… – bromeó despreocupado.
Sharner asumió aquella noche el rol de “héroe del momento”, ya que acababa de regresar de participar en el bombardeo de Londres y también nos deleitó impartiendo una “misa” acerca del honor de ser alemán y de que el mundo por fin reconocería nuestra supremacía natural. Quiso concluir haciendo una mención a la cruzada del Tercer Reich contra el comunismo soviético pero se perdió por el camino evidenciando que de política exterior, estaba más bien flojo.
-Limítate a tirar bombas desde el aire, anda… – se burló Herman provocándome el primer ataque de risa de 1941. Eso sí, mientras ambos aplaudíamos enérgicamente al igual que el resto de los invitados -. Querida, te presento al estandarte de la Nueva Alemania, un soldado que cree a pies juntillas que el “malo” es muy malo, ¿quién necesita saber más? – Añadió riéndose conmigo descaradamente.
Después de aquello cumplió con su promesa de retirada y tras despedirnos de quienes él consideró oportuno – incluidos los anfitriones –, abandonamos la casa de los Walden.
-Bueno, ¿y de qué has estado hablando con la señora Walden? – Me preguntó durante el camino con un tono de voz que delataba que sólo aspiraba a reírse de mi suerte.
-¿De qué has hablado tú con su esposo? Se te veía más entretenido que yo… – le devolví sin caer en la cuenta de que era una fabulosa pregunta para sacar el tema que me había tenido intrigada durante toda la noche – ¿de qué se trata ese negocio tan importante que van a cerrar las SS con las industrias Walden? – Añadí haciendo que su buen humor se topase con un precipicio difícil de salvar, a juzgar por el gesto de su cara.
-Bueno, eso son decisiones que no me conciernen… Walden sólo me ha estado elogiando el “buen criterio” del Reich…
-Joder, ¿pero qué criterio? – Pregunté al obtener la segunda evasiva de la noche ante esa misma pregunta – ¿tiene que ver con tu trabajo? – Insistí ante su falta de respuesta.
El silencio fue lo único que obtuve hasta que llegamos a casa y subimos a la habitación. Y a pesar de que todavía tenía bien fresco el lance de Furhmann, no tuve ningún problema en mostrarle que eso me irritaba.
-Me gusta cómo te queda el regalo… – susurró con inseguridad mientras se me acercaba por la espalda cuando me estaba descalzando a pie de cama.
-Hace un cuarto de hora que te he hecho una pregunta – le espeté escabulléndome de sus manos.
Él suspiró, se deshizo de la chaqueta y del chaleco mientras caminaba hacia el diván de la habitación y se sentó antes de dejarlos a un lado con su pajarita, quedándose solamente con la camisa y el pantalón.
-Claro que tiene que ver con mi trabajo, te dije que eran asuntos de las SS. Pero no me gusta hablar de ello porque son decisiones que no están en mi mano.
-Pues te pasaste toda la noche hablando de ello hasta que yo te he preguntado – le recordé provocándole otro suspiro al mismo tiempo que se cubría la cara con las manos -. ¿Qué van a hacer los Walden para las SS?
-Nada.
-Muy bien. Buenas noches, Herman – dije mientras recogía mis cosas para irme a otra habitación.
-¡Espera! – Me interrumpió antes de que yo diese apenas un par de pasos -. Las industrias Walden no van a fabricar nada para las SS. Es el Reich el que va a proporcionarle mano de obra. A ellos y a toda la industria alemana – me senté en cama a la espera de que ampliase aquella información mientras un incipiente dolor de cabeza amenazaba con poseerme en breves -. Los prisioneros que están concentrados en los campos, o los que están aislados del resto de la población en los guetos, tendrán que servir a la Nueva Alemania con su trabajo y los empresarios o industriales alemanes pagarán a las SS por el suministro de mano de obra, ¿entiendes?
Dicho de esa forma no sonaba tan macabro, incluso tenía un toque de “asuntos de negocios”. Pero sin duda, había algo más detrás de aquella explicación que tanto me había costado arrancar.
-¿Y qué más? Porque no me creo que la cosa termine ahí.
-Ni yo esperaba que te conformases con eso – admitió mientras encendía un cigarrillo -. Los prisioneros trabajan sin descanso durante más de dieciséis horas al día a cambio de un plato de comida rancia, ¿y sabes por qué? Porque las SS así se lo garantiza al cliente. Ya te imaginas las distintas posibilidades que tienen en las SS para conseguir tal rendimiento…
Preferí darme por enterada sobre el funcionamiento del “negocio” con aquella explicación al tiempo que dejé que mi cara cayese sobre mis manos. Las SS estaban esclavizando a los prisioneros. Bueno, casi me lo habían advertido, así que no llegaba a sorprenderme del todo.
-¿Y qué pintas tú en medio de todo eso? ¿Cuál es exactamente tu trabajo?
Guardó silencio mientras daba una calada al cigarro y me contestó seriamente tras soltar el humo.
-Yo soy el oficial al mando de un subcampo. Eso significa que organizo y comercio con el trabajo de los prisioneros que tengo bajo mi tutela. Soy un ser “evolutivamente agraciado” con carta blanca para someter a tareas que están infinitamente por debajo de sus capacidades a matemáticos, a físicos, a ingenieros, a químicos, a doctores… sí, supongo que soy el único que se interesa por la vida que tenían antes de que Alemania decidiese que estorbaban, pero es que ellos son inferiores… – se excusó con sarcasmo -. O quizás pese demasiado el hecho de que yo vaya armado y ellos ni siquiera tengan zapatos.
-¿Por qué no me has hablado antes de esto? – Quise saber con una nota de tristeza y plenamente consciente de que yo era la última persona del mundo que podía exigirle sinceridad.
-Porque tienes la oportunidad de permanecer al margen de toda esa mierda, y yo quiero que lo hagas. Aunque si tuviera que ser consecuente con eso, debería enviarte lejos de aquí – dijo antes de dar otra calada -, pero soy demasiado egoísta cuando se trata de ti, querida. Tanto, que no soy capaz de alejarte de esta locura – concluyó suavemente mientras me enfocaba con aquellas profundas pupilas rodeadas de intenso azul.
Y si yo fuese consecuente con su sinceridad debería no ser capaz de engañarle de aquella manera. Pero a mí me pasaba lo mismo, yo también era demasiado egoísta cuando se trataba de él. Y quizás la repentina sensación de que éramos perfectos el uno para el otro estuviese apoyada por unas cuantas copas, pero lo cierto es que a pesar de todo lo que cada uno callaba por su parte – porque tenía claro que él no había entrado en detalles intencionadamente y que yo me iba a callar la boca para no perderle -, éramos dos personas ligadas por el que quizás fuese el sentimiento más peligroso de la condición humana. Dos personas tan terriblemente egoístas que son incapaces de mantenerse en sus respectivas posiciones para desafiar el curso lógico de las cosas. Eso éramos él y yo. Y en aquel momento no pensaba en nada de lo que acababa de decirme, porque me había perdido en la necesidad de tenerle mientras mi cabeza analizaba el origen de la misma.
-Herman Scholz – dije casi con una nota de desafío en la voz mientras me incorporaba -. Voy a casarme contigo y no voy a irme a ninguna parte sin ti, ¿me has entendido? – le solté con un inquebrantable convencimiento plantándome a medio camino entre los dos. Era lo más sincero que le había dicho a nadie en toda mi vida.
-Hace poco más de un mes te faltó estrangularme cuando te hablé de matrimonio…
-Eso fue antes de reconocerme que te necesito – confesé permitiéndome una transparencia que no podía tener en otros ámbitos.

-¿Por qué no lo reconociste antes? – Preguntó inocentemente mientras se remangaba su camisa hasta los antebrazos. No pude responderle. Ahora no quería mentirle descaradamente, aunque para ello tuviese que refugiarme en la omisión de información como si eso fuese una opción mucho más noble con alguien a quien acabas de decirle que vas a casarte con él -. No importa. La verdad es que ahora ya no me importa… – concluyó en un susurro que me estremeció.

 

-¿Puedes desabrocharte la camisa? – Le pedí provocándole una sonrisa con mi inesperada pregunta.

-Sólo si tú te sacas el vestido – me contestó proponiéndome una contraoferta a todas luces desigual, pero que yo acepté deslizando hacia abajo los tirantes de la prenda sin retirar mi mirada de la suya y observando cómo él hacía lo que yo le había pedido.
No puedo explicar por qué se lo pedí. Simplemente me apetecía ver su pecho y contemplarle con esa masculina elegancia que conservaba incluso cuando estaba descamisado. O disfrutar de ese desaliño con clase que hace que un impecable caballero se convierta en un hombre que no puedes evitar desear. No todos tienen ese toque de gracia, pero él sí. Igual que tenía la facilidad de manejar dos caras tan distintas de una misma personalidad.
-¿Por qué será que a pesar de todo no creo que el Teniente Scholz sea alguien tan malo aunque tenga un trabajo terrible? – Pregunté con una débil voz mientras me sentaba a horcajadas al borde de sus rodillas. Él sólo se rió mientras dejaba caer su cabeza sobre el respaldo del diván. Un gesto que me pareció demasiado irresistible combinado con su torso descubierto.
-Sin duda porque estás ebria – dijo con una resignada diversión -. Ya se te ha olvidado lo de Furhmann, por lo que veo… – añadió con preocupación posando sus manos sobre mis muslos sin ninguna connotación erótica, aunque el efecto que me causase fuese precisamente ése que no tenía. Aparté su camisa un poco, lo justo para descubrir un pequeño lunar que tenía bajo la clavícula derecha antes de que él sujetase mi mano -. Siento haberte asustado comportándome de aquel modo. Sólo quería protegerte.
No pude evitar sonreír levemente ante su disculpa. Consciente de que el gesto era irrelevante si se analizaba objetivamente su comportamiento. Pero caí en la cuenta de que no sólo me había protegido a mí, sino también a él mismo al evitar que Furhmann pudiese decir ni una sola palabra de aquello que le servía para supeditarme a su voluntad. Tenía que reconocer que ni yo misma lo hubiese hecho mejor, y eso me provocó una macabra gratitud hacia él mientras consideraba la posibilidad de que estuviese en lo cierto respecto a lo de mi embriaguez, porque no era un sentimiento nada coherente con lo que aquel percance me había desatado.
-Si tuviese la oportunidad de decirle al cerdo de Furhmann una última cosa, le daría las gracias por suicidarse – dije declarándome fielmente de su lado con respecto a aquella historia mientras acercaba mi cara a la suya. Era inútil buscar algo que yo pudiese reprocharle al respecto.
Herman elevó suavemente la comisura de sus labios antes de que yo los besase. Había sido una conversación un tanto extraña, al menos para encontrar una explicación lógica a por qué mi sutil beso estaba tornándose en un desenfrenado acto de pasión al que él se dejaba arrastrar sin resistencia alguna. Era otra de las tantas cosas que sólo me habían pasado con él, a veces sentía la necesidad irrefrenable de tenerle que me abrasaba y me impedía hacer otra cosa que no fuese centrarme en conseguirlo. Algo completamente visceral que nadie, excepto él, había conseguido despertarme y que me encantaba experimentar cuando estábamos a solas y podía permitirme apartar un rato nuestras ocupaciones para satisfacer mis deseos. Los mismos que recorrieron mi cuerpo en una placentera oleada que llegó hasta mi falange más alejada cuando una de las manos de Herman se coló dentro de mí en un movimiento perfectamente sincronizado con sus piernas, que se separaron lo justo para que al arrastrar las mías, el camino se convirtiese en un transitable y cómodo recorrido al hueco que albergaba mi entrepierna.
Un hueco húmedo y resbaladizo al que sus dedos accedían una y otra vez, deleitándome con unas pautas que me hacían temblar y besarle cada vez con más devoción mientras mis manos viajaban a través de su torso, dirigiéndose imparables hasta la bragueta que contenía una incipiente erección que querían liberar. <> pensé riéndome mentalmente de una perspectiva que jamás creí hecha para mí. ¿Sería capaz de querer a alguien como le quería a él durante tanto tiempo? Algo me decía que sí, a pesar de todas las impresiones negativas que la imagen de un Teniente de las SS pudiese hacer prevalecer sobre su personalidad.
Las ideas volaron lejos en cuanto mis manos acariciaron su verga enhiesta, que yo alcanzaba a ver apuntándome recta y desafiante como un sable mientras deslizaba mis labios sobre la clavícula de Herman. Excitándome con cada plano que mis ojos lograban captar de él mientras nos palpábamos de aquella manera, fundiéndonos de nuevo en un beso que nos obligaba a compartir el aire que posteriormente exhalábamos con una violencia provocada a partes iguales por lo que cada uno hacía con su tacto y percibía de las manos ajenas. Un placer que sin embargo, enseguida se nos quedó escaso.
Una de sus manos se posó ligeramente sobre mi espalda antes de alcanzar el cierre de mi sujetador para abrirlo y regresar a mi muslo tras deslizarse con suavidad sobre uno de mis pechos. Gemí casi con cierta desgana ante esa decisión de no prestarle más atenciones que un leve roce pero aplaudí el criterio cuando también decidió retirar su otra mano del interior de mi cuerpo para llevarla sobre mi nalga y arrastrarme sutilmente hacia su pelvis, elevándome un poco antes de llegar e instándome luego a sentarme sobre la erección que me hacía desear lo que me pedían sus sabias manos.
Me dejé llevar. Seguí aquellas instrucciones que me beneficiaban, adelantando mi cuerpo tras deshacerme del sostén que todavía colgaba de mis brazos y apoyando mis manos sobre el respaldo del diván para dejarme caer suavemente, a medida que albergaba su cuerpo dentro del mío mientras luchábamos frente con frente por el escaso oxígeno que había entre nuestros labios. El primer contacto de nuestros sexos en ese preciso instante en que el suyo vence la -casi siempre vaga – resistencia del mío me provoca un gratificante escalofrío que me invita a abrazarle, como si sus brazos me protegiesen de lo que él mismo me causa. Supongo que es otra de las muchas cosas que sólo me ocurren con él y que también carece de sentido, porque cuando me aferro a su cuerpo y mi pecho se adhiere al suyo, su olor se cuela hasta mis pulmones anestesiando la poca cordura que suelo guardar sólo por si acaso. Pero aun así, le abrazo, como si fuese la última vez que voy a hacerlo o como si temiese que él pudiera salir corriendo mientras yo hago que su miembro me penetre una vez tras otra, deshaciéndole a él y deshaciéndome a mí con ello.
Aceleré el ritmo con el que mis entrañas le acogían y le rechazaban cuando sus manos apretaron mi carne bajo sus dedos mientras su boca se desligaba de la mía para comenzar a emitir sus primeros jadeos con su nuca apoyada sobre el respaldo, perfectamente centrada entre mis manos. Y me excita en demasía que haga eso. El poder siempre ha sido excitante, supongo… así que cuando permanece completamente pasivo, entregándose y rindiéndose al ritmo que marca la confluencia de mis muslos sobre su sexo, pero sujetándome de forma que su rendición se traduzca inequívocamente en una explícita manera de pedirme más, entonces me resulta tan extremadamente deseable que me asalta la primaria necesidad de lamerle e inclino mi cabeza sobre su cuello para dejar que mi lengua se deslice sobre él, leyéndome los matices del agradable aroma de su piel en otra dimensión de la percepción con la que quizás no salgan tan bien parados al quedarse en un simple “sabor salado”. Pero el hecho de hacer eso me excita tanto que mi columna se encorva por voluntad propia y mis piernas me elevan y me dejan caer cada vez con mayor frecuencia en busca de lo que reclama el deseo que ocupa cada resquicio de mi cuerpo.
Sus constantes gemidos tampoco ayudaban a refrenarme, ni tampoco su pecho al descubierto, ni esa nuez que sobresalía de su cuello estirado y que subía y bajaba cada vez que tenía que interrumpir su sensual respiración para tragar saliva de aquella forma tan atractivamente masculina. No, nada en absoluto me impedía tener un orgasmo a muy corto plazo. Ni siquiera sus manos prendidas a mis caderas y que a veces parecían pedirme de una infértil manera que disminuyera el ritmo, porque en realidad, se dejaban arrastrar por mi cuerpo sin objetar nada, dejándome hacer lo que yo creyese conveniente. Y yo me moría por aquella sensación de que todo iba a derrumbarse.
-No te corras – le susurré cerca de su oído cuando sus gestos acusaron que iba exactamente por el mismo camino que yo.
-Imposible, querida… me pides demasiado… – contestó entrecortadamente mientras erguía su cabeza para besarme con intensidad.
Sonreí entre sus besos al comprobar que no era la única que estaba a las puertas de sobrepasar un punto a partir del cual no habría retorno sin el éxtasis del orgasmo. Pero reivindiqué mi petición, insegura acerca del por qué, y sin embargo, más firme a causa de su negación. Como si fuese un reto ver cuánto me costaba moldear su voluntad a la mía.
-No quiero que lo hagas.

Sonó casi como una imposición al salir atropelladamente entre el frenético ritmo que mis piernas me imprimían al galopar sobre él. Y la única respuesta que obtuve fue un resignado alarido acompañado por el leve dolor que las yemas de sus dedos causaban al apretarme con más fuerza, acrecentando mi deseo con ello y con la manera con la que sus brazos rodearon mi cintura en un abrir y cerrar de ojos, al mismo tiempo que su torso se inclinaba hacia delante, encontrándose con el mío y arrastrándolo hasta una posición vertical para mirarme desde un plano inferior, haciendo que me estremeciese bajo aquellos ojos que jamás pestañeaban mientras se posaban sobre mí.

Le miré durante unos segundos sin reparar en su imagen, centrándome solamente en recuperar el ritmo en esa nueva postura que me hacía sentirle todavía más adentro de una manera más intensa. Entrecerré los ojos completamente poseída por la placentera sensación que recorrió mi espalda como una oleada de corriente que anunciaba la meta, y dejé caer mi cara para besarle, para agradecerle con ello la más sublime de las satisfacciones que acababa de regalarme una vez más mientras mi sexo envolvía el suyo con coléricas palpitaciones, como si desease engullirlo y no devolvérselo jamás. Pero mis labios encontraron su pelo y entonces me di cuenta de que su cara reposaba sobre mi pecho, besando mi piel mientras yo trataba de capturar una última retahíla de gratificantes sensaciones, escondiéndose durante el último derroche de una infinita recreación que siempre – por más que uno se lo proponga – dura menos de lo deseado.
Y poco a poco fui dejando que mis temblorosas piernas descansasen por fin, permitiendo que mi pelvis anidase tranquilamente sobre la suya. Completamente segura de que Herman no había podido resistirse y había tenido el mismo final que yo. Segura también de que había sido la imposibilidad de atender mi petición la que le había hecho refugiarse en mi torso, disculpándose de antemano por no poder hacerlo. Algo que no encajaba con un Teniente, pero sí con el hombre con el que iba a casarme.
-Te dije que no terminases… – le susurré conteniendo la risa. Tenía que parecer mínimamente seria para cuando le dijese que estaba muy enfadada por aquella falta de disciplina.
-¡Y no lo he hecho! – Protestó interrumpiéndome antes de que yo pudiese añadir nada.
-¿No?
-No. Te lo juro.
-¿Por qué no? – Pregunté sin pensar. Estaba demasiado sorprendida de que finalmente mi percepción hubiera errado.
-Porque me lo pediste – me respondió con obviedad antes de abrir los labios para atrapar uno de mis pezones con ellos.
Sus palabras me hicieron gracia. He ahí todo lo que me hacía falta para moldear su voluntad a la mía. La respuesta a mi pequeño reto personal completamente improvisado mientras mi lógica estaba en algún otro lugar, holgazaneando entre que mi cuerpo disfrutaba del placer de un hombre que según las leyes de la moral no podía tener todavía. Una norma que nos saltábamos una y otra vez sin ningún tipo de remordimiento, seguros de que ambos estábamos adjudicados al otro, porque en el fondo, nosotros mismos nos habíamos vendido.
-Bueno, ¿y ahora qué? – Inquirió de un modo juguetón mientras estiraba el cuello para morderme cariñosamente el mentón al mismo tiempo que me pedía con sus manos que moviese mis caderas.
-¿Qué? – Pregunté abrazándole con una sonrisa que no lograba reprimir al saber que finalmente me había complacido también en esa pequeña locura que me había asaltado en un momento dado.
Me sentí mimada. Mucho más que cuando él mimaba descaradamente a Berta comprándole cualquier cosa que se le antojase o llevándola a donde ella quisiera ir. Muchísimo más que eso. Consentida hasta un extremo que jamás le concedería a nadie más que a mí. Y eso me desató un irrefrenable sentimiento de adoración.
-Pues que me imagino que habrá una recompensa por tan heroico esfuerzo… – dijo haciendo que se me escapase una débil carcajada.
-La hay. Claro que la hay – le confirmé sensualmente a la vez que me levantaba con cuidado.
Me observó mientras me incorporaba y me ponía de pie frente a él. Se fió de mi palabra de la misma manera que lo había hecho antes, esperando pacientemente a que yo determinase la recompensa por un acto que le había impuesto bajo unas condiciones que ni siquiera sabría describir.
 

Sus pupilas me siguieron de nuevo cuando descendí, esta vez arrodillándome entre sus piernas y arrancándole una sonrisa a medias que perdí de vista cuando mi mano sujetó la base de su miembro y mi lengua se posó un par de milímetros más arriba para barrerlo hasta el extremo opuesto. Aprecié mi propio sabor, incrustado en su piel tal y como él se había incrustado en mi cuerpo hacía unos minutos, pero se disolvió rápidamente en mi saliva cuando abrí mis labios para introducir su sexo hasta mi garganta.

Visto de una manera objetiva, se supone que yo no recibía ninguna satisfacción al realizar aquello. Sin embargo, me excitaba. Me gustaba escucharle gemir a merced de mi lengua, que tanteaba su piel a medida que yo la dejaba resbalar dentro de mi boca una y otra vez. Afanándome por recompensar su esfuerzo, acompañando la humedad que había al otro lado de mis labios con el movimiento de mi mano y dejando caer mi cara hasta su pelvis cuando sus manos se posaron sobre mi cabeza, hundiéndose y enredándose cariñosamente entre mi pelo mientras él acomodaba sus caderas al tiempo que se recostaba de nuevo sobre el respaldo.
Le miré de nuevo, embelesada por la hipnótica masculinidad de su cuerpo entregado, concentrado en un solo punto sobre el que yo estaba actuando y abducida por los tenues sonidos que daban fe de su placer. Aceleré el ritmo casi de una manera inconsciente, ansiando un final que se merecía y que no había tenido.
-Erika, basta… – dijo casi quejándose después de que mi boca diese cabida a todo su sexo un par de veces más.
No contesté. Me limité a seguir con mi ocupación, dispuesta a llegar hasta el final. Motivada por cada uno de sus gestos, que me mostraban a alguien completamente rendido que aún se resistía a dar el último paso.
-Ya, Erika… apártate, por favor… – susurró antes de inclinarse de nuevo hacia delante e intentar que alejase mi boca de su pelvis.
Sujeté sus manos para que no siguiese en su empeño por incordiarme. Sólo quería que me dejase hacer y que disfrutase, porque verle sucumbir a lo que yo le hacía era algo incomparable para mí en términos emocionales. Quería hacérselo hasta el final, hasta que se vaciase sobre mi lengua. Algo que no suponía una de mis prácticas favoritas y que sin embargo, estaba deseando probar con él, albergando la esperanza de que quizás fuese distinto. Quizás su sabor me resultase incluso agradable.
Y sí que lo fue. Fue distinto aunque el sabor de aquel primer borbotón de semen que se estrelló en mi boca no resultó ser muy diferente a los demás. Pero sí fue incomprensiblemente gratificante sentir sus dedos enroscándose en mi pelo, apretando algún mechón mientras sus caderas temblaban con cada uno de los espasmos de aquel miembro que seguía escupiendo sobre mi saliva o mientras escuchaba las profundas exhalaciones en las que morían sus gemidos.
Tragué antes de liberar su cuerpo de mi boca, despidiéndome de él con un lametón que recorrió toda la extensión de su verga, que todavía guardaba una última sacudida con la que depositó una minúscula gota de aquel cálido líquido cerca de la comisura de mis labios. Y a pesar de que acababa de ingerir el resto, me quedé petrificada al ver cómo Herman se sacaba la camisa, imaginándome un gesto imposible que finalmente ocurrió.
-Te he manchado, lo siento… – dijo mientras deslizaba una parte de su prenda sobre el lugar exacto en el que aquella rezagada dosis me había sorprendido – …no he podido evitarlo, a veces eres demasiado obstinada.
Le miré mientras concluía que probablemente ya no había palabras o acciones en el mundo que pudiesen hacer que yo le viese como el malvado Teniente que jugaba con la vida de inocentes a diario. Porque aunque él me había explicado a grandes rasgos en qué consistía su trabajo y yo misma había visto lo que era capaz de hacer en un ataque de ira, supongo que si descubriera algo mucho peor que todo eso, me limitaría a informar de ello y luego – quizás con algún dramatismo de por medio – se lo perdonaría. Porque para mí no era malo. Incluso a pesar de que no esperaba de él el mismo trato si descubriese alguna vez que acabé en su casa gracias a lo que ahora conformaba la resistencia francesa. Y también comprendería que no fuese capaz de perdonarme algo así. Estaba comenzando a desarrollar una peligrosa empatía con él que, sólo si lo pensaba demasiado, me hacía sentirme ciertamente mal por no ser sincera.
Aquella noche me planteé por primera vez contarle toda la verdad. Pero la iniciativa me duró apenas un par de minutos, lo justo para que mi juicio regresase a poner las ideas en su sitio antes de que me durmiese. Estábamos en medio de una guerra, la mentira y el engaño eran sólo parte del proceso. Y yo tampoco le engañaba, propiamente dicho. Solamente había una parte de mí que no podía mostrarle. Y esa parte se extinguiría con la guerra, así que sólo tenía que sobrellevar mi identidad oculta hasta que toda aquella locura terminase y después nada me impediría ser la mujer que ya soñaba con ser. Una completamente normal.
Después de las Navidades las cosas en la casa continuaban igual de tensas. La señora Scholz solía pasar semanas enteras en Berlín a pesar de las advertencias de Herman. Se rumoreaba que los ingleses no tirarían la toalla, y menos cuando la idea de que Alemania se preparaba para atacar en la frontera soviética estaba empezando a sonar con demasiada fuerza, así que ya casi era un secreto a voces que el ejército se concentraba en aquella parte aunque para ello tuviese que reducir los bombardeos a las islas británicas. Pero a ella parecía no importarle lo más mínimo. Iba y venía a su antojo, llevándose con ella a Berta o dejándola con nosotros según lo creyese conveniente y esforzándose por aparentar que seguía con su vida normal de viuda cuando en realidad cargaba con una “doble viudedad” que le impedía ser con su hijo la misma madre que había sido siempre.
A Herman tampoco parecía preocuparle demasiado lo que ella hiciese. Quizás sí las primeras veces que desatendió sus consejos, pero nada más. De hecho, la señora Scholz anunció que se mudaría a Berchstesgaden con Berta después de nuestra boda, que Herman anunció a mediados de Febrero para la primavera. La viuda propuso esperar un poco, objetando que no había tiempo para prepararlo todo. Pero ambos pusieron una guinda a sus diferencias cuando su hijo manifestó nuestra intención de contraer matrimonio en una sencilla ceremonia en la que no hubiese más presentes que aquellos que los estrictamente necesarios. Acogiéndose a una intimidad con la que pretendíamos expresar el respeto por la ausencia de nuestros respectivos padres en un día como aquel. Yo, simplemente acepté la decisión de Herman porque en el fondo, no me apetecía nada una gran fiesta que terminaría pareciéndose a una reunión cualquiera que los Scholz organizaban, ya que mi lista de invitados estaba en blanco.
Por mi parte, emití toda la información que caía en mis manos, incluida la relativa a mi boda para que me remitiesen a tiempo los papeles necesarios, tal y como había acordado con aquel hombre que probablemente nunca fuese a ver más. Y tampoco era que me importase, pero sentía cierta curiosidad por saber qué sería de él, o qué sería de la chica que me habían enviado para decirme que París había caído. Me hubiera gustado saber algo de ellos, aunque ya no les envidiase si es que estaban en una posición más cómoda que la mía. Yo ya me había acostumbrado a estar donde estaba, en una casa que también sería mía y a la que ya le tenía cierto apego.

Mas relatos míos en:
 

Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (2 de 2)” (POR GOLFO)

$
0
0

 Al día siguiente, la mano de mi esposa acariciando mi pene me despertó. Todavía medio dormido abrí los ojos y observé a María a mis pies, lamiendo mi glande mientras me agarraba la verga entre sus dedos. Me quedó claro que mi mujer no había tenido bastante con la sesión de sexo que habíamos compartido la noche anterior a pesar de los múltiples orgasmos que consiguió antes de caer dormida. En silencio, recordé el acoso al que me tenía sometido su hermana y como esa zorrita nos había estado espiando mientras hacíamos el amor. Ese recuerdo y sus lametazos hicieron que mi extensión se alzara y recibiera sus caricias con una gran erección.
“¡Sigue con ganas!”, satisfecho me dije al verla ponerse en cuclillas y sin hablar, recorrer con su lengua mi extensión.
Su maestría mamando quedó confirmada al notar como se recreaba en mi glande con suaves besos y largos lengüetazos al tiempo que con sus manos acariciaba suavemente mis testículos. La calentura que la embargaba era tal que ni siquiera tuve que tocarla para que mi mujer pusiera como una moto ya que dominada por un impulso extraño a esas horas, se estaba masturbando. Su lujuria la hizo jadear aún antes que consiguiera despertarme por completo y frotando su coño contra mi pierna, movió sus caderas en busca del placer hasta que fui espectador de su orgasmo.
Sorprendido pero encantado a la vez, presioné su cabeza contra mi miembro diciendo:
― Cómetela putita antes que tu hermana se despierte.
Mi permiso y la alusión a Alicia, hizo que María se introdujera mi pene en la boca sin mayor prolegómeno. Para entonces, mi esposa parecía estar poseída por un espíritu lascivo que le exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Con mi verga hasta el fondo de su garganta, le costaba respirar pero era tal su necesidad que no le importó y por eso abriendo sus labios, dio cobijo a mi extensión en el interior de su boca. Justo cuando sus labios rozaron la base de mi falo, sentí como todo su cuerpo volvía a temblar.
Totalmente excitada, me miró directamente a los ojos e incorporándose sobre el colchón, disfruté del modo que se empalaba. Su aullido al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina me terminó de despertar y antes que cambiar de opinión, me aferré a sus tetas y comencé un galope desenfrenado mientras acuchillaba con mi instrumento su interior.
― Me encanta― susurró descompuesta.
Aullando calladamente cada vez que mi verga recorría su conducto, me rogó que no parara. Su entrega se maximizó al experimentar un duro pellizco en ambos pezones.
― ¡Sigue mi amor! ¡Dame duro antes que se despierten!
Al oírla comprendí la razón de sus prisas, quería disfrutar lo más posible antes que la presencia de mi hijo y de mi cuñada lo hicieran imposible. Por eso y sin mediar palabra, la di la vuelta y poniéndola de rodillas sobre el colchón, la volví a penetrar de un solo empujón. La nueva postura le hizo gritar por lo que momentáneamente me quedé parado. Viendo mi interrupción y deseando más, mordió su almohada mientras movía sus caderas, informándome así que estaba dispuesta.
Contagiado ya de su calentura, la cogí de la melena y usando su pelo como riendas, galopé sobre ella a un ritmo infernal. Su coño totalmente encharcado facilitó mi salvaje monta y dando un sonoro azote sobre su culo, le exigí que se moviera. Mi ruda caricia la volvió loca y convirtiendo su sexo en una batidora, zarandeó mi pene con sus orgasmos como música de fondo.
―¡ Dios! ¡Cómo me gusta!― chilló sin dejar de menear su trasero.
Desgraciadamente en ese momento, escuchamos que Alejandrito se había despertado y no queriendo que nos descubriera follando, se separó de mí dejándome con el pito tieso e insatisfecho.
« ¡Mierda con el niño!», protesté al quedarme con las ganas de correrme y cabreado, me comencé a vestir mientras veía a mi esposa salir atándose la bata a poner el desayuno a nuestro hijo.
Al salir de la habitación me topé de frente con mi cuñada, la cual sonriendo se acercó a mí y aprovechando que María estaba en la cocina, murmuró en mi oído:
―Toda tu leche es para mí. He tenido que despertar al niño para evitar que siguieras tirándote a mi hermana.
Os juro que si no hubiese estado mi familia en ese piso, en ese momento hubiera cogido a esa guarra y la hubiese abofeteado para castigarla por esa jugarreta pero, en vez de ello, me tuve que tragar mi resentimiento y poniendo buena cara, ir a desayunar mientras escuchaba en mi espalda la carcajada de Alicia.
« Tengo que darle una lección o no me dejará en paz», mascullé más decidido que nunca a vengar esa afrenta.
Declaro la guerra a mi cuñadita.


Mientras me tomaba el café, resolví que tenía que pasar al contraataque cuando Alicia se sentó frente a mí y se puso a comer una tostada simulando que estaba mamando una verga. Su cara de puta y el modo en que me exhibía los pechos cada vez que María se daba la vuelta fueron la gota que derramó mi paciencia.
Hecho una furia dejé a las dos hermanas charlando animadamente y me fui a mi cuarto. Al pasar por la habitación que ocupaban mi hijo y mi cuñada decidí entrar a ver si hallaba una forma de vengarme. Al rebuscar entre sus cosas encontré un enorme consolador. Nada más verlo, se iluminó mi cara y retrocediendo mis pasos, volví a la cocina donde disimuladamente robé un bote lleno de chile cayena sin que ninguna de las dos se diera cuenta Ya de vuelta a su habitación, embadurné ese falo artificial con el picante sabiendo que si se le ocurría usarlo sin lavarlo previamente, Alicia vería las estrellas. Muerto de risa al anticipar su castigo, guardé el aparato dejando las cosas como estaban y esperé acontecimientos mientras me ponía a leer un libro en el salón.
Ajena a ese sabotaje, mi cuñada terminó de desayunar y se encerró en su cuarto. Os juro que al hacerlo nunca pensé que veía culminada mi venganza tan pronto. Sorprendiéndome por lo temprano que recibió su merecido, escuché un grito justo antes de ver saliendo a Alicia medio empelotas en dirección a baño. Sus chillidos de dolor alertaron a su hermana que preocupada comenzó a golpear la puerta mientras le preguntaba si le pasaba algo. Desde dentro, respondió que le había dado un tirón, sin ser capaz de reconocer que había sido objeto de una broma porque de hacerlo le tendía que reconocer que se había estado masturbando. Disfrutando cada uno de esos berridos, no me atreví a levantar mi cara de la novela para que mi esposa no se percatara que tenía algo que ver y por eso cómodamente sentado en ese sofá, me divirtió escuchar durante casi media hora correr el agua de la ducha, sabiendo que en esos instantes esa putilla estaría tratando de apaciguar el incendio provocado en su coño.
« ¡Qué se joda!», pensé y no deseando estar en ese apartamento cuando saliera, cogí a mi hijo y me fui con él a la playa mientras mi esposa esperaba a ver que le pasaba a su hermanita.

Como el edificio estaba en primera línea, en menos de cinco minutos ya había instalado mi sombrilla y extendiendo las toallas junto a ella, nos fuimos a nadar mientras me reconcomían los remordimientos al comprender que me había pasado. No en vano, sabía que en esos momentos Alicia estaría hecha una furia al saber que si tenía el chocho descarnado se debía a que yo había puesto algo en su consolador.
Bastante intrigado y preocupado por su reacción, desde la orilla continuamente me daba la vuelta para ver su llegada. A la hora de estar con mi chaval, observé que María y Alicia acababan de llegar a la playa. Curiosamente desde mi puesto de observación, las vi bromeando y cansado de estar solo, decidí aventurarme de vuelta.
Tanteando el terreno, pregunté a mi cuñada como seguía y entonces esa hipócrita luciendo la mejor de sus sonrisas, comentó que acalorada. Mi esposa que desconocía lo ocurrido no comprendió la indirecta y mirando en su teléfono la temperatura, comentó que no fuera exagerada que solo hacían veintiocho grados. Por mi parte, yo sí la cogí al vuelo pero no dije nada y haciéndome el despistado, me tumbé a tomar el sol mientras las dos mujeres se iban a dar un chapuzón.
Ni siquiera me había dado tiempo de cerrar los ojos cuando escuché que Alicia volvía de muy mala lecha. Al preguntarle que ocurría, indignada me contestó:
― Lo sabes muy bien, ¡maldito! En cuanto he entrado al agua, la sal me ha empezado a picar y he tenido que irme corriendo hasta las duchas― tras lo cual recogió sus cosas y casi gritando me informó que eso no se iba a quedar así, mientras volvía al apartamento.
Viéndola marchar, no pude contener una carcajada al percatarme que, con su chumino irritado, tenía que andar con las piernas abiertas. Mi cuñada al escuchar mi risa, se dio la vuelta y llegando ante mí, me soltó:
― Te odio pero no por lo que crees― y separando con sus dedos un poco su braguita, me enseño su sexo mientras me decía: ―Mira, lo tengo tan inflamado que cada vez que rozan lo pliegues contra mi clítoris, creo que me voy a correr. Tú ríete pero lo único que has conseguido es ponerme más cachonda.
Desde la toalla, me quedé callado sin ser capaz de retirar la vista de esos labios gruesos y colorados que me estaba mostrando. No comprendo aún como me atreví a soltar en ese momento:
― No me importaría darles un par de lametazos.
Alicia al escuchar mi burrada, se indignó pero justo cuando iba a responderme con otra fresca, se lo pensó y cambiando su tono altanero por uno totalmente sumiso, contestó:
― Nada me gustaría más que te comportaras como mi dueño. Si al final decides hacerlo, ¡te espero en el piso!
Su propuesta me calentó de sobremanera pero temiendo las consecuencias, me excusé recordándole que era su cuñado. Mis palabras le hicieron gracia y pegándose a mí me respondió que eso no me había importado en el cine mientras disimuladamente acariciaba mi verga por encima del pantalón.
― Nos pueden ver― protesté más excitado de lo que me hubiese gustado estar.
Entonces con una alegría desbordante, me recordó su oferta y despidiéndose de mí abandonó la playa, dejando mi pene mirando al infinito y a mí valorando por primera vez su proposición, debido a cambio que intuí en ella cuando se refirió a como su dueño.
« ¿Será sumisa?», me pregunté dejando mi imaginación volar.
Unos diez minutos más tarde, Alicia y Alejandrito volvieron del agua. Mi esposa al no ver a mi cuñada, me preguntó si había discutido con ella. Disimulando, le contesté que no y que su hermana había regresado por que no se sentía bien. Más tranquila, fue cuando me pidió si podía ir a ver como estaba, diciendo:
― No te importaría ir con ella por si necesita algo mientras le doy de comer al niño.
― Me dijo que se iba a acostar― mentí no queriendo cumplir su deseo porque eso significaría quedarme a solas con ella.
Mi respuesta no le satisfizo y fue tanta su insistencia que no me quedó más remedio que obedecer no fuera a ser que se oliera lo que realmente ocurría. De vuelta al apartamento, estaba intrigado pero también interesado por saber si realmente mi cuñadita andaba en busca de alguien que la dominara y que al verme me obligara de alguna forma a cumplir su capricho. Por eso al entrar lo hice en silencio. Al ver que no estaba en el salón, estaba a punto de marcharme cuando la vi salir de mi cuarto portando entre sus manos los calzoncillos que había usado el día anterior.
Su expresión de vergüenza al verse descubierta oliendo mis gayumbos me hizo reír y recreándome en su bochorno, decidí comprobar ese extremo. Sin tenerlas todas conmigo, me acerqué a ella diciendo:
― Eres más puta de lo que creía― para acto seguido coger uno de sus pezones entre mis dedos.
Alicia no pudo reprimir un gemido al notar el suave pellizco con el que regalé a su areola. El rostro de mi cuñadita se iluminó de felicidad por ese rudo tratamiento y antes de que me diera cuenta, se arrodilló a mis pies mientras bajaba mi traje de baño.
― ¡Quiero mi ración de leche!― tras lo cual acercando su cara, frotó mi sexo contra ella mientras me decía que iba a dejarme seco.
Viendo que no me oponía, la hermana de mi mujer abrió sus labios y mientras acariciaba mi extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Como comprenderéis, mi erección fue inmediata y ella, una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, se puso a lamer con desesperación mi glande, hasta que viendo que ya estaba listo, me sonrió diciendo:
― ¿Si te la mamo, luego me vas a follar?
Comprendí que iba a ser objeto de una mamada que le iba a dar igual lo que dijera y por eso, separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Mi cuñadita ya se había incrustado mi verga hasta el fondo de su garganta cuando mi móvil empezó a sonar dentro de mi bolsillo.
Al sacarlo, vi que era mi mujer y antes de contestar, le dije:
― Es tu hermana.
Alicia no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo. Estaba contestando justo cuando esa zorrita, decidió recoger en su boca mis testículos. Confieso que me dio morbo experimentar la calidez de su boca mientras hablaba con su hermana por teléfono.
« ¡Será Puta!», me dije mientras le explicaba a María que Alicia ya se sentía mejor pero que me había pedido que le preparara un té.
Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, me rogó que esperara a que se lo tomara no fuera a sentarle mal.
― No te preocupes, esperaré a que se lo haya bebido― respondí mientras la morena intentaba absorber la mayor superficie posible de mi miembro en su interior.
Antes de colgar, me dio las gracias por ocuparme de Alicia. Entre tanto su hermana se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé alucinado por la destreza con la que estaba ordeñando mi pene.
― Eres una puta mamona― susurré mientras le acariciaba el pelo, satisfecho.
― Lo sé― respondió reanudando esa felación con mayor intensidad aún.
Usando su boca, su lengua y su garganta, mi cuñada buscó mi placer con un ansia que me dejó perplejo. Alternando lametazos con profundas succiones, elevó mi temperatura hasta que viendo que no podría contener más mi eyaculación le avisé que me corría. Entonces y solo entonces, se la sacó y mientras permanecía con la boca abierta, chilló diciendo:
― Llena mi cara con tu semen.
La lascivia de su deseo terminó de derrumbar mis defensas y explotando de placer, embadurné su rostro con mi lefa mientras ella lo intentaba recoger con su lengua. Ya con todas sus mejillas llenas de mi leche, se volvió a embutir mi miembro buscando ordeñar hasta la última gota. El morbo de su acción me impelió a agarrar su cabeza y olvidando cualquier rastro de cordura, follarle la garganta una y otra vez hasta que mis huevos quedaron secos.
Satisfecho, saqué mi verga de su interior y fue entonces cuando sentándose en el suelo, Alicia volvió a sorprenderme al coger los restos de mi placer y separando sus piernas, empezar a untarse sus adoloridos labios mientras me decía:
― Ya que fuiste el causante de mi escozor, será tu leche la que me calme.
Tras lo cual se empezó a masturbar, teniéndome a mí como mero espectador. Su cara de lujuria me estaba volviendo a excitar cuando recordé que debía volver junto a mi esposa para que no se mosqueara. Por eso, acercándome a esa putilla, la obligué a levantarse y forzando sus labios con mi lengua, la besé al tiempo que dando un repaso con mis manos sobre su trasero, le decía:
― Me tengo que ir pero este culo será mío.
Alicia comportándose como una niña enamorada, se pegó a mí y contestó:
― Ya es tuyo, solo tienes que tomar posesión de él.
La sinceridad con la que proclamó que era mía, me asustó y saliendo del piso, retorné junto a mi familia sabiendo que tarde o temprano, reclamaría mi propiedad…
Un hecho fortuito acelera todo. 


Ya estaba entrando a la playa cuando mi móvil empezó a sonar. Era María, quien bastante nerviosa me informó que estaba en el puesto de la cruz roja. Al preguntarle qué hacía allí, me respondió que un pez escorpión le había clavado su aguijón a Alejandrito y que le estaban curando. Como comprenderéis directamente me fui a ver a mi chaval porque aunque esa picadura no era grave, la había sufrido en mi propia carne y sabía que era muy dolorosa.
Tal y como me imaginaba, mi crio estaba llorando desconsoladamente cuando hice mi aparición en la tienda de campaña donde estaba instalado el puesto de socorro.
― Tranquilo cariño, sé que duele― le dije viendo que su madre no podía calmarle.
El muchacho no dejó de berrear mientras el enfermero de guardia limpiaba su herida, de forma que al terminar y todavía con lágrimas en los ojos tuve que llevarlo en mis brazos hasta la casa. Una vez allí, le tumbamos con el píe en alto en el salón para que al menos pudiese ver la tele mientras los tres adultos nos alternábamos para que nunca estuviera solo.
Curiosamente, su tía fue sumamente cariñosa con él y sin que ni su hermana ni yo se lo tuviésemos que pedir, se desvivió en satisfacer hasta el último de sus caprichos. Le dio igual el tenerse que levantar un montón de veces bien por agua, bien por un dulce. Olvidándose de su carácter voluble, Alicia se comportó como si ella fuese su madre. Su transformación fue tan total que no le pasó desapercibida a María que llevándome a un rincón, me comentó en voz baja:
― ¿Qué le pasa a esta? ¡Parece hasta buena persona!
Muerto de risa, contesté:
― Le debe haber cabreado que le picara a él en vez de a mí.
Mi esposa sonrió al oírme pero rápidamente me amonestó por meterme con su hermana diciendo:
― Alicia te quiere mucho, lo que pasa es que no sabe demostrarlo.
Sus palabras me hicieron temer que estuviera con la mosca detrás de la oreja y que empezara a sospechar que entre mi cuñada y yo existiera un lío. No queriendo que discurriera la conversación por esos términos, insistí medio en guasa:
― Claro que me quiere. ¡Me quiere bien lejos!
Temiendo que en parte tuviera razón y Alicia me odiara, María dio por cancelada la discusión al decirme:
― No seas malo, ¡es mi hermana!
Durante el resto de la tarde no hubo nada que destacar de no ser lo meloso y necesitado de cariño que se comportó Alejandrito. El problema fue tras la cena cuando el niño insistió en dormir con su madre. Al principio mi mujer se negó recordando que no estábamos en casa y que solo había dos camas pero cuando la hermana pequeña de mi mujer intervino diciendo:
― De eso nada, tu niño te necesita. No me pasará nada por compartir mi cama con tu marido.
Os juro que me sorprendió su ofrecimiento pero temiendo la reacción de María, rápidamente dije:
― No te preocupes, puedo dormir en el sofá.
Increíblemente, mi esposa dio la razón a mi cuñada recordándome que ese sillón estaba roto. La puntilla la dio Alicia al soltar medio en broma:
― ¿Temes acaso que intente violarte?
La carcajada de María terminó con mis reticencias y a regañadientes acepté dormir en la habitación de su hermana, aunque en mi interior lo deseaba. El problema era que sabía a ciencia cierta que me la iba a follar y temía que alertada por el ruido, María nos descubriera…
Por fin hago mía a esa putilla.
Nervioso pero simulando una tranquilidad que no tenía, tras la cena me puse a ver la tele abrazado a mi esposa mientras mi cuñada se sentaba en el suelo. Durante las dos horas que tardó la película, por mi mente pasaron multitud de imágenes anticipando lo que iba a suceder en cuanto me fuera a la cama en compañía de Alicia. Algunas eran agradables como cuando la imaginaba con mi verga incrustada en su culo pero también os tengo que reconocer que tuve otras francamente preocupantes, en las que mi mujer nos pillaba jodiendo y nos montaba una bronca sin par.
Mis temores se fueron incrementando con el transcurso del tiempo al advertir que Alicia se removía continuamente en su asiento, muestra clara que a ella también le estaba afectando la espera. Su histerismo era tan patente que no me extrañó que faltando cinco minutos se levantara y saliera rumbo a la cocina. Lo que no me esperaba fue que volviera con una bandeja con un vaso de leche y unas galletas, los cuales ofreció a su hermana.
Mi mujer que siempre acostumbraba beber una taza antes de acostarse, le dio las gracias y sin dejar de mirar la tele, dio buena cuenta de lo que había traído. La sonrisa que descubrí en mi cuñada mientras su hermana bebía, me alertó que algo le había puesto en su bebida.
« ¡Le ha dado un somnífero!», supuse recordando su carácter manipulador.
La confirmación de ello vino a modo de bostezo cuando sin que hubiese acabado la película, María se despidió de mí aduciendo que estaba cansada. Lo curioso es que junto con ella también se marchó mi cuñada dejándome solo en la tele.
Confieso que desde ese momento me empecé a poner cachondo porque sabía que en pocos minutos iba a compartir sábanas con Alicia. Solo imaginar sus tetas dentro de mi boca hizo que mi verga se despertara bajo mi pantalón y meditara el irme a por ella. Pero la cautela hizo que esperara un rato antes de levantarme e ir a su habitación.
Al apagar la tele, primero fui al cuarto de mi esposa para darle un beso culpable de buenas noches pero María no me respondió porque estaba dormida. Ya tranquilo al saber que estaba noqueada, fui a encontrarme con mi cuñada. Nada más abrir su puerta y gracias a que tenía la luz encendida, supe que seguía en el baño por lo que tranquilamente me puse el pijama y esperé a que llegara.
Alicia todavía tardó unos cinco minutos en aparecer y cuando lo hizo me dejó totalmente desilusionado porque venía vestida con un camisón de franela que parecía una coraza. Su vestimenta me hizo creer que no iba a ser tan fácil el tirármela y más cuando se metió entre las sábanas sin siquiera dirigirme la palabra.
« ¿Esta tía de qué va?», me pregunté al ver su actitud distante y conociendo su carácter voluble, decidí apagar la luz y ponerme a dormir. 

Llevábamos un cuarto de hora acostados cuando esa zorrita decidió dar el primer paso y acercando su cuerpo al mío, comenzó a restregar su culo contra mi sexo. Cómo os imaginareis dejé que siguiera rozándose contra mí durante un rato antes de responder a sus arrumacos. Viendo que ya estaba excitada, posé mi mano en una de sus piernas y comencé a subir por ella rumbo a su culo. Mi cuñada al sentir mis dedos bajo su horroroso camisón, gimió calladamente mientras incrementaba el movimiento de sus caderas.
― ¿Estás bruta?― susurré en su oído justo al descubrir que no llevaba bragas.
Alicia no contestó pero con sus duras nalgas a mi entera disposición, eso no me importó y seguí recorriendo con mis yemas sus dos cachetes mientras ella seguía suspirando cada vez más.
«¡Menudo culo tiene la condenada! », me dije al acariciar esa maravilla.
Para entonces, tengo que confesar que estaba verraco y con mi pene tieso, por eso olvidando toda prudencia lo saqué de mi pijama y lo alojé entre sus piernas sin meterlo mientras llevaba mis manos hasta sus pechos. Mi cuñada al sentir el roce de mi glande entre los pliegues de su coño protestó intentando que se lo incrustara.
― ¡Quieta!― le exigí― ¡Te follaré cuando yo decida!
Mi tono paró de golpe sus maniobras pero no consiguió acallar los sonidos que salieron de su garganta al experimentar el pellizco que solté en uno de sus pezones, como tampoco evitó que su sexo se inundara. La humedad de su vulva abrazó mi verga, facilitando el roce con el que estaba estimulando su lujuria.
― ¡Tómame ya! ¡Lo necesito!― aulló sin percatarse que aunque mi esposa estaba sedada, mi hijo podía despertarse con su gemido.
Su imprudencia me encabronó y levantándome de la cama, busqué el cajón de su ropa interior. Una vez lo había localizado, cogí una de sus bragas y volviendo a la cama, se la metí en la boca diciendo:
― Así no podrás gritar mientras te follo.
Su cara de sorpresa se incrementó cuando al volver al colchón, la puse a cuatro patas y sin darle opción a quejarse, le clavé mi extensión en su interior de un solo golpe.
―…ummmm..― rugió calladamente satisfecha de haber cumplido su capricho y posando la cabeza contra la almohada, levantó su trasero facilitando mis maniobras.
La entrega de mi cuñada me permitió ir lentamente acelerando el vaivén con el que con mi polla la iba acuchillando hasta que el lento cabalgar de un inicio se transformó en un alocado galope. Usando a Alicia como montura, cabalgué sobre ella una y otra vez mientras ella se retorcía de placer entre mis piernas al sentirse llena. Entonces y solo entonces, empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta y comportándose como una yegua, relinchó calladamente al notar que usaba sus dos ubres como agarre. El tenerla amordazada con sus bragas, evitó escuchara sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina pero increíblemente al no poder chillar, mi cuñada se lanzó como posesa en busca de su placer.
― ¡Te gusta!― le grité al escuchar el chapoteo que producían mi verga cada vez que entraba y salía de su encharcado coño.
Ya lanzado, agarré su melena a modo de riendas y azotando sin hacer ruido su trasero, le ordené que se moviera. Esos azotes impensables dos días antes, la excitaron aún más y por gestos, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, decidí putearla y sacando mi polla de su interior, me tumbé sobre la cama diciendo:
― Quiero que te empales como la puta que eres.
Con su respiración entrecortada obedeciendo, se puso a horcajadas sobre mí y se empaló con mi miembro, reiniciando nuestro salvaje cabalgar. Sus pechos botando arriba y abajo siguiendo el compás con el que se ensartaba hizo nacer mi lado ruin y pegando otro pellizco en una de sus areolas, le ordené:
― Muéstrame lo zorra que eres. ¡Bésate los pezones!
Mi sumisa cuñada nuevamente me obedeció y cogiendo sus tetas las estiró hasta llevar los pezones hasta su boca. Una vez allí, se sacó las bragas que le había colocado y sonriendo comenzó a lamerlos mientras seguía saltando como loca sobre mi pene. La lujuria que descubrí en su cara fue el detonante para que creciendo desde el fondo de mi ser, un brutal orgasmo se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su sexo.
Alicia, al sentir que mi semen encharcaba su ya de por sí húmedo conducto, incrementó sus embestidas. Todavía seguía ordeñando mi verga cuando esa guarra empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se dejó caer sobre mí y acercando su boca a mi oído, me susurró:
― Gracias, mi amor. Llevaba años deseando ser tuya.
Su confesión me dejó paralizado porque siempre había supuesto que me detestaba y jamás supuse que era una forma de evitar el demostrar su atracción por mí. No creyendo sus palabras, le exigí que se explicase:
― Siempre había envidiado a María por ser tu mujer pero lo sufría en silencio. No fue hasta hace un mes que le confesé a mi hermana que estaba enamorada de ti.
Saber que mi esposa lo sabía y aun así permitió que me acostara con ella, me hizo comprender que entres esas dos me habían manipulado. Mosqueado, le solté:
― ¡Entonces no la has drogado!
Soltando una carcajada, me respondió:
― ¡Por supuesto que no! – y levantándose de la cama, sonrió al decirme: ― Voy a buscarla. ¡Está esperando que le avise que ya puede entrar!

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “La ingenua alumna que resultó muy puta “(POR GOLFO)

$
0
0
La piscina.
Todavía recuerdo el día que vi por primera vez a Celia. Estaba en la piscina de la universidad donde doy clases cuando la vi jugando con uno de sus compañeros de primer curso.  Tonteando y disfrutando del modo en que el muchacho babeaba por ella, esa cría se dedicó a lucir su bikini negro mientras le sacaba la lengua retándolo.
Reconozco que me impresionó ver el descaro con el que meneaba su trasero mientras calentaba a su víctima. Su cuerpo bien formado me pareció aún más apetecible al admirar ese culito con forma de corazón formado por dos nalgas duras y prietas.
“¡Está buena!”, tuve que reconocer y ya interesado, me fijé en sus pechos.
Pechos de adolescente, recién salidos de la niñez, que despertaron al maduro perverso que tanto me costaba esconder. Su forma y tamaño me parecieron ideales y por eso me vi mordisqueando sus pezones mientras los sostenía entre mis manos.
“Seguro que son rosados”, pensé más excitado de lo que me gustaría reconocer.
Su cara de pícara y su sonrisa insolente solo hicieron incrementar mi turbación al saber que si seguía observándola, terminaría deseando hacerla mía aunque fuera usando la violencia. La cría era espectacular y soñando despierto, imaginé lo que sentiría al abrirla de piernas y mientras ella intentaba librarse de mi ataque, jugar con mi glande en su entrada.
“¡No dejaría de gritar!», me dije visualizando en mi mente como la desfloraba de un solo golpe mientras agarraba sus nalgas para hundir mi miembro dentro de su cuerpo.
Los chillidos de Celia en mi cerebro se confundían con las risas de la muchacha en la realidad provocando que, bajo mi traje de baño, mi apetito creciera mientras observaba sus juegos adolescentes. Absorto mientras me deleitaba con su vientre plano y el enorme tatuaje que lucía en su dorso, la lujuria hizo que me viera desgarrando su bikini y mordiendo sus tetas.
Al  comprobar la erección entre mis muslos decidí irme de allí, no fuera a ser que alguien se percatara y fuera con la noticia al decano que en el claustro tenía a un degenerado…
A partir de ese día, todas las tardes, convertí en una morbosa rutina el sentarme  en esa mesa a espiarla mientras Celia nadaba. Curiosamente la cría al verme llegar vestido de traje y con mi corbata, siempre me devolvía una sonrisa como si se alegrara con mi presencia.
Memorizando sus movimientos en mi recuerdo, al salir de la alberca y volver a mi despacho, me encerraba en el baño para una vez en la seguridad de ese cubículo, dejar volar mi imaginación y masturbarme mientras los recordaba.
Poco a poco, mis diarias visitas tuvieron un efecto no previsto cuando esa rubita empezó a colocar su bolso y su toalla en una silla de mi mesa. Como si fuera un acuerdo tácito entre esa niña y yo, le cuidaba sus pertenencias y ella me pagaba secándose junto a mí al salir de la piscina. Obviando la diferencia de edad y el hecho que nunca habíamos cruzado más palabra que un hola y un adiós, Celia se exhibía ante mí recorriendo con la franela las diferentes partes de su anatomía.
«¿A qué juega?», me preguntaba mientras buscaba el descuido que me dejara admirar uno de sus pezones o la postura que permitiera a mis ojos contemplar los labios que se escondían bajo el tanga de su bikini.
Mi necesidad y su descaro fueron creciendo con el tiempo y antes de dos meses, esa criatura se permitía el lujo de acariciarse los pechos mientras mantenía fijos sus ojos en los míos. Día tras día, antes de ir a nuestra cita luchaba con todas las fuerzas para entrar en razón y dejarla plantada. Pero todos mis esfuerzos eran inútiles y al final siempre acudía a contemplar su belleza.
Por su parte, Celia también se convirtió en adicta a las caricias de mis miradas y si algún día por algo me retrasaba, me recibía con un reproche en sus ojos y castigándome reducía al mínimo la duración con la que hacía alarde de su cuerpo.
Aún recuerdo una tarde cuando aprovechando que no había nadie más en ese lugar, ese engendro del demonio se plantó frente a mí y desplazando la tela que tapaba sus pechos, me regaló con la visión celestial que para mí suponían sus pezones.
-Son maravillosos- me atreví a decir dirigiéndome a ella.
Luciendo una sonrisa, llevó un par de dedos a su boca e impregnándolos con su saliva,  sin dejarme de mirar se puso a recorrer las rosadas areolas con sus yemas. El brillo de sus ojos al descubrir el bulto que rellenaba mi bragueta fue tan intenso que creí durante unos segundos que le había excitado pero entonces escuché que murmurando me decía:
-¡Maldito viejo verde! ¡Te excita mirarme!
Mi decepción fue enorme y comportándome como un cobarde, hui de ahí con el rabo entre las piernas. Con mi autoestima por los suelos y mi corazón roto, decidí que jamás volvería a dejar que mis hormonas me llevaran de vuelta a ese lugar….
Mi despacho
Durante dos semanas, al llegar la hora, me encerraba en mi despacho y me obligaba a mantenerme sentado, cuando todo mi ser lloraba por no estar disfrutando de su belleza. Como si fuera un  peculiar síndrome de abstinencia, todo mi cuerpo sudaba y se contraía al imaginarse que alguien me hubiese sustituido en la mesa y que en vez de ser yo quien admirase el exhibicionismo de de Celia, fuese otro.
Lo que nunca me imaginé fue que a ella le pasara algo semejante y que cuando al día siguiente de insultarme comprobó mi ausencia, se  había encerrado en su vestidor y llorando se había echado en   cara su error. Tampoco supe ni nadie me dijo que día tras día la rubita acudía a la cita esperando que de algún modo la perdonara y pudiese volver a sentir la calidez de mi mirada acariciando su cuerpo casi desnudo.
Un martes estaba hundido en el sillón de mi oficina sufriendo los embates de mi  depresión cuando escuché que alguien tocaba la puerta. Sin saber quién era el molesto incordio que venía a perturbar mi auto encierro estuve a un tris de mandarle a la mierda pero un último asomo de cordura, me hizo decir:
-Pase.
Reconozco que no supe reaccionar cuando descubrí que mi visita era mi musa, la cual, sonriendo cerró la puerta con pestillo y en silencio se empezó a desnudar sin que yo hiciera nada por evitarlo. Usando sus deditos, desabrochó uno a uno los botones de su camisa para acto seguido, doblándola con cuidado dejarla sobre la silla de confidente que había frente a la mesa de mi cubículo.
-¡Que bella eres!- exclamé impresionado por sus pechos todavía cubiertos por el coqueto sujetador azul que llevaba puesto.
Mi piropo dibujó una sonrisa en sus labios y siguiendo un plan previamente elaborado, se acercó hasta mí para cerrar con uno de sus dedos mi boca mientras me decía:
-No hables.
Su orden fue clara y reteniendo las ganas que tenía de decirle lo mucho que la había echado  de menos, la muchacha se dio la vuelta dejando que su falda se deslizara hasta sus pies. Centímetro a centímetro, fue descubriendo las nalgas que me tenían obsesionado.  Por mucho que habían sido objeto de mi adoración durante meses, al verlas a un escaso palmo de mi cara me parecieron aún más preciosas y solo el miedo a que saliera huyendo, evitó que alargara las manos para tocarlas. 
Celia disfrutando del morbo de exhibirse ante un maduro como yo, se dio la vuelta y mirándome a los ojos, dejó caer los tirantes de su sujetador mientras se mordía el labio inferior de su boca. Sujetando con sus manos ambas copas, se deshizo del broche y retirando lentamente la tela que aún cubría sus pechos, gimió de deseo. La hermosura de sus pezones erectos me dejó paralizado.
«¡Son perfectos!», sentencié mientras mi respiración se aceleraba al comprobar que los tatuajes que lucía esa damisela, los hacía todavía más atrayentes.
La muchacha no pudo evitar que del fondo de su garganta surgiera un callado sollozo de placer al contemplar el efecto que estaba teniendo su sensual striptease bajo mi pantalón. Curiosamente al ver mi erección, sintió miedo y vistiéndose con rapidez desapareció sin más, dejándome solo en mi despacho.
Sin llegar a asimilar completamente lo que había sucedido cerré la puerta y sacando mi pene de su encierro, comencé a rememorar la tersura de su piel mientras mi mano restregaba arriba y abajo su recuerdo.
Esa noche me costó dormir. Me reconcomía la idea que Celia nunca volviera a brindarme la hermosura de su cuerpo pero también el saber que a los ojos de la sociedad era un maldito pervertido. Además de los veinte años que la llevaba, estaba el hecho que yo era un profesor y ella una alumna.  Si nuestra rara relación llegaba a los oídos de los demás docentes, de nada serviría que no le diera clase. Para todos mis colegas sería un paria al que había que echar de la universidad.
Aun sabiendo el riesgo que corría al día siguiente, cancelé un par de tutorías para que llegado el caso y ese ángel volviera a mi despacho, nada ni nadie nos molestara. Tal y como había hecho veinticuatro horas antes, Celia esperó mi permiso antes de entrar  pero esa vez, al pasar a mi cubículo, se sentó en mis rodillas y mirando fijamente a mis ojos, me soltó:
-Sé que te pone el mirarme pero yo quiero algo más. ¡Quiero que me toques!
Al oírla quise corresponder a sus deseos acariciando sus pezones con mis dedos pero entonces esa jovencita mostró  su disgusto y retirando mis manos, susurró en mi oído:
-Todavía no te he dado permiso.
Para acto seguido comenzar a desabrochar su camisa mientras restregaba su sexo contra el mío. La expresión de lujuria de Celia era total pero temiendo su reacción, me quedé quieto mientras se terminaba de abrir  de par en par la blusa.
-¿Te gusta el sujetador que me he comprado?- preguntó al sentir mi mirada recorriendo por el canalillo que se formaba entre sus senos.
-Sí- reconocí maravillado.
-Desabróchalo- me ordenó a la vez que sonreía al notar mi erección presionando entre sus piernas.
Como un autómata obedecí llevando mis manos a su espalda y abriendo el corchete. Celia gimió descompuesta en cuanto notó que había liberado sus pechos y poniendo  cara de puta fue dejando caer los tirantes que lo sujetaban mientras me miraba fijamente a los ojos. La sensualidad con la que esa cría se quitó esa prenda fue tal que no pude aguantar y sin pedirle permiso, hundí mi cara entre sus tetas.
La condenada muchacha al sentirlo soltó una carcajada y ofreciéndome como ofrenda sus pechos, llevó uno de sus pezones a mi boca y riendo me pidió:
-¡Chúpalo!
Ni que decir tiene que abriendo los labios me apoderé de su rosada areola mientras su dueña gemía al notar esa húmeda caricia. La calentura de Celia la hizo incrementar el roce de su sexo contra mi pantalón al experimentar como mi lengua recorría sus senos. Sus gemidos  me dieron la confianza que necesitaba para forzar el contacto de su coño contra mi pene poniendo mis manos sobre su culo. La cría aulló como una loca al notar mis palmas presionando sus nalgas y moviendo sus caderas, buscó su placer con mayor énfasis.
Os juro que para entonces solo podía pensar en follármela pero temiendo romper el encanto y que Celia saliera huyendo de mi despacho como Cenicienta, tuve que conformarme con seguir mamando de sus pechos mientras ella se masturbaba usando mi verga como instrumento. El continuo roce de mis labios sobre sus pechos hizo que el sexo de esa jovencita se encharcara y su flujo rebasara la tela de su tanga mojando mi pantalón. Al notar la humedad que brotaba de su vulva y escuchar los berridos de placer con los que la cría amenizaba mi despacho,  supe que no tardaría en correrse. Lo que no me esperaba es que al llegar al orgasmo, Celia se levantara de mis rodillas y acomodándose la ropa, saliera de mi oficina.
«¡Menuda zorra!», maldije al comprobar que había desaparecido sin despedirse y dejándome con un enorme dolor de huevos e insatisfecho.
Seguía todavía torturándome cuando de pronto volvió a entrar y con una seguridad que no tenía nada que ver con su edad, me preguntó dónde vivía.  Abrumado por esa pregunta se la di y fue entonces cuando me soltó riendo:
-A las nueve estaré ahí para que me invites a cenar- tras lo cual se largó definitivamente…
Mi casa.
Como os podréis imaginar, me pasé el resto de la tarde pensando en ella y nada más terminar de dar mi última clase, salí corriendo a comprar algo de cena porque entre mis virtudes no está la de saber cocinar. Asumiendo que siendo tan joven no valoraría la comida gourmet, decidí ir a lo seguro y encargué en un restaurante cercano unas pizzas.
No viendo que llegara la hora, deambulé nervioso por mi casa y mientras la esperaba, en mi mente se acumulaban la imagen de sus pechos desnudos y el sabor de sus pezones. Afortunadamente, Celia fue puntual  y exactamente a la hora pactada, escuché que tocaba el timbre. Nervioso abrí la puerta y cuando lo hice, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de colegiala.
-Buenas noches. señor profesor. Necesito unas clases particulares, ¿puedo pasar?
Sonreí al comprender a qué quería jugar y dejándola entrar, le pregunté qué necesitaba que le explicase. Celia puso cara de rubia tonta y mientras se quitaba el jersey azul que llevaba puesto, me contestó:
-No entiendo porque mi cuerpo se altera cuando usted me mira.
Tras lo cual, me preguntó dónde la iba a dar clase.  Dudé en ese instante entre mi dormitorio o el salón y no queriendo ser demasiado descarado para que ella no supiera lo ansioso que estaba de disfrutar de su cuerpo, señalando a este último, dije:
-Todo recto.
Cumpliendo mi orden, Celia se encaminó hacia el salón. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar la exquisita forma de sus nalgas.
«Son perfectas», pensé ya excitado al comprobar que con esa minifalda y con esos tacones, sus piernas se veían aún mas impresionantes que en bikini.
Una vez allí, Celia se sentó en el sofá y separando sus rodillas, me preguntó:
-Profesor, ¿es normal lo que siento aquí abajo al sentirme observada por un maduro?
Dotando a mi voz de un tono exigente, respondí sin dejar de mirar entre sus piernas al descubrir que llevaba unas anticuadas bragas de perlé:
-¿Cualquier maduro o solo yo?
Bajando su mirada,  aprovechó a desabrocharse un par de botones de su camisa antes de contestar:
-No lo sé porque solo usted es tan cerdo de mirarme así.
Reconozco que me impactó una respuesta tan directa y asumiendo que debía interpretar mi papel de estricto profesor, le dije:
-Señorita, cuide su lenguaje o tendré que darle un escarmiento.
Mi amenaza la afectó y con un extraño brillo en sus ojos, se disculpó diciendo:
-Lo siento pero es que cuando usted me acaricia con la mirada siento que mis pezones se ponen duros como escarpias- y terminándose de abrir la blusa blanca de su disfraz de colegiala, me mostró uno de sus pechos diciendo:-¡Fíjese cómo me los pone!
Me quedé perplejo al comprobar que no mentía y que tenía sus areolas erectas. Conociendo que era un juego lento el que quería interpretar, acercando  mi cara a sus tetas, respondí:
-No sé, no sé. No los veo suficientemente  duros- y con la típica voz de maestro, sugerí: Quizás si se los pellizca, podamos conseguir la dureza necesaria para proseguir con este experimento.
Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos primero un poco, cogiendo entre sus yemas los rosados pezones que decoraban cada uno de sus pechos, lo pellizcó mientras su garganta emitía un gemido de placer.
-Sigue, todavía pueden endurecerse más-  comenté profesionalmente, sabiendo que debajo de mi bragueta mi miembro también se había visto afectado.
La cría siguió torturando sus areolas con mayor intensidad mientras se mordía los labios para no gritar. Entretanto había acercado una silla a sofá para no perderme nada de su extraño striptease. Mi cercanía aceleró su calentura y con lujuria en sus ojos, preguntó a la vez que se terminaba de despojar de su camisa:
-Profesor, ¿está seguro que mis tetitas son normales?
Y poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando mi respuesta. Asumiendo que era una insinuación, cogí uno de sus pechos y sacando la lengua recorrí la aureola como si estuviera probando un manjar mientras su dueña suspiraba llena de deseo.
-Esta tetita está sana, veamos si la otra también- comenté mientras repetía la operación con el otro pecho.
 Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Celia gimió como  en celo al sentir mis dientes mordisqueando su pezón y sentándose sobre mis rodillas como esa mañana, me informó tácitamente que estaba dispuesta a seguir pero que debía ser yo quien diera el siguiente paso. Asumiendo mi papel llevé mis manos hasta su trasero y tras acariciarle las nalgas, comenté:
-Señorita, tengo que revisar el resto de su cuerpo para certificar cuál es su problema.
La cría no pudo reprimir una alarido al notar que mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo. La sorpresa de sentir que las caricias de esa noche incluían esa parte de su cuerpo, la dejó paralizada. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su inexperiencia, metí una de mis yemas en su entrada trasera.  
-¿Qué hace?- indignada protestó.
Como no había intentado separarse de mí, seguí acariciando los bordes de su esfínter mientras contestaba:
-Comprobar si su problema es anal- y con una sonrisa en mis labios, proseguí diciendo: -Enséñeme su coño.
Al escuchar mi orden, se despojó de sus bragas y quizás producto de la vergüenza que sentía, cerró los ojos mientras con sus dedos separaba los labios de su sexo para mostrármelo sin que nada obstaculizara mi visión.
-Parece tenerlo sano pero para estar seguro tendré que probarlo. Señorita, túmbese sobre la mesa.
La alegría con la que se tomó mi sugerencia fue tal que no  me quedó duda que le comiera el coño era una de sus fantasías. Gimiendo descaradamente, Celia separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Es todo suyo.
Mi valoración preliminar consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Durante dos minutos recorrí su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi supuesto objeto de estudio se quejó preguntando cuando iba a comprobar si todo era normal entre sus piernas.
Deseando complacerla, acomedé la silla frente a la mesa donde tenía aposentado su trasero y obligándola a que separara sus rodillas, tanteé con mi lengua cerca de su sexo. Celia suspiró ya descompuesta y dio un respingo al sentir que me iba acercando a su meta.  Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo los bordes de su vulva sin hablar. Mi sensual examen se prolongó durante unos segundos mientras la cría se estremecía al sentir mi cálido aliento tan cerca de su coño. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que estaba sintiendo.
-¡Me arde todo!- exclamó al experimentar por primera vez la humeda caricia de mi lengua sobre su vulva y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión.
Para entonces era yo quien necesitaba probar el dulce sabor que se escondía a escasos centímetros de mi cara y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado.  Sin pérdida de tiempo, lamí con decisión su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, resolví mordisquearlo.
Celia, al sentir la presión  de mis dientes sobre su erecto botón, se retorció sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Aprovechando su entrega y sin permitir ningún tipo de descanso, le metí un par de dedos en el interior de su vulva y  con un lento mete-saca, conseguí prolongar su orgasmo.
Para entonces, la alumna estaba desbordada por el cúmulo de sensaciones que se amontonaban en sus neuronas y aullando como una loca, me preguntó si el problema no necesitaba una inyección. Al comprender que me estaba pidiendo que la tomara, me bajé los pantalones y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.
-¡Mi coñito necesita su medicina!- Chilló al tiempo que llevando sus manos hasta sus pechos se pellizcaba los pezones.
Deseando que esa criatura ardiera, incrementé su calentura jugueteando con su sexo durante unos segundos antes de meter parcialmente mi glande dentro de ella. Tanto sus ojos como sus gritos me pedían que la hiciera mujer pero haciendo oídos sordos a sus ruegos, permanecí sin profundizar en mi penetración. El morbo de sentirse a punto de ser follada, hizo que se corriera. Momento que aproveché para de una sólo empujón, introducir mi miembro al completo en su interior.
Acto seguido y sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé un lento galope. Metiendo y sacando mi pene de su cueva, la usé como montura. Para entonces esa mujercita estaba totalmente dominada por la lujuria y clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que acelerara. Pero obviando sus deseos, seguí penetrándola al mismo ritmo.
-¿No crees que ya es suficiente medicina?- Pregunté siguiendo su juego.
-No- gimió desesperada al creer que iba a sacársela y abrazándome con sus piernas, buscó no perder el contacto mientras se retorcía llorando de placer.
Para entonces todo mi ser anhelaba dejarme llevar y colocando sus piernas sobre mis hombros, forcé su entrada con mi pene. La nueva posición hizo que mi glande chocara con dureza contra la pared de su vagina, Celia, al sentir mis huevos rebotando contra su diminuto cuerpo, se puso a gritar como si la estuviese matando. Olvidando que estaba actuando como una inocente colegiala, permitió que su pasión se desbordara y a voz en grito, me rogó que siguiera follándomela diciendo:
-Dame duro, cabrón.
Su insulto despertó la bestia que siempre había permanecido dormida en mi interior y bajándola de la mesa, giré su cuerpo para poder hacer uso de ella de un modo más brutal. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas con mis manos para tantear con una de mis yemas su ojete. La resistencia de su ano me confirmo que se había usado poco y eso hizo que le incrustara un segundo dedo. El aullido de placer con el que esa cría contestó a mi maniobra, me dejó claro que no se iba a quejar en demasía y olvidando toda precaución, cogí mi pene en la mano y tras unos segundos, forcé ese estrecho agujero con mi miembro.
Celia, con lágrimas en los ojos, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se quejó diciendo.
-¡Me duele!
Intentando no incrementar su castigo, empecé a que se acostumbrara mientras me aferraba a sus pechos. Con ella más tranquila, empecé a deslizar mi verga dentro y fuera de su ano hasta que la presión que sentía en su esfínter se fue diluyendo.  Al asumir que el dolor iba a desaparecer poco a poco y que sería sustituido por  placer, aceleré mis penetraciones.
La cría se quejó nuevamente pero esta vez, sin compadecerme de ella, le solté:
-¡Cállate y disfruta!
Que no le obedeciera, le cabreó y tratando de zafarse de mi ataque, intentó sacársela mientras me exigía que parara. Por segunda vez obvié sus deseos, dando inicio a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Me haces daño!- Gritó al notar que le estaba rompiendo el culo.
-¡Te jodes! ¡Puta! –grité soltando a la vez un duro azote en una de sus nalgas.
El insulto produjo un efecto no  previsto y sin llegar a comprenderlo en su plenitud, Celia comenzó a gozar entre gemidos. Cuanto más castigaba su trasero, esa cría se mostraba más excitada. Asumiendo que le gustaba la rudeza, descargué una serie de mandobles sobre sus nalgas. Al sentirlos, esa chavala me imploró que la siguiera empalando y sin esperar mi respuesta llevó  su mano a su clítoris y se empezó a masturbar a la par que me informaba que se corría. Cuando escuché que chillando me rogaba que descargara mi simiente en el interior de su culo, no aguanté más y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotado, me dejé caer sobre el sofá dejando a la muchacha despatarrada sobre la mesa.  No llevaba ni un minuto sentado, cuando oí que se levantaba y sentándose a mi lado, me miró con una sonrisa mientras me decía:
-Ahora comprendo porque me excitabas. ¡Eres un maldito pervertido!- Y sin darme tiempo a reaccionar, se agachó entre mis piernas intentando reanimar  mi maltrecho pene. Al comprobar que poco a poco recuperaba su erección, levantando su mirada, me soltó: -Por cierto, le he dicho a mis padres que dormiré con unas amigas y que no me esperen hasta el lunes.
Solté una carcajada al comprender que, siendo viernes, esa zorrita había asumido que se podía quedar en mi casa todo el fin de semana. 

 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

Relato erótico: Mi prima Marina (POR CARLOS LÓPEZ)

$
0
0
 

Siempre tuve una relación especial con mi prima Marina. Desde pequeños había una química extraña entre nosotros, y no hablo sólo de atracción física. A pesar de nuestra diferencia de edad (yo soy 3 años mayor que ella) tengo hasta recuerdos infantiles de jugar a las casitas con ella. No me explico cómo lo conseguiría, porque yo siempre me he considerado un “chico malo”, y me solía comportar como tal. Así que no sé cómo se las apañaría para hacerme jugar a los papás con muñecos. Supongo que desde chiquitita ya tenía algo que me hacía sentir atraído por ella y estar, hasta cierto punto, en sus manos.

En realidad, tampoco es que compartiéramos tantos momentos porque vivíamos en distintas ciudades y sólo coincidíamos en acontecimientos familiares muy concretos (bodas, bautizos y comuniones). De hecho, era normal que pasasen años sin vernos. Pero, incluso después de esos años, sólo con que nuestras miradas se cruzaran sabíamos que estábamos en “territorio amigo”, y sólo con compartir unos minutos, nos sumergíamos en una bonita sensación de bienestar por estar juntos. Había algo en ella que me transformaba y me hacía dócil en su presencia, a pesar de mi habitual rebeldía.
Según pasaron los años, ella se fue convirtiendo en una bella adolescente. Su cuerpo fue tomando forma, hasta el punto de recordar sentirme orgulloso de caminar a su lado cuando tenía la oportunidad de hacerlo. Su pelo se fue rizando, sus pestañas largas y curvadas enmarcaban unos inmensos ojos oscuros, sus pechos se hicieron rotundos, redondos, sin ser exageradamente grandes. Sus labios adquirieron volumen junto con el resto de su cuerpo dándole un aire sensual, pero su sonrisa hacia mí siguió siendo siempre cálida y confiada.
Por aquellos años, empezamos a coincidir con más asiduidad en las fiestas del pueblo de nuestros abuelos. Nuestra complicidad se hizo mucho más sólida. Imaginad aquellos tiempos y aquellas fiestas de pueblo pequeño. Mi máximo interés de chico de 16 años era enrollarme con todas las chicas posibles de mi propia pandilla y de las de los pueblos de alrededor. Mi insaciable curiosidad y mi carácter siempre revoltoso me llevaban a ello. Con ellas llegaba siempre allá donde me dejaban, y solía tener cierta habilidad para llegar más allá. A mi favor contaba con que el poco tiempo que pasaba allí, sólo la semana de fiestas, hacía que fuese novedad en el grupo. Además, me había creado una cierta fama de chico malo y no tenía escrúpulos para explotarla. Marina, más jovencita, me miraba comprensiva mientras flirteaba a su vez con aquellos chicos de su edad sin llegar nunca a los límites que yo sobrepasaba. Bueno, de esto no estoy seguro, pero me gustaba pensar que era así.
Lo que sí que sé y recuerdo es que, después de las locas noches de verano, a la mañana siguiente, solos en el banco a la puerta de casa, me pedía fervorosamente que le contase todo lo que hacía con ellas, y yo adornaba el lado romántico de las historias y descafeinaba el morboso. Nos dejábamos calentar por el sol, a veces aún en pijama. Era mi niña en el sentido platónico de la palabra. La protegía y cuidaba, y cuando podía me reía de ella. Recuerdo la noche que, en unas fiestas del pueblo de al lado, se le desprendió un botón de su blusa y se le veía el sujetador. Yo le insistía en que me dijese quién se lo había roto, que alguien había metido su mano ahí y que me dijese quién. Ella se sonrojaba y me daba algún empujón diciendo con acento aniñado “déjame…”. Entonces insistía con la broma alabando su gusto por la ropa interior y decía que yo también quería meterla mi mano ahí porque las tenía frías, que qué había que hacer. Ella se debatía entre la risa abierta y la turbación, pero os juro que había algo travieso en su mirada. Era algo muy inocente pero era nuestro mundo.
Era genial.
Luego, acababa el verano y cada uno a su ciudad. Cada uno con su propia vida y cada uno con sus propias relaciones de adolescentes. A veces, en el frío invierno la recordaba y entonces me moría por estar con ella, por saber más de ella, pero los primos no se enrollan. Todo el mundo lo sabe. En todo caso en sueños. En esos sueños volvían a mí las sensaciones de su pecho rozando el mío en aquellos bailes de fiestas de pueblo que a veces nos concedíamos, el color bronceado de su cuerpo adolescente en la piscina, nuestras charlas y nuestros momentos en casa. Con todo y con eso, nunca intenté nada con ella. Quizá eran otros tiempos, o quizá yo, creyéndome malo, era un chico inocente.
En aquel pueblo y en las fiestas se bebía mucho. Calimochos, cervezas, copas… encima las noches de fiesta acababan con un chocolate caliente hecho al fuego en una lata, y cada pandilla de amigos se buscaba un rincón oculto de miradas indiscretas donde realizarla. Os podéis imaginar cómo llegaba yo a casa muchos de aquellos días. Las charlas del día siguiente de mis abuelos… ummm ahora que ellos me faltan las recuerdo con nostalgia. Había más cariño que reproche. En una ocasión ella bebió más de la cuenta. Sólo recuerdo esa ocasión en que esto pasase. Yo mismo la rescaté de su grupo de amigos y la llevé detrás del frontón para dejar pasar el mal momento antes de volver a casa. Ese día me pidió expresamente que la hiciese lo que a las demás. Me besaba torpemente el cuello mientras la ayudaba a caminar. Cogía mi mano y la llevaba a su pecho de mujer de 14 años y me decía con un toque de amargura que si no me gustaba. Con toda mi ternura la apartaba, manteniéndola a mi lado pero tratándola como la niña que era. Que yo creía que era. Incluso la ayudé a soltarse la ropa para hacer pis tras unos coches, mientras de espaldas respetaba su intimidad. Era mi niña. Una hora después, cuando estaba mejor, la llevé a casa con todo el cuidado para que nadie se diese cuenta que había bebido. Automáticamente, me fui a seguir la fiesta, había una rubia neumática de un pueblo vecino que se me había metido entre ceja y ceja, pero ya llegué tarde para ella. No me importó.
Jamás salió ese suceso en nuestras conversaciones. Pasó y ya está. Ese invierno me vino a la memoria la imagen de ella abrazándome el cuello con fuerza, tratando de besarme y de que la tocase. No la dejé. Los primos no se tocan. Además, Marina sólo tenía 14 años.
El verano siguiente coincidimos muy poco y apenas nos vimos los días finales de la fiesta. No obstante, la última noche ocurrió un episodio un tanto extraño y muy sexual entre nosotros. De hecho estuve mucho tiempo arrepentido y sintiéndome culpable de lo que pasó. Pero lo que pasó, pasó. Ella me había dicho por la tarde que volviese a casa pronto, que este año no habíamos podido “contarnos nuestras cosas”. Además, mis tíos y abuelos habían ido a un entierro a un pueblo a 200 km e íbamos a estar solos. De hecho, era mi obligación estar pendiente de ella pero yo tenía mis propios planes. Llevaba varios días tonteando con una chica más mayor que yo, y también era mi última noche del verano. Así que, después de una tarde de copas de despedida de amigos en el bar del pueblo, estaba tambaleándome cuando aquella chica, tampoco en muy buen estado, se ofreció a acompañarme a casa.
 

No voy a entrar en los detalles, que casi no recuerdo, pero lo que sí está en mi mente es que subimos las escaleras quitándonos la ropa y metiéndonos mano por todo el cuerpo. Había olvidado a Marina y estaba enrollándome en mi habitación con una chica del pueblo. El caso es que estaba penetrándola sobre la cama alta del pueblo. Mi camisa había caído sobre la lamparita y la luz era tenue. Ella tumbada boca arriba, con los ojos cerrados y sus piernas abrazándome mientras yo, de pie, luchaba por que se quedase con un buen recuerdo mío. No podía perder mi fama de “chico malo”. Cuando levanté la vista hacia la puerta, que no habíamos tenido el cuidado de cerrar y estaba entreabierta, allí estaba Marina. De pié tras ella con la luz apagada y una camiseta blanca que yo le dejaba para dormir y le hacía de camisón.

No sé si Marina notaría mi sobresalto, pero yo simulé no haberla visto y continué. No quería enfrentarme a esa realidad pero algo me impulsaba a poner ahora una enorme dedicación en lo que estaba haciendo. Mi pareja gemía cada vez más fuerte, y yo tenía una mezcla de sentimiento de culpa y excitación difícil de explicar. Me había puesto muy caliente la situación. Aún más cuando observaba de reojo como Marina había colocado su mano en sus braguitas, apartando la camiseta y se frotaba delicadamente. Uffffffffffffff. A mi edad estaba viviendo el momento más erótico de mi vida. Yo seguía y seguía y ella también. Ahora mi mirada estaba fija en ella pero no sé si ella, al no haber encendido la luz, pensaba que no la veía. Aún está en mi mente la imagen de su boca, mordiéndose el labio inferior… y sus braguitas, a rayitas blancas y negras. No duré mucho más y me corrí sobre la chica del pueblo que creo que esperaba algo más de mí.
Pero ella a mí no me importaba ya nada. Sólo me importaba Marina. Me aparté de la chica diciendo “vamos, que te tienes que ir” y fui buscando su ropa por la habitación y fuera. Marina ya no estaba. La puerta de su habitación estaba cerrada cuando salía con la otra chica, desconcertada por mi actitud, sujetándola del brazo y guiándola a la puerta. No quería ser malo con ella, pero ahora me sentía fatal de no haber dedicado a Marina mi última noche del verano.
Cerré la puerta tras ella y, temblando de miedo y nervios, subí las escaleras hacia la habitación de Marina. Abrí sigilosamente y susurré “¡Marina!”, pero ella no contestó. Estaba dormida, o al menos parecía hacérselo. Yo estaba excitado y aún algo bebido. Dentro de mí había una mezcla de intenciones hacia Marina que iban desde transmitir todo mi cariño hasta hacer una diablura. Comencé a acariciar su pelo. Ummm era seda. Acariciaba su carita… ella no se movía, y ahora estaba seguro de que se hacía la dormida. Estaba tumbada boca arriba sujetando la manta con sus manos. Suavemente las solté, separé la manta de su cuerpo y me tumbé a su lado. Estaba respirando junto a su pelo, cerca de su orejita. Mi mano tomo vida y se puso a recorrer las curvas de su cuerpo sobre la camiseta. Rozándola suavemente. Sus pezones reaccionaron al instante, pero yo no me detenía en ningún lugar concreto, sólo deslizaba mi mano sobre su cuerpo.
 

Ella no abría los ojos. No decía una palabra. Simplemente se dejaba hacer simulando estar dormida. El momento tenía un punto mágico y morboso. Bajaba hasta la piel de sus piernas y subía metiéndome en su camiseta sintiendo cómo se erizaba su fina piel casi de niña. A continuación volvía a bajar rozando su intimidad, para volver a subir otra vez sobre su camiseta. Ahora iba ejerciendo más presión en algunos puntos. Uffff su pecho era firme y sus pezones duros como el diamante. Sus braguitas estaban húmedas, muy húmedas y a veces me detenía sobre su sexo, para luego seguir mi camino por sus piernas hasta casi sus pies y volver hacia arriba. Con un gesto casi imperceptible había abierto sus piernas y lo tomé como una invitación al pecado. En el siguiente recorrido, descendiendo de su fascinante tripita, mi mano se introdujo dentro de sus bragas alucinado por el calor, la humedad y la seda de su pubis. Ella sólo se dejaba. Era mía, mi muñeca ya era una mujer de tamaño natural. Y era preciosa. Su respiración empezó a acelerarse a medida que mis dedos exploraban su interior. Mi posición, a su lado, era perfecta para presionar su clítoris mientras mis dedos exploraban su interior o los pliegues de sus labios. De fondo el suave chapoteo provocado por mis caricias en su sexo. Había pasado muy poquito tiempo cuando ella estalló en un éxtasis total. Su cuerpo se puso rígido y sus manos apretaban con fuerza un puñado de sábana. No cambió de posición. No dijo una palabra. No abrió los ojos. Se corrió en relativo silencio pero las convulsiones de su cuerpo eran evidentes. Las de su sexo presionaban mis dedos. Fue largo y placentero. Cuando se relajó, volvió la cabeza hacia mí para besar mi mejilla, se hizo un ovillo dándome la espalda, y cogió mis brazos haciéndome abrazarla. No hicieron falta palabras.

Yo tampoco sentía la necesidad de seguir. Eso era lo natural. Tumbados lateralmente mi cuerpo la cubría a su espalda y la abrazaba.

Después de aquel verano, yo me enfrasqué en mi carrera de ingeniería en Madrid y, 3 años después, Marina decidió ir a estudiar su carrera universitaria, medicina, a Barcelona. Nuestros encuentros se hicieron escasos, y a veces me culpabilicé pensando que era por lo ocurrido aquella mágica noche. En realidad fueron las dificultades de los estudios en la carrera, las asignaturas pendientes, la dificultad de viajar… lo que hizo que nos distanciásemos. Dejamos de coincidir en las fiestas del pueblo y no siempre había bodas, bautizos o comuniones familiares. Yo, por aquel entonces ya salía con mi primera novia seria. Una canaria preciosa y con acento musical en su voz, que me proporcionó unos años maravillosos de juergas y cariño. Ummmm las fiestas en aquellos pisos compartidos de chicas. Eso es para otro relato.
Con todo y con eso, aún coincidíamos ocasionalmente en alguna boda, y pasábamos largos ratos hablando y riendo a pesar de nuestras respectivas parejas. Había un acuerdo no escrito entre nosotros por el que siempre buscábamos sentarnos cerca en la mesa, y siempre reservábamos un baile para nosotros. Uffffff su pecho, su olor, el tacto suave de su pelo rizado, su silueta en el vestido de fiesta. Siempre volvía a casa pensando “si no fuera mi prima…”. Siempre fuimos corteses y cariñosos ante los ojos de los demás, pero ello no quita que hubiese un brillo especial en nuestra mirada.
Transcurrieron los años. Yo trabajaba en un prestigioso estudio de arquitectura donde me explotaban vilmente, pero donde me sentía original y sofisticado. Mi vida era algo así como una especie de sexo en Nueva York en masculino. Relaciones turbulentas y atrevidas con chicas triunfadoras y traviesas. Debo ser un poco tierno porque esta parte de mi vida no la recuerdo con tanto cariño jajajaja. Y una primavera, casi esperadamente, llegó la “terrible” noticia de su boda. Se casaba con un catalán y nos había invitado a todos los primos a una barbacoa en una masía para entregarnos la invitación. Mientras me lo comentaba por teléfono, mis sentimientos eran encontrados: me alegraba de la alegría que transmitía su voz, pero a la vez me daban ganas de flirtear con ella. Tenía cierta amargura.
La comida en la masía, en el campo, fue espectacular. Reunión de primos y amigos después de muchos años. Familias cruzadas, que también estaba la de él. Vino, música y sol. Ella estaba preciosa, radiante. Un vestido blanco, estampado con algunas florecitas negras repartidas aleatoriamente, falda de vuelo tipo América años 50, algo entallado en la tripita. Había cogido un poquito de peso y se la veía más mujer, casi tan alta como yo. Sus rizos recogidos en una coleta de la que voluntariamente se escapaban algunos que la caían sobre la cara y los hombros. Su piel dorada. Sus inmensos ojos. Estaba loco por ella, y el vino estaba empezando a hacer efectos en mí. En mí y en todos, así que me hice la nota mental de mantener la compostura. No quería estropearle nada del día. Como siempre, nos habíamos sentado próximos. Estaba frente a ella y bromeaba con sus historias del pueblo, haciendo ver a su prometido que se llevaba una “joya”. Ella a veces me daba una patada cariñosa bajo la mesa, o me acariciaba con su pié mientras reía. Contactos inocentes, pero sólo nuestros. Para mí no eran inocentes.
Poco a poco la comida se iba acabando y, en un momento dado, se acababa el vino y dijo que iba a ir a la bodega a por más. Me dijo, “ayúdame y te la enseño” que es una pasada. Me llevó de la mano abiertamente. Todo era inocente. Decía “bajamos a por más vino. Me notaba un poco ligero de piernas por el vino, estaba detrás de ella mientras bajábamos las escaleras hablando de todo un poco:

 

“Así me ayudas, que pesa mucho”
“Ya sabes que yo por mi prima favorita hago lo que sea”
“Además, dirás que soy un poco pava, pero es que me da miedo bajar sola”…
“¿y yo no te doy miedo?? Vaya, yo que siempre he querido ser un malote” le dije divertido
“jajajaja tú me produces otra cosa”
“¿ah síiiiii? ¿Qué te produzco?”
“… morbo” dijo con voz casi inaudible.
“jajajaja, pues no quieras saber lo que siempre me has producido tú a mí”
“ya prefiero no saberlo” dijo con cierta amargura

 

En ese momento, no sé lo que pasó, pero el cielo obedeció a mis plegarias… y la bombilla que nos iluminaba hizo “chakkkk” y se fundió. A veces se alinean los astros, y ese fue uno de esos momentos… Se hizo la oscuridad y ella se detuvo… chocando yo suavemente contra ella. Nos sujetamos de los brazos, yo detrás de ella, muy juntos pero sin más contacto.

 

“¿ves? Por estas cosas me da miedo. Por esto y por los bichos.” Dijo con más calma de la que yo tenía
“pues ahora estás con un bicho, Marina, jeje” Yo siempre bromeando
“Ahí adelante hay otra luz” e hizo ademán de ir a palpara la pared
“no la enciendas” dije con cierto tono imperativo que no buscaba pero me salió

 

Marina se quedó pegadita a mí, unos segundos… sus manos sobre mis antebrazos sin impedir que las mías ya estuvieran sobre su vestido. Y mi nariz olía su pelo… olía a limpio y a champú de hierbas. Despacito mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo… sus costillas… sus manos acariciaban el dorso de las mías… dijo con un hilo de voz “es una locura” y su respiración se aceleraba.

Mis labios se posaron en su cuello, con suavidad le daba un beso húmedo húmedo en la seda de su piel mientras su respiración me ponía más y más cachondo. El vino, el vino nos había llevado a esto pero yo creo que sin vino pasaría exactamente igual. Punto por punto. Mis manos recorrían todo su cuerpo ya, sus tetas redondas sobre el vestido, notaba la dureza de sus pezones. Jamás se los había visto con luz y hoy, en la oscuridad tampoco lo iba a hacer. La piel de gallina de sus brazos, ummmm las yemas de mis dedos rozaban sus labios y ella intentaba morder mis dedos suavemente.
La empujé suave pero firmemente contra la pared y puso sus manos en ella para evitar chocarse en la oscuridad. Yo sujeté con las mías sus caderas, sobre los huesos que sobresalen a ambos lados y rozaba mi paquete contra su vestido. Estaba inmenso, durísimo. Ella suspiraba, y decía imperceptiblemente mi nombre… o decía “es una locura”. Dije “¿cómo se llaman estos huesos de aquí de los que te estoy cogiendo?” (Marina era ya médico)… dijo entre gemidos “es la cresta ilíaca”. Yo cada vez estaba más excitado. Sabía que tenía que ser rápido y opté por tratarla con cierta brusquedad de movimientos. Brusquedad fingida, porque mis labios en su nuca dejaban claro que mis besos eran cariñosos. Cariñosos y morbosos.
Subí su falda a la cintura y con mis manos recorría su cuerpo bajo el vestido. Sus braguitas eran suaves, de algodón como me gustan… jugaba sobre ellas, sobre la piel de sus muslos, sobre su tripita, pero evitaba llegar a su sexo. Ella jadeaba, restregaba su culo sobre mi pantalón… estaba desatada. Quería darse la vuelta, o soltar las manos de la pared, pero no le dejaba. Decía “deja las manos en la pared, Marina”. Y puse mi mano abierta sobre sus braguitas, abarcando todo su sexo con ella. La mantenía abierta y a veces hacía el gesto de atrapárselo con suavidad, otras hacía ligeros movimientos con mis dedos colocados longitudinalmente sobre su hendidura. Notaba que estaba muy muy húmeda. Completamente depilada, creo, aunque mi mano estaba sobre la tela. Decía “es una locura”, pero cuando hacía ademán de retirarla me la sujetaba entre sus piernas y decía “vamos, por favor, sigue…”. Estaba nerviosa, quería moverse. Seguíamos en la más absoluta oscuridad, lo cual era muy morboso en si mismo.

 

“Deja tus manos en la pared Marina” –ordené
“ummmmmm”

 

Metí mis manos en los laterales de su braguita y me agaché deslizándolas sobre sus bien torneadas piernas. Levantó uno y otro pié para que salieran, y las guardé en mi bolsillo, no sin antes pasarlas unos segundos por mi nariz disfrutando del maravilloso olor a feromonas, perfume de canela, a cremita hidratante pero, sobre todo, a mujer. Ya no la percibía como la niña que venía siempre detrás de mí. Ese el olor majestuoso… suave, dulce… no sé, agrio también… despertaba en mí instintos primitivos y salvajes de difícil control… Era sexo puro.
Yo continuaba a la espalda de Marina, de rodillas, y poniendo mi boca sobre su sexo lo recorría longitudinalmente… desde el principio hasta el final y vuelta otra vez. Ella se apretaba contra mí, y yo masajeaba sus glúteos con mis manos, abriéndolos, y todo su sexo con mi lengua. Sólo acertaba a decir “fóllame, por favor, por favor, fóllame”. Estaba loco por hacerlo. Además, no teníamos mucho tiempo.
Así que subí, a tientas recoloqué su vestido sobre su espalda y palpé su culito y su sexo una vez más, situándome apuntando mi polla hacia ella. Uffffffffff se la clave lentamente. Muy muy lentamente, sintiendo como avanzaba cada milímetro dentro de ella. Mientras penetraba en su interior, mis manos se incrustaban en su cadera…. su fina cintura… me permitía tocar sus huesos pélvicos y apretarla fuertemente hacia mi. Y yo metía y sacaba mi miembro dentro de mi prima. Mi prima favorita. Creo que nunca la he tenido tan grande y dura como allí, en la oscuridad de la bodega, con el frío y humedad. Su piel erizada. Sus jadeos.
Estaba loco. Empecé a incrementar el ritmo y ella puso una de sus manos sobre mi culo, para sentir mis movimientos. Sentía como contraía su coñito. Ese coño al que nunca accedí y hoy no iba a poder ver tampoco. Pero cuyo aroma me iba a llevar a Madrid, depositado en sus braguitas. Estaba a punto de correrse… y yo seguía, y seguía. Noté como su mano se ponía sobre su sexo, seguramente masajeando su clítoris, aunque a veces notaba sus dedos sobre el tronco de mi polla. Empezó a contraerse, a gemir tan fuerte que tuve que desplazar mi mano que apretaba fuerte su pezón sobre el vestido, a su boca.
Me encantó sentirla e imaginármela así (estábamos a oscuras)… seguí bombeando despacito, sólo para mí ahora. Disfrutando el calor interior de su cuerpo y sus contracciones. Y muy profundo, sujetando sus caderas, me descargué sobre ella.
Estuvimos en esa posición un minuto más, sintiendo como la sangre iba retornando de nuestros sexos al resto de nuestros excitados cuerpos. Sólo dijo “siempre quise hacer esto”. Y no volvimos a hablar más del asunto. Cuando palpando la pared, consiguió encender la otra luz, me pidió un pañuelo de papel y se lo di. Estaba perfecta, cualquiera diría que hace sólo unos segundos estaba totalmente desatada y ensartada en mi polla.
Cogió al azar unas botellas de vino porque ya teníamos prisa, y volvimos a la fiesta. Como siempre había pasado después de nuestros episodios, no volvimos a hablar de ellos. Sólo a veces, entre la gente, cruzábamos nuestra mirada cómplice. Yo, metía la mano en mi bolsillo y rozaba sus bragas. Ufff sólo pensar que estaba sin ellas puestas, comportándose como una perfecta y radiante anfitriona delante de su prometido me ponía cardiaco. Pero no pasó nada más y no volvimos a hablar de ello.
Unos meses después, su boda fue preciosa. Se los veía totalmente enamorados y felices. Fui solo, no tenía ninguna relación seria en ese momento. Como siempre, Marina reservó un baile para mí. Me dijo que se me veía muy guapo y muy contento, y que era su primo favorito. Ya lo sabía. Aunque me moría por hacerlo, evité la torpeza de pedirle que nos encontrásemos en 10 minutos en los aseos. No era el momento.
 

Nuestras vidas siguieron separadas. Yo continué con mi vida de eterno soltero. Juergas y risas. Aunque en realidad, siempre que soñaba con una chica para mí, esa chica tenía su cara. Ella, profesional brillante, ginecóloga en Barcelona, y esposa ejemplar. Alguna boda, algún funeral, y siempre ternura y cariño hacia mí. Siempre complicidad.

Yo me había aficionado al mundo de las motos. Y tenía una preciosa blanca, roja y azul. Honda CBR 600. Una pasada de moto, de la que os acordaréis. A mí nunca se me olvidará pues fue mi última moto. En vísperas de la navidad de aquél año, antes de cumplir los 30, volvía de Castellón a Madrid cuando el coche de delante hizo un extraño e invadió mi carril arrastrando a mi moto y a mí. Milagrosamente no me rompí más que el hombro izquierdo, pero mi cuerpo quedó completamente magullado y tardé varios días en recuperar la consciencia.
Para empeorar el asunto, contraje una infección indeterminada en el hospital. No sólo estaba dolorido. Estaba decaído y deprimido. En una ciudad que no era la mía apenas tenía visitas. Por lo que tras los primeros días, empecé a encontrarme especialmente mal. Desanimado. Con tanta gente que conocía, casi no tenía apenas visitas. Nadie venía a verme a esta ciudad. Además, mi brazo izquierdo inmovilizado no me dejaba hacer casi nada.
No sé si estaba soñando o despierto, cuando apareció ella. Era al mediodía. Yo no sabía ni qué día era. Estaba más gordita pero igual de preciosa y deslumbrante que siempre. Con un vestido negro, muy ligeramente entallado sobre su cuerpo, dejando ver su incipiente barriguita, la falda le llegaba a la altura de las rodillas y bajo ella medias negras, como a mí me gusta. Su pelo rubio recogido y su sonrisa abierta. Sólo fue entrar ella y la habitación se iluminó. Se iluminó toda mi vida. Yo, al borde de la muerte, y aún me quedo alucinado con su presencia.
Me besó muy cariñosamente mi mejilla, manteniendo sus labios muchos segundos sobre mí y, tras comprobar con ojo experto las medicinas que estaban puestas en mi gotero, se dispuso a sentarse en el sillón ese de acompañante que lo mismo vale para dormir que para sentarse. En ese momento el respaldo no estaba anclado y, como reclina, se le fue la espalda un poco hacia atrás permitiéndome ver involuntariamente sus piernas…. sus medias hasta el muslo…. uffffff
Yo, que llevaba la idea de refunfuñar sobre mi estado y sobre mi suerte, no me queda otra que reírme de su movimiento. Además, empiezo a contemplar la vida de otra manera. Después de haber visto sus piernas, sus braguitas negras, su piel entre ellas y la blonda de las medias, es normal.
Ya no pude contarle penas, sólo hablamos de trivialidades. Ella me animaba comentándome “unos días más en el taller y ya puedes volver a ser el terror de las mujeres de Madrid”. Yo sonreía, en ese momento sólo me apetecía ser el terror de mi prima Marina. Me producía morbo, pese a que sospechaba que pudiese estar embarazada, pero no me atrevía a preguntarle. No por que no tuviésemos confianza, o por si sólo estaba más gordita y pudiese ofenderse. No se lo preguntaba porque algo en mí me impedía hacer la pregunta.
Además, estaba superatractiva. Como siempre. Pero después de tantos días en el hospital, y haber visto debajo de su falda, mi mente que unos minutos antes estaba pensando el la mierda que es la vida en general había entrado en un estado de media excitación y juego… de hecho, nuestras miradas eran traviesas. Llamaron a la puerta y trajeron la comida… joerrrr qué momento para interrumpir. Con lo poco que me apetecía comer. Y menos la comida de hospital… pero ella se acercó a mí, colocó mi almohada para ponerme más erguido y la tuve a pocos centímetros. Oliendo su perfume y mirando sus labios. Colocó la mesita de ruedas ante mí y se dispuso a darme de comer como quien da a un niño desganado.
Me dejaba dar la comida y abría la boca. Decía “muy bien” maternalmente, pero muy despacio puse mi mano útil en su muslo y la fui subiendo bajo su falda…. hizo como que no lo sentía y continuaba dándome la comida. Era alucinante, se dejaba. Y yo mantenía mi mano sobre su piel, justo donde acababan las medias… en el encaje. Subía muy muy despacio entre sus piernas y rozaba el tejido de sus braguitas. Presiono levemente en su sexo, y ella hace un gesto de regañarme sonriendo, pero ve mi carita de perrito abandonado y, sin decir nada, sonríe y se deja hacer. Sigue dándome la comida, maternalmente, como si no estuviese tocando su cuerpo. La situación es flipante.
Ahora yo no hago nada, sólo mantengo mi mano en su piel bajo la falda y con el borde de mi mano rozo sus braguitas. No hago mucho más. Ella al moverse mínimamente para darme la comida se roza ligeramente sobre mí. Creo que se está poniendo caliente. Empiezo a notar una cierta humedad en sus braguitas. Pero no hago nada, sólo mantengo ahí mi mano, como un signo de posesión.
Sólo siento su cuerpo, sus labios, su sexo, pero no hago movimientos. Sólo estoy ahí. Es ella la que se mueve mientras de la cintura para arriba, su cara es de una chica aplicada en alimentarme, de la cintura para abajo se está rozando cada vez más conscientemente sobre mi mano. La mesa esa de hospital, donde va la bandeja, separa dos mundos. Ella me da a mí algo que necesito y yo a ella….
Y le digo… “Marina, cierra la puerta”.
No tuve que decir nada más. Volvió, apartó la mesita de la bandeja de comida y me besó. Impúdicamente, y con lentos movimientos subió su falda y se despojó de sus bragas. Me las dio y las cogí con mi mano buena para acercarlas a mi rostro hechas una bola. Sonrió, me conocía perfectamente. Apartó la sábana, que ya parecía una tienda de campaña donde el mástil era parte de mi propio cuerpo. Subió y se situó a horcajadas sobre mí. Cogió mi miembro y despacio despacio fue descendiendo sobre él hasta que nuestro sexos se tocaron, y poco a poco continuó su recorrido hasta que se fue empalando en mí. Me miraba a los ojos con una expresión tierna y traviesa. Era mi niña.
Mi estado de ánimo había cambiado radicalmente. Ahora era de euforia tranquila. Como siempre con Marina, morbo y cariño, cariño y morbo. Y una gran dosis de erotismo. Una supermujer moviéndose arriba y abajo clavada en mí. Cogió mi mano buena y la puso en su pecho sobre la ropa. Sus tetas eran más grandes que nunca, redondas, duras, sensibles, cálidas. Las amasaba con mi mano, sin furia ni agresividad, pero con presión y ella jadeaba y me miraba sin parar de moverse. No tuvimos que decir nada, sólo mirándonos sabíamos el estado de cada uno. Ella se mordía el labio inferior. Siempre lo hace en estos casos y está preciosa. Tan señora y tan puta a la vez. La visión era espectacular, casi en cuclillas y con su falda subida, su pubis perfectamente rasurado. Mucha humedad y mucho aroma a sexo. Cada vez se iba incrementando nuestro placer hasta que mirándonos comenzó nuestro orgasmo. Se agarró con toda su fuerza a mi cuello y me apretó sobre su pecho. Me dolía un poco el hombro roto, pero no me importaba en absoluto. Estaba en el cielo. En la luna. Jamás había estado mejor. Fué un orgasmo tranquilo pero brutal.
No sé el tiempo que estuvo sobre mí. Creo que acabé durmiéndome por el esfuerzo en mi estado convaleciente. Cuando desperté, estaba a mi lado, sentada en el sillón con las piernas cruzadas leyendo una revista de bebés. Me sonrió y dijo “me alegro de verte, primo”. Y yo contesté “y yo, con el tratamiento que me ha dado, doctora, estoy mucho mejor”. “Ya sabes que siempre voy a estar para cuando lo necesites”. Me besó y volví a cerrar los ojos.
Muchas gracias por llegar hasta aquí. Carlos López. diablocasional@hotmail.com
 

Relato erótico: “Me comí el culo de mi abogada, una madura infiel” (POR GOLFO Y PAULINA)

$
0
0

Aunque Paulina llevaba años siendo mi abogada, nunca pensé en que llegaría un día en el que la tendría tumbada en mi cama desnuda mientras le comía el culo sin parar. Es más para mí, esa mujer era inaccesible y no solo porque era mayor que yo sino porque en teoría estaba felizmente casada.

Rubia de peluquería y grandes pechos, era una gozada verla durante los juicios defendiendo con  vehemencia a mi empresa. Profesional de bandera, se preparaba los asuntos  con tal profundidad que nunca habíamos perdido un juicio teniéndola a ella como letrada.

Por todo ello, cuando me llegó la citación para presentarme en un juzgado de Asturias, descolgué el teléfono y la llamé. Como era habitual en ella, me pidió que le mandara toda la información que tenía sobre el asunto, comprometiéndose a revisarla. Así lo hizo, al día siguiente me llamó diciendo que no me preocupara porque según su opinión la razón era nuestra y lo que era más importante, que sería fácil de demostrar.

Como el juicio estaba programado pasados dos meses, me olvidé del tema dejándolo relegado para el futuro…

La preparación del juicio.

Una semana antes de la fecha en cuestión quedé con ella en su oficina un viernes a las tres. Como Paulina tenía programado irse de fin de semana, me sorprendió que me recibiera vestida de manera informal. Acostumbrado a verla siempre de traje de chaqueta, fue una novedad verla con una blusa totalmente pegada y con minifalda.  Fue entonces cuando realmente me percaté que además de ser una profesional sería, mi abogada era una mujer con dos tetas y un culo espectaculares.

« ¡Qué calladito se lo tenía!», pensé mientras disimuladamente examinaba a conciencia la maravillosa anatomía que acababa de descubrir.

Mirándola sus piernas de reojo, confirmé que esa cuarentona  hacía ejercicio en sus horas libres porque si no era imposible que a su edad tuviese esos muslos tan impresionantes.

«Está buena la cabrona», sentencié y tratando de concentrarme en el juicio, me puse a repasar con ella los papeles que iba a presentar al juez.

Nuevamente comprendí que Paulina había hecho un buen trabajo al ordenar cronológicamente toda la información que le había pasado de forma que a cualquier extraño le quedaría clara mi inocencia así como la mala fe del que me demandaba.

Ya casi habíamos acabado la reunión cuando esa abogada recibió una llamada personal en su móvil. Sé que era personal porque se levantó de la mesa y dirigiéndose a un rincón, contestó en voz baja. Supuse que era su marido quien la llamaba al notar que su voz adoptaba un tono meloso y sensual que nada tenía que ver con el serio y profesional con el que se dirigía a mí.

Curiosamente esa ave de presa que devoraba  a sus adversarios en un abrir y cerrar de ojos, se comportó como una muñequita coqueta y vanidosa durante la conversación. Y lo que es más importante o al menos más me impactó, la charla debió bordear algo erótico porque al colgar  y volver a la mesa, ¡tenía los pitones duros como piedras!

Incapaz de retirar los  ojos de esos pezones erectos que la blusa no pudo disimular, me quedé alucinado por no haberme dado cuenta nunca de los melones que mi abogada atesoraba.

«¡Menudo tetamen!», exclamé mentalmente mientras terminábamos con los últimos flecos del asunto, tras lo cual, me acompañó a la puerta.

Ya nos estábamos despidiendo y esperaba al ascensor,  cuando al abrirse salió su marido. Este, después de los saludos de rigor y mientras yo le sustituía en su interior,  le pidió perdón por no haberla llamado  aduciendo que tenía su móvil sin batería.

-No te preocupes- contestó  mi abogada y diciéndome adiós con su mano, le acompañó de vuelta a su oficina.

La inocente disculpa de ese hombre me reveló que no había sido él la persona con la que Paulina había estado hablando, pero también me hizo sospechar que esa rubia tenía un amante.

« ¡No puede ser!», mascullé entre dientes al no tener certeza de su infidelidad, «Paulina es una mujer seria».

Aun así, al llegar a casa, tuve que pajearme al imaginar que esa rubia madura llegaba a mi habitación y ponía a mi disposición esas dos ubres…

Tras el juicio, perdemos nuestro vuelo.

 

El día del juicio teníamos reservado el primer vuelo que salía de Madrid rumbo a Oviedo para que nos diera tiempo a llegar con la suficiente antelación. Nuestra idea es que después del juicio, nos fuéramos a comer para saliendo del restaurant coger el avión de vuelta sobre las ocho de la noche.

Por eso, eran cerca de las siete cuando nos encontramos en el aeropuerto. Estaba imprimiendo nuestras tarjetas de embarque cuando la vi llegar con su maletín de abogado corriendo por los pasillos.

-No hace falta que corras- comenté divertido al ver su agobio por su tardanza: -Está lloviendo a mares en Asturias y nuestro vuelo sale con retraso.

-¿Cuánto?- preguntó angustiada pensando que íbamos a faltar a la celebración del juicio.

-Es solo media hora. ¡Llegamos sin problema!- contesté tranquilizándola.

Mis palabras la alegraron y regalándome una sonrisa, me insinuó si la invitaba a desayunar al preguntar dónde podíamos tomar un café.  Camino de la cafetería, observé disimuladamente el vaporoso vestido que se había puesto Paulina mientras pensaba en lo buena que estaba. Me resultaba curioso que no habiéndome fijado en ella como mujer durante años, ahora desde que descubrí que era infiel a su marido, mi abogada se hubiese convertido en una obsesión. Cabreado conmigo mismo, intenté dejar de admirar su belleza pero me resultó imposible, una y otra vez desviaba la mirada hacia el profundo canalillo de su escote.

« ¡Tiene unas tetas de lujo!», sentencié molesto por mi poca fuerza de voluntad.

Si la rubia se percató de la naturaleza de mis miradas, no lo demostró porque en cuanto se sentó en la mesa, se puso a repasar conmigo el juicio sin que nada en su actitud me hiciera intuir que se había dado cuenta que su cliente babeaba con su delantera. Por mi parte, me forcé a reprimir las ganas que tenía de hundir mi cara entre esos dos portentos y mecánicamente fui contestando sus dudas y preguntas.

Acabábamos de terminar ese repaso cuando mirando el reloj, me informó que teníamos que irnos. Sin esperar a que yo recogiera mis cosas, Paulina salió rumbo a la puerta de embarque. Al seguirla por la terminal, el sensual movimiento de su pandero me absorbió y totalmente hipnotizado por su vaivén, mantuve mis ojos fijos en esa maravilla temiendo a cada instante que mi abogada se diera la vuelta  y descubriera la atracción que sentía por ella. Con sus nalgas duras y su culo con forma de corazón impreso en mi mente, entregué a la azafata mi billete mientras usaba mi chaqueta para tapar el apetito que crecía sin control bajo mi pantalón.

Ya en el avión, la rubia se dejó caer en su asiento sin advertir que la falda de su vestido se le había recogido dejando al aire una buena porción de sus muslos. Al percatarme mi lado caballeroso se despertó y señalándoselo a mi abogada, ésta los cubrió sonriendo y sin darle importancia.

« ¡Hay que joderse! ¡Qué patas!», exclamé mentalmente sabiendo que quizás nunca tuviera otra oportunidad de contemplar esas maravillas.

Os confieso que durante los siguientes cuarenta y cinco minutos que tarda ese trayecto, me quedé con los ojos cerrados, intentando de ese modo no volver a echar una ojeada a mi acompañante. Era demasiada buena como profesional para perderla por una calentura.

Al llegar a nuestro destino, nos dirigimos directamente a los juzgados. Una vez allí Paulina, la abogada, tomó el mando y comportándose como una fiera machacó a su oponente mientras desde el estrado, yo babeaba imaginando que mordía esos labios y me follaba esa boca con mi lengua. Confieso con vergüenza que para entonces me daba lo mismo el discurrir del juicio y solo pensaba en cómo hacerle para conseguir meter mi cara entre sus tetas.

Como no podía ser de otra forma, la rubia al terminar su alegato contra el juez estaba radiante pero al mirarme sonriendo descubrí que estaba excitada y que bajo la toga, sus pezones la delataban.

« ¡Coño! ¡Le pone cachonda ganar juicios!», sentencié maravillado.

Ese descubrimiento provocó que como un resorte, mi verga se alzara hambrienta entre mis piernas y solo la tardanza del inútil del abogado de la otra parte en sus conclusiones permitió que al levantarme no exhibiera a todos mis mástil tieso.  La razón de esa repentina emoción fue que caí en la cuenta que quizás alagándola su trabajo, podría llevar a cabo mi propio sueño.

Con ello rondando en mi mente, salí con ella hacia el restaurante. La futura víctima de mi lujuria se mostraba feliz con su triunfo y por eso nada más sentarse en la mesa, llamó al camarero y le pidió una botella de champagne. Junto a ella, ilusionado pensé que con alcohol en su cuerpo sería más sencillo el seducirla y por eso en cuanto el empleado sirvió nuestras copas, brindé con ella diciendo:

-Por la mejor y más bella de las abogadas.

Como si fuera algo pactado entre nosotros, Paulina apuró su copa de un trago y pidió que se la rellenaran antes de contestar muerta de risa:

-Con una de las mejores basta.

Su cara reflejó su satisfacción por el piropo y eso me permitió insistir diciendo:

-De eso nada, no te imaginas lo impresionante que te ves frente al juez, ¡hasta el demandante te miró babeando!

-Exageras- respondió ruborizada pero deseosa que siguiera alagando su profesionalidad.

Por ello, incité su vanidad con otro nuevo piropo:

-¡Qué voy a exagerar! Tenías que haberte fijado en cómo te comía con los ojos mientras machacabas su demanda con tu elocuencia- la involuntaria irrupción de sus areolas en su camisa me informó que iba por el buen camino y brindando con ella nuevamente mientras observaba unas gotas de sudor recorriendo su escote, terminé diciendo: -Hasta yo que debía estar acostumbrado al conocerte, me quedé maravillado con tu forma de defender mis intereses.

Mis palabras y ese furtivo repaso a sus pechos la pusieron colorada pero también despertó algo en su interior y reponiéndose al instante, en plan coqueta, preguntó:

-¿Solo te quedaste maravillado con eso?

Dudé si usar esa pregunta para iniciar mi ataque pero creyendo que era el momento, cuidando mis palabras le solté:

-¿Quieres saber la verdad?- y haciendo un inciso, susurré posando mi mano sobre las suyas: -Siempre me has parecido una mujer bellísima pero subida al estrado me recordaste a la diosa de la justicia.

Mi exagerado piropo le hizo sonrojarse nuevamente y ya interesada en saber mi opinión real sobre ella, insistió:

-¿En serio te parezco bella? Soy mayor que tú y encima estoy casada.

El brillo de sus ojos me dio los ánimos de contestar:

-Durante años te había admirado en silencio, pensando que jamás podría siquiera soñar en que te fijaras en mí. Para mí eras inaccesible y por eso nunca te había dicho nada- indirectamente le estaba diciendo que algo había cambiado y por eso me atrevía a confesárselo pero queriendo que fuera ella quien lo preguntara rellene su copa con más champagne y brinde con ella, diciendo: ¡Por la más impresionante abogada que conozco!

Partiéndose de risa brindó pero tras dar un sorbo a su bebida, su curiosidad le hizo preguntarme que era lo que había cambiado para que me atreviera  a confesar mi atracción por ella.

-Prométeme que no te vas a enfadar cuando te lo cuente- contesté manteniendo mi mirada fija en la suya. Agachando su cabeza, respondió en silencio que sí  y sin nada más que perder con excepción de una buena letrada, confesé: – El otro día en tu despacho una llamada te excitó y tus pezones involuntariamente se pusieron duros. Te juro que creí que era tu marido diciéndote guarradas al oído y sentí celos por no ser yo. Pero al salir y encontrarme con él, comprendí que quien te había puesto así era tu amante.

Mi confesión elevó el rubor de sus mejillas y vaciando su copa, me pidió que se la rellenara mientras trataba de cambiar de tema hablando de lo mucho que llovía en el exterior. Sabiendo que una vez había descubierto el imán que sentía por ella no podía dejarla escapar, acerqué mi boca a la suya y suavemente la besé mientras le decía:

-Te deseo.

Durante unos instantes, Paulina dejó que mi lengua jugueteara con la suya en el interior de su boca, tras lo cual, levantándose de la mesa, me soltó:

-Vámonos, me he quedado sin hambre.

Os confieso que al oír a mi abogada se me cayó el alma a los pies y dejando el dinero de la cuenta sobre la mesa salí corriendo tras ella. Ya en la calle me esperaba con gesto serio. Acercándome a ella, estaba a punto de pedirle perdón cuando fijando su vista en mis ojos, me soltó:

-No se lo puedes contar a nadie. Nadie debe saberlo.

Sin saber a qué se refería,  le juré que no lo haría. Y entonces dejándome boquiabierto, señaló un hotel que había en la esquina, diciendo:

-Vamos a registrarnos.

No creyendo todavía que se fuera a hacer realidad mi sueño, pedí una habitación y entregué mis papeles mientras la rubia disimulaba esperando en el hall.  Habiendo firmado ya, me uní con Paulina que aprovechando que se había abierto la puerta se había metido en el ascensor. La presencia de otra pareja no permitió que habláramos de lo que iba a ocurrir y por eso estaba totalmente cortado al abrir la habitación.

Ni siquiera había cerrado a puerta cuando Paulina saltó sobre mí y empezó a besarme con una calentura tal que parecía que ya quería sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella excitante acostarse conmigo, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Respondiendo a su pasión, llevé mis manos hasta su culo y me puse a magrearlo mientras con mi boca intentaba desabrochar los botones de su blusa. Ella al sentir mis dientes cerca de su escote, riendo me soltó:

  • No seas malo, recuerda que estoy casada…
  • Sabes que eso no me importa. Tu estado civil lejos de cortarme, me excita por el peligro que un día mientras te estoy follando, nos sorprenda tu marido-respondí muerto de risa.

Mis palabras elevaron su calentura justo cuando ya había conseguido liberar sus pechos y por eso pegó un gemido al notar un suave mordisco en un pezón mientras mi mano se introducía por debajo de su braga. Con mis dedos recorrí los duros cachetes que formaban su culo al tiempo que haciéndome fuerte en uno de sus senos, empezaba a mamar. Mi abogada al experimentar ese doble ataque aulló:

  • ¡Apriétame las nalgas! ¡Enséñame quien manda!

Al escucharla no solo la obedecí sino que sobreactuando forcé con una de mis yemas su ojete mientras estrujaba sus dos nalgotas.  Paulina no se esperaba esa intrusión pero lejos de quejarse se puso a dar lametazos a mi cara mientras me decía:

  • Me encanta que me trates como una perra.

Su entrega era tal que comprendí que a esa rubia le ponía el sexo duro y por eso dándole la vuelta, le bajé el tanga y con su trasero ya desnudo, apreté mis dientes contra su grupa dejando mi mordisco bien marcado sobre su piel.

  • Cabrón, no me dejes marcas. Mi marido puede enterarse- chilló tan molesta como excitada.

Su tono lujurioso me impulsó a darle un par de azotes en cada una de sus ancas mientras le decía:

  • Eres una putita infiel a la que le encantan los hombres rudos, ¿No es verdad?
  • Sí- aulló descompuesta y más al sentir que metía nuevamente dos dedos en su esfínter.

Moviendo sus caderas de un modo sensual, Paulina me informó taxativamente que estaba encantada con la idea que la tomara por atrás y por eso, separando sus dos nalgas con mis manos, hundí mi lengua en su ojete mientras le pedía que se masturbara al mismo  tiempo.

  • Ten cuidado, pocas veces me han roto el culo- gritó gozando cada uno de los lengüetazos con los que la regalé.

Al conocer de sus labios que su marido apenas le había dado por ahí y usando  mi húmedo apéndice como instrumento, jugué con los músculos circulares de su esfínter con mayor énfasis. El sabor agrio de su culo lejos de molestarme, me excitó  y por eso follándola más profundamente, solté una carcajada diciendo:

  • Mañana cuando veas a tu marido, podrás decir que es medalla de oro por la cornamenta que lucirá.

Fue entonces cuando mi abogada chilló:

  • ¡Para! O me vas a convertir en tu puta.

Esa confesión me hizo gracia y por eso te contesté:

  • No te voy a convertir, ya eres mi puta – tras lo cual seguí calentándote ya que teniéndola abierta de piernas, acaricié brevemente su trasero mientras la alzaba en mis brazos, para acto seguido llevarla con un dedo dentro de su culo hasta la cama donde pensaba poseerla.

La sorpresa no le dejó reaccionar cuando tirándola sobre el colchón, la cogí de su rubio pelo y sin darle tiempo, la ensarté violentamente de un solo empujón. Paulina protestó por la violencia de mi asalto pero no hizo ningún intento de quitarse el mango que llenaba brutalmente su pandero, al contrario cuando ya llevaba unos segundos siendo sodomizada por mí, me soltó:

  • Sigue… ¡cómo me gusta!

 Su entrega me permitió usar mi pene para machacar sin pausa su trasero mientras me agarraba de sus pechos para comenzar a cabalgar sobre ese culo soñado mientras me reía de sus sollozos.

  • Eres un cabrón….¡Estoy brutísima!

Aunque no necesitaba su permiso, me complació escuchar que estaba cachonda y tratando de dar todo el morbo posible a mis palabras, susurré en su oído:

  • No te da vergüenza, entregar tu culo a un extraño mientras tu marido está en casa pensando que su mujercita es una santa. ¡Menuda zorra está hecha mi abogada!

Ese insulto junto con la certeza que estaba disfrutando al ponerle los cuernos hizo que su cuerpo entrara en ebullición y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó su mano hasta su sexo y mientras mi miembro campeaba libremente por su entrada trasera, se puso a masturbar con una fiereza brutal. Sus gemidos se debían escuchar desde el pasillo y gozando con mi pene destrozando su ojete, se dio la vuelta con la cara sudada y sonriendo, me dijo:

    – ¿Te gusta encularme?

    – ¿Tú qué crees?- respondí incrementando la velocidad con el que castigaba una y otra vez su cuerpo.

La facilidad con la que la empalaba me hizo conocer que esa puta había hecho uso de su culo mas veces de lo que decía y por eso me lancé en un galope desenfrenado buscando mi placer al tiempo que ella se estremecía debajo de mí. La lujuria de ambos era tal que en ese instante comencé a arrear a mi montura con una serie de duros azotes sobre sus nalgas mientras ella no paraba de rogar que no parara.

  • Sigue- chilló. – Dame duro.

Los berridos que salieron de su garganta al ser vapuleada fueron la gota que hizo que mi cuerpo colapsara y derramando mi semen en el interior de sus intestinos, me corrí. Paulina al sentir su trasero bañado, se unió a mí aullando de placer.

  • ¡Qué gozada!- rugió sin dejar de menear su pandero en busca de las últimas oleadas de mi leche.

Una vez había vaciado mis huevos, me dejé caer sobre ella abrazándola. Mi abogada todavía empalada por mi verga, dejó que mis brazos la acogieran entre ellos y luciendo  una sonrisa, me soltó:

  • Tendremos que llamar a Madrid y explicarles que hemos perdido el vuelo.

Sorprendido, miré el reloj y al ver que todavía nos quedaba tiempo para llegar al aeropuerto, comprendí lo que realmente la rubia quería decir y soltando una carcajada, respondí:

  • ¿Para cuándo reservo? ¿Para mañana o para pasado?

Muerta de risa, contestó:

  • Para mañana. No quiero que mi marido sospeche de su mujercita.

Su descaro me hizo reír y recordando que todavía no había hecho uso de su coño, llevé una de mis manos a su entrepierna mientras con la otra, pellizcaba sus pezones.  La rubia al experimentar esa doble ofensiva, maulló de gozo y pegó su culo a mi pene intentando reanimarlo. Separando sus cachetes, se lo incrustó en la raja y meneando su trasero, comenzó a pajearme mientras yo hacía lo propio con ella. Cuando notó que mi verga ya había consguido alcanzar su extensión máxima, poniendo tono de puta, me preguntó:

  • ¿Vas a follarme?

Desnudos como estábamos, esa pregunta era al menos extraña y eso me llevó a suponer que quería que la calentara de algún modo. y por ello mientras seguía torturando su clítoris acerqué mi boca a su oído y le susurré:

  • Te has quedado para eso. O ¿no es así? ¡Putilla!

Al escucharme, dio un prolongado suspiro y retorciéndose sobre las sábanas insistió:

  • ¿Te caliento??
  • Sí, y lo sabes. Me gusta verte desnuda y disfrutar de tus pechos mientras separo los pliegues carnosos que escondes entre tus piernas.

El gemido que salió de su garganta me informó que iba por buen camino y que lo que Paulina necesitaba era que la estimulara tanto física como verbalmente. Por ello, mordiendo su oreja, dije en voz baja:

  • Me calientas porque eres una zorra ninfómana que buscas en mí a tu macho. Sé que después de esta noche soñarás conmigo, aunque estés con el cornudo de tu marido.

Nada más oírlo, mi abogada se corrió nuevamente formando con su flujo un gran charco sobre el colchón.  Habiendo resuelto mis dudas, retorcí una de sus aureolas diciendo:

  • El cornudo de tu marido nunca ha sabido valorar a la guarra con la que se casó.

Mi enésimo insulto la molestó y levantándose de la cama se empezó a vestir mientras me decía que me había pasado.  Su enfado lejos de tranquilizarme, me excitó y viendo que quería marcharse, la perseguí hasta la puerta.  Una vez allí, la lancé contra la pared y aprovechando su sorpresa, la besé metiendo mi lengua hasta el fondo de su boca mientras le estrujaba su culo con mis manos. La  pasión con la ella reaccionó, me hizo saber que le excitaba mi violencia  y mientras Paulina intentaba que llevar mi pene hasta su coño, le grité:

  • Lo quieras o no, te voy a folllar como la puta que eres.

Fue entonces cuando mordiéndose los labios, la rubia me contestó:

  • Sí…….soy tu puta.

Envalentonado por el rubor que cubría sus mejillas al confesarlo, le pregunté mientras hundía mi verga entre los pliegues de tu sexo:

  • Y las putas ¿Que hacen?

–        Son folladas por su macho- respondió gritando mientras ponía sus dos esplendidas peras al alcance de mi boca.

Siguiendo tanto mis deseos como los suyos. Comencé a moverme con  mi pene golpeando la pared de su vagina mientras me la tiraba  con su espalda presionando la misma puerta que quiso cruzar al huir de la evidencia que era mi zorrita. Los aullidos de placer con los que me regaló azuzaron el morbo que sentía por estar tirándome a esa madura y recreándome en sus tetas, usé mis dientes para mordisquearlas.

  • ¡Muérdelas! – aulló descompuesta- ¡Hazme chupetón!

«Esta zorrita está excitada», pensé mientras intentaba dar cauce a su excitación mamando de sus pechos sin parar al tiempo que con mi pene recorro una y otras vez el interior de su vagina. Un renovado chillido por su parte, hizo que sacando la lengua, lamiera su cara, sus mejillas y su boca dejando el olor de mi saliva sobre su rostro.

  • Sigue….te deseo. Me pones bruta.

Sus palabras despertaron mi lado perverso y deleitándome en su confesión, la obligué a abrir su boca. Al hacerlo dejé que mis babas cayeran dentro de ella mientras Paulina se sorprendía al notar que mi salivazo había mojado aún más su coño.

  • Dime que soy tu hembra- chilló.

– A una hembra se la marca- respondí y antes que me respondiera  llevé mi boca nuevamente a su cuello con la intención de dejarte un chupetón.

En ese momento me sorprendes al ponerte de rodillas y decirme con voz sensual:

  • Márcame, ¡Soy tu zorra!.

Al escuchar su entrega, solté una carcajada y metiendo un dedo en su culo, la llevé ensartada con él hasta la cama. Una vez allí, la dejé un instante esperando y volví sobre mis pasos para dejar la puerta de la habitación entre abierta. Al verlo la rubia, me preguntó el por qué. Muerto  de risa, cojí el teléfono y llamando a la cocina del hotel, pedí que nos subieran unos sándwiches.

  • ¡No tengo hambre!- protestó deseando volver a empalarse con mi pene.

Descojonado, le contesté que el pedido  es una excusa para que el camarero vea lo puta que es mi abogada mientras salta sobre mi verga. La sola idea que el empleado del hotel la viera follando, la puso cachonda y como una posesa se puso a lamerme la polla para que cuando llegara nos pillara con sus tetas botando sobre mi mientras se empalaba con mi miembro. A los cinco minutos, escuchamos que el muchacho tocaba la puerta.  Fue entonces cuando acoplándose sobre mí y usando mi verga como silla de montar, la abogada le dio permiso para entrar.

Ni que decir tiene que el crio se quedó acojonado con la escena y solo al cabo de unos segundos pudo reaccionar, trayendo hasta la cama la cuenta para que se la firmara. Queriendo forzar su calentura, dije al empleado que quería  pagar con mi tarjeta y que la agarrara de mi cartera.

Totalmente cortado, el muchacho respondió sin dejar de observar el movimiento de las pechugas de mi acompañante:

-¿Dónde la tiene?

Muerto de risa, contesté  que estaban bajo las bragas chorreadas de la puta a la que me estaba follando. El tipo rojo como un tomate, las cogió con dos dedos y al hacerlo le llegó el aroma a hembra que manaba de ellas. Los gritos de Paulina al saberse observada, así como el modo tan brutal con el que se empalaba, le hicieron preguntar mientras me pasaba el bolígrafo:

  • ¿Le importaría apuntar el teléfono de su puta en el recibo? Está muy buena la rubia y se nota que es una zorra dispuesta.

Soltando una carcajada, firmé la nota sin acceder a su deseos pero poniendo en su mano una buena propina, Al verlo salir girándose continuamente para fijar en su retina la imagen del vaivén de sus pechos, descojonada me soltó:

  • Eres un cabrón, folla casadas.

Esa salida me hizo gracia y por eso la tumbé sobre las sabanas y sin pedirle opinión, agarré dos de mis corbatas y la até al cabecero con ellas. Muerta de risa y excitada, se reía mientras me preguntaba qué iba a hacerle. La indefensión y saber que la puerta seguía abierta de forma que cualquiera que pasara por el pasillo, la vería en pelotas y atada sobre el colchón, la excitó y más cuando me vio llegar del baño con una maquinilla de afeitar y un bote de espuma en la otra mano.

  • ¿Qué vas a hacer?- preguntó intrigada.

Sin hacerla caso, esparcí la espuma por su sexo y mientras le acariciaba su clítoris mojado, susurré en su oido:

-Te voy a afeitar ese coño peludo que tienes. A ver que le dices a tu marido cuando vea que lo tienes depilado como una puta.

Exagerando su reacción, intentó liberarse de sus ataduras mientras me rogaba que no lo hiciera. Obviando sus quejas, cogí la guillete y comencé a retirar el antiestético pelo púbico de su coño. Los chillidos de la mujer menguaron a la par que retiraba una porción de la crema de su vulva y con ello, una parte del bosque que cubría su chocho. No queriendo que se enfriara esa puta, le fui dando unos lametazos consoladores sobre cada fracción afeitada, consiguiendo de esa forma que de su garganta brotaran gemidos de placer.

  • Eres un hijo de puta- berreó ya con una sonrisa- ¿Qué voy a decirle a mi marido cuando me vea así?
  • Ese es tu puto problema- respondí lamiendo su coño casi exento de pelos.

Poco a poco, las maniobras sobre su sexo, hicieron que este se encharcara y sabiéndola indefensa, seguí arrasando con el rubio vello que enmascaraba ese coño.

  • Te lo voy a dejar como el de una quinceañera- murmuré en su oreja mientras la mordía.

Su calentura y la imposibilidad de moverse, hizo que la rubia meneando sus caderas me pidieras que la follara pero haciendo oídos sordos a sus deseos, pacientemente terminé de afeitarle el coño y tomando mi móvil, lo fotografié repetidamente mientras le amenazaba con mandar esas imágenes al cornudo de su marido. Sus gemidos se hicieron gritos cuando cogiendo mi pene, se lo incrusté a su máxima potencia, diciendo:

  • Sonríe que quiero dejar constancia del estreno de tu nuevo chocho.

La cara de mi abogada fue un indicio del morbo que le daba ser inmortalizada con mi aparato en su interior y por ello comencé a menearlo sacando y metiéndolo mientras  le pellizcaba las tetas. Su expresión de placer indujo a liberar una de sus manos y voltearla sobre el colchón, tras lo cual, la volví a atar mientras le decía:

  • ¿Estás preparada para que te dé por culo a pelo?

Mi abogada tan elocuente otras veces, no respondió y comprendiendo que con su silencio me daba el permiso que necesitaba,  le separé las dos nalgas con mis manos y acercando mi glande a su ojete, apunté y de un solo empellón se lo clavé hasta el fondo. Su grito se debió de oír hasta la recepción del hotel pero no por ello me compadecí de ella y sin dejar que se acostumbrara a tenerlo campeando en sus intestinos, machaqué sin pausa ese culo mientras la rubia me pedía que cerrara la puerta.

  • Ahora, no. Primero quiero demostrarte que eres mi hembra y que yo soy tu dueño- respondí cogiendo su melena y forzando su espalda al tirar de ella.

El dolor y el placer se mezclaron en su mente mientras temía que en cualquier momento alguien entrara por la puerta, alertado por el volumen de los gritos que ella misma emitía. Después me reconoció que en esos instantes, todo su ser combatía la sensación de sentirse feliz al ser usada como hembra. Durante toda su vida, ella había luchado por hacerse un hueco y de pronto al experimentar el estar indefensa y sometida a mí, había disfrutado como nunca.

Ajeno al discurrir de los pensamientos de la rubia, seguí solazándome en ese trasero y llevando mis manos hasta sus hombros, me afiancé en ellos para incrementar el ritmo con el que la sodomizaba. La nueva postura hizo que la rubia rugiera de placer y dejándose caer sobre el colchón, llegó a su enésimo orgasmo al mismo tiempo que mi pene descargaba su cargamento en el interior de su culo.  Paulina al notar mi explosión en su interior, meneó sus caderas de arriba abajo para ordeñar mi miembro mientras ella disfrutaba como la perra infiel que era de cada una de gotas de mi lefa templando su trasero.

Agotado, me deslicé sobre ella y forzando sus labios con mi lengua, jugueteé con la suya mientras con mis manos estrujaba las dos maravillosas tetas que la naturaleza le había dotado. Su respuesta rápida y pasional me informó que no estaba molesta y que a partir de ese día, Paulina sería mi abogada, mi puta y mi hembra aunque al terminar el día durmiera con el cornudo de su marido….

 

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es

Relato erótico: Dominada por mi alumno 09 – (Historias 3ª parte) (POR TALIBOS)

$
0
0

HISTORIAS (3ª parte):

El viernes desperté dolorida y agotada. Me dolía hasta el último centímetro de piel, que había sido sobada y manoseada a placer por un buen puñado de hombres. Con ese recuerdo revoloteando en mi cabeza, miré en la penumbra del dormitorio al bulto durmiente bajo las sábanas que era mi novio.
No pude evitar sonreír al mirarle, recordando que la noche anterior se había portado como un campeón. Por una vez, la perrita se había acostado bien satisfecha.
–         Pues nada – dije para mí – lo único que necesito para dormir como un bebé es que me follen dos tíos y sobar unas cuantas vergas. Mano de santo.
Todavía sonriente, me desperecé voluptuosamente, desentumeciendo los músculos. Con cuidado para no despertar a Mario, me deslicé fuera de la cama y caminé en silencio hasta el baño.
Como siempre hacía, examiné mi cuerpo en el espejo, comprobando que, como me temía, tenía varios moratones en la piel. Especialmente enrojecidas estaban las tetas (por razones obvias), aunque el culito también estaba colorado. Es lo que tiene que tu Amo te dé unos azotes por ser una niña mala.
Pero, a pesar de todo, me sentía estupendamente. El día anterior había sido glorioso, me sentía feliz y completa y, debía reconocerlo, el colofón nocturno con Mario había estado genial. No tanto como con Jesús, no… pero mucho mejor de lo habitual.
Tarareando una cancioncilla, me metí bajo la ducha y eliminé los últimos rastros del día anterior, tanto en forma de cansancio muscular como… los de otro tipo.
Procurando no hacer ni un ruido (pues era más temprano de lo habitual), me vestí y tomé algo en la cocina para desayunar. Cuando estuve lista, cogí mis cosas y me dispuse a salir, pero entonces me acordé de Mario y de lo mal que lo había tratado su novia últimamente, así que decidí darle un besito de despedida.
Me alegré de hacerlo, pues, aunque tenía una alucinante cara de sueño por haberle despertado, la sonrisa con que me despidió era contagiosa. Mejor portarse como una buena novia… por si algún día tenía que darle la patada. Qué menos que dejarle buenos recuerdos.
Canturreando otra vez, conduje hasta un lavado automático que me pillaba más o menos de camino, de esos de autoservicio con mangueras a presión. Aparqué en el último cubículo, me cambié de zapatos por unos que siempre llevo en el maletero para estos menesteres y procedí a eliminar el tuneado que me habían dejado en la puerta los tres mecánicos del parque. ¡Bah!, no pasaba nada, había salido barato.
Las clases fueron bien. Como me sentía bastante animada, logré que trascurrieran de forma amena, en un ambiente bastante distendido. Se veía en la cara de los alumnos que me agradecían que no los machacara con una clase plomo el último día de la semana, así que las primeras horas pasaron volando.
Me daban ganas de decirles: “Ya sabéis, chicos. Si queréis que vuestra maestra esté contenta en clase, lo que hace falta es que se la follen bien follada”.
Aquello me hizo reír. Seguro que pensaron que estaba loca.
Llegó la hora del recreo y noté que tenía hambre (lógico, con todas las calorías que había quemado el día anterior), así que me fui al bar.
Pedí un bocata y un café y con ellos en la mano, intenté encontrar donde sentarme. Fue entonces cuando vi a Gloria, solita en una mesa, tratando de llamar mi atención agitando un brazo de forma ostensible. Sonriendo, me acerqué a su mesa y me senté a su lado.
–         ¡Felicidades, número 6! – me espetó jovialmente mientras me sentaba.
–         ¡Shissst! – siseé mirando nerviosamente a los lados – ¿Estás loca? ¡No hables tan alto!
Me podía haber ahorrado el comentario, pues nadie nos hacía el menor caso.
–         ¡Venga, no seas mojigata! – dijo ella acercando su cabeza a la mía en plan confidencial – ¡Tienes que contármelo todo!
Joder. Debería habérmelo imaginado. Pero bueno, qué se le iba a hacer. Total, en nuestro grupito no había secretos.
Resignada, empecé a narrarle todo lo acontecido la tarde anterior, mientras ella, entusiasmada y charlatana como siempre, no paraba de interrumpirme, por lo que, cuando sonó el timbre que indicaba el final del correo, Jesús estaba todavía presentándome a Yoshi en su estudio.
–         ¡Mierda de timbre! – exclamó Gloria que ya estaba enganchada a mi relato – ¡Pero si aún no habías llegado a lo bueno!
–         Y qué quieres hija, si no te callas ni debajo de agua. Parecía que lo estabas contando tú.
Gloria hizo un gracioso mohín ante mis palabras y me sacó la lengua, divertida. La verdad es que era un encanto cuando quería.
–         Mira – le dije – Luego te llevo a casa en coche y te cuento el resto.
–         ¡Cojonudo! – exclamó ella en voz bastante alta.
Esta vez sí que nos miraron varios alumnos, pero me dio exactamente lo mismo. Salimos juntas del bar y fuimos hasta su clase, pues a esa hora me tocaba con ellos.

Junto cuando íbamos a entrar, me sonó el móvil. Extrañada, lo saqué del maletín y vi que tenía un mensaje de texto. El remitente era Jesús.

Un escalofrío me recorrió la espalda y me quedé quieta como un pasmarote en la entrada del aula. Nerviosa, accedí al contenido del mensaje, pero éste resultó ser bastante inocente.
–         Conecta el Blue Tooth – decía simplemente.
Alcé la vista y busqué a mi Amo en el aula. Allí estaba, mirándome sonriente desde su asiento, con su móvil colocado encima de su pupitre. Mi corazón palpitaba furiosamente y notaba ya el característico calorcillo en mi entrepierna.
Con torpeza, pues no se me dan muy bien esos aparatejos, manipulé el móvil hasta encontrar el encendido del Blue Tooth. Tras activarlo, continué hasta mi mesa, mientras los alumnos no me hacían mucho caso.
A los pocos segundos, el teléfono me avisó de que Jesús_Novoa quería compartir un archivo conmigo. Pulsé “Aceptar”.
Mi corazón latía en mis oídos mientras la barra de progreso subía. Ni siquiera percibía el jaleo que montaban los alumnos al ocupar sus asientos y eso que debía ser considerable.
Cuando la barra se llenó, pulsé “Abrir Archivo” sin pensármelo dos veces.
Allí estaba. Un vídeo de baja calidad, grabado por una mano temblorosa, pero que se veía bastante bien debido a que el interior del habitáculo estaba iluminado. Era mi coche.
En la pantallita del teléfono aparecía yo, cabalgando sobre la polla de mi Amo, con sendas vergas en las manos. El vídeo no era muy largo, pero el cabrito del pajillero aprovechó el tiempo para hacer un buen zoom a mi rostro, con lo que pude contemplar mi propia cara desencajada por el placer mientras daba botes medio enloquecida dentro del auto.
Sin embargo, la cara de Jesús no se veía ni por un instante, pues mi cuerpo le ocultaba al objetivo de la cámara.
Noté las mejillas calientes y alcé el rostro con timidez hacia mi Amo, que me miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Avergonzada (pero excitada), guardé con torpeza el móvil de nuevo en el maletín. Me di cuenta entonces de que Gloria me observaba extrañada, lo que me hizo ruborizar más aún. Sin duda luego tendría que contárselo también.
Como buenamente pude, calmé los ánimos de los alumnos y empecé con la materia. Esta hora fue un poco más jodida que las anteriores, pues cada vez que miraba a Jesús, me ponía nerviosa. Aún así, me las arreglé para sacar la lección adelante y, cuando sonó el timbre, sentí un infinito alivio.
A los chicos les quedaba otra hora antes de salir, aunque yo había acabado ya, pero, como le había dicho a Gloria que la llevaría, tenía que esperarla. Tras decirle adiós con la mirada a Jesús (y de que él me ignorara por completo, lo que me agobió un poco) le dije a Gloria que la esperaba de nuevo en el bar.
No quería ir a la sala de profesores, pues aún recordaba el desagradable incidente con el director, así que me llevé mis cosas a la cantina del instituto (mucho más vacía a esas horas), pedí un refresco y me dediqué a ordenar papeles.
Pero no podía concentrarme. Mi mente viajaba continuamente hacia Jesús y me di cuenta de que la completa satisfacción sexual que sentí por la mañana había desaparecido y nuevamente me encontraba contando los minutos que faltaban para mi siguiente encuentro con el Amo. Puto vídeo porno amateur de los cojones.
Como no iba a sacar nada en claro con las cosas del trabajo, me puse a redactar la lista de la compra, incluyendo todas aquellas cosas que podían gustarle a Jesús, pues si iba a pasar todo el fin de semana en mi casa, quería prepararle una buena comida.
Mientras estaba en ello, mi móvil sonó de nuevo. Nerviosa, volví a sacarlo, pero esta vez se trataba de un mensaje de Mario. Me decía que llegaría tarde para almorzar, pues había tenido que ir a llevar unos papeles a no sé dónde. Como siempre, mi responsable novio me avisaba si algo iba a sacarlo de su rutina, para que no me preocupara.
Trascurrida la hora y en medio de la barahúnda de alumnos abandonando el centro, Gloria pasó a recogerme. Tras pagar la consumición nos fuimos juntas al coche y, en cuanto estuvimos las dos dentro, la joven volvió al ataque.
–         ¿Qué coño te ha mandado Jesús por el móvil? – me espetó sin perder un segundo.
–         ¿Tú qué crees? – le respondí divertida.
–         ¡Alguna guarrada de las tuyas! – exclamó la joven.
–         Muy aguda – reí mientras arrancaba el vehículo.
–         ¡Quiero verlo!
–         Luego lo verás – le dije concentrada en no atropellar a ningún alumno – Es un vídeo del fin de fiesta y es mejor que te lo cuente todo por orden.
Conduje hacia nuestro edificio contándole con todo lujo de detalles mis aventurillas del día anterior. Gloria, sin poder evitarlo, no callaba ni para respirar, por lo que la narración se alargó de nuevo.
Mientras aparcaba mi coche en el garaje, la joven se reía a carcajadas.
–         ¿Y no sabías lo que era el sabo? – se descojonaba – ¡Pues estás bien harta de probarlo!
Me sentía tan de buen humor que ni siquiera me molestaron sus palabras.
–         ¡Y tú lo mismo, guapa! – retruqué riendo a mi vez.
Juntas, caminamos hacia el ascensor. Me sentía bien y estaba disfrutando con la narración. Me gustaba compartir mis depravadas experiencias con alguien que no iba a juzgarme, pues sus experiencias eran al menos tan depravadas como las mías.
–         ¡Vaya mierda! – dijo Gloria tal y como yo esperaba – Ahora tendré que esperar a mañana para saber cómo sigue.
–         Pues vente un rato a mi casa. Mario aún tardará en llegar y puedo seguir contándotelo todo. Te invito a un refresco.
–         ¡Estupendo! – exclamó Gloria con los ojos brillantes – Aunque prefiero que me invites a una cerveza.
–         ¿Cerveza? – dije en tono muy serio – Aún eres una menor. Menuda profesora sería yo si le diera alcohol a uno de mis alumnos.
En cuanto pronuncié esas palabras, me di cuenta de lo cataclísmicamente estúpidas que eran. Gloria me miraba atónita, sin saber qué decir quizás por primera vez en su vida. Al verla así, no pude evitar echarme a reír.
Casi llorando de risa, llegamos las dos a mi piso. Gloria, con toda la confianza del mundo, se lanzó sobre el sofá, arrojando su carpeta con descuido sobre una silla. Yo, todavía riendo, fui a la cocina a por las cervezas y algo de picar.
En pocos minutos estábamos las dos sentadas, contándole a mi alumna cómo Jesús se había follado a su profesora en el parque, mientras tres desconocidos repintaban el coche con su semen. Toma ya.
–         Increíble. Menuda guarra estás hecha – me dijo Gloria admirada.
–         ¿Y tú no habrías hecho lo mismo si Jesús te lo ordenara? – dije sonriendo.
–         ¿Y quién dice que no lo haya hecho? – respondió ella juguetona.
–         Entonces también eres una guarra – sentencié.
–         Yo no he dicho lo contrario – retrucó ella haciéndonos reír de nuevo.
Minutos más tarde, con una nueva cerveza en la mano, Gloria miraba con los ojos como platos el vídeo que me había mandado Jesús.
–         Vaya cara de zorra – siseó – Parece que se te haya ido la cabeza. Es increíble cómo te gustan las pollas… menuda golfa.
–         ¡Oye! – la regañé medio en broma – Que soy tu profesora. No me hables así.
Bromeando, le di un suave golpecito en la rodilla, pero Gloria no se reía. Súbitamente seria, me miró fijamente.
–         Te hablo como me da la gana. No te olvides de quien soy – me dijo en tono frío como el hielo.

Me estremecí.

–         Lo… lo siento – acerté a decir sin saber muy bien qué hacer.
Aquellos súbitos cambios de actitud me descolocaban. Debería estar ya acostumbrada debido a Jesús, pero lo cierto es que siempre me pillaban por sorpresa.
–         Buena chica – dijo Gloria sin apartar sus ojos de mi rostro – Haces bien en disculparte.
–         Gracias – asentí sumisa.
–         Además, he de reconocer que tu historia me ha puesto muy cachonda, así que he pensado que me apetece que me comas el coño.
Un calambrazo recorrió mi columna vertebral. Miré a Gloria a los ojos, tratando de averiguar si estaba hablando en serio. Pero sus ojos no bromeaban.
–         Enseguida – respondí obediente.
Sin perder un instante, dejé mi cerveza sobre la mesa y me acerqué a Gloria. Ella me miraba con una excitante sonrisa de lascivia dibujada en los labios, observando cómo su profesora se disponía a practicarle sexo oral en el sofá de su propia casa.
Me arrodillé en el suelo frente a ella mientras se repantingaba a gusto sobre el cojín. Llevé mis manos a la cinturilla del pantalón, abriendo el botón fácilmente, pues la putilla no llevaba correa. Gloria, colaboradora, levantó el culo del sofá para que pudiera bajarle los pantalones. Me costó un poco, pues la zorrilla gustaba de ir marcando curvas, así que los pantalones eran muy ajustados.
Mientras yo dejaba los pantalones sobre una silla ella misma se bajó el tanga. Sacó una sola pierna, por lo que la prenda quedó colgando de un tobillo, mientras su dueña se abría de patas al máximo sobre el sofá.
Con una sonrisa increíblemente libidinosa, Gloria observó cómo volvía a arrodillarme entre sus muslos abiertos y, sin más dilación, posaba mis labios en la palpitante vulva de mi alumna.
Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de la chica cuando mi lengua se hundió entre sus labios vaginales y comenzó a juguetear en medio. Llevada por la excitación, literalmente hundí la cara entre sus muslos, de forma que incluso mi nariz quedó enterrada en el coño de la joven, mientras mi lengua serpenteaba y chapoteaba en las humedades que allí había. Para ser tan sólo el segundo coño que me comía, lo estaba haciendo bastante bien, a juzgar por los gemidos y suspiros de la pequeña Gloria.
Sin embargo, cuando me animé a meterle un par de dedos en el coño, Gloria se retorció como una culebra.
–         Te… te he dicho que… que me lo comas – jadeó – Na… nada de dedos.
Sorprendida, no tuve más remedio que obedecer, sacando los dedos del interior de la jovencita y redoblando mis esfuerzos con la lengua y los labios. Sabiendo lo que me gustaba a mí, absorbí su clítoris entre mis labios y empecé a juguetear con él con la lengua, lo que le gustó bastante a la zorrilla.
–         SÍ… ASÍ PUTA… CÓMEMELO… – aullaba mientras apretaba mi rostro contra su entrepierna.
Por fin, Gloria se corrió, con fuerza y voluptuosidad. Sus caderas bailaron en mi cara y sus muslos aplaudieron contra mis oídos. Finalmente, se relajó por fin, apartando su mano de mi cabeza, permitiéndome salir de entre sus piernas.
Me relamí de gusto, bastante cachonda a mi vez, pensando que, al fin y al cabo, el sexo lésbico no estaba nada mal.
Dispuesta a seguir con la juerguecita, me quedé esperando nuevas instrucciones de la chica, pero, por desgracia, ella no pensaba quedarse.
–         Ha estado genial, Edurne – me dijo dándome un besito en la mejilla – Me has puesto super caliente con tu historia. Y ese vídeo… Me muero por ver la copia completa.
¡Coño! Gloría tenía razón. El vídeo sólo duraba unos segundos y el tipo había estado grabando un buen rato. Lógico, seguro que Jesús lo había editado.
–         Y te ha mandado un fragmento donde no se le ve la cara – pensé sin saber por qué.
Gloria seguía charla que te charla mientras se ponía la ropa. Cuando estuvo decente, volvió a besarme en la mejilla, desconcertándome de nuevo con sus cambios de humor y se despidió de mí hasta la mañana siguiente, dejándome con un calentón de aquí te espero.
Mario sacó provecho de ello, pues cuando volvió, bastaron con un par de insinuaciones bastante descaradas para que el muy ladino se animara a echarme un polvo sobre la mesa de la cocina.
Y por la noche, para despedirse antes del viaje, unos cuantos más. Y estuvieron muy bien.
Agotada, me levanté a las seis de la mañana para despedir a mi novio. La despedida fue sincera, pues sentí que le iba a echar de menos, aunque en cuanto llegara Jesús… le olvidaría por completo.
Cuando se marchó, volví a dormirme un rato, con idea de levantarme a las ocho, arreglar un poco la casa e ir a hacer la compra al supermercado, pero con el cansancio acumulado, me olvidé de conectar el despertador, así que me levanté cerca de las diez, sin tiempo para hacer todo lo que tenía pensado.
Por fortuna, la solución se me ocurrió con rapidez.
Busqué mi móvil y escribí un SMS: “Asómate a la ventana” decía simplemente.
Tras enviarlo, me dirigí al ventanal del salón y, ni corta ni perezosa, me desnudé por completo asomándome al cristal, de forma que mi vecino el voyeur, que ya había obedecido mis instrucciones, pudiera hacerse una buena paja en mi honor mientras yo me acariciaba las tetas. Muy poético todo.
Cuando el buen hombre hubo acabado (y después de que limpiara frenéticamente las huellas de su aventurilla del cristal, para que su mujer no se diera cuenta) le hice un gesto inequívoco de que quería que viniera a mi piso.
Menos de cinco minutos después, llamaban a la puerta. Completamente desnuda, le abrí y dejé que se recreara unos instantes más con mi anatomía. Cuando el pobre recobró la respiración, le di nuevas instrucciones.
–         Necesito que vayas al supermercado por mí – le dije sin más preámbulos – Y tienes que estar de vuelta antes de las once y media.
–         No… no hay problema – balbuceó el pobre con los ojos amenazando salirse de las órbitas.
–         Toma. Aquí tienes la lista de lo que necesito y el dinero.
El tipo cogió ambas cosas sin mirarlas, pues estaba ocupado mirando otra cosa.
–         Venga, date prisa – le dije empujándole suavemente.
–         Sí… sí… vale…
Si me hubieran dicho semanas atrás que iba a hacer algo como eso me habría apostado sin dudar la nómina de 5 años. Las vueltas que da la vida.
Me puse una camiseta y un pantalón corto y como un huracán, me dediqué a arreglar el piso y a quitar el polvo. No había mucho que limpiar, pues Mario es muy apañado y cuando está en casa solo se entretiene limpiando, pero aún así se me fue un buen rato cambiando sábanas, limpiando el baño y pasando el plumero por los muebles.
Cuando volvieron a llamar, fui a abrir como un rayo. Esta vez no me molesté en desnudarme, pues ya le había pagado de sobra el servicio al buen hombre. El pobre no pudo evitar dirigirme una mirada tan desconsolada que me hizo sonreír.
Muy eficiente, me ayudó a llevar las bolsas a la cocina y me entregó el cambio y el ticket de compra.
–         Gracias Roberto – le dije mirando nerviosa el reloj – Si no te importa, voy con la hora justa y…
–         Claro, claro… me marcho… no dude usted en pedirme cualquier cosa que necesite. Aquí estamos para servir.
Le miré sonriente. Qué majo el tipo. Qué educadito. Para ser un voyeur pajillero digo. Me dio hasta cosa hacerle marchar sin más. Si no llego a ir tan justa de tiempo, le hubiera hecho una pajita y todo. Por apañado.
Fue por esto por lo que, una vez que hubo salido del piso y se dirigía al ascensor, no pude evitar llamarle.
–         Shiist… ¡Eh, Roberto! – le llamé.
El tipo se dio la vuelta y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio que me había subido la camiseta hasta el cuello y que estaba moviendo los hombros hacia los lados, para que mis tetas bailotearan como dos campanas.
Tras unos segundos de espectáculo le tiré un beso y regresé a mi piso sonriendo. Era simpático el pajillero.
Viendo que ya eran menos cuarto, arrojé la ropa que llevaba a la lavadora y me metí en la ducha. Me froté a conciencia, pues quería estar bien limpita para mi Amo. Me sequé a toda velocidad y me puse la ropa que había preparado: un tanguita, sin sujetador y un vestidito veraniego bastante corto que, aunque estaba un poco fuera de época, sabía que me quedaba muy bien, y como a Jesús le gustaba poner la calefacción en el piso… Y qué coño, seguro que frío no iba a pasar.
No llevaba ni dos minutos sentada en el salón agitando una pierna nerviosamente, cuando volvieron a llamar a la puerta. Mi cuerpo se tensó tanto que creo que se me borró el agujero del culo.
Temblorosa, tragué saliva y sacudiéndome un poco el vestido, fui a abrir la puerta, encontrándome de nuevo con la sonrisa lobuna que me quitaba el sueño.
–         Hola perrita – me dijo Jesús desnudándome con la mirada.
–         Ho… hola Amo – balbuceé.
Me mojé toda.
Aturrullada, acerté solamente a apartarme de la puerta para que Jesús pudiera entrar, cosa que hizo sin perder un instante. Penetró en mi casa con su conocido aire de suficiencia, mirando alrededor como si todo aquello le perteneciese, cosa que no distaba demasiado de la verdad.
Detrás venía Gloria, un poco sofocada, cargando una voluminosa bolsa de deporte, en la que supuse traían ropa para pasar el fin de semana. La saludé con una sonrisa, que ella correspondió con un guiño cómplice.
Cerré la puerta tras de ella y la acompañé al salón, donde Jesús ya nos esperaba sentado en el sofá, tomando posesión de toda la habitación.
–         ¿Dó… dónde puedo dejar esto? – dijo Gloria hablando la primera, como siempre.
–         ¡Ay!, perdona cariño, no me he dado cuenta de que pesaba. Déjame a mí.
Como buena anfitriona, me adelanté y cogí la bolsa de deporte, constatando que pesaba bastante. Sin duda, allí dentro había algo más que ropa.
Bastante nerviosa, llevé el bulto a mi dormitorio y lo dejé en la cama, regresando después al salón. Estaba deseando que mi Amo me metiera mano de una vez, pero, la fuerza de la costumbre y la buena educación hicieron que les preguntara si les apetecía tomar algo.
–         Yo me tomaría un café – dijo Jesús para mi sorpresa – Me he levantado tarde y no me ha dado tiempo a desayunar.
–         Si quieres te preparo algo – dije dubitativa.
–         Unas tostadas estarían bien. Gracias.
Me quedé parada un momento. ¿Por qué me lo pedía? Si lo que querían eran tostadas le bastaba una simple orden para que yo le preparara 100. Jesús seguía desconcertándome. Apuesto a que eso era lo que quería.
Una vez en la cocina empecé a prepararlo todo. Al poco escuché pasos a mi espalda, pero cuando me volví esperanzada, resultó ser Gloria que venía a ayudarme. Le sonreí encogiéndome indecisa de hombros y ella me entendió perfectamente.
–         Jo, tía, se te ve en la cara que no te apetece mucho estar aquí preparando café.
–         No, no es eso – le dije mientras enchufaba la cafetera – Es sólo que no esperaba que el fin de semana empezara así… Yo haré todo lo que me diga, claro, pero…
–         Pero tú preferirías estar ya con la polla de Jesús metida hasta el fondo – dijo Gloria con su sonrisilla pícara en el rostro.
–         Bueno… pues sí – asentí riendo.
–         ¿Y qué esperabas hija? ¿Que nos íbamos a tirar 48 horas follando sin parar? ¡Nos daría un síncope!
–         Pues tienes razón – concedí sonriendo.
La verdad era que no había pensado en ello.
Poco después regresamos las dos al salón. Acerqué una mesita al sofá y le serví café a Jesús. Gloria se sentó a su lado y también le serví una taza, aunque no quiso comer nada.
En honor a Gloria hay que reconocer que aguantó casi un minuto antes de empezar a cotorrear. Sin pudor alguno, empezó a contarle a Jesús nuestra aventurilla del día anterior, narrándole con pelos y señales lo bien que le había comido el coño. A esas alturas, ya no me daba la más mínima vergüenza hablar de ese tipo de cosas, así que no la interrumpí y la dejé explayarse a gusto.
En silencio, los miré a ambos y, para mi desazón, no pude menos que reconocer que hacían buena pareja. Jóvenes, guapos y depravados. Incluso parecían haberse vestido conjuntados, pues Jesús iba de sport, con unos pantalones chinos y una camisa a rayas, mientras que ella llevaba un vestidito blanco de tenis, con una camisa también de sport por encima. La minifalda del vestido dejaba bien al descubierto sus apetecibles y juveniles muslos, mientras su dueña narraba cómo menos de 24 horas antes había tenido mi cara bien hundida en medio.
Jesús sonreía en silencio, paladeando su café con tostadas.
–         ¿Y tú no tienes nada nuevo que contarme? – me preguntó Jesús repentinamente.
–         ¿Yo? – exclamé sorprendida.
Estuve a punto de describirle los polvos que había echado con Mario el día anterior, pero intuía que eso no agradaría a mi Amo precisamente. Así que le conté la aventurilla con el vecino de enfrente. Le gustó mucho.
–         ¿Lo ves? – dijo satisfecho – Te dije que te resultaría útil.
–         Tenías razón – asentí.
Entonces, inesperadamente, como todo lo que Jesús hacía, movió su mano hasta posarla en el muslo desnudo de Gloria. Ella, sin perder un segundo se despatarró encima del sofá, abriéndose de piernas al máximo, con lo que pude comprobar que la muy guarrilla iba sin bragas. Jesús, ni corto ni perezoso, posó su mano en el chochito de la chica y empezó a frotarlo vigorosamente, mientras sus ojos no se apartaban de los míos.
–         Ya he notado que vas sin sujetador – me dijo mientras arrancaba suspiros y gemidos de la pequeña Gloria – ¿Llevas bragas?
Por toda respuesta, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, me puse en pié y me subí el vestido, mostrándole a mi Amo el delicado tanguita que había escogido esa mañana.
–         Muy bonito – dijo sin dejar de frotar chocho – Pero este fin de semana no lo necesitarás. Te quiero accesible en todo momento. Cuando me apetezca poseerte no quiero encontrar obstáculos.
Me sentía eufórica mientras me bajaba rápidamente el tanga y me lo quitaba por completo. Pensé en arrojarlo a un lado, pero me acordé justo a tiempo de lo pulcro que era Jesús, así que fui al cuarto de baño y lo deposité en el cesto de la ropa sucia.
Cuando regresé al salón, contemplé con envidia que Jesús había sentado a Gloria en su regazo y que sus manos se perdían en su ropa, una en su escote y la otra bajo su falda. Y a tenor de los gemidos de la chica, le estaba gustando mucho que estuvieran por allí perdidas.
–         Mastúrbate – me ordenó simplemente.
Excitada, caminé por el salón hasta donde reposaba el sillón monoplaza, el mismo que había usado días atrás para darle el primer espectáculo al vecino de enfrente. Con esfuerzo, lo arrastré hasta situarlo justo frente al sofá y me senté, quedando cara a cara con mis joviales alumnos.
Sin perder un segundo, me abrí de piernas y empecé a obedecer las instrucciones de mi Amo. El fuego ardía en mis entrañas mientras mis propios dedos se abrían camino en mi intimidad, aunque sabía perfectamente que tan sólo Jesús sería capaz de sofocar esas llamas.
Me excité mucho masturbándome, pues mientras lo hacía, los ojos de mi Amo permanecieron clavados en los míos, y en ellos pude leer lo mucho que me deseaba. Por un instante, me olvidé de que Gloria estaba allí y estuvimos solos los dos, yo dándome placer para el disfrute de mi Amo y él… devorándome con la mirada.
Pero Gloria no podía permanecer callada por mucho rato y claro, cuando se corrió sobre el regazo de Jesús, montó un escándalo de aquí te espero.
–         ¡OH, DIOS CARIÑO! SÍIII… ME CORROO….
Jesús, tal vez un poco molesto por los gritos de la chica, actuó con la rapidez acostumbrada. Sin dudarlo un instante, empujó a Gloria hacia delante, de forma que, para no caerse, se vio obligada a apoyar las manos en el sillón en que yo estaba. Como las intenciones de Jesús eran obvias, me abrí aún más de piernas ofreciéndole mi palpitante vagina a la charlatana jovencita. Y allí, medio en volandas entre el sofá y el sillón, conseguimos que Gloria permaneciera callada un ratito simplemente llenándole la boca de coño.
Y qué bien lo comía la puñetera.
Cuando me corrí, volví a clavar los ojos en los de mi Amo, que me miraba sonriente. El culo de Gloria quedaba justo frente a su cara, pero él no hacía nada, limitándose a disfrutar del espectáculo que le ofrecíamos. Me excité todavía más.
Bastante sofocada, Gloria se bajó del sofá con cuidado de no caerse. Sudorosa, se quitó la camisa, quedando tan sólo con el vestidito blanco. Con cuidado, depositó la prenda en el respaldo de una silla, evitando todo desorden.
–         Muy bien zorras, no ha estado nada mal. Me habéis excitado.
Gloria y yo nos miramos sonrientes.
–         Luego os daré vuestra recompensa.
–         ¡Estupendo! – pensé.
–         Pero ahora, Edurne, dame el mando de la tele, que echan la ronda de calificación dela Fórmula1 y quiero verla.
Me quedé estupefacta pero, por fortuna, reaccioné rápido y cogí el mando de encima de la mesa, alargándoselo a Jesús.
–         Podéis ir a preparar el almuerzo – nos dijo – Por cierto, ¿qué hay para comer?
–         Yo… – dije insegura – Había pensado en preparar paella… Pero si prefieres otra cosa…
–         No, no, la paella me encanta. Perfecto.
Obedientes, las dos nos fuimos a la cocina y empezamos (con mucha calma, pues todavía era temprano) a preparar el arroz. Gloria no sabía mucho de cocina (ni yo tampoco, aunque por suerte Mario me había enseñado a preparar la paella), así que ella hacía de pinche, troceando lo que yo le indicaba.
–         Vaya mierda – me dijo sin poder aguantar más rato callada – Se ve que esas dos furcias tetonas le dejaron cansado anoche. ¡Joder, yo estaba deseando que me follara!
–         Y yo – asentí – Aunque, como me dijiste antes, no vamos a estar todo el día dale que te pego.
–         Ya, pero un poco de dale que dale no habría estado mal para empezar.
Ambas reímos.
Seguimos charlando un buen rato, mientras escuchábamos los ruidos de la retransmisión deportiva provenientes del salón. Un poco más calmadas, concluimos que, al fin y al cabo, estábamos allí para hacer lo que Jesús quisiera, no lo que quisiéramos nosotras.
–         Pues espero que “quiera” follarnos un ratito – dijo Gloria riendo.
–         Eso espero.
Poco después, la voz de Jesús resonó llamando a Gloria para que le llevara una cerveza. Yo seguí a lo mío, trajinando entre fogones, pero, cuando hubieron pasado 5 minutos y Gloria no regresó, me asomé al salón sintiendo una vaga inquietud.
Efectivamente, me encontré con una escenita que, aunque bastante esperada, hizo que un pequeño ramalazo de celos recorriera mi cuerpo.
Jesús seguía sentado en el sofá con los brazos abiertos, apoyados sobre el respaldo, con un botellín de cerveza en una mano. Gloria, de rodillas a su lado, le practicaba una soberana felación, que el joven disfrutaba a la par que las carreras.
Sin apartar la vista de la pantalla, como si hubiera sabido en todo momento que estaba allí, Jesús me habló con voz firme.
–         ¿No se te quemará el arroz?
–         No, no Amo – respondí dando un respingo de sorpresa – Ya está listo. Lo he dejado apartado del fuego para que repose. Podremos almorzar en 10 minutos.
–         Estupendo. Entonces ven aquí.
Un poco inquieta, caminé hasta quedar al lado del sofá, pudiendo ver un perfecto primer plano de la mamada que Gloria estaba practicando. Sentí envidia.
–         Pues, si no tienes nada que hacer, ensalívale un poco el culo a esta zorra.
Mientras decía esto, agarró con la mano el borde de la faldita de Gloria y la alzó, dejando al aire sus tersas nalgas. Pude notar que Gloria se encogía súbitamente, nerviosa, pero ni por un momento dejó de comerle la polla al Amo.
Sin perder un instante, me arrodillé tras la grupa de la joven y agarrando una nalga con cada mano, las separé para poder acceder al prieto agujerito de su culo. Con más entusiasmo que experiencia, procedí a ensalivarle a conciencia la zona a la chica, pues tenía una idea bastante aproximada de lo que iba a pasar. Las caricias de mi lengua pronto lograron relajar un poco el esfínter de la joven, con lo que pude introducir la lengua en su interior. Aunque no me habían dicho que lo hiciera, le metí el dedo corazón por el culo, para dilatárselo un poco, haciendo que el cuerpo de Gloria se tensara al percibir al intruso.
–         Ensalívalo bien, puta – dijo Jesús en una frase que podía aplicarse a las dos – Que te la voy a meter por el culo.
Pensándolo bien, era a Gloria a quien se dirigía.
Tras un par de minutos de lametones y chupetones, Jesús estuvo dispuesto. No sé si fue casualidad, pero en ese preciso instante la retransmisión de la tele se interrumpió por publicidad.
Jesús se puso de pie y con cierta brusquedad, obligó a Gloria a ponerse en pompa sobre el sofá, subiéndole la faldita con violencia, pues se le había bajado al moverla. Sin perder un segundo, ubicó la punta de su ensalivada verga en la entrada del culito de la chica y, sin más miramientos, la enculó de un soberano cipotazo que hizo que se le saltaran las lágrimas.
–         ¡AAAGGAGGAAAAAAHHHHAAAHHH! – aullaba la pobre Gloria mientras su esfínter era penetrado a las bravas.
Yo, que aún seguía arrodillada en el suelo, asistí atónita desde primera fila a la impresionante sodomización. Me sentí asustada al pensar que pronto me tocaría a mí, quizás ese mismo fin de semana. Tragué saliva con nerviosismo.
–         ¡AMOOOOOO, NOOOO! ¡JESÚS, POR FAVOR, MÁS DESPACIO! ¡ME VAS A PARTIR EN DOS! – gritaba Gloria con las lágrimas saltadas.
–         ¡Cállate ya, guarra! – exclamó Jesús mientras apretaba la cara de la chica contra el brazo del sofá, ahogando sus gritos – Así que me dejaron cansado anoche, ¿eh? ¿Pensabas que no tendría fuerzas para romperte el culo? ¡Dime, maldita puta!
Me quedé petrificada. Jesús había oído nuestra charla. Asustadísima, traté de recordar si yo había pronunciado alguna palabra inapropiada, porque, si era así, pronto ocuparía el lugar de la pobre chica.
Me sentía un poco mal por Gloria, que estaba siendo castigada a placer por nuestro Amo por haber sido impertinente. Por un segundo, pensé en interceder por ella, rogándole al Amo que no fuera tan duro, pero entonces Gloria levantó la cabeza del sillón, con la mirada perdida y los ojos en blanco, con un hilillo de saliva cayéndole de la boca, gimiendo y jadeando sin control. La muy zorra lo estaba gozando.
Miré a Jesús y vi que sonreía divertido mientras enculaba a su compañera, con lo que comprendí que había sido objeto de una broma cruel por parte de los dos. Allí no había ningún castigo, sino una pantomima para burlarse de mí. Aunque me molestó un poco, la verdad es que me quedé más tranquila.
–         ¿Te gusta puta, te gusta? – gruñía Jesús mientras tiraba con fuerza del pelo de la chica, obligándola a echar la cabeza hacia atrás.
–         Sí, Amo, dame más – gemía ella tratando de besarle sin conseguirlo.
Y yo allí, caliente como una perra, de rodillas frotándome el coñito, mirando cómo la verga de mi Amo se hundía una y otra vez en el culo de la joven.
Jesús no se molestó en sacarla cuando por fin se corrió; simplemente empujó con fuerza, estampando a Gloria contra el brazo del sofá, mientras vertía todo su semen en su ano.
Cuando estuvo satisfecho, se la sacó de un tirón, con lo que pude contemplar durante unos instantes el esfínter completamente dilatado de mi alumna, lleno hasta arriba de leche que resbalaba de su interior y goteaba directamente sobre la tapicería de mi sofá. Menudo desperdicio.
–         Ha estado bien – dijo Jesús incorporándose y estirando los músculos – Perrita límpiamela.
Obediente como siempre, caminé de rodillas hasta tener la morcillona polla de mi Amo a mi alcance y me dediqué a asearla convenientemente con la boca, eliminando hasta el menor rastro de corrida y del culo de Gloria.
–         ¿Y bien? ¿está lista la comida? – dijo el chico cuando estuvo satisfecho con la limpieza.
Sumisa y caliente a más no poder, fui a la cocina a por los platos. Una renqueante pero bastante saciada Gloria, me ayudó a poner la mesa, mientras Jesús veía el final de la clasificación dela Fórmula1.
–         Menudo carricoche lleva Alonso – se quejó Jesús apagando la tele – Corriendo adelantaría más.
Nos sentamos a comer y nos pusimos a charlar amigablemente. Teniendo en cuenta quienes eran los comensales, la conversación fue bastante normal y rutinaria. Yo estaba un tanto distraída, pues no dejaba de frotar los muslos una contra el otro por debajo de la mesa, tratando de calmar las llamas que amenazaban con consumirme, pero aún así me las arreglé para participar y disfrutar de la charla.
Tras comer, Gloria y yo recogimos la mesa y servimos café, que tomamos los tres esta vez. Tras acabar, Jesús dijo que iba a ducharse, pues quería echarse una siesta ya que, según dijo, la noche anterior había dormido poco. Pero esta vez no me engañó; comprendí que estaba calibrando mi nivel de sumisión, así que no protesté ni dije nada, aunque en el fondo me moría porque me follara de una vez.
Mientras se duchaba, Gloria y yo le atendimos en el baño, como había hecho con Esther el día en que me llevó a su casa. Las dos, completamente desnudas, nos metimos con él en la bañera y frotamos su piel, usando nuestros senos para enjabonarle el pecho y la espalda.
Yo fui la afortunada encargada de asear su miembro, que fue limpiado y acariciado a conciencia, hasta que empezó a ganar vigor. Por desgracia, Jesús me impidió continuar.
–         Tranquila perrita, que si sigues voy a tener que metértela por el culo.
A esas alturas, empezaba a no importarme.
–         Eso me recuerda algo, ¿qué tal lo tienes? ¿Está mejor? – me preguntó.
–         Sí – asentí un poco inquieta – Ya casi no me duele.
–         A ver, a ver – dijo él.
Jesús me hizo apoyarme en la pared y poner el culo en pompa. Él se agachó tras de mí y sus firmes manos separaron mis nalgas, dejando mi anito al descubierto. Me encogí cuando uno de sus dedos penetró hasta el fondo, haciendo que mi cuerpo se tensara como un cable, pero mi dulce Amo no pensaba estrenarme esa tarde.
–         Es cierto – dijo incorporándose y sacando el dedo – Está mucho mejor. Que Gloria te ponga luego la crema.
–         De acuerdo.
–         Y… perrita.
–         ¿Sí?
–         El día de mi cumpleaños, quiero que me regales tu culo.
Me estremecí.
–         No puedo regalarte lo que ya es tuyo – le respondí.
Él simplemente sonrió, satisfecho con mi respuesta.
–         ¿Y el tatuaje? ¿Qué tal?
–         ¡Oh! Muy bien. He seguido los consejos de Yoshi y no he tenido ningún problema.
Mientras nos secábamos, los dos chicos examinaron el dibujo de mi espalda. Me sentí bastante orgullosa, sobre todo cuando Gloria admitió que me quedaba muy bien.
Minutos después, una vez bien secos nuestros cuerpos, los tres penetramos en mi dormitorio. Yo me sentía nerviosa de nuevo, deseando que lo de la siesta fuera otra broma de Jesús. Necesitaba follar ya.
Jesús se dejó caer sobre el colchón, colocando las almohadas a su gusto y se reclinó mientras nos miraba a las dos, que aguardábamos instrucciones de pié, desnudas junto a la cama.
–         Pensándolo bien – dijo Jesús entonces – Creo que voy a follarme a una ahora mismo.
El corazón me latía desbocado.
–         Pero no sé a cual de las dos – dijo sonriendo.
¡Joder! ¡No era justo! ¡A Gloria se la había tirado ya! ¡Me tocaba a mí!
A pesar de que me apetecía gritar esas cosas, me las apañé para permanecer impasible, aguardando órdenes. Por una vez, Gloria, que ya debía estar acostumbrada a esas situaciones, permaneció también en silencio, aguardando sumisa.
–         Se me ocurre una idea – dijo Jesús – Gloria, vamos a hacer lo de los perros enganchados.
No tenía ni puta idea de qué cojones hablaba. Me quedé indecisa, sin saber qué hacer, mientras Gloria, que había entendido perfectamente qué pretendía Jesús, se había puesto en marcha y rebuscaba en el interior de su bolsa de deporte.
Finalmente, la chica extrajo un enorme consolador de cerca de un metro de longitud que me acojonó enormemente y un pequeño botecito de lubricante. Con el impresionante instrumento, Gloria se acercó a mí y, poniéndome una mano en el hombro, me empujó suavemente hacia el suelo.
–         Ponte a cuatro patas – me dijo.
Bastante asustada por si pensaban meterme aquel enorme juguete enterito, obedecí sintiendo cómo mis rodillas temblaban, acordándome del episodio de Rocío en todo momento. Al agacharme, pude ver más de cerca el dildo, que estaba siendo untado de lubricante por la manita de Gloria, dándome cuenta de que tenía forma de polla por ambos extremos, con lo que empecé a imaginar por dónde iban los tiros.
Una vez estuve a cuatro patas, Gloria se situó detrás de mí y con habilidad, procedió a separarme al máximo los labios vaginales para, poco a poco, ir metiendo uno de los extremos del consolador en mi coño. Para facilitar el acceso, Gloria usó más lubricante, con lo que el cacharro se deslizó con facilidad en mi sobrecalentado interior.
Al sentir la intrusión no pude evitar el tensar el cuerpo, pero pronto comprendí que lo mejor era relajarme y dejarme hacer. Cuando tuve un buen pedazo de látex clavado en mi gruta, Gloria se dedicó a lubricar el otro extremo del consolador y su propio coño. Una vez estuvo a su gusto, se colocó también a cuatro patas de espaldas a mí, ubicó la punta del juguete en la entrada de su rajita y, retrocediendo lentamente, fue empalándose en el dildo hasta que sus prietas nalgas quedaron pegadas a las mías, ambas con un buen pedazo de goma hundido en las entrañas.
Aquello era muy diferente a MC. Respirando profundamente, tratando de acostumbrarme al intruso, alcé la vista y nos contemplé a ambas en el reflejo de un espejo: era verdad, parecíamos dos perros que se habían quedado enganchados tras echar un polvo.
–         Muy bien zorras – resonó la voz de Jesús haciendo que volviera la vista hacia él – El juego es muy sencillo. La primera que se corra… pierde. Y la que gane, podrá probar esto.
Mientras decía estas palabras, se agarró el falo, que volvía a estar erguido y lo movió ligeramente, haciéndolo apuntar hacia nosotras. De pronto me apetecía mucho ganar aquella competición.
Pero, por desgracia, Gloria tenía muchísima más experiencia que yo en aquellas lides.
La muy puta. Cómo se movía. Enseguida empezó a hacer bailar sus caderas de forma que el consolador se retorcía en mi coño sin parar, horadándome sin piedad y dándome un placer inmenso. Como pude, traté de imitarla, moviendo mi culo a la vez, intentando que el juguetito se agitara en su interior igual que lo hacía en el mío, pero mis esfuerzos eran en vano.
Estaba tan mojada (y la zorra de Gloria había puesto tanto lubricante en mi lado del chisme) que el consolador se deslizaba en mi coño, martilleándome continuamente. En cambio, los músculos de la vagina de Gloria parecían sujetar el dildo con firmeza, pudiendo así hundírmelo una y otra vez.
En pocos minutos, yo ya estaba jadeando y resoplando descontrolada. Los brazos me temblaban y parecía estar a punto de caerme de morros contra el suelo de mi dormitorio. Desesperada, pues veía que Gloria iba a ganar sin remedio, alcé la vista hacia mi Amo, contemplando cómo el joven se masturbaba lánguidamente sobre mi cama, mientras disfrutaba del espectáculo que le ofrecíamos sus putas.
Y me corrí.
Efectivamente, al alcanzar el clímax, mis brazos fueron incapaces de sostenerme, con lo que tuve que apoyar la cara directamente en el suelo, mientras Gloria, sin clemencia alguna, seguía moviendo las caderas hundiendo el consolador una y otra vez en mi coñito.

Sin levantar la vista del suelo, pude escuchar perfectamente cómo Jesús se levantaba de la cama y caminaba hacia nosotras.

–         Vale, Gloria – dijo – Has ganado tú.
–         Estupendo, Amo – respondió la chica alegremente.
Cómo la odié en ese momento. No era justo. Me tocaba a mí.
–         Agacha la cabeza y levanta el culo.
Girando el cuello hacia atrás, pude ver cómo Gloria pegaba la cabeza al suelo, imitando mi postura, aún unidas ambas por el juguete de goma. Jesús se acercó y, muy lentamente, pasó una pierna por encima de nuestros cuerpos, quedando de pié sobre nosotras. Agachándose un poco, acercó su formidable erección a la retaguardia de la joven, con lo que comprendí que su intención era porculizarla de nuevo, esta vez con un buen trozo de látex llenándole el coño.
Ya no la envidiaba tanto.
Cuando Jesús se inclinó sobre Gloria y colocó su enhiesto falo en la entrada de su culo, la pobre chica entendió lo que pretendía.
–         Espera, Jesús – dijo temblorosa – Déjame que saque el…. ¡Noooooo…!
Jesús la enculó sin piedad. No con violencia como antes (por más que fuera fingida) pero sí con firmeza y seguridad. Sin dudar un instante.
No podía ni imaginarme lo que sería que te sodomizaran mientras tenías el enorme consolador en la vagina. El juguetito bastaba para llenarme por completo, así que, tener además la polla de Jesús en el culo…
La pobre Gloria gimoteaba soportando como podía los empellones que Jesús le propinaba. Noté que su coño no sujetaba ya con tanta firmeza el dildo, así que empecé a mover lentamente las caderas para que el consolador se moviera en su interior. De perdidos al río.
Gloria farfullaba y balbuceaba medio enloquecida, diciendo incoherencias, mientras era doblemente penetrada por Jesús y por mí. Bajo ese tratamiento, no fue de extrañar que la chica no aguantara ni dos minutos.
Cuando se corrió, simplemente se derrumbó desmadejada en el suelo. Eso hizo que el consolador se retorciera en mi interior, haciéndome daño. Y además, la polla de Jesús se salió de golpe de su culo, provocando que el Amo soltara un gruñido de frustración.
–         Menuda furcia de pacotilla estás hecha. Me has dejado a medias. Edurne, ve a la cama.
¡Olé! ¡Me tocaba a mí!
Con cuidado, moviéndome lentamente, me desenfundé el juguete del coño. Durante un instante pensé en extraer el otro extremo del interior de Gloria, pero no quería hacer esperar al Amo, así que dejé allí tirada a mi alumna, casi desmayada, con medio metro de goma incrustado entre las piernas.
Jesús me aguardaba ya sobre el colchón y no estaba para juegos. En cuanto me senté sobre la cama, me empujó sin muchos miramientos, obligándome a tumbarme. Agarrándome por los tobillos, atrajo mi cuerpo hacia sí y, tras apoyar mis pantorillas contra su pecho, me la metió de un tirón y empezó a follarme con ganas.
Allí en la cama que compartía con mi novio, con las patas para arriba, mi alumno me folló por fin. Mi cuerpo se estremecía bajo su peso, disfrutando como siempre lo hacía con mi Amo. Nuevamente me sentí dichosa, feliz, en el lugar que me correspondía en el mundo.
Jesús me folló como quiso. Cuando se hartó de darme por delante, me la sacó del coño y me hizo ponerme a cuatro patas, metiéndomela desde atrás. Así estuvo bombeándome un rato, apretando mi cara contra las sábanas, impidiéndome levantar, mientras la saliva resbalaba de mis labios y empapaba el colchón.
Perdí la cuenta de las veces que me corrí, encadenando orgasmos que estallaban como relámpagos en mi cabeza y en mi vientre. Jesús me usó como se le antojó, como si mi cuerpo fuese un simple juguete en sus manos. Y yo disfruté cada segundo.
Cuando sentí que por fin la hirviente semilla de mi Amo inundaba mi interior, no pude evitar que una estúpida sonrisa se dibujara en mi rostro. No sé si eso molestó a Jesús, pero lo cierto fue que, antes de terminar de correrse, me la sacó del coño y disparó los últimos lechazos directamente en mi cara, vaciando sus pelotas sobre mi piel.
Cuando por fin terminó todo, nos quedamos mirándonos el uno a otro, jadeantes y sudorosos. Tímidamente, esbocé una sonrisa y, para mi infinita dicha, fue correspondida por una de mi Amo. Me sentí feliz.
–         Tu coño es genial, perrita – me dijo – Estoy deseando comprobar si tu culo es igual de bueno. Armando dice que es el mejor que ha probado.
Ni siquiera la mención del bastardo del director empeoró mi humor.
–         Gracias Amo.
–         Bueno, voy a darme otra ducha. Aprovecha y limpia un poco esta pocilga.
–         Sí Amo – respondí levantándome trabajosamente.
Mientras yo abría la ventana para airear el cuarto, Jesús le dio una leve patada en el culo a Gloria, para espabilarla. Renqueante, la jovencita salió del dormitorio detrás de nuestro Amo, sin duda para atenderle en el baño. Mientras caminaba, el dildo se deslizó de entre sus piernas y cayó al suelo con un sonoro “plof” que me hizo sonreír.
Justo cuando terminaba de cambiar las sábanas, mis alumnos regresaron al dormitorio. Mi increíblemente pulcro Amo parecía estar en plena forma e incluso Gloria, con el pelo mojado de nuevo, parecía más recuperada.
–         Ahora lávate tú – me dijo Jesús – Estás toda pringosa.
–         ¿Y de quién es la culpa? – pensé mientras sonreía para mí.
Cinco minutos después, desnuda y completamente aseada, regresé al cuarto. Allí me aguardaban los chicos, tumbados sobre el colchón. Jesús estaba levemente incorporado, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama mientras Gloria, abrazada a él, dejaba reposar su cabecita en el pecho del joven, que le acariciaba distraídamente el pelo mojado.
De nuevo me asaltaron los celos.
Jesús, al verme entrar, me hizo un gesto con la mano para que me acercara, cosa que hice inmediatamente. Me tumbé junto a ellos en la cama, copiando la postura de Gloria, de forma que las dos quedamos tumbadas junto a Jesús, una a cada lado, con nuestras cabezas muy próximas la una a la otra reposando sobre el fuerte torso de nuestro Amo.
Cuando su mano libre empezó a acariciar también mi cabello, mi corazón estuvo a punto de estallar de gozo. Me sentí querida, feliz. Supe que haría cualquier cosa por estar al lado de aquel hombre. Cualquier cosa.
–         Ha estado bastante bien, queridas – dijo Jesús sin dejar de acariciarnos.
–         Gracias, Amo – respondimos las dos casi al unísono.
–         Ahora vamos a descansar un rato. Luego, si me apetece, os follaré otra vez.
–         Como quieras – dije sin pensar.
–         Sí, como tú digas – corroboró Gloria.
Estuvimos así unos minutos hasta que Gloria, incapaz de seguir callada, interrumpió el silencio.
–         Oye Amo, ¿por qué no nos cuentas alguna historia?
–         ¿Una historia? Si ya te las sabes todas – respondió él.
–         Sí, pero me encanta cómo las cuentas. Y me he acordado de que Edurne aún no sabe cómo entraron Natalia y Yoli en el grupo.
–         ¿Es cierto eso?
–         Sí – asentí – Más o menos conozco cómo fue la cosa con Gloria, con Kimiko y con Rocío. Con Esther, por lo visto, no hay mucho que contar, pero de Natalia y su hija apenas sé nada. De hecho, todavía no conozco siquiera a Yolanda en persona.
–         Es verdad, no había caído. Bueno, pues si os apetece os cuento cómo empecé a follarme a las tetonas, ¿no es así cómo las llamas, guarrilla? – dijo Jesús dándole un cariñoso capirotazo a Gloria.
–         Es que… son tetonas de verdad – dijo la chica alzando un poco la cara para mirar a Jesús.
–         ¡Sí, es verdad! – rió el Amo – ¡Esas dos tienen las mejores tetas que he visto en mi vida!
Aquello me molestó un poco en mi orgullo, pero enseguida me olvidé, quedando atrapada en el relato que Jesús empezó a contarnos.
LA HISTORIA DE NATALIA Y SU HIJA YOLANDA:
–         Hace mucho, mucho tiempo… en una galaxia muy lejana – empezó Jesús.
–         Muy gracioso – dije sonriendo, contenta porque el chico estuviera de tan buen humor.
–         Bueno, vale, hace unos pocos meses, en Junio del año pasado, pocos días después de terminar el curso, mi padre me vino con un encargo “coñazo” de los suyos.
–         ¿Tu padre? – inquirí.
–         Sí, fue por su padre que Jesús empezó a ir a casa de las tetonas – intervino Gloria.
–         Mi padre – continuó Jesús ignorando la interrupción – me dijo que la hija de su jefe…
–         Yolanda – dijo Gloria.
–         Sí, sí, Yolanda – siguió mi Amo – había suspendido un par de asignaturas y necesitaba clases de refuerzo ese verano. Como yo sacaba buenas notas, mi padre se había ofrecido a que se las diera yo y, de esa forma, podría ganarme un “dinerillo” para mis cosas.
–         Como si a ti te hiciera falta – intervino Gloria una vez más.
–         Bueno, pues eso, inicialmente me negué, teniendo una buena bronca con mi padre. Le dije que su jefe tenía mucha pasta y que se buscara un profesor de verdad, que yo no tenía tiempo para perderlo dándole clase a niñatas pijas, que por fin estaba de vacaciones y no pensaba desperdiciarlas.
–         Ya – asentí – Debió de ser un palo.
–         Sí, me cabreé bastante con él. Discutimos un buen rato y al final le mandé a tomar por saco como siempre que nos peleamos. Pero el tío no se rindió y, al día siguiente, volvió a la carga.
–         Insistente el tipo, ¿eh? – dije para animarle a que continuara.
–         No lo sabes tú bien. Sin embargo, los argumentos que esgrimió el día siguiente fueron distintos.
–         ¿Distintos?
–         Sí. Me dijo que Yolanda había pedido expresamente que fuera yo quien le diera las clases, que había quedado muy impresionada conmigo cuando me conoció en la boda de Arturo…
–         ¿Arturo? – pregunté.
–         Es un compañero del padre de Jesús. Todos estuvieron en su boda una año antes y, por lo visto, allí conoció a Yoli – interrumpió de nuevo Gloria.
Jesús la miró un par de segundos antes de continuar.
–         Gloria, guapa, ve a por unos refrescos a la cocina – le dijo Jesús – Tengo sed.
–         Claro – respondió la chica levantándose de la cama.
En cuanto salió por la puerta, miré a Jesús a los ojos y pude detectar un ligero brillo en el fondo de los mismos.
–         Está muy buena y folla muy bien, pero no calla ni debajo de agua – me susurró Jesús.
–         Sí – respondí sonriendo – Es parte de su encanto. Callada no sería la misma, ¿verdad?
–         Supongo. Bueno… Por dónde iba.
–         Por la boda de Arturo.
–         ¡Eso! Como ha dicho “Lengua inquieta” me habían presentado a Yoli en la boda de ese tipo, aunque yo no me acordaba para nada de ella. Pero entonces mi padre dijo algo que me interesó vivamente.
  • ¿Cómo que no te acuerdas? ¡Si estuviste bailando con ella! ¡Y con su madre! ¡Coño, cómo vas a olvidarte de Natalia! ¡La morenaza de las tetas enormes!
–         ¿Tetas enormes? Aquello despertó mi interés.
–         Ya me imagino – dije sonriendo.
–         Poco después busqué en mi PC las fotos que tenía del día de la boda y enseguida localicé a la buena de Natalia. Mi padre tenía razón, yo había bailado con ella en la boda, cómo iba a olvidar aquel par de melones. Si no me había acordado en un primer momento fue porque, durante el convite, estuve más pendiente de llevarme a Esther al baño para ponerle una vez más los cuernos a mi padre que de otra cosa. Aunque aquellas tetas no se me habían olvidado.
–         Obviamente – asentí un poco picada.
–         Y era cierto que, instigado por la madre de la chica, había estado bailando con Yolanda. Busqué su foto para refrescar la memoria y lo que vi me agradó mucho. Morena, pelo corto a lo paje, muy guapa y con una muy buena delantera. Recordé que, mientras bailábamos, se había ruborizado muchísimo, contestando con monosílabos a todos mis intentos por entablar conversación. No le presté mucha atención, pues poco después logré desmarcarme con mi madrastra, pero, si era verdad que ella se acordaba todavía de mí… la cosa prometía.
–         Aunque podía ser una mentira de tu padre.
–         Cierto. Pero me interesó lo suficiente como para querer indagar más.
–         No me extraña – pensé.
En ese momento, regresó Gloria con 3 latas de refresco.
–         ¿Por dónde vas? – dijo mientras se subía de un salto a la cama y repartía las latas.
–         Cállate y escucha – le respondió Jesús abriendo el refresco y dándole un trago.
Gloria volvió a tumbarse y Jesús reanudó la historia.
–         Pues bien. Un par de días después me presenté con mi moto en el chalet del jefe de mi padre, una casa bastante lujosa en las afueras. Cuando me abrieron la puerta… decidí que quizás no fuera tan malo hacer de maestro después de todo…
–         ¡Qué cabrito! – pensé sin atreverme a decir ni mu.
–         Natalia me abrió la puerta en persona. Iba en bikini, con lo que lo primero que vi cuando abrió fueron sus formidables aldabas. Pude observar que tenía un cuerpazo, aunque sus piernas estaban parcialmente ocultas por un pareo de playa. En las manos sostenía un vaso con una sombrillita y una revista. Estaba buenísima.
  • ¡Hola, Jesús cuanto tiempo! – exclamó abalanzándose sobre mí para darme dos besos en las mejillas – ¡No nos veíamos desde el año pasado! Pero, pasa, pasa, no te quedes ahí. Estaba a punto de irme a la piscina, ¿te apetece darte un bañito? Puedo prestarte un bañador de mi marido…
–         Yo apenas atiné a saludarla. Me sentía un poco intimidado, cosa extraña en mí – admitió Jesús.
  • ¡Yolanda! – aulló Natalia sin cortarse – ¡Baja, que tu nuevo profesor ha llegado!
–         Tras hacerme pasar a un saloncito, Natalia llamó a una criada y le pidió un refresco para mí, sin aceptar un no por respuesta. Enseguida se puso a parlotear como loca, aunque apenas me enteré de lo que decía, concentrado en el cuerpazo de mi anfitriona y en calibrar si de allí podía sacar algo en claro.
–         Y entonces llegó Yolanda – intervino Gloria demostrando que se sabía la historia de memoria.
–         Exacto. Y así pude constatar que la preciosa jovencita que había conocido el año anterior… estaba todavía más buena.
–         Pues qué bien – dije, bebiendo de mi refresco.
–         Y tan bien. Ni te imaginas. Menudo bomboncito. Seguía igual de guapa que en las fotos, con su media melena a lo paje de pelo negrísimo como su madre. Sus ojos, de color marrón verdoso, eran mucho más grandes de cómo los recordaba. Y su cuerpo… Impresionante. La naturaleza había aprovechado muy bien el año que llevaba sin verla. Tenía unas tetas enormes, que aunque no alcanzaban el volumen materno, desafiaban la gravedad con descaro.Además, justo sobre el labio tenía un pequeño lunar que… uf, tenía un morbazo que te cagas.
–         Vale, vale, ya lo pillo – dije sin poder evitarlo – Es muy guapa, puedes seguir.
Jesús me sonrió muy ladino, sabiendo perfectamente qué era lo que pasaba en el interior de mi cabecita. Y siguió hurgando en la herida.
–         Y cómo iba vestida… ¡Ufffff! Me la hubiera follado allí mismo. Llevaba un vestidito de verano, parecido al que llevabas esta mañana, Edurne, pero lleno de unas prietas y juveniles carnes que me ponían malísimo… Y unas curvas…
–         Tengo ganas de conocerla – dije en tono un tanto seco.
Jesús se echó a reír.
–         ¡Ja, ja! ¡Cómo eres, perrita! – dijo dándome un beso en el pelo.
Me sentí mejor.
–         Pues bien, como comprenderás, lo demás es historia, no tardamos mucho en ponernos de acuerdo en los detalles, coste de las clases, duración (2 horas, tres veces por semana, lunes, miércoles y viernes), materias…
–         Y claro – dije – Yolanda no paró de insinuarse para asegurarse de que aceptabas el trabajo.
–         ¿Quién? ¿Yolanda? – exclamó Gloria sin poder contenerse – ¡Ni de coña! ¡Si es super tímida!
–         Gloria, ¿lo cuentas tú o lo hago yo? – dijo Jesús mirándola fijamente.
–         ¡Ay, perdona!
–         Cállate un poquito, anda. Bébete el refresco.
Haciendo un gracioso mohín, Gloria le obedeció, aunque estaba segura de que no podría permanecer en silencio mucho rato.
–         Como decía Gloria, Yolanda estuvo muy cortada durante la conversación, bastante ruborizada, limitándose a responder las preguntas que le hice sobre sus notas y las asignaturas, pero no importaba mucho, pues su madre hablaba por los tres.
–         Y Nati sí que se insinuó – dijo Gloria.
Ni un minuto callada, la tía.
–         Es verdad. Me ponía la mano en el muslo, se cruzaba de piernas para que el pareo me dejara ver bien sus muslos, se inclinaba para que sus tetones colgaran como campanas… Empecé a preguntarme si no habría sido ella la que había insistido en que fuera yo el profe de su hija…
Bueno, aquello no difería mucho de la imagen que me había formado de Natalia por el poco rato que había pasado con ella.
–         Yolanda, por su parte, parecía un poco molesta por las atenciones que me brindaba su madre y fue precisamente eso lo que me decidió a aceptar el trabajo. Ya habían empezado a formarse en mi mente ciertas ideas.
–         Adivino cuales – dije sonriendo.
–         Bueno, pues eso – dijo Jesús devolviéndome la sonrisa – como era lunes quedamos en empezar el miércoles. Me volví a mi casa tras jurarle a Natalia que llegaría a las cuatro y media, para que nos diera tiempo a tomar un refresco antes de empezar con las clases y me fui.
–         Y cómo vino. Se presentó esa misma tarde en casa de mi padre y me folló a lo bestia. Menos mal que mi viejo había salido, porque creo que, aunque hubiera estado allí, me habría follado igual.
–         Bébete el refresco, anda – dijo Jesús empujando la lata hacia la dicharachera jovencita.
Yo me reí.
–         El miércoles me presenté a la hora convenida y la escena se repitió casi calcada. Natalia, exuberante, no paraba de flirtear conmigo, mientras su hija apenas hablaba, aparentando estar bastante molesta por la actitud materna. Pero, poco a poco, me fue dando la impresión de que Natalia estaba actuando de cara a la galería, su intención no era seducirme sino más bien mortificar a su hija, pienso que para hacerla reaccionar y que dejara de ser tan tímida.
–         Eso ¿lo sabes o lo imaginas? – pregunté.
–         Por cómo se desarrolló la cosa… estoy bastante seguro. Durante las dos primeras semanas de clase no pasó nada en absoluto. Siempre era igual, tomábamos algo, un rato de charla y luego dos horas en el dormitorio de Yolanda dándole clase.
–         ¿En su cuarto? ¿Natalia os dejaba a solas en su cuarto? ¡Qué peligro! – bromeé.
–         Al principio pasaba de vez en cuando para controlar, pero pronto dejó de hacerlo. Qué quieres, yo era el hijo de un buen amigo de su marido, un chico responsable y buen estudiante…
–         Que estaba deseando follarse a su hija… – intervino Gloria.
Esta vez bastó con una mirada de Jesús para que Gloria cerrara la boca.
–         Yo andaba un poco desencantado, pues no pasaba absolutamente nada con Yolanda, aparte de que paulatinamente fue cogiendo más confianza conmigo y se mostraba más abierta. Y con la madre tampoco, sólo algunas bromitas y flirteos pero nada más.
–         Y empezaste a aburrirte – afirmé.
–         ¡Qué bien me conoces, perrita! – dijo Jesús sonriéndome – Pero no me atrevía a intentar nada. Ya te dije hace algún tiempo que soy capaz de “oler” a las golfas como vosotras, pero con aquellas dos mujeres… aunque el “olor” estaba allí… no era muy intenso.
–         Y claro, no querías montar un follón que pudiera complicarle la vida a tu padre. Al fin y al cabo eran la familia de su jefe.
–         Exacto – corroboró Jesús sonriéndome de nuevo.
–         ¿Y qué pasó? – inquirí, animándole a continuar.
–         Lo bueno empezó el miércoles de la tercera semana y fue… bastante inesperado.
–         Cuenta, cuenta – dije apretándome todavía más contra su cuerpo.
–         Las clases se me hacían eternas, especialmente cuando le ponía alguna tarea a Yoli, pues tenía que pasarme un buen rato sin hacer nada, así que me entretenía desnudando a mi alumna con la mirada. Me la comía literalmente con los ojos.
–         ¿Y ella no se daba cuenta?
–         ¡Claro que se daba cuenta! Se ponía colorada, pero no hacía ni decía nada. Como te dije antes, “olía” a zorra, pero no lo suficiente.
–         Comprendo.
–         Pues bien. Como la niña no se cortaba a la hora de vestir, con vestiditos ligeros, pantaloncitos cortos y tops bien escotados y fresquitos….
–         ¿La niña? – le interrumpí – Perdona, acabo de caer en que no sé la edad de Yolanda.
–         Es de mi quinta. Unos meses menor que nosotros – dijo Jesús apuntando ligeramente hacia Gloria.
–         Sí – dijo ésta – Le decimos la niña porque es un poco infantil. Tiene el cuarto lleno de peluches y figuritas de unicornios.
–         Bueno, continúo – dijo Jesús – Como te decía, me gustaba observar su cuerpo e imaginarme todas las cosas que podría hacer con él. A veces, cuando estaba inclinada sobre su mesa resolviendo un ejercicio, yo me acercaba por detrás y me asomaba por encima de su hombro, como si estuviera mirando lo que escribía, pero en realidad lo que hacía era asomarme a su escote desde arriba. Le veía hasta el ombligo.
–         Me imagino la escena – dije.
–         Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Ese miércoles que te digo, yo andaba bastante acalorado y Yoli iba especialmente sexy. Me incliné sobre su hombro y, sin darme cuenta, me acerqué demasiado, de forma que mi entrepierna se apoyó levemente en su hombro.
–         ¿Y qué pasó? – pregunté hechizada por el relato.
–         Mi polla, que estaba morcillona por el vistazo que había echado a su escote, se puso como un leño en un instante, apretándose contra su piel. Durante un segundo, pensé en apartarme, no fuera a ser que la niña montara un escándalo porque su profesor anduviera refregándole el nabo por la espalda, pero entonces, inesperadamente, ella enderezó el torso un poco, apretando su hombro con más fuerza contra mi erección.
–         Apuesto a que ya “olía” a zorra con más intensidad – dije.
–         Y tanto. Me quedé en esa postura unos segundos, asegurándome de que no había sido accidental. Pero cuando vi el rostro coloradísimo de Yolanda con los ojos clavados en el papel de los ejercicios, supe que iba a poder hacer realidad mis fantasías.
–         Puedo imaginarte perfectamente – dije alzando los ojos hasta que encontraron a los de Jesús – Sonriendo de oreja a oreja sin decir nada, sabiendo que una vez más todo había salido como tú querías.
–         Exacto – dijo él acariciándome suavemente – Ya te he dicho que me conoces bien.
Durante unos instantes, permanecimos en silencio, mirándonos. Gloria, quizás porque se sintió un poco excluida, utilizó una táctica para romper el hechizo distinta de la habitual. En vez de abrir la bocaza, como hacía siempre, posó descuidadamente la mano en el fláccido pene de Jesús y empezó a acariciarlo muy livianamente. Él no protestó y la dejó hacer, retomando el hilo de su historia.
–         Como no quería precipitar las cosas (pues Yoli olía a virgen que tiraba de espaldas), me controlé y decidí ir poco a poco. Esa tarde no pasó nada más pero, en la siguiente clase, en cuanto tuve oportunidad me coloqué detrás de ella y volví a apoyarle el nabo en el hombro.
–         ¿Y qué hizo ella?
–         Lo mismo. Ponerse coloradísima y dejarse hacer sin decir ni pío.
–         ¿Y tú te conformaste con eso?
–         Bueno, di un pasito más. Cuando la tuve bien dura contra su hombro, comencé a mover las caderas suavemente, frotando mi erección contra su espalda.
–         Y ella callada como una muerta – dije.
–         Precisamente. Pero claro, aquellos jueguecitos no podían durar mucho.
–         Obviamente.
–         Tras un par de clases arrimando la cebolleta, me presenté en casa de Yoli decidido a ir un poquito más allá – dijo Jesús.
–         ¿Y qué hiciste?
–         Cuando llegué, el aspecto de Yoli me decidió por completo. Se había puesto un top con unos tirante super finos, que dejaban sus hombros al descubierto. La niña quería sensaciones más intensas… Y yo se las di.
Me imaginaba qué venía a continuación.

–         En cuanto estuvimos en su cuarto, le mandé unos cuantos ejercicios que ella se apresuró a resolver, sentándose erguida en su silla como hacía últimamente. Yo, por mi parte, me dediqué a sobarme el falo por encima del pantalón hasta que estuvo bien enhiesto, pero no me acerqué a ella en ningún momento.

–         ¿Por qué?
–         Me divertía observar cómo se iba poniendo cada vez más nerviosa. Disimuladamente, intentaba mirar de reojo para poder ver qué estaba haciendo yo y por qué demonios no me acercaba a ella de una vez. A medida que pasaban los minutos y yo no hacía nada, ya no se preocupaba de mirar con disimulo, sino que volvía la cabeza hacia mí y me interrogaba con la mirada.
–         Y tú sonreías – dije, imaginándome el cuadro.
–         Exacto – corroboró Jesús, dedicándome una de aquellas sonrisas.
–         Pero finalmente fuiste a por ella – dijo Gloria hablando de nuevo.
Jesús hizo una pequeña pausa antes de continuar.
  • Sigue con tus ejercicios, Yolanda – le dije – No te distraigas.
–         La pobre pegó un respingo y volvió a inclinarse sobre su hoja de papel. Yo, sin pensármelo más, me abrí la bragueta y me saqué la polla, que estaba dura y rezumante como nunca.
Sentía la boca seca. El refresco se había terminado y el relato me tenía completamente cautivada.
–         Enarbolando mi pene como una lanza, me aproximé muy despacio a Yolanda. Pude ver perfectamente cómo su cuerpo se tensaba, nerviosa al percibir que íbamos a reanudar nuestros jueguecitos. Pero no se había dado cuenta de que esta vez mi polla estaba desnuda.
–         Menuda situación.
–         Morbosísima – asintió Jesús – Por fin, agarrándome la verga por la base, la apoyé suavemente en la piel desnuda del hombro de Yolanda y empecé a frotarla muy despacio. Los fluidos preseminales dibujaban regueros brillantes sobre ella y mi mente, un poco enturbiada, pensó en dibujarle mi firma en la espalda.
–         Muy bueno – reí.
–         Por fin, ella notó que aquello era distinto de lo habitual y, muy despacio, giró la cabeza hasta encontrarse frente a frente con mi polla. Sus ojos se abrieron como platos y su boca pareció estar a punto de soltar un grito… pero no lo hizo.
–         Sigue, sigue – le apremié mientras él echaba un trago a su refresco.
  • ¿Te gusta, preciosa? – le pregunté agitando lentamente mi polla frente a su cara.
–         Mientras le decía esto, levanté con los dedos el tirante de su top y deslicé mi verga entre éste y su piel. Moviendo ligeramente las caderas, mi erección parecía tirar hacia arriba del tirante, cómo si intentara desnudar a mi alumna él solito.
  • Yo… yo… – balbuceó ella, con la piel tan roja que parecía imposible.
  • Pues… si te gusta… dale un besito.
–         ¿Y lo hizo? – pregunté sin poder contenerme.
–         Al principio no. Se quedó contemplándome con los ojos muy abiertos, parecía ir a echarse a llorar.
  • Bueno, si no quieres… – le dije – No pasa nada. Mira, siento lo que ha pasado, había malinterpretado lo que estaba pasando entre nosotros. Eres muy bonita y no he sabido controlarme. Bueno, ahora será mejor que me marche. Le diré a tu madre que no soy el adecuado para darte las clases, pero te pido por favor que no le cuentes esto a nadie, podría perjudicar mucho a mi padre y él no tiene la culpa de nada.
–         ¿Dijiste eso en serio? – pregunté extrañada.
–         ¡Qué va! Era una sarta de mentiras, pero ya había calado por completo a Yoli y sabía cómo iba a reaccionar. La tenía en el bote.
Yo estaba bastante de acuerdo.
–         Fingiendo estar cohibido, me guardé la verga en el pantalón y caminé hacia la puerta. No me dejó ni llegar. De repente, Yoli se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza desde atrás, apretando sus tetazas contra mi espalda. Yo sonreía, pues sabía que había ganado.
–         Para que luego diga la niña, que ella no es puta – dijo Gloria sin poder seguir callada.
La verga de Jesús, bajo las delicadas caricias de Gloria, había empezado a ganar volumen, así que su dueño decidió pasar por alto la nueva interrupción.
  • Entonces, ¿me la besarás? – le pregunté a Yolanda sin darme la vuelta.
–         Pude percibir cómo ella asentía con la cabeza a mi espalda.
–         ¡Qué cabrito! – pensé de nuevo para mí.
–         Me di la vuelta y la atraje hacia mí, dándole un morreo de campeonato. Le metí la lengua hasta la tráquea y ella me devolvió el beso con entusiasmo pero con nula experiencia.
–         Entonces sí que era virgen – dije.
–         Virgen e inexperta – confirmó Jesús – La tomé de la mano y caminé hacia su cama, donde me tumbé. Como la cama estaba junto a una pared del cuarto, apoyé la espalda en la misma y dejé los pies en el suelo. En un segundo, me había sacado otra vez la chorra del pantalón y la exhibía ante Yolanda, que no se perdía detalle.
  • Pues ya puedes empezar – le dije.
–         Me sentía loco de excitación cuando la chica se arrodilló entre mis piernas abiertas y posó sus manitas en mis muslos. Estaba tan excitado que la polla me daba saltitos, como si diminutos calambres recorrieran mi miembro. Cuando su tímida manita se aferró a mi instrumento, creí que iba a enloquecer. Me faltó poco para arrancarle la ropa y violarla en ese mismo momento.
–         ¿Y te la chupó?
–         Pues claro que se la chupó. Qué coño te crees – dijo Gloria.
Y Jesús ya no aguantó más.
–         ¡Me tienes hasta los huevos, zorra! – le gritó haciendo que la chica se encogiera sobre el colchón – Como te habías portado muy bien, te he hecho caso y he empezado a contarte la historia, pero tú no callas ni un momento.
–         ¡Perdón, Amo! – gimoteó Gloria, por fin consciente de que había estado cabreando a Jesús – ¡Me quedaré callada! ¡No diré nada más!
–         ¡Y tanto que no lo harás, puta! ¡Yo me encargaré de que no puedas decir ni pío!
Agarrándola bruscamente por el pelo, Jesús le dio un fuerte tirón, arrastrando la cabeza de la joven hacia su entrepierna. Ésta, con las lágrimas saltadas, comprendió lo que pretendía su Amo y no se resistió, abriendo enseguida los labios y recibiendo en ellos la erección que su propia mano había originado. Jesús empujó con fuerza, hasta que su polla se hundió por completo en la garganta de la joven, que boqueaba y daba arcadas medio asfixiada, con las lágrimas resbalando por sus mejillas.
Cuando Jesús apartó la mano de su cabeza, la pobrecilla sacó un trozo de verga de su boca, logrando recuperar el aliento y, sin dejar de llorar, empezó a mamársela a su Amo.
–         ¿Quién cojones te ha dicho que me la chupes, puta? – gritó Jesús obligándola a tragar su nabo de nuevo por completo – ¡Te vas a quedar ahí quietecita, con mi polla metida hasta el fondo! ¡Y como se te ocurra potar en la cama te voy a dejar el culo en carne viva! ¡Y desde ahora mismo vuelves a ser el número seis!
Yo estaba alucinada por lo rápido y violento del episodio, aunque, en el fondo, no estaba nada sorprendida, pues llevaba rato viéndolo venir. Incluso a mí me habían molestado las continuas interrupciones de Gloria, así que a Jesús…
Y de repente, todo se calmó; Jesús volvió a reclinarse contra el cabecero y, dándose unas palmaditas en el pecho, me hizo volver a apoyar la cabeza en su torso. Desde esa posición, tenía un primer plano del lloroso rostro de Gloria, y pude observar cómo se esforzaba en relajar los músculos de la boca y la garganta para que el intruso de dura carne no le provocara demasiadas arcadas y la hicieran vomitar.
Me acordé de cómo un par de días atrás, Jesús me había obligado a permanecer en mi coche en la misma postura que estaba Gloria ahora y de cuánto me había costado soportarlo, y eso que fue poco tiempo. Me compadecí de la chica, por más que estuviera de acuerdo en que se merecía un castigo por importunar a nuestro Amo.
–         Bueno, como ya no nos interrumpirán más, sigo con la historia perrita – dijo Jesús acariciándome el cabello.
–         Estupendo Amo – dije con voz queda.
–         Pues bien, cuando por fin Yoli se animó y posó sus tiernos labios en mi verga, estuve a punto de acabar. El morbo que tenía aquella chica era demasiado. Ver cómo su delicioso lunarcillo se movía mientras deslizaba sus carnosos labios por mi rabo… Ufff. Increíble. Aunque, la verdad, no tenía ni puta idea de cómo chuparla, su misma inexperiencia lo hacía todavía más excitante.
  • Así no, cariño – le dije – Empieza chupando la punta, sigue por el tronco, ensalivándola un poco y, mientras, me acaricias los huevos con la otra mano. Cuando esté bien mojada, puedes meterte la punta en la boca y luego… tanta como puedas.
–         El morbazo que tenía por saber que sin duda la mía era la primera polla que sobaba aquella putilla me hizo estremecer. Era un diamante en bruto, sin pulir y sólo de pensar en todo lo que podía enseñarle y hacerle… Uffffff… Era la ostia.
Hasta yo estaba excitada.
–         La nena seguía mis instrucciones como podía, lameteándomela y chupándomela de arriba a abajo, mientras sus ojos se clavaban fijamente en los míos. Y, cuando por fin se metió un pedazo en la boca… no pude más.
–         Te corriste – asentí.
–         No. Le compuse un soneto, no te jode.
Me eché a reír, haciéndole sonreír también a él.
–         Cuando noté que mis huevos entraban en erupción, no pude contenerme y le sujeté firmemente la cabeza, para que se tragara toda mi corrida.
–         Menuda iniciación – pensé.
–         Ella forcejeó un poco, pero yo no cedí un ápice, así que me vacié por completo en su garganta. Mi leche desbordó su boca y un hilillo se escapó por la comisura de sus labios, manchándole el top.
  • Te queda mucho por aprender, cariño – le dije – Pronto aprenderás a no desperdiciar ni una gota.
–         Cuando la liberé, la pobre se levantó y, dando arcadas, salió corriendo hacia la puerta del baño que había en su habitación. Enseguida escuché el agua del grifo correr y a la dulce jovencita escupiendo. Tras guardarme la verga y arreglarme la  ropa, la seguí al aseo. Estaba frente al lavabo, inclinada enjuagándose la boca. Me aproximé por detrás y pegué mi entrepierna a su trasero, agarrando y amasando sus enormes tetas con las manos.
  • No ha estado mal para ser la primera vez – le dije mientras nos mirábamos el uno al otro en el espejo – El próximo día lo harás mejor.
–         ¿No te la follaste? – inquirí un tanto incrédula.
–         Ese día no. Pero no adelantemos acontecimientos. Para ser una pija reprimida y mojigata, aquello había sido un salto de gigante. Era mejor ir poco a poco, tirando del sedal paulatinamente, que querer una captura rápida y que el pez acabara escapándose.
–         Entiendo.
–         Además, para sacarme las ganas tenía a mis otras golfas. Esa tarde me fui otra vez a casa de Gloria y la enculé a gusto, ¿verdad, putilla?
Gloria, con lágrimas en los ojos, se las apañó para asentir manteniendo la verga hundida hasta el fondo de la garganta. Tenía mérito.
–         ¿Lo ves, zorra? Ya he conseguido que te calles. Soy listo ¿eh?
Ella volvió a asentir.
–         Bueno, pues el día siguiente regresé super contento a las clases. La media horita que pasamos de charla con Natalia estuvo muy bien, pues mientras ella hablaba por los codos, yo observaba a Yolanda que, coloradísima, no se atrevía ni a mirarme.
–         ¿Te la tiraste ese día?
–         Paciencia, perrita, paciencia. Ese día me hizo otra mamada. Al principio no quería, pero no me costó nada convencerla. Pero esta vez hice que se arrodillara en el colchón a mi lado, para poder sobar su cuerpazo mientras me la comía.
–         Ibas poco a poco.
–         Exacto. Cada día un pasito más. El siguiente día, le subí la falda por detrás y la masturbé mientras me la chupaba, acariciando su culazo. Pero no la dejé correrse, sino que paré cuando estuvo a punto y me largué, dejándola cachonda perdida.
–         Pero tú si te corriste – dije.
–         Of course, darling. Y ella se lo tragó todito. Aprendía deprisa.
–         Como todas – pensé.
–         Y a la semana siguiente… la gran función.
–         Te la follaste – dije innecesariamente.
–         Me la follé. Y cómo me la follé.
–         Cuenta, cuenta.
–         Esta vez pasamos por completo de dar clase y fuimos directamente al asunto. Hice que me la chupara en cuanto entramos al cuarto, pajeándola de nuevo para ponerla a tono.
Yo ya estaba deseando que Jesús me hiciera lo mismo a mí.
–         Cuando lo tuvo bien empapado, la tumbé en la cama y me puse encima. Ella, ya con más experiencia, comprendió mis intenciones y se resistió un poco, pero sin auténticos deseos de que parara. Me agarré la polla, la froté en su coño y se la metí de un tirón.
–         ¿De un tirón? – exclamé – ¡Jesús, que era virgen! ¡Le harías daño!
–         ¡Y a mí qué! – respondió Jesús encogiéndose de hombros – Aquella furcia estaba deseando que le pegara un pollazo y yo se lo di. A esas alturas ya había caído la imagen de niña de papá buenecita  y obediente. Era una puta como todas y yo le di lo que estaba deseando.
–         No, si lo entiendo, pero…
–         Ni peros, ni leches. Ella se lo había buscado. Ya me conoces, perrita, yo os doy ni más ni menos que lo que queréis… pero también tomo lo que quiero.
–         Sí, es verdad – asentí abrazándome con más fuerza a él.
–         Pues eso. Me la follé como quise. La niñata gemía y sollozaba, pidiéndome que fuera más despacio, pero a mí me daba lo mismo. Tenía un coñito tierno, húmedo y caliente enterito para mí y quería disfrutarlo. Como no paraba de gimotear, hice que se diera la vuelta y me la follé a cuatro patas, apretándole la cara contra la almohada, no fuera a ser que su madre la escuchara y viniera a interrumpirnos.
Me acordé de las veces que me había hecho a mí lo mismo y me excité más todavía, pues podía ponerme perfectamente en el pellejo de la pobre Yolanda e imaginar lo que había experimentado.
–         Pronto empecé a notar que la niña estaba gozando un poco, pues ya no lloraba ni se resistía tanto, gimiendo contra la almohada de forma muy erótica. Cuando me corrí, le eché toda la leche en el coño, vaciándome a gusto. Se la saqué y me quedé observándola, allí tirada y sudorosa sobre la cama, con la ropa revuelta y sus enormes tetones al descubierto. Me dieron ganas de follármela otra vez.
–         ¿Y no lo hiciste?
–         No. Había sangrado y eso me cortó un poco el rollo. Fui al baño y me limpié la polla, que estaba un poco manchada y regresé al cuarto. Estaba sobre su cama, con las rodillas abrazadas, sollozando un poco. Me senté a su lado y le acaricié el pelo. Ella se encogió.
  • Eres un cabrón – me espetó sorprendiéndome un poco, pues no cuadraba con ella lo de decir tacos – No tenías por qué ser tan brusco. Me has hecho daño.
  • ¿Y qué? – le contesté – La primera vez siempre les duele a las tías.
  • Podrías haber sido más delicado – me dijo con sus ojos llorosos mirándome fijamente.
  • ¿Para qué? Tú querías que te follara y yo lo he hecho. Y no me digas que al final no has empezado a disfrutar.
  • ¡Yo no quería que me follaras! – exclamó con tono enfadado.
  • ¿Ah, no? ¿Y  por eso llevas dos semanas chupándomela? ¿Qué creías que iba a pasar?
–         No supo qué responderme.
  • Mira niña. Haz lo que te dé la gana. Si quieres cuéntaselo a tu madre, que yo le contaré nuestros jueguecitos y cómo me la has chupado.
  • ¿Y piensas que te iba a creer? – me dijo con los ojos echando chispas – ¡Se lo diré a mi padre y verás cómo despide al tuyo!
  • Me importa una polla – respondí encogiéndome de hombros – Lo que le pase a mi viejo me la trae al pairo. Pero tú… seguro que a tu papi le encanta el escándalo cuando se sepa que su nena es una comepollas.
  • ¡Cabrón!
  • Aunque… por otra parte – le dije en tono zalamero – Podríamos seguir como hasta ahora y cuando vuelva el lunes… te doy lo tuyo otra vez. Una vez pasada la primera vez te aseguro que vas a pasarlo muy bien…
  • Y una mierda.
  • O también podrías callarte y seguir dando clases como si nada. Tus padres no se enterarían de que su hija ya no es virgen  y aquí paz y después gloria. Seré tan sólo tu profesor. Como tú quieras.
–         Siguió mirándome fijamente.
  • Esto es lo que haremos. Hoy es viernes. Si el fin de semana pasa sin que tu padre venga a buscar mis pelotas, entenderé que quieres seguir con las clases, así que volveré el lunes como si nada hubiera pasado.
–         Ella seguía sin decir nada.
  • Y si el lunes regreso y… – le dije acercándome a ella hasta que nuestros rostros quedaron casi pegados – …compruebo que bajo tu ropa no llevas bragas ni sujetador… entenderé que quieres que sigamos jugando.
–         Y me largué – concluyó Jesús.
–         ¿Y qué pasó?
–         El lunes recibí una llamada de Natalia. Me dijo que Gloria no se encontraba bien, así que era mejor suspender la clase.
–         Uf, un poco inquietante, ¿eh? – dije.
–         ¡Bah! Para nada. Ya tenía a Yoli bien calada. Sabía que no iba a chivarse. Se resistiría un poco más pero… ya era mía. Como tú.
Era verdad. Yo había pasado por lo mismo tras la primera vez con Jesús. Comprendí que él SABÍA cómo íbamos a reaccionar.
–         El miércoles me presenté como si nada en su casa. Natalia, sonriente como siempre, me condujo al salón para tomar un refresco y poco después, la silenciosa Yolanda se reunió con nosotros.
–         ¿Y?
–         Cuando vi sus exquisitos y enhiestos pezones marcándose en su camiseta, supe que la tarde iba a estar bien.
–         Y sonreíste – dije sin pensar.
–         Vaya si lo hice.
Justo en ese momento, Gloria gorgoteó medio ahogada. La miré, preocupada pues se veía claramente que no aguantaba más con la polla de Jesús embutida en la garganta. Dando arcadas, parecía estar a punto de echar la papilla en cualquier momento.
–         Amo – le dije a Jesús apiadándome de ella – Creo que ya ha aprendido la lección.  Por favor, te pido que la perdones. Estoy pasándolo muy bien con tus historias y no olvido que ha sido gracias a ella que me la has contado.
Jesús clavó su mirada en mí, haciendo que me encogiera un poco inquieta, pensando en si se habría molestado.
–         ¿Qué te parece si te castigo a ti en su lugar? – me espetó inesperadamente.
Tragué saliva imaginándome cómo sería estar en el lugar de Gloria. Pero entonces la miré, llorando desconsolada, esforzándose por mantener la verga en su boca para complacer a su Amo. Y me apiadé.
–         De acuerdo, Amo – castígame a mí en su lugar.
Inesperadamente, Jesús se inclinó hacia mí y me dio un tenue besito en los labios. Yo le miraba sorprendidísima, mientras él me contemplaba con una sonrisa de oreja a oreja.
–         Estoy muy contento contigo, perrita – me dijo – No es habitual entre mis putas el sacrificarse las unas por las otras. Creo que una chica como tú hará un gran bien en la estabilidad del grupo.
–         Gra… gracias Amo – balbuceé.
–         Zorra, da las gracias a Edurne. Ya has cumplido el castigo.
La pobre chica, con el rostro empapado de lágrimas, fue sacándose la verga de nuestro Amo muy despacio de la boca, tratando de controlar las arcadas. Por fortuna lo logró, aunque no pudo evitar que su saliva resbalara y empapara la entrepierna de Jesús.
Aparentando calma, usé mis propias sábanas para limpiar las babas de la joven y evitar el enfado del chico que, por suerte, no dijo nada. Como pudo, Gloria se las apañó para agradecerme el gesto.
–         Gracias, Ama. Agradezco que haya liberado del castigo a esta humilde puta.
Me sorprendieron las palabras de Gloria. No sólo que me llamara Ama, sino la forma de expresarse. Aunque claro, como yo no había experimentado en mis carnes la disciplina de Jesús, no sabía muy bien cuales eran las formas apropiadas de comportamiento. Tomé nota.
–         No te preocupes número seis – le dije muy seria – Espero que hayas aprendido la lección. Ahora ve a lavarte, estás que das asco.
Traté de aparentar dureza para que Jesús se sintiera orgulloso de mí, pero en el fondo, lo que pretendía era darle un respiro a la chica para que pudiera recuperarse. ¿O no era así? La verdad es que me gustaba darle órdenes a Gloria. Me acordé de cómo ella me había hecho comerle el coño el día anterior… y ahora podía ordenárselo yo…
–         Y cuando vuelvas, tráenos 2 refrescos – le ordené mientras salía.
Cuando volvió, cinco minutos después, Jesús había reanudado su relato y esta vez era mi manita la que acariciaba con mimo el falo de nuestro Amo, sintiéndolo caliente y mojado por la saliva de la putilla.
–         Ponte  a los pies de la cama, puta. Y no quiero volver a oírte – le ordenó Jesús.
La pobre, visiblemente compungida, obedeció en silencio y, tras entregarnos los refrescos, se hizo un ovillo a los pies del colchón.
–         Bueno, sigamos – dijo Jesús.
–         Volviste a follarte a Yoli esa tarde – dije ayudándole a retomar el hilo.
–         Esa y las siguientes. La puse de vuelta y media. Me la follé en la cama, en el baño, sobre su escritorio… Lo único que lamentaba era que no podía follármela en el resto de la casa, pues su madre, aunque se pasaba las tardes en la piscina, era un peligro… Así que decidí follármela también.

–         Me lo imaginaba – asentí dándole un cariñoso apretón en la verga.

–         Comprendí que si la hija, que tenía pinta de modosita, había resultado ser una golfa de cuidado, la madre, que ya tenía pinta de puta, debía ser sencillamente la ostia.
–         ¿Y Yolanda no se resistió?
–         A esas alturas la niña hacía todo lo que yo lo decía. Se había vuelto adicta a mi polla y prácticamente me suplicaba que me la tirara. Todos los días, mientras charlábamos con su madre antes de las clases, se la veía inquieta y nerviosa, deseando que terminásemos de hablar y subiéramos a su habitación.
–         Entiendo.
–         Bueno, aún tuvimos un pequeño conato de rebelión con ella, aunque lo superamos sin muchas dificultades.
–         ¿A qué te refieres?
–         Ya sabes. Cuando me cansé de darle por delante…
–         Quisiste darle por detrás – completé la frase, comprendiendo perfectamente a qué se refería.
–         A veces me sorprendo de por qué mujeres que han demostrado ser unas completas golfas, se solivianten tanto por una cosa tan sencilla.
–         Porque duele – dije sin pensar – Además, es humillante…
–         Ah, ¿te lo parece? – dijo él mirándome con curiosidad.
–         Sí, Amo – le respondí muy seria alzando la cabeza para mirarle – Pero eso no quiere decir que no esté dispuesta si tú me lo pides.
–         Estupendo perrita – dijo acariciándome la mejilla – Además, te aseguro que, tras probarlo unas cuantas veces, te gustará.
–         Si es contigo… seguro que sí – le dije.
Él me besó.
–         Pues bien, un día Yoli estaba inesperadamente seria cuando subimos a su cuarto. Me dijo que ese día no íbamos a poder hacer nada, pues le había bajado la regla y le dolía un poco.
  • No te preocupes por eso Yoli – le dije – Ya sabes que hay otras maneras de pasarlo bien.
–         La pobre me dedicó una sonrisa tan encantadora que inmediatamente supe que no me había entendido – continuó Jesús – Al poco rato, la tenía de rodillas en la cama comiéndome la polla, con mi mano perdida bajo su falda, amasando los redonditos molletes de sus nalgas.
Jesús refrescó un poco su garganta, echando un trago a su lata antes de continuar.
–         Pues bien, cuando la tuve bien ensalivada se la saqué de la boca, mientras ella me miraba con extrañeza. Me arrodillé detrás de ella y le subí la faldita, quedando su magnífica grupa al descubierto, dejándola a merced de mis manos, que la estrujaban y acariciaban por todas partes.
–         ¿Y no se dio cuenta de lo que pretendías?
–         Para nada. Me coloqué detrás de ella y empecé a darle tiernos besitos en las nalgas, que la hacían reír y gemir quedamente. Pero claro, yo ya no podía más, así que, irguiéndome sobre el colchón, me agarré el húmedo falo y lo coloqué a la entrada de su retaguardia.
–         ¿Y se la clavaste de un tirón?
–         ¿Como a Gloria antes? No, no, fui más delicado. Antes de que le diera tiempo a reaccionar le había metido la punta, pero ahí me detuve. Ella se asustó muchísimo y empezó a gimotear, tratando de apartarse de mí, pero yo la tenía bien agarrada por las caderas y le impedía escapar.
  • Shist… Tranquila Yoli… Relájate, que te prometo que esto te va a encantar – le susurré.
  • No, eso no… Por el culo no, por favor, deja que termine de chupártela, me lo tragaré todo… Mira, la regla me dura pocos días, seguro que para la próxima clase podemos hacerlo…
  • Pero yo no puedo esperar más…
–         Muy lentamente, fui empujando mi émbolo, que fue penetrando sin compasión en el ano de la chica. Cuando tuvo dentro la mitad, me detuve de nuevo. Yoli tenía un rictus de dolor en el rostro, pero yo no permití que se librara.
  • Relájate, tonta – le susurré – Ya está casi toda dentro. Sólo falta un poco. Y en cuanto esté toda metida empezarás a disfrutar.
–         La putilla intentó hacerme caso, pero su culito era muy estrecho y estaba sin estrenar, así que no pudo evitar llorar un poco hasta que logré metérsela entera. Cómo apretaba aquel culito. Era genial.
–         ¿Y ella no decía nada?
–         A esas alturas ya me conocía lo suficiente como para saber que iba a hacer lo que me diera la gana, así que no intentó protestar, pero lloraba y gemía sin parar. Yo, que a cosa hecha había hecho que me la chupara un buen rato para dejarme próximo al orgasmo, empecé a moverme muy lentamente, enterrándosela una y otra vez, disfrutando al máximo de aquel tierno culito, pero sin perder el control.
–         ¿Te corriste en su culo o fuera?
–         En lo más profundo de sus entrañas. Verla después, tirada en la cama, con la falda levantada, sollozando mientras mi leche se salía de su culo… Joder. Impresionante. El próximo día que vayas a mi casa te enseñaré la foto. La imagen era tan increíble que no pude resistirme a fotografiarla con el móvil.
–         Me encantará verla – dije.
–         Pues bien. Cuando se recuperó un poco, tuvimos una nueva bronca, aunque no te aburriré contándotela pues fue un calco de la anterior. Y sus consecuencias fueron las mismas, pues el día de la siguiente clase, ella ya estaba esperándome cachonda perdida.
–         ¿Te la follaste de nuevo por el culo sin esperar a que se recuperara? – pregunté extrañada de que hubiera tenido esa deferencia conmigo y no con Yolanda.
–         ¡No, no! Verás, el día de la siguiente clase fui yo el que llamó para decir que no me encontraba bien y la posterior me la salté también, por lo que estuvimos unos cuantos días sin vernos.
–         ¿Y por qué lo hiciste?
–         Por 3 motivos. Por un lado, al dejar a Yoli varios días sin su ración de rabo me aseguraba de que estuviera bastante desesperada esperando mi regreso. También le daba una semana a su culito para recuperarse. Y por último, me aseguré de que ya hubieran pasado esos días del mes.
–         ¡Ah, claro! – asentí.
–         Cuando regresé a las clases, Yoli me había perdonado por completo. Durante un par de días me la follé sólo por el coño, pero la tercera vez, la enculé de nuevo. Esa vez me llevé un pequeño vibrador con el que estimulé su clítoris mientras la sodomizaba, con lo que la experiencia le fue mucho más grata. Tras un par de sesiones, resultó que la muy golfa empezó a disfrutar por el culo tanto o más que por la vagina.
–         Madre mía – dije en tono un tanto incrédulo, que fue percibido por Jesús.
–         Te lo aseguro, y la prueba es lo que pasó a continuación.
–         Dime, dime.
Jesús echó un último trago a su lata y la dejó, vacía, sobre la mesilla.
Por ese entonces yo estaba de nuevo como una motillo, más caliente que el palo de un churrero. Mi mano aferraba cada vez con más ganas la erección de mi Amo y me costaba Dios y ayuda resistirme para no abalanzarme sobre ella y metérmela por donde fuera. Pero entonces vi a Gloria, encogida a los pies de la cama, la viva imagen de la tristeza. Y se me cortó un poco el rollo.
–         Gloria – le dije – Trae más refrescos.
Sin decir ni mu, la chica se levantó y salió del cuarto.
–         Jesús – le dije con tono comprensivo – Me da un poco de pena Gloria. Lo estábamos pasando tan bien.
–         Estás en tu casa y ahora mismo tu número es más bajo que el de ella, así que haz lo que te plazca – respondió él, comprendiendo mis intenciones.
Cuando Gloria regresó, le levanté el castigo. Ella me sonrió agradecida y sin poder contenerse, se inclinó sobre mi y me dio un besito en la mejilla. Por un instante, me pareció más joven de lo que era.
–         No te quejarás, Gloria – dijo Jesús – Ya es la segunda vez que Edurne intercede por ti. Te he perdonado porque ella me lo ha pedido, que si no, esta noche habrías dormido en el puto suelo.
–         Gracias, Amo – dijo ella – Gracias Ama.
–         Anda, ven aquí, putilla – dijo Jesús iluminando el rostro de la joven.
Ella volvió a subirse a la cama de un salto, recuperando su posición abrazada al cuerpo de Jesús. Nuestros ojos se encontraron y ella volvió a sonreírme, mientras sus labios dibujaban un “gracias” silencioso. Me sentí mejor.
–         Bueno, sigamos con la historia – dijo Jesús cuando nos tuvo a las dos de nuevo reclinadas sobre su pecho – Como iba diciendo, Yoli empezó a disfrutar del anal de mala manera, empezó a preferirlo a la vía más común.
–         ¿En serio? – pregunté aunque ya sabía la respuesta.
–         Y tanto. Cuando le daba por el culo, parecía que se le iba la cabeza (vaya, sigue igual, ya lo verás) y yo encantado, pues disfrutaba mucho sodomizándola mientras agarraba sus tetas con las manos.
–         ¿Y Natalia?
–         Ahora voy con eso. Pues bien, en mi mente ya había ideado cómo atraer a Natalia a nuestro jueguecito. Ya la conocía bastante bien, era la típica cuarentona (espectacularmente atractiva) que se encontraba bastante frustrada por la falta de atención de su marido y que se desfogaba tonteando un poco con el jovencito que le daba clases a su hija, aunque, en el fondo, la muy estúpida ni se imaginaba lo que el jovencito y su hija estaban haciendo. Así que decidí que lo más eficaz sería enfrentarla a la cruda realidad y usar el shock en mi beneficio.
–         Jesús, me tienes cautivada con la historia.
–         Me alegro. Pues bien, una tarde, cuando aún estaba dándole vueltas a la idea, la fortuna se puso de mi parte.
–         ¿Qué pasó?
–         Mientras estábamos charlando antes de la clase, estalló una repentina tormenta de verano, con lo que Natalia no pudo ir a la piscina, teniendo que quedarse encerrada en la casa. Y, para mayor suerte, esa era la tarde libre de la criada, por lo que estábamos los tres solitos en la casa.
–         Me voy imaginando por dónde van los tiros – dije.
–         Muy lista. Esa tarde, dejé disimuladamente la puerta del cuarto entreabierta, para que se escucharan bien los relinchos de Yolandita por toda la casa. Me la follé con toda el alma, dándole con ganas, hasta que sus gemidos y aullidos de placer atrajeron inevitablemente a su madrecita.
–         Oye, acaba de ocurrírseme una cosa.
–         Dime.
–         ¿Y la criada? Porque Natalia no escucharía vuestras sesiones por estar fuera de la casa, pero la criada…
–         La criada tenía veinte años y la había escogido el padre de Yoli, así que estaba buenísima. Por ese entonces ya me la había follado un par de veces, así que no decía esta boca es mía.
–         ¿TELA HABÍAS FOLLADO? – exclamé sorprendidísima – Pe… pero… de ella no sabía nada.
–         De ella no hay nada que saber. Ella no es como vosotras. Fue sexo sin compromisos, más convencional. Ya te dije en otra ocasión que vosotras no sois las únicas mujeres con quien me acuesto. Sólo cuando encuentro a alguna especial es que la convierto en una de mis putitas.
–         Comprendo.
Era verdad que me lo había dicho, pero hasta ese momento no me había parado a pensarlo. Sólo de imaginar que Jesús anduviera por ahí follándose a otras me molestaba bastante.
–         Bueno, sigo. Como decía, esa tarde hice gemir y aullar a la tetona con ganas y claro, al poco rato, su incrédula mamaíta vino a ver qué le pasaba a su hijita.
–         Y se llevó la sorpresa de su vida.
–         Ya te digo. Cuando entró en el cuarto, se encontró de bruces con la escena que a todas las madres les encantaría ver. Yo estaba sentado en la silla de estudios de Yolanda, que tiene dos brazos; la chica estaba empalada por el culo en mi nabo, de espaldas a mí, de forma que sus tetas eran estrujadas por mis manos después de haberle enrollado el top en el cuello. Para tener más estabilidad, sus piernas estaban abiertas al máximo, apoyadas sobre los brazos de la silla, colgando a los lados. La tía, con una mano apoyada en el escritorio y la otra no sé donde, se las apañaba para botar sin descanso sobre mi polla, enculándose ella solita una y otra vez, berreando como loca.
  • ¡YOLANDA! – aulló con voz histérica la buena mujer – ¡DIOS MÍO! ¡¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO?!
  • GGGGHH… AHHHHGGGG –  gorgoteaba Yolanda mientras la saliva se le escapaba de los labios.
  • ¡HIJO DE PUTA! – exclamó Natalia acercándose a mí con llamas en los ojos – ¡ESTÁS VIOLANDO A MI HIJA!
  • ¿Violándola? – exclamé echándome a reír – ¿A ti te parece que esto es una violación?
–         Natalia nos miró durante un segundo y pude percibir perfectamente cómo sus pupilas se dilataron cuando comprobó que era su propia hijita la que se empalaba una y otra vez en mi hombría. Tartamudeando, trató de insistir.
  • No… no… no puede ser… Has debido de… drogarla…
  • ¿Drogarla? ¡Muy bueno! ¡Yoli, dile a tu madre cómo se llama la droga que te estoy dando!
–         Y la muy puta se las apañó para contestar:
  • ¡LA POLLA! ¡ME ESTÁ DANDOLA POLLA! ¡LA POLLA ENMI CULO! ¡OH, MAMI, NUNCA SOÑÉ QUE ME SENTIRÍA ASÍ!
–         Natalia se quedó petrificada, muda. No podía creer lo que estaba pasando. Pude leer en su rostro cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor. Y se volvía vulnerable…
–         Una pena que no pudieras hacer una foto del momento.
–         ¿Y quién dice que no la hice? Bueno, una foto no, pero el móvil desde una estantería grabó un vídeo que te cagas. Es super morboso, aunque no se ve muy bien. ¿Verdad Gloria?
–         Sí, es muy excitante – dijo la joven hablando después de un buen rato – Sobre todo porque conoces a las que salen en él y eso le da más morbo.
La entendía perfectamente.
–         Pues bien, no aguantando más y sin saber cómo reaccionar, Natalia optó por negarlo todo y huir, así que salió como una exhalación del cuarto dando un portazo.
–         ¿Y qué hiciste?
–         Yo sabía que no podía dejarla sola, pues su reacción natural en esa situación sería sin duda llamar a su marido en busca de ayuda… o puede que incluso a mi padre.
–         Sí, la cosa podía írsete de las manos.
–         Precisamente. Además, era necesario golpear el hierro ahora que estaba caliente, sin darle tiempo a enfriarse. Con desgana, pero con perspectivas de algo mejor, se la saqué del culo a Yolanda, ignorando las protestas de ella.
  • Dame dos minutos – le susurré besándola – Y después sígueme.
  • ¿Adónde vas? – me preguntó.
  • Ya lo sabes.
–         Sus ojos se abrieron como platos cuando la comprensión de lo que yo tenía en mente penetró en la suya. Pareció ir a protestar, pero finalmente optó por quedarse callada.
  • Buena chica – le dije besándola de nuevo.
–         Salí tras la madre enseguida, sin molestarme en guardarme la polla en el pantalón, pues sabía que así impresionaría más. No estaba seguro de hacia donde había ido, pero, al ver la puerta de su dormitorio matrimonial abierta, comprendí que estaba cerca.
–         Joder, cómo se lo monta Jesús. Sigue sorprendiéndome – pensé para mí sin dejar de acariciar su erección.
–         Cuando entré en el cuarto, me encontré con que, efectivamente, Natalia había cogido el teléfono y estaba marcando. Sin pensármelo dos veces, caminé hacia ella y le quité el aparato de un tirón tirándolo a un lado. Natalia se quedó atónita, asustada por mi presencia en su cuarto. Pero logró reunir el suficiente ánimo para enfrentárseme.
  • ¿Qué coño haces aquí? – me espetó – ¡Fuera de aquí ahora mismo! ¡Si no te vas llamaré a la policía!
  • No creo que estuvieses llamando a la policía – le dije – Seguro que llamabas al imbécil de tu marido, ese que no te folla porque es gilipollas.
–         Se quedó petrificada ante mi respuesta. Pero entonces, vio mi picha por fuera del pantalón y eso la hizo reaccionar.
  • ¡Tápate eso, puerco! ¡Cuando tu padre se entere de esto te vas a acordar de este día!
–         La tía se quejaba mucho, pero sus ojos no se apartaban de mi polla, lo que me hizo sonreír. Deseando metérsela ya, decidí poner las cosas en su sitio.
  • No, mi polla está bien como está. La voy a necesitar para lo que voy a hacer a continuación.
–         Una sombra de inquietud cubrió su rostro. Por fin empezó a entender cuales eran mis intenciones.
  • Có… cómo has dicho. Sal de aquí inmediatamente. Voy a… a tener…
  • Vas a tener que callarte de una puta vez – le solté – Si no cierras esa bocaza, te la meteré primero en la garganta, en vez de empezar con tu coño como había pensado.
  • ¡¿QUÉ?! – aulló ella con los ojos como platos.
  • Digo que a tu hija no la he violado, pero a ti sí que voy a hacértelo.
–         Entonces ella reaccionó abalanzándose de uñas hacia mi. Pero yo la estaba esperando y, de un empujón, la hice caer sobre la cama. Con rapidez, me subí encima de ella y le sujeté los brazos a la espalda. En ese momento llegó Yolanda.
  • ¡Yoli, rápido, huye! – gimió Natalia al verla – Pide ayuda.
  • Si, eso Yoli, es ayuda lo que necesitamos – le dije – Anda coge la funda de las almohadas.
–         Para mi alegría y desesperación de Natalia, Yolanda no dudó ni un segundo en obedecer mi orden. Con las fundas, procedí a atarle las manos a la espalda a la mujer. Cuando estuvo sujeta, la hice sentarse en el colchón. Ella me miraba desafiante, pues no se atrevía a mirar a su hija.
–         Menudo cuadro – dije.
–         Precioso. Y para mejorarlo, agarré la camiseta que llevaba Nati por el cuello y la desgarré de arriba abajo. En menos de un segundo, el sujetador siguió el mismo camino, con lo que las dos tetas más impresionantes que había visto en mi vida quedaron desnudas frente a mí.
  • Yoli – le susurré a la chica acercándome – Tenéis cámara digital, ¿verdad? Tráela y graba la escena.
–         Obediente, la chica salió para cumplir mi encargo.
  • ¿Adónde va? – gimió Natalia.
  • Tranquila, enseguida vuelve.
–         Mientras decía esto, me aproximé a ella enarbolando mi erección hasta dejarla frente a su cara. Agarrándola del pelo, intenté metérsela en la boca, pero ella se resistió manteniendo sus labios bien cerrados.
  • Bien, como quieras – siseé – Te la meteré sin lubricación.
–         Un brillo de alarma se encendió en su mirada, pero yo no le di ocasión de protestar. Agarrándola del brazo la hice ponerse en pié para volver a arrojarla de bruces sobre el colchón. En menos de un segundo estaba arrodillado detrás de ella, forcejeando con sus shorts hasta que logré bajárselos a medio muslo junto con sus bragas. Menudo espectáculo, la madre no desmerecía a la hija.
–         ¿Y te la follaste? – pregunté para animarle a continuar.
–         Esperé unos segundos hasta que Yolanda regresó. Cuando empezó a filmar, no aguardé más y, de un viaje, se la metí hasta los huevos.
  • ¡AAAAHHHHHHHH! – gimoteó Natalia mientras la invadía.
  • Te gusta, ¿verdad puta? ¡Si estás deseándolo desde el primer día!
–         Y empecé a follármela con ganas. Para tener una mejor posición, pues no podía apoyarse en las manos por tenerlas atadas, coloqué bajo el vientre de Natalia un par de almohadas, con lo que su coño se me ofrecía desde un mejor ángulo. Sin pensármelo dos veces, inicié un mete y saca feroz, follándola con todas las ganas que tenía acumuladas desde que aquella golfa me abrió la puerta en bikini por primera vez. Ella se quejaba y me gritaba que la soltara, pero pronto noté cómo su coño chorreaba y ella, inconscientemente, empezaba a separar los muslos para facilitarme el acceso.
–         ¿Y te corriste dentro?
–         Aún no. Quería llevarla un paso más allá, así que se la saqué del coño y me senté al borde del colchón, con los pies en el suelo. Ayudado por Yolanda, la senté en mi entrepierna de espaldas, metiéndosela hasta el fondo de nuevo, en un remedo de la postura en que nos había sorprendido a Yoli y a mí minutos antes, sólo que no era anal sino vaginal.
–         Y todo esto está en vídeo – dije sonriendo.
–         Hasta ese momento sí, pero después la grabación no es muy buena porque Yoli tuvo que dejar la cámara en una mesa.
–         ¿Por qué? – pregunté estúpidamente.
–         ¿Y tú que crees?
–         ¡Ah, claro! – asentí comprendiendo por fin.
  • Yoli, cariño, demuéstrale a tu madre cuanto la quieres.
–         Yolanda no había hecho eso en su vida, pero bastó con mirarme a los ojos para entender lo que yo quería. Sin pensar, se arrodilló entre los muslos abiertos de su madre y empezó a chuparnos los genitales a ambos, mientras mi polla se hundía una y otra vez en el coño.
  • ¡YOLI, NO, QUÉ HACES! – aullaba Natalia – ¡NO HAGAS ESO! ¡POR DIOS NOOOO!
–         El primer orgasmo asoló el cuerpo de Natalia, haciéndola estremecer entre mis brazos. Su cuerpo se agitaba en espasmos de placer, que provocaban que su coño apretara mi polla de forma harto satisfactoria. Fue genial.
–         ¿Y la dejaste?
–         ¡Pero qué dices! Seguí follándomela en esa postura un buen rato más, mientras su hijita, a cuatro patas, con sus deliciosos melones colgando, nos mamaba a los dos, dándonos un placer impresionante. Aún logré que Natalia se corriera una segunda vez antes de hacerlo yo, llenándole el coño por completo de leche. Mi semen resbalaba de su interior, pero no llegaba a caer al suelo, pues era sistemáticamente recogido por la lengua de Yolanda, que lo tragaba todo.
–         Joder – musité.
–         Estaba tan excitado que ni se me bajó, así que la cambié de postura y volví a follármela. No puedo decirte cuantas veces logramos entre Yoli y yo que se corriera Natalia, pero estuvimos horas dándole, hasta que quedó desmayada por el placer.
–         Y después te encargaste de Yoli.
–         Por supuesto. Se había portado divinamente así que le di su premio. Y no sólo eso, al día siguiente, aunque no teníamos clase, la invité al cine y volví a follármela. Fue entonces cuando le hablé de las demás esclavas y ella me suplicó que la aceptara como una más.
–         ¿Y lo hiciste inmediatamente?
–         Claro, no te olvides que llevaba casi dos meses zumbándomela a mi antojo. Estaba totalmente entregada a mi voluntad.
–         ¿Y Natalia?
–         Como la seda. Cuando despertó no supo ni cómo reaccionar. Le dije que lo teníamos todo grabado en vídeo y que, se pusiera como se pusiera, no podía negar que había disfrutado Le dije que iba a seguir follándome a su hija como me viniera en gana y, si ella quería, podía participar.
–         ¿Y qué pasó?
–         Como su marido estaba de viaje, me quedé allí a pasar la noche. La pobre Natalia nos miraba a su hija y a mí durante la cena sin saber ni qué decir, se percibía la lucha en su interior entre sus convicciones morales y lo que su cuerpo le pedía.
–         ¿Y qué pasó?
–         Por la noche, Yoli y yo nos bañamos desnudos en la piscina y, cuando al poco rato Natalia apareció también completamente desnuda y se unió a nosotros, supe que había logrado mi objetivo.
–         ¿Y también la hiciste tu esclava?
–         Al tiempo. Al principio pasamos unas cuantas tardes geniales follando en la casa. No hubo problemas de ningún tipo, pues Natalia se encargó de darle todas las tardes libres a la criada.
–         No quería más competencia – dije.
–         Creo que sí. A las dos o tres semanas, Yoli le enseñó el colgante del corazón y le habló del grupo. Natalia me dijo que quería ingresar y puso su tienda a disposición de las chicas. Jugada redonda.
–         ¿Y siempre te las follas a las dos juntas?
–         Prácticamente siempre. Y es que no te imaginas lo increíble que es estar rodeado por las enormes tetas de esas dos. Es el paraíso.
–         Joder. Menuda historia – dije incorporándome y mirando a Jesús a los ojos.
–         ¿Te ha gustado?
–         Me ha encantado… Pero Amo….
–         Dime perrita.
–         Ya no puedo más – dije dándole un pequeño estrujón a su enhiesta verga que seguía en mi mano.
–         Vale perrita, a mí también me apetece.
En pocos segundos, estuve cabalgando sobre la polla de Jesús, en la misma postura en que se había follado a Natalia. Gloria, ocupando el puesto de Yoli, estaba a cuatro patas entre nuestras piernas chupándome el coño y lamiendo el falo de Jesús mientras se hundía una y otra vez en mí, elevando el placer hasta límites insospechados.
Me pasó como a Natalia, pues no recuerdo cuantas veces me corrí y cuando sentí cómo la polla de Jesús entraba en erupción en mi interior y me llenaba con su semilla, me sentí completamente feliz.
Tras la sesión, los tres reposamos en la cama un buen rato y no nos levantamos hasta que empezamos a tener hambre. Demasiado cansados para cocinar, Jesús pidió unas pizzas y nos sentamos juntos en el sofá a cenar y a ver el fútbol.
Su equipo ganó. Jesús se puso contento. Y volvimos a follar por la noche antes de quedarnos dormidos.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:

Relato erótico: La señora. Venganzas (POR RUN214)

$
0
0
 

MARTES. VENGANZAS

             Eduard Brucel era un hombre temido por su rectitud y carácter intransigente y, sobre todo, por su tamaño y apariencia. Pero al lado de su hija aquel animal fiero, grande y peludo se había convertido en un osito de peluche.
-Te he perdido perdón cientos de veces.
-Tu perdón no me va a librar de un embarazo seguro.
-Ya te he dicho que no sé qué me pasó. Nunca creí que pudiese tener una erección contigo. Fui el primer sorprendido cuando mi polla se puso dura.
-Eso no es lo malo. Era lo que debía pasar y lo acepté cuando mamá me lo pidió. Chupártela hasta que se te ponga dura y tenerla dentro de mi coño mientras ese tiparraco se la follaba. Pero tú me pusiste contra la cama y me follaste como una cualquiera. Me sobaste, me lamiste y lo peor, te corriste dentro. Me has desgraciado. Tú, ¡Mi propio padre!
-No era yo, te lo juro. Estaba avergonzadísimo teniéndote delante. Si ese cerdo de Janacec se hubiese conformado con follarse a tu madre frente a mí a solas, todo hubiese sido distinto. No sabes el apuro que supuso que me vieras desnudo. Verte a ti desnuda lo hacía más duro aún.
-Sí, “duro”, es la palabra correcta.
Berta estaba sentada frente a su tocador, peinándose. Eduard se arrodilló tras ella.
-Escucha Berta. Lo estaba pasando muy mal cuando se me puso dura y tú te la metiste. Pero entonces… no sé… me fijé en tus tetas… tu coñó subiendo y bajando… cuando me quise dar cuenta casi me estaba corriendo. A partir de ahí, no pude parar. No fui consciente cuando te acaricié las tetas ni cuando te las lamí y chupé. Sé que te violé, lo siento, perdóname.
 Berta no contestó y se entretuvo rebuscando entre los cajones del tocador.
-Es difícil perdonar pero no es menos difícil pedir perdón. Berta, te lo suplico.
-Todos los hombres sois unos cerdos. Si fuera yo la que te hubiera hecho algo parecido a ti…
-Te perdonaría, por supuesto que lo haría. Eres mi hija. Estaría dispuesto a hacer cualquier cosa para demostrártelo.
Berta se giró con un objeto en la mano. Unas correas unidas a lo que parecía el mango de un bastón.
-¿Estás seguro de lo que dices? padre.
– · –
Garse daba vueltas por la habitación como un león enjaulado. Desde el suicidio de su abuelo su padre se había hecho con el control de la casa y de la familia. Ni siquiera su abuela que siempre había desarrollado su matriarcado dictatorial tenía ningún poder sobre su propio hijo. Ahora su padre se había vuelto más agresivo con él. Su madre, consciente de todo ello y sabedora de que contaba con la protección de su marido le castigaba con ahínco en cada ocasión.
 Para más INRI había intentado follarse a su hermana. Aunque el tiro le saliera por el culo, nunca mejor dicho, si su padre llegara a enterarse podría despedirse de sus huevos para siempre.
 Garse cavilaba sin cesar. Si había conseguido poner a su abuela de su parte después de haberla follado contra su voluntad tal vez podría lograr lo mismo de su hermana o de la tirana de su madre. Debía hablar con la desviada de Berta cuanto antes.
– · –
Eduard tenía la frente perlada de sudor. Estaba apoyado en el tocador de su hija con el cuerpo doblado por la cintura, completamente desnudo.
 Entre sus piernas abiertas se encontraba Berta, desnuda de cintura para abajo excepto por un extraño aparato con forma de pene y sus inseparables botines. Estaba untando de manteca el ano de su padre. Cada vez que introducía un dedo para lubricarle, éste daba un brinco.
-No te va a doler. Ésta no es tan grande como la que me metiste a mí.
Cerró los ojos cuando Berta dejó el tarro de manteca sobre el tocador, frente a su cara. Sintió posarse unas manos sobre sus caderas y tragó saliva. Si no lloraba era por que aun se consideraba un hombre.
 Berta abrió las nalgas para tener mejor visión de su ano. Eduard las contrajo como acto reflejo escondiendo su agujero entre ellas. Se iba a desmayar de un momento a otro.
-Relájate papá, así no acabaremos nunca.
Volvió a colocar su culo en pompa. Esta vez no se encogió cuando sintió la punta de la polla de madera deslizarse alrededor de su ano. Un leve empujón metió la puntita dentro. Después con una leve cadencia la polla de su hija fue introduciéndose cada vez más hasta alojarse casi por completo. Empezó a follárse a su padre.
 Berta sentía cierto placer. De alguna manera se sentía poderosa. Acariciaba las caderas de su padre que tenía un corpachón enorme. Era como abrazar a un árbol. Su culo era duro y peludo. Le gustó clavar sus dedos en él. Sus brazos fuertes como robles estaban tensos, con las venas a punto de reventar. Sus manazas, agarradas del borde del tocador, estaban tan apretadas que en cualquier momento harían astillas la madera. Su espalda y su cuello eran enormes como las de un toro. De hecho parecía que se estaba follando a un toro.
 No pudo evitar pasar una mano bajo sus piernas y coger aquellas pelotas de toro. Grandes y abultadas igual que su polla, una polla de toro. Una princesa follándose a un toro bravo.
 Pasó una mano por su espalda, grande, amplia, fuerte, capaz de soportar una casa. Tuvo que estirarse para alcanzar el hombro y el brazo de su padre. Un brazo que parecía un roble, con las venas a punto de estallar. Su padre estaba tenso y asustado por su culpa y eso la satisfacía.
 El pecho de su padre no desentonaba con el resto de su cuerpo. Unos pectorales grandes y duros, puro músculo. Clavó las uñas en sus pezones. Su padre ahogó un grito de dolor y ella otro de placer. Placer por el poder, placer por dominar a la bestia y placer a causa de la protuberancia interior del cinturón que rozaba contra su clítoris. Estaba muy excitada.
 Se mordía el labio inferior mientras acariciaba su espalda pero esta vez clavando las uñas. 5 líneas coloradas surcaron la espalda de arriba abajo. Eduard se mordió los labios de dolor, Berta lo hizo de satisfacción, estaba a punto de llegar al éxtasis. Aumentó el ritmo follándose a su padre con más brío lo que aumentaba el rozamiento de la protuberancia contra su clítoris. Eduard sudaba tinta mientras Berta le follaba sin parar, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
 Berta también sudaba a mares. Por una parte debido a la excitación y por otra debido al esfuerzo del continuo metesaca cada vez más salvaje. Le gustaba, disfrutaba follándose a la bestia, sometiéndola. Se estaba follando a un toro bravo al que le estaba haciendo botar sus pelotas a base envites contra su culo.
 Volvió a colocar su mano en su torso sudoroso de su padre y otras 5 líneas rojas cruzaron de nuevo su pecho, esta vez su padre no pudo evitar soltar un bramido… de placer. Se estaba corriendo.
 Su hija no había dejado de menearle la polla desde que se la agarró. Le había estado pajeando mientras le follaba el culo. Él intentó aguantar todo lo que pudo mientras su hija le follaba y le arañaba pero al final llegó lo inevitable. Borbotones de semen salieron de su polla hacía el taburete del tocador que se encontraba debajo de él, donde Berta había colocado su ropa.
 Berta llegó al orgasmo a la vez. Movía sus caderas como una posesa. Le follaba el culo mientras pajeaba su polla. Con la otra mano le sobaba las pelotas, aquellas pelotas de toro. Gritaba como una diablesa mientras su padre mugía de placer. Gritos, mugidos y semen.
 Cuando acabó el orgasmo Berta se desplomó sobre la espalda de su padre sin abandonar su polla, sus pelotas ni su culo. A Eduard le temblaba el labio inferior. “Dios mío, como he llegado a esto”, pensaba. Hace una hora era un hombre hecho y derecho. Ahora era solo un hombre y quizás ni eso.
 “Está bien”, pensó. “Esto se ha acabado aquí y ahora. Lo que ha pasado queda entre ella y yo”, así era el trato.
-¡Dios mío! Si no lo veo no lo creo.
Padre e hija miraron asustados a la persona que les observaba incrédula desde la puerta.
– · –
 

La abuela de Garse se encontraba en la misma situación que su nieto. Encerrada como una leona en la casa de su hijo. No tenía donde ir. Todo lo que poseía su marido pasó a manos de su hijo. Sospechaba que Eduard había tenido algo o mucho que ver con la muerte de su marido pero Janacec, un hombre de total confianza de su esposo, había jurado que Eduard estuvo con él desde media mañana. El pobre había sufrido un desgraciado y fatal accidente y Eduard estuvo ocupándose de él todo el día.

 Tampoco entendía que su marido no la hubiese dejado alguna propiedad en compensación a todos los años dedicados a él. Maldito cabrón egoísta, después de todo o que había tenido que tragar para que su marido trepara en sus negocios.
 Ahora vivía en la mansión de su hijo con él y su familia. La puta de su nuera le hacía la vida imposible obligándola a realizar labores de criada.
 Sin embargo, Aurora estaba urdiendo un plan para resarcirse. Garse formaba parte del plan y su nieta también. Garse ya estaba de su lado, solo faltaba Berta pero ya sabía como ponerla de su lado, en cuanto hablara con ella.
– · –
-Esto tiene una explicación. –Balbuceaba Eduard.
-Sí, que eres un maricón. Creía que ya te habías ido a la ciudad y resulta que te encuentro en el cuarto de tu hija dándote por el culo mientras tú te corres de gusto.
Berta se separó como un muelle y se cubrió la polla de madera con sus manos. Eduard se puso derecho cogió la primera prenda que pilló y se tapo la entrepierna con ella. Quedaba bastante ridículo intentando ocultar su rabo con las bragas de Berta.
-Mira, créeme si te digo que únicamente he accedido a hacer esto en compensación.
-¿Compensación de qué?
-Por lo de la noche que estuvimos con Janacec.
Bethelyn miró con unos ojos como platos a Berta que estaba roja de vergüenza.
-¿Pero es que te gusta tu padre o disfrutas dando por el culo a la gente?
Berta mantuvo la boca cerrada. Bastante tenía con taparse como podía. No podía darle una explicación, ni siquiera ella la conocía.
-Y tú, maldito porculero, serás maricón.
-Bet, te aseguro que lo que has visto lo he hecho contra mi voluntad.
-Mentira. Te has dejado encular voluntariamente, os he visto.
-Como retribución por violarla. Hemos hecho un trato. Ojo por ojo.
-¿Qué ojo, el ojo del culo?
-Bet, por favor. Yo la violé, por eso me he dejado violar por ella. Estamos en paz.
-¿Pero que violación ni que niño muerto? No es una violación cuando te corres como un berraco.
-Porque me ha hecho una paja mientras me la metía. Joder, que no soy de piedra.
Miró a Berta que estaba roja como un tomate y le temblaban las piernas.
-Tendrás una explicación para esto.
-Él me violó… yo… quería devolverle la moneda… como retribución.
-Me refería a lo de hacerle una paja a tu padre.
-S…Se me fue la mano… no sabía lo que hacía… en realidad no quería que disfrutara era solo… quería hacerle daño.
-¿Haciéndole una paja?
-Ah, ¿Eso era una paja?
-Berta no te hagas la tonta, por favor. Sabes de sobra lo que has hecho.
-F…Fue sin querer, lo juro.
-¿Y también te has corrido como una cerda sin querer?
-Es que… me rozaba el aparato… justo en…
-¡Basta! No quiero oír mas estupideces, sois unos cerdos, los 2.
-Escucha, Bet. -Intervino Eduard.
41

-¡No! Escúchame tú a mí. Podéis follar lo que os apetezca y podéis montar los numeritos que se os ocurra. Me da igual. Pero a partir de ahora yo también voy a follar con Ernest cuando me plazca. Con o sin tu consentimiento.

-¿Cómo, el jardinero? Ya hablamos de eso…
-Pues volvemos a hablar. Follaré con él cuando me de la gana. Nunca te preocupaste por mí mientras estuviste inmerso en tus negocios así que harás lo mismo ahora. Te abriré las piernas cuando quieras como me corresponde por ser tu esposa. Pero no me preguntarás cada vez que se las abra a él.
Su marido agachó la cabeza malherido. Recogió su ropa del suelo, se mal vistió y caminó hacia la puerta cabizbajo.
-L…Lo siento Bet. Tengo que irme, cuando vuelva de la ciudad…
No terminó la frase y salió del cuarto despavorido. Cuando ambas mujeres se quedaron solas Bethelyn se acercó a Berta.
-No me esperaba esto de ti.
-Mira mamá… todos los hombres son unos cerdos… tú lo sabes mejor que nadie…lo hacía para vengarme, de verdad.
-¿Vengarte de qué? Tu padre no te violó aquel día. Te corriste mientras te follaba.
-¿Cómo? ¿L…Lo notaste?
-Por supuesto que lo noté y Janacec también. Te movías como una lagarta mientras tu padre te follaba. ¡No parabas de mover las caderas!
Berta se quería morir.
-No sé qué pasó. Me daba asco, casi vomité cuando tuve que chupársela o cuando me la metí en el coño. Pero por mi cuerpo me traicionó. Te juro que no sé por qué me corrí.
Su madre sí lo sabía pero prefirió no contar nada sobre el frasco de afrodisíaco de Janacec. El sentimiento de culpa de su hija y de su marido le había venido muy bien. Podría volver a estar con su amante y esta vez contaba con el permiso de su marido y la aprobación de su hija. Fantástico. Miró a Berta que tenía una imagen ridícula y se fijó en su polla de madera.
-Dame eso.
-¿Como? ¿Para qué?
-De momento no quiero que vuelvas a tener este juguete, dámelo.
– · –
Aurora se frotaba las manos nerviosa mientras releía el documento que tenía delante, estaba contenta y rabiosa a partes iguales. La puta de su nuera y el cabrón de su hijo se habían reído de ella. Tenía ganas de gritar de rabia y de aporrear a alguien. De repente la puerta se abrió de sopetón y Bethelyn apareció bajo el quicio con el rictus contraído por la sorpresa.
-¿Qué haces en el despacho de mi marido?
Aurora no se asustó y se enfrentó a su nuera. Se levantó del sillón tras el escritorio, alzó el documento y lo zarandeó en el aire con los ojos encendidos por la furia.
-¿De tu marido? Querrás decir de mi nieto. Teníais escondido el testamento de Artan. Ha dejado todos sus bienes a Garse excepto algunas propiedades que quedan a mi nombre, ¡ladrones!
-Los únicos ladrones habéis sido vosotros.
-Todo esto es mío, míoooo.
-Todo esto es nuestro y tú seguirás siendo nuestra criada… como te corresponde.
-Nunca más. Se acabó soportar tus humillaciones.
-Soportarás a lo que me de la gana y harás lo que yo te diga.
-No a partir de ahora. Ya estoy harta de vivir en esta casa de mierda y de ser tu sirvienta. No pienso volver a llevar esta ridícula cofia de criada. Soy una dama no una esclava a las órdenes de cualquiera de tus empleaduchos.
-Pues atente a las consecuencias.
Una sombra se coló en la habitación y se colocó detrás de Bethelyn mientras Aurora espetaba a su nuera.
-Vas a ser tú quien se atenga a las consecuencias por haber intentado estafarnos a Garse y a mí, puta.
A Bethelyn se le pusieron los ojos en blanco cuando oyó el insulto y la chulería de su suegra.
-Te vas a arrepentir de esto, en cuanto se lo cuente a Eduard…
-Eduard se ha ido y no volverá hasta dentro de una semana por lo menos. Ahora quien gobierna esta casa es Garse, su legítimo dueño, y tú vas a comportarte como la sucia criada que siempre has sido. La señora paso a ser yo, ahora me obedecerás a mí.
-Ya veo que no aprendiste la lección que te enseñó mi marido. Pero me voy a encargar de que te la repita de nuevo. Según me dijo, quedaste muy agradecida.
A Aurora se puso colorada de rabia.
-No tienes ni idea de lo que me hizo pasar el cabrón de Eduard. Esa lección merecías haberla aprendido tú, puta. Y todo por algo que deberías haberle proporcionado a Garse sin límite. Eres una madre egoísta con un hijo lleno de necesidades.
-¿Estás diciendo que debería haberme dejado follar por Garse cada vez que él quisiera?
-Por supuesto ¿Sabes lo que tu hijo se ha visto obligado a hacerme por tu culpa? ¿Por tu negativa a comportarte como una madre responsable con tu hijo?
-No lo suficiente, por lo que veo. Pero si tanta necesidad tiene de sexo, tú te vas a encargar personalmente de satisfacerle a partir de hoy.
Bethelyn se giró airada para salir del despacho pero se topó de frente con Garse que la miraba con curiosidad. La risa de Aurora sonó a su espalda.
-Va a ser que no. Eres tú la que vas a comenzar a cumplir con tu obligación a partir de ahora mismo. ¡Garse! –Llamó. –Un hombre de verdad como tú necesita desahogarse con una mujer y es tu madre quien tiene la responsabilidad de proporcionarte ese desahogo. ¡Es su obligación!
-Bueno la verdad abuela…
 

-¡Silencio! Ya es hora de que saques algo de provecho de tu madre por una vez.

Aurora rodeó el escritorio y avanzó unos pasos hacia Bethelyn.
-Desnúdate.
-Ni hablar. ¿Eres una estúpida o qué? ¿Qué crees que pasará cuando le cuente a Eduard lo que está pasando aquí?
-Para cuando se entere ya habré llevado este documento ante un juez que nos restituirá con nuestros bienes y os dejará en la calle o mejor, en la cárcel. Cuando Eduard llegue dentro de varios días se va a encontrar una mansión diferente habitado con criados de mi confianza y con 2 policías esperándole en la puerta.
-Abuela… –intervino Garse.
-¡Cállate! Y tú, quítate la ropa de una vez o te la quitaremos nosotros por la fuerza, zorra.
Bethelyn parpadeaba perpleja.
-Os arrepentiréis.
-Eso ya lo veremos. Vamos Garse, hoy vas a follar como dios manda. ¡Desnúdala!
-Si me tocas un pelo, tu padre te arranca los huevos niñato.
Garse miraba a una y a otra sin atreverse a mover un músculo.
-¿Es que no me has oído Garse? Arráncale la ropa, túmbala en el suelo y fóllatela. Estás en tu derecho. ¡Obedece!
-Te arrepentirás de esto. –espetó Bethelyn.
Garse tragó saliva.
-P…Pero abuela, m…mi padre aun está en casa. Acabo de verle. Mira, su portafolios todavía está sobre el escritorio. Nunca se va sin él.
Aurora miró el portafolios con cara de horror, después giró la cabeza hacia Bethelyn.
-Pues sí. –corroboró Bethelyn. –Hoy se ha entretenido más de lo habitual despidiéndose de Berta.
Aurora sintió un espasmo que le recorrió toda la espina dorsal. Se llevó las manos al estómago intentando aplacar la acidez que sentía. Garse intentó abandonar la estancia. Allí iba a haber una tormenta de hostias y no quería que ninguna le diera a él.
-Quieto ahí Garse. –oyó decir a su madre. -¿a dónde te crees que vas?
“Mierda”, pensó.
-Y…Yo no he hecho nada. A mi déjame en paz.
-Ibas a follarme.
-¡Eso no es verdad! No tengo nada que ver en esto. Todo ha sido cosa de la abuela. Ya has visto que no he intentado nada contigo.
-Pero lo hubieras hecho de si tu padre no estuviera en casa.
-N…No, te digo que no.
-Tu padre se va a enfadar mucho cuando le diga lo que maquinabais tu abuela y tú.
-Yo no he manipulado nada. Madre, por favor. No le digas nada de mí.
-Tu abuela dice que necesitas follar.
-¿Qué?…, Nooo.
Garse suplicaba de rodillas con lágrimas en los ojos.
-Por favor, madre. No le digas nada de mí, por favor. Ya solo me hago pajas. Me conformo con eso, es suficiente para mí. Ya no te espío ni a ti ni a Berta ni a nadie.
-¿Oyes a tu nieto Aurora? El pobre solo se hace pajas. ¿Por eso decías que le hace falta una mujer? ¿Una buena mujer?
Aurora estaba en estado de shock pensando en su metedura de pata. Tenía que haber esperado el momento justo. Estaba a punto de salir corriendo con el documento en la mano cuando oyó a Bethelyn referirse a ella.
-Garse, fóllate a tu abuela. Creo que a ella sí le hace falta un buen polvo.
-¿C…Como?
-Ya me has oído. Si no quieres que le cuente a tu padre lo que ha pasado aquí o lo que intentaste hacer con Berta, fóllatela.
Garse se levantó del suelo y dio varios pasos hacia su abuela que le vio acercarse horrorizada.
-¿Qué haces? ¡Suéltame!
-Vamos abuela, no te resistas y ayúdame un poco, ¿no?
-¿Qué te ayude? ¿Qué te ayude a qué? ¿A violarme?
-Joder abuela. No ves que si mi padre se entera me arranca los huevos.
 

-Pues jódete, a mí no me toques ni un pelo.

-Pero, pero… como eres tan hija de puta. ¿Primero me metes en esto y luego me das la patada?
-¿Pero tú te estás oyendo? ¿No te das cuenta de que…?
Un puñetazo en el estómago dejó sin aliento a Aurora. Después, Garse desgarró la pechera de su vestido y tiró de él hacia abajo dejándola en camisola y bragas. Puso una rodilla en el suelo y tiro de las bragas hacia abajo dejando el coño a la vista.
Garse cogió a su abuela de los tobillos y antes de que Aurora pudiera hacer nada por defenderse tiró de ellos provocando que cayera de espaldas.
El golpe aturdió momentáneamente a Aurora. Cuando se quiso dar cuenta Garse ya estaba entre sus piernas con la polla preparada para metérsela.
-Nooo, no lo hagas, espera.
Pero Grase no la oía. Su polla se frotaba contra sus labios intentando encontrar la entrada de su coño mientras forcejeaba con ella. Intentaba inmovilizarla para hacer más fácil la penetración pero su abuela se revolvía con más agilidad de la esperada evitando una y otra vez sus intentos de penetración.
-Espera Garse, espera, escúchame… escucha te digo…
Tarde. La polla de Garse encontró el hueco buscado y entró hasta lo más profundo. Acto seguido empezó a entrar y salir sin cesar. La camisa de Aurora se desgarró quedando su melonar expuesto a las garras de Garse que no tardó en atrapar.
-Quítate de aquí cabrón. Deja de sobarme. Deja de follarmeeee.
Garse parecía no oír mientras continuaba su metesaca. Tras él, su madre miraba la escena con rabia. Su suegra había intentado que su hijo volviera a violarla, la muy puta. Aurora seguía resistiéndose a su nieto que forcejeaba con ella mientras se la follaba sin piedad.
Pasaba el tiempo, Aurora estaba cada vez más nerviosa y Garse más y más excitado.
-Quítate de una vez. Deja de follarme. Soy tu abuela.
-Aguanta un poco más, que ya casi estoy.
-¿Que estás qué?… no se te ocurra correrte dentro. Sácala, sácalaaaa.
Tarde. Garse se corría dentro de su abuela. Al parecer las pajas que se hacía no eran suficientes para aplacar su lívido. Su cara de satisfacción lo reflejaba. Continuó embistiendo a su abuela con secos golpes de cadera hasta que éstos quedaron reducidos a unos leves estertores. Se desplomó sobre ella extenuado.
-Pues sí que necesitaba una mujer mi hijo. Tenías razón Aurora.
Aurora empujó a Garse a un lado quedando él tumbado boca arriba. Se tapó como pudo y miró a su nuera con los ojos encendidos por la ira.
-Esto no acaba aquí, puta.
-No, no lo hace. Mi pobre hijo no ha quedado del todo satisfecho. Mírale.
Garse se incorporaba jadeante sentándose junto a su abuela. Su polla todavía estaba semierecta.
-Chúpasela. –dijo Bethelyn.
-Que te jodan. Que os jodan a los 2. Chúpasela tú.
 

-Garse, si tu abuela no te la chupa os arrepentiréis los 2.

Garse dio un brinco y cogió a su abuela por el brazo.
-Joder, vamos abuela, chúpamela y acabemos de una vez.
-¿Pero tú eres imbécil o qué?
-No pierdas más tiempo, joder.
-Que te la chupe tu madre.
Garse agarró por el pelo a su abuela y le apretujó la cara contra su entrepierna. Aurora intentó sujetarse con las manos a ambos lados de la cadera de Garse. Tenía la nariz y la boca aplastada contra la polla de su nieto.
-Si me metes eso en la boca te juro que te la arranco de un mordisco.
Garse deslizó una mano hasta un pezón y se lo retorció.
-Y yo te arranco los pezones hija de puta. Chúpamela de una vez. Haz lo que dice mi madre y acabemos ya.
Aurora abrió la boca para gritar pero Garse aprovechó para meterle la polla.
-Y ahora chupa de una puta vez o te ahogo, zorra egoísta.
Apretaba la cabeza contra su polla que llenaba toda su boca. Apenas podía respirar por la nariz que estaba hundida en su pubis. Aurora no tardo en comprender que no le quedaba otra salida. Con lágrimas en los ojos comenzó a mover la cabeza adelante y atrás.
Garse se relajó, cerró los ojos y se concentró para correrse cuanto antes y poder salir de allí indemne antes de que su padre se enterara de nada. El tiempo corría en su contra. Tarde o temprano su padre acudiría a por su porta-folios.
Aurora parecía haber llegado a una conclusión parecida. Cuanto antes se corriera su nieto, antes terminaría su suplicio. Comenzó a utilizar una de sus manos para masajear los huevos de su nieto. Paseó su lengua por el glande aun con restos de semen y utilizó sus labios para masajear el tronco de su polla.
 
Garse tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Su abuela le estaba dando la mejor mamada de su vida. Joder con la vieja, menuda chupadora de pollas estaba hecha. Se acordó de su abuelo. Como debía disfrutar con mamadas como ésta. Cuando volvió a abrir los ojos al cabo de un rato casi se queda sin aliento.
Su madre se había quitado la falda y se estaba bajando las bragas dejando su negro coño a la vista. Parpadeó varias veces para cerciorarse de lo que estaba viendo.
Garse estaba sentado en el suelo, su abuela a 4 patas chupándole la polla y su madre detrás de ella desnuda de cintura para abajo. Fue entonces cuando se percató de lo que su madre tenía en las manos. Era algo que había tenido durante todo el tiempo pero no había sido hasta ahora cuando se fijó en ello. Un objeto alargado atado a unas correas. La polla con que le folló el culo su hermana. ¿Qué cojones iba a hacer su madre con él?
La respuesta no se hizo esperar. Bethelyn se colocó el aparato en su cintura y acercó a su suegra por detrás. Se arrodilló, la cogió por las caderas y pego el falo a su coño.
Aurora dio un brinco en cuanto noto algo duro colarse entre sus piernas pero Garse la sujetó firmemente de los pelos contra su polla. No quería perderse este espectáculo por nada del mundo.
Aurora quiso protestar, intentó chillar y se removió violentamente pero ni Garse ni por supuesto su nuera le dieron un mínimo margen.
Garse miraba obnubilado como su madre intentaba introducir el aparato dentro de su abuela que se revolvía sin parar. Un brusco pellizco en uno de sus pezones puso fin a la negativa de Aurora que se mostró más receptiva a la polla de madera de su nuera.
El falo se introdujo lentamente en Aurora y su madre comenzó a follar su coño. Bethelyn la sostenía por las caderas mientras lanzaba envites hacia su coño engrasado por el semen de su hijo. Las prisas de Garse por correrse cuanto antes desparecieron de inmediato, quería que durase toda la vida. Lástima que su madre no se hubiera quitado también la parte superior del vestido. Le hubiera gustado ver botar esos melones de nuevo. En su lugar se conformaba con amasar las tetas de su abuela.
-¿Te gusta puta? ¿Te gusta que te follen sin tu consentimiento? –decía Bethelyn. -Gracias a ti, mi pobre hijo lleno de necesidades ha podido aliviarse.
El metesaca duró hasta que Garse se corrió hasta la última gota de semen. Hasta entonces Betheyn no paro de follar el coño de Aurora. Cuando Garse liberó su cabeza de sus manos Bethelyn hizo lo propio con sus caderas y su coño.
Aurora se revolvió y se giró en el suelo, se separó de sus 2 opresores andando hacia atrás con pies y manos hasta pegar su espalda contra la pared y solo entonces fue consciente de la ilustración que ofrecía Bethelyn con su polla de madera. La miró como si estuviera viendo a un bicho raro.
-Eres…, eres…, eres… ¡una hija de puta!
-Ten cuidado con lo que dices.
-No creas que no sé lo que has hecho. Quieres poner a Garse en mi contra. Intentas ganártelo a mi costa pero él te odia tanto como yo. Nos has robado nuestro patrimonio y lo que es peor, nos has obligado a denigrarnos como animales. No creas que nos engañas con tus tretas de pacotilla.
Bethelyn miró con furor a su suegra durante unos segundos.
-Dime hijo, ¿te gustaría que nos folláramos otra vez a tu abuela? Pero esta vez yo se la meto por el culo.
Garse abrió los ojos como platos, después miró a su abuela con más hambre que un perro pequeño. Tragó saliva imaginando la escena. Aurora también abrió los ojos como platos cuando vio la expresión de lascivia de su nieto, ese pequeño judas. Se tapó el cuerpo como pudo.
-No, otra vez no. Ni se os ocurra, mal nacidos.
Bethelyn dio por contestada a su suegra.
-Garse, a partir de hoy tienes mi permiso y por consiguiente el de tu padre para satisfacerte con tu abuela. Podrás visitar su cama cada noche y te aliviarás con ella cuando tengas necesidad.
-¿Cómo? Estás loca, ¡soy su abuela! –interpeló Aurora.
-Precisamente por eso. Es tu deber como abuela ocuparte de que tu nieto crezca sin necesidades que le puedan causar traumas en un futuro…
-No pienso consentirlo. Además, no puedes obligar a Garse a violentar a su abuela.
-Dime Garse ¿Te gustaría disfrutar de tu abuela cada noche que quisieras o prefieres seguir haciéndote pajas?
Aurora miró a Garse que la observaba como un gorrino en celo, pasándose la lengua por los labios. Se le cortaron las palabras y tragó saliva.
Bethelyn se levantó, se colocó de nuevo la falta, recogió el testamento del suelo y se dirigió al escritorio tras el cual se encontraba el butacón de su marido y se sentó en él.
-Eduard vendrá de un momento a otro. No creo que queráis que le de explicaciones de lo que estáis haciendo aquí.
Antes de acabar la frase Garse ya salía por la puerta como un disparo, presto a situarse bien lejos de allí. Aurora, pese a que intentaba mantener las apariencias, se vestía lo más aprisa que podía para poner tierra de por medio y evitar que su hijo pudiera tomar nuevas represalias si se enteraba de lo que había tratado de hacer. Rezaba para que su nuera no se fuera de la lengua.
 
 
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

“ESCÁNDALO” Libro para descargar (POR GOLFOY LOUISE RIVERSIDE)

$
0
0

Sinopsis:

A pesar de llevar cinco años trabajando como director financiero en Unity Shares, Peter Morales nunca había conocido ni le habían presentado a Sam Harries, su presidente. Lo más alto que había llegado a tratar en el escalafón fue a Patricia Tanaka, la consejera delegada, una treintañera de origen japonés. a la que las malas lenguas atribuían un affaire con su jefe. Su situación no era algo extraño porque el tal Sam era un anacoreta que vivía enclaustrado en su finca, negándose a mantener contacto con el exterior.
Exceptuando a su segunda, nadie lo conocía y por eso cuando una mañana recibió en su email un correo citándolo, Peter creyó que era broma. Tuvo que ser su superiora directa la que le sacara del error y le confirmara que la cita era real.
Asustado, pero contento por el honor que suponía conocer a uno de los financieros más brillantes de Wall Street, aceptó reunirse con el ermitaño en su mansión de un pequeño pueblo de Carolina del Sur durante el fin de semana.
Sin saber que era lo que se requería de él, pensó en multitud de escenarios, pero jamás creyó posible que la razón de esa reunión fuera que queriendo acallar los rumores sexuales que le unían con la señorita Tanaka, el presidente de la compañía le propusiera servir de parapeto.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace: https://www.amazon.es/dp/B08BCD82MN

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

1

A pesar de llevar cinco años trabajando como director financiero en Unity Shares, Peter Morales nunca había conocido ni le habían presentado a Sam Harries, su presidente. Lo más alto que había llegado a tratar en el escalafón fue a Patricia Tanaka, la consejera delegada, una treintañera de origen japonés y de muy buen ver que había acompañado al tal Sam desde la fundación de la compañía.

Su caso no era algo extraño en la organización. Todo lo que rodeaba a ese sujeto era un enigma y en lo poco que había unanimidad sobre el gran jefazo era sobre dos temas, el primero que todo el mundo lo consideraba un oscuro genio de las finanzas que había desarrollado un algoritmo que había revolucionado la industria. El segundo y que explicaba porque se le consideraba un antisocial, era que llevaba ocho años sin salir de su rancho de Carolina del Sur.

Por eso, cuando esa mañana al abrir su mail y ver que había recibido uno de ese maniático de la privacidad citándolo en su finca ese mismo fin de semana, pensó que se trataba de una broma. Broma cuyo autor no podía ser otro más que James Graves, otro de los ejecutivos, encargado del área informática y gran amigo suyo.

Queriendo dejar claro que no había caído, cogió el teléfono y lo llamó diciendo:

―Eres un cabrón, casi me meo al leer que me escribía su santidad.

―¿De qué hablas? Te juro que no te entiendo.

Dando por sentado que seguía con la guasa, Peter insistió:

―Déjate de tonterías. Nadie más que tú tiene los conocimientos y los huevos suficientes para crear un correo de la empresa a nombre de ese ermitaño solo para hacerme quedar como un payaso.

―¿Qué ermitaño? ¿Sam Harries?― replicó preocupado de que alguien hubiese usurpado la personalidad del presidente tras acceder al correo central de la compañía. No en vano, todo lo que tenía que ver con ese tema era responsabilidad suya.

Al confirmarle que sí, James le pidió que no comentase a nadie lo sucedido y que le esperase, porque si quería descubrir quien había traspasado las defensas que había instalado, debía buscarlo desde el ordenador que había recibido el citado mail.

«Coño, ¡no ha sido él!», pensó para sí al comprobar lo asustado que se había quedado el técnico.

La seriedad con la que trataba esa intrusión quedó confirmada al verlo entrar por la puerta de su despacho cuando no habían pasado ni tres minutos y sabiendo que su visita era de trabajo, le dejó la mesa para que se sentara mientras le señalaba el correo del que hablaban.

Durante más de cuarto de hora, el pelirrojo estuvo tecleando en su terminal hasta que, derrotado y totalmente acojonado, reconoció que había sido incapaz de descubrir nada raro que hiciera pensar que se trataba de un hacker.

―Si no llega a ser imposible, juraría que este mensaje te lo ha mandado el propio Harries.

―¿Y ahora qué hacemos?― preguntó Morales.

Si ya de por si dudaba que el presidente del conglomerado supiera quien era él, el hecho que le pidiera ir a verlo a su Sancta Sanctorum resultaba absurdo.

―No nos queda otra que ir a ver a doña Patricia y comentarle lo ocurrido ― musitó su amigo temiendo por su puesto.

La perspectiva pedirle audiencia, sin que lo hubiese citado previamente, no le gustaba en absoluto al tener fama de arpía y de tratar a patadas a todo aquel que le hiciera perder el tiempo.

―Ni de coña, mejor la llamo― replicó el hispano.

James discrepó de inmediato porque creía que era mejor para sus intereses el dar la cara y reconocer que los parapetos que había levantado alrededor del servidor no habían podido evitar que un intruso los hubiese franqueado.

Seguían discutiendo cuál de las dos soluciones era mejor cuando el sonido del teléfono provocó una tregua entre ellos, al leer Peter en la pantalla que era la jefa quien le llamaba:

―Doña Patricia, ¿en qué le puedo ayudar?

Por el propio semblante de su amigo, supo que la conversación giraba sobre el dichoso mail y sin poder hacer otra cosa que esperar a que terminara la conversación, el informático empezó a darle vuelta sobre cómo era posible que esa mujer se hubiese enterado del tema sin que ellos se lo hubiesen dicho.

Al colgar, Peter ya sabía que el mail era verdadero, pero aun así decidió putear unos minutos a su colega y viendo que le miraba totalmente pálido, lo dejó sufriendo al decirle mientras se levantaba que se tenía que ir a reunirse con la jefa.  

―Te acompaño― con el rostro totalmente blanco le pidió James.

Al percatarse de que realmente estaba pasando un mal rato, lo tranquilizó diciendo:

―No hace falta. No tienes nada por qué preocuparte, me ha llamado para organizar mi visita a la finca de Harries.

Respirando por primera vez en media hora, su amigo le dijo adiós en las puertas del ascensor que le iba a llevar hasta la planta presidencial donde Sam Harries tenía en teoría su despacho, despacho que usaba realmente su segunda, la mujer a la que iba a ver. Ya dentro del estrecho cubículo, Peter se quedó pensando en lo poco que se sabía de la relación del anacoreta con la consejera delegada.

Muchos hablaban de que realmente doña Patricia era la amante de Harries, otros decían que era una hija que tuvo y que nunca reconoció, pero a ciencia cierta nada era seguro y todo eran habladurías. En su caso y desde que la conoció hace más de dos años, la oriental le había parecido una monada. Monada a la que, de no ser su jefa, a buen seguro hubiese echado los tejos.

Menuda, pequeña y sin tetas, pero atlética y guapa a rabiar, esa ejecutiva era un objetivo que atacar. Si nunca había dado ese paso fue por miedo a perder un trabajo, que además de ser interesante, estaba estupendamente remunerado.

«Siempre que he coincidido con ella me ha parecido que le gusto por la forma en que me mira el trasero», murmuró bastante alterado y sin querer reconocer que la realidad era otra y que cuando estaba con ella, era él el que no podía dejar de pensar en cómo sería esa mujer en la cama.

Al abrirse las puertas, el hombretón puso su cara de póker y dirigiéndose a la secretaria apostada a la salida como un dóberman, le pidió que informara a doña Patricia de su llegada. La hierática rubia lo miró de arriba abajo antes de dignarse a coger el intercomunicador y avisar a su jefa que tenía visita. Esa total ausencia de emotividad le resultó molesta, acrecentando con ello su propio nerviosismo.

«No conozco a nadie que haya sido citado en el rancho por su santidad», se dijo mientras con frustración recordaba que una de las razones que le habían llevado a aceptar el puesto, había sido la posibilidad de crecer bajo la tutela del analista más famoso de Wall Street. Por eso, el único motivo que se le ocurría para que, después de cinco años trabajando en la compañía, Sam Harries quisiera conocerle personalmente era un ascenso en su carrera.

«Joder, si eso significa trabajar codo con codo con él, ¡acepto! Aunque suponga que me tenga que ir a vivir a ese jodido pueblo», dijo para sí mientras escuchaba que ya podía pasar.

Patricia Tanaka lo recibió en la puerta y extendiendo su mano, lo saludó afectuosamente.

―Peter, sé lo ocupado que estás. Te agradezco que hayas podido hacer un hueco y subir a verme.

Que la oriental se mostrara cordial le resultó raro y más cuando siempre que había departido con ella cualquier asunto, su comportamiento había sido cuando menos “gélido”. Por ello no se creyó nada y con la mosca detrás de la oreja, midió sus palabras a la hora de contestar:

―Doña Patricia no faltaría más, lo que no comprendo que desea el presidente de la compañía para hacer imprescindible mi presencia. Al fin y al cabo, podía haberme llamado y solucionado cualquier asunto telefónicamente.

―Eso lo tendrás que averiguar al verle. A mí solo me ha encomendado que organice tu viaje― respondió la morena con la mirada fija en él.

Durante unos segundos se produjo un silencio incómodo, silencio que se encargó la oriental de romper diciendo:

―¿Sabes montar a caballo? Si es así, debes llevar ropa para tal efecto porque a nuestro presidente le encanta la equitación y a buen seguro te invitará a dar un paseo.

―No hay problema, mi padre me enseñó siendo un niño― confuso contestó y sin querer parecer impertinente, preguntó a su interlocutora si debía llevar preparado algún tema en particular que discutir con Sam Harries.

Soltando una carcajada que lo dejó petrificado, Patricia le hizo una confidencia:

―Peter, la visita no es de trabajo. He hablado a Sam de ti y quiere conocerte. En vez de ordenador y papeles, mejor hazte a la idea de que durante dos días vas a beber como un minero. Por cierto, llévate traje de baño. Te vendrá bien si hace calor.

Aún con esa respuesta, le extrañó que su superiora le informara que Harries había puesto su avión personal para que lo llevara hasta su rancho, pero no dijo nada y solo preguntó a qué hora tenía que estar en el aeropuerto.

―El chofer pasará a recogerte en casa sobre las doce, ahora por favor vuelve a tu despacho que tengo trabajo ―dando por terminada la reunión, la guapa oriental contestó.

Mientras se dirigía hacia la puerta, el financiero sintió los ojos de su jefa clavados en su trasero y no queriendo hacerle saber que se había dado cuenta, no se despidió y salió huyendo como alma en pena.

Doña Patricia sonrió al ver sus prisas y cogiendo su móvil, llamó a su jefe:

―Sam, el viernes conocerás al tipo del que te he hablado.

Al otro lado de la línea y tras colgar el teléfono, Sam estaba que se subía por las paredes. Patricia le acababa de confirmar que ya había seleccionado a uno de sus empleados para hacer el paripé y acallar de golpe los rumores que estaban corriendo últimamente por Wall Street sobre su persona y la relación que le unía con ella.

        «Sé que Patty tiene razón, pero aun así me molesta usar a un tercero para desmentir que somos amantes».

        Como presidente se debía a sus accionistas y bastante tinta ya ha corrido por su alergia a vivir en una gran ciudad como para que ahora todo el mundo cuchicheara sobre si hundía o no su cara entre las piernas de su subordinada.

«La vida privada de uno debería ser sagrada», estaba murmurando cuando se percató de que ese clase de información era algo que usaba habitualmente para prever la evolución de un valor en bolsa. Asumiendo que era hipócrita por su parte pedir al resto algo que no aplicaba como analista, se puso a revisar la documentación que tenía de Morales.

Apenas se entretuvo leyendo su expediente universitario, dado que si había llegado al puesto que desempeñaba sabía que no podía ser ningún idiota. Donde más tiempo dedicó fue en la faceta personal del tipo para comprobar que se ajustaba al perfil que requerían.

Heterosexual, soltero, diversas novias, ninguna seria. Hijo de mexicano y de americana, resumió cotejando esos datos con la conversación que había tenido con Patricia.

―Amor mío, cuando los periódicos sepan de él, nadie volverá a relacionarnos. Sin ser un Adonis, tengo que reconocer que es un hombre atractivo y que el público femenino asumirá que es el príncipe azul que busca toda mujer. Además de ser brillante, su metro noventa y su sonrisa serán motivo suficiente para que se lo crean y para que los tabloides nos dejen en paz―, le había comentado su amada japonesita por teléfono.

Al escuchar tantos elogios sobre Morales, por un momento sintió celos y dudó si en realidad todo era un montaje para tapar que Patricia le estaba siendo infiel.

«Es imposible», rápidamente rectificó, «no echaría a perder lo nuestro por un polvo a destiempo. Llevamos demasiado tiempo juntos para que lo ponga en peligro con uno de nuestros empleados».

Con ganas de desechar la idea por completo, Sam se tumbó en la cama y recordó la primera vez que se acostó con Patricia:

«Estábamos todavía en la universidad y por el aquel entonces todos nuestros compañeros opinaban que éramos un par de bichos raros que solo pensábamos en estudiar».

Con ternura recordó que a esa preciosa morenita no le había importado ni eso ni el hecho que hubiese acabado de llegar de un pueblo perdido en Carolina del Sur. Habían hecho amistad desde el primer momento.

«Quién me iba a decir que la primera noche que Patricia se vino a estudiar en mi cuarto, íbamos a terminar en la cama», sonriendo murmuró.

Siendo marginados sociales desde la infancia, ambos se habían considerado así mismo como asexuales y por eso les sorprendió de sobre manera que se hubiesen sentido atraídos entre sí.

 «Ahora y por culpa de las reglas del mercado, no solo no podemos hacer público que somos pareja, sino que tenemos que echar mano de un semental para acabar con los chismes», se quejó amargamente mientras apagaba la luz y se ponía a pensar en su bella y fiel oriental.

2

El viernes Peter no fue a trabajar por petición expresa de doña Patricia. Ella misma le había llamado el jueves en la tarde para que no fuera y dedicara la mañana a preparar su partida.

        ―Señora, no tengo nada que organizar. Usted misma me ha recalcado que no es una visita de trabajo.

        Haciendo un inciso, la oriental contestó:

        ―No sé cómo decírtelo, pero nuestro presidente es muy especial en materia de apariencia y me gustaría mandarte a mi peluquero personal para que te corte el pelo.

        Aunque le pareció indignante, Morales no se atrevió a negarse y tras confirmar que estaría en casa sobre las diez, colgó el teléfono hecho un basilisco.

        ―Ni que fuera hecho un desastre― se dijo mirándose en el espejo.

Siempre se había considerado un hombre coqueto y estaba orgulloso de su imagen. Con su metro noventa y sus ochenta y cinco kilos era enorme y para evitar parecer una especie de Rambo, se había dejado una media melena que le suavizaba los rasgos. Ninguna de sus parejas se había quejado nunca de su apariencia, es más todas había alabado como encuadraba el pelo largo en sus ojos negros y en su piel morena.      

«Ahora viene ésta y exige que me haga un cambio de look. ¡Ni que fuera mi novia!», masculló enfadado.

Curiosamente su enfado no iba contra doña Patricia ni contra su idolatrado Sam Harries, su cabreo era con él y con el hecho que en aras de un previsible ascenso cediera en algo tan personal como es el peinado.

Por eso cuando a las diez apareció por su puerta Lucien Méndez, un famoso estilista especializado en gente de la farándula, Peter estaba de uñas. Sin intentar presionar para que el cambio fuera el mínimo posible, se quitó la camisa y con el torso desnudo, se puso en sus manos.

―Primor, cuando mi amiga me pidió que viniera a verte, no me dijo nada del macho latino con el que me iba a encontrar― comentó y dejando salir la loca que llevaba dentro, le manoseó los hombros mientras le decía: ―Y ahora que te veo no entiendo que me pidiera que ensalzara tu hombría cuando la sudas por todos los poros de este cuerpo.

Esa inesperada confidencia, además de sacarle los colores, lo dejó pensando la razón por la que su jefa quisiera hacerle parecer más varonil, y mientras las tijeras del peluquero daban a luz un nuevo Peter, llegó a la conclusión de que “su santidad”, el ermitaño, odiaba a los homosexuales y que para evitar que malinterpretara su melena, la japonesa había preferido cortar por lo sano.

«Paris bien vale una misa», sentenció admitiendo que no le iba a gustar el resultado.

Quince minutos después, el artista terminó su obra y tal como había previsto Morales, no le gustó verse en el espejo al comprobar que Lucien había sobrepasado todas sus sospechas y que el hombre que se reflejaba no era él sino el prototipo que volvía locas a las mujeres en las películas de los años cincuenta.

 ―Guapo, me cuesta reconocer mis errores, pero era verdad que te pareces a Cary Grant.

―¿Quién dijo tal cosa?― preguntó ya con un mosqueo del veinte por lo ridículo que se sentía con ese corte.

En vez de contestar a su pregunta, el mariquita le soltó:

―Qué callado se tenía Patty que se había agenciado un pretendiente tan guapo. ¿Desde hace cuánto tiempo que te acuestas con esa zorrita?

Temiendo que llegara a oídos de su jefa esa conversación, Peter quiso zanjarla de golpe negando la mayor:

―Doña Patricia y yo nunca hemos sido pareja y, además, no es mi tipo. A mí, me gustan altas y bien dotadas, tanto de pecho como de culo.

Lucien, como viejo zorro, vio en esa exagerada negativa un arma para seguir divirtiéndose del hombretón y soltando una carcajada, replicó:

―Cariño, no conozco un heterosexual al que no le gustaría darle un viaje a esa amarilla. No tendrá tetas grandes, pero la muy guarra despierta el deseo de todos cuando pasea sus pezones erizados por el gimnasio al que vamos.

 ―Ya te he dicho que no es mi tipo― insistió a la desesperada.

―Lo dices porque no has tenido en tus manos las nalgas duras y bien formadas que esa jodía ha conseguido de tanto matarse haciendo ejercicio.

La imagen era tan seductora que Morales no pudo más que imaginarse recorriendo con sus dedos ese trasero que en “petit comité” todo el mundo alababa en la empresa y para no reconocer que su jefa le traía loco, se levantó de la silla mientras mostraba la puerta al impresentable aquél.

Consciente de que se había pasado, pero como dudaba que ese bombón volviera a ser su cliente, al estilista no le importó despedirse ahondando en el tema:

―Ya me dirás si Patty grita o no cuando un macho como tú juegue con ella. Siempre ella tan estirada, pero a mí no me engaña y tras esa fachada de gran ejecutiva, sé que se esconde una zorra necesitada.

Cabreado casi echó de su casa al peluquero y al cerrar la puerta tras de él, se puso a tratar de poner un sentido a lo ocurrido y al hecho que por alguna razón esa oriental deseaba darle una apariencia seductora antes de que se viera con el gran jefe. Por un momento temió que al igual que el estilista Sam Harries fuera gay, pero sabiendo lo estricto que eran en la altas esferas con ese tema y que los pocos millonarios de esa tendencia sexual solían esconderla para no perjudicar sus acciones en el mercado, comprendió que jamás lo mostraría abiertamente, aunque fuera un palomo lleno de plumas.

Descartada la homosexualidad, solo le quedaba lo contrario, que fuera un homófobo:

«Pero eso tampoco explicaría este corte de pelo de don Juan trasnochado», pensó mientras se daba una ducha. Sabiendo que pronto se enteraría, hizo un repaso de la ropa que había metido en la maleta. «Sigo sin entender a qué voy. Si hago caso a las palabras de la japonesa, se diría que ese zumbado busca en mí un amigote con el que irse de copas», se dijo mientras se ponía el albornoz.

Ya en su cuarto, seco y vestido de un modo “Smart casual” tal y como le había sugerido su jefa, miró su reloj y con disgusto comprobó que el chofer llegaba cinco minutos tarde. Como el hombre de la calle que era, pensó que si no se daba prisa iba a perder el avión, pero entonces recordó que el único pasajero de ese vuelo a Carolina del Sur era él.

«Joder, quien le diría a mi padre mientras cruzaba a nado el Rio Grande que su hijo algún día iba a ir en jet privado», sonrió sin perder de vista sus raíces humildes.

Quizás por esos modestos orígenes cuando el encorbatado conductor quiso llevar su maleta, Peter Morales se negó a que la tomara y recordando que su querido viejo había pasado en cuarenta años de “mojado” a próspero propietario de tierras en Texas, el mismo la bajó hasta la limusina. Su propio nombre delataba sus orígenes y aunque en todos sus papeles aparecía Peter, para los de su barrio él era Pedrito, el hijo de don Pedro. Que su viejo hubiese conseguido pagarle la universidad de Yale, no le hacía mejor que sus compañeros de infancia. Su incomodidad se incrementó al descubrir que la limusina que le esperaba en la calle era la de doña Patricia y escamado porque esa mujer le hubiese cedido su propio chófer para llevarlo al aeropuerto, se dejó caer en sus lujosos asientos de piel.

« Podía haberme cogido un Uber», murmuró para sí mientras veía cada vez más cerca una cita que, además de imprevista, no le encontraba ningún sentido.

Si en un principio había supuesto que la reunión era para informarle de un ascenso, tras investigar detectó que eso no le había ocurrido a ninguno de los altos mandos de la compañía. Hablando con James, este le sugirió que o bien se iba a producir una reorganización brutal y querían decirle que contaban con él o por el contrario habían descubierto algo grave, un desfalco o algo parecido, y le iban a proponer que fuera él el encargado de sacarlo a la luz dada su experiencia en auditoría.

Desafortunadamente ninguna de esas opciones cuadraba con su corte de pelo actual, ni con el hecho que expresamente le dijera que no se llevara ordenador porque no lo iba a necesitar, como tampoco con la última sugerencia en tema de vestimenta que su jefa había dejado caer en su reunión con ella:

―Nuestro presidente es una persona con muchos compromisos por lo que no sería raro que durante el fin de semana vayáis a un cóctel. La imagen de la empresa somos sus directivos,  llévate ropa informal pero elegante y juvenil.

―Le juro que me he perdido― contestó: ―Creo que mi forma de vestir es más que correcta.

Con una sonrisa dulce, pero al mismo tiempo pícara y que nada tenía que ver con la imagen que Peter tenía de su jefa, doña Patricia le espetó:

―Siempre vas demasiado anquilosado, deberías liberarte un poco y vestir menos serio. Tienes treinta y cinco años, ¡no sesenta!

En ese momento no cayó en que para saberse su edad la oriental debía de haberse empollado la ficha personal que todos los empleados de Unity Shares debían rellenar y mantener actualizada. Preocupado y sin nada más que hacer hasta llegar al avión, se puso a recordar qué otros datos formaban parte de ese cuestionario.

«Joder, quitando el color de mis calzoncillos pueden saber todo de mí», masculló al darse cuenta de que para empezar había tenido que detallar todas las cuentas que tenía en las redes sociales., «y quizás también eso».

Fue entonces cuando comprendió cómo era posible que supiera que en su armario tenía una blazer azul de Hugo Boss, ya que aparecía en varias fotos de su Facebook:

«Ha revisado mis publicaciones y las de mis amigos», pensó escandalizado.

 Si daba por buena esa conclusión, al menos esa japonesita estaba al tanto de su vida personal y sabía las novias que había tenido casi desde el instituto e incluso las borracheras y juergas en las que había participado.

«En cuanto vuelva a mi apartamento, debo revisar mis redes y borrar todo aquello que pueda ser perjudicial para mi carrera», concluyó al mismo tiempo que el chofer aparcó junto al rutilante jet de la compañía.

Relato erótico: “Marina, una perroflauta con la que me casé”(POR GOLFO)

$
0
0
Introducción.

Después de pasarme mi vida luchando para conseguir un estatus, decidí que ya bastaba. Tenía todo lo que un hombre puede desear menos un hijo. Muchas mujeres habían pasado por mi alcoba, pero ninguna me había parecido lo suficientemente buena para quedarse. De todas las mujeres que conocía no había ninguna que mereciera la pena como futura madre de mis hijos. Por eso el día que cumplí treinta y cinco años, tomé la decisión de cambiar esta situación. 
Las candidatas debían de cumplir una serie de características que borraban automáticamente a la gran mayoría. Quería que mis hijos estuvieran dotados a priori de una gran inteligencia, por eso decidí poner el asunto en manos de una empresa de cazatalentos.
Lógicamente, no se puede llegar a una de estas compañías y decirles, busco una mujer para inseminarla, ya que me hubiesen mandado directamente con una agencia matrimonial y estas no servían porque en su selección escudriñan es  la compatibilidad y otros elementos que me traían al fresco.
Yo lo que quería era una superdotada, alguien con quien compartir mis genes sin arriesgarme a que mis descendientes resultaran ser unos  imbéciles.

Aprovechando que dentro de mi organización había empresas de diferentes ramos, mandé al departamento de  recursos humanos que me buscaran personal con las siguientes características:

-Sexo femenino.
-Edad: entre 23 y 30 años.
-Coeficiente intelectual: mayor de 140.
-Deportista.
-Al menos una carrera, sacada con media de sobresaliente.
Cuando Julio Gómez, el director de esta área, recibió mi requerimiento, me llamó pidiéndome que le ampliara el perfil, ya que se me había olvidado incluir dos premisas importantes, el puesto a cubrir, y el salario que íbamos a ofrecer.
-Necesito una asistente personal, no me importa cuanto cueste, consíguemela-, le expliqué molesto por mi olvido.
-Jefe-, volvió a insistir,-necesito mas datos, Disponibilidad de horarios, soltera, casada, apariencia física, carné de conducir….
-Julio-, le interrumpí,-soltera, respecto a lo demás imagínate que busco un imposible, cuanto más se acerque a la mujer ideal mejor, pero eso sí lo primordial es que sea lista.
Esta vez, no hubo contra-réplica, había entendido y como era de esperar se puso manos a la obra. Al cabo de dos semanas, ya me tenía cinco candidatas.
Fue descorazonador el resultado, entrevista tras entrevista, las candidatas no se ajustaban a lo que yo deseaba. La que no era espantosa, era una acomplejada o tenía algo que me repelía, de forma que tras rechazar a las cinco, llamé nuevamente a mi empleado.
Gomez al escuchar el resultado que habían obtenido sus seleccionadas, se quejó de la dificultad que entrañaba lo que yo quería. Según él, todas las mujeres que se podrían adaptar al perfil, ya estaban trabajando o tenían su propia empresa.
-Me da igual, si tienen curro, ofréceles más dinero y si es la dueña de una compañía, la compramos.
-Saldrá caro-, me avisó.
-Tu, ¡hazlo!.
Esa misma tarde, recibí una llamada suya diciéndome que tenía una posible aspirante. Un antiguo profesor le había hablado de ella. Por lo visto, no había terminado aún la carrera, pero según el catedrático era el mejor expediente que había pasado por sus manos.
-Mándame su curriculum -, le contesté esperanzado.
-Mejor le propongo que me acompañe, por lo visto este cerebrito da una charla esta tarde en el Ateneo.
“¿En el Ateneo?”, pensé, “si eso es una cueva de nostálgicos de izquierda, que llevan veinte años mirándose al ombligo y quejándose de la debacle de los regímenes del telón de acero”.
Estuve a punto de decirle que se fuera a la mierda, pero la posibilidad que fuera lo que buscaba hizo que aceptara acompañarle.
-Le recojo a las ocho-, y con voz socarrona antes de despedirse me aconsejó: -Otra cosa mas, ¡déjese su corbata en casa-.
Tal y como me había pedido, nada mas llegar a casa me cambié. Dejando a un lado mi vestimenta habitual, me disfracé poniéndome un pantalón vaquero y una chaqueta de pana  que me habían regalado hacia dos años y que jamás había estrenado. Al verme al espejo, me repateó la pinta que llevaba, parecía el típico idealista trasnochado que no pudiendo triunfar en la vida se había recluido en la añoranza de una revolución que le diera otra oportunidad.
Recordé la frase demoledora de Winston Churchill:
-Todo hombre que a los veinte no cree en la revolución, no tiene corazón. Todo hombre que a los cuarenta  insiste  en la revolución no tiene cerebro-.
Esperando ir a una reunión de descerebrados, me monté en el coche. Pero para lo que no estaba preparado fue que llegando a la sala de actos, el titulo de la misma fuera:
“Manuel Toledano, prototipo de explotador capitalista”.
Julio se rió descaradamente al verme la cara, el muy cabrón sabía de antemano que nunca hubiese acudido a una conferencia en la que el tema era ponerme a parir. Tras mi sorpresa inicial, me contagié de las risas de mi acompañante y sin saber el porqué, me acomodé en una butaca a oír que era lo que la mujer iba a decir de mí.
Como era lógico, la sala se llenó de universitarios con pelos largos y pañuelos palestinos anudados al cuello, antisistemas y ancianos  activistas de izquierda.
 “En menudo lío me estoy metiendo, mejor me voy”, pensé al ponerme nervioso de que alguno de los presentes me reconociera, pero justamente cuando ya me había levantado de mi sitio y estaba a punto de irme, me vi impedido por un grupo de muchachos que, alborotando, pedían que empezara el acto. Ante lo imposibilidad física de escapar, tuve que volver a sentarme y hundiéndome en mi asiento, deseé que nadie se fijara en el tipo sentado en la cuarta fila.
Los aplausos y vítores con los que recibieron a los conferenciantes, me sacaron de mi aislamiento. Por fin iba a ver a la tipa, por cuya culpa había venido y ahora me  veía en esta situación.  Marina Samper fue la última en aparecer sobre el estrado pero la primera en tomar la palabra. Y cuando lo hizo fue directamente al grano.
Sus primeras frases no tuvieron desperdicio:
-Si hay alguien que representa la hipocresía, la codicia y la falta de escrúpulos en esta sociedad de consumo, es el personajillo que nos ha reunido hoy aquí. Manuel Toledano encarna todo aquello que detestamos, un niño bien que se ha lucrado con el sufrimiento de la clase obrera, explotando a los sectores más humildes y enmascarando su conducta por medio de fundaciones cuyo único fin son lavar la imagen  de este empresario ante la opinión pública-.
En ese momento dejé de escuchar, para nada me interesaba el contenido del discurso pero, pasmado, observé la capacidad oratoria de la muchacha y  como iba dosificando su arenga mientras caldeaba el ambiente. Los asistentes se vieron subyugados y como si fueran unos acólitos perfectos, respondieron como ella esperaba, alzándose y gritando contra el supuesto agresor. Es más, si no supiera por propia experiencia que la mayoría de las afirmaciones eran medias verdades o directamente mentiras, yo mismo hubiera alzado mi puño contra el energúmeno del que hablaba.
Julio estaba encantado.
Durante los quince años que llevaba colaborando conmigo me había llegado a conocer y sabía que lejos de aborrecer el estar ahí, yo lo estaba disfrutando al encontrarme con alguien con el que valiera enfrentarse y vencerle. Llevaba demasiado tiempo hastiado por no tener un reto que vencer y esta mujer me daba la oportunidad de recrearme, de ser imaginativo y de ganar un combate totalmente nuevo.
Por eso, cuando terminó de hablar y la concurrencia rompió en aplausos, le dije:
-Me interesa, pero no esperes que me trague el resto-.
-No hace falta-, me contestó, -he quedado con mi viejo profesor en el hotel Urban en una hora, y ¿adivina quien va a venir a cenar con nosotros?-
No necesité más datos y con bríos renovados salí de la vetusta  institución, sabiendo que al menos iba a pasar dos horas divertidas a costa de esa mujer inteligente. Su cara de niña  podía llevar a engaño, era un bello disfraz,  que escondía a una manipuladora eficaz y sobre todo a un adversario imponente.
Nos fuimos andando al hotel, que está a tres manzanas sobre la carrera de San Jerónimo, calle muy famosa al tener entre sus edificios al congreso de diputados. En el trayecto, Julio me dio un dossier de la señorita, el cual nada mas sentarnos en la mesa me puse a estudiar con más concentración que si fuera el balance de una empresa a la que quisiera lanzar una OPA.

Por lo visto, la tal Marina no solo tenía un coeficiente de inteligencia de genio y una de las mejores cabezas universitarias del país, sino según decían los papeles, tenía suficientes razones para odiarme, porque tanto su padre como sus tíos, se vieron en la calle al cerrar una empresa, “Metalúrgica del Pisuerga”, que era de mi propiedad.

No me costó recordar que le había echado el cierre aduciendo motivos ecológicos pero la realidad es que cuando la compré lo hice pensando en los grandes beneficios que me iba a dar la recalificación de los terrenos de la factoría, ya que al estar en mitad de Valladolid, como depósitos de chatarra  no valían nada, pero convertidos en urbanizables su valor era de muchos  millones de euros.
No nos hizo esperar la hora, porque a los treinta minutos escasos hizo su aparición del brazo de un gafotas con pinta de intelectual.
Al preguntar por la reserva, el maitre les informó que ya estábamos esperándoles. Por su gesto contrariado, supe que  nuestra llegada anticipada le había chafado sus planes, debía de haber esperado de un rato para preparase.
La vi acercarse a la mesa, segura de si misma, su andar era el de un depredador, pero lo que realmente me impresionó fueron sus ojos azules. En el acto no me había dado cuenta pero de cerca me recordaron a los de una loba.
-Manuel, reconozco que me sorprendió el saber que ibas a tener el morro de asistir, pero aun mas tu insistencia en conocerme-, me dijo estirando su mano al saludarme.
Desde hace al menos cinco años que los únicos que me tuteaban eran mis amigos de infancia o los muy estrechos colaboradores, por eso me chocó que ella lo hiciera, pero caí al instante que era un insulto deliberado.
-Si pero esperaba más… Después de los grandes elogios que habían hecho de ti, lo que oí fue el discurso de una populista sin ninguna base cierta-, le contesté tirando de su mano y plantándole un beso en la mejilla.
-¿Entonces no le gustó?, pensaba que le iba a entusiasmar-, me respondió con ironía, mientras se limpiaba asqueada la cara.
-No, pero tienes futuro. Por eso te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar-
-¿Me quieres comprar?, no creía que fueses tan idiota-, me respondió indignada.
Dejé que se calmara unos instantes, sin quitarle mi mirada, que fija en sus  ojos le taladraban tratando de analizarla.
-Si-, y haciendo una pausa dramática, proseguí diciendo:-  ¿cuánto valgo según tu valoración?, ¿cuanto dinero he robado al proletariado?-.
No se esperaba que le contestara así y  echa una furia me contestó que mas de cien millones de euros, que todo el mundo sabía que era un oligarca y un ladrón y demás lindezas que no valen la pena reseñar.  Su perorata no surtió resultado ya que nada mas terminar, en vez de enfadarme como había hecho ella, sonriendo le dije:
-Creo que te has quedado corta. Cásate conmigo, sé la madre de mi hijo y tendrás la mitad-.
El silencio se adueñó de los presentes, a la cara de incredulidad del profesor y de mi asistente, se unió la de ira de Marina, que pasados unos segundos y pensando que era una broma de mal gusto me respondió:
-Quiero el sesenta por ciento de todo-.
-Hecho-, dándole la mano cerré el trato ante su mirada estupefacta y dirigiéndome a Julio, le pedí que preparara el acuerdo prenupcial y que si no había problema, quería casarme al día siguiente.
Como no tenía nada más que decir, dándole un beso a la cría, les dejé terminándose la copa, mientras me excusaba diciendo que tenía que preparar mi propia despedida de soltero.
-¿Es en serio?-, me preguntó Marina totalmente fuera de lugar y sin llegarse a creer la situación.
                               
-Tu eres la experta en mi persona, ¿Sabes de alguna vez que me haya echado para atrás en un trato?-.
 
Negó con la cabeza.
-Entonces nos vemos mañana, espero que tú respetes el acuerdo y aparezcas en el juzgado-
-Allí estaré-, me contestó.
No llegué a escuchar su respuesta porque ya salía por la puerta y el murmullo de los tertulianos y las protestas del profesor me impidieron el hacerlo.
Mi despedida de soltero
Ya en mi coche y mientras mi chofer conducía, decidí que esa última noche de soltero tenía que ser especial y por eso buscando en mi agenda, llamé a Andrea Lafollé.
Para los que no lo sepáis, esa mujer de tan curioso y elocuente apellido es la “Madame” más famosa de Madrid. Aunque las putas más bellas de la capital están en su nómina, lo que realmente la ha hecho tan popular es que, dios sabe cómo, consigue cumplir los caprichos de los clientes más exigentes. Si llegado el caso, un potentado le pide tirarse una rubia con una flor tatuada en el culo, la encuentra. Si el tipo lo que desea es una dominatriz negra de cien kilos, para ella, no hay problema.
Por eso cuando descolgó su móvil y después de saludarme me preguntó a quién deseaba, me lo pensé unos instantes para acto seguido darle una pormenorizada descripción de mi futura esposa:
-Me gustaría que me mandaras a una mujer de veintiún años, castaña con una melena larga y ojos azules. Debe de medir uno setenta y dos…- me quedé pensando-… de pecho por los menos 110.
-¿Tetona entonces?
-Muy tetona pero delgada- respondí.
-120 de pecho…
-¡Debe de ser un sueño! – interrumpí y sacando el dossier de Marina, pregunté: -¿Te serviría la foto de una amiga como ejemplo de lo que quiero?.

-Sería bienvenida- contestó la celestina, acostumbrada a las diversas perversiones de sus clientes- como usted sabe intentaré acercarme lo más posible a sus gusto.

 

Satisfecho, saqué una foto con el móvil y se la mandé. Tras treinta segundos, con tono profesional, me soltó:
-La tendrá en una hora. ¿Se la mando donde siempre?
Asintiendo, me despedí de ella y colgué. Al hacerlo me quedé meditando que era acojonante el porfolio de zorras que dominaba esa mujer y bastante más nervioso de lo que solía ponerme, llegué a mi casa.
Cómo mi chalet estaba a las afueras, me tuve que dar prisa en la ducha para que cuando llegara la putita, estuviera listo. Aunque suene manido, acaba de terminar de vestirme y me estaba sirviendo una copa, cuando escuché el sonido del timbre.
Sabiendo que mi mayordomo abriría, pegué un sorbo mientras me picaba la curiosidad de cuan fielmente esa Madame cumpliría mi encargo. Os juro que cuando entró casi se me cae el whisky de la mano:
“La mujer que se acercaba a mí con paso felino era exactamente igual a Marina”.
Aturdido por el parecido, me la quedé mirando de arriba abajo y sin encontrar diferencia con el original, le pregunté:
-¿Eres Marina?
-Llámame como quieras- respondió y dejando deslizar los tirantes de su vestido, me preguntó: -¿No te parezco atractiva?.
Alucinado todavía, vi cómo se abría el escote y tapándose su pecho con las manos, insistía:
-¿Esperabas algo diferente?.
El problema era exactamente el contrario. La semejanza de ambas mujeres no podía ser producto del azar y acercándome a ella, me admiró la maestría del maquillador ya que ni de cerca era posible distinguirlas claramente. La única pega era el acento, mientras la perro-flauta era castellana, esa guarrilla parecía sevillana.
Mi invitada poniendo cara de putón verbenero, se empezó a acariciar los pezones mientras decía:
-¿Verdad que estas deseando comerme entera desde que me viste entrar?
Su burrada que en otro momento me hubiera molestado, en ese instante me calentó y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar  de sus pechos.
Descojonada por mi rápida claudicación, me retiró de un empujón y subiéndose el vestido, me soltó:
-¡Chiquillo! ¡Qué todavía no me has invitado de beber!
El gracejo con el que se hacía la estrecha, me cautivó porque no era propio de una fulana y siguiéndole el juego, le pregunté qué quería:
-Otro whisky- contestó.

A partir de ese momento, no la traté como a una mujer a la que había alquilado sino como a una muchacha que hubiera conocido en un bar. Curiosamente, la charla con ella resultó divertidísima y tras unas cuantas rondas, ya habíamos entrado en confianza y bajando su mirada, intentó averiguar quién era la muchacha a la que tanto se parecía:

-La mujer con la que me caso mañana.
Mi respuesta la intrigó e debido a su insistencia, le tuve que explicar las razones que me habían inducido a tomar esa decisión. Muerta de risa me escuchó y con un deje de envidia en su voz, me soltó:
-¡Tiene suerte la cabrona!- tras lo cual recordando  el motivo por el que la había contratado, me miró sensualmente diciendo: -Mañana te casas pero hoy te vas a follar a esta puta.
Realmente atraído por esa mujer, decidí que ya era hora  y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la cargaba, no paró de reír. Su extraña alegría en una puta, me calentó y ya  dominado por la lujuria, tirándola sobre la cama, me empecé a desnudar.
Desde el colchón, la clon de mi futura esposa seguía jugando a hacerse la estrecha y mientras no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con denunciarme si la violaba. Descojonado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-¿Qué vas a hacer conmigo?
-Lo que llevo deseando desde que apareciste por la puerta. ¡Voy a follarte! -respondí.
Al separar sus piernas, descubrí que no llevaba el coño depilado e azuzado por su aroma dulzón, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé el sabor agridulce de su sexo. La humedad que encontré en su coño, me informó que esa mujer estaba cachonda y desando calmar cuanto antes mi calentura, comencé a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Me encanta!- gritó al notar mi caricia sobre el botón escondido entre sus labios.
Satisfecho por su confesión, cogí su clítoris entre mis dientes. No llevaba siquiera  unos segundos mordisqueándolo cuando esa simpática mujer empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Dios!
Su rápida entrega se vio maximizada cuando incrementé la dureza de mi mordisco. Disfrutando realmente de esa castaña y olvidándome de su profesión, durante unos minutos seguí follándola con mis manos y lengua hasta percibí que en esa dulzura los primeros síntomas de que se iba a correr. Decidido a compartir con ella unos momentos ardientes, aceleré la velocidad de mi ataque. Tal como había previsto, la mujer llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo se licuaba. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui diluyendo la separación entre nosotros. Al estallar ya no era para mí una puta sino mi amante.
-¡Qué maravilla!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y presionando con sus manos mi cabeza, chilló con voz entrecortada: -Ya me has demostrado que sabes comerte un chocho pero ahora necesito que me folles.
Su tono me informó no solo de que estaba ya dispuesta sino de que lo deseaba y por eso, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡Fóllame!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi pene en su interior. La facilidad con la que su estrecho conducto absorbió mi miembro,  reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse, comencé a hacerle el amor. El olor que manaba de su sexo me terminó de cautivar mientras ella no dejaba de chillar que  siguiera follándola.
-¡No pares!- aullaba mientras con todo su cuerpo buscaba mi contacto.
Con un ritmo feroz y  golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras la cría seguía gritando. Sus gemidos me llevaron a un nivel de excitación brutal y deseando unirme a ella. Su coño recibía mi pene con autentico gozo y a los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Eres preciosa!- dije con voz dulce mientras mis dedos pellizcaban los rosados pezones de la mujer.
-¡Tú también!- chilló descompuesta.
Su piropo estimuló mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío aunque fuera por solo una noche. La nueva postura la volvió loca y pegando enormes chillidos, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo tan poco frecuente en alguien de su profesión, me cautivó y sin poderlo retener más tiempo, mi pene explotó regando su sexo con mi semen. La castaña al sentirlo, chilló de placer y pegando un berrido se dejó caer sobre el colchón.

Agotado, me tumbé junto a ella en la cama. La mujer, olvidándose que era solo un cliente, se acurrucó sobre mi pecho y se quedó dormida. Aproveché ese momento de calma para pensar. La dulzura de esa cría me había hecho replantearme el órdago que había lanzado esa tarde y por vez primera pensé en no acudir a mi cita.

 

El día de mi boda
Con una resaca de escándalo, pero vestido de chaqué como se esperaba de un novio tradicional, llegué al juzgado con solo cinco minutos de anticipación sobre la hora señalada. Marina ya estaba esperándome y al verme entrar torció el gesto, porque en su fuero interno deseaba que todo hubiese sido una fanfarronada, un órdago lanzado por un imprudente y que a la hora de la verdad, fuera un cobarde y haciendo mutis por el foro, no apareciera.
-Hola mi amor, ¡has venido!-, la hipocresía de sus palabras no tenía límite.
-¿Cómo voy a faltar a la cita?, si resultas tan buena como cara, mi placer va a ser indescriptible.
La burrada con la que le contesté, la hizo enrojecer. Pero no tardó en reponerse, diciéndome:
-En cambio, si tú tardas tan poco en terminar, como en pedirme que me case contigo, me voy a aburrir brutalmente. Pero siempre nos queda la inseminación, o ¿no?.
Iñigo, mi mejor amigo y mi testigo en esta ocasión, soltó una carcajada y cogiéndome del brazo, me dijo:
-Creo que voy a disfrutar de tu fracaso, te apuesto mi casa contra la tuya a que no consigues domar a esta fierecilla.
Marina interrumpiéndole le contestó:
-No puede apostarla, porque más de la mitad va a ser mía-
-Tiene razón- por primera vez dudé de ganar una apuesta -Pero te juego algo mas duro, si pierdo seré tu criado durante un mes, en cambio si gano tú serás el mío-.
-Iré preparando tu uniforme-, me contestó Iñigo entre risas mientras entrábamos a la sala.
La ceremonia civil como tal es una mierda. Lejos del ornato y el bombo de la religiosa en menos de diez minutos ya habíamos terminado. El concejal, que nos había casado, creyéndose cura me dijo que ya podía besar a la novia. Era lo que estaba deseando y asiéndola por la cintura, la besé apasionadamente mientras nuestros veinte invitados aplaudían la pantomima.
Era la primera vez que lo hacía y recreándome en el beso, me pasé magreando su trasero hasta que, cortada, me pidió que dejara algo para la luna de miel.
-¿Luna de miel?, te recuerdo que según el papel que hemos firmado eres la propietaria mayoritaria del grupo, esta mañana he firmado mi renuncia,  nombrándote  presidenta de todo. Como sabes, los empresarios tenéis  una responsabilidad ética con la sociedad. En una hora, mientras yo voy a mi banquete de bodas, tú tienes tu primer consejo de administración-.
-¡Estás de guasa!-, me dijo asustada por lo que le caía encima.
-Para nada. Por cierto hoy hay que tomar una decisión. Nuestra división automotriz está perdiendo dinero a raudales y si no la cerramos mandando a quinientas personas a la calle, el grupo con sus cinco mil empleados puede quebrar.
Disfrutando como un enano, proseguí:
-Eres un doctor que tiene que decidir entre extirpar una mano o perder a su paciente por la gangrena- y cruelmente mientras me llevaba a los invitados, le grité:-  Los bancos no esperan, cariño.

Creo que solo se tomó en serio mi información cuando Julio se acercó a preguntarle si ya se iban y decirle que tenía que explicarle las implicaciones del expediente de despido colectivo y cuál era la actitud de los sindicatos. Su semblante, que hasta ese momento se había mantenido impertérrito, se tornó blancuzco y dejándole con la palabra en la boca, salió corriendo detrás de mí.

-No me puedes hacer esto- me recriminó agarrándome de las solapas.
-Si que puedo-, no cabía de gozo al ver su nerviosismo,-tú misma quisiste en nuestro acuerdo mercantil quedarte como mayoritaria, ahora apechuga con las consecuencias.
-Te lo devuelvo.
-Esa no es forma de negociar, en tus mítines me has definido como un maldito depredador sin conciencia. Tienes razón, lo soy y por eso te pregunto: ¿Me crees tan imbécil de no saber que estaba pagando demasiado caro por ti?. Un contrato no es más que el preludio de posteriores negociaciones- la muchacha seguía pálida- Marina: Que te sustituya en ese marrón te va a costar  un módico diez por ciento.
No tuvo que pensárselo mucho; sabía que no estaba preparada mentalmente para mandar a tantas personas a la calle y perder ese porcentaje lo único que hacía era equilibrar los paquetes accionariales entre ella y yo, por que seguía teniendo capacidad de bloqueo. Haciéndole un breve gesto a Julio, este extendió los papeles del nuevo acuerdo.
-Hijo de perra- dijo con odio al firmar.
-Mi amor, son solo negocios. Si tenerte me costó más de sesenta millones, acabas de pagarme diez por una hora de trabajo. A este paso en dos días, además de tener un vientre que germinar,  vuelvo a ser el dueño de todo. ¡Nos vemos en el banquete!
Al sentarme en el coche, iba pletórico. Acababa de ganar un asalto y esperaba con impaciencia su contraataque. Si algo me había gustado de su breve biografía era que Marina se caracterizaba por ser  una luchadora, que además de tenaz tenía una imaginación innata y sino que se lo pregunten a Repsol que debido a una demanda en un principio inocua había tenido que apoquinar una multa de dos millones de euros.
Le había pedido a Julio que me acompañara al consejo y nada más entrar, no pudo dejar de preguntarme si estaba seguro de lo que hacía.
-No y eso es lo divertido-.
Ya en la sala de reuniones, tardé más tiempo en agradecer las felicitaciones por mi boda que en el orden del día, porque hacía más de un mes que todo estaba pactado, los sindicalistas y demás políticos  ya habían recibido su soborno y solo quedaba ratificar el acuerdo del ERE con mi firma. Mientras lo normal hubiera sido que mi mente estuviera concentrada en lo que se estaba votando en esos instantes, no podía de dejar de pensar y de disfrutar en la guerra que voluntariamente había declarado contra esa preciosa mujer.
Al terminar, montando en la limusina  nos dirigimos hacía el hotel Palace donde estaba teniendo lugar la recepción del banquete. Marina me sorprendió al ver que en mi ausencia había actuado como anfitriona y estaba charlando animadamente con un ministro.
– José-, dije al acercarme donde estaban,-veo que ya conoces a mi mujer.
-Sí. Lo que no comprendo que es lo que esta belleza ha podido ver en un viejo como tú.
-Su cartera, no tenga ninguna duda-, contestó Marina con una sonrisa en sus labios,-¿No creerá que me caso porque estoy enamorada?
El político, creyendo que era broma, soltó una carcajada.
-Además de guapa e inteligente, tiene sentido del humor-, soltó limpiándose con un pañuelo las lágrimas que lo forzado de su risa le había hecho soltar, -lo que digo, Manuel: No sé como lo haces pero tengo que reconocer que te envidio.
Afortunadamente el maître se acercó a avisarnos que debíamos pasar al salón, porque de haberse prolongado esa conversación no sé como hubiera terminado. Cogiendo del brazo a mi recién estrenada esposa, nos dirigimos hacia nuestro lugar mientras sonaba la marcha nupcial.
-Mira que sois previsibles los ricos-, me susurró al oído, -solo faltan los violines..
-No faltan, los he contratado-, respondí avergonzado.
-¡Hortera!-.
-¡Muerta de hambre!-
.
-Gracias a ti, ¡ya no!-.
 Me acababa de vencer dialécticamente, pero ya tendría oportunidad de devolverle el golpe.
Durante la cena, la muchacha volvió a dar muestras de su gran inteligencia. En nuestra mesa, se codeó sin inmutarse con banqueros, industriales y políticos de diferentes nacionalidades, hablando con ellos en varios idiomas y lo más curioso, sin provocar ningún altercado.
En los postres y sin previo aviso, se levantó y pidiendo silencio, empezó a hablar:
-Queridos amigos, tengo que agradecerles que nos estén acompañando en el día más importante de nuestras vidas y por eso les quiero hacer un anuncio.
Aterrorizado, esperé que continuara:
-Como saben, Manuel lleva saqueando, digo, trabajando sin parar durante los últimos veinte años- la risa de los presentes resonaron en el local -pero me ha prometido dejarlo aparcado durante un mes. Esta noche nos vamos a Sierra Leona a vivir durante un mes en un campo de refugiados para conocer de primera mano lo que significa la pobreza, por eso no cuenten con él en los próximos treinta días.-
Los aplausos de los invitados no la dejaron seguir y con una picara sonrisa, me dijo que era mi turno. Esperé dos minutos a que se calmaran los ánimos de mis conocidos y  al considerar que ya había dado tiempo a que asimilaran la noticia, les expliqué:
-Todos ustedes saben de la enorme inquietud que la situación de esos países y su pobreza siempre me ha provocado. Tuve que usar toda mi persuasión para convencer a mi esposa a que renunciara a la luna de miel de ensueño que tenía organizada y se dejara llevar al lugar más duro del planeta. Eso sí, no logré que además se comprometiera al ayuno sexual, por eso si vuelvo más delgado será, Ella, la única culpable-.
Colorada tuvo que soportar, con una sonrisa, las carcajadas de los presentes. 
 
Viewing all 7997 articles
Browse latest View live